MOSAICO HUMANO - José María Rodríguez Olaizola SJ

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

Mosaico humano

SAL T2ERRAE

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la red: www.conlicencia.com o por teléfono: +34 91 702 1970 / +34 93 272 0447

© Editorial Sal Terrae, 2015 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) – España Tfno.: +34 94 236 9198 / Fax: +34 94 236 9201 [email protected] / www.salterrae.es Imprimatur: Manuel Herrero Fernández, OSA Administrador diocesano de Santander 26-01-2015 Diseño de cubierta: Vicente Aznar, SJ Edición Digital ISBN: 978-84-293-2453-2

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Para Carmen, mi ahijada. Porque como padrino soy un desastre. Pero al menos puedo proponerte lo que mejor sé hacer: una mirada inquieta a este mundo complejo, una invitación a cuestionar lo que ocurre, y palabras que ayuden a buscar sentido en las batallas cotidianas.

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Prólogo somos ovejas, ni vacas. Suponiendo que las ovejas o vacas no piensen mucho. No N somos rumiantes, ni animales de puro instinto. Podemos reflexionar, interpretar lo O

que ocurre, ponerle palabras, y en ellas, sentido y significado. La vida nos provoca, nos interpela cada día de mil maneras diferentes. Cada historia, cada acontecimiento, puede convertirse en escuela para comprendernos a nosotros mismos. Para descifrar las dinámicas tan humanas que forman parte de la vida de personas y pueblos. Para ser críticos, soñando en lo deseable. Y en la realidad también late, oculto, pero posible, el eterno misterio, tan humano, de Dios. Creo que una lectura crítica de la vida no es la de quien solo tiene certidumbres y diagnósticos cerrados. Es, más bien, la de quien deja que la realidad le interrogue, y comparte esas búsquedas. Luego, cada respuesta que encuentras abre nuevas puertas que te lanzan al camino. A buscar. Durante años he mirado a la realidad cotidiana. He ido reaccionando ante sucesos de cada día. A veces, vivencias personales. Otras veces, noticias que me llegan, como a todos, a través de los medios de comunicación. Y muy a menudo ante tendencias que voy percibiendo en mí mismo y en otros. Todo ello me lleva a preguntarme por las lecciones que todo eso que sucede nos puede dar. Por las personas y nuestras luchas. Por la sociedad, sus grietas y sus fortalezas. Por la fe, y sus vericuetos. Por el amor, y sus límites. Me parece que es una oportunidad y un deber a partes iguales tratar de profundizar ante la realidad. No quedarnos únicamente en las imágenes, en los personajes de moda; no limitarnos a reproducir los titulares y opiniones de un día. Si somos capaces de interpretar algunos de esos sucesos cotidianos buscando que estimulen nuestro pensamiento y que cuestionen alguna que otra inercia, posiblemente estaremos mucho más preparados para bandearnos en una sociedad vertiginosa como es la nuestra, y para luchar por lo que creamos conveniente para nosotros y para otros. Durante años he escrito sobre todo eso que la vida despertaba en mí. En columnas, en páginas web, en las redes sociales. Artículos, reacciones a la actualidad, oraciones, poemas… Respondiendo, a veces de manera inmediata, a la realidad tal y como surgía. Ahora he querido recopilar muchos de esos escritos. La imagen del mosaico creo que es muy adecuada. Un mosaico es una figura formada a través de retazos, de piezas minúsculas, hechas con distintos materiales y colores. Cada una de esas piezas encuentra su lugar, y a menudo tienen orígenes muy diferentes. Pero, al combinarlas, el artista consigue hacer algo mayor que las integra todas. Un rostro, un paisaje, un objeto… Del mismo modo, tengo la sensación de que las páginas que siguen son como piedras de un mosaico. Distintas, irregulares, surgidas en situaciones diversas. 5

Pero todas juntas quieren ofrecer una figura. No soy tan ambicioso como para pretender que, entre todas, consigan una radiografía de nuestra sociedad o de las personas. Pero sí me atrevo a decir que ofrecen, al menos, un boceto de lo que una mirada creyente y crítica puede ver al mirar al presente. Sabiendo que el cuadro, al final, es subjetivo. Y que cuando tú, lector, lo leas, probablemente añadas al conjunto tu propia perspectiva. Creo que también es un signo de nuestros tiempos. El discurso incompleto, fragmentado, a jirones. Las ideas sueltas que luego cada quien ha de apropiarse para continuar la reflexión por su cuenta y desde donde esté. Creo que caben aquí creyentes y no creyentes. Jóvenes y mayores. Gentes de muchas ideologías. Probablemente no siempre estaréis de acuerdo conmigo. Tal vez yo mismo ya no estoy de acuerdo con todo lo que formulé en su momento, pero es que eso es lo más necesario. Crecer, dudar, ir aprendiendo y acaso rectificando. Buscar más hondura, más criterio, más contraste, en esa búsqueda tan humana de la verdad.

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PRIMERA PARTE:

PIEZAS DE UN MOSAICO

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Nuestra sociedad y sus dinámicas actuamos en el vacío, ni nos inventamos de cero. Somos parte de una sociedad. Y N mucho de lo que vivimos, de cómo reaccionamos, qué perseguimos o cómo O

interpretamos las cosas tiene que ver con ese contexto en el que nos ha tocado vivir, con los medios de comunicación, con la forma de comportarse de nuestros contemporáneos, con los hábitos de nuestra generación. Los amigos, las noticias, la ropa, las opiniones vertidas, los utensilios que utilizamos, la tecnología, los valores que se viven alrededor… Todo eso nos influye. Y si nos dejamos llevar por la inercia, la influencia que todo eso tiene en nosotros será mayor y, lo que es más problemático, ni nos daremos cuenta de ello. La libertad pasa por darse cuenta de las cosas que ocurren. Y por poder interpretar lo que sucede alrededor. Sin duda, caben muchas interpretaciones. Nadie es portador de una verdad absoluta. Pero, aun así, es útil reflexionar sobre lo que ocurre y tratar de posicionarse cuando haga falta…

Mosaico humano Un escritor, ahora mismo, está creando una obra maestra, plasmando en el papel episodios que serán medio eternos. Un equipo rueda una película que algún día hará llorar a mucha gente. Un fotógrafo, en algún lugar devastado por la violencia, captura el horror para que llegue a nuestra conciencia. Un chaval se ha enamorado por primera vez. Una mujer acaba de dar a luz. Una muchacha estudia, y su rutina parece un precio razonable para labrarse un futuro. Jóvenes deportistas entrenan horas y horas cada día, soñando con alcanzar, algún día, la gloria olímpica. Alguno de ellos lo logrará. Un hombre reza, en el silencio de una iglesia, buscando luz en medio de sus tormentas. Un anciano rememora el camino que ya ha dejado atrás, y en sus recuerdos se entrelazan nostalgia y gratitud. Una pareja se mira cada día, con angustia, porque se les acaba el dinero. Unos críos juegan al fútbol en un prado. Otros se entretienen con un bote en un vertedero. Y unos y otros se ríen, como ríen los niños. Un cocinero experimenta para elaborar sofisticados platos de nombres imposibles. Un conductor con una copa de más está a punto de causar una tragedia. Una médica se alegra al tener buenas noticias para un paciente. Es la vida, compleja, contradictoria e intensa. Entretejida de relatos pequeños y de grandes aspiraciones. La vida, en la que se entremezclan creación, rutina, alegría y fracaso. La vida que sigue su curso. La vida, en la que cada uno de nosotros somos protagonistas. Somos nosotros los que amamos, oramos, luchamos o creamos. Somos nosotros los que imaginamos y construimos. Y habrá que aprovechar el tiempo, limitado en cada existencia, para dejar una huella buena. Como Aquel que pasó por el mundo haciendo el bien. 8

Contrastes Los gemelos recién nacidos de Brad Pitt y Angelina Jolie reportan a sus padres once millones de dólares por ser fotografiados1. Y como ellos, los vástagos de otros personajes famosos. Con distinta tarifa, según el tirón mediático del personal. Supongo que quien desembolsa esas cantidades es porque espera recuperarlas en ventas y publicidad, pues hay muchas personas dispuestas a llevarse la revista a casa para ver a tan importantes bebés. Los orgullosos padres van a donar todo el dinero a ACNUR, para financiar los programas de la ONU de ayuda a los refugiados. O sea, que las fotos de Knox Lenox y Vivienne Marcheline, que así se llaman los gemelos, servirán para pagar, ojalá, la supervivencia de algunos miles de bebés cuyo nombre «no importa». Cuando escuché la noticia arrugué el ceño. Pensé, con desagrado, en esos gemelos tan afortunados y en sus famosos padres, y pensé en poner verde todo ese circo mediático. Luego me di cuenta de que yo soy otro gemelo afortunado. Que yo también tuve suerte, por nacer en un hogar español de clase media en los años setenta. Mucha más que quien nace en los arrabales de muchas ciudades de nuestro mundo. Que otros muchos niños se hubiesen cambiado gozosos por mí. Así que debería ser cuidadoso a la hora de lanzar reproches genéricos o lamentos por cómo son las cosas, las estructuras o el destino. No está bien la injusticia, ni la desigualdad abismal, ni el que nazcan personas condenadas a existencias terribles. No elegimos dónde nacemos. Pero, antes de cargar contra el resto del mundo, hay una pregunta primera, tópica, infantil, ingenua, muy simple y con un punto de voluntarismo, pero de vez en cuando necesaria… «¿Qué estoy haciendo yo?». Y cuando lo pienso, solo sé que la respuesta no puede ser «nada».

Cuestión de prioridades Lo veo y no lo creo. Una multinacional eléctrica se publicita con el eslogan de que hay que cambiar el mundo. Los fundadores de Google dicen que su objetivo con las nuevas tecnologías es humanizar la sociedad. El ejército se publicita con imágenes más propias de una organización no gubernamental para el desarrollo que de unas fuerzas armadas. Los poderosos firman documentos y planes ambiciosos para erradicar el hambre, las minas, el cambio climático… Y digo yo: si todos estamos de acuerdo, ¿por qué las cosas siguen como están? ¿Por qué el mundo no se vuelve un poco más humano para todos aquellos que sufren en condiciones inhumanas? Se me ocurren varias posibilidades. La primera, quizás un poco escéptica. En la mayoría de los casos, esas declaraciones son puro marketing destinado a captar la benevolencia de los clientes o de 9

los votantes. A veces me inclino por esta opción. Pero otras veces quiero imaginar que no es pura manipulación, que de verdad hay buena voluntad detrás de todo esto. ¿Qué ocurre entonces? Que esas empresas, personas, líderes, políticos o instituciones desean eso, sí. Pero también luchan por otros objetivos, a menudo contradictorios con lo anterior. Quieren cambiar el mundo, pero también un margen de beneficios con el que rendir cuentas ante los suyos. Quieren acabar con las armas, pero sin arruinar a la industria armamentística. Quieren que consumamos menos energía, pero en su casa eso no rige. La cuestión es que no se puede querer todo. Que las buenas palabras son fáciles de decir. Y si van acompañadas de una guitarra, hasta suenan pegadizas. Lo difícil es volver esos objetivos tu meta número uno. Lo difícil no son las causas que abrazas y con las que te muestras solidario sino desprenderte, en el camino, del lastre y las barreras que impiden luchar de verdad por ello. Al final es simplemente cuestión de prioridades…

Daños colaterales Esta mañana (del día en que escribo) se ha difundido la noticia de la muerte de Osama bin Laden2. Cuentan los cronistas que en el asalto a la casa en la que estaba escondido han muerto también un hijo suyo, otro hombre y una mujer, a la que querían utilizar como escudo humano. En el telediario multitud de personas se regocijaban por la «gran noticia». Solo una nota del Vaticano insistía –sin peros– en que no es cristiano alegrarse de una muerte en esas circunstancias. Me siento reconfortado por esa voz de la Iglesia. No sé si esa muerte habría podido evitarse, pero tiene toda la pinta de una ejecución, una justicia sin juicio, y una aplicación de la pena de muerte –con la que estoy en desacuerdo, sea cual sea el delito del infractor, porque quitar la vida no debería estar en nuestra mano–. En cualquier caso, llevo todo el día pensando en la mujer. ¿Estaría allí por su voluntad, otra víctima más de un fanatismo dispuesto a la inmolación en nombre de no sé muy bien qué convicciones? ¿Estaría retenida contra su voluntad, amenazada y utilizada como escudo humano, víctima por tanto de uno y otro bando en ese diálogo grotesco de la violencia? ¿Sería madre? ¿Dejará niños huérfanos, que en el futuro se sumarán a la espiral del odio? ¿Tendría miedo? Todo es un sinsentido. La lógica de la muerte solo engendra más muerte. No sé si otras dinámicas son posibles. ¿Es inevitable construir la seguridad sobre la sangre? ¿Es la venganza una forma de justicia? ¿Es ingenuo querer creer en otra forma de afrontar los conflictos? No lo sé. Pero, por todas esas víctimas inocentes, daños colaterales de conflictos interminables, hoy solo cabe pedir «perdón».

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A mi manera Estos días surge en Asturias la enésima polémica escolar. Los padres de un adolescente denuncian a un instituto de Langreo ante la Consejería de Educación por prohibir al chico usar la visera en clase3. Argumentan que la gorra forma parte de la personalidad del muchacho, que tiene derecho a expresarse libremente. La Consejería dice que estudiará el caso. Los profesores están pasmados. Los otros padres, perplejos, respaldan al instituto. Mi reacción inmediata me conduce a alinearme con la decisión del centro. Estoy tentado de cargar las tintas y lanzarme a una devastadora crítica de esos progenitores, dando por sentado que si controlasen a su retoño le pondrían la reivindicación «identitaria» de sombrero, y no al revés. Pero si consigo superar lo tajante de mi reacción podría preguntarme: ¿tendrán argumentos sostenibles? ¿Qué quieren dejar claro? Sin duda tiene que haber límites, y una personalidad se forja también en la asunción de dichos límites. Pero, ¿quién y cómo tiene que fijarlos? Los padres argumentan que no hay ninguna norma escrita sobre la indumentaria. Entonces, ¿todo tiene que estar por escrito para ser exigible? ¿Por qué actúan así esos padres? ¿Son incapaces de llevar la contraria a su hijo, o piensan que están haciendo lo mejor para él? Caben mil preguntas. En realidad, no pretendo profundizar en el episodio de la gorrita de marras –que me sigue pareciendo extravagante–. Mi reflexión se centra más bien en la celeridad con que uno da veredictos en la vida. Hay cuestiones tan claras que no abren resquicio a la discusión, pero lo preocupante es la cantidad de asuntos de la vida pública, social, política o eclesial en los que no hay más que trincheras a donde todo llega filtrado. ¡Larga vida a la opinión reflexiva!

Papeles Escribo esta columna el mismo día que empiezo a cumplir la retirada del carné de conducir por un mes. Que conste que no me quejo, aunque las sanciones son duras, pero si es por concienciarnos, bienvenido sea. Desde luego, ya me cuidaré de no pisar el acelerador en travesías urbanas en el futuro. Si no es por la prudencia que debería guiarme al volante, al menos que sea por miedo a la sanción o al radar chivato. Así de zoquetes somos algunos. El caso es que de golpe me veo privado de un derecho que me proporciona muchas comodidades. Y me doy cuenta de que en este mundo en el que vivo soy ciudadano en regla, con todos los papeles, permisos y derechos, con acceso a la documentación que necesito, cuando la necesito, previo paso por los trámites burocráticos del momento. Ciudadano de primera, con visado accesible para entrar en todo el mundo, con papeles que me abren muchas puertas. 11

Y, ante algo que al fin es una incomodidad pasajera y merecida, me vienen a la mente aquellos que sufren la ausencia de los papeles verdaderamente necesarios. Aquellos que no tienen los permisos en regla, y por eso no pueden trabajar, o no pueden moverse para visitar a los suyos. Aquellos que no se pueden poner malos porque su trabajo pende del hilo de la salud. Quienes no tienen un sello que les abra las fronteras, ni una nómina que les otorgue la benevolencia de los bancos, ni un permiso que los haga válidos para las empresas. Aquellos que en nuestra sociedad ordenada no son «de los nuestros». Y me da por desear un mundo en el que todos tuviéramos los papeles básicos. Y al comentarlo, me sugiere un buen amigo que quizás es mejor imaginar un mundo en el que nadie necesite esos papeles. Y me gusta su imagen. Sin papeles, sin etiquetas, sin más derechos que la dignidad básica de toda persona y lo ganado con el propio esfuerzo. Así estaría bien.

¿Hasta cuándo, Señor? Ni siquiera recuerdo en qué película lo vi. Era una película de temática religiosa. Como se ve, no me dejó gran recuerdo. Salvo la imagen de un hombre clamando al cielo, repitiendo ese grito que es mezcla de ruego y reclamación: «¿Hasta cuándo?». Creo recordar que lo esperado era algún tipo de liberación. Y hasta ahí mi memoria. Pero de vez en cuando esa imagen vuelve y, como una jaculatoria, tengo la tentación de repetir el mismo clamor cuando algo rechina, indigna o me duele. Cuando hay cosas del camino que me enervan. Cuando cuesta entender algunas palabras y algunos silencios. Y motivos hay hasta para aburrir. Cerca y lejos, personales y colectivos, eclesiales, sociales, políticos y económicos. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones la pregunta ha de volverse hacia nosotros. Y tendremos que aprender a responder: «Hasta que decidamos hacer algo». «Hasta que digamos “¡Basta!”». «Hasta que alguien plante cara a lo abusivo, lo injusto, lo excesivo». Hay muchas cuestiones sobre las que vivimos en permanente desasosiego. ¿Quizás somos como un volcán dormido a punto de entrar en erupción? ¿Por qué esta imagen me asalta con tanta fuerza estos días? Porque hace unas semanas un hombre que ya no podía más se quitó la vida4. Esa chispa prendió una mecha y desencadenó una oleada de protestas que traspasó fronteras, y un grito pidiendo «¡Libertad!» pareció contagiar millones de gargantas. La visión de esas riadas humanas, la información sobre familias de sátrapas finalmente perseguidos, la imagen de un hombre firme delante de un camión antidisturbios (que recuerda a aquel otro estudiante ante un tanque en Tiananmen), me recuerda que hay muchas situaciones en las que hace falta valentía, sinceridad y plantar cara a aquello que creemos injusto. Y en muchas cuestiones que nos inquietan y duelen, también en esta Iglesia nuestra, creo que la respuesta a la pregunta a ese «¿hasta cuándo?» es: «¡Hasta que vosotros 12

queráis!».

Vida a la carta Salta a los medios de comunicación una noticia que, si es cierta, estremece. Un matrimonio australiano contrata una madre de alquiler en Tailandia. Cuando esta da a luz mellizos, al darse cuenta de que uno de los dos sufre varias discapacidades, deciden quedarse solo con la cría que está sana y se la llevan a Australia, dejando al niño atrás. La noticia está dando la vuelta al mundo, y provoca reacciones adversas –como no puede ser de otra manera–5. No basta con indignarse por la falta de catadura moral de esos padres. Es necesaria una reflexión sobre la lógica subyacente a ese acto. Esa lógica es la de la vida a la carta: «Si te lo puedes permitir, paga por aquello que no consigues por otros medios. Y elígelo con las prestaciones que te parezcan convenientes». Esa lógica tal vez valdría para un coche, un ordenador o una casa, pero estamos hablando de la vida humana. Estos son los extremos a los que conduce una visión egoísta de la paternidad, que, lejos de percibir a los hijos como una bendición y quizás la mayor responsabilidad que cabe en la vida, los percibe como un derecho y un objeto de consumo afectivo. Supongo que esas personas no querían «cargar» con un hijo enfermo, sino «disfrutar» de un hijo sano, que les diese todas las satisfacciones del mundo. Pero la vida no puede ser eso, un enorme supermercado donde tan pronto compras productos como experiencias, emociones o historias. No puede ser un gran laboratorio donde jugamos a ser dioses y a la omnipotencia sin límites morales. Ni puede ser el gran bazar de la perfección a la carta, donde la discapacidad, la limitación o la fragilidad son vistas como males que hay que evitar a cualquier precio. La humanidad ha de ser más que eso.

Honestidad y corrupción. Dos banderas No consigo quitarme de la cabeza la idea de que hay gente que se merecería que la embadurnasen de alquitrán, la rebozasen de plumas y la tirasen al río (sin ahogarse, claro). Cada vez que veo un telediario y me asaltan imágenes de mangantes, corruptos, abusadores y energúmenos varios, la palabra «escarmiento» me viene a la cabeza. No es por venganza. Incluso, desde la fe, pienso –de veras– que hay que ser benévolos, caritativos y misericordiosos. Pero es que me enerva la impunidad, la injusta justicia que castiga a los pobres pero no tanto a los ricos, la hipocresía con que se justifica lo deshonesto y la facilidad con que la lógica de la mangancia se extiende. Me aterra leer que el crimen es lo más globalizado de esta aldea global. Y me asusta ver cómo cierta dosis de amoralidad permea muchas esferas de la vida y muchas decisiones cotidianas 13

(las que nunca saldrán en los titulares). Me estremece pensar que tal vez el umbral de lo lícito y lo ilícito se nos vaya difuminando a todos un poco, a base de ver que aquí el que no corre vuela, muchas veces entre sonrisas de auto-satisfacción, teatrales proclamas de dignidad y exigencias de ética en el ojo ajeno. Es hora de recuperar valores y pelear por ellos, valores que habremos de exigirnos primero a nosotros mismos. Valores que no sean armas arrojadizas, sino herramientas para levantar espacios humanos donde puedan acampar la dignidad y la justicia. Y esto por respeto a las verdaderas víctimas de estas historias, que son quienes siempre pagan los platos rotos.

Etiquetas Vamos a jugar a desmontar generalizaciones. No todos los de derechas son fachas. Ni los de izquierdas, perroflautas o pesebreros. Ser funcionario no es automáticamente signo de trabajar poco. No todos los andaluces viven del Estado. Ni todos los curas son pederastas. Ni todos los obispos son carcas. No todos los políticos son corruptos. No todos los sindicalistas son unos jetas. No todos los catalanes son tacaños. No todos los de tu partido son honrados y los otros impresentables. No todos los gais son promiscuos. Ni son todos sensibles y nobles. No todas las decisiones del partido con el que simpatizas son correctas y oportunas, y todas las del partido que te revienta son idioteces. Los jóvenes, por el mero hecho de serlo, no son más solidarios, comprometidos o generosos que los mayores. Por la misma razón, tampoco son más flojos, más frívolos o más superficiales. No todos los madrileños son castizos. No todos los empresarios son explotadores, ni todos los trabajadores son víctimas de un sistema clasista, del mismo modo que no todos los empresarios son dinámicos creadores de empleo ni todos los asalariados son vagos preocupados por su propia holganza. No todos los espectadores son tontos. Las rubias tampoco son tontas (de hecho, muchas rubias no son realmente rubias). No todos los asturianos son afables, ni todos los pucelanos son fríos. ¡No a las etiquetas! ¡A los prejuicios y diagnósticos simplones! Que la vida es sutil, compleja, y las personas somos diferentes y llenas de peculiaridades.

La vida no es un juego No es nuevo el que se escriban libros o se rueden películas donde se plantean dimensiones muy importantes de la vida entremezcladas con estrategias y tácticas propias de un tablero de juego. Por citar solo algunos, desde los recientes «Los juegos del hambre» o la serie «Juego de tronos» al clásico «Juego de Ender» donde ficción y realidad en torno a la guerra se confunden. Los «Funny Games», angustiosa película de Michael Haneke sobre la violencia, y el «Juego de patriotas» de Tom Clancy, donde 14

espionaje y terrorismo se combinan en una intriga mil veces vista. O la mítica «Juegos de guerra», aventura adolescente en la que un juego informático está a punto de desencadenar una guerra nuclear. «Las amistades peligrosas» no dejaba de ser una reflexión sobre la decadencia de una aristocracia que se dedica a jugar con el amor, el poder y la gente. No está mal esa búsqueda de metáforas literarias o cinematográficas que nos permiten entender dinámicas vitales sobre vida y muerte, violencia y ambición, guerra y paz. Solo que la vida no es un juego, aunque haya quien lo olvide. Porque en los juegos, cuando se acaba la partida, se acaba… y a otra cosa, mariposa. Pero en la vida real las decisiones concretas de cada persona tienen consecuencias en historias que no pueden confundirse con piezas de un tablero, estadísticas ni números. Hubo quien confundió su trabajo, y la confianza de quienes ponían sus ahorros en sus manos, con el juego del Monopoly. Hay quien vive la política real como un Hundir la flota, disparando a tiempo y a destiempo al rival, sin darse cuenta –o sin importarle, que es peor– que los que se van al fondo por el camino sean personas, sueños e historias concretas. Hay quien sigue pensando en estrategias, cálculos y conveniencias, y parece que juega en lugar de afrontar, con humanidad, lo que tiene entre manos. Y así nos va.

Las grandes preocupaciones En España se han disparado, en este mes de enero, las ventas de básculas, bicicletas estáticas y libros de dieta6. Parece ser que el personal, arrepentido de los excesos navideños, y agobiado porque los botones no abrochan y los pantalones parecen piel de embutido, ha decidido cuidar el tipo, recuperar la forma y volver al estado apolíneo ideal. Es humano, y legítimo, y comprensible dicho cuidado. Pero esta preocupación colectiva, esta dieta estacional que sigue al maratón gastronómico de diciembre, tiene también varias lecturas necesarias y complementarias. Está bien la preocupación por la salud, por cuidarse, por llevar una vida sana. Pero la línea que separa dicha preocupación de la obsesión por la imagen y la idealización de un único tipo de físico, de delgadez o de perfección, tiene mucho de imposición mediática irreal y dictatorial. Hay que buscar liberarse de esas presiones. Es interesante, además, reflexionar sobre cómo podemos funcionar a base de deseos e impulsos de temporada. Ahora trago como una lima. Después picoteo como un pajarito... Y así, saltamos del exceso a la austeridad, o del desenfreno al ascetismo auto-impuesto. Una imagen que está lejos del dominio de sí que, en muchas ocasiones, es bastante necesario. Leer esta noticia resulta, de algún modo, chocante en un mundo turbulento. Y ese contraste invita a no perder nunca la perspectiva sobre lo que de verdad es preocupante. En medio de este comienzo de año marcado por la violencia y las discusiones sobre la libertad de expresión. Cuando la Iglesia acaba de celebrar la Jornada de las Migraciones, y vienen a la mente las historias de tantas personas que buscan respuestas y soluciones a 15

la vida lejos de casa. Ante el tono bronco de la política diaria, que arreciará a medida que nos vayamos adentrando en el próximo ciclo electoral. Viendo, a lo lejos, al Papa en Filipinas, y su encuentro con gente terriblemente golpeada por la vida, muchos de ellos tras caminar 14 horas para llegar a compartir una celebración. En medio de todo eso, la preocupación por los kilos de más navideños, por el buen tipo, por la imagen, invita a pensar en qué es lo que nos preocupa, con qué nos comprometemos y en lo lejos que podemos estar de las urgencias y agobios más reales de esta humanidad nuestra, si acaso llegamos a sacar de quicio algunas preocupaciones. Ojalá que esto de la báscula sea, en el caso de existir, una batalla menor. Hoy resuena en nuestros oídos una pregunta eterna, que tiene que ver con nuestras prioridades y nuestros compromisos, diciéndonos, hoy, aquí y ahora: «¿Qué buscáis?».

Cara y cruz del espíritu olímpico Dijo Pierre de Coubertin que «lo importante en los Juegos Olímpicos no es ganar, sino participar» y que «lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien». Y sobre eso, se ha construido toda una mística definida como «espíritu olímpico». Se supone que las Olimpiadas son una oda a la universalidad, la igualdad de oportunidades, el juego limpio y los valores más nobles, más excelsos y más sublimes. He de reconocer que me gusta la idea, y que hace falta un poquito de mística en la vida cotidiana; que es mejor actuar en nombre de los altos ideales; que un enfrentamiento deportivo siempre será mejor que un enfrentamiento bélico; que los deportistas de élite son, a menudo, un ejemplo de consagración, sacrificio y esfuerzo para llegar a lo más alto, compitiendo contra los otros y contra sí mismos, renunciando a mucho por el camino; y que bien está la invitación a participar (que un siglo después un tal Torrebruno enriquecería enseñando a generaciones de niños que lo importante no es solo participar, sino también divertirse, lo cual es simpático, pero discutible, aunque eso es otro tema)7. Pero no deja de asaltarme una veta cínica ante el despliegue olímpico con todo lo que tiene de ambigüedad y negocio. Ante un Comité Olímpico Internacional que da la sensación de ser una banda de vividores que han montado un chiringuito que conlleva, para ellos, toda clase de prebendas y agasajos. Ante tal cantidad de prohibiciones para la gente que accede a los estadios que refleja que vivimos en una sociedad donde la convivencia se consigue a base de prohibir. Ante la realidad reflejada en los medalleros, que vincula irremediablemente número de medallas con inversión en programas deportivos, y en consecuencia favorece, una vez más, a los más poderosos –aunque afortunadamente sigue siendo necesario el talento y la capacidad de los deportistas–. Cara y cruz, luces y sombras, contrastes en definitiva. El material del que está hecho casi todo. Ahora bien, en nuestra mano está luchar para que sea lo más noble, lo más digno y lo más justo lo que prevalezca. En las Olimpiadas, y en la vida.

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La perversión del deporte El deporte y el dinero forman un matrimonio problemático. Quizás hubo una época en que las competiciones deportivas tenían más que ver con los grandes ideales. El olímpico lema «más alto, más rápido, más fuerte», con su referencia a la superación personal y colectiva, y con su trasfondo casi mítico de una forma de afrontar los conflictos sin recurrir a las guerras, se ve ahora reemplazado por consideraciones mucho más prácticas. Escuchamos estos días análisis sobre los inmensos beneficios que la Olimpiada de 2020 proporcionará a la ciudad que resulte elegida8. Asistimos a ligas de fútbol descompensadas, donde un solo jugador tiene una ficha que equivale al presupuesto de años de otros clubes. ¿Y con esa diferencia se quiere hablar de juego justo? La liga española, por ejemplo, ha sido durante años un juego de dos en el que los demás se prestan a hacer de comparsas, y rara vez se consigue romper ese duopolio. Y cuando se rompe, los terceros equipos que se presentan como «los pobres» de la ecuación suelen tener también presupuestos que para sí quisiera la mayoría de sus rivales. Por no hablar de la desmesura de determinados sueldos, que se quiere justificar en nombre del mercado, cuando por otra parte no hay reparo en dinamitar el mismo mercado si se trata de hacer excepciones fiscales, de financiar a los clubes o posponer deudas millonarias. ¿Cómo nos va a extrañar que haya quien elija el atajo del dopaje para alcanzar su pedacito del pastel y la gloria? El deporte de masas, con sus contratos millonarios, sus ingresos por publicidad, sus iconos mediáticos elegidos por las marcas para vender, sus ruedas de prensa, sus estridencias y sus sustancias ilegales, será un espectáculo, pero, ciertamente, es cada vez menos un juego justo. ¿Y no se debería tratar de eso?

Andamos cortos de tila Hay especialistas en azuzar fuegos para provocar incendios. Con palabras. Con titulares burdos. Con polémicas diseñadas para vender. Con declaraciones que inflaman los peores instintos de la gente. Y así nos va, ya hablemos de política, deporte o en la misma Iglesia (por poner tres ejemplos bien evidentes). El 30 de enero se habla de paz. En los colegios. Recordando el asesinato (en 1948) de Gandhi. Y digo yo que esto está muy bien. Que es fantástico que educadores de toda ideología y condición se esfuercen por transmitir el valor de la paz a generaciones de niños. Un valor que unos fundamentan en la fe, otros en la conciencia cívica, en los derechos humanos o en lo que se tercie, pero en todo caso se ve deseable. Entonces, el día de marras, con esfuerzo y colaboración de docentes que tratan de hacerlo lo mejor posible, se elaboran tutorías, se preparan coreografías con palomas, cintas, globos o tarjetones de colores. Se cantan canciones con estribillos más o menos pegadizos, que van desde la belleza literaria al ripio que en machacona sucesión insiste en la paz, la 17

amistad, la verdad, la bondad, la humanidad y la felicidad… ¡Todo con tal de ir inculcando en los más jóvenes el valor de la paz y la no violencia! Lo que ocurre es que va siendo el mundo adulto el que necesita recuperar la conciencia de que la paz no es únicamente la ausencia de conflicto bélico. Es también una forma de convivencia que se consigue a base de respeto, escucha, diálogo, disposición al encuentro y aceptación del otro (que es otro). Que pasa por no convertir el desacuerdo –legítimo– en motivo para la descalificación y el insulto. De todo eso anda el mundo adulto muy necesitado. Tal vez la tensión y una cierta beligerancia vital sean parte de la condición humana. Pero debo confesar que uno se cansa de metrallas e intransigencia, y añora esa palabra de quien, en una montaña, gritó a los cuatro vientos: «Bienaventurados los que trabajan por la paz».

Como en las series, en la vida La calidad de algunas series de televisión norteamericanas es, desde hace unos años, altísima. Se ha convertido en un lugar común el decir que algunas de esas series hoy están a la altura –o por encima– del cine. Cada quien tendrá sus favoritas, pero ahí están «Breaking Bad», «Juego de tronos», «Boardwalk Empire», «Downton Abbey», «Homeland», «The Wire», «Black Mirror», «Modern Family» y tantas otras. Las hay para todos los gustos: comedias amables y sofisticadas intrigas de espionaje; violentas evocaciones del mundo de los gánsteres en los años 20; historias de decadencia e historias de redención. Hay de todo. Lo fascinante es que a través de estas series se descubre, una y otra vez, la fuerza de los relatos para hacer una radiografía del ser humano. He ahí su capacidad de atracción. A menudo nos identificamos con los personajes y nos enganchamos con las series porque descubrimos que, de algún modo, hablan de nosotros. No en un sentido literal –es probable que el nivel de violencia que destila cada episodio de «Boardwalk Empire» no lo vayamos a vivir ninguno en nuestra vida cotidiana– pero sí en la medida en que los sentimientos humanos aquí reflejados son universales. Pongamos el ejemplo de una de las series más populares: «The Walking Dead». Una historia de zombis en un mundo desgarrado por una extraña plaga. Es verdad que el mismo concepto de los muertos vivientes y la brutalidad de algunas escenas hacen que mucha gente no siga una serie así. Pero, si prescindes de eso, lo fascinante es que los zombis no son más que una excusa, casi un elemento de tensión para lo que verdaderamente importa, el grupo de supervivientes y las complicadas relaciones humanas que se establecen entre ellos: celos, incomunicación, egoísmo, amor, instinto de supervivencia, traición, heroísmo, compasión… Es fácil reconocerse en alguno de los personajes, en alguna de sus encrucijadas.

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Dando un salto, uno diría que esa es la fuerza de las parábolas: utilizar relatos para hablar de la vida concreta del oyente –o del espectador–. Porque al final nuestras vidas también se bandean en tensiones y encuentros, amores y heridas, oportunidades aprovechadas o elecciones fallidas. Y cada uno de nosotros podemos pararnos y pensar, alguna vez, en el tipo de personas que somos y que aspiramos a ser. Como en las series, en la vida misma.

Orgullo friki Y dale. Cada día una celebración9. Pero, ¿qué es ser friki? Es ser distinto, tener hábitos, gustos o manías peculiares, que llaman la atención; seguir series raras, tener aficiones poco convencionales (y vivirlas con intensidad casi excesiva); vestirse de modo entre alternativo y pintoresco; leer ciencia ficción, fantasía, manga; pasar de las tendencias del momento... Frente a inercias, gregarismos y modas, un poco de frikismo es necesario en un mundo que, de otro modo, se convertiría en una moderna Gattaca10. El concepto «friki» tiene también cierta carga peyorativa. Más en su origen. El friki era el bicho raro, aquel de quien nunca se sabía por dónde iba a salir y que generaba entre hilaridad y espanto. Pero quizás en los últimos años los frikis han ido encontrando su lugar, a medida que nos vamos rebelando contra la convención por decreto, la uniformidad decidida por publicistas y gurús o la avasalladora tiranía de lo popular. Al final no se trata de orgullo ni de humildad, de llevar lo alternativo por bandera, de convertir lo estridente en pedestal ni esconderlo bajo un disfraz de miedo o aceptación. Se trata de que cada uno de nosotros somos diferentes, y tenemos derecho a serlo. Somos únicos, y esa diversidad le da color al mundo. Tampoco tiene demasiado sentido perseguir lo pintoresco por sí mismo, o mitificar lo alternativo porque sí. Lo importante es seguir siendo, por caminos convencionales o por senderos nuevos, personas que busquen una forma de estar en el mundo. Una forma de estar que, ojalá, le sirva a uno mismo y sirva a los otros para hacer de nuestras sociedades espacios más fraternos, más tolerantes y más humanos.

Botellón para la ciudadanía Día de comienzo de las fiestas patronales. Seis y media de la tarde. Atravieso la plaza de la Universidad. Hordas de jóvenes, desde los trece años en adelante, ataviados con camisetas coloridas que identifican las distintas peñas, beben calimocho (para quien no lo sepa, combinación de Coca-Cola y vino tinto) en cantidades ingentes. Lo llevan en botellas, barriles, bidones… Sus ropas están empapadas del mismo líquido. Esquivo a varios adolescentes que caen al suelo, incapaces de mantenerse en pie, entre carcajadas suyas y de los amigos. La acera está pegajosa. Es patético ver a críos totalmente 19

borrachos, y es penoso ver a treintañeros en la misma actitud inconsciente. Un grupo arranca a empujones una señal de «prohibido el paso», mientras la manada les jalea. Orinan en garajes, en portales, donde pueden. La policía se encoge de hombros cuando algún vecino protesta. En una calle adyacente esperan, pacientes, los equipos de limpieza municipales para recoger la mierda que dejarán tras ellos los adolescentes, que hoy tienen carta blanca para tomar las calles. Día siguiente. Leo en la portada del periódico: «Valladolid revienta de fiesta con el color de sus peñas». El titular da paso a una entusiasta narración en la que se describe cómo los peñistas tiñen de color las calles del centro, y se insiste en la diversión, la fiesta y el gozo de olvidar las preocupaciones diarias. Las autoridades, mientras, brindaban en el ayuntamiento con buen vino de la región. Solo en un párrafo de las páginas interiores se alude a la indignación de comerciantes y vecinos. No se hace ningún bien a los jóvenes, ni a la sociedad, ni al futuro, si no se ponen límites, retos y se enseña a la gente a ser responsable. Evoco las imágenes de ayer, y me invade una tremenda tristeza.

