Muere de Amor Por Mi - Mary Rojas

May 4, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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0. PRÓLOGO —¿Qué demonios estás haciendo? —me pregunta en voz baja, pero que destila una agonía horrible.

Sus ojos están llenos de lágrimas que no derrama y ha palidecido a tal grado de que parece un muerto. Yo no puedo hacer otra cosa más que sentirme orgullosa de esto, de vengarme de esta manera. Si esto es lo que él sentía cada vez que me humillaba, tal vez no pueda culparlo del todo.

Pero nunca más volveré a estar en el lugar de la víctima. Me cansé de sufrir, ahora me toca disfrutar.

—Lo que estoy haciendo no te incumbe —le sonrío. Mi acompañante llega donde estamos y me toma de la mano. Le dirijo una mirada llena de confianza, pues que esté aquí me llena de más seguridad.

He de admitir con desagrado que mi cuerpo aún le pertenece a Andrick Carson, que mi corazón sigue latiendo desbocado ante su poderosa presencia, no obstante, ya no soy la misma mujer enamorada, y aquel miedo que le tengo no supera a mi satisfacción. ¿Cómo no lo hice antes?

—Cariño, deberíamos ir a...

—No vas a llevártela a ningún lado —le dice Andrick, tomándome por un brazo.

—Suéltame —siseo—. No armemos un escándalo.

—Lo siento, pero eso a mí ya no me importa —sonríe de forma sombría.

—Pues a mí sí —replico con soberbia y aparto mi mano de forma brusca—. Puedes estar tranquilo, no volveré a molestarte.

—Me molestas ahora.

—Pues no te molesto más. Vamos, cielo, a mi casa.

Andrick no nos impide el paso y se larga, tal vez resignado a que me perdió. Me decepciona un poco, lo admito, pero es mejor así. Espero que su cabeza arda un poco por lo menos, que piense en mí mientras se coge a otra.

—Ese tipo me va a matar —masculla Leonard mientras caminamos hacia la salida.

—No te hará nada —le aseguro—. Vamos.

Pero yo me equivoco. A la salida nos esperan aquellos hombres que tanto conozco y que obedecen a las órdenes de Andrick. Dos de ellos separan a Leonard de mí y lo meten dentro de una camioneta antes de que pueda reaccionar. De otra sale él, con esos andares espectrales y esa sonrisa triunfante a la que correspondo.

—No vas a volver a verlo —me advierte al plantarse frente a mí—. Deja ya de hacer esto.

—No estoy haciendo nada, solo me alejo de ti como querías —le sonrío—. Se acabó, Andrick, se acabó la estúpida que se quedaba en casa a sufrir por ti.

—Vas a sufrir si sigues fastidiándome —amenaza y veo que habla en serio, mas eso no me amedrenta.

—No, cariño, no, no vas a arruinarme más la vida. Saboteaste mi matrimonio, pero no mi vida —le aseguro mientras dejo que él me pegue a su cuerpo. El gruñido que suelta me hace saber que mi presencia lo sigue volviendo loco, que no soy la única que sufre a causa de la abstinencia—. Yo no funciono igual que tus mujeres, no quiero nada contigo.

—No me importa.

—Entonces déjame.

—No me importa que no quieras —me interrumpe y acerca su rostro al mío—. Me perteneces, Scarlett, siempre será así. ¿Acaso crees que no sé sobre nuestra hija?

—¿Qué? —jadeo y paso saliva—. Eso no es...

—Olivia es nuestra —afirma, lo que me deja petrificada—. No es tu sobrina, como quisiste hacerme creer.

—Andrick, yo...

—No te voy a dejar en paz —susurra—. Voy a acabar con quien sea que se les acerque.

1. TERQUEDAD Scarlett

No sé en qué demonios estaba pensando cuando acepté la salida a ese club. Las fiestas no me disgustan para nada, pero llevo tanto tiempo sin ir a una que ya ni recuerdo lo que se debe hacer. ¿Se baila sin aplaudir? ¿Perreo hasta el subsuelo? ¿Me bebo hasta el agua de los floreros? ¡¿Qué cuerno debo hacer?!

—Por Dios, Scar, es tan solo una fiesta —bufa Cloe, que ya está lista para irnos e intentar que mi cabello quede perfecto—. Lo único que debes hacer es pasarla bien.

—¿Y cómo se hace eso, disculpa? —gruño—. No me he parado en un maldito club desde...

—No debiste ser doctora, debiste ser actriz de telenovelas —dice entre risas—. Eres demasiado dramática, por Dios.

—Ya, no te burles. —Hago un puchero, pero termino riéndome—. Bueno, sí, ríete. Soy ridícula.

—No, cariño, claro que no —niega con la cabeza—. Es solo que debes dejar esos miedos y simplemente dejarte llevar. Te lo mereces, nena, lo mereces antes de internarte en el aterrador mundo de las residencias.

Paso saliva al recordarlo. La Medicina es algo que me apasiona desde que era una niña, pero me aterra la idea de largas guardias y equivocarme con los pacientes, sobre todo porque mi especialidad es Anestesiología. Me suda todo el cuerpo solo de pensarlo, pese a que he estudiado lo más básico para no llegar en cero.

—Espero que me pueda olvidar —suspiro—. He pasado los últimos cuatro años con la cabeza metida en los libros.

—Porque así lo quieres —gruñe Cloe—. Creo que eres la única de tu generación que se ha quemado las pestañas. ¿Y qué has obtenido con eso? ¡Que te asignen el peor hospital!

—Que sea un hospital un poco precario no significa que sea el peor — replico, pero a los pocos segundos hago una mueca—. Okey, es el peor hospital, pero eso me da esperanzas de que no se pongan demasiado pesados.

—Debiste dejar que el tío te...

—No, no, jamás le pediría ayuda a papá, él sabe que en el momento en que intervenga me largaré de casa —bufo.

—Eres tan obstinada —farfulla—. Cuentas con recursos que otros no tienen y decides pasar por el camino difícil. No te entiendo.

—No me entiendas. —Le saco la lengua—. Te debería dar igual, tú eres abogada.

—No me da igual, no cuando mi prima favorita va a estar sumergida en guardias de más de treinta horas. Vas a morir.

—No, no me voy a morir —la contradigo—. Confía en mí, voy a sobrevivir a esos tres años.

—¿Y luego qué? Te conozco e irás por una subespecialidad. ¿Cuándo te quedará tiempo para los chicos?

—Pues me conseguiré por esposo a un médico o enfermero y fin del asunto —bromeo—. No pienso tener hijos.

—Ay, no, qué aburrido —bufa—. No me refiero a la parte de los hijos, tienes mi permiso de saltarte esa etapa, pero ¿cuándo vas a coger? Eres virgen.

—Yo no...

Cloe arquea una ceja y yo resoplo, derrotada. He tenido unos cuantos, besos, fajes y todo eso, pero jamás he tenido sexo. La sociedad y la gente cercana te presiona para eso, pero yo soy terca y hago lo que quiero, de hecho, casi siempre hago lo que me dicen que no debo hacer.

Es por eso por lo que estoy aquí, a punto de ir hacia un club en donde sé que está él, el hombre que siempre me ha robado suspiros desde que nos dio clases en nuestro último año de preparatoria y que jamás ha volteado a verme, al menos no que yo sepa.

Si Cloe sabe que investigué el itinerario de Andrick y que por eso acepté la salida me va a matar, también nuestras amigas me van a matar. Él es uno de esos hombres que, aunque sea un dios bajado a la tierra, no es un candidato para tomar en cuenta debido a lo mujeriego y rompecorazones que es. A veces lo imagino con púas invisibles alrededor del cuerpo y soy muy consciente de lo que me espera si me acerco más, pero mi terquedad hace que quiera al menos una noche a su lado.

Sí, quiero perder mi virginidad con él. Ya no soporto verlo a lo lejos, haciendo tratos con mi padre. Quiero que me mire como una mujer, no como el desgarbado ratón de biblioteca que he sido durante los últimos cuatro años. Pero al mismo tiempo el miedo me oprime la garganta, pues no tengo ni puta idea ya de lo que es una fiesta.

¡Viva mi estupidez!

Finalmente, es hora de partir. Me gustaría mucho tomarme algo antes, pero mi prima me jala por el brazo y ya no tengo oportunidad de hacerlo. En el fondo presiento que nada de lo que investigué a través de mi hermano me servirá para lograr lo que quiero; él incluso me lo advirtió: «no vas a llegar a nada, y si logras algo, no esperes más que una noche y ya. ¿Vale la pena?». Yo le contesté que sí, pese a que una ínfima parte de mí sueña con la típica historia de amor.

Me muero de amor por él, para qué me miento a mí misma. No lo idealizo, realmente soy objetiva cuando pienso en las razones de por qué me siento así: es un hombre culto, elegante, inteligente, no se anda con tonterías para conseguir lo que quiere, además, tiene una voz que casi puedo saborear por lo exquisita que es. Si nos vamos a los aspectos físicos, diría que le pasaría la lengua por todo el cuerpo como si fuese un chocolate. No hay nada más que añadir.

De acuerdo, creo que lo idealizo un poco.

Durante todo el camino, mis amigas y mi prima están emocionadas y hablan con entusiasmo sobre la noche que nos espera. Yo, en cambio, me siento un poco menos animada. Ya conozco el desenlace de esto, incluso sé que tengo tan mala suerte que él no se va a presentar y que me pasaré la noche tratando de integrarme para no sentirme tan mal.

¿Qué será peor? ¿Que venga y no me haga caso o no venga y me lleve la tristeza? Creo que, por el bien de mi orgullo, debe pasar lo segundo. Al menos así podré decir que me la pasé un poco bien.

—Te ves estupenda, deja ya de alisarte el vestido —me regaña Andy, que sigo sin entender por qué no está en Miss Universo. Es tan guapa que me duelen los ojos y el corazón de envidia—. Lo vas a romper, corazón.

—Ni lo intentes, mi prima es tan necia como una mula —se ríe Cloe, y lo hace más cuando le lanzo una mirada furiosa—. Ya, ya, tranquila.

—¡La noche es joven, vamos a divertirnos! —exclama Bertha, alisándose su cabello largo y rubio con las manos—. ¿Alguien tiene una liga para el cabello?

Todas nos reímos. Bertha odia su cabello porque es tan largo que le estorba, pero se niega a cortárselo, ya que le costó años que llegara a ser tan bonito. La pobrecita se pasó los últimos dos años de la preparatoria usando gorras por una decoloración que salió muy mal y que le arrancó el cabello a pedazos.

Salgo de mis pensamientos cuando nos permiten el acceso y entramos a un club inmenso, que está abarrotado de gente que baila y salta sin parar al ritmo de la música del DJ. La música me aturde un poco al igual que las luces, pero con agrado compruebo que tal vez no necesite ver a Andrick para pasármelo bien y que, después de todo, sí tengo ganas de bailar.

De entrada no vamos a bailar, sino que nos acomodamos en una de las mesas del segundo piso y nos sentamos a pedir nuestras bebidas para entrar en ambiente. Mis amigas piden distintos tragos de la casa, mientras que yo comienzo con algo suave, con vino blanco. Ellas ya ni se molestan en burlarse de mí, no dicen nada y siguen hablando como siempre hasta que deciden que es momento de hablar de mí.

—Bueno, ¿o lo consigues o te lo conseguimos? —pregunta Andy como si el tema fuese de vida o muerte.

—Por esto, odio este aquelarre —resoplo—. Trío de brujas insistentes.

Las tres se carcajean con ganas, haciendo que refunfuñe maldiciones.

—Querida, pero formas parte de él —me recuerda Cloe antes de darle un trago a esa cosa azul que no sé qué sea—. También eres una bruja.

—Me da igual, hay cosas más interesantes sobre las que hablar — respondo malhumorada.

—Hay muchos chicos guapos esta noche, ¿por qué no vas a bailar con alguno? —sugiere Bertha, que ya consiguió sujetarse el cabello.

—¿Me trajeron aquí para que me acueste con alguien? —les pregunto ofendida y las tres sonríen.

—Tal vez —admite mi prima, quien luego suspira—. Queremos que te olvides de él, nena.

—Maldita sea, cállate —farfulla Andy, enojada. Bertha se sujeta la frente y niega con la cabeza.

—Están demasiado locas —me carcajeo para sorpresa de ellas—. Pero tal vez tienen razón, tal vez sea hora.

Las tres hacen una mueca. Es obvio que no me creen; yo tampoco me creo ni una mierda, pero al menos lo intenté.

—Bueno, me largo a bailar, debo mover el cuerpo antes de que mi libertad se termine.

Sin esperar a que me digan algo, me levanto del sillón. Por suerte me senté en la esquina y eso impide que alguna de ellas me detenga. Por supuesto que me llaman, pero no les hago caso y me dirijo a más escaleras para bajar a bailar o a besuquearme con cualquier tipo.

Mientras bajo las escaleras, estoy tan atenta a mis pies que no me fijo en quién está frente a mí hasta que no me choco contra su cuerpo. Aquel aroma tan conocido me hace soltar un leve gemido que no se escucha por la música, pero de inmediato alzo la vista y me encuentro con un rostro pálido y perfecto, y unos ojos azules que están ahora mismo oscurecidos por la iluminación psicodélica del club.

Todo el tiempo se detiene para mí y parece que también para él, pues no se mueve, me mira como nunca antes lo hizo. ¿Sabrá que soy yo? No lo creo, me arreglé bastante bien.

—Scarlett. —La manera en que pronuncia mi nombre me corta la respiración, aunque al mismo tiempo me decepciona, ya que suena molesta, como si viese a un niño pequeño haciendo algo que no debe— . ¿Qué haces aquí?

—Vine a perder la virginidad antes de hacer mi residencia —le suelto y me echo a reír.

¡¿Qué putas le pusieron a mi bebida?! ¿Viagra?

La cara de Andrick es un poema (el más hermoso). Sus ojos parecen oscurecerse más y tensa la mandíbula. ¿Está celoso? No, seguro es mi imaginación.

—Bueno, adiós —resuello, incapaz de pedirle que sea él quien me la quite.

Intento moverme hacia un lado para pasar, pero él me sujeta firmemente por la muñeca y me obliga a volver a mi posición original.

—Estás delirando, ¿cierto? —me pregunta—. ¿Tu padre sabe de esto?

«No, por favor, no me hagas caso. Me dieron viagra», le ruego por dentro.

—Claro, además, soy mayor de edad —bufo—. Soy doctora, por si no lo sabes, usaré protección.

Hago otro intento de marcharme, pero él no me lo permite. Su rostro ha pasado de la rabia a una de diversión insana.

—Entonces no tendrás problemas si te ayudo con tu problema, ¿no es así?

«¡¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉ?!».

—Para nada —contesto, echándole un brazo al cuello, el que tengo libre.

Sí, esas hijas de puta me dieron algo. Pero ¿saben qué? No me importa. Deseo a este hombre.

—Entonces vámonos —murmura—. Solo espero que no te arrepientas.

—Jamás —sonrío—. Esta noche hazme lo que quieras.

2. SCARLATTA Scarlett

Andrick no me ha preguntado ni una sola vez si quiero que pare, y menos mal, porque me muero de ganas. En el fondo tengo miedo de que me diga las terribles palabras «esto es sin compromisos», pero no dice nada, solo me lleva tomada de la mano por el lujoso hotel al que hemos venido.

Ni siquiera nos pasamos por recepción, subimos directamente a una suite, la cual es hermosa y tiene una terraza increíble, a la cual corro, luego de quitarme los zapatos.

—¡Dios, desde aquí se ve todo! —exclamo emocionada al ver tantas luces.

—¿No has venido nunca? —me pregunta a mis espaldas.

—No, papá prefiere las habitaciones normales cuando vamos de vacaciones. También detesta las alturas.

Andrick se pone a mi lado en el barandal, y me quedo sin aliento al verlo sin el saco y con la camisa abierta. Me mira con un poco de impaciencia, por lo que me queda claro que él no espera conversación o pasar tiempo conmigo antes de hacer lo que yo llamo «el hundimiento del Titanic».

—Te estoy aburriendo, ¿verdad? —le pregunto muy seria.

—No.

Aquella respuesta escueta me hace sentir mal porque no es sincera, pero no estoy dispuesta a rendirme. Quiero que sea hoy, con él, esta noche. Es posible que nunca más vuelva a tener otra oportunidad.

Me voy acercando a él y poso las manos en su fuerte pecho, lo que lo hace gruñir. Lo estoy haciendo todo mal, pero sigo en mi empeño. Él también me acaricia y baja los tirantes de mi vestido.

—¿Aquí? —digo emocionada.

—¿Lo deseas aquí?

—En donde sea, pero que sea contigo.

Andrick se queda callado y me mira con desagrado, como si no le gustara lo que acabo de decir. Aun así, no dejo de mirarlo a los ojos,

manteniendo lo que he dicho. Va a doler todo esto cuando amanezca, pero al menos no me quedaré con la duda.

—Sí, contigo —reitero—. Quiero que seas tú quien me...

Él me toma por la cintura y se inclina para por fin besarme. La pasión con que lo hace me causa un gemido involuntario que me avergüenza. No obstante, me quedo en mi sitio, firme en que voy a llegar hasta las últimas consecuencias.

Por nada del mundo quiero apartarme de su delicioso aliento y su maestría para devorar mi boca.

—No iba a permitir que buscaras a otro, Scarlatta —me dice. Aquel acento italiano que le imprime a mi nombre me estremece—. Vamos adentro. No pienso mostrarte a nadie.

No digo nada, solo espero a que me cargue y me meta a la habitación, en donde nos desvestimos de forma apresurada. Pese a que mi corazón late con tanta fuerza que me marea y me tiemblan las manos, no dudo en lo que estoy haciendo. He soñado tantas veces con esto que lo disfruto, sin detenerme a pensar en si lo merezco o no como otras cosas en mi vida. En mis manos tengo lo que más quiero: un hombre que es perfecto de pies a cabeza, que me vuelve loca solo con sus ojos fríos y que ahora mismo destilan calor como su cuerpo.

Sus manos son grandes y avanzan seguras por mi cuerpo, por cada una de mis curvas y zonas erógenas. El pudor me domina por momentos, pero él se encarga de que el placer sea más grande y que me entregue a los exquisitos movimientos de su boca sobre mi sexo. Mientras lo

miro beber con avidez recuerdo aquellos días en que lo veía frente a la pizarra y fantaseaba con eso. ¿Cómo acabé en esta situación?

—Andrick —susurro mientras me estoy corriendo en su boca. Es un orgasmo tan agresivo que no puedo siquiera gritar; estoy conmocionada—. Andrick.

Andrick alza la vista y me dedica una sonrisa socarrona, perversa. Se burla de mí, del placer que me entrega y del hecho de que me estoy regalando como cualquiera de las mujeres que tiene en su cama.

—Yo creo que...

—No, vas a ser mía —espeta, ahora enojado y mientras escala hacia mí.

Todos esos pensamientos negativos se me borran de la mente cuando acaricia mi entrada con su glande.

—Sí —respondo—. Hazlo.

—¿Me dijiste la verdad? —cuestiona—. ¿Tú nunca...?

—No, serás el primero —respondo con timidez.

Él quiere decir algo, pero de inmediato se calla y se relame los labios. La intensidad de sus ojos me quema, hace que no aguante más.

Poco a poco se introduce en mi interior y arde como nada. Tal y como lo supuse al verlo, el grosor no parece ser el adecuado para mí, pero afronto con valentía la situación, incluso se me olvida todo cuando él me besa otra vez para distraerme. De pronto parece topar con algo y gime; desde luego que no es mi himen, solo se ha detenido porque debe sentirme más estrecha.

«Ya pasará, ya pasará. Estoy con él», pienso cuando el dolor aumenta. No sé si soy masoquista, pero me excita sobremanera esto, temer su cuerpo jadeante y caliente junto al mío. Esto es mucho mejor de lo que esperaba.

Suelto una maldición entre dientes al sentirlo moverse. Ha sido gentil, pero duele.

—Ahora mismo haces honor a tu nombre —susurra y da otra embestida que me duele.

Andrick ya no tiene ninguna clase de cuidado conmigo. Al principio quiero matarlo por ello, pero a medida que se mueve, noto que el placer aumenta y va superando al dolor.

Los dos nos movemos y nos besamos ansiosos, olvidándonos del resto del mundo y de las implicaciones de todo esto. Él por momentos me mira muy confundido, sin embargo, no resiste demasiado y me besa y me presiona contra su cuerpo como si no quisiera que escapara.

El tener un orgasmo por penetración nos llega de sorpresa a ambos y es así como nos miramos mientras me refuerzo de placer; incluso en algún momento dejo de verlo porque la vista se me nubla. Durante esos

momentos me da la impresión de que él dice mi nombre y que soy suya, pero tan pronto como regreso a la realidad, él se aparta.

—Me corrí adentro —gruñe.

—Dejaré que compres la pastilla —murmuro, sintiéndome satisfecha de haberlo descontrolado de esa forma—. Mi periodo se fue hace dos días, de todos modos.

Andrick ladea un poco más y me examina. Luego se percata de la mancha de sangre que hay debajo de mí, y sus ojos vuelven a brillar de lujuria.

—Bien, haremos eso —asiente.

—¿Quieres que me va...?

Antes de que pueda formular la pregunta, lo tengo sobre mí otra vez. La forma en que me observa me dispara el pulso, pues lo hace como si le fascinara.

—No, todavía no tengo suficiente, Scarlatta —musita, luego de pasar la lengua por mis pechos, y yo, temblando, abro las piernas de nuevo—. Esto se acaba hasta que yo lo diga.

3. CHICA Scarlett

Si alguien pudiera morirse por el cambio de temperatura con respecto a las actitudes de una persona, mi familia estaría en mi funeral ahora mismo. Andrick vuelve a ser esa persona que no voltea a verme tras pasar la noche juntos, incluso creo que se arrepiente, pues no me deja ir hasta que me tomo la pastilla y no se molesta en llevarme a casa, manda a un chófer a hacerlo.

No esperaba mucho, pero duele. De manera tonta creí que el hecho de dormir abrazados y despertar varias veces durante la noche a hacer el amor significaba que soy especial de cierto modo. Pero no, mi ilusión se ha disipado en cuanto abrimos los ojos.

—¿En dónde estabas? —me pregunta mi padre cuando atravieso el pasillo que conduce a la sala.

No se le ve molesto ni nada por el estilo (él no es esa clase de hombre), pero si sé que tengo que darle una buena explicación.

—Eh, yo...

—¿Usaste protección?

—¡Papá! —exclamo avergonzada.

—¿Qué? ¿Te da vergüenza? Eres doctora —gruñe y dobla más su periódico—. Hija, ni tu madre ni yo estamos en contra de que tengas una vida sexual, esa es cosa tuya, pero perderte y no avisar es muy irresponsable.

—Pero yo no...

—Lo sé, nunca lo habías hecho, por eso estábamos muy preocupados. —Papá se levanta y viene hacia mí para abrazarme.

—Lo siento, no vuelve a pasar —le prometo.

No es porque yo quiera, sino porque ese tipo me mandó a la mierda y ya nunca más veré a ese abogado que tiene entre las piernas. ¿Por qué le he apodado así? Porque defiende y ataca demasiado bien, casi me hizo recitar las leyes. No sé con quién me acostaré la próxima vez que vuelva a tener sexo, pero tendrá que hacer un trabajo inhumano para poderlo superar.

—Eso espero.

—¿Ya llegó? —pregunta mamá, bajando las escaleras—. ¡Por fin! — exclama—. ¿Dónde estabas?

—Por ahí. —Me rasco detrás de la oreja—. Estaba con un chico y se nos fue la hora.

—¿Usaste protección?

—¡Mamá! ¿Tú también? —le reclamo y ella resopla—. Sí, sí, usamos eso, ¿okey?

—Mmm... Y a todo esto, ¿hizo un buen trabajo?

Miro a mi madre boquiabierta y papá suelta una carcajada. En verdad los amo, pero cuando se ponen en ese plan me quiero cambiar de familia.

—No lo voy a volver a ver —gruño y ella hace un puchero.

—Entonces estuvo mal, la tiene chica.

—Okey, María, creo que fue suficiente —gruñe papá—. Estoy presente.

—¿Y? ¿Te sientes aludido o qué? —Mamá mira hacia su entrepierna.

—No, tú sabes que tienes tres hijos porque...

—¡Ya, basta! —exclamo asqueada—. No quiero saber el tamaño de papá, tampoco hablaré del tamaño del tipo ese. Solo no lo volveré a ver.

Ninguno de los dos me vuelve a molestar, se quedan discutiendo entre ellos porque papá está celoso. Al subir al segundo piso, veo a mi hermano saliendo de su habitación solo con una toalla encima. Detrás

de él sale Annie, su prometida, que no está desnuda, pero sí con el cabello mojado.

—Uy, menos mal no dormí aquí —me río—. Habría amanecido como mapache.

—Pues parece que dormiste muy bien —dice mi hermano con algo de molestia, lo que me extraña—. Luego hablamos.

—Pero...

—No seas duro con ella —le dice Annie, poniéndole una mano en el hombro—. Ella ya es una adulta y sabe lo que hace. Además, está de vacaciones.

—¿No prefieres ser tú mi hermana? —Le lanzo un beso—. Te amo.

—Y yo.

—¡Te escuché! —grita Heidi desde su cuarto.

—Ya se puso celosa —se ríe Michael, que ya parece de mejor humor—. Creo que es mejor que vayas a verla antes de que se enfade más.

—Sin duda.

Avanzo hacia Annie, a quien le doy un beso rápido en la mejilla antes de dirigirme con mi hermana, que me jala del brazo cuando estoy frente a su puerta.

—Cuéntame todo —espeta, ansiosa.

—Espera, yo...

—¿Quién fue el afortunado? Ay, hermana, estoy nerviosa. Cloe también está como loca porque cree saberlo, me manda mensaje tras mensaje porque tú no respondías.

—¿Cloe vio con quién me fui? —inquiero con nerviosismo.

—Sí, pero yo ni lo creo, o sea, ¿Carson? ¿El abogado del diablo?

—No es abogado del...

—Claro que lo es —me interrumpe—. Es una bestia. Y acabas de confirmarme que te fuiste con él.

—No, yo...

—¿Me lo vas a negar? ¿A mí? —Arquea una ceja.

—No —niego con la cabeza—. Me fui con él, pero en mi defensa...

—Desearía tener veintiuno, así hubiese podido ir contigo y evitar esa abominación —resopla—. Hermanita, ese hombre no es para ti ni para nadie. ¿Cuántas veces te lo hemos dicho? Te va a destrozar el corazón.

—Relájate, no lo volveré a ver. —Ruedo los ojos.

—Hoy vas a verlo, se reúne con papá.

—Lo sé —suspiro—. Pero saldré de nuevo, así que no pasa nada.

—¿Cómo fue? —inquiere, sin poder disimular su curiosidad—. ¿La tiene grande?

Le doy una pequeña bofetada que la hace reír.

—Estás loca —me río también—. No te voy a... Okey, la tiene grande, casi me destruye, pero la vagina, el útero e intestinos.

—Uy. —Se estremece—. Eso suena demasiado bien, pero...

—Los dos acordamos dejarlo así, no pasa nada —le aclaro—. Yo sabía a lo que me atenía.

—Muy bien entonces. Podemos estar todos tranquilos.

—Exacto.

A pesar de que intento decirme a mí misma que no pasa nada, la verdad es que me duele y lloro un poco mientras me estoy duchando. No sé cómo haré para mirarlo a la cara después de haber estado entre sus brazos y dejar que se viniera dentro.

Cuando salgo de ducharme, me arreglo lo mejor que puedo y, mientras desayuno, llamo a mis amigas y prima, quienes me dan el regaño de mi vida por ser tan tonta. Ni siquiera el asegurarles que me tomé eso como una simple aventura hace que se calmen. Nadie a mi alrededor quiere que me involucre con ese hombre, pero yo sé que si me vuelve a buscar puede que me sea muy difícil decir que no.

Porque... ¿Cómo decirle que no a tanto placer? No solo fue la penetración, fue esa pasión, sus miradas, sus besos y caricias. Él no paraba de hacerme suya como si de verdad le encantara mi cuerpo, me besó por todos lados, y cuando digo todo es todo. Creo que ya no hay nada de mi cuerpo que no conozca, y solo de pensarlo quiero esconder la cabeza en la tierra cual avestruz.

—¿Puedo pasar? —me pregunta mi hermano, luego de que le cuelgo a mi aquelarre. Por suerte ya está vestido.

—Sí.

Michael suelta un fuerte suspiro y viene a acomodarse en una orilla de la cama, doblando una pierna para sentarse sobre ella.

—Sé lo que hiciste, me lo dijo Cloe —me suelta.

—Oh, tú también —gruño.

—Nos preocupamos por ti, Scar. Carson no es el tipo de hombre que tú te mereces.

—Lo sé, solo está bueno y ya. No va a pasar de nuevo.

—Te conozco bien, pequeña, y tus ojos me dicen que...

—Mis ojos dicen que te voy a picar el trasero si me sigues molestando —farfullo y él se echa a reír—. Hermanito, es en serio, sé bien que él jamás me tomará en serio. Ya pasó.

—Bien, entonces puedo tranquilizarme.

—Sí, sí, no tienes nada de que preocuparte. Y antes de que preguntes, sí, nos protegimos.

Michael respira aliviado.

—Menos mal.

—Me voy a arreglar. —Me inclino hacia adelante y le doy un beso en la mejilla—. Voy a salir con las chicas, esta vez algo más relajado.

En realidad saldré sola a mi biblioteca favorita. Acurrucarme en esos sillones de cuero mientras leo algo hará que se me pase todo.

—¿Pero no tienes resaca?

—No tomé más que una copa.

Mi hermano hace una mueca y me queda muy claro que es lo que piensa. Debe creer que estoy loca para aceptar acostarme con Andrick estando sobria.

—Bien, me voy —dice levantándose—. Cuídate.

—Sí.

Michael sale de la habitación y preparo todas mis cosas para irme lo más rápido que pueda. Mis padres tal vez van a molestarse, pero no quiero ver a Andrick, estar en la misma casa que él. «Solo debes aguantar hasta que empieces la residencia», me consuelo. Pienso alquilar algo cerca del hospital y así no me lo toparé nunca.

Pero justo cuando estoy bajando las escaleras, veo que él está en la sala, hablando con mi padre, quien me llama. Andrick, en cambio, no me voltea a ver. Está actuando como siempre.

Genial, mientras yo me muero de ansiedad y mis órganos parecen haberse volteado, él está tan tranquilo.

—¿A dónde vas, Scarlett?

—Voy a salir —respondo—. Tengo una cita.

Esta vez no llevo viagra encima, esta sí es mi bocota.

Andrick no se inmuta, sigue revisando sus documentos. Papá frunce el ceño.

—¿Vas a salir de nuevo con...?

—Oh, no, papá, ¿cómo saldría de nuevo con ese sujeto? La tiene chica, muy chica, ¿Sabes? Pensé que era una mujer, casi tuve que usar un microscopio.

—Scarlett —masculla papá—. Está...

—Tú me has preguntado, yo te respondí. Nos vemos, no me esperes despierto, voy a salir con un moreno que Cloe me quiere presentar. Ah, hola, señor Carson. Disculpe mi vocabulario.

—Buenas tardes, Scarlett —me saluda él, mirándome con una frialdad que me pega con una intensidad que me causa dolor físico.

A pesar de que aparenta estar en calma, puedo notar su rabia. Le debió dar en el ego que dijera que la tiene chica.

—No te vas, Scarlett, me vas a explicar...

—No, no, sigue con tu reunión. Nos vemos, papi.

Sin esperar a que me diga algo, termino de bajar las escaleras y camino hasta la salida. Si no salgo de aquí pronto, me voy a desmayar.

Mi madre trata de detenerme, pero la ignoro y sigo corriendo hasta que llego al portón. En ese momento recuerdo que no he llamado al maldito taxi, así que, cuando estoy a unas calles de mi casa, lo llamo. Una vez que me cuelga, veo que me llega un mensaje de un número desconocido, en donde hay un escueto mensaje que me causa un estremecimiento.

Ubicación, Scarlatta. Ahora. No vas a ninguna parte.

4. MÁS Scarlett

Lo mejor habría sido decir que no, mandarlo a la mierda, irme al lugar al que pretendía ir, pero no, Andrick de verdad está frente a mí, con la ventana hacia abajo para que me suba.

—Sube. —Su orden hace que dé un respingo y salga de mi asombro—. Rápido.

—¿Por qué viniste de verdad? —le pregunto.

—No vamos a hablar sobre esto en la calle. Sube ya.

—No, me voy con mi mo... —me quedo callada al ver su expresión horrible, así que me subo.

Andrick espera a que me coloque el cinturón y arranca a una velocidad que siento que todo se me revuelve.

—¡¿Qué te pasa?! —le grito.

—Lo que pasó anoche debía quedar entre nosotros, y por lo visto toda la familia se ha enterado. ¿Es que no tienes prudencia? —me pregunta furioso y sin mirarme.

—No, saben que yo me enredé con alguien —lo corrijo—. No con quien. Además, ¿a ti qué te importa? ¿Te sentiste lastimado por tenerla chica?

—Tan chica que gritaste como un animal —dice con sarcasmo.

Me quedo boquiabierta, pero después me recompongo.

—B-Bueno, las mujeres podemos fingir, cariño.

Andrick sonríe, pero es tan breve que tal vez haya sido mi imaginación.

—Eso no se puede fingir, Scarlatta.

Una de sus manos se posa sobre mi pierna, haciendo que comience a sentir bastante calor.

—¿Qué buscas? ¿Repetir?

—No me molestaría —respondo agitada—. Pero sé que tú vas a...

—Bien, supongo que una vez más no está mal. —Se encoge de hombros—. Realmente no quedé demasiado conforme.

Aquellas palabras hacen que sienta como si me hubiesen pateado el trasero y casi evaporan mis ganas de volver a tener sexo. No se van del todo, puesto que su mano sigue pasando lascivamente por mi pierna.

—Entonces...

—Entonces necesito más.

«Caí, perdón, Dios, pero caí», pienso mientras pongo los ojos en blanco y suspiro.

—Pues sí, tal vez yo también —murmuro.

Andrick me suelta y sigue conduciendo tranquilo, como si esto no lo afectara. Pero qué más da, me va a volver a dar.

Mi celular comienza a sonar y veo que es Cloe, así que le cuelgo. Cuando volteo a ver a Andrick, este está apretando el volante tan fuerte hasta que las manos se le vuelven más blancas que el mármol, o esa es la impresión que me da. Además, su piel es muy suave y huele delicioso. ¿Es normal eso en un ser humano? No lo sé, nunca vi a nadie así, ni siquiera durante la carrera.

Okey, es mi idealización. Tengo que verlo desde una perspectiva psicológica: estoy en fase de enamoramiento, lo cual es bastante malo, porque aunque él sea apasionado en la cama, no da señales de estar enamorado de mí.

«Al diablo, luego se enamora», pienso cuando llegamos a una lujosa propiedad, cuyo camino de piedra entre los árboles me hace sentir en un bosque encantado. Este hombre tiene muchas propiedades, pero ha elegido un chalé en los terrenos lujosos que hay a las afueras de la ciudad.

—Bonita casa —murmuro al bajarme del auto antes de que él me abra.

Andrick no responde nada, solo parece frustrado.

—Entremos —me indica con tono frío.

Los dos caminamos separados el uno del otro, pero puedo notar que la excitación nos envuelve a ambos como si fuese una burbuja o aura. ¿Qué haremos al entrar? ¿Charlaremos? ¿Cómo pasaremos de estar distanciados a darnos como cajón que no cierra? Maldita sea, tantos meses sin ver a amigas como Bárbara me está afectando; ella sabría qué hacer, ella sabría decirme cómo abrirme de piernas sin meter el corazón.

Pero ya estoy aquí, y el ambiente se calienta nada más entrar. Andrick, me hace girar y me atrae hacia él. Sus besos, al contrario de cómo espero, no son fríos como su actitud, sino que son ardientes, calmados, elevan de una forma deliciosa mi temperatura.

Andrick deja de besarme durante un momento y me mira con intensidad a los ojos. Su expresión es apasionada y a la vez distante; frío y calor a su vez, algo que no he visto nunca en nadie.

—Solo una vez más —me dice y yo asiento pese a que quiero muchas más.

—Está bien.

Él coloca las manos a ambos lados de mi cuello y nos volvemos a besar. Yo me sostengo de sus antebrazos, pues me siento mareada.

No sé en qué momento nos hemos desvestido, pero cuando me doy cuenta estamos en la enorme y suave cama, tocándonos como dos desesperados, con su mano entre mis piernas y su boca devorando

mis pezones. Es tanto el placer que no me privo de gemir como «animal», como él dice.

¿Cómo pueden sus manos darme tanto?

Al momento en que me penetra, los dos recordamos que debe usar protección, así que trata de buscarlo en la mesa de noche, pero al sentir mis besos en su pecho, él deja de intentar y sigue moviéndose con fiereza, aferrando una de sus manos a mi muslo para que la penetración sea más profunda en cada embestida.

—Scarlett —susurra cuando me levanta de la cama, aún penetrándome.

No le pregunto a dónde vamos, en realidad no me importa.

A dónde me termina llevando es al sofá, en donde me acomoda para ponerme en cuatro. Esta vez es más agresivo, aunque sin dejar de ser candente. Yo no paro de decir su nombre y él de tocarme como si fuese a desaparecer y me termina jalando sensualmente por el cabello.

—Mía, Scarlatta —murmura, lo que me hace terminar de inmediato.

Nuestro encuentro sexual no solo se limita a una vez. Los dos nos volvemos locos por toda la pequeña casa, y en todas esas ocasiones se nos olvida la protección. Para cuando reacciono, tengo demasiada hambre y él se percata de eso.

—Llamaré a mi chofer —dice levantándose.

—Pero...

—Tengo cosas que hacer y tú tienes hambre —masculla.

—Entiendo —asiento y yo también me levanto para buscar mi ropa—. No hace falta que le llames, yo...

—No, no vas a involucrar a nadie conocido en esto.

—Y ya qué más da, no nos vamos a volver a ver.

Andrick suelta un gruñido y rodea la cama para venir hacia mí.

—Podemos, solo si guardamos silencio —propone.

—¿Qué?

—Durante ese tiempo no puedes ver a nadie más —añade y sus ojos se oscurecen, pero no de excitación, sino de rabia.

¿Ya se habrá enamorado? Eso fue muy rápido.

—¿Crees que por proponerme tener sexo de esta manera voy a caer y decirte que sí? —refunfuño y él frunce el ceño—. Pues tienes razón. No quiero pensar, solo quiero más.

—Bien, no pensemos —murmura mientras me sujeta por la cintura.

En el fondo sé que voy a pagar esto con mi estabilidad emocional, pero es que cuando me mira así, cuando veo todo aquel fuego contenido en esos ojos llenos de aparente hielo, no puedo resistir. Estoy enamorada de él desde hace mucho tiempo y mi corazón es obstinado, no sigue la lógica del mundo, tampoco la de mi cerebro. Ni mil estudios en Medicina harán que esto se me pase.

—No —susurro mientras nos vamos dejando caer en la cama otra vez—. No pensemos.

5. ODIO Andrick

Observo con aburrimiento a mi cliente, el cual va a demandar por otra causa estúpida a una compañía de electrodomésticos. Ni siquiera sé por qué sigo molestándome en atenderlo, tal vez solo sea la curiosidad de saber las cosas disparatadas que propone. Claro, es el único ser estúpido que me permito atender, pues odio perder el tiempo en casos que generan controversia para páginas de chismes de poca monta. Me encantaría decirle que lo odio, que lo quiero lejos de mí, pero lo conozco bien y sé que sería capaz de encontrar la manera de demandarme a mí también. Si algo he de reconocerle es

que tiene una peculiar inteligencia para saber voltear las cosas a su favor, y una de sus tácticas es utilizarme a mí para ello. «Tiene que morirse en algún momento», pienso para consolarme, mientras finjo que le presto atención.

