Narraciones y Otros Escritos. Obras Comple - Franz Kafka

April 7, 2017 | Author: Eduardo Cano Uribe | Category: N/A
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OBRAS COMI'LETAS III

Franz Kafka Narraciones y otros escritos Traducciones de Adan Kovacsics, Joan Parra Contreras y Juan José del Solar Edición dirigida por Jordi Liovet

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Serla dificil exagerar la novedad y ci auciente quc ci presente volumen ofrece a Ins lectores en lengua espanola. Per primera vex se rethien aqul, integros y convenienternente ordenados, todos ins escritos breves de Franz Kafka (1883-1924), excepción becha de sus diaries y so correspondencia. Importa enfatizar esta doble condición —la de so integridad y la dc su conveniente ordenamienro— por cuanto disringue esta cdicion de todas [as que hasta la fecha se Ilevan realizadas en ci ámbito hispánico. Y la distingue rnuy sustancialmente, dado que, basándose en la muy rigurosa edición critica de las Obras Coinpk'tas de Franz Kafka quc la editorial S. Fischer viene publicando desde 1981, se rccogcn aqul ]as decisivas aportaciones con que dicha edicion ha contribuido tanto a datar y ordenar como a fijar cabalmente —con novedades a veces sensacionalcs— ci contenido de todos Ins cuadernos, legajos y hojas sueltas dcjados per el autor a so muerte. El conjunto de los textos que aquf se presentan se divide en tres secciones claramente diferenciadas. En Ia prirnera, se ofrecen, cronológicarnente ordenados, todos Ins libros publicados por Kafka en el transcurso de so vida, siete nada menos. Una segunda sección, la ma cotta, está dedicada a los textos de Kafka que fueron publicados solo en revistas o periodicos, es deck, que no fueron recogidos por el autor en ninguno de los libros que alcarizo a puhlicar. Finalmente, la tercera y más extensa 5ccci6n de este volumen está dedicada cnteramente a Ins escritos póstumos de Kafka. La presente ediciôn opta por ofrecer Integro, sin exclusion ni afladido algunos, el

FRANZ KAFKA OBRAS COMPLETAS

OPERA MUNDI

FRANZ KAFKA OBRAS COMPLETAS

Novelas IT

Diarios III

Narraciones y otros escritos Iv

Correspondencia

FRANZ KAFKA OBRAS COMPLETAS Ill

Narraciones y otros escritos Edición dirigida porjordi Liovet Traducción de Man Kovacsics, Joan Parra Contreras y Juan Jose del Solar

Prólogo dejordi Liovet

GALAXIA GUTENBERG cfRcuLo DE LECTORES

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Pritnera edicion: Galaxia GutenbergiCirculo de Lectores, 2003

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Nota del editor El presence volumen ofrece al pñblico de habla espaflola una importance novedad y un aliciente apreciable. Por primera vez se reünen aquI, Integros y convenientemente ordenados, canto los textos que Franz Kafka publicó en vida como todos sus escritos póstumos, excepción hecha de sus tres novelas inconclusas, sus diarios y su correspondencia. Importa enfatizar esta doMe condición —la de so integridad y la de su conveniente ordenamienco— pot cuanto distingue sustancialmente esta edicion de todas las que hasta Ia fecha se han realizado en el ámbito hispanico de los escritos breves de Kafka, ya se trate de las narraciones propiamente dichas, de los aforismos, de los liamados ; Ia cervantina relativización y articulacion problematizada de los mundos de La realidad y la ficciôn; la büsqueda obsesiva de una forma narrativa, por pane de Kleist, para dar cuerpo verbal a una inquietud temática. Pero lo que importa aqul es determinar en qué consistió el , sin irnpostación alguna, sin premeditación— que la categorla de lo real no depende exciusivamente de lo que entendemos pot realidad o experiencia, sino que depende Intimamente, inseparablemente, de la capacidad que posea in real de adherirse, por si mismo, a una formula verbal: Del mismo modo que el acm de la creación divina, en los textos fundacionaies.del judaismo, es una realidad que jamás hubiese sido tal cosa sin el soporte eficiente de La denotaciOn verbal, del acto voluntaria y expresamente linguIstico (,,Dios pronunciO: "Haya luz", y hubo luz " ), asi Kafka entendió al principio mismo de su carrera de escritor que, en on solo gesto, das Schreiben, el escribir, adquirian realidad La literatura, el mundo y La existencia, la suya pot lo menos. No se trata de que el lenguaje o ci estilo vengan a solucionat, gracias a una investigaciOn esforzadIsma de este elemento, el complicado abismo que sabemos que existe —y más que nadie lo sabla La generación formada en los bernpos de la crisis de Ia conciencia verbal del apoteOsico fin-desiècle vienés, el fin de sigh pot antonomasia— entre lenguaje y mundo; se trata de considerar que, al ritmo mismo de Ia escritura, nacen, en una especie de sirnultaneidad epifánica, la literatura y 10 real unidos. Asi, en el caso concreto y posiblemente ñnico de Kafka, ni La realidacl o la experiencia anteceden a la literatura, ni la literatura es una sombra (mimetica o deformada) de la realidad; en su caso, la literatura y la realidad se levantan al unIsono; experiencia, vida y escritura se funden en un solo acto fundacional, en cuyo exterior, propiamente hablando, no puede decirse que nada tenga vida. AsI opinó Kafka que procedia tarnbién la literatura de so con-

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Jordi Liovet

temporáneo Alfred Doblin: -Me da Ia imp.resiOn de que Dobun concibe el mundo visible como algo muy fragmentario que tiene que completar creativamente mediante su palabra*. Que Los comentaristas de Kafka se hayan preocupado con denuedo de establecer puentes entre sus parabolas, sus metaforas o sus visiones iiterarias y ci más pequeño asomo de realidad histOrica, no es más que un sintoma de Ia mucho que cuesta aceptar que un funcionario modesto, sin pretensiones de convertirse en un escritor canOnico, ocupara, en La tradicion literaria de Occidente, un lugar que solo se otorga legItimamente a los profetas y quizá tambien, a titulo cxcepcional y con una descarga ineludible de desconfianza en su soberanla intelectual, a los locos y los visionarios. La regla de oro de La narración en nuestra vasta tradiciOn literana raramente fue la que ordena la narratividad kafkiana, sino la representativa: casi siempre se habia tratado de dar expresión literaria a una experiencia que, en cierto modo, formaba pane de un comün acervo cultural antes de que fuera nombrada o convertida en ficciOn por un escritor. Este no es el caso de Kafka: " nuestro " autor —Si por azar, a por meros atisbos, alguien puede creerse emparentado con un set y una literatura tan enormemente singulares— genera simultáneamente, en una especie de gran polifonia que La incluye todo, desde ci gesto menudo o la palabra discreta a los secretos más intangibles de la existencia humana, incluido cuanto esta pueda tener —y tiene sin duda para muchos— de dimension trascendental. En Robert Walser, si acaso, y en pocos más, Kafka creyó ver algo parecido a lo que, de hecho, se Ic reveló a eI inismo desde el principio de su carrera de escritor. En los primeros textos de Walser si pudo leer Kafka alga que le resultaba familiar incluso antes de empezar a escribir: que la maleabilidad del Ienguaje no se distingue del carácter azaroso de la existencia; que Ia solidez psicolOgica del escritor —que solia set la garantia de la expresiOn literaria— es tan faLaz como el lenguaje mismo; y que no hay constructo Iiterario alguno que no envuelva, coma un torbellino, al mismo tiempo at que escribe, Ia que narra y lo que ilamamos, pot pura econo-

Prólogo

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mIa, realidad. Si no hubiera sido asI, Kafka no habrIa p0dido urdir una reflexiOn como la que leemos en una carta a su amigo Max Brod: ' no representa solamente, en estas narraciones, la impronta de una forma literaria arcaica, eficaz, de economla segura y con las garantias de anonimato absoluto, un anonimato en el que Kafka podrIa haber quedado sumergido para siempre si SW literatura no poseyera hastante mis que este armazón. La > > " Pero he oldo decir que se les puede alimentar.'> , di j o el padre con enfasis. " Asi que te 10 has vuelto a pensar?>' , preguntó ci padre, poniendo el enorme periódico en ci aifeizar de la ventana y, sobre ci periodico, las gafas, que cubrio con la mano. ,,Si, me lo he vueito a pensar. Si de verdad es un buen amigo, me dije, la fehcidad que para ml supone este compromiso también to sera para eI. Por eso ya no he vacilado en anuncidrselo. Pero antes de enviar Ia carta he querido decirtelo.>> , dijo ci padre estirando su boca sin dientes,

La condena (19r3)

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Georg se puso en pie desconcertado. " Dejemos en Paz a mis amigos. Mil amigos no sustituyen para ml a ml padre. Sabes qué creo? Que no te cuidas lo suficiente. Y la edad reclama sus derechos. Me eres imprescindible en ci negocio, y 10 sabes perfectamente, Pero si el negocio Ilegara a amenazar tu salud, lo cerrarla mañana mismo y para siempre. Esto no puede seguir asI. Tenemos que introducir un cambio radical en tu modo de vida. Estás sentado aqul en la oscuridad, cuando en la sala tendrias muy buena luz. Apenas si pruebas tu desayuno, en vez de alimentarte como es debido. Te quedas junto a la ventana cerrada, cuando ci aire fresco te harla tanto bien. iNo, padre! Liamaré al medico y seguiremos sus prescripciones. Cambiaremos de habitacion, tü te instalarás en La de delante y yo me pasaré aqul. Esto no te supondrd ningñn trastorno, pues ilevaremos aili todas tus cosas. Pero ann hay tiempo para todo esto, por ahora metete un ratito en la cama, necesitas urgentemente reposo. Ven, que te ayudaré a desvestirte, ya verás que puedo. O prefieres it ahora mismo a La otra habitación? De momento p0drias acostarte en ml cama. Dc hecho, serIa lo más sensato." Georg estaba de pie al lado mismo de su padre, que habla dejado caer sobre ci pecho su cabeza de hirsuta cabeilera bianca. , dijo este en voz baja, sin moverse. Georg se arrodilió enseguida j unto a su padre. En ci cansado rostro paterno vio las pupilas, enormes, que lo miraban desde las comisuras de los ojos. , pensO Georg, ' Estas palabras atravesaron su mente corno un relámpago. El padre se inclino, pero no se cayó. Viendo que Georg no se acercaba como habla esperado, volviO a erguirse. Hasta en ci camisón tiene bolsillos! * , se dijo Georg pensando que con esta observacion podria ridiculizarlo ante ci mundo entero. Pero to pensó solo un momento, pues todo se IL, le olvidaba enseguida. , se dijo y, como no habla pensado en absoluto en bajar a tierra, fue poco a poco empujado hacia la barandilla por una multitud de mozos de cuerda que, cada vez más numerosos, pasaban por su lado. Un joven al que habia conocido fugazmente durante la travesla le dijo at pasar: , gritó una voz desde dentro, y Karl la abrio lanzando un auténtico suspiro de alivio. >, 0 dijo Karl dirigiendose al capitán, " pero, si he entendido bien, Jakob no es sino el apeilido del señor senador. , dijo ci capitán expectante. , exclamo ci consejero de Estado, que habia vuelto recuperado de la ventana, refiriendose a la aclaracion de Karl. Todos, excepto los funcionarios del Puerto, rompieron a reIr, algunos emocionados, otros sin que se supiera por qué. " Lo que acabo de decir no tiene nada de ridIcuio> ' , pensó Karl. , repitió ci consejero de Estado. " En contra de mi voluntad y sin quererio ustedes, están asistiendo a una pequefla escena familiar, por lo que no puedo menos de darles una explicación, pues tan solo el señor capitán, segdn

Elfogonero (r913)

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creo>' —esta mención dio lugar a una reverencia mutua— c> , dijo estrechandole la mano a Karl, con lo que querla expresar también algo asI como reconocimiento. Sin embargo, cuando quiso iuego dirigirse al senador en los mismos términos, este retroccdió como si ci fogonero se hubiera excedido en sus derechos. El fogonero desistld al momento. Los demas se dieron cuenta entonces de lo que habla que hacer, y enseguida rodearon a Karl y al senador en ci más completo desorden. Fue asI como Karl recibio incluso una felicitación de Schubal, que aceptó y agradecio. Los ültimos en acercarse, una vez restablecida la caima, fueron los funcionarios de la autoridad portuaria, que causaron una impresión ridicula al decir dos palabras en inglés. El senador estaba muy dispuesto a saborear plenamente el placer de evocar para si mismo y Los demãs cierros momentos menos importantes de La historia, lo que por supuesto no solo fue tolerado, sino recibido con interés per todos. Les hizo ver, por ejemplo, que habia anotado en su libreta de apuntes las señas personaies más relevantes de Karl mencionadas en la carta de la cocinera, por si las necesitaba en algun momento. Ahora bien, durante La insoportable cháchara del fogonero y con el énico fin de distraerse, habla sacado su agenda e intentado reiacionar con el aspecto de Karl, como jugando, Las observaciones de la cocinera,

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Libros pithitcados en vida

quc, claro está, no eran de una exactitud precisamente detectivesca. , preguntO Karl un poco al margen de la ültima explicacian de su tb. Crela que, desde su nueva posiciOn, podia expresar también abiertamente cuanto pensara. ,,Al fogonero Ic ocurrirá lo que se merece " , dijo ci senadot, oy lo que ci señor capitán considere oportuno. Creo que del fogonero ya hemos tenido bastante y más que bastante, y seguro que todos los señores aqul presences me daran la razon.>' ,,No es eso lo que importa en una cuestión de justicia>', dijo Karl. Se hallaba entre el tio y ci capitimn e, influido quiza por esa posiciOn, creia tener la decision en sus .manos. sin embargo, el fogonero no parecIa esperar ya nada mds. Tenia las manos metidas a medias en ci cinturOn que, a causa de sus agitados ademanes, asomaba ahora, junto con una franja de su camisa a cuadros. Eso Ic tenia totalmente sin cuidado; como ya habla contado todas sus penas, que vieran ahora los harapos que cubrian su cuerpo y se lo lievaran luego a donde fuera. Pensaba que ci ordenanza y Schubal, al set aHi los de menor categorla, serlan los Ilamados a hacerle ese üitimo favor. Asi Schubal estarIa más tranquiio y no se desesperarla, como habia dicho ci cajero jefe. El capitan podrIa contratar solo rumanos, por todas panes se hablarla rumano y quizá todo fuera realmente mejor. Ningñn fogonero vendria ya a incordiar con su chachara en Ia caja principal, solo se recordarla con cierta cordialidad su dltima perorata porque, como ci senador habla dicho expresamente, habia sido ía causa indirecta de laidentificacion de su sobrio. Además, ese sobrino habIa.tratado ya antes de serle onl varias veces, agradeciéndoie asI sus servicios, de forma más que suficiente, a la hora de dat las gracias; por ello, al fogonero no se Ic ocurrió pedirle nada más en aquel momento. Por otro ]ado, y aunque fuera sobrino del senador, distaba mucho de ser un capitdn, y de la boca del capitán sal-

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drIa finalmente la severa sentencia... Dc modo que, fiel a esos pensamientos, ci fogonero procuraba tambien no mirar en dirección a Karl, aunque, por desgracia, en aquella habitación ilena de enemigos no Ic quedaba otto lugar donde reposar los ojos. ,,No interpretes mal la situación '>, dijo el senador a Karl, ' quizd se trate de una cuestión de justicia, pero a la vez es una cuestión de disciplina. Ambas cosas, y. sobre todo esta ñltima, quedan sometidas al juicio del señor capitán.'> ' , dijo Schubal dando un paso adelante,

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Libras publicados en vida

ludaron miljtarmente. Estaba ci senador advirtiendo a Karl que bajara con cuidado, cuando el muchacho, que ann se hallaba en ci pcldaflo más alto, prorrumpió en un lianto violenin. El senador puso entonces su mano derecha hajo la barbilla de Karl y, estrechándolo con fuerza contra sj, lo acarició con la izquierda. AsI descendierori lentamente escaion tras escalón y alcanzaron estrechamente abrazados ci bore, donde ci senador eligiO un buen sitio para Karl, justo enfrente del suyo. A una senal del senador, los marineros se apartaron del barco y se pusieron a trabajar de inmediato. Apenas se habrian alejado unos metros cuando Karl hizo ci inesperado descubrimiento de quc se encontraban precisamente ante el costado del harco al que daban ]as ventanas de la caja principal. Las tres ventanas estaban ocupadas por los testigos de Schubal, que saludaban y les hacian seflas muy amistosamente; incluso ci tfo se to agradeciO, y uno de los marineros se las apafló para enviar hacia arriba un beso con La punta de los dedos sin dejar de remar uniformemente. Era como si ya no existiese fogonero aiguno. Karl observo con mas detenimiento at tb, cuyas rodillas casi rozaban las SWyas, y Ic entraron dudas sobre si aquel hombre podr.ia sustituir alguna vez, para el, al fogonero. Sin embargo, el tfo esquivó su mirada y se quedO mirando las olas clue meclan ci bore.

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Cuando, una maflana, Gregor Samsa° se desperto de unos sueagitados, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho.° YacIa sobre so espalda, dura como un caparazón, y al levantar Un pco la cabeza vio su vientre abombado, pardo, segmentado por induraciones en forma de arco, sobre cuya prominencia ci cubrecama, a punto ya de deslizarse del todo, apenas si podia sostenerse. Sus numerosas patas, de una deplorable delgadez en comparación con las dimensiones habituales de Gregor, temblaban indefensas ante sus ojos. cQué me ha ocurrido? '>, perisé. No era un sueflo. Su habitacion, en verdad la habitación de un ser humano, solo que un tanto pequeña, segula aM entre las cuatro paredes de siempre. Por encinia de la mesa, sobre la que habIa un muestrario de telas desplegado —Samsa era viajante de cornercio—, colgaba un retrato que él habia recortado hacla poco de una revista ilustrada y puesto en un precioso marco dorado. Representaba a una dama con un sombrero y una boa de piel que, bien erguida en su asiento, aizaba hacia el espectador un pesado manguito, tambien de piel, en ci que habla desaparecido todo su antebrazo. La mirada de Gregor se dirigio luego a la ventana, y ci tiempo nublado —se oia el tamborileo de las gotas de iluvia contra la plancha metálica del alfeizar— lo puso muy melancólico. ' bien to que decia, Gregor, gracias sin duda a la prdctica adquirida en la cama, se habla acercado sin dificultad at armaiio e intentaba enderezarse apoydndose en eI. Queria, de hecho, abrir la puerta, dejarse ver y hablar con el gerente; estaba ansioso por saber qué dirlan, al verle, quienes tanto reclamaban so presencia. Si se asusraban, Gregor no tendna ya ninguna responsabilidad y podria esrar tranquilo. Si,

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en cambio, to aceptaban todo con calma, tampoco tendrIa ningün motivo Para inquietarse y, dandose prisa, podrIa estar realmente a las ocho en la estación.° At principio resbaio varias veces apoyado en Las P aredes lisas del armario, Pero un ültimo impulso le permitiO erguirse del todo. Ya no presto más atcnción a Los dolores del bajo vientre, pese a que eran muy agudos, y se dejo caer contra ci respaldo de una silla cercana, a cuyos bordes se aferro con las patitas. AsI pudo recuperar el dominio de si mismo, y enmudeció, pues ahora podia escuchar at gerente. , exclamó la madre liorando, ', dijo la hermana que, al parecer, ilevaba a la madre de 'a mano. Gregor oyo luego cómo esas dos mujeres débiles movian de so sitio ci viejo y pesado armario, y come, la hermana insistla en encargarse de la parre mds ardua del trabajo sin escuchar las adverrencias de la madre, que t&mia verla sometida a on esfuerzo excesivo. La operación duro bastante tiempo. Ya a] cabo de un rato de trabajo la madre dijo que serla mejor dejar ci armario donde estaba, en primer lugar porquc era muy pesado y no podrian acabar antes de que volviese ci padre, y dejindolo en medio de la habitacion Ic bioqucarian a Gregor todos los caminos, y en segundo lugar porque no era nada seguro que le hiciesen on favor sacando los muebies. A ella Ic parecla más bien lo contrario; ver la pared vacla Ic oprimIa ci corazén; por qué no habria de sentir Gregor lo mismo, ya que estaba acostumbrado hacia tiempo a los muebies de la habitacion y podria sentirse abandonado en ci cuarto vaclo. > . y volvIa a dormirse enseguida, mientras Ia macire y la hermana, cansadas, intercambiaban una sonrisa. Con una especie de ohstinacion, ci padre se negaba a quitarse en casa el uniforme de trabajo, y mientras Sn bata colgaba inutilmente de Ia percha, eI dormitaba en so asiento totalmente vestido, como si estuviera siempre listo Para el servicio y tambiCn alli aguardase la voz de su superior. Dcbido a elk, ci uniforme, que Para empezar ya no era nuevo, se fue desluciendo pese a todos los desvelos de la madre y de la hermana, y Gregor se pasaba a menudo tardes enteras mirando aquella prenda salpicada de manchas y con los bornnes dorados siempre relucientes, con la que elanciano dormia muy incomodo y, sin embargo, tranquilo. En cuanto ci reloj daba las diez, la madre intentaba despertar al padre en voz baja y convencerlo de que se fuera a la cama, pues aili no podia dormir como es debido y, dade que entraba a trabajar a las seis de la mañana, necesitaba con urgencia descansar. Pero este, con la testarudez que Se habia apoderado de el desde que trabajaba de ordenanza4 insistla en quedarse más tiempoa la mesa, pese a que normalmente volvia a dormirse y luego era preciso hacer grandes esfuerzos para animarlo a can biar el sillón por La cama. Ya podlan la macire y la hermana insistirle con breves exhortaciones, el se pasaba un cuarto de hora entero meneando lentamente la cabeza con los ojos cerrados y no se levantaba. La madre Ic tiraba de Ia manga, diciéndole aI oldo palabras cariñosas, la hermana dejaba su trabajo para ayudar a La madre, pero nada de esto tenla efecto sobre ci padre, que se hundia aón mds profundamente enisu sillon. Solo

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cuando ambas mujeres to sujetaban por las axilas, él abrIa Jos ojos y, mirando alternativamente a la madre y a La hermana, solla decir: , dijo la señora Samsa con una sonrisa melancélica, y Grete, no sin antes voiver la mirada hacia el cadaver, entró en el dorinitorio detrás de sus padres. La asistenta cerró La puerta y abrió la ventana de par en par. Pese a lo temprano de la hora, en el aire fresco se rnezclaba ya cierta tibieza. Matzo estaba liegando a su fin.' Los tres huéspedes salieron de su habitacion y buscaron con mirada de asombro su desayuno; se hablan olvidado de ellos. , preguntó ci señor de en inedjo a Ia asistenta, .maihuniorado. Pero esta se ilevó el dedo a Ia hoca y les indico por seflas, rapidamente y en siiencio, que entraran en la habitacion de Gregor. Estos entraron y se quedaron de pie, con las manos en Los bolsillos de sus chaquetas algo raidas, rodeando et cadaver de Gregor en la habitacidn ya totalmente iLuminada. En ese instante se abrió la puerta del dormitorio y el señor Samsa apareció en Librea, cogido a su mujer de un brazo y a su hija del otro. Todos estaban un poco lloi.osos; a ratos Grete pegaba su cara al brazo del padre. uVáyanse ahora mismo de mi casa!>' , dijo el señor Samsa seflalando la puerta y sin soltar a las mujeres. " Qué quiere usted decir? " , preguntó el señor de en media alga desconcertado y sonriendo duizonamente. Los otros dos tenian las manos a la espaLda y se las frotaban sin parar una contra otra,

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como si esperasen muy contentos una gran pelea que a elios, sin embargo, debiera favorecerios. " Quiero decir exactamente to que he dicho>' , respondió ci señor Samsa, yen ilnea con sus dos acompanantes avanzôhacia ci huésped. Al p.incipio este guardó siiencio y miró at suelo, como silas cosas se estuvieran reordenando en su cabeza. " En ese caso nos vamos '>, dijo luego aizando In mirada hacia et Señor Samsa, como Si, en un sübito arranque de humildad, Ic pidiese una nueva autoiización para tomar incluso esa decision. El señor Samsa se timitO a asentir varias veces con Jos ojos muy abiertos. Tras lo cual, en efecto, el huésped se dirigiO at vestIbulo a grandes pasos; sus dos amigos ya llevaban un ratito escuchando con atención y las manos bien quietas, y ahora saheron detrás de eI a un pasito trotón, como temiendo que ci señor Samsa pudiera entrar antes que ellos en ci vestIbuio e impedirles el contacto con su gula. Ya en el recibidor, Ins tres cogieron sus sombreros del perchero, sacaron sus bastones de La bastonera, se inciinaron en siiencio y abandonaron ci piso. Con una desconfianza totaimente infundada, como se demostrO luego, ci senor Samsa saliO con las dos mujeres at rellano; apoyados en la barandilla se quedaron mirando cOmo los tres señores bajaban lentamente, pero sin detenerse, la hirga escalera, desapareclan en cada planta tras una determinada curva del hueco de la escalera y volvIan a aparecer at cabo de unos instantes; cuanto más bajaban, más se perdia et interés de la familia Samsa por eilos, y cuando un oficial de carnicero que subla muy ufano con su carga en la cabeza se cruzO con los tres hombres y continuó escaleras arriba, el señor Samsa abandonO la barandilla con las .mujeres y todos juntos volvieron a entrar en ci piso, como aliviados.. Decidieron dedicar aquei dia a descansar y a pasear; no solo se me reclan esa pausa en ci trabajo, sino que la necesitaban con urgencia. Dc modo que se sentaron a la mesa y escribieron tres cartas pidiendo discutpas: ci señor Sarnsa a la direcciOn, la señora Samsa a quien Ic hacla ios encargos, y Grete al propietario de la tienda. Mientras escriblan entró la asistenta a decir que ya se iba porque habia concluido su trabajo de la mañana. Los tres siguieron escribiendo y se ii-

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Libros prth!icados en vida

mitaron a asentir con la cabeza, sin levantar la mirada; pero como La mujer no acababa de irse, la miraron irritados. '>, preguntO por ñltimo, y de un montOn de sillas de mimbre sacO una y se la ofreciO at viajero; este no pudo negarse. Ahora cstaba scntado at borde de una fosa, a la que lanzo una fugaz mirada. No era muy profunda. A uno de sus lados, la tierra excavada se amontonaba formando un talud, at otro lado Sc aizaba ci aparato. , dijo ci oficial. El viajero hizo un gesto impreciso con la mano; nada mejor esperaba ci oficial, pues ahora podrIa cxpiicarle el mismo ci funcionamiento. , dijo cogiendo una maniveia.cn la cual se apoyó, , repitió ci oficial; luego se detuvo un instante, como cxigiendo at viajero que fundamentase con más detaile su pregunta, y dijo a continuación: . El viajero estaba dispuesto a enmudeccr cuando sintió que ci condenado dirigla su mirada hacia el; parecla preguntarie si aprobaba ci procedimiento descrito. Por eso ci viajero, quo ya se habIa retrepado en su silla, voivió a inclinarse hacia delante y preguntO: -Pero si sabrá que ha sido condenado, verdad?>'. >. , dijo ci oficial, se r.ió y volvió a guardar la carpcta, -no es preclsamcntc una escritura caligráfica para escolares. Hay que pasarsc un buen rato icyendo. Seguro que tambjen usted acabaria enteridiéncjola. Pot supuesto que no puede set una inscripción sencilla; no dcbe matar de inmediato, sino al cabo dc unas doce horas, pot término medic. Se calcula que ci momento critico liega a la sexta hora. Son, pues, muchos, muchos los ornamcntos que deben rodear Ia inscripción propiamente dicha; la verdadera inscripción solo ocupa una estrecha franja en torno al cuerpo, ci rcsto se destina a los ornamentos. Podra apreciar ahora ci trabajo dc la rastra y de todo ci aparato? jFfjese usted!>> Subió de un salto a La escalera, giró una rued; gritó hacia abajo: , nos preguntamos todos. K(Cuanto tiempo aguantaremos esta carga y estesuplicio? El palacio imperial ha atraIdo a Ins nóniadas, pero no sabe cómo expulsarlos. El portón permanece cerrado; la guardia, que antes solla entrar y salir marchando solemnemente, se

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mantiene ahora tras las ventanas enrejadas. La salvación de la patria nos ha sido encomendada a nosotros, artesanos y comerciantes, pero no estamos a La altura de semejante misión ni nos hemos jactado nunca de poder cumplirla. Es un malentendido y será nuestra perdición."

