Mujeres Siglo XII. Duby

May 2, 2017 | Author: Diotima | Category: N/A
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Titulo original: Dames du xir siede. 1Il. Eve ct lcs pretres

Rese rvad os w oo s los dcrechos. El conrenido de esta obra esui pro tegido por hi Ley. q ue estah lcce pen as de prision yl o rnulras, uderruis de las co­ rrcs po ndientes indcm niza cion cs por J anos y pcrju icios, para qu ienes re­ p rod ujc rcn , plaginrell. disrribu yercn 0 com unicaren publi camentc, en rodo 0 en part e. una ohr a litcraria, artistica 0 cientffica, 0 su rransforrna­ cion, irnerp rctacion 0 cjec ucio n artfsrica fijada ell cualq uicr tip o de so­ po n e 0 cornunicada a trave s de cualqu ier med ia . sin la p rcccpt iva auto ­ rizacion .

Introduccion

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Los pec ados de las mujeres La caida Hablar a las mujercs Del amor

. 11 . 49 . 81 . 133

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Conclusion \l)

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Ed irion s Ga llimard. 1996 I...d, casr.: Alianza E ditor ial S. A. , Mad rid, 1998 J. 1. Lu ca de Tcna , 15; 28027 Mad rid; tclc f 393 88 88 I.S.U.N .: 84-206 -9428 -2 (Torn o Ill) I.S.13.N. : 84 -206 ·4 245-4 (O .e.)

De po sito lega l: M. 16.199-1998

lrn p rcso ell C losus-O rco yc» , S. L.

)loligol1o [garsa. Paracucllos de Ja rama (Mad rid)

Printed in Spain

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Introducci6n

Durante el siglo xg la Iglesia de Occidente consi­ dero por fin seriamente las expectativas de las muje­ res, quesesentian ab andonadas y reclamaban que se las ayudara mejor en el camino de la salvacion. Sin duda los gran des prelad os que con dujero n en el si­ glo anterior la reforrna moral de la sociedad cristia­ na percibieron qu e habia que ocuparse tambien de ellas, alejarlas del ma l y, los mas generosos, los mas atentos a la ense iianza del Evan gelio, ya reunian a su alrededo r a las mas inquietas, a las mas des ampara­ das. Sin embargo, la autoridad eclesiastica deseon­ fiaba de estos ap ostoles temerarios. D eccpciona das, muehas rnujeres escueharon a los heresiareas que les te'i1dianla mano. Muy pront o se to m e neces ario pre­ vcmrlas-contra las seduccione s de las sectas, haeer que las ovejas desearriadas regresaran al rebafi o. En­ tonees, los sacerdotes empezaron a hablar mas a me ­ 9

10/Damas del siglo XII

nudo de ellas; algunos Ies hablaron directamentc, y a veces las escucharon. De sus palabras han quedado algunas huellas que arrojan un poco de Iuz sobr e 10 que busco y que tan mal percibimos: como se trata ­ ba a las mujeres en esos tiempos. No me hago ninguna ilusion, Lo que escribieron de la existencia cotidiana femenina no revela, tarnpo ­ co, la franca verdad. Los que se expresan son hom ­ bres, constrefiidos en sus prejuicios de tales, forza ­ dos por la disciplina de su orden a mantenerse lejos de las mujeres, a temerlas. De las damas del siglo XII no he captado, esta vez, mas que una imagen, un re­ flejo vacilante, deformado. Sin embargo, y a falta de algo mejor, retengo estos testimonios como un Ulti­ mo aporte, y sustancial , ala investigacion que he rea­ lizado .

LOS PECADOS DE LAS MUJERES

Etienne de Fougeres habia sido capellan de Enri­ que Plan tagenet, uno de los sacerdotes que oficiaba las liturgias en la casa principesca. Habia servido tan bien a su poderoso amo que en 1168 se convirti6 en obispo de Rennes. Fue un buen obispo, concienzu­ do. Para guiar a los hombres hacia el bien, yespecial­ mente a los hombres de Iglesia, a quienes les estaba impuesta la castidad y habra que alentar en su lucha contra sus apetitos , escribio en latin vidas de santos , en particular la de Guillermo Firmat, ejemplo de re­ nun cia a los placeres del cuerpo. Firmat habia vivido en la regi6n en el siglo anterior; tambien sacerdote, se enriqueci6 -como Abelardo-- con la ensefianza; posteriormente, tocado por la gracia, escogi6 termi ­ nar su vida como ercmita, en la pobreza y en las abstinencias. Pero cl demonio le tendi6 una trampa. Para escapar de discipulos demasiado obsequiosos 13