—¿Y qué le parece, abogado? —me pregunta. Sus pequeños ojos brillan emocionados ante la idea de ganar una buena cantidad de dinero—. Este caso lo ganamos, seguro.

—Está usted tentando a su suerte —le digo con honestidad, cosa a la que él está acostumbrado.

El señor Hills amplía su sonrisa socarrona, esa que tanto me asquea, pero que tengo que soportar por las fuertes sumas de dinero que me paga. No, él no es ni de lejos la fuente principal de mis ingresos, pero ¿quién soy yo para rechazar sus cuantiosas sumas que me da solo para casos que no requieren ni medio día de mi tiempo?

—¿Tentando a mi suerte cuando lo tengo a usted? —Se echa a reír—. Pero ¿qué dice?

—Desde luego que tenemos posibilidades de ganar, puesto que en ese instructivo no se especifica la cantidad de peso que puede soportar el refrigerador. Usted ha tenido un accidente a causa de ello.

—Ya me está comprendiendo.

—Siempre lo he comprendido —le dedico una sonrisa, esa que le hace creer que no pienso que es un idiota y que tan solo me gustaría perder un caso para escucharlo llorar.

Pero no, no vale la pena sacrificar mi historial limpio por una diversión de cinco minutos. Solo una molesta morena ha hecho que me desvíe un poco de mis compromisos, pero eso ya voy a remediarlo.

Scarlett. Su nombre vuelve a sonar en la cabeza, causando que sienta una molesta punzada en la entrepierna. Intento convencerme de que ella no es diferente al resto, pero al final termino reflexionado sobre lo mucho que me olvido de todo cuando tenemos sexo; en esos momentos en lo único que puedo pensar es en que nadie más la ha tocado, que esa niña idiota es mía. Scarlett está enamorada de mí, igual que muchas otras que llevo a mi cama, no obstante, no me molesta. Con ella no. Y en eso consiste lo peligroso, que repitamos tantas veces que ella se ilusione con algo que no va a pasar. Si bien es cierto que tengo una clase de obsesión con ella desde años atrás y que siempre deseé meterla en mi cama, no es la mujer que busco para formalizar algo. Ella es irreverente, torpe, es hija de un socio, y, además, fuera de la cama tiene una personalidad que no encaja con la mía y que me es desagradable.

Sí, la odio, odio a mi Scarlatta. Es como un cachorro molesto que te sigue queriendo aunque lo trates mal.

—¿Me está escuchando, abogado? —La voz de Hills nunca fue tan oportuna. Con horror me doy cuenta de que estaba perdido pensando en ella por centésima vez en el día.

—Sí —le miento y sacudo la cabeza—. Es decir, estoy pensando en su caso. Puede parecer algo sencillo, pero sé que si nos toca un jurado que tome en cuenta el sentido común, vamos a perder.

—Pero usted nunca pierde.

—No, pero no soy lo bastante arrogante para decir que ganaré.

Eso es mentira, desde luego, pero mostrar arrogancia ante mis clientes siempre me ha parecido vulgar. Ser relativamente humilde y distante es el camino que ha mantenido mi prestigio desde que comencé a litigar. Habría que ser un imbécil para confiar en un abogado que te dibuje un camino de flores, pues normalmente esos son los que pierden. La confianza es buena, pero en su justa medida, al menos frente a los demás. En el fondo sé que seguiré invicto en tanto no decida defender causas perdidas, y esas las detecto con demasiada facilidad.

No, nadie va a arruinar mi ascenso a juez y luego a juez supremo. Estoy a punto de lograr lo primero, he tenido una carrera pulcra, con credibilidad. Por supuesto, no es fácil lograrlo teniendo a Crusoe por delante de mí, sobre todo porque no provengo de una familia prestigiosa de abogados. Fui el primero que decidió emprender aquel camino, aunque sin dejar de lado la rama empresarial.

El señor Hills se acaricia la barbilla mientras me inspecciona. Sé que en realidad no está pensando en nada importante, solo quiere ponerme nervioso; lo logra, de cierta forma, puesto que odio ver su cara rosada e inflamada. Aun así, me mantengo impasible, esperando a sus siguientes palabras.

—Pues tiene razón —dice. Estas palabras ya las he escuchado segundos antes de que abra la boca; es lo que siempre dice cuando le doy mis argumentos—. Debo comenzar a elegir mejor mis batallas.

—Se está haciendo conocido por sus múltiples demandas por daños y perjuicios, señor Hills —le recuerdo—. Este es el tercero en este año.

—Bueno, yo no tengo la culpa de que las empresas no tengan cuidado con sus instructivos. —Se encoge de hombros—. ¿Me va a ayudar o no?

—Sí, yo solo le estoy aconsejando. —Vuelvo a sonreírle, pero esta vez es de manera burlona, y ahora es su turno de ponerse nervioso; lo sé por la manera en que se limpia el sudor con un pañuelo que parece demasiado usado—. Debería pensárselo mejor y buscar otra cosa.

—No, voy a seguir con esto hasta el final —insiste—. Usted y yo percibiremos una fuerte suma, estoy más que seguro.

«Suma con la que me puedo limpiar el puto trasero», pienso con desdén. No creo que consigamos demasiado de esta estupidez, pero tendré que arreglármelas.

Después de unos minutos de conversación, él se larga por fin. Al quedarme a solas, luego de que mi secretaria salga, me recuesto en el respaldo de la silla y miro al techo. El rostro de Scarlett se vuelve a adueñar de mis pensamientos, pero esta vez no lucho contra eso, lo dejo estar. Es mi nueva adquisición, una adquisición que solo ha sido usada por mí, así que supongo que será normal pensarla y desear llamarla. En esta última semana he quedado con dos mujeres más,

pero por alguna razón no sentí nada especial, incluso tuve que imaginármela para poder eyacular, puesto que antes de eso, incluso estuve a punto de perder la erección. Y, por supuesto, no me pierdo tanto como para olvidarme de la protección. Esa bruja de Scarlett hace que me importe poco, aunque después me horroriza la idea de dejarla embarazada. Tengo que obligarla a buscarse un anticonceptivo ya, pues me niego a usar preservativo, a dejar de sentir esa humedad exagerada y el calor asfixiante de su interior.

Cuando tocan a mi puerta me vuelvo a enderezar y recibo la buena noticia de que ya no hay nadie más esperando. Alisto mis cosas y finjo no tener la urgencia de salir de aquí. Me siento un ridículo por volver a recibir a Hills en mi oficina, pero más ridículo me siento por pensar en llamarla, por pensar que no volveré a quedar con ninguna otra hasta que la novedad de Scarlett desaparezca de mi cerebro.

—Hey, Carson —me saluda Patrick, lo más cercano que tengo a un amigo. Él no es socio de la firma como yo, pero también tiene cierto renombre, así que está tan cargado de trabajo como yo—. ¿Sales a tomar algo?

—No.

—Dios, sí te está pasando algo —dice asustado.

—Tengo cosas que hacer. —Suelto un suspiro y miro mi reloj.

—Ah, ya, vas a verte con alguien.

—Posiblemente.

Patrick asiente, sin ofenderse por mis respuestas escuetas. Está más que acostumbrado a ellas y sabe que nunca conseguirá demasiado de mí. Odio a las personas entusiastas, aunque más odio a cierta mujer a la que irónicamente quiero llamar para que mis malditos testículos no exploten. Solo ha pasado una semana desde ese segundo encuentro y he tratado de mantenerme distanciado, pero ella me escribe. Se limita a desearme buen día o buenas noches, también me cuenta un poco de sus planes, los cuales consisten en leer, almorzar con sus amigas y poco más.

Maldita sea la hora en que le di mi número.

Sin embargo, este día no me ha escrito para nada, pese a que siempre le contesto de manera educada. No puedo evitar preguntarme si hoy se ha sumergido en un libro o simplemente quiere cortar comunicación. Le dejé bien claro que no podríamos vernos demasiado, que pocos son los días en los que estoy libre, pero poco pareció importarle. «¡¿Por qué no me escribe, maldición?!».

—Bueno, yo sí que voy a salir. Acabo de conocer a una morena preciosa, se llama Cloe.

—Cloe —farfullo con desagrado, ya que así se llama la prima de Scarlett.

—Sí, vamos a salir en grupo con sus amigas y creo que una prima. Ah, sí, sí, es sobrina de tu socio, ¿cómo se llama? —Se truena los dedos hasta que recuerda—. Ya, Maurice Butler.

—Demonios —mascullo furioso.

—¿Pasa algo? No me digas que te la tiraste. Bueno, me da igual, siendo honesto.

—Me voy —lo corto y, antes de que pueda frenarme, avanzo a enormes zancadas hasta las puertas de cristal de la salida.

Algunas personas intentan detenerme, pero al verme la cara deciden que no es una buena idea. Ahora lo comprendo todo, Scarlett irá a acostarse con quién sabe quién, y es por eso por lo que no he recibido noticias suyas. Es una...

Ni siquiera puedo completar el pensamiento cuando ya estoy llamándola. La muy desgraciada se hace la interesante y no me contesta a la primera llamada, pero sí a la segunda.

—Ah, hola, Andrick.

—Vamos a vernos hoy, Scarlatta —le suelto.

—Eh... Eh... ¿No podría ser mañana? —me sugiere nerviosa—. Es que tengo planes, saldré con mi prima y...

—Hoy —la interrumpo tajante—. Cancela esos malditos planes, voy por ti.

6. ÚLTIMA VEZ Scarlett

—Oye, ¿qué pasa? —me pregunta Cloe cuando le explico nerviosa que no podré salir hoy—. Estaba todo listo.

—Lo siento, no me siento demasiado bien —le miento.

—Bien, entonces puedo ir y...

—No, no, no hace falta, me quedaré en casa, durmiendo. De verdad, no hace falta que vengas, es una diarrea del demonio que puede acabar contigo limpiando mierda asquerosa.

—Pero...

—Perdóname, cielo —me disculpo—. La próxima la pago yo.

—Ese no es el problema —refunfuña mi prima—. El problema es que quería presentarte a un chico guapo. ¿Por qué te tiene que dar diarrea justo hoy? ¿Qué te dije sobre comer mariscos en mal estado?

—Pues lo siento —me disculpo—. No me resistí.

—Eres una tonta —resopla—. Igual te quiero. Por favor, no dejes de avisarme cualquier cosa.

—Sí, cariño. Gracias por entender.

—La diarrea apenas te comenzó, ¿cierto? —me pregunta y yo siento que se me detiene el corazón—. Lo digo porque se te escucha bien. Cuando te da diarrea estás heredándome el auto que todavía no tienes.

—No, todavía llevo dos idas al baño —le miento—. Pero si salgo, entonces sí que será un problema. Me niego a cagarme en presencia de un hombre guapo, porque sé que lo es. Por favor, no digas que estoy así, inventa que los calambres del periodo me dejan en cama.

—Bien —gruñe—. Cuídate, Scar.

—Te amo, te compensaré.

—Más vale que así sea —masculla antes de colgar.

La culpa hace que me duela de verdad el estómago. Me miro en el espejo de mi baño y comienzo a preguntarme por qué demonios estoy cancelando mis planes por un tipo que me responde los buenos días tres horas después. Y es que podría contestar antes, muchas veces al día está conectado. El día en que por fin entiendo que tal vez mis mensajes le molesten y advierto el tono frío de los suyos y no le escribo, él aparece. Es un narcisista de mierda, o alguna de esas enfermedades que hoy en día diagnostican a diestra y siniestra a cualquiera que tenga una bandera roja en su comportamiento.

—Odio lo que me haces sentir —murmuro, aunque no me lo digo a mí—. Bueno, una vez más y ya. ¿Qué puede pasar?

Cuando salgo del baño, suelto un grito. Mi hermana está sentada con una pierna cruzada en mi cama. También los brazos los tiene cruzados, lo que significa que está en modo controlador.

—Heidi, aprende a avisar —gruño, llevándome una mano al pecho.

—Tú no tienes diarrea. —Entorna los ojos—. No estás verde.

—Bueno, todavía no me pega duro.

—El cuarto no apesta.

—¿Quieres irte? —le gruño—. No siempre apesta.

—La tuya sí.

Aprieto los dientes. Amo a mi hermana con todo mi corazón, pero ahora mismo me exaspera tanto que quiero lanzarla por la ventana. ¿Por qué papá y mamá no la abandonaron en el basurero?

Me arrepiento de ese pensamiento cuando la veo hacer un puchero y me mira de forma preocupada.

—¿Vas a salir otra vez con Andrick? —susurra—. Mira, una vez para probar está bien, pero...

—¿Por qué asumes que voy a salir con él? —pregunto tensa.

—Porque te escuché hablar. Llevo más de quince minutos detrás de tu puerta —me confiesa—. Además, le cancelaste a Cloe y no eres de esas personas que cancelan planes para quedarse a ver Netflix. A mí no me engañas, te vas con él.

—Ya, ya, métete en tus asuntos. —Ruedo los ojos y me dirijo a mi cama. Le doy un pequeño golpe en la pierna a Heidi para que se haga a un lado y me deje abrir mi bolsa.

—Eres mi asunto. ¿okey? Si te descubren, Michael, mamá y papá... — Hace seña de cortarse el cuello y saca la lengua.

—Pero es que tú no vas a decir nada. —Le doy un beso en la frente y sigo buscando mi labial en mi bolsa.

¿Le gusta el labial? Tal vez. Lo llevaba cuando tuvimos nuestro primer encuentro. Esta vez he elegido uno rojo, que hace honor a mi nombre. Siempre he pensado que me luce demasiado bien, solo espero que a él también le guste.

—Es la última vez —susurro—. No digas nada, por favor.

—Está bien —gruñe—. De verdad, habiendo tantos hombres en el mundo y vas a...

—Ya, ya, no es nada importante —le miento—. Es solo sexo.

—No me trago ese cuento, pero está bien, tú sabrás. —Se encoge de hombros—. Solo no llores si te rompe el corazón. No cometas ese error, no te enamores de él.

«Creo que es demasiado tarde», pienso con tristeza, pero ella no nota mi expresión porque se va.

Mientras termino de arreglarme, me pregunto si de verdad vale la pena dejarlo todo de lado por ese hombre. Siendo objetiva, todo esto es injusto. Él me ignora, posiblemente no deje de salir con otras mujeres, y ahora quiere que corra solo porque se le dio la gana verme. ¿Qué haría si le digo que me quiero quedar en casa? ¿Me creería o vendría a comprobarlo?

Al final estoy guapa y lista para encontrarme con él, así que me digo a mí misma que tal vez sea la última ocasión en que nos veamos. Sí, tal vez sea lo mejor: salir antes de terminar demasiado lastimada, tan lastimada que ya no quiera nada con nadie, que ya no quiera saber nada del sexo masculino y vivir amargada, sola, con siete u ocho gatos con nombres que se relacionen con el color rojo. No es que me molesten los gatos, los amo, pero preferiría cuidarlos si tengo un esposo que les limpie la caja de arena. Andrick Carson, obviamente, no será ese esposo. Solo con mirarlo te das cuenta de que tal vez hasta sea alérgico a la vida.

«¿Para qué te engañas?», me pregunto mientras lo espero a dos calles de mi casa. Sí, me estoy engañando al decirme que esta es una última vez, y mucho más me queda claro cuando él estaciona frente a mí y se baja de inmediato para tomarme del brazo tras ver cómo me vestí.

—Vámonos —murmura y me lleva hasta el asiento del copiloto.

—Hola, estoy muy bien —digo con sarcasmo cuando él se sube y azota la puerta.

—No de la cabeza, evidentemente —responde irritado y de nuevo repasa mi cuerpo con la mirada—. ¿Ibas a salir así?

—¿Qué hay de malo? —Miro mi vestido, el cual es negro, de tirantes plateados.

—Es... grotesco.

—Entonces me lar...

—Corto, es demasiado corto. —Una de sus manos va a parar a mi pierna y la aprieta de tal forma que creo que me quedara marcada—. Creo que esa va a ser otra condición, Scarlatta.

—¿Qué? ¿No usar vestidos cortos en...?

—No salir —me corrige.

—¡¿Qué?! —pregunto enojada, pero en el fondo con una emoción extraña—. ¿Qué te pasa? Además, ¿crees que vamos a vernos más?

—¿Qué?

Aquel tono golpeado y su rostro de confusión hace que se me acelere el pulso. ¿No se lo esperaba? ¿Me quiere a su lado más tiempo?

—Bueno, sí —le miento—. Sí, supongo que sí. No me has buscado.

—Tengo trabajo —se excusa—. Pero está bien, si quieres una última vez...

—Bueno.

En realidad, no quiero que sea la última vez, pero si él lo dice, tendrá que ser así. Tal vez me esté haciendo un favor.

Un rato después, llegamos a su chalet. El lugar, siendo honesta, tiene más encanto por la noche a pesar de verse un tanto sombrío. La piel de Andrick parece incluso más pálida, lo que me recuerda a esos vampiros de los que soy tan fan en secreto.

¡Tengo un Cullen abogado como amante!

—Vamos. —La voz de Andrick me hace dar un respingo y tomar de inmediato la mano que me ofrece.

Esta vez no esperamos a entrar, los besos comienzan en la misma puerta. Incluso me atrevo a decir que esta vez parece más apasionado y enloquecido, como si me extrañara y estuviese hambriento de mí. Yo dejo escapar gemidos bajos, los cuales suben de nivel cuando por fin logramos cruzar la puerta.

—Odio ese vestido, Scarlett —gruñe mientras trata de quitármelo. Al ver que no llevo sostén, sus ojos se oscurecen, aunque no parece que solo sea por deseo—. ¿Qué demonios haces sin sostén?

—Bueno, estos vestidos no...

Andrick no me deja terminar la frase, ya que me voltea y me aprieta contra su cuerpo de una forma dolorosa, pero que a mi lado masoquista le encanta. Me levanta un poco para que salga de mis tacones y me lleva por fin a la cama, en donde me recuesta.

—Esta vez sí vamos a usar condón —me avisa. Yo solo me siento para observar atenta el pedazo de pene y testículos que este hombre tiene.

En ese momento decido arrastrar el trasero y acercarme. Él me mira muy serio, como si esperara a que fuera a pedir permiso. Pero no, no voy a pedir permiso, quiero probarlo y poner en práctica la clase que una vez me dio Cloe sobre como chupar penes. Nunca le he dado una mamada a nadie y posiblemente él me termine odiando, sin embargo, nada puedo perder con intentar.

Tomo aquel gran y circuncidado miembro entre mis manos. De cerca todavía es más intimidante, pero mamá no me ha dado a luz y me crio para ser cobarde, así que me lanzo sobre él. Andrick suelta un leve gruñido cuando mi lengua comienza por la punta.

Luego de eso, me dejo llevar y lamo por toda la longitud. Él solo está tenso, pero sus leves gemidos me hacen saber que estoy haciendo un trabajo decente, que no lo estoy haciendo tan mal.

—Scarlatta, más vale que esta también sea tu primera vez —dice furioso cuando me alza la cabeza para que lo mire.

—Bueno, mi primera mamada fue a un pepino, pero...

Aquella estupidez hace que se le oscurezcan los ojos y me empuje violentamente para que me acueste en la cama. Al colocarse encima de mí, me sonríe de una forma misteriosa y sexi.

—¿De verdad no quieres más? —me pregunta.

—Esta es la despedida —susurro—. Creo.

—Yo dije que esto se terminaba hasta que yo lo decidiera. Y no se me da la gana dejarte —me suelta antes de besarme y clavarse en mí.

Me dan muchas ganas de decirle que haga conmigo lo que sea, que le pertenezco, pero me contengo. Por más enamorada que esté, tengo mis límites. Andrick deja escapar más gruñidos cuando llega hasta lo

más profundo, aunque esta vez no se mueve de inmediato, me mira a los ojos.

—Solo yo te puedo usar —susurra—. Dilo, di que me perteneces, que no serás de otro.

—Yo...

—Dilo.

—Nunca seré de otro —gimo, cegada por el calor del momento—. Y tú...

Él me calla con un beso que no sé cómo interpretar. Es tan apasionado que me hace creer que también lo cumplirá, y tan violento que cabe la posibilidad de que tan solo quiere que me calle, que no le hable del tema.

Cuando cambiamos de posición, algo pasa dentro de mí que me insta a dominar la situación. Impido que él se mueva más y lo monto. Él me mira atento y yo lucho contra mi vergüenza, no le aparto la mirada.

Y empiezo a moverme como el instinto me pida que lo haga. No me preocupo de ser una experta, solo me dejo fluir, solo lo miro con todo el amor y pasión que me hace sentir. Él parece asustado por momentos, pero no deja de tocarme, de observar mi cuerpo y movimientos.

Tras unos cuantos minutos, él no resiste más y se incorpora para sentarse, aunque no para con sus movimientos. Me sujeta de la espalda y me besa de forma posesiva, como si quisiera acapararme por completo. Me encanta y me asusta mucho a la vez; se siente como si fuese ese algo que detesta y a su vez no quiere perder. Sea como sea, me está volviendo loca y no quiero dejarlo. ¿Cómo querría dejar esto?

—No es la última vez. No lo es —me dice al frenar el beso.

Aquella desesperación que reflejan sus ojos me hace moverme con más intensidad y finalmente acabar de una manera muy fuerte. No paro de moverme como una maldita loca, pero él no se molesta, me toma de la cintura y me ayuda a intensificar los movimientos mientras me besa el cuello.

Él se vierte en mí segundos después y ambos respiramos muy agitados. Su rostro se ha vuelto confusión total, mas no me aparta, se aferra a mí con uno de sus brazos.

—Hoy no vas a volver —me dice con tono frío, que intenta parecer indiferente, pero la pasión sigue en su mirada—. Te vas a quedar aquí.

7. AMBIVALENCIA Andrick

Scarlett duerme plácidamente en la cama, una en la que nunca debí dejarla entrar. Me estoy involucrando más de la cuenta, y eso es peligroso. No es que corra el peligro de enamorarme, pero sí de que ella quiera más que solo sexo y sea una molestia que no me pueda quitar de encima.

¿A quién engaño? Estoy loco por esa desagradable chica que duerme sin saber que por momentos quiero matarla o enviarla muy lejos. Me hierve la sangre solo de imaginarla con otro hombre, pero sé que eso es simplemente mi orgullo. Yo no podría amar nunca a Scarlett, no tiene las cualidades, salvo que es muy hermosa, más que ninguna otra.

Sigo mirándola, reflexionando sobre si vale la pena vernos de nuevo o es mejor retractarme, dejarla que haga su vida, que conozca a quien se le dé la gana y yo seguir con mi camino.

Hago una mueca y dejo escapar un gruñido. Otra vez tengo el estómago revuelto ante esa idea. Me enferma imaginarla siento de otro, pero también lo hace la idea de que ella y yo seamos algo más. Scarlett es mi ambivalencia. Entre más la detesto, más la deseo y es exasperante sentirme así.

Scarlett se remueve y se estira un poco, pero sigue durmiendo. No me atrevo a sentarme a su lado y despertarla. No quiero escuchar su voz, no quiero ver sus ojos, no quiero sentirme tentado de nuevo, que me envuelva con todo lo que tiene. Lo que necesito es irme, mandarla a su casa en un taxi, sin embargo, tampoco puedo dejarla ir con ese maldito y diminuto vestido.

—Andrick.

Su voz suena ronca y por fin abre esos ojos que están bordeados por pestañas que parecen postizas. No lo son. Durante el tiempo en que dormimos juntos, las examiné a detalle y descubrí que son naturales. Todavía queda un rastro del labial que usó anoche y que yo le arranqué a besos y que me tuve que lavar para sacarlo. El labial rojo es algo que debo prohibirle; este solo acentúa su maldita belleza.

—Creo que debemos irnos, pero antes come algo —le digo.

—Está bien, me doy una ducha rápida y voy.

No le respondo nada, solo asiento y me dirijo al comedor, que está al lado del ventanal de la entrada. Ahí he acomodado el desayuno que mandé a pedir solo para tener un poco más de tiempo en su odiosa compañía. Necesito aclarar los términos y condiciones de esta relación, necesito que lo tome en serio.

Cuando ella regresa, veo que se ha puesto otra vez el vestido, lo que causa que haga nota mental de tener conjuntos para ella que sean decentes, que no muestren nada de esa piel bronceada y brillante que posee.

No tiene la imagen impecable de ayer, pero incluso así me corta la respiración y me genera incomodidad entre las piernas.

—Vaya, pediste algo rico —dice al ver el desayuno. Yo la observo desde mi asiento, sin decir nada—. ¿Tú no comes? —No.

—¿Estás a dieta?

—No.

—¿Eso es lo único que sabes decir? —se burla mientras abre la bandeja de comida.

—No.

—Pues...

—Me gustaría dejar claros algunos puntos —la interrumpo—. Por supuesto, si es que me dejas comenzar.

—Tú eres el que no empieza. —Me mira con ojos entornados—. Te escucho.

Y de pronto se me queda la mente en blanco. Nunca nadie me ha dejado la cabeza sin un solo pensamiento, sin un solo argumento. Por eso hago bien mi trabajo, por eso estoy donde estoy.

Por esto la odio. Cada vez que la veo dejo de pensar, me vuelvo un maldito idiota que no sabe contestar a una simple cosa. ¿Qué le voy a decir que no sepa ya? ¿Qué solo me la quiero pasar bien y que no espere de mí algo que no puedo y no le quiero dar? Lo único que voy a conseguir con eso es que se largue. Desde luego que si vuelvo a buscarla va a regresar, luego de hacerme rabiar con esas salidas, pero no se me da la gana involucrarme en un lío como ese y vivir dramas innecesarios.

La quiero enteramente para mí mientras esto dure.

—Nos veremos más días a la semana —comienzo y ella frunce el ceño. —O sea, quieres que mis vacaciones se reduzcan a estar encerrados en este lugar solo para coger y para que yo no pueda salir con mi prima y mis amigas —responde con acritud.

—Básicamente —admito con una sonrisa.

—Voy a pensarlo —murmura, lo que me hace mirarla estupefacto. Lo entiendo, entiendo que sea algo que deba pensarse, pero ¿por qué lo tiene que pensar ahora? Ha llegado demasiado lejos conmigo—. No quiero dejar de salir con ellas, van a sospechar.

—Ya te inventarás algo.

—Sí, claro, déjame las cosas difíciles a mí —se queja—-. Creo que vamos a declinar, yo no puedo... —Inventa que sales con alguien. ¿Por qué habrías de decirles?

—¡Por favor! Mis amigas conocen hasta el olor de mi mierda e identifican antes que yo, que soy médico, lo que me pasa, ¿cómo les voy a ocultar que estoy acostándome contigo?

Ahora me alegra no haber desayunado. ¿Por qué tiene que expresarse de forma tan vulgar? Lo que es peor, ¿por qué me enfurece lo que acaba de decir? ¿Para qué quiero yo saber su...?

—No les debes explicaciones —le digo antes de que mis pensamientos se vayan por sitios demasiado perturbadores—. Y no hables de esas cosas en la mesa. —Uy, perdón, señor perfección —dice con sarcasmo y empieza por fin a comer.

Es una atolondrada y me pregunto qué hago buscándola. Su manera de comer me parece abominable, no es nada propia y me causa vergüenza ajena.

—Está bueno, ¿cómo supiste que me gusta el desayuno de este sitio?

—Porque tu padre lo repitió miles de veces.

En realidad solo lo dijo una vez y mi memoria lo guardó. Ahora me arrepiento.

—¿En serio? —Sonríe—. ¿Hablan mucho de mí?

—Solo fue una forma de decir —murmuro—. Apresúrate, se va a hacer tarde.

—Oye, pero me voy a ahogar.

—Tienes café. —Señalo el vaso con tapa que tiene su café favorito.

—Ay, por Dios, gracias —dice contenta y gime al probarlo—. Capuchino, qué delicioso.

Me enderezo para tratar de disipar el efecto que eso tiene en mi cuerpo. Ella por suerte no se da cuenta y sigue comiendo. Cree que está siendo cuidadosa, pero lo cierto es que sigue siendo una salvaje con cero modales, típico de una hija de un hombre que creció con pocos recursos y que se hizo rico tras una jugada inteligente y un golpe de suerte.

¿Por qué no me puedo alejar de una maldita vez?

Scarlett se concentra en la comida y parece demasiado gustosa con ella, así que la dejo comer en paz mientras voy a revisar mis compromisos de hoy. Tengo muchos, para mi buena suerte. No tendré demasiado tiempo para pensar en ella, o al menos eso espero.

—Voy a llamar a un Uber —dice ella de pronto y se levanta de la silla para girarse hacia mí.

—No. Yo...

—No, no me pueden ver contigo. Yo no tengo problemas, pero supongo que tú...

—Mi chófer va a llevarte —digo sin mirarla directamente, aunque por el rabillo del ojo estoy atento—. Está afuera, te va a esperar.

—Bien, pues entonces supongo que me voy.

—Sí.

Enfurruñado para mis adentros, me acerco de nuevo a ella. Scarlett pasa saliva cuando paso las manos por su melena desordenada, pero que huele delicioso. Su aroma sí que es elegante, delicado, adictivo.

—Nos ve...

Sin saber qué demonios estoy haciendo, me inclino para besarla y termino tomándola por la cintura para apretarla contra mi cuerpo, que de nuevo está ansioso por tenerla. Quiero que se vaya para poder volver a respirar con tranquilidad y a su vez quiero que se quede para no salir de este calor agradable que me envuelve. Sí, esta mujer me hace sentir cosas muy contradictorias.

—Me... tengo que ir —murmura al separarnos. Sus labios se ven hinchados, listos para que los bese de nuevo.

Pero no lo hago. Yo no beso a no ser que sea para coger.

—Nos vemos —me despido, pero no la suelto.

Mantener esto va a ser más difícil de lo que creo.

8. AQUELARRE Scarlett

De nuevo tengo que explicarles a todos que pasé la noche con alguien, pero esta vez sí tuve la prudencia de avisar y no soy regañada... por mis padres. Michael y Heidi, en cambio, parecen mis jueces en el juicio final. Mi hermano se va por el lado de que Andrick es un malnacido mujeriego y las enfermedades venéreas; mi hermana opta por el lado sentimental y me plantea la situación catastrófica de que voy a sufrir demasiado con él, que me voy a arrepentir de por vida y que no me va a consolar cuando eso pase. Las dos sabemos que sí me va a consolar si eso pasa, pero no lo decimos.

En el fondo siento que le gusto demasiado a Andrick, solo que no quiere aceptarlo. Todos esos detalles que tuvo con mi desayuno son evidencia. No soy abogada, pero sí doctora, y sé que él tiene síntomas de enamoramiento. O eso quiero pensar, no quiero pensar en que me va a destrozar sin antes pasar más tiempo juntos. Hay una pequeñita parte de mi cerebro que me dice que soy una idiota y agita una bandera roja, no obstante, la ignoro. No quiero pasarme la vida negándome a lo que deseo, incluso si me arrepiento después.

Mientras me ducho, canto canciones ridículas de amor. Todavía siento los besos ardientes de Andrick. Ese hombre es un témpano de hielo afuera de la cama, pero dentro es el más caliente del mundo; me besa con una locura que me hace sentir adorada, muy deseada. No puedo renunciar a eso.

Solo espero que él me llame pronto. No me quiero pasar las malditas vacaciones aburrida. Porque sí pienso cumplir, quiero demostrarle que soy madura, que no hago tonterías, que me tomo lo nuestro en serio. Además, creo que no me interesa nada más, las fiestas me gustan, pero si voy a estas es por quererme encontrar con Andrick.

Al salir de la ducha, Cloe está sentada en mi cama.

—¡Cristo bendito! —exclamo asustada—. ¿Tú y Heidi me quieren matar de un infarto? —No, la que se está matando sola eres tú. —Entorna los ojos, lo que me hace saber que ella ya está al tanto de lo que hice—. Tú no tienes diarrea, lo único que se te escurre es el semen de ese imbécil.

—Estás loca —mascullo, pese a saber que es cierto. De nuevo no nos cuidamos. —Okey, voy a confiar en el uso de preservativos porque eres doctora —me dice, lo cual hace que me sienta bastante estúpida—. Scar, ¿por dónde comienzo?

—No, no me digas nada. Bastante tengo con el sermón de Heidi —me quejo mientras me siento a su lado.

Las dos nos dejamos caer de espaldas en la cama y nuestros pies quedan colgando. Nos miramos la una a la otra con toda la seriedad posible, pero terminamos riendo.

—Te coge delicioso, ¿verdad, maldita? —me pregunta.

—Eres una entrometida, pero sí, Cloe. El hielo también puede quemar.

—Ay, no, no, no, no, te volviste poeta —se burla—. ¿Es en serio?

—Ya, he leído mucho últimamente —refunfuño—. Se me pegó algo de los libros de romance.

—O Carson te pegó en el cérvix y por eso...

—Dios mío, eso no se te olvida. —Ruedo los ojos. —No, y mucho menos porque eres mi querida prima —responde y se incorpora para mirarme molesta—. Nena, Carson es un infeliz, no quiero que te destroce. Puedes buscar cualquier otro hombre.

—¿Por qué otro? Él está bien —respondo sin levantarme—. Solo déjenme disfrutar, sé lo que hago.

—Nena, te amo, te adoro, y sé que eres la mujer más inteligente, pero te conozco bien y tienes un corazón de oro. No vale la pena dárselo a quien lo va a destrozar.

—Estás exagerando. Sé bien que esto es solo sexo.

—Eso no te lo crees, siempre has estado enamorada de ese hombre y que en el fondo esperas a que te corresponda.

—¿Y no es posible? —pregunto irritada—. ¿No es posible que me quiera?

—Puede ser, pero no es la clase de hombre que te lo diría o te lo hiciera saber de algún modo. Hazme caso, nena.

—Perdón, Cloe. —Me levanto y la observo con enojo—. Yo también te amo, te donaría hasta mi última gota de sangre y sabes que mis riñones son tuyos por si los necesitas, pero me ofende que me trates como alguien delicada, me duele.

Mi prima agranda los ojos. No es que esté sorprendida de este exabrupto, ya que siempre nos hablamos con total claridad, pero sí que debe estar descolocada por el hecho de ofenderme.

—No, amor, lo que menos quiero es ofenderte —responde nerviosa—. Lo siento, no lo tomes así. —Perdóname tú a mí, pero quiero que me dejen tomar mis propias decisiones. Es posible que me equivoque, sí, pero también podría ocurrir algo maravilloso.

Cloe hace una mueca. Sé que ella tan solo quiere que sea feliz y que no quiere que nada me lastime, no quiere que pase por situaciones que ella misma ha pasado por ser tan abierta al amor.

—Está bien, Scar, solo cuídate. —Se levanta y me da un fuerte abrazo—. Dime si ese maldito idiota se atreve a hacerte algo y también si no, si logra ser digno de ti.

Yo también la abrazo, aunque esta vez ya no me siento tan convencida de defender esto, incluso experimento culpa. Andrick es muy posesivo y sé que lo vuelvo loco en la cama, pero cuando estamos afuera me sigue tratando como si yo valiera menos que él. Solo espero no estar equivocándome y que esa actitud hacia mí cambie. Yo no tengo la culpa de no haber sido educada en la rigurosidad como él, o eso es lo que me imagino, dado lo amargado y frío que es.

—De acuerdo, te lo prometo —contesto.

—Bueno, como no tienes diarrea, mentirosa, vamos a...

—No, por favor —gimo—. Me siento cansada, ¿no podemos quedarnos a ver algo?

Mi prima refunfuña y pone los ojos en blanco, pero termina asintiendo. —Está bien, loca, pero déjame llamar a las demás, ¿okey? No te vas a salvar de la limpia del aquelarre.

Me echo a reír. No sé qué haría sin este trío de brujas locas. Las amo con todo mi corazón aunque a veces quieran sobreprotegerme. Ojalá nunca les dé motivos para que ellas piensen que siempre tuvieron razón y que yo me equivoqué y que fui una estúpida.

Cuando me quedo a solas, ya que Cloe va a llamar a las demás chicas, reviso mi celular para ver si no tengo mensajes de él. No los hay. Se me forma un nudo en el estómago, pero de todos modos le

escribo que llegué bien a casa, que estoy intentando calmar a todos para que no molesten. Para mi sorpresa, él me responde de inmediato y me dice que lo estoy haciendo bien, que mañana nos veremos. Aquel mensaje es más frío que el Polo Norte, pero me hace suspirar y dar brincos y gritos estúpidos.

Pero me calmo para cuando regresa mi prima, que me mira con sospecha, aunque ya no dice nada. No vamos a arruinar nuestra relación ni día de chicas por un hombre, aunque ese hombre me encante demasiado. Decido apagar el celular y solo centrarme en mí, en mi aquelarre. Ya tuve suficiente de Andrick Carson anoche, y es obvio que a él no le interesa lo que haga dentro de mi casa, tampoco se va a enojar porque no le envíe más mensajes hoy.

Cloe y yo bajamos a la cocina a preparar todo para cuando Andy y Bertha lleguen. Heidi también viene, solo que ella se sienta en una silla de la isla y se limita a picotear unos cubos de queso que le doy para que no nos empiece a quitar lo que estamos partiendo.

—Tengo mucho calor —se queja y se abanica con la mano—. ¿Y si nadamos?

Cloe y yo nos miramos durante unos segundos, hablando casi por telepatía. Por sus cejas arqueadas y por como saca el labio inferior sé que está de acuerdo.

—Es buen plan. —Se encoge de hombros.

—¡Sí! —exclama mi hermana—. Bueno, ya regreso, me voy a ir a poner el bikini.

Heidi toma los últimos tres cubos de queso que le quedan en su pequeño plato y se marcha. Cloe y yo nos echamos a reír. Es una ratona, adora el queso a más no poder. El que no lo soporta es mi hermano; es intolerante a la lactosa, así que cualquiera puede imaginarse lo que le ocurre. —Mis niñas, Maurice y yo nos vamos a ir de compras hoy —nos avisa mi madre al entrar a la cocina—. Uy, cubitos de queso, jamón serrano, qué delicia.

Cloe y yo gruñimos, pero eso no impide que mamá venga y tome un puño de lo que estamos partiendo. Sí, confirmado que mi hermana no es adoptada y confirmado que también es hija de mi padre, pues él jamás en su vida permitiría que alguien más la tocara.

—Se cuidan, usan condón —bromea Cloe y mamá se echa a reír.

—No, no, quiero otro hijo. —Le guiña el ojo.

—No, ya no más hermanos —lloriqueo—. La hermana que me diste salió defectuosa, está loca, y el hermano que tengo no puede tomar leche porque nos caga los pasillos de la casa.

—Ay, ¿nunca lo vas a superar? —Mamá se ríe más fuerte—. Pobrecito de mi hijo.

—Mamá, literalmente hizo un camino con...

—¡¿Por qué no te callas?! —me grita Cloe—. Qué asco, no quiero acordarme. Tuve que ayudar a limpiar, iug.

—Somos la familia mierda. Aquí siempre se habla de mierda —dice mamá como si estuviésemos hablando del clima—. Ya, ya, no vayan a vomitar. Diviértanse, mis amores.

Nos lanza un beso en el aire a ambas y se va. Mi prima y yo solo nos reímos antes de acabar de picar todo y que ella se vaya a avisar a nuestras amigas que es día de piscina.

Y se desata el desastre por ello. Andy y Bertha se emocionan y deciden traer a sus conquistas. La única que no lo hace es Cloe, ya que su nuevo pretendiente está trabajando, de hecho, lo hace en la misma firma que Andrick. Aquello me da algo de repelús, pero no quiero arruinar la felicidad de mi prima.

Minutos más tarde, mi aquelarre y yo estamos gritando y riendo en la piscina, disfrutando del momento. Todavía estoy pensando mucho en Andrick y tengo la necesidad de contarle qué es lo que hago, pero decido no hacerlo y pasarla bien. Yo estoy cumpliendo con mi parte: no salir a ningún lado. Eso no significa que no me pueda divertir dentro de casa.

