Neron Dossier

August 26, 2017 | Author: semprelibera | Category: Nero, Claudius, Caligula, Roman Emperors, Ancient Roman Government
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Dossier •EL ÚLTIMO DE LOS JULIO‐CLAUDIOS•UN EMPERADOR PARA EL PUEBLO•EL EMPERADOR ARTISTA•EL ANTICRISTO•

Nerón, el último de los Julio‐Claudios l 11 de junio del año 68, un emperador, muerto de hambre y sediento, ordena‐ ba cavar una fosa ajustada a sus necesidades, buscar agua para lavar su cadáver, leña para incinerarlo y retales de mármol para un mausoleo; después lloraba amargamente, exclamando: ‘Qué gran artista muere conmigo’. Era a Nerón, el emperador de Roma, a quien iban a incinerar. Pero ese día no sólo moría un hombre, sino que lo hacía todo un linaje: la dinastía Julio‐Claudia. La ha‐ bía iniciado Julio César, y teniendo en cuenta el peso que en la mentalidad ro‐ mana tenía la familia, no es de extrañar que su ahijado Augusto procurara que el trono no saliera de la suya. Como éste no tenía descendencia, tras varias intentonas fallidas el princeps encontró su relevo adoptando a un hijo de su mujer llamado Tiberio, a quien sucedió Calígula, que era hijo de un sobrino; a Calígula, su tío Claudio, y a éste su hijo adoptivo Nerón, hijo de su segunda esposa y nieto de su hermano Germánico. Es evidente que la soberanía no salía de la familia, aunque fuera a costa de uniones endogámicas que engendraron ‘emperadores de‐ mentes’, como se los ha llamado al‐ guna vez, que ascendieron al poder sobre auténticos charcos de sangre.

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La muerte de NERÓN según la visión del pintor ruso Vasiliy Smirnov, Museo de San Petersburgo. Abajo, retrato de Agripina la Menor hallado entre los restos arqueológicos de la colina Capitolina, Roma

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Bien sabía esto Cneo Domicio Ahenobarbo cuando, al nacer Nerón, exclamó que él y su es‐ posa Agripina (la Menor) ‘sólo podían en‐ gendrar un ser funesto y abominable’. Esta Agripina era hermana de Calígula e hija de otra Agripina, la Mayor, y de Germánico. Se había casado en se‐ gundas nupcias con Cneo Domicio, cuyo cognomen, que significa ‘bar‐ ba de bronce’, aludía al color rojizo del cabello de los Ahenobarbos, fa‐ milia que había estado implicada desde hacía años en asuntos tur‐ bios, como el asesinato de César; a Cneo, padre de Nerón, se le atribu‐ yeron varios asesinatos y relacio‐ nes incestuosas con su hermana Ju‐ lia, conocida por sus numerosos amantes, y con Livia, aficionada al sexo y al veneno. Ésta es la familia en la que vino al mundo en Antium Lu‐ cio Domicio Ahenobarbo (el futuro emperador Nerón) el 15 de diciem‐ bre del año 37; y lo hizo con los pies por delante, lo que se consideraba en la supersticiosa Roma una señal de mal augurio. Sus años de juventud los pasó bajo el gobierno de Claudio, un empe‐ rador de quien se dice que era tan avispado que fue capaz de convencer a todo el mundo de que era idiota; Tá‐

Nerón

ROMA,

EL REINO DE LA INTRIGA A veces la realidad supera la ficción, y en la historia de Roma, y más concretamente en las intrigas sucesorias de los JulioClaudios, se dieron episodios dignos de un intrincado guión cinematográfico. Un buen ejemplo de ello es lo ocurrido cuando los personajes más cercanos al emperador Claudio quisieron deshacerse de su esposa Mesalina. Para lograrlo, sobornaron a un astrólogo que debía profetizar la muerte ese mismo año del marido de Mesalina. A propuesta de uno de los intrigantes, Claudio se ‘libró’ del mal augurio redactando un documento por el que cedía su esposa a Cayo Silio, un personaje ambicioso que ignoraba la predicción. Después, creyendo que Silio y Mesalina conspiraban para colocar en su puesto a Británico, Claudio ordenó ejecutar a ambos y a sus partidarios, dando así cumplimiento al augurio.

