No Te Enamores de Mia Libro 2 .Meera Kean

May 6, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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No te enamores de Mia © [LIBRO 2] Meera Kean

Published: 2022 Source: https://www.wattpad.com

❁ ANTES DE LEER   Disfruta de la historia de Mia, como libro publicado aquí. Si llegas hasta aquí y no has leído «No te enamores de Nika», no tiene sentido que estés aquí. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Acabas de entrar al libro 2 de la Bilogía «No te enamores», donde el libro 1 es narrado por la protagonista, Mia Favreau, y este por el protagonista, Nika Bakker. ES NECESARIO LEER EL LIBRO 1 PARA ENTENDER ESTE Y DISFRUTAR DE LOS PEQUEÑOS SECRETOS QUE ESCONDE LA TRAMA. Están entonces advertidas. No lean nada de esta y si quieren darle la oportunidad a la historia vayan directo al prefacio de «No te enamores de Nika». ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ En cambio, si ya leíste «No te enamores de Nika», significa que estás aquí para conocer el final del la historia. Bienvenida.❤ Esta es una historia para quien amó el primer libro. Si no fue así, si no te enamoraste de Nika y quieres saber por lo que pasó al enamorarse de Mia, mejor no te martirices leyendo. Esto es para el que quiere disfrutar y sufrir para ponerle el punto final que merecen estos personajes. Antes de comenzar te suplico que no dejes de leer las advertencias del siguiente apartado. Es muy importante para mi tranquilidad como escritora y como persona. Todo mi amor, como siempre...

❁ ADVERTENCIA   Que leas esto es muy importante para mí. No lo tomes a la ligera, por favor. La historia está clasificada como +18 y con esto no solo quiero decir que habrá lenguaje soez. La parte buena, sí, tendrá VARIAS ESCENAS SEXUALES. Habrá algunas que ya leíste en el primer libro, pero narradas desde el punto de vista de Nika y MUCHAS OTRAS nuevas. Sé que eso es lo divertido para muchas, pero hay más. La parte que necesito estés advertida es con los temas que se tocarán desde la perspectiva de un personaje con tendencias autodestructivas y un pasado duro que saldrá a la luz con el paso de los capítulos. Nika tendrá actitudes que no apruebo, que no pienso romantizar y que señalaré en lo que evoluciona la trama. Su tendencia suicida y manera de pensar en el tema al punto de satirizarlo, me parece delicado para algunas personas y me gustaría que no leyeras si puede resultar difícil de manejar. NO APRUEBO MUCHOS PENSAMIENTOS DE NIKA EN ESTE LIBRO, por el contrario, quiero poner en escena un personaje que necesita ayuda profesional y se niega a aceptarla. Sí, es un buen chico, pero su manera de afrontar los problemas no está bien y planeo demostrarlo en lo que avanza la historia. Por tanto, no leas si te resulta agresivo consumir historias sobre: —Abuso intrafamiliar. —Homicidio. —Violencia física y psicológica. —Suicidio. —Alcoholismo. —Enfermedades mentales. Necesito confiar en ustedes y saber que, al menos en esto, acatarán mi pedido. Recuerden que siempre alguien puede ayudar. Si estás pasando por una situación difícil, no dudes en decirlo.

Prefacio   ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Desde el primer día que la vi, lo supe y lo ignoré. Siempre me resultó inquietante la manera en que la mente nos engaña para que estemos cerca de lo que sabemos es mejor mantener lejos. Cuando entendí que no debía enamorarme de Mia, no fue tarde, simplemente fue cuando descubrí que lo estaba. Ni tan siquiera me avisé. Mi cerebro no disparó una advertencia, no dijo nada porque quería arrastrarme con él. Quise estar cerca desde que escuché su voz, desde que le vi hablar tiernamente a su hermana y encontré en ella lo que no sabía que buscaba; desde que entendí que, a su lado, no era el Nika del que tanto me avergonzaba. Mia me hizo creer que no era como mi padre. Sin saberlo, me guio en un viaje en el que entendí era mi elección, no del destino o la genética. Podía ser tarde para mí, pero jamás permitiría que la lastimara, no de nuevo. Aksel se movió sigiloso tras la espalda de aquel hombre en lo que yo intentaba estar más cerca de ella. Él no lo notaba, estaba concentrado en apuntar a su cara, en atemorizarle como había hecho con nosotros durante años. —Todo va a salir bien, Mia —le calmé—. Te juro que vas a salir viva de aquí. Confía en mí. —No creo que puedas cumplir con eso —soltó divertido y ajeno a lo que estaba por suceder. Aksel alzó el busto de mármol, pero el disparo era inminente e hice lo único que era correcto, lo que haría con gusto por la persona que amaba. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~

00_Googlea suicidio   Capítulo 0 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Aquel lugar olía peor que la bodega subterránea del tío Ibsen. Una casa cerrada y abandonada por décadas, con la hiedra trepando por la fachada y manteniendo la humedad en sus paredes. La misma que caló y explotó el ladrillo deteriorado el interior de la mansión. El sistema eléctrico no servía y por muchas vueltas que di buscando los interruptores, terminé perdiéndome en la primera planta. Los escalones crujían, incluso si pisaba con cuidado, y en el segundo piso alumbré el techo y de una esquina aparecieron un par de murciélagos que huyeron por la ventana más cercana. Estaba en una pocilga que a la luz del día se vería peor. El último piso solo tenía una habitación bajo la torre más alta y un espacioso baño. Definitivamente me quedaría con el lugar. Forcé la puerta sellada de la habitación que comunicaba a la azotea y terminé saliendo. No había notado lo denso que era el aire en el interior. Rebusqué en mi bolsillo hasta dar con la caja de cigarrillos y me senté en la baranda de piedra. Dejé mis piernas colgar al borde y lo encendí para tomar la calada con que fantaseé durante el viaje. El aire de la madrugada era exquisito. El cielo azul oscuro estaba plagado de estrellas, jamás había visto tal espectáculo. El campo tenía su atractivo, así como el paisaje desolado y el vacío que se extendía bajo mis pies. El césped de los terrenos se movía al ritmo de la suave brisa. La hierba estaba tan alta que lucía como el océano o como un gigantesco colchón. ¿Qué pasaría si saltaba? Eran tres pisos, una caída larga que resistiría para terminar contra el suelo. No sería difícil, solo tenía que acercarme al borde y ceder ante mi peso. La idea resultaba más satisfactoria que el humo entrando a mis pulmones. Después de atravesar una ventana y caer de un segundo piso, la altura dejó de ser un miedo. Sobrevivir era lo preocupante, la recuperación de los

huesos rotos, el dolor y la incapacidad por meses. Si me lanzaba, mi cuerpo quedaría destrozado con nulas posibilidades de sobrevivir. Eso lo hacía más tentador. Me acomodé y balanceé mi peso para recostar los codos a las rodillas sin dejar de mirar abajo. Si relajaba la tensión en mis piernas, caería. Sonreí recordando las estupideces que salían en una rápida búsqueda en internet si tecleabas «razones para no suicidarse». No estás solo. Queda mucho por vivir. Mereces otra oportunidad. No podrás volver a hacer lo que te gusta. Todo mejora. No aporta soluciones, es solo el final. Ninguna servía, no para mí. Al contrario, eran razones para tener más ganas de hacerlo. Yo no estaba solo, pero quería estarlo. No me interesaba ver lo que quedaba por vivir. Las oportunidades en mi vida habían muerto y no quedaba nada que me gustara hacer. Que mi situación mejorara era una mentira que dije por tanto tiempo que estaba harto de repetirla. Cuando decían que suicidarse no aportaba nada y era solo el final, sentía que era la decisión acertada. Lo que quería, un final, uno que no tuviera secuela. Mi vida estaba irremediablemente condenada a terminar cuando mi cuerpo decidiera empezar a funcionar mal. La suerte de nacer con una enfermedad congénita que hasta el momento no había sido un problema, pero el día que lo fuera, sería un pasaje sin retorno. Tenía mil razones para dejarme caer y solo una por la que no lo hacía: mi familia. Si me permitía poner un final a la tortura ellos quedarían con un par de manos menos para salir adelante y tenía suficiente con saber que por mi culpa perdimos a Emma. Pensaba reponer ese espacio, era mi deber. Volví a concentrarme en el paisaje. La vista habría sido perfecta de no ser por la moderna casa en la propiedad vecina. Estaba contando sus ventanas cuando algo se movió. —¿Qué mierda? —murmuré sosteniendo el cigarrillo entre mis dientes. Había una chica asomándose por una de ventana del segundo piso. Tenía el torso totalmente afuera y miraba en mi dirección. La noche era oscura,

pero podía definir bien su figura. Antes de que pudiera reaccionar o saludar por compromiso, desapareció y me dejó con la curiosidad de averiguar quién era. Bufé aburrido y me deshice del cigarrillo. La idea de tener vecinos no me agradaba, pero era la única opción que teníamos. Lo mejor era dormir un poco, alejarme de las alturas y aceptara que el aburrido Soleil era nuestro nuevo hogar. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Tienen dos capítulos por ser solo el inicio. Dejo uno de los edits que adelanté por Instagram durante la semana. Había varios de los capítulos iniciales, pero sé que muchas no están activas por allá...

01_Un gnomo madón   Toda historia de amor tiene dos versiones. ¿Estás listo para conocer la de Nika? Clic aquí: https://w.tt/46XaaIq ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Capítulo 1 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ La mansión estaba hecha pedazos. En los días que pasé rondando e intentando poner en funcionamiento el sistema eléctrico y solucionando lo más preocupante, comencé a valorar si resultaría más barato construir una casa o reparar la que teníamos. No había goteras sino agujeros en los techos. Los baños comenzarían a filtrar en cuanto se usaran y para reparar las paredes tendríamos que tratarlas a fondo. Con parchear los daños no sería suficiente. La madera era buena, no estaba apolillada, pero en muchos lugares el agua ganó la pelea y faltaban hojas de ventanas y puertas, o estaban hechas pedazos. La casa fue violentada por gentuza que encontraba entretenido romper espejos y dibujar penes en las paredes, seguramente para compensar algún complejo. Lo único decente era la escalera de caracol que ascendía en medio de la casa y era porque iba forrada de azulejos de arriba a abajo. Mamá y Aksel llegaron el jueves en la noche y tuve que recibirlos con linternas. No había un bombillo en toda la casa. —¿Estás bien? —preguntó ella abrazándome con fuerza. —Todo lo bien que esta pocilga te permite estar —me burlé sintiendo la calma extenderse por mi cuerpo cuando le tuve a salvo bajo mi abrazo. —Trajimos velas —dijo Aksel palmeando mi espalda—. No te atrevas a soltar una queja. —No iba a hacerlo. —¿Comiste? —cuestionó ella palpando mi pecho hasta poner la mano del lado derecho—. ¿Todo bien con tu corazón?

Rodé los ojos. Durante años había hecho la misma pregunta, incluso si pasábamos dos horas separados. —No comí nada en cuatro días, estoy muriendo de hambre y me dieron tres infartos. —No juegues con eso —regañó golpeando mi brazo—. No es gracioso. —¿Cómo se llega a la cocina? —preguntó mi hermano dirigiendo la linterna a todos lados. —Te vas a desmayar cuando la veas —dije guiándoles. Terminamos sin poder utilizar la cocina para desempacar la comida que trajeran. Venían muertos de hambre y comimos frijoles y un poco de carne en conserva. —Encontré tres colchones —expliqué en lo que abrían la segunda lata de frijoles—. También hay sábanas en buenas condiciones en uno de los armarios. —Es más de lo que podemos pedir —dijo mamá—. Las cajas que dejamos en casa del tío Ibsen no llegan hasta la próxima semana. —¿Trajeron algo de ropa? —Por supuesto —dijo acomodando mi cabello con dulzura—. Así mañana pueden matricularse en el instituto. —¿Instituto? Aksel bajó la mirada y se concentró en comer. —Sí, el instituto. —Dijimos que solo Aksel iría. —Tú dijiste. Yo insistí en que pasaras el último curso. —Mamá, no vamos a discutir eso. —No es una discusión, es algo que debes hacer. —No voy a perder tiempo entre niños para ir a clases que sé de memoria. Ya perdimos un año, otro no hace la diferencia. —La diferencia es el título para optar por la universidad. —No pienso ir a la universidad y lo sabes. —Tu hermano lo hará. —Aksel tiene que hacerlo, yo no —aclaré—. Quedamos en que no iría al instituto y así será. Tengo que conseguir un trabajo porque esta casa no se arreglará sola y si pierdo mi tiempo en juego de niños no tendremos ni para comer. —Conseguiré un trabajo. —Tú no tienes que trabajar.

—¿Por qué no? Tragué en seco y miré a Aksel que negó imperceptiblemente. No podía decirle que trabajar no era una opción para ella porque era alcohólica y, hasta el momento, había tolerado bien poco la abstinencia. Cada vez que tenía un bajón emocional terminaba bebiendo a escondidas y poniendo su vida en peligro. No podía decirle la verdad a la cara, le lastimaría, y en vez de ayudar estaría hundiéndola más. Lo sabía por experiencia y Aksel ignoraba que su última recaída fue hace poco. —Claro que puedes trabajar, mamá —dije bajando el tono de la conversación—, pero sería mucho mejor si ambos lo hiciéramos, ¿no crees? —Puedes trabajar a medio tiempo y graduarte —propuso con una sonrisa —. Me harías muy feliz. —¿Y quién reparará la casa? —Sabes que te ayudaré en el tiempo libre —intervino Aksel tomando su lado—. No lo uses como excusa. —No necesito excusas. No quiero ir a un cutre instituto. —Pero si tienes el diploma podrás... —Mamá, no te voy a dejar sola y no voy a ir a la universidad —zanjé—. Acéptalo de una vez. Se cruzó de brazos y me miró alzando una ceja. —Lo aceptaré si terminas el instituto. —No tienes que... —Nika, sigo siendo tu madre —interrumpió severa—. Quiero que te gradúes, exijo que lo hagas. Si después no quiere ir a la universidad, lo entenderé. Cerré los ojos intentando tomarlo con calma. Hacerla enojar después de todo lo que habíamos pasado no era inteligente. —Como quieras, pero no creo que podamos ir mañana. —Ya tenemos todo listo —dijo Aksel tomándome por sorpresa. Mamá rebuscó en la mochila que traía con ella y sacó un sobre negro. Lo deslizó por la mesa para que lo viera. Inspeccioné los documentos bajo la escasa luz de las velas. Todo lo necesario para empezar de cero estaba allí tal cual el tío Ibsen prometiera. Partidas con nuestros años de nacimiento alterados para borrar el tiempo que llevábamos escondidos, identificaciones, notas y recomendaciones.

Todo falso. Nuestros nombres figuraban en cada documento, pero el apellido era Bakker, no Holten. —Se ven reales —concluí—. ¿Crees que los acepten fuera de este pueblucho? —Creo que los aceptarán en cualquier lugar —aseguró Aksel. Mamá puso una mano sobre la mía. —Todo saldrá bien. Será diferente, ya verás. Noté las ojeras que jamás dejaban su rostro y la mirada llena de esperanza. —Un nuevo comienzo —murmuré. —Lo prometo, cariño. Apretó mi mano con fuerza y quise creer que era posible. —Si de verdad será eso —dije bajando la voz—, deberíamos establecer un par de reglas. Intercambiaron una mirada. >>Nada de relacionarse con gente del pueblo. —Nika, por favor. —Si nos acercamos demasiado podrían descubrir la verdad y ninguno quiere que eso suceda. —Nadie se tiene que enterar —habló Aksel. —¿Tan necesitado estás de hacer amigos que quieres arriesgarte? —¡Nika! —regañó mamá. —Sabes que tengo razón —le ignoré viendo a mi hermano—. Mientras más cerca estés de la gente, más posibilidades de que algo salga a la luz y terminemos expuestos. No queremos que él nos encuentre. —Quizás, en vez de ocultarnos, deberíamos contar la verdad a la policía —concluyó Aksel. La sensación de una mano invisible presionando mi garganta impidió que respirara con normalidad. Mamá se tensó y su mano, que seguía sobre la mía, tembló ligeramente. —No vamos a decir nada a nadie —dije entre dientes—, mucho menos a la policía. ¿Quedó claro? Aksel bajó la vista y supe que no estaba de acuerdo. No me importaba lo que pensara. No tenía que explicarle las razones detrás de esa decisión. —Estoy de acuerdo —dijo mamá—. Nada de hablar con extraños, solo lo necesario. Si preguntan, haremos la historia que practicamos y la repetiremos hasta el cansancio.

—Y entre nosotros debería ser igual. —¿Qué quiere decir? —dudó Aksel. —Si queremos que crean la mentira tenemos que empezar por creerla nosotros. A partir de hoy no hablaremos de él y, si lo hacemos, será como un difunto. Mamá tembló y dolió que lo hiciera. >>Hagamos como si nunca hubiese sucedido. Era imposible para mí, pero si tenía que fingir para sobrevivir, lo haría. A fin de cuentas, llevaba la mitad de mi vida fingiendo. ~❁ ✦ ❁~ Aksel pasó el día siguiente en el maldito instituto y mamá en la ciudad. Me dediqué a las goteras que seguían apareciendo y, tras una larga jornada, tomé una ducha para sacar el agotamiento. Iba bajando las escaleras cuando noté un extraño movimiento en el patio trasero de la casa vecina. Pegué la frente al cristal de la ventana. Había dos chicas que aparentaban mi edad. La de cabello corto y oscuro acababa de acertarle en la nuca a su amiga con una bola de barro. Tenía buen brazo. La segunda cayó de lado salpicando barro y riendo tan alto que se escuchaba hasta la mansión. Tuve que reír en voz baja cuando la lanzadora intentó atacar con más barro y se resbaló para terminar en el suelo con un chillido. Negué divertido antes de seguir mi camino a la planta baja. Al entrar a la cocina localicé a mamá ordenando sábanas. Aksel se entretenía en limpiar la meseta. —¿A dónde vas con eso? —dije deteniendo a mamá que, a duras penas, podía cargar el cesto de la ropa. —Me gustaría quemarla por lo vieja que está —dijo intentando sonar graciosa—, pero voy a lavar. —Suéltalo —dije ignorando su protesta—. Me ocupo de lavarlo mañana. Deberías organizar mi ropa, sabes que soy un desastre. Me mostró una de sus angelicales sonrisas. Tenía mejor semblante y eso me tranquilizaba. Pellizcó mi moflete y dejó el pesado cesto a un lado antes de perderse hacia el comedor. —No puedes engañarle toda la vida con que no sabes colgar tu ropa. — Aksel alzó la vista de su labor—. Algún día notará que es por quitarle tareas y no hacerla sentir inútil que nunca has colgado tus cinco sudaderas. —Tengo más de cinco y mientras no lo note, todo está bien.

Me fijé en las manzanas verdes que trajeran esa tarde del pueblo y recordé que no comía nada desde el desayuno. —¿Qué cenaremos? —Todavía no he preparado nada. Le miré alzando una ceja. —Eres el puto amo de la hipocresía, Aksy-Boo —dije riendo. Supe que me lanzaría el cepillo con que limpiaba y lo intercepté con facilidad. —Vete a la mierda. —¿Qué pasó, Aksy-Boo? —ironicé poniendo mi mejor puchero—. ¿Descubrí que te ofreciste a cocinar porque también te gusta quitarle labores a mamá? Tolerar bromas no era lo suyo y hacerlas mi entretenimiento favorito. Esta vez lanzó el cepillo con más fuerza y solo pude esquivarlo en el último momento. —Vete a la mierda —repitió. —Bien —acepté sabiendo que seguir molestándole con el nombre que le diera su antigua novia no era una buena idea. Agarré una manzana y le di vueltas en mi mano antes de agregar—: Quiero mi comida cuando regresé, es el pago por todas las ventanas que quité por ti en lo que estabas en el instituto. —¿A dónde vas? —A conocer la propiedad —dije con la mente en la pelea de lodo. Aksel, como siempre, notó mis intenciones. —Vas a ver a la vecina que estabas acosando el día que llegaste. —No entiendo cómo puede considerarse acosar que ella estuviera en la ventana de su casa cuando yo salí a fumar en medio de la madrugada. —Es amiga de mi compañera de dibujo y la vi de lejos en la cafetería. Sé que te vas a meter en problemas por ella —advirtió señalándome con dedo acusador. —¿Qué hablas? Esta vez me lanzó un vaso plástico que desvíe con facilidad. —Es tu tipo y acordamos que no te ibas a meter en problemas por chicas. —¿Qué significa mi tipo? —Es bajita y con ojos enormes. —Menuda mierda de tipo tengo —me burlé—. Según tú, me gustan los gnomos.

—Deja de hablar estupideces —se quejó sin borrar la sonrisa—. Es en serio. No te metas con la vecina, no de nuevo. —Palabra de gnomo, Aksy-Boo —dije alzando la palma en señal de juramento y con la curiosidad arañando mis entrañas. Salí por el porche lateral y bordeé la mansión. La propiedad vecina se veía moderna, blanca y perfecta. El jardín, poniendo a un lado la parte donde había lodo, estaba cuidado y desentonaba con la destartalada mansión. Ya no se escuchaban los chillidos de las chicas. Una descansaba arrodillada como niña pequeña chapoteando en el barro. La de cabello corto se limpiaba con el chorro de agua. Era la chica de la ventana, estaba seguro. Me detuve a una distancia prudencial para verle sacudir su cabello y saltar en el lugar con tal de deshacerse del agua. No me habían notado y cuando abrió los ojos se vio asustada por encontrarme a escasos pasos. Unos enormes orbes azul marino me devolvieron la mirada, grandes y llamativos. Brillaban demasiado y estaban adornados por largas pestañas. Su expresión curiosa me impactó casi tanto como sus suaves rasgos. Parecía una diminuta muñeca de porcelana, de las que decoran a mano y es casi imposible pagar con un sueldo normal. El cabello mojado se pegaba a los lados de su rostro. Un flequillo corto y desordenado se revolvía en su frente. Todavía llevaba barro en la mejilla derecha y de igual forma era condenadamente hermosa. La otra chica dijo algo que no capté, ni tan siquiera le pedí que lo repitiera, solo volví a la vista a la pequeña muñeca empapada frente a mí. Entrecerró los ojos como si algo le molestara. —Y tú, ¿qué miras? —dijo de mala gana. Joder. Su voz. Habría apostado a que tenía cualquier tono de voz menos ese. Era grave y bajo, se escuchaba sensual en sus labios, demasiado. Le observé de arriba a abajo. Era pequeña, bonita y mal humorada. Un gnomo mandón. Justo mi tipo como diría Aksel. En mi inspección noté que su camiseta estaba empapada y se trasparentaba. Sonreí satisfecho al encontrar algo con lo que molestarla. Apostaba a que resultaría fácil sacarla de sus casillas y pensaba probarlo en el futuro. —Admiro la vista —dije antes de morder mi manzana y alejarme por el mismo camino.

Quizás Soleil no sería tan aburrido como había pensado. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola!!! Si confieso que estoy que muero de nervios, ¿me creen? Estoy temblando, pero fingiendo que no. 😎😎😎 De vuelta para llevar la historia de Mia y Nika hasta el final. A partir de hoy tendrán una actualización cada domingo. Quien leía el primer libro mientras actualizaba sabe cuán constante soy. Cero preocupaciones, aquí tendrán capítulo cada semana y puede que alguna sorpresa para celebrar lo que logremos con la historia. ¿Alguna inquietud sobre lo que leyeron? ¿Opiniones? ¿Enfermedad? En cuanto tenga tiempo leo y respondo comentarios, pero si quieren fangirlear intensamente o tener primicias pasen por Twitter e Instagram. Por allá aviso de todo y antes... Adjunto edits que ya vieron las que andan por Instagram y me retiro a escribir. Además, este bonito fanart que hizo una lectora. No sé cuál es su usuario por acá, pero me alegró la mañana de hoy. Gracias, Isi... Coman verduritas, eviten contacto social y nos leemos. Besitos...

02_Amaia suena mejor   Capítulo 2 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Cuando vi el edificio de ladrillo rojo estuve a punto de salir a toda velocidad en dirección contraria. Ocupaba una manzana, con dos pisos y entrada digna de película juvenil de mediado de los noventa. La representación de una terrible pesadilla y de esas tenía muchas para comparar. Fue peor cuando crucé las puertas de la entrada y encontré el pasillo central inundado de adolescentes cambiando de salón. Jodido momento en el que cedí a las presiones de mamá. Me acerqué a la recepción con la planilla de inscripción en la mano cuando una mujer me interceptó en el camino. —Debes ser uno de los nuevos estudiantes —habló con una sonrisa amable. No debía pasar de los treinta años y el cabello castaño descansaba sobre sus hombros en un casual peinado. Asentí resignado y alargué la planilla. —Nikolai Bakker. —Me estremecí al escucharle leer mi nombre y estaba a punto de corregirle cuando extendió la mano para saludarme—. Soy la señorita Morel, profesora de Filosofía y consultora académica. Me limité a asentir y estrechar su mano. >>Gracias a los datos que me facilitó Aksel confeccioné tu horario. Puedes pasar a recogerlo después de clase. —Hablaba sin necesidad de que lo pidieran—. Te corresponde turno conmigo, pero me preocupa que faltaras casi toda la mañana del que debía ser tu primer día. —Me miró esperando una respuesta y al no obtenerla continuó—: ¿Puedes decirme por qué? —Estaba en una entrevista de trabajo. —Frunció el ceño y respiré con calma. Odiaba dar explicaciones—. Necesito trabajar después de clase y los fines de semana para ayudar a mi madre. —Me parece muy bien que la ayudes —dijo midiendo sus palabras—, pero no creo que para un adolescente que debe centrarse en sus es...

—No tiene de qué preocuparse, señorita Morel —interrumpí—. Mi madre no me obliga a trabajar, me obliga a venir aquí. Por mis calificaciones tampoco se preocupe, estarán por encima de las de su mejor alumno. Jamás he tenido una nota por debajo de sobresaliente. Juntó sus labios como si mi sinceridad le impactara. Las personas te invitaban a valorar tus cualidades, pero les incomodaba cuando expresabas sin miramientos lo capaz que eras. —Bien —dijo volviendo a sonreír y haciendo un gesto para que le siguiera—. No es un problema lo que hagas en tu tiempo libre mientras no afecte el rendimiento académico. Empezó a hablar sobre las materias extra que debía tomar, los horarios y reglas del instituto en lo que intenté no mirar a otro lado que no fuera su rostro para evitar las miradas curiosas. —También debes pasar a verme después de clases para que revisemos tu aplicación universitaria —concluyó tras el largo discurso. —No pienso ir a la universidad. —¿Cómo? —No voy a optar por ninguna carrera. —Si lo dices por el costo, hay muchas opciones que... Siguió explicando de becas y subvenciones del gobierno en lo que subíamos la escalera. Cada opción sonaba tan insignificante como las paredes azul cielo del pasillo del segundo piso o los estudiantes que murmuraban en lo que avanzábamos. Estaba a punto de repetir que no me interesaba la universidad cuando doblamos una esquina y le vi. Cabello negro azabache al nivel de la barbilla frente a un chico al que a duras penas le llegaba al hombro. Mi vecina. Sus manos se mantenían en puño en lo que no parecía una conversación agradable y terminó pellizcándole el cuello antes de entrar al salón de su derecha. El agredido maldijo e intentó llamarle sin éxito. —¿Todo bien, Charles? —preguntó la profesora cuando le alcanzamos. —Cla-Claro, señorita Morel —mintió acomodando la chaqueta del equipo deportivo para cubrir lo que reconocí como un chupetón. Esto empezaba a ponerse interesante. —¿Todo bien con Mia? —Sí, claro. Ella... Todo está bien. —Nada de conflictos de novios fuera de mi salón —regañó la profesora ante su asentimiento de falsa vergüenza.

No pude evitar analizar al novio del gnomo malhumorado. Cabello descuidado y clásico exterior de chico popular, posiblemente capitán del equipo deportivo. La enana no tenía mal gusto. —¿Qué te parece, Nikolai? La mención del nombre volvió a golpearme. —¿Qué me parece qué? —Charles es el capitán del equipo de fútbol —explicó con paciencia al entender que no había prestado atención—. Estaba diciéndole que quizás estabas interesado en hacer las pruebas para entrar al equipo ya que jugabas en tu antigua escuela. Miré a Charles que tampoco se veía feliz de ser retenido. —¿Fútbol? Asintió y miré a la señorita Morel. —Si tu desempeño es bueno podrías optar por una beca deportiva. —Me pensaré lo de entrar al equipo —mentí intentando no alargar la tortura. El tal Charles extendió la mano para que la estrechara. —Charles Renauld. —Nika Bakker —me presenté por segunda vez en el día usando mi apellido falso y estrechando su mano. —Si te animas, las pruebas son en dos semanas. No respondí y la profesora le ordenó retirarse a clase. Me pareció extraño que una chica pellizcara de mala gana el chupetón que su novio llevaba en el cuello. Algo que me interesaba saber y que entendí podría averiguar cuándo la señorita Morel me guio al salón al que había entrado mi malhumorada vecina. Controlé una sonrisa cuando entramos y todos se acomodaron e hicieron silencio. Fui presentado por la profesora antes de ocupar mi lugar en la fila más cercana a la ventana. No necesité mirar alrededor para saber dónde estaba. El único flequillo demasiado corto y algo torcido era el suyo; cerca de la puerta y en el tercer pupitre de la fila más lejana a la mía. Eso me recordó que su nombre era Mia y, por alguna razón, no le pegaba nada. Divagué en las palabras que decía la profesora sobre el curso, las temáticas a tocar y quién sabe cuánto más.

Tenía novio, algo que no había pensado el día que la conocí en el patio de su casa. Si estaba comprometida, quedaba fuera de los límites, pero no quería decir que no pudiera molestarla. Solo tenía que encontrar cómo. Maquiné por un buen rato la mejor manera y cuando la profesora comenzó a hablar de igualdad de género supe que mi momento había llegado. Estaba convencido de que la haría explotar si usaba las palabras correctas. Alcé la mano y la profesora se vio complacida. —Compártenos tu opinión, Nikolai. —Nika —aclaré para evitar confusiones futuras—. Me gusta que me llamen Nika. —Dime tu opinión, Nika —aceptó de buena gana. —No estoy de acuerdo con lo último que dijo. No creo que los hombres y las mujeres sean iguales. Me mantuve impasible ante la reacción asombrada de la mayoría. Era hora de empezar a divertirse en Soleil. ~❁ ✦ ❁~ Acababa de aparcar frente al instituto cuando alguien golpeó mi nuca con tanta fuerza que casi me voy de cara contra el casco que acababa de quitarme. —¿Qué vergas le hiciste a la vecina? —cuestionó Aksel que casi se lleva un codazo involuntario. —No vuelvas a aparecer por mi espalda. —¿Es verdad que tienes un video de ella sin ropa? —¿¡Qué!? —Un video de... —¡Claro que no! ¿Quién dijo eso? —Es una de las diez historias que llevo toda la tarde escuchando. Estallé en carcajadas y Aksel intentó volver a golpearme. —¿En serio dicen eso? —Lo sabrías si no hubieses faltado a clase —me regañó. —Tenía asuntos que atender. —Puedes guardarte el misterio para los ligues. Sé que estás tratando de conseguir un trabajo cuando mamá te dijo que esperaras hasta el fin de semana. —Si lo sabes, ¿para qué preguntas? —Le lancé el casco y lo atrapó con facilidad—. Espérame diez minutos.

—¿A dónde vas? —Tengo que ver a la profesora de Filosofía, necesito recoger mi horario —dije alejándome hacia el instituto. —Nika —llamó—. ¿De verdad no tienes ningún video de ella? —Claro que no. Regresé sobre mis pasos para que los chismosos que iban saliendo no escucharan. —Solo dije que le había visto las tetas —expliqué en voz baja—. Quería molestarla, estaba aburrido. Torció la boca en gesto desaprobatorio. —¿Lo inventaste para molestarla? —No, en verdad se las vi. —Tienes que ser imbécil —murmuró rodando los ojos. —¿Quieres detalles? —bromeé. —Claro que no. Eres un pervertido. —Era jugando, Aksy-Boo —le calmé golpeando su hombro—. Si los tuviera no te los daría y la verdad es que no me fijé. Alzó ambas cejas como si no me creyera. Decidí que daba igual y caminé rumbo a la entrada del instituto. La verdad es que no me había fijado. Por mucho que intentaba recordar el momento solo visualizaba unos enormes ojos azul marino. Ahora tenía otro recuerdo: su cara de vergüenza durante la clase de Filosofía y la manera en que se molestó por lo que creyó que estaba diciendo. Puede que no consiguiera un trabajo, pero solo por haberla sacado de sus casillas tenía para decir que era un buen día. —Chico nuevo —llamó alguien a mi espalda. Cerca de los casilleros y al pie de la escalera había chica morena de cabello rizado junto a una pelirroja que se acercó y me sonrió. —Soy Sarah —se presentó antes de señalar a su amiga—. Ella es Chloe. —Nika Bakker —dije acostumbrándome a mentir— y estoy algo apresurado. —Solo queríamos darte la bienvenida y saber si ibas a ir a la fiesta que están organizando los chicos del equipo. —No me gustan las fiestas y tengo el fin de semana ocupado. Sarah acortó la distancia entre nosotros. —Quizás si vas con nosotras te empiezan a gustar.

La manera en que lo dijo me resultó graciosa. Hace casi un año no tenía tan cerca a una chica. —Puede ser —dije viendo de reojo a la morena que seguía junto a los casilleros—. ¿Hablamos mañana y me cuentas de esa fiesta? —Seguro. Besó mi mejilla y arrastró a Chloe en dirección contraria. En lo que subía la escalera fui consciente de que había pasado diez meses en un pueblo nevado y en medio de la nada sin interactuar con más personas que mi madre, mi hermano y el tío Ibsen. Estar escondidos por tanto tiempo me hizo perder la habilidad de captar a la primera cuando alguien estaba coqueteando. Llegué al segundo piso y tuve que preguntar al encargado de mantenimiento para llegar a la oficina de la señorita Morel. La puerta estaba cerrada y, por costumbre, me acerqué con sigilo a escuchar si había alguien dentro. —Amaia, siempre estuviste tan segura con Historia del Arte —escuché decir a la señorita Morel—. Eres de los pocos en tu curso que no me dio problemas. —Claro que me gusta, pero no me servirá de nada. Esa voz la conocía. La había escuchado dos veces. Baja y grave, se podía considerar inusual para una chica. Era mi vecina. Agucé el oído. —Estudiaré Finanzas —continuó la chica tras una pregunta de Morel— y si lo que le preocupa es que mis padres no lo sepan, les diré esta semana. Mejor deme una planilla en blanco, voy a hacer una única solicitud. Un tema interesante. Mi vecina se debatía entre dos carreras sin contarle a sus padres. La profesora trataba, insistentemente, de convencerla para escoger la que siempre había deseado y ella insistía en que Contabilidad era mejor opción. —Le entiendo, señorita Morel y le agradezco, pero ya tomé una decisión —concluyó la chica a punto de meter la pata. Decidí que era momento de abrir la puerta y asomarme para decir que lo pensara dos veces antes de estudiar algo tan aburrido. Pude ver su espalda y el cabello negro que empezaba a reconocer con facilidad. —Ahora no, querido —dijo la señorita Morel negando repetidas veces—. Espera un minuto y enseguida podré verte.

Cerré la puerta y me alejé sabiendo que la conversación se extendería y que era mejor pasar al día siguiente si no quería dejar a Aksel como vegetal en la entrada del instituto. Amaia. Ese nombre le iba mejor que el diminutivo que usara la profesora en el pasillo. Amaia. Sonaba hermoso, tanto como el pequeño secreto que guardaba el gnomo. Uno que encontraría la manera de usar a mi favor. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Tienen doble actualización, sigue leyendo...

03_Construir paredes   Toda historia de amor tiene dos versiones. ¿Estás listo para conocer la de Nika? Clic aquí: https://w.tt/46XaaIq ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hay una capítulo antes de este. Si Wattpad te trajo directamente aquí, puede que no entiendas nada porque no leíste el anterior... Capítulo 3 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A pesar de estar acostumbrado a la vida de una gran ciudad como Prakt, pasé casi un año en un pueblo en medio de la nada donde lo único memorable era monitorear cuanta nieve caía en la noche. Los primeros días en Soleil resultaron novedosos en comparación con los últimos meses. Al ser un pueblo pequeño, las noticias se movían rápido. Se conocían desde niños y por generaciones, tener material nuevo para hablar era adictivo. Mi familia era el delicioso chisme que parecían disfrutar. Tantas personas se acercaron a saludar e intentar establecer conversación que perdí la cuenta. La única que no me incomodaba era Sarah, la pelirroja de mi curso que conociera el primer día. —¿Qué tal tu día? —preguntó acercándose a mi casillero cuando el pasillo iba vaciándose al final de jornada. —No muy distinto al anterior —dije cerrando la mochila—. —Ya te acostumbrarás. —Sonrió coqueta y se acercó para que la conversación fuera más íntima—. Estaba pensando en algo que no me contestaste en el almuerzo. —No te contesté muchas cosas en el almuerzo. Preguntas demasiado — me burlé. —Algún día tendrás que contestar algo o seguirán inventando chismes. —No me molestan. —¿No te molesta que digan que cogimos en el laboratorio de química que está clausurado? Alcé la vista. —¿En serio?

Asintió. —No solo conmigo. Ya tienes una lista de ligues. Me encogí de hombros. —Al menos se divierten con los chismes. Sarah sonrió y su nariz cubierta de pecas se movió haciendo que luciera más bonita. —Preferiría que no fueran chismes —dijo con seguridad. Me agradaba su sinceridad, como andaba sin segundas intenciones y su confianza, así que le seguí el juego. —¿Preferirías que mi lista fuera real? Negó antes de mostrar una llave entre su dedo índice y pulgar. —Me gustaría que el chisme de que cogimos en el laboratorio de química fuera totalmente cierto. —¿De dónde sacaste eso? —Le hice una copia a la llave del profesor Lyon. La guardo desde hace un año. No pude evitar verle por un par de segundos. Su invitación era algo a la que el Nika del pasado jamás habría rechazado. Me acerqué hasta que quedó un palmo entre nosotros. —Hagamos algo —dije tomando la llave—. Hoy tengo que irme, pero el fin de semana que viene es la fiesta de la que me hablaste, ¿no es cierto? — Asintió—. Quizás podemos ir juntos. —¿Es una invitación? Iba a responder que ni yo sabía si podría ir cuando reconocí el cabello negro azabache de Amaia. Dobló por el pasillo y venía en dirección a nosotros con una castaña que hablaba en lo que no paraba de masticar papas de un paquete gigante y un moreno fornido que reconocí de algún salón. —¿Ya conoces a Dax? —preguntó Sarah confundiendo el lugar donde estaban mis ojos. —¿Quién? Me tomó por despistado y llamó al tal Dax que resultó ser el moreno que caminaba junto a Amaia. El chico se acercó y sus amigas siguieron de largo sin dirigirnos la mirada. —Dax, te presentó a Nika. Era casi de mi estatura y con buena complexión. Me ofreció su mano en saludo y la estreché por compromiso.

—Escuché hablar de ti —dijo divertido—. Charles comentó que quizás te unías al equipo. —No me parece. —¿Cómo que no? —Miró a la pelirroja—. Creo que me lo llevó, Sarita. Nika y yo tenemos que hablar de temas aburridos. No esperó mi aprobación y pasó un brazo sobre mis hombros antes de obligarme a caminar a su lado. >>Escucha esto, Nika —continuó como si nada—. Este es mi último año en la liga juvenil y no he podido ganar una sola vez ese maldito campeonato. ¿Has jugado fútbol antes? —En el equipo de mi ante... —Entonces eres el indicado —interrumpió—. Tienes estatura y músculos —agregó amasado mi brazo y volviendo la situación extraña. —¿Tomas confianza demasiado rápido o es idea mía? —dije sin apartarlo. —¿Te molesta, niño lindo? —Al contrario —dije pasando una mano por su cintura. Dax paró en seco y se alejó de un saltó. —Estaba bromeando —dijo abriendo demasiado los ojos y señalándonos —. Yo no, tú... —Tranquilo —me burlé—. Solo quería que me soltaras. No eres mi tipo —añadí guiñándole un ojo. —Muy listo, niño bonito, pero estaba hablando de algo serio. —¿Vas a pagarme por entrar al equipo de fútbol? —No, pero voy a insistirte mucho porque eres lo mejor de por aquí. —No sabes cómo juego. —Se nota que aprenderías —aseguró volviendo a pasar la mano sobre mis hombros—. Lo único que necesitas para entrar al equipo es el chequeo médico completo y hacer algo decente en las pruebas, lo cual será fácil con los payasos que se van a presentar. —¿Chequeo médico? —Sí, el entrenador lo está pidiendo este año. Eso no era algo por lo que quisiera pasar y estuve a punto de decirlo cuando Aksel se unió a la salida. —Veo que ya se conocieron —dijo a modo de saludo—. Le hablé a Dax de tus habilidades en el campo.

El moreno sonrió avergonzado. A eso se debía su confianza en mi capacidad como jugador. —Gracias por contarle mi vida a tu nuevo amigo —dije sonando gracioso, pero dirigiéndole una mirada significativa. —Te vendrá bien practicar un deporte y lo sabes —rebatió copiando el tono y la mirada. Dax puso una mano sobre el hombro de cada uno y miró a Aksel. —Ya le convenceremos, pero tengo que irme antes de que el autobús me deje aquí. —Espera, voy con ustedes —dijo Aksel cuando el moreno se disponía a alejarse. —¿Qué? —Tienes que ir a buscar a mamá. —Mamá está en casa. —Dax entendió que era una conversación privada por lo que se alejó a la fila de alumnos que subía al autobús escolar—. ¿Por qué tengo que recogerla? —Vino al pueblo a buscar empleo. —¿Por qué no me dijo? —Nika, no hagas un drama. Tiene que salir. No pretendas que la pase encerrada todo el tiempo. Me mordí la lengua con tal de no empezar una discusión. —¿Dónde está? —Le dije que te enviara la dirección —dijo alejándose—. Vayan con cuidado. No respondí a su gesto de despedida y me concentré en la ubicación que mamá enviara. No era muy lejos del instituto y en segundos estuve en camino. Aksel no entendía mi miedo. Ella debía salir de casa, integrarse a la sociedad e intentar rehabilitarse, pero no era tan sencillo. Mamá padecía una enfermedad, porque eso era el alcoholismo. Podía intentar estar bien y mantenerse alejada de la bebida, pero exponerse a factores externos sin estar preparada era lo que detonaba sus crisis y la necesidad de volver al alcohol para callar el dolor en su interior. No decirle a Aksel sobre las cinco veces que la encontré convulsionando o al borde ahogarse en el tiempo que vivimos con el tío Ibsen, le hacía pensar que se había recuperado. Una mentira que guardamos con tal de protegerle.

Aksel sabía que Nikolai golpeaba a mamá y que ella abusaba del alcohol, pero no era consciente de la verdadera situación. Le mantuvimos alejado del conflicto con tal de que no supiera lo que yo había sufrido, con tal de que no pasara por lo que mamá. Me alegraba saber que eso le hacía más normal, pero le habíamos dañado de otra manera. La opresión en mi pecho hizo difícil el respirar y cuando llegué al lugar indicado me saqué el casco buscando oxígeno. El corazón empezó a bombear demasiado fuerte y noté el sudor de mis manos empapando el manubrio. Fue ver a mi madre saliendo de uno de los negocios de la derecha lo que hizo que mordiera mi lengua hasta saborear la sangre con tal de mantener la calma y evitar que notara mi estado. Me abrazó con fuerza y conté hasta cinco antes de dejar que me viera a la cara. —¿Estás bien? —quise saber en lo que brindaba mi mejor sonrisa ensayada. —De maravilla. La emoción en su voz fue un golpe de paz. Señaló el lugar de donde saliera y reconocí un pequeño negocio. En los cristales nevados rezaba: Marianne Favreau. Debajo indicaba que era el consultorio de una psiquiatra. —¿Qué hacías aquí? —Ya tengo trabajo. —Fruncí el ceño sin entender—. Seré la asistente de la doctora Favreau. Tengo asegurado un contrato de un año mientras su actual asistente está de licencia por maternidad. —¿En serio? —El sueldo es bueno, el trabajo cómodo, la doctora es una excelente persona y es nuestra vecina. —¿La de la casa moderna? —me extrañé. —Sí y le invité a cenar mañana en la mansión así que tenemos mucho que hacer. ~❁ ✦ ❁~ —Quita esa cara —demandó Aksel al bajar la escalera y encontrarme en el viejo sofá del recibidor. —¿Cómo quieres que esté? —Son lo vecinos, no la policía. —Como si fuera el presidente o un par de mendigos. Son extraños.

—Y yo los invité —intervino mamá llegado desde el comedor y luciendo su mejor atuendo—. No seas tan gruñón —continuó arreglando el cuello de mi sudadera y evaluando mi atuendo—. Solo compórtate e intenta verlos como los vecinos. No son un peligro. —Mamá. —No son un peligro —repitió acariciando mi barbilla—. Es simple protocolo para integrarnos, nada más. Estuve a punto de rebatir al recordar la conversación que tuvimos al llegar a Soleil cuando se escucharon pasos en la escalerilla. Mamá arregló su cabello luciendo emocionada y fue directo al recibidor. —No arruines la noche —murmuró Aksel avanzando a mi lado. —No seré yo quien la arruine. Sabes que esto es una mala idea. —Está feliz. Hace años no la veía así —añadió a toda velocidad justo antes de que la puerta se abriera—. Solo deja que lo disfrute. —Eso es precisamente lo que me preocupa. Un pico de felicidad iba seguido de una caída muy dura y mi miedo se volvió más real cuando la familia vecina cruzó el umbral. Un hombre, una mujer de aspecto alegre y Amaia, a la que conocía bien. Lo que no esperaba era la niña pequeña de quizás diez años. Su cabello era color miel por debajo de los hombros y ojos similares, vestido de flores y zapatillas rojas. Bajó la mirada luciendo cohibida por mi inspección y abrazó la cintura de su hermana. Saludé cortésmente cuando mamá nos presentó e intentando no ser muy obvio al evaluar su reacción al abrazar a Amaia para luego girar a la pequeña niña a su lado. —¿Y usted señorita? Su voz temblorosa confirmó que aquello causaba el efecto que temía, el mismo que estaba teniendo en mí. —Está es Emma —dijo la señora Favreau. Mi corazón empezó palpitar más lento y a golpear contra mis costillas. —Emma —repitió mamá helando mi sangre y obligándome a esconder las manos detrás de la espalda para que nadie las viera temblar—. No sabía que tenías ese nombre. Es precioso. No pude soportarlo. Salí del recibidor dejando las voces atrás y buscando el silencio de la cocina, pero el silencio jamás llegó porque las voces del pasado arañaron su camino al presente.

—Nikol, juega conmigo —pidió la pequeña Emma que no sabía ni pronunciar mi nombre completo—. Estoy aburrida. —Estoy haciendo algo importante. —Escuchas música —reprochó. —Eso es algo importante. —Le sonreí y pellizqué su mejilla—. Ve a jugar a tu habitación. —Hace frío ahí. —Juega en el pasillo. —Mamá dice que es peligroso. —Por eso cerré el paso a la escalera —aclaré arreglando su cabello dorado hasta atarlo en una coleta—. Puedes jugar en el pasillo y regar los juguetes, yo recogeré después. —¿De verdad? —preguntó emocionada. —Lo prometo. No supe cómo, pero logré llegar a la cocina y me dejé caer en el suelo. Logré encender un cigarrillo a pesar de mis manos temblorosas. El nombre de mi hermana. Emma. El mismo nombre. Emma. La sonrisa de Emma. La voz de Emma. Presioné mis ojos con las palmas hasta que dolió y mis brazos comenzaron a temblar. Fue imposible mantenerme sentado, el cuerpo me saltaba por dentro y tuve que ponerme de pie para caminar de un lado al otro. No puedes permitir que el pasado gane. Respiré agitado con la inocente voz de mi hermana muerta resonando en mis oídos y mezclándose con la de los vecinos que estaban en el comedor. —Nika, cariño, ¿estás bien? Mi madre apareció y mi coraza con ella. —Claro —aseguré apagando el cigarrillo, acercándome y evaluándole—. ¿Estás bien? El nombre de... —No-no lo sabía —tartamudeó—, pero estoy bien. Sus ojos mentían, estaba haciendo lo mismo que yo. Fingir que no pasaba nada para proteger al otro, vivíamos fingiendo. —Te dije que no era buena idea invitarlos —dije acomodando su cabello.

—Es solo una niña —aseguró—. No es nuestra Emma y lo sé, tampoco puedo dejar que me afecte solo por existir. Tuve miedo de cuánto duraría aquella falsa pared que construyera en los últimos meses. Esperaba con terror la próxima recaída y aquella cena podía ser la causante. Palmeó mi mejilla y volvió a sonreír. —Cambia esa cara y compórtate. Haz el esfuerzo por mí, ¿sí? Por ella haría cualquier cosa y así fue como construí mi propia pared para regresar al comedor y guardar en mi pecho lo que sentía al tener a una niña tan cerca, una que tenía el mismo nombre de mi hermana. Dolía, pero llevaba nueve años lidiando con la culpa. El tiempo te vuelve experto en enterrar el dolor para dejar que carcoma en lo que muestras una sonrisa y finges que todo está bien. Mamá hizo lo mismo y se concentró en atender a Mary y Louis que resultaron agradables y conversadores. Amaia, que no dejaba de mirar el celular y fue regañada por su padre, terminó sentándose frente a mí e ignorándome como había hecho desde nuestro encuentro en clase de Filosofía. Emma quedó a su lado y me costó mantener la mirada lejos de ella. Estaba algo disperso mientras mamá servía la sopa y preguntó cuánto tiempo llevaba en la mansión. —Una semana y cinco días—respondí—. Llegué en la madrugada del lunes. Sentí los ojos de Amaia caer sobre mí y por un fugaz instante nuestras miradas se encontraron antes de que volviera la vista a su teléfono. El mensaje que recibiera pareció tomarle por sorpresa. —Mia —llamó su hermana en voz baja en lo que el resto de la mesa continuaba la conversación. Le mostró la cuchara. —¿Tengo que darte de comer? —bromeó la pelinegra en un susurro. —¿Son tentáculos en la cabeza de la mujer? —preguntó la niña y me fijé en mi cubierto para entender de lo que hablaba. Se apreciaba un rostro doble con múltiples tentáculos saliendo de la misma cabeza y enroscándose al tallo de la cuchara. —Sí, lo son —confirmó la chica. —¿Y le salen tentáculos porque el artista se aburrió de las cabezas comunes?

Amaia sostuvo una sonrisa tan dulce que no fui capaz de captar el murmullo de la conversación que tenía el resto de presentes. Veía a su hermana con ojos de puro amor. Una mezcla de dolor y admiración se arremolinó en mi pecho. Por un instante quise ser ella, tener a mi hermana a mi lado y poderle hablar de aquella manera. —Más o menos —habló Amaia con aquella voz grave que me dejara sin palabras el día que nos conocimos—. Digamos que quien hizo esto no tenía una profesora aburrida que le hiciera mirar un modelo para dejarse llevar. Controlé una sonrisa incluso sin entender de lo que hablaban y un segundo después tuve aquellos ojos azules viéndome fijamente. Los latidos de mi corazón se dispararon. Intenté comer y mantenerme al tanto de la conversación, pero Amaia era más interesante. La manera en que su cabello caía a los lados de su rostro, su pálida piel y el flequillo algo torcido. Hasta eso me llamaba la atención. Estaba centrado en ella hasta que la conversación de la mesa también lo hizo. Al parecer, mi vecina estaba obsesionada con la mansión, tanto que cuando su madre se dedicó a explicar como gracias a ella declararon el lugar patrimonio del pueblo y pusieron alarmas para evitar que entraran extraños, vi como Amaia se hundía de vergüenza en su asiento. No levantaba la vista, su cara estaba tan roja que parecía a punto de estallar y sus padres no se enteraban. —Y de ahí viene la obsesión con estudiar Historia del Arte —concluyó su madre haciéndome entender algo de lo que había escuchado el otro día. Así que Amaia se debatía entre la carrera que siempre había querido estudiar y otra de la que sus padres no tenían ni la más mínima idea. Les observé alternativamente y la curiosidad fue superior. —¿Historia del Arte? —intervine captando la atención de la mesa—. Qué curioso. Jamás pensé que una chica como tú estaría interesada en esa carrera. Pude palpar la manera en que le molestó mi frase y celebré mi elección de palabras. Ahora no me ignoraba. —¿Una chica como yo? —cuestionó irritada. —No lo tomes a mal, pero en las pocas clases que hemos tomado juntos te imaginaba estudiando otra cosa —continué con naturalidad—. Puede que algo como Contabilidad y Finanzas.

Su madre desestimó la opción contando lo terrible que era en matemáticas y la conversación se desvió. No pude evitar sonreír al ver como los colores se escapaban de su rostro. Era lista. Sabía que yo sabía. Iba a añadir algo más que la pusiera incómoda cuando su teléfono vibró con un mensaje y su boca quedó abierta viendo la pantalla. —¿Tú por qué miras así a mi hermana? —intervino su hermana con tono mandón. Tenía el ceño fruncido, tenía las mismas malas pulgas de Amaia. Me causó gracia la similitud y tuve la idea perfecta para molestar al gnomo con algo más ligero. —Resulta que estaba recordando un debate que tuvimos tu hermana y yo en clase de Filosofía —dije viendo a la niña. —¿Qué debate? —A ella no le gustó un ejemplo que yo puse delante de la clase. Miré fugazmente a Amaia que parecía a punto de desmayarse. —¿Qué ejemplo? —Mejor que ella lo cuente, ¿no? —dije viendo con satisfacción como todos nos prestaban atención. —Creo que es hora del postre —intervino Aksel poniéndose de pie y lanzándome una mirada asesina. Mi vecina vio su oportunidad y salió corriendo con mi madre a la cocina. Puse la mano sobre mis labios para que no notaran mi diversión. —Tiene novio, ¿sabes? —dijo la pequeña viéndome con la misma expresión molesta. Me agradaba. —¿En serio? No sabía —mentí. —Sí y está muy enamorada de él —agregó al tiempo que el teléfono de Amaia, que había quedado sobre la mesa, vibraba anunciando un mensaje. La niña lo agarró sin temor. Estaba a punto de decir lo mal que estaba invadir la privacidad de su hermana cuando me mostró la pantalla con cara de suficiencia. —¡Ves! Tiene novio y lo quiere mucho. En la vista previa de la pantalla bloqueada se leía un mensaje de Charles y solo contenía dos palabras: «Te extraño». >>Deja a mi hermana tranquila —amenazó antes de rodar los ojos y dejar el teléfono en el mismo lugar.

Fueron las dos palabras del mensaje las que me hicieron caer en la realidad. Por alguna razón, cada vez que Amaia aparecía, mi cerebro mandaba una notificación como si la hora de divertirse hubiese llegado y estaba mal. Por muy entretenido que fuera molestarla, tenía novio y me conocía, sabía muy bien porqué quería llamar su atención. Le ignoré el resto de la cena y a la primera oportunidad me escabullí a mi habitación. No me agradaba el roce con los vecinos y no podía evitar que mi madre los invitara, tampoco que Aksel hiciera amigos. No podía meternos en una urna de cristal. Amaia era la muestra de que, como ellos, necesitaba interactuar con las personas que llamaban mi atención. Era un error pensar así y tenía miedo de las consecuencias por dejarnos llevar, de creer que éramos normales, que el pasado no estaba ahí esperando el momento justo para darnos caza. Mientras más pensaba, más fumaba y me agobiaba. Cuando las manos comenzaron a temblarme tuve que bajar con tal de escapar de mí mismo. Iba en dirección a la cocina por un vaso de agua cuando escuché unas voces provenientes del porche lateral. —Te sorprendería saber todo lo que puede hacer –dijo la voz de mi hermano. —Prefiero no saber —replicó la voz rasposa de la chica y no pude evitar acercarme para escuchar. —Perdona a mi hermano —se excusó Aksel—. Sé que no te agrada. A veces no se le da bien interactuar, pero no quiere ser maleducado. —No importa —mintió ella tan mal que sin verle a la cara supe lo que me detestaba—. Al menos ya veo que la mala educación no viene de familia. Me agradó comprobar que no le agradaba. Eso era mejor que ser invisible. Encendí el cigarrillo que llevaba entre los labios y salí al porche como si nada. —Me voy a casa —dijo Amaia al verme—. Gracias por la compañía y la cena, Aksel. Sabía que no debía dejarme llevar, pero costaba. —Hablando de mala educación y se va cuando llega alguien a la conversación. —Se detuvo en la escalerilla al escucharme—. No vale presumir de modales si no das el ejemplo, pequeña Amaia.

Bufó y no miró atrás antes de desaparecer. Sonreí satisfecho. —¿Por qué te empeñas en molestarla? —preguntó cuando nos quedamos solos. Me encogí de hombros en lo que observaba su diminuta figura alejarse. —Mientras más rápido se enojan las personas, más entretenido es molestarlas. —¿Sabes que ser un imbécil no hará que le gustes? —¿Quién dijo que es lo que busco? —Aksel puso cara de no creerse nada —. No quiero gustarle —aseguré—. Tu amiguita tiene novio y sabes que no me mezclo con gente comprometida. —¿Novio? —Para ser tu amiguita, no sabes mucho de ella —alardeé—. Su novio es el capitán del equipo de fútbol. —La novia de ese chico tiene el cabello rubio —dijo Aksel convencido —. Los conocí ayer cuando me encontré con Dax en la mañana. El chupetón del tal Charles, la discusión que vi en el pasillo y el mensaje que mostrara Emma ahora no tenían sentido. Observé la luz en el salón del segundo piso de la casa vecina y entendí que tendría que averiguar un par de asuntos antes de sacar conclusiones apresuradas. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ ¡Hola! ¿Están bien o están? 😋 Hoy tuvieron doble actualización porque llegamos a las 400K lecturas en «No te enamores de Nika» y es gracias a ustedes. Es mi manera de agradecerles por los mensajes de apoyo, por recomendar la historia a sus amigxs, por ayudarme en este viaje de escritura, por cada voto y comentario. Por sus audios llorando y riendo. Por confiar en mí tantas veces y contarme sus problemas, por encontrar ayuda en las palabras que uso para contar la historia de Mia y Nika. Gracias, babies... Tienen un pedacito de mi corazón. Ya leeré sus comentarios, pero de momento comento que me da mucha gracias esta historia porque se demuestra que tanto Mia, como Nika, quedaron bien payasos asumiendo cosas del otro. Ya verán más.

Los próximos capítulos son en la fiesta de Charles y vienen chismes buenos... Si quieren adelantos, en Instagram y Twitter siempre comentó en lo que voy escribiendo y editando. Tengan linda semana.

04_ Ya no parece un gnomo   Capítulo 4 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Sus labios eran suaves y se movían al ritmo preciso sobre los míos, sin embargo, el sonido de la fiesta en el piso de abajo impedía que me concentrara en lo que hacíamos. Sarah terminó notándolo y detuvo el beso para mirarme a los ojos. —¿Se puede saber dónde estás? —Sentado en un escritorio contigo enfrente en la habitación del hermano de capitán del equipo de fútbol. —Muy gracioso —se burló—. Estás aquí, pero no estás. Acarició mi cabello y supuse que mentir no era una opción. —Estoy distraído, es todo. —Quiere decir que no vamos a follar. —¿Te decepciono si digo que no? Se encogió de hombros y se sentó a mi lado. —Te tenía ganas, pero supongo que no va ser. Miré al techo y respiré intentando no agobiarme. No iba a decirle que estaba en la fiesta solo porque Aksel y mi madre insistieron hasta el cansancio. Tampoco que mi mente estaba a kilómetros de distancia en la mansión donde había dejado a mi madre sola por primera vez en tantos meses. —Podemos salir otro día —ofrecí a modo de excusa. Negó. —No me gusta perder el tiempo. Sé cuando alguien busca lo mismo que yo y tú no estás interesado en mí. —Créeme, no tiene nada que ver contigo. —Eso lo sé —dijo con una sonrisa—. El problema eres tú. No me había equivocado con Sarah. Era lista y me agradaba. —¿Cómo lo sabes? —Eres nuevo y guapo. Si quisieras acostarte con medio pueblo ya lo habrías hecho. Está claro que tu cabeza está en otro lado o con alguien más.

—Mi mente está en el pasado —dije más para mí mismo. Sentí su mirada sobre mi rostro por largos minutos. —Casi me engañas, Nika Bakker —dijo finalmente—. No eres el fuck boy que todos creían. Bufé. —Ya fui un imbécil por mucho tiempo. No tengo ganas seguir siéndolo —acepté poniéndome de pie—. Al menos no de la misma manera. —Me alegra y me viene como anillo al dedo. —¿Qué? —Necesito un favor y no tengo amigos que no sean imbéciles o cobardes. —Como no vamos a follar, ¿tengo que hacerte un favor? Se puso de pie y quedó frente a mí. —Eres muy listo. Rodé los ojos. —¿Qué necesitas? —Tengo una amiga, la conociste. —¿Chloe? —La morena, sí. —¿Qué con ella? —Chloe salió de una relación muy desagradable. Le costó dos años darse cuenta y separarse del asqueroso de Alexandre. —¿Y? —Ahora, Chloe está saliendo con una chica y si Alexandre se entera no sabemos de lo que sea capaz. No necesité detalles para entender la situación. —Puedo darle una advertencia para que la deje en paz. —No. Necesito que parezca que sales con Chloe. —¿Cómo? —Alexandre es un estúpido machista y está metido en asuntos extraños. Si la ve con una chica hará su vida imposible, pero con un chico como tú no se meterá. —¿Por qué no le dice a sus padres y lo denuncian? —No es fácil decirle a tu familia que aguantaste golpes por un año antes de deshacerte del hijo de puta. Tampoco está preparada para aceptar que ahora está enamorada de una chica. —Puso los ojos en blanco—. Su familia se pondrá como loca.

Entendía lo fácil que era hablar desde fuera sobre una situación tan compleja. Entendía a Chloe sin conocer la historia de su boca. Enfrentar la realidad no era sencillo. Me acerqué a la puerta y la abrí dejando que la música del primer piso inundara la habitación. Salimos al pasillo y no insistió. —Pensaré lo de ayudarte —dije cuando llegamos a la escalera—. Tu falda es un desastre —señalé en lo que bajábamos. La arregló hasta que quedó en su lugar y me miró divertida por encima de su hombro. —Tu cabello está peor que mi falda. Intenté acomodarlo en lo que me percaté de quienes entraban por la puerta. Amaia y Sophie, la hija del dueño de la carpintería. Dax encabezaba el grupo. El cabello azabache y el flequillo torcido de mi vecina fue lo primero que llamó mi atención. Me dio gracia como rodó los ojos al verme y desapareció cuando Dax se acercó a saludarme. Era extraño que, siendo la fiesta de su novio llegara tan tarde y que nunca lo viera con él. Después de lo que dijera Aksel tenía muchas preguntas que necesitaban respuesta. —Dime que lo pensaste y vas a hacer las pruebas para entrar al equipo — dijo Dax llamando mi atención después de saludar a Sarah. —La respuesta sigue siendo la misma —dije aburrido de tanta insistencia. —Bien, esta es mi última charla. —Me tomó de los hombros para que lo viera a los ojos—. Cuando entras al equipo empiezas a tener beneficios, recibirás mucho de lo que todavía no sabes. Es un trato justo, lo prometo. Algo hizo clic en mi cerebro y giré a ver a Sarah. —Pelirroja —le llamé—. Ayudaré a tu amiga, pero dile que quiero algo a cambio. —Hecho —aceptó desapareciendo hacia la pista de baile. —¿De qué hablan? —Asuntos de chicas —aclaré pasando el brazo sobre su hombro—. Me decías de las ventajas del equipo. Dax vio su momento de vender la opción y explicó cómo nos daban turnos libres para los entrenamientos, puntos extra en distintas materias y otras facilidades que me importaban poco. La que menos, la opción de una beca deportiva en algunas de las mejores universidades de Prakt.

No quería ir a una universidad, menos a una ciudad de la que había salido huyendo. Cuando Aksel aprobara su ingreso pediría transferencia a otra para poder estudiar. La ahora familia Bakker podía estar en cualquier lugar del continente menos en Prakt donde, por muy grande que fuera, estaba él al acecho. Terminé aceptando ir a las pruebas solo por las tardes libres que darían para entrenamientos y en las que podría aprovechar para trabajar, una vez que consiguiera empleo. Dax estaba emocionado y me presentó a sus amigos para que me uniera a la fiesta. Era demasiado ruidosa. Estaba aburrido y lo único que resultaba entretenido medía metro cincuenta, tenía el flequillo torcido y cuando apareció me ignoraba a tal punto que comencé a pensar que la única manera de ganar su atención era poniéndola en ridículo. Por esa razón la seguí a la cocina cuando ella y su amiga desaparecieron entre la multitud de bailarines sudorosos. Le localicé intentando alcanzar una botella de vodka y vi mi momento al llegar hasta ella dos segundos antes y quitársela de las manos. —Las niñas pequeñas no deberían beber tanto —dije abriéndola y bebiendo. Su expresión era digna de fotografía. Me encantaba desesperarle. Alzó la mano esperando a que le pasara la botella. —¿Piensas beberla entera? —cuestionó. —No. —¿Me la puedes dar? —¿Por qué haría eso? Puso lo ojos en blanco y no pude evitar detallar la fina blusa que llevaba. Se veía más bonita que otras veces. —¿Se puede saber de qué te ríes? No había notado que estaba sonriendo. —Es entretenido ver enojada a una chica tan pequeña. —Si crees que este es el circo, te equivocaste de lugar. No soy un payaso y dame la botella. La saqué de su alcance antes de que pudiera tomarla. —Ya te dije, las niñas no beberían beber —le provoqué. —¡¿Cuál es tu puto problema?! —soltó alzando la voz y provocando que sus mejillas tomaran un color rosa. —¿Besas a mami con esa boca? —dije haciéndome el insultado.

—¡Vete a la mierda! —Ok, pero me voy con la botella. Bloqueó mi paso acortando la distancia entre nuestros cuerpos. Noté que un par a nuestro alrededor empezaba a mirarnos. —Dámela. —¿Qué quieres que te de? —dije imaginando algo totalmente distinto. —La botella, idiota. —Hay más por ahí, enana. Esta es mía. —Me la quitaste de la mano. —La tomé antes que tú, por lógica universal es mía. —No dice tu nombre y lo hiciste a propósito. —¿Qué cosa? —dije fingiendo inocencia y consciente de que teníamos público. —Tomar la botella. —¿Quién dijo eso? —Yo, que lo vi y no entiendo cuál es tu problema conmigo que apareces en todos lados para molestarme. Tuve que reír en voz alta. —Para ser tan pequeña crees que demasiado gira a tu alrededor. —¡Ah! ¿Entonces no llegaste hasta aquí a quitarme la botella que estaba a punto de tomar y tampoco quisiste dejarme en ridículo en la cena del otro día? —se desahogó—. Así como en esa primera clase no te pusiste a poner ejemplos fuera de lugar para que todos se rieran de mí. —Espera. —Volví a fingir frunciendo el ceño y acercándome a su rostro para hablar más bajo—. ¿Todo esto es porque te vi las tetas? —Sus ojos parecieron a punto de salir de sus cuencas—. Relájate, enana. Ya te dije que no me acuerdo, ni me importa. —¡Sabes muy bien que no es por eso! —gritó desesperada. —¿Entonces no estás avergonzada de que te viera las tetas? —provoqué sabiendo que nuestro espectáculo estaba en todo su esplendor. —¡Claro que no, descerebrado! ¡Para de hacerte el interesante! ¡Me da igual que las hayas visto o no! —dijo sin controlar sus palabras—. Me gustan mis tetas, estoy orgullosa de ellas y todas las mujeres tienen. No me importaría enseñárselas a cualquiera. Relamí mis labios antes de mirar alrededor y comprobar que hasta algunos del comedor se habían acercado a escucharnos. —Me alegra que dejes ese punto claro —susurré en su oído.

Su rostro perdió color al ver que un par de teléfonos grabando. Iba a irme cuando volvió a bloquearme. —Dame la puñetera botella —demandó quedando a escasos centímetros. Tenía que mirar hacia abajo para mantener el contacto visual y un agradable cosquilleo se extendió por mi estómago cuando acorté la distancia entre nuestros rostros. Era hermosa, pequeña y cada vez me recordaba menos a un gnomo. Sus labios se veían más atractivos de lo que habría creído. —Las cosas hay que ganarlas —dije forzándome a tomar distancia y saltando encima de la meseta hasta dejar la botella sobre la alacena. Bajé con facilidad y pasé por su lado. Sentí una extraña y deliciosa sensación al notar el calor de su cuerpo. —Ve a buscarla, pulgarcita. Me observó con ojos cargados de odio antes de valorar la tarea bajo los chillidos emocionados de la multitud. Trepó a pesar de su estatura. Mientras lo hacía me acerqué a evitar que cayera al suelo si la incursión no salía bien, pero lo logró y no pude evitar sonreír cuando me miró con gesto victorioso con la botella en la mano. Di media vuelta y atravesé el comedor pensando que la idea de venir a la fiesta no había sido tan mala cuando una chica se interpuso en mi camino. —Hola, Nika —dijo con voz nerviosa—. Sarah dijo que me ayudarías. Era Chloe, la morena de cabello rizado. —¿Dijo que quería algo a cambio? —Te pagaré lo que sea, solo abrázame, ¿sí? No me dio tiempo a contestar y pasó sus brazos por mi cintura antes hundir su cara en mi pecho. Estaba temblando y le correspondí. La guie hasta una esquina al límite de la concurrida pista de baile. Recosté su espalda a la pared y me separé un poco acomodando su cabello. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su labio temblaba. Me acerqué para que nadie pudiera verla. —Te pagaré lo que sea por... —No dije que quería dinero —interrumpí—. ¿Ese tipo está cerca? Asintió. —Está con sus amigos en la otra esquina —susurró y miré cuidadosamente por encima de mi hombro—. El de cabello rubio y el piercing en la ceja es Alexandre, es mayor que nosotros.

Le identifiqué con otros dos bajo la penumbra de la habitación concurrida por fiesteros. >>Está con Adrien y Raphael —explicó—. Los dos están en el equipo de fútbol, pero son menores. Me giré y seguía igual de asustada. —Escucha bien —dije acercándome a su rostro y dejando que los tres chicos pudieran ver nuestra cercanía—. A partir de ahora andas conmigo a donde sea y si hace falta te llevaré todos los días a tu casa. ¿Quedó claro? Asintió repetidas veces. >>Ese no te toca un pelo. Lo mato antes, ¿entendiste? Iba a abrazarle. Por un instante vi a mi madre en sus ojos, pero alguien chocó con mi espalda y un líquido helado me empapó. —¿Qué mi... Cuando giré entre la multitud conmocionada me encontré con la enorme sonrisa de Amaia que cargaba un vaso en la mano. —Lo siento mucho —chilló divertida por encima de la música—. No te vi. —No me viste, ¿no? —No, pero igual te estaba buscando —añadió acercándose y tirando de mi camisa—. Dejaste la botella en la cocina. Vació el segundo vaso sobre mi pecho. No solo llevaba vodka, sino hielo que congeló hasta mis pantalones. Antes de que pudiera reaccionar me lanzó el vaso a la cara y salió corriendo. No pude moverme. Chloe me miró consternada imitando a los que estaban a nuestro alrededor. —¿Qué fue eso? Reí en voz baja viendo mi ropa arruinada. —Supongo que una venganza bien cobrada. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ ¿Qué tal va el domingo? Primero, me gustaría saber de dónde me leen. Antes éramos pocas y las conocía y hablaba con todas, ahora es más difícil. Para quién no lo sabe soy cubana, pero vivo en Ecuador, el hermoso país que me acogió. ¿Y ustedes? Cuenten chismecito. ☺☺☺

Con el capítulo de hoy sabemos por dónde iba la relación de Nika y Chloe. Ajá. Ahora recuerdo lo que le odiaban en el primer libro por put*. Aquí estamos para quedar payasas junto a Nika y Mia. Van advertidas. El próximo capítulo está cargado de chismes y puede que llegue antes del domingo. Ya veremos qué pasa en la semana. Si quieren estar avisadas de cuándo actualizo, de adelantos y tonterías en las que ando pueden encontrarme en Twitter e Instagram. Por allá hablo con todas y es más fácil mantener contacto. No me extiendo. Cuídense mucho y besito.

05_Chismes de pueblo   Capítulo 5 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Chloe se quedó con Sarah en lo que subí al segundo piso a intentar arreglar el desastre que Amaia obrara con mi ropa. No iba a quejarme. Lo merecía, pero mi pantalón estaba empapado y podía andar sin camisa, pero no sin pantalón. La puerta del baño al final del pasillo estaba entre abierta y guardé distancia al escuchar personas dentro. Las voces se filtraban al pasillo, eran dos chicas. —Lo que no entiendo es por qué dices que sí a todo lo que te pide — habló una. —Dijiste que fue divertido. ¿Ahora te molesta? —Vicky, ¿estás escuchándote? —A Charles le gustó y a ti también. —¿Y qué hay de ti? No estaba entendiendo nada, pero reconocí el nombre de Charles y el silencio que guardaron me dio curiosidad. —Rosie, te estoy proponiendo que volvamos a hacer un trío con Charles, no que me des lecciones para entender lo que siento. Me tapé la boca con tal de no reír en voz alta. —Me estás diciendo que nos acostemos con él porque te lo pidió, no porque tengas ganas de hacerlo. —No me molesta hacerlo. —Vicky, eso es una estupidez. No es algo que hagas porque no te molesta, se supone que debes quererlo. —Es solo para divertirnos. —No, es para satisfacer el morbo de tu estúpido novio y no estoy dispuesta a que vuelva a pasar. Volvieron a quedar en silencio y no podía creer lo que escuchaba. —Está bien —aceptó la que insistía en el trío—. No quiero pelear contigo. Olvidemos esto y ayúdame a encontrar a Charles. No responde el

teléfono. —Vicky, tienes que dejar de perse... Una castaña de ojos verdes salió al pasillo y cortó el reproche al verme recostado a la pared opuesta. Sus ojos bajaron por mi torso desnudo e hizo una mueca graciosa. —Linda tableta, niño nuevo —dijo antes de arrastrar a su amiga por el pasillo. Se habían acostado con Charles, pero la rubia era su novia. Amaia tenía alguna relación con Charles y se enviaban mensajes en la noche, incluso su hermana decía que era su novio. Algo no cuadraba y Chloe tenía que ayudarme con información. Me deshice del pantalón mojado y con ayuda de una secadora estuve cerca de media hora encerrado en el baño. La camisa era un desperdicio de tiempo. La enjuagué y exprimí hasta que no chorreara. La enana tomó una justa e inconveniente venganza. Odiaba llevar ropa húmeda. Cuando abrí la puerta, nuevas voces llegaron a mis oídos y empezaba a hartarme de chocar con conversaciones ajenas. Habría interrumpido si no hubiese reconocido el cabello azabache de Amaia. —No me puedo disculpar por algo que no pasó —dijo Charles de quien pude tener un vistazo antes de esconderme en el baño. —Imaginemos que eso es verdad. Y ahora, ¿qué pasa con ella? — reclamó la chica con voz seria. —¿Qué querías que hiciera? ¿Sentarme a esperarte? La chica rio con ganas y entreabrí la puerta para escuchar mejor. —Para nada, pero no liarte con la chica con que todos decían que me ponías los cuernos. Ahora todo empezaba a tener sentido. —Tienes razón. En eso también me equivoqué, pero jamás te fui infiel con ella. No sé cómo puedes pensarlo si todos sabían que llevaba años detrás de ti. >>No hubo un día en que no te demostrara lo que sentía y lo sabes — continuó el chico y pareció sincero—. Puedo meter la pata mil veces, pero no así y sabes que al final del día siempre voy a estar pensando en ti. Pegué la frente a la puerta y traté de no reír. Aquel drama empezaba a revolverme el estómago. El silencio me obligó a abrir la puerta e intentar ver qué pasaba.

Charles se acercó a Amaia que no parecía incómoda por la situación y acarició su mejilla. Iba a besarla y quise interrumpirlos. Estaba punto de hacerlo al salir del baño cuando unos pasos se escucharon y, doblando la esquina, aparecieron las chicas de hace un momento. La rubia iba delante y quedó inmóvil al encontrar la escena. Por un instante me sentí en medio de una novela muy mal preparada en la que los astros se alineaban para provocar el caos. Charles fue el último en enterarse que lo había atrapado con las manos en la masa. Cuando giró, su novia salió corriendo sin mirar atrás y la castaña se adelantó con el rostro crispado de ira. —¡Los dos son unos cretinos! —gritó antes de seguir a su amiga. —¡Mierda! —exclamó Charles golpeando la pared antes de notar mi presencia en la puerta del baño. —Ve tras ella —dijo Amaia llamando su atención. —¿Qué? —Es tu novia. Le debes una explicación. Entendió que llevaba razón y desapareció siguiendo los pasos de las otras dos. —Y yo creía que Soleil sería aburrido. —Suspiré fingiendo aburrimiento —. Cuánto drama en una misma noche. Giró sorprendida y disfruté la manera en que sus ojos me inspeccionaron al encender un cigarrillo. Bajó lentamente la mirada detallado mi pecho desnudo y por alguna razón terminó en mi pelvis antes de darse cuenta de lo que hacía y alzar la vista asustada. —¿Entretenida con algo, enana? La expresión de odio cubrió su vergüenza. —¿Me persigues o lo estoy imaginando? —dijo de mala gana. —No tengo tanto tiempo como para eso. —Entonces, ¿por qué apareces a donde quiera que voy? —Estaba quitándome el vodka con que me bañaste —le recordé dando toques a la camisa empapada en mi hombro—. En cualquier caso, me persigues tú a mí. Dio un paso atrás y entendí que temía por un contraataque. —No pienso cobrármela. Estamos a mano —le tranquilicé. —¿A mano? Por un instante imaginé que la cargaba y terminaba lanzándola a la piscina del primer piso, pero eso sería pasarme de la raya. Imaginarla

mojada no ayudó demasiado. —Te debía una por lo de Filosofía y la cobraste —dije centrándome en la realidad. —Creo que me debes más de una —puntualizó con aquella voz mandona que empezaba a resultar atractiva. —Puede ser, pero te estoy brindando paz —dije pasando por su lado—. Deberías aceptarla. Le dejé sola en el pasillo y regresé a la fiesta en busca de Chloe. Necesitaba respuestas antes de meterme en problemas con la vecina justo como Aksel había previsto. La encontré junto a la piscina y cuando pregunté dónde estaba Sarah respondió lo que le dio la gana: —Alexandre ya se fue. —¿Estás segura? —Hay una fiesta clandestina en las ruinas al norte —explicó calmada. —Igual te llevaré a casa —dije pasando un brazo sobre sus hombros. Se tensó ante el gesto—. Relájate. Se supone que ahora tenemos algo. Si quieres que tu ex y sus amiguitos lo crea mejor actúa como debe ser. —Lo-lo sé —dijo viendo a un grupo de chicas al otro lado de la piscina. Una rubia de cabello corto nos miraba de reojo. —¿Es tu novia? —Asintió—. ¿Sabe lo que me pediste que hiciera? —Sí, pero no le gusta la idea. Tisha cree que debería denunciar al cabrón de Alexandre. No entiende que no es tan fácil. Miré a la rubia que fingía disfrutar de la fiesta, pero no nos quitaba ojo de encima. —Tranquila. Si te quiere, lo entenderá. Solo déjale claro lo que sientes y que esto es un teatro —añadí señalándonos. Me dirigió una tímida sonrisa. —Dijiste que querías un pago —comentó acomodándose bajo mi brazo —. ¿Qué es? —Información. —¿Sobre qué? —Soy nuevo y aquí hablan demasiado. Me pierdo la mitad de los chismes. —Si te guías por lo que hablan no entenderás nada —se burló—. Soleil es el lugar menos indicado para encontrar la verdad. —Para eso te tengo, para aclarar mis dudas. —Eso es sencillo —aceptó—. ¿Qué quieres saber?

—Charles, el capitán del equipo. ¿Qué hay con su novia? —¿Hablas de Victoria? —¿Tiene más de una novia? —No, pero la historia es bastante larga. ¿Te interesa tanto? —No tienes idea —confesé con la mente en un flequillo torcido. Me observó divertida. —¿Te gusta Victoria? —No, me gusta Charles. —¿En serio? —Este es el pago por mis servicios de novio falso —advertí—. Tu trabajo es responder preguntas, no hacerlas. Rio por lo bajo antes de aceptar su parte. —Creo que esto empieza cuando Charles y Victoria era niños —habló como si relatara la historia de hace mil años—. Crecieron juntos, estaban en mi salón de primaria. Victoria siempre estuvo enamorada de él y andaban juntos a todos lados porque sus padres son amigos. —¿Se hicieron novios? —No. Cuando entramos al instituto todos esperaban que pasara, pero a Charles no le gustaba Victoria o al menos dicen que cuando ella le confesó lo que sentía, la rechazó. Tenía que aceptar que los chismes de pueblo tenían un encanto excepcional. >>No fueron novios, pero todos saben que perdieron la virginidad juntos. —¿Cómo saben eso? —Porque los chicos del equipo hablan mucho y creo que a Charles se le fue la lengua. Acababa de encontrar la primera razón por la que Charles no me agradaba. —Y ahora, ¿están juntos? —Sí, pero es reciente. Cuando todos creían que él y Victoria formalizarían, Charles empezó a perseguir a Mia. —¿Quién es Mia? —La bajita del cabello negro. Es tu vecina. Me tomó por sorpresa. La llamaban así y lo había olvidado. —¿A Charles le gustaba Mia? —Y ella le ignoraba —confirmó con una mueca—. Era extraño ver como Victoria le perseguía y él perseguía a Mia por más de un año.

—¿Y? —En algún momento Mia aceptó salir con él y meses después se hicieron novios. Ahí estaba la respuesta que buscaba. —¿Pero ya no están juntos? Negó y me gustó cómo sonaba. —Le puso los cuernos a Mia con Victoria o algo parecido. Al final del curso pasado se separaron cuando el chisme se esparció y Charles la dejó. —¿Él a ella? En la conversación que había escuchado sonaba como si hubiese sido al revés. Chloe se arregló el cabello y se paró frente a mí. —No soy muy buena con los chismes —confesó—. Solo escucha la historia que conozco. —Asentí—. Mia era virgen antes de Charles. Está claro que con él la perdió y sabes lo que a algunos les pasa con el primero o la primera. —Te vuelves estúpido. —Justo eso —confirmó—. Mia le perdonó el cuerno a Charles o eso pareció porque estuvieron juntos unos días mientras el rumor caminaba. Sin embargo, en la fiesta de fin de curso, Mia no apareció y yo vi a Charles acaramelado con Victoria. Así siguieron el resto de las vacaciones y Mia desapareció de los eventos sociales. Analicé las suaves facciones de Chloe que esperaba preguntas. —Entonces Mia y Charles son el pasado y Victoria es la novia oficial. —Sí, pero todos dicen que Charles sigue viendo a Mia. Entender que era posible me molestó. —¿Crees que sea verdad? —No conozco a Mia, pero a Charles sí —dijo tras valorarlo—. A él nunca le gustó Victoria. Lo que hiciera con ella no lo sé y si le puso el cuerno a Mia, tampoco. Solo estoy repitiendo información. >>Lo que sé es que él estaba enganchado con Mia. Se comportaba distinto y me resultó extraño que le fuera infiel, también que la dejara por Victoria. —¿Entonces? Hizo una mueca de disculpas. —La verdad solo la saben ellos. —Empiezo a dudar de lo justo de este trato —me quejé.

—Fuiste tú quien puso las condiciones —advirtió para que no me echara atrás. —Pues no me estás dando nada que valga la pena. Frunció el ceño. —Bien, te diré lo que creo que pasará, pero son solo suposiciones —dijo frunciendo los labios—. Charles seguirá jugando con las dos, pero terminará volviendo con Mia y ella lo aceptará. No podía decir que conocía al gnomo, pero no daba la imagen de alguien que permitiera que jugaran con ella. Demasiado mandona y malhumorada para no notar a un imbécil cuando estaba cerca. A mí me calculó desde el primer momento. —¿Por qué crees que volverán? —Su primera vez fue con él y algunas nos volvemos idiotas por eso — dijo avergonzada—. Fue lo que me pasó con Alexandre y mira en lo que terminó. Incluso si Charles es un degenerado, ella le puede perdonar. Esperaba que Chloe estuviera equivocada. En cualquier caso, ahora sabía que su relación con Charles no era un noviazgo y si no estaba comprometida todo estaba permitido. —Creo que mejor damos una vuelta y dejamos que nos vean juntos y tengan algo para hablar —dije pasando el brazo por encima de sus hombros. Bordeamos la propiedad en silencio entre los fiesteros. Chloe no me quitaba los ojos de arriba. —¿La que te gusta es Mia? —preguntó finalmente. —Recuerda, tú respondes y yo pregunto —dije guiñándole un ojo al tiempo que divisaba a mi hermano en uno de los banquillos de la entrada. Con Amaia y Sophie intentaba sostener a un borracho Dax que había perdido el conocimiento y estaba a punto de irse de cara contra el vómito que descansaba en el césped. —Creo que necesitaré otro favor de tu parte —le dije a la morena cuando Aksel me llamó pidiendo ayuda—. Necesito que frente a estos también actúes como si tuviéramos algo. —Sabía que era Mia —murmuró. —Pero no le dirás a nadie —advertí. Sonrió de medio lado. —Soy una tumba.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Llegamos a MEDIO MILLÓN de lecturas en «No te enamores de Nika» y era momento de celebrar con actualización extra. ¡Hola! Dejé mis agradecimientos por Instagram y Twitter. Quienes no estén por allá sepan que esto es de todos. Las lecturas no se ganan solas. Yo escribí y promocioné, pero ustedes le dieron la oportunidad y ustedes me llenan de ganas para seguir cada día. Gracias y felicidades por medio millón de lecturas. El domingo pienso hacer un directo en Instagram para chismear un rato de la historia, de ustedes, de mí o lo que quieran. Estaré avisando la hora por allá y cuando termine actualizaré capítulo como cada domingo. ¿Algo que comentar sobre los chismes que se movieron en este capítulo? Beso gigante... Las amo!!!

06_El temor al monstruo   Capítulo 6 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Tras dejar a Chloe, un largo viaje por carretera y un par de inconvenientes, llegamos a la mansión donde todos pasarían la noche ya que Amaia había olvidado las llaves de su casa. Dax estaba tan borracho cuando lo cargamos hasta el segundo piso y lo lanzamos al colchón de la habitación de Aksel que apenas balbuceó antes de acomodarse de lado para empezar a roncar por lo bajo. Entre mi hermano y Sophie se encargaron de cambiarle de ropa y noté que Amaia no había entrado. Bajé las escaleras buscándole. Quizás me había pasado en el camino. Una cosa era molestarla y otra ser grosero, algo que no pude evitar. No había manera de explicar que, si ponía música, posiblemente perderían al conductor bajo un ataque de ansiedad. Aksel y mamá no sabían lo que a veces me sucedía cuando escuchaba música, menos lo iba a confesar frente a tres extraños. Salí al exterior creyendo que podía haber cambiado de idea y despertaría a sus padres para dormir en su casa. La encontré caminando en dirección a la mansión. —¿Y Dax? —preguntó sin verme. —Duerme como bebé —dije avanzando a su lado—. No debiste quedarte sola aquí afuera. —Le pasé una nota a mi madre por debajo de la puerta. No quería despertarla con un mensaje. —Igual es peligroso. Se detuvo en lo alto de la escalerilla. Incluso un escalón por encima seguía siendo más pequeña. —¿Peligroso? Aquí no hay nadie más que nosotros y nuestras familias, listillo. Lo más peligroso que encontrarás será un mapache o una ardilla gorda. No pude evitar reír.

—Eso no lo sabes. En la oscuridad suceden muchas cosas —intenté asustarle. —En la de tu cabeza, quizás —rebatió y me adelanté bloqueando la puerta. —¿Por qué eres tan arisca? Pareces un gato. Recuerdo haberte ofrecido una tregua. —No recuerdo que respetaras esa tregua en el auto —dijo evidentemente molesta—. ¿Podemos entrar? Estoy muriendo de frío. La blusa de finos tirantes dejaba expuestos sus hombros. Llevaba la piel de gallina. —Me doy cuenta —me burlé y cruzó los brazos sobre su pecho. —Idiota —me insultó sin necesidad y entró sin esperarme. —¡Ves! Me llamas idiota y no te recuerdo agradeciendo por salvarles el culo —reclamé haciéndome el inocente tras cerrar la puerta—. De nos ser por mí seguirían en la fiesta y lo que haces es ponerte chillona. —Hablaste de lo que no te importa en el auto. —Trataba de hacer conversación porque las princesitas no saben conducir. —No te metas con Sophie —dijo enfrentándome. —Solo quería saber cómo pensaba trasladarse de un lugar a otro si no conducía jamás. —Pues para tu información, grandísimo imbécil, su madre murió en un accidente. —Su dedo en mi pecho se sintió como un golpe—. Iba conduciendo de noche y se salió de la carretera cuando Sophie tenía siete años. Conducir le aterra. Algo invisible selló mi garganta y me impidió articular palabra. >>Espero que no vayas por ahí contándole a todo el mundo —agregó rodando los ojos—. Deberías pensar dos veces antes de hablar cuando no sabes por lo que están pasando las personas a tu alrededor. Si creía que había sido un idiota, ahora entendía que me había pasado de la raya. Quizás el juego se escapaba de mis manos. En vez de hacerla enojar y llamar su atención, lo que estaba logrando era convertirme en un desagradable ante sus ojos. —Lo siento... yo... no sabía... —Claro que no sabías —dijo tiritando de frío. Solo podía pensar en una pequeña Sophie sufriendo la muerte de su madre. No sabía cómo disculparme. Me desesperaba no poder hacer nada

para compensarles. —Vamos arriba —dije optando por la única opción—. Te daré algo para que puedan dormir. Apagué las luces concentrado en hacer que no pasaran una noche incómodas en una casa extraña donde solo había colchones viejos en el suelo. Subimos por la deteriorada escaleras y Amaia resultó más silenciosa que yo con los escalones defectuosos. Tampoco protestó por lo tenebrosa que se mostraba la mansión con la escasa luz azulada que entraba por las ventanas. Llegamos hasta el último piso y me siguió en el mismo silencio hasta la que había adoptado como mi habitación. Tomé dos sudaderas limpias pensando que les cubriría del frío de las húmedas habitaciones. Al girar, la encontré viendo el techo embelesada. —Creo que les servirá —dije entregándole la ropa. —¿Dónde vamos a dormir? —Abajo, al final del pasillo a la derecha. Es la habitación de Aksel. —¿Junto a la escalera de caracol? —De verdad conoces la casa. Me seguía pareciendo extraño que alguien pudiera estar obsesionada con una simple casa. Iba a preguntarle si solía venir mucho de pequeña cuando salió sin despedirse. —Te acompaño —dije deseando que no se fuera y persiguiéndole hasta la escalera. —No hace falta. —Está oscuro, no tienes que ir sola. Puso una mano sobre mi pecho desnudo y el calor de su tacto me sorprendió. —No me hace falta protección y recuerda que mientras tú vivías en la gran ciudad y aprendías a conducir autos, yo jugaba en esta casa —dijo en tono serio marcando la distancia—. Nadie se murió por caminar por un pasillo oscuro o bajar unas escaleras. Mi corazón comenzó a latir más fuerte de lo debido. El ritmo que marcaba se mezclaba con otro sonido, uno producto de mi imaginación, el recuerdo de aquel día. Los golpes que escuchaba era los de él, entre gritos, lanzando los juguetes de la pequeña Emma contra la pared. El sonido que escuchaba era

los golpes de mi hermana cayendo por la escalera después de que la empujara. —Como quieras —dije entre dientes antes de darle la espalda y no detenerme hasta llegar a la azotea. Caminé de un lado a otro repitiéndole a los sonidos que pararan, gritándoles internamente que dejaran de perseguirme. Ni el frío de la noche ayudaba porque mi cuerpo hervía y las manos no dejaban de temblarme. Terminé por sentarme en el suelo y pegué la espalda a la baranda para poder encender un cigarrillo. Me refugié en la sensación del humo inundando mis pulmones en lo que pasaban los minutos y lograba calmarme. Escuchar a Aksel fue un golpe de realidad. —¿Pasa algo? —preguntó desde la puerta que comunicaba con la azotea. —Estoy agotado —mentí sabiendo que descansar sería imposible y sin ganas de seguirle para fingir que dormía a su lado. Mis manos seguían húmedas y empezaba a sentir mareo, uno que conducía mi mente a pensamientos equivocados. El aire fresco me invitaba a ponerme de pie, subir a la baranda y experimentar cómo se sentiría dejarse caer. Me golpeé la frente para sacar las ideas y me puse de pie. Necesitaba ver a mi madre, mirarle dormir y recordar una razón por la que debía quedarme en aquella cutre existencia a pagar mis deudas. Me costó abrir la puerta oxidada que se comunicaba con la escalera de caracol y bajé hasta el segundo piso. Fui en dirección contraria a la habitación de Aksel buscando la de ella y encontré lo único que, en vez de ayudar, podía matarme. Mamá estaba sentada en el viejo escritorio en pose relajada y descansando la frente en la mesa. Un charco de vómito empapaba sus piernas y el suelo. Estaba a punto de caerse del asiento. Me abalancé con el corazón desbocado y llamándole en voz baja para que reaccionara. Sentí el olor dulce del licor. Localicé la botella casi vacía frente a ella y maldije entre dientes antes de cargarla. Estaba respirando bien y balbuceó en lo que la llevaba hasta el baño. Tuve ganas de golpearme por haber cometido el grave error de dejarla sola. Me confié por culpa de su insistencia y la de Aksel. Cedí a lo que me pedían para terminar encontrándola borracha.

No tenía idea de cuándo o cómo llegó aquella botella a la casa. Ella salía al pueblo y dentro de poco empezaría a trabajar. Manejaría dinero que no sabía en qué terminaría gastando. Las lágrimas quemaban mientras me deshacía de su ropa inservible y le duchaba con agua tibia. No daba signos de vida más que por la respiración calmada. Cada vez que tenía una recaída y me encargaba de limpiarla no podía dejar de verla como una muñeca, un juguete de trapo que con facilidad cedía antes mis manos y eso me hacía sentir peor. Controlé mis temblores porque tenía que ser fuerte para cargarla de regreso a la cama, secarla y vestirla. Intenté calmarme pensando que esa vez no había estado a punto de ahogarse con el vómito y que, en vez de llorar o llamar a mi hermana, estaba profundamente dormida. No ayudó, solo hizo más intenso el dolor en mi pecho porque de haberme quedado en casa no habría sucedido. Terminé por arroparla y acostarla de lado para limpiar el desastre en el escritorio y poder sentarme en el suelo junto a la cama. Tomé su mano que caía relajada y la protegí con las mías. Fue ese el momento en que me quebré porque empezó a llamar a Emma entre sueños. Repetía su nombre con voz queda. Cada mención era un toque de acero candente en mi pecho. Venía acompañado del recuerdo de su risa, de su cabello dorado o la curiosa manera en que estrujaba la nariz al sonreír. Las lágrimas terminaron por salir y, como siempre, aguanté en silencio. No quería que los amigos de Aksel se enteraran y estaban durmiendo en la habitación contigua. Tampoco que mi hermano lo supiera. No quería que nadie la viera así. Era un castigo que solo le debía a tocar a alguien que lo mereciera. Si hubiese estado atento aquel día, Emma estuviera viva. Si en vez de estar concentrado en mi mundo hubiese mirado alrededor, habría notado el tiempo que llevaba mamá soportando la violencia, física y psicológica, a la que mi padre la sometía. Ella resistió en silencio porque no quería dañarnos. Manteniéndose callada ante los golpes aseguraba que él no hiciera lo mismo con nosotros. La chantajeaba y ella aguantó. Era mi turno de no permitir que conocieran mi dolor o las ganas eternas de acabar con mi vida y olvidar el pasado. Si lo hacía estaría lastimándolos

y eso solo pondría más peso a mi lado de la balanza, una que estaba inclinada hace mucho. A veces pensaba que, si no terminaba con mi vida, tanto peso terminaría por hacerme lo que le hizo a él. Cada día temía despertarme siendo como él. Al igual que Nikolai Holten, podía pasar de ser un hombre de bien a un desalmado. Solo por eso dudaba en si quedarme con ellos era más útil que dejarlos de una vez. ¿Y si un día levantaba siendo alguien totalmente distinto? La pregunta se repetía en mi mente en lo que el segundero del antiguo reloj de mesa marcaba el paso del tiempo. Un día sería como él y no quería que sucediera, pero era consciente de lo inevitable como lo era de la luz del sol que poco a poco iba tiñendo la habitación. No podía moverme o soltar la mano de mamá. Las lágrimas se habían secado en mi rostro y mis piernas terminaron engarrotadas por la falta de movimiento. Cuando la alarma sonó era las ocho de la mañana. Por muy rápido que me moví no pude apagarla antes de que abriera los ojos y me encontrara a su lado. —Nika, ¿qué... Al intentar incorporarse el dolor de cabeza lo impidió. Agarró su frente y se quejó en voz baja. Un segundo después me miró entre sus dedos entendiendo lo sucedido. Lo que vino después se sintió como un deja vu. No sabía cómo verme a los ojos. Le invité a seguir durmiendo y se negó al alegar que necesitaba comer. Le ayudé a ponerse de pie cuando apenas podía caminar y en silencio llegamos a la cocina. Mantuvimos el debate de quién prepararía algo de comer, cuando siempre era yo quien terminaba haciéndolo porque ella no podía moverse. Su silencio, mis pensamientos y la misma sensación desagradable. La de creer que estaba en un bucle que se repetiría hasta el cansancio o hasta que finalmente ella muriera bajo los efectos del alcohol. Le comenté que había más personas en la casa y me prestó atención, pero seguía sin mirarme a los ojos. Por suerte comió lo que pude prepararle y bebió agua hasta recuperar un poco de color. —¿De dónde salió esa botella? —pregunté en voz baja sentándome con ella a la pequeña meseta central de la cocina. No respondió—. ¿De dónde sacaste la botella, mamá?

—No hablemos de esto. —¿Dónde la compraste? —No volverá a... —No te atrevas a decir eso —interrumpí—. Te lo suplico. Tapó su cara con ambas manos. —La compré en el pueblo. —¿Por qué? —No iba a beberla. —¿Entonces para qué la compraste? —Fue... Era solo por si... Aquella conversación también era conocida. Las mismas preguntas hasta que me daba por vencido y ella prometía que no volvería a pasar, que no le contara a Aksel y le diera un voto de confianza. Estaba cansado de verla destruirse. —¿Por qué lo hiciste, mamá? Me vio con ojos llenos de lágrimas. —Lo necesitaba. —Dijiste que te sentías bien. ¿Me mentiste? —No quería preocuparte. —Estoy cansado de decir que tienes que contarme —dije intentando no alzar la voz—. Te he dicho mil veces que me digas para quedarme a tu lado siempre que lo necesites. —No hacia falta. —Ayer dijiste que estabas bien. Me quería quedar y me obligaste a acompañar a Aksel a esa estúpida fiesta. —Era para que... —¿De verdad vas a mentirme? —le corté—. ¿Vas a decirme que era para que despejara? —No respondió—. Dime, mamá. ¿Vas a mentirme o aceptarás que querías quedarte sola para volver a beber? —Eso no fue lo que hice. Cerré los ojos y tuve que ponerme de pie con tal de respirar mejor. La opresión en el pecho empezaba a molestar. —Hiciste que me fuera con Aksel para beber —reproché sin verle—. Lo hiciste a propósito. —Me sentía mal, Nika. Entiéndeme, lo necesitaba —se lamentó. —¿Por qué no me dijiste?

—No quiero seguir siendo un estorbo. ¿Crees que no lo veo todos los días? —¿Qué cosa? —A ustedes queriendo hacer todo para que yo no me mueva. Soy una carga. —Eres nuestra madre —dije sin poder creer lo que escuchaba—. Jamás serás una carga. —Se supone que yo debería ayudarles y... —Se supone que seamos una familia —zanjé perdiendo la paciencia—. Se supone que vinimos aquí huyendo de la mierda que teníamos en Prakt. Aceptamos la ayuda del tío Ibsen para que empezar de cero. —Y es lo que estamos haciendo —se defendió ahogando mi autocontrol. —¿Qué estamos haciendo, mamá? ¿Empezar de cero o lo mismo que hicimos por casi un año en la casa del tío? —Estamos teniendo una vida normal. —No, no lo estamos haciendo —desesperé—. Estamos viviendo en la misma situación en la que te emborrachas a escondidas, pones tu vida en riesgo y ambos le ocultamos a Aksel lo que sucede. —No es verdad, ahora tengo un trabajo. —Eso no cambia nada, sigues bebiendo y no me dejas ayudarte. —No es lo... —Es lo mismo y dijiste que no sería lo mismo. Mis dientes castañetearon y tuve que morder con fuerza intentando que no lo notara. Fue imposible. —Nika, por favor, no... —¡¿Por favor qué, mamá?! —estallé golpeando la meseta con tal de liberar lo que llevaba dentro—. ¡¿No te das cuenta?! ¿No ves lo que está pasando? —Solo no le digas... —¿A Aksel? ¿Qué crees que dirá Aksel si se entera? —Él... Solo... —Dirá lo mismo que yo. —Solo no le digas... Su tono me partió el alma y me odié por gritarle, por no haber estado el día anterior para evitar que bebiera y por sentirme de manos atadas en aquella situación a la que no le veía salida.

—Da igual si le digo o no, entiende eso de una puta vez —dije entre dientes—. Este es otro problema y es de todos. Dijiste que... —Sé lo que dije, entiende que... —¿Qué coño quieres que entienda? ¡Nos mentiste! —Las palabras quemaban y no era capaz de controlarlas—. Podíamos haber ido a otro lugar, pero dijiste que aquí sería distinto —reproché agotado y caminando de un lado a otro—. ¡Es lo mismo! El calor subió por mi cuerpo y sin que pudiera controlarlo golpeé dos veces la pared con el puño cerrado. Cuando me di cuenta ya lo había hecho. Presencié la acción como si no fuera mi cuerpo el que actuara. Me volví, como otras veces, un espectador de mis decisiones. —Nika, cálmate. No puedes ponerte así, menos en tu estado —habló aterrada y trayéndome a la realidad—. Por favor perdóname, sabes que... —¡Basta! —No podía seguir allí. Mi cuerpo temblaba incontrolablemente antes la visión de sus ojos llenos de lágrimas y asustados por mi salud más que por la suya—. A veces creo que habría sido mejor si me hubiese muerto el día que me lanzó por la ventana —dije antes de darle la espalda. Avancé con ganas de correr, pero sin poder hacerlo y cuando iba llegando al vestíbulo encontré a Amaia bajando la escalera. Llevaba mi sudadera y el cabello tan revuelto que parecía otra persona. Dijo algo que no entendí y le ignoré para salir por la puerta. Lo único que tenía ganas de hacer era montarme en la moto e interponerme en el camino del primer camión que se cruzara. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola 😏 ¿Cómo estuvo la semana? ¿Quién estuvo en el en vivo? A quienes vienen de allá están advertidas de recordar que una cosa es leer la realidad de Nika y otra lo que se veía desde la perspectiva de Mia que tampoco es adivina. No me extiendo. Espero que estén bien y tengan una semana bonita. No se estresen mucho como yo, que vivo estresada.

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07_Mi existencia de mierda   Capítulo 7 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ No me lancé contra el primer camión que pasó porque en aquel pueblo en medio del continente ni de esos había por carretera. Manejé gastando la gasolina que no tenía para reponer. Di tantas vueltas hasta que se hizo de noche y paré en medio de la nada a gritarle al vacío y terminar por regresar a casa en la madrugada cuando no tuviera que cruzarme con nadie. Habría preferido aislarme, pero el instituto era obligatorio. Al día siguiente evité a mamá. Fue imposible lograrlo con Aksel. —¿Crees que podamos hablar de tu payasada de ayer? —dijo localizándome en medio del pasillo en lo que recogía los libros de Filosofía en mi casillero. —¿Qué pasó? —dije fingiendo que la garganta no me dolía. —Desapareciste —murmuró para que los estudiantes que pasaban cerca no escucharan—. Me levanté y no estabas. Mamá pasó el día de los nervios sin saber qué hacías y no contestabas el teléfono. ¿Te parece normal? —Estaba ocupado. —¿Haciendo? —No contesté—. Estás actuando como un niño — recriminó—. Sabes cómo se pone mamá cuando desapareces. ¿Quieres que tenga una recaída? Tensé la mandíbula para no decir lo indebido. >>Responde —insistió—. ¿Eso es lo que quieres? Lleva un año sobria y todavía no está bien. ¿Así la ayudas? Sabía la buena intención que cargaba y fue esa inocencia la que me controló. —Estaba ocupado —repetí sacando libros de mi mochila y acomodándolos en el casillero. —Ocupado consiguiendo trabajo un domingo, ¿no? —Tengo más vida fuera de eso. —Estabas con una de esas chicas, ¿no es cierto?

—No y tampoco te interesa. —Me interesa si tus jueguitos de fuck boy joden a mi madre. —También es la mía —puntualicé viéndole. —Pues no parece cuando te esfumas por pensar con el pito en vez de con la cabeza. Cerré la mano con fuerza haciendo que las bisagras de la puerta del casillero rechinaran y disparando un latigazo de dolor a mis nudillos lastimados. —No estaba con nadie —dije entre dientes y volví a concentrarme en acomodar los libros. —Entonces, ¿qué estabas haciendo? No me creía. Aksel pensaba que era la misma persona que dejara Prakt, una que tampoco conocía, y no tenía interés en desmentirle. —¿No dirás nada? —insistió. Mantuve el silencio y eso le hizo desistir —. ¡Cómo quieras! Se alejó, molesto, y tuve que tomar un segundo para cerrar los ojos e intentar relajarme antes de terminar de guardar libros. Estaba agotado de ocultar verdades. Ya no tenía claro por qué debía sentirme mal, si por ser un bruto con mi madre o por mentirle a Aksel. Por desear desaparecer y abandonarlos o simplemente por estar destruido y sin ganas de levantar una piedra. Cerré el casillero dispuesto a dirigirme a la siguiente clase cuando noté la conmoción a mi derecha. Los estudiantes se acercaban como hormigas a la miel y se congregaban alrededor de algo. Estuve seguro de que eran personas discutiendo por las voces que se alzaban por encima del murmullo. Nadie intervenía y varios tenían teléfonos en la mano como si se tratara de un espectáculo divertido y no de dos chicas gritándose. Atravesé la multitud de curiosos hasta dar con el foco del conflicto. No me costó entender de qué iba cuando localicé la melena negra y corta de mi diminuta vecina. Una rubia, que ya sabía era novia de Charles, estaba entre ella y la otra chica que conociera en el baño de la fiesta. —Cierto, lo había olvidado —soltó la castaña con falsa diversión—. Esta tiene a la loquera en casa. Dile a mami que te dé pastillas a ver si aprendes a no besar novios ajenos. La expresión en el rostro de Amaia se tornó vacía y supe lo que iba a pasar.

Empujé al chico a mi lado que no paraba de grabar el enfrentamiento y logré atraparla por la cintura antes de que se lanzara encima de la otra. Fue fácil alejarla en lo que la rubia se encargaba de controlar a su amiga. Amaia no pesaba nada. Por mucho que pataleara y maldijera le sería imposible escapar de mis brazos. —¿Se puede saber qué está pasando aquí? —intervino con voz autoritaria el que debía ser un profesor. Llevaba un bigote poblado y camisa ancha a juego con el pantalón. Solté a la Amaia para que no quedara en evidencia su interés por una pelea física. Fue tarde. El profesor la había visto. —Explíquese, señorita Favreau —exigió sin obtener respuesta. Mi vecina temblaba incontrolablemente y no paraba de mirar a la castaña como si estuviera calculando el mejor momento para atacarle. —Mia no sabe cómo conservar los papeles o reconocer sus errores — mintió la otra chica y la rubia le mandó a callar. Al no obtener respuesta, la situación dejaba mal parada a Amaia. —Muy bien, quien calla otorga —concluyó el profesor—. Cuando termine el turno de clase va directo a mi oficina, Favreau. Así aprenderá a no agredir a sus compañeros. —Disculpe, profesor —hablé sin poder contenerme—. Amaia no atacó de la nada, estaban provocándole. Me observó de arriba a abajo intentando identificarme. —¿Usted estudia aquí? —Por supuesto. —¿Apellido? —Bakker y lo que... —¿Nikolai o Aksel? —Nika. —Pues bien, Nikolai. No hay justificación para la agresión física. El nombre me revolvió las entrañas. —Ella no le tocó —dije entre dientes. —Porque usted le detuvo. —La chica estaba ofendiéndole, todo el pasillo le escuchó —dije mirando a mi alrededor y pensando en arrebatar el primer teléfono que viera para demostrarlo—. Si su amiga no lo hubiese impedido, también le habría agredido. —¿Y tú quién eres, imbécil? ¿Su abogado? —intervino la castaña.

Tuve que frenar a Amaia que quiso agredirle de nuevo. —¡Basta ya! —gritó el profesor por encima de las risas del público—. Favreau, a mi oficina después del turno. El resto, a clases. —¿Está es la puta mierda que promueve el instituto? ¿Castigar a uno y no evaluar lo que sucedió? —¡Aquí la única puta es Mia! —soltó la castaña. —¡Son unos insolentes! —dijo el profesor con la vena de la sien palpitándole—. Bakker y Favreau, nos vemos después de clases en el laboratorio de química. —Señaló a las chicas—. Ustedes dos, lo mismo. El resto, a clase si no quieren un reporte. Maldije sabiendo que sería imposible razonar con él y salí en dirección a la salida. No me detuve hasta llegar al parque frente al instituto donde lancé la mochila al banco y le di una patada para terminar quejándome por el dolor en el pie. Caí sentado y presioné mi cabeza hasta que dolió. Estuve mirando a la nada por más tiempo del que fui capaz de calcular. Escuché el timbre de inicio y final del almuerzo. Vi a algunos salir y entrar, personas pasear por el parque, autos yendo y viniendo. Me dejé consumir recriminándome por meterme donde no debía. La tarde pasó frente a mis ojos. En una hora terminaría la jornada escolar. Falté a clases, no comí y me sentía peor que en la mañana. Revolví mi cabello por la frustración y decidí que no podía quedarme de brazos cruzados. Necesitaba librarme de aquel castigo y había perdido las últimas cinco horas. Me levanté y entré al instituto en busca del profesor. Una descripción certera a la recepcionista y supe dónde encontrar la oficina de Lyon. Apenas toqué la puerta me dejó pasar. —Dije que al final de clases en el laboratorio, Bakker —expresó al verme asomar la cabeza en su pulcra oficina—. No tiene nada que hacer aquí. —Necesito hablar con usted. —No hay nada que hablar sobre el incidente. Pasé y cerré la puerta a mi espalda. >>¿No escuchó? —dijo marcando quién tenía el mando de la situación —. No hay nada que hablar de su castigo. —Necesito que me escuché —pedí tragándome el orgullo—. Es algo personal.

El hombre valoró mi postura antes de ceder e invitarme a tomar asiento frente a él. —Tiene dos minutos, Nikolai. Me controlé de corregirle. Iba a seguir llamándome igual. —El castigo que me puso es injusto. —No lo es. —Intenté evitar un problema en el cual una chica estaba atacando a otra. —Amaia estaba atacando a Rosie y usted intervino. —No, era la tal Rosie la que estaba ofendiendo a Amaia. —¿Vino a servir de abogado a mi oficina? —cuestionó viéndome a detalle—. Creí que era algo personal lo que venía a decir. —Lo es —acepté entendiendo que no tenía sentido intentar que razonara —. No puedo asistir a su castigo. —¿Por? —Cámbielo por otra hora, no puedo después de clases. —¿Quiere que le ponga un castigo en horario escolar? —Me da igual. —Pues a mí no, Nikolai. Los castigos son en su tiempo libre, no cuando debe estar recibiendo clases. Tampoco a la hora que le resulte cómodo al infractor. —Estoy ocupado en las tardes, profesor. —Sí, está castigado. —El único trabajo en que me han aceptado a medio tiempo y después de clases empieza a las cinco. —Usted no tiene que trabajar. —Tengo hacerlo o nos moriremos de hambre —dije secamente—. El sueldo de mi madre no alcanzaría y mi hermano tiene que estudiar. Alzó la vista de los papeles que no había dejado de ordenar en lo que respondía mis argumentos. —Puede buscar un trabajo después de las seis de la tarde. —No hay trabajos que sean a esa hora. Se supone que hoy aplicaría para el único en que me aceptarían a partir de las cinco, pero si... —Lo siento, Nikolai —dijo sonando sincero—. Entiendo la situación, pero no cambiaré su castigo. Cerré las manos en puño hasta que sentí mi derecha arder cuando las heridas en mis nudillos se abrieron. —Perfecto —dije poniéndome de pie.

—Si se ausenta al castigo —dijo cuando estaba a punto de cruzar la puerta—, será expulsado. —Quizás eso es una buena idea —dije en voz baja. —No, Nikolai, no lo es. —Le observé por encima del hombro—. Si es expulsado no podré ayudarle en nada —agregó con gesto serio—. Cumpla el castigo y podremos hablar de sus horarios para que pueda conseguir un trabajo a medio tiempo. No respondí y me importó poco meterme en problemas. Lancé la puerta de la oficina con la fuerza que necesitaba dejar salir. A la mierda el instituto. Regresé sobre mis pasos alejándome del edificio en dirección al restaurante donde me contratarían para fregar platos. Ahora podía pedir un empleo a jornada completa y así dejaría de perder tiempo en aquel lugar. Mientras me alejaba, en mi mente aparecía mamá suplicando que me graduara. La veía inconsciente en el escritorio, dormida en el suelo como la vez anterior, ahogándose en su propio vómito como hace cinco meses y convulsionando como hace siete. ¿Cuándo acabaría? Temía cada día por ella, por el momento donde la suerte dejara de acompañarnos y terminara con su vida. Por mucho tiempo creí que era lo que deseaba, pero mi madre no era así. Podía enojarme con ella y con lo que sufríamos, pero jamás dejaría de ser la mujer más valiente que había conocido. Cuando él perdió su trabajo y se convirtió en torturador y carcelero, ella soportó en silencio. Aguantó para protegernos. Resistió golpes y heridas, físicas y psicológicas, lo hizo siendo la madre amorosa de siempre. El mundo se derrumbaba, pero mamá era puro amor para nosotros tres en lo que él solo tenía odio y amenazas para ella. Soportó la perdida de su hija, la casi muerte de uno de sus hijos y más golpes de un monstruo. Su vida no había sido sencilla y, para algo que me pedía que hiciera, estaba huyendo ante el primer problema. Fue el pensamiento de perderla y no dejarle ver cómo obtenía aquel estúpido título lo que me hizo regresar. Si tenía que aguantar por ella, lo haría y encontraría otra forma de ganar dinero. La cabeza me dolía cuando llegué al laboratorio de química abriéndome camino entre la marea de estudiantes.

El profesor Lyon pareció satisfecho de verme y nos mostró lo que de seguro se convertiría en la pesadilla de los próximos meses. No solo quería que limpiáramos el lugar abandonado y más húmedo que la peor de las habitaciones de la mansión. Tendríamos que pintar hasta las ventanas y reparar los muebles para dejar el laboratorio de química listo para usarse. La reparación de espacios cayéndose a pedazos comenzaba a parecer un castigo de otra vida. No entendía cómo llegaban más cuando ya tenía una existencia de mierda. En lo que el profesor hablaba sobre cerrar el lugar a las seis y que el castigo se extendiera por más de un mes, solo podía calcular la hora de viaje de regreso a casa y el poco tiempo que me quedaría para ayudar a mamá. Por si fuera poco, al Lyon desaparecer, las chicas volvieron a discutir. Rosie no soltaba el tema de Charles. Le reclamaba a Amaia por besarle, algo que no había sucedido, cuando no era ni tan siquiera su novio y se escudaba tras el sufrimiento de Victoria, su amiga. Tuve ganas de preguntar si lo hacía por eso o porque ella también se lo había follado en el dichoso trío del que escuché hablar en el baño. —¡Cállense de una puta vez! —solté para que dejaran de agobiarme. Me miraron asustadas. —Deberíamos ponernos a trabajar —dijo Victoria buscando paz—. Esto no tiene caso. —Para las voces de mando, rubita —advertí—. Vamos a estar aquí bastante tiempo y, a diferencia de ustedes, tengo mucho que hacer fuera del instituto. Más les vale arreglar sus conflictos estúpidos. No pienso estarlos aguantando cada tarde. Rosie, que empezaba a desesperarme, me miró desafiante. —Nika tiene razón —dijo Amaia tomándome por sorpresa. La castaña le miró con desdén: —Si están esperando un apretón de manos y todo solucionado, yo paso. —Contigo no tengo nada que hablar —rebatió girándose a Victoria. La enana tenía carácter y era problema de ellas el arreglarse. Me alejé y la pelinegra explicó que nada estaba pasando entre ella y Charles. Pude sentir la seguridad en sus palabras y la sinceridad al exponer al actual novio de Victoria mostrándole los mensajes que le había estado enviando.