Ninguna de ellas me reclama por mi mentira o me dice algo al respecto. Seguro que Cloe se los advirtió y me alegra. No quiero pelear o discutir con nadie este día.

Antes de que comencemos otra ronda de voleibol, me dan ganas de orinar, así que les aviso a todos que voy al baño.

—Pues orínate en la piscina —me dice Cloe y todos gimen asqueados

—Eres una cerda —resoplo y salgo con la ayuda de Travis, un chico que me han presentado hoy y que es muy lindo.

—Oye, ¿puedo tomar una lata de refresco de la cocina? —me pregunta cuando entra conmigo a la casa.

—Ay, claro que sí —contesto—. Sírvete lo que quieras.

Yo voy a hacer mis necesidades al baño del primer piso y al salir me topo con Travis. Su cabello es muy esponjoso y tengo ganas de meter la mano en él. Es lindo, a decir verdad, aunque no más que...

—Eres muy linda, Scarlett —me dice con una sonrisa.

Oh, no. Eso del refresco solo era pretexto.

—Eh... Gracias.

En ese momento tocan a la puerta. Menos mal.

—Eh... Debo abrir. —Sí, claro. —Travis se aleja de mí y se pone colorado, pero no se va.

Antes de abrir recuerdo que debería traer una toalla, pero no tengo tiempo para eso, así que abro, y lo que me encuentro me congela hasta el alma. Andrick me mira de arriba a abajo y noto como se va

poniendo más y más pálido cada vez y sus ojos se oscurecen hasta llegar a mostrar un odio mortal.

—¿Te diviertes? —me pregunta con una sonrisa sardónica.

—Sí, lo hago —respondo y a él se le borra la sonrisa—. ¿Vienes a buscar a mi padre?

9. SENTIDO COMÚN Andrick

Tras el mensaje que me envía Scarlett, me quedo un poco tranquilo. Ella, mientras sea mía, tiene que acatar lo que le digo y no ser de nadie más. En teoría no tiene nada de malo que salga con sus amistades y a mí no debería importarme, pero por desgracia mi mente siempre analiza los riesgos, y si ella sale es demasiado probable que conozca a alguien y lo deje conmigo antes de tiempo. No es que no quiera que se acabe, pero necesito verla algunas veces más, sobre todo porque es la única que tiene mi atención.

No me la puedo sacar de la cabeza. Haga lo que haga, está ahí, apareciendo hasta en los momentos más inesperados.

Cuando estoy despidiéndome de una de mis clientas, miro la hora y tras cerrar volver a mi escritorio me permito enviar un mensaje a esa mujer. Necesito verla de nuevo hoy, quiero sacarme el estés de encima y solo ella me puede ayudar.

Pero no responde al mensaje, mejor dicho, no le llega. Extrañado, intento hacer una llamada y descubro que tiene el celular apagado.

«Seguro que se le ha descargado, es olvidadiza», pienso con enojo, pero no me preocupo demasiado. Ella no va a salir, y si lo hace, me voy a enterar.

A medida que pasan los minutos, me descubro tamborileando los dedos sobre mi escritorio, sin poder leer ni una mierda de lo que anoche escribí para la defensa del señor Hills. No es que lo necesite, pero me gusta hacer un repaso y corregir si veo que un argumento será irrelevante. Es una manera de cuidar mi imagen, siendo honesto; prefiero perder un caso con dignidad que balbucear estupideces para aferrarme a ganar.

No, no estoy siendo indiferente a Scarlett y a ese teléfono apagado. Es por eso por lo que intento volver a llamar, y sí, obtengo el mismo resultado. Sé que debo dejarlo estar, que no debe importarme y que tengo cosas mejores qué hacer, sin embargo, no está de más vigilar que no se haya escapado.

Me levanto de mi silla y guardo mis cosas. Es la hora del almuerzo, así que nadie me necesita por ahora. Mi secretaria me pregunta si se me ofrece algo con ese tono tan sugerente que siempre tiene; espera que algún día me la coja, pero no va a suceder. No es mi tipo, tampoco me involucro con mujeres de la firma.

Cuando estoy por llegar a las puertas de la salida, veo a Patrick salir de su oficina con una pila de oficios. No me extraña, siempre deja que se le acumule el trabajo, lo deja todo para después. He de admitir de

todos modos que tiene talento para salir bien librado, siempre tiene todo a tiempo.

—Ah, tú, afortunado, ya te vas —refunfuña y yo me detengo.

—Tú por lo visto tienes mucho qué hacer. —Me aprieto la barbilla con una mano y sonrío de forma burlona

—Odio a Peralta —gruñe—. Lo odio, lo odio, ¿no quieres tú...?

—No —lo corto tajante—. Sabes que no pierdo mi tiempo defendiendo causas perdidas. Su mujer tiene las pruebas del fraude y la evasión fiscal, va a perder. Tú vas a perder.

—¿Cómo demonios sabes...? —interrumpe sus palabras y entorna los ojos—. Ah, ya, su hija. Eres un desgraciado.

Me encojo de hombros. Yo no tengo la culpa de que esa mujer me confesara todo mientras teníamos sexo.

—Me encantaría entonces que alguien lo desaparezca ya —dice en voz baja, aunque no hay muchas personas que puedan escucharnos—. Esto me quita tiempo con Cloe.

—¿Vas a seguir saliendo con ella? —pregunto, repentinamente interesado.

—Pero claro. —Suelta un suspiro—. Es una leona. Pero lástima que no pude conocer a su prima, Scarlett, me daba curiosidad saber si ellas dos se pa...

—No —digo de manera violenta y Patrick frunce el ceño porque lo estoy sujetando muy fuerte por un brazo, el cual suelto—. Es decir, deja a esa chica en paz, es hija de mi socio.

—¿Y?

—No quiero problemas con Butler.

—Eres un exagerado. —Rueda los ojos—. En fin, veré si me desocupo un poco y puedo llegar a la reunión que hizo en la piscina de su prima. Y no, no me vas a impedir ir. No me importa Butler, tú no tienes por qué cortar negocios con él ni verte afectado.

—¿Cómo que reunión en la piscina? ¿La piscina de mi socio? — pregunto de manera frenética.

—Sí, sí, quiero ver mujeres en bikini. —Sonríe, pero deja de hacerlo cuando me ve la cara—. ¿Estás bien? Te pusiste muy pálido, bueno, ya eres, pero estás verde.

—No tengo nada, me largo. Y no, no vas a ir a ese lugar si no quieres que te rompa la cara.

—¡¿De qué hablas?!

No hago caso de sus palabras y me dirijo al ascensor. Voy a matarla. Definitivamente, voy a matarla.

No sé cuantas veces presiono el botón del ascensor, pero termino por exasperarme y le pego a una de las paredes. No comprendo qué me pasa, pero me siento tan furioso que no me detengo a pensarlo. Solo puedo pensar en que Scarlett está nadando. Sé cómo luce cuando está nadando, aunque ella no lo sepa. Ese traje de baño azul es muy soso, pero se ajusta perfectamente a su cuerpo, realza sus pechos y muslos.

Algunas personas me saludan, pero no me molesto en contestar. Veo rojo, borroso, quiero romper algo. ¿Por qué? Porque Scarlett es una descarada, que juega con las palabras que no le digo, con las prohibiciones que no le hago y que creo que va a acatar porque la sobreestimo y pienso que tendrá sentido común.

No, ella no tiene sentido común. Es inexistente en su pequeño cerebro. O tal vez es tan lista que todo lo hace a propósito.

—Eres una molestia, te detesto —murmuro mientras conduzco—. Te odio, Scarlatta, pero... No, pero nada, te odio.

En menos de veinte minutos, estoy en aquella casa. Mientras camino hacia la puerta pienso en lo que voy a decir, mas no se me ocurre nada. Podría decir que Maurice me citó, pero ella sabrá perfectamente que no es así, que este ha salido con su mujer, que ya me lo mencionó.

Al estar frente a la puerta me planteo largarme, sin embargo, decido hacer frente a esta situación y tocar. No tardan casi nada en abrirme y la ira que ya venía cargando se acrecienta. Scarlett está completamente mojada, pero no con ese traje de baño que recuerdo, sino con un diminuto bikini marrón, que solo marca sus pezones y apenas y cubre sus labios mayores. El deseo y el odio se entremezclan en mi cerebro y me impiden decirle lo que necesito.

—¿Te diviertes? —le pregunto con una sonrisa irónica.

—Sí, lo hago —me contesta y yo dejo de sonreír en automático. ¿Con quién demonios está?—. ¿Vienes a buscar a mi padre?

—Me voy, veo que tu padre no se encuentra —digo con rabia, pero veo de fondo la cabellera de un hombre—. ¿Quién...?

—Bueno, yo le diré que viniste —dice ella, nerviosa y tratando de disimular. Intenta cerrar la puerta, pero yo se lo impido.

—Creo que mejor voy a quedarme. —Le vuelvo a sonreír.

¿Cómo demonios se atreve a hacer esto? ¿Acaso se excusa en que le dije que no saliera para armar fiestas en casa? Ese bikini diminuto es el principal problema. Quiero matar a cualquiera que la haya visto, incluso si son mujeres.

—Andrick, por favor —susurra.

—Voy a esperar a tu padre. Me quedo aquí —digo en voz alta.

—Oh, Scar, voy a... regresar a la piscina. Te espero allá —le dice aquel estúpido.

Por mi mente miles de escenas se me pasan, pero el escenario mayor es la piscina teñida de sangre, con cuerpos flotando por todos lados.

—Andrick, tienes que irte, yo...

Abro más la puerta y la tomo del brazo.

—Al baño —le ordeno.

—P-Pero...

Una vez que veo que no hay nadie y que todos están en la piscina, me apresuro a llevarla al baño de visitas, que está bastante cerca de la entrada. Scarlett tiembla de pies a cabeza y me mira desconcertada cuando la recargo en el lavadero. Debería huir, debería largarme y no volver a verla, pero sentirla tan asustada, mojada y vulnerable me ancla a este lugar, me incita a tomar el riesgo.

—¿No tienes sentido común? —le pregunto con desprecio, disfrutando de como se le colorean las mejillas—. ¿Y es así como pretendes salvar vidas?

—¿De qué...?

—No puedes hacer esto.

—Perdón, pero tú me dijiste que no saliera y eso...

—Tampoco puedes mostrarte así. —Alzo una de sus piernas y la enrollo alrededor de mí.

—S-Solo es una reunión...

—Pues a partir de ahora, tampoco. No puedes.

Scarlett gime cuando subo la parte de arriba de su bikini. Sus pezones se yerguen más y no me demoro en tocarlos. No quiero dejarme llevar por el deseo, pero a cada segundo que pasa me enardezco más.

—Andrick —gime despacio—. Nos van a...

Sin poder resistir más, me apodero de sus labios y se me escapa un gruñido. Este sabor, este maldito sabor me genera adicción y me pierde. Su aroma, que ahora mismo está mezclado con el cloro de la piscina, también me envuelve y hace que no me importe el lugar en el que estamos.

—Tú me perteneces, Scarlatta —le digo antes de subirla al mueble.

No tardo mucho en bajarme los pantalones y hacerle a un lado el bikini para penetrarla. Ella nota algo de incomodidad, pero me rodea el cuello con los brazos y me sonríe.

—No más, ni dentro ni fuera de tu casa —le exijo mientras me muevo.

—Está bien —jadea—. Mierda, mierda.

—Mierda es lo que serán todos si no te vistes después de esto —la amenazo, pero no le doy tiempo a asustarse, pues de nuevo la beso.

Ella deja un poco atrás la timidez y mueve su lengua de una forma que me vuelve loco y me provoca moverme más deprisa. Lo que estoy sintiendo me asusta, pero no paro, sigo. Es mía, toda mía. Solo yo puedo tocarla.

Pierdo completamente la noción de la realidad cuando sus paredes aprietan mi pene y siento la humedad aumentar. Scarlett gime contra mis labios y deja de besarme. Yo no la aparto, disfruto de su cálido aliento en mi boca.

«Estoy malditamente ena... perdido, sí, pérdido», me corrijo. Aquel pensamiento viene de forma simultánea con el orgasmo de los dos. Frunzo el ceño y me dejo ir, sintiéndome demasiado perturbado por lo que estuve a punto de pensar.

Observo con odio a Scarlett mientras esta abre los ojos. Los suyos reflejan felicidad, la cual se evapora al darse cuenta de que yo no estoy feliz.

—Que sea la última vez que haces algo así, Scarlett —le advierto y aprieto su cintura—. Si decides desobedecer, voy a dejarte.

10. SORPRESA Scarlett

A pesar de sentirme demasiado ofendida por las palabras de Andrick, no me atrevo a decir nada y, cuando él se va, corro a mi habitación a darme una ducha. Esto no se siente nada bien, de hecho, parece muy incorrecto. Si viese la situación en otra mujer posiblemente la juzgaría, en menor medida que otras personas, pero lo haría, me causaría exasperación. Pero, por algún motivo, yo estoy aquí, llorando en la ducha, llena de miedo de perder lo que acabo de iniciar con él y sintiéndome una tonta por no haber pensado mejor las cosas.

También me pregunto cómo fue que se entero. ¿Me vigila o de verdad venía a buscar a mi padre? No tiene mucho sentido, pero cabe la posibilidad.

—Scar, nena, ¿estás bien? —me pregunta Cloe, asomando la cabeza por la puerta del baño—. Oye, ¿por qué te duchas?

—Ya... no quiero nadar. —Sonrío de manera incómoda.

—¿Qué? Pero si te estábamos esperando, ¿qué ocurrió?

Mi prima pasa al baño y cierta la puerta. A pesar de que mi puerta de la ducha es de cristal, no me escandalizo ni me esfuerzo por ocultarme. Nos conocemos desde que dejamos el vientre de nuestras madres, incluso antes.

—Nada, simplemente...

—Él te llamó, ¿verdad? Maldita sea, no debí decirle a Patrick —se queja mientras se sienta en el retrete—. Perdóname.

—Tranquila, no pasa nada. No es por él.

—¿No? Pues a mí me parece que la estabas pasando genial y de pronto viniste aquí. Scarlett, ese tipo es un...

—No quiero pelear, Cloe —la corto—. Por favor, solo no quiero nadar. ¿Por qué no echamos a esos chicos y hacemos algo más tranquilo? Podemos ver una película.

—Mmm... Bueno, bueno, está bien —asiente—. Pero espero que esto sea porque de verdad estás cansada y no porque el cabrón de Carson te esté controlando. Si eso pasa, créeme que no me va a importar que te enfades conmigo, le pondré un alto.

—Okey —mascullo—. Ve a buscar algo que ver, por favor.

—De acuerdo. Oye, te creció el trasero.

—Estás loca —gruño y niego con la cabeza.

—Y tienes marcas.

De inmediato veo hacia ellos y descubro que tengo marcas un poco rojas. Creo que Andrick sí que estaba muy disgustado y yo muy excitada, pues no lo noté.

—Ese hombre es un salvaje. —Suelta una carcajada mientras sale del baño.

Una vez que me quedo a solas, suelto un suspiro. Menos mal que mis lágrimas se han mezclado con el agua de la regadera, pues si ella me hubiese visto llorar habría sido capaz de llamar a Carson para reclamarle sin importar que yo me enfade. A pesar de que me molesta que ella siempre diga que él no es para mí, me alegro de tenerla en mi vida, saber que no estoy sola en caso de que...

No, no puedo pensar eso. Andrick y yo vamos a estar bien, él entenderá con el tiempo que no puedo ver a nadie más, y él solo me verá a mí. Yo lo noto cuando estamos juntos, incluso se nos olvida cuidarnos. Eso no pasa cuando alguien no te gusta, o eso es lo que me han dicho compañeros durante la carrera.

Para cuando termino de ducharme y arreglarme, ya los chicos que invitaron se fueron. Mis amigas y mi hermana no parecen muy infelices al respecto, pues también están cansadas. Menos mal que ninguna de ellas me pregunta nada con respecto a Andrick, aunque

presiento que es porque Cloe las tiene amenazadas. ¿Por qué lo sospecho? Porque todas están más serias conmigo.

Aun así, decido no pasarla mal y disfrutar de la película que ponemos, también de las palomitas y todo el refresco que hace que tenga que ir veinte veces al baño. Para cuando termina la película, ya todas se comportan como siempre. El amor que hay entre nosotras no se puede arruinar solo por un hombre, además, no soy la primera ni la última del aquelarre que pasa por un enredo amoroso y sexual. Bueno, sexual sí, ya que fui la última en tener relaciones, y qué relaciones...

—Hola, niñas, ¿cómo fue su día? —nos pregunta mi madre, entrando a la sala de cine que tenemos para ver películas.

Todas volteamos hacia ella y le sonreímos.

—Todo bien, tía —le dice Cloe—. Dejamos unos cuantos cubos de queso y jamón serrano para ti.

—Ay, las amo.

—¿Por qué no me dijeron nada? —se queja Heidi.

Todas nos echamos a reír.

—Porque eres una ratona que es capaz de acabar con todo el queso del mundo —le respondo y le saco la lengua.

—Bueno, sí, me llevé la tolerancia a la lactosa de Michael —bromea. No le importa que todos se burlen, ella siempre defiende el queso y su gusto por él. Yo quiero que alguien me quiera de esa forma, que no le importe—. Voy a comprar más queso y no lo voy a compartir con nadie.

—Sí, sí, como sea. —Mamá pone los ojos en blanco y luego me mira—. Nena, tu papá te busca.

—¿Pasa algo malo? —inquiero nerviosa. Tal vez descubrió lo mío con Andrick.

—No, claro que no. Pero no te diré nada, tienes que descubrirlo.

Miro a todas y estas también están muy confundidas. No, no es ninguna sorpresa agradable. Seguro que él ya sabe que me acuesto con su socio, me dará un sermón de media hora de por qué no puedo hacerlo, intentará partirle la cara a él y cortará todos los negocios.

Y yo me voy a quedar sin novio.

Tomo algunas cuantas palomitas más y me levantó del sillón. Tengo que enfrentar esto con valentía, como hace mi hermana para defender sus gustos. Mamá me acaricia el hombro cuando paso por su lado, y me dice que no me preocupe. Aquello me hace sentir un poco mejor, pero mientras bajo las escaleras me siento más nerviosa.

—Pasa, cielo —me dice papá desde adentro del despacho. Yo no me asusto, él conoce bien mis pasos.

Abro la puerta y lo veo sentado tras su escritorio. No parece especialmente serio, incluso hasta está revisando unos documentos.

—¿Cómo fue el paseo? —le pregunto.

Papá suspira.

—Bueno, me aseguré otros cinco años más de matrimonio. ¿No viste el temblor de sus piernas?

—Ay, no, por Dios —digo asqueada—. Por favor, no quiero otro hermano.

—Mmm... Yo quiero otra pequeñita.

—Te va a romper la espalda.

—Voy a castigarte como sigas de maleducada —me reprende, pero luego suelta una carcajada.

Bien, no está furioso. Acaba de volverme el alma al cuerpo.

—Papi, ¿qué pasa? Mamá dijo que querías hablar conmigo.

Papá deja los documentos sobre el escritorio y asiente.

—Sé lo que hiciste —me suelta.

Mis ojos se abren de lar en par y siento que el cuerpo se me pone frío. ¿Lo sabe?

—Hiciste algo, te pusiste blanca. —Papá entorna los ojos.

—B-Bueno, es que no sé a qué te refieres —balbuceo—. ¿Podrías ser específico?

—Bien, yo me refería a que vi que rayaste mi agenda y marcaste el concierto de Hyun. —Enarca una ceja—. Muchas veces, bastantes veces, rompiste la hoja, incluso.

—Bueno, ya no es necesario que me lleves, tranquilo. —Sonrío.

—¿Qué? ¿Te vas a perder el concierto? ¿Crees que me voy a tragar ese cuento?

—Bah, será en otra...

—No, no, vamos a ir.

«Andrick no puede enojarse por ir a un concierto con mi padre. No me voy a acercar al hermoso Hyun, solo voy a escucharlo, babear un poco, pero sin acercarme», pienso para calmarme.

—Conseguí asientos VIP y tras bambalinas, vas a...

—¡¿CÓMO HAS DICHO?! —chillo como loca y me paro de la silla para empezar a correr en mi lugar—. ¿De verdad? ¿Me lo juras?

—Lo juro, cielo.

—¡Papito!

Corro hacia él para sentarme en sus piernas y darle muchos besos.

—Papi, te quiero mucho —digo feliz.

En ese momento alguien pasa a la oficina, luego de tocar. Por un instante creo que es Michael, así que sigo besando las mejillas de mi padre.

—Buenas noches —saluda Andrick y yo lo volteo a ver de inmediato.

Sus labios esbozan una sonrisa amable, pero sus ojos una ira más fuerte que hoy por la tarde.

—Hola, siéntate.

—¿Qué está pasando? —pregunto mientras me levanto.

—Ah, necesitaba atender unos asuntos. Nos íbamos a reunir mañana, pero decidí adelantarlo para ir sin ningún pendiente al concierto, mi amor —me explica papá—. Creo que alguien merece otro beso.

—Sí, hermoso papá.

«No, es tu padre. Andrick no puede molestarse».

Me inclino para besarlo en la mejilla, como siempre hago, pero esta vez volteo un poco a ver a Andrick y este está apretando los puños. Le molesta verme con papá, ¿acaso está desquiciado?

—Bueno, ya, regresa con tus amigas —me dice papá—. Mañana eres toda mía, cariño.

Aquella frase siempre nos lo dice a mis hermanos y a mí cuando vamos a pasar tiempo juntos, pero ahora suena demasiado inapropiada, más por lo mucho que Carson parece palidecer. Está furioso y me queda claro que definitivamente no querrá que vaya a ese concierto.

Y cuando estoy subiendo las escaleras y me llega su mensaje al celular, lo confirmo. Ese mensaje me hace enfurecer, pero también me corta el aliento.

Andrick:

Tú no eres de él ni de nadie, Scarlatta, solo mía. No vas.

11. ENFERMO Andrick

No puedo evitar desear durante toda la reunión que Maurice desaparezca del mapa. Me imagino diversos escenarios en donde podría hacerlo desaparecer de manera accidental. Es tentador, aunque es obvio que no lo haré. No puedo tomarme la molestia de arruinar mi vida por culpa de una mujer que no me interesa a futuro.

Pero entonces me vuelvo a acordar de cómo ella estaba sentada en sus piernas, besándolo, como él la sujetaba por la cintura para que no se cayera. No hay nada lascivo en esa imagen; tan solo son padre e hija pasando un momento amoroso. Sin embargo, no me lo saco de la mente porque me desquicia, al igual que esas palabras sobre que será para él. ¿Qué clase de padre dice algo así?

Más me desquicia el cómo actúo, mi necesidad de que ella no tenga contacto con nadie, tan solo conmigo. La explicación que encuentro es que jamás me ha gustado compartir nada de lo que considero mío, y ella es mía por el momento. El simple hecho de que alguien más la toque me provoca asco, pues sé que voy a usarla para mi placer. Debería ya dejarla en paz, dejar de torturarme así a mí mismo, pero algo me frena, y ese algo es que quiero más. Todavía no hemos tenido el sexo suficiente como para que me harte, mucho menos después de

lo del baño, que me dejó ansioso de más. Podría ver a otra persona, pero no me considero lo bastante desesperado como para eso. Puedo esperar por Scarlett esta noche; esta noche voy a ponerle un ultimátum. Tiene que elegir entre él o yo. Es sencillo. No puede elegir un concierto por encima de mí.

Al llegar a mi casa, me recibe Marina, mi empleada doméstica, una mujer mayor que ha trabajado para mi familia desde hace mucho tiempo.

—Señor Carson, su amigo...

—Dile que se largue —le espeto y sigo caminando hasta mi despacho, para luego azotar la puerta, cosa que nunca he hecho antes.

No puedo seguir así. Tengo que mandar a la mierda a Scarlett, definitivamente.

—Oye, Carson, ¿qué demonios te pasa? —me pregunta él, abriendo la puerta del despacho.

—Vete, vete de aquí, ¿no me entiendes?

—No hasta que me digas qué pasa, por qué me amenazaste así en la tarde.

—No te importa.

—Claro que me importa, porque me amenazaste a mí —resopla—. Mira, no soy tan listo como tú, pero ya intuyo por donde va todo esto: a ti te gusta Cloe.

—¿Qué? —Me volteo hacia él y lo observo desconcertado.

—Sí, la quieres para ti, por eso te volviste loco y no quieres que conozca a su prima. Bien, bien, pues me voy por ella, no hay problema.

—No voy a caer en tus absurdos juegos. Tú lo que quieres es que te diga que me gusta Scarlett —respondo y él sonríe.

—Pues acabas de caer en mi juego, porque es precisamente lo que quería que intuyeras —dice triunfante.

—Lárgate de aquí. No puedes entrar a mi casa sin permiso a partir de ahora.

—Uy, qué miedo —se burla—. No te preocupes, pienso perderme con mi leona después de mandar al diablo a Peralta. Bueno, a no ser que se consiga algo para joder a su mujer, pero lo dudo mucho.

—Sí, lárgate con quien tú quieras.

—Menos con Scar... —Patrick se queda callado al ver mi mirada—. Bien, ya entendí. Tranquilo.

—No tengo nada con ella, y ni se te ocurra insinuárselo a... esa mujer.

—No te preocupes, si tienes algo con Scarlett seguro que ya está más que enterada. Las mujeres se cuentan esas cosas, y Cloe me dijo que la conoce de pies a cabeza. Me pregunto si ellas dos se han toquetea... Mejor me voy.

Patrick huye antes de que pueda pensar en lanzarle mi mejor abrecartas. A veces desearía no conocerlo, que no tuviera una personalidad tan explosiva que no le importara mi rechazo. Pero también admito que me es útil para saber de Scarlett. Gracias a él pude ponerle claros los puntos a esa loca, que espero nunca haya hecho nada sexual con su propia prima.

Eso sería demasiado enfermo, igual que el que tenga algo con su padre. No parece que esté sucediendo nada, pero debo averiguarlo.

Una vez que me relajo al punto de no desear matar a nadie, decido llamarla. Voy a enviarle a mi chófer. Tenemos que vernos.

—En mi casa en una hora, Scarlatta —le digo.

—¿Cómo? —me pregunta impresionada—. ¿Cómo que en una hora?

—El chófer te traerá. Te estará esperando en una esquina.

—No soy prostituta, idiota —me contesta indignada, pero sin alzar la voz—. Espero que tu chófer no lo piense y quiera de pronto besarme.

—¿Qué?

—Estaré allí en una hora, Andrick —promete—. Me voy a arreglar.

***

Scarlett

Escaparme de mi casa no resulta muy sencillo, pero por suerte Heidi me ayuda. No está nada de acuerdo con que siga saliendo con Andrick, pero es mi hermana y me ama, así que distrae a nuestros padres para que vean todos una película.

Sé que no necesito escaparme de casa, pero me da miedo que comiencen estos a sospechar. No debería vivir con estos temores, lo mío con Andrick debería ser algo abierto y casual; no formal, claro, pero tampoco de contrabando. Me siento como una delincuente.

Y culpable, me siento muy culpable. Estoy considerando no ir al concierto. De verdad anhelo ir y disfrutar de ese momento con papá, que es mi mejor acompañante en este tipo de cosas (y también el que va a impedir que me lance encima de mi bebé Hyun para comérmelo a besos). No obstante, no quiero perder esto que tengo con Andrick, que por fin me hace caso. Siempre fue mi sueño que me sucediera todo esto, que pudiera darse cuenta de que soy una mujer con la que puede relacionarse.

Cuando llego a la esquina donde él me dijo que estaría el chófer, me sorprendo de ver a Andrick recargado contra su auto. En su rostro está dibujada una expresión severa y que no tengo la menor idea de cómo interpretar.

—Dijiste que vendría el chófer —le digo extrañada.

—Amenazaste con besarlo a él también —dice con tono mordaz—. Lo aprecio demasiado como para que pierda la vida.

—¿Qué?

—Súbete al auto, Scarlett. —Abre la puerta y me señala el interior.

Sin decir una sola palabra, me meto al auto. Tengo la sensación de que debería simplemente irme, pero ya no soporto esa idea, así que espero a que él se suba y lo miro.

—Andrick...

—Ni él ni nadie, Scarlatta. —Su mano me aprieta la pierna.

—Estás enfermo, Andrick, es mi...

—No me importa —me ataja.

—Lo siento, pero no puedo dejar de ir, Andrick —susurro y él aparta la mano lentamente.

—¿Es en serio?

—Sí, no puedo dejar botado a papá, le costó trabajo conseguir esos boletos, es un momento que queremos compartir.

—Bien, supongo que deberías bajarte —dice con tono frío—. Hiciste tu elección, Scarlett.

—¿Qué? ¿De verdad vas a dejarme? —le pregunto a punto de llorar—. Yo...

—Puedes quedarte, pero entonces...

—Pues bien, me largo —le contesto con voz temblorosa e intento irme, pero él me sostiene del brazo.

—Piénsalo bien —me exige—. Si haces esto, si te bajas... No, no voy a dejar que te bajes. Te dije que esto se acababa hasta que yo lo quisiera, y no me da la gana que se acabe.

—Déjame salir. —Me remuevo, llena de miedo por su mirada enloquecida—. Déjame, me estás asustando.

—No me importa. —Me sonríe—. No te vas.

—Sí, me voy. —Me suelto de su agarre y lo miro furiosa—. Estás loco, Andrick. Búscame cuando estés más cuerdo.

—No te voy a buscar. De verdad va a terminarse si sales de aquí.

A pesar de que me duele, decido salir de inmediato del auto. Cierro la puerta de un portazo y corro sin mirar atrás mientras lloro. Sé que me voy a arrepentir de haber hecho esto y me angustia que esto se acabe, pero no puedo despreciar a papá, no cuando él lo ha hecho todo por mí.

A lo lejos escucho el auto de Andrick alejarse, señal de que, en efecto, todo se terminó. Por un momento me detengo y me volteo, dispuesta a regresar. No sé qué hizo conmigo, pero no me quiero alejar.

—Andrick, no, no. —Me sujeto ambos lados de la cabeza y lloro más fuerte—. Yo no quiero que esto se termine.

12. CONCIERTO Scarlett

No vuelvo a la casa de inmediato, me quedo vagando por las calles durante un rato, llorando como tonta. Es obvio que no puedo dejar a papá plantado por un hombre, pero diablos, duele mucho que se

terminara todo con Andrick. Si viese este caso de fuera, pensaría que es algo estúpido que alguien te deje por salir con tu propio padre, ¿qué hay de malo con eso? ¿O es el concierto en sí? Sí, tal vez sea eso. Tal vez deba decirle que solo voy a escuchar la música y que no iré tras bambalinas. Siempre quise conocer a Hyun en persona, pero no es necesario, no tanto como para perder al hombre del que estoy enamorada.

Andrick es, sin duda alguna, el único al que quiero. Un amor platónico no puede ser más importante que él.

Sentada en el parque, intento escribir algo, lo que sea para que me perdone, pero el poco orgullo que me queda me hace borrar el mensaje y guardar el celular. Creo que ni siquiera es orgullo u amor propio, sino la vergüenza que sentiría después y que me impediría mirar a la cara al aquelarre. Ellas me aman, pero se darían golpes contra la pared si supieran que le rogué a Andrick Carson, el tipo que tiene todas las banderas rojas del mundo.

Me permito llorar un poco más hasta que me siento más tranquila. Esto sigue doliendo, pero creo que seré capaz de llegar a casa sin romperme otra vez. Eso ya lo haré a solas en mi cuarto y a oscuras, bajo el edredón.

De camino a casa me siento un tanto vigilada, pero no veo a nadie a mi alrededor ni a nadie peligroso, sino a los guardias de la residencial. Seguro que son ellos, Carson se largó hace un buen rato.

Al llegar a casa, no tengo nada de suerte, mamá está bajando las escaleras y me sorprende entrando.

—¿En dónde estabas, Scarlett? —me pregunta. No parece enojada, aunque tampoco relajada.

—Perdón, mami, no quiero...

—Mi cielo, ¿qué pasa? ¿Lloraste? Tienes el maquillaje corrido. —Mamá me limpia el rostro con sus manos.

—Eh, yo...

—Hija...

—Estoy con alguien, pero él me dejó —digo con voz aguda y siento que me quiebro.

Mi madre me abraza de inmediato y, aunque no me siento del todo mejor, impide que me rompa en más pedazos, como si fuese un curita que me contiene.

—Ay, mi vida, ¿pasó algo? ¿Te hizo algo ese estúpido?

—Yo...

—Dime, juro no decirle nada a tu papá.

—Pero tú le cuentas todo.

—Sí, es mi esposo, pero si tú me dices que no diga nada, no lo haré, mi amor. Por encima de él y de cualquier cosa estás tú y tus hermanos —me dice al dejar de abrazarme—. Si tú me cuentas algo, nunca traicionaría tu confianza.

—¿De verdad?

—Juramento de mami. —Alza el dedo meñique y yo me río. Me encanta esto, lo hace desde que era una niña.

Las dos vamos a la cocina, luego de estrechar nuestros meñiques, y nos sentamos en los taburetes de la isla. No me atrevo a mirarla y ella no me presiona.

—Me estoy viendo con alguien, mamá, y se enteró del concierto de Hyun. No quiere que vaya —comienzo.

—¿Qué?

—Sí, y cree cosas muy... enfermas.

—¿Qué cosas, cielo?

—Por favor, no te enfades.

—No te prometo eso, pero prometo no hacer escándalos.

—Cree que tengo algo con papá —le suelto asqueada.

—Carson, ¿verdad? —resopla y yo la miro consternada.

—¿Qué?

—Te acostaste con Carson, el socio de tu padre —continúa.

—Mamá...

—Hija, siempre he notado como te mira y, sobre todo, cuando eres cariñosa con tu papá frente a él. Yo no había querido decir nada porque ese hombre nunca se te insinuó. Pero hace unas horas, cuando estuvo aquí, se comportó como un imbécil, me ignoró al irse.

—Ay, mamá —gimoteo y ella me atrae hacia ella para abrazarme—. Perdóname, por favor.

—¿Por qué, cielo? Tu padre nunca te dijo nada, yo tampoco — contesta—. Pero ahora que lo sabes, creo que lo mejor es que te alejes.

—Sí, eso es lo mejor —susurro—. De todos modos, me mandó al demonio.

—Es un verdadero estúpido —gruñe—. Mira que dejar ir a una mujer tan preciosa. Mándalo más lejos, ni siquiera el diablo lo va a querer.

Me echo a reír. Ella siempre sabe cómo levantarme el ánimo.

—¿Por qué no vemos la película? Ve a desmaquillarte y ponerte algo cómodo. Yo te cubro con papá.

—Prefiero dormir —murmuro—. Por favor...

—Bien, de acuerdo, cariño. Y recuerda que él no es el único hombre en el mundo.

«Es el único para mí», pienso apesadumbrada.

—Bien.

Me bajo del taburete y me voy rápidamente a mi habitación. Por suerte no me encuentro con nadie y me aseguro de llorar en silencio, lo que hace que todo esto me duela mucho más. Tengo el corazón completamente roto y no dejo de sentirme culpable, como si hubiese podido hacer algo más para que él no me dejara.

En un momento de desesperación, tomo mi celular y vuelvo a escribirle. Él está en línea y tal vez pueda ver mis titubeos. Soy una ridícula.

No sé qué es lo que me retiene de buscarlo, pero al final me quedo dormida y termino por no hacerlo. Al despertar tengo que arreglarme a toda velocidad para que no se note que he tratado de salir. Tengo que lucir normal, sin rastros de lo que Andrick provoca en mí. Ya me arruinó la emoción de ir al concierto, pero no va a impedir que vaya.

Al despertarme me siento un poco mejor. Trato de imaginar que nunca pasó nada, que no perdí nada, y eso es lo que me ayuda a continuar mi día sin ninguna complicación, incluso me doy el tiempo a retomar mis apuntes y aquellos vídeos de residentes de Anestesiología. No sé qué tan equipado va a estar aquel lugar que se me asignó, pero quiero tener una noción de lo que hago, saber utilizar las máquinas, no quedarme en blanco a la hora de estar en una cirugía. Por momentos me arrepiento de la especialidad que voy a tomar, pero luego recuerdo que no puedo rendirme, que esto es lo que quiero para desafiarme a mí misma. Yo nací para ser una buena doctora, para cuidar de mis pacientes en esos momentos tan delicados.

Ni Andrick ni nadie me arruinará eso.

Para tratar de que la ansiedad no me venza, no toco mi celular, ni siquiera para ver algo tan inofensivo como la cuenta de Bárbara y los memes y vídeos de gatitos y perritos que alegran mi día. Sé que voy a tener muchos mensajes de mis amigas, pero van a saber entender cuando les explique lo que me está pasando. Voy a decirles que yo lo terminé, que me di cuenta de que ese idiota no vale la pena. Sí, así salvaré mi reputación. Puede que en algún punto busque a Andrick o intente averiguar qué va a pasar, pero lo haré después del concierto.

Soy idiota, pero también lista.

Cuando se va acercando la hora, me pongo la camisa que preparé con esmero. No tengo la cara de Hyun ahí, pero sí una letra de su nuevo sencillo. Me encanta, es muy coqueta y espero que él lo note. Sí, mostraré que soy una fan, aunque tampoco una loca obsesionada. En realidad sí soy una loca obsesionada, pero tengo que disimularlo.

Mi arreglo no es muy elaborado. Siempre he sido partidaria de la comodidad en los conciertos. He conocido chicas a las que les encanta ir con vestidos y tacones y lo respeto, aunque jamás podría ir así. Eso debí decírselo a Andrick para que dejara sus absurdos celos atrás.

—Mi hermanita, al fin vas a poder ver a ese chino que tanto te gusta — me dice Michael entrando a mi habitación.

Pongo los ojos en blanco. Ya ni siquiera me molesto en explicarle que Hyun es coreano porque no le importa, siempre dirá que es chino, japonés, filipino o lo que sea que se le ocurra.

—Sí, y lo voy a conocer en su camerino, al parecer —digo con emoción—. Me verá, se va a enamorar de mí y nos casaremos, ya está decidido.

—O sea, tendré un montón de pequeños coreanos corriendo alrededor de mí, ¿cierto? Bien, puedo armar un grupo famoso con ellos.

Los dos soltamos una carcajada.

—Diviértete, pequeña, yo voy a llevar a mi Annie también, solo que en asientos más alejados porque debo cuidarla, que no se enamore de ese japonés.

—Eres muy celoso, pero al menos la llevas, no como otros —farfullo.

—¿De qué hablas? —Frunce el ceño.

—Nada, una tontería que vi en Internet.

—No te he visto conectada.

—Eres un acosador —resoplo.

—Y tú acabas de caer, en realidad no lo sabía. —Se echa a reír—. ¿Te pasa algo?

—No, hermanito, estoy bien y emocionada.

—Pero...

—En serio, no me pasa nada. Voy a brincar por todos lados en el concierto, no aquí.

—Bien, eso espero.

Michael me da un beso en la frente y se marcha por fin. Su perfume me hace toser un poco, pero me hace sonreír. Lo quiero demasiado, y seguramente él sabe que me pasa algo.

—¡No, esto no puede ser! —Escucho gritar a mi padre—. ¿Cómo demonios pasó eso? Es una total falta de respeto, señorita.

—¿Qué pasa? —le pregunto al salir de mi cuarto. Papá me hace un gesto para que lo espere y vuelve a su conversación.

—No, no quiero mi dinero de vuelta, quiero mis asientos. No puede venir ningún jodido empresario o lo que sea a comprar lo que ya teníamos, ¿acaso están locos?

Me quedo boquiabierta y con el corazón acelerado. Comienzo a imaginar miles de cosas y tengo la certeza de quién fue el culpable. No lo va a admitir, pero sé que fue él.