La (in)humana estupidez ¡Cómo está el patio! Estados Unidos soliviantado por el veredicto del caso Zimmerman, y la protesta por lo que muchos consideran una absolución con tintes racistas11. Italia asiste, estupefacta, al discurso de un senador que llama orangután a una ministra de origen congolés, mientras otro lo secunda diciendo que el que debería molestarse es el orangután12. Y en torno a esos episodios, surgen voces que constatan lo que parece evidente: que hay un racismo no superado en amplias zonas de nuestro mundo. Que hay grupos de personas que hacen del color de la piel, de la etnia, del acento o de la raza un argumento descalificador. Que hay quien, antes que pensar que tiene delante un ser humano igual que uno mismo, inmediatamente filtra la realidad con el prisma de una estúpida superioridad de lo que se considera propio frente a lo ajeno. Suena tan absurdo, tan antiguo o debería estar tan superado algo así, que sobrecoge descubrir esa pervivencia de lo brutal, lo visceral, lo primitivo. Si algo bueno debería traer a esta sociedad globalizada la proliferación de los medios de comunicación y la conexión inmediata de todo el mundo es la capacidad de superar prejuicios, abriéndonos de verdad al encuentro entre personas. Que todos sangramos igual, todos lloramos, y reímos cuando algo va bien. Que todos aspiramos al amor, a la ternura, a la seguridad para nosotros y los nuestros... No puedo entenderlo, de verdad, no puedo.

Lo importante 20

Leo esta mañana que en Sevilla un joven polaco –sin nombre aún en la crónica– ha muerto13. La primera impresión es que murió desfallecido, de hambre, agotamiento, o en todo caso, de pobreza. Tal vez haya más matices. Tal vez las noticias que vayan surgiendo contarán algo más. Tal vez saldrán ahora quienes todo lo puntualizan a decir que en España nadie muere de hambre, que se drogaba, que ayer había tomado sopa; que fue mala suerte, o un golpe, o un aneurisma. Tal vez. Pero, probablemente, la muerte de hoy es solo el final de una cadena de pequeñas muertes, fracasos y derrotas. De quien emigró huyendo de la pobreza para encontrarse con más pobreza y soledad. De quien no encontró trabajo, o lo tuvo y lo perdió, y deambuló por las calles tratando de sacarse unos euros. No lo sé. Todo esto me lo imagino, y ni siquiera sé si fue o no así. Y por eso mismo, no quiero imaginar de más en esa vida ni hacer de él un personaje. Es una persona. Una persona que ha muerto en la cuneta, como tantas en nuestro mundo. Y esa muerte tan cercana se convierte en un alarido. Un alarido que grita para zarandearnos y decir: «¿Qué estamos haciendo?». ¿Acaso lo vimos caminando por la calle y cruzamos de acera, porque tenía mala pinta? ¿Tal vez se acercó, mascullando palabras que ni entendíamos, y nos asustó, pensando que venía con malas intenciones, o pensamos que el ayuntamiento no debería permitir a «esta gente» deambular por nuestras calles? ¿Tal vez, tras cruzar unas cuantas fronteras, se quedó a las puertas de la última, invisible, pero infranqueable, la de los brazos que nunca se le tendieron? ¿Iría pasando de recurso en recurso, de despacho en despacho, de albergue en albergue, recibiendo miradas compasivas y gestos de impotencia de quien, aun queriendo, no supo ayudarle? ¿Pensaría en volver a su casa, a su tierra, pero le pudo la vergüenza por no haber logrado lo que esperaba? ¿Deja madre, padre, hermanos? ¿Amaba a alguna chica? No lo sé. Pero su muerte, tan cercana, me hace pensar que si ni siquiera ya el próximo que sufre es prójimo, este mundo está muy herido. Hoy alguien me preguntaba, ante algo cotidiano, «¿te importa si...?». Y yo pensaba que hoy lo importante es ese chaval al que ni siquiera sé si alguien llorará.

No la mereces Chaval, que tratas a tu novia con un desprecio que no sé dónde habrás aprendido. Que la insultas porque te sientes el gallito del corral. Chaval, que te crees que la displicencia de tus contestaciones es señal de fortaleza, cuando te convierte en un patético chulo. Cada insulto, cada desplante, cada vez que le dices que no vale nada, cada WhatsApp cargado de exigencia y «bordería», cada golpe que das en la mesa, cada empujón o zarandeo, si llega el caso, es la prueba de que eso que, tal vez, llamas amor no lo es. Porque el que ama respeta, respeta la libertad de quien ama, y sus ritmos, y sus silencios o sus palabras. Claro que quien ama quiere ser correspondido, pero no a golpes. ¿No lo entiendes? Se trata de que te quieran, no de que te teman. Ambos sentimientos no se parecen en nada, aunque haya quien a veces los confunde. Seguro que te dices que tú no eres un 21

maltratador, que maltratador es el que sale en la crónica negra de los telediarios. Que lo tuyo es amor, que el mundo exagera, y que nadie más entiende lo que hay entre vosotros ni tiene por qué meterse. Pero no te engañes, chaval. Ya has empezado. Y no la mereces. Aunque te creas que eres el no va más, y que es ella la que suspira por ti. No la mereces, y cualquier día te dará el corte que necesitas, te mandará a hacer puñetas, y se irá con alguien que sí la merezca y con quien pueda tratarse de igual a igual, desde el cariño y la confianza. O se irá sola, que no necesita un gañán a su lado. Pero se irá. Y lo peor es que, tal vez, seguirás sin entender qué ha pasado. Creerás que son otros los que la han predispuesto contra ti, sin comprender que el problema, siempre, fuiste tú, convencido de lo mucho que merecías. Hoy es el día internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres14. Cada día aparecen nuevos estudios sobre malos tratos en relaciones de pareja entre jóvenes. Y sobre la justificación de conductas machistas en adolescentes y jóvenes. No hay sumisión que valga. No hay justificación para la violencia ejercida por razón de género. No la hay.

Nos ha tocado En España tiene mucha tradición la lotería de Navidad. Hay alrededor toda una liturgia que ha cristalizado a lo largo del tiempo, con sus ritos que se repiten año a año. Los más madrugadores compran ya en agosto. Luego, desde octubre, la publicidad empieza a caldear el ambiente. Durante bastantes años fue el calvo quien se convirtió en un personaje entrañable. Esta vez se ha optado por un pseudo-villancico que les ha quedado un poco esperpéntico15. La gente compra. Nombres como «Doña Manolita» o «La Bruja de Oro» salen en los telediarios porque es allí donde más décimos se venden. Luego, el mismo día, se oye en todas partes el soniquete de los niños cantores de San Ildefonso desgranando un rosario de premios. Quien más, quien menos, todo el mundo pregunta, a lo largo de la mañana de la lotería: «¿Ha salido?», y cuando sale, entonces vemos una avalancha de noticias sobre el lugar en el que ha tocado, cuántos millones se han repartido, y escuchamos relatos sobre cómo les cambia la vida a los afortunados. En algunos casos sentimos que se ha hecho algo así como justicia, tocando a gente que estaba en situaciones extremas. Y está, por supuesto, la resignación de la mayoría, que nos conformaremos con un «¡Que haya salud!». Algunos de los que se han llevado un pellizco salían ayer en las noticias. Contaban en qué iban a emplear el dinero: la hipoteca, una casa, sobreponerse a tres y cuatro años de desempleo… Y uno, que lo veía, pensaba que muchos de nosotros no somos conscientes de lo afortunados que somos teniendo garantizado el pan de cada día, el techo de cada noche o la ropa de cada temporada. Tenemos salud, y cobertura sanitaria. Tenemos casa, y trabajo. O estudiamos y nos preparamos para conseguirlo en el futuro. Tenemos gente con la que compartir los sueños y desvelos de cada día. Tenemos 22

motivos para la alegría cotidiana. Hemos sido agraciados con una lotería vital que debería hacernos cantar, cada mañana, un himno de gratitud y de compromiso con un mundo en el que no tendría que haber perdedores.

Reírse de los apellidos Lo que está pasando en España con «Ocho apellidos vascos», que durante semanas ha ido aumentando de recaudación gracias a que la gente anima a otra gente, revela muchas cosas16. En primer lugar, revela que, pese a la carga polémica que tiene el cine español – cuando se mete en berenjenales políticos, se arroga ideológicamente el título de «representante de la cultura» y se dedica a hacer películas que no interesan mucho, unas por ideológicas y otras por aburridas–, la gente, que es mucho más lista que eso, elige lo que va a ver. La campaña mediática de «Lo imposible» fue poderosa hace dos años, y muchos podrían atribuir a ella el éxito de dicha película. Con «Ocho apellidos vascos» no ocurre lo mismo. Por supuesto que hay publicidad, pero no mucha más que en otras películas españolas que pasan por las carteleras sin pena ni gloria. Pero resulta que es una comedia simpática, con buenas dosis de mala uva que, sin embargo, no se convierte en una descalificación grosera y burda de quienes no piensan como uno. Quizás los que peor parados salen son todo el mundo aberzale, ridiculizado hasta el extremo. Y ahí entra la dimensión trasgresora del humor. La capacidad para reírte de lo absurdo. Sin que eso signifique no tomar en serio un problema y una realidad –como es y ha sido el terrorismo de ETA– que ha dejado muchas víctimas. Y, sin embargo, qué elemento catártico, poder exclamar, en forma de carcajadas: «Eres ridículo». Te ríes. Te ríes mucho, con bromas que solo entiende alguien que esté un poco al día. Magistral Carmen Machi despidiéndose en la puerta de su casa con un «Hasta mañana, corazones…»: carcajada general en el cine. Y como esa, muchas. Y hay ganas de reírse, en un cine, y con otros. Que demasiada bronca llevamos encima. Luego está el hecho diferencial. En la película los protagonistas son o vascos o andaluces. Y en ambos casos se juega, sin el menor pudor, con los topicazos. Que si cortes de pelo, que si chiquitos o vino fino, que si ikastolas y frontones, que si tablao flamenquito, que si unos son pijos hasta la médula y otros solo se quitan el chándal para las grandes ocasiones… ¿Es esa la descripción de la realidad vasca y andaluza? Seguro que no, pero la caricatura divierte y entretiene. A mí hasta me ha dado un poco de envidia, pensando cómo me gustaría una versión con protagonistas asturianos, y que nos tomasen el pelo con la sidra, la rivalidad de Oviedo y Gijón, la Virgen de Covadonga, y hablando de les vaques y la tierrina. Reírse de uno mismo es muy saludable. Pero, por detrás de eso, hay también un canto, bienintencionado, sobre la unidad y la diferencia, sobre lo absurdo de algunos excesos, y sobre la paz posible. A algunos ese discurso les escocerá. Y, sin embargo, creo que refleja algo que siente mucha gente,

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cansada de que problemas y muros imaginarios se conviertan en prioridad, cuando las prioridades, en un mundo como el nuestro, deberían ser otras.

Influyentes La revista «Time» ha publicado su lista anual sobre las cien personas más influyentes del mundo. En ella hay nombres para todos los gustos. Desde el papa Francisco a Alfonso Cuarón, pasando por Hillary Clinton o Cristiano Ronaldo. Gente de todas las esferas. Políticos, artistas, estrellas del deporte, activistas sociales… (la propia revista los clasifica y divide entre «titanes», «pioneros», «líderes», «artistas» e «iconos»). La variedad invita a pensar. Hay distintas formas de influir en los demás. A través del pensamiento, de la creatividad, por ocupar posiciones de poder, por tener acceso a los medios de comunicación, por alguna acción especialmente valiente en un mundo que necesita héroes… Todos podemos ser determinantes para otros. Con nuestros pasos o nuestros silencios. Y muchos quizás ni nos damos cuenta de la importancia que tenemos en otras vidas. Eso debería ser motivo para una reflexión profunda. La mayoría no ocuparemos portadas ni daremos grandes titulares. Pero cada uno de nosotros puede ejercer la responsabilidad para con los otros, o abstenerse. Porque hay otros que, tal vez, te miran, se fían de ti, necesitan encontrar en ti apoyo, respuestas, humanidad... Y del mismo modo también nosotros podemos dejarnos influir por unos modelos u otros, y elegimos a quién damos cancha en nuestra vida. Hay gente que, acaso sin ellos saberlo, son modelo, referencia, nos miramos en ellos... Y nos ayudan a creer, en tanto. En la medida en que podamos, es deseable que pongamos nuestras capacidades, talentos e influencias al servicio del bien común, de un evangelio real y aterrizado, y de una justicia que es parcial a favor de los más débiles. Y, también en la medida en que podamos, ojalá admiremos y nos dejemos influenciar por gente cuyo ejemplo, cuya coherencia y cuyas opciones vitales sean el germen de un mundo un poco más sanado, que bastantes heridas lo asolan.

Barato, barato Esto del Black Friday, que va cobrando entidad por estas latitudes, invita a reflexionar sobre el consumo desaforado. «¡Es barato! ¡Hay que aprovechar!». Un imperativo parece instalarse, hoy, en el ambiente: «¡Compra!» 17. Anoche se cayeron, a las 00:00 h, las principales tiendas online por la saturación. Y uno imagina a decenas de miles de compradores ansiosos queriendo navegar por innumerables páginas de ofertas. Y a otros muchos, presentes físicamente en las tiendas, esperando la apertura nocturna. Comprando barato y sintiendo que han conseguido un 24

chollo o una ganga. Supongo que, si se trata de algo que una persona tendría que comprar sí o sí, en ese caso claro que lo mejor es poder conseguirlo a buen precio. Pero sospecho que la dinámica que se genera, en muchas ocasiones, no es tanto la de reservar las compras necesarias para esa jornada, sino más bien la de que «ese día hay que comprar». Un estímulo más. Un día más. Un gol más en la portería del consumidor. Sé que vivimos en una sociedad y una economía que funciona gracias a la producción y el consumo. Pero eso no es un eximente ni una justificación para cualquier forma de consumo. Hoy se impone la vuelta a una austeridad vital que sea, también, una forma de libertad y de justicia. Se impone una mirada cuerda a las posibilidades de nuestro mundo. Lo más barato no es comprar barato, sino no comprar lo que no necesitas. Y, por otra parte, este consumo barato, este más por menos, no debería valer para muchas dimensiones de la vida. De hecho, para las más importantes, ¿máximo resultado con la mínima implicación? ¿Bueno y barato? Eso no vale. En las dimensiones esenciales de la vida el criterio debería ser encontrar algo (Alguien) tan valioso como para entregarlo todo. Y para eso no hay Black Friday que valga…

Crónicas desde El Capitolio ¿Conoces «Los juegos del hambre»? Es posible que sí, una interesante fábula con tristes paralelismos con nuestro mundo. En El Capitolio, capital de Panem, la gente disfruta de una vida más o menos tranquila, entretenidos en sus cosas, preocupados por sus modas, divertidos por los medios –lo más de lo más es la competición anual de los Juegos del hambre– y bien abastecidos y alimentados gracias a los recursos que se generan en los distritos de la periferia, donde la gente malvive. A veces parece que nuestro mundo tiene algo de Panem. Mientras el ébola esté en los distritos no dejará de ser una noticia más, entre una avalancha de noticias, que se van encadenando unas a otras. Durante unas semanas hemos tenido un susto, porque el ébola llegó a El Capitolio18. ¡Qué desfachatez! ¡Qué ignominia! ¡Qué tercermundista, esto de importar una enfermedad de pobres! ¡Los protocolos! ¡Los protocolos! Cundió un pánico bastante irracional. Al final la tormenta amainó. Cuando en El Capitolio nos aburrimos del ébola, nos entretuvimos un día con el cierre de una fábrica de piruletas, y el miedo dio paso a una nostalgia bastante banal. Después sería noticia la jornada más goleadora en Champions. A la espera de algún nuevo tsunami mediático que dure más de unas horas, África pasó al olvido hasta mejor ocasión. Quizás volverá a ocupar titulares si un día de estos llega a El Capitolio noticia de la liberación de unas niñas a las que un grupo llamado Boko Haram secuestró hace ya muchos meses19. También entonces, durante una semana, muchos se hicieron una foto que ponía «Bring our girls back» («Devolvednos a nuestras niñas»), y seguramente hay 25

quien, en la trastienda internacional, se ha movido para que algo tan atroz se solucione. Pero ¿con demasiada calma? –pues cada día habrá sido el infierno para aquellas chavalas, que deberían estar en la escuela o jugando, y no secuestradas por unos salvajes–. Pero la urgencia es distinta según a quién afecten las cosas. Sobre el ébola, volveremos a hablar si se infecta un vecino o a partir de 50.000 africanos. En este mundo mediático, con millones de terminales que crean y reciben opinión o información, la parálisis por saturación es una amenaza real. Y este mundo es caldo de cultivo de demagogias, histeria e impunidades. Hay quien ha aprendido a jugar a «la opinión pública». Los mejores en este juego se hacen con el poder. Es aterrador, pero ocurre. Es una sociedad entretenida a base de noticias. Aprovechando como oportunidad lo trágico, lo lúdico o lo esperpéntico, los poderosos convierten el pan y el circo en estrategia. También el hambre y la guerra (siempre que sean lejos de casa). El día en que opinadores, militantes, cristianos, ateos, tuiteros, periodistas, tertulianos, indignados, contentos, derechosos, izquierdistas, liberales, progresistas… dejemos de ser espectadores y seamos más protagonistas activos, cuando exijamos más a los nuestros, nos tomemos en serio las palabras y dejemos de bailar al son que nos dictan los jugadores profesionales del juego del poder, ese día cambiará la música.

Quedar a pegarse He ahí un concepto brutal. Y, por lo que parece, muy asociado a los movimientos ultra de algunos equipos de fútbol. Hay gente que queda para dar una vuelta, para ir al cine, para tomar un café o dar un paseo. Pero lo de quedar para partirse la cara tiene algo demencial. Uno pensaría que pegarse, cuando ocurre, es resultado de un calentón, una agarrada que se va de las manos, o un momento de roce que termina explotando. Y entonces, dos personas, o dos grupos, se enzarzan y se zurran. Pero esto no. Esto es una cita en toda regla. Solo que en lugar de echarse colonia, querer lucir guapetes o pensar en un plan romántico para compartir con tu pareja, aquí los preparativos pasan por hacerse con bates de béisbol, barras de plástico y armas blancas. Y todo esto con abundante planificación: lugar, hora, negociación sobre el número de participantes en la contienda, tomarse la preocupación de que no sea detectado el plan en las redes sociales, alquilar autobuses para llegar –los que vienen de fuera–… Ayer murió un hombre de 43 años, con un hijo de 4 y una hija de 19. Era, por lo que parece, de los habituales en este tipo de tanganas. Y uno no puede dejar de preguntarse qué vacío tan tremendo tiene que haber en las vidas de quienes necesitan esta dosis de adrenalina vinculada a la violencia. Qué falla para que alguien que debería tener tantos motivos para luchar en la vida encuentre emoción y estímulo en la bronca planeada. Hasta el punto de arriesgarlo todo. ¿O es que acaso se vive tan solo como un 26

juego salvaje, sin pensar en las consecuencias? Intuyes detrás vacío, falta de horizontes, algo muy primario que tal vez forme parte de los instintos más brutales que la civilización ha conseguido embridar. Intuyes un sinsentido brutal. Y después, te quedas sin palabras20.

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La sociedad de la información en el bloque anterior hablábamos de algunas dinámicas de nuestra sociedad, un S apartado particular es el que tiene que ver con la sociedad de la información y sus I

dinámicas. Las nuevas tecnologías han colonizado rápidamente buena parte del mundo. Desde luego, la sociedad occidental sería irreconocible hoy sin todo el conjunto de aparatos, conexiones y flujos de información que corren entre personas e instituciones, constantemente, en tiempo real y en cantidades ingentes. Todos los días, desde primera a última hora, podemos vernos bombardeados por noticias, publicidad, crónicas y anuncios. Pero, como ya sabemos, el medio condiciona de forma determinante el mensaje. Lo que oímos, lo que vemos, lo que «existe» en un mundo en el que, desgraciadamente, ser es ser visto, nos llega constantemente por las autopistas de la información. Es muy útil aprender a ser crítico ante la forma en que consumimos noticias, ocio, conexiones… Es importante aprender a estar en control, y a no ser esclavo de las nuevas tecnologías, que, si te descuidas, te atrapan en una red de dependencia y urgencias. Y es lúcido detectar lo que falta, lo que no aparece, lo que deja de ser noticia.

Historias sin foto Sin imágenes impactantes la realidad se diluye. Estas últimas semanas varias escenas me han sacudido. Un padre de familia rumano se prende fuego, vencido tras arrastrarse por mil lugares pidiendo ayuda para volver a su país. Las cámaras muestran su dolor, la agonía de su familia y la impotencia de los testigos, incapaces de arrancarle las ropas en llamas hasta que es tarde. Varios inmigrantes se ahogan al saltar de la patera demasiado pronto. La foto muestra a dos policías sacando uno de los cadáveres a la orilla. Un soldado birmano tirotea a un fotógrafo japonés que está en el suelo. La escena es rápida, instantánea, brutal. La muerte se filma y se retransmite en directo y en pocos instantes recorre el mundo entero. Todas esas instantáneas vuelven a uno después de días, siguen martilleándote en la sien, inquietándote. Y aunque parezca contradictorio, no quiero escribir sobre esas historias, sino sobre otras que no tienen foto espectacular que mostrar. La del muchacho enfermo que pasea por mi barrio entre la burla de algunos («Ese es un loco»). La de ancianos sedientos de palabra y escucha, que pasean su soledad y su silencio entre su casa y la tienda, la misa de 12 y la sala de estar donde la televisión será su única compañera hasta mañana. La de presos a quienes veo los domingos, que envejecen más rápido, porque la cárcel le gasta a uno la vida muy deprisa. La de algunos jóvenes, apenas críos, que parecen estar de vuelta de todo sin haber ido a ningún sitio…

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No debo seguir, que todos conocemos historias sin foto, pero igualmente reales. Solo es que me preocupa pensar que ya únicamente me conmueven las escenas tremendas. Me asusta tener entrañas de piedra, y no de misericordia. Me trastorna ser ciego a esa otra sociedad invisible, de vida cotidiana, de esperanzas y dolores, donde quizás alguien me espera.

La velocidad de las noticias La velocidad con que se suceden las noticias es una dinámica contra la que es muy difícil luchar. Basta echar un vistazo a este mes de agosto para darnos cuenta de cómo, hasta en un mes donde aparentemente hay poca carga informativa –al menos en España, cuando mucha gente está de vacaciones–, en realidad hemos ido saltando de unas historias a otras sin pausa21. Tan pronto estamos sacudidos por el ébola como por la violencia de Irak. Nos desayunamos con las medallas de la natación española, y a la cena vemos al último fichaje del fútbol debutando con su equipo. Hemos visto a Obama anunciando bombardeos, Gaza destruida, a Merkel peregrinando. Los sumarios judiciales de la corrupción siguen engordando. Un terremoto zarandea San Francisco y otro hace temblar Chile. Boko Haram sigue impune. En la radio suena Enrique Iglesias. El papa clama por la paz en Ucrania. Continúan las oleadas de inmigrantes llegando a las fronteras. Las noticias nos hablan del número de turistas que visitan España, de la enésima víctima de violencia de género, o de otro episodio de balconing. Suma y sigue. Me viene todo esto a la mente al leer que el presentador ecuatoriano Alfonso Espinosa de los Monteros entra en el «Guinness» por cumplir 47 años ininterrumpidos al frente de un noticiario en Ecuavisa. Un récord que, a este paso, seguirá así hasta que Jordi Hurtado cumpla 48 al frente de «Saber y ganar» 22. Piensa uno en las pocas cosas que permanecen. Y en cómo la velocidad y la acumulación se han convertido en los mayores aliados de la impunidad. Pareciera que vivimos en una tragedia griega posmoderna, donde cada episodio, desconectado del resto, cuenta con un coro de opinadores que –vía redes sociales o comentarios virtuales– desmenuzan lo sucedido, para pasar, a continuación, a otro capítulo. Uno quiere gritar, pedir una pausa, exigirle al tiempo que vaya más despacio. Pero eso es imposible. Así que no nos queda otra que aprender a rescatar, en este torbellino vital y mediático, lo que no debe caer en el olvido. Para que lo único que permanezca no sean los presentadores del telediario, y los eternos pobladores de las listas de los poderosos.

Exhibicionismo, voyerismo, privacidad, seguridad, miedo y nuevas tecnologías

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La semana pasada un hacker informático, aprovechando un fallo de seguridad de «iCloud», se hizo con fotos privadas de varias mujeres famosas, que filtró después a las redes sociales. Entre las víctimas del robo, Jennifer Lawrence, una actriz de moda en los últimos años gracias a sus papeles populares en «Los juegos del hambre» y a sus interpretaciones de calidad que le valieron un Óscar por «El lado bueno de las cosas». Las fotos, por lo que parece, corrieron como la pólvora. Cientos de miles de visionados y descargas. Hace ya días de esto, y la noticia pronto será olvidada. Pero pone sobre el tapete algunas dimensiones inquietantes de esta invasión de las nuevas tecnologías en nuestra vida: – El derecho de las personas a la intimidad, en la que se expresan como les parece oportuno. – La despreocupación con que muchas personas se fotografían en situaciones sensuales o explícitamente sexuales, y hacen partícipes a otros de esas imágenes. Si bien se puede alegar que el que es adulto y libre hará al respecto lo que le parezca oportuno, la imitación hace que eso ocurra mucho entre adolescentes que aún no son conscientes de la permanencia de dichas imágenes más allá de las tonterías que uno puede hacer cuando es joven. – La vulnerabilidad de la privacidad en las redes sociales, donde las fronteras son fáciles de asaltar. – La impunidad y el voyerismo de muchos que, aun sabiendo que ciertas imágenes son robadas y constituyen una violación de la intimidad ajena, no tienen empacho en ver o compartir dichas imágenes. Hay muchas películas de ficción y terror donde, bajo el mundo visible, se esconde un inframundo siniestro lleno de amenazas. Creo que hoy en día lo más parecido a ese inframundo empieza a ser este universo digital, donde van quedando vestigios de toda nuestra vida a jirones, expuestos a ser exhibidos en cualquier momento. Algún día, si no es ya, el poder supremo lo tendrá quien mejor maneje las llaves de este mundo virtual. Y eso aterra.

Entre una de espías y una de ciencia ficción Últimamente la tecnología está dando unos cuantos titulares. En concreto, pienso en dos noticias recientes. Por una parte, la filtración sobre el espionaje sistemático de comunicaciones privadas obra de la CIA. Por otra, el anticipo de lo que puede ser una nueva vuelta de tuerca en la imbricación de tecnología y vida cotidiana: las gafas de Google (Google Glass), que parecen sacadas de una película futurista con Tom Cruise o Schwarzenegger de protagonista (en concreto, viendo el invento de las gafas vienen a la mente «Minority Report» o «Terminator»). 30

La colonización de la vida colectiva por las nuevas tecnologías parece imparable. Es voraz. Es veloz. Lo que hoy se anuncia como posible novedad tarda tan solo unos años en quedar obsoleto. Pensemos en lo ocurrido en la última década con la telefonía móvil, los smartphones, las redes sociales, las aplicaciones. Pero el que sea imparable no significa que uno solo pueda ser un usuario pasivo. Al contrario. Hoy, más que nunca, se hace necesario educar el criterio, ser muy consciente de lo que uno busca y lo que no. Saber utilizar las tecnologías como medio al servicio de un fin –y ojalá de fines nobles, evangélicos y humanos–. Lo importante, en esto de las nuevas tecnologías como en tantas otras cuestiones, no es estar a la última, sino saber estar.

La dictadura tecnológica Es difícil, y caro, y heroico, estar a la última en las nuevas tecnologías. Gadgets variados, juguetes muy costosos que prometen prestaciones inabarcables. Marcas que definen nuestro siglo (Apple, Samsung, Nokia). Móviles. Tablets. Ahora sale el «iPhone5» y se agota en cuestión de horas. Hoy es el no va más. El acabose. Lo último de lo último… pero solo hasta dentro de unos meses, porque tras el 5 vendrá el 6, y el 7, y el 70. Y aunque uno quiera resistirse a este imperativo de la constante mejora, se van generando mecanismos que te obligan a actualizarte, porque los programas dejan de funcionar a medida que cambian los sistemas operativos, y sin moverte te quedas desfasado. Lo mismo da si hablamos de reproductores de música, pantallas de televisión… Hasta el lenguaje se convierte en una jerga que hay que aprender a descifrar (pantallas LED, monitores LCD, televisores de plasma, TFT…). Vamos, que antes de comprar una tele nueva mejor hacer un máster. ¿Cómo resistir a este mar que bate, implacable, contra nuestras costas? ¿Cómo echar el ancla si la corriente es tan fuerte que arrastra a cualquiera? ¿Cómo o cuándo decir «basta»? ¿Dónde poner los límites? Preguntas necesarias para un consumidor tecnológico. Tensiones reales, entre lo necesario y lo superfluo, entre estar a la última y quedarse atrás, entre bienestar y consumo. Tal vez, en medio de la crisis, una cierta austeridad vendrá a redescubrirse como un valor que pueda poner algunas cosas en su sitio, un sitio que aún tenemos que encontrar. Para que la tecnología esté al servicio del ser humano y no el ser humano cautivo de la tecnología.

Apaga… y vive Clic. Veo una peli. Clic. Veo una serie y me echo unas risas. Clic. Veo las noticias sobre el accidente de Santiago y me estremezco. Clic. Veo la final de sincronizada. Orgullo y 31

satisfacción por otra medalla. Clic. Veo la vigilia y escucho al papa. ¡Bravo! Clic. ¿Y ahora qué? Es una maravilla la posibilidad de estar informados, de poder seguir la actualidad en tiempo real, de poder llegar, casi al instante, a los lugares del mundo donde ocurren cosas. Es una suerte poder escuchar, en vivo, a los que hablan. Toda esa información puede ser alimento, cultura, entretenimiento, acicate… y todo ello es necesario. Pero se corre el peligro de terminar generando una mentalidad de espectador. Uno parece un juez de alguna competición deportiva, que, al terminar «la actuación», levanta un dispositivo indicando su puntuación. Y, de manera inconsciente, terminas convirtiéndote en espectador distante y exigente. «¿Qué tal ha estado el papa?» (un ocho, un nueve, un diez... según). Hay mucho de espectáculo en lo que vemos en los medios. Solo busca entretener y no necesita ir más allá. Pero hay otra parte que solo tiene sentido si es punto de partida. Hace falta un paso más, el paso en que uno mismo se convierte en protagonista de la vida real que está a este lado de la pantalla. Y si acaso algo de todo lo que uno ve lejos ha de tener consecuencias, deberían ser para tomar opciones en serio, aquí y ahora.

Saturación De palabras, de noticias, de imágenes, de encuestas, de opiniones, de títulos, de artículos, de nombres, de ideas… Cuestiones reales o ficticias, eclesiales, políticas, económicas, culturales, deportivas… ¡Hay que estar a la última! ¡Hay que saber qué pasa! ¡Hay que cargarse de argumentos! ¡Hay que producir para mantener viva la máquina! ¡Hay que estar informados! Ahora es la crisis, mañana la gripe, pasado, ¿quién sabe? Ayer era el enésimo partido del siglo, y hoy otra victoria de Nadal. Si buscamos motivos para la trifulca, las polémicas aparecen y desaparecen a golpe de titular. Tampoco en la Iglesia nos libramos de esa inflación. Noticias, blogs, publicaciones, ponencias, artículos, libros, homilías, opiniones y más opiniones, chascarrillos, calificaciones o descalificaciones, juicios y prejuicios… Hasta estas palabras que yo escribo y tú lees pueden ser cháchara, cotorreo que ha de llenar espacio. Otra idea más que, en el mejor de los casos, leerás hasta el final para pasar después a otra cosa. A veces hay que atrincherarse en el silencio y dedicar tiempo de calidad a meditar. Para no quedar sepultados por una avalancha de historias sin hilo conductor o para no entrar en el juego perverso de las ideas desencarnadas. Para conseguir criterios firmes. Para ganar en libertad, sin vivir atrapados en esa dinámica que todo lo devora. Para tratar de comprender los problemas en su complejidad. Para no olvidar lo esencial: la fe, el amor y la justicia. Pero es difícil. Porque todo nos invita a pasar página rápidamente. 32

Atrincherados en el silencio quizás aprendamos a mirar mejor.

Los correos del duque ¿Te imaginas que tus correos, supuestamente privados, un día estuvieran en la portada de los periódicos de mayor tirada23? ¿Te imaginas que se convirtieran en tema de conversación, de parodia, de burla? ¿Te imaginas que esa broma que un día intercambiaste con alguien cercano saltase las barreras de la intimidad para convertirse en contenido de tertulias, charangas y chirigotas? En medio de toda la escandalera, salen a la luz los correos del duque, que hoy debe de estar tirándose de los pelos por haber sido tan zoquete. Su socio, y presumible compinche, era el que recibía correos adobados con comentarios más bien zafios, bromas de doble sentido o dedicatorias con un toque picante; el famoso juego de palabras sobre el duque em-palma-do o la foto de las ciclistas desnudas acompañada de un guiño sobre el cambio de profesión del duque, que se iba a dedicar a patrocinar a tan naturista tropa. Como hay de por medio hartazgo, hastío y cabreo con el duque por la corrupción, esto es un suma y sigue. Pero seamos justos: mucha gente seguramente ha dicho algo impropio, alguna vez, en un clima de confianza. Mucha gente ha enviado más de una vez alguna foto con una broma que podría resultar un poco inconveniente si se saca del contexto de la camaradería. Y aunque no lo hayamos hecho, uno diría que no hay que rasgarse las vestiduras por un tipo de conductas que serán zafias, pueriles y acaso impropias, pero, en todo caso, son privadas. No estoy de acuerdo con la humillación mediática. No estoy de acuerdo con esa intimidad expuesta, con esa burla y ese regodeo con el ídolo caído. El duque se habrá aprovechado de su cargo, habrá sido un corrupto y no es ningún mirlo blanco. Más bien parece ser que es un jeta. Y por eso, ojalá lo que es ilegal en su conducta sea juzgado como tal. Ojalá no haya una justicia para ricos y otra para pobres. Y que el duque cargue con sus responsabilidades civiles y penales si llega el caso. Que se le juzgue, y se informe de lo delictivo. Pero hasta ahí. Me sigue pareciendo que lo de los correos es privado, y si lo necesitan en el juicio, que lo usen en el juicio. Pero ¿publicarlo? Los periodistas dirán que están en su derecho. Pero yo creo que con eso solo estamos cayendo a un nivel muy bajo. Tenemos que demostrar que somos mejores que eso, leñe.

El derecho a no estar en YouTube Hace unos días un pianista, Krystian Zimerman, interrumpió su actuación en un festival de piano para encararse con un espectador que grababa el concierto con su móvil24. A continuación, el intérprete, definitivamente descentrado, abandonó el escenario. En declaraciones posteriores decía que YouTube está matando la música, al ofrecer 33

sucedáneos en forma de grabaciones piratas, de mala calidad. Y explícitamente insistía en que no estaba hablando de la cuestión económica de los derechos de autor, sino de la cuestión, mucho más estética, de la calidad de la música. También hace unos días un hombre mató a tres compañeros de trabajo por grabar una broma y subir el vídeo a Internet. Al parecer, el sentimiento de humillación era la gota que colmaba el vaso en una relación difícil para una personalidad probablemente desquiciada. Hoy, cuando mucha gente lleva una cámara en la mano, todo es susceptible de ser grabado. Un concierto, una conferencia, una relación sexual, un incidente en automóvil, una conversación, un control de alcoholemia, una bronca en el trabajo… Y si hay «suerte», al poco tiempo se convierte en un hit, un contenido viral que se expande por el mundo entero con cientos de miles de visitas. ¿Quién no se ha reído un rato con la frescura de uno de esos episodios que dan su minuto de gloria efímera a personajes de lo más diverso? Pero uno a veces piensa en la gente que protagoniza esos incidentes, y en hasta qué punto pueden quedar marcados por esos episodios, que alguien difunde y propaga muchas veces sin su consentimiento. Hasta qué punto siempre quedarán asociados a un instante que preferirían borrar de su memoria. Hasta qué punto la humillación se ceba en gente débil, frágil, herida… No creo que sea cuestión de censuras muy rígidas. Pero sí se hace necesaria una buena dosis de humanidad, compasión, y conciencia sobre lo que está en juego cuando hablamos de personas. He ahí un buen capítulo para un manual de educación para la ciudadanía digital.

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Así somos, tan humanos es un mundo. Nos definimos por nuestros rasgos, por nuestro carácter, C por lapersona historia que hemos vivido hasta ahora, por las relaciones que atesoramos, por ADA

el contexto que nos influye… En fin, por tantas cosas diferentes que al final cada uno de nosotros es único. Es bonito pensar en eso, en que cada persona es excepcional, irrepetible, diversa. Y, con todo, hay muchos rasgos o muchas formas de actuar que compartimos. A lo mejor no todos reaccionamos siempre de la misma manera, no nos preocupan ni nos asustan las mismas cuestiones o no tenemos el mismo orden de prioridades en la vida. Pero, con todo, a menudo nos reconocemos en sentimientos o impulsos ajenos. Y viendo lo que les ocurre a otros aprendemos a ponerle nombre a lo que también nos pasa a nosotros. Y es que así somos, tan humanos…

Maldita impaciencia ¿Por qué no me llaman ya? ¿Por qué no me escriben ahora mismo? ¿Por qué pasan días, o acaso semanas, sin que llegue la respuesta a mis anhelos, cuando la urgencia me muerde? Me siento, en ocasiones, como un animal enjaulado, nervioso, inquieto, desesperado. Y lo peor es que la jaula tiene algo de irreal, de imposible, de tramposo. Este mundo en directo nuestro tiene muchas ventajas. La facilidad para estar en contacto constante, a tiempo real, con todo el mundo, da calidad a nuestra vida y multiplica las posibilidades. Acorta las distancias y evita los adioses. Permite estar siempre en contacto. ¿Cómo era el mundo sin Internet, sin móvil, sin correo electrónico? ¿Cuánto tardaba en llegar una carta? ¿Cómo era tener que localizar a alguien sin presuponer que siempre estamos disponibles? Cuesta acordarse. ¡Qué rápido hemos entrado en estas dinámicas de lo inmediato! Pero la inmediatez puede ser una promesa envenenada. Te acostumbras a tenerlo todo al momento. Y pierdes la costumbre de esperar, o de disfrutar de la memoria de los momentos buenos, porque demasiado pronto vuelves a pensar: «Quiero más». «Lo quiero ya». «Lo quiero ahora…». Es el mismo grito urgente que te impide aceptar con gusto la espera cuando lo bueno se retrasa. Y el primer agobiado es uno mismo, incapaz de saborear la vida, engulléndola con un ansia que nunca se sacia. Dice san Pablo que el amor es paciente… ¡Ojalá! Uno se siente a menudo impaciente, preso de las prisas, temeroso de los silencios, queriendo marcar los ritmos. Y la incapacidad para atesorar lo vivido es en parte inseguridad, en parte miedo y en parte falta de fe. Pero, en cualquier caso, duele, aprisiona y nos aboca a la tristeza. Creo que 35

uno de los principales caminos hacia la libertad es ir cultivando esa capacidad para gustar despacio las cosas, para agradecer lo vivido o saber esperar lo que está por venir. Cuesta dejar que se serenen los días. Pero es un aprendizaje muy necesario en este mundo de vértigo e inminencia. Así que, si agobia la urgencia, toca cerrar los ojos, respirar hondo, reírse un poco de la propia fragilidad y desprenderse de las cadenas con algo de estilo, buenas dosis de humor y una pizca de fe.