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Libros pubhcados en vida

Ante la Ley° Ante la Ley hay un guardian. Hasta ese guardian liega un hombre del campo y Ic pide 5cr admitido en la Ley. Pero ci guardian dice que por ahora no Ic puede permitir la entrada. El hombre Se queda pensando y pregunta si Ic permitiran entrar mas tarde. , dice ci guardian, >, dijo el viejo, , pregunté, solo levemente apaciguado. , y todos rompieron a llorar y sollozar,° Sc acercaron cuatro cargadores y arrojaron a nuestros pies el pesado cadaver. No bien estuvo aill tendido, tos chacates elevaron sus voces. Como si una cuerda tirase irresistiblemente de cada uno de ellos, se fueron acercando a trompicones, rozando el suclo con el vientre. 1-lablan olvidado a los arabes, habIan olvidado su odio, hechizados por la presencia de esc cadaver quc exhalaba un vaho intenso y to borraba todo. Uno ya se Ic habla prcndido at cuello y at primer mordisco encontró la yugutar. Como una bomba pcqueña y furibunda, dispuesta a cxtinguir un devastador incendio de manera tan obstinada como infructuosa, cada másculo de su cuerpo se estiraba y contrala sin movcrse del sitio. 1 pronto se amontonaron todos sobre cI cadaver, entregados a la misma tarea. Entonces el gula abatió con fucrza el cortante ldtigo a dicstro y siniestro sobre ellos. Levantaron las cabczas cntrc embriagados e impotentes; vieron a los arabes de pie ante ellos; empezaron a scntir el latigo sobre sus hocicos; se retiraron de un salto y retrocedicron un trecho. Pero La sangrc del camello ya habia formado charcos y humeaba, y ci cuerp0 presentaba amplios desgarrones en varios sitios. No pudieron resistirlo; ya estaban ahI otra vez; de nuevo alzó el gula su Latigo; yo le sujeté el brazo. >, me dijo, iOh escarnio de la sacrosanta naturaleza! Ningün edificio aguantarla en pie las carcajadas de los simios ante semejante vision. No, no queria libertad. Solamente una salida;'> a la derecha, a la izquierda, a cualquier lado; no planteaba otras exigencias; aunquc la salida solo fuera una ilusiOn; ía exigencia era pequefla, la ilusion no habia de ser mucho mayor. Avanzar, avanzar! iNada de quedarse inmOvil con los brazos en alto, pegado a la pared de un cajOn! Hoy lo veo ciaro: sin esa gran calma interior jamás habrIa logrado evadirme. Y, de hecho, quizá deba todo cuanto he Ilegado a set a la calma que se apoderO de ml tras esos primeros dIas alli, en el barco. Aunque esa caima se la debia, a su vez, a la gente del barco. Eran buenas personas, pose a todo. Aün boy recuerdo con agrado el sonido de sus pesados pasos, que entonces resonaban en mi duermevela. Tenian la costumbre de emprenderlo todo con una lentitud extrema. Si alguno querla frotarse los ojos, levantaba la mano como una pesa. Sus bromas eran soeces, pero entratiables. En sus risas se mezclaba siempre una tos que, si bien sonaba peligrosa, no significaba nada. Siempre tenlan en Ia boca algo que escupir y Its era indiferente hacia dOnde escuplan. Todo ci tiempo se quejaban de que mis pulgas Jes saltaban encima, aunque nunca.11egaron a enfadarse seriamente conmigo por eso; sabian muy bien que las pulgas medraban en mi pelaje y que son saltarinas, y eso les bastaba. A veces unos cuantos se sentaban en semicirculo a mi alrededor, cuando no estaban de servicio; casi no hablaban, sino que se arrullaban unos a otros; fumaban

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sus pipas tumbados sobre los cajones; al menor movimiento min se daban una paimada en las rodillas, y de vez en cuando alguno cogia una varita y me hacla cosquillas donde me gustaba. Si hoy en dIa me invitaran a hacer un viaje en aquel barco, seguro que rechazaria la invitación; pero no es menos cierto que no son solo recuerdos desagradables Ins que podna evocar del tiempo que pasé all1 en el entrepuente. La calma que me procuró la compañia de esa gente me hizo descartar, ante todo, cualquier intento de fuga. Desde mi perspectiva actual creo haber barruntado, como minimo, La necesidad de encontrar una salida si querba seguir viviendo, pero también el hecho de que esa salida no la encontrana en la fuga, No sabnIa decin si la fuga era posible, aunque creo que 51; para un mono deberla ser siempre posible evadirse. Con mis dientes actuales he de tenet cuidado hasta para cascar una simple nuez, pero entonces seguro que habnia logrado, con ci tiempo, abnir a mordiscos la cerradura de la jaula. No In hice. Qué habnia ganado con ello? Nada más asomar la cabeza me habnIan vuelto a capturar para encenrarme en una jaula todavIa peor; o bien hubiera podido refugianme sin set visto donde otros animales, per ejemplo donde las boas gigantes que tenla enfrente, y exhalar el ültimo suspiro abrazado pot ellas; o bien, después de haber logrado deshzarme hasta cubierta y saltar pot la bonda, me habrIa mecido un ratito en el océano y me habnia ahogado. Actos desesperados. No calcuiaba de manera tan humana, pero bajo el influjo de mi entorno me comportaba como si fuera asi. No calculaba, pero Si observaba con toda calma. Veia a esos hombres it de un lado para otto, siempre las mismas canas, los mismos movimientos, a menudo me parecian ser uno solo. Ese hombre o esos hombres se movian, pues, sin sen molestados. Un gran objetivo se abrió paso dentro de ml. Nadie me prometió que si me volvIa como elks se aizaria La reja. No se hacen promesas a cambio de cosas que, al parecen, son imposibles de cumplir. Pero si liegan a cumplirse, Las promesas surgen justamente alli dondc antes las habiamos buscado en vano. Ahora bien, esos hombres no tenIan

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Libros publicados en vida

en si nada que me atrajera particularmente. Dc haber sido partidario de esa libertad a la que me he referido, seguro que habria preferido ci océano a la salida que se me ofrecia en la turbia mirada de aquellos hombres. En cuaiquier caso,hacia ya tiempo que venia observándolos, aun antes de pensaren esas cosas, y solo las observaciones acumuladas acabaron impulsandome en la direccion que adopte. Era tan fdcil imitarlos! A escupir aprenill ya en los primeros dIas. Luego empezamos a escupirnos a La cara unos a otros; la ünica diferencia era que después yo me Ia lamla hasta dejarla limpia, y dies no. Pronto comencé a fumar en pipa come un viejo; y Si alguna vez metla el pulgar en la Cazoleta, todo ci entrepuente estallaba en gritos de jábilo; eso 51, durante mucho tiempo no entendI qué diferencia habia entre una pipa vacia y una liena. Lo más dificultoso fue para ml la botella de aguardiente. El olor me repugnaba; hacia todos los esfuerzos posibles, pero pasaron se.manas antes de que lograra veneer mi asco. Curiosamente, ellos se tomaban esas resistencias internas más en serio que cualquier otra cosa en ml. Ya no distingo a aquella gente en mi recuerdo, pero babla uno que venla una y otra vez, solo o con amigos, de dia, de noche, a las horas mãs diversas; se instalaba delante de ml con La botella y me daba lecciones. No me comprendia, querla descifrar el enigma de mi existencia. Descorchaba poco a poco la botella y luego me miraba para verificar si habia comprendido; confieso que lo observaba siempre con una atención fogosa y precipitada; ningün maestro de hombres encontrará en toda la redondez de la Tierra un aprendiz de hombre semejante; una vez descorchada Ia botella, se la lievaba a la boca; yo la sigo con ml mirada; ei asienre satisfecho, y la posa sobre los labios; yo, fascinado con mi comprensión gradual, empiezo a rascarme aqul y alid a lo largo y ancho, chillando; él se aLegra, se pega el cuello de la botelia a La boca y bebe un trago; yo, impacienre y desesperado por imitarlo, me ensucio en mi jaula, Lo quc vuelve a causarle una gran satisfacción; y entonces, aleiando de si la borella y elevandola otra vez con gesto enfático, La vacia de un trago inclindndose hacia atrás

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Un ,nédico rural (1919)

en un ademán exageradamente didactico. Yo, extenuado por la intensidad de ml deseo, ya no puedo seguirlo y me cuelgo debilmente de Los barrotes, mientras él concluye la clase teórica frotandose La barriga y sonriendo con malicia. Solo entonces empiezala clase práctica. LAcaso no estoy ya demasiado exhausto pot la teorla? Pues si, demasiado exhausto. Es parte de mi destino. Pese a ello aferro como mejot puedo la botella que me tienden; La descorcho temblando; el éxito me infunde poco a poco nuevas fuerzas; Levanto la botella, casi no se me distingue ya de ml modelo; me la pego a la boca y... y la tiro con asco, 51, con asco;aunque está vacia y solo guarda el olor, la tiro al suelo con asco, para gran pesar de ml maestro y para mayor pesar mb. El que después de tirar la botella no olvide frotarme la barriga como es debido y sonreir con malicia no me reconcilia con él ni conmigo mismo. M.uy a menudo transcurria asi la clase. Y en honor a mi maestro he de decir que nunca se enfadaba conmigo; cierto es que a veces me acercaba la pipa encendida at pelaje hasta que empezaba a chamuscarmelo en algón punto at que yo Ilegaba solo con dificultad, pero el mismo to apagaba.iuego con su mano gigantesca y bondadosa; no se enfadaba conmigo, era consciente de que ambos luchábamos desde el mismo bando contra la naturaleza simiesca y de Clue yo ilevaba (a peor parte. Sea como fuere, qué triunfo tanto para el como para ml cuando una noche, en presencia de un gran cIrculo de espectadores —tal vez fuera una fiesta, sonaba un gramofono, un of.icial se paseaba entre los tripulantes—, cuando esa noche •cogi, sin que se dieran cuenta, una boteila de aguardiente que alguien habIa dej ado por descuido delante de mi jaula, la descorché como es debido ante ía creciente atención del páblico,me La Ilevé ala boca y, sin titubear.ni hacer muecas, como un bebedor experto, haciendo girar los ojos, palpitante el gaznate, la vacié hasta la ditima gota; ya no como un desesperado, sino como wi artista tire luego la hotella; cierto es Clue se me olvidé frotarme la barriga, pero, en cambio, dado que no podia evitarlo, dado que algo me impulsaba a H

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hacerlo, dada la embriaguez que aturdla mis sentidos, exciame sin más ni más: eHola!>>, emitiendo sonidos humarios y penetrando de on salto en la comunidad de los hombres, al tiempo que sentla su eco —. Y aprendi, caballeros. Ah!, cuando hay que aprender, se aprende; uno aprende cuando quiere hallar una salida, y aprende sin miramientos. Uno mismo se vigila con el látigo, desgarrándose a la menor resistencia. Mi naturaleza simiesca se precipitO rodando y huyendo con furia fuera de ml, de suerte que mi primer maestro estuvo a punto de voiverse éi mismo simiesco y tuvo que abandonar muy pronto Las ciases para 5cr internado en un manicomio. Por suerte volviO a sahr poco despues. ConsumI, no obstante, a muchos maestros, incluso a varios al mismo tiempo. Cuando me send más seguro de mis capacidades, cuando la opiniOn püblica ya seguIa mis progresos y ml futuro empezó a resplandecer, yo mismo recibla a mis maestros, los hacla sentar en cinco habitaciones contiguas y aprendla con todos a la vez, saltando continuamente de una habitaciOn a otra. jQué progresos! iEsa irrupción concurrente de los rayos del saber en ci cerebro que despierta! No lo niego: aquello me hacia fehz. Pero confieso asimismo que tampoco lo sobreestimaba, ni entonces ni, menos aün, ahora. Gracias a un

Vu ,nédko rural (19151)

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esfuerzo que hasta ahora no se ha repetido en el mundo, he liegado a adquirir ci grado de cultura media de un europeo. Esto quizá no sea nada en sj mismo, pero es algo en La medida en que me ayudó a salir de la j aula y me proporcionó esta salida peculiar, esta salida humana. Existe en nuestra Iengua una expresión excelente: irse a Jeva y a monte; eso es Jo que he hecho, me he ido a leva y a monte. No tenla otra satida, partiendo siempre del supuesto de que no era posible elegir la iibertad. Si echo una ojeada retrospectiva a mi evolución . y a 10 que ha sido so objetivo hasta ahora, no me quejo iii me declaro satisfecho. Las manos en los bolsillos del pantalon, la boteha de vino sobre la mesa, estoy entre tumbado y sentado en una mecedora y miro por la ventana. Si viene una visita, Ia recibo corno es debido. Mi empresario está en ci recibidor; cuando toco ci timbre, viene y escucha lo que tengo que decirle. Por la noche casi siempre hay función, y mis éxitos son difIcilmente superables. Cuando vuelvo a casa a una hora avanzada, después de on banquete, de una reunion cientIfica 0 de alguna agradable tertuha, me espera una pequeña chimpance serniamaestrada con la que paso un rato entraflable a La usanza simiesca. Dc dIa no quiero verla, pues tiene en la mirada esa locura propia del animal confuso y amaestrado; yo soy el Onico que me doy cuenta y no puedo soportarlo. En general puedo decir que he conseguido Jo que querla conseguir. Y no se diga que no ha vahido la pena. Ademas, no quiero ningán juicio humano, solo quiero difundir conocimientos y me limito a informar; también a ustedes, ilustrIsimos señores academicos, me he limitado a inforniarles.

Un artista del hambre Cuatro historias (1924)

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Primer sufrimiento

Un trapecista —como es sabido, este arte que se practica en las alturas, bajo Las cüpulas de los grandes teatros de vanedades, es uno de los más dificiles entre todos los accesibles at set humano—, pnimero por un simple afán de perfeccionamiento, luego por una costumbre que acabó siendo tiránica, habia organizado su vida de manera tal que, mientras trabajaba en la misma empresa, permanecla dIa y noche en el trapecio. Todas sus necesidades, por to demás modestIsimas, eran atendidas pot criados que se turnaban la vigilancia desde abajo, y que en recipientes expresamente fabricados hacian subir y bajar todo cuanto se necesitaba arriba. Este tipo de vida no entranaba dificultades especiales para La gente de su entorno; solo resultaba un poco molesto el hecho —imposible de disimular— de que durante los otros nümeros del programa el permaneciese en to alto; y aunque en esos momentos se quedaba por lo general inmovil, siempre habla alguna mirada que se extraviaba de vez en cuando desde el püblico hasta dat con el. Los directores, sin embargo, se to perdonaban ponque era un artista extraordinanio e insustituible. Se daban cuenta, además, de que, claro está, no vivia as1 por capricho y de que, en efecto, solo de ese modo podia entrenar continuamente y preservar la perfección de so arte. Pero La vida alla arniba era por otro Lado saludable, y cuando en La estación calida se abnian las ventanas laterales en toda la redondez de la cüpula y junto con el aire fresco penetraba, poderoso, el sol en la penumbra del Lugar, aqueIto era incluso hermoso. Cierto es que sus contactos humanos eran limitados, solo de vez en cuando trepaba hasta el algün compañero acrobata por la escalera de cuerda y, sentándose ambos en el trapecio, apoyados a derecha e izquierda en las cuerdas de sustentación, charlaban; o bien venIan albafliles a reparar el techo e intercambiaban unas cuantas

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Libros publicados en vida

palabras con éi pot aiguna ventana abierta; o bien un bornbero inspeccionaba la iluminacion de emergencia en la galerIa superior y Ic gritaba unas palabras respetuosas, aunque poco inteligibies. El resto deltienipo lo rodeaba ci silencio; a veces, algón empleado que se perdIa pot la tardc en ci teatro vaclo aizaba, pensativo, la mirada hacia esas alturas quc casi se sustralan a la vista, donde ci trapecista, sin saber que aiguien lo estaba observando, practicaba su arte o descansaba. AsI habrIa podido vivir tranquilamente el trapecista de no haber sido por los inevitables viajes de un lugar a otro, que Ic resuitaban en extremo molestos. Cierto es que el empresario cuidaba de que al artista se Ic ahorrase cualquier proiongación innecesaria de sus sufrimientos: para desplazarse en las ciudades utihzaban automoviies de carreras con los cuales, a ser posible de noche o en las primeras horas de La madrugada, se ianzaban pot ]as calles desiertas a la maxima velocidad, aunque siempre con excesiva lentitud Para ci ttapecista; en ci tren reservaban on compartimiento entero donde ci artista se pasaba ci viaje arriba, en la rejilla Para el equipaje, un sucedáneo lamentable, sin duda, pero en cierto modo equivalente a su forma de vida habitual; en el teatro que iba a ser escenario de La próxirna representación instalahan ci trapecio en su lugar ya mucho antes de la Ilegada del trapecista, tambien se dejaban ahiertas de par en par todas las puertas que daban ala sala y libres todos los pasillos. Pero los mementos más herrnosos en Ia vida del empresario eran siempre aquel.Ios en los que ci artista ponla el pie en la escalera de cuerda y al instante estaba otrá vez coigado airiba, por fin, en su trapecio. Por mucho exito que ci ernpresario hubiera cosechado en tantos de esos viajes, cada nuevo desplazamiento Ic resuitaba penpso, pues, al margen de todo lo demás, Jos viajes tenian efectos destructivos en los nervios del trapecista. Y asi, un dIa en que viajaban nuevamente juntos —el arrista soflando en la rejilla para ci equipaje, el empresarin frenre a éI, apoyado en una esquina de Ia ventanilia, leyendo on libro—, ci trapecista se dirigió a 61 en voz hajt El empresario

Un artista del hambre (1924)

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se puso enseguida a su servicio. El trapecista dijo, mordiéndose los labios, que Para sus prácticas necesitarIa tener siempre, a partir de entonces, dos trapecios en vez de uno, dos trapecios frente a frente. El empresario se declaró de acuerdo en el acm. Pero ci trapecista, como queriendo hacer ver que la aprobacion del empresario tenha en este caso tan poca importancia como la que hubiera tenido su desacuerdo, dijo que nunca más y bajo ningün concepto trabajaria con un solo trapecio. Pareció estremecerse ante Ia idea de que aqueHo pudiera ocurrir aiguna vez. El empresario corroboro de nuevo, titubeante y observándolo, so total acuerdo: dos trapecios eran mejor que uno, dijo, y esa nueva disposición presentaba además la ventaja de diversificar ci espectáculo. Pero ci trapecista rompió de pronto a liorar. Profundamente asustado, ci empresario se incorporó de un saito y Ic pregunté qué pasaba, y at no obtener respuesta, se subió at asiento, acarició at artista y pegé su cara contra la suya, que quedo bafiada por las Iágrimas del otro. Sin embargo, solo despues de muchas preguntas y palabras cariñosas dijo el trapecista entre soflozos: -Con una sola barra en las manos... €cómo podrIa yo vivir? '>. Y at empresario Ic resultó entonces rnás facii consoiarlo; prometió telegrafiar ya desde la prôxima estación al lugar de la siguiente representación por lo del segundo trapecio; se reprocho haber hecho trabajar at trapecista tanto tiempo en un solo trapecio, agradeciendole y alabándole ci haberle hecho ver al fin aquel error. AsI iogró el empresarlo tranquilizar poco a poco al trapecista y pudo regresar a su rincón. El mismo, sin embargo, no estaba tranquilo; con gran preocupación observaba a hurtadiflas alartista por encima del libro. Si pensamientos como estos empezaban ahora a torturarlo, ipodrian aiguna vez cesar del todo? ENo acabarlan amenazando su existencia? Y ci empresario creyó ver en verdad cómo ahora, en ci sueño aparentemente piacido en que habla concluido el Ilanto, empezaban a dibujarse Las primeras ai.rugas en La frente lisa e infantil del trapecista.

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Libros publicados en vida

Una mujercita Es una rnujer pequefla; aunque bastante delgada por naturaleza, lieva un curse ajustadIsimo; siempre la veo con el mismo vestido, de una tela gris amarillenta, come de color madera, adornado con unas cuantas borlas o colgantes en forma de botOn, del mismo color; va siempre sin sombrero, con sus cabellos de un rubio opaco alisados y nada deserdenados, aunque 51 muy suekos. Pese a ir encorsetada, se mueye con gran agilidad e incluso exagera la soltura de sus mevimientos, le gusta apoyar las manos en las caderas y girar a un lade el torso con on ademán sorprendentemente rdpido. Solo puedo describir Ia impresión que su mane me produce diciendo que aün no he visto otra mano cuyos dedos estén tan nitidamente deslindados unos de otros come Ins de La suya; no obstante, no presenta ninguna peculiaridad anatómica, es una mane perfectamente normal.' Esta mujercita está muy descontenta conmigo, siempre tiene algo que reprocharme, siempre soy injusto con ella, la irrito a cada paso; si se pudiera dividir la vida en trozos minésculos y juzgar cada trocito por separado, seguro que cada trocito de mi vida serla un motivo de disgusto para ella. Muchas veces me he preguntado per qué la irrito tanto; puede set que tode en on contradiga su gusto por la belleza, su sentide de la justicia, sus hábitos, sus tradiciones, sus esperanzas; hay naturalezas que pueden set incompatibles hasta este extremo, pere por qué ese la hace sufrir tanto? No hay entre nosotres ningün tipo de relacion que la obligue a sufrir por mi causa. Bastaria con que se decidiera a verme como alguien totalmente extraflo, pues de hecho lo soy y tampoco me opondria a una decision semejante, sine que la aprobaria niuy gustoso; bastaria con que se decidiera a olvidar ml exisrencia, que ye no le he impuesto nile impondria nunca, y todo el sufrimiente se le acabaria. Al decir

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esto prescindo por completo de ml mismo y del hecho de que su conducta también me resulta, claro esté, penosa, y prescindo porque me doy perfecta cuenta de que esta desazón .mIa no es nada en comparación con su sufrimierito. De todas formas, soy muy consciente de que no es una pena amorosa; no le imporra en absoluto mejorarme de verdad, sobre todo porque nada de lo que me reprocha es de naturaleza tal que pueda impedirme progresar. Pero tampoco Ic preocupa que progrese, to ñnico que la preocupa Cs 5U interés personal, es decir, vengarse de la tortura que le causo e impedir la que podria infligirle en el futuro. Ya interne una vez hacerle ver cual era el mejor modo de.poner fin a esa irritación continua, pero Ic produje una conmoción tan grande que jamás repetiré el intento. Yo también tengo, si se quiere, mi parte de responsabilidad en este asunto, pues por muy ajena que me resulte la mujercita, y aunque la ánica relacion existente entre nosotros sea La irritación que Ic produzco, o, mejor dicho, la que ella deja que Ic produzca, no deberla serme indiferente ver cómo esa irritación la hace sufrir también fIsicamente. De vez en cuando, y con mayor frecuencia en los tiltimos tiempos, me Ilegan noticias de que suele despertarse pálida, insomne, torturada por dolores de cabeza y casi incapaz de trabajar; esto preocupa mucho a sus familiares, que intentan adivinar las causas de su estado y hasta ahora siguen sin encontrarlas. Solo yo las conozco: es la antigua y siempre renovada irritación. Cierto es que no comparto las preocupaciones de sus familiares; ella es fuerte y tenaz; y quien es capaz de irritarse hasta:ese punto, probabiemente también pueda superar las consecuencias de su irritación; tengo incluso la sospecha de que finge —al menos en parte— estar indispuesta solo para dirigir sobre ml las sospechas de la gente. Es demasiado orgullosa pan confesar abiertamente hasta qué punto la torturo con ml existencia; apelar a otros por mi causa es algo que ella sentirIa como una degradación de si misma; solo por aversion se.ocupa de mi persona, por una aversion que nunca cesa y la espolea continuamente; comentar en ptiblico este asunto impuro serla demasiado

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Libras publicados en vida

para su pudor. Pero no serIa menos excesivo pasar totalmente en silencio un asunto que no deja de oprimirla un solo instante. Y asi, con su asrucia femenina, intenta una via intermedia; en silencio, solo mediante los signos exteriores de un sufrimiento secreto quiere ilevar el caso ante ci tribunal de la opinion pOblica. Quiza espere incluso que,cuando la opinion pOblica haya centrado en mi persona todas sus miradas, surja una irritaciOn publica generalizada contra mi que, gracias a sus grandes poderes, me condene definitivamente y con mayor energia y rapidez de to quepodria hacerlo su irritación personal, relativamente débil; a continuadon ella respirarla aliviada y me volverIa la espalda. Pues bien, si estas son de verdad sus esperanzas, se equivoca. La opinion pOblica no asumird su papel; la opiniOn pOblica jamás encontrarâ tantas cosas que reprocharme, aunque me mire con La mds potente de sus Lupas. No soy una persona tan intStil como ella cree; no quiero vanagloriarme, y menos adn en estas circunstancias; Pero aunque no logre destacar por ninguna aptitud particular, tampoco Ilamarla la atención por lo contrario; solo Para ella, Para sus ojos de una blancura cast incandescente soy asI, y no lograra convencer a nadie n,ás. Podria, pries, sentirme totalmente tranquilo a este respecto? No, claro que no; pues cuando de verdad se sepa que la pongo enferma con mi comportamiento —y algunos observadores atentos, precisamente los que difunden las noticias con mayor celo, estin ya a punto de notarlo, o at menos aparentan haherlo notado—, y la gente venga y me pregunte por qué atormento a la pobre mujercita con mi carácter incorregible, si acaso pretendo lievarla a Ia tumba, y cuándo tendré por fin el buen tino y la simple compasiOn humana Para acahar con todo eso; cuando la genre me haga estas preguntas, será dificil responderles. €Tendre que admitir acasQ que no creo mucho en los sIntomas de esa enfermedad y dar asi la penosa impresiOn de que, Para liberarme de mi culpa, inculpo a otros y lo hago de forma tan indelicada? Y podrIa acaso decir con toda franqueza que, aunque creyera en la existencia de una enfermedad real, no sentiria la menor compasiOn, pues la mujer me resulta completamen-

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te extraña y la relación que hay entre nosotros es una simple invención suya y solo existe por su parte? No digo que no me creyeran; más bien ni me creerIan ni dejarlan de creerme; ni siquiera Ilegarian a hablar del asunto; simplemente tomarian nota de la respuesta que he dado a propésito de una mujer debit y enferma, y eso no me favorecerla mucho. Con esta respuesta, igual que con cualquier otra, me verla abocado a chocar contra La incapacidad de la gente para impedir que surja, en un caso como este, la sospecha de una relación amorosa, pese a la total y absoluta evidencia de que tat relación no existe y de que, si existiera, partirIa más bien de ml, que de hecho seth capaz de admirar a esa mujercita por la contundencia de su juicio y la inexorabilidad de sus conclusiones si, precisamente, yo no me viera todo el tiempo castigado por estas cualidades suyas. En ella no existe, sin embargo, la menor traza de una disposición amistosa hacia ml; en esto es sincera y veraz; y en ello reposa mi áltima esperanza; pues aunque hacer creer en una relacion semejante pudiera convenir a sus planes de guerra, jamás se olvidaria de si misma hasta el punto de hacer algo parecido. Pese a to cual, la opinion pñblica, totalmente obtusa en este aspecto, seguirá mantenindose en sus trece y decidira siempre en contra de ml. En realidad solo me restarla, pues, cambiar a tiempo, antes de que la gente intervenga, no ya para acabar con la irritación de la mujercita, to cual es impensabLe, pero si para atenuarla on poco. Y, de hecho, me he preguntado muchas veces si ml estado actual me satisface at punto de no querer modificarlo en absoluro, y si no serla posible efectuar ciertos cambios en ml persona, aunque no to haga por estar convencido de Sn necesidad, sino solo para apaciguar a la mujer. Lo he intentado honestamente, no sin fatigas ni cuidados, incluso me apetecla, casi me divertla; se produjeron algunos cambios aislados y perfectamente visibles, no tuve que hacerselos notar a la mujer, ella nota.todas esas cosas antes que yo, nota ya La expresiOn de Ia intención en ml comportamiento; mas no me fue concedido éxito aguno. COmo hubiera sido posible, por otro ]ado? Su desconrento