Victoria entendió y Rosie se concentró en reconfortarla en vez de en seguir protestando. Amaia se veía incómoda por la situación. Quizás el tema de su ex, dolía, pero no le frenaba a aceptar la realidad y eso también me gustó. Cada vez me fijaba más en ella. Comenzaba a molestarme que solo verla hablar fuera algo que me tranquilizara después de un día de mierda. —Supongo que eso es todo —dije quitándole mi atención y dando el tema por cerrado cuando quedaron en silencio—. Espero no oír un drama más, me dan dolor de cabeza —añadí yendo hasta la mesa cercana—. Localicen lo que pueda romperse, hay que ponerlo en cajas y sacarlo de aquí. Por suerte, obedecieron sin rechistar y comencé a sacar probetas de una caja polvorienta a otra vacía y menos deteriorada. —Hola —dijo la conocida voz de Amaia al pararse al otro lado de la mesa. No respondí, pero que quisiera hablar, me reconfortó, seguramente quería agradecerme. Por un segundo sentí la necesidad de saber que había hecho algo bien en el día. Ayudarla se sentía como eso. —¿Algo para decir? —le invité mostrándome desinteresado. —Mia —llamó Victoria al otro lado de la sala interrumpiendo nuestro intercambio—. Cuando dijiste que Charles jugó con las dos... —Dejémoslo ahí. —No pasó nada entre él y yo —dijo Victoria sorprendiéndome—. No mientras ustedes estuvieron juntos. —Amaia cerró sus manos en puños y su cuerpo se tensó. >>En las gradas, el curso pasado, solo estábamos hablando. Sé que ustedes rompieron por eso, pero no pasó nada. Sus palabras fueron un latigazo a mi frente para incrementar el dolor de cabeza. Ahora resultaba que Charles no era el hijo de puta que creía. La reacción de Amaia dejaba claro el impacto de la noticia. —Gra-gracias por decirlo —tartamudeó. —Él siempre estuvo enamorado de ti—confesó Victoria con dolor—. Con quién único jugó fue conmigo y yo sabía en lo que me estaba metiendo. La razón de la ruptura no era real. Charles no la había engañado y todo fue producto de un chisme. La peligra no respondió y giró con el rostro descompuesto.

Recordé la conversación con Chloe. Quizás era la oportunidad de que la pequeña chica frente a mí recuperara la relación con el chico que le gustaba. No tenía caso que estuviera mirándola de la manera en que lo estaba haciendo hace un segundo. —Organiza eso o no terminaremos ni en Navidad —dije cuando pasó más de un minuto viéndome sin decir nada. Salí al pasillo con la primera caja y no miré atrás. Lo mejor era alejarme de ella antes de que terminara jodiéndole la vida como a todo el que tenía cerca. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ ¿Qué tal la semana? La mía de locos, pero se sobrevivió. Hoy no me extiendo. Estoy empieza lento, pero lo chico viene en el camino y lo sabemos. 😏😏😏 Ya lo dije por Instagram y Twitter, pero esta novela va a tener mucho de lo que no vieron. Cof, cof, cof... Escenas +18... Próximo capítulo van a saber lo que pasó en una pelea que muchas quieren leer. Me refiero a las razones por las que Nika le dejó un ojo morado a Adrien. Me retiro. Cuídense mucho y tengan linda semana. Besito.

08_Las razones que buscaba   Capítulo 8 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Después de la muerte de Emma mi vida empezó a regirse por números y fechas. ¿Cuánto dinero falta? ¿Cuándo hay que pagar las facturas? ¿Cuántos trabajos puedo tener al tiempo que voy al instituto? ¿Cuándo fue la última vez que él vino a casa borracho? ¿Cuántos días faltan para que aparezca? ¿Cuándo fue la última vez que encontré a mamá borracha? ¿Cuántos días faltan para que vuelva a suceder? Pasaron tres semanas desde la recaída de mamá. Con cada día me sentía más tenso pensando lo que faltaba para la próxima. Le vigilaba en las noches y dormía en su puerta para volver a mi habitación antes de que lo notara. Estaba animada con el nuevo trabajo y se veía feliz actuando como si nada pasara frente a Aksel, algo que siempre hacíamos. Sin embargo, sabía que era una calma aparente, cuestión de números. Mientras más días pasaban, más consciente era de que la próxima recaída llegaría y mientras más se espaciaba una de otra, peor resultaba. Ya no sabía cómo resistir la situación. Dormía poco y mal, al menos no tenía pesadillas. Iba al instituto y perdía mi día hasta las seis de la tarde en aquel ridículo castigo encerrado en un cutre laboratorio con tres chicas, Amaia entre ellas, y eso hacía más difícil ignorarla. Intentó agradecerme por evitar que se metiera en problemas y traté, por todos los medios, de que entendiera no debía estar cerca de mí. Era una chica inteligente, sabría mantenerse lejos de un imbécil. No quería, tan siquiera, que nos lleváramos bien porque era consciente de que me gustaba, no necesitaba un test de compatibilidad para comprobarlo.

Estar cerca era un error. Ella tenía una vida antes de mi llegada y no había nada que pudiera ofrecerle, solo problemas. Tenía la experiencia de liarme con una vecina, no metería la pata otra vez. Lo mejor era que la mantuviera lejos de mi vista y que ella, en algún momento, volviera con Charles para que la vida de aquel pueblo siguiera como siempre y yo pudiera fingir que no existía. Se me daba bien, pero de vez en cuando era complicado. Para empezar, me escogieron para entrar al equipo de fútbol con solo correr el campo dos veces. Era bueno tener un ejercicio físico que me mantuviera en forma, algo que los doctores recomendaron. Pero el agotamiento de los primeros días me dejaba inservible para trabajar en la casa cuando llegaba después de los castigos. Dos veces por semana practicábamos y, en el segundo entrenamiento antes del almuerzo, sentía que me desmayaba del hambre. —¡Buen trabajo! —felicitó Dax palmeando mi espalda. —Estoy fuera de forma —contesté agitado—. Casi un año sin correr y siento que muero. Chistó restándole importancia. —Solo recuerda hacerte los exámenes que dijo el entrenador y es suficiente para que estés oficialmente en el equipo —me recordó antes de unirse a uno de sus amigos. Estaba a punto de seguirle por el pasillo que se internaba en las gradas, cuando capté a una pareja al borde del campo y fue fácil identificar el cabello negro de mi vecina. Hablaba con Charles y no parecía una pelea. Rodé los ojos y seguí mi camino sin ganas de pensar de más. Iba llegando a la puerta de los vestidores cuando Chloe apareció por mi espalda. —Necesito tu ayuda —dijo nerviosa. —¿Pasó algo? ¿Tu ex apareció? —Estaba en la entrada cuando fui a salir. Regresé por miedo a que me llamara. Masajeé mi frente intentando pensar. Su situación no pintaba bien y yo no podía ser su guardaespaldas eternamente. —¿En serio no quieres denunciarlo? —Si quiero, pero no ahora —confesó con manos temblorosas y respiración agitada—. Necesito esperar hasta después de Halloween. Él se

va a estudiar a Regen y antes tengo que contarles a mis padres sobre mi novia y... Tomé sus manos y la abracé para que se calmara. —Tranquila. —Se acurrucó en mi pecho—. Solo dame veinte minutos y salgo contigo. —Siento meterte en problemas —murmuró con voz ahogada. No respondí. No podía decirle que le ayudaría porque me recordaba a mi madre y entendía su situación. Chloe era una buena chica y estaba asustada. En momentos como ese tenía ganas de estrujar el cuello del tal Alexandre. Apenas había visto su cara en la fiesta y podía imaginar su expresión de suficiencia. Conocía a los monstruos de su calaña. No pude librarme del mío y sentía la necesidad de hacerlo con el de la chica que estaba entre mis brazos. Un par de chicos del equipo pasaron a nuestro lado y saludaron haciendo que se estremeciera. —¿Pasa algo con ellos? —cuestioné cuando quedó viendo la puerta de los vestidores. —Son Adrien y Raphael —dijo haciendo que sus nombres sonarán familiares, eran los que acompañaban a Alexandre en la fiesta—. Siento que me vigilan. —¿Crees que de verdad lo hagan? —No sé, ellos también le tienen miedo. No dudo que hagan lo que pida. Bufé intentando aclarar las ideas. —Solo espérame aquí, ¿sí? Asintió y me apresuré a los vestidores. Ignoré los chistes y el bullicio. Estaba sentado frente a mi casillero sacándome las zapatillas cuando alguien me llamó. Era uno de los que saludara Chloe y se encontraba a unos tres metros con su amigo. —Mi nombre es Adrien —se presentó el más alto y de cabello castaño—. Este es Raphael. —Señaló al rubio. —Un gusto —dije secamente lanzando las zapatillas al casillero. —¿Es cierto que estás saliendo con Chloe? —preguntó, aunque estaba claro que le ignoraba. —Sí —mentí sin verle—. ¿Preguntas por algo? Adrien rio antes de chascar la lengua. —Era la chica de un amigo, pero creíamos que estaba metida con una tipa —dijo despectivamente. Solo la elección de palabras me molestaba—.

Es obvio que no, si está contigo. —Es obvio que no —repetí ignorando la risa de ambos y tomando lo necesario para meterme a las duchas. —Oye —llamó Raphael antes de que me fuera—. ¿Es cierto que le viste las tetas a Mia o es solo un chisme? Frené cuando pasaban a su lado. Tuve ganas de estampar su cabeza contra los casilleros de metal y dejar allí la marca para que, cada vez que pasará, recordará lo que no debía hablar. —Es un chisme —dije entre dientes—, pero si las hubiese visto, puedes estar seguro de que no te lo diría. Seguí mi camino a las duchas e ignoré el silencio que ocasionó el intercambio. Me colé a un cubículo vacío para ducharme con agua helada con tal de bajar las ganas de golpear a alguien. No podía permitir que la ira dominara, me conocía y las consecuencias no solían ser bonitas. En minutos estaba saliendo de las duchas e ignorando a Adrien y Raphael cuando nos cruzamos en la entrada. Alisté mi mochila y estaba a punto de irme cuando noté que me faltaban los anillos. Los había dejado en la ducha. Regresé por el vestidor casi vacío y, al entrar, capté el sonido del agua cayendo y la voz de Adrien. —Se le subió la popularidad a la cabeza. —Junto a su amigo rieron desde el segundo pasillo de duchas—. No sabe que ser nuevo y popular dura un tiempo. Recogí los anillos para desaparecer sin que notaran mi presencia. —Tanta seriedad para no querer contar cómo son las tetas de Mia —se mofó Raphael. —Como si Charles no lo hubiese contado hace mucho. Ambos rieron y apreté tan fuerte la perilla que por un instante creí que la había roto. >>Todo el mundo sabe que Mia tiene las mejores tetas de Soleil —añadió Adrien. Controlé mis ganas de meterme al pasillo contiguo para hacerle callar. —¿Viste a Charles hablando con ella? —preguntó Raphael. —Claro que los vi. Supuse que se referían a Amaia y Charles al borde del campo hace un momento. —Ya dejó a Victoria. Vas tarde con Mia.

—Por favor, no logrará que la tonta de Mia vuelva con él tan rápido — aseguró Adrien—. Me da tiempo a meterme con ella y follármela antes de que vuelvan. —Como si te fuera a dar entrada así de fácil. —Ya está usada. Las chicas se vuelven fáciles cuando su primero las deja por otra. —Adrien hablaba con tanta confianza que me revolvió el estómago—. Están más sensibles. —Prefiero coger con Sophie —opinó Raphael—. Mia es muy pequeña. Quizás se rompe si le das muy duro. Adrien rio de nuevo al tiempo que una de las duchas se cerraba. —Ya te diré si se rompe o no. —Me escondí en el primer cubículo para seguir escuchando y no ser visto—. Te aconsejo tantear con Sophie, es otra niña mimada y le va lo de ser fiel a Julien que seguro ya cogió con media facultad. —Me imagino —se burló Raphael—. Mejor sigo con Rosie. Estoy seguro de que si le doy suficiente alcohol se abre fácil. —Esa y Victoria siempre fueron más alcanzables. Por eso Charles la tuvo comiendo de su mano y usándola cuando le daba la gana. —No entiendo por qué dejó a Mia si podía tenerlas a las dos. —Porque yo me encargué de regar el chisme para que llegara a oídos de Mia. ¿Crees que de otra forma habrían roto? Cada vez que Adrien hablaba tenía que morder con más fuerza para controlar las ganas de salir a partirle la cara. —¿En serio hiciste eso? —Necesitaba una oportunidad con Mia y si estaba con Charles no iba a poder. Pero la chica no sale de su casa si no es al instituto y ahora se me acaba el tiempo. —¿Te das cuenta de todo lo que hay que hacer para coger? —dijo Raphael en lo que pasaban cerca de mi escondite. —Si lo supieran no nos lo pusieran tan difícil —se burló Adrien. El sonido de la puerta cerrándose avivó lo que había ido subiendo por mi pecho hasta abrasar mi garganta. Sentía el palpitar en la sien sacudiendo mi cabeza y conocía la sensación, así como el lugar al que me llevaría. Antes de que pudiera notarlo salí de las duchas y localicé al par de alimañas a mitad del vestidor. Adrien estaba más cerca y grité su nombre para que fuera consciente de mi presencia, no iba a atacarle por la espalda.

Respondió al llamado y vi el miedo en sus ojos antes de que todo se volviera oscuro para mí. Solo escuchaba una voz, la de mi padre repitiendo lo mismo: No lo olvides, Nikolai. Tú y yo somos iguales. Perdí el control y no supe qué sucedió. ~❁ ✦ ❁~ —¡Suéltalo, Nika! Los gritos y empujones me trajeron a la realidad. Alguien había logrado apresar una de mis manos contra mi pecho y tiraba en dirección contraria para que soltara la camiseta de Adrien que, a la vez, era protegido por otros dos. En medio del caos podía ver su cara. Había logrado atinarle un golpe que no recordaba, uno que le hizo caer al piso antes de que se lanzaran a protegerlo. Su nariz sangraba y sus ojos no podían enfocarme. —¡Suéltalo, Nika! —repitió la misma voz que reconocí como la de Dax y reaccioné. Solté la camiseta a la que me aferraba con la esperanza de seguir golpeando al cabrón de Adrien y dejé que Dax me alejara hasta que nos encerró en las duchas. —¿Vas a calmarte? —preguntó sin necesidad porque mi cuerpo estaba quieto. No respondí y cuando me soltó tuve que frotar mi cara con fuerza en un intento de volver a la realidad. Un pitido resonaba en mis oídos. —¿Qué demonios fue eso? —cuestionó caminando de un lado a otro en lo que me deslizaba por la pared hasta sentarme en frío suelo de las duchas —. ¿Te hizo algo? ¿Por qué le golpeaste? Mi mano derecha, la misma con la que tocara a Adrien y donde colocara los anillos, dolía. Estaba claro que había empleado toda mi fuerza contra él. Presioné mi frente con el corazón latiéndome tan fuerte que empezaba a doler el pecho. No recordaba nada de los últimos segundos, solo que había querido golpearle e impidieron que le diera su merecido. Dax seguía haciendo preguntas que no iba a responder en lo que mi cuerpo se relajaba. Como en todos mis episodios de ira, las sensaciones se iban tal cual llegaba, en un abrir y cerrar de ojos. Con la misma facilidad con que quise aplastar a Adrien, como el insecto que era, la calma llegaba a mi cuerpo. No solo me sentía en control, sino

con la sensación de haber liberado todos mis problemas desde que llegáramos a Soleil. Quizás Adrien merecía que lo golpeara por hablar así de tantas chicas, también Raphael, pero le había golpeado pensando en los rechazos de cada empleo a medio tiempo. Con la frustración del castigo que tenía a diario y la impotencia de no poder ayudar a mi madre con su adicción al alcohol. Cuando me cegaba no era capaz de ver lo que hacía. Actuaba por instinto y era después que podía entender lo sucedido. No pude evitar la sonrisa que se formó en mis labios en lo que lograba recordar el momento justo en que mi mano hizo contacto con su cara. —¡Nika! —gritó Dax que no había parado de hablar—. ¿Me estás escuchando? Controlé la sonrisa porque vi el miedo en sus ojos. Mi actitud no ayudaba. —No te escuché —acepté sin remordimientos. —¿Sabes en lo que puedes meterte por esto? Me puse de pie cuando todavía mis brazos cosquilleaban por el golpe de adrenalina. —No. No tengo idea del problema en que me metí. Me observó, confundido. Seguía bloqueando la puerta. >>Y no voy a salir corriendo a golpear a ese imbécil —añadí con calma —. Por hoy fue suficiente para él. Dax empezaba a lucir asustado cuando un chico entró a las duchas y quedó congelado al ver que manteníamos una conversación normal a dos metros de distancia. Escuché el bullicio que venía de los vestidores. —Nadie se enteró —dijo el de cabello oscuro al nivel de la barbilla y piel bronceada. —¿Ni el entrenador? —El chico negó—. Bien, podemos solucionarlo nosotros. —¿Solucionarlo nosotros? Dax giró a verme. —Lo que acaba de pasar acarrea suspensión por varias semanas —dijo muy serio—. Si un miembro del equipo es expulsado, significa que perderemos horas de entrenamiento. —¿Y? —Quizás para ti esto es un juego —dijo con seriedad—. Para otros en el equipo significa mucho y un par está optando por becas de deporte. Si te

castigan, nos castigan a todos. —Ningún profesor se enteró. —Avancé en dirección a la puerta recordando que Chloe esperaba por mí—. No hay ningún problema. Dax me bloqueó. —Si hay un problema y tienen que solucionarlo. —Miró al chico que seguía en la puerta—. ¿Adrien está dispuesto a hablar? —Casi pierde el conocimiento, pero al menos se puede mantener sentado por si solo. Controlé la risa que se atoró en mi garganta y ambos lo notaron. —Salimos en un minuto. El chico evaluó mi actitud. —¿Estás seguro? —Convencido, Paul —dijo al tiempo que nos quedábamos solos. —¿Quieres que salga a arreglar las cosas con ese imbécil? —Vas a hacerlo porque no podemos tener un equipo donde los miembros se lleven mal. —No quiero llevarme bien con él. —Si estás en el equipo, tienes que asumir que esas son las reglas — marcó con seguridad—. Da igual si nos peleamos. Lo conversan, se arreglan y mañana es un día nuevo. Reí por lo bajo. —¿Quieres que estreche mano con ese? —Eso es lo que harás. Estaba comprobando que Dax podía ser gracioso y amable, pero también decidido. Me agradaba y no iba a enfrentarme a alguien que merecía respeto. —Tú ganas, lo arreglaré si pone de su parte. Sus hombros se relajaron levemente y se detuvo antes de abrir la puerta. —¿Qué hizo para que le golpearas? —Créeme, no quieres saberlo. Me detuvo colocando una mano en mi hombro. —Sí, quiero saber. —Eso es entre Adrien y yo. Si Dax se enteraba de lo que había escuchado, sería el siguiente en golpear a Adrien y con uno en problemas era suficiente. Sabía lo que haría cuando me dejaran a solas con el infeliz.

Salimos a los vestidores donde los que quedaban del equipo me veían como si fuera un bicho raro y peligroso. Chloe había entrado y lucía nerviosa. Adrien se encontraba sentado con una bolsa de hielo sobre su mejilla izquierda. No me miró a los ojos cuando le analicé a detalle. Charles, el maldito que comenzaba a caerme igual de mal, estaba detrás. —Los dos saben cómo funciona lo que va a pasar ahora —dijo Dax con seguridad—. Todos fuera. —No creo que deban quedarse solos —objetó Charles mirándome con gesto desafiante. Le sonreí de medio lado y eso pareció frenar su valentía. —Se quedan solos y lo solucionan —insistió Dax que tenía más porte de capitán. Un par dudó, pero bajo la orden del moreno salieron hasta dejar a Adrien sentado en el mismo banco y viendo a cualquier lado menos a mí. El silencio nos envolvió. Me habría gustado aprovechar y golpearle, no por impulso, sino por darle su merecido. —¿Sabes que las conversaciones en las duchas se escuchan? Me observó fijamente por primera vez y el miedo marcó sus rasgos a pesar de que nos separaba una distancia considerable. —¿Esto fue por decir que se te había subido la popularidad a la cabeza? —dijo sacando la bolsa de hielo y mostrando la mitad de su cara inflamada, el ojo pequeño y enrojecido. —No. —Entonces, ¿te gusta golpear sin razón? —dijo con sarcasmo y me pareció que comenzaba a pasarse de la raya. —Dejemos algo claro, Adrien —dije sin ganas de perder tiempo—. No me agradas. Ni tú, ni Raphael, ni el hijo de puta de Alexandre que golpeaba a Chloe y la acosa cada vez que puede. —¿Esto es por esa...? —Vuelve a hablar mal de alguien frente a mí y te parto una pierna —dije dando dos pasos y haciendo que se tensara en el asiento—. Vuelve a vigilar o hacer sentir incómoda a Chloe y te parto las dos. Vuelve a hablar de Victoria o Rosie como si fueran putas fáciles que se pueden usar y voy a golpear esa carita bonita hasta que tu mamá no pueda reconocer lo que parió. Adrien iba abriendo más los ojos con cada paso que daba acercándome.

>>Vuelve a hablar de Sophie y desearás no haber nacido —continué dejando centímetros entre nosotros y viéndole hacerse pequeño en el lugar —. Acércate a Mia y te mato. —Tú-tú... Doblé la espalda hasta que mis ojos quedaron a la altura de los suyos y nuestros rostros apenas eran separados por un palmo. —¿Tienes idea de por qué tuvimos que venir a vivir a este asqueroso pueblo? —pregunté sintiendo el terror que mis palabras, cuidadosamente escogidas, provocaban—. ¿Sabes por qué estuve un año entero suspendido del colegio? Tragó en seco y negó. —Créeme, tampoco lo quieres saber, Adriencito. Me erguí en toda mi estatura y le di espacio para respirar. >>Aquí no pasó nada —agregué—. Mañana te hablaré y tú harás lo mismo. Nadie sabrá por qué te golpeé. Si quieres decir que pedí disculpas, hazlo, pero lo que acabamos de hablar no puede salir de aquí. ¿Quedó claro? Me observó y su labio tembló. >>¿Quedó claro? —Sí —aceptó intentando sonar seguro. —Perfecto —sonreí con calma—. Ya te di una lista y puedes advertirle a Alexandre que se mantenga lejos de Chloe, también decirle que yo dije que le dijeras. Eso está permitido. Palmeé su hombro al pasarle y se estremeció. —Ponte hielo, compañero —dije al llegar a la puerta—. No queremos que ese ojo empeore. Salí de los vestidores para encontrar a todos esperando. Se vieron sorprendidos por verme salir con una sonrisa. —Nos vemos mañana —dije llamando a Chloe con un gesto de la mano. Las miradas curiosas pesaban sobre mi nuca cuando la morena se unió a mi pasó y no preguntó nada en lo que nos alejábamos. Lo agradecí porque habría arruinado mi buen humor. No estaba feliz porque hubiese dejado al niñato estúpido cagado en los pantalones. Estaba feliz porque ahora tenía muchas razones para evitar que el principito valiente, alias Charles el capitán de equipo, volviera con Amaia.

No iba a permitir que ninguno de esos hijos de puta se acercara a las chicas que conocía. Antes los mataba a golpes. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola... ¿Cómo va el domingo? ¿Odiaron a Adrien y Raphael? ❤❤❤ Prepárense para saber cosas nuevas en el próximo capítulo. Llevo esperando este momento desde antes de terminar el libro anterior... Creo que tendré que hacer un en vivo después de ese capítulo. Lo lleva. Mantenga un ojo puesto en Twitter (kinomera99) porque esta vez puede que la actualización llegue antes. No prometo nada... Cuídense mucho. Brillitos para que tengan una linda semana o para que la sobrevivan, como hago yo en todas.✌ Beso gigante...

09_El lugar correcto   Capítulo 9 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Charles era un degenerado que jugó con Victoria y compartió con sus amigos los detalles de qué hacía con Amaia mientras salían. En aquel lugar, Dax era de los pocos que salvaba. El resto no valían un centavo y no podía evitar que jodieran la vida a todos, pero no permitiría que se metieran con las mismas chicas. Ayudaría a Chloe hasta que estuviera lista para confesar su nueva relación y denunciar a su ex. No admitiría que Adrien y Raphael se acercaran a Victoria o Rosie. La castaña no me agradaba, pero escuchar que se referían a ella como un juguete, no hacía gracia. En especial, no pensaba dejar que Charles se acercara a Amaia. El plan de estar lejos carecía de sentido. Intentaba convencerme de que solo le advertiría, pero sabía que me gustaba la situación. Hablarle era algo que estaba deseando y no había hecho por semanas, lo cual tenía consecuencias. Después de intentar hablarme en varias ocasiones, Amaia se cansó de que le ignorara y hacía lo mismo. Era momento de hacer control de daños y tenía un plan para acercarme. A la hora de salida, le pedí a Aksel que tomara la moto y no le di explicaciones cuando preguntó. Si no tenía suerte terminaría durmiendo en el instituto. Al llegar de último al laboratorio de química, Victoria y Rosie organizaban uno de los archiveros. Amaia estaba de espaldas y concentrada en clasificar una pila de libros en distintas cajas. Me acerqué y le imité. No levantó la vista y pude detallar su atuendo. Pantalón holgado con una camiseta blanca que cubría con una camisa ancha. Llevaba audífonos y la música a un volumen nada aconsejable. Comencé a clasificar libros hasta que las chicas salieron de la habitación y vi mi oportunidad. Lancé un libro equivocado a la caja a su lado y sin perder tiempo le quité un audífono haciendo que se sobresaltara.

—Si estás con ambos, no escuchas cuando te hablan. Me miró con aquellos enormes ojos azules y me costó mantener el papel que debía interpretar. —Estás haciéndolo mal —dije señalando el libro que sirvió de excusa para hablarle—. Se supone que estamos organizando. Era tan despistada que localizó el supuesto error y lo lanzó a la caja correcta sin protestar. Siguió como si nada y supe que debía insistir. —Escuchar música tan alta es riesgoso. Leí la incredulidad en sus rasgos. Debía pensar que estaba loco. Un día no le hablaba y al siguiente le advertía de la causa de su futura sordera. —No está tan alto —aseguró. —Está tan alto que lo escucho aquí. Te vas a quedar sorda, si es que no lo estás. —Es para que se escuche mejor. —No por estar más alta se escucha mejor. Además, esos audífonos son terribles, distorsionan el sonido. —Yo los escucho genial. Definitivamente tenía que estar sorda. —Están hechos para que se oiga más bonito, no para que se aprecie el sonido. Dejó los libros a un lado y colocó ambas manos en sus caderas. —No tengo la menor idea de lo que estás hablando. Evite reírme de lo graciosa que se veía enojada. Enrosqué el índice en el cable y tiré hasta que su teléfono salió del bolsillo trasero del pantalón. —Interesante elección musical —dije al ver que escuchaba Sweet but Psycho de Ava Max. —Está en aleatorio —se justificó sin razón. Bajé el volumen hasta la mitad y le volví el teléfono. —Ya está. Colocó ambos audífonos y frunció el ceño a la vez que estrujaba la nariz. —No se escucha nada. Esta vez fue imposible controlar una carcajada. —Es cuestión de acostumbrarse —dije regresando a organizar—. Inténtalo y verás que se escucha mejor. Confía en mí. De reojo, le vi sonreír. Quizás el daño no había sido catastrófico y tenía oportunidad de recuperar lo perdido.

Pasamos la hora restante cada uno en su labor y, cuando Lyon nos echó a las seis de la tarde, esperé en el pasillo. —¿Necesitas algo? —preguntó al verme. Me uní a su paso como si no fuera extraño el caminar juntos tras semanas sin dirigirle la palabra. —El otro día dijiste que podía irme contigo —dije evaluando su reacción —, ¿la oferta se mantiene? —Claro, somos vecinos —dijo como si nada y no volvió a mirarme. No tuvimos que hacer tiempo fuera del instituto, por lo que mi plan de sacar conversación se fue a la basura. Su madre llegó enseguida y con ella una idea que antes no había valorado. Podía ser que Amaia no estuviera enojada conmigo por haberle ignorado y eso se debía a que no le importaba. Me gustaba, pero eso no significaba que yo le gustara a ella. Era presuntuoso asumir que sentía lo mismo. Por lo sorprendida que se vio cuando abrí la puerta del auto para que entrara, quedaba claro que no tenía muy buena opinión de mí y tampoco esperaba un gesto amable de mi parte. Sin embargo, no me iba a rendir sin haber librado la batalla, mucho menos sin saber cómo se sentía. De momento, necesitaba su número de teléfono y su madre, sin saberlo, me ayudaría a conseguirlo. ~❁ ✦ ❁~ Halloween se acercaba y, con él, el cumpleaños de Aksel. Coincidía con el final de semana y el término del castigo que nos pusiera Lyon en el maldito laboratorio de química. Por suerte, la vida en el pequeño lugar había mejorado desde que Amaia y yo hablábamos. También cuando la obstinada de Rosie y ella hicieron la paz. Éramos cuatro personas normales trabajando, en vez de ignorándonos. El viernes, Lyon nos dejó salir más temprano y tuve tiempo de ir a ver al entrenador para llevarle los exámenes. Era un tema delicado y, aunque llevaba días con el papeleo en la mochila, intentaba evitarlo por la conversación que me tocaría tener. No estaba acostumbrado a hablar de mi enfermedad y a él no podía mentirle si quería estar en el equipo, algo que realmente deseaba. El ejercicio físico me ayudaba. Con unas semanas notaba como el cuerpo lo agradecía. Toqué la puerta de la pequeña oficina donde sabía que se encontraba el entrenador y al instante me dejó pasar. Era un hombre alto y fornido que

había dedicado su vida al deporte. —¿Traes los exámenes? —preguntó invitándome a sentar en un pequeño sofá en lo que alcanzaba una silla y se sentaba frente a mí. Le pasé los papeles en lo que evaluaba el lugar. Nada que ver con las oficinas del resto de profesores. Había guantes de béisbol, pelotas pinchadas y raquetas entre varios artilugios deportivos. El entrenador no era la persona más ordenada que pudiera conocer y se notaba. Sacó los exámenes y le vi analizarlos con calma hasta llegar al papel del cardiólogo y fruncir el ceño. —¿Dextrocardia? —Miró de nuevo el papel intentando entender—. ¿Puedes traducir lo que dice aquí? Respiré con fuerza hasta que mi pecho dolió del aire contenido en los pulmones. —Mi corazón está al revés. —¿Cómo? —No es una condición común —expliqué antes su confusión—. Es genético y sucede durante el desarrollo embrionario. Mi corazón, en vez de apuntar a la izquierda, está apuntado a la derecha. El gesto que hice con mis dedos sobre el pecho lo aclaró. —¿No se supone que eso trae consecuencias? —En muchos casos sí, en otros no. —¿En tu familia alguien más lo padecía? Negué. —Nadie que conozcamos. —Sin embargo, a ti te lo diagnosticaron de pequeño y no han podido rastrear la... —No me lo diagnosticaron de niño —interrumpí—. Lo descubrieron de casualidad en unos exámenes que tuvieron que hacerme cuando estuve varios meses hospitalizado. —¿Cómo? Al entrenador terminaría dándole un infarto por mi culpa. —Me caí por una ventana —dije sabiendo que era mejor que contar como mi padre alcohólico me había lanzado—. Volé desde el segundo piso de la casa y aterricé en el jardín trasero. El brazo casi me queda inservible —continué mostrando el que llevaba tatuado—. Las costillas rotas fueron la causa de más estudios para asegurarse de que mis órganos estaban bien y lo descubrieron.

El hombre abrió y cerró la boca varias veces antes de ordenar sus pensamientos. —Padecías una enfermedad congénita y no presentabas síntomas. —No los presenté hasta que me dijeron que la tenía. —Nika, no creo que practicar un deporte así sea buena idea para... —Llevo años sabiendo esto —intervine de nuevo. Las personas solían asustarse ante lo que desconocían—. No tengo incapacidad por no tener el corazón en el lugar correcto —bromeé para que no se lo tomara como si el papel dijera que me quedaban seis meses de vida. >>Es normal que la dextrocardia venga asociada a otros problemas; órganos invertidos o el propio corazón con todo fuera de lugar —continué —. Digamos que, en mi caso, lo demás está donde debe. Es como si una mano invisible lo hubiese rotado en lo que me estaba formando. El resto funciona bien. —Pero dijiste que has mostrado síntomas. —Después de la caída presenté hipertensión arterial y estuve medicado por varios años —dije obviando que la razón de ese padecimiento era, en gran parte, la vida que llevaba con un maltratador. El hombre miró los papeles antes de verme con gesto contrariado. —No creo que sea inteligente que practiques un deporte que exija tanto de tu corazón. —Todo lo contrario. Me recomendaron practicar un deporte después de que me recuperé por completo y fue cuando empecé con el fútbol — expliqué—. Mi cardiólogo monitoreó los avances por un año y concordaba con la mejora de mi rendimiento cardiaco, aunque vivía quejándose de que fumara. —¿Fumas? —Entrenador, ese es el menor de mis problemas. —Reí por lo bajo—. Tengo el corazón apuntando al lado contrario y altas posibilidades de que, si un día decide fallar, no pueda sobrevivir sin un trasplante, lo cual sería bastante complejo dado que todas las conexiones aquí dentro están fuera de lugar —agregué señalando mi pecho. Definitivamente le volvería loco si seguía hablando de mi condición como si fuera un chiste. Su gesto me decía que comenzaba a preocuparse por mi estabilidad mental. —El fútbol me hace bien —agregué—. Ahí tiene mi historia clínica y el doctor que me evaluó en Soleil está de acuerdo con que lo practique

mientras me chequee cada seis meses y no sienta nada extraño. Guardé silencio en lo que se aseguraba de que los exámenes decían lo que acababa de comentarle. Terminó por hacer un gesto que me invitaba a salir de la oficina y no habló en lo que avanzábamos por el pasillo y meditaba la situación. —¿Estás seguro de que no te hace mal? —Convencido. —No te molestará que corrobore esto con el cardiólogo que te vio, ¿no es cierto? —Para nada. Seguro le explicará lo mismo, pero con un lenguaje menos procesable. El entrenador terminó por reírse cuando salimos al exterior. —Entonces, todo en orden con los exámenes —dijo dándose por vencido —. Me alegra tenerte oficialmente en el equipo. Estrechó mi mano para desaparecer hacia el parqueo, no sin antes despedirse de la chica de cabello negro que estaba sentada al pie de la escalera. Amaia. Volver a verla me sorprendió y agrado a la vez. —¿Qué haces aquí? Me miró de reojo antes de volver la vista al frente. —Espero a mi madre. —Falta casi una hora. —No me queda de otra, no quiero gastar en un taxi —habló demasiado rápido. —Yo te llevo —ofrecí imaginando que se negaría. Me miró, confundida —. Ya arreglé la moto, Amaia —añadí señalándola al otro lado del parqueo. Rota no había estado. Fue solo una excusa para irme con ella en las tardes de castigo. —No hace falta, pero gracias. —¿Te da miedo? —tanteé. —Claro que no. Sonaba a mentira. —No puedo creer que le tengas miedo a las motos —me burlé—. ¿Mami y papi prohibieron subirte a una? —No sea idiota —cortó apartando la mirada—. No tengo ganas de entretenerte.

La manera en que no paraba de girar su teléfono y lo contraído de su expresión dejó en evidencia que tenía problemas. Me senté a su lado respetando la distancia. —¿Pasa algo? —¿Se nota tanto? —dijo mordiendo su labio. —Jamás te había visto tan nerviosa y digamos que te he visto alterada — comenté señalando su teléfono que fácilmente pararía en el suelo si seguía moviéndolo así. Bufó luciendo incómoda. —Se me quedó el abrigo de mamá en casa de Charles el día de la fiesta. —Eso fue hace un mes. —Charles dijo que teníamos que hablar, pero quiere que sea en privado. Le dije que no y... —Te dijo que fueras a buscar el abrigo si lo querías —concluí guardando más ganas al principito valiente. Se revolvió el cabello hasta dejarlo despeinado. —No quiero hablar nada con él, pero necesito el abrigo de vuelta — confesó frustrada—. Tendré que hacer que mamá me lleve y terminaré involucrándola en un drama estúpido por culpa del berrinche de Charles. —¿No quieres que tu madre sepa? —No tengo nada que ocultar, solo no quiero llenarle la cabeza de tonterías —soltó como si los pensamientos le asfixiaran—. Mamá pasa el día escuchando los problemas de otros y, a veces, siento que es darle más trabajo cuando debería estar descansando. —Tiene sentido —acepté entendiendo algo que antes no había captado de su personalidad. Amaia era una chica mimada que creció con todo lo que se podía desear, pero eso no quitaba que tuviera un buen corazón. Recostó la mejilla a sus rodillas y me dedicó una mirada significativa. Las pequeñas pecas que cruzaban su rostro se notaron más a la luz del sol que empezaba a bajar en el cielo. —¿No suena muy tonto? —preguntó, temerosa. —Para nada, suena muy considerado —dije sin poder apartar los ojos de ella. —Solo quiero recuperar ese maldito abrigo sin involucrar a más personas —dijo mirando al frente como si esperara ver la salvación caer del cielo. —No lo hagas. Yo te llevaré.

Me vio como si acabara de decir algo imposible. —¿Tú? ¿Llevarme a casa de Charles? —Sí. ¿Hay algún problema con eso? —Solo dije que no quería involucrar a mi madre, no que necesitara ayuda para lidiar con Charles. —No voy de guardaespaldas, solo dije que te llevaría —aclaré haciendo que valorara la opción. Frunció el ceño y me evaluó con desconfianza. —¿Tienes cascos? Una pregunta tonta. Me puse de pie y le brindé una mano para ayudarla a ponerse de pie. —¿Vienes o no, Amaia? ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, soy yo de nuevo... Quería soltar este capítulo porque lo estoy soñando desde que empecé a escribir el primer libro. Aquí nada está planeado en el último momento, no escribo para hacerles sufrir, tampoco tengo una necesidad de un final impactante o amargado que destroce lectoras. Escribo lo que se me ocurrió desde el primer día que pensé en esta historia y cuando dije que en este libro sucederán muchas cosas que no salieron en el otro, lo dije en serio... ¿Sabían lo que era Dextrocardia? Yo sabía que existía, pero tuve que investigar cuando estaba escribiendo el libro anterior. ¿Recuerdan que hay un capítulo en la novela anterior con este mismo título? ¿Recuerdan lo que pasa cuando Nika lleva a Mia a casa de Charles y en el cumpleaños de Aksel? Eso viene en el próximo capítulo. No prometo actualización este domingo ya que tengo demasiado trabajo. Lo intentaré, pero cualquier asunto en Twitter nos vemos. Me encanta que se estén mudando allá. Terminen bien la semana. Besito...

10_¿Qué siente ella?   A quien no sabe, hace unos días publiqué un capítulo que no había planificado adelantar. Es muy importante leerlo porque es de los más importantes de la bilogía. Léanlo antes de este. ❤ Capítulo 10 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Siete minutos era lo que tardaba en fumar un cigarrillo y el tiempo que pensaba dejar que Amaia y Charles hablaran libremente. Avanzó por el camino de piedra que guiaba hasta la entrada de la casa y tocó el timbre balanceándose de un pie a otro. El chico de cabello negro abrió la puerta con una sonrisa que desapareció al verme al borde de la carretera y recostado a la moto. Fue momento de sacar el encendedor y di la primera calada. Solo tenía que esperar siete minutos. Amaia decía que no le interesaba extenderse, que no quería hablar con él y se veía atormentada al venir hasta su casa para recuperar el abrigo de su madre. Sin embargo, no sabía lo que sucedía entre ellos y, aunque me gustaba pensar que la relación había acabado, la información que tenía en mi poder indicaba que todo era posible. Ella podía estar enojada e intentando poner distancia, no quería decir que no sintiera nada por él. Que siguiera molesta me daba a pensar lo contrario, que luchaba contra sus sentimientos al no perdonarle demasiado rápido. Si supiera la verdad, quizás tendría menos ganas de verle la cara. Charles podía no haber sido infiel con Victoria mientras salían, pero cinco minutos después estaba con ella. Además, bajo circunstancias que desconocía, tuvo sexo con la rubia y su amiga la gritona. La conversación que escuchara en el baño durante la fiesta me decía que Charles manejaba a Victoria a su antojo; algo que hablaba bastante mal de él cuando lo ligaba a la información que tenían Raphael y Adrien sobre Amaia, su vida sexual, la perdida de su virginidad o sus tetas.

Interrumpieron la conversación y giraron a verme. No me gustó la manera en que Charles se acercó a ella y susurró algo. Bufé sabiendo que no debía meterme. Daban ganas de contar la verdad, pero Amaia no tenía por qué creerle a alguien que conocía desde hace un mes. Solo me quedaba hacer lo posible para no darle la oportunidad al principito de jugar con ella. No podía decidir por Amaia, pero sí obrar desde las sombras. La última calada del cigarrillo se sintió mejor que nunca. Pude acercarme a interrumpir con expresión inocente. A Charles le costó estrechar mi mano cuando saludé. Me observó con recelo. Esperaba que la pelea con su amiguito le asustara lo suficiente para mantenerse a raya. —Estábamos terminando de hablar —dijo Amaia viéndome de reojo y supe que no era verdad cuando el chico se mostró decepcionado. —Sé que deben tener asuntos pendientes, pero es el cumpleaños de Aksel —dije usando la excusa perfecta. —Cierto —aceptó ella—. No queremos llegar más tarde de lo que vamos. —¿Tienes el abrigo de tu madre? —pregunté fingiendo que Charles no estaba presente. Negó y lo miramos a la expectativa. Entendió que no tenía opción y se retiró a buscar el abrigo. Intercambiamos una mirada fugaz al quedar solos en el porche y Amaia controló su sonrisa cuando el principito estuvo de vuelta. Le entregó la solicitada prenda con evidente frustración y la intercepté antes de que ella lo hiciera, solo por molestar a Charles que se tensó ante el gesto. —Gracias por entender que estamos cortos de tiempo —dije antes de girar a mi acompañante—. ¿Nos vamos? Amaia aceptó y nos despedimos sin mirar atrás. Pude sonreír en lo que alcanzábamos la motocicleta y no me controlé de ayudarla para que se pusiera el abrigo bajo la mirada atenta de Charles que seguía en la puerta de la casa. Molestarle estaba resultando divertido. De nuevo estuvimos sobre la moto y atravesando la ciudad. Cuando faltaba poco para salir a la carretera principal y pensé en aumentar la

velocidad, no pude seguir ignorando la inadecuada manera en que Amaia se sostenía de mi sudadera. Me detuve en la cuneta y se asustó cuando apagué el motor. —¿Qué pasó? Le observé por encima del hombro. Se veía graciosa con el flequillo aplastado y torcido sobre la frente, todo por culpa del casco. En sus ojos leí el estrés. —Es la primera vez que montas una motocicleta, ¿cierto? —Pensé que era obvio. —Tienes que aguantarte bien o no importa que lleves casco terminarás golpeada cuando te caigas. Puso sus pequeñas manos sobre mi cintura como si la explicación le asustara más. Tuve que reír en voz alta. —¿Qué? —preguntó confundida por mi reacción. —Eres muy graciosa, pulgarcita —acepté dejando salir la parte más sana de mí. Tomé sus rodillas asegurándome de no hacerle daño y le acerqué a mi espalda hasta sentir el calor de su cuerpo. Sus manos estaban heladas cuando hice que las cruzara abrazando mi cintura. Habría matado por ver su expresión cuando tamborileó los dedos sobre su propia mano. Quería pensar que le ponía nerviosa porque me estaba sucediendo lo mismo. —Vamos a ir más rápido así que sostente bien o tu madre me matará — agregué antes de ponernos en marcha. No llegué al límite de velocidad con tal de que estuviera cómoda y no se asustara más. Poco a poco se fue relajando. Sus manos se acomodaron en mi cintura y su cuerpo se amoldó a mi espalda. Cuando recostó su cabeza, mi corazón revoloteó a una velocidad desconocida. Centré mi atención en la carretera y no pude evitar contagiarme con la calma que desprendía. El calor que emanaba hacía que olvidara dónde estaba y, más que conducir, sentí que volaba. Amaia creaban algo desconocido en mí. Quizás era la necesidad de evadir mi asquerosa realidad. Solo conducir con ella a mi espalda me hacía pensar que era posible ser otra persona y que tenía la oportunidad de acercarme, lo cual empezaba a desear.

Me gustaba y no podía entender de qué manera. Nunca antes había sentido paz junto a alguien y no era una sensación que pudiera concebir. Tenía dos problemas, descubrir lo que sentía y saber si me correspondía. Lo noté cuando faltaba poco para llegar a la mansión. Me gustaba, pero, ¿qué sentía ella? No lo pensé antes porque, de nuevo, jamás me había intrigado y atraído alguien para saber que ser correspondido era parte fundamental de la situación. Hasta hace poco me detestaba por lo tanto que la molesté para hacerme notar, lo cual ya no parecía la idea más inteligente del mundo. No había previsto que comportarme como un idiota era el camino equivocado para agradarle a alguien. Me bajé con cuidado de sostener la moto para poder ayudarle. Me miró con ojos brillosos y expresión de alguien que está a punto de quedarse dormida. —¿Te vas a quedar ahí? —Creo que me dio sueño —dijo tan despistada que no notó mi mano esperando para ayudarle e intentó bajarse sola. Se iba a caer y tumbar la moto así que la tomé de la cintura para ayudar. No pesaba nada y antes de que pudiera reaccionar ya la había dejado en el suelo. —Gracias —dijo asombrada por nuestra cercanía. Nos separaban tres palmos. Era tan pequeña que a duras penas me llegaba a la barbilla y tenía que mirar hacía bajo para conectar con aquellos ojos azules que, incluso en la oscuridad, resaltaban en su bonito rostro. —Cre-creo que deberíamos entrar —tartamudeó apartando la mirada y dándome la espalda. Quise decirle que prefería mil veces quedarme con ella en la oscuridad del aburrido invento de garaje, pero habría sido extraño y teníamos un cumpleaños en el cual participar. Bordeamos la casa y sentí su mirada sobre mí. Fingí no notarlo. Me gustaba que lo hiciera y si se enteraba de que lo sabía seguramente se pondría más nerviosa de lo que ya estaba. ¿Sería por mí? Pensar que sí, era divertido y emocionante. Estuve casi seguro de que no me equivocaba con respecto a la razón de sus nervios cuando sostuve la puerta de la entrada para que pasara.

—Creo que iré a casa antes —dijo señalando con el pulgar por encima de su hombro y sin mirarme a los ojos—. Debo decirle a mamá dónde estoy. —Qué tontería —dije haciendo que entrara a la casa—, mándale un mensaje —Es mejor si la veo. Le ayudé a deshacerse de su mochila y la dejé junto a la mía. —¿Tienes tu teléfono? —pregunté sin ganas de que se perdiera de mi vista. Asintió—. Pues con un mensaje basta. No creo que tu madre sea de las que hace inspección en la puerta y Aksel está esperándonos. Le tomé de los hombros y mis dedos picaron de tocarla. Mantuve la distancia para no incomodarla. —No es solo eso, necesito cambiarme —insistió y su voz tembló levemente—. Todos van a estar presentables y yo... —Yo acabo de llegar, igual que tú. —Pero estás en tu casa. —Estás al lado de la tuya, es casi lo mismo. Entramos al comedor para encontrar a los invitados. —¡Ves! —dijo viéndome con los ojos muy abiertos—. Todos están decentes. Necesito cambiarme. No pude controlarlo, acercarme a su oído fue instintivo. El olor de su perfume me atontó. —Tú siempre estás perfecta —susurré antes de poner distancia e ir a felicitar a Aksel. No podía hablarle tan cerca o tocar su cabello sin saber que ella lo deseaba. Tampoco besarle sin su consentimiento. No quería pasar del idiota que le hacía quedar en ridículo frente a todo el salón, al vecino acosador. La respuesta a mis problemas era muy sencilla. Tenía que preguntarle cómo se sentía, pero no sabía cómo hacerlo y la fiesta fue encargada de alejarnos. Mamá estaba tan entusiasmada como en cualquier cumpleaños. Aksel la dejó hacer lo que quiso, desde poner velas al pastel, hasta cantar felicidades dos veces. No éramos muchos. Dax y un par de compañeros del equipo que realmente me agradaban: Paul y Arthur. Además, estaba Sophie y otro chico de la clase de arte. Victoria y Rosie se integraron con facilidad y hasta la castaña empezó a resultar agradable.

Amaia iba y venía hablando y comiendo más de lo que hubiese imaginado que alguien tan pequeña pudiera consumir sin explotar. Intentaba no mirarle y un par de veces la atrapé observándome de reojo hasta que me di cuenta de que estaba demasiado inquieta y decidí darle espacio. No fue hasta después de las nueve que mamá dijo que dejaría la fiesta sin supervisión. Me aseguré de que estuviera cómoda en su habitación antes de que en el piso de abajo pudieran sacar las cervezas y el alcohol, algo que haría desaparecer una vez terminara el evento. Me serví dos dedos de vodka por tener algo que hacer en lo que salía a fumar al porche lateral y dejé el bullicioso comedor donde se dividían en pequeños grupos y conversaban por lo bajo. La noche en Soliel era fresca. No podía considerarla fría porque el verano de Prakt solía sentirse así, pero me gustaba. Lo mejor era el cielo estrellado gracias a la ausencia de luces. Estar en medio de la nada empezaba a tener un lado agradable. Unos pasos a mi espalda indicaron que alguien se acercaba y antes de girar quise pensar que era ella. Fue agradable comprobar que no me equivocaba cuando se detuvo a mi lado y se recostó a la baranda de piedra. —Creí que te molestaba el olor a cigarro —dije señalando el que llevaba en la mano y buscando conversación. —En un auto, nunca dije eso de un espacio abierto. —No hace falta decir ciertas cosas para darlas a entender. La única manera de comunicarse no es con palabras —dije pensando, más que en el cigarrillo, en lo terrible que resultaría expresar lo que sentía por ella—. Por suerte para mí. Arrugó la nariz entendiendo que no podía mentir. —Acertaste, me molesta todo el tiempo. Quería decir que estaba a mi lado porque deseaba hacerlo, a pesar del olor a cigarrillo. Fue gracioso ver cómo se mordió el labio y bebió de su cerveza con tal de ocupar sus temblorosas manos. —Entonces —continué—, ¿todo resultó bien con el ex tóxico? —¿Cómo sabes si Charles es tóxico? —cuestionó frunciendo el ceño y adoptando la posición defensiva que conocía. —Muy sano no es con el caos que formó. —Creo que te has dejado llevar por las habladurías de instituto. —Créeme, si me dejara llevar por eso, estaría diciendo algo muy distinto —dije pensando en toda la información que tenía en mi poder.

—Me imagino. Su tono que me hizo pensar que había algo en aquellos chismes que le afectaba. Necesitaba saber sobre su relación con el principito valiente. No me agradaba la idea de quedar en ridículo al decir que quería besarla o pasar tiempo con ella cuando había fantasmas en su vida. —Entonces, ¿todo aclarado con Charles? —insistí sintiéndome estúpido. —Si tanto crees que sabes —dijo de mala gana y dejando atrás a la Amaia nerviosa—, deberías conocer que entre él y yo no hay nada que aclarar. Somos historia desde el curso pasado. —Pero ahora es distinto, él ya no está con la rubita —agregué evaluando su reacción—. Quizás es hora de una reconciliación. Puso mala cara y creí que me mandaría a meterme en mis asuntos, algo que habría entendido. En cambio, se aclaró la garganta antes de hablar con seriedad. —No creo en las reconciliaciones. Una vez la cagan de esa forma, en mi opinión, la han cagado para siempre. No sonreír fue imposible. Por alguna razón, cada vez encontraba más detalles que me gustaban de ella. Podía equivocarme, pero sabía cuando alguien mentía y no vi duda en su mirada. Era una chica decidida. Empezaba a parecer que sin mi ayuda sabría manejar al tonto de Charles, algo que me hacía admirarla. —Me gusta oír eso —dije tomando un sorbo de mi vaso—, va muy bien con tu personalidad. —¿Mi personalidad? —Como un gato, como la sal —dije recordándole mi pobre intento de decir cómo me traía que hasta comiendo pensaba en ella. —Ya sé que no es un cumplido —se quejó. —Depende de cómo se vea, puede o no ser un cumplido. —Prefiero pretender que no lo escuché a romperme la cabeza intentando entenderlo. —Bufó por lo bajo—. Contigo nunca se sabe nada. Tuve que volver a reír. —Lo de no perdonar a tu ex —agregué intentando que el tema no muriera cuando seguía teniendo tantas dudas—, ¿quiere decir que te quedas con la primera impresión de las personas? —No dije que no lo hubiese perdonado, simplemente es el pasado y no me refería a la primera impresión, dije malas acciones. Una vez pasan,

arruinan lo demás. Yo había sido bastante desagradable. No dudaba que me guardara rencor. —Quiere decir que estarás enojada conmigo toda la vida —tanteé—. ¿Por eso andas a la defensiva? —No estoy enojada contigo. —Creí que sí, por lo de Filosofía y la fiesta. —No parecía enojada en ese momento—. Estuve pensando en cómo enmendar mis errores para que me perdonaras. Abrió y cerró la boca un par de veces sin saber cómo contestar o sostenerme la mirada. Estaba nerviosa y eso solo me daba esperanzas. —Po-por cierto, gracias —habló cambiando de tema y moviéndose de un pie a otro—. Por lo de hoy. Gracias. —¿Por ayudarte con el tóxico? —me burlé. —Odio esa palabra —protestó poniendo los ojos en blanco—, las personas la usan a la ligera. No me refería a eso. Inhaló y juntó fuerzas para verme a los ojos. >>Gracias por notar que me pasaba algo y preguntar, también por llevarme a su casa —dijo con voz suave y segura—. Fue la mejor ayuda que pude tener en ese momento. Sus palabras fueron una caricia que me invitó a acortar la distancia que nos separaba. —Eso se oye bien —confesé pensando que era mejor ser sincero—. Había olvidado cómo se sentía que te agradecieran. —Será porque no haces muchas cosas por las que... —No —interrumpí—. Es porque prefiero que me agradezcan con acciones. Su respiración tembló y me deleité detallando las bonitas pecas que salpicaban sus mejillas. Sus ojos viajaron por mi rostro y terminaron en mis labios. —Pues no tengo idea de como pagarte el favor —murmuró sin apenas mover sus húmedos labios que me invitaban a acercarme y atraparlos entre los míos. —Se me están ocurriendo un par de formas. Me acerqué despacio y evaluando su reacción. Acaricié su mano sobre la baranda y la distancia se hizo nula, pero dejé que fuera ella quien avanzara, quién me dijera que lo deseaba tanto como yo.

Su aliento rozó mis labios y por primera vez en mi vida tuve terror a besar a alguien, a ser rechazado. Quería, más que nada, desaparecer los centímetros que ella había dejado y, a la vez, sentía la urgencia de pedir permiso para sellar un trato que empezaba a asustarme. —¡Mia! ¡Tu teléfono estaba sonando! —llamó la voz de Aksel antes de aparecer en el porche y hacer que Amaia se alejara tal cual gato asustado. —No-no es el mío —tartamudeó sacando el suyo del bolsillo. Tuve ganas de reír. Aksel había entendido todo. —Creímos que era tuyo —dijo mi hermano dándome una mirada fugaz. El silencio del porche se hizo ridículo. —Vo-voy a por una cerveza —se excusó haciendo que miráramos la botella que descansaba sobre la baranda. —Tu cerveza está entera —señalé entendiendo que era pésima para dar excusas. Miró la botella, a nosotros y las escaleras. Por un instante creí que se lanzaría a correr y tuve que cubrirme la boca para no reír a carcajadas. —Está caliente, iré por otra —logró conjurar antes de irse con su cerveza que apenas había sudado bajo la fría temperatura de la noche. Le seguí con la vista en lo que se perdía al interior casi corriendo y sin mirar atrás. Noté que tenía una sonrisa de estúpido cuando mis ojos chocaron con los de Aksel. —¿Se puede saber qué hacías? —dijo guardando el teléfono en su bolsillo. No hacía falta ser un genio para entender. —¿Nos interrumpiste a propósito? —¿Vas a hacer esto de nuevo? —cuestionó sin negarlo. No tenía ganas de que me quitara el buen humor. Intenté bordearle y lo impidió. —Quiero subir a mi cuarto, Aksy-Boo. ¿Me dejas? —Estoy hablando en serio —me enfrentó—. ¿Qué estás haciendo con Mia? —¿Cuál es tu problema, Aksel? —No quiero que la lastimes y ya sé que pasaste quién sabe cuánto tiempo ignorándola. —Eso no es algo que te importe. —Me importa y mucho. Su respuesta me golpeó con una posibilidad que no había valorado.

—¿Te gusta? —quise saber—. ¿Es por eso? —Si te dijera que sí, ¿te alejarías de ella? Mordí con fuerza y le bordeé evitando responder porque la respuesta debía ser sí y, por alguna razón, mi cerebro acababa de ordenarme contestar con un rotundo no.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola... Hoy demoré bastante en actualizar. Quienes estaban por Twitter saben que estoy en ello desde ayer y que hoy tengo un dolor de cabeza terrible... ¿Qué tal la semana? Solo para que sepan, el próximo capítulo es el de Halloween... Les cuento que ayer llegamos a 900K lecturas en "No te enamores de Nika", lo cual significa que esta semana llegaremos al millón y creo que no agradezco lo suficiente... Gracias por darle una oportunidad a Nika y Mia, por darme ánimos, por hacer este viaje conmigo. Este es un logro de todas y juntas debemos festejarlo. Gracias. No estaría escribiendo esta continuación de no ser por ustedes... Besito y cuídense mucho... Nos leemos en la semana por Twitter e Instagram...

11_¿Qué me pasa?   Capítulo 11 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Una semana pasó desde que casi nos besáramos. Ese día, sin importar el enfrentamiento con Aksel, terminé creyendo que ella sentía algo similar. Acortó la distancia tal cual yo había hecho y, solo eso, me hizo creer que el lunes nuestra situación cambiaría. Cambió para mal. Amaia empezó a evitarme. Cada vez que notaba mi presencia hacía hasta lo imposible por evadirme. En una ocasión, terminó metiéndose al baño de chicos con tal de no verme a la cara. Fue gracioso verla salir corriendo en dirección contraria al notar su error. Ni tan siquiera teníamos los castigos de cada tarde y me quedaba poco tiempo para verla sin acorralarle; algo que perturbaría más la imagen que tenía de mí, una que quería limpiar y no sabía cómo. Decidí esperar mi oportunidad en la noche de Halloween. En Soleil celebraban una feria conmemorativa por la fecha y los vecinos se ofrecieron a llevarnos para que ahorráramos el costo del taxi. En cualquier otro momento me habría negado, pero mamá estaba emocionada y era la ocasión ideal para estar cerca de Amaia sin que pareciera el complot de un acosador. Por esa razón, estábamos esperando fuera de la casa de los Favreau. La familia salió acompañada de Sophie y una niña que tardé en reconocer como Emma. Llevaba un estrafalario disfraz que incluía flores pegadas por todo el cuerpo. Amaia rehuyó mi mirada en lo que saludaba a sus padres y terminó al borde de la carretera mordiéndose las uñas y mirando a la nada en lo que nuestras familias conversaban. Me acerqué detallando la curiosa camiseta blanca de bordados floreados que llevaba y la diadema de flores de papel que adornaba su cabello. Se veía graciosa.

—¿Se supone que vas disfrazada? —pregunté como si no lleváramos tiempo sin hablar. —¿Parezco disfrazada? —No sé, puede que sí. Frunció el ceño antes de contestar y miró a mi familia. —Ustedes no van disfrazados. —¿Quién dice eso? —me burlé. —Yo te veo igual —dijo controlando una sonrisa y dándome valor para continuar. —Eso no lo sabes, ¿me viste bien? —Perfectamente. —¿Tan bien como todos los días que llevas ignorándome? Presionó sus labios y supe que la incomodaba, pero no podía evitarlo, me gustaba molestarla. —No estoy ignorándote —mintió con voz cortada. —¿Y por qué sigues sin mirarme? Me observó por primera vez y lo hizo de forma mecánica, analizándome de pies a cabeza antes de volver a hablar: —Es raro ver a la gente directo a los ojos cuando hablas —dijo mostrando su evidente orgullo—. Hay personas a las que les pone incómodas y luces igual que todos los días. Tuve que reír. Se notaba que fingía la imagen de chica calmada que no llevaba una semana huyendo por los pasillos. —Pues voy disfrazado, aunque no lo creas —dije intentando suavizar el tono de la conversación. —¿De qué? —De chico bueno. —¿Chico bueno? —cuestionó entrecerrando los ojos. Estaba claro que empezaba a conocerme y sabía que mis conversaciones paraban en el lugar menos esperado. —Tengo pensado portarme muy bien esta noche —aseguré adoptando expresión inocente. —Me alegra, así no te meterás en problemas. —Pues depende de quién esté cerca en la feria —murmuré acercándome a su oído—. Dime, pequeña Amaia, ¿quieres portarte bien esta noche? Sonreí cuando abrió tanto los ojos que creí se saldrían de sus cuencas. Pensé que la vería tartamudear hasta mandarme a la mierda, pero no fue así,

su madre interrumpió para pedirnos que subiéramos al auto. Me alegré de que nos tocara juntos y el asiento trasero cargara una caja de diademas. Nos obligó a ir más cerca de lo que había previsto. Intenté no molestarla mientras nuestras madres conversaban animadamente y ella hacía hasta lo imposible por fundirse con el cuero del asiento. Poco a poco se fue relajando, todo lo contrario a mi experiencia que, desde el principio, fue placentera. Me dejé disfrutar del viaje y su olor a flores. Su perfume era suave y me invitaba a una siesta, una corta que terminara con mi cabeza sobre su hombro. Algo que, si hiciera, acabaría con sus nervios y prefería no ponerla al límite. Me confortó pensar que teníamos una noche por delante en la que quizás se animara a no huir; pero, una vez llegamos al destino, Amaia desapareció con Sophie, ya que estaría de voluntaria para repartir dulces a los niños. No entendí a qué se referían hasta adentrarme en la feria y ver de lo que iba la celebración. El recinto ferial fue dispuesto como una pequeña ciudad. Había típicas atracciones de feria, desde camas elásticas hasta coches de choque y una noria. En cada calle, entre los stands de tiro al blanco y golosinas, estaban las pequeñas tiendas ornamentadas con frentes que pretendían ser casas reales. Los niños pasaban de una a otra pidiendo dulces y allí estaba todo Soleil entre luces naranjas, telarañas y calabaza adornando cada espacio disponible. Una solución inteligente y poco común para conservar una tradición como Halloween. El gentío era asfixiante. Los niños corrían emocionados y con disfraces de todo tipo. Los adultos se entretenían con las atracciones y el ambiente resultaba agradable. Me gustó que mamá lo disfrutara. Era la primera vez en más de cinco años que asistíamos a un evento así. El único inconveniente fue cuando, después de jugar la mitad de los entretenimientos, Aksel mencionó la hora a la que nos iríamos. Mamá insistió en irse sola para dejarnos aprovechar la feria hasta el día siguiente como haría la mayoría de los jóvenes. Me negué y Aksel no estuvo de acuerdo. La razón: la última vez que la abandonamos y terminó bebiendo. Estuvimos a punto de discutir, pero ella logró alejar a mi hermano.

En privado, prometió que no era lo que pensaba. No le creí, pero había revisado hasta el último rincón de la mansión esa mañana sin encontrar rastro de alcohol y me dolía, como siempre, ver en sus ojos la necesidad de tener mi confianza. Mamá quería que tuviéramos la vida de adolescentes que perdimos por haber vivido como nos tocó vivir. Deseaba vernos disfrutar y no sentirse una cargar. Tras muchas peticiones, acordamos que se iría a media noche. Le hice prometer que me dejaría revisarla tal cual adolescente que fumaba a escondidas y aceptó antes de que Aksel volviera y nos sorprendiera conversando. Dos calles arriba encontramos a Chloe con el cabello más rizado que nunca, lentillas blancas, capa negra y traje de cuero a juego, tan ceñido al cuerpo que no supe cómo había entrado en él. —¿De qué demonios vas? —pregunté tras decirle a mi familia que los alcanzaba en un momento. —Soy Storm de X-Men —dijo como si la pregunta ofendiera y enroscando su brazo al mío tal cual hacía por los pasillos del instituto—. ¿No se nota? —No y tu ropa parece a punto de estallar. Rodó los ojos. —¿Alguien te ha dicho que para ser un buen chico eres irritante? —Me suena, pero sin la parte de ser buen chico —dije pensando en Amaia. —¿Problemas en el paraíso? —se burló. —Si quieres hablar de problemas, empezamos con los tuyos y esta falsa relación —dije señalándonos. —De eso quería hablarte. —Soy todo oídos, pero dudo que vayas a decir lo que quiero escuchar. —¿Y eso es? —Que le vas a contar la verdad a tus padres, denunciaras al cretino de tu ex y presentarás a Tisha, tu verdadera novia. —Le diré la verdad a mis padres, presentaré a Tisha y denunciaré a Alexandre. —¡¿Qué?! Tenía que estar tomándome el pelo. El asentimiento resignado mirando al frente me dijo que no.

—Voy a hacerlo. Me detuve sin poder creerlo. —¿Es en serio? —Sí, pero necesito tu ayuda. Las palabras de admiración se atoraron en mi garganta porque, de esas, sabía pocas. —Lo que quieras —dije agitando su cabello—. Sabes que aquí estoy. —Perfecto. —Sonrió ampliamente—. Necesito que te hagas pasar por mi novio en una comida familiar. Me atraganté con saliva y terminé tosiendo hasta que Chloe tuvo que comprar agua en el stand más cercano. Nos apartamos de la muchedumbre y bebí para recuperar la voz y la calma. —¿Por qué tendría que hacer eso? —pregunté finalmente. —Mi familia es un caos y solo se reúne cuando hay algo importante que anunciar —dijo, frustrada—. Mamá y papá no hablan desde la separación, ni tan siquiera si la conversación es sobre una de sus tres hijas. —Sigo sin entrar en esa ecuación. —Te necesito porque la excusa que usé para reunirlos a ellos y los abuelos es presentarles a mi novio. Miré a ambos lados buscando la cámara oculta. —¿Estás de broma? —No podía decirles que iba a presentar a mi novia, se mueren. —¿Crees que no pasará cuando lleves a tu falso novio y una semana después llegues con una novia? —Pienso decirlo en la cena y que Tisha esté esperando para conocerlos. Tú serás la carnada para que no salgan corriendo y tengan que llegar a la mesa —explicó como si fuera sencillo—. Una vez se sienten, ninguno se atreverá a levantar el culo. Así es mi familia. Me froté la cara imaginando la controversial escena y arrepintiéndome de haber dicho que podía contar conmigo. —No creo que sea la mejor manera de... —Lo sé, pero si vas a lanzarte al vacío es mejor hacerlo de una y sin paracaídas —aseguró—. Voy a contarles lo que deben saber, solo necesito apoyo. —¿No puede Sarah acompañarte en esta? —dije temiendo que aquello se descontrolara.

Esconderse bajo la mesa no sería suficiente si todo salía mal y la familia de Chloe decidía lanzar platos en medio de la cena. —Podría, pero tú me entiendes mejor —dijo desarmando mis excusas—. No sabes lo que agradezco el apoyo y si no fuera por ti no estuviera haciendo esto. >>No me da pena aceptar que no soy lo suficientemente fuerte como para hacerlo sin que tú y Tisha estén a mi lado. Rodé los ojos sabiendo que era imposible negarse. —La confianza de esta relación falsa da asco —dije haciendo que riera. —Entonces, ¿tenemos un trato? Entrecerré los ojos sabiendo que no tenía opción. —Hace mucho me explotas —dije caminando a su lado en lo que volvíamos a una de las calles de la feria—. Esta vez pienso cobrarte. —Habla —aceptó—. Con tal de que estés el viernes en la comida con mis padres hago lo que sea. —¿Podemos quedarnos a dormir en tu casa? —¿Tu hermano y tú? —Asentí y bufó como si fuera lo más sencillo del universo—. Es un trato y... No pude saber cómo continuaba la frase. Chloe se paralizó entre la gente y se aferró a mi brazo. Seguí su mirada a través la multitud y no entendí qué veía de aquella manera hasta localizar a Adrien y Raphael, ambos siguiendo a quien debía ser Alexandre. —Vamos por este lado —pidió intentando evitarlos al tomar la desviación a la derecha. Lo impedí. —Si vas a contarlo, mejor dejar de esconderte. —Yo no... Él... —Mírame. —Obedeció—. No puedes demostrar que le temes, eso es lo que quiere, lo que busca. Mientras lo des, estarás satisfaciendo su necesidad de sentirse más valioso por aplastar a otros, porque al final eso es lo que les pasa a los tipos como Alexandre. >>En el fondo se consideran tan poca cosa que necesitan hacer menos al resto con tal de sentirse mejor. No se veía convencida y cuando intenté que siguiéramos el camino que nos cruzaría, quiso retroceder. —Nika, yo...

—Hoy yo estoy aquí, la semana que viene contarás la verdad a tus padres y en el futuro podrás enfrentarlo sola —dije intentando darle fuerzas—. Empieza por algo pequeño. Asintió y se aferró a mi brazo para seguir caminando. Los chicos se detuvieron en un stand de lanzamiento de dardos. Podríamos haber pasado desapercibidos; pero, como guiado por el destino, Alexandre recorrió los alrededores y terminó con los ojos sobre nosotros. Chloe se tensó y le vi fugazmente para decir, sin palabras, que podía estar tranquila. Sabía como manejar a Alexandre y no solo físicamente. Irónico, lidiar con los demonios ajenos siempre era más fácil que enfrentar los propios. No intenté perdernos entre los que transitaban o mantener distancia con el grupo que ya estaba concentrado en nosotros. Avancé como si nada estuviera sucediendo. Raphael dijo algo al oído del cabecilla y, automáticamente, sus ojos pasaron de la morena a los míos. No bajé la vista o hice gesto alguno. Sentía las uñas de Chloe clavadas en mi piel y, cuando pasamos cerca, le guiñé un ojo a Alexandre para que fuera consciente de que, si se atrevía a hacer algo, estaría para enfrentarlo. También podía creer que me le insinuaba, daba igual. De seguro, ambas bastaban para hacerle enfadar, algo que noté por la tensión de su mandíbula antes de regresar la vista al frente y concentrarme en sostener a Chloe que parecía de mantequilla. Tras alejarnos, diez minutos de conversación y una bebida energizante, aceptó irse con sus amigas y acordamos vernos bajo la noria con el grupo de amigos que teníamos en común: los agradables del equipo de fútbol y un par de chicas que iban a su salón. Esperaba que Amaia se animara a ir con Dax. Encontré a mi familia en un puesto de chucherías y terminé con una paleta de fresa que mamá me brindó. Ignoré a mi hermano que seguía de mal humor. La media noche y el espectáculo de fuegos artificiales se acercaba. Seguimos a la multitud que se movía en dirección a la noria por las pequeñas calles y, una vez más, creí que la suerte empezaba a tocarme. Sophie, la mejor amiga de Amaia, pasó por nuestro lado con el teléfono pegado al oído y localicé a la pelinegra de puntillas buscando a alguien entre la multitud. Para mi satisfacción, mamá insistió en acercarnos.

—¿Saben dónde están mis padres? —preguntó con una sonrisa —Con Emma, en la noria —habló Aksel—. ¿Vienes? —Tengo que cerrar y esperar a Sophie. —Se fue hacia allá —señaló mi hermano antes de que yo pudiera responder e interrumpir la conversación para ganar la atención de Amaia. —Ya sé. Solo tengo que esperarla. Le buscaré si no regresa a tiempo. Aksel y mamá continuaron el camino, pero no me moví del lugar. Ya no sabía si la volvería a ver o si seguiría huyendo. Mi hermano me llamó y dije que lo alcanzaría sin prestarle atención. Solo podía observar a Amaia que me miraba a la espera de una reacción. —¿Se te perdió algo? —preguntó tras un largo silencio. En la comisura de sus labios, noté que la situación le divertía. —Ya entendí de qué vas disfrazada —dije viéndole de arriba abajo. —¿Sí? —Estuve toda la noche dándole vueltas. —¿Estuviste toda la noche pensando en mí? —Sí —dije acercándome—. ¿Te gusta saberlo? —Me preocupa. Sin previo aviso, tomó la paleta de fresa que tenía entre los dientes y la metió en su boca. El gesto me hizo tragar en seco porque la pasó por sus labios y todo lo que había estado pensando que podía decir para quedar como el chico ingenioso y divertido, desapareció. Sus labios tenían mi atención y sus gestos llevaban el mando. —¿Te preocupa que piense en ti? —Creí que eran las mujeres quienes pensaban demasiado. Relamí mis labios imaginando cómo sabría la fresa del caramelo en los suyos. —Como si tú no hubieses pensado en mí —murmuré acercándome a su rostro. —Creo que te equivocas —dijo sin acobardarse. —Entonces, no has pensado en mí en toda la semana. Me decepcionas. —Le quité la paleta y vi que no estaba entera—. La mordiste —señalé esperando una explicación. Se encogió de hombros con una media sonrisa. —No se puede estar eternamente con un dulce. Sus palabras trajeron pensamientos poco sanos a mi mente. Para empezar, cuanto tiempo podría besar sus labios sin aburrirme y, para

terminar, lo que disfrutaría estar por varias horas haciendo cosas con ella que no incluyeran nada de ropa. —Tendrás que aprender a ser un poco más paciente —dije acercándome a sus labios—, pero eso se gana con práctica. >>De momento, me preocupa más que pagues tus deudas. Ahora tenemos que añadir una paleta. —Si quieres una nueva, tengo muchas —dijo sin alejarse y recorriendo mi rostro con la mirada. Su olor me invitaba a tocarla. —No, Amaia. Lo que quiero, no es una paleta. Nuestros labios estaban a escasos centímetros y quería dejar que fuera ella quien escogiera besarme. Se inclinó levemente y, cuando creí que sucedería, el silbido de un fuego artificial surcando el cielo le hizo alejarse y ver asustada en dirección a la noria. Las luces explotaron en el cielo creando un espectáculo de colores sobre su rostro. Me miró con aquellos ojos enormes y solo pude recordar lo que Chloe dijera más temprano. Si vas a lanzarte al vacío es mejor hacerlo de una y sin paracaídas. La besé sin pensarlo más. Posé mis labios sobre los suyos con tal de no exigir demasiado y permitirle apartarse si no lo deseaba. El simple roce hizo que un cosquilleo se extendiera por mis brazos y mi corazón se descontrolara. Cuando Amaia colocó sus manos en mi pecho, dolió tanto que tuve que separarme. Respiré sin entender lo que me sucedía. Sentía los latidos fuertes, la sangre moviéndose demasiado rápido y ganas desconocidas de salir corriendo para liberar lo que estaba revolviendo mi interior. Ella lucía igual de confundida y, aunque no sabía cómo actuar, todo estuvo claro cuando su mano subió hasta acariciar mi nuca y sus ojos se centraron en mis labios. Atrapé su boca como deseaba hacerlo y no dudó en responder de la misma forma. Su calidez era exquisita y los rastros de fresa me invitaron a pegar su cuerpo al mío. Eran tan liviana que pude hacerle retroceder hasta quedar en la intimidad de la pequeña tienda. Descargué mis deseos contenidos de besarle y no pude evitarlo porque respondía de la misma manera, acariciando mi cabello y provocándome con los decididos y suaves movimientos de su lengua. Era adictiva y perfecta, tan dulce que olvidé donde estábamos y que era la primera vez que nos besábamos.

La sentí cercana, como si antes hubiésemos acariciado el cuerpo del otro o saboreado nuestros labios. Se sintió como un recuerdo desconocido que habría matado por recuperar. Mordió mis labios y me pegó a su cuerpo. Estaba a punto de cargarla para que enroscara las piernas a mis caderas cuando tres voces a coro rompieron mi determinación: —¡Truco o trato! Nos separamos para quedar congelados uno frente al otro. Respiraba agitada y me observaba incrédula. Mi cuerpo temblaba batallando entre las ganas de volver a besarla e ignorar el mundo a nuestro alrededor y las de salir corriendo. Quería creer que ella había sentido el mismo deseo desenfrenado y pensar que no era así hizo que mis latidos se dispararan nuevamente. Me alejé por miedo a lo que llenaba mi pecho, a lo que acababa de pasar y lo que hacía su dulce rostro con mi mente. Cuando me di cuenta había salido de la tienda y estaba caminando por la desolada calle con las manos temblando y el corazón tan desbocado que creí estar a punto de colapsar. ¿Qué demonios estaba pasándome?

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola... Que está enculado dice... ¿Ya vamos entendiendo qué hacía tanto Nika con Chloe? A veces siento que todo va lento, pero vamos poco a poco y necesito que entiendan cada detalle. Espero que les vaya gustando leer a Nika y estén listas para chismecitos futuros. ❤❤❤ Hace dos días celebramos el millón de lecturas en NTEDN. Fue una locura por Instagram y Twitter. Solo quería dar gracias una vez más. ☺☺☺ Esta semana estaré ausente de Instagram. Mucho trabajo y Twitter es la manera más fácil de estar en contacto con ustedes. Nos vemos por allá. Cuídense mucho.

Nos leemos en un rato que paso a ver qué dejaron por aquí y el próximo domingo hay capítulo. Se titula "No te enamores de Mia" y entenderemos cómo fue Aksel quien le dio título a ambos libros. Besito...

12_No te enamores de Mia   Capítulo 12 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Un beso no hacía eso. No te ponía temblar o provocaba que tu interior vibrara y tampoco te dejaba sin aliento al punto de temer por tu integridad física. Por rozar sus labios no podía sentir aquella extraña conexión en la que no deseé arrancar su ropa o follar. Fue distinto a un beso con alguien a quien le tuviera ganas, eso lo conocía. Sí, moría por besarla desde hace mucho, pero la manera en la que se dio, había cambiado todo. No lo entendía, no me entendía y mi corazón seguía sin calmarse por muchas vueltas que diera evitando llegar a la noria y al bullicio. Lo sorprendente era que el desbocado palpitar no resultaba doloroso o incómodo en mi pecho, era una sensación nueva, tanto como lo que en ese momento experimentaba al pensar en Mia. Tenía miedo porque las ganas de volver a la tienda y besarla no eran normales. Mis pies parecían forzarme a regresar, pero temía no saber qué hacer al llegar, a paralizarme o huir por segunda vez. Le temía a lo que estaba sintiendo. Estaba perdiendo el control de mí mismo. Me obligué a llegar a la noria y localizar a mi familia con tal de ignorar lo que me pasaba. El espectáculo de fuegos artificiales había terminado y algunos empezaban a retirarse para dejar la feria a los más fiesteros. Despedí a mamá asegurándome que no tuviera nada de alcohol encima y me quedé con Aksel bajo la noria cuando sabía que Mia jamás se uniría a la celebración. Sobreviví en modo zombi, ahogándome en pensamientos lógicos donde un beso se resumía a un simple roce de labios e ignorando a mi hermano. No paraba de mirarme con mala cara a pesar de estar con un grupo de chicos que bebían y bailaban como si el mundo fuera a terminar esa noche.

La celebración se extendió hasta que los borrachos empezaron a caer y yo, tan sobrio como siempre, tuve que encargarme de un par. Terminamos caminando a casa de Chloe en el silencio de las cuatro de la madrugada y el cansancio de una noche demasiado larga. En mi caso, cargada de emociones que me mantenía en vigilia. Sabía que no dormiría, por eso ni me preocupé por escoger lado de la cama cuando Chloe nos dejó en una habitación vacía del segundo piso y se despidió para ir a dormir. Fui hasta la ventana para calcular las horas que faltaban para pedir un taxi e ir a casa. —Acaba de irte con Chloe —dijo Aksel llamando mi atención—. No sé desde cuándo tienes que disimular que vas a follar con alguien. —No tengo nada con Chloe que me invite a pasar por su habitación. Bufó como si escuchara una mentira. —Soy tu hermano, conmigo no puedes crear la imagen que más te convenga. —¿De qué hablas? —Giré empezando a enojarme por su tono de voz. —De que Nika siempre sabe construir la fachada que le gusta —dijo haciendo evidente que llevaba bastante guardando su opinión—. Eres como esas tiendas de campaña de la feria, un frente falso para cada persona. Uno para mamá, uno para mí, otro para Chloe y todas las chicas con las que juegas. —¿Esto es por Amaia? —pregunté sin encontrar otra razón. —Claro que es por ella. —¿De verdad te gusta o haces esto para montar un espectáculo? —No me gusta, pero es mi amiga y no voy a dejar que juegues con ella. Tuve que reír por lo bajo porque las posibilidades de jugar con Mia eran nulas. Le tendría tanto miedo desde esa noche que estaba seguro de que me costaría volver a acercarme sin hacer el ridículo o salir huyendo. —No estoy jugando con ella —dije sin ganas de discutir. —Por eso sales con Chloe y la pelirroja mientras juegas a ignorarla y darle atención. —Eso no es lo que estoy haciendo —le desestime sin alterarme. —Te he visto orquestarlo cientos de veces. Reconozco tus estrategias y me parece muy bajo seguir haciéndolo. Mordí con fuerza con tal de no responderle como debería. —Lo que dices no es cierto —dije entre dientes. —Claro, eso no fue lo que hiciste con Siala.

Giré y di dos pasos en su dirección. —Sabes muy bien que yo nunca planeé lo de Siala y que lo sucedido no fue culpa mía. —Pues entonces no dejes que se repita, no vuelvas a meterte con una de mis amigas para terminar jodiéndole la vida. —Eso no fue lo que hice con Siala y no es lo que estoy haciendo con Mia. —Dices eso, pero, ¿qué pasará cuando ella se enamore y quiera algo más? —preguntó, juzgándome, como siempre—. Eso era lo que quería Siala y solo la usaste. —Nunca usaría a nadie —dije haciendo uso de mi pobre autocontrol. —¿Cómo se le dice a follar con quién no quieres algo serio, pero sabes que muere por ti? Cerré los ojos con tal de no responder. No sabía ni la mitad de lo sucedido con Siala y tampoco iba a contarlo. Regresé a la ventana y decidí que podía pensar lo que quisiera. —¿Me vas a ignorar? —No respondí y supe que se acercó por el sonido de sus pasos—. ¿Vas a hacer lo de siempre? Hacerte el misterioso reservado que le importa una mierda lo que pasa a su alrededor y no enfrentar las cagadas que te has pasado haciendo toda tu puta vida. Conté mi respiración con tal de no reaccionar. >>Hasta hace un año era la ventana de Siala por la que te colabas cada vez que quería coger. Ahora es Chloe la que debe estar esperando en su habitación, creyendo que, por acostarse contigo, la tomarás en serio. ¿Después será Mia? Se acercó a mi lado y el tono mezquino de su voz empezaba a empujarme al límite. >>¿Te divierte jugar con las personas escudándote en tu sinceridad con respecto a lo que buscas o es que te viene en la sangre ser un degenerado? Mi mano se movió por sí sola y terminó estrujando el cuello de su camisa. Coloqué su cara a la altura de la mía sabiendo que no me temía y con ganas de golpearle. Quise estampar su cabeza contra la ventana y hacer estallar el cristal. Verlo chillar para que pensara dos veces antes de hablar de lo que no sabía. Hay cosas en la vida que solo se aprenden con golpes, Nikolai —susurró la voz de mi padre.

Fue el asco que me provocó recordar sus palabras antes de golpearme lo que me hizo reaccionar y soltarlo. Era mi hermano, sin importar lo que estuviera hablando. Aksel no se inmutó. Mi brazo tembló y odié aquellos impulsos, pero estaban en mí y quizás era eso. Me venía en la sangre ser un abusador, era hijo de uno. —No tienes idea de lo que estás hablando —murmuré controlando mis palabras e intentando alejarme. —Entonces, explícate —dijo golpeando mi hombro—. ¡Dime qué estás haciendo esta vez para joder a la gente que conozco! —No estoy haciendo nada. —¿Entonces por qué te la pasas con dos chicas distintas y una es mi amiga? —¡No tengo nada con Chloe! —solté con tal de que me dejara en paz—. No estoy saliendo con ella y solo la ayudo con su ex que la acosa y con su familia que no sabe que ahora sale con una chica. ¿Contento? Me miró y abrió la boca para decir algo. No salió nada y le costó unos minutos recomponerse. —¿Y Mia? Rodé los ojos sin ganas de exteriorizar lo que no entendía. —No tengo que darte explicaciones de mi vida. —Aléjate de ella —demandó. —¿Por qué tendría que hacer eso? —le encaré. —¿De verdad quieres que lo diga? —Adelante. —Vas a romperle el corazón —soltó de mala manera—. Sabes que es cierto porque Nika vive eternamente bajo rachas emotivas. Eres el chico malo y misterioso, el hijo de puta, el amable, el frío, el salvador. Nunca la misma persona y, por alguna razón, se enamoran de ti. ¿Qué harás cuando eso pase? No pude responder porque temía más, en este caso, que fuera yo quien se enamorara. Eso era peor y acababa de entenderlo, mucho peor si ella no sentía lo mismo. >>¿Le dirás que no quieres nada serio, pero que es bienvenida a tu cama cuando le apetezca? —No, nunca he hecho eso. Me dedicó una falsa sonrisa.

—Entonces vas a salir con ella y será tu novia, ¿no? La ironía en su voz me daba ganas de salir de la habitación, de huir, pero lo que acababa de decir me hizo entender algo. Yo no tenía mucho que ofrecerle a Mia o a nadie. No era solo una cuestión económica, eso era lo de menos. Era un prófugo con papeles y apellido falso que huía de un padre que golpeó y abusó a mi madre por años antes de que lo notara. Uno que mató a mi hermana, me lanzó por una ventana y amenazó incontables veces con desquitarse dañando a Aksel si le decíamos a alguien lo que sucedía dentro de la casa. Era un chico que vivía deseando acabar con su vida y que solo se quedaba por intentar proteger y ayudar a su familia, algo que hacía bastante mal cuando mi hermano tenía tan pobre opinión de mí. Yo no tenía nada que ofrecerle a Amaia, solo problemas y, posiblemente, sufrimiento. Ni tan siquiera sabía lidiar con lo que sentía tras besarla. La había dejado sola en la tienda, hui como siempre hacía porque yo era como él, un cobarde. Quizás no era un abusador desgraciado, pero era como mi padre y no podía evitarlo. Lo que si no iba a permitir era que alguien sufriera las consecuencias de tenerme cerca. —Puedes estar tranquilo —dije dándole la espalda y centrando mi atención en el paisaje que divisaba desde la ventana—. No pienso lastimar a tu amiga, tampoco seguiré cerca de ella. —Espero que de verdad lo hagas, Nikolai —dijo dañándome con el nombre—. Mia es una buena chica, no merece que la hagan sufrir. Tenía razón. No merecía que Charles o Adrien la usaran. Debía estar velando por también protegerla de mí. Mi oscuridad, mi pasado y mis demonios serían capaces de destruirla de la peor manera. Aksel tenía razón, no podía ni soñar con enamorarme de Mia.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola... ¿Qué tal la semana? ¿Sobrevivieron? ¿Listas para sobrevivir la próxima?

El capítulo es más corto, pero el anterior era largo y el siguiente también lo será... 😏😏😏 ¿Qué están esperando ver de lo que ya saben que pasará? ¿Qué les gustaría ver de Nika? ¿Un poco pesado Aksel o le siguen queriendo? Les leo un rato. Cuídense mucho. Hagan la tarea y no descuiden lo importante. Por Twitter e Instagram hablamos en la semana de cositas que van a pasar pronto. 😏😏😏 Besitos

13_Ser un cretino nunca se sintió peor   Ayer estuve hablando con @CandeOlivares2 por Instagram y me comentó que hoy es el cumpleaños de su hermana... @GeorginaOlivares9 FELIZ CUMPLEAÑOS y este capítulo es especial para ti... Espero que la pases super lindo... Besito... Capítulo 13 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ El lunes estábamos despiertos desde las cuatro de la madrugada. El día anterior no alcanzó para impermeabilizar el ala norte de la mansión y había que terminar de cualquier manera. Era difícil avanzar cuando Aksel no me dirigía la palabra a menos que fuera para pelear por algo que no salía como debía. Daba igual que prometiera no acercarme a Amaia, seguía enojado. Estaba claro que no debía estar cerca de ella, que solo le traería problemas. Era su amiga y trataba de protegerla. Tenía razón y sabía reconocerlo. También estaba decidido a no volver a acercarme y a fingir que nada había pasado, pero mis palabras no significaban mucho. El rencor que Aksel me guardaba por lo sucedido con Siala, su antigua mejor amiga, era superior. A veces, me parecía que haber mentido para protegerlo en tantas ocasiones, era la razón por la que terminaba dándole importancia a lo que no debía. Le costaba perdonar y entender que no todo era mi culpa. Quizás, si supiera la verdadera situación de mamá con el alcohol no estaría preocupado de si yo era capaz o no de cumplir mi palabra y alejarme de Amaia. —Desayunen rápido —dijo mamá sirviéndonos un cuenco de avena con leche—. Hoy tendrán que tomar el autobús. —¿Qué? Dejé caer la cuchara que golpeó contra la pulida madera. Aksel rodó los ojos y mamá señaló la ventana. Había empezado a llover y maldije en voz baja.

—Mientras llueva, nada de moto en la carretera —recordó ella sentándose a la mesa—. Coman. No tenía hambre, comer era algo que hacía por obligación o para evitarle disgustos a mi madre. —Hay algo que quiero decirles —comentó cuando la avena terminaba de deslizarse por mi cuchara y caía en el cuenco que seguía intacto. —¿Está todo bien? —cuestionó Aksel y ella sonrió en respuesta. —Hice algo sin consultarles y quiero que lo sepan porque no es una decisión que pueda tomar sola. —Le dimos atención y respiró profundamente antes de soltarlo—: Hablé con la doctora Favreau de mi proproblema con el alcohol —confesó bajando la mirada y haciendo que el estómago se me revolviera—. Dijo que estaba dispuesta a ayudarme, pero ustedes deben asistir a terapia conmigo. No podía quitar los ojos de su rostro. Se negaba a verme porque sabía cuál sería mi respuesta. —Me alegra mucho que lo hicieras, mamá —dijo Aksel tomando su mano como si el apoyo fuera la respuesta ante una situación así. —Gracias, cariño, fue... —Sabes que esta es la peor idea que has tenido en toda tu vida — interrumpí sin poder medir mis palabras. Me miraron y leí el temor en los ojos de mi madre, algo que odiaba ver; pero no podía mentir, no esta vez. —¿Explicas cómo es mala idea que reconozca su problema y pida ayuda a un profesional? —cuestionó Aksel en el tono altanero que ya se volvía una costumbre. —No pienso contestarte. Llevas días comportándote como un niño pequeño y te trataré como tal —rebatí antes de mirar a mamá—. Sabes lo que implica ir a terapia con... Aksel se puso de pie, tan repentinamente que la silla cayó al suelo haciendo un ruido seco que rebotó en las paredes del comedor. —No sé cómo te llenas la boca de llamarme niño cuando no hay un día que te comportes como un adulto. —Siéntate y escucha antes de dar una rabieta —advertí con voz serena. —¿Estás obligándome a callar? —cuestionó crispando su rostro producto de la impotencia—. ¿Qué será lo próximo? ¿Mandarme a sentar con las palmas hacia arriba y mirando al plato? —Sus palabras me golpearon como una bola de demolición—. Cada día te pareces más a él.

—¡Basta! —intervino mamá colocando la mano sobre mi pecho e impidiendo que me pusiera de pie para enfrentarle—. No hablé de esto para que pelearan, sino para conversar —suplicó con voz queda y viéndonos alternativamente—. Por favor, no peleen. Aksel se sentó y cambió su actitud. Mi mano derecha seguía temblando bajo la mesa con ganas de acertarle un golpe a algo. Prefería que no fuera mi hermano, pero estaba seguro de que pensaría en él al descargar mi ira. —Quiero hacer esto y no puedo sola. —Nos tomó una mano a ambos—. Ahora mismo no tenemos el tiempo ni la disposición para valorarlo, pero esta noche hablaremos con calma. Asentimos y aceptamos seguir desayunando, algo que terminé fingiendo hacer para descartar la avena en la basura cuando ella no me observaba. Mamá nos despidió en la puerta haciendo prometer que no pelearíamos antes de permitirnos salir a la fría y húmeda mañana. —¿Por qué tienes que ser tan duro con ella? —preguntó Aksel en buen tono cuando íbamos llegando al borde de la carretera. —No puedo creer que no entiendas por qué es un error. —Contarle a un psiquiatra no es un error —dijo en voz baja—. Está intentando superar un problema que lleva años arrastrando. Creo que un año sobria es tiempo suficiente para confiar en ella, para dejar que se quede sola y no hacerla sentir como una carga. >>Mamá la ha pasado muy mal para tener que aceptar tus desplantes cuando... Ignoré el resto de su discurso porque no podía explicarle que mamá apenas llevaba dos meses sobria y que, en el último año, había recaído demasiadas veces. Tampoco explicar el daño que le haría enfrentar a un psiquiatra. Si ibas con un profesional para solucionar un problema debías ser sincero o no estarías haciendo nada. Ella no iba a confesar que su esposo se convirtió en un monstruo que la abusaba de todas las maneras posibles y que soportó en silencio con tal de que sus hijos no se enteraran. Tampoco iba a decir que ese hombre empujó a su hija de cuatro años por las escaleras haciendo que se desnucara. No iba a hablar sobre mi accidente cuando, tras una discusión donde me interpuse para que no la golpeara, él terminó lanzándome por una ventana. No iba a aceptar que mentimos y le encubrimos, ya que amenazó con hacer lo mismo a Aksel. No iba a confesar que huimos de Prakt porque el

miedo no nos dejaba afrontar el problema de otra forma, pero éramos incapaces de quedarnos allí. Mi madre no le contaría a la doctora Favreau lo ilegal que era nuestra situación y nuestros apellidos. Ese era el problema. Mamá quería presentarse ante un profesional para contar verdades a medias con tal de solucionar un problema y lo único que ganaría sería volverse más vulnerable. Alguien que te evalúa para ayudar, no puede hacerlo con mentiras. Terminaría en otra recaída y corriendo el peligro de que descubrieran quienes éramos. Solo bastaba que una persona fuera de nosotros tres supiera nuestro apellido real para que la información se moviera y, si dejábamos esa brecha, estaríamos dando oportunidad a que él nos encontrara. —¿Están esperando el autobús? —dijo una voz grave y conocida haciéndome notar que Aksel había estado hablando todo ese tiempo. Era Amaia con una camisa de mezclilla y una sombrilla roja de motas blancas. Desvié la mirada con tal de no verla y odiando que mi corazón estuviera latiendo de manera desesperada. —Mamá no nos deja salir en moto si está lloviendo —comentó Aksel sonando amable. —Hola, Nika —saludó ella con los ojos sobre mí e hice lo único que se me ocurrió para dar el mensaje alto y claro. Encendí un cigarrillo y me alejé dos pasos sin tan siquiera evaluar su reacción. La ignoré y fingí que no escuchaba cómo hablaban de las celebraciones de Soleil y las fechas de cumpleaños. Hice como si no notara que, de vez en cuando, me daba una mirada fugaz y, al llegar el autobús, fui hasta los asientos del fondo con la esperanza de alejarme; pero terminaron sentados frente a mí. El viaje se hizo la peor de las torturas. Ellos conversaban animadamente y yo solo podía recordar lo sucedido en Halloween. Sus suaves labios, el sabor de su boca, su cuerpo, pequeño y cálido, entre mis brazos. Aquel beso había sido protagonista de mis pensamientos antes de dormir y al escuchar su voz solo podía desear que fuera a mí quien le hablara y no a mi hermano. Por un instante, dudé. Quise olvidar el propósito de alejarme y deseé apartar a Aksel de su camino. Lo envidié por estar haciendo lo que yo deseaba, conversar sentado a su lado, poder verla a los ojos en lo que me contaba de lo que se le ocurriera.

Me regañé hundiéndome en el asiento y saludando sin ánimo a los que poco a poco subían al autobús. No podía dejar que se extendiera. Amaia solo encontraría problemas a mi lado. Terminaría odiando todo de mí porque hasta yo sentía ese desprecio bastante seguido. Ni hablar de lo que pasaría si alguna vez conocía mi pasado. Mi vida era una bandera roja para cualquiera. Si dejaba que alguien se acercara demasiado, terminaría cayendo al mismo asqueroso vacío y no deseaba aquello para nadie; menos para ella. Aksel tenía razón, pero dolía como metal a fuego vivo el saber que había terminado. No iba a acercarme de nuevo, haría que no quisiera acercarse a mí bajo ninguna circunstancia. Tocaba volver a ser un imbécil y esta vez para perder su atención de una vez. Amaia se alejaría de alguien que no le demostrara lo que valía. Sabía muy bien como apartarla, solo tenía que ignorarla, fingir que nada había pasado. Me sumergí en la semana evitándola a toda costa e incluso comportándome como un estúpido el día que se acercó en medio del pasillo a hablar conmigo para aclarar lo sucedido. Le dije que no tenía tiempo para asuntos de niña y tragué la decepción en su mirada. Mis días se convertían lentamente en un infierno. Parecía que todo conspiraba en mi contra. Tras darle mil razones a mi madre sobre lo equivocado que era ir a terapia a contar mentiras, ella insistió hasta que no tuve más remedio que aceptar. Seguirme negando me convertía en el hijo que no quería apoyarla y esa era la única persona que no soportaría ser. Lo único que me ayudó a no lanzarme a una cama tras una tormentosa semana, fue asistir a la tan planificada comida de Chloe con sus padres, lugar donde no solo presentaría a su novia, sino que contaría la verdad sobre su abusivo ex. La cara de la familia al ver entrar a Tisha después de haberme recibido como el novio oficial, fue todo lo necesario para mejorar mi día. El abuelo casi se desmaya y la abuela dijo que siempre lo había imaginado y siguió comiendo sin darle importancia Los padres no se movían de su lugar, se volvieron estatuas. Las hermanas pequeñas de Chloe quedaron tan encantadas con el color rubio pollito del cabello de Tisha que poco les importó si era su cuñada o un extraterrestre.

Lo positivo, nadie pudo pararse de la mesa porque era momento sagrado para comer y Tisha tomó su lugar con admirable valor para que comiéramos en la cena más incómoda y divertida que jamás creí tener la oportunidad de presenciar. Increíblemente salió bien. Despedí a las chicas que finalmente se veían calmadas después de sincerarse y llegué a casa cerca de las seis con el mejor humor que podría conjurar tras una semana desastrosa. Supe que Aksel estaba en el taller del segundo piso por el sonido de la música que llegaba hasta el recibidor. Subí las escaleras de dos en dos y entré a la habitación para apagar el condenado tocadiscos. —¿A qué hora llega mamá? —quise saber, sin mirar atrás y guardando el disco en su caja. —Hola, Nika —saludó y no quise recordarle que había dejado de saludar porque él llevaba una semana sin hacerlo. —¿Crees que deba ir a recogerla? —sopesé—. No quiero que venga sola en un taxi. —Viene con la señora Favreau. —Tampoco me gusta que venga con esa gente —bufé recordando que las sesiones de terapia serían gratis—. No quiero que le deba más favores. Acomodé los vinilos hasta que quedaron en una pila perfectamente alineada. —Creí que llegarías temprano —dijo Aksel mientras me ocupaba de la segunda montaña de vinilos. —Me demoré. —Pensé que sería rápido. Reí por lo bajo recordando a la abuela de Chloe, me agradaba. —¿Rápido? Te dije que tenía que pasar por casa de Chloe y ¿pensaste que iba a ser rápido? —Sigo sin entender a qué fuiste. —¿Crees que iba a dejar en el aire a Chloe después de lo que pasó el sábado? Dos días atrás le había explicado el acuerdo que teníamos y las razones por las que la estaba ayudando e iría a la comida. —Gracias a ella, no dormimos en la calle —agregó en tono casual. —Tranquilo, hermanito. Le agradecí por los dos. Me giré dispuesto a contar sobre la abuela de Chloe y su reacción, pero mi atención quedó fija en alguien más. No estábamos solos en el taller.

Amaia se encontraba en el escritorio al otro lado de la habitación y me miraba con los ojos llenos de odio. Pude leerlo sin necesidad de escuchar su voz temblar cuando pidió permiso para pasar al baño y ni tan siquiera esperó indicaciones para desaparecer. No necesitaba ser experto, ella acababa de malinterpretar la situación y entendí por qué Aksel se estaba haciendo el tonto y soltando tantas preguntas de lo que ya sabía. Encontré sus ojos verdes, impasibles, idénticos a los de mi madre. —Lo hiciste a propósito —dije entre dientes. Me miró sin rastro de culpa. —Ella tenía que saber. —¡¿Saber qué?! —solté perdiendo los estribos. —Con el tipo de persona que se está metiendo —declaró haciéndome frente—. Si sigue creyendo que eres el chico que has querido hacerle creer que eres, jamás entenderá que no le convienes y terminará como Siala. —¡No tengo nada con Chloe! —bramé perdiendo el control y barriendo los discos de vinilo hasta que pararon desparramados en el suelo—. ¿Qué ganas haciéndole creer una mentira? —Quizás no tienes algo con Chloe, pero lo tendrás con otra y ella lo sufrirá cuando te aburras. En dos pasos estuve encima de él y lo tomé del cuello de la camisa. Tuve ganas de golpearle y mi mano escocía en lo que me controlaba. —No sé de donde has sacado esa idea de mí, pero parece que te gusta creerla. —Recuerda, Nika, yo estuve ahí con lo de Siala —murmuró sin hacer fuerza para que le soltara—. No me puedes engañar. Iba a golpearlo si seguía hablando y no quería golpear a mi hermano. Lo solté sin delicadeza y salí por la puerta en busca de la moto para perderme a donde me llevara. Ahora ella pensaba que, después de besarla, había estado con Chloe; quizás creyera que habíamos pasado la noche juntos o teníamos algo. No solo creería que era un cretino, sino alguien que la uso para, más tarde, irse con otra.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, bellezas... Esta fue una larga semana por mil razones. No estoy bien de salud porque me estoy exigiendo mucho, pero se sobrevive. Espero que estén bien y que entendieran la otra parte del pastel al leer este capítulo en el que casi todas odiaron a Nika en el libro anterior. No las culpo, razones tenían. Solo quiero que quede claro, la historia varía mucho según la perspectiva desde la que se lea. No me extiendo. Los próximos capítulos van de reconciliaciones y empiezan los dramas, sobre todo, poco a poco se acercan todas las escenas que muero por narrar y que jamás estuvieron en el primer libro. Estoy valorando hacer un apartado de extras porque hay mucho contenido adulto en esta cabeza y no pega con la trama. Vamos, que cochinadas de más pueden hacer denunciable la historia y eso no es algo a lo que nos vamos a arriesgar... Por otro lado, ya muchas se pasaron por la novela que publiqué esta semana. Se llama «Mi crush literario» y narra la historia un personaje literario que sale al mundo real para meter en problemas a una lectora de Wattpad. Solo está el prólogo + dos capítulos y no pienso ponerme a ella hasta terminar esta, pero si tienen ganas de chismear, pueden pasar... Fin del comunicado. Leo sus comentarios en un rato... Las quiero mucho... Cuídense y besito...

14_ ¿Lastimarla o salir lastimado?   Capítulo 14 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Me dejé caer en uno de los bancos del parque central del pueblo tras salir de otra entrevista de trabajo en la que, amablemente, me explicaron que era posible contratar a alguien que solo podía trabajar después de las cinco de la tarde. Encendí un cigarrillo sin ganas de subir a la moto y llegar a casa para hundirme en el silencio de mi habitación a pensar en lo único en que ocupaba mi mente desde la semana pasada: Amaia. —¿Todo bien? —preguntó una voz conocida interrumpiendo mis pensamientos. Encontré a Chloe con el cabello rizado, recogido en lo alto de su cabeza y la misma sonrisa inocente que le conocía. >>No sé para qué pregunto si es obvio que no. —Tomó asiento a mi lado. —¿Qué haces aquí? —pregunté intentando desviar su atención. —Vine con Tisha a tomar helado —explicó señalando a la rubia en la fila de la heladería que estaba cruzando la calle. —Me alegra que todo saliera bien. —Le di la última calada a mi cigarrillo. —Mi padre sigue procesándolo, pero se siente genial poder ser yo misma. Traté de sonreír sin éxito y lo notó. —Cuenta qué pasó. —La denuncia a Alexandre, ¿la pondrás esta semana? —Para de evadirme, Nika —regañó imitando mi pose y recostando los codos a las rodillas hasta que estuvimos a la misma altura—. No todo puede ser sobre mí. ¿Qué pasó? Observé sus ojos cafés por un largo rato. Lo único que podía pensar era en la expresión de odio de Amaia cuando malinterpretó todo por culpa de Aksel.

—¿Qué haces cuando sabes que vas a hacerle daño a alguien si estás a su alrededor? —solté como si la pregunta pesara. Frunció el ceño. —¿Quieres hacerle daño a esa persona? —Claro que no. —Entonces, ¿por qué tendrías miedo a dañar a alguien si no es lo que quieres hacer? —Porque soy el tipo de personas que lastima a todo el mundo. —A mí me has ayudado mucho. —Me refiero a cuando estoy demasiado tiempo cerca de alguien —dije con el beso de Halloween atormentando mis recuerdos—, cuando les toca ver otras cosas de mí. No respondió, solo me detalló. —¿Es Mia? —preguntó, finalmente. —¿Importa quién sea? El problema es el mismo. Sonrió fugazmente antes de asentir. —Tienes miedo a lastimarla. —Sé que lo haré. —¿Por qué? —Porque no soy capaz de lidiar conmigo mismo, ¿cómo alguien más podría hacerlo? —Queriendo. —No sabes de lo que hablas —dije incorporándome hasta recostar la espalda al banco y entrelazando las manos a la nuca—. Tú solo has visto al Nika que yo he querido que veas. —Puede ser, pero lo único que hace falta para no dañar a alguien, es no querer hacerlo —dijo con calma—. Si algo me ha enseñado esto es que la vida es más sencilla de lo que creemos, somos nosotros los que complicamos todo. Sus palabras se repitieron en mi cabeza, sentido tenían, pero no si añadías el pasado que arrastraba. No era solo cuestión de ganas, había mucho que se escapa de mi control y no podía contarle a nadie. Un movimiento a lo lejos desvió mi atención del rostro de Chloe. Tisha, desde la heladería, me saludaba con una sonrisa y le devolví el gesto. Señaló a su novia y luego a la entrada del lugar. —Creo que ya es su turno —dije apuntando a la rubia. Chloe se puso de pie y me observó, preocupada.

—¿No quieres pasar un rato con nosotras? —Odio el helado —mentí. —Puedes comer otra cosa. —Negué y terminó acercándose para dejar un beso en mi mejilla—. Como quieras. Dio media vuelta, pero regresó tras dos pasos. Se agachó y me miró directo a los ojos. —Haz lo que quieras, pero antes de pensar en el daño que puedes o no hacerle a Mia por estar cerca, valora si es esa la verdadera razón por la que quieres alejarla. —¿A qué te refieres? —Creo que ahora mismo tienes más miedo por ti que por ella. —Sigo sin entender –expresé alzando ambas cejas. —Si fuera miedo a dañarla, no estarías pensándolo tanto, tampoco buscando alternativas. Te alejarías y ya —dijo con gesto de una madre que intenta explicar algo demasiado simple a un pequeño—. Creo que temes más a salir lastimado que a lastimarla. —Eso no tiene sentido. —Lo tiene porque lastimarla está en tus manos, pero salir lastimado es algo que no puedes y jamás podrás controlar. Su sonrisa fue un golpe de realidad y su beso en mi frente como un chasquido para que terminara de despertar. Después de que Chloe desapareciera necesité subir a la moto y dejarme pensar durante el trayecto. Sus palabras solo me ayudaban a tener una excusa para acercarme a Amaia. Los enfrentamientos con Aksel y su petición de alejarme, me decían que retrocediera. Parecía una batalla conmigo mismo, lo era. Argumenté pros y contras en el viaje y terminé por entender que, incluso si temía a salir lastimado como decía Chloe o a joderle la vida a Amaia, no era capaz de vivir sabiendo que me odiaba o creía que aquel beso no había sido importante para mí. Podía demorar dos semanas discutiendo en mi mente, pero sabía que terminaría acercándome a ella e intentando solucionar el desastre en que nos encontrábamos. Algo problemático y mucho más inteligente de enmendar si empezaba lo antes posible. Ella me evadía. Ya no corría en dirección contraria al verme y resultaba gracioso, sino que evitaba mirarme como si yo no existiera y con razón.

Estaba haciendo lo que yo hice por semanas y, con el carácter que cargaba, no era una sorpresa. Si quería hablar tendría que buscar un lugar donde no estuviera medio instituto mirando y, al llegar a casa, encontré una oportunidad cuando vi dos mochilas desconocidas en el recibidor. Sophie y Amaia debían estar en el segundo piso con Aksel. Quizás, si estaba atento, podría pedirle un minuto para hablar sin que los otros se enteraran. Me dirigí a la cocina pensando qué decirle cuando, evidentemente, no quería ni verme a la cara y, en el camino, escuché voces provenientes de la habitación antes sellada. Me acerqué y reconocí la voz de Amaia, aunque no entendí lo que decía, supe que estaba acompañada. —¿Cuánto crees que cueste arreglar este lugar? —preguntó Sophie en voz baja. —Depende de hasta qué punto quieras arreglar. —Para arreglar y que luzca decente. —Mucho dinero —aseguró Amaia y recosté mi espalda a la pared para seguir escuchando. —¿Crees que les alcance? —cuestionó Sophie con tono preocupado—. Si no tienen dónde vivir tendrían que hacerlo aquí de todas formas. —Este juego de té es bueno —habló mi vecina—. La vajilla en la que comimos el día de la cena es aún mejor. Pueden haberle dado miles de dólares por esa, estoy segura. Entendí que debía estar hablando de la vajilla que mamá decidió vender para costear los arreglos básicos que faltaban por hacer, pero no entendía por qué hablaban del tema o sabían de su venta. —¿Crees que alcance para arreglar el lugar y vivir? Solo tienen un sueldo de asistente. Si Aksel y Nika son los que reparan y estudian, no tendrán tiempo para un trabajo extra —supuso, acertadamente, Sophie—. Quizás podemos ayudar en algo. —No tenemos dinero. —Lo que hicimos hoy cuenta como ayudar. Tuve que sonreír por el tono en que hablaban. No me gustaba pedir ayuda, no soportaba saber que la necesitábamos y aceptarla era casi imposible. Sin embargo, que Aksel tuviera amigas que se preocupaban por él, era bonito.

—Podemos decirle a Aksel que cuente con nosotras —dijo Amaia y, por un instante, quise ser yo la razón de que quisiera ayudar y no mi hermano. Quedaron en silencio con el sonido de la loza rozando una con otra. Estaban investigando la caja que contenía el juego de té. —Es hermosa. ¿Viste los detalles a mano? —preguntó Sophie. —Lo sé —susurró Amaia con lo que percibí como anhelo—. Mataría por tener algo así. —Para no usarlo. —Para tenerlo en una vitrina de exposición en mi habitación, así lo miraría antes de dormir y al levantar —confesó ignorando la burla de su amiga y soltando un largo suspiro—. Sería tan hermoso. —Tienes problemas serios. Tapé mi boca para no reír, habría dicho lo mismo que Sophie. Era extraña la obsesión que tenía Amaia con los objetos antiguos. —Genial, llegaste antes —dijo mi hermano sorprendiéndome al llegar desde el comedor—. Así puedo ponerme a estudiar con las chicas. Te toca limpiar. Ambas salieron al pasillo tras escuchar a Aksel y, aunque Sophie me saludó con una amplia sonrisa, Amaia ni alzó la vista y los tres se fueron al segundo piso. Me quedé en la sucia habitación con el juego de té que dejaran desorganizado y la extraña sensación en el estómago. Seguía sin tener idea de cómo acortar la distancia que yo mismo había marcado. Volví a guardar todo en su lugar y, por un momento, imaginé poder regalarle la vajilla. Su cumpleaños estaba cerca y se dibujaba como una bonita oportunidad. Habría sido posible si tuviera un trabajo y pudiera cubrir lo aquel juego de té nos proporcionaría. Me sentí mal por estar planificando darle algo material para compensar mi error. Necesitaba que me perdonara antes de inventar un plan para conseguir dinero y darle un regalo decente. A fin de cuentas, no tenía permiso de mi madre para regalar algo que no me pertenecía, ni el perdón de Amaia o el supuesto trabajo para cubrir el costo de la vajilla. Tenía que ir paso a paso y en lo que dejaba la habitación limpia solo hacía mirar el reloj para saber cuándo bajaría Amaia para intentar interceptarla. Fue tan larga la espera que terminé sentado al pie de la escalera.

Sophie fue la primera en irse. La despedí como si no estuviera vigilando a su amiga y, cuando supe que la pelinegra bajaría, me escondí para que pareciera una coincidencia que la abordara en el recibidor. Recogió su mochila sin percatarse de que estaba a su espalda. Tarareaba una canción que no reconocí y tuve que llenarme de valor para pronunciar su nombre antes de que abriera la puerta. Se congeló con la mano sobre la manija y esperé a que mirara atrás, no sucedió. —¿Crees que podamos hablar un momento? —insistí, consciente de que seguía sin conocer las palabras correctas para disculparme. Abrió la puerta y creí que se iría sin mirarme. En vez de eso, giró con una sonrisa artificial marcando sus suaves rasgos e hizo lo único que no esperaba. Me mostró el dedo corazón en gesto obsceno, como si eso le hiciera realmente feliz. —No tengo nada que hablar contigo. Me dio la espalda y desapareció dejándome con la réplica en los labios. Arreglar mi metida de pata sería más difícil de lo que había creído. ~❁ ✦ ❁~ Amaia ignoraba mis mensajes desde el sábado en que me animé a escribirle cuando la vi leyendo a mitad de la noche. La mañana del miércoles, cuando estuvimos en la entrada del instituto esperando por el inicio de sesión, le miré desde mi posición entre los chicos del equipo. En respuesta, cambió de lugar con Sophie y terminó dándome la espalda. Tenía que hablarle, pero no tendría la oportunidad a menos que la creara. No sería una misión bonita el acorralarla y podía terminar con desastrosas consecuencias. Lo único que me tranquilizaba era saber que no podía odiarme más de lo que yo lo hacía y no iba a perder mucho por intentar solucionar el problema en que me había metido. Al acabar la sesión matutina, salí a comer con tal de alejarme del permanente murmullo que caracterizaba al instituto. Estaba atravesando el parque para llegar a la panadería cuando vi algo que, en un principio, me costó entender. Primero, localicé a Victoria hablando con un chico de cabello rizado y piel morena. Estaban en uno de los caminos de la derecha y algo alejados.