1·1/11;1111:1" tid siglo Xli

~1 1Il' k· iinporrunaban, el asceta se retiro a 10 mas pro­ t~mdll .lcl bosque. Fue alli donde unos jovenes male­ ficos urdieron arrojarle a sus brazos una muchacha que ~lIla tarde golpeo a la puerta de su retiro: «Abnl!. Jijo ella, tengo miedo, las fieras van a devo­ r~~tnc». Guillermo la acogio, atizo el fuego , lc ofrc­ ClO pan. Ella, a cambia, despleg6 sus encantos. El «campc{m» acepto el desafio. Satan le ataco con el fuego dd deseo, el contraataco con el fuego natural. Con un tizon se qu emo profundarnente la carne, 10 que causo la admiracion y el arrepentirniento de la «PUt ~l» . Victoria sobre SI mismo . sabre la concupis­ ce~C1a , y victoria sobre el poder femenin9' sobre el pel~gro que viene de las mujeres. Para Etienne, la mujer es portadora del mal. Es 19 q ue repite energi­ camenlc en el Livre des ma;uhes, escrito entre 1174 y 1178. Compuesto en lengua romance, esta dirigido a los Cllrtesanos, a los caballeros y a las damas. Esn, extenso poema -336 estrofas, 1.344 ver ­ s~s- cs un sermon escrito de forma graciosa. 0 mas b.lcn una coleccion de seis sermones, cada uno rela­ clOnadl.) con una categoria social, en los que destaca sus dd ecto ~ espedficos y propane un_ modelo. de condut:la. r.. n los ultimos veinticinco aDOS del siglo XII, los prcdicadores, conscientes de la complejidad de la sociedad, estimaban buena hablar con un tono apropiado a los diversos «estados» que la consti­ tul~n . Sill duda, la imagen demasiada simple de una socieds.] pcrfccta conforme al designio del Creador, la Imagvll dl' los tres ordenes sacerdotes, guerreros y t~abaj ad() rl's invitados a ayudarse mutuamente, se si­ tua tod:IVIH ('Il plene centro de la obra, en la con­ fluen t ia ,II.' dos partes exactarnente equilibradas. Fern prulll' ro cl autor habla de quienes dominan , de los revr, . hl~ clcrigos. los caballeros. Luego, pasa a

Los pecados de las mujeres/If

los dominados, a los campesinos, a los burgueses y, finalmente, a las mujeres. Por primera vez, f n lo_que queda actualmente de la literatura en lengua profa­ na , se muestra a las mujeres formando un ordo dota­ do de su propia moral y sujcto a unas dehilidades que ~e denuncign aqui con severidad y vehemencia. E n realidad, el prelado no considera a todas las mujeres. Sus funciones le ohligan especialmente a velar por las clases altas , los dirig entes, las casas no­ bles y es a ellos a quien habla, a los nobles, ~ al pue­ blo. En consecuencia, diri ge su mirada a las mujeres que frecuentan las grandes mansiones,

las damas, las damiselas, la; ~mareras y las siruientas, y cuando describe los pecados femeninos solo fus ­ tiga a las damas. Pavoneandose allado de sus mari­ dos en los grandes salones, no hilando, dic e, ni te­ j i~ao -como 10 hacen las beatas, como 10 hacia santa Godelive para escapar de las tentaciones-, no haciendo nada, ociosas, estan mas expuestas que otras a tener un desliz . POl' eso es prudente repren­ derlas mas que a nadie: en la posicion eminente que ocupan se las observa y se las imita; a traves de ellas , el pecado corre el riesgo de propagarse. Ade­ mas, los desordenes que provocan sus ext ravios son de mas graves consecuencias . Algunas damas «urden los odios»; son «semillas de guerra». Este eclesiastico que las juzga descubre en 1anatu­ raleza femenina tres vicios capitales. Las muj eres, se­ gun el, en primer lugar se inclinan a desviar el curso de las cosas, a oponerse por tanto a las intenciones divinas, usando un as practicas --en su ma yoria culi­ narias- que se transmiten en secreto. Todas mas 0

