NERÓN, de EDWARD CHAMPLIN.pdf

May 5, 2017 | Author: Hugo Capeto | Category: N/A
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Edward Champlin es profesor de Clásicas en Princeton, donde enseña historia de Roma, derecho romano y literatura latina. Es autor de varios libros y artículos sobre estos temas y coeditor del volumen dedicado al Imperio en la época de Augusto de la Enciclopedia Cam bridge de Historia Antigua (1996)

Nerón La figura de Nerón fascina porque sus actos -extravagantes, de ordinario escandalosos y a menudo repulsivos- simbolizan la decadencia de Roma. Y este libro, con una inusual combinación de brillantez académica y talento literario, explica por qué. En una astuta revisión del relato histórico que se remonta a Tácito, Suetonio y Dión Casio, el experto Edward Champlin demuestra que Nerón fue en realidad un actor que rastreó sin cesar la historia y la mitología en busca de inspiración y motivos con los que dotar de propósito y justificación a sus actos. Su vida fue puro teatro, escenificado ante el pueblo romano, pero concebido como legado a la posteridad. Anhelaba la fama y la inmortalidad y alcanzó ambas, aunque no de la manera prevista, pues pasó de héroe a monstruo. Fuentes hostiles e interesadas unidas a la imaginación popular reelaboraron para la eternidad la imagen de Nerón, pero no la crearon. Y si esa imagen sigue siendo tan vivida, es porque fue la creación de un artista.

C O LEC C IÓ N NOEMA

EDWARD CHAMPLIN

TRADUCCIÓN DE HORACIO PONS

Nerón

TURNER FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición en castellano: octubre 2006 Titulo original: Ñero

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de la obra ni su tratamiento o transmisión por cualquier medio o método sin la autorización escrita de la editorial. Copyright © 2003 by the President and Fellows of Harvard College

Derechos reservados en lengua castellana: D.R. © Turner Publicaciones S.L. (España) Rafael Calvo, 42 28010 Madrid www.turnerlibros.com ISB N : 84-7506-750-6 ISBN -13: 978-84-7506-750-6 D.R. © Fondo de Cultura Económica (América Latina) Carretera Picacho-Ajusco, 227 14200 México D.F. www.fce.com.mx Diseño de la colección: Enric Satué Ilustración de cubierta: Disputa entre los santos Pedro y Pablo y Simón el Mago en presencia del emperador Nerón, siglo xv. © A L B U M / Erich Lessing / Cappella Brancacci

Depósito legal: M. 39.628-2006 Printed in Spain

Para Kit y

ÍN D IC E

I

El que fue y será rey........................................................

ii

II

Historia y ficción..............................................................

51

III

Retrato del artista............................................................

71

IV

El poder del mito.............................................................

107

V

Febo A polo.......................................................................

139

VI

Saturnales.........................................................................

177

V II

Una casa............................................................................

215

V III

Triunfo..............................................................................

251

Epílogo..................................... ..................................................... 279 Nota sobre las fuentes............................................................................... 283 Bibliografía................................................................................................. 285 Notas............................................................................................................

311

Agradecimientos....................................................................................... 363 Créditos de las ilustraciones.................................................................... 365 índice onomástico.....................................................................................

367

Retratos Apoteosis de Nerón, basada en el retratode éste de 59-64 d. C ......

47

Copia del retrato oficial de Nerón,

55-59 d. C ...................................

111

Copia del retrato oficial de Nerón,

59-64d. C ...................................

143

Copia del retrato oficial de Nerón,

64-68d. C ...................................

181

L a Grecia de Nerón..................................................................................

75

La Italia de Nerón.....................................................................................

89

La Roma de N erón...................................................................................

219

La Roma de Nerón: zona central..........................................................

227

Mapas

L a Roma de Nerón: DomusAurea y V ía Triunfal.............................. 244

EL QUE FU E Y SER Á R EY

¿Recuerdas, Acte [ . .. ] cuánto más fácil nos hizo la vida en los viejos tiempos nuestra creencia en Nerón ? ¿ Y recuerdas la parálisis, el entumeci­ miento que se apoderó del mundo cuando Nerón murió? ¿No fiie como si el mundo, de improviso, se hubiera quedado desnudo y sin color? Esa gente del Palatino trató de robarnos nuestro Nerón, a ti y a mí. ¿No es espléndido pensar que podemos echarles en cara sufracaso? Han hecho añicos sus estatuas, borrado su nombre de todas las inscrip­ ciones y hasta reemplazfldo su cabeza- en esa enorme estatua de Roma por la testa campesina del viejo Vespasiano. ¿No es magnífico enseñarles que todo eso no ha sido de la menor utilidad? Lo admito: lo consiguieron durante algunos años. Y durante algunos años también lograron proscribir efecti­ vamente toda imaginación del mundo, todo entu­ siasmo, toda extravagancia, todo lo que hace la vida digna de vivirse. Pero ahora, con nuestro Nerón, todas esas cosas han vuelto otra vez. L io n F e u c h t w a n g e r 1

tarde de la segunda mitad de marzo de 68 d. C., después de almorzar, el emperador Nerón, por entonces instalado en Nápoles, se enteró de que Ju lio Víndex, gobernador de la Lugdunense -una de sus provincias de G alia-, se había rebelado. Sin dar muestras de preocu­ pación ante la noticia, se dispuso a ir de visita e incluso a participar en un certamen atlético del lugar. En plena cena recibió una carta inquie­ tante, pero como reacción se limitó a proferir algunas amenazas contra los insurrectos. Durante otros ocho días Nerón ignoró el problema, mien­ tras Víndex lo bombardeaba con edictos insultantes. Su única respuesta

consistió en enviar una carta al Senado de Roma, instándolo a vengarse en nombre del emperador y el Estado, pero se excusaba de acudir en persona: tenía dolor de garganta. Por lo demás, hizo caso omiso de las invectivas de Víndex. Sólo dos de los muchos insultos del rebelde inci­ taron al emperador a reaccionar: la acusación de que tocaba mal la lira y el referirse a él como Ahenobarbo en vez de Nerón. Eludió esta última mofa declarando que, en efecto, recuperaría su viejo nombre de naci­ miento, Ahenobarbo, y renunciaría al de Nerón, que era suyo por adop­ ción. Pero la calumnia contra su talento, aseveró, demostraba la falsedad de todas las otras acusaciones, dado que él había trabajado con mucho empeño para alcanzar la perfección en su arte. No obstante, ofreció una recompensa, muy grande, de diez millones de sestercios, por la cabeza de Julio Víndex.2 Nuevos mensajes urgentes obligaron a Nerón a volver a Roma con cierta ansiedad, pero su ánimo se exaltó en las afueras de la ciudad al pasar frente a una tumba que mostraba a un soldado romano de caba­ llería que arrastraba por los cabellos a un guerrero galo a quien había dado caza; el emperador agradeció al cielo por el buen augurio. (Vín­ dex, el Vengador, era nativo de Galia y gobernador de una provincia gala). En Roma, Nerón volvió a sus antiguas costumbres y dedicó un esplén­ dido templo a su difunta esposa, Popea Sabina, que había muerto en el verano de 65 y era ahora una diosa, D iva Popea Augusta. Todavía convencido de que la revuelta era un asunto de poca envergadura, se negó a dirigirse al Senado o al pueblo. En un momento convocó apre­ suradamente a los senadores y caballeros a una consulta, pero los dejó atónitos al presentar el principal tema del día con estas palabras: “He descubierto cómo hacer que el órgano hidráulico emita un sonido más amplio y armonioso” . En la prolongada conferencia que siguió a esa intro­ ducción, Nerón presentó a sus asesores nuevos tipos de órganos hidráu­ licos, señaló la naturaleza y dificultad de cada uno y prometió exhibirlos todos en el teatro si -agregó con sarcasmo- Víndex se lo permitía. Esta muestra de despreocupación tuvo un abrupto final, probablemente a principios de abril, con los rumores de que sus provincias españolas también se habían rebelado, dirigidas por el gobernador de la Tarraco­ nense, Servio Sulpicio Galba. La indiferencia dio entonces paso a mues­ tras de extravagante desazón. Al conocer la noticia, el emperador cayó fulminado por un repentino desmayo: Galba era un patricio, de sangre

tan azul como la suya. Cuando volvió en sí, Nerón se rasgó las vestidu­ ras, se golpeó la frente y clamó que estaba acabado. Su vieja aya trató de consolarlo recordándole similares infortunios de otros príncipes. Un tanto molesto, el emperador le respondió que su desventura, en realidad, carecía de precedentes por su magnitud. No obstante, se reanimó nota­ blemente, celebró alguna buena noticia de las provincias con elaborados festines y ridiculizó a los cabecillas de la rebelión con versos obscenos y humorísticos, acompañados de los correspondientes gestos. Estaba demasiado ocupado como para acudir al teatro a rostro descubierto, pero en una visita supuestamente de incógnito, el emperador-actor envió a un intérprete muy celebrado un mensaje diciéndole que se aprovechaba de las otras preocupaciones de Nerón para triunfar. En realidad, estaba muy activo de una manera singularmente nero­ niana, en la que combinaba gestos mordaces y a menudo extravagantes con medidas eficaces. Esa mezcla alcanzó su mejor expresión cuando destituyó a los dos cónsules y asumió en persona la antigua magistra­ tura suprema de la República, con el argumento de que se había augu­ rado que sólo un cónsul podría dominar las provincias galas. Tras hacerse cargo del consulado, anunció su plan de campaña mientras se marchaba del comedor tras un banquete, apoyado en los hombros de algunos ami­ gos íntimos: tan pronto llegara a Galia, se presentaría desarmado ante el ejército y no haría otra cosa que sollozar. Forzaría así a los rebeldes a arrepentirse de sus fechorías, y dedicaría el día siguiente, rodeado por sus alborozados súbditos, a entonar cantos de victoria que habría de com­ poner en ese mismo momento. Para ese fin, tomó la precaución de ele­ gir carros con capacidad de transportar utilería teatral y órganos para su gran actuación, y a las concubinas destinadas a acompañarlo se les cortó el pelo como a varones y se las armó con las hachas y los escudos de las amazonas. Detrás del histrionismo había una vigorosa preparación. Nerón apre­ mió a los ciudadanos residentes en Roma a alistarse, y cuando no hubo respuesta reclutó a muchos esclavos. Un gran número de marineros fue­ ron incorporados como legionarios; se hizo regresar a los efectivos de varias legiones enviadas a Oriente, donde se preparaba una expedición a las Puertas Caspias, y se estableció un mando defensivo en el valle del Po bajo las órdenes de un general consular, Petronio Turpiliano.3 Con el fin de solventar toda esta actividad, el emperador creó un impuesto

especial a los ingresos y ordenó que todos los arrendatarios de terrate­ nientes privados pagaran el equivalente de un año de renta al fisco. Los ánimos populares estaban aparentemente contra él. Circulaban rumores que presentaban a un Nerón obsesionado por locos planes para masacrar a todos los gobernadores, todos los exiliados, todos los galos residentes en Roma, la totalidad del Senado. En una época de escasez y alza de precios, se hablaba de la llegada de una nave de Alejandría, no cargada con grano para el pueblo sino con arena para uso de los lucha­ dores de la corte. Carteles anónimos con ataques contra el emperador aparecían en los lugares públicos; abundaban los presagios y los augu­ rios; al parecer, terribles sueños afectaban a Nerón. Como de costumbre, palabras fortuitas eran consideradas especialmente ominosas si se las tomaba en otro contexto. Cuando en el Senado se leyó un discurso del emperador contra Víndex, en un pasaje que prometía que el malvado sería castigado y pronto tendría su merecido final (brevi dignum exitumfac­ turos), todos los senadores exclamaron: “ ¡Tú lo harás (facies), empera­ dor!”, con el significado de “tú lo harás así” , pero con la idea de que también él tendría ese fin. Y alguien comentó que el último verso de su última actuación pública, una tragedia sobre Edipo en el exilio, era espe­ cialmente pertinente para el incestuoso Nerón: en griego, “mi padre y co-esposo me empuja cruelmente a la muerte” .4 A principios de junio el emperador recibió noticias abrumadoras. Más ejércitos habían desertado, incluidas sus propias fuerzas en el norte de Italia.5 Enfurecido, Nerón hizo pedazos la carta que le comunicaba esta novedad, derribó una mesa y estrelló contra el suelo dos valiosos cáli­ ces de cristal, vasos que solía llamar “homéricos” porque estaban talla­ dos con escenas de los poemas de Homero.6 Tomó luego cierta cantidad de veneno de su envenenadora favorita, Locusta, lo guardó en un cofre­ cillo de oro y se trasladó del palacio a una propiedad suburbana, sus Jardines de Servilla. Allí despachó a sus libertos más fieles al puerto de Ostia para preparar una flota, mientras trataba de convencer a los tri­ bunos y centuriones de su guardia pretoriana de que lo acompañaran en la huida. Algunos eludieron una respuesta directa; otros se negaron de manera tajante, y uno incluso se burló de él con un epíteto de la Eneida·. “¿Ha de ser morir tamaña desgracia?” . Uno de sus prefectos pretorianos, Ninfidio Sabino, les había ofrecido grandes sumas para abandonar a su emperador.7

Desesperado, Nerón consideró varias medidas a adoptar. ¿Debía bus­ car, suplicante, la ayuda de los partos? ¿Debía arrojarse a los pies de Galba y solicitar clemencia? ¿O acaso tenía que aparecer en público ves­ tido de negro, el color del luto? ¿Debía subir luego al estrado de los oradores en el Foro y rogar, con el mayor patetismo posible, perdón por sus actos pasados? Y si no lograba nada con ello, ¿tendría que implo­ rar para que le fuera concedida la prefectura de Egipto? Más adelante se encontró en su carpeta un discurso en ese sentido, pero Nerón estaba demasiado aterrorizado para pronunciarlo. Egipto y la gran ciudad de Alejandría eran el refugio obvio para un hombre tan enamorado de la cultura helenística: “Aun cuando me expulsen del imperio, mi talento [tocar la lira] me permitirá ganarme el sustento” . Al día siguiente deci­ diría qué hacer. Era demasiado tarde. Se despertó alrededor de la medianoche y com­ probó que su escolta militar había desaparecido. Saltó de la cama y mandó buscar a sus amigos. Cuando nadie respondió, él mismo fue a sus habi­ taciones, acompañado de unos pocos asistentes. Las puertas estaban cerra­ das; nadie contestó. Nerón volvió a su dormitorio. Allí descubrió que sus guardaespaldas privados habían huido, llevándose hasta la ropa de cama y la caja con el veneno. De inmediato ordenó buscar a Espículo, su gladiador favorito, o cualquier asesino profesional. Ninguno estaba a la vista. “¿No tengo, pues, amigo ni enemigo?”, exclamó, y salió corriendo como si fuera a precipitarse al Tiber. Decidió controlarse y buscar algún lugar apartado donde reflexionar. Su liberto Faón le ofreció una villa suburbana situada entre la Via Nomen­ tana y la Via Salaria, cerca de la cuarta piedra miliar al norte de la ciu­ dad. El lugar se encontraba en dirección opuesta al puerto de Ostia: el plan alejandrino había sido descartado. Descalzo y vistiendo únicamente una túnica y un manto desteñido, la cabeza cubierta y un pañuelo sobre la cara, montó un caballo y se adentró en la noche, acompañado por sólo cuatro leales, todos libertos: Faón, Epafrodito, Neófito y el eunuco Esporo.8 Fue un viaje lleno de sobresaltos. La tierra temblaba y los relámpagos iluminaban el cielo. Al pasar junto al campamento pretoriano, que estaba cerca de la Via Salaria y fuera de la ciudad, Nerón escuchó los gritos de los soldados que pronosticaban el desastre para él y la victoria para Galba. Un mensajero exclamó: “ ¡Estos hombres están persiguiendo a Nerón!” ; otro preguntó: “¿Hay alguna noticia de Nerón en la ciudad?” . Su caba-

lio respingó ante el olor de un cadáver que había sido arrojado al camino, el rostro del emperador quedó al descubierto y un veterano de la Guar­ dia Pretoriana, que pasaba por el lugar, lo reconoció y saludó. El grupo llegó al desvío que conducía a la villa y soltó a los caballos. Su camino atravesaba ahora malezas, zarzas y carrizos. Con dificulta­ des -en ocasiones se vio obligado a tender un manto debajo de sus pies desnudos- Nerón logró alcanzar el muro posterior de la villa. Allí Faón lo urgió a esconderse unos momentos en una zanja de arena, pero él se negó: no se ocultaría bajo tierra mientras estuviera vivo. Forzado a esperar en tanto sus compañeros excavaban una entrada improvisada a la casa de campo, pasó el tiempo bebiendo agua de un estanque cercano - “ ¡He aquí el agua hervida de Nerón!”- y arrancando las zarzas enganchadas a su manto. Llegó así la mañana. Era el 11 de junio de 68.9 Nerón se arrastró por el estrecho túnel que habían excavado, entró en la primera habitación que encontró y se tendió en una cama cubierta con fino colchón y una vieja manta. Muerto de hambre y otra vez sediento, rechazó, empero, un pedazo de pan mugriento y sólo bebió un poco de agua tibia. Sus com­ pañeros lo exhortaron luego a escapar, mediante el suicidio, de los ultra­ jes que lo aguardaban. El emperador les ordenó cavar una fosa que se ajustara a su cuerpo y buscar todos los fragmentos de mármol posibles para un monumento; les pidió también que consiguieran agua para lavar su cadáver y leña para quemarlo. Mientras se dedicaban a esas tareas, Nerón lloró y afirmó varias veces (o al menos así se nos cuenta con fre­ cuencia, erróneamente): “ ¡Qué artista muere conmigo!” .10 Entretanto un mensajero entregó una nota a Faón. Nerón se la arrancó de las manos: la nota decía que el Senado lo había declarado enemigo público y lo buscaba para castigarlo a la manera ancestral. Preguntó en qué consistía ese castigo y le dijeron: lo pasearían desnudo por las calles con un yugo en el cuello, lo azotarían hasta matarlo y arrojarían su cuerpo desde la roca Tarpeya.11 Aterrorizado, tomó con arrebato dos puñales que había llevado consigo y probó la punta, pero volvió a envainarlos, ale­ gando que la hora fatal aún no había llegado. Instó a Esporo a comenzar con los llantos y los lamentos; rogó que alguien lo ayudara y le diera un ejemplo de cómo matarse, y mientras tanto censuraba su propia cobar­ día: “Arrastro una vida malvada e ignominiosa” ; y luego, en griego: “Esto no es propio de Nerón, no le es propio” y “En momentos como éste es necesario decidirse; ¡vamos, anímate!” .

Podía escucharse el ruido de cascos. Nerón recitó jadeante un verso de la Ilíada\ “Truena en mis oídos el paso de veloces corceles” y se clavó una espada en la garganta, con la ayuda de su secretario Epafrodito. Un centurión irrumpió en la escena y con su capa de viaje presionó la herida, como si quisiera ayudar al moribundo. Nerón sólo respondió con estas palabras: “Demasiado tarde - y agregó- ¡Cuánta lealtad!” . Un instante después cayó muerto, los ojos tan fuera de las órbitas que quienes lo rodea­ ban quedaron presa de espanto. L a primera persona de rango en llegar al lugar fue Icelo, un liberto de Galba que había sido encadenado en el momento de la rebelión de su amo. Incrédulo ante la noticia de la muerte de Nerón, se había propuesto ver el cadáver con sus propios ojos. Autorizó entonces que la casa del emperador lo incinerara y enterrara como correspondía, y partió de inme­ diato a España a comunicar la novedad a Galba. El funeral fue costoso y elaborado; el cuerpo estaba cubierto con un lienzo blanco bordado de oro. Los miembros de la casa, incluido Esporo, asistieron a la cremación, y las viejas ayas de Nerón, Eglogea y Alejan­ dra, y su ex concubina, Acte, enterraron las cenizas en la tumba de los Domicios situada en la colina Pinciana (el antiguo Mons Pincius o Colina de los Jardines), con vistas al Campo de Marte. La última morada de Nerón dentro de la tumba familiar fue un sarcófago de pórfido sobre el cual se levantaba un altar de mármol blanco de Carrara, ambos rodeados por una balaustrada de mármol blanco de Thasos.12 Los pormenores vividamente minuciosos de los últimos días de Nerón, basados sin duda en relatos de testigos presenciales, así como la partici­ pación directa de amigos y enemigos, sirvientes masculinos y femeninos, soldados y hasta el cauteloso agente del rebelde Galba, hacen que el episodio sea tan veraz como algo puede serlo en la historia antigua: a la edad de treinta años y casi seis meses, el emperador Nerón estaba, al pare­ cer, muerto y enterrado. La reacción popular ante la caída y la muerte de Nerón fue, en parte, de euforia: la gente corría por las calles de Roma tocada con gorros de la libertad, como los que se entregaban a los eslavos en el momento de su manumisión. Tácito afirma que los senadores y los principales dirigentes del orden ecuestre se regocijaron con su libertad recuperada, una liber­ tad aún más dulce porque el nuevo emperador estaba lejos (Galba se

encontraba en España), mientras que la parte respetable de la plebe y las personas asociadas a las grandes familias senatoriales, los clientes y liber­ tos de aristócratas que habían sido condenados y deportados estaban embargados por la esperanza.13 Por el momento, la ciudad misma se encontraba bajo el control del prefecto pretoriano Ninfidio Sabino. Este hombre había traicionado a su señor e incluso abrigaba la esperanza de sucederlo como emperador, para lo cual hizo circular el rumor de que era hijo bastardo de Caligula. Con ese fin cortejó al Senado y sobornó a la Guardia, mientras que, para congraciarse con el populacho, le per­ mitió una violencia desenfrenada contra la memoria y los antiguos favo­ ritos de Nerón. Algunas de las estatuas del emperador situadas en el Foro fueron derribadas y arrastradas de un lado a otro, y el gladiador Espículo murió aplastado por ellas; otro favorito, un informante llamado Aponio, quedó pulverizado bajo el peso de varias carretas cargadas con pie­ dras. Otros, tanto inocentes como culpables, fueron crucificados o descuartizados. Un joven senador llamado Junio Máurico confesó ante sus pares: “Me temo que pronto echaremos de menos a Nerón” .14 Sus palabras resultaron proféticas, pues la reacción a la muerte de Nerón no fue en modo alguno unánime. La plebs no cabía en sí de gozo, escribe Suetonio, y corría por la ciudad con sus gorros de liberto. No obstante, hubo algunos que en lo sucesivo, y durante mucho tiempo, adornaron la tumba del fallecido emperador con flores frescas de primavera y verano. A veces llevaban al Foro estatuas que lo presentaban vestido con la toga praetexta, la toga con bordes de color púrpura del magistrado romano. E incluso llegaron a mostrar edictos presuntamente escritos por él, como si todavía estuviera vivo y pronto a retornar para desazón de sus enemi­ gos. Tácito también admite que había otra opinión. Tras describir el albo­ rozo de los senadores, caballeros y la mejor parte de la plebe, admite que otros estaban afligidos por la muerte de Nerón: la escoria del popu­ lacho (la plebs sordida) que era adepta al circo y los teatros, junto con los esclavos más viles y los derrochadores que vivían a expensas de la depra­ vación de Nerón, todos ellos estaban abatidos por su desaparición y dis­ puestos a dar crédito a cualquier rumor.15 Pese al desdén moralizante del historiador, el número de quienes echaban de menos a su emperador debe haber sido importante, y probablemente se tratara de una mayoría. De hecho, a lo largo de más de un año después de su muerte la repu­ tación de Nerón estuvo pendiente de un hilo. El anciano Galba quería

proyectar una imagen de antigua virtud romana, para contrastarla con el lujo excesivo del hombre a quien había reemplazado. Por consiguiente, borró toda alusión a las extravagantes larguezas públicas de Nerón y con­ denó a muerte a varios de sus seguidores más infames.16 Pero Galba cayó a mediados de enero de 69, víctima de las intrigas de Marco Salvio Otón, uno de sus partidarios, decepcionado porque el emperador de setenta y un años había elegido a otro como su sucesor. Personaje muy diferente, unos treinta y tantos años más joven que Galba, Otón había sido uno de los compinches más cercanos de Nerón; alocado, extravagante, corrupto e influyente en la corte, tuvo destacada participación en las intri­ gas contra Agripina, la madre de aquél. La desgracia cayó sobre él cuando Nerón se enamoró de su mujer, Popea Sabina. Se le envió entonces a un exilio honorable como gobernador de la provincia de Lusitania, en la costa atlántica, y durante una década gobernó allí con destreza. Su opor­ tunidad se presentó en 68 con la rebelión de Galba, el gobernador de la provincia vecina; Otón fue el primero de sus colegas en declararle su apoyo. Sin embargo, al no conseguir lo que él consideraba una justa recompensa, decidió procurarse el apoyo de la Guardia Pretoriana y ahora, con el asesinato de Galba cometido por ésta el 15 de enero de 69, era emperador, aunque no contaba con el reconocimiento de las legio­ nes del Rin, que se aprestaban a marchar sobre Italia. La posición de Otón era precaria. El hecho de derogar los exilios, cortejar al Senado, la Guardia y el pueblo, ampliar los derechos de ciudadanía a las pro­ vincias, castigar a los malhechores y controlar los delitos privados -en una palabra, actuar como debía hacerlo un buen emperador-, no com­ pensaba la falta de verdadera legitimidad. Su único logro consistía en haber desplazado al hombre que había derrocado al último de los Césa­ res. Decidió, por lo tanto, comenzar a explotar la identificación que, a los ojos del público, existía entre él y Nerón, “con la esperanza de gran­ jearse el apoyo de la plebe” . Mediante un decreto del Senado dispuso la restitución de las estatuas de Popea, la mujer que había enloquecido de amor tanto a él como a Nerón, y cuando ciudadanos particulares comenzaron a exhibir bustos y estatuas del emperador muerto, no hizo nada para impedirlo. Algunos días, en el teatro, el pueblo y los soldados lo saludaban como “Nerón Otón” . Se dio por aludido: los despachos y cartas a los gobernadores provinciales comenzaron a enviarse en nombre de Nerón Otón. Los pro­

curadores y libertos de Nerón que habían perdido sus cargos durante el régimen de Galba los recuperaron, y uno de los primeros actos oficia­ les del nuevo emperador fue destinar cincuenta millones de sestercios a la terminación de la Domus Aurea de su antecesor. En definitiva, nada resultó de todo ello; el reinado de tres meses fue demasiado breve para que Nerón Otón conquistara una posición de fuerza. De manera signi­ ficativa, si bien el pueblo le había impuesto esa identificación, los diri­ gentes del Estado la desaprobaban y Otón vacilaba en adoptarla.17 Para los autores antiguos, este flirteo con la memoria de Nerón es un asunto menor, y hacen hincapié en la división de la opinión entre el popula­ cho vulgar y la aristocracia responsable. En este punto, como en otros, sus juicios nos confunden. Las fuerzas de Otón fueron derrotadas en el norte de Italia por los ejér­ citos del Rin; el emperador se suicidó a mediados de abril de 69, pero el flirteo imperial con la memoria de Nerón no terminó. El nuevo empe­ rador fue el legado de Germania Inferior, Aulo Vitelio, un cuarentón voluptuoso que se había rebelado contra Galba y después se negó a cam­ biar su decisión para apoyar a Otón. Vitelio era un cortesano prominente cuya afición a las carreras de cuadrigas y los juegos de dados, así como su servilismo, lo habían congraciado con Nerón; en palabras de Sueto­ nio, nadie pudo dudar de cuál era el modelo que había elegido para gobernar Roma. En el centro del Campo de Marte, tal vez a la vista de la tumba, celebró sacrificios funerarios por Nerón en altares construidos con ese fin; los augustales, un colegio de sacerdotes estatales fundado por el emperador Tiberio y destinado a honrar la casa de los Césares, que incluía entre sus miembros a algunos de los hombres más destacados del Estado, encendieron las hogueras para quemar a las víctimas. En el solemne banquete público que siguió a la ceremonia, un citarista tocó con notable destreza. Complacido, Vitelio lo instó a designar algún objeto de la propiedad imperial: admonuit, ut aliquid de dominico diceret, es decir a escoger una recompensa. De manera deliberada, el avispado artista pre­ tendió entender que el emperador le ordenaba cantar algo del amo (en latín ambos significados son posibles) y comenzó a entonar una de las composiciones de Nerón. Encantado, Vitelio se puso de pie de un salto para iniciar la salva de aplausos.18 Sin embargo, todo intento de rehabilitación de Nerón se disipó con la derrota de los ejércitos de Vitelio a manos de las fuerzas conducidas

por Vespasiano en el otoño de 69, la captura de Roma y el asesinato del emperador en diciembre. El parsimonioso Vespasiano, que honraba la memoria de Galba, revocó la libertad otorgada a Grecia por Nerón, abrió la Domus Aurea al público y dedicó el Coloso de Nerón al Sol. Con el afianzamiento de su nueva dinastía, los Flavios, y el influjo creciente de una moralidad más estricta, junto con la publicación de obras tan hosti­ les a Nerón como la pieza Octavia y la Historia de Plinio el Viejo,19 la repu­ tación de aquél como un monstruo quedó fijada así para la eternidad. Pero la visión tradicional de Nerón no es la única y ni siquiera nece­ sariamente la visión correcta, como podría sugerir el conflicto de opinión de los años 68 y 69. Monstruo o no, Nerón tuvo después de muerto una vigencia sin parangón en la Antigüedad.20 Hubo algunos hombres, sobre todo Alejandro Magno, cuya reputación sobrevivió a su muerte para fijar una norma de conducta que los grandes hombres de Grecia y Rom a que los siguieron imitarían con diligencia, y que se adaptaría a las nece­ sidades míticas de cada generación. Hubo asimismo algunos hombres a quienes no se consideraba muertos en absoluto, y cuya reaparición se esperaba con confianza cierto tiempo después de desaparecidos: perso­ najes que retornarían para derrocar la autoridad establecida; entre ellos, algunos reaparecieron efectivamente, sólo para morir en combate, ser ejecutados o desvanecerse por segunda vez, y a quienes la posteridad caracterizaría de manera inevitable como fraudes: el falso Antíoco, el falso Druso, el falso Nerón.21 Estas dos figuras -e l hombre que no ha muerto y regresará y el hombre que ha muerto, pero cuya reputación es una poderosa fuerza viva- despiertan un eco de pensamientos, emocio­ nes y recuerdos colectivos que no siempre son los compartidos y pues­ tos en circulación por la elite política e intelectual dominante, pero que no por ello tienen menos validez. A primera vista, las dos figuras, la muerta y la viva, podrían parecer mutuamente excluyentes, pero no es forzoso que lo sean: antes bien, como veremos, es muy posible que se superpongan en buena medida y sea difícil desentrañarlas, como en el caso de Nerón. Por conveniencia, podemos separarlas inicialmente. La meta, empero, es la misma, la recuperación de otra imagen, una imagen diferente del monstruo: un hombre que fue objeto de grandes añoranzas. Muchos creían que Nerón no se había matado en junio de 68. Desde el comienzo, su desaparición no fue inesperada. Los astrólogos habían

presagiado antaño que sería abandonado, como lo fue al final. Pero entre ellos había quienes le auguraban el dominio sobre Oriente después de ser derrocado; algunos llegaron incluso a hablar del reino de Jerusalén, y varios predijeron el restablecimiento de toda su antigua fortuna.22 Durante un tiempo notablemente prolongado estas profecías lucharon por cum­ plirse. Como admite Tácito, diversos rumores circularon sobre la muerte de Nerón y, como consecuencia de ellos, muchos creían o simulaban creer que el ex emperador aún estaba vivo. Dión de Prusa, un orador griego que escribió en una fecha desconocida dentro de las cuatro o cinco décadas posteriores a la muerte de Nerón, aporta una confirmación asombrosa aunque retórica. Aún hoy, sostiene, no resulta verdaderamente claro qué ocurrió en el momento de su presunto suicidio. Aún hoy todo el mundo quiere que Nerón esté vivo, y la mayor parte de la gente cree que lo está.23 ¿Todo el mundo? ¿La mayor parte de la gente? A lo largo de las dos décadas siguientes al menos tres hombres trata­ ron de dar al público lo que éste quería.24 Sus breves trayectorias son significativas. Alrededor de marzo de 69 el primero de los falsos nerones apareció en Grecia y aprovechó los rumores sobre la muerte de Nerón para sembrar la confusión en las provincias de Acaya y Asia. Su verda­ dero nombre nunca se conoció, y más adelante se discutió si se trataba en su origen de un esclavo del Ponto o de un liberto de Italia (podría haber sido ambas cosas). Su destreza en el canto y la ejecución de la lira, un parecido facial con el difunto emperador y las promesas de grandes recompensas le bastaron para granjearse el apoyo de algunos desertores empobrecidos del ejército. Tras hacerse a la vela con destino a Siria, el mal tiempo lo obligó a atracar en la isla cicládica de Kythnos, frente a las costas de Grecia. Allí se encontró con una delegación de soldados pertenecientes a los ejércitos de Siria, que se dirigían a Roma a proclamar su solidaridad con la Guardia Pretoriana. El falso Nerón se las ingenió para convencer a algunos de que declararan a su favor, eje­ cutó a otros, robó a mercaderes y armó a esclavos. Un centurión que logró escapar hizo correr la voz de su aparición y la perspectiva entu­ siasmó a “muchos” (multi). Un senador llamado L. Nonio Calpurnio Asprenas, a quien Galba había designado gobernador de las provincias de Galacia y Panfilia, recibió dos trirremes de la flota de Miseno para perseguir al simulador. Cuando las naves llegaron a Kythnos, el nuevo Nerón convocó a sus capitanes, apeló lastimosamente a su lealtad para

con él en su carácter de soldados veteranos y les rogó que lo llevaran a Siria o Egipto. Los capitanes contemporizaron y pidieron tiempo para consultar a la tropa; mientras lo hacían, su comandante, Asprenas, ordenó abordar la nave del impostor y ejecutar a éste inmediatamente. Su cadá­ ver fue enviado a Asia y luego a Roma, con la presunta finalidad de exhi­ birlo en público. Tal como la cuenta Tácito, la historia es oscura en muchos puntos, la cronología es poco clara, las motivaciones de los actores son misteriosas y el testigo, hostil y elíptico.25 No explica por qué intervienen en el Egeo el gobernador de Galacia, una provincia de Asia Menor central, y naves de la flota de Miseno, en la costa del centro oeste de Italia. No obstante, la secuencia se dio probablemente de este modo: Galba designó a Cal­ purnio Asprenas como gobernador de una liga recién creada de pro­ vincias asiáticas en el verano o a principios del otoño de 68, con autoridad militar (imperium), y le asignó la misión de hallar el escondite del impos­ tor, de camino a su trono. Es decir que, si bien Tácito sitúa el desenlace del caso en la primavera de 69, el falso Nerón debe de haber aparecido en Grecia en los meses de verano de 68, no mucho después de que allí se hubieran recibido las noticias de la muerte de Nerón, y transcurrido menos de un año tras la gira triunfal del emperador por la provincia, rea­ lizada en 67·26 El segundo falso Nerón apareció en Asia; se trataba de un nativo de esa provincia de nombre Terencio Máximo y sus andanzas se sitúan en el reinado de Tito, es decir entre 79 y 81.27 También él tenía un parecido físico con Nerón y sabía cantar como el emperador acompañándose con la lira. El relato superviviente, basado en Dión, añade algunas ale­ gaciones plausibles, aunque poco sorprendentes, posiblemente hechas por el impostor: que había escapado de los soldados enviados en su búsqueda en 68, que desde entonces había vivido escondido y que los partos debían darle una buena acogida por haberles devuelto Armenia. Con algunos seguidores asiáticos se trasladó a Oriente, en dirección al Eufrates; por el camino concitó muchas adhesiones más y finalmente cruzó la frontera para encontrarse con Artabano, un efímero usurpador parto que tenía sus propias razones para contemplar la posibilidad de un ataque contra el Imperio Romano y pretendía reponer a Nerón en el trono. De alguna manera, sin embargo, se reveló la verdadera identidad de Terencio Máximo y el impostor murió.

El tercer falso Nerón es una figura aún más borrosa. En la última frase de la “Vida de Nerón” , de Suetonio, el biógrafo recuerda que el nom­ bre del emperador era tan honrado entre los partos que, cuando un hom­ bre de origen desconocido afirmó ser Nerón, éstos le manifestaron un vigoroso apoyo y costó mucho lograr que lo entregaran. Esto ocurrió veinte años después de la muerte de Nerón y cuando el propio Sueto­ nio, según dice, era un joven. La aparición, entonces, se situaría entre 88 y 89, y tal vez esté conectada con otros disturbios políticos de ese período del reinado de Domiciano.28 Para poder pasar con éxito por Nerón era claramente necesario guar­ dar un parecido físico y saber tocar la lira razonablemente bien. Pero, de manera acaso menos previsible, las posibilidades de obtener adhe­ siones mejoraban a medida que se penetraba en Oriente, mientras que, si el objetivo buscado era la restauración, había que dirigir la mirada más allá de la frontera del imperio, hacia Partía. El tercer falso Nerón fue en realidad el último, pero el emperador entraba ahora en una fase apoca­ líptica negada a la mayoría de las figuras históricas, y el apocalipsis está sólidamente anclado en Oriente.29 Allí, su historia se retoma en un grupo heterogéneo de poemas cono­ cidos como Oráculos sibilinos. Escritos en hexámetros griegos, basados en las profecías inspiradas de las sibilas griegas y tradicionalmente catorce, en realidad son, tanto en conjunto como de forma individual, una mez­ colanza pagana, judía y cristiana, con capas, añadidos, interpolaciones y fundiciones de materiales de Cercano Oriente de entre los siglos II a. C. y v il d. C. De mayor importancia política que teológica, su inclinación por la extensa y entusiasta predicción de desastres inminentes les da un valor particular, en cuanto hacen eco, a menudo, a las voces de los opri­ midos de la mitad oriental del Imperio Romano y sus predecesores. Su visión de Nerón, en especial, ayuda a explicar el éxito de los falsos nero­ nes. Hay coincidencias en el sentido de que el cuarto oráculo, que incor­ pora elementos anteriores, recibió su forma final poco después de la grave erupción del Vesubio en 79, que el poema ve como un castigo por el saqueo romano de Jerusalén y la destrucción del Gran Templo de la ciu­ dad en 70. El compilador judío del oráculo contemplaba con deleite la posibilidad del fin del imperio. El tono del próximo y justo castigo se fija luego del saqueo del Templo y las atrocidades concomitantes:

Entonces un gran rey huirá de Italia como un esclavo fugitivo ni visto ni oído por el canal del Eufrates, cuando ose incurrir en la maldición materna por un repulsivo [crimen y numerosas tropelías cometidas con mano segura y perversa. Mientras huya, más allá de la tierra de los partos, muchos ensangrentarán la tierra por el trono de Roma. Y más adelante: Despertará luego la contienda de la guerra y llegará al oeste, y también lo hará el fugitivo de Roma blandiendo una gran lanza, tras cruzar el Eufrates seguido de multitudes.30 Luego padecerá el imperio oriental de Roma, según el narrador lo describe amorosamente: Antioquía destruida, Chipre devastada, etc. Nerón se ha convertido, si no del todo en el campeón de los oprimidos, sí al menos en su instrumento de justo castigo. El quinto libro sibilino está conformado por seis o más diferentes oráculos, compuestos (aproximadamente) entre finales del siglo I y comienzos del siglo II, y su punto de vista es en esencia judío. La figura de Nerón aparece en tres de ellos,31 el primero de los cuales exhibe un excepcional lujo de detalles: Los poetas llorarán a la tres veces desdichada Grecia cuando un gran rey de la gran Roma, un hombre divino de Italia, corte la cresta del istmo. A él, dicen, lo engendraron Hera y el mismo Zeus. Interpretando en escenarios teatrales canciones dulces como [la miel entonadas con melodiosa voz, destruirá a muchos hombres [y a su miserable madre. Huirá de Babilonia, príncipe terrible y desvergonzado a quien todos los mortales y nobles desprecian. Pues a innumerables hombres ha aniquilado y descargó la mano [sobre la matriz. Pecó contra los esposos y surgió de abominable gente.

Llegará ante los medos y los reyes de los persas, aquellos a quienes deseó el primero y a quienes gloria dio, acechante con esos malvados contra un verdadero pueblo. Se apoderó del Templo construido por Dios e hizo arder [a los ciudadanos y pueblos que estaban en su interior, hombres a quienes [con justicia he alabado. Pues ante su aparición la creación entera se estremeció y perecieron los reyes, y aquellos en quienes la soberanía [ha morado destruyeron una gran ciudad y a un pueblo justo. (5,137-154). Esta sorprendente alternancia entre historia y profecía presenta a un Nerón que tiene al menos algunas cualidades y cuyo gran pecado es la responsabilidad última en la destrucción del Templo de Jerusalén (ocu­ rrida más de dos años después de su muerte). El poema supone como un hecho cierto que el emperador ha huido de Roma a Partía, pero la identificación de una y otra con los antiguos enemigos de los judíos (Babi­ lonia y Persia, respectivamente) sella el veredicto hostil, y en los versos que siguen el profeta se consagra a predecir el castigo de Roma. Similares elementos se destacan en la siguiente aparición de Nerón en el quinto oráculo: También tú, Corinto, lloras la luctuosa destrucción en tu seno. Pues cuando las tres hermanas Parcas, que hilan con hebras [torcidas, conducen con engaño a quien [hoy] está huyendo más allá de la orilla del istmo y a las alturas, para que todos lo vean, quien antes cortó la roca con dúctil bronce, también destruirá y devastará vuestra tierra, como ha sido decretado. A él, en efecto, ha dado Dios fortaleza para ejecutar cosas como ninguno de los reyes hizo antes. Porque ante todo, al cortar de raíz tres cabezas con un poderoso golpe, las dará en alimento a otros, y así ellos comerán la carne de los padres del impío rey.

Pues el crimen y el terror esperan a todos los hombres debido a la gran ciudad y el pueblo justo que se ha mantenido a través de todas las vicisitudes, y al que [la Providencia ha puesto en un lugar especial. (5, 214-227). Una vez más, los elementos del proyecto de Nerón de cortar el istmo de Corinto, las aflicciones de Grecia, el mito griego y la huida del empe­ rador están unidos a la catástrofe venidera, en la que Nerón actúa como instrumento de justo castigo de Dios por el ataque a Jerusalén. L a tercera aparición del emperador en el quinto oráculo sibilino es la más asombrosa de todas: Habrá de suceder en el último momento de la luna menguante una guerra que precipitará al mundo en la confusión y será [engañosa en su astucia. Un hombre, un matricida, vendrá de los confines de la Tierra en plena huida y forjando agudos planes en la mente. Destruirá todas las tierras y las conquistará y considerará todas las cosas con mayor perspicacia que [el resto de los hombres. Se apoderará de inmediato de aquel por cuya causa él mismo [pereció. Aniquilará a müchos hombres y grandes gobernantes, y hará arder a todos los hombres como nadie antes lo ha hecho. Su celo levantará a quienes se han rebajado por temor. Caerá sobre los hombres una gran guerra del oeste. La sangre correrá hasta las orillas de ríos de profundos [remolinos, la ira rezumará en las llanuras de Macedonia, una alianza para el pueblo del oeste, pero destrucción [para el rey. Entonces una ráfaga helada soplará a través de toda la tierra, y la planicie volverá a llenarse de maligna guerra. (5, 361-376). En esa terrible guerra que sigue a la muerte del rey, todos los mo­ narcas y nobles serán aniquilados; luego la guerra terminará y el pueblo tendrá paz. Aquí está por fin el buen Nerón, no diluido por la hostil

propaganda judía. Ahora es un conquistador perspicaz e inteligente que regresa de los confines de la Tierra para derrocar a su sucesor, destruir a los grandes tiranos (tyrannous) y levantar a los humillados. Es el campeón del este que entablará batalla contra las fuerzas del oeste (Roma), pero esa batalla será la señal de la guerra que pondrá fin a todas las guerras. Nerón es, en suma, el ideal mismo de aquellos a quienes los falsos nero­ nes han descarriado. La primera mitad del octavo oráculo sibilino es un opúsculo virulen­ tamente antirromano, en lo fundamental de origen judío con insercio­ nes paganas y cristianas; puede datárselo en el reinado de Marco Aurelio (161-180). El Nerón que retrata desciende de manera reconocible de las figuras de los oráculos anteriores: Uno, un anciano [Marco], controlará dominios por doquier, un rey muy lastimoso que encerrará y guardará toda la riqueza del mundo en su hogar, de modo que cuando el llameante [exiliado matricida retorne de los confines de la Tierra entregará esas cosas a todos y recompensará con gran [abundancia a Asia. (8, 68-72). Y otras dos predicciones (versos 139-150 y 151-159) auguran que des­ truirá a judíos y romanos, “cuando venga de Asia, conquistando con Ares” (146). El segundo de los vaticinios termina así: Celebrad, si lo deseáis, al hombre de secreto nacimiento, que conduce un carro troyano desde la tierra de Asia con el espíritu del fuego. Pero cuando corte el istmo con la mirada en torno y acometa contra todos, tras cruzar [el mar, negra sangre perseguirá a la gran bestia. (8, 153-157). Matricida, seccionador del istmo, campeón de Oriente, destructor apo­ calíptico de Roma: aún un siglo después de su muerte, el retorno de Nerón todavía podía profetizarse. Ése es el final del regreso de Nerón en lo que respecta a las sibilas. En el duodécimo oráculo, una obra principalmente judía de Egipto

que pasa revista a los emperadores de Roma desde la muerte de Augusto hasta la de Alejandro Severo en 235, Nerón es un hombre malvado cuyo reinado termina con su huida y miserable muerte (12, 78-94). Sin embar­ go, aun entonces, a mediados del siglo III, hay un eco de los falsos nero­ nes: “Aunque invisible, será el destructor de los italianos” (85). Sin embargo, en el decimotercer oráculo, compilado en Siria durante la década de 260, se ha convertido en un artificio literario, cuando se citan versos del cuarto oráculo para aplicarlas a un usurpador contem­ poráneo (13,119-130). Debemos desentrañar dos corrientes entrelazadas en la compleja ima­ gen del retorno de Nerón. L a primera y más antigua apareció inme­ diatamente después de la súbita caída y oscura muerte del emperador, y aun antes. De acuerdo con ese relato, como los astrólogos habían pronosticado y muchos creían, Nerón no estaba muerto: había escapado a Oriente e incluso a Partía, de donde regresaría para derrocar a los usur­ padores y recuperar el trono. En esta versión era esencial la fe, por confusa que fuera, en que, por razones que aún es menester determi­ nar, Nerón era el campeón de una causa, se tratara de la de Oriente con­ tra el Occidente romano o la de los oprimidos contra los opresores. En íntimo entrelazamiento con ella hay una segunda versión, ambigua y específicamente judía, que tiene su origen en acontecimientos produci­ dos poco después de la muerte del emperador, con el saqueo de Jerusalén y la destrucción del Templo en 70. (La ambigüedad emana del propio Nerón, que inició la guerra de Roma contra los judíos, pero no sobrevivió para ver su sangriento final). El instigador de la destrucción del Templo se ha convertido ahora en el instrumento de Dios para el castigo de los romanos, así como el retornado campeón de los oprimi­ dos se transforma para algunos judíos en la bestia criminal y terrorífica que estremecerá la creación. Las dos corrientes se entrelazan de manera confusa. Ninguna de ellas se impone a la otra en los cien años poste­ riores a la muerte de Nerón, pero es esencial comprender que prece­ den en el tiempo y explican la tercera, la más duradera y notoria en el mito de su regreso: Nerón el Anticristo. El ascenso de Nerón a la jerarquía demoníaca es obra de los cristianos y se advierte por primera vez en dos obras de la segunda generación posterior a su muerte. La primera, inserta en un texto compuesto más largo y conocido como E l martirio y la ascensión de Isaías, con elementos

que se extienden desde el siglo II a. C. al siglo IV d. C., es un fragmento cristiano que puede fecharse con alguna certeza en el final mismo del siglo I de nuestra era.32 En el fin del mundo, profetiza Isaías, Belial descenderá, el gran ángel, el rey de este mundo, al que ha gobernado desde que existe. Descenderá de su firmamento en la forma de un hombre, un rey de iniquidad, un asesino de su madre -éste es el rey del mundo-, y perseguirá la planta que los doce apóstoles del Amado hayan plantado; algunos de los doce serán entregados en su mano. Este ángel, Belial, vendrá en la forma de ese rey, y con él vendrán todos los poderes de este mundo, y lo obedecerán en todos sus deseos. (4, 2-4). La identificación con Nerón el matricida, bajo cuyo reinado fueron martirizados san Pedro y san Pablo, es clara. El profeta describe a con­ tinuación el reino de Belial, su imitación de Cristo, la realización de mila­ gros, la seducción de la mayoría de los seguidores de Jesús y la huida del resto, los verdaderos creyentes. Entonces, “después de 1.342 días, el Señor vendrá con sus ángeles y las huestes de santos del séptimo cielo [...] y arrastrará a Belial y sus legiones a la Gehena” . Esa Segunda Venida lleva al Día del Juicio Final. El martirio de Isaías es con mucho la más clara de las dos primeras mani­ festaciones de Nerón como Anticristo, pero su significación queda com­ pletamente minimizada en comparación con las profecías registradas por san Juan en el Libro de la Revelación [Apocalipsis], final convencional del Nuevo Testamento. Su tema es el fin de este mundo. Para simplifi­ car en extremo una profecía alegórica rica e incesantemente explorada y concentrarnos en una figura que puede admitir al mismo tiempo una multitud de interpretaciones, diremos que la Tierra será oprimida por un gran dragón rojo (Satán) y sus asistentes, dos bestias, una marina y otra terrestre. La primera bestia es una combinación de diferentes animales salvajes y exhibe diez cuernos y siete cabezas - “Una de sus cabezas pare­ cía haber recibido un golpe letal, pero había sanado de esa herida de muerte”- y disfruta de autoridad, otorgada por el dragón, sobre todas las tribus y pueblos de la Tierra. Todos los habitantes de ésta la adoran; la bestia blasfema contra Dios y hace la guerra a los santos (13, 1-8); es, en suma, Roma. La segunda bestia, terrestre, tiene cuernos como un

carnero y habla como un dragón. Controla la Tierra en nombre de la pri­ mera bestia, hace milagros y mediante una mezcla de fuerza y persua­ sión induce a la gente a venerar la imagen de la primera. Lo más importante : la segunda bestia señala a todo el mundo, del más alto al más bajo, con su marca, y nadie puede comprar o vender sin ella (13, 11-17). “Esto exige sabiduría: quien tenga entendimiento calcule el número de la bestia, pues es el número de una persona. Y su número es seiscientos sesenta y seis” (13, 18). Hace tiempo que se reconoce que 666 es, entre muchas otras cosas, la suma de los equivalentes numéricos de las letras hebreas con que se escriben las palabras “Nerón César” . Según este cóm­ puto, Nerón es la segunda bestia de la Revelación.33 Más adelante, un ángel muestra ajuan la gran puta de Babilonia, mon­ tada en una bestia escarlata. “Te contaré el misterio de la mujer y de la bestia de siete cabezas y diez cuernos que la lleva. La bestia que has visto era y no es, y está a punto de ascender del pozo sin fondo para ir a su perdición. Y los moradores de la Tierra, cuyos nombres no han sido escri­ tos en el libro de la vida desde la fundación del mundo, se asombrarán cuando vean a la bestia, porque ella era y no es y está por venir” (17, 78). En la guerra próxima el Señor derrotará a la bestia y a sus seguido­ res, y la puta, que es Roma, será aniquilada. Nerón ha retornado del abismo sin fondo sólo para caer aquí en malas compañías. En vida del emperador, dos creencias judías helenísticas sepa­ radas se habían fusionado, una concerniente al Antidiós (o Anticristo), un ser o un poder humano que se opone a Dios, y otra referida a Belial o Satán, un poder demoníaco que también se opone al Creador: juntas, permiten la constitución del mito de que Satán ha asumido forma humana.34 Para los primeros cristianos, que estaban familiarizados con esta creencia, Nerón era la encarnación manifiesta, el hombre que había sido el primero én perseguir a los cristianos y ejecutado a Pedro y Pablo, la figura que retornaría de su guarida para asolar el mundo romano. Para ellos, esa figura se convierte en el Anticristo o su precursor, al principio del fin del mundo. Las extravagancias en el desarrollo de Nerón como Anticristo o, mejor, como precursor del Anticristo a partir del siglo III se suman a una larga historia que puede reducirse a dos variantes esenciales: la de los cris­ tianos que creían en ella y la de quienes no le daban crédito. Entre los primeros, el mejor representante, además del más antiguo, es el poeta

Comodiano, que escribió en latín alrededor de 260; se trata probable­ mente de un sirio y un evidente descendiente profético de los Oráculos sibilinos y el Libro de la Revelación.35 En un pasaje “sobre el tiempo del Anticristo” , Nerón retorna directamente del infierno en el fin del mundo. En otra composición, más larga, el hombre que fue el primero en castigar a Pedro y Pablo regresará al final de los tiempos desde un lugar oculto, derrotará a una horda goda, será bienvenido por romanos y judíos, perseguirá a los cristianos y a su vez será vencido por el ver­ dadero Anticristo, procedente de Oriente.36 Un casi contemporáneo, el obispo mártir Victorino de Poetovio, en Panonia, afirma lisa y llanamente que Nerón es la bestia de la Revelación. El emperador se mató, en efecto, mientras lo perseguía la caballería despachada por el Senado, pero Dios lo resucitó y lo envió como rey de los judíos y los perseguidores de los cristianos, que lo merecían.37 Cien años después, a comienzos del siglo V , el historiador galo Sulpicio Severo termina su relato del reinado de Nerón y su crueldad con los, cristianos con la desaparición del empera­ dor. Su cuerpo nunca se encontró, y aun cuando se hubiera suicidado se creía que, tal cual lo predijo la Revelación, se recuperaría de su herida mortal a fin de volver lleno de maldad en el fin del mundo. Más aún, el maestro de Severo, san Martín de Tours, le había dicho que en los días postreros del mundo Nerón y el Anticristo aparecerían al mismo tiempo, el primero para reinar en Occidente, el segundo en Oriente (Jerusalén), y ambos perseguirían a los cristianos. Luego el Anticristo derrocaría a Nerón y Cristo regresaría para derrocar al Anticristo; por entonces éste ya había nacido y estaba creciendo.. .3® Resulta claro, no obstante, que esa creencia en Nerón y el Anticristo era popular, y la elite intelectual cristiana no la veía con buenos ojos. En la segunda década del siglo IV el rétor Lactancio, que era tutor de uno de los hijos del primer emperador cristiano, Constantino, publicó su Sobre la muerte de losperseguidores, una obra dedicada a la vida perversa y el final espeluznante de los tiranos que habían perseguido a los cristianos. Debe haber sido frustrante hacer notar que el primer perseguidor, Nerón, sen­ cillamente había desaparecido: que la tumba de la bestia no podía encon­ trarse en ningún lugar del mundo. Por esa razón, continúa Lactancio, algunas personas descaminadas creen que se oculta en alguna parte, como lo predijera el oráculo sibilino: “El matricida ha de llegar, un exiliado de los confines de la Tierra” . El primer perseguidor de la Iglesia retor­

nará para perseguirla al final, antes de la aparición del Anticristo. Pero “no es correcto creerlo”, concluye Lactancio, aunque debe admitir que incluso algunos escritores cristianos siguen haciéndolo.39 San Jerónimo, que con posterioridad y en ese mismo siglo escribió in extenso sobre el Anticristo, se limita a comentar de pasada que “muchos de los nuestros [multi nostroruni\ creen que, debido a su crueldad y la magnitud de su infa­ mia, Domicio Nerón será el Anticristo” .40 Corresponderá a san Agustín, en su gran La Ciudad de Dios, escrita en el norte de África entre 413 y 426, dar una explicación. Un examen del Anticristo en la segunda carta de Pablo a los tesalonicenses conduce naturalmente a Nerón. Algunos estiman, escribe Agustín, que Pablo discute de manera encubierta el Impe­ rio Romano de su tiempo. Según este supuesto, “el poder secreto de la maldad ya en acción” pretendería ser una referencia a Nerón, cuyos actos ya se asemejaban a los del Anticristo. Hay, por tanto, personas que sugieren que Nerón ha de levan­ tarse otra vez para convertirse en el Anticristo, mientras otras supo­ nen que no murió y, en cambio, se retiró para que se lo presumiera muerto, y sostienen que todavía está vivo y oculto en el vigor de la edad que había alcanzado en el momento de su supuesta muerte, hasta “ser revelado en el tiempo oportuno para él” y recuperar su trono. Por mi parte, me asombra la gran presunción de quienes aventuran tales suposiciones.41 Como el monstruoso enemigo de Cristo, Nerón tendría una prolon­ gada vida en la Edad Media, pero es preciso destacar dos aspectos de su trayectoria inicial. El primero es que, en cuanto Anticristo, cobró forma por primera vez en la nube de rumores y creencias que giraban en torno de la reaparición del emperador. No era una idea original de los cristia­ nos, sino una imagen negativa del retorno de un campeón, una esperanza convertida en miedo. El segundo es que, cuando se la revivió, a partir de finales del siglo III, siguió siendo una creencia popular, que incomo­ daba a las autoridades de la Iglesia. De hecho, la descripción que hace Agustín de la convicción alternativa, el hombre oculto en animación sus­ pendida hasta que madure el tiempo de su restauración, no tiene nada reconociblemente cristiano. Y es notable que se pusiera por escrito tres siglos y medio después de la muerte de Nerón.

L a persistente expectativa de que Nerón volviera de su escondite (o de la muerte, en la formulación negativa del Anticristo) lo pone en la selecta compañía de figuras históricas cuyo retorno era o es una aspira­ ción de la gente: personajes como el rey Arturo, Carlomagno, san Olaf, Federico Barbarroja, Federico II, Constantino X I, el zar Alejandro I, Elvis Presley. Todos ellos encajan en dos motivos conexos presentes en el fol­ clor de todo el mundo: el motivo del héroe o la divinidad cultural que no ha muerto y aún está vivo, a veces dormido en una colina hueca u oculto en una isla misteriosa (o en “los confines de la Tierra”), y el motivo del héroe o la divinidad cultural cuyo retorno se espera en el momento propicio (“revelado en el tiempo oportuno para él”) a fin de rescatar a su pueblo del infortunio.42 Vale decir que, cualesquiera fueran las muta­ ciones sufridas por la historia a manos de judíos, cristianos y paganos hostiles, Nerón era por definición un héroe. L a evolución de un personaje histórico hasta transformarse en un héroe folclórico dice poco de la persona real, pero mucho acerca de lo que alguna gente, el “pueblo” (folk), cree. El personaje se simplifica en un puñado de rasgos vividos y a menudo contradictorios.43 El héroe es recor­ dado como un benefactor y protector; sus fechorías se olvidan o se inter­ pretan bajo una luz favorable (como el tema de robar al rico para dar al pobre). Lugares y objetos actúan como recursos mnemónicos conspicuos para los acontecimientos de su trayectoria.44 El tiempo transcurrido sig­ nifica poco para quienes lo recuerdan. Los héroes populares comparten una relevancia contemporánea sin mengua: un gran hombre como Julio César, pese a todos sus atractivos, no es un héroe del folclor, sino un gran hombre muerto. Pero el héroe inmortal del folclor encarna una nostal­ gia del pasado, una explicación para el presente y, con más intensidad, una justificación para el futuro. Las creencias populares suelen ser, enton­ ces, importantes para los movimientos de regeneración durante los perío­ dos de agitación social. De particular pertinencia para la figura de Nerón son los movimientos milenaristas de gran escala del Medioevo, basados en expectativas acerca de la pronta aparición del Mesías, y que eran un reflejo del profundo cambio social, la desorientación, la disidencia reli­ giosa y la necesidad de escapar de las aflicciones presentes para sumer­ girse en el arrobo de la inminente edad de oro. Los reinos se estremecían y millares morían o arruinaban su vida cuando decidían seguir a sus fal­ sos salvadores.

Dos ejemplos tomados de The Pursuit of the Millenium, de Norman Cohn, ponen en contexto la leyenda de Nerón. Uno corresponde a Balduino IX, conde de Flandes, que en 1204 se convirtió en emperador de Constantinopla después de que la cuarta Cruzada se apartara de Tierra Santa para apoderarse de esa ciudad. En 1205 Balduino murió a manos de los búlgaros y su hijajuana lo sucedió como condesa. Incapaz de resistir la presión de su agresivo vecino, Felipe Augusto de Francia, Juana no pudo impedir que su país cayera bajo la dominación de éste. El resentimiento flamenco contra los franceses encontró entonces una salida en la nos­ talgia por el difunto Balduino, erigido en una figura de vicios y virtudes sobrehumanos, un gran pecador que ahora cumplía una penitencia por el papa. Sin embargo, su tiempo como mendigo errante tocaba a su fin. En 1224, un ermitaño que vivía en los bosques cercanos a Tournai fue identificado como el retornado Balduino. Una corte se estableció a su alrededor; el sobrino de Balduino lo reconoció y otro tanto hicieron los líderes de la resistencia flamenca y ulteriormente la mayor parte de la nobleza y la burguesía de Flandes y Hainault. La condesa, que se negó a reconocerlo, fue depuesta y tuvo que huir; estalló la guerra civil; los saqueos y los asesinatos abundaron, mientras el ermitaño era visto como un santo y los fieles se disputaban su pelo, su ropa y hasta el agua de su baño. En mayo de 1225 recibió la corona como conde y emperador y dis­ tribuyó títulos de caballero, feudos, beneficios y dádivas. Rodeado de pompa, adorado por su pueblo, cortejado por las potencias extranjeras, finalmente decidió trasladarse para negociar con el nuevo rey de Fran­ cia, Luis V III: decisión fatal, porque Luis desenmascaró su ignorancia de la vida del verdadero Balduino y lo identificó como un siervo de Borgoña y antiguo ministril al servicio del difunto conde y emperador. El impostor huyó y suscitó un gran apoyo popular, pero fue capturado y ahorcado en octubre de 1225. Aunque confesó antes de morir, el pue­ blo todavía creía en él: “Aunque la condesa Ju an a gobernó sus domi­ nios con prudencia y valor, a lo largo de muchas generaciones luego de su muerte siguió siendo objeto de execración como parricida, mientras la figura de Balduino, el emperador latino de Oriente que durante algu­ nas semanas había aparecido en medio de las masas flamencas como su mesías, ocupó su lugar [...] entre los monarcas durmientes que algún día han de retornar” .45 El episodio nos da ciertos indicios sobre la furia popular que podría desencadenar un falso héroe.

Más asombroso aún, si cabe, es el destino del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II, Stupor Mundi, muerto en 1250 y que fue “una figura brillantísima, cuyas versatilidad e inteligencia y libertinaje y crueldad se combinaron para fascinar a sus contemporá­ neos” . Sus querellas con la Iglesia hicieron que algunos lo equipararan con la bestia del Apocalipsis, y su imperio, con Babilonia. Sin embargo, alrededor de 1284 no uno ni dos, sino tres hombres afirmaron en Ale­ mania ser Federico. Dos desaparecieron con rapidez, pero el tercero, que parece haber creído realmente que era el emperador, estableció una corte en Neuss, cerca de Colonia; en un momento sostuvo que había deam­ bulado durante años como peregrino penitente, y en otro que había yacido oculto en la tierra. Las ciudades italianas le enviaron embajadores; los adversarios creían que, en efecto, se trataba de Federico, que había regre­ sado como el Anticristo. El rey alemán Rodolfo lo capturó y ordenó su ejecución, pero su lugar fue ocupado por otra persona que se apresuró a afirmar que había retornado de la muerte tres días después de haber sufrido la hoguera. Este hombre también fue ejecutado, pero leyendas cada vez más disparatadas comenzaron a crecer en torno del ahora inmor­ tal Federico, hasta bien entrado el siglo X IV e incluso posteriormente.46 Las similitudes con Nerón y su retorno son llamativas: el carácter pal­ mariamente paradójico de la figura histórica original; la diversidad de las posibles reacciones, desde quienes lo querían y creían en él después de su muerte hasta quienes creían en él pero decididamente no lo que­ rían, pasando por los incrédulos; y, por último, el efecto que un impos­ tor desenmascarado tiene sobre sus sucesores, al ramificar la creencia en el retorno del héroe en vez de sofocarla. Tales historias tienen sus raíces en las necesidades -sociales, políticas, espirituales, materiales- de las siguientes generaciones. No nos dicen nada seguro sobre la persona real, a quien exaltan: en términos generales, el folclor no puede utilizarse para recuperar hechos concretos de los acto­ res de la historia. Pero sí los iluminan con una intensa luz indirecta. Tal vez revelen algo sobre la percepción que sus contemporáneos tenían de esos actores. El historiador Martin Charlesworth ha sugerido la existen­ cia de tres condiciones necesarias para el desarrollo de la creencia en el retorno de una figura histórica: “1) que la persona sea considerada con afecto y esperanza por un gran sector de un pueblo, como su protector y benefactor o su defensor; 2) que haya muerto dejando su obra incom-

pleta, y 3) que su muerte haya sido repentina y misteriosa” .47 Muchos hombres y mujeres han cumplido los dos últimos criterios, pero la mayo­ ría se quedan cortos con el primero: muy pocos regresan como héroes populares. Debería ser evidente claro, entonces, que si bien las condi­ ciones sociales ulteriores son una necesidad crucial para el retorno del héroe, no bastan para explicarlo. Para decirlo con sencillez, la persona también debe haber sido extraordinariamente popular en vida. ¿Cuán popular, y entre quiénes? El héroe que vive escondido en alguna parte en estado de letargo y, aún con mayor vigor, el Anticristo surgido de entre los muertos, salvan la brecha entre el héroe que no muere y el héroe que, aunque ya muerto, persiste en una vivida memoria. Ha muerto, pero de todas maneras retorna. Entre quienes honraron al Nerón muerto había con seguridad algunos que todavía abrigaban esperanzas de que regresara. La creencia en el retorno de un héroe no prospera en el vacío sino en una matriz de recuer­ dos favorables; los movimientos de seguidores del héroe que regresa cre­ cen en suelo fértil. Por unánimes que las fuentes escritas conservadas puedan ser en su hostilidad y mala interpretación, estos movimientos apocalípticos deben implicar una considerable popularidad postuma. Las pruebas que respaldan el culto a la memoria del Nerón muerto son mucho más difusas que las correspondientes a su regreso, y es difícil tramarlas en una descripción coherente. La manera más adecuada de considerar­ las es decir que representan la punta de iceberg. De no ser por mencio­ nes fugaces de escritores y documentos de la Iglesia y por la inscripción triunfal de un sah persa, no tendríamos idea de que una ciudad de Cili­ cia oriental siguió llamándose “Neronias” o “la ciudad de Nerón” hasta mediados del siglo IV . De no ser por el descubrimiento fortuito de un epitafio de la ciudad de Amasea, en el Ponto, no tendríamos el más mínimo conocimiento de que a mediados del siglo III el calendario local aún incluía el mes “neroneo” . Y si no hubieran sobrevivido unos frágiles fras­ cos de vidrio con imágenes pintadas de la bahía de Ñapóles, tan amada por Nerón, no sabríamos que el lago que éste construyó en Baia, el stag­ num Neroniis, todavía conservaba ese nombre en el siglo IV .48 Antes de considerar dichos ecos de un recuerdo positivo del Nerón muerto, debemos comprender que esa nostalgia se alimentaba no sólo de la creencia popular en su retorno, sino también del reconocimiento,

aun entre las personas instruidas, de que el Nerón “malo” podría tener algo bueno. Es evidente que las opiniones podían ser ambivalentes. Josefo, el his­ toriador judío que visitó la corte de Nerón y disfrutó del patronazgo de Popea Sabina, afirma que el historial del emperador fue blanqueado y ennegrecido a la vez por los historiadores, según éstos hubieran pros­ perado o sufrido bajo su régimen: los primeros eran descuidados con la verdad, pero los segundos contaban monstruosas mentiras.49 El poeta Marcial, que había vivido en la Roma de Nerón, modificó el ataque habi­ tual a su personaje con algunos elogios hechos de mala gana a su pro­ grama de construcción (“¿Qué es peor que Nerón? ¿Qué es mejor que los baños de Nerón?”), y sobre todo a la cultura mostrada en su poesía (“los poemas del docto Nerón”); doctus es un término de la más alta ala­ banza en los círculos literarios.50 Lo más fascinante es una observación atribuida al emperador Trajano (98-117) por dos cronistas de historia de finales del siglo IV , según la cual, cuando se traía a colación la cuestión de los edificios públicos, aquél solía aparentemente señalar que el Nero­ nis quinquennium, el quinquenio de Nerón, dejaba atrás la obra de todos los demás emperadores. Pese a un intenso debate académico, se desco­ noce si Trajano hizo efectivamente esa observación y, si la hizo, qué quiso decir con ella.51 Su verdadero valor radica en permitirnos saber que los escritores históricos del siglo IV creían que el mejor de los emperadores (optimusprinceps), podía encontrar algo digno de alabanza en uno de los peores.52 A la luz de la popularidad postuma de Nerón en Oriente, la actitud de los intelectuales griegos es llamativamente ambivalente. E l primero entre ellos es el biógrafo, filósofo y ensayista Plutarco de Queronea, que vivió durante el reino y, de joven, puede incluso haber visto al emperador cuando éste visitó Grecia. Plutarco no tenía dudas de que Nerón era un desastre, tanto por su tiranía personal como por la licencia para desgo­ bernar que había otorgado a sus procuradores y libertos. Nerón “se con­ virtió en emperador cuando yo ya vivía, asesinó a su madre y con su insensatez y su locura puso al Imperio Romano al borde de la destruc­ ción” .53 Pero Plutarco podía encontrar atenuantes: lo que movía al empe­ rador a actuar eran las lisonjas de los otros; una palabra de Séneca le enseñó una vez a moderar su ira; se dice que, momentos antes de ejecu­ tar a su enemigo Trásea Peto, deseó que éste hubiera sido tan buen amigo

de él como excelente era en su labor de juez.54 Plutarco presenta un Nerón que no es fundamentalmente malvado, pero cuya buena naturaleza ha sido objeto de una profunda represión. E l porqué de esa presentación resulta claro en un asombroso pasaje de su ensayo sobre “La lentitud de Dios para castigar” . El narrador de este trabajo tiene una visión de la preparación de las almas para la reencarnación: trabajadores infernales retuercen, martillean y despedazan su sustancia antes de su retorno trans­ migratorio a la Tierra. Entre ellas ve el alma de Nerón, “atravesada por clavos incandescentes” . El sufriente emperador deberá regresar a la Tie­ rra como una víbora, destino apropiado para Nerón como la serpiente que, según se decía, devoraba el vientre de su madre para salir. Cuando, de improviso -dijo-, brotó una gran luz y una voz salió de ella ordenándoles transferirla a una bestia más apacible y con el don de la palabra, asidua de pantanos y lagos, dado que él ya había pagado sus crímenes y los dioses también le debían una muestra de generosidad, pues concedió la libertad a la nación que entre sus súbditos era la más noble y la más amada por los cie­ los.55 La rana es una encarnación igualmente apropiada para el alma de un emperador cuya voz, al cantar, era débil y ronca por naturaleza, y el paso de la víbora a ese otro animal lo transforma de un objeto de odio en un objeto de moderado ridículo.56 Nerón purga todos sus crímenes con su gran acto de generosidad filohelénica: la exención tributaria dispuesta para la provincia de Acaya. E l sentimiento está más cerca del mundo oriental de los falsos nerones que de la Roma de Tácito. Esta curiosa ambivalencia helénica se extiende a las siguientes gene­ raciones. El viajero Pausanias, que escribe aproximadamente entre 150 y 175, menciona tanto los robos cometidos por Nerón en los santuarios de Grecia como sus dedicatorias a estos últimos.57 En su opinión, el intento de cortar el istmo de Corinto era antinatural y el trato que Nerón dio a su madre y sus esposas, repulsivo, pero la exención de impuestos para Grecia fue un hecho noble, que lleva a Pausanias a una reflexión muy cercana al punto de vista de Plutarco: “ Cuando considero ese acto de Nerón, creo que Platón decía la más pura de las verdades al señalar que los crímenes más grandes y atrevidos no son el producto de hombres

corrientes, sino de un noble espíritu corrompido por una educación per­ vertida” .58 Más o menos de la misma época de Pausanias es un breve diálogo titulado “Nerón, o la excavación a través del istmo de Corinto” , que se encuentra entre las obras del satirista Luciano pero en general se atribuye a un sofista llamado Filóstrato. En él se presenta al emperador, cuya muerte se anuncia al final, como una persona que ha actuado de manera descabellada y hasta criminal, pero cuya voz en el canto no pasa de mediocre y cuyo plan de excavar el canal es objeto de elogios por aho­ rrar a los viajeros el largo viaje en torno del Peloponeso y ser beneficioso tanto para el comercio como para las ciudades que en el camino depen­ den de él.59 Y a principios del siglo III tenemos una larga novela román­ tica que pretende ser una biografía del sabio y milagrero del siglo I Apolonio de Tiana, escrita por otro Filóstrato, probablemente hijo del primero y cortesano de Ju lia Domna, madre del emperador Caracalla. Nada en el libro merece la calificación de historia, pero sí es valiosa su perspicacia para discernir las opiniones de su audiencia prevista. En el transcurso del relato Apolonio nunca se encuentra realmente cara a cara con Nerón, pero lo condena por su antipatía hacia los filósofos, el asesinato de su madre y el amor al canto, la actuación y los gladiadores.60 Ésta es una calumnia habitual, pero también se dejan oír los dos temas convencio­ nales para el elogio : que su plan para hacer un canal en el istmo era excelente y que “Nerón, mediante una decisión de sabiduría poco común, había dado a Grecia su libertad, las ciudades volvieron a sus costumbres dóricas y áticas y hubo prosperidad por doquier, así como una concordia que las ciudades no habían disfrutado ni siquiera en la antigua Grecia” .61 Para disgusto de Apolonio, Vespasiano no tarda en romper el idilio, pero esas observaciones dejan vislumbrar de forma excepcional la construcción de una leyenda: la de un hombre que, aunque por breve tiempo, devol­ vió a Grecia su edad de oro. En el siglo II y comienzos del siglo III, una época marcada por un movi­ miento literario conocido como segunda sofística, Nerón todavía era una cuestión vigente para los intelectuales griegos. Como otros integrantes de las clases dirigentes, éstos tenían que despreciar al monstruo, pero también se sentían obligados a excusar al hombre que había tratado de excavar el canal de Corinto y había liberado a Grecia: la suya era una naturaleza buena o débil que había sido vencida; tal vez esos actos poco

comunes perdonaran incluso una vida criminal. Esto es particularmente sugerente. Si algunos miembros de la elite que más había odiado a Nerón aún tenían sentimientos ambivalentes a su respecto, ¿no podrían tam­ bién otros enemigos naturales mostrar ciertas vacilaciones? Una de las historias más curiosas sobre Nerón se encontrará en el tra­ tado Gittin, parte del Talmud de Babilonia compilado en el siglo V , pero que engloba materiales de épocas muy anteriores. Varios relatos del tiempo de la gran sublevación judía de 66-70 se utilizan para ilustrar la compleja discusión de una cuestión jurídica surgida en relación con el divorcio en el derecho judío. En uno de esos relatos, Dios envía a “Nerón César” contra los judíos dejerusalén. La profecía le revela que está pre­ destinado a destruir el Templo. “Él dijo: el Santísimo, bendito sea, desea asolar Su Casa y culparme. De modo que escapó y se convirtió en un prosélito, y el rabí Meir descendió de él.”62 Es decir que Nerón, que en otros lugares es el azote de Dios contra los judíos, en este caso se oculta, se convierte al judaismo, se casa y termina por ser el ancestro de una gran figura del judaismo del siglo II, el rabí Meir, uno de los líderes que surgirían tras la rebelión de Bar Kochba (135-138) y aconsejarían mode­ ración en las relaciones de los judíos con el Gobierno romano. Esta secuen­ cia entrelaza dos tradiciones judías -la del gentil piadoso que se convierte y la del gentil perseguidor que llega a ser el antepasado de judíos pia­ dosos e instruidos- y parece reflejar la difundida creencia en el escape postumo de Nerón a Oriente.63 Cuándo nació la historia, de dónde pro­ cede, qué convicciones reproduce: todo esto es un misterio. Menos misteriosa es, tal vez, otra historia que parece aún más para­ dójica: un punto de vista cristiano favorable a Nerón. “Era alto, esbelto, agraciado y tenía una hermosa nariz, tez encarnada, ojos grandes, una cabellera arreglada y completamente cana y una barba tupida; era muy disciplinado. Tan pronto como comenzó a reinar hizo una exhaustiva investigación de Jesús. Desconocedor de su crucifixión, pidió que lo lle­ varan a Roma, dado que se trataba de un gran filósofo y hacedor de prodigios” . Así escribíajuan Malalas a finales del siglo VI. Nerón, un epi­ cúreo, se escandaliza al enterarse de que Jesús ha muerto y termina por ejecutar no sólo a san Pedro sino también a Poncio Pilatos (“¿Por qué entregó al Señor Jesucristo a los judíos, si era un hombre inocente y hacía milagros?”). Los sacerdotes griegos lo envenenan y Galba, con el pre­ texto de visitar al emperador enfermo, lo mata a puñaladas en el pala-

cio. “Nerón murió de ese modo a los 69 años.”®4 Malalas, el autor de este fárrago, fue uno de los grandes fabuladores de la Antigüedad, pero esta visión particular se repite de manera solemne en el gran léxico bizan­ tino del siglo X , el Suda.65 No se sabe si es invención de Malalas o sim­ plemente la recibió de otras manos. En resumen, aun entre quienes tenían las mayores razones para abo­ rrecerlo, la memoria del monstruo podía honrarse en algún aspecto. Junto con la creencia en su retorno, esa situación propone un contexto para lo que sigue. Por feroz que hubiera sido la reacción inicial de algunos ante la noti­ cia de la muerte de Nerón, pronto se afirmaron sentimientos más posi­ tivos. En 69, Otón y Vitelio demostraron con claridad no sólo sus propias inclinaciones sino su sensibilidad ante lá opinión pública, y algunos qui­ sieron presentar al primero como el nuevo Nerón. Tras la muerte del emperador, los ciudadanos comunes y corrientes seguían tomando su retrato como modelo para los suyos, e insistían en la difundida costum­ bre de engarzar monedas con su efigie en sus cofrecillos personales con espejo.66 Los comienzos de un culto pueden rastrearse en las flores que posteriormente decoraron la tumba de Nerón “durante mucho tiempo”, así como en la reaparición de sus estatuas en el Foro. En este último caso se trataba literalmente de un culto, pues en ellas el emperador apa­ recía cubierto con la toga de un magistrado, y no se trataba de una toga esculpida sino de la verdadera prenda. Esto era, al fin y al cabo, un acto de adoración del emperador, pues las vestiduras de su imagen forma­ ban parte de un elaborado ceremonial del culto imperial.67 También cultual en un sentido más amplio es el epitafio del aya de Nerón, Eglogea o Eclogea, una de las mujeres que ayudaron a realizar su funeral y enterrar sus cenizas en la tumba de los Domicios en Roma. La sencilla losa de mármol se encontró en el suburbio al norte de la ciudad, con una inscripción dramáticamente simple: Claudiae Ecloge piissim[ae], “ a l a piadosísima Claudia Eclogea” . La naturaleza de su piedad sería evi­ dente de inmediato para un observador, pues el aya fue enterrada casi con seguridad en el lugar mismo del suicidio de Nerón.68 L a literatura moderna repite sin cesar que Nerón sobrellevó un pro­ ceso llamado damnatio memoriae, condena del recuerdo. No fue así, y la expresión es incorrecta y engañosa en varios sentidos. A decir verdad,

no se la encuentra en ninguna obra antigua, pues se trata de una acuña­ ción moderna derivada del concepto jurídico -de escasos vínculos con ella- de memoria damnata, que se refería precisamente a la condena pos­ tuma en la justicia de una persona acusada de perduellio, alta traición.®9 No obstante, la expresión ha llegado a aplicarse de manera indiscriminada a diversos ataques postumos contra los emperadores, los integrantes de sus familias, los aristócratas y los altos funcionarios desplazados del poder. Su origen se encuentra en los castigos judiciales específicos que apuntaban a deshonrar a los delincuentes condenados mediante un ataque a su memo­ ria, un perjuicio a su reputación no sólo en vida sino también en la muerte : así, era posible que se destruyeran los retratos de un delincuente, se eli­ minara su nombre de registros y monumentos, se prohibiera a otros uti­ lizarlo y se le negaran sepultura y duelo. Nerón fue declarado enemigo público en sus últimos días, pero no se le aplicó ninguna de esas penas; en rigor, su funeral fue espléndido y normal, sus estatuas reaparecieron en el Foro y ni el Senado ni sus sucesores anularon sus actos como empe­ rador. Su nombre pudo haber sido y en ocasiones fue borrado de los monumentos, pero, como en el caso de la destrucción de sus estatuas en los caóticos días posteriores a su muerte, esos actos eran estallidos de celo privado y no la respuesta a órdenes públicas.70 El recuerdo de Nerón no fue condenado, y el hecho de que se lo celebrara de forma más abierta o más secreta dependía en mayor medida de una evaluación del estado de la opinión popular y de la política imperial. También los historiadores del arte se apropiaron de la expresión dam­ natio memoriae para aplicarla a la difundida práctica de volver a tallar el retrato de un emperador anterior o un miembro de su familia inmediata para darle los rasgos de uno de sus sucesores.71 Este uso de una expre­ sión ya desafortunada induce a error. El principal motivo de ese reci­ clado era reconocidamente económico: es de presumir que los escultores tenían bustos guardados en sus depósitos y no querían destruir valiosas existencias debido a los cambios producidos en el régimen. Es decir que en la supuesta condena no intervenía por fuerza una postura moral o política. La expresión damnatio memoriae también debe excluir a los empe­ radores admirados, los príncipes sin tacha y hasta los ciudadanos comu­ nes y corrientes cuyos retratos fueron objeto de una postuma. Pero como ninguna sospecha de condena pende sobre su reputación, ¿por qué habría de suponerse que la reelaboración de la talla de un emperador conven­ us

cionalmente malo para representar con ella a un César mejor o al menos vivo refleja una damnatio? La reputación y la buena o la mala memoria no son un asunto tan sencillo. El problema es importante en el caso de Nerón. Una cuidadosa inves­ tigación ha recuperado una extraordinaria cantidad de imágenes del empe­ rador que volvieron a tallarse para representar a figuras ulteriores. El estudio clásico de Bergmann y Zanker identifica cuatro o cinco bustos de Nerón transformados en los rasgos de Vespasiano (70-79), a los que Pollini agregaría otros dos; entre 11 y 13 convertidos en Domiciano (8196); uno que pasó a ser un busto de Nerva (96-98); uno posiblemente de Trajano (98-117); dos convertidos en retratos de los siglos III o IV , y uno en un retrato del siglo IV o quizá más tardío, a los que Maggi añadiría otro reciclado de ese mismo siglo. De manera similar, la monografía de Megow sobre los camafeos imperiales muestra ejemplos de la modificación de la imagen de Nerón para transformarla en las de Galba, Domiciano, Tra­ jano, Antinoo (favorito de Adriano que murió en 130) y probablemente Caracalla (211-217), a l ° s que más adelante el autor agregó una imagen de Tito.72 La calidad de esos bustos y camafeos es muy variada: los hay magníficos y otros muy toscos; los resultados de sus adaptaciones van desde las transformaciones radicales del retrato de Nerón hasta imáge­ nes que aún muestran con claridad sus rasgos, incluso para un ojo sin formación en la materia; por lo demás, la procedencia de la mayoría de las obras es, por desdicha, desconocida. ¿Qué nos dicen de la memoria de Nerón, cuando sabemos que no había sido objeto de una condena oficial y mucha gente la honraba de forma extraoficial? Una posibilidad es que el reciclado no sea condenatorio ni neutral en términos económi­ cos, y se trate más bien de una confusión intencional de imágenes: esto es, sobre todo cuando los rasgos son evidentemente neronianos, ¿no podría ser que el artista intentara identificar a su personaje con Nerón? Aún más sorprendente es la longevidad de las imágenes neronianas originales, que obliga a creer que todos esos bustos y camafeos, o al menos la mayo­ ría, permanecieron en los talleres no sólo durante años sino durante déca­ das e incluso siglos. Lo que fascina en esas obras no es que se hubieran hecho cambios, sino que alguien, en alguna parte, conservara durante largo tiempo los retratos de Nerón. Por el mismo motivo, espejos recordatorios finamente trabajados con monedas del emperador engarzadas en ellos aparecen todavía en tumbas pertenecientes a mediados del siglo I I .73

El hecho no debería sorprendernos, pues Nerón se hizo merecedor, sin duda, del raro honor de los retratos postumos. Las pruebas, aunque dis­ persas, son impresionantes. En primer lugar tenemos una estatua poco atractiva del emperador cubierto con una elaborada armadura militar encontrada en la ciudad de Tralles, en Asia Menor; pese a la falta de la cabeza, no hay dudas de que pretende mostrar a Nerón, pues una ins­ cripción en la base llama (en griego) a su retratado “Nerón Claudio, hijo del dios Claudio César” . Pero la formulación de la inscripción es característica, y el análisis experto de los elementos del peto asigna toda la pieza, con plena certeza, a la época de los Antoninos (mediados del siglo II).74 Vale decir que alguien levantó en Asia una estatua de Nerón de tamaño superior al natural un siglo después de su muerte. De manera análoga, hay un asombroso busto de bronce del emperador, hoy en la Biblioteca Vaticana, que hace poco se identificó como una fundición rena­ centista de un original antiguo; el Louvre tiene una versión en mármol del mismo retrato. Éste representa una variante con toda la barba del último tipo de retrato conocido de Nerón, de los años finales de su rei­ nado, pero sobre la base del estilo no puede haber dudas de que fue encargado dos siglos después de su muerte, durante el reino del empe­ rador filohelénico Galieno (253-268).75 No se trata de objets d ’art al azar: muestran al menos un activo interés en la memoria del emperador. Ese interés floreció aún más tarde. Cientos de medallones de finales del siglo IV y principios del siglo V , conocidos como “contorniatos” , han llegado hasta nuestros días.76 No se sabe muy bien para qué se utiliza­ ban: tal vez eran recordatorios para celebrar el Año Nuevo o los jue­ gos públicos. En el anverso tienen retratos de grandes romanos del pasado, emperadores y filósofos, por razones que todavía son descono­ cidas. Como todos los hombres retratados eran paganos, se ha argu­ mentado que se los utilizaba para transmitir propaganda anticristiana a finales del siglo IV , aunque parece improbable que así fuera. En todo caso, Nerón es una de las tres figuras más populares en esos medallo­ nes, y entre 395 y 410 fue la más popular de todas. Es cierto que los cris­ tianos despreciaban su memoria, como el primer perseguidor y tal vez como la bestia del Apocalipsis, de modo que las piezas pueden conte­ ner un mensaje anticristiano; en términos más positivos, sin embargo, acaso se lo recordara simplemente con placer como el mayor organiza­ dor de juegos y constructor de edificios.77

Esta conexión con los juegos puede apoyarse en uno de los contorniatos de Nerón que en su reverso contiene una imagen del Sol Invictus, el Sol Invicto, montado en su carro de cuatro caballos (quadriga). Muy similar a esta imagen es la descubierta en un camafeo del siglo V que no presenta al Sol en su cuadriga sino al emperador Nerón en la suya, vestido con la capa militar (paludamentum) y una corona radiada en la cabeza, con rayos de apariencia solar. Se trata de Nerón, sin duda, porque por encima de la cabeza se leen las palabras (en letras griegas) Nerón Agouste [í z 'c ], Nerón Augusto. En la mano izquierda la figura sostiene el cetro con cabeza de águila del poder imperial, mientras la mano derecha en alto aferra una servilleta (mappa). El significado de esta última se explica por una anéc­ dota sólo encontrada en una carta escrita en el siglo V I en nombre de Teodorico, rey visigodo de Italia, por el senador y servidor real Casiodoro: “Ahora bien, la servilleta [mappa\, que según se ve da la señal para el inicio de las carreras, entró en uso por el siguiente azar. Cuando Nerón prolongaba su comida y el pueblo, ansioso por asistir al espectáculo, demandaba como siempre una mayor premura, él ordenaba que la ser­ villeta que utilizaba para limpiarse las manos fuera arrojada por la ven­ tana, como señal de autorización de la competencia solicitada” .78 Así, unos cuatro siglos después de la muerte de Nerón, al menos un entusiasta de las carreras, el dueño del camafeo, honraba su memoria. El más asombroso de todos los retratos postumos de Nerón es un cama­ feo hoy en posesión de la biblioteca pública de Nancy, en el sur de Francia. No ha habido una datación segura de la pieza -parece repro­ ducir su retrato típico de los años 59 a 64-, pero no hay duda de que pretendía mostrar a un Nerón que ya no estaba vivo.79 La mitad inferior del camafeo está dominada por un águila erguida con las alas extendi­ das, el cuerpo de cara al espectador y la cabeza de perfil, vuelta hacia la derecha. En la mitad superior y justo en el centro aparece Nerón sentado sobre la espalda del ave, con el cuerpo también de frente al espectador y la cabeza de perfil, vuelta hacia la izquierda. Tiene una barba rala y una corona de laurel le cubre el pelo. Alrededor de los hombros lleva la égida con el gorgoneion, es decir el emblema de Júpiter con la cabeza de Medusa sobre él, y su extremo ondeando al viento. Un manto cubre la parte inferior del cuerpo del emperador, y sus pliegues son visibles detrás de la cabeza del águila. Nerón lleva sandalias en los pies y tiene el brazo derecho extendido. Una pequeña Victoria, o posiblemente una

estatua de la diosa, cubierta con un quitón con cinto, parece salir volando de su mano; con las dos manos en alto, sostiene lo que puede ser una corona de laurel destinada a Nerón. En el brazo izquierdo doblado de éste se apoya una cornucopia rebosante de zarcillos de frutas. El águila que lo carga tiene rayos en las garras y levanta la vista hacia Nerón Júpiter, el portador de la victoria y la abundancia. En términos icono­ gráficos no hay duda de lo que sucede aquí: se trata de una apoteosis. Rodeado por atributos divinos, Nerón es transportado a la presencia de los dioses una vez muerto: tradicionalmente, la encargada de llevar a los emperadores muertos a unirse a los dioses era el águila. Aquí, el empe­ rador no es sólo Nerón el héroe; es Divus Ñero, Nerón el Dios.80 La popularidad postuma de Nerón, ya esté vivo y a la espera de regre­ sar o indudable y verdaderamente muerto, asombrará a quien esté fami­ liarizado con los relatos habituales, paganos y cristianos, de su vida y sus crímenes. A l margen de que esos autores lo ignoraran, lo atacaran o lo menospreciaran, su memoria siguió siendo una fuerza viva durante siglos. ¿Por qué? Puede constatarse la intervención de diferentes influen­ cias que convergen para dar forma a la leyenda. E l intenso filohelenismo de Nerón, la sincera admiración profesada a él en Partía (y el propio interés de ésta), el resentimiento oriental contra la dominación romana, las esperanzas judías y los temores cristianos y las predicciones de que el emperador huiría a Oriente y establecería su gobierno allí: todos estos factores contribuyen a infundir a la historia un fuerte sabor asiá­ tico y helénico. Su pasión por las carreras de cuadrigas, su gran programa de construcción y el sitio reverenciado y luego visitado por espectros de su entierro ayudaron a cimentar su persistente reputación en Roma. Pero aún tropezamos con el problema central: a pesar de poner en la balanza estos y otros factores, ¿cómo podía la gente rememorar con tanto afecto a un monstruo? Para ser un héroe no es necesario en absoluto ser un buen hombre. Arturo, Carlomagno, Barbarroja, Elvis y sus pares no son célebres por su moderación; todos fueron capaces de actos de salvajismo. Más apli­ cable a Nerón es el hecho de que uno puede ser juzgado como un mal hombre por la historia y a pesar de ello ser un héroe. Así, las leyendas prosperaron en torno de Emico, conde de Leiningen, tanto antes como después de su muerte, ocurrida en 1117. “Barón feudal notorio por su fero-

cidad” que afirmaba ser el Emperador de los Últimos Días, Emico fue responsable, junto con sus seguidores, de varias masacres de judíos en las ciudades a orillas del Rin.81 Sin embargo, la mejor perspectiva sobre Nerón tal vez sea la ofrecida por el espectacular personaje de Iván el Terrible. En el folclor ruso de siglos ulteriores, Iván es una figura popu­ lar, el buen zar que protege a su pueblo contra los boyardos, un hom­ bre aficionado a la compañía de bandidos y cosacos y a mezclarse de incógnito con los pobres. Iván exhibe una figura muy humana: impa­ ciente, impetuoso, propenso a hacer juicios apresurados y a veces erró­ neos hasta la fatalidad, que luego lamenta profundamente. Su crueldad, el terror que inflige, son el justo merecimiento de los traidores; cuando el inocente sufre bajo su mano, es porque Iván ha sido engañado por fal­ sos testigos o su propio celo. Como dice su biógrafo moderno: “Como el terror se dirige contra enemigos y traidores, reales e imaginarios, no se lo ve como una expresión de la perversidad y el salvajismo personales de Iván, sino como una indicación de su fuerza y su determinación de promover los intereses del Estado y vengar las injusticias cometidas contra el pueblo” .82 Por eso, en pocas palabras, un Iván el Terrible o un Stalin pueden ejercer un poder semejante aun después de muertos: “ La tiranía y el terror pueden disfrutar de cierta atracción popular” .83 Las páginas de Tácito, Dión y Suetonio rezuman la sangre de las víc­ timas de Nerón. El horror se suma al horror. Pero ¿qué pasaría si acep­ táramos los hechos relatados por los escritores y rechazáramos sus explicaciones? ¿Qué pasaría si adoptáramos la visión de los aconteci­ mientos de Nerón, esto es, que las ejecuciones, los suicidios forzados, el matricidio, eran necesarios para la seguridad del emperador y el bien del Estado? Gran parte de la monstruosidad de Nerón se disiparía. Pero habría más. Nerón era un hombre infinitamente más sofisticado que Iván, y sus crímenes, mucho más variados. ¿Qué sucedería si también acep­ táramos las explicaciones dadas por él de sus otras villanías o, cuando aquéllas faltan, tratáramos de cotejarlas con las expectativas de sus con­ temporáneos, en vez de contrastarlas con las condenas de la posteri­ dad? Podríamos crear entonces una nueva visión del hombre, una visión compartida con quienes siguieron a los falsos nerones al olvido. L a conciencia de la vigencia de Nerón después de su muerte tal vez no ayude a elaborar ningún nuevo retrato histórico del último de los Julio Claudios, pero debería modificar nuestra perspectiva. La cuestión tiene

que ver con la imagen. Durante siglos, una cantidad desconocida de personas situadas en lugares no especificados honraron a Nerón por una variedad de razones. Cualesquiera fueran su número, rango, proce­ dencia y motivos, ese homenaje debe ser significativo por la duración y la diversidad de sus manifestaciones y la falta notoria de análogos riva­ les: sencillamente no hay nada igual entre los malos convencionales de la Antigüedad. Esos testigos no tenían un conocimiento superior de los hechos, pero sí eran fieles a una imagen del emperador muy diferente de la esbozada por nuestras fuentes predominantes: una imagen que, en el fondo, lo favorece. Conocedores de su pujante vigencia posterior a la muerte, deberíamos concentrar nuestra atención no tanto en determinar cuáles pueden haber sido las verdaderas intenciones de Nerón o cuáles fueron realmente sus actos -aunque habrá que tenerlos en cuenta-, cuanto en ver cómo podría haber querido él que se los percibiera y, en rigor, cómo podría haberlos percibido una audiencia receptiva. El interrogante planteado por su vigencia tras la muerte no es si Nerón fue un buen hom­ bre o un buen emperador, sino cómo podría vérselo como tal.

H IS T O R IA Y F IC C IÓ N

Muchos historiadores han escrito la historia de Nerón; la gratitud empujó a algunos de ellos, a quienes él dispensó un buen trato, a despreocu­ parse de la verdad, mientras que otros, movidos por el odio y la hostilidad hacia el emperador se recrearon tan vergonzosa y temerariamente enfa l­ sedades que son acreedores a la censura. No puedo, tampoco, sorprenderme ante quienes han mentido

,

acerca de Nerón, dado que ni siquiera al escribir sobre sus predecesores se han atenido a los hechos de la historia. [ ...] No obstante, debemos dejar que quienes no tienen miramientos con la ver­ dad escriban como quieran, pues eso es lo que parece deleitarlos. J

o sefo

Dime, Musa, qué está haciendo mi Canio Rufo: ¿deposita en el papel los actos de los tiempos claudianos para que la posteridad los lea, o los hechos que un escritor mendaz ha adjudicado a Nerón? ¿ 0 emula acaso las fábulas del bribón de Fedro? M a r c ia l1

T

A . odos conocemos a Nerón. Fue emperador de Roma entre 54 y 68. Asesinó a su madre y se dedicó a tocar la lira mientras Roma ardía. Tam­ bién se acostó con su madre. Se casó con una hermanastra y la ejecutó, ejecutó a su otra hermanastra, violó y asesinó a su hermanastro. En realidad, ejecutó o asesinó a la mayor parte de sus parientes cercanos. Pateó a su esposa embarazada hasta matarla. Castró a un liberto y luego

se casó con él. Se casó con otro liberto, pero esta vez él hizo el papel de novia. Violó a una virgen vestal. Hizo fundir los lares de Roma para con­ vertirlos en dinero. Tras incinerar la ciudad en 64, construyó en gran parte del centro de Roma su propio y vasto Xanadú, la Domus Aurea. Culpó del Gran Incendio a los cristianos, a algunos de los cuales colgó como antorchas humanas para iluminar sus jardines de noche. Compi­ tió como poeta, cantante, actor, heraldo y conductor de cuadrigas y ganó todos los certámenes, aun cuando en los Juegos Olímpicos se cayó de su carro. Se enemistó con gran parte de la elite y la persiguió, descuidó el ejército y vació el tesoro. Y se suicidó a los treinta años, anticipán­ dose por pocos minutos a sus verdugos. Sus últimas palabras fueron: “ ¡Qué artista muere conmigo!” . ¿Cómo sabemos todo esto? Alrededor de 25 autores antiguos no cris­ tianos tienen algo de valor que decir sobre el emperador Nerón, pero nuestra imagen principal proviene de sólo tres de ellos: los historiado­ res Tácito y Dión Casio y el biógrafo Suetonio. Publio (?) Cornelio Tácito (c. 56-después de c. 120) fue un senador de alto rango, cónsul en 97, procónsul de la provincia de Asia en 112/113 y uno de los grandes historiadores de Roma. Su última obra fueron los Ana­ les (Annales), una historia de Roma año por año desde la muerte de Augusto (14 d. C.) hasta la muerte de Nerón y el ascenso de Galba al trono en 68, por lo menos. (Ya había abarcado el período transcurrido entre 6g y 96 en sus Historias). Su sombría y vigorosa pintura del primer princi­ pado y la trágica corrupción de la dinastía de los Julio Claudios fijó el tono de todas las visiones posteriores de la época, por mucho que nos esforcemos por escapar a su marcado pesimismo. La fecha precisa en que terminan los Anales se desconoce. El reinado de Nerón de 54 a 66 se describe en los libros 13 a 16, pero el manuscrito se interrumpe en el medio. A l parecer, Tácito escribió su obra en la primera década del siglo II, y tal vez prosiguió su labor hasta bien entrada la década siguiente. No se sabe si alcanzó a completarla. Cayo Suetonio Tranquilo (c. 70-c. 130), perteneciente al orden ecuestre, fue un hombre de letras y funcionario imperial de alto rango de los últi­ mos años del emperador Trajano y los primeros de Adriano. La mayo­ ría de sus muchas obras sólo sobreviven en fragmentos dispersos, con excepción de Vidas de los doce Césares, como se la conoce popularmente (De vita Caesarum o Caesares). Este libro, que abarca desde Julio César

(100-44 a· C.) hasta Domiciano (51-96 d. C.), está sustancialmente com­ pleto. Ordenada por tópicos y no de manera cronológica, cada vida es una notable colección de hechos y pormenores humanos que ha mar­ cado de forma indeleble nuestra visión de las personalidades de la fami­ lia julio claudiana y sus sucesores inmediatos: una mezcla de agudo detalle, ingenuidad y perspicacia. La “Vida de Nerón”, sexta de la serie, data pro­ bablemente de la década de 120, aunque la fecha exacta es objeto de mucho debate. L. Dión Casio (c. 164-después de 229) fue otro senador muy veterano, cónsul alrededor de 204 y por segunda vez en 229 con el emperador Alejandro Severo como su colega, procónsul de África y gobernador de las provincias militares de Dalmacia y Panonia Superior. Su enorme Historia romana, escrita en griego en las primeras tres décadas del siglo in, abarcaba toda la historia de Roma desde Rómulo, su fundador, hasta el propio tiempo del autor. Carente de la vivacidad de Tácito y Suetonio, muy apoyado en discursos imaginarios y poco en la independencia crí­ tica, Dión pierde en la comparación con sus antecesores, pero preserva muchos materiales no encontrados en ninguno de ellos. De los ochenta libros originales de su historia, tres (libros 61 a 63) estaban dedicados al reinado de Nerón. Por desdicha, en la actualidad sólo tenemos acceso a alrededor de un tercio de la obra original, que cubre en su mayor parte los años 69 a. C. a 46 d. C. Podemos encontrar fragmentos importantes de otros períodos en extractos bizantinos, pero nuestras únicas fuentes reales para Dión en los años de Nerón aparecen en epítomes de su obra realizados por dos monjes de Bizancio, Zonaras en el siglo X II y Xifilino en el siglo X I. Estos compendios plantean un complejo problema a los estudiosos de Dión, en cuanto ambos utilizan también otras fuentes, ninguno de los dos ofrece nada parecido a un sumario completo de sus lecturas de ese autor y tampoco son muy cuidadosos. Así, cuando nos referimos a Dión, que ya es una fuente secundaria no contemporánea, debemos en principio imaginarlo como “Dión”, una fuente terciaria y una sombra bastante elusiva. Lo que debe plantearse aquí no es tanto la obviedad de que cada uno de estos tres autores tiene su propio carácter, prejuicios, objetivos, pun­ tos fuertes y puntos débiles, de los que los lectores deben tener perma­ nente conciencia, como la observación bastante simple de que ninguno de ellos fue testigo presencial de los acontecimientos que documentan.