Lo curioso fue que, por el mismo camino de piedra por donde yo iba, encontré a una chica de cabello castaño y lacio que llegaba hasta la cintura: Rosie. Permanecía en cuclillas y detrás de un arbusto que la ocultaba de la vista de los otros dos. Me acerqué sigilosamente a saludar y darle un susto. Cuando estuve a dos pasos, traté de poner mi voz más aterradora para murmurar: —¿Tu mejor amiga sabe que la vigilas? —¡No estoy vigilando a nadie! —chilló dando un brinco y cayéndose de culo al ver que estaba tan cerca. —¿De verdad la estás vigilando? —cuestioné sin poder creerlo, lo había dicho en broma. —¡Cállate, chismoso! —espetó, negándose a aceptar mi ayuda para ponerse de pie y pateando mi rodilla antes de mirar a su espalda para comprobar si nos habían visto—. No estoy vigilando a nadie. —Tú misma dijiste que lo estabas haciendo. —Pues es mentira —aseguró agachándose y tirando de mi brazo para que hiciera lo mismo. Quedamos igual de ridículos y ocultos detrás del arbusto. —Si es mentira que la espías —murmuré viendo que Victoria y el chico seguían ajenos a lo que hacíamos a escasos metros—, ¿por qué estamos escondidos y hablando en voz baja? Rosie abrió y cerró la boca varias veces. —Está bien —aceptó—, estoy espiándolos. —¿Por? De nuevo lució nerviosa y sin idea de qué responder. —No me gusta el chico —dijo frunciendo el ceño—. La conoció el sábado en la fiesta de Paul y ya la invitó a salir. —Te molesta que invitaran a salir a tu amiga —No me molesta que ella salga con alguien, para nada, qué tontería. — Rio nerviosa respondiendo algo que no había preguntado—. Es solo que resulta apresurado. —¿Apresurado que un chico invite a salir a una chica días después de haberle conocido en una fiesta? —ironicé. Miró a los lados luciendo fuera de lugar. —Sí, es sospechoso —reafirmó. —Que un chico invite a salir a tu amiga. —¡No!

—Que invite a salir a una chica que le gusta —me burlé ante su cara de susto. —Tú no entiendes nada —soltó de mala gana y se puso de pie cediendo a la presión—. ¡Vete a la mierda! Me pateó el trasero antes de irse en dirección contraria y perderse al instituto. Tuve que reír sin entender nada. Estaba claro que ocultaba algo, pero no tenía idea de a qué se debía el misterio. Volví al parque e incluso saludé a Victoria y al chico en el camino. Mi teléfono vibró y vi que tenía un mensaje de mi madre. Iba a abrirlo cuando alguien llamó por mi apellido. Era el profesor Lyon y pensé que me regañaría por salir del instituto, sin embargo, me abordó con la que debía ser una expresión amable. —Me alegra verte —dijo palmeando mi hombro. —Iba a regresar al... —Tranquilo —aseguró rebuscando en su bolsillo—. Hay algo que quería comentarte. Extendió una tarjeta y la identifiqué como la del propietario de la carpintería, el padre de Sophie. >>Es un buen amigo y está buscando un chico que trabaje en el horario de la tarde, sería un empleo a medio tiempo y creo que te vendría bien. —Pe-pero el instituto no termina hasta... —Puedo mover tus horarios y hablar con el director para que salgas un poco antes —explicó, sorprendiéndome. Miré de la tarjeta al profesor con su bigote perfecto y aquellos rasgos duros que jamás me habrían dejado pensar que se acordaría de mi problema con los horarios y el trabajo. —¿Es en serio? —pregunté, incapaz de agradecer. —Dije que me dejaras ayudarte —habló con seriedad—. No dejes que pase de mañana presentarte con mi amigo —sugirió antes de palmear mi hombro— y no faltes a las clases de la tarde. Quise dar las gracias o, al menos, asegurar que regresaría a tiempo, pero no pude. Simplemente lo dejé ir sin poder creer que tuviera la oportunidad de conseguir un trabajo. Si sucedía, podría pedirle a mamá que le regalara a Amaia el juego de té y yo repondría el dinero. Recordé que tenía un mensaje suyo en el chat familiar y lo leí: "La hija menor de la doctora está enferma y saldremos

antes del trabajo". "Estaré en casa". "Los amo". Leí más de diez veces el primer mensaje en lo que dejaba mi imaginación volar. Recordé a la señora Favreau y la conversación que tuvimos donde quedé en ayudar a su esposo a reemplazar las lunas de su negocio. La idea perfecta para orquestar el plan que me daría la oportunidad de hablar con Amaia acababa de aparecer. Si jugaba bien mis cartas aquel día terminaría perdonándome u odiándome a muerte.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola... ¿Cómo están? ¿Sobrevivieron la semana? Ya sabemos que Rosie y Vicky tendrán chismecito. Les interesa saber qué pasó con ellas? ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Ya no odian tanto al profesor Lyon? No sé de cuántas maneras les explicaré que la gente puede caer mal o ser estricta, pero eso no los hace malas personas. ¿Qué se siente leer desde la perspectiva de Nika cuando desde la de Mia la mayoría no quería que lo perdonara? 😂 El próximo capítulo solo puedo decir esto... Es un regalo que me hizo Isi, hace mucho, no sé su usuario por aquí. Igual es hermoso y lo llevo guardando para el próximo capítulo que, desde el punto de vista de Nika, tendrá otras connotaciones... ¿Saben de qué escena hablo? Sin saben, ya tienen un adelanto del próximo cap... Si quieren ver todos los fanarts, fondos y mil cosas hermosas que hacen las lectoras, Instagram es el mejor lugar. Chillo cada vez que me enseñan algo. No saben lo feliz que me hacen solo con decirme que algo les recordó a la novela... De momento, cuídense mucho.

Las quiero tanto que si les cuento no me creen. Gracias por preocuparse por mí esta semana, por apoyarme tanto... Se han ganado mi corazón. Besito con sabor al café que no me puedo tomar porque me lo prohibieron...

15_Una promesa   A @amahia_riveros que hace mucho me dijo que fue su capítulo favorito del primer libro y prometí dedicarle este, desde el punto de vista de Nika... Una promesa es una promesa, para mí y para él... Capítulo 15 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Tenderle una trampa para intentar que me perdonara no era la mejor idea del mundo, era la única que tenía. Al inicio, me pareció brillante y divertido. En lo que pasaban los minutos, más convencido estaba de que no sería fácil salir bien parado. Hice que perdiera el autobús, me llevara a la tienda de su padre y que él insistiera en que nos fuéramos juntos. Puse en juego todas mis habilidades con tal de detener la moto en medio de la carretera donde tendría una pequeña oportunidad de explicarme y esperar que me perdonara. —¿Pasó algo? —preguntó cuando apagué el motor. —¿Puedes bajarte? —¿Le pasa algo a la moto? —Su tono evidenciaba el miedo que le tenía al vehículo. Bajé con los nervios a flor de piel y sin tener muy claro el discurso que hace una hora ensayara. —Para nada —dije pensando que era mejor ir con la verdad por delante —. Solo quiero que hablemos. Su quijada se descolgó el entender mi sucia jugada. Miró a ambos lados entendiendo donde estábamos y terminó por verme entrecerrando los ojos. —Tengo que reconocerlo —dijo quitándose el casco de mala gana—, eres listo. Se deshizo de la sudadera que tanto trabajo costó que aceptara antes de subir a la motocicleta y tuve miedo que me tirara ambas cosas a la cara. En vez de eso, las lanzó contra la moto para verme como si quisiera sacarme los ojos. —Amaia, es solo hablar —dije, consciente de lo que costaría que quisiera escucharme.

—Hablar como mismo quería hablar Charles, ¿bajo sus términos? —No es lo mismo y lo sabes. —Yo no quería hablar con él y me hizo ir hasta su casa. Me tienes en el medio de la nada obligada a hablar cuando no quiero. No quería aceptarlo, pero tenía razón, no era muy distinto. —A Charles le diste la oportunidad, a mí ni eso. —¡Será porque no quiero! —exclamó rompiendo el tono calmado de la conversación. —Antes querías y yo... —¡Me importa bien poco lo que quieras! —gritó con ganas y me asustó —. No me da la gana de hablar contigo y no lo voy a hacer —zanjó antes de darme la espalda y empezar a caminar a paso apresurado. —¿Vas a caminar? —¿No me ves? —Son casi diez kilómetros —le recordé. —Vivo en Soleil, idiota, sé que son diez kilómetros —chilló moviendo los brazos sobre su cabeza y haciendo que contuviera la risa. No era gracioso. Mi penosa situación no lo era, jugar con ella tampoco y dejar que caminara por aquella carretera con la fina ropa que llevaba no era amable de mi parte. Si quería gritar, lo aguantaría, pero no me iría sin decir que había puesto todo de mí para que me perdonara. Tomé tres flores silvestres de color amarillo que crecían al borde de la carretera sin tener muchas ideas a mano y las guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón antes de correr hasta alcanzarla. —Lo siento, ¿vale? —dije al acomodarme a su paso. —No me importan tus disculpas —espetó. —¿Por qué no? Frenó en seco. —Por tu culpa tengo que caminar diez kilómetros hasta mi casa — reclamó apuntando a mi pecho con su diminuto dedo índice— y planeaste esto para obligarme a que hiciera lo que no quiero. —Solo quería conversar contigo. —¡Pero yo no quiero! —Solo quiero disculparme. —¡No me importa! ¡No quiero! ¡Punto final! —gritó hasta que su voz se quebró—. ¿No te enseñaron que no es no?

>>Hace dos semanas cuando dijiste que no tenías nada que hablar, yo respeté tu decisión. Tenía razón, estaba obligándola a hacer algo que no quería. Había sido un completo idiota cuando ella trató de solucionar la situación de manera madura. Merecía que me diera una patada en los huevos, no tenía dudas. —Tienes razón, también lo siento por eso —acepté entendiendo que lo mejor era pedirle perdón por ponerla en aquella situación y llevarla a casa. —¿Qué sientes? —Por obligarte a llevarme a la tienda de tu padre y detenerme aquí con tal de que me escucharas —dije sintiéndome peor que antes de que me odiara por ignorarla—. Solo quería disculparme por lo que pasó después de Halloween. No actué bien y no quería dejarlo así. —En Halloween no pasó nada. —¿De verdad puedes hacer como que no pasó nada? —Eso fue lo que hiciste, ¿no? —La realidad me golpeó con sus palabras —. Aunque ahora que lo pienso, lo que hiciste fue peor. Dejaste de hablarme. Efectivamente. —Lo siento, fue una estupidez. —Bloqueé su camino—. No estuve bien esos días... fueron... complicados. No tenía cómo explicarle que mi vida era una mierda. Quería pedir disculpas por ignorarla, pero mi justificación era que me había alejado porque no le convenía y lo mejor era que se mantuviera alejada. Era muy egoísta saberlo y, a la vez, querer su perdón. No se podía ser más patético. Me observó por largo rato, evaluando mi reacción antes de hablar: —¿Cuándo tienes días complicados ignoras a las personas que quieren hablar contigo? —Lo siento —repetí—. No era una tontería que habláramos sobre lo que... —Ya te dije que ese día no pasó nada. —Nos besamos —dije, sin entenderla—, ¿quieres olvidar eso? —Fue un beso y nada más. La gente se besa todos los días y no por eso tienen conversaciones o hay que analizarlo. Deberías saberlo con el desfile de chicas que tienes en tu vida.

Sus palabras calaron en mi pecho. Una vez más asumí que ella sentía lo mismo y que aquel beso había significado algo. Tenía que empezar a pensar antes de actuar. —Si quieres que lo olvidemos, así será —acepté, no seguiría presionándola—, pero igual quiero disculparme por lo idiota que fui. —Has sido tú estas semanas. ¿Estás pidiendo que te perdone por ser tú? —¿Me estás llamando idiota? —Me asombraba la naturalidad con que me insultaba. —Ya lo hice antes, ¿te sorprende? Tuve que sonreír al notar el cambio en su tono de voz. Era increíble y preocupante que solo eso variara mi humor. —¿Me perdonas? —insistí. —¿Me dejas ir a casa si te perdono? —Te llevó a casa si me perdonas. —Es un chantaje. —Te llevaré de igual forma, pero me evitaría el rogar tu perdón en medio de la carretera. —No quiero que ruegues —dijo poniendo los ojos en blanco y controlando una sonrisa. Intentó seguir caminando y volví a impedir que se escapara al cerrarle el paso. —Solo perdóname —imploré—. No es tan difícil, ¿sabes? La gente se equivoca constantemente. —Quítate de en medio —protestó cuando imité sus pasos intentando evadirme y estuvimos unos segundos moviéndonos en un baile ridículo—. ¡Tú ganas! —se rindió agarrándose el cabello y atrapando su labio superior entre los dientes—. Te perdono. —Estás mintiendo. —¿Cómo sabes que estoy mintiendo? —Cada vez que mientes o vas a decir algo que no te gusta muerdes tu labio superior. —No es cierto —refunfuñó, cruzándose de brazos. —Estás mintiendo y eso me fuerza a hacer lo único que queda por hacer. —Ya no estaba tan enojada, podía intentar hacerla reír. —¿Qué? —Suplicar de verdad.

Hinqué una rodilla en el suelo y sus ojos se abrieron tanto que casi suelto una carcajada. Antes de que me pusiera de rodillas, se había cubierto la cara. —¡Por favor, Nika! ¡Ponte de pie! —pidió con voz ahogada por sus palmas. —No, hasta que me perdones. —¡No se puede ser tan infantil! —protestó al tiempo que golpeaba con un pie sobre el suelo como niña pequeña e inquieta. —No puede ser tan difícil perdonar a alguien —insistí sin poder controlar una sonrisa que ella jamás vio. Separó los dedos para verme y pude notar su cara al rojo vivo. Compuse mi mejor expresión de animalito abandonado y quise creer que funcionó por la risa que escondió al volver a cubrir su rostro. —Ponte de pie, por lo que más quieras —suplicó. —Un perdón para un idiota, Mia —repetí tomando una de las flores que tenía en el bolsillo y ofreciéndosela. Descubrió sus ojos y se sorprendió al ver la flor. Miró al borde de la carretera y aproveché para ofrecerle una segunda que la dejó desconcertada. —¿De dónde las sacas? —cuestionó antes de mirar a mi espalda para descubrir que tenía una tercera flor en el bolsillo trasero. Le ofrecí las tres y las agité frente a su rostro que seguía de un ligero color carmesí. —¿Un perdón? Entrecerró los ojos y valoró la respuesta. Unas graciosas arrugas se formaban a los lados de su nariz cuando hacía eso y esperé en silencio con todas mis esperanzas en tres flores silvestres. —Manipulaste a medio Soleil para esto. ¿Cómo lo hiciste? —¿De verdad quieres saberlo? —Intenté sonar interesante. —Dime que mi hermana no está enferma por tu culpa y estoy tranquila. —Claro que no —dije, riendo—, solo aproveché las circunstancias Terminó aceptando las flores y las hizo girar en su mano. Lo consideré un avance. —Te perdono si me explicas por qué te comportaste así —especificó rozando las flores con su nariz y sin despegar sus ojos azules de los míos. Definitivamente era un avance, pero las explicaciones no eran lo mío y, al levantarme, los nervios me llevaron a querer ocupar las manos con un

cigarrillo. No me dejó encenderlo, lo quitó de mis labios y repitió la acción cuando quise encender un segundo. —¿De verdad vamos a hacer esto? —Estás pidiendo que te perdone así que responde —demandó—. No es tan complicado. No tenía cómo contestarle sin soltar un montón de mentiras. —Mi vida no es sencilla —dije sin poder armar algo mejor—. Quizás para ti sea fácil, pero no es igual para todos. No espero que puedas entenderlo y es todo lo que diré. Temí que, tras una respuesta tan escueta, se negara a disculparme. —Te entiendo, tampoco es tan difícil —dijo, sorprendiéndome y devolviendo los cigarrillos—. Por cierto, no necesitaba que te disculparas. —Me comporté como un idiota. —Pareces que eres así. —Tembló debido a la brisa y terminó abrazándose—. No te disculpes por ser tú. —Muy graciosa, pulgarcita. —Tendría que empezar a ver como algo normal que me llamara idiota—. Vámonos antes de que te congeles. Habíamos caminado bastante y el regreso hasta la moto tomó un par de minutos en silencio. —No deberías fumar —señaló cuando daba una calada. —Ahora que eres mi amiga, ¿te pondrás a darme charlas? —¿Quién dijo que somos amigos? De nuevo estaba a la defensiva. —¿Somos algo más que eso? —cuestioné, queriendo molestarle. —No somos amigos, mucho menos algo más. —Eso duele. —Fingí dolor al agarrarme el pecho. —Es la verdad. —Entonces, ¿qué somos? —quise saber. —Vecinos y compañeros de instituto. Eres el hermano de Aksel. —Y mi hermano, ¿es tu amigo? —Claro. Los celos me abrasaron con la seguridad de su respuesta. Me molestaba que Aksel fuera tan importante para ella y yo solo un idiota. —¿Se lo ha ganado? —Quise sonar casual. —Ser amigo no es algo que se gane, solo sucede. No es una competencia. —¿Significa que todavía tengo oportunidad de ser tu amigo? Se detuvo y me miró con seriedad.

—¿Qué demonios está mal contigo? —No entiendo a qué te refieres. Había demasiadas cosas mal conmigo. —Hace una semana ni me devolvías los buenos días y ahora me persigues, te disculpas y ¿quieres ser mi amigo? —No le des tantas vueltas —pedí con ganas de que lo dejara atrás—. A veces soy un imbécil y me comporto como tal, sé disculparme por ello. —Pues bien. Si quieres que seamos amigos trata de no volver a ignorarme, es de mala educación —sentenció antes de seguir caminando en completo silencio. Contemplé su bonito perfil en lo que avanzábamos. No podía ser el tipo que un segundo le hablaba y al siguiente decidía que era mejor alejarse. Tenía que tomar una decisión sin temor a lastimarla o salir lastimado. Acababa de pedir su perdón y, aparentemente, lo había conseguido. Ser su amigo no era precisamente lo que deseaba, pero si era todo lo que podía ser, lo sería. —Lo prometo. —¿Qué cosa? —preguntó, confundida, cuando llegamos a la moto —Lo de no volver a ignorarte —puntualicé recordando que estaba en mis manos el lastimarla, como bien dijera Chloe. —Las promesas no son lo mío —dijo bajando la mirada—. Puedes ahorrártelas. —Para mí, son algo importante. Me observó y supe que estaba escogiendo no creerme con tal de no decepcionarse, pero las promesas no eran solo palabras para mí. Solo había hecho dos. La que acababa de pronunciar y la que me hice el día del velorio de mi hermana: no dejar que mi padre volviera a terminar con la vida de alguien que amaba. Daría la mía antes de romper cualquiera de esas dos promesas. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola... Sé que esta es una escena que conocían al completo, pero es demasiado importante para Nika y para las decisiones que tomó durante todo el libro... Sobre todo porque este es el capítulo donde comienza su cambio debido a la decisión que tomó de no querer lastimar a Mia...

No me extiendo. Me cuentan qué les pareció... Por otro lado, no voy a mentir. No estoy nada bien de salud, al punto que he tenido que dejar de trabajar y por los próximos tres meses estaré muy concentrada en recuperarme y mil cosas que no explicaré, pero que incluyen medicamentos y tratamientos a los que me tendré que ir acostumbrando. Mi vida va a cambiar mucho, pero aprenderé a vivir con ello. Siempre trataré de actualizar una vez por semana, sin falta, es mi reto sin presión y lo que me hace sentir feliz. Quizás no esté tan activa en redes sociales, pero se sobrevivirá... Todo pasa y esto no será la excepción... Solo tengan paciencia y siempre por Twitter o Instagram le doy más detalles. Besitos. Las quiero mucho. Cuídense y nos leemos... Sus comentarios son lo más lindo después del trabajo que me ha costado editar este capítulo.

16_Un beso en mi mejilla   Capítulo 16 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ El sábado a primera hora estuve con Aksel en la carpintería que me indicara el profesor Lyon, conocíamos el lugar. Llegué, emocionado, creyendo que conseguiría un trabajo, pero fue demasiado tarde. El padre de Sophie contrató a alguien el día anterior y era imposible permitirse otro empleado. Su hija, que casualmente estaba esa mañana, propuso ayudarme hablando con los padres de su novio que tenían un negocio de transporte de mercancía. Le agradecí y terminé contándole a ella y Aksel la idea de regalarle a Mia el juego de té, algo que hablara con mamá el día anterior. Al instante, Sophie se puso el doble de insistente con su suegro y mi hermano se ofreció a ayudar, que también trabajaría para sustituir el dinero que representaría no vender la vajilla. No quise negarme abiertamente a su ofrecimiento porque se empecinaría como el niño pequeño que era. Esperé a quedarme a solas con Sophie y la convencí de que dijera que solo había un puesto de trabajo con su suegro. Terminó aceptando cuando le expliqué que, si yo trabajaba, él tenía que hacerle compañía a nuestra madre y tendría tiempo nulo para estudiar o ayudar a Mia. Sophie accedió a ser mi cómplice y guardar el secreto. Engañamos a Aksel y, antes de que terminará el fin de semana, tenía un trabajo asegurado de lunes a jueves en las tardes cargando mercancías en camiones. Pedí los viernes libres en un justo acuerdo, sería el día en que tendríamos las malditas sesiones de terapia. Solo quedaba ajustar mis horarios en el instituto para salir dos horas antes y no perder ninguna clase. El profesor Lyon me ayudó y, con ello, terminó ganándose mi respeto. Fue el que nos castigó injustamente en aquel laboratorio, pero también demostró ser una buena persona y, aunque no pude agradecerle, tendría eternamente mi gratitud.

El panorama empezaba a pintar demasiado bien cuando me informaron que el único turno de Historia del Arte en que podían ubicarme era el viernes antes del final de jornada matutina. El mismo que tenía Amaia, algo que sabía debido a lo fácil de seguir que era su horario si ponías atención suficiente. Me costó no sonreír cuando me vio con ojos asombrados mientras el profesor me presentaba a la clase. El único pupitre libre estaba detrás de ella y no pareció molesta cuando pasé por su lado a tomar asiento. Pasé el turno entretenido en como su cabello, crecido con el corte irregular, se acomodaba en la base de su cuello. Estaba seguro de que lo había cortado ella misma. Negro azabache, hacía contraste con la pálida piel de su espalda y podía contar las diminutas pecas sobre sus hombros. Al sonar el timbre de final de sesión me acerqué a hablarle: —Pensé que te molestaría que me cambiaran a esta clase, ya veo que no. Presionó sus labios después de guardar libros y cuadernos en su mochila. —No entiendo por qué tendría que molestarme. Hasta el otro día, me ignorabas y no me afectó en lo más mínimo. —Si fuera así, no te encargarías de recordarme que te ignoraba. — Sostuvo la respiración—. ¿Te molestó perder mi atención? —bromeé. —Si vas a hablar estupideces, mejor me voy. Se puso de pie y acto reflejo le tomé de la muñeca. Siempre tomaba mal mis chistes, seguía sin entender cómo no captaba que solo intentaba molestarla. —Era una broma. No te tomes todo tan a pecho. Me observó con esa expresión que me derretía. Estaba allí, pero lucía lejana y pensando en algo que habría matado por saber. —Deberías escoger mejor tus bromas —dijo antes de cortar nuestro contacto y volviendo a su pupitre. —Si me conocieras, sabrías cuando estoy bromeando y no te enfadarías tan fácil. —No me enfadé —alegó con voz temblorosa. —Mentir no es uno de tus defectos, queda claro. —Tú no conoces nada de mí y yo tampoco de ti —dijo poniéndose a la defensiva, como de costumbre—. ¿Podrías dejar de actuar como si lo supieras todo?

Me encogí de hombros. No podía estar más equivocada. —No creo que lo sepa todo, pero soy observador y tú eres divertida de observar. —Lo que buscas es el circo y ese no pasa por Soleil desde hace años. —No te estoy agrediendo, Amaia —dije sin lograr entender por qué actuaba de aquella manera cada vez que conversábamos—. No tienes que sentirte atacada —agregué, intentando tranquilizarle. —Entonces, ¿cuál es el punto de esta conversación? —soltó de mala gana. Estaba en lo cierto, no la conocía. Creía que Mia tenía la vida perfecta y feliz, pero algo había sucedido con ella para que se comportara como un erizo, exponiendo las espinas a la mínima señal de peligro. Lo mejor era mostrarse calmado. —Se supone que somos amigos, ¿no? Estamos conversando y conociéndonos. —¿Se supone que así nos estamos conociendo? —cuestionó, señalándonos alternativamente—. No respondes ni una de mis preguntas. —Puedes preguntarme lo que quieras —dije, queriendo que se sintiera en confianza y supiera que no quería atacarla—, soy todo oídos. Puso cara de no creerme, pero igual preguntó: —¿Qué pasó esos días que dejaste de hablarme? —A esa pregunta ya le di una respuesta. —Perfecto. —Rodó los ojos sabiendo que no lograría nada más—. ¿Por qué te han cambiado a esta clase? —El profesor Boucher, entre lunes y jueves, solo tiene turnos de tarde y tengo cosas que hacer. Me tuvo que poner en uno de la mañana. —¿Casualmente en el mío? —Las casualidades no existen, pequeña Amaia. Pensar que el destino era quien nos juntaba, me gustaba. —¿Le pediste estar en mi clase? El tono de su voz resultó tan dulce que quise decir que sí, pero no quería mentir o quedar como un acosador. —Es divertido como crees que todo gira a tu alrededor. —Sus mejillas se tornaron rosa—. La única clase de la mañana, es esta. Tranquila, no te estoy acosando. Su cara pasó del bonito sonrosado al rojo carmesí, incluso su cuello y hombros cambiaron de color y me arrepentí de seguir molestándola cuando

ella era incapaz de entender mis intenciones al hacerlo. Necesitaba aprender a demostrar que me gustaba sin hacerla quedar en ridículo cada dos minutos. —Entonces, no querías tomar turnos de tarde —observó sin recuperar su color natural o poder mirarme a los ojos—. ¿Estarás ocupado? —Tengo asuntos que atender en las tardes y después del horario escolar. —¿Asuntos? —Cosas de chico, Amaia. —¿Cosas de chicos? —Sí, como cosas de chicas. Cosas que no se preguntan. —Si vas a verte con Chloe o con otra, no tienes que jugar al galán misterioso —dijo con falso desinterés. ¿Estaba celosa? Una extraña sensación se concentró en mi estómago al valorar la posibilidad, una que jamás había sentido y quise explorar. —Tienes razón —mentí, analizando sus reacciones—. Si quiero que seamos amigos puedo decirte lo que hago. Entre otras cosas, estaré viendo a Chloe en las tardes, me atrapaste. Rascó su nariz en gesto incómodo antes de fingir una sonrisa. Le molestaba, no tenía dudas. —Eres bastante obvio, la verdad —murmuró. —Quizás me lees con facilidad —dije inclinándome y acortando la distancia entre nosotros. Por unos segundos me deleité con el aroma de su perfume y casi pude contar las diminutas pecas que salpicaban sus mejillas. Se alejó automáticamente. >>¿Por qué tan interesada en lo que hago en las tardes? —quise saber con el pecho lleno de ilusiones que no entendía de dónde habían salido. —Solo quería pedirte un favor —dijo, recobrando su color natural, pero viéndose incómoda—. La semana siguiente tenemos que ir a recoger los programas universitarios. Mis ilusiones desaparecieron con el último estudiante del salón que cerró la puerta en ese instante. —Lo sé, a la oficina que está al norte. Lo que no entiendo es qué necesitas pedirme. Jugueteó nerviosa con sus manos. —Solo Sophie, Aksel y tú saben de mi aplicación universitaria.

—¿Cuál aplicación? —No te hagas el inocente —zanjó con el tono decidido que la caracterizaba—. Sabes que estoy optando por Contabilidad y Finanzas o no habrías hecho el chiste para molestarme en aquella cena. —Culpable —acepté, sonriendo. —¿Cómo lo supiste? —¿Siempre preguntas tantas cosas? No era normal ser tan curiosa. —Responde —exigió. —Tenía que ver a la señorita Morel ese día. Tengo la mala costumbre de entrar a los lugares sin tocar antes. —¿Y de escuchar detrás de las puertas? —¿Me estás llamando metiche? Volvió a rodar los ojos. Empezaba a entender que jamás pararía de tomarle el pelo. —El punto es que sabes y quería pedirte que me llevaras a recoger mis programas. —Y, ¿no puede llevarte nadie más? —Dax no sabe y no es momento de contarle —dijo, desviando la vista a la ventana—. No tengo para el taxi y es demasiado lejos. No se lo puedo pedir a mi madre. —Sería una muy buena solución a tu problema real. —¿Mi problema real? Era increíble que no lo viera. —Tu problema no es que necesitas que te lleven a recoger los programas, es que no le has contado la verdad a tus padres. Los problemas se cortan de raíz o seguirán creando conflictos. Atrapó su labio superior y frunció el ceño sabiendo que tenía razón. —Es cierto, pero ahora no voy a solucionarlo. —Estaba escapando por la tangente—. Solo quería saber si podías llevarme. —Según tú, no somos amigos. ¿Le pides favores a personas que no conoces bien? —Puedes, ¿o no? —preguntó sin caer en mis provocaciones. —¿Es después de las siete? La primera semana de trabajo solo tendría que quedarme hasta esa hora. —De hecho, necesitaría ir el último día con tal de que no haya nadie. No quiero arriesgarme con los chismosos de Soleil.

—¿El viernes? —Me revolví en el asiento sin saber qué inventar. Era el día que tendríamos terapia con su madre y el terror de que lo descubriera se abrió ante mis ojos, el de que conociera mi pasado—. El viernes no puedo. —¿Chloe? —supuso alzando las cejas y esperando una respuesta. —No. —¿Qué hay el viernes que no puedes? —Tengo cosas que hacer con mi madre. Es algo importante para ella — dije, mirando hacia la ventana e imaginando que Amaia supiera de lo que huíamos y el peligro que significaba estar cerca de alguien como yo. Seguramente saldría corriendo. El miedo hizo que mi ritmo cardiaco se elevara y tuve que controlarme para que no se notara en mi respiración. —No hay problema. Buscaré otra solución o terminaré contándole a Dax —dijo con una sonrisa comprensiva que alivió mis palpitaciones—. Creo que mejor voy a almorzar, Sophie debe estar esperándome. La volví a tomar de la muñeca para evitar que se fuera. No quería que se alejara, tampoco perder la oportunidad de pasar tiempo con ella o ayudarla. Algo me decía que debía aprovechar mientras no me rechazara, hasta que, irremediablemente, Amaia entendiera que no era sano estar cerca de alguien como yo. Me sentí egoísta, pero decidido a dar lo mejor de mí para permanecer a su lado de la manera en que ella escogiera. —Puedo llevarte el jueves, pero tarde, cuando falten minutos para cerrar. Pediría permiso en el nuevo trabajo, trabajaría dos fines de semana si era necesario, pero la llevaría. —Dijiste que estarías ocupado de lunes a jueves —recordó en voz baja. —Puedo acomodar mi horario. —¿Tu novia no se enfadará? No tenía idea de a qué novia se refería y tampoco palabras para pedirle que me explicara o responderle. —Acomodaré mi horario —repetí y eso hizo que una pequeña sonrisa se extendiera en sus labios y me dejara incapaz de moverme. —Me quedaré en casa de Sophie ese día. —Entonces, mañana te confirmo la hora. Me observó como si estuviera viéndome por primera vez y cuando un delicado agradecimiento salió de sus labios creí que jamás podría salir de aquel hechizo en que su voz lograba ponerme.

Se adelantó y besó mi mejilla, justo encima del pómulo. El calor se expandió de ese lugar al resto de mi cuerpo en lo que me daba la espalda y salía del salón para dejarme atónito. ¿Cómo demonios me movía después de eso? ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, champiñones... La historia de como pasaron de mis lectoras a champiñones está en Twitter. No me extiendo, pero a partir de ahora son champiñones y si se portan mal serán "hongos del demonio"... Además de eso, está fue una semana intensa. Estoy en recuperación, pero no tengo como agradecer el apoyo que me han dado de todas las maneras posibles. Las amo. Gracias. Por otra parte, la escena de la conversación que leyeron me parecía muy importante para no darla. El próximo capítulo será sobre ese viaje que jamás se vio en el primer libro y saben que después de eso viene el cumpleaños de Mia y bueno... Vienen cosas... Vamos a ver si hay sorpresa la semana siguiente. Estamos cerca de los 2 millones de leídas en el primer libro. Nadie sabe... De momento, nos leemos por Twitter. Esta semana pienso escribir mucho. Cuídense...

17_Ella   Capítulo 17 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Al ser mi primera semana de trabajo no supe cómo pude salir antes de tiempo el jueves, pero lo hice. Mi jefe parecía tener compresión extra al ser recomendado por la novia de su hijo. Dijo que podía hacer media jornada si trabajaba el sábado. Acepté porque pagaría horas extra y no era algo de lo que pudiera quejarme. Acordé el encuentro con Amaia y quedamos en que esperaría fuera del instituto. Por alguna razón, mientras más se acercaba el día, más nervioso me ponía. No era una cita, pero lo sentía como tal y jamás había tenido una, no de manera convencional. Era la primera vez que me atraía una chica de aquella manera y no tenía idea si el sentimiento era mutuo. Por muchas señales que viera, terminaba encontrando razones por las que podría estar malinterpretando. Nos besamos y tras mi metida de pata, habíamos retrocedido; sobre todo, porque ella quiso ignorarlo. El jueves, estuve cargando cajas a los camiones sin prestar mucha atención y me inquietaba con cada segundo que pasaba sabiendo que la vería o calculando el momento de salida para que no tuviera que esperar más de una hora por mí. Los escenarios y temas de conversación pasaban por mi mente en lo que conducía camino al instituto. Los falsos intercambios se movían a la perfección en mi cabeza; algo que, por experiencia, sabía que no sucedería como lo planeaba. Siempre que la tenía cerca terminaba intentando molestar y ella se enojaba. La encontré sentada al pie de la escalera de la entrada, en el mismo lugar que aquel día conversamos antes de ir a casa del principito valiente. —Pensé que me dejarías tirada —dijo extendiendo la mano para que le alcanzara el casco cuando frené frente a ella.

No le había visto en todo el día. Llevaba el cabello recogido en una diminuta coleta que no podía contenerlo, lucía despeinada. Reconocía las botas y los vaqueros de su habitual atuendo y una fina camiseta de manga corta, a pesar de que empezaba a refrescar en Soleil. —¿Nunca usas abrigo? —No. Siempre los olvido o los pierdo. —Torció la boca en gesto aburrido—. Creo que sabes eso. Impedí que se colocara el casco. —Imaginé que no traerías. —Rebusqué en la mochila que acababa de pasar a mi pecho—. Ponte esto. —Miró la sudadera que le ofrecía como si no entendiera la situación—. Está limpia si es lo que te preocupa. Terminó por aceptarla. —No es eso, solo que ya tengo dos de esas en mi casa —dijo poniéndosela y terminando más despeinada—. Algún día tendré que devolvértelas. —Interesante. Parece que quieres dejarme sin ropa, pulgarcita —bromeé y se puso tan roja como el ladrillo exterior del instituto. —Vámonos o cerrarán —dijo, fingiendo no haberme escuchado y subiendo a la moto. Una vez más no se agarró correctamente y mantenía la distancia entre nuestros cuerpos como si pegarse a mí significara contraer una enfermedad. —Tengo que recordarte lo que pasaría si caes de la moto —la asusté logrando que se tensara y abrazara mi cintura. Sonreí disfrutando su calidez y me puse en marcha. El viaje tomó casi una hora y cuando llegamos al lugar, estaba vacío. No era más que una oficina en un edificio apartado al norte de la ciudad donde trabajaban dos mujeres que estaban a punto de irse. Nos miraron con mala cara al ver que les sorprendíamos saliendo diez minutos antes de la hora de cierre. La que nos atendió reprendió a Mia por venir a esa hora y noté lo que le incomodaba la situación, más cuando tuvo que explicar que estaba ahí para recoger los programas de carreras tan distintas. La manera en que ocultaba el asunto creaba más preguntas que moría por hacer. Por muchas vueltas que le diera, no entendía por qué tantos secretos con algo tan sencillo como no saber escoger entre dos carreras. A la mayoría le sucedía.

La mujer nos indicó que buscáramos en unos viejos archiveros las fichas que correspondía a Amaia en cada universidad. Era un método obsoleto, como en las viejas bibliotecas. Consistía en encontrar su nombre en pequeños cajones marcados por las distintas carreras y repletos de tarjetas que venían con un código. De esa forma, la encargada podría buscar los expedientes en el almacén del fondo. Bufé antes la larga gaveta que correspondía a Contabilidad y Finanzas en lo que ella se ocupaba de encontrar su nombre en la de Historia del Arte. —Si te molesta, puedes esperar afuera. —No levantó la vista de las tarjetas que pasaba a toda velocidad—. Puedo buscar sola. —No es eso —aseguré, abriendo mi gaveta y entendiendo que ni alfabéticamente estaban ordenadas—. No entiendo cómo pueden usar un sistema tan viejo. —¿Cómo hacen en Prakt? —El programa te llega al correo. —¿A tu casa? —Al correo electrónico —dije sin creer que preguntara. —Estás en un pueblo en medio del continente —explicó, viéndome de reojo—. Aquí las cosas son distintas y se almacenan en papel los expedientes de cada estudiante por muchos años. —Perdida de tiempo —murmuré. Las empleadas no paraban de lanzarnos miradas envenenadas—. Y de dinero en empleos que no deberían existir. —Cada cual obtiene un programa de estudios distinto —intentó justificar —. Yo aplico a una beca, mi examen es más complejo que el de otros y ellas deben rectificar que, por mi desempeño escolar, puedo optar por cada universidad. —Esto no tiene ningún sentido, podría estar todo digital y... ¿Qué haces? —pregunté cuando, tras cerrar la gaveta en que había estado buscando, se acercó a la mía. —Ya tengo una —dijo mostrando los datos anotados en una hoja de papel—, necesito la otra y eres lento, además, te quejas mucho. Sonrió de medio lado y se puso a buscar de atrás hacia delante sin prestarle atención a que acababa de invadir mi espacio personal. Pasaba las tarjetas entre sus dedos con extrema facilidad y su brazo casi rozaba el mío que iba descubierto por la sudadera remangada.

Una exquisita sensación inundaba mi cuerpo cuando ella estaba cerca, se sentía en el pecho y me invitaba detallarle. Su cabello seguía desordenado y varios mechones se deslizaba cubriendo su rostro concentrado en la labor. Mis manos seguían estáticas en las primeras tarjetas y ella se acercaba cada vez más sin darse cuenta. El olor de su perfume se arremolinó trayendo recuerdos de la noche de Halloween y mis dedos escocieron con ansias de acomodar el cabello detrás de su oreja para acercarme a susurrarle lo que estaba recordando y las ganas que tenía de repetirlo. —¡Aquí está! —exclamó, haciéndome despertar de la fantasía—. Si hubiese sido por ti, nos quedábamos hasta mañana —reclamó, anotando los datos e ignorante de lo que yo había estado pensando y del terrible error que estuve a punto de cometer. No tenía idea de cómo se sentía, no podía coquetear o intentar seducirla. Se suponía que éramos amigos o intentábamos serlo. Por suerte, las mujeres encontraron los expedientes y veinte minutos después estábamos en la calle. El aire fresco y la distancia convencional ayudaban cuando estaba a su alrededor. —¿Quieres un helado? —ofreció mirando un pequeño negocio en la acera opuesta a donde estaba parqueada la moto. Negué, aunque el helado fuera de mis placeres preferidos. —No me gusta —mentí porque no tenía dinero para pagar ni el mío. —Yo invito, puede ser el pago por tus servicios. —No me gusta. Me daba pena que pagara el de ambos y subí a la moto para cortar la conversación. —Eres raro. —Hizo una mueca graciosa—. ¿A quién no le gusta el helado? —A mí —dije apartando la mirada y encendiendo el motor. No dijo nada, pero noté como frunció el ceño por mi actitud antes de subir al vehículo con mayor confianza. —Vamos a ir por la carretera secundaria —comenté en lo que se ponía el casco—. No queremos que tus padres se asomen por la ventana y se enteren de que andas en la moto del vecino en vez de en casa de Sophie. Sonrió como si no acabara de suceder algo muy incómodo con el helado y abrazó mi cintura con naturalidad.

—Me parece genial. Por cierto, ¿conoces el parque abandonado que está en esa vía? —Negué y palmeó mi abdomen—. Entonces deberíamos pasar a que lo conozcas. No respondí, pero mi cerebro solo hacía conexiones en las que aquello era una invitación a pasar tiempo juntos cuando ya le había hecho el favor que pidiera. ¿Querría pasar tiempo conmigo? Emprendimos camino y el viaje se hizo corto a pesar de la distancia y que el sol no terminaba de esconderse cuando Mia pellizcó mi costado y señaló una entrada casi imperceptible a la derecha de la angosta carretera. Un arco devorado por la hiedra y el pasto, daba entrada a un largo camino de piedra que, en su momento, debía haber estado decorado por la pérgola que nos cubría y hermosas enredaderas que crearan un techo natural. Sin embargo, en ese instante, parecía un túnel oscuro al infierno, cubierto por moho y hierba seca. Mia protestó porque me adentré a baja velocidad en vez de detener la moto y caminar, pero no paré hasta el final del túnel que terminaba en un extraño espacio circular bordeado por bancos de piedra. Nos bajamos y en lo que se deshacía del casco, quedé sorprendido por el lugar. No era grande y, por alguna razón, me recordaba a un pequeño coliseo con los asientos enfocados al centro donde tendría lugar la representación de una obra teatral o una pelea a muerte. Estaba claro que nadie pasaba por allí desde hace mucho. La hiedra y otras plantas trepadoras se abrieron camino cubriendo el suelo, los bancos y lo que descubrí como una escalera que bajaba por lo que casi parecía un barranco. —Ten cuidado —advirtió cuando estaba a punto de bajar la escalera para comprobar que abajo había un río—. Es peligroso por los desprendimientos de tierra. —¿Los qué? —La zona no es segura. —Señaló el suelo—. La escalera ya no debe usarse, hay partes rotas y solo tu peso podría provocar un deslave. Miré lo que señalaba y encontré los escalones desaparecidos internándose en el bosque. Al observar a detalle, noté las fallas en lo que vi como un simple espacio circular al llegar. El suelo de granito antiguo estaba quebrado. Grandes

grietas se escondían bajo la hiedra y la maleza. Un par de bancos de mármol estaban partidos por la mitad. —¿Qué demonios pasó aquí? —cuestioné, caminando con cautela en dirección a la moto y con ganas de salir huyendo. —No montes un drama —se burló, agarrando una rama del suelo y usándola como escoba improvisada para limpiar uno de los bancos—. Es una zona que ya no se usa, nadie viene porque en algún momento colapsará y terminará desapareciendo. —Entonces, ¿qué hacemos aquí? —Dudaba que fuera seguro tomar asiento en aquel banco. —No pasa nada —aseguró, cruzando las piernas y adoptando una pose de mariposa—. Es un lugar que no existirá dentro de diez años, hay que disfrutarlo mientras se pueda. —¿Te das cuenta de que estás sentada sobre una grieta de casi diez centímetros y que la tierra bajo nuestros pies podría fallar en cualquier momento? —Fui yo quien te explicó que eso podía pasar —dijo, escéptica, alzando una ceja. —Justo por eso —puntualicé sin creer que estuviera sentada tan tranquila y esperando que yo hiciera lo mismo. Se encogió de hombros. —Me gusta el lugar. Era bonito y acogedor. Si olvidabas que podía ser una trampa mortal, era entendible que resultara atractivo. Los árboles se mantenían rodeando el lugar con las raíces expuestas a pesar de lo accidentado del terreno. Solo el túnel de entrada era oscuro y tenebroso. En el pequeño círculo caía la luz naranja del atardecer de una forma casi mágica por su posición estratégica. El sonido del agua, a los lejos, te zambullía en el ambiente húmedo y tranquilo que invitaba a tomar asiento y respirar el aire fresco en silencio. —¿Qué es este lugar? —Es casi tan antiguo como tu casa —explicó con una media sonrisa y mirando a todos lados—. Fue construido años después y es posible que lo hiciera alguien de tu familia. Dudaba mucho que fuera cierto, pero no conocía nada de aquel pueblo o de los ancestrales Bakker.

—Pues mi familia no sabía dónde construir parques para pasar el rato. —No era solo un parque. —Palmeó el espacio a su lado para que me sentara—. El parque está abajo junto al río y en perfectas condiciones. —Y, ¿esto qué es? —cuestioné, señalando el círculo y caminando con cuidado hasta ella. —Aquí se representaban obras de teatro. —Señaló los asientos y comprobó parte de mi teoría—. Debajo de esa mugre está uno de los más espectaculares mosaicos del continente —añadió, viendo a nuestros pies y haciendo un gesto de lástima—. Bueno, estaba. El suelo quebrado escondía bajo el moho lo que se asemejaba a los mosaicos que decoraban la mansión por cualquier lugar. Podía apostar que había sido algo colorido. —¿Cómo dejaron que se destruyera algo así? —La alcaldía no quiere dedicar dinero a mantener un lugar en medio de la nada —dijo tras un largo suspiro—. Supongo que solo a los tontos les importan los lugares así. La manera que se quedó viendo la pérgola siniestra me hizo observarla con el mismo cariño que ella acababa de demostrar por el lugar. —¿Te gusta esto? —Hizo un sonido afirmativo desde su garganta—. ¿Tanto como la mansión? —Repitió la acción y me perdí en las pecas que adornaban su mejilla y la bonita línea que dibujaba su perfil bajo la luz del atardecer—. ¿Por qué? Me miró, sin entender. >>¿Por qué te gustan los lugares así? —aclaré, deseoso por conocer. —¿Antiguos? Asentí y arrugó la nariz como si no tuviera idea de que fuera una pregunta válida y, para mí, todo de ella resultaba más interesante a cada segundo. Se abrazó a sí misma antes de contestar: —Crecí con una mansión en la propiedad vecina y en medio de la nada. No tenía amigos y los pocos conocidos estaban en el centro de Soleil. —Se mordió el labio superior y supe que lo hacía por incomodidad—. Nunca pude jugar como hacían los demás, me quedaba mi imaginación y poco más. —¿Y Sophie? —Nos conocimos en el instituto, a los doce años —explicó con una media sonrisa—. Crecí creyendo que algún día podría ser dueña de la

mansión, que para mí era un castillo. Repararla y vivir en ella para cumplir el sueño de ser una princesa. Incluso quise que mis padres la compraran. Sonreí por el suave sonido de su risa y su inocencia infantil. La imaginaba corriendo por los pasillos de la mansión con el cabello largo balanceándose por su espalda y, por un segundo, deseé haber estado en su vida cuando ambos éramos igual de inocentes. —¿Era solo por eso? —quise saber—. ¿Te enamoró la mansión porque querías ser una princesa? Recostó la mejilla a su mano y me observó con sus enormes ojos azules. —Al principio sí. Por desgracia, la mayoría de las chicas crecemos queriendo ser princesas e imaginamos escenarios donde el príncipe azul nos salva de un terrible monstruo y es capaz de dar la vida por amor. —¿No crees que alguien sea capaz de dar la vida por amor? —No creo en príncipes ni salvaciones —dijo con seguridad—. En la vida real los príncipes terminan siendo monstruos y no necesité de uno para hacer que la alcaldía declarara patrimonio la mansión, necesité un abogado y la ayuda de mis padres. Su media sonrisa me gustó. Seguía encontrando detalles que me atraía cuando había decidido darle su espacio. Debía dejar de hacer preguntas. Mientras más conociera sobre ella, peor sería, pero no podía evitarlo. —¿Por eso decidiste estudiar Historia del Arte? Negó. —No lo decidí, simplemente me enamoré del arte. —Y, ¿esa es la misma razón por la que estás valorando estudiar Contabilidad y Finanzas? No respondió. >>Disculpa si te incomoda, pero las matemáticas no pintan bien para una princesa enamorada de los mosaicos —añadí, intentando relajar la situación. —No, no tiene nada que ver —aceptó. —¿Se puede saber la razón de la incursión de la princesa en tierras de ciencias y números? Me miró de reojo y entendió que no trataba de burlarme, era mi manera de ser. Por primera vez, no se puso a la defensiva. Me evaluó y supe que estaba valorando lo que contestaría. —Quiero vivir a Prakt.

—¿Y? —Estuve investigando y los historiadores de arte no tienen mucha demanda en una ciudad donde prima el movimiento artístico y el sector está sobresaturado. —Es cierto. —Conocía de primera mano el tema porque mi madre trabajó en la universidad de historia—. Pero eso no quiere decir que tengas que estudiar otra cosa. —No entendiste. —Desvió la mirada—. No es que quiera vivir en Prakt mientras estudio, es que no quiero volver a Soleil. Huir era su deseo. —¿Por eso quieres Contabilidad? —Asintió—. ¿Vas a estudiar algo que no te gusta solo por conseguir un trabajo de oficina en el cual terminarás con ganas de lanzarte de una ventana? ¿Todo eso por vivir en la gran ciudad? —¿Te parece muy tonto? —No es eso. —Intenté encontrar una razón para que la necesidad de abandonar Soleil tuviera sentido—. Sé que este no es el lugar de las oportunidades, pero sacrificar tanto por vivir en Prakt no es algo que pueda entender. —Nadie quieres vivir eternamente dependiendo de sus padres o siendo una carga. —Estoy de acuerdo. —Si quiero vivir en Prakt, necesito un trabajo que lo permita. —Puedes tenerlo sin ir a la escuela de los nerdos. —Llamarle nerdos a personas solo por ser buenos en matemáticas es lo más estúpido que te escuché decir —protestó. —Soy muy bueno en matemáticas, pulgarcita —aclaré—. Es una manera de hablar y ser nerd no es un insulto hace mucho, estás desactualizada. Rodó los ojos y evité sonreír porque empezaba a desesperarse. —Solo quiero vivir en Prakt —zanjó como si fuera fácil de entender. —¿Quieres la vida de la ciudad que nunca duerme? Que yo sepa no duermes, pero por leer, no por andar de fiesta. —¿Tú cómo sabes eso? —cuestionó, entrecerrando los ojos. —La ventana de mi habitación tiene una vista privilegiada al salón donde lees en poses raras —acepté logrando que sus mejillas se tornaran de color rosa—. Ya te dije que eres entretenida de observar.

Abrió y cerró la boca varias veces sin saber cómo reaccionar. Disfruté que mis palabras la pusieran nerviosa. —Eso se llama acoso —sentenció al recuperar el habla—. No deberías aceptarlo con tanta facilidad. —Más mal estaría que lo hiciera a escondidas. Por alguna razón mis palabras hicieron que su cara se tornara tan roja que terminó desviando la mirada y poniéndose de pie. —Creo que mejor nos vamos. Le dije a Sophie que llegaría temprano. No me opuse, aunque hubiese deseado pasar más tiempo juntos. Atravesé el lugar en busca de la moto con cuidado de no pisar las peligrosas grietas y me subí al vehículo para encender el motor. Había algo dando vueltas en mi cabeza y no pude controlar mis palabras. —Sabes —dije cuando se sostuvo de mis hombros para subir—. No voy a presionarte para saber la verdadera razón de tu huida a Prakt, pero hay algo que sé sin necesidad de explicaciones. Asintió y supe que estaba dispuesta a escuchar. >>La vida es muy corta para no hacer algo que te gusta. No voy a juzgar tus razones secretas, pero sean cuales sean, ninguna vale la pena para olvidar lo que le gustaba a la princesa del castillo. Entrecerró los ojos y sonrió con gesto dulce. —¿Cómo haces para ser tan idiota y tan bueno dando consejos? Sus palabras provocaron que mi corazón se desbocara en lo que se subía a mi espalda y me abrazaba por la cintura. Si no tenía cuidado terminaría siendo un idiota. Hasta me gustaba cuando lo decía y su pregunta se repitió en mi cabeza durante la media hora que faltaba de camino. Cada día disfrutaba más de tenerla cerca y en vez de asustarme, empezaba a necesitar que sucediera muy seguido. Aparqué frente a la casa de Sophie que se alzaba en la desolada carretera. Mia se bajó agradeciendo y dejando un beso fugaz en mi mejilla como lo había hecho hace unos días y corrió hacia la entrada sin darme oportunidad de decir adiós. —No olvides que el sábado es mi cumpleaños —dijo girando a verme cuando estaba frente a la puerta—. Mamá los invitó a cenar. Se veía hermosa, con el cabello hecho un desastre, su mochila, mi sudadera negra y gigante que cubría hasta las rodillas y las mangas demasiado grandes para sus cortos brazos.

—Ahí estaré —aseguré logrando que sonriera antes de desaparecer. Quedé como un tonto viendo en la misma dirección y disfrutando el calor que palpitaba en mi mejilla. Me costó varios minutos rememorar las palabras que intercambiáramos en las últimas horas y entender que el sábado era su cumpleaños. Acababa de decir que estaría ahí cuando era imposible que asistiera porque tendría que trabajar. Mierda.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones... Primero que nada, ya saben que llegamos a las 2 MILLONES de lecturas en "No te enamores de Nika" y estamos de fiesta. Por esa razón este capítulo se hizo más largo y detallado, además, puse una votación de dos horas en Instagram para que escogieran. Podían tener el capítulo hoy y nada el domingo, o esperar hasta el día de siempre. Me habría gustado darles doble actualización, pero es imposible, lo siento. En el futuro y sin celebración de por medio, podré darla. ¿Qué les pareció el capítulo? Para mí es muy importante porque todas entendimos las razones por las que Mia cayó rendida con Nika, pero aquí conoceremos cómo él se enamoró. Sé que Mia les llegó a desesperar, pero siendo una adolescente inmadura es una chica inteligente y llena de cualidades, sobre todo, muy dispuesta a aceptar y aprender de sus errores. Ella será un hermoso alivio para Nika, por su sencillez y su forma de ver la vida tan distinto a él. Quería escribir una historia donde los protagonistas se ayudaran a crecer y quiero mostrar la otra cara de la moneda con esta historia... Esta vez la espera será más larga porque el domingo no habrá actualización, pero el próximo capítulo es el del cumpleaños de Mia. ¿Están listas para eso? Beso G I G A N T E Cuídense y disfruten el fin de semana...

18_¿Quieres huir?   Toda historia de amor tiene dos versiones. ¿Estás listo para conocer la de Nika? Clic aquí: https://w.tt/46XaaIq ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Capítulo 18 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ No recordaba la última vez que estuve tan cansado. Había trabajado doce horas seguidas con un descanso corto. No me podía quejar, gané más que en toda la semana trabajando a medio tiempo. De no ser por la ducha antes de tomar la carretera, habría tenido que quedarme a dormir en los almacenes. El aire frío de la noche era lo único que me mantenía con los ojos abiertos para llegar a casa y lanzarme en una cama hasta que el cuerpo lo pidiera. Cuando supe que faltaba poco, me dejé pasar el límite de velocidad y no fue hasta que vi una figura corriendo por la carretera que decidí reducirla. Amaia se acercaba y me interceptó antes de que entrara por el camino que daba al garaje de la mansión. Apagué el motor y no entendí la razón por la que estaba con un vestido tan corto y desabrigado, tampoco por qué iba agitada y sin zapatos. —Estás descalza. Miró sus pies, no lo había notado. —Salí corriendo —se excusó. —¿Por? —Necesitaba hablar contigo. Dudaba que el agotamiento me permitiera entender algo, pero hice el esfuerzo. —Te escucho. Abrió y cerró la boca varias veces, intentando ordenar sus pensamientos. —No viniste a mi cena de cumpleaños —dijo, finalmente. Quise que la tierra me tragara.

Salí esa mañana sabiéndolo, pero mi día resultó tan movido que no tuve tiempo para detenerme a pensar que, no solo debía felicitarla, sino ofrecerle una disculpa por perder la cena de celebración. Ni el teléfono había mirado. —Feliz cumpleaños —dije, sabiendo que era demasiado tarde para excusas—. Lo siento, debí avisarte que... —No te preocupes. —Debí escribirte, pero no tuve tiempo. Negó con una sonrisa y me tranquilizó que no estuviera enojada. —Me gustó mucho el regalo —dijo con una mirada significativa que alborotó los latidos de mi corazón. —Me alegro. —No supe cómo reaccionar—. Fue idea de Aksel y mi madre, sabían que te gustaría —mentí por miedo a aceptar que la iniciativa era mía y todo lo que tuve que hacer para que fuera posible—. Supongo que te conocen. Frunció el ceño, pero al instante relajó la expresión. —Me habría gustado que estuvieras —continuó en voz baja y dulce—. Supongo que estuviste muy ocupado. —Bastante. —¿Trabajando? —No. Atendiendo unos asuntos, solo eso. La mentira salió de manera automática. —¿Con Chloe? —cuestionó, recelosa. ¿Por qué todo lo relacionaba con Chloe? Me gustaba pensar que eran celos y batallaba en aclararle que no tenía nada con ella, disfrutaba creerlo, incluso si estaba equivocado. —Entre otras cosas —respondí sin dar mucha información. Rodó los ojos y se cruzó de brazos, cambiando su actitud. —¿Por qué mientes? —¿Qué? —¿Por qué me dices que estabas con Chloe cuando no es verdad? —Yo no dije que estuviera con ella. —Tampoco lo negaste. —Ni lo afirmé. —Igual mientes. No estabas resolviendo asuntos —reclamó, masajeando sus sienes—. ¿Qué te cuesta decir la verdad? Sophie.

Solo había una manera de que ella supiera donde estaba. —Sophie te contó. —No me contó. —Claro que lo hizo. No puedo creer que confiara en ella —me reproché. —No la tomes con Sophie —intervino, defendiendo a su amiga. —¿Le dijo también a Aksel sobre el trabajo que ocultamos? —exigí saber, intentando que el mal humor producto del cansancio no se apoderara de mí. —No, por supuesto que no. Solo me dijo a mí. —Y no debía haberlo hecho. —¿Te molesta tanto aceptar lo que hiciste por mí? Sus palabras me revolvieron las entrañas. —Me molesta que me traicionen —aclaré, llamándome a la serenidad—. Sé que Sophie no es mi amiga, pero le pedí que no le contara a nadie. —No es su culpa. —Fue ella quien te contó. —¡Pero lo hizo por mi culpa! —chilló, luciendo desesperada. No entendía nada. —¿Cómo sería tu culpa que ella te contara lo que no debía? Balanceó su peso de un pie al otro antes de contestar: —Yo me enfadé y dije cosas, así que terminó contándome para que yo no siguiera enfadada. Eso fue más confuso. —¿Qué fue lo que dijiste? —Varias cosas sobre ti. —¿Por? —Estaba enojada porque no hubieses venido, me parecía... Me parecía muy maleducado de tu parte. —¿Y? —presioné. —Hablé mal de ti —aceptó—. Me enojé y Sophie no aguantó escuchar lo que decía sabiendo lo que habías hecho y me contó —dijo, desviando la mirada—. No la puedes culpar. —¿Por qué estabas enojada? La curiosidad empezaba a poner a un lado el cansancio y su actitud se tornaba demasiado extraña. Estaba nerviosa. —Ya te dije que... —No eso. ¿Por qué te molestó que no viniera?

Abrió la boca para contestar y miró a los lados, confirmando que la razón no era fácil de aceptar y dejando que demasiadas esperanzas se acumularan en mi pecho. —Dijiste que vendrías —habló sin dejar nada claro. —¿Por qué te molesta tanto que no haga algo que dije que haría? — insistí, controlando una sonrisa, la que me provocaba verla tan nerviosa. Seguía con ojos de ardilla acorralada. —¿Por qué dijiste que estabas con Chloe? —preguntó, desviando el tema. —¿Por qué te interesa tanto? Entendió que era un camino más peligroso porque ya no podía negar que estaba interesada en mí, o eso quería creer. —¿Por qué quisiste regalarme el juego de té? —cuestionó, volviendo a evadir lo que pasaba. —¿Vamos a hacer esto? —¿Qué cosa? —Una guerra de preguntas. —No es mi culpa que no quieras responder —reclamó, empezando a molestarse. —Yo pregunté primero. —Yo pregunté antes cosas que no respondiste. Era tan cabeza dura que dudaba verla ceder y aceptar que le gustaba, pero eso no le quitaba lo divertido a la situación. Recosté los codos al volante y nuestras miradas quedaron a la misma altura. —Es hora de responder, pulgarcita, no de hacer preguntas —insistí y sus ojos recorrieron mi rostro lentamente. >>Dices que no soy tu amigo, pero le das demasiada importancia a alguien que no aprecias. —Me sentí halagado al comprobar que tenía razón por la expresión que adoptó su rostro—. ¿Por qué te molestó que no viniera? Parecía haberse tragado su propia lengua en lo que los segundos pasaban y se mantenía en silencio. —Sigo esperando una respuesta, pequeña Amaia. Sus pies se movieron con intención de retroceder, pero apenas se alejó. Estaba a punto de decir algo gracioso para que se relajara y liberara la tensión, cuando se adelantó para tomar mi rostro entre sus manos y colocar sus labios sobre los míos.

El gesto me desconcertó. Quedé con los ojos abiertos, sin creer que estuviera tan cerca. Quizás me había quedado dormido en la carretera y lo estaba imaginando. Terminó por separarse y mirarme con tal expresión de miedo, que tuve miedo de que saliera corriendo en dirección contraria. De todas las respuestas posibles, esa era la última que esperaba. Reí sin poder controlar la dicha que me embargaba. —Me gusta esa respuesta —dije, convencido de que ahora no era yo el único que deseaba un beso. Alcancé su cintura y acorté la distancia que nos separaba para unir nuestros labios. Sin pensarlo, tomé el mando y exploré su boca deleitándome con su dulce sabor y los movimientos cohibidos de su lengua que fue amoldándose a la mía hasta que el intercambio se tornó conocido. Mia tenía una indescriptible capacidad de seguirme hasta tomar el control, era ella quien me guiaba. Su mano se deslizó por mi pecho para enredarse en mi cabello y pegarme más a su cara. Su diminuto cuerpo hirviendo contra mi costado. Con facilidad, la tomé de las caderas y puso de su parte para quedar a horcajadas sobre mis piernas. Respiraba agitada sobre mi rostro y no dudé en acercarla a mi cuerpo hasta que no existiera distancia entre nosotros. Jadeó, disparando un delicioso cosquilleo a mi entrepierna. —Me gusta tenerte así, Amaia. Rozó su nariz con la mía y, en los que nuestras respiraciones se mezclaban, ansié más que nunca sus labios. Estaba a punto de volver a besarla cuando la luz de un relámpago iluminó la noche, asustándonos. Las finas gotas de lluvia empezaron a caer. Resonó un trueno logrando que Mia se estremeciera y aferrara a mis hombros. —Tenemos que movernos. —Me miró, asustada, cuando encendí el motor y supe que no estaría muy cómoda en aquella posición. No teníamos tiempo—. Tranquila, solo sostente. Obedeció, abrazándome con fuerza y escondiendo su rostro en mi cuello. Intenté ir lo más deprisa posible y, de igual forma, llegamos empapados al techado garaje. De poco sirvió que le diera mi sudadera para cubrirse en lo que corrimos hasta refugiarnos en el porche de la mansión.

Me deshice de la camiseta y pude exprimirla antes de quitarme las botas y sacudir mi cabello. Llovía como si fuera a acabar el mundo. Amaia estaba con aquel diminuto vestido amarillo, descalza y empapada de pies a cabeza con el cabello pegado a los lados de su rostro. —Deberías cambiarte de ropa, te vas a resfriar —dije, acercándome. Tembló e intenté darle calor pasando las manos por sus brazos. Estaba helada y terminaría enfermándose—. Puedo darte ropa seca, vamos. —Creo que iré a mi casa. Miré a nuestro alrededor. A duras penas su casa se podía localizar a través de la tupida cortina de agua que caía entre relámpagos. —¿Bajo está lluvia? —cuestioné, dándole oportunidad de mirar, algo que no hizo. Forzó una sonrisa. —Mi casa no está lejos y ya estoy mojada —aseguró, disparando una serie de pensamientos nada sanos y que no tenían que ver con lo mojado de su ropa. —¿Qué? —preguntó ante mi sonrisa involuntaria. Negué, avergonzado. —No te voy a dejar salir con esta tormenta. Fue entonces cuando miró a su alrededor y se vio sorprendida por el diluvio. Debía estar sorda si no le molestaba el golpeteo constante de la lluvia contra el techo metálico del garaje. Giró a decir algo, pero sus ojos se perdieron en mi abdomen y fueron subiendo por mi pecho. Una agradable sensación se extendió por mi cuerpo. Saber que me observaba, que se quedaba concentrada en quién sabía qué al hacerlo y que sus mejillas tomaban ese hermoso color carmesí debido a ello, era más que suficiente para recordarme las ganas que tenía de besarla. —Correré hasta mi casa —concluyó—. No será problema. Un mechón de cabello había quedado pegado a su mejilla y terminaba en la comisura de sus labios. Con la mayor delicadeza que me sentí capaz de conjurar, lo atrapé hasta dejarlo detrás de su oreja. —¿Tantas ganas tienes de irte? Acaricié su rostro y no dudó en recostar la mejilla en mi mano. —No. No tengo ganas de irme —susurró con la voz que me volvía loco y esa mirada que robaba mis pensamientos coherentes.

Abracé su cintura y la alcé hasta que quedó a mi altura y junté nuestros labios para deleitarme en su suavidad, en la calidez de sus manos ascendiendo por mis brazos. Besar a Mia podría convertirse en mi único deseo. Sabía que no me cansaría y entendía lo complicado que resultaría controlarme para no hacerlo todo el tiempo. Con cada roce y bajo gemido era más consciente que, si alguna vez creí posible alejarme de ella, era porque no nos habíamos besado de aquella manera. La cargué hasta la baranda de piedra y me aseguré de que estuviera cómoda para posicionarme entre sus piernas. Sus manos recorrían mi pecho enviando deliciosas sensaciones a mi entrepierna y mi erección comenzaba a molestar contra el pantalón. La manera en que mordió mis labios, me provocó más y deseé poder besar todo de ella. Saboreé su piel húmeda por la lluvia y mordí su cuello, recreándome con sus jadeos ahogados. —Me encanta ese sonido —dije, volviendo a sus labios. Acaricié sus piernas en busca de aferrar sus caderas por debajo del vestido cuando se tensó y me apartó, repentinamente. —¡Espera! Por primera vez noté lo agitados que estábamos y lo rápido que había progresado un simple beso. Mi erección estaba a punto de estallar y sus labios, hinchados y húmedos, no paraban de llamarme para que los atacara. —Si no estás cómoda, podemos ir a mi habitación —propuse, entendiendo que debía tener frío y que un porche no era el lugar más agradable para estar así de excitados. —Yo... Yo, no... No quería seguir, aunque la manera en que mirara mis labios dijera todo lo contrario o que su cuerpo me hubiese dado las señales correctas. Eran sus palabras las que contaba y lo último que deseaba era que sintiera presión por mi parte. —¿Quieres que te acompañe a tu casa? —pregunté, cuando mi respiración volvió a la normalidad. —Puedo ir sola. —Entonces espera un segundo —dije antes de darle la espalda y entrar a la casa.

No tenía sentido darle ropa seca o decirle que se cambiara. Lo mejor era que tomara un baño lo antes posible para que no terminara enferma. Busqué a ciegas un paraguas en lo que me concentraba en, mentalmente, contar las ventanas que faltaban por reparar con tal de que mi erección desapareciera. Funcionó cuando iba por el número veintisiete y pude regresar al porche sin quedar expuesto. —Gracias —dijo al aceptar el paraguas. —Puedo acompañarte y... —No es necesario —interrumpió con una sonrisa forzada y agitado su cabello. Pasó por mi lado a toda velocidad, estaba nerviosa y quería huir por razones que desconocía. Me senté en la baranda, intentando no reír por lo graciosa que se veía batallando para abrir el paraguas y terminé tosiendo para llamar su atención. —El lunes quiero de vuelta el paraguas. —Claro —dijo, finalmente, logrando cubrirse con él. —Y Amaia —llamé antes de que se fuera para que girara a mirarme—. No soy tan idiota como para volver a ignorarte. Sus enormes ojos azules me observaron por más tiempo del que pude contar y mucho menos del que habría escogido verlos de tener la oportunidad. Terminó yéndose bajo la lluvia y la seguí con la vista, convencido de que con cada momento que pasaba a su lado, menos oportunidades tenía de alejarme. ~❁ ✦ ❁~ Los días que le siguieron a la noche bajo la lluvia fueron la evidencia de que nada resultaba como lo planeaba. Una vez más creí que la situación cambiaría y, al día siguiente, mandó a su hermanita a devolver el paraguas. No solo eso, el lunes, en el autobús; no me miró y tuve que ir a la cafetería con tal de coincidir porque faltó a la clase de Filosofía que compartíamos. Por lo nerviosa y despistada que estuvo en la mesa y la manera en que evitaba mi mirada, no quedaron dudas. Estaba evitándome y quería creer que no era porque se arrepentía de lo sucedido. Pasó la mayor parte de la hora jugueteando con la comida de su bandeja en lo que el resto conversaba sobre la fiesta de cumpleaños que tendría

lugar el sábado en casa de Adrien. A la primera oportunidad, desapareció con Sophie y valoré interrumpirlas, pero parecían hablar de algo importante. Fui paciente y las seguí para esperar mi oportunidad de abordarla. Cuando su amiga se dirigió al salón y ella entró al baño de chicas, supe que era mi momento. Esperé hasta que salió, cuando el pasillo estaba vacío y sonaba el timbre que daba inicio al primer turno de la tarde. —De verdad que eres escurridiza —dije tomándola de la muñeca y guiándola en dirección al laboratorio de química para que no siguiera huyendo—, incluso para alguien tan pequeña. —¿Qué haces? —preguntó con voz aguda—. Tengo clases. —Será solo un segundo, necesito hablar contigo. —Voy tarde a mi turno. —Un poco más tarde no hará daño —aseguré, colocándola de tal forma que su cuerpo me cubriera en lo que abría la puerta del laboratorio—. Vigila que no venga nadie. —¿Qué haces? ¿De dónde has sacado esa llave? La obligué a entrar antes de cerrar la puerta con delicadeza. —¿Sabes que cuando haces algo indebido debes mantener la voz baja? —me burlé chequeando que el lugar seguía limpio. —¿Estás loco? ¿Cuándo robaste esa llave? —No la robé. Es la copia de una copia que me prestaron. —Deberías desaparecerla si no quieres que te suspendan o te expulsen. —Hay cosas peores. —¿Eres idiota? —reprochó—. No entiendo en que mundo vives que te pones en riesgo por tener una llave de un salón abandonado. No podía evitar sonreír cada vez que me llamaba idiota, había dejado de sentirse como un insulto. —Hay cosas que valen la pena —aseguré, acortando la distancia y haciendo lo que llevaba más de treinta y seis horas deseando: besarla. La tomó por sorpresa y me deshice de nuestras mochilas intentando que estuviera cómoda. Enseguida pasó los brazos por mis hombros y los movimientos de sus labios acompañaron los míos. Fui correspondido. La manera en que sus manos acariciaban mi rostro y revolvían mi cabello, como enredó las piernas a mis caderas cuando la alcé y dejé sobre

la mesa más cercana. Sentía que ambos deseábamos lo mismo. Respiraba agitada entre beso y beso, mordía mis labios y hacía que mi cuerpo empezara a reaccionar por sí solo. El contorno del suyo se convirtió en las curvas que mis manos se deleitaran en explorar. Su piel estaba hirviendo y quise besar cada centímetro de ella. Acaricié sus piernas hasta explorar sus caderas bajo aquel peligroso vestido que me enloquecía, el mismo que llevaba el sábado. —Me gusta este vestido —confesé, dando un suave mordisco bajo su oreja. De la nada, se aferró a mi sudadera, tiró de ella para deslizarse y quedar al borde de la mesa con sus piernas rodeando mis caderas. Su sexo estuvo contra el bulto dentro de mi pantalón que parecía punto de estallar. El jadeo que se le escapó ante el contacto hizo que un calambre bajara abdomen. —Definitivamente me encanta este vestido —dije presionando su trasero en lo que balanceaba mis caderas para que el roce de nuestros sexos la hiciera gemir y poder callarle con un beso. Me iba a volver loco si no iba con calma. Mia era como una droga, de las que te hacen dependiente con tal solo una probada. Mis manos se movían por sí solas porque mi cerebro estaba concentrado en las mil maneras en que podía complacerla y complacerme. Quería arrodillarme y devorar su sexo, hacerla gemir por un orgasmo provocado solo por mi boca. Me apetecía deleitarla con mis dedos hasta que pidiera por mí, por tenerme dentro de ella. Enredé las manos en su ropa interior y cuando iba a quitársela para cumplir la primera de mis fantasías, rompió nuestro beso y me alejó. —¿Qué haces? —preguntó, agitada. Los dos éramos un desastre. Respiraba a duras penas y su piel estaba de un tono carmesí desde los hombros hasta la frente. —Digo, sé lo qué haces —habló, nerviosa y trayéndome a la realidad—. No podemos, estamos en el instituto. Tuve que sonreír y acercarme hasta que nuestras narices rozaron. —¿Es por eso? —susurré sobre sus labios. —No voy a tener sexo en el instituto —zanjó, evitando mirarme a los ojos. —Si lo que te preocupa es protección, tengo condones —expliqué para que supiera que no era solo su responsabilidad.

—No-no es eso —aseguró, en lo que yo me deleitaba con el olor de su perfume. —Entonces, ¿qué? —quise saber deslizando mi nariz por el arco de su mandíbula cuando alzó la barbilla dándome acceso. —Estamos en el instituto —repitió—, nos pueden atrapar. Reí por lo bajo deslizando mis labios por su cuello. —Dime que no te excita —murmuré—. Dime que no te pondrá a mil saberlo mientras te follo encima de esta misma mesa. Se tensó y mi miembro palpitó deseándola más que nunca. Su respiración volvió a ser irregular y acaricié sus piernas por debajo del vestido hasta abrazar su diminuta cintura. Sus suaves jadeos me guiaban y estaba a punto de besarla cuando volvió a alejarme. —No puedo. —Por alguna razón intentaba parecer calmada. Me erguí y le di espacio con tal de respetar lo que pedía. —¿Tienes miedo? Intenté no hacer un chiste sobre cómo sería divertido que nos atraparan haciéndolo. —No quiero meterme en problemas —dijo sin más y le ayudé a bajar de la mesa. —No sabía que eras tan consciente, pulgarcita —bromeé, intentando que se relajara. —Bastante —concluyó secamente y alejándose para recoger su mochila. Quizás estaba imaginado que el deseo desenfrenado era recíproco. Puede que por eso me rechazara y le impedí que se marchara cuando estaba a punto de hacerlo. Descansé la mano sobre la puerta evitando que pudiera abrirla. Me devolvió la mirada con aquellos enormes ojos azules y unas pupilas en extremo dilatadas. Podía ser que no supiera decir no y por eso me evitaba. —Estabas huyendo de mí —dije en voz baja y asintió. Una desagradable punzada atravesó mi estómago porque sabía lo que debía preguntar y tenía miedo de obtener la respuesta. —No quiero ponerte incómoda, ni estar cerca si no es lo que quieres — confesé sin saber qué demonios haría si me pedía distancia—. ¿De verdad quieres huir de mí?

Los segundos se sintieron eternos y pude contar su respiración antes de que hablara: —No —dijo aliviando la tensión en mi cuerpo—, no quiero huir de ti. Y mágicamente, en lo que ella salía del laboratorio, supe que era todo lo que necesitaba escuchar para sentirme bien.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones... Esto lo habían leído, pero desde el punto de vista de Nika, la historia es otra. ¿Qué tal la semana? Si me siguen en Twitter e Instagram, saben que he mantenido el silencio por respeto a la partida de Zelá Bambrillé, una de las pioneras escritoras de la plataforma. No hablé jamás con ella, pero conocía su trabajo y ha sido una pérdida para la comunidad. Acostumbro a dar respeto con silencio. Es mi manera, todos tenemos la propia. Espero que estén bien. Jamás olviden decirle a quienes aman como se sienten. Recuerden aprovechar el hoy, no guardar rencor, no perder el valioso tiempo que se nos regala en este mundo. La vida es nada y lo más importante es ser buenas personas, ayudar y querer a quienes tengamos la oportunidad de conocer y merezcan ese afecto. Las amo, mis champiñones. Soy afortunada de tenerlas, de llamarlas mis lectoras. Cuídense mucho y nos leemos.

19_La fiesta de Adrien   A @RegiFx y @KeniaFlores209 que me pidieron le dedicara este capítulo a @yeyissss por su cumpleaños. Fue el miércoles, pero las felicitaciones nunca llegan tarde. Espero que la pasaras muy lindo y disfruta el capítulo, va para ti. 😘😘 Capítulo 19 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Los días en Soleil se volvían semanas y con un trabajo que me consumía las tardes y me dejaba agotado, más las reparaciones en la mansión, el tiempo libre pasaba de poco a inexistente. No obstante, sentía que estaba viviendo los mejores momentos de mi vida y la razón tenía nombre, medía poco más de metro cincuenta y se ponía nerviosa cada vez que le guiñaba un ojo o le hablaba al oído. Amaia aparecía en mis pensamientos cada mañana y, aunque quisiera negarlo, saber que la vería en el instituto, hacía que levantarse comenzara a tener un sabor dulce. Lo único que me amargaba eran las sesiones de terapia cada viernes. Las dos primeras fue solo para acompañar a mi madre. La tercera charlamos los tres junto a la doctora Favreau. El problema es que no tenía que ser psiquiatra para saber que en algún momento las sesiones serían individuales y me tocaría enfrentar a la doctora. La mujer era amable y hacía bien su trabajo. Tenía una peculiar manera de mirar con aquellos ojos que su hija había heredado, pero que parecían analizarte mejor que diez sesiones de terapia. Me asustaba quedar en la misma habitación que ella. Mentir sobre un padre que se suicidara y una hermana muerta en un accidente como el origen del alcoholismo y la depresión de mi madre, era muy distinto cuando otros lo contaban. No me sentía preparado para mentirle a la doctora Favreau. Quizás era miedo a que me descubriera porque sus ojos, a veces, me decían que

detectaba nuestras mentiras. No encontraba correcto engañar a alguien que pretendía ayudar. Entre farsas, estaba auxiliando a mi madre. Lo notaba en su estado de ánimo, en lo que se esforzaba por cambiar su actitud y lo tanto que nos pedía que confiáramos en ella. Algo que me esforcé en hacer a la vez que vivía registrando la casa a escondidas para que no hubiese alcohol en ningún rincón. Su evidente mejoría y las pastillas que le prescribieran para dormir, fueron mi seguridad para asistir a la fiesta en casa de Adrien. La dejamos durmiendo a sabiendas de que no despertaría hasta el día siguiente y pude relajarme para pasar una noche de adolescentes. Quería ir y era porque ella estaría. Sophie, Dax y el principito valiente cumplían años los primeros días de diciembre. Tenían tradición de hacer la fiesta juntos y, aunque me molestara una parte de los chicos del equipo, nada iba a evitar que fuera a esa casa y me encargara de, por primera vez en semanas, conversar con Mia. Al llegar, encontramos el lugar algo vacío y con la mayoría reunidos en un salón de juegos del segundo piso. Con solo entrar localicé mi objetivo, pero no estaba sola. Amaia conversaba con Charles junto al minibar de la derecha y parecía absorta en la conversación. Intenté ignorar la lista interminable de preguntas que mi cerebro cocinó alrededor de aquella cercanía. Me acerqué al sofá donde Sophie machacaba a tres chicos en una carrera de autos que tenía lugar en el gigantesco televisor. No perdí de vista a la pelinegra que se veía cómoda junto a su ex. Conversaban con la naturalidad de quienes se conocen de toda la vida y eso me inquietaba más. La conversación con Chloe de hace un par de meses diciendo lo que ellos habían tenido retumbaban en mi cabeza. Me obligaba a suprimirla con las palabras que ella misma dijera en el porche de la mansión cuando aseguró que Charles era parte del pasado. Era imposible prestarle atención a los chicos del equipo que me hablaban o quitarles la mirada de encima y tuve suerte. Desde el pasillo llamaron a Charles para recibir un cargamento de cerveza y Amaia quedó sola. Me acerqué sin que lo notara, al estar concentrada en los mensajes de su teléfono. —Hola.

Casi tira lo que tenían en las manos. —Ne-necesitas empezar a anunciarte —se quejó. —No creo. Es más divertido sorprenderte. Llevaba una fina blusa negra de tirantes que dejaba sus hombros y espalda al descubierto, además, jeans desgastados y anchos con botas de tacón que la elevaban unos centímetros. —Espero que no siempre te quieras burlar de los sustos que le das a tus amigos —reprochó y guardó su teléfono. —Interesante, ya soy tu amigo —dije sin creer lo que escuchaba. —En teoría. —Me gusta saberlo. Me coloqué a su lado y me gustó que no se alejara. —¿Viniste a buscar alcohol? —No. —Y ¿qué haces en el minibar? —Pensé que era obvio, vine a saludarte. Su labio tembló y supe que la ponía nerviosa. Jamás me acostumbraría a tener ese efecto en ella. —¿Quieres vodka con naranja? —Ofreció su vaso con mano temblorosa. —No me gusta mezclar bebida. —Es lo mismo beber con refresco. —Claro que no, Amaia. No estás viendo la cantidad de alcohol que bebes y tu organismo lo recibe distinto. Sin contar el azúcar y los aditivos que tienen esos jugos. Terminarás borracha y no lo notarás. —Yo no me emborracho. Me apoyé en el minibar acortando la distancia. —Me gusta saber eso —dije, pensando en las ganas que tenía de besarla, algo que no podía hacer si estaba borracha. —Tú no tienes idea de lo que es el espacio personal, ¿cierto? —preguntó, sin alejarse y relamiendo sus labios —¿Espacio qué? —me burlé cerca de su oreja para terminar a escasos centímetros de su rostro y con la esperanza de que me besara para no quedar como el desesperado que se moría por hacerlo. Podía sentir su aliento y el olor a vodka en él. —¿Qué haces? —murmuró con voz temblorosa. —Ver hasta dónde me dejas llegar. —Estamos en un lugar público, ¿sabes?

Me alejé, entendiendo que no quería que nadie se enterara y pasé una mano por detrás de su cuerpo haciendo que pareciera un gesto casual. —Tranquila, sé respetar tu decisión. Si no quieres que nadie se entere de lo que está pasando entre nosotros, puedo entenderlo. —Entre nosotros no está pasando nada —aseguró al tiempo que bebía de su vaso y apartando la mirada como hacía cada vez que mentía. —Porque tú no has querido que pase —provoqué jugueteando con un tirante de su blusa y logrando que devolviera el trago al vaso. Me observó, conteniendo el aliento, y sus ojos se clavaron en mis labios. Acaricié su espalda con el dedo pulgar y disfruté la calidez de su piel en lo que miró al frente para pretender que nada sucedía. Me acerqué para hablarle en voz baja. —Créeme, pulgarcita. Si fuera por mí, ahora estaríamos en cualquier lugar, menos rodeados de personas. —¿Cualquier lugar? —preguntó, viéndome nuevamente y haciendo que un cosquilleo se extendiera por mi pelvis. —Dime, Amaia, ¿quieres portarte mal? —Se estremeció y suprimió un jadeo que habría matado por escuchar—. No te imaginas cuánto me gustaría estar haciendo ahora mismo. Esa vez su gesto se tensó y no por algo bueno. Me dedicó aquella mirada que lograba intimidarme, quizás me había pasado. —¿Haciéndote? ¿Qué obsesión tienen los chicos con decir lo que van a hacerte? Casi suelto una carcajada entendiendo que estar a la defensiva era parte de su personalidad y tocaba acostumbrarse. —Jamás dije haciéndote —aclaré. El humor era el arma contra su obstinada actitud—. Deberías escuchar mejor cuando te hablan. No necesito anunciar lo que tengo ganas de hacerte y, si quieres saberlo, no tengo ningún problema con dejarme hacer. Y era verdad. Me encantaba la idea de que hiciera conmigo lo que le viniera en gana. Lo único que necesitaba era que estuviéramos a solas. Por la manera en que me miraba sabía que sus pensamientos no estaban muy lejos de los míos. Por cómo acortó la distancia, me hizo creer que olvidaría sus ganas de esconderse y me besaría, pero no pasó porque los gritos de una chica desde el pasillo, no solo rompieron nuestro momento, sino que llamaron la atención del salón.

Algo estaba sucediendo y la voz que gritaba insultos me parecía conocida. Mia no perdió tiempo. Avanzó entre la gente y no pude evitarlo. Era pequeña y le costó menos llegar al medio del conflicto que se localizaba en el pasillo. Cuando pude alcanzarla al borde del círculo, entendí por qué había acudido tan rápido. —¡La regla la tiene tu puta madre! —gritó Rosie que se revolvía en los brazos de Victoria queriendo lanzarse encima a un chico de cabello rubio que reconocí como Raphael. Sophie se unió y entre ambas la controlaron. —Te gusta el espectáculo, está comprobado —espetó Raphael con gesto de desagrado. —¿El espectáculo? ¿Se supone que tengo que aguantar tus babosadas? —Fue una pregunta sencilla, maldita loca —se defendió. —¿Desde cuándo tengo que aguantar que insinúes que puedo acostarme contigo cuando quiera? Cerré las manos en puño recordando la conversación en las duchas y sabiendo de qué iba el conflicto. —Estaba bromeando. —¡Ve a bromear con tu madre, bastardo! —No te hagas, Rosie. Todo el mundo sabe lo que haces —desestimó el chico—. Estás armando espectáculo por... —¿Qué está pasando aquí? —intervino Adrien apareciendo al otro lado del círculo de curiosos. —No sé, dime tú qué está pasando —contestó Rosie—. Parece que como le cuentas a tu amiguito que cogimos, ahora se cree con derecho a invitarme a follar con él. Un murmullo y un par de risas recorrieron el pasillo. —Eres tan estúpida que ahora lo sabe todo el mundo —se burló Raphael y Rosie se revolvió, histérica—. No vale la pena, ni tan siquiera estás tan buena como para perder el tiempo —agregó colmando mi paciencia, pero Mia fue más rápida e intervino apartando la mano del chico que intentaba tocar la barbilla de la castaña para provocar. —¿Quién te crees para hablarle así? —enfrentó la peligra, aunque Raphael le sacara una cabeza.

—¿Quién te crees tú? ¿La enana salvadora? —reclamó, mirándola de arriba a abajo para lograr que mis ganas contenidas vieran luz verde para aplastarlo como la escoria que era. Empujé a los que tenía delante y estuve a punto de agarrar el cuello de la camisa del asqueroso de Raphael cuando Adrien lo alejó previendo el desastre. —Repite eso —demandé con mi visión nublándose e imaginando como mi puño interceptaba su cara una y otra vez—. Repite lo que acabas de decir. Raphael balbuceó intentando alejarse y Adrien intentó hablar. —¡Cállate! —advertí de mala gana—. Quiero que repita lo que dijo. Lo molería a golpes hasta que no pudieran moverse o recordar su nombre. Quizás, si estrujaba su débil cuello por el tiempo suficiente, lograría quebrarlo para que no pudiera volver a hablar de otra persona en la manera en que solía hacerlo. Una mano hizo contacto con mi hombro y me trajo a la realidad. Encontré los ojos verdes de Aksel e idénticos a los de mi madre. —Nika, no pasa nada —habló con el tono que empleaba ella para calmarme—. Es solo un malentendido. El molesto palpitar en mi sien y el pitido en mis oídos era muestra de que estaba a punto de perder el control y la presencia de Aksel lo único que ayudaba a no dejarme ir. Respiré repetidas veces y me recordé que estábamos en público, me exigí tomar la decisión correcta, aunque no fuera la que deseaba. —Supongo que Raphael y yo tendremos que hablar a solas —concluí mirando a Adrien y consciente de que era hora de dejar claros los límites con el imbécil.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones... Hoy no me extiendo. Me siento muy mal desde la mañana. Me alejé del teléfono y de todo. Estoy descansando y lo necesito. No creo ni que pueda avisar por redes sociales de que actualicé. 😣

Prometí doble actualización porque este capítulo es corto y va conectado al siguiente. Hoy no puedo subir ambos. Hoy uno, mañana, si estoy mejor, el siguiente. Las amo.

20_La fiesta de Adrien (II)   A @IlseTerrones que preguntaba a quién tenía que matar para que le dedicaran un capítulo. Capítulo 20 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ De alguna manera, y en lo que avanzaba por el pasillo detrás de Adrien y Raphael, logré calmarme e ignorar el impulso de estrellar sus cabezas. Adrien nos guio hasta una habitación cerrada que resultó la de sus padres. Me entregó la llave antes de pedirnos que mantuviéramos la conversación en paz. Le cerré la puerta en la cara, la de imbécil que solo me recordaba que no le había podido pegar con ganas y que tampoco podría hacerlo con Raphael. Giré para encontrar al rubio con gesto contraído. —Lo que pasó con... Ignoré su parloteo. Atravesé la oscura habitación y encontré unas puertas de cristal, cubiertas por gruesas cortinas rojo vino. Daban a una amplia terraza e hice un gesto para que saliera y poder conversar donde nadie escuchara lo que no debía. —¿Me pegarás como hiciste con Adrien? —preguntó, intentando sonar seguro y manteniendo la distancia una vez estuvimos en el exterior. —Tú has tenido más suerte —murmuré con cinismo—. Te voy a dejar explicar las razones por las que te comportas como un cretino. Se atoró con su saliva, pero disimuló para no exteriorizar el miedo, uno que podía leer en sus ojos. —No pasó nada, fue Rosie la que armó el escándalo. —¿Dirás que fue su culpa lo que pasó? Mal comienzo. —No sabía que decirle a una chica que te gustaría coger era un insulto — expuso, envalentonándose—. No lo grité a los cuatro vientos, se lo dije al oído y ella se puso como loca. —Seguro porque tenía la regla —ironicé, repitiendo sus palabras. —Fue una manera de hablar, no estaba insultándola.

—¿Una manera de hablar como el día en que hablabas en las duchas sobre Mia, Sophie, Victoria y Rosie? Su rostro, de naturaleza pálido, adoptó una tonalidad verdosa. —Tú-tú... —Sí, lengua floja, lo escuché todo ese día. —No quise ofenderte por... —¿Crees que me ofendió lo que hablaron de mí? —Reí por lo bajo—. Tienes que ser muy egocéntrico para pensar me ofendería eso y no la manera en que hablan de las chicas con que se juntan. —No fui yo quien habló. —Estabas ahí y te daba risa lo que decía Adrien, eso te hace igual de responsable. Además, escuché muy bien lo que dijiste sobre emborrachar a Rosie. —Eso no era... —Me da igual las excusas que tengas porque sé perfectamente de lo que estás hecho. Tú, Adrien y el imbécil que siguen como si tuviera un caramelo pegado al culo. —¿Hablas de Alexandre? —Y de lo que él le estuvo haciendo a Chloe por todo un año cada vez que discutían. —E-eso son cosas de pareja que... —De nuevo, Raphael —interrumpí con voz suave—. Si ves a una persona abusar de otra y te callas; eres, de cierto modo, culpable. —Yo jamás... —Esto no es sobre Chloe —aclaré—, pero créeme, eso tampoco quedará impune. Tu problema es con Rosie y lo que le dijiste. —Llevamos semanas hablando, pensé que ella también quería algo más —soltó de carrerilla—. Me equivoqué, eso es todo. Bufé. Por mucho que lo presionara, no llegaríamos a ningún lugar. —¿Por eso te comportaste como un cretino y la pusiste en ridículo frente a todos? Las justificaciones no aparecieron, aunque intentó inventarlas, de su boca no salió palabra alguna. —Ella empezó —dijo, finalmente. —Empezó rechazándote y supongo que eso es inaceptable para alguien como tú. Su rostro se tensó y leí la ira contenida.

>>Deberías analizarte de vez en cuando, Raphael. Quizás encuentres, como el resto, las razones por las que resultas repulsivo. No es precisamente por tu aspecto. —¿Qué quieres decir? —Quiero decir que te alejes de Rosie y Victoria, también de Chloe, Sophie y Mia. —Mia se metió en la discusión y estaba molesto. No me acerco a ninguna de ellas, normalmente. —¡Genial! —exclamé con una sonrisa falsa—. De esa forma no te meterás en problemas. Uno menos con el que arreglar conflictos. —¿Qué quieres decir? —Ya todo está aclarado con Adrien y contigo. Solo me falta Alexandre para que deje en paz a Chloe —expliqué, empleando un tono de voz que le dejara claro que no estaba jugando—. Voy a resolver el dichoso problema con tu amiguito de una vez. —No conoces a Alexandre. No era capaz de disimular el miedo en su voz. Me acerqué dos pasos. —Y ni tú, ni él, ni Adrien saben quién soy yo. Dio un paso atrás. —¿Podemos dejar esto de una vez? Ya te dije que lo de Rosie fue un malentendido y, a Mia, solo le hablé así porque estaba molesto. Me fastidiaba que quisiera salir del paso con tontas excusas. —Puedo imaginar lo que le dijiste a Rosie. Sé al tipo de cosas que se dedican tú y Adrien. —Ese día yo no estaba diciendo nada. —Ya sé que es Adrien quien quería follarse a Mia porque Charles la había soltado. —Tam-tampoco fue así lo que... —Estaba escuchando perfectamente bien lo divertido que le parecía planear como follársela —interrumpí, harto de sus balbuceos y de seguir hablando de lo mismo—. Tengo buena memoria, Raphael. —Ya sabes que Adrien no va a acercarse a ellas. —Pues ahora el trato se extiende para ti —advertí—. Si quieren ir pregonando a quién se follan a los cuatro vientos para después intercambiarlas, me da igual, pero procuren que no me entere. —¿Vas a ir protegiendo a todas las chicas que tengas cerca? —Mi mano tembló con ganas de olvidarlo todo y darle su merecido—. Si ellas quieren

revolcarse con medio instituto es su problema. Masajeé el puente de mi nariz contando hasta veinte con deliberada lentitud antes de sentirme capaz de contestar. —Lo que ellas quieran hacer, es su problema. —Modulé mi voz para que no temblara de la rabia—. Sus cuerpos, su decisión. Lo que no quiero es que vayan contando historias de cómo y cuándo se las follaron. Ponle que no me da la puta gana de escucharlo, ¿se entiende? —Yo no estaba... —Solo cállate, ¿sí? —No sería capaz de continuar soportándolo. Necesitaba sacarlo de mi vista o la conversación terminaría mal—. Tú y tus amiguitos tienen una lista, solo intenten que no me entere de lo que van hablando y podemos seguir la farsa de que no sucede nada. Pasé por su lado con ganas de salir, no solo de la habitación, de la condena fiesta. Quería agarrar la moto y sentir el aire frío de la noche en mi cara. De esa forma podría calmarme. —¿Te vas a quedar? —ladré cuando no se movió del balcón—. Tengo que devolverle la llave a Adrien. Me siguió sin decir nada y no pude controlar el tomarle de la nuca antes de que saliera de la habitación. —Un último detalle, Raphael. —Solo daría una oportunidad—. Te digo lo mismo que a Adrien. Si esto se repite, no pienso intervenir donde haya personas para defenderte. —¿Me estás amenazando? —No, estoy diciendo lo que sucederá —aclaré antes de soltarlo para que se fuera. Me dejó solo, cerrando la puerta de la habitación y con el mismo fuego en el pecho que no se calmaba. Las manos me escocían y seguía con ganas de huir, algo que no sería posible, había venido con Aksel. Salí por el concurrido pasillo ignorando las miradas de los chismosos. En minutos la casa se había llenado de gente que empezaba a subir su nivel de alcohol para coronar el evento como una verdadera fiesta. Bajé, buscando la salida y el aire de la noche. Evitando un par de llamados que seguramente terminarían en muchas preguntas que no pensaba responder. En el jardín delantero y en la calle, había más autos de los que el espacio pudiera soportar.

Fui en busca de la moto. No iba a irme, pero necesitaba un momento de calma antes de volver a la fiesta y fingir que nada había pasado. Valoré llamar a Chloe para chequear que estuviera bien. La simple mención de Alexandre en aquella conversación, me hacía pensar que sabía de la nueva relación que mantenía con Tisha. No tenía un buen presentimiento. Caminé pasando los autos mal parqueados hasta la zona de las motos y frené en seco al encontrar a dos chicas sentadas en la acera entre mi moto y un auto moderno. —Todo esto no hubiese pasado si no nos hubiésemos acostado con Charles —reclamó Rosie con voz quebrada. —Charles no le ha dicho a nadie —aseguró Victoria. Conversaban en voz baja en lo que debía ser su escondite, sin saber que yo estaba detrás de ellas. —Si no le dijo a nadie, ¿por qué sus amiguitos parecen carroñeros a nuestro alrededor? —Basta —espetó Victoria poniéndose de pie—. Adrien es un imbécil, Raphael y Charles igual, pero estoy harta de que siempre me culpes por todo. —¿De quién es la culpa si fuiste tú la que propuso que nos acostáramos con Charles? —reclamó la castaña viendo hacia arriba. —No te obligué a hacerlo, así que deja de culparme por todo lo que pasa cuando lo único que hago es estar a tu lado siempre que lo necesitas — reprochó antes de darle la espalda y, tras dos pasos, encontrarme como espectador de su intercambio. Los ojos azules, casi grises, de Victoria quedaron congelados y el lugar al que iba en el olvido. —Tú... —No sé nada —interrumpí para que supiera que sus asuntos no eran de mi incumbencia. Abrió y cerró la boca varias veces antes de reaccionar, pero terminó por entender que no estaba mintiendo. —Cuídala en lo que voy a recoger nuestros abrigos y llega el taxi — murmuró en tono agotado. Asentí y desapareció. No quedó más remedio que acercarme a la castaña, sentada al bordillo con la vista al frente y los ojos demasiado brillantes.

Me senté a su lado, pero no dijo nada. Apenas recibí una mueca de incomodidad que no le preocupó esconder. —Victoria regresará enseguida —dije para que no pensara que mi presencia sería eterna. —Quizás no regresa. —Es tu amiga, claro que va a regresar. —Quizás ya se dio cuenta de que no la veo como una amiga y no va a regresar —dijo con voz temblorosa antes soltar un par de lágrimas y enterrar la cabeza entre las rodillas para empezar a sollozar. Me congelé, aunque la noche tenía la temperatura perfecta. Los recuerdos se unieron en una avalancha que me golpeó junto al bajo llanto de Rosie. La manera en que defendía a Victoria, lo territorial y agresiva que era tras lo sucedido con Charles, el día que la atrapé espiando a su amiga en el parque. Rosie estaba enamorada de Victoria, o al menos sentía por ella algo muy diferente a lo que las amigas debían sentir. Su llanto desconsolado lo gritaba y no supe cómo reconfortarla. Las personas llorando eran un problema para alguien como yo, en especial, si era con Rosie que acostumbraba a ser tan seca y distante. Abrazarla sería demasiado, palmearle el hombro resultaría indolente. No paraba de llorar y balbucear e hice lo único que se me ocurrió, incluso sabiendo que no era la mejor de las ideas: —¿Te gusta Victoria? El llanto, milagrosamente, se detuvo. Su cabeza se mantuvo entre las rodillas, pero no hubo más sonido proveniente de la castaña. —Rosie —insistí tras un minuto de silencio—, ¿te gusta Victoria? Alzó la vista entre sus brazos húmedos por las lágrimas y me observó con el maquillaje corrido y gesto asustado. —Cla-Claro que no. ¿De qué hablas? Me habría gustado decir que por sus propias palabras y acciones. >>¿Cre-crees que estoy llorando por eso? —dijo, forzando una sonrisa—. Es por el imbécil de Adrien que cuenta lo indebido y después tengo que aguantar las babosadas de sus amigos. Nada más. Asentí varias veces, pero ambos sabíamos la verdad. Rosie no estaba lista para aceptar que otros la sabían, ni ella podía aceptarla. —Entiendo —murmuré e intenté cambiar el tema—: De momento puedes estar tranquila, ninguno se acercará a ustedes.

—¿Cómo sabes? —Me encargué de ponerle límites y digamos que son imbéciles, pero no tanto. Rosie me evaluó por largo rato. Quizás quería agradecer, pero las gracias no parecían parte de su vocabulario. —No le digas a nadie —zanjó con su acostumbrado mal humor. —¿Qué cosa? —Sobre Victoria. —No tengo idea de lo que estás hablando. Suspiró por lo bajo y mantuvo el silencio. No quise interrumpirlo porque era lo que venía buscando. —¿Cómo? —¿Cómo qué? —¿Cómo entiendo lo que estoy sintiendo por ella? —Miraba al cielo sobre nosotros como si la respuesta le fuera a caer—. Peor, ¿cómo le digo? —No soy el mejor para opinar. —¿Jamás te ha gustado alguien de tu mismo sexo o una amiga? — cuestionó, girando a verme. —La primera vez que me atrajo un chico se lo dije y pasamos la noche juntos —acepté sin darle vueltas—. Fue divertido para los dos y ahí quedó. —¿Era tu amigo? —No, simplemente un chico que me gustó. —No es lo mismo, no querías nada con él, solo era sexo. —¿Y qué quieres tú con Victoria? Fue incapaz de articular palabra por unos segundos. —No lo sé. —Pues deberías averiguarlo y hablarlo con tu amiga —dije, señalando a la rubia que se acercaba. —No le digas nada —murmuró en tono amenazante y solo pude rodar los ojos. —El taxi ya está aquí —comentó Victoria, señalando al auto naranja que intentaba dar la vuelta para alcanzarlas entre los autos mal parqueados. —Las acompaño. —No hace falta —me frenó Rosie—. El taxi es seguro. —Necesito aire antes de volver a ese infierno —aseguré montando la moto—. Me vendrá bien el paseo.

Lo más inteligente habría sido dejar la fiesta, pero Amaia me llamaba a ella. Tenía que regresar y disfrutar de los minutos que fuera capaz de raspar de su compañía y para eso necesitaba calmarme.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Ayer poco pude dejar en la nota. Hoy estoy mejor y no puedo más que agradecer por el apoyo que me dejaron ayer. Saber que me esperarán, ayuda mucho. A veces me pongo nerviosa por no ser productiva, por miedo a no tener siempre capítulo y la verdad es que eso solo me pone peor. Gracias por ser tan lindas y pacientes. Por otra parte, ya sabes el chisme completo del que Mia solo escuchó una parte en el primer libro. Además, el ship de Victoria y Rosie es oficial, al menos saben que a Rosie le atrae su amiga, el problema es que no será correspondida, o sí... ¿Ya saben lo que viene en el próximo capítulo? Siempre me pedían la escena donde Mia le confiesa a Nika que jamás ha tenido sexo con alguien, o como ella le llama, es virgen. Nos leemos el próximo domingo. Beso gigante. Cuídense mucho.

21_Idiota es poco   A @keira566 que cumplió años el viernes. Espero que la pasaras bonito. ❤❤ También a @nattmuro22 y @Kath2253 que cumple años hoy. 😘😘😘 Capítulo 21 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Perseguí el taxi de Victoria y Rosie hasta su casa, incluso pasé a ver a Tisha y comprobé que ella y Chloe estaban tranquilas. Les conté sobre lo sucedido para que estuvieran avisadas. Quizás Alexandre sabía la verdad y era mejor estar preparados. El viaje dio resultados y, de regreso a la fiesta, solo podía pensar en Amaia y la llave de la habitación de los padres de Adrien que seguía en mi bolsillo. Moría de ganas por verla a solas y no perdí tiempo cuando llegué a la casa. La busqué en la pista de baile, pero no estaba con Aksel y Sophie. Entre los borrachos y fiesteros, entendí que, en el primer piso, no la encontraría. Subí las escaleras respondiendo saludos y negándome a invitaciones de tragos. Me dirigía a la habitación de juegos cuando la vi caminando por el pasillo. Sus ojos se abrieron de sorpresa. —¿Dónde te metiste? —exigió saber. —¿Por qué preguntas? —bromeé antes de alcanzarla—. ¿Me estabas buscando? —No-no, claro que no. Mentía mal. Se sintió bien pensar que no era solo yo el interesado en verla. —Pues yo si te estaba buscando. —La tomé de la mano—. Quiero enseñarte algo. —Y yo necesito hablar contigo —alegó, sin avanzar—. ¿Qué demonios pasó con Raphael?

—¿Eso es de lo que quieres hablar? Mi mente estaba fabricando escenarios más entretenidos. —¿Te parece normal lo que sucedió? —preguntó con gesto serio. —Sí. —El mal humor estaba en el pasado—. Si quieres hablar, mejor no hacerlo aquí. —Insistí en que me siguiera y se resistió—. Dijiste que no querías que te vieran conmigo —señalé. —No dije eso. Los idiotas eran parte del olvido. En ese momento solo podía pensar en ella y en lo hermosa que se veía con esa fina blusa de tirantes que tenía ganas de arrancarle. Me acerqué hasta que tuvo que alzar el rostro para mantenerme la mirada y su exquisito olor a flores me embriagó. —Me parece genial. Hablemos aquí. Miró a su alrededor con ojos de animalito asustado antes de dar un paso atrás. —¿A dónde quieres ir? Sonreí, feliz de que prefiriera la intimidad y la llevé hasta el final del pasillo, girando a la izquierda en busca de la habitación de los padres de Adrien. Abrí la puerta y tuve que tirar de su mano para que entrara, estaba más entretenida en vigilar si alguien nos seguía. —¿No le devolviste la llave a Adrien? —preguntó con la vista fija en mi mano. —¿Cómo sabes que no la devolví? Sus ojos miraron a todos lados buscando una respuesta que jamás la encontró —¿Para eso me trajiste aquí? —cuestionó para no extender el silencio—. Se supone que sería yo quien haría preguntas. —¿Hay algún momento dónde no seas tú quien haga las preguntas? Me recosté a la pared y la observé de arriba a abajo. Tan pequeña y tan curiosa. —¿Puedes explicarme qué pasó antes? No iba a dejarlo ir. —Nada, no me gusta que los chicos se pasen de listos. —Sigo sin entender. —No me gustó lo que estaba pasando con Rosie, menos que te hablara de mala manera.

—¿Por qué? —Porque conozco a los chicos como Raphael y si no les detienes a tiempo terminan jodiéndole la vida a alguien. —¿Por eso lo amenazaste a él y a Adrien? —¿Cómo sabes eso? Mi cerebro intentaba hacer las conexiones para entender quién podía haber soltado la lengua, a nadie le convenía. La manera en que Amaia volvió a recorrer el lugar en busca de un escape me hizo entender la única posibilidad. —Nos escuchaste. —Sostuve la sonrisa—. Nos seguiste y escuchaste lo que hablamos. —Solo una parte —aceptó como si eso enmendara la situación. Miré alrededor, recordando cuando salí con Raphael y no había ningún escondite evidente. —¿Estabas en la habitación? —Asintió muy despacio y me distrajo la manera en que atrapó su labio inferior con los dientes—. ¿Saliste corriendo? —pregunté sin creer que fuera la respuesta. Puso los ojos en blanco antes de aceptar la verdad: —Me escondí debajo de la cama. Fue imposible contener la carcajada. Verla enrojecer de la vergüenza fue peor y de no ser por su coscorrón, no habría parado de reír. —No seas idiota y responde —demandó. Respiré, contando mis inhalaciones, intentando calmarme y componer el gesto antes de mirarla. —¿Qué era lo que querías saber? —cuestioné, todavía con lágrimas en los ojos. Me golpeó el hombro en muestra de frustración. —Por qué amenazas a Raphael y ya de paso me cuentas lo que pasó con Adrien en los vestidores. —¿Para qué quieres saber eso? Pude controlar la risa dada la desagradable dirección que comenzaba a tomar el intercambio. —Porque, por lo visto, tiene algo que ver con Sophie y conmigo. Aquel era un pueblo de chismosos en toda regla. —Por lo visto, sabes de la pelea con Adrien. —En Soleil se sabe todo. —Ya veo.

—¿Por qué lo golpeaste? Me adelanté hasta que dos pasos nos separaron. —Ese imbécil estaba diciendo que era hora de conquistar a la pequeña Mia, ya que Charles se había aburrido de ti. —¿Lo golpeaste solo por eso? —objetó, alzando una ceja. Ella tampoco creía en mí. —Lo golpeé por las cosas que estaba hablando de ti y de Sophie. No sé qué comentarán sus noviecitos con sus amigos, pero me da mucho asco escuchar a alguien exponiendo así de otra persona. —Charles o Julien no hablarían de... —No me importa eso —corté su innecesaria explicación—. Está claro que quienes no sirven son Adrien y sus amiguitos, por eso me encargué de que tuvieran cuidado con quien se metían. —Creí escuchar que era la decisión de cada cual con quién se metiera. —Lo es, pero ellos saben a lo que me refiero. —¿A qué? —Cosas de hombre, Amaia. No lo entenderías. —Eso es lo más estúpido que he escuchado. Quizás ella necesitaba saber lo que yo había oído para entender que esos chicos eran pura basura. —Y si te dijera que Adrien planeaba hacerte creer que le gustabas para coger contigo porque dice que tienes las mejores tetas del instituto, ¿qué te parece eso? Sus dulces facciones se contorsionaron en mueca de asco. >>Esa fue la misma cara que puse cuando lo escuché. —¿Eso dijo Adrien? —quiso saber, intentando recomponerse. —Una pequeña parte. Por eso digo cosas de hombre. No creo que nadie tenga que oír lo que hablan esos dos. Su silencio me dijo que tampoco le agradaba escucharlo. —¿Qué te importa eso? —cuestionó. —¿Qué me importa qué? —Si ellos hablan de mí o de Sophie o si hacen planes que jamás funcionarían con nosotras. —No me gusta que engañen a las personas que conozco. —Que los chicos engañen a las chicas para llevarlas a la cama es tan cliché que todos están acostumbrados a que pase. —No quiere decir que me gusta verlo pasar.

—Como si tú no lo hubieses hecho —se burló sin controlar el tono suspicaz de su voz. Eso era lo que pensaba de mí, lo mismo que Aksel, seguramente, lo que pensaban todos. Acorté la distancia que nos separaban y la cercanía le hizo enderezarse en el lugar. No se alejó, al contrario, fijó sus ojos en los míos sin dar muestra de temor. —No, Amaia —dije en voz muy baja y con ganas de que le quedara claro —. Jamás le he mentido a alguien sobre mis sentimientos, menos para tener sexo. —Me resulta difícil de creer después de haberte visto manipular a medio pueblo con tal de obligarme a hablar contigo —murmuró con los ojos fijos en mis labios. —No le hice daño a nadie con eso —especifiqué—. Mentirle a alguien sobre lo que sientes es muy distinto, peor si vas a pregonarlo como si fuera un logro. —Y tú no cuentas nada personal —asumió. —Un defecto —acepté, sabiendo que cada vez nuestros rostros estaban más cerca y deseando acortar la distancia. —Ni le mientes a las chicas con las que te ves. —Una virtud. —¿Por qué? —¿Por qué tendría que mentir sobre lo que tengo ganas de hacer contigo? —murmuré, logrando que su respiración se descontrolara. —¿Con-conmigo? —tartamudeó, embriagándome con el olor exquisito de su aliento. Había bebido vodka y quería probar a qué sabía en sus labios. —Para qué mentir sobre las ganas que tengo de quitarte la ropa —dije, aprovechando nuestros minutos de privacidad y deslizando dos dedos por su brazo hasta llegar a su hombro, disfrutando de su piel de gallina a causa de mi tacto—. Para qué mentir si lo que más tengo, es ganas de besarte. Sostuve su rostro entre mis manos y sentí como se amoldaba a mis caricias sin despegar los ojos de mi cara. Me acerqué lentamente hasta tomar el dulce aroma debajo de su oreja y deslicé mi nariz por su mejilla antes de volver a hablar: —Para qué ocultar que tengo tantas ganas de follarte que con solo ver esa cama ya estoy pensando las mil maneras en que podríamos estar divirtiéndonos ahora mismo.

Jadeó y, automáticamente, mordió su labio para amortiguar el sonido en contra de todo lo que habría pedido. Quería que gimiera, jadeara o gritara si era lo que deseaba. Deseaba escuchar su voz de todas las maneras posibles. —Dime, pulgarcita —murmuré sobre sus labios—. ¿Quieres divertirte? Quería devorar sus labios de manera violenta, pero esperé a que fuera ella la aferrara el cuello de mi camisa y terminara besándome con ímpetu, con unas ganas que se sintieron el reflejo de las mías. Con extrema facilidad la tomé de las piernas y antes de que se diera cuenta estaba encima de mí y al borde de la cama. Su cuerpo se tensó al sentir mi miembro duro contra su sexo y es que me tenía igual de excitado desde antes de que sus labios rozaran los míos. La besé nuevamente y sofoqué sus gemidos mientras se restregaba contra mi erección que gritaba por salir del pantalón. Con cada beso húmedo y tentador, más ganas tenía de explorarla. Ansiaba observarla desde todas las posiciones posibles y, a la vez, ir despacio; disfrutar de la primera vez juntos. Sus besos llevaban el ritmo y me enloquecían, le gritaban a mi cerebro que le arrancara la ropa y cuando abandonó mis labios y empezó a explorar el arco de mi mandíbula para acercarse peligrosamente al cuello, tuve que detenerla. Aferré sus caderas, que en mis manos se hacían pequeñas, subí las palmas hasta cerrarlas en su cintura y pegarla a mi cuerpo. Mis labios quedaron a milímetros de su oído. —Quiero ir despacio, Amaia. No me lo pongas difícil. La respuesta que dio no fue la esperada. Gimió, lo hizo por lo bajo, como si mis palabras la provocaran. Acarició mis brazos y me obligó a verle directo a los ojos. Relamió sus labios y no tuve más remedio que besarla. Me respondió de la misma forma ardiente y necesitada. Nuestras lenguas librando una dulce batalla, nuestro aliento intentando sobrevivir sin separarnos. Acaricié la piel de su cintura, suave y tibia. Ascendí por su espalda aprovechando para pegarla a mí y descubrí que no llevaba sujetador, algo que me hizo gemir en sus labios. Con una mano me ocupé de guiar su vaivén enloquecedor sobre mi erección, para complacerme y complacerla. Con la otra palpé sus costillas hasta dar con uno de sus pechos.

Era perfecto para mi mano. Suave y con un pezón firme, producto de la excitación, uno que me empeñé en estimular cuando ella no necesitaba de mi guía para seguir frotándose contra mí. Cuando fui a atrapar su otro pezón hizo un sonido de sorpresa sobre mis labios. —Tranquila —dije, jugueteando con mis deseos sobre ellos y logrando que gimiera de placer—, solo tienes que relajarte. Se sujetó de mis hombros y sin dejar de moverse se dejó llevar. Con mis yemas estimulé sus pezones, guiándome por sus reacciones, por el descontrol de su cuerpo sobre el mío. Parecía una diosa cuando, sin dejar de jadear, tiró la cabeza hacia atrás y comenzó a moverse profundamente sobre mi entrepierna. Le pellizqué, deleitándome con su placer y el gemido grave que soltó antes de sonreír con los ojos cerrados y la vista al techo. Tocarla era adictivo, y su ropa estorbaba, algo que no solo yo sentí. Amaia empezó a desabotonar mi camisa y cuando sus manos tocaron mi pecho sentí que llegábamos al límite. —Joder, Mia —murmuré, sentía el palpitar de mi erección—. Dije que quería ir despacio, pero supongo que otro día será. Le di la vuelta hasta quedar sobre ella y capturé sus manos por encima de su cabeza para que no siguiera provocándome con sus deliciosas caricias. Palpé su abdomen en busca del cierre de su pantalón. Solo de tocar el botón sentí como su cuerpo se tensaba y, cuando se revolvió en el lugar, la solté; creyendo que le había hecho daño sin darme cuenta. Amaia se incorporó y alejó hasta quedar al borde de la cama y me senté a su lado, manteniendo cierta distancia. —¿Pasó algo? Respiraba agitada, mirando a los lados sin encontrar un lugar donde descansar la mirada. Empezaba a preocuparme que le sucediera algo. Intenté poner la mano sobre su hombro para ganar su atención y fue peor. De un manotazo me apartó y se puso de pie, estableciendo distancia entre nosotros. Cruzó las manos sobre su pecho y me observó sin ser capaz de calmar su respiración y con gesto indescifrable. —No me pasa nada —dijo, lentamente—, solo quiero irme.

Hace un minuto parecía muy a gusto y por mucho que rememoraba lo que acababa de suceder, no entendía qué podía haberla molestado hasta ese punto. —¿Estás bien? —pregunté, alzando la mano para que me brindara la suya si lo deseaba. —No me toques. —Dio un paso atrás como si mi cercanía le provocara asco. —¿Hice algo que te incomodará? —¿Tiene que pasar algo para no querer acostarme contigo? —espetó sin gota de tacto y con voz temblorosa. No quise que sus palabras me llegaran, pero, inevitablemente; lo hicieron. —Pensé que querías, no parecías estar a la fuerza hace un momento — tuve que decir. —Y por eso tendría que tener sexo contigo. —Pensé que eso era lo que queríamos. —Pues te equivocaste. Fui incapaz de rebatir. Me había dejado llevar por la manera en que ella respondía a mis caricias. Confié en que ambos deseábamos lo mismo y... Claro. ¿Cómo no lo había pensado antes? Ella seguía interesada en Charles, que estuviera allí no significaba que quería algo conmigo, sino que intentaba ocupar su mente. Chloe lo mencionó. Ellos volverían y Amaia seguía aferrada a su primer novio. Yo no era más que un pasatiempo, uno que se había creado falsas expectativas. —Esto es por lo que dicen de Charles, ¿cierto? Me daba igual quedar como el dolido al que no le prestan la atención deseada. —¿Qué? —preguntó, frunciendo el ceño. —No me hagas decirlo en voz alta. Sentí algo que jamás había experimentado: verdaderos celos. —Pues no sé de qué hablas, así que dilo —objetó, decidida. Estaba celoso de Charles y de Aksel, de cualquiera que tuviera su atención porque yo no la tenía. Me sentía usado por un par de besos y unos juegos sin importancia. Fue ese sentimiento el que habló por mí: —Pues dicen que, como perdiste la virginidad con Charles, sigues enganchada y que no han regresado porque lo de Victoria es muy reciente.