cito lo calificó de iners, y su propia madre decía de él que era un ‘aborto apenas esbozado, un ser que la naturaleza no terminó’. Claudio, siguiendo la es‐ trategia familiar, se desposó con su prima Mesa‐ lina, nieta de Augusto, que era aficionada a acu‐ dir a los más sórdidos lupanares de la Subura. Mesalina le dio una hija llamada Octavia, que pa‐ saría después a formar parte de la estratagema de Agripina para encumbrar en el poder a su vástago Lucio Domicio, y un hijo que recibió el nombre de Británico y que sería el principal es‐ collo para que este deseo se hiciera realidad. Como venía siendo habitual, pronto llegaron las intrigas y Mesalina fue ejecutada por conspi‐ rar para sustituir a Claudio por Británico. Refie‐ re Tácito que, tras la muerte de la emperatriz, el palacio ‘se agitaba por las maniobras de los favoritos disputándose la elección de la esposa de un emperador siempre impaciente por su celibato y siempre domina‐ do por las mujeres’. Esta vez la escogida fue Agri‐ pina; al ser sobrina de Claudio, el matrimonio se consideraba incestuoso, por lo que hubo que proclamar una ley que autorizara las uniones entre tíos y sobrinos. La nueva dueña de la do‐ mus imperial era una esposa ambiciosa que de‐ seaba con todas sus fuerzas un poder que tenía vedado como mujer; aún así, el reinado de Clau‐ dio sería también su reinado y, hasta que su hijo accedió a un trono que por derecho habría perte‐ necido a Británico, se fue comportando cada vez con mayor solvencia, contando las crónicas que no sólo su efigie aparecía en las monedas, sino que además hacía alarde de poder asistiendo a las audiencias imperiales y a las revistas milita‐ res con asiduidad.

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Mesalina idealizada por el pintor ruso Pavel Aleksandrovich Svedomsky

Para lograr sus pretensiones de convertir a Lucio Domicio en heredero de Claudio, aparte de atraerse a quienes rodeaban al emperador, de llevar a su hijo al palacio y de denostar a Británico, planeó el matri‐ monio del muchacho con la hija de su esposo, Octa‐ via. Agripina, que estaba impaciente por celebrar los esponsales de dos jóvenes de tan sólo quince y doce años, nuevamente hubo de recurrir a triquiñuelas le‐ gales. Después, para poner a su hijo a la altura de Británico pensó en la adopción, que era una práctica habitual entre los Julio‐Claudios. Augusto había sido hijo adoptivo de Julio César y Tiberio de Au‐ gusto; la diferencia es que, en estos casos, no había herederos directos y en el de Claudio sí, aunque como era un hombre fácil de convencer, totalmente

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PAGA, MANDA Con el reinado de Claudio se destapó como en ningún otro momento el problema de la sucesión imperial que Augusto había dejado sin resolver. Asesinado Calígula sin contar con un heredero directo, mientras los senadores debatían si mantener el Principado o volver a la República, los pretorianos que deambulaban por el palacio vieron asomar unos pies bajo una cor tina; al correrla, apareció un Claudio tembloroso al que inmediatamente llevaron al campamento. Enterado el Senado de los hechos, le confirió a este ‘tío idiota’ del fallecido emperador todos los poderes, al tiempo que cada pretoriano recibía del nuevo emperador un donativum de quince mil sestercios. De este modo quedaba patente la incapacidad del Senado para tomar decisiones y el papel del ejército en general, y de los pretorianos en par ticular, para instalar en el poder a quien fuera generoso con ellos, con tal de que fuera ‘descendiente’ de Augusto. Así, por temor al vacío y amor al dinero, se auparon al poder un buen número de personajes incompetentes. Dos versiones diferentes de la proclamación de Claudio por los pretorianos como emperador, obras de sir Lawrence Alma-Tadema