De carne y hueso ¿Cuál es el cuerpo 10 hoy? Los ojos del color deseado, que para eso hay lentillas. Pómulos o barbilla bien cincelada. Nariz recta (siempre podemos tirar de bisturí). Labios carnosos. El pelo, estiloso (abstenerse calvetes). Un buen torso (él) o un buen pecho (ella). Nada de grasa –para eso están el deporte, la liposucción o la última quimera de la teletienda–. Un vientre plano y esculpido, con unos abdominales bien marcados, es lo que se lleva. Glúteos firmes. Arrugas, las menos (siempre nos quedará el Botox). Manicura al gusto. Depilación integral. Después de todo, hoy se puede llegar a la ancianidad manteniéndose en forma como un pipiolo. Y todo bien cubierto con ropa de la última tendencia, según el estilo y gusto de cada quien. ¿Qué se lleva este año? ¿Cuál es el cuerpo 10 hoy? Los ojos capaces de mirar al mundo en su complejidad, y en sus heridas. La boca, dispuesta a hablar con palabras de verdad y de bendición, sobre todo de bendición, que ya hay mucha maledicencia en nuestro mundo. Las manos, ajadas de acariciar, construir, y abiertas para el encuentro y el abrazo. Entrañas de misericordia. Los pies, dispuestos para echarse al camino, sabiéndonos siempre peregrinos. El corazón, dispuesto a implicarse, complicarse, vibrar… a veces romperse. En cualquier caso, siempre amar. Cicatrices, las que toquen, que al final de la vida es mejor llegar gastados, y que los surcos hablen de risas y noches de desvelos, de preocupaciones por las cosas que importan, de cansancios y horas de reposo. Y todo esto, con la toalla ceñida a la cintura (Jn 13,4) y revestidos de compasión (Col 3,12). ¡Qué raro es que a veces sea la primera opción la que atraiga más! Con lo fascinante que es vivir como cristianos de carne y hueso…

¿De qué se viste el diablo? ¿Irá en vaqueros desteñidos y alpargatas? ¿Acaso se vestirá de Dior, o de Prada, de Balmain, de Agatha…? Me viene a la mente estos días la película (el libro no lo leí) sobre la moda y sus tentáculos25. Porque ahora que se multiplican las entregas de premios de cine y las alfombras rojas, empiezan también los reportajes sobre los mejor y peor vestidos (y, sobre todo, vestidas; que, hoy por hoy, la moda femenina da mucho más

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juego y variedad, por muy estilosos que sean los esmóquines). «¿De qué vas hoy, Penélope?». «De Armani Privé», contesta la aludida, sonriendo con estudiada timidez. No voy a decir que la moda no importe. Es un negocio que mueve millones –que se lo digan a Amancio Ortega, el tercer hombre más rico del mundo gracias al prêt-à-porter que universaliza la alta costura–. A veces uno se pregunta qué sentido tienen ciertos desfiles donde se ve a las modelos llevar trajes tan estrafalarios que parecen una broma. Y la explicación parece estar en que lo importante no es exactamente esa prenda u otra, sino las tendencias… Este año volantes, el año próximo cortes lisos; hoy pantalones pitillo y mañana volúmenes holgados. Ahora se llevan los azules, mientras que el turquesa será lo más este verano y el vainilla se lucirá en otoño. Pese al título del artículo, no pretendo demonizar la moda. Tiene que ver con los gustos, con la variedad, incluso diría con la necesidad que tenemos de cambiar (necesidad artificial, pero como tantas otras). Tiene que ver con el paso del tiempo. Tiene que ver con el consumo, que es motor del sistema económico en el que vivimos. Pero habrá que colocar cada cosa en su lugar. Porque si el precio de tanto cambio es que los talleres estén en «paraísos» laborales donde los más débiles trabajan por nada, ahí el demonio da el primer zarpazo. Si el consumo cruza la difusa línea hacia el consumismo en el que ya se deja de valorar lo que se tiene para sucumbir al imperativo del cambio por el cambio, ahí tenemos otro zarpazo. Y si encima todo esto genera una presión por la imagen, la delgadez y las tallas que esclaviza a las personas, encadenándolas a modelos imposibles, he ahí el zarpazo número tres. Ante la duda, mejor revestíos de compasión y poneos la toalla a la cintura para servir al que más lo necesite. Fue el consejo de dos diseñadores llamados Paolo & Giovanni. ¡Eso sí que es calidad! (aunque claro, ellos aprendieron en el taller del mejor Maestro).

Saltos La cápsula sube lentamente. El hombre que va dentro, Felix Baumgartner, ha pasado del anonimato a la fama mundial en cuestión de días. Los comentarios sobre su intento van desde la admiración a la crítica. No falta quien lo interpreta como una genial estrategia de marketing de los patrocinadores. Hay apuestas. «¿Lo hará? ¿No? ¿Será capaz?». Algunos, con rechifla, piensan que el intento frustrado de unos días antes es mala señal y poco menos que esperan una retirada. Hay quien se indigna con la temeridad de un salto como ese: «¿Es que quiere matarse?». El caso es que, por un rato, olvidamos crisis y coyunturas políticas; olvidamos los deportes habituales; hacemos un parón en nuestras rutinas dominicales y con la emoción de las grandes ocasiones esperamos. Hasta ver al hombre abrir la puerta de la cápsula y ponerse en pie, con el mundo a sus pies. Y le reconocemos la valentía para estar ahí, a esa altura, dispuesto a volar. 37

Luego, salta... Y su salto, de alguna manera, evoca todos los saltos de aventureros de todas las épocas, insensatos y soñadores que se han lanzado a lo desconocido. Buscadores de lo nuevo. Hombres y mujeres que han querido ir más allá de los límites establecidos. Movidos a veces por su orgullo, otras por el afán de riqueza; o por el deseo de superar barreras y lograr avances para el mundo. Desciende, y su descenso habla de locura, de valentía, de riesgo, de ambición... Cuando el paracaídas se abre y empieza a controlar el descenso, respiramos con alivio y lo vemos descender admirados. Una vez completada la hazaña, hablaremos de ello durante unos días. Luego se irá apagando el eco. Volverán las rutinas y las preocupaciones de siempre. Nos iremos olvidando de Baumgartner y su salto demencial. Pero a veces necesitamos gente así, que nos recuerde que Dios nos ha creado capaces de avanzar y de hacer avanzar a la humanidad, de ir más allá de los límites conocidos, de derribar barreras hasta alcanzar nuevas metas –científicas, morales, intelectuales, artísticas– que, ojalá, hagan del mundo un hogar26.

Que las palabras estén vivas ¿Cuántas palabras has dicho o escrito hoy? Tal vez un correo. O has cambiado tu estado en Facebook. O en el tablón de un amigo has puesto un comentario. Quizás alrededor de un café has charlado con tal o cual persona, has compartido consejos, has intercambiado ideas. O has hablado por teléfono con tu madre, que, más allá de las palabras concretas, en cuanto oye tu tono de voz sabe si estás bien o no… Ahora mismo estás asomándote a este artículo, en el que, por cuestión de espacio, las palabras están contadas (medida idónea: unas cuatrocientas cincuenta). Vivimos saturados de palabras. Nos asaltan desde las canciones, están en los perfiles virtuales, en libros, en mil y una conversaciones. Hablamos, decimos, escribimos, escuchamos, leemos… Algunos, por las situaciones concretas que nos ha tocado vivir – escribir, leer, predicar–, estamos aún más metidos de lleno en ellas. Y de tanto usarlas, tal vez puedan perder el sentido. Empiezas a darlas tan por sentado que no te das cuenta de lo mucho que significan. Y entonces hablas, pero no vives. Y puede que se te llene la boca con palabras como «alegría», «amistad», «fe», «hermano», «evangelio», «amor». Pero, quizás, un día te das cuenta de que la alegría no es tan profunda, de que eres un amigo pésimo, de que tu fe vive de rentas o de que el amor es solo la letra de una canción. No quiero sonar dramático ni tremendo. Es solo que a veces asusta convertir la palabra en cháchara. Hay circunstancias en la vida que te enfrentan, de golpe, con el verdadero sentido de las palabras. Situaciones en que lo auténtico no se puede camuflar, lo superficial se desmorona y emerge la desnudez de lo real. Y aunque asusta y quizás duele pensar en la vida en serio, también tiene bastante de oportunidad. Es la ocasión de callar, de silenciar 38

la palabrería, de dejar de abusar de versos gastados. Para retomar la palabra sincera. Para recordar que la vida no es un juego. Para que cuando vuelvas a pronunciar, con delicadeza, palabras hermosas, como es un «te quiero», lo puedas hacer consciente de la belleza, la hondura, la promesa y el compromiso que hay detrás. Un último apunte, desde la fe. Decimos que Jesús es la Palabra de Dios. Una palabra que prescinde de falsedad o vacío. Una palabra viva y vivida. Pues también desde la fe, y quizás con minúscula, nosotros podemos ser palabra de ese mismo Dios en este mundo. Una palabra de amor.

Voy a ir. Quizás vaya. No voy a ir En «Tuenti», una de las redes sociales más populares, una de las utilidades es la creación de eventos27. Es decir, propuestas de actividades y convocatorias a determinadas citas más o menos colectivas. El que tiene una cuenta en Tuenti de vez en cuando recibe la invitación a participar en algún acontecimiento. Estas citas pueden venir de amigos, pero también llegan de no sabes muy bien dónde. Hay eventos de lo más estrafalario. Alguna vez recibes una invitación para participar en una carrera nudista en Melbourne o en una quema de cucarachas en Cincinnati. Y así, miles. De esas directamente pasas. Luego están las que son publicidad, proponiéndote disfrutar del evento patrocinado por tal o cual bebida isotónica. De esas también pasas, aunque preguntándote si no habrá alguna manera de filtrar tanta publicidad agresiva, que el día menos pensado van a injertarnos al nacer una pantallita para que los anunciantes nos tengan a tiro las veinticuatro horas del día. Pero en fin, luego están los eventos que cuentan. Esas propuestas, sugerencias o invitaciones en las que de verdad alguien espera una respuesta de ti. Y ahí viene el dilema, porque hay tres opciones: «Voy a ir», «Quizás vaya» y «No voy a ir» (bueno, también está la posibilidad de hacerse el despistado, como que no lo lees –en cuyo caso figurará tu nombre para siempre en la lista de «no contestó todavía»–). Me gustan el sí y el no. En ambos casos, te defines. De alguna manera decir «sí» es comprometerte, aunque sea a algo mínimo. Es aceptar que renuncias a otro plan, o que optas por algo. Decir «no» también implica decidir. Decides dar prioridad a otra cosa, o al menos indicas que declinas esa propuesta. Bien está ser claros. Sin embargo, hay personas que sistemáticamente se apuntan al «quizás vaya». Es una opción curiosa. Con eso no dices demasiado. No cierras ninguna puerta, pero tampoco te compromete. No le solucionas nada a quien te invita, pues definitivamente no sabe si puede o no puede contar contigo. Es verdad que algunas veces la única respuesta posible es ese quizás, que significa algo así como «si puedo iré, pero no estoy seguro de 39

poder». Pero otras muchas veces lo que significa es que ya decidiré a última hora según me convenga. ¡Ojo! Es legítimo. Y oye, si alguien tiene mucho interés en contar contigo para algo, que te lo haga saber más personalmente y no a través de listas enormes. Es decir, lo de los eventos tiene un punto impersonal, y por eso mismo no se puede exigir luego una implicación muy personal. Sin embargo, abonarse al «quizás» es un poco tramposo. La mayoría de las veces te quedas estancado ahí. Y entonces solo vives o te defines a corto plazo. Decides en el último momento. Improvisas en función de las circunstancias y las conveniencias… Habrá quien diga que eso es ser espontáneo, libre, y que así está bien. Pero a mí, ¿qué queréis que os diga? Me convence más la claridad de quien se moja.

Pasión ¡Qué palabra tan cargada de fuerza! Inmediatamente evoca intensidad, profundidad o energía. Alguien apasionado es quien es capaz de apostar por algo o por alguien, alguien capaz de lanzarse al vacío, si hiciera falta, persiguiendo aquello en lo que cree. Alguien que siente que su vida se estremece cuando lo que está en cuestión es aquello que te inquieta, te emociona o te asusta. Alguien que podrá levantarse una y otra vez, porque cree y ama de veras. Lástima que hoy muchas pasiones sean, en realidad, fuegos artificiales vistosos pero efímeros. Pasión despiertan las elecciones, el Chiki-chiki 28 o los deportes (para unos la Champions, para otros la Fórmula 1, para otros el tenis…). Pasión despierta algún grupo musical, o una franquicia editorial (y entonces los apasionados lectores hacen cola para comprar, en primicia, el último número de «Crepúsculo» o lo que en ese momento esté en la cresta de la ola). Pero a veces siento nostalgia de las grandes pasiones, esas que son capaces de hacer que se ponga en juego una vida. Por esas pasiones hay que apostar. Frente a la indiferencia o la rendición, apostar por el prójimo con una intensidad que te lleve a horrorizarte, inquieto y dispuesto a hacer algo, al percibir la injusticia en torno; o te lleve a reír, contento, cuando otras heridas sanan. Frente al conformismo con una manera de vivir que no genera grandes certidumbres ni incertidumbres, quizás podamos seguir soñando, tomando las riendas de la vida, arriesgando de vez en cuando para lanzarnos por rutas nuevas, inexploradas, que nos conduzcan a tierras de paz, encuentro, justicia y comunión. Frente al egocentrismo que a veces nos lleva a estar demasiado pendientes de nuestras propias preocupaciones, acaso es posible optar por la mirada hacia fuera, esa que te invita a descubrir el mundo en su complejidad, oír sus lamentos, reír sus risas, entender y compartir sus luchas. Frente a los nombres efímeros, que pronto se olvidan, quizás podamos llenar nuestra vida con nombres que permanecen y no se difuminan.

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Al final, hay que rescatar en este mundo la pasión auténtica, que se teje en palabras y abrazos, en opciones y apuestas, en decisiones y riesgos. Pasión por vivir de veras, por un evangelio que nos llena de sentido, y por un Dios que nos hace hermanos.

El poder Estas semanas hay muchos nombramientos en la Iglesia. Si la semana pasada CONFER elegía sus nuevos presidente y vicepresidenta, esta semana se espera con todo tipo de quinielas el relevo en la secretaría de la Conferencia Episcopal. Hoy mismo se pueden leer en distintos medios especulaciones y quinielas sobre quién será el sucesor de monseñor Martínez Camino como nuevo secretario y portavoz29. Y en dichos análisis aparecen con frecuencia argumentos sobre equilibrios de poder, facciones, intereses de unos u otros por colocar a sus favoritos para tener más influencia… El poder existe, y no podemos negarlo. En instituciones, sociedades y pueblos. Es humano el buscar formas de organización, delegar en algunos individuos atribuciones y responsabilidades, y darles también los recursos materiales, humanos y legales para que puedan cumplir las funciones que una sociedad delega en ellos. Así se legitima el poder. Pero es peligroso. Porque seduce y envuelve a quien lo tiene. ¿Nunca has oído hablar de «la erótica del poder»? Pues eso. Mandar. Ser obedecido. Ser adulado. Ser temido. Anular y someter al que piensa distinto, al que plantea objeciones, al que disiente de uno... Todo eso puede ocurrir, cuando uno tiene en su mano los mecanismos para presionar a otros. Se pueden ir confundiendo los horizontes. Convertir la propia posición en inamovible, utilizar las herramientas del poder para doblegar voluntades. Absolutizar lo propio. Todos tenemos poder. Más o menos, pero todos tenemos algo. Por posición, por trabajo, por consanguineidad, por carisma o por casualidad. Pero lo tenemos. Poder sobre otros, en distintas facetas de la vida. La pregunta es: ¿para qué lo vamos a utilizar? ¿Para el propio beneficio o para el bien común? He ahí una de las encrucijadas más decisivas de toda vida. Y he ahí donde encaja una propuesta de sentido: entender el poder como servicio. Quizás, desde las atalayas en las que cada uno se encarama, debamos preguntarnos a menudo si lo que estamos construyendo son muros que defienden nuestras seguridades, espejos que engordan nuestro ego, o puentes que sirven a otros, especialmente a los que, hoy por hoy, nada pueden.

Vivir por dentro Cada vez se ven más programas, cursos, talleres y jornadas que invitan al cultivo de la interioridad. Esa es la palabra. Se habla menos de oración, vida espiritual, discernimiento. Como que tuviesen menos tirón. Es fácil de entender. Estos conceptos 41

asustan un poco, parecen muy explícitos, para iniciados o convencidos. Lo de interioridad es más neutro, más sugerente, uno diría que más apetecible. Y con un toque de mala uva, también diría que más políticamente correcto ¿Quién no quiere vivir por dentro? ¿Quién no quiere tener «mundo interior» y hasta poder presumir de él? Sea como sea, no está mal que brote la conciencia de esa necesaria vida interior. Porque vivimos en sociedades que no fomentan la hondura, sino lo inmediato. No ayudan a trabajar lo profundo, sino a vivir en superficies por las que es fácil pasar sin dejar huella. Este es el riesgo. Noticias que se desvanecen. Titulares sin contenido. Sentimientos sin historia. Urgencias sin proceso. Afirmaciones sin argumento. Vidas sin proyecto. Fe sin preguntas. Tormentas sin ancla. Pero, frente a ese riesgo, existe la posibilidad de aprender a pensar, sentir de otro modo, creer de verdad, escuchar en el silencio y buscar lo importante. Que no sea por no intentarlo.

A veces llorar ayuda ¿Nunca te ha pasado que un rato de llanto te deja suave como la seda? Y puede ser por motivos serios o por motivos intrascendentes. Ante un problemón o ante algo fácil de olvidar. Una buena llantina, un rato de dejar salir todo lo que uno lleva dentro, un buen desahogo y oye, listo para seguir en la batalla nuestra de cada día. Una película sobre los esfuerzos de una familia por sobrevivir y reunirse en medio del tsunami del Índico en el 2004 se convierte en el estreno con más recaudación en la historia de España30. ¿Por qué? Seguro que hay muchas interpretaciones. Los críticos de cine analizarán la película con más benevolencia o más dureza, insistiendo en los puntos fuertes o débiles. El caso es que la gente va. Desde hace semanas. En masa. Cuando nos lo contamos unos a otros lo decimos: «Te vas a hartar a llorar». Y bastantes críticos dicen que el director se pasa forzando la lágrima. Pero el caso es que nos da igual si nos empuja un poco las emociones. Porque, tal vez, también nosotros, hartos de crispaciones y de majaderías, queremos llorar un rato con una historia real. Con una historia de lucha, de esfuerzo, de amor, de miedo a perderlo todo. Con una historia de supervivencia. Desahogarnos, en esta época difícil en que parece que todo son agobios sin salida. La caricia de un niño a una mujer que acaba de salvarlo hace que se te llenen los ojos de lágrimas. La llamada desesperada de un padre que busca a los suyos nos pone un nudo en la garganta. Y te hartas a llorar, con ganas, pensando que a veces hay que recuperar la capacidad de apreciar lo importante, y de hacer posible lo imposible.

Por si se acaba el mundo pronto Digo yo que esto de los mayas no parece muy serio31. Tampoco lo fue el cambio de milenio ni otras profecías que amenazaban con un Apocalipsis inminente. Pero, si alguna 42

vez nos quedaran unos pocos días y de verdad lo supiéramos… sospecho que no se nos iría el tiempo en pejigueras y malos rollos. Entonces saltaría a primer plano la gente a la que queremos, y que nos quiere; es con ellos con quienes querríamos estar. Saltaría a primer plano todo lo que ahora es riqueza en nuestra vida, pero acaso pasa desapercibido en medio de la inercia, de las vidas aceleradas, de tanta crisis y zarandeo. Valoraríamos más la salud, el tiempo, la risa, la fuerza para luchar, las caricias, la capacidad de ponernos metas y pelear por ellas, los deseos que nos mueven, los libros que aún no hemos leído, las historias que están por escribirse y el amor que, aunque a veces nos rompe el corazón, otras veces nos eleva al cielo. La vida es demasiado breve como para que se nos vaya el tiempo por el desagüe de las guerras huecas o las palabras pendientes. Quizás convendría estar un poco más alerta, ser un poco más conscientes de que cada día es una página en blanco en la que podemos escribir capítulos increíbles. Tal vez no quede más remedio que instalarnos en la rutina, porque no podemos vivir cada instante como si fuera el último, pero sí podemos vivir algún día como si fuera urgente decir «Te amo», «Gracias», «Perdón»... o aquello que creamos importante para la gente que nos importa. Y sonreír, plantando cara a las tormentas, agradecidos por todo lo que la vida nos ofrece.

El pensador, la diva y la Dama de Hierro En el plazo de 24 horas los teletipos ardían. «¡Ha muerto Sara Montiel!». «¡Ha muerto Margaret Thatcher!». «¡Ha muerto José Luis Sampedro!». Y las necrológicas inundaban tablones, redacciones y programas32. En curiosa amalgama se pasaba de la actriz que esperaba fumando a la conservadora británica cuyas decisiones políticas suscitan, aún hoy, enconados debates. O se glosaba la vida y obra del escritor y pensador, adalid, en sus últimos años, de un sentido común crítico y una resistencia frente a las inercias más que necesarios hoy en día. Curiosa confluencia de muertes. Que nos invita a pensar que el final del camino –o de esta parte del camino– será el mismo para todos. Coincidencia que trae la muerte a primer plano de la conciencia; que invita a reflexionar sobre la vida y la huella que todos dejaremos un día. Provocación que invita a plantearse, con sinceridad, que nuestro tiempo es limitado, nuestra vida es una, y nuestras decisiones tienen un punto de definitivo e irrevocable en la manera en que van configurando el mundo, al menos la parcela del mundo en que echamos raíz. Qué ha de venir después, no lo sabemos muy bien. Pero la eternidad, lo que quiera que sea, empieza ya mismo. Viviendo de tal modo que hagamos nuestra vida eterna.

El horror 43

No esperes vínculos a vídeos de YouTube con cuerpos de niños estremeciéndose por el gas sarín, ni fotos de su agonía. No deberían hacer falta ya para conmovernos. La noticia, que estos días golpea con furia, es que en Siria el gobierno está utilizando la guerra química contra sus propios ciudadanos, incluyendo a los más indefensos, cientos de niños asesinados sin piedad33. Hace poco alguien me preguntaba que si creo en el diablo, y que qué opino de las películas de exorcismos, posesiones y demás. No supe responder. Pero hoy me volvió a asaltar la pregunta al enfrentarme a estas realidades. Y pensé que el mal es más sutil que esas historias de Hollywood. Está en el ser humano, cuando se vuelve capaz de verdaderas aberraciones, en nombre de no sé qué extraña lógica de orden, gobierno o guerra. La violencia sin sentido. El crimen, ¿en nombre de qué bandera? Todo eso me hace pensar en el mal. Un mal que existe. No sé qué forma tiene, ni qué materia, ni qué entidad. Pero ante determinadas conductas humanas no puedo dejar de pensar que se ha instalado en algunas vidas, en algunas mentes, en algunos corazones, endurecidos hasta ser ya inconmovibles. Me asusta ese mal. Y me asusta también que, por no saber cómo lidiar con él, nos rindamos, nos refugiemos en nuestras parcelas de vida, donde parece que hay un poco más de humanidad, y que cerremos los ojos y la boca, incapaces de aguantar el horror.

El sexo vende Miley Cyrus se destapa, en una gala de entrega de los premios MTV, bailando ligera de ropa, y con movimientos inequívocamente sexuales, con su compañero34. En su siguiente vídeo aparece columpiándose desnuda sobre una bola de hierro. Unos días después Sinéad O’Connor, antaño un ídolo de masas, advierte a la joven cantante contra la manipulación de su imagen, que puede terminar convirtiéndola en un juguete roto. Le escribe una carta contundente, donde le pide que no se deje prostituir para vender música. Annie Lenox, la antigua vocalista de Eurythmics, secunda a Sinéad O’Connor. Dice que algunos vídeos musicales actuales le parecen porno suave. Mientras tanto, los productores de siempre –los que llevan décadas encumbrando y olvidando a Madonnas, Britneys, Rihannas, Katys, Gagas y otras muchas cuyos nombres ya se han desvanecido– siguen haciendo caja. En 1998 fue Britney Spears la que saltó al estrellato con imagen de colegiala seductora en su vídeo debut «Baby, one more time». Y Lady Gaga triunfó en 2009 con un vídeo, «Bad Romance», donde venía a proponer una metáfora: el mundo de la música sería como una subasta de muchachas secuestradas. «Si no puedes vencerlos, mejor coge tú las riendas», parecía decir la cantante neoyorquina, tras hacer arder a su comprador y convertirse en la jefa del clan. La realidad es que el sexo vende. Vende imagen. Vende sueños. Vende fantasías. Y por eso se utiliza. En una sociedad «hipersexualizada», donde se va ensanchando el 44

umbral de lo tolerable, las princesas Disney de hoy se convierten en reinas del morbo mañana sin solución de continuidad. Lo problemático es cómo cae esta banalización del sexo en chavales y chavalas recién entrados en la adolescencia. Cómo sigue habiendo una terrible asimetría en el tratamiento de lo masculino y lo femenino –pese a que cada vez más ellos se convierten también en objetos sexuales–. Y cómo se puede caer, por enésima vez, en el discurso alineado. Unos, alzando la voz para clamar contra la decadencia de esta sociedad. Otros, jaleando la liberación de las nuevas lolitas, en nombre de una cultura emancipada de la represión y los tabúes. Lo cierto es que necesitamos, los más jóvenes en particular necesitan, una reflexión sobre el sexo. Una propuesta madura sobre límites, criterios y posibilidades que les ayude a decidir. Una llamada a tomarlo en serio, porque es un tema serio. Y, ojalá, una invitación a comprenderlo en clave de amor, y no al margen de ello.

¿Sobredosis de éxito? Año 2006. En los Óscar, el premio al mejor actor se dirime entre Philip Seymour Hoffman por su labor en «Capote» y Heath Ledger por su vaquero enamorado en «Brokeback Mountain». Gana el primero. Hoy salta la noticia de que Hoffman ha sido encontrado muerto por sobredosis de heroína35 . Ledger ya murió por otra sobredosis de medicamentos en 2008, y recibió un Óscar póstum[class="sigil_index_marker"] { color:#335500; }o por su papel de Joker en «Batman». Curiosa mezcla de éxito y fracaso, aplauso y soledad, poder e impotencia. Debe de ser muy difícil lidiar con el éxito si no tienes los pies bien puestos en una tierra firme. No puede uno entrar a hacer cábalas sobre los motivos de estas muertes, ni a especular con la vida privada de personajes a quienes no conoces más que por la prensa. Seguramente ahora saldrán biografías, comentarios y datos sobre la vida de Hoffman, como en su momento salieron sobre Ledger –y, para el caso, sobre otros triunfadores de vidas rotas y muertes prematuras como Amy Winehouse, Michael Jackson o Whitney Houston...–. Uno se pregunta qué lleva a gente que, aparentemente, lo tiene todo (reconocimiento, una posición suficiente, el prestigio de una carrera sólida) a engancharse en espirales de autodestrucción como estas. Y, aun sin saberlo, lo que sí parece claro es que la apariencia de éxito no siempre lo implica, y es posible que en esas vidas hubiera buenas dosis de frustración, soledad, presión o desamor. La vida es demasiado preciosa y demasiado breve siempre como para malgastarla en quimeras y en carreras contra uno mismo. Al final, la felicidad tiene que ver con las cosas más sencillas. Estas muertes absurdas tienen algo de recordatorio y llamada. Son un grito de alerta para que nos aferremos, con uñas y dientes, a todo lo que de verdad importa: la fe, el amor y la justicia.

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616 ¿Hasta dónde llegaremos? ¿Qué límites nos están vedados? Una y otra vez aspiramos a llegar más lejos, a romper fronteras, a vencer obstáculos. Quizás llevamos escrita en la entraña esa fuerza, esa intención y esa hambre de superación. Han pasado 21 años desde que el ucraniano Sergei Bubka saltara 6 metros y quince centímetros en pértiga indoor. Dos décadas de un récord que parecía imbatible. Pero al final no lo fue. Un atleta francés, Lavillenie, lo ha superado por un centímetro36. Y ahí queda un nuevo jalón, una marca de referencia que será la que ahora tengan que intentar asaltar quienes quieran escribir su nombre en la historia de esta disciplina. El propio Lavillenie luchará, de ahora en adelante, consigo mismo, para tratar de superarse. Y otros vendrán después, tarde o temprano. Los records deportivos nos dejan descubrir la capacidad del ser humano para superarse. ¿Qué permite que, década a década, caigan marcas que antes eran impensables? ¿Es la alimentación, la tecnología al servicio del deporte? Tal vez algo de eso hay. Pero sobre todo es un espíritu de superación que nos lleva a soñar con alcanzar nuevos hitos, superar viejas marcas y adentrarnos en territorios nunca antes transitados. El deporte es, en este caso, un buen indicador de algo que se produce en otros muchos ámbitos de la vida. ¿Es este un motivo para la esperanza? ¿Es posible que ese mismo instinto de superación nos ayude a alcanzar cotas más altas de humanidad, a solucionar los grandes problemas que afectan a millones y millones de personas? ¿A dónde nos llevará la ciencia, la sed de saber, o la reflexión ética? ¿Y la capacidad de organizarnos? Ojalá nos lleven a un mundo mejor. Porque en nosotros late un espíritu creador, ambicioso, soñador, capaz de derribar fronteras y recorrer caminos nunca antes descubiertos. Ahora bien, el talento, la creatividad, la ambición y el afán de superación también se pueden poner al servicio de causas inhumanas y atroces. He ahí nuestra encrucijada y nuestro reto, que quizás incluso suene ingenuo: poner esos talentos al servicio de las causas más nobles, persiguiendo una sociedad más humana, más cordial y, al fin, sanada. Tal vez ante una formulación así hay quien sonreirá con escepticismo, prematuramente derrotado. Pero, mientras quede vida y humanidad, ¡que no se rinda la esperanza!

Saber ganar y saber perder Han eliminado a España en el Mundial37. La Roja palidece. Debacle. Catástrofe. Dos partidos para olvidar. Tiramos de estadística y se ve que esto nunca ha ocurrido antes. Nunca antes España había caído en los dos primeros partidos. Nunca antes… Hay análisis, juicios sumarísimos. Comentarios que van desde el reconocimiento de que esto 46

tenía que pasar alguna vez a la dureza de quien carga las tintas sobre jugadores y seleccionador. La verdad es que nos habíamos acostumbrado mal. Llevamos seis años de éxitos. Muchos han celebrado en las calles las victorias, jaleando a los héroes, cantando hasta la extenuación. Pero la realidad es que hay que saber ganar y perder, sin dramas ni tragedia. Tragedia y drama son otras cosas. De hecho, ni siquiera diría que haya que disgustarse por esto. Disgusto son, también, otras cosas. Esto es un juego, un deporte, una competición –ojalá justa– (también es un negocio, tristemente, pero no para la mayoría de nosotros y eso es para otros análisis, no para este). En la vida hay que agradecer los buenos momentos, las fiestas, los triunfos, celebrarlos y atesorarlos como parte de la memoria, como aquello que nadie nos puede quitar, porque forma parte de nuestra vida y nuestro pasado. Y al tiempo, hay que tener la libertad y la lucidez para no aferrarse a la victoria como la única opción digna. Perder es parte de la competición. Y es también escuela. Si uno no está dispuesto a perder, con la cabeza bien alta y sin hacer sangre de la derrota, entonces es mejor no jugar. En el deporte, y en la vida.

Volar Volar. Volar, porque a veces nos atascamos, nos encadenamos a losas, a miedos, al suelo. Volar, guiados por otros que nos han de empujar unas veces y acunar en los batacazos de otras. Pero que lo que no pueden es volar por nosotros. Intentarlo. Intentarlo siempre. Subir, más alto (que es otra forma de decir más profundo, y más amplio, y más íntegro, y más desnudo, y más humano). Volar, a veces riendo como locos, a veces llorando del susto, tal vez con un nudo en el estómago. Y aun así, seguir alzando la vida, el vuelo, la mirada. Veremos que allí no estamos solos, sino con tantos otros que se han atrevido, alguna vez, a alzar el vuelo.

Desconectar A veces hay que desconectar. De trabajo. De tensiones. De móvil. De redes. De deberes. De uno mismo (porque uno mismo es, a menudo, un pelma). Desenroscarse. Salir. Dedicar el tiempo a los abrazos pendientes. Dormir. Abrir la espita y dejar que broten los sentimientos estancados, con la fuerza del torrente libre (sean esos sentimientos gozosos o difíciles, rabia o calma, heridas o paz). Dejar que Dios siga estando como quiera. A veces. Dar un portazo. Quitarse la armadura.

Leer 47

Que ¿por qué leo? ¿Por dónde empezar? Porque los libros me han abierto ventanas por fuera y por dentro. Porque desde pequeño me enseñaron a viajar mucho más allá de donde nunca habría llegado de otro modo. Porque con las historias que otros imaginaron, he descubierto el eco de mis propios sentimientos. Me he enamorado unas cuantas veces. He pasado verdadero terror, he estado en peligro de muerte en incontables ocasiones, he conocido héroes y villanos. He participado en la resolución de misterios, he hecho amigos que me han acompañado en noches de vigilia y en días de descanso. He reído con ganas, y alguna vez también he llorado. Me he sentido comprendido al verme reflejado en otras heridas, en otras losas, en otras fragilidades. He viajado en el tiempo, y lo mismo pude ser gladiador en Roma, monje en la Edad Media, aventurero en el Nuevo Mundo, antihéroe posmoderno o luchador en el espacio. He sido Ender atormentado, Zezé bajo una planta de naranja-lima, he estado en Invernalia con los Stark y en Desembarco del Rey con Tyrion Lannister. He pasado cien años de soledad. Fui duque de Bomarzo en un Renacimiento sensual y terrible, y no he sido capaz de olvidar al olvidado rey Gudú. Subí al cadalso con la María Antonieta de Stefan Zweig, y con Roberto de Artois seguí la singladura de los Reyes Malditos. Conocí al chivo de la mano de Vargas Llosa. Harry Quebert me tuvo sin parar de leer mis últimas vacaciones hasta que lo terminé, agotado y entusiasmado al tiempo. ¿Que por qué leo?

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El amor y otras preocupaciones amor es un anhelo universal. Tal vez llamamos amor a muchos sentimientos E distintos, y no habría dos personas que lo definieran de la misma manera. Sin L

embargo, es muy humano, y muy común, el querer a otra persona, o a otras personas. Y el ser querido –o aspirar a ello–. Amor de pareja, de padres a hijos, entre amigos… Amor romántico o compasivo, apasionado o sereno, racional o afectivo. Todos amamos de muchas maneras. Pero por muy universal que sea el amor, no es fácil. No venimos con un manual de instrucciones incorporado a la programación genética. El amor a veces nos eleva al cielo, y otras nos sume en lo más hondo de las frustraciones. Es nuestra alegría y nuestro duelo, nuestra ventana abierta a los días radiantes, pero también la celda en la que nos quedamos encerrados cuando se nos complican las historias. Pero, aunque no sea fácil, ¿acaso alguien preferiría no amar, ni ser amado?

Relaciones asimétricas ¿Por qué será que nunca parece que el amor sea exactamente correspondido? Todos conocemos historias en las que parece que Cupido, de existir, es un canalla. Luis ama a María, que está coladita por Jorge, que babea por Laura, que a su vez bebe los vientos por Alfredo… y así hasta el infinito. Y, como dice una amiga mía, encima tienes que aguantar que el que te gusta –que no te corresponde– te presente a su amigo (que es el que no te gusta) porque a él sí le gustas tú. Incluso cuando hay correspondencia, tampoco es todo recíproco. Las dos medias naranjas no dan una naranja perfecta. En las relaciones siempre hay alguien que apuesta más, o que parece tirar más, y el juego de pasiones, frialdades y afectos es sutil y a ratos turbulento. Para hacerlo más complejo, esto no ocurre únicamente en las relaciones de pareja, aunque quizás es donde más se nota. También la amistad tiene desproporciones, y hay quien da más de lo que recibe, o quien espera más de lo que encuentra. Y el equilibrio entre la libertad y la dependencia es delicado y a veces fuente de mucha zozobra. Hay quien sufre mucho por esa inadecuación, y vive como fracaso o rechazo el no ser respondido con idéntica entrega de la que pone. Sin embargo, las cosas empiezan a cambiar cuando te decides a amar sin cálculo ni estrategia, sin recibo ni minuta. Cuando abrazas la cercanía, pero también aprendes a aceptar las distancias. Cuando amas, pero no impones. Cuando aprendes a acoger la distinta manera de querer de otros, y a respetar su libertad en el camino. Cuando la amistad, y el amor, los das, no los exiges. Cuando te das cuenta de que las historias compartidas se construyen desde la diferencia, y no hay dos iguales. 49

Hay quien diría que es imposible, o inhumano, querer así. Que el amor siempre espera vuelta. Que todos buscamos un eco poblado de abrazos o ternura. Pero la verdad es que nosotros somos el eco. Porque hay una voz que nos grita desde dentro palabras infinitas: «No temas, yo te he elegido, te he llamado por tu nombre, eres mío… porque yo te amo» (Is 43,1.4) Hay un Dios que nos ama tan incondicional y definitivamente, tal y como somos, que ya nuestra entraña vibra con ese amor. Somos el eco de Dios, el que ama primero. (P. D.: El que no exijamos respuesta no quiere decir que no la valoremos, y cuando la encontramos hay que saber cuidarla como un tesoro, que en nuestro mundo ya hay suficiente soledad y sequedades).