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Libros publicados en vida

hacia mi persona es, como me doy cuenta ahora, una cuestión de principio; nada puede suprimi.rlo, ni siquiera mi propia supresión; sus accesos de rabia ante La noticia tie mi eventual suicidio, por ejemplo, serlan ilimitados. Lo que no logro imaginarme es que ella, esa mujer tan perspicaz, no se de cuenta tan bien como yo de todo esto, unto & Ia inutilidad tie sus esfuerzos como de mi inocencia, de mi incapacidad para responder, ni siquiera con la mejor de las voluntades, a sus exigencias. Seguro que se da cuenta, pero como toda buena naturaleza combativa lo olvida en el apasionaniiento del combate, y mi desdichada manera de ser —no puedo elegir otra porque me fue dada asi— me induce siempre a querer susurrar una suave amonestación a quien se haya salido de sus casillas. Asi nunca ilegaremos a entendernos, desde luego. Y todo el tiempo seguiré viendo, al salir de casa con La alegria de las primeras horas de Ia mañana, esa cara amargada por mi culpa, ese mohin de disgusto en los labios, esa mirada escrutadora que conoce ya el resultado antes del escrutinio, que me recorre entero y a La coal, por muy fugaz que sea, nada logra escapar, esa sonrisa tie amargura engastada en las mejillas juveniles de muchacha, esa mirada .Iastimera dirigida hacia el tielo, esas manos plantadas en las caderas para afianzarse, y luego la palidez y los temblores de la indignación. Hace poco —y por primera vez, como me confese asombrado a ml mismo en esa ocasión—, hice unas cuantas alusiones a este asunto a un buen amigo, muy de pasada, en tono ligero, unas pocas palabras, rebajando la importancia del conjunto —pese a lo escasa que esta es para ml de puertas afuera— incluso un poco por debajo de la verdad. Cosa ext.rafla: mi amigo no hizo oldos de mercader, sino que incluso anadió importancia al asunto, no cambio de tema e insisno en discutirlo. Mds extraflo todavIa fue que, pese a ello, subestimara el asunto en un punto decisivo, pues me acon sejó seriamente hacer un pequeño viaje. Imposible imaginar consejo más absurdo; cierto es que La situaciOn no es complicada, cualquiera puede comprenderla si la observa de cerca, pero tampoco es tan simple como para que mi partida

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pueda arreglar todo o, al menos, lo más importante. Al con, rrario, más bien debo guardarme de irme lejos; y si algün plan he de seguir, que sea en todo caso el de mantener ci asunto dentro de sus estrechos lImites actuates, que aün no incluyen al mundo exterior, es decir, quedarme tranquilamente donde estoy y no permitir ningán cambio grande o liamativo derivado de este asunto, In cual supone no hablar con nadie acerca de éi, y no porque se irate de un secrete peligroso, sino porque es un asuntillO meramente personal y, como tat, fácii de sobrellevar, y porque además debe seguir siendoio. En este sentido no fueron del todo inñtiies los ccmentarios de mi amigo, no me aportaron nada nuevo pero me reafirmaron en mi postura inicial. Como lo demuestra, en general, una reflexion más rigurosa, los cambios que esta situación parece haber sufrido con ci paso del tiempo no son modificaciones del asunto en si mismo, sino solo la evolución de la idea queyo me he hecho de él, en la medida en que esta idea se ha vuelto, en parte, más serena y viril, acercandosc al nücleo esenciat, y en pane ha generado tambien, bajo et infiujo inevitable de los continuos sobresaltos, per teves que estos sean, cierta ansiedad. Me siento más tranquilo con respecto a este asunto porque creo darme cuenta de que un desenlace, por muy inminente que parezca a veces, es de momento impensable;. tendemos facilmente, sobre todo en los aflos mozos, a sobreestimar demasiado ci ritmo en el que se producen los desenlaces; cuando alguna vez mi pequeña juez, debilitada a fuerza de verme, se derrumbaba de costado en su silla, aferrandose al respaldo con una mane y acomoddndose ci corsé con la otra, mientras per sus mejilias rodaban lágrimas de rabia y desesperación, yo siempre pensaba que el desenlace estaria al caer y me veria enseguida Ilamado a dar explicaciones. Sin embargo, ni sombra de desenlace ha habido, ni tampoco sombra de explicaciones; las mujeres se sienten facitmente indispuestas, el mundo no tiene tiempo para ocuparse de todos los casos. Y qué ha ocurrido de verdad en todos estos afios? Nada, excepto que estos incidentes se ban repetido con más intensidad unas veces, otras con menos, y

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Libros publicados en vida

que su odmero global es ahora mayor. Y quo en los alrededotes merodea gente a la que le gustaria intervenir si encontrase Ia oportunidad de hacerlo; pero no la encueritran, hasta ahora solo ban confiado en su olfato, y si bien este basta para mantener ampliamente ocupado a su poseedor, no sirye para otras cosas. ER el fondo siempre ha sido asi siempre ha habido esos gandules inütiles que suelen apostarse en las esquinas, esos movedores de aire que excusan su proximidad con alguna triquifluela, de preferencia alegando algun parentesco, siempre espiando, guiados por su olfato; pew el resultado de todo esto es uno solo: siguen allI. La ünica diferencia es quo gradualmente empecé a conocerlos, a distinguir SUS caras; antes crela que vendrIan poco a poco y de todas partes, quo las proporciones del asunto adnenearlan y provocarlan per si mismas el desenlace; boy creo saber, on cambio, quo todo esto ha existido desde siempire y tithe muy poco o nada que vet con que ci desenlace se produzca. Y ci propio desenlace, por qu6 lo nombro asi, con urn paiabra tan altisonante? Si alguna vez —següro que no mañana, ni pasado mañana, y probablemente nunca— 'a opinion püblica ilegara a ocuparse de este asunto —pan el cual, como no me cansaré de repetirio, Cs incomperente—, no saidré tal vez indemne del proceso, pero sin duda se tendrá en cuenta quo no soy un desconocido para la opiniOn póblica, que he vivido desde siempre iluminado por ella, inspirando y mereciendo confianza, y que per eso esta mujer pequefla y enfermiza, liegada tardlamente a mi vida —y a la que alguien que no fuera yo, dicho sea de paso, quizá habria identificado hace tiempo con una lapa y habria aplastado bajo su bota, sin hacer el rnenor ruido—, que esta mujer solo habria podido afladir, en el poor de los casos, uria pequefia yr lea rbrica al diploma con el quo la opiniOn póblica ha reconocido on ml hace tiempo a uno de sus más respetables miembros. Este es of estado actual de La cuestión, poco apto, pues, para inquietarme. Que con el paso de los años me haya vuelto un poco ansioso no riene nada quo vet con el significado real del asunto; Ia idea de irritar codo el tiempo a alguien resulta simple-

Un artista del hambre (1924)

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mente insoportable; aunque se actvierta la total fain de fundamento de la irritación uno se pone nervioso, empieza —digamos que en el piano puramente fisico— a acechar posibles desenlaces, aunque racionaimente no crea mucho en su liegada. En parte se trata solo de un sintoma de senilidad; la juventud to viste todo de bellos ropajes; Los derailes desagradables se pierden en la inagotable fuente de vitalidad de la juventud; ya puede uno tener de joven una mirada algo acechante, nadie se Lo toma a mat, nadie lo advierte, ni siquiera uno misrno; pero 10 que de eso queda en la vejez son restos: todos son necesarios, ninguno se renueva, todo se haHa bajo observación, y La mirada acechante de un hombre mayor es con toda evidencia una mirada acechante, y no resuita difIcil percibirla. Aunque tampoco en este caso se trata de un empeoramiento real y objetivo. Se mire pot donde se mire, siempre resultará evidente —e insisto en elk— que, por poco que mantenga esre pequeño asunto discretamente tapado con la mano, podré seguir lievando en paz, por mucho tiempo y sin que nadie me moLeste, la vida que he lievado hasta ahora, pese a todos los furores de esta mujer.

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Un artista del hambre En los óltimos años ha rernitido mucho el iriterés per Ins artistas del hambre. AsI como antes era rnuy rentable organizar per cuenta propia grandes espectaculos de este tipo, boy en dia es totalmente imposible. Erari otros tiempos. Per entonces toda la ciudad se entretenIa con ci artista del hambre; ci interés aumentaba con cada dIa de ayuno; todos querlan ver al arrista como minimo una vez al dIa; al final bubo incluso abonados clue se pasaban dias enteros sentados frente a la pequefla jaula; tambien se organizaban visitas nocturnas con luz de antorchas, para aumentar el efecto; cuando hacIa buen tiempo sacaban la jaula al aire libre y ci artisra del hambre era mostrado sobre todo a los nifios; mientras que para Ins adultos no solIa set más clue una diversion en la que participaban porque estaba de moda, los niflos miraban asombrados, con la boca abierta y cogidos de la mano por precauciOn, cOmo ese hombre palido, envuelto en una malla negra por Ia cual asornaban sus prominentes costillas, desdeñando incluso una silla, permanecia sentado entre la paja dispersa por ci suelo y, asintiendo corrésmente con la cabeza o esbozando una sonrisa forzada, respondia a las preguntas o sacaba el brazo por entre Ins barrotes para dejar palpar su delgadez; luego volvIa a cnsirnisrnarse y no se preocupaba por nadie, ni siquicra por las campanadas del rcloj —tan importanres Para él—, que era el ünico muehie dentro de Ia jaula, sino clue se quedaba mirando al vaclo con los ojos casi cerrados y de vez en cuando sorbia unas gotas de agua de un vasito .miniisculo para humedecerse los labios. Adernás de Ins espectadores que se renovaban, tambien habia guardianes fijos elegidos por el publico, en general carniceros, curiosamente, clue de tres en tres tenlan la misión de observar dia y noche al artista del hanibre para que 110 ingiriera alimentos pot alguna via secreta. Pero esto era

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una simple formalidad, adoptada para tranquilizar a las rnasas, pues Los iniciados sabian muy bien que, durante el periodo de ayuno, el artista del hambre jamás, en niriguna circunstancia, ni siquera bajo coacción, hubiera comido nada, por minimo que fuese; el honor de su arte se lo prohibIa. Claro que no todos Los guardianes podlan comprender eso, a veces se formaban grupos nocturnos que e j ercIan su vigilancia con muy poco rigor, se sentaban adrede en un nncon aLejado y se dedicaban a jugar a las cartas, con la intendOn manifiesta de consentir al artista del hambre un pequefib refrigenio que, segOn ellos, podia sacar de entre sus provisiones secretas. Nada atormentaba tanto al artista del harnbre como esos guardianes; to ponlan melancOlico; le dificultaban terriblemente el ayuno; a veces Lograba superar su debilidad y, mientras Las fuerzas se lo permitian, cantaba durarite esa vigilia Para hacer y en a aquella gente Lo injustas que eran sus sospechas. Mas de poco Ic servia, pues entonces se admiraban de su habilidad para corner incluso cantando. Mucho más Ic gustaban los guardianes que se sentaban muy pegados a los barrotes y, no contentos con la turbia iluminaciOn nocturna de la sala, to alumbraban con unas linternas de bolsillo electricas que ci empresanlo ponla a su disposiciOn. La luz cegadora no to molestaba en absoluto, dormir no podia, de todas formas, pero si adormilarse on poco, con cualquier iluminación y a cualquier hora, incluso con la sala repleta de gente y ruido. Estaba rnuy dispuesto a pasar toda la noche en vela con esos guardianes; estaba dispuesto a bromear con ellos, a contarles historias sobre su vida errante y escuchar a su vet las que ellos quisieran contarie, todo eso para mantenerlos despiertos, pan poder mostrarles una y otra vet que no tenia nada comestible en su jaula y que ayunaba como ninguno de ellos habrIa podido hacerlo. Pero el momento de mayor felicidad le lIegaba con la mañana, cuando, por cuenta suya, les servIan un copioso desayuno sobre ci que ellos se abalanzaban con el apetito propio de hombres sanos que ban pasado una noche de fatigosa vigilia. I-labia, por cierto, gente que pretendIa ver en este desayuno on intento judebido de influir so-

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bre los guardianes, pero aquello era ir demasiado iejos y cuando se les pregunraba a esas personas si esraban dispuestas a hacerse cargo de la guardia nocturna solo por mor del asunto, sin desayuno, escurrian ci buito, aunque segulan manteniendo sus sospechas. Esto, de todos mocks, formaba pane de Ins reccibs ya inseparables de la prdctica del ayuno. Nadie, de hecho, era Capaz de pasarse todos esos dias y noches vigiando sin cesar al artista del hambre, dc modo que nadie podia saber por experiencia propia si ci ayuno era mantenido sin failos ni interrupciones; solo el artista del hambre en persona podia saberlo, solo el podia ser al mismo tiempo el espectador pienamente satisfecho de su propio ayuno. Sin embargo, y per otro motive, nunca estaba satisfecho; quizá no fuera el ayu-. no ci causante de su delgadez excesiva —hasta el punto de que muchos se velan obligados, muy a su pesar, a renunciar al espectdculo porque no podian soportar su aspecto—, sino que se habia adeigazado tanto solo pot insatisfaccion consigo mismo. Y es que solamente el sabIa —solo el y ningün otro iniciado— lo Mcii que era ayunar. Era ía cosa más Mcii del mundo. Tampoco lo ocultaba, pero no le creian, en ci mejor de los casos lo consideraban modesto, aunque las más veces lo velan como un ser ávido de publicidad o incluso on farSante al que el ayuno Ic resultaba fâcil porque sabia hacerselo fdcil, y que encima tenia la desfachatez de confesarlo a medias. TenIa que aguantar todo eso, y hasta se habia acostumbrado a ello con el correr de los aflos,° pero per dentro lo segula corroyendo esa insarisfaccion, y nunca —esto hay que reconocérselo_, nunca habIa abandonado voluntariamente la jaula tras on periodo de ayuno. El empresarin habla fijado en cuarenta dias ci limitc máximo de aynno; pasado ese plazo nunca In dejaba ayunar, iii siquiera en las grandes ciudades, y tenia sus razones. La expericncia enseflaba que durante unos cuarenta dias se podia espolear cada vez mds el intcrés de una ciudad incrementando gradualmente la publicidad, pero que luego el pdblico fallaba y podia comprobarse una sensible disminucion de la afluencia; per supuesto que habia pequeflas diferencias a este respecto segtin Ins cm-

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dades y los paises, pew como regla se fijaba un perlodo maxirno de cuarenta dhas. Y al cuadragésimo dia se abrIa Ia puerta de la jaula enguirnaldada de fibres, un páblico entusiasmado lienaba el anfiteatro, una banda militar empezaba P a tocar, dos medicos entraban en la jaula ara proceder a las mediciones necesarias del artista del hambre, mediante un altavoz se anunciahan los resultados a la sala, y por ñltimo venian dos señoras jóvenes, felices de haber sido etegidas por sorteo P ara ayudar al artista a salir de la jaula, bajar unos cuantos escalones y liegar hasta una mesita donde le hablan servido una comida de enfermo cuidadosamente elegida. Y en ese momento ci artista del hambre se resistha siempre. Cierto es quo aCm ponla espontáneamente sus esqueléticos brazos en las manos que las sefioras, inclinadas sobre él, le tendlan dispuestas a ayudarlo, P ero se negaba a ievantarse. Por qué parar justamente ahora, después de cuarenta dias? El hubiera podido resistir rnucho was, un tiempo ilimitado; Epor qué parar precisamente ahora, cuando estaba en ci mejor momento del ayuno o, me j or dicho, ni siquiera habla Regado a él? Por qué querian arrebatark la gloria de seguir ayunando, de convertirse no solo en el artista del hambre was grande de todos los tiempos —cosa que mismo hasta probablemente y a era—, sino de superarse a sí P lo inconcebible, pues no sentia ilmite alguno ara su capacidad de ayunar? Por qué esa multitud que pretendia admirarlo tanto tenla tan poca paciencia con él? Por qué no quena aguantar si él aguantaba seguir ayunando? Además él estaba cansado, se sentla a gusto sentado entre la paja, y de pronto tenla quo incorporarse cuan largo era y Ilegarse hasta esa comida; solo de pensar on ella to asaltaba una sensadOn de náuseas quo repnimla con gran dificultad per consideración a las senoras. Y aizaba la mirada hacia los ojos de esas damas al parecer tan amables, pero en verdad tan crueles, y balanceaba La caheza excesivamente pesada para el débil cuello. Pero entonces ocurrIa lo de siempre. El empresario se acercaba y, mudo —el fragor de la müslca no permitba hablar—, aizaba los brazos sobre el artista del hambre, comb invitando at cielo a conremplar alli su obra, sobre la paja, a

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ese mártir digno de compasión quc ciertamente era ci artista, solo que en on sentido muy distinto; Juego cogla al artista del hambre por la deigada cintura con una precaución exagerada, como qucriendo haccr creer que tenia que vérselas con algo sumamenre irágil, y lo entregaba —no sin antes sacudirlo un poco a escondidas, de suerte que ios brazes y ci tronco del artista oscilaban sin control de un lado para otro— a ]as señoras, ya mortalniente pálidas a esas alturas. Y entonces ci artista del hambre Jo aguantaba todo; la cabeza Ic cala sobre ci pecho como si se hubicra enrollado y qucdado alli por aiguna razón inexplicable; el cuerpo estaba ahuecado; ]as piernas, a impulsos del instinto de autoconservación, se apreraban firmcmente a la altura de las rodillas, pero rascaban ci suelo como si no fuese el verdadero y ellas Ia estuviesen buscando; y todo ci peso del cuerpo, aunquc mInimo, recala sabre una de )as damas que, buscando ayuda, con ci aiiento entrccortado —no se habia imaginado asi csa funcion honorifica—, estiraba al máximo ci cue.IIo para prescrvar a.l menos su cara del contacto con ci arrista del hambre, pero iucgo, al no conseguirlo, y viendo que su cornpaflera, mãs afortunada, no acudla en su ayuda sino que Sc contentaba con Ilevar ante ella, temblando, la mano del artista, aqucl manojito de huesos,° estaflaba en Hanto entre las carcajadas de satisfaccion de Ia sala y tenla que set relevada por tin criado ya dispuesto hacia tiempo. Luego venia la comida, y ci empresaria hacla enguHir unos cuanros bocados al artista del hambre durante un duernievela similar al desmayo, en medio dc una divertida charla destinada a dcsviar la atención dcl piiblico y evirar quc este pcnsara en ci estado del artista; en honor del püblico se hacIa acm seguido un brindis supuesramente susurrado al empresario por ci artista del hamhrc; la orquesta corroboraba todo con un gran toque de honor, la gente se desperdigaba, y nadic tenla derecho a sentire descontento con lo ocurrido, nadie excepto ci artista del hanibre, solo el, siemprc. Asi vivió muchos alios, con breves periodos de descanso reguiarcs, en media de un aparcnte esplendor, respetado por ci mundo, aunquc presa casi siempre de un humor melanco-

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hco y cada vez más sombrIo porque nadie era capaz de tomarselo en serb. Además, cómo consolario? Qué podia aün desear? Si alguna vez aparecia una persona bondadosa que to compadecla e intentaba explicarle que su tristeza se debIa probablemente at hambre, podia ocurrir, sobre todo en una fase de ayuno avanzado, que ci artista del hambre respondiera con un acceso de rabia y, P ara horror de todos, empezara a sacudir Los barrotes de la jaula como un animal. Pero en estos casos ci empresario tenla un castigo que le gustaba aplicar. Disculpaba at artista ante ci pübhco asistente admitiendo que solo la irritabilidad provocada por el ayuno —algo no muy fácil de comprender por personas bien aurnentadas— hacia perdonabie ci comportamiento del artista del hambre; en ese contexto pasaba luego a habiar de La afirmacion del artista, merecedora igualmente de una explicaciOn, de que podrIa ayunar mucho más tiempo del que ayuimba; elogiaba la noble aspiración, la buena voiuntad y La gran abnegaciOn que esta afirmaciOn sin duda contenla; Pero luego intentaba refutaria mostrando simple y lianamente fotografias que eran puestas en yenta at mismo tiempo, pries en ellas se vela at artista del hambre en ci cuadragésimo dIa de ayuno, en su cama, casi liquidado por la consunción. Esta distorsiOn de la verdad que, aunque bien conocida por el artista, lograba enervarlo siempre de nuevo, era demasiado para ei. i Se presentaba como causa aigo que era consecuencia de la interrupción anticipada del ayuno! Luchar contra esa incomprensiOn, contra ese mundo de incomprensiOn era imposible. Una y otra vez, pegado a los barrotes, habla escuchado ansiosamente y de buena fe at empresario, pero en cuanto apareclan las fotografIas soltaba los barrotes, se dejaba caer sobre la paja, suspirando, y ci ptThlico tranquilizado podia acercarse de nuevo y observarlo. Cuando los testigos de esas escenas las recordaban años más tarde, no se comprendlan muchas veces a si mismos. Pues mientras tanto se habla producido ci cambio ya mencionado; ocurriO casi de improviso; puede que hubiera razones más profundas, pero a quién Ic importaba descubrirlas? En cuaiquier caso, ci mimado artista del hanibre se yb

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un buen dia abandonado por La multitud ávida de diversiones, que preferla acudir en masa a otros espectâculos. El empresario recorrió una vez más media Europa con el para ver si en un lugar u otro volvia a repuntar ci antiguo interés; todo Inc en vano; como obedeciendo a un acuerdo secreto se habia creado en todas partes una auténtica aversióntcontra el espectáculo del ayuno. Es evidente que en realidad ese fenémeno no podia haberse producido ran de improviso, y se empezaron a recordar entonces, con cierto retraso, una serie de presagios que, en ci momento de la embriaguez del triunfo, no habian sido suficientemente atendidos ni evitados; pero ya era demasiado tarde para remediar aquello. Si bien era cierto que los buenos tiempos del ayunb volverIan algón La, esto no era ningün consuelo para Jos vivos. Qué podia hacer ci artista del hambre? El, que habia sido aclamado por miles de personas, no podia exhibirse en • las barracas de ferias pequeflas, y para ejercer otra profesion no solo era demasiado viejo, sino que, sobre todo, vivia entregado al ayuno con un fanatismo excesivo. Despidio, pues, al empresario, compaflero de una carrera sin igual, y se .hizo contratar por un gran circo; para no herir su propia susceptibilidad prefirio no mirar las condiciones del contrato. Con su infinidad de personas, animates y apararos que se equilibran y complementan sin cesar unos a otros, on gran circo puede utilizar a quien sea y en cuaiquier momento, incluso a un artista del hambre, siempre que sus pretensiones sean relativamente modestas, se entiende; ademis, en este caso concreto, no fue solo ci artisra del hambre niismo el contratado, sino tanibien su antiguo y celebre nombre; si, ni siquiera podia decirse, dada la especificidad de un arte cuyo ejercicio no disminuye con In edad, quc un artista envejecido, que no se hallaba ya en ci apogeo de sus capacidades, quisiera refugiarse en un tranquilo puesto circense; todd lo contrario, ci artista del hambre aseguraba, y esto era perfectamenre creIble, que seguia ayunando igual de bien que antes, si, Iiego incluso a afirmar que, silo dejaban actuar segün su voluntad —cosa que Ic promerieron sin chistar—, esta vez despertaria realmente un justificado asombro en el mundo,

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afirmación esta que, teniendo en cuenta el cambio operado en los gustos del püblico, que ci artista olvidabafácilrnente en su entusiasmo, solo provocaba una sonrisa entre La genre del oficio. Pero, en ci fondo, ci artista del hambre no perdio de vista la realidad de ha situación y considero natural que no to pusieran con so jaula en ci centro de la pista, como nümero cxtraordinario, sino fuera, en un lugar de muy Mcii acceso pot lo demas, cerca de los establos. Grandes carteles de distintos colores enmarcaban La jaula, anunciando to que podia verse en ella. Cuando, en las pausas del espectaculo, ci püblico se agoipaba en los establos para vet a Ins animates, era casi inevitable que pasara junto al artista y se detuviera un momento ante él; quizá se habrian quedado más tiempo si, en ci estrecho pasilto, los que venian detrás y no entendlan esa parada en ci camino hacia los ansiados estabios no hubieran impedido una contemplación más tranquila y prolongada. Este era también ci motivo pot ci que ci artista del liambre tembiaba al pensar en esas horas de visita, que por otra parte deseaba como La meta de su vida, claro estã. En los primeros tiempos apenas si podia esperar los entreactos; fascinado, aguardaba a La multitud que irrumpIa, hasta que muy pronto se convenció —m siquiera et autoengaflO más pertinaz y casi consciente pudo hacer frente a las experlencias— de que la intención principal de esa gente era una y otra vez, sin excepción, visitar los estabios. Y esa vision a distancia segula siendo la más hermosa. Pues en cuanto se haliaban cerca de el, at punto quedaba abrumado por ci griterlo y Los insuitos de las facciones que no paraban de formarse todo el tiempo: la de aquelios que querIan verlo cOmodamente —pronto se convirtiO en la .más penosa para dl— no por cornprensión, sino por capricho y testarudez, y Ia de quienes solo querIan it directamente a los establos. En cuanto pasaba la gran turba ilegaban Los rezagados, pero estos, a los que ya nada impedia detenerse alil ci tiempo que quisieran, pasaban de Largo a grandes zancadas, casi sin mirar de reojo, pan Iligar a tiempo de ver a Los animates. Y no era muy ftccuente ci caso afortunado de que un padre de familia liega-

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se con sus hijos, senalase al artista del hambre con el dedo, explicase en detalle de qué se trataba, les hablase de aflos pasados, en los que habla asistido a exhibiciones sirnilares, aunque incomparablemente mis grandiosas,° y los niflos, debido a su insuficiente preparación en la escuela y en la vida —qué podian saber sobre ci ayuno?—, seguIan sin entender lo que ocurrIa; pew en ci brilllo de sus ojos escrutadotes dejaban trasluch- algo de Jos nuevos tiempos venideros, mis clementes. Tal vez, se decIa a veces el artista del hambre, todo irIa un poco mejor si no lo hubieran instalado ran cerca de los establos. Elegir le resultaba asi demasiado Mcii a la gente, pot no niencionar que las emanaciones de los establos, la inquietud nocturna de Jos animales, ci transporte de los trozos de came cruda para !as fieras y los rugidos de estas al corner lo vejaban .mucho y lo oprimlan permanentemente. Sin embargo, no se atrevia a comunicarlo a la direcci6n;0 despues de todo, debla a los animales la multitud de v.isitantes, entre los que de vez en cuando tambien podia haber uno que viniera a verb, y quién sabe donde lo esconderian si quisiera recordarles su existencia y, de paso, que en el fondo no era sino un obsticulo en ci camino a los establos. Un pequeño obstaculo, de todas formas, an obsticulo cada vez mis pequeflo. La gente se fue acostumbrando a la extravagancia de que on artista del hambre quisiera reclamat Ia atención en los tiempos actuales, y ese acostumbrarse acabo pronunciando sobre él la sentencia definitiva. Por más que ayunara como mejor podia —y lo hacia—, ya nada era capaz de saivarlo, la gente pasaba de largo ante su jaula. Como explicar a alguien ci arte del ayuno! A quien no lo siente no hay forma de hacérsc!o entender. Los hermosos carteles se volv.ieron suctos e ilegibles, !os arrancaron, y a nadje se Ic ocurrió sustituirlos; Ia tablilia con el nOrnero de dfas de ayuno transcurridos, que en Jos primeros tiempos se renovaba cuidadosamente cada dIa, Ilevaba ya macho tiemp0 siendo La misma, pues al cabo de ]as primeras semanas el propio personal se habla hartado incluso de ese trabajo mlnimo; y el artista del harnbre siguió, pues, ayunando como