Tácito tenía 12 o 13 años cuando Nerón murió; Suetonio probablemente no había nacido por entonces; Dión aparecería un siglo después, y “Dión”, una vez transcurrido un milenio. Resulta pues de fundamental importancia saber quiénes eran sus fuentes, cuáles podrían ser el carácter, los objeti­ vos, etcétera, de esas fuentes, y cómo las utilizaron nuestros autores. En primer lugar, y tras un intenso escrutinio erudito, hay coincidencia general en que nuestras tres grandes fuentes son esencialmente inde­ pendientes entre sí. Esto es, Suetonio no utilizó a Tácito, Tácito no uti­ lizó a Suetonio y Dión no se valió de ninguno de los dos o sólo lo hizo en una medida nada significativa.2 Los dos primeros eran contemporá­ neos, hombres eminentes tanto en política como en literatura. Deben de haberse conocido, cada uno debía estar al tanto de los escritos anteriores del otro y ambos, sin duda, conocían bien a Plinio el Joven, pero un exa­ men cuidadoso no encuentra signos claros de dependencia entre los dos. La autonomía de los tres autores contribuye a aclarar las cuestiones de manera sustancial. Esto es, cuando sus tratamientos son marcadamente similares, aun en materia de vocabulario y expresión, es probable que sigan la misma autoridad anterior, hoy perdida. Conocemos varios tipos de fuentes a disposición de nuestros tres auto­ res, sobre las cuales podemos decir muy poco. La más importante y menos susceptible de evaluación eran los rumores: tanto Tácito como Suetonio pertenecían a la generación posterior a Nerón; conocían, habían escu­ chado y recordaban las opiniones de los supervivientes.3 Por otra parte, había registros públicos hoy perdidos: en particular el correspondiente a las actas del Senado, acta senatus, y el asiento diario de los aconteci­ mientos de la ciudad, las acta diurna urbis.4 Al margen de éstos había todo tipo de archivos, privados y públicos, que podían consultarse: Suetonio y Tácito se refieren a cartas privadas, edictos imperiales, transcripciones judiciales, inscripciones en piedra y bronce, etcétera. Todas estas fuen­ tes eran de utilidad para nuestras tres autoridades, pero de relativa impor­ tancia para dar forma a sus retratos de Nerón: lo que verdaderamente importaba eran sus fuentes literarias. Los fantasmas de varios autores perdidos nos llaman por señas.5 En primer lugar se destacan dos tipos importantes pero menores, de textos. Uno es la memoria escrita por miembros de la familia imperial o de la aristocracia, siempre con un propósito sumamente personal: un docu­ mento destinado a ordenar la información para la posteridad. Entre

esos escritos ocupan un lugar prominente las Memorias de Agripina, pre­ suntamente redactadas durante su retiro forzoso entre 55 y 59. En sus Anales, Tácito las cita en alusión a un detalle acerca de la madre de la autora que, según dice, no pudo encontrar en ninguna otra historia.6 Con el objetivo de divulgar su versión de la historia familiar y de su propia vida, se supone que las memorias de Agripina mostraban hechos espe­ luznantes y eran a la vez un intento de autojustificación en el que ella exponía todo lo que había hecho por su hijo, así como la prodigiosa ingratitud de éste. La otra memoria importante es la del general Domicio Corbulo, escrita en la forma de comentarios sobre sus campañas en Oriente, donde pasó todo el tiempo del reinado, desde 54 hasta su sui­ cidio impuesto en 67.? Al parecer, en ellas sólo hay elogios para Nerón. La otra forma literaria menor puede describirse como martirologio, los relatos de la vida desafiante y la gloriosa muerte de hombres ilustres bajo el tirano, escritos en momentos posteriores del siglo. Tenemos por ejem­ plo al deslenguado crítico de Nerón, Trásea Peto, cónsul en 56, cuyo tremendismo subraya las narraciones de Tácito y Dión; su biografía fue escrita mucho después por uno de sus amigos, Aruleno Rústico, cónsul en 92, que había sido tribuno el año de la muerte de Trásea, 66. Una de las cartas de Plinio el Joven, escrita alrededor de 105, contiene el obi­ tuario de un amigo recientemente fallecido, Cayo Fanio, que había muerto mientras compilaba “La muerte de los asesinados o exiliados por Nerón”, Exitus occisorum aut relegatorum a Nerone. Fanio había soñado que Nerón se sentaba al borde de su cama, leía de cabo a rabo tres volúmenes de sus “crímenes” y se marchaba, y se horrorizó al pensar que esto significaba que su obra se interrumpiría en el punto donde el emperador había dejado de leer, como finalmente sucedió. Estas biografías deben de haber sido tendenciosas en extremo, y no sólo porque suponían automáticamente que Nerón era ún tirano, sino porque estaban enmarcadas en las luchas ideológicas de su época, los reinados de Domiciano y Trajano.8 Dicho esto, tenemos información sobre tres y sólo tres historias, todas perdidas, que se ocupan del reinado de Nerón y fueron escritas por sus contemporáneos. Su comprensión es crucial para entender la época. No es habitual que los historiadores antiguos mencionen sus fuentes o reflexionen sobre el uso que les dan; sin embargo, en el libro 13 de los Anales, Tácito hace por una vez ambas cosas. Se pregunta a la sazón si el emperador podía confiar en su prefecto pretoriano Afranio Burro, en 55 :

Según Fabio Rústico, Nerón envió un mensaje a Cecina Tusco poniéndolo a cargo de las cohortes pretorianas, pero Burro man­ tuvo su puesto por obra de la influencia de Séneca. Plinio y Cluvio, sin embargo, no muestran dudas acerca de la lealtad del prefecto; y después de todo, Fabio se inclina a alabar a Séneca, gracias a cuya amistad logró prosperar. Pretendo seguir el consenso de mis fuentes, y he de señalar con sus propios nombres los relatos diver­ gentes que éstas puedan dar.9 De ese modo menciona a las tres autoridades a quienes él y sus colegas han seguido. Había otras, pero sus nombres nos son desconocidos y sus huellas se han perdido. E l primero de los tres es Plinio el Viejo, Cayo Plinio Segundo, que nació en 23 ó 24 y murió gallardamente en la erupción del Vesubio, el 24 de agosto de 79. Sin duda estaba en Roma hacia el año 35, e infor­ mes de testigos presenciales de sucesos de la ciudad aparecen en toda su enorme obra sobreviviente, Naturalis historia, la Historia natural. Su sobrino, Plinio el Joven, conservó una lista de sus numerosos escritos, uno de los cuales era una Historia afine Aufidi Bassi [Historia del final de Aufidio Baso]. Por desdicha, desconocemos por completo cuándo ter­ minó su obra el oscuro (para nosotros) historiador Aufidio Baso: las conjeturas al respecto oscilan entre los años 37 y 54, pasando por 47. La historia de Plinio abarcaba por cierto todo el reinado de Nerón -Tácito lo cita en los años 55, 65 y 68- y se extendía hasta el de Vespasiano.10 Algunas características de la obra perdida de Plinio podrían dedu­ cirse del tono y los contenidos de la Historia natural, que es una compi­ lación enciclopédica envuelta en una polémica contra el abuso de la naturaleza por parte de la humanidad, así como de observaciones hechas sobre él por Tácito y Plinio el Joven. Lo más importante es que su autor aborrecía a Nerón: a lo largo de la Historia natural se exponen las insen­ sateces y extravagancias del emperador, se lo censura reiteradas veces por sus crímenes y su locura y se lo presenta como el enemigo de la huma­ nidad.11 Menos seguro es el supuesto moderno de que Plinio fue la fuente principal de los detalles antiguos que han llegado hasta nosotros acerca de estatuas, retratos, edificios, curiosidades y prodigios, razón por la cual Tácito tenía una mala opinión de él.12 De hecho, cuando se lo lee de forma neutral, Tácito no lo alaba ni lo denigra. En un momento sigue

la version de Plinio (como se señaló antes) simplemente porque éste con­ cuerda con otra fuente. En otro lugar Tácito cuenta una historia relatada por Plinio con el único objeto de desestimarla, porque, “transmitida por una fuente cualquiera, yo no tenía la intención de eliminarla, por absurda que pareciera” : cuesta ver en ello una denuncia condenatoria de aquél.13 Más sugerente es el desarrollo de la carrera de Plinio en el servicio imperial.14 De sus antecedentes y su vida previa sólo sabemos que pro­ cedía de una distinguida familia local de Como, en el distrito lacustre del norte de Italia, y que pasó al menos parte de su infancia y juventud en Roma, pues en la Historia natural ofrece vividos relatos de primera mano de sucesos ocurridos en la capital durante los reinados de Tiberio, Calígula y Claudio (14-54). Entre 46 y 58 cumplió el servicio militar como oficial en tres diferentes unidades auxiliares de Germania, desde alre­ dedor de los 23 hasta los 35 años. En su condición de caballero ambi­ cioso que había demostrado su competencia como soldado y comenzaba a hacerse un nombre como hombre de letras, normalmente habría sido de esperar que entrara al servicio del emperador como procurator Augusti. De hecho, se retiró hasta alrededor del año 70, cuando, ya próximo a la cincuentena, asumió la primera de tres y quizá cuatro gobernaciones pro­ vinciales como procurador. Más adelante se lo designó praefectus classis, prefecto de la flota imperial surta en Miseno, en la bahía de Nápoles, donde encontró la muerte en 7g. Esto significa que, durante la mayor parte del reinado de Nerón, de 59 a 68, Plinio se mantuvo apartado de los asuntos públicos. Estuvo sin duda en Roma al menos parte de ese tiempo, pero en la Historia natural nada indica que fuera testigo presen­ cial de sucesos en la corte o que tuviera algún contacto personal con Nerón o sus camaradas. Así, podríamos preguntarnos por qué Plinio dedicó a su vida privada la mayor parte de ese reinado: ¿indignación y alejamiento de an hombre probo o resentimiento por haber sido dejado a un lado? Sea como fuere, si bien seguimos sin conocer la naturaleza de su obra, su tono puede recuperarse con certeza y calificarse de viru­ lentamente antineroniano. Las observaciones de su enciclopedia son con­ denatorias casi sin excepción, sea de manera explícita o implícita. La imagen que debemos deducir de nuestra segunda fuente perdida, Fabio Rústico, es al menos tan negativa como la proporcionada por Plinio, y tal vez más aún. Esa animosidad, y por lo tanto su cuestiona­ ble confiabilidad, reaparece en dos pasajes de Tácito. Al examinar la

chocante acusación de incesto entre Nerón y su madre, este historiador informa que Cluvio suponía a Agripina instigadora del acto, motivada por su desesperación de conservar el poder, mientras que Fabio culpaba al emperador, pero no alegaba razón alguna. Resulta claro dónde están las simpatías de Tácito, pues dice que todas las demás autoridades res­ paldaban a Cluvio (¿incluido Plinio?), y otro tanto hacían los rumores populares. Es interesante señalar que, en su “Vida de Nerón” , Suetonio sigue la versión de Fabio sin mencionarlo ni mostrar indicio alguno de disenso entre sus fuentes.1·5 Es igualmente revelador el tratamiento diver­ gente de la lealtad del prefecto Burro en el pasaje antes mencionado de Tácito; una lealtad no cuestionada por Plinio y Cluvio, pero sí por Fabio, aunque sólo sea para alardear de la influencia de Séneca, “gra­ cias a cuya amistad [Fabio] logró prosperar” . El patrocinio de Séneca es el elemento central. Fabio era su protegido y, según indica Tácito, “se inclina a alabar[lo]” . No es de sorprender que el historiador lo mencione en su relato de la muerte de Séneca: al pare­ cer, Fabio fue un testigo presencial y una fuente fundamental. En reali­ dad, los fragmentos no exhiben indicios de que Fabio escribiera una historia del período, pues la atención centrada en Séneca se ajustaría mejor a una biografía o un martirologio.16 De todas maneras, Fabio era amigo y seguidor de la víctima más importante de Nerón, y sin duda no disfrutó del favor imperial desde la época de la caída de Séneca, en 62, hasta la muerte del emperador. El tono de los fragmentos es decidida­ mente antineroniano. Plinio y Fabio no simpatizaban con Nerón, ni antes ni después de su muerte. No sucedía lo mismo con el tercero y, con mucho, el más inte­ resante de los historiadores perdidos, Cluvio Rufo, que es citado por Tácito y Dión, por Plutarco, el biógrafo del siglo II, y casi con seguridad por Josefo, el historiador contemporáneo de los judíos. Mientras Plinio era un caballero y Fabio a lo sumo otro tanto (si lo era), Cluvio era un promi­ nente senador veterano, vástago de una vieja familia senatorial, íntimo de los emperadores y respetado orador. Si, tal como parece, ya había ejer­ cido el consulado hacia la época de la muerte de Caligula en 41, debe haber nacido alrededor del año 8 d. C.; es decir que ya era un hombre maduro durante el reinado de Nerón. Y, a diferencia de Plinio y Fabio, pasó gran parte de ese período cerca del centro del poder, pues era amigo de Nerón y actuó como su heraldo en los Juegos Neronianos de 65 y

durante la gira de los juegos griegos en 66 y 67. Una llamativa anécdota presente en las cartas de Plinio el Joven registra un diálogo entre dos de los grandes ¡supervivientes del reinado de Nerón, Cluvio Rufo y el tutor de Plinio, Virginio Rufo, el general que tuvo un papel clave en los tumul­ tuosos acontecimientos de 68: Ésa fue la oportunidad en que Cluvio dijo : “Sabes, Virginio, que un historiador debe ser fiel a los hechos, de modo que, si encuen­ tras en mis historias algo que te disguste, por favor perdóname” . A lo cual él [Virginio] replicó: “¿Acaso no comprendes, Cluvio, que he hecho lo que he hecho para que todos vosotros tuvierais la libertad de escribir lo que os gustase?” . El propósito de Plinio al relatar el hecho es irrelevante (después de todo, era pupilo de Virginio y sobrino del rival de Cluvio como histo­ riador). Lo evidente es que Cluvio respetaba o decía respetar la exacti­ tud, cuando hablaba de la fides debida a la historia.17 ¿Cuál era la índole de la historia de Cluvio? En una impresionante serie de artículos publicados en la década de i960, G. B. Townend brindó una asombrosa respuesta. Tras advertir la extraordinaria cantidad de citas en griego presentadas por Suetonio en sus biografías (en latín) de los emperadores desde Caligula hasta Vitelio (37-69), y notar que Josefo parece decirnos qúe Cluvio también escribía en latín pero citaba en griego, Townend creyó poder utilizar este dato como clave para desentrañar las fuentes de Suetonio, Tácito y Dión Casio; la idea lo llevó a hacer una serie de detenidas, complejas y fascinantes lecturas de nuestras tres fuen­ tes existentes. Su investigación para determinar la autoridad que está detrás de los pasajes de Suetonio con citas en griego para ese período -Cluvio Rufo- disfruta de una aceptación generalizada, pero su opinión sobre la naturaleza de la historia de Cluvio ha tropezado con una deci­ dida resistencia. Luego de examinar los pasajes, Townend llegó a la conclusión de que se trataba de una “ chronique scandaleuse escabrosa y no cronológica” . D. Wardle desmanteló con eficacia esa reconstrucción, sobre todo al demostrar que el griego no aparece en partes especialmente escandalosas de Suetonio, y recuperó el antiguo punto de vista de que Cluvio era un “hombre de aguda perspicacia y elocuencia” que escribió durante la dinastía de los Flavios. Su obra era probablemente analística

-es decir más o menos ordenada por año, como los Anales y las Historias de Tácito-, y él mismo fue un importante historiador del siglo i. En tér­ minos más particulares, no hay señales de que su obra delatara una ani­ mosidad notable contra Nerón.18 Por lo demás, podríamos añadir que, cuando estallaron las recriminaciones tras la muerte de Nerón y se intentó ajustar viejas cuentas con sus compinches, un senador que enjuiciaba a uno de éstos contrastó a su despreciable víctima con Cluvio Rufo, quien, aunque hombre rico y formidable orador, nunca había perjudicado a nadie (con un enjuiciamiento) durante el régimen de Nerón.19 Las cuentas, entonces, quedan de la siguiente manera. Son ciertos dos grandes relatos perdidos, escritos por contemporáneos: los de Plinio y Cluvio Rufo. Con toda probabilidad, ambos eran de una precisión excep­ cional de acuerdo con criterios del momento : uno, escrito por un miem­ bro del entorno imperial, relativamente desapasionado, y otro, compuesto por una airada persona ajena a él. Junto con ellos, los autores posterio­ res también tuvieron a su disposición una obra de Fabio Rústico; fuera histórica o biográfica, era hostil a Nerón. Y más allá de estas tres hay una multitud de fuentes menores, todas hoy olvidadas y todas más o menos negativas. En conjunto, constituyen la base de nuestros tres rela­ tos supervivientes que son, a su vez, sumamente negativos con respecto a Nerón. De los otros historiadores que dieron opiniones favorables sobre el emperador porque éste, según las palabras de Josefo, los había tra­ tado bien y se inclinaban, por ello, “a despreocuparse de la verdad”, no sobrevive siquiera un solo nombre. Una vez que nos hemos formado cierta idea de los defectos y virtudes de nuestras fuentes, tanto perdidas como existentes, primarias como secun­ darias, ¿cómo afecta eso nuestra comprensión de la historia? Cuatro episodios notorios de distintos momentos de la vida de Nerón mostra­ rán que las cuestiones nunca son tan simples como parecen a primera vista: la muerte de su padrastro Claudio; el cortejo de quien sería su segunda mujer, Popea Sabina; la interpretación de la lira mientras Roma ardía, y sus famosas últimas palabras. i. El 13 de octubre de 54 murió el emperador Claudio, envenenado con una seta manipulada (o eso nos dicen) por su esposa Agripina, que pretendía con ello que su hijo Nerón pudiera subir al trono. En su relato del nuevo reinado, Tácito muestra a una Agripina que reprocha la muerte

a Nerón, y casi le hace decir, sin decirlo del todo, que ha envenenado a Claudio en su nombre. Poco después de la muerte de Nerón, Plinio el Viejo afirmaría de manera contundente que Agripina había dado muerte a Claudio con una seta venenosa, y la pieza anónima Octavia también supondría ese envenenamiento. Un torrente de bromas sobre setas siguió a la muerte, tal vez desatado por el chiste de Nerón de que éstas debían ser el alimento de los dioses, visto que Claudio había muerto por comer una. No es forzoso considerar que con eso se da por sobrentendido el envenenamiento, como tampoco hay que hacerlo con la observación de Marcial al goloso anfitrión que come una seta delante de su invitado: “ Ojalá comas una seta como la que comió Claudio” ; no obstante, el satírico Juvenal planteó la cuestión de forma explícita en su crítica a un anfitrión de similar voracidad: “Para el amo, una seta como las que comió Claudio, antes de que la preparada por su esposa pusiera fin a sus comi­ das” . Sin embargo, no hay mención de seta alguna en la maliciosa sátira de Séneca sobre la muerte de Claudio, la Apocolocyntosis, escrita unos meses después de ocurrida ésta, ni, por supuesto, en la proclamación oficial.20 ¿Qué nos cuentan nuestras tres fuentes principales: Suetonio, Tácito y Dión? Esto dice Suetonio en su “Vida de Claudio” : La creencia general es que Claudio fue envenenado, pero se dis­ cute cuándo sucedió y quién lo hizo. Dicen algunos que fue su catador Haloto, mientras él celebraba un banquete en el Capito­ lio con los pontífices. Otros señalan que en una cena familiar Agri­ pina, con sus propias manos, le dio la droga mezclada con unas setas, un plato por el que el emperador mostraba una extrava­ gante afición. Tácito cuenta en esencia la misma historia que Suetonio en su pri­ mera alternativa: para impedir que Claudio nombrara a Británico como su heredero, Agripina escogió un veneno raro, preparado por una enve­ nenadora convicta, Locusta; el encargado de dárselo al emperador sería su catador, Haloto; y los detalles de la intriga eran tan conocidos que los escritores de la época (temporum illorum scriptores), relatan que el veneno fue servido en una sabrosa seta. Dión dice lo mismo: Agripina se deci­ dió a envenenar a Claudio para frustrar su plan de designar a Británico

como heredero; mandó a buscar a Locusta, la envenenadora condenada; el veneno se colocó en un plato de setas. Ni Dión ni Tácito aclaran dónde ocurrió el asesinato y tampoco dan muestras de conocer las diferentes versiones o disputas entre sus fuentes comunes de las que habla Sueto­ nio. Este, por su parte, no dice nada de Locusta.21 Y prosigue: Las informaciones también difieren [varia famá\ en cuando a lo sucedido con posterioridad. Muchos [multi\ dicen que tan pronto tragó el veneno, Claudio perdió la voz y, tras sufrir durante toda la noche penosísimos dolores, murió justo antes del amanecer. Algunos [nonnulli] dicen que, ante todo, quedó sumido en el estu­ por y luego vomitó todo el contenido estomacal; se le dio enton­ ces una segunda dosis, aunque no está claro [incertum] si en unas gachas, con el pretexto de que el alimento le permitiría recuperar las fuerzas perdidas a causa del agotamiento, o [an\ administrado en una lavativa, como si padeciera de indigestión y también fuera preciso aliviarlo mediante esa forma de evacuación. En este punto Tácito y Dión discrepan, aunque otra vez sin alusión alguna a la posibilidad de existencia de diferentes relatos. Dión nos cuenta que sacaron a Claudio en estado de ebriedad; no podía oír ni hablar y murió durante la noche a causa del veneno. Se trata en esen­ cia de la primera versión de Suetonio, divulgada por “muchos” . Tácito, sin embargo, nos dice que el emperador ebrio tuvo un movimiento intes­ tinal que podría haberlo salvado; que Agripina se sintió horrorizada e instruyó al médico de Claudio, Jenofonte, para que indujera el vómito, como si quisiera aliviarlo aún más, pero que el médico lo hizo, “así se cree” (creditur), con una pluma sumergida en un veneno de acción rápida. Esta versión se asemeja más al segundo relato de Suetonio, en cuanto comparte con él el supuesto básico de que Claudio sólo sobrevivió al ata­ que inicial para ser envenenado otra vez, pero difiere en detalles esen­ ciales referidos al modo como escapó al primer veneno -movimiento intestinal versus vómito- y la administración de la segunda y fatal dosis: ¡pluma versus gachas versus enema! Nuestros tres autores, aun el receloso Tácito, coinciden sin duda alguna en que Agripina, alarmada por insinuaciones recientes de que Claudio

aspiraba a promover a Británico, estuvo detrás del asesinato de su esposo. Pero las variaciones en sus relatos del suceso no son detalles menores: delatan el simple hecho de que ninguno sabía realmente qué había ocu­ rrido, quién era su responsable, dónde o cómo había sucedido. La cues­ tión no pasa aquí por recuperar la verdadera versión de los hechos. Es posible que Agripina envenenara efectivamente a Claudio, según una de las versiones que se nos presentan. Por otro lado, Claudio era un notorio glotón y borrachín y solía sufrir dolores de estómago tan vio­ lentos que alguna vez contempló la posibilidad de escapar de ellos mediante el suicidio; bien podría ser que hubiera muerto debido a un exceso e incluso que hubiese comido una seta venenosa (y no envene­ nada) o en mal estado. Agripina podría haber llegado a reclamar cré­ dito por un asesinato que no cometió -más adelante veremos un ejemplo de audacia similar-, o tal vez sus enemigos imputaron el crimen a una emperatriz inocente. Lo cierto es que, a pesar de la aparente unanimi­ dad de los tres historiadores y los fluidos relatos modernos derivados de ellos, sabemos que sus fuentes discrepaban en todos los detalles signifi­ cativos, no obstante lo cual dos de los tres autores (Tácito y Dión) no hicieron alusión alguna a ello. Y a despecho de la presunta unanimi­ dad de las tres fuentes e incluso de la probabilidad de la existencia de un crimen, sencillamente no sabemos si Claudio fue asesinado por su esposa.22 2. En 58 Nerón cayó subyugado de pasión por la mujer que se con­ vertiría en su segunda esposa: la ramera orgullosa (superbapaelex), Popea Sabina. Tácito había afirmado que cuando sus fuentes coincidieran habría de seguirlas, pero cuando discreparan las mencionaría sin comentarios. No parece haberlo hecho en el asunto de la muerte de Claudio, pero el caso de Popea nos dice aún más. En su primera incursión en la escritura histórica, las Historiae, Tácito dice lo siguiente sobre el efímero emperador Otón: Pues Otón había sido un niño abandonado y un joven tumul­ tuoso y logró ganarse el agrado de Nerón emulando su liberti­ naje. Por esa razón, y puesto que aquél era el confidente de sus amores, el emperador había dejado en sus manos a Popea Sabina, la favorita imperial, hasta que él mismo pudiera liberarse de su

esposa Octavia. Nerón, empero, no tardó en sospechar de Otón con respecto a esa misma Popea, por lo que decidió sacarlo del medio y lo envió a la provincia de Lusitania, con el propósito aparente de que fuera su gobernador. En la “Vida de Otón” de Suetonio aparece esencialmente la misma his­ toria. Otón ganó de forma rastrera el favor de Nerón e incluso colaboró en el asesinato de Agripina. El emperador arrebató a Popea a su enton­ ces marido y la entregó de forma temporal a Otón tras concertar un matri­ monio simulado (nuptiarum specie). Otón se enamoró tan violentamente de su nueva mujer que despidió a los emisarios del emperador y una vez se negó incluso a dejar entrar al propio Nerón, que se vio reducido a formular amenazas y ruegos. Más adelante, Nerón puso fin al matri­ monio y envió a Otón a Lusitania, con la excusa de que debía gobernar esa provincia. En su “Vida de Galba”, el relato de Plutarco es similar. Otón prove­ nía de buena familia, pero desde la juventud el lujo lo había corrompido. Nerón se enamoró de Popea mientras ésta todavía estaba casada con Crispino. Por respeto a Octavia y temor a Agripina, mandó a Otón a corte­ jarla. Otón la sedujo y la persuadió de que abandonara a su marido y se casara con él. Se sintió luego desdichado ante la perspectiva de compartir a su nueva esposa con Nerón, mientras Popea disfrutaba, “así dicen”, de la rivalidad de ambos hombres, al extremo de cerrar la puerta ante las narices del emperador aun cuando su marido no estuviera en la casa. Séneca rescató a Otón del peligro que lo acechaba y convenció a Nerón de que lo enviara a Lusitania como gobernador. Para terminar, la versión de Dión: Nerón sacó a Popea del hogar de su marido, la entregó a Otón y ambos la compartieron. Hasta aquí, por lo tanto, hay una coincidencia general entre nuestras fuentes, con algu­ nas diferencias de detalle.23 L a sorpresa aparece en la segunda versión de Tácito de la historia de Popea Sabina, escrita para sus Anales algunos años después de las Histo­ rias. El amor en la vida de Nerón se introduce mediante el brillante bos­ quejo de un retrato. Popea era una mujer que lo tenía todo -belleza, riqueza, linaje, inteligencia, ingenio-, salvo buen carácter. Todavía casada con Rufrio Crispino, tuvo un amorío con el joven Otón, con quien des­ pués se casó. Otón la elogiaba con tanta frecuencia y fervor en presen-

cia de Nerón que inflamó la pasión del emperador. Popea se dispuso a hechizar a Nerón: simulaba estar abrumada de amor pero se negaba a pasar más de una noche o dos con él, dado que era una mujer casada; al mismo tiempo alababa a Otón y denigraba la pasión del emperador por la liberta Acte. Poco a poco, Nerón apartó a su rival de la corte y terminó por enviarlo a Lusitania. Como ya hace mucho se ha advertido, esta versión del caso va más allá de una mera divergencia de detalles: contradice directamente las otras versiones, incluido el relato anterior del propio Tácito. Según una ver­ sión, Nerón ama a Popea y dispone el matrimonio fingido con Otón, que luego se enamora de quien ahora es su mujer. En otra, Otón se casa con su antigua amante y, a causa de las alabanzas que le dedica, Nerón se enamora de ella. Según una conclusión, “las probabilidades son que una u otra de las tres principales autoridades para el reinado de Nerón [sea] responsable de la vulgata que Tácito adoptó en las Historiae, pero que, con un conocimiento más acabado, terminó luego por rechazar: es difícil que se trate de Cluvio Rufo el cónsul (tenía una estrecha relación con la corte), pero tal vez sí sean Plinio y Fabio (uno u otro o ambos), por extravío, inocencia o avidez de escándalo” . Bien puede ser así, pero no es evidente que la segunda versión de Tácito sea superior en aspecto alguno. Ni uno ni otro relato son particularmente convincentes: ambos muestran señales de embellecimiento ficticio, y la verdad del caso está enterrada en el olvido.24 Debemos tener presentes tres aspectos. En primer lugar, un historia­ dor como Tácito, nada menos, ha suprimido una versión discrepante, que sabemos que conocía, y ello apenas unas páginas después de afirmar de manera explícita que cada vez que sus fuentes difirieran entre sí lo indi­ caría. Segundo, si Tácito no hubiese vivido lo suficiente para escribir sus Anales, no tendríamos idea de la existencia de una segunda versión del caso. Tercero, cuando los relatos divergentes del cortejo de Popea se ponen junto a los relatos divergentes del incesto con Agripina, parecen surgir huellas de dos retratos perdidos y opuestos de Nerón: en uno, éste es el villano calculador; en otro, la débil víctima de sus pasiones. 3. Todo el mundo sabe que Nerón tocó la lira mientras Roma ardía en 64.25 La combinación de obsesión artística con encallecida indiferencia ante el sufrimiento humano es pasmosa: el hombre debe de haber sido

un monstruo. Otra vez, los relatos modernos suelen mitigar los detalles incómodos, pero, otra vez, las descripciones de lo que realmente hizo muestran variaciones desconcertantes. Dión nos asegura que Nerón subió a la “azotea del palacio” (o “al punto más alto del Palatino”) para tener la mejor vista del incendio; se cubrió con el atuendo de un citarista y cantó (o cantó sobre) la captura de Ilion. Suetonio cuenta que, mientras observaba el incendio desde la Torre de Mecenas -que se levantaba, según se presume, en los Jardines de Mece­ nas en el Esquilino, y por cierto no en el Palatino-, Nerón estaba tan encan­ tado, como él dijo, “con la belleza de las llamas”, que se puso su vestimenta teatral (scaenico habitu)·, no, tal vez, el traje habitual de un citarista y entonó, (decantavit) la captura de Ilion. Tácito nos brinda una tercera descrip­ ción, con una fuerte dosis de incredulidad: todas las acciones concretéis de Nerón en su afán por mitigar el sufrimiento del pueblo de Roma que­ daron reducidas a la nada debido al rumor, difundido por doquier, de que mientras la ciudad estaba en llamas el emperador apareció en su esce­ nario privado (es decir, no con alborozo en lo alto de su torre o en el techo) y cantó sobre la destrucción de Troya, comparando los males actuales con los desastres antiguos. En síntesis, podemos ver los orígenes mismos de una leyenda: nadie sabe dónde ocurrió el incidente, nadie lo vio real­ mente y los pormenores sobre el lugar varían de forma significativa, pero dos de nuestras tres fuentes están seguras de que sucedió. ¿Qué les contaban sus fuentes? Tácito hace una observación crucial: para él no se trata de un hecho sino de un rumor contemporáneo. Esto es, Suetonio y Dión decidieron ignorar lo que al menos una autoridad sostenía, una autoridad lo bastante seria para convencer a Tácito. Es de presumir que para ellos la historia era tan compatible con el verdadero carácter de Nerón que su autenticidad no importaba. 4. Nerón se suicidó el 11 de junio de 68. Su muerte presenta un pro­ blema muy diferente, sobre todo en lo que se refiere a su famoso grito, “Qualis artifexpereo!”, que de ordinario se traduce por algo así como “ ¡Qué artista muere conmigo!” . L a historia de la huida de Nerón de Roma en sus últimos días es un asombroso drama de creciente desesperación y pormenores seguidos casi minuto a minuto, tal como lo presentamos en el capítulo anterior. Los relatos de Suetonio y Dión son tan similares en su secuencia y sus deta-

lies que deben proceder de una misma fuente, y hay sólidas razones para creer que ésta es Cluvio Rufo. Cluvio no estuvo con Nerón en el final -se encontraba en España-, pero debe de haber conversado con testi­ gos presenciales entre los compañeros de las últimas horas del empera­ dor, y también fue casi con seguridad responsable del relato igualmente brillante de la muerte de Caligula, que conocemos gracias a las Antigüe­ dades judías, de Josefo.26 Cluvio Rufo ha sido reconocido cada vez más como “un artista litera­ rio de cierta talla”, y se ha señalado que su descripción del paso de Nerón de la vida a la muerte está ricamente coloreada por otros relatos de viaje al inframundo, sobre todo el mito de Er en la República de Platón. Y la cuestión se complica sobremanera debido al contenido folclórico asombrosamente abundante de esas horas finales: la entrada con los pies descalzos en un reino fantasmagórico; el escape del héroe cubierto con un humilde disfraz; el reconocimiento del héroe disfrazado por parte de un soldado; el temblor y el relámpago, signos seguros de la muerte inminente de una persona importante; los matorrales y zarzas de cuento de hadas y los pantanos cubiertos de cañas que obstaculizan la entrada del héroe, y la ropa tendida sobre el suelo para proteger los pies del gober­ nante (en este caso, sus pies descalzos).27 En resumen, el relato aparen­ temente circunstancial es una obra de notable artificio. L a cuestión se complica aún más cuando recordamos que detrás de Suetonio y más allá de Cluvio Rufo y los compañeros supervivientes hay otra fuente sobre los últimos días de Nerón: el propio emperador. Su bio­ grafía y su vida están puntuadas de epigramas autoconscientes y de tono dramático, nunca mejor expuestos que en la presentación extremada­ mente deliberada y hasta teatral de su huida y su muerte. De su plan de escapar a Egipto e instalarse en esas tierras como citarista, dice: “Este pequeño talento nos mantendrá allí” . Cuando no puede encontrar a nadie que lo mate en el palacio: “¿No tengo, pues, amigo ni enemigo?”. Cuando bebe en el hueco de la mano un poco de agua del estanque: “ ¡He aquí el agua hervida de Nerón!” (en alusión a su fastuosa costumbre de hervir agua y luego enfriar el vaso en la nieve). Se habla a sí mismo en primera, segunda y tercera personas: “Arrastro una vida malvada e ignominiosa” ; y luego, en griego: “Esto no es propio de Nerón, no le es propio. En momentos como éste es necesario decidirse; ¡vamos, anímate!” . Cuando oye el ruido de los cascos de los caballos de sus perseguidores, una cita

homérica: “Truena en mis oídos el paso de veloces corceles” . Y, tras apu­ ñalarse, a un centurión que trata de restañar la herida: “Demasiado tarde” y “ ¡Cuánta lealtad!” .28 Es fácil señalar dos cosas: que todas esas obser­ vaciones están íntimamente ligadas a su contexto, y que varias de ellas tienen, de manera intencional, un tono entre sublime y ridículo. Como tales, son neronianas hasta la médula, o justamente lo que un narrador podría considerar que Nerón debía haber dicho. Pero dejemos de lado por un momento la gran duda de que Nerón haya hecho y dicho realmente lo que se le adjudica. ¿Qué pasa con las pala­ bras más célebres, Qualis artifex pereo? Con sentido dramático, Dión las deja para el final mismo: “Y de ese modo se mató, luego de pronunciar esa observación tantas veces citada: ‘¡Júpiter, qué artista perece con­ migo!’” . Suetonio, én cambio, las sitúa antes en el relato, justo después de la llegada de Nerón a la villa suburbana de su liberto, hambriento y sediento, con el manto desgarrado y luego de tenderse en un catre con una pequeña almohada y una vieja manta: A l final, mientras sus compañeros lo exhortaban unánimemente a salvarse tan pronto como fuera posible de las indignidades que lo amenazaban, él les ordenó que cavaran en su presencia una fosa proporcionada a la talla de su persona, reunieran todos los frag­ mentos de mármol que pudiesen encontrar y al mismo tiempo llevaran agua y madera para disponer al cabo de su cuerpo. Mien­ tras cada una de esas tareas se cumplía, Nerón sollozaba y repe­ tía una y otra vez: “ ¡Qpé artista pierde el mundo!” .29 Los lectores modernos malinterpretan constantemente esta frase de Nerón, y las traducciones dadas aquí son representativas de ello.30 Arti­ fex, technites en el griego de Dión, puede significar “artista” en el sentido de intérprete, pero con seguridad el significado primario es aquí “arte­ sano” . Otra vez, el contexto es esencial: Nerón está dirigiendo la cons­ trucción de su última morada, una simple fosa en el suelo decorada con fragmentos sueltos de mármol, y es por lo tanto un artesano. Y otra vez la observación tiene un tono entre sublime y ridículo, comparable a la del agua hervida: no es una gran tumba sino un patético agujero en la tie­ rra, y Nerón alerta sobre el contraste entre el gran artista que fue antaño y el lamentable artesano en que se ha convertido, “mientras cada una

de esas tareas [artesanales] se cumplía” . En otras palabras, no dice “ qué artista muere conmigo” sino virtualmente lo contrario, tan bajo ha caído: “ ¡Qué artesano soy en mi agonía!” La lección es simple, pero digna de destacarse. Nuestra imagen de Nerón el egomaníaco, el monstruo, es tan fuerte que corremos el peligro de caer en la misma trampa que Tácito, Suetonio y Dión Casio, esto es, la de encajar las pruebas recolectadas en nuestra imagen preconcebida del tirano. “ ¡Qué artista muere conmigo!” parece una frase tan justa para Nerón; pero no es lo que dijo, y ni siquiera lo que se dice que dijo. En suma, nuestras tres principales fuentes para la vida de Nerón, todas ellas muy reprobatorias de su persona, derivan gran parte de su relato de otras tres fuentes hoy perdidas, dos de las cuales eran decididamente negativas, mientras que la tercera mostraba de forma notoria una mayor imparcialidad. Puede demostrarse que Tácito, Suetonio y Dión supri­ mieron informaciones que podrían haber puesto al emperador bajo una luz más favorable, y presentaron como hechos lo que no era en modo alguno seguro. En el capítulo anterior investigamos las extensas huellas de una larga tradición que lo veía como un buen hombre y un buen gober­ nante. ¿Dónde nos deja esto? No hay necesidad de blanquear a Nerón: fue un mal hombre y un mal gobernante. Pero hay sólidas pruebas que sugieren que nuestras fuentes principales erraron al representarlo tan mal, y crearon así la imagen de un monstruo desequilibrado y ególatra, vivi­ damente exaltada por los autores cristianos, que ha regido a tal punto la imaginación escandalizada de la tradición occidental durante dos mile­ nios. La realidad era más compleja. En la lectura de Tácito y sus colegas es preciso tener presentes dos principios de saludable escepticismo. Al considerar los hechos que nos pre­ sentan, debemos no sólo ponderar su exactitud y probabilidad, sino tam­ bién estar alertas ante la interpretación constante y a menudo implícita que dichos autores hacen de esos hechos: nunca debemos aceptar esa interpretación sin cuestionarla. Y nunca, jamás, debemos aceptar sin cuestionamientos sus explicaciones de los motivos de Nerón.

Ill R E T R A T O D E L A R T IS T A

E l pueblo [ . . . ] contempló y aplaudió antaño a un actor emperador [scaenici imperatoris]. P l in io

No espora maravillarse que un noble actúe en una farsa, cuando el emperador toca la lira [citharo­ edo principe]. J

uven al

Lo arrebató, sobre todo, un capricho por la popu­ laridad. [ . .. ] La creencia general era que después de sus victorias en el escenario habría de compe­ tir durante el siguiente lustro con los atletas en Olimpia. [ . .. ] Aclamado como el igual de Apolo en música y el igual del Sol en la conducción de una cuadriga, planeó también emular las proe­ zas de Hércules. S u e to n io 1

d.

acuerdo con la tradición, los Juegos Olímpicos se celebraron por primera vez en 776 a.C, en honor del Zeus de Olimpia, en Grecia cen­ tral. Con el paso de los siglos se añadieron otras competiciones a las carre­ ras pedestres y los torneos de lucha de los comienzos -carreras de caballos y de cuadrigas, lanzamiento del disco y la jabalina, boxeo, salto en largo y unas cuantas más-, y su duración se amplió de uno a cinco días. Muchos otros certámenes internacionales se establecieron para honrar a diferen­ tes dioses, enGrecia y elextranjero, pero durante más de mil años las olimpíadas siguieronsiendo el pináculo de una trayectoria, dado que los atletas victoriosos conquistaban gloria eterna, coronas de laurel de Zeus

Olímpico y premios y pensiones de sus ciudades natales, arrobadas de felicidad. Con independencia de las guerras y los desastres naturales, los juegos siguieron realizándose en Olimpia cada cuatro años en pleno verano, y cada celebración marcaba el comienzo de una nueva olimpía­ da. Desde el siglo III a. C. en adelante, toda la cronología griega se basó en esas olimpíadas cuatrienales o se sincronizó con ellas. Sólo una vez se perturbó este ciclo fundamental del tiempo histórico. Nerón llegó a Grecia a principios del otoño de 66, acompañado por una amplia y colorida comitiva y dispuesto a participar en los principa­ les certámenes griegos. Para hacerlo debía superar el obstáculo de que los diferentes torneos se celebraban en años diferentes, razón por la cual ordenó que se llevaran a cabo todos juntos dentro del año de su visita. En consecuencia, algunos de ellos tendrían que realizarse dos veces, pero losjuegos Olímpicos, cuya celebración estaba programada para el año 65, se postergaron efectivamente, por primera vez en más de ocho siglos, hasta la llegada de Nerón al año siguiente. El emperador, que anhelaba con desesperación la gloria que se con­ quistaba en ésa, la más tradicional de las competiciones, estaba resuelto, no obstante, a recrear la tradición según su propio punto de vista. Los juegos de la 211.a Olimpíada no sólo se postergaron un año, sino que tam­ bién se trasladaron del verano al otoño. Por primera vez, a los certáme­ nes atléticos se agregaron competiciones artísticas que incluían el canto y la actuación, en beneficio de Nerón. En la zona próxima al gimnasio donde los visitantes de los juegos habían armado sus tiendas durante siglos, el emperador levantó un elaborado pabellón, con apariencia de tienda pero de carácter permanente, mientras que cerca del gran san­ tuario de Zeus construyó una lujosa palestra para entrenarse. Durante una peligrosa carrera cayó de su carro, pero los jueces helénicos a cargo de los juegos le otorgaron, no obstante, la corona de la victoria; Nerón recompensó con un millón de sestercios a estos funcionarios tradicio­ nalmente no remunerados. Sin lugar a dudas, el emperador ganó todos los certámenes en que participó. Tras su muerte los juegos recuperaron su ciclo habitual y la 212.a Olimpíada se inició en 69, según lo previsto, pero el audaz experimento de Nerón dejó una mancha permanente: por razones cronográficas la 211.a Olimpíada no podía omitirse, pero los registros olímpicos oficiales de Elide no mencionaron los juegos ni a sus ganadores.2

Nerón no fue a Grecia a ver los paisajes: fue para ser visto. 3 En la prác­ tica, el “filohelenismo” del que se vanagloriaba era marcadamente limi­ tado. El primer emperador gobernante en visitar la antigua Grecia desde Augusto no se comportó como solían hacerlo los turistas romanos. Con algunas excepciones, ignoró los grandes santuarios y no fue iniciado en ningún misterio religioso. No fue a Atenas a estudiar con los filósofos y retóricos de su época, y no hay constancia de ninguna docta entrevista con ningún custodio de la cultura helénica. Por sorprendente que parezca, aunque pasó un año en la provincia de Acaya, el gran filoheleno no pisó Atenas ni, para el caso, Esparta. ¿Por qué? L a presencia de Nerón está bien atestiguada en cinco ciudades y en ellas, como grupo, se encuen­ tra la respuesta. Su único objetivo era competir en los seis grandes cer­ támenes atléticos y artísticos de sus días: los Juegos Actianos en Nicópolis; los Juegos Olímpicos en Olimpia; los Juegos Ñemeos y de Hera en Argos; losjuegos Istmicos en Corinto y los Juegos Pitios en Delfos. Antes de dejar Roma, Nerón anunció que deseaba llegar a ser un periodonikes, ganador del circuito de grandes juegos festivos, y mientras recorría Grecia acu­ mulando premios, tanto soldados cuanto civiles lo aclamaban como perio­ donikes pantonikes, vencedor del circuito y conquistador de todo.4 La cronología de su visita en 66 y 67, el itinerario alrededor de la provincia y los certámenes y juegos en que participó: muy poco se sabe con cer­ teza.5 Pero sí sabemos en qué tipos de torneos compitió Nerón. Eran cua­ tro : el emperador de Roma cantó en el escenario al son de la lira que él mismo tocaba; actuó en tragedias utilizando máscaras y vestuario y con uno o más actores de reparto; intervino en carreras de cuadrigas en varios lugares, y participó en los certámenes de heraldos, de modo que pudo anunciar sus propias victorias.6 La expedición griega (peregrinatio Achaica), fue el cénit o el nadir de su trayectoria como intérprete. Su conducta en Grecia suscitó una mezcla de emociones en los escri­ tores posteriores: indignación, desprecio y hasta admiración deslumbrada. En el centro de estas respuestas e incluso de la elección misma del mate­ rial que se daría a conocer hay una paradoja. Podría no haber habido ningún cuestionamiento serio en cuanto al desenlace de las competicio­ nes. Nerón había ganado todos los certámenes en que había participado en Italia, y hasta se le habían otorgado premios por los cuales no había competido; además, mucho antes de su llegada a Grecia, las ciudades que celebraban competiciones artísticas solían enviarle sus coronas de

la victoria por la interpretación de la lira.7 El descenso del emperador al escenario o al hipódromo y la confusión de patrono y ejecutante sofo­ caban eficazmente cualquier competencia honrada, no obstante lo cual Nerón parecía olvidar la realidad. En muchas de sus palabras y hechos en otros contextos podemos vislumbrar indicios -a través o a pesar de nuestras fuentes- de humor, aunque extravagante, y a menudo de autodramatización irónica, pero cuando consideramos sus actuaciones con­ cretas desde 65 en adelante percibimos una verdadera obsesión. Hacia el final de su reinado, al menos, el aspecto de la vida que Nerón tomaba con mayor seriedad era la actuación. Esa fijación es el tema subyacente de su aventura griega, cuando observaba con detenimiento y trataba de regular no sólo su propia conducta sino la de sus competidores, sus jue­ ces y su público. Aun cuando demos por descontada la intensa hostili­ dad de nuestras fuentes, la estancia de Nerón en Grecia se parece de forma desconcertante a una grandiosa fantasía. E l emperador desempeñó su papel en ella con absoluta seriedad. Antes de competir padecía un terrible miedo escénico, y mientras cantaba obe­ decía con diligencia las reglas: nunca se atrevía a escupir y se enjugaba con el brazo el sudor de la frente (los pañuelos estaban prohibidos). Cuando actuaba en tragedias utilizaba todo el vestuario, con botas de caña alta y máscara; en ocasiones, esta última mostraba la apariencia del personaje y otras veces su propio retrato, pero en el caso de papeles femeninos siempre reproducía el rostro de su difunta mujer, Popea Sabina. Una vez, mientras actuaba en una tragedia, dejó caer y recuperó rápi­ damente su cetro. Se sintió aterrorizado ante la posibilidad de que la torpeza significara su descalificación, pero el actor que lo acompañaba le aseguró que el público, en su entusiasmo, ni siquiera la había adver­ tido. Una tradición ulterior exageró y adornó ese miedo escénico: se sos­ tenía que Nerón temía hacer una mala entrada, utilizar el vestuario inapropiado y hasta elegir el cetro equivocado, y Dión confirma, de hecho, que hablaba, actuaba y sufría en el escenario tal como lo hacían los actores comunes y corrientes, con la única excepción de que, cuando la trama exigía que estuviera encadenado, las cadenas no eran de hierro sino de oro, como era propio de un emperador.8 Esta minuciosa observancia de las reglas de la competición se deja ver en la primera actuación pública de Nerón en Roma, durante los segun­ dos Juegos Neronianos, celebrados en 65. Según el relato de Tácito: “Entró

en el teatro y se ajustó a todas las leyes de la ejecución del arpa, sin sen­ tarse cuando estaba cansado, ni enjugarse la transpiración con otra cosa que la vestimenta que usaba, ni permitir que lo vieran escupir o hur­ garse la nariz. Por último, dobló una rodilla para saludar al público con­ gregado con un movimiento de la mano y esperó el veredicto de los jueces con fingida ansiedad” . Fingida ansiedad (Ficto pavore)', el fingimiento es, con seguridad, un comentario de Tácito, pues Suetonio, al referirse a la gira de Nerón por Grecia, señala que “apenas puede darse crédito a la agitación y ansiedad con que participaba en los certámenes, su vehemente rivalidad con los adversarios y el temor reverencial que le suscitaban los jueces” , y procede a ilustrar su comportamiento.9

La perfecta seriedad con que encaraba la actuación se ve confirmada por su completa entrega a la ejercitación. Desde los inicios de su rei­ nado, una década antes de empezar a competir con la lira en público, se consagró a la disciplina: Tan pronto como llegó a ser emperador envió a buscar a Terpno, el más grande maestro de lira de esos días, y tras escucharlo cantar luego de la cena durante muchos días seguidos hasta bien avanzada la noche, comenzó poco a poco a practicar, sin descuidar uno solo de los ejercicios que los artistas de esa clase acostumbran llevar a cabo para preservar o fortalecer la voz. Solía, en efecto, tenderse de espaldas con una plancha de plomo sobre el pecho, purgarse mediante lavativas y vómitos y negarse los frutos y alimentos noci­ vos para la voz. Plinio agrega que solía cantar mientras estaba echado con la plancha de plomo encima, y llegaba al extremo de no comer otra cosa que cebo­ llino en aceite ciertos días de cada mes. Nerón mantendría escrupulosa­ mente este tipo de ejercitación y disciplina a lo largo de su reinado y hasta sus últimos días, con resultados fatales.10 No ha llegado hasta noso­ tros ninguna evaluación antigua de su destreza como auriga, pero está claro que había dos opiniones sobre su talento como cantante y actor. La tradición principal sostiene que su voz era “ronca y débil” o “escasa e in­ distinta”, y la leyenda que lo vio reencarnado lo presentó como una rana. Por otro lado, un crítico anónimo se refirió a sus “canciones dulces como la miel entonadas con melodiosa voz” ; otros autores mencionan una voz pobre muy mejorada por los ejercicios; un crítico contemporáneo admi­ tía que cantaba bien, y los falsos nerones, para tener éxito, debían mos­ trar su destreza con la lira y el canto.11 Es decir, que tenía algún talento, pero, talentoso o no, su meticulosi­ dad en la ejercitación y la etiqueta de la competición sugiere que creía en sus aptitudes. Cuando Víndex lo insultó en edictos que circularon en sus últimos días, nada lo afligió más que la mofa de que era un mal cita­ rista (malum citharoedum). La acusación se refuta por sí sola, dijo Nerón: ¿cómo podía acusárselo de carecer de destreza en un arte en el que se había esforzado tanto por perfeccionarse? No obstante, con frecuencia preguntaba a la gente si conocían a alguien superior.12 Esa misma inse­

guridad es reveladora: sabía que era bueno, pero no tenía la certeza de cuánto. Acaso cuando actuaba todos los demás fingían estar impresio­ nados, pero él lo hacía con absoluta seriedad. Sabía que, para un hom­ bre en su posición, las apuestas eran altas. Según Dión, todas sus victorias se proclamaban de este modo: “Nerón César gana este certamen y corona al pueblo romano y el mundo civilizado” .13 Era, por consiguiente, en extremo competitivo. Si sus rivales en la gira griega eran tan talentosos como él, solía tratarlos de manera respe­ tuosa y procuraba ganarse su favor, pero los calumniaba en privado. A veces los miraba ceñudo mientras daba un paseo con sus asistentes, y en otras oportunidades les lanzaba verdaderos denuestos. Si eran de talento superior, en cambio, intentaba generalmente sobornarlos. No sabemos cómo reaccionaban esos rivales, pero en el arte de tocar la cítara se incluían el más grande virtuoso de la época, Terpno, su maestro, y Dio­ doro, que al menos tuvo la alegría de montar en la cuadriga de Nerón cuando éste, ya de regreso en Roma, celebró un triunfo por sus victorias artísticas en Grecia.14 Suetonio afirma además que Nerón atacó incluso la memoria de ante­ riores vencedores en los juegos sagrados, y ordenó que sus estatuas y bus­ tos fueran derribados y arrastrados a las letrinas. Esto es con seguridad una exageración, pero la acusación de que injurió al menos a algunos competidores persiste en la tradición: se alega que no sólo derrotó al ya jubilado citarista Pamenes, a quien había obligado a salir de su retiro, sino que también cometió desmanes con sus estatuas. Una fuente de dudosa fiabilidad va aún más allá y asevera que Nerón hizo que un actor trágico rival fuera grotescamente asesinado en los Juegos Istmi­ cos: le destrozaron la garganta con las tabletas de escritura de otros actores.15 Cierto o no, vuelve a espetársele la acusación de que sus riva­ lidades artísticas eran letales. Mientras aún estaba en Grecia, su agente en Roma presuntamente hizo matar a un noble y su hijo porque no que­ rían renunciar al patronímico Pítico, “Vencedor Pitio”, un título que ahora pertenecía a Nerón luego de sus triunfos en los Juegos de Delfos. Y tras su regreso a Roma, el emperador ordenó el asesinato del pantomimo Paris, según una versión, porque deseaba que éste le enseñara el arte de la danza pero él no tenía talento para aprenderlo, mientras otra versión aduce que lo mató simplemente porque era un serio rival. Ambas histo­ rias pueden ser en realidad una sola.16

Que su competitividad agresiva pudiera conducirlo (o se creyera que lo había conducido) al crimen no es difícil de entender. Una histo­ ria es particularmente reveladora. En un notorio incidente ocurrido en los Juegos Olímpicos, Nerón trató de correr en un tiro de diez caballos. Cayó del carro y volvió a trepar a él, o, mejor, volvieron a subirlo, (repo­ situs), pero no pudo terminar la carrera. Los jueces, de todas maneras, le concedieron la corona. Es fácil reaccionar con desprecio ante este epi­ sodio: a pesar de caer de su carro, recibió el premio de manos de los serviles griegos. Pero la respuesta adecuada debería ser el pasmo. La conducción de un carro tirado por dos o cuatro caballos era difícil y peli­ grosa en el mejor de los casos, y exigía una destreza extraordinaria: “Los encontrones y los choques frontales eran la regla y no la excepción” . El intento de controlar, para no hablar de dirigir, un tiro de diez caba­ llos durante 12 vueltas en una pista con curvas cerradas era un acto de arrogancia que el propio Nerón había criticado en un amigo, Mitrídates, rey del Bosforo. No obstante, él se había sentido impulsado a inten­ tarlo, justamente porque su amigo lo había hecho. Cuando cayó del carro, se nos dice, estuvo muy cerca de ser atropellado. Sin embargó, a despecho del miedo y el dolor, insistió en volver a la carrera. En otro hombre que no fuera Nerón esto se habría considerado como una mues­ tra de valor, aunque temerario. Pero lo que debe señalarse es tanto la magnitud de la locura como la extraordinaria resolución para intentarla. Esto no era simulación: era obsesión.17 No es de sorprender que Nerón viviera temeroso de los jueces, sobre todo de los que actuaban en los Juegos Olímpicos, que blandían látigos y a quienes (así informa Dión) trataba de sobornar. Antes de comenzar a actuar, solía dirigirse a ellos con el mayor respeto: “He hecho todo lo que tenía que hacer, pero el resultado está en manos de la Fortuna; vosotros, hombres prudentes y experimentados, deberéis desechar todo lo que corresponda al mero azar” . Cuando le daban seguridades se mar­ chaba un poco más calmo, pero aun entonces se preocupaba y no ocul­ taba su sospecha de que la presunta humildad silenciosa de los jueces era en realidad lóbrega malicia. Sin embargo, no sólo recompensó con gran liberalidad a los jueces olímpicos que lo premiaron con la corona por la carrera de carros, a pesar de no haber completado el recorrido, sino que también otorgó a los jueces ístmicos una gran suma de dinero, así como la ciudadanía romana.18

Todos los grandes actores tenían su claques {fautores histrionum) que los vitoreaba y animaba al público con elaborados cantos rítmicos y palmas. En sus Juegos Juveniles privados, celebrados en 59, Nerón presentó por primera vez a sus augustianos, caballeros romanos en la flor de la edad que circulaban día y noche con aplausos y alabanzas a la belleza y la voz celestiales de Nerón: “ ¡Bello César, Apolo, Augusto, otro pitio! Por ti [juramos], César, nadie puede vencerte” . Hacia la época de la pri­ mera aparición de Nerón en público, ocurrida en Nápoles en 64, estos caballeros romanos contaban con el apoyo de unos cinco mil intrépidos jóvenes plebeyos. Se dividían en grupos (factiones), para aprender las dife­ rentes y elaboradas formas de aplaudir (importadas de Alejandría) - “los zumbidos” , “las tejas” , “los ladrillos”- que habían cautivado al empera­ dor y que ejecutaban llenos de vigor mientras él cantaba. Pues también ellos eran actores, distinguibles en virtud de una especie de uniforme, pelo grueso, ropa de petimetres y la mano izquierda sin anillos.19 Acom ­ pañaron a Nerón a Grecia y regresaron con él para celebrar su triunfo en Roma en 68, donde marcharon detrás de su carro mientras gritaban que eran los augustianos y soldados de su triunfo y, con seguridad, diri­ gían las aclamaciones: ¡Salve, vencedor olímpico! ¡Salve, vencedor pitio! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡A Nerón Hércules! ¡A Nerón Apolo! ¡El único ven­ cedor de la gran recorrida, el único desde el comienzo de los tiem­ pos! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Celestial voz: benditos quienes te escuchan! También se alega que el público era objeto de un estricto control durante las actuaciones del emperador, en Grecia sin lugar a dudas y tal vez en los Juegos Neronianos de 65, pero no está claro si esta situación se debía a una orden de Nerón. Las puertas se cerraban y nadie podía abando­ nar el teatro. Se nos cuenta que algunas mujeres llegaron a dar a luz en él, mientras muchas personas desesperadas se arrojaban desde lo alto de los muros o simulaban estar muertas para que las sacaran del lugar. Tácito dice que los soldados golpeaban a quienes no aplaudían con el entusiasmo debido y que varios caballeros murieron, fuera a causa de las aglomeraciones o por permanecer en los mismos asientos día y noche. Según Dión, aquellos cuya emoción no llegaba a las alturas del éxtasis

no eran admitidos a la presencia del emperador. Suetonio se hace eco de este aspecto en un pasaje de su relato, cuando afirma que la amistad del emperador se otorgaba o negaba en función del ardor con que se lo alababa. En otro lugar menciona un ejemplo concreto: cuando Nerón cantaba, uno de sus compañeros, el futuro emperador Vespasiano, o bien se iba del teatro con frecuencia o se quedaba dormido; como resultado de esas actitudes, Nerón, profundamente ofendido, lo excluyó de su comi­ tiva y se negó a admitirlo a su presencia. También en este caso una tra­ dición ulterior exageró ese retrato de un tirano, al extremo de imaginar el enjuiciamiento de los espectadores: “No has venido a escuchar a Nerón”, “has venido pero estuviste distraído”, “ te has reído”, “no aplaudiste” , “no has hecho sacrificios en homenaje a su voz, con una plegaria para que el emperador tuviera aún más éxito con ella en Delfos” .20 Lo más impor­ tante, con todo, es que se nos cuenta - y el relato es fiable- que las mul­ titudes en general y los soldados en particular aprobaban sus actuaciones y elevaban sus alabanzas a él. Un cínico podría decir que Nerón com­ praba sus favores como lo había hecho con el favor de los jueces: con­ quistó al pueblo con su anuncio de la liberación de Grecia; los soldados, por su parte, habían sido sobornados (así se nos dice).31 Así, tenemos la imagen de un emperador que creía en su talento, un emperador que suponía que, al actuar, representaba a Roma con tanta certeza como un general en campaña, un emperador que competía te­ nazmente en los escenarios o en el circo, ante millares de sus súbditos. A través de requiebros o amenazas, rivales, jueces y público se veían en la necesidad de seguir el juego. ¿Cómo había llegado el principado a ese extremo, y qué significaba éste? Los spectacula, losjuegos romanos, considerados durante mucho tiempo como un asunto periférico en el estudio de la vida romana -a lo sumo un tosco esparcimiento-, han asumido una posición central en la com­ prensión moderna de esa vida.22 En los días de Nerón había una amplia gama de entretenimientos públicos a disposición de los romanos ricos y pobres, que los encontraban sobre todo en tres lugares. Si el tamaño es un indicador de la popularidad, debe deducirse que la diversión más popular estaba en el circo, la larga elipse dedicada a las carreras de cua­ drigas; en Roma, el ámbito más grande para ello (pero en modo alguno el único) era el Circo Máximo, que se encuentra en el valle entre las coli-

nas del Palatino y el Aventino, sobre una extensión de unos 650 por 125 metros y con una capacidad estimada de ciento cincuenta mil personas. A continuación debe mencionarse el anfiteatro, un imponente cilindro abierto, aproximadamente circular, en el que los espectadores rodea­ ban y contemplaban la arena, donde los gladiadores luchaban unos con otros, grupos de cazadores perseguían animales salvajes y los delincuentes eran ejecutados, y donde también se podían recrear (cuando se la inun­ daba) batallas navales. La más grande de estas instalaciones, cuya cons­ trucción se inició poco después de la muerte de Nerón, era el Anfiteatro Flaviano, el famoso Coliseo, que podía albergar entre setenta mil y ochenta mil espectadores; con anterioridad, la arena de mayores dimensiones había sido la del Anfiteatro de Estatilio Tauro, situado en un lugar inde­ terminado del Campo de Marte y destruido en el Gran Incendio de 64. El tercer tipo de edifico destinado al esparcimiento, mucho más pequeño, era el teatro semicircular donde varios millares de espectadores podían ver y escuchar toda clase de espectáculos teatrales, musicales y de danza en el escenario y la orquesta. De ellos, el más importante, a menudo lla­ mado simplemente el Teatro, era el Teatro de Pompeyo, que tenía tal vez capacidad para alrededor de 12 mil personas y también se encon­ traba en el Campo de Marte, como los otros dos grandes teatros, el de Marcelo (quizá para unos 13 mil espectadores) y el de Balbo (ocho mil).23 De hecho, las funciones de los tres ámbitos -teatro, anfiteatro y circose superponen. Los juegos concretos (ludi), podían incluir algunos tipos de actividad o la totalidad, y con excepción de las carreras de cuadrigas era posible celebrarlos en cualquiera de los tres lugares. L a confusión de categorías tiene una buena ilustración en la inauguración del Teatro de Pompeyo en 55, cuando se realizaron en él certámenes tanto musi­ cales como atléticos, mientras en el Circo unos quinientos leones fueron sacrificados a lo largo de cinco días y 18 elefantes lucharon con hom­ bres cubiertos por pesadas armaduras.24 El vocabulario del espectáculo también desdibuja las distinciones fáciles: histrio, actor, puede significar asimismo bailarín (en la pantomima); la palabra “teatro” puede aludir de igual manera a un anfiteatro, y cantare, cantar, significa a veces actuar en una tragedia. Esta vaguedad de los límites es significativa: el com­ bate de los gladiadores es sumamente teatral, por ejemplo, mientras que el sexo y la violencia reales pueden irrumpir en el escenario. Todos los esparcimientos públicos se subsumían en el término “espectáculo”,

a tal punto que entre finales de la República y comienzos del Imperio el civis Romanus (se ha sostenido) se convirtió en homo spectator. Según lo demostró Ludwig Friedlaender hace más de un siglo, y se ha confirmado reiteradas veces, los juegos romanos, lejos de ser entreteni­ mientos periféricos, constituían un acto central del Imperio. El satírico Juvenal lo mostró con un célebre y sombrío cariz: el pueblo romano “hizo a un lado sus inquietudes cuando dejó de vender sus votos. Pues aque­ llos que antaño otorgaban autoridad, bastones de mando, legiones, todo, ahora se limitaban a rogar con ansiedad apenas por dos cosas: panem et circenses, pan y circo” . Sin embargo, el orador y maestro de emperado­ res Cornelio Frontón, contemporáneo de Juvenal pero más joven, expresó la misma cuestión en términos mucho más positivos. Con referencia al éxito del emperador guerrero Trajano en las artes de la paz y su vasta popularidad concomitante, Frontón escribió: El hecho de que el emperador no desatendiera ni siquiera a los actores y los demás intérpretes de la escena, el circo o el anfitea­ tro, a sabiendas de que, por encima de todo, dos cosas preservan con firmeza la adhesión del pueblo romano, el reparto de granos y los espectáculos (annona et spectaculis), así como el hecho de que el éxito de un gobierno dependa tanto de los esparcimientos como de cosas más serias, parecen fundarse en los más elevados princi­ pios de sabiduría política; el descuido de los asuntos serios entraña la mayor pérdida, el descuido de los esparcimientos, el mayor des­ contento; [...] sólo las liberalidades en materia de alimentos per­ miten la pacificación singular e individual del proletariado inscripto en el registro de granos, mientras que el buen humor del popula­ cho se mantiene mediante los espectáculos.25 En la década de 50 a. C., Cicerón había afirmado que “hay en espe­ cial tres lugares donde el pueblo romano puede dar expresión a su jui­ cio y su sentimiento: las reuniones públicas, los comicios y los juegos y espectáculos de gladiadores” .26 Desde las últimas décadas de la Repú­ blica, los juegos -en particular las piezas teatrales, los combates gladia­ torios y las carreras de cuadrigas- adoptaron en Rom a un cariz cada vez más francamente político. En ellos, el pueblo romano, con frecuen­ cia instado por claques pagadas pero más a menudo, al parecer, de forma

espontánea, aprovechaba el carácter multitudinario y el anonimato para proclamar ante sus líderes, a gritos y de manera directa, sus puntos de vista sobre los asuntos públicos del momento. En general se entendía que dentro de los confines especiales de un teatro, un circo o una arena podían decirse cosas que era imposible mencionar en otros lugares: para ilus­ trar esa situación, Tácito habla de licencia teatral (theatralis licentia).27 Esas expresiones de sentimiento popular podían suscitarse a raíz de cual­ quier cuestión: un impuesto, una ley, la escasez de granos o la populari­ dad o impopularidad de hombres y mujeres eminentes, cuyo porte público y vida privada podían ser objeto de un escrutinio inmisericorde, a menudo en su presencia. Este canal de expresión proporcionado por los juegos cobró aún más importancia bajo el principado, cuando el régimen uni­ personal sofocó la política republicana y las instituciones del debate (los mítines públicos) y el voto (las asambleas) desaparecieron. En los ju e­ gos pronto se hizo una costumbre que el pueblo planteara pedidos direc­ tos al emperador, a menudo para determinar el destino de un individuo, desde liberar a un gladiador exitoso hasta desplazar a un cortesano odiado, y muchas veces para obtener concesiones públicas como una reducción de los impuestos o del precio del grano. E l emperador convencional­ mente “bueno” (el princeps civilis), siempre daba curso favorable a esos pedidos o presentaba sus razones para no hacerlo, y de ser posible lo hacía en persona, con sus propias palabras y gestos. De ese modo podía cerciorarse, a su vez, de la lealtad de su pueblo, dar a éste la seguridad de que sus intereses eran recíprocos y disminuir la tensión pública. En resumen, la licencia teatral siguió siendo un importante elemento de la vida pública en la Roma imperial. Los juegos mismos -se ha señalado- se convirtieron en una suerte de teatro político : todos ellos tienen, en efecto, un fuerte elemento teatral. Como una obra, se celebraban en un momento y un lugar especiales, seguían reglas elaboradas y los propios espectadores representaban un papel específico. No es difícil definir cuál era ese papel. Las reglas varia­ ban de acuerdo con el lugar (teatro o anfiteatro; el circo era un ámbito mucho menos regulado), cambiaban con el tiempo y su observancia expe­ rimentaba fluctuaciones considerables, pero por convención y por ley, a partir del siglo I a. C., se exigía que en losjuegos públicos también los espectadores· usaran un vestuario determinado: los ciudadanos comu­ nes debían llevar sus togas, que en el caso de los senadores y caballeros

tenían marcas especiales indicadoras de su rango; los soldados debían exhibir sus condecoraciones, y pontífices y sacerdotisas tenían que ves­ tir sus túnicas ceremoniales. Para subrayar la formalidad de la ocasión, los espectadores se ubicaban en sectores asignados no con arreglo al pre­ cio de la entrada o la calidad de la visión, sino según su lugar en la sociedad: senadores y caballeros en las primeras filas, soldados y civiles separados, casados y solteros, libres y esclavos, etcétera.28 Vestidos, enton­ ces, con la ropa apropiada y situados de acuerdo con el agrupamiento social pertinente, los miembros del público no eran meros espectadores sino también actores que se representaban a sí mismos, el pueblo romano. Así, detrás del cinismo de Juvenal y los severos preceptos de Frontón acerca de “annona et spectacula” había, una verdad positiva: los juegos se prestaban a un diálogo ritualizado entre el emperador y su pueblo. Las ambigüedades de los juegos romanos y lo desdibujado de la dis­ tinción entre espectáculo y espectadores se extienden al papel de los intérpretes. A primera vista había un enorme abismo entre ellos y la audiencia. El límite físico, ampliado por un espacio abierto o una barrera y definido de forma vertical (los espectadores miraban hacia abajo), era vigorosamente reforzado por una divisoria social: por definición, los intér­ pretes eran diferentes e inferiores. En su abrumadora mayoría los acto­ res, bailarines, gladiadores y aurigas eran de origen extranjero, a menudo del Oriente griego, y las más de las veces ex esclavos o descendientes de esclavos. A ojos de algunos, también solían ser inmorales, artificiosos, de una sexualidad ambigua y además -algo que era igualmente desprecia­ ble para los romanos anticuados- cobraban por sus servicios. No obstante, al mismo tiempo podían ser símbolos sexuales poderosamente atractivos por nacimiento y formación; podían llegar a ser incluso héroes cultura­ les de dimensiones sobrehumanas y sus imágenes circulaban por doquier en todos los tipos imaginables de prendas de recuerdo; la fortuna de algu­ nos estaba más allá de los sueños de cualquier avaro, y eran idolatrados por el pueblo y festejados por la aristocracia. Séneca señaló: “Podría mos­ trarte a jóvenes de la más azul de las sangres que están subyugados por bailarines: no hay servidumbre más desdichada que la voluntaria” .29 La ambivalencia más profunda con respecto a los intérpretes y la actua­ ción se descubriría dentro de las clases superiores instruidas, que podían menospreciarlos y temer a la vez su efecto disruptivo sobre la sociedad. Sus objeciones tenían dos aspectos: los críticos consideraban políticamente

sospechosos los espectáculos en el sentido de que (según la formulación sucinta de un especialista moderno, con referencia exclusiva al teatro) “congregaban a la gente sin ningún propósito legítimo, la excitaban, cos­ taban dinero y otorgaban popularidad al donante” ; y los juzgaban moral­ mente corruptos en cuanto (de acuerdo con la formulación atribuida a un senador conservador en el Diálogo sobre los oradores de Tácito) la pasión romana por actores, gladiadores y caballos, inculcada casi en el seno materno, desplazaba cualquier virtud.30 Al mismo tiempo, otros miem­ bros de la aristocracia no sólo compartían la pasión común por los acto­ res y los juegos, sino que sentían un deseo irresistible de salvar la brecha que los separaba del espectáculo, así como los intérpretes y la actuación entraban a la vida real. Generación tras generación, desde los días de Julio César, había numerosos senadores y caballeros que sucumbían una y otra vez al impulso de actuar en público en los juegos, fuera como actores en la escena o como luchadores en la arena (pero en contadas ocasiones como aurigas en el circo), no motivados por la pobreza o la coerción, sino por­ que querían hacerlo. Ese deseo era muy contrario al mantenimiento de la dignidad aristocrática, y una serie de disposiciones legales reiteraron complejas (y con frecuencia escarnecidas) prohibiciones que impedían a los integrantes de los dos órdenes superiores de la sociedad y a sus fami­ lias inmediatas actuar en escenarios públicos o combatir en la arena.31 (Al parecer, la conducción profesional de cuadrigas era para la aristocra­ cia un pasatiempo mucho menos seductor: su condición de aficionados se respetaba con mayor rigor, los profesionales eran menos estigmatiza­ dos por la ley y la sociedad y no hay pruebas de la existencia de impe­ dimentos legales).32 Así, Nerón hizo lo que muchos de sus pares habían hecho durante gene­ raciones. Cuando se presentó ante el público en 59 como auriga y actor, pudo apelar a la Antigüedad. Recordó a sus súbditos que las carreras de caballos eran el pasatiempo de los reyes y que a ellas se entregaban los dirigentes del Estado (romano), como permite constatarlo, en efecto, una abundante cantidad de pruebas de la época de la monarquía y los pri­ meros tiempos de la República.33 También sostuvo, y con acierto, que honraban a los dioses: en Roma, las carreras tenían un origen religioso, y una procesión que trasladaba a los dioses desde el Capitolio hasta el Circo marcaba el comienzo de cada juego circense (ludi circenses). En cuanto al arte del citarista, Nerón señaló que las canciones estaban con­

sagradas a Apolo y que las imágenes del gran dios omnisciente apare­ cían con el atuendo de un cantante no sólo en las ciudades griegas sino también en los templos romanos. Nuestras principales fuentes antiguas (Tácito, Suetonio y Dión) son un tanto engañosas en lo que se refiere a las actuaciones de Nerón: desde su punto de vista, éste no sólo deshonró su dignidad, sino que la elite de Roma tuvo que ajustarse a sus planes, movida por el miedo, la lisonja o el soborno. De hecho, las pruebas de coerción son escasas y poco fiables, no obstante lo cual la imagen con que Tácito presenta a Burro, prefecto pretoriano de Nerón que solloza mientras suscita una salva de aplausos, es imborrable. Como hemos visto, el anhelo de actuar distaba de ser patri­ monio exclusivo del emperador, y Tácito admite que algunos hombres, en realidad, cedían a sus gustos porque querían. El ex cónsul y futuro emperador Vitelio no ocultaba, mucho después de la muerte de Nerón, que lo había admirado y disfrutado verdaderamente con su canto, mien­ tras que Fabio Valente (cónsul en 69), de joven, había actuado en pan­ tomimas en los Juegos Neronianos, al principio “por las dudas”, como si se tratara de una necesidad, y luego por su propia voluntad. En opi­ nión de Tácito estos hombres eran ejemplos de depravación; pero ¿qué podía decir del serio historiador Cluvio Rufo, en quien había confiado como autoridad y que, en su carácter de ex cónsul, se había desempe­ ñado como heraldo de Nerón cuando éste cantó en Roma en 65 y en Grecia un año después? No lo sabemos, pero Tácito menciona sin comen­ tarios un curioso incidente en que se vio involucrado Trásea Peto, el crí­ tico conservador de Nerón. Trásea se mostró particularmente frío con los Juegos Juveniles de 59, en los que el emperador actuó como citarista; el hecho causó gran fastidio en Nerón, porque no mucho tiempo atrás esa misma persona había vestido la ropa de los actores trágicos para cantar en los antiguos juegos de Patavio, su ciudad natal. Dión aclara que en la época esa actitud fue interpretada con tino como una crítica de Trásea, que se negó de manera ostensible a presenciar las actuaciones de Nerón, a hacer sacrificios a su voz celestial o a declamar él mismo. Ni uno ni otro autor explican por qué Trásea se había desempeñado en las tablas ni cómo diferían sus actos de las actuaciones de Nerón en su propio fes­ tival privado. De manera análoga, Tácito no hace comentarios sobre el conspirador noble Calpurnio Pisón, a quien le gustaba actuar con atuendo trágico.34 En síntesis, la actitud de los aristócratas ante la actuación,

pese a la condena de nuestras fuentes, no puede confinarse de manera alguna dentro de los límites de una mera repulsa. Nerón podía contar con considerables simpatías entre los dirigentes de la sociedad. A l mismo tiempo, los plebeyos lo incitaban, al principio y más ade­ lante. Poco después del asesinato de Agripina en 59, Nerón invitó al pue­ blo de Rom a a verlo guiar cuadrigas en lo sjard in es Vaticanos, y la multitud “lo exaltó en sus alabanzas, como un populacho que anhela diversión y se regocija cuando un príncipe lo arrastra por el mismo camino” . En los segundosjuegos Neronianos, celebrados en 65, cuando se mostró demasiado humilde para aparecer, la muchedumbre invocó su “voz celestial” (caelestis vox), y demandó que compartiera los frutos de sus afanes artísticos. Nerón vacilaba; los soldados sumaron sus rue­ gos a los del pueblo, y Vitelio lo convenció para que volviera al teatro. Actuó entonces al son de la lira, con un puntilloso respeto de todas las reglas, y a cambio el pueblo lo trató como lo hacía con los profesiona­ les. Tácito registra la escena con estupor: “Y entonces la plebe de la ciu­ dad \plebs urbis], que solía alentar incluso cada gesto de los actores, hizo resonar el ámbito con los medidos acordes de elaborados aplausos. Habría podido creerse que se regocijaba, y acaso lo hacía, en su indiferencia ante la deshonra pública” .35 Así como toda la población había dado la bien­ venida a Nerón a su regreso de Nápoles tras la muerte de Agripina, en 67 volvió a aclamar el retorno de su emperador luego de sus victorias artísticas y atléticas en Grecia.36 Cualquiera que sea la explicación que proponga, ningún escritor antiguo niega que las actitudes de Nerón encantaban a los plebeyos de Roma. En su panegírico del difunto empe­ rador Trajano, Plinio el Jo ven afirma de plano que la plebe era dife­ rente en los días de Nerón: “Y así, el mismo populacho que antaño observó y aplaudió las actuaciones de un actor emperador [scaenici impe­ ratoris] se ha vuelto hoy [100 d. C.] contra los pantomimos profesiona­ les y condena su arte pervertido como una afición indigna de nuestra época. Esto muestra que aun la multitud vulgar puede aprender una lec­ ción de sus gobernantes” .37 Pese a las censuras morales de los autores que informan de los actos de Nerón, debe considerarse que el contexto social era ambiguo y las actitudes públicas, profundamente ambivalentes. Muchos de los miem­ bros del pueblo desaprobaban, con seguridad, los juegos del emperador y el perjuicio causado a su dignidad imperial, pero muchos más, con igual

certeza, lo aplaudían. Sus acciones emanaban de patrones de compor­ tamiento conocidos en los nobles contemporáneos y aprobados por pre­ cedentes antiguos, y su pueblo lo alentaba. El asesinato de parientes y rivales, reales o imaginarios, era una fría realidad política; la actuación en público quizás fuera una fantasía, pero un gran sector de la sociedad romana la compartía. Habría que debatir si puede vérsela como parte de la suprema virtud imperial, la civilitas.38 Nerón el intérprete es inseparable de Nerón el patrono, el dador de los juegos. Para rastrear y evaluar su trayectoria como artista es menes­ ter observar los juegos de su reinado, identificar con la mayor precisión posible la naturaleza de cada espectáculo y de la participación del empe­ rador y destacar ciertos temas que es fácil pasar por alto cuando los jue­ gos se consideran de forma individual. Año 55. En 55, algún tiempo después de la ruptura con su madre, Nerón presentó un espectáculo con hombres que cazaban toros a caballo, mien­ tras la caballería de su guardia personal mataba cuatrocientos osos y tres­ cientos leones con jabalinas y unos treinta caballeros combatían como gladiadores (no hay indicios de coerción).39 A l parecer, se trata de los mismos juegos que Nerón preparó ese año bajo la dirección (cura ludo­ rum), de Arruntio Estela, un aliado de Agripina.40 Año 57. En 57, señala Tácito con sarcasmo, pocas cosas dignas de mención sucedieron, a menos que uno quiera ensalzar los cimientos y las vigas de madera del enorme anfiteatro (molem amphitheatri) que “César” construyó en el Campo de Marte.41 Este anfiteatro de madera, que se levantó en menos de un año, fue el ámbito de un munus gladiatorum en el que el emperador no hizo matar a nadie, ni siquiera a criminales.42 En ese mismo munus, al parecer, Nerón exhibió a cuatrocientos senado­ res y seiscientos caballeros (los números son inverosímilmente eleva­ dos) como gladiadores, luchadores con fieras y diversos funcionarios de la arena; se libró en agua de mar una batalla naval (naumachia), entre criaturas marinas, y se presentaron varias danzas pírricas, en su origen danzas griegas de guerra, pero que en ese momento parecen haber sido representaciones realistas de los mitos griegos, incluyendo a Pasifae y el toro y la caída de Icaro, cuya sangre salpicó al emperador.43 Dión se

La Italia de Nerón

explaya: Nerón inundó un teatro con agua de mar y criaturas marinas y mostró una batalla naval entre persas y atenienses; luego hizo desaguar y secar el lugar, para dar paso a combates gladiatorios tanto individuales como grupales.44 Aunque presidía los juegos, el emperador, por entonces de 19 años, rara vez se dejaba ver y prefería observar su desarrollo desde un aposento privado.45 Tampoco en este caso hay sugerencias de que los actores aris­ tocráticos intervinieran bajo coerción. Año 59. Algún tiempo después del asesinato de su madre a finales de marzo de 59, Nerón presentó dos grandes juegos, que significaron una

novedad en la historia del espectáculo romano y marcaron, en con­ junto, un punto de inflexión en su trayectoria como emperador. El primero fue el de los Ludi Maximi, “los juegos que quiso calificar de ‘los más grandes’ porque se emprendieron por la eternidad del Impe­ rio” .46 Participaron en ellos (sin que haya alusiones a coerción alguna) hombres y mujeres de los órdenes senatorial y ecuestre, entre ellos un ca­ ballero distinguido que descendió por una cuerda floja montado en un elefante. Una comedia del siglo II a. C., E l incendio, escrita por el drama­ turgo Afranio, se representó con tal grado de realismo que se permitió a los actores apoderarse de todos los muebles que pudieran salvar de la casa entregada a las llamas en pleno escenario. Todos los días se derramaban sobre la multitud regalos o bonos para obtenerlos: aves, manjares, gra­ nos, ropa, oro, plata, joyas, perlas, cuadros, esclavos, animales de tiro, fie­ ras domesticadas y hasta naves, edificios de viviendas colectivas y fincas. Nerón contemplaba todas estas extravagancias desde el proscenio, es decir (presuntamente) desde un palco que daba sobre el escenario.47 Suetonio no precisa la fecha de los Ludi Maximi en su descripción de los espectáculos neronianos. Sólo podemos apreciar la enormidad de las acciones de Nerón cuando leemos a Dión, tal como se lo representa en los epítomes. L a secuencia cronológica en Dión-Xifilino es impor­ tante. En los desquiciados días posteriores al asesinato de Agripina, envia­ dos que expresaban su alegría por la muerte de ésta y la salvación del emperador tranquilizaron a Nerón. El Senado y el pueblo de Roma se regocijaron y su emperador entró a la ciudad para recibir el aplauso público.48 También aparecieron protestas encubiertas en forma de pas­ quines, pero Nerón no autorizó que se formularan cargos contra sus presuntos autores.49 Hubo malos augurios: mientras se ofrecían sacrifi­ cios “a causa de Agripina” por decreto del Senado, se produjo un eclipse total de Sol; al ingresar al circo y llegar cerca de los asientos de los senadores, los elefantes que tiraban del carro de Augusto se detuvieron en seco y no quisieron avanzar más, y la propia mesa de banquetes de Nerón, en su villa de Subiaco, fue alcanzada por un rayo.50 El empera­ dor dispuso, según se presumía, la muerte de su tía Domicia.51 Luego, “ debido a su madre celebró los pródigos Ludi Maximi durante varios días en cinco o seis teatros distintos” . Fue entonces cuando el elefante bajó por la cuerda floja desde la bóveda más alta del teatro, cuando hom­ bres y mujeres de los órdenes senatorial y ecuestre actuaron en el tea­

tro, el anfiteatro y el circo, y cuando se entregaron valiosos obsequios (caballos, esclavos, animales de tiro, oro, plata, ropa) representados por bonos que Nerón arrojó a la multitud.52 A l mismo tiempo el emperador realizó muchos sacrificios “por su propia salvación (soteria), tal como él mismo dijo” , y dedicó un gran mercado público. Cuando el relato de Dión se compara con el de Suetonio (ambos res­ ponden a una fuente común) surgen tres aspectos. En primer lugar, los Ludi Maximi se llevaron a cabo para celebrar la salvación de Nerón de las intrigas de su madre : la preservación del emperador equivalía a la “eternidad del Imperio” .53 Su carta al Senado, enviada desde Ñapóles poco después del hecho, magnificaba a tal extremo los crímenes mater­ nos que convertía la muerte de Agripina en una bendición pública, ade­ más de destacar el asombro de Nerón ante la constatación de estar efectivamente a salvo. El Senado decretó una acción de gracias a los dio­ ses y varias otras formas de conmemoración, mientras que los Herma­ nos Arvales, un colegio sacerdotal compuesto por senadores, hizo sacrificios el 5 de abril por la seguridad de Nerón Claudio César y el 23 por su seguridad y su regreso; en esta última oportunidad, y significati­ vamente, los sacrificios se realizaron en el Foro de Augusto a Marte Vengador.54 Segundo, aunque Nerón presidió los juegos y distribuyó, piezas can­ jeables por regalos (missilia), no actuó en ellos. Tercero, no se ejerció una abierta coerción sobre las clases altas para forzarlas a participar: Suetonio hace constar sus acciones en un tono neu­ tro, y si bien Dión afirma con vaguedad que algunos actuaron por pro­ pia voluntad y otros lo hicieron a regañadientes, la afirmación está profundamente inmersa en un extenso pasaje de opinión escandalizada y ornato retórico.55 Tácito, aunque no menciona los Ludi Maximi por su nombre, se refiere a ellos en su condena del anhelo de Nerón de tocar la cítara y correr cuadrigas en público, en el momento de regocijo por la muerte de su madre.56 Así, llevó a las tablas a miembros de la nobleza movidos a ello por su pobreza, y los recompensó bien, y forzó a prominentes caballeros a desempeñarse como gladiadores “con enormes obsequios, dado que el pago efectuado por alguien que puede mandar tiene la fuerza de la compulsión” . Es decir que, a despecho de sus insi­ nuaciones, Tácito no tenía pruebas de que hubiera personas obligadas a participar.57

Los otros nuevos juegos celebrados en 59 fueron los Ludí Iuvenalium, Juegos Juveniles ojuvenalia.58 En términos generales, Tácito y Dión hacen el mismo relato del acontecimiento, fechado en el 59 y después de los Ludi Maximi, con la salvedad de que el segundo explica el motivo de su organización: celebrar la primera afeitada de la barba de Nerón, por entonces de 21 años, depositada por el emperador en un esfera de oro y ofrecida ajúpiter Capitolino.59 Hay tres elementos esenciales en los elementos pertinentes de las narra­ ciones de Dión y Tácito. Primero, como en los Ludi Maximi, hombres y mujeres de alto rango y todas las edades participaban en actuaciones teatrales: se desenvolvían tanto en griego como en latín, con los ade­ manes menos masculinos, y las mujeres nobles interpretaban roles inde­ corosos (Tácito);60 una dama de más de ochenta años, Elia Catela, bailó en una pantomima; otras, demasiado ancianas o enfermas para actuar solas, cantaron en coros; personas de ambos sexos y todas las edades tomaba clases de artes interpretativas y Nerón prohibió la utilización de máscaras en el escenario, con el argumento de que era voluntad del pueblo (Dión). También intervenían ancianos ex cónsules y matronas de edad (Suetonio).61 En segundo lugar, el espectáculo incluía también elaborados refrige­ rios. En el bosquecillo que rodeaba la naumaquia de Augusto, del otro lado del Tiber, Nerón instaló puestos para vender comida, bebida y artí­ culos de lujo y dio dinero para gastos a personas de todos los rangos (según Tácito, que gana en elocuencia, pero también en vaguedad al refe­ rirse a las oportunidades así creadas de abandonarse al vicio). Después de su propia actuación, el emperador agasajó a su pueblo en las embar­ caciones que habían intervenido en la naumaquia y a medianoche zarpó desde allí por un canal rumbo al Tiber (Dión). Tercero, la ocasión llegó a su clímax con la aparición del emperador en el escenario. Nerón cantó acompañándose con la lira, mientras sus maestros de canto se mantenían alertas; soldados y oficiales de la Guar­ dia Pretoriana, incluido el prefecto Burro, estaban de servicio, y la cla­ que de caballeros romanos, los “augustianos”, hizo su primera aparición para aplaudir la belleza y el talento del emperador y colmarlo de epíte­ tos divinos (Tácito). Según otra imagen, Nerón se presentó en el teatro vestido de citarista y fue anunciado por Galio (un ex cónsul); cantó en presencia de los soldados y una gran audiencia civil una pieza llamada

Âtis o las bacantes·, Séneca y Burro hicieron las veces de apuntadores y cinco mil augustianos dirigieron al público en los vítores, que compara­ ban al emperador con Apolo (Dión). El relato es otra vez plausible y consistente. Los Juvenalia involucra­ ban al pueblo de Roma como espectadores y a la nobleza, Nerón incluido, como intérpretes. Tampoco en este caso hay testimonios seguros de que se forzara a alguien a participar. Pero los Ludi Iuvenalium son marca­ damente distintos de los Ludi Maximi. Estos habían sido juegos públi­ cos que celebraban la salvación del emperador y el Imperio; englobaban espectáculos en el teatro, el anfiteatro y el circo, y el emperador los pre­ sidía. Los Juvenalia, por su parte, eran juegos privados, instituidos por Nerón (en opinión de Tácito) “para no desacreditarse aún en el teatro público” . Celebraban la ceremonia privada de rasuración y dedicación de la barba de un joven; parecen haber incluido sólo espectáculos tea­ trales en sentido estricto, y para los ciudadanos era perfectamente legí­ timo participar en lo que eran (en apariencia) actuaciones puramente privadas.62 Año 6 o. El año siguiente fue testigo de otra innovación sensacional, no en la identidad de los actores sino en la naturaleza misma de los espec­ táculos. Nerón introdujo entonces los juegos griegos en la capital del Imperio. Tal como lo describe Suetonio, “fue el primero en establecer en Roma unos juegos quinquenales a la manera griega, divididos en tres par­ tes, musical, gimnástica y ecuestre, que denominó Neronianos” .63 Si bien similares en muchos aspectos a los spectacula romanos, tenían como modelo principal a los grandes juegos de la antigua Grecia: los Juegos Olímpi­ cos, los Juegos Délficos y otros por el estilo. A l igual que en ellos, que se consagraban a los dioses, en los Juegos Neronianos las pantomimas estaban explícitamente excluidas: esto implicaba que no habría salvajes refriegas entre facciones ni nobles octogenarias en el papel de bailarinas. Nerón, el primero en Roma, dedicó sus nuevos baños y el gimnasio adya­ cente a la manera de Grecia y, como buen patrono griego, repartió aceite entre los senadores y caballeros, mientras el pueblo romano seguía el juego usando ropas griegas.64 Curiosamente, no hay registros del certamen hípico, mientras que de los torneos de gimnasia sólo sabemos que Nerón invitó a las vírgenes ves­ tales a observarlos, así como las sacerdotisas de Ceres estaban autoriza­

das a observar los Juegos Olímpicos.65 Pero el relato de los certámenes musicales es notable. Nerón puso a ex cónsules, elegidos al azar, a cargo de los juegos. Él mismo se sentó en la orquesta del teatro con los demás senadores. La corona de oratoria y poesía latinas (aparentemente un pre­ mio único), por la que habían competido hombres de la más alta distin­ ción, fue concedida por ellos, no obstante, a Nerón. En palabras de Tácito, nadie se llevó el primer premio, pero César fue declarado vencedor.66 (Según su biografía, el joven Lucano despertó por primera vez la aten­ ción del público con su Laudes Neronis o “Elogio de Nerón” en esos jue­ gos, e incluso ganó una corona por dicho texto en el Teatro de Pompeyo).67 En otra versión, los jueces ofrecieron al emperador la corona por la eje­ cución de la lira sin celebrar siquiera un certamen, pero él la rechazó, le rindió honores y ordenó que la llevaran a la estatua de Augusto.68 Con todo, a continuación fue con atuendo de citarista al gimnasio para ser inscrito como el vencedor. Más allá de la trascendente innovación de llevar los juegos griegos a Roma, que fue aceptada por el público e imitada por los sucesores de Nerón, hay dos aspectos de los primeros Juegos Neronianos que deben destacarse. Uno es que, pese a su talento, el emperador tampoco compi­ tió en ellos; en rigor, parece no haber actuado en absoluto. Un desafor­ tunado corolario de esa falta de participación fue la novedosa práctica de otorgarle premios con independencia de cualquier consideración. En lo sucesivo se le destinarían todas las coronas ganadas por tocar la lira en todos los certámenes, por cuanto era el único digno de la victoria.69 Nerón las recibía agradecido, concedía a los enviados que las llevaban prioridad en la admisión a su presencia e incluso los invitaba a sus ban­ quetes privados; cuando alguno de ellos le rogaba que cantara y lo ala­ baba sin medida, él exclamaba: “ ¡Sólo los griegos saben escuchar, y sólo ellos son dignos de mis afanes!” (Suetonio). La otra imagen que debe men­ cionarse es la del emperador vestido de citarista, que no sólo acepta el premio sino que es formalmente inscripto como el vencedor: un gran paSo en el camino al profesionalismo, pese a su condición de aficionado. Año 63. Durante este año se presentaron spectacula gladiatorios tan mag­ níficos como los mejores del pasado, pero varios senadores y nobles se deshonraron al aparecer en la arena, según Tácito.70 Otra vez, no hay menciones de coerción.

Año 64. En 64 Nerón corrió por primera vez carreras de cuadrigas en público.71 De acuerdo con Dión, también produjo una caza de animales salvajes; luego inundó el teatro para escenificar una batalla naval; des­ pués lo vació y presentó gladiadores, y por último volvió a inundarlo para celebrar un banquete público, el célebre banquete de Tigelino. Tam­ bién Tácito menciona este festín, sin referencia alguna a las previas mara­ villas de ingeniería, y no lo sitúa en un teatro sino en el lago de Agripa, en el Campo de Marte.72 Después del Gran Incendio Nerón organizó un spectaculum privado en sus jardines, durante el cual los cristianos acusados de quemar la ciudad fueron ejecutados de diversas y dramáticas formas, y en los juegos cir­ censes que acompañaron el espectáculo él mismo se mezcló con la gente vestido de auriga o de pie sobre una cuadriga.73 Año 65. En 65 se celebraron por segunda vez losjuegos Neronianos. En este punto debemos mencionar un problema cronológico de nuestras fuentes, aunque no es demasiado importante. Inmediatamente después de su relato del debut público en Nápoles, que ocurrió en 64, Suetonio dice que Nerón tenía tantas ganas de cantar en Roma que volvió a convocar los Neronianos antes de la fecha prevista.74 Todo el mundo pedía escuchar la voz celestial, de modo que se compro­ metió a brindar a quien así lo quisiera la oportunidad de hacerlo en sus jardines. Pero cuando los soldados de su guardia personal sumaron sus ruegos a los del público, aceptó dichoso actuar de inmediato y ordenó sin demora que se lo agregara a la lista de citaristas que competían. Depo­ sitó su nombre en la urna junto con todos los demás, y cuando le llegó el turno entró con los prefectos pretorianos; llevaba la lira y lo seguían los tribunos de la guardia y sus amigos íntimos. Se ubicó en su lugar, se pre­ sentó y anunció pór medio del ex cónsul Cluvio Rufo que cantaría Níobe-, comenzó entonces su actuación y prosiguió hasta bien avanzado el día. Pero luego comunicó al público que había decidido postergar tanto la entrega de la corona como las otras actividades de los juegos hasta el año siguiente, para tener otra ocasión de cantar.75 Tácito completa la historia de los segundos Juegos Neronianos, pero la atribuye al año 65, luego de la conjura de Pisón, sin mencionar la pos­ tergación de 64. Esta segunda celebración de losjuegos se realizó en medio de rumores sobre el descubrimiento del tesoro de la reina Dido en África

del norte, lo cual dio a los oradores un material excelente para ensalzar al emperador y la aurora de una nueva Edad de Oro.7® A l acercarse la fecha de los juegos, el Senado (a fin de evitar caer en desgracia, en opi­ nión de Tácito) volvió a ofrecerle las coronas de oratoria y canto. Esta vez, sin embargo, Nerón las rechazó, confiado en que su puro talento lo haría acreedor a los premios, y recitó un poema en el escenario. Luego, cuando la multitud demandó que diera a conocer todos sus talentos (ut omnia studia sua publicaret, Tácito cita sus palabras exactas), volvió al tea­ tro para cantar, respetando todas las reglas del certamen. Luego, apo­ yado en una rodilla, esperó ansioso el veredicto de los jueces, mientras la muchedumbre rompía en esforzados aplausos.77 Suetonio narra el mismo episodio desde una perspectiva diferente en su “Vitellius” (4). Vitelio presidía el certamen Neroneum. Nerón quería competir en el torneo de citaristas, pero no se atrevía a hacerlo a pesar de que todo el mundo lo instaba a presentarse. Ya se había marchado del teatro cuando Vitelio, como si se tratara de un embajador designado por el insistente popula­ cho, se le acercó para pedirle que volviera, brindándole así la oportuni­ dad de dejarse convencer. Esta historia, la versión de Suetonio en “Ñero” y el relato de Tácito guardan muchas similitudes y nos muestran a un Nerón que, aunque ávido, vacila en competir como citarista, un público arrebatado de adoración que le exige que lo haga y, tras ello, el consen­ timiento del emperador y su triunfo artístico. De tal modo, los segundos Juegos Neronianos de 65 representaron el último paso en la evolución de Nerón como artista: ahora competía en público.78 Año 66. En 66 Nerón compitió como citarista. Después de que su maes­ tro Menécrates organizara una celebración por la victoria en el circo, también condujo su cuadriga en las carreras.79 A finales de mayo de ese año Roma fue testigo de la fabulosa recep­ ción tributada al rey armenio Tiridates y su elaborada coronación por Nerón en el Foro y el Teatro de Pompeyo. La ceremonia impresionó tanto a Suetonio que lo llevó a comentar: “También podría incluir legítima­ mente entre los spectacula organizados por él la entrada de Tiridates a la ciudad” .80 Tras celebrar la ceremonia en el Foro, Nerón condujo al rey al teatro; Tiridates se arrodilló una segunda vez ante su benefactor, quien le indicó que se levantara y lo sentó a su derecha. Esta suerte de repeti­ ción instantánea frente a un auditorio teatral de una ceremonia pública

de características ya extremadamente teatrales capta con brillantez la fusión de la vida y el arte en Nerón, y Suetonio acertó al incluirla entre sus “juegos” . Con posterioridad el emperador volvió a tocar la lira en público y condujo un carro, ataviado con la ropa de la facción griega de aurigas que era su favorita.81 A finales del verano de 66, y tras muchas postergaciones, Nerón empren­ dió su visita a Grecia, donde se precipitó con entusiasmo en el circuito de festivales para participar como un competidor con todas las de la ley: así, tocó la lira, actuó en tragedias, corrió carreras de cuadrigas y anunció los resultados. Se entrenó con ahínco, respetó las reglas, entabló rencillas con sus rivales, sobornó a jueces y todo lo demás, como ya hemos contado. Año 67. En 67 Nerón siguió compitiendo en los juegos griegos y regresó a Rom a en el otoño. Tras su notorio triunfo allí, continuó corriendo, cantando y actuando en competiciones hasta el final.82 La participación de las clases altas en los juegos, hombres y mujeres de los órdenes senatorial y ecuestre, exige una mayor definición. De sus insi­ nuaciones se desprende con claridad que nuestras fuentes tenían pocas pruebas sólidas de coerción, y hay signos de participación voluntaria que deberían tomarse por su valor nominal, pero es probable que no merezca la pena debatir la magnitud de esa coerción: podría desechársela como un topos antitiránico o coincidir, tal como lo expresa Tacito, en que las recom­ pensas ofrecidas por un emperador son equivalentes a una compulsión. Más significativo es el patrón de participación aristocrática. Pese a un siglo de desaprobación legal, senadores y caballeros figuraron en los tres munera gladiatorios de Nerón, en 55, 57 y 63. Esto suscita escasos comentarios en nuestras fuentes. Lo que sí provoca su indignación es la intervención en gran escala y oficialmente alentada de las clases altas en los dos juegos de 59, los Ludi Maximi y los Juvenalia. Por contra, no hay alusión alguna a su participación posterior en los dos Neronianos, más allá de la mención de Lucano, o en la gira de los juegos griegos; y por ende, tampoco hay señales de desaprobación. El año 59 constituyó una divisoria de aguas. ¿La sensacional participación de senadores y caballeros en los juegos de ese año pretendía hacer las veces de telón de fondo para que el líder de la sociedad romana interviniera asimismo como actor? El tránsito de Nerón de la actuación privada a la actuación pública y de la condición de aficionado a la de profesional se desarrolla en tres etapas

distintas. La música y las cuadrigas habían sido su pasión desde la infan­ cia. Inmediatamente después de su ascenso al trono en 54 (primera etapa) convocó al principal citarista de la época, estudió con él de forma inten­ siva e inició un riguroso programa de ejercitación. En 59 (segunda etapa) cantó por primera vez ante el pueblo desde un escenario en sus Juvenalia privados. Y en 64 (tercera etapa), tras repetir el proverbio griego de que “la música oculta no conquista respeto”, hizo su presentación inicial en un escenario público en Ñapóles y cantó en griego, y sólo más adelante compitió en losjuegos Neronianos celebrados en Roma.83 Su trayectoria como auriga muestra un paralelo exacto con esa progresión musical. De escolar había mostrado obsesión por el circo, y tan pronto como se con­ virtió en emperador en 54 (primera etapa) comenzó a jugar día tras día un juego de mesa circense, asistió a todas las carreras -grandes y peque­ ñas- e incrementó los premios y el número de competiciones. En 59 (segunda etapa) invitó al pueblo de Roma a observarlo correr en un circo construido a tal efecto sobre la orilla derecha del Tiber, en sus jardines del Vaticano, en realidad heredados de su madre; no se trataba de un espectáculo público (como explica Tácito) sino, como losjuvenalia tea­ trales, de un hecho privado al que sólo se podía concurrir con invitación. Y en 64 (tercera etapa) Nerón corrió su primera carrera de cuadrigas en público.84 En suma: hasta el momento de la muerte de su madre, Nerón había practicado y actuado en privado; el año 59 marcó la importante etapa intermedia, pública en todo salvo en el nombre, en la cual el empe­ rador se presentó ante el pueblo representado por sus invitados en un ámbito privado; y habrían de transcurrir otros cinco años antes de que pasara de esa música oculta a la competencia real en público, en 64. Tácito hace un comentario negativo sobre el antiguo deseo de Nerón de correr carreras de cuadrigas y su afán igualmente repugnante de cantar al son de la lira “ a la manera escénica” . Sin embargo, el verdadero problema no estribaría tanto en este paso de lo privado a lo público (hacía mucho que Nerón desplegaba sus talentos ante el pueblo) como en el progreso concomitante que, de aficionado, lo transformó en profesional y lo llevó a la competición formal en el escenario y el circo.85 ¿Qué hacía concretamente Nerón cuando actuaba en privado y en público, como aficionado y como competidor profesional? El esparci­ miento popular adoptaba gran variedad de formas, pero la participación

activa del emperador se limitaba a unas pocas. L a lista de sus actuacio­ nes públicas es un punto conveniente de partida. Como ejecutante de lira hay testimonios de que cantó Atis o las bacan­ tes en sus Juvenalia de 59 y Níobe en los segundos Juegos Neronianos de 64. Durante el Gran Incendio de julio de este último año circuló el rumor de que Nerón, con vestuario teatral (scaenico habitu), entonó can­ ciones sobre el saqueo de Troya; para mayor precisión, Dión afirma que llevaba a la sazón el traje típico de los intérpretes de lira.86 De los papeles de Nerón en la tragedia, Dión informa que sus favori­ tos eran Edipo, Tiestes, Heracles, Alcmeón y Orestes, y en otro lugar agrega a Cánace en el parto, los seis en el contexto de la gira de Grecia. Suetonio enumera a Cánace la parturienta, Orestes el matricida, Edipo ciego y Hércules demente, y añade una anécdota sobre la actuación como este último, que Dión también adjudica a la estadía griega.87 En su Vida deApolonio de Tiana (una fuente dudosa), Filóstrato dice que Nerón repre­ sentó a Creonte y Edipo en Grecia, mientras que Juven al lo muestra cubierto con el manto trágico de Tiestes y la máscara de Antigona o Melanipa (no sabemos sobre la base de qué autoridad ni con qué miramien­ tos por la precisión histórica).88 Como una pantomima, en sus últimos días Nerón planeó coronar los juegos con una celebración de su victoria sobre Víndex, en la que inter­ pretaría en una coreografía el papel del Turno de Virgilio.89 También hay testimonios en los que aparece simplemente recitando poesía. En los primeros días de su reinado, nos dice Suetonio, actuaba tanto en su casa como en el teatro, cosa que produjo tal regocijo gene­ ral que se decretó una súplica a los dioses para celebrar la recitación, y algunos de los poemas se inscribieron en letras de oro y se consagraron a Júpiter Capitolino. Durante los segundos Juegos Neronianos también recitó en el escenario algunas de sus propias piezas poéticas sobre la Gue­ rra de Troya antes de reaparecer para cantar al son de la lira.90 No hay indicio alguno de que en estas dos ocasiones utilizara un vestuario deter­ minado mientras recitaba. A primera vista parecería que las dos pasiones artísticas de Nerón eran la tragoedia, la actuación trágica, y la citharoedia.91 La citarodia, el arte de tocar la lira y entonar al mismo tiempo una canción, es con mucho el más documentado de los pasatiempos de Nerón, y el más identifi­ cado con él. El citarista o ejecutante de lira era reconocible al instante

por su vestimenta uniforme, pues siempre usaba el largo quitón suelto de su patrono Apolo y botas de caña alta (cothurni) y llevaba la lira del dios. Tras sus victorias en Grecia, Nerón hizo instalar en sus aposentos privados estatuas de sí mismo con el atavío del ejecutante de lira y mandó (así creía Suetonio) acuñar monedas en las que aparecía con ese mismo traje.92 El actor trágico, en contraste, usaba un atuendo adecuado al per­ sonaje que interpretaba, fuera un mendigo en harapos o un monarca con manto real; el rostro se ocultaba detrás de una máscara (que en el caso de Nerón mostraba su propia cara o la de Popea Sabina); utilizaba acce­ sorios (en lo concerniente a Nerón hay testimonios que hablan de un cetro y cadenas), y tal vez era asistido por otro actor en los papeles de reparto, los hypocrita.93 Los observadores modernos advertirán que las cosas se complican cuando sepan que en un momento muy tardío de su reinado Nerón se aficionó a un tercer arte relacionado con los otros dos, el de la panto­ mima, uno de los espectáculos más populares bajo el principado. Este arte no tiene nada que ver con la tradición escénica inglesa del mismo nombre, pero recuerda de manera característica al mimo moderno, en cuanto el actor mudo habla mediante movimientos imitativos. Procedente del Oriente griego, esta danza dramática penetró en Roma durante el rei­ nado de Augusto y adoptó formas tanto trágicas como cómicas, aunque a la larga prevalecieron las primeras. En esencia se trataba de un ballet solista, en ocasiones un pas de deux, apoyado por coro y orquesta, si bien el canto y la música estaban claramente subordinados a los movimien­ tos, posturas y gestos del intérprete. Como el citarista, el pantomimo utilizaba una túnica flotante pero que le permitía facilidad de movimientos; como el actor trágico, llevaba máscara, pero con los labios cerrados, y a diferencia de uno y otro, calzaba zapatos bajos.94 Sin lugar a dudas, Nerón incluyó certámenes de pantomima en los juegos que organizó, aunque los suprimió de sus Neronianos al estilo griego. Intentó ejercitarse en este arte durante sus últimos seis meses de vida, cuando se dedicó seria­ mente a capacitarse en él.95 Definir la naturaleza precisa de estas tres artes -lira, actuación trágica, pantomima- y la relación entre ellas significa plantear problemas serios y con frecuencia insolubles, tanto en general como con respecto a Nerón. Empresas muy similares, puede ser arduo discernirlas en nuestras fuen­ tes, dado que las tres se ocupaban de los mismos mitos griegos, se pre­

sentaban en los mismos teatros y compartían un vocabulario técnico.96 No obstante, pueden hacerse algunas observaciones básicas. En primer lugar, lo que distingue estas tres artes específicas es que, contara o no el intérprete con asistentes, las actuaciones eran en gran medida solos de un maestro, se tratara de un actor, un citarista o un bai­ larín. Deberíamos esperar, por lo tanto, unidad en el relato. Esto es, o bien un único protagonista dominaba la acción (Tiestes, Orestes); o bien el tema era una única historia como la aventura adulterina de Marte y Venus (que Luciano, satírico del siglo II, describe en detalle) o el saqueo de Troya, o bien, por último, un solo personaje dominaba una única historia (Hér­ cules demente, Edipo en el exilio, Cánace la parturienta, Níobe, Turno). Por el mismo motivo, no debemos imaginar en ningún caso actuacio­ nes de gran extensión: tienen que haber sido más breves que una obra puesta en escena, por ejemplo. El nomos del citarista, palabras y música, ha sido comparado a un aria operística moderna, mientras que las trage­ dias representadas no eran los dramas completos de los trágicos griegos ni las versiones de Séneca (ya se pusieran en escena o no), sino más bien lo que se ha dado en llamar “ tragedias conciertos” , en esencia monólo­ gos.97 No hay razón para suponer nada diferente en lo tocante a la pan­ tomima. Para destacar aún más su brevedad, es menester recordar que los tres tipos de actuación debían tener una extensión ajustada a la interpre­ tación de un solo competidor en una competición entre muchos. Así, el proyector sigue enfocando al artista único, Nerón. El estudio de su carrera en las tablas desde 59 hasta 68 produce de inmediato una observación llamativa: no hay indicios de que Nerón actuara en una tragedia antes de su partida a Grecia en 66. Es decir que, sin excepción, todas las pruebas, y las hay en cantidad considera­ ble, lo muestran hasta entonces actuando como citarista, y el actor trá­ gico aparece en el contexto de la gira griega. Esto es confirmado por una observación hecha a principios de 65 por Subrio Flavo, uno de los integrantes de la conjura pisoniana. El rumor popular decía que Subrio había planeado asesinar a Pisón luego del derrocamiento de Nerón y reemplazarlo, a su vez, por Séneca, porque a su juicio, “en cuanto a la deshonra, no hay diferencias si un citharoedus [Nerón] es eliminado y lo sucede un tragoedus [Pisón]” .98 Tal vez el aspecto más notable de la vida de Nerón como intérprete sea el desarrollo de sus intereses a lo largo de su breve pero intenso rei­

nado, no sólo en su progresión del carácter privado y aficionado al carác­ ter público y profesional, sino también en su expansión hacia nuevos ámbitos. El paso de la citarodia a la tragedia era natural, sobre todo cuando en ambos casos se representaban los mismos textos. También era natural el tránsito de la tragoedia cantata (tragedia cantada) a la tragoedia saltata (tragedia bailada), pues, otra vez, se trataba de los mismos temas y los actores o un coro recitaban o cantaban libretos para acompañar y explicar los movimientos del bailarín." De modo que la progresión de la citarodia a la tragedia en 66, y de allí a la pantomima en 68, no es imposible y ni siquiera improbable en un tirano de inclinaciones artísti­ cas. Por el mismo motivo, Nerón se dedicó a un nuevo arte competi­ tivo, la actuación como heraldo [praeco), cuando viajó a Grecia.100 De manera similar, su afirmación de que en caso de salir bien parado cele­ braría su victoria sobre Yíndex en 68 con interpretaciones públicas de órgano hidráulico, caramillo y una especie de gaita no era un alarde ocioso: sin lugar a dudas, en sus últimos días había aprendido lo sufi­ ciente sobre órganos hidráulicos para dar una conferencia sobre ellos a un grupo de senadores y caballeros muy angustiados, mientras que Dión de Prusa, en Oriente, conocía su reputación en materia de caramillos y gaitas.101 Con el atletismo sucedía lo mismo que con sus actuaciones artísticas: hay indicios de que Nerón aspiraba a expandir su gama de actividades, no sólo de las carreras de cuadrigas a las de carros tirados por diez caba­ llos, sino a otras dos empresas. Una es el verdadero combate gladiato­ rio, aunque en este caso la tradición es endeble. E l emperador, sin duda, disfrutaba al ver a los gladiadores y él mismo los presentó en los juegos de 55, 57, 63 y 64. También auspició y presuntamente fue propietario de compañías de gladiadores, sus neroniani, en Roma, Pompeya, Córdoba y Arausio, y su gladiador favorito, Espículo, fue generosamente recom­ pensado y ascendido al cargo de comandante de su guardia personal?*02 Una fuente novelística posterior sostiene incluso que Nerón vivió y luchó con gladiadores, pero la mejor prueba de su intención real de combatir en la arena procede de Suetonio : cuando el emperador se propuso des­ arrollar su propia imagen como Hércules, se decía que había un león preparado para que él lo matara en el anfiteatro frente al público.103 Sea como fuere, su interés por seguir luchando pero de manera menos peligrosa está bien atestiguado. Sin lugar a dudas construyó gimnasios

en Roma, Baia y Nápoles; hubo luchadores que compitieron en sus Nero­ nianos; él disfrutó viéndolos en Nápoles y tomó efectivamente a su ser­ vicio luchadores cortesanos, luctatores auli. Según un rumor contemporáneo, él mismo pretendía competir en los siguientes Juegos Olímpicos entre los atletas, pues practicó la lucha de manera constante y fue espectador de certámenes gimnásticos en toda Grecia, en los que llegó a actuar como lo habría hecho un juez: se sentaba en el suelo del estadio y hacía vol­ ver a su lugar a cualquier pareja de luchadores que se hubiese apartado en exceso del área destinada al combate. Esta visión fugaz, en Suetonio, de una pasión de aficionado que tiende a convertirse en afán competitivo tiene un auténtico aire neroniano, y Dión de Prusa confirma que el empe­ rador estaba interesado tanto en la lucha como en el pancracio.104 El examen de la trayectoria de Nerón como artista y atleta produce un resultado complejo. Los aspectos negativos se advierten a las claras y las acusaciones son irrefutables. Más allá del abandono a trivialida­ des y los perturbadores actos de crueldad arbitraria, hay dos grandes transgresiones -dos transgresiones demasiado obvias- arraigadas en su creciente profesionalismo. Una es el efecto sofocante sobre la competi­ ción, que ya hemos visto y al que Nerón parece haber estado ciego. Un patrono con 28 legiones a su mando no puede competir como intér­ prete, y la fantasiosa gira por Grecia muestra con claridad su inclinación a corromper ajueces, actores y público. El otro problema es que los empe­ radores simplemente no debían ser intérpretes profesionales. La entrega vocacional a un arte o un deporte podía ser perdonable, la dedicación obsesiva no lo era. La indignidad de una actitud semejante pasmó a sus críticos antiguos, y la abdicación concomitante de las responsabilidades imperiales demostraría ser fatal. Así, nos quedamos con la visión pesadillesca de los últimos días del reinado de Nerón, cuando su devoción a la disciplina artística se impuso por completo a su sentido del deber y, en rigor, hasta de la realidad. Se dice que luego de regresar de Grecia nunca más se dirigió a sus solda­ dos en persona; lo hacía siempre a través de cartas o de un intermedia­ rio, a fin de preservar su voz. Cuando Víndex se rebeló en Galia, Nerón adujo una afección en la garganta y no fue a Roma a presentarse perso­ nalmente ante el Senado; y aun después, ya de regreso en la capital, evitó hablar con los senadores o el pueblo. No hacía nada sin tener a su lado a un maestro de la voz, un phonascus, que le advertía que se protegiera

la garganta y se cubriera la boca con un pañuelo : en verdad, cada vez que se veía desbordado por los acontecimientos y comenzaba a gritar, podía calmárselo con rapidez si se le recordaba que debía actuar.105 Al no diri­ girse en persona a los soldados, el Senado o el pueblo y reservar la voz para la actuación artística, Nerón descuidaba uno de los deberes primor­ diales de un emperador. En efecto, en sus últimos días concebía sus apa­ riciones ante los súbditos como una actuación y no como una alocución: Mientras se marchaba del comedor tras un banquete, apoyado sobre los hombros de sus camaradas, declaró que ni bien pisara la provincia [Galia] se presentaría ante los soldados y no haría otra cosa que sollozar; y tras lograr de ese modo que los rebeldes modi­ ficaran sus designios, al día siguiente se regocijaría entre sus albo­ rozados súbditos y cantaría peanes de victoria, que habría de componer en ese mismo momento. En síntesis, tragedia y citarodia hasta el final. Su última fantasía, en el caos de los días postreros, era escapar de sus problemas haciéndose a la vela con rumbo a Alejandría, donde se ganaría la vida como citarista pro­ fesional.106 Aun así, no obstante, este retrato del artista tiene un lado más positivo que no debe pasarse por alto. Es innegable que Nerón tomaba con mucha seriedad su arte. Ignoremos por el momento la pasmosa impro­ piedad de un emperador en el papel de actor; ignoremos la crítica de su talento (que, de todas maneras, es irrelevante). Concentrémonos, mejor, en su feroz energía, su apasionada determinación y, detrás de ellas, su fértil imaginación. Nos guste o no, Nerón tenía una visión y, por sor­ prendente que parezca, una verdadera fortaleza de carácter. Trabajó con la más absoluta seriedad para perfeccionarse en los campos de su predilección: se ejercitó con ahínco, estudió la disciplina y siguió ade­ lante a despecho de los reveses. Egomaníaco tal vez, en reiteradas oca­ siones se sometió al juicio público en el centro de la escena, y el pueblo de Roma, servil tal vez, respondió en reiteradas oportunidades con gran entusiasmo. Lo particularmente llamativo es la expansión sin descanso de sus intereses, visible en el cuidadoso tránsito de las actividades del ámbito privado al ámbito público, cuando al arte de tocar la lira se une la actuación trágica, luego la pantomima y después el anuncio público y los instrumentos musicales, y a las carreras de cuadrigas se suman el com­

bate con espada y la lucha: viejas pasiones complementadas y no reem­ plazadas por otras más recientes. Y una imaginación creativa informaba de todo ese proceso. Nerón escri­ bía poesía con mucha facilidad y sin esfuerzo, como lo testimonió Sue­ tonio después de examinar las versiones de sus poemas más conocidos (notissimis versibus ipsius) preservados en manuscritos con borrones y correcciones. En verdad, los poemas del docto Nerón (doctus Nero), fue­ ron leídos y aplaudidos en los meses posteriores a su muerte y, más tarde, durante generaciones y hasta siglos.107 Su campo de acción era induda­ blemente vasto y se expandía desde la sátira mordaz hasta los himnos y una epopeya propuesta sobre la historia romana, y casi con seguridad incluía los monólogos, arias y libretos adecuados para su actuación en escena.108 Su Troica, un poema épico o una serie de poemas, contenía un pasaje fascinante acerca de Paris, en otros lugares mostrado como una figura de ambigua virtud, pero aquí como el más valiente de los troyanos. Paris, el príncipe troyano entregado a pastores inmediatamente des­ pués de nacer, acude a Troya vestido con su rústico atuendo para participar en los juegos que se celebran en la ciudad. Gana en las carreras y los encuentros de boxeo y llega a derrotar al propio Héctor; cuando éste, airado, desenvaina la espada, Paris le da pruebas de que él es, de hecho, su hermano tanto tiempo perdido. La historia de su proeza en los juegos podía encontrarse en los trágicos antiguos, pero la derrota del gran Héc­ tor, junto con otros curiosos detalles, parece ser de la propia cosecha de Nerón. Paris el héroe : alguien ha sugerido -y la idea es fascinante- que la elección de esta figura apuntaba a reflejar las paradojas del carácter del mismo emperador, con su combinación de modo de vida sensual y minuciosa ejercitación.109 El papel atraería a Nerón. Tenemos, entonces, un artista creativo que fue a la vez un resuelto actor y el emperador de Roma. De su reinado cabría esperar, si no el triunfo del arte sobre la vida, sí al menos un asalto a los límites entre ambos, y algunas actuaciones bastante sorprendentes.