Sentido del humor Hay todo tipo de risas. Risotadas estruendosas y risitas idiotas. Risa contagiosa, que te provoca al menos una sonrisa, y risa estridente que te suscita deseos de estrangular a alguien (generalmente al risueño). Hay risa floja, esa que se te escapa cuando no sabes cómo reaccionar –una versión frecuente de la risa floja es la risa etílica, también conocida como «punto», «puntín» o similares–. La risa forzada se ve a la legua, y a veces hay que calificarla de falsa (reír gracias baratas por aquello de quedar bien); otras veces, en cambio, es más bien benévola (no te ha hecho ninguna gracia, pero te ríes por no desanimar al chistoso). Uno se puede reír solo, cosa que ocurre si se recuerda algún episodio cómico, o si se está enamorado, o si parece que, por una vez, todo va bien. Da gusto reírse en grupo, cuando se consigue uno de esos momentos de distensión, que no se sabe cómo llegan a surgir; pero el hecho es que en alguna circunstancia te encuentras así, alegre, animado, cordial, confiado con los tuyos. Lo que resulta evidente es que un mundo sin risa sería un mundo inhumano. Un mundo de humanoides sin sentimientos; es ese mundo tan típico de alguna película de ciencia ficción en la que una especie extraña ocupa cuerpos humanos, convertidos entonces en cascarones insensibles (por cierto, ¿lo de andar todo el día acelerados, cabreados, con prisa, con la sensación de no llegar nunca, de estar desbordados por lo urgente, y serios, muy serios, no será un síntoma de avería humana?). Parece que es necesaria la risa, pero no vale cualquiera. Apostemos por una risa de calidad; de calidad quiere decir sincera. Compartamos la alegría. Es importante reír por lo pequeño, por lo sencillo, incluso por lo simple. Necesitamos tener momentos para mirar con ingenuidad a las cosas, y encontrarles el lado cómico, a los problemas y también (sobre todo) a las propias manías y neuras. Ver el pasado con una pizca de humor es el primer paso para vivir la reconciliación. Estar alegres en el presente es una forma de sencillez. Y mirar al futuro con gozo es esperanza. Sonríe.

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La tiranía sentimental Imagina la escena: una persona, envuelta en un torbellino de dudas, en una situación tremendamente delicada, tiene que tomar una decisión. No la puede posponer. Cuanto más se enreda en dar vueltas a las cosas, más insegura se siente. En su elección se puede jugar cosas importantes (iniciar una relación, apostar o no por un matrimonio tambaleante, un horizonte laboral, un desembolso grande no se sabe si conveniente o insensato…). Y en esa tesitura se pide ayuda a algún tipo de asesor: psicólogo, director espiritual, amigo de toda la vida, consejero o similar… Entonces el asesor abre la boca y afirma, tajante y como quien está expresando la verdad de las verdades: «Tú escucha a tu corazón y haz lo que te dicte» (y uno desearía que en ese momento el asesor se tragase todos sus manuales de auto-ayuda hoja a hoja). ¿Suena familiar? Lo hemos visto en películas y teleseries; lo hemos podido comentar también nosotros en algunos momentos; lo hemos cantado en canciones y recitado en versos sublimes: el corazón como guía. Los sentimientos como test de autenticidad. El feeling como mapa. Pues bien, siento discrepar. A veces esta receta es la peor. No solo porque suena a frase hecha que no dice nada (del estilo de «sé tú mismo» o «vive la vida»), sino también por varias razones bastante más prácticas. A veces si uno escucha a su corazón recibe el peor de los consejos. ¡Cuánta gente, por escuchar a su corazón en un momento de confusión, malestar o inquietud, toma decisiones de las que luego se arrepiente cuando ya no hay marcha atrás! La cabeza, puestos a apreciar, tiene también bastantes argumentos, y lo de «haz lo que sientas» debería al menos equilibrarse con un «piénsalo bien». Cuando se pone demasiado acento en «sentir» se puede acabar convertidos en sensualistas incapaces de funcionar en cuanto flaquea el sentimiento. Y claro, el problema es que el sentimiento es muy volátil. Por ejemplo: me comprometo con un voluntariado en un tiempo en que «siento» con fuerza la ilusión de aprender, ayudar, etc. Unos meses después, tal vez, el sentimiento ha sido sustituido en mi presente más cotidiano por el cansancio del curso, el agobio de los exámenes, etc. ¿Invalida eso la decisión primera? No. ¿Se legitima el abandonar el compromiso adquirido con el argumento inamovible de «es que ya no lo siento como antes», o «es que para ir sin ganas, mejor no ir»? Pues creo que tampoco. En nuestro mundo, tan ávido de entusiasmo y emoción, brindo por los impulsos, el sentimiento y la pasión; por el arrebato que a veces nos lleva a hacer locuras, y por el riesgo que es la materia prima de muchos sueños; pero al tiempo quiero brindar por la calma del análisis, la serenidad del pensamiento, la cordura en las decisiones y las enseñanzas tranquilas con que nuestra pequeña historia nos hace sabios.

Archipiélago humano 51

A veces tengo la sensación de que todos tenemos algo de islas. Vivimos en contacto con otras personas (muchas o pocas, eso ya depende, pues cada historia es única). Nos vemos a distancia (mayor o menor, pero distancia). Y entre esas gentes cuya vida se entreteje con la tuya va habiendo de todo: padres, hermanos, hijos, compañeros de trabajo o de comunidad, amigos, amores, jefes, subordinados, pareja, gente a quien atendemos, otros que nos atienden… Y por más que se crucen nuestros caminos, que nos reconozcamos y compartamos partes del trayecto; por más que busquemos, y en ocasiones hasta encontremos, intimidad, cercanía o amor… también hay en cada uno de nosotros un punto de soledad, de unicidad, de hondura a donde nadie más se asoma. Hay tantos pensamientos, ideas y emociones que nunca compartiremos… Tanto secreto en nuestros deseos, ilusiones, llantos o miedos. Hay tanta vida oculta, cotidiana, anónima, en nuestros días. Esa es una de las tensiones más fecundas, aunque también más dolorosas, de la vida. Moverse entre la soledad y el abrazo, entre la distancia y el encuentro, entre la diferencia y la unidad. Y así vivimos, tendiendo puentes o buscando barcos que nos ayuden a atracar, aunque sea por un tiempo, en puertos ajenos; abriendo nuestra tierra para que puedan hollarla pies distintos. Entre la alegría de descubrir a otros próximos en la vida, y el dolor de no poseerlos, de dejarlos marchar cuando llega el momento, de respetar sus tiempos, sus espacios, sus silencios. Somos creados para el encuentro y la comunión. Y por toda la gente sola; por todos los llantos velados; por las heridas silenciadas; por los miedos ocultos; por tantos puertos cerrados; por los abrazos negados… no podemos rendirnos.

A veces hay un grito dentro Uno mira por la ventana, estos días, a ver qué tal tiempo va a hacer. Tal vez, si andas de vacaciones, ves la playa, el mar, la montaña, un paisaje que te ayuda a reconciliarte con la naturaleza. Es posible que busques silencio y lo hayas encontrado en un paraje más despoblado, lejos de la ciudad y su bullicio. O que quieras marcha, y la halles en algún destino turístico de moda, donde abunda la fiesta, la celebración y el entretenimiento. Pero luego te asomas a esa otra ventana digital, que nos abre los ojos al mundo. Y empiezas a ver que el planeta está atravesado por heridas y fracturas. Atrocidades bélicas que dejan como víctimas a los inocentes. Muros, vallas, barcazas que se hunden arrastrando con ellas sueños de supervivencia y progreso. Una procesión que rinde pleitesía a un «padrino» en una región dominada por la mafia. Un avión bombardeado en pleno vuelo que deja cientos de vidas truncadas, y otras muchas golpeadas para siempre. Corruptelas que siguen salpicando, día sí y día también, los titulares de la actualidad. El ébola, un nombre de resonancias casi míticas, pero que parece ajeno porque mata lejos,

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allá donde la vida parece que vale menos. Puertas silenciosas, tras las que se ocultan angustias domésticas, como es que ya no llega ni para que los más pequeños coman bien. Y en ese contraste brota una amalgama de certidumbres. El reconocimiento de vivir en una burbuja, en medio de un mundo expuesto al vértigo de una humanidad desbocada. La constatación de que uno ha de conjugar gratitud por todo lo que en la vida es bendición y oportunidad, y al mismo tiempo sentirse responsable para devolver algo de todo eso recibido. Y una oración, constante, necesaria, recurrente: «Que no cierre los ojos. Que me duela la realidad. Que sepa hacer algo. Que rompa las burbujas, y que tenga el coraje de dejar que el grito del mundo me llegue muy dentro».

¿Amo a Laura? Ya se acallaron los ecos y el soniquete. Ya no se repite con jovial humor aquello de: «Amar es saber esperar, es saber esperar, es saber esperar». Ya no se tiran de los pelos, ultrajados, quienes se sintieron ofendidos, ni lo jalean, entusiastas, los que lo encontraron simpatiquísimo. Ya es historia, material de archivo, que en los medios sucede así. Y ahora, más en frío, toca intentar pensar no en la campaña mediática, que, la verdad, fue un exitazo38. Ni en MTV o en quién estaba detrás. Más bien brota otra cuestión. ¿Cómo ayudar a integrar las relaciones sexuales como parte de algo más amplio? Parece que, en un panorama de extremos, el joven se encuentra con dos alternativas: o un mundo de límites tan ajenos a su vida cotidiana que lo que le provocan es indiferencia o distancia, o un subjetivismo en el cual cada quien tiene que hacerse su propio mapa y obrar según decida, y entonces todo vale si uno quiere. ¿Cómo moverse en espacios más matizados? ¿Cómo ayudar a la gente a encontrar y valorar unos límites que resulten significativos en sus vidas? ¿Cómo alentar una vivencia integrada y madura de la sexualidad, enriquecida por aquello en que creemos? No es fácil, la verdad. De lo que se trata fundamentalmente es de vincular lo sexual a una relación que deseas ir construyendo, por la que quieres apostar, que quieres que dure… Se trata de que el sexo sea comunicación y encuentro. Un lugar en el que la otra persona es importante. Que el sexo sea parte del amor. Que sea reflejo y parte de una relación mayor. Que sea también compromiso, una palabra que a veces asusta. Que sea gozo y placer dado y compartido. Si se va a convertir en una cuestión de «se puede» o «no se puede», terminaremos de nuevo en debates imposibles. ¿Hay formas de vivir lo sexual que nacen de otras maneras de entender la vida? Sin duda. ¿Se trata de juzgarlas o gritar contra ellas? Pues la verdad, creo que no. Lo que podemos intentar es entender que, desde la fe, sexo y amor caminan de la mano, trenzando historias, forjando vínculos fuertes; y podemos afirmar que ahí hay una forma de asomarse a la plenitud.

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¿Amar es saber esperar? En realidad, amar es muchas cosas. A veces esperar, y otras dar un paso. A veces callar y otras hablar. Sobre todo, amar es ser capaz de salir de uno mismo y mirar al otro, y saber atender a lo que le ayuda, a lo que le importa. Amar es saber escuchar, y saber perdonar, saber exigir, y saber dar… Amar es saber apreciar y saber compartir. Y acariciar. Y construir historias. Y el sexo puede ser parte de este diálogo, de este encuentro, de esta comunión de dos que se quieren.

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Una mirada creyente a nuestra realidad veces parece que hablar de fe es hablar de temas religiosos y de ámbitos sagrados. A Hay quien parece pensar que solo tiene que ver con los curas, los monasterios, las catequesis y las misas, o con los discursos teológicos y trascendentales… y punto. Pero la fe es algo muchísimo más amplio. Algo que tiene que ver con la vida cotidiana y que nos ayuda a interpretarla. Es posible una mirada creyente a la realidad. Una mirada en la que uno pregunta dónde está Dios, dónde su evangelio, y dónde uno mismo. La mirada creyente a veces nos lleva a encontrar destellos de lo divino en lo más cotidiano (el fútbol, la moda, el turismo). Otras veces lo que uno hace es tratar de trasladar lenguajes, discursos o conceptos religiosos a las circunstancias de la vida cotidiana (es, por ejemplo, lo que haremos más adelante con la serie de los pecados capitales). Lo importante es comprender que la fe no es algo al margen de la vida, sino algo que tiene que ver con infinidad de eventos que nos ocurren constantemente. Es verdad que, hoy en día, muchas personas, por historia, por contexto, por formación o por prejuicio, ni siquiera le dan una oportunidad a la fe ni a las preguntas religiosas. En muchas ocasiones, pensando que es algo supersticioso, primitivo o desfasado. En otras, porque, sencillamente, no entra en el horizonte de las preocupaciones cotidianas. Y es una pena, porque, bien entendida, la fe es una buenísima referencia para construir una vida sólida.

La fe de los sencillos «Me pelearon Dios y el diablo, y ganó Dios, y esa es una buena mano a la que agarrarse». Estas declaraciones de Mario Sepúlveda nada más salir de la mina de San José de Atacama son un canto a la fe de los sencillos y un soplo de aire fresco39. Para quienes a menudo intentamos vivir la fe desde la sofisticación, buscando el equilibrio justo entre razón, confianza y voluntad, como si fuera una fórmula exacta o una receta delicada. Cuando uno a veces se pierde en disquisiciones sobre la necesidad de reformular la fe en categorías que puedan entender los contemporáneos. En medio de una cultura que nos cuestiona y nos aboca a la duda metódica… de golpe una frase directa, entusiasmada, sencilla y profunda atraviesa todas nuestras corazas de escepticismo y hace que, por un rato, digamos, contagiados de esa fe no pretenciosa: «¡Pues es verdad!». Es verdad que estos hombres confiaron, y sus familias confiaron, y un país entero confió. Rezaron, con la fe rotunda de quien se aferra a la esperanza. No se rindieron, aunque todo invitara al abandono. Pelearon, seguramente, contra el miedo, contra la locura, contra sus demonios… «y ganó Dios». Y aunque tendremos que volver a nuestras teologías y elucubraciones; aunque necesitaremos de nuevo recurrir a preguntas y respuestas sin fin; aunque volveremos a 55

intentar traducir lo que creemos de modo que podamos dialogar con tantos que no creen, e intentaremos resultar interesantes y sutiles por el camino… sin embargo, de vez en cuando vendrá bien reposar. Sonreiremos al recordar que la vida es una lucha en la que, a menudo, pelean en nosotros lo mejor y lo peor, que no estamos solos, que podemos elegir a qué mano agarrarnos, y podemos rezar, en la hora difícil, al Dios que no nos abandona.

«¿Quién dice la gente que soy yo?» La cuestión de Dios sigue despertando polémicas, preguntas y enfrentamientos. Hoy hay creyentes y no creyentes, personas que dudan, buscadores de Dios, gente que está de vuelta, algunos sin haberse hecho ni una sola pregunta, y otros sin haber encontrado ninguna respuesta. Hay debates. Un nuevo ateísmo tan militante como el viejo cristianismo. Y, en todo caso, gente que sigue hablando y sigue peleando por encontrar una verdad. Ahí sigue la eterna pregunta, que de vez en cuando cada uno tenemos que intentar responder. ¿Quién dice la gente –y uno mismo– que eres tú, Jesús? Verás. Hoy en día hay de todo. Hay quien dice que, todo lo más, eres un hombre que vivió hace bastante y dejó una huella honda, porque debías de ser carismático, sorprendente o provocador. Pero que, aun así, fracasaste. Aunque luego tus discípulos se inventaron toda una mística de victoria, de resurrección, de eternidad y convirtieron un fracaso en la victoria más sorprendente de la historia. Pero vamos, todo un cuento, o una evasión, o un auto-engaño, según se quiera ver. Otros dicen que la historia está marcada por grandes figuras. Hombres o mujeres que tienen en sí la semilla de la humanidad más profunda, más auténtica y más noble, en todas sus posibilidades. Y eso emerge, algunas veces, de manera sorprendente, en gente como tú. Gente que deja una huella indeleble. Entonces te llaman profeta, sabio, maestro, líder, mesías. Un hombre especial, al fin y al cabo. Hay quienes seguimos creyendo que tú eres Dios. Hoy mucha gente mirará con sorna a quien diga esto. Porque lo de «Dios» como que se escapa. Para muchos, Dios no existe y punto. Para otros, de existir, es algo indefinible, algo así como un principio, una fuerza, una energía, un algo que no se sabe muy bien dónde o cómo se relaciona con la propia vida. Pero claro, ¿pensar en un Dios hecho persona? ¿Un Dios que caminó por nuestros caminos, bebió la misma agua, que tuvo agujetas, y heridas, se rio a carcajadas o lloró con desgarro? Parece otra eterna versión de las mitologías de todas las culturas. Como los griegos hablando de sus dioses en el Olimpo, que es como una convención clásica de superhéroes de la Marvel, los aztecas sacrificando enemigos para contento de sus dioses guerreros, o Anubis mandando una barca para recoger a los difuntos y llevarlos al otro lado del Nilo. Superstición, pensamiento primitivo, restos de otras épocas, dicen… Algo incompatible con nuestra mentalidad racional, pragmática, científica, dicen también. 56

Pero yo sigo creyendo que, de existir Dios, y si nuestro universo tiene un origen y un destino, y si hay un sentido en lo que hacemos, que pasa por el amor y una sed de plenitud… ¿por qué no va a poder reflejarse en el misterio más profundo de un ser humano? ¿Por qué no va a poder vaciarse en su creación? ¿Por qué no va a poder expresarse en el lenguaje que nos es más comprensible? El lenguaje de lo humano, hecho ternura y amor, hecho dolor y compromiso, hecho justicia y estremecimiento. El lenguaje que pasa por la vida y la muerte (que no tiene la última palabra). Eres la única palabra que Dios podría decir sin encadenarnos, pues de otra manera nos habría convertido en esclavos, y nos habría obligado a creer y a adorar. Pero no. No eres la palabra impuesta de Dios, sino su propuesta para las vidas. Una ventana que nos permite asomarnos a Dios. Un espejo que nos permite ver las posibilidades enormes escritas en nuestra entraña. Pues eso.

Estar de vuelta sin haber ido Hay montones de jóvenes que pasan de religión. Hoy en día, al menos en España, parece que para muchos es incompatible ser creyente, y sobre todo practicante, con ser normal. Es más fácil pasar: «¿Que aún vas a misa? Ufff, ¡qué colgado!». «¿Que estás en algún tipo de grupo para formarte en cosas de fe? Ufff, esto es grave, estás en la secta, te han lavado el cerebro». «¿Que crees en Dios? ¡Qué antiguo! (o ¡qué bobo!)». «Que ¿cómo puedes pertenecer a esa Iglesia?» (normalmente, en el esa Iglesia va una simplificación y una caricatura que poco tiene que ver con la complejidad, riqueza y hondura de la Iglesia real y sus gentes). Es curioso, porque en estas latitudes, y en muchos asuntos, hay una tolerancia políticamente correcta –y digo yo que está francamente bien respetar la diversidad de actitudes, orientaciones, sensibilidades, opiniones, etc.–, pero luego parece igualmente correcto ser tremendamente intolerante con las creencias del personal. A mí me deja a veces alucinado cómo la gente se mete con otros –incluso amigos o familiares– por sus creencias. Me duele que a menudo se parta de estereotipos gastados –que, en general, lo que muestran es bastante desconocimiento de lo que de verdad está en juego cuando hablamos de fe–. A menudo te encuentras personas sarcásticas, que parecen prematuramente desengañadas de todo: escépticos sin motivo, rendidos sin guerra. El caso es que esto a veces me cuestiona, otras me entristece y otras me provoca. Me cuestiona, porque en parte habla de muchos errores que ha habido a la hora de transmitir la fe y de la dificultad para compartir una buena noticia. Me entristece, porque me doy cuenta de que a menudo las personas que pasan de religión tienen una visión poco reflexionada, y que está fundada en prejuicios, simplificaciones y estereotipos, antes que en preguntas, búsquedas u opciones serias.

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Me provoca, porque es un reto ayudar a las personas a abrirse. ¿Cómo ayudar a la gente a darse cuenta de que la religión en realidad tiene que ver con lo más hondo, lo más auténtico, lo más profundo que se pone en juego en nuestras vidas: el amor, la alegría, la soledad, el propio lugar en el mundo, el sufrimiento, la muerte, el encuentro entre las personas, la libertad, el riesgo, el tiempo y Dios…? ¿Cómo ayudar a la gente a adentrarse por el camino de la duda, la búsqueda y la fe, cuando a menudo la actitud es la de quien está de vuelta sin haber ido?

Extremos Hace días escribía en otro lugar acerca de la gente que está de vuelta sin haber ido en cuestión de religión. Me refería con ello especialmente a las generaciones más jóvenes, cuando tienen una opinión crítica no fundamentada; cuando atacan estereotipos que no han experimentado; cuando se han formado un juicio sobre la Iglesia que es, en realidad, prejuicio. Entre los ecos recibidos al hilo de esa reflexión, varios iban en la misma línea, y creo que son acertados: no hay que olvidar a quienes también están de vuelta sin haber ido, pero en la dirección contraria. Es decir, aquellas personas de Iglesia que parecen saberlo todo, que tienen una opinión intransigente, un juicio sumarísimo sobre quienes plantean alguna reserva, alguna incomodidad o alguna duda; aquellas personas –muchos de ellos sorprendentemente jóvenes– que parecen tener todo tan claro que te dejan entre perplejo e incómodo, no porque intuyas verdad en sus palabras, sino porque intuyes desprecio –y eso no puede ser de Dios–. Conozco a bastantes personas que dan este perfil, y si soy sincero, me llevan a sospechar de su seguridad. Porque no les ves transmitir la alegría del evangelio, sino una exigencia amarga. No ves que sus palabras sean puentes, ni invitaciones al encuentro, sino más bien muros y descalificaciones a quien reza distinto, a quien celebra distinto, a quien busca, a quien acepta que nadie tiene toda la verdad en la mano… Y a menudo lo que terminas viendo es mucho sufrimiento innecesario, mucha visceralidad hiriente y mucha crítica estéril. Siempre es buen tiempo para la esperanza y para los deseos. Pues bien, aquí va el mío. Espero que en esta Iglesia nuestra sepamos hallar espacios de encuentro y escucha, de diálogo y pregunta. Que sepamos abrirnos, desde la humildad intelectual y existencial, a otras perspectivas que nos ayuden a pulir nuestras respuestas. Desde una tierra de nadie que es tierra de tantos.

¿Turistas o peregrinos?

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El Xacobeo civil apisona con su campaña de marketing al Año Santo Compostelano, y el camino de Santiago se convierte en una sección propia, con productos específicos, en El Corte Inglés40. Hordas de caminantes llenan de densidad la ruta jacobea, al menos por el Camino Francés. Y eso cuando apenas hemos entrado en junio. El verano va a ser, según todas las previsiones, época de una afluencia nunca antes vista en la ruta hacia Santiago. No basta decidir echarse a andar para convertirse en peregrino. Hay muchos caminantes que tienen mentalidad de turista. El turista paga y exige, consume lugares y experiencias, hace millones de fotos con poca alma, quiere todas las seguridades, se queja, pide que todo se adapte a su gusto, difícilmente entiende el silencio… El peregrino sale del terreno conocido, arriesga, exige poco y acoge lo que hay, descubre la mística de caminar por fuera y por dentro, se encuentra de verdad con otros. Evidentemente, esto son puras pinceladas. Pero bastan para plantear un reto, a todos aquellos que penséis lanzaros al camino alguna vez: ojalá tengáis la suerte de vivirlo como peregrinos. Y no solo en el camino. También en la vida podemos vivir el día a día como turistas o como peregrinos. Podemos pasar por la historia consumiéndola sin jamás llegar a conocer o entender nada. Podemos hacer rutas sin proyecto, itinerarios sin espíritu. Podemos apresar miles de momentos sin haber llegado a vivirlos. O podemos arriesgarnos a salir a la intemperie. A gastar las fuerzas. A perseguir horizontes dignos. Y a encontrarnos de verdad con otros caminantes, allá donde la vida nos vaya llevando. La actitud vital marca una diferencia radical.

Demonios Ignoro si tienen cuernos y son colorados, si viven en infiernos de fuego y azufre o si son malévolas criaturillas dispuestas a envolvernos con sus tretas. No sé si son espíritus o humores intangibles, pero sí sé que son huéspedes incómodos, que cuando se adueñan de nosotros nos convierten en triste sombra de lo que estamos llamados a ser. Hay uno muy cruel. Se llama envidia, y si te muerde te incapacita para disfrutar con la alegría compartida. Otro se llama vanidad, y hace que cuanto más alto estés, en lugar de ver mejor aprovechando la perspectiva, conviertas todo en un espejo donde únicamente ves tu propia imagen. Rechazo hace que las personas nos volvamos inseguras, frágiles, y deja heridas difíciles de curar. Genera tanto dolor… Y peor aún es su hermana burla. La muy bruja humilla a los débiles, a los heridos, a los más desprotegidos, aunque suele disfrazarse de humor y buen rollito. Se alimenta de lágrimas tristes y hace duros a quienes la acogen. Intolerancia es muy marrullera, a veces viene pisando fuerte con discursos duros, pero más a menudo se camufla tras justificaciones sutiles. Su obsesión es conseguir que al mirar al otro no veamos un hermano, sino una etiqueta. ¿Y qué decir de rencor? Si lo acoges te desgasta hasta las entrañas, y te encierra en una prisión de memorias y agravios que parecen siempre presentes. Soberbia es la reina del cotarro. Seduce a tipos débiles y los viste de reyes. Los escucha y lisonjea hasta 59

que ya no saben hacer otra cosa que hablar, convencidos de poseer todas las verdades. Luego está otro mal bicho que tiene cada vez más casas. Responde al nombre de egoísmo, y constantemente nos susurra al oído una canción pegadiza: «Solo tú importas, chato». Son legión. Seguro que tú conoces otros muchos. Juegan con nosotros y dejan muchas víctimas en las cunetas. Pero llevan las de perder. Porque muy dentro de nosotros está la semilla de un Dios que nos libera en cuanto le dejamos un resquicio. Un Dios que pone Vida donde esas muertes mediocres parecen tener las de ganar. Un Dios que nos invita a esperar contra toda esperanza. Un Dios que llena los vacíos y puebla las soledades cuando su palabra se hace oír entre el barullo de nuestras vidas. Luz que disipa las tinieblas.

Tiempo de milagros No sé si creo en un Dios demasiado milagrero. Tal vez soy demasiado conformista, o mi fe es demasiado racional. Tal vez me falta ambición creyente. Pero los milagros, para mí, son todo y nada. Me explico. En tiempos de Jesús llamaron milagro a cosas extraordinarias (que entonces no tenían explicación, y muchas de ellas tal vez hoy sí). Es verdad, hay cosas asombrosas en la vida. Pero entiendo que a mucha gente le repatee pensar en los milagros como intervenciones arbitrarias de un Dios que, cuando quiere, cambia las dinámicas de su creación porque sí. O entiendo que haya gente inquieta, que ante ese Dios que solo deja la opción de «callarse y acoger el misterio», porque sus designios son tan inescrutables, prefiera prescindir de lo divino. Entiendo que haya personas para quienes decir que muchas de las cosas que pasan es porque «así lo ha querido Dios» les deje indignados con ese Dios… Por eso me cuesta aceptar esa actuación intempestiva de Dios. A veces, cuando nosotros insistimos en los milagros (por ejemplo, para probar la santidad, como si le exigiésemos a Dios una garantía), me viene a la cabeza la desesperación de Jesús contra aquellos que pedían signos para poner a prueba a Dios… Y es que, de alguna manera, milagros son cosas mucho más cotidianas y al tiempo admirables. El milagro eres tú cuando amas a otra persona sin exigirle nada. Somos nosotros, cuando perdonamos, mucho más allá de la lógica o de una justicia contable. El milagro soy yo, y tú, que, con todas nuestras pequeñeces, sin embargo podemos proclamar a un Dios bueno, podemos crear caminos para ser recorridos por hombres cansados. El milagro eres tú, y soy yo, cuando, aun en las circunstancias más adversas, somos capaces de sonreír con una semilla de esperanza. Eres tú, y soy yo, cuando acariciamos la vida. Hoy es milagro compartir sin cálculo (que los cestos ya están llenos de panes y peces, pero a muchos no les llegan). Es milagro nuestra capacidad de abstraer, admirar, pensar, avanzar y querer. Es milagro nuestra imaginación que nos permite descubrir nuevos horizontes. Es milagro descubrir que a alguien le importas, 60

porque te quiere… Lo es, en fin, la capacidad de entregarse sin condiciones, sin marcha atrás, sin tacañerías, a los otros. Es milagro decir en voz alta las bienaventuranzas, y sentir que esa verdad te quema y te apasiona. Y cuando miro en torno, y percibo esos milagros, entonces intuyo, agradecido, a Dios.

A un paso de la gloria Me sorprende la coincidencia en la portada de dos periódicos españoles –ideológicamente en las antípodas– del mismo titular el pasado domingo: «A un paso de la gloria». Evidentemente, se alude a la selección de fútbol. Y el paso, que cuando leas esta columna se habrá consumado o no, es alcanzar –y quizás ganar– la final del Mundial de Fútbol en Sudáfrica41. Escuchando la retransmisión del partido de cuartos de final, las expresiones religiosas eran abundantes: san Iker era presentado como el guardián del templo español, los comentaristas no perdían la fe y el milagro se consumaba a chute de David Villa. Volvamos a la gloria, ese punto final de plenitud y consumación; ese tiempo definitivo en el que se verán cumplidos los sueños; ese estado en el que ya no habrá lágrimas, sino encuentro y dicha. Uno podría caer en criticar esta «gloria futbolística» y juzgarla como un sucedáneo, el pan y circo contemporáneo o un espejismo de las verdaderas consumaciones. Pero cabe, creo, otra lectura. Y es también necesaria, pues no en vano el deporte y sus batallas se convierten en catalizador de alegrías, celebraciones, esperanzas e ilusión para tantas personas. ¿En qué sentido esta gloria deportiva refleja la eterna? (salvando las distancias). Por un momento caen las barreras, y todos celebran lo mismo. Por un instante se abrazan los desconocidos, y se reconocen en la alegría de alcanzar un sueño común. Por una vez el grito que sale de tantas gargantas es unánime. Por un tiempo parece que las penas dolerán un poco menos –es intrigante la capacidad de celebrar en países y contextos muy pobres–. Por un rato el sentido de pertenencia, de inclusión, de sentirse parte de algo englobará a todos. Si esto se vislumbra en una realidad tan ambigua y tramposa, ¿qué no será la gloria verdadera? ¡Tenemos una buena noticia que anunciar!

¿Casi una experiencia religiosa? Andamos necesitados de sentido. Mucho. Tanto que algunas dimensiones de la vida se terminan convirtiendo en mucho más de lo que en realidad son. Ahí tenemos el fútbol. Moviliza personas, pertenencias, fidelidades y odios. Tiene sus catedrales –los grandes estadios– y sus pequeñas capillas –cualquier bar o sala de estar donde un enorme televisor de plasma retransmita los partidos–. Tiene sus símbolos: un pin, un escudo, y colores litúrgicos que se inscriben en camisetas, gorras y bufandas. Sus himnos se cantan 61

con reverencia, devoción y a veces lágrimas. Tiene su gloria (la Champions) y su infierno (el descenso, la derrota). Tiene su santoral propio, y un buen panteón de divinidades. Messi fue dios una temporada; Maradona lo había sido antes que él. Otros vendrán. Guardiola y Mourinho tuvieron su culto. Ahora el «cholismo» es la corriente ortodoxa, y su «partido a partido» la nueva doctrina42. Salirse de eso es herejía, al menos mientras no lleguen las derrotas. El gran acto de culto se celebra en los estadios. Pero hay otros rituales: el sorteo de un torneo, las periódicas entregas de premios que encumbran a unos y desplazan a otros, las celebraciones en fuentes de las ciudades acostumbradas a ganar. El mundo se prepara ahora para la liturgia suprema, en Brasil, en menos de un mes. Una serie de instituciones velan por el conjunto de este culto. Se llaman FIFA, UEFA, y a su frente están los sumos sacerdotes Platini, Blatter, o Ángel María Villar, que ocupan palcos, dan ruedas de prensa y pontifican sobre el planeta fútbol. Y luego, infinidad de creyentes, unidos a su equipo por lazos invisibles, pero tan sólidos como unos votos. Fieles que viven con tal intensidad la pertenencia que el fútbol les lleva a las lágrimas o al éxtasis. Andamos necesitados de sentido, claro que sí. De pertenencia. De horizonte y destino. De solidez. Está bien tener aficiones en la vida. Y quien dice fútbol podría hablar de música, cine, o el culto a uno mismo tan frecuente en nuestro mundo. Pero creo que, puestos a echar raíz en alguna tierra fecunda, no bastan esos sucedáneos. La pregunta religiosa por el más allá, por el sufrimiento, el amor, la vida, la muerte y la eternidad, por el bien y por el mal, por el principio de todo, por Dios... Esa pregunta sigue siendo infinitamente más audaz, más necesaria y más definitiva. Y lo triste es que, entrampados en mil batallas insuficientes, muchas personas no son jamás capaces de enfrentarse, con el vértigo de quien no sabe, a las auténticas cuestiones, esas en las que nos lo jugamos todo.

Espera y preparativos Esperamos que este año, por fin, haya suerte (al menos debería, con la cantidad de participaciones de lotería que tenemos que comprar para financiar todas las causas del mundo). Vamos comprando regalos, anticipando días de encuentro y celebración por todo lo que nos une. Los más austeros esperarán a las rebajas. Los comerciantes confían en que las pagas extras quemen en los bolsillos del personal y las ganas de gastar se lleven por delante todas las reservas. Esperamos que no suban mucho los precios, pero por si acaso, los más previsores congelan viandas para la inflación gastronómica de diciembre. Los glotones ya casi pueden saborear los platos que son tradición familiar, y preparan sus estómagos para una fiesta constante. Los estudiantes ven acercarse un tiempo de vacaciones que les servirá para preparar los exámenes de febrero. Cada empresa va reservando sitio para la cena de plantilla, que luego se pone muy mal lo de encontrar restaurante. Los fanáticos de la nieve celebran cada temporal anunciado en las noticias, confiando en que en unas semanas las pistas de esquí estarán en su punto. Los 62

niños hacen cálculos, intentando adivinar si este año los Reyes Magos se portarán bien y con qué juegos les premiarán. Los jóvenes empiezan a pensar dónde pasarán esta vez el fin de año. Las televisiones van preparando programaciones especiales. Los amigos del rito marcan en la agenda varios hitos de diciembre: tal día se enciende la iluminación navideña, tal otro se presenta un anuncio de champán, este otro es el sorteo de Navidad… En medio de tal vorágine de preparativos, ¿quién espera a Dios?

Tentaciones vitales La magia.Le dijo el diablo: «Convierte las piedras en panes».Y claro, razón no le faltaba, ¿no? El camino más rápido es atractivo. ¿Qué importa saltarse unas cuantas reglas? La lógica está para ser violentada, las leyes del universo para cambiarlas, a gusto del omnipotente… A menudo rezamos pidiendo a Dios que intervenga en nuestras vidas cambiándolo todo a su gusto (o al nuestro). O a nuestra necesidad, pues no es que seamos tan frívolos, y a veces lo que le pedimos es desde la urgencia, y el anhelo, y acaso desde el dolor. Por ello, y acaso con razón, le pedimos que, si es necesario, haga lo imposible por nosotros. Es la misma lógica que lleva a muchos a preguntarse: «¿Por qué permite Dios que pasen estas cosas?». La misma que llevó a algunos a decir: «Si es Dios, que se baje de la cruz». La tentación de la magia subyuga. Pero esa arbitrariedad sí que nos dejaría a merced de un poder que anula la libertad. Más que convertir las piedras en pan, habrá que hacer que se plante mucho trigo, y que se muela, y de la harina se prepare masa que habrá de cocerse, con la levadura necesaria, para que haya pan… para todos. El espectáculo. Le dijo el diablo: «Tírate del alero del templo y haz que tus ángeles te recojan». Ya verás. Les dejarás flipados. A tu lado Baumgartner va a ser un aficionadillo, con sus paracaídas de alta resistencia. Demuéstrales quién manda, asómbrales con un truco inimitable. Da espectáculo, y ya verás cómo te adoran. Pero Jesús rechaza esa promesa. Consciente, acaso, de que el espectáculo de hoy es menudencia mañana. Lo que ahora iluminan los focos pasará pronto al rincón del olvido. El evangelio no se vive con gestos ampulosos, demostraciones extraordinarias o magníficas representaciones. Se construye, a menudo, en lo invisible. Va creciendo en lo pequeño, como el grano que germina y del que va brotando la vida despacio. La fe también crece así. Y la vida del creyente se va templando en los gestos pequeños, pero auténticos. En el amor concreto, aterrizado, posible. En la compasión que se pone manos a la obra. No es la grandeza de quien domina a base de trucos y artificios, sino la autenticidad de quien convence con su propia vida. La idolatría. Le dijo el diablo, mostrándole el mundo entero: «Todo esto será tuyo si, postrándote, me adoras». Es un precio tolerable, ¿no? Una pequeña reverencia, un 63

acto insignificante de sumisión. Solo tendrás que vivir a la sombra de un ídolo. Como tantos otros… Hoy los ídolos son personajes o dinámicas que también prometen felicidad, poder, prestigio y triunfo. Se llaman de otras formas: culto al cuerpo, al dinero, a la diversión, a la tecnología, al ego… Realidades, todas ellas, que son parte de la vida, y que de alguna manera hay que cuidar, pero que si se absolutizan terminan convirtiéndose en cadenas, además de cerrarnos la puerta a otras realidades acaso más importantes. La sumisión que se propone a Jesús es, en realidad, una forma de esclavitud. Más sutil, y envuelta con el disfraz del triunfo: «Todo esto será tuyo». Porque, como ya hace mucho le decía Ignacio de Loyola a Francisco Javier: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma?». Y esa sigue siendo, de algún modo, una encrucijada en la que hoy es necesario detenernos. ¿A qué o a quién consagrar la propia vida, sabiendo que nuestro tiempo es limitado? ¿En qué verdad creer, y sobre qué suelo trazar el propio camino, para llegar, al fin, a algún sitio? ¿Cómo no quedar entrampados en el espejismo de esos ídolos que, prometiéndolo todo, terminan encadenándonos a una celda insuficiente?