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habia soñado tienipo atrás, y lograba hacerlo sin esfuerzo, exactamente cal y come to previera entonces, pete nadie contaba ya los dIas; nadie, ni siquiera el mismo artista del hambre, sabla cuán grande era ya ci trabajo realizado; y su corazón se llenó de tristeza. Y cuando alguna vez, en aquel tiempo, un ocioso se detenla ante La jaula, se burlaba del antiguo nñmero y hablaba de estafa, era esta la mentira más estüpida que hubieran podido inventar la indiferencia y la maldad innata, pues no era ci artista delhambre quien enganaba —él trabajaba honestamente—, sine que el mundo to enganaba escarnoteandole su recompensa. Pero pasaron muchos dias y también esto llegó a su fin. Un vigilante reparé un dIa en la jaula ypreguntó a los criados por qué tenlan alli, sin usar y con paja podrida en su interior, esa jaula perfectamente aprovechable; nadie to sabia, hasta que uno de ellos se acordó del artista del hambre at ver la tablilla. Removieron la paja con unas varas y encontraron en ella at artista. , dijo ci vigilante y se IIevó ci indice a La sien para sugerir al personal ci estado mental del artista, ute perdonamos.'> ' , dice entonces. Si, si, td y tus silhidos", pensamos nosotros. Par lo demás, no hay un auténtico rechazo en su rebelion, es más bien la manera de set y agradecer de un niflo, y el papel del padre es no hacerle caso. Pero hay otra cosa tnás dificil de explicar en esta relación entre el pueblo y Josefina. Y es que Josefina piensa lo contrario: cree que es ella La que protege al pueblo. Supuestamente, su canto seria el que nos salva de una mala situación politica o econórnica; ni más ru menos que eso Cs capaz de conseguir; y si no conjura la desgracia, al menos nos da fuerzas Para soportarla. No lo expresa de este mode, ni de rungun otro, en general habla poco, guarda siiencio entre los charlatanes, Pero el fulgor de sus ojos lo proclama yes posiHe leerlo en su boca cerrada; entre nosotros muy Pecos son capaces de mantener Ia boca cerrada, y ella puede. Ante cuaiquier maia noticia —y hay dias en que estas se suceden atropelladamente una tras otra, incluidas las falsas y las que solo son ciertas a medias—, se levanta en el acto, cuando por lo general tiende a postrarse en el suelo, cansada; sc levanta y estira ci cueflo intentando abarcar su rebaño con la niirada, corno ci pastor antes de Ia tormenta. Cierto es que también los niflos plantean exigencias siniliares a su rnanera salvaje e incontrolada, pero en ci caso de joselina estas no son infundadas como en elios. Ciaro está quc ella no nos salva ni nos da fuerzas; es Mcii hacerse pasar per salvador de este pueblo acostumbrado al sufrimiento, sacrificado, decidido, ', exciamo,-soy yo; un viejo cliente; fiel y devoto; solo temporalmente sin medios.'> " Mu j er>' , dice ci carbonero, > >, exclamo yo, y mis ojos quedan velados por insensibles lágrimas de frio, ' , exciamo, " mi más cordial saludo; solo una palada de carbon; aqul, en este cubo; yo mismo inc

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la lkvaré a casa; una palada del peor que tenga. Per supuesto quc se la pagaré integra, pero no enseguida, no enseguida. " 1 Qu6 taflido de campanas son las dos palabras -no enseguida " , y cuán perturbadoramente se mezclan con el repique vespertino que ilega desde ci vecino campanario! y ',° icon qué derecho puedo quejarme de Jos demis? Probablemenre no scan injustos, aunque estoy demasiado cansado par entenderlo todo. Estoy demasiado cansado incluso para caminar tranquilarnente hasta la estación, quc no queda nada lejos. Por qué entohces no paso estas breves vacaciones en la ciudad y descanso un poco? La verdad es que soy un insensato. Este viaje me pondrâ erifermo, lo sé muy bien. Mi habitacion no será lo bastantc cónioda, en ci campo no se puede esperar otra cosa. Y solo estamos en Ia primera quincena de junio, ci

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aire en ci campo aün suele set muy frio. Cierto es que pot precaución voy abrigado, pero tendré que saiir con gente que SC pasCa ya bien entrada la noche. Hay lagunas pot cuyas onhas pascarCifiOs, y seguro que me resfriaré. Por lo dCmás, brihare muy poco en las conversaciones. No podré comparar ninguna de esas Lagunas con otras situadas en algün pals remoto, porque jamás he viajado, y para hablar de La luna y sentirme dichoso y trepar entusiasmado por pilas de Cscornbros la verdad CS que soy demasiado viejo y se reirIan de ml. La genre pasaba con la cabeza algo inclinada, Ilevando negligentemente por encima sus paraguas oscuros. También paso tan carro de carga sob.re cuyo pescante, Ileno de paja, un hombre estiraba las piernas con tanta indolencia que uno de sus pies casi rozaba el SUCIO, mientras el Otto reposaba Cntre on montón de paja y harapos. Daba la impresión de estar sentado en el campo con muy buen tiempo. Sin embargo, sostCnIa atentamCntC las riendas para que el carro, cargado de barras de hierro que se entrechocaban, pudiesC girar bien a través del gentIo. En el suelo hérnedo, el reflejo del hierro SC deslizaba ienta y sinuosamente por sobre las hileras de adoquines. El chiquillo que acompanaba a la dama de enfrente iba vestido como un viejo viticultor. Su trajC plisado formaba un gran cIrculo pot la parte de abajo y solo una corita de cuero lo ceñla casi debajo de las axilas. Su gorra semiesfénica Ic Ilegaba hasta las cejas, y de La punta pendia una borla que cala sobre su oreja izquierda. La liuvia lo divertla. Salla del portal y miraba ci cielo con los ojos muy abiertos para recoger más iluvia. A rams daba grandes saltos y salpicaha mucha agua, lo que Ic valia agrios reproches por partC de los transeüntes. Pot itimo la dama lo liamO y lo rCtuvo por La mano, pero 61 no lhoró. Dc pronto Raban SC sobrCsaltO. No SC Le habia hecho tarde? Como Ilevaba ci sobretodo y la chaqueta abiertos, pudo sacar su rCloj rápidamente. No funcionaba. Malhumorado, preguntó la hora a un vecino que estaba conversando un poco más adentro, en Cl vestjbulo. En medio de una carcajada ligada a La conversaciOn este he dijo: .

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Raban no respondio, plegó el paraguas, y el cielo, pálidamente oscurecido, se cerró encima de él. Si at menos me equivocara tie tren, pensó, tendria la sensación tie haberme embarcado ya en la empresa, y más tartie, una vez aclarado el error, me sentiria mucho mejor cuando Ilegara de nuevo a esta estación. Por ultimo, aun si aquel lugar fuese tan aburrido como dice Lement, eso tampoco tiene por qué set un inconveniente. Me quedarla mds tiempo en la habitación y, en realidad, nunca sabria muy bien donde están los demás; pues si hay ruinas en los airededores, no hay duda de que se organizará un paseo para it a visitarlas en grupo, tat y como con seguridad se habra acordado previamente. Y en ese caso habria que alegrarse; por eso no puede uno faltar. Pero aun si no existiera esa curiosidad digna de verse, tampoco habria deliberaciones previas, pues si, contra toda costumbre, uno juzgase conveniente hacer una excursion más larga, cabe esperar que todos se reunirian sin dificultad, ya que bastarla con enviar a la criada a La habitación de Los demás, donde estarIan sentados ante una carta 0 Ufl Libro, y se quedarlan encantados con hi noticia. Protegerse contra esas invitaciones no es difIciL, y, sin embargo, no sé yo silo conseguirla, pues tampoco es tan Mcii como me imagino, at menos ahora que ann estoy solo y puedo hacer to que quiera, incluso regresar si me apetece. Pues alil no tendré a nadie a quien visitar cuando me plazca, ni a nadie con quien hacer excursiones más dificuitosas, o que me muestre el estado de sus sementeras o alguna cantera cuya expLotación dirija. Porque no se puede estar seguro ni de Los viejos conocidos. !Acaso Lement no ha estado hoy amable conmigo? Me ha explicado una serie de cosas y me ha descrito todo tat y como yo to encontraré. El mismo me abordO y Luego me ha acompaflado, pese a que no querla ninguna informaciOn de ml y tenia otro asunto pendiente. Y ahora se ha ido de buenas a primeras, aunque nada de lo que Le he dicho haya podido ofenderlo. Cierto es que me negué a pasar la noche en la ciudad, Pero era IOgico, eso no puede haberLo ofendido porque es un hombre sensato.

Escritos póstumos

El reloj de la estación dio la hora: eran las seis menos cuarto. Raban se detuvo porque sintiO palpitaciones, luego echo a andar bordeando Ia laguna del parque, liege a un angosto sendero mal iluminado que serpenteaba entre altos arbustos, desemboco en una plaza donde habia muchos bancos vacios adosados a pequeflos it-boles, salio a paso ma's lento por una abertura en la verja que daba a !a calle, la atravesO para luego franquear de un salto la puerta de la estación, encontró !a ventanil!a al cabo de un momento y tuvo que golpear levemente la portezuela de metal. El empleado se asomó, Ic dijo que iba may justo de tiempo, cogió el dinero y tire ruidosamente sobre el mostrador algo de calderilia y ci billete. Raban quiso contarla a toda prisa, pues le pareciO que tenlan que devolverle mIs, pero un mozo de cordel que pasaba a su lado lo empujO a través de una puerta vidriera hasta ci anden. Alli mirO Raban a su airededor al tiempo que gritaba "Gracias, gracias " al mozo de cordel, y al no ver a un solo revisor, subio en soiitario la escalerilla del primer vagOn que encontrO, poniendo siempre su maletIn sobre el peldano más alto y aizindose él detris, con una mano apoyada en el paraguas y la otra aferrada al asa del maIetIn. El vagOn en ci que entró estaba iluminado pot- las numerosas luces del yestibulo del anden donde se haliaba estacionado; det.ris de algunas ventanillas —todas herméticamente cerradas— pendla, cercana y visible, una crepitante limpara de arco, y las innumerab!es gotas de Iluvia, algunas de las cuales se desplazaban sobre Jos cristales, pareclan blancas. Raban siguiC oyendo los ruidos del andén incluso despues de cerrar la puerta del compartimiento y sentarse en el ültimo sitio libre de un banco de madera clara. Vio muchas espaldas y nucas y, entre ellas, las caras de los que estaban apoyados en ci respaldo del banco de enfrenre. El humo de (as pipas y los put-os Se elevaba en a!gunos sitios formando volutas, y una vez hasta pa s6 linguidaniente junto al rostro de una chiquilla. Los pasajeros cambiaban de asienro con frecuencia y conientaban los cambios, o bien rras!adaban su equipaje pasindolo de una a otra de las estrechas redes azules suspendidas encima de los bancos. Cuando tin bastOn o ci canto reforzado de al-

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guna maleta sobresallan, el propietarlo era advertido, se acercaba y restablecia el orden. También Raban tuvo esto en cuenta y empujó su maletin debajo de su asiento. A su izquierda, junto a la ventanilla, dos señores sentados frente a frente hablaban sobre precios de mercaderlas. >, pensé Raban, y Los miró respirando ya con regularidad. El fabricante los manda al carnpo, ellos obedecen, viajan en tren, y en cada pueblo van de tienda en tienda. A veces viajan en coche entre los pueblos. No dehen detenerse mucho en ningün sitio, pues todo ha de hacerse rápido y solo pueden hablar de su mercaderla. lCon qué alegria puede uno emplearse a fondo en una profesión tan agradable! El más joven sacó de pronto una libretade apuntes del bolsillo trasero de su pantalón, la hojeó tras humedecerse fugazmente el Indice en la lengua y leyó luego una página, deslizando hacia abajo La uña. Al alzar la mirada, La fijó en Raban como se mira fijamente algünpunto para no olvidar nada de lo que se quiere decir, y no La apartó de él ni siquiera cuando empezó a hablar sobre precios de hilos. Al mismo tiempo frunció las cejas, acercándolas a Ins ojos. Sostenia La libreta entreabierta en la mano izquierda, con el pulgar sobre la pigina que acababa de leer para consultarla facilmenit si le hacia falta. La libreta temblaba porque el brazo no se apoyaba en ningün punto y el vagón avanzaba golpeando Jos rieles como un rnartillo. El otro viajante se hahIa apoyado en el respaldo y lo escuchaba asintiendo con la cabeza a intervalos desiguales. Era evidente que no estaba de acuerdo con todo y que después iba a dar su opinion. Rahan ahuecO las palmas de las manos, Las puso sobre sus rodillas e, inclinandose hacia dclante, mirO por la ventaniIla entre Las cabezas de Los viajantes y, a través de ella, vio unas laces que pasaban velozmente y otras que retrocedlan volando hacia la lejanla. No comprendia nada de lo que decia el viajante, y tampoco hubiera entendido la respuesta del otro. Para ello habrIa hecho falta una buena preparación, pues era gente que desde su juventud hahia trabajado con mercaderlas. Cuando uno ha tenido ya tanras veces un ca-

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Escritos pdstumos

rrete de hilo en La mano y se lo ha tendido tantas veces a sus clientes, conoce muy bien ci precio y puede hablar sobre el. Y puede .hacerlo mientras las aldeas nos salen al encuentro y pasan como una exhalacion, mientras se vuelven hacia las profundidades de la campifla, donde a la fuerza las perdemos de vista. 1', no obstarite, son aldeas habitadas enias que tal vez haya viajantes que vayan de tienda en tienda. En trna esquina, al otto extremo del vagón, se Ievanto un .hombre muy alto que tenIa varios naipes en La mano y exciamó: ' Voivió a mirar a Raban; no se avergoozaba de sus ojos lienos de lagrimas y apretó contra su boca las falanges de La mano izquierda, porque los labios le temblaban. Raban se retrepó en el asiento y tire suavemente de su bigote con la mano izquierda. Enfrente de el, la tendera se desperté y, sonriendo, se paso las manos por la frente. El via j ante hajO ci tono de voz. Una vez más la mujer se acomodO como para dormir y suspiró, recosrándose a medias sobre su hato. La falda se le tensó por encima de la cadera derecha. Detrás de ella, on señor tocado con una gorra de viaje iba leyendo on gran periodico. La chiquilla sentada enfrente de el, probablemente familiar suyo, le pidiô —y al hacerlo ladeO Ia cabeza hacia ci hombro derecho— que pot favor ahriera la ventanilla, pues hacia mucho calor. Sin levantar la mirada, él respondió que lo harla enseguida, que solo queria acabar de leer un parrafo en el periOdico, y Ic mostrO a cmii se referia. La tendera ya no pudo conciliar el sueflo, se irguió en so asiento y miró pot La ventanilia, luego se quedO un buen rain contemplando La Llama de la lámpara de petróieo que ardla,

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Escritos póstunios

amarijienta, coigada del techo del vagén. Raban cerró un memento los ojos. Cuando volvio a abririos, la tendera acababa de mordcr on trozo de pastel cubierto por una capa de mermelada parda. A su lado, ci hate estaba abierto. Uno de los viajantes fumaba un pure y continuamente hacla el gesto de sacudir la ceniza. El otro hurgaba —y se Ic ola— con la punta de un cuchillo en ci engranaje de un reloj de boisillo. Con los ojos casi cerrados aün vie Raban vagamente come ci señor de Ia gorra tiraba de la correa de la ventanilba. EntrO aire frio en ci compartimiento, y un sombrero de paja cayO de so gancho. Raban creyO que se estaba despertando y que per eso tenia las mejiblas tan frIas, o que abrian una puerta y lo metfan en una habitaciOn, o que de algün mode se equivocaba, y pronto se quedo dormido.

Aón temblaha levemente la escaleribla del vagOn cuando Raban bajo per ella. La liuvia golpeO con fuerza su cara, que salfa del ambiente del compartimiento, y le hizo cerrar los ojos. Sobre ci techo de hojalata del edificio de la estación lievia ruidosamente, rnientras pie en campo abierto la lluvia cafa de mode tab que uno crela oIr un viento que sopiara a .intervabos regulates. Un muchacho descabzo ilegO corriendo —Raban no habia visto de donde— y Ic pidiO, sin aliento, que Ic dejara cargar Ia malera porque estaba Iloviendo, pete Raban dijo que, en efecto, estaba lioviendo y per eso iba a coget el Omnibus,' Que no lo necesitaba. El chico hizo una mueca, come si juzgase más distinguido caminar bajo 'a liuvia y dejar quc alguien cargara.la maleta que coger el Omnibus; die media vuelta y se aicjó a Ia carrera. Ya era demasiado tarde cuando Raban quiso ilamarlo. Sc velan brilbar dos farolas, y un empleado de la estaciOn sabio per una puerta, avanzó sin vacilar bajo la bluvia hasta la locomotora, se detuve alIf con los brazes cruzades y esperO a que ci maquinista se inclinara sobre la barandilla y be habbara. Llamaron a un niozo de cordel, que vino y voiviO a marcharse. En algunas ventanibias habia pasajeros

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de pie, y como to ünico que habia por vet era ci edificio de una estación comOn y corriente, tenian la mirada turbia y los parpados entrecerractos, como cuando ci tren estaba en movimiento. Una chiquitla que tlego a toda prisa del camino coniarcat bajo un parasol con dibujos de flores apoyó este, abierto, en ci suelo del andén, se sentó y separO las piernas para que la falda se Ic secara mejor, al tiempo que deslizaba la yema de los dedos sobre la tela tensada. Solo habia dos íarolas encendidas, por lo que no se Ic vela bien la cara. Al pasar junto a ella, ci mozo de cordel se quejó de los charcos que se estaban formando debajo del parasol, describió un circuto con los brazos para mostrar ci tamaflo de esos charcos y agitó luego las manos una tras otra en el aire, como peces que descienden a aguas más profundas, para dare a entender que, además, el parasol impedIa ci paso. El tren arrancO, desapareció como una larga puerta corredera y, detrás de los áiamos, al otro lado de las vIas, surgió un paisaje tan cerrado que cortaba el aliento. E Era un rectangulo oscuro o un bosque? Era una laguna o una casa en la que la gente ya dormia? Era la tone de una igiesia o una garganta entre las colinas?° Nadie debia arriesgarse a it por aHI, pero quién podia contenerse? Y cuando Raban voiviO a ver al empleado —este ya estaba ante el escalOn de entrada a su despacho—, corriO hacia €1 y lo detuvo: Disculpe, está muy lejos ci pueblo? Tengo que it ailI" " No, solo un cuarto de hora, pero con ci omnibus —pues sigue Iloviendo— iiegará usted en cinco minutos. Con su permiso.'> eLlueve. No es una primavera bonita " , replicó Raban. El empleado habIa apoyado la mano derecha en Sn cadera, y por ci triangulo que se formO entre ci brazo y ci cuerpo, Raban vio a la chiquilia, que ya habia cerrado ci parasol, sentada en un banco. '. oPues si, y le gustarla ponerse en marcha " , respondiO Raban asomandose por La portezuela abierta, con la mano derecha aferrada a la jamba y la izquierda abierta cerca de Ia boca. El agun de la iluvia le cala con fuerza entre ci cuello de La camisa y ci suyo propio. Envuelto en la tela de dos sacos rotos se acercó ci cochero; ci reflejo de su farol de establo saltaba sobre los char..cos debajo de éi. Maihurnorado, empezO urn explicación: que habia estado jugando a las cartas con Lebeda, fIjese bien, y los dos estaban enfrascados al máximo cuando llegO ci tren; de verdad Ic hubiera sido imposible echar una ojeada por ahi, aunque tampoco querla ofender si alguien no lo comprendIa. Pot lo demás, ese lugar era on agujero inmundo -no hay atenuantes que valgan-, y costaba mucho entender qué podia hacer ahI un caballero como él, seguro que aOn liegaria a tiempo y no tendrIa pot qué que j arse ante nadie. Ahora mismo acababa de entrar ci señor Pirkershofer -es nada menos que ci señor adjunto-°y Ic habia dicho que crela que on hombre rubio bajito querla viajar en ci omnibus. 'V entonces el habia preguntado enseguida, o acaso no habla preguntado enseguida? El farol fue sujetado en el extremo de la ianza; ci caballo, animado con un grito sordo, echO a andar, y ci agua, agitada de pronto en ci techo del Omnibus, empezO a gotear por urn rendija hacia ci interior del carruaje. Puede que el camino fuera montafioso; seguro que ci barro salpicaba los rayos; ci agua de Los charcos formaba ruidosos abanicos al girar las ruedas hacia atrás; ci cochero guiaba al cabaHo con Las riendas sueltas la mayor parte del tiempo. No podria utilizarse todo eso como reproches contra Raban? Muchos charcos cnn iluminados de improviso pot ci farol que tembiaba en la ianza, soportaban el goipe del casco y se dividlan bajo la rueda levantando olas. 'V esto solo sucedia porque Rahan iba a reunirse con su novia, con Betty, una herniosa muchacha ya un poco madura. 2Y quién sabrIa apreciar -si se empenaban en hablar de rib- los méri

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Escritos póstumos

tos de Raban en todo este asunto, antique solo fuera ci de aguantar unos reproches que, de codas formas, nadie podia hacerle abiertamente? Per supuesto que Jo hacia muy a gusto, Betty era su prometida y eJ la querla, serla repugnance que ella tambien le agradeciera aquello, y no obstante,.. Sin quererlo, golpeteo varias veces con la cabeza la pared cii la que estaba apoyado, Juego alzo un momento la mirada al techo. Su mano derecha se deslizo del muslo sobre ci que la habla posado, pero el codo quedo en el Ingulo formado pot ci vientre y la pierna. Ya avanzaba el omnibus per entre grupos de casas; de rato en rato el interior del carruaje compartia la luz de alguna habitación; una escalera —para ver sus primeros peldaflos Raban hubiera tenido que levantarse— conducia a una iglesia; ante ci portal de un parque ardia una lImpara con una gran llama, pero la estatua de un Santo se destacaba en negro gracias a Ia luz de un simple tenducho; en ese memento vio Raban su vela consumida, la cera so! idificada colgando inmovil del banco. Cuando ci carruaje se detuvo frente ala hosterla —la iluvia se ofa con fuerza y (probabiemente habia una ventana abierta) también las voces de los parroquianos—, Raban se preguntó qué serIa niejor, si bajar de inmediato o esperar a que el posadero se acercara al omnibus. No sabia cull era la costumbre en aquel pueblo, pero seguro que Betty ya habrIa hablado de su nov10, y segOn que este hiciese una entrada pomposa o deslucida, ci prestigio de ella aumentaria o dismlnuirIa, y rambién el de éI, por supuesto. Ahora bien, Raban no sabia de qué grado de prestigio disfrutaba ella ni lo que habla contado sobre éi, pot Jo que todo era mucho mIs desagradable y difIcil. Bonita ciudad y bonito camino tic vuelta a casa. Si alli Ilueve, uno vuelve a casa en ci tranvia rodando sobre adoquines mojados, aqul atraviesa Jodazales en un carr'uaje para it a una hosterIa. La ciudad queda lejos tie aquf, y si yo amenazara ahora con morirme tie añoranza, nadie podrIa boy lievarme de vuelta a ella. Ciaro que tampoco me moriria, pero alil me ponen sobre la mesa ci plato tie comida previsto para Ia noche; a Ia derecha, detrIs del plato,

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el periódico; a Ia izquierda, la Lampara; aquI me servlrán una comida atrozmente grasienta ... ; 110 saben que tengo on estómago delicado, y silo supieran ... ; un periódico extranjero, mucha gente a la que ya oigo estará alli presente, y una sola lámpara arderá para todos. Qué luz podrá dar algo asI? La suficiente pan jugar a Las cartas, pero para Leer el periódice? EL posadero no viene, no le importan nada los huespedes, probabLemente sea un hombre poco amable. 0 bien sabe que soy el novio de Betty y eso Le da un motivo para no salir a recibirme. Hilo cuadrarla con La larga espera a La que me sometió ci cochero en Ia estación. Betty me ha explicado a menudo lo mucho que la han hecho sufrir Los hombres lascivos y cémo ha tenido que rechazar sus acosos, tal vez aqui también sea eso

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IEscrjtos pdsrumos

[Version B; I9O8?]

Cuando Eduard Raban, despues de atravesar ci zaguán, entró en ci vano del portal, pudo vet como IlovIa. LiovIa poco. Por la acera, justo delante de ei, ni más arriba ni más abajo, pasaban muchos transeántes a pesar de la Iluvia. Alguno se adelantaba a veces y cruzaba ]a calzada. Una niflita lievaba un perro gris en sus brazos estirados. Dos señores intercambiaban informaciones sobre alguin asunco; de rato en raw giraban toda In parte delantera del cuerpo hasta quedar frente a frente y luego voivIan a apartarse con lentitud; haclan pensar en puertas que ci viento abre. Uno de ellos tenfa las manos con las palmas vueltas hacia arriba y las subia y bajaba regularmente como si sopesara alguna carga. Luego apareció una esbelta dama cuyo rostro tremoiaba ligeramente conio la iuz de las estrellas y cuyo sombrero chato estaba repleto hasta ci borde de cosas irreconocibies; sin quererlo, .les parecia extrafla a todos los transeOntes, como en virtud de una icy. Y un joven con un basten delgado paso a toda prisa, la mano izquierda pegada al pecho como si estuviese paralizada. Muchos se diriglan a su trabajo; pese a que caminaban rapido, se les vela mds que a otros transeónres, ora sobre la acera, ora abajo, las chaquetas les quedaban mal, no daban ninguna importancia a su porte, se dejaban empujar por la gente y ellos tambien empujaban. Tres señores —dos de los cuales Ilevaban sendos abrigos ligeros en su antebrazo dobiado— se alejaron de la pared de las casas hasta ci bordillo de la acera para ver lo que ocurrIa en la caizada y en la acera de enfrente. Poe los espacios que se iban abriendo entre los transeOntes se velan primero fugazmente, luego detenidamente, los adoquines regularmente ensaniblados de la caizada, sobre los que avanzaban, balanceándose por encima de las ruedas, co-

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cites velozmente tirados por cahallos con el cuello estirado. La gente que iba en Los asientos acoLchados contemplaba en silencio a Los peatones, las tiendas, Los baLcones y el cielo. Cuando tin carruaje tenia que adeLantar a otro, los caballos se estrechaban uno contra el otro y el correaje colgaba barnboleante. Las bestias tiraban con fuerza de La Lanza y el carruaje echaba a rodar precipitadamente, balanceándose hasta que el arco se compLetaba en tomb at coche delantero y los caballos volvIan a separarse, dejando que SUS esbeltas cabezas se inclinaran aün una hacia la otra. Un señor de cierta edad se dirigió a toda prisa hacia el portal, se detuvo sobre el suelo de mosaico seco y dio media vuelta. Luego miró la Iluvia que, constrenida, cala confusamente sobre la angosta calLe. Doblando un poco la rodilla derecha, Raban dejó en el suelo su matetin, forrado con una tela negra. El agua de La iLuvia corrIa ya por los bordes de La caLzada en cintas que casi se tensaban para ilegar a los canates situados a mayor profundidad. El señor de cierta edad se instalé muy cerca de Raban —que estaba ligeramente apoyado en la hoja de madera de la puerta— y miraba a rams en dirección a él, aunque para ello tuviera que girar muchisimo el cueLlo. Solo hacla esto, sin embargo, movido por La necesidad natural de at menos observar atentarnente todo cuanto to rodeaba, pues no estaba haciendo nada. El resultado de ese inütil mirar a uno y otro lado fue que no reparé en muchas cosas. AsI, se Le escapó que los labios de Raban eran rnuy pálidos y no Ic iban a la zaga at rojo totalmente desteflido de su corbata, adornada con un dibujo morisco que en otro tiempo habia sido iLamativo. Dc haberlo advertido, seguro que habria armado un griterlo en su fuero interno, cosa que ranipoco hubiera sido correcta, ya que Raban siempre estaba palido, aunque en los ñLtimos tiempos algo podia haberLo cansado particuLarniente. uVaya tiempo hace! '>, dijo el senor en voz baja y sacudiendo Ia cabeza de forma sin duda consciente, antique con un aire un tanto seniL.