IV E L P O D E R D E L M ITO

Al ponerse la máscara dio al traste con la dignidad de su soberanía para mendigar en la guisa de un esclavo fugitivo, dejarse conducir como un ciego, llevar un hijo en su seno, sobrellevar el trabajo de parto, ser un loco o vagar como unparia; suspapelesfavoritos eran los de Edipo, Tiestes, Heracles, Alcmeón y Orestes [...]. En oca­ siones, las máscaras que utilizaba correspondían por su seme­ janza a los personajes que representaba, y en ocasiones mostraban su propia imagen; pero todas las máscarasfemeninas reproducían los rasgos de Sabina, afin de que ésta, aunque muerta, pudiera empero formar parte del espectáculo. Todas las situaciones que los actores comunes simulan en su actuación también él solía presen­ tarlas con palabras o acciones o sometido a la acción de otros, con la salvedad de que sólo cadenas de oro se empleaban para ama­ rrarlo; pues al parecer no era propio de un emperador romano ser inmovilizado por grilletes de hierro. Toda esta conducta, no obs­ tante, era presenciada, tolerada y aprobada no sólo por el vulgo en general, sino también por los soldados. D ió n C a s io

También se puso la máscara e interpretó tragedias en que represen­ taba a dioses y héroesy hasta a heroínas y diosas, con máscaras mode­ ladas a imagen de sus propios rasgos o los de las mujeres de quienes se enamoraba al acaso. Entre otros temas interpretó “Cánace lapar­ turienta”, “Orestes el matricida”, “La ceguera de Edipo” y “La locura de Hércules”. S u e to n io 1

c

V ^/uando Nerón era todavía un niño, su madre, Agripina, consultó a los astrólogos sobre su destino. Al augurarle éstos que llegaría a ser emperador y mataría a su progenitora, respondió con pasión: “ Que

me mate, con tal de que gobierne” . El primer acto definitorio del rei­ nado de Nerón sería el asesinato de su madre en 59, cuando él tenía 21 años y ella, 42 ó 43. La relación entre ambos se deterioró con rapidez tras el ascenso de Nerón al trono en 54.2 Tras la muerte de Claudio, Agripina asumió el mando. Su posición especial alcanzó un reconocimiento inmediato en las monedas, donde su perfil aparecía junto con el de su hijo, en el santo y seña dado por Nerón a la guardia, “la mejor de las madres” (optima mater), y en el decreto senatorial por el que se le otorgaban dos lictores (servidores públicos que de ordinario sólo asistían a los altos magistra­ dos) y se la designaba sacerdotisa del nuevo dios Claudio.3 Pero ella que­ ría algo más que los oropeles del poder. Se convocó a los senadores al palacio para que, fuera de su vista, pudiera escuchar sus debates, y una vez, mientras Nerón recibía a embajadores de Armenia, Agripina hizo ademán de reunirse con su hijo en la tribuna. A fin de evitar el escán­ dalo, Séneca instó a Nerón a que se levantara a recibirla. A l cabo de un año la separación entre ambos era irrevocable. En 55, a la edad de 17 años, Nerón se enamoró profundamente de una liberta, Acte, mientras un par de jóvenes hombres de mundo, Otón y Senecio, lo orientaban hacia una vida de lujosos excesos. Agripina estaba furiosa. Según un testimonio, golpeó a algunos de los servidores de su hijo y despidió a otros, pero cuando reprendió con violencia al propio Nerón, éste “ abandonó todo respeto por su madre y afianzó sus vínculos con Séneca” . Ella pasó entonces de manera abrupta del ataque a la compla­ cencia: se disculpó por su severidad irreflexiva, transfirió a Nerón su gran fortuna privada y hasta le ofreció su dormitorio para que hiciera sus expe­ rimentos con el vicio (así dice Tácito). Pero esa docilidad fue efímera. Cuando su hijo, en actitud magnánima, le envió una túnica y algunas joyas que habían pertenecido a anteriores princesas imperiales, Agripina se quejó de que no hacía sino mantenerla apartada del resto del tesoro y dividía con ella lo que antaño había sido de su exclusiva propiedad. Enfurecido, Nerón despidió como represalia al poderoso liberto Palas, amante y aliado de su madre y secretario a cargo de la contabilidad impe­ rial (a rationibus) desde los primeros días de Claudio. Agripina perdió entonces toda apariencia de racionalidad. Comenzó a decir a todo el mundo, incluso a su hijo, que su hijastro Británico ya tenía edad y valía suficientes para subir al trono y que Nerón era un intruso que abusaba

de su poder obtenido por medios deshonestos atacando a su madre. Una vez encarrilada en ese curso de acción, lo siguió hasta su final lógico y reveló la totalidad de su presunta carrera criminal, desde el casamiento con Claudio hasta su asesinato : una carrera que había tenido como única meta asegurarse el poder para su ingrato hijo. Amenazó con recurrir, junto con Británico, a la guardia pretoriana. Pero pronto se vio obligada a reconocer a Nerón como único hijo cuando éste, para su sorpresa, actuó con rapidez e hizo envenenar a Británico. Para contrarrestar el golpe, Agripina comenzó a cultivar relaciones con su hijastra Octavia, hermana de Británico y esposa de Nerón. Intrigó con los amigos de ésta; recibió a los oficiales de la guardia y sondeó a miembros de la nobleza en busca de posibles apoyos. Como respuesta, Nerón la despojó de su guardia personal y la expulsó de palacio. En lo sucesivo, cada vez que visitaba a su madre, lo hacía brevemente y rodea­ do de centuriones: una charada eficaz. Los amigos de Agripina empe­ zaron a abandonarla, mientras sus enemigos en la corte la acusaban de tramar su casamiento con un primo, Rubelio Plauto, descendiente del emperador Tiberio, para convertirlo en emperador. Una noche, a horas avanzadas, el diestro actor de pantomimas Paris reveló la acusación a Nerón y le infundió con ello tal terror que el emperador decidió por primera vez (así se nos cuenta) matar a su madre. Burro, el comandante de la guardia, aceptó de mala gana la necesidad de darle muerte, pero sólo después de un juicio justo y la condena correspondiente. Agripina negó enérgicamente y de plano todos los cargos y denunció enfurecida a sus acusadores. Tras una entrevista personal, Nerón dio un paso atrás. Los acusadores fueron castigados con el exilio o la muerte. En todos los relatos hay, tras estos sucesos, un silencio que se extiende durante tres o cuatro años, mientras Nerón gobernaba con la ayuda de Séneca y Burro; ese silencio sugiere que autores ulteriores retrotrajeron a esos primeros días la presunta intención de asesinar a su madre. Algu­ nos años más tarde, en 58, el emperador, por entonces de veinte años, volvió a enamorarse, esta vez de Popea Sabina, la ambiciosa esposa de su amigo Otón. Fue ella quien insistió en que se deshiciera de una vez de Agripina, pues comprendía que nunca podría reemplazar a Octavia como mujer del emperador mientras su tenaz madre estuviera viva. En respuesta (se dice) a esa nueva acometida, el ansia de poder de Agri­ pina la llevó a cometer un acto desesperado.4 Lo que verdaderamente

sucedió no resulta claro, dado que los diferentes relatos difieren y dis­ crepan entre sí. Cluvio Rufo, el historiador a quien Tácito decidió seguir en este punto, escribió que un mediodía, cuando Nerón estaba exci­ tado por la comida y alegre por el vino, Agripina solía ofrecérsele her­ mosamente maquillada y (eso se nos cuenta) dispuesta para el incesto. Los besos apasionados de ambos y sus sugerentes palabras de afecto escandalizaron a tal extremo a los cortesanos que Séneca decidió com­ batir el fuego con fuego : hizo intervenir a la concubina Acte para des­ viar la lujuria del emperador y advertirle de los notorios peligros políticos de la situación. Contra Cluvio, el muy hostil Fabio Rústico sostenía que el amorío no había sido iniciado por su madre sino por el propio Nerón, pero Tácito, aunque la menciona, rechaza esta versión por ser incongruente con el carácter conocido de Agripina y va en contra, por tanto, de todas las otras fuentes y de la creencia popular. En realidad, Tácito nunca afirma que la relación se consumó, mientras que Dión Casio duda incluso de que existiera y se pregunta si no fue inventada para dar más colorido a los personajes involucrados. Pero todo el mundo, asevera, coincidía en un hecho: había una cortesana a quien Nerón hacía objeto de favores especiales debido a su parecido con Agripina, de modo que cuando holgaba con ella o la exhibía ante otros, solía decir que estaba copulando con su madre. Por último, Suetonio da crédito a la versión (sólo presente en Fabio Rústico) que hace de Nerón el seductor, y añade de forma explícita lo que Tácito parece dar a entender, a saber, que los enemigos de Agripina impidieron la consumación, temerosos de que ésta aumentara su poder sobre el emperador. Suetonio también menciona a la cortesana, de quien dice que fue seleccionada entre las concubinas de Nerón debido a su parecido con Agripina. Pero agrega algo que no se encuentra en otras fuentes: “según decían” , antes, cada vez que Nerón era transportado en litera con su madre, las ropas manchadas solían delatar el cumplimiento de su pasión incestuosa. Esta última acusación contradictoria, que debe referirse a un período muy anterior -pues Nerón y Agripina sólo com­ partieron una litera durante los primeros meses de su mando conjunto-, parece puramente gratuita.·5 En resumen, cualquiera que fuera la verdad, la versión común parece haber sido que Agripina se ofreció a Nerón en 58 ó 59, engañada por sus enemigos, y que el emperador no hizo nada para detenerla o para impedir la circulación del rumor. Nerón dejó de

Copia del retrato oficial de Nerón, 55-59 d. C.

ver a su madre en privado, ella se retiró a sus propiedades y él terminó por decidir que era preciso eliminarla. ¿Cómo hacerlo? Se contempló la posibilidad de utilizar veneno o un puñal, pero se descartaron por ser demasiado obvios aunque, según una

historia, Nerón trató de envenenar a su madre varias veces. Entonces el liberto Aniceto, un viejo maestro de Nerón y entonces prefecto de la flota en Miseno, propuso un brillante plan de efecto teatral: un barco dispuesto para naufragar en plena travesía haría que su muerte pareciese un acci­ dente, y después Nerón podría llorarla a sus anchas. La idea encantó al joven emperador -algunos llegaron a decir que él mismo la había for­ jado tras ver una embarcación de ese tipo en el teatro-, dado que las circunstancias parecían propicias: pronto, a finales de marzo de 59, se celebraría el festival de M inerva en Baia, sobre la bahía de Ñapóles. Así, con propuestas de reconciliación indujo a Agripina a trasladarse a su villa de ese lugar, la saludó en la costa con una efusión de cariño y la agasajó y honró con un banquete. La conversación, que se prolongó hasta bien entrada la noche, mostró a un Nerón cada vez más reservado y serio. A l final, tras besarla en los ojos, cobijarse en su pecho y profesarle gra­ titud eterna, el emperador la acompañó a la costa. En ella, la nave pró­ digamente equipada, en la que el mismo Nerón había viajado desde Roma, la esperaba para conducirla de regreso a su hogar. Según la descrip­ ción de Tácito, una clara noche estrellada y un mar en calma fueron testigos del crimen; la nave zozobró como estaba previsto, algunos de los compañeros de Agripina murieron y la emperatriz herida nadó hacia una barca próxima, que la depositó en la costa cerca de su propia villa. Plenamente consciente del plan de su hijo, la mujer decidió que lo mejor sería ignorarlo. Envió a un liberto a anunciar que por la gracia de los dioses y la buena fortuna de Nerón ella había escapado a un grave peli­ gro, pero rogaba al emperador que, pese a su inquietud natural, por el momento la dejara descansar. Nerón, que esperaba con nerviosismo buenas noticias, quedó devas­ tado y aterrorizado ante la posibilidad de que su vengativa madre inci­ tara en su contra a los esclavos, los soldados o el Senado y el pueblo de Roma. Necesitado de consejos, convocó a Séneca y Burro. Estos duda­ ron de que pudiera confiarse en la guardia para matar a la hija de Ger­ mánico, el héroe de los soldados: Aniceto tendría que terminar la tarea. Para deleite del emperador, Aniceto no dudó en aceptar el cometido, por lo cual Nerón exclamó, de forma característica, que ése era el día en que verdaderamente heredaba el trono de emperador, y se asombró de que fuera un esclavo quien le hiciera entrega de tamaño obsequio. Tras la partida de Aniceto para cumplir su misión, Nerón agregó su propio

toque dramático. Cuando admitió a su presencia al mensajero de Agri­ pina, le arrojó una espada a los pies y ordenó que lo encadenaran de inmediato, como si se tratara de un asesino atrapado con las manos en la masa. Así podría urdir la historia de que su madre había planeado asesinarlo y, al ser descubierta, se había suicidado. Entretanto, tras rodear la villa de Agripina y entrar por la fuerza, Ani­ ceto, acompañado por una partida de marineros e infantes, irrumpió en sus aposentos. La emperatriz les hizo frente con temeridad: si habían ido a buscar noticias de ella, debían decir al emperador que estaba recu­ perándose; si el motivo de su presencia era, en cambio, cometer un cri­ men, nunca creería que lo hacían por deseo de su hijo: él no podía haber ordenado el matricidio. Los asesinos rodearon su lecho y un capi­ tán naval la golpeó en la cabeza. Cuando un centurión desenvainó la espada, ella le presentó el vientre y gritó: “ ¡Hiéreme en las entrañas!” L a mataron brutalmente y esa misma noche incineraron su cadáver.6 El público recibió la noticia con deleite, real o fingido. Los oficiales de la guardia pretoriana del emperador (a quienes se otorgó una bonifica­ ción) lo congratularon por haber escapado al peligro. Sus amigos agra­ decieron a los dioses en los templos y su ejemplo no tardó en ser seguido por las ciudades vecinas a Campania, que hicieron sacrificios en benefi­ cio de Nerón y enviaron embajadas a felicitarlo. Séneca redactó enton­ ces en su nombre una cuidadosa carta al Senado. El mensaje contaba la historia del naufragio, el liberto y la espada y afirmaba que, llena de culpa, Agripina se había matado al ser descubierta. Ha llegado hasta nuestros días una línea retórica de la carta, una exclamación de asombro: “ ¡Aún no puedo creer o regocijarme por estar a salvo!” .7 Séneca, en nombre de Nerón, también revelaba o inventaba todas las consabidas acusaciones: que el propósito original de Agripina había sido compartir el poder del emperador; que al ver frustrado su objetivo se volvió contra los soldados y el Senado y el pueblo, negándoles sus donaciones habituales; que había puesto en peligro a los principales hombres del Estado; que había tenido la temeridad de entrar al Senado y recibir embajadas extranjeras, y que había sido responsable de todos los crímenes del reinado de Claudio. Su muerte, afirmaba “Nerón”, era un fruto de la buena fortuna del Estado. En Roma, el Senado respondió con entusiasmo y decretó que en todos los santuarios se ofreciera una acción de gracias. En lo sucesivo, el fes­ tival de Minerva se celebraría con juegos anuales, para conmemorar el

día en que se descubrió el complot, y una estatua de oro de la diosa se instalaría en el recinto del Senado junto a otra de Nerón. E l día del nacimiento de Agripina, 6 de noviembre, se incorporaría a la lista de días infaustos, en los que no podía haber ninguna actividad pública. Por su parte, Nerón revocó el exilio de muchos enemigos y víctimas prominentes de su madre. Para terminar, pasados tres meses, el emperador regresó de Campania para recibir una extasiada bienvenida pública en Roma.8 Ese era el despliegue públicamente escenificado del estremecimiento y el alivio compartidos por el emperador y su pueblo: para alborozo general, un gran crimen había sido descubierto y evitado. Nerón estaba a salvo y el Imperio en manos seguras. Pero al mismo tiempo había entre el emperador y sus súbditos otro diálogo cuyo tono es más difícil de captar, y que se refiere a la culpa. Por su lado, la reacción inicial de Nerón a la muerte de Agripina se presentó como una reacción de pesar y no de alegría: el emperador estaba triste, parecía casi enojado por haberse salvado y lloraba la muerte de su madre. Pero también en este caso las fuentes discrepan en torno de la realidad detrás de la imagen.9 Sin vacilación alguna, Dión relata con los detalles más espeluznantes lo sucedido a continuación. En un momento de gran guiñol, el emperador ve el cuerpo de su madre, lo desnuda, lo examina y estudia sus heridas con cuidado y luego profiere estas pala­ bras estremecedoras: “No sabía que tenía una madre tan bella” . Aun­ que coincidente, la versión de Suetonio guarda una notable diferencia. Nerón se apresura a ver el cuerpo; manipula los miembros, denigrando unos y elogiando otros, y mientras realiza su trabajo siente tanta sed que pide algo de beber. Suetonio presenta estas acciones como atroci­ dades atestiguadas por “escritores dignos de confianza”, lo cual sugiere que había algunas discrepancias; en efecto, Tácito señala lacónicamente: “Hay quienes dicen que Nerón contempló a su madre muerta y alabó la belleza de su cuerpo, y hay quienes lo niegan” . Cuando Tácito muestra dudas, nosotros debemos mostrar escepticismo. Lo importante no es si Nerón manoseó el cadáver de su madre, sino que alguien creyera que podía hacerlo y lo hizo. Según Tácito, Nerón, incapaz de enfrentarse a la escena de su cri­ men, se retiró a Nápoles; desde allí envió al Senado la carta en la que acusaba a su madre. En la versión de los acontecimientos presentada por Dión, el emperador vive en un estado de terror constante y no puede

dormir de noche ni permanecer mucho tiempo en un mismo lugar, debido al peso de su conciencia y el sonido de cornetas cerca de la tumba de Agripina. Tácito, más contenido, menciona que algunos creían haber oído una corneta en las cercanías y sonidos de lamentos salidos de la tumba, pero no dice que Nerón los oyera o se sintiera perturbado por nada de eso. Ninguno de los dos autores agrega una palabra más sobre la conciencia del emperador, pero Suetonio informa que éste admitía con frecuencia los tormentos que le ocasionaban el fantasma de su madre y los látigos y teas encendidas de las Furias, un tema que tras su muerte varios autores se apresuraron a recuperar.10 Con la ayuda de hechice­ ros persas, Nerón trató incluso de convocar y aplacar a su espectro, y durante su gira por Grecia en 67 no se atrevió a participar de los mis­ terios de Eleusis, dado que se iniciaban con el solemne despido de obser­ vadores impíos y criminales, por orden de un heraldo. Había otro punto de vista sobre la culpa de Nerón: un punto de vista popular, expresado particularmente en los pasquines (sátiras visuales o verbales colocadas de forma anónima en lugares públicos) a los que los romanos eran muy aficionados.11 Una noche, tras el retorno del empe­ rador a Roma, se colgó un saco de cuero de una de sus estatuas, para sugerir la necesidad de meterlo en uno de ellos -la pena habitual por parricidio consistía en ahogar al culpable dentro de un saco junto con una víbora, un perro y un gallo-, mientras que en las últimas semanas de su vida otro saco se colgó alrededor del cuello de otra de sus esta­ tuas con la siguiente inscripción: “ ¿Qué he hecho yo? Tú en cambio mereces el saco” .12 Por otra parte, tras la entrada de Nerón a la ciudad en 59, en uno de esos incidentes casuales que conmocionan al obser­ vador moderno, un bebé fue arrojado al Foro con un cartel que rezaba: “Yo no te criaré y tú no matarás a tu madre” . Y una estatua de A gri­ pina que no había sido retirada tras su muerte apareció un día cubierta de harapos a modo de velos y con la inscripción: “Estoy avergonzada, pero tú no lo estás” . Circulaba asimismo un dístico latino: “¿Quién puede negar que Nerón proviene de la gran familia de Eneas? Uno eliminó a su madre, el otro a su padre” . Y en griego, probablemente garrapateado en la base de una estatua del emperador: “Nerón Orestes Alcmeón, asesino de madre. O en otras palabras: Nerón mató a su propia madre” .13 Hubo también críticas más directas que esas mordaces observaciones anónimas. Un día, un filósofo cínico repudió al emperador en la calle

con una referencia indirecta a su acto, mientras que un comediante popu­ lar convirtió algunos versos en una farsa contra él: para acompañar las palabras “Adiós padre, adiós madre” de una canción griega, simuló los movimientos propios de la bebida y la natación, para recordar la muerte de Claudio y Agripina. Con el último verso de su pieza, “ Orco [dios del inframundo] guía vuestros pasos”, hizo gestos a los miembros del Senado, que solían sentarse en las primeras filas de asientos, reservadas para ellas por ley.14 L a reacción de Nerón ante esos ataques motivados por su crimen es digna de nota. El emperador se mostró excepcionalmente clemente (lenio­ rem) con quienes lo censuraban por medio del discurso y el verso. Se limitó a proscribir de Italia al actor y al filósofo y no tomó medida alguna contra Trásea Peto, que abandonó ostentosamente el Senado cuando éste votaba la ceremonia de acción de gracias por la muerte de Agripina. Lo más significativo es que, cuando ávidos informantes presentaron cargos contra personas que se atrevían a decir que Nerón había matado a su madre -la acusación correspondiente sería la traición-, el emperador sen­ cillamente se negó a permitir que esos casos llegaran a los tribunales. Esta moderación desconcierta a Dión y Suetonio, que especulan a su respecto: tal vez Nerón no deseaba atizar la llama del descontento, tal vez real­ mente no le importaba. La razón, sin embargo, es más simple: Nerón coincidía en su culpabilidad. La estrategia del emperador se entiende mejor en el contexto de dos fenómenos conexos de la vida pública romana de finales de la República y comienzos del Imperio. Podemos dar al primero el nombre de “poder del mito” . r En las etapas intermedia y final de la República se extendió entre las clases superiores romanas la moda de establecer vínculos genealógicos con los dioses y héroes (estos últimos ya son hijos o descendientes de los primeros) de los mitos; lo típico era pretender descender de un héroe griego o troyano que en sus vagabundeos había llegado a Italia, a menudo para fundar no una familia sino un pueblo o una ciudad. Así, Julio César y su hijo adoptivo Augusto podían presentarse como descendientes del príncipe troyano Eneas, fundador de Roma e hijo de Venus (por eso la pretensión de su heredero Nerón de “proceder de la gran familia de Eneas”); en rigor, casi todos los políticos contemporáneos podían rei­

vindicar un origen de similar imponencia.15 En sí misma, esta moda gene­ alógica no es más que un aspecto de la masiva helenización de todos los elementos de la cultura romana e italiana -o la domesticación de la cul­ tura griega clásica y helenística- a lo largo de los siglos III, il y I a. C., mientras Roma se erigía, por conquista, imitación y atracción, en el epi­ centro del mundo grecorromano. Es irrelevante que esas genealogías no pudiesen someterse a una verificación rigurosa. Representaban una faceta singular de la reconciliación entre las culturas griega y romana, parte de una adaptación mucho más amplia a las realidades del poder: los oradores y poetas griegos podían dirigirse a sus nuevos amos en tér­ minos de alabanza ya forjados para otros, los gobernantes helénicos; los estadistas romanos, por su parte, podían presentarse como legítimos par­ ticipantes en una cultura que era más antigua que la suya propia. Pero los linajes heroicos también satisfacían un objetivo más inmediato, como armas desplegadas en la política de Roma. Las genealogías legendarias constituyen una sola hebra, la más literal, del entrelazamiento general del mito en la vida política romana contem­ poránea. Al apropiarse de los dioses y héroes del mito y la historia legen­ daria, si no como ancestros, sí al menos como modelos, los políticos podían exhibir imágenes cargadas de significados fácilmente reconocibles para un vasto público.16 En todas partes, por lo tanto, desde las monedas que guardaban en sus bolsos hasta los programas decorativos de sus más gran­ des edificios públicos, los ciudadanos podían descifrar con relativa faci­ lidad las pretensiones de sus líderes cuando se expresaban, desde un punto de vista artístico, en términos míticos y legendarios, mensajes que la per­ sona letrada también podía leer en los escritos de su tiempo. Así, con­ quistadores y benefactores mundiales, como Alejandro o Pompeyo el Grande o un supuesto conquistador benefactor como Marco Antonio, so­ lían acudir con naturalidad a las proezas globales de Dioniso o Hércules para representar sus propios hechos. En los comienzos de su carrera, el rival de Antonio, Augusto, adoptó los símbolos o el personaje de Apolo, el dios de la paz y las artes, el heraldo de la nueva Edad de Oro. Se apropió, por ejemplo, de la esfinge (un símbolo de Apolo) para su anillo de sello, llevaba la corona de laurel de Apolo en público, atribuyó la victoria final en Accio sobre Antonio y Cleopatra a la protección del dios (como los poetas lo proclamarían in extenso) y construyó el gran Tem­ plo de Apolo en el Palatino, junto a su casa y conectado con ella.17

El ejemplo más claro de uso del mito (y la leyenda), en una ciudad ates­ tada de complejos arquitectónicos similares, es el Foro de Augusto en el centro de Roma, un rectángulo abierto de alrededor de 125 por 90 metros. En el centro de la plaza se levantaba una gran estatua del princeps Augusto, montado en un carro triunfal con inscripciones añadidas a su base, que describían sus victorias y lo mencionaban por el título que se le había acordado en el momento de la dedicación del Foro en 2 a. C., padre de la patria (Pater Patriae). Flanqueando ambos lados de la plaza había colum­ natas de dos pisos, y en ellas una serie de nichos que contenían estatuas de tamaño superior al natural de todos los grandes romanos del pasado. Sobre uno de los lados, cerca del final, se erigía Rómulo, el fundador de Roma, más grande que el resto, exhibido con la lanza y el botín militar (spolia opima), que se otorgaba a los contados comandantes romanos que habían matado al líder enemigo en combate personal. En el otro lado, frente a Rómulo, se levantaba el padre Eneas, fundador de la raza romana, en la pose clásica de la piedad, mientras carga a su padre sobre los hombros y conduce a su hijo de la mano para alejarlos de las llamas de Troya. Eneas estaba escoltado por estatuas de sus descendientes, incluida la familia de Julio César, los ancestros míticos e históricos de Augusto. De tal modo, los dos fundadores de Roma y todos sus grandes hombres dirigían sus miradas hacia Augusto, en el centro. La cabecera del Foro estaba dominada por el gran Templo de Mars Ultor, Marte Vengador, el vengador del padre de Augusto, Julio César, contra sus ase­ sinos, y de Roma contra los partos. El dios Marte aparecía con todas sus armas en el centro del frontón del templo, flanqueado a un lado por su esposa Venus, antepasada de la familia Julia, y al otro por la diosa For­ tuna, la misma Fortuna señaladamente devuelta a Roma por Augusto en 19 a. C.: un bonito asunto familiar, entonces, en el que Marte, padre de Rómulo, y su esposa Venus, madre de Eneas, miraban desde arriba a su descendiente Augusto situado en el centro de la plaza. Una breve des­ cripción selectiva hace escasa justicia a los elementos del complejo, pero su naturaleza programática es clara. Augusto el conquistador se presen­ taba como la culminación de la historia romana, el nuevo Eneas, el nuevo Rómulo, el tercer fundador de Roma y custodio de su gloria militar.18 Estas eran apenas algunas de las imágenes que se exhibían en todas las esquinas públicas de la ciudad de Augusto, reproducidas en obras de arte privadas y elaboradas por los poetas, oradores e historiadores de la

época. En rigor, no era obligatorio retratar al emperador exclusiva­ mente en términos de un único dios o héroe. Augusto, por ejemplo, también se asociaba a retratos del héroe ateniense Teseo, conquistador occidental de las amazonas de Oriente (así como Octavio/Augusto ven­ cería a Antonio), de Diomedes o de Orestes; cada figura mítica trans­ mitía un mensaje a menudo simplificado que debía ser significativo para los observadores contemporáneos.19 El quid es que la vida diaria estaba impregnada de esos ejemplos del pasado, todos dedicados a comentar el presente. Era habitual presentar a los líderes de Roma envueltos en los hechos y las virtudes de figuras del mito y la leyenda, y el pueblo romano estaba muy acostumbrado a leer y evaluar los mensajes que pretendían comunicar. Ya hemos visto el segundo fenómeno que debemos considerar aquí: la licencia teatral (theatralis licentia). Así como podemos estimar que el poder del mito expresa la manipulación de un vocabulario simbólico por los dirigentes del Estado, la licencia teatral sugiere la otra cara de la moneda, la vigorosa manifestación del sentimiento popular acerca de asuntos del común en el marco de un espacio público privilegiado. Un aspecto llamativo de esa licencia es de particular importancia: la pre­ ponderancia del doble sentido en las obras, si podemos ampliar la expre­ sión hasta incluir tanto el discurso como la acción. Desde finales de la República, una vez más, una copiosa cantidad de pruebas muestran que las audiencias teatrales romanas eran extraordinariamente rápidas para captar los comentarios sobre la vida pública contemporánea propuestos por las palabras y las acciones presentadas en el escenario.20 El modo de transmisión de dichos mensajes variaba. El dramaturgo mismo podía ser la fuente, como cuando Julio César obligó al anciano Laberio a actuar en una de sus piezas; Laberio se vengó apareciendo como un esclavo que acaba de recibir azotes y profirió estas palabras: “En lo sucesivo, ciudadanos, hemos perdido nuestra libertad”, ante lo cual todo el público dirigió sus miradas a César. Esa franqueza podía ser peligrosa durante el Imperio: Caligula hizo quemar vivo a un autor en la arena por escribir un doble sentido humorístico (ob ambigui ioci versiculum). Pero con mayor frecuencia eran los actores quienes decían los versos e incluso modificaban las palabras para producir el efecto apro­ piado, una inclinación que, a ciencia cierta, los hacía muy peligrosos. Cicerón describe con alguna extensión (y probablemente con cierta

exageración) cómo el gran actor Esopo llevaba a su audiencia a un nivel febril de simpatía por el orador entonces exiliado, al hacer hincapié en los versos pertinentes, por ejemplo los que se referían a un padre expul­ sado y su casa demolida (como había sucedido con la del mismo Cice­ rón), incitar a que pidiera bises de observaciones mordaces, agregar versos de su propia cosecha y hacer gestos a diferentes sectores del público si le parecía de interés hacerlos darse por aludidos. La obra, una tragedia, cobraba así nueva vida. Bajo el Imperio esa conducta era más arriesgada: un buen emperador como Marco Aurelio podía permanecer inmóvil en su asiento cuando se hacía un juego de palabras exagerado sobre el pre­ sunto amante de su mujer, pero gobernantes menos filosóficos como Nerón y Cómodo enviaban a los actores temerarios al exilio.21 No sólo el autor y los actores: también el productor de la obra podía hacer una declaración a través de la pieza que escogía o la manera de pre­ sentarla. El mejor ejemplo es el del general Pompeyo, que, por sus gran­ des conquistas orientales, celebró un triunfo de magnificencia sin precedentes en 61 a. C., y al mismo tiempo dedicó un templo a Venus Vic­ trix, Venus Vencedora, donde sus trofeos militares se expondrían de forma permanente. Pegado a este templo y construido asimismo con el botín obtenido, habría un teatro, y en la dedicación del complejo en 55 a. C. Pompeyo presentó obras cuya puesta en escena dio un nuevo significado a la palabra “ teatralidad” : en Clitemnestra aparecían seiscientas muías que transportaban los despojos de la Troya saqueada por Agamenón, mien­ tras que en E l caballo de Troya actuaban cientos de extras como portado­ res de tres mil cuencos llenos hasta el tope con el botín. La utilería era real, e irresistible la identificación del rey griego Agamenón, primero entre iguales, que se paseaba en el escenario, con el triumphator romano que aguardaba detrás de éste.22 Lo que da un sabor especial a la transmisión y recepción de esos dobles sentidos es su espontaneidad ocasional. Esto es, “a veces la audiencia veía una alusión que no estaba prevista” .23 Augusto, por ejemplo, se sintió turbado una vez cuando una multitud se abalanzó a sus pies y aplaudió el verso “ Oh, justo y buen señor”. Pero en 68, cuando los actores de una obra en Roma comenzaron a entonar la canción cómica “Onésimo está viniendo de su villa” (desconocida, por lo demás), su público completó la letra y la repitió varias veces, en aparente burla del nuevo emperador Galba, por entonces en camino de regreso desde España.24 Esta notable

receptividad mostrada por la audiencia subraya el intenso nivel de con­ ciencia existente dentro de un teatro romano: los espectadores esperaban encontrar una pertinencia contemporánea en las producciones; los acto­ res esperaban que la agudeza de sus observaciones y acciones fuera cap­ tada, interpretada y apreciada. La licencia teatral se reúne y se fusiona con el poder del mito en la transmisión de mensajes entre gobernantes y gobernados: casi todo el teatro trágico y parte del teatro cómico presentaban las ya familiares aventuras de los dioses y héroes griegos. En resumen, el pueblo romano estaba acostumbrado a ver a sus gobernantes mostrados por doquier como personajes de mitos conocidos, y a actuaciones en las tablas que hacían un comentario directo de sus inquietudes del momento. Debemos recor­ dar las expectativas de los espectadores romanos cuando leemos los rela­ tos hostiles o despectivos de las interpretaciones de Nerón: todos preveían que, al entrar al teatro para actuar, el emperador se identificaría de alguna manera con el personaje representado; no podía evitarlo, ni podía hacerlo de manera irreflexiva. De vez en cuando, en su gesto de mayor extra­ vagancia teatral -un gesto que debilitaba gravemente la naturaleza del teatro antiguo-, Nerón utilizaba una máscara que mostraba sus propios rasgos. De ese modo, nadie podía tener la más mínima duda: Nerón era Orestes el matricida y Orestes era Nerón; Nerón era Edipo, el hombre que había matado a su padre y se había casado con su madre. Aun cuando no subió a la escena trágica hasta 66, lo que impulsó el interés de Nerón en la actuación fue la muerte de Agripina en 59. Orestes y Edipo eran dos de sus papeles favoritos,25 La historia de Orestes era una de las más conocidas (y complejas) de la Antigüedad. Su padre, Agamenón, rey de Micenas, había sido coman­ dante en jefe dél ejército griego en Troya. Al regresar a su hogar termi­ nada la guerra, Agamenón murió en el baño a manos de su esposa, Clitemnestra, y el amante de ésta, Egisto. Su hijo, Orestes, fue alejado en secreto y cuando llegó a la edad viril preguntó al oráculo de Apolo en Delfos si debía vengar a su padre matando a sus asesinos. El dios le dio una respuesta afirmativa. Disfrazado, el joven fue a Micenas a infor­ mar a los asesinos adúlteros que él, Orestes, había muerto. El embuste fue un completo éxito y Orestes aprovechó entonces para matar a Egisto. A l reconocer a su hijo, Clitemnestra trató de apelar a sus sentimientos

filiales y para ello desnudó los pechos que lo habían alimentado, pero eso no impidió que aquél también la abatiera. Esa misma noche, las terri­ bles Erinias, las Furias, aparecieron con sus látigos para acosar al matri­ cida, que huyó a Delfos en busca de protección. Allí, el dios le indico que, transcurrido un año de exilio, debía encaminarse a Atenas, donde Atenea pondría fin a la maldición. Orestes deambuló por muchas tierras, a menudo en un estado de locura, y se purificó por medio de ritos en numerosas oportunidades, pero sin resultado: las Furias no cesaban en su persecución, siempre espoleadas por el espectro de Clitemnestra. Al final, en un gran juicio por asesinato celebrado en Atenas, en el que Apolo fue su defensor y la Furia más anciana hizo las veces de fiscal, Orestes fue absuelto por un voto, el de Atenea.36 Para Nerón, la clave de oro de la historia de Orestes no radicaba en que éste era un matricida, sino en el hecho de que había cometido un matricidio justificado,27 En efecto, había dos justificaciones que podían mitigar el horror del acto. Una era la venganza por el padre asesinado, una venganza que no sólo era apro­ piada sino demandada. Nerón, por entonces de 16 años, no había tenido participación alguna en la muerte de Claudio, su padre adoptivo, pero Agripina, bajo el influjo del apasionado resentimiento que el rechazo del hijo suscitaba en ella, reivindicó al parecer su responsabilidad en el asesinato y se presentó como la madre capaz de sacrificarlo todo para que su vástago pudiera gobernar. Sin embargo, no parece haber indi­ cios de desarrollo alguno de la imagen de Nerón como vengador de su padre Claudio, y ni siquiera de que en la época alguien tomara en serio la idea de que éste había sido asesinado. Pero Nerón sí planteó la otra defensa razonable contra la acusación de matricidio. Orestes había matado a su madre no sólo a causa de la muerte del padre y la clamorosa exigencia de venganza ordenada por Apolo, sino porque Clitemnestra le había robado la herencia y el pue­ blo de Micenas sufría bajo la tiranía de una mujer. En las palabras que le presta Esquilo : Pues van a confluir al mismo punto estímulos diversos: las palabras del dios, el dolor tan inmenso por mi padre; además me impulsa la indigencia, y el deseo de que los ciudadanos más ilustres, destructores de Troya con su gloria, no sean los esclavos de dos simples mujeres.28

Ésa era la esencia de la campaña postuma contra Agripina, espe­ cialmente tal como se explica en la carta de Séneca al Senado, a saber, que ella se había extralimitado en su papel mujeril para aspirar al poder supremo, socavando lealtades e incluso planeando asesinar a su hijo, así como se decía que Clitemnestra, en efecto, había amenazado hacer con un Orestes recién nacido: la salvación de Nerón, como hemos visto, estaba íntimamente vinculada a la preservación del Imperio (aeternitas imperii). Una interpretación avezada podía incluso evocar un paralelo entre Agripina cuando apunta a su propio vientre y Clitemnestra al desnudar el pecho que ha alimentado a Orestes: el bien público es superior a la piedad filial.29 Así como el acto heroico de Orestes había liberado a Micenas, el gran sacrificio de Nerón salvó a Roma. Nerón, desde luego, llevó su representación de Orestes más allá de los límites de la escena, pues durante el resto de sus días se quejó del acoso del espectro de su madre y de las Furias con sus látigos y sus antor­ chas llameantes. Además, su interés se despertó en 66, siete años después de la muerte de Agripina, cuando conoció a los magi, hechiceros persas. A través de éstos intentó convocar y apaciguar al espectro de su madre, pero pronto comprobó que esos magos eran unos farsantes y renunció a la magia cuando el implacable espíritu de Agripina demostró una timidez poco habitual.30 El año siguiente, durante la gira de Grecia, según registra Suetonio, evitó los ritos mistéricos de Eleusis como si estuviera impuro. Dión, que tal vez informa erróneamente de esa misma nega­ tiva, agrega que se mantuvo alejado de Atenas “debido a la historia de las Furias” , y de Esparta a causa de las leyes restrictivas de Licurgo.31 Pero hay una explicación mucho más plausible para su evitación de esos lugares: no le interesaban. Estaba en Grecia por los juegos.32 La historia de las Furias era una excusa dramática, por entonces posiblemente tam­ bién una broma, pero hasta sus últimos días Nerón estuvo muy dispuesto a identificarse con el matricida arquetípico. L a identificación con Orestes se reforzó aún más cuando Nerón aña­ dió a su repertorio a otro de sus personajes predilectos, Alcmeón, un virtual doble, el otro matricida del mito. Su historia es mucho menos conocida en nuestros días.33 Alcmeón era hijo del. vidente Anfiarao, que fue uno de los Siete contra Tebas, los héroes de Argos que tomaron partido a favor de Polinices contra su hermano Eteocles cuando estos dos hijos de Edipo lucharon por el control del reino de su padre. Anfiarao,

que había previsto su propia muerte, se negó a marchar contra Tebas, pero Polinices sobornó a su esposa, Erifile, con un antiguo collar para que lo convenciera de participar en la empresa. Aquél terminó por ir a Tebas y murió allí junto con la mayoría de los héroes argivos, o al menos desapareció para siempre. Su hijo Alcmeón mostró igual renuencia a marchar contra esa ciudad cuando se le pidió que encabezara una expe­ dición de los hijos de los Siete en procura de venganza. Tersandro, hijo de Polinices, sobornó entonces a la madre de Alcmeón, la misma Eri­ file, con un antiguo velo, a fin de que persuadiera a su hijo de ir a la guerra. La expedición conducida por Alcmeón tomó Tebas, y sólo en ese momento se enteró éste, por azar, de que la codicia de su madre había provocado la muerte de su padre y puesto en peligro su propia vida. Un ambiguo oráculo de Apolo, que Erifile merecía morir, lo impulsó a ase­ sinarla. Las Furias lo persiguieron y Alcmeón se vio obligado a vaga­ bundear, a veces loco, hasta que el dios río Aqueloo lo purificó y le dio a su hija en matrimonio; pero el collar y el velo desembocaron a la larga, a través de una secuencia de acontecimientos en los que las Furias tuvieron participación, en el asesinato de Alcmeón, cometido por otro suegro indignado por su bigamia.34 Los paralelos entre las historias de Alcmeón y Orestes permiten ver por qué el papel del primero atraía a Nerón: la pérfida madre que causó la muerte del padre y amenazó la seguridad del hijo, el ambiguo orá­ culo délfico, el matricidio, la persecución representada por las Furias y la locura. Las divergencias entre ambas también sugieren por qué Alc­ meón podía ser menos atractivo para el emperador, y por qué se sabe menos de ese rol: no había enjuego reino alguno, los relatos diferían en cuanto a si el padre había muerto o desaparecido, el héroe mismo era responsable de su propia muerte. El punto central es que fue Nerón, y no sus enemigos, quien decidió mitologizar el asesinato de su madre. Al presentar a Orestes como uno de sus papeles favoritos, destacar esa predilección por Alcmeón, dramatizar los tormentos de conciencia en su vida fuera de las tablas y representar el matricidio en el escenario con una máscara que exhibía sus propios ras­ gos, Nerón formuló los términos del debate con respecto a su culpa. Es incuestionable que tuvo éxito. La clave está en lo siguiente: sus anti­ guos críticos se vieron obligados a reaccionar en procura de demostrar que no era comparable a Orestes. Juvenal objetó que éste había actuado

sobre la base de la autoridad de los dioses y nunca mató a su hermana o su esposa ni envenenó a sus parientes; y, ya que estamos, ¡tampoco cantó el papel de Orestes en el escenario ni escribió una Troica! En su Vida de Apolonio de Tiana, Filóstrato señaló que el padre de Orestes había sido asesinado por su madre, pero que Nerón debía su adopción y el Imperio a la suya. Filóstrato el Viejo puntualizó que, así como Orestes había actuado para vengar a su padre, Nerón no tenía una excusa seme­ jante. La inscripción contemporánea registrada por Suetonio explota el mismo filón: la primera parte parece representar la pose heroica de la versión oficial, “Nerón Orestes Alcmeón, asesino de madre” , como paro­ dia de su nombre oficial, Nerón Claudio César; pero la segunda mitad cambia el punto de mira para concentrarlo en su mero horror: “ O en otras palabras: Nerón mató a su propia madre” .35 La visión más clara del debate público sobre la culpa proviene de una oscura anécdota. Un día, al pasar Nerón junto a él, el filósofo cínico Isi­ doro le formuló un reproche en público y exclamó que “canta bien los males de Nauplio, pero dispuso muy mal de sus bienes” . En torno del ingenioso juego de palabras con el bien y el mal (mala bene / bona male) se construía un agudo contraste entre el éxito de Nerón en las tablas y su fracaso como emperador, una crítica que Isidoro pagó con el exilio. Los males de Nauplio (Naupli mala), requieren una explicación. Nau­ plio era el padre del prudente Palamedes, gran inventor y uno de los líde­ res del ejército griego en Troya. Odiseo, para resolver una inquina personal y con la connivencia o el asentimiento de los demás reyes, acusó a Pala­ medes de traicionar al ejército griego a cambio de oro troyano. El acu­ sado fue condenado sobre la base de pruebas falsificadas y lapidado hasta morir. Como venganza, más adelante su padre Nauplio atrajo a la flota griega a su destrucción mediante señales falsas, mientras esta última nave­ gaba de regreso a la patria tras la guerra. Se ha considerado que los males de Nauplio se refieren de alguna manera a la muerte de su hijo Palame­ des, y se ha supuesto que Nerón escribió un poema sobre el tema.3® Pero es más sencillo entender mala no como las adversidades sufridas por Nauplio, sino como los males que causó. En efecto, tras no obtener de los líderes griegos compensación alguna por la muerte de su hijo, Nau­ plio se marchó de Troya y visitó una a una a muchas de las esposas de esos jefes, para informar a cada una de ellas de que había sido reem­ plazada por una concubina troyana. Varias de las reinas incurrieron enton-

ces en adulterio; la principal entre ellas fue Clitemnestra, esposa de Agamenón. Así, con los Naupli mala, Isidoro aludía a los trágicos suce­ sos que culminaron en la historia de Orestes representada por Nerón en público; y bastante bien representada, tuvo que admitir el filósofo cínico, aunque sólo fuera para preservar la mordacidad del epigrama. Según esta lectura, Isidoro trató de reconstruir la barrera entre el mito teatral y la vida real y, asimismo, de cortar el lazo especioso entre el relato de Orestes y la fortuna del Imperio de Nerón. La historia de Edipo debe examinarse junto a la de Orestes. Quizás aún más conocida, y un cuento popular de mayor difusión, era una his­ toria cuya narración tenía una meta similar. El oráculo délfico advirtió a Layo, rey de Tebas, que un hijo nacido de él y de su mujer Yocasta lo mataría. A l tiempo nació una criatura que el rey abandonó en el monte Citerón; por una serie de coinciden­ cias, el niño fue salvado y criado como hijo propio por el rey y la reina de Sición. Más adelante, el mismo oráculo de Delfos profetizó al joven Edipo que mataría a su padre y se casaría con su madre. Horrorizado ante la idea, Edipo huyó, sólo para tropezar con Layo, su verdadero padre, y matarlo en un altercado al borde del camino. Llegó luego a Tebas y liberó a la ciudad de la sombra de la mortífera Esfinge al responder correctamente su enigma. Los agradecidos tebanos lo recompensaron con el trono y Edipo se casó con la reina Yocasta, viuda reciente con quien tuvo dos hijos y dos hijas. Cuando la plaga azotó la ciudad, Edipo consultó al oráculo délfico, que le ordenó expulsar al asesino de Layo. Obediente, aquél maldijo al asesino desconocido y lo sentenció al exi­ lio. Poco después se demostró de manera dramática e irrefutable que él, Edipo, había matado a su padre, Layo, y desposado a su madre, Yocasta. Esta se ahorcó y Edipo tomó uno de los broches de las ropas maternas para vaciarse los ojos. Su cuñado Creonte lo expulsó de la ciudad y Edipo erró por el mundo, guiado por su hija Antigona y hostigado por las Furias hasta el momento de su muerte en Colono, cerca de Atenas. Está claro que Nerón lo representó tal como era después de que los dioses le infligieran el conocimiento del asesinato y el incesto. Suetonio se refiere al Edipo cegado (Oedipus excaecatus), de Nerón, y Dión dice que lo conducían como si fuese un ciego. 37 Probablemente el emperador desempeñó ese papel en su victoria en los Juegos Olímpicos del verano

de 67. A l hablar de la puntillosa atención prestada por Nerón a las re­ glas de la competencia en Olimpia, Suetonio recuerda su temor a ser descalificado cuando dejó caer su baculus, un cayado o cetro, durante una actuación. Ese temor se disipó cuando el actor que lo acompañaba (su hypocrites) le aseguró que nadie, en medio del estruendo de las aclama­ ciones, había advertido el incidente. Una probable versión distorsionada de esta anécdota figura en una obra novelesca del siglo III, la Vida deApolonio de Tiana, de Filóstrato, cuando el héroe critica los excesos del empe­ rador en losjuegos Olímpicos: “¿Qué opinas del hecho de que estuviera tan perfecto en el papel de Creonte y Edipo, a tal punto que le preocu­ paba equivocarse por accidente en su entrada, su traje o su cetro?” .38 Y en su última actuación pública en Roma el año siguiente, Nerón cantó Edipo el exiliado, presuntamente la misma pieza que Edipo cegado o una secuela; la típica receptividad romana al doble sentido permitió a alguien advertir que el último verso que cantó en público fue: “Mi padre y co­ esposo me empuja cruelmente a la muerte” .39 El asesinato inconsciente pero intencionado del padre es menos impor­ tante en la historia y para Nerón que su elemento central, el incesto incons­ ciente e impremeditado con la madre, con el cual se suplanta al padre. Aunque relativamente raro en la vida y la leyenda, el incesto entre madre e hijo tenía una clara significación simbólica, y las historias sobre él com­ parten una característica, a saber, que el héroe es o desea ser el con­ quistador de una patria de la cual en ese momento está de alguna manera excluido.40 La consulta de libros de sueños podía servir a los grandes hombres para cerciorarse de que sus madres simbolizaban su país, de modo que cuando soñaban que se acostaban con ellas quería decir o bien que ganarían poder sobre su tierra o, al menos, morirían y serían ente­ rrados en ella. Si buscaba precedentes, Nerón no tenía que mirar más allá de su familia: se decía que la noche antes de cruzar el río Rubicón para iniciar su dominación del mundo romano, Julio César había soñado que dormía con su madre. Conquistar a la propia madre era conquistar la tierra, madre de todos.41 Otra vez, la comparación con Edipo fue obra de Nerón y no de sus enemigos. Después de todo, fue él quien decidió hacer alarde de una concubina que se parecía a Agripina y decir que, cuando estaba con ella, era como si copulara con su madre; fue él, asimismo, quien decidió re­ presentar el rol de Edipo ante un público con notoria capacidad para

captar al vuelo cualquier paralelo contemporáneo, real o imaginado. Edipo transmitía una lección que Orestes no podía impartir: era, en verdad, responsable de un incesto, pero no por su culpa; la ignorancia lo había llevado a actuar de ese modo.42 El mito de Edipo se cruza con el mito de Orestes (y su par, Alcmeón) en la ideología neroniana: ambos describen la estrecha relación entre madre e hijo regios que condujo al crimen o se reveló como tal; ambos crímenes exigen la muerte de la madre, y ambos están íntimamente liga­ dos a la toma del poder por el legítimo heredero. El hecho de acostarse con la propia madre y matarla es tabú para los hombres comunes y corrien­ tes, pero los dos mitos podrían utilizarse para mostrar que la ruptura de un tabú privado por parte de un príncipe podía equivaler a la captura lícita del poder público, e incluso excusarla. Gran parte del proceso está definitivamente fuera de nuestro alcance. Nunca podremos conocer el estado de ánimo de Nerón o las opiniones de sus consejeros antes y des­ pués del asesinato de su madre; quizá nunca conozcamos a ciencia cierta la verdad detrás de los rumores de incesto, y jamás conoceremos (y ésta es la pérdida más grave de todas) los textos que Nerón representó, las palabras que cantó, los gestos que hizo. Pero podemos constatar la intre­ pidez y habilidad con que actuó para mitigar el horror de su acto. En sus días, Roma era una ciudad plenamente acostumbrada a la extendida repre­ sentación programática del mito en la vida pública, así como a la pro­ funda intervención del auditorio en la función teatral. Como emperador, Nerón invitó de manera deliberada a trazar comparaciones con los héroes griegos más conocidos, y como intérprete competente representó los para­ lelos en su vida y sobre el escenario. A l mitologizarse y mitologizar su cri­ men, se distanció de éste y, a la vez, se arropó con el aura de un héroe. La meta no era probar su inocencia, sino aceptar la culpa y justificarla. Poco más de seis años después de la muerte de su madre, a comienzos del verano de 65, Nerón, por entonces de veintisiete años, mató acci­ dentalmente a su segunda mujer, Popea Sabina, que tenía algo más de treinta años. Todas las fuentes coinciden en que el emperador había estado locamente enamorado de ella desde el año 58. En su significación para él, la vida y la muerte de Popea rivalizaban con las de Agripina. La verdadera Popea está casi perdida para la historia, oscurecida de forma permanente por su feroz caricatura en el decimocuarto libro de

los Anales de Tácito como la amante implacable que empujó a Nerón a eliminar a sus rivales, en primer lugar a su madre Agripina en 59 y luego a su esposa Octavia en 62. E l historiador afirma (sin pruebas) que detrás de un velo de recato ella era sexualmente voraz y la acusa de utilizar el sexo como un medio de acceso al poder. Sin embargo, Popea aparecía contadas veces en público y es notable lo poco que Tácito nos dice de ella; en efecto, su relato apenas la menciona en cinco ocasiones: en la seducción inicial de Nerón, en los dramas de 59 (muerte de Agripina) y 62 (muerte de Octavia), en el nacimiento de su hijo en 63 y en su propia muerte. Tácito se explaya en abundancia sobre sus motivos y los discursos en que exhortaba a Nerón al crimen, pero no dice una pala­ bra de sus cuatro años como concubina y sus tres años como empera­ triz.43 Dión presenta la misma imagen, pero sin ensañamiento. Suetonio se limita a informar, sin crítica alguna del enamoramiento de Nerón, del matrimonio y la muerte de Popea. El único crimen de ésta tal vez haya sido suplantar a Octavia, a quien algunos canonizaron como la empe­ ratriz proba. Poco después de la muerte de Nerón, la obra anónima Octa­ via etiquetaría a Popea como la concubina soberbia (superbam paelicem), y la palabra “ concubina” parece haber permanecido.44 La mujer que Nerón escogiera para casarse -Octavia no fue su elec­ ción- debía ser extraordinaria. Tácito, pese a detestar su moralidad, admi­ tió que Popea, en efecto, lo era: “Su madre, que había superado a todas las mujeres de sus días en belleza, le dio fama y buena apariencia, y su riqueza estaba a la altura del esplendor de su familia. Era una agradable conversadora y su naturaleza no era en modo alguno obtusa: hacía alarde de recato” .45 Se esforzaba mucho por conservar su belleza: mantenía las arrugas a raya mediante baños diarios de leche ordeñada de quinientas burras y rogaba morir antes de comenzar a perder su buen aspecto. Tenía el pelo de color ambarino, y cuando Nerón lo elogió en un poema otras mujeres copiaron lo que con anterioridad se había considerado poco atractivo.46 Sin embargo, Popea era tan inteligente como bella. El poeta Leónidas de Alejandría le dio una esfera de los cielos como regalo de cumpleaños porque, como decía en el epigrama adjunto, ella disfrutaba de los dones dignos de su lecho matrimonial (como “esposa de Zeus”) y su saber (sophia). Popea también mostró un interés de buen tono por el judaismo : dos veces intercedió compasivamente ante Nerón en nombre de los judíos y ayudó económicamente al futuro historiador Josefo.47 La

tercera esposa y viuda de Nerón, Estatilia Mesalina, también destacaba por su riqueza, su belleza y su carácter, y era tan aficionada a la orato­ ria que incluso se ejercitó en el arte de la declamación: vista su predecesora, ¿podría el emperador haberse contentado con menos?48 E l 21 de enero de 63 Popea dio a Nerón su primer hijo, una niña, Claudia, en su mismo lugar natal, Antium, un acontecimiento que el emperador celebró “ con algo más que regocijo mortal” . Madre e hija recibieron el título imperial de Augusta, se formuló un elaborado agra­ decimiento a los dioses, se propuso la construcción de un templo dedi­ cado a la diosa Fecundidad, se decretó la realización de juegos públicos, se incorporaron estatuas de oro de la Fortuna (las dos Fortunas, diosas de Antium) al trono de Júpiter Capitolino en Roma y en la ciudad natal de Nerón se organizó una carrera de cuadrigas en honor a las familias de los Claudios y los Domicios. La criatura murió al cabo de cuatro meses, y el pesar de Nerón fue tan desenfrenado como su anterior alegría: la niña se convirtió en la diosa Claudia (diva Claudia), con un templo y un sacerdote.49 Dos años después Popea llevaba otra vez en su seno un heredero poten­ cial. Los presuntos detalles de su muerte en el verano de 65 serían para épocas posteriores tan notorios como los de la muerte de Agripina. Según Tácito, después de la celebración de los segundos Juegos Neronianos el emperador dio por causalidad un puntapié a su esposa embarazada y ésta murió. Algunos autores, agrega, más inducidos por el odio que por el amor a la verdad, sugirieron el uso de un veneno, pero él (correcta­ mente) se niega a creerles, porque Nerón quería tener hijos y estaba muy enamorado de su esposa. Suetonio adorna un poco la historia: Popea, encinta y enferma, reprochó a su marido que llegara tarde al hogar des­ pués de las carreras de cuadrigas (ninguna mención a los Neronianos), y Nerón la mató de un golpe asestado con un tacón (ictu calcis, la misma frase utilizada por Tácito). Dión Casio dice simplemente que la pateó hasta matarla, fuera con intención o sin ella.5“ Por otra parte, si bien las histo­ rias coinciden en general, aparece esa sombra de duda -¿fue realmente un accidente, él pretendía envenenarla?-, pero la versión convencional era que Nerón la había atacado en un arrebato de ferocidad ciega. Fue un incidente trágicamente doméstico: una mujer enfadada que regaña a su marido, tal vez éste ha tenido un mal día en las carreras, unos instan­ tes de violencia y una eternidad de dolor.

El duelo de Nerón fue digno de Nerón. En vez de destinarlo a la inci­ neración habitual, el cuerpo de Popea fue embalsamado con especias a la manera egipcia y depositado en el mausoleo de Augusto. En un gran funeral público se quemó una fortuna en perfumes y el propio Nerón pronunció su panegírico desde los Rostra del Foro, alabando la belleza de Popea e incluyendo entre sus virtudes el hecho de haber sido madre de una niña divina. Como era de esperar, se la deificó y a partir de enton­ ces apareció como la diosa Popea (diva Poppaea Augusta), en monedas e inscripciones; muy poco antes de su propia muerte, tres años después, Nerón terminó y dedicó un templo a la diosa Sabina Venus, con una inscripción que proclamaba que las mujeres de Roma lo habían cons­ truido.51 Pero la extravagancia de su duelo fue mucho más allá de todo lo visto antes en la ciudad. El embalsamamiento del cuerpo no fue sufi­ ciente. El ominoso recuerdo del trato que había infligido a Agripina impulsó a Nerón a mandar a buscar a una mujer que según se decía era parecida a Popea y la tomó, presuntamente como concubina. Pero el año siguiente descubrió a un joven ex esclavo que se parecía tanto a su difunta mujer que lo castró, lo llamó Sabina, se casó con él en una solemne ceremonia y lo vistió y trató en todos los aspectos como si fuera su empe­ ratriz. Y cada vez que interpretaba un papel femenino en la escena, usaba una máscara con los rasgos de Popea.52 Otra vez, como tras la muerte de Agripina, Nerón escogía sus papeles con cuidado. El más inusual fue el de Cánace parturienta (Canace parturiens), que según Suetonio interpretó después de los segundos Juegos Neronianos, es decir tras la muerte de su esposa. Durante la gira por Grecia de 67, al parecer, circuló este chiste: a un soldado que preguntaba “¿Qué está haciendo el emperador?”, se le contestaba: “Está de parto” .53 Cánace era hija de Eolo, el rey de los vientos y amigo de los dioses, que vivía con su mujer y sus seis hijos y seis hijas aislado en las islas Eólicas del mar Tirreno. Las dis­ tintas versiones de la historia difieren de manera sustancial en los deta­ lles, pero los elementos esenciales son que Cánace dio un hijo a su hermano Macareo y que el padre, al descubrir el amorío, envió una espada a Cánace, que ésta utilizó para suicidarse. Macareo convenció a Eolo de cambiar de opinión, pero ya era demasiado tarde, por lo cual también él se mató. Las personas instruidas debían de estar familiarizadas con esta histo­ ria menor gracias a una pieza hoy perdida, Eolo, de Eurípides, pero más aún por las Heroidas, de Ovidio, la colección de cartas en verso enviadas

por heroínas mitológicas a sus esposos o amantes, publicada menos de ochenta años antes de la actuación de Nerón. Ovidio aceptaba la ver­ sión que presentaba a Cánace como ardorosa amante de su hermano. Por su intermedio, el poeta describe en detalle la vergüenza y el dolor del alumbramiento. Eolo oye el llanto del recién nacido y, enfurecido, irrumpe en la recámara de su hija y la amenaza, a pesar de que ella aún está tendida en la cama. Ordena luego que la criatura sea arrojada a las fieras salvajes y muy poco después de abandonar la habitación un men­ sajero entra con una espada. Tras relatar estos acontecimientos, Cánace se despide de su hermano y le pide que ponga sus restos y los del hijo de ambos en una urna y guarde luto por ambos.54 La versión interpretada por Nerón se aproximaba con seguridad a la recién mencionada en su pathos. No es necesario que los paralelismos entre la vida y el mito sean exactos -con la resonancia emocional basta-, y en el poema de Ovidio los acontecimientos se suceden con tanta rapi­ dez que el relato podría abarcarse con facilidad en una pieza titulada Cánace parturienta. De todo el repertorio, Nerón escogió de manera deli­ berada un mito bastante oscuro en virtud del cual representó en las tablas a una mujer que daba a luz, poco después moría al mismo tiempo que su criatura y era amargamente llorada por el padre y el abuelo de esta última. Y lo hizo con el rostro disimulado tras la máscara de su difunta esposa Popea Sabina, muerta durante el embarazo. Por grotesco que todo el episodio pueda parecemos, ningún espectador romano podía dejar de advertir la relevancia personal del relato; es posible incluso que algu­ nos se sintieran conmovidos. Otro de los papeles favoritos adoptados por el emperador tras la muerte de su mujer fue el de Hercules furens, Hércules enloquecido, más cono­ cido por la pieza de Eurípides, Heracles, y por el Herculesfarens, de Séneca. Para decirlo con brevedad, la diosa Hera provoca la demencia del héroe, que mata a sus hijos y a la madre de éstos, su esposa Megara, hija de Creonte, rey de Tebas. El oráculo de Delfos le ordena entonces ponerse al servicio del rey Euristeo, para quien llevará a cabo los doce trabajos. En la obra de Eurípides la cumbre del pathos se alcanza cuando el héroe recu­ pera el juicio, se descubre atado a una columna y rodeado por los cadá­ veres de su familia y por su arco y sus flechas y comprende con creciente horror que él ha sido el asesino. Sin duda Nerón reprodujo la escena en su actuación, pues según se rumoreaba, una vez, un joven soldado que

estaba de guardia en la entrada se abalanzó a ayudar al emperador cuando lo vio con su atavío y amarrado con cadenas, como el papel lo exigía. Las cadenas, por supuesto, eran de oro.55 La historia de Hércules es clave : el padre que mata a su esposa y sus hijos varones y herederos pero no es responsable del hecho, ya que la ira de un dios lo ha llevado a la locura.56 Con la muerte de Popea ocu­ rre lo mismo que con la muerte de Agripina: Nerón presentó conscien­ temente sus propias versiones del mito en la escena, frente a una audiencia ávida de descubrir el más mínimo matiz de relevancia contemporánea. L a respuesta deseada también es clara, aunque no explícita. Como Hér­ cules, a quien deseaba imitar en otros aspectos, Nerón había eliminado a la mujer que amaba y al hijo que debía sucederlo, no porque fuera un asesino, sino en un acceso de locura divina. En síntesis, la historia era cierta: había matado a Popea Sabina como se rumoreaba y aniquilado a su hijo todavía no nacido, pero como Hércules (y como Eolo, a su manera), era inocente. Pero ¿era cierta la historia? Probablemente no. Y sin duda, no era ori­ ginal. Pese al absoluto silencio de nuestras fuentes, parece que Nerón trató de reinventar públicamente una parte significativa de su vida pri­ vada a imagen de un modelo específico: el notorio Periandro, tirano de Corinto de la primera mitad del siglo V I a. C.57 Las reminiscencias carac­ terísticas son asombrosas. En primer lugar, Periandro fue la única otra figura importante de la Anti­ güedad grecorromana a quien se acusó de acostarse con su madre y, como en el caso de Nerón, el hecho fue el punto de inflexión crucial de su vida. La versión más conocida de la historia es la presentada en el capí­ tulo 17 de los Sufrimientos de amor, Erotika pathemata, escritos por el griego Partenio de Nicea en el siglo I a. C. A medida que Periandro se transfor­ maba en un joven amable y apuesto, su madre se enamoraba cada vez con mayor pasión de él. Incapaz de refrenarse, finalmente persuadió a su renuente hijo para que se reuniera en secreto con una bella mujer casada que le profesaba un amor desesperado. Se fijaron condiciones propicias al recato: se encontrarían en una habitación a oscuras y él no haría hablar a la mujer. Así las cosas, se reunieron y Periandro se deleitó con su amante invisible. Naturalmente, su curiosidad creció sin obtener satisfacción, dado que la madre seguía protegiendo la identidad de la mujer. A l final, una

noche, al entrar ella a la recámara, él encendió una lámpara; entonces, horrorizado al comprobar que su amante era su propia madre, intentó matarla. Los dioses intervinieron para impedírselo, la madre se suicidó y Periandro, víctima de un desequilibrio mental, se hundió en una cruel tira­ nía. Su biógrafo, Diógenes Laercio, cita una versión muy truncada de este cuento popular, en el sentido de que el tirano cometió incesto con su madre y al revelarse la verdad su comportamiento se tomó brutal. El nombre de la madre, se nos dice, era Crateia, Poder.58 Más adelante, tal como Diógenes cuenta el asunto en su breve “Vida de Periandro” , éste, “en un arranque de ira, mató a su esposa arrojándole un escabel o mediante un puntapié, cuando ella estaba encinta” .59 Lo habían incitado a ello las mentiras de sus concubinas, a quienes después quemó vivas, y en una carta (ficticia) a su suegro protestó que no había tenido intención de hacerlo. A l eliminar a la criatura aún no nacida también se condenó a no tener un hijo como heredero de su poder: uno era débil mental y el otro fue muerto más adelante, de modo que el sucesor de Periandro fue su sobrino. Herodoto añade una extraña historia.60 Un día, habiendo perdido un objeto de valor, Periandro envió una embajada a un oráculo de los muer­ tos. El fantasma de su esposa Melisa se hizo presente, pero señaló que no estaba dispuesto a cooperar: “Ella tenía frío -d ijo -, pues estaba des­ nuda; no había manera de utilizar la vestimenta sepultada con ella, por­ que no había sido incinerada. Y como prueba de la verdad de sus dichos, supiera Periandro que cuando fue a hornear sus hogazas, el horno estaba frío” . Periandro entendió de inmediato el signo, porque había tenido rela­ ción carnal con el cuerpo muerto de su esposa. En consecuencia, con­ vocó a las mujeres de Corinto al templo de Hera. Cuando ellas llegaron vestidas con sus galas, como si acudieran a un festival, las desnudó a todas, tanto amas como criadas, y quemó las ropas para Melisa. Poste­ riormente, en una segunda consulta al oráculo, ella indicó dónde estaba el objeto de valor perdido. Así, aun cuando el incesto con la madre y la muerte accidental a puntapiés de una esposa embarazada en un arran­ que de furia pudieran ser suficientes para establecer un paralelo, Nerón fue más allá. El embalsamamiento de Popea, la unión con su doble, el matrimonio con Esporo, podrían tomarse como un eco de la obsesión de Periandro por su esposa muerta; por cierto, el templo dedicado a la divina Sabina Venus por las mujeres de Roma se construyó con el dinero del

que se las despojó a la fuerza, así como Periandro había obligado a las mujeres de Corinto a dedicar sus mejores prendas a la difunta Melisa.61 Para terminar, Periandro fue el primero que contempló la posibilidad de excavar un canal a través del istmo de Corinto. Se dice que después de él otros consideraron el intento -Demetrio Poliorcetes, Julio César, Calígula-, pero sólo Nerón, un enamorado de los grandes proyectos de ingeniería, trató seriamente de llevar el plan a la práctica. El corte del istmo, aunque de indudable beneficio para la humanidad, llegó a verse como un acto de arrogancia, una altanera irrupción en los asuntos de los dioses y la marca de un tirano.62 Después de Nerón, quien al pare­ cer estudió la posibilidad fue el acaudalado e imperioso orador y sofista ateniense Herodes Atico, senador y cónsul de Roma en 143. Aunque no era un tirano, tuvo, no obstante, varias reyertas con los elementos demo­ cráticos de Atenas, y su abuelo había sido efectivamente condenado bajo el cargo de aspirar a la tiranía. De manera más particular, su cuñado acusó a Herodes de golpear a la esposa hasta matarla en el octavo mes de su embarazo, en 157. Por otra parte, además de la incapacidad de su acu­ sador de exhibir prueba alguna, se nos dice que la defensa de Herodes se vio favorecida por el hecho de que él no había pretendido matar a su mujer y de que mostró una aflicción desmedida y poco común por la pér­ dida.63 El hombre preciso para soñar con un canal de Corinto. El Periandro de la leyenda proporcionó a Nerón un verdadero espejo de príncipes. En la superficie, tal como la vemos, la imagen es horrenda: la salvaje sexualidad de un hombre que ha violado a su madre, ha vio­ lado a la madre de su hijo, ha violado a la Madre Tierra; la conquista y el ejercicio violentos de un poder sin freno, y la crueldad proverbial. Periandro había aprendido bien la lección de su maestro, el anterior tirano Trasíbulo de Mileto. En un célebre relato cuyos elementos se asocian a otras figuras similares, se cuenta que Periandro envió a un men­ sajero a preguntar a Trasíbulo cuál era la mejor manera de gobernar. Como respuesta, Trasíbulo llevó al enviado a dar una caminata, durante la cual mochó las cabezuelas más altas de los granos. El mensajero quedó desconcertado y creyó no haber recibido respuesta alguna, pero Perian­ dro entendió y Nerón no dejó de aprovechar la lección.64 Sin embargo, el espejo refleja al mismo tiempo una imagen muy dife­ rente. Periandro había engrandecido Corinto. Incrementó su flota y dominó los mares, conquistó, colonizó muchos lugares y promovió el

comercio de Iliria a Egipto. Promulgó leyes contra el lujo, forzó a sus súbditos a trabajar con afán, abolió impuestos. Su corte atrajo a artistas y poetas, entre ellos el cantante Arión. Grandes edificios embellecieron la ciudad. Y Periandro ganó además la carrera de cuadrigas en los Ju e ­ gos Olímpicos. En el centro de todos estos logros se encuentran su enorme personalidad y una sabiduría práctica y gnómica que le permitió ocupar un lugar en las listas de los Siete Sabios de Grecia. Muchos griegos tenían dificultades para aceptarlo como uno de los sabios. Platón lo omitió; Aris­ tóteles lo incluyó, y varios otros, incómodos, llegaron a la conclusión de que debía haber habido dos Periandros, el déspota y el sabio.65 Nerón debía estar muy feliz con la paradoja del hombre cuyas virtudes y apti­ tudes superiores lo eximen de los frenos morales de la sociedad. Para Nerón no se trataba del arte por el arte. Utilizaba el escenario -no podría haber evitado hacerlo- como una plataforma para sus puntos de vista, presentados en atuendo mitológico. De ese supuesto se deducen varias conclusiones. En primer lugar, podemos ver la transmisión de al menos tres mensa­ jes. Uno es la imagen del matricida, movido por los dioses, atormen­ tado por las Furias, pero absuelto en última instancia de su crimen: en el caso de Orestes, quitar el poder a una usurpadora. El segundo es el del hijo incestuoso que sin saberlo se acuesta con su madre, y el tercero es el del hombre que causa sin intención la muerte de su mujer y su hijo. Ningún mito tenía ni se esperaba que tuviera una reproducción exacta en la vida real; una alusión bastaba para que la audiencia creara su propia historia.66 El hilo conductor de los relatos representados por Nerón en el escenario, a veces cubierto con una máscara que exhibía sus propios rasgos, era la justificación de actos esencialmente injustifi­ cables. Nerón decía que, en un nivel más profundo, era inocente. Por otra parte, como decidió interpretar los relatos en las tablas, él mismo debía haberlos creado o no había tardado en apropiarse de ellos. Este aspecto se ve muy bien en la identificación con Orestes, afirmada por él y rechazada por sus críticos, pero también echa luz sobre las otras historias conocidas. En el folclor, el incesto madre-hijo suele ocu­ rrir entre dos partes que ignoran su relación, o bien la madre seduce al hijo; rara vez la culpa corresponde a éste.67 Nerón combinó brillante­ mente elementos del relato de Edipo con elementos de Orestes para

duplicar el horror de la avidez de poder de Agripina. También consiguió transmitir su mensaje. Las serias dudas sobre la existencia real del incesto y la certeza compartida por casi todos sus detractores más virulentos en el sentido de que, si existió, Agripina debía haber sido la agresora -las brujas no existen, pero que las hay, las hay-, sólo pueden haber tenido su punto de partida, con seguridad, en Nerón. Cualquiera fuera la opi­ nión de generaciones ulteriores sobre el asunto, el rumor popular, la fama, culpaba a Agripina. Con el tratamiento de la muerte de Popea sucedió algo parecido: Nerón logró transmitir su mensaje, con independencia de lo que las siguientes generaciones hicieran con él. Aunque a regañadientes, la mayoría coin­ cidió en que había sido un accidente. En realidad nadie cuestionó si el emperador la había pateado o si ella estaba embarazada. La alegación de que él era inocente del crimen en razón de una locura temporal des­ vía brillantemente la atención del crimen mismo. El hecho de que Nerón, al parecer, hubiera estudiado con extraordinario detenimiento la vida de Periandro sugiere fuertemente que quizá no hubo crimen alguno: que la muerte fortuita de Popea se transformó en algo más interesante y en la excusa para un duelo aún más inmoderado. Las historias del incesto con la madre y el asesinato a puntapiés de la esposa encinta resultan demasiado jugosas para ser ciertas. Para terminar, detrás de las máscaras hay una nueva y atrevida con­ cepción del poder romano. A l presentarse en el papel de los héroes y las heroínas del mito, Nerón se elevó, desde luego, por encima del nivel de la acción y la responsabilidad ordinarias. Esa actitud se ajusta bien al modelo de Periandro extraído de la leyenda. Había otros modelos que él podía imitar; los más obvios eran los de Augusto y Alejandro. Augusto, visto por sus sucesores, era el príncipe civil (civilis princeps), el primero entre iguales, pero en equilibrio entre el noble republicano y el monarca helenístico. Alejandro, visto por sus sucesores, era otra cosa: conquista­ dor del mundo, patrono de las artes y las letras, cercano a la divinidad en la Tierra. Pero Periandro también era a la vez algo muy diferente, una criatura más antigua y mucho más elemental, no un dios o un ser deiforme sino un gran tirano, sobrehumano en sus emociones y su sabi­ duría, escritor y vencedor olímpico, conquistador y patrono de las artes; en suma, un monarca más griego que helenístico o romano, y mucho más cercano a los héroes del mito que a los héroes de la historia.68

V F E B O A P O LO

Apolo se encuentra en el pleno vigor de lajuventud, la época de la vida en la cual los hombres parecen más apuestos que nunca. Pues el Sol es lo más bello y másjoven que se ofrece a la vista. Se le llama Febo [radiante], por añadidura, porque es limpio y resplandeciente. Le adjudican otros epítetos y lo llaman “el de los bucles de oro” y “joven de larga cabellera ", porque su rostro es áureo y la pureza lo mantiene al margen de las aflicciones. Lo llaman “delio” y “por­ tador de luz” porque por su intermedio las cosas se revelan y el cosmos se ilumina. C o rnuto

“No os llevéis nada, Parcas -dijo Febo-, dejad que la duración de la vida humana sea superada por aquel que es mi semejante en garbo y apariencia, y mi igual en la voz y el canto. El asegurará una era de prosperidad a los abrumados y romperá el silencio de las leyes. Como la estrella matutina, cuando se levanta y dispersa las estrellas en su huida, o como la estrella vespertina, al ascender cuando las estrellas regresan [al anochecer], o como el fulgurante Sol, tan pronto como la rosada aurora ha disipado las sombras e introducido el día, y echa él una mirada sobre el mundo y con el látigo comienza a fustigar el tiro de su carro desde el punto de partida: ese César está presto, a ese Nerón contemplará hoy Roma. Su radiante rostro resplandece con suave brillo y su bien formado cuello, con ondeante cabellera. Sén eca1

K

' 1asesinato de Agripina en marzo de 59 liberó la feroz creatividad de su hijo de 21 años. El canto y la actuación lo llevaron al reino de los héroes mitológicos. El mismo canto y las carreras de cuadrigas lo ele­ varían a la altura de los dioses.

Como Tácito nos cuenta con un intenso tono de desaprobación, Nerón quería desde mucho tiempo atrás conducir cuadrigas y (no menos ver­ gonzoso) cantar al son de la lira tocada por él mismo, como competidor en certámenes. Ahora, tras volver a Roma tres meses después de la muerte de Agripina, por fin podría entregarse a su deseo. El historiador nos informa de las racionalizaciones con que el propio príncipe justificaba esa conducta tan poco frecuente en un emperador. Nerón, como hemos visto, apelaba a los precedentes. Los reyes y los grandes hombres de las épocas antiguas habían participado en carreras de caballos; los poetas habían celebrado sus proezas y los dioses se sentían honrados con ellas. Y el canto estaba consagrado a Apolo, la gran deidad profética cuyas estatuas, con la vesti­ menta de un intérprete de lira, se levantaban no sólo en las ciudades de Grecia sino también en los templos romanos. Tras estas consideraciones, Tácito pasa de inmediato al deshonroso espectáculo de un príncipe romano que conduce cuadrigas en las carreras realizadas en sus jardines privados del valle del Vaticano, ante una multitud de espectadores complacidos, y luego a los Juegos Juveniles de Nerón, cerrados por éste con un esmerado recital de lira que despertó el elogio delirante de sus augustianos. El aplauso de esta claque resonó día y noche, mientras sus integrantes lanzaban epí­ tetos divinos a granel tanto sobre su apariencia como sobre su voz. Tácito es vago en este punto, pero Dión registra las palabras precisas de alabanza: “ ¡Bello César, Apolo, Augusto, otro pitio! Por ti [juramos], César, nadie puede vencerte” .2 Roma tenía un nuevo Apolo. Como en la selección de personajes para interpretar en la escena, el mismo Nerón fue quien eligió ese papel. Muchas pruebas sugieren que el emperador se presentó con la imagen de Apolo en la segunda mitad de 59, tras su regreso de Campania, liberado al menos de las restriccio­ nes maternas: todas las referencias a Apolo en Tácito, Suetonio y Dión son posteriores a ese retorno; muchas monedas neronianas, imperiales y provinciales, representan al dios, pero ninguna apareció, como mínimo, antes de los primeros días de 6o; y la evidencia epigráfica también es posterior a ese año o imposible de datar. Contra ello, parece haber algu­ nas pruebas literarias de que ya en 54 se proclamaba una nueva Edad de Oro. Esta discrepancia con el resto de los documentos históricos es especialmente clara en dos obras: las siete églogas de un poeta menor llamado Calpurnio Siculo, que buscaba el patronazgo de un nuevo empe­ rador, un Febo Palatino, y la salvaje sátira sobre la muerte del empera-

dor Claudio conocida como Apocolocyntosis, que en general se atribuye al maestro de Nerón, Séneca. Pero la nueva Edad de Oro supuesta­ mente proclamada en 54 es un anacronismo. Puede demostrarse que Cal­ purnio Siculo escribió bastante después del reinado de Nerón, y la profecía de la Edad de Oro cantada por Apolo en la sátira de Séneca (antes citada en el epígrafe) es una adición ulterior a la obra, escrita sin conocimiento de los sucesos de 5 g.3 Con ello no pretendo negar que la idea de una Edad de Oro de Apolo estuviera en el aire. Quiero, antes bien, insistir en que fue el propio Nerón en 59 -no su maestro ni un poeta ilusionado en 54 - quien la puso en circulación. Nerón escogió una imagen que en sus días podía evocar una red de atri­ butos conocidos. Apolo era a la vez el dios de la curación, padre de Esculapio, y el dios de la plaga, el flechador (hekatebolos), cuyas crueles flechas herían tanto al inocente como al culpable. Era el.dios de la música y la poesía, conductor de las Musas (mousagetes), cantante y ejecutante de la lira (kitharoidos), y también el dios de la profecía, tan cercana al arte del poeta: varios oráculos transmitían sus visiones, el más grande de los cuales era el de Delfos, situado en el centro de Grecia y el mundo. Las representaciones del dios solían reconocerse de inmediato por sus atri­ butos: el arco, la lira o la corona o rama de laureles délficos que usaba o llevaba, y el largo pelo dorado, a menudo despeinado. En los días de Homero se lo sentía como el más griego de los dioses, el cénit del desa­ rrollo físico y espiritual del hombre. Sin embargo, hay un aspecto muy especial de Apolo que apareció más adelante, en la primera edad clásica de Grecia. Pese a todos sus bene­ ficios para la humanidad, del carácter del dios también se desprende una sensación de distancia con respecto a los asuntos humanos, y por eso hacia comienzos del siglo V a. C. comenzó a identificárselo con el Sol -Helios para los griegos y Sol para los romanos-, el dador distante de luz y vida, el juez imparcial que ve todo, tanto los hechos buenos como los malos. Así, hacia la época del primer Imperio era común confundir a Apolo con el dios del Sol, el conductor del carro del astro, Febo Apolo, el gloriosamente bello Apolo Resplandeciente, como puede constatarse sobre todo en el segundo libro de las Metamorfosis de Ovidio. Los intelectuales respondieron con entusiasmo a la asunción de ese nuevo papel por parte de Nerón. La primera aparición cierta del tema apolíneo, tras el aplauso cuidadosamente planificado de los augustianos

en 59, se produce el año siguiente, en las palabras recitadas por un bri­ llante poeta romano de veinte años, Lucano, en los Juegos Neronianos de 6o. Los versos de Lucano formaban parte de la introducción a la Farsalia, su epopeya en preparación sobre la guerra civil entre César y Pompeyo que iba a significar la caída de la antigua República romana. Ese tipo de obras suele iniciarse con una invocación, y en el poema Lucano no carece de una deidad patronal. Cuando Nerón se eleve a los cielos tras su muerte, se convertirá naturalmente en el jefe de los dioses y tomará el cetro de Júpiter o las riendas de Febo -éste como alterna­ tiva al propio Júpiter es un aspecto digno de notar- para conducir su carro llameante, y la regocijada Tierra ya no temerá los caprichos del cambiante Sol. Mejor aún: Lucano no tiene que esperar para contemplar esa inevitable apoteosis. Para él Nerón ya es un dios, y el poeta no nece­ sita apelar a Apolo o Baco en busca de inspiración, pues el emperador mismo le dará fuerza para cantar una canción romana.4 Así, hacia el año 6o ya resuenan con nitidez las dos principales notas del tema: Nerón como conductor del carro del Sol y por lo tanto benefactor de toda la Tierra, y Nerón como el dios del canto y, por ende, patrono del poeta. En ambos casos el príncipe asume el papel de Apolo. Otro aspirante a poeta fue aún más lejos. En los últimos meses de vida de Nerón, Andrómaco, un médico griego, le envió un remedio efi­ caz contra las mordeduras de serpiente. Astutamente, puso su fórmula por escrito en 174 en elaborados hexámetros que terminaban con una invocación a Apolo, en este caso mencionado como Peán, esto es, tanto médico como salvador, pero también el receptor indicado de un canto de acción de gracias. Andrómaco pedía al dios que transmitiera su pana­ cea a Nerón: una sorprendente imagen de Apolo como intermediario entre súbdito y emperador.5 En algún momento de la década de 60, Séneca u otra persona insertó en la Apocolocyntosis del primero un pasaje que recoge con claridad los temas de 59.® En él aparece un Febo Apolo que insta a las Parcas a exten­ der la vida del joven emperador más allá de la duración normal, pues Nerón es similar al propio Apolo en la belleza del rostro y el porte y su igual en el canto y la voz. Y también es como el Sol, que contempla la Tierra desde las alturas mientras blande el látigo en su carro situado en el punto de partida. Como es natural, un príncipe semejante restablecerá la prosperidad y la justicia en un mundo agobiado. Genio en el canto y

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Copia del retrato oficial de Nerón, 59-64 d. C.

las carreras, brillante belleza personal, buen gobierno: tales son los temas centrales del apolinismo específicamente solar de Nerón. Estas imágenes de Nerón como -o con- Apolo y el Sol no fueron los meros caprichos de un círculo cortesano; el príncipe emitía señales a dies­

tra y siniestra y su pueblo respondía. Por un lado, en su debut profesio­ nal como citarista frente al público en 64, decidió cantar la historia de Níobe, la presuntuosa reina que se había jactado de ser más grande que Leto porque mientras ésta sólo había dado a luz a Apolo y Artemis, ella había parido 14 apuestos hijos e hijas. Gravemente insultados, los her­ manos divinos decidieron ejercer una horrible venganza: abatieron a todos los hijos de la insolente en su presencia. La elección de este mito para la primera aparición del emperador ante su pueblo como citarista no fue un mero azar: cantar las penas de Níobe era cantar el temible poder de Apolo. Por otro lado, en 62, como reacción ante la derrota de Cesenio Peto a manos de los partos, una pintada encapsuló el diálogo entre gobernante y gobernados de manera clara aunque negativa, recor­ dando dos aspectos de Apolo : “Mientras el nuestro rasguea la lira, el de los partos tiende el arco; el nuestro será Peán, el de ellos, Flechador” .7 L a mejor proyección de las intenciones oficiales es la que ofrecen las monedas imperiales acuñadas en Roma y Lyon. La cabeza de Nerón aparece radiada, esto es, con una diadema de la que salen puntiagudos rayos; esta clara referencia al Sol suele estar presente en el anverso de sus monedas de bronce de Roma desde 64 en adelante. Dos imágenes particularmente interesantes de Nerón coronado con rayos aparecen en el reverso de monedas de oro y bronce de 64-65: una, con la inscrip­ ción “Augustus Augusta”, muestra al emperador vestido con la toga y la corona radiada, sosteniendo una pátera (para el sacrificio) y un cetro (que significa el gobierno), y a la emperatriz velada con pátera y una cornu­ copia (que significa la abundancia); en la pieza que la acompaña, con la inscripción “Augustus Germanicus”, se ve al emperador sentado, soste­ niendo una rama en una mano y una figura de la Victoria sobre una esfera en la otra (referencia a los éxitos de Corbulo en Armenia). Y entre 62 y 65 se encuentra con frecuencia a Apolo Citaredo en los reversos de mone­ das, avanzando con túnicas sueltas mientras con la mano derecha pun­ tea la lira sostenida por la izquierda. Suetonio conocía estas monedas y suponía, comprensiblemente, que representaban las estatuas de Nerón con atuendo de citarista que el emperador victorioso emplazó después de su triunfo de 6y.8 La respuesta local a esas imágenes puede verse en la emisión mone­ taria de ciudades y distritos provinciales, motivada en gran parte por la liberación de Grecia en 66. Corinto tenía una moneda con un Nerón lau­

reado (esto es, tocado con una corona de laurel) en el anverso, mientras que el reverso mostraba a Helios en su quadriga. La orgu llosa “colonia neroniana de Patras” retrataba al emperador en su arribo por barco en 66, con “Apolo Augusto” en el reverso, en actitud de tocar la lira. Nico­ polis homenajeaba a “Nerón Apolo el fundador”, mostrado como intér­ prete de lira. Éstos eran lugares que el emperador había visitado efectivamente, pero Apolo el citarista aparece asimismo en el reverso de monedas neronianas de la Liga Tesálica (con un radiado “Nerón de los tesalianos” en el anverso) de Tesalónica, en Macedonia, y de Perinto, en Tracia; mientras que en Asia Menor, un Nerón radiado se exhibía en las monedas de Nicea, en Bitinia, y Tiatira, en Asia.9 Como manifestación oficial del sentimiento local, es de particular interés la inscripción de Acrefia, en Grecia central, que documenta el dis­ curso de Nerón de concesión de la libertad a los griegos en 66. El decreto oficial de agradecimiento de la ciudad le ofrece varios homenajes y lo llama “el nuevo Helios que alumbra a los helenos” .10 Decenas de otras ciudades deben de haber hecho otro tanto. Tres inscripciones en Atenas identificaban estatuas de Nerón (hoy perdidas) como el “emperador Nerón César Augusto, nuevo Apolo” y el “emperador César, hijo de un dios [a saber, Claudio], Augusto Nerón, nuevo Apolo” ; no se sabe a ciencia cierta si eran públicas o privadas. Pero en otra inscripción de Sagalasos, en Pisi­ dia, Asia Menor, un ciudadano particular aclama a Nerón como el nuevo Sol, mientras un soldado de Prostanna (también en Pisidia) lo invoca como el nuevo dios Sol.11 La difusión de las imágenes mellizas -Apolo el ejecutante de lira y el Sol/Helios el auriga- está bien atestiguada, y Nerón las concebía evi­ dentemente como un par especial. Así, en 66, según Dión, después de que el emperador compitiera entre los citaristas, su maestro Menécrates le celebró un triunfo en el circo, tras el cual Nerón condujo una cuadriga: es decir que cuando se mostraba con una apariencia también lo hacía en el papel complementario. De manera análoga, ya más avanzado ese mismo año, después de coronar a Tiridates como rey de Armenia, Nerón cantó y tocó la lira frente al pueblo y a continuación condujo una cua­ driga vestido con el uniforme de la facción griega y el casco típico de los aurigas.12 Pero el ejemplo más revelador de este par especial es su comportamiento al término de su triunfo artístico de finales de 67. El emperador había participado y ganado, por supuesto, en todas las com­

petencias de los seis juegos griegos a los que había asistido, pero a su retomo destacó de manera muy personal en su triunfo el canto y la carrera. Desde la época de Rómulo, los triunfos militares terminaban tradicio­ nalmente en la colina Capitolina con un sacrificio a Júpiter Optimo Máximo. Pero para Nerón Júpiter fue sólo la primera parada. A conti­ nuación se dirigió al templo de Apolo Palatino, presuntamente para hacer un sacrificio al dios allí representado como un citarista, y emplazó sus coronas de la victoria y estatuas de sí mismo, también en la guisa de un citarista, en las recámaras del palacio adyacente. Luego se trasladó al Circo Máximo, donde depositó todas sus coronas obtenidas en las carre­ ras alrededor del obelisco egipcio que se levantaba en la spina central de la pista, tras lo cual dio una vuelta a ésta.13 El obelisco había sido eri­ gido unos 12 siglos antes por Ramsés II en Heliópolis, la Ciudad del Sol, y llevado a Roma por Augusto, que lo instaló en el circo en 10 a. C. y le agregó una muy visible inscripción según la cual, tras someter Egipto al poder del pueblo romano, él dedicaba el monumento como un obse­ quio al Sol.14 Así, en 67 Nerón ofreció sus coronas de la victoria a Apolo, el dios del canto, y al Sol, el dios de las carreras. No obstante, hay al mismo tiempo buenas razones para separar a Apolo y el Sol o, mejor, concentrarse en este último -e l aspecto solar de A polo- y, de ese modo, seguir el ejemplo de Nerón. Las dedicacio­ nes contrastantes de 67, a Apolo en las recámaras privadas del palacio y al Sol en uno de los lugares más públicos de Roma, podrían leerse de manera metafórica: Apolo el citarista era un artista, pero el Sol era el benefactor de la humanidad y, sin duda, ofrecía una imagen más apro­ piada a un gobernante del mundo. De igual manera, mientras en las monedas es posible asociar a Nerón con Apolo el ejecutante de lira, él mismo aparece con la corona radiada del Sol. Los dispersos restos y refle­ jos supervivientes de su colección oficial de retratos confirman esta pre­ ferencia: todos son solares y ninguno tiene otras referencias apolíneas.1·5 La personalidad solar del emperador podría señalarse de manera gene­ ralizada a través de la mera corona de rayos, como puede verse en la cabeza radiada de las monedas. Un espléndido ejemplo de esas carac­ terísticas, correspondiente a su último tipo de retrato es la gran cabeza de basalto negro de Nerón, hoy expuesta en Florencia, que lleva una corona radiada tallada en alto relieve.16 Pero había en circulación otro retrato del emperador como el Sol, más rico en términos simbólicos y

aún más apropiado para Nerón: el que lo presentaba vestido de auriga y al mando del carro solar. La estatua sin cabeza de un príncipe julio claudiano del teatro de Caere en Etruria lleva un peto que exhibe los gri­ fos de Apolo, sobre los cuales se eleva el carro del Sol visto de frente, con los caballos vueltos a izquierda y derecha. El auriga, de pelo rizado, tiene puesta una corona con siete largos rayos, pero el rostro, lejos de ser la idealización abstracta de la belleza solar, es redondo y carnoso. Con seguridad se trata del propio Nerón, superpuesto a la imagen del Sol exac­ tamente de la misma manera como se lo ve en el camafeo del siglo V del emperador en el carro solar, y el estilizado reflejo corresponde a una imagen oficial.17 Dión Casio alude a la imagen en su relato del “Día Dorado” de 66 cuando Tiridates de Armenia recibió su corona de manos de Nerón. Ese día, en el Teatro de Pompeyo donde se llevó a cabo parte de la celebración, “los cortinajes extendidos sobre las cabezas como protección contra el sol eran de color púrpura, y en su centro había una figura bordada de Nerón como conductor de un carro, con estrellas dora­ das centelleantes en su torno” .18 Es decir que cuando el público alzaba la vista hacia el sol, veía en cambio a Nerón; en realidad, la imagen del emperador protegía muy claramente a su pueblo de los ardientes rayos solares, y las estrellas a su alrededor indicaban que conducía un carro celestial. Aunque Dión no dice nada al respecto, podemos suponer que hacia 66 se mostraba a Nerón con una corona radiada.19 La decisión de presentarse como el auriga solar fue una jugada brillante, porque el Sol no sólo era el auriga del cielo, sino que su hogar terrenal era el Circo Máximo (y por extensión todos los circos). En palabras de Tertuliano: “El Circo está consagrado principalmente al Sol, cuyo templo se encuentra en su centro y cuya imagen resplandece desde su cima”.20 La antigua asociación del Sol y el circo dio origen, a la larga, a una elabo­ rada interpretación astrológica del segundo como el mundo en miniatura: la arena era la tierra y el canal de su acueducto (euripus) era el mar; el obelisco en el centro representaba el Sol; las 24 carreras, las 24 horas; las siete vueltas, los siete días de la semana; las 12 puertas de las carceres, los meses o los signos del zodíaco; los cuatro equipos principales participantes en las carreras, las estaciones (verde/primavera, rojo/verano, azul/otoño y blanco/invierno), y así de seguido. Al correr alrededor del circo, Nerón seguía el curso del Sol o imitaba al astro.21 Era perfectamente lógico que dedicara en ese lugar los trofeos obtenidos en las carreras, y la relación

divina entre el emperador y el circo se consolidó gracias al aplastamiento de la conjura pisoniana en 65: “ [El Senado] decretó luego ofrendas y accio­ nes de gracias a los dioses, con homenajes especiales al Sol, que tiene un antiguo templo en el circo donde se planeó el crimen, por haber reve­ lado mediante su poder los secretos de la conjura” .22 De acuerdo con la leyenda, desde el momento de su nacimiento Nerón estuvo predestinado a una grandeza solar. De manera muy propia de un drama, nació la mañana del 15 de diciembre en el preciso instante de la salida del sol, de modo que sus rayos lo rozaron casi antes de que lo tocara la tierra (es decir antes de que se lo depositara en el suelo para permitir que su padre lo levantara y reconociera). O bien, según otra ver­ sión aún más estremecedora de la historia, nació antes del amanecer y rodeado por los rayos de una fuente invisible.23 Pese a esta profecía, la verdadera creación y el desarrollo del Nerón radiante que ella celebra a posteriori pueden situarse en una etapa muy tardía de su vida, dado que la imagen de Nerón como el Sol se desplegó en plenitud y de manera espectacular en sus últimos cuatro años. La primera fase de la evolución comienza en 59, con la decisión del emperador de cantar y correr carreras de cuadrigas. Según transmite Tácito las palabras de Nerón, éste invocó a Apolo para justificar su dedi­ cación al canto, pero en el caso de las carreras se limitó a aludir a los pasatiempos de reyes y grandes hombres antiguos (es decir, sin men­ ción alguna al Sol). De manera similar, sus fanáticos, los augustianos que entonaban sus alabanzas como Apolo y otro pitio, eran en sentido estricto aficionados a la música: no decían una palabra de sus hazañas como auriga. Lo cual significa que en un inicio las carreras constituían una actividad completamente independiente, sin conexión alguna con Apolo el cantante. Asimismo, en su proemio a la Farsalia, en 60, Lucano hace que Nerón reemplace de inmediato a Apolo como patrono de los poetas, pero sitúa en el futuro su apoteosis como Febo. Esto sugiere que los dos papeles, el citarista divino y el auriga solar, aún estaban separa­ dos y que Nerón todavía no interpretaba el segundo; en rigor, Lucano tal vez propuso la tentadora posibilidad de un nuevo papel para el aspi­ rante a auriga. Y así como Apolo Citaredo aparece en monedas alrede­ dor de 62, el Nerón radiado lo hace en 64. Dión se queja de que ese año Nerón alcanzó nuevas cumbres en su trayectoria de excesos al conducir cuadrigas en público; la fecha es sig­

nificativa. No se conoce ninguna prueba que lo asocie con el Sol antes de 64, y todas las susceptibles de datarse corresponden a ese año o más adelante: las monedas radiadas, el decreto de Acrefia (“el nuevo Helios que alumbra a los helenos”), el descubrimiento de la conjura de Pisón, el toldo en el Día Dorado y la dedicación de los trofeos griegos al Sol en el Circo.24 En realidad, parecería que el nuevo Helios surgió de las llamas del Gran Incendio de julio de 64. La devastación producida en su ciudad por el incendio del verano de 64 fue sin duda un gran estímulo para la imaginación de Nerón, así como el asesinato de su madre lo había sido en la primavera de 59, y el nuevo papel como Sol de Roma no fue en modo alguno la última de sus crea­ ciones.25 El estallido del incendio lo vio actuar con decisión y compa­ sión: se trasladó con urgencia de Antium a la capital para dirigir el combate contra el fuego y las iniciativas de asistencia. Cuando finalmente se logró contener las llamas, gran parte de la ciudad estaba en ruinas. Nerón comenzó a reconstruirla de inmediato y tomó amplias medidas para pre­ venir o impedir futuros incendios. Como era de esperar en un princeps, se preocupó de igual manera por apaciguar a los dioses, que debían estar profundamente ofendidos. Se consultaron los libros sibilinos en el Tem­ plo de Apolo Palatino -el emperador era miembro del colegio sacerdo­ tal encargado de la tarea- y se hicieron las súplicas prescriptas en tiempos antiguos por la Sibila a diversas deidades involucradas. Pero, afirma Tácito, ni esto ni las medidas de planificación urbana fueron suficientes para disi­ par las sospechas populares de que el propio emperador había orde­ nado desatar el incendio. Para sofocar los rumores, Nerón identificó como culpable aun grupo aborrecido por el populacho: los cristianos. Muchos de ellos fueron detenidos y se los condenó no tanto por el delito de incen­ dio intencional cómo por su “odio a la raza humana” . Tácito prosigue: Su agonía se vio agravada por las burlas, de modo que perecie­ ron cubiertos con la piel de fieras salvajes y desgarrados por perros, clavados a cruces o envueltos en llamas, y al caer el día se los hizo arder para iluminar la noche [in usum nocturni luminis\. Nerón había abierto sus jardines para el espectáculo y organizado un juego circense, en el que él mismo se mezcló con el pueblo vestido como auriga o de pie en una cuadriga. Por todo ello, aunque se trataba

de gente que era culpable y merecía el peor de los castigos, des­ pertaron piedad, como si no se los eliminara por el bien público sino para satisfacer el salvajismo de un solo hombre.26 Estos festejos probablemente se celebraron en el Vaticano, del otro lado del río, en una finca de Nerón que tenía una pista de carreras y no había sido afectada por el fuego. En Roma, el castigo siempre fue un acto muy público. Los romanos de finales de la República y comienzos del Imperio se distinguían por transformarlo en un espectáculo masivo. De hecho, para matar a los cris­ tianos se apeló a las tres formas de ejecución habituales con anteriori­ dad: la exposición a las fieras, la crucifixión y la hoguera (la antigua pena por el delito de incendio intencional). Pero a menudo podía agregarse un elemento teatral. Las ejecuciones podían presentarse como “ charadas fatales”, cuadros o escenas correspondientes a los mitos más sanguina­ rios que se representaban para disfrute de los espectadores, con conse­ cuencias letales para los criminales forzados a hacer de actores.27 La ejecución masiva de los cristianos ordenada por Nerón se transformó en un espectáculo de esas características (Tácito la califica de spectaculum), y las mofas (ludibria), añadidas por el emperador son cruciales para enten­ derlo. Así, la “condena a las bestias” (damnatio ad bestias), significaba de ordinario que los delincuentes, hombres y mujeres, a menudo desnudos, a veces atados y en otras ocasiones con armas inadecuadas, quedaban expuestos al ataque de feroces animales salvajes. Pero en esa oportuni­ dad ellos mismos fueron las fieras, perseguidas por perros de caza. Tácito omite decir cómo se modificó el acto de la crucifixión, pero la transfor­ mación de delincuentes ardientes en antorchas para alumbrar la noche es extraordinaria. El emperador deambulante en medio de la multitud vestido con el traje de un auriga es igualmente algo sorprendente. A decir verdad, todo el asunto era irregular. No parece haber sido un spectacu­ lum normal, dispuesto de antemano por el emperador o un magistrado y presentado en uno de los grandes espacios públicos destinados a ello (teatro, anfiteatro, circo) ante una audiencia de viandantes endominga­ dos y ubicados por orden social. Formó parte, antes bien, de una expia­ ción pública por un gran crimen contra los dioses, celebrada en los terrenos privados del emperador y presentada con toda premura ante una muchedumbre de ciudadanos asustados, airados y exhaustos. Esa

persecución inicial de los cristianos, dispuesta por Nerón, es hoy tan cono­ cida que olvidamos lo poco común que fue en su momento. Los castigos se ajustaban al delito. Tácito, nuestra principal fuente para el Gran Incendio, se dice incapaz de comenzar siquiera a contar la canti­ dad de mansiones, viviendas colectivas y templos destruidos, por lo cual ha de mencionar y sólo se ha de extender sobre los templos más antiguos del pueblo romano, para simbolizar la terrible pérdida. El primero indicado en su relato es el templo de la Luna, levantado por el rey Servio Tulio en el siglo V I a. C. Por lo general se ha considerado que se trata del templo situado en el Aventino, pero no puede ser así.28 En la década de 8o, el emperador Domiciano estableció altares con inscripciones para marcar los límites del incendio de 64. Uno de ellos estaba en la ladera del Aventino que domina el Circo Máximo, donde se inició el fuego; es decir que esa colina debe haber salido indemne del desastre. Por otra parte, el templo de la Luna en el Aventino no se menciona antes de 182 a. C. y, con seguridad, Tácito o su fuente lo confundieron con el famoso templo serviano de Diana (que también era la diosa de la Luna) ubicado en esa misma colina. Si el templo mencionado por Tácito no puede ser el situado en el Aventino, sólo se conoce la existencia de otro templo dedicado a la Luna en Roma, el santuario atestiguado en un único pasaje de Varrón, el escritor anti­ cuario de finales de la República: Luna Noctiluca en el Palatino, Luna Luz de la Noche, que probablemente se iluminara en horario nocturno. El Palatino sufrió graves daños en el Gran Incendio, que se inició a la noche y tal vez extinguió las luces de Luna Noctiluca; por eso los mártires cris­ tianos ardieron como teas, para volver a iluminar la noche.29 Por el mismo motivo, la presentación de los cristianos como bestias que los perros debían destrozar tiene que haber recordado a los especta­ dores el destino de Acteón, transformado en ciervo y despedazado por perros de caza. Su delito sacrilego había consistido en mirar a la diosa Diana mientras ésta se bañaba. Diana era no sólo la diosa de la caza sino también de la Luna, y habría sido oportuno ofrendarle, para propiciarla, la vida de los criminales que supuestamente habían atacado su templo.30 Hasta aquí puede explicarse a Tácito, pero éste decide no contar toda la historia de la destrucción de la ciudad. Por desdicha, Dión no parece decir nada de los cristianos en su relato del Gran Incendio, mientras que Suetonio, en su breve mención de los primeros, no dice nada del segundo. Sin embargo, hay una fuente cristiana que sí parece comuni­

car alguna información genuina: la carta a los corintios de Clemente, obispo de Roma, que tradicionalmente se data alrededor de 96 d. C. En la quinta y sexta secciones de esa carta, su autor, que advierte contra los celos, habla de los héroes de épocas recientes, su propia generación, que sufrieron a causa de ellos, y se refiere en este caso a los mártires. Menciona a Pedro y Pablo (que murieron bajo Nerón) y muchos otros a quienes no nombra. Aun las mujeres padecieron persecuciones motiva­ das por los celos y dieron testimonio de su fe en la figura de las danaides y Dirce. Ésta es una preciosa visión fugaz de las “ charadas fatales” del espectáculo; su contexto es indudablemente neroniano, y la única persecución concertada de los cristianos durante el siglo I que implicó un sufrimiento en gran escala, por no decir teatral, fue la lanzada por Nerón tras el incendio.31 Es decir que Nerón debe ser el dramaturgo anó­ nimo en este caso. ¿Por qué escogió a las danaides y Dirce? Las cincuenta hijas de Dánao eran el tema de uno de los mitos más conocidos. Enemistado con su hermano Egipto, Dánao emigró de Libia a Grecia, donde, con la ayuda de Apolo, se apoderó de la ciudad de Argos. Los cincuenta hijos de Egipto, que estaban comprometidos con sus hijas, las danaides, las persiguieron hasta Argos y las pidieron en matrimonio. En la noche de bodas, todas las hijas de Dánao, menos una, acataron la orden de su padre y mataron a sus novios. En el Hades, las 49 asesinas recibieron un castigo terrible por su crimen: se las condenó a llenar con agua, por toda la eternidad, unas tinajas agrietadas que dejaban escapar el líquido. ¿Cómo podía trasladarse esto al marco de un anfiteatro romano? Podía llegar a ser un espectáculo tedioso para una multitud que buscaba ríos de sangre, pero las audiencias romanas se contentaban con el más esquemático de los símbolos: proveer a cada mujer de una tinaja y luego soltar a las fieras. El quid del esparcimiento no estaba en la forma de castigo sino en la persona de los delincuentes o las víctimas. En Roma había un sitio asociado con las danaides: el Templo de Apolo en el Palatino, que había sido dedicado en 28 a. C. Vinculado por una explanada a la propia casa de Augusto, en un complejo que hacía recor­ dar la capital real helenística de Pérgamo, era el gran monumento al patrono de ese emperador, el dios que lo había ayudado a derrotar a las fuerzas de Egipto (es decir de Antonio y Cleopatra) en la batalla de Accio, librada en 31 a. C. En las últimas tres décadas se ha alcanzado una com­ prensión mucho más grande del complejo, gracias a la excavación de la

casa de Augusto, las investigaciones de viejos informes de excavaciones y la evaluación minuciosa de las extensas descripciones literarias del tem­ plo (sobre todo la del poeta Propercio) y de una cantidad considerable de fragmentos arqueológicos y copias.32 Aunque todavía hay muchos elementos oscuros, hoy se sabe que el pórtico que rodea la superficie sagrada delante del templo contenía las estatuas de las cincuenta Danai­ des, algunas de las cuales, si no todas, llevaban tinajas de agua, y cada una de ellas se levantaba entre columnas de mármol de Numidia. Esto se confirmó hace poco, cuando tres asombrosos hermas de tamaño natural (esto es, la mitad superior de una figura humana, puesta sobre un estípite), descubiertos en el sitio del templo hace más de un siglo, fueron identifi­ cados de manera convincente como tres de las danaides originales.33 De estilo arcaizante, esculpidas con gran virtuosismo en mármol negro, se erigían en sus extensas y misteriosas hileras alrededor del pórtico frente al Templo de Apolo, como un ambiguo recordatorio de la gran victoria de Octavio sobre un general romano y la reina de Egipto. Aún no sabe­ mos con claridad cuál era el mensaje exacto que pretendían transmitir: tal vez, de algún modo, no sólo la victoria sino el horror de la guerra civil.34 Tanto Tácito como Dión se refieren a la devastación causada por el Gran Incendio en el Palatino, y las excavaciones han mostrado que los edifi­ cios de la colina sufrieron graves daños, sobre todo el nuevo palacio de Nerón.35 El templo de Apolo Palatino debe haber resultado perjudicado porque se encontraba en un emplazamiento de gran riesgo con vista al Circo Máximo, donde se inició el fuego. Como mínimo, el templo y su recinto se vieron amenazados, y quienes los amenazaron debían ser castigados. Una audiencia romana entendería con rapidez la elección de las danaides.3® Dirce también puede encajar en el spectaculum de Nerón, y estaba mucho más cerca de lo que la audiencia solía disfrutar. Hija del rey de Tebas, era una madrastra de malvado ingenio que (en una versión de la histo­ ria) intentó engatusar a sus hijastros para que atacaran a su madre, doliente desde mucho tiempo atrás. Los encolerizados jóvenes, en cambio, vol­ vieron contra ella la violencia que debía volcarse sobre su madre: la ata­ ron por el pelo a los cuernos de un toro, que luego la pisoteó y corneó hasta matarla. La muerte de Dirce era un tema bastante corriente en el arte, y la ocasionada por un toro atado a su víctima es un albur bien atestiguado en la arena romana, pero aquí se trataba, otra vez, de un cas­

tigo particularmente significativo para los incendiarios condenados de 64. De toda la destrucción provocada por el Gran Incendio, Dión Casio sólo menciona de forma específica la devastación del Palatino y la quema del primer - y hasta entonces único- anfiteatro permanente de la ciudad, cons­ truido en algún lugar del Campo de Marte en 26 a. C. por Estatilio Tauro, el exitoso general de Augusto.37 Según cuenta el historiador, este impor­ tante monumento era conocido como el (amphi)theatrum Tauri, el anfi­ teatro de Tauro o, literalmente, el anfiteatro del Toro. Para los romanos expertos en ejecuciones, recurrir a un toro salvaje para matar a quienes habían destruido el anfiteatro del toro sería el colmo del ingenio verbal. E l propio Nerón presidió ese grandioso espectáculo y participó en él.38 No se sabe a ciencia cierta si intervino en las carreras, pero sí que tomó la precaución de personificar a un auriga mientras deambulaba entre la muchedumbre. Dada su inclinación artística a representar papeles carac­ terísticos tanto en los escenarios como fuera de ellos, y si aceptamos que los cristianos condenados eran, en efecto, actores renuentes en cha­ radas significativas concebidas por él y fatales para ellos, debemos supo­ ner que Nerón tenía otra vez una razón más creativa para aparecer como auriga que la mera intención de ganar popularidad y fastidiar a sus crí­ ticos. Los castigos infligidos a los cristianos recordaban en especial sus presuntos ataques a los santuarios de Apolo/Sol y su hermana Diana/Luna. Nerón, vestido de auriga, restablecía la luz en la noche. No haría falta demasiada imaginación para advertir que llevaba una nueva aurora a Roma después de que la ciudad atravesara algunos de sus días más oscu­ ros. Ahora, en 64, a Apolo el cantante se unía, en el programa de Nerón, su álter ego, el Sol auriga. Era el amanecer de una nueva era. La nueva era que alboreó en 64 era una Edad de Oro. En 65 Nerón se dejó embaucar durante un tiempo por un trastornado caballero norafricano llamado Ceselio Baso, quien afirmaba haber tenido en un sueño la revelación del lugar donde estaba oculto el tesoro de la reina Dido de Cartago: una gran cantidad de lingotes de oro yacían en una caverna debajo de sus fincas. Sin verificar la fuente ni la historia misma, Nerón despachó un ejército de buscadores de tesoros que, tras una prolongada y frenética búsqueda, no encontraron nada; como consecuencia de ello, Baso se mató. Pero durante las semanas y meses de espera, la fiebre del oro consumió la capital, los rumores volaron y el emperador, según se decía, gastó vas­

tas sumas de manera atolondrada, con la idea de que su erario no tarda­ ría en volver a ser abundante.39 Este período de suspenso esperanzado coincidió con la segunda celebración de los Juegos Neronianos, y los oradores participantes no desperdiciaron la oportunidad de colmar de ala­ banzas al emperador: la tierra, sostenían, rebosaba de nueva fertilidad y los dioses producían una riqueza inesperada: puro oro, no oro aleado con otros metales como antes. El oro, en efecto, reluce por doquier en el reinado de Nerón, desde los poemas de éste escritos en letras de oro hasta el cofrecillo de ese metal donde se guarda su primera barba; desde su red de pesca dorada hasta las cadenas de oro que usaba en el escena­ rio cuando representaba a Hércules y su caja dorada de venenos, y desde las muías con herraduras de oro de Popea hasta el orinal áureo del pro­ pio emperador.“10 Pero aquí hay algo más que mero lujo imperial. El oro era el símbolo del Sol, Apolo era el dios de cabellera y faz doradas y el Sol era la fuente de la vida.41 A partir de 64, Nerón trató de hacer de la Edad de Oro del Sol una realidad, de la manera más ostentosa. A finales de mayo de 66 Roma presenció el extraordinario Día Dorado.42 Fue el día en que el emperador coronó a Tiridates como rey de Arm e­ nia con un fabuloso dispendio. El pueblo lo bautizó así a raíz de un asom­ broso ornamento que decoraba el Teatro de Pompeyo, cuyo escenario, los muros, todos los elementos transportables, estaban de alguna manera cubiertos con una capa de oro. Plinio el Viejo, que debe haberlo visto, dice simplemente que Nerón cubrió el teatro con oro durante ese único día. Habría sido deslumbrante, de no haber estado la multitud prote­ gida de los rayos solares por el toldo, en cuyo centro se veía a Nerón con­ ducir el carro del Sol. A hora temprana de ese día el emperador recibió el homenaje de Tiri­ dates en el Foro y lo coronó frente a una vasta muchedumbre.43 El comienzo de la ceremonia se programó para el amanecer, y la fuente de Dión pudo notar la vestimenta blanca de los civiles que se apiñaban por doquier, incluso sobre los techos, y las relucientes corazas de los soldados formados en filas, con sus armas de brillo relampagueante. Cuando los primeros rayos solares alcanzaron el Foro, el efecto teatral debe haber sido deslumbrante. Se trataba, en verdad, de un efecto, y de un efecto deliberadamente planeado : un edicto había fijado un día ante­ rior para la realización de la ceremonia, pero ésta se pospuso debido a la presencia de nubes. En el Foro como en el teatro cubierto con una capa de

oro, donde Nerón repitió la coronación bajo su toldo solar, el Día Dorado era también el Día del Sol.44 Plinio señaló que el dorado Teatro de Pompeyo apenas tenía una frac­ ción del tamaño de la aurea domus, la célebre Casa de Oro de Nerón que (según él afirmaba) rodeaba la ciudad.45 Debe entenderse que el nom­ bre de la casa se debía al propio Nerón, que lo acuñó después del Gran Incendio de 64. Con anterioridad se había emprendido la construcción de un palacio que conectaba el complejo del Palatino con los jardines imperiales del Esquilino, y al que Nerón había dado el simple nombre de Domus Transitoria, Casa de Paso. El fuego la destruyó, por lo cual a posteriori se la rediseñó y reconstruyó, con un pródigo desembolso de dinero. El nuevo palacio, que aún estaba en construcción en el amane­ cer mismo del Día Dorado, fue sencillamente bautizado por Nerón como Casa de Oro, Domus Aurea. El emperador planeó levantar una estatua del Sol de más de 35 metros de alto en su enorme vestíbulo: nadie podría dudar de que ésa era la casa del Sol. En su novela contemporánea, Satiricon, Petronio se burlaría de los jóve­ nes romanos que derrocharon sus botines conquistados con mucho esfuerzo en la construcción de edificios de oro, pero el antiguo tutor de Nerón, Séneca, sabía que en la Domus Aurea había algo más que lujo, que él también condenaba. En un texto de finales del verano o el otoño de 64 -es decir una vez iniciada la construcción de la Domus Áurea sobre las ruinas de la Domus Transitoria- hizo una clara y precisa denuncia de la nueva ideología solar: El pueblo parece creer que los dioses no pueden brindar mejor don que la riqueza, y ni siquiera poseer nada mejor [y aquí cita a Ovidio, Metamorfosis, 2 ,1]: El palacio del dios del Sol, con sus altos pilares Y el brillo deslumbrante del oro. Y mirad, si no, el carro del Sol: De oro era el eje, dorada también la lanza Y de oro las llantas que ceñían las ruedas Y de ellas todos de plata los radios.