—Hija, lo siento —me dice papá, luego de discutir sin éxito con aquella mujer—. No sé qué pasó, alguien compró los boletos, nos quieren regresar el dinero.

—¿Fueron los nuestros?

—No, fue toda la primera fila. Tampoco se puede entrar a conocer a Hyun, el precio de ese paquete...

—Ay, no —digo angustiada y enfadada.

—Mi amor...

—No se preocupen, compré asientos con unos revendedores. Me imaginaba que algo así podía pasar —dice Michael, que sale de su habitación.

Mi hermana está cerca de nosotros y me mira con cara de vergüenza: se lo dijo todo. Debería ahorcarla, pero lo cierto es que lo agradezco en el fondo.

—¿Cómo?

—No son en primera fila, pero sirven, ¿no lo creen?

—Te amo —le digo a Michael antes de correr a abrazarlo y tratar de darle besos.

—Oye, me estás babeando, para —se queja, pero yo sigo dándoselos. Él finge que no, pero le gusta que mis hermanas y mamá lo besemos—. Vas a ir, no te vas a perder el concierto.

—Necesito hacer algo antes de irnos, esperen.

Antes de que alguno pueda decirme algo, bajo corriendo y me aseguro a llegar a lo más recóndito del jardín para llamar. Andrick va a escucharme.

—Vaya, te tardaste un poco en llamar —dice cuando me contesta—. ¿Qué es lo que quieres?

—Volver contigo, no, desde luego.

—No estamos juntos exactamente —responde con frialdad, lo cual provoca que se me llenen los ojos de lágrimas.

—Exacto, no estamos juntos —respondo—. No sé para qué demonios te tomaste la molestia de comprar los asientos de primera fila.

—Porque te dije que lo que tenemos no se va a terminar aún. Todavía no...

—Pues no me importa, de igual manera iré a cualquier otro sitio, y tal vez no con papá, sino con alguien mejor que tú.

Sin dejar que me responda, le cuelgo la llamada y apago el celular. Un par de lágrimas se me resbalan por lo mucho que me duele el corazón. Podré fallarme a mí misma, pero nunca a mi padre.

Por esta noche, me tragaré mi sufrimiento y voy a olvidarme de Carson.

13. LLANTAS Andrick

Salir con otro. Salir con otro. Salir con otro.

Para cuando me doy cuenta, hay vidrio por todos lados y le estoy ladrando órdenes a Danilo, mi chófer, para que la siga a donde sea que vaya, que no la pierda de vista y que me informe a dónde se dirige. Lo haría yo mismo, pero las manos me tiemblan tanto que no creo ser capaz de conducir. Es irónico que Scarlett haya estudiado para salvar vidas y se decidiera a asesinarme a mí con sus estupideces y actitudes de adolescente caprichosa.

La odio, cada día la odio más. Debería pasar página y olvidarme, pero tengo el orgullo herido y nada me detiene cuando alguien osa dañarlo. Esta vez estoy llegando a extremos ridículos y poco propios de mí, pero ya me encuentro en un punto en que eso no me importa, tan solo la quiero frente a mis narices, mejor dicho, quiero mis narices en su jodida vagina para revisar que no haya sido de nadie más. No lo voy a permitir, pero por si acaso...

Menos mal que hace años no vivo con mi madre, pues esta se sentiría escandalizada. Odia los arrebatos de histeria, ella es partidaria de calmarse, de enfriarse la cabeza y evitar hacer cosas de las cuales arrepentirse. Y yo soy igual, solo que Scarlett es mi talón de Aquiles, siempre lo he sido; siempre se arruinan mis días cuando ella hace algo que no me gusta, y esto no es reciente, esto lleva años, desde que la vi por primera vez, cuando tan solo era una chiquilla de dieciséis años, aunque ella no supo de mí hasta que le di clases en su último año de preparatoria. Por aquel entonces no era socio de Maurice, tan solo lo asesoraba con algunas inversiones y también en

asuntos de carácter legal. Por mis manos han pasado todos sus asuntos y puedo decir con plena seguridad que es un hombre honesto, legal, que jamás ha incurrido en fraudes o ha evadido sus obligaciones fiscales.

Ahora detesto eso. Desearía tener algo para amenazar a Scarlett, pero no tengo nada. Su padre es su debilidad, y si tan solo tuviera algún trapo sucio, lo utilizaría sin dudarlo.

—Que limpien esto —le ordeno a Marina.

—Sí, señor —responde con tono dócil y yo salgo de mi despacho.

Me dirijo a mi habitación con paso apresurado, me deshago de mi ropa en el baño y me meto a la ducha, aunque dejo mi celular sobre la encimera y con todo el volumen para estar atento a cualquier información sobre esa desgraciada. Ella no va a salir con otro, primero la mato.

Para cuando estoy saliendo de la ducha, por fin recibo esa llamada que estoy esperando. Me tomo unos momentos para contestar, pues sé que necesito aliento para ello.

—Dime lo que sepas —le espeto a mi empleado.

—La señorita Butler salió en un auto con su familia, señor —me informa él—. No se fue con ningún hombre.

—¿A dónde se dirigen?

—Al concierto, estoy afuera del estadio.

—¿Cómo? Los boletos están... Maldita sea.

—Sí, señor, es muy probable que consiguieran boletos con algún revendedor. Es muy común con este tipo de artistas.

—¿La madre iba...?

—No, señor, tan solo eran cuatro personas y la madre no iba entre ellos.

—Bien, voy hacia allá —respondo, fingiendo tranquilidad.

—No es nada, señor.

Cuelgo la llamada y tengo que contenerme demasiado para no estrellar mi teléfono. La poca calma que conseguí acaba de irse a la mierda y comienzo a pensar en muchas estupideces, pero que me hacen sentido en este estado. Maurice y Scarlett...

—No más —digo antes de que mis pensamientos me hagan cometer una tontería.

Vuelvo a llamar a Danilo, quien se queda callado cuando le ordeno robar dos de las llantas del auto de Butler.

—Hazlo ya.

—Señor, con todo respeto, eso...

—Nadie va a meterte a prisión por unas llantas robadas. ¿Acaso eres un inútil?

—Podría pincharlas, pero robarlas...

—No, tampoco queremos que sufran un accidente. Es mejor que las quites —respondo.

—¿Dos?

—Sí, ellos solo tienen una sola llanta de refacción, eso les tomará más tiempo.

—Está bien, señor Carson, lo haré —me dice antes de colgar.

Ahora solo me queda ir y esperar a que ese estúpido concierto termine. Si la saco, Maurice creerá que es un secuestro y no quiero escándalos. Scarlett va a llamarme, sabrá que fui yo, estoy seguro.

«Dos llantas», le escribo por si acaso.

Sí, ella tendrá que venir a mí con algo tan estúpido como eso. Ella va a buscarme, estoy seguro de que va a buscarme.

Scarlett

Cuando las luces se encienden y está Hyun en el escenario no puedo evitar gritar con alegría. Es demasiado bueno para ser verdad. Es hermoso, perfecto, canta de maravilla y casi no puedo notar la diferencia entre la música que escucho en Spotify y aquí. Sé que no está con una pista, pues por momentos deja de cantar. Es un talentoso artista.

Volteo hacia papá y este me sonríe antes de abrazarme. No estamos en primera fila, pero estar aquí con él me hace muy feliz. Sigo aún muy triste por lo que pasó con Carson, aunque por momentos lo olvido y solo me concentro en las románticas letras de las canciones.

Todo este concierto es un sueño... hasta que Hyun detiene la música.

—Necesito decir algo. En realidad vine a buscar a alguien —anuncia y yo miro boquiabierta a mi hermano y mi cuñada, también a papá. ¿Acaso será una sorpresa para alguien?—. A ella.

Por un segundo tengo la fantasía de que me van a iluminar a mí, que seré feliz con Hyun y me hará olvidarme de Carson, pero la luz termina alumbrando a una chica de las primeras filas. La gente está conmocionada, hablando y gritando sin parar.

Hoy he conocido la envidia.

Al final resulta que era una sorpresa por ser cumpleaños de la emocionada chica. Los celos me corroen, pero de todos modos me siento feliz por ella. Luce muy emocionada y Hyun la mira embelesado. Si eso es actuación, debería dedicarse a eso, si no lo es... ¡Quiero ser esa mujer!

—¡Es tan lindo! —le grito a mi cuñada, quien asiente y salta conmigo—. ¡No puede ser!

Las dos volvemos a contemplar el resto del espectáculo. Es muy cansado estar de pie, pero me la paso genial bailando y cantando hasta que me quedo ronca. Al final del concierto me siento tan renovada que no puedo dejar de hablar con Annie sobre lo que pasó, el escándalo que va a reventar las redes sociales y que nosotros pudimos ver.

—¿Lo grabaste? —le pregunto a Michael cuando ya estamos caminando por el estacionamiento.

—Sí, sí, y me haré viral cuando lo suba. —Se ríe—. La prensa se va a volver loca.

—¿Y creen que estén enamorados? —chilla Annie—. Es que la miraba de una forma que...

—¿Verdad que sí? —digo emocionada—. Ahí hay algo más. Seguro que es su chica.

—Pues por lo emocionada que parecía ella, tal vez solo era una fan — opina papá—. Esto es extraño, pero ya investigaremos.

Papá saca las llaves del auto y presiona el botón para que los seguros se abran, pero al llegar a este, nos damos cuenta de que el auto está muy inclinado.

—Oh, mierda —digo asustada al ver que faltan las dos llantas.

—Faltan las dos llantas delanteras —dice Michael.

—¿Qué demonios? —susurra papá—. ¿Quién hizo esto?

Los cuatro miramos a nuestro alrededor y no vemos a nadie sospechoso. Todos caminan alegres y hablando sobre el concierto.

—Malditos ladrones —se queja Annie—. Se roban lo que sea hoy en día.

—Pero ¿por qué se robarían dos llantas? No tiene sentido.

Yo tampoco se lo encuentro. Además, solo ha sido a nosotros, por lo que se ve. ¿Quién demonios querría...?

Como si se tratara de una corazonada, saco mi celular del bolsillo. Tengo un mensaje de Carson.

Dos llantas.

Te espero. Entrada B del estadio.

—Fue él —musito incrédula y sintiéndome muy asustada porque parece una amenaza.

—¿Qué pasa, Scar? —me pregunta Annie.

—¿Les molesta si me voy? Cloe acaba de invitarme a cenar —les digo a todos.

—¿A cenar? —Papá revisa su reloj—. Es casi medianoche.

—Es que está triste —me excuso y comienzo a alejarme—. Enviaré ayuda.

—No, no te preocupes, nos tomaremos un taxi —dice papá—. Pero hija...

—¡Scarlett! —me grita mi hermano, pero yo salgo corriendo.

Me está buscando, quiere verme. Tengo miedo, pero él quiere verme. Yo también quiero verlo, lo necesito, lo extraño. Si se tomó la molestia de hacer esto y de buscarme primero significa que me quiere, al menos un poco. Le importo.

Cuando me lo encuentro en aquella entrada que me dijo, no tardó en subir a su auto.

—¿Por qué has hecho todo esto? ¿Qué te ocurre? —le reclamo, aunque ya no estoy demasiado enojada, solo eufórica por verlo.

—No te repetiré lo que ya sabes, Scarlatta —dice con tono burlón y furioso al mismo tiempo. No me mira, pero me acaricia la pierna de forma posesiva—. Vas a pagarme por lo que acabas de hacer.

—¿Qué...?

—Vamos a mi casa, Scarlett —me interrumpe—. No voy a dejarte ir hasta que aprendas que conmigo no se juega.

14. DUCHA Scarlett

La casa de Andrick era una hermosura arquitectónica. Tan solo entrar nos recibían dos escaleras curvas que iban hacia el segundo piso, y desde la entrada se veía la enorme sala que había al cruzar por el amplio pasillo que formaban ambas escaleras. No es que no hubiera visto lujos en mi vida, pero esta casa es tan suya, tan elegante y preciosa. Puedo imaginarme siendo la señora Carson y bajar con un albornoz de seda por esas escaleras; luego él llegaría y nos besaríamos como locos e iríamos a la habitación a ser felices.

Sí, soy un poco ambiciosa, pero me lo merezco después de todos los escándalos que me ha estado montando.

—Vas a limpiar mi cocina como castigo —me dice él. —¿Qué? ¿Es en serio? —bufo—. Bueno, ya qué...

Intento seguir avanzando, pero él me detiene por la cintura y me pega a su cuerpo. Que me abrace por detrás causa que todos los vellos de mi piel se ericen, incluyendo los que todavía no me crecen.

¡Mis raíces están erizadas!

—Pero después de que te quede claro de quién eres.

No respondo nada, pues Andrick comienza a besarme el cuello de manera desesperada. En la parte baja de mi espalda puedo sentir cómo se está endureciendo y se restriega contra mi cuerpo.

Más gemidos brotan de mi boca y mi capacidad de pensar con inteligencia se esfuma. Solo quiero estar así con él, gozando de su atención, de sus besos, sus caricias y su locura.

De pronto deja de besarme y me toma de la mano. Tomamos los dos la escalera derecha y subimos rápidamente al segundo piso, donde están las habitaciones. En el pasillo, él me recarga contra una pared y me ahorca suavemente mientras me besa.

—No vas a volver a hacer esto, Scarlatta. Si yo te prohíbo algo, no puedes desafiarme —me advierte.

—Lo que digas —jadeo—. Andrick, perdóname.

—No, no por ahora. Acabas de fastidiarme la noche.

—Pero...

Él no me deja seguir hablando y me carga hasta que llegamos a la habitación. Al dejarme sobre la cama, se toma un momento para analizar mi camisa, la cual termina rompiendo. Si no estuviera tan excitada y emocionada como lo estoy ahora, me habría enojado mucho.

—No vas a escucharlo otra vez.

—¿Qué? Estás loco, Andrick.

Él se abalanza sobre mí y me besa de una forma tan intensa que tengo miedo por mi vida. No obstante, me dejo llevar y también lo beso. Lo amo, lo amo con todo lo que soy. No quiero que deje de tocarme.

—Ponte en cuatro, iré a buscar preservativos —me ordena con voz autoritaria, una vez que estamos desvestidos.

—B-Bien.

Me pongo en la posición que él me indica y puedo ver toda la longitud de su pene cuando va a buscar a sus cajones. Está muy erecto y lo quiero ya dentro de mí.

—Andrick, no resisto —gimoteo—. ¿Podrías hacerlo sin condón una sola vez?

—No.

—Bueno.

Dejo de mirar su pene y lo miro a los ojos. Él tiene los condones en la mano y termina lanzándolos lejos. Al venir a mí, inclina su cuerpo y me penetra con su lengua.

—Andrick —susurro y me muevo más.

Andrick no para de mover la lengua por mi sexo y aprieta mis muslos con fuerza. Va a dejarme más marcas y eso me encanta.

Tras unos cuantos minutos, cuando ya estoy empapada, deja de hacer eso, me toma por las caderas y me penetra, soltando un gruñido fuerte y que me enciende hasta el último rincón del cuerpo. Puedo sentir toda su furia en cada estocada, en la manera en que me aprieta las caderas y las cosas que me dice.

Cuando me voltea para quedar sobre mí, todo se vuelve más perturbador. Me coloca las manos por encima de la cabeza y las

sostiene mientras me embiste. Su mirada es una mezcla de ansiedad, rabia y posesión que me vuelve loca. No sé qué es lo que siente por mí, pero es algo tan intenso que no quiero dejarlo.

—Mía, Scarlatta —musita—. No debiste darme tu primera vez si no querías esto.

—No me arrepiento —replico con seguridad, sabiendo que tal vez luego me arrepienta—. Solo quería que fuera contigo.

Él sonríe con petulancia y arremete con más fuerza. De nuevo me besa y se me olvida todo. ¿A dónde diablos fui? ¿Quién es ese cantante que vi? Ya nada me importa, solo que Andrick me hace suya, que él es el único hombre para mí.

Andrick sale de mí, cuando estoy a punto de llegar al orgasmo, pero no me quejo porque está dejando un reguero de besos y pequeñas mordidas por mi cuerpo. Al llegar a las piernas, las cuales doblo, me mira de una forma muy sensual.

Me apoyo sobre mis codos y me incorporo un poco. No puedo respirar con normalidad, pero no me importa. No quiero que nos detengamos.

—Me lo voy a poner —dice, frunciendo el ceño de pronto.

Yo asiento, pero él mira mi sexo, aquel que lo necesita tanto y niega con la cabeza.

—Un poco más —susurra mientras me separa las piernas.

En menos de dos segundos ya está dentro de mí de nuevo. Yo sigo apoyada sobre mis codos, pero me termino recostando y abrazándome a él. Ninguno de los dos va a parar, lo sabemos, así que nos dejamos llevar.

Cierro mis piernas en torno a él, deseando tenerlo atrapado para siempre. Él sigue absorto en sus besos y presionando su cuerpo contra el mío.

De forma sorpresiva, los dos comenzamos a corrernos al mismo tiempo. Él deja de besarme y apoya su frente contra la mía antes de cerrar los ojos. Parece enojado, aunque en ese momento no me lo cuestiono, solo gozo con su calor invadiéndome.

La forma furiosa en que me mira al abrir los ojos me hace temer que va a correrme y que tengo que prepararme para irme. No obstante, tan solo sale de mí y se recuesta a mi lado.

—¿Quieres que me vaya? —le pregunto y él se queda callado—. ¿Puedo bañarme antes?

Otra vez no me responde, así que supongo que no le importa. Me levanto con cuidado y camino hacia la puerta del baño, que está en una esquina de la habitación. Al entrar me quedo impresionada por lo amplío que es. Hay una bañera junto al ventanal, y la ducha con puertas de cristal está a unos pasos.

Por más que quiero meterme a la bañera, no lo hago y paso directamente a la ducha, la cual tiene regaderas en distintos puntos. El agua sale fría y suelto un pequeño grito y luego me río.

—Dios mío, esto es genial —digo cuando ya empiezo a sentir el agua tibia.

Cierro los ojos y me tallo la cabeza. Dejo que el agua me caiga sobre la cara. La presión es muy buena, mejor que en casa. Ya sé qué es lo que voy a pedir de regalo de cumpleaños.

Dos manos rodean mi cintura en ese momento y me sobresalto.

—No te dejaré ducharte a tus anchas, odio que usen mi ducha — susurra en mi oído—. Y más odio que tú la uses.

***

Andrick

—Pues entonces me voy —responde indignada, pero la hago girar y la sostengo por los muslos.

Scarlett se muerde el labio inferior, ese que se ve mucho más sensual por el hecho de que tiene el rostro mojado. Nunca metí a ninguna mujer a mi casa, a mi habitación y a mi ducha. ¿Por qué estoy llegando tan lejos?

—No, no lo harás —le digo a pesar de que tendría que dejar que lo haga—. Ya estás dentro.

Le levanto el mentón y ella frunce el ceño. Está asustada de mí, ignorando que yo también temo. Temo desearla tanto que no pueda acabar con esta estupidez.

—Y yo quiero que estés dentro de mí —contesta.

Esas palabras vuelven a perderme. No soy capaz de pensar en otra cosa que no sea esa piel bronceada y los gemidos que Scarlett suelta cuando la estoy empotrando contra la fría baldosa de la ducha. Quiero exigirle que solo sea mía para siempre, pero las palabras no salen de mi boca. Todavía conservo algo de cordura y no me voy a atar.

—Andrick —susurra—. Soy tuya, no tienes que preocuparte, yo... Yo solo te deseo a ti.

—No me preocupo, sé que es así —respondo con desprecio, pero ella no nota lo que de verdad quiero que entienda.

—Me alegra. —Sonríe—. Solo quiero que tú me toques.

—Te prohíbo que alguien más lo haga —le suelto y arremeto con más ímpetu.

Otra vez vuelvo a olvidar que todo esto es temporal y me prendo de uno de sus pechos. Scarlett gimotea y me clava las uñas en los hombros para sujetarse bien. Aquella acción habría hecho que lanzara lejos a cualquier otra, pero con ella solo me excita más. Estoy tan cerca, ella está tan cerca...

Scarlett grita mi nombre al llegar al orgasmo. Yo también digo el suyo y al recuperar la lucidez llego a la conclusión de que sí estamos llegando lejos, que esto no puede seguir así. No pienso seguir enamorándome más, no puedo meterla más a esta casa.

«Solo un poco más, tan solo un poco más y se va a terminar».

—Ahora sí, iremos a tu casa —le digo al bajarla—. Y más vale que de ahora en más te comportes.

15. PREOCUPADAS Scarlett

Cuando llego a casa, mamá me está esperando en la sala. No luce nada contenta y la entiendo.

—Mamá...

—Fuiste con él, ¿cierto? —me pregunta en voz baja cuando se me acerca—. Seguro que él hizo algo con las llantas.

—Mamá... —No me mientas, Scarlett. Cloe no estaba contigo.

—No sé si hizo lo de las llantas, pero estuve con él —confieso—. Él...

—Hija, sé que no vas a escucharme y que probablemente vas a seguir, pero tienes que saberlo: él es mayor para ti. Tú apenas comienzas a vivir y él ya es un hombre experimentado.

—Lo sé, mamá, pero...

—No te voy a traicionar, considero que tú tomas tus propias decisiones y confío en que te darás cuenta, pero no está de más que te lo recuerde —replica.

Verla así de seria me genera miedo y me hace sentir muy mal. Ella siempre está sonriente, y que esté así significa que está demasiado preocupada. No me gusta que mamá esté preocupada. —No es nada se...

—Para él no lo será, pero tú estás enamorada —gruñe—. En fin, espero equivocarme y que todo salga bien. Lo que más deseo en mi vida es que tú y tus hermanos sean felices.

—Te amo, mamá. —Me recargo sobre su hombro y ella me abraza.

—Y yo a ti, pequeña. Si te digo esto es por tu bien.

Las dos nos quedamos así durante al menos diez minutos. Papá baja a buscarla y yo me levanto para dejarlos solos.

—¿Te bañaste en casa de Cloe? —me pregunta con sarcasmo y yo hago una mueca.

Me descubrió también. —Papá, yo...

—Dile ya a ese muchacho que quiero verlo —me dice—. Lo has visto bastante seguido, así que...

—No, no, papá, por favor, no es nada serio.

—¿Y entonces por qué mientes, Scarlett? —me pregunta con tono de reproche—. ¿Qué está pasando? —Nada, no te preocupes. Buenas noches.

Le doy un beso en la mejilla y me voy corriendo a mi cuarto, sintiéndome una idiota por no haberme ido a casa de Cloe o algo. Pero todo se me olvida cuando estoy con Andrick, no pienso en nada más que no sea en estar con él.

Al llegar a mi cama, reviso mis mensajes. No tengo ningún mensaje de él. Quisiera reírme de mí misma por esperar algo así, pero lo único que pasa es que mi sensación de tristeza aumenta.

Todos me lo dicen, yo también lo sé: él solo me quiere para tener sexo y me estoy enganchando de más.

Decido no mandarle un mensaje de buenas noches y solo irme a dormir. Supongo que va a entender, pues ya se lo dije mientras nos despedíamos. Los besos que me dio en el.auto son la razón por la que tal vez no pueda apartarme; este hombre me hace experimentar infinidad de cosas con tan solo un beso.

Me pongo mi pijama y me acuesto, sin importarme que tengo el cabello mojado. Mientras trato de conciliar el sueño y para no sentirme tan triste, me pongo a recordar el concierto. Andrick no quiere que me fanatice con nadie, pero no creo poder hacerle caso; la música es algo importante para mí, ha sido mi acompañante en mis largas horas de estudio, y Hyun significa mucho para mí, ya que sus letras me inspiraron a no rendirme cuando pasé por cosas difíciles en mi carrera, sobre todo cuando tuve que ver aquellos cuerpos. Ese día quise vomitar y tirar por la borda todo, pero me pude tranquilizar.

Y también tomé la decisión de que quiero ser cremada, sobre todo si me muero joven. No pienso servir para las prácticas de absolutamente nadie.

Suelto una risita ante ese pensamiento y por fin consigo dormirme. Para variar, Carson está en ellos y tengo un sueño húmedo que provoca que tenga la mano entre mis piernas cuando me despierto.

Todavía es bastante temprano, pero ya no puedo dormirme, así que tomo mi celular y me sorprendo al ver que tengo llamadas perdidas de Andrick, también un mensaje que me parece irónico y el cual solo dice «Buenas noches, Scarlatta».

—Le importo. —Suelto suspiro—. Extrañó mi mensaje.

Le mando entonces un mensaje de buenos días y en donde le digo que espero que pase un excelente día. Estoy esperando que sea conmigo, aunque no lo escribo; no puedo presionarlo, no después de que lo hice enfurecer ayer.

También veo en mis otros mensajes y el aquelarre ha escrito en el grupo. Todas están enfadadas conmigo por haber mentido y me preguntan a donde demonios me fui después del concierto.

Tengo que responderles con la verdad, pero les pido que no se preocupen. Cloe solo escribe: «REUNIÓN URGENTE. Y NO LO PUEDES EVADIR, SCARLETT BUTLER».

No me queda más remedio que resignarme a que así será, por lo que le aviso a Andrick que, si tiene planes de vernos, no podrá ser. Sin embargo, me termino arrepintiendo de último momento, pues sé que si le aviso, va a venir o a hacer algo.

O me va a dejar por no obedecerlo.

No, no puedo permitir eso. Necesito mantener el control de todo, yo puedo hacerlo, claro que puedo hacerlo.

Tras unos minutos, escribo al aquelarre para pedirles que no traigan a ningún chico. Ninguna de ellas responde, pero confío en ellas y sé que no lo harán.

Como posiblemente vengan hasta la hora de almorzar, decido pasar la mañana tranquilamente y disfruto con el desayuno en familia. Ninguno de mis padres o mis hermanos menciona lo que pasó después del concierto, tan solo lo de las llantas y lo que Hyun hizo.

—Para mí que tipo se enamoró —comenta mi hermana—. Lástima que no me gusta, me perdí de un buen chisme en directo.

—No sé cómo no puede gustarte —resoplo—. Es hermoso.

—No, no, yo paso —niega con la cabeza—. Me gusta más el rock. Pero hablando de eso, ¿saben qué averigüé?

Todos la miramos atentos. Esto le encanta a Heidi, ser el centro de atención, pero se lo dejo pasar porque siempre tiene cosas interesantes para decir.

—Escuché que esa chica llevó a su mejor amiga, a quien no le gusta la música de Hyun. Pobrecita, debió ser una tortura.

—¿Cómo diablos sabes eso? —le pregunto.

—Porque esa chica, la cumpleañera, es prima de Sunny. Me lo contó todo anoche y está completamente anonadada. —¡¿CÓMO?! —le grito, lo que ocasiona que los demás se rían—. Tienes que traer a tu amiga, pero ya, me tiene que contar...

—Sí, sí, mañana. —Se ríe mi hermana—. Tenemos en manos un chisme demasiado jugoso. Puede que no me guste Hyun, pero este caso es para hacer un reportaje.

—Por supuesto que sí —concuerdo—. Guau.

—Mi pequeña periodista —dice mamá con orgullo—. Vas a llegar muy lejos. —Obviamente. —Sonríe mi hermana, que no tiene un ápice de modestia cuando alaban sus dotes de detective—. Yo siempre me entero de todo.

No dejo de sonreír, pese a la mirada rápida que Heidi me dirige. Sé que sabe todo lo mío con Carson y que no hay manera de que me libre de eso.

Al terminar de desayunar y subir a mi habitación, me doy cuenta de que Andrick me llamó y envió un mensaje.

Andrick:

No vas a verlas. Mi chófer te recogerá y más vale que no intentes nada con él. —Dios mío, está loco —susurro asustada y sintiendo que mi corazón late con furia.

¿Cómo se enteró de esto? ¿Acaso me espía o tiene intervenido mi teléfono?

Ni siquiera sé qué contestarle, pero comienzo a vestirme a toda prisa, como una enferma obsesionada. Y es que lo estoy, necesito verlo otra vez. Él también quiere verme a mí, así que las chicas tendrán que perdonarme.

Cuando abro la puerta de mi habitación, Cloe, Andy y Bertha están tapándome la salida.

—No te vas a ir, jovencita —me dice mi prima—. Justo así te queríamos encontrar, tratando de escaparte.

—Cloe, por favor —pido—. No hagan esto. —¿Que no hagamos qué? —resopla Andy, quien me empuja hacia adentro—. Nena, abre los ojos, no puedes...

—Claro que puedo, soy una adulta —rebato—. No pueden prohibirme salir.

—Dijimos que nos íbamos a reunir, así que no te puedes ir, Scarlett — dice Bertha mientras cierra la puerta—. ¿O acaso él es más importante que nosotras?

—No es así, chicas —les digo nerviosa—. Esto es tan solo una aventura, dejen que lo disfrute.

—Puedes disfrutar, pero no con una basura como Carson, que te hará trizas, entiéndelo —insiste Cloe—. Y antes de que por tu boca salgan palabras de las que te vas a arrepentir, te pedimos que...

—No, sabes que yo nunca les diría que no se metan en mi vida o cosas hirientes —gruño—. Tan solo quiero que confíen en mí, no en él, en mí.

Las tres se miran entre ellas y niegan con la cabeza. Están muy preocupadas por mí y lo agradezco, pero a su vez me ofende.

—Vas a seguir con esto a pesar de todo lo que te digamos, ¿cierto? — me pregunta Bertha, quien suspira—. ¡Ay, nena!

—Quiero esto. Él por fin me hace caso, ¿ustedes no aprovecharían la oportunidad de estar, aunque solo sea un tiempo, con la persona a la que siempre desearon?

El aquelarre guarda silencio. Sus expresiones han cambiado, aunque no son huesos duros de roer, y sé que necesito más que esto para que se alegren del todo por mí. —Bien, supongo que ya tenemos que dejar de advertirte — concluye Bertha—. Solo queríamos ahorrarte el dolor.

—Vale la pena —respondo—. Pero no llegaré a eso. Los dos sabemos lo que hacemos.

Ellas no me dicen nada más, solo me desean suerte y me dejan ir. Michael intenta detenerme, pero no le hago caso y corro por mi vida para poder encontrarme con él en la calle que me indicó.

El chófer no me abre la puerta, así que tengo que hacerlo yo, y me quedo sorprendida al ver que Andrick está adentro, con una expresión muy seria.

—Bueno, pensé que no ibas a venir.

—Siempre vendré —le digo al cerrar la puerta.

Andrick esboza una pequeña sonrisa.

—¿Me eliges a mí?

—Sí —respondo segura—. Te elijo a ti.

16. ELECCIÓN Andrick

Scarlett está desvestida a los pocos segundos de haber entrado al chalet. Yo apenas puedo desvestirme, me encuentro ansioso por hundirme en ella. No tuve suficiente con lo que pasó anoche, pues mi

casa no es algo que me guste compartir, tampoco quiero que me guste.

—Ah, Andrick —gime cuando la siento sobre la mesa y la penetro.

Parezco ahora un maldito perro, moviéndome sin control dentro de ella. Otra vez los preservativos se me olvidaron, pero dejo de pensar en ellos cuando Scarlett se apoya con sus dos manos en la mesa y veo sus pechos rebotar en cada estocada. La humedad que sale de su vagina es más viscosa que nunca y me hace disfrutar como loco. ¿Qué le pasa hoy que la deseo con más intensidad? Incluso su olor es más adictivo. —Te mueves delicioso, Andrick —dice con voz chillona—. Quiero más, por favor.

La sujeto por las caderas y arremeto más fuerte. Todavía no quiero correrme, aunque con esa forma de gemir que tiene ella y por el hecho de que no tengo condón puesto, se me complica bastante la tarea.

«Te odio, maldita chiquilla», pienso cuando la veo gritar más.

Salgo de ella y me termino de desvestir. Ella me espera ansiosa y regreso a su lado en cuanto me termino de quitar todo. Esta vez no sigo en la mesa, sino que la llevo cargando a la cama, esperanzado de tener la fuerza para ponerme de una maldita vez el condón.

«Un poco más», me repito al abrirle las piernas y ver lo que me espera.

Entro una sola vez mientras me sujeto a sus rodillas. Scarlett suelta otro de sus gemidos escandalosos y que, para mi desgracia, me enardece más. Siempre me ha parecido vulgar el gemir tanto, pero creo que ella no lo hace por exagerar, sino porque de verdad lo está gozando. Solo con ella tolero los gemidos altos y que aturden mis oídos. Además, debo dejarla disfrutar; me eligió a mí por encima de sus estúpidas amigas, a las cuales quisiera poder apartar del camino. No soporto que ellas tengan acceso a su intimidad, que lo sepan todo, cosas que yo no sé.

Para poder distraerme de aquellos pensamientos, la beso, pero eso solo consigue empeorarlo todo. Ella también comienza a moverse con más rapidez y me responde al beso, moviendo la boca de manera veloz y segura.

Y de pronto deja de hacerlo para echar la cabeza hacia atrás y gemir más fuerte. Sus paredes me aprietan y me doy cuenta de que se está corriendo. Yo intento aguantar todo lo que puedo y lo consigo.

—Andrick...

—En cuatro, Scarlatta —exijo mientras salgo de ella.

Scarlett respira con dificultad, pero asiente y me obedece. La manera en que se pone denota a una mujer inexperta, pero eso tan solo me provoca más.

—Las vas a dejar de ver —murmuro al volver a penetrarla—. Ni en tu casa, ni en...

—Andrick, por favor, no —suplica—. Ellas no...

—Ellas meten ideas a tu cabeza —respondo—. No necesitas esas mierdas.

—Pero... —Obedece, Scarlett.

No me responde nada, pero me queda claro que lo hará. Todavía sigo pensando en que me ha elegido a mí por encima de cualquier otra cosa. Más vale que lo cumpla.

Sus manos se aferran a las sábanas y hunde el rostro en el colchón para amortiguar sus gritos. Lo está disfrutando y se moja cada vez más. El aroma que desprende me desconcentra por momentos y me hace desear ya correrme, pero no me lo permito, no hasta que la vuelvo mía en todas las posiciones que se me ocurren.

Para cuando me corro, he vuelto a estar encima de ella. De nuevo maldigo a mi suerte, pues no lo soporté y me corrí adentro. Pero ya no volverá a pasar, no la puedo dejar embarazada.

—¿Pasa algo? —me pregunta Scarlett cuando me levanto de forma abrupta—. Bueno, mejor no te pregunto, supongo que quieres que me vaya.

—Yo no he dicho nada —le digo al tiempo en que busco mi bóxer—. No te vas a ir hasta que yo lo ordene.

—Bien. —Scarlett se recuesta de nuevo y se cubre los ojos con el antebrazo.

Me permito mirar su figura en aquella posición. No sé cómo una mujer que me saca tanto de quicio y que quisiera tener a miles de kilómetros de mí me deslumbra con su cuerpo. La detesto, debería alejarla y a su vez quiero pasarme todas las horas encerrados aquí, sin que nadie nos moleste. Pensé que entre más sexo tuviéramos perdería el interés, sin embargo, lo sigo deseando.

—Andrick, ¿cómo fue que supiste que...? Ah, ya me lo imagino.

Patrick. Ese tipo no tiene reparos en darme santo y seña de lo que su "leona" hace. No sé qué es lo que tienen esos dos y no me importa, pero me es útil para saber sobre Scarlett.

—Ellas son mis amigas, Cloe es mi prima, no la puedo sacar de mi vida...

—No tienes que sacarla de tu vida, simplemente no salgas con ella — le aclaro. —Pero son mis...

—Bueno, entonces haz tu elección —respondo, mirándola fijamente a los ojos y sintiendo un ardor molesto en el pecho—. Hace rato has dicho que me elegías a mí, ¿eres una inmadura incapaz de sostener su palabra?

—No, no lo soy —niega con la cabeza—. Pero yo no hago nada malo con...

—¿No? —pregunto escéptico—. Aquella noche, en el club, querías perder la virginidad con cualquiera que se te cruzara.

—¿De verdad te creíste eso? —Se ríe—. Jamás me habría acostado con nadie más que no fueras tú. Y posiblemente esté perdiendo mi orgullo al decir esto, pero es la verdad.

—¿Qué?

Mis labios luchan para no esbozar una sonrisa. Saberme su única opción es algo que no puedo describir, pero se siente mejor que bien. Toda clase de ideas se me pasan por la cabeza sobre lo que puedo hacer a su lado.

Controlarla es algo que me causa placer y puedo jugar a esto por un tiempo.

Scarlett se levanta y queda de rodillas en la cama. Me dedica una sonrisa ingenua mientras se arrastra hacia mí.

—Solo quiero estar contigo —me dice cuando llega hasta a mí y le acaricio los hombros—. Puede que te asuste, pero yo...

—Por ahora me viene bien —murmuro mientras hundo el rostro en su cuello—. No puedes estar con nadie más.

—No lo haré, lo juro.

Mis manos suben a su rostro, el cual acaricio con cuidado. Me divierte pensar en lo sencillo que es convencerla de hacer lo que quiero, pero también estoy aterrado de que eso no me aleje, que me sucede todo lo contrario.

Nunca debí caer en este juego, aunque ya no hay nada que hacer. Todo esto tendrá que acabar cuando ella inicie sus residencias. La distancia nos ayudará a olvidarnos el uno al otro.

—Bien, entonces esto puede seguir —le digo—. Espero que sigas siendo tan obediente.

***

Scarlett

Mi relación con Andrick no se volvió algo romántico desde el día en que le juré que solo sería suya, pero al menos aprendió a confiar un poco en mí. Ha sido difícil rechazar todas las invitaciones que mis amigas y hermanos me hacen, pero tengo la excusa de que debo estudiar. Las horas en las que me veo con Andrick son horas en las que nadie podría invitarme a ningún lado, así que eso ha hecho que sea más sencillo atribuir mis rechazos a mis estudios.

En el fondo sé que ninguno de ellos me cree, pero me da paz mental que finjan que se lo creen. Por fin entendieron que yo he decidido continuar con esta relación, disfrutar del mucho o poco tiempo que Andrick me quiera a su lado. Yo creo que será largo, pues no ha buscado a nadie más y me sigue haciendo el amor como un loco. Los

preservativos son algo que comenzamos a utilizar bastante a la fuerza, pero lo hemos conseguido.

Claro, siempre se nos termina olvidando en el primer encuentro. Quedar embarazada es lo último que debería desear, pero muy dentro de mí albergo la esperanza de estarlo, de que eso de alguna forma cambie lo que siente por mí o lo anime a decirlo. Un hombre como él no podría rechazar a un hijo suyo.

La sospecha del embarazo va taladrándome la cabeza conforme pasan los días y voy sintiendo cosas extrañas en mi cuerpo. Andrick también está un poco extraño, pero ninguno de los dos dice nada al respecto para evitar preocuparnos, o al menos en mi caso así es. Puede que él ni siquiera piense en la posibilidad.

Por supuesto que también pienso en que podría pedirme abortar en ese caso, y yo ya hice mi elección: mi bebé sería primero. Por más amor que le tenga a Andrick, no puede estar por encima de un hijo, un hijo del que estoy más que segura de que existe mientras me hago la prueba de embarazo.

—Dios mío, Scar, ¿por qué no se cuidaron? —me recrimina Cloe por milésima vez mientras esperamos.

—Bueno, se nos olvidó —murmuro. Estoy sentada en mi cama y no puedo parar de mover las piernas.

—¿Cómo se les olvida algo así?

Mi prima sigue caminando de un lado a otro. La prueba está en el baño, esperando a que nos atrevamos a ir a ver.

—Cuando estamos juntos simplemente explotamos —confieso—. Ni él ni yo pensamos.

—Qué cursi. —Se ríe—. Entonces quiere decir que se enamoró. —No lo sé, pero siente algo por mí.

—Pues ojalá, porque si estás embarazada...

La alarma de mi prima suena y las dos nos observamos angustiadas. Yo no puedo ni respirar por lo nerviosa que estoy, todo el torso me arde.

—¿Vamos? —me pregunta ella y a mí me toma algunos segundos el poder levantarme.