IMl hlll,lS del siglo XII

brujas, las damas elaboran entre elIas sospe­ .hosas mixturas, comenzando por los afeitcs, los un ­ ~ i i entos , las ceras depilatorias que utilizan , disfrazan­ do su apariencia corporal para presentarse, engafiosas, a los hombres. III CllOS

putas uueluense uirgenes )'leas)' arrugadas, bellas. En la epoca , es habitual entre los eclesiasticos condenar los cosrneticos, Estos desagradan aDios, qui en , bien 10 sabemos, prohibe deformar el cuerpo humano creado con sus manos: este pintada «de blanco 0 rojo», El no reconoce a su criatura. Hasta aqui, sin embargo, la falta es venial. Se transforma en algo mucho mas grave cuando las damas preparan y distribuyen 10 que evita 1£1 concep cion , 10 qu e hace abortar. - ­

matar el nino en el interior de las mucbacbas imprudentemente preiiadas. Horrible, finalmente , es el pecado de aquellas que lIegan £11 extremo de embrujar a los hombres, que tra tan de someterlos con encantamientos y sortile­ gios, mediante esos rnufiecos que han aprendido a modelar en cera 0 arcilla , de debilitarles «envene­ nan dolos con malas hierbas», de matarlos. Y el pri ­ mer blanco es, por supuesto, el marido , su «sefior». Po rqu e -yes 1£1 segunda falla-, las damas, insu ­ misas , agresivas, son naturalmente hostiles a este varon al que fueron entregadas por sus padres , sus herrn an os 0 sus hijos mayores. No soportan 1£1 nece ­ sarin tut ela. En cl seno de la pareja conyugal, la lucha C01JI imia sor d a, tenaz, cruel. Ante £11 esposo que se

Los pecados de las mujeres/17

irrita £11 encontrarla tan distante cuando se dispone £11 amor, 1£1 esposa se muestra siempre mas «torpe», mas «reticente», «taciturna» -Etienne, buen conocedor, elige con cuidado sus palabras-, «muda». Las da­ mas son rebeldes, las damas son perfidas, reivindica­ tivas, y su primera venganza es tener un amante. En efecto, el tercer vieio qu_e afecta su naturaleza - y aqui llegamos £11 fondo de su malignidad- en .esc tiempo, en ese lenguaje, tiene un nombrc: lecbe­ rie [que alude a 1£1 aficion desmedida por los placercs d e 1£1 carne]. Se trata de 1£1 lujuria. Debiles como son, Ul} deseo las consume, les cuesta dominarlo y las conduce directamente £11 adulterio. Ante £11 mari ­ do que las requiere, se cierran y reprimen su ardor. En cambio, insatisfechas, corren tras de los gala ­ nes . En las sornbrias iglesias, durante esos oficios nocturnos prapicios a encuentros furtivos -Gui­ bert de Nogent acusa al conde Jean de Soissons de que «le gustaba mirar de reojo a las mujeres boni­ tas»---, las vemos al acecho , escud rifiando en busca del placer. Si regresan con las manos vacias, a falta de un acompafiante de sangre noble, se conforman con los criados, los «mozos», y se hacen cubrir por ellos como perras. Por Ultimo, el fuego que las devora las lleva al «p ecado feo», al pccado «contra natura», el mas execrable de todos. Con este tema, el obispo 10 pasa en grande. La diatriba se cierra con un ramille ­ te de chocarrerias, En veinte versos , en una quincena de meraforas tomadas dellenguaje de los torneos, de la esgrima, de 1£1 pesca 0 de 1£1 molineria, se sugieren fases y desvios de este «juego que encontraron las damas». Todas las palabras que deleitan a los ca­ balleros tienen doble sentido cuando imaginan entre ellos 10 qu e, suponen, las mujeres gustan de hacer entre elias. Parece escucharselos reir a carcaj adas.