Y por último, cuando quieren alabar una época como la mejor, la llaman “Edad de Oro” [saeculum aureum\ .4® Este pasaje muestra un desdén sorprendentemente franco por la nueva Edad de Oro, pues Séneca acomete contra la equiparación misma del oro con el Sol que subyace al proyecto de Nerón y recurre para ello a la his­ toria de Faetón tal como la cuenta Ovidio, con el fin de hacer algunas citas más que apropiadas. La vulgaridad y superficialidad de las personas que definen a los dioses en función del oro quedan grabadas sin piedad en tér­ minos neronianos -el palacio del Sol, el carro del Sol- y el concepto de nueva Edad de Oro se pone de cabeza: no es sublime sino innoble. Séneca prosigue con una minuciosa disección de versos de los trági­ cos griegos que parecen ensalzar la riqueza. En uno de ellos, corres­ pondiente a una obra de Eurípides sobre Belerofontes, el dinero se considera superior al amor. Cuando en su primera presentación todo el público se levantó al unísono para expulsar del teatro al actor que había pronunciado esas palabras, el propio Eurípides (escribe Séneca) se apre­ suró a exhortarlos a esperar y ver quem admirator auri exitum faceret, cuál sería el fin del admirador del oro.47 Tal vez no fuera la anécdota más polí­ tica que Séneca podía recordar, si tenemos en cuenta que por entonces su ex discípulo obsesionado por el oro estaba construyendo su Domus Aurea: Nerón se llenó de gozo ante el suicidio forzado de su antiguo maestro un año después.48 En un párrafo anterior de la misma carta, Séneca se extiende sobre el deslumbramiento provocado por la luz, en un notable examen del cla­ roscuro moral. El filósofo distingue entre la engañosa belleza superficial y el verdadero brillo interno del alma virtuosa. El problema es una cues­ tión de visión: no podemos ver la belleza interna porque un splendor externo excesivo o demasiada oscuridad nos han cegado. Si al menos pudiéramos purificar nuestra visión, veríamos esa belleza interna, por sepultada que estuviera debajo de la pobreza exterior, la humildad o la vergüenza. “A la inversa, -continúa Séneca-, tendremos una visión del mal y las influencias embrutecedoras de un alma cargada de pena, a pesar de los impedimentos resultantes del extendido esplendor de las rique­ zas que brillan por doquier (divitiarum radiantium splendor) y a despecho de la falsa luz (falsa lux) [...] del gran poder que golpea desalmado al espectador.”49 El alma malvada y desdichada, enmascarada por el esplen-

dor de las riquezas deslumbrantes, y la falsa luz del gran poder: todo esto unas líneas antes de que Séneca pase a describir el palacio del dios Sol. Con palabras de Ovidio, Séneca se refería al palacio del dios Sol que refulge con el brillo del oro (regia Solis f . ..] clara micante auro). A salvo tras la muerte de Nerón, Marcial cantaría nuevas obras que se elevaban donde una vez resplandecieron los aborrecibles pórticos de un rey salvaje (invi­ diosa feri radiabant atria regis). ¿Por qué resplandecía? En su valiosa expo­ sición sobre la Domus Áurea, Suetonio describe en orden el vestíbulo, el lago, sus edificios y el campo abierto, y luego dice: “En otros lugares todo estaba cubierto de oro y salpicado de pedrería y perlas” , tras lo cual su recorrida pasa a los comedores y los baños. Presuntamente los oropeles y el ornamento de joyas cubrían no sólo los interiores sino tam­ bién los exteriores de la Domus Áurea, así como el Teatro de Pompeyo se había recubierto con una capa de oro por un solo día. Como hemos constatado en ocasión del Día Dorado, Nerón estaba interesado en los efectos lumínicos deslumbrantes. Curiosamente, Plinio habla de un Tem­ plo de la Fortuna de Seyano que el emperador emplazó en algún lugar de los terrenos de la Domus Áurea para albergar una antigua estatua de la djosa Fortuna, rescatada de un santuario que al parecer había sido cons­ truido por el rey Servio Tulio en el siglo V I a. C. y probablemente quedó muy dañado o destruido a raíz del Gran Incendio. El carácter memora­ ble del templo de Nerón radicaba en que el material de construcción era una piedra dura como el mármol descubierta poco tiempo atrás en Capadocia, la phengites, una piedra brillante, de color blanco y con vetas ama­ rillas. Plinio quedó profundamente impresionado por su translucidez, que hacía que el templo fuera tan luminoso como el día aun cuando las puer­ tas estuvieran cerradas y sorprendía al observador como si, de alguna manera misteriosa, estuviera iluminado desde adentro.50 Imaginemos a un visitante que se afanara en avanzar por la V ia Sacra, rectificada y espléndidamente rediseñada, desde el Foro hacia las puer­ tas de la Domus Áurea. Allí, en el enorme vestíbulo, con dominio sobre el panorama y visible, en verdad, desde gran parte de la ciudad, Nerón pretendía instalar la deslumbrante y colosal estatua de bronce del Sol que había encargado. La estatua contemplaría de cerca las estrellas (en pala­ bras de Marcial) y marcaría la transición del viejo centro de la Roma repu­ blicana al nuevo palacio imperial.51 Suele aseverarse con autoridad, y se acepta de forma casi universal, que el notorio Coloso se levantó en vida

de Nerón, y que el Sol mostraba los rasgos del propio emperador.52 Sin embargo, R. R. R. Smith ha sostenido con gran vigor que ninguno de los dos supuestos se justifica: Plinio el Viejo, que había observado con temor reverencial al escultor Zenodoro mientras construía su modelo, ins­ talaba los andamios y vaciaba en bronce la gran obra, no habla de una notable semejanza con el emperador; sólo dice que era de apariencia nota­ blemente natural; Suetonio no dice que se levantaba en el vestíbulo sino más bien que en él podía instalarse (staret), el Coloso de 35 metros (esto es, el vestíbulo también era muy grande; otros han señalado este aspecto, como puntualiza Smith).53 Ambas observaciones son correctas. De los dos interrogantes: ¿representaba la estatua en su origen a Nerón? y ¿se levantó en vida de éste?, el segundo es el más fácil de responder. Como señala Smith: “ Cuando Plinio la vio, aún estaba en el taller, y Tácito, siempre de ojo agudo para cualquier nuevo signo de la audacia de Nerón, ni siquiera la menciona” . Por otra parte, como no es posible estimar que los dichos de Suetonio se refieren a que la estatua se levan­ taba en el vestíbulo en los días de Nerón, y Dión nos dice lisa y llana­ mente que en 75, bajo Vespasiano, el Coloso se emplazó en la Via Sacra, no hay razón alguna para creer que Nerón vio la estatua de pie en la Domus Áurea antes de su muerte en 68.54 L a respuesta a la primera pregunta es menos clara. No hay dudas de que el Coloso que sobrevivió hasta el siglo IV representaba al Sol: “El volu­ men del maravilloso Coloso, coronado con rayos, se deleita en superar la obra de Rodas” .55 El consenso académico sostiene que, después de muerto, la imagen del emperador se recicló para darle los rasgos más convencio­ nales del Sol, aunque ningún autor antiguo lo afirma.56 Esta idea se apoya sobre todo en la aserción de Plinio de que la estatua estaba destinada (destinatum), a representar a Nerón, pero fue dedicada al Sol después de la condena de los crímenes del emperador, así como en una observación al pasar de Suetonio, cuando señala que Vespasiano recompensó en abun­ dancia al restaurador (refector), de la Venus de Cos y el Coloso (conside­ rada en general como una indicación de la reelaboración de la estatua para suplantar los rasgos de Nerón por los del Sol, aunque Smith nota que puede significar simplemente que la obra se terminó durante el reinado de Ves­ pasiano). No hay pruebas de que la estatua fuera reciclada para represen­ tar al astro -Plinio, por cierto, no lo dice-, y Smith sostiene que la presunta intención de Nerón de mostrarse como el Sol fue una invención retórica

postuma, con el objeto de mostrar un indicio de la megalomanía de un mal emperador. Así, la observación de Suetonio de que el vestíbulo era lo bastante grande para contener un coloso de 35 metros “con sus propios rasgos” (los de Nerón) es simplemente engañosa, y habría que señalar que, de acuerdo con la fuente de Dión, algunos dijeron que la estatua erigida en 75 tenía, en efecto, los rasgos de Nerón, pero otros mencionaron a Tito.57 La conclusión de Smith es la siguiente : “Hay muchos otros monumentos de papel y acusaciones retóricas imposibles de verificar asociadas a estas figuras [es decir a emperadores ‘malos’ o fracasados] [...] que a menudo se aceptan como pruebas no problemáticas sobre una especie de base ad hominem, simplemente porque no se ha establecido ninguna regla elemental para abordar este tipo de representación literaria”. Que Nerón intentara erigir una enorme estatua de sí mismo asomada por encima de la ciudad se ajusta, sin duda, a otras alegaciones postumas infundadas contra él, y no corresponde ni a sus otras intenciones, las verdaderas, ni al programa de la Domus Áurea. Dejemos a un lado el interrogante de si Nerón logró o no ver en vida el Coloso instalado en su lugar y prosigamos con sus intenciones. Pasado el imponente vestíbulo, su pasmado visitante no encontraría la espe­ rada “casa”, sino una extensión cóncava de campiña abierta salpicada de bosques, dehesas, campos, animales y diferentes edificios, todos disemi­ nados en torno de un lago artificial; la “ Casa de Oro” no era en abso­ luto una casa, sino una gran villa suburbana emplazada en el corazón de la ciudad (rus in urbe).5&Sus terrenos cubrían el valle donde se encon­ traba el lago (hoy el sitio del Coliseo) y las laderas de las colinas cir­ cundantes: el Esquilino al norte, el Celio al sur y el Palatino al oeste. Si se dirigía desde el vestíbulo hacia la izquierda a través del valle, la mirada del visitante quedaba atrapada de inmediato por la imponente fachada del principal complejo residencial, cuidadosamente emplazado sobre la ladera de la colina Opio (que formaba parte del Esquilino), y no sólo sobre ella sino dentro de ella y en saliente. Cuidadosamente, en efecto, pues el paisaje se ordenó en terrazas al eliminarse por detrás parte de la colina y agregarse sólidas subestructuras en el frente.59 El propósito debe haber sido facilitar una de las características más notables del edificio, su alineamiento, impuesto a la topografía y no por ella. El complejo opiano (junto con las Termas de Tito, ulteriores y dependientes de él) es único entre los edificios públicos de Roma por su orientación rigurosa, deter­

minada con toda precisión por un eje este-oeste. Aún se desconoce su significación,60 pero es indudable que un edificio que miraba directamente hacia el sur recibiría la luz solar a lo largo de todo el día. El efecto de esa luz al dar contra una fachada dorada y enjoyada, de más de 360 metros de longitud, sería cegador: “El palacio del dios del Sol, con sus altos pila­ res y el brillo deslumbrante del oro” . Desde la periferia del terreno, esta Domus Áurea tenía a sus pies un mundo en miniatura.61 Tácito desestima con laconismo el carácter arti­ ficial del paisaje impuesto al centro de Roma por los ingenieros de Nerón, “campos y lagos y, para dar una impresión de tierras vírgenes, bosques por aquí y espacios y perspectivas abiertas por allá” . Pero Suetonio es más preciso mientras su descripción pasa metódicamente del vestíbulo donde podría haber estado el Coloso a la villa misma: Había también un lago como el mar, rodeado por edificios que daban idea de ciudades. Por otra parte, había diversos tipos de campos, terrenos, viñedos, dehesas y bosques, junto con una gran cantidad de animales domésticos y fieras de todas clases.62 El visitante de pie junto al Coloso comprendería de inmediato que ese paisaje artificial era un microcosmos del mundo. Más precisamente, el mar rodeado de ciudades, las granjas y tierras vírgenes, los seres huma­ nos y los animales, pueden haber representado el Imperio Romano en miniatura, con el Mediterráneo en su centro. Con vista a este mundo y en la colina Opio estaba la rutilante fachada del Palacio del Sol, mien­ tras bien por encima de su entrada se emplazaría la resplandeciente estatua del Sol, su amo, con el mundo en la mano. Es fama que, cuando su casa estuvo terminada, Nerón declaró que por fin tendría una vivienda digna de un hombre.63 Cualquiera sea la interpretación que se haga de esa grandilocuencia, se ha considerado con acierto que mostraba una cosa: su interés en Apolo y el Sol era una cuestión de ideología, no de teología.64 En realidad, Nerón no se identi­ ficaba con los dioses; no se creía divino y tampoco quería que otros lo deificaran. Esto se desprende con claridad de su rechazo crucial de los honores divinos que se le ofrecieron no sólo al principio de su reinado, sino incluso una década después. En rigor, si bien Nerón participaba a

conciencia en las numerosas ceremonias en que debía hacerlo como sacer­ dote del Estado y era naturalmente curioso e inclinado a la supersti­ ción, es probable que Suetonio no se equivocara al afirmar que desdeñaba todos los cultos, religiones.®5 Una clave excepcional para conocer el pensamiento de Nerón es la proporcionada por el Epidrome, una breve interpretación alegórica del mito griego desde un punto de vista fuertemente estoico, escrita por un filósofo y gramático contemporáneo a quien el emperador terminaría por desterrar, el docto L. Anneo Cornuto.66 Destinado a un uso escolar, el Epidrome, o “Introducción a las tradiciones de la teología griega”, pro­ curaba explicar a los dioses del mito en términos de principios natura­ les. Hércules, por ejemplo, representaba el principio cósmico subyacente al poder de la naturaleza, “fuerte, dominante e indómito [...], dispensa­ dor de fortaleza y resistencia denodada” . Apolo era, inevitablemente, el principio solar (como en el pasaje citado al comienzo de este capítulo) y, sobre todo, el amo del equilibrio del cosmos: aseguraba un equilibrio universal que en la Tierra se reflejaba en la sucesión regular de las esta­ ciones, la armonía musical y la distribución justa de sus dones a la huma­ nidad; era además la encarnación de la luz y por lo tanto bello, brillante y puro. Este Apolo solar, Febo Apolo, era, en suma, el símbolo perfecto para un hombre joven, de inclinaciones artísticas y emperador del mundo. Con esa justificación intelectual de sus experimentos teatrales, no es necesario suponer que Nerón creía realmente en Apolo. En rigor, su acti­ tud hacia los cultos regulares se demuestra con claridad en su visita de 67 a Delfos, el gran santuario apolíneo. Sin lugar a dudas, si iba allí no era para rendir homenaje a su deidad patronal sino para competir en los Juegos Pitios, uno de los certámenes de su gira griega. La conducta de Nerón con respecto al gran santuario fue decididamente ambigua. Por un lado, su interés en Delfos fijó, un precedente alentador para los siguien­ tes emperadores. Su visita permitió un resurgimiento sostenido durante unos cuantos siglos de un oráculo que había languidecido en la pobreza y la oscuridad a lo largo de varias generaciones, y Nerón tal vez com­ pletó de alguna manera la construcción del templo.67 Según un relato, consultó al dios acerca de su futuro y como respuesta se le dijo que debía cuidarse del septuagésimo tercer año. Estremecido por estas pala­ bras, se convenció no sólo de que llegaría a viejo, sino de que siempre disfrutaría de una prosperidad excepcional. En efecto, cuando más ade­

lante perdió algunos bienes de sumo valor en un naufragio, aseguró jovial­ mente a sus amigos que los peces los devolverían. La sacerdotisa de Apolo, la Pitia que había pronunciado la profecía, recibió una enorme recom­ pensa de cuatrocientos mil sestercios.68 No obstante, aunque reanimó el santuario, le infligió un abominable tratamiento. Su reputación postuma en Delfos era espantosa, aun para Nerón. Abundan las leyendas que van desde lo imposible hasta lo inverificable. Según una de ellas, el oráculo de Apolo se ha enterado de algún modo de la existencia de un pasquín pegado en los muros de Roma, acerca de que el emperador es Nerón Orestes Alcmeón el matricida, y menciona por error una versión abreviada ante un enfurecido Nerón.69 En otra, de tono similar, el oráculo se niega lisa y llanamente a dar res­ puesta a su indagación: “No respondo a parricidas” (lo cual era notoria­ mente falso). Y en una tercera historia, una leyenda fluctuante que también se aplica a otras figuras históricas, Nerón tiene un acceso de rabia cuando la Pitia prefiere el sacrificio de un hombre pobre al suyo,70 y reacciona ante este rechazo con la furia de un tirano: despoja de su territorio al san­ tuario y lo entrega a sus soldados, derriba el templo reconstruido y obs­ truye con cadáveres la boca de la caverna de la cual salían, según la creencia popular, los vapores que inspiraban a la profetisa. Créase mucho o poco de todo esto, lo cierto es que Nerón saqueó el santuario (como hizo con otros templos) y se llevó sus tesoros artísticos, incluyendo unas quinientas estatuas de bronce, para decorar su Domus Áurea de Roma.71 Por otra parte, más allá de ese desprecio casual, no hay pruebas sólidas de que rindiera algún tipo de honor especial al Apolo délfico, como sí hizo con el Apolo del Palatino. Su relación con el dios se planteaba en gran medida en función de sus propios intereses. En efecto, hay fuertes indicios de un elemento subversivo en esas rela­ ciones. Se ha propuesto la seductora hipótesis de que algunos contem­ poráneos querían presentar al emperador Nerón como Faetón, y no con el objetivo de desacreditarlo. Faetón era el hijo del Sol que anhelaba tomar las riendas del carro de su padre. Helios aceptó de mala gana satis­ facerlo y, como consecuencia, sobrevino un desastre: los caballos corrie­ ron sin control, la Tierra quedó arrasada y Zeus se vio obligado a expulsar al joven del carro con su rayo. A primera vista no parece el mito más apropiado para Nerón, pero toda narración puede reinterpretarse. En su obra Cuestiones naturales, escrita algún tiempo después de su retiro en

62, Séneca cita con aprobación una frase resonante de “ese ilustre poema”, in illo Ínclito carmine, de Vagelio (el nombre del autor es incierto y la fecha, desconocida): “ Si debo caer, me gustaría que fuera de los cielos” . En esa misma obra, Séneca recuerda antes otros hexámetros del “ilustre poeta” (poetae incliti, no mencionado, pero con seguridad el mismo): “Ostentemos un corazón valiente y realicemos las más grandes proezas en breve tiempo” . Se ha sostenido que estos fragmentos corresponden a un poema épico en el que se exaltaba a Faetón por su osadía para llevar a cabo grandes hazañas, y Séneca, en efecto, había aprobado en otro lugar la grandeza de querer subir al cielo, aunque el intento culminara en un fracaso.72 Así, un mito convencional sobre la transferencia de poder entre generaciones se da vuelta de cabeza: el joven imprudente castigado por su prematura audacia se convierte en el símbolo magnánimo del cam­ bio. Si ha fracasado, lo ha hecho con grandeza. L a atracción de esta atrevida pero peligrosa nueva imagen para el joven Nerón sería obvia.73 En el pasaje sobre Nerón en el comienzo de la Farsalia (líneas 45-58), Lucano, sobrino de Séneca, mostró de manera magistral cómo manejar adecuadamente a Faetón. Allí sugirió que Nerón reemplazaría a Febo en la conducción del carro y que la Tierra no temería entonces el cam­ bio de conductor, es decir que la transferencia del poder del Sol al nuevo Faetón sería un éxito. De tal modo, el hecho de presentarse al mundo como un Faetón exitoso no sería para Nerón más que actuar de la manera como otros lo llamaban, el nuevo Sol. Si en su condición solar Nerón acarició la idea de representar el papel de Faetón, éste daría resonancia a otro de sus gestos. Uno de los rasgos curiosos de su reinado fue una obsesión elegante por el ámbar. En una fecha desconocida, un caballero romano viajó a la región del Báltico con el fin de obtener ámbar (succinum), para un espectáculo gladiatorio que debía presentarse ante el emperador. El enviado adquirió tal cantidad que las redes mismas utilizadas para contener a las fieras en los parape­ tos fueron anudadas con esa sustancia, y en un solo día todas las armas y equipos empleados en el espectáculo, incluso los destinados a sacar los cadáveres, se adornaron con guarniciones de ámbar. Por otra parte, cuando Nerón, en un poema, describió el pelo de Popea como amba­ rino (succinos), ese matiz comenzó a ponerse de moda entre las mujeres de la sociedad.74 Para un emperador que trataba de presentarse como el nuevo Sol del mundo y un Faetón exitoso, un anfiteatro reluciente de

ámbar -reminiscencia del deslumbrante Teatro de Pompeyo durante el Día Dorado- y una emperatriz con una cabellera de brillo ambarino serían satisfactoriamente apropiados: el ámbar se formó a partir de las lágrimas de las hijas del Sol, que lloraban la caída de su hermano Faetón.75 El papel de Faetón explicaría, además, una observación que habría de volverse contra el emperador tras su muerte. Alguien citó en una con­ versación un verso, tal vez de una tragedia griega: “Cuando yo esté muerto, consuma el fuego la tierra” . Nerón contestó: “Mejor, mientras yo esté vivo” . Respuesta que suscita el siguiente comentario de Suetonio: “Y se mantuvo fiel a su palabra”, que da pie a continuación a un relato del Gran Incendio, que a juicio del biógrafo fue iniciado por el emperador.7® Si, como veremos, Nerón fue el causante del fuego, lo hizo en verdad como el nuevo Faetón, con un objetivo en mente. El valor de este personaje del mito radica en confirmar que la preo­ cupación del emperador por Febo Apolo era puramente estética. No se interesaba en los cultos convencionales de los dioses, excepto el que deci­ dió honrar, Apolo el ejecutante de lira, y se sentía libre de experimen­ tar con su elaborada concepción y presentación de sí mismo como el Sol, aun al extremo de sugerir no que se lo asimilara a éste, porque en reali­ dad lo reemplazaba. La experimentación estética es la clave, pues resulta claro que la ima­ gen divina estaba en desarrollo continuo. La comparación con Apolo se canta por primera vez en 59; el Sol hace irrupción en 64. La tercera etapa ocuparía los últimos meses de la vida del emperador, tal vez desde fina­ les de 66, cuando Nerón asumió el papel de Hércules. Tal como cuenta Suetonio : Pues había decidido, dado que se lo consideraba el igual de Apolo en el canto y el igual del Sol en la conducción de carros, que tam­ bién emularía las proezas de Hércules. Y dícese que le habían pre­ parado un león con el que debía luchar en el anfiteatro, para matarlo con una maza o estrangularlo en presencia del público.77 Cuando regresó de Grecia para celebrar su triunfo artístico a finales de 67, toda la población de Roma, senadores incluidos, lo saludó con un nuevo cántico:

¡Salve, vencedor olímpico! ¡Salve, vencedor pitio! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡A Nerón Hércules! ¡A Nerón Apolo! ¡El único vence­ dor de la gran recorrida, el único desde el comienzo de los tiem­ pos! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Celestial voz: benditos quienes te escuchan!78 Dión dice otra vez que ésas son las palabras exactas de la aclamación, como lo eran en el caso de los augustianos en 59. Apolo reaparece, por supuesto, y las victorias olímpica, pitia y las demás del periodos reciente se aclaman como corresponde, pero Hércules es una novedad. En rigor, el interés de Nerón en el héroe parece haberse suscitado durante la gira de Grecia. Suetonio menciona su deseo de emular a Hércules inmedia­ tamente después de aludir a su pasión reciente por la lucha, en cuyos combates era práctica habitual dar al vencedor el apelativo de esa figura mitológica.79 Hércules Augusto, con su maza y su piel de león, aparece en las monedas contemporáneas de la colonia neroniana de Patras, al igual que otros dioses de especial interés para el emperador (Apolo, Diana yjúpiter Liberador) ; al mismo tiempo, las autoridades de Delfos, al pare­ cer, habían erigido un elaborado friso que mostraba los trabajos de Hér­ cules en la parte frontal del escenario del lugar, el mismo donde Nerón debía actuar durante los Juegos Pitios, y el propio emperador dedicó una toga púrpura y una corona de oro en un altar del templo de Hera en Argos, que describía el casamiento de Hebe y Hércules tras la recep­ ción del héroe entre los dioses.8“ De regreso en Roma, Nerón planeó en sus últimos días (así se nos dice) incluir en su campaña contra Víndex a sus concubinas con el pelo rapado y armadas con hachas y escudos de las amazonas; como resultará claro, puede tratarse de una referencia a la expedición de Hércules contra esas mismas amazonas, y su conquista.81 Como el Sol, Hércules era un gran benefactor de la humanidad, pero así como el primero traía vida, él aportaba seguridad. Fue Hércules quien luchó para librar a la Tierra de los monstruos, y como recompensa por sus trabajos y sufrimientos en nombre de la humanidad se lo elevó a la altura de los dioses. Como en el caso de Febo Apolo, también aquí había en juego algo más que una pasión por la lucha, el canto o las carreras de cuadrigas. Nerón sería alabado por los griegos en virtud de dos de sus actos, aun una vez muerto. Uno de ellos fue la exención impo­ sitiva dispuesta para la provincia de Acaya, y como consecuencia de

ello se asociaría al emperador con Júpiter Liberador/Zeus Eleuterio en monedas e inscripciones : una asociación semejante no se veía desde los días de Julio César, y sólo se repetiría en la época de Diocleciano.82 Su otro gran acto benefactor filohelénico fue el comienzo de los trabajos en el canal que atravesaría el istmo de Corinto, y hay fuertes indicios de que una vez concluida esta hazaña Nerón abrigaba la intención de pre­ sentarse como Hércules/Heracles. El corte del istmo era una tarea hercúlea que casualmente no figuraba en los trabajos de Hércules, no obstante lo cual dos fuentes parecen invo­ car su nombre en el istmo dentro de un contexto neroniano. Una alusión aparece en la breve obra del siglo II titulada Nerón o la excavación del istmo, atribuida al satírico Luciano, pero en realidad escrita por un Filóstrato. Este muy interesante texto tiene la forma de un diálogo entre un tal Menécrates y el filósofo estoico exiliado Musonio Rufo, a quien se imagina como uno de los prisioneros que trabajaron en el proyecto (y que, por cierto, había sido desterrado a una isla cercana, Giaros). Curiosamente, la obra parece preservar, con independencia de cualquier otra fuente, detalles sobre la estancia de Nerón en Grecia que merece la pena con­ siderar con seriedad. En un momento, Musonio describe la ceremonia de inauguración de los trabajos en el canal: el emperador sale de su tienda y comienza a entonar himnos a los dioses del mar; el gobernador de la provincia le entrega una horca de oro; él excava durante unos instantes en medio de aplausos y aclamaciones, exhorta a los trabajadores (sol­ dados y prisioneros) y luego regresa a Corinto, “ convencido de haber superado todas las proezas de Heracles” .83 A esto debe yuxtaponerse un sorprendente pasaje de la pieza Hércules en el Eta, que se ocupa torpe e interminablemente del sufrimiento, la muerte y la apoteosis de su héroe. Atribuida a Séneca, hay coincidencia general en el séntido de que fue escrita por un imitador inferior del maes­ tro, a finales del siglo I o principios del siglo I I . 84 En el comienzo del drama, Hércules aparece solo y reprocha a su padre Júpiter no haberlo convertido en un dios, cuando hombres de menor valía que él fueron transportados a los cielos. Ha pacificado la Tierra entera y la liberó de sus monstruos: ¿qué más debe hacer? Si es preciso unir tierras, unirá Sici­ lia a Italia, y si Júpiter le ordena reunir los mares, entregará el istmo a las olas para dar una nueva ruta a las naves del Atica.85 Este corte del canal se ajusta muy bien a la nueva imagen de sí como Hércules que

Nerón comenzó a desplegar en Grecia. La presentación de la tarea sobre­ humana como una labor hercúlea era justamente lo que necesitaba. Y para que no hubiera duda alguna de sus intenciones, un relieve de Hér­ cules con su maza sobrevive en la cara sur del presente canal, “tallada con bastante tosquedad y hoy muy deteriorada por la intemperie” .86 Al igual que cuando interpretaba a los héroes y heroínas del mito, el emperador pasó de la representación a la acción. No sólo deseaba mos­ trarse como los personajes mitológicos e interpretarlos en las tablas, tam­ bién quería representar süs papeles en la vida, fuera como Orestes el matricida o como Febo Apolo el auriga. Su presunta conducta en Del­ fos resulta entonces significativa. Se contaban historias de su saqueo de los tesoros del santuario (lo cual es cierto) y la cancelación del oráculo en un acceso de furor. Como en el caso del supuesto incesto con su madre, la verdad es poco clara, pero como en él, una fuerte sospecha rodea la historia de la interrupción del oráculo: es posible que su origen estu­ viera en el propio Nerón. Es decir: el emperador volvía a actuar un mito y emulaba al único otro hombre, mortal pero sobrehumano, que había saqueado el santuario de Delfos y puesto fin a su oráculo. Un día, Hércules mismo había acudido al oráculo de Apolo en Del­ fos en busca de ayuda. En una versión del relato, se dice que padecía una enfermedad persistente que lo afligía luego de haber dado muerte a un huésped en un arranque de rabia; según otra, buscaba purifica­ ción por el asesinato de su mujer y sus hijos (en el ataque de locura repre­ sentado por Nerón en la escena griega). Debido a su corrupción, la Pitia, y Apolo por su intermedio, se negaron a dar un oráculo al héroe (así como, en una historia, hicieron otro tanto con el corrupto Nerón). Enfu­ recido, Hércules procedió a cerrar el oráculo, robar sus ofrendas voti­ vas y sacar el trípode sobre el cual se sentaba la Pitia para transmitir las profecías del dios. Apolo intervino, comenzó una batalla épica entre él y el héroe y los dos combatientes sólo pudieron ser separados por un rayo lanzado por Zeus. Luego se juraron amistad, Hércules devol­ vió el trípode a su lugar y Apolo prescribió la penitencia adecuada para el crimen original del héroe.87 La lucha y la reconciliación de los dos grandes benefactores de la humanidad, el dios y el héroe, debe haber sido un vigoroso acicate para la imaginación de Nerón. Si efectivamente interrumpió de algún modo el funcionamiento del oráculo, su cierre habrá sido, a lo sumo, simbólico y temporal. Así, el papel de Hércules

tiene una estrecha conexión con el papel de Apolo: “Nerón Hércules, Nerón Apolo” .88 Como hemos visto, la imagen divina de Nerón se desarrolló en varias etapas, desde Apolo en 59 hasta Hércules en 66, pasando por el Sol en 64. Cada aspecto correspondía a uno de sus intereses -el canto, las cua­ drigas y (tal vez con menos entusiasmo) el atletismo y la lucha con fie­ ras salvajes- y representaba atributos divinos que eran benéficos para la humanidad y por lo tanto apropiados para un emperador. Pero, como en el caso de los héroes míticos cuyos papeles interpretaba tanto en el esce­ nario como fuera de él, otro objetivo guiaba los pasos de Nerón, a saber, la imitación de un modelo histórico. Se había sentido fascinado e inspi­ rado por Periandro, el epítome del tirano griego, magnánimo y situado por encima de cualquier juicio. Según ese criterio, cualquier otro modelo que decidiese seguir debía ser poco habitual, y lo fue, por su mismo carác­ ter inesperado. Para los griegos y romanos posteriores, el dechado de gobernante era Alejandro Magno, y mucho se ha escrito sobre su imita­ ción por parte de Nerón.89 Pero las pruebas son tenues y tienden a con­ fundirse con el interés general que el emperador mostraba por la Alejandría helenística; por lo demás, cuando Nerón seguía al gran macedonio, sus actos no parecían ni significativos ni obsesivos, tal cual lo fueron, digamos, los de un emperador posterior como Caracalla.90 El hecho mismo de que todos los otros grandes hombres pudieran entre­ garse a una imitatio Alexandri habría bastado para garantizar la falta de interés de Nerón. En su único viaje fuera de Italia decidió ir a la antigua Grecia, la tierra de Periandro, y no al maravilloso centro del mundo hele­ nístico, la ciudad del propio Alejandro, Alejandría. Sin embargo, había otra gran figura histórica a la que Nerón sí imitó durante su reinado, de manera rigurosa y creativa, para no decir sorprendente: su tatarabuelo, el primer princeps Augusto. Al comienzo de su reinado Nerón proclamó con claridad que gobernaría de acuerdo con el ejemplo de Augusto, ex Augusti praescripto imperaturum se professus, y lo decía en serio.91 Para Nerón, la imitación de Augusto en 54 llevaba aparejado cierto grado de legitimación: el vínculo con su predecesor, Claudio, había sido cuestionable (sobrino nieto, hijastro, hijo adoptivo), pero, a dife­ rencia de éste, él podía afirmar que por sus venas corría sangre del pri­ mer princeps. Así, un camafeo muestra un busto del joven Nerón

flanqueado por bustos enfrentados de Augusto y su esposa Livia; y Agri­ pina, se nos cuenta, emuló la magnificencia de su bisabuela, esa misma Livia, cuando un decreto dispuso otorgar honores divinos y un gran fune­ ral de Estado a Claudio, según los lineamientos de lo ocurrido con Augusto. En 57 Nerón llevó dramáticamente al primer plano el vínculo dinástico mediante la puesta en escena de una batalla naval entre ate­ nienses y persas en la naumaquia construida por Augusto para espectá­ culos de esa naturaleza. A l hacerlo, no sólo rendía homenaje a la gran batalla de Salamina, en 480 a. C., que marcó la victoria de Occidente sobre Oriente, sino en particular a su reproducción organizada por el propio Augusto, un espectáculo destinado a celebrar la dedicación de su nuevo Templo de Mars Ultor en 2 a. C. y, junto con ello, el someti­ miento diplomático del sucesor de Persia, Partía, por Roma, heredera a su vez de Grecia. Además, en 64, para celebrar el décimo aniversario de su reinado y los cincuenta años transcurridos desde la consagración de Augusto, Nerón emitió una serie de monedas significativas.92 Se des­ taca particularmente una que muestra el Templo de Jano con la puerta cerrada y la leyenda Pace P. R. tena mariqueparta Ianum clusit S. C., “cuando la paz del pueblo romano fue impuesta en tierras y mares, él cerró el Templo de Jano, por decreto del Senado” . La puerta del templo sólo se cerraba cuando el Estado romano estaba en paz, cosa que ocurría en con­ tadas ocasiones. L a moneda de 64 celebraba la sumisión de Tiridates y la paz con Partía que dos años después tendría como fruto el Día Dorado. El último cierre de las puertas se había producido durante el reinado de Augusto, también, justamente, para celebrar la paz con Partía, una paz que Augusto adornó con la misma frase solemne, pace P. R. tena marique parta.93 La pretensión de compararse es inconfundible. Por otra parte, tras asegurar esa paz, Nerón hizo algo que ningún emperador había hecho desde Augusto, y que Tiberio, y Claudio se habían negado de forma expresa a realizar. Como el futuro Augusto había hecho en 38 a. C. o antes, Nerón adoptó como primer nombre (praenomen), el título otorgado a un general victorioso: imperator. Era un vínculo especial entre ambos hombres, y los flavianos y todos sus sucesores adoptarían de allí en más de manera automática la designación de imperatores, emperadores.94 Cualquier princeps podía proclamar que seguía el camino trazado por Augusto, pero la imitatio Augusti de Nerón fue algo especial: la bañaba la luz deslumbrante de Apolo, patrono de ambos. Cuando Nerón des­

plegó la imagen de ese dios que era tan importante para él, no lo hizo como el escandaloso apartamiento del decoro romano que nuestras fuen­ tes querrían inducirnos a creer, sino precisamente como una convoca­ toria a las tradiciones que tanto significaban para los romanos: la mos maiorum, la costumbre de nuestros mayores. Pues al imitar a Apolo imi­ taba a Augusto. A finales de 64 o comienzos de 63 a. C., una matrona romana llamada Atia asistió a una ceremonia de medianoche en el Templo de Apolo, en el Circo Flaminio de Roma; la ceremonia exigía permanecer toda la noche en el edificio. Mientras ella y otras matronas dormían, una serpiente entró de improviso y se marchó al poco tiempo. A l levantarse, Atia se purificó como si hubiera dormido con su esposo, y tras ello comprobó que tenía en la piel una imagen indeleble de una serpiente. Según nos cuenta Sue­ tonio, “Augusto nació nueve meses después y debido a eso se supuso que era hijo de Apolo” . Antes de dar a luz, Atia soñó que sus entrañas habían sido llevadas a las estrellas y diseminadas por cielo y tierra, mien­ tras su marido Octavio soñaba que del vientre de su mujer salía el Sol.35 El futuro Augusto nació puntualmente, como habría de nacer Nerón, poco antes del alba. Y una vez, cuando todavía era una criatura, desapareció del lugar donde su aya lo había puesto a dormir; lo buscaron largo tiempo hasta encontrarlo en la cima de una torre, tendido de cara al sol naciente.96 Evidentemente, había nacido para gobernar. Augusto, como se lo llamaría a partir de 27 a. C., no desperdiciaba nin­ guna oportunidad de afirmar que Apolo era su patrono especial. A ese dios atribuía sus dos cruciales éxitos navales, la victoria de Nauloco sobre Sexto Pompeyo en 36 y la victoria de Accio sobre Antonio y Cleopatra en 31, y Apolo fue debidamente recompensado con dos grandes templos. Uno de ellos fue la reconstrucción del Templo de Apolo Médico en el Circo Flaminió, obra a cargo de un viejo enemigo y nuevo aliado, Cayo Sosio. Se lo conocía como Templo de Apolo Sosiano. Como otros gran­ des monumentos del Campo de Marte designados con el nombre de sus constructores, era hasta en el más mínimo de sus detalles un himno a Augusto, y con buenos motivos: en ese mismo templo el futuro empe­ rador había sido concebido como hijo de Apolo.9·7 El gran friso de su frontón mostraba la batalla de Teseo y Hércules contra las amazonas. Extraído en una sola pieza de un templo griego del siglo V a. C., el friso dramatizaba ahora la lucha de Occidente contra Oriente que Augusto

acaba de librar otra vez, y tenía su paralelo en el combate contra las amazonas inscripto en la base del monumento a la victoria erigido por él en Accio. En su interior, trofeos tallados con corazas y ramas de palme­ ras y trípodes y serpientes talladas recordaban a Apolo; un friso exhibía la procesión del triple triunfo de Augusto de 29 a. C., que debía haber desfilado muy cerca de este mismo templo. Similar carácter programá­ tico tenía el gran templo de Apolo en el Palatino, junto a la casa de Augusto, que celebraba las mismas victorias, el mismo patronazgo divino, las mis­ mas virtudes en todos sus elementos, hasta el menor de los detalles.®8 A l mismo tiempo, Apolo era también el profeta de un futuro glorioso -la Edad de Oro (aurea aetas), el reino de Apolo (regnum Apollinis)-, proclamado por los poetas más grandes de Roma y oficialmente inau­ gurado mediante los Juegos Seculares de 17 a. C. Celebrados por tradi­ ción para marcar el paso de una era o saeculum -cien o ciento diez añosy dedicados a los viejos dioses, Augusto consideró que esos Juegos Secu­ lares señalaban el comienzo de la nueva época; escogió el momento para que celebraran un nuevo programa de renovación social y situó a Apolo (y a sí mismo) en el corazón de sus solemnes ceremonias. La idea de reno­ vación bajo el patronazgo de Apolo se había desarrollado durante los días más oscuros de la última etapa de la República. Augusto transfor­ maba ahora la esperanza en una brillante realidad. De manera concor­ dante, los símbolos de Apolo adquirieron una enorme difusión en el arte contemporáneo: el trípode délfico, la Sibila, la cítara, los grifos en la coraza de la gran estatua de Augusto en la “Prima Porta”, la esfinge utilizada por él como su sello." Junto con esta asociación por patronazgo había una relación más íntima, como sólo podía corresponder al hijo de Apolo. El espíritu guardián de Augusto, su genio, estaba estrechamente asociado a Apolo en los actos de culto.100 En piezas de barro de amplia difusión procedentes de Arre­ tium [Arezzo], conocidas como terra sigillata, el dios aparece con los ras­ gos de Augusto, y las representaciones más frecuentes son Apolo, su hermana Artemis (Octavia), su madre Leto (Atia) y Nice, la Victoria. Una elegante cornalina tallada presenta a un Augusto desnudo como el Sol, en actitud de conducir su carro, en el momento preciso en que los poe­ tas proclamaban la estrecha alianza entre el Sol y Apolo y el primero, en su carro, se elevaba por encima del frontón del Templo de Apolo Pala­ tino.101 Esta identificación de Augusto con su deidad patronal era una

idea de su propia cosecha y se remontaba a una época temprana. Cuando era miembro del triunvirato, probablemente en 40 a. C., y tenia apenas 23 años, participó de un escandaloso banquete, la cena de los 12 dioses, en el cual los comensales se disfrazaron de dioses y diosas: él, desde luego, se presentó como Apolo.102 Sus enemigos lo hicieron blanco de sus mofas, pero en la época el arte dramático aficionado se tomaba en serio y otros hombres de Estado no sólo apelaban a sus deidades guardianas, sino que de vez en cuando actuaban como ellas. En la biblioteca adyacente al tem­ plo de Apolo Palatino se erigía una estatua del propio Augusto, con la vestimenta y los atributos del dios,103 en este caso, Apolo Citaredo. Así, para la identificación pública de sí mismo con Apolo, Nerón tenía el mejor de los precedentes posibles, el primer princeps, Augusto, como tanto él cuanto su pueblo bien sabían. En 60, a los 22 años, celebró los primeros Juegos Neronianos, los Neronia. Aunque no compitió en ellos, sí se presentó a actuar en su nuevo complejo de gimnasios y se le otorgó por aclamación colectiva una corona especial en oratoria y poesía latina. Pero fueron los propios jueces quienes le dieron la corona por tocar la lira, una recompensa que él ordenó dorar y llevar a la estatua de Augusto.104 Con seguridad rendía el homenaje de un citarista a otro, al honrar la estatua de su ancestro que mostraba a Augusto vestido como Apolo Citaredo. Cuatro años después Nerón celebró su décimo aniversario en el poder, y una reforma monetaria de ese año fue acompañada y seguida por una gran emisión de monedas que de una u otra manera conmemoraban el quincuagésimo aniversario de la muerte y deificación de Augusto.10·5 Una moneda, según la describimos antes, mostraba dos figuras, una mascu­ lina y otra femenina, designadas como Augusto y Augusta, es decir Augusto y Livia o bien Nerón y Popea con la intención de recordar a éstos. La figura masculina aparecía con una corona radiada, un atributo corriente de Nerón durante los cuatro años siguientes. Pero esa corona solar era también el atributo de un emperador deificado, y desde el año 14 había sido un elemento habitual en la iconografía postuma del divino Augusto. Ahora bien, la aparición de Nerón como el Sol asume otra sig­ nificación. Así como había imitado a César Augusto al escoger a Apolo como su símbolo, ahora, al asumir el papel del Sol, se forjaba a imagen de Divus Augustus. Y por el mismo motivo, el papel de Hércules adop­ tado por él en 66 también tenía raíces augusteas. Los dos grandes tem-

píos de Apolo -uno restaurado y otro levantado bajo el primer empe­ rador y dedicado a sus proezas- destacaban la relación entre héroe y dios: el friso de Apolo Sosiano mostraba a Hércules en combate con las salvajes amazonas de Oriente, mientras que exquisitas láminas arcaizantes de terracota de Apolo Palatino retratan al dios y el héroe en una situa­ ción de equilibrio en su lucha por el control del trípode délfico, lo cual señala -se ha sugerido- su reconciliación final.106 La especial afinidad de Nerón con su ancestro se desplegaba, asimismo, en su inclinación a celebrar triunfos, pues Augusto había transformado el antiguo espectáculo militar en una celebración simultánea del nuevo reinado de Apolo.107 Aunque el laurel se había asociado con anteriori­ dad al triunfo, fue Augusto quien impuso la costumbre de hacer que el general triunfante llevara una corona y sostuviera un ramo, pues el lau­ rel era el árbol de Apolo y en cuanto tal tiene vasta difusión como ele­ mento decorativo en el arte augusteo.108 Este aspecto apolíneo echa nueva luz sobre el triunfo artístico de Nerón de 67. A l mando del carro que Augusto había utilizado en sus propios triunfos, ovacionado por sus “augustianos” que lo vitoreaban una y otra vez al grito de “Augusto”, terminó por poner rumbo hacia Apolo, como señala Suetonio, fascinado con la novedad de un espectáculo que, en cambio, ofendía a Dión.109 Tras dejar atrás ajúpiter el Mejor y Más Grande en el Capitolio, habitual garante de la victoria y receptor de los agradecimientos, Nerón prosiguió su camino para agradecer a Apolo Citaredo en el Palatino y al Sol el Auriga en el Circo Máximo. Éstas eran sus deidades especiales, por supuesto, pero también algo más. Quien las había establecido en Roma era Augusto, al construir el templo para Apolo en el Palatino y erigir el obelisco del Sol en el Circo, que también había reparado. Al rendir homenaje a uno y otro, Nerón también lo rendía a su antepasado, el primer princeps. La imagen más llamativa en todo este campo es el cuadro de Nerón vestido como citarista, cuando hace los honores al premio que le han otorgado los jueces por tocar la lira en los Juegos Neronianos de 60, y luego ordena llevar la corona a la estatua de Augusto -igualmente ves­ tido de citarista- emplazada en la biblioteca de Apolo Palatino. El vín­ culo con el primer príncipe era palpable. Nadie podía culpar a Nerón por intentar imitar a Augusto y nadie podía culpar a éste por pretender tener una relación particular con Apolo, apelar a su protección especial y proclamar el advenimiento de la nueva Edad de Oro del dios. Nerón,

nacido al amanecer, pacificador de los partos, ejecutante de lira (trium­ phator), sabía que la legitimación como nuevo Apolo podía respaldarse en una apelación muy tradicional a la costumbre romana, en su caso por medio de la imitatio Augusti que ya era una táctica política tan útil. Todos sus esfuerzos apolíneos tuvieron un final apropiado. El laurel de Apolo y del triunfo romano estaba estrechamente unido a la familia del primer Augusto, pues dos árboles de esa planta se levantaban junto a la puerta de su casa en el Palatino -un honor votado por el Senadoy un maravilloso bosquecillo de laureles crecía en la finca suburbana de su esposa, Livia. Allí, inmediatamente después de su casamiento en 38 a. C., un águila había dejado caer una gallina con una rama de lau­ rel en el pico sobre la falda de la mujer. Livia la alimentó y la gallina tuvo descendencia; plantó además la rama, que creció. Se impuso así la cos­ tumbre de que todos los triumphatores de la familia de los Césares arran­ caran sus laureles del árbol y plantaran a la vez otro en el bosquecillo. Se decía que en el último año de la vida y el reinado de Nerón, y tam­ bién el último año de la dinastía, el bosquecillo de laureles se secó y todas las gallinas murieron.110 El favor de Apolo, otorgado a César Augusto, ignoraba en las horas postreras al radiante Nerón.

VI SATU RN ALES

Castró al joven Esporo y trató efectivamente de hacer de él una mujer. Lo desposó con todas las ceremonias habituales, incluyendo una dote y un velo nupcial, lo llevó a su casa asistido por gran cortejo y le dio el tratamiento de esposa. [ ...] A este Esporo, ataviado con las galas de las empe­ ratrices y tendido en una litera, lo llevó a lasferias de Grecia y luego, en Roma, a las fiestas Sigila­ rías, besándolo con afecto de vez en cuando. S u e t o n io

En cuanto a él mismo [Nerón], para confirmar que ningún lugar le era más delicioso [que Roma], estableciófiestas en lugarespúblicos y utilizó toda la ciudad como si fuera su propia casa; y espe­ cialmente célebre por su lujo y su notoriedad fue el banquete organizado por Tigelino, que contaré como un ejemplo, para evitar una mención dema­ siado frecuente de la misma prodigalidad. T á c ito 1

T J * segunda mujer de Nerón, Popea Sabina, murió en Roma y fue dei­ ficada en el verano de 65 d. C. En la primera mitad de 66 el emperador tomó como tercera esposa a Estatilia Mesalina, que ya contaba con varios matrimonios en su haber (y lo sobreviviría), y ese mismo año o el siguiente se casó formalmente con el joven liberto Esporo. Fue éste, y no Mesalina, quien permaneció junto a Nerón hasta el final, como miembro del grupo de cuatro camaradas en el desgarrador último viaje de junio de 68; y fue a Esporo, asimismo, a quien él acudió para iniciar los lamentos

rituales antes de suicidarse. Mesalina Augusta era de buena cuna, rica, bella y talentosa; no sabemos qué opinión tenía de su co-emperatriz. La pasión imperecedera de Nerón por su difunta esposa, ahora la diosa Sabina, era el motivo que decidiría el éxito o la ruina de Esporo. Sueto­ nio ignora esta situación e inserta su breve relación del amorío en el informe sobre las aberraciones sexuales del emperador, entre la violación de una virgen vestal y el incesto con su madre. Por una vez, el relato de Dión es superior. Tras la muerte de su mujer, afirma el historiador, Nerón quedó tan aferrado a ella que, al enterarse de la existencia de una mujer que se parecía a Popea, mandó a buscarla y la mantuvo junto a sí. Pero luego conoció a un joven liberto y llegó al extremo de castrarlo debido a su seme­ janza con Sabina. Dio al muchacho el nombre de Esporo, lo trató en todos los sentidos como a una mujer y al final -aunque ya estaba casado con otro liberto, Pitágoras- lo desposó en debida forma, con contrato y dote, además de celebración pública. Dión agrega esta noticia a su relato de la muerte de Popea, pero se explica en detalle en el contexto del viaje a Grecia. Entre los acompañantes de Nerón se contaba una voraz noble llamada Calvia Crispinilla (a quien Tácito califica de su instructora en las pasiones, magistra libidinum). El emperador la convirtió en custodio de Esporo/Sabinay ama del vestuario de éste (o ésta), epitropeia tenperi estketa. Ahora Nerón llamó a Esporo “Sabina” no sólo porque, debido a su semejanza con ésta, lo había convertido en eunuco, sino porque el niño, como ella, se había casado en Grecia con él, por contrato y entregado por Tigelino, como la ley ordenaba. Los griegos todos organizaron una celebración en honor del matrimonio y expresa­ ron los buenos deseos habituales, al extremo, incluso, de rogar que les nacieran hijos legítimos. Tras ello Nerón tuvo dos compañeros de lecho al mismo tiempo, Pitágoras para hacer de su marido y Esporo como la mujer. Este último, por añadidura a otras formas de desig­ nación, recibía los nombres de “dama” , “emperatriz” y “concubina” .2 El orador Dión de Prusa, un contemporáneo más joven de Nerón, con­ firma la historia y añade otros pormenores. E l emperador castró a su amante y le dio el nombre femenino de su antigua concubina y esposa (es decir Sabina). Indignado, Dión se niega a mencionar el nombre de ese amante, “pero llevaba, en efecto, el cabello partido al medio, unas

muchachas lo asistían cada vez que salía a dar un paseo, usaba ropas femeninas y estaba obligado a hacer todas las demás cosas típicas de una mujer, y de la misma manera. Y el colmo de los colmos fue que gran­ des honores e ilimitadas sumas de dinero se ofrecieron efectivamente a quien pudiera hacer de él una mujer” .3 Nerón murió después de un año y medio de matrimonio, pero Esporo, sorprendentemente, se vio obligado a seguir representando el papel de Sabina. El cuerpo de su marido aún no se había consumido en la pira funeraria cuando el muchacho quedó bajo la protección de Ninfidio Sabino, el prefecto pretoriano que había traicionado a su emperador y ahora abrigaba ambiciones imperiales, para lo cual había anunciado su condición de hijo bastardo de Caligula. Ninfidio trató a Esporo como si estuvieran casados y lo llamó “Popea” . Este nuevo esposo fue asesinado por los preteríanos mientras intentaba dar un golpe contra Galba, pero Esporo volvió a aparecer a principios de 69, esta vez en relación íntima y probablemente casado con Otón, el sucesor de Galba, es decir Nerón Otón, el ex marido de Popea y presunto esposo de Estatilia.4 La triste carrera del joven terminó durante el régimen de Vitelio, a finales del verano o durante el otoño de 6g. Mientras se programaban unos certá­ menes gladiatorios, aun cuando las fuerzas de Vespasiano comenzaban a invadir Italia, alguien propuso que el muchacho apareciera en las tablas en el papel protagónico de E l ultraje de Perséfone.5 Esporo no pudo sopor­ tar la vergüenza y se mató, poco más de un año después de la muerte de Nerón. La historia es lastimosa y tiene una cualidad pesadillesca, aun­ que los autores antiguos, escandalizados por las atrocidades de Nerón, no muestran piedad por la desdichada víctima. Al morir, probablemente el joven no había llegado a cumplir veinte años. En la relación entre Nerón y Esporo hay una ausencia significativa: nadie habla de amor, en efecto. En ninguna parte se sugiere que el emperador estuviera prendado del novio al que besaba con cariño: había jurado amor eterno a Sabina. El destino de Esporo era interpretar el papel protagó­ nico en el elaborado duelo del emperador por su esposa perdida; su ros­ tro era su infortunio. ¿Llegó, por su parte, a amar al hombre que lo había castrado, que lo forzaba a vestirse y actuar como una fémina y que anhe­ laba transformarlo quirúrgicamente en mujer, una operación que sin lugar a dudas lo habría matado? Nadie contempló la posibilidad de dejar asen­ tados sus sentimientos. Cuando Nerón decidió suicidarse quiso que Esporo

lo acompañara en la muerte, pero el joven huyó. Dión de Prusa asevera, en oscuros términos, que el maltrato de Nerón lo había encolerizado e inci­ tado a revelar los planes de éste a sus compañeros, que entonces forzaron al emperador a matarse.6 Ese mismo año, el muchacho había asistido a las ceremonias habituales de Año Nuevo, el i° de enero. Mientras Nerón recibía solemnemente los auspicios, Esporo le entregó un obsequio, un ani­ llo con una piedra preciosa que ilustraba el rapto de Proserpina. A poste­ riori, desde luego, esto fue considerado como uno de los muchos presagios de la caída y la desaparición de Nerón ocurridos el mismo año, pero hay algo más. Se trataba de un gesto de singular inoportunidad -dar la ima­ gen de un descenso a los infiernos a un hombre que a la sazón consultaba con maneras ceremoniosas a los dioses sobre el futuro el día más omi­ noso del año- y, a diferencia de los muchos otros augurios del desastre inminente, era premeditado.7 Hay algo espeluznante en el hecho de que Esporo, el niño forzado por su emperador a convertirse en una niña y una novia, diera a Nerón la imagen del gobernante del inframundo cuando obliga a una joven a ser su prometida. No fue una casualidad que los par­ tidarios de Vitelio quisieran, un año después, que el muchacho represen­ tara en el escenario ese mismo papel de Proserpina/Perséfone: el propio Esporo ya había sugerido que era la Reina de los Muertos. El asunto de Esporo es objeto de una condena universal como una abominación, uno de los incidentes infames para toda la eternidad en una vida que estableció nuevos criterios en materia de desenfreno, y una vez condenado se pasa a otra cosa. Sin embargo, cuanto mayor es el dete­ nimiento con que se lo examina, menos erótico y más dramático parece el romance. Otros emperadores tuvieron novios, pero ninguno sintió el impulso de transformarlos con tanta minuciosidad obsesiva en la reen­ carnación de sus esposas muertas. Por otra parte, los motivos de Nerón bien pueden haber sido los obvios, en este caso el placer sexual (bastante improbable, como veremos) y la oportunidad de fastidiar a la mayoría moral (sumamente probable). Pero hay buenas razones, insistamos, para sugerir que el emperador tenía algo más en mente. Cuando los lectores tropiezan por primera vez con la historia de Esporo, de ordinario en las páginas de Suetonio, reaccionan con sentimientos encontrados: conmo­ ción, asco, tal vez hasta horror, pero también, y de manera inevitable, risa: todo es demasiado excesivo. ¿Nos reímos, aunque nerviosamente, de las bufonadas de Nerón, o nos reímos con él?

Copia del retrato oficial de Nerón, 64-68 d. C.

L a boda misma quizás haya sido una ceremonia de intensa solemni­ dad, pero debe haberse representado como una farsa. Todos los buenos y viejos rituales romanos estaban presentes -la dote, el velo nupcial, el cortejo que escoltaba a la nueva esposa hasta la casa de su marido, la plegaria para que tuvieran hijos legítimos, tal vez hasta las bromas vul­ gares-, pero toda la situación era socavada constantemente por el hecho

liso y llano de que la novia era un hombre, no habría hijos y el novio ya estaba casado, no sólo con una mujer sino como mujer.8 No obstante, tam­ bién fue una boda griega, porque había un contrato (symbolaiotij, que era una forma legal de Grecia y no de Roma; había un “padre” encargado de entregar a la novia, esto es, el ekdosis (“Tigelino entregó a la novia, como la ley ordenaba”), y la ceremonia no se celebró en la capital del Imperio sino durante la gira de Grecia y para los griegos.9 Nerón la concertaba mientras proseguía su camino. Su humor queda reflejado con claridad en dos aspectos del asunto. Sue­ tonio cuenta que cuando Nerón hizo vestir a Esporo con las ropas de la emperatriz, decidió que lo transportaran en litera para acompañarlo por las ferias de Grecia (circa conventus mercatusque), y las Sigilarías de Roma (circa Sigillaria), mientras lo besaba constantemente. Las ferias grie­ gas tal vez susciten desconcierto, pero las Sigilarías romanas pueden ayu­ dar a explicarlas. De todos los lugares públicos de Roma donde podría haber exhibido a su nueva prometida, se recuerda que Nerón escogió la feria en que los dioses se ponían a la venta como obsequios durante las Saturnales.10 Su nombre deriva de los pequeños regalos (sigilla) en un comienzo humildes estatuillas de cerámica, ofrecidos a los amigos y la familia durante la gran festividad de las Saturnales, un momento en que las reglas normales de la conducta social quedaban suspendidas e incluso se convertían en relajación y jolgorio. Esporo -el hombre convertido en mujer, el liberto transformado en emperatriz- era una broma para las Saturnales, ostentada en torno de las Sigilarías. Nerón era el Saturnalicius princeps: el hombre que hacía las chanzas, el maestro de las jaranas. Había hecho castrar a Esporo antes de casarse con su nueva Sabina (exectis testibus). La versión de Dión, en úna tra­ ducción literal, es la siguiente: “Luego, al castrar a un joven liberto -a quien llamó Esporo- porque se parecía mucho a Sabina” . “A quien llamó Esporo” : es decir que Nerón le dio ese nombre. Esporo, Sporosen griego, significa “semilla”, “semen” . Tal vez no fuera del gusto de todos, pero el hecho de llamar a un muchacho Esporo después de cortarle los testícu­ los pretendía ser una broma. Varios de los actos más oprobiosos de Nerón parecen muy diferentes bajo la cruda luz del gran festival romano del solsticio de invierno, las Saturnales. Oficialmente celebradas el 17 de diciembre, “el mejor de los

días” era tan popular en tiempos de Nerón que solía extendérselo a tres, cinco y hasta siete jornadas. Entonces, en la época más oscura del año, todos podían tomarse un respiro bien merecido para relajarse, diver­ tirse y recrear durante un breve lapso la dichosa Edad de Oro, cuando Saturno había gobernado Italia.11 Era un tiempo de celebraciones públicas, con sacrificios en el templo de Saturno seguidos por un gran banquete abierto al pueblo. Era, tam­ bién, un tiempo de libertad y esparcimiento público. Las escuelas, los tri­ bunales y los negocios cerraban. Los hombres no se vestían con la toga sino con la cómoda y suelta synthesis, la prenda griega utilizada para sentarse a la mesa, y solían cubrirse la cabeza con el píleo (pilleus), gorro de fieltro particularmente asociado a los esclavos manumitidos. El pue­ blo podía jaranear todo el día: corría el vino, florecían los juegos de azar y la ciudad se llenaba de ruidos. Dentro de la familia y entre amigos también era un tiempo para el inter­ cambio de regalos, en un principio velas de cera y las estatuillas o muñe­ cas de arcilla que dieron su nombre a las Sigilarías, y a la larga toda clase de bienes suntuarios. Los banquetes podían celebrarse bajo la tumul­ tuosa conducción de un rey, de ordinario elegido por sorteo, cuya tarea como maestro de las juergas consistía en mantener el júbilo mediante las órdenes absurdas y hasta humillantes que impartía al resto de los comensales. Y sobre todo, las Saturnales eran el momento propicio para la suspensión temporal, en la casa, de las distinciones sociales entre amos y esclavos: “En las Saturnales se permite a los esclavos una absoluta licen­ cia” . Estos últimos podían comer con sus amos, en recuerdo de la Edad de Oro de Saturno, cuando ningún hombre poseía esclavos y la propie­ dad privada no existía. Aún más, era posible invertir las jerarquías: los amos servían acaso a sus esclavos y, dentro de la república en miniatura de la casa, éstos podían desempeñarse como magistrados y jueces.12 Las Saturnales, entonces, connotan la relajación de las normas socia­ les e incluso su inversión temporal. Su atractivo potencial para los diri­ gentes de la sociedad como una forma de control social es claro : junto con uno o dos festivales similares del calendario romano, podía ofrecer una válvula de escape, un tiempo en que lo normalmente impensable era posible, un momento de ocio y diversión para todos y, en primer lugar, para los esclavos.13 Pero cabe abrigar la idea de que para Nerón la atrac­ ción de las Saturnales iba más allá: al liberar el comportamiento típico

de la festividad de sus estrictos límites estacionales, al redefinirlo, al intro­ ducirlo de forma deliberada en otros sectores de la vida romana, Nerón no sólo se divertía, también establecía un vínculo más estrecho entre el emperador y el pueblo, el gobernante y los gobernados. El comporta­ miento saturnal lo hacía popular. De manera ominosa, asumió su nuevo papel por azar, durante las pri­ meras Saturnales tras su ascenso al trono, en diciembre de 54, cuando fue elegido por sorteo entre sus amigos para desempeñarse como rey, rex Saturnalicius. Como correspondía, dio entonces a los otros jóvenes órdenes propicias para hacerlos ruborizarse. Ordenó a Británico entonar una canción improvisada, pero su joven hermano, no tan inocente, vol­ vió las risas contra él al insinuar en términos generales, mientras cantaba, que había sido expulsado tanto del trono de su padre como de su podér. Este áspero toma y daca se inscribía con claridad dentro de los límites de las juergas romanas, pero Nerón ya estaba preocupado por la inmi­ nente madurez del niño y el apoyo que le brindaba Agripina. El inci­ dente selló el destino de Británico, que dos meses después estaba muerto.14 Al principio de su reinado, Nerón se aficionó a caminar por las calles.15 A l caer la noche solía vestirse con la ropa típica de un esclavo, incluidas la gorra de los libertos (el pilleus), o una peluca, y salía a vagabundear por las calles de Roma y visitaba burdeles, tabernas y figones [popinae) en busca de diversión; le gustaba, en particular, relajarse en la zona del Puente Milvio, por entonces de triste fama dado que al anochecer el vicio sentaba sus reales en ella. Al parecer, Nerón y su pandilla irrumpían en tiendas y casas y regresaban con el botín acumulado al palacio, donde el emperador lo dividía y vendía. Solían abusar de hombres y mujeres que volvían a sus casas terminada la cena. Si alguien osaba resistirse, lo apaleaban y arrojaban a las alcantarillas. El juego era duro. Tras sus bata­ llas nocturnas, el emperador tenía que aplicarse con frecuencia un ungüento especial para aliviar sus cardenales; un hombre de rango sena­ torial cuya mujer había sido importunada por él lo golpeó con tanta rudeza y le dejó tal señales en los ojos que Nerón tuvo que pasar varios días recluido. El hombre se vio obligado a suicidarse cuando cometió el error de reconocerlo y suplicarle perdón; en lo sucesivo, las salidas del emperador fueron discretamente vigiladas por soldados y gladiadores, que tenían la orden de intervenir sólo si la resistencia opuesta a él era demasiado feroz.

Eso sucedía de noche. Durante el día, Nerón solía alentar la violencia en el teatro, tanto sobre el escenario como fuera de él, y convertía “la licencia teatral y el entusiasmo por los actores casi en batallas campa­ les” .16 En este aspecto era “al mismo tiempo cabecilla y espectador” : pro­ metía a la vez recompensas e impunidad, prohibía a sus soldados inmiscuirse y observaba la diversión desde arriba. Cuando el pueblo comenzaba a armar camorra con puñetazos y piedras y pedazos de los bancos, también él arrojaba cosas y en una oportunidad hirió gravemente a un pretor en la cabeza. El joven emperador tenía tanto éxito en exci­ tar a la chusma que, por temor a que los disturbios se difundieran aún más, se desterró a los actores de Italia y se apostaron soldados en los teatros para mantener el orden. Esas aventuras horrorizaban a los observadores delicados, pero ¿todo el mundo las veía de la misma manera? Había allí un joven emperador, un duro pendenciero que se unía efectivamente a su pueblo y lo alen­ taba en sus placeres sin freno: en las calles, los burdeles, las tabernas y los figones, y hasta en los teatros. Era uno de ellos: se vestía como ellos, jaraneaba como ellos y los lideraba en los tumultos. Robaba a los acau­ dalados; atacaba a los senadores. ¿Cómo no iba a ser popular? El empe­ rador se relajaba a la noche al relajar las normas de la sociedad y dar al traste con todas las expectativas relacionadas con su figura y su estatus. Liberado de su papel de gobernante, se tocaba con el pilleus, y luego esta­ ban las Saturnales, un breve respiro de las actividades serias de la vida antes de volver sano y salvo al palacio y ser otra vez emperador. Cuando erraba por las calles de noche y buscaba diversiones violentas con su pandilla, Nerón no estaba solo: eso era lo que la desinhibida juven­ tud aristocrática hacía en las ciudades del Imperio.17 Un siglo antes, Celio Rufo había asaltado a señoras casadas que volvían a sus casas al final de una velada. El futuro emperador Otón estaba acostumbrado a deambu­ lar por las calles a la noche y envolver en una manta y sacudir a cual­ quiera que fuera demasiado débil o estuviera demasiado borracho para resistirse. El emperador Lucio Vero también tenía la afición de vaga­ bundear por la noche, para beber, buscar pendencia y romper cosas, mien­ tras que Cómodo visitaba tabernas y burdeles de toda la ciudad y hasta el virtuoso y joven Marco Aurelio se regocijaba dispersando rebaños de ovejas y aterrorizando a los pastores. En sus días de estudiante, Agustín corría por las calles con un alocado grupo conocido como los “demole­ rá

dores”, que solía asaltar a transeúntes inocentes, y uno de los incidentes cruciales de las Metamorfosis de su compatriota africano Apuleyo se desen­ cadena debido al temor de su héroe ante los devastadores alborotos de una banda formada por los jóvenes más nobles de la ciudad.18 Lo interesante es comprobar hasta qué punto ese comportamiento era tolerado : “En algunas ciudades -se lamentaba un jurista del siglo I I I - , algunas personas, que por lo común se hacen llamar ‘los mozos’ [iuvenes], se avienen al aplauso turbulento del populacho” . La justificación propuesta se convirtió en un lugar común: que los muchachos eran así y tenían que sacarse la fiereza del cuerpo; uno de los principales argu­ mentos que Cicerón planteó en defensa de su tumultuoso joven cliente Celio Rufo era que se trataba de una fase transitoria que cada generación debía permitir en sus jóvenes. Juvenal admite una defensa semejante en su ataque contra el aristócrata ficticio que deambula durante toda la noche y se detiene a beber en las tabernas más miserables: está muy bien adu­ cir que uno ha hecho lo mismo en su juventud, pero a la larga renunció a ello; fue una breve etapa, abandonada con la primera afeitada de la barba; es preciso ser indulgente con los jóvenes, pero Laterano (el noble que es el blanco de sus objeciones) es lo suficientemente grande para comandar ejércitos. Esta defensa en términos de “los muchachos son así” se planteó probablemente en el caso de Nerón: Suetonio dice que, si bien en un inicio se entregó a sus diversos vicios de forma gradual y secreta y “como si se tratara de una suerte de error de juventud”, nadie duda de que esos vicios se debían a su carácter innato y no sólo a la edad.19 Su edad, no obstante, es importante, pues esas aventuras se limitaron a los años iniciales del reinado, entre 55 y 58, o sea cuando Nerón tenía entre 18 y 21 años. Con posterioridad no hay indicios de una conducta semejante ni, en rigor, nada parecido después de la primera rasuración de la barba, en 59.20 La insensatez juvenil quedó aun lado cuando Nerón comenzó a buscar nuevas maneras de salvar el vasto abismo social entre el emperador y el populacho y de ponerse a la altura del hombre común. E l apogeo del reinado de Nerón como monarca de las Saturnales llegó en 64, cuando, con Tigelino como empresario, celebró la fiesta del siglo. Alarmado por una visión que le aconsejaba desistir de un viaje previsto a Oriente, anunció que su amor a la patria le prohibía dejarla. Como el pueblo de Roma quería que se quedara, eso haría: organizaría fiestas en

los lugares públicos (dice Tácito), trataría toda la ciudad como si fuera su casa y se prepararía para la famosa cena. El suceso perturba tanto a Tácito que lo lleva a inmiscuirse en la narración para hacer un comen­ tario en primera persona: contará el infame banquete de Tigelino como un ejemplo, de una vez por todas, de la extravagancia de Nerón.21 Las festividades se centraron en el Stagnum Agrippae, el gran lago o estanque artificial del Campo de Marte que había sido construido por Agripa, mano derecha y luego yerno del emperador Augusto. Rodeado por zonas ajardinadas, de alrededor de 190 por 210 metros, lo alimentaba un acueducto especialmente construido en 19 a. C. (el Aqua Virgo), y desaguaba en el Tiber a través de un canal de ochocientos metros de largo (el Euripus). El estanque mismo era una parte importante de las elaboradas instalaciones para el placer y el esparcimiento del pueblo romano que Agripa había desplegado en el Campo de Marte; Nerón, su bisnieto y sucesor como benefactor popular, lo incorporó a su nuevo com­ plejo de baños y gimnasios levantado en el mismo Campo.22 Una gran balsa se construyó ahora en el Stagnum para los comensa­ les de Nerón; no era el suntuoso velero de un Ptolomeo o un Caligula, sino tablones fijados sobre toneles de vino vacíos y cubiertos con alfom­ bras de color púrpura y suaves almohadones. La balsa era remolcada en torno del lago por otras embarcaciones con adornos de oro y marfil. Los remeros eran prostitutos (exoleti), dispuestos según su edad y su efi­ ciencia sexual (scientia libidinum). En el lago y las áreas circundantes había aves y fieras exóticas importadas de tierras y mares remotos. En las ori­ llas del lago se levantaban tabernas y burdeles (lupanaria, oikemata, porneia) en los que la gente se apiñaba mientras Nerón y sus compañeros navegaban y cenaban en un ámbito de esplendor. Tácito sugiere que en un lado los prostíbulos estaban llenos de mujeres nobles, mientras en el otro prostitutas desnudas retozaban al aire libre. Dión destaca la dispo­ nibilidad promiscua de mujeres de todas clases, nobles y esclavas, mere­ trices profesionales, matronas y vírgenes, todas obligadas a admitir cualquier solicitud: aquí, un esclavo copulaba con su ama en presencia de su señor; allá, un gladiador gozaba de una doncella noble ante los ojos del padre de ésta. A l caer la noche, todos los bosquecillos y edificios de los alrededores resonaban con las canciones y brillaban con las luces (Tácito), o había caos, empellones, golpes, gritos y, para muchos, tanto hombres como mujeres, muerte (Dión).

Luego llegó lo que fue, tal vez, el clímax. Algunos días después, el pro­ pio Nerón fue solemnemente entregado en matrimonio a un miembro de su pandilla de pervertidos (uni ex illo contaminatorum grege), llamado Pitágoras. El emperador llevaba un velo nupcial como adorno; había tes­ tigos y se hicieron los preparativos habituales para la dote, el lecho matri­ monial y las antorchas nupciales. En síntesis, señala Tácito, se veía todo lo que para una mujer real queda oculto en la noche. Sin más comenta­ rios, él y Dión (que no menciona en este punto ni a Pitágoras ni la boda) pasan luego a relatar el Gran Incendio. El efecto de esta narración es pasmoso : una sociedad se derrumba en una orgía de sexo y violencia bajo el gobierno de un emperador que parece resuelto a pervertir el curso de la naturaleza.23 Sin embargo, la significación del célebre banquete experimenta un cambio dramático cuando el acontecimiento se sitúa en su contexto. En primer lugar, el banquete de Tigelino no fue un suceso único. Tácito dice de forma explícita que lo presentará como un ejemplo, “para evi­ tar una mención demasiado frecuente de la misma prodigalidad” . Y Dión hace, de hecho, un breve relato de una ocasión con notables similitudes ocurrida cinco años antes. En 59, la elaborada celebración de los Ju v e ­ nalia de Nerón había culminado con la actuación de éste como citarista en el escenario, acompañado por las estruendosas aclamaciones de sus augustianos. Tras ese triunfo, el emperador agasajó al pueblo en naves emplazadas en la Naumaquia de Augusto. Esta naumaquia era otra cuenca artificial aún más grande y rodeada por parques, del otro lado del río (en lo que hoy es el Trastevere), donde Augusto había puesto en escena su versión en miniatura de la batalla naval de Salamina, que enfrentó a griegos y persas en 2 a. C. También la alimentaba un acueducto (el Aqua Alsietina, probablemente construido con ese fin) y, del mismo modo, des­ aguaba en el río a través de un canal. Tras el éxito de su festival y su banquete marino de 59, Nerón navegó por ese canal, a medianoche, con rumbo al Tiber. Tácito proporciona más detalles, sin mencionar el banquete flotante: Ni el rango, ni la edad, ni una elevada promoción anterior impi­ dieron a nadie practicar el arte de un actor griego o latino y hasta rebajarse a hacer gestos y entonar canciones impropios de un hom­ bre. También las damas nobles representaron efectivamente pape­

les repugnantes, y en el bosquecillo, con el cual Augusto había rodeado el lago para el combate naval [navali stagno], se levanta­ ron lugares de reunión [conventícula] y refrigerio [cauponae], y todos los incentivos para el exceso se ofrecían en venta. Además, se dis­ tribuyó dinero, que los respetables debieron gastar en virtud de la mera compulsión y los licenciosos se regocijaron en despilfarrar.24 Cuando los relatos de Tácito y Dión se toman en conjunto, el escan­ daloso banquete de Tigelino en 64 se convierte en poco más que una reposición de la fiesta de 59: las embarcaciones que recorren el lago cargadas de comensales, la degradación de las mujeres nobles, las posa­ das improvisadas en las orillas y atestadas de gente. En otro lugar ambos autores hablan de hombres y mujeres nobles obligados a aparecer en el escenario y la arena o lisonjeados para hacerlo. Curiosamente, en esta oportunidad Tácito no proporciona indicio alguno de fuerza o persua­ sión. L a gente se postulaba para participar; cualquiera podía ser actor. Los hombres incluso se movían y cantaban de manera poco viril, gestus modosque haud virilis (un anticipo de Nerón y su novio). Las mujeres nobles representaban papeles humillantes, deformia meditari (prosigue Tácito), y se habían instalado posadas y otros lugares de reunión: esta concatena­ ción de nobles rebajadas y tabernas en la orilla sugiere que su papel no se limitó a las tablas en 59, y que la escena de 64 acaso no haya sido menos artificial. La idea de que en la celebración de 59 la gente recibía dinero para gastar, y, en rigor, de que era forzada a gastarlo, suscita la impresión de que todo el mundo actuaba en un gran escenario público. Pero el banquete de Tigelino se aprecia mejor en la biografía de Nerón escrita por Suetonio: éste no lo menciona en absoluto. Y lo que dice es importante. En su descripción de los vicios del emperador, Suetonio hace hincapié en su creciente audacia y luego procede, como de costumbre, de manera tópica y no cronológica. En primer lugar están los excesos de lujo gastronómico. Nerón solía banquetear desde el mediodía hasta la medianoche. Comía en lugares públicos, en la Naumaquia, en el Campo de Marte (que, de paso, incluía el Stagnum Agrippae), en el Circo Máximo. Bailarinas y prostitutas de toda la ciudad se desempeñaban en esas fies­ tas. Cada vez que se dirigía por el Tiber hacia Ostia o navegaba a lo largo del golfo de Baia (en la bahía de Nápoles), junto a las riberas y las ori­ llas se instalaban tabernas (deversoriae tabernae), destacables porque per-

mitían satisfacer al mayor de los glotones y porque las manejaban matro­ nas que solían imitar a hosteleras e instaban a Nerón a desembarcar. Y éste acostumbraba imponer a sus amigos íntimos la organización de ban­ quetes: uno de ellos gastó cuatrocientos mil sestercios en una cena en que los invitados usaron tocados orientales atados con cintas debajo de la barbilla y una señal de afeminamiento (mitellae)·, otro gastó aún más en rosas.25 En resumen, los banquetes de 59 y 64 no sólo no fueron únicos, sino que tampoco eran infrecuentes: sus elementos se reiteran. Con Nerón, los banquetes públicos se transformaron en una costumbre, no sólo un gesto popular ocasional, y el emperador disfrutaba al comer en distintos lugares de la ciudad. Le deleitaba, en particular, hacerlo a bordo de naves, en la Naumaquia, el Stagnum, durante las expediciones río abajo por el Tiber y en la bahía de Nápoles. Le gustaba que se instalaran sucedá­ neos de posadas en las costas, tanto artificiales como reales, junto a las cuales pasaba. Le gustaba, asimismo, que matronas romanas se encar­ garan de administrarlas; a decir verdad, cuando ellas interpretaban el papel de posaderas para él, asumían una función social no muy distante del desempeñado por las prostitutas a quienes Nerón también quería tener cerca. Y gozaba de las espléndidas fiestas dadas por otros hombres. Los festines elaborados, la licencia sexual y las fruslerías en embarca­ ciones constituyen una llamativa combinación. Reiterada una y otra vez, no era un capricho pasajero, pues Nerón, siempre un hombre del espec­ táculo con una intención artística y un ojo puesto en su público, tenía otro objetivo. Con esos banquetes teatrales recreaba deliberadamente en Roma los famosos deleites marinos asociados, sobre todo, a un lugar del Impe­ rio Romano de Occidente : Baia, la capital del placer de Italia. Baia no se parecía a ningún otro lugar del mundo romano: un centro de vacaciones dedicado por entero a la relajación de lujo.26 Parte del terri­ torio de Cumas, no tenía vida cívica propia, pese a lo cual disfrutaba de un carácter singularmente independiente. Villas marítimas -palacios, en realidad- se extendían una tras otra a lo largo de la costa curva de la bahía, trepaban la colina y se prolongaban sobre las resplandecientes aguas. En este enjoyado ámbito, los aristócratas y plutócratas de Roma holgaban con mucha energía y gozaban de los calientes baños de azu­ fre, mientras buscaban aventuras amorosas y entretenimientos exóticos. Toda la bahía de Nápoles estaba circundada por centros de vacaciones

y villas del placer, pero Baia y su golfo marcaban con facilidad el ritmo y eran objeto de una amplia imitación en todo el Imperio: “Ninguna bahía del mundo brilla más que la deliciosa Baia” ; “Baia, la costa dorada de la bendita Venus, Baia, el seductor regalo de una orgullosa natura­ leza” .27 A l mismo tiempo, era notoria como un antro de corrupción y pla­ ceres prohibidos. Por lo común los detalles se pierden en denuncias generales y moralizantes, pero dos famosos pasajes de la literatura nos los dan en cantidad suficiente para hacernos una idea. En 56 a. C. Cice­ rón defendió a su alocado joven amigo Celio Rufo contra una serie de cargos que incluían el asesinato. Entre las muchas alegaciones, los fisca­ les lanzaban acusaciones de “orgías, coqueteos, adulterios, viajes a Baia, fiestas en la playa, cenas, festines regadas con alcohol, esparcimientos y conciertos musicales, comidas organizadas en embarcaciones” .28 Más de un siglo después, Séneca, ahora retirado de los excesos de la corte de Nerón, visitó Baia. Se marchó de forma precipitada al día siguiente: el lugar contaba con algunas bendiciones naturales, pero el lujo lo había escogido como su cuartel general. Baia estaba convirtiéndose en una gua­ rida de los vicios (deversorium vitiorum), y Séneca no deseaba, escribe, ver a ebrios deambular a lo largo de sus costas, fiestas con bebidas alcohó­ licas a bordo de naves, el eco de las canciones de concierto en los lagos y todas las otras complacencias mediante las cuales el lujo, liberado de cualquier freno, no sólo peca sino proclama su pecado.29 Fue ese lujo, el lujo del litoral de Baia, el que Nerón decidió llevar a Roma. El emperador amaba la bahía de Nápoles.30 La misma ciudad de Nápoles le ofrecía los esparcimientos culturales de primera categoría de una ciudad griega, y el emperador artista la visitaba con frecuencia. Una llu­ via de favores caía sobre Pompeya: es posible que ésta haya sido el hogar de su amada Popea Sabina. Pero en Baia se relajaba, navegaba y ban­ queteaba: “A menudo se deleitaba en el mar cerca de Puteoli y Miseno” (esto es, en el golfo de Baia). No sólo él poseía una villa en el lugar, tam­ bién Popea tenía una (y Acte era dueña de propiedades en Puteoli). Se decía que en 59 Nerón había envenenado a su tía Domicia, desespe­ rado por apoderarse (entre otras cosas) de su finca de Baia, con sus esplén­ didos estanques poblados de peces. En 65, los conjurados pisonianos discutieron la posibilidad de asesinar al emperador en la villa de Pisón en Baia, que Nerón, cautivado por su encanto, solía visitar de manera informal para bañarse y comer.31 Y en su villa del lugar, durante el fes­

tival de Minerva, el emperador celebró el banquete de reconciliación con su madre, que habría de ser la última cena de ésta. Este afecto por Baia interviene en dos de los más grandes y costosos proyectos de construcción de Nerón. El primero de ellos es mencio­ nado por Tácito como apéndice a su breve relato sobre la Domus Aurea. Los arquitectos del nuevo lugar, Severo y Céler, habían prometido a Nerón excavarle un canal navegable desde el lago Avernus, cerca de Pute­ oli, sobre la bahía de Nápoles, hacia el norte, hasta la desembocadura del Tiber. Suetonio se refiere asimismo al canal tras describir la Domus Áurea. Y agrega sensatamente lo omitido por Tácito : que su curso de 160 millas romanas evitaría el viaje por mar y se lo construiría con tales dimen­ siones que dos naves con cinco bancos de remos podrían cruzarse sin inconvenientes. Las amplias excavaciones realizadas en nuestros días cerca de la costa de Campania dan fe de la grandiosidad del proyecto, y una anchura medida de 60 a 65 metros confirma que, en efecto, dos quinquerremes podían pasar con facilidad.32 Otros autores también men­ cionan este canal, pero sólo Suetonio describe el segundo proyecto del emperador, un vasto estanque cubierto que se extendería desde el puerto de Miseno hasta el lago Avernus, rodeado por columnatas. La obra iba a atravesar Baia, y Nerón pretendía desviar hacia ella todas las famosas fuentes termales de ese centro de vacaciones. Suetonio informa que la construcción se inició efectivamente, y algo debe de haberse hecho, porque dos bosquejos topográficos muy posteriores de la zona conme­ moran el Stagnum Neronis, el lago de Nerón, en Baia.33 Lo que hagamos con estas informaciones dependerá de nuestro punto de vista. Tácito ignora todos los posibles beneficios y emite una con­ dena automática del canal, como hace con la Domus Áurea de Roma y el canal de Corinto, porque era una obra de Nerón, contraria a la natu­ raleza y de un coste extremado. Para Suetonio representaba un gasto temerario, mientras que Plinio lamentaba su efecto perjudicial sobre la viticultura local. Pero una opinión menos avinagrada puede ver con facilidad el gran beneficio para la economía de la región y la seguridad de Roma: la flota de transporte de granos de Alejandría siempre atra­ caba en el puerto de Puteoli, de modo que con el nuevo canal los ali­ mentos destinados a la capital estarían a salvo de los grandes peligros y demoras inherentes a su trasiego a Ostia por tierra o por mar. L a segu­ ridad del abastecimiento alimentario de Roma mantendría tranquila a

la población y garantizaría la popularidad del emperador en su capi­ tal.34 Pero hay además un aspecto ideológico. Plinio lo insinúa al hablar con claridad del “foso navegable de Nerón, que éste había comenzado a construir desde el lago de Baia hasta Ostia” . Vale decir que, cuando sus proyectos se terminaran, el emperador iba a poder navegar, si lo dese­ aba, desde el lago de Agripa (por entonces parte de las Termas de Nerón), en Roma, a lo largo del Euripus hasta el Tiber, luego río abajo hacia el puerto de Ostia, recientemente reconstruido, y de allí por el canal al lago Avernus, para seguir por el lago de Nerón y llegar por fin a Baia. Su viaje en barco de Roma a Baia y de Baia a Roma sería rápido, seguro y directo.35 Sus proyectos de ingeniería procuraban, entonces, convertir en reali­ dad Id que él ya había alcanzado de forma simbólica: llevar Baia a Roma. Baia era el patio de recreo aristocrático por excelencia, y sus diversiones formaban parte de un universo situado a una distancia inimaginable de la rutina diaria de los hombres y mujeres que fatigaban las polvorientas calles romanas. Ahora, su emperador llevaba sus placeres a Roma para compartirlos con el pueblo que amaba. A l tratar toda la ciudad como su casa, invitaba al pueblo a ser su huésped. También ellos podían observar y disfrutar de los exóticos deleites de Baia, los elaborados festines, la música, las luces en la noche, las posadas (y algo peor) sobre la costa, las fiestas celebradas en embarcaciones, el pródigo gasto. Las fiestas de 59 y 64 fueron espectáculos públicos políticamente astutos que reunieron al emperador artista y su pueblo para gozar de forma artificial de una juerga que de ordinario era la prerrogativa de los aristócratas. Esa misma nove­ dad, más que los escándalos concomitantes, dio al banquete de Tigelino su notoriedad. El asunto fue una grandiosa y extravagante paradoja. Del principio al fin, el banquete trastoca las expectativas normales.3® Los habituales esquifes de placer de Baia (cumbae) son reemplazados por una imponente balsa; un banquete más apropiado para tierra firme se celebra sobre el agua, y modestos remolcadores ostentan decoracio­ nes en marfil y oro. La tripulación de estas embarcaciones no está com­ puesta por remeros profesionales sino por prostitutos, elegidos por su destreza sexual y no por su pericia náutica y ordenados por edad y no por aptitud. Exóticas aves y fieras pueblan el parque de una casa en el centro de Roma y criaturas oceánicas nadan en agua dulce. Las mujeres de clase alta se esconden en burdeles, mientras prostitutas desnudas pasean

al aire libre. La noche se convierte en día, un hombre aparece como una mujer, un emperador se casa con un ex esclavo y las intimidades del lecho nupcial son un entretenimiento con espectadores. Todo esto se deja ver en una ciudad que se ha transformado en una casa privada, frente a ciudadanos convertidos, como ha proclamado el edicto del empe­ rador, en sus amigos íntimos (sus necessitudines). Es una sociedad puesta de cabeza: los orgullosos son humillados y los humildes, convidados a los placeres aristocráticos. Unas Saturnales como nunca antes se han visto en Roma, y quien preside el banquete es el princeps Saturnalicius, Nerón en persona. Pitágoras es un misterio. Tácito vincula estrechamente el casamiento de Nerón y el liberto con el banquete de Tigelino. Así como Dión va de la ambientación (posadas con prostitutas nobles) a las atrocidades sexua­ les ocurridas en ella, Tácito, en cambio, pasa del ambiente (las posadas, las luces y la música nocturnas) a una única boda perversa: “Nerón, contaminado como estaba por toda complacencia legal o ilegal, no omi­ tió una sola abominación que pudiera exaltar su depravación, hasta que unos pocos días después \paucospost dies\ se rebajó a casarse con un miem­ bro de esa sucia turba, llamado Pitágoras” . No resulta claro en qué lugar de su narración Dión se ocupó de la boda -en el epítome existente de Xifilino la menciona más adelante dos veces, y al pasar-, pero para Tácito, al menos, Pitágoras constituye el clímax apropiado del banquete de 64.37 ¿Por qué Nerón se casó con él? ¿Su esposa Popea, el gran amor de su vida, ahora embarazada de su segundo hijo, no puso objeciones? Una vez más, Suetonio complica de manera considerable las cosas con su muy diferente perspectiva no cronológica. De la descripción de las aventuras del emperador en materia de gastronomía náutica, el bió­ grafo pasa a sus excesos sexuales. En lo que fue tal vez su escapada más escandalosa, se nos dice que Nerón contó con la asistencia de un liberto llamado Doríforo: Prostituyó a tal extremo su propia castidad que, después de profanar casi todas las partes de su cuerpo, ideó por último una suerte de juego en el cual, cubierto con la piel de alguna fiera sal­ vaje, se lo liberaba de una jaula para acometer contra las partes pudendas de hombres y mujeres atados a postes, y una vez que

había satisfecho lo suficiente su salvajismo, era despachado por su liberto Doríforo. Pues estaba casado con este hombre de la misma manera que había desposado a Esporo, y llegaba al punto de imitar los gritos y lamentos de las doncellas en el momento de su desfloración. Algunos me han informado que tenía la convic­ ción inconmovible de que ningún hombre era casto o puro en parte alguna de su cuerpo, pero que la mayoría ocultaba sus vicios y sabía, con astucia, tender un velo sobre ellos; y que, por lo tanto, perdonaba todos los demás defectos a quienes le confesaban su lascivia.38 Suetonio no sólo ignora el banquete de Tigelino como tal, sino que pasa por alto el vínculo temporal entre el banquete y la boda (por supuesto) y da al esposo de Nerón un nombre diferente. Es inimagina­ ble que el emperador fuera novia dos veces sin que ningún autor anti­ guo lo señalara: la boda descripta por Suetonio debe ser la misma mencionada por Tácito, a la que se asemeja mucho. No obstante, esta última se celebró en la primavera o principios del verano de 64, mien­ tras que Doríforo, uno de los libertos más acaudalados y poderosos de Nerón, había muerto en 62.39 Por otra parte, Dión también indica en el año 67, sin mención de Doríforo pero inmediatamente después de refe­ rirse a Pitágoras y Esporo, el pasmoso juego jugado por Nerón con la asistencia del primero. (La concatenación de matrimonios homosexua­ les y juegos bestiales tanto en Suetonio como en Dión sugiere una fuente común). En síntesis, el nombre “Doríforo” debe reemplazar por error a “Pitágoras” en el texto de Suetonio: ésta es la solución más simple al dilema, la solución aceptada en general y virtualmente ineludible y la que se seguirá aquí.40 Vale decir que Pitágoras era el esposo de Nerón y su compañero en el juego. Pitágoras es fundamental. Es difícil separar la verdad del rumor en las historias acerca de los delitos sexuales de Nerón, pero pueden adver­ tirse patrones o normas y, según cualquier criterio que se considere, ese personaje está fuera de todos los límites. En rigor, si pudiéramos sepa­ rar los hechos de las insinuaciones, la vida sexual de Nerón -salvo en el caso de Pitágoras- podría parecer desconcertantemente regular para un romano, pese a su ostentación. Para ser un hombre a cuyo juicio todos eran completamente corruptos, tuvo una vida de notable moderación.