Finalmente, me armo de valor y las dos vamos al baño. No hacemos ningún preámbulo, eso solo nos alterará más los nervios, tan solo la volteamos y el resultado es más que inminente en esas dos rayas bien marcadas.

Estoy embarazada.

—Dios, esto es un positivo más claro que la piel de Carson.

Me llevo una mano a la boca y siento ganas de vomitar. No, no es el embarazo, es la sorpresa, los pensamientos que se me vienen de golpe.

Voy a tener un hijo de Andrick.

—Oye, Scar, tranquila, ¿sí? —me dice Cloe, preocupada—. Pase lo que pase, estoy para ti. No estás sola en esto para nada. —Mi carrera, mis padres, Andrick —digo agobiada—. Dios...

—Bueno, eso lo hubieras pensado antes. —Se ríe—. A menos que no quieras...

—Claro que lo quiero tener. —Llevo una mano a mi vientre—. Claro que quiero a mi bebé.

—Entonces las residencias... —Tendré que suspenderlas durante al menos un año. —Suelto un suspiro—. Tengo que hablar con Andrick, citarlo.

—Sí, claro, te dejo un momento. ¿Quieres jugo de manzana?

La mención del jugo de manzana me hace sonreír. Siempre lo tomo cuando tengo los nervios a punto de matarme. Hoy lo necesito.

Y más lo necesito cuando Andrick no responde mis llamadas ni mensajes. Está en línea, pero no hace caso de mí.

La situación al principio la comprendo y trato de no molestar, pero cuando pasa una semana y no sé de él, ya estoy llena de angustia y lo llamo sin parar. Ni siquiera se molesta en abrir mis mensajes y me paso noches enteras llorando hasta quedarme dormida.

—¿Qué te hice, Andrick? ¿Por qué no me contestas? —gimoteo y me hago un ovillo en mi cama. Ya no puedo más, esto duele demasiado.

—Mi cielo, ¿estás bien? —me pregunta mamá entrando a mi habitación. Al verme así, corre hasta mi cama—. Hija, mi vida, ¿qué sucede?

Mamá se pone en cuclillas para acariciar mi rostro. Se le ve muy angustiada, así que decido confesarle todo.

—Estoy embarazada, mami —respondo con voz aguda y ella jadea—. Voy a tener un hijo de él.

—Ay, por Dios —susurra—. ¿Cómo es posible? ¿Te dejó de hablar por eso?

—No, no se lo he podido decir porque no me contesta. Ya no sé qué hacer.

—Mi vida...

—Yo lo amo, mamá, voy a tener un bebé suyo —sollozo—. ¿Qué tengo de malo para que...?

—No, no, no, ni se te ocurra decir esa estupidez —me reprende—. Él es el que tiene todo de malo, no te merece.

—No, algo malo debe haber, algo hice mal —musito—. Si hubiera hecho las cosas bien... —No, Scarlett, no hiciste nada mal, deja de decir esas cosas.

Me quedo callada, aunque no porque le estoy dando la razón, sino porque no quiero que se enfade. Realmente sí creo que lo cansé, que notó que lo quiero más que a mí misma y se aburrió. Debí tal vez ser más fría, más madura, hacer las cosas completamente a su modo.

Otra parte de mí, una que se esfuerza por salir, cree todo lo contrario y está furiosa por esta situación. No es justo que no me explique que se cansó, así no sigo cumpliendo la tonta promesa de no salir con nadie más.

—Jugo de manzana —le pido—. Por favor, mamá, ¿Podrías traerme un poco?

—Sí, cariño, claro que sí.

Cuando ella se va, yo me levanto de la cama y decido intentar llamar una vez más. Es poco probable que lo haga, pero no pierdo la fe, así que lo hago.

—Contesta —susurro—. Por favor, Andrick.

—¿Hola? —me contesta una mujer riéndose. Parece ebria—. ¿Quién llama? —¿Quién eres? —pregunto alterada—. Quiero hablar con Andrick.

—Andrick, ¿ah? Está dormido.

—¿Quién eres tú?

—Nadie en especial, solo...

Su voz deja de escucharse y ahora es Andrick quien habla.

—¿Qué quieres, Scarlett?

—¿Quién es esa mujer? —le suelto, al borde de un ataque de desesperación—. Andrick, llevo días...

—He estado ocupado.

—Quiero hablar contigo, por favor...

—Creo que no es necesario. —Suelta un suspiro—. Me cansé de lo que tenemos, quería un respiro.

—¿Y por qué no me dijiste que...?

—Bueno, pensé que lo asumirías —dice con crueldad—. ¿Se te ofrece algo más?

—¿Estás con ella en el chalet? —pregunto, sintiendo que el corazón se me rompe.

—Sí.

Me tapo la boca para no gritar. Esto que está haciendo me está quebrando en mil pedazos.

—¿Estás con...?

—Yo nunca te prometí nada, Scarlatta —me interrumpe—. Si quieres hablar luego, tal vez...

—No, olvídalo, ya entendí —le digo—. Esto se acabó, ¿cierto?

—Yo no dije eso, simplemente quería...

—Pues no —ahora soy yo quien lo interrumpo—. No quiero esa mierda. Está bien, Andrick, diviértete.

—Mira, Scarlett...

—No te quiero escuchar, ¿sabes? —Me río de manera irónica—. Y yo que perdí mi maldito tiempo, pero ahora no, ahora sí que voy a disfrutar de lo que resta de mi verano. Vete a la mierda, Carson.

No dejo que me responda nada y le cuelgo y lo bloqueo de todos lados. Al hacerlo rompo a llorar como nunca y caigo de rodillas al suelo.

—Scarlett, mi amor, ¿qué te pasa? —me pregunta mi padre al entrar— . Hija, hija, por favor...

—Estoy embarazada de Andrick Carson, papá —le suelto con rabia y él hace una mueca. No parece demasiado sorprendido.

—Lo sospechaba. —Suspira—. Por eso le pedí que me diera la cara, pero...

—Pues ahora mismo está con otra mujer. —Suelto una carcajada mientras él me pone de pie—. Bueno, eso me pasa por estúpida, me lo merezco.

—Hija...

—Te prohíbo decírselo, papá —le advierto—. Jamás se va a enterar.

—Es el padre y tiene...

—Me largaré de la casa y jamás me volverán a ver si alguien de ustedes se lo dice. Él ya hizo su elección y ahora yo hago la mía: no se va a enterar.

Mi padre asiente y me envuelve entre sus brazos. Este ahora es mi lugar seguro, confiable. —Nunca se va a enterar, hija, lo juro —me promete—. A mi nieto nunca le faltará una familia.

17. SOLA Scarlett

Recibo llamadas y mensajes de números que no conozco, pero no respondo. Sigo siendo una estúpida, pero aprendí que ese tipo solo jugaba conmigo y voy a intentar sacármelo del corazón y de la mente.

Mi familia y amigos, sorprendentemente, no me han juzgado para nada, tampoco me han dicho el famoso «te lo dije». El aquelarre solo se ha limitado a cobijarme, hacer cosas para distraerme, y mis hermanos y padres me están consintiendo mucho con mis comidas favoritas y cuidando que nunca esté sola. Lo normal cuando se está deprimida es querer estar sola, pero yo no quiero eso, pues conozco mi debilidad y sé que si me quedo sola voy a cometer estupideces.

Necesito compañía, contención, justo lo que estoy recibiendo. No sé qué cosa buena hice en mi otra vida para merecer tal cosa, pero el amor que obtengo de los míos me hace más fuerte y hace que esto sea más llevadero. Eso no quita que por las noches me recueste junto a mamá y me ponga a llorar como niña pequeña, pero sé que es el proceso que debo vivir.

Con respecto a los negocios que papá tiene con Carson, yo le pedí que todo siguiera igual, que no lo pusiéramos en sobre aviso para que no sospeche del embarazo. Me costó horas convencerlo, pero lo logré. Seguirá tratando con él como si nada hubiese sucedido.

Es un poco egoísta hacer tal cosa, no soy partidaria de esconder a los hijos de sus padres, pero tengo la corazonada de que Carson haría todo lo posible para que me deshaga de nuestro hijo y eso sí que no lo voy a permitir. Yo quiero tenerlo en mis brazos, contemplar su carita, no correr el riesgo de que me lo quite si algún día le da por querer tener un heredero. Mi bebé es mío y de nadie más. O mía. Dentro de mí siento que estoy esperando una preciosa niña. No me importa en realidad su sexo, pero es una corazonada que no deja en paz mi corazón cuando pienso en mi bebé.

—Toma, mi amor —me dice papá cuando viene a la sala a sentarse conmigo—. Te compré esto.

Me quedo boquiabierta al ver que es un celular bastante precioso. Es el modelo que quería comprarme desde hace un tiempo, pero que esperaba que bajara de precio. Nosotros lo tenemos todo desde siempre y jamás hemos tenido privaciones, pero nuestros padres nos enseñaron a no despilfarrar el dinero y cuidar la economía. Pagar tanto dinero por un teléfono no es algo que hagamos. Siempre

esperamos a la bajada de precios o simplemente sacamos el máximo provecho posible a los que ya tenemos.

—Pero, papá...

—Necesitas eso, además, quería animarte.

—Papá, fui una irresponsable, quedé embarazada —le recuerdo—. ¿Por qué me premias?

—No es un premio, Scarlett, además, pronto vas a vivir las consecuencias de tus actos, ya lo estás haciendo. No tiene sentido que te haga sentir peor.

—Gracias por estar conmigo —respondo y lo abrazo con más fuerza— . Gracias, papá.

—Siempre voy a estar para ti —me dice—. No importa lo que pase. Por cierto, Carson viene hoy.

—¿Qué? —jadeo.

—Pero no te preocupes, tú y tus hermanos se irán al cine —añade con tono malicioso—. Ve a arreglarte.

—¿Quieres que me vengue de él? —pregunto sorprendida.

—¿Yo? Claro que no —dice con sarcasmo, pero luego resopla—. No, cariño, lo que en realidad quiero es que le demuestres que sigues con tu vida. Los hombres somos así, no valoramos lo que tenemos hasta que lo vemos perdido.

—¿Tú igual?

—Tu madre me hizo sufrir como nadie en mi vida. —Se echa a reír—. Por eso soy el hombre que soy ahora.

—¿Qué?

—También fui joven y cometí estupideces. No de tanto calibre como Carson, pero tu madre me puso en cintura.

—Menos mal, porque ahora eres el mejor hombre del mundo — contesto—. Gracias, papá.

Me enderezo para tomar su rostro entre mis manos y darle un fuerte beso en la mejilla y en la nariz, justo lo que hacía desde que era pequeña. Bueno, en realidad me comía su nariz y él se reía.

Después de aquel momento con él, subo a mi cuarto para poder verificar mi nuevo celular, el cual cuenta ya con un nuevo número y, por supuesto, papá ya se agregó como «mi hombre favorito», tal y como siempre lo agrego. Porque lo es, no puedo pensar en nadie mejor que papá, y ahora mucho más que Andrick se fue a la mierda.

—Hermanita, ¿te dijo papá lo del cine? —me pregunta Heidi, asomando la cabeza por la puerta.

—Sí, claro. —Sonrío—. Quiero ir y olvidar por un rato todo.

—La película es de acción, así que no vas a ver romance. Elegimos bien. —Los amo.

—Y nosotros a ti.

Heidi entra y me abraza, justo lo que necesito.

—Ah, Sunny me contó algo más sobre Hyun y su prima —me dice al soltarme—. Esto está que arde.

—Dímelo —exijo. No estoy con todos los ánimos arriba, pero escuchar otra cosa me distrae.

Mi hermana me cuenta que Hyun sí está saliendo con esa chica y que se han envuelto en una relación enfermiza que preocupa a todos, incluyendo a su mejor amiga. Me quedo tan absorta en la historia que, cuando me doy cuenta, estoy mordiendo la camisa que me iba a poner.

—Ay, mi Dios, esto ya lo llené de baba —me quejo al ver mi camisa.

—Eso significa que el chisme es bueno —dice orgullosa.

—Y sí.

—Ya te busco algo, Scar.

Heidi va hacia mi clóset y elige rápidamente una blusa negra que tiene la espalda descubierta, solo se cruzan unos cuantos tirantes.

—No creo que para el cine sea...

—Hazme caso, póntela. Me lo vas a agradecer —me interrumpe Heidi.

—Bueno.

Camino hacia ella y tomo la blusa. Lo más probable es que me termine colocando una chaqueta encima, pero de camino al cine luciré preciosa. Estar embarazada no me impide lucir sensual, además, estoy soltera, sola, sin ningún hombre que me pueda decir qué hacer. Estoy destrozada por dentro aún, pero no quiero que esta tristeza se cargue en lo que yo soy.

Una vez que estoy lista, me gusta lo que veo en mi reflejo. No me veo tan mal como pensé que iba a estar después de tanto llorar.

—Me tendrás a mí, bebé —susurro mientras me acaricio el vientre—. Puede que mamá haya sido una tonta, pero será la madre que más pueda amarte en este mundo.

Me echo un poco más de perfume y me peino una vez más. Estoy lista.

Salgo de mi habitación y veo que Michael y Annie están hablando sobre la película. Al verme me sonríen y, mientras bajamos, hablamos sobre ella.

Mi sonrisa se esfuma y se me acelera el corazón cuando veo a Carson y a mi padre sentados en la sala. Papá alza la vista y nos sonríe.

—Hijos, si van a llegar tarde, avisen —nos dice.

—Sí, papá.

Andrick también me mira, más que nunca y está muy serio y pálido. Sin embargo, pronto dejo de mirarlo y me pongo a hablar con Heidi.

—No lleguen muy tarde —dice mamá, quien viene del comedor.

—Vamos a llegar un poco tarde, vamos con los chicos —dice Michael—. Vamos a tomarnos algo.

—Ah, bueno —asiente mamá—. Pero cuídense, usen condón.

Todos nos reímos, aunque la verdad lo que quiero es llorar. No soporto la mirada de Andrick, la cual todos notamos, pero fingimos que no.

Los cuatro nos vamos en fila india hacia la salida y a mí me dejan al último, tal vez con la intención de que Carson pueda verme la espalda. No lo agradezco realmente, pues sé que es posible que no le importe.

—¿De verdad le das tanta libertad a tus hijos, Maurice? —Escucho preguntar a Andrick.

—Claro que sí —dice él—. En fin, no perdamos tiempo.

Suelto una pequeña risa, pero no me quedo a escuchar más y camino hacia la salida para alcanzar a los demás.

Cuando nos estamos subiendo al auto, veo que Andrick sale de la casa. Su mirada es amenazante y casi tiene escrito en la frente la frase: «no te atrevas». Le dedico una linda sonrisa y me meto al auto, el cual mi hermano arranca.

Y entonces todos estallan en carcajadas.

—¡Se está muriendo! —grita Annie, quien se pone a aplaudir.

—Dios mío, ese es un idiota de primer nivel —dice mi hermana—. Qué bueno que te libraste.

—Mañana se morirá cuando vayamos a la premiación mañana —dice Michael.

La premiación. Este evento, que se organiza por parte de un grupo de empresarios de esta ciudad que son egocéntricos y que necesitan

validación, siempre me ha gustado. Papá no es como ellos, pero también le gusta ir porque se sirven mariscos deliciosos.

—Mejor no hablemos de él —intervengo yo. Parte de mí está divertida por verlo así, pero mayormente estoy contrariada—. Lo mío con él se terminó.

—Tienes razón —me responde mi hermano—. No nos fijemos en ese idiota.

Ninguno de los cuatro vuelve a mencionar a Andrick y la pasamos bastante bien en el cine. Si no los tuviera a ellos, definitivamente me habría vuelto loca.

—Esos efectos especiales son peores que mis proyectos de la carrera —se queja Michael cuando salimos—. ¿De verdad no pueden hacer algo mejor con ese presupuesto?

—No todos somos tan exigentes como tú —le digo mientras lo abrazo por el torso—. Ay, eres tan suavecito.

—Por eso lo amo —dice Annie, quien le da un sorbo al refresco que le queda—. Es fácil quedarte dormida.

—Sí, Michael tiene vocación de almohada. —Se ríe Heidi.

—Tengo amor para todas mis mujeres —dice él, orgulloso.

Annie rueda los ojos, pero sonríe. Siempre ha aceptado de buena gana compartir con nosotras a su novio, pero solo con nosotras, cosa que está bien.

—Oigan, ¿a qué hora dijo Cloe que nos veríamos? —pregunto mientras suelto mi hermano.

—Nos veremos en casa —me responde él—. Mamá preparó una cena para que te animes.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad —asiente él.

—¡Genial!

Aquella idea de la cena me causa calidez en el pecho. No estoy sola, tengo una hermosa familia que le apoya y un bebé en camino, al cual jamás le faltará amor. ¿Cómo puedo caer en la depresión?

Antes de que podamos subirnos al auto, me da la impresión de que estoy siendo vigilada, pero trato de pensar que solo estoy alucinando. No es posible que Andrick esté vigilándome; yo no le importo tanto como para hacer eso.

La velada en casa es muy bonita. El aquelarre me recibe con abrazos y nadie habla sobre ese idiota. Realmente me la paso bien, aunque nada ni nadie puede quitarle por completo el dolor del corazón.

Al estar sola en mi habitación es cuando me atrevo a desbloquear a Andrick y a leer nuestras conversaciones. Ahora que tengo roto el corazón, puedo notar que la interesada siempre fui yo, a excepción de cuando hacía algo que no le parece.

Una llamada de Andrick interrumpe lo que estoy viendo. Las lágrimas en mis ojos vuelven a aparecer antes de que le conteste.

—En la esquina de...

Le cuelgo antes de escuchar su exigencia y apago el celular. Está muy furioso y eso me hace llorar hasta que me quedo dormida.

A la mañana siguiente, mi panorama no mejora, pero al menos no caigo en la tentación de revisar mi viejo celular. Ya lo haré más tarde, en la fiesta, a donde sé que él tiene que ir.

La idea de que esté celoso me ilusiona un poco, pero sé bien que no voy a perdonarle el que estuviera con otra, tampoco le diré del bebé. No lo merece, no lo quiero cerca de él. Espero salir completamente limpia en mis análisis del segundo trimestre de embarazo, pues tengo mucho miedo de cualquier enfermedad. Él es un hombre limpio y estoy segura de que difícilmente se contagiaría de una enfermedad de transmisión sexual, pero la semilla del miedo ya está plantada en mí.

Después del mediodía, mi hermana y yo comenzamos a arreglarnos junto a mamá. Las tres quedamos hermosas, aunque yo no me siento de tantos ánimos para ir.

—No te desanimes, Scar, todo esto que sientes es normal —me dice Heidi.

—No lo puedo creer, yo soy tu hermana mayor, debería decirte estas cosas a ti —bufo.

—Seré psicóloga, así que... —Pero el periodismo...

—Sí, estudiaré Psicología después de Periodismo —dice sonriendo.

Mi padre viene a buscarnos, exasperado porque nos estamos tardando, pero al vernos se le olvida todo.

—Serán las mujeres más hermosas de la fiesta, sin duda —dice con orgullo.

Heidi corre hacia él para colgarse de su brazo. Papá la besa en la frente y la mira con amor.

—Tú vas a ser premiado, yo lo sé —dice ella—. Y eres el más guapo.

—Yo solo quiero mariscos. —Se ríe él—. No me importa a quién premien.

—Ah, Maurice, pero siempre te enfermas —refunfuña mamá.

—Sí, pero vale la pena —replica él—. Ahora vámonos, si no, todos acabarán con ellos.

Todos asentimos y nos vamos por fin a la fiesta, a donde Annie nos va a acompañar por primera vez, pues el año pasado no pudo por estar resfriada.

El camino me parece más rápido para mi gusto, pero no digo nada al respecto. Me siento bien en mi vestido, el cual es verde esmeralda con un escote algo pronunciado pero elegante.

La gente a nuestro alrededor nos mira al llegar al hotel, pero los ignoro y sigo caminando.

Pese a que me estoy muriendo de los nervios, también estoy contenta de que él se dé cuenta de que no pudo derrumbarme y que voy a continuar con mi vida sin él.

Los guardias de la entrada nos abren por fin las puertas y pasamos al salón. Mi hermano me da un beso en la mejilla, le da uno en los labios a su novia y seguimos avanzando hacia el salón. El ambiente es bastante refinado y aburrido, pero me gusta porque lo veré.

Mis ojos no tardan en encontrarlo entre un grupo de inversionistas. Uno de ellos voltea a vernos y me mira de arriba a abajo. Esa mirada hace que Carson voltee en mi dirección y entonces lo veo palidecer. Su mirada pasa de la tranquilidad a la ira. Intenta venir a mí, pero yo me concentro en el hombre que mi padre me está presentando. Le dedico mi mejor sonrisa y finjo que me olvido de la existencia de Carson, quien me manda un mensaje a mi celular.

«Te veo en la salida, Scarlatta. Tú no puedes estar aquí», me escribe.

Veo el mensaje y bloqueo de nuevo su contacto.

Por mí que se vaya al infierno.

Durante la velada me la paso escapando de él, hablando con otras personas y yendo a bailar con algunos conocidos. Es hasta que tengo ganas de ir al baño, que él me logra atrapar antes de que entre.

—Vámonos —masculla furioso, tomándome por el brazo. —¿Perdona? —pregunto ofendida y trato de librarme de él—. ¿Cuál es tu problema?

—Tú, tú eres mi maldito problema —espeta y me acorrala contra la pared—. Eres tan ingenua si crees que esto se acabó.

—El ingenuo eres tú si te piensas que quiero volver a verte — respondo y lo empujo con la mano que tengo libre, pero solo consigo que me la sujete—. Déjame.

—No...

Carson se inclina hacia mí para besarme. Se le ve desesperado y yo también lo estoy, mas no soporto su toque.

—¿Qué pasa aquí? —pregunta una chica, que sale del baño. Andrick me suelta de inmediato, lo que me deja claro qué es lo que quiere: una relación secreta—. Andrick, ¿qué pasa?

—Nada, Emma, no pasa nada.

—¿Estás bien? ¿Mi hermano te hizo algo? —me pregunta ella cuando Andrick se marcha a toda prisa. —No, no pasa nada —susurro débilmente y sin ser capaz de mirarla.

—Linda, dime la verdad, puedes contarme. Yo lo pondré en su lugar —gruñe.

Alzo la vista y me encuentro con un par de ojos azules, pero que no denotan para nada la frialdad de Andrick. Ella es muy bonita, bastante parecida al que posiblemente sea su hermano mayor.

—No lo necesito, pero gracias. Tan solo dile que me deje en paz, que no quiero verlo —murmuro—. Ya no queda nada en mí que pueda interesarle.

—¿De qué hablas...?

—Que no voy a permitir que juegue más conmigo —le respondo—. No pienso dejar que me haga más daño.

18. IDIOTA Andrick

Ni siquiera en el juicio de Hills que perdí hace poco me sentí tan estúpido como me siento ahora. El haberlo perdido lo puedo justificar con el hecho de que Crusoe y su maldito jurado no se dejaron engañar tan fácilmente, además, no se me dio la maldita gana presentar mejores argumentos, mejor dicho, los olvidé.

Pero... ¿Cómo justifico lo que hice con Scarlett? Engañarla fue tan sencillo, tan sencillo, que creí que no se lo creería. Pero lo hizo y ahora fastidia mi existencia con su orgullo y haciendo cosas que no le permitía y que no quiero seguirle permitiendo. Todo lo que hice fue tan solo para quitarme de encima a Maurice y su insistencia de que tengo algo formal con su hija; yo solo quería alejar un poco a Scarlett, pero de nuevo pensé que ella tomaría todo esto con más calma, que al menos averiguaría si es verdad lo de la llamada. Pensé ilusamente que vendría a comprobarlo.

Los dos somos un par de idiotas.

—¡Andrick! —me grita mi hermana cuando estoy caminando por el estacionamiento del lugar—. Detente, hombre, maldita sea.

—¿Qué quieres? —le pregunto al volverme hacia ella.

—¿Qué fue todo eso con esa chica? —responde exaltada.

—Ella no es nadie —le miento.

Me encantaría que fuera verdad, que ella no me importara, pero lo cierto es que de pronto y sin previo aviso se convirtió en lo que más me importa. Todavía no soy capaz de aceptarlo ante los demás, pero con lo que acaba de pasar ahora mismo no tengo más remedio que aceptarlo.

Soy un idiota que se enamoró de esa irreverente chiquilla.

—¿No? ¿Piensas que te voy a creer eso, Andrick? Te estás muriendo —resopla.

—No es tu asunto, Emma —le digo. No quiero perder la calma, pero ella es especialista en sacarme de quicio.

No, no es verdad. Emma jamás me ha sacado de quicio. Si el tema no fuera Scarlett, no me costaría para nada darle por su lado e inventar algo para dejarla conforme.

Scarlett tiene la culpa de todo.

—Pero...

—Déjame en paz.

—Bueno, está bien, te dejo en paz. Iré a presentarle a uno de mis amigos. Ella es muy linda.

Emma se da la media vuelta para regresar al hotel, pero en dos pasos la alcanzo y le bloqueo el paso.

—Tú no vas a hacer nada, ¿me oyes? —La sujeto fuerte por el brazo y ella se remueve para librarse—. No hables con ella, aléjate, Emma, métete en tus malditos asuntos.

—Pero es mi asunto, eres mi hermano. Tú jamás te has puesto así por...

—Ella es hija de Butler, mi socio. No quiero problemas, Emma — gruño.

—Pero... —No te metas —reitero—. No tengo nada con ella.

—Pues tu mirada no decía lo mismo, tampoco el que no pararas de perseguirla.

—Eso no significa nada. —Me encojo de hombros—. Será mejor que comiences a vivir tu propia vida en lugar de...

—Oh, cariño, yo vivo mi propia vida. —Se ríe—. Pero noto que tú tienes problemas en la tuya. En fin, no me voy a meter más, pero espero que no estés dañando a esa pobre muchacha.

—Ve a casa —le ordeno—. Te creo capaz de buscarla y de meterle ideas en la cabeza.

—Me conoces bien. —Sonríe—. Tal vez debería decirle que se aleje de ti, que no le convienes y que yo tengo en mi lista a mejores partidos.

—Te llevaré a casa —mascullo, pero ella se aparta de mí.

—No, no lo harás. Quiero volver a la fiesta.

—Eso lo hubieras pensado antes de venir a buscarme.

—¡No! ¡Quiero ir a la fiesta! —me grita—. No cruzaré palabra con ella, no soy así. Creo que ella sola ya se dio cuenta de que eres un idiota.

Me hago a un lado para que Emma pueda pasar. Por más que diga que no la buscará, no confío en su palabra, así que espero un tiempo prudente para volver al salón, del cual no me pienso ir hasta que Scarlett lo abandone.

Al llegar de nuevo al lugar, no puedo encontrarla por ningún lado. Ese maldito vestido verde y escotado la ha hecho resaltar toda la tarde. No sé por qué el verde le luce bien, no debería, pero lo hace y me estoy volviendo loco.

Y más enloquezco al verla salir por el pasillo de los baños con su hermano. Ella tiene recargada la cabeza contra su hombro y sonríe con ternura.

No me importa el vínculo de sangre que los une, la hermandad y nada de esas mierdas, no puedo dejar que haga eso, que siga provocándome.

Ella se separa de su hermano y yo me escondo entre la gente para que no se dé cuenta de que la sigo. Las luces del salón se apagan, puesto que ya van a anunciar a los ganadores. Aun así, sigo distinguiendo a Scarlett, que se dirige hacia la puerta.

Y en ese momento surge mi oportunidad.

***

Scarlett

Menos mal que nadie me sigue, porque las luces se apagaron para anunciar a los ganadores. Sé bien que papá va a ganar, pero también que a él no le interesa ese tipo de cosas, solo viene a comer mariscos. Carson se fue hace mucho tiempo, así que estoy a salvo.

Salgo al pasillo para llamar a Cloe y que me saque de una vez de aquí. Tengo ganas de estar en casa, rodeada de mi aquelarre y no pensar en nada que tenga que ver con Andrick Carson. Necesito sacarlo de mi corazón, de mi mente, de todo lo que tenga su recuerdo, con excepción de mi bebé. Pero mi bebé será mío, no suyo, así que está a salvo.

Cuando estoy a punto de llamar a Cloe, alguien pasa por mi lado y me arrebata el celular. Alarmada, alzo la vista y la persona que me encuentro me hace dejar de respirar.

—Dame mi celular —le digo a Andrick—. ¿Qué carajo haces aquí?

—No te lo voy a regresar si no vienes conmigo —me amenaza.

—No voy a caer en tus juegos —respondo, intentando retroceder—. Vete al infierno, Carson.

—Ya estoy en él. —Sonríe de manera descarada—. Tú haces de mi vida un infierno.

—No, es al revés, tú...

Andrick me sujeta por la cintura cuando quiero retroceder más. Por más que quiera aparentar que no me afecta, estoy más que afectada y él lo nota.

—Vámonos —susurra en mi oído—. Tal vez tu castigo no sea tan severo si colaboras.

—No quiero ir contigo —susurro. —Claro que quieres, estás nerviosa —me contradice.

—Sí, porque van a vernos.

—Entonces vámonos a un lugar donde...

—No, no, Andrick —digo desesperada—. Voy a gritar si no me...

Mi amenaza queda silenciada con el beso que comienza a darme y que me roba aún más el aliento. Sentirlo contra mi cuerpo, sentir su olor y su aliento me hacen olvidarlo todo por un instante.

Lo amo con todas mis fuerzas y me siento tan idiota por eso. Soy una idiota porque le correspondo, porque dejo que me toque y me lleve hasta su auto, donde nos besamos con más intensidad. Sus jadeos y caricias me hacen sentir que me extraña.

—Andrick, basta —gimo, pero él no me suelta, sigue besando mi cuello y me acaricia la pierna que tengo enrollada a su cuerpo—. Déjame. —No —dice de forma ruda y vuelve a mis labios—. Eres mía, Scarlatta.

—No, no lo soy.

—Sí, lo eres. —Se detiene para mirarme. Sus ojos parecen haberse vuelto negros, lo que contrasta demasiado con su piel pálida—. Deja de tocar a otros hombres, no si no quieres que los destruya. —¿Qué?

—Te vi con Michael.

—Es mi hermano, maldito enfermo —me quejo, pero a su vez estoy tan enardecida que no puedo alejarme.

—No me importa, no me importa —dice antes de volver a besarme.

Un gemido se nos escapa a ambos al mismo tiempo y por un instante me temo que terminaremos teniendo sexo aquí mismo. Sin embargo, él retrocede sin soltarme y abre la puerta.

—Súbete —me ordena—. Súbete, o si no vas a lamentarlo.

—Andrick...

—Súbete, Scarlatta.

La forma en que me mira me hace entrar de inmediato. Tengo miedo de que cometa alguna locura, pero más me temo yo a mí, pues no sé de qué seremos capaces los dos si seguimos así.

—Andrick, por favor, yo no te hago...

—Silencio —me interrumpe mientras enciende el auto para irnos.

Durante todo el camino a su casa me siento bastante aterrada, pero no soy capaz de hacer o decir algo. Ser fuerte ya no es ninguna posibilidad, sé que voy a ceder, sé que voy a acostarme con él.

Y eso es justo lo que pasa cuando llegamos. Pasamos de largo a su empleada y la ropa desaparece en cuanto entramos a su habitación.

—Odio este vestido —dice furioso cuando lo rompe—. Te odio a ti.

—Si me odias...

—Pero te deseo, Scarlatta, te deseo y eso el odio no me lo quita.

Andrick me lanza a la cama y me abre bien las piernas antes de atacar mi sexo con su feroz lengua, la cual se mueve desesperada y me desespera a mí. Tendría que estar lejos de aquí, no pensando en él, debería intentar superarlo, no ceder ante sus deseos.

—Déjame, por favor, Andrick, no te voy a perdonar lo que hiciste, estuviste con otra —le digo cuando se aleja para penetrarme. —No me importa.

—Pero a mí sí me importa —gruño.

—No estuve con nadie, tan solo era algo para...

—Yo no me creo ese cuento —le suelto enfurecida.

—No me creas, no me interesa.

Andrick se posiciona entre mis piernas y entra en mí de una sola estocada. Cuando empieza a moverse, ya no me queda cordura alguna.

—Scarlett —murmura y me besa otra vez.

De pronto estoy sobre él, luego bajo su cuerpo de nuevo, y me deja de besar para mirarme de forma intensa. Si no supiera que es un infeliz, creería que me ama como yo a él, pero ni siquiera en el calor del momento puedo pensarlo.

Él tan solo me quiere para controlarme, tener sexo y mandarme al diablo hasta que se cansa de sus otras aventuras.

El correrme es una liberación en muchos sentidos. Decido que esta será la última vez, que debo ser inteligente para poder escapar de sus garras.

—Te lo dije, Scarlatta —se burla—. También lo deseabas.

—Sí, supongo —respondo—. Andrick, quiero irme, mi padre...

—De acuerdo, pero vas a seguir mis reglas —me advierte—. No más salidas, no más eventos, no más vestidos. —Haré lo que pueda —murmuro y él parece satisfecho con esa respuesta, dado que me acaricia el rostro y me sonríe—. Espero que no nos descubran.

—No lo harán, seremos cuidadosos —dice al salir de mí.

Casi una hora después, entro a mi casa de manera apresurada, luego de que el chófer de Andrick me deje. Mi padre me observa con una expresión severa al verme vestida con una camisa que no reconoce. Sabe bien lo que hice, se lo expliqué en el mensaje que le envié de camino aquí. Jamás habría tenido el coraje suficiente de hacerlo si no confiara en él como en nadie, si no supiera que él no sostendrá mi mano aunque haya caído.

—Quiero irme —le espeto desesperada y él frunce el ceño—. Necesito irme muy lejos.

—Hija... —No puedo más, papá —lo atajo—. Necesito dar a luz a mi bebé y que él nunca se entere.

—Yo pensé en una solución —dice mi hermano, bajando las escaleras junto con Heidi—. Yo y Annie podemos adoptar...

—No, no, no, yo quiero a mi bebé —lo interrumpo.

—Se me ocurre una cosa —dice mamá—. Pero tenemos que ser muy cuidadosos, Annie tendría que aceptar.

—¿Qué cosa? —indago con nerviosismo.

—Fingir que ese hijo es de ella —me contesta—. Todos vamos a fingir que ese bebé es de Michael y Annie.

19. TIEMPO Scarlett

El plan que hemos trazado entre mi familia y yo puede ser un poco cruel, pero es la única manera que tengo para no tener que modificar del todo nuestra vida y poder tener a mi bebé enteramente para mí. Soy muy consciente de que puede que en algún momento se descubra, y no pienso ocultar toda la vida que soy mamá de mi niño, pero sí todo el tiempo que se pueda.

Para no levantar sospechas en Andrick, sigo enviándole aquellos mensajes durante el día, y cuando me pide vernos, pongo de excusa mi periodo. No sé si se asquea o algo, pero no me responde en ese momento, aunque más tarde, por la noche, llega un paquete a mi casa llena de las cosas que me gusta comer durante esos días. Al principio creo que mi padre lo hizo, pero al ver su rostro de enfado cuando me lo entrega lo sé: esto lo envió Andrick.

—Es un maldito cobarde que prefiere hacer esto que ir de frente — resopla.

—Sí. —No puedo parar de mirar la caja, la cual me causa un sentimiento agridulce.

Mi corazón, ese que es tan tonto, se esperanza durante un segundo de que yo le importo y que quiere arreglar las cosas, no obstante, recuerdo a tiempo que estoy embarazada y que no me puedo dar el lujo de seguir esta relación, que tengo que evitar emocionarme por estas cosas. Además, ningún detalle borra su infidelidad, por más que él me dijera mientras teníamos sexo que no fue así.

—¿Qué hacemos con esto? —me pregunta papá—. Puedes comerlo si quieres.

—No, no lo quiero —niego con la cabeza—. No quiero nada que venga de él.

—Está bien.

—Solo escóndelo, papá. —Cierro la caja y se la entrego de regreso. Estoy a punto de llorar y quiero hacerlo a solas—. Solo que hazlo bien, no quiero que se entere.

—Está bien, no te preocupes, cariño —me dice con tristeza.

Me encuentro a mamá en las escaleras, pero no me detengo a decirle nada y ella no viene detrás de mí, pues sabe que tengo muchas cosas que procesar antes de irnos. Nuestros conocidos ya saben que Annie está «embarazada» y que podría ser un embarazo de alto riesgo. Todos la felicitan a ella, aunque eso no me molesta, incluso lo prefiero así. Mis chicas del aquelarre también lo saben, pero estas jamás le dirían algo a Carson, por el contrario, primero se cortarían la lengua antes que decir una sola palabra.

En mi habitación envío un mensaje a Andrick para agradecer el detalle y prometer que no lo compartiré con nadie. Procuro ser muy entusiasta para que no advierta ningún cambio en mí.

Funciona, pues solo lee el mensaje y no me responde nada. Esa es una señal de que no quiere que nos veamos.

O eso creo hasta que me llama para pedir que nos veamos.

—¿Puedes salir?

—No, no puedo —susurro—. Te dije que estoy con el periodo, y siendo honesta, me duele mucho.

—A ti no te duelen los periodos —dice con seriedad.

—¿Cómo demonios sabes eso? —pregunto asustada.

—Solo lo sé —masculla—. Te voy a esperar en… —Andrick, de verdad, no me siento bien —le digo con tono quejumbroso y que suena demasiado convincente—. Estoy dentro de mi cama, sin ansias de moverme.

—Quiero evidencia.

Aprieto los dientes, intentando no decir ninguna grosería. Ya debería estar acostumbrada a estar tan controlada, pero no lo estoy. Me asusta muchísimo las cosas que me pide sobre no tocar a otros hombres y no dejarme ver a mis amistades. Es como si el haber obtenido mi virginidad le hiciera pensar que es dueño de mi persona.

—Bien, te adjunto evidencia.

—En menos de un minuto, Scarlatta. Y espero no ver inconsistencias.

Andrick me cuelga y yo le envío una serie de fotos. En ellas pongo mala cara y tengo sobre el vientre la bolsa de semillas de Heidi. A ella los periodos sí la dejan completamente en cama cuando se estresa mucho. Por suerte el doctor no ha encontrado nada de lo que alarmarnos, tan solo un mioma pequeño que hace tiempo le retiraron y que no ha vuelto a salir.

Carson parece algo convencido y me deja por fin en paz. Cuando dejo mi celular a un lado, me siento aliviada de haber pasado la prueba, pero también triste por toda la situación. Todavía lo amo, no hay nada que pueda cambiar eso. También es una realidad que fantaseo el volver a sus brazos, que todo lo que me dijo sobre no haber estado con otra mujer sea verdad, pero sé bien cómo es él y no puedo creerlo.

—Espero estar haciendo lo mejor para ti, bebé —le digo a mi hijo mientras me acaricio el vientre—. De verdad espero que puedas llegar a entender por qué lo hice.

Aquel asunto me preocupa, puesto que es muy extraño. Lo más viable sería que tanto Michael y Annie adoptaran a mi bebé y que este creciera sin saberlo, sin embargo, soy una persona egoísta y me niego rotundamente a que eso suceda. La gente sabrá que soy su tía, pero jamás pienso darlo en adopción o que viva separado de mí.

—No será para siempre, lo prometo —continúo explicándole—. Solo es un tiempo.

Me levanto de la cama y continúo empacando mis cosas. Todavía no sé en qué fecha nos iremos, pero debe ser lo más pronto posible,

antes de que Andrick se dé cuenta de que lo estoy evitando. Él es un hombre listo y sé que se dará cuenta si sigo alargando todo esto.

—¿A qué destino te gustaría ir? —me pregunta papá cuando voy a verlo al despacho—. ¿Londres?

—No, creo que podría encontrarme con facilidad allí, ya hemos ido antes y él lo sabe —contesto—. ¿Por qué no algo más cercano? Canadá me gusta, Annie es canadiense.