Convertirse Un año más, al comenzar la Cuaresma, oiremos y hablaremos de algunos conceptos que parecen ser más propios de este tiempo: ayuno, oración, penitencia… Uno de esos términos es el de la conversión. Hay a quien le puede sonar extraño. ¿Hay que convertirse? ¿En qué? En una época como la nuestra, en la que parece que el paradigma del bienestar psicológico es la aceptación de uno mismo, parecería que esta llamada a la propia transformación es un alarido carpetovetónico, al que habría que oponer un: «¡Viva la autoestima! ¡Abajo la autocrítica! ¡Que me quede como estoy!». ¿No es, en realidad, el evangelio un canto sobre la acogida incondicional de Dios? ¿Por qué hay que convertirse, entonces? En realidad, convertirse es crecer. Es transformarse, para ir dejando que asome lo mucho que, en cada uno de nosotros, está esperando a emerger. Es dejar que el Espíritu de Dios toque la propia vida y la ponga en marcha, porque hay muchos parajes que visitar, muchas historias que escribir, muchas heridas que atender. Es curioso, porque a todos se nos pueden ocurrir muchas conversiones pendientes… en los demás. Algunos políticos podrían ser más honrados. Algunos deportistas, más humildes. Algunos curas, más evangélicos. Algunos periodistas, más veraces. Algunos amigos, más sinceros… Pero la pregunta que se nos invita a hacernos tiene que ver con cada uno de nosotros. Se nos invita a mirarnos al espejo con honestidad. Para descubrir las posibilidades que laten en cada uno de nosotros, y a las que aún podemos dar salida. En realidad, una única cuestión está en juego: dejar a Dios ser más Señor de nuestra vida. Eso lo transforma todo. Y esa conversión merece la pena. Para hacer del mundo, y de nuestras historias, un anticipo de lo que un día será pleno. 64

La Cuaresma ha muerto Hace unos días, veía el telediario. El presentador, al introducir una noticia sobre la celebración del carnaval en diversos lugares del mundo, señalaba que tradicionalmente carnaval y Cuaresma han ido unidos. Pero, acto seguido, añadía algo así como que «ahora la Cuaresma ha muerto, pero persiste el carnaval». Lo decía con un tono jovial, como celebrando la pervivencia de la parte lúdica y, creí entender, alegre también por la desaparición de ayunos, penitencias o limosnas cuaresmales. La frase quedó resonando en mi cabeza durante días. Por una parte, con el reconocimiento triste de que el enunciado describe algo muy real en algunas sociedades. Por otra parte, constatando la pobreza de esa reducción. Vaya por delante que para nosotros, cristianos, la Cuaresma no remite a la alegría del carnaval, sino a la de la Pascua. Pero, si en ese imaginario social popular la Cuaresma era el reverso del carnaval, no deja de ser una triste radiografía la que se deriva de aquella afirmación. «¡Muerte a la Cuaresma, viva el carnaval!». En una lectura primera y superficial puede parecer que con esa selección elegimos «la parte buena», el ruido, la fiesta, la alegría, las posibilidades infinitas. Pero la realidad es que esa lógica es tramposa. Sí al ruido, no a la reflexión. Sí a la máscara, no a la verdad desnuda. Sí al desparrame. No a la cosecha sincera. Sí a la fiesta. No a las rutinas. Sí a la carcajada. No a la lágrima. Pues bien, mataremos la vida si le quitamos los contrastes. Mataremos nuestra propia humanidad si le arrebatamos su cara y su cruz. Condenados, como el Joker de las películas de Batman, a mostrar una eterna sonrisa, esta termina convirtiéndose en una pobre mueca y un lamento por toda nuestra hondura perdida.

¡¡¡Es Diooooos!!! Escuchando la radio hace unos días, repetían la retransmisión de uno de los goles que dieron al FC Barcelona la victoria en la Champions. Como es frecuente en estas ocasiones, el locutor parecía al borde del síncope. Gritaba el nombre de un jugador al tiempo que decía: «Es Dioooos, es Dioooos, es Diooos». Entiendo el género literario, el delirio deportivo y la exaltación del momento. Pero, asumiendo todo eso, quisiera establecer una comparación. ¿A qué hombres se les equipara a dioses en nuestra cultura? Casi siempre a los deportistas. A veces también a los artistas –de antología, para muchos, es la frase de Torrente cuando decía aquello de «El Fary es Dios»–. En España los futbolistas se llevan la palma. Sus triunfos desencadenan celebraciones casi litúrgicas. Sus gestas serán cantadas y crearán un santoral balompédico que generaciones enteras recitarán. ¿Por qué? ¿Qué es lo que tienen? Ser grandes jugadores. Estar en el equipo adecuado la temporada justa. Vencer y llevar la alegría a aficiones ávidas de triunfo. Quizás tener la fortuna de marcar el gol que decanta un título.

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Éxito, talento, prestigio, imagen, calidad. Eso es lo que se aplaude, lo que se persigue, lo que se admira y hasta se venera. Y se celebra en apoteosis colectivas que muy pronto son engullidas por la normalidad, sin dejar otra huella que la memoria de buenos momentos. Yo al escuchar esto no puedo menos que pensar en el hombre en el que Dios se convirtió y en su historia. Su calidad fue humana, en el encuentro y en la atención al otro. Su victoria se gestó en un amor capaz de darse hasta el extremo. Su prestigio no fue la gloria efímera que hoy se idolatra y mañana se olvida. La buena noticia que expresó transformaba de verdad las vidas de quienes la acogían. Ese sí que es Dios. Que conste.

La otra eternidad Hace unos días escuché que un equipo médico sevillano ha encontrado la forma de obtener neuronas a partir de células madre que encuentra en el cuello. Se anuncia como un gran avance, y se aventura la posibilidad de que sirva para evitar procesos degenerativos, quizás tratar casos de párkinson u otras enfermedades. Ante la noticia me asaltan dos pensamientos que apuntan en direcciones distintas. Y la paradoja es que creo que en ambos hay algo de verdad. Por una parte, admiración y reconocimiento del trabajo de los investigadores que, en el mundo de la salud, buscan dar solución a los problemas médicos. Cada avance es historia, y esa historia a lo largo de los siglos ha ido alumbrando respuestas, alargando nuestros años, contribuyendo a mejorar la calidad de vida del ser humano y dándonos herramientas para sobrevivir. Lo que hace doscientos años abocaba a la tumba hoy es tratado con normalidad, y muchos (no todos) nos beneficiamos de ello. Incluso, desde la fe, diría que esa capacidad de encontrar respuestas es parte de la dimensión creadora con que somos imagen de Dios. Al mismo tiempo me asalta la pregunta: «¿Hasta dónde esta carrera?». Se estira la esperanza de vida y se llega a edades más tardías en mejor forma. Vivir ochenta, noventa, cien años es más normal… Pero, ¿hasta dónde? ¿Hasta cuándo? Porque al final del camino sigue estando la muerte, y quizás la sabiduría mayor o primera no es luchar contra ella hasta la extenuación, sino aceptar la limitación de nuestros días y vivirlos con hondura, con pasión por el mundo y con esperanza en Dios, acertando para acariciar las historias con las que nos cruzamos y dejar en ellas una huella digna. Entre la búsqueda de respuestas y la aceptación de los límites nos movemos, sentimos, soñamos y esperamos.

Los siete pecados capitales

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¿Alguna vez has oído hablar de los siete pecados capitales? A veces hablamos poco de esto del pecado, quizás por temor a que se nos achaque ser excesivamente moralistas, a culpabilizar al personal, a hacer sentir a la gente que parece que la fe o el seguimiento de Jesús tiene más que ver con las prohibiciones que con la buena noticia. No es así. Pecado no es «lo que me gusta, pero mi religión me prohíbe». No es lo bueno de la vida, que una religión castrante y represiva se empeña en anular. Son, más bien, aquellas circunstancias en las que uno elige y apuesta por cosas que hacen que la vida –propia y ajena– sea menos plena. Es aquello que, incluso si aparentemente me llena, en realidad me está vaciando, o está vaciando y dañando a otros. Y por eso, porque lo hace todo peor, merece la pena luchar contra ello. El pecado me aleja de Dios, de los otros, y probablemente me hace vivir fracturado por dentro, con mucha menos pasión, plenitud y alegría de la que tendría eligiendo otros caminos. Pues bien, en la tradición de la Iglesia hay, desde el siglo VI, una lista conocida como los pecados capitales (capitales, porque digamos que de ellos nacen otros). ¿Qué son? ¿En qué sentido nos rompen? ¿Por qué luchar contra ellos? Tal vez la Cuaresma que comenzamos pueda ser un tiempo para reflexionar un poco sobre ello, y para seguir peleando por crecer, por dentro y por fuera, para hacer del mundo un lugar más pleno. Orgullo Hay un orgullo bueno y necesario. Te puedes sentir orgulloso de un hijo, de un logro, de un amigo. O de ti mismo, cuando has sido capaz de hacer algo que merece la pena. No se trata de no valorar lo que uno es, o lo que uno hace. Pero hay un orgullo diferente, mucho más destructivo. También se conoce como vanidad, o como soberbia, o tantas otras formas de llamarlo. Es esa mirada que lo coloca a uno mismo tan en el centro, tan en un pedestal, tan hinchado y contento de sí, que lo hace ciego –o indiferente– a los otros. Es estar encantado de ti mismo, desde una mirada complaciente con tus fortalezas; tanto que te olvidas de tus pies de barro y tu limitación. Es creerte el ombligo del mundo. He ahí el problema. Porque si el mundo se convierte en una competición de egos, entonces no queda mucho espacio para el diálogo, para el encuentro, para el amor (o solo lo hay para el amor propio). Si solo construyes desde la autocomplacencia y la mirada a ti mismo, te terminas encerrando en una burbuja que te aísla. Y esa burbuja, al final, y aunque ni te des cuenta, es una prisión en la que estás solo. Muy contento de ti mismo, pero solo, convirtiendo a los demás en meras comparsas o palmeros de los que solo esperas aplauso y reconocimiento. Alternativa: frente a ese orgullo, la respuesta es la humildad. Humildad que, decía Santa Teresa, es andar en verdad. No se trata de ningunear los propios talentos o de minusvalorarse. Se trata de reconocer y expresar, con sencillez, quién es uno. Humildad es agradecer las capacidades y talentos –que los tenemos–. Y también reconocer las asignaturas pendientes y los defectos –que también–. Es la perspectiva suficiente como

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para que la mirada te lleve, más allá de ti, a los otros, allá donde haya encuentro verdadero. Avaricia Todos necesitamos, en la vida, algunas seguridades. Y aspiramos a unas condiciones de vida dignas. Es legítimo tratar de ir mejorando un poco, hasta poder darnos algún capricho. Pero hay una línea que separa la necesidad verdadera de la ansiedad impuesta, la seguridad del exceso y la prudencia del abuso. Hay una tentación muy humana, la de tener más, acumular, acaparar. Parece que no basta nunca con lo que uno ha conseguido. Todo resulta insuficiente, y la aspiración a acumular –riquezas, bienes, relaciones o experiencias– se convierte en voracidad. ¿Cuál es el problema? Que en algún punto de ese camino ocurre que dejas de ser dueño para ser esclavo. Los bienes dejan de servir para aquello que necesitabas, para convertirse en tu cadena. La vida va girando en torno a ellos, y poco a poco el miedo a perder o el afán de tener más puede más que la gratitud ante lo que uno ha logrado. Además, el ansia de poseer mucho puede producirse a costa de que el otro no posea apenas nada, porque no hay para tantos. Alternativa: frente a la avaricia, la respuesta es el desprendimiento. Desprendimiento que es una forma de libertad. Una apuesta por la mesura. Se trata de tener una mirada agradecida a la vida, una mirada que te permita valorar lo que tienes como un privilegio. Y que te permita verlo en perspectiva, en un mundo donde tantos carecen de tanto. No se trata de no necesitar nada –eso no es nuestra espiritualidad ni nuestra fe– pero sí de no volver imprescindible lo que en realidad es accesorio. Pereza A todos, alguna vez, nos entra un poco de pereza, de inapetencia, de desgana. Y en ocasiones nos dejamos llevar por ella, y es que no se puede estar siempre a mil, con las pilas cargadas y motivado para todo. Pero en ocasiones la pereza se convierte en actitud vital. Pasa de ser una situación puntual a guiar todas las respuestas que das, cada vez que se te pide algo. Siempre encuentra uno excusas para no hacer lo que no apetece. Se te ocurren mil planes mejores. Reconoces que no tienes ganas. O a veces, en lugar de eso, lo disfrazas de sobrecarga y agobio. Te viene a la boca, como un mantra siempre preparado, la explicación de que es que estás muy cansado y no puedes con todo –que a veces es verdad, pero en ocasiones se convierte en una fachada para la vagancia, tan convincente que hasta uno mismo se lo puede creer–. Y terminas posponiendo siempre lo que te resulta duro, arduo o poco gratificante, mientras abrazas con entusiasmo lo apetitoso, lo fácil o lo emocionante. Es muy humano el que haya cosas que te apetezcan más que otras y el que uno prefiera lo cómodo y fácil a lo exigente. El problema de la pereza como actitud vital es 68

que termina haciendo que algunas cosas que son importantes –acaso imprescindibles– se pierdan y queden sin hacer. Por pereza puede uno dejar pasar algún tren muy necesario. O puede dejar en la cuneta a alguien que le necesita. El gran pecado asociado a la pereza es la omisión, y todo lo que, por su causa, puede quedar sin hacer. Alternativa: no sé si es muy contemporáneo hablar de diligencia (que casi suena a carro de película del oeste). Hoy quizás diríamos algo así como que hay que ponerse las pilas y arrear. Como actitud, la diligencia, el ser diligente, es ser alguien que está preparado y dispuesto para ir sacando adelante las cosas. Es bueno para uno mismo, porque vas conquistando espacios, terrenos y ámbitos en la vida. Y es bueno para los otros, si las metas que te fijas tienen que ver con ellos. No se trata, al final, de ir por la vida con complejo de superhéroe o de «salvamundos», pero sí de reconocer los propios talentos y ponerlos en juego para que den buenos frutos. Lujuria Hablemos hoy de sexo. Es tan humano, el deseo, la búsqueda de placer, el perseguir, en el contacto físico, el disfrute, un buen rato, el celebrar el cuerpo en su sentido más profundo. La lujuria tiene que ver con perseguir el placer físico al margen de otras consideraciones. Al margen de otros elementos de la relación. Es el placer por el placer, el sexo por el sexo, el disfrute por el disfrute. Es algo muy al alcance de todo el mundo hoy, en una sociedad que asume el sexo como una dimensión habitual de las relaciones sociales, y donde muchas formas de estimulación están al alcance de casi cualquiera. ¿Dónde está el problema en esto? ¿Por qué hablar de pecado? ¿Es aquí donde, tal vez, asoma lo más puritano, lo más represivo, lo menos celebrativo de una Iglesia y una moral que no comprende las bondades del sexo? ¿Por qué ver problema en la lujuria? ¿En qué sentido nos perjudica? Si dos adultos quieren, ¿dónde está el problema? El problema es que termina proponiendo una vivencia de las relaciones físicas que se agota en sí misma. Eso a muchas personas les puede bastar. Pero se pierden –al menos desde la concepción creyente de la persona– una opción valiente y con un punto de riesgo: la decisión de vincular las relaciones sexuales a la experiencia interpersonal del amor. ¿Cuál es la alternativa? Vincular el sexo al amor. No a cualquier cosa que se llame amor. Al amor que es apertura incondicional. Que es relación. Que es historia que se va escribiendo con el paso del tiempo. Que es comunicación. Que es compromiso. Y que irá alcanzando mayores niveles de intimidad a medida que va creciendo y consolidándose. Probablemente es en este campo donde la mirada, desde la fe, debería ser menos desde la prohibición y más desde la propuesta. La propuesta creyente es vincular el sexo al amor. Para que no se quede reducido a algo demasiado mecánico, demasiado egocéntrico, demasiado inmediato o demasiado vacío. Gula 69

Habitualmente decimos que alguien es goloso cuando le gusta el dulce. Asociamos la gula a la comida, con un punto de exceso. A dejarse llevar tanto por el apetito –que no tiene nada que ver con el hambre– que a uno le cuesta poner freno o límites. La gula tiene que ver con dejarse dominar por las apetencias, con ser incapaz de resistirse a los estímulos, con un dejarse llevar por el ansia. Es curioso, porque hoy en día probablemente la gula no está muy bien vista, pero no por una concepción moral de la vida, sino por una concepción estética, y es que el que come de más, engorda. ¿Cuál es el problema de la gula? Que uno termina dominado por lo instintivo, por los estímulos que, en lugar de ofrecerte alternativas, poco menos que te empujan. Que uno, en lugar de valorar el alimento como bendición y como fuente de energía, de salud y de satisfacción, termina, cual voraz zampón, engullendo sin freno. Sin ser capaz de resistirte o de ser señor de tus apetencias. Pienso yo que el problema no es que te guste más o menos el chocolate, o darte un atracón de algo alguna vez. El problema es llegar a ese punto en el que uno deja de controlar sus apetitos, y se vuelve compulsivo, incapaz de tener cierto dominio sobre sí. Y esto no únicamente en lo relativo a la comida, sino a tantas otras apetencias que pueden convertirse en cadenas que nos atan. ¿Cabe una alternativa? Frente a esa ansiedad, la propuesta es la sobriedad. Con un punto de auto-exigencia. Se trata de darte el espacio y la perspectiva para valorar las cosas. Y de que lo excepcional, efectivamente lo sea. Se trata de disfrutar los sabores –de los alimentos y de la vida– como una bendición, como una posibilidad y como un regalo. Y se trata de no ser marioneta que se mueve al hilo de necesidades –demasiadas veces artificiales– sino persona, que es libre y capaz de vivir con un poco de orden en el océano de las necesidades infinitas, que, de otro modo, te termina engullendo. Envidia Mirar alrededor y compararse. Ver lo que otros tienen. Aspirar a ello. Y, de alguna manera, irse deslizando por la pendiente del desasosiego. Hay quien habla de envidia sana, quizás para contraponerla a esa otra envidia más destructiva. Sano sería el reconocimiento, humilde, de que te gusta algo que no tienes, que reconoces, valoras y aprecias en otros. Insana es la envidia cuando, en algún punto del camino, la pena por lo que tú no tienes, o incluso la aspiración legítima a conseguir algo, se convierte en rabia porque otros lo tengan. Ese es el juego perverso de la envidia. Una comparación en la que uno sale malparado y el otro se convierte, de algún modo, en rival. ¿Cuál es el problema? La envidia te come por dentro. Te muerde. Te hace doblarte un poco sobre ti mismo. Y al tiempo, pone una barrera entre tú y aquel o aquellos a quienes envidias. Se convierten en rivales, en enemigos, en objeto del menosprecio o el enfado. En realidad, el objeto envidiado es lo de menos. Puede ser el trabajo, la suerte, un bien material, una relación personal… Lo terrible es cómo la envidia mata la relación. Y cómo te va encerrando en un pozo de amargura, obviando todo lo que puede haber de privilegio y suerte en lo que sí tienes. 70

Alternativa: frente a la envidia los caminos son indirectos. Quizás el más necesario debería ser la gratitud, una mirada lúcida y consciente a la propia vida. Aprender a valorar las muchas cosas que uno da por sentado y que, sin embargo, son oportunidades que no todo el mundo tiene. Aprender a celebrar las fiestas propias, los días buenos –que seguro los hay–, los nombres de tu vida. Otro camino sería el reconocimiento, lo más reflexivo posible, de cómo todas las vidas tienen sus luces y sus sombras, sus averías y sus grandezas. Y un tercer camino sería la alegría por el bien ajeno, aprender a sonreír con otros, por otros, sin convertirse uno mismo en referencia de todo lo que esos otros tienen, viven o celebran. Ira Mal humor lo tenemos todos, incluso quien tiene un carácter afable y casi siempre sonríe. Ratos en que se te cruza el cable, o andas molesto por algo, o las circunstancias que sean te tienen sombrío. No se trata de que uno tenga que estar abonado a la quietud –por muy bienaventurados que sean los mansos–. Pero sí se trata de no llegar a esas situaciones en las que el mal humor te domina y te lleva a donde no quieres. Porque de esto se trata con la ira, de preguntarse si uno está en control, o si una emoción –en concreto el enfado– se vuelve tan intensa que no eres capaz de controlarte. Y conviertes la irritación en agresión a los otros, al mundo, a los objetos, a lo que se te ponga por delante. El problema de la ira es que convierte al que está airado en un bruto, un energúmeno que, poseído por su enfado, rabia o indignación por lo que sea, se salta los límites básicos y agrede al prójimo. Puede ser más zafio, y la agresión es incluso física, o más sutil, y la ira te lleva a decir lo que se clava en el otro como un puñal hiriente. La ira solo deja detrás tierra devastada. Frente a la ira, la alternativa no es la paz de los apáticos, aquellos a quienes nada afecta. Es, más bien, la pasión de quien no olvida, por más intensidad con la que viva las cosas, al prójimo. A veces será calma, y otras enfado, pero siempre respeto. A veces será silencio, y otras palabra, pero nunca insulto. Implicará conflicto en ocasiones, pero sin convertirse en algo personal.

Sonreír tras la batalla Está hospitalizado Nelson Mandela, y su enfermedad da la vuelta al mundo43. Andamos faltos de mitos. Y Mandela ya lo es para nosotros. Como otros hombres y mujeres. Como Madre Teresa. Como monseñor Romero, a quien recordábamos hace unos días, al cumplirse 33 años de su asesinato. Siempre me ha impresionado la sonrisa de estas personas. No es la sonrisa ingenua o superficial de quien no se entera de nada. No es el gesto evasivo de quien no comprende el mundo. Es, más bien, la sonrisa de quien ha 71

estado en el infierno, y ha salido indemne de cuerpo y espíritu, sin sucumbir al rencor, al odio o a la derrota. Gente que se ha negado a refugiarse en la auto-compasión o en la revancha. Han comprendido que el amor vence, y han decidido amar, plantando cara a lo injusto (ya sea la segregación racial, la pobreza más escandalosa o la opresión de unos hombres por otros). Hay una imagen en el castillo de Javier de un Cristo que, desde la cruz, sonríe. En ese contraste entre fracaso y júbilo, dolor y alegría, hay toda una declaración acerca de la vida, del amor, del sentido. Sonreír, plantando cara a la muerte, a la injusticia, a lo inmoral, a lo inhumano. Sonreír al ver, con claridad, que el amor tiene la última palabra. Sonreír, aun a través de las lágrimas. He ahí la piedra en que se esculpen las más hermosas historias.

Dar la vida Estos días asistimos, estremecidos, a las noticias sobre la violencia radical en el norte de Irak, donde miles de cristianos están siendo sistemáticamente masacrados en nombre de un islamismo radical y desquiciado. También nos toca reflexionar sobre la labor y los límites de las opciones humanitarias de tantos hombres y mujeres que, de distintas maneras, trabajan con otros y por otros en lugares de frontera. La epidemia del ébola, las encrucijadas planteadas por el contagio de Miguel Pajares y las distintas maneras de entender cómo ha de reaccionarse en una circunstancia como la que le ha tocado, todo ello invita a pensar44. El evangelio nos llama a dar la vida. Dar la vida no es morir, sino amar. Aunque a veces la muerte sea parte del compromiso y consecuencia de ese amor. La vida se da cada día, de tantas formas. El propio Jesús dio la vida, y lo hizo no solo muriendo en una cruz, sino cada día de su historia, en los caminos, en el encuentro con las personas, en su incesante actividad para proponer una sociedad diferente, una ley al servicio del ser humano y un nuevo rostro de Dios. Y ahí tenemos una pregunta, que cada uno necesitamos hacernos alguna vez. De qué manera, cómo y a quién estoy dando mi vida. De qué manera el compromiso con el evangelio me lleva a poner toda la carne en el asador, e ir poniendo en juego fuerzas, ilusiones, proyectos y tiempo. De qué manera acepto un compromiso que me pondrá en tesituras complicadas, y me enfrentará con el conflicto, con la incomprensión o con el rechazo. De qué manera amo. Y hasta qué punto la actividad es misión y no tan solo trabajo. Hay un punto de desproporción entre estas preguntas personales y la realidad tremenda de estas personas en situaciones trágicas. Pero quizás hay también algo de responsabilidad aterrizada si, al hilo de esas historias, dejamos que se zarandeen las

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propias inercias, y nos preguntamos por la seriedad y la radicalidad concreta con la que estamos dando la vida.

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Con la Iglesia hemos topado en el bloque anterior hablábamos de la fe como posibilidad, y de las actitudes S creyentes o increyentes, ahora nos toca proponer algunas reflexiones sobre la Iglesia. I

La frase del Quijote –literalmente «Con la iglesia hemos dado, Sancho»– se ha convertido en una expresión coloquial que se usa para indicar lo molesto que es tener a la Iglesia –o a cualquier autoridad– metiéndose en asuntos de otras personas para obstaculizarlos. Es verdad que, para muchas personas, lo eclesial resulta polémico, problemático o disuasorio. Y es a veces la puerta que impide que la gente se aproxime de verdad a la vivencia de lo religioso. Hay asuntos delicados, hay errores de la misma Iglesia, hay incomprensión, y hay también imágenes distorsionadas o mediáticas que no hacen justicia a la complejidad de la institución. Hay, en fin, asignaturas pendientes que la propia Iglesia debe afrontar. También hay algunas cuestiones que la misma sociedad debe resolver en su relación con la Iglesia. No es fácil en sociedades donde a menudo se confunden lo ideológico, lo subjetivo, lo legítimo y hasta lo histórico. Pero hay que intentar resolver muchas de esas tensiones. Y la Iglesia ha de seguir buscando la fidelidad al evangelio en contextos plurales donde no siempre se comprenden ni se comparten sus propuestas.

Buenos pastores Ahora que el papa ha inaugurado el año dedicado a la vida sacerdotal, se escribirán artículos o libros, habrá ocasión de pensar y surgirán abundantes propuestas sobre «qué debe ser un sacerdote» 45. El lema de este año, «Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote», es sugerente y dará pie a profundas formulaciones. ¿Fidelidad a quién? A Dios, al prójimo, a los pobres, a la buena noticia… Fidelidad en esta Iglesia nuestra. Fidelidad fecunda y creativa, capaz de amor y de crítica; la fidelidad de quien sirve, de quien busca hacer de su vida una eucaristía… Solo tengo un miedo antes de que empiece la avalancha. Temo que habrá quien quiera convertir esta reflexión en un monólogo a favor de una única forma de ser sacerdotes. Ojalá me equivoque, pero demasiado a menudo la diferencia termina generando enfrentamiento o incomunicación en lugar de enriquecimiento mutuo y encuentro. En concreto, muchos tenemos la tentación de pensar: «Esta forma de ser cura (la mía) es la buena, y quien no sea así es tal o cual». Está claro que hay conductas y abusos que son impropios de quien se define como pastor que ha de cuidar de los suyos. Comportamientos terribles, abusos de poder, traiciones terribles a los más vulnerables, ambiciones ajenas al evangelio…Y si eso

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ocurre, hay que decirlo. Pero no me refiero a eso, sino a la descalificación más centrada en lo formal, que termina confundiendo fidelidad con uniformidad. Tenemos una oportunidad preciosa para reflexionar sobre algunas asignaturas pendientes. También sobre la diversidad y pluralidad, la capacidad de una Iglesia universal para englobar sensibilidades distintas, estilos diferentes, talentos y talantes complementarios. Para aprender a respetar lo diferente, y recordar qué es lo esencial que está en el corazón del sacerdocio. Ojalá sepamos aprovechar la ocasión.

Nuevas palabras para contar la Palabra Obispos de todo el mundo se juntan. Se devanan los sesos. Se plantean qué hay que hacer para que el mensaje de la Iglesia sea creíble y no deje frío al personal. Proponen buscar a los intelectuales de nuestro mundo y hablar con ellos. Dicen que no solo los curas deberían llevar las riendas, que hay que dar peso y palabra a otros hombres y mujeres… Todo esto está pasando en Roma estos días. Pero cuando nos lo quieren contar, inmediatamente nos adentramos en el terreno de un lenguaje oficial, que oscila entre lo solemne y lo soporífero: «nueva evangelización», «atrio de los gentiles», «sínodo». La realidad que está detrás es interesante –en ocasiones hasta diría apasionante– pero el vocabulario resulta lejano. Y el lenguaje es muy importante. Tal vez es inevitable acudir a esos lugares comunes. Pero si la evangelización quiere ser «nueva» debería empezar por abandonar palabras que a mucha gente, en cuanto las oye o las lee, le llevan a desconectar. O por buscar un lenguaje mucho más fresco, concreto, inmediato, que aborde las cuestiones que a las personas les inquietan y les urgen en la búsqueda de vidas con sentido. Ese es el reto que muchas veces, como agentes de pastoral, tenemos: traducir. Porque hay mucho bueno que contar. La comunicación en la Iglesia es una asignatura pendiente, no únicamente como estrategia, sino como prueba de que, de verdad, somos un interlocutor que tiene los pies en la tierra, nos manchamos las manos con la realidad cotidiana, y no tenemos miedo de buscar la verdad en los vericuetos de lo cotidiano, allá donde Dios y el mundo se abrazan.

Sobre el celibato y los abusos Últimamente es inevitable que en algunos momentos surja la conversación en torno a los casos de pederastia en el clero. Como uno es cura, también las personas quieren saber qué opinas, cómo lo ves, etc. Y cuando uno se adentra en la conversación, es frecuente que, por parte de bastantes interlocutores, en algún momento se deslice la afirmación de que «es que habría que suprimir el celibato obligatorio». Creo que esa cuestión sobre el celibato obligatorio está pendiente, es necesaria, y seguramente llegará. Pero asociarla a 75

este tipo de escándalos es tramposo. Es tramposo porque parece afirmar que es tan imposible vivir el celibato que esto lleva a comportamientos enfermizos y delictivos. Como si no hubiera tantísimos sacerdotes que viven su compromiso con honestidad, entrega y aceptando la parte de renuncia y lucha que inevitablemente conlleva. Es atroz el pensar en los abusos. Es sobrecogedor pensar que vengan de gente que parece haberse comprometido a anunciar una buena noticia. Es enervante imaginar tal traición a aquellos a quienes uno debería proteger. Pero no se sigue que su causa sea el celibato. O al menos quiero creer que no se sigue, porque, con sinceridad, si fuera así, ¿dónde nos deja eso a los célibes? Hace falta reflexionar, hace falta dialogar, y hace falta discutir. Sobre la pederastia. Sobre el silencio cómplice (y sobre el celibato, y sobre tantas otras cosas). Pero antes de enzarzarnos en discursos y opiniones polémicas, en diagnósticos gruesos o en declaraciones simples, se hace más necesaria que nunca la información, la formación y la reflexión serena y en profundidad sobre todo lo que ha ocurrido y todo lo que está en juego. Lo merecen las víctimas. Lo piden los creyentes. Y lo necesita la Iglesia.

Intolerancia Hace unos días un grupo de jóvenes asaltaron la capilla de la Universidad Complutense de Madrid46. Lo justificaban como gesto de protesta por la presencia de un espacio religioso en una oficina pública, con actitudes impropias e insultantes, e incluso delictivas –con tal grado de desfachatez, que pensando que era una gracia más lo colgaron en YouTube…–. Hubo reacciones en su contra. Después, el obispo auxiliar de Madrid presidió una celebración que llamaron de desagravio. Y por último, una asociación de estudiantes de izquierdas convocó una cacerolada para protestar por la presencia de dicha capilla. ¿Se habrá acabado aquí la historia? Los enfoques para tratar de entender esta cuestión son muy distintos. Podemos ir al debate de fondo sobre la libertad religiosa y los espacios públicos; a la pregunta concreta sobre la actuación de las autoridades académicas ante determinados conflictos en las instituciones que dirigen; a la pregunta crítica sobre quién está detrás, azuzando a algunos jóvenes a comportarse así; a la pregunta pastoral sobre cómo puede haber una percepción tan distorsionada y agresiva sobre la religión, y sobre la polarización de discursos y demás; o al comentario irónico sobre la incoherencia de asociaciones no académicas que, desde los despachos que tienen en las universidades, cuestionan que otras asociaciones puedan tener espacios en esas mismas universidades. Pero, sinceramente, más que entrar en análisis prudentes, razonables y sutiles, tengo ganas de gritar contra la intolerancia faltona que parece cebarse a menudo con los católicos. Contra esa manera de querer imponer las propias convicciones –no religiosas– en nombre de una libertad que se está negando. ¿Ha sido la Iglesia intolerante en muchas

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épocas? Sin duda. Pero me temo que el fundamentalismo va por barrios, y hoy hay quien debería mirar un poco a su propio vecindario.

Motivos A veces uno se siente mediocre en un mundo mediocre, y decepcionado en una Iglesia que aparece muy gris. Frente a la pasión del evangelio y el reino de Dios, frente a la lógica fascinante de las bienaventuranzas, frente al grito de un Dios hecho hombre pobre y humilde, se levantan nuevas torres de Babel, personales e institucionales. Y la vida se achata un poco, y las rencillas, las preocupaciones, los politiqueos, las inercias o las descalificaciones, todo eso va limando la ilusión. Pero luego, otras veces, te sientes fascinado al ver cómo las semillas de la Verdad emergen. Te sientes lleno al intuir que la Vida, pese a todo, se impone. Y que el Amor fecundo, especialmente por los desamados, encuentra cauces para cantar, con fuerza incontenible, un evangelio necesario. Hoy quiero recordar, con orgullo, la vida de seis compañeros jesuitas y dos mujeres que trabajaban en su comunidad, y fueron asesinados hace ahora veinte años47. Ese orgullo no quiere ser prepotencia o soberbia, sino más bien admiración y alegría. Es el orgullo de sentirse parte de una Iglesia en la que tantos hombres y mujeres siguen dándolo todo, a veces de forma trágica, y otras veces de forma callada, por amor. Es la conciencia de que hay en nuestra historia muchos maestros que nos enseñan, con su testimonio, a vivir desde la coherencia, desde la honestidad y desde la opción por los más débiles, aceptando el conflicto que ello pueda acarrear. La mayoría de las veces no todo es maravilloso ni todo es decepcionante. La realidad, compleja y llena de matices, tiene su cara y su cruz, su pasión y su flojera, motivos para el orgullo y otros para la vergüenza. Pero hoy, por las vidas que nos recuerdan que es posible creer, solo cabe dar las gracias.

La nostalgia Hay un sentimiento muy común a todos los mortales. Es esa mirada que tiende a anclarse en episodios del pasado, en épocas distintas, en recuerdos felices. La memoria tiene esa capacidad fascinante de limar las aristas y mitificar lo vivido, así que cuando el presente resulta difícil, áspero o incómodo, es una tentación fuerte el refugiarnos en el sueño de los viejos tiempos. Uno, entonces, piensa en los días hermosos de tal o cual relación, cuando cada encuentro era una fiesta y cada palabra una declaración de amor. O piensa en otras etapas de la vida, en las que el trabajo llenaba más, o las actividades eran más interesantes, o la oración estaba más habitada por Dios… o piensa en otras

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épocas de la Iglesia, en que los templos estaban llenos, y la gente participaba de creencias, culto y prácticas con otra devoción… Pero puede haber cierta trampa en la mirada nostálgica. Primero, porque poco a poco idealiza el pasado, sin acordarse de sus dolores, incertidumbres y vacíos. Segundo, si acaso queda cautiva de ese tiempo anterior, en lugar de abrirse, con esperanza, a un presente lleno de posibilidades y a un futuro que, necesariamente, ha de ser diferente, y no un retorno a lo que quedó atrás. Pues bien, ante algunas declaraciones que de vez en cuando se oyen, acerca del pasado y el presente en esta Iglesia nuestra; ante ciertos diagnósticos que parecen evocar «aquellos gloriosos días» y contraponerlos a «este sombrío presente», no puedo menos que protestar. Me temo que el problema de la Iglesia no es que haya cambiado demasiado, sino que ha cambiado demasiado poco. El catolicismo del siglo XXI no puede ser el del XIX. Sin duda, caricaturizo lo que a veces se percibe en los nostálgicos, y tal vez es una simpleza de órdago decir algo así. Pero no podía menos que decirlo.

Apostasía Leo en un periódico gallego que, con motivo de la venida de Benedicto XVI el próximo otoño, un grupo de personas organizarán un acto de apostasía pública de la Iglesia. El festejo incluye entrega de papeles en el arzobispado y banquete celebrativo después. Parece ser que los organizadores intentan hacer lo mismo cada vez que la Iglesia tenga algo importante que celebrar –aunque digo yo que lo que es apostatar, apostatarán solo una vez y banquetearán ciento– y animan a sumarse a todos los descontentos. Mi primer sentimiento es cierto enfado. Me incomoda el tono jocoso del tema. Pero, pensándolo en frío, el disgusto tiene más bien que ver con que me duele que haya gente que abandone la Iglesia. No por proselitismo ni necesidad de que seamos más o menos. Es más bien la sensación de fracaso. Especialmente por el tono de resentimiento y enfado de muchos de quienes se bajan del carro. En la mayoría de los casos no hablan de fe en Dios, sino de pertenencia a una institución que rechazan. Me gustaría hablar con ellos. Me gustaría contarles que la Iglesia es más amplia, profunda, compleja y evangélica, aunque también se equivoque y muestre su fragilidad muchas veces y de muchas maneras. Me gustaría hablarles de los motivos para seguir – intentando, como parte de dicha Iglesia, que la verdad del evangelio se vaya haciendo más real, también en su propio seno–. Me gustaría contar que hay mucha milonga anticlerical y mucha ideología simplificadora en bastantes discursos públicos sobre la Iglesia. Pero entiendo también que no basta culpar de todo a la sociedad, al contexto o a la ignorancia. También es necesaria la autocrítica. Hay muchos que se borran porque a ellos también les gustaría decir algo. Y no se sienten escuchados. Y en su adiós hay una invitación a preguntarnos, con humildad, qué estamos haciendo mal. 78

Yo antes era católico Hace unos días, en Portonovo (pueblo de Galicia). En la plaza –pequeña– fuera de la iglesia, había un grupo ensayando una representación juvenil y en gallego de «Los miserables», que la noche siguiente representarían para el pueblo. Detuvieron el ensayo, porque a las ocho había misa, y el ruido hacía imposible celebrar, así que durante la misa tenían descanso. Mientras se alejaban, uno de los chicos, señalando con cierto desapego la puerta de la iglesia, dijo a una chica que le acompañaba: «Yo antes era católico. Ahora soy ateo. Solo creo lo que veo». Siguió adelante. Yo entraba en ese momento en misa y lo oí. Dentro de la iglesia (una pequeña capilla, en realidad), estábamos, desperdigados por los bancos, nueve personas. Siete eran mujeres que probablemente todas pasaban de los 75 años. Una era una niña (nieta de alguna). El otro era yo. El décimo fue el celebrante, un sacerdote venezolano que estaba unas semanas colaborando en la parroquia –pues don José, el último párroco de Portonovo, falleció de cáncer hace unos meses, y supongo que ya no hay reemplazo para tantos huecos, como ocurre en tantas parroquias de tantas diócesis españolas–. La eucaristía fue normal, sencilla, celebrando el Sagrado Corazón, y entre las paredes resonaron el «Tú has venido a la orilla» y «Vaso nuevo», cantadas –quizás durante los últimos cincuenta años del mismo modo– por quienes han ido envejeciendo en esa parroquia. No podía dejar de pensar. En el contraste. El espectáculo, fuera. Colorido. Juvenil. Lleno de fuerza y ganas. El interior, más quieto, ciertamente otoñal, aunque lo que se celebraba dentro siga siendo una verdad profunda, auténtica y capaz de dar sentido. Pero dos lenguajes tan distintos... Y la frase del chaval, resonando, una y otra vez, en mi mente: «Yo antes era católico...». Durante esa eucaristía se me pasaron por la cabeza una mezcla de sentimientos y reflexiones. Pensé en lo difícil que está comunicar hoy en día la buena noticia. En que tenemos lenguajes, rituales y formas que, de algún modo, han perdido la fuerza expresiva que tenían (o es que no sabemos comunicarlo). Pensaba también que Dios está en todas partes. Que está en la vejez cansada y fiel de quien celebra como siempre, pero también está en el escepticismo un poco prematuro del chaval de la puerta. Y en la ilusión de los jóvenes por cantar, por actuar, por hacerlo bien. Pensaba que el mensaje del amor profundo, radical, definitivo, generoso, incondicional y justo, seguramente sería una buena noticia para esos chavales (bueno, para cualquiera de nosotros)... pero hay que hablar en su idioma. Salí de misa inquieto. A veces resulta difícil comunicar, traducir, tender puentes. Y, sin embargo, o lo hacemos nosotros, saliendo de los lugares en los que nos sentimos más seguros, o la gente seguirá pasando por delante de la puerta de la iglesia, señalando con indiferencia, y recordando, todo lo más con un punto de nostalgia: «Yo antes era católico...».