dominado por los deseos de su mujer, el 29 de fe‐ brero del año 50 se firmó el acta de adopción. El hijo de Agripina cambiaba así el Lucio por Tiberio, el Domicio por Claudio y tomaba el cognomen Ne‐ rón, el más estimado por la gens Claudia. Tiberio Claudio Nerón entraba así en la historia de Roma de la mano de su ambiciosa madre, quien, aunque de niño lo había abandonado en brazos de nodrizas griegas y de pedagogos incompetentes, ahora quiso hacerle destacar bajo la custodia de Bu‐ rro, un militar honrado y querido por todos, y de Sé‐

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neca, el más prestigioso de los sabios romanos, céle‐ bre por sus escritos y por su recalcitrante estoicismo. Este hombre, cuya debilidad por los efebos era co‐ nocida, formó al futuro emperador en elocuencia, magnanimidad y justicia. Los romanos ya sólo tení‐ an ojos para Nerón e iban olvidando a Británico, oculto por una Agripina que había ido eliminando a sus más destacados valedores. El día 4 de marzo del año 51, Nerón vestía la toga praetexta sin tener la edad legal para hacerlo, el día 12 era presentado por Claudio como ‘príncipe de la juventud’ y, finalmen‐

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Nerón Retrato juvenil de NERÓN, Museo Palatino, Roma MEMORIA · número 42 · Enero-Febrero de 2012

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Nerón ‘Que algún día Nerón acabaría así, lo creyó Agripina de antemano hacía muchos años. Pero no lo tuvo en cuenta’. Tácito La impor tancia de esta noble romana en el reinado de Nerón no radica solamente en ser su progenitora, sino también en haber sido la ar tífice de la difícil escalada al poder de su hijo. Agripinila fue la hija mayor de Agripina y Germánico, naciendo en el seno de la dinastía Julio-Claudia como bisnieta de Marco Antonio y la hermana de Augusto, Octavia; hermana de Calígula y sobrina de Claudio, con el que se casó para lograr vincular al hijo de su primer matrimonio con el cónsul romano Ahenobarbo al trono imperial. Y así lo hizo, logró que Nerón heredase la corona anteponiéndose a su hermanastro e hijo natural del emperador Claudio, Británico. Su desgraciada vida empezó a malograrse durante el principado de su hermano, con el que se vio obligada a mantener relaciones incestuosas, además de prostituirse, junto a sus otras hermanas, Livila y Drusila, por capricho de los desvaríos del desequilibrado emperador, para complacer a los miembros de la cor te, siempre ofrecidas como un regalo especial del impredecible Calígula a sus afortunados sier vos. El destino le hizo perder el favor fraternal, lo que desembocó en un exilio y alejamiento de su hijo, hasta que el asesinato de su hermano la condujo de nuevo a Roma. A su regreso, inició el ascenso hacia ese poder perdido, poder imperial por derecho familiar, pero codiciado ahora por una ambición similar a la de la esposa de su tío bisabuelo Augusto, Livia. Agripina logró encandilar a Claudio, desengañado tras haberse visto obligado a ordenar el asesinato de la emperatriz adúltera Mesalina, para casarse con ella. En su red conspiratoria, forzó a Nerón a contraer nupcias también con su hermanastra Octavia y así quedar vinculado al trono como heredero, logrando con ar timañas amatorias que su hijo se antepusiera en la línea sucesoria al heredero principal, Británico. Agripina gobernó a sus anchas cuando Nerón ascendió al trono, hasta que apareció otra mujer, Popea Sabina, seguramente igual de ambiciosa que ella, la cual, actuando de similar manera que su antecesora, logró ganarse el favor único de su amante esposo para instigar con liber tad el complot que acabaría con la vida de su suegra. Un plan que sitúaba a Popea como la única mujer con poder en la cor te. Nerón enloqueció con la desaparición de su amada madre. Tácito ve esta pérdida como un punto de inflexión en la cordura y la sensatez del emperador: ‘Erguido en su altivez como vencedor sobre un mundo esclavizado, ascendió al Capitolio, pronunció una oración en acción de gracias y se entregó a excesos de los que por cierto no se había abstenido en el pasado, pero en forma más moderada por temor a su madre’.