Suetonio comienza con contundencia su relato de los delitos sexuales del emperador: “Además de abusar de varones libres y seducir a muje­ res casadas, violó a la virgen vestal Rubria” .41 Sin explayarse sobre esto, se concentra a continuación, y por turno, en Acte, Esporo, Agripina y Doríforo/Pitágoras, un claro crescendo de horror que va de la ex esclava con quien estuvo a punto de casarse al niño que castró y con quien sí se casó, a la madre con la que se acostó y a los innombrables actos con Doríforo, para terminar con su extravagancia económica. Más allá de estos cuatro chocantes picos de corrupción hay muy poco más que vagas insi­ nuaciones, y ya hemos visto en el caso de Agripina que éstas eran pro­ bablemente falsas. En lo concerniente a las mujeres, la observación clave es que Nerón no representó al tirano rapaz y tampoco fue realmente presentado como tal. No hay sobre sus flirteos anécdotas salaces similares a las que se relacionan incluso con Augusto -listas de aventuras adulterinas admiti­ das tanto por amigos como por enemigos, una mujer que escogía com­ pañeras de cama vírgenes para su esposo anciano-, para no hablar de Caligula, que podía violar a una novia el día de su boda.42 Por el contra­ rio, Nerón parece haber sido profundamente romántico. Octavia, su mujer desde 53 hasta 62, nunca fue objeto de su amor. Su unión era dinástica, concertada cuando él tenía 11 años y celebrada a los 15. Nerón sólo amó a tres mujeres en su vida: resultan ser las únicas mencionadas como sus compañeras de adulterio, y se casó por turno con cada una de ellas. En 55, cuando tenía 17 años, Nerón se enamoró con intensidad de la liberta Acte y probablemente la instaló como una especie de esposa de segunda clase, en una unión afectiva pero ilegal conocida como contuber­ nium. Suetonio dice que su relación fue casi un matrimonio romano con todas las de la ley (iustum matrimonium). La objeción despertada por Acte era más social que moral: había nacido en la esclavitud, un desaire que Nerón contrarrestó haciendo que amigos distinguidos juraran que lajoven descendía de los antiguos reyes de Pérgamo, en Asia Menor. Más signi­ ficativo es el hecho de que sus asesores lo alentaran en esa pasión que él se esforzó tanto por convertir en algo normal. “Amigos mayores” cuyos nombres no se mencionan aprobaron en la época la relación, porque Acte era inofensiva y satisfacía sus necesidades, porque Nerón aborrecía a Octavia y porque ellos mismos temían que sin la liberta él se precipitara en una inconducta sexual con mujeres nobles.43 L a influencia de Acte

sobre Nerón era tan grande que Séneca, al parecer, la eligió en 59 para advertir al emperador acerca de la impropiedad de la relación con su madre, y cuando la joven fue reemplazada por Popea, los lazos con su an­ tiguo enamorado siguieron siendo -exteriormente, al menos- de afecto: ella amasó una gran fortuna, hizo sacrificios para agradecer que Nerón se hubiera liberado de una conjura y dirigió piadosamente su funeral.44 Sólo se menciona a otras dos mujeres como sus amantes: Popea Sabina y Estatilia Mesalina, y con ambas se casó legalmente. No hay registro de los sentimientos de Nerón por Estatilia, pero sí se sabe que mostró una extraordinaria devoción a Popea, tanto antes como después de su muerte.45 Y estaba dispuesto a hacer de tirano implacable para conseguir a la mujer que quería. Después de unos presuntos insultos y un supuesto intento de asesinato de Octavia, se divorció de ella por infertilidad, la envió al exilio y pronto la hizo ejecutar, para casarse con Popea en 62. En cuanto a Estatilia, su penúltimo marido, Atico Vestino, había sido vio­ lento, terco y uno de los viejos compinches del emperador antes de que ambos riñeran a causa del hiriente sentido del humor de Vestino. Los conspiradores pisonianos no habían confiado en él para sumarlo a la con­ jura, pero Nerón adujo que Vestino estaba implicado en ella y lo obligó a suicidarse mientras aún se encontraba en sus funciones. Lo que Tácito omite, Suetonio lo dice sin pelos en la lengua: “Para apropiarse de ella [Estatilia], hizo matar a su marido Ático Vestino mientras éste desem­ peñaba el cargo de cónsul [en 65]” . A l cabo de un año Nerón se había convertido en el quinto esposo de Estatilia.46 Ella y Popea son las únicas mujeres casadas de quienes se dice que fueron seducidas por él. Al margen de esas tres grandes pasiones -adulterios que Nerón se sin­ tió en la obligación de convertir en matrimonios regulares, por mucha que fuera la violencia ejercida para ello-, sus relaciones con las mujeres exhiben sorpréndentes límites. Dos prácticas se destacan. Durante sus estragos nocturnos a lo largo de la ciudad, el adolescente Nerón, dice Dión, lanzaba ataques sexuales contra mujeres y muchachos. Tácito tam­ bién menciona las heridas infligidas a hombres y mujeres de rango, y Suetonio señala en otro lugar el manoseo lascivo de una mujer casada de jerarquía senatorial durante una de esas aventuras. Sin embargo, los informes sobre esos incidentes están confinados a los primeros años del reinado, entre 55 y 56, y el maltrato de mujeres es incidental para su pro­ pósito principal:47 Más allá de la intriga aislada con la virgen vestal, un

chocante delito capital cuya fecha no se establece, sólo mencionado por Suetonio y en extremo improbable, Nerón no hizo un hábito de los asal­ tos indecentes a mujeres. Cuando buscaba una gratificación sexual fuera del matrimonio no recu­ rría a la violación sino a las concubinas, una costumbre desagradable para sus críticos, tal vez, pero a la que también se entregaban otros aristócra­ tas romanos. Una concubina era simplemente la compañera sexual de un hombre con la que el matrimonio estaba descartado y tampoco exis­ tían lazos legales. Socialmente aceptables, hay registro de parejas estables entre aristócratas romanos y concubinas de humilde cuna, sobre todo en el caso de solteros jóvenes y de viudos. Abogados y censores trazaban un límite entre ellas y las relaciones casuales y múltiples, en especial cuando el hombre también estaba casado. Ese concubinato inaceptable daba origen a invectivas convencionales contra el supuesto libertinaje de los líderes de la sociedad: un cónsul que al parecer se emborrachaba con su tropel de concubinas hasta alcanzar un estado de estupor, un emperador de quien se decía que depilaba en persona a las suyas (e iba a nadar con rameras comunes y corrientes).48 Si hacemos a un lado las convenciones sobre los abusos, no está claro hasta qué punto esos harenes eran reales; las menciones de las concubinas de Nerón son tan casuales -ningún crí­ tico saca nada concreto de ellas- que es fácil concluir que probable­ mente existieron. No obstante, lo poco que escuchamos de ellas las hace asemejarse más a una compañía teatral que a un harén. Una fue elegida y exhibida con orgullo porque se parecía a su madre. Otra tenía la apa­ riencia de su difunta mujer, Popea. Y casi al final de su vida, tras la rebe­ lión de Víndex, tal como Suetonio nos cuenta, “ al prepararse para la campaña su primera precaución fue elegir carretones para transportar sus instrumentos teatrales, disponer que se hicieran a sus concubinas, a quie­ nes planeaba llevar con él, cortes de pelo masculinos y se las equiparase con hachas y escudos de las amazonas” .49 Como sucede tantas otras veces con Nerón, la apariencia es más significativa que la realidad. A primera vista, no ocurre lo mismo cuando se trata de sus relaciones sexuales con hombres, y aquí se encuentra el verdadero problema de la sexualidad del emperador y las duras críticas suscitadas por ella. Los con­ ceptos modernos sobre la homosexualidad, la heterosexualidad o la bisexualidad son irrelevantes en este caso, como también lo son, por cierto, las emociones subjetivas del amor y el afecto. Lo que importa es la mirada

del observador, los puntos de vista de la sociedad. En lo que nosotros vemos como una relación homosexual, el criterio decisivo para los roma­ nos a la hora de juzgar la conducta de un hombre no era si se había entre­ gado a ella, sino si había desempeñado el papel activo o el papel pasivo en el coito, oral o anal; más precisamente, si penetraba o era penetrado, acciones concebidas, sin duda, en términos de poder, como dominantes o sumisas, masculinas o femeninas, superiores o inferiores: Esto es, un hombre que por propia voluntad admitía que otro lo penetrara era tratado con desprecio, y quien se veía obligado a permitirlo quedaba con ello humillado. E l penetrador, en cam­ bio, no era objeto de menoscabo ni deshonra; al contrario, había demostrado su superioridad y masculinidad al hacer que otro se pusiera al servicio de su placer.50 Así lo describe T. P. Wiseman. En esa visión del mundo, ningún aspecto significativo permitía calificar a Nerón de homosexual. Sus prácticas como homosexual activo eran singularmente limitadas. Suetonio habla con vaguedad de su abuso sexual de jóvenes libres (inge­ nuorum paedagogia), una práctica que Dión sólo atribuye a sus salidas noc­ turnas en 55, cuando es muy claro que la pederastía no es el punto central. A la sazón, el objeto era justamente el alarde de machismo adolescente violento, parte de una demostración más amplia que, de forma indiscri­ minada, abarcaba ataques contra señoras casadas, asaltos, robos, abu­ sos, palizas, heridas y asesinatos.51 Sin embargo, están documentados dos muy diferentes y estremecedores ataques sexuales a jóvenes libres. En una sección dedicada al mal­ trato criminal dado por Nerón a todos sus parientes, Suetonio incluye entre sus víctimas al joven Aulo Plaucio, a quien deshonró por la fuerza [per vim conspurcasset] antes de su muerte, diciendo: “Que venga ahora mi madre y bese a mi sucesor”, franca acusación de que Agripina había amado a Plaucio y suscitado en él esperanzas de alcanzar el trono. El sentido del beso de Agripina es, precisamente, que Nerón había forzado a Plaucio a hacerle una felación; el término técnico es irrumatio,

que connota en general agresión, humillación y castigo.·52 Su otra víctima fue, también de manera presunta, su hermano adoptivo Británico; según dice Tácito, varios escritores contemporáneos informaron que algunos días antes de la muerte de aquél, Nerón había abusado sexualmente de su pubertad, es decir, que lo había sodomizado.53 Los dos incidentes son llamativamente similares, sobre todo si se tiene en cuenta que las denuncias de Agripina contra su hijo y las amenazas de poner a Britá­ nico en el trono incitaron a Nerón a matar a éste. Aun cuando se las considere ciertas - y se trata justamente del tipo de acusaciones que sue­ len inventar los enemigos-, el objetivo en ambos ataques no es, insista­ mos, la atracción sexual sino la humillación violenta de un rival político frente a una sociedad familiarizada con la idea del asalto sexual como castigo.54 Ya fanfarroneara con su pandilla o humillara a un adversario, el repelente machismo de Nerón no tenía nada que ver con un deseo o un modo homosexual de vida. La relación aparentemente pederástica con Esporo es insatisfactoria en un aspecto muy diferente, en cuanto no se ajusta a norma alguna. No se trataba de una unión entre personas del mismo sexo sino entre un hom­ bre y una ficción de mujer. Nerón no veía al eunuco Esporo como un amante masculino; lo consideraba una mujer y quería imponerle modi­ ficaciones físicas para que lo fuera. No tomó al joven por sus propios atractivos sino como un sustituto de su esposa difunta, y parece haber tratado el amorío, en el mejor de los casos, como un homenaje a la vez romántico e irónico a Popea y, en el peor, como una broma! Aún más inusual, si es posible, es la anterior relación con Pitágoras, de la que se nos dejan ver dos espeluznantes imágenes. Una es la de la elaborada ceremonia de la boda, tras la cual Nerón, vestido como una novia, imitó los gritos y lamentos de una virgen al ser desflorada. La otra corresponde al grotesco juego iniciado por el emperador, quien, cubierto con pieles de animales, acometía contra los genitales de hom­ bres y mujeres atados a postes, y luego era eliminado por su esposo liberto: “Y, una vez suficientemente desahogado su furor, el liberto Doríforo lo abatía” {et, cum affatim desuevisset, conficeretur a Doryphoro liberto). EI verbo conficere es ambiguo. Puede significar a la vez “matar” y “acabar” y se vin­ cula con otras palabras referidas al matar y el morir en el vocabulario del sexo, para connotar la excitación conducente al orgasmo : el liberto no sólo “mataba” a la fiera Nerón, también llevaba al clímax a un empe-

rador cabalmente excitado. Está claro que Suetonio sabe lo que dice al hablar de esto, pues de inmediato explica que “Doríforo” (“ el portador de lanza”) era el esposo de Nerón.55 Pitágoras/Doríforo no encaja. En todas las otras relaciones, reales o presuntas, con hombres o con mujeres, Nerón hizo de varón dominante; en este caso se complacía en representar el papel pasivo, el despreciado cinaedus, el pathicus. Aun con su inclinación a lo escandaloso e inespe­ rado tanto en los escenarios como fuera de ellos, es difícil imaginarlo en un papel sumiso; por otra parte, él mismo había dirigido una de sus célebres sátiras hirientes contra un hombre notorio por su afeminamiento.5® En la relación con Pitágoras se destacan dos elementos. Por un lado, es única: no hay mención de ninguna otra pareja similar y ni siquiera se sugiere que Nerón, por muy disoluto que fuera, era esencial­ mente afeminado. El otro elemento es su teatralidad: Pitágoras sólo aparece como un actor de reparto en dos dramas en los que Nerón asume un papel y su vestuario y deja de ser un hombre para transformarse físi­ camente en una novia y una fiera. ¿Por qué? En un asunto ocurrido, según se dice, durante el reinado de Nerón, un noble romano llamado Graco (el nombre, al menos, es ficticio), cubierto con un vestido largo y un velo, entregó una enorme dote a su nuevo esposo, un corneta; ambos firmaron un contrato; recibieron deseos de felicidad y en el multitudinario banquete nupcial la novia se apoyó sobre el pecho de su marido. Juvenal relata este episodio en su segunda sátira, parte de un ataque general contra las prácticas homosexuales publicado a principios del siglo II. Un epigrama un poco anterior de Marcial cuenta una historia muy similar: el barbado Calístrato se casó con el duro Áfer, con antorchas, un velo, canciones nupciales y hasta una dote.57Juvenal concluye su relato de esas bodas agradecido de que todas las drogas y ritos de fertilidad del mundo no sirvan de nada a esas novias, que mori­ rán estériles. Marcial termina de este modo su epigrama: “¿No te parece esto suficiente, Roma? ¿Esperas para ver si él da a luz?” . Y desde luego, cuando Nerón se casó con Esporo, algún ingenioso exclamó que habría sido muy bueno que el padre del emperador se hubiese casado con una mujer como ésa.58 La broma se gasta con la repetición, pero Graco y Calístrato ayudan a explicar a Nerón. Las primeras señales de escepticismo con respecto a la boda con Pitá­ goras se expresaron hace unos cincuenta años en un extenso trabajo

publicado por Je a n Colin sobre la boda de Graco. E l episodio de la segunda sátira de Ju ven al remata una diatriba contra el afeminamiento y el travestismo, que se presentan, notablemente, bajo una luz religiosa. Los hombres visten ropas femeninas para cumplir los ritos de Bona Dea, la Buena Diosa, cuyas ceremonias son por lo común sólo para mujeres. En este caso la asistencia está exclusivamente reservada a los hombres, adornados con collares y una especie de turbante [mitra) con cintas colgantes. Un hombre se pinta los ojos, otro bebe de un vaso fálico, un tercero verifica su apariencia en el espejo y todos charlan en falsete.59 Con este contexto como marco, Colin mostró con notable detalle que cada elemento de la vestimenta y cada acción en la secuen­ cia de la Bona Dea y la boda de Graco, así como en la boda del Calistrato de Marcial, podían verse como la distorsión de un acto cultual, y llegó a la conclusión de que la ceremonia nupcial era la representa­ ción de un matrimonio místico entre el hombre y la diosa, que para los cultos antiguos era un símbolo supremo de iniciación religiosa. En la ceremonia, uno de sus sacerdotes solía tomar el lugar de la diosa. De este modo, la diosa que recibía a Graco en su veneración -h a sos­ tenido C olin- era Ma-Belona, originaria de Capadocia, cuyo culto se asociaba con el de la más conocida Cibeles, la Gran Madre. El casa­ miento de Nerón con Pitágoras se ajusta en detalle a ese patrón, y así como Graco era la novia de un cornetista (un tubicen), Nerón lo era de un lancero (un doryphorus), ambos términos referidos a sacerdocios espe­ ciales en el culto de Cibeles.60 Así, Nerón pasaba tal vez por la iniciación en uno de los elaborados “cultos mistéricos” orientales, esas religiones que sólo revelaban sus secre­ tos, sus misterios, a los pocos elegidos que habían sido iniciados en ellas. Otros estudiosos siguieron el camino indicado por Colin. Uno ha sugerido que el casamiento de Nerón con Pitágoras formaba parte de su conocido interés en el mitraísmo, y que esa y otras acciones de apariencia excéntrica correspondían al paso del emperador a través de los diversos grados de iniciación dentro del culto del dios Mitra. Otro, con mayor poder de persuasión, hizo hincapié en el banquete, mencionado por Sue­ tonio, cuyos comensales utilizaban turbantes, mitellae, tocados normal­ mente reservados a las mujeres: esas mismas mitellae, o mitrae, eran también usadas por los celebrantes masculinos de los ritos perversos de Bona Dea tal como los describe Juvenal en el poema de Graco.61

L a idea de que al casarse con Pitágoras Nerón se iniciaba en un culto oriental es atractiva, siempre que comprendamos que su actitud no era seria. Hacia mediados de 64, Nerón, el hombre que despreciaba todos los cultos, el hombre que llegaría a orinar sobre la imagen de la única deidad en que había creído en su vida, la diosa siria, estaba otra vez en escena. El casamiento fue en el mejor de los casos una parodia de ini­ ciación: los gritos de una novia en su noche de bodas no formaban parte de ninguna ceremonia seria.62 El nombre “Pitágoras” es tan sospechoso como el de Esporo: no registrado en las inscripciones de Roma y des­ conocido entre los esclavos y libertos de la casa imperial, con seguridad se lo escogió para recordar al legendario sabio antiguo cuyas enseñan­ zas sobre la disciplina incluían la abstinencia sexual. Y un poema bas­ tante oscuro de Marcial, publicado unos treinta años después, sitúa con seguridad el matrimonio dentro de un medio conocido : Acerca de los suntuosos días de festines del viejo que lleva la hoz [Saturno], en los que manda el rey cubilete, paréceme que me per­ mites, Roma tocada con el píleo, chacotear en versos libres de afa­ nes. Sonríes. Permiso concedido, entonces; no me lo prohíbes. Alejaos de aquí, pálidas inquietudes. Lo que me venga a la boca, déjame soltarlo sin reflexión taciturna. Muchacho, prepárame en un vaso mitad [de vino] y mitad [de agua], como Pitágoras le daba a Nerón; prepáralos, Díndimo, y no te demores mucho entre uno y otro. Sobrio no puedo hacer nada, pero cuando beba, quince poetas acudirán en mi ayuda. Bésame, pero con besos como los de Catulo. Si tantos son como él dijo, te daré tu gorrión de Catulo.63 Consideremos brevemente la última parte: el poeta ha recibido permiso de Roma para relajarse y dejar que el vino alimente su musa. Cuanto más beba, mejor será su poesía. Su escanciador debe besarlo. Si los besos son tantos como las miríadas que Catulo pedía a su amante Lesbia (en su famoso poema número 7), Marcial regalará a Díndimo el passer de ese poeta (es decir, el segundo poema de Catulo, sobre el “gorrión” de Lesbia). Estos tres últimos versos son deliberadamente ambiguos. Un significado es poético: el vino y los besos de Díndimo estimularán tanto al poeta que lo inducirán a escribir un poema como los de Catulo. Al mismo tiempo, los versos también son palmariamente obscenos: el vino y los besos des­

pertarán tanta excitación en el poeta que entregará al muchacho su pas­ ser, su falo. Passer puede tener ese significado lascivo, y el nombre del escanciador, “Díndimo”, confirma la obscenidad, pues también es la deno­ minación de los sacerdotes eunucos de Cibeles, la Gran Madre, así lla­ mados por su sagrado monte Díndimo en Frigia; en otros epigramas Marcial siempre utiliza el nombre para referirse a los varones pasivos y afeminados, objetos de la irrisión del poeta o de su lujuria.64 Una vez más Pitágoras representa un enigma. No está claro por qué Marcial lo eligió para trazar una comparación. Quizá porque era el escan­ ciador oficial de Nerón (a potione)·, sin duda para destacar las relaciones de Díndimo con el poeta, dado que Pitágoras también compartía el lecho de Nerón, aunque en el papel más activo. Pero el contexto de la evoca­ ción de Marcial es de suma importancia: se trata de la época de las Satur­ nales, los embriagadores días del viejo Saturno portador de la hoz, cuando el cubilete de dados reina supremo y Roma lleva el gorro de la libertad, el píleo (pilleus). Es el momento de las chanzas y sobre todo del humor indecente, cuando (como Marcial dice en otro lado) aun un poeta épico serio deja de lado su severitas habitual y lee sin ofender poemas satura­ dos de bromas licenciosas.65 Vale decir que cuando Marcial -que, des­ pués de todo, estaba en Roma en 64- pensaba en las Saturnales y el humor grosero, también pensaba en Pitágoras. En realidad, esto no revela nada sobre la sexualidad de Marcial ni sobre la de Nerón; sí muestra, empero, lo que ellos y su público creían ingenioso. El otro papel de Pitágoras con Nerón parece claramente poco diver­ tido. Se trataba, una vez más, de “una suerte de juego en el cual, cubierto con la piel de alguna fiera salvaje, se lo liberaba de una jaula para aco­ meter contra las partes pudendas de hombres y mujeres atados a postes, y una vez que había satisfecho lo suficiente su salvajismo, era despachado por su liberto Doríforo” . Dión, que sigue aquí la misma fuente que Sue­ tonio, adorna con lascivia las cosas: “Tras atar a postes a niños y niñas desnudas, se cubría con la piel de una fiera salvaje y caía sobre ellos en actitud licenciosa, como si [los] devorara” .66 Sin embargo, como en otros casos, esto no es lo que parece a primera vista. Suetonio se refiere a la situación como quasi genus lusus inventado por Nerón, una especie de juego o -una traducción igualmente posible- de broma o travesura. Tho­ mas Habinek advirtió de qué tipo de juego se trataba.67 El emperador, disfrazado de fiera y en actitud de tal, sale de una jaula (una cavea), para

atacar con furia a víctimas desnudas atadas a postes, y luego es despa­ chado (conficeretur), esto es, muerto por un asistente que daba el golpe de gracia a hombres y animales en la arena (confector). El pasatiempo de Nerón no es (o no sólo es) el capricho libertino de un tirano demente; es una versión pretendidamente artística del castigo legal convencional denominado damnatio ad bestias, por el cual los delincuentes atados que­ daban expuestos, con frecuencia desnudos, a la acometida de fieras sal­ vajes en la arena, para diversión y edificación de los espectadores. Pasara lo que pasase, se parece tan poco a un comportamiento sexual desenfrenado como a una verdadera ejecución; es algo más semejante a una pantomima grotesca. La equiparación del sexo con la muerte es esté­ ril: Nerón ataca los genitales de delincuentes condenados a la furia fatal de fieras salvajes, Nerón moribundo (en ambos sentidos) a causa de la lanza de su asistente. La inversión de las normas es típicamente nero­ niana -el emperador como un animal, el liberto como su amo-, pero una de ellas es muy asombrosa. Con seguridad, el acto bestial del empera­ dor pretendía ser una alusión al sexo oral. Por lo común, el hecho de rea­ lizar una felación o un cunnilingus, por voluntad o por fuerza, implicaba una degradación, y quien lo hacía era visto con el mismo desprecio que un varón pasivo. En este caso, sin embargo, los roles pasivo y activo se invierten: en el contexto de la arena la víctima se convierte en el agre­ sor y la fiera desatada invierte los papeles. ¿Sufrían acaso los hombres y mujeres atados a postes, en el mismo sen­ tido en que Nerón moría? Ni Suetonio ni Dión lo aseveran; a decir ver­ dad, nada sugiere que las víctimas no fueran actores obedientes de una grotesca pieza teatral. ¿Eran realmente inocentes? Cuando el refinado y voluptuoso Petronio se decidió a suicidarse -escribe Tácito-, envió al emperador un codicilo sellado junto con su testamento, en el que “ des­ cribía de forma exhaustiva los excesos vergonzosos del príncipe, con los nombres de los prostitutos y prostitutas y sus novedades en materia de libertinaje” .68 Tácito habla de noctium suarum ingenia, que ha sido bien traducido como “las ingeniosas variedades de sus francachelas noc­ turnas” : la damnatio ad bestias, de elaborada apariencia teatral, debería verse como una de esas francachelas, el sexo como tableau vivant, el sexo como un juego. Los compañeros de Nerón eran actores e intérpre­ tes, al menos en la misma medida en que eran concubinas y rameras. Si aceptamos este punto de vista, un prostituto (exoletus), al presentarse a

trabajar una noche, podía ser destinado a participar en otra boda impe­ rial, a estar atado desnudo a un poste o a remolcar una balsa repleta de comensales alrededor del lago de Agripa. ¿Con cuánta seriedad tomaba Nerón el libertino todo ese desenfreno? En su relato de la gira de Grecia, Dión hace una pausa para describir la boda con Esporo. Esto le recuerda el matrimonio coincidente con Pitá­ goras y, luego, los ataques con el disfraz de fiera salvaje contra niños y niñas desnudos y atados a postes, lo cual lo lleva a evocar, a su vez (en el epítome de Xifilino no hay un corte), las forma de vestir deshonrosa­ mente afeminadas del emperador. Los senadores que acudían a su salu­ tatio solían encontrarlo cubierto con una túnica corta y de colores brillantes (chitonion anthinoríj y un chal o un pañuelo de lienzo (sindonion) en torno del cuello; Nerón escarnecía a tal extremo la costumbre que usaba túni­ cas sin cinturón en público.69 Escandalizado, Dión ignora u omite por completo su intención, que la versión más precisa de Suetonio deja ver con claridad: Era completamente desvergonzado en el cuidado de su per­ sona y en su atuendo, de modo que durante el viaje a Grecia dejó que el pelo, que siempre llevaba con un corte escalonado, creciera largo y hacia atrás, y a menudo aparecía en público vestido con un traje de festín, un pañuelo en torno del cuello y sin cinturón ni sandalias.70 El mensaje en la vestimenta de Nerón al final de su reinado es tan inequívoco como el del gorro de liberto, el píleo, que utilizó en su comienzo. El traje suelto -Suetonio lo llama synthesina, una variante de synthesis- era el atuendo indicado para la relajación informal de las cenas privadas. Un romano correcto sólo podía utilizarlo al aire libre en una oportunidad sin escandalizar a sus respetables conciudadanos: durante las Saturnales.71 Por afrentosas que parezcan, las aventuras sexuales de Nerón muestran una actitud calculadora, no de alocado abandono: están calculadas para divertir y escandalizar. El placer sensual es secundario con respecto al efecto previsto suscitado en los espectadores, tanto vul­ gares como refinados, públicos como privados, de bajo como de alto rango. Aun cuando sean radicalmente innovadoras, tienen sus raíces en una u otra tradición romana. A esta altura no debería sorprendernos com­

prender que, en esa vida privada, Nerón seguía en gran parte el camino de otra figura legendaria del pasado. Cuando le toca referirse a la creciente independencia de Nerón con respecto a su madre una vez en el trono, así como a su abandono cada vez más frecuente al tumulto y el crimen, Dión Casio es tan sucinto acerca de los hechos como verborrágico en una apasionada denuncia retórica, pese a lo cual desliza inesperadamente en su relato una anécdota que no se encuentra en ningún otro lugar. Entre los excesos de Nerón se contaba naturalmente el gasto dispendioso de enormes fortunas (por lo común de otras personas) : Una vez ordenó que se entregaran en determinado momento doscientas cincuenta mil [dracmas = un millón de sestercios] a Doríforo, que era el encargado de las peticiones durante su rei­ nado, y cuando Agripina hizo que el dinero se ordenara en pilas, con la esperanza de que al verlo todo junto él cambiara de opi­ nión, Nerón preguntó a cuánto ascendía el montón que tenía frente a sí y, tras ser informado, lo duplicó, diciendo: “No sabía que le había dado tan poco” .72 Justamente la misma historia se cuenta de la liberalidad de su bisabuelo, Marco Antonio: Había dado la orden de que se obsequiaran doscientas cincuenta mil dracmas a uno de sus amigos, una suma que los romanos lla­ man decies. Su senescal quedó atónito ante el encargo, y a fin de hacer comprender a Antonio la dimensión cabal del regalo, dis­ puso que el dinero se desplegara ante la vista de su amo. Al pasar por el lugar, Marco Antonio preguntó qué representaba esa mon­ taña de monedas, y el senescal le explicó entonces que se trataba del obsequio que él había ordenado entregar a su amigo, ante lo cual Antonio señaló : “Creí que un decies equivalía a más que eso. Es una bagatela: ¡más vale que lo dupliques!” .73 La anécdota, relatada aquí por Plutarco, es folclórica: pretende dra­ matizar un personaje y bien puede ser ficticia en ambas versiones. (Es

difícil sostener que Nerón puso a una sensible Agripina en el papel del senescal de Marco Antonio). No obstante, es una indicación, una fuerte indicación, de la tradición en la que se inscribía a Nerón, y es muy posi­ ble que fuera una invención de éste después de la muerte de su madre. Pues no debería haber duda de que, en lo concerniente a dar forma a una imagen, Marco Antonio fue tan importante para él como su otro antepasado, el propio Augusto. En su descendiente común, los dos gran­ des rivales de la República moribunda, opuestos polares en tantos aspec­ tos, podían finalmente reconciliarse. Antonio tenía algo que Augusto nunca consiguió: sensibilidad popu­ lar. La gente se sentía a gusto con él y con la naturaleza franca e impe­ tuosa que mostraba en público. La historia de la pila de monedas es contada por Plutarco en su “Vida de Antonio” , donde forma parte de un excurso sobre la popularidad del hombre. Sus tropas lo adoraban no sólo por su jactancia y su irreverencia, sino por el deleite que experi­ mentaba al jaranear en público y el placer con que comía con sus hom­ bres. Muchos consideraban incluso atractivos sus apetitos sexuales, moderados por una afición a ayudar a los demás en sus amoríos y la incli­ nación a reír con otros de sí mismo. Por otra parte, su pródiga genero­ sidad le granjeó fervorosos partidarios en su camino al poder.74 Otro hombre de esas características podría haber sido calificado de fanfa­ rrón, libertino y manirroto. A Antonio se le perdonaban esas cosas por­ que era querido. Según Plutarco, Hércules tenía una importancia central en su carác­ ter. De poblada barba, amplia frente y nariz aquilina, se creía que el viril Antonio se parecía a los retratos del gran héroe y se decía que su familia, los Antonios, descendía de Anto, un hijo de Hércules. Él cul­ tivó de manera deliberada ese parecido físico, para lo cual utilizaba, en sus apariciones públicas, vestimenta que pretendía recordar la del héroe, y su comportamiento -jovial, generoso, apasionado- también se califi­ caba de hercúleo. La identificación de Antonio con su antecesor heroico fue un elemento puesto en juego en las intensas guerras propagandísti­ cas del período del triunvirato. Se la conmemoró en monedas emitidas por uno de sus partidarios y en una piedra preciosa que muestra una esta­ tua de Hércules con sus rasgos o de Antonio con los rasgos de aquél. Al parecer, los defensores de Octavio respondieron con una concepción de Marco Antonio como el héroe de un mito herculino nada halagador,

esclavizado por la reina oriental Ónfale/Cleopatra; un recipiente de cerá­ mica aretina, de amplia difusión, puede aludir a este aspecto : en él apa­ rece Hércules vestido con ropa de mujer y en actitud de recostarse en un carro bajo un parasol, mientras la masculina reina usa su piel de león, lleva su maza al hombro y extiende la mano para tomar una enorme copa.75 El hecho de que los partidarios de Octavio recurrieran a una parodia agresiva de la imagen hercúlea no hace sino subrayar el impacto público del original. El hombre de acción honesto, afable, impulsivo y con debilidad por el placer era un personaje de suma atracción. Resul­ taba fácil perdonar a un gran hombre que exhibía con candor caracte­ rísticas demasiado humanas: el pueblo de Alejandría no sólo quería a Antonio y disfrutaba con sus aventuras, también estaba orgulloso de que el severo romano eligiera su ciudad para relajarse.7® Antonio y Hér­ cules tenían una popularidad que Octavio/Augusto y Apolo jamás podrían alcanzar. Su descendiente común, Nerón, unió los opuestos en sí mismo. No es un azar que los dos dioses con quienes se identificaba fueran, como hemos visto, Apolo/Sol y Hércules.77 Antonio disfrutaba cuando lo calificaban de amante de Grecia, y en su filohelenismo proporcionó dos paradigmas a Nerón. En primer lugar, su respeto por las glorias de la antigua Grecia: quería sobre todo que lo presentaran como filoateniense. Tras la batalla de Filipos, en 42 a. C., demostró ser un huésped ejemplar en Atenas, contenido y respetuoso, frecuentador de juegos, iniciaciones religiosas y debates eruditos. Pro­ metió a los padres de la ciudad restaurar el gran templo de Apolo en Delfos, que había sufrido daños a causa del fuego en la década de 80 a. C., y llegó incluso a ordenar un reconocimiento del lugar, pero la promesa quedó en nada; la verdadera restauración estaría a cargo de Nerón, unos cien años después. Viene aún más al caso la conducta de Antonio en Atenas cuando llegó a la ciudad en 38 a. C. con su nueva prometida, Octavia, hermana de Octavio. Pasaron el invierno allí y él dejó com­ pletamente a un lado el personaje de general romano: se vestía como un griego, asistía a conferencias griegas, cenaba como los griegos, se rela­ jaba a la manera griega y participaba en festivales griegos. Para celebrar una victoria obtenida por uno de sus lugartenientes sobre los partos, orga­ nizó juegos en Atenas y, al parecer, los Juegos Panatenaicos se rebauti­ zaron en su honor como Panathenaia Antonieia. Antonio se presentó en ellos con el atuendo de un gimnasiarca, el superintendente honorí-

fico del gimnasio, pero fue más allá que cualquiera de los filohelenos romanos anteriores. Actuó como árbitro en los combates de lucha y tuvo una intervención corporal en ellos, una conducta pasmosa para un general romano, pero justamente la actitud que haría célebre a su bis­ nieto Nerón en los certámenes griegos de ese deporte un siglo después.78 En rigor, ningún otro dirigente romano, hasta llegar a Nerón, se sumer­ giría con tanto entusiasmo como él en la cultura helénica. A l enamorarse de Cleopatra, Antonio también quedó bajo el hechizo de Alejandría. En esa ciudad tampoco se vestía como un general romano sino con el traje griego local, para visitar los templos, los gimnasios (también era gimnasiarca honorario) y los debates profesionales. Pero el tenor de su vida con Cleopatra en Alejandría fue muy diferente del sobrio decoro de su estancia en Atenas con Octavia. En Egipto, el triun­ viro, ya maduro, representaría el papel de un hombre mucho más joven con todo el tiempo del mundo en sus manos, mientras se sumergía con la reina egipcia y su banda de vividores inimitables en una vida tumul­ tuosa de bromas pesadas, juegos, teatro de aficionados, elaboradas excur­ siones y espléndidos banquetes.79 Los alejandrinos lo aceptaron de todo corazón y Antonio les devolvió su pasión: un error fatal en su guerra de palabras con Octavio, pues éste lo presentaría como un renegado romano, caído bajo el influjo de la reina egipcia y los dioses de cabeza de perro del Nilo. Antonio suministró por propia voluntad pruebas chocantes e irrefutables, que Octavio aprovechó en Roma: los hijos tenidos con Cleo­ patra recibirían enormes regalos, y su cuerpo sería enterrado junto al de la reina en Alejandría.80 Nerón también deseaba establecerse allí y, a decir verdad, hubo rumo­ res de que al final había huido a la capital egipcia. Su interés en la anti­ gua Grecia se había limitado estrictamente a los juegos artísticos y atléticos, y en su viaje a la región ignoraría los centros culturales y religiosos que no tenían certámenes atractivos para él. Su corazón estaba más bien en Alejandría, y mucho se ha escrito acerca de una verdadera “egiptomanía” (tanto helenística como faraónica) durante su reinado : por primera vez, una cantidad importante de egipcios helénicos accedieron a cargos de poder político y cultural real; Alejandría en particular y Egipto en general recibieron una lluvia de privilegios; se ha estimado que la recons­ trucción de Roma después del incendio se llevó a cabo según el modelo de Alejandría, y la Domus Áurea era, al parecer, una imitación del pala-

cio real de esa ciudad; motivos egipcios proliferaron en el arte, y aun la imitación de Apolo/Helios por parte de Nerón fue vista por algunos como una derivación parcial de la teología solar de los antiguos faraones.81 Contra la figura fría y calculadora de Octavio, Antonio era el hombre de la pasión, el general y magistrado romano que también era aficionado al vino, las mujeres, las compañías de baja estofa, los espectáculos y las bromas pesadas. Un escándalo sirve para marcar con agudeza el con­ traste: Octavio podía estar de juerga toda la noche, pero a la mañana siguiente nunca habría entrado bamboleante al Foro para encabezar una reunión ni vomitado en su propia toga, como le ocurrió a Anto­ nio.82 Sin embargo, eso era precisamente lo que atraía con tanta inten­ sidad a Nerón. El desdén por la moderación, el desbaratamiento de las expectativas, la inversión de los roles: todos estos elementos tienen un papel clave en la atracción sentida por Nerón y la popularidad de ambos hombres. Mientras estaba en Alejandría, el triunviro solía vestirse como esclavo y salía a la noche a vagabundear por la ciudad y mofarse de los ciuda­ danos a través de sus puertas y ventanas abiertas. Como respuesta, éstos lo maltrataban y a veces lo apaleaban antes de que volviera al palacio, aun cuando la mayoría advertía la identidad detrás del disfraz. Cierto o no, este comportamiento es un buen modelo para las agitadas excursio­ nes nocturnas del joven Nerón, disfrazado de liberto, y el comentario de Plutarco sobre este aspecto es invalorable: el pueblo de Alejandría simu­ laba participar en la diversión de Antonio porque éste les caía bien, y acostumbraban decir que usaba una máscara trágica para los romanos, pero una cómica para ellos. Por pasmados que se sintieran sus enemi­ gos y algunos historiadores posteriores, lo que Antonio hacía era del gusto del pueblo. Un siglo después, la población de Roma era mucho más cosmopolita y ya no era necesario viajar a Alejandría en busca de espar­ cimiento.83 Marco Antonio también era amante de los placeres marítimos, tenía reputación escandalosa por sus comidas campestres en bosquecillos y orillas de ríos y era célebre en Egipto por sus retozos con Cleopatra en las riberas junto a Canopus y Taposiris. El espectacular arribo de Cleo­ patra a Tarso para reunirse por primera vez con él prefigura el ban­ quete de Tigelino. L a reina de Egipto, vestida como Venus y rodeada de Cupidos, navegó río arriba por el Cydnus en una barcaza de popa

dorada, velas púrpuras y remos revestidos de plata. El gentío que seguía el avance de la barcaza desde las costas debía creer que la tripulación estaba compuesta por Nereidas y Gracias, pues las más hermosas asis­ tentes de Cleopatra también vestían ropas apropiadas para la ocasión y parecían manejar velas y timón. El lujo y la interpretación de papeles náuticos son muy neronianos, y la reacción popular vuelve a ser revela­ dora. En el centro del relato plutarquiano de ese primer encuentro está la imagen imborrable del triunviro ataviado con el uniforme oficial y sen­ tado en su tribuna, pronto a recibir a Cleopatra, mientras la multitud se aleja en desorden para observar el espectacular avance de la reina río arriba, hasta dejar solo a Antonio con su majestuoso esplendor romano en medio del mercado de Tarso.84 La exuberancia y la extravagancia no eran virtudes tradicionales roma­ nas, y la popularidad tiene sus costes. Plutarco extrae parte de sus mate­ riales más escandalosos sobre Antonio del furibundo ataque de Cicerón contra el futuro triunviro en el otoño de 43 a. C., un discurso nunca pronunciado y conocido como “segunda filípica” . Para su enemigo, Anto­ nio era por supuesto un borracho, un manirroto, un ladrón, un asesino, pero algunas de las anécdotas incidentales tienen un retintín especial. Una vez, Antonio se había disfrazado de mensajero esclavo para enga­ ñar a su esposa. De adolescente, había pasado de ser un prostituto a convertirse en la mujer de Curio, más joven que él. Y se había rodeado de una vil compañía. Como tribuno había recorrido Italia en un carro de dos ruedas, con sus lictores oficiales como escolta de su amante, una actriz transportada en una litera abierta; lo seguía un carruaje lleno de rufianes, sus camaradas, mientras su pobre madre cerraba la marcha: “En ningún lugar del mundo se ha sabido nunca de nada tan chocante, escan­ daloso y oprobioso” . En la boda de un actor bebió hasta quedar incons­ ciente; regaló bodegas enteras de vinos a los más indignos de los hombres; los actores tomaban esto, las actrices, aquello; jugadores y borrachos ates­ taban su casa; diseminados por el lugar, los lechos de sus esclavos lucían cobijas de color púrpura que antaño habían pertenecido a Pompeyo; sus dormitorios se transformaban en burdeles, y sus comedores en taber­ nas, y, a la manera militar, Antonio ordenaba alojar a meretrices y músi­ cos de baja categoría en las casas de ciudadanos comunes y corrientes.85 Y también la afición a las malas compañías es en realidad la principal acusación lanzada contra Nerón, el amante de los roles perversos y los

disfraces degradantes, el adicto al teatro y el circo. Prostitutas y bailarí­ nas servían en sus banquetes; él, asimismo, no sólo disfrutaba de burdeles y tabernas, sino que además los instalaba; estuvo a punto de casarse con su amante liberta y pretendió hacer campaña con un ejército de con­ cubinas. Dio las fincas de grandes generales al intérprete de lira Menécrates y al murmillo Espículo, su gladiador favorito. Inundó de propiedades al prestamista Paneros, tanto en la ciudad como en el campo, y lo ente­ rró con esplendor casi regio. Vatinio, el ocurrente y deformado ex zapa­ tero remendón de Beneventum, fue durante algún tiempo (se nos dice) el primer hombre de la corte tanto en riqueza como en influencia mal­ sana. Tigelino, el prefecto pretoriano, era al parecer un ex prostituto, adúltero, envenenador y falsificador, que había criado y entrenado caba­ llos de carrera antes de entrar al servicio imperial.86 Tácito resume de manera memorable la imagen negativa de los cortesanos de Nerón. Tras la derrota y muerte de Otón en Cremona, Vitelio, que no hacía un secreto de su admiración por Nerón, marchó al sur con rumbo a Roma. Cuanto más se acercaba, escribe Tácito, más depravado era su avance, engro­ sado por actores y pandillas de eunucos y la esencia misma de la corte neroniana.87 El límite entre la verdad y la difamación no es claro ni particularmente importante. Aun cuando tengamos en cuenta la espesa capa de lugares comunes presentes en la retórica y la historiografía, así como en la cen­ sura y la invectiva antiguas, hay suficientes elementos documentados para advertir que Antonio y su bisnieto compartían una actitud hacia la vida poco habitual en la aristocracia romana, una mezcla de filohelenismo, lo bastante fuerte para adoptar modos de vida griegos, con una afición por los placeres en medio de la ralea, lo bastante intensa para desembocar en una identificación con las masas. Con frecuencia, el comportamiento de Antonio y Nerón era tumultuoso y subversivo y escandalizaba a sus críticos. Pero para muchas personas más comunes y corrientes, la sub­ versión tumultuosa podía llegar a ser divertida, y hasta liberadora. En sus últimas semanas, Nerón prometió que si se mantenía a salvo en el poder celebraría juegos de la victoria que culminarían con una apa­ rición personal ante su alborozado pueblo. Era algo que ya había hecho en los festivales; los críticos volverían a espantarse ante el espectáculo de un emperador que se rebajaba a presentarse como actor en un esce­

nario, y el público volvería a sentirse encantado. Nerón tenía la inten­ ción de tocar varios instrumentos musicales y, el último día, danzaría en el papel de Turno, de Virgilio. Turno era, desde luego, el príncipe latino cuya sangrienta guerra con Eneas domina la segunda mitad de la Eneida, y cuya muerte profundamente perturbadora a manos de aquél pone fin al poema.88 Los juegos de la victoria de Nerón, sin embargo, nunca se celebrarían. En junio de 68, durante sus últimas horas y mientras se pre­ paraba para escapar, el emperador intentó persuadir a los oficiales de su guardia para que huyeran con él. Algunos argüyeron engaños, otros se negaron lisa y llanamente y uno exclamó: “ ¿Cosa tan desdichada es la muerte? Oh, vosotros, espíritus de los muertos, sed buenos conmigo, dado que he perdido el favor de los cielos. Alma pura y sin culpa des­ cenderé hacia ustedes, en modo alguno indigno de mis grandes ances­ tros” .89 Estas nobles palabras fueron una punzante repulsa del hombre que había querido interpretar a Turno, en el preciso momento en que la vida real se inmiscuía en su obra. El oficial que aludió a ellas podría también haber citado la proverbial advertencia, el juicio final sobre el transgresor de las normas romanas: “Las Saturnales no durarán eterna­ mente [non semper Saturnalia erunt)” .90

V II U N A C ASA

Así como en las relaciones particulares los lazos más estrechos eran los más fuertes, así el pueblo de Roma tenía las pretensiones más vigorosas y su deseo de retenerlo debía ser obedecido. [ . . . ] Y para confirmar la creencia de que ningún otro lugar del mundo leproporcionaba una alegría semejante, él organizó banquetes en lugares públicos y trató toda la ciudad como si fuera su casa. T á c it o

Había decidido dar a Roma el nombre de Ñeropolis. S u e to n io 1

la noche del 18 al 19 de julio de 64 la ciudad de Roma comenzó a arder y siguió ardiendo ferozmente, sin respiro, durante nueve días. El fuego estalló en las tiendas del extremo suroriental del Circo Máximo, cerca de los montes Palatino y Celio.2 Las mercancías allí almacenadas alimentaron las llamas que, empujadas por un fuerte viento, se difundie­ ron a través de la extensión abierta de 650 metros de longitud del circo. Desde allí se propagaron por los terrenos bajos y hasta las laderas de las colinas, bramando a través de los angostos y serpenteantes callejones de la vieja ciudad. Sobre el Palatino y a su alrededor el fuego ardió hasta devorar la nueva Domus Transitoria que Nerón había construido para conectar esa colina con los Jardines de Mecenas, en el Esquilmo. Nerón, que estaba en Antium, regresó para tomar medidas inmedia­ tas y eficaces con el fin de mitigar el sufrimiento del pueblo: abrió a éste el Campo de Marte y los edificios de Agripa que se levantaban en

él y hasta sus propios jardines; ordenó la construcción de refugios tem­ porales; dispuso la entrada de provisiones de Ostia y los municipios cir­ cundantes y redujo el precio del grano.3 El sexto día, el fuego se detuvo al llegar al pie de las faldas del Esqui­ lmo, después de devastar una gran cantidad de edificios en su camino. Sin embargo, volvió a recrudecer y se propagó a través de los espacios más abiertos de la ciudad; esta vez causó menos bajas, pero asoló tem­ plos y pórticos públicos.4 Tres días después, cuando las llamas finalmente se extinguieron, el saldo era el siguiente: cuatro de las 14 regiones de la ciudad estaban intactas, otras tres habían quedado reducidas a cenizas y en las siete restantes las ruinas humeantes dominaban el paisaje. Casas, viviendas colectivas, templos, antiguas obras de arte: la devastación era enorme.5 Suetonio es elocuente: “En ese momento, además de un inmenso número de casas de inquilinatos, ardieron las casas particulares de los antiguos líderes aún adornadas con trofeos de victoria, los templos de los dioses consagrados por los reyes o levantados en las Guerras Púnicas o las de Galia y, por fin, todo lo interesante y memorable que había sobre­ vivido de la Antigüedad” . Tras señalar la destrucción del Palatino y el anfiteatro de Tauro (en el Campo de Marte), Dión se limita a agregar que tal vez dos tercios de la ciudad ardieron y los muertos fueron innume­ rables.6 La respuesta de Nerón al desastre fue magnífica. Junto al pronto alivio de la calamidad gracias a los refugios temporales, los suministros de emer­ gencia y el grano barato, lanzó un cuidadoso plan general de largo plazo para la reconstrucción de la ciudad. Tácito, que proporciona amplios deta­ lles, hace un resumen admirable de la situación: las medidas tomadas por motivos de utilidad también añadieron belleza a la nueva ciudad. Por otra parte, Nerón actuó como debía hacerlo un buen princeps y se preocupó por aplacar la ira de los dioses con plegarias y sacrificios. Más aún, descubrió que los incendiarios pertenecían a una secta judía infame por su odio a la raza humana y, como correspondía, ofreció a los perpe­ tradores en carácter de sacrificio a los dioses ofendidos, en los mismos jar­ dines donde se albergaban ahora tantos de sus súbditos evacuados. Pese a sus mejores intenciones, el emperador también se hizo acreedor de fuertes críticas. Algunas de ellas, fueran verdaderamente contempo­ ráneas o una invención ulterior, son triviales. Tácito informa, por ejem­ plo, que si bien se reconocieron la utilidad y la belleza de los nuevos

edificios y códigos de construcción, había quienes protestaban que las viejas calles angostas y los altos edificios eran más saludables que los nue­ vos espacios amplios y descubiertos, expuestos a los rigores del sol. Por lo demás, a despecho de la indignación popular ante su crimen y del gozo del pueblo ante un buen espectáculo, algunos consideraron que el cas­ tigo aplicado a los cristianos era excesivamente cruel. Suetonio insinúa que Nerón pretendió saquear las ruinas; Dión asevera que eliminó la dis­ tribución gratuita de granos.7 Sin embargo, había otras acusaciones más sombrías y mucho más nocivas porque se contraponían de forma directa a sus acciones dignas de elogio y, tomadas en conjunto, sugerían no simplemente una indiferencia insensible frente a la desdicha de su pue­ blo, sino una hostilidad activa a su bienestar: Nerón -decían esas acu­ saciones-, había iniciado el fuego de manera intencional, por medio de sus agentes; cantó mientras la ciudad ardía; construyó la fabulosa Domus Aurea en medio de los sufrimientos de los ciudadanos y les arrancó vas­ tas sumas para solventar la recuperación. Nerón, sin duda, necesitaba dinero. El coste de su vigorosa respuesta a la catástrofe debió de ser enorme: la alimentación y el alojamiento tem­ porales de tal vez unos doscientos mil desamparados; la limpieza gene­ ral; las recompensas ofrecidas a quienes encararan una rápida reconstrucción y el coste de las nuevas columnatas de las casas particu­ lares, levantadas con fondos del fisco, y la reparación y el reemplazo de todos los edificios públicos dañados o destruidos. Hay signos evidentes de tensiones económicas: en efecto, la distribución gratuita de grano a alrededor de ciento cincuenta o doscientos mil ciudadanos en Roma se suspendió de forma temporal, mientras que las monedas de oro, plata y bronce sufrieron una devaluación permanente.8 Por otra parte, la aptitud del emperador para recaudar dinero debe haberse visto en grave riesgo debido a la desorganización social y económica causada por el incendio. Un estudio moderno muy convincente ha esbozado la magnitud del desas­ tre: pérdida de puestos de trabajo, de bienes, de herramientas, de mer­ cancías, de propiedades, de ahorros (que a menudo estaban depositados en templos), en suma, pérdidas de capital e ingresos en toda la sociedad, desde los artesanos hasta los propietarios de casas; escasez de espacio tanto para los negocios como para las viviendas; elevación de los costes y los alquileres, mayor hacinamiento : para decirlo en pocas palabras, una miseria mayor.9 Y no obstante ello, Nerón necesitaba dinero, y lo nece­

sitaba con desesperación. Suetonio alega que “con los aportes que no sólo recibió sino que incluso exigió, estuvo a punto de llevar a la quiebra a las provincias y agotó los recursos de los individuos” . Tácito se explaya: las exacciones devastaron Italia, arruinaron las provincias y los llama­ dos pueblos aliados y ciudades libres y saquearon los tesoros de los templos en Roma y toda Asia y Acaya (donde los celosos procuradores del emperador se llevaron hasta los obsequios y las estatuas de los dio­ ses).10 Es decir que los costes del incendio de Rom a recayeron en los ricos, en las comunidades ajenas a la capital (no se sabe con claridad dónde y en qué magnitud) y en los tesoros de los templos. Se desconoce cuánto de todo este peso se transfirió al hombre y la mujer comunes y cuán agraviados se sintieron éstos, pero los beneficios de la enérgica respuesta de Nerón a la devastación deben haberse visto gravemente debilitados por sus costes inevitables. L a cuestión central, empero, tiene que ver más con la creencia que con la economía. L a reacción de la gente ante la ruina económica directa e indirecta provocada por el Gran Incendio dependería, en gran parte, de lo que juzgaran como su causa. En esa materia Roma era una trampa, y sus residentes y edificios eran víctimas constantes de incendios grandes y pequeños. Los accidentes formaban parte de la vida, por mucho que uno se sintiera agraviado por el manejo imperial del problema. Pero si Nerón había iniciado de manera deliberada el incendio, si había causado de manera deliberada la muerte de miles de sus súbditos y las privacio­ nes de cientos de miles, el hecho habría sido verdaderamente monstruoso. ¿Fue Nerón el causante del Gran Incendio de Roma? En un comienzo, la opinión antigua estuvo dividida. Tácito nos dice de manera explícita que algunos autores (hoy perdidos) atribuían el Gran In­ cendio a motivos accidentales, y otros a una maquinación de Nerón. Sin embargo, una convicción no tardó en predominar, pues las opiniones supervivientes son virtualmente unánimes en culpar al emperador; Tácito es la única excepción, y confiesa no estar seguro.11 Sin lugar a dudas, Pli­ nio el Viejo, que estaba en Roma en esa época y detestaba a Nerón, tenía la certeza de que éste era culpable.12 En forma análoga, ni Suetonio ni Dión Casio tienen dudas, y la versión hostil comúnmente aceptada de las acciones de Nerón puede reconstruirse sobre la base de ambos autores, del siguiente modo.

1. Mausoleo de Augusto 2. Termas de Nerón 3. Termas de Agripa 4. Lago de Agripa 5. Saepta Julia 6. Teatro de Pompeyo 7. Teatro de Balbo 8. Templo de Apolo Sosiano 9. Teatro de Marcelo 10. Circo Vaticano 11. Naumaquia de Augusto 12. Circo Máximo 13. Templo de Júpiter Óptimo Máximo

14. Foro romano 15. Foro de Augusto 16. Domus Tiberiana 17. Templo del Divino Claudio 18. Domus Áurea, ninfeo ig. Domus Áurea, vestíbulo 20. Domus Áurea, lago de Nerón 2r. Domus Áurea, complejo opiano 22. Jardines de Mecenas 23. Jardines de Lamia 24. Campo pretoriano 25. Jardines de Salustio 26. Villa de Faón 27. Puente Milvio

La Roma de Nerón

Se decía que Nerón había deseado durante mucho tiempo ver en vida la destrucción general de la ciudad y el Imperio. Prueba de ello, su afir­ mación de que envidiaba al rey Príamo de Troya por haber contemplado la destrucción simultánea de su ciudad y su reino; prueba, también, el hecho de que enmendara un verso trágico griego citado por alguien en una conversación: en vez de “cuando yo esté muerto, que el fuego devaste la tierra” , “mientras yo esté vivo” . Se decía, asimismo, que la fealdad de los viejos edificios y las calles angostas y serpenteantes lo ofendía, y una obra escrita poco después de su muerte sostiene que quería vengarse de su pueblo porque éste, en 62, había apoyado a Octavia, su esposa aban­ donada.13 Nerón, por consiguiente, envió a sus agentes a destruir la ciudad, aun­ que en este punto hay diferencias entre los relatos del incendio inten­ cional. Dión presenta su historia como un hecho: los hombres del emperador, simulando estar borrachos o con mala intención, prendieron fuego a distintos edificios en diferentes partes de la capital y provoca­ ron así un pánico y un caos generales; más adelante se vio que algunos de los encargados de extinguir las llamas, soldados y vigilantes noctur­ nos (vigiles), en realidad las avivaban. El relato de Suetonio es similar: varios ex cónsules descubrieron a servidores personales de Nerón, los cubicularii, en sus propiedades, munidos de estopa y antorchas; y des­ pués, como codiciaba el espacio ocupado por varios almacenes alrede­ dor de la (futura) Domus Aurea, el emperador ordenó quemar y destruir esos depósitos. La historia de Tácito es semejante, pero presenta todo como un mero rumor: las iniciativas de rescate fueron obstaculizadas por un serie de personas anónimas que impidieron la extinción de las lla­ mas o lanzaron antorchas sin disimulo, mientras gritaban que alguien les había dado órdenes; el segundo estallido del fuego se produjo en la propiedad de Tigelino, y parecía que Nerón ambicionaba la gloria de fun­ dar una nueva ciudad y bautizarla con su propio nombre. El emperador no sólo causó la destrucción de su capital: se vanaglorió de ello o -como lo formuló de manera memorable una adición del siglo X V II a la leyenda- tocó la lira mientras Roma ardía. Otra vez, como hemos visto, los relatos de lo que efectivamente hizo varían de forma notable. Para las generaciones ulteriores, el rumor alcanzó la consistencia de un hecho: “Incendió la ciudad de Roma para poder presenciar un espectá­ culo semejante al de Troya cuando fue tomada y quemada” . No obstante,

en general la erudición moderna ha absuelto al emperador.14 Se han plan­ teado tres tipos de argumentos a favor de su inocencia, basados en la “probabilidad general”, los problemas exhibidos por nuestras fuentes y la popularidad sin mengua de Nerón. En cuanto al primero, los accidentes eran más que probables. La ciu­ dad de Roma, superpoblada, con construcciones deficientes y mal pro­ tegida por fuerzas de bomberos, sufría constantemente grandes incendios. Por otra parte, cuando estalló el incendio había luna casi llena, noche poco propicia para el accionar de incendiarios. La energía y magnitud de las medidas de Nerón para mitigar el desastre también podrían adu­ cirse para refutar su responsabilidad en el incendio, y el presunto motivo de la destrucción de la ciudad con el fin de reconstruirla es bastante pobre: una demolición y una reconstrucción racionales habrían sido mucho más prácticas que la conflagración incontrolable que arrasó incluso con su propio nuevo palacio, la Domus Transitoria, y de hecho con posteriori­ dad no hubo nada parecido a una completa renovación urbana. Segundo, en lo concerniente al tema de las fuentes, Tácito nos dice de forma explícita que algunos autores culpaban al azar y otros a Nerón, y él mismo parece auténticamente dubitativo en cuanto a la culpa del empe­ rador. Esta vacilación del historiador más grande de Roma es con segu­ ridad el argumento más fuerte a favor de la inocencia de Nerón.’5 Por lo demás, los relatos de Suetonio y Dión, que están convencidos del crimen imperial, son vagos y tendenciosos en toda su extensión. Los rumores que hacen pasar como hechos son inconsistentes, y uno de ellos refleja sin duda una incomprensión deliberada o ignorante de las vigorosas medi­ das defensivas de Nerón, esto es: la destrucción intencional de edificios por parte de sus agentes era la única manera de establecer un cortafuego. Y otros dos contemporáneos que mencionan al emperador y el fuego y carecen de razones para protegerlo, Marcial y Josefo, no lo acusan de incendio intencional.16 Además, por si sirve de algo, a diferencia de sus actitudes en otras crisis como la muerte de su madre, es innegable que nunca aceptó la responsabilidad por el incendio y transformó la culpabilización de otros en un espectáculo. Tercero - y muy interesante, cualquiera sea la evaluación que se haga-, parece que el pueblo de Roma no culpó a Nerón de sus calamidades. En rigor, ni Tácito ni Suetonio sugieren en parte alguna que lo hubieran hecho: ambos autores informan que el resentimiento con él se debía a

que había aprovechado el fuego para cantar y construir y los dos seña­ lan que los miembros de la elite lo acusaban de haberlo iniciado, pero no dan un solo indicio de la existencia de censuras populares.17 La única denuncia real aparece en Dión Casio, y es en extremo interesante. Dión asevera que el populacho maldijo a Nerón sin reservas, ¡con la sal­ vedad de que no mencionaron su nombre y dirigieron sus maldiciones a quienes habían quemado la ciudad! Luego reproduce un curioso inter­ cambio del emperador y sus súbditos. El pueblo estaba alarmado ante el recuerdo de un oráculo que había circulado en tiempos de Tiberio: “Cuando tres veces trescientos años hayan transcurrido, / la discordia civil destruirá a los romanos” . Nerón, con la esperanza de tranquilizarlos, proclamó que en ningún lado había prueba alguna de la existencia de esas palabras. Los residentes de Roma trajeron a colación entonces otra profecía, aparentemente sibilina: “Ultimo de la raza de Eneas, un asesino de madre reinará” . Como Dión comenta con solemnidad, ya se tratara de una profecía real o de una inspiración divina del pueblo, lo cierto es que era verdad, pues Nerón era el último emperador de la familia Julia, que descendía de Eneas.18 Tenemos aquí un clásico ejemplo del perro sherlockiano que no ladra en la noche. El pueblo de Roma no maldijo a Nerón: culpaban a perso­ nas desconocidas. Si hubieran creído que el emperador era el responsa­ ble del incendio, se lo habrían hecho saber con todas las letras en el teatro y el circo o por medio de libelos anónimos. No lo hicieron. Cuando su casa ardió, Nerón corrió de un lado a otro sin custodia, e inmediatamente después se mezcló sin resquemores con el pueblo desamparado en sus jardines: en ninguno de los dos casos una actitud propia de un hombre temeroso de la indignación popular.19 Y en lo sucesivo no hay señales de una pérdida de popularidad; a decir verdad, puede constatarse todo lo contrario en varios multitudinarios y elaborados espectáculos cele­ brados en los años siguientes. ¿Podían decenas de miles de ciudadanos desolados y sin hogar haberlo perdonado con tanta facilidad? Por otra parte, el primer pseudooráculo del relato de Dión no tiene nada que ver con el Gran Incendio. De hecho, había aparecido por pri­ mera vez en el año 19, justo antes de la muerte del príncipe Germánico, y el emperador Tiberio, tío de éste, había hecho esfuerzos considerables para demostrar que los versos eran espurios. El oráculo se refiere clara­ mente a la guerra civil y es parte de un patrón recurrente en Roma:

profecías que auguraban la ruina tras un ciclo de novecientos años.20 A lo sumo se trata de una reacción ante el incendio -una respuesta bastante torpe, si se quiere- y no de una atribución de culpa. El otro oráculo acerca del asesino de madre que es el último en el linaje de Eneas también profetiza la ruina de una manera general, pero carece asimismo de rela­ ción con un incendio intencional. Una pasquinada similar se encontrará en Suetonio: “¿Quién niega que Nerón proviene del gran linaje de Eneas? / Uno eliminó a su madre, el otro cargó con su padre” .21 Pero el bió­ grafo la incluye en una serie de escarnios semejantes, sin establecer cone­ xión alguna con el fuego, y la fecha obvia para el ataque debería ser 59, después de la muerte de Agripina, y no 64.22 Si los versos reaparecieron después del incendio, lo hicieron de forma singularmente inapropiada. En rigor, Suetonio dedica una sección de su biografía a la notable pacien­ cia con que Nerón toleró las maldiciones y maltratos que la gente le destinaba, y dice que mostró especial lenidad con quienes lo atacaban por medio de escarnios y libelos (dictis et carminibus), que en su mayoría aludían al matricidio y no lo acusaban en ningún caso de incendio inten­ cional. Los inventivos habitantes de Roma podían hacer algo mejor que eso. Tanto ellos como Nerón tenían pensado algo muy diferente. En síntesis, la probabilidad general, la incertidumbre de Tácito aunada a las inconsistencias de Suetonio y Dión y la popularidad sin mengua de Nerón dicen mucho a favor de su inocencia, que él mismo proclamó al identificar a los verdaderos culpables. Pero este planteo de la defensa, por racional que sea, no llega a parecer convincente. Dos argumentos podrían utilizarse para debilitarlo, y mucho: que los agentes de Nerón sí iniciaron el fuego, pero éste se les escapó de las manos y el empera­ dor se sintió horrorizado como cualquier hijo de vecino ante la destruc­ ción involuntaria; o que el incendio estalló de manera accidental y los agentes de Nerón lo avivaron en función de los objetivos de éste, sobre todo la segunda vez, cuando volvió a arder en la propiedad de su pre­ fecto pretoriano y tendió a propagarse a lugares públicos. Pero no es nece­ sario socavar el planteo de la defensa, dado que el argumento de la fiscalía es condenatorio: al parecer, Nerón fue efectivamente responsable del incendio desde su inicio. Hay dos pruebas, la primera de las cuales está constituida por las pala­ bras de un testigo presencial. En la primavera de 65 quedó expuesta, gra-

cías a una delación, la peligrosa conjura que pretendía asesinar a Nerón en el Circo Máximo el 19 de abril, para reemplazarlo por el indolente noble Calpurnio Pisón. La intriga era peligrosa precisamente porque la encabezaban varios oficiales superiores de la guardia pretoriana del mismo emperador: estaban implicados al menos tres centuriones, como mínimo tres de los doce tribunos y uno de los dos prefectos, y a posteriori otros cuatro tribunos fueron destituidos por su dudosa lealtad. Uno de los cabe­ cillas de este asombroso complot en el corazón del palacio fue el tri­ buno Subrio Flavo, uno de los pocos individuos mencionados en los Anales a quien Tácito admira sin reservas y presenta como un idealista resuelto que afrontó con valentía el martirio y la muerte.23 Delatado por otros conjurados, en un principio negó la acusación, pero luego “abrazó la glo­ ria de la confesión” : Interrogado por Nerón acerca de los motivos que lo habían lle­ vado a olvidar su juramento de obediencia, “ te odio” fue su res­ puesta. “Ningún otro soldado fue más leal a ti mientras mereciste ser amado. Comencé a odiarte cuando te convertiste en el ase­ sino de tu madre y tu esposa, en un auriga, un actor y un incen­ diario” . He mencionado las palabras mismas del hombre [ipsa rettuli Oerba\.2i Así, Nerón fue acusado en su propia cara del incendio intencional por un oficial superior de su guardia unos nueve meses después del desastre. Subrio Flavo no era un hombre propenso a actuar en función de los rumo­ res populares. Había pasado gran parte de su vida al lado o cerca del emperador y estaba efectivamente con él cuando Roma ardió.25 Quienes prefieren creer en la inocencia de Nerón podrían desestimar su acusa­ ción con la explicación de que era justamente el tipo de cosas que diría un conspirador, pero de todos modos se parece mucho a un único hecho concreto en un debate basado en opiniones sobre probabilidades. Fuera Nerón culpable o no, el episodio nos da la seguridad de que la acusación contra él se planteó mientras aún estaba vivo y no de manera postuma. Un indicio más sólido de su culpa radica en los actos notables de Nerón antes del Gran Incendio. En 64, nos cuenta Tácito, el emperador ya no pudo contener el deseo de correr cuadrigas y cantar y actuar en público. Se entregó al impulso de correr en Roma, pero sintió que su debut artís­

tico debía producirse en una ciudad griega, donde apreciaban ese tipo de cosas: primero en Ñapóles y luego en las ciudades de Acaya.26 Por con­ siguiente, emprendió la marcha con rumbo a Grecia. Una actuación a tea­ tro lleno en Ñapóles estuvo a punto de terminar en un desastre, cuando el edificio se derrumbó luego de la salida del público. Nerón celebró su fortuna con una canción de agradecimiento a los dioses y siguió adelante con su cortejo hacia el Adriático, con una parada en Beneventum para asistir a un espectáculo gladiatorio organizado por uno de sus compin­ ches, el mal afamado Vatinio. Luego, por razones desconocidas y ni siquiera claras en la época (causae in incerto juere), el emperador desistió de forma abrupta del viaje a Grecia y regresó a Roma. Tras este sorprendente trastorno de los planes imperiales sucedió algo aún más infrecuente: Nerón volvió a cambiar de decisión. Anunció ahora su intención de visitar las provincias orientales, en particular Egipto. En un edicto tranquilizó al público diciendo que no se alejaría durante mucho tiempo y que la prosperidad del Estado se mantendría. Hizo visitas de despedida a los templos de los dioses, donde sin duda ofreció sacrificios por un retorno seguro. Después de orar en el Capitolio, entró al templo de Vesta en el extremo oriental del Foro. Allí, según las palabras de Tácito, lo embargó de súbito un temblor en los miembros. Volvió entonces a abandonar por completo y de manera precipitada el viaje proyectado y afirmó reiteradas veces que sus planes personales tenían mucho menos importancia que su amor a la patria. Suetonio se explaya: renunció al viaje a Alejandría el día mismo de la partida, profundamente inquieto por el sentimiento religioso y una sensación de peligro. En su recorrida por los templos se había sentado en el santuario de Vesta y en ese momento lo asaltaron dos perturbadores presagios: al ponerse de pie, el borde de la toga se le enganchó en algo, y luego se hizo una oscuri­ dad tal que fue incapaz de penetrarla con la vista. Eso fue suficiente para decidirlo a permanecer en Roma. Tácito prosigue con la historia tras hablar de la profesión de amor de Nerón por su patria; dice entonces lo que se lee una vez más como una paráfrasis del edicto oficial que explicaba el último cambio de planes del emperador: Había advertido el triste semblante de los ciudadanos y conocido sus secretas quejas ante la perspectiva de que emprendiera un viaje

tan largo, cuando no podían tolerar siquiera sus breves excursio­ nes, pues estaban acostumbrados a consolarse en los infortunios gracias a la simple vista del emperador. Por eso, así como en las relaciones particulares [privatis necessitudinibus] los lazos más estre­ chos eran los más fuertes, así el pueblo de Roma tenía las preten­ siones más vigorosas y su deseo de retenerlo debía ser obedecido. Para confirmar la creencia de que ningún otro lugar del mundo le proporcionaba un placer semejante, Nerón dispuso la celebración de ban­ quetes en sitios públicos y trató toda la ciudad como si fuera su casa. Siguieron a ello el dudosamente célebre banquete de Tigelino, el infame casamiento con Pitágoras y la feroz destrucción de Roma, acontecimientos que se dieron, al parecer, en rápida sucesión. Y de las cenizas se levantó la oprobiosa Domus Aurea.27 Cabe concluir entonces que los sucesos que culminaron en el escán­ dalo y el desastre son verdaderamente extraordinarios. En un plazo de pocos meses, el emperador abandonó no una vez sino dos un viaje ofi­ cial a Oriente, la primera sin explicación mientras se encontraba en camino, y la segunda el día mismo de la partida. En esa segunda opor­ tunidad la propia Vesta, la diosa del hogar comunal de la ciudad, retuvo al hombre de quien se decía, por el contrario, que desdeñaba todos los cultos. En el edicto promulgado para explicar su conducta, Nerón hizo una ominosa referencia a las personas que, en el infortunio, se consola­ ban ante la vista de su emperador. Roma lo necesitaba. El antiguo templo redondo de Vesta se levantaba en el extremo orien­ tal del Foro romano, junto a la Via Sacra al pie del Palatino. Sumado al bosquecillo de la diosa y la gran casa adyacente de las vírgenes vestales, formaba un complejo denominado Atrium Vestae, la Casa de Vesta, que Augusto había ampliado hasta absorber las residencias oficiales de dos de los principales sacerdotes de la ciudad, el pontifex maximus y el rex sacrorum. EI templo mismo, con la forma de una vieja choza itálica, era el hogar de Roma y en él ardía el fuego eterno de la ciudad mante­ nido por las vírgenes. También era el corazón mismo de Roma, pues en su interior se guardaban los sacra de la ciudad, sus objetos sagrados, inclui­ dos el Paladio, una imagen de Atenea traída de Troya por Eneas; los Penates, los dioses familiares de Roma, y un falo que presuntamente alejaba el mal de la ciudad (el fascinus).28 Según Tácito, la Regia (resi-

La Roma de Nerón: zona central

dencia del pontifex maximus) y el templo de Vesta se quemaron en el incen­ dio, junto con los Penates del Pueblo Romano. Posteriormente, Nerón mostró una especial afinidad con su pariente Vesta. Tenemos la certeza de que se apresuró a reconstruir o reparar su templo, aunque no que­ dan huellas arqueológicas: lo mostró en sus monedas de oro y plata y es el único edificio así descrito, al parecer para tranquilizar al público en el sentido de que el templo había sido restaurado y el hogar de la ciudad estaba a salvo. También emprendió una amplia reedificación de la casa de las vírgenes vestales en una escala mucho más grande, como parte de la reconstrucción general de la Via Sacra adyacente, que conducía a su nueva Domus Áurea.29 El incendio de 64 destruyó por cuarta vez en la historia documentada el templo de Vesta, erigido por el legendario rey Numa más de siete siglos

atrás. En 391 a. C., un plebeyo llamado Marco Cedicio había recibido una advertencia de la inminente llegada de los galos, procedente de una voz más que humana “ en la V ia Nova, donde hoy se levanta el pequeño santuario por encima del templo de Vesta” o, según otra ver­ sión, procedente “del bosquecillo de Vesta” . Las palabras del dios des­ conocido, más tarde identificado como Aius Locutius, habían llegado “en el silencio de la noche” . Se supone que el templo de Vesta ardió en el saqueo galo, aunque los sacra se salvaron. En una de las más queridas leyendas de Roma, el piadoso plebeyo Lucio Albino, mientras huía con su familia a través del Tiber, se encontró con las vírgenes vestales empe­ ñadas en salvaguardar los objetos sagrados; hizo bajar entonces a su mujer y sus hijos del carretón y sacó a las sacerdotisas y los sacra de Roma para dejarlos a salvo en la vecina Cere. El siguiente incendio del templo se produjo en 241 a. C., cuando, en un episodio célebre, el pontifex maximusljacio Cecilio Metelo, que estaba a cargo de las vírgenes vestales, afrontó las llamas para salvar los sacra. L a tradición destacó dos aspectos de su historia. Uno es que el día antes de que el templo ardiera, Metelo tenía previsto trasladarse a su finca suburbana de Tusculum. Sin embargo, dos cuervos volaron junto a su rostro como si quisieran impedir el viaje; Metelo aceptó el presa­ gio y regresó a su hogar, la casa que en la época era tal vez la residen­ cia del pontifex maximus en la domus publica, junto al recinto de Vesta. El otro rasgo saliente del incidente es que una historia dada por cierta en los días de Nerón (aunque en realidad inventada en tiempos de Augusto) sostenía que Metelo había quedado ciego, de forma temporal o perma­ nente, a raíz de haber visto y tocado objetos que ningún hombre debía ver ni tocar. Tras algunos otros roces con el desastre, el templo ardió una vez más (según parece) en 14 a. C., cuando las llamas se propagaron desde la cercana Basílica Paulii, en el Foro. Una breve noticia en Dión nos cuenta que todas las vírgenes vestales -salvo la principal, que quedó ciegatrasladaron los objetos sagrados a la casa del sacerdote de Júpiter en el Palatino.30 A continuación, el templo volvió a quedar envuelto en lla­ mas en el Gran Incendio de 64. Pocos días antes de desatarse éste, Nerón había desistido de sus planes de dejar Roma cuando, en su templo, la diosa Vesta le impidió moverse y la oscuridad le provocó una ceguera temporal.

Nerón demostró ser una vez más un atento lector del pasado, más espe­ cíficamente de un pasado en que la advertencia y la ceguera tenían una estrecha conexión con el fuego y una amenaza para la ciudad. Como Cecilio Metelo, el día mismo de su partida, Nerón, que también era pontifex maximus, se vio impedido de dejar Roma a raíz de una inter­ vención sobrenatural. Así como un dios invisible había advertido de noche a Cedicio, así como Metelo había quedado ciego y así como la Virgo Vestalis Máxima había corrido la misma suerte, la profética pér­ dida de visión del emperador en presencia de Vesta señalaba cuál era el peligro que amenazaba su capital: era menester su participación para sal­ var los sacra del fuego. Es preciso subrayar dos temas específicos. Uno es la asociación del recinto de Vesta con la preservación de Roma. Su llama eterna (aeterni ignes), simbolizaba la eternidad de la ciudad, y los objetos sagrados depo­ sitados en su templo garantizaban la seguridad de Roma. Y muy en espe­ cial, el Paladio, la antigua imagen traída de Troya, era, en palabras de Cicerón, “la prenda de nuestra seguridad y nuestro Imperio” .31 Cuando Ilus marcó los límites de la futura ciudad de Ilion o Troya, rogó por una señal y descubrió una imagen de madera semienterrada que resultó ser la estatua de Atenea, hecha por ella misma en recuerdo de su amiga Palas, cuyo nombre y carácter adoptó, como Palas Atenea; la diosa había arro­ jado la imagen a la tierra. Cuando Ilus consultó a Apolo acerca del sig­ nificado del presagio, el dios respondió: “Preserva a la diosa celestial y preservarás la ciudad: ella transportará consigo el corazón del imperio (imperium loci). Esa era la imagen rescatada de la feroz destrucción de Troya por Eneas (o robada por Diomedes y Odiseo) y llevada finalmente por sus descendientes a Roma: “Mientras ella esté salvo -dijo Cicerón-, nosotros lo estaremos” .32 Tan poderosa era la diosa en cuestión que a ese sentido de preserva­ ción se vinculaba una sensación de peligro. El Paladio de Roma, que al parecer no estaba prohibido contemplar, se asimiló a una tradición griega de estatuas guardianas: “ Cada una de esas estatuas era pequeña y una sola persona podía transportarla, estaba prisionera o atada y causaba ceguera, locura o esterilidad cuando se la miraba” . La tradición que relaciona la ceguera con la salvación del Paladio de las llamas es confusa y combina la pérdida de la vista como advertencia de un peligro inminente con esa misma pérdida como castigo por ver lo que es preciso rescatar. Podemos

estar seguros de que ambas se confundían a partir de la doble tradición según la cual no se sabía con certeza si la pérdida de la vista de Metelo era permanente o temporaria y de la clara asociación que Nerón hacía de sí mismo con Cecilio Metelo (retención sobrenatural del pontifex máxi­ mum. en Roma para salvar los sacra del templo de Vesta y ceguera tem­ poraria que era profética y no posterior a los hechos).33 La abrupta e inexplicable cancelación de los viajes al exterior (luego de considerables preparativos), no una sino dos veces; la sugerencia plan­ teada en el edicto de Nerón de que su presencia era necesaria para ani­ mar a sus conciudadanos en la adversidad; los significativos presagios del templo de Vesta (y quizá también del derrumbe del teatro en Nápoles), y la conexión fundamental entre el peligro para el hogar de Roma y la conceptualización de ésta como una casa y de sus ciudadanos como los parientes cercanos de Nerón apuntan a un mismo fin: que el empe­ rador sabía lo que estaba por suceder. Un oficial veterano de su guar­ dia, un hombre que había estado con él durante el incendio, lo acusó nueve meses después, y en la cara, de haberlo provocado. Parecería que, después de todo, Nerón fue el responsable del Gran Incendio, como sostenían sus críticos antiguos, y su motivo sólo pudo haber sido el adu­ cido, esto es, el hecho de que quería reconstruir la ciudad. Antes del incendio, Nerón se había entregado a una retórica suma­ mente populista -el pueblo de Roma era su pariente más cercano y más querido, toda la ciudad era su casa- y había materializado esa misma retórica en elaborados banquetes saturnales realizados en lugares públi­ cos. Tras el incendio, la retórica y su materialización prosiguieron. Una vez apagado el incendio, el emperador llevó a cabo con toda solem­ nidad las grandes ceremonias religiosas necesarias para apaciguar a los dioses y expiar el pecado. Se consultaron los Libros Sibilinos, restos de la antigua colección de profecías enunciadas por la Sibila de Cumas al rey Tarquino Prisco y depositadas por Augusto en el templo de Apolo en el Palatino. En cumplimiento de lo establecido en esos libros, se ofre­ cieron plegarias a determinados dioses: como Tácito nos cuenta, se hicie­ ron súplicas a Vulcano, Ceres y Proserpina y las matronas de Roma aplacaron ajuno. ¿Por qué ese dios y esas diosas en particular? La expli­ cación habitual con respecto a los tres primeros es que Vulcano era el dios del fuego y que el templo de Ceres y Proserpina se encontraba cerca

del lugar donde se había iniciado el incendio; no se ha propuesto razón alguna para la destacada inclusión de Juno.34 Sin embargo, debería decirse algo más. En lo concerniente al dios del fuego, ahora sabemos que se le hizo una promesa, aunque no fue cumplida hasta varios años después de la muerte de Nerón: se instalarían altares en distintas partes de la ciudad, cuyas superficies se mantendrían despejadas de edificios y cultivos, y cada año un magistrado debería ofrecer plegarias y sacrificios al dios el día de su festividad, las Vulcanales (23 de agosto), “a fin de mantener a raya los incendios” .35 Pero en 64 el primer sacrificio a él debe haberse hecho en su altar situado en el corazón de Roma, el Vulcanal del Foro, que, gracias al trabajo detectivesco de Filippo Coarelli, ahora podemos ubicar con exactitud: era el monumento conocido como Niger Lapis, la piedra negra que marcaba el lugar de la muerte o desaparición de Rómulo, parte de un área muy sagrada dentro del Comicio, hoy directamente frente a la Curia Ju lia, la casa del Senado aún en pie, sucesora de la construida por Julio César.3® La significación de ese santuario de Vulcano surge en yuxtaposición con Ceres y Proserpina. En realidad, éstas no eran las diosas del templo de Ceres, Líber y Libera (Proserpina), que se levantaba en la falda más baja del Aventino cerca del Circo Máximo: ese santuario está próximo al extremo noroeste del circo, mientras que el incendio estalló en el extremo sudeste, adyacente al Palatino y el Celio, y entre ambos se encuen­ tran los templos de muchos otros dioses igualmente ofendidos.37 La pres­ cripción de la Sibila se refería a hacer súplicas en el mundus, un pozo ritual abovedado y dividido en dos partes: tres días en el año, en los que no podía haber actividades públicas y las actividades privadas eran escasas, se sacaba una tapa (munduspatet) para dejar ver las Puertas del Infierno, a través de las cuales los espíritus de los muertos podían salir a errar por la ciudad. Este pozo se conocía como pozo de Ceres (mun­ dus Cereris), y estaba consagrado asimismo a su hermana Proserpina y a Dis Pater (Plutón), esposo de esta última y rey del inframundo; en pala­ bras del culto anticuario Varrón: “ Cuando el mundus se abre, es como si se abrieran las puertas de los tristes dioses infernales” .38 La ubicación exacta del mundus es tema de debate. También en este caso Coarelli, gracias a su trabajo con fragmentos literarios y arqueológicos, ha pro­ porcionado una brillante respuesta: el mundus era la trinchera redonda

que, según se decía, había sido excavada por Rómulo en el Comicio, y en la cual arrojó diferentes primicias (Ceres era diosa de las cosechas) al fundar la ciudad de Roma; debe identificárselo con el el centro de Roma (umbilicus Romae), mientras que es menester identificar el adyacente altar de Saturno (como sabemos por textos antiguos) como el Vulcanal.39 No todos los especialistas han aceptado esta solución, pero debe quedar claro lo siguiente: que el mundus de Ceres también era, en efecto, el mundus de Rómulo el fundador, y que se encontraba en el Comicio, a unos treinta metros (a lo sumo) del Vulcanal.40 Vulcano y Ceres eran dioses peligrosos a quienes había que propiciar: el primero como el dios del fuego, la segunda como la diosa del castigo y custodia del pasaje entre este mundo y el próximo. Pero lo que los unía era particularmente el Comicio. El festival de Vulcano, las Vulca­ nales, se celebraba en el Vulcanal de ese lugar el 23 de agosto, y todos los años el mundus de Ceres se abría por primera vez justamente el día siguiente, 24 de agosto. El Comicio, en el extremo occidental del Foro, debajo del Capitolio y junto a la casa del Senado, era un área identifi­ cada sobre todo con el pueblo de Roma, el lugar original de la asam­ blea pública, y Vulcano y Ceres eran dioses preponderantemente populares. Ceres la proveedora había estado íntimamente asociada con la plebe desde el establecimiento de su templo en el Aventino a principios del siglo V a. C.; de Vulcano, por su parte, se nos dice que el pueblo mismo, y no los sacerdotes, le hacía las ofrendas, y que antes de que se cons­ truyera el Rostra los magistrados se dirigían a la multitud desde el Vul­ canal. Vale decir, en sustancia, que al principio las asambleas populares se convocaban en este último.41 Así, la propiciación de los dioses después del Gran Incendio fue un acto marcadamente populista. Al mismo tiempo era de forma visible un acto de recordación de Rómulo y la fundación de la ciudad: el mundus era la trinchera fundacional excavada por el pri­ mer rey, mientras que el Vulcanal, según una versión, había sido esta­ blecido por él (según otra, por su camarada Tito Tacio); marcaba el sitio de su primera victoria militar y era, por último, el lugar de su muerte o desaparición.42 Las ceremonias de propiciación, en consecuencia, tam­ bién estaban destinadas a recordar a los espectadores la primera fuñdación de la ciudad. El tema de Nerón fue el renacimiento de su ciudad a través de y con el pueblo de Roma, celebrado apenas treinta días des­ pués de la extinción del fuego.

¿Qué pasaba entonces con Juno, que era en apariencia la más ofendida de las deidades? Las matronas de Roma procuraron aplacarla, primero en su templo del Capitolino y luego en la costa marítima, de la que lle­ varon agua para purificar el templo y la estatua de la diosa. Las casadas también realizaron banquetes religiosos a las que la invitaban, así como vigilias nocturnas. ¿Por qué Juno, cuando es indiscutible que el Capito­ lio había escapado al fuego? No se trataba, sin embargo, de lajun o de la tríada capitolina que com­ partía el templo de Júpiter Optimo Máximo con Júpiter y Minerva. Era Ju no Moneta, cuyo templo también se levantaba en el Capitolio, pero en la estribación conocida como A rx, y cuyo epíteto se consideró (erróneamente) derivado de la palabra “ advertir” o “ avisar” (monere), razón por la cual era “Juno la Avisadora” . Juno Moneta era objeto de una mezcla de asociaciones (históricamente improbables) con el saqueo galo de 390 a. C. El dictador M. Furio Camilo, hijo y homónimo del dictador que había derrotado a los galos, prometió en 345 a. C. la cons­ trucción de su templo. Este se levantó un año después en el sitio de la casa de M. Manlio Capitolino, el defensor del Capitolio en 390 a. C. a quien los gansos de Juno advirtieron del furtivo ataque de los galos; Man­ lio había sido condenado por aspirar a la tiranía, se lo ejecutó (en un relato su enemigo es el gran Camilo) y su casa fue arrasada en 384 a. C. O bien, de acuerdo con otra versión, ya en 390 a. C. había un templo de Juno en el lugar, la casa de Manlio estaba situada en las cercanías y los gansos de la diosa despertaron a su vecino, por lo cual ella ya erajuno la Avisadora.43 En una ciudad donde la religión se aferraba tanto a los lugares, Juno Moneta recordaba la resistencia a los galos. El saqueo de éstos y el renacimiento de la ciudad tras la derrota de los invasores se convirtieron en un tema central después del Gran Incendio de 64. Como cuenta Tácito : “Hubo algunos que señalaron que este incendio había comenzado el 19 de julio [literalmente : el decimocuarto día antes de las calendas de agosto], y ese día los senones habían quemado la ciu­ dad capturada. Otros se tomaron incluso el trabajo de calcular que un número igual de años, meses y días había transcurrido entre los dos incen­ dios” .44 Como tantas otras veces, para explicar y justificar el presente, ellos y Nerón recurrían a historias del pasado. E l saqueo galo de Roma fue tema de leyendas que todo el mundo conoce.45 Según la datación tradicional, en 390 a. C. (387-386 a. C., en

realidad), y como parte de una oleada general de migración gala hacia Italia, la tribu de los senones cayó sobre Roma. Los líderes de ésta no sólo ignoraron la advertencia divina hecha a Marco Cedicio, sino que procuraron desplazar al único hombre que podría haber salvado la ciu­ dad, Marco Furio Camilo, que marchó al exilio cuando lo acusaron fal­ samente de dar mal uso al botín obtenido en su reciente captura de la ciudad etrusca de Veyes. Al intentar entrar a Roma, los galos tropeza­ ron con la oposición de un ejército romano emplazado sobre la orilla izquierda del Tiber en su confluencia con el río Alia, a algunos kilóme­ tros al norte de la ciudad, el 18 de julio (xv a.d. kalendas Sextiles). En lo sucesivo, esa fecha, el día en que los galos aplastaron a sus tropas, quedó marcado para siempre como la jornada más negra del año romano. Una gran parte del ejército huyó a la cercana Veyes, que Camilo había tomado apenas seis años antes. Roma quedó indefensa y las fuerzas galas entra­ ron a ella sin encontrar resistencia; los relatos difieren en cuanto a la fecha precisa, pero en la versión de Livio fue el 19 de julio, el día des­ pués de la desastrosa derrota (es decir el mismo día del estallido del Gran Incendio en 64). , La ocupación gala dio origen a algunas de las leyendas más atesora­ das de la historia romana: el episodio del piadoso plebeyo Lucio Albino y el rescate de las vírgenes vestales y sus sacra·, la historia de los sena­ dores, sentados en silencio y con severo semblante en el vestíbulo de sus casas y vestidos con las togas oficiales, como si fueran estatuas de los dioses de mirada intimidante, hasta que uno de los invasores acari­ ció la barba de Marco Papirio, éste lo golpeó en la cabeza y el resul­ tado fue una masacre general; el relato del intento secreto de los galos contra la partida de romanos sitiados en el Capitolio, frustrado por el alboroto de los gansos sagrados de Juno, y la historia de la iniciativa romana de sobornar a los invasores para inducirlos a retirarse, el pesaje de casi quinientos kilos de oro y la actitud del caudillo galo al arrojar su espada en la balanza y pronunciar una palabras que de allí en más serían odiosas a los oídos de los romanos: ¡Ay de los vencidos! (Vae vic­ tis). En ese punto de la leyenda, el héroe Camilo acude presuroso al rescate: Camilo, el conquistador de Veyes, el exiliado ahora designado dictador por el Senado, que interrumpe las negociaciones y no tarda en aniquilar a los galos en combate. Los romanos estaban familiariza­ dos con todas estas historias.

Tras asesinar a Papirio y los demás dirigentes de Roma, los galos habían saqueado sus casas, que luego quemaron. El pillaje y los incendios pro­ siguieron durante varios días, hasta que la tierra seca, el calor y las nubes de cenizas y polvo demostraron ser nocivas para los propios inva­ sores; la ciudad, en suma, había quedado medio derruida (semiruta). Cuando los romanos la reconquistaron se suscitó un gran debate. Gran parte del populacho, acicateado por los tribunos, mostraba una fuerte inclinación a abandonar las ruinas y emigrar a la ciudad recién tomada de Veyes, a unos 15 kilómetros al norte de Roma.4® Los senadores, enca­ bezados por el dictador Camilo, querían en cambio quedarse en ella y reconstruirla. En el núcleo del discurso de Camilo al pueblo, según la versión de Tito Livio, hay un apasionado llamamiento a su religión ancestral y su abru­ mador sentido del arraigo en un lugar: “Tenemos una ciudad fundada con todos los ritos debidos de auspicios y augurios; ni una sola piedra de sus calles deja de estar impregnada por nuestro sentido de lo divino; para nuestros sacrificios anuales están fijados no sólo los días sino tam­ bién los lugares donde pueden celebrarse. Hombres de Roma, ¿aban­ donaríais a vuestros dioses, los espíritus tutelares que protegen a vuestras familias y aquellos a quienes las naciones oran como sus salvadores?” .47 Livio señala que Camilo conmovió a su auditorio, sobre todo al refe­ rirse a cuestiones religiosas, y un buen presagio dio por finiquitado el asunto: mientras un destacamento de la guarnición atravesaba el Foro cercano, el centurión exclamó: “Portaestandarte, pon la enseña aquí; parece un buen lugar para quedarse” . Pero aun antes de que la piedad hubiese convencido al pueblo de permanecer, Camilo, “muy solícito observante del decoro religioso” , obtuvo del Senado un decreto general de restauración de la religión. La primera disposición de ese decreto esta­ blecía que todos los templos que habían sido ocupados por los galos debían restaurarse e imponía la redefinición de sus límites, así como la purificación de los santuarios de acuerdo con instrucciones que era menes­ ter busca en los Libros Sibilinos.48 Luego de honrar y aplacar a los dio­ ses (y de que el pueblo se hubiera persuadido de permanecer debido a ellos), fue posible poner en marcha la reconstrucción material. De acuerdo con Tito Livio, cuando Camilo entró a Roma después de derrotar a los galos, sus tropas lo saludaron como “Rómulo, padre de la patria [parenspatriae] y segundo fundador de la ciudad” . Sin embargo,

la mayoría de sus hazañas son ficticias o están tan sumergidas en la fic­ ción que resultan casi irrecuperables. En efecto, la mayor parte de la historia de la invasión gala es una invención patriótica que reformula como un triunfo la humillación romana. En realidad, la ciudad sufrió a lo sumo ligeros daños, es decir que alguna casas fueron arrasadas, pero no hay huellas arqueológicas de la destrucción; Roma no quedó en rui­ nas. De la misma forma, la tradición de que una nueva y destartalada ciu­ dad, construida a toda prisa, reemplazó una vieja urbe planificada y ordenada según el modelo griego, es simplemente falsa. Se trata en esen­ cia de una ficción destinada a explicar el diseño caótico de la ciudad a fines de la República. Por otra parte, es muy posible que los galos tam­ bién conquistaran el Capitolio. Existe casi plena certeza de que fueron sobornados, y el rescate se recuperó en una batalla ulterior. Además, muchos de los detalles de anticuario, como los orígenes de los Juegos Capitolinos o el santuario de Aius Locutius, la Voz Elocuente que había advertido a Cedicio, son adiciones al relato.49 Pero en este caso la verdad histórica es irrelevante; la leyenda que se remonta al menos al siglo II a. C. es lo que el pueblo creía. Al referirse a la muerte de Camilo unos 25 años después de la invasión gala, Tito Livio lo honró con un elogioso obituario, como un hombre único en materia de fortuna, tanto buena como mala, y el principal ciudadano (princeps) en la paz y en la guerra, digno de ser considerado como el segundo fundador de la ciudad de Roma después de Rómulo (secundum a Romulo conditorem urbis Romanae).50 La conexión entre el Gran Incendio del 19 de julio de 64 d. C. y el legendario incendio del 19 de julio de 390 a. C. no era un mero capri­ cho de numerólogos anticuarios. En Tácito, la descripción del incendio está completamente impregnada de ecos del saco galo narrado por Tito Livio, desde el desastre (el clades), hasta la construcción de la nueva ciu­ dad (nova urbs). Dión, que no dice nada sobre la coincidencia de fechas, afirma que en el momento culminante del incendio la gente miró más allá de su catástrofe personal para llorar la pérdida común, y recordó que antaño la mayor parte de la ciudad había sido destruida por los galos. Hay incluso una referencia inconfundible al incendio en el Satiricon, la novela contemporánea de Petronio. Y más aún, un libelo acerca de la Domus Áurea sólo es comprensible si la gente tenía presentes los acon­ tecimientos de 390 a. C.: “Roma se convierte en una casa: emigrad a Veyes, romanos, a menos que la casa también se apodere de ella” .51

L a utilidad primaria del saqueo de 390 a. C. para Nerón consistía en señalar el nacimiento de la vieja ciudad de Roma en la mentalidad popu­ lar. No importaba (y nadie sabía) que la ciudad no hubiera sido realmente destruida por los galos ni que la irracional conejera de calles angostas y edificios de mala calidad hubiese existido mucho antes del saqueo. La historia que explicaba el plano irregular de la ciudad, por lo menos al margen de las zonas públicas, no se interesaba en la inmensa inmigra­ ción que ella había recibido en los dos últimos siglos de la República ni en las viviendas colectivas de pacotilla levantadas para albergar a un populacho en aumento. La raíz legendaria del problema era la precipi­ tada reconstrucción popular después del supuesto saqueo galo. Tito Livio describe vividamente el bullicio de 390-389 a. C.: La propuesta de la migración fue rechazada y la reconstrucción de la ciudad se puso en marcha. El trabajo de reedificación estaba mal planeado. El Estado suministraba a sus expensas las tejas; el permiso para cortar madera y piedra cantera se otorgaba sin res­ tricción alguna, salvo una garantía de que la estructura en cues­ tión se completaría en el término de un año. Todos los trabajos fueron precipitados y nadie se molestó en controlar que las calles fueran rectas; los derechos de propiedad individuales se ignora­ ron y los edificios se levantaron donde hubiera lugar para ello. Esto explica por qué las antiguas cloacas, que originariamente seguían la línea de las calles, hoy corren en muchos lugares por debajo de casas particulares, y por qué el plano general de Roma se parece más a un asentamiento de intrusos que a una ciudad pla­ nificada como es debido.·52 Antes de Livio, Diodoro había contado la misma historia: que la gente podía construir donde se le antojara y el Estado le suministraba tejas para los techos, y por eso los estrechos y retorcidos callejones de siglos pos­ teriores. Plutarco presenta el mismo cuadro al hablar de una edificación distribuida de forma promiscua y al acaso, que dio origen a callejones angostos y tortuosos y casas apiñadas, y también él destaca que la nueva ciudad, con murallas y todo, se levantó en un año. Así, la ciudad nació una segunda vez (en opinión de Tito Livio), aún más fecunda, de sus viejas raíces. Los ciudadanos trabajaron sin descanso para reconstruirla,

y estaban demasiado ocupados para acudir siquiera a las reuniones con­ vocadas por sus tribunos. La población creció de forma desmesurada y los edificios brotaron por doquier. El Estado ayudaba a costearlos y los ediles apremiaban a la gente como si se tratara de obras públicas, mien­ tras los ciudadanos particulares aceleraban los trabajos en su deseo de ter­ minarlos. (Plutarco también muestra que los pobladores se alentaban unos a otros). Transcurrido un año, concluye Livio, la nueva ciudad (nova urbs), estaba en pie.53 Esa era la ciudad asolada por el Gran Incendio de 64: “En su furor, las llamaradas recorrieron en un principio los sectores llanos de la ciudad y luego, al ascender a las colinas, mientras volvían a sembrar la devastación por doquier debajo de ellas, sobrepasaron todas las medidas preventi­ vas; así de rápido fue el mal y así quedó por completo a su merced la ciudad, con esos estrechos pasajes serpenteantes y esas calles irregulares que caracterizaban la vieja Roma \vetus Roma\” .5i El fuego había destruido la nueva Domus Transitoria de Nerón y arrasado el valle entre el Pala­ tino y la base del Esquilino. El emperador comenzó a erigir de inme­ diato su nuevo palacio, la Domus Aurea, junto con su parque en el valle y las laderas circundantes, un proyecto que implicaba no sólo una cons­ trucción en gran escala sino inmensos trabajos de ingeniería; una fanta­ sía ruinosamente costosa, pero que debe de haber proporcionado empleo a miles de trabajadores desesperados. En otros lugares de la ciudad Nerón reconstruyó con rapidez y racionalidad, como cuenta Tácito : Los terrenos no ocupados por su mansión no se construyeron, como había sucedido tras el incendio provocado por los galos, de manera indiscriminada y al azar, sino con hileras de calles bien trazadas, con amplias vías públicas, restricciones a la altura de las casas, espacios abiertos y el añadido de columnatas, como protección para las fachadas de los edificios de inquilinato.55 Nerón prometió pagar de su propio bolsillo esas columnatas y entre­ gar los espacios despejados a los propietarios de los edificios adyacen­ tes.56 También ofreció recompensas a quienes terminaran con rapidez las tareas de reconstrucción, y dispuso que los escombros fueran llevados líb e r abajo en naves de transporte de granos vacías y se depositaron en los pantanos en torno de Ostia. Ordenó que en los nuevos edificios se

utilizara piedra resistente al fuego; designó funcionarios encargados de impedir la extracción privada ilegal (y peligrosa) de agua de los acue­ ductos públicos; exigió que todos los propietarios de casas tuvieran equi­ pos de combate contra el fuego en sus atrios, y prohibió la construcción de muros compartidos. En suma, actuó como podría haberlo hecho el mejor de los emperadores, con una actitud meditada y respetuosa de los consejos sensatos, por el bien de su pueblo. Cualquiera fuese la realidad, la leyenda decía que, tras el presunto incendio de 390 a. C., la reconstrucción también presunta de la ciudad fue en gran parte un movimiento popular, desencadenado por un prin­ ceps, Camilo, que era el segundo fundador de Roma. Ahora las cosas iban a hacerse como correspondía, mediante la intervención del pue­ blo, pero con su emperador al mando. Tal cual las autoridades habían hecho en 390 a. C., también Nerón estimuló en 64 d. C. la acción rápida. A sí como antes había imperado el caos, ahora prescripciones pruden­ tes y modestas guiaban a los constructores particulares, pero también existían importantes recompensas materiales para ellos: las columnatas gratuitas y, asimismo, un incremento real de la superficie de las pro­ piedades, representado por las zonas despejadas en torno de los edifi­ cios. Tal vez hubiera otros incentivos de los cuales no sabemos nada; parece probable, por ejemplo, que cualquier liberto manumitido de manera informal (un “latino juniano” ) pudiera obtener la ciudadanía plena si tenía como mínimo doscientos mil sestercios y gastaba al menos la mitad de su fortuna en la construcción de una casa en la ciudad.57 Hasta aquí, podemos ver una congruencia artísticamente satisfactoria, aunque letal, en los planes y las acciones de Nerón: la obra de un hom­ bre que, como el Periandro de la leyenda, consideraba que sus fines justi­ ficaban sus medios y que personalmente estaba por encima de la moral común. Roma sufriría como lo había hecho en el pasado y renacería de las cenizas en una forma que acercaría aún más al pueblo y su princeps, el nuevo Rómulo, el nuevo Camilo. Pero hay un macizo obstáculo a esta visión, la Domus Áurea: Roma fue reconstruida, en efecto, pero sólo en “los terrenos no ocupados por su mansión” . Tanto para antiguos como para modernos, la Casa de Oro ha sido el ejemplo por antonomasia del lujoso retiro privado de un megalómano espectacularmente rico, pero a diferencia de Neuschwanstein o san Simeón no se elevaba en una colina distante sino al costado de un valle en el corazón mismo de Roma. Mientras su pueblo

acampaba en medio de las sepulturas, Nerón “aprovechó la ruina de su patria” (así dice Tácito) para construir su fabulosa casa. ¿Cómo puede esta oprobiosa fantasía concillarse con su retórica populista? De las muchas locuras de Nerón, ninguna más magnífica que su Xanadú, la legendaria Domus Aurea, la Casa de Oro. Suetonio, con mucho nues­ tra fuente más importante, capta su imponente “tamaño y esplendor” con fascinada desaprobación: Su vestíbulo tenía la elevación suficiente para contener una esta­ tua colosal del emperador de más de 35 metros de alto. Tan grande era la casa que tenía una triple columnata de un kilómetro y medio de longitud. También había un lago, como si fuera un mar rode­ ado de edificios que daban la idea de ciudades, además de varia­ das extensiones de campiña con campos cultivados, viñas, dehesas y bosques, con gran cantidad de animales salvajes y domésticos. Todo el resto de la casa estaba cubierto de oro y adornado con joyas y madreperlas. Había comedores con techos recamados de marfil, cuyos paneles podían volcarse para dejar caer lluvias de flores, además de estar provistos de tuberías para rociar a los hués­ pedes con perfumes. El salón principal de banquetes era circular y giraba día y noche sin cesar, como la bóveda celeste. Alimenta­ ban los baños aguas marinas y sulfurosas. Terminado el edificio de esta forma, en su dedicación Nerón no tuvo mejor ocurrencia que decir, a modo de aprobación, que por fin iba a empezar a habi­ tar como un ser humano. En el mismo sentido, Tácito es mucho más sucinto: Nerón [...] levantó una mansión en la que joyas y oro, ya desde hace mucho objetos habituales y muy adocenados por nuestra extravagancia, no eran tan maravillosos como los campos, lagos y selvas artificiales, con bosques en un lado y espacios abiertos y amplios panoramas en otro. Ha llegado hasta nuestros días otra fuente literaria importante sobre la Domus Áurea, un epigrama de Marcial publicado en 80 para celebrar

unos espectáculos patrocinados por el emperador Tito en el Coliseo recién construido, Como el nuevo anfiteatro se levantaba en los terrenos mis­ mos de la Domus Áurea, el poeta aprovechó la oportunidad para con­ trastar el estado del lugar en 64 con su situación en esos momentos: Donde el coloso estrellado tiene las constelaciones al alcance de la mano y elevados andamios se alzan en medio del camino, fulguraron un día los odiosos salones de un cruel monarca [esto es, el vestíbulo] y en toda Roma sólo una casa había en pie. Donde se eleva ante nuestros ojos la augusta masa del anfiteatro [el Coli­ seo], estuvo antaño el lago de Nerón. Donde admiramos las cáli­ das termas [de Tito], un presuroso don, una arrogante extensión de tierra había despojado a los pobres de sus moradas. Donde la columnata claudiana [el pórtico del templo del Divino Claudio] despliega su vasta sombra, se encontraba el sector más exterior del extremo del palacio. Bajo tu gobierno, César, Roma ha recupe­ rado su lugar y los parques que pertenecían a un amo hoy perte­ necen al pueblo.58 Parte de la Domus Áurea ha sobrevivido hasta la actualidad: vastas rui­ nas subterráneas en el Mons Oppius, una estribación del Esquilino. Incon­ clusa a la muerte de Nerón y luego dañada por el fuego, casi cincuenta años después el emperador Trajano rellenó los terrenos que ocupaba e instaló en ellos los cimientos de su gran complejo termal. Redescubierta durante el Renacimiento, sus habitaciones, ahora “grutas”, sirvieron para estimular a generaciones de artistas con sus pinturas “grotescas” . Las som­ brías ruinas subterráneas y las deslumbrantes descripciones literarias de lo que fueron algún día han fascinado a reyes, artistas y académicos desde entonces. Pero pocas veces se plantea directamente esta pregunta: ¿por qué Nerón construyó la Domus Áurea? O, en términos más románticos, ¿qué quería decir con la referencia a “habitar como un ser humano” ? Para contestar este interrogante, es menester encontrar la respuesta a otra pregunta: ¿dónde construyó la Domus Áurea? Suetonio nos dice: “Hizo un palacio que se extendía desde el Palatino hasta el Esquilino, que en un principio denominó Casa de Tránsito, Domus Transitoria, pero cuando ésta se quemó no tardó mucho en hacer cons­ truir otra, la Casa de Oro, Domus Áurea",5ÿ Tácito agrega que Nerón retornó

de Antium a Roma cuando las llamas se acercaron a la domus mediante la cual había conectado (continuaverat), el Palatino y losjardines de Mece­ nas (horti Maecenatis) (que se encontraban en el Esquilmo).60 Todo esto parece perfectamente claro. En los días de Nerón, el área antes residen­ cial del Palatino estaba ocupada por dos grandes complejos de palacios imperiales: la Domus Palatina, Casa de Augusto, en el sudoeste, con vista sobre el Circo Máximo, y al norte de ella la Domus Tiberiana, Casa de Tiberio, que dominaba la Via Sacra y el extremo oriental del Foro. Por otra parte, la colina del Esquilino, al este, se asociaba particularmente con los “jardines” (horti), es decir vastas villas campestres de los subur­ bios internos, sobre todo las grandes extensiones de losjardines de Mece­ nas y de Lamia, ahora pertenecientes al emperador. Esas fueron las superficies reunidas por Nerón, el Palatino público y el Esquilino parti­ cular, a través del valle donde más adelante se levantaría el Coliseo. Pese a estas indicaciones bastante precisas, los críticos antiguos de Nerón no nos dejan dudas: la casa estaba en todas partes, se adueñaba de la ciu­ dad. Como Tácito dice de manera despectiva y al pasar, luego del incen­ dio el emperador reconstruyó “los terrenos [de la ciudad] no ocupados por su mansión” . Tras su muerte, Marcial (que había estado en Roma durante su construcción) se quejó de que había una sola casa en pie en toda la ciudad. Plinio el Viejo (que también se encontraba en la capital) aseveró de forma explícita, en un tono de marcada desaprobación y no una sino dos veces, que la Domus Aurea rodeaba Roma. ¿Por qué dete­ nerse allí? En los propios días de Nerón el libelo anónimo antes men­ cionado continuaba: “Roma se convierte en una casa: emigrad a Veyes, romanos, a menos que la casa también se apodere de ella” .61 El hechizo de la Domus Áurea parece incitar a la hipérbole. ¿Realmente se apo­ deró de toda la ciudad, ocupaba su mayor parte, la rodeaba? Y ya que estamos, ¿la immensa domus de Vedio Polio, “la obra de una ciudad”, abar­ caba efectivamente una superficie más grande que muchas pequeñas ciu­ dades, como sostuvo Ovidio? ¿Fue Herodiano rigurosamente exacto al afirmar que el palacio de los Severos, construido más adelante, era más grande que toda una ciudad?62 Los eruditos modernos se han sentido embelesados ante la presunta vastedad de la fabulosa Domus Áurea. Bastante tiempo atrás se identifi­ caron elementos de su predecesora, la Domus Transitoria, en un patio con fuentes de maravillosa elegancia situado en el Palatino, los llama­

dos Bagni di Livia, sin duda de la época neroniana y cubiertos por la ulte­ rior Domus Flavia de los emperadores flavianos; es decir que se encon­ traba al este de la Casa de Augusto. Y desde que en la década de 1980 se reveló que la espléndida Domus Tiberiana era en esencia un palacio neroniano, también se ha afirmado que formaba parte de la Casa de Oro: en efecto, se la ha descrito en grandiosos términos como el núcleo pala­ tino del complejo de la Domus Áurea, una domus-villa que equilibraba el célebre núcleo de villa-domus de la colina Opio.63 Esto significa, enton­ ces, que la Domus Áurea abarcaba el Palatino. En el otro extremo, se ha sugerido que englobó los Jardines de Mecenas del Esquilino, hacia el este.64 También incluía -por lo menos eso se nos dice- una gran exten­ sión del Esquilino hacia el norte y el este de las ruinas opianas, hasta llegar a las cisternas de las termas de Trajano en Sette Sale; comprendía el enorme templo del Divino Claudio y un amplio espacio al sur de éste sobre el Celio, mientras que la muralla serviana debe haber servido de límite.65 Por desdicha, no hay pruebas de nada de esto. El supuesto académico subyacente ha sido que cualquier resto nero­ niano que se encuentre en el Palatino, el Esquilino o el valle entre ambos, o que esté siquiera cerca de esos lugares, debe ser parte de la Domus Áurea. Quiso la casualidad, sin embargo, que algunos de los restos atri­ buidos con toda seguridad a ella resultaran no ser neronianos en abso­ luto: hoy se sabe que el edificio debajo del templo de Venus y Roma es anterior a Nerón, mientras que las cisternas de las termas de Trajano son de la época de este último emperador.66 Pero ¿qué sucede con los ricos restos neronianos del Palatino? Todos los especialistas modernos coin­ ciden en suponer que la Domus Áurea incluía las residencias imperia­ les situadas en esa colina, pero en las fuentes antiguas no existe elemento alguno que confirme ese supuesto, y hay buenas razones para ponerlo en duda. Si combinamos el relato de Suetonio con el poema de Marcial y la evidencia arqueológica (en parte desenterrada muy poco tiempo atrás), podemos tener la certeza de que los terrenos de la Domus Áurea incluían lo siguiente : un enorme vestíbulo destinado al Coloso en la Velia, cuya plataforma tiene estrecha correspondencia con la plataforma supervi­ viente del templo adriánico de Venus y Roma; un amplio lago rectangu­ lar, rodeado por refinadas terrazas y columnatas, en el lecho del valle del ulterior Coliseo; un gran ninfeo, esto es, una inmensa y espectacular

La Roma de Nerón: Domus Áurea y Vía Triunfal. La ruta de un triunfo romano está marcada con líneas de puntos y flechas

fuente artificialmente natural en la ladera nordeste del Celio; la man­ sión extendida a lo largo del Opio, y una superficie abierta indetermi­ nada, salpicada (al parecer) por otros edificios más pequeños como el templo de la Fortuna, para no mencionar las ciudades y escenarios rústi­ cos descritos por Suetonio. Vale decir que lo que nuestras fuentes des­ criben es la entrada sobre la Velia, la mansión del Opio, y el campo abierto debajo de ella. Tanto Suetonio como Tácito hablan con claridad de una sola casa; en efecto, el primero sólo describe una casa, una finca, por extravagante que fuera y aunque estuviera rodeada de espacios abier­ tos, edificios, lagos, pórticos, etcétera. De los complejos de palacios adya­ centes tal como existían en el Palatino, algunos de ellos nuevos y otros reconstruidos durante el reinado de Nerón, ninguno de los dos autores dice una palabra. Si bien está fuera de duda que esos edificios eran neronianos, no hay indicio alguno de que el emperador o cualquier otra persona consideraran que los palacios del Palatino formaban parte de la Domus Aurea. Por otra parte, como hemos visto, Suetonio dice literalmente que Nerón “hizo un palacio que se extendía desde el Palatino hasta [usque ad\ el Esqui­ lino”, mientras que Tácito habla de “la casa mediante la cual había unido [continuaverat el Palatino y losjardines de Mecenas [en el Esquilmo]” . Suetonio también piensa sin lugar a dudas en una casa que fue construida, destruida por el fuego y reconstruida: “Domun [ ...] primo transitoriam, mox incendio absumptam restitutamque auream nominavit”. La Domus Transito­ ria (nombre que le había dado el propio Nerón) queda eclipsada por su homónima áurea. ¿Qué quería decir exactamente el emperador con el insípido calificativo de transitoria? Debía aludir a un elemento de cone­ xión, un pasadizo entre lugares. ¿Podemos concebir estructuras en las colinas del Palatino y el Esquilino que fueran “transicionales”, transito­ ria, cuando esas colinas eran justamente los lugares conectados? El nom­ bre, con seguridad, implica más bien que la Domus Áurea se encontraba entre las colinas. Esto se confirma con una analogía precisa en la topografía de Roma: el Foro de Nerva, que en la Antigüedad tardía se conocía en general como Forum Transitorium.67 Este foro angosto y alargado era en esencia un magnífico pasaje entre el distrito de Subura y el Foro Romano, iniciado por Domiciano y dedicado por Nerva. Pero si le aplicamos los mismos criterios que se han utilizado con la mansión de Nerón, no sólo “se encon­

traría en medio”, “representaría un pasaje” , “conectaría” de forma tran­ sitoria, también invadiría y absorbería todo lo que tocara -e l Foro de Augusto, el Foro de Julio César, el Templo de la Paz, el Foro Romano, la Subura misma-, lo cual es absurdo. Si damos por válida esta analo­ gía, la Domus Transitoria, y por consiguiente la Domus Aurea, no deben haber incluido el Palatino, el Esquilino y ningún edificio levantado en esas colinas-, eran un pasaje entre las dos zonas. Queda por verse qué pretendía Nerón con esa transición. Detrás de la inflación moderna de su tamaño hay un supuesto funda­ mental acerca de la Casa de Oro, a saber, que Nerón deseaba que fuera privada. En este punto es central la cuestión de los límites: estuvieran donde estuviesen, ¿cuáles eran esos límites? ¿Cómo se definía la Domus Áurea? Si había murallas sobre espacios abiertos o portales que cerra­ ban calles, no ha sobrevivido ninguna señal de ellos, y esa falta de lími­ tes claros (al margen de construcciones tan evidentes como el vestíbulo o el ninfeo) ha dado libre curso a la imaginación de los especialistas. Es indudable que la zona estaba atravesada por caminos, algunos de ellos importantes. ¿Los guardias pretorianos impedían el paso y obligaban al tránsito a rodear lo que era, cualquiera sea el criterio utilizado, una enorme franja del centro de Roma? ¿Los ciudadanos de Roma no podían visitar el templo de la Fortuna, originariamente construido durante la época de los reyes y ahora reconstruido por Nerón en los terrenos de su casa? La única estudiosa que ha considerado con seriedad el tema del acceso ha sido Miriam Griffin, en su biografía de Nerón. Esta autora señala que, cincuenta años atrás, la discusión habitual de estos problemas “ se basaba en dos premisas: que el emperador seguía en la medida de lo posible el perfil del terreno y que quería estar aislado” . Ambos supuestos, puntua­ liza, son incorrectos, pues pasan por alto la evidente afición de Nerón por reordenar la naturaleza en gran escala y presumen, contra las prue­ bas existentes, que deseaba privacidad. El análisis de Griffin y su con­ clusión: “Nada sugiere que Nerón aspirara a encerrarse en la Domus Áurea” , han sido largamente ignorados por los ulteriores trabajos eru­ ditos sobre la Casa de O ro.68 Sin embargo, la conclusión es segura­ mente correcta, a saber, que un hombre que “ se dejaba llevar -según las palabras de Suetonio-, por el capricho de la popularidad” , y cuya atracción popular no menguó después del incendio, no iba a hacer nada por excluir a su pueblo.