Gálatas 3,28 79

El otro día fui como testigo a un juicio en el que juez, fiscal, defensa y secretaria del tribunal eran mujeres. Aparte de algún testigo y un par de agentes de la benemérita, allí el único varón era el acusado. No he podido evitar pensar en ello estos días. La cuestión de la igualdad no puede ser patrimonio de una ideología, de un grupo o de un ministerio. Y, ciertamente, es una cuestión pendiente en el mundo eclesial. Echo de menos más mujeres en puestos de responsabilidad en la Iglesia. No por una mala comprensión de las cuotas ni porque el género tenga que determinar quién ha de ocupar determinadas posiciones. Es, sencillamente, que estoy convencido de que hay muchas mujeres que desempeñarían con acierto, eficacia y brillantez un número de funciones que hoy, tristemente, están fuera de su alcance por el hecho de no ser varones. Por una triste tradición se han ido asociando un montón de cargos a la cuestión clerical. Y en consecuencia, o se es cura –y entonces varón– o no hay nada que hablar. Esto es especialmente sangrante en una Iglesia sostenida, en muchos lugares, por la práctica, la labor y la fidelidad de muchas más mujeres que hombres. Y es especialmente enervante porque parece que la única discusión relacionada con la cuestión del género en la Iglesia ha de ser la de si se puede ordenar o no a mujeres. La realidad es que, al margen de esta discusión, hay muchos pasos pendientes. ¿Para cuándo una mujer como portavoz y rostro visible de la Iglesia? ¿Por qué no pensar en nuncios apostólicos que no sean necesariamente obispos y puedan ser también mujeres? ¿Para cuándo estructuras más democráticas e inclusivas en la toma de decisiones48? El día en que renunciemos a cuestionar nuestras seguridades, hacernos preguntas y buscar respuestas habremos empezado a apagarnos.

Nuestra casa es el mundo El padre Nadal, cuando formaba a los primeros jesuitas en una Compañía de Jesús naciente, allá por el siglo XVI, les decía aquello de «nuestra casa es el mundo». Ese grito puede resonar hoy con renacida fuerza en nuestras sociedades, en nuestra Iglesia, en nuestras congregaciones, al menos en aquellas que se definen como apostólicas, y en la búsqueda de identidad de mucha gente que se siente encajonada en horizontes estrechos. Es un grito que evoca dos rupturas muy necesarias: primero, la ruptura de los muros internos. Nuestra casa no son las paredes seguras, los claustros cerrados, las iglesias monolíticas, las burbujas de seguridad o los recintos homogéneos donde todos pensamos igual. Porque el mundo es diverso, plural, complejo. Y si lo habitamos, es reconociendo esa diversidad y aprendiendo de ella. De una manera paradójica, la universalidad es, en un mundo global, una conquista por hacer. La segunda ruptura pendiente es la de las fronteras, cuando son motivo de desencuentro y exclusión. Esas que impiden el abrazo o la mirada amplia. Esas que ponen por delante nacionalidades, papeles, y nos marcan en función de la denominación

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de origen, como si fuésemos un producto más de la historia, de la tradición o de la geografía. En este presente complejo y fracturado suena, quizás, un pelín ingenuo clamar ahora por un mundo sin banderas, sin fronteras, sin papeles; un mundo de hermanos, capaces de escucharse, comprenderse, respetarse… Y si nos ponemos cínicos, no deja de ser un discurso bienintencionado que puede escucharse hasta en la gala de Miss España –que los buenos deseos no cuestan nada–. Y, sin embargo, ingenuo o no, ¿por qué no seguir creyendo que es un horizonte posible? Nuestra casa es el mundo. La de todos. Y no está de más algún buen eslogan que nos lo recuerde. Que a veces todo podría ser más simple de lo que lo hacemos.

Habrá que darse por aludidos Es frecuente encontrar estos días gente que comenta, con satisfacción, que parece que los gestos del papa Francisco en estas primeras semanas de pontificado están siendo significativos y traen aires de cambio49. Y es verdad. El problema es que en ocasiones esos comentarios tienen el mismo alcance que los que se pueden hacer comentando la última bronca deportiva, las declaraciones de tal o cual ministro o la enésima polémica generada por algún artista con especiales ganas de provocar. Es decir, opinión sin consecuencias en la propia vida. Me explico. Hay quien, contento, aplaude la austeridad papal, los zapatos viejos, el lenguaje comprensible, la recomendación a los pastores de oler a oveja, la flexibilidad litúrgica y sus intervenciones constantes a favor de los pobres. Y remata el aplauso con un comentario del tipo: «A ver si aprenden los cardenales» (o, para el caso, los obispos, o quien sea…). Y claro, uno tiene ganas de responder: hombre, sospecho que en estas cuestiones de austeridad, compromiso y opción por los pobres somos muchos los que tenemos bastante que aprender. Pensar que son palabras que otros se tienen que aplicar y quedarse tranquilamente sentados sin que en la propia vida se remueva ni la más mínima inquietud puede tener algo de tramposo. Y no es que en determinados ámbitos eclesiales no haga falta una reforma de estructuras y costumbres (que parece que sí). Es que en todas las vidas hace falta, de vez en cuando, ponerse en pie, desempolvar las sandalias (tan franciscanas), despojarse de inercias innecesarias y descentrarse. Imagino que el papa no está hablando para que la galería le aplauda, sino para que la Iglesia, cada uno de nosotros, se transforme en la mejor versión de sí misma. Ojalá.

La Iglesia es más que esto de ahora Últimamente abundan los que dicen que «esta Iglesia sí». Según ese diagnóstico, esta Iglesia sí parece remitirse al evangelio. Con esta Iglesia sí sintonizan. En esta Iglesia sí 81

podrían participar. Y suena como si lo dijeran por contraste con otra Iglesia que no (y ahí parecen apuntar a la anterior a la elección del papa Francisco). Es verdad que hay un cambio de talante y de énfasis en los discursos del papa. Que muchos gestos, o la reciente entrevista de la que tanto se habla estos días, suponen sacudir muchas inercias y preparar el terreno para que, al menos, se puedan discutir algunas cuestiones que necesitan ser replanteadas50. Y que muchos nos sentimos muy contentos con ese aire de renovación. Pero no podemos caer en ese diagnóstico burdo que contrapone el antes y el ahora, como si se tratara de dos Iglesias diferentes. ¿Acaso no ha habido antes acogida, espacios de encuentro, gente consagrada con radicalidad y hasta la muerte al servicio de los más heridos de nuestra sociedad? ¿Acaso ha cambiado el evangelio? O, puestos a imaginar, ¿es que si tras Francisco viniera un pontífice menos carismático, menos simpático o más regañón, habría que bajarse del barco? La Iglesia es mucho más que el papa, sea este el que sea. Es compleja, plural, llena de humana fragilidad y pasión, de buenos deseos y de regulares realizaciones. Es contradictoria a veces. Trata de proclamar, de palabra, pero sobre todo de obra, el evangelio. A veces en ella la doctrina va avanzando más lenta que las obras, y la acogida es primero personal, y solo al final, magisterial. Por el camino, bastante gente sufre. Muchos, desde dentro, nos hemos sentido a veces impacientes, otras veces dichosos, a veces cansados, en ocasiones muy solos y a menudo muy acompañados. Las diferentes sensibilidades no tienen por qué ser un problema, sino al contrario, fuente de una búsqueda humilde de la verdad, que siempre ha de ir encontrando resquicios para hacerse carne en culturas y sociedades. Así ha ocurrido antes y sigue ocurriendo. No lo fiemos todo a una personalidad, a un carácter, a un hombre. No magnifiquemos el ahora olvidando que esto es parte de una historia, compleja, frágil, humana y guiada por el Espíritu. Por más contentos y agradecidos que podamos estar por los gestos, la profundidad, la sencillez y la pasión de estos momentos. A los que hoy dicen «esta Iglesia sí», les diría que es la Iglesia de siempre, y su evangelio, y la pluralidad de acentos y búsquedas; les diría que no es nueva la misericordia, la búsqueda de justicia y la acogida a muchas personas en situaciones difíciles; les diría que sí, que el cambio de acentos, de discurso y de formas del papa a mí también me alegra; y les diría que esta Iglesia de ahora sigue siendo pecadora y limitada, como antes, y buscadora de evangelio, como siempre. Y por eso, les propondría que el «ahora sí» sea, de verdad, un paso para conocer, con libertad y hondura, esta Iglesia real que busca respuestas.

¿Deficiencias? La Iglesia es plural. Y tanto que lo es. Tanto que caben en ella cavernícolas, gente de a pie y astronautas. O cabemos. No lo sé. No pretendo tener el monopolio de la verdad. 82

Me fío de que, a veces, para evitar que cada quien erija su opinión en verdad absoluta, hay una búsqueda compartida de la verdad, que tiene sus instancias, sus portavoces y un magisterio que trata de ir fijando por dónde se entiende esa verdad. Un magisterio que se mueve, pues más allá del dogma, hay muchas afirmaciones que van cambiando a medida que la comprensión de la verdad es enriquecida por sensibilidades, contextos y formas. Hubo una época en que se decía –y se discutía– si los indios tenían alma (entonces estaba claro que los negros no la tenían), y la discusión servía para legitimar la esclavitud de unos y otros. También en las haciendas de grandes eclesiásticos. La sensibilidad para el cambio nació, muchas veces, en el seno mismo de la Iglesia, en personas que clamaron contra esa situación. Y al principio se les desacreditó, se les acusó, se les criticó. Sin embargo, hoy son figuras de referencia, y reconocemos en ellos inspiración y guía. Me viene todo esto a la cabeza, cómo no, tras leer la entrevista del nuevo cardenal Fernando Sebastián en el diario «Sur» y sus declaraciones sobre la homosexualidad51. Creo que lo que plantea el cardenal es parte de esas percepciones que están atascadas en otras sensibilidades y otras épocas. Creo que estamos suficientemente preparados para un discurso mucho más respetuoso, plural y complejo sobre el amor, la diversidad y las diferencias. Lamento de verdad un mensaje como ese en un tiempo como el nuestro. Espero, de verdad, que la diversidad se llegue a apreciar como un valor y no como un problema. Siento el dolor causado a personas homosexuales, también de Iglesia, que se sienten, una vez más, incomprendidas y atacadas, por más que se quiera envolver el discurso en una palabra amable. Hay muchas cuestiones delicadas en la Iglesia. Cuestiones que suscitan incomprensión, enfrentamientos y polémicas. Hoy, en este mundo mediático y crispado, que no encuentra espacio para el matiz y sí para el titular más estridente, ojalá los cristianos, también los que tenemos diferentes posturas ante determinadas cosas, sepamos dialogar desde el respeto y la delicadeza.

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A propósito de Dios ya hemos hablado de la lectura creyente de la realidad, y de la Iglesia, queda aún S espacio para algunas reflexiones que nacen de la pregunta por Dios. ¿Quién es? ¿Qué I

es? ¿Cómo se le percibe? ¿Qué no es? ¿Y cómo entender algunos de los contenidos de la fe? Sin duda, esas preguntas darían para llenar una biblioteca. Vayan aquí tan solo unas pinceladas sobre la fe y Dios, y sobre cómo intentar entenderlo, partiendo de experiencias, reflexiones, diálogos y vivencias que podemos encontrar a menudo en nuestro contexto. En este caso, hablamos del Dios de Jesucristo, y de algunos contenidos y conceptos que tienen que ver con la fe cristiana.

Creer en tiempos revueltos 11 de octubre de 2012. Comienza el año de la fe, convocado por Benedicto XVI para que los creyentes puedan reflexionar sobre la fe (como contenido y como actitud). Hace exactamente 50 años que arrancó la primera sesión del Concilio Vaticano II. De ahí que esta sea la fecha elegida. Porque el Concilio fue la ocasión de que la Iglesia se tomase muy en serio el necesario diálogo con un mundo cambiante. Hoy, cincuenta años después, muchas más cosas son distintas. Otras permanecen. La fe, cuestionada por unos y abrazada por otros, sigue siendo una dimensión presente en las vidas de buena parte de la humanidad. Hay quien dice que la fe es el refugio de los débiles para no afrontar la dureza de la existencia. Tal vez, en algunas circunstancias, haya sido para las personas y los pueblos una forma de alivio, de refugio y de evasión. Pero hoy en día creer no hace la vida más fácil. Quizás, al ayudarte a encontrar sentido, permite caminar con una dirección, y ayuda a elegir en las encrucijadas de la vida. Pero eso no nos evita la incertidumbre, el vértigo y las eternas preguntas que nos muerden. No nos protege de la búsqueda, ni nos saca de las intemperies. De hecho, a menudo nos complica la vida. Pero no se trata de elegir el camino más fácil o el más difícil, sino el que creamos más auténtico. Lo que está en juego, cuando hablamos de la fe, es el intento de comprender nuestra verdad más profunda, la de cada persona, la de la humanidad y la de este mundo. Tal vez es un objetivo demasiado ambicioso, pero ojalá este año sea tiempo para la hondura y la formación; tiempo para tomarnos en serio, todos, lo que significa creer; tiempo para dudar y hacernos preguntas; tiempo para intentar comprender las grandes afirmaciones de nuestro credo; tiempo para traducir, y hablar con un lenguaje que no parezca atascado en el siglo XIII. Es tiempo de buscar. Busquemos, pues.

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De Dios y la ciencia Que dice Stephen Hawking que Dios no existe52. Titular. Portada. Reivindicación del ateísmo. Forofos a un lado. Indignados al otro. Sin entrar en las razones de Hawking, cuya brillantez intelectual no se cuestiona, creo que hay un punto en el que el ateísmo pide un salto al vacío no menor que la fe. Y que lo de la ciencia y la religión no es tan solo un debate (como plantean muchos), sino un diálogo. Que hay muchos hombres y mujeres de ciencia que son creyentes. Que hay otros muchos que no. Que el discurso que contrapone razones y creencia puede ser muy simplista, si se reduce a afirmar que quien cree lo hace basándose únicamente en intuiciones atávicas, en miedos milenarios y en los residuos de una época pre-científica, y quien no cree lo tiene muy pensado. Me temo que de todo hay en todos los frentes, pensadores y cencerros. Muchos han querido matar a Dios. La primera oleada de ateos en nombre de la ciencia –allá por el siglo XIX– fue mucho más interesante que esta segunda, encabezada por Richard Dawkins (el de «Probablemente Dios no existe, así que disfruta de la vida»), a quien hace un par de años John F. Haught dio un buen repaso en su libro «Dios y el nuevo ateísmo» 53. En todo caso, declaraciones como las de Hawking siempre son un estímulo, una provocación y una pregunta. No para cerrarnos en banda, cada quien con nuestras convicciones, sino para atrevernos a dudar. Y desde ahí, nunca dejar de intentar seguir aprendiendo, hasta donde podamos, sin desechar, sin más, las declaraciones que no nos gustan con un manoteo displicente.

El Dios aguafiestas «Dios probablemente no existe, deje de preocuparse y disfrute de la vida». Con esta frase se pretende promover activamente el ateísmo en Inglaterra y reaccionar contra planteamientos religiosos que amargan la vida. No es broma. Con donativos abundantes –se ve que hay muchos forofos de la iniciativa– se han alquilado autobuses para pasear por Londres el eslogan. La noticia aparecía hace unas semanas en «El Mundo» 54. Y esto da que pensar. Supongo que a mucha gente la idea de Dios le ha debido amargar bastante, si es que necesitan vincular el disfrute de la existencia a la negación de lo divino. Es una pena, porque lo de Dios, bien entendido, sí que lleva a disfrutar de la vida en toda su hondura. Lejos de amargarnos o entristecernos, el evangelio es una buena noticia. Dios no es una losa que pese sobre nuestros días, como juez implacable o presencia iracunda. No es un aguafiestas, ni su proyecto es una negación de la alegría de vivir. Quizás al contrario, asomarse al evangelio es zambullirse en una vida disfrutada con hondura, en el encuentro, en la capacidad de tomarse las cosas y sobre todo a las personas en serio, de 85

apreciar mucho los regalos, pero sin huir de las tormentas ni cerrar los ojos ante los problemas propios y ajenos. Vivir, en cristiano, es tener algo por lo que soñar, trabajar y un horizonte hacia el que caminar. Es encontrar motivos, proyectos, algunas respuestas e infinitas preguntas. Es creer, esperar y amar. Algo ha debido de fallar en la manera de compartir esa buena noticia cuando tanta gente vincula fe a llevar una vida gris o triste. Así que toca contar de nuevo esa historia de un Dios apasionado por nosotros. Un Dios que, al amarnos, nos hace capaces de todo.

La amistad en el corazón de la fe ¿Qué sería de la vida sin amigos? Gentes que van llenando tu historia de memorias y proyectos, creando vínculos, estableciendo lazos firmes, abriéndote puertas y recordándote que con ellos estás seguro. Hay en la vida algunas relaciones que son emblemáticas: ser padre o madre, ser hijo, ser esposo o esposa. Ser amigo es una de esas relaciones privilegiadas y universales que nos hablan de lo verdaderamente importante. ¡Ojo! Hay quien da carta de amistad muy alegremente. Y dice que tiene cientos de amigos. Supongo que cada quien vive las cosas de manera diferente. A mí me gusta pensar en la amistad como algo bastante especial. Hay relaciones que, en algún momento dan el paso que va desde la camaradería o la cordialidad a la amistad auténtica, profunda. Vas aprendiendo a conocer a los otros. Reconoces nombres, sueños, recuerdos que forman parte de sus vidas. Vas descubriendo en ti mismo el deseo de que a los otros les vaya muy bien. Te alegras con sus fiestas, y sus lágrimas son también tuyas. Sabes que con ellos estás en casa, que te conocen y te quieren tal y como eres, y por tu parte disfrutas con sus capacidades y ríes con sus manías. Les echas de menos cuando no están. Puedes tenerlos cerca o lejos, hablar con frecuencia o más bien cada mucho tiempo, pero cada vez que hay encuentro, sabes que estás con tu gente. Creo que la amistad es una relación muy evangélica. Jesús tenía amigos muy queridos: Marta, María, Lázaro, Juan, Pedro, Magdalena. Y con cada uno de ellos construyó una historia fecunda, tejida de verdad y ternura, de palabra y gesto, de enseñanza y aprendizaje. Pues ojalá siga habiendo hoy historias de amistad profunda, historias hermosas y eternas, trenzando, desde el amor, la entraña de la vida.

En todo amar y servir «En todo amar y servir» es una máxima ignaciana que define una idea, un deseo, una aspiración legítima del creyente. Amar a cercanos y lejanos. Con amor que recibe 86

muchos nombres: amistad, pasión, compasión, respeto… Es verdad que no es fácil, y que en ocasiones resulta difícil querer a algunas personas. Y no por mala voluntad, sino porque las relaciones humanas son complejas. Pero también se aprende. A mirar con benevolencia. A comprender otras vidas. A desearles lo mejor. Y a trabajar por ello. Ahí entra el servir. Servir es ponerse manos a la obra para tratar de dejar el mundo un poquito mejor de lo que lo conocemos. Servir es la disposición para ayudar, para atender, para sanar… Servir en lo cotidiano. En la familia, en el trabajo, en el descanso. Sirven las palabras y los gestos; los silencios y las miradas; sirve nuestro tiempo, si lo empleamos bien; y la risa que se contagia; las canciones que esponjan; los esfuerzos por levantar al que anda caído. Sirve dar la vida cada día. Ignacio de Loyola lo aprendió al mirar a Jesús. Al conocerle, amarle y seguirle. Es un buen eslogan para esta época nuestra. Un poco contracorriente, y para muchos, difícil de entender. Pero es una buena disposición vital. Darse, a tiempo y a destiempo. Porque de egoístas va el mundo sobrado. Y así nos va. De modo que, aunque sea difícil y a veces cueste, ¿por qué no ser ambiciosos? Para amar y servir, en todo.

La gente del Sábado Santo Muchas veces uno se pregunta, si es que Jesús resucitó hace dos mil años, por qué todavía no estamos como unas castañuelas, por qué este «sí, pero con reservas», o este «ya, pero todavía no». Por qué esta fe que anima, pero no entusiasma. Y es que aún no parece haber llegado la buena noticia del todo. O no la sabe uno escuchar. O es que acaso seguimos siendo como los discípulos, a quienes otros se lo han contado, pero no lo hemos visto con nuestros propios ojos, y aunque queremos creerlo queda un resquicio de «ojalá». Somos conscientes del amor y de la cruz. Quizás nos hayamos asomado a ambas experiencias. En muchas de nuestras historias se entrelazan esas dos dimensiones profundas de la vida. Es la pasión en sus dos vertientes: la plenitud del encuentro, cuando uno exulta, y la soledad del sufrimiento, cuando parece que nada puede iluminar las tinieblas. Pero, más allá de esa experiencia, ahí sigue la pregunta por la Vida, por la palabra última, por los sepulcros vacíos. Una pregunta que a veces se asoma a las respuestas, pero muy a menudo queda en el aire. Habrá en nuestra vida días de encuentro, días de cruz, y momentos en los que intuyamos la resurrección con alegría desbordante. Pero a menudo seremos la gente del Sábado Santo, vislumbrando una aurora que no terminamos de descubrir. Quizás la vida sea este tiempo para la esperanza incierta, para seguir confiando en una promesa que decimos cumplida, para la búsqueda que no se rinde, para el salto al vacío de la fe y para la calma cansada de quien se niega a abandonar el camino, porque sigue confiando. He ahí el miedo, la tormenta, y la promesa. Todo en uno. Fiarse. Esperar. Soñar. Creer. Arriesgar. Porque dicen que está vivo. 87

«Y el ganador es…» Reconocimientos hay muchos. Por diversos motivos. Científicos, artísticos, humanitarios, asociados a diversas profesiones, a méritos, a la competición o a la arbitrariedad de la naturaleza. Algunos tienen repercusión mundial. Otros son de ecos más modestos. Los Nobel; los Príncipe de Asturias; los Óscar; los Globos de Oro; los Goya; el Cervantes; el Planeta; el Nadal; la Champions; la liga; las medallas olímpicas; el Pulitzer; los Ondas; el Pritzker; el Carlomagno; Miss Universo, Míster Mundo o la Maja del Barrio… Una letanía de galardones que premian a sabios, actores, escritores, políticos, deportistas, periodistas, creativos, arquitectos, cocineros y guapos… No todo sale en los periódicos. Están también las promociones y ascensos internos, los nombramientos que llevan aparejado más prestigio, salarios o reconocimiento. Pequeñas o grandes victorias que parecen llenar de significado muchas vidas. A veces, cuando veo por televisión fragmentos de alguna de esas galas, pienso en la gente que nunca subirá a un estrado a recoger un premio, que jamás será ovacionada y a quien nadie nunca le grita «¡Cuánto vales, corazón!». Su trabajo pasará desapercibido. No ocuparán grandes puestos. No habrá quien les diga jamás lo importantes que son; nadie les preguntará alguna vez qué opinan; sus nombres no se imprimirán con grandes letras para llenar crónicas de sociedad ni figurarán enmarcados en algún palmarés o ranking de superventas. Y entonces me alegro en el alma de tener un Dios que ve en lo pequeño, un Dios que se ríe de la pomposidad y las glorias vacías, y acuna con infinita delicadeza a todo ser humano. Un Dios que a cada uno nos lleva tatuados en la palma de su mano y con socarrona ternura susurra a los sencillos: «Tú ganas».

Resurrección es saltar al vacío De niño le daba miedo subir al trampolín de la piscina. Llegaba a lo más alto, caminaba por el tablón, se asomaba al borde, con una mezcla de vértigo y ganas, y aunque el agua allí abajo ofrecía mil promesas, también le asustaba pensar en todo lo que podía salir mal. «¿Y si me doy un planchazo? ¿Y si no es tan hondo como parece? ¿Y si alguien se ríe?». Y así estaba, un paso adelante y otro paso atrás, sin decidirse nunca a saltar. No recordaba la cantidad de ocasiones en que se había rendido. Desistía. Volvía a bajar por la escalerilla, con una mezcla de vergüenza y decepción, y el estómago encogido por la frustración y los nervios. Pero, aunque trataba de no volver a subir, la promesa de zambullirse, al fin, en el agua fresca, le atraía de nuevo a lo alto. Llegó el día en que pudo más el anhelo que la prudencia, la promesa que la desconfianza, el valor que el miedo. Se acercó al extremo. Miró abajo. Se dejó caer inclinando el cuerpo para que la

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cabeza fuera por delante. Y en esos instantes eternos de vuelo y júbilo, antes de sumergirse en el agua viva, tuvo la certidumbre de que el riesgo merecía la pena.

Uno de los nuestros Cuando Dios emerge en la historia, aparece entre nosotros, se hace persona, no elige ser un VIP, viajar en clase reservada, aislarse detrás de muros y alambradas o gozar de la protección de una cuenta corriente saneada. No viene protegido por ejércitos de guardaespaldas, ni asediado por los flashes de la prensa. Por no traer, ni siquiera trae un pan bajo el brazo. Viene, más bien, con unas cuantas preguntas para los que le rodean: ¿cómo puede ser? ¿Qué sentido tiene todo esto? Extraña forma de omnipotencia, la de este Dios transeúnte, que nace en la intemperie de un portal. Pero es la magnífica forma de Dios de acercarse al ser humano. Porque Dios se hizo pobre, frágil, vulnerable. Y por eso va a resultar tan creíble para los pobres, los frágiles y los vulnerables. No vino como un superhéroe, cargado de poderes y prebendas. Su fortaleza está en descubrirnos la grandeza del ser humano, el increíble poder del amor al prójimo, capaz de salvar todo tipo de distancias. Su fuerza está en devolver la esperanza a los desesperados, la dignidad a los desarrapados y la entereza a los más rotos. Y por eso, porque se hizo uno de los nuestros, podemos ahora brindar, en expresión de alegría. Brindar con el agua viva, con el vino compartido, en una mesa en la que no debería haber comensales de segunda categoría. Un brindis que es deseo, compromiso y proyecto: escucharemos tus palabras, seguiremos tus pasos y buscaremos tu reino.

En el espíritu Hay mucha gente que dice que se considera espiritual, y dice de sí mismo aquello de «yo soy una persona muy espiritual». Eso no necesariamente significa religiosa, ni tan siquiera creyente. A veces con ello quiere aludir a que tiene vida interior, reflexiona, hace silencio, le gusta abstraerse, meditar, tal vez ayudado por músicas tranquilas, aromas propios de una tienda natura y a la luz de velas –que el fuego parece que tiene ese magnetismo que centra las miradas y aquieta los ruidos de dentro–. Otras veces sí puede implicar que quien dice eso se siente de algún modo más unido a la naturaleza, a la vida, o a algo trascendente. En cristiano, ser espiritual hace referencia al Espíritu de Dios. Espirituales, de algún modo, somos todos, pero la clave para dejar que esa dimensión de la vida crezca está en dejar que, dentro de uno, el Espíritu de Dios tenga espacio para moverse, resonar y suscitar inquietudes. No se trata de que, al habitarnos, el Espíritu nos invada. Es más

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bien una convivencia que potencia lo mejor de uno mismo; que hace que la soledad sea sonora, y mantiene los sentidos mucho más alerta. El Espíritu resuena en la oración, en la actividad, al ver un telediario, al dar un abrazo, al leer un libro, en una canción, al mirar un cuadro, dando un paseo, escuchando a alguien que te habla de su vida. Resuena en la historia, y en la imaginación que nos invita a soñar un futuro mejor. Resuena en el encuentro humano. Y bajo su impulso maduran en cada uno de nosotros algunas actitudes que nos llevan a vivir con más plenitud: compasión, justicia, verdad, amor… Eso sí, el Espíritu no se impone a nosotros. Si no le dejas hablar, se calla y espera, paciente. La cuestión es ¿cómo dejarle?

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SEGUNDA PARTE:

EN 140 CARACTERES años que conozco Twitter. Al principio me parecía extraño. Y breve, demasiado breve. Hasta que me di cuenta de que se puede decir mucho en poco. Me gusta crear para ese medio. Imaginar. Comunicar. Transmitir. Sugerir. Mucha gente, de hecho, tal vez no sabe nada de artículos o libros que he escrito a lo largo de los años, pero me conoce como autor de mensajes breves, y mi nombre lo asocia a una arroba, @jmolaizola.

H

ACE

Aunque Twitter parece que solo permite fragmentos dispersos, en realidad también ofrece otra forma, progresiva y directa, de asomarse a distintos aspectos de la vida –y de la fe–. En mi caso, algunas veces se me ha ocurrido proponer recorridos o reflexiones asociadas a tiempos más fuertes –la Navidad, o la Semana Santa–, con ese género. Y así, a retazos, fueron creciendo narraciones distintas, puentes entre el ayer y el hoy, entre la fe y la vida, entre lo creyente y lo existencial. Estas son algunas de ellas.

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Nacimiento A veces nos centramos tanto en el mismo momento del Nacimiento, ¿C en lassería? escenas centrales de los relatos evangélicos… Y, sin embargo, imaginar la ÓMO

humanidad detrás de los personajes, recrear la historia de ese viaje; reconocerse en los miedos, en las incertidumbres, en los afectos… He ahí un relato posible. Imagina a María y José, llevando una vida tranquila en Nazaret. Yo los imagino a los dos muy jóvenes. Ella, apenas una adolescente. Él, un chaval recién casado, empezando una vida con todas las ilusiones y la madurez que aún empiezan a adquirir. Han pasado meses desde aquella sorpresiva Anunciación, y desde que José lidiase con la incomprensión, dividido entre el no saber y la confianza. Ahora las cosas están más tranquilas. El embarazo casi llega a término. Entonces…

Preámbulos Y entonces, la preocupación tan parte de la vida. ¿Un censo? ¿Y hay que irse justo ahora? ¿En ese estado? Pero también la confianza. Vamos. El «hágase» de entonces se va convirtiendo en pasos concretos ahora. Es la palabra que va tomando cuerpo. Mientras, en Jerusalén, Herodes, ajeno a todo, sigue jugando su juego de poder y ambición con los romanos. Y es que también hay «hágases» perversos. Hágase la guerra, o el vacío; la burla, o el desprecio; el miedo. O no se haga nada bueno. – José, ¿y si nace de camino? – No tengas miedo. – No. Ambos intentan mitigar el nerviosismo, aunque no pueden evitar la inquietud. He ahí nuestro sino. La tensión, tan vital, entre el nido y el vuelo. Entre seguridad e incertidumbre. Entre saber e ignorancia. – No podemos esperar más o ya no podré. Y tenemos que ir. – ¿Estás segura? – Sí. – Entonces, nos vamos mañana. La acaricia, y callan.

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Joaquín y Ana están irritables. Ana querría acompañarlos. Pero sabe que solo les retrasaría. Pasea, nerviosa. «Maldito censo», murmura. En Roma, Augusto pasa otra jornada firmando leyes, decretos y disposiciones que afectan a vidas distantes de modo inesperado. Como siempre. Encarnación es hacerse persona entre preocupaciones cotidianas.

En camino – Tardaremos cuatro o cinco días en llegar a Belén. Adiós, madre. Ana contiene las lágrimas mientras María y José se alejan. En una frontera del Imperio, los magos se desperezan. Ellos viajan de noche, tras una estrella. Viajeros en camino. Nómadas dispuestos a hacer del mundo su casa, buscando la verdad. En marcha. En camino. Donde cabe el horizonte, los refugios, las alegrías y decepciones, el proyecto y lo inesperado. En camino. Donde a veces vas solo, por muchas personas que te acompañen, y otras veces, aunque no haya nadie, no vas solo. En camino. Donde hay días de «no puedo más» y días de «puedo con todo». La verdad es que casi siempre puedes más, pero no con todo. Avanzan lentos, y duermen donde pueden. José, habitualmente callado, estos días la hace reír con bromas y comentarios sobre todo. El Adviento, hecho de anhelo; de deseos hondos; de las renuncias que aún duelen; de esperanza y fe. Todo ello convertido en un «Ven». Ven. Solo eso. Todo eso. Ven. Llevamos una ausencia escrita en la entraña. El mundo gritaba, agitado por mil contradicciones: «¡Ven!». Ven pronto.

Víspera Les preocupa la posibilidad de un parto en el camino. Aún hay un día hasta Belén. Van cada vez más despacio, pero intentan mostrar confianza. A Jerusalén ha llegado una extraña caravana de Oriente. Herodes está intrigado. Siempre le pone nervioso todo lo que no controla. 93

Y ya está Herodes, todos los Herodes de la historia, intrigando, trampeando, sonsacando, enmascarando la mala voluntad con medias verdades. Mira, Herodes. A veces lo más lúcido es reconocer que uno no puede, no sabe, no está a la altura… Y aprender a admirar la grandeza ajena. Un pastor, casi un crío, pasa frío esa noche, como todas las noches. En su soledad alza los ojos al cielo estrellado. «Ven», murmura. «Ven». Ana, en Nazaret, reza, en silencio, pensando en su hija María. ¿Dónde estará? ¿Cómo estará? El amor no sabe no preocuparse. Uno de los magos está en la terraza del palacio. Su búsqueda no ha terminado. Mira la ciudad. Y allá lejos el campo. «¿Dónde estás?». Cuando se echan a dormir, ella le dice que no cree que pase de mañana. Él la tranquiliza. «Ya verás cómo en Belén hay sitio». Hoy no tienen. El mundo se va aquietando, sin siquiera sospechar que mañana cambiará todo.

Y el Verbo se hace carne Ha tratado de ocultárselo durante las últimas leguas para no preocuparle de más, pero en cuanto ven Belén de lejos le dice: «José, ya viene». – ¿Hay sitio para alojarnos? – Hoy no. – Aquí no. – Está todo lleno. – Si hubiéramos sabido… Ahí está el eterno ciclo de las disculpas de los «descomplicados», mirando para otro lado, sobrevolando problemas ajenos. Se acerca la hora de comer. Aún no tienen sitio. María tiembla. José trata de mostrar confianza. Se dan la mano sin decir nada. – Solo puedo dejaros el establo. Estaréis bajo techo. Se miran con una mezcla de resignación y alivio. Ella está de parto. Aceptan. José limpia el suelo. Prepara un lecho de paja. María, agotada, se echa. Él no sabe qué hacer. Sale, y su angustia se convierte en llanto. Ahora que está solo llora tratando de no hacer ruido. Por todo lo que no entiende. Por lo que teme. Por ver a María tan vulnerable. Llega una mujer. «Os ayudaré en el parto». José siente tanto alivio que la abraza conteniendo las lágrimas. Ella ríe. «Anda, vamos dentro». 94

Pasan las horas. Hace frío pese al fuego y al calor de los animales. La mujer dice a María que ya está a punto. Ella se muerde los labios. José le agarra la mano, que ella aprieta mientras empuja con fuerza. La comadrona le enjuga el rostro. La luz del día se ha ido. Y es que hacerse Dios con nosotros pasa por nacer, por la espera, el esfuerzo, la incertidumbre y la vulnerabilidad. Al fin se oye llorar a un bebé. ¡La Palabra se ha hecho llanto!

Navidad La Palabra se ha hecho tiempo; el Misterio se ha hecho historia. Mirad al Dios de los encuentros. Un niño. Misterio. Sorpresa. La debilidad más fuerte de la historia. Amor de carne y hueso. La intemperie habitada por la ternura. Un niño, Navidad. Se hizo de los nuestros para enseñarnos a ser de Dios. Se hizo mortal y, atravesando el tiempo, nos volvió eternos. La palabra se hizo carne. Luego se hará caricia, enseñanza, parábola, bienaventuranza y silencio. Navidad. Se hizo amigo, para anular soledades y trenzar afectos. He ahí el gran Misterio. El poder desnudo. La eternidad frágil. El amor vulnerable. Para oír la Palabra a veces tendremos que hacer silencio. Y solo después podremos ser eco de esa voz eterna. Navidad será también el día después, la batalla de cada uno, la historia cotidiana.

