Morgan Bridges - Possessing Her 01 - Once You'Re Mine
March 18, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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IMPORTANTE
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SINOPSIS
El asesinato nos unió. Sólo la muerte puede separarnos. El Atormentador Calista me pertenece... simplemente no lo sabe. La primera vez que nos vimos, la deseaba. La siguiente vez, me obsesioné. La observé. La seguí. Esto solo profundizó mi necesidad de poseerla. Una vez que sea mía, nunca la dejaré ir. El objetivo: Hayden Bennett es un monstruo, dentro y fuera de la corte. Desafortunadamente, necesito su ayuda. Lo que se suponía que iba a ser una simple transacción se convierte en algo más. Algo intenso. Siempre está ahí cuando lo necesito, pero no sé si confiar en él es una buena idea...
CAPÍTULO 1
Hayden Lo maté. El senador no ha sido el primero y no será el último. Hay una satisfacción en esto, pero es fugaz, semejante a una llama rápidamente extinguida. Muerto y desaparecido. Como mis víctimas. La justicia es una amante que pronuncia mi nombre y me abraza para joderme. Y dejarme despojado. Vacío. Deseando un final que nunca tendré. La lluvia cae en un ligero, pero constante flujo, aterrizando en todas las superficies del cementerio. La hierba. Las lápidas. Los rostros de los dolientes.
La lluvia choca con las lágrimas que caen por las mejillas de quienes contemplan el féretro. El dolor está por todas partes, impregnando la atmósfera como una densa niebla. Dejo que me cubra, que me envuelva, que me traiga la paz. Es raro sentir esta serenidad. Los funerales de mis víctimas son uno de los pocos lugares donde experimento esto, por eso siempre asisto. Para completar el ritual... Poner fin a una vida. Hacer justicia. Comenzar de nuevo. Recorro con la mirada a los asistentes, un mar de negro entre un fondo verde, una mancha de tinta en un campo esmeralda. Se congregan, se apiñan para dar y recibir consuelo, algunos lloran en silencio mientras otros resoplan ruidosamente. Todos están destrozados. Excepto uno. La persona que debería estar destrozada se mantiene firme. Pero no por falta de cariño. No, ella quiere al difunto. Profundamente. Cada una de sus respiraciones es un desafío, como si la estuvieran estrangulando, y hace una mueca de dolor cada vez que sus ojos color avellana se posan en el ataúd de caoba. Sin mostrar lágrimas. Todavía no. Pero todas acaban haciéndolo. Otra parte del ritual que disfruto. Aunque sigo sin entender por qué la gente llora la maldad. Deberían estar aliviados porque hay un asesino menos en el mundo. Un hombre menos que se aprovecha de mujeres y niños inocentes. Sospecho que es porque no son conscientes de los viles actos que cometieron sus seres queridos. Si lo supieran, expresarían miedo, no tristeza. Calista Green es exquisita en su melancolía. Esta mujer es el ejemplo perfecto de cómo debería ser la hija de un político. Ropa impoluta y planchada, maquillaje impecable y su largo cabello oscuro rizado y apiñado en lo alto de la cabeza acentuando la hermosa inclinación de su cuello. Lo que realmente vende la imagen es el
collar de perlas que lleva, sobre las que de vez en cuando pasa los dedos para tranquilizarse. Como único pariente vivo, ella es mi centro de atención. No porque la mujer sea joven y atractiva, aunque habría que estar muerto para no darse cuenta. Humor negro de mi parte. Extraño... y divertido. Independientemente de su belleza, a la Srta. Green la observo con la respiración contenida, mi pecho sube y baja al ritmo del suyo, mi cuerpo se inclina hacia delante cada vez que se mueve. Es con ella con quien estoy conectado en este momento. Hay poesía, una aguda ironía en quitarle la vida al hombre responsable de la vitalidad que fluye por sus