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" Si, si, y cuando encima hay que viajar...>>, dijo Raban irguiendose rápidamente. noes que tenga visos de mejorar>' , afladio ci señor y, para inspeccionarlo todo una vez más, la üitima, se inclino hacia delante y miró calle arriba, luego calle abajo, luego al cielo: Tras lo coal bostezo y pareció relajarse, pues ya habla escuchacjo la voz de Rahan y, entretenido con esta conversacion, dejo de interesarse per todo ci resto, incluida la conversación. Esto impresionó bastante a Raban, ya que a fin de cuentas era ci señor quien Ic habla dirigido la palabra; por eso intento darse cierta importancia, aunque su esfuerzo acabo pasando inadvertido. , dijo, -en Ia ciudad.uno puede renunciar perfectamente a lo que no Ic resuite provechoso. Si no renuncia, solo a si misnio podra reprocharse las conseduencias. Sc arrepentirá, y solo entonces tendra claro cOmo habrá de comportarse la vez siguiente. Y si esto es asi ya en Jos casos particulares ([a/ta una pdginaj

>, dijo Raban volviendo a apoyarse en la puerta. Solo enronces advirtio que el pasillo se habia lienado de gente. Incluso habla unos cuantos ante la escalera de la casa, y un funcionario que habla aiquilado una habitaci6n en el piso de la misma señora que alojaba a Raban tuvo que pedir ala gente que le abriera Paso parabajar. A Raban, que se limito a seflalar la lluvia con la mane, .le grito " No pienso discutir>>, dijo ci señor. ,No piensa discutir, P ero tarnpoco admitira su error, Epor qué insiste tanto en ello? Y aunque ahora lo recuerde todo

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tan nItidamente, apuesro a que Jo olvidaria si hablara con €1. Me reprocharla no haberlo refutado mejor ahora. Hay que oIrlo cuando hab.Ia de un libro. Enseguida se dntusiasma pot todo lo bello."

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Escritos póstumos

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Cuando Eduard Raban, envuelto en un sobretodo gris azulino, entró en el vano del portal después de atravesar el zaguán, pudo ver cOmo llovia. LiovIa poco. Raban mirO el reloj de una torre bastante alta y al parecer cercana, que se alzaba en una calle situada a un nivel más bajo. Una banderita fijada en lo alto ondeo, solo un instante, frente a la esfera del reloj. Una bandada de pajarillos echo a volar, formando una masa compacta y tensa, aunque osci]ante. Eran Las cinco pasadas. Raban puso en ci suelo su maletin forrado con una tela negra, apoyO el paraguas en un guardacanton y ajustO la hora de su reloj de bolsillo —Un rcioj de mujer sujeto a su cuello por una cinta delgada y negra— a la del reloj de 'a torre, tras mirar varias veces ambas esferas. Paso un buen ram ocupado en ello y sin pensar en nada más, bajando y alzando alternarivamente la cara. Por Oltimo se guardó ci reloj y se paso la iengua por los Iabios de pura alegrIa, pues tenla tiempo suficiente y no necesitaba salir bajo la lluvia. Por la acera, jusro delante de el, ni más arriba ni más abajo, pasaban todavia muchos transeOntes pegados a las casas, o bien bajo sus paraguas, a cierta distancia unos de otros. Una niflita llevaba en sus brazos estirados un perro gris que le miraba Ia cara. Dos señores intercambiaban informaciones; de rato en raw giraban toda Ia pane delantera del cuerpo envuelto en ondeantes sobretodos hasta quedar frente a frente; uno de ellos tenla las manes con las palmas vueltas hacia arriba y las subia y bajaba —los dedos permanecIan inmOviles— como Si sopesara alguna carga. Luego apareciO una dama cuyo rostro tremolaba ligeramente como la luz de las estrellas y cuyo sombrero chato es-

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taba replete hasta ci borde de cosas irreconecihies; sin quererle, les parecIa extrafla a todos los transeántes, como en virtud de una ley. Y un joven con un baston delgado paso a toda prisa, La mano izquierda pegada at peche cemo si esruviese paralizada. Muchos se diriglan a su trabajo; pese a que avanzahan rãpido y con ci torso inclinado hacia delante, se les veIa más que a otros transeñntes, pues era caminaban per Ia acera, era saltaban ala caizada come desde ci estribo de un carruaje, y como atropeilahan a los demás per todas panes y no cedlan ci paso a nadie, eran empujades continuamente y dies también empujaban. Raban vio a unos cuantos conocides y saludô reiteradamente; una vez quiso aberdar a aiguien, pere ci otro no advirtió su geste y pasé de large sin aminorar la marcha. Tres señores —dos de los cuales Lievaban sendes abriges ligeres en su antebrazo debLado y uianqueaban a un caballero alto de barha blanca— se alejaron de la pared de las casas hasta el bordillo de la acera para ver to que ecurria en la calzada y en la acera de enfrente. Tirada de la mano per su institutriz, una nina avanzaba a pasitos cones con el braze libre estirade; come todes p0than ver, su sombrero de paja trenzada y tenida de reje lievaba una cenefa verde en el horde endulade. Raban se to seflaló con ambas manes a un señor mayor que se habIa parade junto a eL en el zaguán para pretegerse de la iluvia, la cual, deminada per un viente irregular, tan pronto se abatla a cántares come flotaba abandenada y caIa insegura. Raban se no. Ales nines les queda bien tode y a él Ic gustaban los nines, lo cual no es extrañe cuande uno tiene pecas eportunidades de estar con elks. Y tal era so caso. El señer mayor también se no. La institutriz, en cambio, no parecla tan contenta. Cuando se es mayor, una ya no se entusiasma tan rápido. Dc jeven si que se entusiasmaba, le cual, segün ha ido notande con la edad, no Ic ha apertado ningñn beneficie, de ahi que incluso

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Escritos posturnos

Is] IDesctipciOn de una lucha] [Version A; 1907-19081 Y la genre, bien vestida, va a pasearse, vacilante, per ]a grava, hajo esre vasto cielo, que desde las cohinas en Ia lejanla hasca lejanas colinas se extiende.°

Al file de la medianoche se levantaron ya unos cuantos invitados, se inchinaron, se dieron la mano, dijeron que rode habIa estado rnuy bien y pasaron luego al vestibule por ci gran marco de la puerra, para ponerse el abrigo. De pie en el centro de la hahitacion, la duena de la casa hacla graciosas reverencias, mientras en su vesrido se formaban primorosos pliegues. Sentado a una mesita de tres pans deigadas y tensas behia a pequeflos sorbos mi tc.rcema copica de benedictine y, mientras ho hacia, contemplaba la pequefla provisiOn de pasreles que yo mismo habia elegido y apilado, pues tenian un sabor rnuv fino. in eso se me acercO ml nucvo conocido y, sonriendo on tanto distraldamente al ver ho que me tenla ocupado, dijo con voz tremula: uDisculpe que me acerque a usted, pero hasta ah-iora he estado a solas con ml amiga en una habitaciOn conrigua. Desde ]as diez y media; tampoco es mucho riempo. Disculpe que se Jo diga. No nos conocemos. £Verdad que ties enconrrarnos en la escalera e inrercambiamos algunas palabras de cortesia? Y ya le estoy hablando de ml

Description de una lucha, A ( 1 9 0 7- 1 908)

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amiga ... ; Pero le ruego pie me disculpe, la alegria me desborda, ha sdo más fuerte que yo. Y como aqul no tengo conocidos en quienes confiar...>'. AsI habló. Pero yo to miré con tristeza, pues el trozo de tarta de fruta que tenfa en Ia boca no era muy bueno, y Ic dije en su cara bonita y enrojecida: . Cuando hube dicho esto, éi se sentó bruscamente, se retrepo y dejo colgar los brazos. Luego los dobló haciendo presión con los codos hacia atrás y empczó a decir en voz bastante aira: . Unos señores que estaban cerca y sospechaban una conversación animada se nos acercaron bostezando. Por eso me levanté y dije en voz alta: ' Hablaba con voz cantarina, come si cstuviena conrandome una histonia, una muy agradable per cierto, sobre un dolor muy alejado en una rodilla. También agiraba los brazes, pero no se Ic ocurria Icvanranne. Yo apoyé In cabeza en la mano derecha —el codo yacla sobre un adoquin— y dije ripidarnente para no olvidarUC5 justo

flescrif,ción de una Ir,cha, A (1907-1908)

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lo: -En realidad no sé por qué doblé a la derecha. El hecho es que bajo [as arcadas de esta iglesia —no sé cómo se llama,* disculpe, se to ruego— vi pasar un gato. Un gato pequeflo, de pelaje claro. Pot eso to vi... Oh no, no fue eso, disculpe, pero es que dominarse rodo el dIa supone ya un esfuerzo enorme. Uno duerme precisamente P ara recuperar fuerzas y poder hacerlo; cuando no dorrnimos, nos ocurren muchas veces cosas absurdas, aunque serla descortés pot pane de ntiestros acompañantes manifestar su asombro en voz alta". Mi conocido tenla las manos en los bolsillos y miró por encima del puente vaclo, luego hacia la iglesia de La Santa Cruz' y per ukimo at cielo, que estaba despejado. Como no me habla escuchado, dijo angustiado: Por cue no habla, amigo?, Ese siente ma!?, 2por qué nose levanta? Hace frIo aqul, se resfriará, y además, Eno querIamos it al monte San Lorenzo?". -Pot supuesto " , dije, odisculpea, y me puse en pie yo solo, con tin dolor muy fuerte, eso si. .Me tambalcé y tuve que fijar La mirada en la estatua de Carlos IV,' Para estar seguro de mi posición. Pero el claro de tuna era torpe e hizo mover también a Carlos IV. RHo me sorprendió, y mis pies recuperaron sus fuerzas per miedo a que Carlos IV pudiera venirse abajo si yo no mantenla una posición serena. Más tarde el esfuerzo me pareció inütil, pues Carlos TV se cayó justo cuando a ml se me ocurrió pensar que una muchacha envuelta en un hermoso vestido blanco me amaba. Hago cosas inütiles y desaprovecho mucho. jQué feliz ocurrencia la relacionada con la muchacha! 1' fue sin duda entranable por parte de la tuna iluminarme también a ml, y cuando per modestia me disponia a instalarme bajo la hoveda de la torre del puenre, comprendI que era simplemente natural que la Luna to iluminara todo. Pot eso extendi los brazos con alegrIa P ara disfrutar de ella por completo. En ese momento me acorde de los versos: Per las calles dando saltos corno un ebrio corrector, pisando el aire con fuerza,°

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Escritos pástumos

y me senti ligero cuando pude avanzar sin dolor ni esfuerzo dando brazadas de nadador. Mi cabeza se sentIa bien en aquel aire frIo, y el amor de la muchacha del vestido blanco me sumió en un éxtasis triste, pues tuve la impresión de que me alejaba nadando de la bienamada y de las montañas envueltas en nubes de su region. Y recorde que en una ocasión habia odiado a on conocido feliz que ahora quizá segula andando a mi lado, y me alegré de que ml memoria fuera ran buena como para conservar incluso cosas tan secundarias. Pues mucho tiene que soportar la memoria. Y asI supe de pronto los nombres de todas las estrellas, innumerables por cierto, aunque jamis los hubiera aprendido. Si, eran nombres extraflos, difIciles de retener, pero yo los sabla todos y con gran precisiOn. Levante el mndice hacia el cielo y empecé a recitar los nombres uno por uno y con voz potente. Pero no llegué muy Lejos con la enumeración de las estrellas, pues tenia que seguir nadando si no queria sumergirme demasiado. Sin embargo, para que después no pudieran decirme que cualquiera es capaz de nadar sobre el adoquinado y que no valia la pena contar aquello, me elevé de golpe por encima del pretil y empecé a rodear a nado todas las estatuas de sanins0 con Las que me iba topando. Al llegar a la quinta, y justo cuando me mantenia por encima del adoquinado dando espléndidas brazadas, mi conocido mecogiO por la mano. Volvi entonces a encontrarme sobre el adoquinado y senti un dolor en la rodilla. Habla olviclado los nombres de las estrellas y de la muchacha amada solo sabia que llevaba puesto un vestido blanco, pero no podia recordar qué motivos llegné a tener para creer en su amor. En nii interior fue surgiendo una cólera intensa y muy justificada contra mi memona, asI como cicrto miedo a perder a Ia joven. Y entonces reperI con esfuerzo y sin cesar ' . Como yo guardé silencio y solo manifestaba ml desasosiego mediante contracciones involuntarias de Ia cara, me pregunté: "No cree que la gente habla asI?>>. Pensé qué debia asentir con La cabeza, pero no pude. . El pianista dejO de tocar, pero no abandono su banco marrón y tampoco pareciO entenderme. Suspiro y se tapO la cara con sus dedos largos. Yo send enronces cierta compasiOn por a e iba a animarlo a seguir tocando, cuando llego la duena de la casa con un grupo de invitados. >, dijeron entre fuertes carcajadas, como Si yo hubiera querido hacer algo antinatural. La muchacha tamblCn se acercO, me lanzO una mirada desdeijosa y dijo: ,Por favor, señora, déjelo tocar. Tal vez quiera contribuiy de aigmin modo al entretenimiento general. Aigo muy loahie. Por favor, señora>'. Todos manifestaron ruidosamenre su alegria, pues por In visto crelan, como yo, en ci trasfondo irónico de esas palabras. Solo el planista permaneciO mudo. Tenia Ia cabeza gacha y acariciaba la madet-a del banco con ci indice de su

Descripcidn de una lucha, A (1907-1908)

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mano izquierda, como si dibujara en la arena. Ia empecé a ternblar y, para disimuiario, med las manos en los boisiiios del pantalón. Tampoco podia ya hablar claramente, pues mi rostro entero querla iiorar. Por eso tuve que eiegir mis palabras de manera tal que la idea de que querla ilorar les pareciera ridIcula a los oyentes. ,,Senora, dije, eahora tengo que tocar porque..." Como se me habia olvidado ci motivo, me senté al piano sin más preambulos. I entonces voivI a comprender mi situación. El pianista se levantó y, con gran cuidado, paso por encima del banco, pues yo Ic cerraba ci paso. eApaguc la iuz, por favor, solo puedo tocar en Ia oscuridad." Y me incorporé. Dos señores cogieron entonces ci banco y, silbando una canciOn y meciéndome ligeramente, me ilevaron muy lejos del piano, hasta la mesa del comedor. Todos pareclan estar de acuerdo y la señorita dijo: (>. Se Ic vela en verdad muy debil, sostenido solo por el respaldo. Luego se quitó el sombrero y Ic vi el pelo, perfumado y bien peinado, que remataba la redonda cabeza en una linea marcadamente curvada sobre Ia piel de la nuca, tal come se estilaba aquel invierno. Me alegre de haberle dado una respuesta tan inteligente. , dije, y me puse en pie solo, con un dolor muy fuerre, eso si. Me tambaieé enseguida y tuve que lijar La mirada en la estarua de Carlos IV Para estar seguro de mi pasiciOn. Pero ni siquiera eso me habria ayudado de no haberseme ocurrido que una muchacha con una cinta negra en torno al cuello me amaba no con ardor, pero Si fielmente. Y fue sin duda entranable por pane de la luna ituminarme también a ml, y cuando pot modestia me disponla a instalarme baja la bovcda de la torte del Puente, comprendi que era simp!emente natural que Ia luna Jo iluminara rodo. Por eso extendl los brazes con alegria Para disfrutar de ella par completo. Y.me send hgero cuando pudç avanzar sin dolor ni esfuerzo dando brazadas de nadador con mis brazes indolentes. jPensar que jamâs Jo habla intenrado antes! Mi cabeza hendia ci aire frIo y era justamente mi rodilla derecha la que mejor volaba: la e!ogié ddndole unas palmaditas. Y recorde que en una ocasión no habia podido soportar a un conocido feliz que probablemerire

Descripciófl de ursa lucha, B (1909-1910)

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segufa andando debajo de ml, y to ünico que me a!egró de todo el asunto era que ml memoria fuese tan buena como para conserVar jncluso esas cosas. Pero no debla pensar mucho, pues tenla que seguir nadando si no queria sumergirme demasiado. Sin embargo, para que después no pudieran deckme que cualquiera es capaz de nadar sobre el adoquinado y que no valia la pena contar aquelto, me elevé de golpe per encima del pretil y empecé a rodear a nado todas las estatuas de santos con las que me iba topando. Al liegar a la quinta, y justo cuando me mantenla por encima de la acera dando imperceptibles brazadas, mi conocido me cogió por La mano. VolvI entonces a encontrarme sobre el adoquinado y senti un dolor en In rodilla. 4(Siempre'>, dijo mi conocido sujetandome con una mano y señalando con La otra la estatua de santa Ludmila, , dije. " Lo he abordado unicamente porque queria preguntarie algo, jtenga esto muy presente!" >, rcspondio el alcalde. eEstá usted muerto?>> , duo el cazador, > ' . '1, recostándose lentamente en las almohadas, la rnano sobre Los ojos, enmudeció. EL ama de haves, una mujer charlatana pero que sentla un terror mortal hacia su señor, quedó muy afectada. !Qué eran aquellas instrucciofles tan cxtrañas e inesperadas? Aquella misma noche, el señor habia hablado con ella, pero sin hacer la menor alusiôn a lo que iba a suceder. No podia set que hubieran anunciado la sesión en plena noche. Y era posible que se prolongara ininterrumpidamente durante varios dias? Y per qué el señor nombraba a las partes en litigio, algo que nunca hacla en so presencia? no era muy raro que ci hermano del señor, Adolf Bucephalas, propietario de una pequefla tienda de ultramarinos, y con el que por cierto ci señor parecla no lievarse bien desde hacIa años, hubiera puesto en marcha un proceso de tanta magnitud? Y si el señor iba a tener que hacer esfuerzos tan descomunales, cómo se entendla que ahora estuviera en la cama tan cansado y tapandose con la mano la cara, que a la luz matutina parecla de algün modo demacrada? EY que solo pidiera huevos y te, en lugar del vasito de vino y el jamón con Ins que normalrnente se ponIa a tono para comenzar el dIa? El ama de Haves volvió a la cocina inrnersa en esos pensamientos, se sentó apenas on momento en so lugar favorito, al lado de la ventana, junto a las fibres y el canario, y miró hacia el lado de enfrente del patio, donde, detrás de una ventana enrejada, dos niños medio desnudos se pekaban jugando; luego, con un suspiro, se apartó de la ventana, echo el t6, sacó dos huevos de la despensa, lo colocO todo en una bandeja, no pudo evitar coger también la botella de vino, como benefactora tentación, y, con todo ello, se dirxgió al dormitorio. Estaba vaclo. Cómo! No podia set que el señor ya se hubiera marchado. No podia haberse vestido en on minuto. Pero tampoco se veIa la ropa interior ni el traje. EQu6 le pasa al señor, por Dios? Al vestibulo. También faltan ci abrigo, el sombrero y el bastón. A la ventana. Por todos Ins santos, el señor está saliendo ahora mismo por la puerta de la casa, con el sombrero hacia atrás, el abrigo desabrochado, la cartera apretada bajo el brazo y el bastOn colgado de un bolsillo del abrigo.

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Escritos pOstu?nos

Cartas de Paris'

[En el manuscrito figura aquIel texto c/c aEl nuevo ahogado>>. Véase la pdgina 1 79 y nota.] Ayer vino a mi casa una èxtenuación.° Vive en Ia casa de at lado, Ia he visto muchas veces desaparecer encorvada por la puerta baja, at atardecer. Una señora alta, con un gran vestido ondulante y un sombrero ancho adornado con plumas. Entro susurrante por mi puerta a toda prisa, como un médico que teme Ilegar demasiado tarde at lecho de un enfermo que se apaga. " Anton,), exclamo con voz hueca, pero como dmndose importancia, "ya Ilego, ya estoy aqul. " Se dejó caer en el sillon que le indiqué. , preguntó, micntras se quitaba Jos viejos y largos guantes de esgrima, Jos tiraba sobre la mesa y me miraba con Ia cabeza ladeada y parpadeando. Me senti como si fuera un gorrión que ejercitara sus brincos en la escalera y ella me revolviese con 'a mano el blando plumaje gris. >, dije, mientras me disponla a salir. Y entonces vial inquilino, un hombre Ha-

CuadernoenoctauoB (1917)

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Sin barha, con La boca cerrada a cal y canto, sentado a una mesita sobre la que habia solo una iampara de petroleo,

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En nuestra casa, esa enorme casa de barrio periferico, un edificio de pisos de alquiler entreverado de indestructibles ruinas medievales, se ha publicado boy, en esta helada y nebulosa mañana de invierno, ci siguiente liamamiento: A todos mis vecinos. Tengo cinco escopetas de niflo. Están en ml armario, colgadas cada una de un gancho. La primera es para ml, y las otras puede reclamarlas ci que quiera, pero si hay más de cuatro peticiones, Ins restanres tendran quc tract sus propias escopetas y depositarlas en mi armario. Tiene que haber coherencia, sin coherencia no vamos a ninguna pane. Por lo demás, solo tengo escopetas totalmente indtiles para cuaiquier otro fin; el mecanismo estI estropeado, ci corcho arrancado, solo funciona ci gatillo. AsI que no sera dificil encontrar más escopetas como esas en caso necesario. Pero, bien mirado, de momento tamblén pueden servir personas sin escopeta; en ci momento decisivo, los que tengamos escopeta nos colocaremos airededot de Ins que van desarmados. Un metodo de lucha que les dio buen resuitado a los primeros granjeros americanos contra los indios, asI que por qué no va a funcionar tamblén aquI; al fin y al cabo, las circunstancias son parecidas. Dc modo que incluso podemos prescindir de las escopetas durante bastante tiempo. Dc hecho, ni siquiera son totalmente necesarias Las cinco escopetas, y solo las utihzaremos porque ya las tenemos. Pero silos otros cuatro no quieren Ilevar escopera, son librcs de no hacerlo. Bastará con que vaya annado yo, que SOY ci capitán. Pero es mejor que no tengarnos capitán, asI que yo también romperé mi escopeta o la guardaré. Este fue ci primer Ilamamiento. En nuestro edificio nadie tiene tiempo ni ganas de leer ilamamientos, ' mucho menos de analizarlos. Pronto los papelitos acabaron fiotando en el rio de suciedad quc, partiendo de La buhardilla y alimentado

Escritos pósturnos

por todos los pasillos, desagua escaleras abajo y se enfrenta allI con la riada que fluye desbordante en direccion opuesta desde abajo. Pero al cabo de una semana hubo un segundo Ilamamiento: Vecinos! Hasra ahora nadie me ha dicho nada. He estado todo el tiemp0 en casa, excepto las horas necesarias para ganarme la vida, y en mi ausencia he dejado permanentemente abierta la puerta de ml habitacion, con una ho j a de papel sobre la mesa en la que podia apuntarse todo aquel que quisiera. Nadie 10 ha hecho. A veces creo que explo todos mis pecados° pasados y futuros con el dolor de mis huesos, cuando vuelvo a casa de la fibrica de maquinaria por Ia tarde, o por la maflana, despues del turno de noche. No tengo fuerzas suficientes Para ese trabajo, hace mucho tiempo que lo se, y sin embargo no hago nada para remediarlo.

El ónico conocimiento que en relacion con el traslado En nuestra casa, esa enorme casa de barrio periférico,° un edificio de pisos de aiquiler entreverado de indestructibles ruinas medievales, vive, en el mismo pasillo que yo, un escribiente que se aloja en casa de una familia de obreros. Lo ilaman funcionario, Pero obviamente no es mis que un pequeflo escribiente que pasa las noches sobre un saco de paja en el suelo, en medto del .hogar ajeno del matrimonio y sus seis hijos. Ysi en efecto es un pequeflo escribiente, por qué voy a preocuparme por él. Incluso en esta casa, en la que se junta toda La misena que expele La ciudad, hay sin duda mis de den personas, En el misnio pasillo que yo ' vive un sastre remendón. A pesar del cuidado que pongo, gasto la ropa demasiado deprisa,

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y hace poco tuve cl ue volver a llevar una chaqueta a! sastre. Era una agradable y templada tarde de verano. El sastre vive con su mujer y sus seis hijos en una sofa habitación que al mismo tiempo sirve de cocina. Además tiene un realquilado, un escribiente del negociado de hacienda. Semejante grado de hacinamiento es un poco superior al normal en este edificio, en el que de por 51 ya es bastante elevado. En cualquier case, nadie se mete en los asuntos ajenos; sin duda el sastre tendrá razones de peso P ara Ilevar una vida tan austera, y a ningñn extraflo se le pasarla por la cabeza discutirselas. Pero cuando uno entra en la habitación corno cliente, por ejemplo, advierte sin querer Hoy he IeIdo Hermann y Dorothea,° unas páginas de Las rnemorias de Richter" he mirado unos dibujos suyos y por ültimo he leido una escena de La Griselda de Hauptmann. Durante las horas siguientes, momentáneamente, soy otra persona. Todas las perspectivas, nebulosas, como siempre, pero las imágenes nebuLosas ban cambiado. El que lieva estas gruesas botas que hoy me he puesto por primera vez (en principio estaban previstas pan ci servicio militar)' es otra persona. 19.11.17.

Vivo en casa del señor Krummholz,° comparto habitación con un escribiente del negociado de hacienda. En La habitación duermen tambien, en una misma cama, dos hijas de Krummholz, una nina de seis años y otra de siete. Desde el dia en que Ilegó por primera vez el escribiente —yo ya ilevo anus viviendo en casa de Krunimholz— concebI sospechas hacia el, al principio nada concretas. Un hombre de estatura inferior a la media, endeble, seguramente con pulmones no may robustos, ropa gris demasiado holgada, cara arrugada de edad indeterminable, pelo rubio canoso y lacio, peinado P por detrds de Las orejas, anteojos caldos sobre La unta de la nariz y una pequeña barba de chivo igualmente canosa.

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Escritos póstumos

Estaba yo sentado en el porche° cubierto de mi cabana de madera. En el lugar que habrIa debido ocupar una de las paredes largas habia solo una niosquitera de malla extraordinariamente fina, que le habla comprado a uno de los capataces, cacique de una tribu cuyo territorio atravesaria nuestro ferrocarril. Una mosquitera de cáflamo, de una firmeza y delicadeza imposibles de conseguir en Europa. Era ml orgullo, y muchos me envidiaban por ella. Sin aquella mosquitera no habrIa sido posible sentarse tranquilamente en el porche al atardecer, encender la ]uz y, como estaba haciendo yo en ese momento, ponerme a estudiar un viejo periodico europeo mientras le daba buenas caladas a la pipa.

Tengo —pero quién puede hoy hablar tan libremerite acerca de sus propias cualidades— Ia mufleca de un viejo pescador de caña, incansable y feliz. Estoy, por ejemplo, sentado en casa, antes de it de pesca, y, con mirada sumamente atenLa, giro La mano derecha primero a un lado y luego al otro. Eso basra para revelarme, en forma de vision y sensaciOn, el resultado de Ia futura pesca, muchas veces con todo detalle. Veo desde ml puesto de pesca el agua del rio corriendo a la velocidad concreta de una hora concreta; aparece ante mi un cone transversal del rEo, y veo con toda claridad Jos peces, su nümero y especie, avanzar contra La lInea de cone por diez, veinre, incluso den puntos; se entonces muy bien cómo manejar la caña, algunos atraviesan la linea con Ia cabeza, sin conciencia del peligro, y entonces meneo la caña delante de ellos yen ese mismo momento los veo ya colgados de ella, la brevedad de ese instante fatal me fascina incluso sin moverme de Ia mesa de casa; otros peces avanzan hasra la altura del vienrre, es Ia ültima oportunidad, Ilego a capturar algunos mds, pero otros se escapan de la peligrosa ilnea pasando la cola, y los doy por perdidos esta vez, solo esta y ea; a un auténtico pescador de cafla no hay pez que se le escape.