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La pasión año se me ocurrió narrar la Pasión a base de tuits. Casi en tiempo real. Fue una U preciosa experiencia de encuentro con muchas personas que iban reaccionando y N

compartiendo ese camino. Porque la Pasión es también nuestra historia, atravesada por decisiones y vértigo. Por encuentros, y soledad. Por Dios que habla a veces, y calla otras. Por nuestra propia humanidad, que conjuga valentía y temor, lo más heroico y lo más frágil. Y ahí estamos cada uno de nosotros. Testigos o protagonistas, víctimas alguna vez y verdugos otras. El itinerario arranca un Domingo de Ramos…

Domingo de Ramos La gente, que hoy grita «Hosanna», en cinco días gritará «Crucifícalo». Es lo que tiene dejarse llevar, vivir de inercia y pensar poco. Hoy los discípulos exclaman, ufanos: «¡Somos de los suyos!». Y es que es fácil estar a las maduras. Pero ¿y a las duras? ¿Qué pasará entonces? Quieren hacerle rey, y él trata de que comprendan que la grandeza se ejerce desde el servicio y en la debilidad. No hay manera. ¡Hosanna! ¿Para qué tanto alboroto, si mañana callaremos, o gritaremos el nombre del «Barrabás» de turno? En medio de todo, él. Tranquilo el gesto, inquieto por dentro. Acercándose a la encrucijada donde nosotros, sin saberlo, nos lo jugamos todo. Paradoja tan humana de este día de Ramos. Que el festejo pregone la tragedia. Que la adhesión, tan apasionada, sea también tan frágil. Domingo por la noche. Betania. El día ha sido intenso. Los discípulos duermen, soñando, quizás, con éxito y gloria. A él le cuesta dormirse. Hay noches así. Te desvela la sombra de una preocupación. Ni siquiera puedes ponerle nombre, pero te muerde, sientes que algo falla.

Lunes Santo El lunes empiezan a ver que el panorama es sombrío. Le dicen: «Mejor nos vamos». Pero él decide seguir. 96

Decide no desandar el camino, no aflojar la ternura, no suavizar la palabra y no volver la espalda a los bienaventurados que le necesitan. Decide plantar cara al miedo, vivir con pasión, mantener el rumbo, pelear la batalla nuestra de cada día. Seguir. Decide no callar, no resignarse a la prudencia, no rebajar el evangelio, no sucumbir a lo conveniente. Y sigue subiendo hacia Jerusalén. Decide seguir siendo voz de los silenciados, esperanza de los abandonados, el que acoge a los expulsados de cualquier hogar y ley. Esas decisiones le traen reproches, discusiones y la incomprensión de propios y ajenos. No siempre se comprenden las opciones evangélicas. Se acuesta inquieto, sabiendo que la tormenta arrecia. Y aunque siente la paz de quien obra en conciencia, esa noche tarda en dormirse. Y es que hay noches en que los miedos juegan con nosotros, nos envuelven en sus redes, y cuando el temor es fundado, entonces se ceban. Duerme bien, Amigo. Ojalá encuentres la calma del hombre bueno. Ojalá un rumor de paz aquiete tus tormentas. Descansa, tú que tanto te das.

Martes Santo El martes le buscan los de siempre: los enfermos, los excluidos, los más rotos. Los que pasan de etiquetas y leyes opresivas. Martes Santo entre Betania y Jerusalén. Entre el hogar y la intemperie. Entre el calor de los tuyos y la frialdad de quienes no te entienden. En algún momento le asalta una punzada de desaliento, de agobio, y se dice que no puede. Pero sacude la cabeza, musita una plegaria y sigue. Lejos, en lo escondido, los poderosos tejen su red con monedas de plata para acabar con el Justo. Con los justos de todas las épocas. Judas pelea hoy con sus propios fantasmas. No acepta que la forma de actuar de Jesús sea otra. Eterna tentación de domesticar el evangelio. Aunque hay motivos para preocuparse, se niega a sepultar la alegría antes de tiempo, y mantiene el humor y la cordialidad. Bromea. El sentido del humor, responder a las amenazas con alegría verdadera, sin victimismo, ni huida ni desaliento. He ahí el camino a Jerusalén. Esa noche de martes cada palabra lleva más urgencia, y, por lo mismo, más verdad.

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Duerme Betania. Jesús piensa en el camino recorrido. María sigue guardando todo en su corazón. Judas se agita entre pesadillas. Pedro ronca.

Miércoles Santo Miércoles. Amanece en Betania, hogar de amigos y memorias cálidas. Da ganas de quedarse aquí hasta que pase la tormenta. Pero hay que seguir. Muy temprano Judas se encamina a la ciudad. Vacila. Luego se decide. Se estrecha la red. 30 monedas de plata sellan un destino. 30 monedas de plata; 30 sacos de razones; 30 gestos de egoísmo; 30 miradas indiferentes para no complicarnos la vida. La eterna negociación. 30 silencios hirientes; 30 perdones negados; 30 piedras, de palabra o de fuego para lapidar al diferente; 30 mentiras; 30 desprecios... 30 golpes injustos; 30 justificaciones para enmascarar el mal; 30 veces negar al amigo; 30 miradas por encima del hombro; 30 decepciones. Es día de preparativos para la Pascua. Sin saberlo, se preparan para celebrar, con hondura, el amor, la muerte y la Vida. Y aquí seguimos, dos milenios después, preparando la mesa, la cena, el encuentro, la Pascua. Discípulos como aquellos con tanto por aprender. Cuando esa tarde conversa con sus amigos de Betania, comparten anécdotas, recuerdos, planes. No intuye que es la última vez que hablan así. Siempre nos parece que tenemos por delante todo el tiempo del mundo. Pero, ¿qué diríamos a los nuestros si no hubiera un mañana? Anochece en Betania. Se sienta junto a su madre. Ambos saben que es tiempo difícil y lo aceptan. Ella le acaricia el rostro, como de pequeño. Sabe que ha de seguir adelante. Pero muchas veces saber las cosas, y tener claro por qué haces lo que haces, no lo vuelve más fácil. Muchos tardan en conciliar el sueño, agitados por diversas preocupaciones: culpa, nerviosismo, temor... Hoy incluso el amor duele.

Jueves Santo Jueves. Se despierta muy temprano. Ora en silencio. Se siente más alegre que en días pasados. Esta noche compartirán la cena en la ciudad.

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El extraño baile de los estados de ánimo tiene esa capacidad de proporcionar un respiro en algunos momentos difíciles y darte un poco de paz. Al salir de Betania, lo habitual: «Hasta mañana», «Celebrad bien»... Los pasos más definitivos arrancan del modo más cotidiano. Y es que nunca sabemos la trascendencia que puede tener un paso concreto; un día; una decisión; una palabra; un gesto que determina una vida. «Adiós, madre». Hay apremio y necesidad en ese abrazo. Los dos dicen poco. Cuando se alejan, ella murmura su oración de siempre: «Hágase». Los discípulos bromean. La idea de celebrar juntos la Pascua les alegra. Jesús lleva la inquietud por dentro. Contrastes. Hay miradas que intentan retener cada detalle, cada matiz. Como si supieras que te despides de un lugar. Hoy mira así, camino de Jerusalén. Un paso más, y culmina al fin la subida a Jerusalén que lleva meses anunciando. Se detiene en la puerta de la muralla. Respira hondo. Entra. La Pasión empezó con una fiesta. Una cena como ninguna. Para compartir el pan, la paz y la palabra. Una mesa sin excluidos. Una fiesta con vocación de eternidad. Ahora. La normalidad y lo extraordinario entrelazados en gestos sencillos, pero eternos: «Tomad, comed, bebed... Es por todos». Promesas, una alianza incondicional, temores, risas, una toalla ceñida, os llamo amigos... Lo más vulnerable y lo más humano...y Dios. Y después, tras tantas palabras y promesas, tras la amistad y el servicio, un momento de silencio donde asoman todos los miedos del mundo. Silencio poblado de preguntas y amenazas. Encrucijada vital, donde uno se juega toda la verdad de su vida. «Hágase». Cuando los amigos, en lugar de velar, duermen, la soledad muerde más.

Viernes Santo Hay besos que te llenan, y otros que duelen más que golpes. El beso del amigo que sella una traición es de estos últimos. Zarandeado, llevado a presencia de Caifás. Los suyos han echado a correr. Está solo. Sabe que ha llegado el momento de la verdad. Juicio I. La ley condena al Justo. En nombre de lo que «siempre ha sido así». La intolerancia se rasga las vestiduras. ¡Culpable! 99

He ahí el eterno discurso de quien no quiere inseguridad o incertidumbre. Convertir «lo de siempre» en losa, y blindarse ante el cambio. Juicio II. «Anda, diviértenos con un milagro. Convierte la fe en circo y el poder en espectáculo. Pasen y vean». Jesús calla. ¡Culpable! He ahí una constante tentación. Convertirlo todo en un gran espectáculo, en un «me gusta» vacío, en una diversión sin alma ni proyecto... Juicio III. «Entre la verdad y lo conveniente, elijo lo que me beneficia. Crucificad al justo, que yo me lavo las manos». ¡Culpable! Y ahí tenemos al egoísmo en acción. Mi conveniencia, mi interés, mi situación y mi perspectiva. Caiga quien caiga. ¿Merece la pena? La muchedumbre, que hace unos días gritaba hosannas, hoy ruge: «¡Crucifícalo!», enferma de inercia y des-memoria. Han hablado la Ley, la Banalidad y el Egoísmo. Triste mundo, que ensalza lo mediocre para crucificar al que ama sin medida. Y al fin marcha, cargado con un madero que le empotra contra el suelo. Es la omnipotencia hecha nada para salvarlo todo. El Amor se ha buscado un pedestal desde el que abrazar a los más rotos para que sientan, en su desposesión, que no están solos. Clavos, ropas, golpes secos, burlas. El martirio final del justo. Duele. Duele el rechazo, los golpes, la soledad. Pero Padre, perdónalos... Un grito último, que encierra los gritos de tantas víctimas del mal. El grito agotado de quien no tiene nada más que entregar. Y un millón de gritos silenciosos, un dolor oculto en la entraña de tantos, un grito de protesta, de resistencia, de justicia irrenunciable. Todo está cumplido (Silencio).

Sábado Santo Sábado. Tiempo de reagruparse, y mirarse con ojos cansados. Incertidumbre. Ni lágrimas quedan ya. ¿Y ahora, qué? La muerte no llega solo al que la pasa. Toca también las vidas de quienes le aman, le lloran, le añoran, y sienten el vacío de su marcha. Hoy la casa de Betania tiene el silencio de los días grises. La madre, aunque cansada y triste, está sorprendentemente serena. Mantener hoy el hágase es su más radical acto de confianza. «Hágase». 100

Hoy necesitamos un cuarto de soledad, un kilo de llanto llano, una alcoba sin nadie, un jergón de recuerdos donde reposar. Necesitamos una dosis de ternura, un reencuentro sin reproche, una habitación en calma, y una canción de esperanza. Necesitamos una lluvia de perdón, una pizca de locura, un instante de fe, para que se remuevan las losas que nos encierran en el desaliento. Un ruego silencioso al final de ese sábado de espera. Un anhelo que encierra todos nuestros anhelos. «Que el mal no tenga la última palabra».

Domingo de Resurrección Entonces, de repente, la Vida, y esta vez sin esperarlo. Luego, el fuego, la palabra, el agua y el pan partido... Y vuelve la luz, continúa la historia, bebemos la paz y compartimos la mesa. Lo que recuperamos son los motivos para seguir buscando. No más derrota ni derrumbamiento. No más rendición de la esperanza. No más amargura. Creer para ver, con el corazón desbocado por el júbilo, al Señor nuestro y Dios nuestro, que se planta en medio cuando menos te lo esperas. El «hágase» se ha hecho Vida, Pasión y Eternidad. Para siempre. Aleluya.

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Micro-cuentos basta muy poco para sugerir grandes historias. Eso es lo que hay detrás E deocasiones los micro-cuentos. Apuntar, evocar, insinuar años de vida con una o dos palabras. N

Proponer un personaje que podría dar para un cuento, o para una novela, si quisiéramos convertir en historia concreta lo que se apunta en apenas dos líneas. Los microcuentos pueden hablar de amor, de resistencia, de sentimientos o de conductas. De uno mismo o de otros. Y en ellos uno puede reconocer el eco de sus propias vivencias. *** Pasó tanto tiempo esperando un amor deslumbrante que lo dejó pasar de largo todos los días, tan solo porque no brillaba. Amó tanto, y tan a corazón abierto, que olvidó defenderse de la posibilidad de una derrota. Y venció. Llevaba calor por dentro. Una alegría cálida. Por fuera, la gelidez de un invierno brutal. Pero, ¿a quién le importa el clima? Sus amigos decían que era un calzonazos. Ella, un blando. Sus padres, una calamidad. Sus hijos, un banco. Él los quería a todos. Cada vez que se le rompía el corazón la reparación era lenta. Pero una y otra vez volvía a ponerlo en juego. Empezó como conveniencia entre dos egoísmos, y no estaba mal. Luego se convirtió en amor, y fue inmejorable. Al ver el retrato no se reconocía. «Demasiado guapo», dijo al pintor. Este se rio. «Te he pintado por dentro». Esa era su magia. Tropezó tantas veces en la misma piedra que dejó de dolerle. Pero seguía haciéndole daño. Atrapado en la nostalgia de lo no vivido, olvidó celebrar lo que, en su vida, era bendición. Entonces dijo: «¡Basta!». Se desnudó de agenda, de prisas y obligaciones. Se descubrió prescindible y empezó a celebrar la vida. Amó mucho. Se enfadó a veces. Rio todo lo que pudo. El corazón se le rompió en alguna ocasión. Creyó. Dudó. Luchó. Vivió. Nunca había bebido en el pozo de las preguntas verdaderas. El día que lo hizo empezó a pensar por su cuenta.

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Se sentía fracasado, hasta que alguien tocó con ternura sus cicatrices. Y la derrota se convirtió en victoria. Se perdió en el laberinto de las excusas. Cuando al fin encontró la salida, ya nadie le esperaba. Hizo un pacto con el tiempo para no envejecer. Y se condenó a vivir sin historia. Hizo un trato con la oscuridad. Ella pasaría más deprisa. Demasiado tarde comprendió que la oscuridad no mantiene sus promesas. Se miró en un espejo, por dentro, y no le gustó lo que veía. Pero con romper los espejos no se arregla nada. Siempre trataba de darle argumentos para que dejara de llorar. Un día, en lugar de eso, le ofreció su hombro. Solo le cantó una vez en toda su vida. Una única canción. De amor. Pero basta una canción de amor, si es verdadera. Érase una vez un hombre que, obsesionado por no equivocarse, nunca acertó. Porque nunca arriesgó. Tenía dentro un grito. Pero se las arreglaba para convertirlo en canción. Cada vez que le asaltaba la duda, se atrincheraba en sus certidumbres. Un día aceptó no tener todas las respuestas. Al fin creía. Fue feliz. No con la felicidad de los pánfilos o los satisfechos, sino con la intensidad de los apasionados. Se sentía la persona más sola de la tierra. Y caminaba entre otra gente solitaria, todos sin encontrarse por no mirar afuera. Se perdió en el laberinto de sus propios fantasmas. Era un poeta mudo. Y como callaba nadie intuía que, donde otros solo veían grisura, él viajaba por la belleza. Le dolían muchos recuerdos, porque había querido mucho. Le ofrecieron quitarle el dolor. Se rio y declinó la oferta. Aquel día se oyeron todos los pensamientos. Costó recuperar el equilibrio después de aquello. Pero todo era más real luego. Su memoria era un campo de minas. Lo evitaba. Pero algún día tendría que atravesarlo para recobrar el rumbo. Nadie le dijo que las cartas de amor necesitan destinatario. Así que, con bellas palabras, escribió una vida vacía. Todo en él hablaba. Hasta el silencio. 103

Convirtió el mundo en un gran espejo. Y, casi sin darse cuenta, se fue quedando solo, con su imagen como único interlocutor.

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TERCERA PARTE:

BATALLAS batallas cotidianas que uno expresa como oración, como canto, como verso. Tienen que ver con la vida y la fe, con la soledad y el miedo. Con experiencias personales que, sin embargo, encuentran eco en vivencias de otros. ¿Quién no tiene que pelear, a veces, contra sí mismo, con el mundo, con los otros? Hasta con Dios peleamos, por lo que no entendemos o por lo que no sentimos. Son batallas subjetivas, personales, muy diferentes en cada caso. Y, sin embargo, nos reconocemos unos a otros en ellas. En nuestras noches oscuras o en los momentos de triunfo. En la pelea, codo con codo, ayudados por otros, o en esos momentos de soledad radical en los que no parece haber nadie más…

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A menudo intento expresar esas batallas tratando de dar algunas pinceladas con la palabra. Hace unos años, en «Tú me salvas», otro libro donde ya recogía algunas propuestas similares, explicaba que no puedo decir que lo que viene a continuación sea poesía, pues valoro demasiado a los poetas como para presumir de eso. Pero tampoco es prosa. Es una mezcla de canto y plegaria para hablar de sueños y heridas, de anhelos y encuentros, de escucha y respuesta. Son, diría hoy, batallas recogidas en papel. Batallas cotidianas, existenciales. A veces intuidas en Dios. Otras veces descubiertas en uno mismo. Construidas sobre alusiones al evangelio, y pacificadas a menudo en la intuición del Dios que pone sosiego y calma en las tormentas.

El grito de dentro Hay días en que llevas un grito dentro, una invasión instalada en la entraña, que te zarandea, como un mar de ira o angustia golpeando tus paredes, tratando de abrirse paso, de hallar un resquicio para inundar lo que te rodea. Y quieres que ocurra, que explote, que reviente los diques de prudencia y sosiego, 105

que aturda a los vecinos, que se desparrame sobre calmas ajenas. Pero a la vez lo temes. Te inquieta ese alarido interior, te resistes a escuchar su canto de derrota, de frustración, su nostalgia, su pobreza. Te asusta mirar, cara a cara, a la versión desquiciada de ti mismo. Así que ocultas la batalla tras una mirada indescifrable, bajo una quietud aparente, candada con la sonrisa más incierta.

En pie de guerra Entre luchar a tu lado u holgar sin ti, elijo la guerra. Habrá jornadas ásperas, nostalgias huecas y ceños fruncidos, pero aun así... …prefiero batallar, contigo por compañero, a tu ausencia cómoda. Pelearemos, amigo, hasta que tu bandera sea estandarte de muchos; hasta que tu palabra sea credo común, y tu gesto dibuje en todo horizonte el amor posible. Algunos días me revolveré contra ti, contra el mundo, contra mi temeridad de hoy. Pero no me creas

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si entonces me desdigo de lo que ahora prometo. No sé si tu fuego me vuelve loco o me hace cuerdo. Pero sé, sin lugar a dudas, que mi guerra es tu evangelio.

Uno de cien Hay noventa y nueve razones para la comodidad, y una para la inquietud. Y, sin embargo, es esa única razón la que pone el tiempo en movimiento, el corazón en estampida, las manos a la obra, la mente agitada, buscando soluciones, y los pies corriendo, para alcanzar las simas donde yace la oveja perdida. Hay noventa y nueve formas de amor domesticado, y una de amor sin medida. Y, sin embargo, es esa pasión infinita la que, como agua desbocada, se lleva por delante resistencias y apatía, la que desatasca los reductos cerrados del alma, la que convierte la quietud en energía. Hay noventa y nueve palabras huecas y una Palabra viva. Pero es esa única Palabra, Verbo vivo, acampada entre nosotros, la que le da sentido a todo. Basta con escucharla. Y así, con una razón, una pasión y una Palabra, nos envías al camino. Allá vamos, pues…

Lo intocable Es fácil amar lo amable, rozar lo bello, admirar brillos y fachadas, agujero negro de miradas distraídas; aplaudir lo exitoso, jalear lo apuesto,

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empujar aún más alto lo que no toca techo. Difícil es adentrarse en el caos oculto tras el rostro cordial. Deambular por las estancias pobladas por demonios de dentro, las memorias que encadenan nuestro vuelo a derrotas pasadas, los amores difíciles, las batallas perdidas, los gritos que, sin darlos, martillean en cada rincón. Difícil, pero posible. Todos necesitamos, alguna vez, alguien que toque, con ternura, nuestras cicatrices.

Maranatha Hasta el último día todo es adviento. Un adviento constante y eterno. Un solo grito: «Ven». Un ven que sale desde la entraña, desde lo incompleto; desde los fracasos y las mediocridades en que uno se va instalando, sin casi darse cuenta. Un ven que planta sus cimientos en los anhelos más hondos, y alza el vuelo en los versos más sinceros. ¡Ven! Un grito que brota desde la impotencia ante el mal que no sabes cómo afrontar; desde el temor al desierto; desde el no estar a la altura... 108

pero también desde el horizonte de una tierra prometida donde hay más verdad, donde el bienestar lo es para todos, donde se destierra la acritud que a tantos condena sin juicio. Una tierra donde el amor es lágrima, y júbilo, y encuentro. Es toalla ceñida y ternura en el gesto. Es… ¡Tú ven! A liberar tantos egos que andamos presos en un laberinto de espejos. A mostrarnos la puerta a la tierra de todos. Ven. Solo eso. Todo eso. Ven.

A veces A veces basta echar la red al otro lado de la vida, cuando uno se atasca en espacios vacíos donde solo queda el eco de palabras antiguas. Basta escuchar la voz que te llama a desbrozar caminos devorados por la maleza. A veces hay que abrir la caja donde guardas las inercias, y dejarlas ir, ya inservibles, para comenzar a imaginar días nuevos. 109

A veces hay que desacostumbrarse a las personas amadas, para recordar por qué las amamos. A veces hay que romper la burbuja invisible que te separa del mundo para volver a sentir la incertidumbre, el vértigo, el viento en la cara y la emoción al saber que, en la intemperie, tu vida importa. A veces hay que volverse a Dios, y ponerse a tiro de un «Ven» que lo cambia todo.

Verdades Las lágrimas de a veces, algunos desaciertos, las buenas intenciones. El miedo al fracaso, el abrazo, la ternura que sana, la fe con sus grietas, el amor y el vértigo. Que te ves más feo de lo que eres, que eres más fuerte de lo que piensas, y con todo a veces necesitas más ayuda de la que pides. Que a mayor gratitud, menos cabreos. La sonrisa inesperada, la canción interior. Dios, tan cerca. Tu verdad enciende el fuego que llevamos dentro, 110

calienta los hogares y desata la alegría.

Consejos al Tomás que todos llevamos dentro Tocar para ver. Ver para creer. Enrocarte en la sospecha, en garantías y cautelas. Pensar mal, y acertar. ¿De verdad quieres ese camino? Tú, de la gente, piensa bien y acertarás, aunque te equivoques. Tú elige creer para ver. Creer en el amor, que es posible, aunque a veces se haga el escurridizo. Creer en el vecino, que es persona, y siente, come, ríe y pelea, como tú, con sus razones y sus errores. Creer en el futuro, que será mejor cuanto mejor lo hagamos. Creer en la humanidad, capaz de grandes desatinos, pero también de enormes logros. Creer en la belleza, individual, única, que se sale de los cánones y se encuentra en cada persona. Creer en las heridas de Dios, nacidas de su pasión por nosotros. Entonces verás, con el corazón desbocado por la sorpresa y el júbilo, al Señor nuestro y Dios nuestro, que se planta en medio cuando menos te lo esperas.

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La edad de las posibilidades Es posible que llueva y que escampe, o que el sol apriete y se anhele la sombra. Es posible que acierte una vez, y que falle otras muchas. Es posible que me llames y responda, o que solo te devuelva silencio. Es posible que te llame y te encuentre, o que me hagas salir a buscarte. Es posible la risa o el sollozo, la pasión y la desgana, el delirio y la locura, la rutina y la sorpresa. Posible es el hambre, y posible la hartura. Es posible que el miedo nos congele, ateridos, o nos empuje a bailar, frenéticos, dibujando figuras fugaces. El amor, la muerte y la Vida… eso es seguro.

A tiempo A tiempo y a destiempo, en cualquier lugar, a cualquier hora, con el viento de espalda o un huracán a la contra; alegre o afligido, sereno o exaltado, descansado o exhausto, lleva el Amor por bandera. No cejes en el intento de compartir la justicia. No acomodes la Palabra en nombre de la prudencia, no adulteres la esperanza, proclama la Vida plena de quien con su voz nos llama y con su historia nos llena.

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No niegues que eres apóstol, no olvides que eres profeta, portador de una noticia que ha de atravesar la guerra, que ha de romper las paredes y ha de fecundar la tierra.

No andéis agobiados Hacen falta profetas del buen humor, deshacedores de agonías, portadores de dicha. ¿Has visto alguno? Ellos saben leer las historias, ven el pasado con más gratitud que nostalgia, el presente con más sencillez que pompa, y el futuro con más esperanza que miedo. Lloran más de risa que de pena. Desinflan los dramas propios, y dan cancha a los ajenos. Conjugan mucho el entusiasmo y poco la queja. Anuncian un amor primero, que nunca nos abandona. Atesoran amigos, con su fe levantan un hogar dondequiera que estén, y nadie queda fuera. Son confianzudos, contagiosos, risueños. Todos llevamos uno dentro, y está ansioso por emerger.

Reflejos No hay que enterrar la libertad en una jaula de esclavitudes, ni hay que renunciar al vuelo por atarse a un camino seguro. No hay que renunciar al arte, a la belleza o la imaginación, 113

en nombre de la comodidad o la conveniencia. Y aunque no hay que soñar de más, tampoco de menos. ¿Acaso se puede medir el amor? ¿Quién querría domesticar la fe, y convertir el volcán en lumbre? ¿Cómo silenciar la Palabra que resuena en nuestra entraña? Somos portadores de una llama divina. Atesoramos pasión por la vida, por el mundo, por la humanidad entera. Nuestros ojos reflejan el brillo de una mirada infinita que adivina, en la creación entera, posibilidades y logros. Llevamos, en nuestras manos, la caricia posible del Dios que, en su roce, sana. Y nuestros pies recorrerán los confines del mundo, a imagen de Aquel que pasó por el mundo amando primero.

Apóstol Vamos, amigo, no te calles ni te achantes, que has de brillar como fuego nocturno, como faro en la tormenta, con luz que nace en la hoguera de Dios. Vamos, amigo, no te rindas ni te pares, que hay quien espera, anhelante, que compartas 114

lo que Otro te ha regalado. ¿Aún no has descubierto que eres rico para darte a manos llenas? ¿Aún no has caído en la cuenta de la semilla que, en ti, crece pujante, fértil, poderosa, y dará frutos de vida y evangelio? Vamos, amigo. Ama a todos con amor único y diferente, déjate en el anuncio la voz y las fuerzas, ríe con la risa contagiosa de las personas felices, llora las lágrimas valientes del que afronta la intemperie. Hasta el último día, hasta la última gota, hasta el último verso. En nombre de Aquel que pasó por el mundo amando primero.

Sí No es fácil tu hágase, niña. Porque, si a mí me preguntasen, más bien me inclinaría por el hágase de los poetas, cargado de buenas intenciones, genérico, impersonal, convertido en estribillo convincente y volátil. O me aferraría al hágase de los indecisos, antesala de un pero, de un mirándolo bien, y al fin de un no se haga. 115

O me perdería en el de los descomplicados, que diciendo hágase dicen que otros lo hagan: el gobierno, las iglesias, los ricos, los profesionales, los motivados, los convencidos o los que tienen tiempo. Pero tu hágase, niña, desenmascara los verbos incompletos. «Hágase en mí», dices, tan sencilla y tan sincera. Y se hace. Tu compromiso se me vuelve pregunta. ¿Qué ha de hacerse en mí hoy?

El Padre nuestro… a la manera de Dios Hijo mío, que estás en la tierra, haz que tu vida sea el mejor reflejo de mi nombre. Adéntrate en mi reino en cada paso que des, en cada decisión que tomes, en cada caricia y cada gesto. Constrúyelo tú por mí, y conmigo. Esa es mi voluntad en la tierra y en el cielo. Toma el pan cada día, consciente de que es un privilegio y un milagro. Perdono tus errores, tus caídas, tus abandonos, pero haz tú lo mismo con la fragilidad de tus hermanos. Lucha para seguir el camino correcto en la vida, que yo estaré a tu lado y no tengas miedo,

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que el mal no ha de tener en tu vida la última palabra… Amén.

Talentos Si el pintor entierra sus pinceles y la bailarina sus zapatillas. Si el cantor se calla y el sabio olvida. Si se apaga el fuego. Si muere el viento. Si se seca el pozo. Si el novelista deja de imaginar y el fotógrafo cierra los ojos… …¿Quién dibujará las olas? ¿Quién trazará, con su cuerpo, siluetas imposibles? Nadie cantará. Se disipará la memoria, maestra de niños y roca de ancianos. Huirá el calor de la piel, y del alma. Se detendrá el molino. Se extenderá la sed por el mundo. Los pobladores de relatos eternos no llegarán a nacer. Nadie apresará la magia fugaz de un instante. ¡No bajes los brazos! ¡No entierres el talento en la tierra amarga de la inseguridad y el desaliento! ¿Cuándo descubrirás la grandeza que hay en tus manos, el poder que hay en tus sueños?

Adviento De las espadas se harán arados y de las lanzas, podaderas. 117

Las palabras serán puentes con los que se salven abismos. Las memorias difíciles nos harán más sabios. Las vivencias felices, más humanos. Las preguntas avivarán la imaginación y las respuestas alumbrarán nuevas búsquedas. Los enemigos se sentarán, sin rencor, en una misma mesa, y desenterrarán motivos para el encuentro. Se alzará el que se encoge asustado, y el sobrado bajará de su peana. El caprichoso abandonará la edad del «quiero» para adentrarse en la tierra de la gratitud y el asombro. Losas de culpa y remordimiento estallarán en mil pedazos cuando la misericordia pose su mano sobre el corazón de piedra. El futuro ya está aquí, donde la espera es activa y nos lleva a desenterrar el evangelio escondido.

Contadores de historias Somos narradores de vidas. Somos carne, sangre y sudor, impulso, miedo, pasión, palabra. Somos trovadores con dos relatos al menos. Uno, eterno y universal, habla de la Palabra hecha carne para enseñarnos a llevar el amor

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de los verbos a los gestos, a las caricias, a las lágrimas. Otro, concreto y particular, es el libro que cada uno escribimos con nuestras decisiones, puntos seguidos, puntos y aparte, puntos suspensivos o puntos finales. Un puntazo, el libro de cada quien. Todas las historias tienen un prólogo. Luego, se despliega el relato en varios capítulos. Se suceden en la trama intriga, romance, soledad, deserciones, fe, empalizadas, encuentros. El epílogo siempre deja vacíos. Del «continuará», algo intuimos. No hay dos vidas iguales. Somos memoria de esos caminos, o al menos de los instantes. Algunos lo hacen en verso, otros lo convierten en escalera, en estallido de color o en piedra pintada. Hay incluso trovadores que callan, pero en realidad, a su manera silenciosa, también cantan.

Alambradas A cada lado de las alambradas se ama y se sufre, se pelea el presente, se vislumbra el futuro, se imagina la vida mejor, se cree, se reza, se blasfema y se duda. A cada lado de las alambradas hay buenas y malas personas, 119

hay corazones sensibles, que sueñan con destinos remotos y con grandes logros. A cada lado de las alambradas hay recelo al pensar en el otro, el de más allá, el distante, el distinto. Cuando un hombre abandonó Babel, temeroso de quien hablaba otra lengua, tendió la primera alambrada. La humanidad nueva, al abrigo de Pentecostés, está esperando que se nos abran los ojos, la garganta y los brazos.

Resistencia No te rindas, aunque a veces duela la vida. Aunque pesen los muros y el tiempo parezca tu enemigo. No te rindas, aunque las lágrimas surquen tu rostro y tu entraña demasiado a menudo. Aunque la distancia con los tuyos parezca insalvable. Aunque el amor sea, hoy, un anhelo difícil, y a menudo te muerdan el miedo, el dolor, la soledad, la tristeza y la memoria. No te rindas. Porque sigues siendo capaz de luchar, de reír, de esperar, de levantarte las veces que haga falta. Tus brazos aún han de dar muchos abrazos, y tus ojos verán paisajes hermosos. Acaso, cuando te miras al espejo, no reconoces lo hermoso, pero Dios sí. Dios te conoce, y porque te conoce 120

sigue confiando en ti, sigue creyendo en ti, sabe que, como el ave herida, sanarán tus alas y levantarás el vuelo, aunque ahora parezca imposible. No te rindas. Que hay quien te ama sin condiciones, y te llama a creerlo.

Vanidad Señor, si gasto los días en guerras vacías, en quimeras huecas, en viajes a ninguna parte, despiértame. Si persigo el amor equivocado, si erijo pedestales inútiles, o me ahogo en tormentas absurdas, zarandéame. Si habla en mí el hombre viejo, con su cháchara vacía, egoísta, sensiblera... muéstrame, en Jesús, al hombre nuevo. Ese que es capaz de mirar afuera, de soltar lastre, de reír y llorar por otros, con otros, y de descubrir, en tu evangelio, una buena nueva.

Perdón Seguiremos caminando, más allá de fracasos y golpes. Seguiremos amando, 121

venciendo a soledades y deserciones. Seguirá la historia, la memoria poblada y la espera impaciente de lo que ha de llegar. Uniremos los pedazos dispersos, los fragmentos de sueños, estrecharemos brazos heridos. Setenta veces siete alzaremos los ojos y retomaremos la ruta. Con otros, igual de frágiles, igual de fuertes, igual de humanos, haremos surcos en la tierra fértil para seguir sembrando un evangelio de carne y hueso regado con los anhelos más hondos, y crecerá, imparable, la vida.

Ama No, no te arrepientas de amar contra viento y marea, contra prudencia y cálculo, contra seguridad y egoísmo. Como Dios mismo ama. Si abrazas, no encadenes, si reprendes, no destruyas. No escatimes el tiempo, la ternura o las lágrimas. No aprisiones los recuerdos, no embrides las historias. Con libertad y afecto, ama; con incertidumbre y compromiso. Con el corazón en carne viva y las manos abiertas. 122

Con la fecundidad de quien engendra esperanza en silencios, canciones y versos. Aunque tu amor sea imperfecto, ama. Es mejor intentarlo que endurecer la entraña para no arriesgarlo todo.

Desencogerse Encogidos, acogotados, mirando hacia abajo, hacia lo previsible, rumiando heridas, musitando condenas, asumiendo la derrota antes incluso de luchar la vida. No es así como nos quieres, Señor de la eterna promesa. Tu grito es urgencia, llave, energía, alimento y bandera. «Vamos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación». Así que alzaremos el rostro y miraremos, cara a cara, a la calma y la tormenta, sonreiremos a las sombras, sin renunciar al coraje y la esperanza. Porque tú dices que es posible. Y queremos creerte.

Criterios Si paso por la vida vuelto sobre mí mismo, convirtiendo el mundo en un espejo, 123

encerrado en la celda de los criterios, lo que me conviene, lo que toca, lo que me apetece, lo que me gusta, lo que me da la gana, lo que me llena, espabílame, Señor, y libérame de ese vivir tan pobre, de esa jaula del mal amor. Yo sé, de corazón, que uno se ha de adentrar en la tierra más incierta del prójimo, donde no hay certidumbre y no conoces el sendero. Que uno ha de avanzar por un país llamado evangelio donde el único criterio es el Amor. Así, mayúsculo. Amor que no entiende de grandezas ni de conveniencias. Amor que se entrega, cada día, en lo concreto. Que se vacía, sin escatimarse. Y solo entonces se encuentra, con los otros, consigo mismo, con Dios.

Lo eterno Pasarán los dramas que hoy parecen absolutos, se apagarán los fuegos que arden en torno. Las heridas en carne viva dejarán de escocer. Pasarán los recuerdos que a ratos nos aprisionan, los que nos alzan al cielo y los que nos atan al suelo duro y frío. Vendrá la calma 124

tras la tormenta que a veces sacude nuestros cimientos. Pasarán los momentos de dicha que uno aferra con avidez. También ellos se irán, dejando en la memoria gratitud difusa por esa posesión que ya nadie podrá arrebatarnos. Olvidaremos mil nombres. Las urgencias de ahora serán humo, desvanecido en el viento. Pero seguirá tu voz. Y tu evangelio. Y la Historia de Amor que despliegas en estas historias nuestras, tan humanas y tan llenas de ti. Señor, no nos dejes olvidar tu Palabra, que nos muestra la ruta hacia lo eterno.

El pintor Has de usar paleta de color y pintar la vida de emociones, proyectos, deseos, para salir de un mundo gris. Harás roja la sangre del corazón que late, apasionado, vibrante. Y azul el agua del mar, lleno de misterios. Verdearás el campo anticipando la cosecha. Poblarás el cielo con nubes rosadas que hablen de días cumplidos y apunten al sol, que es Dios. Dibujarás risas y lágrimas, ojeras y rostros risueños, abrazos y piedras. 125

Trazarás senderos en todos los paisajes, poblarás las plazas, llenarás los viveros con multitud de plantas que han de dar fruto. Llevas contigo todo el color del mundo. No dejes que se apague en tus manos.

De Dios y del César Césares efímeros, engañosos amos de vida y conciencia. Ofrecen aplausos, prometen fortuna, otorgan prebendas, proponen atajos sin viaje de vuelta. Seducen, envuelven, alimentan egos, ejercen violencia con puño de hierro y guante de seda. Ídolos de un día, sentados en tronos de falsa grandeza. Perfección de piedra, halago de saldo, carteras repletas. Poder arbitrario. Inútil belleza. De Dios, el amor, el tiempo, la mesa. El pan para todos, y la puerta abierta. De Dios, la justicia 126

peleada, sincera. El perdón gratuito. La pregunta viva, la verdad molesta. El abrazo limpio. La bondad. La fiesta.

El profeta Parecía que no había esperanza. Que el mundo se resquebrajaba entre balas y trincheras. Un manto de olvido había cubierto la fraternidad. Un hombre encaraba a otro a cara de perro, a grito de odio. Cada quien peleaba, desquiciado, por reforzar su puerta, por elevar su tapia, por aislar su parcela. Recelosos se miraban, de soslayo, los vecinos. Un silencio agobiante envolvió los corazones. Cada ciudad se transformó en un inmenso carnaval que enmascaraba la verdad tras muecas pintadas. Hasta que llegó el profeta. Su sentencia firme rompió el embrujo: «Mirad que llega vuestro Dios». Lo dijo bajito, lo repitió más fuerte y otras voces se sumaron a la suya. Como un río poderoso el verbo se hizo promesa y despertó la ilusión dormida. Nadie podrá evitar que el amor tenga 127

la última palabra.

Amigos Si gasto las horas en batalla infinita, en vanas visiones o en fugaces sueños, despertadme, los que me llamáis amigo. Amigos sois si zarandeáis mi inconsciencia y plantáis cara a mi egoísmo. Si afeáis el ciego encierro de quien se enclaustra tras altos muros para evitar, viviendo menos, ser herido. Amigos sois si gritáis hasta el hartazgo, el vuestro o el mío, que no han de ser mis días una ficción. Sed exigentes, aunque os lo pague con mueca distante. Algún día bajaré la guardia. Tenedme paciencia hasta entonces, pues, con toda mi terquedad, os necesito y os quiero.