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te, era nombrado cónsul fijo. El Senado ya estaba ga‐ nado para la causa de Agripina, pero todavía queda‐ ba la aceptación total del pueblo, para lo cual Nerón comenzó a dejarse ver pasando revista a las tropas en el Campo de Marte y utilizó los conocimientos que le había transmitido Séneca para defender asun‐ tos judiciales con maestría. Ya sólo faltaba el augurio

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de un astrólogo, posiblemente pagado por Agripina, sobre su futuro gobierno para que el camino de Ne‐ rón al trono imperial pareciera totalmente allanado. Pero Claudio no estaba tan derrotado o tan al margen como pudiera parecer. Pese a las aspiracio‐ nes de su mujer y a la creciente influencia de Nerón, el emperador seguía promoviendo la imagen de su

Nerón LA IMAGEN DE NERÓN Tenemos de Nerón la imagen que transmitieron principalmente tres cronistas,Tácito, Dion Casio y Suetonio, aunque ninguno de ellos fue testigo presencial de los hechos narrados y pudieron, por tanto, transmitir una visión de la realidad cargada de prejuicios y posiciones interesadas según su relación con el nuevo emperador. Por eso es fundamental conocer las fuentes de las que estos autores pudieron obtener información, como los registros públicos y la correspondencia privada, que sin duda utilizaron, pese a beber sobre todo de las fuentes literarias. De entre éstas, cabe destacar las memorias de Agripina, escritas durante su destierro entre los años 55 y 59; es de suponer que, en un intento de justificar sus actos, la madre de Nerón debió hacer un relato sesgado, mostrando lo más truculento de su hijo con el fin de poner negro sobre blanco su generosidad desmedida frente a la ingratitud sin límites de Nerón. Tiberio Claudio Nerón no fue un dechado de virtudes, pero los relatos de que disponemos han de tener un punto de exageración, e incluso de tergiversación, puesto que también se sabe que fue un emperador tremendamente querido por el pueblo. En cualquier caso, y sin menoscabar los terribles actos que perpetró o su torturada personalidad, la debida contextualización de sus hechos permite vislumbrar a un emperador que persiguió la satisfacción de los menos favorecidos socialmente y el fin último del bienestar del Estado romano. Las antorchas de Nerón, obra del pintor decimonónico polaco Henryk Hektor Siemiradzki MEMORIA · número 42 · Enero-Febrero de 2012

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La Apoteosis de CLAUDIO, mármol romano conservado en los Museos Vaticanos, Roma

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hijo Británico de cara a su futura sucesión y emitien‐ do moneda con su efigie. Agripina comenzó a ver sus intereses peligrar por lo que, el 12 de octubre del año 54, asesinó a su esposo envenenándolo con una seta, aunque parece que en un primer momento este método no funcionó ya que el emperador la vomitó, por lo que recurrió a la complicidad de un médico de su confianza, quien remató a un maltrecho Clau‐ dio introduciéndole en la garganta una pluma unta‐ da en veneno. Muerto Claudio, a Agripina le faltaba obtener la conformidad del Senado y del ejército para poder coronar a Nerón, por lo que decidió ocul‐

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tar su muerte mientras Séneca convencía a los sena‐ dores y Burro a los militares. El día 13 de octubre se abrieron las puertas del palacio y apareció un joven Nerón rodeado de cortesanos y oficiales; a su salida y a una señal de Burro, los pretorianos, que habían sido comprados con la promesa de un donativum equivalente a cuatro años de salario, comenzaron a gritar: ‘¡Salve, César Nerón!’. Casi nadie echó de me‐ nos en ese momento a Británico, y Nerón, recono‐ ciendo quién había sido la verdadera artífice de su ascenso al poder, dio esa noche a la guardia el nuevo santo y seña: ‘¡Optima mater!’. JULIÁN TORRECILLAS

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