En 64, pocos meses antes del Gran Incendio, Nerón presentó el más elaborado retrato de sí mismo como amigo del pueblo, al poner en escena por medio de Tigelino una de sus grandes fiestas populares que recor­ daba de forma acentuada los placeres aristocráticos de la marítima Baia. También fue entonces cuando propuso el novedoso concepto de que toda Roma era su casa, y sus ciudadanos, su familia.®9 Volvamos a pregun­ tarnos: ¿cómo encaja la Domus Áurea en esta idea? Cuando Nerón llegó al trono, había en Roma dos grandes extensio­ nes artificiales permanentes de agua, el Stagnum Agrippae en el Campo de Marte y la Naumachia Augusti del otro lado del Tiber. Ambas eran alimentadas por acueductos y estaban rodeadas por parques, en torno de los cuales Nerón levantó pabellones y pobló además el lago de Agripa (al menos) de aves y fieras exóticas. Los dos lugares fueron el escenario de refinados banquetes náuticos y fiestas celebradas en embarcaciones, que rememoraban las atracciones de Baia. En 64 el emperador agregó una tercera extensión artificial y permanente de agua a la ciudad, rodea­ da de zonas ajardinadas, animales y pabellones: el Stagnum Neronis, lago de Nerón, en el corazón de la Domus Áurea. Dos observaciones sobre el Stagnum Neronis lo vinculan, junto con la Domus Áurea, al Campo de Marte. La primera se refiere a su relación con las ulteriores termas de Tito (dedicadas por ese emperador en 80), que se encuentran inmediatamente al oeste de la villa sobre el Opio y son los únicos edificios públicos de Rom a que comparten con ella un riguroso eje este-oeste. Filippo Coarelli ha sugerido que en su origen se concibieron como los baños de la Domus Áurea. Según el planteo del asunto presentado por Inge Nielsen, esta idea resolvería dos problemas. En primer lugar, explicaría por qué no hay otra huella de baños desti­ nados a atender el enorme complejo neroniano del Opio: es decir, las termas de Tito o sus predecesoras habrían sido previstas como los baños de la Domus Áurea. Y en segundo lugar, también explicaría por qué esas termas carecían de las comodidades habituales de jardines, estanques y pórticos, proporcionadas, según esta opinión, por el lago y los jardines de la Casa de Oro. Así, los baños y el complejo de la casa se corres­ ponderían con mucha elegancia.70 Si esto fuera cierto -debe admitirse que se trata de algo puramente especulativo-, los baños de la Domus Áurea se habrían concebido como un vigoroso eco consciente del muy reciente complejo de baños del Campo de Marte, construido por el pro-

pio Nerón. Sin lugar a dudas, las termas de Tito eran una sorprendente imitación, en menor escala, de las nuevas e innovadoras termas de Nerón en el Campo, con su gran palestra cuadrada; y así como estas últimas se integraban con las demás instalaciones en torno del adyacente lago de Agripa en el Campo de Marte, las termas de Tito estaban o habrían estado conectadas mediante una espléndida escalinata con el lago de Nerón en el complejo de la Domus Áurea.71 Hay más para decir acerca del lago, puesto que en la última década nos hemos enterado de algo sorprendente sobre él. Las excavaciones rea­ lizadas en la Meta Sudans, la fuente construida más adelante en el extremo occidental del valle del Coliseo, han revelado que el Stagnum Neronis, lejos de ser un estanque rústico de forma irregular y rodeado de vege­ tación (tal como se lo imaginó de manera generalizada), era en realidad un enorme rectángulo bordeado por refinadas columnatas dispuestas en pórticos: es decir que se parecía mucho al Stagnum Agrippae.72 En síntesis, la Domus Aurea proponía otra versión y un paralelo de un complejo central del Campo de Marte. Según este punto de vista, parte de la Casa de Oro era una clara imagen de una de las zonas más públi­ cas de Roma, un espacio donde Nerón aspiraba a presentar los placeres marítimos de Baia al pueblo romano. Por encima de este rectángulo de agua rodeado de columnatas estaba la gran fachada de la mansión del Opio, que se ha definido como una villa con pórticos. El complejo, como se ha señalado con frecuencia, recuerda en muchos aspectos las villae maritimae de Campania, esas villas situadas sobre la costa y conocidas tanto por las pinturas murales como gracias a la arqueología, con sus terrazas, jardines, largos y frescos pór­ ticos y, sobre todo, grandiosas vistas panorámicas del mar. Atrevámo­ nos a decir más: la Domus Áurea era una villa marítima de Campania.73 Como su contrapartida del Campo de Marte, pretendía evocar los pla­ ceres de Baia en el corazón de Roma. ¿Hay alguna razón para suponer que no acogía también al pueblo romano con el fin de hacerlo olvidar sus aflicciones mientras la ciudad se levantaba de las cenizas? La acusación habitual contra Nerón, formulada durante su vida y reco­ gida más adelante por Plinio y Marcial, era que su casa se apoderaba de la ciudad. Por consiguiente, los Flavios desmantelaron los elementos de la Domus Áurea o construyeron sobre ellos, para luego dedicarlos con

mucho aparato a un nuevo uso público: las termas de Tito, el templo del Divino Claudio, las pinturas sacadas del templo de la Paz y, sobre todo, el Coliseo, un monumento a la virtud militar en el corazón del pala­ cio de los placeres de Nerón.74 Pero aquí debe hacerse hincapié en un principio básico: con mucha frecuencia, las críticas contra Nerón son francas distorsiones de sus palabras y sus hechos. La idea de la ciudad como casa tuvo su origen en él, no en sus críticos, que convirtieron un acto popular en un acto tiránico. Sí, Nerón, como sabemos, trataba la ciudad como si fuera su casa; sí, incluso procuró transformar la ciudad en su casa: pero su intención, con ello, no era excluir al pueblo, como afirmaban sus críticos. Era incluirlo. El princeps y el populus Romanus eran necessitudines: al compartir los deleites de Baia, compartirían el Campo de Marte y la Domus Aurea. ¿Cómo definiremos, entonces, la Domus Áurea? En los últimos años se ha trazado la evolución histórica de los horti romani en una diversi­ dad de dimensiones -política, social, arquitectónica, religiosa, filosófica, teatral-, y con seguridad Nerón las entendía al menos tan bien como nos­ otros. Los horti se han definido como una unidad singular, una villa urbana con parque. Se trataba de lujosas moradas de la aristocracia situadas en los suburbios internos, e imitaban en varios aspectos los complejos pala­ ciegos de los reyes helenísticos. Uno de los principales marcadores que distingue los horti de las domus o grandes casas urbanas es la línea entre lo privado y lo público, y el lujo más consumado de los primeros era su sentido de la privacidad y el espacio virtualmente dentro de la ciudad. Con su Domus Transitoria, que conectaba la domus imperial del Pala­ tino con los grandes horti del Esquilmo, Nerón pretendía cruzar ese límite entre lo público y lo privado y crear algo nuevo: iba a ser, por decirlo así, una fusión de domus y horti. Pero debemos señalarlo : sólo aquí, no en todas partes. Los asuntos públicos seguirían negociándose en las aulae, los salones de la verdadera domus del Palatino. La privacidad real -o al menos una privacidad urbana- seguiría encontrándose en los horti de Mecenas, Lamia o Servilio. L a Domus Áurea debería concebirse como algo nuevo, materialmente separado de las estructuras, públicas o privadas, que coronaban las coli­ nas del Palatino, el Esquilino y el Celio. En esencia, era un cuenco for­ mado por el valle y las laderas de esas colinas y parecía diseñada para generar un efecto visual, lo que un espectador observaría a su alrededor

al posar la vista desde el vestíbulo sobre la Velia, alzarla desde el lago hacia la fachada del palacio en el Opio o bajarla desde este último hacia el lago. Era, en suma, un teatro o, mejor, un anfiteatro. La gente debía mirar. La privacidad no estaba en juego. A l menos dos espectáculos se presentaban de forma simultánea -la Casa del Dios Sol y la Villa del Pueblo- y los actores y espectadores eran esenciales. La asociación de Nerón con el Sol/Helios en la Domus Áurea era a tal extremo parte de su ideología solar pública, los efectos visuales de los exteriores de la casa (al menos) estaban tan calculados para impre­ sionar a los espectadores y, simplemente, aquélla tenía tantas habitacio­ nes, que cuesta imaginar que el Palacio del Dios Sol no fuera un lugar abierto al público. A l mismo tiempo, la Domus Áurea se ajustaba a la afi­ ción del emperador por trastocar conscientemente las jerarquías de la sociedad romana, compartir placeres con su pueblo y organizar en Roma escenas de licencia pública en ambientaciones reminiscentes de un cen­ tro de reposo de Campania que era, hasta entonces, el patio de juegos de los ricos. Después de todo, el princeps divino sólo era un ser humano como el resto de nosotros, y nos invitaba a compartir su casa. Ésta era, en efecto, una casa particular, pero también la casa de todo el pueblo romano. Junto a la glamurosa Domus Áurea, su nombre original, la insípida Domus Transitoria, Casa de Tránsito, nunca atrae una segunda mirada. Sin embargo, también ella debe tomarse tanto literal como metafórica­ mente. El adjetivo transitorius es muy poco habitual en latín, y ésa es su primera aparición atestiguada.75 Bien podría ser que Nerón, siempre creativo, hubiera inventado la palabra.

V III T R IU N F O

El pueblo levantó plataformas en los [...] circos y alrededor delforo, ocupó otros sectores de la ciu­ dad desde los que poder ver la procesión y presen­ ció el espectáculo ataviado con vestiduras blancas. Todos los templos estaban abiertos y llenos de guir­ naldas e incienso, mientras numerosos alguaciles y lictores cuidaban de que no hubiera aglomera­ ciones y mantenían las calles abiertas y despeja­ das. Tres días se destinaron a laprocesión triunfal. P lutarco

í J i \ más grande de todos los espectáculos romanos y el más alto de todos los honores posibles era el triunfo, el gran desfile de la victoria de un general que se abría camino por las calles y los monumentos de la ciudad y terminaba con un sacrificio ofrecido por el vencedor ajúpiter, en su templo del Capitolio. Celebrado por los dirigentes de Roma desde los tiempos del rey Rómulo, votado por el pueblo romano a instancias del Senado en los días de la República, el desfile del triunfo era el supremo honor, el reconocimiento público de un éxito militar sobresaliente obte­ nido gracias al favor de los dioses. La siguiente es la descripción, en la pluma de Plutarco, del triunfo de Emilio Paulo sobre los macedonios en 167 a. C. : Tres días se destinaron a la procesión triunfal. El primero ape­ nas bastó para la exhibición de las estatuas, pinturas y figuras colo­ sales capturadas, que se transportaron en doscientos cincuenta carros. El segundo día, se pasearon las mejores y más ricas armas macedonias en numerosas carretas. Relucientes con el bronce y el acero recién pulidos, estaban dispuestas con sumo arte y cui­ dado para lucir exactamente como si hubieran sido apiladas en

montones y al azar. [...] Tras las carretas cargadas de armas des­ filaron tres mil hombres con monedas de plata transportadas en setecientos cincuenta vasijas, cada una de las cuales contenía tres talentos y era llevada por cuatro hombres, mientras otros carga­ ban con recipientes de plata, cuernas, vasos y copas, todos ellos muy bien dispuestos para que pudieran verse y sobresalientes por su tamaño y la profundidad de sus ornamentos tallados. El tercer día, tan pronto como amaneció, los trompetas guiaron el camino [...]. Tras ellos eran conducidos ciento veinte bueyes cebones, de cuernos dorados y adornados con cintas y guirnaldas. Los conductores de esas víctimas destinadas al sacrificio eran jóve­ nes que usaban mandiles de vistosos bordes, asistidos por niños con jarras de oro y plata para las libaciones. Venían luego los porta­ dores del oro amonedado que, como la plata, estaba repartido en recipientes de a tres talentos y en número de ochenta, con tres faltantes. Los seguían los portadores del ánfora consagrada, que Emi­ lio [Paulo, el general romano vencedor] había ordenado hacer con diez talentos de oro y adornar con piedras preciosas, y luego los que ostentaban las vasijas conocidas como antigónidas, seléucidas y teracleas, junto con toda la vajilla de oro de Perseo [el derro­ tado rey de los macedonios]. A continuación aparecía el carro de Perseo, que llevaba sus armas y la diadema sobre ellas. Después, con cierto intervalo, venían los hijos del rey, conducidos como escla­ vos, y con ellos una multitud de parientes, maestros y tutores baña­ dos en lágrimas y con las manos tendidas a los espectadores, mientras enseñaban a los niños a rogar y suplicar. [...] Detrás de los niños y su cortejo de asistentes marchaba Perseo en persona, envuelto en una capa oscura y calzado con las botas altas de su país [...]. También a él lo acompañaba un séquito de amigos e íntimos, con la gravosa pena marcada en sus rostros. [...] Venían en pos coronas de oro en número de cuatrocientas, que las ciudades habían enviado a Emilio junto con sus embajadas como premios por su victoria. Luego, montado en un carro de magní­ fico ornamento, el propio Emilio [...], vestido con una capa púr­ pura bordada de oro y un ramo de laurel en la diestra. Iguales ramos llevaba el ejército formado en compañías y batallones tras el carro de su general, y cantaban, algunos, canciones entremezcladas con

bromas, como era la costumbre antigua, y otros peanes de victo­ ria e himnos de alabanza por las proezas de Emilio.1 Con el paso de los siglos ciertas reglas y normas evolucionaron, sobre todo en lo concerniente la concesión del premio, pero no lo hicieron tanto la ruta y los componentes precisos del desfile, que admitían, no obs­ tante, una notable variación individual.2 Durante la República, cuando un general victorioso retornaba a Roma con parte de su ejército, solía esperar en la Villa Pública, es decir en el Campo de Marte y fuera del límite sagrado de la ciudad (pomerium). Desde ese lugar solicitaba al Senado el derecho a celebrar un triunfo, que requería un voto del pue­ blo que le permitiera conservar su poder militar, el imperium, dentro del pomerium. Con el paso del tiempo se establecieron algunas condiciones para autorizar la celebración: la victoria debía haberse obtenido en una guerra declarada según las normas (un iustum bellum), contra un ene­ migo extranjero; el general romano debía haber combatido bajo sus pro­ pios auspicios, esto es, ser un magistrado o promagistrado; debían haber muerto por lo menos cinco mil enemigos, y la guerra debía haber lle­ gado a su fin. De cumplirse esas condiciones, el Senado podía aprobar la solicitud del general. O bien, si estimaba que las circunstancias no justificaban un triunfo pleno, podía otorgar un “triunfo menor” deno­ minado ovación. Por último, podía oponer una completa negativa al pedido, en cuyo caso el general ofendido tenía derecho a celebrar su pro­ pio triunfo privado in monte Albano y terminar con un sacrificio en el tem­ plo de Júpiter Lacial de ese monte, en las colinas cercanas a Roma. Las gestiones que conducían a la decisión del Senado desaparecieron bajo el Imperio, ya que desde los primeros tiempos el emperador monopo­ lizó las celebraciones triunfales, fuera para sí mismo o para miembros de su familia inmediata; los generales que habían obtenido las victorias recibían ornamentos triunfales (ornamenta triumphalia). Dos elementos de un triunfo imperial típico son de interés : su ruta y sus componentes. L a procesión solía formarse en el Circo Flaminio, un espacio abierto del Campo de Marte. De allí se dirigía hacia el sudeste bordeando el adyacente Teatro de Marcelo, aunque en 71 el desfile de Vespasiano y Tito atravesó en realidad el teatro. Tras desplazarse por las faldas meridionales del Capitolio, cruzaba la Porta Triumphalis, que no era una verdadera puerta sino un doble arco independiente, en la zona

de la iglesia actual de Sant’Omobono. A continuación, como ocurrió en el caso de Julio César en 46 a. C., podía subir por el Velabro en direc­ ción al Foro, pero luego solía volver atrás hacia el Foro Boario con el fin de atravesar el Circo Máximo. Después, el desfile giraba hacia el norte y bordeaba la base del Palatino a lo largo de la V ia Triumphalis (la moderna Via S. Gregorio), y se dirigía luego al nordeste por la Via Sacra a través del Foro. Tras hacer una posible pausa con el objeto de ejecutar a los líderes enemigos en la Career Tullianum en la base del Capitolio, la procesión solía subir el Clivus Capitolinus (pendiente capitolina) hasta el templo de Júpiter Óptimo Máximo. Allí, el general victorioso ofrecía su botín y hacía sacrificios al dios que le había dado la victoria. L a ruta, una amplia elipse, era corta, quizás unos cuatro kilómetros, pero la procesión era enorme, avanzaba con mucha lentitud y se dete­ nía con frecuencia, de modo que un triunfo podía durar varios días. Se levantaban graderías temporales para la multitud, y en algunos lugares se instalaban toldos. Se ha calculado que tal vez entre trescientos mil y cuatrocientos mil espectadores asistían a esos desfiles, aproximadamente la mitad de la población de Roma. El espectáculo lo merecía. Sus ciudadanos eran testigos de un formidable himno al poderío de Roma. El botín era abrumador: armas apiladas en enormes trofeos sobre carretones, oro y plata en monedas y lingotes, valiosos tejidos, piedras preciosas, obras maestras del arte y la artesanía, todo exhibido en can­ tidades fabulosas. En su triunfo celebrado en el invierno de 189 a. C., por ejemplo, Lucio Escipión, ahora conocido como “el Asiático” por haber vencido en Asia Menor al rey de Siria, desplegó lo siguiente: 224 estan­ dartes militares, 134 simulacra (representaciones arquitectónicas) de ciu­ dades capturadas, 1.231 colmillos de marfil, 234 coronas de oro, 62.333 kilos de plata, 224.000 monedas áticas de cuatro dracmas, 321.700 cistóforos (monedas asiáticas), 140.000 monedas de oro de Filipo (de Mace­ donia), 645 kilos de jarrones de plata repujada, 464 kilos de jarrones de oro, y eso era en los primeros días.3 A l mismo tiempo, podían pasar con estruendo grandes torres, algunas de ellas de tres o cuatro pisos de alto, que representaban la captura de ciudades, y grandes pinturas des­ cribían batallas, sitios, matanzas, momentos significativos de la cam­ paña y el terreno en el cual todos esos episodios se habían producido, escenas que recuerdan las retratadas en las columnas de Trajano y Marco Aurelio que han llegado hasta nuestros días. Las acompañaban carteles

con los nombres de los pueblos conquistados (los tituli) o con lemas como el veni vidi vici de Julio César. Así, los incidentes importantes de la gue­ rra quedaban representados en palabras e imágenes. Estas se transporta­ ban en carretas o eran llevadas por soldados sobre literas (fercula), que según es de presumir .debían detenerse con frecuencia para permitir a los observadores leer la gloriosa historia, como un noticiario primitivo. El desfile incluía varios elementos característicos. Las víctimas sacrifi­ ciales eran bueyes blancos adornados que se ofrecían a Júpiter. Los pri­ sioneros de guerra de importancia eran exhibidos con sus familias, a menudo encadenados o bien caminando o formando parte de cuadros vivos sobre carretas. Si bien podían tener reservado un confortable retiro, algunos de sus líderes eran a veces sometidos a malos tratos por los sol­ dados y los espectadores y se les daba muerte en el Tullianum. Los músicos, entre ellos trompetistas o citaristas, tocaban sus instrumentos mientras marchaban en el desfile. Pasaban portadores de incienso, así como los lictores del general, vestidos con túnicas rojas y cargados con las varas y hachas de su cargo (fasces), atadas con laurel. Los magistra­ dos y senadores de Roma marchaban en las filas correspondientes a su rango; los oficiales y parientes más ancianos del general lo hacían sobre el lomo de sus caballos. El triunfador mismo conducía un carro, acom­ pañado por sus hijos menores y seguido por sus ayudantes, secretarios, escuderos y también, tal vez, por ciudadanos romanos que habían sido liberados de manos del enemigo, tocados con el gorro de la libertad, el píleo. Luego venían los soldados en sus unidades y con sus estandartes, sus uniformes de parada y sus condecoraciones, así como coronas y ramos de laurel. El clima festivo los inducía a entonar canciones de victoria y elogiar y burlarse de a sus oficiales, e incluso a recitar versos obscenos. A lo largo de la ruta, los templos estaban abiertos, iluminados y deco­ rados. Los espectadores, endomingados de los pies a la cabeza, vitorea­ ban y arrojaban flores. Y tras el sacrificio culminante ajúpiter, el general obsequiaba a sus amigos con un banquete, mientras sus conciudadanos celebraban su buena fortuna en casa. El centro del espectáculo triunfal era, desde luego, el triunfador, que entraba a la ciudad sobre un carro alto de dos ruedas (el currus trium­ phalis), tirado por cuatro caballos y decorado con ramos de laurel. De hecho, todos los sucesores de Augusto utilizaron el carro del primer empe­ rador, adornado con refinadas decoraciones. Por debajo, con el objeto

de rechazar el mal, colgaba un gran falo que podía estar adornado con campanas y fustas. El general mismo era una llamarada de color con su traje triunfal (la vestis triumphalis). Por lo común llevaba una túnica púrpura bordada con ramas de palma de oro (la tunica palmata), y sobre ella una toga del mismo color bordada con estrellas de oro (la togapictdj. En la cabeza podía llevar una corona de laurel (la corona laurea), como algunos de los integrantes de su séquito, o bien un esclavo sostenía sobre él una pesada corona de oro (la corona triumphalis). En la mano derecha solía lle­ var una rama de laurel; en la izquierda, un cetro de marfil rematado por un águila. En torno del cuello lucía un amuleto protector (una bulla), y, al menos en los viejos tiempos, tenía de ordinario la cara pintada: de rojo.4 Es incuestionable que el triunfador, el sucesor de los reyes antiguos, pretendía representar aJúpiter. Montado en el carro junto a él, el esclavo le recordaba de tanto en tanto quién era: Respice post te, hominem te esse memento, “mira hacia atrás y recuerda que eres un hombre” . Pero todo el sentido radicaba en que, durante un día, él eraJúpiter. Es menester destacar tres aspectos interrelacionados del triunfo. En pri­ mer lugar, aunque había ciertos elementos fijos del desfile de la victoria que terminaba con el sacrificio al dios, la forma y los componentes dis­ taban de ser rígidos. El orden de los elementos podía cambiar; era posi­ ble agregar algunos y desistir de otros; por lo demás, ciertos rasgos podían llegar a ser más elaborados o exóticos, sobre todo si tenemos en cuenta que, en virtud de una intensificación de las ambiciones y rivalidades indi­ viduales y de victorias cada vez más grandiosas, con el paso de los siglos el desfile vivió un proceso de creciente expansión. De manera análoga, también podía variar la ruta, si el triunfador decidía bordear o atravesar monumentos o sitios significativos para él. En segundo lugar, algunos aspectos de la procesión triunfal se reflejaban en otros elementos de la vida pública romana, muy particularmente en las paradas inaugurales de muchos juegos y en los desfiles funerarios: en los primeros los magis­ trados a cargo utilizaban de vez en cuando el traje triunfal, aunque se tra­ tara de tribunos y ediles relativamente novatos.5 Y en tercer lugar, el aparato triunfal quedó absorbido de manera específica en las funciones del emperador como dador de la victoria, en cuanto éste se arrogó poco a poco el ejercicio continuo de los derechos, la vestimenta y el equipa­ miento del triunfador, y las imágenes públicas llegaron a presentar aun al más manso de los emperadores en traje militar y rodeado por la para-

fernalia de la victoria.6 En síntesis, el triunfo mismo permitía una varia­ ción creativa y el triunfalismo era una parte aceptada tanto de la vida pública como de la imagen en desarrollo del emperador. Aun cuando nunca vería un ejército ni en paz ni en guerra y sólo visi­ taría una de sus provincias -una provincia desarmada, para colmo-, el militarismo y el triunfalismo marcaron la vida de Nerón como príncipe en Roma. En rigor, ambos se le impusieron desde temprana edad. Espe­ cialmente dignos de nota son los honores y celebraciones asociados a su precoz adopción de la toga viril en 51. El emperador Claudio, se nos dice, respetó alegremente las lisonjas del Senado, que otorgó a Nerón el ejercicio del consulado al cumplir veinte años. Entretanto, le concedie­ ron el imperium proconsular, el poder de un general, fuera de la ciudad, junto con el título de princeps iuventutis, líder de la juventud de Roma, un honor a veces recibido por príncipes de sangre. Un donativo en dinero se entregó en su nombre a los soldados, junto con diversas muestras de munificencia hacia los civiles, y Nerón encabezó un desfile de la Guar­ dia Pretoriana con un escudo en la mano: Asimismo, en los juegos del circo que se celebraron por enton­ ces para granjearle el favor popular, Británico llevó la veste infan­ til y Nerón el traje triunfal [triumphalis veste], mientras cabalgaban en la procesión. El pueblo contemplaría de tal modo a uno con las condecoraciones de general y a otro con ropa de niño, y prevería por consiguiente sus respectivos destinos.7 Nerón tenía trece años. A finales de 54, poco después de su acceso al trono, los partos inva­ dieron Armenia, pero antes de que Roma pudiera responder, una cri­ sis dinástica en su patria hizo imperiosa la retirada de los invasores. La reacción del Senado ante esta inesperada resolución de la crisis fue pasmosamente excesiva. Se decretó una acción de gracias pública a los dioses, y durante los días de esas súplicas Nerón debía usar la vestis triumphalis; también entraría a la ciudad en una ovatio, es decir un triunfo menor, y en el templo de Mars Ultor se emplazaría su estatua, del mismo tamaño que la del dios. Poco después, Nerón ordenó proclamar que, debido a los éxitos de Domicio Corbulón y su rival, Umidio Cuadrato,

gobernador de Siria, se agregaría el laurel a las fasces del emperador.8 Tenía entonces diecisiete años. El joven emperador no había empren­ dido acción militar alguna que justificara esos signos de distinción; en rigor de verdad, nadie lo había hecho. Como resultado de la agitación parta, Nerón designó a un general de verdad, Corbulón, para consolidar la frontera, y el éxito concreto de éste en Armenia, que terminó con la destrucción de su capital, Artaxata, desencadenó nuevas celebraciones cuatro años después, en 58: Por todo esto Nerón fue saludado de forma unánime como impe­ rator, y por decreto del Senado se celebró una acción de gracias [.supplicationei]; también se votaron para el princeps estatuas, un arco y sucesivos consulados, y entre los feriados habrían de incluirse el día de obtención de la victoria, el día de su anuncio y el día de presentación de la moción. Se hicieron asimismo otras propues­ tas similares, en una escala tan extravagante que Casio Longino, tras aprobar los honores, argüyó que si hubiera que agradecer a los dioses por los generosos favores de la fortuna, no alcanzaría todo un año para las acciones de gracias.9 Transcurridos otros cuatro años, en 62, después de la asombrosa humi­ llación sufrida por un ejército romano al mando de Cesenio Peto, Cor­ bulón negoció una conciliación con los partos. Pese a ello, el arco decretado en 58 se levantó “en el centro de la colina del Capitolio” , junto con los trofeos obtenidos en la guerra parta. Este arco se conoce gracias a su presencia en monedas: lo remataba una estatua de Nerón vestido con la toga triunfal y el cetro con cabeza de águila en la mano, en acti­ tud de conducir cuatro caballos rampantes desde su carro triunfal. Lo acompañaban la Victoria con una rama de palma y la Paz con una cor­ nucopia, y recibía el saludo de soldados desde las cuatro columnas. La ubicación del arco se ha identificado como la de un podio situado junto al templo de Júpiter Óptimo Máximo, donde constituía una suntuosa entrada al portal que todos los triunfadores futuros verían.10 De ese modo, se reclamaba la victoria en medio de una retirada y una negociación, y para un emperador que jamás había visto un ejército. E l abaratamiento del vocabulario y la parafernalia triunfales, el divor­ cio de estos atributos del triunfo mismo, su otorgamiento a no combatientes

puramente civiles, la mezcla general de civiles y militares y el pronto asentimiento y hasta el entusiasmo espontáneo del Senado y el pueblo de Roma: todo nos ayuda a entender varios extraordinarios episodios neronianos, muy en particular las extrañas secuelas del desenmascara­ miento de la conjura pisoniana en 65. Tal como Tácito cuenta la historia, en medio de las ejecuciones, los suicidios y los destierros, hubo alborozo público, real o fingido; mien­ tras las víctimas eran sacrificadas en el Capitolio, se agradecía a los dio­ ses y las casas particulares se adornaban con laureles. En una reunión pública, Nerón entregó un donativo de 2000 sestercios a cada soldado y una recompensa consistente en grano gratuito. Y luego, como si fuera a describir éxitos en la guerra, convocó al Senado y otorgó honores triunfales a Petronio Turpiliano, un ex cónsul, a Cocceyo Nerva, pretor electo, y a Tigelino, comandante de los pretorianos. Distinguió a tal punto a Tigelino y Nerva que colocó sus bustos en el palacio, además de estatuas triunfales en el Foro. Y confirió condecoraciones de cónsul a Ninfidio [Sabino]. Aunque no hace una referencia precisa a los acontecimientos de 65, Suetonio agrega que Nerón incluso otorgó los ornamenta triumphalia a ex cuestores (senadores muy bisoños) y a algunos miembros del orden ecuestre, sin que mediara hecho militar alguno. Y Dión, en el epítome, menciona los excesivos honores votados para el emperador y sus ami­ gos en 65.11 Más o menos en esa época, asimismo, Nerón fue saludado como imperator por décima vez, un honor que por lo común marcaba la reivindicación de un éxito militar y ahora se concedía probablemente a raíz del descubrimiento de una conjura.12 L a epigrafía ha confirmado hasta qué punto se extendió esta apro­ piación de los honores militares en tiempos de paz. Así, una inscrip­ ción fragmentaria de su Umbria nativa documenta la carrera senatorial de M. Cocceyo Nerva, el pretor electo de 65, que siguió adelante sin inconvenientes a través del año de los cuatro emperadores hasta ser cón­ sul en 71, y que en su vejez reinaría como emperador, de 96 a 98. Los triumphalia ornamenta de 65 se incluyen como corresponde en la ins­ cripción, pero no se mencionan las razones por las cuales se obtuvie­ ron ni el nombre del emperador que los otorgó. Hay también una

inscripción fragmentaria de Roma que habla de la entrega de honores militares (dona militaria), al liberto imperial Epafrodito, incluyendo la hasta pura, un asta de lanza sin hierro otorgada en reconocimiento al valor, y coronas doradas en mérito a una gallardía general. Fue a ese mismo Epafrodito, secretario de Nerón a cargo de las peticiones y un servidor que permanecería con él hasta el final, a quien un liberto de uno de los conjurados reveló la conspiración de Pisón. Era sumamente anómalo que un liberto como él ganara honores militares, dado que los ex esclavos no podían servir en el ejército regular, aunque también en este caso había un precedente en el emperador Claudio, que otorgó a su liberto Posides el asta sin hierro en su triunfo británico de 43.13 Más alarmante es el caso del senador L. Nonio Calpurnio Asprenas (cónsul c. 72), tal como se registra en una inscripción erigida durante su proconsulado de África en 83. Su carrera fue la de un patricio ya favo­ recido por nacimiento y promovido por Nerón, a quien sirvió como cues­ tor, y siguió un fluido curso ascendente hasta desempeñarse al servicio de los efímeros emperadores de 68-69 y Ia dinastía flaviana. En medio de este progreso, que se expone en orden cronológico, hay un ítem muy curioso, insertado después de su cargo de cuestor y antes de su pretorado y la ulterior gobernación de Galacia en 69, en camino a la cual captu­ raría y ejecutaría al primer falso Nerón. En los últimos años del reinado de Nerón, Asprenas fue “ centurión de los caballeros romanos” y llovie­ ron sobre él una serie de honores militares: ocho lanzas sin hierro; cua­ tro enseñas; dos coronas murales (coronae murales) otorgadas al primer soldado romano que trepaba las murallas de una ciudad enemiga; dos coronas de trinchera (coronae vallares) para el primer soldado que atra­ vesaba las trincheras de un campamento enemigo, y una corona de oro. Lo sorprendente es que este joven senador, uno de los hombres más con­ decorados en la historia de Roma, no sirvió un solo día en el ejército. No sabemos con claridad cuáles fueron los hechos concretos que lo hicie­ ron acreedor a esos premios, pero la explicación más probable es que éstos se contaban ent,ré los honores otorgados por los servicios presta­ dos en el descubrimiento y la eliminación de la conjura pisoniana, como si se tratara de hazañas de guerra, gesta bello en palabras de Tácito.14 Los acontecimientos de 65 confirman dos observaciones. Una es la cre­ ciente apropiación de las imágenes y el vocabulario militares para apli­ carlos a logros civiles. Un ataque al emperador era un acto de guerra;

su salvación, un asunto que provocaba el alborozo estatal: al igual que después de un enfrentamiento bélico, en la ocasión se erigieron en el Foro estatuas de hombres vestidos con el traje triunfal, se distribuyeron honores militares, se decretaron obsequios y agradecimientos a los dio­ ses y se propuso la construcción de un nuevo templo.15 El otro elemento que debe señalarse es la complicidad de la sociedad. No se trata sólo del regocijo y la gratitud públicos, aunque en retrospectiva tal vez sea erróneo desestimar esas reacciones populares, con Tácito, como una efu­ sión de alabanzas serviles: ¿quién podrá afirmar que algunas personas no se sentían auténticamente aliviadas por el hecho de que su empera­ dor se hubiera salvado de un peligro real? La cuestión pasa, antes bien, por las conmemoraciones. Mucho después de la muerte de Nerón, dos senadores y un liberto imperial dejaron documentados con orgullo los honores militares recibidos como parte de una trayectoria decididamente cívica. Como suele suceder con tales inscripciones, cuando el empera­ dor a quien habían servido caía en desgracia tras morir, no se mencio­ naba su nombre, pero esta actitud no tiene nada que ver con una falsificación de la realidad: ningún observador podía tener duda alguna de que quienes habían otorgado el cargo o el honor registrados eran Nerón o Domiciano; de haber estado en juego una falsificación, los hechos inconvenientes se habrían suprimido por completo. Lo impor­ tante era el servicio -el hecho de que uno se hubiera desempeñado como cuestor imperial-, no el emperador a quien se había servido. Por eso es mucho más interesante, entonces, que estos tres hombres siguieran pro­ clamando orgullosamente sus honores militares después de la muerte de Nerón. Acaso menospreciemos esos honores como las ridiculas recom­ pensas de un tirano alucinado a sus compinches obsequiosos, como Tácito querría que hiciésemos, pero de esa manera pasaremos por alto lo esen­ cial: los hombres se enorgullecían de ellos y podían suponer que el público los aceptaría. Es menester extraer dos lecciones: que el servicio leal al emperador era digno de conmemorarse, y que la expresión de gratitud imperial en términos militares disfrutaba de una aceptación generalizada como muestra de honor público. Si el pueblo podía tolerar eso, podía tolerar triunfos que no tuvieran nada que ver con la verdadera guerra. En tres oportunidades públicas Nerón y su pueblo fueron más allá de los meros oropeles triunfales y produjeron elaborados espectáculos cuyo

carácter de triunfos reales puede ponerse en duda. El primero corres­ ponde al tumultuoso año de 59. Tras el asesinato de su madre cerca de Baia, durante tres meses el empe­ rador eligió el discreto retiro que le procuraba Campania, preocupado por el humor del pueblo y empeñado en lograr que se aviniera a acep­ tar lo acontecido. Según Tácito, sus cortesanos le aseguraban que el pueblo había aborrecido a Agripina y que ahora él era más popular que nunca. A l precederlo en el camino a Roma, encontraron más entusiasmo del que habían prometido: las tri­ bus se presentaban para reunirse con él, los senadores lo hacían con el atuendo de los días festivos y las tropas, acompañadas por sus mujeres y sus hijos, ordenados de acuerdo a la edad y el sexo. Se instalaron filas de asientos utilizados en los espectáculos, como solía hacerse para observar los triunfos. Desde allí, el arrogante vencedor, montado sobre el servilismo de su pueblo, avanzó hacia el Capitolio, pronunció su agradecimiento a los dioses y luego se sumergió en todos los excesos que, aunque mal contenidos, cierto respeto por su madre había postergado por un tiempo. Dión añade que el pueblo de Roma se regocijó al conocer el asesinato, dado que ahora Nerón caería, mientras el Senado simulaba alborozarse y votó grandes cosas en su honor: lo cual significa, si hacemos a un lado el comentario de Dión, que tanto uno como otro se alegraron. Cuando el emperador volvió a la ciudad y ordenó quitar las estatuas de Agripina, todo el mundo lo halagó en público, pero fue objeto de ataques en pri­ vado y en distintos lugares de la ciudad aparecieron pasquines; Nerón, empero, se negó a procesar a los acusados de hablar en su contra. Se decre­ taron sacrificios por haber salido sano y salvo de las intrigas de Agri­ pina, pero un eclipse frustró su realización. El carro de Augusto ingresó al Circo tirado por elefantes, pero éstos se detuvieron ante los asientos de los senadores y se negaron a seguir adelante. Y Nerón presentó los pró­ digos Ludi Maximi en cinco o seis lugares “a causa de su madre”, es decir, para celebrar el hecho de haberse salvado de ella.16 Aún a la edad de veintiún años, el joven emperador practicaba sus des­ trezas triunfales. Los cortesanos que lo precedieron en la entrada a la ciu­ dad, la vestimenta de días festivos, las divisiones formales de la multitud

por tribu, rango, edad y sexo, las graderías temporales, la procesión para hacer un sacrificio en el Capitolio, el regocijo público, el carro de Augusto y su ingreso al Circo, los juegos celebratorios: todo estaba destinado a recordar los elementos de un triunfo formal. Tácito entendió el men­ saje, según deja ver su referencia a las graderías levantadas “como solía hacerse para observar los triunfos” , y agregó un comentario editorial: Nerón era, en verdad, un vencedor que ascendía al Capitolio, pero lo que había conquistado era el servilismo de su pueblo. Los Hermanos Arvales también captaron la intención. Según sus registros, los sacerdo­ tes hicieron sacrificios en tres templos el 23 de junio, por la seguridad y el retorno de Nerón Claudio César Augusto Germánico: en el Capito­ lio, a la trinidad capitolina de Júpiter, Ju no y Minerva, así como a la Salvación Pública (Salus Publica), la Buena Fortuna (Felicitas) y a una tercera diosa cuyo nombre se ha perdido; en el Nuevo Templo (del Divino Augusto), cerca del foro, a los ancestros de Nerón, el Divino Augusto y la Divina Augusta (Livia), y al Divino Claudio, su predece­ sor, y en el Foro de Augusto, a Marte el Vengador (Mars Ultor) y al espí­ ritu guardián (Genio) del propio Nerón. Todas estas divinidades son apropiadas para festejar la evitación de un peligro determinado, pero Marte el Vengador da a la celebración un matiz deliberadamente mili­ tar. El templo del dios de la guerra en el Foro de Augusto se parecía mucho a una “ central bélica” de Roma, el lugar donde, entre los jó ve­ nes en edad militar, se alistaba a los mejor desarrollados, donde los comandantes provinciales tomaban sus mandos, donde los senadores debatían el otorgamiento de triunfos, donde los triunfadores dedicaban sus cetros y coronas a Marte, donde ellos y los ganadores de ornamen­ tos triunfales eran conmemorados por estatuas de bronce, y más. Cuando los Hermanos Arvales hicieron en ese lugar sacrificios a Mars Ultor y al Genio del emperador, no pudo quedar duda alguna: su preservación se trataba públicamente como si hubiera sido una victoria militar. Así, a principios del verano de 59, Nerón celebró un triunfo informal sobre su madre muerta.17 El siguiente triunfo de Nerón fue un grandioso espectáculo destinado a marcar la exitosa negociación de la paz con Partía, una paz que duraría casi sesenta años. La ovación de 54 y el arco triunfal de 58-62, y hasta la celebración triunfal por haberse salvado de las intrigas de su madre,

eran modestos en comparación con el asombroso golpe de efecto tea­ tral presentado en 66. Tras la deshonra romana de 62, Corbulón, en cumplimiento de las órde­ nes impartidas por Nerón, volvió a llevar la guerra a Armenia en 63. Tiri­ dates, el príncipe parto a quien su hermano, el rey de Partía, había instalado como monarca de Armenia, solicitó una reunión. Corbulón eli­ gió el lugar -Rhandeia, donde se habían rendido las legiones de Cesenio Peto- y en él se representó una compleja charada. Según el relato del acontecimiento hecho por Tácito, Corbulón llegó al campamento de Tiri­ dates con una pequeña escolta y desmontó; el parto hizo lo mismo y se le acercó, y ambos se estrecharon la diestra. Tras discursos de tono con­ ciliador de los dos lados, el rey aceptó depositar su diadema frente a una imagen de Nerón y recuperarla sólo de manos de éste, con lo cual daba su asentimiento a un compromiso que hasta entonces uno u otro bando habían rechazado : un príncipe parto instalado como rey de Arme­ nia por el emperador de Roma. Por consiguiente, alguno^ días después, en un espectáculo presentado con pompa ante ambos ejércitos, y con imágenes de los dioses dispuestas como si se tratara de un templo, Tiri­ dates se aproximó a un estrado donde había una silla curul con una imagen del emperador, hizo sacrificios y luego puso su corona frente a la imagen. El epítome de Dión da una versión abreviada del mismo epi­ sodio y concluye con esta observación: “En honor de este acontecimiento, Nerón fue saludado varias veces como imperator y celebró un triunfo, en contra de lo precedente” .18 En realidad, el triunfo se llevaría a cabo tres años después: los preparativos necesarios eran muchos. Tras someterse en Rhandeia y disfrutar de la ulterior hospitalidad de Corbulón, Tiridates rogó que le permitieran ir a ver a su madre y sus her­ manos antes de embarcarse en el largo viaje a Roma; entretanto, dejó a su hija como rehén y escribió en debida forma a Nerón. Tras reunirse con Tiridates, Vologeses, el rey de Partía, despachó un mensaje a Cor­ bulón con el fin de solicitar un tratamiento especial para su hermano: no debía sufrir ningún signo de sujeción, no debía entregar su espada, no debía negársele el abrazo de los gobernadores provinciales en el camino ni hacerlo esperar ante sus puertas, y en Roma debía manifes­ társele el mismo honor que se dispensaba a los cónsules. Tácito se burla de las inquietudes de Vologeses, pero es evidente que ellas formaban parte de las negociaciones y los romanos las aceptaron. Tiridates iba a

acudir a Roma para participar en “el triunfo armenio del emperador sobre sí mismo”, según las palabras de Plinio, pero se lo trataría explícitamente con honores, no como un enemigo derrotado. En efecto, dice Dión, el viaje mismo del rey desde el Eufrates hasta Roma fue “como una pro­ cesión triunfal” : El propio Tiridates estuvo a la altura de su reputación en razón de la edad, la belleza, la familia y la inteligencia; y lo acompañó todo su séquito de servidores, junto con la totalidad de su parafernalia real. Tres mil jinetes partos, además de numerosos romanos, siguieron su comitiva. Fueron recibidos por ciudades vistosamente decoradas y por pueblos que les lanzaban muchas palabras lison­ jeras. Las provisiones se les suministraban de forma gratuita, con un gasto diario de ochocientos mil sestercios destinados a su sos­ tén que recaía así sobre el erario público. Esta situación se man­ tuvo sin cambios durante los nueve meses del viaje. El príncipe cubrió toda la distancia hasta los confines de Italia a lomo de caba­ llo, y junto a él cabalgaron su esposa, con yelmo dorado en vez de velo, para no desafiar las tradiciones de su país e impedir de ese modo que le vieran el rostro. Ya en Italia, Tiridates se trasladó en un carro de dos caballos enviado por Nerón y se reunió con el emperador en Neápolis, a donde llegó por el camino de Picenum. Se negó, sin embargo, a obedecer la orden de dejar a un lado su puñal al acercarse al emperador, y lo envainó en cambio en su funda con clavos. No obstante, puso la rodilla en tierra y con los brazos cruzados llamó amo a Nerón y le rindió homenaje. Así, el rey enemigo sometido, lejos de sufrir abusos, recibió un trata­ miento tan honroso que él mismo parecía encontrarse en un avance triun­ fal. En cuanto a Domicio Corbulón, el arquitecto de la victoria, no sabemos de recompensas entregadas a él. Tiridates, que según se decía admiraba a Corbulón y despreciaba a Nerón, señaló un día al emperador: “Amo, tienes en Corbulón a un buen esclavo” . La palabra griega empleada en esa ocasión no era el término habitual para decir “esclavo” (doulos), sino andrapodon, que se refería específicamente a una persona capturada en la guerra y vendida como esclavo. Tiridates como triunfador y Corbu­ lón como botín de guerra: el triunfo armenio de Nerón prometía ser de

lo más desusado. Dión comenta que el emperador no entendió la obser­ vación de Tiridates.19 Ambos hicieron juntos el camino de Campania a Rom a en algún momento de finales de mayo de 66. Los ciudadanos acudieron en masa a dar la bienvenida a su emperador y ver al rey. Su ciudad había sido adornada con luces y guirnaldas y estaba atestada: la noche previa a la ceremonia el Foro se llenó de gente provista de ramas de laurel y los mismos techos de los edificios adyacentes estaban cubiertos de especta­ dores. Nerón llegó al alba, acompañado por el Senado y la Guardia Pretoriana, cuyas cohortes estaban estacionadas por entonces en torno de los templos del Foro y resplandecían con sus uniformes de parada. El empe­ rador, vestido con ropas triunfales, ascendió al Rostra, la plataforma de los oradores emplazada en el extremo occidental del Foro, y se sentó en una silla curul, rodeado por estandartes militares. Tiridates y sus compa­ ñeros aparecieron a continuación, atravesaron un corredor formado por soldados armados y se detuvieron cerca del Rostra, donde rindieron home­ naje. Un enorme rugido de la multitud pareció aterrorizar al rey, que se dirigió a Nerón como a un dios resuelto a determinar su destino. Nerón le agradeció sus palabras y le otorgó el reino de Armenia. El rey subió al Rostra por una rampa construida para la ocasión y se sentó a los pies del emperador. Nerón lo levantó con la mano derecha y lo besó, antes de sacarle la tiara y ponerle una diadema en la cabeza. Un ex pretor tradujo las palabras del rey suplicante a la muchedumbre, que rugió en señal de aprobación. De allí marcharon al Teatro de Pompeyo, que había sido recu­ bierto con una capa dorada, lo cual habría de señalar la jornada como el Día Dorado-, un toldo de color púrpura sobre el teatro mostraba a Nerón como conductor de su carro en medio de estrellas de oro. En ese lugar Tiridates volvió a rendir homenaje y el emperador lo colocó a su dere­ cha. Por esos actos, concluye Suetonio, Nerón fue saludado como impe­ rator y, tras llevar una rama de laurel al Capitolio, cerró las puertas del templo de Jano, para indicar que ahora el mundo romano estaba en paz. Dión, que omite estos últimos pormenores, termina su relato con un banquete de celebración, seguido por la actuación pública de Nerón como cantante y como auriga, vestido con el traje de la facción verde.20 Los registros de los Hermanos Arvales proporcionan una vez más una valiosa confirmación. En primer lugar, probablemente en mayo, hicieron sacrificios en el Capitolio “debido al laurel” del imperator Nerón Claudio

César Augusto Germánico, a los dioses Júpiter, Juno, Minerva y Júpiter Vencedor, así como a una diosa cuyo nombre se ha perdido y a la Paz. Más adelante repitieron los sacrificios capitolinos porque el Senado había decretado una acción de gracias, y los dedicaron esta vez a Júpiter, Juno, Minerva, la Buena Fortuna (Felicitas) y la Clemencia (Clementia). Y en un momento ulterior, pero antes del 17 de junio, volvieron a hacerlo debido al laurel del emperador, aunque ahora en el nuevo templo del Divino Augusto, donde los sacrificios se consagraron a éste, a la Divina Augusta (Livia, su mujer), el Divino Claudio, la Divina Virgen Claudia (la hija de Nerón prematuramente muerta), la Divina Popea Augusta, el Genio de Nerón y la Juno de Mesalina (su nueva esposa). Los temas son claros: se proclaman la victoria, la buena fortuna y la paz a causa del fin de la gue­ rra, y la clemencia debido a la recepción de Tiridates, mientras que el lau­ rel triunfal es celebrado como un honor público, en el Capitolio, y como una gloria familiar, en el templo de Augusto, en medio de la familia y los antepasados del emperador. También puede haber una referencia a la acti­ vidad de los Hermanos Arvales “ ante el arco [de Jano Gemelo]”, pero el texto es incierto. Sea como fuere, varias monedas de entre 64 y 67, apro­ ximadamente, llevan una leyenda según la cual “ cuando la paz del pue­ blo romano se hubo impuesto en tierras y mares, él cerró Jan o ”. También es probable que en ese momento Nerón no sólo fuera saludado como imperator por undécima vez, sino que tomara el nombre “Imperator” , en esencia “ General”, como praenomen, en imitación de Augusto, algo que sus predecesores se habían negado a hacer.21 Y al parecer se erigió algún tipo de monumento triunfal que mostraba a Tiridates en actitud de some­ timiento a la imagen de Nerón en Rhandeia, en 63.22 Estos sucesos de la primavera de 66 deben verse desde tres perspecti­ vas conexas: la triunfal, la parta y la espectacular. Para Nerón, la extraor­ dinaria celebración del Día Dorado era una proeza de funámbulo que combinaba dos ceremonias muy diferentes: el triunfo sobre un derrotado enemigo y la recepción y coronación de un monarca extranjero. La situa­ ción era extraordinaria, en efecto, pero ¿se trataba acaso de un triunfo? En sus detalladas descripciones, ni Suetonio ni Dión (en el epítome) la califican de tal, y no aluden en modo alguno a una de las dos acciones definitorias y fundamentales del triunfo, el desfile a través de las calles de Roma, con sus recordatorios visuales de la conquista. Por lo demás, el sometimiento de un suplicante a un emperador y su coronación como

rey por éste no tienen nada que ver con el triunfo romano tradicional. Por otro lado, Plinio, sin el menor asomo de ironía, se refiere al triunfo armenio de Nerón, y el epítome del relato de Dión sobre los hechos de Rhandeia, en 63, que parece condensar diversos acontecimientos, con­ cluye con la consabida y múltiple salutación de Nerón como emperador (la cantidad es exagerada, pero, de todos modos, la siguiente salutación no se produjo antes de abril de 65) y su triunfo “contrario a la costum­ bre”, que debe referirse a la ceremonia de mayo de 66.23 La clave es la costumbre. Una vez que un triunfo era formalmente decretado por el Senado y votado por el pueblo, no había normas legales que obligaran al triunfador a celebrar de un modo determinado su victoria. La costumbre dictaba el desfile y sus componentes, pero en materia de detalles la diver­ sidad creativa y competitiva ya era lo habitual durante la República. La atmósfera de mayo de 66 fue sin lugar a dudas triunfal: la iluminacíión y el engalanado de la ciudad, los ciudadanos con ramas de laurel en el Foro, los soldados armados y con uniformes de parada, el monarca extranjero sometido y su séquito, el emperador con vestimenta triunfal, su salutación como imperator, las súplicas a las deidades pertinentes, el final con ban­ quete y juegos, el desusado cierre de las puertas del templo de Jano y, sobre todo, la dedicación de la rama de laurel a Júpiter en el Capitolio. Todo eso, combinado con el testimonio explícito de Plinio y Dión, debe­ ría significar que la ocasión fue en sustancia un triunfo formal, aunque novedoso y extraño, y se la percibió como tal. El elemento que marcó su singular exotismo fue la intensa atmósfera parta prevaleciente en la aventura de Tiridates dentro del mundo romano. Todo el episodio refleja una negociación seria y un compromiso inge­ nioso entre dos tradiciones muy diferentes, y desde el principio resulta claro que los partos fueron copartícipes en igualdad de condiciones en la invención de la espectacular celebración. Aunque llegó como un supli­ cante, Tiridates lo hizo en términos fijados por él y se le brindó el más elevado de los honores debidos a un soberano extranjero mientras hacía su avance triunfal hacia el oeste desde el Eufrates, con una comitiva de tres mil jinetes partos. Uno de los primeros obstáculos a su ida a Roma había sido su deber religioso como sacerdote, sacerdotii religione en las palabras de Tácito. En efecto, Tiridates era un sacerdote zoroastriano (un magus), y -según nos cuenta Plinio- rechazaba los viajes marítimos, dado que los magi no podían contaminar el mar con ninguna excreción cor­

poral. En consecuencia, pasó de Asia a Europa por el Helesponto y atravesó Iliria a caballo para entrar a Italia por el norte. Cuando se reu­ nió por fin con Nerón, se mostró una vez más como un suplicante que fijaba condiciones y rindió homenaje con el brillante compromiso de no entregar su puñal y, en cambio, demostrar la inocuidad de éste en pre­ sencia del emperador. La actitud cautivó a Nerón, que ordenó la reali­ zación de varios agasajos, sobre todo un espectáculo gladiatorio en Puteoli que uno de sus libertos, Patrobio, puso en escena con excepcional mag­ nificencia. “A fin de corresponder a Patrobio con un honor semejante, Tiridates apuntó contra fieras salvajes desde su elevado sitial y -si hemos de darle crédito- traspasó y mató a dos toros con una sola flecha” . Cre­ íble o no, la muerte de dos animales con una sola flecha era una marca de virtud principesca en el antiguo Irán.24 Nerón había encontrado en el príncipe parto un espíritu afín. El entendimiento entre Partía y Roma se ve de la manera más clara en la ceremonia culminante del Foro. En primer lugar tenemos el inter­ cambio central, registrado aparentemente de forma literal por Dión, entre Tiridates y Nerón, cuando el rey se presentó al pie del Rostra. Tiridates fue el primero en hablar: Amo, soy el descendiente de Arsaces, hermano del rey Vologeses y Pacoro, tu esclavo. He venido a ti, mi dios, a adorarte como adoro a Mitra. El destino que hiles será mi destino, pues tú eres mi Hado y mi Fortuna. A lo cual Nerón respondió: Bien has hecho al acudir aquí, para poder disfrutar de mi favor en persona. Pues lo que ni tu padre te ha dejado ni tus hermanos te han dado y conservado para ti, yo te lo entrego libremente y te hago rey de Armenia, para que tanto tú como ellos podáis com­ prender que tengo el poder de despojar de reinos y el poder de otorgarlos.25 El diálogo se amañó con sumo cuidado, pues no es ésta, según se ha puntualizado, la capitulación tradicional de un enemigo que se pone bajo la protección de Roma (deditio in fidem)\ se trata, antes bien, de la

aceptación romana de una forma de sumisión característica de los par­ tos. Además, minutos después, en el momento definitorio, al despojar a Tiridates de la tiara y reemplazarla por una diadema, Nerón suprime el símbolo del reinado armenio y lo sustituye por la marca del rey helenís­ tico independiente, signo de su reconocimiento internacional como monarca legítimo.26 Lo que observamos, entonces, es la compleja interacción de dos intereses muy diferentes, en la que tanto Roma como Partía preser­ van su dignidad. La relación personal entre Tiridates y Nerón es esencial en la historia. Según lo presentan las fuentes, sobre todo Dión, el emperador está fas­ cinado con el rey armenio. Éste, por su parte, aparece como el bárbaro prudente que ilumina la corte del emperador con la verdad sincera, le repugna la afición de Nerón al canto y las carreras de cuadrigas, l,e dice que en Corbulón tiene un buen esclavo, admira efectivamente a eSe gene­ ral por el trato firme que le ha dado y protesta cuando un atleta caído recibe los golpes de su adversario. Al mismo tiempo, se lo presenta como un consumado adulador, que reconstruye Artaxata, su capital, como “Nero­ nia”, y conquista por medio de lisonjas la estima de Nerón, con tanto éxito que, según se dice, el emperador lo agasaja con espléndidos obse­ quios. Hay ciertos inconvenientes con las cifras mencionadas, pero al parecer los contemporáneos creían que la visita de Tiridates había cos­ tado a Rom a por lo menos trescientos millones de sestercios, en un momento en que todo el presupuesto imperial ascendía tal vez a unos ochocientos millones: el coste del magnífico espectáculo del emperador sencillamente cortaba el aliento.27 Lo que fascinó a Nerón en su amigo era su condición de magus. El prín­ cipe parto no sólo era un fiel de Mitra, sino también un sacerdote; Mitra era el dios de la luz que encabezaba la lucha contra las fuerzas de la oscu­ ridad en el sistema religioso dualista del zoroastrismo de su tierra natal. Pero para los romanos los magi eran magos, y el emperador, si hemos de dar crédito a Plinio, deseaba aprender sus artes secretas: “En reali­ dad, su pasión por la lira y el canto trágico no superaba su pasión [por la magia]” . Tiridates “había llevado magi consigo y lo había iniciado en sus banquetes mágicos; sin embargo, el hombre que le daba un reino era incapaz de adquirir de él el arte mágica” . Nerón comprobó que todos los métodos de adivinación de los magi, así como su aptitud de hablar con los muertos, en especial con su difunta madre, eran mentiras vacías.28

A continuación, Plinio se extiende en tediosos vituperios contra la magia y contra Nerón, pero lo cierto es que, despojado del malentendido romano, persiste el hecho de que su amigo Tiridates inició al emperador en la reli­ gión de Zoroastro y Mitra. El punto de unión del triunfo romano y el ceremonial parto es el ter­ cer aspecto del Día Dorado, la naturaleza teatral de la gran ocasión. Ya hemos visto el drama del Día del Sol tal como Nerón lo compuso: el efecto planificado del sol naciente en el atuendo blanco de los ciudada­ nos y el centelleo de las armas y armaduras de los soldados apiñados en el Foro, así como la repetición de la escena en el Teatro de Pompeyo debajo de un dosel que mostraba a Nerón como conductor del carro del Sol. Sin embargo, más allá del drama inherente hay también un aspecto teatral deliberado y hasta explícito. Suetonio, que progresa por tópicos en sus biografías de los emperadores, señala lo siguiente en el momento de considerar los diversos juegos organizados por Nerón: “Es lícito incluir entre sus spectacula la entrada de Tiridates a la ciudad” . Como él debía saber, el propio Nerón trató el acontecimiento como un espectáculo. En el Foro, dice por su parte Dión, el pueblo estaba ordenado por rango (o división) y vestido de blanco: con ello se pretendía reproducir, sin duda, los reglamentos del teatro, el único lugar de Rom a donde el público debía sentarse en grupos constituidos de acuerdo con varios criterios sociales, entre ellos el rango, la edad, el sexo y el estado civil, así como vestir (al menos en la mayoría de las localidades) ropa blanca, que en el caso de los hombres eran togas.29 El efecto se realzaría debido a la pre­ sencia de una multitud en los techos de todos los edificios circundantes, que contemplaba la celebración como si se tratara de espectadores ubi­ cados en las filas superiores del teatro. Es decir que la actuación ulterior en un teatro de verdad (el de Pompeyo) era un reflejo material del tea­ tro virtual del Foro. El papel del Sol en ambos lugares vuelve a tener un carácter central. En el Teatro de Pompeyo, el toldo púrpura, que presentaba a Nerón como el Sol en medio del centelleo de las estrellas, cubría el deslumbrante inte­ rior dorado. En el Foro, nos dicen, todos los espectadores llegaron durante la noche y Nerón, con su traje triunfal, apareció al alba, seguido por Tiridates, en el momento preciso en que el sol naciente daba en la ves­ timenta blanca de la multitud, las resplandecientes armaduras de los soldados y las armas y estandartes fulgurantes. Es de presumir que ambos

actores hicieron su ingreso desde el extremo oriental del Foro para avan­ zar hacia el Rostra a través de la muchedumbre. Cuando Nerón entró acompañado por los senadores y la guardia, subió al Rostra y se sentó en su sitial de Estado, con vista hacia el Foro en dirección este sudeste. Es decir que, al acercarse Tiridates a él en medio de las filas de solda­ dos, el sol naciente debe haber dado en pleno rostro del emperador, relu­ ciente en todo su esplendor triunfal. El príncipe se dirigió luego al emperador desde el suelo, con la vista alzada hacia él en el Rostra: “He venido a ti, mi dios, a adorarte como adoro a Mitra” . Lo importante -algo que Nerón sabría como iniciado, lo supieran otros o n o- es que para los zoroastrianos el Sol era el ojo de Mitra, y este dios estaba con frecuencia tan íntimamente asociado a él que llegaba a identificárselos: “El Sol, a quien ellos llaman Mitra”;/señala Estrabón. Por otra parte, cuando los zoroastrianos oraban al aíre libre, lo hacían en dirección al astro, pues su religión les prescribía rezar de cara al fuego. Así, cuando Tiridates se paró en el espacio abierto del Foro romano frente al emperador iluminado por la luz solar y lo veneró como si se tratara de Mitra, en esencia no hacía sino venerar al Sol. Un ex pretor tradujo sus palabras y las transmitió a la multitud. En ese momento de la historia de Roma, muy pocos de los presentes debían saber quién era Mitra, pero es muy probable que el intérprete tradujera las palabras de Tiridates de este modo: “He venido a ti, mi dios, a adorarte como adoro al Sol” . Para Nerón, las bodas del triunfo romano y la ceremonia parta culminaban en una espléndida afirmación teatral de su papel como nuevo dios del Sol.30 El triunfo más extraño de Nerón fue el último, celebrado a su retorno a Roma después de las conquistas atléticas obtenidas en Grecia, a fina­ les de 67.31 El viaje de regreso lo llevó ante todo a Ñapóles, para honrar la ciudad que había sido testigo de su primera aparición en público como artista. El emperador entró a ella en un carro tirado por caballos blan­ cos a través de una brecha abierta en las murallas de la ciudad, “según se acostumbraba hacer con los vencedores en los juegos sagrados” (Sue­ tonio). De la misma manera, avanzó luego hacia el norte, entró a Antium, después a su villa albana y por último a la propia Roma. También ahora se derribó parte de la muralla y se forzó una puerta, como “era habitual al retorno de vencedores coronados de los juegos” (Dión), pero con la

diferencia de que para entrar a la capital Nerón condujo el carro en el que Augusto había celebrado sus triunfos casi un siglo antes. El vencedor era precedido y seguido por asistentes y soldados. En pri­ mer lugar venían hombres cargados con las coronas que había ganado, acompañados o seguidos por otros que llevaban carteles de madera (tituli), clavados en lanzas, en los cuales se inscribían los diferentes juegos en que se habían obtenido las coronas, los certámenes, los competidores derrotados y hasta los temas de las canciones y obras interpretadas con éxito. En el caso de algunos de los certámenes había carteles en que se proclamaba que Nerón César había sido el primero de los romanos en ganarlos desde el principio de los tiempos. A continuación venía el pro­ pio Nerón en el carro de Augusto. Llevaba una toga púrpura debajo de una capa griega llamada clámide (chlamys), salpicada de estrellas doradas. En la cabeza tenía una corona de olivo silvestre, símbolo de un vence­ dor en los Juegos Olímpicos, mientras que en la mano derecha llevaba una de laurel, la corona de un vencedor pitio. Y de pie junto a él en el carro iba el citarista Diodoro, a quien Nerón había derrotado en el cer­ tamen. Tras su carro marchaba su claque, al grito de “somos los augustianos y soldados de su triunfo” . Caballeros y senadores los acompañaban. Adornada con guirnaldas colgantes y resplandeciente con el brillo de las luces, la ciudad que recorrían mostraba un ánimo festivo. Mientras el emperador avanzaba, se sacrificaban animales por doquier, se rociaba perfume de azafrán en las calles y sobre el desfile llovían aves, cintas y dulces. La multitud, encabezada por los senadores, entonaba cantos de alabanza al emperador triunfante, que Dión cita al pie de la letra: ¡Salve, vencedor olímpico! ¡Salve, vencedor pitio! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡A Nerón Hércules! ¡A Nerón Apolo! ¡El único ven­ cedor de la gran recorrida, el único desde el comienzo de los tiem­ pos! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Celestial voz: benditos quienes te escuchan! El desfile de la victoria siguió una ruta poco habitual. La puerta for­ zada a través de la cual Nerón entró era, al parecer, la Porta Capena sobre la Via Appia, el camino que llevaba a la ciudad desde Alba y el sur. Desde allí el emperador fue hacia el cercano Circo Máximo, donde hizo sacar un arco, y luego atravesó el Velabro, entre el Capitolio y el Palatino, para

ingresar al Foro. Es posible que después subiera al Capitolio (eso dice Dión; Suetonio no lo menciona), presuntamente para hacer sacrificios en el templo de Júpiter Optimo Máximo, y volviera de allí al Palatino y el templo de Apolo a través del Foro. No sabemos con certeza exacta­ mente dónde y cuándo el desfile dejó de serlo. Suetonio nos cuenta que Nerón puso las coronas sagradas (obtenidas probablemente en los cer­ támenes de música y tragedia) alrededor de los lechos de sus aparta­ mentos privados (en el Palatino), junto con estatuas de sí mismo vestido como un citarista. En lo que es un nítido contrapeso a estas informacio­ nes, Dión afirma que, terminado el desfile, Nerón anunció la realiza­ ción de carreras de caballos, hizo que llevaran al Circo todas las coronas que había ganado en su vida por conducir carros (¡1.808!) y las dispu­ sieran en torno del obelisco del Sol, y luego corrió alrededor de ellas. Como ocurría con el triunfo sobre Tiridates un año y medio antes, los acontecimientos de finales de 67 también pueden verse desde tres pers­ pectivas distintas, en este caso la triunfal, la griega y la espectacular. Para Nerón, su espléndido retorno a Roma era otra proeza, que combinaba asimismo dos ceremonias muy diferentes: el triunfo sobre los enemigos derrotados y la recepción y celebración de un. vencedor en los juegos sagra­ dos griegos a su regreso al hogar. Y también ahora es necesario pregun­ tarse ante todo si se trataba acaso de un triunfo. ¿Amplió los elásticos límites de lo que era permisible en un triunfo, o se transformó en definitiva en una parodia deliberada?32 El desfile aspiraba sencillamente a parecerse a un triunfo: la comitiva de senadores y caballeros, los portadores de coronas y tituli, el carro triunfal de Augusto tirado por caballos blancos, la túnica púrpura y las estrellas de oro del conquistador, la corona (aunque era de olivo) en la cabeza y el laurel (aunque era una corona) en la mano, los soldados (que se identificaban de manera servicial como los “soldados de su triunfo”) y, en apariencia, la visita al Capitolio. No obstante, a pesar de los elementos conocidos, ni Dión ni Suetonio se deciden a denominarlo “triunfo” : ambos autores mencionan el carro en que Augusto había triun­ fado antaño y Suetonio se refiere a los augustianos que se hacen llamar sol­ dados del triunfo del emperador, pero eso es todo. Y ningún escandalizado comentarista ulterior, como Plinio o Marcial, condena un triunfo otorgado de manera formal por el Senado y el pueblo por razones puramente no militares, sin que exista siquiera la salvación del emperador como excusa. De hecho, una frase de Suetonio parece decisiva: “Su claque siguió el carro

a la manera de quienes celebran un triunfo, mientras daban gritos de que ellos eran los augustianos y soldados de su triunfo” . “A la manera” debe­ ría querer decir que, para Suetonio, no se trataba de un triunfo; y la inne­ cesaria explicación de que eran los “soldados de su triunfo” sugiere además que ni los augustianos ni los espectadores sucumbían a ilusión alguna.33 En rigor, si debe preferirse a Suetonio en desmedro de Dión, la culmina­ ción de un triunfo regular, el sacrificio a Júpiter en el Capitolio, simple­ mente no aparece; y aun cuando aceptemos la versión del segundo, Apolo reemplaza a Júpiter como meta final del desfile.3'1 Este no era un triunfo. En realidad, mostraba ostentosamente que no lo era. La ruta del des­ file, incluyera o no el Capitolio, no sólo se apartaba de la norma: pare­ cía una inversión deliberada. Los triunfos siempre se iniciaban en el Circo Flaminio, al nordeste, y avanzaban en sentido antihorario en torno del Palatino, es decir a través del Velabro, el Circo Máximo y el Foro Romano, en su camino al Capitolio. El desfile de Nerón comenzó en la Porta Capena, al sudeste, y avanzó en sentido horario alrededor del Palatino a través del Circo Máximo, el Velabro y el Foro, y se presume que luego subió la pendiente palatina hacia el Palatino (tras desviarse posiblemente hacia el Capitolio), y aún entonces el emperador siguió su marcha para volver al Circo Máximo. No sólo no era un triunfo, sino que parece un antitriunfo deliberado. Lo fuera o no, no podía haber dudas de la naturaleza griega de la oca­ sión. Como varios han señalado, se trataba de hecho de una eiselasis glo­ riosa, la entrada a su ciudad natal de un hieronikes, el vencedor en uno de los grandes juegos sagrados de la antigua Grecia (Suetonio plantea de forma explícita la comparación); ciertos elementos de esa eiselasis se dejan ver en el desmantelamiento festivo de parte de la muralla urbana, el carro con cuatro caballos (otra vez), la clámide griega, la corona de laurel pitio y la corona de olivo olímpico, la dedicación de ambas y en especial los can­ tos de victoria, que reflejan con precisión las alabanzas lanzadas a los verdaderos campeones en los juegos sagrados.35 Por otra parte, Suetonio nos cuenta que, entre otras cosas, a lo largo de su ruta llovieron lemniscos sobre el emperador. Los lemnisci, la versión latinizada del griego lemniskoi, eran cintas que se ataban colgantes a las guirnaldas o coronas hono­ ríficas como signo de un honor excepcional. Así, cuando Flaminino, predecesor de Nerón en la liberación de Grecia, proclamó la libertad de los Estados griegos en losjuegos ístmicos de 196 a. C., estuvo a punto

de morir debido a que la multitud se precipitó a estrecharle la mano y le arrojó coronas y cintas (coronas lemniscosque).36 El pueblo de Roma inter­ pretaba ahora el papel de esa muchedumbre. Aquí debe hacerse hincapié en la cuestión de las entradas a las distin­ tas ciudades. ¿Por qué cuatro de ellas, cada una de las cuales suponía el desmantelamiento de una parte de sus murallas?37 Conocemos el motivo de la elección de Ñapóles porque, como informa Suetonio, era allí donde Nerón “había hecho su presentación como artista” . Podemos presurhir que Antium fue escogida porque era el lugar natal del emperador, y Roma era asimismo su ciudad. Pero ¿por qué Alba? Se ha sugerido que Nerón tenía allí su residencia imperial predilecta, pero en realidad ésta es la única vez que mostró algún interés en el lugar; sus villas suburbanas de Antium y Sublaqueum eran las casas donde prodigaba atenciones y su presencia en ellas está bien atestiguada. También se ha señalado que aquí podría haber alguna referencia al triunfo privado in monte Albano, pero el sitio del culto de Júpiter Lacial en el monte Albano está a algunos kiló­ metros de la villa, y Suetonio utiliza con precisión la palabra “Albanum” : ésa era la manera habitual de referirse a una villa, en este caso la villa imperial de Alba, heredada de Augusto.38 De hecho, la antigua ciudad de Alba Longa había desaparecido mucho tiempo atrás, y el ager Albañus era el escenario de la villeggiatura romana. Más adelante, en el sitio mismo de Alba se levantó la magnífica villa de Domiciano. L a ubica­ ción de la villa de Nerón es incierta -había varias propiedades imperia­ les en la zona-, pero lo importante es la ausencia de Alba Longa. Al derribar parte del muro de su villa y entrar por la brecha, Nerón se acercaba lo más posible a una entrada eiselástica a la propia Alba. La razón, entonces, resulta clara: era sabido por todos que los Julios eran nativos de Alba Longa, descendían de Eneas y la vieja casa real de Alba y Nerón era su heredero, a través de Agripina y Augusto. Así, en su avance hacia Roma, el emperador pasó de la ciudad donde había nacido como artista a la ciudad donde había nacido realmente, luego a la ciudad de sus ancestros y, por último, a la urbe donde vivía y gobernaba: repre­ sentaba hasta en sus más mínimos detalles el regreso al hogar del ven­ cedor en los juegos sagrados. En su cuarta y última versión, en Roma, Nerón mezcló el triunfo romano con su equivalente, la eiselasis griega de una manera brillante y astuta. Los tituli triunfales convencionales registraron en la ocasión los porme-

ñores de victorias artísticas y no militares. La vestimenta triunfal fusionó el traje del general romano y el artista griego y la corona de laurel del primero se convirtió en la corona de olivo del vencedor olímpico, pero ambos, vencedor y general, llevaban el laurel. El papel del esclavo en el carro del triunfador fue interpretado por un competidor derrotado; los augustianos de la claque hicieron de soldados triunfantes, y Apolo Pala­ tino y el Sol del Circo reemplazaron a Júpiter Capitolino como meta del desfile. En realidad, esa fusión de lo griego y lo romano no era del todo novedosa, pues hay signos de que, aun antes de Nerón, los roma­ nos podían ver la entrada eiselástica en términos triunfales, y los griegos, el triunfo en términos eiselásticos. Al mezclar ambas cosas, Nerón ponía en práctica con deslumbrante claridad el acercamiento grecorromano. Era, como concluyó el mejor de sus biógrafos, “el triunfo de un artista” .39 Sin embargo, como en el caso de Tiridates, lo que convierte en algo único este triunfo artístico es el espectáculo. Nuestras fuentes no son en modo alguno tan comunicativas con respecto a esta ocasión,40 pero hay una insinuación clara de lo que Nerón tenía en mente en un pasaje inofen­ sivo de Suetonio : “A lo largo de toda la ruta se sacrificaban animales y de tanto en tanto se rociaban las calles con perfume de azafrán, mien­ tras aves, cintas y confituras llovían sobre él” .41 A l margen de las vícti­ mas sacrificiales, nada de esto tiene que ver con un triunfo romano. En el desfile de Nerón, las cintas (los lemnisci), están claramente destinadas a homenajear sus victorias atléticas y artísticas, como paralelos apropia­ dos de las muchas coronas que él traía consigo. Pero ¿por qué aves (aves) y golosinas (bellaria)? Y más aún, ¿por qué arrojar cosas al paso del empe­ rador? Con seguridad, estos favores aspiraban a recordar el reparto bien atestiguado de toda clase de regalos a la multitud por parte del empe­ rador en sus juegos (las sparsiones). Y da la casualidad que los obsequios de Nerón a su pueblo en los Ludi Maximi de 59 habían incluido alimentos y un millar de pájaros de todas clases por día, mientras que, según cier­ tas fuentes, en los juegos celebrados más adelante durante unas Satur­ nales, Domiciano repartió, entre muchos otros regalos exóticos, golosinas, bellaria, y aves de todo tipo.42 Si tenemos presentes los juegos imperiales, la ambientación cobra una importancia decisiva: las calles fragantes por donde pasa el desfile. Sparso per vias identidem·, las calles eran constantemente asperjadas con azafrán. El zumo perfumado del croco o azafrán se utilizaba públicamente

con un objeto y sólo uno en Roma: se lo rociaba para refrescar tanto el escenario como al auditorio en los teatros.43 Tomado en conjunción con la lluvia de regalos, esto debe sugerir que el artista imperial explicitaba la teatralidad implícita del desfile. En el triunfo sobre Tiridates, el Foro se había convertido en un escenario. Ahora, las calles mismas de Roma eran por una vez un vasto teatro y Nerón volvía a ser la estrella. El triunfo de finales de 67 es el último espectáculo auténticamente/nero­ niano del que tenemos noticia. Si miramos hacia adelante, qyeüa poco por contar. Tácito nos ha fallado; Dión es fragmentario y Suetonio está atrapado en su relato del desenlace. El único acontecimiento de 68 es la rebelión de Víndex, un drama cuya puesta no pertenece a Nerón. La his­ toria de sus días postreros y su muerte, pese a todos sus detalles cir­ cunstanciales, está tan cargada de fiorituras literarias y motivos folclóricos, para no mencionar apotegmas neronianos, que es difícil darle crédito más allá de los hechos en sí. Si miramos hacia atrás, en cambio, pode­ mos ver que su concepción del triunfo encaja con la autodramatización cada vez más audaz de un artista y actor infatigable que también supo ser emperador de Roma: un hombre que representó su papel en la muerte de su madre y su esposa en los términos más grandiosos del mito y la leyenda; un hombre que actuó en público como Apolo y el Sol, como Hércules y el rey de las Saturnales, como el heredero tanto de Augusto como de Marco Antonio; un hombre que se proclamó amigo íntimo de todo el pueblo romano, compartió la ciudad con sus habitantes como si de un hogar se tratara, fundó una Roma nueva y mejor e invitó a todos sus residentes a compartir su nuevo palacio de una fabulosa artificialidad, y un hombre, en fin, que desfiló en el aura cada vez más resplan­ deciente de la menos bélica de las glorias militares. El triunfo de 67 no fue un verdadero triunfo romano, y tampoco una parodia para burlarse de éste, el más grande de los honores de Roma. Antes bien se trató de algo conscientemente novedoso y artificial: una actuación. Fue un espec­ táculo impresionista y recargado que fusionó las culturas griega y roma­ nas, la celebración del arte y el atletísmo y la celebración de la guerra, y fue un espectáculo presentado en una ciudad convertida por un día en un teatro, una actuación con millares de ciudadanos actores. Fue, en verdad, el triunfo de un artista.

E P ÍL O G O

Λ. J n el año 221 d. C., un personaje que afirmaba ser Alejandro Magno avanzó pacíficamente Danubio abajo a través de las provincias de M oe­ sia y Tracia, acompañado de cuatrocientos hombres con atuendo báquico. A l llegar a Bizancio, cruzó en barco hasta Calcedonia, sobre la costa asiática del Bosforo, realizó allí ciertos rituales nocturnos, enterró un caba­ llo de madera y desapareció. El relato de Dión, un contemporáneo de los hechos, bosqueja un mundo en trance.1 Alejandro y su comitiva fue­ ron efectivamente alojados y alimentados a expensas del erario público y nadie, nos dice Dión -ningún magistrado, ningún soldado, ningún pro­ curador y ni siquiera los gobernadores de las provincias-, se atrevió a oponerse a su avance. Hecho notable, pues Alejandro Magno había muerto más de quinientos años atrás. Hace algunos años me pidieron que presentara un seminario sobre la imagen del príncipe ideal en la Antigüedad tardía; pude apreciar enton­ ces por primera vez la incesante fascinación y la rica complejidad de la vida postuma de que disfrutó Alejandro Magno a lo largo de la Anti­ güedad, durante la Edad Media y hasta bien entrada la era moderna, desde Gran Bretaña hasta la India, conforme cada generación y muchas y diferentes naciones lo reivindicaban y reinterpretaban en función de sus propias necesidades. Ninguna otra figura de la antigua Grecia se le asemeja ni siquiera remotamente; Alejandro evoca una y otra vez recuer­ dos tan intensos que en ocasiones parecería posible incluso volverlo a la vida. ¿Tenía él, me pregunté, algún paralelo en el mundo romano? Sólo uno y, a primera vista, sorprendente: Nerón. No porque fuera objeto de una admiración universal en la Antigüedad tardía sino por ser el único romano que, como Alejandro, fue una presencia viva durante varios siglos después de su muerte, una figura cuyo retorno se aguardaba con espe­ ranza o con miedo. Y en un aspecto Nerón ha sobrepasado a Alejan­ dro: de todos los hombres y mujeres no cristianos de la Antigüedad clásica,

su nombre es con seguridad el que despierta el mayor interés en nues­ tros días. ¿Por qué? Los buenos estudios sobre Nerón no escasean.2 Los lectores del pre­ sente libro tendrán pocas ilustraciones sobre los acontecimientos de la época neroniana o de la suerte corrida por el Imperio Romano durante su gobierno; no encontrarán, tampoco, demasiada información sobre la variedad de discursos articulados para tratar su figura y el concepto de imperio, en vida y de forma postuma, y sabrán poco del oprobip que la aristocracia vertió sobre él tras su muerte, nada de la actitud del ejército al que él ignoró hasta el extremo de poner en peligro su vida y nada del funcionamiento cotidiano del Imperio, apenas afectado por el espectá­ culo pirotécnico ocurrido en Roma. Tampoco aprenderán nada acerca de los distintos mecanismos de adaptación a la tiranía, nada sobre la disi­ dencia y el disimulo, nada sobre los modos de representación. Todo esto puede encontrarse en los mejores ejemplos de la siempre fluida corriente de la literatura moderna sobre Nerón. Sin embargo, por bue­ nas que sean esas obras, parecen poco interesadas en lo que para mí es el interrogante fundamental: ¿por qué Nerón es tan fascinante? El emperador mantuvo su dudosa reputación durante dos milenios debido a una serie de extravagantes gestos públicos, generalmente escan­ dalosos, a menudo repulsivos y siempre cautivadores: asesinar a la madre con quien tal vez se acostó, matar a su mujer embarazada en un acceso de furia, castrar a un joven liberto y casarse con él, montar un escena­ rio público para representar el papel de un héroe loco o una partu­ rienta, conducir un carro de diez caballos en los Juegos Olímpicos, tocar la lira mientras Roma ardía, hacer de los cristianos antorchas humanas para iluminar la noche, construir la vasta Domus Aurea, y así sucesiva­ mente. Mi objetivo en este libro ha sido limitado: explicar qué preten­ día Nerón con los hechos y las fechorías que cimentaron su fama, o su infamia, durante tanto tiempo. No he tratado de justificar sus actos ni de rehabilitar su persona, y tampoco intenté discernir ningún programa de amplio alcance, político o artístico. Supuse que sus actos eran racio­ nales -esto es, que Nerón no estaba loco- y que gran parte de lo que hizo tenía en las actitudes sociales de su época una resonancia mucho mayor de lo que nuestras fuentes hostiles quieren hacernos creer. El Nerón sur­ gido de estas páginas, cualesquiera fueran sus faltas como emperador y ser humano, es un hombre de considerable talento, gran ingenio y ener­

gía sin límites. Un artista que creía en su visión del mundo y en sus capacidades. Un esteta comprometido con la vida como obra de arte.33 Nerón fue un historiador con un penetrante sentido de la aguda reali­ dad del pasado (real, legendario, mítico) en la vida cotidiana de Roma, y un relaciones públicas adelantado a su tiempo, con una sagaz compren­ sión de lo que la gente quería, a menudo antes de que ella misma lo supiera. Sobre la base de todo lo dicho, me gustaría hacer dos observa­ ciones generales acerca de las relaciones de Nerón con la posteridad: una se refiere al autor de su reputación, la otra, a su texto. La primera se desprende de la intensa teatralidad no sólo de su vida sino, en especial, de sus actos más notorios, los que definieron su repu­ tación. Tanto se ha escrito, particularmente en este libro, sobre la viola­ ción de los límites entre el actor y su audiencia, entre la vida y el arte, que el tema casi se ha convertido en un cliché. Aquí me refiero a algo más restringido y preciso, un tema surgido reiteradas veces en cada capí­ tulo. Se trata de la convicción de que para la mayoría de los actos de Nerón, aun los de más triste fama, desde la maquinación del debate acerca de la muerte de su madre hasta la construcción de la Domus Áurea, pode­ mos encontrar un propósito que quizá no tuviera nada que ver con los motivos que le han sido atribuidos. Por monstruoso, grotesco y hasta irra­ cional que pareciera su comportamiento, estaba guiado por un objetivo. Nerón calculaba sin cesar los efectos de sus acciones sobre el público. Aunque sombrío y distorsionado por la tradición, si el melodrama tea­ tral que, parece, fue la vida de Nerón ha fascinado a la posteridad es porque fue él mismo quien lo escribió. L a segunda observación concierne a la omnipresencia del mito. No es accidental que la mitología y la leyenda griegas y romanas hayan rea­ parecido con tanta frecuencia en las páginas precedentes. Quien tenga un conocimiento mínimo de la vida romana advertirá la ubicuidad del mito en el arte y la literatura, los lugares públicos y las casas particula­ res, el escenario y las pinturas y esculturas, las vasijas de cerámica de los hogares y las leyendas pintadas en las paredes, las monedas inter­ cambiadas en los mercados, los nombres dados a los hijos y los cuentos de viejas. Tan común era el vocabulario del mito en la vida diaria, en todas las esferas y ámbitos de la sociedad, que se erigía en uno de los valores de mayor aceptación en el debate público : proporcionaba códi­ gos universales simples que cualquiera podía comprender. Nerón no

fue el primero ni el último dinasta romano en advertirlo, pero proba­ blemente fue más lejos que ningún otro a la hora de poner en escena sus actos con un vestuario mitológico o una ambientación derivada del mito. Eso lo justificaba, lo elevaba por encima de las restricciones huma­ nas normales y calaba hondo en su audiencia, al extremo de suscitar un eco a través de los siglos. “Tenía un anhelo -se nos cuenta-, de inmortalidad y fama imperece­ dera” .4 Alcanzó una y otra, aunque no del todo de la manera prevista, pues pasó de héroe a monstruo. Las fuentes hostiles y la imaginación popular reelaboraron para toda la eternidad nuestra imagen de Nerón, pero no la crearon. Y si esa imagen sigue siendo tan vivida, es porque fue la creación de un artista.

-^ ^ ^ e s tr a s tres grandes fuentes supervivientes sobre la vida y el rei­ nado de Nerón son el biógrafo Suetonio y los historiadores Tácito y Dión Casio. Ellos y sus obras se examinan en el capítulo II, pero los lectores interesados en conocerlos mejor tal vez consideren útiles las siguientes observaciones. Suetonio: en este libro, las referencias corresponden a las divisiones modernas habituales de su texto “Vida de Nerón” o “Nerón” [“Ñero”], por ejemplo Suetonio, 3 5 ,1. En lo concerniente a las otras vidas escritas por el biógrafo, se las refiere en detalle, por ejemplo: Suetonio, “Augus­ tus” , 35, 1. Las traducciones son de Joseph Gavorse, en Suetonio, The Lives o f the Twelve Caesars, Nueva York, Modern Library, 1931 [trad, esp.: Vidas de los doce Césares, dos volúmenes, Madrid, Gredos, 1992, entre otras]. Tácito: las referencias corresponden a los libros y las divisiones moder­ nas habituales del texto de sus Anales, por ejemplo Tácito, 15, 3, 2. Sus otras obras se citan completas, por ejemplo Tácito, Historiae [Hist\, 1, 6, 3. Las traducciones son de Alfred John Church y William Jackson Bro­ dribb en The Complete Works of Tacitus, Nueva York, Modern Library, 1942 [trad, esp.: Anales, Madrid, Gredos, 2002, e Historias, Madrid, Ediciones Clásicas, 1997, entre otras]. Dión Casio: tal como se explica con mayor detalle en el capítulo 2, el texto de las historias de Dión sobre los años neronianos se ha perdido. En realidad, lo que llamamos “Dión” está representado en su mayor parte por dos epítomes bizantinos compilados varios siglos después de su muerte. El ordenamiento y la numeración de los fragmentos recupera­ dos por esos epitomistas pueden causar una moderada confusión. La edi­ ción clásica de Dión es la de U. Boissevain, publicada por Teubner en Leipzig, entre 1895 y 1901. Al presentar los pequeños fragmentos y las grandes porciones del epítome que constituyen la última cuarta parte de la enorme obra de Dión (libros 61 a 80), Boissevain rompió con la pre­

sentación tradicional del texto: le asignó nuevas divisiones en libros y reordenó algunos capítulos y fragmentos. Su principio era simple: seguir a uno de los epitomistas, Xifilino, en un ordenamiento de los libros ajustado a los reinados de los emperadores. Sin embargo, no hay auto­ ridad que lo justifique. Como consecuencia, los especialistas utilizan el texto de Boissevain, pero se refieren a las viejas divisiones. Por desdi­ cha, la confusión se agrava a causa del texto y la traducción de Earnest Cary en los nueve volúmenes de la Loeb Classical Library, Roman His­ tory, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1914-1927, a los que recurren la mayoría de lós estudiosos y que son los utilizados aquí. Cary decidió presentar su texto de conformidad con las divisiones en libros establecidas por Boissevain. Así, el libro 62 de la edición de Loeb abarca los acontecimientos del reinado de Nerón de 58 a 68. Las antiguas y aún clásicas divisiones en libros y capítulos aparecen en los márgenes de las páginas del lado izquierdo del texto de Cary. El libro 62 de Loeb contiene, en realidad, materiales que van desde 61, 11, 2 hasta 63, 21, 3. Los lectores deben ignorar los encabezados de las páginas del lado dere­ cho de dicha edición (por ejemplo, “Epítome del libro L X l l ” ), dado que todas las referencias del presente volumen se basan en las divisiones anti­ guas en libros y capítulos [trad, esp.: Historia romana, dos volúmenes, Madrid, Gredos, 2004, hasta el libro 45].

B IB L IO G R A F ÍA

Esta lista no pretende ser una bibliografía general sobre la vida y la época de Nerón. Se limita a incluir la mayoría de los libros y artículos que me han resultado útiles en la exploración de los temas de esta obra. Las abreviaturas, cuando no se explican, son las empleadas por la bibliografía anual de estudios clásicos, L’Année Philologique. A d a m s , J. N., The Latin Sexual Vocabulary, Baltimore, Johns Hopkins University Press,

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NO TAS

I. E L QUE FUE Y SE R Á R EY

1Lion Feuchtwanger, The False Nero, traducción de Edwin y Willa Muir, Londres, Hutchinson, 1937, capítulo 54. Título original: Der falsche Nero (1936), Francfort, Fischer Taschenbuch, 1984, libro 3, capítulo 12, pp. 260-261 [trad, esp.: El falso Nerón, Buenos Aires, Ediciones Progreso y Cultura, 1943]. 2 En su mayor parte, esta relación de los hechos se basa en el registro notablemente detallado de los últimos días de Nerón que puede encontrarse en la biografía de Suetonio, “Nerón”, 40-50, combinada con los fragmentos existentes de la historia de Dión Casio, libro 63. Ambas obras se originan en una misma fuente; véase el capítulo 2. (En Heinz, 1948, pp. 61-66, se hallará una comparación de los dos relatos.) Los pormenores recogidos de otros autores se indicarán. La cronología precisa es muy incierta: véanse en general Bradley, 1978, y Murison, 1993 (con bibliografía). Se ha sostenido que Nerón conoció la noticia del levantamiento galo en el aniversario de la muerte de su madre, es decir entre el 19 y el 23 de marzo: Suetonio, 40, 4. Scheid, 1984, y Sansone, 1993, proponen interpretaciones fascinantes del antiguo relato de los últimos días del emperador: la primera es religiosa, la segunda literaria. 3 Es significativo que estos preparativos militares no se mencionen en los relatos de la muerte. Véanse sobre todo Tácito, Hist., 1, 6, y Chilver, 1979, ad loe. * Dión, 63, 28, 5. En Suetonio, 46, 3, el verso está amañado como “Esposa, madre, padre me empujan a la muerte” : Delcourt, 1944, p. 204, nota 1. La versión de Dión es claramente superior. 5 Véase Chilver, 1979, pp. 8-12, sobre la muy incierta cronología. El legado de la Tercera Legión Augusta de Africa del Norte, Clodio Macer, también desertó. Podría ser que Nerón ya hubiera recibido noticias de la batalla de Vesontio : como consecuencia de la derrota, Víndex se había suicidado, pero a posteriori el general victorioso, Virginio Rufo, legado de Germania Superior, se negó a proclamar su lealtad a Nerón o a Galba y dejó la decisión en manos del Senado. En algún momento también el ejército de Germania abandonó a Nerón: Tácito, Hist., 1, 8. 6 Cf. Plinio, NH, 37, 29. 7 Plutarco, “Galba”, 2, 1-2. 8 Neófito sólo aparece en el tardío Epitome de Caesaribus, 5, 7. El número de cuatro acompañantes, tomado de Suetonio, es confirmado por Josefo, BJ, 4, 493. 9 Reece, 1969. Contra la fecha habitual del 9 de junio, Reece defiende la fecha del 11 propuesta por Dión, y cita entre otras pruebas el horóscopo parcial de un hombre anónimo nacido en el amanecer del 15 de diciembre de 37 y muerto el 11 de junio de 68: Vetio Valente, 5, 11 Kroll = V, 7, 20-35 Pingree, con la traducción y el comentario· de O. Neugebauer y H. B. van Heusen, Greek Horoscopes, Filadelfia, American Philosophical Society, 1959, pp. 787g. Sumner, 1967, pp. 416-418, ha expresado dudas sobre el año del nacimiento de Nerón. 10 Qualis artifex pereo (Suetonio, 49, 1). Tal vez el enunciado peor comprendido de la Antigüedad; véase el capítulo II.

11Eutropio, 7, 15, se explaya sobre el relato de Suetonio. 12 Curiosamente, el relato de Suetonio parece sugerir una inhumación y no una cremación. Pero esta última era la norma abrumadoramente mayoritaria en el siglo I; en sus horas postreras Nerón había indicado dos veces su deseo de ser incinerado; Plutarco alude a la quema de su cadáver (“Galba”, 9, 3). Además, a pesar de la aparente contra­ dicción, dentro de sarcófagos romanos se han encontrado cenizas. Véase al respecto J. M. C. Toynbee, Death andBurial in the Roman World, Ithaca, Nueva York, Cornell University Press, 1971, p. 40, nota 107. Más adelante, la presencia o ausencia de un cuerpo demostraría ser importante. Nerón fue el primer emperador depositado en un sarcófago de pórfido. Sobre la ubicación de la tumba, véase Colini, 1975-1976, que supone que se levantaba junto con otros monumentos a lo largo de la Via Salaria Vetus (Via Francesco Crispi) y no cerca de la Porta del Popolo, donde la leyenda medieval creía ver acechante al fantasma de Nerón (Graf, 1882, pp. 349-356). En rigor, la sugerencia de Colini podría ajustarse mejor a la descripción de Suetonio de los sacrificios solemnes hechos por Vitelio a la sombra de Nerón medio Martio campo, en medio del Campo de Marte (“Vitellius”, 11, 2). ‘3 Tácito, Hist., 1, 4; cf. Suetonio, 50, y Dión, 63, 29, 1. 14Esta imagen fugaz de salvajismo proviene de Plutarco, “Galba”, 8. 15 Suetonio, 57, 1; Tácito, Hist., 1, 4. 16 Plutarco, “Galba”, 16-17. ‘ 7 Los relatos de Tácito (Hist., 1, 78), Plutarco (“Otón”, 3, 1-2) y Suetonio (“Otón”, 7) son tan semejantes en su formulación y sus pormenores que deben provenir de una fuente común, y esa fuente tiene que ser Cluvio Rufo (sobre él, véase el capítulo 2); como gobernador de la Hispania Tarraconense, el historiador había recibido uno de los despachos de Nerón Otón (Plutarco). 18 Suetonio, “Vitellius”, 11, 2; Tácito, Hist., 2, 95. ‘9 Sobre Plinio, véase el capítulo 2; sobre Octavia, el capítulo 4. 20 Se encontrarán aspectos de esa vigorosa vigencia, tanto en la Antigüedad como más adelante, en Graf, 1882, pp. 332-361; Geffcken, 1899; Konrad, 1966; Feo, 1971; Rougé, 1978; Bodinger, 1989; Jakob-Sonnabend, 1990; Gwyn, 1991; Chevallier, 1999 (una selección de pruebas bastante azarosa) y, sobre todo, Pascal, 1923. 21Millar, 1964, pp. 214-218. 22 Suetonio, 40, 2. 23 Tácito, Hist., 1, 8; Dión de Prusa, Or., 21, 9-10. Dión murió en algún momento posterior a 110 (quizá no mucho después); sobre la fecha de esta oración, posiblemente luego de 88, véase Jones, 1978, pp. 50 y 135. 21 El examen más reciente y exhaustivo es el de Tuplin, 1989. Ha habido algunos áridos debates en cuanto al número de falsos nerones: ¿dos o tres? Tácito, Hist., 2, 8, 1 (cf. 1, 2, 1), debería ser decisivo para inclinarse por tres; véanse Gallivan, 1973, y Tuplin, 1989, pp. 382-386. 25La principal fuente es Tácito, Hist., 2, 8-g, complementado por Zonaras, 11,15 ; cf. Dión, 64, 9, 3. Tuplin, 1989, analiza el incidente con gran detalle, pp. 364-371. La comparación mostrará que el siguiente relato difiere del suyo en diversos aspectos; descuento que la presencia de Asprenas se debe al azar. En un seminario, E. Woeckner señaló el curioso hecho de que en este punto el relato de Tácito ( “Sub idem tempus Achaia atque Asia falso exterritae velut Nero adventaret") es llamativamente similar a su informe, escrito más adelante, sobre la aparición de un falso Druso en 31 (Ann., 5,10 [cf. Dión, 58, 25,1, que difiere en algunos detalles y fecha el incidente en 3 4 ]: “Per idem tempusAsia atqueAchaia exterritae sunt acri magis quam diuturno rumore, Drusus Germanicifilium apud Cycladas insulas, mox in continento visum”). En ambos casos figuran las

islas Cicladas, se mencionan Egipto y Siria como destinos previstos y un gobernador se enfrenta al simulador en persona. No resulta claro cuánto de este doblete se debe a circunstancias históricas similares y cuánto a las facultades descriptivas de Tácito, pero no hay razón para dudar de la historicidad esencial de ambos impostores. 26 Calpurnio Asprenas, el hombre que ejecutó al pretendiente, había sido íntimo del emperador; para su notable carrera, véase el capítulo VIII. Dión, 66, 19, 3, de Zonaras, 11, 18 yjuan de Antioquía, fragmento 104M; Tuplin, 19 89 >PP· 3 7 2 -377 ·

28 Suetonio, 57, 2; cf. Jones, 19 8 3, y Tuplin, 1989, pp. 377-382. A fines del siglo II, Luciano hace mención al falso Nerón en los días de sus antepasados, Adv. Ind., 21, 10. No puede determinarse a ciencia cierta a cuál de los pretendientes se refiere. Sobre Nerón y el Oriente en general, véase Sanford, 1937. 30 Oracula Sibyllina, 4, 119-124 y 137-139· Todas las traducciones son de J. J. Collins, “Sibylline oracles”, en Charlesworth, 1983, pp. 317-472. El texto griego puede consultarse enj. Geffcken, Die Oracula Sibyllina, Leipzig, J. C. Hinrichs, 1902; reedición, Nueva York, Arno Press, 1979. Sobre Nerón en los oráculos, véase la recapitulación de McGinn, 1994, pp. 46-48. 31 Los versos 93 a 110 no parecen ajustarse a Nerón. 32 Ascensión de Isaías, 3,13-4, 22. El mejor texto existente del martirio y la ascensión está en etíope, apoyado en parte de esta sección por un fragmento en papiro del original griego de la “Ascensión”. La traducción pertenece aquí a M. A. Knibb, “Martyrdom and ascension of Isaiah”, en Charlesworth, 1985, pp. 143-176, precedido por una excelente introducción. Sobre Nerón en la “Ascensión” y en sanJuan, véase en general McGinn, 1994, pp. 48-54. 33 Sobre las complicadas razones por las que 666 debe leerse como Nerón, véase el fascinante trabajo de W. C. Watt, 1989. 34 En Charles, 1920, se encontrará una elaborada disección. 35 Ver Gagé, 1961 y, más recientemente, Poinsotte, 1999, que aporta muy poco. 36 Comodiano, Instructiones, 41; Carmen de duobus populis, 823-936. McGinn, 1994, pp. 65-66. 37 Victorino, In Apocalypsin, 13, 2, 3. 38 Sulpicio Severo, Chronica, 28-29; Dialogi, 2,14. 39 Lactancio, De mortibus persecutorum, 2, 7-9. 40 San Jerónimo, Commentarium inDanielem, 2, 28-30. Cf. Epistulae, 121, 11. 11 San Agustín, De Civitate Dei, 20, 19, 3. Como demuestra Rougé, 1978, p. 86, para san Juan Crisóstomo, un contemporáneo que menciona con frecuencia a Nerón, éste no era el Anticristo ni retornaría; antes bien, había encarnado la imagen de lo que el Anticristo habría de ser. 42 Thompson, 1953, motivos A 570 y A 580. 43 Véanse Davidson, 1978, y ahora Bercé, 1990, excelente y de vasto alcance. 44 En el caso de Nerón, durante la Edad Media, un nogal situado en el supuesto sitio de su tumba en Roma era la morada de unos demonios; o acaso él mismo yace cubierto por una armadura de oro bajo el Neroberg en Hesse: Handwörterbuch des deutschen Aberglaubens, vol. 6, Berlín y Leipzig, W. de Gruyter, 1934-1935, p. 1007; cf. Graf, 1882, p. 353 y siguientes. En 1909 y con referencia a Anzio, el pueblo natal del emperador y su único hijo, Lanciani señaló que “Nerón todavía es el héroe popular y el tema de muchas leyendas del folclor de Antium” (Lanciani, 1909, p. 340). Cotéjese con los cuentos sobre los baños de leche de Popea que aún circulan en la región donde se produjo el suicidio de Nerón, al norte de Roma: Quilici, 1986, p. 102, nota 125.

45 Cohn, 1970, pp. 89-93 cita corresponde a la p. 93). 46 Ibid., pp. 111-126 y 142-143; Cf. McGinn, 1994, pp. 152-157. « Véase Charlesworth, 1950, p. 73, un trabajo invalorable. 48Neronias: Hild, 1993; cf. PW, 17,1936, pp. 148-149. Neroneo en Amasea: AE, 1992,1671 (252-253 d. C.). Los frascos, datados entre fines del siglo III y el siglo IV: Ostrow, 1979, pp. 89-91 y 136-137· Suetonio nos asegura (55) que en su búsqueda de fama imperecedera, Nerón “eliminó las antiguas denominaciones de muchas cosas y numerosos lugares y las sustituyó por su nombre”. Su recuerdo persistió en cuatro formas: nombres personales, nombres de lugares, nombres de meses y retratos. Los retratos supervivientes y postumos se considerarán in extenso más adelante. Nombres. El nombre personal Nerón se encuentra casi exclusivamente en Oriente: Solin, 1994-1995 (del cual se toman los ejemplos siguientes). Algunos ejemplos son claramente contemporáneos del emperador, como C1G, 2942c/ (Caria), la dedicatoria de un Tiberio Claudio Nerón al propio Nerón, y 4714 = IG P R I, 1148 (Panópolis), la inscripción de 109 de un tribuno militar cuyo padre era un tal Tiberio Claudio Nerón, presuntamente nacido antes de 68. No obstante, el nombre asoma efectivamente después de 68, cuando sólo puede estar destinado a ser un recordatorio del emperador: un soldado de Beirut que cumple funciones en la Tercera Legión Augusta de Africa, L. Ulpio Nerón, ITG, 337; un Aurelio Nerón en Atenas a mediados del siglo III, IG, ni, 758; un Neroniano en Flaviópolis de Cilicia, SEG, XXVIII, 1271; un Macario Nerón en Tanais, en el reino del Bosforo, en 244, CIRB, 1287 (no está en Solin). El caso más sugestivo, como señala Solin, es el de dos efebos mencionados uno tras otro en una lista de efebos atenienses de mediados del siglo III, IG, II2, 2243 : Aurelio Nerón (presumiblemente el mismo hombre antes citado), seguido por un tal Aurelio Adriano, nombres evocativos, sin duda, de los dos emperadores romanos filohelénicos. Topónimos. Para la historia (comprensiblemente) oscura e incierta de las ciudades bautizadas en homenaje a Nerón, véanse L. Keppie, “Colonisation and veteran settlement in Italy in the first century A.D.”, PBSR, 52, 1984, pp. 77-114, en pp. 81-90; Y. Meshorer, “Sepphoris and Rome”, en O. Morkholm y N. M. Waggoner (comps.), Greek Numismatics andArchaelogy: Essays in honor of Margaret Thompson, Wetteren, NR, 1979, pp. 159-163, y RPC, pp. 488-490 y 670-671. En vida del emperador, la capital de Armenia, Artaxata, se denominó Neroneia en su honor: Dión, 63, 7. Alrededor del año 100, un puesto militar de tránsito de Tracia, probablemente sobre la Via Egnatia, seguía conociéndose como ta Neronos stabla, los establos de Nerón: BE, 1972, p. 443. Y la Galia Narbonense tenía dos ciudades llamadas Forum Neronis, Foro de Nerón: Carpentorate [Carpentras] (Tolomeo, Geografía, 2, 10, 8) y Luteva [Lodéve] (Plinio, NH, 3, 37). El “Nerón” en cuestión no es necesariamente el emperador, y en el caso de Luteva era sin duda alguna Tiberio Claudio Nerón, el padre del emperador Tiberio. Sin embargo, además del stagnum Neronis de Baia, Italia, había una estación de tránsito llamada Neronia en la Via Popillia al norte de Ravena, que con seguridad también se denominaba así en honor al emperador; se encontraba junto al canal conocido como Fossa Flavia (cf. Plinio, NH, 3,120) y está listada en el mapa medieval de itinerarios denominado tabla de Peutinger, basado en una fuente del siglo IV (que a su vez había absorbido fuentes anteriores). Y un documento oficial del siglo II se refiere a lo que debe haber sido una gran propiedad imperial, el saltus Neronianus, finca neroniana, en el hinterland de Cartago, en Africa del Norte: CIL, VIII, 25943 (Ain-el-Djemila). Es preciso asignarla, sin duda, a Nerón y sus confiscaciones en la zona: nótense los nombres de otras fincas cercanas en la inscripción, que conservan los nombres de las víctimas del emperador, junto con el comentario de Plinio

el Viejo en NH, 18, 35, en el sentido de que aquél había hecho matar a seis propietarios africanos que eran dueños de la mitad de las tierras de la provincia. Lo más sorprendente de todo es que los grandes baños del centro de Roma siguieron conociéndose comúnmente como thermae Neronianae durante por lo menos cuatro siglos después de su muerte: ltu r , IV, 1999, pp. 60-62, s.v. “Thermae Neronianae / Alexandrinae” (G. Ghini). Sidonio Apolinar se refiere a ellas en Carmen, 23,495. Marcial (7, 34,4-5) resume de manera notable el dilema de la nomenclatura postuma: “¿Qué era peor que Nerón? ¿Qué es mejor que los baños termales neronianos?”. Meses honorarios. La investigación fundamental es la de Scott, 1931. También en este caso se plantean dificultades, dado que hay evidencia de meses denominados “neronaio” o “neroneo” tanto por el emperador Tiberio (Claudio Nerón) como por el Nerón hermano de Caligula. En Roma, el Senado reemplazó “abril” por “neroneo” para conmemorar el desenmascaramiento de la conjura de Pisón en ese mes de 65 : Tácito, 15, 74; Suetonio, 55 (que atribuye el cambio al propio Nerón). El mes está atestiguado en graffiti pompeyanos ( c il , IV, 8078a; 8092), sin fecha, pero se los supone neronianos. En Egipto el cambio por “neroneo”, en la primera época del reino, afectó el mes de Choiak, del 27 de noviembre al 26 de diciembre, período del nacimiento de Nerón. La denominación aparece en unos 22 papiros, reunidos y analizados por Kruse, 1995. Uno de ellos parece ser de 78, bastante después de la muerte de Nerón: BGU, III, 981. Por desdicha, tiene muchas lagunas y es difícil de descifrar. Kruse, por consiguiente, lo corrige para eliminar el mes, lo cual es muy posiblemente acertado. Pero este autor parte del principio de que el mes no puede haber sobrevivido al emperador, afirmación que no es segura en modo alguno y puede hacernos olvidar el hecho de que hay nombres neronianos de personas, lugares y meses, así como retratos, que sí sobrevivieron. Meses y topónimos. Cf. Suetonio, 55, sobre el deseo del emperador de gozar de fama imperecedera: “Con esto en vista, eliminó las antiguas denominaciones de muchas cosas y numerosos lugares y las sustituyó por su nombre. Llamó neroneo el mes de abril y estaba empeñado en que Roma se llamase Nerópolis”. tójosefo, A], 20,154. La tradición que prevaleció fue, por supuesto, la última: cf. el capítulo 2 de este volumen. 50 Marcial, Epigrammata, 7, 34 y 8, 70. El contexto es el elogio dedicado por Marcial al emperador Nerva: Nerón, crítico nada mezquino, había reconocido los méritos del verso de aquél y lo llamó “el Tibulo de nuestros días” (una evaluación no del todo favorable). A principios del siglo ni, el erudito más culto de la época, Sereno Samónico, contó la historia del descubrimiento de las memorias de la guerra de Troya escritas por un participante, Dictis el cretense. Sus descubridores habían sido unos pastores que buscaban tesoros en su tumba cerca de Cnosos, en la isla de Creta. El lenguaje del manuscrito probaba ser griego, ya que estaba escrito en letras púnicas. El amo de los pastores lo había transliterado y ofrecido a “Nerón, el César romano, por lo cual fue colmado de obsequios”. En realidad, la falsificación, que al parecer engañó al propio Sereno, se había urdido en griego en el siglo II. Lo interesante es el hecho de que su creador escogiera al docto Nerón como su supuesto receptor. Sobre Sereno y Dictis, véase “Serenus Sammonicus”, HSCP, 85, 1981, pp. 189-212. 51 Epitome de Caesaribus, 5, 2; Aurelio Víctor, 5, 2: su fuente común y la fuente de ésta son un misterio. En Levick, 1983, se encontrará un buen examen reciente. Mucho se ha escrito sobre la identidad del “quinquenio” de Nerón: la mayoría de los autores se remiten a los (aproximadamente) cinco años de “buen gobierno”, desde 54 hasta la muerte de Agripina en 59. R. Syme ha planteado la atractiva sugerencia (rechazada de forma sumaria por Levick) de que “Trajano” significaba un quinquenio, es decir, cualquier período de cinco años durante el régimen de Nerón, y no a “el” quinquenio, un período presuntamente conocido por todos; véase su Emperors and Biography, Oxford, Clarendon Press, 1971, pp.