—Bueno, Canadá será —asiente—. Además, es más creíble a que de repente nos vayamos a Europa. Es creíble que Annie quiera pasar su embarazo allí, con su familia.

—Espero que ellos no tomen a mal el que… —No te preocupes por eso. Michael y Annie se van a encargar de todo.

—A veces no me parece justo hacer esto. —Suspiro—. ¿Qué pasa si ellos…?

—Ellos no quieren tener hijos por el momento —me tranquiliza—. Además, ellos te quieren, no podrían dejarte sola en esta situación. Y de no quererlo, tampoco es que no podamos solucionarlo. Nos tienes a mí y a tu madre.

—Perdón por todo lo que les estoy haciendo pasar —me disculpo—. Yo no debí nunca…

—No, no debiste haberlo hecho, pero sabes que siempre estaremos contigo, no importa cuanto te equivoques, ¿de acuerdo?

Doy un asentimiento y ambos nos levantamos. Papá me da un abrazo fuerte y que hace que mamá se una a él cuando entra al despacho.

—Estamos contigo, hijita —me dice—. Al menos lo gozado nadie te lo puede quitar.

—¡María! —la regaña papá y ella se ríe.

—Ya, lo siento, pero es la verdad —se defiende—. Al menos con esto va a escarmentar y nunca se quedó tan solo con la duda de que tan malo puede ser ese hombre.

—Me encantaría cortar de raíz toda relación con él —murmura papá— . Pero tengo que ser paciente.

—Están en todo su derecho de no ayudarme si no lo quieren así —les digo al alejarme un poco—. Yo veré la… —No, hija —me dice mamá—. Te vamos a ayudar, no vamos a dejar que nadie nos quite a mi nieto. Él se criará junto a nosotros, de una forma un poco extraña, pero lo hará. Y bueno, dudo que a Carson le interese acercarse si este cree que el bebé es de Michael.

—Lo que me causa miedo es que se parezca demasiado a él —digo angustiada.

—Es una posibilidad, pero tienes muchos genes dominantes. —Sonríe papá—. Como por ejemplo, esos hermosos ojos que tienes. Tranquila, estoy seguro de que no se parecerá a él.

—Bueno, eso espero —susurro.

—Todo va a estar muy bien, Scar —me dice mamá—. Piensa en el bebé, en que vas a poder estudiar y cumplir tus metas, que lo tendrás todo. Nosotros nos encargaremos de que Andrick Carson sea un capítulo cerrado en tu vida.

Pese a que quiero abrazarlos, no lo hago y solo les sonrío y asiento. Tengo demasiados sentimientos encontrados, pero sobre todo vergüenza y pena por poner a mi familia en esta situación. No me cabe la menor duda de que yo haría lo mismo por ellos, que les daría mi vida, pero, aun así, es difícil no sentirme culpable.

Salgo del despacho y se me escapa un suspiro que nadie escucha. Mis hermanos están en sus habitaciones y yo me dirijo a la cocina para picotear queso, que es mi antojo de este día. Heidi bromea con que mi bebé se va a parecer a ella, pues mi antojo es tan brutal que lo he comido desde el desayuno. También tengo tentación de buscar aquellos dulces que Andrick me envió, pero me controlo y solo me conformo con mis cubitos de queso, los cuales quiero casi vomitar cuando paso por el despacho y escucho gemidos fuertes, provenientes de mamá, que debe pensar que ya me fui arriba. —Sí, sigue. Eres un maldito semental, hazme otro hijo.

—Te haré tres, mi vida —le responde papá—. Tengo mucha leche para ti.

—Dios, ¿cómo hago para desoír esto? —me quejo mientras subo corriendo las escaleras.

Voy a tener pesadillas por un largo tiempo, sin duda.

Sin embargo, también les tengo envidia. ¿Por qué no tengo derecho a tener un matrimonio tan bello como el de ellos?

Cuando llego a mi cuarto, miro mi celular, cuya pantalla está encendida. En la barra de notificaciones solo veo mensajes del aquelarre, al cual no respondo para que Andrick no me vea conectada. No pienso utilizar mi nuevo celular hasta que no me vaya de aquí.

Aquella noche caigo completamente rendida, luego de cepillarme los dientes y ponerme un pijama abrigado. El embarazo hace que pueda dormir con más facilidad, pero también me suele despertar con pesadillas.

Y hoy ocurre, sueño a Andrick reprochándome por darle un hijo, por no abortarlo. Los sentimientos negativos que esto me genera son tan fuertes que no quiero escribirle por la mañana. Sin embargo, termino por hacerlo y me consuelo pensando que pronto lo dejaré de hacer y haremos el famoso «contacto cero».

—Pude conseguir boletos para Montreal para la próxima semana — dice papá cuando todos estamos desayunando—. Los he comprado, pero podemos cancelarlo si Annie no acepta.

—Hablé con ella anoche, aceptó irse —dice Michael, quien tiene la mirada fija en mí—. Lo haremos, Scar.

—¿Estás seguro? —le pregunto indecisa—. Piénsalo bien, hermano, de verdad. Te estás echando sobre la espalda una responsabilidad que...

—Quiero hacerlo, Scarlett —me asegura—. Y si quieres darnos en adopción a...

—No —le digo tajante—. No pienso darlo en adopción de ninguna manera. Por eso te digo que lo pienses bien.

—Lo quiero hacer de todos modos —responde, aunque parece un poco decepcionado de mi negativa—. No te puedo dejar abajo.

—Te quiero —le digo—. Gracias por lo que estás haciendo por mí. Gracias a todos por lo que están haciendo por mí.

—Hija, haríamos lo que sea por ti —me dice mamá, poniendo una mano sobre mi hombro—. Somos una familia y entre todos nos apoyamos.

—Bien, ahora que está todo decidido, debemos tomar decisiones — dice papá—. No podemos irnos todos, Heidi tiene escuela.

—Pero yo quiero ir —protesta mi hermana.

—No es lo más adecuado —le dice mamá—. No ahora, pero en unos meses más, sí. Todos iremos haciendo rotaciones.

—Sí, estoy de acuerdo —asiente Michael.

—Por ahora solo van Michael, Annie y Scarlett —responde papá—. Ya me las arreglaré para explicarle a Carson la situación, si es que llega a preguntar. —Lo hará. —Suspiro—. Él... sigue buscándome.

—Maldito imbécil —masculla él—. Él me juró que no había nada entre ustedes, que yo estaba equivocado.

—Déjalo así, por favor, no muestres tu enfado —le pido—. No arruinemos el plan.

—Sí, tienes razón —me contesta mamá—. Es mejor disimular.

Al final todos quedamos conformes con la decisión. Heidi está un poco enfurruñada por no poder ir, pero le prometí que será ella quien me acompañe en el parto, así que se tranquiliza.

Yo estoy conforme con mi decisión y sé que es lo correcto, sin embargo, no puedo evitar sufrir y temer que en este tiempo no pueda olvidar a Andrick, que el hecho de estar embarazada de él solo haga crecer mi amor, uno que cada día me cuesta más llevar sola. Prefería mi vida antes, cuando tan solo era un amor platónico, una fantasía. Me arrepiento de haberle dado tanto de mí y darle el poder de manejarme a su antojo.

Cuando me estoy preparando para bañarme, me llega un mensaje al celular. Es Andrick.

Todo mi mundo se tambalea con ese mensaje que recibo de él y me tiemblan las manos. Quiere que vaya al chalet cuando él venga para acá a hablar con mi padre, y dice que no puedo negarme. Intento buscar una idea para evitarlo, pero no se me ocurre nada. ¿Cómo se finge un sangrado si no es cortándose?

Al ver mis toallas sanitarias en el baño, se me viene una idea a la mente. Es algo asqueroso, pero puede que funcione.

De ninguna manera, Andrick puede saber que no tengo el periodo.

20. DESPEDIDA Scarlett

—¿Qué diablos estás haciendo? —me pregunta mi hermana al entrar a mi baño y verme verter algunas gotas de jugo de betabel en una toalla femenina—. ¿Qué es eso?

—La prueba que necesita ese abogado para creer que de verdad tengo el periodo —murmuro—. Me llamó para vernos y tengo que fingir que lo tengo.

—¿Te vas a poner esa cosa? —dice asqueada—. Peor aún, ¿irás a verlo?

—Sí, iré a verlo, pero de ninguna manera me acostaré con él — prometo—. No estoy en contra del sexo con el periodo ni mucho menos, pero sé cómo es él y no querrá hacerlo.

—Hermana, ¿te das cuenta de que es un enfermo mental? —Entorna los ojos—. Además, no vas a convencerlo con esa cosa, se ve muy... ¡Se nota el betabel!

—También estoy tomando el jugo. —Le doy un trago—. ¿Acaso tienes una idea mejor?

—Sangre falsa, yo tengo. —Sonríe, pero después sacude la cabeza—. No, no, ¿qué diablos estoy diciendo? No te puedo ayudar con algo así.

—Me vas a ayudar porque soy tu hermana y me amas. —Sonrío—. Anda, ve, por favor.

—Pero...

—Por favor —suplico, juntando mis dos manos—. Necesito hacer esto.

—No lo veas, Scarlett.

—Si no lo veo, va a sospechar.

—Y si descubre el maldito betabel, descubrirá que le mientes y, por añadidura, que estás embarazada.

—Por eso irás por la sangre falsa, anda. Tienes que ayudarme.

Heidi me mira como si estuviera loca, pero finalmente suelta un gruñido de fastidio y va a su habitación a buscar la sangre falsa. Si soy sincera, me da mucho asco ponerme todo esto, pero me voy a imaginar que es un exfoliante o algo parecido.

—¿Qué demonios estoy haciendo? —me cuestiono—. ¿De verdad haré esta asquerosidad?

—Aquí tienes, Scarlett —me dice Heidi al traerme la pequeña botella— . Qué puto asco. —Lo sé, pero toca hacerlo. Aunque se me acaba de ocurrir un plan para que me salves.

—¿Qué cosa?

—Me vas a llamar insistentemente, como si estuvieras muriéndote. Tendré que regresar.

—La mejor idea sería no ir, Scarlett. —Se cruza de brazos—. ¿Por qué hacer esto?

—Porque ya te lo dije: no quiero levantar sospechas.

—Las vas a levantar cuando te vayas, así que qué más da. —Se encoge de hombros—. Lo peor que puedes hacer es ir a verle la cara.

—Lo sé, ya lo sé, pero... –Hermana, no soy quien para juzgarte, pero que sigas yendo a verlo después de lo que pasó me parece...

—No quiero que le queden dudas de que tengo el periodo —la interrumpo—. Solo iré por eso.

—Scar, tú lo amas, es obvio que lo quieres ver. —Suelta un suspiro—. En fin, te apoyo, pero esta vez cumple con lo que dices.

—Lo haré, hermanita, no te decepcionaré.

—No me vas a decepcionar, en realidad me preocupas. —Tuerce los labios, señal de que está preocupada—. No quiero que sufras más por ese tipo.

—Entiendo, sé que he sido una idiota, pero esto es la despedida.

—Bien —asiente—. Voy a confiar en que es así. Te ayudaré a salir sin que nadie se dé cuenta.

—No es necesario —le digo—. Ya no pienso ocultar nada de lo que hago, no tiene caso.

—Pero...

—No lo haré, Heidi, no lo haré porque tengo claro que este es un adiós.

Termino de arreglar mi desastre, y sentir aquella sustancia pegajosa en mi entrepierna me asquea demasiado. Espero que esta sea la última locura que tenga que hacer por él.

Mi familia no pone mucha resistencia a que vaya a ver a Carson, pese a lo peligroso que puede llegar a ser. Parecen resignados a que siempre voy a hacer lo que quiera y que, al final del día, me tendrán que sacar del pozo. Esta vez les voy a demostrar que están equivocados y que es la última vez que lo veré.

El chófer de Andrick me recoge puntual y me lleva rápidamente hacia aquel chalet. Me da asco pisar ese lugar de nuevo, pues me imagino que él estuvo con esa mujer allí, pero ya da igual en donde nos veamos, solo haré lo que tengo que hacer.

Al llegar al chalet, él ya me está esperando y se acerca para abrirle la puerta.

—Te tardaste mucho —me dice con tono frío.

—Bueno, tenía que despistar a mi familia —respondo con calma—. De verdad no sé para qué querías que viniera, no me encuentro bien.

—¿De verdad estás con el periodo, Scarlett? —me cuestiona y yo asiento con seguridad aunque estoy a punto de hacerme pipí por el miedo.

—Sí, lo estoy —contesto—. ¿Qué pasa?

—Nada, vamos adentro.

Se da la media vuelta, aunque me toma de la mano para obligarme a caminar rápido. En ese momento tengo mucho terror de que descubra mi mentira. Yo y Heidi hicimos un trabajo bastante creíble con el jugo y la sangre falsa, pero podría darse cuenta.

—Tu familia realmente es un fastidio —dice mientras me abraza por detrás y me besa el cuello. —No hables así de ellos —le digo enojada—. Me voy a...

Andrick pone la mano entre mis piernas y presiona. Vuelve a presionar al darse cuenta de que llevo una toalla femenina.

—Bien, al menos no es un maldito tampón —murmura.

—¿Qué?

—Nada, Scarlett.

—No uso tampones, pero podría usarlos.

—No, no los puedes usar —responde tajante—. Te dije que solo eras mía.

—Pero un tampón... Ya, ya, entiendo.

«Dios mío, está muy enfermo», pienso preocupada, pero ese pensamiento deja de existir cuando me voltea y me besa.

Mi cabeza entiende que esto no está bien, pero dejo que mi corazón se apodere de la situación. No debe faltar demasiado tiempo para que mi hermana me llame y me saque de este aprieto, de esta despedida que me está doliendo con toda mi alma. Amo a Andrick y voy a extrañarlo, y de verdad quiero que ya no sea así cuando regrese, que pueda ser fuerte y no caer ante sus encantos.

—Vamos a la cama.

—No, tengo el periodo —protesto, pero él no me hace caso y me toma por la cintura para alzarme y caminar hasta ella—. Andrick, es en serio…

—No me importa —me contesta al colocarse encima de mí cuando me acuesta—. No protestes, Scarlatta.

—Me duele. ¿Qué parte de eso no comprendes? —le pregunto malhumorada y él se levanta con brusquedad. —¿Qué te pasa?

—El periodo, es eso lo que me pasa.

—¿Segura que es solo eso? —Andrick vuelve a colocarse encima de mí y esta vez es más difícil disimular que no lo deseo—. ¿O estás con otro hombre?

—¿Qué? No, yo no estoy con nadie más, Andrick.

—Más vale que no sea así —dice con tono amenazante—. Ninguno de los dos volvería a ver la luz del día.

—Andrick…

—Él estaría muerto y tú…

Antes de terminar la frase, me vuelve a besar. Aquello no ahoga mis miedos, pero trato de relajar el cuerpo y solo dejarme llevar por el beso demandante que este hombre me da. Me siento desesperada por entregarme a él, pero también por salir de aquí antes de que Andrick pueda ver aquella cosa tan asquerosa que hice. «Maldita sea, Heidi, llámame ya, por Dios. No quiero mostrarle mi trasero lleno de jugo de betabel y sangre falsa», ruego desesperada.

Andrick baja lentamente por mi cuerpo, dispuesto a todo por descubrir si de verdad estoy sangrando por la vagina. La llamada sigue sin venir, lo que hace que mi cuerpo esté más rígido. —¿Qué te sucede, Scarlett? —pregunta él, molesto.

—No lo sé, ¡¿qué estoy sangrando y tengo unos calambres del demonio?! —exclamo.

Él termina gruñendo y se levanta para bajarme los pantalones. Voy a matar a Heidi, eso es definitivo.

—¿Qué es ese olor? —pregunta extrañado y yo cierro las piernas.

—Creo que mejor me voy. Sí, es horrible —digo muy avergonzada.

Huele a betabel, maldita sea. Ahora que tengo amplificado el olfato lo puedo notar.

—No, no es horrible, pero... —Solo aléjate. —Presiono mis piernas y me pongo de lado, enrojeciendo como si me hubiera dicho que me huele a pescado podrido.

Pescado podrido...

La idea me hace tener una arcada.

—¿Vas a vomitar?

—No —mascullo y él se recuesta a mi lado, mirándome contrariado.

Si no fuera por lo que hizo, posiblemente ahora estaría emocionada por cómo me mira. Parece preocupado por mí, como si me quisiera, como si le importara un poco. Esta es una buena despedida, realmente, pues no me llevaré un recuerdo tan amargo.

—Espero que de verdad solo sea eso lo que te pasa —dice en voz baja.

—Solo es eso lo que me pasa. —Acerco más mi cuerpo a él y hundo el rostro en su pecho.

Andrick no se mueve durante algunos minutos. No me abraza, aunque tampoco me quita. Esto es lo mejor, pues así no me llevo una falsa ilusión. Mi corazón solo necesita poco de él para estallar de amor, así que prefiero que no me abrace.

—¿Te gustaron los…? —Mucho —respondo—. Gracias, Andrick, no lo esperaba, pero me gustó mucho.

—Bueno, al menos así te mantienes ocupada.

Me echo a reír, aunque lo que quiero es llorar. Tiene un talento desmedido para romperme el corazón cada vez que nos vemos.

—Te enviaré más —añade mientras tira ligeramente del elástico de mi pantaleta—. Conozco un remedio para que los calambres se te pasen.

—Oh, no…

Andrick baja un poco mi ropa interior y puede ver la mancha roja que hay allí. —Estás sangrando bastante, ¿estás bien? —pregunta.

—No, estoy perdiendo un litro de sangre por hora —digo enfurruñada—. Necesito ir a casa.

—No, no te irás, tú…

La bendita llamada que estoy esperando por fin suena y me levanto con rapidez. —Heidi está resfriada, creo que va a necesitar mi ayuda —le explico a Andrick, mostrándole la pantalla.

—¿Por qué debes atenderla tú? —pregunta molesto y se levanta también—. No te vas a ir.

—La atiendo porque soy médico, y no, no te haré caso esta vez. No voy a dejar sola a mi hermana —digo antes de contestar. —Hermana, necesito que vengas, me muero —dice Heidi con voz quejumbrosa y que me quita un poco las ganas de llorar.

—Voy para allá y…

Andrick me arrebata el celular y cuelga. Se le ve furioso.

—No estás pensando en irte en este momento, ¿o sí? Acabas de llegar, Scarlett.

—Sí, lo sé, pero no es el momento para vernos.

—De acuerdo, vete, pero entonces…

—Pero entonces terminamos, ¿no es así?

Él asiente ante mis palabras. Está muy serio, sin rastros de duda.

—Bien, pues entonces que así sea, Andrick. Creo que ya alargamos demasiado todo esto.

—Bien, pues vete.

Aprieto la mandíbula y trato de no llorar mientras busco mi pantalón para vestirme. Él está impasible o al menos finge estarlo hasta que estoy por cruzar la puerta y él se pone detrás de mí para sostenerla con la mano.

—¿De verdad vas a poder alejarte? —se burla.

—Me va a costar, pero sí —susurro—. Creo que no soy la clase de mujer que quieres, me quieres lejos.

—Sí, desde luego, pero podemos pasarla bien otro par de…

—No, Andrick, no —lo interrumpo—. No vamos a pasarla bien otro par de semanas. No me quiero arriesgar a quedarme embarazada o cosas peores. Tú no mantienes exclusividad conmigo.

Andrick se queda callado, mas no se aleja y eso me tiene con la piel erizada.

—Te voy a comprender solamente porque estás hormonal. Vete por ahora, después hablamos.

—Bien, cómo sea. Pero no mandes más cosas a mi casa, no si no quieres que mi padre o familia se den cuenta de lo que está pasando.

—Tú no vas a decirme lo que puedo o no puedo hacer, Scarlatta.

—Bien, no te lo diré. Andrick, necesito irme, en verdad.

Él ya no me detiene más y deja que me vaya. Quiero voltear hacia atrás, pero no lo hago, tan solo me subo al auto del chófer para que me lleve.

Lo difícil comienza cuando me tengo que aguantar el llanto durante todo el maldito camino para que este no le informe nada a su jefe. La

parte buena es que, para cuando llego a casa, estoy más tranquila y me siento victoriosa.

—¿Cómo lo hice? —me pregunta Heidi.

—Lo hiciste muy bien. —Le sonrío débilmente—. Creo que la misión terminó.

21. SCARLETT Andrick

Los momentos en los tribunales son los únicos en los que tengo la fortuna de no pensar en Scarlett, al menos no en primer plano. En los juicios soy yo mismo, tan solo un abogado, uno que no está metido hasta el fondo en problemas de faldas.

No, olvidemos eso. Acabo de decir su maldito apellido. La jueza frunce el ceño y todos en la sala murmuran.

—Su cliente se apellida Benson, no Butler.

Volteo hacia mi clienta y esta hace un gesto con las manos para expresar su confusión.

—Pido disculpas, su señoría, señorita Benson —respondo—. Prosigamos, de acuerdo con el artículo...

—Espere, Carson, ¿por qué no sabe el apellido de su cliente? —me interrumpe la jueza—. ¿Está ebrio?

—Por supuesto que no, su señoría —digo con tranquilidad, aunque por dentro le deseo una muerte lenta y dolorosa—. No estoy ebrio.

Odio a la jueza Bertolotti, pues no perdona ninguna confusión y la hace notar para que te sientas avergonzado. Yo también hago lo mismo, soy implacable con los testigos a los que interrogo, pero me siento ofendido. ¿Cómo piensa, tras ver mi trayectoria, que estoy ebrio?

—Bien, prosiga —dice mirándome con recelo.

Finjo que no pasa nada y procedo a continuar con mi alegato, aquel en el que defiendo a mi clienta por el despido injustificado y abusos que sufrió en la propiedad en la que laboraba. Su jefe, el cual está más rojo que Scarlett cuando tenemos sexo, le pide a su abogado que haga algo, pero este titubea un poco ante mi mirada.

«¿Qué carajo estoy pensando?», me pregunto cuando vuelvo a sentarme. ¿Cómo demonios pienso en Scarlett por una cosa como esa?

—Abogado, ¿cree que vamos a ganar? —me pregunta la mujer en voz baja. Se le ve muy preocupada.

—Tranquila —le respondo—. Confíe en mí.

—Lo hago —me responde.

Su mirada es intensa y me incomoda porque me recuerda a los momentos en que Scarlett se pone seria. No dejo de darle vueltas a todo lo que pasó en el chalet hace unos cuantos días. Desde entonces no nos hemos visto; ella dice que este periodo está siendo largo, cosa que no me creo. Sus periodos no suelen durar tanto, pero también he estado haciendo mis investigaciones y es posible que, tras la primera relación sexual, el periodo se retrase o haya algunos cambios.

Espero que sea eso, sin lugar a dudas. Dejarla embarazada no entra en mis planes, aunque con el paso de los días y cada vez que lo pienso, la idea no me desagrada tanto como debería. Estoy alcanzando una cierta edad en la que tener un hijo es necesario si quiero mantener mi apellido. Y si quiero mantener a Scarlett siendo mía, tampoco es una mala idea que...

La voz del abogado del señor Ivanov interrumpe mis pensamientos. Este presenta sus argumentos en defensa del acusado, diciendo que su cliente fue muy claro a la hora de decirle los términos y condiciones del contrato que se firmó al momento de darle el trabajo.

—¡Objeción, su señoría! —digo levantándome y me acomodo un poco el traje—. Se aprovecharon de la necesidad de esta mujer, que no tenía conocimiento de que dichos términos y condiciones son abusivas, que incluso atentan contra los derechos humanos. No podemos tomar en cuenta lo que dice.

El otro abogado se ríe un poco, pero deja de hacerlo cuando la jueza dice «ha lugar». Desde ese momento todo cae en picada para ambos hombres, que me miran con odio desde su lugar.

El caso se resuelve relativamente rápido y ganamos el juicio. Mi cliente va a ser indemnizada con la jugosa cantidad de doscientos cincuenta mil dólares, de los cuales no tendrá que desembolsar nada para pagarme, pues un conocido suyo lo hizo, cubrió todos mis honorarios desinteresadamente.

Claro, eso es lo que dicen los dos. Yo no les creo absolutamente nada. —Gracias por todo —me dice la chica, que me sonríe de una manera extraña y pretendiendo ser seductora.

—Es mi trabajo —le contesto.

—Sé que cubrieron mis honorarios, pero yo podría pagarle de otras...

—No, no lo requiero —la interrumpo—. Le sugiero, por su bien, que no vuelva a hacer esto. La acabo de sacar de un problema bastante grande.

En otro momento de mi vida tal vez lo hubiese considerado, puesto que la mujer no es fea. Sin embargo, sé que no llegaré ni a un maldito conato de erección. La mujer con la que fingí engañar a Scarlett intentó tocarme y no sentí absolutamente nada, y tampoco siento nada cuando veo a otras mujeres. Es como si de pronto solo existiera Scarlett para mí.

Además de eso, veo palabras derivadas de su nombre por todas partes, y el color rojo escarlata me persigue a dondequiera que vaya.

Me voy de aquel lugar sin dejarla hablar más. No quiero volver a verla, tan solo quiero regresar a casa, ducharme y ver qué pasa con esa chiquilla idiota y sangrante que no sale de mi cabeza. ¿Habrá comido los dulces que envié hoy?

Miro mi celular en cuanto subo al auto. No tengo absolutamente ningún mensaje y hace una hora que debió enviarlo. Me gustaría demasiado que no me importara, pero me importa.

Algo anda mal con ella y tengo que averiguarlo. Según lo que me informan los hombres que ahora la siguen, no hay actividad sospechosa, tampoco ella sale o ha visto a sus amigas, bien llamadas «aquelarre». Todas son unas brujas que la incitan a alejarse de mí, y lo comprendo, pero ahora me molesta.

Mientras conduzco a mi casa, recibo una llamada de mi madre. Ella no suele entrometerse en mi vida, pero sí le importa la fiesta de aniversario con mi padre.

—La fiesta —le digo antes de que ella diga algo. —Hola, hijo, buenas noches —dice ella, molesta—. ¿Tu trabajo te quitó la educación?

—No, pero ese es el motivo por el que me llamas, lo sé bien —digo sin dejar de ver la calle. Frente a mí hay un auto que no me deja pasar—. ¿O me equivoco?

—Tu padre falleció. Ya no es necesario hacer una fiesta de aniversario, sino su funeral.

—¿Qué?

Las carcajadas de mis padres se escuchan al otro lado del teléfono. Si no fuera porque comparto rasgos con ellos, creería que no soy su hijo biológico. Ellos están tan locos como cierta persona a la que sé que debo ir a buscar para saber qué está pasando.

—Bueno, al menos no ha dicho: «qué bien». —Escucho decir a mi padre—. Eso es ganancia.

—¿De verdad consideran graciosa una broma así? —les recrimino.

—Sí —responden al mismo tiempo.

—Es una lástima, iba a alistar mi mejor traje —digo con ironía.

—Hijo, no te hemos visto la cara desde hace, ¿qué? ¿Un mes? — resopla mi padre—. Tratamos de no meternos en tu vida, pero...

—Voy a ir a la fiesta —lo interrumpo—. Ya sabes que sí lo haré.

—Bien, eso está bien.

—En realidad no te llamábamos para saber si vendrás a la fiesta, solo quería informarte que vamos a invitar a Butler, tu socio, ¿eso está bien? —me dice ella.

—¿Por qué?

—Bueno, lo conocí mejor en la fiesta, es un tipo muy agradable —dice papá—. Y Emma nos dijo que tienes algo con su hija mayor, queremos conocerla.

—Así que Emma les dijo eso —murmuro furioso.

—Sabemos que no es verdad. —Se ríe mi madre—. Yo ya perdí la esperanza de que te tomes a alguien en serio, pero no dudo de que haya sucedido algo, así que te lo preguntamos: ¿tienes algún problema con la invitación?

—No —le miento.

Me molesta, pero tal vez sea una buena idea que Scarlett vaya, así podré verla y llevarla lejos, al menos por una noche.

—Bien, entonces lo invitaremos.

—¿Invitarlo?

—Sí, bueno, a él y a su mujer.

—Hagan lo que quieran —respondo—. Me tiene sin cuidado. Nos vemos el sábado.

Les cuelgo la llamada a mis padres y por fin el tráfico se despeja. Definitivamente es un alivio que tan solo hayan invitado al matrimonio Butler, aunque me extraña mucho, puesto que mis padres son permisivos y esa familia siempre va junta a todos los eventos. Scarlett ha estado presente en mi vida desde que me crucé con su padre, pero jamás me acerqué, no lo veía como algo posible.

¿Por qué no puedo simplemente regresar a esos tiempos? ¿Por qué el hecho de haberla tenido como la tuve me atrapó de esta manera? Sí, acepto que siempre quise que algo así ocurriera, pero nunca sentir tanta rabia, tanta estupidez y necesidad juntas. La necesito para calmar mis nervios, necesito saber qué hace, con quien habla, qué va a pasar.

Scarlett es el castigo por algo que debí hacer mal, no me cabe la menor duda.

Llego a casa y azoto la puerta de mi auto. Ni siquiera tengo ánimos de meter el auto a la cochera, por mí que se lo lleven, que tengo más.

—Novedades, Danilo —le exijo al llamarlo.

—Señor, justo estaba por llamarlo en este momento —me contesta él—. Usted pidió que no interviniera si ella estaba junto a su padre.

—¿Qué pasó? —pregunto alarmado y dejo de servirme el whisky que estoy por tomarme—. ¿Le pasó algo a…?

—No, a ella no, pero parece que sí a su cuñada, o eso fue lo que las grabaciones decían. Todos se marcharon al hospital.

—Quiero pensar que estás ahí —mascullo.

—No, señor, esa es otra cosa que quería informarle.

—¿Qué? —Él, de alguna manera, supo que estoy aquí, así que no pude seguirlos.

—¡¿Por qué haces mal tu trabajo?! —le grito—. Estás...

—Sí, señor, sé que estoy despedido, lo siento.

Le cuelgo la llamada y mi celular va a estrellarse al ventanal que da al jardín. El cristal no se rompe, pero sí la pantalla. —Señor, ¿está usted bien? —me pregunta Marina, preocupada.

—Lárgate —le exijo y ella se retira enseguida.

Me acerco de inmediato al celular y veo que, a pesar de que la pantalla se partió, sigue funcionando. Tan solo ha sido el cristal protector lo que se ha roto.

—Bueno, menos mal.

La primera llamada que hago es a Scarlett. No hay respuesta, de hecho, estoy bloqueado. Debería llamar a Maurice, pero sospecharía demasiado de mí, así como yo lo hago de Danilo.

¿Por qué demonios se dejó despedir tan fácil?

Al final determino que no me importa y le llamo a ese hombre.

—Andrick —saluda—. Este no es un buen momento.

—Lo sé, discúlpame, quería tratar un asunto de importancia — contesto—. ¿Tienes...? —No, no tengo tiempo, tenemos una emergencia familiar.

—¿Ocurrió algo?

—Mi cuñada corre peligro en su embarazo, así que todos la cuidaremos. No puedo atender asuntos de cualquier índole, lo siento.

—Pero...

—Adiós.

Antes de que pueda reaccionar o hacer algo, me llega un mensaje de un número que no conozco, pero por cómo comienza, sé que es Scarlett.

Andrick, lo pensé mucho antes de todo esto, pero esto se terminó. Realmente te agradezco por los momentos buenos que pasamos, pero como has dado a entender antes, esto no iba a durar demasiado tiempo. No quiero comenzar a desear más y sufrir, entiendo que no soy más que una diversión en tu vida. Voy a estar enfocada en mi cuñada y en cuidar de su embarazo, así que no tendré tiempo de vernos más, y la verdad es que esta es una buena oportunidad, no me es sencillo decirte adiós a la cara. Cuídate, Andrick. Ten la tranquilidad de que no divulgaré lo que pasó entre nosotros.

Scarlett.

Suelto una carcajada llena de rabia y termino estrellando otra vez el celular contra la ventana. Al estar tan cerca, esta vez las dos cosas se rompen y me caen vidrios encima, pero no me importa.

—Entonces vete al infierno, Scarlett, vete al infierno —respondo—. Estoy cansado de ti, voy a volver a mi vida.

Doy la media vuelta, y no doy ni siquiera dos pasos cuando cambio de parecer. Scarlett no puede terminar conmigo, ni en mensaje, ni de ninguna otra manera. Así tenga que hacerle la vida imposible y me termine odiando, no se librará de mí.

—No vamos a terminar, no me vas a dejar —susurro—. Tú eres mía, Scarlett, mía.

22. BUSCAR Scarlett

—¿Vas a estar bien? —me pregunta Annie cuando nos instalamos en el hotel desde el cual saldremos para el aeropuerto. —No mucho —murmuro—. Esto fue muy difícil. ¿Y si me busca?

—Si lo que dicen todos de él es cierto, no lo creo, Scar —dice apenada—. Ese tipo...

—Tienes razón. —Sonrío—. No me buscará y, aunque lo haga, no tiene modo de encontrarme, ¿cierto?

—No, no lo tiene. Nos vamos a ir y ya no lo verás en un largo tiempo, o tal vez ya no.

—Confiaré en ello. No quiero que conozca a mi bebé, no como su hijo al menos. Sé que está mal, pero...

—A veces tenemos que tomar decisiones cuestionables —me interrumpe—. No puedes arriesgar al bebé. Es mejor esto a que él te exija abortar o que intente quitártelo.

—Tienes razón, tienes razón —asiento—. Es preferible cargar con ese peso en mi conciencia que arriesgar a mi bebé.

Miro hacia la mesa de noche, en donde está mi ecografía, aquella que me hice hace unas horas para saber qué tal todo antes de viajar. Ese pequeño ser que late dentro de mí es lo que más me importa en la vida, y voy a ser muy fuerte por él o ella. No me importa negarle el derecho a Andrick de ser padre, se lo merece por idiota, por jugar conmigo.

—¿Quieres que me quede contigo? —me pregunta mi cuñada antes de levantarse de la cama en la que estamos sentadas.

—No, tranquila. Voy a estar bien —respondo—. Michael y tú están haciendo mucho por mí.

—Sabes que siempre estaremos para ti —me responde con tono cariñoso—. Y perdónalo si insiste con el tema de la adopción, es solo que se preocupa, ya quiere al bebé.

—Lo comprendo, pero...

—Ten por seguro que yo respeto cualquier decisión que tomes —me interrumpe—. Sobre todo esta, yo tampoco podría dar en adopción a mi bebé, así sea a un familiar cercano.

—Gracias por entenderme —respondo.

—Descansa, Scar. Mañana nos iremos temprano.

Doy un asentimiento y ella se marcha de la habitación. Cuando estoy a solas, tomo mi ecografía otra vez y paso el dedo por aquel embrión tan bonito, que mide cerca de un centímetro. En cuanto lo vi en la pantalla pude apreciar que estaba muy bien implantado y que se está desarrollando todo con normalidad. El médico no me lo tuvo que decir.

—Eres perfecto, mi amor —susurro—. Mamá será una gran doctora algún día, podrás sentirte orgulloso de mí.

Le doy un beso a la imagen de mi bebé y decido guardarla otra vez en la carpeta, la cual meto en mi equipaje de mano. No quiero que por nada del mundo se me pierda, pues es la primera y tiene que ir en el álbum que mamá me va a preparar y enviar por correo. Yo soy pésima con las manualidades, así que no lo hago por mí misma.

Al meterme a la ducha, me entra bastante ansiedad por todo lo que va a pasar. Voy a tener a mi bebé en un país que no es el mío y será bastante complicado que todos crean la mentira. Sí, Annie tiene los ojos claros y, si mi bebé hereda los ojos de Carson, es probable que nadie sospeche nada, pero él tiene rasgos bastante particulares que no sé si puedan ser fácilmente disimulados. ¿Cómo voy a sostener la mentira durante muchos años?

—Calma, todos los bebés son parecidos, no tiene por qué sospechar. Además, se va a parecer más a mí —susurro—. Sí, va a parecerse más a mí y nadie sospechará.

Para cuando me estoy acostando, no me siento en lo absoluto mejor, sin embargo, la ansiedad tampoco va a más. No puedo dejar de pensar en Andrick y de sentirme culpable por hacer todo esto. Él se lo merece, pero mi conciencia no me deja del todo tranquila, así que espero que esto pueda pasarse conforme pasen los meses y ya no tenga ningún tipo de contacto con él.

Con todos esos pensamientos rondándome la cabeza, me logro quedar dormida, pero no descanso bien. Por la mañana, al levantarme, todavía me siento muy cansada, también tengo ganas de vomitar, aunque me controlo y no lo hago. Michael y Annie vienen a buscarme con un desayuno rápido, el cual me como mientras termino de arreglar todo en la habitación para no olvidarme de nada y dejar lo más ordenado posible. Aquella costumbre viene de mis padres, a quienes les parece una falta de respeto dejarle demasiado trabajo a las personas de limpieza.

—Todo va a estar bien —me dice Michael durante el camino al aeropuerto—. Vas a vivir un embarazo tranquilo y nadie te va a molestar, salvo nuestros padres y hermanita.

—Todavía estoy muy nerviosa, pero confío en que todo saldrá bien — contesto y él me toma de la mano.

—Todo estará bien.

Cuando llegamos al aeropuerto falta una hora y media para nuestro vuelo. Annie, al verme muy nerviosa, me sugiere que vayamos a comprar recuerdos para sus familiares y decido acompañarla. Mi mente logra desconectarse un poco de los problemas y terminamos por elegir algunas cosas muy lindas como llaveros y postales.

Al regresar con Michael, este tiene mala cara, como si estuviese enojado. Aquello me alarma, y en lo primero que pienso es en que algo sucedió con alguno de nuestros padres o familiares.

—No, no, tranquila, no pasó nada, ellos están bien —me asegura—. Se trata de ese idiota de Carson.

—¿Qué pasó? —inquiero preocupada. —Papá me dijo que tratemos de ya no salir de esta sala. Carson llegó a la casa y él le mencionó que nos íbamos de viaje.

—¿Por qué demonios hizo eso? —pregunta Annie antes de que yo lo haga.

—Le dijo que nos vamos a Londres. Dudo que se tome la molestia de buscarnos allá.

—Dios mío —susurro—. ¿Esto va a funcionar?

—Sí, no va a sospechar de Canadá, no sabe nada sobre Annie.

Me dejo caer en la silla. Me siento mareada y sé que no es el embarazo, son los nervios ante la posibilidad de que Andrick venga al aeropuerto y me encuentre. Ni siquiera en el fondo quiero que eso pase, pues solo me espera sufrimiento y puedo perder a mi bebé.

—Scar, tranquilízate. —Michael se sienta a mi lado y coloca la mano sobre mi vientre—. Piensa en mi sobrino, no te alteres así. Papá sabe lo que hace, ¿okey?

—Okey —asiento—. Él sabe lo que hace, tienes razón.

—Ya están a punto de anunciar el vuelo —dice Annie—. Tranquila.

—¿Y si se retrasa? —El corazón se me acelera más al decir esto—. No quiero ni pensar en lo que...

—Scarlett, hablas como si ese hombre te amara —dice mi hermano, quien suelta un resoplido—. ¿Por qué te vendría a buscar?

—Porque es un controlador, un tóxico en toda la extensión de la palabra.

—No vendrá, te aseguro que no lo hará —insiste mi hermano y yo recuesto mi cabeza en su hombro.

—De acuerdo —susurro—. Él no va a venir a buscarme.

***

Andrick

Por más que busqué en todos los hospitales privados de la ciudad, no di con ninguna paciente con el nombre de la prometida de Michael;

mejor dicho, pocos hospitales accedieron a darme información. Parte de mí lo entendió, pero lo cierto es que quiero matarlos a todos ellos.

Después de toda la noche sin dormir, decido que buscar a Scarlett va a requerir al menos varios días de permiso laboral, permiso que siempre estoy en contra de tomar. No tengo la menor idea de cuándo fue la última vez que solicité algo así, pero creo que nunca. Esa maldita chiquilla será la culpable de que lo haga por primera vez.