18/Damas del siglo XII

Etienne de Fougeres es habit. Para mejor ensefiar a sus fieles se esfuerza en divertirlos, aunque en rca ­ lidad es muy serio. Baja 1£1 frivo1idad y los sarcasmos yace una firme requisitoria, y todo reposa en una idea indiscutible e indiscutida: 1£1 idea de que, en 1£1 Francia del siglo XIT, los mandatarios de 1£1 Iglesia tie­ nen de las mujeres. Elios solo tom an nota. La natura­ leza, pensaban , ha cavado un profundo abismo entre dos especies distintas , 1£1 masculina y 1£1 femenina . La extension de csta fractura atraviesa el frente de un implacable combate. Son las mujeres, -hipocri­ tas- quienes dan el asalto, blandiendo las armas de los debiles. Sin embargo, los sacerdotes, que tam ­ bien sufrian £11 contener sus deseos, consideraban que 1£1 raiz del mal , 1£1 Fuente de todos los excesos de las damas, era la im petuosa sensualidad de 1£1 que es­ ras estaban dotadas poria naturaleza. Etienne no invento nada; solo rnultiplico los ter ­ minos atrevidos sobre los que reposa 1£1 fuerza de su virulento discurso. En realidad, se deja llevar por una amplia y muy antigua corriente de temas misogi ­ nos. Recorda a los autores latinos que los maestros de gramatica y de retorica de su tiempo comentaban en las escuelas del valle del Loira. Recorda a Ovidio, 1£1 Sexta satira de juvenal, a san Jer6nimo. Sin embar­ go, 10 que expresa con tanta inspiracion no es un simple tejido de lugares comunes tornados de los cla­ sicos de 1£1 Antigiiedad romana. Persona de confi an ­ za en 1£1 corte, habla ciertamente por experiencia. Pero, sobre todo, para componer las 38 estrofas en las que vitupera a las mujeres adapta, traslada allen­ guaje de los divertimentos cabalierescos, el conteni­ do de las bibliotecas eclesiasticas como 10 hacian en aquelia epoca tantos hombres de 1etras en respuesta 19

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20IDamas del siglo XII

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a las expectativas de los cortesanos y tal como el au­ tor del Roman de Troie, 0 los de los Bestiarios, los La­ pidiarios 0 los «doctores» que albergaba el conde Baudouin de Guines, se apoya directamente en dos obras que tenia al alcance de la mana en la bibliote­ ca de la residencia episcopal. En primer lugar, en cl Livre des dix cbapitres, escrito medio siglo antes por Marbode, uno de sus predecesores en la sede de Rennes. Este, hablando «de la prostituida», esboza en 80 vigorosos versos una silueta espantosa de la mujer, Se la mostraba como enemiga del «genero masculino», tendiendo sus redes por todas partes, suscitando esc:indalos, rifias y sediciones. Traidora -era Eva: « ~ Qu ien te convencio de que probaras 10 prohibido?>>--, pendenciera, avara , ligera, celosa y, finalmente, como consecuencia de esta acurnulacion de maldades, vientre voraz. Marbode retomaba aqui la imagen de la antigu a quimera: una cabeza, la del leon, envolvente, carnicera; una cola, la del dragon, viscosa , sembradora de muerte, la condenacion eterna. Pero entre ambas no colocaba un cuerpo de cabra, sino nada menos que una hoguera. El fuego. Incandescencia, combustion, devastacion. Que na ­ die ose afrontar ese monstruo, porque sus golpes son imparables; hay que huir de el lo mas rapidamcnte posible. EI Livre des dix cbapitres, como cl Livre des rna­ nieres, era un ejercicio de estilo. En el siglo XII, En es­ tas regiones , los prelados exhibian de buen grado sus habilidades literarias en poemas de este tipo, cuida­ dosamente elaborados. Muy distinta es la otra obra en la que se apoya, y mucho mas directamente, la lee­ cion de moral que propone Etienne de Fougeres, Es tarnbien de un obispo, Burchard de Worms. Pero se trata de un austero tratado , de un manual

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practice de administracion, de una «coleccion cano­ nica», como dicen los eruditos. Su titulo es Decre­ tum. Efectivamente, muestra donde esra el dcrecho, reuniendo, clasificando los «canones», las decisiones que los concilios y las asambleas de obispos fueron adoptando a 10 largo de la historia y las prescripcio­ nes que contienen los libros denominados «peniten­ ciales» porque indicaban para cada falta la pena que podia redimirla. Ya desde hacia decadas venian com ­ poniendose estos inventarios. Ayudaban a los jefes de la Iglesia a cumplir una de sus principales funcio­ nes: juzgar, definir las infracciones, fundandose en la autoridad de sus predecesores, con el fin de repri­ mirlas y, por este camino, asentar poco a poco y con solidez las reglas de una moral. Entre 1007 y 10)2, el obispo de Worms puso manos a la obra. En ese tiem­ po y en una region, la G ran Lorena, entre Metz y Co­ lonia, que las ultimas incursiones de los paganos no habian tocado, se implantaba el culto a Marfa Mag - ' dalena, la penitente, florccia la alta cultura en el hilo no interrumpido de las tradiciones carolingias y se aceleraba la dejmracion del cuerpo episcopal. Los prelados, reclutados juiciosamente, tambien em­ prendian la tarea de enderezar las costumbres de sus fieles. Burchard acumula las fichas, las clasifica con­ venienternente, construye el Decretum para su pro­ pio uso y el de sus amigos. Habra sido rnonje en Lob ­ bes. Uno de sus antiguos maestros, ahora abad de Gembloux, asi como el obispo de Spira, le prestan ayuda. Cuando se considera los gastados instrumcn­ tos de que disponian entonces los letrados, aunque solo fuera para asentar las palabras por escrito, sor­ prende la amplitud de esta obra. Su rigor, su claridad fueron admiradas. Se impuso. Se la transcribe en to­ das las diocesis del Imperio y de la mitad norte de