No me importó lo evidente del resentimiento en mi voz. El rostro de Amaia se volvió un poema. Sus ojos brillaron más de lo normal. —¿Por eso crees que no quiero acostarme contigo? —cuestionó en voz baja. —No te juzgo si es cierto —acepté, dispuesto a ser el usado y no el desgraciado que la maltrataba por rechazarme—, pero podías haber sido sincera y no hacerme creer que te interesaba estar aquí conmigo. Amaia exhaló un suave suspiro antes de tragar en seco y alzar la barbilla en señal de orgullo. —Pues para tu información, no fue Charles quien me dejó, lo dejé yo a él —aseguró, marcando cada palabra—. Y si quieres detalles, la verdadera razón por la que terminamos fue porque nunca quise acostarme con él y fue tan imbécil de decirme que era porque no le quería. Abría preferido mil veces que me diera una cachetada, diez de ser posible. Sus palabras se repitieron una y otra vez en mi cabeza y lo que antes parecía irrelevante, ahora cobraba sentido. La timidez de sus manos sobre mi cuerpo, la negación en varias ocasiones en las que podíamos haber llegado hasta el final sin que nadie nos interrumpiera. Charles o lo que ella sintiera por él, no eran el problema. Aquel pueblo de chismosos lo era y yo un imbécil por creer lo que decían y no ser capaz de pensar en su falta de experiencia como una posibilidad. —Mierda, mierda, mierda —murmuré, masajeando mis sienes y sin creer que hubiese podido ser tan estúpido. —Por eso no me quiero acostar contigo —dijo, llamando mi atención y mostrándome que detrás de aquel orgullo había dolor y vergüenza sin sentido—, porque soy virgen. Dio la vuelta y salió de la habitación ignorando mis llamados. Cuando salí tras ella tuve que volver sobre mis pasos para arreglar la cama deshecha y que nadie se enterara de lo sucedido. Apenas pude abotonar mi camisa en lo que la buscaba entre los fiesteros. No estaba en el salón de juegos, tampoco en los baños o la cocina y tuve miedo de que se hubiese ido sin darme la oportunidad de arreglar el desastre. Nadie sabía decirme donde estaba Amaia, iban demasiado tomados para entender mis palabras y terminé saliendo al exterior para localizar a mi

hermano con un grupo de personas que resultaron familiares, Mia entre ellas. Iba directo a pedir un minuto de su tiempo cuando me percaté del pelirrojo que estaba a dos pasos de Sophie y que jamás había visto. —¡¿Estás sordo?! —gritó la chica encarando al de cabello rojo y evitando que siguiera su discurso —Creo que... —Tú me tienes que llevar a casa de Mia —interrumpió Sophie, impidiendo que Dax hablara—. Lo vas a hacer en silencio o... —Miró a los lados en busca de las palabras hasta que sus ojos dieron con los míos—. O Nika me llevará en su moto —concluyó, haciendo que todos notaran mi presencia. Amaia rehuyó mi mirada y fingió que no me había visto. —Sophie, podemos ha... —Nada —cortó ella al que supuse era su novio—. Tú te vas a casa y tú —señaló a Dax—, ¿nos llevas? —Claro que... Sophie no permitió que respondiera y empezó a caminar en dirección al auto que reconocí como el de Dax. Se tambaleaba, había bebido de más, pero llegó al vehículo sin ayuda y fue Amaia la que movilizó al resto. La llamé por su nombre y una vez más me ignoró. Me quedé con Aksel que tenía cara de pocos amigos y no despegaba la vista de los chicos en retirada. —¿Es el novio de Sophie? —quise comprobar. Asintió y no dijo nada más. Se encaminó a la moto y supuse que era hora de irnos, algo que no me molestaba y daba la oportunidad de idear una forma en la que hablar con Mia antes de que acabara la noche. En el frío de la noche seguimos el auto de Dax. El novio de Sophie se quedó en la que supuse era su casa, con gesto de perro abandonado. El auto continuó su camino hacia la carretera que salía del pueblo y poco más de media hora nos condujo hasta la mansión. Aksel estaba de mal humor por razones que desconocía y apenas bajó de la moto se dirigió al porche y desapareció. Una ventaja para mí, que seguía vigilando el auto de Dax, estacionado frente a casa de Amaia. Me aproximé, en silencio, para ver que Sophie había desaparecido y eran los otros dos quienes conversaban. Mantuve la distancia para no seguir

espiando y no fue hasta que Dax montó en el auto que me acerqué lo suficiente para quedar a la vista. Amaia despeinó su cabello hasta que, fácilmente, un par de aves habrían podido anidar allí. Bufó por lo bajo y murmuró para sí misma al tiempo que daba la vuelta y me encontraba esperando por ella. Sus labios se volvieron una fina línea. —Y tú, ¿qué haces aquí? —espetó más alto de lo debido, teniendo en cuenta que era de madrugada. —Quería hablar contigo. —No tenemos nada que hablar. Avanzó por el camino de piedra que conducía a su puerta y me interpuse. Sus manos se cerraron en puño antes de alzar la vista. —Por favor, Mia —supliqué. —Mi mejor amiga está arriba, posiblemente llorando, y yo no puedo hacer nada para ayudarla —dijo con voz temblorosa y supe lo egoísta que estaba siendo—. No tengo tiempo para tus juegos. —Sé que Sophie te necesita. Juro que no me tomará más de dos minutos. —No tengo dos minutos. Volví a cerrarle el paso. —No quiero dejarlo como quedó en casa de Adrien. Analizó mis facciones y por alguna razón terminó cediendo: —Habla rápido. —No sabía —confesé como el estúpido que era—. No sabía que eras virgen. —Pues ya lo sabes. —Me dejé llevar por cosas que escuché y se me olvidó que estoy en un pueblo de chismosos. —Genial, bienvenido a Soleil —habló como si no le importara y tuve que volver a impedirle que marchara. —Si hubiese sabido eso, no me habría comportado así. —No sabía cómo arreglar el desastre. —Gracias, muy considerado —murmuró con sarcasmo. —Mia, por favor. —Deja de montar numeritos, Nika —resopló y rodó los ojos—. Está todo claro. Si quieres disculparte, la verdad es innecesario. >>Solo entiende que conmigo no puedes tener el tipo de diversión que andas buscando. Te aconsejo que vayas a buscar otro entretenimiento, estoy

convencida de que no será difícil. No impedí que se marchara, no cuando había robado suficiente de su tiempo como para entender lo que pasaba. Mia estaba molesta porque creía que yo solo quería acostarme con ella. Sonreí en la solitaria oscuridad de la carretera. Estaba tan equivocada, pero, que se sintiera así me decía que no era el único interesado en algo más que un par de besos.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Todas sabíamos en que terminaba esto y mientras editaba solo podía pensar en cuántos insultos se ganó Nika en esta parte cuando se contaba desde el punto de vista de Mia. También cuántos se ganó Mia por no ser capaz de aceptar que jamás había tenido sexo. Nika no es adivino y Mia le cuesta admitirlo porque su falta de experiencia le hizo sentir juzgada en el pasado. La vida, gente. Todos somos distintos y vivimos experiencias muy diferentes. Por otro lado, ¿les gusta más en punto de vista de Nika que el de Mia? Creo conocer la respuesta, pero quiero leerlas. No me enredo más. Nos leemos la próxima semana. Pórtense bien, tomen awita y cuídense. Las amo...

22_¿Se puede ser feliz?   Capítulo 22 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Los días después de la fiesta se transformaron en semanas y llegamos a mitad de diciembre entre reparaciones en la mansión, trabajo y las sesiones de terapia cada viernes. Se resumía a mamá conversando con la doctora Favreau, ya fuera a solas o con nosotros, pero en cada sesión se superponía una mentira a la otra y en algún momento nos explotaría en la cara. Me preocupaban dos cosas. La primera, que mi madre estuviera creando una pantalla de mejoría que en algún momento caería estrepitosamente. La segunda, el momento en que las sesiones comenzaran a rotar y me tocara estar a solas con la doctora. No me sentía listo para mentir viéndole a los ojos y era algo que sabía hacer bien, el problema era ella. La doctora Favreau tenía en los ojos un tono azulado que Mia había heredado. Era una mirada penetrante que me hacía sentir expuesto. Si formulaba las preguntas correctas, me rompería y diría la verdad. Pasar mucho tiempo dándole vueltas al asunto de Mia y lo tanto que me ignoraba, tampoco ayudaba a relajarme en las sesiones de terapia. Entendí que necesitaba tiempo, que nada lograría persiguiéndola y agobiándola cuando su opinión sobre mí era la peor. No podía culparla. Los rumores de pueblo no me acompañaban y, por la manera en que me había comportado al inicio, tenía derecho a verme como el chico que solo la quería para follar. Empezaba a entender a Mia y su manera de ser, la forma en que saltaba como gato asustado ante cualquier indicio de agresión, incluso si no lo era. Amaia había tenido una experiencia traumática con el imbécil de Charles. Que tu primer novio tratara de manipularte para probar el afecto que le tenías mediante la aceptación a tener relaciones sexuales, no era algo grato de experimentar. Estaba clara la razón de su rechazo ante cualquier demostración de interés, en ese caso, la mía.

El principito valiente la marcó al punto de que temía aceptar su inexperiencia. No dijo que era virgen por miedo y eso solo sumaba otra línea a la lista de inseguridades que cargaba Mia, la chica que, en un inicio, parecía tan segura de sí misma. Al final, todos teníamos un talón de Aquiles. Por eso esperé y traté de no estorbar, pero vi mi oportunidad de arreglarlo, un día que llegué más temprano de trabajar. Escuché como ella y Aksel estaban en el segundo piso, seguramente estudiando matemáticas. Mi teléfono vibró en el bolsillo cuando dejé la mochila sobre la mesa del comedor. Era mi madre. —¿Todo bien? —pregunté al tomar la llamada. —Todo perfecto, cariño. Llamaba para saber si seguías trabajando. — Sonaba animada, como en las últimas semanas, y eso me hizo sonreír. —Nos dejaron salir antes. Trabajaremos días alternos hasta el próximo año. —¡Genial! ¿Crees que estés libre para Navidad? —Todos tendrán libre ese día. Tengo un jefe muy considerado. Bebí de la primera botella de agua que encontré en la alacena. —¡Qué bueno! Estamos invitados a una cena. —¿Cena? —Con los Favreau. —¿En su casa? —Y con los Dupont y los Bonnet. —¿Tantas personas? —dudé, reconociendo los apellidos de la familia de Sophie y Dax. —Me habría gustado ofrecer la mansión —dijo, apenada—, pero el lugar es un desastre. Mi cerebro hizo cientos de conexiones que daban la oportunidad de tener a Mia cerca y no podía desperdiciar lo que caía del cielo. —Di que podemos cenar aquí —propuse, tamborileando sobre la meseta de la cocina—. Dile a la señora Favreau que estaremos más cómodos. —Nika, el comedor da pena. —La arreglaremos para ese día. —Falta una semana. Hay que pintar y... —Le pediremos ayuda a Mia, Dax y Sophie —zanjé, logrando que hiciera silencio y tomara unos segundos para pensarlo. —¿Crees que de tiempo a tenerlo decente para ese día?

—Convencido —dije con una sonrisa y dándole vueltas a una manzana entre mis dedos. —Perfecto —aceptó—. Ofreceré nuestra casa, será mucho más cómodo. No despedimos con un beso y, antes de guardar el teléfono, escuché la música baja que se filtraba al primer piso. Tenía la excusa perfecta para que Amaia pasara más tiempo en la mansión. Oportunidades para hacerla entender que me interesaba estar cerca de ella, con o sin sexo de por medio. Subí la escalera de caracol hasta el segundo piso y tuve la suerte de verla pasar sin que notara mi presencia. Me apresuré para alcanzarla y logré colarme al baño antes de que cerrara la puerta. —¿Qué haces? —chilló cuando quedamos a solas en el rectangular espacio. —Meterme al baño contigo —dije recostándome a la puerta y recordando lo hermosa que era. Llevaba días sin verla de cerca. —Se supone que no debes estar aquí, tienes trabajo —protestó, cruzándose de brazos y alejándose. —Me encanta que conozcas mis horarios. —Supongo que conozco tus horarios para no cruzarme contigo. Se supone que eres listo, ¿no te haces idea del porqué? —dijo, alzando una ceja en gesto escéptico. —Sigues molesta conmigo. —Claro que no. —Su voz tembló, delatándola—. No quiero hablar contigo, cruzarnos es innecesario, es todo. —Estás molesta conmigo, por eso no quieres verme y lo entiendo. —Tú no entiendes nada, andas mal de la cabeza —espetó, molesta por ser incapaz de ocultar lo que le pasaba e intentando salir del baño. Lo impedí, bloqueando su paso y tratando de ignorar que estábamos a escasos centímetros. —Sé que estas molesta y por eso no he querido atormentarte —expliqué con calma—. Pensé que, si te daba tiempo antes de volver a hablar, me entenderías. —No estoy molesta y quiero irme de aquí —mintió entre dientes. —Solo pido que me escuches —supliqué. —Si te digo que no quiero, ¿me dejarás salir? —preguntó de mala gana. No lo había esperado. Para mí, era un juego, uno en el que no me importaba suplicar con tal de que entendiera mis buenas intenciones.

—Claro que sí —acepté—, no te puedo obligar a hacer algo que no quieres. Sus labios se despegaron y creí que estaba a punto de apartarme para salir, pero terminó viéndome de arriba a abajo y respirando profundamente antes de hacer un gesto con la mano y decir: —Di lo que quieras decir. —Es sobre lo que sucedió esa noche. —Era mejor ser directo—. Pensé que los dos buscábamos lo mismo, me equivoqué. —¿Vas a repetir el discurso? —Entiendo si estás molesta, pero no tienes que estarlo. —No estoy molesta y para entrar en un bucle, mejor me voy. —Estás enfadada porque crees que lo único que me interesa de ti es sexo. El amago de escape se congeló y sus ojos quedaron fijos en los míos. —Yo... Yo no estoy... —Si lo estás —repetí, acortando la distancia que nos separaba mientras sus mejillas se cubrían de un suave color rosa—. Crees que solo quería acostarme contigo y eso te molesta. Sus labios se tensaron. Mi sinceridad la incomodaba. —Y según tú, eso no es verdad —enfrentó, entrecerrando los ojos, sin alejarse. Controlé la sonrisa. No me temía y eso me agradaba, quería decir que no le había dado razones para eso. Incluso, bajo sus nervios, se las arreglaba para mantenerse en una pieza frente a mí. No podía evitar que mi vista se fuera a sus labios y es que poco a poco ambos habíamos acortado la distancia más de lo que se podría considerar normal. —Dije que quería que nos divirtiéramos, Amaia —murmuré, despacio, disfrutando del efecto que causaban mis palabras en el rubor de sus mejillas. —Y eso no incluye... —Obvio no incluye llegar hasta donde estás imaginando, no si no quieres —expliqué con calma. —No quiero —soltó con tanta seguridad que dolió; sin embargo, en esa situación, no eran mis sentimientos los que contaban. —Entonces no hay problema —dije en voz baja y abrazando su cintura hasta hacerla retroceder y chocar contra el lavabo. Mi cuerpo se acopló al

suyo y sonreí, disfrutando la distancia—. Hay muchas maneras de divertirse sin tener lo que tú consideras como sexo. —Muchas maneras —dudó con manos temblorosas que subieron por mi pecho y terminaron descansando sobre mis hombros. Me acerqué hasta absorber su exquisito perfume a flores y deslicé la nariz por el arco de su mandíbula. —Demasiadas. —Dejé un suave roce de labios justo debajo de su oreja —. No hace falta llegar hasta el final para pasarla bien, todo lo divertido viene antes —concluí cuando nuestras bocas quedaron a milímetros y su respiración me embriagaba con el más delicioso de los licores. —¿Antes? —preguntó en un hilo de voz que me hizo imaginar lo tanto que quería conocer de ella, su cuerpo y su placer, del sonido de su voz gimiendo mi nombre mientras me encargaba de provocarle un orgasmo. Tuve que controlar mis pensamientos porque empezaba a sentir la sangre acumularse en mi entrepierna. No serviría de nada excitarme de más en ese momento y teniendo aquella conversación. —No todo es meterla y sacarla —aseguré, intentando hacer un chiste que solo logró que se pusiera tan roja como un tomate—. Puedo enseñarte — propuse con una sonrisa. Se le escapó un leve jadeo y mordió su labio para controlarlo. —No voy a acostarme contigo —sentenció, como si yo intentara convencerla de que lo hiciera. No tuve claro si me lo decía a mí o se lo aclaraba a sí misma—. Si estás jugando a conseguirlo, vas por mal camino —añadió, entrelazando los dedos en mi cabello y provocando que un cosquilleo se deslizara por mi columna vertebral. —Juguemos a algo más entretenido, pequeña Amaia —dije, abalanzándome a sus labios, pero deteniéndome antes de que rozaran—. Te dije que nunca miento sobre mis intenciones. El sexo no es solo lo que crees, no es lo que me interesa de ti y podemos divertirnos sin llegar hasta donde temes —añadí, dispuesto a ir a su ritmo y sabiendo que lo disfrutaría —. Solo tienes que decir que deseas tenerme cerca. Su respiración, agitada, caía sobre mis labios y quedé esperando una respuesta que jamás llegó. Sus dedos seguían dibujando formas en mi nuca y yo me encargaba de acariciar su espalda sin atreverme a hacer otro movimiento sin su consentimiento. —No puedo tomar tu silencio como un sí —aclaré, deslizando el pulgar sobre su labio inferior en un intento de controlar mis ganas de besarle—.

Necesito que respondas. —Mia, ¿todo bien? —preguntó Aksel al otro lado de la puerta y logrando que Amaia saltara entre mis brazos. Se veía tan graciosa cuando se asustaba que no pude aguantar las ganas y acorté la distancia que quedaba entre nosotros y terminé dejando un casto y fugaz beso en sus labios. —¿Sí o no? —insistí sobre sus labios. —Sí —susurró con una sonrisa que me obligó a imitarla al tiempo que Aksel volvía a tocar la puerta del baño. —Dile que ya vas —susurré antes de separarme. —Ya-ya voy —tartamudeó, siendo la pésima mentirosa de siempre. Nuestras miradas se mantuvieron conectadas hasta que rio, divertida, e intentó escapar. La detuve para robarle otro corto beso y la dejé ir para observarla arreglar su ropa en lo que caminaba por el pasillo de regreso al taller. El corazón me bombeaba a toda velocidad. No eran nervios o miedo, tampoco algo de lo que preocuparse, era felicidad. Estar alrededor de Mia me hacía feliz.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @JheanelyDextre que cumplió años ayer y @Abigailmuela que cumplió el jueves. Espero que lo pasaran genial y les mando un beso gigante. 😘😘😘😘 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. ¿Están bien? ¿Qué tal la semana? La mía, bastante agitada desde el martes y espero que la próxima sea más tranquila para poder editar y escribir todo lo que pueda. El capítulo de hoy es cortito y conocido, pero el anterior fue largo y el siguiente también lo será. Esperen para leer algo que no vieron en el libro

anterior. ¿Saben cuánto las quiero?  Me hacen muy feliz, mis champiñones. Espero retribuirles con muchas historias que alegren sus días. Besito y cuídense.

23_No sería la primera vez   Capítulo 23 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ El consultorio de la doctora Favreau era un espacio acogedor y bien ornamentado, diseñado para que las personas se sintieran a gusto con solo entrar. Una pequeña sala de espera con la asistente y recepcionista, mi madre; más un cómodo salón donde la doctora tenía lo necesario para atender a sus pacientes. En la primera sesión de terapia, asistí con los pelos de punta y el simple aroma me relajó. Fue más fácil cuando, las dos primeras semanas, Aksel y yo solo esperamos fuera en lo que nuestra madre pasaba una hora con la doctora. En la tercera sesión, trabajamos juntos. Nosotros no hablábamos, era mamá quien se encargaba de contar sus experiencias y responder a las preguntas con verdades a medias que me asfixiaban. No habíamos formado parte de las conversaciones. Solo un asentimiento o una respuesta corta. Apenas una que otra anécdota de las experiencias que vivimos cuando nuestra madre estaba bajo los efectos del alcohol. No fue hasta aquella sesión a finales de año en la que me sentí realmente tenso y mis miedos se volvieron reales. —Creo que podremos descansar hasta mitad de enero —dijo la señora Favreau, regalándonos una de sus cálidas sonrisas—. Viene fin de año y un descanso no vendrían mal. Mamá sonrió en respuesta. >>Sin embargo, el próximo año creo que implementaremos nuevas técnicas —anunció logrando que los tres nos removiéramos—. Quiero añadir sesiones individuales con los chicos. Sabía que era paranoico, pero habría jurado que la mirada de la señora Favreau se detuvo en mí por más tiempo del normal. —No hay problema —dijo mamá, acariciando el antebrazo de ambos en gesto cariñoso—. Los tres nos sentimos mucho mejor y estamos dispuestos

a hacer lo que sea para seguir avanzando. Habría jurado que la doctora no estaba de acuerdo y lo confirmó cuando giró la vista hacia Aksel. —Me gustaría tener una conversación con Nika y tu madre por un momento, si no te molesta. Mi hermano nos vio con expresión preocupada, pero terminó retirándose a la sala de espera. Los ojos azul eléctrico de la doctora pasaron de mi madre a mí y la sensación de que era Mia quien nos analizaba volvió a inquietarme. —Voy a preguntarlo —dijo la mujer en el mismo tono comprensivo de cada consulta—, aunque creo conocer la respuesta. ¿Aksel sabe que has tenido más recaídas de las que has contado en las sesiones grupales? Mi madre se encogió en el asiento y yo me concentré en no hacer gesto que delatara mis pensamientos. Habíamos contado la mentira. Un padre que se suicidó tras un despido que nos dejó en la ruina y una hermanita muerta en un accidente al caer por las escaleras. Eran las razones con las que mi madre se escudaba para sus inicios con el alcohol, pero la doctora no era tonta. —No le hemos contado —admitió mamá, viéndome de reojo. Mantuve la vista fija en la bola de cristal que descansaba sobre el escritorio de la señora Favreau a metro y medio del cómodo sofá donde estábamos—. Le pedí a Nika que no lo hiciera. La doctora me dirigió otra de sus miradas escrutadoras que no pude evadir. —Entiendo tus razones, aunque no las considero correctas —comentó, dándole vueltas al bolígrafo entre sus dedos—. Me parece que deben contarle la verdad y no quiero que salga en sesiones futuras. Me gustaría que lo debatieran en la intimidad familiar. >>Lo que estamos haciendo aquí lleva esfuerzo y confianza. No avanzamos con mentiras para proteger a otros. Estaba de acuerdo con ella. Por eso consideraba un error estar allí. >>Sé que quieren escudar a Aksel —continuó, en mi opinión, no tan ajena al resto de mentiras que se habían dicho en el pequeño salón—, pero es hora de entender que es un adulto. Quizás no sea capaz de enfrentar la vida de la manera correcta si ustedes siguen levantando paredes protectoras a su alrededor.

—Le contaré la verdad —aceptó mi madre voz nerviosa—. Lo haré antes de la próxima sesión. La doctora Favreau sonrió con dulzura. —Estoy convencida de que Nika estará ahí para apoyarte. —Buscó mi mirada y solo pude asentir para que se mostrara satisfecha—. Perfecto — agregó, cambiando el tono de voz y organizando los documentos sobre el escritorio—. Me parece que es hora de dar por terminada la consulta o jamás llegaremos a la cena que está preparando Louis. Se puso de pie y mi madre la imitó. —¿Cena? —pregunté en voz baja para no importunar a la doctora que estaba pegada al teléfono conversando con quien supuse era su esposo. —Nos invitaron a comer a casa de los Favreau —explicó mamá—. Si no quieres, puedo ir solo con Aksel y... —Para nada —interrumpí, intentando ocultar el revoltijo de emociones que se despertó en mi interior al descubrir una excusa para estar cerca de Amaia antes de la fiesta de fin de año—. Me encantaría ir a cenar a casa de los Favreau. ~❁ ✦ ❁~ Esa noche fue la primera vez que entré a casa de los vecinos. El lugar era igual de moderno y minimalista que el exterior. Paredes blancas, amplios ventanales, muebles de madera clara y evidente diseño de alta calidad. Eran los múltiples cojines coloridos y abstractos cuadros, los que daban vida a los salones. Era acogedor y se respiraba la calma de un verdadero hogar. La familia había decorado la mesa del comedor para la ocasión, apta para diez comensales. A la cabeza se sentaba la madre de Amaia y sus hijas a ambos lados. El señor Favreau, tomó un asiento cualquiera al terminar de servir. Emma, la hermana de Amaia, no paraba de hablar con Aksel y mostrarle los cuadros en las paredes. Descubrí que eran suyos y el evidente interés de la pequeña en el insoportable de mi hermano. Mi madre mantenía una animada conversación con Louis y Mary sobre la floristería que le encantaría abrir algún día en uno de los locales del pueblo y Amaia comía mirando a cualquier lugar, menos a mí. Nos sentábamos alejados y me evitaba a propósito, tal cual hizo desde Navidad. Igual que el día anterior en el instituto cuando tuve que perseguirla por los pasillos y le dio por hacer una extraña escena de celos.

Me divertía que los sintiera, creyendo que hacía con otras chicas lo mismo que con ella en la azotea. No notaba que mi atención le pertenecía. Por primera vez en mi vida, estaba luchando contra los impulsos de buscar a alguien a cada minuto. No me apetecía quedar como el loco obsesionado que era. De recordar lo bien que se escuchaban sus gemidos en aquella azotea o de lo húmeda que se sentía bajo mis dedos, el bulto en mi entrepierna amagaba con endurecerse y molestar contra el pantalón ajustado. Algo nada inteligente en una cena familiar. Me aburrí de buscar su mirada en lo que el resto comía. Terminé sacando mi teléfono para escribirle un mensaje por debajo de la mesa: "¿Seguirás ignorándome?" "No te ignoro". "Entonces, ¿por qué no me miras?" Frunció los labios y me miró con gesto desafiante. Le guiñé un ojo para provocar. Se sonrojó y apartó la mirada, fingiendo que atendía a la conversación de nuestros padres. Mi teléfono vibró con otro mensaje. "Se van a dar cuenta". "¿De qué?" "De que estamos hablando en medio de la cena". "¿Segura de que eso temes que descubran?" "¿A qué más le temería?" "A que se enteren lo tanto que gemiste mientras te masturbaba en la azotea el otro día". Sus ojos se abrieron demasiado al leer mi mensaje y se puso tan nerviosa que terminó tumbando el vaso de jugo de su madre. Por suerte, estaba casi vacío y el desastre no pasó a mayores, pero se empeñó en limpiar el mantel y recoger la mesa con la cara tan roja como la blusa de satén que llevaba puesta. Aksel cedió a la invitación de Emma para mostrarle su pequeño taller de dibujo en el segundo piso. Mi madre y los Favreau se retiraron a la sala para seguir conversando.

Me quedé solo en la mesa, sabiendo que Amaia no regresaba porque estaríamos a solas en el comedor, ya había rechazado mi ayuda para recoger. Fue por eso que me sorprendió cuando mi teléfono vibró con un mensaje suyo: "Ve por el pasillo hasta el final". Chequeé que nadie estuviera viéndome y seguí la indicación. Pasé la cocina y me encontré con un pasillo y dos puertas al fondo. Frente a una de ellas, estaba Mia, moviéndose inquieta de un pie al otro. —¿Estás demente? —reprochó cuando la alcancé—. ¡Se podían haber dado cuenta! Sonreí. —Nadie lo notó. —Podrías esperar a que no estuviera delante para mandar esos mensajes. —No puedo controlarme —susurré dando un paso hacia ella y haciendo que pegara la espalda a la puerta. Su perfume era exquisito—. Me traes loco, Amaia. Tragó en seco y contuvo la respiración cuando me detuve a centímetros de su rostro. —¿Eres un animal? ¿No puedes esperar a que estemos solos? —Y tú, ¿puedes tener paciencia y esperar a que estemos solos? —Claro que sí —aseguró, rodando los ojos. —¿Y por eso me llamaste en secreto al final de un pasillo oscuro? —Se tensó, demostrando que sus intenciones no eran las de pelear por los mensajes—. ¿Se supone que crea que estamos aquí para hablar? Deliberadamente, dejé que mi aliento cayera sobre su rostro en la última frase y sus astutos ojos se dieron por vencidos antes de pasar los brazos por encima mis hombros y atacar mis labios. Sus besos despertaban cada músculo de mi cuerpo. Con una mano aferré su cabello para impedir que se alejara y con la otra abrí la puerta a su espalda y ella se ocupó de cerrarla con cuidado, sin dejar de besarme, de enloquecerme con los roces decididos de su lengua al enredarse con la mía. La alcé hasta que sus piernas enroscaron mis caderas y sin detallar dónde estábamos, me acerqué a un cómodo sofá y me dejé caer con ella encima. Gimió cuando sintió la dureza en mi entrepierna, pero no se apartó. —Nos pueden atrapar —dije para provocarla.

—No me importa —confesó, desordenando mi cabello. Reí sobre sus labios y aferré sus caderas haciendo que su sexo rozara contra mi miembro. La tela de nuestros pantalones nos separaba, pero la sensación fue exquisita y su bajo jadeo confirmo que ambos estábamos disfrutando. Fue ella quien alzó las caderas y comenzó a moverse de forma deliciosa sobre mí. Gruñí de placer sin dejar de besarla y deslicé las manos dentro de su fina blusa para encontrar que no llevaba sujetador. —Amo que no tengas sujetadores. —Deslicé las yemas de mis dedos bajo sus pechos, haciéndola estremecer. —Si tengo, pero no me gusta usarlos —replicó sin dejar de moverse sobre mi regazo y acariciando mis brazos. —No los uses nunca —supliqué, rozando sus pezones y estimulándolos lentamente—. Si prefieres no usar ropa, mejor para mí. Su gemido se fue por encima de lo debido y tuve que taparle la boca y dejar sus pechos para ocuparme de guiar su movimiento sobre mi erección. Eso la hizo gemir más y terminó mordiendo mi mano. Era una condenada diosa y verla disfrutar conmigo era mejor de lo que alguna vez imaginé sería darle placer a alguien. —Deberías usar falda más seguido —murmuré antes de besarla y mantener un suave ritmo en el movimiento de sus caderas. —¿Para qué? —Con falda ya estarías teniendo un orgasmo —aseguré, bajando por su cuello, chupando y mordiendo en lo que ella arqueaba su cuerpo y me daba vía libre a sus pechos que seguían cubiertos por la fina blusa. Quise quitársela, pero un sonido en el pasillo nos tensó e hizo mirar a la puerta con las respiraciones agitadas y el temor a ser descubiertos. Se escuchó una puerta cerrarse y la misma calma de antes. —Creo que deberíamos salir —murmuró, intentando acomodar su cabello. Mi entrepierna palpitaba y sabía que su sexo estaba igual de deseoso por más, pero tenía razón. La ayudé a ponerse de pie para notar que estábamos en el que debía ser el despacho de su madre. Parecía una recreación cálida de su consultorio en la ciudad y el sofá en el que nos habíamos manoseado era el que usaban los pacientes para contar sus problemas al psiquiatra. —¿Qué pasó? —preguntó Amaia, al notar mi sonrisa contenida.

—A partir de ahora no podré evitar tener fantasías sexuales contigo cuando vea el sofá de un psiquiatra. Logré que volviera a tomar ese tono sonrosado que hacían sus mejillas resaltar. —¿Podrías ser menos sincero? —La diversión en su voz me decía que tanto no le molestaba—. Ser tan directo no es bueno. Me puse de pie y sus ojos fueron al bulto en mi entrepierna. Terminó roja hasta la raíz del cabello, pero no me importó. Ella me ponía así y que lo supiera no me avergonzaba, al contrario. Me divertía su reacción y la evidente manera en que centró sus ojos en los míos con tal de ignorar mi erección. —Ser directo es una de mis virtudes —aseguré inclinándome a besarla— y dejarte con las ganas no es uno de mis defectos —añadí sobre sus labios en lo que enroscaba las manos a mi cuello y me respondía dando pasos en dirección a la puerta. —Me gusta saber eso —dijo, sonriendo—, pero nos estamos arriesgando demasiado. Por hoy, nos vamos a quedar con las ganas. Sonreí sobre sus labios y la hice pegar la espalda a la puerta que ya estaba lista para abrir. —Pienso masturbarme pensando en ti cuando llegue a casa —confesé, viéndole a los ojos. Su jadeo me encendió más—. Si quieres puedes probar y hacer lo mismo. —¿Pensando en ti? —Sería divertido saber cuando lo hagas pensando en mí por primera vez. Un brillo juguetón recorrió su mirada —Quién dijo que sería la primera vez. Intentó abrir la puerta y la cerré, evitando que escapara. —¿Me estás diciendo que te has masturbado pensando en mí? Su sonrisa traviesa me dio ganas de pasar seguro y terminar lo que habíamos empezado. Con su delicada palma acarició la piel expuesta por el botón de la camisa que ella misma había desabotonado. —Nika —murmuró antes de alzar la vista lentamente—, tú no eres el único que sabe divertirse. Salió del despacho y me dejó congelado en la puerta. Amaia me volvería loco.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @Andreafl18 que cumplió años hace casi un mes, pero no tenía capítulo para dedicarle hasta hoy. Besito y feliz cumpleaños. 😘 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Primero que nada... ¿Están bien? Yo he tenido una semana agitada, con mucho trabajo e intentando adelantar. Mi teclado murió y no tendré otro hasta la semana siguiente. Eso quieres decir que el próximo domingo no podré tener actualización. Sad, pero emplearé el tiempo en escribir a mano y lo más que pueda. Quizás haga un en vivo para que hablemos de lo que quieran, no sé. Por Instagram lo diré. Por otro lado, les recuerdo que está por caer una escena que muchas amaron, esa en que Nika se queda dormido en los brazos de Mia tras cierto suceso. No saben las ganas que tengo de escribirlo porque si ustedes creen que Mia se lanzó sin paracaídas, Nika lo hizo igual, de cabeza y cayó de cara. Nos hablamos por redes sociales. Esta vez demorará la actualización, pero saben que seguiré en cuando tenga mi teclado. 😏😏😏 Las amo. Cuídense, coman verduritas y sigan siendo pecadoras literarias.

24_Vidas que no cambian   Capítulo 24 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ El año se acababa y, con él, el tiempo para confesarle a Aksel lo que habíamos ocultado. Le recordaba a mamá que debíamos hacerlo y ella respondía con cualquier excusa que le permitiera posponerlo. Le costaría aceptarlo. Llegó el último día de diciembre y las excusas se acabaron. Durante el desayuno, se llenó de valor para tener la temida conversación. Entre tartamudeos y disculpas, fue capaz de exponer la verdad. Mi hermano escuchaba sin inmutarse y solo intervine un par de veces, cuando fue necesario. Aksel no sabía que Nikolai me había lanzado por una ventana, tampoco de la gravedad de sus agresiones contra mamá. No era consciente de las veces que, mientras vivíamos con el tío Ibsen, se emborrachó y perdió el conocimiento hasta poner su vida en riesgo. Esa mañana terminaron los secretos y no preví la reacción de mi hermano. Se levantó de la mesa cuando la conversación terminó y desapareció a su habitación donde se encerró el resto del día. No comió o dio señales de vida. Mamá lloró en mi hombro hasta entender que debíamos darle tiempo. La ayudé a cocinar y su ánimo levantó en el transcurso del día. Le serví de apoyo para preparar la cena de Noche Vieja, aunque no hice nada que pudiera intervenir con el sabor de la comida. Terminamos cenando solos, cerca de la media noche. Creí que lo más entretenido que podría hacer en el cambio de año sería mandarle mensajes a Amaia hasta quedarme dormido, pero apareció Aksel. Iba recién bañado y vestido, listo para salir. —¿A qué hora nos vamos? —preguntó sin mirarnos y sentándose a varias sillas de distancia, a la altura del horroroso busto que adornaba el centro de mesa.

—¿A dónde? —La fiesta de Paul, ¿recuerdas? —No vamos a ir a ninguna fiesta. La mano de mamá abrazó la mía. —Quizás no es mala idea —dijo con dulzura—. Les vendría bien distraerse. Lo decía por Aksel y fue su mirada suplicante la que me convenció. —Ve encendiendo la moto —pedí—, bajo en dos minutos. Me vestí con la primera sudadera limpia que encontré y estuvimos camino al pueblo. Con sus indicaciones, llegamos a casa de Paul en menos de una hora. Tan solo entrar, entendí que la mayoría estaba bebiendo desde muy temprano. Unos se entretenían en la sala en lo que supuse era un juego para seguir bebiendo. Varios del equipo debatían sobre fútbol en la cocina, entre gritos y chupitos. El resto estaba en el patio, en la amplia zona de parrilladas que tenía la familia ausente de Paul. Fue inevitable, lo primero que vi fue el cabello negro y a la base de la nuca. Amaia estaba con Sophie y Julien, su novio, con el que se había reconciliado. Charles, el principito valiente, los acompañaba. Compartían como si fuera una cita doble. Se notaba la complicidad del grupo y aparté la vista con tal de no imaginar más de lo debido. Me limité a seguir a Aksel hasta la mesa donde se encontraban Dax y Sarah, la amiga de Chloe. —Voy a buscar tragos —anunció Aksel cuando me senté. Desde mi lugar, tenía vista privilegiada de Amaia y sus amigos. —Nika —llamó Sarah, salvándome de otra ola de suposiciones—, ¿puedes decirle a Dax que quite esa cara? El moreno no apartaba la vista de su vaso. —Daxy —dije en tono juguetón—, ¿qué pasa? ¿El vaso te está contando algo interesante? —No ayudas, payaso —reprochó ella—. ¡Pasa Sophie, eso pasa! Lo sabía, pero prefería fingir para respetar la privacidad de Dax. Sarah miró sobre su hombro y arrugó la nariz. —No puedo creer que esté como si nada con ese inútil y a ti ni te mire. —Déjala en paz —murmuró Dax.

—A veces pienso que Sophie no es tan inocente, sino imbécil. Dax se puso de pie, tan rápido que la chica se asustó. —¡Déjalo ir, Sarah! Se alejó con el mal humor en las venas y nos dejó solos. —No puedo creer que esté pasando esto —protestó la pelirroja antes de beber lo que quedaba en su vaso. —¿Qué? Me observó con una ceja alzada. —No finjas que no sabes. Le gusta Sophie. —¿Tú sabías? —Todos lo saben, menos ella. —Complicada situación —murmuré en lo que fingía que miraba a la pareja feliz, cuando en realidad estaba viendo a Amaia reír a todo pulmón de algo que acababa de decir el principito. —No confío en él —dijo Sarah y estuve a punto de concordar hasta que me di cuenta de que no se refería Charles, sino a Julien. —¿Por qué lo dices? —No lo sé. —Torció los labios en gesto de desagrado—. El jugador estrella, chico aplicado, buen dibujante, ganador de una beca en universidad prestigiosa y novio deslumbrante. Nadie es así de perfecto. La falta de fallas me perturba. Tuve que reír y aguantar su mirada envenenada. —¿En eso te basas para no confiar en él? —¿En quién? —quiso saber Aksel, al llegar con un par de tragos. —Ríe todo lo que quieras, Bakker —canturreó, poniéndose de pie sin responder a mi hermano—, pero jamás te burles de mi intuición. Bordeó la mesa hasta terminar a nuestra espalda y pasar un brazo por encima de mis hombros y los de Aksel. Se inclinó y su rostro quedó entre los nuestros. >>Me voy a la sala a terminar el primer día del año, tan borracha que pierda las bragas —declaró con una sonrisa—. No olviden que siguen siendo los chicos más sexis de todo Soleil. No le faltaba mucho para llegar al estado de embriaguez que deseaba. Estampó un beso en la mejilla de ambos y se fue, bailando al ritmo de la música que solo ella escuchaba. —Tus amiguitas siempre están mal de la cabeza.

—¿Decidiste que volverás a hablar? —cuestioné—. ¿Lo harás para juzgar algo de lo que no tienes ni idea? —No he dejado de hablar —se defendió. —Son las primeras palabras que intercambiamos desde la mañana. Frunció los labios hasta que se volvieron una línea, un gesto idéntico al de mamá cuando estaba desesperada. —¿Qué se supone que diga? —¿Lo que sientes? ¿Lo que piensas? —¿Quieres que hable de lo estúpido que me siento? —Bebió de su vaso como si fuera agua en lugar de vodka—. Quizás prefieres que recuerde lo insensible que fui contigo por no tener ni idea de lo que estaba pasando. —Eso no tiene importancia. —La tiene para mí. —Estaba enojado—. Te reclamé, critiqué y juzgué sin saber lo que pasaba. Siento que he sido un inútil todos estos años, que... —Hola, chicos. Reconocí su voz antes de ver a Mia, parada al otro lado de la pequeña mesa. >>Acabo de interrumpir —declaró, apenada, al notar la expresión en nuestros rostros. —Para nada —mintió Aksel antes de vaciar su vaso—. Iba por otra bebida, ¿quieres una? —Cero ánimos de beber. Aksel se levantó y huyó de la conversación que apenas iniciaba. Amaia ocupó su lugar a mi lado. —Siento haber interrumpido —murmuró con la vista en dirección a mi hermano que acababa de entrar a la cocina por la puerta trasera—. ¿Pasa algo? —quiso saber—. ¿Puedo ayudar? —Nada que no podamos conversar después —confesé, evitando detalles y entendiendo que todo tenía su momento. Le sonreí, intentando olvidar mis conflictos y prestarle atención—. Con eso no puedes ayudar, pero me gustaría mucho que respondieras una pregunta. Entrecerró los ojos. Estaba buscando la trampa que jamás vería. —¿Qué pregunta? —¿Puedo saber por qué no me has felicitado por Año Nuevo? Pareció sorprendida. >>Estabas muy entretenida con tus amigos, ¿es por eso? —Tú llegaste de último, se supone que debería saludar.

—¿Quién dijo eso? —Las normas de educación. —Mmm... A esa clase falté. —Se nota. Nos quedamos en silencio, pero ella terminó riendo. Cada vez que reía gracias a mí, sentía que mi pecho se aligeraba. El peso sobre mis hombros desaparecía por unos segundos. —Entonces —hablé con ganas de seguir el juego—, ¿estaban interesantes los chistes del principito valiente? —¿Quién? —Charles. Sus bonitos labios formaron una "o" a modo de comprensión. —¿Estás celoso? —preguntó con gesto confundido. El juego acababa de salir mal. —¿Te refieres a celoso como tú el otro día? —cuestioné intentando evadir la verdad. —Yo nunca me he puesto celosa. —Y, ¿qué fue lo que pasó cuando corriste por los pasillos y dijiste que podía divertirme con quien me diera la gana? Se puso roja hasta los hombros al recordar lo sucedido en el instituto hace unos días. —Yo-yo no dije eso. —No con esas palabras, pero sabes que era lo que querías decir. —¿Y? Tú acabas de ponerte celoso porque estaba hablando con Charles —rebatió con los nervios a flor de piel. Contuve la sonrisa. La situación resultó más divertida de lo que había pensado. —Hagamos algo. Quedamos en que nadie estaba celoso. >>Los celos son aburridos y creo que deje claro que no quiero divertirme con nadie más. Apoyó el codo sobre la mesa y la barbilla en su palma. Trató de ocultar la sonrisa con sus dedos. Nuestros rostros estaban más cerca, pero estábamos en público. No podía apartar la mano de sus labios y besarla, menos barrer la mesa y acostarla allí para hacer todo lo que me habría gustado. —Creo que, en vez de perder el tiempo, deberías estar poniendo en práctica el plan del que hablamos ayer —recomendé.

Mordió sus uñas en lo que miraba en dirección a Dax, que había regresado al patio y se mantenía alejado del resto de fiesteros. —¿Crees que se arreglen? —Funciona con los cromañones del equipo, funcionará con ellos. Dudó por unos segundos, pero terminó poniéndose de pie. —Deséame suerte. —No la necesitas. —Idiota —murmuró en aquel tono juguetón que me encantaba. Dio dos pasos en dirección a su amigo, pero regresó y se apoyó a la mesa. Acercó su mano a mi mejilla y la frotó. —Tienes labial del beso de Sarah —señaló, mostrándome el dedo manchado de rojo. Siguió frotando mi mejilla hasta limpiarla—. Y, por cierto —susurró—, los chistes de Charles no son muy buenos, prefiero los tuyos. Fue mi turno de reír. >>Solo los tuyos —aclaró antes de irse. No hablaba de chistes. Era su manera de decir que, fuera lo que fuera, lo que hacíamos era exclusivo en los ambos sentidos. En lo que la veía entrar a la casa con Dax, sentí la necesidad de pedirle que saliéramos juntos. No tener que escondernos para conversar, besarnos o salir en público. Ella no quería hacer alarde de lo que sucedía. Me gustaba pensar que por la informalidad con que se dieron los acontecimientos. Los límites de lo que hacíamos estaban puestos. Eso no evitaba que nos exploráramos de otras maneras, ni que le pidiera ser mi novia. Novia. ¿En qué estás pensando, Nika? Era algo que, con ella, me encantaría probar. Sin embargo, no sabía qué hacía un novio. Ni tan siquiera cómo tener una conversación sobre el tema. Me habría gustado imaginar posibles escenarios en los que le pedía algo tan delicado, pero llegaron Aksel, Paul y un par de chicos. Tuve que prestar atención a la conversación para poder responder y participar, aunque lo único que hacía era contar el tiempo que se demoraba Amaia en aparecer. La espera se hizo eterna y no entendía cómo le costaba tanto encerrar a Dax y Sophie para que se reconciliaran. Tuve que poner como excusa que iba al baño para entrar a buscarla.

Definitivamente no tenía los nervios para pedirle que fuera mi novia en una conversación fugaz. Necesitaba intimidad y valorar la mejor manera de hacerlo. Quizás podía invitarla a pasar la noche conmigo. Moría por tener tiempo a solas y eso creaba el espacio perfecto para imaginar cómo demonios se le pedía a una chica que saliera contigo de forma oficial. Localicé a Julien en la cocina con otros del equipo. Ni rastro de Sophie, Dax o Amaia. Cuando subía la escalera, ella apareció y le di alcance en el segundo piso, manteniéndome un escalón por debajo y logrando que estuviéramos casi a la misma altura. —¿Funcionó? —No sé, ahora mismo deben estar mirándose como idiotas. Bufó y se recostó a la pared. —Verás que se arregla. Me observó en silencio hasta que se dio por vencida. —Espero que sí. —Por cierto —dije con los nervios a flor de piel—. Quería proponerte algo. —No pienso meterme a un cuarto asqueroso de esta casa —zanjó, como siempre, esperando lo peor. —Ya sé que te dan asco las habitaciones de cualquier casa donde hagan una fiesta. —A menos que esté limpia. —También sé eso. Me había quedado muy claro desde lo sucedido en casa de Adrien. Detallé la fina blusa que llevaba y deslicé dos dedos por el bajo. —Lo que te quería proponer incluía una habitación —confesé, alzando la vista—, pero no una de esta casa. —No te sigo. Bajó la vista a mis dedos que seguían jugueteando con su ropa. —Mi habitación es muy limpia —añadí con una sonrisa. —Tu-tu habitación. Adoraba cuando se ponía nerviosa. —La misma que está en esa despampanante mansión que tanto te gusta y queda justo al lado de tu casa. A esa habitación me refiero. —¿No entiendo cómo vamos a llegar hasta tu habitación? —comentó.

—La fiesta está muriendo. Cuando regresemos, quédate conmigo. Sus ojos se abrieron demasiado y abrió y cerró la boca varias veces antes de poder hablar. —¿Toda la noche? —Asentí, viendo sus mejillas sonrojarse—. ¿Me estás pidiendo que me quede a dormir contigo? —No precisamente a dormir —aclaré, dejando que la yema de mis dedos acariciara la suave piel de su abdomen. —No puedo pasar la noche fuera de casa. —Regresas antes de que amanezca. Me sentía corrompiendo su buen comportamiento y no podáis evitarlo. —Pero mi madre... —Antes de que ella despierte. Mordió su labio para ocultar una sonrisa. —Cuando Dax te lleve, en vez de ir a tu casa, vienes a la mía —propuse. —¿Y Aksel? —Entras cuando él no te vea. —Me acerqué hasta quedar a centímetros —. Prometo que valdrá la pena —murmuré cerca de sus labios. Dejó escapar un suave jadeo que provocó un cosquilleo en mi pecho. >>Di que sí —supliqué, conteniendo las ganas de besarla. Fue ella la que se acercó a mí y, cuando nuestros labios estaban a punto de tocarse, se alejó como gato asustado. Quise preguntar la razón, pero fue evidente cuando dos chicos parecieron. Entre risas, subieron las escaleras y nos pasaron como si fuéramos fantasmas. Desaparecieron hacia el pasillo del segundo piso y se escuchó una puerta cerrarse. —¿Cómo es que siempre escuchas todo antes que yo? No era la primera vez que no nos sorprendían gracias a ella. —Cuando uno de tus sentidos falla —dijo, señalando sus ojos—, los demás se desarrollan. Tengo buen oído. —Interesaste. Pulgarcita tiene sentidos superdesarrollados —me burlé—. Va y te conviertes en la heroína que necesita este aburrido pueblo. —Idiota —se mofó, golpeando mi pecho y rodando los ojos. —Cierto. Con esa ceguera dudo que puedas ayudar a alguien en peligro. Me dio un coscorrón que dolió, pero me ahorré la protesta porque parecía divertida con mis burlas.

—Entonces, ¿un juego a las escondidas hasta mi habitación en la torre más alta de La Mansión Bakker? —insistí, alzando las cejas. —Solo por esta vez —aceptó en tono altanero que no le pegaba. Bajó la escalera, dejándome con ganas de besarla y apoyé la barbilla en la baranda. —Eso no te lo crees ni tú, pulgarcita —la provoqué, pero me ignoró y desapareció hacia la fiesta. Después de eso, solo pude contar los minutos hasta que la mayoría decidió irse. La buena noticia de la noche: Sophie y Dax se reconciliaron. La mala: a la hora de irnos, Aksel volvió a su mal humor en forma de silencio. No me importó. En lo que perseguía el auto de Dax, solo podía pensar en llegar a casa para estar a solas con Amaia. Por unas horas quería olvidar todo, dejar los problemas a un lado y pensar en mí. Nunca lo hacía y solo con ella había notado que, por años, puse mis deseos al final de las prioridades; hasta el punto de suprimirlos. Ella me hacía feliz, me calmaba y alentaba. Por primera vez, estaba descubriendo que era posible, incluso para alguien como yo. Al día siguiente me encargaría de mamá y Aksel, de conversar y arreglar nuestra complicada relación familiar. Llegamos a la mansión y pude ver que el auto de Dax se demoraba más de lo normal frente a casa de Mia. Seguro conversaban y eso me dio tiempo a acompañar a Aksel a la cocina. En lo que disimulaba bebiendo agua, el sonido del potente motor de Dax, alejándose; me dejo saber que era el momento. Mi hermano se entretuvo asaltando la nevera y le mandé un mensaje a Mia antes de escabullirme a la entrada principal. Demoró atravesando el camino que comunicaba nuestras casas. Estaba nerviosa y haciendo preguntas al entrar. La calmé e indiqué que subiera sin mirar atrás. Los escalones chirriaban bajo nuestro peso, pero no sería suficiente para delatarnos. Amaia iba delante, llegando al segundo piso cuando escuché la voz de Aksel pronunciar su nombre y congelarla en el último escalón. No podía ser.

El estómago me dio un vuelco que no estaba acostumbrado a sentir, un miedo distinto. Cuando los alcancé, no supe qué decir. Nos veíamos alternativamente con la sorpresa escrita en los rostros. La peor era Mia, parecía a punto de desmayarse y su labio temblaba. Quizás estaba pensando en una de sus terribles explicaciones. —Creí que estabas en la cocina —dije, aunque no era lo más inteligente. Aksel me miró con la amenaza escrita en los ojos. —¿Qué hace ella aquí? No tenía justificaciones, ni una. Solo se me ocurría decir tonterías para ganar tiempo, pero ella lo impidió cubriendo mi boca. —¿Qué fue eso? —preguntó con expresión asustada y mirando a todos lados. —¿Qué fue qué? —cuestionó Aksel, robando mi pregunta. —¿Por qué siempre estás escuchando sonidos que...? Amaia volvió a taparme la boca al tiempo que lograba escuchar el sonido. Muy lejos y bajo como para notarlo si hablábamos. Una desagradable sensación me golpeó el pecho. Era una tos. No. Era alguien ahogándose. Mamá. Me lancé a correr por el pasillo. Reconocía los sonidos, sabía lo que era y no eliminaba el terror que sentía de encontrarla, aunque me precipitara hacia ella. Estaba en su cama cuando llegué a la puerta de su habitación. El débil cuerpo retorciéndose boca arriba, ahogándose en su vómito. En lo que la cargaba en mis brazos y el conocido olor a licor me llenaba de recuerdos, entendí la mentira en que había estado internado durante las últimas semanas. Ella no estaba mejor, nosotros no estábamos avanzando y alejándonos del doloroso pasado. Como siempre, habíamos cubierto el conflicto con una cortina, la que te engaña haciendo creer que ser feliz era posible. Mi vida, no podía tener felicidad. Mi vida era esto y lo sería hasta el día en que muriera.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @PatriMorgan que me pidió le dedicara un capítulo hace mucho y no recuerdo la razón. Perdón por tener memoria de pez. A @fioreloan27 que ayer cumplió años. Espero que la pasaras lindo. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Vale. Una semana sin actualización y se siente una eternidad. Mándeme buenas vibras para poder seguir las actualizaciones semanales porque pronto empiezo a trabajar. ¿Cómo están? ¿Les gustó el capítulo? Ya sabemos que lo que viene ahora es difícil, pero también uno de los momentos más importantes en la historia. Por comentarios del capítulo pasado, entiendo que muchas se quedaron sin entender una escena que antes no habían visto. Recuerden que Mia no contó todo lo que pasó, Nika tampoco lo hará. Ambos narran lo que fue relevante para su experiencia. Algunas escenas coincidirán, otras no. Mia y Nika se enamoraron del otro por razones distintas, así sucede en la vida real, así sucederá aquí. No se sientas perdidas por las escenas nuevas, a partir de ahora habrá más, pueden ir al libro anterior y entender cómo ambas historias coinciden y conectan. No me extiendo. Las amo. Sus buenas vibras son las que me mantienen aquí y poniéndole muchas ganas. Gracias por tanto. Besito.

25_Si ella se queda   Capítulo 25 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ La llamé una y otra vez mientras la cargaba en mis brazos y la dejaba en el suelo. No respondía. Sentía la asfixiante presión en el pecho en lo que ponía de lado su cuerpo y la ayudaba a expulsar el vómito. Lo logró. Tosió un par de veces, pero seguía sin contestar mi llamado —Ya déjala, Nikolai —murmuró la voz de mi padre—. Ella es feliz así. Negué, apartando los recuerdos. Las coloqué boca arriba, buscando su pulso, el aire entrando a sus pulmones. No lo encontraba. Mis manos temblaron incontrolablemente. —En el fondo lo sabes. Ella quiere morir —siseó. Estaba a mi espalda—. Como tú, tu hermana y todos en esta familia maldita. No. Me negaba a escucharlo. Presioné su pecho para hacer que su corazón siguiera latiendo, en una maniobra que me empeñé en aprender por miedo a que llegara ese día. —Está respirando, déjala —mintió mi padre en tono burlón—. Está respirando. Quería que la dejara morir, pero no me dejaría vencer. Agarró mi hombro para alejarme de ella. —Tienes que quitarte, Nika. No estaba dispuesto a permitirle que me tocara, no de nuevo. Aproveché la cercanía y aferré su brazo para tirar de él. Lo tomé del cuello de la camisa y lo alcé para tener su asquerosa cara a la altura de la mía. —¡Tengo que hacerla respirar! —bramé para hacerle saber que no me intimidaba—. ¡Ella tiene que respirar! —Está respirando, Nika —alegó con voz suave y nada parecida a la de mi padre.

Fueron sus palabras y la tos de mi madre, confirmando que respiraba, lo que me trajo a la realidad. Aksel a centímetros de mi cara, rojo y respirando a duras penas. Lo estaba asfixiando. Solté su camisa sin entender cómo llegué a tocarlo. Acababa de confundirlo, de revivir una escena del pasado. Lo traté como si fuera mi padre, había sido... Mi vista se quedó en la puerta. Amaia. Parada con la espalda pegada a la pared como si esperara fundirse con ella. Sus enormes ojos me veían como jamás habría deseado. Terror. Me observaba con miedo. Sabía lo que estaba viendo. El Nika violento y descontrolado, incapaz de definir la realidad. El que había estado a punto de golpear a su hermano. Amaia acababa de ver al monstruo dentro de mí, lo que era. Acababa de ver a mi padre... —Yo me encargo, Nika —dijo mi hermano, logrando que apartara la vista de ella—. Ve a tu habitación. Mi madre dormitaba en el suelo, rodeada de vómito, ajena al dolor en mi pecho o lo que acababa de suceder. No podía dejarla. La mano de Aksel sobre mi corazón, tal cual mamá solía hacer, me obligó a verlo a los ojos. No necesité sus palabras para entender lo que quería decir. «Tú lo has hecho siempre, yo lo haré hoy». Necesitaba que lo hiciera, yo no podía. Salí por la otra puerta, incapaz de pasar junto a Amaia para escapar de aquel infierno. Mis piernas subieron la escalera y me llevaron al baño. Las manos se deshicieron de la ropa y el instinto me condujo a la ducha. El agua debía estar fría, no lo sentí. La temperatura, el sonido, el aire que corría por la puerta abierta y salía por la ventana, tampoco. No sentía nada, solo vacío y silencio. Acababa de trasladarme al pasado. Ese día Nikolai estaba en la casa y sus palabras, como todas las que me dedicara, quedaron tatuadas en mi memoria. Jamás las había revivido de aquella manera o mezclado con la realidad. Tampoco sentir que me tocaba, o peor, confundirlo con mi hermano.

Quizás estaba perdiendo la cordura. ¿Habría sido así para él cuando lo despidieron? Quizás era la marca del inicio, del camino a terminar como él. Me dejé caer en la bañera y abracé mis piernas. Descansé mi frente en las rodillas y pude escuchar el sonido del agua. Estuve tanto tiempo en la misma posición que mis piernas se entumecieron y los músculos de mis brazos terminaron agarrotados por el agua helada que me bañaba. Sin secarme y solo cerrando la llave, me vestí con el viejo pijama lleno de agujeros que tenía junto a la puerta. Me senté en el colchón que descansaba sobre el suelo, mi cama. Encorvé la columna hasta abrazarme a mi mismo. Mi cabello goteaba sobre el suelo desgastado. A pesar de la oscuridad, veía las gotas, podía contarlas. Mi tiempo había llegado a su fin. Por primera vez el miedo era realidad, me empezaba a convertir en él. La expresión de Amaia no me abandonaba. Lo vio todo. Desde la desgarradora verdad de mi madre, hasta mi verdadera naturaleza. Desde aquel día en la carretera, me prometí no lastimarla, hacerla sufrir o ignorarla. No ser un idiota, no alejarme. Acababa de romper esas promesas y sería ella quien, con todas las razones, se alejaría. No podía culparla por sentir miedo. Seguramente estaba en su casa, aterrada e incapaz de dormir; convencida de que acercarse a nosotros había sido su peor decisión. Nunca debí permitirlo. Aksel tuvo razón al querer construir una barrera entre nosotros. En ese momento, ella también sería consciente y la pequeña ilusión llegaba a su fin. La había perdido, como todo lo que me importaba. —Nika. Su voz me hizo alzar la vista y creí que estaba alucinado. Avanzó lentamente con las manos a su espalda, la mirada nerviosa e incapaz de controlar el temblor de su labio. Me puse de pie y la alcancé, creyendo que se desvanecería si estaba lo suficientemente cerca. No fue así. No había corrido en dirección opuesta y quise agradecerle. Deseé que jamás lo hiciera, que no me dejara, pero no tenía nada para darle o convencerla de quedarse.

—Me alegra que no te fueras —confesé, recordando que, antes de aquel desastre, habíamos quedado en pasar la noche juntos. Tenía que cumplir lo prometido. Necesitaba tenerla cerca, demostrarle que no era lo que acababa de ver. Si le enseñaba lo bueno que podía ser por ella, puede que no me dejara, que no huyera. —Vine a saber cómo estabas —murmuró. —Estoy bien —mentí, decidido a estarlo para ella. Capturé un mechón de su cabello y lo coloqué detrás de su oreja, acaricié su rostro y noté como se tensaba. El gesto rasgó mi pecho ya destruido. Necesitaba probarle que era mejor. —Hace un momento no estabas bien —señaló. —Estoy perfectamente, Amaia. —La hice caminar de espalda hasta llegar al colchón—. No ha pasado nada. Me deshice de sus zapatos para que pudiéramos subir a la cama y quedar en medio del colchón. Me pegué a ella, disfrutando de su aroma, repitiéndome que era real e iba a arreglarlo. —¿Qué haces, Nika? —Te dije que nos divertiríamos hoy. —Me acerqué a su rostro y, en lo que me deshacía de su abrigo, dejé que mis labios rozaran su oreja—. Prometí que valdría la pena que te quedaras y cumpliré mi palabra. Besé su clavícula, sabiendo que le gustaba, subí por su cuello y la guie para que se arrodillara conmigo, para estar a la misma altura. Necesitaba olvidarlo, ayudarla a que lo hiciera, y estaba dispuesto a lo que fuera para hacerla feliz y conseguirlo. Me acerqué a sus labios, deseando probarlos y fundirme eternamente con ellos. Esperé que me respondiera como siempre y gimiera en respuesta, pero me apartó, presionando sus manos contra mi pecho. —No —zanjó, sin pizca de duda—. Ahora no. Claro, nadie querría a alguien como yo. Pensé que se alejaría. Sin embargo, sus manos temblorosas se acercaron lentamente a mi cabello mojado, apartándolo de mi frente, acomodándolo en el lugar indicado. Sus pequeños dedos se deslizaron por mi piel, peinaron mis cejas y mis ojos escocieron ante la caricia. —Tu madre está bien —murmuró y me controlé para no dejar que mi alma se rompiera en pedazos—. Aksel la está cuidando. Negué, sentándome sobre los talones y quedando a la altura de su pecho. —Ella no está bien —susurré.

—Claro que está bien. —Yo sabía que esto pasaría, al final siempre pasa. —¿De qué hablas? —Me confié una vez más. —Era incapaz de entender cómo no vi algo tan obvio después de la charla en la mañana. Estaba destruida y la dejé—. Es mi culpa que pasara. —No, Nika —dijo, acunando mi rostro y logrando que la observara—, claro que no es tu culpa. Es una recaída, es todo. No es culpa de nadie, mi madre... —Ni tu madre puede ayudarla. —Fue demasiado ver sus ojos azules, preocupados por mi familia. Los míos se llenaron de lágrimas—. Es mi deber cuidarla y la dejé sola en fin de año, es mi culpa. —No... —Lo es, todo esto lo es. —Las lágrimas brotaron por primera vez en muchos años y supe que no podría retenerlas—. Es mi culpa. Si ella muere es mi culpa, por no cuidar, por no estar al pendiente. —El rostro de mi hermana se mezclaba con el de mi madre y Aksel—. Yo tenía que estar al pendiente, tenía que estarlo, aunque ella no lo pidiera. Mordió su labio en los que sus ojos se volvían un espejo de mi tristeza. —No es tu culpa —repitió, tomando mis hombros y acercándome a su pecho—, no lo es. Me congelé con su abrazo, su olor y su voz. Devolví el gesto, pasando las manos por su espalda, aferrándome a su diminuto cuerpo. Necesité protección, imaginar que ella lo era, que curaría mis males, mi pasado, mi futuro. Me refugié en su cuello, llorando como jamás lo había hecho, dejando salir el dolor de tantos años. Lloré por Emma, por la culpa que me atormentaba y el pequeño ataúd que todavía veía en mis pesadillas. Por los moretones de mi madre, su sufrimiento infinito y la maldad con que mi padre la destruyó. Lloré por Aksel y su inocencia que no pude cuidar, por lo mal hermano que había sido, ocultando la verdad en vez de ayudarlo a entenderla. Lloré, en especial, por lo que fue mi familia. Por los festejos cuando éramos felices, los cumpleaños y las risas en la cena. Por mi padre, el que me enseñó a conducir con paciencia y dedicación, por el que lloró tras el nacimiento de Emma y nos abrazó en el pasillo del hospital. Lloré por lo que la vida le hizo y el monstruo en que se convirtió.

Lloré por ser como él y no merecer a la chica que me abrazaba y pronunciaba palabras reconfortantes. Palabras que no entendía, pero me hacían quedarme en sus brazos; en ese mundo y no el oscuro lado que mi padre había dejado en mí. Lloré hasta que todo se apagó y la única razón por la que no deseé que se apagara para siempre, fue por ella. ~❁ ✦ ❁~ Fue la luz lo que me despertó. Mi habitación tenía un tono naranja cuando abrí los ojos, intentando acostumbrarme a la claridad. Al girar la vista a la derecha, Amaia seguía ahí. Estaba despierta y con la mirada en mi brazo tatuado y un dedo a nada de tocar mi piel. —Te quedaste —murmuré sin entender la razón. —Deberías estar durmiendo —señaló con voz ronca. —Tú también. —Tenía el cabello revuelto y unas ojeras poco comunes en su rostro—. ¿No dormiste nada? Negó y me acosté sobre mi brazo tatuado por miedo a que siguiera viendo las cicatrices que la tinta escondía. Ambos de costado y uno frente al otro. —Siento mucho lo que pasó ayer. —No pasa nada —mintió, rehuyendo mi mirada y buscando el silencio. —Siento que tuvieras que conocer algo de mi familia que habría preferido que no supieras nunca —confesé. —Hay cosas que no se pueden evitar. El segundo silencio fue más corto. —Sabías que tomábamos terapia, ¿cierto? —cuestioné, recordando que entendió la situación de mi madre como una recaída. —Pero no sabía la razón. No entendía cómo, sabiendo que necesitábamos un psiquiatra, se había mantenido tan cerca. —¿Tu madre te contó? —Escuché lo que no debía —confesó. No pude sonreír para fingir que todo estaba bien. En vez de eso, tomé su mano y acaricié sus dedos. Intenté concentrarme en ellos para ser capaz de hablar. —Es mi culpa que esto sucediera. —No, Nika... —Mi madre comenzó a beber por mi culpa.

Expresar lo que sentía no fue liberador, solo me recordó la realidad. —Es-es imposible. —No lo es. —Era incapaz de mirarla a los ojos cuando estaba a punto de mentir, pero necesitaba decir algo y la verdad era demasiado dura—. Ella comenzó a beber después del accidente de mi hermana. Su mudez me dio tiempo a organizar las ideas, a desahogarme para no explotar, pero no mencionar a mi padre y evitar las mentiras. >>Mi hermana murió cuando yo tenía trece años. No había cumplido los cuatro, y mamá tuvo que dejarnos solos para llevar a Aksel al hospital por una fiebre alta. >>En ese tiempo me importaba más mi música, mis audífonos y los videojuegos, tanto como para no cumplir las indicaciones de mi madre. Podía recordar que me advirtió no quitarle los ojos de encima y a Emma suplicar que jugara con ella. Tenía que haberlo hecho, en vez de cerrar el paso a la escalera y usar los audífonos para aislarme del mundo. Nikolai había llegado de improvisto. Aparecía a su antojo para buscar dinero, bebida o maltratar a mi madre. En ese entonces, yo no lo sabía. Encontró el desastre de juguetes en el segundo piso y pegó gritos a Emma hasta hacerla llorar. Mis audífonos profesionales y la puerta cerrada me mantuvieron ajeno a lo que sucedía. Cuando escuché algo al fondo, no dudé en salir a chequear a mi hermana. Aparecí en el momento en que él la golpeaba para que parara de chillar y ella caía escaleras abajo. —Yo tenía que haberla cuidado —dije, apartando los recuerdos. No la golpeé y provoqué que cayera, pero la culpa era la misma—. No estuve al pendiente en el momento adecuado y tampoco escuché lo que pasaba por la maldita música. —¿Có-cómo? —La escalera era muy alta y ella muy pequeña —expliqué, sin mentir, pero sin dar detalles que desmintieran la historia que creamos antes de llegar a Soleil. >>Era pequeña, frágil y hermosa con su cabello dorado. —Dolía, pero tener el recuerdo de su existencia era una dicha—. Era la princesa de la casa y yo no pude cuidarla. Tomó mi barbilla con la misma delicadeza que me tratara la noche anterior.

—No es tu culpa —repitió con aquella voz que lograba hipnotizarme—. Nada de eso lo es. —Eso repiten todos, pero no saben lo que dicen. —Tú no sabes lo que dices —rebatió—. No soy la persona más experimentada en malas experiencias, pero hay cosas que suceden y ya. No todo tiene un culpable. —Todo se puede evitar. —¡No! —Me obligó a mirarla cuando quise apartar la mirada—. No todo se puede evitar y no tienes que sentirte así. —Es fácil disminuir lo que me pasa cuando se ve desde afuera. Lo sentí igual cuando mis antiguos amigos de Prakt trataban de reconfortarme por lo que creían que había sucedido. —Puedo entender lo que sientes. —Se acercó hasta que pude contar las pecas que surcaban sus mejillas—. Pero creo que no tienes que sentirte así y para entenderlo necesitas ayuda. —¿De un psiquiatra como tu madre? —De cualquier que esté dispuesto a ayudar —aseguró, acunando mi rostro. Me atormentaba abrirme a un psiquiatra, confesar la verdad. Recordaba que él también necesitó ayuda tras su despido y se negó a aceptarla. Éramos tan parecidos que terminaríamos igual. Sin embargo, la dulce confianza en su mirada me hizo pensar que ella también deseaba ayudarme. Saber que no quería irse calmó mi sufrimiento, la culpa y el dolor. Amaia era capaz de hacerme sentir mejor y lo necesitaba desesperadamente. Fue la vibración de su teléfono la que rompió nuestra conexión. Con solo darle una mirada, saltó hasta quedar sentada en la cama y se lamentó mirando a la pantalla. —¿Pasó algo? —Tengo que irme. Gateó por la cama hasta llegar a sus zapatos y ponérselos a toda velocidad. Recogió su abrigo y salió corriendo, ignorando mis preguntas y desapareciendo como si el diablo la persiguiera. Con el portazo entendí quien había llamado. Su madre.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @abruu044 que hace meses me pidió que le dedicara este capítulo. Creo que era uno de sus preferidos y confieso que también es uno de los míos. Marca un antes y un después en la novela. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Se siente raro no actualizar cada semana, pero confieso que este capítulo ha sacado todo de mí, sobre todo el inicio. Necesitaba sentirlo para escribirlo y era imposible si me apresuraba. Últimamente tengo poco tiempo. De igual forma pienso escribir esta semana y la siguiente habrá capítulo. Estar lejos de redes me hace pensar que no les presto suficiente atención. No he podido responder mensajes y eso me hace sentir mal. Espero que a pesar de no estar, recuerden cuánto las quiero y lo tanto que aprecio su paciencia y cariño. El apoyo que me dieron la semana pasada cuando dije que no podría actualizar fue lo que me ayudó a escribir. Las amo. Cuídense mucho y linda semana. Besito.

26_ Mentiras sobre mentiras   Capítulo 26 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Ver que se iba me recordó lo que sintiera horas antes. El mismo vacío. La necesidad de tenerla cerca fue abrumadora, pero había pasado la noche fuera de su casa. Su madre la regañaría, puede que terminara castigada y sería mi culpa. Me dejé caer en la cama con la vista fija en las vigas de madera que sostenían la torre. Tenía que bajar, enfrentar la realidad y volver a poner el reloj en cero. Me costó unos minutos guardar el dolor, aplastar mis ganas de quedarme acostado toda la vida y aceptar el papel que me tocaba jugar. Bajé la escalera y terminé recostado al marco de la puerta de su habitación. Los contemplé en silencio para tomar fuerzas. Mamá dormía plácidamente a pesar de la luz del día. Aksel hacía el intento por no quedarse dormido. Sus ojos se cerraban cada dos minutos y volvía a abrirlos sin ver demasiado, para volver a ceder al cansancio. Me acerqué hasta que notó mi presencia y se incorporó, intentando lucir bien. Estaba destruido. Los ojos rojos e hinchados de llorar y pasar la noche en vela. Sabía cómo se sentía y me dolía que le tocara vivirlo. —¿La despertamos? —preguntó con voz ronca. —Tiene que hidratarse y comer. Toqué su hombro con suavidad y, al instante, se removió. Una mujer que crio tres hijos y con la costumbre de vivir en constante vigía podía despertar con facilidad, incluso en su estado. Abrió los ojos, desorientada. Me vio primero, luego al techo y, por último, a Aksel que tomó una de sus manos entre las suyas. Le costó unos segundos entender, ver la mano que mi hermano que abrazaba la suya y que los recuerdos llegaran. Sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a gimotear, cubriéndose la cara por vergüenza. Se lamentaba, pidiendo disculpas, llamándose mala madre y culpándose. Aksel trató de calmarla, pero las palabras no la ayudarían, no en ese

momento. Me agaché a su lado, logrando que nuestros rostros estuvieran a la misma altura y se desahogara, con los ojos fijos en los míos. Apenas tenía energía para llorar. Terminó negando con la cabeza y moviendo los labios sin emitir sonido. Logramos que accediera a bajar. Necesitaba levantarse, comer y recuperar fuerzas. Aksel se encargó del desayuno y yo de llevarla a la mesa para que bebiera agua. La tuve que ayudar por sus manos temblorosas. Las lágrimas se deslizaban por su rostro. Intentaba ocultarlo al mirar en dirección contraria o al vaso sobre la mesa. Comimos sin hablar. Mamá apenas tomó un par de bocados y un jugo de naranja. Fue cuando el desayuno acabó que se notó el silencio. Nos aplastaba junto al pasado y las mentiras a medias que manteníamos entre nosotros y con el mundo. El pesar, el dolor, la culpa. —Lo siento —dijo con voz ronca y débil—. Siento hacerles pasar por esto, por no haber sido capaz de protegerlos cuando lo han necesitado y por... —Mamá... —Siento no haberlos sacado de esa casa la primera vez que él llegó borracho y me golpeó —continuó, sin dejar que Aksel la interrumpiera—. Creí que lo sobrepasaría, que volvería a ser el hombre con el que me casé y juntos podríamos solucionarlo. —Hipó, pero no dejó que eso la detuviera —. Si lo hubiese hecho, Emma... Emma estaría viva y ustedes no serían tan infelices. ¿Cómo era posible que ambos pudiéramos encontrar razones para culparnos por lo sucedido? —Eso no es cierto —intervino Aksel—. Tenías miedo, la culpa era suya por hacerte sentirlo. —Yo podía haber sido valiente y... —Soportaste golpes, gritos y amenazas. Lo hiciste en silencio con tal de no hacernos sufrir. No creo que evaluar tu valentía sea un punto de discusión, mucho menos tu amor por nosotros. En todo caso juzgaría la cobardía de nuestro padre. Miré a Aksel, más orgulloso que nunca de tenerlo como hermano, de haberle contado la verdad. Mamá sollozó y tomó nuestras manos por encima de la mesa. Me miró, esperando una opinión.

—Jamás será tu culpa —aseguré, acercándome para besar el dorso de su mano—. No intentes cargar con lo que no te pertenece. Intenté transmitirle la paz que necesitaba. Eran las palabras correctas para sostener lo que quedaba de ella. Debía ser fuerte y reprimir mi dolor para cuidarlos, me correspondía. Irónico que fuera capaz de hablar sobre la culpa y cómo sobrellevarla o apagarla para seguir adelante. La culpa no era fácil de expiar. Silenciosa y escondida podía vivir años dentro de ti, carcomerte y destruirte, disfrazada de ira, tristeza o desesperación. Cuando eras capaz de identificarla como el origen de tus tormentos, terminabas en mi lugar. Sin saber cómo gestionarla y con ganas de que todo acabe con tal de olvidarla para siempre. No quería que mi madre llegara a ese oscuro lugar. —Prometo que esta vez será distinto —aseguró, viéndonos. —No lo prometas —pedí—. Piensa que ahora tenemos ayuda. —Recordé las palabras de Amaia—. Puedes esforzarte para mejorar. No te presiones con promesas. —No quiero defraudarlos —murmuró. —Nunca lo harías —aseguró Aksel. —Eres la mujer más valiente que conozco. —Le dediqué una sonrisa—. Sobrevivimos hasta ahora, no es momento de rendirse. Ella empezó a llorar y nos levantamos para abrazarla hasta que se calmó. Pudimos ayudarla a subir para que descansara y nos quedamos en el pasillo, con la vista fija en su cama. No pude evitar exteriorizar mis pensamientos: —¿No crees que sería más fácil si le contáramos la verdad a la doctora Favreau? —No —contestó, sin dudar—. Ahora entiendo el porqué se negaban a una simple denuncia. —Contarle a ella no es lo mismo que a la policía. —¿Crees que la doctora no se verá obligada a dar parte a las autoridades? Tenía miedo, pude leerlo en su mirada. —Podría ayudar a mamá si supiera la verdad. —Y si nuestro padre es denunciado, nos encontrará antes de que la policía lo arreste —puntualizó—. ¿Cómo crees que nos ayudará eso?

No repetí la diferencia entre la doctora y la policía. Me asustaba por igual que la verdad se destapara. Aunque lo negara, seguía temiéndole a Nikolai. No por lo que me haría o las maneras en que podía hacerme sufrir, sino por las represalias que tomaría contra ellos por la huida. —Tienes razón —acepté—. Ahora ve a dormir, yo me encargo. Asintió y antes de dar el primer paso, quedó a mi lado, hombro con hombro. Siento haberte juzgado tantas veces, por ser un hermano de mierda y dejarte solo cuando lo necesitabas. Lo miré de reojo. —Eres mi hermano. Hagas lo que hagas y pase lo que pase, siempre lo serás. —Cerró los ojos para contener las lágrimas—. Las disculpas están de más. Impedí que se fuera, tomándolo del brazo. —Gracias por cuidarla, por hacerte cargo cuando no pude. —Agradécele a Mia. —La culpa, la que todos cargábamos, escrita en su rostro—. Fue ella quien la bañó, yo solo pude ayudar. Fui un inútil, igual que siempre. —Tragó para mantener la compostura—. Prometo que, si hay una próxima vez, sabré cómo responder. Lo dejé ir, sabiendo que tampoco era momento de ayudarlo con palabras. Necesitaba descansar. Pasé la mañana en la habitación de mi madre. A su lado y mirando al techo para no pensar. Hubo un momento en que despertó y pidió que le contara lo sucedido. Le di la verdad, incluyendo a Amaia y su ayuda. Volvió a llorar, avergonzada, y terminó quedándose dormida. Supe que estaría bien e hice el resto de la tarde en la azotea con el primer libro que encontré. Un par de veces miré el teléfono, esperando un mensaje suyo, o chequeé la casa vecina. Debía estar durmiendo. No pude evitarlo y le escribí. No obtuve respuesta. Horas después lo volví a intentar, pero no lo leyó. La noche cayó y empecé a desesperarme. Pasaba por la ventana de mi habitación una y otra vez. No estaba en el salón donde un par de veces la había visto leyendo. Las luces del segundo piso estaban encendidas, la primera planta en total oscuridad. Quería descansar y esperar al día siguiente, pero mi cerebro fue capaz de inventar mil buenas excusas para ir a verla. Terminé por sacar un saco de

dormir a la azotea, esperando que accediera a subir conmigo, aunque fuera a estar en silencio mirando al cielo. Lancé diminutas piedras a la que supuse, con dedos cruzados, que fuera su ventana. Tuve suerte y, tras un par de mensajes, logré que me pidiera esperarla en la puerta. Al salir, llevaba un abrigo largo sobre un pijama azul. Su cabello estaba recogido en una coleta que no lograba sostenerlo. Por primera vez la vi usando espejuelos, redondos y algo grandes para su rostro. Se veía hermosa, más que otras veces. No fue hasta que se detuvo a una corta distancia que noté sus ojeras. —¿Dormiste? —pregunté. —Sí —murmuró, jugueteando con sus llaves—. ¿Cómo está tu madre? —Mal. Cada vez que recae tras una buena racha, se pone mal. Me observó con sus bonitos ojos azules que brillaban detrás de los espejuelos. —Igual tiene solución. —¿Tu madre se enojó? —cuestioné, evadiendo el tema. —Solo pidió que avisara. Me sorprendió que no estuviera castigada. —¿Puedes abandonar tu castillo o tienes hora de llegada? Necesitaba relajar el ambiente. —Dije que regresaría a dormir. —Perfecto. Le brindé la mano y accedió a tomarla hasta que llegamos a la azotea de la mansión. —Pensé que podías pasar frío —comenté mientras ella veía el cielo. Reparó en el cómodo saco de dormir y no dudó en meterse para buscar el calor. Me limité a acostarme encima, sin taparme. La noche era fresca y agradable para mí. Me sentí a salvo al tenerla a mi lado, a pesar de la oscuridad que nos envolvía. Se ladeó y me observó por largo rato. —Me gusta como te quedan los espejuelos —confesé. —Son horrendos. Se los quitó y tuve que reír. —Supongo que cada cual se ve de manera distinta. —La miré de reojo y quise burlarme de ella—. ¿Estarás a salvo sin ellos? ¿Ves algo desde ahí?

—Así no funciona la miopía, idiota. Cada vez me gustaba más cuando me llamaba así. —¿Y si me alejo? —bromeé, agitando la mano frente a su rostro. —Tienes que ponerte bastante lejos para que empiece a ver borroso. Desde aquí te veo bien. Se acabó el tema y el silencio volvió a envolvernos. Solo podía pensar en lo que le había contado, en lo que me faltaba por contar y lo que no debía decir bajo ninguna circunstancia. —¿Tu madre sabe que yo...? —Sí —contesté, sin necesidad de escuchar la pregunta—. Eso hace que se sienta peor, supone que le has contado a tu madre. —Lo hice, pero... —No tienes que justificarte. De no haberlo hecho tú, tendríamos que decirle nosotros. —Mi madre, ¿sabía de tu hermana? Su tono de voz me decía que las preguntas eran formuladas con miedo a no obtener una respuesta. —¿No hablaron de eso? Tenía la mirada en mi hombro, incapaz de verme a los ojos. —Mamá no hablaría de sus pacientes conmigo. La doctora Favreau se ganaba mi respeto cada día. —Ella sabía —acepté—. Sabe de las razones por las que comenzó todo, se supone que eso es lo que está tratándole. Otra mentira sobre la mentira. Presionó sus labios hasta que se volvieron una línea y barrió mi rostro con la mirada. —¿Qué pasó con tu padre? La única pregunta que no quería contestar. —Eso fue antes —murmuré, sin verla. —Pero también influyó, ¿no? —Digamos que fue el inicio y mi hermana el detonante. Se demoró en volver a hablar. —Dije que no preguntaría, pero, ¿cómo fue? No abrí los ojos. Me enfoqué en mi respiración y las ganas que tenía de dejarlo salir; la batalla por protegerla y no dejarle saber lo que me había sucedido. La verdad era una manera de acercarla, de arriesgarla a terminar abrasada por la oscuridad que me rodeaba.

Temía a que conociera mi pasado y se alejara, que entendiera lo que yo podría ser y lo inadecuado que era estar a mi lado. —Mi padre trabajaba para una empresa muy importante —dije, intentando no mentir, pero no decir lo incorrecto—. Un día, ellos decidieron que no era necesario y se deshicieron de él. >>No es fácil aceptar un despido para un hombre con dos hijos en nivel escolar, una esposa ama de casa, una propiedad recién comprada, muchas deudas y un bebé de meses. Aparté el cabello de mi rostro con tal de hablar sin que los recuerdos pasaran delante de mis ojos. >>Mi padre jamás fue un hombre valiente, después de eso quedó claro. —Fue su cobardía la que acabó con nuestras vidas, tal cual dijera Aksel aquella mañana—. Es más fácil deshacerse de las responsabilidades que enfrentarlas. —¿Él los abandonó? —murmuré, confundida. —Eso habría sido menos cobarde. Habría sido preferible. —Él... Tu padre... —Hay muchas maneras de ser cobarde —dije, sintiendo que soltaba el pesar que había provocado un nudo en mi estómago. —No creo que debas recordar a tu padre como un cobarde —murmuró, acercándose a mi lado—. Terminar con tu vida no te hace cobarde, solo... —Abandonar a tu familia cuando más te necesita, sí. Asumió la mentira del suicidio sin que pronunciara las palabras. —Piensa que él estaba sufriendo —insistió, ajena e inocente—, quizás no supo cómo sobrepasarlo. —Y no le importó el sufrimiento al que nos llevaría cuando decidió dejar de ser lo que era, cuando... Me callé antes de decir la verdad. No podía dejarme vencer por el resentimiento que guardaba. Puso una mano sobre mi pecho. Lo hizo del lado derecho, donde realmente estaba mi corazón y con aquel simple gesto olvidé que debía respirar. —No tienes que seguir. Lamento haber sacado el tema. —No te disculpes sin necesidad, Amaia. —Tuve que mirarla—. Las disculpas tienen una carga muy fuerte para que las pidas por algo que no está mal.

—No tengo que preguntarte, no quiero... Llevé su mano a mis labios y dejé un beso en su palma. —No me molestan tus preguntas. Sé que no las haces con mala intención. —Imité su posición y quedamos uno frente al otro, de costado. Ella bajo el saco de dormir—. Soy yo quien siente que me vieras así, que tuvieras que hacerte cargo de mi madre en el peor momento. —No hice nada del otro mundo —aseguró, mirando nuestras manos. Deslicé un dedo por el arco de su mandíbula hasta llegar a su barbilla y lograr que me mirara. —Para mí sí fue algo del otro mundo —dije, acercándome a sus labios—. Nunca le había contado tanto a alguien. Tembló y supe que no era de frío, era el beso que ansiábamos. Rocé sus labios tibios y dulces. Enredé la mano en su cabello hasta desatar su coleta. Su sabor, la suavidad de su beso y el suspiro que exhaló cuando la abracé fueron la mejor medicina a mis pesares. Necesité todo de ella. Tocarla y besarla de pies a cabeza. Se aferró a mi cuello y profundizó el beso. Fue su gemido lo que me hizo separarme. Sus mejillas sonrosadas y respiración agitada la hacían ver más hermosa. ¿Algún día podría definir cómo se veía más bella? —Vamos dentro —propuse. —¿Pa... para qué? —Para lo que quiero hacer necesito quitarte la ropa y no te voy a hacer pasar frío. Podía negarse, pero asintió, dándome luz verde para cargarla. Era liviana y fácil de manejar, de hacerle abrazar mis caderas con sus piernas y colocarla a mi altura para besarla hasta que estuvimos en mi habitación. Me senté en el colchón y quedó sobre mis piernas. Nuestros besos iban subiendo de intensidad, sus manos acariciaban mi cuello y despeinaban mi cabello en lo que me pegaba a su rostro y jadeaba en mis labios. Me deshice de su abrigo y acaricié su cintura. Su piel era tan suave que el pijama fue demasiado fácil de retirar. Su torso quedó desnudo, iluminado por la luz azul que se colaba por las ventanas. Mis ojos estaban acostumbrados a la oscuridad. Rodeé su ombligo con el dedo pulgar y subí, disfrutando de su calidez, de los pequeños lunares que tenía sobre su blanca piel. Sentí su corazón bajo mi tacto, respiraba agitada y con la vista en mi recorrido.

Por primera vez la vi desnuda de cintura para arriba. Sus pechos eran lindos, redondos y llamativos contra su delgado cuerpo. Definitivamente me encantaban, todo de ella me volvía loco. —¿Qué haces? —preguntó, recordándome que acababa de perderme en lo que provocaba en mí. Alcé la vista para encontrar la oscuridad cubriendo la mitad de su rostro. —Admirar la vista —murmuré, recordando el día en que nos conociéramos. Su piel se erizó y su cara tomó un color rojo que se extendió hasta sus hombros, pero no se tapó. No había vergüenza por estar semidesnuda y eso me hizo pensar que confiaba en mí. Bajó sus manos para deshacerse de mi sudadera. La ayudé y se entretuvo en devorarme con la mirada. Sus dedos curiosos recorrieron mi abdomen, subiendo por mi pecho hasta descansar en mis hombros. Me excitó que lo hiciera, que atrapara su labio entre los dientes y me observara con aquel brillo seductor en sus ojos. La giré hasta que su espalda quedó contra la cama y la besé. Sin aplastarla, alcé sus brazos y aprisioné sus muñecas sobre su cabeza en lo que subí con mi otra mano, delineando el contorno de su cuerpo. Disfrutando tocarla, deleitándome en la manera en que respondía a mis caricias. Deslicé mis dedos, tracé círculos y dibujos sin sentido sobre su piel. Sus besos y jadeos me guiaban al intentar entender lo que le gustaba. Lentamente, me fui acercando a uno de sus pechos, besando su cuello y pasando al otro. Su respiración iba subiendo mientras más me acercaba sus pezones, pero se calmaba cuando volvía a alejarme. Mojé mis dedos con saliva y la besé al tiempo que toqué uno de sus pezones, un suave pellizco que la hizo presionar sus piernas, buscando alivio para su sexo. Continué estimulándola con mi mano libre e inmovilizando sus brazos por encima de su cabeza. Disfruté de sus gemidos bajos, que retorciera las piernas y las enredara con las mías hasta frotar su sexo con mi muslo. Odié que ambos lleváramos pijama, pero no era momento para deshacerse de toda la ropa. Jadeó mi nombre, provocando que un delicioso calambre viajara hasta mi entrepierna y me pusiera tan duro que la ropa interior empezó a molestar. —¿Qué quieres, Amaia? —pregunté sobre sus labios.

—Que dejes de torturarme —gimoteó. —Estamos divirtiéndonos. Era gracioso que no supiera disfrutar lo que hacíamos sin desesperarse. —Sabes muy bien lo que estás haciendo. Besé la línea de su mandíbula. —No sé qué me pides, pulgarcita —murmuré. —Sabes lo que quiero —insistió. —No, no lo sé. Dímelo. Su voz me ponía más que nada. Quería escucharla hablar mientras le daba placer. —Estás torturándome. Intentó liberarse de mi agarre. —Estás mintiendo. —Dejó de moverse—. Estás disfrutándolo y solo quiero que me digas lo que quieres. —Acaricié su pierna por encima del pijama y me detuve antes llegar a su entrepierna—. Dime lo que quieres y lo haré, haré todo lo que me digas. —Eres un idiota —espetó, agitada y con aquella voz demandante que me desarmaba desde el primer día. Tuve que reír. —Eso me excita mucho —confesé, buscando el adictivo olor de su piel y rozando mi nariz por su clavícula. —¿Que te llame idiota? Volví a reír antes de tomarla de la cadera y pegarla a mi cuerpo. Quería que sintiera lo duro que me ponía y un gemido se escapó de sus labios. —Que seas tan respondona. Me moví contra ella, disfrutado el roce, el calor y el alivio que me provocaba. Gruñí por lo bajo, mordiendo con fuerza para no dejarme llevar por las ganas que tenía de arrancarle la ropa y hacer lo que mi cuerpo pedía. Gimió mi nombre y sentí que flotaba. —Desde el primer día —confesé, jugueteando con el elástico de su pijama—. Desde aquella discusión en Filosofía me pone tu actitud. —Sentí el calor de abdomen cuando mi mano estuvo dentro de su ropa interior—. Desde ese día estoy imaginando como sería verte gemir mi nombre. —Nika —jadeó cuando empecé a masajear su sexo. Mordí su cuello para relajarme y enfocarme en darle placer, no en lo húmeda que estaba o lo excitante que resultaba mi nombre en su boca.

Se retorció, abriendo las piernas y dándome acceso su sexo, a que la estimulara en el lugar correcto, el que le hacía jadear y pedir más. Amaia era expresiva y fácil de leer, solo su respiración podía decirme si estaba a punto de tener un orgasmo y no habría sido divertido que sucediera tan rápido. Me entretuve en subir y bajar el ritmo, en descubrir qué la llevaba al límite, algo que en algún momento tendría que preguntar. Disfruté que protestara, de besarla y morderla, de... —¿Qué haces? —pregunté, alarmado y sosteniendo su muñeca cuando intentó deslizar su mano dentro de mi pijama—. Quedamos en que había un límite. Noté que yo también estaba agitado. —Dijiste... Dijiste que había muchas maneras —susurró, sin aliento, antes de acercarse a mi oreja—. Solo tienes que mostrarme cómo. Sus palabras me hicieron estremecer. La idea de que me tocara era más de lo que podía imaginar. No podía negar que lo deseaba y era posible de acuerdo con nuestro trato, mientras ella quisiera hacerlo. Solté su mano y no dudó en internarla en mi ropa interior. Acarició mi miembro, estaba tan duro y sensible que la falta de lubricación se sintió incómoda. Le mostré cómo hacerlo sin lastimarme y captó al instante la presión que me gustaba. Al principio su mano temblaba, pero se fue acostumbrando y dejé de guiarla para disfrutar. No pude evitar gemir y cerrar los ojos, tomarla del cabello y besarla. Le dejé saber lo que provocaba en mí y supo como subir la velocidad de sus movimientos, con nuestras miradas conectadas y mi respiración errática. Estaba a punto de terminar sin poder controlarme cuando la presión de su mano disminuyó. Dejó de masturbarme con el ritmo ascendente y comenzó a bajar, como había hecho al inicio. Encontré la diversión en su rostro ante mi frustración y tuve que reír. —Aprendes rápido, pulgarcita —acepté, tirando de su ropa interior y dejándola a una distancia a la que tenía acceso a su entrepierna. Se atragantó con su saliva cuando deslicé dos dedos por su sexo y terminé por estimular su clítoris—. Pero dos pueden jugar a eso. Fue exquisito el placer que podíamos darnos mutuamente. No supe si era yo quien guiaba o seguía. Solo era consciente de sus labios y sus jadeos

ahogados, del calor en mi entrepierna mientras me masturbaba y de lo húmeda que estaba en mi mano. Se balanceaba sobre mi palma en lo que me entretenía en chupar y morder sus pezones. Quería terminar y tener un orgasmo. No iba a negárselo. Necesitaba dejarme ir con ella, disfrutarlo al mismo tiempo por primera vez. Sentí sus músculos contraerse, cerró las piernas y gruñí cuando no paró de tocarme. Fueron escasos segundos en los que perdí el control de mi cuerpo, de lo que sucedía. Un momento de lucidez acompañado de la relajación total. Cuando yo había terminado, ella seguía gimiendo y contraída por lo que estaba sintiendo. Fue igual de placentero verla morder su labio hasta relajarse y apoyar su frente contra la mía. Descansamos, agitados y con las piernas entrelazadas. Una mano dentro de la ropa del otro y una media sonrisa. Lo entendí en ese momento, mientras su aliento golpeaba mi rostro. Con cada minuto que pasaba a su lado y experiencia que descubríamos juntos, más nos acercábamos. Si antes necesitaba sus palabras o sus besos, mañana necesitaría su abrazo, sus orgasmos y su tacto. Tuve miedo. Mientras más tiempo pasáramos juntos, más dolería si terminaba alejándose. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @JaquelinRojas3 que hace unas semanas dejó un lindo mensaje en mi tablero  y que en dos días cumplirá años. Espero que la pases bien. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Las recibo con agua bendita. Amén. Anécdota de cuando escribía. Tenía abierto el documento de la escena final desde el punto de vista de Mia e iba escribiendo el de Nika para que coincidiera. Mi familia no paraba de pasar por detrás y acercarse a hablarme.

Escribí con el corazón en la boca y nerviosa de que me vieran escribiendo cochinadas. En fin, el hipotálamo. Actualización tarde. Era un capítulo muy largo y sé que salió con errores, pero sabrán perdonarlos y los editaré en el futuro. Ya creo poder recuperar el ritmo de un capítulo semanal. Quiero terminar de publicar el libro este año y tengo que apresurarme. Aviso que los dos próximos capítulos son nuevos, es decir, nada que vieran antes. Son escenas en la que Mia jamás estuvo o no tuvo el tiempo de contar. 😏 No diré nada más. ¿Tuvieron buena semana? La mía fue un asco. Problemas de salud. Sigo sin pasar por redes, no me alcanza el tiempo. Las leo en comentarios. Cuídense, pórtense bien, no lean puercadas y tomen awita. Las amo. ❤❤❤ Besito.

27_Dilo sin llorar   Capítulo 27 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ —Nika —llamó la voz de la doctora Favreau. La miré, sentada en el cómodo butacón frente al sofá que yo ocupaba. Me había distraído en la pintura colgada detrás de su escritorio. —Llevas veinte minutos sin decir nada. La primera terapia individual a la que me enfrentaba y con la que era incapaz de lidiar. Preguntó cómo me sentía después de la recaída de mi madre y aparté la mirada, evitando los recuerdos, perdiéndome en el decorado del consultorio. —Nos quedan diez minutos —insistió—. ¿Crees que puedas contestar? —Quizás no tengo nada para decir —murmuré, intentando no sonar irrespetuoso. —Igual me gustaría escucharte decir algo. —Me dedicó una sonrisa maternal. —¿Algo como qué? —¿Qué tal si empezamos por algo sencillo? Lo que se te ocurra. Fue la primera vez que pude sostenerle la mirada sin sentirme inspeccionado. El azul de sus ojos me recordó a Amaia y trajo los recuerdos de la noche en que creí perderla. —Gracias por no castigar a Mia. Juntó las cejas, como si mis palabras le causaran gracia. Cerró el cuaderno donde acostumbraba a tomar notas y lo dejó a un lado. —¿Por qué creíste que la castigaría? —Por pasar la noche fuera de su casa. —¿Crees que debería haberlo hecho? No supe si era una pregunta trampa y decidí ser sincero. —Pensé que lo haría. Los padres que crían a chicas como Amaia suelen enojarse cuando pasan la noche fuera. —¿Chicas como Mia?

—No me malinterprete —pedí, entendiendo que no me había expresado de la mejor manera. —No lo estoy haciendo, Nika. Lo único que quiero es entenderte. —Me refiero a quienes han crecido en una familia... ¿feliz? —No tenía idea de cómo explicarlo—. No es solo las chicas, sino los buenos hijos que crecieron tranquilos, con padres que se han encargado de mantenerlos a salvo. —¿Crees que la manera de disciplinar a un buen hijo es castigarlo cuando se equivoca? Cuando lo decía de esa manera, sonaba ilógico. —Es mejor que pegarle —alegué. —¿A ti te han pegado? —No —mentí. —¿Te han castigado? —Tampoco. —¿Has sido un hijo modelo? —Todo lo contrario. Me escapaba de casa desde los diez y un par de veces mamá me fue a buscar a la estación de policía por meterme en fiestas ilegales. —Entonces, ¿te consideras un mal hijo? —No supe qué decir, me consideraba una terrible persona—. Entiendo que si los padres castigan a los buenos hijos cuando cometen errores y a ti jamás te castigaron, te consideras... —Sé lo que está haciendo. —¿Y eso es? —cuestionó, sin verse ofendida por mi interrupción. —Trata de llevar la conversación a un lugar donde termine hablando de mi madre y lo sucedido. —¿Eso crees? —No respondí, lo sabía. La doctora hizo girar el bolígrafo entre sus dedos y volvió a hablar—: Eres inteligente, Nika, no tengo dudas. Aksel y tú, ambos son brillantes. Sin embargo, lamento decir que estás equivocado. >>No tengo intención de manipular a un paciente. —Nos señaló alternativamente con el dedo índice—. Esto no es para que cuentes lo que yo quiero, es para que exteriorices lo que tú necesitas. —¿Y si no tengo nada para decir? —Podemos conversar de cualquier tema. —Entrelazó las manos sobre su rodilla—. Pensé que eso hacíamos e intentaba que entendieras por ti mismo

la razón por la cual no castigo a mis hijas. —¿Por qué no lo hace? —Sería muy hipócrita de mi parte sentarme en esta oficina para atender problemas familiares de mis pacientes debido a la falta de comunicación, para llegar a casa y no ponerlo en práctica. >>Mentiría si digo que no han estado a punto de hacerme perder el control. —Sonrió de medio lado—. La primera vez que Emma pintó las paredes de la sala quise privarle de toda herramienta de dibujo y mandarla a su cuarto hasta que entendiera el mensaje. No lo hice. Le expliqué lo mal que estaba, conversamos, aunque solo tuviera cuatro años. Logré que garabateara en hojas y no tuve que volver a pintar la casa antes de tiempo. >>Gracias a eso, hoy tengo una hija que explota sus habilidades y es más talentosa cada día. La habría privado de un pasatiempo por un error acorde a su edad y creado resentimiento innecesario. >>El domingo tuve ganas de gritarle a Mia cuando entró por la puerta y prohibirle salir hasta que se fuera a la universidad. —Esa habría sido una reacción normal. Rio con naturalidad. —Una que poco resolvería después de escuchar lo sucedido en tu casa. >>Nunca he castigado a mis hijas porque relacionar un error con castigo, o peor, con violencia física o verbal; es la manera crear a ser humano con miedo a equivocarse. —Los errores tienen consecuencias —murmuré—, ¿no debería un niño aprender a entenderlo? —Una mente que está formándose no sabe distinguir entre un error grave, una mala decisión o un simple fallo humano, algo inevitable. >>Si vivimos con miedo a cometer errores nos estamos enfocando en lo equivocado. Lo importante es reconocerlos, analizarlos y aprender de ellos, no castigarnos eternamente. >>Un niño no se debe criar con miedo. Hay que enseñarles a ser capaces de distinguir lo que está bien y mal. Incluso de adultos necesitamos ponerlo en práctica. >>Busco que mis hijas entiendan las posibles consecuencias de sus actos, lo que las afecta, a ellas y a otros. Eso no evitará que me hagan enojar, que no vayan a equivocarse o que sean perfectas, pero confío en que las hará más fuertes y mejores personas. —¿Cree que con eso basta? ¿Una conversación?

Recordaba los regaños de mi madre y las veces que, sabiendo la situación en casa, me volví a escapar con tal de sentir que mi realidad era un mal sueño. —Confío que ellas —expresó—. Sé que Mia será sincera y avisará cuando piensa llegar tarde o dormir fuera de casa. La mirada que me dedicó hizo que sostuviera la respiración. Sabía lo que pasaba entre nosotros. No supe si estaba aprobándolo o advirtiéndome que no llevara a Amaia por el mal camino. —En cualquier caso —continuó—, me gusta conversar en vez de castigar. Por eso no quiero forzarte a hablar, prefiero que tú escojas el tema. —¿En qué ayuda eso a mi madre y su problema con el alcohol? —No solo quiero ayudar a tu madre. —Aksel y yo estamos bien. —¿Realmente crees eso? Solo pude tragar en seco para que mi rostro no mostrara expresión alguna. La comisura de sus labios se elevó por un instante. Me pareció que controlaba una sonrisa, pero se puso de pie y fue hasta su escritorio, impidiéndome confirmarlo. —El problema no es estar bien o mal. Estar bien es relativo y estar mal está bien. No le encontré sentido a sus palabras. Abrió una gaveta y volvió a su asiento con un cuaderno en la mano. Lo extendió para que lo tomara. >>Lo único que pido, como tu psicóloga, es que intentes expresar lo que te pasa. No tienes que hacerlo en voz alta. Entendí el motivo del cuaderno y lo tomé. La cubierta de cuero y hojas gruesas, perfecto para dibujar. Recordaba haber tenido uno similar cuando era pequeño y el dinero no era un problema para mi familia. —Pensaba dárselo a Emma por su cumpleaños, pero puedo comprar otro. —Es caro, no puedo aceptarlo. Intenté devolverlo, pero se quedó de brazos cruzados. —Considéralo los deberes que te mando a casa por no contarme lo que sientes. —¿Quiere que lo escriba? —Que lo hagas para ti, aunque nadie más lo vea. Solo suelta lo que llevas, es la mejor manera de empezar. —¿Quiere que lleve un diario? —ironicé.

—Guarda los chistes, chico listo —se burló—. Entendiste muy bien lo que te pedí, no pienso repetirlo. Me recordó a su hija. Era el tono de regaño que empleaba, la diferencia es que Amaia me llamaba idiota. Miró el reloj de pared y confirmó con el de su muñeca. —Hemos terminado. —Fue tras su escritorio para usar el teléfono—. Nos vemos el próximo viernes. Recogí la mochila y me despedí con la mano para no interrumpir a la doctora que hablaba con su esposo. Mamá y Aksel habían salido antes. Debían estar llegando a casa en un taxi. Estaba desesperado por tomar la moto y aparecer en mi habitación por arte de magia. Salí de las duchas, tras el entrenamiento, al consultorio. Llevaba una semana agitada entre el trabajo, el equipo de fútbol, las reparaciones y las preocupaciones con mamá. El cuerpo me pedía descanso. Al salir a la calle casi choco con una pareja. Reconocí a Rosie y una chica de cabello negro que no había visto en Soleil. —¿Qué haces aquí? Sus ojos pasaron del consultorio a mí y luego a su acompañante. Por su voz nerviosa supe que le preocupaba más ser sorprendida con aquella chica que mi visita a la psicóloga. —Y tú, ¿qué haces aquí? Balbuceó sin lograr armar una frase coherente. Terminó por mirar a la chica a su lado. —¿Puedes ir tomando una mesa en el café? Enseguida te alcanzo. Su acompañante no pareció molesta e ignoró la evidente incomodidad de Rosie. Se despidió con amabilidad y entró al establecimiento de la esquina. —¿Una cita? —¿Una consulta con la psicóloga? —contrarrestó. —No le digas a nadie —advertí. —Tampoco lo haría, no soy chismosa —aclaró—. Tú también mantén la boca cerrada. —Soy un muerto. —Más te vale. Hablábamos como si fuera un partido de tenis de mesa. —¿Victoria sabe de tu cita? —Nadie sabe, mucho menos ella.

—¿Por? —No quiero que piense que soy lesbiana y que por eso me enamoré de ella. —Lo que seas, no lo sé, pero lo segundo es verdad. —No estoy enamorada, es... —Abrió y cerró la boca sin ser capaz de continuar—. No estoy enamorada —concluyó de mal humor. Me acerqué a su rostro hasta que pude notar la diferencia de color entre sus ojos. —Ahora dilo sin llorar —susurré. Me dio un coscorrón. Tuve que masajear el lugar para aliviar el dolor. —Eres como un mosquito —espetó—. Apareces cuando menos lo esperas, resultas molesto y difícil de aplastar. —Y tú eres una cobarde. Me dedicó una mirada envenenada que reconocí de su pelea con Amaia en medio del pasillo. Leí sus ganas de golpearme. —Soy realista y estoy intentando seguir con mi vida. —Intentas encontrar a alguien que te haga sentir lo que Victoria. —No arruinaré nuestra amistad por un estúpido enamoramiento. —Creí que no estabas enamorada. —¡Sabes a lo que me refiero! —exclamó, perdiendo la paciencia. —Relájate, fiera. —Alcé las manos en son de paz para no terminar magullado—. Haz lo que te haga sentir mejor, nadie te juzga. —Lo estás haciendo. —No, tú te juzgas y por eso crees que el resto lo hace. —Pasé por su lado y alcancé la moto—. Suerte con tu cita. Me observó con la misma expresión de frustración. —¿Vienes aquí por terapia o a clases de psicología? Me encogí de hombros. —Suerte —repetí a modo de despedida y escuché el carnaval de insultos que me dedicó al alejarse. Estaba molesta con ella misma, no conmigo. Estaba sobre la moto y a punto de ponerme el casco cuando recibí un mensaje. Era de Amaia y sonreí al darme cuenta de que el cansancio acababa de desaparecer. "Mis padres tienen una cita y Emma una pijamada. Estaré sola hasta media noche,

¿quieres venir?" ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @Chimena_yuni que cumplió años ayer. Espero que lo pasaras bonito.😘 @fedraft que por Twitter me contó que hoy cumple 18 años y ya es legal para leer esta novela. ¿Qué hacías leyéndola antes? 😏 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Disque ven a mi casa y Nika en modo sí a todo. 😏😏😏 El capítulo es algo más corto que otros, pero sigue siendo importante. Los pequeños detalles irán formando lo que todavía no saben y en algún momento leerán. ☺ Con respecto a Rosie, para qué mentirles. La shippeo con Victoria desde que los personajes se me ocurrieron. Que no se note mi amor por el "friends to lovers". El problema es que yo no soy de finales felices, me gustan los finales y ya. En el capítulo que viene les dejaré una sorpresa, pero me guardo el adelanto. Pasen linda semana. Trataré de estar por Twitter, es donde más fácil puedo responder. Por Instagram es casi imposible, no doy a basto. Las teamito mucho. Besito.

28_Luz y oscuridad   Capítulo 28 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Toqué la puerta por segunda vez y estaba a punto de llamarla por teléfono cuando apareció. Me miró de arriba abajo, luciendo sorprendida. —Pensé que no vendrías. —¿Por qué no lo haría? —No respondiste. Iba a decirle que no podía perder tiempo en responder para llegar antes, pero reparé en su aspecto. Cabello mojado, sobre los hombros vestía lo que parecía un chubasquero. En la mano llevaba una tijera. —¿Planeas descuartizar a alguien? —Quedó perpleja ante mi pregunta—. Te recomiendo una sierra, con una tijera no terminarás ni cuando el cuerpo se descomponga. Se percató de lo que llevaba en la mano y me dedicó una sonrisa forzada. —Muy gracioso. —Hizo un sonido amenazando al abrir y cerrar la tijera con fuerza—. Estaba a punto de cortarme el cabello. —No lo hagas, por favor —solté, sin poder evitarlo—. Acabarás con él. —¡No es cierto! —exclamó, insultada—. Lo corté la última vez y quedó genial. —Definitivamente tu miopía está avanzando. —Bufé—. Cuando te conocí tenías el flequillo demasiado corto y torcido. No hablaré del resto que parecía cortado por un carnicero. —Mentira —masculló. —Cualquiera con ojos lo vio —me burlé—. Déjame hacerlo por ti. —¿El qué? —Cortarte el cabello. —Deja de decir tonterías y pasa —murmuró, apartándose. Subimos al segundo piso. Por primera vez vería su habitación y no me sorprendió lo que encontré. Amplia, pero había tantos muebles que se veía pequeña. Una cama con sábanas blancas, un armario gigante y dos libreros repletos. Divisé desde

lomos modernos, hasta otros gruesos y deteriorados por el tiempo. Tenía dos vitrinas con pequeños objetos antiguos, algunos rotos. Encontré el juego de té que le regaláramos por su cumpleaños. Ocupaba un lugar privilegiado a la altura de la vista. Solo el escritorio se veía desordenado, con libros y cuadernos de matemáticas. El tocador, con un amplio espejo y una silla delante, era el lugar que acababa de ocupar. Parecía dispuesta a mutilarse. —¿De verdad lo harás sola? Solo por la mala iluminación de la habitación, procedente de una lámpara sobre el escritorio, estaba seguro de que sería un desastre. —¿Seguro de que puedes hacerlo? —dudó. Me paré detrás de ella y logré que me mirara. Le arrebaté la tijera y el peine. —Le corto el cabello a Aksel y mi madre. ¿Te convence? Contrajo el rostro como si valorara una propuesta importante. Seguramente intentaba recordar el corte de cabello de mis familiares. —Si lo haces mal —dijo—, tendrás que raparte. —Es un trato —acepté antes de encender la luz y conseguir un ambiente adecuado—. Ponte de pie, eres enana así, imagina sentada. Perderé la espalda. Me dedicó una mirada resentida, pero obedeció. Apenas me llegaba al hombro, igual tendría que inclinarme. Empecé por la parte de atrás, partiendo las secciones de cabello y sosteniéndola con horquillas. Se veía nerviosa en lo que seguía mis movimientos. Pedí que señalara el largo y puso dos dedos bajo su barbilla. Cuando corté la primera sección, se estremeció. Contuve una sonrisa y decidí que era mejor entretenerla. Noté un libro grueso de tapa dura en rojo y oro, supuse que era su lectura actual. —¿De qué es? —Leyendas sobre el origen del continente. —¿Hay tantas como para armar un libro? —Es como una novela de fantasía con muchas historias cortas. —¿Cuál es tu favorita? —¿Quieres que la lea? —dijo, emocionada. —No te muevas —regañé—. Prefiero que mires al frente y me la cuentes.

Se aclaró la garganta, como si fuera a dar un discurso. —Cuenta la leyenda... —Me dedicó una sonrisa cómplice a través del espejo. La imité antes de concentrarme en hacer bien mi trabajo—. Cuenta la leyenda que hubo dos entes superiores cuando no existía nada de lo que conocemos hoy. >>Uno era oscuro y reservado, carente de emociones e incapaz de expresarse. Acostumbraba a pasar largos períodos en silencio, a encerrarse en sí mismo y dejarse consumir por la tristeza. Tenía un talento para contar historias. >>El otro era efusivo y alegre, pura luz. Siempre con palabras de apoyo a su compañero. Su energía y tenacidad los hacía distintos. —¿Eran hombres? —Eran entes, dioses. No entendían de género o sexo y tampoco eran humanos. —¿Pura energía? —bromeé. —Lo que prefieras imaginar. —Dos entes, vale. ¿Qué más pasó? —Seguiré si prometes no interrumpir. —Hice un gesto con los dedos sobre mis labios, como si los cerrara con un zíper. >>Los entes no tenían a nadie más —continuó—. A pesar de sus diferencias eran el sostén del otro en medio de la soledad. Inevitablemente, se enamoraron. —Casual —murmuré y logré que me insultara por lo bajo. —El ser de luz ayudó al de oscuridad a mantenerse a flote y el de oscuridad fue la calma de la inquieta luz. Me concentré en cortar y en lo hermosas que sonaban las palabras con su voz grave y seductora. >>Juntos decidieron construir lo más bello que pudieran imaginar al juntar sus poderes. Así nació nuestro continente. >>El ser de luz creyó que así la tristeza de su compañero desaparecería, pero por mucho que decoraba el continente con magníficos árboles, lagunas, cascadas y montañas; nada era suficiente. >>Entre altos y bajos, desesperado por no dejarlo ir, la luz convenció a la oscuridad de crear algo aún más hermoso: vida. Fue cuando los humanos poblaron el continente y se convirtieron en sus hijos. >>Por primera vez, el ser de oscuridad se vio feliz. La nueva creación le dio algo por lo que mantenerse en pie y todo pareció solucionado, pero la

luz estaba equivocada. >>Los seres humanos eran complejos e impredecibles. No tardaron en encontrar conflictos por los que enfrentarse y aniquilarse. El ente de oscuridad padeció el dolor más intenso que hubiese experimentado. Sin armas para salvar a sus hijos y desconsolado, se refugió en la soledad. >>El ente de luz, decidido a no perderlo, intentó interferir; pero los seres humanos tenían libre albedrío y no existía poder divino que los forzara a actuar distinto. Ni siquiera sus creadores. >>Cada intento falló y el desespero de la luz aumentó. A escondidas de su amado creo nuevos seres. Lucían como los humanos, pero eran solo sus hijos y tenía algo que los otros no. Vida eterna, poderes sobre naturales y un único propósito: restaurar el orden y la paz entre los hombres. >>Lo intentaron por siglos para jamás lograrlo. El ente de oscuridad vio el fracaso desde el exilio y sufrió más con cada uno. Decidió que no podría seguir su existencia. Se apartó, incapaz de volver a compartir con su compañero, la luz, y solo contempló a sus hijos en las noches, cuando dormían y eran tan inocentes como al principio. >>El ser de luz, no pudo aceptar la derrota, el abandono, y se aferró a sus enviados. Guardaba la esperanza de que los humanos volvieran a ser como antes y recuperar lo perdido. Los vigiló cada día, retirándose cuando su amado aparecía. La cadencia de su voz bajó, calmando el ambiente. Terminé con los lados de su cabello y me paré frente a ella. Cerró los ojos y me dejó cortar su flequillo. Por un momento perdí la concentración al detallar sus dulces rasgos. Mojó sus labios antes de hablar. —Fue así como nació el día y la noche. —Me recordó que iba a mitad de su flequillo y me centré—. El sol vigila persistente a sus enviados y la luna intenta sobrevivir negando la realidad y viendo a sus hijos descansar. Jamás se ven o se tocan, viven eternamente separados. Soplé su rostro y abrió los ojos. —Me parece un bonito romance. —Los romances deben terminar bien para considerarse romances — objetó. —No toda historia de amor tiene un final feliz y eso no quita la belleza en ellos. Me inspeccionó cuando se sintió libre de alzar la vista.