Por más que odie admitirlo, me enamoré y obsesioné como un estúpido, y mi cuerpo está resintiendo su ausencia. Si ella quería que estuviera pendiente de cada uno de sus movimientos, lo consiguió, ya no puedo renunciar, me vuelve loco.

Por eso decido tomar medidas drásticas e ir a la casa de Maurice a buscarla, a preguntar indirectamente lo que pasó. Tal vez su cuñada ya salió del hospital, así que puede que encuentre a Scarlett allí, bajando las escaleras como la he visto hacerlo desde hace años.

No tengo motivos para venir, al menos no por cualquiera que Maurice conozca. Tengo algunas propuestas de inversión que quiero que vea, aunque no iba a decírselo hasta dentro de un mes, cuando me haya asegurado de que esto es rentable. Sin embargo, no me queda otra salida, ya no me importa tanto ser tan obvio. —Carson —me saluda la señora Butler, frunciendo el ceño—. ¿Qué lo trae por aquí?

—Vine a hablar con Maurice —respondo con cortesía—. Tengo asuntos que tratar con él.

—Pero ¿Maurice lo citó? No estamos pasando por un buen momento, como usted sabrá, mi nuera está pasando por un embarazo complicado y...

—¿Es Carson? Hazlo pasar —dice Maurice en voz alta.

Si no fuera por Scarlett, me habría largado. Si algo odio en la vida es ir a lugares donde no soy bien recibido o hacer visitas inoportunas. Ella es mi maldición, la que me obliga a actuar de formas en que no quiero actuar. Simplemente debería dejar estar todo esto, pero entonces mi mente me tortura con imágenes de ella bajo mi cuerpo, diciendo sus tonterías, sus mensajes llenos de esmero y todas esas cosas con las que estoy obsesionado.

Maldita la hora en que la hice mía. Habría sido todo tan sencillo si no lo hubiera hecho, tal vez no me enloquecería ante la idea de que ella pueda buscar conocer a alguien más durante sus residencias para olvidarme.

O, tristemente, no me habría enterado. De haberlo hecho es probable que lo impidiera, aunque nunca hubiese sido su primer hombre.

—Lamento mucho la situación y tener que venir, pero tengo...

—Pasa, Carson, pasemos a la sala —me dice Maurice con seriedad.

—Bien, yo me retiro. —Suspira María antes de irse.

El padre de Scarlett no me dice nada de camino al despacho, pero sí cuando entramos en este. Me extraña que me traiga aquí, preferiría

estar en la sala, donde pueda enterarme de los movimientos de Scarlett.

—¿Te sirvo algo de beber? —me pregunta.

—No, gracias, yo solo venía a...

—Quiero suspender un tiempo las nuevas inversiones —me interrumpe al sentarse en su silla.

—Entiendo el difícil momento que están pasando, pero deberías considerarlo —le digo—. Ahora mismo hay...

—Mi nieto podría morir, ¿crees que tengo cabeza para pensar en negocios, Carson? —me pregunta con tono cansino, aunque por algún motivo no percibo la tristeza que debería aquejarle—. Lo siento, pero no soy como tú.

—Maurice, lo entiendo y lo siento —respondo—. Sé que no debería ahora estar aquí, pero pensé que era buena idea informarte. Ese es mi deber como tu asesor y tu socio.

—Lo sé y te lo agradezco —asiente—. Pero de verdad no tengo cabeza. —¿Por qué no vamos a la sala? Pareces agobiado —le sugiero.

Maurice esboza una sonrisa triste, lo cual me encoge el estómago.

—Me temo que estoy evitando un poco la sala. Estoy acostumbrado a ver a mi Scarlett bajar y que no lo haga es...

—¿Por qué? ¿Le sucedió algo? —pregunto sin disimular el interés por saber aquello.

—Los médicos de Annie le recomendaron un embarazo sin sobresaltos y que esté siendo monitoreada todos los días, así que Michael y ella decidieron irse a un sitio tranquilo. Se irán a Londres.

—Vaya, eso me parece bien, pero ¿por qué...? —Scarlett decidió suspender su residencia e ir con ellos —me cuenta.

Aquella información hace que mi mundo se detenga y sienta una sensación de vértigo terrible. Maurice sigue mirándome de forma normal, como si no se enterara de que me pasa algo.

—¿Por qué va ella? ¿De qué les serviría? —pregunto, tratando de mantener la compostura. —Es médico —me recuerda Maurice.

—Sí, lo sé, pero...

—Ella estará acompañándola, monitoreándola y en comunicación constante con el obstetra.

—Eso no está bien, si quieres mi opinión —contesto mientras me pongo de pie, pues ya no soporto seguir sentado—. Atrasarse en sus residencias...

—Es la decisión de mi hija y la respeto —me interrumpe—. Ella se irá a acompañar a su hermano y cuñada. Además, le hace bien. Necesita alejarse de todos y de ti. Sé que lo que pudieron haber tenido fue algo fugaz, pero siempre le has gustado a mi hija.

—Mira, Maurice, eso... —No te preocupes, no hablaremos más del tema —me vuelve a cortar—.Todo me quedó claro, no tengo problemas.

—Si es por ese asunto, me parece demasiado precipitado, no puedes hacer que tu hija...

—Ella lo decidió.

—Entiendo —murmuro—. Bien, Maurice, volveré luego. —De acuerdo, hasta luego.

Apenas logro coordinar mis movimientos para lograr recoger mi portafolio y salir a toda prisa de aquella casa. El único asunto en mi cabeza pasa a ser Scarlett e impedir que se largue o, si ya se fue, encontrarla. Ella no puede ser de nadie más, no se puede ir a Londres, no me puede dejar.

—No te vas a ir, Scarlett, te voy a buscar y te voy a encontrar —juro—. Te arrastraré de vuelta a mí.

Me cuesta mucho encender el maldito auto, pero logro hacerlo y tomo la decisión de ir a buscarla al aeropuerto. No me importa lo que diga su hermano, su cuñada ni nadie, tiene que volver a mí. No voy a pasar meses de abstinencia sexual por su culpa; necesito a la única mujer que me puede hacer venir, porque hasta con mi propia mano pierdo la erección si no pienso en ella y solo me centro en eyacular o trato de pensar en otras mujeres cuando la rabia me domina. Nada sirve, solo ella. Scarlett tiene que hacerse cargo de la enfermedad que me ocasionó, de la dependencia que creó en mí.

Mi Scarlatta tiene que aparecer porque la quiero en mi vida para siempre.

23. ALAN Scarlett

Nunca conocí una persona más dulce y comprensiva que Annie hasta que llegamos a Canadá y conocemos a su familia. Audrey, su madre, es una mujer encantadora, sonriente y que me trata como a una hija más desde el primer segundo en que me ve. Cole, su padre, es un hombre un poco más serio y reservado, pero muy amable y de conversación interesante.

Si bien mi hermano y yo tenemos los recursos para alquilar una casa durante todo el tiempo que estemos aquí, los señores Gauthier nos

insisten en que nos quedemos, y nosotros no podemos negarnos, ya que nos encanta la casa. Esta no es lujosa, de hecho, es sencilla en comparación con la nuestra, pero es tan acogedora que ni siquiera se siente la diferencia.

—Aquí vas a estar muy bien, cariño —me asegura Audrey cuando me acompaña al que será mi cuarto.

—La vista al jardín es hermosa —digo contenta al asomarme por la ventana.

—Me alegra que te guste. Cuando estuve embarazada de mis hijos, tener esta vista me hacía muy bien.

—Hablando de hijos, ¿su hijo no vive aquí? —le pregunto—. ¿Cuál es su...?

—Ah, sí, Alan. —Sonríe—. Se independizó hace un par de años, pero vive cerca. Es un gran muchacho.

—Sí, Annie lo quiere mucho —respondo—. ¿Él vendrá a...?

—Sí, vendrá a almorzar. Hoy tuvo un trabajo lejos y que no le permitió venir a recogerlos al aeropuerto, pero viene en camino. —Genial.

—Te dejaré para que te acomodes, mi niña. —Audrey me acaricia la mejilla y la aprieta un poco como si fuera una pequeña—. Si necesitas algo más, me lo haces saber.

—Muchas gracias.

Ella me deja a solas y yo sigo mirando por la ventana, al tiempo en que me acaricio el vientre. —Aquí viviremos muy bien, mi amor —le digo a mi bebé—. Vamos a tener la tranquilidad que necesitamos para que nazcas con mucha salud.

—¿Todo está bien, hermana? —me pregunta Michael, quien se asoma por la puerta. —Sí, pasa —le respondo.

—Ahora te das cuenta de por qué adoro a mis suegros. —Se ríe.

—Son demasiado buenos, tuviste mucha suerte. Cuida de Annie, no hagas...

—No tengo ojos para otra mujer que no sea Annie. —Suspira—. Bueno, también para mis chicas, tú sabes cuáles, pero ella está de acuerdo.

—Gracias por todo, Michi —le digo mientras lo abrazo.

—Hace años que no me dices así —dice sorprendido.

—Bueno, hoy me dieron ganas.

—Me gusta —dice contento antes de soltarme—. Bueno, ahora te dejo para que descanses un poco. Mi cuñado vendrá más tarde, puedes bajar a conocerlo o... no.

—Espero que no estés pensando en cosas raras. —Entorno los ojos— . No estoy ahora mismo buscando nada con nadie.

—No, tranquila, pero soy tu hermano y no puedo evitar preocuparme, sobre todo después de lo que pasó con Carson. Ese malnacido...

—No quiero hablar de él, por favor —le pido—. Si vine aquí fue precisamente para olvidarme de que existe. Sí, espero un hijo suyo, pero terminará siendo solo mío.

—Está bien —asiente—. Perdóname, Scar.

Michael me da un beso en la frente y se retira de la habitación. Yo dejo de mirar hacia la ventana y pongo mi maleta sobre la cama para acomodar las cosas.

Mi viejo celular descansa por encima de todas las prendas. No pude evitar traerlo y probar mi fuerza de voluntad. Este es el único número en donde Andrick podría localizarme de inmediato, en donde yo podría localizarlo de inmediato.

Cuando termino de acomodar mis cosas, me recuesto un poco en la cama. Sigo un tanto mareada por todo el ajetreo del viaje, el dormir mal y la poca comida que he ingerido a causa de que las náuseas, que ya quieren ser mi compañero en este embarazo. Es molesto, pero no me importa mucho, pues soy capaz de soportarlo todo para que mi bebé nazca con salud. Es todavía muy pronto, pero sé que es la personita que más puedo amar en el mundo y que no hay nadie que se le pueda igualar.

Un rato más tarde, escucho ruidos afuera, así que me pongo las pantuflas que Audrey me dio y salgo.

—Llegó mi hermano —me dice Annie, que también está saliendo del cuarto que comparte con Michael. —Oh, espero que no se moleste mucho —respondo nerviosa.

—Para nada, mi hermanito es una persona maravillosa.

Me limito solo a sonreírle y a seguirla. Me pone muy nerviosa pensar en incomodar al hermano de Annie y que no quiera que estemos aquí, pues me ha pasado; el de Bertha es insoportable, grosero y sucio, odia que nosotras vayamos a su casa, y esa es la razón por la cual mi amiga se mudó a un departamento.

Al bajar, los padres de Annie y mi hermano están alrededor de un hombre con camisa ligera y cabello un poco desordenado y oscuro. Es bastante atractivo y tiene una linda sonrisa, una que le dedica a su hermana cuando la ve bajar las escaleras.

—¡Annie! —exclama contento.

—¡Ah, hermanito! —grita ella y se lanza a sus brazos.

La escena que se desarrolla ante mí me causa mucha ternura y descubro que estoy sonriendo como tonta. Ahora comprendo del todo por qué Annie acepta tan bien que Heidi y yo seamos unas garrapatas con Michael. —¿Ella es Scarlett? —pregunta Alan.

—Soy yo —respondo sin perder la sonrisa.

Él suelta a su hermana y camina hacia mí para extenderme la mano. Por un segundo, Andrick se me viene a la mente y encuentro satisfactorio el imaginar que se enfurecería. Puede ser que no me ame, pero sí que es muy celoso y posesivo.

—Mucho gusto —me dice él, mirándome a los ojos, que son de un bonito color verde oscuro.

—Mucho gusto —respondo contenta y aliviada de que no le moleste mi presencia.

Él me suelta rápidamente y se dirige a sus padres para ofrecerles ayuda. Por lo que veo, también tiene una muy buena relación con ellos, y eso me hace pensar que hice muy mal en prejuzgarlo o pensar cosas que están muy alejadas de la realidad.

—¿Por qué no vas al jardín, Scar? —me pregunta Michael—. Te hará bien un poco de aire fresco.

—Sí, claro —asiento—. Ya voy a eso.

—Vamos, Scar, te acompaño —me dice Annie—. Te va a encantar el lugar más bonito de la casa.

—El más espantoso era la habitación de Annie cuando vivía aquí — bromea Alan con tono socarrón y yo me echo a reír.

Dejo de hacerlo cuando me percato de que me está mirando fijamente. Mis mejillas se enrojecen y busco con la mirada a Annie, quien está sonriendo de manera extraña cuando salimos.

—De acuerdo, ¿qué fue eso? —pregunta.

—¿Qué cosa? —pregunto, haciéndome la desentendida. —Te sonrojaste con mi hermano.

—Bueno, es un chico, y a mí me gustan los chicos —resoplo.

—O él te gustó.

«Ojalá pudiera decirte que sí, que es amor a primera vista y me olvidé de Andrick», pienso con pesar.

—Es guapo, sí, pero no te alteres. No vine aquí a tratar de conseguir novio o fijarme en otro.

—Pues a mí me parece que harían una linda pareja —responde—. Él está soltero y es una excelente persona.

—Pero yo estoy embarazada, no soy del todo libre, Annie. Aunque llegara a sentir algo, no podría hacerle esto.

Mi cuñada se queda en silencio y me mira avergonzada.

—Tranquila, no estoy enojada ni nada por el estilo —le aseguro—. Tu hermano me agradó mucho.

—Me alegro por eso. —Annie vuelve a sonreír—. Es un chico amoroso, divertido y atento.

—Me da gusto que nos podamos llevar bien. Me preocupaba ser muy invasiva.

—Él ni siquiera vive aquí, ¿cómo podrías ser invasiva? —Se ríe—. Mejor disfruta tu estadía, tienes razón. No tienes cabeza para preocuparte por esos temas.

—Gracias por entenderme, Annie.

—Siempre, Scar.

Las dos dejamos de hablar de aquel tema y ella me habla sobre las cosas que podemos hacer mientras todavía no se me note el embarazo y haya buen clima. La ciudad puede ponerse bastante fría en invierno, así que hice bien en traerme mis mejores prendas cubiertas para cuando llegue esa época.

Realmente ya no hay temas que me preocupen; tengo residencia temporal y mi padre arregló todo para que pueda dar a luz aquí sin ningún problema. Si bien es cierto que pagaremos sumas altas por llevar mi embarazo, eso es lo último que me interesa. No es un capricho, es una necesidad el hacer todo esto, y yo voy a gastar lo que sea necesario para que mi bebé esté a salvo y llegue al mundo con salud. Estar en un país ajeno al mío no me detendrá.

Tras estar un rato en el lindo jardín, las dos volvemos a la casa. En la cocina está Alan ayudando a sus padres, y cuando me ve sonríe otra vez, lo que me genera más confianza.

—Mira, hice estas verduras, pruébalas. —Pica un brócoli con un tenedor y se acerca.

Yo no pienso nada sobre aquello, simplemente lo tomo y lo elogio por lo bien que sabe.

—¿Qué hiciste? —pregunto mientras mastico—. Están deliciosas.

—Solo un poco de mantequilla y ajo. —Se encoge de hombros.

—Ah, tratando de conquistar a mi hermana con la comida —bromea Michael.

—Tal vez —responde Alan, relajado, lo que me hace saber que no habla en serio.

Todos se ríen y yo también. Tengo que tomármelo como lo que es: una broma. —Pues ya conquistó a mi estómago —contesto—. Quiero un cuenco entero de estas verduras.

—Bueno, familia, la embarazada manda aquí —dice Annie.

—Por supuesto que sí —dice Cole con una sonrisa—. Scarlett es la consentida de la casa ahora.

Aprieto los labios y miro con ojos llorosos a esta familia. Por supuesto que nada puede compararse a mis padres y hermanos, pero lo que esta familia me está haciendo sentir es hermoso.

¿Por qué seguir sufriendo por alguien que no me quiere cuando tengo muchísimas personas que sí lo hacen? El problema es de él, no mío. Yo no tengo nada malo, si lo tuviera, mi vida no estaría rodeada de amor, de personas que me tratan bien y me acompañan, aunque me equivoque.

—Muchas gracias —les digo a todos—. Gracias a todos por hacerme sentir en casa.

***

Andrick

—¿Por qué no vendrás? —me pregunta mi madre cuando la llamo para excusarme de que no iré a la fiesta.

—Me surgió un compromiso —respondo—. No puedo ir, lo lamento.

—¿Es en serio? —pregunta incrédula—. Pero hijo...

—Les enviaré su regalo —la interrumpo—. Adiós.

Sin esperar más contestación, le cuelgo el teléfono. No es que me agraden demasiado los eventos que mis padres hacen, pero me odio a mí mismo por no ser capaz de ir y enfrentarme a la gente solo porque me siento frustrado y decaído.

Todo es por culpa de esa mujer.

Me llevo las manos al rostro y me tallo para tratar de despejarme. No lo logro. La falta de sueño me está afectando y estoy a punto de tener alucinaciones. Menos mal que no estoy yendo al trabajo, ya que me costaría demasiado explicar a los clientes el porqué no recuerdo sus nombres o por qué no me interesan sus casos.

A la que pronto tendré aquí revoloteando es a mi madre y a Emma. Luego de ellas, vendrá mi padre y eso es lo último que necesito. No estoy listo para que sepan lo que me pasa con Scarlett, no cuando ni siquiera lo sé tampoco. ¿Acaso el amor y la obsesión duelen de esta forma? Esto es algo más que un orgullo herido, ella me hizo algo más. —Señor Carson, vienen a buscarlo —me informa Marina cuando la hago pasar—. Es el señor...

—Hágalo pasar de inmediato —la interrumpo. Intento que no se me note la ansiedad, pero puedo ver en la expresión de aquella mujer que sí lo percibe—. Vete.

Ella asiente y sale por fin de mi despacho. Yo me presiono las sienes para que deje de dolerme la cabeza, pero no lo consigo. Estoy demasiado agotado por el insomnio.

Si tan solo hubiera llegado a tiempo al aeropuerto, todo habría sido diferente. Cuando llegué, ella ya se había ido, o eso es lo que creo, puesto que no la encontré por ningún lado. Tampoco parece estar en casa de sus amigas o familiares, y en Londres este detective no ha podido localizarla.

La búsqueda entonces la he tenido que centrar en la familia de la prometida de Michael. Estoy seguro de que aquella es una pista importante si Scarlett se fue con ellos.

—¿Qué noticias me tiene? —le pregunto a Meyer—. Creo que le he dado suficiente tiempo.

—Tal y como me ordenó, paré la búsqueda en Londres, señor Carson, y me concentré en averiguar sobre la familia de la señorita Gauthier, la prometida de Michel Butler.

—¿Qué es lo que me tiene?

—La familia reside en Monreal, Canadá —responde—. Pude averiguar la dirección de aquella casa.

Escuchar eso no me hace sonreír. Todavía necesito saber lo que más me interesa, lo que no me deja dormir.

—Bien, la quiero, ¿y averiguó algo más sobre la familia? ¿Hombres que...?

—Sí, señor —asiente el hombre y aprieto los puños—. La señorita Gauthier tiene un padre y...

—¿Qué más?

—Tiene un hermano de veintinueve años.

—Investiga todo sobre él, ¿es soltero? ¿Vive ahí? —le pregunto alterado y sintiendo que me hierve la sangre.

—Bueno, señor, usted solo me pidió...

—Solo dame la dirección, no me interesa lo demás —lo corto—. Voy a buscarla, ¿está completamente seguro de que la dirección es la correcta?

—Sin duda, señor Carson. Es la dirección completa.

—Bien, váyase, recibirá la transferencia pronto.

—De acuerdo.

El hombre me deja la tarjeta en el escritorio, pero no la veo hasta que él se va. Las manos me tiemblan y también me cuesta respirar debido a todo lo que me estoy imaginando. Scarlett está en una maldita casa llena de hombres que no son su familia, con un sujeto que podría interesarse en ella y hacerle lo peor. —No, a ti nadie va a tocarte, Scarlatta —digo furioso—. Voy a ir a buscarte y no vas a librarte de mí. Vas a volver conmigo, así sea a rastras.

Hago algunas cuantas llamadas para dejar todo listo. No me importa cuánto tiempo me tome, iré a buscarla. No sé qué va a pasar cuando la tenga de regreso, solo sé que no podré soltarla, que no dejaré que vuelva a ver a nadie que no sea yo, ni siquiera a sus malditos padres. Estoy harto de vivir atormentado por los celos; quiero mantenerla dedicada a mí. Es mía, Scarlett es solo mía y ese infeliz no me la va a quitar, así lo tenga que matar.

Sí, tengo que matar a ese hijo de puta.

24. ANDRICK Scarlett

Solo ha pasado poco más de una semana desde que llegué a la casa de esta maravillosa familia, aunque ya me siento como parte de esta. Todos me integran a las actividades que se hacen, tanto en las que son deberes del hogar como en las recreativas. Por supuesto que nadie me pide hacer esfuerzos de más, pero agradezco con el alma que me pidan ayuda para cosas como ordenar la cocina o aspirar la sala, pues saben que son actividades que me entretienen y que no me toman mucho tiempo. Además, no las realizo sola, cualquiera de la familia me ayuda, sobre todo Audrey, que es una mujer muy activa, que siempre tiene la casa impecable.

Admito que, a pesar de tener la mente ocupada, sigo pensando en Andrick, sobre todo cuando me quedo a solas. Pese a que es demasiado malo para mí, extraño su presencia, que me toque, que me bese y esa mirada intensa. Parte de mí desearía que él lo pensara mejor y me buscara para formar una familia con nuestro bebé; sin embargo, tan pronto como vienen esas ideas a mi mente, las elimino y hago un recuento de todas las cosas malas. Soy una romántica empedernida, sigo y creo que siempre estaré enamorada de él, pero no me permito cegarme y pensar que va a cambiar, ya que la realidad es que eso jamás pasará. Andrick nunca querría formar una familia conmigo, no me considera a la altura y tampoco es que quiera un compromiso con nadie.

—¿Podrías pasarme el pan? —me pregunta Alan cuando estamos en la cocina.

—Sí, claro —respondo mientras camino hacia la alacena.

Me encanta esta cocina, aunque sea pequeña, me recuerda a la cabaña en donde pasamos las mejores vacaciones.

—Gracias —me responde.

—¿Solo vas a comer un sándwich? —inquiero al ver lo que se está preparando—. Bueno, verdura con pan, mejor dicho.

—No, no solo eso, también quiero panes con mermelada natural — dice de buen humor.

—Nunca había conocido a alguien tan fanático de la comida saludable.

—La mermelada no es tan sana.

—Ni siquiera tiene azúcar —resoplo.

—La tiene, pero no en las cantidades gigantescas que te gustan.

—Deberías endulzar más tu vida.

—¿Cómo sugieres que lo haga? —me pregunta, mirándome fijamente a los ojos.

—Mmm... Con esto —le respondo, dándole en la boca uno de los caramelos que Michael me trajo hace un rato.

Alan arruga la nariz, pero termina por masticar el dulce. Yo me echo a reír, divertida por su expresión.

—No me gusta.

—A ti no te gusta nada de lo que me gusta. Comienzo a odiarte un poco —bromeo y él sonríe.

—Genial, lo estoy logrando. También me caes mal.

—Oye, no es... —No, en realidad me agradas —me interrumpe y yo me pongo nerviosa porque otra vez me mira muy serio—. Eres honesta y no temes decir que algo no te gusta. Ese tipo de personas son las que quiero en mi vida.

—Créeme, no soy así con todo el mundo. Ojalá pudiera ser así siempre —digo con tristeza, pensando en Andrick otra vez.

—Ese idiota no te merecía —dice mientras regresa la vista hacia lo que se está preparando.

—Pero no lo conoces.

—No habrías tenido necesidad de huir de él si valiera la pena. —Se encoge de hombros.

—Sí, tienes razón —digo con tristeza—. Él... no me quería tal y como soy, tan solo amaba el poder controlarme y que estuviera a su disposición.

—Lo siento —contesta—. No puedo decirte más, dudo que pueda decir algo que te haga sentir mejor.

—Tranquilo. —Pero sí hacer. Conseguí entradas para el cine —me dice mientras se gira hacia mí, pues yo ahora estoy recargada en la puerta de la cocina—. ¿No quieres ir?

—Mmm... Bueno, pero ¿solo los dos?

—¿Ves a alguien más en esta casa?

—Eh...

Alan suelta una carcajada y se vuelve a girar.

—Claro que con los demás, Scarlett, mamá y papá nunca me perdonarían que no los invite.

—¿Ni siquiera cuando tienes novia?

—Bueno, a mis novias no las invito al cine.

—¡Alan!

—Las invito a cenar, ¿en qué pensabas?

—Mira, sigo sosteniendo lo que dije sobre que comienzo a odiarte —le respondo, pero los dos nos reímos, pues sabemos que hacemos de todo menos odiarnos—. Iré a alistarme entonces, y prepárate para quedarte sin palomitas.

—No las como. No me gustan.

—¿Sabes qué? Creo que sí me agradas —le digo antes de dirigirme a las escaleras.

En el momento en que comienzo a subir, se abre la puerta y veo a los señores Gauthier llegar junto con Michael y Annie. Al vernos, me sonríen. Todos llevan bolsas de compras, puesto que fueron al supermercado para la compra semanal. He querido ayudarles económicamente por ello, pero los dos se niegan. Lo único que aceptaron fueron las invitaciones a cenar de hace dos días.

—¿Alguna novedad? —pregunta Michael, que dirige la mirada hacia la cocina.

—Alan consiguió entradas para ir al cine —respondo—. Iba a arreglarme, pero los ayu...

—No, no, cariño, ve —me dice Audrey—. Nosotros acomodamos todo esto.

—¿Estás segura? Puedo...

—No, ve, hija, tranquila.

—De acuerdo.

Alcanzo a ver que Alan sale de la cocina, pero me apresuro a subir. La idea de ir al cine es algo que no me entusiasma del todo, pero sí la idea de salir todos juntos en familia. Extraño muchísimo a mamá, papá y a Heidi, así que estas lindas personas son lo más cercano que tengo a estar con ellos.

Al llegar a mi habitación, preparo mis cosas para ducharme y mi lista de reproducción para escuchar música, ritual que me encanta y que he hecho más desde que estoy aquí. Gracias al cielo, nadie se molesta por ello, incluso Annie me cedió su bocina para la ducha, pues ella ya tiene otras divertidas maneras de entretenerse cuando se asea.

Hago una mueca de asco y sacudo la cabeza para alejar esas imágenes horribles de mi mente. Prefiero pensar que Michael y Annie serán padres por besarse o por simplemente desearlo.

Salgo de mi cuarto y voy al baño, en donde, por fortuna, nadie se ha metido. Compartir el baño puede ser algo molesto a veces, pero en este caso todos son respetuosos con sus tiempos. Además, tienen un baño de emergencia en el jardín.

Me encanta esta familia.

Una vez que estoy desvestida, pego la bocina en la pared y me meto por fin en la ducha. El agua tibia tarda un poco en salir, pero como estoy entretenida con mi canción, no me preocupa. Poco a poco llego a la temperatura deseada y me meto de lleno bajo el chorro de agua, que tiene una presión maravillosa, casi comparable con la de Andrick.

—Ay, por Dios, olvídalo ya, Scarlett —refunfuño y tomo el bote de champú, no para ponérmelo, sino para cantar.

Por un segundo me parece escuchar unos gritos, pero le doy poca importancia. Seguro debe ser alguno de los pequeños que viven cerca y a los cuales les gusta mucho hacer travesuras. Los señores Gauthier jamás reaccionan de mala manera, así que son los que menos reciben «ataques» de esos torbellinos.

—Ay, no puede ser, maldito anuncio —me quejo cuando escucho el comercial antes de que se reproduzca mi canción.

Detesto descargar música, por eso utilizo YouTube, pero esa mierda me desespera cuando a mi tarjeta le da por no hacer el pago a tiempo para estar libre de anuncios.

—Qué te den, maldita tarjeta de crédito.

Me pongo el champú por fin, pero al darme cuenta de que el anuncio no es más que una canción de posiblemente treinta horas de una canción india, me desespero y trato de quitármelo para salir y omitirlo. Me niego a seguirme duchando sin mi música de mi coreano favorito.

Pero por estar a toda prisa, el champú me entra en los ojos y grito.

—¡Ah, por favor! —grito exasperada mientras me echo agua en el rostro.

De pronto escucho un ruido violento de la puerta, pero como todavía tengo cerrados los ojos, no puedo ver.

—Esto no es gracioso, Michael —digo muy asustada al sentir el aire que me indica que recorrieron la cortina.

Pero lo que mis ojos ven al abrirlos no es a mi hermano o nadie más de la casa.

Si hubiese tenido algo en las manos, seguramente se me habría caído por el espanto. No es una aparición, es real, y esa chaqueta que lo hace lucir aterrador y delicioso al mismo tiempo.

—¡¿Qué haces aquí?! —le grito a Andrick, quien me observa furioso y que me toma por un brazo. —Creo que no hace falta decirte lo que vengo a hacer aquí —me contesta con ironía.

—Vete, vete.

—¡Abre la puerta, infeliz! —grita mi hermano.

—Dile que no insista —me exige Andrick.

—No, no, Andrick. No sé cómo diste conmigo o por qué me vienes a buscar, pero vete de aquí, yo no quiero...

Andrick toma mi rostro entre sus manos y me besa de forma desesperada. Con este beso confirmo lo mismo que he venido pensando siempre: jamás lo voy a poder olvidar.

—Eres mía, Scarlatta —dice sin frenar el beso—. No me vas a dejar.

—Suéltame —gimoteo, pero él niega con la cabeza y me sigue besando, también apretándome contra su cuerpo, que ahora está mojado.

Soy médico y sé que posiblemente es la ansiedad y el miedo lo que me generan todos estos síntomas, pero mi lado ingenuo y humano siente que se va a morir. Amo demasiado a este abogado desquiciado, tóxico y enfermo.

—Nunca fuimos nada, así que no te dejé —le recuerdo cuando bajo la cabeza para frenar el beso.

—No es cierto y lo sabes bien, Scarlett —susurra mientras intenta volver a besarme.

—Solo por respeto a Scarlett no voy a derribar la puerta, pero si no sales, voy a llamar a la policía —amenaza Alan desde afuera.

—Tranquilo, no hagas nada —pido.

—Ni se te ocurra tener algo con él. —Andrick me toma fuerte del mentón y me obliga a mirarlo. Su mirada está más enloquecida que nunca—. Sé que no lo hiciste, no puedes, así como yo no puedo...

—Tal vez sí, ¿por qué no? Soy libre, Andrick, libre.

—No, no lo eres. No eres libre, no vuelvas a decir eso.

Andrick me vuelve a besar y me alza en sus brazos. No sé qué intenciones tiene en venir aquí y buscarme, pero él es demasiado malvado y egoísta. No puedo quererlo en mi vida, no, no lo puedo permitir.

—Vete —exijo—. Vete, Andrick.

Él me baja con lentitud y me mira de esa forma horrible. Va a volver a ponerme a elegir.

—¿Estás eligiendo a estas personas?

—Sí, eso es lo que estoy haciendo —le contesto—. Tú solo quieres sexo, pero para eso tienes a otras.

—Solo quiero sexo contigo.

—Pero al final de cuentas, solo quieres sexo —digo con voz temblorosa—. No me consideras digna de ti.

—Hablemos, Scarlett.

—No, Andrick, no quiero escucharte. —Lo empujo por el pecho para que se aparte—. No quiero saber más de ti. ¿Qué parte es la que no comprendes? ¿Piensas que voy a dejar sola a Annie en estos momentos para volver a esa relación retorcida que quieres?

—Me iré y no volverás a...

—Vete —lo interrumpo—. No me importa, lo único que quiero es que me dejes vivir tranquila, poder olvidarme de que esto pasó.

—No vas a poder. —Sonríe, aunque lo conozco y sé que arde de rabia—. Y vas a arrepentirte.

—Pues sabré vivir con ello —respondo de forma digna.

Por dentro me muero, pero también me siento orgullosa por no ceder a mis deseos, esos que me arrastran de regreso a él.

—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? —me pregunta como ultimátum—. Porque, después de esto, no volveré a buscarte.

—Sigue con tu vida, Carson —respondo sin perder mi aparente calma—. Yo tampoco te buscaré, me olvidaré de ti, estaré lejos como querías en un principio.

—Entonces es definitivo —insiste una vez más y yo asiento.

—Sí, Andrick —contesto con una firmeza que no entiendo de dónde sale—. Es definitivo.

25. FUERTE Scarlett

Cuando Andrick se va, es inevitable que me ponga a llorar como una niña pequeña. Me dolió muchísimo dejarlo ir, no se me va a olvidar nunca la expresión de impotencia de él y que me deja con la duda de si siente de verdad algo por mí. Es obvio que no es así, que si me vino a buscar es tan solo por su ego herido y porque tal vez sea un narcisista; no obstante, es bastante doloroso.

—Todo pasará, verás que sí —me dice Annie cuando se sienta al lado de mí en la cama—. Es un idiota, pero ya no va a molestarte más. —¿Y si de verdad vino a arreglar...? —niego con la cabeza—. No, lo siento, no sé ni lo que estoy diciendo.

—Es normal, nena —contesta—. Es que cualquiera pensaría tal cosa, porque se tomó la molestia de localizarte y venir. Pero también recuerda que puede ser que tan solo esté obsesionado, que sea su orgullo.

—Eso es lo que es. Si me amara o sintiera algo por mí, me lo habría dicho, pero solo quiere sexo.

—Sí. —Suelta un suspiro—. Ánimo, Scar, te comportaste como una diosa.

—No me siento así, me siento como una estúpida, aun cuando actúe como debía hacerlo. —sollozo y me llevo las manos al rostro—. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo consigue que me sienta así?

—Porque todavía lo quieres —contesta—. Te prometo que ya no dejaremos que vuelva a ocurrir algo así. Esta vez nos tomó con la guardia baja.

—No te preocupes. Ninguno de ustedes tiene la culpa.

—Soy yo el que tiene la culpa —dice Michael al entrar con un jugo de manzana que le pedí—. Le abrí la puerta y no pude reaccionar a tiempo ante sus gritos. Además, ese infeliz es rápido como un auto de carreras.

—Sí, sé que antes hacía atletismo —murmuro—. Es bastante rápido.

—Ah, es por eso que saltó con facilidad el barandal —susurra Annie.

—¿Qué? —pregunto impresionada.

—Sí, corrió como un loco y logró subir. Ni Alan lo pudo alcanzar a tiempo, aunque lo intentó.

—Estoy muy avergonzada. No me imaginé que algo así pudiera pasar. Yo no he tenido contacto con él desde que terminamos la relación.

—El muy infeliz se dio cuenta de lo mucho que vales —dice Michael—. Pero ya te perdió. —Sí, lo hizo. No voy a dejar que me arruine más, solo aceptaré con gusto a mi hijo, pero por lo demás, lo sacaré de mi vida para siempre.

—Entonces eso significa que podremos irnos al cine.

Pese a no tener ya ganas de ir, di un asentimiento.

—Por supuesto que sí —respondo sin titubear—. No me va a arruinar el día este sujeto, nunca más. —Así se habla, hermanita — celebra mi hermano—. Vamos a ver una película, te compraré todo lo que quieras para ti sola.

—Te amo —digo con tono mimado y él se inclina para tomarme del rostro—. Gracias por todo lo que haces por mí.

—Siempre te voy a cuidar, niña loca. —Me da otro beso en la frente—. Ahora sí, arréglate.

—De acuerdo.

Annie y Michael se marchan de la habitación y entonces me dispongo a cambiarme por un pantalón lindo y una blusa verde que me gusta mucho y que hace tiempo no me pongo. Intento no pensar en nada de lo que acaba de pasar, pero fracaso en el intento y de nuevo reviso mi ecografía para darme valor y no llamarle.

—Tengo que vencer la tentación —susurro—. Debo ser fuerte por ti, mi vida. Mami será fuerte.

Un rato más tarde, bajo para encontrarme con los demás. Alan me mira un poco pasmado, ya que me esmeré en verme bonita. En otro momento tal vez me hubiese sonrojado, pero después de lo ocurrido con Andrick, estaba anestesiada de sentir cualquier emoción de índole romántica.

Una vez en el cine, Michael cumple con lo que me promete y me compra el combo más grande que hay. A mí no me gusta demasiado despilfarrar el dinero, pero ahora sí que tengo hambre y quiero hacerlo.

Sin embargo, a media película, los pequeños tragos de refresco que doy hacen que necesite ir al baño. Alan se ofrece a acompañarme, pero como necesito pensar un poco, le digo que no.

La fila para el baño no es muy larga, así que tardo menos de cinco minutos en terminar y lavarme las manos para volver.

No tengo nada que pensar, debo seguir con mi vida y mi embarazo de manera tranquila y no volver a considerar una relación hasta que mi hijo tenga la edad suficiente para entenderlo.

Cuando estoy por dirigirme al baño, alguien me toma del brazo y me lleva consigo hasta un muro cercano. Estoy tan asustada que me dispongo a gritar, pero al ver aquellos ojos azules y sentir su mano en mi boca, no lo hago.

—Esto te va a costar caro, Scarlatta —dice Andrick, furioso, al bajarme la mano—. Vendrás conmigo.

—No.

Andrick me sujeta el rostro, lo cual impide que pueda voltearlo e impedir el beso que me da. Por más que quiero resistir, mi amor por él me supera y lo beso también. Todo mi cuerpo sufre una revolución tan grande que me siento mareada y no puedo respirar bien. Me falta el aire cuando estamos así, cuando me siento tentada a caer de nuevo en sus brazos, esos que siento temblar un poco.

¿De dónde saco la fortaleza cuando me siento tan débil?

—Andrick, te lo dije claro: elegí quedarme —insisto cuando dejamos de besarnos. En ese momento me doy cuenta de que él también respira con dificultad—. No me puedes obligar a regresar contigo.

—Estoy seguro de que eso no es lo que quieres —replica mientras presiona más su cuerpo contra el mío—. Tú quieres que volvamos.

—¿Volver a qué? ¿A sufrir? No, yo no quiero eso.

—No parecías sufrir. —Esboza una sonrisa un tanto burlona, la cual se convierte en una línea recta de inmediato—. Regresemos, ninguno de los dos quiere esto, lo sabes. Y no vine hasta aquí para regresar con las manos vacías.

—No, Andrick. Me quedo aquí, ya es una decisión tomada — respondo—. Yo no te puedo dar lo que quieres, tú no me puedes dar lo que quiero.

—¿Qué quieres?

—Quiero quedarme con mi cuñada, cuidarla.

—¿Y cuidarla es venir al cine? ¿Su embarazo no es de riesgo? — cuestiona.

—Le dieron reposo relativo, Andrick —contesto con tono serio—. No necesitas estar en cama todo el tiempo, pero sí estar tranquila, relajarse, tenerme cerca para controlar que todo esté bien.

—Existen las enfermeras.

—Existen las familias —replico—. Y las familias se apoyan. No, no me voy a perder el embarazo de Annie por ti.

—Piénsalo bien, Scarlett —dice con tono amenazante—. De verdad, esta es la última vez que te insisto. Yo no voy a perder más mi tiempo y mi dignidad solo para seguirte.