106-110. Murray, 1965, es un magnífico ejemplo de especulación prolongada mucho más allá del punto límite. 5“ Hace poco se planteó un buen argumento en el sentido de que uno de los peores emperadores, Heliogábalo (218-222), hacía una imitación deliberada de Nerón al conducir una cuadriga tirada por cuatro elefantes alrededor del propio circo de éste en el Vaticano, un lugar que había despejado de las tumbas que, en el ínterin, habían invadido el terreno [HAElagabalus, 23,1): Humphrey, 1986, pp. 552-557. El incidente, sin embargo, tal vez sea ficticio. Los Juegos Antoninianos del mismo emperador eran probablemente una imitación de los Juegos Neronianos: Robert, 1970, pp. 6-27. 53 Con respecto a los puntos de vista de Plutarco sobre Nerón, véase Jones, 1971, pp· 18-19. La cita pertenece a Plutarco, “Marcus Antonius”, 87, 2, en Makers of Rome, traducción de I. Scott-Kilvert, Harmondsworth, Penguin, 1965. 54 Plutarco, Moralia, 56 F, 462 A y 810 A. Dión de Prusa, un contemporáneo de Plutarco, es más duro con Nerón: lo desprecia como artista (3, 135, 32, 60 y 71, 9) y señala el trato dado a Esporo como causa de su caída (21, g), pero aun él recuerda a los rodios que, así como el emperador y sus agentes habían saqueado Olimpia, Delfos, Atenas y Pérgamo, evitaron hacer otro tanto con Rodas. 55 Plutarco, De sera numinis vindicta, Moralia, 567 E-F. 56Brenk, 1987, propone una larga y no siempre convincente interpretación de este pasaje, para sostener que la imagen plutarquiana de Nerón es negativa en todos sus aspectos. De manera más interesante, Frazer, 1971, señala que la imagen de la rana no es original de Plutarco, sino que el escritor se refiere a alguna conocida caricatura de Nerón que, junto con la aclamada actuación de éste como Cánace la parturienta, y posiblemente con varios elementos folclóricos, puede ser la base de la leyenda dorada medieval del Nerón que pare una rana por la boca. Por otra parte, Adrienne Mayor me ha hecho notar los detalles que pueden interpretarse como alusivos a la rana en las últimas horas del emperador, desde el pantano cubierto de cañas hasta los ojos desorbitados (un identificador folclórico de la rana), elementos que suman peso a la idea de que Nerón como rana no es una invención de Plutarco. 57 Robos: 5, 25, 9; 5, 26, 3; 9, 27, 3; 10, 7, 1 y 10, 19, 1-2. Dedicatorias: 2, 17, 6 y 5, 12, 8. 5®Istmo: 2, 1, 5. Crímenes: 9, 27, 3-4. Exención de impuestos: 7, 17, 2. 59 Muy recientemente, véase Whitmarsh, 1999, sobre los antecedentes intelectuales del diálogo Co Filóstrato, Apollonius, 4, 35-39 y 5, 7. 61 Filóstrato, Life of Apollonius, 5, 7 y 5, 41, traducción de C. P. Jones, Harmondsworth, Penguin, 1970 [trad, esp.: Vida de Apolonio de Tiana, Madrid, Gredos, 1979]. 62 Gittin, 56a, traducción de M. Simon, Londres, Soncino Press, 1936. En G. Stemberger, ANRW, II, 19, 2, p. 347, se encontrará una traducción literal. 63 Bastomsky, 1969. Barrett, 1976, discrepa de Bastomsky, pero a mi juicio se equivoca en todos los aspectos. Cohén, 1972, señala que “Meir” no es un apellido judío legítimamente atestiguado y sugiere que se trata de una transliteración hebraizada de un nombre gentil poco conocido, el frigio “Meiros”. Firpo, 1993, presenta una investigación de las tradiciones judías sobre Nerón, pero no agrega mucho. 64J. Malalas, Chronographia, 10, 29-40, en The Chronicle of John Malalas, traducción de E. Jeffreys et al., Melbourne, Australian Association for Byzantine Studies, 1986. 65 Cf. Zecchini, 1999. Las fuentes bizantinas son un rico filón que aún resta explorar. En el Chronicon Paschale del siglo vil el Nerón de inclinaciones cristianas muere, también a los 69 años, como resultado de intrigas judías. El cronógrafo Sincelo, del siglo VIII, da por cierta la muerte del emperador durante su regreso de Grecia a Roma, pero no está seguro de si se produjo a raíz de una intriga palaciega o por propia mano.

66 Retratos modelados sobre el de Nerón luego de su muerte: por ejemplo, Born y Stemmer, 1996, p. 99. Cofrecillos postumos con espejo: Dahmen, 1998, pp. 331-332. 67Fishwick, íggi, pp. 562-563. Las flores y las estatuas son un fuerte indicio de la existencia del culto popular de un “mártir”. Cotéjense los dichos de Plutarco sobre la reacción ante la muerte violenta de Cayo Graco en 121 a. C., “Gaius Gracchus”, 18, y los de Tácito sobre la respuesta a la muerte de Otón en 69 d. C., Hist., 2, 55. 68 CIL, V I, 34916. Lanciani, i8g3, pp. 185-190, planteó este argumento. Gracias al detallado relato que Suetonio hace del último itinerario de Nerón, Lanciani pudo deter­ minar que las imponentes ruinas en las que se descubrió el epitafio correspondían a la villa de Faón donde el emperador murió. Aceptado por Colini, 1958; Quilici y Qililici Gigli, 1986, pp. igi-194, 263, 265 y 285-288, cuestionan a Lanciani, pero de manera poco convincente. 69 Sobre esto y gran parte de lo que sigue, véase la obra clásica de Vittinghoff, 1936. Recientemente, véase C. W. Hedrick, History and Silence: Purge and Rehabilitation ofMemory in Late Antiquity, Austin, University of Texas Press, 2000, sobre todo el capítulo 4, “Remembering to forget: the damnatio memorial, pp. 89-130. 70Una búsqueda informal pero muy instructiva de colecciones epigráficas convencionales ha señalado que el nombre de Nerón fue objeto de hechos vandálicos en alrededor del 12% de sus inscripciones: J. M. Paillier y R. Sablayrolles, “Damnatio memoriae: une vraie perpétuité”, Pallas, 40, igg4, pp. 13-55, en p. 22, con la nota 47. No se trata en absoluto de una cifra impresionante : Domiciano (el tema del trabajo citado) llega a un 35%. 71 Bergmann y Zanker, ig8i; Pollini, 1984, y Maggi, 1991. El término apropiado debería ser “palimpsesto”: Jucker, 1981. 72 Megow, 1987, pp. 202, 210-220, 225-226, 230, 241 y 308, y Megow, 1993. Meyer, 2000, ha agregado varios asombrosos reciclados del retrato de Nerón: el emperador representado en el grand camée de Francia es él, transformado en Constantino (pp. 11-28); la figura en un peto perteneciente al relieve de San Vitale, en Ravena, también es Nerón, reciclado como Vitelio (pp. 35-48); otro tanto ocurre con la figura central del friso A de los relieves de la Cancellería, esta vez convertida en Domiciano y luego en Nerva (pp. 125-140). Meyer también sostiene (pp. 41-47) que la estatua de Mars Ultor hoy emplazada en el Museo Capitolino tenía originalmente la cabeza de Nerón, y es de hecho la propuesta para él por votación del Senado en 55 (Tácito, 13, 8, 1). 73 Besombes, 1998, p. 125: de las tumbas número 15 (mediados del siglo II), 22 (paso del siglo I al siglo 11) y 35 (flaviana). Adviértanse también los números 24 y 30 (tumbas no fechadas), 33 (un templo de Jano cerca de Autun) y 34 (una casa de campo). 74Fittschen, 1970, p. 549; Stemmer, 1978, p. 17, nota 62, y Sperti, 1990, p. 10. La inscripción ha vuelto a publicarse como 1. Tralleis, 40. 'r’ Tal es el convincente argumento de Fuchs, 1997, pp. 83-90, que reacciona contra Lahusen y Formigli, 1993, pp. 180-182. Una llamativa cornalina, destruida en Berlín a fines de la Segunda Guerra Mundial, muestra a Otón en el centro con bustos más pequeños y enfrentados de Nerón y Popea por debajo, los tres con sus nombres, a los que se agregan los Dióscuros en la esquina superior izquierda y una serpiente en el fondo: Zahn, 1972. Por desgracia, en opinión de mi colega Hugo Meyer esta pieza de notable riqueza de la propaganda otoniana es probablemente una falsificación moderna. 76 Alföldi, 1990. 77 Ibid., pp. 34-40; contra A. Cameron, en la introducción a Alföldi, 1990, p. 70. 78 Magno Aurelio Casiodoro, Variae, 3, 51, 9, en The Variae of Magnus Aurelius Cassiodorus Senator, traducción de S. J. B. Barnish, Liverpool, Liverpool University Press, igg2, pp. 6g-7o. El camafeo se analiza en Megow, 216, número A104, con Tafel, 35, 6.

79 Véase Megow, 1987, pp. 214-215, número A99, con Tafel, 35, 3, con descripción, una bibliografía completa (incluyendo la autoridad de A. Furtwängler, G. Lippold, E. Simon y H. Jucker) y especulaciones sobre el origen de la pieza. Añádanse las observaciones de publicación postuma de H. Möbius, que la había examinado cuidadosamente : ANRW, II, 12, 3, 1985, pp. 67-68. 80 Megow afirma que, como Nerón sufrió una damnatio memoriae, una honra postuma es impensable; ya hemos expuesto razones para mostrar por qué esta postura es insostenible. Sobre el papel y la significación del águila en la consagración, véanse Vittinghoff, 1936, pp. 106-108, y S. Price, “From noble funerals to divine cult: the consecration of Roman emperors”, en D. Cannadine y S. Price (comps.), Rituals of Royalty: Power and Ceremonial in Traditional Societies, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, pp. 94-95, sobre todo pp. 73-77. 81 Cohn, 1970, p. 73. 82 Perrie, 1987, p. 62. Las observaciones sobre Iván presentadas aquí no son más que una condensación del capítulo 3 (pp. 45-65) de su admirable estudio del folclor en la historia. Contrástese con Iván la imagen folclórica de Pedro el Grande tal como la expone Riasanovsky, 1985, pp. 74-85. Pedro, una figura generalmente elogiable para la mirada occidental, fue condenado casi de inmediato después de su muerte por destruir la vieja Rusia: absentista, deslumbrado por los extranjeros y sus costumbres, blasfemo, licencioso, filicida y enemigo de la Iglesia, en una de las tres versiones básicas de su leyenda se supone que debe ser el Anticristo. Aquí tenemos entonces una figura terrorífica que no era un zar campesino. 83 Perrie, 1987, p. 117.

II. H ISTO RIA Y FICCIÓ N

1Epígrafes: Josefo, A], 20, 154; Marcial, 3, 20, 1-4 (traducción de D. R. Shackleton Bailey publicada en la Loeb Classical Library y considerablemente modificada). El texto latino de Marcial también podría traducirse del siguiente modo: “¿O acaso emula las composiciones que un mendaz escritor adjudicó a Nerón o las fábulas del bribón de Fedro?” (como prefiere hacerlo Shackleton Bailey, que menciona la alternativa); pero es difícil entender por qué querría Canio Rufo imitar escritos falsamente atribuidos a Nerón. Antigüedadesjudías, deJosefo, se publicó en 93-94, mientras que el tercer libro de los Epigramas de Marcial apareció en 87. 2Herz, 1948; cf. Syme, 1958, pp. 688-692, y, para una exposición sumaria, Griffin, 1984, p. 235. Se ha debatido mucho si Suetonio conocía y criticó los Anales de Tácito; la dificultad para decidirlo radica en la incertidumbre acerca de las fechas en que cada uno de ellos compuso su obra. Si Suetonio estaba familiarizado con los Anales, las huellas de este libro son absolutamente vagas. 3 Por ejemplo, Suetonio, “Otón”, 10, 1 (sobre el año 69). 4 Por ejemplo, en Tácito, respectivamente 15, 74 y 13, 31; cf. 16, 22. 5 La mejor introducción es Wilkes, 1971-1972, sobre el cual se basa gran parte de lo que sigue. Los fragmentos de historiadores perdidos están reunidos en H. Peter, Historicorum Romanorum Reliquiae, vol. 2, Leipzig, Teubner, 1906: Corbulo, pp. 99-101; Plinio, pp. 110-112; Fabio Rústico, pp. 112-113; Cluvio Rufo, pp. 114-115, y Junio Rústico, p. 116. 6 Tácito, 4, 53. Barrett, 1996, p. 198 y siguientes. ? Citado en Tácito, 15, 16, 1. 8 Aruleno: Suetonio, “Domitianus”, 10, 3; Tácito, “Agricola”, 2,1. Fanio: Plinio, Epp., 5, 5. 9 Tácito, 13, 20, 2-4. 10 Testigos presenciales en Roma: por ejemplo, Plinio, NH, 14, 56; 12, 10; 9, 117 y 9, 4. Historia de Roma: Plinio, Epp., 3, 5, 6; mencionado por su tío en NH, pref., 20.

u Plinio, NH, 7, 45 (enemigo de la humanidad); cf. 34, 45; 35, 51; 22, 96; 37, 50 et al. 12 Syme, 1958, pp. 291-295. Se supone, por ejemplo, que Tacito critica a Plinio sin nombrarlo en 13, 31: “Cuando Nerón, por segunda vez, y L. Pisón fueron cónsules [57], pocas cosas acaecieron dignas de recordarse, a menos que uno disfrute llenando volúmenes con elogios a los cimientos y las maderas con que César levantó su imponente anfiteatro en el Campo de Marte, dado que es evidentemente apropiado a la dignidad del pueblo romano que los asuntos importantes se consignen en las historias, y cuestiones como ésas, en las acta diurna urbtí’. Sin embargo, cuesta asociar el elogio a los sentimientos que Plinio abrigaba con respecto a Nerón, y el uso de “César” en vez de “Nerón” sugiere que se trataba del escrito de un contemporáneo favorable, e incluso de las mismas acta diurna urbis. De manera similar, no es imperioso que la “curiosa” investigación numerológica sobre la fecha del Gran Incendio (15, 41) provenga de Plinio. ‘3 Tácito, 15, 53. 14Tal como lo establece R. Syme en “Pliny the procurator”, HSCP, 73, ig6g, pp. 201-236= Syme, 1979, vol. 2, pp. 742-773. 15 Tácito, 14, 2; Suetonio, 28. 16 Muerte de Séneca: Tácito, 15, 61. No necesariamente un historiador: Townend, 1964. 17 Se encontrará una excelente exposición de su trayectoria y la naturaleza y magnitud de su obra en Wiseman, 1991, pp. 111-118. Cluvio como heraldo de Nerón: Suetonio, 21, 2, y Dión, 63, 14, 3. Carta de Plinio: Epp., 9, íg, 18 Townend, ig6o, 1961 y 1980; Wardle, 1990. ‘ 9 Tácito, Hist., 4, 43 (70 d. C.). 20 Tácito, 13, 14; Plinio, 22, 92, y Octavia, 164-165. Bromas sobre setas: Suetonio, 33, cf. 39; Dión, 60, 35, 4; Marcial, 1, 20, yjuvenal, 5,148. No hay setas en Séneca, Apocolocyntosis (era un problema intestinal), ni en el edicto oficial, Suetonio, 47. 21 Suetonio, “Claudius”, 44, 2-3; Tácito, 12, 66-67, Y Dión, 60, 34, 2-3. “Dión” también omite a Haloto, pero es de presumir que la omisión se debe a una decisión del epitomista. Nótese que Salustio también habla de Locusta, pero no en este contexto: “Nerón”, 33, 47. 22 Como lo reconocen en general los especialistas modernos: véase Levick, 1990, p. 77, con referencias. Sobre los hábitos alimentarios y la mala salud de Claudio: Suetonio, “Claudius”, 31-33. Nuestras fuentes coinciden en que el emperador murió durante la noche o al alba, pero la versión oficial sostenía que la muerte se había producido entre el mediodía y la una de la tarde del día siguiente : Tacito, 12, 68 (que supone un encubrimiento), y Séneca, Apocolocyntosis, 2. Séneca nos cuenta (c. 4) que el emperador se sintió indispuesto mientras veía a unos actores cómicos; Suetonio afirma (“Claudio”, 45) que los actores aparecieron después de su muerte, como parte del encubrimiento. 23 Tácito, Hist., 1,13; Suetonio, “Otón”, 3; Plutarco, “Galba”, 19, 2-20,1, y Dión, 61,11, 2. Tal como Suetonio la presenta, la historia es particularmente intrigante. Desde un punto de vista, Nerón aparece como la triste y airada figura del exclusus amator de la poesía amorosa, que grita ante la puerta cerrada de su amante: ipsumetiam exclusisse quondamproforibus astantem miscentemquefrustra minas acpreces ad depositum reposcentem. Al mismo tiempo, hay un elegante color local que hace un juego de palabras con dos tipos de contratos. Nerón hizo un préstamo temporal, en cuanto Sabina fue demandatam interim a Otón: un mandatum era un contrato por el cual una parte aceptaba realizar un servicio gratuito en beneficio de otra. Pero cuando fue a exigir su devolución, el emperador pidió su depositum·, un depositumimplicaba la entrega de una cosa en custodia, pero no para utilizarla. Vale decir que el relato es muy inteligente tanto literaria como legalmente, y es poco probable que Suetonio haya sido su inventor. 24 Tácito, 13, 45-46; cf. 13, 20. Para el adorno literario y legal de la primera versión, véase la nota anterior. La segunda versión también contiene una broma jurídica: si Popea

hubiese permanecido tres noches con Nerón se la habría considerado casada con él cum manu y bajo su potestad legal. Por otra parte, ambas versiones exhiben aspectos folclóricos y un colorido literario. La conclusión citada es de Syme, 1958, p. 290. 25 La idea apareció en el siglo xvil: Gyles, 1946-1947. Y A. C. Swinburne la recordó con voluptuosidad en “Dolores”, Poems and Ballads, primera serie, Londres, E. Moxon & Co., 1866: [Cuando, con llamas en su torno aspirante, /Se irguió sonrojado, como se yergue el arpista, /El bello e implacable tirano, /Coronado de rosas y con muerte en las manos; /Y un ruido como el ruido del agua estentórea /Golpeó a lo lejos a través de los fuegos volantes /Y mezcló con el relámpago de la masacre /Un trueno de liras]. 26 Townend, i960, p. 105; Wiseman, 1991; Wardle, 1992, y Sansone, 1993, p. 189. (Con el perdón de Griffin, 1984, p. 236, y 1976, p. 429, nota 2, este mismo pasaje deberla demostrar que Dión utilizó a Cluvio Rufo : aquí, Suetonio y aquél siguen claramente una misma fuente, y es muy poco probable que ésta [cf. Sansone, 1993] haya sido Plinio o Fabio Rústico). 27 Artista literario: Wiseman, 1991. Sansone, 1993, p. 179, cita las opiniones de latinistas tan eminentes como G. B. Townend sobre el relato de Suetonio de la muerte de Nerón (“tal vez el ejemplo más eficaz de continuidad narrativa en las Vidas de los doce Césares”) y F. R. D. Goodyear (“quizá lo mejor que escribió en su vida”); el elogio, desde luego, debería dirigirse a Cluvio. El aporte sobresaliente de Sansone ha consistido en revelar el aspecto inframundano del relato, que a su juicio “contenía una mixtura sustancial de ficción”. El aspecto folclórico me fue señalado por Adrienne Mayor. 28 Egipto: Dión, 63, 27, 2. Nadie que lo mate: Suetonio, 47, 3, y Dión, 63, 29, 2 (en un momento ulterior de la narración). Agua hervida: Suetonio, 48, 3, y Dión, 63, 28, 5; cf. Plinio, 31,40 con respecto a esta original costumbre. Autorreproche y exhortación: Suetonio, 49, 3. Homero: Suetonio, 49, 3. Centurión: Suetonio, 49, 4. 29 Suetonio, 49, 1 (traducción de Gavorse, modificada). Cf. Dión, 63, 29, 2. 3° El significado de las palabras de Nerón ha dado pie a numerosos comentarios: por ejemplo, Gyles, 1962; Bradley, 1978, p. 277; Di Lorenzo, 1981, y otros. Cf. Griffin, 1984, p. 164 y siguientes, “qué artista muere conmigo”; Kierdorf, 1992, p. 229, "Wasfür ein Künstler geht mit mir zugrunde”, y otros.

III. RETRATO D EL ARTISTA

1Epígrafes: Plinio elJoven, Panegyricus, 46,4; Juvenal, 8,198-199, y Suetonio, 53 (traducción de Gavorse, modificada). 2Para el itinerario de Nerón en Grecia y su cronología, véase Halfmann, 1986, pp. 173177. Reprogramación de los juegos y agregado de certámenes artísticos: Suetonio 23, 1, y Filóstrato, Apollonius, 5, 7. Edificio de Nerón en Olimpia: Sinn, 1993; Sinn también muestra, en las pp. 139-140, que la llamada Casa de Nerón en Olimpia es una ficción moderna. Las 211a Olimpíadas vacías: Pausanias, 10, 36, 9, con Habicht, 1985, p. 83. 3 Esta afirmación se limita a replantear la conclusión del invalorable trabajo de Kennell (N. Kennell, 1988, p. 251): “Nerón no fue a Grecia a admirar los monumentos de la cultura clásica griega, sino a ser admirado”. 4 Dión, 68, 8, 3 y 10, 1. Sobre todo esto, incluido el significado preciso de los títulos de Nerón, es de consulta fundamental Kennell, 1988. Compárese con Filóstrato el Viejo, “Nerón”, 2: “Nerón había ido a Grecia impulsado por la vocación de la música y la convicción exagerada de que ni siquiera las Musas podían superar la dulzura de su canto”, Nerón u otros ofrecieron excusas por no visitar Atenas y Esparta: véanse Kennell, pp. 246-247, y el capítulo 4 de este volumen. Su presencia sólo está atestiguada en algunos otros

lugares de Grecia, cada uno de ellos vinculado a una de las cinco ciudades del circuito: el istmo de Corinto, por la cuestión del canal; Lerna, en la Argólide (Pausanias, 2, 37, 5), y posiblemente, pero sin certeza alguna, Tespias (Pausanias, g, 27, 3), por donde el emperador podría haber pasado en el viaje de Corinto a Delfos. 5 Los hechos conocidos se encontrarán en Bradley, 1978, que supone que Nerón se marchó de Roma a principios de agosto de 66 y volvió a principios de diciembre del año siguiente. 6 Canto acompañado por la lira: Suetonio, 23, 1-3 (Olimpia); Dión, 63, 8, 2 y 63, 8, 4 (competidores, cf. 63, 20, 3); Scholia ad Iuvenalem, 8, 226 (Istmia); Filóstrato, Apollonius, 4, 24 (Istmia) y 5, 8 (Olimpia), y Jerónimo, Chron., 65 (Olimpia) y 66 (Istmia, Pitia y Actia). Actuación en tragedias: Suetonio, 24,1; Dión, 63, 8, 2; [Luciano], “Nerón”, 8; Filóstrato, Apollonius, 4, 24, cf. 5, 8 (Olimpia) y 5, 9 (Pitia), yjerónimo, Chron., 65 (Olimpia) y 66 (Istmia, Pitia y Actia). Carreras de carros: Suetonio, 24, 2 (Olimpia); Dión, 63, 8, 2 y 14,1 (Olimpia), yjerónimo, Chron., 65 (Olimpia). Actuación como heraldo: Suetonio, 24, 1; Dión, 63, 8, 2 y g, 2; Dión de Prusa, Or., 71, 9; Filóstrato, Apollonius, 4, 24 (Istmia), yjerónimo, Chron., 65 (Olimpia) y 66 (Istmia, Pitia y Actia). ^Premios por no competir en Roma (todos de los primeros o segundosJuegos Neronianos): Suetonio, 12, 3; Dión, 61, 21, 1, y Tácito, 14, 21, 8 y 16, 4 (Nerón renuncia a ellos). Premios enviados desde Grecia: Suetonio, 22, 3, y Dión, 61, 21, 2, con Bradley, 1978, p. 138. 8 Dión, 63, 9, 4-6; Suetonio, 23, 2-24, 1, y Filóstrato, Apollonius, 5, 7. 9 Tácito, 16, 4, 2-3, y Suetonio, 23, 2. '° Suetonio, 20, 1, y Plinio, 34, 166 y 19, 108. u Voz débil: Suetonio, 20, 1, y Dión, 61, 20, 2. Rana: Plutarco, Moralia,568A. Voz melodiosa: Oracula Sibyllina, 5, 141-142. Buencantante: Suetonio, 39, 3, cf.Filóstrato, Apollonius, 4, 42. Falsos nerones: Tácito, Hist., 2, 8, y Dión, 66, 19, 3b. Modestos dones naturales mejorados por los ejercicios: Pseudo Luciano, “Nerón”, 6 (traducción de M. McLeod para la Loeb Classical Library). “La voz [de Nerón] no merece ni la admiración ni el ridículo, pues la naturaleza lo ha hecho tolerable y moderadamente entonado. Su voz es sorda y baja por naturaleza, dado que la garganta está hundida, y su canto tiene una suerte de sonido zumbante debido a esa constitución de aquélla. Sin embargo, el timbre de su voz lo hace parecer menos bronco cuando deposita la confianza no en sus facultades naturales, sino en modificaciones graduales, una melodía atractiva y una diestra ejecución del arpa, en una elección atinada del momento de caminar, detenerse y seguir y en la oscilación de la cabeza al compás de la música”. 12 Suetonio, 41, 1. 13Dión, 63, 14, 4 (traducción de Cary, modificada). De acuerdo con Filóstrato, Apollonius, 5, 7, la idea de que Nerón proclamara vencedora a Roma era una sugerencia de sus aduladores. 14Tres maestros citaristas se mencionan como competidores de Nerón. Pamenes, que era demasiado viejo: Dión, 63, 8, 4. Terpno: Suetonio, 20, 1; cf. Filóstrato, Apollonius, 5, 7. Diodoro: Dión, 63, 20, 3. Terpno y Diodoro fueron más adelante las estrellas, junto con el actor Apeles, cuando Vespasiano dedicó el restaurado Teatro de Marcelo, en cuya ocasión cada citarista ganó doscientos mil sestercios: Suetonio, “Vespasiano”, lg, 1. ‘5 Rivalidad: Suetonio, 23, 2 (donde condicionis eiusdem no significa “del mismo rango”, sino “del mismo talento”), y Dión, 63, 8, 5 y 9, 2. Estatuas arrojadas a las letrinas: Suetonio, 23, 1. Desmanes con las estatuas del citarista: Dión, 63, 8, 5. Asesinato: Filóstrato (Pseudo Luciano), “Nerón”, 9-10: la historia se lee como una ficción, con elementos folclóricos; en rigor, el diálogo del siglo II en que aparece probablemente nunca aspiró a la veracidad.

16Pítico: Dión, 63,18, 2. Paris: Dión, 63,18,1 para el primer motivo, Suetonio, 54, para el segundo, sin certeza (“et sunt qui tradunt... ”). 17 Suetonio, 24, 2, y Dión, 63, 14, 1. La cita y la descripción de la pista olímpica están tomadas de Finley y Pieket, 1976, p. 29. 18Temor: Suetonio, 23, 2; Dión, 63, 9, 2, y Filóstrato, Apollonius, 5, η. Discurso a los jueces: Suetonio, 23, 3. Recompensas: Dión, 63, 14, 1, y Suetonio, 24, 2. ‘ 3 Tácito, 14,15; Dión, 61, 20, 3 (59 d. C.), y Suetonio, 20,3 (64 d. C.). Sobre los augustianos véanse Gatti, 1976-1977, y Mourgues, 1988 (fundamental) y 1990. 20 Control del público: Suetonio, 23, 2, y Tácito, 16, 5, 1. Entusiasmo obligatorio: Dión, 63,10,1; Suetonio, 25,3 y “Vespasiano”, 4, 4, y Tácito, 16,5,4-5. Enjuiciamientos: Filóstrato, Apollonius, 5, 7. Suetonio sostiene que Vespasiano se retiró a una oscura ciudad de provincia, pero la severidad y hasta la realidad del disgusto del emperador son sumamente dudosas, dado que muy poco después Nerón lo designó comandante en jefe de la guerra contra los judíos, en el invierno de 66-67: Josefo, BJ, 3, 64, con 3, 1-7. Aquí hay un problema de cronología. Tácito describe el control de la audiencia y los abusos cometidos contra ella, incluido el insulto a Vespasiano, en su relato de los segundos Juegos Neronianos de Roma, en 65, mientras que Suetonio y Dión atribuyen de forma explícita los mismos acontecimientos a la gira de Grecia de 66-67. Estas dos versiones acaso reflejen el uso de dos fuentes distintas. El problema no es demasiado importante en este punto: lo significativo es que el contexto es el de una actuación pública en los últimos tres años del reinado. 21 Dión, 63, 10, 1-3. 22 La bibliografía ha experimentado un crecimiento masivo en los últimos treinta años. Véanse en especial Friedlaender, 1920-1923, Wistrand, 1992 (muy tradicional pero inteligente), Cameron, 1976, Hopkins, 1978 y 1983, y Coleman, îggo, igg3 y 1996. Los beneficios están en baja. Las paginas que siguen están destinadas a lectores con escaso conocimiento de la naturaleza de los espectáculos romanos y no pretenden ser originales. 23 Mucho menos importantes en Roma, y novedosos en los días de Nerón e incluso más adelante, eran edificios griegos como los gimnasios para las competiciones atléticas, los estadios para las carreras y pequeños odeones destinados a la recitación y la declamación. 24 Plutarco, “Pompeius”, 52, 4, y Dión, 3g, 38. 25Juvenal, Sat., 10, 77-81, con el comentario de E. Courtney (1980) ad loe., para otras referencias. Frontón, Principia historiae, 17 (traducción de C. R. Haines para la Loeb Classical Library, ligeramente modificada). 26 Cicerón, Pro Seslio, 106, en Cicero Backfrom Exile: Six Speeches upon His Return, traducción de D. R. Shackleton Bailey, Atlanta, Scholars Press, 1991 [trad, esp.: En defensa de P. Sestio, en Discursos, vol. 4, Madrid, Gredos, 1994]. Para lo siguiente véanse Bollinger, 1969, y sobre todo Cameron, 1976, pp. 157-190 (“el emperador y su pueblo en los juegos”); cf. Hopkins, 1983, pp. 14-20 (“los espectáculos de gladiadores como teatro político”), y Veyne, 1990, pp. 3g8-4ig. Debe señalarse que para los romanos el término “teatro” podía referirse no sólo a los teatros sino también a los anfiteatros (ámbito de los combates de gladiadores) y los circos. 27 Tácito, 13, 24. El tema se reitera en este autor, cf. Cameron, ig76, p. 160, nota 4: theatri licentia, 1, 77, 1; theatralis populi lascivia, 11,13, 1, y ludiera licentia, 13, 25, 4. 28 La evidencia es muy difícil de descifrar y las reglas mismas son complejas; véase sobre todo Rawson, 1987. 29 Séneca, Epistulae, 47,17. Sobre las actitudes de los intelectuales (esto es, los escritores) con respecto a los intérpretes -los actores y bailarines eran inmorales, los gladiadores eran despreciables, los aurigas suscitaban indiferencia-, véanse las pruebas exhaustivas

recolectadas por Wistrand, 1992. Sobre los intérpretes como héroes deportivos y estrellas populares, véanse Friedlaender, 1907, y Hopkins, 1983, pp. 20-27. 3° Levick, 1983, p. 108, sobre el teatro, y Tácito, Dialogus, 29. 3' En Levick, 1983, pp. 105-108, se encontrará una excelente descripción de las “restric­ ciones a la actuación pública de miembros de las clases superiores, 46 a. C.-15 d. C.” 32 Hay registros ocasionales de la participación de nobles romanos como aurigas en los juegos de la victoria presentados por Sila (Asconio, 93C), Julio César (Suetonio, “Julius Caesar”, 39, 2) y (probablemente) Augusto (Suetonio, “Augustus”, 43, 2): Rawson, 1981, pp. 398-399. También como competidores en los Juegos Olímpicos, aunque en la mayoría de los casos no está claro si los verdaderos conductores fueron ellos mismos o aurigas contra­ tados: Cameron, 1976, pp. 202-205. El padre de Nerón, Domicio Ahenobarbo, fue una excepción en su devoción al ars aurigandi (Suetonio, 4), y Vitelio, de joven, se propuso a Caligula por su destreza (Suetonio, “Vitellius”, 4), pero Nerón parece haber sido el primer aristócrata romano en participar en Roma como competidor regular y representante de un grupo específico de corredores. Sólo el dudoso testimonio de Dión, 5g, 5,5, apóyala conjetura de que Caligula era un auriga (y no un mero y fervoroso entusiasta de las carreras de cuadrigas). 33 Tácito, 14, 14, y Rawson, 1981. 3i Burro: Tácito, 14,15. Vitelio: Tácito, Hist., 2, 71, cf. Suetonio, “Vitellius”, 11, 2. Valente: Tácito, Hist., 3, 62. Cluvio Rufo: Suetonio, 21, 2, y Dión, 63, 14, 3. Trásea: Tácito, 16, 21, y Dión, 62, 26, 3-4. Pisón: Tácito, 15, 65 (también era aficionado a tocar la lira: Laus Pisonis, 166). Sobre el desempeño escénico de Trásea, véase Linderski, 1992, que lo fecha en 56 ° 57· 35 Carreras de cuadrigas en 59: Tácito, 14,14. Juegos Neronianos de 65: este relato combina Tácito, 16, 4, Suetonio, 21, 2, y Suetonio, “Vitellius”, 4. 3CTácito, 14, 13, y Dión, 63, 20, 4-5. 37 Plinio eljoven, Panegyricus, 46,4-5. Restablecido luego de la muerte de Nerón, el decoro implicaba la desaprobación de sus extravagancias por parte de los autores posteriores. Pero algo de su estilo sobrevivió: cf.Juvenal, 4,136-137, sobre un consejero de Domiciano, noverat ille / luxuriam imperii veterem noctesque Neronis. 38 Civilitas, civilidad, es la capacidad de un emperador de actuar como un ciudadano común o, al menos, como un noble romano común. 39 Dión, 61, 9, 1. ■ 4° Tácito, 13, 22. 41 Tácito, 13, 31. 42 Suetonio, 12, 1; cf. 11, 1. 43 Suetonio, 12,1. Sobre la historia de la danza pyrrichae, véase Sabbatini Tumolesi, 1970. 44 Dión, 61, 9, 5. 45 Suetonio, 12, 2. Su curator ludorum fue casi con certeza Q. Veranio, cónsul en 49 que, en 57, dejó Roma para gobernar Britania, donde murió el año siguiente. El epitafio parcialmente conservado de Veranio parece mencionar unos ludi que tuvo a su cargo. La publicación original de esa inscripción proponía una conexión con los ludís [maximis] de Nerón, repetida en AE 1953, 251 (Roma); la mejor y más reciente versión, CIL, V I, 41075, sugiere la siguiente restauración, basada en la longitud de las líneas: Ludís /[maximispraefectus est, cum honorem non pjetierit ab Augusto principe, cuius liberalitas erat minister]. Pero los Ludi Maximi (respecto a los cuales, véase más adelante) se celebraron en 59, un año después de la muerte de Veranio: cf. Bradley, 1978, p. 83. Los juegos aludidos deben de ser los de 57; la liberalitas de Nerón, cuyo agente fue Veranio, debía ser la congiarium, la largueza pública mencionada por Tácito (13, 31, 2) y presente en inscripciones de monedas; por lo demás, el texto de epitafio de Veranio no ha sido descifrado satisfactoriamente.

46 Ludis, quos pro aeternitate imperii susceptos appellari maximos voluit (Suetonio, 11, 2). 47 Suetonio, 12, 1. Palco: véase Kelly, 1979, p. 30, nota 36. 48 Dión, 61, 11, 1 y 61, 15-16; cf. Tácito, 14, 12-13. 49 Dión, 61, 16, 1-3; cf. Suetonio, 39, 2. 50 Dión, 61, 16, 4-5; cf. Tácito, 14, 22, 4, que fecha el rayo en 60, y Filóstrato, Apollonius, 4. 43· 51 Dión, 61, 17, 1-2; cf. Suetonio, 34, 5. 52 Dión, 61, 17, 2 a 18, 2. Las opiniones y ornatos retóricos con que Dión salpica su relato deben ignorarse por completo. Por ejemplo, los pasquines representaban una verdadera opinión pública; Nerón no acusó a nadie porque despreciaba lo que el pueblo hacía; el rayo era una muestra del disgusto divino, y las clases altas actuaban en la vida pública como la escoria de la sociedad. Es preciso desestimar, asimismo, los supuestos comentarios de la audiencia (macedonios que señalan a un descendiente de su conquistador, Emilio Paulo, y otros); la observación de que mediante esos juegos Nerón provocó su propia desgracia; el comentario de que cualquier persona pensante deploraba el gran dispendio y podía prever que la necesidad de dinero llevaría al emperador al crimen, etc. El eclipse que motivó los sacrificios se produjo el 30 de abril: Plinio, NH, 2, 180; Tácito también lo menciona en el contexto de una acción de gracias, 14, 2, 3. 53 La traducción inglesa clásica de Dión presentada en la Loeb Classical Library es errada en tres lugares. En 61, 16, 4, ’εν μέσαις ταΐς θυσίαις ταϊς έπΐ τή Άγριππίνη se vierte “en medio de los sacrificios ofrecidos en honor de Agripina”, y en ΈπΙ δέ δή τή μητρί καί έορχήν μεγίστην κ.τ.λ. se traduce “En honor de su madre celebró un magnífico y costoso festival”. Ambas versiones inducen a confusión, pues sugieren que Nerón, años después de la ruptura con su madre y, a decir verdad, luego de su muerte, decide de improviso honrarla. Sin embargo, en ambos casos se trata, no de honrarla, sino de celebrar su muerte, y el griego ’επί más dativo es simplemente causal, “en razón de” : el aspecto oscurecido por la traducción es que el orden de Dión es perfectamente cronológico. Por otra parte, ‘εορτήν μεγίστην, más que “magnífico festival”, pretende con seguridad traducir el latín “Ludi Maximi”. s4 Tácito, 14, 11, 2, y Quintiliano, 8, 5, 15. Para estos pasajes, los Hermanos Arvales y más detalles sobre los días posteriores a la muerte de Agripina, véanse sobre todo los capítulos 4 y 8 de este volumen. 55 Dión, 61, 17, 3-5. 56 Tácito, 14, 14, 5-6. 57 Un personaje de Epicteto (1,12,18) se pregunta si tomar parte en el espectáculo (theoria) de Nerón y actuar en una tragedia. Debe tratarse de los Ludi Maximi, los únicos juegos en que se representaron dramas. Si el personaje decide no actuar, será decapitado: retórica antitiránica convencional en un texto estoico; de hecho, no hubo ejecución alguna. 58 Los Juvenalia de Nerón pueden haber tenido un pequeño efecto sobre la historia literaria ulterior. R. Syme sugirió (Syme, 1958, pp. 774-775; reiterado en Syme, 1984, p. 1125) que el poetaJuvenal nació en 67 y por lo tanto cumplió sesenta años en 127. El argumento se basa en la aparición de dos fechas consulares en el corpus de Juvenal: una, en 15, 27, se refiere a un incidente en Egipto y lo califica de reciente en el consulado de Junco (octubre a diciembre de 127), una datación por medio de un cónsul sustituto muy poco habitual en la literatura; en cuanto a Egipto, debe tenerse en cuenta que despertaba un interés especial en el poeta. La otra, en 13, 16-17, es una alusión a un amigo de sesenta años nacido en el consulado de Fonteio. “¿Qué Fonteio? No el ordinarius de 5g, sino el Fonteio Capito de 67 [...] como lo adivinó Borghesi” y “el mismo Juvenal debe haber llegado a la sesentena en 127”. Todo esto es, desde luego, sumamente especulativo. Como señala Syme, c. 55 y

c. 60 (y no 67) son los años más elegidos por los eruditos para fechar el nacimiento de Juvenal; tras una cuidadosa revisión de las pruebas, E. Courtney prefiere c. 60 en A Commentary on the Satires of Juvenal, Londres, Athlone Press, 1980, pp. 1-2. Tal vez el cónsul Fonteio de 59 fue importante parajuvenal, después de todo, si su patriótico padre lo bautizó en honor a la única celebración de los Juvenalia dispuesta por el emperador ese año. En cuanto a nombres significativos similares, compárense los reveladores ejemplos contemporáneos (Inocente, Leto [Alegre], Tranquilo, Sospes [Salvo]) presentados por Syme en otro contexto: Syme, 1984, p. 1053. 59 Tácito, 14, 15, y Dión, 61, 19-20. 60 Cotéjese Tácito, Hist., 3, 62, que documenta, como ya se mencionó, que Fabio Valente, un hombre de rango senatorial, participó en las pantomimas ludicro Iuvenalium, al principio “por las dudas, como si se tratara de una necesidad, pero pronto por su propia voluntad”. 61 Suetonio, 11, 2. 62 El texto de Suetonio y su ordenamiento no cronológico sino por tópicos plantean un problema que es necesario abordar aquí. En 11, 2, como se señaló, el autor menciona simplemente que consulares y matronas participaron en losjuvenalia. En 12, 3-4, considera en detalle los Juegos Neronianos establecidos en 60, los primeros juegos de Roma a la manera griega, que incluían certámenes “musicales”, “gimnásticos” y “ecuestres” . Con referencia a los certámenes gimnásticos, Suetonio dice que se celebraban en la Saepta -una gran superficie rectangular del Campo de Marte, utilizada para votar y adecuada para esos torneos, antes de que Nerón construyera su propio gimnasio de estilo griego- y que, en medio del sacrificio de bueyes, el emperador se afeitó por primera vez la barba y la dedicó en el Capitolio, dentro de un cofrecillo de oro decorado con valiosas perlas; dice también que Nerón puso en marcha los certámenes atléticos e invitó a las vírgenes vestales a observarlos, así como las sacerdotisas de Ceres eran espectadoras en losjuegos Olímpicos. En este punto, Suetonio traslada de manera inadvertida la rasuración y dedicación de los Juvenalia no griegos (59) a losjuegos Neronianos (60). Bradley y Kierdorf notan la discrepancia entre este autor y Dión, pero sin más comentarios. Sin embargo, todo el sentido de losjuvenalia radicaba en celebrar el rito de paso, el corte de la primera barba, y se ajusta a la anécdota de 34,5. Suetonio nos cuenta cómo dispuso Nerón la muerte de su tía Domicia: una vez, al visitar a la dama en su lecho de enferma, ésta le acarició la plumosa barba y le dijo cariñosamente: “Cuando la haya visto caer, desearé morir”;el emperador replicó, en tono de broma: “Me afeitaré de inmediato”, ordenó a susmédicos que la matarancoyi una sobredosis y se apoderó de sus bienes. Dión, como ya se indicó, propone la secuencia temporal correcta: muerte de Agripina, regreso triunfal de Nerón a Roma, muerte de Domicia, Ludi Maximi, primera afeitada y dedicación, Juvenalia, todo en 59. 63 Suetonio, 12, 3. ,Li Sin pantomimas: Tácito, 14, 21, 7. Baños y gimnasio y distribución de aceite: Suetonio, 12, 3, y Dión, 61, 21, 2. Ropa griega: Tácito, 14, 21, 8. En 14,20-21, Tácito expone extensamente lo que pretende ser una reacción popular, a favor y en contra de la innovación, y concluye con cierta decepción que durante losjuegos no ocurrió ninguna desgracia fuera de lo común. 65 Suetonio, 12, 4. Los comentaristas anónimos de Tácito refunfuñan por la ociosidad y los vergonzosos amoríos que la gimnasia traía aparejada. El antiguo escoliasta aJuvenal, 4, 53, menciona a Palfurio Sura, hijo de un cónsul, que luchó en un agon, al parecer contra una muchacha de Esparta. Este improbable suceso podría haber ocurrido en uno u otro de los dos Neronianos, pero no hay razón para darlo por cierto; una payasada semejante no condice con la elevada concepción que Nerón se hacía de sus juegos griegos (con las vestales como espectadoras y las pantomimas prohibidas). 65 Suetonio, 12, 3, y Tácito, 14, 21, 8.

67 Vita Lucani. La “Vida de Lucano” atribuida a Vacca agrega el detalle del teatro. 68 Suetonio, 12, 4, y Dión, 61, 21, 2. 69 Dión, 61, 21, 2, y Suetonio, 22, 3. 70 Tácito, 15, 32. 71 Dión, 62, 15, 1. 72 Dión, 62, 15, 2-6, y Tácito, 15, 37. 73 Tácito, 15, 44, 7. 74 Suetonio, 21, 1-2. 75 Ajuicio de Bolton, 1948, Bradley, 1978, pp. 129-131, y Malavolta, 1978, que siguen a Suetonio, los segundos Neronianos se iniciaron en 64, luego se suspendieron y se reanudaron en 65; atinadamente, Griffin, 1984, pp. 161 y 280, desecha este punto de vista y considera que los juegos se desarrollaron a lo largo de 65. Suetonio continúa diciendo (21, 2-3) que Nerón se presentó de vez en cuando en público. También consideró la posibilidad de actuar en spectacula privada y un pretor le ofreció un millón de sestercios por sus servicios. También trabajó en tragedias; Suetonio habla luego de sus papeles y actuaciones. Dión, sin embargo, examina unos y otras en el contexto de la gira griega de 67 (63,9) y sitúa la oferta de un millón de sestercios en 68 (63, 21, 2; también menciona como presunto donante a Larcio Lido, que por cierto no era pretor). Como Suetonio no propone una cronología, debemos aceptar la secuencia de Dión. 76 Tácito, 16, 2, 3-4. 77 Tácito, 16, 4. 78En el epítome de Dión no hay una mención explícita a los segundosJuegos Neronianos. Sin embargo, en 62, 29, 1, luego de su relato de la conjura pisoniana y sus secuelas en 65, Dión señala que en cierto festival público Nerón bajó a la orquesta del teatro y recitó algunos de sus poemas llamados Troica. Podría tratarse del carmen que recitó in scaenam antes de dejar el lugar y de que se demandara su vuelta para tocar la lira. Tácito, 16, 5, también adscribe a esa oportunidad el notorio acoso del auditorio que Suetonio (23) y Dión (63, 15, 1-3) refieren a la gira griega de 66-67. Plinio, 37, 19, menciona a Nerón mientras practica [praeludit¡ en sus Jardines Vaticanos antes del debut público en el Teatro de Pompeyo. Una pintada anónima referida al Apolo romano (Nerón) que afina la lira debería datarse entre la derrota de Cesenio Peto, a manos de los partos en 62, y el sojuzgamiento de éstos por Corbulo en 63. 79 Dión, 63, 1, 1. 80 Suetonio, 13, 1. Fecha: Scheid, 1990, pp. 404-406. 81 Dión, 63, 6, 1-3. 82 Dión, 63, 21, 2. Para la cronología, véanse los variados argumentos de Bradley, 1978, Halfmann, 1986, y Levy, 1991. Todavía hay considerable incertidumbre, en gran parte dependiente de la fecha de la liberación de Acaya, que el decreto de Acrefia asigna al 28 de noviembre: ¿66 ó 67? Como los argumentos son complejos, inconcluyentes y no muy relevantes aquí, me limitaré a proclamar dos convicciones; los lectores interesados deberían complementarlas con los tres trabajos antes mencionados, no coincidentes entre sí. En primer lugar, cuando el decreto de Acrefia parece mencionar de forma confusa a Nerón como “designado en su decimotercera tribunicia potestad’, “designado” tiene el sentido más vago de “elegido” (es decir, que está efectivamente en su decimotercera tribunicia potestad, y no el normal de “elegido, pero aún no en funciones” (en efecto, si así fuera, ¿por qué la innecesaria circunlocución para no hablar de la “decimosegunda”?). En segundo lugar, Clay, 1982, ha mostrado (en las pp. 9-16) que la potestad tribunicia de Nerón se fechó a partir del 13 de octubre durante todo su reinado (y no desde principios de diciembre en los últimos años). Por lo tanto, Nerón proclamó la liberación de Grecia en su decimotercer año de potestad

tribunicia (13 de octubre de 66-12 de octubre de 67), el 28 de noviembre de 66. (Otro tanto dicen, en definitiva, Halfmann y Levy.) Su retorno a Italia puede fecharse (con dudas) a principios del otoño del año siguiente, 67 (Halfmann, con otras consideraciones). 83Terpno, Ñapóles, Roma: Suetonio, 20-21. Sobre su precoz interés en el canto, cf. Tácito, 13, 3, 7. Las presentaciones en Nápoles y Roma fechadas en 64: Tácito, 15, 33 y siguientes. 84Temprana obsesión con el circo: Suetonio, 22,1-2; cf. Tácito, 13, 3, 7. Carreras vaticanas en 59: Tácito, 14,3-5, y Suetonio, 22, 2. Primera carrera pública: Dión, 62,15,1, con Suetonio, 22, 2. También ofreció su amistad a Vitelio debido a la destreza de éste en la conducción de cuadrigas, entre otras virtudes (Suetonio, “Vitellius”, 4), y a Tigelino por su aptitud para criar caballos destinados a esos carros [Scholia ad Iuvenalem-, 1, 155). 85 Desde el comienzo del reinado había permitido al pueblo observarlo mientras se ejercitaba en el Campo de Marte; a menudo declamaba en público, y había leído sus propios poemas no sólo en el hogar sino en el teatro, “con tanto regocijo general” que se impuso por decreto una súplica a los dioses y los poemas se inscribieron en letras de oro y fueron dedicados ajúpiter Capitolino: Suetonio, 11, 2. Se trataba de actos de un emperador afable, el civilis princeps. 86 “Atis”: Dión, 61, 20, 2 (posiblemente se hace referencia a ella o se la cita en la primera sátira de Persio). “Niobe” : Suetonio, 21, 2. Saqueo de Troya: Suetonio, 38, 2; Tácito, 15, 39, y Dión, 62, 18, 1. Como inicio de sú recorrida por Grecia, Nerón cantó ante el altar de Zeus Casio en Corfu, presuntamente un himno de alabanza al dios: Suetonio, 22, 3. De manera análoga, en la inauguración de la excavación del canal de Corinto cantó himnos en honor de las deidades marinas Anfitrite y Poséidon y de Melicertes (en cuyo homenaje se habían establecido los Juegos ístmicos) y su madre Leucótea: [Filóstrato], “Nerón”, 3. (Para el complicado cuento de Melicertes [más adelante el dios Palemón] y su madre Ino [luego Leucótea, la Diosa Blanca], véase R. Graves, The Greek Myths, Harmondsworth, Penguin, 1955, pp. 225-229 [trad, esp.: Los mitos griegos, Madrid, Alianza, 1985].) No existe certeza en cuanto a si en estas actuaciones debe categorizárselo como citarista. 87 Papeles predilectos, presuntamente de una fuente común: Dión, 63, 9, 4-5 y 10, 2, y Suetonio, 21, 3. En 63, 22, 6 Dión repite los nombres de Tiestes, Edipo, Alcmeón y Orestes en el discurso despectivo del rebelde Víndex; en 46, 3 Suetonio se refiere a Edipo en el exilio, que debería ser el mismo que Edipo ciego o estar relacionado con él, y en 39, 2 registra un epigrama en griego que llama a Nerón “Orestes Alcmeón”. En 39, 3 un contemporáneo menciona que ha cantado Naupli mala. En el capítulo 4 de este volumen se argumentará que esa interpretación debe corresponder a su papel como Orestes. 88 Filóstrato, Apollonius, 5, 7, y Juvenal, 8, 228. Creonte y Antigona están asociados con el Edipo ciego. Si Nerón realmente representó a ambos personajes, ¿se trataba de tragedias separadas o el emperador actuó en diferentes papeles en diferentes momentos o incluso en una misma oportunidad? En Apollonius, 4, 39, Filóstrato da a entender que Nerón escribió una Oresltada y una Antigona destinadas al canto de un citarista (y presuntamente él mismo las interpretó). 89 Suetonio, 54. 90 Suetonio, 10, 2; Tácito, 16, 4, 2, y Dión, 62, 29,1 (donde, contra la traducción de la Loeb Classical Library, orquesta debe entenderse como “escenario” : Kelly, 1979, p. 30, nota 6). 91 Lo que sigue se basa en gran medida en Lesky, 1949, y sobre todo en el excelente trabajo de Kelly, 1979. La palabra griega citharoedia se utiliza aquí por conveniencia, aunque no existe en el latín clásico. 92 Suetonio, 25, 2. En realidad, en el reverso de las monedas acuñadas desde c. 62 hasta 68 se muestra a Apolo Citaredo con una túnica suelta y empuñando su lira en la mano

derecha: RIC, números 73-82, 121-123, 205-212, 380-381, 414-417 y 451-455. No se sabe con seguridad si la intención era retratar a Apolo o a Nerón como el dios. 93 Máscaras: Dión, 63, 9, 4-5, y Suetonio, 21, 3. Accesorios: Suetonio, 24, 1 (cetro), y Suetonio, 21, 3, y Dión, 63, 9, 6 (cadenas). Como el citarista, el actor trágico calzaba botas de caña alta. 94 Luciano, De saltatione, 29 (máscara con los labios cerrados) y 27 (crítica de las botas de caña alta de los actores, para no mencionar el uso de relleno cuando era necesario). 95 Certámenes de pantomima: Dión, 61, 17, 3 (5g), y Tácito, 14, 15, y Dión, 61, íg, 2 (Juvenalia, 59). Adopción de la danza en un momento tardío del reinado: Dión, 63, 18, 1, y Suetonio, 54. 96 La misma historia bailada y actuada: Suetonio, “Caligula”, 57, 3. Vocabulario común: histrio puede referirse a un actor o a un cantante (por ejemplo, Suetonio, 54); por su parte, canere, cantar, puede significar tanto el canto como la actuación trágica (por ejemplo, Tácito, 15, 65). 97Arias: Lesky, 1949, pp. 345-346. Tragedias conciertos: Kelly, 1979, pp. 34-38. La fuente esencial para estas últimas es Dión de Prusa, 19,4-5. Lesky evoca con acierto el gusto romano por el pathos y compara estas actuaciones con la Ovidische Pathosmonologie tal como se la encuentra en las Heroidas de Ovidio y dispersa en sus Metamorfosis. 98 Tácito, 15, 65, 2. Es de presumir que la observación no tendría sentido si Nerón también fuera conocido como actor trágico. El énfasis puesto en los actos y los dichos de Subrio Flavo, uno de los líderes de la conjura (Tácito, 15, 50, 6-7; 58, 4; 65, 1-2 y especialmente 67), sugiere que era el objeto de una hagiografía como las antes mencionadas en el capítulo 2 de esta obra. Sobre el giro tardío de Nerón hacia la tragedia, véanse Lesky, ig49, pp. 397-399. y Kelly, 1979, pp· 28-29. 99 Véase Kelly, 1979, pp. 22-27, sobre la complicada historia. El ejemplo clásico de papel danzado y actuado a la vez es el Cintras que Neoptólemo representó antes del asesinato de Filipo de Macedonia y Mnester danzó antes del homicidio de Caligula: Suetonio, “Caligula”, 57, 4. No resulta claro en modo alguno si el texto hablado difería en función del tipo de actuación. Luciano sostiene que la pantomima y la tragedia trataban los mismos temas, e ilustra su aserto con una larga lista de ejemplos mitológicos: De saltatione, 31, 37-61. Nótese que en los días de Nerón, poetas de la talla de Estacio y Lucano no iban más allá de escribir textos para pantomimas: Juvenal, 7, 82-87 (Agave de Estacio), y Vacca, Vita Lucani (su fabulae salticae). Lo hacían, al menos en parte, porque recibían una buena paga: véase Juvenal sobre Estacio; cf. Ovidio, Tristia, 2, 507, scaena est lucrosa poetae (sobre la escritura de pantomimas). 100 Suetonio, 24, 1; Dión, 63, 8, 2 y g, 2; Dión de Prusa, 71, g, y Filóstrato, Apollonius, 4, 24. '°1Véase Suetonio, 54, para sus intereses. Órgano hidráulico: Suetonio, 41, 2, y Dión, 63, 26, 4 (cf. 59, 5, 5, donde se encontrará una historia similar acerca de Caligula). Gaitas: Dión de Prusa, 71, g. 102Sobre los diferentes Neroniani ludi, véase Meissner, 1992, pp. 172-175. Sobre el gladiador (Tiberio Claudio) Espículo no sólo como oficial en la guardia de Nerón (ILS, 1730) sino como su comandante, véase Speidel, 1994, p. 29. Recompensas: Suetonio, 30, 2. Encontró un horrendo fin: Plutarco, “Galba”, 8, 5. 103 Filóstrato, Apollonius, 4, 36 (¿influenciado por Cómodo?), y Suetonio, 53. 104 Tácito, 14, 47; Dión, 61, 17, 1; Filóstrato, 4, 42, y Suetonio, 12, 3 (Neronianos), 40, 4 (Nápoles) y 45, 1 (corte). Su intención de luchar: Suetonio, 53, y Dión de Prusa, 71, 9. 105 Suetonio, 25, 3 y 41, 1-2, y Dión, 63, 26, 1-2.

100 Sollozos y cantos de victoria: Suetonio, 43, 2, aparentemente textual. Alejandría: Dión, 63, 27, 2. Su sueño de Alejandría bien puede ser cierto. Suetonio informa (47, 2) que tras la muerte de Nerón se descubrió entre sus escritos un discurso que planeaba pronunciar en el rostrumdel Foro, vestido de negro y con el objeto de pedir perdón por sus actos pasados maxima miseratione, con el mayor patetismo, o al menos obtener una designación en la prefectura de Egipto. 107De verso fácil: Suetonio, 52, que en apariencia representa una excepción a las opiniones expresadas por algunos, como Tácito, en el sentido de que el studium carminum de Nerón equivalía a la producción de versos trillados o improvisados que otros poetas mejoraban para él. Sus poemas leídos bajo Vitelio (Suetonio, “Vitellius”, 11, 2), Domiciano (Marcial, 8, 70, sobre el lector carmina qui docti Neronis habet·, el octavo libro de Marcial se publicó en 94; véase R. Syme, Some Aroal Brethren, Oxford, Clarendon Press, 1980, p. 44), Adriano (Suetonio, 52 y “Domitianus”, 1) y alrededor del año 400 (Servio, adAen., 5,370, y ad Georg., 3i 36). 108 Sátiras: Suetonio, 24, 2 (probablemente) y 42, 2 y “Domitianus”, 1; Tácito, 15, 49, y Marcial, 8, 70, cf. 9, 26. Himnos: Tácito, 15, 34 (Nápoles); Suetonio, 22, 3 (Corcira), y Filóstrato, “Nerón”, 3 (istmo). Epopeya: Dión, 62, 29, 1-2, et alibi. 109Sullivan, 1985, pp. 91-92. Los fragmentos con comentarios se presentan en Courtney, 1993, p. 35g; analizados en Morelli, 1914, pp. 135-138; Bardon, 1936, no agrega mucho.

IV. E L PO DER D EL MITO

1Epígrafes: Dión, 63, 9, 4 a 10, 1 (de Xifilino), y Suetonio, 21, 3. 2 La fuente principal es Tácito, 13, 1 a 14, 13, complementada con pasajes de Suetonio, sobre todo 34, 1-4, y fragmentos de Dión, 61, 1, 1 a 16, 5. En Heinz, 1948, pp. 30-33, se encontrará una comparación entre los tres autores. El relato aquí expuesto, a partir de la predicción de los astrólogos (Tácito, 14, 9), no pretende describir un hecho histórico. 3 El precedente para el otorgamiento de lictores (o, mejor, un lictor) y la designación como sacerdotisa de su difunto esposo se fijó con el caso de Livia, la viuda de Augusto: Koestermann, 1967, p. 237. 4Sobre el incesto, véanse Suetonio, 28, 2; Tácito, 14, 2, y Dión, 61,11, 3-4. En 61, 8, 5 Dión habla vagamente de rumores de incesto en 55, pero se trata de una retroyección: todos los demás testimonios se refieren a 58-59 y la amenaza de Popea. 5 Véase Dión, 61, 3, 2 sobre la litera ocasionalmente compartida en 54. De allí en adelante, Nerón se distanció. 6 Este despojado informe difícilmente pueda reemplazar el brillo cinematográfico del relato de Tácito. Hay muchas versiones de las últimas acciones y palabras de Agripina, todas centradas en el hecho de que ofrece a la estocada fatal el vientre que ha cobijado a Nerón: la lapidaria fórmula de Tácito, ventremferi (cf. Octavia, 269 y siguientes), es la version más dramática, pero no necesariamente la correcta. 7 Quintiliano, 8, 5, 18. La misma fuente cita (8, 5, 15) unas palabras de la respuesta dada por el oradorJulio Africano: “Tus provincias galas ruegan, César, que lleves tu felicidad con entereza”. 8 En los registros escritos del colegio sacerdotal de los Hermanos Arvales para el 5 de abril constan varios sacrificios públicos realizados por ellos en cumplimiento de la acción de gracias decretada por la seguridad de Nerón Claudio César Augusto Germánico; el 23 de junio hicieron sacrificios por su seguridad y su retorno: ILS, 230. Sobre la naturaleza y la significación de su regreso a Roma, véase el capítulo 8 del presente libro.

9 Dión, 61, 14, 2; Suetonio, 34, 4, y Tácito, 14, 9. Las quejumbrosas palabras “no sabía que tenía una madre tan bella” no pueden tomarse como prueba de la inexistencia del incesto: Delcourt, 1944, p. 204, las comparó atinadamente con la observación de Nerón frente a la muerte de Rubelio Plauto, a saber, ¡que no sabía que tenía una nariz tan grande! (Dión, 62,14,1); Baldwin, 1979, sugiere que al manipular los miembros de Agripina, Nerón, un hijo que a sabiendas había matado a su madre, invertía la situación de las Bacantes de Eurípides, donde una madre, que sin saberlo ha matado a su hijo, manipula su cuerpo mutilado. 10 Octavia, 593 y siguientes, Agripina como Furia con tea y látigo. Cf. Estacio, Silvae, 2, 7,116-119, donde se permite al espectro de Lucano una visión de Nerón en el Tártaro, “pálido a la luz de la antorcha de su madre” : ella lo persigue aún en los infiernos. 11Dión, 61, 16, 1-3, y Suetonio, 39. 12 Dión, 61, 16, 1, y Suetonio, 45, 2. Los dos incidentes, desde luego, pueden ser uno solo, pero no hay motivo para suponerlo. Bradley, 1978, p. 239, sitúa todos los pasquines en el período posterior a la muerte de Agripina, pero la memoria popular no era tan corta: tras el Gran Incendio de 64 circuló un verso pseudosibilino que predecía que, “último de la familia de Eneas, un matricida gobernará” (Dión, 62, 18, 4). El significado de la inscripción “¿Qué he hecho yo? Pero tú mereces el saco” sigue siendo incierto, pese a enmiendas e interpretaciones: ¿tal vez un diálogo?”. 13Suetonio, 39, 2. Dión y otros proponen una versión ligeramente diferente de là primera línea: “Nerón, Orestes, Alcmeón, asesinos de madres” (cf. Filóstrato, vs, 1, 481, y Sopater, Prolegomena in Aristidem, p. 740, Dindorf). Esta es la version convencionalmente aceptada, pero al poner el sustantivo en plural esos autores borran la broma del verso yámbico original, que transformaba los tria nomina “Nerón Claudio César” -nomenclatura habitual en las inscripciones- en “Nerón Orestes Alcmeón”. 14 Suetonio, 39. '5 Véase el espléndido trabajo de Wiseman, 1974. 16Se encontrará una excelente introducción a toda la cuestión del “mito como ejemplo de historia” en Hölscher, 1993. 17 Véase Zanker, 1988, en especial pp. 33-77, sobre las imágenes mitológicas rivales de Antonio y Octavio (Augusto), expresadas visualmente en monedas, esculturas y relieves, gemas, cerámicas y arquitectura monumental. 18 Véase Zanker, 1988, pp. 195-215, basado en P. Zanker, Forum Augustum, Tubinga, E. Wasmuth, 1968. '9 Hölscher, 1993, p. 80. Sobre Augusto como Orestes, una figura de interés para su descendiente Nerón, véase también Hölscher, 1991. 20Pueden encontrarse ejemplos en Cameron, 1976, pp. 158-161 y 171-172, y Reynolds, 1943. 21 Laberio: Macrobio, Saturnalia, 2, 7, 4. Caligula: Suetonio, “Caligula”, 27. Cicerón: Pro Sestio, 120-122. Marco: HA Marcus, 29. Nerón: véase antes. Cómodo: HA Commodus, 3. Galieno, al parecer, quemó vivos a algunos actores descarados: HA Gallieni, 7, 9. Rawson, 1985, p. 470, señala que la tradición del doble sentido político se remonta al menos a la década de 90 a. C. y cita dos ejemplos. 22 Cicerón, Adfamiliares, 7, 1, con Beacham, 1991, pp. 156-158. En Cameron, 1976, p. 171, se encontrarán otros ejemplos de obras puestas en escena debido a su relevancia contemporánea. 23 Reynolds, 1943, p. 40. 24 Suetonio, “Augustus”, 53, y “Galba”, 13. 25 Debe señalarse que los mitos examinados aquí son aquellos que Nerón representó y no los que tomó como tema de sus canciones: en el capítulo 3 se explica la diferencia.

Que sus roles tenían relevancia para su vida real no es una idea novedosa, pero su naturaleza y propósito han sido objeto de escasas indagaciones. 26 Detalles sobre esta y las siguientes historias, con referencias completas a las fuentes antiguas, podrán encontrarse en L. Preller, Griechische Mythologie, cuarta edición revisada por C. Robert, Berlín, Weidmann, 1894-1921, y W. H. Roscher (comp.), Ausfiihrliches Lexikon dergriechischen und römischenMythologie, Leipzig, B. G. Teubner, 1884-1937. Las dos principales colecciones antiguas son las Fabulae de Higinio y la Bibliotheca de Apolodoro. 2? Delcourt, 1959, pp. 65-67, es fundamental para lo que sigue. 28Esquilo, Cotforos, 299-304, Barcelona, Bosch, 1987, p. 249. “Los esclavos de dos simples mujeres” se refiere a Clitemnestra y el mujeril Egisto, que no había ido a la Guerra de Troya. 29El paralelo se sugiere en Krappe, 1940, pp. 471-472; véase, empero, Delcourt, 1959, pp. 66-67. 3° Suetonio, 34; véase Plinio, NH, 30, 14-17, para la fecha y el hastío de Nerón. 31 Dión puede estar confundido: Atenas debía haber sido un lugar de refugio para el nuevo Orestes. 32 Argumentos convincentes en Kennell, ig88: cf. el capítulo 3 de este volumen. Dión, 63, 14, 3. En la época, Atenas era algo así como un lugar apartado, y Nerón ni siquiera hizo esfuerzos por visitar una ciudad mucho más atractiva para él, Alejandría. Tampoco resulta claro en absoluto por qué debía mantenerse alejado de Atenas a causa de las Furias: después de todo, Atenea era la diosa que en esa ciudad había salvado a Orestes del hostigamiento de éstas, y en su forma italiana, como Minerva, había salvado a Nerón. 33 Y los ataques convencionales contra Nerón asocian regularmente a Alcmeón con Orestes: Suetonio, 3g, 2, Dión y Filóstrato, Apollonius. 34 Además de Higinio y Apolodoro, las principales fuentes son Pausanias y dos obras de Eurípides que sólo sobreviven de forma fragmentaria. Es evidente que la historia tuvo mayor resonancia en la Antigüedad que en nuestros días. La única representación conocida de Alcmeón en el arte romano (si se trata de él) es la de un fresco pompeyano contemporáneo de Nerón (“tercer cuarto del siglo i”): LIMC, 1, 1, pp. 54g y 552. 35Juvenal, 8, 215-221; Filostráto, Apollonius, 4, 38; Pseudo Luciano [Filóstrato el Viejo], “Nerón”, 10, y Suetonio, 3g, 2. No sé bien qué hacer con la nota del escoliasta tardío a Lucano, Bellum civile, 5,113 (cf. 139 y 178), que afirma que el oráculo délfico dio esta respuesta a Nerón: “No respondo a parricidas”, pues eso es precisamente lo que había hecho con Orestes y Alcmeón. La respuesta retórica no es délfica en absoluto. 3e Véase, por ejemplo, Crum, 1951-1952, basado en un argumento planteado por R. S. Rogers, CW, 35, 1945-1946, pp. 53-54: en una versión del mito, se induce a Palamedes a meterse en un pozo en virtud de un falso informe sobre la existencia de un tesoro, y luego le arrojan piedras. Crum toma este episodio como una alusión, hecha en un Nauplius escrito por Nerón,· a la búsqueda del tesoro de Dido (Suetonio, 31, 3 y otros). Frazer, 1966-1967, prefiere la versión según la cual Palamedes es tirado al mar y se ahoga durante una expedición de pesca. Nerón dramatizaría entonces la eliminación dispuesta por él de su hijastro, mientras el niño estaba pescando (Suetonio, 35, 5). Mala Naupli: Suetonio, 39. 3·

37 Dión, 63, 9, 4-10 y 22, 6, y Suetonio, 21, 3. 38 Filóstrato, Apollonius, 5, 7. 39 Dión, 63, g, 4, y Suetonio, 46, 3. La idea de que el fantasma de Layo perseguía a su mortífero hijo aparece en una espeluznante escena de necromancia de Edipo, una obra de Séneca contemporánea de los hechos. Webster, 1967, pp. 242-243, sugirió que “ excaecatum difícilmente pudiera referirse a un ceguera voluntaria”, razón por la cual Nerón seguía al parecer una tradición mucho menos

conocida para nosotros pero central para el Edipo (perdido) de Eurípides, en la que Edipo era expuesto como el asesino de Layo y cegado por orden de Creonte antes de que se revelara que era hijo de aquél. Este Edipo alternativo, más digno y más pasivo, marcha al exilio con Antigona tras la muerte de sus hijos fratricidas, Polinices y Eteocles, al final de Lasfenicias, otra pieza de Eurípides que ha llegado hasta nosotros : el verso de Nerón sería apropiado para ese final, aunque en Eurípides no hay nada parecido. Sea como fuere, presumo que la asociación hecha por Juvenal entre Nerón y la máscara de Antigona (8, 229) se refiere a su Oedipus exul. -Io Otra vez, lo siguiente se basa en Delcourt, 1994, sobre todo pp. 190-213. Según Plutarco, “Caesar”, 32, 6. Suetonio, “Divus Iulius”, 7, 2, sitúa el incidente en un momento muy anterior de la trayectoria de César y plantea de forma explícita la interpretación de que la “madre [...] no es otra que la Tierra, a la que se considera progenitora de todos”. En Delcourt, 1944, pp. 192-203, se encontrarán otros ejemplos. i2 La muerte de Yocasta en el Edipo de Séneca plantea un problema interesante. Al borde del suicidio, ella se pregunta dónde apuñalarse, en el pecho o en la garganta, pero se decide finalmente por el lugar donde todos los problemas comenzaron, el vientre (Oedipus, 10321039). Como señaló Hind, 1972, su suicidio mediante una puñalada en el vientre no aparece en ninguna tragedia griega existente, pero recuerda vividamente el ventremferi de Agripina. Por desdicha, desconocemos la fecha de la pieza de Séneca. Hind escruta tres posibilidades: se escribió antes de la muerte de Agripina y ésta tenía un papel; se escribió después de su muerte, y Séneca daba a entender, tal vez, que se había matado, o se escribió antes de su muerte y el rumor popular adornó ese deceso con una reminiscencia senequista. Las tres alternativas son muy posibles, y una variante de la tercera es la más probable, a saber, que el ornamento literario muestra la mano de Nerón, que ejerció control sobre la historia de la muerte de su madre. « Tácito, Amales, 13, 45-46; 14, 1; 14, 60-61, y 16, 6-7. M Octavia, 125, cf. i86. Compárese con Tácito, 14, 60, paelex et adultera, y Dión, 62, 13, 1, pallikida. 45 Tácito, 13, 45. Toda la descripción pretende recordar y a veces hacer eco a la caracterización que Salustio hace de otra noble alocada e inmoral, Sempronia, en “Catilina”, 25: Syme, 1958, p. 353. 46 Baños de leche: Plinio, 11, 238 y 28, 183 (las muías favoritas llevaban herraduras de oro: Plinio, 33,140); Scholia adIuvenalerru, 6, 462, y Dión, 62, 28,1 (junto con la imploración de una muerte temprana). Pelo de tono ambarino (sucini): Plinio, 37, 50. Suele creerse que este detalle procede de un poema erótico escrito por el emperador; acaso refleje un furor por el ámbar que surgió en el reino (Plinio, 37, 45-46). Una crema facial, pinguia Poppaena, recibió ese nombre por ella: Juvenal, 6, 462. 47Astronomía: Anthologia Palatina, 9,355 = D. L. Page, Further GreekEpigrams, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, pp. 535-536, Leónidas, xxxii. Judaismo : Josefo, 4J, 20, 189-195, y Vita, 16. Williams, 1988, mostró de manera concluyente lo que nunca debería haberse puesto en duda: que Josefo fue a la vez preciso y exacto al llamar a la emperatriz theosebes, piadosa (esto es, por el apoyo brindado a los piadosos). 48 Scholia ad Iuvenalem, 6, 434. Podría sostenerse que su tercer matrimonio fue parte del extravagante plan de mantener a Popea con vida (véase más adelante). Como lo atestiguan las pintadas, Popea y Nerón gozaban de suma popularidad en Pompeya, que bien puede haber sido la ciudad natal de la mujer: Van Buren, 1953; Della Corte, 1965, pp. 72-80, y Carcopino, i960, pp. 153-154; agregúese el laudatorio AE, 1977, pp. 217-218. 49 Aparece como tal, o como diva Claudia virgo, en monedas e inscripciones: Pis2, C 1061. No parece haber huellas del templo.

50 Tácito, 16, 6; Suetonio, 35, 3, y Dión, 62, 27, 4. 51 Funeral: Tácito, 16, 6. Perfumes: Plinio, 12, 83. Deificación: Tácito, 16, 21; Dión, 62, 26, 3; RPC (Corinto/Patras); AFA (6 6 d.c.), e ILS, 232, 8902. Templo: véase Dión, 63, 26, 3, donde señala que la mayoría del dinero se había obtenido por la fuerza. El templo parece haber escapado al conocimiento de LTUR y Richardson, 1992, y en apariencia Sabina Venus no figura en monedas ni inscripciones. Sin embargo, adviértase la estrecha conexión entre Popea, Nerón y Venus en las pintadas pompeyanas, AB, 1977, pp. 217218. 52 Dión, 62, 28, 2-3; 63, g, 5, y 63, 12, 3 a 13, 2. Sobre el joven Esporo, véase el capítulo 6 en este volumen. 53 Suetonio, 21, 3, y Dión, 63, 9, 4 y 10, 2. 54 Ovidio, Heroides, 11,121 y siguientes. Para Aeolus, de Eurípides, véase Webster, 1967, pp. 157-160. En esta versión, Macareo viola a su hermana y ésta gesta a su hijo en secreto. Aquél convence luego a su padre para que permita a los doce hermanos casarse entre sí, cosa que hacen por sorteo, y a Cánace le toca otro de los varones. Eolo descubre la verdad y envía la espada a su hija; Macareo confiesa y lo induce a perdonarla, pero es demasiado tarde. Encuentra a su hermana moribunda y se mata con la misma espada. Pero al parecer el niño sobrevive (Webster, 1967, p. 159), y ni ese hecho ni la violación servirían al propósito de Nerón. 55 Suetonio, 21, 3; cf. Dión, 63, 10, 2 (soldado) y 63, g, 5 (cadenas de oro). En 63, 9, 4, Dión menciona que Nerón interpretó a un loco y que Hércules era uno de los papeles de su predilección. El impetuoso acto del joven soldado fue presumiblemente un sagaz tributo al genio actoral del emperador. Se atribuyen dos papeles más a Nerón, pero es difícil encontrarles alguna relevancia contemporánea: Tiestes (Dión, 63, 94, 4 y 22, 6, yjuvenal, 8, 227-230) y Melanipo (Juvenal, 8, 22g). 56En el relato de Cánace hay un eco del tema de la pérdida del heredero, dado que Eolo, en su furia, elimina a madre e hijo, pero pronto se arrepiente de lo cometido, en parte, al menos, porque en la versión euripideana ya ha expresado “su deseo de nietos varones que sean buenos combatientes y prudentes consejeros” : Webster, ig67, p. 158. 57 El primero en notar los paralelos fue el folclorista A. H. Krappe: Krappe, 1940, pp. 470-471; cf. Delcourt, 1944, p. 203. Véase también Mayer, ig82 (“No parece haberse advertido...”). 58 Diogenes Laercio, Vidas defilósofos, 1, g6. Su “Vida de Periandro”, 1, g4-ioo, es la principal fuente para el tirano. Cf. Plutarco, Moralia, 146D. 59 Diógenes Laercio, 1, 94. 60 Herodoto, 5, 92. J. Stern, “Demythologization in Herodotus: 5.92.”, Eranos, 87, 1989, pp. 13-20, lo explica como la historización del mito. 61 Extorsión de Nerón: Dión, 63, 26, 3-4. Diógenes Laercio propone un doblete de la historia de la ropa y la dedicación forzada en 1, 96. Periandro había prometido una estatua de oro si ganaba la carrera de cuadrigas en losjuegos Olímpicos. Ganó, pero, como estaba corto de oro, se valió de los adornos que había visto usar a las mujeres en un festival. 6z Gerster, 1884, y Traína, 1987. Plinio, NH, 4, 10, que rezonga contra la impiedad, da la lista habitual de los nombres de aquellos que se atrevieron (sin mencionar a Periandro); todos son confirmados por otras fuentes. 63 Examinado en relación con Nerón, Periandro y la imagen convencional del tirano por Ameling, 1986. Sobre la muerte, el juicio y el duelo desmedido, véase W. Ameling, Herodes Atticus, vol. 1, Biographie, Hildesheim, Zurich y Nueva York, G. Olms, 1983, pp. 100-107. ‘ Herodoto, 5, 92, y Diógenes Laercio, 1, 100.

Diogenes Laercio, i, 98-gg. 66 Observación planteada por Coleman, lggo, pp. 62-63 y 66· 67 Thompson, 1953, motivos K 2111, 5; M 344; N 365, x y T 412 passim. 68 Vernant, 1988, traza una brillante comparación entre los reyes legendarios de Tebas, los Labdácidas, la familia de Edipo, y los tiranos históricos de Corinto, los Cipsélidas, la familia de Periandro. En las pp. 226-227 llega a esta conclusión: “En la manera como los griegos imaginaban la figura del tirano, según se proyectó en los siglos V y IV , éste adoptó los rasgos del héroe de leyenda, un individuo a la vez elegido y maldito”, etc. Y cuando cita a Gernet con referencia al tirano como un producto “natural” del pasado : “Sus excesos tenían sus modelos en las leyendas”. Al rechazar las normas sociales, él queda “relegado a un aislamiento comparable tanto al de un dios, que está demasiado lejos de los hombres para bajar a su nivel, como al de una bestia, tan dominada por sus apetitos que no puede tolerar freno alguno. El tirano desprecia las reglas que controlan el ordenamiento del tejido social y, por medio de la trama regular de su malla, determinan la posición de cada individuo en relación con los restantes; en otras palabras -y para expresarlo de forma más cruda, como lo hace Platón-, él está perfectamente dispuesto a matar a su padre, acostarse con su madre y devorar la carne de sus propios hijos”. También relevante para los intereses de Nerón en la actuación y en Periandro es R. P. Martin, “The Seven Sages as performers of wisdom”, en C. Dougherty y L. Kurke (comps.), CulturalPoetics inArchaic Greece: Cult, Performance, Politics, Cambridge, Cambridge University Press, 1993, pp. 108-128. 65

V. FEBO APOLO

1Epígrafes: Cornuto, Epidrome, 32, 3 (traducido en Hays, 1983), y Séneca, Apocolocyntosis, 4. 2 Tácito, 14, 14-15, y Dión, 61, 19-20, en ig, 5. 3 El argumento se expone en mi trabajo “Nero, Apollo, and the poets”, Phoenix, 57(34), 2003. La controversia sobre la fecha de actuación de Calpurnio Siculo se detalla con claridad en Horsfall, igg3 y 1997. 4 Lucano, Bellum civile, 1, 47-50. s Versos transcritos dos veces por un admirado Galeno, en De antidotis, 1, 6, y en De theriaca ad Pisonem, 6, y presentados por E. Heitsch, en Die griechischen Dichterfragmente der römischen Kaiserzeit, vol. 2, Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1964, pp. 8-15, col. “Abhandlungen der Akademie der Wissenschaften Göttingen Philologisch-historische klasse”, 3, 58. Nerón (mencionado en el tercer verso) es invocado en el segundo verso como César, dador de libertad: este dato permite fechar la composición entre finales de noviembre de 66 (la liberación de Grecia: Levy, íggi) y mediados de junio de 68 (muerte de Nerón). 6 Séneca, Apocolocyntosis, 4, citada en el epígrafe al comienzo de este capítulo. 7 Suetonio, 21, 2 y 3 g , 2. Una nióbide, presuntamente parte de un grupo más amplio, fue descubierta en el retiro suburbano de Nerón en Subiaco: Neudecker, ig8 8 , pp. 223-225. 8Anversos radiados : R1C, 185, ig2, lg7 y otros. Reversos radiados con escenas de sacrificio y victoria: RIC, 44-45 y 46-47. Apolo Citaredo: R1C, 74-82, 205-212, 380-381, 384-385, 4144 J7 y 4 5 1_4 5 5 í con Suetonio, 25, 2. 9 RPC, ng5-iig6 (Corinto); 1275 (Patras); 1371-1376 (Nicópolis); 143g (LigaTesálica); 1752i753 (Perinto: 1752 “?54/5g??”); 2060-2061 (Nicea), y 2383 (Tiatira). La emisión monetaria de Alejandría, Egipto, la segunda ciudad del Imperio, representa un mundo muy diferente, con sus propios símbolos elaborados y a menudo únicos (RFC,

706-710). En este caso, Nerón aparece radiado sobre un trono con cetro y bastón de mando (?) en el reverso de tetradracmas de los años 56-57 a 59-60; otros reversos de esos años muestran a Agripina, Octavia, el pueblo romano, Deméter, la Justicia, la Paz, la Concordia, Roma y el Agathodaimón. Desde 63-64 hasta 67-68, la cabeza o el busto radiados de Nerón aparecen en el anverso de todas las monedas. Es indudable que los reversos de 56-60 reflejan la consideración egipcia del faraón como Rey Sol (cf. Grimai, 1971; el Agathodaimón es muy local); pero los anversos de 63 a 68 acaso reflejen imágenes que se propagaban desde Roma durante esos mismos años. Similarmente independientes son los reversos de las monedas de 66-67 Y 67-68 que se refieren a las deidades conectadas con los juegos en los que el emperador compitió en Grecia. Así, aparecen bustos del Apolo Actiano y el Apolo Pitio en representación de losjuegos Actianos y losjuegos Délficos, pero no hay registros del Apolo Citaredo. 10 SI(ß, 814. Texto, traducción italiana y buen comentario en Campanile, 1990. 11 AE, 192g, 75 (Atenas); AE, 1971, 435 (Atenas); AE, igg4, 1617 (Atenas); IGR, ni, 345 (Sagalasos), y AE, 1961, 22 (Prostanna). 12 Dión, 63, 1, 1 y 6, 3. 13 Esta descripción combina Suetonio, 25, y Dión 63, 19-21, ambos basados en una buena fuente. Suetonio omite la parada en el Capitolio. Para más datos, véase el capítulo 8 de este volumen. 14CIL, VI, 701, repetida en los dos lados del obelisco, que hoy está en la Piazza del Popolo. 15 Es preciso admitir que las estatuas dedicadas a Nerón como el nuevo Apolo quizá tuvieran atributos apolíneos no solares y que las monedas con la imagen de Apolo Citaredo pueden haber pretendido representar, en verdad, a Nerón o alguna de sus estatuas; sin embargo, las representaciones que han llegado hasta nuestros días son exclusivamente solares. En un estimulante trabajo sobre Nerón Helios (Neverov, 1986), Neverov ha recogido abundantes materiales, pero la mayoría de sus atribuciones de imágenes específicas de Nerón despiertan dudas. Véanse las reservas expresadas por H. Jucker al final de Neverov, 1974 · 16 Se dice que es una obra antigua auténtica o bien una copia barroca de un original perdido: G. A. Mansuelli, Galleria degli Uffizi. Le ¡culture, II, Roma, Istituto Poligrafico dello Stato, 1961, pp. 68-8g, y LIMC, IV , Eros-Herakles, ig88, s.v. “Helios/Sol”, p. 445 (C. Letta). Un panel en relieve perdido, perteneciente al gran pórtico del Sebasteion de Afrodisia, yuxtaponía imágenes de Nerón Claudio Druso César Augusto y Helios :J. Reynolds, z p e , 43, ig8i, pp. 317-327, en p. 324. No se sabe cómo se los retrataba. 17M. Fuchs, Untersuchungen zur Ausstattung römischer Theater in Italien und den Westprovinzfn des Imperium Romanum, Mainz, P. von Zabern, ig87, pp. 81 y 170-171. Para el camafeo de la Antigüedad tardía, véase el capítulo 1 del presente libro ; sobre la otra aparición de Nerón como el Sol, el notorio Coloso, véase más adelante. 18 Dión, 63, 6, 2. 19 Una lámina antigua en relieve podría darnos una idea de la apariencia del toldo. En el fragmento superviviente, la gran cabeza de Nerón de su primer retrato típico está coronada por 15 rayos; como telón de fondo pueden verse tres estrellas, y en la parte inferior izquierda se discierne una cabeza femenina más pequeña: Paribeni, igi4, pp. 283-285, figura 6. Sin embargo, Bergmann ha mostrado de manera convincente (Bergmann, igg8, pp. 167-169) que la imagen debía pertenecer a un monumento funerario privado, que situaba al muerto entre las estrellas y lo representaba, como ocurría con muchos otros ciudadanos particulares, de una manera que recuerda la imagen imperial (lo que Paul Zanker ha denominado Zeitgesicht). 20 Tertuliano, De spectaculis, 8. Sobre el templo y su apariencia, véase l t u r , i v , pp. 333334, “Sol (et Luna), Aedes, Templum” (P. Ciancio Rossetto).

21 Véase el fascinante artículo de Wuilleumier, 1927, que señala (p. 104) que, si bien la mayoría de la información procede de autores antiguos tardíos, por detrás parece estar el esmerado saber de Suetonio, y que hay elementos indudablemente procedentes de la época de la República. 22 Tácito, 15, 74. El Templo del Sol (y de la Luna) en el Circo: Humphrey, 1986, pp. 91-83· 23 Suetonio, 6,1, y Dión 61, 2,1: en estas secciones de sus obras respectivas, estos autores recurren claramente a una fuente común. 21 Nótese también el retrato en relieve de un Sol de apariencia muy julio-claudiana en una dedicatoria al Sol y la Luna de un tal Eumolpo, esclavo de César, que se identifica, ni más ni menos, como el encargado del mobiliario de la Domus Aurea, esto es, después de 64: se encontrará una fotografía del relieve de Eumolpo en Bergmann, 1993, lámina 5, 3; la inscripción está en il s , 1774. 25 Para el Gran Incendio y sus repercusiones, véase el capítulo 7 de este volumen. El siguiente breve relato es en esencia el de Tácito, 15, 38-44. 26 Tácito, 15, 44; la traducción es mía. Adviértase hortos suos ei spectaculo Nero obtulerat et circense ludicrum edebat, habitu aurigae permixtus plebei vel curriculo insistens. 27Publicidad del castigo: Wiseman, 1985. Penas capitales en Roma: T. Mommsen, Römisches Strafrecht, Leipzig, Duncker & Humblot, 1899, pp. 916-928 [trad, esp.: Derecho penal romano, Bogotá, Temis, 1991]. Charadas fatales: Coleman, 1990. 28 Este párrafo no hace más que condensar Palmer, 1978, pp. 1108-1109. Este autor es ignorado en el artículo de l t u r , III, p. 198, “Luna, Aedes” (M. Andreussi). 29 Altar: CIL, VI, 30837 abc, cf. l t u r , iv, pp. 76-77, “Arae incendii Neroniani” (E. RodriguezAlmeida, que duda de que los altares marcaran los límites del fuego; contra Palmer, 1978, F. Coarelli, Roma, nueva edición, Roma, Laterza, 1995, p. 272 [trad, esp.: Roma, Valencia, Mas-Ivars, 1971]). Varrón, RR, 5, 68. Luna Noctiluca: LTUR, III, p. 345, “Noctiluca, Templum” (J. Aronen). La elección de las palabras de Tácito quizá aporte un indicio. Los cristianos fueron quemados in usum nocturni luminis, para utilizarlos como luz nocturna. El singular nocturni luminis podría parecer extraño con referencia a una multitud de víctimas, pero no lo será si escuchamos en él un eco de noctiluca. 30 Palmer, 1978. 31 Así sostiene Coleman, 1990, p. 73, cf. pp. 65-66, con un examen completo del texto de Clemente, I Cor. 5-6, que refleja la opinión erudita general. No hay motivo para hacer correcciones, y no hay duda de que el contexto es neroniano. 32 Especialmente en los trabajos de Zanker, 1983, y Lefèvre 1989; cf. LTUR, I, pp. 54-57, “Apollo Palatinus” (P. Gros). 33 Tomei, 1990. 34 Lefèvre, 1989, pp. 12-19, ha sugerido, contra Zanker, que las Danaides no sostenían las tinajas de su castigo sino los puñales de la justa venganza (en una versión de la historia conocida gracias a Eurípides e Higinio, entre otros), lo cual sería muy apropiado si la intención de Octavio era mostrar que Grecia se defendía una vez más de una invasión egipcia. Si bien ésta es la más satisfactoria de las explicaciones programáticas, se ha señalado que, en su totalidad, los poetas augusteos presentaban el acto de las Danaides como un crimen (P. Hardie, CR, 40, 1990, p. 520), y las tres estatuas identificadas luego de este texto de Lefèvre eran sin lugar a dudas portadoras de agua. Tomei, 1990, pp. 47-48, sugiere que eran deliberadamente ambiguas y representaban al mismo tiempo el castigo y la catarsis en el incierto clima posterior a 31, pero esta idea es demasiado difícil de conciliar con la caracterización universalmente negativa de los derrotados en Accio. Balensiefen, 1998, ve las Danaides como imágenes completamente negativas de los egipcios vencidos (quizá

sea así, pero sus observaciones sobre la genealogía de las Danaides, los Dardánidas, los Ptolomeos, los Antonios y otros parecen demasiado complejas para ser convincentes o evidentes). En Putnam, 1998, pp. 195-201, una magnífica discusión sobre las Danaides bajo Augusto sugiere una diferencia insoluble de opinión entre el emperador y los poetas. Así, el objetivo programático sigue siendo oscuro: aun en manos de un maestro como Octavio, no toda la propaganda es uniformemente exitosa o fácil de entender. 3·5Tácito, 15,39, y Dión, 62,18, 2. Cf. Bastet, 1971, p. 167, y Carettoni, 1949. Tácito menciona el templo de Júpiter Stator como uno de los destruidos por las llamas; M. A. Tomei ha identificado un podio en el Palatino, cerca de la Domus Flavia, como la base de ese santuario: “Sul tempio di Giove Stator sul Palatino”, m e f r a , 105, 1993, pp. 621-659 (contra LTUR, III, pp. 155-157, “Iuppiter Stator, Aedes, Fanum, Templum” [F. Coarelli], que ignora a Tomei). La casa palatina del orador republicano L. Craso también padeció las consecuencias del incendio: Plinio, 17, 2-5. 36 Para que el público las reconociera, las mártires deben haber contado con tinajas, preferiblemente agrietadas. Si desde un punto iconográfico eran fieles a las estatuas del Palatino, significaría que éstas, en efecto, aparecían como portadoras de agua. 37 Dión, 62,18, 2. Hasta el momento no se ha identificado con certeza ningún resto : LTUR, I, pp. 36-37, “Amphitheatrum Statilii Tauri” (A. Viscogliosi). 38 Debe subrayarse que si la última frase de Tácito se acepta de manera literal, el castigo de los cristianos y los juegos circenses ocurrieron de forma simultánea. 39 Tácito, 16. 1-3, y Suetonio, 31, 4 a 32, 5; ambos dependen de la misma fuente. 40 Hemsoll, 1990, p. 36, nota 87, da una larga lista de artículos de oro relacionados con Nerón. 41 Sobre el oro como atributo del Sol, véase L’Orange, 1973, pp. 292-294. 42 Las fuentes primarias son Dión, 63, 1-6, y Suetonio, 13; cf. Plinio, 33, 54, y Tácito, 16, 23-24. 43 En una ceremonia meticulosamente puesta en escena, con diálogo incluido, Tiridates se proclamó esclavo de Nerón y aseguró haber acudido a venerarlo como un dios, tal cual lo hacía con Mitra. Sobre el aspecto solar de este dios, véase el capítulo 8 del presente volumen. 44 Dión, 63, 3, 4-6; Suetonio, 13, que señala la postergación propter nubilem, y Plinio, 33, 54 (y posiblemente 19, 24, aunque en esa sección dice que los toldos del color del cielo y salpicados de estrellas cubrían el amphitheatrumNeronis). Sobre el uso de vestimenta blanca en los espectáculos públicos, véase por ejemplo Marcial, 4, 2,14, 137. 45 Plinio, 33, 54, cf. 36, 111. Sobre la Domus Aurea, véase el capítulo 7 de este libro. 46 Petronio, Satyrica, 120, 87, y Séneca, Epistulae morales, 115, 12-13, citado en Hemsoll, 1990,p. 31. Blaison, 1998, sostiene que la descripción de Suetonio de la Domus Aurea no debe tomarse literal sino literariamente, y sugiere una gran influencia de Ovidio y su representación de la Casa del Sol; pero la lente ovidiana es la de Séneca, que conoció efectivamente la Domus Aurea. 47 Séneca, Epistulae morales, 115, 15. 48 Tácito, 15, 60: caedes Annaei Senecae, laetissima principi. 49 Séneca, Epistulae morales, 115, 6-7. 50 Marcial, De spectaculis, 2,3; Suetonio, 31, y Plinio, NH, 36,163. Sobre la compleja historia de la Fortuna de Seyano, véase Coarelli, 1988, pp. 265-288; cf. LTUR, II, p. 278, “Fortuna Seiani, Aedes” (L. Anselmino y M. J. Strazulla). 51 Marcial, De spectaculis, 2,1. El Coloso siguió siendo proverbial por su enorme tamaño incluso para quienes jamás lo habían visto: CLE, 1552 A, 82-83 (d 468-472, 510-512,537-539 y 583-585· 93 Sobre el cierre dispuesto por Nerón, véase en especial Townend, 1980. Sobre Augusto yjano, Syme III (1984), pp. 1179-1197. s* Negativas: Suetonio, “Tiberius”, 26; Dión, 57, 2 y 5g, 5, y Suetonio, “Claudius”, 12. Sobre imperator como praenomen, véase Syme I (ig7g), pp. 361-377. 95 Suetonio, “Augustus”, g4, 4; cf. Dión, 45,1. Mavrojannis, 1995, aporta algunos nuevos elementos sobre el conocido tema de Apolo y Augusto. 96 Suetonio, “Augustus”, 5, g4, 6. 97 Lo que sigue se basa en La Rocca, 1985. 98 Zanker, 1983. 99 Sobre la abundancia de pruebas apolíneas, véanse Zanker, 1989, Simon, 1986, y en especial Simon, ig57, pp. 30-44. En K. Galinsky, Augustan Culture: An Interpretive Introduction, Princeton, Princeton University Press, 1996, pp. 215-221 y 297-299, se encontrará una investigación sobre Augusto y Apolo. 100 Alföldi, ig73, pp. 53-54. 101 Artículos aretinos: A. Oxé, “Römisch-Italisch Beziehungen der früharretinische Reliefgefässe”, BJ, 138, 1938, pp. 8i-g8, en pp. 92-93. Cornalina: Simon, 1986, p. 21. Sol y Apolo: véase en especial Propercio, 2, 31 [suprafastigia en el verso 12). 102 Suetonio, “Augustus”, 70. Valerio Máximo (1, 5, 7) sugiere que la asociación se remontaba al menos a la batalla de Filipos, en 42 a. C. 103Pseudo Aero sobre Horacio, Ep., 1,3,17, habitu et statu Apollinis:, cf. Servio sobre Virgilio, Eel., 4, 10, cum Apollinis cunctis insignibus (no situada por Servio, pero con seguridad la misma estatua). Augusto aparece como el nuevo Apolo en la inscripción de la base de una estatua de Atenas, y es de presumir que se lo mostraba en la forma correspondiente: D. Peppas-Delmousou, “A statue base for Augustus. IG II 2 3262 + IG II2 4725”, AJI\ 100, 1979, pp. 125-132. 104 Suetonio, 12, 3; cf. Dión, 61, 21, y Tácito, 14, 20. 105 Grant, 1950, pp. 80-83. '°6 La Rocca, 1985, pp. 24 y 89, y Strazulla, îggo, pp. 17-20. La importancia ideológica de Hércules para Augusto se examina en Ritter, igg5, pp. I2g-148, y se cuestiona en Huttner,

1997, passim, en especial pp. 385-386, nota 77. En gran parte, el problema parece referirse a la exclusividad: ¿podía un estadista romano reivindicar una conexión con más de un dios o héroe? (La identificación de Augusto con Apolo es conocida.) ¿Y podían dos estadistas reivindicar al mismo dios o héroe? (Hércules ya estaba estrechamente asociado al gran rival de Augusto/Octavio, Marco Antonio.) La respuesta a ambas preguntas debe ser afirmativa: Augusto, por ejemplo, no estaba exclusivamente comprometido con Apollo, y en rigor puede demostrarse que hizo suyo a Dioniso, el otro asociado divino de Marco Antonio : D. Castriota, The Ara Pacis Augustae and the Imagery of Abundance in Later Greek andEarly Roman ImperialArt, Princeton, Princeton University Press, 1995, pp. 87-123. Y como veremos en el capítulo 6, las pretensiones de dos hombres a un mismo dios podían referirse a distintos aspectos de éste. Sea como fuere, la cuestión de las intenciones de Augusto acaso no sea demasiado importante. Huttner, 1997, muestra de forma convincente en las pp. 369-383 que los poetas augusteos estaban ansiosos por equiparar a Augusto con Hércules; Nerón, que conocía bien la literatura, no se habría preocupado por la diferencia entre lo que su ancestro quería y lo que sus poetas afirmaban de él, y quizá ni siquiera era consciente de ella. Nótese, asimismo, que el interés de Nerón en el castigo infligido por Apolo a Níobe está prefigurado en la notable preeminencia de ésta en el otro frontón de Apolo Sosiano y las puertas de Apolo Palatino. 10? Véase el capítulo VIH. 108 Sobre la significación del laurel, véase en especial Simon, 1957, pp. 38-42. Plinio, 15, 13 6-!3 7 ; Propercio, 4, 6, 53, y Tibulo, 2, 5, 5. 109 Suetonio, 25, y Dión, 63, 20, 1 a 21, 1. 110 Suetonio, “Galba”, 1. Plinio, NH, 15, 136, relata la misma historia, pero dice que, en realidad, el bosquecillo sobrevivió.

VI. SATURNALES 1Epígrafes: Suetonio, 28,1 (traducción de Gavorse, modificada), y Tácito, 15,37 (traducción de A. J. Woodman, en Woodman, 1992, p. 175). 2 Dión, 62, 28, 2-3 y 63,12, 3 a 13, 2. Ambos pasajes pertenecen al epítome de Xifilino, demostrativo de que Dión se refirió a Esporo en sus relatos de los sucesos de 65 y 67. Tácito, Hist., 1, 73. 3 Dión de Prusa, 21, 6-7 (la traducción es la deJ. W. Cahoon publicada en la Loeb Classical Library, pero con una modificación en la última frase, incorrectamente traducida allí como “a quien lo hiciera su esposa”). 4 Plutarco, “Galba”, 9, 3, y Dión, 64, 8, 3, que con referencia a Otón y Esporo utiliza la palabra suneinai, “estar con”, de ordinario con una connotación marital y sexual. s Dión, 65, 10, 1: ’εν Κόρης ‘αρπαζομένης σχήματι. En la edición de Loeb, E. Cary traduce “en el papel de una doncella [iore] que es violada”, pero con seguridad esto se refiere a la Core, Perséfone/Proserpina, y su violación cometida por Hades/Plutón. 6 Suetonio, 48,1 y 49, 3, y Dión, 63, 29, 2 (en las versiones de Zonaras yjuan de Antioquía). Dión de Prusa, 21, 9, es oscuro, pero parece hablar únicamente de las horas postreras de Nerón, acerca de las cuales la verdad (afirma) sigue siendo desconocida. No está claro cuáles eran los planes del emperador (¿para sí mismo, para Esporo, para el grupo?) y si el motivo de la ira del “eunuco” eran sus acciones de esos momentos (incluido el pacto suicida) o su trato en general. i Sobre la significación del Io de enero para el emperador, con sus juramentos de lealtad, votos públicos, intercambio de regalos y presagios, véase Meslin, 1970, pp. 27-36.

8 Suetonio, 28, 1, y Dión, 63, 13, 1. Bromas: Suetonio y Dión (62, 28, 3a) informan de variantes de una misma broma, que era en esencia el deseo de que el padre de Nerón hubiera tenido una esposa semejante. Ambos autores la comentan para hacer de ella un ataque contra el emperador, y Dión llega incluso a sugerir que se trataba de la respuesta de un filósofo a Nerón cuando éste le pidió su opinión sobre el casamiento. Pero la broma es a la vez ingeniosa y arriesgada, dado que de manera simultánea halaga a Esporo, denigra a Agripina y se mofa de Nerón: justamente el tipo de broma que cabría esperar en una boda romana. 9 Symbolaion y ekdosis: Dión, 63, 13, 1; cf. syngraphe en 62, 28, 3. En 63, 13, 1, Dión dice de forma explícita que el matrimonio se celebró en Grecia. En Suetonio (28,1-2), la secuencia oscurece pero no contradice esa afirmación: casamiento-padre-broma-viajes por Grecia, y luego Roma. La costumbre griega del contrato no penetró en el derecho romano hasta alrededor del año 100 d. C.: véase brevemente J. F. Gardner, Women in Roman Law and Society, Londres, Croom Helm, 1986, pp. 49-50. 10 Sobre el significado de conventus mercatusque, véase Frayn, 1993, pp. 9 y 133; sobre las Sigilarías, ibid., pp. 136-138. La significación de las Sigilarías fue señalada en un trabajo de C. Vout presentado en la Neronia VI, 1999, y publicado con el título de “Ñero and Sporns”, enJ.-M. Croisille e Y. Perrin (comps.), Neronia VI. Rome à l’époque néronienne, Bruselas, Latomus, 2002, pp. 493-502, y se ha sugerido independientemente en versiones de este capítulo que circularon en 1994. 11El párrafo siguiente no es otra cosa que un resumen del clásico artículo de M. P. Nilsson, PW, 2, 2,1,1921, pp. 201-211, s.v. “Saturnalia” : en él pueden encontrarse amplias referencias, así como un examen de los orígenes y la significación del festival, que se omiten aquí. Más recientemente, véase el estimulante trabajo de Versnel, 1993, pp. 136-227. 12Macrobio, Saturnalia, 1, 7, 26 (licencia), y Séneca, Epistulae, 47,14 (magistrados, jueces, república en miniatura). 13 Los romanos tenían aguda conciencia de este aspecto; véase K. R. Bradley, Slaves and Masters in the Roman World: A Study in Social Control, Oxford, Oxford University Press, 1987, pp. 42-44. 14Tácito, 13,14, es el único relato de la muerte de Británico que menciona las Saturnales precedentes. 15 La siguiente exposición combina Tácito, 13, 25, 47, Dión, 61, 8,1-4 y 9, 24, y Suetonio, 26. Es evidente que los tres autores se basan en una misma fuente, posiblemente Plinio, que menciona el ungüento en su Historia natural, 13,126. Los adornos retóricos de Dión pueden darse por descontados, como ocurre cuando habla del asesinato, acerca del cual los otros autores no dicen nada, o cuando señala que el disfrazado Nerón fue reconocido porque ninguna otra persona se habría atrevido a cometer tamaños excesos. En la fuente común, el relato debía tanto al arte como a la vida. Compárense, como hace Kierdorf, 1992, ad loe., las palabras de Suetonio, siquidem redeuntis a cena verberare assueverat y uxorem tractaverat, con Cicerón en Pro Caelio, 20, que desvía las acusaciones contra sujoven y alocado cliente : qui dicerent uxores suas a cena redeuntis attrectatas esse a Caelio. 16 Las referencias son las mismas de la nota anterior y reflejan una vez más la fuente común. Ludicram licentiam (en Tácito) se refiere aquí al margen de acción permitido a los actores y el público dentro del teatro. En el escenario: Suetonio menciona las seditionibus pantomimorum, que a primera vista remiten a las pantomimas mismas y no a sus partidarios. ‘ 7 McDaniel, 1914, y Eyben, 1993. 18 Cicerón, Pro Caelio, 20; Suetonio, “Otón”, 2,1; HA Verus, 4,6, y Commodus, 3,7 (posiblemente influido por las historias que se contaban de Nerón); Frontón, “Ad M. Caesarem”, 2, 16 (Van den Hout); Agustín, Confesiones, 3, 3, y Apuleyo, Las metamorfosis, 2, 18. La veracidad histórica de cada historia es menos importante que las expectativas de la sociedad.

‘ 9 Digesto, 48, ig, 28, 3 (Calístrato); Cicerón, Pro Caelio, 39-42; Juvenal, 8, 146-182, en 163-170, y Suetonio, 26, 1. A Marco Antonio, un general de verdad que también era lo bastante grande para saber que no debía ser así, le gustaba vagabundear disfrazado durante la noche y hacer bromas y pelear, para gran regocijo del pueblo de Alejandría, deleitado al verlo relajarse y apartarse de los rigores de Roma: Plutarco, “Antonius”, 2g, 2-4, sobre el cual véase más adelante. 20Las fuentes se presentan en la nota 15 de este capítulo. Plinio dice que Nerón utilizaba el ungüento al comienzo de su reinado. 21 Tácito, 15, 33-37, con Dión, 62, 15, 1-6. 22 Coleman, igg3, pp. 50-51. 23 Los relatos de Dión y Tácito muestran sorprendentes diferencias. El segundo describe los remolcadores, a sus escandalosos remeros y la colección de aves y fieras exóticas; el primero no lo hace. Dión describe la estructura de la balsa; Tácito, no. Este señala con claridad la separación de las mujeres nobles y las prostitutas; Dión da fuertes indicios de una mezcla promiscua de todas las clases. Tácito sólo menciona los burdeles; Dión habla de tabernas y prostíbulos igualmente frecuentados. Así como Dión ofrece una imagen detallada de disolución social, Tácito da un apacible fin a la escena, con canciones y luces. Sobre todo, y en conexión con esto, Tácito remata la narración con la boda de Nerón y Pitágoras, mientras que Dión parece no decir una palabra sobre el asunto. La otra gran discrepancia entre ambos historiadores se refiere a la ubicación. Sin nombrar el sitio ni la oportunidad (probable responsabilidad de su epitomista), Dión dice que Nerón presentó una cacería de animales, luego inundó “el teatro” para montar una batalla naval, lo drenó para dar lugar a un espectáculo de gladiadores y luego volvió a llenarlo de agua para celebrar el gran banquete público de Tigelino. De ser así, es muy difícil que se trate del lago de Agripa: es de presumir que Dión o el epitomista condensaron festividades sepa­ radas pero conexas. Como ha señalado un lector, Tácito y Dión parecen seguir dos relatos diferentes del mismo acontecimiento. 24 Dión, 61, 20, 5, y Tácito, 14, 15. Quizá por razones artísticas, Tácito sitúa la actuación del emperador después de la escena de la naumaquia. Sobre esta última, véanse Coleman, ! 9 9 3 , PP· 51-54. y Coarelli, igg2. 25 Suetonio, 27. Aunque el sentido es claro, el latín que describe lo visto por Nerón mientras navegaba río abajo por el Tiber o a lo largo de la costa es casi imposible de traducir, y el texto debe estar corrupto: dispositae per litara et ripas deversoriae tabernae parabantur insignes ganea et matronarum, institorio copas imitantium atque hinc inde hortantium ut appelleret. En Suetonio, la omisión del banquete de Tigelino no tiene una significación particular, dado que el biógrafo ignora por completo a ese personaje en su vida de Nerón. Se trata de una decisión consciente de su parte, acertada o errada, pues también omite a otras figuras importantes del reinado como los generales Corbulo y Virginio Rufo, los escritores Petronio y Lucano y el prefecto Ninfidio Sabino; cf. R. Syme, “Domitian: the last years”, Chiron, 13. 19 83 . PP· 121-146, en pp. 125-126 = Syme IV , 1988, pp. 252-277, en pp. 256-257. 26 Lo que sigue se basa en D’Arms, 1970, sobre todo pp. 42-43 y ng-120. 27 Horacio, Epistulae, 1,1, 83, y Marcial, 11, 80, 1-2. 28 Cicerón, Pro M. Caelio, 35 (traducción, ligeramente modificada, de R. G. Austin, en M. Tullii CiceronisPro M. Caelio ΟταϋΦ, Oxford, Clarendon Press, i960, p. 95) [trad, esp.: En defensa de M. Celio, en Discursos, vol. 3, Madrid, Gredos, íggi]. Cicerón volvió estos cargos contra los acusadores, diciendo que, si eran ciertos, involucraban a la mujer que, a su entender, estaba detrás del proceso, la ex amante de Celio, Clodia, que se entregaba a todo el mundo y acogía las pasiones de todos los hombres en su casa, su finca suburbana y su villa de Baia.