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Francia. Durante el siglo XI y hasta fines del xu, to ­ dos los obispos la utilizaron en esta parte de la cris ­ tiandad para desalojar el pecado y dosificar cquitati­ vamente los castigos redentores. El Decretum se presenta como el instrumento in ­ dispensable de una purificacion general. De los vein ­ te libros que 10 componen, los cinco primeros tratan del clero y de los sacramentos que estos administran , es decir, de los agentes de ese necesario saneamiento. Sigue a continuacion un catalogo razonado de los pecados que hay que extirpar, castigandolos segun su graved ad . Los clasifica en un orden logico , que conduce de las faltas publicas a las privadas, partien­ do, en ellibro VI, con el homicidio, y terminando, en el XVII, con la fornicaci6n. Ellibro XX, Liberspecu­ lationum , es una meditacion sobre los fines ultimos del hombre, sobre la muerte y 10 que la sigue . El an ­ terior, consagrado por entero ala penitencia, se «lla ­ ma Corrector 0 Medicus, porque contiene las correc ­ ciones del cuerpo y las medicinas del alma y ensefia a los sacerdotes, incluso a los mas sencillos, como ali­ viar a cada persona, pobre 0 rica, nina, joven 0 vicja, d ecrepita, sana 0 enferma, de cualquier edad y de ambos sexos ». Es una recapitulacion, una esp ecie de resumen que, mas manejable, fue mucho mas difun­ dido que el conjunto del tratado. En el se podia en ­ contrar, con toda facilidad , y para cada pecado, el casti go exacto de la penitencia publica que convenia que impusieran el obispo 0 sus delegados. El Correc­ tor es por tanto un penitencial, y es el ultimo , el me ­ jor, la conclusion del genero. Sin embargo , es mas qu e eso, ya que pretende curar y no solo corregir. «Medicina del alma», ataca los germenes del mal y resulta menos util por eso para los jueces que pro­ nuncian la sentencia que para el investigador cu ya ta -

Los pecados de las mujeres/ Z)

rea es perseguir al culpable. En realidad, la lista de san­ ciones parece sencillamente el complemento de un in­ terrogatorio. En efecto, durante el siglo XI, las moda­ lidades de administracion del sacramen to d e la peni ­ tencia se fueron elaborando con lentitud. Los sacerdotes debian ayudar a los pecadores a purgars e completamente y por tanto los ponian a prueba, los for zaban a confesar. Y ap enas el p cnitente comenza­ ba a reconocer sus faltas , habia que atizar la vergiien­ za, presionarlo para que fuera mas lejos y examinara hicidamente 10 mas profundo de su alma. «Q uizas, mi querido amigo, no recuerdes todo 10 que has co ­ metido, pero voy a interrogarte, y tu , presta mucha atencion de no ocultar nada a insti gacion del diablo. Y entonces interrogara asi, en orden .» P enitencial a la antigua, el Corrector es en realidad un anticipo d e esos manuales que comenzaron a componerse a fina ­ les del siglo XII como ayuda de los confesores. Burchard contaba, el tambien , con un modelo. Cien afios antes, en la misma region, Reginon, hada poco abate de Priim y ahora de Saint-Martin de Treves, escribia dos libros -Des causes generales y De la discipline eclesiastique-:-, a peticion del obispo Ratbod, que solicitaba una guia para sus visitas pas ­ torales a la diocesis y las sesiones del tribunal de jus­ ticia episcopal. En el segu ndo figura un cuestionario, una serie de preguntas sob re el pecado. A Burchard le parece tan imprescindible que 10 transcribe inte­ gralmente al principio del Decretum , en la seccion consagrada a los poderes del obispo. Aqui, sin em ­ bargo, las preguntas se plantean d e una manera to­ talmente diferente. No las hace el sacerdote al peca­ dor arrepentido, sino el obispo a siete hombres elegi­ dos en cada parroquia, siete jurados, «rnaduros, de buenas costumbres y veraces» . D e pie [rente al pre­