—No lo hagas, no lo hagas —digo llorando—. Ya deja de hacerme esto, Andrick, ¿qué es lo que quieres? ¿Terminar de romperme?

Él se queda callado y yo bajo la cabeza porque no quiero mirarlo. Al alzar la vista, me da la impresión de que sus ojos se enrojecen.

—No sé qué diablos es lo que quiero —admite—. Pero si estoy aquí es porque me hiciste algo, porque no te saco de mi maldita mente. Todavía no quiero que esto acabe.

—Yo tampoco te dejo de pensar, sin embargo, no estoy interfiriendo en tu vida —contesto—. Vete, carajo, vete, no quiero esta porquería. No me lo merezco.

—Scarlett...

—Lárgate o voy a gritar.

—Me voy, ahora sí que me voy —dice alejándose—. Sí, es lo mejor, no merece la pena. —Lo sé, tú no vales la pena.

—¿Acaso tú sí?

—Pues has venido, ¿no? —Me río para ocultar el dolor por sus palabras—. Al menos algo valgo para ti.

Andrick no responde nada y presiona los labios. Quiere decirme algo, pero es tan cobarde que no lo hace. Lo que sí hace es volver a acercarse a mí y acorralarme otra vez para darme un último beso y acariciarme de manera lasciva.

—Sí y por eso te digo que lo pienses bien —me pide una vez más—. Me voy a olvidar de que dijiste eso, me voy a olvidar de todo, pero regresemos. Quiero tocarte, lo necesito.

—Andrick, no, yo...

Sus besos vuelven a dejarme callada y, por un momento, pienso en volver con él, en olvidar todo, pero se me vienen a la cabeza aquellas personas que me aman como soy y que me han dado todo su apoyo, y mi fuerza vuelve. Yo soy más fuerte que esto, yo voy a poder.

—Vete, lárgate ya, Andrick. —Lo empujo por el pecho como si me estuviese atacando—. No te quiero cerca, vete, vete.

—Scarlett...

—Vete.

Antes de que se me pueda volver a acercar, salgo corriendo hacia la sala de cine en la que estoy. Me quedo en la puerta, esperando a que

Andrick venga, pero pasan los minutos y no lo hace, así que doy por sentado que se fue por fin, que no voy a volver a verlo.

Para cuando me giro, veo la sombra de alguien, pero no alcanzo a sentirme asustada, ya que reconozco la voz de Alan.

—Iba a ir a buscarte, pero estabas hablando con él —me dice—. No quise interrumpir. —Ay, no —digo angustiada—. No se lo digas a Michael.

—No, no lo haré —contesta y se acerca para tomarme de la mano—. Tranquila, ya pasó. Seguro que con esto ya no te buscará.

—Estoy segura de eso —digo con pesar.

En el fondo de mi corazón sé que esto ya se terminó, que Andrick se irá y no va a volver. Duele, por supuesto que duele, pero es lo mejor. Los dos debemos seguir con nuestra vida y superarnos el uno al otro. Yo no pienso pasar por la humillación de seguir a su lado y que rechace a nuestro bebé. Yo quiero tenerlo, darle la mejor vida posible, y eso solo lo voy a lograr si no tengo a Carson en mi vida.

—Nosotros estaremos contigo y con ese bebé — me asegura—. Tienen todo nuestro apoyo.

—No me lo merezco, pero gracias.

—Lo mereces. Eres una de las mujeres más fuertes que he conocido.

Aquellas palabras me hacen sentir un nudo en la garganta y el cual deriva en llanto.

Alan me suelta de la mano y me abraza para impedir que me rompa. Yo llego a la conclusión de que es esto lo que necesito: amistad sincera y el apoyo de mi familia. Si pude sobrevivir a la maldita carrera, puedo con esto.

Yo seré la mejor madre y la mejor doctora.

De ahora en adelante, Andrick Carson es un capítulo cerrado en mi vida.

26. PROMESA Scarlett

Luchar contra mi dolor durante todos estos meses no ha sido sencillo, pero con ayuda de terapia y del amor de mi familia y de la nueva familia que gané, estoy mejor. Claro, mentiría si dijera que no pienso en él cada vez que veo el rostro de mi pequeña en las ecografías. Tiene sus gestos, hasta los de enojo que nos regala desde la semana veintiocho.

Lo extraño con toda mi alma y eso me ha impedido pensar en la posibilidad de estar con alguien más, sobre todo con Alan, que se ha

involucrado totalmente en el embarazo y cada día que pasa me demuestra lo mucho que me quiere y que quiere a mi bebé.

No quiero nada con nadie que no sea Andrick, sin embargo, el primer paso ya lo di, y ese ha sido aceptar que nunca más volveremos a vernos o jamás volverá a pasar nada entre los dos. Lo poco que sé de él es que sigue enfocado en su carrera y nada más, así que me imagino que ya tiene otras mujeres en su vida. Todavía es muy pronto para mí, pero sé que algún día voy a poder rehacer mi vida.

Siendo sincera, no me agobia demasiado el tema de los romances. Mi embarazo y los preparativos para la llegada de mi bebé me han mantenido con la mente ocupada, y lo mejor de todo es que todos lo comprenden, nadie me presiona.

Estoy cumpliendo mi promesa de ser fuerte para Olivia.

El nombre surgió casi sin proponérmelo y por culpa de Alan, que cocina siempre con aceite de oliva. Me hice tan adicta a sus comidas que un día llamé a mi bebé «pequeña Olivia». Los dos nos miramos y supimos al instante que ese sería el nombre.

Ese día también lloré demasiado, pues me habría encantado que ese momento fuera con Andrick. Me sentí como una traidora, y Annie y Audrey tuvieron que consolarme para que dejara de sentirme de esa manera.

Me costó algunas semanas dejar de sentirme así, pero ya lo superé y estoy muy contenta con el nombre elegido. Para mí es perfecto, significa todo ese amor y tranquilidad que he recibido desde que obtuve el positivo en la prueba de embarazo.

—A ver, ponte de pie —me dice Michael mientras me ayuda a levantarme de la cama.

Hoy le ha tocado a él, pero normalmente esa tarea la hace Audrey o Annie. Me gusta cuando él lo hace, pues sus brazos son muy fuertes y puedo apoyar más peso.

—Creo que de aquí a que nazca la bebé haré esto —me dice—. Estás pesada.

—No creo pesar más que tú —digo, fingiendo enfado. —Sí, sí, me puse un poco más relleno —admite riéndose y me pone de pie—. Hola, mi cielo, soy el tío Michael. Ya quiero que estés fuera de esta mujer caprichosa y loca.

—No te la voy a prestar —refunfuño.

—Claro que sí —rebate—. Voy a ser su tío preferido.

—Por cierto, ¿mamá y papá no han llegado? —pregunto.

—Sí, no tardan en llegar. Tienes que alistarte, te tocan monitores. —Ay, no, ya no quiero. Eso solo me angustia —digo enfadada.

—Y eso que eres médico —se burla.

—Sí, pero antes que nada soy mamá. Y como soy médico, cualquier cambio en las pulsaciones me alarma.

Michael tuerce los labios.

—Eso es verdad.

—Está bien, no me queda otro remedio más que ir.

—¿Cómo van las contracciones? —Son esporádicas, pero ya las siento en los riñones, así que puede que Olivia ya quiera venir.

—Espero que sea pronto, luces cansada.

—Sí, la barriga pesa —admito y toco mi vientre—. Está en el percentil setenta, viene grande.

—¿Perce qué? —pregunta confundido y yo sonrío—. ¡Ay, Dios! No entiendo cuando sacas esos temas.

—Lo dice quién está pendiente de la bolsa todo el día. —Ruedo los ojos—. En fin, me tengo que vestir.

—De acuerdo. —Michel me da un beso en la frente y luego se inclina para darle otro a la barriga.

Si algo me encanta de estar embarazada es que todos quieran acariciarme. Sé que a algunas otras embarazadas les molesta, pero yo estoy feliz de que lo hagan y de que sientan las patadas de Oli.

—Buenos días, mi amor, felices treinta y nueve semanas.

Me acerco al espejo de cuerpo entero que compré y admiro mi abdomen bastante crecido. Ya la tengo bastante abajo, pues mi pequeña está encajada. En cualquier momento me voy a poner de parto y no puedo esperar por eso, aunque también voy a extrañar compartir un mismo cuerpo. Estar embarazada, quitando lo que sufrí con Andrick, ha sido la experiencia más hermosa y mágica de mi vida. Ningún estudio en Medicina me preparó para todo lo que he sentido a lo largo de estos meses.

Y aquí es cuando entran Dios y la naturaleza. Soy fiel creyente de que este proceso es increíble y admiro mucho más a mi madre y a todas las mujeres que han pasado por esto. Es maravilloso, sí, pero también es doloroso, angustiante y aterrador. Yo sabía de antemano los cambios que mi cuerpo iba a experimentar, aunque vivirlos es igualmente abrumador. —Te amo, mi cielo —le digo con tono cariñoso y ella se mueve como si supiera que me dirijo a ella—. ¿Será que naces hoy?

Me acaricio una y otra vez el vientre. Me encanta cómo luzco embarazada y no puedo parar de mirarme en el espejo cuando me

pongo frente a él. Tampoco dejo de sacar fotografías de cada semana, y al verlas como una línea de tiempo, me pongo a llorar.

Cuando han pasado al menos unos cinco minutos, me acuerdo de que debo estar en el hospital a las nueve, así que me apresuro a vestirme. He decidido que, si todo marcha bien, voy a dar a luz en casa, con la partera que me ha visto, además del obstetra. Todos se alarmaron un poco al comunicarles mi decisión, pero me vieron tan segura que incluso ya tenemos en la sala la piscina en donde daré a luz. El decidir parir en casa fue un proceso y una difícil decisión, pues hubo muchos factores a considerar; no obstante, me he asegurado de que todo sea seguro y estoy lista.

Mientras intento ponerme la blusa, siento otro fuerte dolor en la espalda y que se extiende hacia adelante. Trato de mantener la calma y me la termino de poner, pero el dolor está durando más tiempo del que suele durar, así que corro hacia mi celular y abro la aplicación que me ayuda a contar.

—Hey, ¿qué sucede? —me pregunta Annie al entrar y verme apoyada en la cómoda.

—Tengo contracciones, Annie —susurro—. Son más seguidas.

—¿Tú crees que...?

—Puede ser —asiento. —¿Y por qué no estás gritando? —pregunta nerviosa.

—¿Por qué tengo que gritar? Eso lo dejo para los diez centímetros — bromeo y cierro los ojos al sentir otra oleada de dolor—. Uf... Creo que sí estoy de parto, Annie.

—Ay, no, vamos a ser mamás, digo, digo, vas a ser mamá y yo tía, pero ya me entiendes.

Me echo a reír. —Sí, vamos a tener un bebé —digo feliz.

Los dolores son intensos, así que llamo a mi partera, quien me dice que en veinte minutos estará en casa, que no me preocupe por nada. Me va preguntando una serie de cosas que le contesto de manera precisa y que deja a Annie boquiabierta.

Al bajar al primer piso, con ayuda de Michael, veo que mamá, papá, Heidi y Alan están llegando a la casa. Al verme mojada por el líquido amniótico que estoy perdiendo, abren los ojos de par en par y se precipitan a colocarse a mi alrededor.

—Tienes que ir a un hospital —me dice papá.

—¡Qué alguien llame a la ambulancia! —grita mamá. —Scarlett, ¿estás en shock? —me pregunta Alan, atónito—. ¿No te duele?

—Me duele peor que cuando me quebré el dedo —respondo.

—¿Y por qué no gritas? —dice Heidi.

—Bueno, es que esto es un parto, no una fractura. Los dolores son tolerables. —Por ahora —murmura mi madre—. Solo espera a llegar al final.

—Estoy consciente de ello —contesto—. La piscina, hay que llenarla.

—Ya, ya estamos en eso, la estoy llenando.

Audrey y Cole también se nos unen e intentan persuadirme para que me vaya al hospital. Todos están angustiados y lo comprendo, pero al mismo tiempo me incomoda que no me tengan confianza. —Creo que deberían salir de la sala —les dice Faith, mi partera—. Scarlett necesita estar tranquila durante el proceso. Además, necesito revisar la dilatación.

Al final solo se quedan mi madre y Heidi, pues son quienes específicamente pidieron ver el parto. Los demás me apoyan desde la cocina y tienen algo de visión.

—Estás casi lista —dice Faith, sorprendida y yo sonrío—. Al final tenía razón: este parto iba a ser muy rápido.

El parto se prolonga una hora y media más después de decir eso. Entro y salgo de la piscina, me coloco en diversas posiciones y me aferro a la mano de mamá cuando lo necesito.

En algún punto interviene mi padre, quien me hace un masaje en los hombros, ya que estos me duelen un poco por algunas posiciones que tomo.

Durante todo el tiempo, pienso en Andrick. No puedo parar de ver su rostro en mi mente y preguntarme por qué no me valoró, por qué solo quería sexo. Sin embargo, esos pensamientos pasan a segundo plano cuando ingreso de nuevo a la piscina y comienzo a pujar.

Intento estar lo más tranquila posible, aunque por algunos instantes suelto gritos de dolor. Esta experiencia es extremadamente salvaje y necesito mucha fuerza para soportarlo.

La partera indica algunas cosas a sus ayudantes y estos comienzan a prepararlo todo. En el fondo estoy sorprendida de estar solo con un sostén ante muchas personas, pero tiene más peso el hermoso momento que estoy viviendo.

—Lo estás haciendo muy bien, Scarlett —me anima Faith—. Ya estás por lograrlo.

—Siento que no puedo —sollozo.

Mi madre, que está sentada en el piso y a mi lado, me acaricia la cabeza.

—No, cielo, claro que puedes. Vas a tener una hermosa niña.

—Mi hija —asiento.

Llevo una de mis manos hacia mi sexo y puedo sentir un poco de cabello.

—Ya viene —gimoteo—. Ya viene.

—Sí, cariño, ya viene —me dice mi padre. Él está con Heidi en el sofá, pero bastante cerca de mí—. Estoy orgulloso de ti, ¿lo sabías? Te amo.

—Y yo a ti —contesto.

En cuanto viene otra contracción, empujo con todas mis fuerzas. El ardor es insoportable, sin embargo, lo soporto y me esfuerzo por seguir. Olivia no sale en ese pujo, me toma al menos otros cuatro pujos más para que por fin salga la cabeza.

Ver el rostro de mi hija bajo al agua me hace romper en llanto y me da la fuerza que necesito para terminar de expulsar el cuerpo, el cual sujeta Faith antes de dármela.

—Olivia —sollozo mientras coloco su cuerpo tibio y muy blanco sobre mi pecho—. Olivia, mi amor.

Mi madre se echa a llorar al igual que papá y Heidi. Olivia, tras unas cuantas caricias en su espalda, también lanza su primer llanto, uno que me eriza la piel como nunca.

La explosión de sentimientos que nace dentro de mí me hace olvidar en donde estoy y todo el dolor que sentí. Ella está aquí conmigo, y es una niña tan hermosa y pálida como su padre.

—Es como un muñeco de nieve. —Se ríe Heidi.

A lo lejos se escuchan los gritos de júbilo de los demás, pero yo estoy concentrada en la pequeña persona que es mi vida entera y que lucha por abrir sus maravillosos ojos oscuros.

—Tiene tus hermosos ojos —dice papá, quien sigue llorando—. Es hermosa.

—Mi niña, mi Olivia —digo temblando por la alegría, los nervios y el amor que me ha golpeado como una avalancha—. Mi hermosa niña es perfecta.

—Cumpliste tu promesa —dice mamá—. La trajiste al mundo en casa.

—Te prometo amarte más que a mi vida —le digo a mi bebita, que se ha calmado un poco porque no paro de acariciarla y darle besos—. Te amo, mi bebé, te amo.

Antes de que la partera pida cortar el cordón, analizo el rostro de mi niña. Puede ser que esté recién nacida y que no comparta ese particular color de ojos con su padre, pero puedo verlo a él en su

rostro. No me arrepiento para nada de haber protegido mi embarazo, todo valió la pena con tal de tenerla ahora conmigo.

Carson no ha triunfado esta vez.

***

Andrick

He perdido la cuenta de todas las veces en que le he pegado al saco sin los guantes puestos. Las manos están por sangrarme o tal vez ya lo estén haciendo, pero la verdad es que no me importa. Lo único que necesito es sacarme de encima toda la rabia que llevo adentro.

Regresar a casa no me trajo la paz que tanto necesitaba, por el contrario, solo me desespera e intento refugiarme en el ejercicio o en el trabajo. Los meses pasan uno tras otro y no encuentro salida, no veo la maldita luz, solo veo cómo los demás resuelven su vida en los tribunales, mientras que la mía ha perdido el rumbo. Ya nada tiene sentido para mí, toda mi perfecta vida se desequilibró por esa chiquilla, una a la que nunca debí tocar.

No paro de maldecir la hora en que me enamoré de esa mujer. Debí dejar que se acostara con cualquier otro y que ese otro cargara con la maldición que ahora cargo yo.

—Quisiera matarlos —digo pensando en cada una de las personas que la ayudan, que la alejaron de mí—. Debería, debería hacerlo.

Sigo golpeando hasta que mis manos no dan más. El saco me golpea y yo me quedo abrazado a él, intentando no ponerme a llorar otra vez. Han pasado ya diez meses, ¿por qué demonios tengo que seguir así? ¿Qué tiene ella que no puedo olvidarla y seguir adelante?

Cierro los ojos e intento pensar en el trabajo, en mi último caso: una mujer que está demandando al hospital por mala praxis en su cirugía estética. El caso es complejo, pero ya tengo muchos argumentos que harán que gane.

Pero de pronto pierdo el hilo de mis pensamientos y pienso en doctores, en Scarlett. ¿Y si ella cambia de especialidad y se dedica a la cirugía plástica? ¿A cuántas personas desnudas tendrá que ver y tocar?

Vuelvo a pegarle al saco. Estoy mareado y pronto voy a caer rendido sobre cualquier superficie plana, pero la rabia no se me pasa. Acabo de romper la racha de días tranquilos, en los que no he hecho esto, en los que solo tomo hasta perder la conciencia y termino en mi cama.

—Tengo que saber de ti —susurro—. No puedo dejar que seas suya.

Por más enfermo que sea, sigo vigilándola. No la sigo de cerca, tan solo le he pedido a mi empleado que me dé informes sobre si surge alguna clase de romance entre los dos. Solo eso. No he pedido saber otra cosa porque sé que voy a obsesionarme y me niego a perder mi dignidad otra vez. Me prometí a mí mismo hacer algo desde lejos para impedir que se dé algo entre esos dos.

Matarlo.

Es algo muy drástico y si alguien más lo hiciera, pensaría que es una locura matar a alguien por celos, pero al tratarse de Scarlett, no puedo dejar de desearlo. Todos los días planeo las formas más inteligentes de deshacerme de él sin levantar sospechas. La mejor es que tenga algún tipo de accidente en la empresa de mudanzas donde trabaja, concretamente en los camiones que conduce para transportar los muebles. De mí nadie sospecharía, pues es algo que podría ocurrir en algún momento.

Mi celular suena en alguna parte de mi gimnasio, pero no me molesto en contestar. No quiero hablar con nadie ni tratar ningún otro asunto que no sea el deshacerme de toda persona que rodee a Scarlett, pero sobre todo de esa que tiene más probabilidades de tener algo con ella.

Me estoy volviendo loco, pero he decidido firmemente que no volveré a Monreal a buscarla. Y tampoco haré nada si regresa, tengo que alejarla de mi vida, así como ella me alejó de la suya. No importa cuánto la desee o necesite, voy a cumplir mi promesa.

Esa persona que me está llamando, insiste con la llamada, así que esta vez voy hacia mi celular, el cual dejé sobre la banca.

Con decepción veo que es Patrick, de quien ya no puedo obtener información porque Cloe lo amenazó con terminar la relación si lo hacía. Él nunca habría accedido a tal cosa, pero el imbécil se enamoró y no quiere de ninguna manera perderla.

—¡Vaya, estás vivo! —exclama Patrick—. No esperaba que contestaras.

—Entonces, adiós.

—No, no, no, no me cuelgues. Habrá una reunión en casa de Crusoe por el cumpleaños de su esposa.

—¿Cuál de todos? —murmuro sin querer saberlo en realidad, pues no iré.

—Morgan, obviamente. —Se echa a reír—. ¿Tú crees que su hermano haría una reunión en su casa? Eso es imposible.

—No voy —lo interrumpo—. Sea cualquiera de los dos, me da lo mismo. —Necesitas despejarte, Andrick —me aconseja—. Tú nunca has sido precisamente el alma de la fiesta, pero al menos me acompañabas a tomar algo. Llevas meses con una actitud que pareces muerto.

—¿Y tu novia no te puede acompañar a esa reunión? —respondo de mal humor—. Yo no quiero ir.

—No, ella va a estar ocupada, fue a la casa de los Butler. —¿Por qué? —pregunto con desgana, aunque en el fondo siento una pesadez en el pecho que tengo cada vez que alguien menciona ese apellido.

Hace algunos meses corté mi relación de negocios con Maurice para no tener que volver a aquella casa en donde tengo la maldita esperanza de ver bajar a Scarlett por las escaleras.

—No, no voy a decirte nada, Andrick, hice una promesa.

—Dímelo —exijo—. Si no me lo quieres decir, es porque algo pasó.

—Andrick, no hace falta que me digas nada: tenías algo con Scarlett, y al parecer algo muy fuerte porque estás así.

—Ese no es tu asunto, tan solo dime qué pasa con los Butler.

—Bueno, nació la hija de su primo y regresaron a la ciudad.

Me quedo callado, intentando procesar tal información. Si ellos volvieron, eso significa que también ella lo hizo.

Scarlett, mi Scarlett volvió.

—¿Estás seguro? —cuestiono—. ¿Tu novia irá a...? —Sí, quiere conocer al bebé, es una niña.

Aprieto los labios. Por alguna razón, la mención de ese maldito bebé siempre me tensa y me hace sentir odio y otros sentimientos que no puedo explicar. Todo esto es su culpa, alejó a Scarlett de mí, y tal vez ella y yo...

Sacudo la cabeza, alejando esa idea. Ella no quedó embarazada y me quedó claro al verla sangrar tanto.

¿Y si ahora que está aquí...?

—Ve a la fiesta, yo me quedaré en casa —le miento.

—En realidad estoy afuera de tu casa, no hay manera de que vayas a la casa de los Butler. Te vas a venir conmigo a lo de Crusoe, quieras o no.

—Estás demente si piensas que voy a hacer tal cosa.

—Te espero abajo, Andrick —asevera—. De ninguna manera dejaré que vayas a esa casa.

—Llamaré a la policía para que te echen.

—Llamaré a uno de mis amigos para que cuide a Scarlett —replica—. Tal vez sea buena idea para que te termine de olvidar.

—¡Lárgate de mi casa! —le grito furioso—. No voy a ir a buscarla, ¿por qué lo haría? No tengo nada con ella. Vete, solo vete.

—De acuerdo, haz lo que quieras. Solo espero que esto no termine mal. —Suspira—. Ya supérala, no es para ti, y si lo era, te encargarte de arruinarlo.

—¿Qué demonios sabes tú? —pregunto.

—Hermano, hay cosas que no pueden ocultarse. Tú estás enamorado de Scarlett y ella lo estaba de ti, y si crees que nadie se enteró es que eres muy idiota afuera de los tribunales. Nos vemos.

Cuando me cuelga, me quedo de pie como un idiota. Ni siquiera puedo sentirme furioso de que todo el mundo sepa lo que tuve con ella, sino que un sentimiento espantoso me invade por ese «estaba». ¿Está ahora con alguien más y no me lo informaron?

—No me importa, no la voy a buscar —digo en voz baja—. No voy a buscarla, ¿para qué? Tiene razón Patrick, debo superarla.

Pero lo que termino haciendo tras darme una ducha y vestirme es precisamente lo que no debo hacer: ir a la casa de los Butler, aunque, al intentar entrar a la residencial, el guardia de la entrada me niega el acceso.

—No puedo dejarlo pasar —me dice—. Lo siento.

—¿Por qué no? —pregunto molesto—. Él permite todas las visitas y yo soy el socio de...

—El mismo señor Butler lo ordenó —me interrumpe—. Usted ya no puede pasar.

27. REENCUENTRO Scarlett

Mi vida en Canadá fue de ensueño, pero el plan siempre fue volver a casa, así que poco después de que mi pequeña cumple dos meses, decidimos regresar a casa. Por cualquier cosa, ella fue registrada en Canadá, donde nació, así hay menos posibilidades de que Andrick sepa que es mi hija.

Despedirme de los señores Gauthier y Alan fue bastante duro y lloré durante mucho tiempo en el avión. Realmente llegué a quererlos muchísimo, puesto que me acompañaron en esa etapa terrible que fue el postparto.

Aquella etapa no fue horrible por mi bebé o porque yo no quisiera cuidarla, simplemente fue porque la lactancia no fue tan sobre ruedas como el parto. Lloré demasiado con las grietas, las noches sin dormir, los desvelos y el pequeño problema de reflujo con el que mi niña nació. Resultó ser alérgica a la proteína de la leche de vaca y ahora debo cuidar completamente mi alimentación para poder seguir amamantándola, cosa que ha hecho que adelgace mucho y no luzca del todo bien.

El recibimiento en casa hace que se me pase un poco la tristeza por dejar Monreal, ya que mis padres y hermana nos tratan con todo el amor del mundo. Papá es el primero que carga a Olivia y hace que duerma felizmente en sus brazos. —Lo siento, niñas, pero creo que llegó mi niña consentida —bromea cuando estamos todos en la sala.

—No es cierto, papá —le dice Heidi—. Te mueres si te falta alguna de tus chicas.

Papá gruñe.

—Sí, tienes razón. No puedo vivir sin mis chicas.

—Por ahora sigues siendo el único niño —le dice mamá a mi hermano, que sonríe orgulloso.

—Por supuesto, como debe ser. —Pero yo quiero un niño algún día, así cuidará de nuestra preciosa Olivia —dice Annie.

—Tendremos al niño, claro que sí —dice Michael—. Pero solo uno, el guardián de todas.

—De acuerdo —asiente Annie.

En ese momento, mi pequeña comienza a llorar un poco, pero mi padre mantiene la calma y la arrulla un poco antes de pasármela. Amo con locura a mi hija, pero definitivamente no puedo decir que es un angelito, pues es difícil complacerla. Ella es diferente a mí, ya que tiene una rutina bien establecida y si se rompe se enfada mucho. Además, no puede estar ni un solo segundo con el pañal sucio o estar mojada, pues rompe a llorar como si quisiera matar a alguien. En un principio me desconcertó mucho, pero con el paso de los meses he entendido que ese es su carácter y que en algo debía sacar a su padre.

En otro aspecto al que se parece mucho a él es en lo absorbente. Solo está tranquila mucho tiempo si está conmigo y no le gusta que me aparte, tampoco le gusta dormir en cunas, solo a mi lado y sobre mi pecho. Aquello ha hecho que tenga dolores de espalda y cuello, pero no me importa con tal de hacerla feliz y que duerma bien.

—Ya están las maletas en tu cuarto —me dice Michael—. Puedes irte a descansar.

—Sí, eso haré.

Mi bebé protesta otra vez y me doy cuenta de que es su hora de comer.

—De acuerdo, familia, la reina quiere comer.

—Diría que es tu jueza —murmura Heidi—. Ella siempre te dice qué hacer.

Miro a mi desesperada bebé y me río. Definitivamente, es una pequeña jueza, la cual me tiene sentenciada a varios años de ser su esclava. Por supuesto que no voy a permitir que sea una tirana caprichosa, lo que menos quiero es eso, pero sí soy consciente de que hay cosas en el carácter que no pueden cambiarse y que va a ser difícil criarla.

Solo espero poder ser una buena guía para ella.

Al llegar a la habitación, me invade un sentimiento de nostalgia. La última vez que estuve aquí, lo hice embarazada y estaba empacando mis cosas para marcharme y huir de Andrick. Y ahora vuelvo aquí, con nuestra hija.

—Bienvenida a casa, Oli —le digo a mi preciosa bebé, que sigue protestando porque quiere leche—. Ya, ya, mi cielo, vamos a la cama.

Cierro la puerta y voy hacia la cama para amamantarla. Ella sigue enfurruñada, pero acepta de buena gana el pecho que le ofrezco. Tras unos cuantos minutos de mamar, me dedica una de esas sonrisas preciosas y que me hacen pensar que me tiene a sus pies. ¿Qué más da lo difícil que sea? La adoro más que a mi vida.

—Si tan solo papá supiera de ti —susurro mientras acaricio su cabello negro.

¿Qué diría él si supiera que tenemos una hija hermosa y sana? Mi corazón no sabe contestar a esa pregunta, pero ya es muy tarde para arrepentimientos. Quiera o no quiera él tener un bebé, el hecho de haber ocultado el embarazo y a mi bebé ya me condena. Andrick es un ser vengativo y, además, ya debió haberme olvidado. Me encantaría poder hacerlo yo también, pero ahora mismo me encuentro alimentando al fruto de esa relación, a esta pequeña que se parece a él en muchos aspectos, comenzando por su obsesión por mí.

Mientras estoy amamantando, mamá me viene a decir que Cloe y las chicas del aquelarre acaban de llegar. Aquello me emociona muchísimo, pues las extraño, pese a que las veo casi a diario por la cámara.

—Dame unos momentos, mami, la nena está comiendo aún.

—Está bien, cielo —me dice antes de salir.

Unos minutos después, mi bebé queda saciada, aunque parece tener planes de querer quedarse acostada, ya que se talla los ojos como cuando tiene sueño. El viaje la fastidió demasiado y fue muy difícil mantenerla tranquila para no molestar a los demás pasajeros.

Me informé de antemano sobre los bebés de alta demanda, pero esta chica superó todo lo que me esperaba. Básicamente, ya no vivo para mí, sino para ella. No me importa, siendo honesta, lo más importante para mí es ella, aunque es agotador y a veces me pregunto si soy una buena madre.

Mi prima y mis amigas entran a mi habitación y mi hija comienza a llorar, molesta por los ruidos que ellas hacen por la emoción. Sé que no debería, pero me siento muy avergonzada, y eso arruina un poco el reencuentro con mis amigas.

—Vaya, vaya, esta pequeñita salió a su padre —se burla Bertha. —No digas eso, por Dios —la reprende Andy—. Se parece a Scarlett.

—Excepto porque de verdad es una muñeca de nieve. —Se ríe Cloe— . Es hermosa, es la bebé más hermosa que he visto en mi vida, y tiene carácter, es una mujer poderosa.

—Sí —dicen Andy y Bertha al mismo tiempo.

A mí se me llenan los ojos de lágrimas al ver que no me reprochan que mi hija sea tan delicada y que tenga una actitud poco amistosa.

—Con el tiempo sabrá que somos sus tías —dice Andy cuando me la entrega de nuevo—. Y que la amamos.

—Sé que ella las ama, solo que se abruma —la justifico—. Me sorprende, es muy pequeña para ser así, pero...

—Bah, no creo que supere a mi hermano —dice Bertha—. El doctor casi lo deja caer para ver si era un murciélago.

Las cuatro nos echamos a reír. Es hermoso volver a estar con mi precioso aquelarre.

Después de que me dejan los regalos y le hacen más cariños a mi enfadada bebé, ellas se marchan y nos dejan a solas de nuevo.

—Oye, Oli, debes aprender a ser más amistosa —la reprendo mientras le cambio el pañal.

No sé qué cara pongo, pero ella hace un puchero que le deja la boca diminuta, y sus ojos comienzan a ponerse como aquel emoji llorando.

—No, no, no llores, mi amor —le digo—. Solo te estoy haciendo una crítica constructiva. Debes tener una mejor actitud.

Olivia frunce el ceño. No parece contenta con mi explicación. Sé que no me entiende, pero si algo he notado es que puede interpretar la forma en que le hablo. A ella le gusta que le hable con suavidad, no golpeado.

—Ya, mi niña hermosa —continúo con voz cursi—. Mami solo quiere que seas más accesible. Mamá no puede estar todo el tiempo contigo.

Mi hija sonríe, pues he cambiado al tono que le gusta. Si alguien me pone un gramo más de amor por ella, voy a estallar, pero a su vez siento que la amo más con cada gesto que hace.

—Eres tan linda, la bebé más hermosa. Las tías brujas lo dijeron: eres la más hermosa.

Tras cambiarle el pañal, la levanto y vamos al baño para poder deshacerme del pañal y lavarme las manos. Me he vuelto una experta para hacer todas mis actividades mientras la sostengo en brazos.

—No lo estás haciendo tan mal, Scar —le digo a mi reflejo para animarme—. Vamos bien.

En ese momento comienza a darme un poco de hambre y decido bajar a cenar. Mis padres están al final de las escaleras, hablando muy serios, así que les pregunto qué pasa.

—Hija, no te escuchamos bajar —dice papá.

—Es que Scarlett es una ninja desde que Oli nació. —Sonríe mi madre—. ¡Ay, dame a ese pedacito de algodón de la abuela!

Le entrego a Olivia a su abuela. Al principio no parece demasiado conforme, pero termina por quedarse contenta con ella.

No será por mucho, pero al menos sí durante el tiempo suficiente para lograr preguntarle a papá qué es lo que los tiene tan serios.

—Hija, no me gusta mentirte, lo sabes, pero considero que no tienes necesidad de escuchar esto —me dice.

—Es algo sobre Carson, ¿verdad? —inquiero con el corazón acelerado. —Sí.

—Se casó, sale con otra, ¿cierto?

—¿Qué? —Frunce el ceño y luego se ríe, aunque eso no me quita la sensación desagradable—. ¿Qué libro estás leyendo ahora?

—Solo dímelo.

—Trató de venir aquí —me responde, lo que aumenta la velocidad de mi pulso—. Él mismo fue quien terminó nuestros tratos, así que me imaginó que se enteró de que volviste.

—No lo creo, seguro es una coincidencia —murmuro, bajando la vista—. ¿Vino aquí?

—No, le tengo prohibida la entrada a la residencial, Scarlett —dice muy serio—. No quiero que descubra lo de Olivia.

—Hiciste bien, demasiado bien —asiento—. Él no tiene motivo alguno para estar aquí.

—Por supuesto que no. —Él niega con la cabeza—. Hija, por favor, no te sientas mal, no le des importancia.

—Eso intento, pero ¿qué hago si me lo encuentro?

—Ser fuerte. Recuerda que tienes a Olivia, que quieres protegerla a toda costa. —Papá me toma de las manos—. Normalmente no apoyaría algo así, pero Carson me colmó la paciencia después de entrar así a la casa de Audrey y Cole.

Ser fuerte por Olivia. Aquella frase se me queda grabada hasta el día siguiente, en donde amanezco con la idea de resistir como aquellas veces en que fue a buscarme.

—Hermana, date prisa, se hará tarde —me dice Michael desde la puerta—. Vamos a perder la cita con el pediatra.

—Sí, sí, ya voy —digo nerviosa, mientras meto todo lo que puedo en la pañalera de Olivia.

Mi hija está especialmente contenta hoy porque pudo descansar bien después de tanto ajetreo. Ahora me siento muy culpable por llevarla a

sus vacunas de los dos meses y su revisión, pero es algo que no puedo eludir.

—Bueno, vámonos ya —dice Michael entrando para cargar a la bebé, a quien le coloco una manta para cubrirla—. Tengo que aceptar que esto me pone nervioso.

—Es justo lo que necesitas para parecer el papá ante los demás —lo animo.

—Sí, bueno, debería haberlo sido.

—Sabes que de ese tema no quiero hablar —digo molesta—. No, aunque el mundo se me venga encima, ella es mi bebé.

—Está bien, perdóname. Yo no aprendo —se disculpa.

—Mejor vámonos.

Los dos nos despedimos de todos los demás para poder irnos. En el auto de Michael ya está instalada la silla de coche para Olivia, a quien no le gusta mucho ir en ella.

—Tranquila, cielo, será un corto trayecto —le digo.

Pero el llanto de Oli no hace más que aumentar. Intento darle un chupete, pero esta se pone peor, pues no le gusta nada. Lo máximo que ha aceptado ha sido algunos biberones, pero es cuando otra

persona se los da; si yo le ofrezco un biberón, ella no quiere saber nada.

¡Vivan los bebés de alta demanda! (Es sarcasmo).

El hospital donde llegamos no está lejos de casa y tiene muy buenas recomendaciones, así como el pediatra que la va a atender, el cual recibió a Heidi cuando nació. Es un hombre carismático, amable y respetuoso, lo sé porque papá lo ha invitado a casa muchas veces. Él será una de las pocas personas que sepa sobre mi maternidad.

Mi hija deja de llorar un poco cuando Michael la alza para sacarla del asiento.

—Eres tan mimada —se queja él—. Pero así te adoro, muñeca de nieve.

—Se parece a ti. —Me río—. Eres un mimado también.

—No lo negaré —contesta.

Los dos entramos a la clínica y pasamos a la sala de espera, en donde nos sentamos. Michael, al ver que Olivia se pone inquieta, me pide el biberón, pues todos acordamos que no voy a amamantarla en público por cualquier persona conocida que pudiera verme hacer eso.

Mientras esperamos, nos damos cuenta de que deben pasar dos personas antes que nosotros, así que le digo a Michael que iré al baño.

—De acuerdo, pero no tardes. Esto de ser papá es difícil —dice temeroso.

—Dios mío. —Me echo a reír—. Solo son cinco minutos. —Te los voy a contar —refunfuña—. Anda, vete ya, no tardes.

Me levanto y le pregunto a la señorita de recepción que me indique dónde está el baño. Ella me da las instrucciones y yo me apresuro a dirigirme hacia él. Al final del pasillo, doy la vuelta y, por ir revisando mi celular, choco un poco fuerte con alguien.

El celular cae de mis manos por la impresión que me produce el reconocer de inmediato su aroma y lo que se siente tener pegado el rostro a su torso.

Ninguno de los dos dice o hace algo, tan solo nos quedamos quietos y me puedo percatar de que el corazón le está latiendo muy rápido, igual que el mío. No sé medir con exactitud los latidos cardíacos, pero ese corazón fácilmente va a más de ciento diez por minuto.

Se va a morir.

—¿Te vas a mover o quieres que te mueva yo? —me pregunta enfadado y yo trato de alejarme, pero entonces él me sujeta por los brazos.

Esta vez tomo valor para mirarlo y lo que veo en sus ojos es rabia, pero también dolor. Su aspecto sigue siendo condenadamente sexi, pero parece desvelado, más delgado.

—¿Vas a quitarme las manos de encima o te las quito yo? —replico con brusquedad y él esboza una sonrisa burlona.

—En realidad no, Scarlatta —responde—. No voy a soltarte, no hasta que sepa qué estás haciendo aquí.

—Vine a traer a mi sobrina a una revisión médica —contesto y él presiona la mandíbula—. Bueno, nos vemos. No fue un gusto verte.

Intento apartarlo de mí, pero me sujeta con más fuerza. Este reencuentro también me matará a mí. Tengo demasiadas ganas de lanzarme a sus brazos y que me posea. Lo sigo amando con una fuerza que no es normal.

—No.

De pronto ya me tiene acorralada contra la pared. Su boca está a unos cuantos centímetros de la mía y no paro de temblar.

Puede que mi amor no sea correspondido, pero sí el deseo. Andrick me necesita con tanta fuerza como yo a él.

—Te odio, Scarlett, te odio —declara furioso.

—Y yo a ti, Andrick —respondo.

—Te odio —repite mientras comienza a besarme.

—Y yo a ti —jadeo.

A partir de ese beso, todo mi esfuerzo por sacarlo de mi corazón y mantenerme lejos se va al maldito demonio.

Aquel reencuentro solo da paso a más sufrimiento, a otro círculo vicioso del que me tomará más años escapar.

Ninguno de los dos puede renunciar al otro.

Y yo no puedo permitir que se acerque a mi casa y descubra mi secreto.

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