—Esta no me parece una historia de amor, más bien de una obsesión. Creo que por eso es mi preferida. —¿Por qué lo dices? —Una persona intentando desesperadamente salvar y cambiar a otra. —Intentaba ayudarlo. Su amor era incondicional. —Empezó así, pero fue mutando hasta convertirse en un comportamiento obsesivo. La lucha constante por crear para darle todo lo que quisiera, intentando que su esencia desapareciera. La tristeza y oscuridad eran parte él, la depresión no se cura con regalos. —Pero, ¿no harías lo posible por ayudar a alguien que amas? —cuestioné —. ¿No darías todo por tus padres o tu hermana? —En una situación similar, claro. Si quieren ser ayudados, haría todo lo que estuviera en mis manos. —¿Cómo es diferente en la historia? —Hablamos de un ser egoísta y dispuesto a dejarse consumir por su oscuridad y otro que era capaz de crear lo que fuera por mantenerlo a su lado y no enfrentar la soledad. Incluso si eso lo llevaba a alterar el balance que ambos crearon al enviar seres sobrenaturales al continente. ¿No te parece obsesivo empecinarte en algo condenado al fracaso? —Lo hacía por amor. —Era dependiente de la oscuridad y esa dependencia convirtió su amor en obsesión. Pasó todos los límites con tal de tener a alguien que no estaba interesado en ayuda o cariño. ¿No te parece enfermizo? Acaricié su cabello recién cortado y terminé alisando la pequeña arruga entre sus cejas con una caricia de mi pulgar. Por alguna razón, recordé cómo mi mundo cambiaba por recibir un mensaje suyo. El dolor que sentí el día en que creí perderla y lo necesaria se hacía en mi vida para no dejarme ir. Se había convertido en otra razón por la que existir en aquel mundo asfixiante. —Me parece que tu cabello quedó genial —dije, desviando el tema por miedo a lo que me sentía capaz de hacer por verla feliz. Se vio al espejo y sus ojos se abrieron de sorpresa. —Quedó genial. —Lo comprobó desde varios ángulos y lo revolvió antes de acomodar el flequillo—. Demasiado. —Hizo un puchero—. Odio que todo se te dé tan bien. Tuve que reír porque me hacía sentir importante que creyera esa mentira.

Se metió al baño y escuché el agua de la ducha correr. Me entretuve revisando los títulos en el librero y la sinopsis de un par. Fue uno con portada oscura y detalles en sangre el que llamó mi atención. Leí las primeras páginas de lo que prometía ser un misterio con asesinatos de mujeres y un responsable sádico que las torturaba antes de deshacerse de ellas. —Es de Sophie —dijo al salir y encontrarme en su escritorio con el libro en las manos—. Si prometes cuidarlo te lo puedo prestar. —Parece un policiaco. —No precisamente. —Me fijé en el short corto que usaba a juego con una ancha camiseta—. Es una novela negra, ¿te gustan? Esperó una respuesta, pero yo solo veía lo atractiva que era recién duchada y con el cabello mojado. —Me gustas tú —confesé y logré que se sonrojara a pesar de la distancia que nos separaba—. Me gustas demasiado y tengo ganas de besarte. Su respiración tembló. —¿Por qué no estás haciéndolo? —cuestionó, tomándome desprevenido. Me levanté y estuve frente a ella a una velocidad que la asustó. Retrocedió con cada uno de mis pasos hasta quedar atrapada, con la espalda a la pared. Apoyé mi palma al lado de su rostro y me acerqué a sus labios. Estaba punto de rozarlos, sentía su aliento, ansiosa por un beso. Sonreí al ver que tenía los ojos cerrados y terminé por apagar la luz y poner una distancia convencional entre nuestros rostros. Quedó con la respiración errática y luciendo decepcionada. —Tengo una idea, si quieres probar algo nuevo. —¿Nuevo? —susurró. —Si estás de acuerdo, pero tienes que escoger. Asintió, esperando mi respuesta. >>¿Prefieres hacer todo lo que yo diga o que yo haga todo lo que tú digas? ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @bunnymidios que el capítulo pasado llegó muy temprano y me pidió que le dedicara el siguiente.

Además, confabularon entre ustedes apoyándole. Besito, cariño. Confieso que este capítulo está en mi top cinco de favoritos porque lleva uno de los mensajes principales de la novela. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. ¿Recuerdan que prometí un regalo? Pueden responder la pregunta de Nika y escoger cómo será el próximo capítulo. Es un extra que no pensaba escribir, escojan sabiamente. Dejo las dos opciones. Comenten en la que prefieran. 👇👇👇 ¿Quieren que Mia haga todo lo que Nika diga? ¿Quieren que Nika haga todo lo que diga Mia? 😌😏 Les recuerdo que a esta altura estos siguen en modo explotación y conocimiento, el capítulo será instructivo al respecto. También que Nika y Mia son adolescentes, no esperen el BDSM, juego de rol al tipo "The dare" con payasos y velas. Las conozco. Para eso tendremos otras historias con personas adultas. 😋 Espero que la leyenda les ayude a entender mucho del futuro, no solo de la historia de Nika, sino de todas las que tendrán lugar en este universo. Nunca está de más recordarles lo especiales que son, lo tanto que las quiero y aprecio. No me dejen nunca o armo berrinche. *toxicidad ha entrado al chat* Me retiro antes de dejar la nota más larga de la historia. Cuídense. Nos hablamos por twitter que es donde está el chisme y los spoilers. Besito.

29_Una vida normal   Capítulo 29 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Las semanas pasaron y los días se volvían más llevaderos. Sabía la razón: Amaia. Mi madre iba cada vez mejor y por momento olvidaba el conteo de días que llevaba sobria y me dedicaba a disfrutar el buen semblante que tenía. Resultaba agradable poder relajarse. Aksel ayudaba y me sentía apoyado, la carga era más liviana. Lo peor seguían siendo las sesiones de terapia, en especial las individuales. La doctora Favreau consiguió que habláramos de cualquier tema sin involucrar mi pasado. Al final de la media hora me preguntaba por el cuaderno y yo mentía, diciendo que lo usaba para escribir cuando estaba intacto en un cajón de mi escritorio. Llevaba ahí desde el día en que me lo regalara. Por otro lado, mi relación sin nombre con Amaia iba cada día mejor. Su madre sabía que teníamos algo y la mía lo sospechaba. Aksel no preguntaba o ignoraba la situación, si es que estaba consciente de ella. Sophie lo descubrió al dar con unos mensajes que le mandé a Amaia. No perdía oportunidad para darnos tiempo a solas o provocarme con un chiste al oído. Al ser su mejor amiga, me alegraba que estuviera feliz y tener su aprobación. Por azares del destino y oportunidades bien aprovechadas, terminé como su instructor de manejo, una tarea que esperé sencilla y me dejara pasar tiempo con ella. El problema era que pulgarcita era tan mala que la primera clase fue un desastre. No perdí la esperanza de enseñarle y me encargué de programar la segunda clase para el día de San Valentín. Quería que lo pasáramos juntos, aunque no entendiera de citas o fechas románticas. No sabía cómo proponerlo sin complicar la conversación. Ella se veía cómoda con nuestros encuentros secretos e informales. No quería arruinarlo para terminar en la vergonzosa charla donde terminaría

tartamudeando para que fuera mi novia. Tampoco sabía cuánto cambiaría si hacía eso. Ese día la llevé a una carretera alejada, pensando que estar frente a su casa podría ponerla nerviosa. A los veinte minutos di por concluida la lección por su incapacidad de avanzar más de unos metros a la velocidad de una tortuga y con las manos pegadas al timón como si fuera un objeto mortal. Amaia había sugerido que fuéramos a un lugar alejado y era lo que más ganas tenía de hacer. Tomé el volante y seguí sus instrucciones sin rechistar. Fue al entrar a un camino de gravilla cuando empecé a dudar de nuestro destino. —¿A dónde me has traído? —Ya te dije, a un río. Solía venir con los abuelos antes de que Emma naciera. —Eso suena a mucho tiempo. —El auto se tambaleó cuando una rueda pasó un hueco—. Pensé que no te gustaba el campo. —No me gusta, pero vale la pena. Llegamos al final del camino, donde los árboles cerraban el paso. Escuché el agua correr y supe que estábamos cerca. El clima era agradable y el sol hacía que la sudadera se sintiera incómoda. —¿Qué hacías cuando venías con tus abuelos? —pregunté en lo que intentaba deshacerme de la ropa. —Bañarme en el río, recoger piedras, a veces pescar y comer los deliciosos sándwiches de atún de la abuela. ¿Qué haces? Entendí que se refería a la sudadera en mi mano. —Esperas que me bañe en un río con ropa —bromeé. —No espero que te bañes en ningún río a mitad de febrero, te resfriarás. El agua está helada hasta abril. Si ella supiera que los veranos de Prakt eran más fríos no pensara así. —Amaia, por favor —alardeé, dejando la sudadera dentro del auto—. Los dos sabemos que me trajiste aquí para verme sin ropa. No sirve de nada que intentes ocultarlo. Se sonrojó. A pesar de la confianza, seguía sin poder controla su reacción. Se inclinó y me lanzó la primera rama que encontró. La evité, aunque no me hubiese hecho daño.

—Que a ti te guste tu cuerpo, no significa que al resto le suceda lo mismo —comentó, alzando la barbilla. Tuve que reír cuando, en un intento de tener la última palabra, me dio la espalda y se dirigió al único camino evidente entre los árboles. —Ni tú te crees eso, pulgarcita —solté, persiguiéndola. Mantuvo el silencio que acostumbraba cuando quería fingir que me ignoraba. El camino no se extendió, avanzamos por menos de dos minutos. Salimos a un espacio abierto y sin árboles, el río estaba cerca. Lo primero que noté fue una muralla destrozada. De piedra antigua e invadida por la hiedra que terminaría por devorarla y hacer que desapareciera. —Ya entiendo por qué te gusta este lugar. —¿Qué? —Arrugó la nariz como si no fuera obvio. —Te llaman la atención todo lo que es antiguo. Siempre me burlaba de ella por la misma razón. —Eso no es cierto. —Me sacó la lengua y siguió caminando. —Sí lo es —insistí, sin moverme—. Tienes una obsesión nada sana por las cosas que están a punto de caer a pedazos. —¿Quieres decir que estás cayéndote a pedazos? Mi corazón latió tan fuerte que dolió. Jamás había dicho que le gustaba, no abiertamente. Cuando lo insinuaba hacía que mi pecho se estremeciera de satisfacción. Me adelanté hasta alcanzarla y seguir su juego. —A punto de colapsar para ti —murmuré en su oído. Su sonrisa me dio una satisfacción indescriptible. Habíamos llegado a la orilla. No era lo que esperaba. El agua apenas llegaba al tobillo y los árboles bordeaban el cauce desde varios metros por donde el río descendía de las montañas. Un par de piedras gigantes adornaban el paisaje, encontré una cercana, perfecta para sentarme. —¿Cuál es la historia de las ruinas de muralla? —pregunté, en lo que ella se quitaba las zapatillas y subía los bajos de su pantalón. —No es una muralla —aclaró—. Es un torreón de vigilancia. —¿Para vigilar lagartos trepadores de árboles? —supuse, logrando que riera por lo bajo con otro de mis malos chistes. —No. Hay varios por todo el borde del río, algunos más grandes y preparados para que los soldados se asentaran.

—¿Soldados defensores de lagartos? —Sigue burlándote. —Me señaló con dedo acusador—. Puede que los tatarabuelos de tus tatarabuelos mandaran a construir esos torreones. —Mi ancestral familia Bakker se caracteriza por la presencia de idiotas, no me sorprendería. Su risa retumbó creando un extraño efecto que el espacio en que nos encontrábamos. Caminó hasta que sus pies tocaron el agua y torció sus labios. Para ella debía estar helada. Extendió sus brazos y dirigió el rostro al cielo con los ojos cerrados. Respiró profundamente y su cabello se agitó por la brisa. Estaba pensando, la empezaba a conocer. Cuando aparentaba meditar o tener la mente en blanco, era porque algo maquinaba. Terminó por verme, como si el tiempo no hubiese pasado y nuestra conversación continuara. —Es el río Moitié, dividía el continente cuando tu familia ancestral se peleaba entre el norte y el sur. No dudaba que fueran familiares. No conocía el árbol genealógico de mi familia materna. Hace un año no sabía que pertenecía a tal linaje y me dediqué a aprender lo necesario para fingir que siempre había portado el apellido. —Son torres de vigilancia para avisar de posibles ataques. Asintió. —Hay cincuenta a lo largo de todo el río que comienza al norte de Regen y termina en La Laguna. —¿La Laguna? —¿No sabes lo que es La Laguna? Sabía que Regen era una ciudad mucho más grande que Soleil en el hemisferio oeste del continente. De ahí era el equipo de fútbol que pronto vendría a jugar contra nosotros. —La Laguna es el único lugar turístico de por aquí —explicó—. Esta unos cincuenta kilómetros al este de Soleil. Hay un campamento y obvio una laguna, no se pusieron creativos con el nombre. —Se agachó, sumergiendo una mano en el agua y buscando algo—. Lo conocerás. Antes de las pruebas de ingreso a la universidad hacen una fiesta en la fortaleza abandonada, suelen ser divertidas.

—Antes de las pruebas de la universidad, ¿se van de fiesta? —cuestioné sin encontrar la lógica. —Todos lo toman como la última noche loca antes de encerrarse en casa a estudiar. Es una tradición. —Y tú tienes que encerrarte a estudiar el doble —puntualicé. Mordió su labio y como siempre que el tema salía a la luz, lo evadió ocupándose de hacer algo más. Se concentró en agitar el fondo del río y sacar piedras, descartando las que no le gustaban y guardando en sus bolsillos las que sí. —¿Puedo preguntarte algo? —Había confesado que no quería vivir en Soleil toda su vida, pero me quedaba una duda. Esperé a que asintiera—. ¿Por qué Contabilidad y Finanzas? —Ya sabes por qué, no quiero vivir en Soleil. —Dijiste que para encontrar un buen trabajo y vivir en Prakt, pero la razón detrás de eso, nunca la mencionaste. Me dio la espalda fingió que encontraba algo para ganar tiempo. Al girar, no levantó la vista. Habló mirando al agua. —No quiero terminar viviendo la vida de mis padres —confesó en voz baja. —¿Qué tiene de malo la vida de tus padres? —Es aburrida y común. Me pareció no haber escuchado bien. Revisé cada recuerdo de sus padres y no hubo uno que me hiciera pensar así. —Tus padres son felices y tienen dos estupendas hijas. ¿Por qué no querrías una vida así? —¿Y eso es todo? Casarte, tener una casa en medio de la nada y dos hijas —habló, sin apartar la mirada, aunque le costaba—. Mantener trabajos de lunes a viernes y terminar agotado para ir de vacaciones, de vez en cuando, donde los abuelos. —¿Eso te parece tan decadente que quieres evitarlo? Casarse y tener hijos era la elección de cada cual, pero la vida de sus padres, su vida, era demasiado hermosa como para verla de esa manera. —No pienso que sea decadente —especificó y supe que estaba a la defensiva—. No es lo que quiero para mí. Había tanto de ella que todavía era incapaz de entender. —Si fueras otro tipo de persona te creería —confesé—, pero conociéndote, no hay manera de que le encuentre sentido.

—¿Mi tipo de persona? —No te gustan las fiestas, los viajes largos, prefieres tu propia música a las conversaciones de los que te rodean —conté, por mencionar algunas de sus preferencias—. Si fuera por ti vivirías leyendo y no tendrías más amigos de los que ya tienes. Cada vez que alguien planea algo, pones una excusa y la mayoría de las veces dices que sí por compromiso. —¿Y? —Que si no fueras la clásica chica introvertida quizás creería que buscas la vida de ciudad y noches de fiesta. Entendería que no quieres una tranquila y de costumbres. —No busco noches de fiesta o una vida tranquila y de costumbres. —Entonces, ¿qué quieres? Abrió y cerró la boca sin poder responder. Fue el momento donde entendí la verdadera razón. —No lo sé, pero encerrada en Soleil jamás lo descubriré. —Y por eso vas a estudiar algo que no te gusta, por descubrir lo que quieres en el camino. —Es mejor opción que no descubrirlo nunca. No pude evitar reír. —Tú si sabes lo que quieres. —¿Ahora sabes mejor que yo lo que quiero? —Alzó una ceja. —Lo sabes tú, no lo sé yo. —Se vio confundida—. Cuando alguien habla como tú hablas de las escaleras viejas y los edificios a medio caer, es obvio que sabe lo que quiere. —Son mi entretenimiento, me gusta la historia, la arquitectura y las cosas antiguas, es todo. Negó. —No te has escuchado hablar en clase, no te escuchas cuando te enojas porque alguien insinúa que un mosaico son simples azulejos. —Lo apasionada que era con lo que le gustaba era de los detalles que más me atraían—. No ves el amor con que hablas de ello, la pasión que le pones. Subí una pierna y recosté la barbilla a la rodilla sin dejar de observarla. La mejor manera de ayudar era diciendo la verdad. >>Tú sabes lo que quieres, solo tienes miedo a aceptarlo. —Sé lo que me gusta y lo poco que podré hacer con eso después de graduarme.

—Esos son un montón de inventos —dije, dispuesto a exponer lo que ni ella misma había visto—. Estás viviendo en el futuro, planificando lo que, en teoría "no podrás hacer cuando te gradúes". No tienes miedo a vivir la vida de tus padres, tienes miedo a no tener control de la tuya y la verdad es que jamás lo tendrás. Suspiró y supe que antes no lo había visto de esa manera. Esperaba que algún día lo aceptara y decidiera hacer algo para solucionar sus miedos. —¿Y tú? —cuestionó, haciendo un gesto con la cabeza y fingiendo que no evadía la conversación—. ¿No has pensado en ser el aprendiz de mi madre? A este paso tendré que pagarte el psicoanálisis. —Ella misma ha sugerido que podría estudiar psicología —acepté, recordando la última sesión donde decidí hablarle de mis compañeros del equipo de fútbol y terminé analizándolos por media hora. —¿En serio? —En la última consulta, lo insinuó. —Pues creo que sería una carrera genial para ti. —No voy a estudiar nada —aseguré—. Aksel tiene que ir a la universidad y no voy a dejar a mi madre sola en Soleil o en ningún lugar. Bajé la vista a mis zapatillas y jugueteé con los cordones entre mis dedos. La universidad y un tema en el que evitaba pensar. Cuando Aksel aprobara los exámenes, tendría que iniciar el papeleo para trasladarse a otra universidad, posiblemente en Elksan, también al norte. No podíamos arriesgarnos a que estuviera en la misma ciudad donde asumíamos estaba nuestro padre. Separarnos tampoco me daba tranquilidad, pero no había opción. Él debía estudiar y mamá necesitaba compañía. Desde hace muchos años sabía que era mi destino y no me costaba aceptarlo. Ahora mi vida era distinta. Resultaba difícil saber que no podría hacer lo que Amaia. Independencia, enfrentar nuevas experiencias y aprender de algo que me apasionara. Ser un joven promedio no estaba en mi destino. Por un momento imaginé que tenía una familia normal y que estaba atormentado, preparándome para los exámenes de ingreso. Deseé vivir la incertidumbre y el triunfo una vez los aprobara. Quise tener a Amaia en mi vida y poder ir juntos en la misma experiencia. La miré en lo que ignoraba mi silencio y seguía recogiendo piedras. Ella ser iría y yo me quedaría aquí.

Muchos kilómetros nos separarían y no podía prever lo que sería su ausencia diaria, verla cada varios meses o en fechas importantes. No sabía qué pasaría con nosotros porque una relación a distancia era complicada y hasta el momento yo no había tenido el valor de preguntarle algo tan simple como si quería ser mi novia. Intenté alejar los malos pensamientos y centrarme en el presente. Siempre viví para sobrevivir un día a la vez y lo seguiría haciendo. Disfrutar de los pequeños momentos era mi prioridad. La contemplé por más tiempo del que pude contar y no paró de caminar de aquí a allá, buscando piedras de colores. Fue cuando noté el cambio en el cielo que me preocupé. El sol había desaparecido. —Va a llover —dije viendo la nube oscura que se aproximaba. —No es nada, en esta época no llueve. —Va a llover, Amaia —advertí y me ignoró. Minutos después, comenzaron a caer finas gotas que la hicieron salir del agua. Antes de que alcanzáramos el camino entre los árboles ya estaba descargando un aguacero. Fue difícil regresar sin tropezar o resbalar. Cuando entré al asiento del conductor y puse la calefacción, me di cuenta de que estaba empapado. Mi ropa no se secaría y terminaría provocándome un resfriado. —Te dije que iba a llover. —Odio estar mojada —protestó, deshaciéndose de los zapatos en el asiento trasero. —No lo estarías si escucharas cuando te hablan. Se quitó el pantalón a toda velocidad. Las piedras que había estado cargando en los bolsillos, terminaron dispersándose por el suelo del auto. Maldijo en voz baja y me causó gracia verla hacer el intento de recogerlas. Me cambié al asiento trasero sin que lo notara y cuando se dio por vencida y alzó la cabeza, se vio sorprendida por tenerme a su lado. La poca ropa que llevaba puesta estaba igual de mojada que el resto. Intentaba no mirar su camiseta, pegada a su cuerpo y mostrando lo mismo que el día en que la conocí. Está vez era difícil no quedarme mirando. —¿Qué? —cuestionó al percatarse de que no despegaba los ojos de ella. Veía sus pezones y redondos pechos como si no llevara nada, pero igual quería deshacerme de la fina camiseta. —Estás mojada —señalé con la mente en otras partes de su cuerpo.

—Pensé que era yo la que te había traído porque esperaba verte sin ropa —murmuró con una media sonrisa. Tuve que reír. Sin ganas de controlarme agarré una de sus piernas por detrás de la rodilla y aferré su cintura. La moví con facilidad hasta dejarla sobre mi regazo. —Yo siempre estoy esperando a verte sin ropa, pulgarcita —aseguré, logrando que el tono rosa de sus mejillas tomara color carmesí. Acaricié sus piernas a los lados de mi cuerpo. Subí lentamente, disfrutando de lo mojada que estaba por la lluvia y de la suavidad de su piel. Dejé que la yema de mis dedos rozara el elástico de su ropa interior, provocando dejara salir un suspiro. —Mientras menos ropa, mejor —aseguré, alzando la vista y encontrándome sus brillantes ojos azules, sabiendo que sin importar lo que sucediera, siempre caería rendido ante ella. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @alozel que me pidió este capítulo por Twitter. Todo tuyo. Besito, linda. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Si quieren leer cochinadas se van al libro anterior y leen narrado por Mia. Nika tiene otras que contar. Con respecto al extra prometido, se los daré en el futuro. No he podido escribirlo y tendré que ponerlo en un apartado de extras. No quiero comprometer el libro con escenas +18 que no aportan a la trama. Me pueden denunciar, así que el capítulo divertido estará pronto. Les aviso cuando esté arriba. Ahora sí. ¿Qué tal la semana? La mía igual de asco, pero se sobrevive. Anuncio que pronto empezaré con dos actualizaciones semanales. Es necesario porque quiero terminar la historia antes de que acabe el año. Más tarde estaré anunciando un regalo de Halloween del cual necesito su opinión sincera. No tiene que ver con "No te enamores de Mia". Estén al pendiente a Twitter, Instagram o por aquí. Pórtense bien, nunca olviden que las adoro y su apoyo me da años de vida. Las amo.

Tomen awita. Besito.

30_Aksel, Sophie y Dax   Capítulo 30 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ La lluvia cesó y el sol volvió a su lugar como si nada hubiese sucedido. Habríamos tenido la tarde perfecta de no ser por la llamada que Amaia recibió de Sophie. Estaba llorando y desesperada. Escucharla me puso con los nervios a flor de piel. Me recordó a las llamadas que hacía mi madre cuando él llegaba a casa mientras Aksel y yo estábamos en el instituto. Le había pasado algo con Julien, su novio. Mi experiencia con un hombre violento hizo que pensara lo peor. Conduje a toda velocidad para encontrarla a la salida del pueblo. Coincidimos en la carretera. Ella venía caminando en sentido contrario y sin rumbo, llorando y sin pronunciar palabra. Subieron al asiento trasero y Amaia intentó consolarla, pero Sophie no podía parar. Recostada al hombro de su amiga dejaba las lágrimas correr. Mis ojos se encontraron con lo de Amaia en las tantas veces que las chequeé por el espejo retrovisor. Estaba preocupada y como Sophie no quería que nadie la viera en ese estado, me enfoqué en conducir lo más rápido posible para arribar a la mansión. Solo pude ofrecer la privacidad de mi habitación y agua. No serviría de nada sofocar a Sophie con mi presencia. Si alguien podía ayudarla, era Amaia. Le conté a mamá que ellas estaban en el último piso y no pidió detalles, me dio un beso, dijo que la dejara saber si necesitábamos algo y se fue a la cocina. Descansé del viaje en el viejo sofá de la entrada y traté de no inventar escenarios en mi cabeza. Imaginar las razones por las que Sophie estaba en esas condiciones cuando la encontramos, me daba ganas de buscar a su novio para que diera las explicaciones correctas. Me tapé los ojos con una mano. Lo mejor era esperar y no hacer nada impulsivo.

—¿Por qué no respondes al teléfono? —cuestionó Aksel, llamando mi atención. Acababa de llegar del pueblo y venía con el casco de la moto en la mano. No entendí a qué teléfono se refería hasta que vi la cartera a mi lado y el sonido llamó mi atención. —Es de Mia. Frunció el ceño y tomó asiento al otro extremo del sofá. —¿Mia está aquí? Noté la incomodidad en su voz. No quería meterse en mis asuntos, pero la información no le agradaba. —Le estoy enseñando a conducir, ¿recuerdas? Aclaró su garganta. —Claro, pero, ¿dónde está? Recosté la cabeza hacia atrás y traté de ignorar el sonido del teléfono. —Con Sophie, en mi habitación. —¿Sophie está aquí? —cuestionó alzando la voz—. ¿Pasó algo? —Nada que yo sepa o pueda contar. El teléfono dejó de sonar y un segundo después el de Aksel perturbó el silencio. —Hola, Dax. —Presté atención al escuchar el nombre—. Sí, Mia está aquí. —Silencio y giró a verme—. Dice que necesita hablar con ella, que responda al teléfono, es urgente. Tomé la cartera de Amaia y antes de abrirla una desagradable sensación me invadió. No me gustaría que alguien hurgara entre mis pertenencias bajo ningún concepto. —Di que me llame. —Pero... —Solo di que me llame y le daré mi teléfono. Obedeció y en lo que subía por las escaleras entró la llamada de Dax. —Nika, ¿Sophie está con ustedes? —habló, sonando desesperado. —Sí, espera un segundo y te la paso. Quería mantenerme al margen. —Julien tampoco para de llamarme —añadió, en tono preocupado. Toqué la puerta y Mia atendió. Estaba pálida. —Dice Dax que no respondes sus llamadas. Revisó sus bolsillos. —Dejé mi teléfono en el bolso.

El temblor en su voz me dio ganas de abrazarla, de involucrarme e intentar alejar lo que fuera que la perturbara. —Julien también la está buscando, pero ese me importa poco. —Le alcancé mi teléfono—. Habla con Dax, está desesperado. —Gracias. Le dediqué una sonrisa con tal de reconfortarla. —Lo que necesiten, estaré abajo. Besé su frente y volví a darle espacio. Más tarde podría ayudarla o eso esperaba. De vuelta al primer piso encontré a Aksel en el mismo lugar. —¿Qué pasó? —No lo sé. —¿Sophie está bien? —Depende de la definición de bien. —Iba a salir con su novio, ¿por qué está aquí? —¿Cómo sabes lo que haría? —cuestioné, viéndole a los ojos. —So-Soy su amigo, ¿por qué no lo sabría? Su tono lo delató y me hizo tomar asiento. —Te gusta. Se tensó de pies a cabeza. —¿Y qué si me gusta? Tuve que tomar aire antes de contestar. No me había dado cuenta o estuve tan ocupado que no fui capaz de ver las señales. —Es tu amiga, tienen novio y, sobre todo, sabes que Dax, quien también es tu amigo, está enamorado de ella. ¿No te parece suficiente? —¿Piensas que no lo sé? —Pues deberías estar haciendo algo por olvidarla si eres consciente de la situación. —¿Por qué debería? Estaba frustrado. No fue difícil entender que, por primera vez, habían encontrado alguien que le atraía de verdad. Su mirada era distinta a la del Aksel que apenas mostraba interés en sus novias. —¿Estás esperando a que ella esté sola para tener tu oportunidad? —Sí. —Esperas a que ella sufra por una ruptura para entrar a su vida —ironicé. —Esperaré lo que sea. —¿Sin pensar en Dax?

—¿Por qué tendría que priorizar la felicidad de otros? —rebatió, empecinado. —Porque en el camino sacrificarías la de ella. —Yo puedo hacerla feliz. —Eso no te hace merecedor de su afecto, te hace egoísta —sentencié. Sus labios se volvieron una fina línea y respiró con más fuerza de la necesaria. —A veces hay que ser egoísta. —A veces dejar ir a alguien es la mejor manera de amar. No respondió. Me entendía, aunque quisiera aferrarse a la esperanza. Era consciente del error que cometería si seguía acercándose a Sophie y acumulando razones para quedarse con ella. Lo peor fue que mis palabras no eran solo para él. En algún momento tendría que hacer lo mismo, tomar una decisión y dejar ir a Amaia. No sabía cómo empezar a prepararme. —Creo que deberíamos dejar de holgazanear —propuse, evadiendo mis pensamientos—. El baño de mamá tiene problemas, hay ventanas por arreglar y quiero pintar el estudio. El tema quedó en el olvido y pusimos manos a la obra. Avanzamos, pero necesitaba las herramientas que estaban en mi baño y no me atreví a subir hasta que escuché a Amaia bajar. Pasé frente a la puerta abierta de mi habitación y la voz débil de Sophie llamó mi atención. Acostada en posición fetal y con el rostro sobre sus manos, descansaba en mi cama. —¿Puedes venir? Me acerqué hasta sentarme en suelo a la altura de su cara. Su nariz estaba roja y los ojos hinchados de tanto llorar. —¿Necesitas algo? —Lo siento —musitó. —No tienes que disculparte. Una lágrima silenciosa se deslizó por el puente de su nariz y terminó sobre su palma. —Le dije que se acostara conmigo y dijo que me quería. No entendí. >>Quería vengarme de Julien y él dijo que me quería —balbuceó sin dejar de llorar—. Dijo que me quería desde hace años y no fui capaz de decirle que yo también.

Pude atar cabos y supuse que el conflicto con Julien la hizo terminar con Dax, buscando consuelo, pero fue el momento de las confesiones. Me sorprendió saber que Sophie también tenía sentimiento por él, que los había guardado por años, seguramente. Entendí por qué estuvo molesta con Dax por tanto tiempo tras el incidente de su cumpleaños. No estaba enojada con él, sino consigo misma, con sus sentimientos. —Seguro me odia —murmuró. —Dudo mucho que alguien como Dax pueda odiarte, incluso si le dieras razones. Vi esperanza en el brillo de sus ojos y supe que Aksel tenía menos oportunidades de las que creía. —Descansa, no es momento de pensar en eso. Acaricié su cabello y cerró los ojos en respuesta. Olvidé las herramientas y bajé, buscando a Amaia. Necesitaba hablar con ella. La encontré en la mesa de la cocina, bebiendo té con mi madre. —Te necesitamos para la pintura de las ventanas —mentí, dirigiendo una mirada significativa a mamá—. Aksel insiste en no pintarlas. Captó que quería quedarme a solas con ella. —Nos vemos después, Mia —dijo con una sonrisa antes de retirarse. Acerqué una silla para sentarme lo suficientemente cerca. —¿Cómo está Sophie? —pregunté, aunque acababa de verla quería escucharlo de sus labios, dejar que me dijera lo que necesitara. —Durmiendo en tu cuarto. Espero que no tengas problema con eso. Muy dormida no estaba, pero en algún momento el cansancio la vencería. —Que se quede todo lo que quiera, puedo dormir con Aksel. —Seguro querrá ir a su casa, falta poco para que anochezca. —La luz del atardecer iluminó la mitad de su rostro cuando miró por la ventana—. Quizás me vaya con ella. —Puedo llevarlas, dado que todavía no sabes conducir. —Te lo agradecería. Bajó la vista a la taza vacía entre sus manos y se quedó en silencio, haciéndola girar para que el escaso líquido en el fondo se moviera. —¿Sabes que puedes hablar conmigo? —No me miró, pero supe que escuchaba—. De lo que sea. No respondió, sumergida en sus pensamientos e imaginé la angustia que sufría. Sus mejores amigos pasándola mal y ella en medio.

Amaia era del tipo de persona que se culpaba cuando no advertía lo que sucedía a su alrededor. En ese momento debía estar maquinando lo inútil que era por no haber previsto la situación. No quería decirlo y no la forzaría, tampoco intentaría demostrarle lo equivocada que estaba. De igual forma, me parecía tierno. Era una chica criada en una burbuja, pero tenía un corazón puro, era leal y capaz de cualquier cosa por sus amigos. Su tristeza me acongojaba y a la vez me recordaba la maravillosa que era. Me sorprendió mirándola al alzar la cabeza. —¿Qué haces? Acomodé un mechón de cabello detrás de su oreja. —Admirar la vista —contesté, aunque esa vez no estuviera admirando el exterior. Era hermosa por dentro y por fuera. Sus ojos brillaron y relajó los hombros, como si mis palabras la ayudaran. —Gracias. —¿Por? —Por ayudarme con Sophie y Dax. Era una tonta si creía que debía agradecer por algo que haría mil veces por ella. —Siempre que me necesites, pulgarcita. —Me puse de pie y no pude evitar inclinarme para dejar un suave beso en sus labios. Me quedé muy cerca de su rostro antes de volver a hablar—: Siempre, pero ahora tengo mucho que hacer. Volví a besarla y me dedicó una sonrisa, sin saber que con ese gesto, haría perfecto el resto de mi día. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A todas las que estaban en Twitter y me hacen compañía, a las que se mudaron para estar más cerca. Hicieron que mi semana fuera linda. Gracias. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones.

Siguen existiendo??? Qué tal la semana??? Espero que les gustara el capítulo y aunque a veces odie a Aksel, lo veo como bebé chiquito. Le falta crecer y hay que cuidarlo. No me demoro porque estoy como loca escribiendo para adelantar. Las quiero muchísimo. Cuídense. Tomen awita. Y dedíquenme un capítulo porque el viernes 12 es mi cumpleaños. Besito.

31_Beber jamás fue bueno   Capítulo 31 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Los padres de Paul volvían a desaparecer y él insistía en que nos reuniéramos. Los observé beber hasta emborracharse y empezar a discutir sobre el juego ideal para animar la noche. Escogieron "yo nunca" y me sentí en una cutre historia adolescente, de las clichés que te dejan rendido en el sofá. —Yo nunca he mentido sobre mis sentimientos por alguien —dijo Rosie, bebiendo y mirando de reojo a Victoria a su lado. Como todos, la rubia bebió y la comisura de los labios de Rosie se elevó ligeramente. Su expresión cambió cuando me atrapó mirándola. —Creí que eran ellos los que hacían que todos bebieran —señaló Sophie, dejando salir la oración más larga que le escuchara en días. Desde San Valentín se mantenía alejada, en silencio y con la nariz roja de tanto tocarla para no llorar. Se comportaba raro cuando Dax estaba cerca. Evitaban mirarse, pero fingían que no pasaba nada, aunque no se dirigieran la palabra. —Mi turno —dijo Victoria, llamando la atención y elevando su vaso—. Yo nunca he hecho un trío. Rosie me miró con los ojos tan abiertos que creí se le saldrían y rodarían por el suelo. Disimuló al ver a su amiga beber y bufó antes de imitarla. Paul bebió y luego Dax. Sophie se tensó, pero mantuvo la vista abajo. Podía imaginar las locas ideas que pasaban por la mente de todos. Incluso Mia, sentada frente a mí, lucía sorprendida. Yo solo notaba el extraño juego entre Rosie y Victoria, uno silencioso que me hacía dudar si los sentimientos de la castaña eran tan secretos y poco correspondidos como pensaba. —Se las pondré más difícil —dijo Arthur, el mejor amigo de Paul y otro de mis compañeros de equipo—. Así no dicen que los quiero hacer beber. —Había pasado la última media hora soltando lo que se le ocurriera con tal

de que bebiéramos. Alzó el vaso y derramó bebida sobre la alfombra—. Yo nunca me he enamorado. Tamborileé los dedos sobre mi vaso. Victoria, Rosie, Sophie y Dax, bebieron. Aksel también y supe muy bien que pensaba en Sophie. No me sorprendió y tampoco pude prestarle atención. La vista de Amaia pesaba o me lo estaba imaginando porque el vaso escocía en mi mano, invitándome a beberlo. —Tu turno, Mia —dijo Paul. Se aclaró la garganta y vio a todas partes menos a mí. —Yo nunca he mentido jugando a yo nunca. Automáticamente, llevé el vaso a mis labios y todos bebieron, menos ella. Se veía sorprendida y mostró lo inocente que era —A veces eres demasiado buena —dijo Rosie con una cálida sonrisa. Tuve que ponerme de pie y excusarme con ir al baño porque mentir en un juego así no era el problema, sino lo que me había llevado a hacerlo. En el segundo piso encontré el baño y tomé más tiempo del necesario frente al espejo y no para comprobar mi aspecto. Terminé por aburrirme, debía regresar si no quería darle vueltas a lo que me estaba sucediendo. Al salir al pasillo, alguien se lanzó sobre mí. Me asusté cuando sus brazos se enredaron en mi cuello y unos labios atacaron los míos. Fue su inconfundible perfume lo que me dejó identificarla y sostenerla de la cintura. —¿Qué haces? —Olía a licor y mordió mi labio sin soltarme. —Besarte. Se aferró a mi camisa y me obligó a entrar con ella a la habitación más cercana. Para ser pequeña tenía demasiada fuerza. Apresé su cintura y cerré la puerta de una patada. Entre besos que ella se encargaba de guiar, terminamos sobre la cama y sus manos viajaron a mi pantalón. —¿Qué haces, pulgarcita? —pregunté, evaluando su expresión. La situación escaló demasiado rápido. Sus mejillas estaban sonrosadas y la sonrisa que llevaba me decía que había bebido de más. —Creí que era obvio y que era yo quien hacía esa pregunta. Hablaba con claridad, eso me dejaba tranquilo. Borracha o no, podría salir caminando de la fiesta si no tocaba otro vaso. Sus manos se deslizaron por mi camisa y leí su intención. —Este no es el lugar para eso.

Se mordió el labio y alzó la vista. Desde la posición que tenía sobre ella se veía demasiado sensual. —Pensé que cualquier lugar era bueno para divertirse —comentó, repitiendo mis palabras y, como siempre, logrando que sonriera. —No en un lugar así —aclaré. —¿Una habitación? —Un lugar donde no hay privacidad. —Creí que mientras menos chismosos, más privacidad. Negué y deposité un suave beso en la comisura de sus labios. —No hay nada como la privacidad de una fiesta llena. Mientras menos personas, menos privacidad. Sus ojos brillaron y recorrieron mi rostro a consciencia. Tragó y presionó sus labios antes de volver a hablar: —Y si te dijera que no es solo para divertirnos. —No te sigo. —Y si dijera que el tipo de diversión del que hablo sería algo más de la que normalmente tenemos. —Si quieres habla directo y así entiendo mejor. Suponía que el alcohol no la dejaba explicar lo que pasaba por su ingeniosa mente. —Cuando quieres ser lento, lo eres ¿no? —se quejó y la besé para aplacar su mal humor. —Soy listo, pulgarcita, no adivino. Bajó la vista a sus manos que se entretenían con mi camisa. —Y si te dijera que quiero llegar hasta el final —murmuró—, que no fuera solo "lo de antes". Las palabras quedaron en mi garganta. Por un par de segundos no pude procesar la información. —Pensé que... —Sé lo que dije una vez —interrumpió, volviendo a bajar la vista—. Digamos que cambié de idea. Miré a los lados sin saber cómo reaccionar. —Y quieres hacerlo en una habitación cualquiera en casa de Paul con seis personas esperando por nosotros en el piso de abajo —señalé. —¿Por qué no? —Me dedicó una inocente sonrisa—. Creí que cualquier lugar era bueno si estaba preparada. —Respiró profundamente y me sostuvo

la mirada—. Me costó mucho saber que estaba lista. No me preocuparía que fuera aquí, si fuera contigo. La piel de mis hombros cosquilleo y la sensación se extendió por mis brazos hasta desaparecer. Mi corazón latía a un ritmo distinto solo con escuchar esas palabras —Me... —No podía expresar lo que sentía—. No creo que este sea el mejor lugar. Era mejor evadir la situación que entender el porqué sentía aquella opresión en el pecho. —Te parecía un buen lugar la habitación de los padres de Adrien hace unos meses —comentó. —No es lo mismo. —Claro que es lo mismo. —No lo es, Amaia. En ese momento me encantaba y atraía como agua en medio del desierto. Hoy sentía lo mismo, más intenso con cada día, pero no era lo único. Aquella vez era mi vecina, Amaia, la chica en la que pensaba antes de dormir y al levantar, es día era... No podía entenderlo. —Esto parece surrealista —dijo, riendo por lo bajo y llamándome a la realidad—. De todas las situaciones en las que creí capaz de encontrarme contigo, suplicar por sexo es de las que no imaginé. —No estoy diciendo que no quiera. —Estás diciendo que no ahora, como colegiala. —Se burlaba de mí con la misma facilidad que yo de ella, pero cambió de expresión. Una fina línea apareció entre sus cejas—. No tienes condones, ¿es eso? —¿Qué? —Que no llevas condones porque tú y yo no... —No pudo terminar la frase—. ¿Por eso dices que aquí no? Me incliné y rocé sus labios. Su inocencia era graciosa. —No, Amaia. Si llevo condones, no es por eso. —¿Por qué llevas si nosotros no los usamos? —preguntó con nuestros rostros a escasos centímetros. —Porque la esperanza es lo último que se pierde —murmuré sobre sus labios y soltó una carcajada tan alta que tuve que taparle la boca. No la solté hasta que se calmó y me dirigió una mirada traviesa. —Sigo sin entender por qué no puede ser aquí.

Sus manos se deslizaron por el borde de mi camisa y sus dedos rozaron la piel de mi pecho. Tuve que mirarla y centrarme en lo debido. —Porque estás borracha. —No lo estoy. Esa vez sus manos no tuvieron tanto cuidado. Las deslizó por mi pecho, provocando que mi piel se pusiera de gallina. —Estás consciente, pero estás borracha —repetí, sin ser capaz de alejarme, su tacto era todo lo que deseaba en ese momento—. De otra forma no estarías tan envalentonada. Chasqueó la lengua, desacreditándome y acariciando mi abdomen por la línea que marcaba mi pantalón. —Solo bebí un poco —mintió, haciendo un puchero inocente que nada tenía que ver con la manera en que bajaba mi cremallera. —Solo fue un poco, pero eso te hace perder la cabeza —insistí sin ser capaz de detener su inspección dentro de mi ropa interior. —Mi cabeza está donde debe estar. —¿Por eso tu mano está en mi polla? —Justo por eso —contestó al tiempo apresó mi pene. Deslizó la mano de arriba a abajo con la presión justa y de la manera en que me enloquecía. —No va a pasar, Amaia —gruñí, intentando mantenerme sereno y controlar mis reacciones. —¿No quieres que te toque? —preguntó, alejando su mano. Tuve que aguantar para no reír de tal tontería. —Siempre quiero que me toques —aseguré. Repitió el puchero de antes y lentamente acarició mi abdomen desde el ombligo hasta encontrarse con mi erección. No apartó la mirada en lo que volvía a masturbarme a un ritmo tan exquisito y seductor que me hizo temblar. Mojó sus labios y sonrió de medio lado. —Quizás tengo que convencerte, Nika —susurró con voz grave, sin apenas mover los labios y dejándome hipnotizado y sin armas. Tuve que dejar de mirarla, cerrar los ojos y olvidar que la tenía debajo de mí, pidiéndome que la follara y tocándome con tal destreza que empezaba a perder el control. —Amaia —mascullé, sabiendo que una primera vez no sucedería, pero terminaríamos haciendo otras cosas.

—Me gusta que digas mi nombre —provocó, mordiendo mi labio inferior —, dilo de nuevo. Gruñí y estaba a punto de besarla cuando alguien gritó su nombre desde el pasillo. Todo pasó a una velocidad que no pude seguir. La puerta de la habitación sonó y por instinto me hice a un lado para no estar encima de ella. Fui incapaz de arreglar mi pantalón, por suerte la camisa tapaba mi erección cuando Amaia se sentó y descubrimos a Aksel viéndonos con expresión sorprendida. —Ak-Aksel —tartamudeó Amaia, poniéndose de pie como si nada, una mala estrategia—. ¿Pasó algo? Mi hermano pasó la vista de uno a otro y su mirada quedó fija en mí. Leí la incomodidad y la decepción en sus rasgos. —Puedo hablar contigo. Ella nos miró sin entender. —Claro —acepté—. ¿Nos das un momento, Amaia? Asintió y estaba a punto de cruzar la puerta cuando Aksel lo impidió. —Creo que deberías hablar con Sophie —murmuró, cambiando el tono de voz y vi su mano temblar. Cuando nos quedamos solos pude acomodar mi ropa y atenderlo. —¿Se puede saber qué estás haciendo? —cuestionó. —¿Tengo que explicarlo? —Me refiero a qué haces con Mia. —Y tú, ¿qué haces buscándola? —Me crucé de brazos, sabiendo que algo sucedía. No respondió—. ¿Qué pasó con Sophie? Apartó la mirada y guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta. >>¿Qué hiciste, Aksel? No se atrevió a mirarme. —Algo que no debía —murmuró. —Eso ya lo sé. Lo que quiero es saber qué. Esperé a que alzara la vista. —Nos besamos. —¡¿Qué?! —Nos quedamos solos, ella estuvo bebiendo de más y... —¿La besaste? —Ella me besó a mí. Bufé.

—No, Aksel, tú la besaste a ella. —Me puse de pie, tratando de no enojarme—. Si una persona está borracha y la otra no, queda claro quién tiene la responsabilidad de lo que sucede. Su labio tembló. —No lo vi así. —Entonces, ¡¿cómo lo viste?! —demandé. —¿Qué harías tú si la persona que te gusta quiere besarte? —soltó a la defensiva—. ¿Qué harías si por primera vez sientes que es posible tener algo con ella? —Si jamás a mostrado interés por mí y está borracha, espero a que esté en sus cabales. —Y si... —Si después no quiere lo mismo significa que jamás quiso nada contigo. Cerró las manos en puño para evitar que temblaran. >>No puedes forzar a alguien a sentir lo mismo que tú —expliqué sin ganas de lastimarlo—. Si te gusta, cuídala. >>Es tu amiga y está pasando por una situación difícil. Ayúdala a no tomar decisiones de las que luego se pueda arrepentir, sufrirá más. Masajeó su cara repetidas veces y caminó de un lado a otro. —Soy un imbécil. —Podrás disculparte y ella también lo hará, tranquilo. —No, no podré porque Dax estaba viéndonos cuando pasó y aun así yo no detuve el beso. —¿Dax los vio? —repetí, convencido de haber escuchado mal—. ¿Sabías que los estaba viendo y dejaste que Sophie te besara? Se recostó a la puerta y tiró la cabeza hacia atrás, golpeándose intencionalmente con la madera. Tuve ganas de pegarle. —Eres un imbécil. —¡Me equivoqué! —exclamó—. ¿Qué quieres que haga? —Que lo arregles. —Pues ahora no puedo y sí, metí la pata, pero no soy el único que se equivoca. —¿Qué quieres decir? —Me refiero a ti —dijo, acerándose—. ¿Qué hacías con Mia? —¿Espera cagarla, venir a contármelo para que te ayude y luego hacerme sentir mal por algo que nada tiene que ver contigo? Eso no arregla lo que

hiciste, ¿sabes? —No, pero me recuerda que confié en ti, en que no eras el mismo de antes —espetó—. Pedí que te alejaras de ella y no lo hiciste. Quise mantenerme al margen, pensar que no la lastimarías. —No lo estoy haciendo. —Pero lo harás. —No eres adivino, Aksel. —Entonces, ¿están saliendo? —No pude responder—. ¿Son novios? —No —acepté. Una sonrisa amarga se posó en sus labios. —¿Piensas que lo serán o solo te revuelcas con ella hasta aburrirte? Un escalofrío me recorrió la espalda y no supe si fue el temblor en mis hombros lo que hizo que su expresión se relajara. >>Solo dime que no le harás daño y no me meteré —musitó—. Dime que no la harás sufrir, por favor. La quería, lo vi en su mirada. Se aferraba a Mia y Sophie para sobrevivir y lo entendía. Vivir una vida como la nuestra te orillaba a encontrar razones para seguir a flote y la burbuja de Aksel había explotado hace pocos meses. Amaia era su amiga y quería protegerla. —No puedo prometer que no sufrirá por mi culpa —confesé. También temía que sucediera—. Siempre puedes herir a alguien sin intención. Intenté no pensar de más. >>Sin embargo, puedo prometerte que pasaré cada minuto a su lado intentando hacerla feliz. —¿Por qué? La abrumadora sensación regresó a mi pecho y supe que debía aceptarlo. —Porque es tu amiga y porque estoy perdidamente enamorado de ella. Sus ojos se abrieron de sorpresa y en vez de sentirme libre hubo más dolor en mi interior. —Tú... —Si tuviera que dar la vida por ella, lo haría sin dudar —confesé—. No preguntes cómo, cuándo o por qué, pero puedes estar seguro de que lastimarla me dañaría más a mí. Lo sabía sin saberlo desde hace mucho. Aceptarlo en voz alta era entender que estaba un paso más perdido. ¿Cuánto me dolería dejarla ir cuando la vida nos separara?

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @eli_gb_lee que esta semana me dejó un bonito mensaje en el tablero y me pidió que le dedicara un capítulo. A @melodiasz4567 que hace meses me pidió que le dedicara el capítulo donde Nika confiesa estar enamorado de Mia. Esto fue hace mucho y lo tenía en mis notas, espero no estar confundiendo el usuario. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Este también es un capítulo muy importante para mí. Ya sabemos lo que viene y para Nika será mucho más de lo que imaginan. Creo que será más bonito narrarlo desde su punto de vista que el de Mia. Por otro lado... ¿Están bien? El viernes las chicas del grupo de Telegram me hicieron un regalo de cumpleaños que me dejó llorando. Las que estuvieron en el live me vieron lloriquear. Sigo sin tener palabras para agradecer, jamás pensé estar rodeada de gente tan linda. Son las mejores. Si quieren unirse al grupo de Telegram tienen que estar al tanto por mis historias en Instagram. No me extiendo. Las amo y puede que me lean más pronto de lo que creen. Estén al pendiente. Besito.

32_Entregarle todo   Capítulo 32 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Decir que el viaje de regreso fue incómodo, era poco. Nadie habló. Aksel mantenía la vista al frente, Sophie, con la cabeza pegada a la ventanilla, se recuperaba de la borrachera y media hora vomitando en el baño. Un par de veces la escuché sorber por la nariz, contenía las lágrimas. Amaia no dejaba de evaluarlos a través del espejo e intercambió par de miradas preocupadas conmigo. Intentó quedarse con Sophie, pero la castaña se negó. Entendía su conflicto y las ganas de estar a solas. Había sido traicionada por alguien que creyó conocer, su novio. A la vez, enfrentaba sentimientos pasados que seguían ahí. No tenía idea de qué le pasaba con mi hermano y si no era cuidadosa terminaría acumulando más conflictos. Para ella era momento de sanar y si no tomaba el tiempo de hacerlo, terminaría lastimándose y lastimando a otros. Amaia se sentía culpable, como siempre. Convertía los problemas ajenos en suyos y ver sufrir a sus mejores amigos no le hacía bien. Traté de ayudarla en la conversación que mantuvimos de regreso, aunque las palabras no fueran suficientes. No podía dejarla sola esa noche y sabía que ella tampoco quería estarlo. La convencí de quedarse conmigo, prometiendo un desayuno decente que prepararía mi madre. Tomados de la mano y en silencio llegamos al último piso de la mansión y se vio feliz después de beber agua suficiente. Su ligero estado de embriaguez había pasado. Preparé el baño y me encargué de acomodar la cama en lo que se duchaba. Retomé el libro que llevaba dos noches leyendo. Lo había encontrado en la antigua biblioteca y era tan viejo que me daba miedo pasar las páginas y romperlas.

Escuché sus pasos y supe que estaba en la puerta, en silencio, mirándome. Le di tiempo a hacer lo que fuera que estuviera haciendo. Iba con una de mis sudaderas. Le llegaba mitad de muslo y se veía hermosa con el cabello mojado. —¿No marcas la página? —cuestionó, señalando al libro cuando lo aparte. Apagué la luz e hice espacio para ella. —Si estás prestando atención, no necesitas hacerlo. Se acostó de costado, imitando mi posición y quedamos de frente, mirándonos en la penumbra azulada de mi habitación. —Es la primera vez que vamos a dormir juntos —murmuró. —Técnicamente, no. Ya dormimos aquí una vez. —Yo no dormí ese día. Claro que no, fue demasiado para ella. Que lo sobreviviera y siguiera allí parecía imposible. —Hoy dormirás —aseguré, acomodando su cabello detrás de la oreja. Acuné su rostro con mi mano y se mostró complacida. —Cuando dijiste que Sophie debía lidiar con lo que le sucedía, con su parte mala —murmuró sin abrir los ojos y volviendo a la conversación que tuviéramos en el auto—. ¿A qué te referías? —No te entiendo. —Ella no es la culpable. No engañó a Julien, ni tiró por la ventana una relación de más de un año; tampoco hizo nada para provocar que él lo hiciera. ¿Por qué tendría que sentirse mal? —Porque, aunque no sea su responsabilidad o ella esté segura de que no lo es, en el fondo todos nos culpamos por lo que sucede a nuestro alrededor. La fina línea volvió a aparecer entre sus cejas y logré que relajara la expresión pasando mi pulgar por su entrecejo. >>Sophie pasará por varias etapas —agregué—, tras una ruptura funciona así. La difícil viene al final y es en la que debes perdonarte, es más sencillo perdonar al otro que a nosotros mismos. —¿Qué tendría ella que perdonarse? —Haber confiado en Julien y lo que tenían, así como todas las culpas que la propia situación le estará haciendo creer que tiene. —Tomé aire con tal de no pensar lo imposible que era para mí dejar atrás los demonios—. Superarlo es lo más complicado. —Tienes mucha experiencia en rupturas.

—Leo mucho —especifiqué— y no tiene que ser la experiencia la que me haga entenderlo. —En mi caso era la complicada vida que me había tocado y las perdidas familiares que jamás olvidaría—. El proceso de aceptar las peores situaciones que hemos vivido es complejo, tanto así, que ni teniendo las herramientas para luchar contra ellas es fácil hacerlo. Intenté ver las pecas en sus mejillas, aunque estuviera oscuro, solo para ocupar mi mente y no recordar la perdida de mi padre. Él siguió vivo y con nosotros, pero sin ser la persona que era antes. Hasta ese día pensaba que era el responsable y por mucho que intentara aplicar mis consejos o entender que no, la culpa seguía ahí. —Puedo hacerte una pregunta. —Asentí, forzando una sonrisa y deseando que me sacara de aquel agujero—. ¿Con cuántas personas has estado? —¿Estar? —El cambio de tema me confundió—. Te refieres sexualmente. Bajó la vista a mi pecho y asintió. —No tienes que responder si no quiere —murmuró. —No podría responder ni aunque quisiera. La verdad es que no las he contado. —¿Tantas son? No pudo ocultar la decepción en su voz. —Es algo que no cuentas. No podría decirte un número porque no ha sido tan relevante como para contarlo. —¿Relevante? —Su mirada cambió, se volvió desafiante y obstinada—. ¿Quieres decir que no recuerdas a las chicas que te has tirado? Hace mucho no adoptaba esa posición y me encantaba. —Mi pequeña princesa feminista —pronuncié y no pareció convencerle el apodo—. Recuerdo a todas las chicas con las que he tenido algo, incluso un beso, pero jamás las he contado. No te tomes a mal todo lo que digo. — Me acerqué a sus labios—. Si quieres puedo contarlas para ti, aunque no le veo sentido. Valoró la propuesta y esperé que no me hiciera rememorar años de vida a media madrugada. —Pero puedes decir con cuántas ha sido algo serio —asumió. La opresión en mi pecho volvió, la que sentí cuando hablaba con Aksel hace un par de horas. —Ninguna —confesé—. Con ninguna ha sido algo serio.

—¿Nunca has tenido una relación? No podía mentir, aunque me hubiese gustado con tal de no revelar lo especial que era en mi vida. Temía asustarla. —Nunca había mirado de esa forma. —Detallé su cabello y la manera en que la luz se reflejaba en él—. Nunca pasé tanto tiempo con alguien, ni le hablé de mí, tampoco me detuve a conocerles. No quiero culpar a las personas de poco interesantes —expliqué, deslizando mi pulgar por su nariz —. Creo que jamás me permití cometer el error de observar con esos ojos. No me había interesado porque no la conocía a ella. Me acerqué a sus labios, con el corazón sonando en mis oídos y tuve que detenerme antes de besarla. —Jamás había mirado a nadie como te miro a ti, pulgarcita —confesé. Su aliento rozó mi rostro antes de que se adelantara para besarme. La abracé, deseando que su cuerpo se pegara al mío y jamás dejarla ir. Disfruté sus labios, la conexión, la paz y el refugio que encontraba al estar entre sus brazos, tenerla entre los míos. Nos separamos, agitados. Rocé su nariz con la mía, deseando grabar el recuerdo para atesorarlo hasta el día en que me tocara dejar aquel mundo. Podía haberme quedado así toda la noche, toda la vida. —En casa de Paul —murmuró sobre mis labios—. ¿Por qué no quisiste hacerlo? —Porque estabas borracha. —Había sido gracioso—. Te prometí que podíamos divertirnos sin llegar ahí. —A mí no me prometiste eso. —Entonces me lo prometí a mí. —Desde el inicio quise dejarla encontrar su camino—. No quiero que hagas algo de lo que termines arrepintiéndote. No respondió y la calma volvió a embargarnos sin mover un músculo. —Y si sé que no me voy a arrepentir —agregó—. Y si te digo que no fue el alcohol, que hace semanas quiero que mi primera vez sea contigo. Estuve a punto de toser, una reacción nerviosa a la que no estaba acostumbrado. Se acercó a mi oído y el vello de la nuca se puso en punta. Sus labios rozaron mi piel antes de susurrar: —Y si digo que quiero que me folles aquí y ahora. Su voz disparó el calor a mi entrepierna y mi ropa interior se sintió demasiado ajustada. —Sé lo que estás haciendo —susurré, intentando no caer en su juego. Una risa baja y suave sonó desde su garganta.

—Al final, no vas a resultar tan idiota. Dejó una mordida en mi oreja y no se cortó. Besó el arco de mi mandíbula y mi cuello. Sus labios húmedos me provocaban, haciendo que me excitara más. —No juegues conmigo, Amaia. —Pensé que te gustaba divertirte —musitó, moviendo su mano en dirección a mi pantalón. —Parece que la más divertida, eres tú. Habría dicho algo más si en ese momento no hubiese abrazado mi pene con su mano, primero con una suave caricia, después presionando hasta lograr que mi cabeza se centrara únicamente en aquel movimiento. —Porque tú, no estás disfrutando —se burló—. ¿Tengo que suplicarte para que lo hagas o tengo que follarte? Tomé su barbilla y mordí su labio para controlar las ganas de apresarla con mi cuerpo y reemplazar sus palabras por gemidos. Dejé que me masturbara, intentando no pensar en las mil formas en las que me gustaría follarla, hacerlo como no lo habíamos hecho antes. —Ya sé. Es mi ropa —murmuró. Apresé su cintura y mordí su cuello, embriagándome con el olor de su cuerpo—. Quizás no te pone tanto que lleve tu sudadera. Sus palabras me detuvieron y fue momento de cambiar la situación. La hice girar hasta apresar sus muñecas a los lados de su cara y quedar sobre ella. Solo verla me ponía peor y tuve que besarla, sin delicadeza, la desesperación no me dejaba. Adoraba que me respondiera de la misma manera, que sus labios brillaran hinchados cuando me separaba. Era demasiado sensual con el cabello desordenado sobre la cama y aquella mirada seductora. —Me gustas con mi sudadera, sin ella, en vestido, con camiseta empapada y llena de barro —aclaré—. Necesito que jamás se te olvide. —No se me olvidará —susurró antes de sonreír. —Y necesito saber si estás segura, si realmente estás segura. Esperé por una respuesta. No era una decisión que pudiéramos tomar a la ligera. —Totalmente —contestó con expresión confiada, me besó y abrazó mis caderas con sus piernas. Su cuerpo cálido me llamaba a tocarlo sin la ropa de por medio, pero tenía miedo. Si cruzábamos aquella línea no habría nada que me frenara

para amarla con todas mis fuerzas, perdería todo y se lo entregaría. Mi corazón fuera de lugar, mis demonios y mi tristeza. Mis risas, mi calma y mi felicidad. Todo sería suyo, estaría en sus manos e inevitablemente dependería de ella. Tenía miedo y moría por hacerlo. Mi lucha, de poder llamarle así, duró segundos antes de que me rindiera. Sus besos me seguían llamando y supe que estaba perdido cuando le di permiso a mi cuerpo de actuar a voluntad. Acaricié su torso hasta que mi mano llegó a su sexo. Arqueó su cuerpo cuando deslicé los dedos, disfrutando lo mojada que estaba y el calor de su piel. Cada vez que rozaba su clítoris temblaba y esa vez no solo me concentré en él. Con dos dedos estimulé su entrada. No dejaba de gemir por lo bajo, de mover sus caderas contra mi mano y hubo un momento donde la ropa estorbó. Quedamos en ropa interior. Lamí y besé sus pechos, ocupándome de sus pezones, guiándome por sus movimientos y la manera en que despeinaba mi cabello, indicando lo que más le gustaba. Cuando la sentí preparada, deslicé un dedo dentro de ella. No era difícil, pero lo hice con calma, disfrutándolo. Jadeó y movió las caderas, pidiendo más, invitándome a unir un segundo dedo. La estimulé en lo que no dejaba de prestar atención a su clítoris y ella misma iba marcando el ritmo. Hubo un momento en que su cuerpo se movía contra mi mano con tanta fuerza que tuve que parar para que recuperara el aliento. Era desesperada. Cuando quería algo, lo quería en ese momento y me ayudó a deshacerme de la ropa interior. Hice lo mismo con la suya y, al besarla, mi erección se deslizó por su pierna. Alzó las caderas y no paró de moverse hasta que nuestros sexos rozaran, recordándome lo húmeda que estaba. —Amaia —regañé, alejándome para evitar accidentes. —Basta de juegos —suplicó—, me vas a volver loca. —Creo que será al revés. Estaba seguro de que sería al revés. Me incliné hasta alcanzar mi improvisada mesa de noche. Me arrodillé entre sus piernas con su cuerpo tendido frente a mí. Me veía, embelesada en lo que me colocaba el condón y me masturbaba viendo sus pechos y sus piernas abiertas para mí.

No dejé de tocarme y darme placer, imaginando cómo se sentiría estar dentro de ella. Masajeé su sexo y gimió cuando deslicé tres dedos. Mordió su labio y los moví, entré y salí de ella varias veces antes caer sobre su cuerpo, sabiendo que podíamos subir de nivel. Nuestros pechos rozaban, su respiración era errática. Rocé su sexo, buscando alivio y logrando que se moviera a mi ritmo hasta que caí en su entrada y fue su balanceo el que me hizo sentir la calidez de su interior. Tuve cuidado de no moverme, ella parecía más decidida que yo. Intentaba tocarla y estimularla para que no se pusiera nerviosa, pero estaba tranquila. Me besaba con ansias y me relajé cuando sin que yo me moviera logró me adentrara, solo un poco, con facilidad. Estaba tan húmeda que me moví esa pequeña distancia para disfrutar el roce. Clavó las uñas en mi espalda y logró que entrara más, tan estrecha, pero preparada para que la penetrara de una vez. —Te juro que esta vez voy a ser delicado, Amaia —murmuré, decidido a controlarme—. La próxima vas a perder la voz de gemir mi nombre. Jadeó y aproveché para ganar terreno. No había llegado a la mitad y ella pedía más. No me moví, disfruté de la sensación; caliente y delicioso. Dejé que se acostumbrara a mí y deslicé una mano entre nuestros cuerpos, estimulando su clítoris en lo que saboreaba su piel. Con suavidad, fui moviéndome, haciendo que se enfocara en las sensaciones. Cuando clavó las uñas en mis brazos la tomé de la cadera y con extrema facilidad estuve dentro de ella por completo. Se contrajo, pero la besé, sin moverme, y respondió. Su cuerpo volvió a relajarse y alzó las caderas, logrando que saliera de ella unos centímetros para volver a entrar. El roce fue exquisito y repitió el movimiento. No quise detenerla o seguirle el ritmo, deseando que encontrara cómo acomodarse a aquella nueva conexión entre nosotros. Era difícil cuando la sangre se acumulaba en mi entrepierna. La apresé por la cadera, inmovilizándola para salir y entrar lentamente. Se le escapó un jadeo de anhelo. Repetí el movimiento y sostuvo el aliento, con los ojos cerrados y mordiendo su labio. Esperé que volviera en sí y me mirara. Seguía sin creer lo que estaba pasando, no quería detenerlo, la necesitaba. Me moví sin apartar la vista y disfrutando sus expresiones.

Profundicé poco a poco, dejando que el choque de nuestros cuerpos fuera cada vez más fuerte. Me recordaba medir sus reacciones, asegurarme de que estaba bien y no perder el control. Fue tan difícil estando encima de ella que terminé por hacerla girar para que quedara sobre mí. Abracé su cuerpo, besé sus pechos y acomodé sus piernas, invitándola a que tomara el control y encontrara cómo y cuánto quería. —Yo no... —Si sabes —la calmé, tomando sus caderas y guiando su movimiento. Se sorprendió por lo diferente que se sentía en aquella posición, para mí también era más placentero. Sin temor se aferró a mis hombros e imitó el movimiento que le había mostrado. Le gustó y terminó imitándolo. Tiró la cabeza hacia atrás y no dejó de moverse. Me montaba como si mil veces lo hubiésemos hecho y sin control iba subiendo la velocidad. Sus pechos se balanceaban frente a mi rostro, me deleitaba chuparlos y morderlos. Cuando en vez de moverse de arriba a abajo comenzó balancearse para que la penetración fuera más profunda, moviéndose en círculos sobre mí, tuve que detenerla. —Despacio. No aguantaría mucho si seguía así y, aunque ella buscaba lo mismo, no quería que acabara tan rápido. La dejé con la espalda sobre el colchón, quedando entre sus piernas. La penetré y se arqueó. Comencé a estimular su clítoris, esa vez sin cuidado, entrando y saliendo de ella con todas las ganas que tenía, disfrutando que gimiera y pidiera más. Atrapé su cintura y nuestros cuerpos chocaron más fuerte cuando revolvió las sábanas. Conocía esa expresión, sabía que estaba a segundos de llegar a un orgasmo y las contracciones de su vagina lo comprobaron. Gimió más alto de lo debido y sus piernas temblaron. No pude contenerme. Mi vientre palpitó y sentí como me venía en lo que seguía penetrándola. Una sensación caliente, de placer, libertad. Caí sobre su hombro con la respiración agitada. Gruñí por lo bajo y todavía percibía la deliciosa sensación de bombeo en mi entrepierna. Su cuerpo se relajó poco a poco. Giré y la acuné contra mi pecho, disfrutando de aquellos segundos de paz, de su cercanía. Sonreí con los ojos cerrados y el rostro al techo, sin

saber por cuánto tiempo estuve así. —Dime que no te dolió —murmuré cuando había recuperado el aliento. No respondió. Estaba dormida, abrazándome y con la más dulce expresión de paz.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Es el primer capítulo +18 que me da pena publicar en muuuuuucho tiempo. Había perdido la vergüenza, no entiendo la razón. Quizás es que jamás había escrito una escena así desde el POV de un chico, o porque en vez de tener la libertad de narrarlo de cero tenía que seguir la guía de lo que sucedió en el otro libro... Dejando a un lado mis confesiones... ¿Cómo están? Yo pasé buena semana, sintiéndome bastante bien hasta ayer. La vida no puede ser siempre linda. Es muy posible que la semana siguiente desaparezca porque no me sentiré bien. Igual me cuidaré mucho para estar bien en el futuro. Espero que tengan tiempo en diciembre porque las tendré que saturar de capítulos para terminar el libro este año. Cuídense mucho. Tomen awita y por esta semana lean cochinadas... aunque sé que siempre las leen. Besito.

33_Una oportunidad perdida   Capítulo 33 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Cuando desperté, Amaia dormía plácidamente en mi pecho. La suavidad de su piel invitaba a seguir durmiendo y disfrutar del mejor despertar de mi existencia. Lo habría hecho si la idea de subirle desayuno a la cama no hubiese saltado en mi mente. Me moví con cautela y la arropé antes de vestirme. Al bajar, encontré una nota de mamá, estaba en el pueblo. Aksel seguía durmiendo. Quedé solo y sin esperanzas en la cocina. Pasé veinte minutos mirando los huevos y calculando cuán mal podría resultar si decidía freír uno. Terminé preparando un sándwich que frío no se veía apetecible. No fue buena idea intentar hacer jugo de naranja en lo que ponía el pan a la plancha, pero dudaba lograr algo mejor y me sentí satisfecho con el resultado. Me encargué de mostrar el sándwich por la parte más bonita y subí el desayuno en la primera bandeja que encontré. Abrí la puerta para encontrarla despierta con el flequillo hecho un desastre y las puntas del cabello apuntando en extrañas direcciones. —Arruinaste la sorpresa del desayuno —protesté, sentándome a su lado. Tomó la sudadera que seguía en el suelo y se la puso. —Me alegra que tu madre hiciera el desayuno. —Lo hice yo —aclaré, nervioso y dejando la bandeja sobre sus piernas. —Pensé que la cocina se te daba mal y que... —No pudo continuar cuando volteó el pan y encontró la parte quemada—. Retiro mis palabras, eres un asco. Tuve que reír. —Lo siento, juro que lo vigilé. —Tranquilo, me queda el zumo. Llevó el vaso a sus labios y creí que se atragantaría cuando tomó el primer trago. Su expresión la delató, aunque intentó disimular. —¿Tan malo está?

Le había puesto suficiente azúcar y agua. —Lo siento —se lamentó—, es terrible. Cubrí mi cara sin saber qué decir. Era la primera vez que despertábamos juntos y podía estarla envenenando. —Mamá salió muy temprano al pueblo —me excusé—. Creí que no estaba tan mal. —No importa —aseguró, masticando con esa expresión amable que mostraba cuando intentaba no lastimar a alguien. —No tienes que comerlo. No me dejó quitarle el pan, protegiéndolo entre sus manos y alejándose de mí. —Tengo hambre. —Le dio una segunda mordida—. No le quites comida a una chica con hambre. Era lindo que lo comiera solo por mí, pero me preocupaba que terminara vomitando. —Me alegra que algo se te dé mal —comentó, distraída, entre bocados —. Empezaba a molestarme que fueras tan perfecto. —Sabes muy bien que no soy perfecto, al contrario. —Todo se te da demasiado bien —insistió. —Las habilidades son para cubrir el montón de defectos —confesé—. Intento emplearlas para ayudar con la esperanza de que, cuando meta la pata, las personas recuerden que no todo está jodido conmigo. Desde hace años intentaba hacer lo mismo. No sabía si era por miedo a terminar como mi padre. Me dedicó una de sus miradas, esas en las que sus ojos brillaban y sonreía levemente, sin darse cuenta. Adoraba saber que solo había visto esa expresión cuando me miraba a mí. Puso la bandeja a un lado y me besó. Sin previo aviso dejó sus cálidos labios sobre los míos. Si dejaba pasar ese momento me arrepentiría toda la vida. —Hay algo que deberíamos hablar. —¿Quieres clases de cocina? —bromeó—. Puedo asegurar que serán mejores que tus lecciones de manejo. —Ya asumí que la cocina no es lo mío. —Hice todo lo posible para que mi mano no temblara en lo que acariciaba su rostro—. Quería hablar de algo más. Esperó en silencio y el corazón empezó latirme demasiado rápido.

>>Ya casi todo el mundo sabe. —Una voz al fondo de mi cabeza ordenaba correr en dirección contraria con tal de no hacer el ridículo. Me obligué a seguir hablando—. Llevamos más de tres meses jugando a las escondidas y es divertido, pero... No supe cómo seguir. —Pero —insistió. Perdí la capacidad de articular palabra. Mi cerebro tampoco producía nada coherente y ella no dejaba de mirarme, esperando. —¿No sería más fácil si no tuviéramos que escondernos? —solté, sin pensar. —¿Dices que todos sepan de nosotros? —Sí, que sepan que tú y yo... —¿Tú y yo qué? Abrí y cerré la boca. Una risa nerviosa se me escapó y una extraña sensación revolvió el estómago. —Joder, Mia. Soy muy malo haciendo esto. Mi situación le divertía. —¿Haciendo qué? —cuestionó. No era tonta. Sabía de lo que hablaba y quería que lo dijera. —No sé cómo tener esta conversación —acepté, sintiendo el calor subir a mi rostro, algo que jamás había experimentado. —¿Cuál conversa...? No siguió hablando. Miró sobre su hombro, en dirección a la puerta que daba a la azotea. —¿Pasa algo? —¿Tu madre salió en un coche? —cuestionó, frunciendo el ceño. —No, en moto. ¿Por qué preg...? Escuché el motor de un carro, uno potente. El sonido me tensó, creí reconocerlo, pero no supe de dónde. Salí a la azotea con Mia tras mis pasos y mi respiración tembló cuando reconocí el auto verde que se aproximaba al garaje improvisado de la mansión. Era el clásico y bien cuidado modelo de mis antiguos vecinos en Prakt. El amigo de mi padre. Mi abdomen se contrajo y arañé la baranda hasta que mis dedos ardieron. Acababa de levantar mis uñas con el gesto. —¿Qué sucede? —preguntó, preocupada. —Vístete y vete a tu casa —ordené sin mirar atrás.

—¿Pasó algo? —insistió, siguiéndome a la habitación—. ¿Esperaban visita? Puedo ayudar si... —No esperaba visita, Amaia. —Al girar la encontré vestida y no supe cómo alejarla lo antes posible. Me costaba no temblar y estar al pendiente de cualquier sonido—. Escúchame muy bien —advertí—. Vístete, baja por las escaleras de caracol y veté a tu casa por la puerta de atrás. Era todo lo que podía hacer. —¿Por qué...? —¡Porque te estoy diciendo que lo hagas! Su rostro se tensó y dio un paso atrás. —No tienes que ser tan desagradable —murmuró. Le había gritado con ganas. Mi padre estaba allí, ella, Aksel. El peor de mis miedos acababa de hacerse realidad y no sabía cómo desaparecerla, hacer que se fuera sin maltratarla o confesar que él podía matarla si la veía. —Vete a casa, te lo suplico —mascullé—. Después hablamos. Le di la espalda, esperando que obedeciera. Rebusqué en la caja que había dejado junto a la puerta, donde guardaba la pistola de papá envuelta en una camiseta. Bajé corriendo, asegurándome de que el arma estaba cargada y escuchando los fuertes golpes contra la puerta de la entrada. Tienes que matarlo. Esta vez no puedes dudar, tienes que hacerlo. No me daba tiempo a decirle a Aksel que huyera y mi madre podía llegar en cualquier momento. Esperaba tener el valor de hacer lo que debía y antes de que alguno estuviera en peligro. Corrí hasta la puerta con el arma a mi espalda y ni tan siquiera miré a través del empañado cristal. Abrí, listo para apuntar, pero encontré una bofetada antes de que pudiera hacerlo. Me quedé sin aire, con la adrenalina recorriendo mi sistema al encontrar la menuda figura de Siala. Mi antigua vecina. Había cambiado su cabello. Lo llevaba muy corto en la nuca y los costados, un flequillo caía sobre su frente y me miraba como si aquella bofetada fuera solo el aperitivo. —¿Estás sola? —pregunté, mirando a su espalda e incapaz de relajarme. —¿Eso quieres saber? —reprochó. —¡Contesta! Me aferré al arma a mi espalda y tensó la mandíbula antes de contestar: —Sí, he venido sola, ¿contento?

—¿Alguien sabe que estás aquí? —¿Por qué preguntas...? —¿Siala? —llamó la voz de Aksel y guardé la pistola a mi espalda, aguantándola con el elástico de mi pijama. Aksel notó el movimiento y usé la vieja camiseta para cubrir mi torso y esconderla mejor, pero fue demasiado tarde, la había visto. —Los hermanos Holten —masculló Siala sin moverse de la puerta—. Tan tranquilos en una casa vieja en medio de la nada. Miró a mi hermano con el mismo rencor contenido. >>¿Todo bien, Aksy-Boo? —¿Cómo demonios llegaste aquí? —exigí saber. —En auto, después de un viaje de más de cuatro horas —espetó con el mismo tono enfadado, el que llevaba tanto sin escuchar—. ¿Alguna otra pregunta? Yo tengo muchas. Pasó sin que lo permitiera y cerré la puerta. >>Linda casa —se burló, mirando alrededor—. ¿Se divierten por aquí? —Puedes ahorrarte el sarcasmo —gruñí. —Podría ahorrarme muchas cosas, pero prefiero ser sincera y no escapar de los problemas. Su mirada podría haberme atravesado si poseyera tal poder. —Siala, ¿puedes escucharnos antes de sacar conclusiones? —pidió Aksel. —¿Conclusiones? —Nos miró alternativamente—. No sé de qué hablas si todo está muy claro. —No lo está. Me enfrentó con su escasa estatura, sin miedo, como siempre. —Desaparecieron, dejaron a su padre y su casa atrás —enumeró y su labio tembló—. Se fueron sin decir nada. —No te importa nuestra vida. —¡Claro que me importa! —exclamó—. Que ustedes no tengan sentimientos no significa que el resto sea igual. Sus ojos brillaron. >>Llevo todo este tiempo buscándolos. —¿Cómo nos encontraste? ¿Le dijiste a alguien donde estábamos? — cuestioné, pensando en Nikolai. —¡¿Para de hacer preguntas?! —chilló—. ¡Tú debes contestar las mías! —Siala, si nos dejas...

—No vine a escuchar excusas —interrumpió, viendo a mi hermano—. Quiero que acepten la mierda de personas que son para irme en paz y olvidarme de que existen. —Pareces una niña pequeña —señalé—. Solo piensas en ti y no dejas hablar a otros. —No juegues conmigo, Nikolai. —Tembló de pies a cabeza—. Tus jueguitos mentales ya no sirven. —¡Eres la única que juega llegando así a mi casa! —espeté—. No entiendo la necesidad de montar un espectáculo, mucho menos por qué te pones en esa posición. —¡¿Esta posición?! —exclamó con voz temblorosa—. ¿Cómo coño quieres que reaccione, Nikolai? ¡Casi dos años que...! —Habla bajo, Siala —interrumpió Aksel—. No hay necesidad de gritar. —¡Tú, cállate! No sé si lo tuyo es peor que lo de este y eso ya es mucho decir. Se refería a su exnovia y mi hermano bajó la mirada. —Tú no tienes nada que hacer aquí —especifiqué. Me dedicó una mirada de desagrado. —Lo de estúpido no te lo quita ni el tiempo. —Parece que a ti tampoco —rebatí—. Dime, ¿cómo supiste donde estábamos? —Buscando. Sabes que se me da bien investigar y es obvio que no era la única haciéndolo. Teniendo en cuenta que... Cerró la boca y se quedó viendo a mi espalda, consternada, antes de volver a mirarme. —No puedo creerlo —murmuró, torciendo los labios y supe que aquel gesto no traía nada bueno. Al girar, encontré a Amaia. A mitad de la escalera, con el cabello igual de revuelto, la ropa estrujada y su abrigo en las manos. —¿Y esta quién es, Nika? —interrogó Siala con falsa diversión—. Es obvio que no es la novia de Aksel. —No te importa —contesté sin dejar de mirar a Mia. Estaba congelada por la sorpresa y el miedo volvió a golpearme. —Bien —concluyó, dirigiéndose hacia ella. Me apartó cuando intenté detenerla—. Si el maleducado de Nikolai no me presenta, lo hago yo—. Extendió la mano a una conmocionada Amaia—. Me llamo Siala. Soy la

antigua vecina y novia de Nika. Al menos lo era hasta que él y su familia desaparecieron de Prakt sin dar una puta explicación. Un frío glaciar bajó por mi pecho y me mareé. ¿Mi novia? ¿Por qué demonios decía eso? Sus ojos azules se encontraron con los míos a través del recibidor. No supe cómo, pero sentí lo que ella experimentaba: la decepción. —Eso no es cierto, Amaia —aseguré, apenas moviendo los labios, consciente de que me escucharía. —Claro que no —corroboró Siala—. Técnicamente, no era su novia porque jamás hablamos de eso, pero bien que le gustaba colarse a mi casa para follar cuando estaba aburrido. —¡Deja de hablar estupideces, Siala! —bramé, adelantándome y dispuesto a detenerla—. Eso no fue lo que pasó entre nosotros y lo sabes muy bien. No le mientas. —Qué más da si miento. —Miró sobre su hombro—. Tú eres el maestro de las mentiras, ¿o me equivoco? —Estás hablando de algo que jamás pasó entre nosotros. —¿Dices que jamás follamos? —¿Tengo que recordarte cómo fueron los acontecimientos? —dije entre dientes, aguantándome para no desvelar sus secretos frente a Aksel y Mia, que tenía la mirada perdida en la mano que Siala seguía tendiéndole. >>Mia, lo que ella dice no... —Amaia —murmuró la peligra, estrechando la mano—, la vecina de Nika. —Mia, por favor... Percibí el dolor en su voz. Ella no era mi vecina, no era solo eso, si fuera a presentarla usaría palabras muy distintas. —No me sorprende que te buscaras un reemplazo con el que jugar — espetó Siala, enfrentándome—. Es el estilo Holten, ¿no es cierto? Me estremecí cuando utilizó nuestro apellido frente a ella. >>Dos años —repitió—. Desaparecieron sin decir nada. —Por primera vez sentí la desesperación en su voz—. Pensamos lo peor, buscamos por todos lados, era... —¡Cállate, Siala! —zanjé antes de que dijera algo que Amaia pudiera entender. —¿Ahora me vas a gritar? —Palmeó mi pecho—. No te tengo miedo, estúpido, y voy a hablar delante de ella. Así entiende al desalmado que tiene

al lado y lo que le has mentido. >>Todo el mundo debería saber lo que han hecho, son unos desconsiderados. —Me golpeó una y otra vez. Sucumbió a las lágrimas y bajó la cabeza para que no la viera—. Eres un monstruo, Nikolai Holten... —¡Sí, lo soy! —grité, haciendo que retrocediera. Todo con tal de que parara de repetir mi verdadero apellido—. ¡Soy un puto monstruo y si lo sabes deberías irte de una puñetera vez! La sangre golpeteaba en mis oídos y mi respiración era un desastre. Mi visión comenzaba a nublarse cuando el rostro de Aksel apareció frente a mí. —No hables estupideces —murmuró, obligándome a mirarlo. —Vete de una puta vez —repetí, mirando a la rubia por encima del hombro de mi hermano. —¿Todo esto por decir la verdad? —Su voz se quebró y miró a Mia, que había retrocedido hasta pegar la espalda a la pared—. No te dejes engañar, no seas como yo —aconsejó—. Él siempre te va a mentir, es un maldito psicópata y disfrutará viendo como te crees lo que inventa. —¡Cállate! —¡Nika! —gritó Aksel, deteniéndome. Mia estaba aterrada, temblando y sin moverse. —No sé por qué tomé el trabajo de venir —sollozó la rubia—. No valen un minuto de mi tiempo. —No te vayas, Siala. Aksel cerró su paso. —Deja que se vaya a donde le dé la gana —mascullé. —No. —Impidió que se fuera por segunda vez—. Ella no se puede ir. Tuve que despegar los ojos de la asustada Amaia. No era capaz de contener la vibración en el interior de mi cuerpo, pensé que estallaría. Tenía razón. No podíamos dejar que se fuera sin hablar. Nos delataría, si es que no lo había hecho. Pondría en peligro a todos, incluso a Amaia y no estaba dispuesto a que sucediera. La miré, seguía en el mismo lugar, pero no podía decirle que se fuera, tampoco contarle la verdad. —Mia, necesitamos que nos dejes solos —pidió Aksel, consciente de que yo no podía decirlo. Amaia relajó los hombros por primera vez. —¿Soy yo la que tiene que irse? —cuestionó, caminando hacia nosotros. Esperaba mi respuesta y la de nadie más.

Pude palpar la confianza que habíamos construido. Se escurría entre nuestros cuerpos por las verdades a medias que había dado desde el inicio. Estaba creando mil escenarios falsos en su cabeza y tenía todas las herramientas para hacerlo. —Vete, Amaia —murmuré, sabiendo que esa no era la peor manera en que podía herirla—. Necesitamos aclarar algo con Siala. Presionó los labios con tal de controlarse y pasó por mi lado. La puerta provocó un estruendo cuando la lanzó a su espalda y cerré los ojos con ganas de no volver a abrirlos.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. ¿Les gustó el capítulo? A partir de aquí quiero que recuerden en todo momento que no es lo mismo conocer la realidad y enfrentar lo que va a pasar desde los ojos de Nika. Mia no sabía nada de esto. Sé que quienes siguen estos capítulos no están aquí para juzgar sino para disfrutar todas las versiones de la historia. Esta actualización no la esperaban o quizás sí porque llevo diciendo en Twitter y el grupo de Telegram que actualizo desde el miércoles. Se me fue el tiempo. A partir de ahora haré hasta lo imposible por dar dos actualizaciones semanales y voy por buen camino, adelantando a diario.  El final se acerca. Cuídense mucho y tomen awita. Nos leemos ahora y el domingo. Hubo una chica que me comento de su cumpleaños para que le dedicara el capítulo del domingo, pero perdí el chat en Instagram. Si ves esto, deja un comentario aquí. Las teamito. Beso...

34_Sí existe un nosotros   Capítulo 34 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Contarle la verdad a Siala fue más sencillo de lo que alguna vez pensé. Quizás era porque no quedaba opción. Si regresaba a Prakt y decía que nos había encontrado, estaríamos en peligro. Papá nos buscaba y, frente a los conocidos, quedaba como el hombre abandonado que intentaba recuperar a su familia; un papel que, al parecer, interpretaba de la mejor manera. Siala estuvo horas sin creer lo que escuchaba. Ni con el testimonio de mamá era capaz de aceptar la realidad. Algo normal, mantuvimos tan bien los secretos por las amenazas de Nikolai que resultaba imposible de entender. En algún momento de la tarde, volvió a ser la Siala que conocía y terminó llorando sobre la mesa de la cocina. Aksel la abrazó y así estuvo por más de una hora, pidiendo perdón y repitiendo lo tanto que nos necesitó. También la había extrañado y entendía su preocupación. Nos creyó muertos o en peligro, llegó gritando y maldiciendo, pero la verdadera Siala era la que lloraba, no la que hablaba lo primero que se le ocurría cuando estaba enojada. Se disculpó por mentir frente a Amaia y suplicó que la dejara explicar para ahorrarme problemas. Me negué. La pequeña Mia no toleraría eso, la conocía, nos tiraría la puerta en la cara. Le pedí que se fuera en paz. No le guardaba rencor por lo que acababa de ocasionar y confiaba en ella. Jamás diría una palabra que nos delatara. Por suerte, nadie sabía de su incursión a Soleil. De igual forma, no nos sentíamos seguros, si es que alguna vez lo estuvimos. Tocaba ser cuidadosos y, al sentarnos a conversar, la idea de irnos salió a flote. Era la decisión más inteligente; cambiar de lugar cada cierto tiempo, no dejar huella y continuar hasta que pasaran años suficientes. Lo sabía, pero

no concebía la idea. Me encargué de aplazar la charla y, llegada la noche, Aksel se ocupó de mamá. Aproveché y le escribí un mensaje a Amaia. No respondió y la ansiedad de mirar el maldito teléfono, esperando, empezaba a carcomerme. Di vueltas por mi habitación hasta terminar mareado. Miré por la ventana, salí a la azotea y traté de captar algún movimiento en su casa. Nada. Aguanté lo más que pude. No quería volver a escribir. Mi parte racional decía que le diera espacio, mi instinto era llamarla, tocar su puerta si fuera necesario y gritar hasta que me escuchara. Saber que debía odiarme era asfixiante y aterrador. Me repetía una y otra vez que podría arreglarse, imaginaba los escenarios donde ella me entendía y volvía a ser como antes. Cuando empezaba a calmarme, llegaba el miedo. Los escenarios donde no me escuchaba, se iba, me ignoraba y terminábamos peor que al inicio. Seríamos extraños y no podría vivir con eso. El ciclo se repetía. Me calmaba y volvía a desesperar hasta que le envié otro mensaje. Fue peor, me desesperé tanto al no obtener respuesta que bajé las escaleras y terminé lanzando pequeñas piedras a su ventana, como aquella noche donde mi vida era un caos y ella estuvo a mi lado para ayudar. No se acercó a la ventana, pero mi teléfono vibró y obtuve la respuesta: "Déjame en paz". El mundo cayó ante aquellas tres palabras y, hundido en la desesperación, la llamé; decidido usar la última carta, pero me había bloqueado. Es noche no dormí. ~❁ ✦ ❁~ El lunes no paré de buscarla por el instituto. No asistió a Filosofía y cuando llegó la hora del almuerzo, tampoco estuvo en la cafetería. Creí que se había quedado en casa hasta localizarla en medio del pasillo, hablando con Dax. El moreno se despedía, aunque ella no quería. La besó en la frente y desapareció. Sus hombros se hundieron y apartó el cabello de su cara antes de girar y encontrarme a tres pasos. La expresión que me dedicó no dijo nada, sus ojeras dejaron claro lo mal que había dormido. Respiró con calma y salió caminando como si yo no estuviera.

—Mia, por favor, necesito que hablemos. La seguí. —No me importa lo que necesites. —Déjame explicarte, no es lo que estás pensando, ayer... —No quiero hablar contigo. —Subió la escalera sin mirar atrás—. Cuando bloqueas a alguien el mensaje queda bastante claro. La tomé del codo al llegar al segundo piso. Miró el contacto y sacudió el brazo para que la soltara. —Ni se te ocurra tocarme —declaró en tono seco—. Dije que no quería hablar contigo, ¿estás sordo? —Sé que estás molesta, tienes todo el derecho... —Tú no decides el derecho que tengo a estar... —Siala no es ni era mi novia —aclaré. —Me importa poco lo que sea o no esa chica. Entiende que no quiero hablar de esto, no me interesa saber... —Déjame explicarte, ¿sí? —supliqué—. Entiendo como te sientes, pero si no me das la oportunidad de hablar puede que te hagas ideas equivocadas y no quiero eso, no contigo. Miró a ambos lados, nerviosa. Me dio la espalda y entró a un salón vacío. —Te escucho —dijo cuando quedamos solos y con la puerta cerrada. —Siala era mi vecina en Prakt —expliqué—. Crecimos juntos, íbamos a las mismas clases extra desde niños y sí, tuvimos algo por varios años. —Ahora resulta que tuviste algo con una chica cuando hace dos noches te pregunté y lo negaste. —Nunca he tenido nada serio con una chica —especifiqué. —Y entonces, ¿qué es para ti tener algo por varios años con la misma persona? No sabía cómo explicarle. No podía contar mi pasado, tampoco los problemas de Siala o lo que vivimos juntos. —Ella era amiga de Aksel y, por tanto, mía —acepté—. Un día las cosas se nos fueron de las manos tras una fiesta y seguimos teniendo sexo de vez en cuando, pero jamás fuimos exclusivos. La primera mentira de la conversación. —¿Era tu amiga y la trataste así? —cuestionó, incrédula. —Ambos sabíamos en lo que estábamos metidos, yo no la obligué o le mentí en ningún momento. —También terminó mucho antes de lo que todos

pensaban, pero no podía confesarlo—. Ella estaba en la misma posición que yo y lo aceptábamos. —Me parece algo para contar cuando te pregunto por tus relaciones. —No fue algo serio —mascullé. —Tuviste sexo con tu amiga y vecina por años. ¿No te parece algo para contar cuando te pregunto por tu vida amorosa? —Es el pasado, Mia —murmuré—. No entiendo cómo eso puede afectarnos, no vi razón para contarlo. Se habría sentido intimidada por un fantasma o dudosa de mis sentimientos por ella. No quería lastimarla con algo tan irrelevante. Yo intentaba alejar mi pasado, sabiendo el daño que le haría y lo que provocaría si le tocaba enfrentarlo. Era egoísta mentirle, pero no quería que se fuera, que me dejara. —¿Crees que estoy celosa? —cuestionó con el ceño fruncido. —Sé que podía haberte dicho —confesé—, pero mi pasado no tiene nada que ver contigo. No tienes por qué preocuparte por Siala. —No me duele solamente que mintieras, porque mentiste y lo sabes. — Le mentía a diario con no decir la verdad—. Me molesta que una vez hablaste de confianza y no sé cuántas patrañas más para terminar olvidándolo con una pregunta tan sencilla. —No es así, Mia. —Para mí lo es y que digas que no es así no va a cambiarlo. —La comisura de sus labios mostró la decepción—. Siento que no confiaste en mí con algo tan pequeño y lo único que me hace pensar es en cuánto habrás ocultado durante este tiempo. Mi pecho dolió, tenía razón. Le pedí que confiara en mí para tener algo sano, para entendernos. A cambio le había dado mentiras, una detrás de otra cuando prometí no lastimarla. —No he ocultado nada que pueda herirte. Había ocultado todo con tal de protegerla. —¿Cómo eres tú quien decide eso? —preguntó, entrecerrando los ojos—. Yo debo confiar en ti para que todo funcione, pero tú escoges cómo y cuándo confiar en mí, qué decir y qué no. ¿Qué clase de acuerdo es ese? >>Me echaste de tu casa, me maltrataste y dejaste en tu habitación para que saliera a escondidas mientras atendías a esa chica. —No sabía que era ella.

—Entonces, ¿quién creías que era? —Acababa de meter la pata y me abstuve de responder con tal de no ser descubierto—. ¡Ves! ¿Cómo quieres que confíe en ti si no respondes lo que pregunto? —Eso no es relevante, Amaia —dije entre dientes. —Perfecto, tú decides que contar y que no —soltó con sarcasmo. Me acerqué, intentando calmarme y controlar la frustración que me provocaba no poder confesar la verdad. —Necesito que me creas —supliqué—, no es relevante que te cuente eso, no tiene importancia. Sus ojos brillaron, no lloraría. Amaia no era de las que expresaba sus sentimientos de esa manera. —Como quieras, pero no para ahí —agregó—. Cuando hice lo que me dijiste que no hiciera y me encuentro con tu ex... —Siala no es mi ex. —Con tu amiga a la que te follabas cada vez que estabas aburrido — aclaró—. Resulta que cuando podías explicar lo que pasaba, dijiste que me fuera, me echaste de tu casa. >>¿Se supone que eso también tengo que entenderlo? Su voz se quebró y me dolió como un puñal al pecho. —No podíamos dejar a Siala irse así. —Tiene sentido, pero, ¿por qué tendría que irme yo? —Porque teníamos que aclarar un par de asuntos con ella. —¿Qué asuntos? —No es algo que tenga que ver contigo. —Y así quieres que te crea —murmuró con pesar—. Cuando sigues filtrando a tu antojo todo lo que vas a decirme. Todo era culpa de mi padre, de ese maldito. —Que confíe en ti no significa que tenga que contarte todo lo que quieras que te cuente —espeté, perdiendo la compostura. —Es cierto. —Se cruzó de brazos y me dedicó una amarga sonrisa—. No estás obligado a contarme, pero si querías explicarme la razón por la que me echas de tu casa para quedarte con una chica que solías follarte, espero que me cuentes lo necesario para entender. Tuve ganas de gritar para liberar la tensión, lanzar una mesa, empotrarla contra el librero más cercano y seguir con el maldito salón hasta destrozarlo. Mi vista se nublaba y caminar de un lado a otro no ayudaba. Tenía que arreglarlo, no podía perder el control frente a ella.

Me deshice de la mochila con tal de sentirme libre y la miré, manteniéndome lejos para no lastimarla si mi ira estallaba. No tenía a Aksel para controlarme y solo podía pensar en mi padre y el daño que le hizo a mamá, en el temor de hacerle lo mismo a ella, aunque fuera sin intención. —No puedo contarte mi pasado o cada pequeño detalle de lo que he hecho —murmuré, midiendo las palabra—. Perderemos más de lo que ganaremos entrando en explicaciones sin sentido. >>Lo que sucedió ayer fue una maldita mala suerte. Cuando nos fuimos de Prakt pensé que lo dejaríamos todo atrás y resulta ser que la idiota de Siala decide perseguirnos sin saber en los problemas que se puede meter. — El calor subía por mi pecho y hacía imposible que controlara mi respiración —. Ella no debía llegar hasta aquí, no tenía por qué irrumpir en mi vida o mezclarse contigo. —¿Y qué esperabas que hiciera? —cuestionó—. Dice que se conocen desde niños, que eran amigos y además tenían sexo. —No tenía darle explicaciones, no éramos nada y nosotros teníamos que marcharnos. —¿Eso es lo que valoras a tu amiga? —Era lo que tenía que hacer por mi familia y lo haría mil veces más — confesé. —Y mil veces serías un desconsiderado —sentenció—. Te fuiste sin decir nada porque no le debías explicaciones. Entonces, dime, ¿por qué estás dándomelas? —Contigo es distinto. —No veo cómo. —Tú no significas lo mismo que ella —confesé. —Si planeas hacerme sentir mejor degradando a la amiga de tu infancia, lo tienes difícil. Lo único que me haría entender es que, si le hiciste eso a ella, a mí puedes lastimarme del mil maneras peores. —No estoy degradando a Siala. Me refiero a que con ella jamás me sentí como contigo. >>Sé que irme sin decir nada estuvo mal, pero era lo que debía hacer. Entre ella y yo no había ningún compromiso, jamás hablamos de... —Como tú y yo —interrumpió—. Jamás hablamos de nada, entonces la conversación está de más. —Lo nuestro es muy distinto —aclaré.

—No hay nada entre tú y yo que se pueda llamar "lo nuestro". —Me pareció que acaba de darme un puñetazo en el pecho y el dolor empezaba a expandirse—. No había un nosotros ayer, no lo hay hoy y tampoco lo habrá mañana. —Mia, por favor. Me acerqué y se tensó, como si mi cercanía la intimidara. Mis manos temblaron al imaginar que jamás la volvería a abrazar, que no lo permitiría. —Estamos perdiendo el tiempo, no tenemos nada más que hablar — murmuró. —No lo tomes así —supliqué, sin armas para defenderme—. Siala no es nada para mí, lo juro. Ya todo está más que claro con ella. —Sigues sin entender que ese no es el problema. Sus ojos seguían cargados de lágrimas que no derramaría. —Entonces dime cuál es para solucionarlo. —Me mentiste —expresó, apartando la mirada—. Me dijiste que hablara contigo, que te contara lo que me pasaba y yo creí que hacías lo mismo. ¿Cómo crees que me siento ahora? —Ya te expliqué que... —Ya sé que Siala y tú no tienen nada, eso no es lo que me preocupa — dijo, sin apenas mover los labios—. Dime, ¿y si fuera al revés? ¿Qué pasaría si mi amigo con derechos apareciera? ¿Cómo te sentirías si te saco de mi casa para hablar con él y después digo que es solo el pasado, que lo olvides? Querría explicaciones, una ayuda para entenderla y saber que no tenía razones para malinterpretar. Yo no estaba dándoselas, no podía. >>Son todo historias a medias —agregó—. Dices mucho de confiar y al final te pasas la vida dando lo que te conviene y eso me hace pensar que juegas conmigo, que lo estás haciendo de nuevo. —Yo nunca he jugado contigo. —Entonces, ¿qué fue lo que hiciste en Halloween? —preguntó—. Me besaste, desapareciste, te fuiste con Chloe, dormiste en su casa y terminaste ignorándome. ¿No le llamas a eso jugar con alguien? —Eso fue una estupidez de mi parte. —Y de todas formas, al día de hoy, no sé qué demonios pasó con Chloe. —No pasó nada con ella. —Y, ¿cómo quieres que te crea? —Presionó los labios para que no le temblaran, su voz se quebraba—. No eres capaz de contarme por qué Siala

tuvo que rastrearles hasta Soleil, por qué desaparecieron de Prakt sin decir a nadie o por qué no pueden dejarla ir y tienes que aclarar asuntos con ella. >>No fuiste sincero con una simple pregunta de tu pasado cuando creí que no serías capaz de mentirme. Pido que me expliques porque quiero entender y dices que no hace falta entrar en detalles. —Su respiración temblaba junto a sus palabras—. No puedo creer en ti. Esperó una respuesta que no pude dar. Terminó por cansarse y trató de llegar a la puerta. Lo impedí, bloqueando su paso. —Mia, no quiero dejarlo así —confesé—. No tiene sentido, es una tontería. Quiero arreglarlo, por favor, déjame arreglarlo. —Recuerda, Nika, nunca hubo un nosotros. No hay nada que arreglar. Un escalofrío me recorrió y mis ojos escocieron. —Sabes que sí —susurré—. Eres lo único puro y sincero que he tenido en muchos años. No me puedes decir que no era real. No me miró. —Tú y yo, como con Siala, jamás hablamos de tener algo, jamás fue una relación —expresó, controlando su voz—. Olvida lo que pasó, yo pienso hacer lo mismo. Me abandonó, de pie, sin poder perseguirla, sin fuerzas para caminar. Me dejé caer al suelo, abracé mis rodillas y dejé las lágrimas correr. Deseé que volviera como aquel día, que me abrazará y dejara llorar en sus brazos. En esa ocasión no sucedió.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Se me fue el tiempo, editando de más el capítulo. Perdonen los errores. Estamos en recta final y voy a toda velocidad para terminar. En el futuro editaré. Confieso que le temo a estos capítulos. Ya desde el punto de vista de Mia la odiaban en está situación, sin sentido porque no es más que problemas externos que ninguno de los dos sabe manejar. Leyendo desde el punto de vista de Nika lo siento como la víctima, recordemos que no lo es. Nika no está bien, ella no sabe cómo manejar

una relación, él tampoco. Los capítulos que viene fueron difíciles de escribir, peor será editarlos. Espero que gustara. La próxima semana habrá dos capítulos. Uno el domingo, otro entre semana, no sé qué día. Las amo. Cuídense mucho.

35_Es sábado   Capítulo 35 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ —Nika —llamó mi hermano, golpeando la puerta—. Sal de una vez o entro. —Ya voy —musité sin moverme de la cama o quitar la vista del techo—. Todavía nos da tiempo a llegar temprano al instituto. La puerta se abrió de golpe y Aksel entró, mirando a todos lados como si ingresara a un lugar desconocido. —Es sábado. Quedó al pie del colchón. —Entonces déjame solo. Fingí que no era relevante desconocer el día en que vivíamos. —¿Hoy tampoco dormiste? —Sí. —No, no lo hiciste. —Estaba enojado—. Llevas días sin comer, bañarte o dormir. Pareces un vagabundo y tu habitación una pocilga. —He comido. De otra forma no podría seguir en pie. —Comes lo indispensable para no desfallecer con los entrenamientos y el trabajo. —Caminó, buscando entrar en mi campo de visión—. Eres un puto desastre, apestas y es casi imposible respirar aquí. Hizo un gesto de asco. >>Mamá está preocupada. Te niegas a conversar con nosotros y ayer no fuiste a terapia. —Estaba cansado. El exterior no era lo único deplorable. Llevaba una semana con dolor permanente en el pecho. Algo me oprimía el corazón, las taquicardias ocasionales habían vuelto, los nervios asfixiantes que soportaba en silencio y el peso sobre los hombros. Respiraba, era involuntario, mis pulmones no deseaban oxígeno. Cada actividad que me veía obligado a realizar, la experimentaba como si otra persona la hiciera por mí. Mecánico, neutral y calmado.

Mi cuerpo estaba donde debía estar. Mi yo, el verdadero, se apagaba con cada día que pasaba. —Nika —insistió—, no puedes seguir así. —No me pasa nada. —Me acosté de lado, dándole la espalda—. En un rato bajo a quitar el busto del centro de la mesa del comedor. —Sí pasa y mientras más lo niegues, menos avanzarás. —No respondí—. Es por Mia y cada día es peor. ¡Estás matándote! Morir habría sido un merecido descanso. >>¿No dirás nada? —cuestionó con voz aguda—. ¿Piensas quedarte así hasta que aguantes? Tampoco respondí. —¡Nika! —Su voz retumbó por el espacio cerrado—. Si tan mal estás por lo que pasó con ella, ¿por qué no lo arreglas? —¿Crees que no lo intenté? —Me senté, incapaz de soportar sus palabras —. ¡Claro que lo hice, pero ella no me cree! —Pues inténtalo hasta que te crea. —¿Creer qué? —El cambio brusco de posición me mareó—. Solo le daría más mentiras cuando ella pide la verdad. Algo me desgarraba desde el interior. —Solo tienes que decir que Siala es el pasado. —Lo hice, pero dijo que le había mentido cuando preguntó si antes tuve algo serio con alguien. —¿Le mentiste con algo tan tonto? ¿Por qué? —¡No le mentí! —Un dolor punzante me atravesó la sien—. Entre Siala y yo jamás hubo nada. —Nika, por años ustedes... —No, no hubo nada —zanjé—. Lo de Siala y yo fue una noche. —¿Qué? Me temblaban las manos y no tenía fuerzas para mantenerme erguido. —Con catorce años estábamos metidos en donde no debíamos —confesé —. Yo la llevé a esas fiestas y por mí empezó a consumir drogas. —No, ella no... —Se dejó caer sobre el colchón—. Siala jamás... —Yo las dejé, ella no. Empezó a consumir otras cosas, drogas más... peligrosas. —Otra culpa que cargaba—. Las noches que me colaba por su ventana no estábamos follando, la cuidada cada vez que recaía y necesitaba limpiar su sistema.

—Entonces, ¿por qué ella decía que estaba enamorada de ti? ¿Por qué se alejó de mí? —Quizás estaba enamorada o me veía como su salvador —expliqué—. Ella no quería que lo supieras. Se distanció porque le avergonzaba y no habría soportado que te metieras a ese mundo, aunque fuera por protegerla. No logró articular una respuesta y tomé un descanso. Cerré los ojos. Traté de calmar los temblores de mi cuerpo. —¿Por qué no me dijiste antes? —musitó. —No me pertenece. —Pero... —La vida de Siala es suya. Si escogió compartir algo conmigo, no significa que yo pueda contarlo. —Respiré profundamente—. Está mal que lo hiciera y espero lo olvides, finge que no pasó. —Pero... —Por eso no puedo decirle la verdad a ella y si lo hago tendrá más preguntas que tampoco podré responder. —Deberías hacerlo si quieres arreglarlo. —Esperas que le cuente sobre nuestra huída, papá, Emma, los maltratos, los golpes, las amenazas, los... —Tragué en seco. Las palabras se atoraron en mi garganta—. No puedo decirlo en voz alta, frente a ti que lo sabes todo. No puedo hablarlo con la doctora Favreau y no soy capaz de analizarlo en mi mente sin tener ganas de... No podía confesar que, por años, había valorado suicidarme; tanto que era una costumbre vivir con el deseo. >>Quiero arreglarlo, pero no puedo —concluí—. Ella pide que le diga la verdad y soy incapaz de dársela. Por protegerla y por miedo a perderla. Incluso alejada, estaba seguro de que si le contaba sobre los demonios que cargaba, lograría espantarla más. Aksel se pudo de pie. —Como quieras —murmuró en lo que caminaba hacia la salida. >>¿No has pensado que mentimos demasiado? —cuestionó con la vista al suelo e inmóvil, la mano sobre la puerta—. Ocultamos nuestro pasado como si fuéramos culpables cuando en realidad somos las víctimas. El silencio le siguió y quedó inmóvil por varios segundos antes de cerrar la puerta y desaparecer. Una vez más fui libre de mirar al techo y hundirme en la miseria.

Nada, eso era lo que tenía ganas de hacer. Habría agradecido no tener la capacidad de sentir, pero obtener lo que deseaba no era mi especialidad, sino perderlo. Nadie volvió a molestarme y el día avanzó. Lo supe por el sol. Se movía, molestándome desde distintos ángulos al colarse por las ventanas de la torre. No sabía la hora que era cuando un par de golpes débiles sonaron contra la puerta. No era mamá, tampoco Aksel, reconocerías sus golpeteos. Un disparo de esperanza me hizo alzar la cabeza, pensando en ella. —¿Puedo pasar? —preguntó la suave voz de Sophie en lo que se asomaba. La decepción logró que mis ojos escocieran y, en lo que accedía a su pedido, una extraña sensación en la garganta; me ahogó. Sophie cerró la puerta detrás de ella y arrugó la nariz al dar dos pasos en mi dirección. Con cuidado, se sentó en la esquina del colchón y forzó una sonrisa. —¿Vienes a preguntar cómo estoy? Rascó su nariz en gesto nervioso. —Es evidente cómo estás cuando parece que acabo de pasar las puertas de Mordor. La sonrisa que provocó la comparación hizo que los músculos de mi cara dolieran por la falta de uso. Era un comentario ingenioso que a Amaia se le habría ocurrido. Su nombre activó las palabras que nos dijéramos en la misma habitación antes de que todo cambiara. Tenerla entre mis brazos, besarla, dormir a su lado... —¿Aksel te pidió que vinieras? Miré en otra dirección para no permitir que los recuerdos me quebraran frente a Sophie. —Vine a ver a Aksel —contestó—. Vine a intentar conversar y aclarar... lo sucedido. Por el tono de su voz supe que no estaba solucionado y, seguramente, mi hermano estaría sufriendo el rechazo en ese mismo momento. Sophie no lo quería de la misma manera y era demasiado noble para jugar con él. —Espero que todo se arregle entre ustedes. —Yo también, pero es difícil —aceptó, cohibida—. Solo espero no perderlo, creo que ya perdí lo suficiente.

Tuve que mirarla. Estaba destrozada, aunque tomando la decisión correcta al aclarar sus sentimientos. Acomodó la cartera en sus piernas y sacó un libro. La portada resultó familiar cuando lo dejó sobre mi pecho. —Es la precuela del libro que Mia te prestó. Todavía no lo leo, pero lo necesitas más que yo. —No tengo ganas de leer. —Intenté devolverlo—. Llévatelo y me cuentas si vale la pena. Negó. —No esperes que la opinión de otros te haga decidir lo que debes hacer con tu vida. Miré del libro a ella. —Una conclusión exagerada para hablar de un simple libro. Bufó. —No solo vine a ver a Aksel —confesó, cambiando de tema—, también a ti. —¿Por? —Los dos sabemos el porqué. Le di vueltas al libro entre mis manos. Cubierta similar, negra con detalles en rojo, salpicas de sangre como el que había leído. —Preferiría no hablar de eso —dije sin mirarla. —Los dos están destruidos —murmuró—. No digas que no quieres hablar cuando pareces a punto de desmayarte y Mia no para de estudiar, lavar, organizar y limpiar con tal de ignorar lo que siente. ¿Esperas que me quede tranquila? —¿Mia está mal? Saberlo me sofocaba. Por mi culpa estaba así y no tenía cómo arreglarlo. —La definición de mal para alguien como Mia no es la misma que la tuya. —Miró a su alrededor—. Ella tiene su casa tan limpia que brilla y tú has dejado que la mugre te consuma. Sentía lástima por mí. >>No puedes convertirte en un zombi. —No tengo ganas de hacer nada. —Pero puedes, porque siempre puedes escoger. Si no te levantas y arreglas este desastre, no saldrás del agujero donde estás, no podrás arreglar nada.

Los regaños o el ceño fruncido no le iban a sus dulces rasgos. Era poco común escucharla hablar con tal fuerza. —¿Crees que puedo arreglarlo? —Apenas podía hablar—. Con ella... con Amaia. —No lo sé, pero mi opinión al respecto no puede influir sobre tus decisiones. Dio dos golpecitos al libro en mi mano. >>Léelo y cuéntame qué te pareció, sin spoilers. —Se puso de pie—. Lo leeré, incluso si lo odias. Imitó la retirada de mi hermano. Giró antes de llegar a la puerta y arrugó la nariz, hizo un gesto de asco al torcer los labios. —Es en serio, limpia aquí. Huele a orco. Cuando desapareció, junté fuerzas para sentarme al borde del colchón, aprovechando la energía que me dieran sus palabras. Se me revolvió el estómago tras el movimiento y esperé que pasara el mareo para ponerme de pie. Abrí la última gaveta del escritorio con la intención de guardar el libro y encontré el cuaderno con cubierta de piel que la doctora Favreau me regalara. Lo miré por más tiempo del que pude contar y terminé sentado, con lápiz en mano y la primera hoja en blanco frente a mis ojos. Las palabras salieron por si solas y escribir fue lo único que hice por el resto del día.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @itsalimich que preguntó en Twitter a qué santo se le rezaba para que le dedicaran un capítulo. Solo pedirlo y que yo lo vea. 😋 A @Sunflowers972 @mendes_grindelwald y @privatebadassss que cumplieron en este mes. Felicidades, chiquis. Es tarde porque ya pasaron

sus cumpleaños, pero les deseo lo más bonito del mundo. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. ¡Sorpresa! A partir de ahora encontrarán capítulo antes del domingo. Asegúrense de revisar si han perdido alguno cuando tengan tiempo de leer. Nika pasará varias etapas. Solo diré que dolerán, pero somos lo que el sufrimiento y los golpes de la vida nos enseñan. Va para bien. Besito... Nos leemos el domingo. Las amo.

36_El comienzo   Capítulo 36 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Arreglar mi habitación y ducharme era algo que podía hacer si me esforzaba. Enfrentar la realidad era imposible. Mis intentos por sobrevivir tenían una única razón: las palabras de Sophie, las que me llenaran de ideas y esperanzas. Podía no arreglarlo con una disculpa, pero había otras maneras. Iba al instituto buscando la oportunidad. Observaba a Amaia y esperaba el momento en que pudiera acercarme. Nunca pasó. Si coincidimos en el mismo espacio, desaparecía. En clase, miraba al frente y salía de primera. No hubo una vez que nuestras miradas se cruzaran y empezaba a desesperarme. Pasaba las noches mirando a su casa, aunque estuviera a oscuras y todos durmieran. La observaba esperar el autobús y me encargaba de salir con Aksel un segundo después. No podía existir sabiendo que estaba lejos y buscaba excusas para sentirla cerca, por tonta que fuera. Sin embargo, cuando la veía, me costaba concentrarme y no fue la excepción una tarde en la que asistió al entrenamiento con Sophie. Estaban en las gradas, conversando, sin mirar el juego y yo apenas tocaba el balón. No se me ocurría una buena idea para acercarme. Mi salvación llegó cuando, al sonar el silbato del entrenador, Aksel apareció en el campo para recordarme que no podía faltar a terapia. Dax nos interrumpió, palmeándonos la espalda e invitándonos a encontrarnos con las chicas. Mi hermano se tensó, la duda en su rostro. No terminaba de arreglar la situación con Sophie, seguía sin saber cómo actuar a su alrededor o el de Dax. Los evitaba de la misma manera que Amaia a mí. Fingió que no pasaba nada y yo, de buena gana, seguí a mi compañero de equipo. Al sentarnos un escalón por debajo de las chicas, Amaia miró en dirección opuesta, hasta que el cabello cubrió su rostro.