24IDamas del siglo XJl

lado, este los amonesta: «N o vais a prestar juramen­ to frente a un hombre, sino frente aDios, vuestro creador [oo.J. Tratad de no ocultar nada, de no ser condenados eternamente par el pecado de los otros». Se trata, en efecto, de pecados de otros, no de ellos , y no se espera que abran sus conciencias y con­ fiesen sus propias debilidades. Deben revelar todo 10 que saben, 10 que han visto y escuchado de las faltas cometidas a su alrededor, en la comunidad del pue­ blo. El obispo les interroga: «~Hay en esta parroquia un homicida? ~ Un parricida? [oo.J ~No hay nadie que haya osado cantar cerca de la iglesia esas malig­ nas canciones que hacen reir?» Se suceden de esta manera 89 preguntas que van, tambien elias, desde los crfmenes mas evidentes, los crfmenes de sangre que manchan a toda la poblaci6n, hasta los delitos sexuales mas intimos y las mas pequefias faltas de respeto a 10 sagrado. Se trata de un procedimiento de inquisitio, parecido al que el poder publico efec ­ tuaba peri6dicamente para restablecer a mantener la paz. Un documento como este pone de manifiesto los primeros progresos de un movimiento que tuvo grandes consecuencias en la historia de nuestra cul ­ tura. A principios del siglo X es posible apreciar que el ala mercantil de la Iglesia pone a punto sus proce­ dimientos de control y de dominaci6n. La vemos in­ filtrarse, insinuarse en el seno del pueblo fiel par in­ termedio de emisarios juramentados, encargados de detectar, los ojos muy abiertos y el oido alerta, los mi­ nimos indicios de 10 que la Iglesia define como peca­ rninoso, sin considerar «ni el arnor, ni el tern or, ni el agradecimiento, ni el afecto familiar». Se la ve estre­ char, can una especie de gran cerrojo, su dominio sa­ b re la conducta de los laicos . Es un primer paso. Un

Los pecados de las mujcres/25

siglo mas tarde, en tiempos de Burchard, el instru­ mento se perfecciona de manera considerable. El sacerdote dialoga ahora intimamente, de modo con­ fidencial, con el parroquiano. El obispo le ha delega­ do su poder de vigilar y castigar, recomendandole «gran discreci6n, distinguir entre quien ha pee ado publicamente y hecho publica penitencia y aquel que ha pecado en secreta y confiesa en privado», La Iglesia ya se encuentra en condiciones de dirigir 10 mas intimo. Mirando bastante mas alIa de 10 que los indagadores del siglo x estaban en condiciones de descubrir, tiene bajo su ferula gestos y pensamientos que antes nadie consideraba culpables y que; al nom­ brarlos, al describirlos, metamorfosea en delitos; asi, extiende indefinidamente el campo de la ansiedad, de ese miedo al infiemo que lleva a inclinarse frente a ella. Innovaci6n capital, combinada con otra de no menos graves consecuencias: Burchard de Worms pide al sacerdote que interrogue directamente a las mujeres. Luego de enunciar 148 preguntas, el Medi­ cus advierte: «Si bien las preguntas antedichas son tanto para las mujeres como para los hombres, las si­ guientes atafien especialmente a las mujeres».

La primera viene a continuaci6n del interrogato­ rio normal. Es asunto de «incredulidad»: «~Has he­ cho 10 que acostumbran hacer algunas mujeres en ciertas epocas? ~Has dispuesto en tu casa-la mesa, los alimentos, la bebida y colocado tres cuchillos sobre la mesa para que las tres hermanas, que los antiguos liamaban Parcas, puedan, liegado el caso, alimentarse? ~Has quitado asi poder a la bondad de Dios ya sunombre para transferirlo al diablo? ~Has creido que las tres herm_anas, como dices , te pueden

26IDamas del siglo XlI

Los pecados de las rnujercs/Z?

