NO PIENSES EN UN ELEFANTE

May 11, 2018 | Author: invortex | Category: N/A
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NO PIENSES EN UN ELEFANTE El popular investigador en lingüística cognitiva George Lakoff inicia su fantástico libro sobre comunicación política No pienses en un elefante narrando una deliciosa anécdota que resume perfectamente la tesis de su libro. Cuenta este profesor de la Universidad de Berkeley que, cada año cuando comienza el curso, hace un juego con sus estudiantes. Les indica que intenten no pensar en un elefante. En su dilatada trayectoria como docente universitario afirma no haber encontrado jamás a ningún alumno capaz de no pensar en un elefante cuando él sugiere que no lo hagan. Efectúen la prueba con alguno de sus conocidos. Díganles: “No pienses en un elefante”. Acto seguido, pregúntenles si fueron capaces de hacerlo. Si son sinceros con ustedes, les dirán que en algún momento durante los segundos posteriores a la recepción de esa orden, todos pensaron en un elefante o en algún elemento relacionado con el significado de la palabra elefante. Este proceso sucede porque cada palabra que recibimos activa en nuestra mente un marco cognitivo, un corpus de significados que hemos construido desde nuestra realidad social y cultural. Incluso, ese marco se activa cuando negamos la palabra, como en el caso del juego del elefante. La palabra “chorizo” en su acepción de “ladrón” o “corrupto” define en nuestra mente un marco cognitivo determinado aunque pongamos delante la palabra “no”. Esto lo sabe perfectamente el presidente estadounidense Richard Nixon cuando, en plena crisis por el escándalo Watergate, apareció en televisión con un primer plano y afirmó: “No soy un chorizo”. Nadie le creyó, porque al utilizar la palabra “chorizo” activó un marco negativo en el cerebro de los ciudadanos americanos. La elección de unas palabras u otras a la hora de comunicarnos resulta fundamental en la construcción del mensaje. Por este motivo, algunos políticos hace unos años evitaron hablar de “crisis” y acuñaron la expresión “desaceleración” para referirse al nuevo periodo de dificultades económicas. Otros prefieren hablar de “ajustes” en vez de “recortes”. Resulta obvio que el marco cognitivo que evoca la palabra “desaceleración” no es el mismo que el de “crisis”, aunque nos refiramos a la misma realidad. La misma lógica sirve para “ajustes” y “recortes”. Son ejemplos de cómo el uso del lenguaje contribuye a enmarcar significados diferentes en función de los términos que usemos para referirnos a la realidad. Tendemos a pensar que el lenguaje es un constructo humano que se pone al servicio de la realidad para definirla. Es decir, que primero está la realidad, que es objetiva y unívoca, y en un segundo momento se crea el lenguaje para ponerlo al servicio de esta realidad a fin de describirla. Este planteamiento es un error: el proceso funciona a la inversa. Es la realidad la que se pone al servicio del lenguaje. Aunque suene raro, es el lenguaje el que crea la realidad; las cosas existen para nosotros, se convierten en entes inteligibles, cuando podemos nombrarlas. Encontramos una explicación clara de este proceso cuando analizamos cómo aprendemos idiomas. Si diéramos por correcta la hipótesis que defiende que la realidad es única y el lenguaje se adapta a ella para describirla, todas las palabras de todos los idiomas tendrían traducciones exactas y literales. Pero, cualquiera que sepa varias lenguas sabe que esto no es así. Por ejemplo, existen numerosas palabras en inglés que no tienen traducción exacta al castellano, y viceversa. ¿Cómo es posible esto si la realidad es objetiva y la lengua se pone a su servicio? La explicación la ofrecíamos antes:

no existe una realidad, sino que ésta la crea el lenguaje y por eso cada idioma determina realidades diferentes. Es el lenguaje el que crea la realidad y no al revés. Cuando somos capaces de nombrar con una palabra o una expresión sencilla conceptos complejos fijamos nuevas realidades que antes no existían, o eran difíciles de asimilar (y, por tanto, no formaban parte de la cosmovisión de la gente). Un ejemplo claro de los últimos meses es el concepto de “puertas giratorias”. Todos sospechábamos de esa relación de privilegios entre la gran empresa y la alta política que hace que determinados altos cargos de los gobiernos pasen a formar parte de los consejos de administración de corporaciones privadas multinacionales una vez han liquidado su etapa política no sin antes haber tomado alguna medida en favor de tales empresas. Esta problemática comienza a ser manejada en el ideario colectivo cuando alguien introduce el significante “puerta giratoria”, metáfora que sirve para describir el fenómeno anteriormente explicado. Hasta que no apareció esta expresión, no visualizamos la problemática para convertirla en una realidad simple, perceptible, manejable y asimilable para el común del ciudadano.

David García Marín. Periodista. Máster de Radio. Investigando en Comunicación Digital.

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