Dax estaba interesado en saber la opinión de sus amigas sobre el entrenamiento. Sophie lo animaba, como siempre, e intenté involucrarme en la conversación. —Ganarán —aseguró Sophie—. Será el año donde se rompa la maldición. —Pues si Charles sigue jugando como lo hace, tendremos problemas — comenté, intentando no sonar nervioso, aunque sabía que Mia no me miraba. —No es solo Charles, somos todos —señaló Dax—. Nuestra debilidad es no apoyarnos, no parecemos un equipo. —Pero están jugando mejor y se nota —intervino Sophie, inocentemente. —Tenemos prácticas por delante, aún queda una semana y media para el partido. —Frunció el ceño y miró a Aksel y Sophie—. Por cierto, ¿ustedes no tenían una entrevista mañana? —Sí —corroboró Aksel—. Se supone que es pura formalidad, pero tenemos que hacer el viaje. —Irán juntos, ¿cierto? —Asintieron y vi la incomodidad. Solo Dax intentaba seguir con la conversación sin que fuera extraño—. ¿Quieres que te preste el auto? Mi hermano negó. —No conduzco bien y tampoco tengo licencia. No es lejos, podemos tomar un taxi. —Giró a ver a la pelinegra y pude centrar mi atención en ella sin que se notara mi interés—. Olvidé decírtelo, Mia. —¿El qué? No prestaba atención. —Mañana no podré ayudarte con las lecciones de matemáticas, estaremos toda la tarde en las entrevistas. —Yo puedo ayudarte —solté, encontrando mi oportunidad. Me miró por primera vez y el azul de sus ojos hizo que mi estómago diera un vuelco—. Mañana no tengo trabajo y... —No me hace falta tu ayuda, Bakker —espetó, logrando que tragara mis palabras y con un tono de voz que antes no le había escuchado. Los otros tres se miraron entre ellos y luego a nosotros, anonadados. Gritó sin darse cuenta y no sabía cómo reaccionar. —Me voy —murmuró, poniéndose de pie y huyendo. Sophie me dedicó una mirada de lástima antes de seguirla y Dax preguntó si sucedía algo. Aksel no respondió y yo tampoco.

Quizás me equivocaba. Pensé que el tiempo y esfuerzo suficiente harían que me perdonara. Sin embargo, si Amaia no estaba interesada en perdonarme, jamás pasaría. ~❁ ✦ ❁~ —Nunca creí decir esto, pero estás más callado que de costumbre. La doctora Favreau ni se molestaba en tomar su cuaderno de notas durante nuestras sesiones. —No me siento bien. —Por eso no viniste el viernes pasado. —Asentí—. ¿Qué te pasa? —Debe ser un resfriado —mentí, ojeando el reloj y notando que faltaban veintidós largos minutos. —Seguro, un resfriado —repitió, incrédula—. Por eso fumas como chimenea, apenas duermes, solo trabajas y comes para sobrevivir. —¿Aksel le dijo eso? —Te tiemblan las manos, Nika —explicó y las escondí entre mis rodillas, tenía razón—. Tienes ojeras y tu cara me dice que llevas días sin hidratarte como es debido. —Me señaló de arriba a abajo—. También has perdido peso. Bajé la vista y tuve ganas de que el sofá me tragara. >>Soy médico, trabajo en esto desde hace mucho. No siempre necesito que mis pacientes hablen para saber lo que está pasando. Tomó aire, profundamente, un gesto que demostraba su paciencia infinita. —Si quieres saber, Aksel también me contó —agregó con voz maternal —. Están preocupados por ti. Tu hermano, tu madre, yo... Tragué en seco. —Es algo pasajero. —¿Algo pasajero y relacionado con mi hija? —No, yo... —Mia lleva el mismo tiempo de mal humor y ocultando más de lo que ya guardaba. —Interrumpió mi justificación y alzó las cejas, resignada—. Llega, se pone a estudiar, sube la cena a su habitación y no desayuna. Me sentí peor al saberlo. —No tengo idea de qué le pasa —aseguré sin esperanzas de que me creyera. —Tiene que ver con lo que sucedía entre ustedes. No hace falta estudiar psiquiatría y psicología para deducir que rompieron.

Las palabras de Amaia resonaron en mi mente. —No rompimos, no había nada que romper. Dolía decirlo en voz alta. —¿Jamás hablaron del tipo de relación que tenían? Aparté la mirada. Cada pregunta iba directo a la herida. —Supongo que fue demasiado tarde cuando tuve el coraje de hacerlo. —Y ella tampoco lo hizo —acotó. La oficina se tambaleó y oscureció frente a mis ojos. Me esforcé en respirar con calma antes de que mi cuerpo tomara el control y volviera la sensación de asfixia. Una capa de sudor cubría mi frente y el temblor en mis manos empeoró. Respiré varias veces y todo volvió a su lugar, lentamente. Estaba bien y cuando alcé la vista, la doctora Favreau me observaba con tranquilidad. Me evaluó por tanto tiempo que fui capaz de calmar mi respiración antes de que hablara: —¿Sabes que has estado a punto de tener un ataque de pánico? No lo sabía, pero ocurría tan frecuente que lograba controlarlo. El miedo lo detonaba, no tenía claro cuál, empezaba cuando alguna experiencia relacionada con mi padre regresaba. Observé la alfombra bajo los pies de la doctora, los zapatos negros de tacón fino que llevaba, la forma, el brillo. —¿Alguna vez ha sentido que muere? —cuestioné, imaginando que estaba solo y que hablaba con sus zapatos—. No que quiere morir —aclaré —. Llevo años deseándolo, maquinando las maneras en que podría dejar este mundo. No me refiero a eso. —Entonces, ¿a qué? —Desear morir es muy distinto —confesé, sin prestar atención a su pregunta—. Vías rápidas y que garanticen efectividad, incluso si te arrepientes. En ninguno de mis planes estaba sufrir antes de morir, suficiente he tenido para agregar más. El pecho me dolía. >>He vivido deseando morir por años y nunca había padecido lo que en estas semanas. Mi brazo derecho dolió y tuve que abrazarme. La doctora no se movió, tampoco me brindó ayuda. >>¿Alguna vez lo ha sentido? —cuestioné bajo su atenta mirada.

—Nunca —aceptó—. Jamás he pensado en quitarme la vida y puede que no entienda lo que me estás describiendo. Era indescriptible. —Desde ese día me siento igual. —¿Desde que se separaron? —Asentí—. Explícame cómo. —Me quitaron algo y no es ella, es algo dentro de mí —expliqué—. Siento que me estuvieran torturando, pero no veo quién o de dónde. Es la misma opresión en el pecho, el dolor, las ganas de que todo acabe y no lo hace. Mis dientes castañetearon cuando intenté relajarme. >>Sabía lo que pasaría si me acercaba a ella. —Hundí el rostro en mis manos—. Me enamoré y no hubo un día a su lado que no quisiera ser mejor persona para no volver a sentarme al borde de una baranda, valorando cuántos segundos tardaría en morir si me lanzaba. Intenté sonreír, fue imposible. >>Me miraba distinto, como si la carga que llevo fuera invisible, como si los demonios que me abrazaban no existieran. —Recordé la noche en que lloré en su pecho—. Amaia los ahuyentó y me abrazó por ellos. Las lágrimas quemaron. >>Ellos volvieron —confesé—, mis demonios. —En los últimos días, mi padre hablaba más seguido a mi oído y las pesadillas habían vuelto en mis cabezazos ocasionales—. Ahora estoy peor y por mucho que pienso en Aksel y mi madre, no son suficiente para quedarme, no puedo. Los ojos azules de la doctora no se despegaron de los míos. Apenas se había movido durante mi discurso. Aclaró su garganta y ocupó el otro extremo del sofá, acortando la distancia entre nosotros. —¿Sabes qué es la dependencia emocional? —No es esto —aseguré y no insistió. —¿Sabes por qué a los adictos a las drogas los alejan de familia y amigos durante la desintoxicación? —Para que se enfoquen en la recuperación —deduje. —Y para que el proceso no sea por alguien, que el peso no recaiga en el apoyo de otra persona. Incluso impiden que creen lazos entre ellos porque la recaída de uno podría arrastrar al resto. —¿Qué quiere decir? —Has vivido una vida más difícil de la que me han querido contar y es normal lo que te pasa.

—¿Qué me pasa? —Cuando pierdes tanto, terminas aferrándote a cualquier esperanza que pase cerca. —No me gustaba al lugar que se dirigía la conversación—. Con Mia sentiste lo que no conocías y te apegaste a ella con el miedo que cargas a todos lados, el de perder a alguien que quieres. ¿Me equivoco? Negué, mordiendo mi labio para controlarme. >>No te sientas mal por sentirlo —continuó—. Es humano que te suceda cuando perdiste a tu padre y tu hermana. Creciste solo, haciéndote responsable e intentando proteger al resto de tu familia por el mismo miedo. >>Es comprensible que, cargando todo eso, cuando aparezca alguien que te atraiga y con quien logres conectar, llegues a esta posición. —En la que siento que me estoy muriendo, pero jamás pasa. —En una donde vives las consecuencias de haber dejado que tu estabilidad emocional se sostuviera gracias a otra persona. —Eso no cambia nada —reproché—. Me siento igual sin importar que sepa la razón por la que estoy así. Presionó sus labios y se acomodó en el lugar. —No podemos querer todo a la vez, hay que tener paciencia. >>Es normal conocer a alguien y desear una relación, quizás una seria y oficial —explicó—. El problema es que, si estás pasando por un mal momento o intentando superar traumas que llevas años arrastrando, no puedes tener ambas cosas. >>Te puedes enamorar en cualquier momento. Las personas aparecen sin que las llamemos. —Mostró su mano cerrada en un puño, como si guardara algo en ella—. Pero también debes estar bien contigo mismo. Subió la otra mano, cerrada de la misma manera. Creí que me haría escoger, como en los juegos de niños donde debías adivinar en cuál de las dos estaba el premio. >>No puedes concentrarte en una relación cuando no estás bien emocionalmente —explicó—. Basarías el progreso y los fallos en esa persona. El apoyo es importante, pero la dependencia es distinta. >>No puedes tener ambas por mucho que lo desees. —Terminó por entrelazar sus dedos y descansar las manos sobre su regazo—. Necesitas concentrarte en ti, en la recuperación, en estas terapias. Me dolió entender tan bien. —Pensé que la terapia era para ayudar a mi madre —murmuré con ganas de cambiar el tema.

—¿Crees que ella es la única que necesita ayuda? —Supongo que no. —Acomodé los codos sobre mis rodillas y encorvé la espalda para pegar la vista al piso alfombrado—. Yo también estoy roto. —Todos estamos rotos, Nika, solo hay que mirar desde el ángulo correcto para encontrar la fisura. Descansó su palma sobre mi hombro, un gesto dulce que me calmó. >>Un día a la vez. No quieras solucionarlo en un abrir y cerrar de ojos. Debes aprender a tener paciencia, a entender cuando enfrentar algo y cuando no. Un cosquilleo subió por mi garganta. —¿Cómo hago para que deje de doler? —murmuré. —¿Qué quieres que deje de doler? —Todo. No era solo Amaia, era mi pasado, mi vida. —Expresando lo que sientes —declaró—, no faltando a terapia y poniendo en práctica lo que te recomiende. Esfuerzo, dedicación y tiempo. Seguía con una sonrisa amable cuando alcé la vista. —Llevamos meses en esto. Se inclinó, acomodó mi cabello y limpió una lágrima de mi mejilla. No la había sentido escapar. —Llevamos meses, pero hoy avanzamos más que nunca. —¿Por qué lo dice? —Es la primera vez que me cuentas lo que sientes. Ese es el comienzo.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @lu20077 que hace mucho me pidió que le dedicara un capítulo y vi muy tarde su mensaje. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Primero que nada, decir que GANAMOS UN WATTY con "No te enamores de Nika" en la categoría Novela Juvenil. No puedo estar más

feliz y el jueves celebramos en grande por el grupo, Twitter e Instagram. Solo quería recordarlo. Espero que pasaran linda semana. La mía fue agotadora. ¿Están en clases/trabajo o tendrán/tienen vacaciones por fin de año? Por otro lado... Estos capítulos me está consumiendo. Cuando escribí el primer libro sabía por lo que pasaba Nika, lo tenía en mente, y desde la perspectiva de Mia debía olvidarlo para que su personaje actuara sin notar la dependencia emocional que él desarrolló. Se pudo ver, pero aquí es donde se entiende. Siempre recordemos que es un tema delicado, uno que intentaré tratar con respeto y del que espero aprendan algo. Todo sucede por una razón, todo... jamás lo pongan en duda. ❤❤❤ Nos leemos en la semana. Recuerden que voy publicando más seguido y deben estar al pendiente para no perder el capítulo de la semana. Cuídense. Las amo.

37_Después del partido   Capítulo 37 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ El día antes del partido decidí usar una de las pastillas que la doctora Favreau me recetara para dormir. Descansé por primera vez en semanas, pero me negaba a tomarlas. Prefería los descansos ligeros plagados de pesadillas a los sueños bonitos que me hacían sufrir cuando volvía a la realidad. La única razón por la que deseaba rendir era por Dax. Un encuentro importante, su última oportunidad de ganar y representar al centro del continente en las finales de la liga juvenil de fútbol. No había pasado las mejores semanas de su vida, aunque se empeñara en demostrar lo contrario. Estaba frustrado y triste. Se esforzaba como ningún otro jugador y apoyarlo era lo menos que podía hacer. Sin embargo, dos jugadores no hacían un equipo de once y, apartando a nuestro portero, el resto no estaba preocupado por ganar. En ningún entrenamiento mostraron la mitad de interés que Dax. Charles, el capitán, no era un líder que inspirara cuando en el vestidor, y antes de salir al campo, hacía chistes sobre las porristas que vinieran con Regen. Nuestros contrincantes venían concentrados y las porristas no estaban en su lista de prioridades. Lo demostraron cuando sonó el silbato que anunciaba el inicio del partido y la multitud vitoreó con cada jugada emocionante. Cada pase estaba curiosamente coordinado. Los de Regen habían hecho la tarea en sus entrenamientos y tenían un delantero veloz; además de un defensa, y capitán del equipo, que hacía imposible pasar una línea invisible en el terreno, sin contar al portero. Dax marcó en la primera mitad y yo en la segunda, pero como equipo, nos equivocábamos. Discutíamos cada vez que las jugadas fallaban y en un descuido, cuando faltaban minutos para el final del tiempo reglamentario; el delantero de cabello negro, el veloz, anotó otro gol y el marcador terminó tres a dos.

Ganaron y lo merecían. Eso no evitó que Dax saliera sin hablar o pasar por los vestidores. Desapareció y supe que no lo vería en varios días. Me duché en lo que mis compañeros discutían, reían como si nada hubiese pasado y volvían a comentar sobre las porristas. Salí de primero y por pedido de Aksel me quedé en la fiesta que organizaban después del partido. Tenían música, bebida sin alcohol y profesores vigilando. Los mismos que no captaban el tráfico de vodka, tequila y ron de las botellas escondidas a los vasos plásticos que todos llevaban en la mano. Me senté en las gradas, en el nivel más bajo y cercano al campo, veía a los fiesteros moverse de un lado a otro. Se mezclaban con los visitantes, emocionados de tener algo nuevo con que entretenerse. Me obligaba a no mirar demasiado, no reconocer a nadie. Sabía que Amaia estaba ahí. Si la veía me sentiría peor o terminaría acercándome. No quería pasar por lo mismo de la semana anterior. El sol cayó y se hizo de noche. Las luces del campo se encendieron y la fiesta no paró. Me habría fundido al asiento si no fuera por el extraño movimiento de los fiesteros. Se congregaban en una zona y los que estaban más lejos iban notándolo, mostrándose curiosos. Me acerqué, despacio, sabiendo que era una discusión o una pelea. Todos se apiñaban, haciendo imposible que atravesara la multitud. Pedir permiso no servía y, al escuchar su voz por encima del murmullo, me congelé. Avancé a codazo limpio y protestas hasta alcanzar al pequeño círculo que rodeaba el conflicto. —Vete a otro lugar, amigo —dijo Aksel, era imposible no reconocer su voz—, no va a pasar. Frente a un pelirrojo que le sacaba unos centímetros, estaba mi hermano. Detrás, Amaia sostenía la mano de Sophie. —Sí, definitivamente quieres que te partan la cara —espetó quién reconocí como Julien, el ex novio de Sophie. Alzó la mano y su trayectoria terminaría en el rostro de Aksel si no me hubiese interpuesto y sostenido su brazo. Se sorprendió y lo empujé con todas mis fuerzas, logrando que se alejara. Fue divertido verlo hacer malabares para no terminar en el suelo. La adrenalina inundaba mi sistema. No podía entender lo que sentía, la idea de golpear a un imbécil me causaba una satisfacción indescriptible.

—Me parece que a quién le van a partir la cara, es a otro —murmuré, preparándome para la función. —¿Qué pasa contigo, Sophie? —Julien miró de su ex novia a nosotros—. ¿Ahora tienes un ejército de defensores? ¿Qué les has dicho que te hice para...? —Muchas palabras, imbécil —interrumpí—. Vete de una puta vez o te llevas un ojo morado de regalo. —¿Quién te crees? Le había dado la oportunidad. —Como quieras, pensaba dejarte inconsciente de un solo golpe, pero si sigues hablando, puede que no sea tan caritativo. Lo empujé, provocándolo, deseando que diera el primer golpe para tener una razón por la que acabar con él. >>¿No querías partir caras? —insté—. Adelante, principito. —Basta ya, Nika. —Aksel me tomó del hombro y entró en mi campo de visión—. Él se va a ir y dejará en paz a Sophie. No hay por qué llamar la atención. —Yo no me voy a ningún lugar sin hablar con Sophie —declaró el pelirrojo, acercándose, decidido. Me deshice de Aksel y estaba a punto de tomarlo del cuello cuando alguien lo alejó. La multitud chilló y se abrió, por miedo a recibir un golpe. Intenté alcanzar al maldito Julien y Aksel sostuvo mis brazos a la espalda en lo que Charles hacía lo mismo con mi objetivo. Ambos queríamos llegar al otro y nos lo impedían. Gruñí y grité para que me soltara en lo que mi hermano me sacaba del círculo. Los chillidos no me dejaban ver nada que no fuera al pelirrojo, hasta que desapareció entre la multitud. Protesté y me revolví. —¡Suéltame! —grité cuando nos detuvimos. —¡No te voy a soltar hasta que no te calmes! Dejé de moverme, aunque mi corazón seguía palpitando a toda velocidad. —No tenías que haberme aguantado —reproché, viéndolo—, ese imbécil... —¡Cállate! —gritó una voz femenina que identifiqué como la de Mia. No sabía que estaba con nosotros—. No quiero seguir escuchando lo mismo. Se interpuso en la pelea y no lo noté. —¿Estás bi...?

—Estoy perfectamente —zanjó y puso su atención en Aksel—. Busca a Sophie y manténganse con Victoria y Rosie. Dudo que Charles deje solo a Julien. Bufé y les di la espalda con tal de calmarme; caminando de un lado a otro, mirando al cielo, con tal de no correr a buscar al cretino. Intentaba calmar mi respiración y dejar de temblar en lo que ellos conversaban. Cuando Aksel se alejó, me detuve. Amaia seguía allí. —Te quedarás en los vestidores hasta que nos vayamos —ordenó—. Da igual si tengo que encerrarte ahí. No quiero más problemas. Me dio la espalda y se encaminó al borde del campo. El estómago me dio un vuelco al tenerla tan cerca. Apuré el paso para alcanzarla. —Mia, lo si... —No me vayas a decir que lo sientes. Sentía que se hubiese visto obligada a intervenir en un conflicto del que podía salir lastimada. —No quería ponerme así —confesé—, pero, ¿qué quieres que haga? Se detuvo cuando entramos al pasaje bajo las gradas que conducía a los vestidores. —¿Que te comportes como una persona normal? —No puedo actuar normal si atacan a mi hermano y mucho menos cuando fue capaz de hacerle algo tan sucio a Sophie —dije, señalando en dirección al pasado conflicto—. Merece que le parta la cara. —No estoy diciendo que Julien no haya sido un asco. —Agitó las manos a los lados de su rostro—. Da igual lo que hiciera, los golpes no son la respuesta. ¡La violencia jamás será la respuesta! Su voz se elevó un poco. >>No puedes golpear a alguien solo porque te saca de tus casillas o crees que lo merece. Escucharla me recordó a las veces en que mi padre gritó y golpeó por cualquier motivo, al día en que se enfureció con la pequeña Emma por estar jugando en el pasillo. La violencia no era la respuesta porque, una vez te acostumbrabas a ella, era difícil abandonar el hábito. —Tienes razón. Me costó trabajo tragar y su expresión se relajó al escucharme. —Julien se portó muy mal, pero no es un hijo de puta —murmuró—. Vi su actitud y por mucho que deteste lo que hizo, lo conozco. Sabe que la

cagó y, como tú dices, cargará con una gran culpa, una que es suya: la de arruinar lo que tenía con Sophie. >>Estaba desesperado y que tú le partas la cara no resolverá nada — añadió—. No lo hará sentir mejor a él o a Sophie. Te meterá en problemas a ti, posiblemente a Aksel y a nosotras que todavía formamos parte del instituto y queremos optar por la universidad. No había pensado en nada cuando lo vi dispuesto a atacar a Aksel. —Tienes razón —repetí. Intenté relajarme, apoyé la espalda a la pared y fijé la vista al techo. No podía soportar mi peso en ese momento. —¿Te siente bien? —preguntó. El tono preocupado en su voz me sacó una sonrisa. —Sí, estoy bien. —Perfecto. —Sus hombros subieron y bajaron con el aire que tomó al organizar sus pensamientos—. Quédate aquí hasta que avisemos. No sería bueno que estuvieras rondando. —Mia. —Se detuvo—. Lo siento. —Solo no te metas en más problemas —pidió—. No vas a ganar nada con golpes. —Y lo dice la que habría machacado a Rosie en el pasillo central. Logró contener la sonrisa. —Que me equivoque de la misma manera significa que sé de lo que hablo —especificó—. Digamos que aprendí la lección y tuve la suerte de tenerte cerca para no meterme en problemas. Recordar esos momentos me hizo estremecer. —Supongo que me estás pagando el favor. —Sola no habría podido. A duras penas Aksel podía contigo. Cada vez le mostraba más facetas de mí que odiaba y ella siempre me ayudaba, a pesar de todo. —Gracias —murmuré. Se encogió de hombros y me dio la espalda. La opresión en mi pecho volvió, la que provocaba el miedo a verla partir. Toqué su hombro con ganas de hacerla girar, pero recordé que mi tacto podía desagradarle y aparté la mano. Dio media vuelta y me observó. Su rostro, su mirada. Daba igual lo que dijera su madre, yo la necesitaba para sobrevivir.

—No lo hagas —susurró con tristeza, leyendo mi intención—, solo no lo hagas. —Por favor. Solo quiero que... —Nika, no —cortó—. No quiero hablar de esto, no de nuevo para terminar en el mismo lugar. —Te juro que quiero respetar tu decisión y entender que se acabó... No puedo. —Me acerqué, intentando que las palabras no se atascaran en mi garganta—. Sé que soy egoísta y debo alejarme, pero te extraño. —Su labio tembló—. Te extraño demasiado para quedarme callado cuando veo la más mínima oportunidad de arreglarlo. —No hay nada que... —Extraño todo de ti. —Quedamos a un paso de distancia—. No me importa lo que digas, teníamos algo especial y lo sabes tan bien como yo. Mis ojos escocieron. >>Extraño tus mensajes, nuestras conversaciones, tus preguntas para saber cómo me fue en terapia. Verte estudiar con Aksel en la mansión, ayudarte y que me sonrías cada vez que hago un mal chiste. —El dolor en el pecho me hacía temblar y no quería ponerme mal frente a ella—. Extraño todo de ti, Mia; incluso que me llames idiota o malinterpretes lo que digo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. >>Te necesito —confesé— y cada día que pasa se hace más fuerte, es peor soportar la distancia y quizás me estoy engañando, pero quiero creer que te sucede lo mismo. >>Muero por besarte. —No me atreví a acariciar su rostro sin saber cómo se sentía—. Daría cualquier cosa con tal de que tú quisieras lo mismo. —Darías cualquier cosa —repitió con voz apagada. —Lo que sea. Pide lo que quieras y lo haré. Presionó sus labios y sorbió por la nariz antes de hablar: —¿Por qué tenía que irme para que hablaran con tu amiga ese día? Estaba desesperado y las preguntas llegaban, las que no quería responder con tal de no mentir. —No quería que supieras algunas cosas de mi pasado y teníamos varias que aclararle a Siala antes de que se fuera. —¿Y eso es? —Las verdaderas razones por la que salimos de Prakt sin decir nada. Se cruzó de brazos, esperando a que le diera más que pequeños datos que solo creaban nuevas preguntas.

—Y sigues sin querer que sepa esas razones —supuso. —Exacto. —Pero quieres que arreglemos... Quieres que arreglemos lo que sea que teníamos. —Más que nada en el mundo. Frunció el ceño y su respiración tembló. —Pues para eso necesito saber que puedo confiar en ti y si no eres sincero, es imposible. —Mia, yo... —¿Te estoy pidiendo algo irracional? —preguntó con tristeza—. Dime si estoy presionándote o chantajeándote de alguna forma, no es lo que quiero. —No, eso no es lo que estás haciendo. —Quiero entender cómo es que de un día a otro eres tan distinto. Quiero saber si puedo confiar en ti porque lo que sucedió me demuestra que no. —Y yo quiero que confíes en mí. —Respóndeme entonces —suplicó—, ¿por qué salieron huyendo de Prakt? —Porque mi madre era la borracha del vecindario —confesé, aunque fuera una de las últimas razones de la lista—, la que todos señalaban y juzgaban. La que dejó a su hija pequeña en manos de su hermano irresponsable y terminó rompiéndose el cuello por las escaleras. La mala madre que no era capaz de hacerse cargo de sus hijos, al punto que uno intentó suicidarse. —¿Aksel intentó suicidarse? Sus ojos se abrieron demasiado, la confesión la asustó. —Claro que no. —Tú... Tú inten... —Fue un accidente —mentí—. Atravesé por la ventana del segundo piso y terminé en el jardín con el brazo destrozado. —Mi padre me había lanzado—. Perdí un año en la recuperación y creyeron que intenté suicidarme por lo sucedido con mi hermana. —¿Por eso huyeron? —Por años mi madre lo intentó, pero no podía, no se lo permitían. —Era imposible detenerme, las mentiras salían por si solas—. Una y otra vez llegaban los chismes, los recuerdos y el mismo maldito lugar donde había sucedido todo, la misma casa.

>>Fue algo improvisado. Desaparecer era la única opción y nos fuimos a Tanya, un pueblo muy al norte, con el tío de mamá. Queríamos empezar de nuevo, dejar todo atrás y él nos dio la oportunidad. —¿Por eso no le contaste a tus amigos? —Quisimos borrar el pasado con tal de que mi madre tuviera un futuro. —No dejar huellas que él pudiera seguir—. Teníamos miedo de que atentara contra su vida, por muy fuerte que sea, todos tenemos un límite. Por eso tuvimos que explicarle a Siala. Mantuvo el silencio, intentando entender lo que acababa de decir. Era creíble, posible y el engaño perfecto; cuando mezclabas la realidad con mentiras era lo que obtenías. Me sentía sucio por usar hasta el último recurso con tal de recuperarla. —¿Y eso es lo que tanto querías ocultar? —Era demasiado lista y su rostro expresaba confusión—. Algo más hablaron con tu amiga y no me estás diciendo, ¿cierto? —Mia... —Dime qué es —demandó. —No tiene sentido. —Lo tiene para mí y no entiendo el porqué lo escondes con tanto ahínco. —Es mi pasado y en él lo único que hay es oscuridad. No quiero que llegue a ti, no me lo perdonaría. —Pues yo quiero saber —suplicó con gesto preocupado—, necesito saber. —No tiene sentido decirlo. Te juro que esa es la razón, dejarlo todo atrás. —Sigues sin decirme la verdad y esperas que te crea. —Mia, por favor... —Contigo son todo verdades a medias —dijo, decepcionada—. ¿Cómo crees que alguien puede confiar en ti? >>No puedes esperar que esté tranquila y feliz sabiendo que me ocultas cosas. —Estaba a nada de llorar—. Tú dijiste que confiáramos el uno en el otro —declaró, golpeando con su diminuto dedo índice sobre mi pecho—. Tú dijiste que no eras adivino, tú dijiste que si queríamos que funcionara teníamos que compartir lo que nos sucedía y tú lo tiraste a la basura cuando mentiste esa noche. Tenía una razón, pero no podía decirla. >>Es como si no supieras entender a otro ser humano, como si en un momento fueras una persona y al siguiente otra —chilló con la voz

quebrada—. ¿Qué demonios está mal contigo, Nika Bakker? Apresé su mano contra mi pecho y su tacto me reconfortó sin importar la situación o el sufrimiento que le provocaba. —Todo —acepté—, todo está mal conmigo. Hice que su palma se abriera en el centro de mi pecho, ligeramente a la derecha donde realmente estaba mi corazón. —Nada aquí dentro funciona correctamente. —Estaba más roto que el resto, marcado desde el momento en que fui concebido—. No sé actuar sin lastimar a otros o ayudar, sin buscar problemas. No sé proteger a quienes aprecio y ni tan siquiera sé querer de la manera adecuada. —Daba igual mi esfuerzo—. Yo todo lo hago mal, de la forma equivocada. Tuve que sonreír. A veces pensaba que mi corazón disfuncional era la razón. >>Es como si mi corazón no estuviera en el lugar correcto. —O simplemente no estuviera —masculló. —Puede que no, pero nadie me hace sentir así. Miró su mano y supe que podía sentir el palpitar acelerado, el golpeteo frenético por tenerla cerca. >>Puedo ser un desastre, soy consciente, pero nunca nada lo ha hecho latir de este modo —aseguré—; solo tú, Amaia. No respondió. Su mano temblaba sobre mi pecho y cerró los ojos por varios segundos. —Las palabras bonitas no bastan, Nika —murmuró, finalmente—. Hace mucho pasó el momento en que eso me haría caer. >>Acaba de pasar la última oportunidad para ser sincero. —Mia... —No vuelvas a hablarme, mirarme o intentar nada. —Se alejó con una mirada glaciar—. Respétame, al menos, y déjame en paz de una vez por todas. Sentí que me caía a pedazos. La presión en el pecho, los temblores y las sudoraciones. Me derrumbé sobre las rodillas y recordé a la doctora Favreau. Ataque de pánico. Intenté respirar, calmarme, decirle a mi cerebro que la asfixia no era real, que si había oxígeno en mis pulmones. No podía. Me abracé con las manos sobre los hombros y me encogí, haciendo que mis piernas se pegaran a mi torso. Me hice un ovillo, sentado en el suelo, y así dejé de temblar.

Poco a poco, pasó. La cabeza me dolía, una punzada constante en mi frente. Al menos podía respirar y cuando escuché que alguien se acercaba, me puse de pie y fingí que salía del túnel bajo las gradas. Un grupo de fiesteros iban gritando. Ignoré sus miradas y salí al campo donde fue más fácil respirar. Di vueltas sobre mis pies sin saber a dónde ir o qué hacer. Lo hice hasta que mi vista se detuvo en lo alto de las gradas. Amaia estaba allí, sentada, con un chico. La desesperación que provocó imaginarla con alguien más me hizo recordar la última sesión de terapia. No, yo no estaba bien y dudaba que algún día pudiera estarlo. Era imposible tenerlo todo y si seguía intentando estar con ella la lastimaría igual o peor de lo que mi pasado o mi padre podían hacerlo. No podía fingir que quería protegerla cuando mi egoísmo insistía en recuperarla. Quería tenerla conmigo porque la necesitaba, para sentirme mejor. Era hora de pensar en mí y en ella a la vez, algo que solo lograría si la dejaba ir. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @Oda207 que desde tiktok me pidió un capítulo dedicado. Gracias por el apoyo y las lindas vibras. 😘 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Es tarde, trabajé mucho y estoy cansada. El domingo las interrogo sobre su semana para leer el chisme. Por hoy me voy rápido. Actualización el domingo. Las amo.

38_Hazlo   Capítulo 38 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Después de aquel sábado todo fue peor. No solo lidiaba con la culpa o el miedo a perderla, ya la había perdido y me forzaba a no actuar para cambiar la situación. No podía o debía hacerlo, era un castigo. Si seguía intentándolo el dolor sería peor y se lo infligiría a ella por igual. No era el único que la pasaba mal, experimentábamos el momento de maneras distintas. Solo un pensamiento me calmaba cuando estaba a punto de ahogarme en la desesperación, uno que llegó conversando con la doctora Favreau en la última sesión. No había salvado a mi padre o Emma, tenía un miedo irracional a perder a las personas que amaba, de la manera que fuera. Si me obligaba a mirar la situación desde otro ángulo, podía ver que Amaia no estaba muerta por mi culpa, tampoco me había abandonado, como mi padre. No se convirtió en un monstruo que se empeñaba en dañar y atormentar a mis seres queridos. Ya no podía refugiarme en ella. Estaba lejos, ignorándome y escapando al verme, pero estaba ahí. No tenerla provocaba un dolor insoportable, pero imaginarla muerta supondría una situación intolerable. Refugiarme en la seguridad de que respiraba era más que suficiente para levantarme de la cama, dormir un par de horas y comer bajo pedido de mi madre. Escribir y garabatear en el cuaderno, ayudaba. Asistía al trabajo, atendía las reparaciones de la mansión e iba al instituto. Existía e ignoraba el entorno. Por esa razón, el día que atravesé el estacionamiento del instituto, buscando la puerta trasera para llegar a tiempo a mi clase electiva de Historia del Arte, no me percaté de que tres chicos me seguían. Escuché un par de llamados, los ignoré.

Alguien jaló mi brazo, con fuerza, provocando que mi mochila cayera al suelo. —¿Estás sordo o finges? —cuestionó con altanería un chico alto y fornido, de cabello rubio, muy corto. Tenía las orejas perforadas y no lo reconocí hasta que vi a los que le seguían. Raphael y Adrien estaban dos pasos más atrás, espectadores de expresión temerosa. El que sostenía mi brazo y cortaba mi circulación no era otro que Alexandre, el ex novio de Chloe. —Sordo, no —respondí, viéndolo de arriba a abajo—. Quizás no tenía ganas de hablar contigo. De un gesto brusco logré que me soltara y recogí la mochila para seguir mi camino. Tiró de ella, logrando que perdiera el equilibrio. No caía por mis buenos reflejos. —Por tu culpa la puta esa me denunció y pusieron una orden de alejamiento —reclamó. —¿Puedes soltar la mochila? —pedí sin alterarme—. Es la única que tengo. No se movió y fui yo quien la soltó, sin ganas de terminar cargando mis pertenencias bajo el brazo. —Dile a la puta y su lesbiana que quiten la denuncia o sufrirán las consecuencias —demandó, lanzando la mochila a mi pecho. La puse a un lado, sabiendo que el encuentro no acabaría bien. —Si fuera tú, dejaría las amenazas. Tienes delitos suficientes, ¿quieres acumular más? Se acercó, soberbio, hasta quedar a un palmo de mi rostro. —Dile a Chloe que retire la denuncia. —¡Ah! Ahora entiendo —murmuré, desinteresado y sin cederle terreno —. Te refieres a Chloe. —Sonreí sabiendo que le molestaría—. Me alegra que finalmente dijera en voz alta lo que eres, un abusador. Me agarró del cuello de la sudadera y apretó, cortándome la respiración. —Escucha bien, pendejo. Ella va a retirar la denuncia y tú serás la advertencia. —Alexandre —dijo Raphael desde la misma posición—, suéltalo. Alguien vio lo que estaba pasando y volvió a entrar. Nos meteremos en problemas. —¡Cállate!

—Si va a la policía será peor —apoyó Adrien—. Déjalo en paz. Alexandre me soltó y se volvió hacia sus acompañantes. —¡¿Se volvieron maricas?! —gritó. Estaban asustados y no respondieron. Se me escapó una risa floja y gané la atención de Alexandre. —Ustedes son imbéciles y no valen un centavo —dije, señalando a mis ex compañeros de equipo—, pero tienen tiempo de cambiar. No terminen como este. Antes de que pudiera verlo, mi mandíbula recibió el golpe de un puño. Un buen derechazo me hizo caer al piso y la sangre inundó mi boca. Masajeé la zona en lo que los zapatos de Alexandre se ubicaban en mi campo de visión. —Deberías preocuparte por ti, no por los maricas. No pude incorporarme, pero sus zapatos blancos e impecables me forzaron a responder de alguna forma. Escupí, manchándolos de sangre y logrando que diera un paso atrás. Maldijo y volvió a la carga, pateándome dos veces el abdomen, dejándome sin aire. Adrien y Raphael intentaron detenerlo, pero también los golpeó e insultó. No pude levantarme. No comer y llevar mala vida me había quitado las fuerzas. De cierta forma aquellos golpes, ¿ayudaban? —Voy a dejarte tan magullado que Chloe va a recordar lo que se siente desafiarme —declaró, centrándose en mí y pateando, primero mis costillas, luego mi brazo. Los golpes no eran nada, experimenté los suficientes gracias a mi padre, sabía que el verdadero dolor llegaría a los días. Dejé que tirara de mi sudadera hasta forzarme a quedar sentado en el suelo. Recibí dos derechazos y escupí sangre una vez más, sin embargo, solo tuve ganas de reír. No escuchaba lo que decía, debían ser insultos o más amenazas. Seguí riendo cuando me soltó y me apoyé en los codos. Daba vueltas a mi alrededor, como leona sobre su presa y su expresión provocaba más carcajadas que era incapaz de controlar. Un extraño placer se extendía por mi cuerpo. Sabía que patearía mi cara cuando alguien apareció corriendo y se interpuso entre nosotros. Empujó al chico sin mucha fuerza, logrando que retrocediera un paso.

Reconocí el cabello castaño a media espalda. Rosie. Evitaba que pudiera ver a Alexandre, delante de mí y en pose protectora. El chico la miro con desprecio. —Otra lesbiana, ¿me persiguen o es idea mía? Raphael y Adrien miraban de Rosie a mí sin saber qué hacer. —Te conozco, Alexandre —declaró Rosie en voz baja—, vivimos a cinco casas de distancia. Vete antes de que te atrapen con las manos en la masa. Se acercó a ella, intentando intimidarla como hiciera conmigo. Rosie alzó la barbilla, encarándolo, sin atisbo de duda. —¿Quieres ponerte en su lugar? —¿Pretendes que corra con esa amenaza? —Vete, Rosie, los maricones de tus padres te esperan en casa. Ella rio por lo bajo. —¿Intentas insultarme al decir que mis padres son homosexuales? — Intenté incorporarme—. Cuando tenías diez años y tu mamá te pegaba todos los días, yo estaba en el jardín de infantes aguantando que se burlaran de ellos. Se irguió en su sitio. >>Aprendí a lidiar con cretinos, tú te convertiste en uno —agregó—. Mami te hizo sentir tan poquito que empezaste a abusar de todos lo que tenías alrededor. —La expresión de Alexandre se contrajo—. No te tengo miedo, bonito. No le tengo miedo a un niño asustado. Fallé al levantarme cuando Alexandre le cruzó la cara con un golpe, el sonido de la palma sobre la piel resonó por el estacionamiento. Rosie volvió a mirarlo, sin protestar, poniendo la cara para un segundo y supe que sería con el puño cerrado. Me puse de pie, pero no fui quien llamó la atención de Alexandre y salvó a Rosie. —¿Qué creen que hacen? —bramó una voz autoritaria a mi espalda. Alexandre no se asustó. Escupió al suelo, nos dedicó una mirada de odio y se alejó a paso lento antes de que nuestros salvadores llegaran. Rosie me ayudó en lo que el director evaluaba el desastre, acompañado de dos guardias de seguridad que trabajaban en el instituto. —Señorita Allard, lleve a Bakker a la enfermería —ordenó el hombre con la vista fija en Adrien y Raphael que seguían congelados en el lugar—. Ustedes dos a la dirección, ahora.

Obedecieron y nos dieron una ojeada al pasar, en lo que Rosie intentaba que pasara un brazo por encima de sus hombros. Estaban aterrados, no eran como Alexandre. Me apoyé en la castaña y caminamos a mi ritmo. El director indicó a los guardias que dieran parte a la policía y deseé que aquel fuera el final del abusador de Alexandre o la paliza no habría valido la pena. Llegamos a la enfermería y no demoraron ni un minuto en atendernos. No me dieron puntos, pero una vez más me había partido la ceja y mi labio no estaba mucho mejor. Me molestaba todo el cuerpo y no encontraba manera de sentarme cómodo en la camilla. La enfermera me revisó y descartó costillas rotas, dudaba mucho que pudiera estar segura sin una radiografía. Rosie tenía la mitad de la cara hinchada y roja. No dejaba de escupir sangre de vez en cuando por las heridas dentro de la boca. Lucía mal, pero no estaba conmocionada por los acontecimientos. Nos dieron bolsas heladas y la enfermera nos dejó descansar. La castaña tapó la mitad de su cara para calmar el dolor y la hinchazón. No sabía donde aplicar el frío, me dolía todo, no podía escoger o mover los brazos. En uno molestaba la muñeca, en el otro el hombro. —Dame eso o terminarás con cara de rana. —Me arrebató la bolsa y fue un alivio cuando se encargó de colocarla sobre mi pómulo. Chasqueó la lengua—. Eres un imbécil. ¿Por qué no te defendiste? No respondí y por su baja tolerancia supe que le irritaba mi actitud. >>Hablas o desaparezco y terminarás siendo Frankenstein. —Si te refieres al monstruo que creó el doctor Frankenstein, utilizas mal el insulto. Arrugó la nariz. —Te odio. Sonreír me hizo estremecer de dolor. Tendría la cara destrozada al día siguiente. —Hay cámaras en el estacionamiento —confesé—. Si lo golpeaba no habría pruebas de lo peligroso que es Alexandre y yo sería igual de culpable. —Si él atacaba primero, no. —Y si yo respondía no lo estaría golpeando solamente por lo que le hizo a Chloe. —Me miró fijamente si apartar las bolsas de hielo de mi cara o la

suya—. Si lo tocaba, terminaría en un hospital por meses y pasaría a ser la víctima. Siempre me daba la impresión de que Rosie entendía un poco más de lo que yo lograba exteriorizar. —¿Por eso te dejaste golpear? —La violencia no es la respuesta correcta. —Recordé las palabras de Mia—. Nunca debería serlo. —Ese merece que le peguen hasta que olvide su nombre. —Pero ni tú, ni yo podemos meternos en problemas por hacerlo. —Claro, mejor dejarse golpear. —Su sarcasmo era excelente—. La próxima vez no pienso llamar al director y salvarte el culo. —Confío en que lo harás. Bufó porque tenía razón. Era de las personas que veía una injusticia y no podía quedarse callada. —Podías haberlo golpeado —murmuró—, solo un poquito. Traté de no contraer el rostro al reír. —Con lo que está grabado, tu testimonio, el mío y, posiblemente, el de Adrien y Raphael; habrá suficiente evidencia para que lo manden a la cárcel. —Su familia tienen dinero e influencias —objetó. Esperaba que no resultara así. Quedamos en silencio y Rosie fue moviendo la bolsa de hielo por mi rostro. Aliviaba el calor que desprendía mi piel lastimada. —Cuando dijiste que si lo golpeabas no lo estarías haciendo solo por Chloe, ¿a qué te referías? Reflexioné sobre todo y nada. Las imágenes pasaban frentes a mis ojos y no sabía definir lo que era un recuerdo o una pesadilla. Los episodios violentos que había vivido se mezclaban. Si lo hubiese tocado me habría cegado hasta destrozarlo. No quería eso, ser mi padre. Deseaba tener la oportunidad de escoger. —¿Le constaste a Victoria cómo te sientes? —No eres muy sutil para cambiar de tema. —¿Lo hiciste? Se apartó y pude ver su rostro, todavía hinchado. —Claro que no y no creo hacerlo. —Hazlo antes de que sea tarde o te arrepentirás toda tu vida. —¿Por qué lo dices?

—Nunca sabes lo que va a suceder al día siguiente, no pierdas la oportunidad. Una línea apareció entre sus cejas. —Tú... Tú y Mia... —Haz lo que debes hacer y deja de suponer sobre mi vida. Me entregó la bolsa helada con más fuerza de la necesaria y tomó asiento al otro extremo de la camilla. Aplicó la ley del silencio hasta que la enfermera volvió con indicaciones del director. Debíamos incorporarnos a clase y fue conveniente que nuestros salones estuvieran en direcciones opuestas. Tomé fuerza antes de empujar la puerta de mi clase de Historia del Arte y ganar la atención de todos, en especial del profesor Boucher. —¿Puedo saber por qué se presenta a esta hora, Bakker? Mantuve la vista baja para que no me viera la cara. —Estaba en la enfermería, señor. —Hable fuerte y míreme a los ojos —demandó—. Estoy pidiendo una explicación a su tardanza. Obedecí y escuché la reacción nada disimulada del salón, el murmullo. —Estaba en la enfermería, señor Boucher —repetí—. Tuve un problema fuera del instituto, el director fue quien me mandó antes de entrar a clase. —Pues si decide meterse en problemas justo antes de mi turno, espero que sepa recuperar lo perdido. —Era el único que parecía tranquilo con mi mal aspecto—. El lunes quiero un informe completo sobre lo que no vio de la clase. No tenía idea de cómo haría un informe sobre una clase en la que no estuve, pero busqué mi asiento. Encontré la mirada de Amaia por un segundo, aparté la vista y me senté detrás de ella. Contemplé mis manos, sin pensar en nada, por los escasos minutos que se extendió el turno. Cuando el timbre sonó, anunciando el almuerzo, esperé a que saliera corriendo como en el resto de las clases que compartíamos. La sorpresa fue que estampara un cuaderno sobre mi mesa. Sus ojos, los azules llenos de preguntas. Los mismos que aparecían cada vez que cerraba los míos y la opresión en el pecho empezaba. —Creo que lo necesitas —musitó, acercando el cuaderno hasta que tocó mis manos. Consideré el estar escuchando mal, podía ser producto de una contusión. —Tú no prestas tus...

—Es para que hagas el informe que te pidió Boucher —interrumpió—. Asegúrate de devolverlo antes del domingo, lo necesito. Se levantó y se fue, huyendo; esa vez no entendí el porqué de sus acciones.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Para Adri, bella, preciosa. Esta semana se graduó y no puedo estar más orgullosa. No solo eres mi lectora, eres de las personas más bonitas que me ha traído Wattpad. Mereces lo mejor y confío en que este es solo el principio. Te adoro, prometo que Frida y yo te haremos gritar eternamente sin contexto. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Hoy sí. ¿Cómo están? ¿Qué tal la semana? ¿Leyeron el capítulo del viernes? ¿Les gustan las actualizaciones seguidas? Este no es un libro donde pueda pedirle teorías y ustedes adivinar. Todas sabemos a donde vamos, simplemente lo estamos leyendo desde los ojos de Nika. Me gusta porque le veremos aprender mucho. Tengo ganas de darles ese final y lo que viene después. La cuenta atrás empieza pronto. Las amo. Múdense a Twitter e Instagram. Estoy como "kinomera99" en ambas. El chisme está bueno, lo prometemos. También se llora por allá. Tomen awita, duerman las horas que deben y no lean cochinadas. 😏

39_Tenemos que hablar   Capítulo 39 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ El cuaderno con los apuntes de Amaia sirvió para armar el resumen que pidiera el profesor. Pasé más tiempo detallando su caligrafía. Había garabatos en las esquinas, dibujos raros y notas por los márgenes. Debía devolverlo y no sabía cómo. No podíamos comunicarnos por ningún medio y aparecer en la puerta de su casa sería cruzar el límite. Me impuse dejarla ir y esforzarme para continuar con mi vida, algo que la doctora Favreau también aconsejara. Se lo haría llegar el lunes a través de Aksel, pero el destino jugó en mi contra. El sábado era el cumpleaños de mamá y decidió hacer una cena. Me alegraba su buen humor, lo bien que estaba con la terapia y los medicamentos, la manera en que su sonrisa brillaba. El inconveniente: los invitados. Nuestros vecinos formaban parte de la celebración y estuvieron a la hora precisa con regalos y felicitaciones para la cumpleañera. Era una extraña tortura estar sentado frente a ella. Brindábamos y conversaban como si nada, sin mirarnos. Tenerla cerca me hacía sentir vivo y mal, no debía sentirme así. Me preocupé de mantener la vista en el plato, desordenando la comida sin probar bocado, y de sonreír cuando fuera necesario. La conversación en la mesa no paraba, pasaban de un tema a otro con extrema facilidad. Cuando mamá preguntó por los exámenes de ingreso a la universidad y la tonta tradición de la fiesta en La Laguna, la señora Favreau dijo algo que me desconcertó: —Y hay quienes tendrán que estudiar por dos. Amaia me miró a la vez que yo lo hice. Les había que tomaría ambos exámenes, finalmente, se llenó de valor. Su madre siguió exponiendo las elecciones profesionales de Mia y volví a bajar la vista. No quería incomodarla.

Aksel se fue a buscar el postre y los adultos siguieron conversando. Las hermanas Favreau murmuraban a toda velocidad y traté de no escuchar hasta que la mayor alzó la voz y fue imposible seguir ignorándolas. —¿Estás loca? Amaia miraba a su hermana con la boca abierta. —No, para nada —alegó Emma con una sonrisa—. Ya lo calculé. Si nos hacemos novios cuando cumpla quince, tres años serían suficiente antes de casarnos y después podríamos tener hijos. Las manos de Mia temblaron sobre la mesa. Inspeccioné a Emma que ya no era tan pequeña. Había pegado el estirón apresurado. Su cabello estaba más largo y empezaba a dejar atrás los rasgos infantiles, hasta sus gestos eran distintos. —¿Casarte a los dieciocho? —dijo su hermana tras el silencio debido a la conmoción—. ¿Tener hijos con Aksel? ¿Estás loca, Emma? ¿De qué hablas? —Es el plan de todas mis amigas —confesó como si hablara del clima—. Leila dice que... —¿Quién demonios es Leila? —Mi futura dama de honor. Casi se me escapa una carcajada. —¿Fue ella quien puso esa loca idea en tu cabeza? —masculló Amaia. —Es lo que todas las chicas quieren, también lo que los chicos buscan. —Eso es una locura. Mia estaba a punto de perder los nervios. —No creo que eso funcione para conquistar a Aksel —intervine en voz baja para que nadie se percatara de la conversación. Me miraron y traté de sostenerle la mirada a Emma, ignorando que Amaia me prestaba atención. La pequeña entrecerró los ojos y torció los labios. —¿Tú qué sabes? —espetó en el mismo tono que me dedicara otras veces. —Es mi hermano —comenté—. Lo conozco mejor que nadie. Era lista y capté su interés. —¿Cómo lo podría conquistar? Fingí que el tema no era preocupante, no mostrarlo como un tabú. —Aksel tiene dieciocho y tú doce —expliqué lo obvio—. No es legal que te involucres con alguien así hasta que seas mayor de edad.

—Pero la edad no importa si... —Sí importa —interrumpió Amaia con el tono incorrecto—. No puedes querer algo con un chico que te lleva seis años y menos planear tener hijos al cumplir dieciocho. No estamos en la Edad Media. —Es mi vida, ¿por qué no podría hacer lo que quiera? —Emma era de las que se obsesionaba con lo que no podía tener—. Mamá dice que somos responsables de lo que escogemos. —Precisamente por eso —espetó—. Además, eres una niña, tú no escoges nada. —No me vas a decir a quién puedo amar —se defendió. —¡¿Amar?! Estaba a punto de desmayarse o ponerse a gritar. —¿No es cierto que no puede controlarme? —cuestionó Emma, buscando mi apoyo. Mia me pidió ayuda con la mirada, pero no podía dársela de la manera en que deseaba. —Claro que no —contesté, ganando que la pelinegra quedara atónita—. Lo importante no son las personas o lo que crean —agregué, mirando a Emma—. Me preocupan más las fallas que tiene tu ingenioso plan. —¿Fallas? —Arrugó la nariz. —Aksel se va a la universidad en unos meses —expuse—; cuando tú tengas quince, él no estará en Soleil más que para las vacaciones—. La comisura de sus labios cayó al entender que tenía razón—. Además, jamás se fijaría en ti mientras seas menor de edad. —¿Qué? —Hay leyes, Emma. No es legal que un mayor de edad se involucre con una niña. —A los quince seré una adulta. —A los quince seguirás siendo igual de infantil e inmadura que ahora — señaló Amaia, arruinando lo que yo intentaba construir. Me miró, buscando apoyo, y negué lentamente para que Emma no lo notara. Pareció captarlo. Invité a la pequeña para que se sentara a mi lado. No dudó en pasar por debajo de la mesa y cambiar de bando, ignorando los regaños de Amaia. —Entonces, tendría que esperar a los dieciocho —dijo, resignada. —Definitivamente, sí. No puedes hacer un movimiento antes de eso o perderás tu oportunidad.

—¿Me rechazará? Asentí y la tristeza marcó su rostro. —Aksel jamás te verá como una adulta si legalmente no lo eres. —Pero yo creía que la edad no era lo que te hacía adulto —se lamentó. —Y es cierto, muchas veces llegas a la mayoría de edad y sigues siendo igual de infantil. —Eso no era lo que quería decir —objetó. —Para cuando tengas dieciocho, él tendrá veinticuatro y posiblemente siga en Prakt, trabajando, y tú, ¿dónde estarás? Abrió y cerró la boca varias veces. —No sé —aceptó, derrotada. —Y dime, ¿piensas que tus planes de vida deben girar en torno a mi hermano? —Pero yo lo quiero —insistió. Amaia estaba a punto de soltar otra tontería. Aguantó cuando la corté con una mirada de soslayo. —Y está bien que sepas lo que quieres y vayas a por ello —continué. —Aunque sea chica. —Es lo mismo —especifiqué—, los chicos y las chicas deberían tener la valentía de ir a por lo que desean. —Entonces, ¿tú no ves mal que esté enamorada de Aksel? —preguntó en tono desafiante, esperando que llevará la contraria para discutir. —Claro que no, lo que sé es que el plan que inventaste con ayuda de tus amigas, no va a funcionar. —Leila dijo que eso es lo que buscan los chicos —replicó—, una esposa que le dé hijos y le haga feliz lo antes posible. —A algunos, puede —supuse, sin ganas de entrar en terreno más pantanoso—. Lo que los chicos buscan no es lo que tú tienes que ser, ¿cierto? —Pero quedaré solterona como la tía de Bea —se lamentó. —¿Quién es Bea? —cuestionó Amaia. A esa altura ambos la ignorábamos. —Quedarse soltero puede ser una elección —expliqué—, no tener hijos, también. Ninguna de las dos está mal o es indicador de un fracaso en la vida. —Pero...

—Emma, no puedes planear hoy lo que sucederá dentro de seis años, mucho menos si incluye a alguien más. En este caso al suertudo de mi hermano, del cual te has enamorado. Mordió el interior de sus cachetes en gesto nervioso. Le costó recomponer su expresión y, al levantar la mirada, encontré esperanza. —¿Qué tendría que hacer? —A ti te gustaba dibujar, ¿no? —Ya no tengo mucho tiempo para eso —aceptó—. Leila dice que solo lo hacen las nerds. —Mal asunto —objeté, manteniéndome neutral—. El problema es que a Aksel también le gusta dibujar, era algo que tenían en común. —Me gusta dibujar. —Pero ya no lo haces, no sirve de nada. —Fingí quedarme sin ideas—. Querías estudiar algo relacionado con arte, ¿no? —No-no lo sé. —Y, ¿te interesa seguir estudiando después del instituto? —No lo sé —murmuró. Sonreí para ella, aunque los golpes de mi cara, producto de la golpiza, seguían doliendo. —Es importante que aprendas a conocerte, a entender qué te gusta antes de esperar que alguien se enamore de ti. —¿Por qué? —Si no te amas tú, si no te conoces, ¿qué esperas que otros amen de ti? Me sentía como la doctora Favreau y una vez más me pregunté cómo no era capaz de poner en práctica mis propios consejos. —¿Quieres decir que tengo que estudiar algo que tenga que ver con lo que estudie Aksel? —cuestionó. —No hay necesidad de buscar puntos en común con Aksel, los tienes a pesar de la diferencia de edad —aclaré—. En vez de concentrarte en el futuro, piensa en ti. >>Hay tiempo para todo. —Se sentía bien decirlo, no solo a ella, a mí mismo—. No quieres perderte el camino, es mucho más divertido que el final. —Como con los libros —dijo, mirando a su hermana. —Justo como en los libros —aseguré. Sonrió con sinceridad y el gesto fue para mí. —Ya me caes mejor, creo que puedo dejar de odiarte.

—Me alegra saberlo. Más me alegraba que entendiera y no pude decirlo, caí bajo la intensa mirada de Amaia. Parecía que me hablaba sin palabras, imaginaba que lo hacía porque era lo que deseaba. —Hora del pastel —anunció Aksel, llegando con una torta y llamando la atención de la mesa. —Faltan los platos, cariño —señaló mi madre. —Yo los traigo. Me alejé, huyendo de ella. Mi corazón se había acelerado en los últimos segundos, empezaba a perder el control. Los recuerdos cruzaban mi mente; buenos y malos, las voces y los gritos. Al temblar, recordé las palabras de la doctora Favreau. La calma de su voz me relajó. Me apoyé en la meseta de la cocina y esperé hasta ser capaz de sacar los platos y sobrevivir la noche sin acercarme a ella o complicar la situación. Alguien carraspeó a mi espalda y me congelé. —Gracias por lo que hiciste —susurró su inconfundible voz—. Emma necesita asistencia adolescente con urgencia y yo no iba a saber manejarlo en ese momento. Giré para comprobar que era ella. —No es nada —murmuré—. A todos les pasa lo mismo con el primer crush. Saqué el resto de platos con las manos temblorosas y sin entender por qué me hablaba. —Estaba esperando que me devolvieras el cuaderno que te presté — agregó, acercándose—. Lo necesitaba hoy. —Yo-yo te lo iba a mandar mañana con Aksel. —Podías haberlo llevado a casa —comentó, quedando a mi lado. —No quería molestar. He intentado cumplir lo que me pediste y perdí la cuenta de las veces que tu padre dijo que no querías verme cuando me acerqué a tu casa. Tragó sin necesidad. —Me hubieses avisado, yo podía venir a buscarlo. —Me tienes bloqueado, ¿recuerdas? —No, ya no. —Alcé la vista sin entender—. Podías haberme avisado. Había escuchado mal. Esperé a que se esfumara, en cambio, analizó mi rostro y la preocupación marcó sus rasgos. Se acercó, lentamente, sin duda

o miedo. Su mano tembló al acariciar mi rostro. Caí rendido ante el cosquilleo que el delicado tacto me provocó. Me sumergí en un torbellino de sensaciones, unas que le devolvieron sentido a mi vida antes de que comprendiera lo que estaba pasando. —No es real —murmuré, identificando otro de mis sueños. Deslicé la nariz por la palma de su mano, el olor era idéntico—. Parece, pero no lo es. —¿De qué hablas? —De ti, del sueño. Mi cuerpo se sentía cómodo, liviano. —No estás soñando, Nika. Tomó mi rostro entre sus manos y la oscuridad del mundo volvió, haciéndome dudar. —Entonces, ¿por qué me estás tocando? —Porque quiero hacerlo. Negué. No era la primera vez que imaginaba tal situación. —Tú no quieres tocarme, tú me quieres lejos y haces bien. Juntó las cejas, confundida y nublando la perfecta ilusión en la que siempre estaba calmada frente a mí. —¿Y si ya no te quiero lejos? —susurró con voz temblorosa. —Definitivamente, este es el más real de todos. —Me arrepentiría al despertar—. Huelo tu perfume y tu voz suena igual. Se enserió. —Nika. —Sostuvo mi cara con fuerza, llamando mi atención y recordándome los golpes que surcaban mi rostro—. Esto no es un sueño, es real y... Necesitamos hablar, pero no estoy segura de que estés en condiciones de hacerlo. El corazón empezó golpeando demasiado fuerte en mi pecho y mi respiración lo siguió. >>¿Has dormido últimamente? Su voz se escuchaba lejana y un pitido en mis oídos empezaba a marearme. Tenía que despertar, ¿o no estaba soñando? —No demasiado —acepté, intentando controlar mi respiración. —¿Estás bien? —cuestionó, palpando mis hombros y terminando con las manos sobre mi pecho. Sus ojos se abrieron por la sorpresa—. Nika, ¿te siente mal?

Su rostro desapareció por un par de segundos y mis rodillas fallaron. Tuve que sostenerme de la meseta de la cocina para no perder el equilibrio. >>Voy a llamar a tu madre —dijo, aterrada y dispuesta a correr hacia el comedor. Lo impedí y sostuve sus manos sobre mi pecho. —Es-estoy bien —tartamudeé con los ojos cerrados. —No lo estás, estás temblando. —Puedo controlarlo —mentí, tratando de que no se moviera, usándola como ancla para no dejarme ir. Se acercó, dispuesta a sostenerme. Nuestros cuerpos, separados por las manos entrelazadas sobre mi pecho. Poco a poco el momento pasó y logré respirar con normalidad, asimilando que no era un sueño, tampoco una pesadilla, aunque no sabía qué era. Sentía su piel, la estaba tocando y no parecía mentira. —Estoy bien, es solo el agotamiento y... tenerte cerca. Protegí sus manos con las mías y un escalofrío me recorrió. —Necesitamos hablar —murmuró. —Pensé que no querías hablar. Mi madre llamó desde el comedor, confirmando la realidad y asustándome. Amaia se alejó. —No deberíamos hacerles esperar. —Pero... —Vamos —alegó, antes de que me viera obligado a quitar los platos de sus manos y dirigirnos al comedor. Mi corazón no dejaba de revolotear como pájaro enjaulado. La miraba, incapaz de procesar lo que acababa de pasar y ella no levantaba la vista de su pastel, intacto. ¿De qué quería hablar? La mesa seguía igual de animada. Mia y yo estábamos alejados, en un extraño silencio que nada tenía que ver con el ambiente. Se excusó para ir al baño, aunque nadie la escuchó. En lo que se ponía de pie, me dedicó una mirada que no entendí. Incluso me observó por encima del hombro antes de perderse hacia las escaleras de caracol. No supe qué hacer. Quería seguirla, pero ¿y si lo hacía y volvía a quedar como acosador? Me costó varios minutos y una batalla interna, me dejé llevar por el impulso. Abandoné la mesa y subí los escalones de dos en dos. La puerta

del baño estaba abierta, la única fuente de luz en el oscuro piso. Me congelé en el último escalón. ¿Y si no me esperaba? Estaba a punto de dar media vuelta cuando Amaia salió del baño y quedó a cinco pasos. No podía alzar la vista, me centré en sus pies. —¿De verdad quieres hablar? —pregunté, intentando no imaginar de qué. Sin pensarlo, desapareció la distancia que nos separaba y pasó los brazos por encima de mis hombros, logrando que me inclinara. Hundió su rostro en mi cuello y respiró profundamente. Mi cuerpo no respondió y mis manos hormiguearon. —Abrázame, idiota —suplicó en voz baja. No supe si había escuchado bien, pero tenía tantas ganas de responder el gesto que lo hice. La pegué a mi cuerpo, disfruté de la textura de su cabello entre mis dedos, de alzarla agarrando su cintura y poniéndola a mi altura. Su olor me envolvió, la suavidad de la piel de su cuello bajo mis labios. Por unos segundos sentí que todo volvía a su lugar y fue glorioso, indescriptible. Me abrazaba con fuerza, como si me hubiese necesitado de la misma forma. Solo imaginarlo era la cura para aquellas penosas semanas. Lo era todo para mí y fue cuando recordé las palabras de la doctora Favreau y lo mal que estaba sentirme así. —¿Tenías algo con Siala mientras estuviste conmigo? —cuestionó, sorprendiéndome y sin cambiar nuestra posición. —Nunca, no tenía contacto con ella. Intenté que me mirara para que encontrara la sinceridad en mi rostro. Lo impidió, obligándome a que no dejara de abrazarla. —¿Has estado con alguien mientras estuvimos viéndonos? —Nadie, solo tú. —¿Y Chloe? Dejé que sus pies tocaran el suelo y, finalmente, nuestros ojos se encontraron. —Entre Chloe y yo jamás sucedió nada, ni tan siquiera hubo un beso — confesé—. Ni antes de nosotros y mucho menos después. Créeme que... —Te creo —interrumpió. —¿De verdad?

—Estoy pidiendo la verdad —declaró—. Se supone que debo creerte porque no me vas a mentir, ¿cierto? —No estoy mintiendo cuando digo que no he tenido nada con ninguna chica desde que llegué a Soleil. —¿Ninguna? —insistió—. ¿Ni tan siquiera un beso? Sonreí por el tono de su voz y el cosquilleo en mi estómago. —Digamos que a un par les dije que no estaba de humor —confesé—. Sin embargo, desde mucho antes de Halloween mi atención le pertenecía a una sola persona. Tomé sus manos y las puse sobre mi pecho, un contacto que me calmaba. —Entonces, ¿qué fue lo que pasó con Chloe? Suspiré. Tenía miedo a arruinar la oportunidad con mis respuestas, pero ella pedía la verdad y no pensaba traicionar su confianza, no de nuevo. —Mia, hay situaciones de las que no puedo hablarte. —Escogí cuidadosamente las palabras—. Hay detalles en esa historia que son de Chloe. Tomó aire y me dio una tímida sonrisa. —Entiendo. —De verdad, no hubo nada que... —Te creo —interrumpió por segunda vez—. Igual entiendo que tengas un pasado que no estés preparado para contar. Tuve miedo de lo que iba a decir. >>Se sintió como una puñalada lo que sucedió —confesó—. Pensé que todos los miedos del inicio eran reales. Supuse que me habías traicionado, jugado conmigo y no supe qué creer, sigo sin saberlo. —Yo jamás... —Me costó entender. —Su respiración tembló, pero no nubló su determinación—. No puedo obligarte a que compartas conmigo lo que no quieres —susurró—. Que yo esté dispuesta a hacerlo no te obliga a comportarte de la misma manera. —No es que yo no quiera compartir contigo, no es que no quiera abrirme a ti. —¿Qué es? —Yo no soy lo que tú has conocido —expliqué, con miedo, sin atreverme a dar detalles—. Cada vez que de mí ha salido lo que era antes, tú lo has rechazado y con toda razón.

>>Soy un idiota y una chica como tú sabe notarlo y alejarse cuando debe. El problema es que yo no quería que te alejaras y he sido egoísta al no permitirlo. —Necesitarla de la manera en que lo hacía era enfermizo—. Te juro que me gustaría que estuvieras lejos y jamás te hubieses cruzado conmigo. >>Cada decisión que tomo para protegerte termina siendo un arma de doble filo. —Porque las tomas solo, porque no eres capaz de confiar en mí. —Porque soy un desastre —concluí. —Yo no te veo ser tan desastre, pero supongo que cada cual se ve de manera distinta. Escucharla repetir mis palabras resultó irónico, tenía razón. —Quiero ser mejor —continué—, he querido serlo por mi familia, por ti y por mí. >>No hay nada que no quiera compartir contigo. —Necesitaba que lo entendiera—. No puedes pensar que no quiero abrirme a ti cuando eres lo único bueno que me ha pasado en muchos años. No tienes idea de lo que significas para mí, Amaia, de lo que sería capaz de hacer por ti. —Pero hay historias que no estás preparado para contar. Creí que volvería a dejarme y mis rodillas fallaron por segunda vez en el día. —Mi vida ha sido una mierda desde hace mucho. Esta es la primera vez que algo funciona y me gusta, me siento bien con lo que soy aquí. >>No quiero traer fantasmas del pasado o que mi oscuridad se mezcle contigo. No... —Y lo entiendo —repitió, dejándome atónito—. No volveré a juzgarte. Solo necesito que, cuando haya algo que no quieras decir, simplemente digas que no estás preparado para hacerlo. >>No me mientas, no obvies información. No creas que no decirme va a ser mejor, dime que no estás listo y bastará. Mi cuerpo se relajó. >>No quiero presionarte, pero debes entender que nada en tu pasado podrá cambiar lo que pienso de ti. —No sabes de lo que hablas. Seguir frente a ella sabiendo lo que ocultaba era frustrante, me alejé. Si le contaba sobre mi padre lo entendería y se iría.

—Y no lo sabré si no me cuentas —rebatió—, pero tú no estás listo para hacerlo y eso es lo que importa ahora, lo que importa hoy. Eliminó la distancia y logró que la viera a los ojos. No había miedo en ellos. >>Mi problema es con el futuro, el tuyo con el pasado —concluyó—. Ninguno de los dos se puede manejar. Los dos estamos aquí y ahora, empecemos por eso. Acaricié su rostro por todas las veces en que deseé hacerlo y no pude. —Perdóname, por favor. Jamás quise lastimarte, solo quería dejarlo todo atrás. —¿No crees que ya lo estoy haciendo al estar aquí? —Sonrió con timidez —. No todo hay que expresarlo con palabras. Mi piel se puso de gallina y no pude evitarlo, la besé y se sintió divino. Lo hice como en cada uno de mis sueños y traté de calmar las ansias acumuladas por semanas. Había extrañado la calidez de su diminuto cuerpo, sus labios, la manera en que podíamos besarnos como si lo hubiésemos hecho cada día de nuestras cortas vidas. Cuando nos separamos, descansé mi frente sobre la suya. —Dime que no volverás a mentir —susurró. —Si para protegerte tengo que hacerlo, lo haré mil veces. Si pedía sinceridad pensaba dársela. —Tú no tienes que protegerme —replicó—. Ni tú, ni nadie; menos protegerme de ti mismo. —No tienes idea de lo que hablas. Tragó en seco porque era inteligente. —¿Crees que algún día serás capaz de contarme? —preguntó con la tristeza en su mirada. Rocé sus labios sin saber la respuesta. >>No tiene que hacerlo hoy o mañana, tampoco el mes siguiente — agregó—. Solo quiero saber que algún día lo harás, cuando estés preparado. —Eres la única persona a la que le confiaría todo sobre mí, pero necesito tiempo. Su sonrisa fue respuesta suficiente.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ @Aegan_y_Adrik_4ever y @cami_205 que las hice esperar, pero les tocó el capítulo de la reconciliación. Besito, lindas. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Llego, dejo esto y me voy. Estoy enfocada en terminar de escribir y que la historia vea su final dentro 14 días. Estaré dando material extra y anuncios por Instagram y Twitter. Las amo.

40_Te amé antes de saber que te amaba   Capítulo 40 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ La doctora Favreau hojeó el cuaderno. No había usado más que las primeras diez hojas y las páginas estaban repletas de anotaciones, tinta y dibujos pequeños, dudaba que entendiera algo. Era un caos, como yo. Lo giró en todas direcciones para intentar leer. —No sabía que dibujabas —comentó sin alzar la vista. —Fue solo por llenar espacio. —Algo agresivos —señaló, mostrando la diminuta figura en una esquina, rodeada de oscuridad y trazos hechos con fuerza. —Iba con el momento —murmuré. —Si hubiese sabido que estar sin ti era esto, jamás habría pensado que estaba solo. —Leyó la anotación que bordeaba el dibujo y me miró—. Sigo sin saber por qué me lo muestras. Dudo que sea para informarme de que lo utilizas. —Dijo que debía expresar mis sentimientos. Ahí están, léalos. Soltó una risa baja. —Aquí no hay nada que sea para ti o para mí. Es evidente que es para alguien más, en especial este dibujo. Mostró la última página. >>No hay ira o dolor en este, hay paz. Era un boceto de aquel momento, cuando ella vio lo peor de mí, regresó a consolarme y me acunó en sus brazos. —Es un recuerdo especial. —¿Por qué lo dibujaste? Sabía la respuesta, como casi siempre. Tenía la amabilidad de permitirme darla. —Mia y yo nos arreglamos —confesé—. Conversamos y llegamos a un acuerdo. —¿Han vuelto a ser amigos? Noté el énfasis en la palabra.

—No precisamente. —¿Tienen una relación? —Me gustaría, pero seguimos sin hablar del tema. —Entrecerró los ojos y me evaluó—. Quiero hacerlo —añadí para que no tuviera la idea equivocada. Dejó el cuaderno a un lado antes de hablar: —¿Recuerdas la conversación que tuvimos hace unas semanas? —Asentí —. Y crees que tener una relación es una buena idea. —Lo sé y no es que esté ignorando su consejo. —Alzó las cejas porque era obvio que lo hacía—. Es algo que quiero —acepté—. Quiero probar que puedo estar a su lado y que mi tranquilidad no dependa de ella. Quiero ser feliz y hacerla feliz. —¿Quieres o necesitas? No pude contestar al instante. —Quiero estar con ella ahora que hemos aclarado todo, que me entiende y está dispuesta a esperar que sane. —Nika, ¿te estás escuchando? —Me había emocionado al hablar y estaba al borde del asiento—. No es sano el desenfreno con que te expresas o lo que sientes por la reconciliación. >>No le permites a un drogadicto seguir consumiendo sustancias para que aprenda a lidiar con ellas. No se recuperaría jamás, sería un engaño. —Pero quiero estar con ella —insistí sin argumentos para convencerla. —Cuando ella está a meses de ir a la universidad. Tragué en seco. Lo había sopesado en las noches. —Dolerá —acepté—, pero será una separación temporal. —Me dedicó una mirada escéptica—. Cuando ella se vaya podré centrarme en mí. —Estarán juntos estos meses y se separarán por un año o más, si es que decides ir a la universidad algún día —supuso—. Dices que no te obsesionarás con una relación a distancia después de pasar un mes en terribles condiciones por la ruptura. Llevaba toda la semana pensando en lo que acababa de decir. —Este no es nuestro momento —acepté—. Quizás nunca lo sea y no me queda más que confiar en que aprenderé a estar bien con o sin ella. —Fue difícil sonreír—. Confío en que usted me ayudará porque tengo la intención de permitírselo y poner de mi parte. Suspiró y presionó los labios.

—Entonces, ¿por qué no le muestras ese cuaderno? ¿Por qué no le cuentas lo que te pasa? —No quiero que me vea como un loco obsesionado. —¿Crees que el único problema aquí es tu dependencia emocional hacia Mia? —No entendí a qué se refería—. Ese es el reflejo de tu experiencia, tus traumas. Si quieres solucionar esa tendencia debes ir a la causa. >>Si no cortas el mal de raíz todo seguirá igual. Una vez le había dicho algo similar a Amaia. Si quería arreglar mis conflictos debía llegar a mi padre, enfrentar mi verdadero pasado, contarlo y terminar, inevitablemente, llevando el asunto a la policía. Para sanar tenía que exponer a mis seres queridos al peligro. Lo único que me hacía dudar, valorar si era un precio que estuviera dispuesto a pagar. —Tiempo —dije—, solo necesito tiempo. Quiero pasar estos meses con ella y ser capaz de enfrentar lo que viene. —Y de decir la verdad —acotó. La doctora Favreau sabía, no lo que ocultábamos, pero era consciente de que algo guardábamos. Esperaba a que tuviéramos el valor exponerlo. Temía enfrentar ese momento, si es que algún día llegaba. La alarma sonó, indicando el final de nuestra sesión. —Todo por hoy, dile a Aksel que pase. Recogí mis pertenencias y estaba dispuesto a irme cuando llamó mi atención. —¿Mañana temprano salen a La Laguna? —No le diga nada a Amaia. —Me avergonzaba que habláramos de ella fuera de consulta—. Se supone que llegaremos por la tarde. Es una sorpresa. Asintió con una sonrisa cómplice. Se comportaba muy distinto cuando era la doctora Favreau a la madre de Mia. Intercambié lugar con Aksel y tomé asiento en la pequeña sala de espera. Mamá se ocupaba del papeleo y me quedaba poco que hacer para matar el tiempo. Saqué el teléfono, busqué su contacto y escribir un mensaje que contestó al momento. Era agradable no estar bloqueado. ~❁ ✦ ❁~ La Laguna no era nada del otro mundo. Un paraje turístico, bonito y apartado, con cabañas rústicas cerca de una hermosa laguna. Sin embargo, Sophie y

sus conocidos se quedaban en la cabaña de su padre, algo alejada, con muchas habitaciones y junto al río. El día que llegamos me acomodé con Amaia en su habitación, la que cuidaba para que nadie más se atreviera a ocuparla. Era solo para nosotros, pero aprovecharla iba quedando para más tarde por la fiesta que marcaba la tradición en La Laguna. Una extraña construcción a punto de caerse a pedazos era el lugar escogido. El tipo de espacio por los que Mia perdía la cabeza mientras yo me preocupaba por las grietas, la ausencia de techo y la hiedra que comía las paredes. Temía que el potente bajo del equipo de sonido provocara un derrumbe y los adolescentes, deseosos de fiesta antes de las pruebas para la universidad, terminaran muertos sin intentarlo. Me mezclé como pude, intentando animar a Aksel que andaba cabizbajo por la manera en que Dax y Sophie conversaban y reían juntos. Me encargué de distraerlo y caminar por los alrededores, alejándonos del bullicio y la fiesta. Terminó por aburrirse y regresamos, una excusa que me permitió buscar a Amaia. Estaba con Rosie, alejada de la multitud, al fondo de la fiesta. Me acerqué a su espalda sin que lo notara. —Estoy buscando a un gnomo —dije en un tono de voz que ambas pudieran escuchar por encima de la música—. ¿Alguien ha visto uno? —¿Gnomo? —cuestionó, mirándome, sin quejarse por mi cercanía. —Es enana y gruñona, así que sí, es un gnomo. —Muy chistoso, idiota. —Me sacó la lengua como niña pequeña—. Mejor sigue buscando. Seguro en el bosque encuentras uno, pero cuidado. Sería una lástima que te perdieras y terminara comiéndote un oso. Tuve que reír de su pésimo sentido del humor. La abracé por la espalda, descansé la barbilla en su hombro. Estaba sonriendo —Me encanta cuando me llamas idiota —murmuré antes de besar su mejilla. —¡Qué asco! —espetó Rosie con el rostro contraído—. Búsquense un rincón oscuro o algo. —No seas envidiosa, Ro. No es mi culpa que no puedas ir a manosearte por los rincones. Entrecerró los ojos y me dedicó una de sus miradas asesinas. —Eres un idiota. —Definitivamente, no me gusta que tú me llames idiota —rebatí.

—Vete a la mierda, cara de rana —protestó, haciéndome reír. —Me voy, pero te vas conmigo, limón acobardado. Me mostró el dedo corazón, un gesto obsceno que iba perfecto con su permanente mal humor. —Hazlo sufrir, Mia —dijo, posando su atención en la pelinegra—, tú puedes. —Torció el labio al mirarme de reojo—. Juega con él y después mándalo a la mierda por mí. —Eso suena como una buena idea —comentó, siguiéndole el juego. La abrecé, asegurando que no se alejara. —Envidiosa —ataqué, mirando a Rosie, disfrutando su enfado—, pero es tu culpa que sientas envidia. —Estúpido. —Miedosa. Bufó y le devolvió un vaso a Mia, estaba vacío. —Me voy —sentenció—. Rezaré a ver si me pierdo en el bosque y me come un oso. Con la suerte que cargo seguro me cruzo con el principito valiente. Se perdió en dirección contraria a la fiesta y Mia me miró con curiosidad. —Tú sabes lo que le pasa —supuso. —Problemas del corazón y secretos de Rosie. No puedo contarte sus cosas. Me regaló un beso fugaz. —Este gnomo entiende eso —dijo sin alejarse y sonreí, feliz de que nos entendiéramos. —Este gnomo es lo más hermoso de toda la fiesta y no lo sabe. Me miró de arriba a abajo. —Por supuesto que lo sé, idiota. —Me alegra que lo sepas, pero igual quiero decirlo. —Atrapé su cintura y la alcé hasta que sus pies abandonaron el suelo—. Eres lo más hermoso que he visto en toda mi vida, no solo en esta fiesta. —Pues eso no lo sabía —murmuró. —Ahora lo sabes, pulgarcita. —Creí que era un gnomo. —También lo eres, un gnomo que me debe una conversación. Se tensó entre mis brazos. —Pensé que la conversación ya no era necesaria si no tenemos que escondernos.

—No, pulgarcita. —Parecía asustada cuando dejé que sus pies tocaran el suelo—. Este idiota aprende de sus errores y si no fuera así, realmente lo sería. —Es que lo eres. Tomé su mano y logré que me siguiera. —Está vez, no te escapas. Anduve sobre el camino sin rumbo que recorriera con Aksel, buscando una construcción de piedra que divisara en el bosque. La hierba era alta y resultó más lejos de lo previsto. Nos demoramos en salir a un claro circular que rodeaba a una pequeña casa. Las puertas y ventanas estaban clausuradas. El sonido de la música era tan lejano que el murmullo del bosque la cubría. —¿Y este lugar? —cuestionó, mirando a todos lados. —Lo encontré para nosotros. —Investigaste en el bosque, de noche, y ¿encontraste esto? ¿De qué película de terror te escapaste? —De una donde asesinan a una pareja en medio del bosque para desencadenar la trama. Torció los ojos. —Muy chistoso. Inspeccionaba los detalles y resultaba gracioso ver su figura, iluminada por la luz de la luna, girando sobre sus pies. Me acerqué hasta tomar sus manos y lograr que me prestara atención. —Te traje porque quería que habláramos. —No entiendo esta nueva necesidad —dijo, forzando una voz teatral. Estaba nervioso. Seguía sin saber cómo declarar mis sentimientos. —Bastante hemos demorado esta conversación. —Será que no era tan importante. No era el único inquieto y eso, irónicamente, me calmaba, aunque hubiese olvidado lo que tenía planeado decir. —Hace meses teníamos que haber hablado de esto —declaré, decidido a que saliera lo que mi cerebro lograra soltar—. No cuando nos arreglamos hace una semana o cuando ocurrió lo de Siala. Debimos hacerlo antes, porque desde el día de tu cumpleaños, desde que nos besamos en la carretera frente a tu casa, para mí había un nosotros. Sentía sus manos sudorosas entre las mías.

>>Desde la primera vez que te besé supe que, si me acercaba a ti, todo sería distinto. —Pero después de Halloween tú... —Pasaron muchas cosas que no vale la pena contar. Asintió con una sonrisa ladina y acaricié su labio, recordando aquel primer beso. —Desde que empezamos a vernos, desde esa noche bajo la lluvia, has sido lo único que me ha dado fuerza para no dejarme vencer. Me hiciste querer ser mejor. Por mí, por mi familia y por ti. >>Sigo sin entender por qué no te pedí al día siguiente que fueras mi novia, que saliéramos juntos sin importar que fuera un secreto. >>Supongo que tenía miedo. —Me aterraba como en ese momento—. Tenía miedo a que no quisieras lo mismo, te sintieras abrumada y salieras huyendo. >>No quise apresurarme y no tenía ni puta idea de cómo hacerlo. Una risa nerviosa se me escapó. —¿De cómo hacer qué? —musitó, buscando mi mirada. Sus rasgos a la luz de la luna eran dignos de recordar. —De pedirte que fueras mi novia. Primero fue incapaz de contestar, después bajó la vista y cerró los ojos. —¿Qué cambiaría eso? Logré que los abriera al acercarme y que mi rostro quedara a centímetros del suyo. —No cambiaría nada. —Entonces, ¿para qué pides que sea tu novia? —Porque no quiero que vuelva a existir la posibilidad de que creas que no hay un nosotros. >>Para mí lo hubo en el primer momento, no había nadie más que tú. Mi compromiso fue total desde el día en que te prometí que jamás volvería a ignorarte. Sonrió con las lágrimas inundando sus ojos. >>Sé que es de dos, pero yo me comprometí contigo hace mucho. —¿Quiere decir que eras mi novio sin que lo supiera? —bromeó. —Quiere decir que me tienes a tus pies desde mucho antes de que yo pudiera notar que lo estaba. Su respiración tembló y acaricié su rostro. —Tengo miedo —murmuró.

—Mataré a cualquiera que te haga sentir miedo. —No de alguien en específico, tengo miedo a hacerlo oficial. —Contrajo sus facciones al notar mi confusión—. La única vez que tuve novio no fue algo memorable. Terminó mal y todos hablaban de mí. —Somos tú y yo, el resto puede irse a la mierda —sentencié—. Además, ¿crees que me parezco al principito valiente? —No. No tienes nada que ver con Charles, por suerte. —Me alegra escuchar eso —aseguré—. Tú no eres la misma de hace un año, no eres la que conocí hace siete meses. —Tienes razón. Rocé sus labios con los míos, suavemente. Deseé estar en nuestra habitación. —Entonces. —¿El qué? —Serías mi novia, ¿sí o no? —¿Qué más da eso? —bromeó—. Para mí el compromiso es el mismo sin esa palabra. Chasqueé la lengua repetidas veces. —Tienes que responder. —¿Por? —Porque quiero decir algo y si no respondes no puedo hacerlo. —¿Qué vas a...? La besé, mordiendo su labio con delicadeza. —Solo responde —supliqué—. ¿Quieres o no ser mi novia? —Sí, quiero ser tu novia. Su respuesta me excitó más de lo que había previsto y lamí sus labios en lo que pegaba su cuerpo al mío. —Ahora puedo, oficialmente, decir que quiero follarme a mi novia aquí y ahora.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @hernandez_1904 la hermosa administradora de Aksel en Instagram. Me dijo que amaba el diálogo donde Nika le dice a Mía que está buscando a un gnomo.

A @HilaryMorales27 y @Miyta16 que, si no me equivoco, ambas me hablaron por Instagram para que les dedicara un capítulo y tuve la suerte de ver el mensaje, siempre tarde, pero lo intento. Besito, lindas. A Bri, @nikaminovio quien me hace sentir la persona más especial del mundo con cada edit, video o palabra. Que tenía vergüenza de pedir un capítulo dedicado, cuando es tan poquito comparado con todo lo que me da cada día. Te amito. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Solo puedo decir 9 días para el final... ¿Están listas? Yo no porque todavía no termino de escribir el libro. Pfffffff... Imagino que el final de esta escena tendrá mucho de "y mis detalles". Se van al primer libro a leerlos. Detalles de "lo que Mia no contó" tendrán en los próximos dos capítulos. 😏😏😏 De momento me retiro a editar y escribir. Me queda poco tiempo y mucho que adelantar. Nos vemos por Twitter. Dejo el dibujo del que hablaba la doctora Favreau y que está en la última página que usó Nika en el cuaderno. Fue uno de los primeros fanarts que me hicieron al final del primer libro, hace casi un año. Me impactó mucho porque ya tenía pensado el tema del cuaderno y las anotaciones de Nika. Sus dibujos los imaginaba así. Es obra de la hermosa @mako.srwatt en Instagram. Es muy talentosa, amo lo que hace y pueden ir a curiosear por allá. No recuerdo su user aquí en Wattpad, pero también escribe. Besito y todo mi amor. Hay calendario de publicación, lo dejé por Twitter e Instagram, y será intenso en las próximas dos semanas. Estén pendientes.

41_Aprendió sola   Capítulo 41 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Giré por la cama, buscando el calor de Amaia para abrazarla. No la encontré y me acomodé, sin abrir los ojos. La habitación que ocupáramos, en la casa de veraneo de la familia de Sophie, era la segunda más grande. La cama, enorme, no tenía nada que ver con mi colchón viejo. Dormí tan bien que el sueño se sintió como un pestañeo. Sin molesta claridad que entrara por las ventanas, pude abrir los ojos poco a poco. La encontré en el otro extremo de la cama, despierta, tapada hasta la barbilla y mirándome. —¿Estás valorando cómo matarme? —cuestioné con voz ronca. —No. —Entonces, ¿por qué me miras dormir? Es espeluznante. —La verdad es que pensaba en cómo deshacerme de tu cadáver una vez te matara. —Muy graciosa. —Tenía el cabello mojado—. ¿Cuánto tiempo llevas despierta? —Lo suficiente. Esbozó una media sonrisa que me hizo dudar. —¿Tanto como para ducharte? Se mordió el labio y levantó la sábana para mostrar su cuerpo desnudo. Me atraganté en lo que la sangre se iba a un lugar que estaba listo para la acción desde antes de despertarme. —Estaba esperando por ti. —Volvió a cubrirse—. Duermes demasiado. Mi mente dejó de funcionar de la manera correcta. Solo pensaba en mi erección y todas las maneras en que podía frotarla contra su cuerpo. —Decidiste esperarme desnuda. —Quería despertarte, pero no estoy segura de si querías ser manoseado mientras dormías y no iba a interrumpir tu sueño para preguntar.

—¿Manoseado? —Su voz me excitaba con cada sílaba articulada—. ¿A qué te refieres? —A tocarte —murmuró—, a follarte hasta que pidieras descanso. Contuve la risa. Aprendió bien y rápido. Las palabras eran el primer estimulante, indispensable para nosotros. Sin tocarnos o vernos desnudos podíamos estar listos para el otro, aprendimos a conocernos de esa manera. —Permiso concedido —murmuré—. Puedes manosearme todo lo que quiera y, la próxima vez, exijo que me despiertes así. Se acercó, sin cuidar que la sábana cubriera su cuerpo, mostrándome sus pechos. Quise tocarla y no me dio tiempo. Se sentó sobre mí y quedé absorto en su desnudez. Sus piernas quedaron a los lados de mis caderas y su sexo contra mi erección, que seguía contenida por mi ropa interior y el condenado pijama. Mordió mi labio con delicadeza al inclinarse sobre mí. Sus pezones rozaron mi pecho y desataron una avalancha de sensaciones por mi cuerpo. —Como ordenes, idiota —murmuró sobre mi boca antes de besar mi barbilla—. La próxima vez te despertaré haciendo esto. Su boca se deslizó por mi cuello y sus manos por mi torso. Los besos y chupetones descendieron. Primero mi pecho, luego mi abdomen y el tatuaje en mi ingle. Jugueteó con el elástico de mi pijama y me dedicó una sonrisa. —Si así me despertarás, exijo que duermas conmigo todos los días. Su mirada era traviesa y seductora. —Pues te despertaré haciendo algo que aprendí sola. Relamió sus labios antes de bajar la ropa que cubría mi parte inferior. El movimiento de la sábana dejó que su olor me golpeara. Flores, gel de baño; su piel se veía suave y brillante, quería tocarla, pero estaba lejos. Se acomodó entre mis piernas y acarició mis muslos por la parte interna. Su mirada me enloquecía, sus pechos, los pezones erectos y la manera en que apretaba sus piernas a la vez que me distraía, acercándose a mi entrepierna, sin llegar a tocar donde debía. Estaba tan duro que dolía. —¿Quieres divertirte, Nika? —cuestionó con voz coqueta, apoyándose sobre las rodillas y las palmas para inclinarse a lamer el interior de mis muslos. Temblé cuando llegó a terreno tan sensible y teniendo una vista privilegiada de su espalda arqueada y su trasero. Impidió que me

incorporara, plantando una palma sobre mi pecho. —Si quieres diversión, toca quedarse tranquilo —advirtió en lo que acariciaba mis testículos. Lo hacía con cuidado y me tensé cuando su lengua reemplazó la caricia y subió lentamente por mi miembro hasta llegar a la punta. Chupó antes de dedicarme una sonrisa. Tuve que mirar al techo cuando la tomó con la mano. Su saliva permitió que la acariciara de arriba a abajo con facilidad. Mientras más tocaba, más ganas tenía de atrapar sus brazos, ponerla a mi altura y follarla. Me contuve, dejando que tomara el control y gruñí ante el calor de sus labios sobre la zona. Quise disfrutar de las sensaciones. La metió en su boca, percibí el toque de su garganta, y, aunque no pudo abrazarla por completo, no dudó en usar sus manos para estimularme. La presión y el ritmo que iba tomando me desesperaban y no quería acabar tan rápido. Intentar detenerla fue peor. La visión me hipnotizó. Lo hacía bien y lo disfrutaba. Utilizaba su mano en lo que lamía y chupaba la punta, la metía en su boca y repetía el mismo ciclo, cada vez más rápido y con mayor seguridad. Mis gruñidos la provocaban, le daban luz verde y alzó la vista, sonriente y masturbándome. Mi pene estaba a la altura de su cara, se mordía el labio, agitada, no tanto como yo, a punto de explotar. Los músculos de mi vientre se contrajeron e intenté aguantar, algo imposible, no lo permitió. Le avisé que iba a correrme y no se apartó. Volvió a chupármela y tuve que pegar la espalda al colchón en lo que mi cuerpo temblaba, mis piernas sufrían pequeños espasmos y una deliciosa sensación me embargaba a la velocidad de un tornado. Apenas podía respirar. Lamió sus labios y alzó una ceja antes de hablar: —¿Lo hice bien? —Te respondería... pero no tengo fuerzas. Rio, satisfecha. Se irguió sobre mis piernas y detalló mi cuerpo. Mi erección iba desapareciendo y había sudado. Amaia estaba tan limpia y fresca como al inicio. Le divertía verme hecho un desastre después de aquel orgasmo. —Me gustaría saber dónde aprendiste a hacer eso —dije cuando pude hablar con normalidad. —Mejor preocúpate por buscar algo para desayunar.

Se levantó en dirección al baño y deseé su cuerpo, no permitir que el despertar quedara ahí. Sin embargo, necesitaba combustible. Me vestí y dispuse a buscar algo de comer. —Asegúrate de traer algo que no cocines tú —advirtió desde el baño. Salí al pasillo con una sonrisa y disfruté que fuera lo suficientemente temprano para que estuviera vacío. La mayoría se recuperaba de la resaca de la noche anterior y no podría dar dos pasos sin desmayarse, habían bebido hasta agua del río. Me sorprendió encontrar a Rosie en la cocina. Servía leche en un bol y puso cereal encima. —¿Qué demonios haces? —cuestioné al pararme al otro lado de la meseta. Estremeció bajo el sonido de mi voz. —¿Podrías hablar más bajo? —Sostuvo su frente con una mano—. Me duele la vida. —¿Te encontraste con los osos? —No, peleé con una botella de ginebra. —Iba ojerosa, con el maquillaje corrido y el cabello revuelto—. Ganó ella y mira como quedé. —Endemoniada —declaré, señalando el bol—. ¿Leche antes del cereal? Irás al infierno. Me pegó dos cachetadas con la mirada. —¿Por qué no regresas con Mia a que te haga gemir como hace un momento? —espetó—. Podrían cortarse un poco, me despertaron. —Anoche escuché los gemidos que venían de tu habitación y no estoy protestando. Torció los labios y devolvió la atención al desayuno. —Eran de Victoria con el estúpido de turno que se escapó a primera hora de la mañana. —Masticó como camionero resentido con la vida—. Tuve que dormir en otra habitación para que ella fuera usada por uno más y me duele el cuello. Rebusqué en la nevera hasta dar con una caja de jugo y emparedados. La miré de reojo. —¿Te das cuenta de que siempre terminamos hablando de lo mismo? —¿El qué? —cuestionó, escupiendo cereal sobre la meseta. —Del Grinch —ironicé—. De Victoria, obvio. —Mentira, hablamos de lo cobarde que fuiste cuando el imbécil de Alexandre te golpeó en el parqueo. —Dio golpecitos en su barbilla con la

cuchara y fingió analizar sus recuerdos—. También te llamé cara de rana... dos veces. —Nuestras conversaciones son memorables. No respondió. Se escuchó su ruidoso masticar en lo que yo servía café y encontraba una bandeja decente para subir el desayuno. —Pienso decirle —comentó sin mirarme—. Estoy cansada de fingir y si quiere dejar de ser mi amiga, tocará aceptarlo. Tomé la bandeja y al pasar por su lado, me detuve. —Genial, así iremos al cine cuando nos volvamos a ver. Podríamos conversar de algo más que tu cobardía. Me insultó, como siempre, y golpeó mi espalda con la cuchara. Me alegró que estuviese dispuesta a confesar sus sentimientos, pero no estaba seguro de la respuesta que obtendría. Quizás, la próxima vez que nos viéramos sería para comer un litro de helado.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @sofiactfm y @notchxccz. Me escribieron por Instagram para que les dedicara un capítulo y tuve la suerte de verlo. Este va para ustedes. Es cortito, pero intenso. ❤ ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. Estoy con poco tiempo, mucho trabajo y dos capítulos sin escribir cuando falta solo una semana. Dejo calendario de las próximas actualizaciones: Viernes 24-> Capítulo 42 Domingo 26-> Capítulo 43 Lunes 27-> Capítulos 44 y 45 Martes 28-> Capítulo 46

Después de eso hablaremos de muchos detalles, cuando lleguemos ahí... Las amito. Pasen linda semana.

42_Me enamoré de Mia   Toda historia de amor tiene dos versiones. ¿Estás listo para conocer la de Nika? Clic aquí: https://w.tt/46XaaIq ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Capítulo 42 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ La recta final de estudio después de la fiesta desenfrenada no era un invento. Mis conocidos se encerraron a estudiar y olvidaron el mundo. Apagaban sus teléfonos, ponían horarios de comunicación y asistieron a los últimos días de instituto por puro compromiso, algunos ni eso. Desaparecían a la primera oportunidad. Las dos semanas antes de las primeras pruebas, ya que cada facultad era en diferente fecha, apenas vi a mi hermano y vivíamos juntos. Amaia estudiaba Cálculo por su cuenta y solo iba a mi casa si se dedicaba a Historia del Arte. Me forzaba a lanzarle preguntas del programa de estudios y recitaba las respuestas dando vueltas por la habitación. Si una no le alcanzaba para hablar por más de dos minutos, se sentaba a leer sobre el tema. Me sentía excluido, los envidiaba. Quería estar en la misma situación, aunque tuviera la seguridad de aprobar sin mirar muchos libros. Mi capacidad de retención era más alta que la media, quizás era por ser mentalmente inestable. Los genios estaban todos locos, o eso decían. La doctora Favreau insistía en que no bromeara con mi salud mental o lo instalara como mecanismo de defensa. Intentaba trabajar en ello, pero era difícil callar a mi cerebro. Lo positivo, me sentía mejor. No por Mia, mi madre o Aksel, tampoco por lo felices que se veían en los últimos días. Logré reemplazar mi pesimismo por la aceptación de que estaba hecho mierda y que estar mal no estaba tan mal. Me encargaría de mejorar y comenzaba a creer en las palabras de la doctora porque quería hacerlo.

Por la misma razón, una idea no paraba de rondar mi cabeza: decir la verdad. ¿No sería un avance real? —¿En qué piensas? —cuestionó Amaia. Yo estaba acostado en el colchón con el libro que estuviera leyendo, la mirada perdida en el techo y mis pensamientos. Ella, sentada en la puerta que comunicaba mi habitación con la azotea. —En que tu vestido parece un mantel de pícnic —dije, conjurando lo primero que vino a mi cabeza cuando la miré. Torció los labios. —Si no te gusta, lo aguantas. A mí me gusta. —Nunca dije que no me gustara —murmuré antes de regresar la atención a mi libro, pero fui incapaz de concentrarme. Terminaba la página sin la mínima idea de lo que acababa de leer y tenía que volver al inicio. Me aburrí y lo aparté. Amaia no parecía sufrir del mismo problema. Su vista estaba pegada al panfleto de turno. Acariciaba su labio inferior, distraída, y el cabello caía sobre su rostro; se le movía de vez en cuando gracias a la brisa que entraba. La luz del atardecer resaltaba su figura a contra luz. El mencionado vestido mostraba sus bonitas piernas e imaginé cómo sería acercarme y deslizar mis manos por ellas. Me regañé, siempre la interrumpía y al día siguiente salía a Prakt para su primer examen. Me reclamaba por iniciar lo que llamaba "interrupciones sexuales" y la única forma que tenía de librarme de culpa era si ella tomaba la iniciativa. Me quité la camiseta, quedando solo con el short y el torso desnudo. No lo notó, por mucho que me moví, acomodándome para llamar su atención. No tuve opción, me levanté, luciendo inocente y bajé mi short, quedando en ropa interior. Me miró de arriba a abajo, con una ceja alzada. —¿Qué haces? —Tengo calor. El verano aquí es un asco. Adoptó la cara de "no te creo nada" en lo que volví a acostarme en el colchón y fingí concentrarme en el libro. —Sé lo que estás haciendo. —¿Y eso es? —cuestioné sin mirarla. —Quieres provocarme y tengo que estudiar.

—Tengo calor —repetí—. ¿Por qué querría provocarte? ¿Qué eres, una adicta al sexo? ¿No puedes verme en ropa interior sin ponerte a pensar en lo que no debes? Entrecerró los ojos y apartó el panfleto. —¿No me estás provocando? —Claro que no. —¿No quieres que vaya hasta ahí y me siente encima de ti? —En tus sueños —mentí—. Estudia o suspenderás. Iba a volver a mi falsa lectura cuando descruzó las piernas y me atraganté. —Bueno, si dices que no me estás provocando, te creo. No llevaba ropa interior y su voz sonaba juguetona cuando sus piernas volvieron a la posición anterior. —Cla-claro que no. —Era más difícil mentir con aquella imagen mental —. Deberías seguir con lo tuyo. Soltó una risa floja. —Sería más fácil creerte si no la tuvieras así de dura. Señalaba mi erección que simulaba casa de campaña dentro de mi ropa interior. Él no sabía mentir. Solté el libro y me apoyé en los codos con un encogimiento de hombros. —Quizás quieras ocuparte de esto —acepté, perdiendo la pelea. —Quizás debas hacerte cargo tú. Retomó su programa de estudio, pero no despegó los ojos de mí. —¿Te molesta que lo haga aquí? —Negó, lentamente—. ¿Te molesta que lo haga mirándote? —Para nada, será divertido. Volvió la vista al panfleto y me deshice de la ropa interior. Acaricié mi pene con calma, disfrutando la sensación del primer toque al estar tan excitado. Su inspección nada disimulada me invitaba a más. Me apoyé en un codo en lo que me masturbaba, sin prisa. Relamió sus labios, dándose por vencida. Se puso de pie, se quitó los zapatos y quedo de pie, sobre mí. No paré de tocarme y me deleité con el cambio de su respiración cuando lo hice con ganas. Verla desde abajo me provocaba. Sus piernas cerca de mi cara, el vestido corto que me daba una vista privilegiada gracias a la ausencia de ropa interior. —Baja antes de que te baje —advertí.

Obedeció y se sentó a horcajadas sobre mis piernas. Mi pene seguí igual de duro entre nosotros. —¿Vas a seguir dando órdenes? —¿Quieres órdenes? Asintió sin contener un jadeo. Estaba a punto de rozar mi polla cuando aparté su mano. —Busca un condón —indiqué y sonrió. Lo hizo, gateando por la cama y mostrando su lindo trasero. Tuve ganas de levantarme, arrebatarle el condón y follarla es esa posición. Aguanté. —Dámelo. —Extendí la mano cuando estuvo de regreso y encima de mí. Se vio decepcionada al perder el condón. —¿Puedo tocar o lo tengo prohibido? —provocó, acariciando mis muslos y acercándose a mi entrepierna. —Tócate —ordené, ignorándola—. Tócate porque tú te preparas para ser follada. —Ya estoy más que lista para eso. —Pero igual te vas a masturbar para mí. —La manera en que su pecho subía y bajaba me decía lo que le excitaban mis palabras—. Lo harás porque yo digo que lo hagas, ¿entendido? No protestó. Lamió sus dedos, haciendo que un cosquilleo tensara mi ingle, y bajó la mano hasta desaparecerla. Soltó un gemido de placer. Subí su vestido hasta la cintura para ver como, con tres dedos, estimulaba su clítoris. —Más despacio. Protestó, pero obedeció. Acaricié su cuerpo, bajé los tirantes de su vestido y dejé sus pechos al descubierto. Pellizqué sus pezones, duros por la excitación. Gimió alto, con la confianza de que estábamos solos en la mansión y aceleró el movimiento de su mano entre las piernas. —Quieres que te folle duro —comenté, chupando sus pechos. —Quiero que lo hagas ahora. Sus manos abrazaron mi pene, desesperada por obtener lo que deseaba. La forcé a girar hasta que quedó de cara al colchón y su trasero entre mis piernas. Aprisioné sus brazos por encima de la cabeza. Me incliné, asegurándome de rozar mi erección entre sus nalgas. Lamí su oreja y se removió, incapaz de escapar de la posición en que la inmovilizara.

—Sigues siendo muy desesperada —susurré, dejando suaves besos por su mejilla. No podía girar a verme—. ¿Siempre serás así o aprenderás a tomarlo con calma? —Tengo que estudiar —masculló contra el colchón—. Pensé que sería rápido. —Entonces, así será. —Alcancé mi camiseta—. Te amarraré para que estés quieta por una vez en tu vida —advertí, juntando sus muñecas—, es momento de protestar si no quieres. —¿Me follarás duro? Su voz era mi kriptonita. —Te follaré tan duro que esta vez gritarás mi nombre. —Entonces átame lo que quieras y donde quieras. —Coloqué mi rodilla entre sus piernas, la presioné contra su sexo y gimió. Se removió, dejándome saber lo húmeda que estaba, buscando alivio en lo que me ocupé de atar sus manos. La hice girar y de nuevo tuve la vista de sus pechos desnudos, el vestido hecho un desastre y el cabello revuelto por los abruptos cambios de posición. Me coloqué entre sus piernas en lo que me colocaba el condón. —Si sigues moviéndote, no hay trato. Asintió en lo que acaricié su entrada con la punta. Hice que se deslizara entre sus labios y la hiciera jadear al frotarla contra su clítoris. Repetí la acción tantas veces que terminó protestando y tuve que dedicarle una mirada de advertencia. No fue hasta que se calmó que alcé sus caderas y la penetré de una vez, disfrutando la gloriosa sensación. Arqueó su cuerpo y la tomé por la cintura, hundiéndome en ella. Entré y salí un par de veces antes de embestirla con fuerza. Sus gemidos iban en ascenso, junto al sonido de nuestros cuerpos golpeando uno contra el otro; una sinfonía que me llevaba al límite en escasos segundos. Salí de ella cuando más desbocada estaba y trató de incorporarse para protestar. Fue imposible con las manos atadas, en lo que volvía a ponerla boca abajo y me sentaba sobre su trasero. —Dijiste que sería rápido —protestó. Se refería a la frustración de negarle el orgasmo a la primera oportunidad. Acomodé sus manos sobre la cabeza y acaricié su espalda. —Así te gustará más —murmuré, deslizándola entre sus glúteos hasta encontrar su entrada y adentrarme con delicadeza. Se le escapó un sonido

de sorpresa—. ¿Te gusta? —pregunté, sacando y metiendo solo la punta. Gimió en respuesta—. Si mantienes las manos donde debes, puede que te enseñe algo entretenido. Seguí balanceándome suavemente, dejando que se acostumbrara a la sensación desde una posición distinta, donde podía lastimarla si iba muy profundo. Poco a poco sus jadeos pidieron más. —Tienes las piernas juntas —dije, amasando su trasero—. Si las mueves una contra la otra te gustará más. Lo hizo y aproveché para penetrarla al completo. Soltó un gemido que ahogó al enterrar la cara al colchón y no paró de removerse en lo que la embestía. Se sentía apretada y húmeda desde esa posición. La opresión intermitente de los músculos de su vagina debido al movimiento de sus piernas era demasiado. Nos íbamos desesperando, mi vientre se contrajo y las ganas de correrme hicieron que bajara la velocidad. —No, Nika —gimoteó, agitada—. Sigue, por favor, sigue. Quería lo mismo y con gusto cedí a sus deseos. La tomé de la nuca y fui tan salvaje como me pedía a gritos, pronunciando mi nombre y enloqueciéndome hasta que ambos llegamos al clímax. Me dejé caer sobre ella, intentando no aplastarla. Incapaces de recuperar el aliento, mantuvimos el silencio. Nuestros cuerpos estaban sudados y sentía que aquellos minutos habían sido horas. —Eso... eso estuvo bien —jadeó e intenté apartar el cabello de su rostro —. Muy bien. Sonreí y besé su mejilla. —Ya puedes seguir estudiando. Se le escapó una risa tonta y desganada. —Creo que necesito cinco minutos. ~❁ ✦ ❁~ Llegué a la carpintería cerca de las ocho de la mañana. Me sentía nervioso y no por ser un trabajo nuevo en el que, gracias a la amabilidad del padre de Sophie, dueño del negocio, tendría el puesto de encargado durante el verano. Mia nervios se debían a que Amaia estaba saliendo hacia Prakt para tomar su examen. Confiaba plenamente en que tendría la nota máxima, pero quería llamarla. No lo hice con tal de no estresarla.

Iba recorriendo la carpintería con el actual encargado cuando el teléfono vibró en mi bolsillo. Lo ignoré para no interrumpir al amable señor, pero fueron demasiadas llamadas y tuve que excusarme para contestar. Era ella. —Perdón, pulgarcita, no puedo hablar —dije al contestar. —Necesito ayuda —musitó y supe que estaba al borde de la desesperación. —¿Pasó algo? ¿Estás bien? Mi mente creó, como siempre, los peores escenarios y un accidente fue el primero de ellos. —Perdí el maldito autobús y no tengo manera de llegar a Prakt. —¿Cómo perdis...? —Mala suerte —interrumpió—. Juro que si no estuviera desesperada no estaría molestando. —Dime, ¿qué hago? —Tengo que llegar a la estación de trenes antes de la diez de la mañana. —Espérame fuera de la terminal. No tenía tiempo para argumentar. Me disculpé con el encargado y le di una breve explicación, asegurando que era una emergencia y que duplicaría las horas que estuviera fuera. En dos minutos estuve sobre la moto y en dirección a la estación de autobuses. Al arribar, Amaia corrió a mi encuentro. No teníamos tiempo de hablar. Aseguramos su maleta y le pasé el casco antes de salir de voladas por la carretera. Agradecí estar en un pueblo en medio de la nada donde las carreteras estaban desiertas y no había controles de velocidad. Mia se agarraba a mi cintura en lo que yo iba lo más rápido posible hasta la apartada estación de trenes. Corrimos, atravesando el desperdicio de espacio que era el lugar. Una construcción antigua y descuidada que había perdido su gloria y se notaba lo poco transitada que era. Cuando llegamos a la desolada plataforma con varios estanquillos, solo encontramos a una señora trabajando. Se vio sorprendida al vernos agitados e hizo su trabajo más lento de lo que una persona cansada de su empleo lo haría. Podía ser a propósito o que vivía frustrada y no tenía ganas de ver la cara de nadie. Amaia se desesperó y seguía cada unos de sus movimientos. No respiró en paz hasta que tuvo su pasaje en la mano, con la seguridad de que su tren

llegaría en cinco minutos. Caminó por el andén, arrastrando los pies e intentando recuperar la compostura. La alcancé y tenía el rostro en dirección al bonito paisaje veraniego de la zona llana frente a la estación, pero tenía los ojos cerrados. —No te rías —masculló. Junté los labios con tal de no hacerlo. —No iba a hacerlo. —Me dio una mirada envenenada—. De verdad no iba a hacerlo —mentí, sosteniendo la carcajada—. Solo tengo una pregunta, ¿dónde estabas que no viste el autobús irse? —Lo vi cuando salí del baño. —Apartó la mirada—. Comí demasiado, estaba vomitando. No pude soportarlo. Mi risa resonó por el andén y la señora que vendía los pasajes me miró de mala manera. Amaia estaba tan roja que creí la cara le explotaría. —Lo siento, lo siento. —No podía controlarlo. La abracé por los hombros—. ¿Estás bien? —Ahora que podré tomar mi examen, sí —admitió—. Creí que moriría cuando vi imposible llegar a Prakt. —¡Oh, pulgarcita! —El tono de su voz me rompió el alma y la abracé de frente y con todas mis ganas—. Tranquila, llegarás a tiempo. Escondió la cara en mi pecho hasta que pasó el mal trago. Se había asustado y seguía nerviosa. —Siento haber molestado —murmuró si alzar la cabeza. —No me... —El sonido del tren acercándose me interrumpió—. No me molestas, Amaia, tú nunca me molestarías. —Podía haber llamado a mis padres y no traerte problemas en tu nuevo trabajo. Rodé los ojos. —Repondré las horas después, no me demoré tanto. —¿Tanto? —Pensé que tendría que llevarte a Prakt. —Lo había valorado en el camino a la estación de autobuses—. Habrían sido casi ocho horas para dejarte y regresar. Por alguna razón adoptó un gesto de cachorro abandonado que me derritió. —¿Me habrías llevado en moto hasta la ciudad? La tomé de la barbilla.

—Te habría llevado cargada y corriendo con tal de que tomarás ese examen. Me dedicó aquella mirada que solo tenía para mí, la que me hacía sentir especial y digno. Tener su cariño y compañía era lo más hermoso que sucediera en mi vida. El tren dio un último frenazo para detener su lento movimiento. Era un transporte antiguo y el sonido molestó, demasiado alto. Mia se puso de puntillas y me besó en la cara. —Gracias. —Siempre que me necesites. Rocé sus labios con un beso. —¿Sabes algo? —murmuró sin alejarse—. Jamás creí que pudieras ser tan tierno. No fui capaz de responder, solo detallar su rostro. Sacaba lo mejor de mí, por eso me había enamorado de ella. —Jamás creí que existiera alguien como tú —confesé, besando su frente. Disfruté su exquisito aroma a flores antes de que se alejara con maleta en mano. —Deséame suerte —dijo, caminando de espaldas. —No te hace falta —aseguré para que se sintiera más segura. Me sacó la lengua y prestó atención a la escalerilla. Me percaté de que aquel era un adiós temporal, no muy distinto al que tendría lugar en un par de meses. Ella se iría a la universidad y yo me quedaría. Sin importar la distancia, seguiría siendo igual de especial en mi corazón. —¿Todo bien, idiota? —se burló, alzando la voz por encima del primer llamado del transporte—. Deberías irte a menos que pienses perseguir el tren como en las novelas románticas. Por alguna razón no me sentí mal al imaginarla lejos. No apareció la opresión en el pecho, las sudoraciones o los temblores. Un cosquilleo en el estómago me gritó lo tanto que la extrañaría y lo feliz que me haría saber que estaba cumpliendo sus sueños. Mi mente viajó en el tiempo e imaginé el futuro. Yo en Soleil, ella en Prakt. No estar juntos era posible mientras ambos estuviéramos bien. Mi cuerpo se movió por sí solo. Terminé montando al tren, un escalón por debajo de ella.

—¿Estás loco? Bájate. —Abrió demasiados los ojos y se acomodó en el pequeño espacio—. Si quieres ir a Prakt conmigo es muy bonito, más romántico incluso que perseguir el tren, pero ni tan siquiera tienes boleto y... —No quiero ir contigo a Prakt —interrumpí. —Qué decepción... La tomé de la barbilla, callando su espectáculo dramático, y la besé. —Tengo algo que decirte —murmuré. —¿Ahora? —Algo que debí decirte hace mucho. —Mal momento el que escogiste —gritó por encima del segundo llamado del tren. —Nunca es mal momento —aseguré. —Tengo mis dudas, chico listo. Tienes que... Volvía a callarla con un beso, uno profundo y suave que me dejó exteriorizar lo que sentía. La tomé de la cintura, despeiné su cabello y deseé fundirme a ella por un par de segundos, en los que me respondía con la misma ternura. El tren comenzaba a moverse con el tercer llamado y me separé. —Te amo —murmuré. Sostuvo la respiración. La besé antes de bajarme del tren y sonreír en lo que la veía alejarse con expresión sorprendida y sin cambiar la postura. Desapareció, pero la calma no se fue con ella, quedó en el cosquilleó en mi estómago y el latido emocionado de mi corazón. La amaba desde hace mucho y no fue hasta ese momento que me sentí capaz de decirlo. La amaba por quien era y no por lo seguro que me sentía a su lado.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @DarisDaris1, que olvidé dedicarle al capítulo de la semana pasada. Perdón, este es tuyo.

A @DRUCILARECINOS, que cumplió años hace unos días. Espero que la pasaras bonito,  linda, felicidades por dos, ya que felicité a las que cumplían el mismo día y están en el grupo. ❤ ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones. No puedo extenderme. Estoy a mil de trabajo, no he terminado de escribir un par de capítulos y tengo cena en la noche. No celebro navidad, ni nada, pero felices fiestas. Les deseo todo lo bonito de este mundo. Nos leemos pronto, seguido y con capítulos largos, creo que demasiado.