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tFebrero-marzo de 19171 [Cuaderno en octavo C] Seguramente deberla haberme preocupado antes' por lo que pasaba con aquella escalera, dado el estado de cosas que imperaba en ella, to que cabia esperar y cómo hacerle frente. Bueno, al fin y al cabo nunca habias oIdo hablar de esta escalera, me decia para clisculparme, y aunque los periodicos y los libros están constantemente pregonando toda clase de asuntos sensacionates, de esta escalera no decian nada. Puede ser, me respondla a ml mismo; pero también puede set que hayas leldo mat. Muchas veces estabas distraido, te dejabas párrafos, incluso te conformabas con echar una mirada a los titulares; a lo mejor justo ahi mencionaban la escalera, y por eso lo pasaste por alto. Y ahora necesitas justamente to que pasaste por alto.Y me quedé parado un mómento reflexionando sobre esa objecidn. Entonces me pareció recordar que quizá 51 habia IeIdo alguna vez en un libro infantil algo sobre una escalera parecida. No era gran cosa, seguramente solo la men66n de su existencia, 10 coal no me serviria para nada. Aquella noche en que el ratoncillo más querido° que ningün otro en el mundo de los ratones cayô en La ratonera y, con un chillido agudo, entregó su vida por haber puesto La vista en un pedazo de tocino, todos Jos rarones de las madrigueras cercanas fueron presa de temblores y sacudidas y se miraron sucesivamente los unos a Jos otros parpadeando sin poder contenerse, mientras sus colas barrIan el suelo con una aplicación digna de mejor causa. Luego empezaron a asomar Vacitantes, empujándose los unos a Jos otros; todos se sentlan

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Escritos póstumos

atraidos hacia ci lugar de la muerte. AIiI estaba el tierno ratoncillo, con el hierro en la nuca, las parkas rosas encogidas, tieso ci endeble cuerpo, al que tan bien habrIa sentado un poco de tocino. Los padres estaban al lado, contemplando los restos de su criarura.°

Despues de aigunas idas y venidas,° so carta ha acabado liegando, ml direccion es POH6 7 . Ante todo, le agradetco La confianza que su carta revela, y que me satisface de vet-as. Se trata, sin duda, de una cosa ütii o quizá inciuso necesaria, como lo demuestran los nombres de prestigio que incluye usted en su lista, y que también garantizan on buen futuro a Ia iniciativa. Sin embargo, creo que personalmente debo mantenerme aparte, pues me resuita muy difIcil imaginarme una Gran Austria que pueda considerarse intelectualmente unitaria en algün sentido, y todavia me resultarIa más inconcebibie sentirme integrado en ese todo espiritual; no me siento capaz de tomar semejante decision. Ahora bien, esto no significa ninguna perdida para su asociación, sino al contrario. No estoy dotado en absoiuto para La vida asociativa, conozco a poca genre, y carezco de la menor influencia. Asi que mi participación no tardarla en convet-nt-se en una carga pat-a ustedes. Si, como parece que sucederá inevitablemenre, la Kunsthalie liegara a convertirse en una asociación que diet-a conferencias para Jos socios, etc., estaré encantado de formar pane de ella. Le ruego no tome a mal mi negativa; para ml es estricramente necesaria. Con mi mayor consideracion Durante la construccjón de la muralla china'

La muralla china ha quedado concluida en su purito ms septentriona]. Las obras han venido avanzando desde el sudesre y ci sudoeste hasta unificarse aqul. Este sistema de construcciOn por segmentos tambien se ha aplicado a peque-

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ña escala en los dos grandes equipos de trabajo, ci oriental y ci occidental. El procedimiento era ci siguiente: se formaban cuadrillas de unos veinte obreros, encargadas de levantar un segmento de aproximadarnente quinientos metros; mientras ranto, la cuadrilla vecina construla en dirección opuesta otto muro de la misma longitud. Sin embargo, una vez juntas las dos partes, no se continuaba la obra a partir de esos mil metros, sino que se encargaba a las cuadrillas continuar la construcción en otros lugares. Como es lOgico, aparecIan de este modo numerosos huecos de grandes dimensiones, que ban ido rellenandose poco a poco y gradualmente, algunos incluso cuando ya se habian dado pot concluidas oficialmente Las obras. Es rnás, se dice que todavIa quedan huecos sin rellenar, segün algunos mucho mayo.res que las partes ya acabadas, aunque probablernente esta afirmación es una más de Las numerosas leyendas que ban surgido en tomb a La obra y que un simple individuo dificilmente puede verificar con sus propios ojos y criterios de mediciOn, debido a Las enormes proporciones de la empresa. Ciertamente, cabe pensar que habrIa sido más ventajoso en todos los sentidos construir la muralla de manera consecutiva, o pot lo menos de manera consecutiva dentro de las dos grandes mitades. Al fin y at cabo, ci propósito de La muralla, como es bien sabido por todos, consiste en ofrecer protección contra Los pueblos del none, y cabria preguntarse qué protección puede ofrecer una muralla incompieta. No solo es evidente quc una muraila de esas caracterIsticas no podria proteger a nadie, sino que las mismas obras estarlan en constante peligro. Esos fragmentos de muralla levantados en regiones desiertas podrIan con facihdad ser destruidos una y otra vez por Los nomadas, tanto más cuanto que estos, amedrentados por la construcción de la muralia, cambian de emplazamiento con inconcebible rapidez, como langostas, y por ello quizá están más at corriente de los progresos de la obra que nosotros mismos, los constructores. Sin embargo, todo mdica que La obra no podia lievarse a cabo de otto modo. Para entenderlo, hay que tener en cuenta In siguiente: la muralla fue concebida como protección para los siglos venideros, y

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Escritos pOstumos

pot eso era requisito indispensable que se aplicase la máxima minuciosidad en su construcción, que se recurriera a Ins conocimientos arqultectónicos de codas las épocas y pueblos conocidos, y que los constructores se sintiesen en todo momento personalmente responsables de so trabajo. Asi, para los trabajos de menor entidad se podian emplear jornaleros ignorantes extraldos del pueblo, hombres, mujeres y niños, cualquiera que se ofreciese a trabajar por dinero, pero ya para algo tan simple como dirigir a cuatro jornaleros se precisaban hombres entendidos en construcción, hombres Capaces de identificarse en lo mis hondo de su corazón con ci propósito de la obra. Pot supuesto, cuanto mis alto era el puesto de diieccion, mayores eran las exigencias. Yen efecto pudo encontrarse esa clase de hombres, si no en la cantidad que Ia obra requerla, si al menos en gran nümero. La planificacion de la obra se llevo a cabo con el miximo rigor. Cincuenta aflos antes del inicio de los trabajos, en toda in China, el pals que se prerendia amurallar, se otorgó a la arquirectura, y en especial a la albaflilerla, la categorIa de ciencia suprema, por encima de rodas las demas disciplinas, que solo gozarian de reconocimiento en la medida en que estuviesen relacionadas con ella. Recuerdo muy bien que siendo nifios, capaces apenas de caminar solos, estibamos en el jardincillo de nuestro maestro y este nos encargaba construir con guijarros una especie de muralla, para luego, arremangindose Ia tánica, echar a cotter y cargar contra ella, derribindola por completo, como es lógico; tras to cual nos reprochaba con tanta severidad la debilidad de nuestra construcción, que roniplamos a Ilorar y salIamos corriendo en todas direcciones, a casa de nuestros padres. Una anécdota sin importancia, pero muy representativa del espiritu de la época. Yo tuve la suerte de que las obras se iniciaran precisamente cuando, a mis veinte aflos, acababa de obtener el titulo superior de ía escuela pximaria. Y digo que tuve suerte porque aquel.Ios que hah.ian llegado antes que yo at escalon más alto de la formación a la que podian acceder, pasaron afios sin saber qué hacer con sus conocimientos, y mirladas de ellos echaron a perder so vida rondando inütilmente con

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los proyectos arquitectónicoS más grandiosos en la cabeza. Pero los que finalmente ilegaron a emplearse en la obra como capataces, aun del rango más bajo, estaban verdaderamente a la altura de la tarea que se les habia asignado, eran hombres que habian meditado mucho sobre Ja obra y segulan haciendolo sin cesar, hombres que, en el momento de ordenar a Los obreros incrustar en el sueLo la primera piedra, se sentian de algün modo entroncados con La obra. Por supuesto, lo que movIa a esos hombres no era solo ci deseo de ilevar a cabo so trabajo con la mayor perfección posible, sino tarnbién la impaciencia por ver la obra aLzarse pot fin en toda su magnitud. Los jornaleros desconocIan esa impaciencia, a ellos solo Les interesaba el sueLdo; pot so pane, los jefes de alto rango, e incluso los de mediana categorla, disfrutaban de una vision lo suficientemente amplia del variopinto crecimiento de La obra como para poder sustentarse espirituaLmente; pero los de menor tango, preparados intelectualmente para tareas mucho más compiejas que Las pequeñeces que tenian encomendadas, requerIan medidas especiales. Pot ejemplo, no se los podia dejar meses o incluso años enteros supervisando La colocación de on sillar tras otto en una regiOn montañosa deshabitada, a cientos de miLLas de sus hogares; la faLta de perspectivas de semejante tarea, que, pese a todos sus esfuerzos, no verian acabada en toda su vida, por targa que fuera, podia .hacerlos caer en la desesperación y, Lo que es peor, hacerlos inutiles para la empresa. Pot esa razOn se escogió el metodo de La construcciOn por segmentos. Quinientos metros de muralLa podian levantarse en unos cinco años, al cabo de Los cuales los capataces, por regLa general, quedaban completamente exhaustos y perdian toda Ic en si mismos, en la obra y en ci mundo; pero entonces, mientras se haLiaban aün bajo el efecto cuforizante de la fiesta de unificación de los mil metros de muralla, se Los enviaba a algOn lugar lejano; durante el viaje velan levantarse aqul y alLá fragmentos acabados de ía muralia, visitaban campamentos de jefes de tango más elevado, que les concedIan distinciones, oian el jObiLo de las nuevas cuadrillas de jornaLeros que acudlan en masa desde lo más profundo

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Escritos póstumos

de las comarcas, veian talar bosques enteros destinados a la fabricacion de andamios para la obra, velan montaflas reducidas a sillares a golpe de pico, olan en Jos lugares sagrados los cánticos de los hombres piadosos que rezaban por el exit0 de Ia obra, y todo eso mitigaba so impaciencia; la vida plácida del hogar, en el que pasaban un tiempo, Los tonificaba, y la alta reputación que acompañaba a todos los construcrores, Ia crédula humildad con que se escuchaban sus relaros, la confianza que los tranquilos ciudadanos de a pie depositaban en Ia finalizacion de la muralla: todo eso tensaba ]as cuerdas de sus almas, y aquellos hombres se despedIan de sus hogares como niflos eternamenre esperanzados, el deseo de volver a participar en Ia gran obra de la nación se Its hacia irresistible, partlan de sus hogares antes de to necesario, media aldea los acompaflaba un buen trecho, y por los camiIIOS todo eran salutaciones, gallardetes y banderas, nunca habian imaginado que so patria fuera tan grande, rica, hermosa y digna de amor, en todo compatriota velan un hermano para el que esraban construyendo una muralla defensiva, y que se lo agradecerla hasta elfin de sus aflos, unidad!, unidad!, pecho contra pecho, el pueblo en pie desfilando, sangre ya no encerrada en la mezquina circulacion del cuerpo, sino fluyendo con dulzura, y sin embargo retornando eternamente, a to largo y a to ancho de Ia infinita China. Esto, en fin, iLustra el motivo por el que se adopto el método de la construcción por segmenros; pero seguramente habia más razones. A nadie debe extrañar que intente dilucidar con tanto detenimiento este asunto: por insignificante que pueda parecer at principio, se trata de una cuestión central en el conj unto de la obra. Como me propoligo relatar y hacer comprensibles las ideas imperantes en aquella época y las experiencias que por entonces se adquirieron, no estâ en abso-. luto de más profundizar en este asunto todo to que se pueda. Ante todo hay que tener presente queen aquella época se Ilevaron a cabo hazanas que poco tienen que envidiarle a La construccjón de la Torre de Babel, por mths que, en to que arafle a Ia complacencia divina, al menos desde el punto de vista humano, representen justamente to opuesto a esa obra.

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Menciono este punto porque en las fases iniciales de La construcción, un erudito escribió un libro en el que trazaba permenorizadamente esas comparaciones. En él intentaba demostrar que si La construcción de La Tore de Babel se yb interrumpida, no fue debido a Las causas generalmente admiticias, o al menos no de manera directa. Sus pruebas no consistlan solo en escritos y relates, sine que afirmaba haber efectuado el mismo una serie de estudios sobre el terreno, de los que habla colegido que la construcción fracasó a causa de La debilidad de sus cimientos, que la condenaba necesariamente a La ruina. Ahora bien, en ese aspecto viviamos un penode mucho más avanzado que aquellas épocas remotas; casi todos nuestros contemporáneos eran profesionales de la aibanilerIa y expertos en cuestiones de cimentación. No era ahi, sin embargo, adonde apuntaba el erudite: su hipótesis consideraba a La Gran Muralla como ci primer cimiento firme en la historia de la humanidad P ara la erección de una nueva Torre de Babel. Es decir: primero seria La muralla y luego la terre. Per entonces ci libro andaba en manes de todos, P ero confieso quc aán boy no acaho de entender cómo se imaginaba el anton La construcción de la nueva torre. C6mo podia la muralia servir de cimiento a una torte, si ni siquiera trazaba una circunferencia, sine un cuadrante o a lo sumo un semicircuLo? Sin duda, la hipotesis solo podia entenderse en sentido espinitual. Pero, entonces, ipara qué La muraHa, que era algo que existla en la realidad, fruto de los esfuerzos ye1 sacrificio de centenares de miles de vidas? Y per qué ci libro reproducIa pianos, per otra parte imprecisos, de Ia torre, y hacIa propuestas sumamente detalladas Para consagrar todas las fuerzas de la nación a La nueva obra? Per entonces —ese libro no es más que un ejemplo— reinaba la confusion en las mentes, quizá precisamente porque habIa demasiadas personas intentando concentrarse en un objetivo to más deLimitado posible. La naturaleza humana, que es fnivola de raIz y puede compararse al polvo levantado, no soporta las cadenas, y si se encadena a si misma, no tarda en empezar a forcejear con los grilletes, y a desgarrar y dispersar en todas Las direcciones la muraLLa, la cadena y a si misma.

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£scrüos pdstumos

Es posible que la direccion de la obra, at decidir llevar a cabo la construcción por panes, no fuera del todo ajena a semejantes consideraciones, que desde cierto punto de vista cabe juzgar incluso contraproducentes. Nosotros —creo poder hablar en nornbre de muchos— tuvimos que estudiar con toda minucjosidad las instrucciones de la direccion suprema para conocernos a nosotros mismos y darnos cuenta de que, sin La dirección, ni nuestros conocimientos escolares ni nuestro entendimiento habrIan bastado para desempeflar la pequeña labor que se nos habIa adjudicado dentro del gran conjunto. Por el gabinete de la direccion —nadie sabe ni supo decirme nunca donde estaba ni quién lo ocupaba—, por ese gabinete sin duda desfilaban en circulo todos los pensamientos y deseos humanos y, en sentido opuesto, todas las metas y logros de los hombres, pero el resplandor de los mundos divinos se proyectaba por la ventana sobre las manos que trazaban los pianos. Y por eso a ningün observador desapasionado puede ocultársele que, de haberlo querido asi, la direccion hubiera podido superar perfectamente las dificultades que habria cornportado la construcción consecutiva de la muralla. De ello se deduce necesariamente que la direccion ordeno la construccion por panes de manera deliberada. Pero la construcción por partes solo era un remedio provisional y escasamente prñctico. De to cual se deduce que la direccion pretendia algo escasamente práctico. Extrana deduccion, sin duda. Y sin embargo, vista desde otra perspectiva, tiene su Iustificación. Hoy en dIa quizá ya se puede hablar de ello sin peligro. Por entonces, muchos, incluso los mejores, se regian por el siguiente principio: intenta con todas tus fuerzas entender las instrucciones de la direccion, pero solo hasta wi determinado Ilmite, y luego deja de pensar. Un principio rnuy razonable, que por to demâs encontraba otra interpretación adicional en un sImil que más tarde se repetiria a mcnudo; si debes dejar de pensar no,es porque ello pueda perjudicarte; nadie puede asegurar que vaya a suceder tat cosa. En este caso no cabe hablar en absoluto de perjuicios ni de In contrario. Te sucedera to mismo que at rio en primavera. Crece, aumenta,

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aporta más riqueza a [as tierras que flanquean sus largas onhas, su set penetra más adentro en las aguas del mar, se hace más digno de él, y el mar lo recibe con los brazos más ablertos. Hasta ahI debes meditar en los designios de la dirección. Pero luego ci rio se desborda, pierde su forma y su perfil, su discurrir valle abajo se hace más lento, intenta, contra lo que su naturaleza Ic dicta, format pequeños mares tierra adentro, dana.los campos e, incapaz de mantener a la larga ese ensanchamiento, vuelve a sus onillas; es más, en la estación calida que vendrá después se secará penosamente. Hasta ahI no debes seguir los designios de la dirección. Aunque ese simil pudiera set ex traordinaniamente acertado durante el perlodo de construcción de La muralla, en este momento, sin embargo, para elfin informativo que persigo, su vaLidez es limitada. Mi investigaCión tiene un carácter cxclusivamente histónico; las nubes de tormenta hace tiempo que se aiejaron y dejaron de relampaguear, y por eso creo Icgitimo buscar una expLicación P ara La construcción por segmentos que vaya más alliS de Jo que por entonces nos parecla suficiente. Los LImites que me impone ml inteligencia son estrechos, pero ci terreno que podrIa recorrerse es infinito. Contra quién habla de protegernos la murahla? Contra Los pueblos del norte. Yo soy del sudeste de la China. AllI ningün pueblo del none puede amenazarnos. Sabemos de eRos a través de Los Libros de los antiguos; las crueldades a las que, conforme a su naturaleza, se entregan, nos hacen, a lo sumo, suspirar en nuestros placidos jardines; en los yendicos retratos de los artistas vemos las caras de esos reprobos, sus bocas abiertas de par en par, sus mandibulas pobladas de dientes largos y afihados, sus ojos apretados que parecen querer asir ya el botin que la boca ha de desgarrar y destrozar. A los ninos que se portan mal les ensefiamos esos cuadros, y al momento se nos abrazan liorando. Pero no sabemos nada más de esos hombres del norte, no Los hemos visto, y si nos quedamos en nuestra aldea nunca Los veremos, por mds que se Lancen a cabalgar hacia nosotros a lomos de sus cabahios salvajes; el pals cs dcmasiado grande y no los dejaria ihegar hasta nosotros: se perderIan en el vaclo.

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Escritos póstumos

Por qué, pues, silas cosas son asi, abandonamos nuestra tierra, el rio y los puentes, dejamos a nuestras madres y nuestros padres, a nuestras liorosas mujeres, a nuestros bijos en edad de aprender, y nos vamos a estudiar a las escuelas de ciudades lejanas, con nuestros pensamientos aán más lejos, en el none, junto a la muralla? Por qué? Preguntadle ala direccion. Ella nos conoce. Ella, que arrastra enormes preocupaciones, sabe de nosotros, conoce nuestra modesta forma de vida, nos y e a todos sentados juntos en la baja cabana, y Ia oración que el padre de familia pronuncia at atardecer, rodeado de Jos suyos, le complace o le disgusta. Si puedo permitirme albergar tales pensamientos sobre la direcciOn, debo decir que, a mi juicio, ya existla antes, y no se reunió de la misina manera que lo hacen, por ejemplo, Ins altos mandarines, quienes, impulsados por un hermoso sueflo matinal, convocan inmediatamente una asamblea, toman una rápida decision y al atardecer del mismo dia sacan a la poblacion de sus camas a toque de tambor Para ejecutar el edicto, aunque se trate solo de iluminar la aldea en honor de un dies que ayer se mostró favorable a Ins sefiores, para mañana, apenas apagados Ins farolillos, apalearlos en un oscuro rincón. No, sin duda la dirección existe desde siempre, y lo misrno la decision de construir la muralla. Va durante la ejecuciOn de las obras empecé a estudiar la historia comparada de los pueblos del mundo, y desde entonces hasta hey me he dedicado casi exclusivamente a ello —en ciertos asuntos solo es posible Ilegar at meollo por este medio—, y una de las conclusiones a ]as que he Ilegado es que los chinos poseemos determinadas instituciones nacionales y estatales de una extraordinaria claridad, y otras de una cxtraordinaria oscuridad. Siempre he sentido el deseo, y todavia lo siento, de desentranar las causas de estos fenOmenos, en especial ci segundo; y también La construcción de Ia muralla está Intimarnente relacionada con estos asuntos. Pues bien, entre ]as mâs oscuras de nuestras instituciones se cuenta la imperial. Por supuesto, en Pekin, y aün más en la cone, hay quien la ye con elena claridad, aunque esta sea más aparente que real; también los profesores que enseflan

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derecho püblico e historia en Las altas escuelas fingen estar perfectarnente informados acerca de estas cosas y set capaces de transmitir ese conocimiento a los estudiantes; y cuanto más se desciende en La escala de las escuelas, más se disipan, cornprensiblemente, las dudas de los profesores, y la cultura de medio pelo campa por sus respetos en tomb a unos pocos axiomas que se inculcan desde hace siglos y que, aun no habiendo perdido un ápice de su eterna verdad, permanecen eternamente desconocidos en medio de las brumas y la niebla. Pese a todo, considero que precisamente en Lo tocante a La institución imperial, al primero al que Sc deberIa preguntar es al pueblo, ya que al fin y al cabo es en él donde ci irnperio tiene su üLtima raiz. Ahora bien, a este respecto solo puedo hablar, una vez más, de lo que he visto en mi tierra. Apace del culto a Las divinidades del campo, que tanta variedad y belleza imprime al transcurrir del aflo, Los pensarnientos de todos nosotros se centraban solo en ci emperador. Pero no se dirigian al actual emperador, o, mejor dicho, se habrIan dirigido a el silo hubieramos conocido o hubieramos sabido algo concreto acerca de so persona. Desde luego, siempre habIamos tenido la aspiración de averiguar algo al respecto (esa era la ünica curiosidad que albergábamos). Pero, por extraño que parezca, era poco menos que imposibLe averiguam nada, ni pot boca de los peregrinos a pesar de las muchas tierras que recorrian, ni en Las otras aldeas, cercanas o Lejanas; tampoco por boca de los barqueros, que no surcan solo nuestro riachueLo, sino también los grandes rios sagrados. Olamos contar muchas cosas, pero no podiamos deducir nada de ellas. Nuestro pals es tan grande que ninguna Icyenda está a la altura de su tamaño; apenas el cielo logra cubrirlo. Pekin solo es un punto, y ci palacio imperial un puntito apenas. E.so si, el emperador misnio es más alto que todos los edificios del mundo. Pero el emperador viviente, un ser humano como nosotros, está acostado como nosotros en su divan, que es de buenas dimensiones, pero en proporción estrecho y corto. Como nosotros, a veces estira los miembros, cansado; entonces bosteza con su boca de labios finos. Cómo varnos a enterarnos nosotros de ello, 51 vivimos

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tanras milks más al sur, casi a] pie de la meseta tibetana. Ademâs, en caso de que nos alcanzase alguna noticia, liegarIa demasiado tarde y seria antigua. En tomb al emperador se aglomc.ra la mukitud espléndida pero al mismo tiempo tenebrosa de la corte, que actüa como contrapeso del trono lanzando continuamente dardos envenenados al emperador para intentar derribarlo de su plato de la balanza. El imperio es inmortal, pero el emperador, coma individuo, cae y se precipita; dinastlas enteras acaban sucumbiendo y exhalando su ákimo suspiro. De esas luchas y sufrimientos, el pueblo nunca sabrá nada; en esos asuntos, ci pueblo siempre liega tarde, es como esos forasteros recién llegados a la ciudad que, al fonda de los callejones atestados de gente, se toman tranquilamente los vIveres que han traido consigo, mientras lejos de ellos, en medio de la plaza principal, tiene lugar la ejecución de su señor. Hay una leyenda que describe muy bien esta situación.° El emperador, cuentan, te ha enviado un mensaje desde su lecho de nluerte, justamente a ti, al individuo, al miserable sábdito, a la sombra rniniiscula que se refugia en el rincón niás remoto huyendo del resplandor del so! imperial. Ha ordenado a] mensajero que se arrodilie junto a la cama y le ha susurrado el mensaje; tan importante era Para él, que se lo ha hecho repetir al oldo. Ha confirmado, asintiendo con la cabeza, la exactitud de lo dicho. Y ante todos los testigos de su muerte —Se ban echado abajo todas las paredes que obstrulan la vista, y los grandes del imperio se agrupan a Jo Jargo y a lo ancho del cfrculo enorme que trazan las escalinatas—, ante los ojos de todos, ha despachado al mensajero. Este ha emprendido la marcha de inmediato, es un hombre fuerte e incansable, un nadador sin par, se abre paso par entre ía multitud adelantando ahora Un brazo ahora el otro, Si encuentra resistencia senala hacia su pecho, donde Ileva el sImbolo del sal, y de hecho avanza a buen paso, mds de 10 que ningón otrd serla capaz. Pero la .multitud es inmensa, e incontables son sus moradas; si tuviera ante si el campo abierto, coma volaria: sin duda no tardarlas en oEm el soberano golpear de sus puños en mu puerra. Pero ci mensajero se esfuerza

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en vano; el tiempo va pasando, y él todavIa sgue abriéndose P aso por las estancias interiores del corazón del palacio, nunca Las sobrepasará, y aun silo lograra de nada le servirla, tendrIa que avanzar a brazo partido escaleras abajo, y aun si lo lograra de nada le servirla, todavia tendrIa que cruzar La inmensidad de Los patios, y tras Los patios, el segundo palacio que rodea el palacio interior, y luego más escaleras y más patios, y luego otro palacio, y asi durante milenios, y si al f inat acabara precipitándose al exterior per la ültima puerta —aunque eso nunca, nunca puede suceder—, todavIa tendrIa pot delante la ciudad imperial, el centro del mundo, colmada hasta Los ropes de su propio sedimento. Nadie puede atravesarla, y aün menos con el mensaje de un muerto a on pobre diablo. Pero tü, sentado junto a la ventana, sueñas con él cuando cae La tarde. Exactamente as!, con esa mezcla de esperanza y desesperanza, es come nuestro pueblo y e al emperador. No sabe qué emperador gobierna, y ni siquiera está seguro del nombre de la dinastla. En la escuela ensefian toda una retahila de cosas per el estilo, pero en este asunto es tan grande la incertidumbre general, que hasta los mejores alumnos se yen arrastrados pot ella. En nuestras aldeas se entroniza a emperadores muertos hace large tiempo, y otro que ya solo vive en !os romances del pueblo acaba de publicar una proctama que el sacerdote recita ante el altar. Batalias de nuestra historia más remota acaban de librarse, y el vecino entra en tu casa con el rostro encendido a anunciarte la sensacional noticia. Las emperatrices, damas de vida regalada que, entre cojines de seda, se dejan corromper por astutos cortesanos que Las alejan del noble camino de la virtud, vuelven a cometer una y otra vez; hambrientas de poder, inflamadas de ambición, esclavas de todos los placeres, sus crImenes nefandos; con el paso del tiempo, los colores de la escena adquieren mayor estridencia, y un dia la aldea se entera, entre alaridos de dolor, de que, hace miles de años, una emperatrlZ se bebio a largos tragos la sangre de su esposo. AsI es como el pueblo y e a los que ya pasaron; en cambio, a !os que viven en nuestros dIas Los confunde con los

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Escritos póstu,nos

muertos. Una vez, una sola vez en la vda, liega casualmen. tea nuestra aldea un funcionarlo imperial que anda de viaje pot ]as provincias; ci funcionarlo proclania una serie de mandatos en nombre del gobernante, inspecciona ]as listas de tributos, asiste a ]as clases en Ia escuela, interroga al sacerdore acerca de nuestros quehaceres cotidianos, y luego, antes de subir a su palanquIn, ordena reunir a todos Jos habitantes y pronuncia un largo sermon; entonces una sonrisa cruza todas las caras, se intercambian miradas de comphcidad, aigunos Se inclinan hacia Jos niños Para evitar ]as miradas del funcionarjo. Qué es esto, pensamos, habla de un muerto como Si estuviera vivo, Pero si ese emperador murió hace ya muchos años, la dinasria se extinguiO, el señor funcionario se buria de nosotros; pero para no ofenderio fingimos no darnos cuenta de nada. Sin embargo, solo obedeceremos de veiJad a nuestro señor actual, Jo contrario seria una grave faita. Y mientras el palanquin del funcionario empieza a alejarse, altanero se levanra, rescatado dealguna urna ya deshecha por ci riempo, ci verdadero señor de la aidea. Si alguien, a 'a vista de estos fenOmenos, dedujese que en realidad no tenemos emperador,° no andaria muy lejos de la verdad. Nunca me cansaré de repetirlo: posiblemente no hay pueblo más lid al emperador que nosotros, Jos sureflos, pero esa fidelidad de nada Ic sirve al emperador. Por supuesto, en Jo alto de la pequefla columna situada a la salida de la aldea Se alza ci dragOn sagrado, que desde épocas ya rernotas cxhala su aliento flamIgero en direccion a Pekin, en senal de veneraciOn, pero Para Ia gente de la aldea Pekin es algo rnás lejano que la vida ultraterrena. EDe verdad puede existir un pueblo donde las casas, apiñándose Ins unas contra ]as otras, cubren los campos "As alI6 de lo que alcanza la vista desde nuestra colina, y puedc ser cierro que encre esas casas anden Las personas codo con codo dia y noche? Es dificil imaginarse semejanre ciudad; antes que eso, preferimos creer que Pekin y su emperador son una sola cosa, aigo asi como una nube que vaga serenamente bajo ci sol por los siglos de los siglos.