Dicen que se ve distinto… Dicen por ahí que si hay Dios está lejos, que el amor no funciona, 128

la paz es un sueño, la guerra es eterna, y el fuerte es el dueño que silencia al cobarde y domina al pequeño. Pero un ángel ha dicho que está cerca de mí quien cambia todo esto, tan frágil y tan grande, tan débil y tan nuestro. Dicen que está en las calles, que hay que reconocerlo en esta misma carne, desnudo como un verso, que quien llega a encontrarlo ve desvanecerse el miedo, ve que se secan las lágrimas, ve nueva vida en lo yermo. Dicen por ahí que si hay Dios está lejos, pero tú y yo sabemos que está cerca, en tu hermano … y está en ti muy adentro.

¿De quién depende? Si de mí dependiera, probablemente me perdería en el laberinto de las excusas, pintaría mis paredes con grafitis vistosos y perecederos; te daría largas, me haría el despistado, pondría cara de prisa, lamentaría no estar a la altura y seguiría con mi vida. Pero de mí no depende, 129

depende de ti, que sigues tallando con cincel de artista todas mis aristas, de ti, que haces oídos sordos a mis balbuceos, porque conoces mi verdad. De ti, que sigues marcando, con tu amor, mi entraña. De ti, que me quieres menos isla solitaria y más tierra de encuentro. Sea, pues. Que solo no puedo, pero si de ti depende llegaremos lejos.

¡Ay! ¡Ay de mí si no respiro, si no me alimento, si no quiero con locura! Si no vibro con el júbilo del hermano. ¡Ay de mí si no tiemblo ante su dolor! Si no abro los oídos para dejarme transformar por tu palabra, y no abro la boca para gritar una pregunta de fe; un veredicto de amistad; una promesa de curación; una canción de justicia. ¡Ay de mí si no abro las manos, liberadas al fin de piedras y cadenas, para dar, en ellas, calor, afecto y abrazo! 130

¡Ay de mí no por miedo o por amenaza, sino porque, no amando a tu manera, no habré vivido! Mas si, en mi debilidad, te dejo ser atalaya, no habrá lamento, derrota ni queja, habrá esperanza.

Testimonio ¿Qué te puedo contar? He visto a gente radiante darse a manos llenas, y gente insaciable que sigue vacía. Conozco a personas que aman a otras personas, y sus vidas cantan mientras otros, encadenados a su propia imagen, viven presos de mentiras. He escuchado la historia del Dios de carne y hueso, y mi corazón ardía al oírla. Otra cháchara me ha dejado frío. He probado el vértigo de arriesgar, y la placidez de no moverme. Prefiero el vértigo, la vida, el riesgo. He llorado por compasión, he llorado por egoísmo, y hoy elijo las lágrimas que nacen del encuentro. Quise ser Dios, y fui nada. Quiero ser hombre, y me sé todo para un Dios que lleva cada nombre escrito en su entraña.

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Las horas gastadas Escribiremos, con nuestra vida, un magníficat. Cada episodio se enlazará hasta trenzar una historia de amor, justicia, derrota y redención. Cantarán las gargantas, pero más cantarán los hechos, las horas gastadas, las lágrimas, las risas sinceras, la compasión, las preguntas eternas, los besos sembrados, las fronteras vencidas, cada salto al vacío tras una buena noticia. Somos lienzo en blanco que se llenará de trazos con los días y los años para plasmar, a retazos, la historia de Dios y nosotros.

Ceguera Hay un hombre ciego que no lo sabe. Huye, inseguro por lo fugaz del tiempo, lo precario del mundo, lo imperfecto del cosmos. Resiste el asedio de la soledad a base de encuentros sin huella. Su semblante no muestra las ojeras que van por dentro. Cree que es feliz. Un día descubrirá que la vida era otra cosa, 132

que el amor verdadero estuvo a su alcance todos los días de su vida. Algún día detendrá su viaje hacia ninguna parte, sintiéndose lejos de cualquier meta y se dará cuenta de que su destino estaba llamándole en forma de abrazo, de beso, de hambre, de Dios. Ojalá sea pronto. Ese día, al fin, verá.

Ingrato Protesto. Porque no hablas claro, por el amor difícil, por la falta de eco. Reclamo, de tu parte, más Gracia, menos retos, algún que otro milagro. Al ver un mundo sordo a tu palabra y ciego a tus proyectos me quejo. Te miro, si se puede mirar a Dios, con el recelo de no saber si juegas con nosotros. Y al compás del reproche, entre tanto lamento, se me olvida que tengo el pan de cada día, las manos fuertes, la vida poblada y el canto profundo 133

de un Dios, muy dentro. ¡Hay tanto bien en torno!

Elogio del sarmiento a la cepa Como el Amor es la fuente de ternura y siembra, de puertas abiertas, de promesas ciertas. Como la Justicia es fuente de miradas limpias, de opciones honestas, de normas humanas. Como la Paz es fuente del arma desterrada, de extintas barreras, de muros tirados. Como la Palabra es fuente de verdad desnuda, de la fe intuida, de bendición sincera. Como el Pan es fuente de estómagos llenos, de mesas provistas, de días de encuentro. Tú eres la vid, y nosotros los sarmientos, que han de florecer con frutos de amor y justicia, de paz y palabra, de pan que saciará el hambre de todos.

En el sepulcro No hacía frío ni calor, no había dolor, ni risa, 134

fracaso ni anhelo, no estaba en paz ni en guerra. Lejos, añoranza y lamentos por la vida prematuramente ida. La losa cerraba el paso a la luz, y sumía todo en negrura. Las vendas embalsamaban la rigidez última. Entonces una voz rompió el silencio: «Sal afuera». Volvió el color, el latido, la sangre, el amor, el movimiento, los deseos, el roce de manos conocidas, y en ese alzarse, antesala de otro amanecer definitivo, comprendió que nunca moriremos del todo.

Fracaso Es parte del camino. El no saber, el no poder, el no llegar. Tropezarse contra un muro inexpugnable de increencia, de rechazo, de silencio frío. Reconocer, al fin, que no está en mis manos, sino en las tuyas, aunque parezcan lejanas, acaso afanadas en caricias más necesarias. Mirar, desde la apuesta radical por ti, cómo hay quien se la juega en otras fiestas. 135

Sentir impotencia, un cosquilleo de rendición y desaliento. Tú sigues callando, y pidiendo mi voz para tu Palabra. A veces me quedo mudo. Y solo puedo seguir, en silencio.

En el templo Necesito un látigo que restalle fuerte para golpear, con estruendo, cerca de las poltronas y las tarimas, donde se encaraman los que mienten, los que comercian con miedo y levantan celdas de oro. Necesito unas manos cerradas, frente al mercader de credos; una mordaza de hielo y una palabra de fuego para silenciar al embaucador y proclamar tu evangelio. Necesito un corazón cargado de coraje y resistencia para no dejarme llevar por lo cómodo, lo injusto. Necesito una ventana que me permita asomarme a ti, Jesús, forjador de lo eterno.

Piedras

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Coge la piedra, la pesa, la siente fría y dura al tacto. Mira a lo lejos. Calcula cuánto tardará en llegar el enemigo, el rival, el desconocido hijo del dueño de la viña. Cuando aparece, el mundo se detiene. Se hace un silencio expectante, clamoroso, solo roto por el murmullo de la voz que se aproxima anunciando la paz. El canto intenta abrirse paso, pero encuentra murallas graníticas, inalcanzables, y corazones de piedra. Al final, el rumor cesa. Se alza un grito, violento y absurdo. Es el alarido de Caín que aún nos desquicia hoy. El hijo del dueño de la viña recibe la primera piedra. Quien la arroja no está libre de pecado. La primera de muchas. Hasta quebrarlo del todo. No nos rendiremos. No ha de vencer la desesperanza. En un luego eterno y liberado su cuerpo ha de volverse piedra angular, sobre la que se levantarán, reivindicados al fin, todos los golpeados de la historia.

Demonios Nos rodean, nos entrampan con fuegos de artificio, 137

nos muerden por dentro. Sus nombres son envidia, soberbia, desprecio, violencia, prepotencia, burla, vacuidad, abuso… Nos ciegan, aturullan con su discurso incesante, con su lógica aparente. Nos envuelven en razones. Y, sin apenas darnos cuenta, nos asolan y alejan a unos de otros. Camuflan el dolor de indiferencia, y adornan la nostalgia con risas fáciles. Señor de la verdad desnuda, del amor posible, de la justicia auténtica, Dios con rostro humano, hombre que apunta a Dios… Rompe las cadenas y líbranos del mal. Amén.

Consolad a mi pueblo Hace falta alivio para esta tierra herida. Para el llanto del justo, el dolor sin sentido, las mentiras que sangran, los abandonos y soledades. Para tanto desatino que deja víctimas inocentes. Para el silencio obligado que ninguna voz rompe, y para tanta fatiga que no halla descanso. Hace falta respuesta transformada en semilla, en venda, en gesto de alivio; en refugio hecho de brazos; 138

en palabras que susurren el perdón y la esperanza; en risa contagiosa; en proyecto de libertad; en justicia peleada, en fe viva. Hace falta quien quiera convertirse en portador de consuelo, en profeta de un evangelio sin vacíos. Haces falta tú.

Creo Creo, Señor, en la vida que brota, invencible, más allá de la ausencia. En el espíritu humano, buscador de un cielo que empieza aquí mismo; en la risa de los sencillos, en las lágrimas vertidas por amor; en la paciencia de los justos, en la victoria de los vencidos. Creo en ti, que crees en nosotros. En la bondad posible, sembrada en nuestra entraña, que emerge en los recodos de todos los caminos hecha palabra, pan y abrazo. Creo en el agua viva que empapa lo yermo hasta que la promesa se vuelve justicia. Y porque creo, Vivo.

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Cinco panes y dos peces Si es que basta muy poco para llenar los cestos cuando abunda la gracia. El eterno drama tiene que ver con el cálculo, con la reserva y el por si acaso. Se nos ha instalado en el alma la desconfianza, la sospecha, la supervivencia, la rivalidad absurda. La tragedia es que hay pan para todos, oculto bajo la pompa y la gala. Cuando alguien descubre esta verdad sencilla, carga desde entonces con la cara y la cruz; el júbilo de un bien posible; la impotencia al chocar con los muros erigidos por siglos de temor e inercia. Pero al menos sabe que nunca estará solo, en la lucha por el pan de todos.

Incomunicación Hay silencios que son gritos disfrazados, y palabras vagabundas que enmascaran el miedo a no tener nada que decirse. 140

Hay salidas de tono que revelan guerras ocultas. Hay declaraciones de amor, sin amor. ¡Ay de quien estafa con un «te quiero»! Hay conversaciones que son, solo, monólogos superpuestos. Hay diálogos sin rumbo, buscando atracar en algún asunto habitable, pero mientras avistan tierra, navegan por el mar de los tópicos.

¡Alto! Ahora, basta. Basta de exigencias, de proyectos, de promesas. Basta de retos. Basta de creer que el mundo se va a romper si tú no lo sostienes. Basta de agenda. Basta de seriedad responsable. Por un momento, deja que él hable. Escucha, jovial, su risa distinta. Aprende, discreto, de su historia herida. Oye el rumor de su verso suave, tararea su canto eterno. Él es la llave de un paraíso que, a ratos, se gusta aquí. Deja que te abra la puerta… 141

y alégrate.

La música de dentro Llevas música dentro. Y tan sordo, a veces, sepultándola con ruido. Pero al fin, no puedes no oírla. Y empiezas a bailar. Al principio crees que bailas solo. O tal vez lo haces. Aprendes a moverte en brazos de nadie, a trazar siluetas que, en su vacío, duelen. Pero sabes que algún día bailarás con el mundo. Porque la música ha de oírse en cada rincón. Por eso sonríes –casi siempre– y acaso encuentras en otra sonrisa un espejo. Y sabes que hay alguien más con música dentro.

Sentido del amor No ha de faltar una gota de risa o una pizca de humor en todas las historias. Reiremos, hermanos, al celebrar la fiesta, al evocar, sin drama, nuestros mil desaciertos. Al sacudirnos el peso 142

de las malas jugadas. Al aplaudir, con júbilo, cada gesto de amor. Al brindar por lo mucho que la vida nos regala. Burlaremos la pompa de los soberbios y el parloteo de los charlatanes, para ofrecer, en nuestras manos vacías, la fe de los sencillos como insignia y bandera.

No de cualquier modo Amar, sí, pero no de cualquier modo. No con el egoísmo de quien se busca a sí mismo en el otro. No con la desmesura de quien ata para no perder, ni con la obsesión de quien controla para no dudar. No con la levedad de quien se blinda contra el dolor. No con la inmediatez de quien ni recuerda ni proyecta. Amar, a su manera, como Dios mismo ama. Con la libertad en un paso y la pasión en el otro. Aun sin respuesta, amar. Adivinar la belleza inscrita en la entraña ajena, de buenos y malos, 143

de justos e injustos. Poner calidez en los gestos, verdad en la mirada. Confiar. Amar, como él nos amó.

Un nombre Buscaba un nombre que pudiera describir lo absoluto, que se elevara sobre todo nombre. Un nombre para definir a los humanos, para llamar a Dios. Buscaba un nombre que pudieran pronunciar, con júbilo, niños y viejos, que evocase los instantes más importantes de cada historia. Buscaba un nombre que dejase callados a los malos poetas y soltase la lengua de los hombres rudos, que se tradujese en besos, en abrazos, en gestos de compasión, en manos limpiando heridas, en llanto fecundo, en canciones eternas, en silencios vivos. Desechó muchos nombres que encorsetaban la vida en leyes, cálculos y méritos. Y otros tantos que exigían aplausos, reverencia o miedo. Arrojó por la borda proclamas absurdas, palabras vacías, promesas efímeras. Al final lo encontró. Y el nombre se hizo verbo, y el Verbo se hizo hombre, y habitó entre nosotros.

Después del Tabor 144

«Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas». Humana disposición a echar raíz en lo apacible. Pero hay que volver a la brega diaria. Hay que volver, una y otra vez, al amor aterrizado, a la intemperie, a los caminos que recorremos cargados de nombres y de preocupación cotidiana. Hay que volver a las encrucijadas donde toca optar, renunciar y elegir; a los días intensos, de búsquedas, ojeras, anhelos y horas estiradas. Hay que volver a los días grises, a las preguntas, al no saber, a la inseguridad reflejada en un espejo, a la tenacidad y a la resistencia. Hay que volver a lo acostumbrado; pero no con desgana o arrastrando la existencia y el ánimo, sino con la gratitud y la esperanza 145

por banderas.

¡Salta! Cuando la duda atenaza y se exige respuesta. Cuando cuesta la esperanza, quizás por miedo a otro golpe. Cuando su voz es inaudible y su rostro se apaga entre mil rostros. Cuando el mensaje pesa más que alivia. Cuando la muerte parece haber vencido, y la vida sabe a derrota. Cuando la soledad es cruel, y no hay salida… ¡Salta! Hacia la fe. Hacia la vida. Hacia la verdad primera. No te dejes doblegar por el viento en contra. Verás cómo hay quien recibe tu apuesta. La vida gana.

Alguien Si nadie acaricia los ojos del paria, ¿cómo dejará de serlo? Si nadie cura las heridas del hombre quebrado, ¿en qué soledad sanarán? Si nadie derriba los cimientos de una ley implacable, ¿hasta cuándo seguirá cerrando puertas y poniendo cadenas? Si nadie profetiza contra los perversos, ¿cuándo cambiará algo? Si nadie se deja guiar por la sed, ¿quién hallará la fuente de agua viva? Si nadie se entrega a tumba abierta, ¿cómo saber que es posible el Amor? Hace falta Alguien, alguien como tú, o tú de nuevo, en espíritu y verdad. Alguien que acaricie los abandonos; que alivie sufrimientos; que taladre certidumbres 146

y denuncie inconsistencias. Alguien que nos ponga en camino hacia un manantial en el que nuestro deseo de Vida quedará colmado.

Efetá Ruidos. Nos rodean. Nos envuelven. Nos aturden. Tertulias, canciones, opiniones, discursos, eslóganes. Anuncios, promesas, noticias, debates, conversaciones. Ruido, ruido incesante, que termina atronando a base de exceso hasta que las palabras ya no significan nada. Mientras, como un rumor de fondo, la Palabra trata de hacerse oír. Habla de justicia, de amor verdadero, de camino, verdad y vida. Toca, Señor, nuestros oídos, que se abran de nuevo al rumor de tu presencia. Sé la Voz que grita, en el desierto de los indiferentes, de los que están de vuelta, de los ensordecidos. Voz que despierta los anhelos más nobles que llevamos escritos en la sangre y la entraña.

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Conversión Tú me conviertes en poesía cuando me siento silencio, en casa habitada frente a mis soledades, transformas mis estrecheces en cesta repleta, y de mis parálisis haces motivos. Tú conviertes el mundo, inhóspito, en tierra de promesa, las trincheras en torrente para que una misma agua riegue las parcelas de antiguos enemigos. Sigue así, Señor, convirtiéndonos en lo que siempre soñaste para nosotros a base de amor y evangelio.

El mundo en tus manos Puedes limpiar sus heridas o añadir pesar. Puedes acariciar o estrujarlo. Puedes construir puentes, escuelas, hospitales o poner barreras insalvables. Puedes acunar a otros o abrazarte a ti mismo. Puedes pintar paisajes nuevos o embadurnar el horizonte de manchas. Puedes disponer asientos para todos en la mesa o poner candados en la puerta. 148

Puedes esculpir figuras eternas. Puedes escribir en el aire o en la piedra. Puedes encender la luz o mantener la niebla.

El sanador Andábamos sedientos, agitados por batallas de esas que te gastan por dentro. Éramos los tibios, los desalmados, los insensibles. Llevábamos puñales en los pliegues de la vida, para conquistar, por la fuerza, cada parcela de nuestra historia. Conjugábamos la queja con la insidia, sospechando unos de otros. Ocultábamos las heridas para no mostrar debilidad. Alguien, un día, habló de ti. Prometías paz, sanación, encuentro. La promesa despertó anhelos. Queríamos creerlo. Salimos a buscarte. Al encontrarte, deshiciste los nudos que nos retorcían. Destapaste las trampas Sembraste optimismo, gratitud, misericordia. Y ahora somos nosotros los portadores de un fuego que ha de encender otros fuegos, para iluminar el mundo 149

con tu evangelio.

La última palabra Después de la nada última, del silencio y del fracaso, de la sentencia cumplida, de que la tierra se cerrase sobre los restos de un sueño. Después de la injusticia y el abandono. Después de la quietud, de la muerte y el último frío… …un soplo, un aliento, algo. La Vida, irreverente y poderosa, la Luz, eterna, una Fuerza imparable, Dios mismo de otro modo. El juicio humano revocado, la tierra abierta y en ella, el germen de un árbol sin serpiente. Late, al fin, en el culmen de la historia, un fuego que nada podrá apagar. Ahora y siempre.

Sigues aquí Curiosa forma de quedarte, Señor, sin imponer tu presencia, sin apagar la sed, sin convertir la fe en evidencia. Y curiosa forma de irte sin atarnos a la ausencia, 150

sin dejarnos solos, sin forjar tristezas. Y así, de ese modo, ausencia y presencia siembran en nosotros hambre de respuestas. Y eres espíritu, aliento, fuerza. Eres la palabra que a veces aquieta y a veces golpea. Eres el silencio poblado de historias, eres la justicia que llama a la puerta, eres un profeta pidiendo justicia, eres el soldado sin arma ni guerra. Por eso te fuiste, y así te nos quedas.

Fronteras Donde acaba la seguridad y empieza el vértigo, allí, justo allí, tu mano tendida, invitándome a cruzar. Donde acaba el ruido y empieza la soledad, allí, justo allí, tu palabra, protegiéndome. Donde acaba el egoísmo y empieza la justicia, allí, justo allí, tu compasión, transformando la mirada. Donde acaba la nostalgia y empieza el futuro, allí, justo allí, la esperanza. Donde acaban las heridas y empiezan las cicatrices, allí, justo allí, la ternura que nos sana. Donde acaba la memoria y empieza el olvido, allí, justo allí, lo eterno, defendiéndonos de la ingratitud. Donde acaba la risa y empieza el llanto, 151

allí, justo allí, la caricia. Y el llanto es de alivio. Donde acaba la fiesta y empieza la rutina, allí, justo allí, la música de dentro. Donde acaba la noche y empieza el día, allí, justo allí, tu amanecer. Donde acaba la fuerza y empieza la debilidad, allí, justo allí, un trozo de pan. Donde acaba la rabia y empieza la paz, allí, justo allí, tu abrazo.

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Conclusión así, en las fronteras, y con el abrazo del último poema, acaba este mosaico. Y Incompleto, como no puede ser de otro modo. Una figura tan solo bosquejada. Una humanidad dibujada en muchas vivencias. Piedras de diferentes formas y colores que tienen que ver con la vida personal y colectiva. Ese es el mosaico humano. Estoy seguro de que la imagen que se haya trazado con estas páginas es distinta para cada lector, pues cada uno reaccionamos de diversos modos ante las mismas noticias; cada uno interpretamos los eventos con unos u otros acentos. Y nuestra perspectiva viene condicionada por la historia personal, la edad, la memoria, la educación, la sensibilidad, el carácter… No importa. No he pretendido, en modo alguno, trazar un retrato común. Tan solo invitar a imaginar, a soñar, a opinar. Y, si acaso, proponer una forma de reaccionar ante la vorágine del presente, ante tantos acontecimientos como cada día nos llegan. Deporte, cine, televisión, nuevas tecnologías, ídolos mediáticos, tragedias, historias de supervivencia o de derrota; todo puede ser para nosotros un aliciente que nos invite a buscar sentido y posicionarnos de una manera personal y lúcida ante lo que ocurre cada día en torno. Lo de menos es si tengo razón en todo, en parte, o acaso en nada. El acuerdo y el desacuerdo son partes de la vida y del diálogo. Pero si este mosaico ha servido para estimular, de algún modo, la reflexión; si ayuda a caer en la cuenta de cómo lo más cotidiano puede servirnos de palanca para ponernos en marcha; si ha conseguido provocar, inquietar o sugerir, entonces ha merecido la pena.

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Notas 1. Las revistas «People» (Estados Unidos) y «Hello» (Reino Unido) pagaron conjuntamente, parece ser, 14 millones de dólares por dichas fotografías. Los gemelos nacieron el 12 de julio de 2008. 2. La muerte de Osama bin Laden se anunció el 1 de mayo de 2011, como resultado de un ataque de cuatro unidades de élite de las fuerzas militares de Estados Unidos. 3. La noticia apareció publicada en «La Nueva España» en noviembre de 2007. 4. Mohamed Bouazizi fue un joven tunecino, vendedor ambulante, que se suicidó quemándose a lo bonzo el 4 de enero de 2011, en protesta por las condiciones económicas y el trato recibido por parte de la policía. Su inmolación desató la revuelta popular que desembocaría en la llamada «primavera árabe». 5. La noticia apareció en agosto de 2014 en los medios de comunicación de todo el mundo. 6. Enero de 2015. 7. Torrebruno fue un presentador de programas infantiles en la televisión española en los años 80 y 90. 8. La ciudad elegida fue, finalmente, Tokio. Las semanas previas a la elección había infinidad de análisis sobre la dimensión económica de un macro-evento de este tipo. 9. El día 25 de mayo es, desde hace años, el Día del Orgullo Friki. Es un homenaje al estreno, en ese día de 1997, de «Una Nueva Esperanza», la primera entrega de la saga «Star Wars». Y fue el día elegido por aficionados españoles para exhibir sin pudor ni vergüenza su devoción extrema por películas, series, libros o videojuegos. La celebración, potenciada desde las redes sociales a partir de 2006, hace años que rebasó las fronteras de nuestro país. 10. «Gattaca» es una película de ciencia ficción de 1997 sobre un mundo de pesadilla, donde la perfección física se consigue por manipulación genética y es prácticamente una obligación. 11. La absolución del vigilante George Zimmerman, acusado de asesinar al joven Trayon Martin, despertó una enorme polémica racial por el hecho de que Zimmerman era hispano y Martin, negro. 12. En julio de 2013 el político italiano de la Liga Norte Roberto Calderoli declaró durante un mitin, hablando de la ministra de integración Cecile Kyenge, de origen congolés: «Me encantan los animales, los osos, los lobos, como todo el mundo sabe, pero cuando la miro me viene a la cabeza un orangután». 13. Se llamaba Piotr Piskozub, y falleció en la cola de un albergue la madrugada del 3 de octubre de 2013, tras ser dado de alta en el hospital. Aunque la causa directa de la muerte fue una bronconeumonía, la autopsia confirmó síntomas de desnutrición y deshidratación que habrían precipitado el desenlace. 14. El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer es el 25 de noviembre. Esta fecha fue elegida para honrar a las hermanas Mirabal, tres activistas políticas brutalmente asesinadas en esa fecha, en 1960, por su oposición a la dictadura de Rafael Trujillo. 15. El anuncio de la lotería de 2013, con la interpretación de un pseudo-villancico por 5 cantantes famosos (Montserrat Caballé, Raphael, David Bustamante, Marta Sánchez y Niña Pastori) en la plaza de un pueblo fue ampliamente criticado y objeto de muchas –y merecidas– burlas. 16. Después de su estreno, el 14 de marzo de 2014, y de manera inesperada, la película «Ocho apellidos vascos» se convirtió en la película más taquillera de la historia del cine español. 17. El Black Friday, o «viernes negro», es una campaña de ventas asociada en Estados Unidos al último jueves de noviembre (Día de Acción de Gracias), con la que arranca la temporada de consumo navideño. En los últimos años, grandes superficies comerciales –y cada vez más el pequeño comercio también– se han sumado, en España, a estas ofertas, con enorme éxito de público y ventas. 18. En España, el 6 de octubre de 2014 se diagnosticó el contagio de ébola de Teresa Romero, una de las enfermeras que había estado atendiendo a Miguel Pajares y Manuel García Viejo, misioneros de San Juan de

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Dios repatriados por el ébola. El contagio, producido en España, dio paso a una cobertura mediática sin precedentes. 19. El grupo islamista radical nigeriano Boko Haram reivindicó el secuestro, el 4 de mayo de 2014, de 200 niñas. Pese al revuelo internacional y las declaraciones de denuncia y apoyo, muchos meses después las jóvenes siguen desaparecidas. 20. El 30 de noviembre de 2014 murió, en un enfrentamiento entre ultras del Atlético de Madrid y ultras del Deportivo de la Coruña, Francisco Javier Romero Taboada. Era uno de los aficionados radicales y falleció tras recibir una brutal paliza y ser arrojado al río Manzanares. Ambos grupos se habían citado desde días antes para pelear esa mañana. 21. Todo lo descrito en el artículo aparecía en los medios en agosto de 2014. 22. Jordi Hurtado es el presentador más veterano de la televisión española, en la actualidad con el programa «Saber y ganar», que empezó a emitirse en 1997 y sigue en antena. 23. Alusión a la publicación en la prensa española de los correos personales de Iñaki Urdangarín, duque de Palma, pertenecientes al sumario de la investigación por corrupción que estaba teniendo lugar. 24. Ocurrió durante el festival de piano del Ruhr, en mayo de 2013. 25. «El diablo viste de Prada» es una película estrenada en 2006, basada en la novela homónima de la periodista Lauren Weisberger. Tanto el libro como la película quieren hacer una sátira del mundo de la moda y sus dinámicas. 26. Felix Baumgartner batió tres records históricos el 14 de octubre de 2012 al lanzarse en caída libre desde los 39.068 metros de altura, tras haber subido en una cápsula espacial a la estratosfera (Alan Eustace, vicepresidente de Google, superaría dicho récord el 24 de octubre de 2014). 27. Tuenti fue una de las primeras redes sociales. Como tal red tuvo su momento de máxima expansión y popularidad entre jóvenes y adolescentes españoles entre 2006 y 2011. En este momento es un operador de telefonía móvil. 28. Alusión a la efímera popularidad de Rodolfo Chikilicuatre, personaje de ficción que representó a España en el festival de Eurovisión de 2008, generando un encendido debate entre forofos y detractores de una opción que tenía evidente vocación de provocar. 29. José María Gil Tamayo sería elegido nuevo portavoz el 20 de noviembre de 2013. 30. «Lo imposible», de Juan Antonio Bayona, se convirtió, a partir de su estreno en septiembre de 2012, y hasta el estreno de «Ocho apellidos vascos», en la película más taquillera de la historia del cine español. 31. Entre los milenarismos y fechas apocalípticas que de vez en cuando surgen, tuvo cierto eco o difusión la profecía maya sobre el fin del mundo en 2012. Se convirtió en excusa para tertulias, alguna que otra película y discusiones varias. 32. Los tres fallecieron el 8 de abril de 2013. 33. Según un informe sobre Siria de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) presentado ante Naciones Unidas por la embajadora estadounidense Samantha Power en enero de 2015, dichas prácticas se han producido en varios momentos entre 2011 y 2014. 34. Ocurrió en la entrega de los premios MTV el 29 de agosto de 2013. 35. Philip Seymour Hoffman apareció muerto por una sobredosis, en su apartamento de Nueva York, con una jeringuilla clavada en su brazo, el 2 de febrero de 2014. 36. El 15 de febrero de 2014 el francés Lavillenie superó la marca del ucraniano Sergei Bubka (6,15), que había estado vigente desde el 21 de febrero de 1993. 37. En el Campeonato del Mundo de Fútbol de Brasil de 2014 la selección española, entonces campeona, fue la primera eliminada del torneo, tras perder en sus dos primeros partidos contra Holanda y Chile, el 18 de junio de 2014. 38. «Amo a Laura» fue una campaña viral promovida desde la cadena musical MTV, en 2006, para conseguir posicionarse en España. Fingiendo el enfrentamiento entre un grupo católico conservador y la propia cadena,

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consiguió convertir el vídeo de un supuesto grupo, «Los happiness», en un hito desde su estreno el 17 de abril de ese mismo 2006. La campaña buscaba –por contraste con lo que aparecía en el vídeo– potenciar los valores asociados a la marca (transgresión, modernidad, música, irreverencia). Para generar polémica (y, en consecuencia, éxito), MTV dejó, en una primera fase, que corriese la incertidumbre sobre la verdadera autoría del vídeo. Lo interesante aquí es ver la imagen que ofrece de la sexualidad asociada a la Iglesia católica. 39. 33 mineros fueron liberados, en octubre de 2010, tras permanecer casi 70 días enterrados por el derrumbamiento de la mina de San José de Atacama (Chile). 40. El Año Santo Jubilar Compostelano es el año en el que el 25 de julio –fiesta del apóstol Santiago– coincide en domingo. Fue establecido por Calixto II en 1122 y la Iglesia lo celebra desde el año 1126. Desde 1993, y aprovechando el auge renacido de la peregrinación a Santiago, se superpuso a esta celebración el Plan Xacobeo de la Xunta de Galicia, actualmente integrado como parte del programa de Cultura y Turismo de la Xunta. 41. La selección española de fútbol terminaría ganando dicho Mundial, en Sudáfrica, en el verano de 2010. 42. En la temporada de la Liga de Fútbol del año 2013-2014 el Atlético de Madrid, entrenado por «Cholo» Simeone se convirtió en el equipo revelación y terminaría ganando el campeonato. 43. Nelson Mandela falleció en Houghton, Johannesburgo, el 5 de diciembre de 2013. 44. Miguel Pajares era un sacerdote de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Se contagió de ébola en Liberia y fue repatriado a España, en medio de una enorme polémica sobre la conveniencia de dicho traslado. Terminaría falleciendo pocos días después, el 8 de agosto de 2014. 45. 2010 fue declarado «Año de la Vida Sacerdotal» por Benedicto XVI. 46. Ocurrió el 10 de marzo de 2011. 47. El asesinato de Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López, Elba Ramos y Celina Ramos tuvo lugar el 16 de noviembre de 1989, en la comunidad de los jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA) de San Salvador. 48. El texto de Gálatas 3,28 que da título a este artículo dice: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús». 49. Jorge Mario Bergoglio, cardenal arzobispo de Buenos Aires, fue elegido papa, con el nombre de Francisco, el 13 de marzo de 2013. 50. Se alude a la entrevista que hizo al papa Francisco el también jesuita Antonio Spadaro. Fue publicada al tiempo en varias revistas vinculadas a la Compañía de Jesús en septiembre de 2013, apenas cinco meses después de su elección como papa, y en ella sorprendió por su forma de abordar diversas cuestiones. 51. La entrevista realizada al nuevo cardenal español se publicó el 19 de enero de 2014, y generó mucha polémica por las declaraciones a propósito de la homosexualidad, donde decía: «Sí. Muchos se quejan y no lo toleran, pero con todos los respetos digo que la homosexualidad es una manera deficiente de manifestar la sexualidad, porque esta tiene una estructura y un fin, que es el de la procreación. Una homosexualidad que no puede alcanzar ese fin está fallando. Eso no es un ultraje para nadie. En nuestro cuerpo tenemos muchas deficiencias. Yo tengo hipertensión, ¿me voy a enfadar porque me lo digan? Es una deficiencia que tengo que corregir como pueda. El señalar a un homosexual una deficiencia no es una ofensa, es una ayuda, porque muchos casos de homosexualidad se pueden recuperar y normalizar con un tratamiento adecuado. No es ofensa, es estima. Cuando una persona tiene un defecto, el buen amigo es el que se lo dice». 52. Entrevista en el periódico «El Mundo» el 26 de octubre de 2014. 53. J. F. Haught, Dios y el nuevo ateísmo, Sal Terrae, Santander 2012. 54. Apareció en el periódico «El Mundo» el 23 de octubre de 2008.

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Índice Portada Créditos Prólogo Primera parte: PIEZAS DE UN MOSAICO Nuestra sociedad y sus dinámicas Mosaico humano Contrastes Cuestión de prioridades Daños colaterales A mi manera Papeles ¿Hasta cuándo, Señor? Vida a la carta Honestidad y corrupción. Dos banderas Etiquetas La vida no es un juego Las grandes preocupaciones Cara y cruz del espíritu olímpico La perversión del deporte Andamos cortos de tila Como en las series, en la vida Orgullo friki Botellón para la ciudadanía La (in)humana estupidez Lo importante No la mereces Nos ha tocado Reírse de los apellidos Influyentes Barato, barato Crónicas desde El Capitolio Quedar a pegarse

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2 3 5 7 8 8 9 9 10 11 11 12 13 13 14 14 15 16 17 17 18 19 19 20 20 21 22 23 24 24 25 26

La sociedad de la información Historias sin foto La velocidad de las noticias Exhibicionismo, voyerismo, privacidad, seguridad, miedo y nuevas tecnologías Entre una de espías y una de ciencia ficción La dictadura tecnológica Apaga… y vive Saturación Los correos del duque El derecho a no estar en YouTube Así somos, tan humanos Maldita impaciencia De carne y hueso ¿De qué se viste el diablo? Saltos Que las palabras estén vivas Voy a ir. Quizás vaya. No voy a ir Pasión El poder Vivir por dentro A veces llorar ayuda Por si se acaba el mundo pronto El pensador, la diva y la Dama de Hierro El horror El sexo vende ¿Sobredosis de éxito? 616 Saber ganar y saber perder Volar Desconectar Leer El amor y otras preocupaciones Relaciones asimétricas Sentido del humor La tiranía sentimental 159

28 28 29 29 30 31 31 32 33 33 35 35 36 36 37 38 39 40 41 41 42 42 43 43 44 45 46 46 47 47 47 49 49 50 51

Archipiélago humano A veces hay un grito dentro ¿Amo a Laura? Una mirada creyente a nuestra realidad La fe de los sencillos «¿Quién dice la gente que soy yo?» Estar de vuelta sin haber ido Extremos ¿Turistas o peregrinos? Demonios Tiempo de milagros A un paso de la gloria ¿Casi una experiencia religiosa? Espera y preparativos Tentaciones vitales Convertirse La Cuaresma ha muerto ¡¡¡Es Diooooos!!! La otra eternidad Los siete pecados capitales Sonreír tras la batalla Dar la vida Con la Iglesia hemos topado Buenos pastores Nuevas palabras para contar la Palabra Sobre el celibato y los abusos Intolerancia Motivos La nostalgia Apostasía Yo antes era católico Gálatas 3,28 Nuestra casa es el mundo Habrá que darse por aludidos La Iglesia es más que esto de ahora

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51 52 53 55 55 56 57 58 58 59 60 61 61 62 63 64 65 65 66 66 71 72 74 74 75 75 76 77 77 78 79 79 80 81 81

¿Deficiencias? A propósito de Dios Creer en tiempos revueltos De Dios y la ciencia El Dios aguafiestas La amistad en el corazón de la fe En todo amar y servir La gente del Sábado Santo «Y el ganador es…» Resurrección es saltar al vacío Uno de los nuestros En el espíritu

82 84 84 85 85 86 86 87 88 88 89 89

Segunda parte: EN 140 CARACTERES

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Nacimiento Preámbulos En camino Víspera Y el Verbo se hace carne Navidad La pasión Domingo de Ramos Lunes Santo Martes Santo Miércoles Santo Jueves Santo Viernes Santo Sábado Santo Domingo de Resurrección Micro-cuentos

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Tercera parte: BATALLAS

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El grito de dentro En pie de guerra Uno de cien Lo intocable Maranatha

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A veces Verdades Consejos al Tomás que todos llevamos dentro La edad de las posibilidades A tiempo No andéis agobiados Reflejos Apóstol Sí El Padre nuestro… a la manera de Dios Talentos Adviento Contadores de historias Alambradas Resistencia Vanidad Perdón Ama Desencogerse Criterios Lo eterno El pintor De Dios y del César El profeta Amigos Dicen que se ve distinto… ¿De quién depende? ¡Ay! Testimonio Las horas gastadas Ceguera Ingrato Elogio del sarmiento a la cepa En el sepulcro Fracaso

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En el templo Piedras Demonios Consolad a mi pueblo Creo Cinco panes y dos peces Incomunicación ¡Alto! La música de dentro Sentido del amor No de cualquier modo Un nombre Después del Tabor ¡Salta! Alguien Efetá Conversión El mundo en tus manos El sanador La última palabra Sigues aquí Fronteras

136 136 137 138 139 140 140 141 142 142 143 144 144 146 146 147 148 148 149 150 150 151

Conclusión Notas

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