43_ Somos las víctimas   Capítulo 43 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Salí del trabajo más tarde de lo común. Cubrí el par de hora que me tomó llevar a Amaia a la estación de trenes. La dulce satisfacción de haber dicho que la amaba no se iba, me mantenía con una sonrisa de estúpido. Su cara de sorpresa en lo que el tren se alejaba inundaba mis recuerdos hasta atontarme. Pasé el día en las nubes y deseando que le estuviera yendo bien en su examen. Cuando iba saliendo, en busca de la moto, una figura se atravesó en mi camino. Una persona me tomó de los hombros para zarandearme con fuerza. Casi le pego, creyendo que era un peligro, pero reconocí a Rosie. —Pensé que no te encontraría —se lamentó. —¿Qué pasó? Cabello despeinado, sudada, agitada y pálida. Parecía inexperta corredora acabada de terminar un maratón. —Todo... mal —jadeó, asustada y la tomé del brazo para evitar a la gente que empezaba a mirarnos. Cruzamos la calle hasta el parque del centro de Soleil y el banco más alejado, el que usaban las parejas para meterse mano en las noches. La senté y siguió sin hablar. Comencé a asustarme, pensando en Alexandre. Cuando pregunté si ese era el problema, negó, mirando sus manos e incapaz de articular palabra. Saberlo me tranquilizó y esperé a que recuperará el aliento para cruzar a comprar helado y un par de botellas de agua. —¿Puedes decirme qué pasó? —cuestioné cuando dio muestra de vida al aceptar el helado. —Lo hice —murmuró—, le dije a Victoria. >>Estábamos en su casa y le dije que teníamos que hablar. —Su mirada estaba perdida y el helado empezaba a derretirse—. Primero le conté que me gustaban las chicas y se vio tan sorprendida que me acobardé. —¿Por eso estás así?

Negó. —Me hizo muchas preguntas hasta llegar a cuándo me había dado cuenta. Le confesé que empecé a cuestionármelo después del trío con Charles. —Tragó en seco—. También le dije que salí con un par de chicas y que soy lesbiana. >>Ella... ella se enojó. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Empezamos a discutir, me reclamó por no haberle contado antes, yo le eché en cara que pasaba de chico a chico y se olvidaba de mí... Fue horrible. El helado embarraba su mano y goteaba al suelo. No lo notaba. >>Nos dijimos horrores —murmuró—. Jamás habíamos discutido. —Lo siento mucho. No sabía cómo ayudarla y me sentía algo culpable por incitarla a sincerarse. Le arrebaté el helado y lo boté en el cesto más cercano. Me encargué de limpiar su mano con agua y una servilleta en lo que ella no prestaba atención. —Eso no fue todo —agregó, llamando mi atención—. Mientras discutíamos lo dije, lo grité, que estoy enamorada de ella. Nos miramos sin poder decir nada. >>Quedamos así mismo. —Nos señaló—. Puro silencio y me quería morir. —¿Por eso saliste corriendo? —No, ella me besó. —¿Qué? —Me besó con ganas. Lo hizo como si quisiera hacerlo y yo no le respondí. —¿Eres estúpida? —Me puse nerviosa —chilló. —¿Qué le dijiste? —Nada, ahí fue cuando salí corriendo a buscarte. Pensé escuchar mal hasta que Rosie asintió lentamente, ayudándome a procesar la información. —Creí que era torpe para lidiar con mis sentimientos hasta que te conocí. Su expresión cambió y la castaña malhumorada regresó a su cuerpo. —No vine a que te burlaras de mí. —No me burlo, te llamo estúpida. —Estúpido tu culo.

—Es que lo eres. —Tuve ganas de darle un coscorrón—. La chica por la que llevas meses sufriendo acaba de besarte y sales corriendo. Contrajo el rostro hasta que, poco a poco, el enojo se convirtió en tristeza. —Soy estúpida —se lamentó, escondiendo la cara entre sus manos. Lloriqueó a su manera, murmurando insultos para ella y para mí. La gente que pasaba, aunque alejada, nos miraba de reojo. Parecíamos una pareja en plena ruptura donde yo acababa de romper su corazón. —Rosie —llamé sin obtener respuesta y pinché su hombro—. ¿Vas a quedarte ahí toda la noche? Empieza a oscurecer. —¿Qué hago? —¿De qué? —De desayuno, ¿arepas? —soltó con sarcasmo—. ¿No te jode? —Deja de pedirme consejos, ¿puedes? —Pero no sé qué hacer. —¡Llevamos medio curso en lo mismo! —exclamé—. Yo te digo la mejor opción y tú haces lo que quieres. —No es tan fácil. —¿Piensas que no lo sé? Yo no puedo ni seguir los consejos que te doy y mi vida es un desastre. —No creo que la mitad de la mía. —¿Quieres competir? Me miró con tristeza. —Soy adoptada, mis padres homosexuales y me han menospreciado, atacado y odiado por eso —murmuró—. Además, ellos se están divorciando y en malos términos. Estoy en el puto medio. >>Para este pueblo de mierda seré la lesbiana hija de dos maricas y que se enamoró de su mejor amiga. No voy a contar la estupidez que acabo de hacer. —No podemos competir —acepté—. No hay competencia entre los problemas de nadie porque todos son relevantes. Los tuyos son tu infierno y los míos... pues son los míos. —Su dolor no era menor que el mío, sin importar la situación—. Cada cual tiene su mierda encima. Bufó por lo bajo y no me contradijo. Me sorprendió la naturalidad con que resumiera su vida y conflictos. Tuve ganas de hacer lo mismo, incluso lo enumeré en mi mente. Se veía tan sencillo contarlos de esa forma.

—Vete a casa —dije—. Toma una ducha y haz lo que debes hacer. —¿Eso es? —Lo sabes perfectamente, no voy a decirlo. Palmeé su hombro y le di la espalda. Murmuró un par de insultos en lo que me alejaba. No me importó, buscarme e insultarme era su manera de decir que confiaba en mí y, sin quererlo, acababa de ayudarme. Quería llegar a casa y estaba tan concentrada que casi me atropella un taxi cuando cruzaba en dirección al parqueo. Una vez estuve en la moto, no me preocupó exceder el límite de velocidad por segunda vez en el día. Atravesé la puerta de la mansión llamando a mi madre y hermano. Respondieron desde la cocina. Los encontré terminando la cena y de buen ánimo, el que tuve miedo de arruinar cuando pedí que habláramos. Nos sentamos a la mesa del comedor, una costumbre para lidiar con los problemas familiares y donde siempre dejábamos libre la cabeza, el lugar que acostumbraba a usar mi padre. Esa vez lo tomé yo y ambos me vieron, sorprendidos. —Creo que es hora de contar la verdad —solté de una vez porque habíamos vivido suficiente tiempo dándole vueltas a nuestros problemas o huyendo de ellos. Se miraron entre sí. —¿Pasó algo? —Mamá puso una mano sobre la mía—. ¿Siala dijo algo de... tu padre? —No pasó nada. —Miré a Aksel—. Tenías razón. Somos las víctimas y llevamos años cubriendo al culpable. —Aceptarlo y decirlo no es... —Nika —interrumpió mamá—. Sabes que si vamos a la policía el proceso será eterno y él puede encontrarnos antes, por eso huimos, por eso... —No podemos seguir huyendo. —Llevamos aquí casi un año —dijo Aksel—. No tenemos que huir. —La universidad a la que aplicas es en Prakt. Tendrás que hacer un semestre antes de trasladarte a otra ciudad para seguir estudiando — puntualicé—. ¿Crees que estarás seguro esos meses? Mamá cubrió su rostro con las manos. >>Tendremos que pagar por ese cambio y de igual forma estarás lejos. Nunca sabremos si estás a salvo, jamás lo estaremos mientras él esté vivo o libre.

—No podemos —murmuró mamá—. Si lo hacemos él los lastimará. —Lo mismo me dijo —confesé—. Nos chantajeó de la misma manera, nos extorsionó prometiendo hacerle a Aksel lo que a Emma. Mamá empezó a llorar en silencio y Aksel se tensó. >>No quiero seguir huyendo, no... Me interrumpió el sonido de unos golpes sobre el cristal de la puerta principal. —Yo voy —dijo Aksel, poniéndose de pie y haciendo una señal para que me ocupara de calmar a mamá. La obligué a mirarme cuando estuvimos solos y limpié sus lágrimas. —No puedo permitir que algo les suceda —gimoteó. —Nada pasará. No lo sabía y estaba igual de asustado. —La policía no —suplicó. —Podemos empezar por algo más sencillo. —Negó repetidas veces—. ¿Qué tal si le contamos la verdad a la doctora Favreau? Cubrió su boca para contener un hipido. —Sabrá que llevamos todo este tiempo mintiendo. —Sabe que lo hacemos, desde el principio. —¿Cómo...? —No es tonta y lleva meses hablando con nosotros, en privado y sin comentar lo que cada uno expresa en su tiempo. ¿Piensas que no ha notado que ambos hemos sufrido violencia física y psicológica? Su labio tembló. >>Podemos contarle a ella y ver cómo avanzamos antes de tomar... —¡Qué linda familia! —proclamó una voz ronca, conocida—. ¿Haciendo planes sin papá? El aire se escapó de mis pulmones cuando alcé la vista. Con barba algo más canosa, el cabello crecido y la misma mirada amenazante con la que aparecía en mis pesadillas... mi padre. —Estás en mi puesto, Nikolai —comentó con una sonrisa socarrona y un afilado cuchillo sobre el cuello de Aksel.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ A @valeriamurdez que me pidió  el capítulo del 25/12 y fue hace tanto que no recuerdo si es porque hoy era su cumpleaños.  Si es así, felicidades, si no... pues tu capítulo. ❤ ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Champiñones, esto se acaba pronto... Va a pasar otra vez... Decidí cambiar, habrá un capítulo diario hasta el martes... Creo que será más... ¿divertido? Espero que estén listas. Las amo y me voy a seguir escribiendo porque no tengo el capítulo de mañana, ni el del lunes, están a medias. Cuídense mucho y feliz navidad.

44_Un boleto de salvación   Capítulo 44 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ No podía apartar los ojos del cuchillo en la garganta de Aksel. —No imaginan lo que esperé este momento —declaró—, tanto que será mejor de lo esperado. Con habilidad, clavó algo en el cuello de mi hermano. Me puse de pie y mamá gritó. Cuando las piernas de Aksel golpearon el suelo y sus ojos se cerraron, entendí que no había sido el arma, sino una aguja. —Un sedante —confesó, al tiempo que el cuerpo de Aksel caía—. No se preocupen, esto será muy lento. No me atreví a dar un paso y su vista se clavó en mi madre. —Ven, Anette, no tengas miedo. —Extendió la mano para que la tomara —. No finjas que no lo harás —murmuró sin obtener lo que quería y eso cambió su expresión por una amenazadora—. O vienes o le rajo el cuello a este. Pateó el cuerpo en el suelo y mamá se apresuró a obedecer sin que yo pudiera impedirlo. Una sonrisa se extendió en sus labios al tocarla. —Siempre tan hermosa —dijo antes de tomar otra jeringa de su bolsillo y destapando la aguja. Mis piernas eran de plomo. Solo pude ver cómo la sedaba, caía en sus brazos, inconsciente, y la dejaba en el suelo. Se acercó, logrando que sus pasos resonaran por el comedor en lo que yo temblaba. Me sentí el mismo niño de trece años que descubrió al monstruo que tenía por padre. No había cambiado mucho. Su piel más maltratada y los labios resecos. Los ojos inyectados en sangre y el olor a alcohol que lo acompañaba. —Dime, Nikolai, ¿dónde escondes mi pistola? —El miedo me impedía hablar—. ¿Tengo que amenazarte o harás el juego más fácil? —Mi... mi habitación... —balbuceé, pasando la vista por los cuerpos en el suelo—. Último piso... Hay unas cajas... —Eso era lo que necesitaba.

Sentí una punzada en el hombro y su rostro se fue oscureciendo hasta desaparecer. ~❁ ✦ ❁~ —¿Quieres dormir eternamente? —cuestionó una voz lejana, áspera. Mis párpados pesaban y tenía ganas de vomitar. >>Tu madre y hermano despertaron hace mucho. —La mención hizo que recordara lo sucedido—. Tuvimos una bonita charla, por separado, claro. Logré alzar la cabeza a pesar del dolor en el cuello y me costó entender que estaba en mi habitación. Mis piernas, atadas a la silla en que me sentara, las manos a la espalda y, para inmovilizarme por completo, reforzó con una cuerda rodeando mi pecho. —Pensé que podríamos conversar. —Estaba sentado en una esquina de mi colchón, con la pistola desarmada para limpiarla—. Extrañé nuestras charlas. Mi visión iba y venía, parpadeaba sin que mis ojos se cerraran. Todo daba vueltas y no pude hablar cuando lo intenté. —Es el calmante —explicó sin alzar la vista—. Durará poco más de veinticuatro horas. Era de noche y no pude calcular cuánto estuve inconsciente. La luz de la luna se colaba en mi siempre iluminada habitación. —Mal trabajo, ¿sabes? —dijo al terminar con el arma y verificar que estaba preparada para disparar—. Descuidada y sucia, pero no la has usado. De mi garganta salió un sonido ronco e irreconocible cuando intenté hablar. Mi visión se nubló y al volver, caminaba de un lado a otro. Seguía hablando y no era capaz de seguir sus palabras. Nos insultaba, llamándonos malagradecido y culpables de sus desgracias. Mi consciencia iba y venía. No podía pensar con claridad o preocuparme por Aksel y mi madre. Sus rostros pasaban delante de mis ojos en lo que intentaba prestar atención a lo que Nikolai decía. Dos cachetadas me espabilaron. —¡Despierta! —espetó cerca de mi cara—. ¿Ahora quieres dormir? Me pegó una tercera vez e hice lo imposible por atenderlo. —¿No quieres saber nada del resto de tu familia? —Logró que algo de fuerza regresara a mi cuerpo y tensé la mandíbula de impotencia. No podía removerme en el asiento—. Tu madre no ha dejado de llorar, es normal en

ella. Tu hermano me sorprendió. Fue capaz de mirarme a los ojos. Parece que creció, pero sigue siendo el mismo niño asustado. —De... déjalos. La lengua me pesaba y no podía articular. —¿Y tú, Nikolai? —Se inclinó hasta mi altura—. ¿Olvidaste el pasado? —Su dentadura se expuso más de lo que exigía una simple sonrisa—. ¿Olvidaste lo que hiciste en Prakt? ¿Olvidaste lo que le hicimos a Emma? No pude protestar y un par de lágrimas se me escaparon. >>Espero que no. Los asesinos son siempre asesinos. —Su aliento etílico quedó a mi alrededor—. Tú y yo somos iguales, eso no lo cambia la distancia y una casa mugrienta en medio de la nada. Caminó a mi alrededor, provocando que me mareara. >>Eres lo mejor que hice en esta vida, pero te resistes a aceptar quien eres, la grandeza que corre por tus venas. Se le escapó un suspiro de decepción. >>Supongo que esta ya no es una familia. —Se paró detrás de mí—. Esta vez se irán todos los Holten. Un golpe en mi nuca fue lo último que sentí. ~❁ ✦ ❁~ Agua helada golpeó mi cuerpo. Temblé y quise ponerme de pie. Alguien lo impidió, aplastando mi pecho. Tenía atados pies y muñecas, en el suelo y capaz de, a duras penas, girar sobre mi espalda. Nikolai lanzó la cubeta con que me aventara el agua y me apuntó con la pistola. —¿Tuviste lindos sueños? Seguíamos en mi habitación. El sol estaba tan alto que se colaba perpendicular por las ventanas. Debía ser medio día. —Mamá —dije con voz ronca, débil—, Aksel... ¿Dónde...? —Atados, sedados y durmiendo plácidamente. Salió de mi campo de visión y regresó con unas llaves en la mano. —¿De quién es el auto que hay abajo? —Mi garganta se selló—. ¿Es de la chica que fuiste a buscar a la estación de autobuses? No poder controlar mi respiración le dio la respuesta. Hizo sonar el llavero entre sus manos y admiró la letra "M" que lo adornaba con una sonrisa malintencionada.

—¿Crees en el destino, Nikolai? —Me miró con la misma expresión—. Le saqué poca información al adorado tío Ibsen, pero algo con tu amiguita Siala me dio una pista. Regresó de un viaje y se comportaba diferente, me miraba con miedo. >>Su padre dijo que estuvo en Indaba y creí que los encontraría si viajaba al sur. Estaba en la estación cuando esa chica apareció. Iba al lugar equivocado hasta que ella me miró con esos ojos de "presta atención". Lo sentí. Me hizo girar de una patada. >>¿Es tu novia? —No. —Pero tienes su auto. —Pidió... Tengo que buscarla en la tarde, es un trabajo. —Un trabajo —repitió—. ¿Por eso vas corriendo a encontrarla cuando te llama? —Es una amiga. Caminó hasta mi escritorio, del que tenía una buena vista gracias a que me pateara. —Una amiga especial —comentó, moviendo los libros. Analizó el cuaderno con cubierta de cuero por más tiempo del necesario y luego mi teléfono. —¿Puedes avisar que no vas a buscarla? A mi cerebro, incapaz de pensar a toda velocidad, le costó saber lo que pasaría. Ella encontraría transporte y vendría a la mansión, corriendo al peligro. —¿Te comió la lengua el gato o hay algo que no estás diciendo? —Querrá saber por qué no fui. Vendrá y sabrá que estás aquí —confesé, esperando que temiera ser descubierto. Se acercó a la ventana. —Cierto. Es la vecina. —Me observó por encima del hombro—. Bonita familia. Salieron muy temprano. Lo sabía todo e intentaba jugar conmigo, como siempre. —Déjalos fuera de esto —gruñí, revolviéndome, aunque mis músculos no respondieran y el esfuerzo fuera en vano. —¿Cómo podría si ahora tengo una nuera? —Abrió los brazos al techo y dio vueltas sobre sus pies—. Un nuevo miembro en la familia. —¡Ella no tiene nada que ver conmigo!

Bajó la vista. —¿Quieres deshacerte de ella? —No es nada para mí, no tengo que deshacerme de nadie —mentí sin saber cómo alejarlo. —Sé que mientes, Nikolai, pero te daré una oportunidad. —Se agachó para estar más cerca—. Si rompes con ella, entenderé que no es parte de la familia y no terminará como nosotros, ¿qué te parece? —¿Qué quieres decir? —La familia Holten se va de viaje sin retorno —confesó con una sonrisa perturbadora y descansando la pistola sobre su sien—. Imagina los titulares. "Familia comete suicidio colectivo en la antigua mansión Bakker". Soltó una risa maniaca. >>Saldremos por la puerta grande. —Estás loco. —Sí, pero tú también. Me estremecí. —Déjalos en paz y haré lo que quieras. —Giró la cabeza a un costado, valorando mi propuesta—. No les hagas daño, te lo suplico. Bufó. —Es increíble como logras conmoverme por ser mi preferido. —Fingía sin esforzarse, lo estaba disfrutando—. Te concederé una oportunidad para salvar a quien amas. —¿Solo puedo salvar a uno? —No soy tan retorcido —aclaró, mostrándose dolido—. Tu madre y Aksel nos acompañan hasta el final, no puedes salvarlos. Sin embargo, tu novia tiene un boleto de escape. Dio un par de palmadas en mi mejilla. —Si no forma parte de la familia, no le pasará nada y tendrá su final feliz. Quería lastimarme, lo disfrutaba. >>A menos que ella sea tan importante que no puedas dejarla ir. —Puedo hacerlo. —Perfecto, pero iremos juntos a recogerla y si veo que el cariño es muy grande no tendré más opción que aceptarla en la familia. —El sarcasmo en su voz era evidente—. No quiero verte sufrir por amor. Se puso de pie. >>¿Tenemos un trato?

—Sí —dije, tragando en seco. —Entonces vístete bien. No querrás dar una mala imagen ante tu futura ex novia. ~❁ ✦ ❁~ Conduje con las manos aferradas al timón al punto que terminaron entumecidas. Solo podía mirar al camino y el retrovisor. Me seguía en aquel taxi destartalado que robara. Podía imaginar la sonrisa de satisfacción por llevarme camino a más angustia. La salvarás —me repetía para calmar los nervios. Mamá y Aksel venían a mi mente, no los podría salvar. Nikolai había repetido varias veces lo de encontrar nuestro final. ¿De verdad podría matarnos y suicidarse? ¿Lo diría por manipularme? Mia, piensa en ella —me recordaba—. Solo tienes que quitarla del camino y hacer un trato con él para dejar a mamá y Aksel fuera del juego. La esperanza dolía. Sabía que salvarlos a todos era imposible. La estación de autobuses no tenía movimiento cuando llegamos. No me atreví a bajar del auto. Parqueó y estuvo en mi ventanilla en pocos pasos. —Atiéndeme bien, Nikolai. —El nombre y el olor a bebida me golpeó—. Dices lo que no debes a tu novia y la mato delante de ti, me da igual el espectáculo porque después haré lo mismo con tu madre y tu hermano. La idea me hizo temblar. >>Te estoy dando una oportunidad —murmuró—. Puedes salvarla o hacer como con Emma, matarla. Miró el reloj. >>Falta poco, Romeo, prepárate para el teatro. —Me tomó por la nuca e hizo salir de auto—. Tienes diez minutos. Me soltó y no tuve el coraje de mirarlo. Me paré frente a la entrada y cuando mis piernas empezaron a fallar, caminé de un lado a otro. Encendí un cigarrillo de los que seguían en mi bolsillo y vi, de reojo, que había vuelto al taxi. No me quitaba los ojos de encima. El movimiento de la estación y el sonido de los altavoces, indicó la llegada del autobús. Mis dientes castañetearon y el cigarrillo casi se me cae de la mano cuando Amaia apareció. Dejó su maleta atrás y corrió a mi encuentro. Pasó los brazos por mis hombros y plantó sus labios sobre los míos. La calidez de su cuerpo llegó y

por primera vez tuve terror por tenerla cerca. Mientras él viera lo que me importaba, más peligro para ella. —¿Pasa algo? —cuestionó al separarse. No la había tocado, no podía. Le di una última calada al cigarrillo y me deshice de él, no tenía tiempo para perder. —Tenemos que hablar, Amaia. —¿Hablar de qué? —Sus ojos se abrieron, llenos de miedo—. Es tu madre. ¿Pasó algo que...? —Mi madre está bien —interrumpí con tono grosero—. Es sobre nosotros. —Puedes hablarme bien —rebatió, dolida—. No hay necesidad de que me trates como empleada del siglo pasado. Me iba a costar, pero mientras más distante fuera, más fácil sería. Tenía que lograr que me creyera y jamás quisiera volver a verme. —Lo siento. No es como si fuera fácil decirlo. —Pues di lo que quiera. —Cruzó sus brazos—. Yo también tengo algo para decir. —Dudo mucho que quieras hacerlo cuando termine. —Eso no lo sabes, suéltalo de una vez. Un dolor punzante atravesó mi pecho. —Tenemos que terminar. Primero no se dio por aludida, poco a poco la confusión marcó su entrecejo. Se le escapó una risa nerviosa. —Disculpa, ¿qué dijiste? Saqué otro cigarrillo con tal de no mostrar el temblor de mis manos, manteniéndolas ocupadas. —Tenemos que terminar. —¿Se puede saber a qué se debe el cambio? Evité su mirada incrédula. —Estuve pensando, ¿sabes? No tiene sentido, nada de esto lo tiene. —Habla claro, Nikolai. El nombre, un latigazo y recordatorio. —Estuve pensando en la mierda de relación que tenemos —espeté, levantando las barreras que solo ella lograra derrumbar—. En cómo irás a Prakt a estudiar y yo me quedaré aquí. No tiene ningún sentido que lo alarguemos.

—¿Mierda de relación? —cuestionó—. Me dices que soy lo mejor que has tenido, ayer dijiste que me amabas y ahora, ¿tenemos una relación de mierda? —La distancia me dejó ver la realidad. —Y esa realidad, ¿cuál es? Su voz era tan aguda que resultaba irreconocible. —Que dentro de dos meses estarás en la universidad, en una ciudad llena de distracciones y con tu cabeza en una sintonía distinta. —Y eso, ¿qué tiene que ver? —Que tenemos fecha de caducidad y todo se va a ir a la mierda —dije, intentando sonar desinteresado—. La verdad es que no tengo ganas de alargarlo. Miró a los lados sin entender nada. —Estás jodiéndome, ¿no es cierto? —¿Tengo cara de estar haciéndolo? —¿Crees que soy idiota? —preguntó, enfrentándome y dejando un paso entre nosotros—. Tienes miedo, eso es todo. ¿Crees que no reconozco cuando mientes? —Me conoces, Amaia —murmuré—. Lo que digo tiene sentido y lo sabes. —No lo tiene. —¿Me vas a decir que no lo has pensado? Contuvo el aliento. >>Claro que lo has hecho y sabes que tengo razón. Lo nuestro se va a acabar y muy pronto. —¿Y por eso decides decir que me amas? —comentó con sarcasmo—, ¿para después cortar conmigo? —Eso fue lo que me hizo pensar lo demás. —Quiere decir que me amas, pero me estás dejando. ¿De qué coño hablas, Nika? ¿Te estás volviendo loco? No tenía sentido mentirle así y empezaba a impacientarme, sabiendo que escaseaba el tiempo. Nikolai podía aparecer en cualquier momento, llevaba la pistola con él. La imagen de su cuerpo baleado me revolvió el estómago. Chasqueó los dedos frente a mi cara y me hizo volver a la realidad. Miré de reojo al taxi, nos observaba. —Responde —exigió—. ¿Me amas? —Más que a nada en el mundo —confesé.

Necesitaba llevarla a un punto vulnerable para lastimarla. —Entonces, ¿a qué se debe este miedo? —Colocó la mano sobre mi pecho y temí que el contacto delatara lo cercanos que éramos—. Dime, ¿qué te llevó a pensar que separarnos es la mejor opción? —Irás a estudiar —murmuré—. No tienes idea de lo feliz que me hace que sea así, pero eso cambiará demasiado entre nosotros. —Nada tiene que cambiar. —Sonrió y supe que estaba a segundos de romperla como nadie lo había hecho—. Si queremos estar juntos podemos estarlo, no importa la distancia. —No lo entiendes porque no lo has vivido. —¿Y tú sí? —No, pero sé de lo que hablo. Ahora tus intereses son unos y cuando te mudes serán otros. >>Cuando llegues a la universidad, tus prioridades cambiarán, tus amistades... Te replantearás cada aspecto de tu vida y está bien que lo hagas. —Entonces, ¿cuál es el problema? —Querrás hacer otras cosas y eso no me incluirá. —Las palabras salían con facilidad. Para protegerla, mentir era fácil—. Estaré a tres horas de distancia y será imposible formar parte de tu nueva vida. Has visto a dónde puede llegar la separación. —No somos Julien y Sophie —aclaró, llena de esperanzas—. Somos Mia y Nika. Quiero creer que, si queremos estar juntos, lo estaremos sin importar tres, seis o doce horas de viaje que nos separen. >>Sé que confesar que me amas no debe haber sido fácil y puede que esperes a que te diga lo mismo. —No es... —No puedo decirlo —interrumpió, con la idea equivocada del conflicto —. No puedo hacerlo porque no estoy lista, pero no significa que no seas lo que quiero en mi vida. >>Si te hace sentir inseguro, por favor, no lo estés. Tú y yo funcionaremos, lejos o cerca. Acababa de darme la mejor salida, la definitiva. —¿Cómo estás tan segura? —Simplemente lo estoy. —Acarició mi rostro—. Solo tienes que confiar en nosotros, confiar en mí.

El calor de su tacto me distrajo, pero el claxon del taxi fue un doloroso recordatorio. Era momento de hacerlo. —Dime, Amaia. —Empleé mi peor tono de voz al hablar, el más distante —. ¿Cómo quieres que confíe en ti si no eres capaz de decir que me amas? Dio un paso atrás y la comisura de sus labios tembló. >>¿Cómo esperas que pueda mantener una relación con alguien que no es capaz de decir que me ama? —Yo-yo solo necesito tiempo. —Me rompió escuchar el miedo en su voz —. Yo quisiera de... Hipó y sus ojos se llenaron de lágrimas. >>Solo necesito tiempo. La llevé a la misma posición que Charles la pusiera hace tantos meses, chantajeándola, diciendo que no me quería lo suficiente para hacer algo para lo que no estaba preparada. Era la mejor manera de anularla. —No puedo—zanjé—. No puedo confiar en nada que venga de ti por mucho que quiera hacerlo. >>Sé lo que es perder a alguien y vivir con ello. No estoy dispuesto a pasar por lo mismo. No soy tan masoquista. —No tiene que terminar así. Puedes... —No puedo confiar cuando ni siquiera estás segura de lo que quieres para ti —interrumpí, preparado para la estocada final—. Tus mayores problemas son los conflictos amorosos de tus amigos, el quejarte de lo molestos que son los adolescentes del Instituto o no leer los clichés románticos que todos leen para no ser parte de "la mayoría". >>No te das cuenta, Mia, pero vives en una burbuja de niña mimada que es incapaz de valorar lo que tiene. Te has dedicado a jugar con tus padres, a mentirles, escondiéndote tras el miedo a decepcionarlos o lastimarlos porque sabes, desde el inicio, que la indecisión era producto de tu inmadurez. >>No quieres tener la vida de tus padres porque la crees poca cosa y es que eres una niña egoísta, una que cree merecer más de lo que ya tiene sin ver que, desde su nacimiento, fue premiada con algo que pocos poseen. >>Tienes padres que te aman y apoyan, pero te preocupa tener su vida, ser como ellos. Ni tan siquiera valoras lo que te apasiona y me estás pidiendo que confíe en esa niña, que olvide mis miedos por ella. Acababa de destrozarla de todas las maneras posibles y lo supe porque su dolor fue el mío.

—Yo confié en ti cuando tenía mil razones para no hacerlo —musitó. —Es mejor dejarlo aquí y ahora, Amaia. —Las ganas de abrazarla, quemaban—. No tiene sentido alargarlo para seguir engañándonos con que puede funcionar. Le ofrecí las llaves de su auto y mis brazos temblaron. Lo controlé mientras las dejaba en sus manos y escondía las mías en los bolsillos. —Es mejor no vernos más, cortarlo de raíz. —Sus enormes ojos azules reflejaban su desconcierto—. Te pido que no te acerques a mi casa, a Aksel o mi madre. No me busques hoy, mañana o cuando sea. Es muy posible que nos vayamos de Soleil. —Pero... —Una vez pediste que me alejara y supe leer que lo decías de verdad — corté—. Lo hice, aunque me costó. Haz lo mismo y sufriremos menos. Su labio tembló. Abrió y cerró la boca varias veces, incapaz de conjurar palabras. >>En menos de dos meses estarás en Prakt, olvidarás esto y seguirás con tu vida; no te preocupes. Estuve a punto de irme y lo impidió, aferrándose a mi brazo. —No puedes dejarme aquí —suplicó y me rompió verla en esa posición —. No sé manejar, no podré llegar a mi casa. —Tú puedes hacer lo que quieras, Amaia. Solo necesitas entender lo capaz que eres. Le di la espalda con el corazón a punto de salirse de mi pecho, pero dispuesto a seguir actuando. Me monté en el asiento del copiloto y Nikolai no tardó en arrancar. —¿Todo solucionado? —cuestionó y supe que me veía de reojo. —Dije que sería rápido. Rio por lo bajo. —Tú siempre las has sabido despachar rápido —murmuró—. Algo que yo no sabía a tu edad. Soporté el temblor de mi cuerpo, pensando en Aksel y mamá, en Mia, quien había sacado de la foto antes de que fuera demasiado tarde. Mi vista se nublaba mirando a la carretera. El calmante seguía haciendo efecto, no me sentía capaz de luchar por mi vida y la de mi familia. Él me las había quitado. Una y otra vez sus amenazas resonaban en mi mente. Veía sus cuerpos en mis brazos, lo que se sentiría al perderlos. La imagen de Emma al pie de la

escalera me estremecía. Una vez más me arrancaría todo, me obligaría a verlo mientras lo hacía. Así llegamos a la mansión y seguí sus instrucciones. No me apuntaba con la pistola, sabía que haría lo que dijera. Una vez más nos había enjaulado. Me dejó en la mesa del comedor, sin repetir la amenaza de lo que sucedería si me movía. Primero bajó a mamá y luego a Aksel, a quien volvía a apuntar con el arma, solo por tener el gusto de vernos temblar. —Ven como podemos ser una linda familia —declaró, tomando lugar a la cabeza de la mesa—. Es cuestión de educarlos. El sonido al plantar el arma contra la mesa nos hizo saltar en el lugar. Los tres bajamos la vista, como, en el pasado, nos obligaba a hacer cuando estaba molesto. —Las manos sobre la mesa —señaló— y palmas hacia arriba. Me sentí impotente al saber que debía hacerlo. Me dio mareo recordar las veces en que estuve en la misma posición. —Tenemos una larga... Lo interrumpió el sonido de un par de golpes contra la puerta de la entrada. —¿Visitas? —No me atreví a alzar la vista—. Pensé que nadie vendría. Se puso de pie, chequeando que el arma estaba lista para disparar, otro sonido que nos estremeció. >>Si se mueven, disparo al que primero vea. Sus pasos se alejaron y ninguno de los tres pudo hablar o moverse. Todas las salidas estaban cerradas, incluso la principal. No tenía sentido correr o luchar estando desgastados y hambrientos. Podía sedarnos y matarnos si lo deseaba. —Nikolai —gritó y su voz resonó por la primera planta—, aquí y ahora. Supe que debía obedecer, a pesar del sollozo de mi madre. Atravesé el recibidor para alcanzarlo y todo dio vueltas cuando la vi. Quise creer que era otra de mis pesadillas, pero no, Amaia estaba ahí.

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A @jessymar27 que me hoy está de cumpleaños. Felicidades, linda, espero que tengas un bonito día. A @LissaxG y @Milu _m_libros que tuvieron la suerte de que viera sus mensajes de Instagram y pudiera dedicarles este capítulo. Siempre recuerden que soy una sola, que intento estar al pendiente, pero no puedo. Las amo y me esfuerzo el doble porque ustedes están aquí. ❤ ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Champiñones, en unas horas viene otro capítulo y mañana el final... Me toca seguir escribiendo y editando si quiero llegar a tiempo. Perdón por los errores, trato de pulirlo lo más posible, pero sé que se van. Las amo. Pd: Me han picado los ojos escribiendo y editando este final.

45_Pregúntame   Capítulo 45 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Nikolai aferró mi hombro con fuerza, provocando que se me dificultara respirar. Dijo algo que no escuché, solo podía ver a Mia, con los ojos hinchados y expresión desconcertada. —Te dije que no me buscaras —murmuré, aterrado. —Parece que tu novia no es tan inteligente como creías. —Ella se va —supliqué. —Yo no... —Claro que mi nuera no se va —interrumpió como si fuera una falta de hospitalidad. —Dijiste que... —Dije que te daba la oportunidad de alejarla —aclaró antes de sacar la pistola para demostrar quién estaba a cargo—. Si no cayó en el teatro de ruptura y sus pies la trajeron aquí, se queda con nosotros. Sonrió. >>Al final es parte de la familia, ¿o no? Nos miró, alternativamente, y supe lo que pensaba: a cuál de los dos amenazar. Terminó por apuntar a mi sien, logrando que Amaia diera un paso hacia nosotros para protegerme. Le advertí con la mirada que no lo hiciera, era lo que él buscaba. —Es hora de entrar a casa, ¿no te parece? —Tembló ante su voz—. Hora de una bonita cena familiar. Se hizo a un lado para dejarla pasar y no pudo. —Atardece, niña —advirtió. Cerré los ojos para no verla cruzar el umbral de la muerte. Mi padre cerró la puerta, asegurándose de mantenernos encerrados como hasta el momento. —Camina —ordenó a Mia que apenas podía moverse del miedo—. Al comedor. Todo estaba perdido. No podría salvar a nadie, ni tan siquiera a ella. Él había ganado y, en el fondo, siempre supe que ganaría.

En lo que nos sentábamos a la mesa, hablaba y seguía regodeándose, yo solo podía sentirme más pequeño e incapaz. Alzar la vista no era una opción y los insultos a mi madre y hermano me llenaba de rabia, una que el miedo no me dejaba exteriorizar. Mi visión se nublaba a momentos y me sentía débil. No sabía si podría resistir, controlar mi respiración y el agitado ritmo de mi corazón. Iba a derrumbarme en cualquier momento. La mención de mi nombre completo hizo que despertara del transe. —Es mejor escuchar la versión real de tu boca y no seguir escuchando las mentiras —dijo mi padre y supe que se refería a Emma. Al fondo de mi cabeza había seguido la conversación. —Por favor, Ni... —¡Cállate! —espetó cuando mi madre quiso intervenir—. No quiero escucharte lloriquear, Anette. Créeme que no es algo que extrañara en el último año. Deseé matarlo por gritarle. >>Estamos esperando por tu historia —insistió—. ¿Necesitas ayuda? Alcé la vista y tuvo que leer el odio en mis ojos porque levantó el arma para apuntarla a la cara de Mia. —Mamá había salido con Aksel —murmuré, cediendo y con la piel de gallina ante el terror de Amaia, que la obligó a cerrar los ojos—. Tenía fiebre, necesitaba llevarlo a un hospital. —Así me gusta —comentó, complacido. —Dijo que cuidara de Emma y puse el seguro de la escalera para volver a mi habitación y dejarla jugando en el pasillo en lo que escuchaba música. —Como siempre hacías —agregó—. ¡Mi hijo habría sido un pródigo músico, nuera! —Miró a mamá de reojo—. En eso salió a ella, ambos lo heredaron. Un refinado arte para crear y destruir lo que desearan, pero hacerlo con exquisitez. Me miró. >>Continúa. —Él no solía venir seguido —añadí, obedeciendo—. Había pasado menos de dos días. No debía llegar a casa, pero lo hizo cuando yo estaba en mi habitación y Emma jugaba en el pasillo. —Verás, pequeña Amaia —intervino, bajando el arma. Mis hombros se relajaron levemente—. Cuando perdí mi trabajo y mi mujer quiso que dejáramos la casa, supe que no era lo que debía hacer.

>>Tomé nuestros ahorros y pagué la deuda. Nadie me iba a quitar la casa, no después de lo que me costó conseguir el préstamo. —Nos quedamos sin nada por tu culpa. —Las palabras se escapaban de mis labios—. Podíamos haber dejado Prakt con ese dinero. —¿Con mi dinero a llorar migajas a un pueblo aburrido como este? ¿A ser perdedores? —Lo fuimos de igual manera con una casa propia y sin un centavo para comer. —Habrías trabajado en vez de llorar y escuchar música —reprochó. —Tenía doce años y lo hice —replicó—, mamá también. —Caridad era lo que recibían, no dinero. —Algo es mejor que nada y era trabajo honesto. No estábamos como tú, llorando un empleo que no te devolverían y emborrachándote para llegar a pegarle a mamá cuando no te veíamos. —¡Como tratara a tu madre no es problema tuyo! —gritó. —Te salvaste por muchos años en los que calló con tal de protegernos — recriminé—. Lo único que hacías era culparnos por algo que no era nuestra culpa. Alzó el arma y volvió a dirigirla a la cara de Amaia. Me encogí en el asiento. —Sabemos en qué terminó esta discusión la vez pasada, Nikolai —siseó —. Tenemos visita y no quieres salir volando por la ventana una segunda vez. Dudo mucho que puedas volver a cubrir las marcas con tatuajes. Tragué con dificultad cuando dirigió su vista a Mia. —Una interrupción —explicó en tono ceremonial—. Lo malcriamos demasiado y cuando quise imponer orden solo pude hacerlo con medidas extremas. Mamá tembló, intentando contener sus sollozos. >>Verás, querida nuera —continuó—. Yo solía irme de casa por días, pero esa vez se me acabó el dinero antes de lo previsto. >>Subí a mi habitación para buscar lo que Anette escondía para emergencia. Pensé que estaría de suerte, que no habría nadie y una vez llegué al segundo piso, entendí que tenía tan mala suerte como calidad el alcohol que me vendían en los barrios bajos de la ciudad. >>Encontré a la mocosa rodeada de juguetes y con verme empezó a llorar. —Frotó su cara repetidas veces—. Odio a los niños llorando. Pasé años aguantando los de estos dos para soportar un tercero, ¿sabes?

>>Chillaba sin control y cuando le gritaba que se callara lo único que hacía era llorar con más fuerzas. —Me miró—. Entonces el señorito apareció. —Debiste dejarme cargarla y alejarla de ti —murmuré, recordando cada segundo. —¿Y permitir que saliera tan insubordinada como tú o tan perra como tu madre? —Estaría viva si me hubieses dejado cargarla. —Estaría viva si tú le hubieses prestado atención. La debilidad regresó a mi cuerpo y tuve ganas de encogerme para soportar el dolor en el pecho. —No es cierto. —Tensé la mandíbula y las lágrimas corrieron por mis mejillas—. Yo no la maté. —Lo hiciste y lo sabes. —Fuiste tú quien dejó abierta la puerta de seguridad de la escalera — balbuceé—. Tú la golpeaste e hiciste caer. —No habría tenido que golpearla si ella no llorara y necesitara disciplina. La muerte de tu hermana es tu culpa, Nikolai. Mamá empezó a llorar y mis manos temblaban tanto que sonaban contra la mesa. —No es su culpa —soltó Mia, llamando mi atención—. ¡No es culpa de nadie más que de usted! Nikolai la miró sin creer lo que escuchaba, acababa de gritarle. —Tienes más valor del que aparentas o eres más estúpida que el resto de las mujeres. —Puede decir lo que quiera, torturarles e intimidarles como obviamente lo ha hecho por años, pero sé lo que está haciendo. —Asustada era capaz de erguirse en su lugar y no apartar la mirada—. Su tormento no desaparecerá por lanzárselo a ellos, su culpa es únicamente suya. La cabeza de mi padre se movió con un tic nervioso y su rostro lo acompañó. —Eres muy estúpida —murmuró, haciendo que temiera por su reacción ante la posición de Mia al defendernos—. Quizás eso fue lo que le llamó la atención a Nikolai. No me sorprende. Se puso de pie y mi instinto hizo que bajara la cabeza. De nuevo, el miedo me nubló en lo que seguía hablando. Su voz y la de Mia aparecía alternativamente, se distorsionaba. Me estremecí cuando

Nikolai caminó a nuestro alrededor y tomó el busto de mármol que descansaba encima de la mesa. No detenía el monólogo sobre nuestra huida y la paliza que le diera a mi madre el día antes, la que nos llevó al borde del abismo, a escapar. Caminó por detrás de mí y se detuvo entre mamá y yo. No me atreví a levantar la cabeza cuando dejó de hablar. —Bienvenida a la familia Holten, pequeña Amaia —proclamó, teatralmente, antes de que el busto apareciera en mi campo de visión y golpeara a mi madre en la cabeza; haciendo que su cuerpo cayera al suelo. Mi reacción fue automática al ver la sangre inundar el suelo. Lo golpeé en la cara con el codo, aprovechando la distracción. —¡Corran! —grité en lo que forcejeábamos hasta que el busto cayó al suelo. Mia obedeció, pero Aksel arrastró a mamá, alejándola de nosotros. Mi padre logró patearme la rodilla y hacerme caer antes de apuntar a mi madre y disparar tres veces. Apenas había recuperado el equilibrio y mi hermano no dejaba de moverla. No acertó. Aksel se abalanzó hacia él en lo que yo intentaba ponerme de pie. Fue la oportunidad en que el disparo tocó el blanco, atravesando la pierna de Aksel y haciendo que chillara de dolor antes de caer de rodillas. Nikolai lo golpeó con la culata y terminó por caer al suelo. Me apuntó a la cara cuando intenté llegar hasta él. —Esto no se acaba —murmuró—. La voy a encontrar y los voy a matar delante de tus ojos. —Caminó, alejándose hacia el recibidor—. Haz lo que quieras, pero de aquí no escapan. —Corre y escóndete, Mia —bramé cuando me dio la espalda y fue en su búsqueda—. ¡Corre! Me abalancé sobre Aksel, intentando que recobrara el conocimiento. Se quejó, pero no teníamos tiempo que perder. —Necesito que te encierres con mamá en la habitación que estaba clausurada cuando llegamos —expliqué, forzando a que se acomodará para evaluar su herida. Era a medio muslo y lo había atravesado. Rasgué el bajo de mi camisa e hice un torniquete para interrumpir el sangrado. >>Busca algo mejor que esto y amárralo a la misma altura —indiqué y le di un par de cachetadas para que abriera los ojos—. Tienes que despertar, necesito buscar a Mia.

Lo ayudé a ponerse de pie y que se apoyara en la mesa. Alcancé a mamá. Su herida no paraba de sangrar, pero era superficial y respiraba normal. —La cocina —balbuceó, más despierto y cojeando en nuestra dirección —. Escondió... el teléfono de mamá... ayer... lo vi. Corrí sin necesidad de escuchar más. Revisé cajones y estantes hasta dar con él. Al regresar al comedor, Aksel intentaba cargar a mi madre. Quise ayudarlo. —Busca a Mia —espetó—, no puedes dejar que le haga algo, yo me ocupo. —Policía —dije al poner el teléfono en su mano y correr en dirección a las escaleras de caracol. Ella conoce la casa, ella conoce la casa, ella conoce la casa. Repetirlo me obligaba a calmar el golpeteo de mi corazón contra las costillas, la falta de fuerzas de mi cuerpo para subir cada escalón. Lo escuchaba hablar, atemorizarla a la distancia, pero no identificaba en qué piso estaba. Conoce cada lugar de la casa —me repetí—. Si alguien puede esconderse es ella. Llegué al segundo piso y dudé entre subir o buscar. Revisé el armario de limpieza y el baño del pasillo, nada. Escuché los pasos en la escalera de madera y me colé a la habitación más cercana. Estaba en la misma planta y tenía que comprobar si ella también. Forcé la puerta que daba al baño común entre la habitación abandonada y el espacio que utilizábamos como estudio. Cedió porque días antes la habíamos arreglado. Abrí la siguiente puerta para espiar por el estudio. Un vistazo y la localicé. Acurrucada en el suelo, con la espalda pegada a la pared opuesta y abrazando sus rodillas. Puse un dedo sobre mis labios cuando me vio y abrió los ojos de sorpresa. Se acercó con sigilo ante mi llamado y cerré la puerta. —No puedes huir por siempre, nuera —dijo Nikolai en lo que entraba al estudio sin notar que acabábamos de escaparnos por pura casualidad. Tomé su mano para llegar a la habitación contigua y mirarnos el uno al otro. Si salíamos al pasillo podría atraparnos. Hice el cálculo de los disparos, le quedaban cinco balas. —No podemos dejar la casa —susurró, aterrada—. Todo está cerrado.

—Tenemos que escondernos hasta que llegue la policía. —¿Cómo? Di un vistazo fugaz al pasillo y, al verlo desierto, la obligué a seguirme hasta escondernos en el armario de limpieza. Bloqueé la puerta con la presión de mi espalda, con tal de poner todo lo posible para separarla del peligro. —Pude darle un teléfono a Aksel, está herido y a salvo con mamá — expliqué, aguzando el oído para saber qué sucedía afuera—. No puede faltar mucho para que llegue ayuda. No lo sabía, pero necesitaba tranquilizarla, no dejaba de temblar. >>Tenemos que escondernos. —La apresé contra mi cuerpo y besé su frente—. Juro que nada te pasará. Siento tanto que estés metida en esto. Lo siento. Juro que lo arreglaré. —La azotea —soltó, ignorando mis palabras y alzando la vista—. Podemos encerrarnos arriba. Subimos por la escalera de caracol, cerramos la puerta y la de tu habitación hasta que llegue la policía. Tenía sentido. >>¿Estás seguro de que tu mamá y Aksel están bien? —Se encerraron en la habitación del primer piso, donde guardaron las antigüedades por años. Él no podrá entrar ahí. Asintió y se adelantó, saliendo del armario, sin chequear el pasillo. La perseguí, al tiempo que mi padre apareció al otro extremo del corredor. Tiré de su vestido y la hice retroceder antes de que el disparo resonara. La protegí con mi cuerpo, esperando el segundo y la pistola debió encasquillarse porque maldijo en lo que intentaba solucionarlo. —¡Corre, Mia! Obedeció en lo que nos colábamos a la escalera de caracol, subiendo a toda velocidad —No pueden escapar de mí. Disparó otra vez y los mosaicos a mi lado explotaron, haciendo que nos protegiéramos del material que saltó. Tres balas. Amaia se agachó y tomé su mano para que no se detuviera. Tropezó y evité que cayera. Dos disparos más resonaron, aturdiéndome, antes de que alcanzáramos la azotea. Empujé la pesada puerta de metal cuando estuvimos en el exterior y una fuerza descomunal lo impidió.

—No eres tan suertudo, Nikolai —se burló al otro lado. Me esforcé por empujar y, aunque Mia intentó apoyarme, terminamos perdiendo la batalla y cayendo de espaldas. Nos alejamos de la puerta y de él, arrastrándonos. —¡De pie! —ordenó, apuntándonos. Una bala, solo una. Obedecimos e intercambiamos una mirada sin saber qué hacer. —Ojos al frente, tortolitos —advirtió y traté de acercarme a Mia para protegerla con mi cuerpo—. ¡No te muevas de donde estás! Le apuntó a la cabeza, sabiendo que era la única manera de frenarme. >>Un paso en falso y le vuelo los sesos en tu cara —amenazó—. ¿Quieres como último recuerdo un disparo al corazón o a la cabeza? Soltó una risa extraña. Había perdido la cabeza en aquel tiempo. >>Tú escoges la muerte de tu novia, Nikolai. Pienso matarla antes para que mueras con la culpa. >>¡Ojos en mí! —gritó cuando ella quiso mirarme—. Hora de decir adiós. Tus últimas palabras, pequeña Amaia. No fue capaz de articular y noté que alguien se movía en la escalera. Aksel subía muy despacio, alcanzando los últimos escalones y cargando el busto de mármol. —Nada —se burló ante el silencio de Mia—. Qué lástima. —Me miró con lo que debía ser una expresión preocupada—. Y tú, Nikolai. ¿Unas últimas palabras a tu amada? La miré, lloraba en silencio con el viento agitando su cabello y el miedo torturándola. Desde el primer día que la vi, lo supe y lo ignoré. Siempre me resultó inquietante la manera en que la mente nos engaña para que estemos cerca de lo que sabemos es mejor mantener lejos. Cuando entendí que no debía enamorarme de Mia, no fue tarde, simplemente descubrí que lo estaba. Ni tan siquiera me avisé. Mi cerebro no disparó una advertencia, no dijo nada porque quería arrastrarme con él. Quise estar cerca desde que escuché su voz, la vi hablar tiernamente a su hermana y encontré en ella lo que no sabía que buscaba; desde entender que, a su lado, no era el Nika del que tanto me avergonzaba. Mia me hizo creer que no era como mi padre. Sin saberlo, me guio en un viaje en el que entendí era mi elección, no del destino o la genética.

Podía ser tarde para mí, pero jamás permitiría que la lastimara, no de nuevo. Aksel se movió, sigiloso, tras la espalda de aquel hombre, en lo que yo intentaba estar más cerca de ella. Él no lo notaba, estaba concentrado en apuntar a su cara, en atemorizarla como hizo con nosotros durante años. —Todo va a salir bien, Mia —la calmé—. Te juro que saldrás viva de aquí. Confía en mí. —No creo que puedas cumplir con eso —soltó, divertido y ajeno a lo que estaba por suceder. Aksel alzó el busto, pero el disparo era inminente e hice lo único que era correcto, lo que haría con gusto por la persona que amaba. En un paso estuve frente a ella y Aksel lo golpeó, con fuerza, en la cabeza. El disparo se desvió y resonó en el espacio abierto. Nikolai cayó al piso, inconsciente y en posición antinatural. Respiré sin creer lo que acababa de pasar y miré a Aksel, incapaz de creer que estuviéramos a salvo. Sin embargo, los ojos de mi hermano no eran de alivio, su expresión era de miedo y no entendí el porqué. Seguí la dirección de su mirada y lo vi. En mi pecho, una mancha oscura se expandía, empapando mi camisa. Me costó entender que era sangre y un dolor punzante se esparció desde aquel punto. El disparo no se había desviado. El dolor me abrasó como una quemadura de cigarrillo, mil veces más intenso. Mi pecho y espalda estaban empapados... sangre. Las rodillas me fallaron y caí encima de algo, sin que el golpe contra el suelo llegara. El dolor me contraía, era insoportable. Quemaba e hincaba a la vez. —Mírame, Nika —suplicó una voz conocida. Acunó mi rostro y me obligó a alzar la vista para encontrarme con ella. Amaia me sostenía sobre sus piernas. El dolor desapareció, el peso, la preocupación... Solo podía verla, sana y salva, deseaba mirarla por siempre cuando mis párpados pesaban, lo impedían. La sonrisa de mamá pasó frente a mis ojos, la que me dedicara la mañana anterior. Aksel, su rostro, molesto, el día que intenté enseñarle a usar un monopatín y terminó en el suelo con la barbilla partida. Emma, aquella vez en que la cargué y, por primera vez, tuvo la fuerza de atrapar mi pulgar con su diminuta mano.

Amaia. Ella. Tenía un recuerdo que no lograba atrapar, uno que creí tener presente toda la vida. Sin embargo, otro se dibujó en mi mente. Su cara, su blanca piel, su mejilla manchada de barro y el cabello empapado. Sus ojos, azules, curiosos e hipnóticos. Un gnomo insoportable y gritón desde el primer día. Sonreí y, por alguna razón, logré abrir los ojos para encontrar el mismo rostro; cubierto de sangre y lleno de lágrimas. —Vas a... Vas a estar bien —gimoteó—. Verás que todo va a estar bien, lo-lo prometo. Su mano sobre mi pecho desapareció el casi olvidado dolor. Siempre tuvo el mismo efecto en mí. —Pregúntame... —Me costaba hablar, seguir respirando—. Pregúntame qué hago... —Yo, Nika, todo... —Solo... Pregunta —repetí. —Que... ¿Qué haces, Nika? Jamás pude decidir cuando era más hermosa, pero me conformaba con ver su rostro por última vez. —Admiro la vista, pulgarcita —murmuré, intentando tocarla—. Siempre... Contigo... Admiro la vista... La fuerza restante se apagó y la calma invadió mi cuerpo. Podía irme en paz, lo haría sabiendo que las personas que amaba estaban a salvo.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ @SpoileadaHastaElCulo que cumpleaños hoy y su usuario fue muy llamativo cuando dejó un comentario pidiéndolo hace unas semanas. Espero que la estés pasando lindo. A @ariaparicio14 que por Instagram pude ver un mensaje pidiéndome que le dedicara uno de los últimos. Este es el último que puedo dedicar. ❤

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Champiñones, palabras no hay. Quiero leerlas, quiero saber cómo han vivido la historia hasta hoy, necesito saber qué les parecerá lo que llega mañana... No puedo decir nada cuando me conmovió tanto escribir el final. Nos leemos mañana, por ahora, no puedo decir mucho, solo que las quiero y espero que me quieran sin importar el final.

46_Pestañeo   Toda historia de amor tiene dos versiones. ¿Estás listo para conocer la de Nika? Clic aquí: https://w.tt/46XaaIq ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Capítulo 46 ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Podía escuchar un pitido constante y lejano resonando mientras flotaba en la oscuridad. Nada, no había absolutamente nada a mi alrededor. El pitido tenía un ritmo, uno que mi mente imitó en lo que se hacía más fuerte. Era molesto y no podía localizarlo. Empezaba a desesperarme. Un murmullo aplacó la molestia y algo escoció en mi nariz. Era difícil respirar con aquel olor en el ambiente... Olía a... No supe identificarlo, tampoco logré frotar mi nariz. Mi cuerpo no se movía, no podía verme, aunque sentía cada músculo en su lugar. Al pitido y el murmullo se le unieron unos golpes, suaves. Pasos que ayudaron a que unas voces resonaran en mi cabeza. —¿Cuánto tiempo lleva así? No supe quién era, captaba las palabras distorsionadas. Iban y venían. —Más de una semana —contestó otra persona—. Se baña, come y duerme aquí. No importa si hay un familiar presente... La voz desapareció. ¿Qué estaba pensando? —¿Crees que lo haga? —Hicimos lo posible. —Cada vez escuchaba menos—. La bala lo atravesó y no tocó el corazón. Tuvieron que reanimarlo. —No se puede hacer más, depende de las ganas que tenga de vivir. ¿De qué hablaban? La oscuridad me envolvió y todo sonido desapreció con la misma delicadeza con que aparecieran. ~❁ ✦ ❁~

—Jamás tomé el examen de Contabilidad —susurró una tierna voz a la distancia—. No por lo que pasó, fue porque no quería. Iba a decírtelo ese día... Quería... Parecía venir de un radio antiguo que recepcionaba mal la señal. El pitido apareció de la nada, logrando que un latigazo atravesara mi sien. No pude encogerme o protestar. —Conseguí una excelente beca —dijo la voz apagada e irregular—. Mis padres no gastarán mucho en la matrícula de la universidad... Creí que había caído en la oscuridad por segunda vez, pero las palabras no se detuvieron. >>Me encantaría que fueras conmigo y nos mudáramos juntos. El pitido iba desapareciendo y supe que volvería a sumergirme en la nada. >>Por favor, despierta. ~❁ ✦ ❁~ La tercera vez que tuve la oscuridad antes mis ojos, no fue desconocida. Reconocía el pitido que comenzaba a ser mi ancla con aquella realidad y el sonido más desagradable que escuchara. ¿Qué me pasaba? Seguía inmovilizado. Una de mis manos no respondía por mucho que lo intentara, la otra estaba atrapada por algo. ¿Por qué no veía nada? Tenía los ojos abiertos o eso creía. Me relajé, rememorando mi vida, intentando recordar quién era y cómo había llegado hasta allí. Mi nombre era Nika Holten. Mi madre Anette y mi padre Nikolai. Tenía dos hermanos: Aksel y Emma. No. Solo uno. Emma estaba muerta y Nikolai la había matado. Mi deseo por volver a la luz, creció. Nikolai cambió y todo se volvió lo que tenía en ese momento, pura oscuridad. Fue tanta que terminamos huyendo, pero no recordaba el lugar al que fuimos. ¿Estuvimos con el tío Ibsen? ¿Nos regaló las escrituras de una casa? ¿Cómo se llamaba el lugar? Sol... Soleil.

Mis párpados se tornaron livianos y algo en mi pecho calentó el resto de mi cuerpo. Soleil era distinto. La luz que jamás tuve. Los amigos, la sonrisa de mi madre, el crecimiento de Aksel, un abrazo cálido y reconfortante de un rostro que no podía recordar. ¿Quién había sido capaz de abrazarme y provocar tal tranquilidad? La incertidumbre me permitió abrir los ojos y no supe si aquella era la realidad. El techo blanco, el pitido intermitente, la luz azulada que se colaba desde la derecha. Era molesto, estaba acostumbrado a la oscuridad absoluta. Me costó entender por qué estaba ahí, un hospital. Mi cerebro iba lento, costaba encajar las piezas. La mansión, supe que había corrido, escapando. Nikolai estaba ahí y mi madre estuvo en el suelo, sangrando, Aksel recibió un disparo en la pierna. El descubrimiento me impulso a levantarme con tal de saber dónde estaban. Fue imposible. Recorrí la habitación con la mirada. Solo mis ojos se podían mover. Capté una mancha negra sobre mi mano y me costó enfocar, estaba más cerca. Mi visión era borrosa y poco confiable. Algo negro aplastaba mi brazo y no una simple mancha, era cabello que contrastaba con las blancas sábanas. Una persona dormitaba con mi mano entre las suyas. La piel se me puso de gallina y comprobé que mi cuerpo seguía vivo. Necesité mover la mano apresada, despertar a quien estuviera mi lado para preguntar por mi familia. No podía hablar y concentrarme en mis dedos para moverlos. Tomó tiempo y apenas logré rozar la yema del índice sobre el dorso de su mano. Un par de intentos y la persona se revolvió. Alzó la vista, adormilada, y unos enormes ojos azules se abrieron de sorpresa. Los recuerdos llegaron como una avalancha y vi su rostro desde todos los ángulos posibles. Sonrisas, carcajadas, lágrimas, tristeza y enfado. Su tacto, sus palabras, sus abrazos... La calidez de su abrazo, la calma que no supe reconocer. Amaia. —Por favor que no sea un sueño —susurró con voz ronca—. No de nuevo... Que esta vez no sea un sueño.

Recordé la azotea y mi padre, el disparo y ella. Estaba a salvo y quise moverme para comprobar que no era producto de mi imaginación. La simple idea me agotaba y volvía a provocar que mis párpados quisieran cerrarse. No dejaba de mirarme y acariciar mi mano. —¿Es real? Quise pestañear para asentir, pero si lo hacía volvería a perder el conocimiento. —Es real —afirmó con los ojos llenos de lágrimas. Su respiración tembló y soltó mi mano para lanzarse a la cabecera de la cama. —Solo espera un momento —suplicó—. Mantente despierto. El olor a flores que la acompañaba me invitó a dormir. >>Quédate conmigo, Nika —pidió—. Tu madre y Aksel están bien. — Me reconfortó escucharlo—. Estarán muy felices de verte. Quise sonreír cuando volvía a la oscuridad. Lo último que capté fueron pasos apresurados y múltiples voces. ~❁ ✦ ❁~ —¿Realmente despertó? La voz era conocida. —Está fuera de peligro —aseguró un hombre—. Pueden estar tranquilos. —¿Podrá tener una vida normal? —otra voz masculina que reconocí. —La recuperación será lenta, pero podrá tener una vida normal siempre que evolucione bien. —El hombre desconocido debía ser un doctor—. El seguimiento a su dextrocardia es necesario. Hubo un silencio que me hizo dudar si seguían a mi alrededor. —Mia —dijo la primera voz que reconocí como la de mi madre. Ella también estaba bien—. ¿Quieres ir a casa? Aksel puede quedarse. A Aksel pertenecía la otra voz. Ambos estaban ahí. —No hace falta —aseguró Amaia y sentí mi mano presa, la que sostenía cuando desperté la vez anterior—. Mamá me traerá ropa y puedo ducharme aquí. Esperaré a que despierte. —Mia, llevas... —No hay problema —interrumpió mamá a mi hermano—. Acompáñame a mi habitación. Cada vez estaba más despierto. Podía distinguir los tonos de voz, identificarlos. Ya no salían de un radio estropeado.

Unos pasos se alejaron y una puerta sonó al cerrarse. —Apagaré la luz —comentó la voz entusiasta de Amaia—. Si te despiertas con mucha claridad estarás de mal humor. Regresó a donde estaba, atrapó mi mano y descansó su mejilla sobre mi brazo. Tragué, comprobando que mi garganta estaba inflamada y mi lengua pesaba una tonelada. Mojé mis labios como pude, dispuesto a hablar o emitir algún sonido. —Si... —Mis oídos lo detectaron a duras penas, quizás ella no escuchaba o solo hablaba en mi imaginación—. Contigo no... despertaría... de mal humor. Fue agotador pronunciar las palabras y Mia dio un respingo, demostrando que había escuchado. —Hablaste. —Era obvio—. Dime que hablaste. Me hizo gracia que lo pidiera cuando ya no era capaz de pronunciar otra palabra. A cambio, puse mi empeño en abrir los ojos para encontrar su rostro, expectante y a centímetros del mío. —Hablaste —repitió con una sonrisa—. ¿Quieres que llame a los doctores? ¿Aksel, tu madre? Acaban de irse. Apenas podía enfocarla. —Cierto —continuó—, no podrás hablar mucho. —Los nervios y la excitación la devoraban—. Pestañea una vez si es sí y dos se es no, ¿te parece? Iba a pestañear una vez para acordar el modo de comunicación cuando volvió a hablar: —Espera, quizás era al revés. ¿Dos es sí y uno es no? —Me miró, esperando una respuesta que no podía darle—. Claro, no puedes responderme. —Soltaba palabras atropelladas—. Mejor inventemos un código propio de pestañeo. Cuatro es no y dos es sí, ¿te parece? Quise pestañear dos veces cuando volvió a interrumpir: —Pero te cansará de pestañear —observó, amasando su labio inferior con dedos temblorosos—. El doctor dijo que estarías agotado, mejor lo dejamos en lo simple. Uno es sí y dos es no. ¿Estás de acuerdo? Me habría gustado reír de su nerviosismo, en cambio, pestañeé una vez antes de que tuviera otra descabellada idea. —Perfecto. —Entrelazó sus dedos y juntó las manos bajo la barbilla, llena de emoción—. ¿Te duele algo?

No. >>Es normal, te han puesto tantos sedantes que apenas sentirás tu cuerpo. Es para que no duela —explicó—. El doctor dice que la recuperación de una herida de bala es peor que el disparo. —Abrió los ojos como si acabara de decir lo que no debía—. No te preocupes por eso, podrás recuperarte igual. Quise reír. —¿Estás sonriendo? —cuestionó, mirando mi boca. Sí. —¿Te burlas de mí? Sí. —¿Finges que no te puedes mover para dejarme como tonta? No. Entrecerró los ojos. —Más te vale o me vengaré cuando estés de pie. Sonrió y supuse que lo hizo porque mis labios le daban indicio de que yo lo hacía. Me observó por largo rato y poco a poco sus ojos se tornaron brillantes, se llenaron de lágrimas. —¿Recuerdas lo que pasó? Sí. —¿Recuerdas lo que hiciste? Sí. —Casi mueres —declaró—. Casi mueres y sentí que moriría contigo. Estuve segura por horas que te había perdido y creí que no podría seguir sin ti. Podía sentir su dolor. —¿Era eso lo que temías contarme? Sí. —¿No podías contarme que tu padre los había lastimado de tantas maneras? Sí. —¿Intentabas protegerme? Sí. —¿Pensaste que si lo sabía me alejaría de ti? Me costó abrir los ojos tras darle una respuesta afirmativa. Mojó sus labios y me regaló una sonrisa ladina, una de sus miradas especiales, las que eran solo para mí. Se acercó a mi frente y dejó un suave

beso. —No hubo, no hay y no habrá nada en tu pasado que me haga alejarme —susurró muy cerca de mi rostro—. Nunca lo olvides. ~❁ ✦ ❁~ —Nika —dijo la tierna voz de mi madre en lo que acariciaba mi cabello —. ¿Estás despierto? —Quizás lo está y no quiere hablarte —comentó Amaia con resentimiento—. A veces nos escucha y no lo dice. Cada vez que despierta tengo que volver a explicar lo del pestañeo. Creo que el disparo lo hizo más idiota. Reí para mí, pero el sonido, aunque débil, se escuchó. Una silla chirrió contra el suelo. —¡Ves, Anette! —exclamó Mia—. Lo hace a propósito. Mi madre siseó y supe que Amaia tomó asiento, pero sin dejar de refunfuñar. —¿Puedes abrir los ojos? —preguntó mamá y esa vez fue más fácil hacerlo. Encontré su sonrisa y no pude corresponderle al ver que tenía la cabeza vendada. Los recuerdos del golpe y su cuerpo en el suelo agitaron mi respiración. —Estoy bien —aclaró, leyendo mi desesperación—. Han hecho todas las pruebas necesarias y no hay de qué preocuparse. Siguió acariciando mi cabello y me calmé. —Quisiera decir lo mismo de mí —comentó Aksel, logrando que dirigiera la vista al pie de la cama. Usaba unas muletas y me miraba, preocupado. >>Dicen que volveré a caminar bien después de la fisioterapia, pero esto duele demasiado. —Se refería al disparo en el muslo—. No para de quemar en ningún momento. —No me duele. Todos sonrieron al escucharme. —No duele porque estás drogado —aclaró Aksel—. Deja que vayan eliminando los calmantes y sabrás lo que es sufrir. —No asustes a tu hermano —regañó mamá. —Él es quejica —murmuré—, yo no. Ellas rieron por lo bajo, Aksel solo me miró antes de acomodarse sobre las muletas.

No podía creer que estuviera ahí, verlos vivos. Miré a mamá y no tuve que decir las palabras para que respondiera. —Está bajo custodia y declararemos cuando estemos en condiciones. Esta vez no escapará de todo lo que ha hecho, lo prometo. Esperaba que tuviera razón, que la pesadilla acabara algún día y fuera pronto. —¿Cuánto...? ¿Cuánto ha pasado? —Dos semanas. Era demasiado y el cansancio volvía a invadirme. —Allá va de nuevo —dijo Aksel y su voz se fue apagando—. Yo quiero que me den de lo que le dan a este tipo —protestó—. Llevó cinco días sin dormir por el dolor. —Descansa —dijo mamá, besando mi frente justo antes de que cerrara los ojos—. Todo estará bien. ~❁ ✦ ❁~ —Pon de tu parte —reclamó Amaia en lo que ayudaba a sentarme para comer—. Soy una enana, no puedo contigo. —Estoy poniendo de mi parte —mentí en lo que ella se esforzaba por alzarme si tocar mi pecho—. Deberías hacer ejercicio. —Prefería cuando no podías hablar y nos comunicábamos por pestañeos —murmuró. Terminé por ayudar y apoyarme en las manos para quedar en la posición adecuada. El dolor en el pecho me dio un latigazo, pero pasó. Aksel tenía razón. Iban eliminando los medicamentos poco a poco y con cada día sentía las consecuencias del disparo. Dolía y era evidente lo que costaría recuperarme. Amaia rodó la bandeja hasta que quedó frente a mí. Se sentó al otro lado y organizó la comida. —Abre la boca —indicó al elevar la primera cucharada. No dudé en obedecer, moría de hambre—. A partir de mañana comes solo. —¿Por? —cuestioné, masticando—. Apenas me puedo mover. Entrecerró los ojos en lo que me daba otra cucharada. —Sé que te puedes mover y finges conmigo, el doctor me lo dijo. —Se supone que es tu manera de pagarme. Casi pierdo la vida por ti. Sus manos se detuvieron sobre el plato. Entendí que me había pasado con la broma. Llevábamos días felices por mi recuperación, por estar vivos,

protegiéndonos del pesar con humor. Un aliciente momentáneo a una experiencia traumática. —Sabes que no pienso agradecerte por eso —murmuró. —No tienes que hacerlo, lo hice... —No voy a agradecerte porque es lo más irresponsable que has hecho en tu vida. —La observé juguetear con mi comida en el plato—. Podías haber muerto. —Tú también. —Eso no te daba derecho a interponerte —reclamó, mirándome—. Casi mueres. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Crees que habría podido seguir con mi vida si hubieses muerto para salvarme? —Sí, lo habrías hecho porque eres más fuerte de lo que crees —aseguré —. Si tú, mi madre o Aksel hubieran muerto, yo habría sido incapaz de seguir viviendo. Mordió su labio, consciente de que tenía razón. —Igual no pienso agradecerte. —No quería que lo hicieras. Ignoró mis palabras y continuó alimentándome. Las lágrimas corrían por sus mejillas, silenciosas. Supe que no debía decir nada, que ella también necesitaba desahogarse. Cuando terminó el primer plato sus manos quedaron sobre la mesa, inmóviles. —Yo también lo habría hecho —susurró. —¿Ponerte en peligro? Alzó la vista. —También daría mi vida por ti, una y mil veces. Me estremeció saber que no mentía. Amaia era distinta en muchos sentidos. Su manera de expresar sentimientos era una de ellas y las palabras que no decía quedaban implícitas con sus acciones. Podía no haber dicho "te amo" una sola vez, pero estaba convencido de que me amaba con la misma intensidad que yo a ella.

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A todas las que leyeron, en especial a las que me acompañaron en cada capítulo, haciéndome sonreír con cada comentario y cada silencio en las partes hot, puercas. A las que esperaron a estar cerca del final para apresurarse a leer en cuanto actualizara, yo habría hecho lo mismo. La bilogía "No te enamores" es nuestra, Mia y Nika son nuestros personajes, nosotras los hicimos y los vivimos. Soy la creadora y ustedes el alma en cada palabra. Gracias por tanto. ❤ ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Champiñones, ya fue... ¿Lo sienten como un final? Es que no lo es porque ustedes me acompañarán a dárselo cuando conversemos de todo lo que quieren saber después de este momento. Es el final porque supieron que Nika sobrevivió. Escribí la bilogía sabiendo a donde iba, jamás cambié por ninguna opinión. La idea era que dudaran el primer libro y terminaran entendiendo el error de Mia, el que muchas cometieron con ella: juzgar, perder el tiempo y no vivir el presente. El segundo era una oportunidad y si la vivieron, si llegaron a pensar que un descanso para Nika estaba bien y que un "final feliz" no era lo más importante, entonces también entendieron la enseñanza de este libro. Los comentarios sobre este capítulo serán por Twitter e Instagram. Usen #NTEDM y podré ver todo lo que publican. No ignoren Wattpad o redes por hoy, tengo una linda noticia que dar en unas horas y no pueden perderla, una que llevo semanas guardando. Además, me falta una nota de agradecimiento para hacerlas llorar. Nos leemos en un rato...

FELIZ DÍA   A quien no ha leído el capítulo anterior, please, no sigas leyendo... . . . . . . . . . . . . . . En serio, no leas... . . . . . . . . . . . . . . Feliz día de los inocentes.

Ya se sabía en Twitter e Instagram... El capítulo anterior no es real, no es el final, es mi broma por el día de los inocentes. Mañana es el último capítulo. Hasta mañana.

Epílogo   Toda historia de amor tiene dos versiones. ¿Estás listo para conocer la de Nika? Clic aquí: https://w.tt/46XaaIq ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ La broma por el día de los inocentes era mentir sobre el final. Lo que leyeron SI ES EL ÚLTIMO CAPÍTULO. El detalle es que faltaba este epílogo. Las amo, hoy y siempre. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ —¡Suelta eso, idiota! Amaia me pegó una patada en el trasero e hizo que la maleta resbalara de mis manos antes de que pudiera cargarla. —No me pegues —protesté—, estoy convaleciente. Puso los brazos en jarra y me dedicó un gesto severo. —Convaleciente, pero quieres cargar la maleta. —Hay mucho que he querido hacer por dos meses y nadie me deja. —Menos cargarás una maleta. Con torpeza, logró guardarla en la cajuela y cerrarla, algo que parecía imposible por la cantidad de equipaje que cargaba. —Jamás te perdonaré esto —murmuré en lo que volvíamos por el camino de piedra hacia la entrada de su casa. —¿El qué? —Que me tuvieras dos meses sin sexo. Giró sobre sus pies y me dio un coscorrón. —El doctor dijo que no podías ni pensar en eso. —Una indicación imposible de seguir —bromeé—. Estoy más caliente que el puto verano de Soleil y eso es mucho decir. —Pues deberías seguir enfocado en recuperarte y no en quitarte las ganas. —¿Cómo podría hacer eso si te has pasado todo el verano a mi alrededor? —me quejé—. Toda enana y pulgarcita, con esa cara, es boca y esas te... Plantó un beso en mis labios para callarme.

—No has sido el único con ganas, compórtate y ayúdame. Resoplé en lo que me daba la maleta más pequeña y su familia salía a despedirla. Su padre me arrebató el diminuto equipaje y lo guardo en el asiento trasero. Todos me cuidaban tanto que resultaba abrumador. Amaia abrazó a su madre con fuerza en lo que intercambiaban palabras en voz baja. Su padre la besó en la frente antes de pasarle una hoja con lo que reconocí como la famosa receta de las arepas Favreau. No paró de dar indicaciones hasta que ella descansó el rostro sobre su pecho, pidiendo un abrazo. Emma, que creció más en dos meses y le sacaba un par de centímetros a Mia, estaba seria al llegar su turno. No había nada en ella de la niña asustadiza que cruzara la puerta de la mansión abrazada a la cintura de su hermana. Creí que sería la despedida más veloz por lo distante que parecía la castaña con su hermana mayor. Sin embargo, terminó en un mar de lágrimas que solo pudo detener la señora Favreau. Si Mia seguía demorando, haría la última hora de carretera en la noche y no era aconsejable al ser su primera vez en un viaje largo. Cuando giró a verme, su familia se alejó, soltando advertencias y promesas de comunicación en cuanto arribara a su destino. Nos dejaron solos y quedamos en silencio. La temida despedida. Sus ojos brillaron y le di la espalda, dirigiéndome a la puerta del conductor para que entrara, tomando un paso más en dirección a su partida. Estuvo al volante y me incliné, recostando los bazos a la ventanilla. —Debías haber ido con Dax, Aksel y Sophie. Es más cómodo si manejas acompañada. —No puedo depender eternamente de la compañía. Al fin soy capaz de manejar y no pienso esperar a que ellos vengan a Soleil para hacerlo. Una punzada de dolor y anhelo atravesó mi pecho, justo por donde la bala lo hiciera. —¿Vendrás seguido? —Si puedo, sí. La tristeza descansaba en su mirada y el silencio se alargó más de lo debido. La conversación sobre aquel momento tuvo lugar cuando salí del hospital. Llegamos al acuerdo de disfrutar el verano juntos, como

pudiéramos y después tocaría enfrentar el adiós. No había nada para agregar, teníamos un trato. —Te extrañaré —musitó. —Yo también. Haría más que eso. —Me alegro —dijo con desinterés antes de encender el auto y poner primera—. Ahora aparta de mi ventanilla, tengo que irme. La sorpresa impidió que me apartara a tiempo cuando aceleró. Frenó en seco tras avanzar cinco metros. Capté su sonrisa en el retrovisor y caminé hasta ella. No permitió que la alcanzara, poniendo el auto en movimiento, lentamente, permitiéndome caminar a su lado. —¿Divertida? —Mucho, aunque me divertiría más que te arrodillaras y pidieras que no me fuera. —No puedo hacerlo, soy un hombre convaleciente, una bala me atravesó el pecho, ¿sabes? —Mantenía expresión escéptica—. Sin embargo, tengo un regalo para ti. Frenó con delicadeza. —¿Un regalo? —Uno de despedida, pero si estás tan apresurada, mejor no. Extendió la mano con ojos curiosos. Su cabello llegaba a los hombros y el flequillo crecido, acomodado a un lado, caía sobre sus ojos. Se veía distinta, pero su mirada seguía provocando la misma sensación de la primera vez. Tomé el cuaderno que guardaba en mi bolsillo y una línea apareció entre sus cejas al tenerlo en las manos. Observó la primera página cubierta en tinta, garabatos en todas direcciones y oraciones curvadas en diminuta letra. Evité que leyera cuando le dio la vuelta para entender. —Hazlo en Prakt, cuando tengas tiempo. Deslizó las hojas a toda velocidad entres sus dedos. —Está casi vacío. —Tiene lo que escribí cuando estuvimos separados. Mordió su labio. Daba igual la conversación que tuviéramos cuando salí del hospital, lo tanto que le expliqué que nada de lo sucedido era su culpa. Ella seguía sintiéndolo, aunque mintiera diciendo lo contrario.

—Quería proponerte algo —dije, volviendo a ponerme a su altura—. Cambiémoslo de manos cada vez que estemos separados. —Serán demasiadas veces. —No puede ocupar más de diez hojas —advertí, dando dos golpecitos en tapa de cuero—. Ahorra espacio. Acarició la cubierta hasta que nuestras manos rozaron y me recorrió la sensación de una suave corriente eléctrica. Cuando alzó la vista, sus ojos estaban llenos de lágrimas. —Y si conocemos a alguien más, ¿deberíamos escribirlo? —Si quieres hacerlo, hazlo. —No quiero que pase —murmuró. —Pero si pasa no será un problema, todo estará bien. Sorbió por la nariz. —Pues pase lo que pase, deberías saber que te amo. —Alzó la vista y se le escapó una lágrima silenciosa—. Te amo y pensé que te había perdido sin que lo supieras. —Acarició mi rostro y no pude hacer más que sonreír—. Te amo. —Lo sé. —Jamás me había sentido de esta forma. —También lo sé. —¿Cómo? Me acerqué y besé sus labios, saboreando lo salado de sus lágrimas. —Una vez te dije que la única manera de expresarse no era con palabras. —Por suerte para mí —concluyó. Deslicé la nariz por su mejilla, dejando uno y otro beso; apreciando su olor, la calidez y suavidad de su piel No era el momento, quizás nunca lo fuera y no estaba en nuestras manos decidirlo. Ella debía marcharse y yo tenía camino por recorrer si quería sanar algo más que una herida de bala. —Tienes que irte —musité sobre sus labios. —No quiero. —Pero tienes y espero que lo hagas sin averiar el auto en el camino. Rio, nerviosa. Aproveché el momento para alejarme de la ventanilla. Tras una sonrisa amarga, sus labios formaron un "te amo" y se puso en marcha; apartando la vista y sin mirar atrás. El auto se alejó, desapareciendo en la carretera que recorriéramos en todas las situaciones posibles. Desde vecinos que peleaban en su primera

clase, amigos que se besaban e ignoraban, chicos que se entendían y acariciaban en silencio, amantes, extraños, novios y finalmente... eso. Un adiós donde acordamos no tener expectativas y vivir lo que debíamos, sin importar que significara un final o un nuevo comienzo. Me acostumbraba a la idea de lo desconocido, lo que conjuraría la distancia. Solo tenía algo claro, lo que mi corazón averiado y fuera de lugar me decía desde aquel primer beso en la noche de Halloween. Amaia era y siempre sería la única persona a la que lograría amar de aquella manera.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Mis champiñones, no dejen de leer los agradecimientos...

AGRADECIMIENTOS   Cómo empezar cuando no tengo idea de soltar a estos personajes... Lo bonito es que no los dejaremos aquí porque conmigo los finales son abiertos y todo es posible. Por Instagram estaré haciendo un en vivo mañana. Hoy avisaré la hora para que sea adecuada para todos los lugares de donde me leen. Tenemos que estar más cerca para conversar de lo que viene. Quiero hacer muchos extras y mañana conversaremos de otras cositas que están por venir. Me gustaría que escribir los extras que ustedes tengan ganas de ver. Dejen ideas aquí y mañana las debatimos. Por otro lado, tenía que agradecer. Empecé la historia queriendo que fueran dos libros y sabiendo que terminaría aquí. Nika y Mia en paz, tomando sus caminos y viendo qué depararía el futuro sin esperar nada. Creo que construí una relación sana en la que superaron obstáculos, pero quedan otros, esta vez, personales. En el camino dudé si dejarlo en un libro y después de la muerte de Nika añadir lo que vieron en los dos últimos capítulos desde la perspectiva de Mia. No pude porque las ideas y Nika me gritaban al oído. No me arrepiento de escribirlo, menos por el apoyo que me han dado en cada capítulo. Gracias por animarme y entenderme. Una vez no pude actualizar porque era incapaz de escribir el capítulo y cuando pedí disculpas me dijeron que no importaba, que primero iba yo y que ustedes esperarían. Ese mismo día pude escribirlo completo. Soy feliz porque las que seguían cada capítulo y corrían a leer, jamás me presionaron, me ayudaron a llegar hasta aquí. No voy sola, voy con ustedes. La historia no es solo mía, es nuestra, no me cansaré de repetirlo. Este año sufrimos por el viaje doloroso de Nika, pero celebramos cada millón en el primer libro. Ganamos un Watty, tuvimos exposición, formamos una familia. Somos la familia Champiñón y muero de felicidad cada vez que me dicen "mami Meera", "mami Champiñón" o "Filomena".

La amo y me quedo corta. Las amo y las quiero siempre conmigo. Las amo y les agradezco todo lo que me han ayudado a crecer, como escritora y persona. Espero que nos leamos en el futuro y que no olviden a Nika y Mia, queda mucho de ellos...

EXTRA: 14 de febrero   Abotoné la camisa hasta mi cuello, me miré al espejo y solté el último botón, después el segundo y, tras otra ojeada, decidí volver a abotonarlos. —Por un botón más o uno menos no tendrás más atención de Mia —dijo Aksel desde mi cama, sin alzar la vista del libro que estaba leyendo—. Dudo que lo note cuando quiera arrancarte la camisa. Giré sobre mis pies, ignorando su burla. —¿Qué me queda mejor? —No tienes donde escoger. Es esa camisa negra o una de tus sudaderas. —Miró la ropa sucia, notando que llevaba una semana sin lavar—. Pues es esa camisa o nada. —Sonrió—. Seguro a Mia le gusta, pero a sus padres en medio de la cena, no tanto. Me acerqué, pateé su frente y cayó riendo sobre el colchón. —Deberías haber venido con ella —reproché, volviendo a mirarme al espejo. —Tenía exámenes, yo no. —Está manejando sola. —Ya aprendió. Te sorprendería lo bien que se le da. —Estrelló el auto contra un poste a la segunda semana de estar en Prakt. —Eso fue mala suerte, no su culpa. —Chasqueó la lengua—. Fue para no atropellar a una señora. —¿Estaba borracha? —No. —Frunció el ceño—. Veníamos de una fiesta y ella no bebió, nosotros sí. —Bufó—. Ese día vomité más que en toda mi vida, jamás lo vuelvo a hacer. Rodé los ojos y me di por vencido con los botones de la camisa. —A este paso no te querrán como profesor en ninguna universidad por muchos sobresalientes que tengas. Volvió a chasquear la lengua. —Claro que me querrán. —Alzó la cabeza sin levantar el cuerpo de la cama—. Seré el mejor profesor que hayas visto.

—Estoy seguro. —Le di la espalda para encontrar mis zapatos en lo que murmuraba para mi mismo—: Mientras no te enamores de una de tus alumnas, todo bien. Poco probable que lo hiciera con lo obstinado y recto que era. En un solo semestre sabía que prefería enseñar una vez se graduara a ser artista. Aksel me arrastró de la habitación con tal de que no siguiera viéndome al espejo. Bajamos en busca de mamá, lista y radiante con su mejor vestido y el cabello arreglado. En lo que salíamos de la mansión supe que no podría comer. Tenía un nudo en la garganta y los nervios me ganaban. Una cena familiar por San Valentín no era convencional, solo una excusa para recibirla. La primera vez que Amaia volvía a Soleil desde que partiera en agosto. Más de cinco meses sin verla o hablarnos. Cortamos todo contacto tal cual habíamos acordado. Ella debía estar enfocada en su carrera y nueva vida, no estaba seguro. Preguntar o indagar no fue algo de lo que me preocupara. Más de cinco meses enfocándome en mí. Intentaba no pensar en ella, aunque la tuviera presente a cada minuto. Aprendí a extrañarla sin agobiarme y a vivir sin que fuera el aire para respirar. Me sentía bien, pero el tiempo, la terapia, el camino recorrido para sanar o el haber encontrado mi paz no podían calmar los nervios por volver a verla. Mary, la señora Favreau, nos recibió con una sonrisa. Louis, su esposo, se asomó desde la cocina y saludó, siempre encargado de la comida, uno de los mejores cocineros que conociera. Emma estaba acostada en uno de los sofás de la espaciosa y minimalista sala de estar. Tenía la vista pegada al teléfono y dio un respingo al vernos. Sus ojos cayeron sobre Aksel y una sonrisa encantadora se dibujó en su rostro. Ya era más alta que su madre, demasiado delgado por el acelerado crecimiento del último año, tanto que tenía un tratamiento nutricional para mantenerse saludable. Estaba en el instituto y sabía lo popular que era en Soleil. Tenía un novio en secreto y aseguraba estar interesada, pero en cuanto Aksel se sentó a su lado no perdió un segundo para atacarlo a preguntas sobre la universidad.

Me ofrecieron vino, jugo, agua... No podía tragar nada, no sabía ni cómo sentarme o conversar. Mamá se perdió a la cocina y quedé con mi hermano y la ya no tan pequeña Emma. —Te dará un infarto —dijo ella, dedicándome una mirada divertida con sus ojos color miel—. Ya llegó si es lo que te preocupa... aunque creo que no es lo que más te preocupa. Aksel le rio la gracia y Emma se vio satisfecha. —¿Quieres que me dé un infarto? —No estaría mal, así me libro de tus sermones semanales. —Si no los necesitaras no te los daría. No siempre se puede tener lo que quieres, deberías aprenderlo de una vez. Le dediqué una sonrisa para que supiera que ambos conocíamos el punto débil del otro. Había crecido mentalmente y ya podía ir al grano para molestarla o hacerla entender. Entrecerró los ojos, calculándome, antes de fingir que no pasaba nada y mirar a Aksel. —¿Sabes que me ha ido a recoger al instituto para ahuyentar a mis pretendientes? Mi hermano se vio sorprendido. Emma era una caja de sorpresas: astuta y testaruda. Acaba de decir "llamo la atención" solo para ganar algo que no consiguió de Aksel: celos. Seguían siendo infantil. —Puedes lucir de dieciséis y ser muy lista, pero sigues teniendo trece. —La edad es un número. —En esta voy con Nika —intervino Aksel—. Deberías ir despacio, no quieres quemar etapas. Emma ladeó la cabeza. En su mente, significaba que a Aksel le importaba lo que hacía, la conocía demasiado para no leer sus locos pensamientos de mirarla. —En vez de quemar etapas las hará estallar si se mete con la persona equivocada —murmuré, recordándole dónde no debía meterse. No conseguí lo que buscaba: una de sus miradas asesinas. Su sonrisa se ensanchó con la vista a mi espalda. —Creo que el que va a estallar es otro —dijo, moviendo los labios y sin emitir sonido, al tiempo que unos pasos bajaban la escalera. El corazón gritó que estaba ahí, golpeando tan fuerte que hizo temblar mi respiración. Al girar la encontré al pie de la escalera, mirándome, con una

sonrisa cohibida. Su cabello pasaba de los hombros y volvía a llevar un flequillo, bien hecho, era evidente que alguien más lo había cortado. Usaba un vestido que conocía, mostaza y de pequeñas flores blancas, uno que no podría usar en el exterior donde la brisa fresca de mediados de febrero la habría congelado. Sus ojos, igual de hipnóticos y azules, brillaron con el primer contacto. —Hola —murmuró con aquella voz que me dejaba flotando. No pude responder y dio dos pasos en mi dirección—. ¿Te quedaste sin palabras o disfrutas la vista? Se me escapó una risa nerviosa que la contagió. Estaba a punto de saludar cuando mi madre llamó Aksel para preparar la mesa. —Voy contigo —dijo Emma, poniéndose de pie y mirándonos de reojo —. Ver esto sería vergonzoso. Amaia la ignoró y me dedicó una mirada de disculpas. Se sentó al otro extremo del sofá y sus ojos me detallaron, curiosos. —Estoy entero —logré decir tras el largo silencio—. Sigues pensando que morí. Arrugó la nariz. —No juegues con eso. —Me miras como si fuera a faltarme un dedo o algo parecido. —Chequeo que estés bien. —¿Te fuiste a estudiar Historia del Arte o Medicina? —Sigues siendo un idiota. —Torció los labios—. Te miraba porque no te recordaba bien, es todo. —¿Te olvidaste de cómo lucía? —Bufé—. Lo dudo. —Porque eres tan memorable, obvio. —No, porque seguro dormías con una foto mía bajo la almohada. Sus ojos se abrieron, asustada. —¿Cómo lo sabes? —cuestionó, llevándose la mano al pecho y dejándome consternado. Una sonrisa me hizo entender que estaba bromeando—. Ya quisieras. —Se cruzó de brazos—. ¿Estás bien? —Más o menos. —Me encogí de hombros—. Tendrás que darme una foto nueva, la que tenía bajo la almohada se arruinó porque la llené de baba. Me lanzó un cojín y se echó a reír. —Me alegra que estés bien —agregó cortando el juego. —¿Y tú? ¿Tomaste la decisión correcta o todavía quieres estudiar Contabilidad?

Su rostro se iluminó. —La mejor decisión de mi vida —murmuró—. He amado cada día. Digamos que mis expectativas fueron superadas. —Me alegra —confesé y no pude seguir sonriendo, ella tampoco. Los sentimientos se arremolinaron en mi pecho, nada había cambiado para mí, pero no sabía qué pensaba ella. —¿Cuántos días estarás en Soleil? —pregunté, intentando desviar mis pensamientos. —Me voy mañana. Me controlé para no decir que me parecía muy poco y sabiendo que no volvería a verla después de aquella cena. —¿Exámenes? —No. Me voy a mudar a un apartamento con una amiga, tenemos pocos días libres y tengo que estar para la mudanza. —¿Dejarás el apartamento de la facultad? —Solo pagaremos un poco más. Encontramos un lugar entre la universidad y una cafetería que nos dejará hacer algunas horas semanales. —¿Vas a trabajar? Una línea marcó su entrecejo. —¿Te parece tan extraño que quiera trabajar? —No, me gusta que quieras hacerlo. —Me sentía orgulloso de verla crecer como persona, ella me hacía sentir en todos los sentidos—. Me alegra que ahora puedas pagar tus compras y no dependas de mami y papi. —Idiota, sabes que no me pagan nada. —Me miró con mala cara—. No vengas a dártelas de hombre trabajador. —Lo soy. —¿Sigues con el papá de Sophie? Asentí. —Me pagan mejor y estoy casi seguro de que la mansión no se caerá a pedazos. A este paso, en tres años estará decente. —¿En serio? Le emocionaba escucharlo. —No será la restauración que lleva, pero esa puedes pagarla tú cuando la compres dentro de unos años. —¿Me la venderías? —Depende. —Rasqué mi barbilla, viendo a la nada y fingiendo pensar —. ¿Cuánto dijiste que pagan en esa cafetería?

Su risa hizo que la mirara. No respondió y se acomodó, descansando el codo sobre el sofá y apoyando la cabeza en su mano. —Había olvidado lo cómodo que es hablar contigo. La piel se me puso de gallina. —Siempre has tenido mala memoria. No pude evitarlo, me acerqué, acortando la distancia y valorando si a ella le incomodaba. No se movió. —Olvido algunos detalles —confesó. —Espero que no todos —murmuré, mirando sus labios. Quería tomar su barbilla y besarla, no sabía si podía hacerlo. Mis manos escocían y la indecisión fue reventada por el llamado de Aksel. Asomó la cabeza desde la cocina antes de hablar: —Mia, tu papá quiere que pruebes el pollo. —Ya voy. Se puso de pie sin mirarme y pude ver sus mejillas sonrosadas antes de que me diera la espalda. Después de la interrupción no hubo un momento en el que coincidiéramos a solas. Entre todos montamos la mesa y servimos la cena. El comedor se convirtió en un hervidero de conversaciones y esa vez, como todas las comidas de los últimos meses, no fui un espectador de las risas y el parloteo. Recordé las cenas que tuviéramos antes de la partida de Amaia y noté la diferencia. No había intercambios incómodos o tensión. No estaba pensando en ella, en nosotros y, aunque nuestras miradas se encontraron un par de veces, fueron risas compartidas, complicidad y pura felicidad de estar en familia. La sobremesa se hizo eterna y eran casi las once de la noche cuando recogimos y organizamos. Los Favreau y mi madre se quedaron en la cocina, bebiendo vino y picando aceitunas. Salí a fumar y me quedé bajo la exquisita temperatura de la noche por más tiempo del necesario. Tenía una vista privilegia del interior, donde Aksel, Amaia y Emma decidieran sentarse a la mesa y jugar al mentiroso con dos juegos de barajas. Al encender el tercer cigarrillo, las hermanas peleaban, ninguna de las dos sabía perder. A la vez, Aksel se encargaba de esconder cartas bajo la mesa. Me divertía ver el espectáculo silente desde el exterior.

Disfruté el momento como la doctora Favreau me había enseñado. Me sentí afortunado de ese minuto, de cada segundo, de verlos allí. No importaba el día siguiente y el recuerdo no lo podría robar nada ni nadie. Cuando regresé al cálido interior de la casa, tomé asiento en la otra punta de la mesa. Mia había desistido de jugar, concentrada en su teléfono. Aksel y Emma habían cambiado de juego y mi hermano no podía hacer trampas con la chica, era demasiado inteligente para que traficara los naipes frente a su nariz. —¿Puedes no moverte de aquí? —susurró una voz a mi derecha. Amaia se había puesto de pie y acercado sin que lo notara. —¿Por? —Solo espera aquí, ¿sí? No se fue hasta que asentí. Desapareció y no supe a qué se debía el misterio. Se demoró en regresar y cuando lo hizo, llegó por mi espalda, inclinándose para que su rostro estuviera a la altura del mío. Sentí su respiración sobre mi rostro. Miré a Emma y Aksel al otro lado de la mesa, nos ignoraban. Recostó la barbilla a mi hombro. —¿Recuerdas lo que hicimos este día hace un año? —¿Ayudar a que Sophie no perdiera las piernas caminando descalza por la carretera después de descubrir que su novio le había puesto los cuernos? —Antes de eso. —Ir al río —contesté, haciéndome el tonto, sabiendo a donde quería llegar. —Después de eso. —Mojarnos en la lluvia por tu culpa. —Después de eso —repitió—, en el auto. —No recuerdo —mentí—, supongo que olvido algunos detalles. Dejó salir una risa baja y escondió su rostro en mi cuello. La suavidad de su piel me hizo sostener el aliento. —Si no te acuerdas, espero que algún día podamos repetirlo —dijo, haciendo que la mirara y nuestros labios quedaran a centímetros. Pasó un brazo por encima de mi otro hombro, me abrazaba desde la espalda mientras estaba sentado, la única manera en que podría hacerlo por su estatura—. De momento, lo que puedo darte para recordar los pequeños detalles, es esto.

Deslizó algo que llevaba con ella, un cuaderno con cubierta de piel que reconocí al instante. Se lo había dado antes de su partida. Lo hojeé para encontrar más páginas escritas tras la que yo llenara. —Es trampa, te dije que solo diez hojas. —Usé diez. —Pero cada página está llena de pósits, escribiste el doble de lo que debías. —No me diste un manual con reglas —se justificó—. Cinco meses es mucho tiempo. Miré las hojas escritas y tapadas por pósits de colores, aprovechando cada espacio y con letra tan minúscula que costaba leerla bajo la escasa luz de la esquina del comedor. —Lo dejaré pasar esta vez —dije, serio y cerrando el cuaderno. —Espera. —Se incorporó y sacó un bolígrafo, acompañado un pequeño pósit color rosa chillón—. Falta uno por agregar. Se apoyó en el cuaderno, fuera de mi vista, y escribió. Extendí la mano cuando terminó. —No leas hasta que te vayas. —Mordió su labio, repensándolo—. Mejor no lo leas hasta que yo me vaya. Quiso escapar y la hice volver al tomar su muñeca. Logré que se inclinara hasta volver a quedar a mi altura. —¿Y si lo leo ahora? Sus nervios salieron a flote cuando un leve rubor tiñó sus mejillas. —No-no lo leas. —¿Tienes miedo? Trago en seco y sus ojos se desviaron a mis labios, estábamos demasiado cerca. —No —mintió—. Léelo después. Disfruté que estuviera frente a mí, nerviosa y agitada por simples palabras. —A sus órdenes —murmuré, soltándola. Sonrió antes de volver a la sala de estar. Aksel y Emma seguían enfrascados en su juego o habían decidido ignorarnos. Abrí el cuaderno para mirar sin leer, pero mis ojos cayeron en el pósit rosa que acabara de agregar en la primera de las páginas que escribiera. Con su caligrafía redondeada y en tinta negra pude leer:

"No hubo un día en el que no pensara en ti". ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Dedicado a todas las que han corrido a leer este capítulo. Muchas me pidieron dedicatorias y no puedo complacerlas o la lista sería interminable, lo cual me hace muy feliz. Cada día nuestra familia crece más. Créanme cuando digo que cada capítulo es de todas, lo hago porque me hace feliz escribir y verlas disfrutar cuando publico. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Champiñones, feliz día del amor, la amistad y todo eso... Soy anti celebraciones, pero por ustedes sería Batman. Nunca había hecho un extra, menos uno por una fecha específica, ni idea de si va así, pero mis extras, sin cambiar la trama, las guiará a todo lo que viene después. 😊 Ya sabían que Aksel y Emma tendrán su propia historia??? Espero que disfrutaran de Mia y Nika. Quiero subir otro extra cuando lleguemos a los ocho, nueve y diez millones en NTEDN. Si recomiendan la historia llegamos más rápido. No sé, piénselo. 😏 Ajá, las estoy extorsionando para que recomienden la historia. En fin... Beso con sabor a mermelada de frambuesa que estoy comiendo con yogurt griego en lo que escribo esto... Cuídense... Nos vemos para chismear del extra por Instagram y Twitter.

EXTRA: Cumpleaños (1)   POV Mia. —¿Por qué empacas a última hora? —preguntó Hana, mi compañera de piso, en lo que me veía escoger ropa cualquiera y lanzarla a la maleta sobre la cama. —Porque me encanta dejarlo todo para el final. —Tenemos un examen dentro de dos días. —Prometo regresar a tiempo —repetí por décima vez en los últimos tres días. —¿A qué velocidad vas a conducir? ¿Quieres otra multa? —cuestionó—. Te quedarás sin puntos y no pienso revalidar mi licencia para movernos de un lugar a otro. —Eres vaga. —Rodé los ojos y apachurré la ropa para cerrar la maleta—. Conduciré a velocidad normal. —Irás hasta Soleil únicamente por estar en su cumpleaños. —Tomó asiento al borde de la cama—. Dices que no son nada, pero haces mucho por alguien con quien no tienes una relación ni de amistad. Me acosté con la vista al techo. —Sabes que no tenemos nada —murmuré—. Solo quiero verlo, es un día especial. Mis amigos ya están de vacaciones y lo pasarán con él... Me arrepentiré si no voy. —Tendrás que regresar mañana a medio día si no quieres perder el examen... Apenas dormirás... ¿Te arriesgarás tanto? La miré. Su cabello, negro y brillante, contrastaba con la palidez de su piel. —Su anterior cumpleaños estaba en coma. —Recordar aquellas semanas era doloroso sin importar el tiempo que pasara—. Será el primero que pasemos juntos. —Con cuidado, Mia. —Se cruzó de brazos—. Dices que quedaron en no ser nada, pero has pasado todo el año pensando que podría suceder en algún momento.

Me puse de pie y dejé la maleta en el suelo con tal de no responder, de ganar un par de segundos. —No podemos, menos estando tan lejos. —Busqué la toalla y me empecé a quitar la ropa para tomar una ducha antes de salir—. Es mi amigo, aunque no hablemos, solo quiero celebrar su cumpleaños. La mirada de Hana me persiguió. Estaba a punto de objetar al respecto cuando alguien golpeó la puerta del departamento. —Atiende tú. —¿Por qué? —se quejó. —No es para mí. —Tampoco estoy esperando a nadie. —Yo me voy a bañar... Se me hace tarde. Me escabullí a nuestro baño común y salvé por la campana de entrar en una conversación nada atractiva. Abrí la ducha en lo que el agua se calentaba. Un departamento viejo y barato venía con problemas, pero estábamos en medio de la ciudad con dos salarios de mesera. No se podía pedir más. Iba a quitarme la ropa interior cuando Hana llamó desde la sala: —Mia, hay alguien buscándote. No entendí a qué se refería, pero me envolví en la toalla antes de que volviera a gritar. Del estrecho pasillo había vista libre a la sala y asomé la cabeza para ver la puerta abierta. ~❁ ✦ ❁~ POV Nika. Mamá me besó y deseó suerte hasta que le recordé que iba a contratiempo. En el garaje encontré a Rosie, recostada a la motocicleta con el teléfono en la mano. —Victoria te dejará si no le das espacio. —Por tu culpa estoy perdiendo preciados minutos a su lado. —Tendrás las vacaciones. —Eso no quita que sean preciados minutos. ¡Nos hemos visto tres veces en diez meses! Ignoré su irritación, estaba acostumbrado. —¿Prometes cuidar de la moto cuando me haya ido? —Aksel la buscará en la noche. ¿Por qué lloras tanto? Bufé.

—Pensé que cuando dejaras de ocultarle tus sentimientos a Victoria te volverías una persona normal... Has empeorado. —Cállate. —Voy a conducir yo. —Cállate —repitió—. Si pediste que te llevara a tomar el autobús y cuidara tu moto, conduzco yo. Un par de meses atrás había cortado su cabello al nivel de la barbilla y no le molestaba al usar el casco cuando conducía. Me obligó a enseñarle porque quería comprarse una motocicleta. Me sostuve de su cintura para molestarla y nos pusimos en camino a la estación de autobuses. Por suerte, íbamos con tiempo suficiente. Rosie seguía sin acostumbrarse al pesado vehículo y temía acercarse al límite de velocidad. Llegamos sanos y salvos a nuestro destino. —¿Tienes un cigarrillo? —cuestionó en lo que entrábamos. Encendí uno para cada uno en el área donde estaba permitido fumar. —¿A qué hora es tu prueba? —Exhaló el humo y se dejó caer en uno de los bancos del pequeño parque interior de la estación. —Dos de la tarde. Miró la hora en su teléfono. —Muy gracioso, cara de rana. Es medio día —señaló—. No llegarías a tiempo ni haciendo magia. —A las dos, pero mañana. —¡¿No estarás aquí para tu cumpleaños?!—exclamó, logrando que las únicas personas que esperaban el autobús se sobresaltaran, a pesar de encontrarse lejos. —No. —Pero... —Miró a todos lados sin entender—. ¡Te preparamos una fiesta sorpresa, pedazo de imbécil! —¿De verdad? —Sophie se enojará cuando vea sus planes arruinados. —Lo superará y tú le avisarás antes de que siga haciéndose ilusiones. —Esta costumbre de obligarme a solucionar tus problemas no me está gustando. Deberías empezar a pagarme —rezongó—. ¿Por qué dijiste que la prueba era hoy y no mañana? —Quería ir antes y que medio pueblo no se enterara de la razón. —Igual tenías que... —Se detuvo—. ¿La razón? —No le costó unir cabos —. ¿Vas a ver a Mia?

Me encogí de hombros y guardé las manos en los bolsillos. —Responde —masculló. —¿Tan malo es que así sea? —¡Me hiciste prometer que te amordazara si algún día querías llamarla! —Y ni una vez tuviste que hacerlo. —¿Para festejar tu fuerza de voluntad le harás una visita? —ironizó y se puso de pie—. Me niego, no te dejaré ir. —Por favor, Rosie, ni lo intentes. Se interpuso en mi camino. —No te dejaré ir —sentenció. —Nos encontraremos de todas formas, en unos días ella regresará a Soleil. —¿Por qué irías a verla antes? —Quiero hacerlo. Dio la última calada a su cigarrillo y resopló. —Está estudiando para un examen que tiene mañana, vas a interrumpirla. ¿Contento? —¿Cómo lo sabes? —Hablamos por la fiesta sorpresa y dijo que le era imposible venir. La idea de verla había ocupado mis pensamientos por el último mes. Me hacía sonreír el imaginar que la sorprendía al reencontrarnos. Mi amiga entornó los ojos y su pose me dijo que haría hasta lo imposible por detenerme. No se acobardaba con facilidad, asustarla serviría poco, debía convencerla. —Haces esto porque irás a vivir a Prakt si apruebas ese examen. —Lo dices como si fuera una simple posibilidad. —Pellizqué su mejilla y gruñó—. Aprobaría con los ojos cerrados, imagina si le pongo ganas. —Peor... La vas a buscar porque piensas tienen oportunidad de estar juntos. —¿Y? —Se suponía que mantendrían la distancia, no que la irías a buscar a la universidad. Fue suficiente con el diario que intercambiaron en San Valentín. —Por eso la iré a buscar a su casa. Abrió los ojos más de lo necesario. —¿Cómo sabes su dirección? —No soy un acosador —aclaré—. Su madre me la dio.

—¿Tu psicóloga sabe que irás a verla? —Tengo su aprobación. —Me sentí orgulloso al decirlo y supe que ella igual, aunque fingió no darse por aludida con la declaración—. No ve mal que intente tener una relación, siempre y cuando tome en cuenta todo en lo que hemos trabajado por meses. —Entonces... ¿Vas directamente a eso? —No puedo tocar su puerta y pedirle que sea mi novia... —Arreglé el cuello de mi sudadera, fingiendo que era una corbata—. Pienso seducirla antes. Recibí un coscorrón y par de insultos. —¿Cómo puedes ser tan impulsivo? —De miedo no se vive. —La tomé del brazo y besé su frente. Intentó patear mi rodilla, pero la esquivé—. Ve a disfrutar de Victoria y déjame en paz. El autobús acababa de llegar y con tal de evadir sus protestas subí de primero. No me pararía en su puerta a proponerle que tuviéramos una relación, tampoco quería lanzarme sin paracaídas, sin saber en qué situación estábamos. Un año fue necesario para entender los errores pasados y comenzar el proceso de sanar. No me consideraba "arreglado", pero estaba mejor... me sentía distinto. El Nika que llegara a Soleil era un vago recuerdo gracias a la doctora Favreau, a su guía en un camino que recién empezaba. Tener su aprobación para ver a Mia confirmaba lo que me viera avanzar. Estaba listo para dejar a mi madre sin sentirme responsable por cada uno de sus actos, para pensar en mí y mis estudios. Otro comienzo que me llenaba de felicidad, de esperanza. Llevaba meses durmiendo en paz, sin pesadillas, sin medicación... sin pensamientos que no fueran enfocados en mi trabajo, el día a día, mi madre o la preparación para ingresar a la universidad. El viaje se fue con un pestañeo en el que pude dormir y no perdí tiempo al bajar en la estación. Pedí un taxi, al que le di las indicaciones para llegar a su casa. Conocía el barrio bajo en la zona céntrica de Prakt, donde estaban los edificios antiguos y las calles pequeñas no eran seguras, pero las rentas baratas. Entendía la elección del lugar y aun así me preocupó que, al bajar,

un par de hombres me miraron con expresión nada amigable desde un portal en el edificio frente al que me dirigía. El lobby, con piso de mármol manchado, era pequeño y oscuro. Una escalera conducía a los pisos superiores, donde los pasillos se extendían con puertas a cada lado. Subí hasta la cuarta planta en busca del número de apartamento y toqué, tras comprobar que el timbre no funcionaba. Por unos segundos dudé que escucharan el llamado por la música de los vecinos. Volví a golpear con fuerza y esperé. El sonido de varios cerrojos hizo que el corazón se me acelerara, pero no fue ella la que atendió. Una chica alta, de piel blanca, ojos rasgados y cabello lacio y negro, me inspeccionó de pies a cabeza. Llevaba una camiseta ancha donde habrían entrado tres de su complexión, le llegaba a la rodilla. En el frente se podía leer: What the fuck are you looking at? Entrecerró los ojos y arrugó la nariz. —Tú eres Nika. —¿Qué? —Nika, Nika de Soleil. —Volvió a examinarme—. No deberías estar aquí —reprochó. No pude imaginar qué le había contado Amaia que la hiciera comportarse de tal manera. Mi presencia le desagradaba y se veía sorprendida. —Estoy buscando a Mia... —me arriesgué a decir, con miedo de que tirara la puerta en mi cara—. ¿Puedo verla? —¡No! —¿Ella dijo que no quería verme? —cuestioné. —No... Digo que no puedes verla porque se fue a Soleil. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones!!! Llegamos a los 10 millones de lecturas en "No te enamores de Nika" y tenemos extras para celebrar!!! No desesperen y manténgase atentas porque subiré todos esta semana. 1/3 ¿Están listas para sufrir? Las amo!

EXTRA: Cumpleaños (2)   POV Nika. Pensé que bromeaba, luego, por su expresión de lástima, supe que era verdad. —¿Por qué iría a Soliel? —Por tu cumpleaños. —Creí que no podría ir, que tenía un examen. —Lo tiene, pero la muy estúpida iba a ir y venir solo por verte. Quedé sin palabras. Quizás no habíamos cruzado en el camino. No era posible que la suerte nos separara de tal manera. —Yo... —No era capaz de ordenar mis pensamientos—. ¿Estará de regreso mañana? —Debería. —La chica se apoyó al marco de la puerta—. ¿Vas a esperarla? Amaia haría el viaje en vano. Además, si teníamos exámenes en la tarde del día siguiente, no coincidiríamos. Mi autobús salía a las seis. Tenía el tiempo justo para alcanzarlo. —Mejor me voy —concluí, sin dejar que la decepción me arruinara el día. Podría llegar caminando a la universidad y despejar—. No le digas que vine, ¿sí? La chica frunció el ceño y le tomó unos segundos asentir. Me alejé por el pasillo y estaba a punto de bajar cuando gritó: —¡Nika de Soleil! Puso los ojos en blanco cuando regresé y se apartó para que pasara al diminuto apartamento. Había una sala, iluminada por luz artificial, sin ventanas. Todo limpio y ordenado, a excepción de la caja de pizza frente al sofá. Desde mi lugar, se veía la cocina y un pasillo con tres puertas. —No creo en bobadas del destino —dijo en lo que buscaba algo en un bolso colgado detrás de la puerta—, pero esto es absurdo. —¿Por...?

—Siéntate, Romeo. —Señaló el sofá con una media sonrisa y ocupó el espacio a mi lado con el teléfono al oído—. ¿Quieres pizza? —Tomó un trozo y lo mordisqueó—. Está fría, pero es la mejor de la ciudad y Mia pagó por ella. Negué y esperé pacientemente a que dijera algo más. —Mia. —Me sobresalté al escuchar su nombre y entender que hablaban con ella—. Por favor tienes que volver. —La voz de la chica era lastimera y cargada de desesperación, aunque su posición, cómoda y con los pies cruzados junto a la caja de pizza, no hubiese variado—. Me duele mucho un costado, creo que es el apéndice. Sus cualidades como actriz eran innegables, incluso aprovechó el momento en que masticaba para balbucear. »Sí, igual que la vez anterior. —Su gesto inexpresivo no había cambiado —. ¿Debería ir a urgencias? —Se lamentó en lo que me brindaba una tajada de pizza—. No me puedo parar del sofá, llamaré a una ambulancia. Escuché el grito de Mia al otro lado del teléfono. —Está bien, te esperaré si estás tan cerca. —Colgó y me dedicó una sonrisa—. Cita arreglada. En cinco minutos está aquí, no había salido del centro de la ciudad. Miré del teléfono a su lado, a la rebanada de pizza en su mano, luego a la que descansaba en la mía sin saber en qué momento la había aceptado. La chica frente a mí era rápida, demasiado. Me agradó su actitud. —Hana, un gusto —se presentó, extendiendo la mano. —Nika —contesté al devolver el gesto. —He oído mucho de ti... Seguramente tú ni me conoces. —No... —Mejor —zanjó—. Soy insoportable. ¿Te comerás eso? —Se refería a la pizza y al negar me la quito de la mano—. Deberías esconderte, ¿sabes? —¿Por? —Para que se una sorpresa divertida. —¿Para ella? —pregunté, alzando una ceja. —Para mí, que estoy orquestando un reencuentro emotivo —puntualizó —. Jamás había hecho de Celestina. Supuse que le alegraba, difícil de leer cuando acababa fingir una enfermedad como si fuera el pan de cada día. —¿Has sido su compañera de piso todo este tiempo? —quise saber. —Antes compartíamos habitación en el campus.

Supuse que era la chica que mencionara en San Valentín. Chequeó la hora y me miró. —Deberías meterte al pasillo. Le doy un minuto para entrar por la puerta. La seguridad con que lo decía me hizo obedecer, aunque siguiera sin procesar lo que sucedía. Recosté la espalda a la pared opuesta del pasillo, me mantenía fuera de la vista si alguien entraba al apartamento. Frente a mí, había un cuadro, uno de los dibujos viejos de Emma, su hermana ya no tan pequeña. Eso me calmó, me hizo sonreír. Hana había encendido el televisor y se entretenía en saltar de canales sin prestar atención. No pasó un minuto antes de que la puerta se abriera violentamente. —¡Rápido! —gritó la conocida voz—. Hospital, ahora... Desde mi lugar, vi como Hana alzaba la mirada con expresión despreocupada antes de volver su atención al televisor. Por el silencio, supe que a Mia le costó unos segundos entender la situación. —No puedo creer... lo que acabas de hacerme... —Jadeaba, seguramente, por la carrera que pegara por la escalera—. ¡Estás loca, Hana! ¿Cómo me asustas así? Cerró de un portazo. —Se me pasó el dolor —dijo la de pelo negro y se encogió de hombros. —Claro, porque hace tres meses te quitaron el apéndice y no puedes tener dos —reprochó—. ¡No puedo creer lo estúpida que soy por siempre creerte! —Significa que me quieres. —Hizo un puchero—. Eso te hace adorable, ¿sabes? —¡Te robas mis resúmenes, me haces salir del baño para pagar la pizza que pediste y ahora esto! Te voy a matar, juro que... —¿Puedes no gritar? —pidió, contrayendo el rostro y sobándose las sienes—. Nuestro invitado pensará que estás mal de la cabeza. Señaló en mi dirección y vi el momento de ponerme a la vista... Sus ojos, del mismo tono azul que recordara. El cabello atado en una coleta alta y el flequillo dividido a la mitad, a la altura de las mejillas, que tomaron un color carmesí. Sonrió, despacio, entendiendo que yo estaba allí. Cuando pasó los brazos por encima de mis hombros y me dejó abrazarla, elevarla para devolver el gesto, me percaté de que yo también estaba

sonriendo. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones!!! Dije sufrir porque dividí un capítulo muy largo en tres. Ese es el sufrimiento... Siempre piensan mal de mí. ;) 2/3 Falta uno y ya veremos lo que pasa porque en estos extra es donde se sabe en qué termina la historia de Mia y Nika... Por el momento. Las amo... El sábado viene el último y ya dije por Instagram y Twitter que haría un en vivo para responder preguntas y chismear un poco. Más adelante doy hora. ;)

EXTRA: Cumpleaños (3)   POV Mia. Su cabello volvía a estar como el día en que lo conocí casi dos años antes, con los lados rebajados y los mechones largos y desordenados en la parte de arriba. Sin embargo, algo era distinto. Su rostro tenía otro tono, su mirada, la manera de hablar. Pasamos la tarde con Hana, ella conociendo a quien de tanto le había hablado y Nika, interactuando con quien consideraba una de mis mejores amigas. Congeniaban, supe que pasaría desde la primera semana que pasamos juntas en nuestra habitación en el campus. Fue fácil ponerme al día en lo que ellos intercambiaban, ella preguntando hasta su grupo sanguíneo. Poco pude decir cuando era imposible quitarle la vista de encima. Con mirarlo se me aceleraba el corazón. Cerca de las siete, Hana se cambió de ropa para ir a trabajar, dejando muy claro que sustituiría a una amiga en el turno nocturno de un bar y que no regresaría en toda la noche. Le habría pegado para que no se burlara de mí, si no fuera porque seguía aliviada de que no le hubiese pasado nada y que la emergencia resultara otra de sus farsas. Al quedar a solas, nos miramos sin saber qué decir. —Mañana es tu cumpleaños. —Asintió—. ¿Sabías que te harían una fiesta sorpresa? —Repitió el gesto—. ¿Saben que no estarás? —A esta altura, Rosie debe haberlo pregonado por Soleil. Controlé una risa nerviosa. —¿Quieres celebrar? Alzó una ceja. —¿Tenías un plan en mente? ¿Todo esto fue un teatro? —A Hana se le dan bien las mentiras, engaña a los profesores para entregar tarde sus trabajos. Yo no soy tan buena y lo sabes. Me dedicó una sonrisa cómplice. —Hay una feria junto al puerto, el camino es largo, pero podemos hacerlo.