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La consecuencia inevitable de estas creencias es una vida hasta cierto punto [ibre y sin ataduras, aunque en absoluto indecente; en mis viajes apenas he visto en ninguna pane mayor decencia en las costumbres que (a que reina en mi tierra. Pero Si es cierto que nuestra vida no está sujeta a ninguna ley actual, y que solo se gula por las máximas y advertencias que nos legaron los antiguos. No afirmaré que las cosas sean también asi en las diez mu aldeas de nuestra provincia, y mucho menos en las quinientas provincias de la China; nada más lejos de mi intenclón que generalizar. Sin embargo, los numerosos escritos que he leIdo acerca de este asunto, asI como mis propias observaciones —sobre todo durante la construcción de la muralla, donde el abundante material humano ofrecIa al observador sensible la oportunidad de viajar por las alrnas de casi todas las provincias—, me permiten apuntar que la opmión mayoritaria en lo relativo al emperador comparte siempre y en todo lugar ciertos rasgos básicos con la opinion que predomina en mi aldea. No pretendo en absoluto hacer pasar esta opinion pot una virtud, al contrario. Es cierto que cabe atribuirla ante todo a La ineficacia del gobierno, que en el imperio más antiguo de la tierra no ha sido hasta ahora capaz (o quizá, ocupado en otras tareas, ha descuidado hacerlo) de imprimir a la instituciOn imperial suficiente claridad para hacerla perceptible de modo inmediato y permanente hasta en Ins confines más lejanos del pals. Pero, por otro lado, tambien hay que seflalar la falta de imaginaciôn —o acaso de fe— de un pueblo que no consigue sacar a la instituciOn de su ensimismamlento pequinés y estrecharla como una cosa viva y real contra su pecho; al fin y al cabo, el sübdito no desea nada con más firmeza que sentir alguna vez ese contacto y disolverse en él. AsI pues, no afirmo que esa opiniOn pueda considerarse una virtud. Por eso mismo resulta muy Ilamativo que precisamente esa debilidad sea uno de los más importantes elementos de union de nuestro pueblo, es más, si se me permite La osadla en la expresiOn, el suelo mismo sobre el que vivimos. Derivar de esto un reproche radical no supondrIa hacer tambalear nuestra conciencia, sino, lo que es mucho más

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grave, nuestras piernas. De rnodo que, por to pronto, no voy a continuar analizando esra cuesrión. En suma, a este mundo que acabo de describir iiegó un dIa la noticia de la construccjOn de La muralia. Como siempre, con retraso: unos treinta aflos despues de su anunclo. Era una tarde de verano. Yo tenla diez afios y estaba con mi padre en Ia orilia del rio. Como corresponde a Ia trascendencia de aquel momenro del pie tuego hemos habiado tantas veces, recuerdo hasra ci más mInimo detaile. Mi padre me lievaba cogido de la mano, algo que siguió gustândole hacer hasta edad muy avanzada; la otra mano Ia movia a to largo de la pipa iarga y fina, como si fuera una flauta. Su gran barba rala seflalaba hacia el frente, ya que mientras fumaba seguia con la vista el curso del rio hacia to alto. Igual de larga cafa hacia abajo su coleta, objeto de respeto de Jos niflos, que rozaba con leve frufrü la seda recamada en oro de su vestido de fiesta. En eso, se detuvo ante nosotros una barca, y con un gesto ci barquero le indico a mi padre que bajara a la orilla, mientras el desembarcaba y se dirigia a su encuentro. Se encontraron a medio camino, y el barquero susurró aigo at oIdo de mi padre, abrazmndolo para quedar to más cerca posibie. No entendI lo que declan, solo vi que ml padre parecia no creerse la noticia, que el barquero intentaba reafirmar la veracidad de sus palabras, y, como mi padre segula sin poder creerselas, ci barquero, con el temperamen to pasional de todos los de su gremio, casi se rasgaba las ropas a la altura del pecho para demostrar la verdad de to dicho, ante to cual ml padre bajaba la voz, y ci barquero, dcspues de saltar con gran estrépito a la barca, emprendia la marcha. Mi padre se voivio pensativo hacia mi, golpeo Ia pipa para vaciarla y se la mctió en ci cinturén, me acarició la mejilla y estrecho ml cabeza contra su cuerpo. Eso era to que tnás me gusraba, era algo que me ilenaba de alegrIa; y asi regresamos a casa. Aili ya humeaba en la mesa Ia papilla de arroz, habia varios invitados. reunidos, acababan de servir ci vino. Sin prestar atención a todo ello, ml padre empezó a contar, ya desde ci umbra], to que le habian dicho. Por supuesto, no recuerdo exactamente sus palabras, pero, debido a to extraor-

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dinario de las circunstancias, que subyugaba incluso a mi personalidad infantil, ci sentido penetró en ml tan profundamente que me atrevo, pese a mdc, a intentar reproducirlas de modo aproximado. Lo hago porque resuitaban.muy representativas de la opinion del pueblo. Mi padre, en fin, dijo algo asi: Una tarde de invierno, después de haber sufrido varias contrariedades relacionadas con mi negocio —todo comerciante pasa pot perIodos asI—, me sentI tan asqueado que decidi Cerrar La tienda por aquel dIa, a pesar de que todavIa era ternprano y lucia el sol de invierno. Esa clase de determinaciones del libre albedrio sie.rnpre tienen buenas consecuencias, [En ci rnanuscrito figura aqul ci texto de Un viejo folio " . Véanse las páginas 189-19' y notas.]

Esta traducciOn° (acaso dernasiado europeizante) de unas cuantas páginas de un manuscrito chino antiguo nos la ha proporcionado on amigo de Ia asociación. Se trata de un fragmento, y cabe descarrar por complero que aparezca el resto. A continuaciOn se adjuntan algunas páginas más, aunque demasiado deterioradas para poder extraer de ellas algo concreto,°. Era verano, un dIa caiuroso.° De camino a casa con mihermana, pasamos pot delante de la puerta de una granja. No sé exactamente lo que sucedió: si ella la golpeó por capricho o por distracciOn, 0 si quizá se limito a amenazaria con el puño, sin liegar a golpearla. Cien pasos más adelante, junto a la carretera que se desviaba hacia la izquierda, empezaba un pueblo. No lo conoclamos, pero lo cierto es que ya de la primera casa salieron unas personas que nos hicieron seflas, con

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Escritos póstumos

gesto amistoso pero de advertencia; elias mismas parecman asustadas, es más, encogidas pot el miedo. Senaiando hacia la granja por la que acababamos de pasar, nos recordaron ci goipe que ml hermana habia dado en la puerta. Los propietarios de ]a granja, IIOS dijeron, iban a denunciarnos, y la IflVCstigación empezarla de inmediato. Yo estaba muy tranquiio >1 tranquilicé tambien a mi hermana. Probablemente no habla Ilegado a dat tal goipe, y qué importaba SI 10 habIa dado: no hay lugar en ci mundo en que 10 Ileven a uno a juicio por algo semejante. Intenté hacerselo comprender asI a las personas que nos rodeaban, y me escucharon, pero prefirieron no pronunciarse. Luego afladieron que Jos de la granja no solo iban a denunciar a mi hermana, sino también a ml, por ser hermano suyo. AsentI con la cabeza, sonriendo. Todos voivimos la vista hacia la granja como se contempla una columna de humo lejana, esperando vet aparecer la llama. Y, en efecto, pronto vimos unos j inetes que entraban por la puerta abierta dc par en par; se levanto una polvareda que lo envolvio todo, dejando ver solo el centelleo de ]as puntas de las aitas ianzas. Y apenas la tropa desaparecio en ci interior de in granja, pareclé como si hubieran hecho girar de inmediato a los cabaIlos, y ya estaban dirigiéndose hacia nosotros. Mande alejarse a ml hermana con la intención de aclararlo todo yo solo, pero ella se negaba a dejarme; Ic dije que pot lo menos se cambiase de ropa para comparecer mejor vestida ante los señores. Por fin me hizo caso y emprendio el largo camino que llevaba a casa. Los jinetes ya estaban junto a nosotros; sin siquiera descabalgar, preguntaron pot mi hermana; les respondieron temerosamente que en aquel momento no estaba allI, pero vendrIa luego. La respuesta tue recibida casi con indiferencia; parecian darse pot satisfechos con haberme encontrado a ml. Eran fundamencalmente dos seflores, ci juez, un hombre joven y vivaz, y su silencioso ayudante, al que hamaban Assmann. Me ordenaron entrar en la casa de los campesinos. Lentamente, nieneando Ia cabeza, rensando los tirantes, me puse en marcha ante Ia atenta mirada de los seflores. Todavia estaba casi seguro de que una palabra me bastaria para iiberarme, incluso con honores, de aquella tur-

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ha de campesinos; al fin y al cabo, yo venia de la ciudad. Pero en cuanto crucé el umbral de La casa, el juez, que se habia adelantado y ya me esperaba dentro, duo: -Este hombre me da pena " . No cabla la menor duda de que con eso nose refena a mi estado actual, sino a to que iba a sucederme. La casa se parecIa más a una celda que a una casa de campesinos. Grandes baldosas de piedra, pared desnuda de color gris oscuro, un aro metálico empotrado en La pared, y en el centro algo que parecla una mezcla de carte y mesa de operaciones. Seré capaz de saborear otro aire que el de la prisión?° Esa es la gran pregunta, o mejor dicho, 10 serIa si tuviera alguna esperanza de set liberado. Soy Latude, el viejo habitante de la carcel° Poco tiempo después de su toma de posesión, el joven prIncipe visitó una prisión, incluso antes de haber decretado la habitual amnistia. Entre otras cosas preguntó, como todos esperaban, cuál era el preso que Ilevaba más tiempo encerrado aIII. Era uno que habia matado a su mu j er y lievaba ya veintitrés años en Ia carcel purgando una cadena perpetua. El prIncipe pidió verb, y lo condujeron a la celda; aquel dIa, en prevision de la visita, el preso habla sido encadenado. El preso estaba encadenado. Entré en su celda, La cerré por dentro y le dije: Eres un viejo habitante de la carcel Al Ilegar a casa por la tarde,' encontré en medio de la habitacion un gran huevo, un huevo enorme. Era casi tan alto como La mesa y de una anchura proporcional a esa altura. Se tambaleaba Levemente. Presa de una gran curiosidad, me puse el huevo entre las piernas y Jo corté cuidadosamente en

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Escritos póstumos

dos con Ia navaja. Ya estaba incubado. La cascara se arrugó y cayó al suelo, y apareció un ave parecida a una cigüeña, thin sin plumas, que batla el aire con unas alas demasiado cortas. Qué haces tü en este mundo?> ' , tuve ci humor de preguntarle, y, coiocandome en cuclillas delante de ella, la miré a los ojos, que parpadeaban temerosos. Pero ci ave se apartó de ml dando brincos a Id largo de las Paredes, moviendo las alas, como 51 tuviera los pies heridos. "Tenemos que ayudarnos los unos a los otros " , pensé. Desempaquete ml cena en la mesa y Ic hice una seflal al a ye, que estaba junto a la pared de enfrente, hurgando con el pico entre mis pocos libros. Vino hacia ml enseguida, se sentó en una silla, algo a lo que al parecer ya estaba on poco acostumbrada, y con aliento sibilante empezó a olfatear las rodajas de embutido que Ic habIa puesto delante, Pero se limito a ensartarlas con el pico y volver a tirarlas. *cUn error " , pensé, ' . Guardé silcncio. Al parccer, ml silencio no Ic gustO, asI que afladiO: ', piensa, "y viera mis herramientas y mis provisiones, seria seguramente el final de la caza. Pete eacaso noes ya ci final? No hay cazadores.>> Se dirige al rincón donde Los perros duermen sobre mamas y cubiertos con elks. El sueflo de los perros de caza. No duermen, solo esperan Ia caza y eso, visto desde fuera, pareCe sueño. Pedro se encontró en ci bosque a on lobo.' , dijo ci lobe, " lievo ci dIa entero buscando algo que comer. " , dijo el lobe. , pues solo existe un arsenal Para todos.) No puedo librar mi propio combate; si en algün momento creo ser autónomo, si en algón momento que no veo a nadie a mi alrededor, no tardo en descubrir que he Ilegado a tal posiciôn a consecuencia de una conjunciOn general de factores que están fuera de mi alcance inmediato o quizá completamente fuera de mi alcance. Esto, por supuesto, no excluye que haya avanzadillas, rezagados, francotiradores y todos Ins uses y peculiaridades de la práctica bélica, Pero no hay nadie que

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haga La guerra por Si solo. Humillación de La vanidad? Si, pero también un estIrnulo necesario y verIdico. Voy a la deriva. El camino verdadero pasa por un alambre que no está tendido en lo alto, sine muy cerca del suelo. Parece hecho más para tropezar que para andar por eI. Después de Los estallidos de vanidad y autosatisfacciôn, ante todo hay que tomar aliento. La orgia al leer el cuento en Der Jude.' Come una ardilla enjaulada. El gozo de moverse, La desesperación de La estrechez, La locura de La perseverancia, el sentimiento de dolor ante el silencio de fuera. Todo eso al misnio tiempo y también alternativamente, en el mismo fango del final una franja de sol de felicidad. Tenet poca memoria para los detalles y La evolución de su propia concepción del mundo proplo es una muy mala seflal. Solo fragmentos de on todo. Como vas a rozar siquiera La gran misión, cómo vas a olfatear siquiera so proximidad, sonar siquiera su presencia, suplicar siquiera su sueflo, atreverte a aprender las letras de La saplica, si no eres capaz de centrarte en ti mismo de modo que puedas sostener toda to persona en la mano como una piedra que fueras a arrojar o un cuchillo que fueras a clavar. Per otro lado: no hace faIn escupirse en las manos antes de juntarlas. Es posible pensar algo desconsolador? O mejor dicho: algo desconsolador sin el hálito del consuelo? Una respuesta posible seria que el conocimiento por si mismo ya es consuelo. Asi que, por ejemplo, uno podria pensar que está de sobra en el mundo y pese a ello, y sin falsear esa nociOn, hallar sostén en La conciencia de haberla comprendido. Eso si que vendria a ser como sacarse a uno mismo del pantano tirandose del pelo. Lo que en el mundo fisico resuLta ridicule, es posible en

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Escriros póstumos

ci mundo espiritual. En este no rige La Icy de la gravedad (Los angeles no vuelan, en realidad no escapan a ninguna ley de la gravcdad; lo que pasa es que nosotros, observadores del mundo terrenal, 110 podemos imaginarnoslo de otra manera), aigo que, desde Juego, no podemos concebir, o solo podemos concebir en un nivel superior. Qué pobre es mi conocimiento de ml misrno en comparación, por ejemplo, con ci conocimiento que tengo de mi habitacion. (Por la noche.) €Por qué? Es posibic observar ci mundo exterior, pero no el mundo interior. Seguramente Ia psicologla, en su conjunto, es un antropomorfismo, un intento de rozar las fronteras. La psicologia es La descripcion del reflejo del mundo terrenal en la superficie del cielo, o más exactamente la descripcion de un reflejo tal como nosotros, empapados de tierra, nos lo imaginamos, ya que en reandad no existe reflejo aiguno, aIlá donde miremos solo vemos tierra.

Todos los errores humanos son fruto de La impaciencia, de la intcrrupción inoportuna de lo metódico, de un enquistamiento aparentc de la cosa aparente.

La desgracia de Don Quijote° no es su imaginación, sino Sancho Panza. zo de octubre, en la cama. Hay dos pecados humanos principales de los que se derivan todos los demás: la impaciencia y La negligencia. Por la impaciencia Jos arrojaron del Paralso, por Ia negligencia no vuelven a el. Aunquc en realidad quizá solo haya un pecado principal: la impaciencia. Por la impacicncia los arrojaron y por la impaciencia no vuelven. flu

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Si se nos ye con la mirada enturbiada por el punto de vista itrrestre, parece que nos encontremos en la misiria situación que los pasajeros que, dentro de un tunel muy largo, y tras haber sufrido un accidente el tren en que viajaban, se hallan en un punto en el que ya no se divisa la luz del principio del tunel, mientras que Ia del final se ye tan minüscula que, aun buscándola sin cesar, La pierden de vista una y otra vez, y ni siquiera saben con certeza donde está el final y dondc el principio. Y, debido a la confusion de los sentidos, o quizá a su exceso de sensibilidad, no vemos a nuestro airededor más que monstruos y unas irnágenes de caleidoscopio que, segün el estado de ánimo o las lesiones de cada uno, resultan fascinantes o agotadoras. Qué debo hacer? o para qué debo hacerlo? no son preguntas de esta tierra. Algunas sombras de los difuntos se dedican simplemente a lamer las ondas del rio de los muertos, porque este rio viene de nosotros y conserva aOn el sabot salado de nuestros mares. Entonces el rio se estremece de asco, toma la dirección opuesta y arroja a los muertos de vuelta a la vida. '1 ellos están felices, cantan hininos de agradecimiento y acarician al indignado. A partir de un cierto punto ya no hay vuelta atrás. Hay clue llegar a ese punto. El momento decisivo de la evoluciOn humana es, si renunciamos a nuestra nociOn del tiempo, perenne. Pot eso tienen razón los movimientos intelectuales revolucionarios que reniegan de todo lo anterior, ya que todavIa no ha pasado nada.

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Escritos póstu,nos

Por la tarde paseo hasta Oberklee.°

Desde fuera siempre se podrá triunfar impresionando at mundo con teorlas, y acto seguido caer a la fosa con todos Los demas, pero solo desde dentro es posible mantenerse a uno mismo y mantener a] mundo en la paz y la verdad. Una de las tentaciones más eficaces de to diabolico consiste en la exhortacion a la lucia. Es como la lucha con las inujeres que termina en la cama. Los verdaderos adulterios del marido, que, bien mirado, no tienen nada de divertidos. ix [de ocrubre de 19171. Al sol

Las voces del mundo, apagándose y haciendose cada vez menos.

Un suceso cotidiano:° soportarlo, un heroismo cotidiano. A. está a punto de hacer un negocio importante con B., que vive en H. A. se dirige a H. para tratar los asuntos previos, y recorre el camino de Ida y vuelta en diez mlnutos respectivamente; at Ilegar a casa, alardea de tan singular rapidez. Al dIa siguiente se dirige de nuevo a H., para cerrar definitivamente el acuerdo. Sabiendo que la negociación durara previsiblemente varias horas, A. sale de su casa a primera hora de la mañana. Sin embargo, a pesar de que todas las circunstancias, at menos desde el punto de vista de A., son identicas a ]as del dia anterior, esta vez rarda diez horas en recorrer el camino. Por la tarde, at Ilegar fatigado a H., le dicen que B., molesto por su ausencia, ha ido a buscarlo él mismo a su pueblo, y deberlan haberse cruzado por el camino. Le recomiendan

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que espere. Pero A., temiendo por ci negocio, se pone en marcha de inmediato y se dirige apresuradamente hacia su casa. Esta vez recorre el camino en un instante, sin prestarle mucha atención. Una vez en casa, Ic comunican que B. ya ha venido a prirnera hora de la mañana, justo al sahr A., y que incluso se han cruzado en la puerta de la casa, donde B. Ic ha recordado el negocio que tenian pendiente, pero A. Ic ha dicho que no tenia tiempo, que tenla que salir a toda prisa. A pesar de ese comportamiento incomprensible de A., B. ha preferido quedarse aill para esperarle. Aunque ha preguntado varias veces si A. ya habia liegado, todavIa se encuentra arriba, en la habitación de A. Contento de poder hablar pese a todo con B. y exphcaric In sucedido, A. echa a correr por las escaleras. Cuando está a punto de Ilegar arriba, tropiezac.sufre un esguince y, casi desmayándose de dolor, incapaz inciuso de gritar, gimiendo en la oscuridad, eye cómo B. —no sabe si desde muy lejos o justo a su lado— baja Ia escalera enfurecido, a pisotones, y desaparece definitivamente. A veces lo diabolico adopra ci aspecto del bien o incluso se encarna per compieto en éi. Si esto se me ocuita, sucumbiré, por supuesto, ya que ese bien es más atractivo que ci verdadero. Pero qué pasa si no se me oculta? Y si voy a parar.al bien huyendo de una jaurIa de demonios? Y si, objeto de repugnancia, me vco rodeado de aifileres que me arroiian, me acucian, me empujan hacia ci bien con sus puntas? Y silas garras del bien se abaianzan visibles sobre ml? Retrocedo un paso y me hundo blanda y tristemente en ci ma!, que ha estado todo ci tiempo detrás de ml esperando a que me decidiera.

Una vida

Una perra apestosa, gran pandora, en algunas partes ya podrida, pero que en ml infancia lo era todo para ml, quc me sigue fieimente a todas partes, a la quc no puedo evitar pe-

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gar, pero ante la que yo mismo, temiendo su aliento, retrocedo paso a paso, y que sin embargo, si no tomo otra decision, me acorralara en el rincOn ya visible de la pared, para descomponerse alli del todo sobre ml y conmigo, hasta el final —des algo que me honra?—, con el pus y la came ilena de gusanos de su iengua junto a mi mano.

Pot la tarde de regreso de Zarch°

El mal tiene sus sorpresas. Dc repente se da Ia vuelta y dice: '. Pero eso ya to eres: eres dueno de tus actos. Asi que la frase significa eDesconOcete! DestrOyete! " , y por to tanto algo malo; solo si uno se inclina mucho hacia abajo, oye también la pane buena, quc dice: < ' para Ilegar a ser quien eres". z [de octubre de 1917]. Triste, nervioso, fisicamenre ma'. Miedo a Praga,° en la cama. Erase una vez una comunidad de canallas, o mejor dicho, no eran canallas, sino gente corriente, del montón. Siempre haclan causa comün. Por ejemplo, cuando uno de eflos cometla alguna canallada, o mejor dicho, en realidad ninguna canaliada, sino algo corriente, de to mds normal, y to confesaba ante la comunidad, los otros estudiaban ci caso, to juzgaban, imponlan sanciones, to perdonaban, etc. No habla mala intenciOn, asI se preservaban estrictamente los intereses del individuo y de La comunidad; simplernente, at que confesaba se le administraba el color complementario at color basico que habia mostrado. Asi siempre hacian causa comün, y ni siquiera después de muertos renunciaron a la comunidad, y subicron at cieio formando un corro. En conjunto, volando de aquel modo, produclan una impresiOn de prIstina inocencia infantil. Pero como antes de ilegar at cielo todo se descompone en sus elementos, se precipitaron, convertidos en bloques de piedra.

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Escritos pdstuinos

Un primer signo de que empieza ci conocirniento es ci dcseo de morir. Esta vida parece insoportabie, y la otra inatcanzabie. Ya no Sc avergüenza uno de querer morir; desde la vieja ceida odiada, uno ruega que lo trasiaden a una nueva quc con ci tiempo tambien ilegard a odiar. Y en csto desempena cierto papel ci residue de fe cl ue Ic queda en que durante ci traslado ci señor pase casuaimente por el pasillo y, mirando al prisionero, diga: A estc no voiváis a encerrarlo. Sc viene conmigo. 3.x1 [de 19171. Pasco hasta Oberkice. Per La noche en la ha-

bitación, Ottia y Toni escriben.° Si anduvieses por una Ilanura con La firmc intención de avanzar, y pese a cUe recrocedieras, tu situación seria dcsesperada; pero como estás trepando por una pendiente escarpada, inãs o menos tan escarpada come lo eres Ui mismo visto desde ci suelo, los retrocesos solo pueden deberse a las caracterIsticas del terreno, asI que no debes dcscsperar. Buena voluntad? No podIas evitar pensar en Italia, has Iddo en voz alta a P. Schiemiehl.° 6 [de noviembre de 19171. Come un camino en otoño: apenas 10 han barrido, vueive a cubrirse de hojas secas. Una j aula salió a cazar on pájaro. 7 [de noviembrc de 1917]. (per la mañana en la cama, después de una velada " habiando de todo lo divino y In humane-)

Cuaderno en octavo C (1917-r918)

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La más importante cuando a uno Ic clavan una espada en ci alma: tener la mirada tranquila, no perder sangre, absorber ci frio de la espada con la frialdad de la piedra. A causa del cone, después del corte, voiverse invulnerable. En este lugar no he estado nunca: la respiración es diferente, junto al sol brilla, más deslumbrante que el, otra estrella. [de noviembre de '9'71• A Ober-Klee° Si hubiera sido posible construir la Torre de Babel sin subirse a ella, habria estado permitido erigirla. rode noviembre [de 19171. Cama No dejes que te hagan creer que puedes ocuitarle secretos at mat. Entran leopardos en ci templo y se beben hasta la ültima gota de los cuencos de las ofrendas; esto se repite una y otra vez; al final acaba siendo posible calcular cuándo to harán, y se convierte en una parte de la ceremonia. Nerviosismo (Bluher, Tagger)° I-.

iz [de noviembre de 19171. Mucho rato en la cama, rechazo

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Escritos pdstumos

Con la misma firmeza con que la mano sujeta ha pieclra. Pero la sujeta con firmeza solo para lanzarla In más lejos posible. Sin embargo, ci camino también Ileva a esa lejanla. Tü eres los deberes. No se ye un. alumno por ninguna parte. Del verdadero rival it Ilega un valor sin limites. Comprender la suerte que supone que el suelo sobre ci que Ce sostienes no pueda set mayor que lo que cubren Ins dos pies. No es posible complacerse en el mundo, a menos que UflO SC refugie en éI.

iS.xi [de 1917]. Los escondites son innumerables, La salvación es ñnica, pero hay tantas posibilidades de saivacion como escondites. Hacer lo negativo es una tarea impuesta, to positivo nos está dado. Un carro de campesinos cargado con tres hombres subla lentamente una cuesta en la oscuridad. Un desconocido que caminaba en sencido contrarjo Los liamó. Tras una breve conversación, el desconocido pidio que lo tlevaran consigo. Le hicieron sitio y lo subieron al carro. Cuando ya habian reaL nudado la marcha, Ic preguntaron: " Como es que ahora va usted en esta direccion si venia de la otra?o. , dijo et desconocido, consigo mismo. " Si... morirás ' > significa: El conocimiento es al mismo tiemdos cosas: peldaflo hacia la vida eterna y obstáculo ante ella. Una vez adquirido el conocimiento, querrás ganar la vida eterna —y no podras evirar quererlo, ya que el conocimiento no es otra cosa que esa voluntad—, tendrds que destruirte a ti mismo, o sea, al obstdculo, para construir el pe!daflo, es decir, la destrucción. Por eso la expulsion del Paralso no fue una acción sino un acontecer. p0

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[27]

[Finales de enero de 1 9 i8-comienzos de mayo de 19181 [Cuaderno en octavo H] Al imponerte uria responsabilidad demasiado grande, o mejor dicho, toda La responsabilidaci, te aplastas a ti mismo. La primera idolatria se debió sin duda at miedo a las cosas, pero también, ligado a él, at miedo a la necesidad de las cosas y, ligado a su vez a este, at miedo a la responsabilidad sobre las cosas. Esta responsabilidad debió de parecer tan enorme que ni siquiera se osó atribuirla a un solo set sobrehumano, ya que con la mediación de un solo sec !a responsabilidad humana no se diluiria to bastante, y el trato con ese set estarIa ann demasiado teflido de responsabi!idad, de modo que se prefirió asignar a cada cosa la maxima responsabilidad posible sobre si misma, es más, se asignó a esas cosas también cierta responsabilidad sobre el sec humano. Sc procuraba pot todos los medics crear contrapesos, aquel mundo ingenuo era ci más complicado que ha existido jamás, su ingenuidad se manifestaba exc!usivamente en el esfuerzo brutal por actuar de modo consecuente. Si te imponen toda la responsabilidad, puedes aprovechar el momenro y desear sucumbir a !a responsabilidad, pero inténtalo y verás que no te ban impuesto nada, pues esa responsabilidad eres tü mismo, Atlas quizá creyera que si querla, podia dejar caer Ia Tierra y escabu!lirse; pero no le estaba permitido más que tener esa creencla,

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Escritos

pdstumos

El aparente silencio con que los dIas, las estaciones, las generaciones, Jos siglos Se suceden Jos unos a los otros, significa que hay que escuchar atentamente: asi trotan los caballos delante del carruaje.