ser (niles ahora 0 mas tarde?» Luego, el interrogato­ rio pasa de inmediato a 10 esencial, al pecado feme­ nino por excelencia, la lujuria, la busqueda g~tpla­ cer. En primer lugar se suceden cinco preguntas so­ bre esc placer que las mujeres obtienen lejos de los hombres, en el secreta del «aposento de las damas». El Decretum no es, como el Livre des manieres, un sermon divertido. Esta obra fria no se enreda con pe­ rffrasis, Utiliza las palabras justas y va directamente al grano. «2Has hecho 10 que algunas mujeres acos ­ tumbran hacer, has fabricado alguna rnaquina [ma­ chinamentum: la palabra, en latin clasico, designaba los artefactos de ataque em ple ados por el ejercito ro­ mano: arieres , balistas 0 catapultas] de tu talla, la has atado en ellugar de tu sexo 0 en el de una compafie­ ra y has fornicado con otras malas mujeres u otras contigo, con ese u otro instrumento?» 2010 has uti­ lizado para «fornicar contigo misma»? mas aun, 2has hecho como esas mujeres que, «para apagar el deseo que las atormenta, se juntan como si pudieran unirse?» «2Has fornicado con tu hijito, quiero decir, 10 has colocado sobre tu sexo e imitado de este modo la fornicacion?» «2Te has ofrecido a un ani­ mal? 2Lo has provocado al coito por medio de algun artificio?» Un poco mas adelante, el confesor se inte­ resa de nuevo en el placer, en aquel, mas licito, que se otorgan los esposos. Precisamente, las damas, in ­ saciables, 2acaso no se las ingenian para amplificarlo malignamente, atizando con diversos procedimien­ tos el fuego del marido? «2Has probado el semen de tu hombre para que se consuma de amor por ti?» Con el mismo fin, 2has mezcIado en 10 que bebe, en 10 que come, diabolicos y repugnantes afrodisiacos, pequefios pescados que hiciste macerar en tu regazo, ese pan que amasaste sobre tus nalgas desnudas, 0

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III

bien un poco de la sangre de tus menstruos 0 inclu­ so una pizca de las ccnizas de un testfculo tostado? En fin, 2no forma parte de la naturaleza de la mujer favorecer el desenfreno y no solo obtener placer del uso del sexo sino beneficios? «2Has ejercido como celestina para ti 0 para otras? Quiero decir, 2has vendido, como las putas, tu cuerpo a am antes para que estos gocen> 0,10 que es mucho peor y mas cul­ pable, 2el cuerpo de otra, quiero decir de tu hija 0 de tu nieta, de otra cristiana? 2010 has puesto ala ven ­ ta? 2Has hecho de alcahueta?» Las mujcres disfrutan de su cuerpo. Estan acos ­ tumbradas, rarnbien, a jugar con la muerte, y en pri­ mer lugar con la de sus hijos. A partir de la septima . pregunta, el confesor se inquieta: «2Has hccho 10 que algunas mujeres tienen la costumbre de hacer cuando han fornicado y quieren rnatar su camada? Para expulsar el Ieto de la matriz 10 hacen mediante maleficios 0 por medio de hierbas. Maran de esta manera y expulsan el fero 0, si todavia no han conce­ bido, haccn 10 necesario para no concebir». No obs­ tante, el« medico del alma», mas sabio que Reginon de Priim, invita a distinguir claramente: «2Es por po~eza, por dificultad de alimentar al nifio, 0 por fornicacion y para ocultar el pecado?» Asimismo, juzga la falta menos grave si el embri6n es destruido antes de haber «sido vivificado», antes de «recibir el espiritu» y se 10 haya sentido moverse. Mas culpable, en cambio, es la que ensefia a una amiga como hacer­ 10. Despucs de nacer, el nino no esta fuera de peli­ gro. «2 H as matado voluntariamente a tu hijo 0 a tu hija?» 20 bien, «por negligencia, le has dejado mo­ rir?» 2Lo has dejado demasiado cerca de un caldero con agua hirviendo? «~Has asfixiado sin querer a tu hijo con el peso de tus vestidos? [. .. J, 2Lo has en­