Contuve la respiración cuando tardó en responder, en lo que me veía como si fuera la primera vez. —Me encanta la idea. ~❁ ✦ ❁~ Prakt era una ciudad al norte del continente, con inviernos en los que nevaba por unas semanas y estaciones bien marcadas. Tras un año, seguía sintiendo frías hasta las noches de verano como la que nos cubría mientras recorrimos la feria. Junto al puerto y por motivo del inicio del período vacacional, se desplegaba una espectacular feria de atracciones. Nada que ver con los eventos en Soleil, ni en dimensiones, ni en variedad. Estar rodeada de personas, con entretenimiento y comida suficiente, hizo que los nervios desaparecieran y que estar uno al lado del otro volviera a ser tan sencillo como antes. Me contó cada detalle de Soleil y le narré todo a lo que me había enfrentado. Desde el primer accidente y la primera multa, hasta el gato de mis anteriores vecinos, que se electrocutó por mordisquear los cables de un interruptor y dejó el edificio sin electricidad por dos días. Montamos la rueda de la fortuna para disfrutar la vista, pero terminé congelada, por lo que Nika me cedió su sudadera como en los viejos tiempos. De regreso a tierra firme no la devolví. Se veía cómodo con la temperatura, incluso pidió un helado cuando yo compré té hirviendo. —Te congelarás. —Tengo calor. —Exagerado —murmuré y logré que riera. Caminamos por el paseo del muelle, ancho y con piso de madera. De un lado estaban los bancos, con farolas intercaladas, y al otro el pasamano metálico donde se los transeúntes se recostaban a conversar y disfrutar la vista, la que nos resultó interesante para detenernos un kilómetro después. Faltaban minutos para la media noche, iba mirando mi reloj con disimulo. —No quiero felicitaciones a las doce. Rodé los ojos. —¿Seguirás odiando tus cumpleaños? Se encogió de hombros. —No tienen nada de especial. —Iba a ir hasta Soleil por tu fiesta y me dices eso...

—Muy considerado de tu parte. —Una sonrisa maliciosa se extendió en sus labios—. Ya veo que no podías esperar a verme cuando terminaras las clases, demasiada tortura. —Lo dice el que vino hasta Prakt para buscarme y pasar su cumpleaños conmigo. Una sonora carcajada llamó la atención de los que pasaban frente a nosotros. —¿Nunca te cansarás de quedar en ridículo? —¿Qué? —¿Quién dijo que vine por ti? —Tú, cuando apareciste en la puerta de mi apartamento, del que, por cierto, no sé cómo obtuviste la dirección. —No voy a revelar mis fuentes. —Fuentes, claro... ¿A quién manipulaste para saberla? Empujó mi frente con dos dedos y protesté. —Siempre piensas lo peor de mí y sigues soñando con que todo lo que sucede es por ti. Me crucé de brazos. —Bien... No viniste a Prakt por mí. ¿Qué haces conmigo? —Aproveché el viaje. Dio la vuelta y recostó la espalda a la baranda, mirando en dirección al paseo, mientras yo mantenía la vista a la bahía. Hacía más fácil ver el rostro del otro. —Mañana tengo que tomar un examen. —¿Examen? Chasqueo la lengua. —Nada del otro mundo, lo que exige la universidad de arte. Es una falta de apreciación que no me acepten de una vez, quieren que pase por la prueba de aptitud para darme una beca completa. —¿Arte? ¿Tú...? Me observo, fingiendo indiferencia ante mi rostro descompuesto. —Música... Piano... Mis habilidades con los dedos... ¿Te sorprende o es que te has olvidado? No pude reaccionar a su indirecta tan directa. La información había llegado, pero era incapaz de procesarla. —¿Es en serio? —¿Lo dices por lo de los dedos? ¿De verdad no te acuerdas?

—Deja de hacer el tonto. —Golpeé su pecho—. ¿Es en serio? Sonrió y me dio un leve asentimiento. Los ojos me picaron, no por el frío de la noche, por las lágrimas de felicidad. Lo abracé sin pensarlo dos veces, me colgué de su cuello e hice que se inclinara para apretarlo con todas mis fuerzas. —Me alegro tanto —murmuré—. No puedes imaginar cuánto. Me devolvió el gesto y me esforcé por controlar la humedad en mis ojos. Pasé casi un año luchando para no pensar en él o preguntarle a alguien cómo estaba. Mi madre, la mejor fuente de información, nunca me diría nada y tampoco lo intenté. Era nuestro acuerdo, lo correcto. Saber que aquellos meses le habían servido de tanto, me llenaba de orgullo. Era consciente de lo que volver a tocar piano representaba, pero decidirse a estudiarlo, regresar a la ciudad en que tanto sufrió, dejar a su madre... No, él no tomaría tal decisión sin haber valorado, sin saber que era la acertada, y sabía que mi madre lo había acompañado en el proceso y estaba de acuerdo. —No llores o todos creerán que te estoy dejando. —Solté una risa contra su hombro. —Pensarán que te estoy dejando yo a ti, creído. —Lo dudo, yo soy más guapo y más alto. Finalmente, me separé y quedamos uno frente al otro. No me había equivocado con el brillo en su mirada, el cambio en su rostro, no en sus rasgos, sino en lo que sanar su interior enmendara en el exterior. La pena permanente tras aquella fachada hermosa no existía, era simplemente Nika. —¿Estás seguro de que estás listo para hacerlo? —Totalmente. —¿Estás nervioso? —cuestioné para molestar—. Si te rechazan quedarás en ridículo. Bufó. —Con suerte no los rechazaré yo a ellos. No podía desaparecer la sonrisa en mis labios. —Me alegra mucho. —¿Por? —Porque quizás no veamos de vez en cuando —bromeé para relajar la situación y no terminar llorando de la emoción.

—No creo. Tu casa queda muy lejos de mi universidad. —Tengo un auto, no sé si sabes. —Apoyé el codo en la baranda y mi barbilla sobre la mano—. Me enseñaron a conducir, el profesor era muy malo, pero me las arreglé para aprender. —El profesor, ¿malo? —Sí, es un idiota, seguro se llevarían bien. Fingió la risa y quedé embelesada con su rostro. —Quizás te vea cuando vaya a ver a Sophie o Aksel —continué. Negó repetidas veces. —La universidad es gigante y nuestras facultades están muy lejos una de otra. —Las casualidades existen. —Tienes razón. —Rascó su barbilla—. Quizás también nos crucemos en la cafetería en que trabajas, apuesto a que me gustarán los helados. —Puede que nos encontremos en alguna fiesta de la facultad de artes plásticas —agregué—, son las mejores. —Puede que tenga que ir a estudiar a la universidad de historia, tienen la mejor biblioteca de Prakt. —Puede que, casualmente, ese día yo esté ahí. Acomodó los brazos al borde de la baranda y nuestros ojos quedaron a la misma altura. —Puede que tengas que recogerme para ir a una de esas fiestas a las que vas con tus amigos borrachos y casi atropellas a una señora mayor. —Puede que cuando te traiga de regreso esté tan cansada que me tenga que quedar a dormir contigo. Torció los labios, conteniendo la sonrisa, fallando por primera vez al seguirme el juego. Logró componerse. —No he visto la habitación que me asignarán, pero las camas deben ser pequeñas. —Yo soy pequeña, no molestaría. —Puede que esa noche nadie duerma en un espacio tan reducido. Fue mi turno de hacer lo imposible para no perder la compostura. —Puede que ese día sea tan caritativa que te invite a dormir en mi casa. El apartamento es pequeño, pero la cama grande... tendríamos espacio. —¿Los días que Hana trabaje de noche puedo usar su cuarto? —Arrugó la nariz—. No me gusta molestar. —Odia que toquen sus cosas. Lo siento por ti.

—¿Quiere decir que hoy me veré en la obligación de dormir en tu cama? —Lamentablemente. —Presioné los labios, fingiendo lo difícil que resultaba tal decisión—. Sería muy desconsiderada si te dejara atravesar la ciudad a esta hora de la noche, quién sabe lo que podría pasar en el camino, es peligroso. Respiró profundamente. —Si no queda opción. No respondí, no dijo nada, solo nos miramos y sentí lo mismo, más intenso. Más que en San Valentín o cuando nos despedimos en Soleil, más que el día en que dijo que me amaba o en el que despertó en el hospital y supe que no lo había perdido. No era lo tanto que lo había extrañado o mi amor incondicional, el que se había mantenido intacto. Era la conexión, la que sentía a pesar de la distancia entre nuestros cuerpos. —Felicidades —dije cuando mi teléfono vibro en el bolsillo con la alarma que pusiera. Se incorporó y pasó un brazo sobre mis hombros, me estrechó contra su pecho y suspiré al reconocer su olor, la calidez. —Felicidades por vivir un año más —murmuré—. Felicidades por dedicarte un año a ti mismo. Me abrazó con fuerza y rozó mi cabello con su mejilla. —¿Cómo puedes hacer que una palabra que odio suene bien? —¿Felicidades? Dejó salir un sonido grave y afirmativo desde su pecho. Sonreí. —Magia que te enseñan en primero de Historia del Arte. Se inclinó sin permitir que me separara y dejó un suave beso en mi mejilla. Descansó sus labios ahí, tibios, agradables. No estábamos en medio del muelle con personas que iban y venían, éramos solo nosotros. —Vine a decirte que voy a vivir en Prakt por los próximos cinco años. Vine preguntarte si sentías lo mismo que antes. Nos miramos a los ojos sin cambiar la distancia, el abrazo. —Vine a preguntarte si querías empezar de cero, si estábamos en el mismo lugar. El cosquilleo recorrió mi pecho, el que solo él me hacía sentir.

—No, no estamos en el mismo lugar —murmuré—, estamos en uno mejor. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, mis champiñones!!! Digan qué les pareció porque sí, un año después volvieron, cuando estuvieron listos, cuando era el momento. ¿Todas felices? 3/3 Me salió un extra algo largo y decidí cortarlo para que disfrutaran el alto y bajo de emociones de la mini historia. Espero que les gustara el regalo por los 10 millones de lecturas. Gracias por estar aquí y acompañarme, por recomendar la historia y emocionarse conmigo. Hoy tengo un día complicado, no me he sentido bien y terminar de escribir esto me hizo feliz. Cuando lea sus comentarios seré más feliz, lo sé. Este, creo, será el último de los extra de esta etapa y si tienen dudas de lo que pasó después o quieren más detalles, mañana estaré haciendo un en vivo por Instagram para chismear. Quiero contarles varias cosas y al final les tengo una sorpresa. De igual forma, dejen aquí ideas de extras que les gustaría ver y regreso aquí cuando tenga ánimo de escribir alguno. 👉👉👉 Las quiero mucho. Beban awita y nos vemos mañana en la tarde. Dejo hora en mis historias de Instagram.

EXTRA: Una historia de Halloween   Antes de leer: 1.Este extra lo escribí como especial de Halloween. Para que lo disfruten mejor aconsejo imaginar que es 30 de octubre, están esperando algo que les ponga el pelo de punta y saber qué ha sido de la vida de Mia, Nika y el resto de personajes en los años siguientes. 2.Este extra se ubica 3 años después del final de NTEDM, aunque al inicio no entiendan lo que pasa. Mantengan la mente abierta. Cuentan que en la mansión Bakker, a media noche, se escuchaba la dulce melodía de un piano. Se deslizaba por las esquinas, subía y bajaba las escaleras, buscaba las hendiduras para colarse en cada habitación, abrazar el viejo empapelado de las paredes, la madera de las ventanas y el par de cristales rotos porque sí, la casa era antigua, pero no más que la canción. El hijo mayor de la familia la escuchó por primera vez el día de su doceavo cumpleaños. Se revolvió entre las sábanas, dudando de lo que escuchaba, creyendo que soñaba y siguió durmiendo. No tuvo recuerdo alguno de la experiencia, no fue más que un sueño olvidado hasta una semana después. En la segunda ocasión se sentó en la cama, frotando sus ojos para volver a la realidad. Su habitación estaba en la torre más alta, en el último nivel de la mansión, y se escuchaba como si el piano estuviera a su lado. Sin embargo, no tuvo tiempo de intentar reconocer la melodía que, abruptamente, se detuvo. Al día siguiente lo recordaba, a pesar de haber vuelto a dormir con la misma facilidad con que su hermano pequeño se caía cuando tenía cuatro años y corría demasiado rápido, ignorando las advertencias de la madre. No pensó en el suceso y con el paso de los días otros recuerdos cubrieron el de una canción de media noche. Tres semanas después volvió a suceder. Le costó segundos incorporarse, que su vista se acomodara a la luz azulada que entraba por los cristales. Fue demasiado tiempo para decidir si ponerse de pie y buscar de dónde salía o

volver a dormir. La música se detuvo antes de que pudiera llegar a una conclusión. —¿Escuchaste el piano ayer? —preguntó a su hermano pequeño, al que solo le llevaba un año, cuando pasó tres días consecutivos despertando con el sonido de la música. —¿Piano? —Similar a una canción de cuna. Negó repetidas veces. —Nika, por la noche no suena nada. Se mordió el labio con preocupación y lo dejó atrás, jugando a las canicas en el salón de la entrada, y se fue a la cocina por el desayuno. Valoró decirle a su madre que se movía de un lado a otro tarareando una canción, pero si Aksel decía que no, debía ser idea suya. Su hermano tenía sueño ligero, sería el primero en escucharlo, además, en la casa no había un piano. ~❁ ✦ ❁~ No paraba de preguntarse por qué tenía el recuerdo tan vívido de algo que no había sucedido y por dos noches intentó mantenerse despierto a la espera de la música, pero era verano, vacaciones, y pasaba el día jugando con sus amigos, su hermano y con ella, su vecina. Nika estaba enamorado de Mia, la chica que creció en la casa junto a la mansión. Iba al salón de Aksel, era su mejor amiga y a él lo odiaba, al menos eso demostraba cuando lo insultaba por ser superior a ella en todos los juegos. Él quería que lo viera con otros ojos y un par de veces pensó en dejarla ganar a las cartas o en la caza de ranas, pero no podía. Nika no sabía cómo hacer las cosas mal, tampoco cómo perder. Por una u otra razón, el grupo de amigos siempre tenía un itinerario ajetreado y terminaban agotados. No había un día de vacaciones en que después de la ducha no cabecearan un par de veces frente a la cena. Tras la comida y el chocolate caliente que prepara la madre, era pura magia, sus ojos se cerraban como si cargaran rocas. Por eso pasó cuatro días intentando escuchar la música y se quedó dormido. No fue hasta el quinto que el sonido volvió a despertarlo, apenas unos segundos antes de desaparecer, pero ahí estaba y lo supo. No era su imaginación. A la mañana siguiente encontró a su madre y hermano a la mesa del comedor e ignoró el desayuno recién servido.

—Alguien pone música en la noche —dijo al caer en su asiento—. ¿Es el tocadiscos? Pensé que estaba roto. —Lo está, cariño. La madre le sirvió un poco de jugo con una sonrisa en los labios. No vio a su hijo a los ojos, se mantuvo ignorante de la frustración y la curiosidad que cargaba. —Alguien toca un piano en la noche —insistió. —No es cierto —intervino Aksel, concentrado en su plato—. Te lo dije. Nada suena por la noche. Nika frunció el ceño y su madre, todavía sin verlo directamente, preguntó: —¿Qué piano, cariño? —No lo sé, suena como uno. Bajó la vista a la madera y se dio cuenta de que no podía reproducir la música en su cabeza. Era consciente de su existencia, del tono, la calidez y la implícita invitación a dormir cuando la escuchaba, pero las notas eran imposibles de replicar. —Desayuna —dijo la madre—. No puedes quejarte si sueñas con canciones de cuna, es mejor que tener pesadillas. El mayor de los hermanos Bakker no respondió y trató de pensar en lo que haría ese día. Dax y Sophie se uniría a ellos para un viaje en bicicleta al río. Vería a Mia riendo en lo que pedaleaba por la carretera, con el viento agitando su largo cabello negro, y también esperaba ver como las pecas encima de su nariz se unían cuando arrugaba el entrecejo antes de insultarlo por lanzarle agua a la cara. De nuevo lo olvidó todo porque los niños son niños y el tiempo pasa distinto para ellos. Lo que una tarde fue interesante a la siguiente es reemplazado por un novedoso descubrimiento. Nika era el mayor de sus amigos, el más inteligente, sin duda, pero no dejaba de ser un niño y siempre iba a olvidar. ~❁ ✦ ❁~ Pasó una semana entera hasta que volvió a escuchar la música. En esa ocasión no necesitó más de tres segundos para estar sentado al borde de la cama. Inconscientemente, lo había esperado y por primera vez, mientras el piano aún sonaba, alcanzó la puerta con los pies descalzos. Al abrirla, la melodía le recorrió el cuerpo, nada cálida, sino escalofriante.

No fue un estremecimiento lo que le provocó. Nika estuvo seguro de que cientos de hormigas trepaba por sus pies, escondida bajo el pijama, ascendiendo a toda velocidad por su espalda hasta desaparecer a la altura de los hombros, donde sintió que unas garras invisibles tiraban de él para que volviera sobre sus pasos. Saltó en el lugar por la desagradable sensación y la música se detuvo. El silencio de la mansión, como cada noche, fue aplastante, pero el perspicaz Nika no se quedaría ahí. Estaba convencido, era real, y sabía algo más: la música venía de abajo. Su oído era bueno, digno de las clases a las que asistía una vez a la semana por diez meses al año, del hijo de Anette Bakker, una de las mejores pianistas del continente. No había música para perseguir, pero eso no impidió que se aventurara a buscar. Bajó la escalera con cuidado porque los escalones crujían y se detuvo en el segundo piso, mirando al pasillo vacío. La habitación de su madre y hermano estaban al fondo y no se veía más que un par de puertas abiertas de las habitaciones cercanas y la luz de la luna, que se proyectaba sobre el suelo con diferentes tonalidades al pasar por los cristales de color que adornaban las ventanas. Formaban figuras extrañas que te invitaban a encontrar formas ocultas, pero Nika no era tan tonto como para dejarse imaginar lo indebido. La música tenía que venir del segundo piso, quizás de la planta baja. Decidió bajar porque en el fondo, por muy valiente que fuera, caminar por aquel pasillo era menos agradable que hacerlo por el amplio recibidor, donde había espacio para correr en cualquier dirección. Avanzó midiendo sus pasos, atento a cualquier sonido. Las sillas del comedor, demasiadas para su gusto, también proyectaban sombra, pero oscuras, rectas, y tocaban sus pies, haciendo más difícil ver si había algún lego de los que Aksel amaba y frecuentemente dejaba tirados por la casa. Estaba tan concentrado en el suelo que al percibir movimiento a su derecha, tardó los segundos necesarios para solo ver un par de pies ascendiendo por la escalera de caracol, a lo lejos, más allá de la habitación contigua al comedor. Un camisón se agitó como huella de la presencia de una persona, acariciando los talones desconocidos antes de desaparecer. Nika se congeló, un temblor estremeció su cuerpo y una brisa viajó por el comedor, provenía de la habitación de al lado y a la vez del salón que precedía el recibidor. Las corrientes se encontraron en un mismo punto, en él. El pelo de la nuca se le puso de punta y lo único que pudo hacer fue

correr sobre sus pasos y terminar bajo las sábanas, cubriendo su cabeza e hiperventilando. No durmió el resto de la noche y, con los ojos cerrados, pretendiendo que nada había sucedido, aguantó hasta que la luz del día despuntó. Fue la señal que le dio valor para salir de su guarida y enfrentar el mundo real. ~❁ ✦ ❁~ Sí, Nika lo intento. Aquel día jugó con su hermano, fueron al pueblo con su madre y tomaron helado, su preferido. La señora Bakker lo miraba de vez en cuando, hábil para leer sus emociones, que algo sucedía. El chico negó al ser interrogado, prometió que no pasaba nada, que había dormido mal y solo estaba cansado. La madre no le creyó. Algo más le sucedía, pero también era consciente de que, a veces, había secretos que era mejor no saber. Nika regresó a casa, cenó con su familia, tomó una ducha antes de dormir y no trató de mantenerse despierto. Se sumergió, como la noche anterior, bajo las sábanas como su capa protectora. Durmió porque el cansancio era un amigo pesado que te arrastraba sin piedad cuando llevabas tantas horas aguantando el sueño, sin embargo, la música volvió. Esa vez Nika no salió de la cama, estuvo con los ojos abiertos, atento hasta que el silencio volvió. Pudo dormir horas después, pero la canción nunca se fue. Todas las noches de esa semana se despertó, medía la hora cuando sucedía y era cada vez más temprano, segundos, minutos... La melodía duraba exactamente cuatro minutos y treinta y dos segundos. Lo supo cuando sus ojos se abrieron como si un reloj interno le avisara. No pasó demasiado hasta que la pieza comenzó a sonar y no fue lo peor. La semana que le siguió no solo escuchaba la música sino voces. Empezaron como un suave murmullo hasta que pudo identificar una, dos, tres, cuatro... docenas. No entendía las palabras, pero allí estaban, al compás del piano. Hasta sus amigos le decían lo raro que estaba durante el final de las vacaciones, a pesar de que eran niños y poco observadores. Su madre, por el contrario, se empeñó en darle el doble de chocolate caliente en las noches, asegurando que le ayudaría a dormir mejor... Nada cambió el reloj mágico que lo despertaba a las once y cincuenta y cinco. Nika se desesperaba y un par de veces lloró en silencio. Siempre terminaba con las medias lunas de sus uñas enterradas en las palmas de tanto apretar las manos a la cuenta de los minutos que se hacían eternos,

una tortura que pretendía ser tal cual la música: lenta y dulce, pero no, era aterradora al estar acompañada de aquellas voces. ~❁ ✦ ❁~ Faltaban tres días para el inicio de clases cuando Nika no aguantó más. Si seguía durmiendo mal, eso afectaría su concentración y dejaría de obtener sobresalientes. No podría llegar a la mesa de sus amigos para mostrar sus perfectas calificaciones y lograr que Mia lo mirara con auténtica admiración durante unos segundos antes de llamarlo pretencioso y seguir comiendo. No permitiría que sucediera. Para eso necesitaba descubrir el origen de la música y apagarla para siempre. Estuvo en pie antes de que empezara la canción y salió sin hacer ruido. En cuanto la melodía dio inicio, sus pies decidieron pegarse a los escalones de madera porque las voces llegaron con ella, más claras, juguetonas, otras como un ronroneo. Le costó, pero descendió por la escalera y siguió el mismo recorrido de aquella noche cuando se aventuró a salir de su habitación. Con cada paso, las voces se hacían más claras. "Ven con nosotros". "De este lado somos más divertidos". "Aquí no te aburrirás jamás". A veces lo decía una voz, otras hacían coro y de nuevo se detuvo en el comedor, mirando la habitación contigua, la que siempre estaba vacía porque en la mansión había mucho espacio y pocos habitantes. "¿No quieres venir con nosotros?" "Te arrepentirás, Nika". La mención de su nombre le hizo retroceder. "Estamos aquí para que vengas a nosotros". Su respiración era un desastre a esa altura, sus manos sudaban y las piernas no le respondían. Estaba a punto de correr a la cama cuando todas las voces dijeron: "Te quedarás con la duda". No. La respuesta era no y si no era esa noche sería otra en la que se animara a seguir la melodía que venía de la habitación vacía, la que se comunicaba con el comedor y la escalera de caracol. Entró aunque estuviera a oscuras y el corazón quisiera salirse de su pecho, aunque las voces canturreasen una letra aguda y desconocida. La música salía de las paredes y Nika las recorrió con el oído muy cerca de

ellas, buscando la fuente hasta darse cuenta de que en una pared se escuchaba más fuerte, como si al otro lado hubiese un potente equipo que elevara el sonido del piano. No era una canción grabada, era alguien tocando, a esa distancia podía reconocerlo. "Toca la puerta, Nika". "No, mejor empújala". "Ella se enojará". "Que se enoje". "Ya es momento". Dudó de su cordura, del tono distinto de cada voz, la discusión suave entre ellas. No era posible que fuera real, tenía que ser un sueño. "Busca, solo busca y encontrarás la puerta". Nika no tenía idea de qué puerta hablaban. La pared era como todas en la mansión: Plana, con un cintillo de madera empotrado que le llegaba a la cintura y el empapelado de motivos floreados en tonos tierra cubriendo hasta el techo alto. Caminó de un lado a otro, la música sonando. Quedaba un minuto para la media noche. No encontró nada. Pasó las manos por la pared y tampoco. Treinta segundos. Deslizó las palmas por el la madera acoplada a la pared, agachado, sintiéndose más tonto que nunca, convencido de que estaba loco... Una hendidura. Desde el cintillo de madera hasta el suelo se notaba un cuadrado cortado en la pared, algo que antes no estaba allí. Un adorno en el medio había aparecido, uno que podría servía como picaporte. "Ábrela". Era una puerta y podía hacerlo, una que daba a un pasadizo pequeño y estrecho por el que cabría un adulto encorvado y para él fue fácil atravesar. La música se había detenido a mitad del avance y cuando llegó al otro lado del túnel no dio crédito a lo que veía. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ ¡Hola, champiñones! Extrañaba tanto decir eso y estoy a nada de llorar. *Modo drama on* Si me siguen en Instagram y/o Twitter saben que el extra está escrito desde Halloween, pero había sido imposible pulir el desastre. Hoy es

martes 13 y me encanta, lo considero un día apto para historia de terror (no tiene que dar miedo para ser terror). El extra es MUY largo y decidí dividirlo en tres, más otro capítulo que las dejará entender por qué lo que acaban de leer es tan distinto a lo que acostumbro a escribir. 1/4 publicado. Estén atentas porque hoy subo dos y mañana dos. Extraño actualizar, ver sus comentarios y el año que viene tendremos "Aksel", segundo libro de "Mi crush literario" y más... La espera valdrá la pena, estoy trabajando en muchos proyectos para darles lo mejor y que la pasemos bien cada semana. Las amo y nos leemos más tarde.

EXTRA: Una historia de Halloween (2)   Su madre. Era una habitación cuadrada, pequeña y limpia. Un piano en la esquina y ella ahí, con un camisón de seda que nada tenía que ver con sus pijamas cómodos de divertidos dibujos. Era tan blanco como la nieve y quedaba perfecto sobre su figura. El cabello estaba suelto, en suaves ondas hasta la mitad de su espalda. En sus manos había una tela color rojo que utilizaba para cubrir algo, un mueble alto que Nika no logró identificar. —¿Mamá? La mujer se paralizó, consciente de que era la voz de su hijo, del único que podría entrar allí por sus medios y a la vez no debía. Giró sobre sus pies y Nika no pudo ponerse de pie porque la expresión de terror en el rostro de su madre fue tan desconocido que lo hizo temblar, su miedo fue peor que la música. —No puedes estar aquí —dijo ella con la voz quebrada—. No estás listo. No puedes entrar aquí. —Pero, mamá... —No —repitió la mujer y lo tomó del brazo para que se levantara—. Jura que no volverás a entrar sin mi permiso —exigió con voz más fuerte de la que jamás usara con él, con Aksel—. Jura que no te levantarás de la cama, escuches lo que escuches. —Ma... —¡Júralo, Nikolai! —Lo juro —dijo con voz temblorosa y encogiéndose de dolor por la fuerza con que su madre apretaba su brazo. Lo obligó a salir por el estrecho pasadizo. Nika podía jurar que antes de cerrar la puerta secreta escuchó a su madre hablar y estaba seguro de que en la habitación no había nadie más. ~❁ ✦ ❁~ Las clases empezaron, los desayunos apresurados, también. Ni un día la madre dio signos de ser consciente de lo que había sucedido, ni tan siquiera a la mañana siguiente. No hubo un regaño, una conversación a solas, como

era costumbre cuando uno de sus hijos hacía algo mal. Nika no podía creer que no pasara absolutamente nada. Una vez más dudó de su cordura y habría dado por sentado que estaba loco si la música no sonara cada noche y con ella las voces. Sin embargo, hizo caso a su madre. Se quedó en la cama y esperó a que todo terminara. Con el silencio el sueño volvía y ya estaba acostumbrado, por lo que no se mostraba cansado al día siguiente. En ningún momento el desvelo fugaz de la noche afectó su capacidad de atención durante el primer mes de clases y la melodía se convirtió en algo más de su día a día. La habría disfrutado si no fuera por las voces... ~❁ ✦ ❁~ A mediados de octubre, Nika no recordaba nada, incluso la música había desaparecido en las noches. Por alguna extraña razón los eventos se habían borrado de su memoria, por arte de magia, como si la casa, el piano o su madre se hubiesen encargado de sustraer el recuerdo con la misma melodía. Se mantuvo ajeno a lo que seguía sucediendo hasta el día antes de Halloween. Iba con su disfraz de Batman, al que le había dado los últimos retoques, y corría a mostrarlo a su hermano para que buscara detalles sin pintar en la armadura o la máscara. Cuando terminó de bajar la escalera de caracol y atravesó la habitación vacía en dirección al comedor. Escuchó que lo llamaban por su nombre y la avalancha de recuerdos cayó sobre sus hombros, no como agua helada, sino como hormigas, aquellas de la primera noche que subieron por su espalda al perseguir los vestigios de la música. "Nika". Las mismas voces lo llamaban al unísono. Miró sobre su hombro y la entrada secreta ya no era tan secreta. La verdad, la que Nika desconocía, era que la puerta tallada en la pared era invisible para todos hasta que era descubierta. Una vez conocías de su existencia era imposible no pasarla y fijarte en la línea marcada en la madera o en el adorno en medio que servía de picaporte y que solo había que girar para encontrar el pasadizo. ¿Cómo lo había olvidado? —se preguntó el chico—. Su madre, la habitación, la música... "Nika". Las voces volvieron a llamar y esa vez no dudó en abrir la pequeña puerta, internarse en el túnel y cerrarla a su espalda para que nadie más la

encontrara abierta. Una suerte, porque Aksel pasó dos segundos después, buscándolo. Nika avanzó por el pequeño espacio, inclinado para no rozar el techo, y salió a la misma habitación, esa vez iluminada por la luz del sol que entraba por el alto ventanal. Se acercó y vio la casa de Mia, tan blanca y perfecta como siempre, pero él jamás vio esa ventana desde afuera, estaba convencido porque había contado cada una de ellas cuando se acostaba a mirar la mansión. La verdad es que, desde afuera, esa ventana no existía. Paseó los ojos por el lugar y encontró el piano de cola que ocupaba el pequeño espacio. Lo reconoció, era el que su madre supuestamente vendió años atrás porque era muy costoso arreglarlo. Prometió regalarle uno a Nika cuando cumpliera la mayoría de edad, uno nuevo. No obstante, ahí estaba el viejo instrumento en perfectas condiciones y por mucho que Nika razonara cómo había llegado hasta esa habitación un objeto tan grande, no encontraba una respuesta. La verdad es que era imposible por las leyes de los humanos, el tiempo y el espacio, pero lo que desconocía Nika es que en otros mundos no existían las mismas reglas. Por último, su atención se fue al satén rojo que cubría el mueble en la esquina, el que vio a su madre cubrir. Se acercó con cuidado, el corazón golpeando contra sus costillas, una pelota en la garganta que le impedía tragar y una fuerza invisible que alzó su brazo y le hizo cerrar la mano al agarrar la suave tela. Tiró y con facilidad cayó al suelo porque se deslizaba como agua por cualquier superficie. "Hola, Nika". Las voces sonaron complacidas. Salían del espejo que tenía en frente. Nunca había visto uno tan grande. El doble de alto que él, cinco veces más ancho, con marco dorado que simulaban flores, ramas y hojas, ascendiendo hasta la parte superior donde presidía una flor, una margarita del tamaño de sus dos manos abiertas, resplandeciendo bajo el sol con múltiples pétalos color oro. Era hipnotizante mirarla. Por lo demás, el espejo no era más que eso, un espejo. Le devolvía la mirada un chico delgado con una máscara de orejas puntiagudas que cubría la parte superior de su cara, armadura negra y capa a juego. Solo faltaban las botas negras para que el disfraz fuera perfecto y su madre había prometido...

Promesa. Él también había prometido algo: no volver a esa habitación, olvidar la música, el piano y la noche en que su madre lo atrapó. Dio un paso atrás con el remordimiento carcomiéndole. Nunca había desobedecido a su madre. "Pero ella te miente". La voz venía del espejo, una sola, la que ya empezaba a identificar, la de una chica. —Mamá nunca mentiría —aseguró, viendo su reflejo. "Entonces, ¿por qué dijo que no había un piano en la casa?" "¿Por qué lo oculta aquí?" Las voces hablaban por turnos, como si fueran una sola, pero podía diferenciar el tono de cada una. "Recuerda ese día en el desayuno". "Dijo que no se escuchaba ninguna canción de cuna". "¿Cómo sabía ella que era una canción de cuna, Nika?" "Jamás le dijiste" El espejo vibró y tuvo que hacer memoria para comprobar que las voces tenían razón, que le había mencionado el tema a Aksel, jamás a su madre. "Ella te miente". "Ella no quiere que vengas". "Ella no quiere que juegues con nosotros". —¿Quiénes son ustedes? —preguntó Nika, mirando cada esquina del viejo espejo. Nadie respondió y cuando el chico repitió la pregunta en voz más alta, tampoco. La tercera vez dio vueltas en el lugar, gritando. Su voz golpeó las paredes e hizo eco, algo que no debía haber pasado, no en una habitación tan pequeña, de puntal bajo y con dos objetos que ocupaban casi todo el espacio. "Somos tus amigos". Todas las voces sonaron a la vez, desde su espalda, desde el espejo. "Somos tus amigos, Nika. Solo queremos jugar". Giró lentamente, con esa curiosa sensación que se concentra en la nuca cuando alguien te está mirando. Contuvo la respiración al verse en el espejo, al ver que no estaba solo. Había niños, niños a su espalda, muchos, tantos que no cabían y los del fondo saltaban para dar un vistazo. Se le escapó un grito al dar la vuelta y ver que la habitación estaba vacía. De un lado, solo el piano, sin embargo, en el espejo había un montón de

niños de varias edades, todos serios y mirándolo. No era posible que estuviera viendo bien. —Estamos aquí, Nika —dijo la chica que se encontraba a su izquierda si miraba al reflejo, la única voz que sabía identificar—. No contigo, estamos aquí dentro. Era más pequeña que él, le llegaba al hombro. Se parecía a Mia, pero su cabello era rojo y su sonrisa de labios cerrados, a diferencia de su vecina que mostraba los dientes que tenía y no tenía al reír y que sus ojos se volvían dos líneas cuando soltaba una carcajada. No, aquella niña era distinta, sus ojos brillaban, redondos, inexpresivos, de un tono parecido al de su cabello. —No es posible —musitó él—. Nadie puede estar dentro de un espejo. Tengo que estar soñando. —No lo estás —dijeron dos chicos a la vez. —Creíste que estabas soñando la primera vez que escuchaste el piano — continuó otro. —No lo estabas. —Nika regresó la vista a la niña que parecía la líder del grupo—. Tampoco lo estabas cuando nos escuchaste y lo que ves es real. —Estamos aquí —repitió otra. —Queremos jugar —dijo la pelirroja. —Solo tienes que venir con nosotros. Nika dio un paso atrás porque si alguna vez tu cuerpo grita que huyas, debes hacerlo. Puede que desees algo más que nada, pero si tu instinto, ese primer impulso, te hace retroceder, hazlo. No lo dudes, corre en dirección contraria. —¿Quiénes son ustedes? A Nika le sudaban las manos, se resistía a volver por el pasadizo porque los niños son niños y la curiosidad siempre les gana. —Queremos ser tus amigos —dijo la más pequeña de las que veía en el pequeño grupo. —Si nos dejas —agregó la pelirroja. —Yo tengo amigos —dijo Nika, retrocediendo otro paso—. No necesito más. —Aquí es más divertido —aseguró ella—. Si no la pasas bien, prometemos no volver a despertarte en las noches. La sonrisa de la pelirroja fue perfecta, con los dientes tan blancos que destellaban, pero los ojos igual de vacíos. Alzó la mano, como si invitara a

alguien invisible a tomarla. El espejo vibró y el marco crujió. Nika saltó hacia atrás y se pegó en la espalda baja con la esquina del piano. —No tengas miedo, Nika —continuó la pelirroja—. Tú puedes confiar en mí. La superficie del espejo un momento fue dura y al siguiente ondeó como el agua de un lago. Los niños en él, Nika, todo se distorsionó al tiempo que los dedos de la pelirroja aparecían, la mano que alargó salía del espejo, se la brindaba a él, no al Nika del reflejo, al real que estaba petrificado sin creer lo que veía. —¿Por qué no vienen ustedes? —preguntó con voz temblorosa, convencido de que era una pesadilla—. No quiero entrar ahí. —De tu lado es muy aburrido —dijo la chica—. Si vienes verás que no miento. No mentía, pero tampoco decía toda la verdad. Los niños del espejo no podían salir y lo que la pequeña pelirroja estaba haciendo podía costarle la mano. —Ven, Nika —dijo ella con otra sonrisa—. Sabes que quieres venir, mientras antes lo hagas, más tiempo tendrás para divertirte. Y cuánta razón llevaba la niña, porque ellos, detrás del espejo, siempre tenían razón. Lo sabían todo, lo veían todo, lo planeaban todo... Nika dio un pequeño paso y otro, tan cortos que tuvo que dar siete para estar a la distancia necesaria y tomar la mano de la pelirroja. Estaba helada y el chico temió que fuera un engaño, que lo obligara a entrar al espejo. —Puedes venir solo si quieres —dijo ella al ver el temor en los ojos de Nika—. Nadie te puede obligar. La verdad era esa. Nadie podía traspasar el espejo en contra de su voluntad, golpearían con la superficie dura si ella lo forzaba. Por eso la pelirroja era tan delicada al sugerir que Nika fuera con ellos porque él debía tomar la decisión y, como la mayoría de los niños, dio el paso en la dirección incorrecta. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Y para que no olviden las viejas costumbres, siempre en suspenso hasta la siguiente actualización. La suerte es que la próxima es mañana. ;) ¿Cuenten qué tal han estado?

Si las que tengo en Twitter e Instagram sé un poco más, pero hay quienes solo están por aquí y no sé nada de sus vidas. ¿Qué tal todo? ¿Les está gustando lo que leen? Es muy Halloween estos extras y se los traigo en navidad, pero es que mi vida es un desastre, qué van a esperar. XDDDDDD Las amo. Nos leemos mañana.

EXTRA: Una historia de Halloween (3)   Entrar al espejo era similar a pasar una cortina de agua helada, pero una vez dentro todo era... perfecto. Al otro lado encontró una mansión idéntica a la suya, renovada, luminosa, con los pisos pulidos. Los niños eran más de veinte, y como prometió la pelirroja, había diversión a todas horas, o eso le parecía a Nika. Estuvo más tiempo del que pudo contar corriendo de un lado a otro con su disfraz de Batman, aprendiendo los nombres de sus nuevos amigos. Jugaron a las escondidas, carreras de saco en el jardín, parchís en la mesa del comedor, incluso se metieron a la cocina para preparar algo de comer, pero antes de que Nika pudiera morder el primer emparedado, Alis, la chica pelirroja, lo impidió. Dentro del espejo el tiempo no pasaba, se detenía. Siempre era de día, justo el atardecer, su momento preferido. No sentías frío o calor, no tenías sueño o necesitabas usar el baño. Lo único que sentías, además de las ganas de correr y reír con tantos niños, era hambre, pero Alis nunca lo dejó comer. Le decía que se fuera a casa y regresara cuando quisiera. Nika volvió cada tarde. No sabía cuánto tiempo pasaba allí porque al volver a su casa era como si nada hubiese sucedido. Los segundos transcurridos eran los que demoraba en caminar por el pasar la cortina de agua helada y regresar. El miedo que antes le diera aquella música a media noche, el espejo y los niños detrás de él se volvieron parte del pasado. Dormía mejor, pero sonreía menos cuando estaba en lo que él llamaba "el mundo real" y poco a poco dejó de jugar con su hermano, con los chicos en el colegio, de conversar con su madre. La vida de Nika cambió. Llegaba directo a su habitación, vigilaba a Aksel y agradecía que su madre regresara tarde del trabajo. Se escabullía por la escalera de caracol y recordaba cerrar la puerta del pasadizo que lo llevaba al espejo y a sus amigos. Alis nunca le dijo por qué no debía comer mientras estaba con ellos y Nika no preguntó. No había necesidad cuando tenías tanto espacio y tiempo

para divertirte. La verdad era que si Nika probaba un bocado, un simple sorbo de agua, quedaría atrapado al otro lado del espejo y en el juego real, el juego de Alis. Lo que el mayor de los Bakker no comprendía era, precisamente, a lo que más atención le ponía: el tiempo. Para él quedaba claro que al volver a su mundo solo había perdido un par de minutos. No veía lo tanto que se alejaba de sus amigos o que en un mes creció tres pulgadas y su voz cambió a una velocidad fuera de lo común. El doctor dijo que era el clásico crecimiento acelerado que algunos adolescentes experimentaban. La madre quedó más tranquila, pero sus amigos, los que estaban fuera del espejo, no quedaron convencidos. —Tienes ojeras —le dijo Sophie una tarde cuando estaban sentados fuera del colegio a la espera del autobús escolar. —Duermo bien. —Te está saliendo pelo en la cara —agregó Dax. —El doctor dijo que es normal. —Has tenido que cortarte el cabello diez veces este mes —dijo Aksel—. No es normal que crezca tan rápido. —Es pelo, no tiene nada de malo. —Ya nunca juegas con nosotros —murmuró Mia, fingiendo que no le dolía. Fue esa la primera vez que Nika pensó en ello, lo meditó en el viaje de regreso. Cuando bajaron del autobús y vio a Mia caminando en dirección a su casa sin mirar atrás, lo recordó todo. Las vacaciones, el río, su sonrisa, lo que disfrutaba estar entre sus amigos, esos amigos. A la vez, se sentía mal por los que estaban detrás del espejo. Se lo comentó a Alis esa tarde. —Tráelos —propuso sin dudar—. La pasarán bien con nosotros. Era lo que más deseaba y al día siguiente despertó decidido a contar la verdad a sus amigos, pero cuando los apartó a la hora de salida y les contó de sus viajes a través del espejo recibió burlas en respuesta. —¿Estás delirando? —preguntó Sophie. —¿Comiste de los hongos felices que Charles encontró en su viaje al campo? —se asustó Dax. —Nika, te dije que no hay ningún piano en la casa, menos una habitación secreta —aseguró Aksel.

—¿Esa es la excusa que inventas para no pasar tiempo con nosotros? — agregó Mia y fue la primera vez que sus ojos se encontraron en mucho meses. No había resentimiento, sino dolor. A Mia le dolía no tenerlo cerca, aunque jamás lo aceptaría, apenas y lo podía razonar en la soledad del salón del segundo piso cuando leía y su vista se perdía hacia la mansión, en la torre más alta. —No estoy mintiendo —dijo Nika—. Si quieren comprobarlo puedo llevarlos hoy mismo. Sus amigos dudaron, en especial su hermano, que aseguró, varias veces en el viaje, que no había una puerta secreta. Sin embargo, tras miradas de soslayo y evidente preocupación, aceptaron. Sophie, Dax, Aksel y Mia. Todos estaban preocupados por el cambio en Nika. No solo por los obvios en el exterior, habían notado los otros. No comía, apenas bebía agua y aunque sus notas no variaban, se mantenían en sobresaliente, jamás llegó a presumirlas con ellos. No había entusiasmo en él, como si hubiesen absorbido su energía vital y lo que caminaba fuera una sombra bien entrenada para vivir entre los humanos. La verdad es que Nika seguía siendo el chico perfecto, pero parte de él moría con cada visita al interior del espejo, algo de lo que jamás se daría cuenta. —Prometan que no se asustarán —les pidió cuando dejaron las mochilas en el comedor. Ninguno de sus amigos dio muestra de haberlo escuchado y lo siguieron a la habitación vacía. Ahí estaba la entrada y como les conté antes —porque soy yo quien único dice la verdad en esta historia—, si jamás has visto la puerta, no se ve más que madera y concreto, pero una vez te la muestran... Cuando levantan el telón que nos ciega, el que cubre ese ojo mágico que muchas veces permanece cerrado hasta el fin de los días, no hay vuelta atrás. La magia tiene una cara. Si la ves, la verás siempre y puede que no te guste lo que encuentres. No permitas que te muestren la puerta si no estás listo para abrirla. —Es imposible —dijo Aksel al ver como giraba el picaporte, hace un segundo invisible, y el pasadizo quedaba expuesto para los cinco chicos—. ¿Cómo lo encontraste? Nika no respondió. No quería mencionar a su madre, la promesa rota o sus andanzas en medio de la noche persiguiendo la música proveniente del

piano. Se internó en el agujero tallado en la pared y los demás lo siguieron. Mia cerró el paso, pero no la puerta... ¿Por suerte? ¿Por desgracia? Jamás lo sabremos. La habitación estaba como siempre: limpia e iluminada. Sus amigos giraban sobre sus pies para inspeccionar el pequeño espacio, sorprendidos, con la misma expresión de Nika la primera vez que entró. —Prometan no gritar —dijo, agarrando la tela que cubría el espejo. Todos asistieron sin entender y Nika tuvo valor para mostrarles. El satén rojo cayó al suelo y los cuatro chicos quedaron frente al espejo, inmóviles. El mayor de los Bakker pensó que por la impresión al conocer a los niños al otro lado, pero se llevó una sorpresa al ver que no había nada... nadie, solo el reflejo de ellos. Nika no fue capaz de reconocer su rostro, el que le devolvía la mirada. No había nada del chico disfrazado de Batman por Halloween que traspasó el espejo por primera vez. —¿Qué broma es esta? —cuestionó Mia, enfrentándolo. —Solo tienen que esperar —dijo él—. Ellos aparecerán. Alis me dijo que podía traerlos. —¿Quién es Alis? —quiso saber Sophie, la única que no se veía enojada, como Aksel y Mia, o preocupada, como Dax. —Es mi amiga. —Nika, no estás bien —dijo su hermano, suavizando la expresión—. Tenemos que decirle a mamá que... —No —interrumpió con el miedo corriendo por sus venas—. Mamá no puede saber nada sobre esto. Se paró frente a ellos, dándole la espalda al espejo. —No miento, podemos pasar al otro lado. Puedo mostrarles. Aksel estaba a punto de objetar cuando Nika se apoyó en el dorado marco y colocó la mano sobre la superficie lisa que los reflejaba, pero no fue algo sólido lo que encontró, sino una textura gelatinosa. El espejo ondeó ante la mirada de los otros niños. —No puedes ser —murmuró Sophie con los ojos cristalinos, inspeccionando cada esquina. —¿Qué truco es este? —preguntó Mia, siempre más valiente, dando un paso hacia él. —Ninguno, solo tenemos que cruzar y lo verán.

Mia estaba cansada de esperar a que su amigo volviera a ser el de antes. No creía en algo más que no fueran los hechos, la ciencia y la historia. Para espejos mágicos existían los libros y tenía muy claro el límite entre la realidad y la fantasía. La magia no existía para ella, pero los niños son niños y pronto descubriría que la incredulidad es un error. La pequeña pelinegra tomó el brazo de Nika y lo apartó. La superficie, para ella alterada con algún truco barato, se agitó. —Yo seré la primera en cruzar. El grupo intentó detenerla, rodeando el espejo, pidiéndole a Nika que dejara de jugar con ellos y a Mia que se alejara. Nadie cedió en la disputa, todos dando su punto de vista, mediando entre quedarse, salir, comprobar la verdad... Mia se desesperó, colocó una mano sobre el espejo mientras el resto no se daba cuenta y cuando su brazo se sumergió en la superficie, que por un segundo se vio como agua plateada, la pequeña habitación quedó en silencio. —Dije que no era mentira —declaró Nika con el ceño fruncido. —Mia, sal de ahí —pidió Sophie a punto de llorar. —Se siente... Se siente normal —dijo Mia sin entender lo que sucedía, como era capaz de tener medio brazo al otro lado del espejo y el resto del cuerpo con sus amigos. —Tranquila, estarás bien, no hay razón para asustarse —dijo una voz que los sobresaltó a todos: la de Alis—. Aquí estaremos todos juntos por el tiempo que quieran. Los chicos se miraron entre sí en lo que Nika explicaba que no debía temer, quien era la chica y el nombre de todos los amigos que encontrarían al pasar. Mia estaba con el brazo atravesando el espejo, al otro lado era más cálido que en la fría habitación y Alis seguía ahí, junto a ella, solo en el reflejo. Sophie sí le hizo caso a su instinto y retrocedió, negando, diciendo que no debía hacer algo indebido y que estar allí estaba mal. —Tranquila, Soph —dijo su mejor amiga—. Iré primero y gritaré desde el otro lado para que sepas que todo está bien. Le dio una última sonrisa y se enfrentó al espejo, pidiéndole al resto que se alejara para pasar. Tenía la mitad del cuerpo al otro lado y... —¡Nooo! —gritó la señora Bakker al irrumpir en la habitación.

Todos los chicos se asustaron. Mia se tambaleó, a punto de caer contra el espejo, pero Nika la sostuvo, pero no fue suficiente. Dax dio un salto, asustado por la abrupta aparición de la madre de sus amigos, y chocó contra Aksel que a su vez golpeó el espejo. La mano de Mia se resbaló de la de Nika y en cámara lenta vieron caer el enorme espejo junto con la chica que se internaba en el líquido plateado al mismo tiempo. Mia desapareció por completo una milésima de segundo antes de que el espejo chocara contra el suelo y explotara, soltando pedazos en todas direcciones. El grito de todos acompañó el estallido y por encima se escucharon los lamentos de la señora Bakker que cayó al suelo, de rodillas, negando una y otra vez, llorando y juntando los fragmentos del espejo destruido, cortando sus manos en el intento, manchando el piso de sangre, el escenario de un macabro rompecabezas. Nika miró al trozo más grande, el que cayera a sus pies. Lo veía horrorizado porque ahí estaba Mia, golpeando desde el otro lado con toda su fuerza, pidiendo ayuda. Lo sabía por las lágrimas en sus ojos y la mano que intentaba salir del espejo, pero era imposible al estar roto, la magia que contenía se había ido. Lo último que el chico vio antes de desmayarse fue como alguien le tapaba la boca a Mia y la hacía desaparecer. Habría jurado que vislumbró la sonrisa perfecta de Alis, sus ojos color fuego y el lejano sonido de su voz. "Gracias por darme una amiga nueva". ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, chiquibabies. Subo el último en un rato y dije que mantuvieran mente abierta. El próximo es desde el punto de vista de Mia y no lo que esperan, aunque alguna ya lo descubrió. 😉

EXTRA: Halloween   Mia POV Sophie gritó cuando Nika hizo sonar una melodía seca y grave de un golpe contra las teclas del piano frente a él, el acompañamiento perfecto al momento en que se rompió el espejo de la historia que narraba. —Lo último que el chico vio antes de desmayarse fue como alguien le tapaba la boca a Mia y la hacía desaparecer —musitó Nika con voz clara, que descendía lentamente con cada palabra—. Habría jurado que vislumbró la sonrisa perfecta de Alis, sus ojos color fuego y el lejano sonido de su voz. —Se deslizó de izquierda a derecha hasta que el sonido de la música fue cada vez más agudo y bajo—. Gracias por darme una amiga nueva — concluyó con una sonrisa macabra, dejando que el silencio se apoderara de la oscura habitación. Me incorporé en el lugar. Como el resto, había estado acostada en el suelo mientras Nika tomaba su turno para contar una historia digna de Halloween. —¿Eso es todo? —reproché. —Cómo que todo en ese tono —se quejó Nika detrás del piano. —Es la peor historia que he escuchado en mi vida. —Es buena —declaró, apuntando con la mano a mi mejor amiga, que abrazaba a Dax y se negaba a mirar a su alrededor—. Soph está llorando. —No estoy llorando —mintió ella sin atreverse a alzar la vista. —¿Me dejaste metida en un espejo? —cuestioné—. ¿Eso fue lo que mejor se te ocurrió para contarle a tu novia en Halloween? —Es noche de brujas, ¿qué esperabas? —se burló—. No iba a contar una historia de amor. —Odio las historias de amor, pero no me dejes en un puto espejo y secuestrada por tu novia pelirroja. —Fingí estar enfadada y me crucé de brazos—. Seguro es tu subconsciente imaginando a una de las chicas de primer año que te persiguen por el conservatorio. Las carcajadas de Nika resonaron por la habitación.

—No te quejes —dijo Dax—. Preferiría haberme quedado al otro lado del espejo que haber sido el que lo rompió. —Torció los labios y miró a Nika sin dejar de abrazar a Sophie—. Siete años de mala suerte y el culpable del desastre, ¿en serio? —Es cierto —dije—. ¿En qué tipo de historias una persona cae sobre otra y esa otra sobre un espejo? ¿Qué era? ¿Efecto dominó? —Te quedaste al otro lado del espejo. —Nika puso los ojos en blanco—. No te quejes y supéralo. —Historia de pacotilla —refunfuñé. Emma bufó a dos metros de mí, con su novio acostado en el suelo, medio dormido, descansando la cabeza sobre sus piernas. —Al menos ustedes estaban en la historia —dijo, mirando con mala cara a Nika que cada vez se veía más feliz con el resultado de cuento corto. —Eso es lo que busca —dijo Aksel desde su lugar, recostado a la pared, con un libro en la mano y leyendo con la escasa luz que venía del comedor —. ¿No se dan cuenta? —No te quejes, Aksy-boo, te di protagonismo. —¿Te refieres a protagonismo para hacerte lucir mejor? —¡Es cierto! —exclamé y señalé a Nika con la boca abierta, algo enojada por no haberlo notado antes. —Siempre hace lo mismo —añadió Aksel—. La historia no es para asustarlos, es para recordarles lo genial que es. —Dejó el libro sobre su regazo—. "Nika no sabía hacer las cosas mal" —citó—. "Nika era el más inteligente de sus amigos". "El perspicaz Nika, bla, bla, bla" —culminó, abriendo y cerrando la mano como si fuera ella quien hablara. —Te odio —mascullé, mirando a mi novio. —Es una historia y si a ustedes les molesta que sea más listo, no es mi problema. —Nika se encogió de hombros y se puso de pie. Agitó una mano en nuestra dirección como se señalaría a la plebe—. Estudien, no todos nacen con talento natural. —¡Cállate! —dije cuando me ofreció la mano para que me levantara. —Me callo si me das un beso —murmuró sobre mis labios y sonreí. —Mejor dos. —Mejor nos vamos a la fiesta de una vez —intervino Emma—. No quiero pasar la noche aquí. Despertó a su novio, el cual me caía como una patada al estómago, pero tocaba aceptarlo, y fueron los primeros en salir de la habitación. Emma iba

disfrazada de Lara Croft, con un short tan diminuto que debía haberle servido a los diez años, camiseta negra y falsas pistolas agarradas a los muslos desnudos. La trenza en la que acomodara su cabello color miel le llegaba casi a las caderas. Había crecido y con cada visita a Soleil me asustaban sus cambios. Seguía muy delgada, demasiado, incluso para tener dieciseis y estar en pleno crecimiento. —Por tu culpa no podré dormir —dijo Sophie bajo el brazo de Dax cuando pasaron por nuestro lado—. Ha sido horroroso el cuento. —Miró a su alrededor con temor, como si esperara que una puerta invisible apareciera—. No volveré a venir de noche, lo juro. —Es solo un cuento, Soph. —Dax besó su frente—. Prometo que hoy te abrazo hasta que te quedes dormida. Eso la hizo sonreír y Aksel se unió a nosotros en el salón. —¿Dónde dijeron que era la fiesta? —En el nuevo bar —expliqué—. Lo abrió el hermano de ese... del novio de Emma —rectifiqué a tiempo. —¿Piensan volver al amanecer? —cuestionó el pelinegro—. Si es así, prefiero quedarme. Todos rodamos los ojos. Aksel se volvía más estudioso cada día. Nadie criticaba que quisiera obtener las mejores calificaciones o graduarse con honores en la especialidad de Escultura. Estábamos felices de que estuviera decidido a ser profesor, pero a veces se pasaba. No quedaba nada del Aksel de aquel primer año de universidad en que salíamos cada fin de semana y nos divertíamos como si la noche no tuviera fin. Todos habíamos cambiado tres años después y era agradable verlo, a menos que fuera el extremo y ese era su caso. —Volveremos a las tres —dijo Nika con una mirada de reojo para saber si yo estaba de acuerdo. —No tengo ganas de pasar una noche sin dormir —aseguré. —Vale —dijo, finalmente—. Voy a buscar mi abrigo. Se perdió escaleras arriba cuando llegamos al recibidor. Dax, que iba disfrazado de Hulk, cargó una hada Sophie y la hizo reír mientras salían de la mansión. Miré a Nika que iba disfrazado de Orlando Bloom en Piratas del Caribe. Aprovechó que el cabello le pasaba de los hombros para atarlo a una coleta baja, tuvo que pegarse un escaso bigote y perilla porque el vello facial no le había tocado y vestía camisa rojo vino, ancha, desgastada, a juego con

varios colgantes cobre su pecho expuesto a falta de botones. El pantalón de cuero y las botas le quedaban aún mejor. Sabía por qué había escogido el disfraz. Meses atrás le confesé que tuve un sueño muy explícito con William Turner, uno de los protagonistas de la película. Cuando lo vi salir de su habitación con esa ropa, el mensaje se leyó alto y claro. Esa noche sería divertida y yo le había mentido a Aksel. No quería dormir hasta el amanecer, pero por otras razones y nadie tenía que enterarse de cuáles. —¿Por qué no te disfrazaste? —preguntó, interrumpiendo mis fantasías sobre piratas. —Porque odio los disfraces y lo sabes. Me tomó de la cintura y me pegó a su costado. —Eres aburrida cuando quieres. —¿Hablarás de aburrimiento después del final espantoso que le diste a la historia? —volví a reprochar. —Es un buen final. —Es malísimo, dejaste un montón de cabos sueltos. Me miró con cara de sabelotodo y me paré frente a él. —Empecemos con que el niño jamás se preguntó lo que hacía la madre en la habitación secreta. —Es un niño, no siempre se hacen las preguntas correctas. —Bien, pero el receptor tiene que conocer la respuesta o todo queda en el aire. —Resoplé porque era demasiado obvio—. ¿Qué hacía la madre en la habitación? ¿Por qué tocaba el piano o cubría el espejo? ¿Por qué le dijo al niño que no podía entrar, no en ese momento? ¿Quiere decir que podría hacerlo más adelante? Arrugó el ceño. —¿Por qué eres tan metiche? —¿Quiénes era los niños detrás del espejo? ¿Por qué estaban ahí? — Seguí enumerando con los dedos en cada pregunta—. ¿El protagonista envejecía por el tiempo que pasaba dentro del espejo? ¿Cuánto? ¿Por qué? La niña —agregué, señalando con el índice a su cara—. Lo traicionó, dijo que podía confiar en ella, pero me llevó... Mierda... —Estaba perdiendo la línea entre la realidad y el cuento—. Se llevó a su amiga. —La niña dijo "tú puedes confiar en mí". Alis jamás me habría encerrado al otro lado del espejo, podía, pero no iba a hacerlo. Eso no aplicaba para el

resto. Ahí estaba su trampa, atraer a otros. Entrecerré los ojos. —¿Por qué la madre quería unir los pedazos rotos? Tocó mi nariz con delicadeza y me percaté de que tenía la cara contraída. —Si te lo digo, perderá la gracia. —Una historia no es buena si dejas tantos cabos sueltos, se nota que no la armaste bien. —Una historia es buena si cuando la terminas no puedes dejar de pensar en ella. —No respondí y al ver que me había dejado sin palabras sonrió—. Si tuvieras esas respuestas el misterio tendría solución y lo olvidarías. Me abrazó y mis pies abandonaron el suelo. Presionó sus labios sobre los míos. —¿Por eso aceptaste mudarte a mi apartamento? —pregunté—. Te parece entretenido desvelar los misterios de mi habitación. Soltó una carcajada. —No. Acepté porque eres muy insistente y en algún momento tendría que ceder. Era un mentiroso certificado. Se moría porque viviéramos juntos, pero esperó a que fuera yo la que lo propusiera y me hizo suplicar por semanas, inventando excusas estúpidas solo para burlarse de mí. —También acepté porque el próximo año estarás en trabajo de tesis y si no te aprovecho ahora y vivimos bajo el mismo techo, es posible que pierda a mi novia. Me estremecí entre sus brazos al recordar que en un año estaría escogiendo mi tema de tesis y en uno y medio graduándome. —Apágalo —reprendió—. Deja de pensar de más. —Gruñí por lo bajo —. Si alguien no te detiene, montas en una máquina del tiempo y te pones a hacer planes de boda. Alce una ceja y lo miré. —Muy gracioso, idiota. —Sobre piensa lo que quieras, pero recuerda comprarme un anillo bonito o jamás te daré el sí. Le pegué en la frente al tiempo que Aksel apareció. —Vamos antes de que me arrepienta. Nika pasó un brazo sobre mi hombro y me guio fuera de la mansión. —Tranquila, pulgarcita —murmuró cerca de mi oído—. Todos saldrá bien y muchas veces es mejor no saber qué viene después, no trates de

adivinarlo. Sonreí y lo abracé por la cintura en lo que caminábamos. Amaba todo de él, hasta sus historias malas. —¿Sabes algo de lo que puedes estar segura? —Negué con la cabeza—. Cuando volvamos, alguien hará cosas muy sucias con un pirata. Tuve que reír cuando abrió la puerta del conductor para mí. Al menos había acertado con la intención del disfraz y ya tenía unas cuantas ideas de como podríamos recibir el amanecer del último día de octubre. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Bueno, hasta aquí el extra. ¿Gustó o no? A veces pienso que les doy poco, que este debía ser un extra largo hablando de las vidas de los personajes, divirtiéndose o en la fiesta de disfraces, pero siento que no les estoy dando nada, no de la manera en que me gusta. Tendrán tantos detalles de sus vidas en próximos libros que con estas pequeñas historias quiero dejarles caer lo que va sucediendo entre el final de "No te enamores de Nika/Mia" y el inicio de "Aksel". No quiero explicar de más porque hay pequeñas pistas, menciones a momentos como este que entenderán después, como la relación de Dax y Sophie, el novio de Emma, los cambios de ella, el de Aksel y lo que lo convertirá en el profesor que estoy loca por escribir. De Mia y Nika, lo que viven en esa fase universitaria y la evolución. Quedan muchos extras y tres libros confirmados para escribir y leer, solo hay que tener paciencia. Por navidad pienso hacer otros extras que narren tres navidades en la vida de Nika, pero en distintos años. Prometo poner todo de mi parte para subirlos el 24 de diciembre y no para el especial de San Valentin. jsjsjsjsjs Nos vemos por Twitter e Instagram para chismear de todo esto, si tienen preguntas sobre los extras o el universo de Nika y Mia, mañana estaré respondiendo por Instagram y siempre explico más y doy pequeños spoilers. Me encantó actualizar de nuevo, tenerlas aquí y leer sus comentarios. Lo extrañaba tanto. Las amo.

EXTRA: Navidad en Soleil (1)   Nika POV —¿Me estás diciendo que todavía no tienen mi pedido? —cuestioné, inclinado sobre el mostrador de la joyería con el rostro a centímetros de la dependiente. —Lo siento, señor Bakker —dijo la chica que no podía pasar de los dieciocho años, con los ojos tan abiertos y brillantes que parecía a punto de llorar. Me incorporé y caminé de un lado a otro para ganar paciencia. Me detuve, los zapatos rechinaron sobre el pulido piso de mármol y la chica se sobresaltó. Dejé caer los hombros, dándome por vencido. —¿Puedes no llamarme señor Bakker de nuevo? —supliqué—. Me hace sentir demasiado mayor. —Señalé mi rostro—. Tengo solo veintitrés años, no soy un señor. Las mejillas de la chica tomaron un color carmesí a juego con el gorro navideño que llevaban los empleados de la joyería: dos varones y la que estaba frente a mí, sin duda, la hija del dueño. Reconocía los mismos rasgos porque su padre me había atendido los días anteriores. Suspiré. —Lo siento. Sé que no es tu culpa. —Le dediqué una sonrisa para disculparme si había sido descortés en algún momento—. Hice el encargo en Prakt hace dos semanas y prometieron que lo enviarían a Soleil tres días antes de Navidad. —Han dicho que esta tarde llegaría —dijo, reuniendo valor para mirarme a los ojos—. Puede venir después de las cuatro y estoy segura de que su pedido estará aquí. Me dedicó una sonrisa de manual que debían haberle enseñado para tratar con clientes insoportables o desesperados como yo. —Para compensar las molestias, nuestra sucursal se encargará de envolver y preparar su regalo para que esté perfecto para dárselo a... —Novia —concluí a su disimulada preguunta—. Es la sorpresa de Navidad para mi novia.

La sonrisa de la chica se desvaneció. Si Mia hubiese estado ahí habría dicho que su decepción era mi culpa, que si no hablara de la manera en que lo hacía las personas no quedarían deslumbradas. Cuando le preguntaba qué hacer para evitarlo, aseguraba que nada, que venía conmigo y que gracias a eso la había conquistado, pero que debía vivir con la responsabilidad de aquella expresión frente a mí. No estaba siendo la persona más encantadora del mundo al reclamar por el maldito encargo que, por mucho que reclamara a la joyería principal en Prakt, no llegaría antes. Esas fechas estaban cargadas, cientos de pedidos especiales como el mío, por eso lo contraté con antelación. Aun así de insistente y desesperado, la chica al otro lado del mostrador me observaba con un brillo en los ojos que no eran lágrimas por mis reclamos. —Volveré a las cuatro por el regalo de mi novia. —Será un placer atenderle, señor... —Se atragantó. —Nika —especifiqué—. Si llega antes puedes contactarme. Tomé una de las tarjetas de presentación del negocio y anoté mi número en el reverso antes de entregársela. —Lo llamaré en la tarde... Señor... Nika. —Abbie, tu turno se acaba al medio día —dijo uno de los chicos al pasar por detrás de ella—. Yo puedo hacerme cargo. —Calla —murmuró sobre su hombro y me devolvió la atención con una bonita sonrisa—. No se preocupe, Nika. Si el pedido llega antes le avisaré. Puede estar seguro de que tendrá su regalo de Navidad para esta noche. El chico desapareció tras el regaño y agradecí sin esperanza alguna. Llevaba tres días siendo atendido con puros "esta tarde llegará su pedido". La pequeña joyería estaba en el segundo piso del centro comercial. Bajé al primer nivel. En el pasillo principal las paredes estaban adornadas por arreglos navideños: renos, muñecos de nieve y cascabeles que se movía con las puertas que abrían y cerraban, las de los negocios de todo tipo. Saludé a un par de conocidos en el camino a la floristería de mamá. Estaba repleto, con arreglos florales en los clásicos colores de navidad: rojo, verde y blanco. Los música navideña se escuchaba por debajo del murmullo de los clientes que paseaban escogiendo regalos o decoración natural de última hora. Olía a rosa, azucenas y lilas, además de a galletas recién horneadas. El festival de aromas me atontaba, pero de alguna manera atraía a las personas

como hormigas a la miel. Puede que ese olor fuera el secreto del exitoso negocio de mamá, el que llevaba creciendo por dos años. Le iba tan bien que tenía local propio en la calle principal de Soleil y rentaba aquel espacio que se atestaba en las festividades. Se encontraba en la caja atendiendo a una señora y su hija cuando me acerqué. Le sonreí a la niña que me saludó con la mano, emocionada. Era la hermana pequeña de Victoria y habíamos coincidido varias veces en los tres años que Rosie, mi mejor amiga, y Victoria llevaban saliendo. Se despidieron y mamá dejó a una de sus empleadas atendiendo la caja para llevarme con ella al fondo del local. —¿Ya lo tienes? —preguntó, palmeado con emoción y mirando mis manos—. Déjame verlo. —Claro, míralo en mi caja invisible —ironicé y pretendí que abría algo frente a su rostro. Pellizcó mi brazo y chillé de dolor, sabía cómo hacerlo para que doliera. —No le hables así a tu madre —regañó—. ¿Dijeron si llegará hoy? —En teoría en la tarde. Me dejé caer en la única silla y me dedicó una sonrisa indulgente. Se acercó y dejó que la abrazara por la cintura. Acarició mi cabello que iba amarrado en una coleta baja. —Va a llegar, estoy convencida. Por un momento me sentí como niño pequeño buscando consuelo con su madre y me permití descansar en ella, en las palabras de ánimo que me dedicó. Se sentía bien poder mostrarme débil, decepcionado o triste, lo que fuera y cuando fuera, lo que realmente sentía sin miedo a que se derrumbara. Tres años sobria, casi cuatro, tranquila, cada día más segura de sus pasos y sabía lo feliz que le hacía sentirse como la madre en la que se podía confiar. Por mucho tiempo ansió darnos apoyo que no pudo por su enfermedad y allí estaba, frente a mí, diciendo que todo saldría bien y que no fuera tan dramático, que Mia solo se burlaría de mí cuando no tuviera regalo para darle, no era el fin del mundo... No lo era, podía regalarle y proponerle lo que pensaba en cualquier día del año, pero ese era especial, el correcto. Me ponía tan nervioso imaginar el momento en que se lo diera como el no tener el regalo a tiempo, no sabía qué era peor.

—¿Este despliegue de cariño a qué se debe? —preguntó alguien y giramos para encontrar a Aksel deshaciéndose de su bufanda. ~❁ ✦ ❁~ Aksel POV Atravesé la tienda de mamá entre los clientes que se apretujaban para ver las muestras de arreglos florales y le pregunté por ella a Wendy que estaba en la caja. Me indicó que fuera al fondo y al abrir la puerta del pequeño almacén la encontré con Nika. Él, sentado y abrazando su cintura, con la cabeza hacia el lado contrario, descansando sobre su abdomen y ella acariciando su cabello en lo que murmuraba algo que no pude entender. Nunca los había visto así. La imagen era familiar, pero al revés. Quise sonreír al verlo, disfrutar unos segundos en silencio y grabar en mis recuerdos la bonita escena. —¿Este despliegue de cariño a qué se debe? —bromeé. Mamá se alegró al verme y me abrazó como si aquella mañana no hubiésemos desayunado juntos. —¿De regreso tan pronto, Aksy-Boo? —preguntó Nika por molestar, cruzando los brazos sobre el pecho. —¿Sin hacer nada, Nika? —rebatí por encima del hombro de mamá. —Basta —regañó ella—. Es Navidad, dejen de molestarse como niños pequeños. —Ya escuchaste, llorón —dije y Nika me mostró el dedo medio como insulto cuando mamá le dio la espalda. Rodé los ojos. —Sigues sin regalo para Mia. —Era el motivo de su mal humor, estaba convencido—. Este año te quedas sin novia. —Deja a tu hermano en paz. —Mamá me pellizcó—. No estoy nada contenta contigo. Aparté el brazo antes de que pudiera apretar más fuerte, me hiciera gritar frente a Nika, que se burlaría con ganas. —Ya hice la entrega que me pediste. —Pasé un brazo por encima de sus hombros—. Tienes clientes satisfechos y vengo a por más órdenes de la jefa. ¿Por qué no estarías contenta? —Dijiste que conoceríamos a Abigail estas Navidades. —Torció los labios y acomodó el cuello de mi camisa—. Llevas un año con ella y no le he visto, solo en fotos.

Sentí la mirada de Nika sobre mí y fingí una sonrisa. —Ya te dije, mamá. No podía dejar a su familia, tuvo que viajar al sur a pasar las fiestas con ellos. —¿Año Nuevo? —preguntó con la esperanza flotando a su alrededor. —Tampoco. —Podrías preguntarle. —No podrá, mamá. Refunfuñó. —Tendré que ir a Prakt a conocerla o la tendrás escondida hasta que se casen y tengan hijos. —No te adelantes, mamá. Nuestros planes son de tener hijos dos años después de que terminemos de estudiar y tengamos un trabajo estable — aclaré. Nika tosió para disimular la risa. Siempre se burlaba de mis planes de vida. Le dediqué una mirada envenenada que no lo intimidó. —Demasiados planes cuando solo llevan un año saliendo —dijo mamá —. Ni tan siquiera le he dado el aprobado como nuera —protestó con falso enojo. —Prometo que la conocerás antes de la boda. —Ignoré que Nika puso los ojos en blanco mientras mamá no lo veía—. De momento, lo único que puedo hacer por ti es pedir indicaciones para entregar pedidos de última hora. Se mostró resignada tras un largo suspiro. —El hijo con más planes del mundo y no sabe organizar su agenda para presentarme a su futura esposa —rezongó. Tragué en seco y forcé otra sonrisa. —Órdenes, jefa —insistí. Me indicó ir a la floristería, donde debían tener listos los dos últimos pedidos de la tarde, una suerte, ya que me daría tiempo a dormir un par de horas. Estaba despierto desde las tres de la madrugada y si quería sobrevivir a la cena de la noche, lo necesitaba. Me despedí de mamá y Nika había desaparecido, así que salí entre el mar de personas que inundaba el centro comercial. —Habla —dijo él, apareciendo de la nada y uniéndose a mi paso.. —¿Por qué siempre quieres asustar a la gente? —protesté. —Habla —repitió. —¿De qué?

Salimos al parqueo y me dirigí a la derecha, al pequeño camión que mamá usaba para las entregas medianas de flores y arreglos. Su conductor pidió el día libre y yo me había ofrecido a ocupar su lugar. —Sabes muy bien de lo que hablo —insistió Nika—. ¿Qué demonios te pasa? —Nada. —Abigail dijo que vendría, lo dijo frente a mí el día que fui a visitarlos. —Fue un cambio de planes. Me tomó del brazo e hizo que lo mirara. —¿Qué pasa, Aksel? —dijo con voz más baja, preocupado. —Nada. Deja de imaginar fantasmas. —Te vi. —Señaló a su espalda—. Te he visto todos estos días evadiendo el tema de Abigail, la universidad, a mamá cada vez que pregunta por algo que no sean flores o cómo está la cena. Nika era demasiado observador. Lo había escondido por meses, era inevitable que en algún punto notase que algo extraño sucedía. —Nada, no pasa nada. —Palmeé su hombro—. Deja la paranoia y ve a vigilar la joyería en lo que llega el regalo de Mia. Entrecerró los ojos. —¿Discutiste con Abigail? ¿Se separaron? La pregunta venía porque era una posibilidad obvia en una pareja, pero en su voz estaba la duda. Sabía que Abigail y yo jamás discutíamos, ni una vez habíamos estado en desacuerdo desde antes de empezar a salir, nos parecíamos demasiado. —Todo está bien con Aby. Creo que el estrés del trabajo de primer semestre me sacó toda la energía que tenía. Todavía siento que me va a explotar la cabeza. Era una mentira, pero no al completo. —Ganaste el primer premio, tu trabajo conceptual fue el mejor del curso y tienes a todos los profesores comiendo de tu mano. —No me creía—. ¿Estás seguro de que es estrés? —¿Qué más podría ser? Se encogió de hombros y me evaluó de arriba a abajo. Supuse que esperaba leer algo en mi lenguaje corporal, pero conocía sus trucos y cómo no delatarme. —No lo sé —dijo, finalmente—, pero quizás necesitas hablar con alguien y siento que no puedes hacerlo con mamá, tampoco conmigo.

No podía hacerlo, solo Aby sabía la verdad porque era imposible que no lo supiera, era parte de ella. —Da igual —dijo Nika y tomó mi rostro entre sus manos—. Busca con quien hablar, pero quita esa cara de mierda. Besó mi frente, pero no se separó. —¿Sabes que estoy aquí para lo que necesites? —murmuró—. Dime que lo sabes y te dejo en paz. Sonreí y me habría gustado burlarme de él y su demostración de cariño, pero no pude. Nika era y siempre sería mi persona favorita en el mundo. Con altos y bajos, peleas, burlas y maldades de hermanos, no hubo un día que no estuviera para mí. Todavía sentía que no terminaba de pagar lo tanto que me protegió en la infancia, cuando llegamos a Soleil, desde que me fui a la universidad. Puede que jamás pudiera ser para él lo que él significaba para mí, pero trabajaría en ser mejor hermano. Respiré con fuerza porque lo que les contaría antes de volver a Prakt no sería la mejor demostración de aquello, pero era lo que debía hacer, parte del camino para cumplir mis metas y una vez tuviera todo lo que necesitaba en la mano, sería la persona que ellos merecían tener cerca. —Sé que eres mi salvavidas —dije—, el increíble e inteligente Nikolai Bakker es mi hermano y estará siempre para mí, así de perfecto es. Sonrió sin darle importancia a mi burla y palmeó mi mejilla. —Así me gusta. —Hizo un gesto desdeñoso con la mano—. Ahora vete a trabajar repartiendo flores, sirviente. Ignoré su risa y me subí al auto que estaba a unos diez metros. Manejé por Soleil y tuve cuidado. Habíamos llegado al pueblo cuatro años antes y era alarmante su evolución desde ese entonces. El centro crecía con edificios que sobrepasaban los cinco pisos, la calle principal se alargó con más tiendas, farmacias y cafés, una de las secundarias se había convertido en una bonita exposición de restaurantes especializados en cocina de todas partes del continente. Las que antes llamaran las afueras, se habían convertido en zona residencial y la distancia entre las casas desaparecía con la compra de lotes en los que las construcciones aparecían en un abrir y cerrar de ojos. Llevaba tres años yendo y viniendo. Puede que los meses entre una visita y otra me hiciera ver el lugar de manera distinta, notar los cambios con

facilidad. No quería imaginar con qué ojos vería Soleil si me ausentaba por cinco años. En Navidad las calles estaban plagadas de decoración. Las personas iban de un lado a otro por las compras de última hora, en auto, caminando... Conducir era un desafío. En la floristería me demoré mientras cargaban los dos últimos pedidos, el primero para el orfanato, donde organizarían una cena Navideña a la que invitaban a todo el que quisiera unirse para acompañar a los niños. Quedaba al otro extremo del pueblo y me tomó casi una hora llegar debido al tráfico. Parqueé al costado de lo que en otro momento había sido una iglesia, cerca de la entrada lateral, por la que cargaban la comida directo a la cocina y un grupo de voluntarios se acercaron a bajar las flores que adornarían las mesas esa noche. Ofrecí mi ayuda, pero casi me gritaron que no lo hiciera. Se veían desesperados por trabajar rápido, cargar varios arreglos a la vez y correr. Tras unos minutos escuché que mientras más hicieran, más créditos extras recibirían para la universidad. Me alejé para no ser un estorbo y me alejé hasta la esquina. Me habría quedado allí con un ojo en los falsos voluntarios si no hubiese sido por el sonido de una pesada puerta al abrirse y chocar contra la pared. De la única salida que había entre la antigua iglesia y el costado del almacén, cuyas paredes formaban el estrecho callejón, salió una chica y bajó la escalerilla de dos pasos con el teléfono al oído. —¡Eres un cabrón y pienso patearte los huevos cuando te vea! —gritó, creyendo que estaba sola—. ¡No me hables una puta mierda del karma que en la próxima vida no nacerás siendo cucaracha porque en esta ya lo eres! Cerró la llamada, pero se quedó viendo al teléfono. —¡Me cago en tu puta madre, hijo de puta! —gritó, mirando al teléfono que puso a la altura de su rostro, como si la persona a la que quería insultar estuviera frente a ella. Llevaba una redecilla para quien trabaja en cocina o sirviendo comida, el mismo uniforme azul que el resto de voluntarios: pantalón en tono oscuro y camisa más clara. Se quitó el fino gorro y dejó suelto su cabello. Cayó hasta la cintura, color miel, con un tono rojizo que destelló bajo la luz del sol que se colaba en el callejón cuando faltaba poco para el medio día. La conocía o eso pensaba.

—¿Emma? ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Hola, champiñones!!! ¿Cómo van las fiestas, celebraciones, Navidad o como le digan? Yo tengo una cena en la noche, tipo reunión, pero preferiría quedarme en casa, en pijama, leyendo o escribiendo. Cuenten ustedes. Este extra va en dos partes porque terminé de escribirlo hoy y me falta editar la mitad. En un rato subo el desenlace de la Navidad en Soleil... Qué ganas de que lean a la intensa de Emma desde su punto de vista. Subí el extra en fecha... ¿Pueden creerlo? Yo no jajajajajjaa Nos leemos en un rato. Pd: Está larga la segunda parte.

EXTRA: Navidad en Soleil (2)   Si no has leído la primera parte de este extra ve atrás porque no entenderás nada. :P Emma POV Mi teléfono vibró en el bolsillo trasero del pantalón y como eran mis quince minutos de descanso decidí contestarle a Iván, el que se hacía llamar mi novio. —¿A qué hora nos vemos hoy? —dije con una sonrisa en los labios. —Hola, linda —contestó al otro lado de la línea—. ¿Cómo va la labor de empleada? Iván tenía la capacidad de ponerme de mal humor de un segundo a otro. —Soy voluntaria, lindo. —Es lo mismo —se burló. —No, no lo es. No me pagan por esto. —Y por eso entiendo menos el porqué lo haces. —Vete a la mierda. —Resoplé—. Mejor dime a qué hora me pasas a recoger para ir a la cena con tus padres. Un silencio nada agradable se extendió por más de lo que me habría gustado. —Iván —dije para que supiera que no podía tenerme esperando. —Linda, lo siento, es que... Olí lo que venía, aunque estuviéramos al teléfono y a kilómetros de distancia. Salí del área de descanso y me alejé por el pasillo en dirección al fondo del edificio, buscando un lugar donde tener una conversación en paz o el equivalente a un espacio en el que pudiera insultarlo a todo pulmón si fuera necesario. —Suéltalo de una vez —mascullé— y ni se te ocurra fingir que la llamada se corta o iré hasta la puerta de tu casa. Me conocía lo suficiente para saber que no mentía, aunque la verdad era que terminaría muy cansada para discutir, más para atravesar la ciudad hasta su casa.

—No... —Iván no era bueno dando explicaciones—. No creo que puedas venir a cenar con nosotros. —¿Se puede saber la razón? —cuestioné a pesar de hacerme una idea. —Sabes que a mamá no le agradas... —A mí tampoco ella —corté—. ¿Qué con eso? —Rompiste su jarrón de la dinastía Ming. —No fue a propósito, choqué con él en lo que salía. —Rodé los ojos y caminé de un lado al otro del cuarto que precedía la salida trasera—. No sé por qué no perdona un resbalón. Si no me hubiese aguantado de esa mesa, habría caído al suelo. ¿Qué prefiere tu madre, un jarrón de la dinastía Ming o los dientes de su hermosa nuera en el piso de la entrada? —Sabes que no fue un accidente —murmuró. —Lo fue —mentí. A los tres meses de salir juntos me llevó a su casa. La primera visita fue perfecta, la segunda una cena y la tercera una fiesta de amigos de sus padres en la piscina, algunos provenientes del sur que cayeron en una conversación religiosa y homófoba que no fui capaz de soportar. Puede que los llamara fanáticos de mierda, estúpidos, reprimidos e infelices. Puede que me hirviera la sangre cuando mi suegra se disculpó, diciendo que yo había bebido de más y mandó a Iván a sacarme de la casa. Puede que en la salida yo chocara deliberadamente con su jarrón favorito. Un montón de posibilidades porque, a fin de cuentas, yo estaba supuestamente borracha y al día siguiente, cuando volví para disculparme, tenía la excusa perfecta en la mano. Nadie me creyó, pero podía escudarme hasta la eternidad en la borrachera y todos vieron el recordatorio de mis insultos en la falsa sonrisa que les dediqué. Sabían que no me arrepentía y que les quería gritar el doble. Sin embargo, ellos necesitaban mantener su papel como devotos de nivel, adinerados, creyentes en el perdón cuando había arrepentimiento o con suficientes personas ajenas a su congregación de testigos, lo que les forzaba a hacer uso de su hipocresía y fingir que el incidente era agua pasada. —Bien —dije, tomando aire con fuerza—. No le agrado a tu madre y puede que tenga razones, tú tampoco le agradas a la mía y eso no significa que tengamos que pasar Navidad separados. —Tú no le agradas a nadie de mi familia. —No les he dado razones.

—Emma, le dijiste a mi padre que era un explotador por no dar libres los feriados a sus trabajadores en la fábrica. —Lo es —dije sin arrepentimiento alguno y recostando la espalda a la pared. —Les paga el doble —rebatió al otro lado de la línea. —Sigue siendo explotación cuando dices que si se ausentan les rescindirá contrato. —Es su trabajo —insistió— y es mi padre. —Y eso demuestra cuánto te quiero —ironicé, pero Iván jamás captaría mi burla—. Por ti estoy dispuesta a sentarme a la misma mesa de un cerdo explotador sin decir una palabra que pueda insultarlo. Pero si se ponía a hablar de negocios y trabajadores como si fueran fichas en un tablero de ajedrez, puede que decidiera patear su mesa de té favorita o pegarle un codazo a ese whisky que le había costado más de cien mil dólares y que jamás bebería a menos que la reina reviviera y fuera a visitarlo. Lo único que hacía con ella era mostrarla como parte del tour que daba a los invitados. —No podré pasar a buscarte —dijo en voz baja, como si estuviera en un lugar donde no debiera alzar la voz. —¡Bien! Cenaremos con mi familia y caso resuelto... El silencio volvió a extenderse y odiaba los silencios, más en una llamada telefónica, las cuales también odiaba. —¿Iván? Cenaremos con mi familia, ¿cierto? —Emma... No creo que pueda, mamá invitó a la abuela. Una onda de calor subió por mi cuerpo y explotó desde mi pecho. —¡¿Me vas a dejar abandonada porque tu abuela, la racista, viene a Soleil?! Mi voz había llegado hasta la sala de descanso de voluntarios. No me importó. Tenía fama de gritar y montar espectáculos cuando algo no me gustaba. —Emma, lo siento. —No, no lo sientes. Eres una persona con tu familia y otra fuera, prefiero mil veces a la que aparece cuando las víboras no están a tu alrededor, manipulándote. —Es mi familia, Emma. —Sabes que tengo razón y si...

—No hace falta que termines conmigo o amenaces con hacerlo —dijo con seriedad—. Esta vez lo haré por ti. —¡¿Qué?! —No podemos estar en mi casa, estar en la tuya es igual de desagradable para mí y siempre estamos discutiendo. No tiene caso. —¿Esto es en serio? —cuestioné sin creer que estuviera dejándome en una estúpida llamada telefónica. —Es lo mejor para... —Estás terminando conmigo porque no le has dicho a tus padres que volvimos hace tres semanas y no tienes el valor para hacerlo —interrumpí —. Eres un degenerado y un cobarde. Iván no dijo nada por un rato hasta que lo escuché suspirar. —Lo siento, Emma, soy la peor persona del mundo, pero no puedo, menos ahora. —¡¿Le mientes a ellos sobre nuestra separación y a mí con que ya les contaste de nuestra reconciliación?! Esa vez grité con tantas ganas que vi un par de cabezas asomarse al otro lado del pasillo para saber quién peleaba. —Me matarán si les digo —continuó con voz lastimera— y sé que soy la peor persona del mundo. En la próxima vida reencarnaré como una asquerosa cucaracha y tienes todo el derecho a odiarme... Dejó de hablar cuando le di un puñetazo a la puerta de metal a mi derecha y se abrió con tanta fuerza que el estruendo contra la pared debió asustarlo. —Emma, ¿estás...? —¡Eres un cabrón y pienso patearte los huevos cuando te vea! —espeté al bajar la escalerilla de salida al callejón trasero y no permití ni que balbuceara más disculpas—. ¡No me hables una puta mierda del karma que en la próxima vida no nacerás siendo cucaracha porque en esta ya lo eres! Apagué el teléfono y me quedé mirando a la pantalla con una foto nuestra en el fondo antes de que se volviera negra y mostrara mi reflejo. —¡Me cago en tu puta madre, hijo de puta! —grité a todo pulmón y me arranqué la redecilla de la cabeza, la que me daban para trabajar en cocina. —¿Emma? Giré en dirección a la voz masculina que acababa de pronunciar mi nombre y el pelo me cayó sobre la cara por el brusco movimiento. El viento

no ayudó a despejar mi visión y cuando me percaté de quién era, se reía de la tonta pelea que libraba contra mi cabello. —¿Aksel? —dije con una sonrisa, aunque ya supiera que era él y no hubiese pasado mucho desde que nos viéramos en Halloween. —¿A quién le gritabas así? Miré al teléfono y caí en cuenta de que acababa de presenciar el acto final de mi obra de teatro. Me encogí de hombros. —Mi novio... Bueno, mi ex, pero tranquilo, en unas semanas volvemos. Mi sonrisa y el drástico cambio de humor debió sorprenderle porque se mostró confundido. —¿Estás segura de que estás bien? —Siempre pasa lo mismo, estoy acostumbrada. —Me acerqué hasta pararme frente a él—. Necesito que peleemos o me aburro. Lo abracé por sorpresa y se demoró en contestar el gesto. Como siempre, olía a canela, suave tono madera que dejaba un matiz dulce al fondo. —Sabía que estabas en el pueblo, pero solo había visto al cara de rana de tu hermano —dije al separarme y analizar cada centímetro de su rostro. —He tratado de pasar tiempo con mamá —se excusó, frotando su nuca con la vista al suelo. Lo señalé de arriba a abajo, a su ropa, el uniforme. —¿Trabajando para ella? —bromeé. —Hago lo que se puede, además, tú estás trabajando igual —se defendió, señalando de vuelta a mi uniforme. —Voluntaria —aclaré. —Por algo a cambio. —Me guiñó un ojo—. Ya escuché que dan créditos extra para la universidad. Chasqueé la lengua y me dejé caer para sentarme en el escalón más alto de la escalerilla. —Ganar créditos para que tu expediente luzca mejor es lo que hacen los aprovechados o los incapaces —aseguré—. No necesito nada de eso para entrar a la universidad que me venga en gana sin pagar un centavo. Alzó una ceja y torció una sonrisa de labios cerrados que marcó uno de sus hoyuelos. Siempre que se ausentaba olvidaba lo hermoso que era y como le brillaban los ojos, verde oscuro, jade. —La pequeña Emma salió igual de modesta que Nika. —Pidió espacio para sentarse a mi lado—. Sabía que ese año que pasaron aquí sin

supervisión y con él de niñero traería consecuencias. Te has vuelto una copia femenina de mi hermano. —Ya quisiera Nika por un día de su vida. Lo hice reír y me di por satisfecha, siempre me gustó escuchar ese sonido si venía de él. —¿No estás aquí por los créditos? —Vengo porque me entretiene y hago algo bueno por quienes lo necesitan. —Suspiré con la vista fija en la pared opuesta del callejón—. Me agradan los niños y por alguna razón yo les agrado a ellos. Supongo que les divierte verme discutir con mi novio por teléfono. —¿Haces eso frente a los niños? Se mostró horrorizado. —Por supuesto que no —me burlé—. Era sarcasmo. ¿Perdiste el detector o qué? Se estiró en el lugar y volvió a masajear su nuca. —Supongo que estoy agotado. Tenía ojeras, pero por lo demás estaba igual de perfecto que la primera vez que lo vi con doce años en el recibidor de la mansión Bakker. Buscó algo en su bolsillo y sacó una barra energética de avena y chocolate. —¿Quieres? Me ofreció una y me alejé para no respirar el aire en el que estuviera aquella arma mortal. —Eso tiene doscientas cuarenta y seis calorías. ¿Quieres matarme? Arrugó la nariz y revisó la envoltura hasta dar con lo que buscaba. —¿Cómo sabías eso? —Soy buena con cálculos calóricos y los productos en el mercado. Lo que tienes en la mano es el equivalente a una muerte lenta. Le ponen palabras bonitas al frente, pero es azúcar disfrazada de alimento saludable que te dejará con hambre y un montón de calorías por quemar. Su ceño se mantuvo contraído. —¿Desde cuándo haces dieta? ¿Quieres bajar de peso? —Desde hace mucho y no lo hago para bajar de peso, sino para estar saludable. Me dio una fugaz ojeada y supe lo que pensó, que estaba demasiado delgada. Sin embargo, Aksel jamás opinaría de un cuerpo ajeno. Era

inteligente, debía imaginar los cientos de comentarios que recibía por mi aspecto. "Tan linda, pero deberías comer más". "Te verías mejor si subieras cinco kilos". "Con un poquito de comida tendrías un cuerpo de escándalo". "Si te llevo a vivir conmigo, sales irreconocible". Todos se sentían con derecho a opinar, en especial los mayores, pero él era de las pocas personas que no. Le dio una mordida a su barra energética y me miró. —Con tu permiso, procederé a comer mi azúcar disfrazada. —Haz lo que quiera, pero cada vez que comes una de esas pierdes un día de vida. Paró de masticar y volvió a mirar el envoltorio. —¿En serio? El dato me lo había inventado, pero si con una mentira podía evitar que dejara aquellas cosas y consumiera comida real, la mantendría hasta el final. —Puede que suene a poco, pero cuando sumas todas las que has comido en tu vida haces unos tres años, ¿o me equivoco? Abrió demasiado los ojos porque era excelente en Matemática y no muy bueno en información nutricional. —Prometo que esta será la última —declaró antes de terminarla con dos bocados—. Tiempo es lo que menos me sobra —añadió con la boca repleta. Me entretuve en cómo se le marcaban los hoyuelos al masticar y vi algo más que las ojeras: la palidez, la preocupación. También tenía los labios secos y el cabello despeinado. Debía llevar un par de días sin lavarlo, estaba lacio y brillante, tan negro como el carbón y apuntando en distintas direcciones. —Hablas del tiempo como si te fueras a morir mañana. Ladeó la cabeza, alternando a un lado y otro para decir que era una posibilidad. —Tengo muchas metas que cumplir y la vida es muy corta. —Dobló meticulosamente la envoltura de lo que acababa de comer y la guardó en su bolsillo—. No me puedo dar el lujo de perder días. —¿Quieres ser presidente? Esos son los únicos que se preocupan para que el tiempo les alcance para tener cinco carreras universitarias, quince idiomas y llegar a presidencia antes de los setenta años.

—No creo que una licenciatura en Bellas Artes sirva para el currículum de presidente. —Sonreí e hizo lo mismo—. Es tiempo y es oro. —El tiempo es un invento de los inútiles —le molesté—. Puede que no lo estés empleando de la manera correcta. Bajó la vista y noté como hundía el pecho. —Puede que tengas razón —murmuró. Le pasaba algo. Puede que tuviera dieciséis años; casi diecisiete, porque faltaban dos semanas para el cuatro de enero y mi cumpleaños, pero no era tonta; menos si se trataba a Aksel. Siempre lo observé con detenimiento, incluso después de entender que había sido muy inocente al creer que me casaría con él y tendríamos hijos. Recordarlo me hacía sentir ridícula. Era consciente que Aksel no me miraría siendo menor de edad, ni eso, no se fijaría en mí jamás. Puede que no me viera como a una hermana pequeña, pero sí como una amiga y él no era del tipo que se fijaba en una, o eso creía porque una vez escuché que había tenido algo con Sophie. Lo conocía porque jamás había dejado de observarlo cuando regresaba a Soleil a visitar a su madre o a pasar las vacaciones. Puede que eternamente Aksel fuera una obra a la que admirar, era inevitable. —¿Qué tanto quieres hacer que no te alcanza el tiempo? —pregunté. —Demasiado. —¿Por eso tienes cara de que el mundo se va a acabar? —Tengo sueño. —Dije cara, no ojeras. —Pellizqué su mejilla con suavidad—. Sé que estás agotado, se nota. Apoyó el codo en su rodilla y descansó la frente en su mano para girar a verme. —Eres peor que Nika para saber si me pasa algo, mucho peor porque él pregunta menos. —Y tú no eres bueno guardando secretos. —Analicé su rostro—. Llevas los problemas marcados en la cara con tinta permanente. No dijo nada y guardé el mismo silencio. Los dos sentados en aquel solitario callejón, en un escalón sucio que arruinaría nuestros pantalones y mirándonos fijamente. —Me voy a mudar a Elksan —dijo de la nada. —¿La ciudad al oeste de Prakt? —Tenía amigos allá y quedaba más lejos de Soleil, unas diez horas para llegar—. ¿Por qué? Exhaló con fuerza.

—Me dieron una beca a partir del próximo semestre y el último año de la carrera. Además, me ofrecieron una maestría de dos años cuando me gradúe. ¿Sabes lo difícil que es eso? —No, pero lo imagino. —No puedes acceder a una maestría a menos que lo pagues cuando eres recién graduado. Me ahorraría mucho tiempo y si me va bien podría hacer a otra por dos años más y podría dar clases en cualquier universidad del continente, al menos empezar como asistente de un profesor con más experiencia. Podría enseñar con veintisiete años, veintiocho. Nadie con menos de treinta es tomado en cuenta porque no tiene suficiente preparación. Lo que le sucedía era el equivalente a ser presidente en el pequeño universo de Aksel. Valoré sus palabras con sumo cuidado, aunque no tuviera ni idea de por qué seguirías estudiando una vez terminaras la universidad. Yo quería empezar a pintar lo antes posible, si pudiera saltarme la carrera lo haría porque ser artista era más entretenido que dar clases, pero Aksel no pensaba igual. —Entiendo, pero ¿por qué me dices todo esto como si intentaras justificar que vas a aceptar la oferta? Se supone que es algo bueno. Esa vez masajeó sus hombros con ambas manos. —¿Cómo lo sabes? —¿El qué? —Que quiero justificar mi decisión. —Lo sé y punto. —No iba a decirle lo tanto que conocía sus expresiones, tampoco que por el desespero en su voz era muy evidente—. Lo que no entiendo es el porqué. —Si lo hago y sale bien, no podré volver a Soleil en cinco años. Mi boca se abrió involuntariamente y la cerré para mantenerme impasible. Significaba cinco años sin verlo y la idea no me gustaba. Teníamos contacto varias veces al año, en especial en las festividades o las vacaciones entre un curso y otro. Siempre conversábamos, a solas, con mis amigos o los suyos. No era nada, pero era agradable, algo. —No tendré tiempo libre, vacaciones, nada. Lo pasaré encerrado en la universidad o en casa con Abigail. —¿Ella se irá contigo?

Conocía muy bien a su novia, la había buscado en Menteurgram varias veces para saber lo que hacía y cómo era. —También ganó una beca y será mejor juntos porque queremos casarnos al terminar la carrera y tener hijos... —Me estás diciendo que no tendrás tiempo para nada, ni para venir a visitar a tu madre, y ¿planeas tener hijos? —Fabricaré el tiempo para que todo salga según lo que he planeado. Lo cuadrado de su itinerario de vida me dejó en shock. Siempre fue estudioso y metódico, pero en algún momento del camino, mientras estaba lejos, se convirtió en alguien inflexible, algo que no había notado. —No hay manera en la que puedas seguir tu vida como si fuera una lista de la compra e ir pasillo a pasillo hasta llenar la cesta —dije—. ¿Por qué tanto desespero? —Es lo que quiero hacer, es el plan, es lo que sucederá. —¿Y si no pasa? —Pasará. No valía la pena intentar que razonara y de igual forma quería involucrarme para evitarlo. Imaginar que se casaba con la tal Abigail, con hijos y siendo un hombre de familia me ponía de mal humor, no podría verlo con los mismos ojos. Si por mí fuera, tendría a Aksel soltero por la eternidad o hasta que yo tuviera unos treinta años y él treinta y siete para que no se notara la diferencia de edad. Sí, en secreto, soñaba con ese momento, con la minúscula posibilidad. —Si tan decidido tienes lo que harás —dije—, ¿por qué tanto estrés? —Tengo que decirle a mamá y a Nika. No quiero alejarme de mi familia o aislarme, pero no se puede tener todo lo que quieres. No estaba de acuerdo con lo último, pero no venía al caso debatirlo. —¿Nadie lo sabe? —Solo Abigail y tú. —Se me revolvió el estómago por no ser la única al tanto, aunque fuera una tontería—. No sé cómo logras sacarme información con tanta facilidad. Sonreí y limpié falso polvo de mi hombro para mostrar mi superioridad. —Habilidades secretas, querido Aksel. Rodó los ojos y supe que habría dicho lo que me parecía a Nika de no ser porque una de las señoras que organizaba la cena de Navidad del orfanato se asomó al callejón y le dijo a Aksel que habían descargado todas las flores.

—Tengo que irme —dijo al ponerse de pie—. Me queda una entrega e incluye a tu hermana. —Está insoportable con esa cena. —Bufé—. Lleva días dando la lata con lo mismo. —Está emocionada, déjala en paz. —Se le ha pegado lo insoportable de mamá cuando es Navidad. Se acercó y me tomó de la barbilla para dejar un beso en mi frente. Se me aceleró el corazón al sentir la calidez de sus labios sobre mi piel. —La pasaremos bien, deja de protestar —me regañó porque por un beso así haría voto de silencio por una semana. —Supongo —concordé sin apartar la vista de su retirada, caminado de espaldas para no dejar de verme—. Pelear con mi novio valió la pena. —¿Por? —Así podré pasar la Navidad contigo. Me guiñó un ojo antes de darse la vuelta, pero supe que no se percató de mi sutil coqueteo. Aksel era pésimo captando indirectas. Observé como se alejaba. Hasta con el horrendo uniforme de la floristería se veía bien de espalda: hombros anchos y caderas estrechas, un trasero envidiable que me hizo imaginar cómo se vería sin ellos. Jamás lo sabría. Miré el teléfono apagado y agradecí no tener que pasar Navidad en casa de los déspotas de mis suegros. Puede que aquella fuera mi última cena navideña con Aksel a la mesa. ~❁ ✦ ❁~ Mia POV La mansión Bakker volvía a estar abandonada, pero esa vez no deteriorándose. Mi suegra se había mudado al segundo piso de su local, encima de la floristería, y la edificación quedó en silencio, uno ocupado por los especialistas en restauración que iban, poco a poco, reparándola. Costaba una fortuna y la señora Bakker podía permitirse una pequeña brigada que trabajaba a intervalos de tiempo. Puede que pasara varios años arreglándola, pero valdría la pena, recobraría su antiguo esplendor, el que jamás conocí porque estaba en decadencia desde mucho antes de mi nacimiento. El exterior fue tratado para prevenir toda humedad que siguiera dañado el interior e iban de la azotea hacia abajo con extremo cuidado. La que una vez fuera la habitación de Nika, mi preferida, se encontraba hermosa y lista

para que la fotografiaran e incluyeran en un catálogo de joyas arquitectónicas del continente. Lo sugeriría a uno de mis profesores que estaba en medio de una investigación para la publicación de su primer libro sobre arquitectura del siglo anterior. El tercer piso estaba a medias, el segundo y la planta baja no habían cambiado mucho desde mi partida a la universidad. No me molestaba mientras estuviera limpio y me encargué de que luciera impecable, con las paredes descorchadas y algún que otro empapelado húmedo que no habían quitado por miedo a que la pared quedara en el ladrillo. Decoré con ayuda de Sophie y Dax. El comedor estaba perfecto, con adornos colgantes sobre el marco de la puerta doble, luces pequeñas por las paredes que dotaban la estancia de un tono cálido. La mesa preparada para los dieciocho comensales con la hermosa vajilla que mi suegra conservaba. Usé altos candelabros con todas sus velas a lo largo de la mesa para comer bajo una luz más íntima y navideña. Los arreglos florales que Aksel trajo, con rosas blancas y rojas, decoradas con ramilletes de hojas verdes como detalle, hacían que el comedor se viera perfecto. Olía espectacular y sería una noche para recordar. No podía parar de sonreír porque era la primera Navidad que decidía organizar como un evento de importancia. En momentos así recordaba lo tanto que me burlaba de mamá y su obsesión con esa celebración en específico. Me había convertido en lo que juré destruir y lo amaba. Faltaba una hora para que llegaran los invitados, pero yo estaba lista y era la única en la mansión para ultimar detalles. Tocaron la puerta y resultó extraño porque había dejado a mi familia en casa. Me sorprendió encontrar a Nika al atender. Todas las palabras que conocía desaparecieron de mi cabeza. Nunca lo había visto usando un esmoquin y era negro al completo, incluso la camisa debajo. Le quedaba demasiado bien con el cabello suelto que rozaba la barbilla y el nuevo corte que se acomodaba a los lados de su rostro. Quedé embobada, como siempre, y él me observó de la misma manera. —¿Y el vestido rojo? —preguntó. —No llegaría tan lejos ni por Navidad. —Di una vuelta sobre mis altos zapatos de fino tacón en tonos dorados para que viera a detalle mi vestido de seda verde oscuro—. ¿Te gusta?

Soltó todo el aire contenido en sus pulmones y supe que se controló para no decir que quería arrancármelo. —Hermosa como todo de ti, pulgarcita. Se acercó y me dio un beso fugaz para no arruinar mi labial, aunque a esa altura me daba igual porque lo había extrañado con solo dos días sin verlo. —Me encanta como quedó tu pelo —dijo, dándome una ojeada y acomodándolo—. Me alegra que no lo cortaras tú. Lo notaba todo. —¿Cómo sabes que no fui yo? —Porque quedó bien. Le saqué la lengua. Mamá me había hecho un corte en capas más cortas al frente, manteniendo el largo hasta la cintura. Por suerte, mi fiebre del flequillo corto pasó, en especial los terribles meses en que tuve que dejarlo crecer, y me quedaba mejor ir peinada al medio con el cabello en suaves ondas. Al menos yo me veía mejor cuando me miraba al espejo y no encontraba rastro de la chica de diecisiete años que se destrozó el pelo a media madrugada por los nervios. —Estás hermosa —repitió y volvió a besarme. —Tú también. —Sonreí—. Espero que el esmoquin no sea rentado porque quiero verte con él de nuevo. —Tendré que comprar uno —se burló—. Son demasiado caros. —Te lo compraré con mi primer sueldo decente cuando me gradúe, lo prometo. —¿Por qué no ahora? —se quejó—. Trabajas, deberías ahorrar y comprármelo. Alcé una ceja y lo miré con mala cara. —¿Esperas un esmoquin con un sueldo de mesera? ¿Después de eso qué haremos? ¿Morir de hambre? —Comernos el esmoquin —propuso con sorna. —Mientras no lo cocines tú, como lo que sea. —Maldita... Me tomó de la cintura y chillé. Me besó sin importar el labial o el maquillaje. Pasé los brazos por encima de sus hombros y disfruté el sabor a cereza que su boca, su perfume con tonos cítricos. Sonreí al separarnos y fue cuando me percaté de que todo aquel tiempo había mantenido una mano detrás de la espalda, ocultando algo.

—¿Regalo? —dije, emocionada—. Me trajiste un regalo. Mordió su labio y asintió. Salté en el lugar hasta calmarme y extender la mano para que me lo diera. Sin embargo, se negó y, bajo protesta, me llevó al porche lateral. Había velas en las barandas de piedra, en el suelo y subiendo por la escalerilla, dos en cada escalón. Tomó mis manos entre la suya, porque la otra estaba a su espalda, y estuvimos frente a frente, en el mismo sitio donde casi nos besamos por primera vez años atrás, en el cumpleaños de Aksel. —Tengo algo para ti —dijo y supe que estaba nervioso—. Un regalo y una propuesta. —¿Un condón fluorescente y sexo en la cocina mientras todos cenan? Me pegó en la frente con dos dedos. —Era broma —protesté e iba a insultarlo cuando puso una pequeña caja cuadrada a la altura de mis ojos, expuesta en su palma. Era de terciopelo rojo y bordes dorados, del tipo en que guardaban joyas, anillos... Me atraganté con mi propia saliva. Tomó mi mano y dejó la pequeña caja en ella. —Feliz Navidad —dijo al besar mi mejilla. Sentía la cara hirviendo. Se suponía que abriera la caja, nunca había demorado más de diez segundo en abrir un regalo una vez me lo daban. Los minutos pasaban y no podía apartar la vista de la cajita. —No muerde —dijo—, lo prometo. Se me escapó una risa nerviosa y supuse que el tiempo se me acababa. No quería que supiera que me habían entrado ganas de salir corriendo, aunque podía ser que lo imaginara y por eso me había traído al exterior de la casa, para que tuviera menos obstáculos. Tragué en seco y la abrí. El interior quedó expuesto al instante y quedé sin palabras una vez más. Sobre la almohadilla de terciopelo blanco había un collar finísimo, tanto que parecía un hilo dorado, tan delicado que enroscado apenas ocupaba espacio, rodeando un diminuto cuadrado verde jade: el colgante. Miré de él a la prenda varias veces sin poder articular. —Es hermoso —murmuré. Ver que no era un anillo era un gran alivio, pero al tener algo tan hermoso entre mis manos el miedo había sido reemplazado por la conmoción. —¿Es para mí?

Torció los labios porque era su gesto preferido antes mis tontas preguntas cuando estaba nerviosa o no sabía cómo reaccionar. Pasé el índice por el colgante, una piedra que combinaba con mi vestido, bordeada por un fino cintillo de oro a juego con la cadena. No medía más de cinco milímetros, era exquisito, simple y de mi estilo, que odiaba las joyas, aunque si tuviera que escoger me pondría algo así. Nunca se lo había dicho, tampoco tenía un collar parecido, pero él sabía, me conocía mejor que mi madre o estaba muy cerca. —¿Reconoces la piedra? —¿Qué? —La piedra. Verde, brillante. La había visto alguna vez, no tan pulida y perfecta, más grande. Era la que recogí en nuestro primer paseo al río, la que se cayó al suelo de mi auto cuando me quité el pantalón empapado por correr bajo la lluvia y la que encontré aquella tarde en que conocí de la existencia de su padre, cuando sucedió todo lo que marcaría un antes y un después en nuestras vidas. La misma piedra que creí perdida un año atrás. —La encontré en el fondo de tu armario —explicó—. Pensé que no te molestaría si le daba uso y así no volverás a perderla. Me escocieron los ojos cuando la alzó, se paró a mi espalda y despejó mi cabello a un lado para ponerme la fina cadena. No sentía que la llevaba puesta, era ligera, corta, hermosa y jugaba a la perfección con mi atuendo de la noche. Dejó un beso en mi cuello y el vello de la nuca se me puso de punta. —Feliz Navidad —repitió al abrazarme por la espalda. Lo amaba más de lo que alguna vez creí posible. —Te amo —murmuré y sentí su sonrisa sobre mi oreja. —Te amo mil veces más y falta algo que venía con el regalo. Cerré los ojos y no me preocupó la brisa de la noche, entre sus brazos jamás pasaba frío. —Te escucho. —Lo que llevas en el cuello viene con una propuesta —explicó— y como ya lo aceptaste, también tendrás que estar de acuerdo con lo demás. —Tramposo. —Estrategia —puntualizó—, se llama estrategia. —Como quieras llamarle, tramposo. Dime que es. Me abrazó con más fuerza y habló en voz baja:

—Cuando termines este curso, mudémonos juntos. —Ya vivimos juntos —dije sin entender. —Juntos a un apartamento propio donde no compartamos baño con Hana y me pongas a recoger sus desastres. Nika y Hana, mi mejora amiga de la universidad, se adoraban, pero convivir con ella era un infierno que solo yo podía soportar. —No tenemos cómo pagarlo. Había hecho los cálculos varias veces y no era posible. —Conseguí un trabajo nuevo, en las noches, en un bar de lujo. Me deshice de su abrazo y lo miré a la cara. —¿De verdad? —Me pagarán bien, tocaré en un pequeño conjunto, música ambiental, nada exigente, y las propinas son buenas. —¿Es en serio? Esa vez estuve a punto de llorar de felicidad. —Muy en serio —confirmó con una sonrisa. Chillé y me lancé a su cuello para abrazarlo. —Me alegro tanto, idiota. Había pasado meses buscando algo donde pudiera hacer lo que le gustaba, tocar piano, y nadie lo aceptaba por muy bueno que fuera, era solo un estudiante de segundo curso en el conservatorio. Era un logro digno de festejo. —¿Ese abrazo es un sí? —preguntó. Tomé su rostro entre mis manos. —Podremos pagar algo decente —dije, convencida—. Es un sí rotundo. Lo besé de nuevo y terminamos riendo. —Es el primer paso —dijo, descansando su frente sobre la mía—. El primer paso a una vida de adultos independientes. —Lo es... pero hay algo más. Frunció el ceño. —Si nos mudamos tendremos que hacer un contrato alquiler de dos años como máximo. —¿Por? Seguía confundido y era divertido. —Yo también tengo un regalo —murmuré. Lo dejé con la pregunta en la boca y entré en busca de mi bolso, donde guardaba el sobre que pensaba darle al final de la noche, pero aquel era el

momento. Regresé al porche y se lo entregué. Lo abrió despacio y se quedó mirando la primera hoja. —Es un programa para talentos. Solo había que pagar la inscripción para tener derecho a hacer la audición, el resto es gratuito si impresionas a los jueces y lo es evidente que lo harás. —No despegaba los ojos de la aplicación que llené por él para una beca en el conservatorio más prestigioso del continente, al que soñaba con ir—. Es un posgrado de un año en Indaba. Cuando te acepten como alumno estrella después de tu graduación en dos años, tendremos que mudarnos al sur. Fue su turno de soltar una risa nerviosa, de mirarme sin creer lo que veía y abrazarme hasta que mis pies dejaron el suelo. —Feliz Navidad, idiota —dije con cariño—. Te amo. Y no contestó porque no hacía falta volver a decirlo, porque cada día lo demostrábamos. Navidad o Año Nuevo, su cumpleaños, el mío, siempre... Cada momento a su lado era especial y deseaba más que nada que fuera así por el resto de nuestros días, sería el mejor regalo que el universo podría darnos. ~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~ Feliz Navidad, mis champiñones del demonio!!! Espero que la pasen bonito a la manera que escojan, como quieran. Espero que, aunque su año fuera malo o bueno, porque siempre hay altos y bajo, a veces muchos bajos, sepan mirar lo sucedido y ver que es parte del pasado, que puedan aprender de lo vivido. Espero que estén bien, que se levanten con fuerza para seguir adelante y si no es así sepan que en algún momento podrán hacerlo. No voy a mandar flores y corazones porque en el mundo real eso no existe, por eso corremos a los libros, para escapar de lo que sucede. Les mando mi amor, ese lo tienen siempre por lo feliz que me hacen. Gracias por darme un año hermoso y espero que en 2023 pueda retribuirles con buenas noticias, libros nuevos, continuaciones que están esperando y muchos extras que salgan en fecha... Sigo sin creer que subiera este a tiempo jsjsjs Las amo. Nunca lo olviden.

¿Chismeamos más tarde por Instagram? Puedo contar spoilers pequeñitos porque estos extras son para llenar el vacío entre em final de NTEDM y el libro de Aksel y Emma, también el de Mia y Nika en el futuro. ;)

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