31 [de enero de 1918J. Trabajo de jardinerIa,° falta de perspectivas

Una lucha en la que de ningün modo y en ninguna fase es posible que uno tenga ]as espaldas cubiertas. Y aunque uno lo sabe, lo olvida una y otra vez. Y aunque uno no In olvide, busca siempre la cobertura, solo para poder descansar mientras busca, y a pesar de que sabe que eso se volvera contra el. i de febrero [de 1913]. Cartas Lenz' Por ültima vez ]a psicologia!

Dos tareas del inicio de la vida: reducjr cada vez más Cu ambito y comprobar una y otra vez que no te encuentres escondido en algün lugar fuera de el. z [de febrero de 1918]. Carta de Wolff

A veces ci mal está en la mano como un instrumento, sepamos verlo o no, y es posible dejarlo de lado sin resistencia, es más, tu mirada lo percibe 3 [de febrero de 1918]. Visita de Irma°

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Los gozos de esta vida no son sus gozes, sine nuestro miedo a ascender a una vida superior; los tormentos de esta vida no son sus tormentos, sine nuestro autotormento a causa de aquel miedo. 4 [de febrero de 1918]. Mucho rato acostado, insomnio, tomo conciencia de la lucha En un mundo de mentira, para echar ala mentira del mundo no basta con su opuesto: hace falta on mundo de verdad. En qué it basas? Cu61 es tu justificación? A. €Quieres darme una gran satisfacción? B. Per supuesto. A. Contestarme sin hacerme preguntas. B. Si. Me complace mucho ver que alguien intenta preguntar, at menos en apariencia, independientemente de si mismo. A ml eso me costaria mucho conseguirlo. A. AsI no. '(a estás empezando a preguntar de algün modo. B. No to hare más. Pregunta! A. En qué consiste to justificación? B. Nola tengo. A. Y puedes vivir asI. B. Pues 51, precisamente, ya que con justificación no podna vivir. Come podrIa justificar la niultiplicidad de mis actos y circunstanclas vitales. El sufrimiento es el elemento positivo de este mundo, es más, constituye el ánico laze entre este mundo y to positivo. Solo aqul el sufrimiento es... sufrimiento:No es que los que aqul sufren estén llamados a sec ensalzados en otro lugar a causa de so sufrimiento, sine que to que en este mundo liamamos

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Escritos póstumos

sufrimiento es, en otro mundo, sin transformacjón y simplemente liberado de su contradiccion, felicidad. y (de febrero de 1918]. Buena mafiana, imposible acordarme de todo

Destruii este mundo solo serla nuestra misión si, en primer lugar, este mundo fuera malo, es decir, que contradijera nuestra razón de 5cr, y, en segundo lugar, si estuviéramos en condiciones de destruirlo. No podemos destruir este mundo porque no lo hemos construido como algo autónomo, sino que nos hemos extraviado en el, aün más: este mundo es nuestro extravIo, ycomo tales a su vez algo indestructible, o mejor dicho, algo que solo puede destruirse llevándojo a su fin, y no mediante la renuncia.

Para nosotros existen dos clases de verdaci, tal como Las representan el drboj de la ciencia y ci árbol de La vida. La verdad de Jo activo y Ia verdad de lo pasivo; en la primera, el bien se separa del mal; La segunda no es sino el bien mismo, que no sabe del bien ni del mal. La primera verdad nos ha sido dada de manera real, la segunda de manera intuitiva. Ese es ci aspecto triste. El alegre es que esa primera verdad pertenece al instante, y la segunda a la eternidad: per eso la primera verdad se oscurece a la Luz de Ia segunda. 6 [de .febrero de 1918]. He estado en Flohauo

La idea de la extensiOn y plenitud infinitas del cosmos es resultado de haber Ilevado al extremo la mezcla de la iaborjosa creación y la aurorrefjexion libre.

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[de febrero de 1918]. Soldado con piedras, Isla de Rugen° La fatiga no significa necesariamente debilidad de La fe, o si? En cualquier case, la fatiga significa insatisfacción. Se me hace demasiado estrecho todo to que significo, hasta la eternidad que soy yo mismo se me hace demasiado estrecha. Si per ejemplo leo un buen libro, pongamos tin relato de viaje, la lectura me despierta, me satisface, me sacia. Eso demuestra que anteriormente no tenia incluido ese librn en mi eternidad, o que no habla penetiado to suficiente en la intuición de La eternidad, que también abarca necesariamente ese libro. A partir de un dererminado grade de conocimiento, la fatiga, la insatisfacción, La estrechez, el menosprecio de uno mismo tienen que desaparecer, en especial cuando tengo el vigor necesario para reconocer come ml propio set aquello que antes, at resultar ajeno, me estimulaba, satisfacla, liberaba, elevaba. Pete y silo que produce ese efecto solo fuera ajeno en apariencia, y tü, con el nuevo conocimiento, no solo no ganases nada en ese sentido, sino que además perdieras el consuelo que tenlas antes? Sin duda producla ese efecto solo come cosa ajena, pero no solo ese, sino que, prolongando su efecto, me ha elevado ademas a ese grado superior. No ha dejado de ser ajeno, sine que ha empezado, ademas, a set . Y algo ajeno que eres td ya noes ajeno. Con eso megas la Creación del mundo y it refutas a ti mismo. Deberla alegrarme de hallar armenia, y, sin embargo, cuando la encuentro, me entristezco. DeberIa sentirme más cclmado gracias a ella, y sin embargo me siento deprimido? Dices: deberIa sentirme; dcon ello expresas un mandato que está dentro de 6? Eso es to que quiero decir. Es un mandate permanente o solo temporal? No puedo decidirlo, pero creo que es un mandato permanente, aunque yo solo to oigo temporalmente.

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Escritos pdstumos

De dónde deduces eso? Del hecho de que, por decirlo asI, to oigo tambien cuando no to oigo, y de tal modo que, aun no siendo audible por 51 mismo, amortigua la voz contraria o ía ensombrece poco a poco, y me refiero a la voz contraria que me hace detesrar la armonla. €Y cuando ci mandato habla a favor de la armonla, tambien oyes la voz contraria? Ya to creo; de hecho, a veces tengo la impresión tie que no oigo otra cosa que la voz contraria, tie que todo to demás es solo sueflo y hago asomar el suei90 a Ia iuz del dIa. Por qué comparas ci mandato interior con un sueño? Te parece, como este, absurdo, desiavazado, inevitable, ünico, portador de felicidad o angustia gratuitas, no transmisible del todo y ansioso de set transmitido? Si, todo cso: absurdo porque solo pucdo subsistir aquI si no to sigo; deslavazado porque no se quién Jo emite ni adónde apunta; inevitable porque me encuentra desprevenido y me causa La misma sorpresa que ci sueño provoca en ha persona dormida, la cual, sin embargo, desde el momento en quc Sc ha puesto a dormir, deberia contar con la posibilidad de tener sucños; es ónico o pot to menos to parece porque no puedo seguirio, no se mezcla con to real y por ello mantienc intacto su carácter de cosa inica; me hace fchz o me angustia gratuitamente, aunque mucho menos lo primero que to segundo; no es transmisibie porque no es concebibie, y, por ci mismo motivo, ansla ser comunicado. Cristo, momento°

S [de febrero de 19181. Me he levantado pronto, posibilidad de trabajo. Entargo 9 [de febrero de 1918]. La calma del viento en algunos dias, ci ruido de los que llegan,° los nuestros quc saien corriendo de las casas a saiudarlos, se cue1 gan banderas aqul y allá, en-

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tran en las bodegas a buscar vino, desde una ventana una rosa cae sobre el pavimento, nadie tiene la menor paciencia, las barcas sujetas a un tiempo por cien brazos Ilegan a la onha, los hombres desconocidos miran hacia atrás y suben a la luz plena de la plaza. £Por qué lo facil es tan dii icil? Tentaciones que he tenido Deja la enumeración. Lo Mcii es difIcil. Es tan Mcii y tan dificil. Como un juego de escondite en el que el ünico refugio es un arbol al otro lado del océano. Pero Epor qué emigraron de alli? En la costa es donde (a marea es más fuerte, ponque aiR su ambito es angosto e infranqueabte. No preguntar te habnIa hecho retroceder, preguntar te lieva un océano adelante. No han emigrado ellos, sino tü. La estrechez me oprimirá una y otra vez. Pero la eternidad no es la temporalidad detenida. Lo que resulta opresivo de la idea de lo eterno: la justificadon, inconcebible para nosotros, que el tiempo dehe experimentar en la eternidad, y la justificación, derivada de ella, de nosotros mismos tal como somos.

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Escritos pdstupnos

Cuánto mAs opresiva que la conviccion más empecinada de nuestro actual estado pecarninoso es la convicción, por debit que sea, de la justificacion de nuestra temporalidad en la eternidad. Solo la fuerza para soportar esa segunda convicdon, que en su pureza abarca completamente la primera, es Ia medida de Ia fe.

ro [de febrero de 19r8J. Domingo. Ruido. Paz con Ucrania° Se disipan las niebias de los generales y artistas, de los amantes y millonarios, de los politicos y gimnastas, de los marlnos y

Libertad y vIncuto son, en su sentido esencial, una sola cosa. dEn qué sentido esencial? No en el sentido de quo el esciavo no puede perder la libertad y pot lo tanto es en cierto modo más libre que ci libre.

La cadena de las generaciones no es la cadena de tu set, y sin embargo ahI estân las relaciones. dCudles? Las generaciones mueren como los momentos de tu vida. Dónde estd la diferencia?

Es la vieja broma: sostenemos el mundo y nos quejamos de quo él nos sOstiene.

En cierto sentido niegas la existencia de este mundo. Explicas la existencia como un estaclo de reposo, un estado de reposo en el movimiento.

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[de febrero de 1918]. Paz con Rusia°

En medio del incendlo generalizado, so casa queda a salvo, no porque el sea piadoso, sino porque tiene como objetivo que su casa quede a salvo. En cierto sentido, ci observador participa de la existencia del observado, se adhiere a éi, intenta moverse a la misma velocidad que el viento. Yo no quiero ser asI. Vivir significa estar en ci centro de la vida; ver la vida con la mirada con que La he creado. El mundo solo puede considerarse bueno a partir del punto en el que fue creado, pues solo alli se dijo: y to que era bueno, y solo a partir de alil se to puede condenar y destruir. Por eso, si quiero aLcanzar una reLación apropiada con él, tengo que Siempre dispuesto, su casa es portátii, vive siempre en su tierra. El rasgo decisivamente caracterIstico de este mundo es su caducidad. En ese sentido, los siglos no tienen ventaja alguna respecto at momento pasajero. La continuidad de la caducidad, por tanto, no puede proporcionar consueio; ci hecho de que surja nueva vida de las ruinas no es prueba de la persistencia de la vida, sino más bien de La muerte. Asi, si quiero luchar contra este mundo, debo atacar to que constituye su rasgo decisivamente caracteristico, es decir, su caducidad. £Puedo lograrlo en esta vida, y de forma real, no solo con la esperanza y La fe?

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Escritos pdstumos

Asi pues, quieres luchar contra ci mundo, y con armas más reales que 'a esperanza y la ft. Esas armas probable mente existen, pero solo pueden reconocerse y utilizarse en deterrninadas condiciones; ante todo quiero ver si reünes esas condiciones. 19 de febrero We 1918]. Dc regréso de Praga. Ottla en Zarcho

Nos deslumbraba la noche de luna. Los pájaros chillaban de árbol en árboi. Los campos susurraban,

Eramos un par de serpientes que reptaban por ci polvo. lntuición y experiencia. Si Ia "experiencia>> es el reposo en to absoluto, la intuición solo puede set ci camino que lieva a to absoluto dando un rodeo por ci mundo. Al fin y at cabo, todo Se dirige a la meta, y meta solo hay una. Sin embargo, seria posible un equilibrio si pensamos que la division solo es tat en ci tiemp0, es decir, solo es tai en cada instante pero en realidad nunca Ilega a consumarse. We febrero de 1918J. Puede haber un saber acerca de to diab6lic0, pero no una fe en ello, pues no hay más eiemen to diabolico que ci que hay. 21

El pecado se muestra siempre abiertamente y se capta de inmediato con Ins sentidos. Transparente como corresponde a algo que se crea a si mismo. Viene de fuera y cuando se Ic pregunta menciona su origen.

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Quien solo se preocupa por ci futuro es menos previsor que quicn solo se preocupa por ci instante, ya que ni siquiera se preocupa por ci instante, sino solo por su duración. Todo el sufrimiento que nos rodea tendremos que sufrirlo nosotros también. Cristo sufrió pot La humanidad,° pero La humanidad tiene que sufrir por Cristo. No tenemos cuerpo, sino crecirniento, y por ello hemos de pasar por todos los dolores, sea de una manera o de otra. Igual que el nino se desarrolla pasando por rodas las etapas de la vida hasta Ia yejex y la muerte —y cada etapa, vista desde La etapa anterior, parece inalcanzabie, en grado de deseo o de temor—, tarnbién nosotros —no menos Intimamente unidos a la humanidad que a nosotros misrnos— nos desarrollamos pasando por todas Las penas de este mundo de la mano de todos nuestros congéneres. En este ámbito no hay lugar para la justicia, pero tampoco para ci teinor at sufrimiento ni para la interpretación del sufrimiento como mérito. zz [de febrero de x9:[8. Carta de H.° La contemplación y La acción tienen su verdad apai.ente; pero la ánica verdad es La acción emitida desde Ia contemplación, o rnejor dicho, la que regresa hacia ella. Puedes echarte atrás ante los sufrimientos del mundo, eres Iibre de hacerlo y de hecho es to que corresponde a tu naturaleza, pero quizá precisarnente ese echarte atrás es el finico sufrimiento quc podrias evitar. El ser humano tiene libre aibedrio, y concretamente de tres maneras. Era libre cuando quiso esta vida, si bien ahora ya

Escritos póstu,nos

no puede retractarse, pues ya no es aquei que la quiso en su momento, a menos que se considere que at vivir esti ejecutando su voluntad de entonces. En segundo lugar, es libre porque puede escoger su camino en esta vida y su manera de recorrerlo. En tercer lugar, es libre porque, siendo el que algun dIn volveri a set, tiene la voluntad de dejarse it per la vida en cualquier circunstancia y de ese modo ilegar a set eI mismo, por un camino que está en su .mano elegir, Pero que es hasta tal punto JaberIntico que no deja intacto ni un solo rincón de esta vida. Esa es Ia trinidad del libre aibedrIo, que, per otra pant, al set simuitanea, es en realidad una sola cosa, hasta tat punto que no queda espacio aiguno Para ci atbedrIo, sea libre o no.

2.3

[de febrero de 19181. Carta sin escribir

La mujer, o quizá, pot decirlo mis claramente, el matrimonb,0 es ci representante de ]a vida con ci que estis ilamado a enfrentarte. El instrumento de seduccion de este mundo y la serial de La garantla de que el mundo es transitorio son una y la misma cosa. Y a nadie puede extraflar que asi sea, ya que solo de ese modo puede seducirnos el mundo, y corresponde a la verdad. Pero lo malo es que, una vez consumada la seducdon, olvidamos la garantIa, de manera que el bien nos atrae hacia el mat como la mirada de la mujer nos atrae a su cama. 2.4 [de febrero de 1918]. H.°

La huniiidad proporciona a todos, indluso al que desespera en soledad, la mis estrecha reiaciOn con el prOjimo, y ademis de una manera inmediata, a condicion de que la humildad sea completa y duradera. Y si tiene ese poder es porque const.ituye ci verdadero lenguaje de la oraciOn, a un tiempo adoracion y law inquebrantable. La relacion con el prOjimo

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es La relación de La oración, y la relaciôn con uno mismo es la relación de la ambición. Dc la oración extraemos La fuerza Para La ambición. Los inventos van por delante de nosotros, igual que la costa va por delante del vapor incesantemente sacudido por su máquina. Los inventos innovan todo to que se puede innovar. Es injusto objetar, por ejemplo: el avión no vuela como un aye, 0: nunca seremos capaces de crear un pájaro vivo. Sin duda es asI, Pero to que falla ahi es la objeción misma; es como exigirle at vapor que, a pesar de mantener su rumbo, siempre arribe at primer puerto de so periplo. No se puede crear on ave por medio de un acto primigenlo, pries ya ha sido creada, y nace una y otra vez a partir del impulso del primer acm de creación, y Cs imposible intervenir en esa sucesión viva y creada a partir de on acto de voluntad primigenio e incesante, igual que una leyenda cuenta que, aunque la primera mujer fue creada a partir de in costilla del hombre, eso no se ha repetido nunca, sino que desde entonces los hombres tornan siempre como mujer a las hijas de otros hombres. Pero el metodo y la tendencia de la creación del ave y del avión no tienen por qué —eso es to que importa— ser distintos, y la interpretaciOn de los salvajes, que pueden confundir el disparo de un arma de fuego con ci trueno, puede contencr cierta verdad. Pruebas de una verdadera vida anterior: Yo ya te he visto antes, los milagros de La era primitiva y del fin de los tiemp05.

z de febrero de 1918]. CLaridad matutina No es pereza, mala voLuntad ni torpeza —aunque algo de todo eso hay, porque >, dijo ci prIncipe. >, contesté. Asl Cs"; dijo, y cl ue más? " Mi ti " , respondi. , dijo, , respondi, "lo mismo me digo yo, Pero como no recibo respuesta, me quedo> ' , dijo él. cY a ml no menos que a ti", dije, < c y, por eso, ci que todo sea inüti.I tambien se refiere a ti."

Habla apostado ann centinela en medio de los bosques pantanosos. Luego, sin embargo, estaba todo vacio nadie contestaba a las liamadas, el guardia habia huido, y me vi obligado a poner a otro. Miré ci rostro lozano y huesudo del nuevo centinela. . Estaba en ci despacho del ingeniero de minas.° Era una harraca construida sobre un suck descuidado, arcilloso, aplanado a toda prisa. Una simple bombilla sin pantahla lucia sobre el centro del escritorio. >, respondio ci ingenlero. " Podria quedarme aquI en ci despachoh> > an general? No, he caIdo. ' Luego viene siempre el recorrido por el vestIbulo, ese camino de solo ones cuantos pasos que, sin embargo, tardamos varios cuartos de hora en recorrer y por el que ellas me Jievan casi en volandas. Después del duro dia, me siento realmente cansado y apoyo Ia cabeza en uno de sus blandos hombros, sea de Resi, sea de Alba. Ambas están casi desnudas, solamente ilevan una carnisa, asI pasan gran pant del dIa, solo cuando se ha anunciado una visita, como La tuya en esta ültima ocasiOn, Se ponen unos sucios trapos. " Liegamos, pues, a mi habitacion, y ellas me suelen empujar hacia dentro, pew se quedan fuera y cierran la puerta. Lo hacen Para divertirse, pues enseguida empiezan a jugar, a ver quién entra primero. No se trata de celos, ni de una lucha de verdad, sino de un simple juego. Oigo Ins golpes que se propinan, ligeros y sonoros, el jadeo rayano ya en verdadero sofoco y, de vez en cuando, alguna palabra. Por ñltimo, yo mismo abro la puerta, y ambas se precipitan hacia dentro, acatoradas, con las camisas desgarradas y ci olor acre de su aliento. Caemos entonces sobre la alfombra y poco a poco se impone ci silencio. ' Pero por qué callas de golpe?> , repuse, > Me incorporé y vi una mano que saludaba desde ci ventanuco en forma de arco de medio punto practicado en La caseta que se levantaba en ci centro de Ia embarcacion. Después apareció ci rostro recio de una mujer enmarcado por un pafluelo de encaje negro. , pregunté sonriendo. >, respondio ella. , dije. "Si>', dijo ella, " mucho más joven, él podrIa set tu abuelo y td mi marido.>> " Sabes '>, dije, , dijo ci gato, y se to zampó. -Ay ',, dijo el ratón,° "el mundo es cada dia ma's pequeño. Primero era tan ancho que me daba miedo, segul corriendo y me semi fehz al ver por fin ios muros que Se aizaban a to Icjos, a derecha e izquierda, pero esos largos muros se precipitan tan velozmente los unos contra los otros que ya estoy en ci ültimo cuarto y allá en ci rincón espera la trampa en la que voy a caer. " cTienes que cambiar ia direccion de to cartera " , dijo ci gato, y to devoro. Se habIan solicitado dos trilladores, estaban con sus trillos en el oscuro granero. , respond!, pero ya no me sentla tan seguro de ml mismo come querIa hacerle creer. Con mis sentidos aguzados per et ayuno algo vela u ola en el, algo que solo esraba en sus comienzos, que crecia y se aproximaba, y no tarde en darme cuenta: este perro posee desde luego ci poder de arrastrarte, por mucho que ahora ann no togres imaginar cómo podrás tevantarte alguna vez. Lo mire con dcseo creciente, a el, que a mi burda respuesta solo habia sacudido levemente Ia cabeza. ,Quién eres? " , pregunté. "Soy on cazador " , contestó. que aparecen en los capirulos I y HI, respectivamdnte, de La transfortnacidn_, como otros de escasa edad y sin nada que ver con la abogacia o con ]as leyes, como Karl Rossmann en esta narraciOn. PAGINA 72, LINEA 14.

ci consejero de Estado. En esta misma narraciOn, a partir de unas pocas lineas mâs abajo, yen coda la novela El desaparecido, el no de Karl Rossmann deja de set Lo primero que hay que aclarar al lector de habla espaflola al anotar esta celeberrirna narración de Franz Kafka es la razón por 11 que, en esta ediciOn de sus Obras Conipletas, es Ilamada La transformacion y no, coma ha solido hacerse, La metamorfosis. En su Iengua original, esta narración, editada en vida del autor, Iievo siempre ci titulo Die Verwandlung. En un diccionarjo de las lenguas espanola y alemana tan solvente como ci Slaby Grossmann se encuentran, bajo La voz Verwandlung, las siguientes equivalencias: a) sin precision de ningón léxico especializado: 'cambio', 'transformacion', 'conversiOn', 'reducciOn' y 'mutación'; b) con explicita precisiOn de algunos dominios léxicos sectoriales: 'transmutación' (en Ins metales), 'consagracion' o 'transubstanciacion' (de la Hostia), 'transfiguracion' (del cuerpo de Cristo), 'conmutacjOn' (de una pena, en ci Icnguaje juridico) y, por fin, 'metamorfosis', en ellenguaje de Ia mitologia clasica. Es dccii-, la primera traduccion de Verwandlung que le viene a la caheza a cualquicr traductor del aleman a lenguas neolatinas, y aun a lenguas emparcntadas con el alemán, coma ci inglés, es 'transformacion', 'transforniazione' o 'transformation' (esta tItima voz idéntica, en su grafia, en frances yen inglés). Dicho de otro modo: oprar por Ia palabra metaniorfosis, en cualquiera de Ms lenguas aludidas, significa optar por un sustantivo que, ya solo por so proximidad a Ia iengua griega, pero tambien por ci hecho de que en esra lengua designa a ]as grandes y fantsticas muraciones dc ]as literaturas griega y latina (desde Homero y Ia red mitolOgica de la Grecia arcaica hasta Ovidio o Apuleyo), aproxima ci sentido de Ia narraclOn de Kafka a un registro narrativo muy concrcto, con una permancate tradician en Occidente y siempre con un valor de "suceso extraordinario,, o >, "La preocupaciOn del padre de familia>>, " Once hij os>>, "Un fratricidio>>, "Un sueflo " y " Un infor-

Nota lhninar

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me Para una academia- (correspondcflcia entre Franz Kafka y Kurt Wolff documentada en KA.) La historia editorial de este libro no termina aqul, pues en febrero de 1918, dados los serios apuros que la casa editorial de Kurt Wolff pasaba a causa de la guerra, ci editor Erich Reiss, de Berlin, se interesó en publicar textos ineditos de Kafka y It hizo en este sentido una propuesta formal. El autor pens6 entonces publicar Un medico rural en esa casa editora, y asf lo comenta en carta a Max Bred de hacia ci 5 de marzo de i9I8 -He recibido de la editorial Reiss una invitación muy amable; de Wolff no he sabido más desde que It mande las 61timas pruebas corregidas". For lo que leemos en otra carta de Kafka al mismo Brod —que cxhortó a Wolff a publicar ci libro sin demora—, ci autor tenia especial intese editara cuanto antes, especialmente rés en que tin medico rural desde que habla decidido, en agosto de 1917, dedicar ci libro a so padre , que Kafka uti!izó, apr oximadarnente, entre mediados de cnero ye! 19 dc febrero de 1917. La narración pudo set escrita en torno al To de febrero de 1917. En ci manuscrito no figura ritulo aiguno, pero este consta en la usIa ya citada que Kafka inciuye al final del niismo cuaderno. Antes de set recogida en libro (Franz Kafka, Fin Landarz:. Kleine Lrzdhlungen, Munich-Leipzig, Kurt Wolff Verlag, 1919, en adelante citado simpiemente come Fin Landarzt), Ia narración foe publicada hacia mediados de septiem-

bre en Ia revista Marsyas. Fine Zweimonatsscbrift, año i, cuaderno 1, página Si. El texto definitive, ofrecemuy ligeras diferencias cone! incluido en ci ') y " Die kurze Zeit>> ("El breve lapso de riernpo " , en Ia lista que se encuentra en ci "Cuaderno en octavo C"). Kafka dcbio de escribir esta narradon entre abril de 1917 (pues dice rnandárseia a Martin Buber en carta del aide abril) y julio del mismo aflo (cuando la menciona por vez primera, con ci titulo (véanse, en este mismo volumen, Las páginas 203-104). Dos excelentes estudios sobre Ia solterfa de Kafka en relación con so obra son: Michel Carrouges, Les Machines célibataires, Paris, Chéne, 19 7 6, y Marthe Robert, Franz Kafka o la soledad. *

Bibliogra (ia especifica: Edmund Wilson, >. PAGINA 472., LINEA

25. Lo extraordinario también tiene que

tener lmnzitcs. Coniparese esta valoración con lo que dice el narra-

[J61-1171

Pdginas 466-490

1095

dor de "La preocupación del padre de familia'> acerca de Odradek: " Es evidente que no hace dano a nadie; Pero la idea de que pueda sobrevivirme me resulta casi dolorosa" ( p. 198). ['71 Cuaderno en octavo A Novienibre-diciembre de 1916 Primero de los liamados >, o el hecho mismo de
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