29 Séneca, Epistulae morales, 51, 1-4. 30 D’Arms, 1970, pp. 94-99. Vínculos de Nerón con Pompeya: Van Buren, 1953. En los últimos 25 años han aparecido más pruebas del afecto recíproco entre Nerón y Pompeya: por ejemplo, AE, 1977, pp. 217-218. 31 Deleite en el mar frente a Baia: Tácito, 15, 51. Popea: CIL, X, 1906. Acte: CIL, X, 903. Domicia: Dión, 61, 17, 2, y Tácito, 13, 21. Pisón: Tácito, 15, 52. Cf. D’Arms, 1970, pp. 94-99. 32 Tácito, 15, 42; Suetonio, 31, 3; Plinio, 14, 68, y Estacio, Silvae, 4, 3, 7-8. Sobre los restos, ignorados durante mucho tiempo, véase Johannowsky, 1990. 33 Suetonio, 31, 3. Los bosquejos aparecen en frascos de vidrio, presuntamente recordatorios de adorno, examinados por Ostrow, 1979, pp. 85-87 y 127-130. 34 D’Arms, 1970, p. 98, que cita a R. Meiggs, Roman Ostia, Oxford, Clarendon Press, i960, pp. 57-58; Johannowsky, 1990, p. 8. Tácito menciona un poco después un gran naufragio de la flota en su viaje de Formia a Miseno, a causa de una tormenta que la empujó contra la costa de Cumas: 15, 46. La noticia está anexada al final del año 64. Tácito no se aferra al orden cronológico, y podría ser que ese desastre hubiera acelerado el proyecto de Nerón; al menos, habría ayudado. También se dice que Julio César tenía un plan para desviar el Tiber hacia el sur, de modo que desembocara en el mar cerca de Terracina: Plutarco, “Caesar”, 59. 35 Plinio, 14, 61. En rigor, Suetonio afirma más adelante (16, 1) que Nerón pretendía extender las murallas de la ciudad hasta Ostia y excavar un canal entre Roma y el mar en ese punto. La concreción de este último proyecto le habría permitido hacer todo el trayecto de Roma a Baia por vías de agua construidas por el hombre. 36 Véase el espléndido análisis hecho por T. Woodman, en Woodman, 1992, pp. 177-181, con el cual el párrafo siguiente está en deuda. Debe tenerse presente que la cuidadosa investigación de Woodman se ocupa más de la presentación de la inversión por parte de Tácito que de la inversión misma, y el planteo principal de su trabajo es que la descripción del banquete propuesta por el historiador está tan impregnada de reminiscencias de Alejandría que pinta a Nerón como un individuo cabalmente antirromano, un monarca alejandrino resuelto a convertir Roma en una “capital ajena”. 37 Tácito, 15, 38. Dión menciona a Pitágoras como esposo de Nerón en 62, 28, 3 y 63, 13, 2 (cf. 63, 22, 4, el discurso de Víndex), en ambos casos a causa de Esporo. Debe de haberse referido a la boda en algún otro lugar, pero el texto de Xifilino, nuestra fuente para Dión en este punto, pasa sin solución de continuidad del banquete (62,15) al incendio (62, 16). En otros aspectos, y con la excepción de una referencia al pasar en Marcial (véase más adelante), Pitágoras es un desconocido. 38 Suetonio, 29 (traducción de Gavorse, considerablemente modificada). 39 Doríforo era secrétario de Nerón a cargo de las peticiones, a libellis, cuando recibió un gran regalo en efectivo del joven emperador (Dión, 61, 5, 4, 54-59 d. C.), y pese a su poder se dijo que había sido asesinado a causa de su oposición al casamiento con Popea (Tácito, 14, 65, 62 d. C.). Cf. Bradley, 1978, pp. 164-165, y otros. 40 Tanto Tácito como Dión habrían mencionado el escándalo si lo hubiesen conocido. Argumentar que había dos hombres con el mismo nombre sería incurrir en un acto desesperado. O bien Suetonio se equivocó de nombre, o bien (más probable) sus editores y lectores pusieron por error con mayúscula la palabra griega doryphorus, portador de lanza. 41Suetonio, 28,1: super ingenuorumpaedagogia et nuptarumconcubinatus Vestali virginiRubriae vim intulit El significado preciso de paedagogia (“establecimiento de formación para varones esclavos” o, por extensión, los niños mismos) es poco claro, pero la connotación pederástica es segura. 42 Suetonio, “Augustus”, 69, 71, y “Caligula”, 25; compárese con la asombrosa lista de los amores de Julio César en Suetonio, “Caesar”, 50-52. El incidente de Rubria sólo es mencionado por Suetonio y suena como una típica calumnia contra los tiranos. Como vestal,

podemos suponer que la joven procedía de una familia senatorial. Un Rubrio Galo, que debe de haber sido un pariente cercano, fue cónsul bajo Nerón y condujo sus fuerzas contra los rebeldes en 68; ¿habría confiado el emperador su defensa a un hombre a cuya familia había insultado groseramente? 43 Aquí se combinan Tácito, 13,12 y 13, 46; Suetonio, 28,1, y Dión, 61, 7,1. El contubernium era una unión en la cual la pareja no podía estar legalmente casada porque uno de sus miembros era esclavo. En 13, 46, Tácito muestra a Popea en una referencia despectiva al “servil contubernium" de Nerón con Acte, mientras que Suetonio juzga que su unión era un matrimonio en todo salvo en el nombre. 44 Riqueza: PIR, C, 1067. Dedicación: Ruggeri, 1994. Funeral: Suetonio, 50. 45 Tácito califica a Nerón de adúltero en ambos casos: 14, 60 y 15, 68. Sobre Popea, véase el capítulo 4 del presente libro. 46 Tácito, 15, 68-69, y Suetonio, 35,1. 47 Dión, 61, 9, 2-4; Tácito, 13, 25, y Suetonio, 26, 2. 48Por ejemplo, Quintiliano, Instituciones, 4, 2,124 (C. Antonio); Tacito, Hist., 1, 72 (Tigelino) y 3, 40; Plinio, Epistulae, 3, 14, 3, y Suetonio, “Domitianus”, 22. La exposición clásica sobre las concubinas en la sociedad romana es Treggiari, ig8i. 49 Suetonio, 44, 1. Pseudo Agripina, una prostituta a quien él “sumó a sus concubinas”: Suetonio, 28, 2, y Dión, 61,11, 4. Pseudo Popea: Dión, 62, 28, 2. En 50, Suetonió califica a Acte de concubina de Nerón. 50 Resumido de forma brillante y sucinta por Wiseman, 1985, pp. 10-14: las palabras citadas corresponden a esta obra, p. 11. En una línea muy similar, véase Veyne, 1985 y 1987, p. 204. Sobre la agresión verbal expresada en términos sexuales, véase Adams, 1982, pp. 124, 128 y 133-134· En MacmuUen, 1982, se encontrará una buena historia de las actitudes romanas hacia el comportamiento homosexual. Debe utilizarse con cautela la colección de pruebas dej. Boswell, Christianity, Social Tolerance andHomosexuality: Gay People in Western Europe from the Beginning of the Christian Era to the Fourteenth Century, Chicago, University of Chicago Press, 1980 [trad, esp.: Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad: los gays en Europa occidental desde el comienzo de la era cristiana hasta el siglo XIV, Barcelona, Muchnik, 1993], en las pp. 61-87: el supuesto básico de que en Roma existía la homosexualidad como tal o una percepción de ella no se apoya en prueba alguna. Williams, íggg, con una completa bibliografía, es hoy un clásico; veánse, no obstante, las importantes reservas formuladas por B. W. Frier en su reseña, BMCR, 11, 05, 1999. 51 Dión, 61, 9; Tácito, 13, 25, y Suetonio, 26, 28. La acusación de que Séneca era amante de jóvenes anticuados y que había transmitido esa afición a Nerón es absurda, y forma parte de un ataque difamatorio contra el carácter del filósofo montado por Dión en 61, 10, 3. 52 Suetonio, 35, 4. Sobre el significado de conspurco, véase Adams, 1982, p. 19g. sa En Tácito, 13, 17, el latín es brutal y difícil de traducir al inglés:illusum isse pueritiae Britannici Neronem. Agripina y Británico : Tácito, 13, 14. 54 Véase otra vez Wiseman, ig85, pp. 11-12, con ejemplos. 55 Suetonio, 29. Conficere·. Adams, ig82, pp. 15g y 196. s6 Tácito, 15, 49. 57Juvenal, 2, 117-126, y Marcial, 12, 42. 58Juvenal, 2,137-142; Marcial, 12, 42, 5-6; Suetonio, 2g, y Dión, 62, 28, 3α. 59Juvenal, 2, 65-148, en 83-126. 60 Colin, ig55-i956, en especial pp. 142-igi. Colin fue un estudioso de excepcional imaginación cuya obra fue con frecuencia más estimulante que convincente. Verdiére, ig75, pp. 20-21, aceptó su interpretación; Bradley, 1978, p. 162, se mostró comprensivo; Bessone, 1978, lo desestimó y vio la pederastía como parte del filohelenismo de Nerón, mientras que

Koestermann, 1968, y Kierdorf, 1992, lo pasaron por alto, como hicieron Williams, 1999, y otros. Juvenal llama tubicen al esposo de manera indirecta y obscena, en 2, 118: cornicini, sive hic recto cantaverat aere. Para casamientos de personas del mismo sexo, véase la completa y cuidadosa discusión en Williams, 1999, pp. 245-252 (con un resumen de las controversias recientes), que padece, no obstante -como Frier puntualiza con respecto al libro en general (véase la nota 50 de este capitulo)-, de una “pobreza crónica de imaginación” ; en lo específicamente concerniente a esas bodas, Frier se pregunta: “¿Qué creían los participantes estar haciendo? Williams ni siquiera lo conjetura”. Como en tantas otras cosas, Nerón tuvo un modelo en su tío Cayo (Caligula): cf. Josefo, A], 19, 30, con Wiseman, íggi adloe.: “Pues en los ritos de cierto culto mistérico que él mismo había establecido, Cayo solía ponerse ropa de mujer e idear pelucas y otros disfraces para adquirir apariencia femenina”. 61 Alien, 1962, pp. 104-107, y Higgins, 1985. Allen también sugirió que el banquete de Tigelino era la versión neroniana de los ritos del festival primaveral romano de los Floralia, que se destacaba por su licencia, con cortesanos desnudos, teatros iluminados con antorchas y gestos obscenos. Higgins aprueba esta sugerencia y añade que las rosas ocupaban un lugar importante en esos Floralia, al igual que en el banquete notoriamente costoso de Nerón. 62 Higgins, 1985, emplea la palabra “parodia” sin explicaciones; Colin y Alien parecen tomar con seriedad el asunto. Diosa siria: Suetonio, 55. 63 Marcial, 11, 6. 6i* En Marcial, 5, 83; 6, 39; 10, 42; 11, 81; 12, 43 (Dindymipuellae), y 12, 75; y véase Dídimo en 5, 41: a veces claramente eunucos. Passer como falo: negado (de manera poco convincente) por Adams, 1982, pp. 32-33, con bibliografía previa (favorable) ; sostenido por Kay, 1985, pp. 75-76. 65 Marcial, 4,14, que está directamente conectado con 11, 6. 66 Dión, 63, 13, 2; cf. Suetonio, 29. Dión, que no puede decidirse a decir qué hizo exactamente Nerón, tal vez agrega la pincelada sobre los niños y las niñas. 67 Habinek, 1990, p. 58, nota 15 (pássim) 68 Tácito, 16, 19 (traducción de Church y Brodribb, modificada). 6'>Dión, 63, 13, 3, y Suetonio, 51. Enfurecido ante tamaña disolución, Dión ignora la ambientación. Parece discutir el comportamiento degenerado de Nerón en general, pero una comparación con Suetonio muestra que su fuente común examinaba la ruptura del código de la vestimenta en el contexto de la gira griega, donde esa forma de vestirse habría sido natural, y el pañuelo estaba destinado, con seguridad, a proteger la delicada garganta del competidor en certámenes. Nerón dedicaba cuidados especiales a su voz: Suetonio, 20, 1; Dión, 63, 26, 1-2, y Plinio, 19, 108. Cf. la indignación de Séneca ante la conducta del notorio afeminado Mecenas, que no sólo acostumbraba deambular por la ciudad sino encarar asuntos oficiales cubierto por una túnica sin cinturón: Epistulae, 114, 6 (una referencia que debo a R. A. Kaster). 70 Suetonio, 51 (traducción de Gavorse, sustancialmente modificada). 71 Los Apophoreta de Marcial, un libro de dísticos que describen los regalos entregados en los “embriagadores días de Saturno”, son una fuente primordial. En 14, 1, 1-2, el autor comienza con dos enseñas de las Saturnales: “El caballero y el señorial senador se regocijan en sus syntheses, mientras que los pillea ahora utilizados convienen a nuestro Júpiter [el emperador Domiciano]”. En 14, 141, el regalo es una synthesis·. “Si bien la toga es apta para utilizarla cinco días, puedes llevar propiamente este traje”. 72Dión, 61,5, 4 (traducción de Cary, modificada). La suma tiene una significación simbólica inapropiada para un liberto : desde la época de Augusto, representaba el capital mínimo necesario para mantener el rango de senador.

Plutarco, “Antonius”, 4, 7-9. 74 Ibid., 4, 4-6. 7·ί Véanse Zanker, 1988, pp. 45-46 y 59-60, y, más centrados en Hércules y Antonio, Ritter, 1995, pp. 70-85, y Huttner, 1995. El uso de la historia de Hércules y Onfale por los propagandistas de Octavio parece verificado (Plutarco, Comp. Dem. Ant., 3, y Propercio, 3, 11); no tanto la pertinencia del recipiente aretino para la vida real: Ritter, 1995, pp. 81-82. 76 Plutarco, 29, 4. Cf. Griffin, 1985, pp. 32-47, excelente en lo referido a la imagen de Antonio y su fuerte atracción para Propercio. No hay una buena biografía de Marco Antonio. Es altamente recomendada la edición de Plutarch, Life of Antony establecida por C. B. R. Pelling, Cambridge, Cambridge University Press, ig88. Los artículos de Perrin, 1993, y Cizek, igg3 sobre Nerón y Antonio se ocupan de cuestiones diferentes del presente tema. 77 La sugerencia planteada aquí es que, al imitar a Hércules, Nerón tal vez imitara ciertos aspectos transmitidos por cada uno de sus antecesores: Augusto, el benefactor del mundo (véase el capítulo 5 de este volumen), y Antonio, el líder carismático de dimensiones más que naturales. 78 Apiano, Guerras civiles, 5, 76, y Plutarco, “Antonius”, 24, 33 (y una visita ulterior en 57), con Pelling, Plutarch..., ad loe. Lo que Plutarco quiere decir en 33, 7 queda oscurecido por la jerga de la lucha. Pelling propone esta traducción: “Probablemente, ‘al tomar a los jóvenes por la cintura’ ([...] menos probable ‘al separarlos en su papel de árbitro’), ‘les torcía el cuello’”. El gimnasiarca con atuendo completo difícilmente pueda ser un competidor, pero debe intervenir de alguna manera, sea juez oficial o no. Sospecho que la acción se explica a través de su imitación neroniana: “Practicaba lucha constantemente y en toda Grecia siempre presenció los certámenes gimnásticos a la manera de los jueces, sentado en el suelo del gimnasio; y si una pareja de competidores se alejaba demasiado de sus posiciones, solía obligarlos con las manos a volver a su lugar” (Suetonio, 53). Es decir que Antonio no separaba a los contendientes, sino que los forzaba a trabarse de nuevo en combate. 79 Véanse Apiano, 5, 11; Dión, 50, 5, y sobre todo el brillante bosquejo de Plutarco, en “Antonius”, 28-29. 80 Dión, 50, 3, 5, y Plutarco, 58, 6. 81 Schumann, 1930; Grimai, 1971; Voisin, 1987, y Hemsoll, 1990. 82Tal como se describe en Cicerón, Filípicas, 2, 63, con detalles grotescos; de allí Plutarco, 9 . 6· 83 Plutarco, 29, 4. 84 Plutarco, “Antonio”, 9, 8; “Antonius et Demetrius”, 3, 3, y “Antonius”, 26. 85 Disfraz: Cicerón, Filípicas, 2, 77, y Plutarco, “Antonius”, 10. Prostitución y casamiento: Cicerón, 2, 44-45, cf. 77 (no está en Plutarco, 2). Vil compañía: Cicerón, 2, 57-58 (con la traducción de Shackleton Bailey; véase además 62), 63, 67 y 68, y Plutarco, 9 (la asignación de alojamientos a la manera militar no está en Cicerón). En Gonfroy, 1978, se encontrará el más esclarecedor de los estudios sobre la concatenación -en las invectivas de finales de la República, si no en la vida- de homosexualidad pasiva, travestismo, embriaguez, trasnochadas, bailes (con la desnudez como característica frecuente), perfumes y esclavitud. 86 Menécrates, Espículo y Paneros: Suetonio, 30. Vatinio: Tácito, 15, 34. Tigelino: Scholia ad Iuvenalem, 1,155,158. El faeneratorPaneros (“Amor Universal”, “Amante de Todos” [?], “Potencia” [?]; cf. Plinio, NH, 37, 178), desconocido en otros aspectos, es un personaje enigmático. Suetonio lo llama Cercopithecus, que los traductores vierten por lo común como “cara de mono”, pero hay algo más que eso. Cercops y cercopithecus son, en efecto, palabras griegas para designar a un mono de cola larga, pero Festo nos dice que los griegos utilizaban el primero de esos términos para referirse más precisamente a alguien que quería extraer ganancias de todo (Festo, 49L). ?3

La isla de Pithecusa, isla del mono (la Ischia de nuestros días), frente a la bahía de Ñapóles, supuestamente debía su nombre a los cercopes, un pueblo de pecadores a quienes Júpiter convirtió en monos (Ovidio, Metamorphoses, 14, 88 y siguientes). Según otra historia, los tramposos hermanos Cercopes habían fastidiado a Hércules, pero lo hicieron reír tanto que el héroe los dejó ir. No tengo la más remota idea de cómo se relaciona todo esto con Nerón, pero Paneros debe de haberlo divertido. 8? Tácito, Hist., 2, 71; cf. Suetonio, 10. Compárese con el avance de Antonio a través de Italia, antes : merecería la pena estudiar el tema del progreso triunfal orgiástico en la invectiva romana. 88 Turno, el perdedor en lo que fue en esencia una guerra civil, es como rol una elección asombrosa, pero en ésta acaso haya alguna lógica. En sustancia, si equiparamos a Nerón con su antecesor Eneas, habría que ver a Tumo como Víndex. Es decir que Nerón pretendía celebrar su victoria con la ilustración de la horrible e inevitable muerte de su enemigo, así como cuatro años antes había cantado los pesares y la muerte de Níobe, la víctima arrogante de su propio álter ego Apolo. La muerte del perdedor destacaría entonces el poder y la gloria del vencedor. 89 Turno danzante: Suetonio, 54. Palabras de Turno: Suetonio, 47, 2, de Virgilio, Eneida, 12, 646-649. 90 Séneca, Apocolocyntosis, 12, 2; cf. Petronio, Satiricon, 44, 3, y Luciano, De mercede conduc­ tis, 16.

V II. UNA CASA

1Epígrafes: Tácito, 15, 36, 3 y 37, 1, y Suetonio, 55. 2El siguiente relato es en esencia el de Tácito en 15, 38-41, nuestra fuente más completa, complementada por otras informaciones, según se señalará. He tratado de suprimir los floreos retóricos de Tácito, sus comentarios editoriales y su difusión pormenorizada de rumores. 3 Los monumentaAgrippae del Campo constituían un gran complejo de edificios levantados o restaurados para uso público por el bisabuelo de Nerón, e incluían el Panteón, las Termas de Agripa, el pórtico de Vipsania y el gran recinto comicial de la Saeptajulia. Suetonio se limita a decir que el desastre movió al pueblo a refugiarse en monumentos y sepulturas: 38, 2. ■*Estalló praediis TigelliniAemilianis (Tacito, 15,41). Se desconoce qué eran y dónde estaban: ... véase F. Coarelli y E. Rodríguez-Almeida, LTUR, I, pp. 18-20. 5 Según Tácito, 15, 40-41. Las pruebas de la cronología son las siguientes: Tácito informa que el fuego se inició el 18 de julio (15, 41) y se extinguió “al sexto día” (15, 40), y Suetonio dice que el desastre prosiguió “durante seis días y siete noches” (38, 2). Los especialistas suponen, por lo tanto, que el incendio se desató en la noche del 18 al 19 de julio, se prolongó a lo largo de los días 19, 20, 21, 22, 23 y 24 de ese mes y se extinguió durante la noche del 24. Tácito cuenta que luego volvió a iniciarse (15, 40), pero no dice nada de su duración, mientras que Suetonio, al parecer, desconoce ese segundo estallido. Sin embargo, más adelante el emperador Domiciano instaló mojones en los límites del incendio neroniano, tres de los cuales han sobrevivido (dos de ellos in situ), y todos informan que la ciudad ardió durante nueve días Neronianis temporibus: CIL, V I, 30837; cf. ILS, 4914. En consecuencia, las nuevas llamas se propagaron aparentemente a lo largo de tres días; no resulta claro cuáles, pero el respiro fue breve, “antes de que se hubiera disipado el miedo”. La significación de estas fechas se advertirá más adelante.

6 Suetonio, 38, 2 (que aquí sigue, sin duda, la misma fuente que Tácito), y Dión, 62, 18, 2. Nuestras fuentes son decepcionantemente vagas en cuanto a lo que ardió y dónde. Tácito se limita a mencionar cinco edificios antiguos como ejemplos, y si bien los informes arqueológicos modernos aluden de forma constante a pruebas del incendio, nadie los ha cotejado nunca. Al mismo tiempo, no hay coincidencias precisas sobre las regiones señaladas por Tácito como casi en ruinas, completamente arrasadas o intactas. Compárense los análisis de Beaujeu, 1964, pp. 8-g, Palmer, 1976, p. 52, y Griffin, 1984, p. 129 (que siguen a H. Furneaux, The Annals of Tacitus, segunda edición, vol. 2, Oxford, Clarendon Press, 1907, p. 367): los tres eruditos concuerdan en la atribución de ocho de las regiones augusteas a una u otra de las tres categorías (x y XI destruidas, II, IV, XII y XIII parcialmente destruidas, v y XIV indemnes), pero las otras seis son de muy incierta categorización, o bien total o parcialmente destruidas (ill, VIll) o bien parcialmente destruidas o indemnes (1, VI, Vil, ix). 7 Tácito, 15, 43, 44; Suetonio, 38, 3 (un pasaje oscuro; cf. Bradley, 1978, d loe), y Dión, 62, 18, 5. 8 Grano: Rickman, 1980, pp. 187-188, que examina los problemas planteados por Dión, 62, 18, 5. Monedas: me, 133-136. 9 Newbold, 1974. Se admite que el número estimado de desamparados (ibid., p. 858) es especulativo y se basa en supuestos sobre las regiones devastadas (véase la nota 6 de este capítulo), la cantidad de viviendas colectivas destruidas y la población de Roma (a cuyo respecto véase un prolijo sumario de las especulaciones modernas en Hopkins, 1978, pp. 96-98), pero expresa indudablemente un orden de magnitud: quizás una cuarta parte e incluso un tercio de los habitantes de Roma perdió sus viviendas. 10Suetonio, 38, 3. Dión, 62,18, 5 le hace eco: Nerón recaudó dinero tanto de individuos como de comunidades, a veces por la fuerza y en otras ocasiones como donaciones “voluntarias”. Tácito, 15, 45. En lo concerniente a los templos de Grecia y Asia, Tácito parece confundir la recaudación de dinero con el pillaje estético (como lo sugiere, en efecto, el hecho mismo de que se tratara de templos griegos y asiáticos: no es que los de otros lugares no fueran ricos, pero las grandes obras de arte se encontraban en aquéllos). Otros son unánimes al indicar que Nerón quería las piezas de arte por sí mismas, no por su valor monetario: Pausanias, 6, 25, 9; 10, 7, 1 y 6, 26, 3; Plinio, 19, 84 y 34, 8, y Dión de Prusa, 31, 147-150. 11Toda esta información se hallará en los tres principales relatos del incendio: Dión, 62, 16; Suetonio, 38, y Tácito, 15, 38-40. 12 Plinio, NH, 17, 5: “lotoe [...] duraverunt [...] ad Neronis principis incendia [...] cultu virides iuvenesque, ni princeps ille adcelerasset etiam arborum mortem”. Townend, i960, p. 111 (seguido por Bradley, 1978, p. 231), considera que las dos referencias al incendio son adiciones ulteriores, pero no propone argumento alguno : la única razón parece ser su idea del valor de Cluvio Rufo como fuente, contundentemente refutada por Wardle, 1992. 13 Octavia, 822 y siguientes. El valor de las presuntas observaciones de Nerón sobre Príamo (Dión, 62,16, 1) y el fuego que devasta la tierra (Suetonio, 38, 1) se reduce mucho cuando sabemos que antes de él, según se dice, también Tiberio las había repetido “con frecuencia”: Dión, 58, 23, 4 (33 d. C.); cf. Suetonio, “Tiberius”, 62, 3 (la observación de Príamo, en un contexto diferente y más apropiado). Nerón podría haber imitado a Tiberio, pero el folclor o el artificio literario parecen fuentes más probables. 14 Eutropio, 7, 14, 3. Cf. Jerónimo, Chron., 183 H, y otros. Bradley, 1978, pp. 230-231, resume bien los argumentos para absolver a Nerón; véanse además las pp. 226-235 sobre el carácter tendencioso general de la narración de Suetonio. Sablayrolles, 1996, pp. 788793, presenta un sumario y una bibliografía apropiados. 15 Yavetz, 1975.

16Nótese también que así como Plinio (que en esa época estaba en Roma) alude al parecer al o a los incendios como Neronisprincipis incendia (NH; 17, 5; sobre esto, véase más adelante), los mojones puestos mucho después por Domiciano (que también se encontraba en la capital en 64) se refieren de forma neutral como Neronianis temporibus (ILS, 4 9 14 ) a l°s nueve días en que el fuego asoló la ciudad. 17Acusaciones formuladas por la elite : en primer lugar, los únicos testigos presenciales mencionados en los relatos existentes, los ex cónsules no identificados que descubrieron a los servidores de Nerón al acecho en sus propiedades con materiales incendiarios: Suetonio, 38, 1· Segundo, el tribuno de la Guardia Pretoriana, Subrio Flavo, a cuyo respecto véase más adelante. Subrio era un oficial militar veterano y de muy buena familia. Un tribuno pretoriano típico habría servido durante muchos años en el ejército hasta llegar a centurión veterano, para pasar luego a servir en los vigiles y las cohortes urbanas. También está atestiguada la existencia de un hermano (?), Subrio Déxter, como tribuno pretoriano en 69 y procurador en 74, y por lo tanto de. rango ecuestre (Tacito, Hist., 1,31, 2, y C I L ,x , 8023); y la familia ingresó al Senado en la generación siguiente: Syme IV, 1988, pp. 371-396. Tercero, muy probablemente, el brillante joven poeta senatorial Lucano, aunque la cuestión es objeto de debates. Lucano se había enemistado públicamente con Nerón y tenía prohibido recitar su poesía y hablar en los tribunales judiciales (Tácito, 15, 49, 3; Dión, 62, 29, 4, y Vacca, Vita Lucani). El ex amigo del emperador se transformó en un elocuente tiranicida y llegó a ser el virtual estandarte de los conjurados pisonianos: "Adextremumpaene signifer Pisonianae coniurationis extitit, multus ingloria tyrannicidarumpala praedicanda acplenus minarum” (Suetonio, “Lucanus”). Según Suetonio, Lucano atacó duramente al emperador y a sus amigos más poderosos en un poema difamatorio, famoso carmine. El poema, sin nombre, debería identificarse con su hoy perdido De incendio urbis, “Sobre el incendio de la ciudad”, mencionado por Vacca. En esa pieza poética Lucano describía, según las palabras de Estacio, “las llamas indecibles del tirano criminal que erraban por las alturas de Remo”; lo hacía en una lista poética de sus obras dirigida por la musa Calíope al infante Lucano, Silvae, 2, 7, en 60-61 ( “Dices culminibus Remi vagantis /infandos domini nocentis ignes’). Si Estacio no hace sino parafrasear a Lucano y no agrega su propia nota de color, tenemos que deducir que este último debe haber culpado a Nerón por el incendio. Ahí, 1971, planteó en su plenitud el argumento acerca de De incendio urbis, reformulado en Ahí, 1976, pp. 333-353. El debate a favor y en contra está bien sintetizado en H.-J. van Dam, P. Papinius Statius, Silvae Book II; A Commentary, Leiden, E.J. Brill, 1984, pp. 480-481, que se opone a las identificaciones antes postuladas y cuya conclusión es aceptada por Courtney, 1993, p. 354. Los lectores pueden decidir por sí mismos, pero Ahí sostiene con argumentos sólidos que Vacca no dice que De incendio urbis estaba, escrito en prosa, y Estacio podía perfectamente referirse a un poema. Si se trataba, en efecto, de una obra en prosa, ¿cuál era entonces el famosum carmen, de notoriedad presuntamente dudosa y en otros aspectos casi imposible de identificar, que atacaba al emperador y sus amigos? Al margen del Incendium no hay otro candidato ni siquiera remotamente probable en la lista de obras que, según sabemos, sobrevivieron a Lucano. Sobre Petronio, véase más adelante. 18Dión, 62, 18, 3-4. ‘ 9 Tácito, 15, 50, 4 y 44, 5. 20 Cf. Dión, 57, 18, 4-5, con los comentarios de Potter, 1990, pp. 237 y 239. 21 Suetonio, 39, 2. Es decir, Eneas trasladó a su padre sobre los hombros para alejarlo de las ruinas de Troya, y Nerón mató a su madre. El juego de palabras latino con tollere, levantar y también eliminar, aniquilar, es difícil de reproducir en inglés, pero impresionaba

a los romanos como muy inteligente; en Courtney, 1993, p. 479, se encontrarán otros ejemplos. 22 En el pensamiento de Suetonio, la secuencia no es cronológica. El biógrafo se refiere al fuego (64) en el capítulo 38, y en el siguiente menciona otros desastres, a saber, una peste (65 [?]), la rebelión de Boadicea (60) y la deshonrosa derrota en Armenia (62), y luego las diversas pasquinadas, que el emperador sobrellevó con notable ecuanimidad. Por lo tanto, no debe relacionárselas necesariamente con los momentos posteriores al incendio; de hecho, sólo una de ellas, la concerniente a la Domus Aurea, tiene conexión con ese período. El primer epigrama mencionado por Suetonio, que nombra a Nerón Orestes Alcmeón, es atribuido por Dión (61, 16, 2), en realidad, al año 59. 23 Tácito, 15, 49-67; cf. el débil relato de Dión (en el epítome) en 62, 24-25. 2jt Tácito, 15, 67, 3. Adviértase que se creyó en la veracidad de todas las otras acusaciones formuladas por Subrio. 2s Se dijo que Subrio había contemplado la posibilidad de asesinar al emperador mientras éste corría de un lado a otro en medio de la oscuridad, dentro de su casa en llamas: Tácito, 15. 5 °. 4 26 Dión, 62, 15, 1, y Tácito, 15, 33. Curiosamente, luego de su divorcio y el asesinato de Octavia y el casamiento con Popea a mediados de 62, la presencia de Nerón en el registro histórico se desdibuja. Al margen de unas pocas noticias en los anales, su única aparición en 63 está relacionada con el nacimiento y la muerte prematura de su hija Claudia. 27 El abandonado viaje al este se examina en Suetonio, 19, 1, y Tácito, 15, 36. El relato de este último sobre la explicación dada por Nerón al pueblo se encuentra en 36, 3 y 37. 1· 28 Sobre los sacra, véase Dubourdieu, 198g, pp. 454-469. 2o Parentesco: Augusto era cognatus de Vesta a través de su ancestro Eneas, hijo de Venus: Ovidio, Fasti, 3, 426. Monedas: RlC, 61-62. Reconstrucción del Atrium Vestae: Richardson, 1992. Ρ· 43 · 3° Cedicio en 391: Livio, 5, 32, 6-7. Cf. Cicerón, De divinatione, i, 101, que prosigue para dar una versión más elaborada de la orden del dios: que los romanos debían reparar sus murallas y puertas, porque de lo contrario Roma sería capturada. Metelo en 241: Leuze, 1905, desentraña de forma fascinante la historia; Valerio Máximo, 1, 4, 5, se refiere al viaje frustrado, mientras que Plinio, 7,141, acepta la historia como verídica. De hecho, como lo demostró Leuze, Metelo no quedó ciego, y para un pontífice era muy lícito ver los sacra. Residencia: LTUR, II, 1995, pp. 165-166, ,f.a. “Domus publica” (R. T. Scott). Vestales en 14: Dión, 54, 24, 2. A mi entender, la frase de Dión ’ετετύφλωτο significa “quedó ciega [en el incendio]” (no, como en las torpes versiones de Loeb y Penguin, “se había quedado ciega”) : la historia no tiene sentido a menos que la vestal perdiera la vista en el incendio; y si ya era ciega, Dión habría debido limitarse a decir “era ciega”; cf. Dubourdieu, 1989, pp. 503-504. Por otra parte, πρεσβεύουσα no debía significar necesariamente la más anciana sino la primera, es decir la vestal principal. 3‘ Cicerón, Pro Scauro, 48, "quasi pignus nostrae salutis atque imperii”·, repetido por Livio en 26, 27, 14, “conditum in penetrali [sc. Vestae]fatale pignus imperii Romani". Cf. Servio, ad. Aen., 2, 166: “illic imperiumfore ubi et Palladium”. 32 Cicerón, Filípicas, 11, 24: “id signum de caelo delapsum [...] quo salvo salvi sumusfuturi”. 33 Véase Faraone, 1992, pp. 136-140 (apéndice 4, “The incarceration of dread goddesses”). Por desdicha, no debe aceptarse que el Paladio causaba ceguera en Troya (ibid., p. 137). La única fuente de esa conjetura es Pseudo Plutarco, Parallela Graeca et Romana, 17=Moralia, 309F-310A, un fárrago absurdo de historias evidentemente inventadas que pretenden verificar otras, a veces bien atestiguadas: aquí, cuando arde el templo de Atenea en Troya, el

propio Ilus se precipita a salvar el Paladio, queda ciego y recupera la vista luego de aplacar a la diosa (“así Derquilos [desconocido al margen del Pseudo Plutarco], en el primer libro de sus fundaciones”), y de ese modo es un precedente de “Antilo”, el noble romano a quien los cuervos fuerzan a regresar a Roma cuando se marcha de la ciudad, y que salva el Paladio del fuego, queda ciego y recupera la vista luego de aplacar a la diosa (“así Aristides de Mileto en su Itálica” [una obra tampoco mencionada en otros lugares]). 34 Así Koestermann, 1968, p. 252; cf. H. Furneaux, The Annals of Tacit, op. cit., vol. 2, p. 3 7 3 , y otros· 35Han sobrevivido tres inscripciones para los altares (que los manuales modernos llaman “Arae incendii Neronis”): c i l , v i , 30837, cf. ILS, 4914, con LTUR, I, 1993, pp. 76-77 (E. Rodríguez-Almeida). El texto común a ellas nos dice que el altar fue consagrado por Domiciano “de conformidad con un voto pronunciado, pero ignorado e incumplido a lo largo de mucho tiempo, a fin de mantener a raya los incendios, cuando la ciudad ardió durante nueve días en los tiempos de Nerón”. Esto significa sencillamente que el voto se formuló en 64 y no después. a6 Véase Coarelli, 1983, pp. 161-178, hoy la communis opinio·, el texto decisivo es Plutarco, “Romulus”, 27, 6. Por curioso que parezca, Richardson, 1992, s.w. “Niger Lapis” y “Volcanal”, ignora los argumentos de Coarelli. 37 El templo de Ceres, Líber y Libera puede situarse gracias a referencias antiguas: l t u r , II, 1995, pp. 260-261 (F. Coarelli). Por otra parte, si bien Libera se equiparaba a Proserpina, las palabras de la Sibila mencionaban a ésta y no a aquélla: en la religión romana, la mención correcta del nombre del dios era de suprema importancia. 38 Festo, 126 L (Ceres), y Macrobio, Saturnalia, 1, 16, 18 (Proserpina; cita de Varrón). 39 Coarelli, 1983, pp. 199-226; expuesto otra vez con claridad y energía por este mismo autor en l t u r , III, 1996, pp. 288-289. 4° Richardson, 1992, acepta la identificación del Vulcanal como el Ara Saturni (Saturnus Ara, cf. Volcanal), pero se niega a admitir la equiparación del Umbilicus Romae con el mundus. En reseñas del libro de Coarelli, N. Purcell expresa dudas sobre la ubicación tanto del Ara Saturni como del mundus (jRA, 2,1989, p. 162), mientras que T. P. Wiseman acepta ambas (jRS, 74, 1984, p. 230). Sólo un mundus: mal que pese a Richardson, 1999, pp. 259-260, y otros (cf. H. H. Scullard, Festivals and Ceremonies of the Roman Republic, Ithaca, Cornell University Press, 1981, pp. 180-181), en los autores antiguos no hay indicios de que hubiera más de uno, y Plutarco (“Romulus”, 11) dice que estaba en el Comicio (con independencia de lo ilógica que parezca la historia). De aceptarse esto, debe decirse en apoyo de Coarelli que, si el Vulcanal y el Umbilicus no deben asimilarse al Altar de Saturno y el mundus, es difícil ver en qué otro lugar del Comicio podrían situarse. 41Los duraderos lazos de Ceres con el populus Romanus·. B. S. Spaeth, The Roman Goddess Ceres, Austin, University of Texas Press, 1996, pp. 81-102. Sacrificios a Vulcano hechos por el pueblo: Varrón, De lingua latina, 6, 20. Discursos: Dionisio de Halicarnaso, 7,17 y 11, 39. 42G. Capdeville, Volcanus. Recherches comparantes sur les origines du culte de Vulcain, Roma, Ecole française de Rome, 1995, pp. 81-95. 43 Los relatos enormemente enmarañados sobre Manlio son objeto de un fascinante trabajo de esclarecimiento, hasta donde pueden serlo, por Wiseman, 1979, y Horsfall, 1987 (“Debemos partir del supuesto de que no hubo gansos, de que Manlio fracasó y de que el Capitolio cayó. Cuatro años después, por otra parte, la deshonra y la ejecución. Más allá de eso no hay más que especulaciones”). Sobre Juno Moneta en el sitio de su casa: Livio, 7, 28, 4, cf. 6, 20, 13. Con respecto a un templo previamente existente: Plutarco, “Camillus”, 27. La arqueología es incierta: Richardson, 1992, p. 215. Juno la Avisadora: por ejemplo Cicerón, De divinatione, 1, 101.

44 Tácito, 15, 41, 2. Se ha calculado, por ejemplo, que si los senones quemaron la ciudad en 390 a. C. (la fecha tradicional aunque no necesariamente correcta), el intervalo de 454 años equivaldría a 418 años más 418 meses más 418 días: Koestermann, 1968, pp. 245-246. 45 La versión más conocida de las historias agrupadas alrededor de la invasión gala es la de Livio, en 5, 33-55, a cuyo respecto debe verse el indispensable comentario de Ogilvie, 1965, pp. 699-752. En Plutarco, “Camillus”, 14-32, el relato es muy similar tanto en lo referido a los acontecimientos como a la secuencia. Historias parecidas, aunque más breves, figuran en Dionisio de Halicarnaso, libros 13 y 14, 1-3 (fragmentos) y Diodoro Siculo, 14, 113-117 46La migración propuesta de Roma a Veyes, aunque de muy dudosa historicidad -Ogilvie, 1965, pp. 741-742, sugiere un origen en la guerra social de la década de 90 a. C.-, es un tema recurrente conocido en nuestras fuentes antes, a lo largo y después de la invasión gala, y se entrelaza con la historia de la lucha de los órdenes, el conflicto por la ampliación de los derechos políticos entre los patricios y los plebeyos excluidos. En el año posterior a la captura de aquella población etrusca, afirma Livio, un esfuerzo patricio por instalar a tres mil colonos en otro territorio fue contrarrestado por una propuesta popular en el sentido de que la mitad de la población y del Senado se mudara a Veyes, ciudad extremadamente bella que superaba a Roma tanto por su emplazamiento como por la magnificencia de sus residencias particulares y sus edificios públicos. Los optimates, los mejores (un término anacrónico de fines de la República), se opusieron con vehemencia al plan (tradicionalmente en 395 a. C.). La lucha se trasladó a la política de años ulteriores, cuando la posición senatorial tuvo como su máximo defensor al propio Camilo, el conquistador de Veyes. Tras el desastre del río Alia, la mayor parte de los romanos supervivientes habían huido a esa ciudad en vez de ir a Roma en busca de sus mujeres e hijos, y en Veyes complotaron con los recalcitrantes del Capitolio para hacer volver a Camilo del exilio. Luego de la victoria romana bajo la dictadura de éste, los tribunos iniciaron otra campaña por la migración y Camilo, “que había salvado una vez a la ciudad en la guerra, sin vacilación alguna la salvó otra vez en là paz, cuando prohibió al pueblo emigrar a Veyes”. Escoltado por todo el Senado, Camilo pronunció un extenso y apasionado alegato instando al pueblo a quedarse y reconstruir la ciudad y en particular los templos de sus ancestros; un buen presagio fortuito convenció a todo el mundo (véase más adelante), y la amenaza de Veyes se disipó. Al año siguiente (tradicionalmente 389 a. C.), un decreto del Senado emplazó a quienes habían permanecido en Veyes como colonos a volver a Roma; de lo contrario se los despojaría de su ciudadanía. La gran crisis del abandono de la ciudad se resolvió: Livio, 5, 24, 5-13; 5, 29, 1 a 30, g; 38, 5, 9, 46; 49, 8 a 55, 2 y 6, 4, 5; Plutarco presenta más o menos la misma historia. 47 Livio, 5, 52, 2-3. Sobre la significación central de los lugares para la religión romana, véase S. R. F. Price, “The place of religion: Rome in the early Empire”, en A. K. Bowman, E. Champlin y A. Lintott (comps.), The CambridgeAncient History, segunda edición, vol. 10, The AugustanEmpire, 43 B. C. -A.D. 6g, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, pp. 812-847. 48 Livio, 5, 50. Además, la ciudad de Cere, que había salvaguardado los objetos sagrados y a los sacerdotes de Roma en los momentos de la crisis, y asegurado con ello la continuidad de la veneración apropiada de los dioses, debía beneficiarse con un solemne tratado de hospitalidad y amistad con Roma; se instituirían juegos, los Ludi Capitolini, en homenaje a Júpiter Óptimo Máximo por preservar intacto su santuario del Capitolio; se haría una expiación por la voz nocturna que había advertido a Marco Cedicio del asalto galo, para lo cual se construiría un santuario en el lugar preciso de la Via Nova y se lo consagraría a Aius Locutius, la Voz Elocuente, y se otorgarían privilegios a las mujeres casadas de Roma, las matronae, que habían aportado su propio oro para satisfacer las exigencias de los galos, en vez de permitir el saqueo de los tesoros de los dioses (la naturaleza de estos privilegios varía de autor en autor: véase Ogilvie, 1965, p. 741).

w Ogilvie, 1965, desmonta gran parte de las ideas previas: véanse, por ejemplo, las pp. 750-751 sobre la tradición patentemente falsa de que Roma había sido una ciudad con un diseño racional antes del saco. Se encontrará un claro y sobrio relato de lo realmente sucedido en T. J. Cornell, “Rome and Latium to 390 B.C.”, en F. W. Walbank, A. E. Astin, M. W. Frederiksen y R. M. Ogilvie (comps.), The Cambridge Ancient History, segunda edición, vol. 7.2, The Rise ofRome to 220 B.C., Cambridge, Cambridge University Press, 1989, pp. 243308, en especial pp. 302-308, “The Gallic invasion”. Diodoro señala sin comentarios que se pagó rescate (14, 116, 7), recuperado más adelante por los ceritanos en una batalla (117, 4; cf. Suetonio, “Tiberius”, 3, 2, donde se hallará otra versión). 50 Livio, 5,49, 7 y 7,1, 9-10. Segundo fundador: cf. Plutarco, “Camillus”, 1, 31-32. Ogilvie, 1965, p. 739, muestra que la historia del segundo fundador debe remontarse por lo menos al siglo II a. C., aunque desde luego tenía igualmente especial relevancia para Augusto en la década de 20 a. C., cuando Livio escribía, pues el primer emperador también posó como padre de la patria y segundo fundador y había contemplado la posibilidad de adoptar el nombre de Rómulo. R. A. Kaster señala que en 7, 1, 10 Tito Livio llama a Camilo secundus fundador de Roma, mientras que en 5, 49, 7 los soldados de este último lo denominan alter fundador: ambas palabras significan “segundo”, pero secundus implica aquí un tercero, es decir Augusto. 51Tácito, 15, 38,1 y 40, 2. Adviértase, por ejemplo en 41,1, la lista de templos destruidos, todos anteriores a 390 a. C., o, en 43,1, el contraste entre la vieja ciudad irregular construida después del incendio galo y la nueva ciudad regular. Dión, 62, 17, 3; cf. Dión, 62, 18, 2: éste fue el peor desastre sufrido por la ciudad en su historia, con la excepción de la invasión gala. Suetonio, 19, 1. Petronio, Satiricon, 53. Es comúnmente aceptado que Trimalción, el gordo y espléndido liberto de esta novela, es en muchos aspectos una parodia, a veces de Nerón y otras de quienes solían imitarlo. Ya avanzado el pesadillesco festín de Trimalción, su tesorero simula leer de las acta urbis, la gaceta de la ciudad, diversos sucesos ocurridos el 26 de julio que eran de interés para su amo, incluido “el incendio que estalló en los horti Pompeiani, iniciado en la casa de Nasta, el alguacil”. El paralelo entre ese incendio y el de 64, cuando el fuego se reinició en los praedia Aemiliana de Tigelino, el prefecto pretoriano del emperador, es sorprendente, si se toma en conjunto con la caricatura de Nerón y la gaceta de la ciudad. Lo fascinante es, primero, la fecha del 26 de julio en la novela, que es la más probable de la reanudación del incendio en la propiedad de Tigelino en 64, y segundo, el modo cautivador de señalarla: vii. kalendas Sextiles. En 8 a. C. el mes de sextilis había pasado a llamarse agosto en honor del emperador Augusto, y la manera apropiada de referirse a ese día habría sido “el séptimo día antes de las calendas de agosto”. El arcaísmo sólo es explicable si recuerda el solemne arcaísmo de 64, cuando (según Tácito) la gente calculó de acuerdo con las calendas de sextilis para evocar el desastre galo. Sobre todo esto, véase el análisis de Baldwin, 1976. s2 Livio, 5, 55, 2-5. 53 Livio, 6, 1, 3 y 6, 5, 1-5 (reuniones), y 4, 4-5 (nova urbs). Cf. Diodoro, 14, 116, 8-9, y Plutarco, “Camillus”, 32, 3. 5Í Tácito, 15, 38, 3. Dión también hace hincapié en la velocidad del fuego y la angostura de las calles en 62,16, 4, mientras que Tácito muestra a los nostálgicos de los viejos tiempos recordar con afecto la protección contra los rayos solares que proporcionaban esa estrechez y la altura de los edificios, en 15, 43, 5: ahora, en las amplias avenidas no hay sombra. 55 Tácito, 15, 43, 1 (traducción de Church y Brodribb, modificada). 56 Suetonio informa que Nerón dio una nueva forma a los edificios urbanos y dispuso que se añadieran a su costa pórticos a las casas y viviendas colectivas, para facilitar el combate contra los incendios desde sus techos: 16, 1.

57 Gayo, Instituciones, i, 33: datado por Gayo sólo hasta Nerón, pero Griffin (1984, p. 130) tiene razón, con seguridad, al atribuir el incentivo a las secuelas del Gran Incendio. 5®Suetonio, 31, 1-2; Tácito, 15, 42, 1 (traducción de Church y Brodribb, modificada), y Marcial, De spectaculis, 2. 59 Suetonio, 31,1: “Non in alia re tamen damnosior quam in aedificando domum a Palatio Esquilias usquefeat, quamprimo transitoriam, mox incendio absumptam restitutamque auream nominavit”. 60 Tácito, 15, 39: “Eo in tempore Nero Antii agens non ante urbem regressus est quam domui eius, qua Palatium et Maecenatis hortos continuaverat, ignis propinquaret”. 61 Tácito, 43, 1; Marcial, De spectaculis, 2, 4; Plinio, 33, 54 y 36, 111, y Suetonio, 39, 2. 62 Ovidio, Fasti, 6, 639-642, y Herodiano, 4, 1, 2. 63 Sobre los Bagni di Livia -de hecho un ninfeo- en el Palatino: LTUR, ii, 1995, pp. 199202, s.o. “Domus Transitoria” (M. de Vos). (En realidad, todo este artículo, con excepción de siete renglones, está dedicado al ninfeo.) Domus Tiberiana: Carandini, lggo, pp. 14-15. La fórmula de Carandini de domus-villa y villa-domus (es decir, supongo, estructuras que combinan elementos de casa urbana y villa rural, con preponderancia de unos u otros), sobre la cual no hay pruebas antiguas, ha sido adoptada por otros: Krause, igg5, pp. 462463, cf. LTUR, II, ig 9 5 , pp. 189-197, s.v. “Domus Tiberiana” (C. Krause). Sobre otras estructuras atribuidas a la Domus Aurea, véanse Royo, íggg, p. 311, y LTUR, II, 1995, p. 49, s.v. “Domus Áurea” (A. Cassatella). Desafortunadamente, LTUR, el repertorio estándar de la topografía romana, incluye una entrada titulada “Domus Áurea: complesso del Palatino” : LTUR, II, 1995, pp. 63-64 (A. Cassatella). 6i La Rocca, 1986, p. 32. 65 Van Essen, 1954. El estudio de Van Essen, muy defectuoso, ha tenido una enorme influencia. Es habitual reproducir su plano esquemático de la Domus Áurea: así WardPerkins, 1981, p. 60. Compárese con el elaborado mapa publicado en LTUR, II, igg5, p. 397. Warden, ig8i, reduce la superficie a la mitad, de alrededor de 0,80 a aproximadamente 0,40 kilómetros cuadrados, y confina la Domus Áurea a las laderas y no las cumbres de las colinas. Aunque nadie le ha prestado demasiada atención, este punto de vista tiene la gran ventaja de hacer que la superficie cubierta por la casa opiana y sus terrenos sea mucho más “transicional”, ya que no incluye las colinas sino que, en cierto sentido, linda con ellas (véase más adelante). De todas formas, esa medición sigue siendo demasiado generosa. En su reseña de l t u r , II, en JRA, 10, igg7, pp. 383-388, W. V. Harris escribe (p. 385): “Sospecho que tal vez corramos el riesgo de exagerar la cantidad de terreno ocupado por este complejo ciertamente enorme”. 66 Casa debajo de Venus y Roma (por ejemplo, MacDonald, 1982, pp. 21-35): LTUR, II, 1993, s.v. “Domus Domitiana”, p. g2 (E. Papi). Cisternas de las termas de Trajano: De Fine Licht, iggo, p. 27. (Las huellas de restos debajo de las cisternas son demasiado escasas para atribuirlas a la Domus Aurea: ibid., 96-98). Resulta también que Marcial parece indicar que el pórtico del templo del Divino Claudio en el Celio era el límite de la Domus Áurea - “Claudia diffusas ubi porticus explicit umbras, / ultimapars aulae deficientis erat” (De spectaculis, 2, 9-10)-y Nerón, que hizo demoler el templo en construcción (Vespasiano terminó el edificio), cubrió la ladera de la colina con un ninfeo destinado a ser visto desde la casa misma en el otro lado del valle (Colini, 1944, pp. 154156). A pesar de lo que sostienen Van Essen y l t u r , i, igg3, pp. 277-278, s.v. “Claudius, Divus, Templum” (C. Buzzetti), no veo motivos para adjudicar a la Domus Áurea la zona del templo. 67Forum Transitorium: se encontrarán las referencias en LTUR, II, igg3 , s.v. “Forum Nervae”, pp. 307-311 (H. Bauer y C. Morselli). Adviértase que Aurelio Víctor también lo llama (en 12, 2) “Forum Pervium”, el Foro de Paso o de Tránsito.

68 Véase Griffin, 1984, pp. 138-141, que discute Van Essen, 1954: un excelente sumario del problema, que reconoce la discusión con N. Purcell. Ampliamente ignorados: sin embargo, cf. ahora Darwall-Smith, 1996, pp. 37-38, que concluye con acierto que la imagen de la Domus Aurea como retiro privado de Nerón es exagerada y señala al respecto que se levantaba sobre arterias urbanas e incluía santuarios públicos, que el Macellum [mercado de comestibles] estaba demasiado cerca para permitir privacidad y que a Nerón le gustaba ofrecer grandes banquetes públicos para los cuales la casa era un ámbito apropiado : “Nerón creía acaso construir una casa donde todo el pueblo de Roma podría disfrutar junto con él”. De manera similar pero independiente: Champlin, 1998 (de una conferencia pronunciada en 1995). Capricho por la popularidad: Suetonio, 53. 69 Se encontrarán pruebas en el capítulo V I de este libro. 70Véase Nielsen, 1990, pp. 45-47, con bibliografía; cf. brevemente F. Coarelli, Roma, op. cit., p. 211. No mencionado en LTUR, V, 1999, pp. 66-67, s-v■“Thermae Titi/Titianae” (G. Caruso). 71 Termas de Nerón en el Campo de Marte: Ghini, 1985 y 1988; cf. l t u r , V, 1999, pp. 60-62, s.v. “Thermae Neronianae/Alexandrinae” (G. Ghini). 72 Véase Panella, 1990, pp. 67-68, y en especial su espléndido libro de 1996, pp. 180188; cf. LTUR, II, 1995, pp. 51-55, s.v. “Domus Áurea: area dello Stagnum” (C. Panella). '3 Así presentada, de forma independiente, por Zevi, igg6, y Champlin, 1998. 74 De hecho, en su mayor parte las construcciones encaradas por Nerón luego de 64 no alteraron la propiedad privada, y si Vespasiano devolvió algún metro cuadrado a algún propietario anterior, no sabemos nada de ello: véase el excelente trabajo de Morford, 1968, “The distorsion of the Domus Áurea tradition”. 75 Al margen de la Domus Transitoria, en la literatura la palabra parece aplicarse sólo al Forum Transitorium: véanse las referencias en l t u r , II, igg5, p. 308, s.v. “Forum Nervae” (H. Bauer y C. Morselli). La epigrafía ulterior muestra una ubicación pública sin otros antecedentes conocidos en Puteoli [il s , 5919, donde el compilador, H. Dessau, cita Dig., 43, 8, 2, 17: ¿un pequeño foro?) y un Forum Transitorium de fines del siglo IV en Lambaesis, Numidia (CIL, VIH , 2722).

V III. TRIUN FO

1Epígrafe y cita en el texto: Plutarco, “Aemilius Paullus”, 32-34. Cf. Josefo, BJ, 7, 132133, sobre el triunfo judío de Vespasiano y Tito, tres años después de la muerte de Nerón: “Es imposible hacer una descripción satisfactoria de los innumerables espectáculos, tan magníficos en todos los aspectos concebibles, tratárase de obras de arte, muestras de opulencia o rarezas de la naturaleza; casi todos los tesoros que en tiempo alguno se han puesto en las manos de los favorecidos por la fortuna -las invaluables maravillas de muchos y diferentes pueblos- se habían reunido ese día, para exhibir frente a todos la grandeza del Imperio Romano”. 2 Hay una abundante bibliografía moderna sobre el triunfo: Makin, 1921; Coarelli, 1968; Versnel, 1970; Künzl, 1988; Coarelli, ig88, pp. 363-414; Favro, igg4, y Halliday, 1997. La siguiente descripción combina informaciones extraídas de estos autores, y en especial los detalles reunidos por Versnel y Künzl. 3 Livio, 37, 59, 3-5. Compárese con el botín mencionado en los triunfosde Emilio Paulo y Vespasiano y Tito, nota 1 de este capítulo. 4 El carro de Augusto: Vermeule, 1957, pp. 244-245. 5 Sobre la compleja relación entre los tres desfiles y su origen, véase Versnel, 1970,pp.

6 Alföldi, 1934 y Alföldi, 1935, son fondamentales en este punto, especialmente 1934, pp. 93-100, y 1935, pp. 25-43, sobre el vestuario triunfal, y 43-68, sobre el traje y los atributos militares en general; acerca de la importancia de Nerón en el uso del traje militar, véase 1935, pp. 5-g, que recuerda a Laffranchi, 1921. Sobre la “manipulación del tema triunfal” por parte de Augusto, véase Hickson, 1991. 7 Tácito, 12, 1-4, y Suetonio, 7, 2. 8 Tácito, 13, 7-9. 9 Tácito, 13, 41 (traducción de Church y Brodribb, modificada). 10 Tácito, 15,18. El arco: Kleiner, 1985, y La Rocca, 1992. En Carroll, 1982, se encontrará otra celebración de la victoria de Nerón sobre Partía, nada menos que una enorme inscripción en letras de bronce en el Partenón de Atenas, que es por su parte un monumento a la derrota de Persia a manos de Grecia. 11 Tácito, 15, 71-74; Suetonio, 15, 2, y Dión, 62, 27, 4. 12 Para los cálculos, véase Griffln, 1984, p. 232, con nota 69. 13 Nerva: ILS, 273 (Sentinum: Nerva venía de Narnia). Epafrodito: ILS, 9505 (Roma), a cuyo respecto véase Constans, 1914, confirmado por Eck, 1976. Posides: Suetonio, “Claudius”, 28, 1; cf. Epitome de Caesaribus, 4, 7. Eck cita CIL, IV, 3617, con referencia a otro liberto que disfrutó de similares honores. 14ΙΚΓ, 346 (Lepcis Magna). La interpretación seguida es la de Eck, 1976; cf. Maxfield, 1981, p. n i. El cargo de centurión de los caballeros era puramente civil y ocasional, ejercido por jóvenes romanos de buena cuna: Y. Le Bohec, “Les centurions des chevaliers romains”, REA, 87,1975, pp. 108-124. Ni siquiera resulta claro si está conectado con los honores en la inscripción de Asprenas, dado que éstos (como sabemos por la inscripción de Nerva, entre otras) podían insertarse simplemente en el registro sin mención de los motivos. En Mourgues, 1988, p. 175, nota 85, se encontrará una interpretación diferente. Tácito, 15, 72. 15 Tácito, 15, 74. Al tratar el caso como una cuestión militar, ¿reconocía acaso Nerón que muchos de los conjurados eran integrantes de su propia guardia pretoriana? lCTácito, 14,13 (traducción de Church y Brodribb, considerablemente modificada). Dión, 61, 15, 1; 16, 1-4 y 17, 1, cf. 18, 3: en el capítulo 3 de este libro se analizan las deficiencias de la traducción de este pasaje a cargo de E. Cary. 17 Actas de los Hermanos Arvales: CIL, V I, 2042, 24-32, que hoy pueden consultarse en la indispensable edición de J. Scheid, Commentarii Fratrum Arvalium qui supersunt, Roma, Ecole française de Rome/Soprintendenza archeologica di Roma, 1998, p. 71, número 28αc, 25-30. Las funciones de Mars Ultor: Dión, 55, 10, 2-5. 18 Tácito, 15, 28-29, y Dión, 62, 23, 1-4. No se aclara qué quiere decir Dión con “en contra de lo precedente”. La misma frase se utiliza con referencia al primer triunfo de Pompeyo en 81 a. C., cuando el joven general todavía no era senador: 36, 25, 3. 19 Tácito, 15, 31; Plinio, 30, 16, y Dión, 63, 1, 2 a 2, 4 y 63, 6, 4-5 [andrapodorij. Plinio hace alusión a la carga sufrida por las provincias debido al avance de Tiridates. 20 Para la fecha, inferida a partir de una postergación de los sacrificios habitualmente hechos en la época por los Hermanos Arvales, véase Scheid, 1990, pp. 404-406. Roma se vació para ver a Nerón y Tiridates: Tácito, 16, 23-24 (desafortunadamente, la narración se interrumpe justo antes de su entrada a la ciudad). El relato presentado aquí es una amalgama de los dichos de Suetonio, 13, y Dión, 63, 3, 4 a 5, 3, que sin lugar a dudas se basan en una fuente común. 21 Actas de los Hermanos Arvales: c il , IV, 2044 = Scheid, Commentarii..., op. cit., pp. 7985, número 30; interpretado en Scheid, 1990, pp. 404-406. Monedas de Jano: A/C, I2, 4950, 58, 283-291, 300-311, 323-328, 337-342, 347-350, 353-355, 362, 366-367, 421, 468-472 y 537-539. En Townend, 1980, se encontrará un problema de fuentes sobre el cierre del templo,

no demasiado relevante aquí: las monedas, emitidas luego del acuerdo de 63, anunciaban tal vez de forma prematura el cierre de las puertas de Jano por parte de Nerón, que no ocurrió hasta 66 (como lo señala Suetonio) y probablemente no fue reconocido por Vespasiano. En cuanto al nombre imperator, atestiguado por primera vez en los registros de los Hermanos Arvales antes mencionados y en monedas contemporáneas, véase Griffin, 1984, p. 233, con notas 72 y 69. 22 Una pequeña figura de bronce del norte de Italia ha sido identificada como la estatua de un joven Nerón sentado en una silla curul (hoy perdida), vestido con capa militar y peto y con calzado civil (senatorial), pronto a recibir el sometimiento de un bárbaro. Como tal, se presume que refleja un monumento triunfal perdido. Para el argumento, véase Sperti, íggo 23 No hay mención de ningún triunfo en el relato existente de Tácito, que nos traslada directamente a la llegada de Tiridates a Roma: de haberlo habido, con seguridad el historiador lo habría señalado. El epitomista está confundido, sin duda, y Griffin, ig84, pp. 232-233 con la nota 64, considera que no hay pruebas fiables de un triunfo, pero esta conclusión implica ignorar la observación de Plinio en 30, 16. Debería advertirse que los epítomes de los acontecimientos de 63 y 66 no son obra de la misma persona. 24 Dión, 63, 3, 2. En R. Ettinghausen, “Bahrain Gur’s hunting feats, or the problem of identification”, Iran, 17, 1979, pp. 25-31, se encontrará un ejemplo similar del asombroso virtuosismo de un príncipe sasánida. Tiridates como sacerdote: Tácito, 15, 24, y Plinio, 30,16-17. El hecho de que su esposa dejara de lado el velo para utilizar una especie de yelmo que le ocultaba el rostro también parece ser un compromiso entre dos tradiciones. 25 Dión, 63, 5, 2-3 (traducción de Cary, modificada). 26 Lemosse, ig6o. 27 Estas cifras son extremadamente inciertas, pero sugieren un orden de magnitud. Por un lado, el cálculo de los gastos imperiales totales debe ser una conjetura informada. Luego de revisar los componentes del presupuesto del Imperio (tres cuartas partes del cual los consumía el ejército), Duncan-Jones, 1994, pp. 33-46, estima para alrededor del año 150 pagos anuales por un monto mínimo de 832 millones y un monto máximo de 983 millones. Goldsmith, 1984, p. 268, nota 28, reúne cálculos hechos por otros especialistas que oscilan entre seiscientos y casi mil millones, con una cifra intermedia de 825. Por otro lado, no resulta claro cuánto gastó exactamente Nerón en Tiridates y cómo lo supo el pueblo. Dión nos dice que el tesoro público pagó ochocientos mil sestercios por día durante los nueve meses del viaje a Roma del rey y su séquito (63, 2, 2), y afirma que Nerón entregó regalos a Tiridates por valor de doscientos millones (63, 6, 5). Suetonio informa, “aunque parezca casi increíble”, que el emperador gastó ochocientos mil sestercios por día en el monarca parto de Armenia y le dio más de cien millones en el momento de su partida (30,2). Al parecer estamos ante una fuente común, pero lo que se dice es incierto: ¿representaban los nueve meses, por ejemplo; todo el viaje del príncipe desde el inicio hasta el final, o sólo desde Oriente hasta las puertas de Roma, como Dión parece dar a entender? De todos modos, los nueve meses a ochocientos mil sestercios por día implican un gasto de por lo menos doscientos millones en el viaje, y posiblemente mucho más. Dión sugiere, así, una erogación mínima total de cuatrocientos o más millones, mientras que Suetonio habla de trescientos millones o más. En otro lugar, Tácito nos dice (Hist., 1, 20) que en el transcurso de su reinado Nerón entregó regalos a individuos por un valor de dos mil doscientos millones de sestercios. Cualesquiera fueran las verdaderas sumas, a la larga el peso financiero de la generosidad neroniana debió haber sido intolerable. 28 Plinio, 30, 16-17, y Suetonio, 34, 4 (Agripina y los magij. Cumont, 1933, es la interpretación clásica de la iniciación, discutida por Aiardi, 1975-1976.

29 Augusto fue el primero en procurar restablecer la dignidad del teatro: Suetonio, “Augustas”, 44; cf. el análisis típico de la Lex Iulia Theatralis en Rawson, 1987. AI hablar aquí de “teatro” entiendo también el anfiteatro y el circo, regidos por reglamentos similares. Sobre la conveniencia del Foro para presenciar combates de gladiadores, véase Vitrubio, 5, 1,1-2. 3° Estrabón, 15, 3, 13. Con respecto al lugar de Mitra en el zoroastrismo antiguo y su asociación e identificación con el Sol, véase Boyce y Grenet, 1991, pp. 300-304 y 479-483; cf. Clauss, 2000, pp. 3-7. Es importante comprender que el Mitra zoroastriano del antiguo Irán no es el famoso Mitra inventado, con sus misterios, más o menos una generación después de la muerte de Nerón: el dios de Tiridates, conocido por Nerón gracias a su iniciación, significaría poco y nada para el romano de la calle. 31 El siguiente relato es una síntesis de lo informado por Suetonio en 25, 1-2, y Dión, 63, 20,1 a 2 1,1; a su vez, es evidente que ambos reflejan una única fuente común, aunque muestran marcadas diferencias (al respecto, véase más adelante). Derrota de Diodoro: Dión, 63, 8, 4. ¿Regreso a Italia a principios del otoño?: Halfmann, 1986, pp. 175-176; véase además el capítulo 3 de este libro. 32 Miller, 2000, p. 417, plantea bien el problema (con bibliografía): “Las opiniones modernas difieren en cuanto a si Nerón pretendía disfrazar el triunfo como institución, mediante un provocativo reordenamiento de los ideales artísticos y militares en la jerarquía romana de valores, o simplemente extendía aún más la ya laxa aplicación de honores triunfales a situaciones novedosas”. Se advertirá con claridad que aquí preferimos una tercera posibilidad. 33 Suetonio, 25, 1: “sequentibus currum ovantium ritu plausoribus, Augustianos militesque se triumphi eius clamitantibus”. “Ovantium” se refiere aquí a un triunfo, no a una ovación. Miller, 2000, p. 418, destaca con acierto esta autoidentificación histrionica de los augustianos, pero la ve como parte de una imitatio Augusti neroniana en el triumphus in Palatio, que no todo el mundo encontrará convincente. 34 Rutas: Dión, 63, 20, 4 (traducción de Cary, modificada), y Suetonio, 25, 2 (traducción de Gavorse, con modificaciones sustanciales). La ruta del desfile plantea un problema insoluble. El relato de Dión pasa de la demolición de parte de la muralla y una puerta a una descripción del desfile mismo, y luego, “después de atravesar de este modo el Circo y el Foro en compañía de los soldados, los caballeros y el Senado, [Nerón] subió al Capitolio y de allí fue al Palatino”. Suetonio también menciona la ruptura de la muralla y describe el desfile, pero luego escribe : “Tras hacer demoler un arco del Circo Máximo, se abrió paso a través del Velabro y el Foro hacia el Palatino y [el templo de] Apolo”. Los dos relatos, que reflejan quizá dos fuentes, no pueden concillarse. Dión hace ir claramente a Nerón del Foro al Capitolio y luego al Palatino. Suetonio, con la misma claridad, lo traslada directamente del Foro al Palatino. ¿Podría Dión haber aludido sin quererlo al Capitolio? ¿Podría Suetonio haberlo omitido sin. advertirlo ? No lo sabemos. 35 Robert, 1938, pp. 110-112. Otros paralelos entre la entrada de Nerón y la de un vencedor sagrado pueden verse en L. y j. Robert, Claros I: décrets hellénistiques, París, Editions Recherche sur les civilisations, 1989, pp. 21-22. Debo ambas referencias a un trabajo inédito de J. Ma. 36 Livio, 33, 33, 2, de Polibio, 18, 46, 12. Cf. las palmas de la victoria con lemniscos en Cicerón, Pro Roscio Amerino, 100, y la corona de laurel con lemniscos en Plutarco, “Sulla”, 27, 7. Según Servio, Varrón dice que las coronas con lemniscos son particularmente honorables (ad. Aen., 5, 269), y menciona que las coronas ganadas en losjuegos (supongo que eso significan sus palabras coronae agonales) son lemniscatae (6, 772). 37Suetonio, 25, 1: “Reversus e Graecia Neapolim [...] Introit disiectaparte muri [...]; simili modo Antium, inde Albanum, inde Romam”. Dión confirma la ruptura de la muralla de Roma, en 63, 20, 1.

38 Residencia favorita: Griffin, 1984, p. 163. Triunfo albano: Kierdorf, 1992, pp. ig3194; cf. Miller, 2000, p. 418 sa Griffin, 1984, p. 163. Con respecto a la equiparación de eiselasisy triumphus, adviértase especialmente Vitrubio, 9, prefacio, 1, sobre los vencedores en los juegos sagrados: “Nobilibus athletis, qui Olympia, Isthmia, Nemea vicissent, Graecorum maiores ita magnos honores constituerunt, uti non modo in conventu stantes cum palma et corona ferant laudes, sed etiam, cum revertantur in suas civitates cum victoria, triumphantes quadrigis in moenia et inpatrias invehantur e requepublica perpetua vita constitutis vectigalibusfruantur". Compárese con Plutarco (de quien se sabe que escribe después de Nerón) acerca de los triunfos eiselásticos : “Marcellus”, 8, 12, y “Cato Minor”, 31. ■i" Suetonio y Dión muestran diferencias desconcertantes en lo que deciden contar. Dión (como siempre, en el epítome) no dice nada sobre las entradas preliminares a Nápoles, Antium y “Albanum” ; Suetonio ignora los cantos de alabanza entonados por “la población entera” . Dión sólo conoce una vestimenta triunfal; Suetonio menciona dos. Dión se refiere a flores, luces e incienso cuando Suetonio habla de perfume, aves, cintas y confituras. Dión sólo menciona a soldados (presumiblemente guardias pretorianos), caballeros y el Senado, en tanto que Suetonio se limita a nombrar a los augustianos. En Dión, la ruta del desfile es puertas de la ciudad-Circo-Foro-Capitolio-Palatino, y regreso al Circo para las carreras; la ruta de Suetonio es puertas de la ciudad-Circo-Velabro-Foro-Palatino, con el templo de Apolo Palatino como meta de Nerón: los relatos son muy diferentes. Y ambos autores terminan por caer en una frustrante irrelevancia: tras informar que el emperador depositó en el Circo todas sus coronas obtenidas en las carreras y corrió en torno de ellas, Dión concluye con la historia del hombre que le ofreció un millón de sestercios para que tocara la lira y con la aparición ulterior de Nerón en escena y en el Circo (en este caso la culpa puede ser del epitomista); Suetonio, después de contar que Nerón puso las coronas en sus recámaras, habla de las estatuas que lo representan como un citarista, su extravagante inquietud por preservar la voz y su aprecio por las lisonjas. Insistamos: dos autores llegados hasta nuestros días parecen seguir los relatos perdidos de dos fuentes distintas para un solo acontecimiento. 41 Suetonio, 25, 2 (traducción de Gavorse, modificada). Estrictamente hablando, los bellaria incluyen las nueces y los frutos secos, así como las confituras. 42 Nerón: Suetonio, 11, 2 (y el capítulo 3 de este volumen). Domiciano: Estacio, Silvae, 1, 6, 9-20 y 75-78. Sobre esas muestras de munificencia, véase Friedländer, 1920-1923, vol. 2, p. 17. Curiosamente, aquí la situación se invierte: el pueblo colma de regalos al emperador. Los bellaria se contaban entre los obsequios habitualmente entregados en abundancia al pueblo por un cónsul al asumir su cargo: HA Elagabalus, 8, 3. 43 Las pruebas son abrumadoras y, que yo sepa, se limitan a las actuaciones en teatros o ámbitos teatrales: Salustio, Historiae, 2,59; Lucrecio, 2,416; Horacio, Epistulae, 2,1,79; Propercio, 4, 1, 16; Ovidio, Ars amatoria, i, 104; Lucano, 9, 809; Séneca, Epistulae, 90, 15; Plinio, NH, 21, 33; Marcial, 5, 25,7-8; 9,38,5 y 11, 8,2; Frontón, De eloquentia, 11 (140 vdH, marg. b); Apuleyo, Las metamorfosis, 10, 34, 2 (una pantomima en un anfiteatro), y HA Hadrian, 19, 5.

EPÍLOGO

1 Dión, 79, 18, 1-3. 2 Están la biografía clásica, escrita por Miriam Griffin y, más recientemente, los estudios de Vassily Rudich sobre los peligros de la disidencia en la política y la literatura neronianas, la sutil investigación de Shadi Bartsch con referencia a los efectos de la pérdida de libertad

bajo el Imperio en materia de acción y lenguaje (“teatralidad y doble lenguaje”) y la recopilación de artículos a cargo dejas Elsner yjam ie Masters sobre muchos aspectos de la imagen de Nerón (“reflejos de Nerón”); esta última obra, la más cercana en concepción al presente volumen, difiere de éste por su mayor variedad y por su escaso interés (como ha señalado una de sus reseñas) por la realidad histórica. 3 Lo cual nos remite, inevitablemente y en más de un aspecto, a Oscar Wilde: “Ojalá estuviera en París, donde trabajé tan bien. Sin embargo, es preciso asombrar a la sociedad, y mi peluquero neroniano lo ha conseguido”. El párrafo pertenece a The Letters of Oscar Wilde, edición establecida por Rupert Hart-Davis, Londres, Rupert Hart-Davis, Ltd., 1962, pp. 147148, mayo-junio de 1883 [trad, esp.: Correspondencia, Madrid, Siruela, 1992]. Wilde lo escribió después de rizarse el pelo a imitación de un busto de Nerón expuesto en el Louvre. * Suetonio, 55.

A G R A D E C IM IE N T O S

J L V s t o y especialmente agradecido por la cálida recepción que me brin­ daron dos instituciones académicas durante la prolongada e intermitente gestación de este libro. La primera de ellas fue la Christ Church de Oxford, que me honró con el otorgamiento de la Hamilton Visiting Research Fellowship de 1989-1990. Mi gratitud para el decano y los estudiantes y sobre todo para el censor superior de la época, Alan Bowman; mis dis­ culpas por no ser éste el libro que por entonces tenía previsto escribir, y mis esperanzas de que represente, empero, una pequeña compensación por su hospitalidad. En la primavera de 1994 tuve el honor de ser desig­ nado residente en estudios clásicos en la American Academy de Roma, y con posterioridad tuve el placer de pasar breves períodos en la insti­ tución como investigador visitante. Doy gracias a sus directores y a todo su personal por proporcionarme algunos de los recuerdos más felices de mi vida. Partes de este libro se presentaron en dos seminarios de posgrado dic­ tados en Princeton, donde el debate con los participantes fue de enorme utilidad para mí: en 1992, debo mencionar a Katherine Eldred, Randy Ganiban, Noel Lenski, John Ma, Tina Najbjerg y Ken Trethewey, y en 1998, a Paolo Asso, Al Bertrand, Sean Corner, Chris Lee, Peter Turner, Liz Woeckner yjam ie Woolard. Tony Grafton, Caroline Llewellyn, Hugo Meyer, Richard Sailer, Brent Shaw y Henk Versnel tuvieron la generosidad de leer versiones previas de uno o más capítulos y me dieron sabios consejos. Tengo una deuda especial de gratitud con Adrienne Mayor por su aliento y sus sagaces comentarios sobre Nerón como una figura del folclor. En una etapa cru­ cial de la preparación del libro Bob Raster lo leyó meticulosamente y mejoró en mucho su redacción final. Peg Fulton respaldó el proyecto durante más tiempo del que soy capaz de recordar y fue, en definitiva, un modelo de estímulo y crítica constructiva. M ary Ellen Geer hizo la

revisión del libro con incansable tacto y criterio justo. Estoy particular­ mente agradecido a Peg Laird por preparar los mapas y planos, así como a Liz Woeckner, una vez más, por un apoyo logistico muy superior al exi­ gido por sus obligaciones. Valoro profundamente, asimismo, el entu­ siasmo y los detallados comentarios de los lectores de la Harvard University Press, Tony Birley, Cynthia Damon y Peter Wiseman. A todos los mencionados, mi más cálido agradecimiento. Princeton, Nueva Jersey, mayo de 2003

Página 33 : Apoteosis de Nerón, de la Bibliothèque Municipale de Nancy, Francia. Reproducido por cortesía de la Bibliothèque Municipale de Nancy. Pagina 87: tipo III para acuñar de moneda de Hiesinger (1975), “Acce­ sión type” = “ Cagliari type” de Bergmann-Zanker (1981). Musei Capito­ lini, Roma, inventario 418. Reproducida por cortesía de María Teresa Natale. Página 115 : tipo IV de moneda de Hiesinger (1975) = “Terme Museum type” de Bergmann-Zanker (1981). Museo Nazionale Romano delle Terme, Roma, inventario 618. Reproducido por cortesía del Deutsches Archaeologisches Institut, Roma (negativo 62.536). Página 148 : tipo V de moneda de Hiesinger (1975) = “Munich type” de Bergmann-Zanker (1981). Staatliche Antikensammlungen und Glyptothek, Munich, inventario 321. Reproducido por cortesía del Staatliche Anti­ kensammlungen und Glyptothek (negativo 2). Los mapas de las pp. 56, 67, 181, 189 y 204 fueron preparados por Margaret L. Laird.

ÍN D IC E O N O M Á STIC O

Los números de páginas en n egrita indican referencias a mapas. Acaya. Véase Grecia Accio, batalla de (31 a. C.) 117, 152, 171,

Alejandro Magno (356-323 a. C.; rey de Macedonia, 336-323 a. C.) 21, 117,

172, 337 n. 34 Acte, Claudia 11, 17, 65, 108, 110, 191,

137. 169. 279. 301 n. 57, 341 n. 90 Alia, batalla de (390 a. C.) 234, 355 n. 46 Amazonas 166, 171, 172, 174, 198 Ámbar 164, 165, 333 n. 46 Andrómaco 142 Anfiarao 123 Aniceto 112, 113 Antigona 99, 126, 328 n. 88, 332 n. 39 Antium [Anzio] 89, 130, 149, 215, 242, 272, 276, 299, 305, 314 n. 44, 361 n.

19 6» 3 00>346 n. 49 Acteón 151 Agamenón 120, 121, 126 Agripa, M. Vipsanio (c. 63-12 a. C., mano derecha de Augusto, bisabuelo de Nerón) 95,187, 193, 206, 215, 219, 247, 248, 345 n. 23, 350 n. 3 Agripina, Ju lia Ahenobarbo (L. Domicio Ahenobarbo, nombre de nacimiento de Nerón) ig, 55, 58, 60, 61, 62, 63, 64, 65, 87, 88, 90, 91, 107, 108, 10g, 110, 112 ,113 , 114, 115, 116, 121, 12 2,12 3, 12 7,128 ,12 9 , 130, 13 1 . ' 3 3 , 137.139 . ! 4°> 170, 184,196, 19g, 200, 207, 208, 223, 262, 276, 316 n. 51, 3 24 n· 53-54. 326 n. 62, 330 n. 6, 9, 10, 12; 332 n. 42, 335 n. 9, 341 n. 92, 343 n. 8, 346 n. 49, 347 n. 53, 360 n. 28 Agustín, san 33, 185, 313 n. 41, 344 n. 18 A lba Longa 89, 276 Albino, Lucio 228, 234 Alcmeón 99, 107, 115, 123, 124 ,125, 128, 163, 291, 327 n· 87, 328 n. 87, 330 n. 13, 3 3 1 «· 33. 332 n. 35, 352 n. 22 Alejandra (aya) 17 Alejandría (ciudad) 14 ,15 , 79, 104,169, ig2, 209, 210, 211, 225, 32g n. 106, 3 3 1 n. 32, 335 n. 9, 344 n. 19, 346 n. 36

37. 3 62 n- 4° Antonio, M. Véase Marco Antonio Apolo 9, 71, 79, 86, 93, 100, 117, 121, 122, 124 ,125, 127,139, 140, 141,142, 143, 144, 145, 146,147, 148, 149, 152, 153. ! 5 4 .155, 16 1,16 2 , 163, 165, 166, 168, 169,170, 171, 172, 173, 174,175, 20g, 211, 229, 230, 273, 274, 275, 277, 278, 326 n. 68, 328 n. 92, 335 n. 8, 340 n. 66, 341 n. 88, 342 n. 95, 349 n. 88, 361 n. 33, 362 n. 40 Aponio 18 Apuleyo 186, 344 n. 18, 362 n. 43 Argos 73, 75, 123, 152, 166, 340 n. 80 Armenia 23, 108,144, 145, 155, 257, 258, 264, 266, 269, 290, 314, 352 n. 22, 360 n. 27 . Arruntio Estela, L. 88 Artaxata/Neronia 258, 270, 314 Aruleno Rústico, Q. Junio 55, 319 Asia 22, 23, 28, 45, 52, 145, 196, 218, 254. 269, 313 n. 25, 351 n. 10

Atenas 73, 75, 122, 123, 126, 135, 145, 209, 210, 299, 314, 316 n. 54, 321 n. 4, 3 3 1 n· 3 1 , 335 n· u , 342 n. 103, 358 n. 10 Atenea. Véase Minerva Atia 171, 172 Augusto/Octavio (63 a. C.-14 d. C.; emperador 27 a. C.-14 d. C.; tatarabuelo de Nerón) 119, 120, 137, 153. l6 9-!75> 208-210, 219, 227, 244, 3 3 1 n · 17. 337 n · 34>342 n - 106, 348 n. 75 Baia 37, 7 5 ,10 3, 112, 189-193, 247-249, 262, 287, 302, 310, 314, 345 n. 28 Balbo, teatro de 81, 219 Balduino IX de Flandes, 35 Británico, T. Claudio César (41-55 d. C., hijo de Claudio, hermanastro de Nerón) 61, 6 3,108, 109, 184, 200, 257, 344 n. 14, 347 n. 53 Burro, Sexto Afranio (prefecto de la Guardia Pretoriana entre 51 y 62 d. C.), 55, 56, 58, 86, 92, 93, 109, 112,

Cedicio, Marco 227, 229, 234, 236, 353 n· 30, 355 n· 48 Celio Rufo, M. 185, 186, 191, 345 n. 28 Cere 228, 355 n. 48 Ceres 93, 230-232, 325 n. 62, 354 n. 37 Ceselio Baso 154 Cesenio Peto, L. 144, 258, 264, 326 n. 78 Cibeles 202, 204 Cicerón 82, 119, 120, 186, 191, 212, 229, 294, 323 n· 26, 3 3 1 n. 21, 334 n. 15, 344 n. 18, 345 n. 28, 349 n. 82, 353 n. 30, 354 n. 43, 361 n. 36 Claudia, D iva (nacida y muerta en 63 d. C., hija de Nerón) 130 Claudio (Tiberio Claudio Nerón Germánico, 10 a. C.-54 d. C., emperador de 41 a 54 d. C., tío abuelo, padrastro y padre adoptivo de Nerón), 45, 57, 60, 61-63, 91 , 1Q8, 109, 113, 116, 122,16 9, 170, 241, 243,

96, 329 n. 101, 3 31 n. 21, 346 n. 42,

249, 257, 263 , 267, 314 n· 48, 315 n· 48, 319 n. 22, 329 n. 102, 330 n. 8, 338 n. 54, 357 n. 66 Clemente, obispo de Roma 152, 337 n. 31 Cleopatra (Cleopatra V II, 69-30 a. C., reina de Egipto entre 51 y 30 a. C.) 117, 152, 171, 209, 210-212, 296 Clitemnestra 120-123, 126, 3 3 1 n. 28 Cluvio Rufo 56, 58-60, 65, 67, 86, 95, 110, 312 η. 17, 319 η. 5, 3 2 η. 26, 323

347 n. 60 Calpurnio Siculo 140-141, 335 η. 3 Calvia Crispinilla 178 Camilo, M. Furio 233-236 Cánace 99, 10 1,10 7 ,131-132 , 316 n. 56,

η · 34, 351 η. 12 Cómodo 120, 185, 329 η. 103, 3 3 χ η · 21 Corbulón, Cneo Domicio (general, se suicidó en 66 d. C.) 257, 258, 264-265, 270

333 n· 54 Caracalla (emperador de 211 a 217 d. C.) 40, 44, 169 Casa de Oro. Véase Domus Áurea Casio Longino, C. 258 Casiodoro 46, 318 n. 78 Catulo 203

Corinto 26-27, 39-40, 73, 75, 13 3 , x34, 135, 144, 167, 192>321 n. 4, 327 n. 86, 33 3 n. 51, 334 n. 68, 335 n. g, 341 n. 86 Cornuto, L. Anneo 139, 162, 334 n. 1 Creonte 99, 126, 127, 132, 328 n. 88, 332

323 η · 34 Caballo de Troya 120 Caligula (emperador de 37 a 41 d. C., tío de Nerón) 18, 57, 58, 59, 67, 119,

135, ! 9 6>309, 315, 323 n. 32, 328 n.

n- 39

Delfos 73, 77, 80, 121, 122, 126, 132, 14.1, 162, 163, 16 6,16 8 , 20g, 316 n. 54, 321 n. 4, 340 n. 68 Diana, Templo de 154 Dido 9 5 ,15 4 , 332 n. 36 Diodoro 77, 237, 273, 322 n. 14, 354 n. 45, 355 n. 49, 356 n. 53, 361 n. 31 Diogenes Laercio 134, 334 n. 58 Diomedes 119, 229 Dión Casio 52-53, 59, 69, 107, 110, 13 ° , ! 47, 154, 207>2l8, 222, 283, 3 11 n. 2 Dión de Prusa 22, 102, 10 3,178 , 180, 312 n. 23, 316 n. 54, 321 n. 6, 328 n. 97, 329 n. loo, 340 n. 70, 343 n. 3, 351 n. 10 Dioniso 117, 342 n. 106 Dirce 15 2 15 3 Domicia 9 0 ,19 1, 325 n. 62 Domiciano (T. Flavio Domiciano, 51-96 d. C., emperador entre 81 y 96 d. C.) 24, 44, 53, 55, 151, 245, 261, 276, 277, 317 n. 70, 323 n. 37, 329 n. 107, 338 n. 55, 348 n. 71, 350 n. 5, 351 n- 16, 353 n. 35, 362 n. 42 Domus Aurea, Casa de Oro 20, 21, 52, 156-161, 163, 192, 210, 217, 220, 226, 227, 236, 238-243, 244, 245-250, 280, 281, 285, 286, 287, 291, 292, 294, 299, 300, 302, 303, 304, 306, 308, 309, 310, 336 n. 24, 338 n. 45, 339 n. 61, 340 n. 73, 352 n. 22, 357 n. 63, 358 n. 71. Véase también Domus Transitoria Domus Flavio 243, 289, 337 n. 35 Domus Tiberiana, 219, 227, 242, 243, 244, 291, 297, 307, 356 n. 63 Domus Transitoria, Casa de Paso, Casa de Tránsito 156, 215, 221, 238, 241, 242, 245, 246, 249, 250, 286, 291, 356 n · 63, 358 n. 75. Véase también Domus Aurea Doríforo 194-196, 200, 201, 204, 207, 346 n. 39. Véase también Pitágoras

Edipo 14, gg, 101, 107,121, 12 3,126 , 126128, 136, 307, 327 n. 87, 3 3 1 n. 39, 332 n. 42, 334 n. 68 Egipto 15, 23, 28, 67,136, 146,152, 153, 210, 211, 225, 313, 315, 320 n. 28, 325 n. 58, 329 n- 106, 335 n. 9 Egisto 121, 3 31 n. 28 Eglogea/Eclogea, Claudia 17, 42 Eleusis 115, 123 Elia Catela 92 Emilio Paulo, L. 251, 324 n. 52, 358 n. 3 Eneas 115 ,116 , 118, 214, 222, 223, 226, 229, 276, 330 n. 12, 349 n. 88, 352 n. 21, 353 n. 29 Eneida 14, 214, 349 n. 8g Eolo 131, 13 2 ,13 3 , 333 n. 56 Epafrodito 15, 17, 260, 359 n. 13 Epicteto 325 n. 57 Erifile 124 Escipión Asiático, L. Cornelio 254 Esopo (actor) 120 Esparta 7 3 ,12 3 , 320 n. 4, 325 n. 65 Espículo, Tiberio Claudio (asesinado en 68 d. C.) 15, 18 ,102, 213, 328 n. 102, 348 n. 86 Esporo/“ Sabina” (se suicidó en 69 d. C.) 15 ,16 , 17, 134, 177-182, 19 5,19 6 , 200, 201, 206, 336 n. 52, 342 n. 2, 343 n. 8, 345 n. 37 Esquilmo (colina) 66, 156 ,160, 215, 216, 219, 238, 241, 242, 243, 245, 246, 249, 292 Estatilia Mesalina (c. 30/40-después de 70 d. C., tercera esposa de Nerón, entre 66 y 68) 130,177, 197 Estatilio Tauro, Anfiteatro de 81, 154 Eurípides 131, 132, 157, 309, 330 n. 9, 3 3 1 n. 34, 332 n. 39, 3 33 n. 54, 337 n. 34 Fabio Rústico 56, 57, 60, 110, 319 n. 5, 320 n. 26 Fabio Valente 86, 325 n. 60 Faetón 157,163-165, 339 n. 72, 340 n. 73

Falsos Nerones 22, 24, 28, 29, 39, 49, 171, 173, 174, 208, 209, 273, 278, 296, 76, 312 n. 24, 321 n. 11 30 4 , 3 3 3 n. 55, 3 3 9 n. 66, 340 n. 80, 341 n. 106, 348 n. 75, 349 n. 86 Fanio, Cayo 55, 319 n. 8 Hermanos Arvales, Fratres Arvales 91, Faón 15, 16, 219, 317 n. 68 Febo. Véase Apolo 263, 266, 267, 305, 324 η. 54, 3 3 ° η. Federico II, emperador del Sacro 8, 340 η. 65, 359 η. 17 Imperio Romano Germánico 34, 36 Herodes Atico 135 Filóstrato el Joven : Vida deApolonio de Herodoto 134, 33 3 η · 6ο Tiana 40,125, 127, 316 n. 60, 321 n. 6, 322 n. 18, 324 n. 50, 327 n. 88, 328 n. ícaro 88 100, 329 n. 108, 3 3 1 n. 33 Icelo 17 Ilion. Véase Troya Filóstrato el Viejo, Pseudo Luciano: “Nerón, o la excavación a través del Isidoro 125-126 Iván el Terrible 4g istmo de Corinto” 40, 99, 125, 167, 320 n. 4, 327 n. 86, 330 n. 13, 3 3 1 n. Jano, templo de 170, 227, 266, 267, 268, 3 5 , 339 n· 69, 340 n. 83 Flaminino, T. Quintio 275 317 n. 73, 359 n ·21 Jardines de Lamia 219, 242 Jenofonte (médico) 62 Galba, Servio Sulpicio (nacido en 3 a. C., asesinado en 69 d. C., emperador Jerusalén 22, 24, 26, 27, 29, 32, 41 entre junio de 68 d. C. y enero de Josefo, Flavio 38, 51, 58, 59, 60, 67, 129, 221, 3 11 n. 8, 315 n. 49, 318 n. 1, 69) 12, 15,17 -2 3, 41, 44, 52, 64, 120, 322 n. 20, 332 n. 47, 347 n. 60, 179, 3 «1 , 310, 3 11 n. 5 , 312 n. 12, 319 n. 23, 329 n. 102, 340 n. 68, 342 n. 357 n· 1 Julio César, C. (100-44 a· C., dictador, n o , 3 4 3 n. 4 Galieno (emperador entre 253 y 268 d. padre de Augusto por “ adopción testamentaria”) 34, 52, 85, 116, 118, C.) 45, 3 3 1 n. 21 119, 127, 135,16 7, 231, 246, 254, 255, Galio, L. Junio 92 Grecia/Acaya 10, 21-23, 25, 27, 38, 39, 323 n. 32, 345 n· 34 Junio Máurico 18 40, 71-74, 75, 77, 79, 80, 86, 87, 93, 97, Juno/H era 25, 73, 132, 134, 166, 227, 99-103, 115, 123, 131, 136, 140, 141, 144, 230, 231, 233, 234, 263, 267, 353 n. 145, 152, 165-170, 177, 178, 182, 206, 43. Véase también Argos 209, 210, 218, 225, 275, 279, 306, 308, Júpiter/Zeus 46, 48, 68, 92, gg, 130, 317 n. 65, 320 n. 2, 321 n. 3, 322 n. 142, 146, 166, 167, 174, 212, 214, 217, 20, 327 n. 82, 335 n. 5, 337 n. 34, 340 219, 224, 227, 228, 233, 244, 253, 254, n. 80, 343 n. 9, 349 n.78, 351 n. 10, 358 n. 10 255, 256, 258, 263, 267, 268, 274, 275, 276, 277, 301, 324 nota 48, 327 n. 85, Haloto 61, 319 n. 21 337 n. 35 , 347 n. 71, 349 n· 86> Héctor 105 354 n. 48 Juvenal 61, 71, 82, 84, 92, 93, 97, 98, gg, Helios. Véase Sol 124, 186, 188, 201, 202, 2go, 307, 31 Hera. VéaseJu n o 9 n. 20, 320 n. 1, 322 n. 25, 323 n. 37, Hércules/Heracles 71, 79, 99, 10 1,10 2, 324 n. 58, 325 n. 65, 327 n. 88, 328 107,117, 132, 133, 155, 162, 165-169,

η· 99. 3 3 1 η. 35, 332 η. 39, 333 η. 5 5 , 344 η· 19, 346 η. 57, 347 η. 6ο Juvenalia, Juegos Juveniles 92, 93, 97, 98, 99, 188, 324 η. 58, 328 η. 95 Laberio 119, 3 3 ° η · 21 Lactancia 32, 3 3 , 313 η · 39 Lago de Nerón, Stagnum Neronis (Baia) 192, 193, 247, 248, 338 n. 54 Lago de Nerón, Stagnum Neronis (Roma) 193, 219, 241, 244 Layo 126, 3 3 1 n. 39 Livia Drusila (58 a. C.-29 d. C., esposa de Augusto, tatarabuela de Nerón) 170 ,173, 175, 263, 267, 329 n. 3 Livio, Tito 234-238, 352 n. 30, 353 n· 43, 354 n. 45, 354 n· 46, 355 n. 50, 357 n. 3, 360 n. 36 Locusta/Lucusta 14, 61, 62, 319 n. 21 Lucano (M. Anneo Lucano, poeta, nacido en 39 d. C., se suicidó en 65 d. C.) 94, 97, 142, 148,164, 326 n. 67, 328 n. 99, 330 n. 10, 3 31 n. 35, 334 n. 4, 340 n. 72, 344 n. 25, 351 n. 17, 361 n. 43 Luciano. Véase Filóstrato el Viejo Lucio Vero (emperador entre 161 y 169 d. C.) 185 Ma-Belona 202 Macareo 131, 333 n. 54 Malalas, Ju an 41, 42, 316 n. 64 Manlio Capitolino, M. 233 Marcelo, Teatro de 219, 253, 321 n. 14 Marcial (M. Valerio Marcial, poeta, c. 40-c. 104 d. C.) 38, 51, 61, 158, 201, 202, 203, 204, 221, 240, 242, 243, 248, 274, 315 n · 48, 315 n. 50, 318 n. 1, 31g n. 20, 32g n. 107, 337 n. 44, 338 n. 54, 344 n. 27, 345 n. 37, 346 n. 57, 347 n. 63, 356 n. 58, 361 n. 43 Marco Antonio (83-31 a. C., triunviro, bisabuelo de Nerón) 117, 207, 208, 211, 278, 342 n. 106, 344 n. 19, 348 n. 76

Marco Aurelio (emperador de 161 a 180 d. C.) 28, 120, 185, 254 Marte 9 1,10 1, 118 ; templo de Mars Ultor (Marte el Vengador) 118, 170, 257, 263, 299, 317 n. 72 Megara 132 Meir, rabí 41, 290, 316 n. 63 Melanipa gg Melisa 134-135 Menécrates g6, 145, 167, 213, 348 n. 86 Meta Sudans 248, 302 Metelo, L. Cecilio 228-230, 352 n. 30 Minerva/Atenea 112 ,113 , 122, ig2, 226, 22g, 233, 263, 267, 3 3 1 n. 32, 352 n .3 3

Mitrídates, rey del Bosforo 78 Musonio Rufo, C. 167 Nápoles, Neápolis 89, 265, 286 Nauplio 125 Neronia, Juegos Neronianos, Primeros (60 d. C.) g3-g4, 97, 9 8 ,10 3 ,13 1, 142, 173, 174, 316 n. 52, 321 n. 7, 325 n. 62; Segundos (65 d. C.) 58, 74, 7g, 86, 87, 95, 96, g7, 99, 100, 103, 130, 131, 155, 316 n. 52, 321 n. 7, 322 n. 20, 323 n. 35, 326 n. 75 Nerva, M. Cocceyo (30-98 d. C., emperador entre 96 y 98) 44, 245, 259, 287, 3 ° 9, 315 n. 50, 358 n. 13 Ninfidio Sabino, C. (prefecto de la Guardia Pretoriana entre 65 y 68 d. C., asesinado en 68) 14 ,18 ,17 9 , 259, 344 n. 25 Níobe gs, gg, 101, 144, 327 n. 86, 342 n. 106, 349 n. 88 Nonio Calpurnio Asprenas, L. 22, 260 Octavia, Claudia (nacida c. 39-40 d. C., ejecutada en 62, hija de Claudio, primera mujer de Nerón, entre 53 y 62) 65, 109, 12g, 172, 196-197, 220, 293, 295, 3 3 5 , 352 n. 26 Octaviano. Véase Augusto

Odiseo. Véase LJlises Opio (colina) 160-161, 219, 243, 244, 245 . 247, 248 , 250

Orco 116 Orestes 99, 101, 107, 115, 119, 121-125, 126, 128, 327 n. 87 Ostia 14 ,15 , 89, 189, 192, 193, 216, 238, 345 n. 34 Otón, M. Salvio (nacido en 32 d. C., emperador en 69, se suicidó en 6g) 19-21- 23, 42, 63-65, 108, 109, 179 ,185, 213, 312 n. 17, 317 n. 67, 317 n. 75, 318 n. 3, 319 n- 23. 339 n. 63, 342 n. 4, 343 n. 18 Ovidio 131, 132, 141, 156, 157, 242, 328 n· 97, 3 33 n. 54, 337 n. 46, 339 «· 72, 340 n. 75, 349 n. 86, 352 n. 29, 356 n. 62, 361 n. 43 Pablo, san 30-33, 152 Paladio 226, 229, 352 n. 33 Palamedes 125, 3 3 1 n. 36 Palas 108, 229 Palatino (colina) 11, 66, 8 1,117 , 140, 151, 152, 153. 154. 156, 160, 163, 174, 175, 215, 216, 219, 226, 227, 228, 230, 231, 238, 241, 242, 243, 244, 245, 246, 249, 254» 27 3 , 274. 275, 288, 289, 291, 300, 306, 337 n. 35, 356 n. 63, 360 n. 34, 361 n. 40. Véase también Apolo, templo de, en el Palatino Pamenes 77, 321 n. 13 Paneros 213, 348 n. 85 Paris (bailarín de pantomimas) 77, log Paris (príncipe troyano) 105 Partenio 133 Pasifae 88 Patrobio 26g Pausanias 3g-4o, 320 n. 3, 321 n. 4, 3 31 n. 34. 339 n· 71 » 340 n. 80, 350 n. 10 Pedro, san 30-32, 41, 152 Periandro (tirano de Corinto, c. 627c. 587 a. C.) 133-137. 169, 239, 307, 3 3 3 n. 5 8 , 3 3 4 n. 68

Perséfone. Véase Proserpina Petronio (T. Petronio Niger, novelista, se suicidó en 66 d. C.) 156, 205, 236, 337 η. 46, 344 η. 25, 349 η · 9°. 355 η. 51 Petronio Turpiliano, P. 13, 259 Píleo, pilleus (gorro de liberto) 183, 203, 204, 206, 255 Pisón, C. Calpurnio, y la conjura pisoniana (se suicidó en 65 d. C.) 86, 95, 101, 149, 195, 224, 260, 315, 319 n. 12, 323 n. 34, 345 n. 31 Pitágoras (liberto) 178, 188, ig4-ig6, 200-203, 204, 206, 226, 344 n. 23, 345 n. 37. Véase también Doríforo Plaucio, A. (pariente de Nerón, ejecutado entre 60 y 65 d. C.) ígg Plinio el Joven 54-55, 56, 57-58, 5g, 87, 311 n. 6, 312 n. íg, 314 n. 48, 318 n. 10, 319 n. 12 Plinio el Viejo (C. Plinio Segundo, 23/24-79 d. C.) 21, 56, 58, 61, 65, 71, 155, 156, 158, 159, 193, 218, 242, 248, 265, 268, 270, 271, 274 Plutarco (Mestrio Plutarco, antes de 50-después de 120 d. C.) 38-39, 58, 64, 207, 208, 211, 212, 237, 238, 251, 3 11 n. 7, 312 n. 12, 316 n. 53, 317 n. 67, 319 n. 23, 321 n. 11, 322 n. 24, 328 n. 102, 332 n. 41, 3 33 n. 58, 342 n. 4, 348 n. 73 Pompeyo el Grande (Cneo Pompeyo Magno, 106-48 a. C., general y estadista) 81, 117, 120, 142, 212, 358 n. 18; Teatro de Pompeyo g4, g6, 147, 15 5 ,15 6 , 158, 165, 219, 266, 271, 326 n. 78 Poncio Pilatos 41 Popea Sabina (c. 30/32-65 d. C., segunda esposa de Nerón, entre 62 y 65) 12, 19, 38, 60, 63, 64, 74, 100, 109, 128, 132, 133, 177, 19 1,19 7 Porta Capena 273, 275 Priamo 220, 350 η. 12

Proserpina/Perséfone 179-180, 230-231, 342 n. 5, 353 n. 37 Puente Milvio 184, 219 Rómulo 53, 118, 146, 231, 232, 235, 236, 239. 251» 355 n. 50 Rostra 131, 227, 232, 266, 26g, 272 Rubelio Plauto (nieto de Tiberio, primo de Nerón, ejecutado en 62 d. C.) log, 330 n. g Rubria 196 Sabina. Véase Popea Salamina, batalla de (480 a. C.) 170, 188 Salvio Otón, M., Véase Otón Séneca, L. Anneo (filósofo, tutor de Nerón, nacido entre 4 y 1 a. C., se suicidó en 65 d. C.) 38, 56, 58, 61, 64. 84» 9 3. ioi. lo8, i ° 9, 110> i 12, 113, 1 2 3 . 13 2 , 13 9 . 14 1. 14 2 , 156, 157, 158,

164, 167, 191, 197, 2gi, 2g4, 295, 301, 304. 3 1° . 319 n. 16, 322 n. 29, 3 3 1 n. 39. 332 n. 42, 334 n. 1, 337 n. 46, 339 n· 72, 340 n. 85, 343 n. 12, 345 n. 29, 347 n. 6g, 34g n. go, 361 n. 43 Senecio, Claudio (ejecutado en 65 d. C.) 108 Sereno Samónico 315 n. 50 Siria 22, 23, 2g, 254, 258, 313 n. 25 Sol 21, 46, 71, 90 ,139, 141, 142, 143, 144, 145, 146, 147,148, 149, 154, 15 5 ,15 6 , 159, 161, 163-164, 336 n. 24; templo del Sol, 147, 156-157, 158 Subiaco, Sublaqueum 89, go, 306, 334 η · 7 Subrio Flavo 101, 224, 351 n. 17 Suetonio 18, 20, 24, 49, 52-54, 58, 5g, 61, 62, 64, 66, 67, 68, 69, 71, 75, 77, 80, 90-95, 96, 97, gg, 100, 102, 103, 105, 107, 110 ,114 ,115 , 116 ,12 3 ,12 5 , 126, 127, 12g, 130, 131, 140,144, 151, 158, 159. 16 0 ,16 1,17 7 , 178, 180,182, 186, 18g, ig2, ig4-igg, 201, 202, 204, 205, 206, 215, 216, 217, 218, 220, 221,

223, 225, 240, 241, 243, 245, 246, 259, 266, 267, 271, 272, 274, 275, 276, 277, 278, 283, 3 11 n. 2 y passim. Sulpicio Galba, Servio. Véase Galba Sulpicio Severo 32, 313 η. 38 Tácito 17, 18, 22, 23, 39, 49, 52, 53, 54-66, 69, 74, 75, 79, 83, 85, 86-88, 91. 92, 93. 94. 95-98, 108, 150 y passim Talmud 41, 286, 287 Terencio Máximo (falso Nerón) 23 Terpno 76, 77, 321 η. 14, 327 η. 83 Teseo 119 ,17 1 Tiberio (emperador entre 14 y 37 d. C., tío abuelo de Nerón) 20, 57, 120, 170, 222, 242 Tiestes 99, 101, 107, 327 n. 87, 333 n. 55 Tigelino, Ofonio (prefecto de la Guardia Pretoriana entre 62 y 68 d. C., se suicidó en 6g) g 5 , 177-178, 182, 186-187, 188, 189, ig3-ig5, 211, 213, 220, 226, 247, 25g, 327 n. 84 Tiridates, rey de Armenia (coronado por Nerón en 66 d. C.) g 6 ,145, 147, 1 5 5 , 170. 264-272, 274, 277, 278, 337 n. 43, 358 n. 19 Tito (T. Flavio Vespasiano, 39-81 d. C., emperador entre 79 y 81) 23, 44, 160, 247. 248, 249, 253, 357 n. 1 Trajano (M. Ulpio Trajano, 53-117 d. C., emperador entre 98 y 117) 38, 44, 52, 55, 82, 87, 241, 243, 356 n. 66 Trásea Peto, P. Clodio (senador, adversario de Nerón, se suicidó en 66 d. C.) 38, 55, 86, 116 Troya/Ilión 66, g 9 ,10 1,10 5 ,118 ,12 0 , 121, 122,125, 220, 226, 229, 315 n. 50, 327 n. 86, 331 n. 28, 351 n. 21, 352 n. 33 Tumo gg, 101, 214, 34g n. 88 Ulises/Odiseo 125, 22g Umbilicus. Vease Mundus Umidio Cuadrato, C. 257

Vagelio 164 Vatinio 213, 225 Velabro 254, 273, 275 Velia 243, 245, 250 Venus 101, 116, 118, 191, 211; Sabina Venus 131, 134; Venus Victrix (Venus Vencedora) 120 Veranio, Q. 323 n. 45 Vespasiano (T. Flavio Vespasiano, 9-79 d. C., emperador entre 6g y 79) 11, 21, 40, 44, 56, 80, 159, 179, 253, 298, 321 n. 14 Vesta, templo de 225-228, 227, 228; vírgenes vestales 52, 93, 178, 196, ig7, 228,229 Vestino Ático (esposo de Estatilia Mesalina, se suicidó en 65 d. C.) ig7 Veyes 234, 235, 236, 242

Victorino de Poetovio 32, 313 n. 37 Vindex, C. Ju lio (rebelde, se suicidó en 68 d. C.) 11, 12 ,14 , 76,99,102, 103, 166, 278 Virginio Rufo, L. (general, reprimió la rebelión de Vindex en 68 d. C.) 59. 311 η. 5 Vitelio, A. (nacido en 12 o 15 d. C., asesinado en 69, emperador en 69) 20, 42, 59, 86, 87, 96, 179, 180, 312 η. 12, 317 η · 72 Vologeses, rey de Partía 264, 269 Vulcanal, Vulcanales, 227, 231-235 Vulcano 230-232 Yocasta 126, 332 n. 42 Zeus. Véase Júpiter

CO LECCIÓ N NOEMA

1 John Lukács, Cinco días en Londres. Churchill solo frente a Hitler 2 Dore Ashton, Una fábula del arte moderno 3

Han Israels, E l caso Freud. Histeria y cocaína

4 Brassaï, Conversaciones con Picasso 5 Richard Pipes, Propiedad y libertad. Dos conceptos inseparables a lo largo de la historia 6 Peter Forbath, E l río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra 7

Guy Davenport, Objetos sobre una mesa. Desorden armonioso en arte y literatura

8 John Demos, Historia de una cautiva. De cómo Eunice Williams fue rap­ tada por los indios mohawks, y del vano peregrinaje de su padre para recu­ perarla g Alexander Nehamas, Nietzßche, la vida como literatura 10 Edith Hamilton, E l camino de los griegos 11

Gabriel Josipovici, Confianza o sospecha. Una pregunta sobre el oficio de escribir

12 William Gaunt, La aventura estética. Wilde, Swinburne y Whistler: tres vidas de escándalo 13 M ary Midgley, Delfines, sexo y utopías. Doce ensayos para sacar la filosofía a la calle 14 John McCourt, Los años de esplendor. James Joyce en Trieste, 1904-1920 15

Carl Amery, Auschwitz, ¿comienzfl el siglo XXI? Hitler como precursor

16 Brassaï, Henry Miller. Los años en París 17 Edouard Glissant, Faulkner, Mississippi 18 William Carlos Williams, En la raíz de América. Iluminaciones sobre la historia de un continente

lg Ted Gioia, Historia deljazz 20 M ary Warnock, Guía ética para personas inteligentes 21 Donald Kagan, Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz 22 Sanche de Gramont, E l dios indómito. La historia del río Niger 23 C. L. R. Jam es, Los jacobinos negros. Toussaint L ’Ouverture y la Revolución de Haití 24 Peter Conrad, Los asesinatos de Hitchcock 25 John Lukács, E l Hitler de la Historia. Juicio a los biógrafos de Hitler 26 Richard Davenport-Hines, La búsqueda del olvido. Historia global de las drogas, 1500-2000 27 Roy Porter, Breve historia de la locura 28 Czeslaw Milosz, Abecedario. Diccionario de una vida 29 Steven Johnson, Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software 30 Philip Ball, La invención del color 31 Robert Darnton, Edición y subversión. Literatura clandestina en el Anti­ guo Régimen 32 John Golding, Caminos a lo absoluto. Mondrian, Malévich, Kandinsky, Pollock, Newman, Rothko y Still 33 Lauro Martines, Sangre de abril. Florencia y la conspiración contra los Médicis 34 Victor Davis Hanson, Matanzß y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización occidental 35 Riccardo Orizio, Hablando con el diablo. Entrevistas con dictadores 36 E l manifiesto comunista de Marx y Engels 37 Steven Johnson, La mente de par en par. Nuestro cerebro y la neurociencia en la vida cotidiana

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