28/D,mlas del siglo XII

contrado ahogado cerca de ti en ellecho donde te acuestas can tu hombre? No puede decirse si fuiste tu a el padre quien 10 asfixiara, a si murio de muerte natural, pero no debes estar tranquila ni sin peniten­ cia.» Porque la mujer es a menudo cabeza loca y Ie incumbe «vigilar al nino hasta los siete afios», Hasta esa edad el vastago le pertenece plenamen­ te, y no a los hombres. Es su cosa. Par tanto, hay que vigilarla de cerca. Tiende a utilizar inquietantes arti­ mafias sabre cl; como cuando grita demasiado fuerte y 10 hace pasar par un agujero, fingiendo -par me­ dia de este rita de pasaje- que 10 ofrcce a las fuer­ zas malignas , que 10 cambia par otro menos insopor­ table. No obstante, el sacerdote debe prestar parti­ cular atencion a la manera como sc sepulta a los pequcfios, A los nacidos muertos 0 sin bautizar, ~se les ha «atravesado el pequefio cuerpo con una esta ­ ca»? (porque si no, dicen las mujeres, «resucitarian y podrian hacer mucho dafio») . A los muertos bautiza­ dos, ~se les ha puesto «en la mana derecha una pate­ na de cera con hostias y en la izquierda un caliz con vino»? ~No abusan las mujeres de este podcr que se les reconoce sobre los m uer tos, sobre la muerte, empe­ fiadas como estan en una guerra sin cuartel contra el otro sexo? Par eso, la duodecima pregunta: «~Has elaborado un veneno mortifero y matado a un hom­ bre con esc veneno? ~O solo has querido hacerlo?» Matar 0 , por 10 menos, debilitar por encantamiento, anular la virilidad, las facultades generativas. «~Has hecho 10 que algunas mujeres adulteras que apenas descubren que su amante tomara mujer legitima apagan e1 deseo del hombre con un arte malefico para que sea irnpotente frente a su esposa y no pue­ da unirse a ella?» «~Has untado de miel tu cuerpo

Los pecados de las illujercs/29

desnudo, colocado trigo sabre una sabana en el sue ­

10 para envolverte en ella, recogido con cuidado to­ dos los granos pegados a tu cuerpo, y luego los has molido, haciendo girar la rueda del molino en senti­ do contrario al sol, y con la harina has hecho un pan para tu marido con el proposito de que se debilite»? incluso ese fantasma que expresa, salvajemente, la agresividad de las mujeres, su hostilidad innata a la especie masculina: «Cuando reposas en el lecho, tu rnarido recostado sobre tu pecho, en el silencio de la noche, las puertas cerradas, ~crees poder salir corpo­ ralmente, recarrer los espacios terrestres junto a otras, victimas del misrno error, y matar sin armas vi­ sibles a los hombres bautizados y redimidos por la sangre de Cristo, para luego comer juntas su carne cocida, colocar paja , madera u otra cosa en ellugar de su corazon y, despues de haberlos comido, volver­ les a la vida , otorgandoles como una tregua?». El confesor acomete aqui contra el ultimo rasgo de la perversidad femenina, la hechiceria, y las pre­ guntas se multiplican acerca de cabalgatas, torneos nocturnos, sobre esos talismanes que haccn desviar el juicio de Dios, acerca de los sortilegios por los cua ­ les las mujeres afirman extender su poder sobre los corrales, la leche, la miel de la vecina 0 echar rnalefi­ cios sobre otros. Y el cuestionario termina con la evocacion de un cortejo de nifias pequefias, Una doncella totalmenre desnuda las conduce hacia el arroyo; conducida por las matronas de la aldea, un poco antes ha ido a recoger - con el dedo mefiique de la mana derecha- una brizna de belefio y se la ha anudado al dedo pequefio del pie derecho; sus com ­ pafieras la rocian con agua , luego regresan andando hacia arras «al modo de los cangrejos». «Asi, a traves de sus maleficios, las mujeres esperan obtener llu­

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30ID amas del siglo Xl!

via.» Antes se ha pasado revista a diversas faltas ala disciplina eclesiastica, de las cuales las mujeres -li­ geras, indiscretas, negligentes- suelen resultar cul­ pables.

Me cuesta imaginar al obispo Burchard, franquea ­ do el tabique opaco que rodea el universo femcnino. inforrnandose personalmente con las comadres del modo de empleo de un consolador 0 de las multiples recetas especificas para despertar el ardor de los varoncs. De hecho, obtuvo su informaci6n en tex ­ tos anteriores y mas concretamente, en Reginon de Priim. Ires cuartas partes de las cuarenta y una pre­ guntas aparecen ya -formuladas de modo diferen­ te- en la obra del abad. Cuando este imaginaba a su obispo interrogando a los sicre jurados encargados de vigilar las costum­ bres de la parroquia, todas las preguntas que ponia en su boca se formulaban en masculino: «(Hay algu ­ no (aliquis) que. .. ?» En efecto, sabia muy bien que los invcstigadores dificilmente podrian penetrar en el scno de los recintos domesticos donde se mante­ nia enclaustradas a las mujeres, y que obtcndrian la mayor parte de su informacion de los vecinos mas accesibles: los que actuan en publico, ala luz del dia , los hombres. No obstante, el interrogatorio concier­ ne a ambos sexos (
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