venas. Hacer latir su corazón. El sutil parpadeo de su pulso a lo largo de su garganta arrebatando mi atención una y otra vez. La mayoría de las mujeres son delicadas, necesitadas de protección. Pero solo en el sentido físico. Emocionalmente, son más inteligentes, más en sintonía con los sentimientos que tienden a dominar sus vidas. Los mismos que he destruido dentro de mí. Concretamente, los suaves y tiernos: adoración y compasión. Ya sea cariño por otro, o incluso amor. Sea cual sea el nombre, conducen al debilitamiento. Lo cual se traduce en dolor y sufrimiento. Y la aparición de emociones más oscuras. Estas son en las que me satisfago, las que dictan mis acciones y alimentan mi ambición. La frustración. La ira. Repugnancia. Incluso deseo, si es a través de actos egoístas; su gratificación, tanto mental como física. Estas cosas las comprendo y las controlo, no sea que se apoderen de mí, como intentan hacer en ocasiones. No soy un hombre perfecto. Solo lo son mis intenciones. El pastor pide a todos que inclinen la cabeza en oración y lo hacen. Excepto yo. Y ella. La Srta. Green se limita a mirar al frente, sin pestañear, su mirada centelleante de pensamientos, sus ojos convertidos en miel cristalizada. Sigo observándola. Escrutándola. Cuanto más lo hago, más aumenta mi interés.
¿En qué está pensando? ¿Y dónde demonios están sus lágrimas? La petición a una deidad invisible termina y todos levantan la cabeza. Una mujer de mediana edad, la antigua encargada de la casa de los Green, se cubre la cara con ambas manos. Su cuerpo redondo tiembla por la fuerza de sus sollozos. Reales o fingidos, no estoy seguro. La Srta. Green no se detiene a cuestionar la autenticidad de las lágrimas. La joven abraza inmediatamente a la mayor, sus labios carnosos y rosados susurran palabras de consuelo mientras acaricia al ama de llaves hasta que la mujer recobra la compostura. El pastor hace un gesto hacia el ataúd, proponiendo a todos que se despidan. El primer hombre que se acerca es el chófer de la familia. Coge su gorra e inclina la cabeza. Su boca se mueve brevemente, claramente un hombre de pocas palabras, y luego retrocede. Antes de poder mezclarse con la multitud, la hija del senador se acerca a él y coge su mano. Le dedica una sonrisa -triste, pero sonrisa, al fin y al cabo- y le dice algo que hace que los hombros del conductor se enderecen de orgullo. La interacción entre ellos es familiar, acogedora. Entrecierro los ojos sin ocultar mi escepticismo. Nadie puede verme a esta distancia, pero siento deseos de acercarme. Va en contra de mis normas el aproximarme a los seres queridos de mi víctima, de modo que no lo hago. Sin embargo, las reglas no sofocan mi deseo. Mi necesidad de examinar las cosas más a fondo para comprenderlas. La Srta. Green me deja perplejo. Es la persona más devastada por la muerte del senador y, sin embargo, es ella quien ofrece consuelo en lugar de recibirlo. Y no a cualquiera, sino al personal. Gente que ella no debería reconocer a menos que sea mediante una tarea para que ellos la lleven a cabo. He conocido a muchos hombres y mujeres procedentes de la clase alta, y ninguno de ellos tiene una relación personal con los que están en su nómina. Creen que están por debajo de ellos. Una división financiera que existe desde que el dinero y el estatus cobraron importancia en la cultura humana. Pero no para la Srta. Green.
Ella trata a cada individuo como una persona valiosa. Es desconcertante... y refrescante. Si fuera real. No creo que sea sincera. Un funeral es la excusa perfecta para que una mujer gane simpatía y atención. Para brillar bajo los focos y ser adorada simplemente por serlo. Quizá por eso aún no ha llorado. La Srta. Green está preparando su escenario. Es algo que comprendo y de lo que he sido testigo en numerosas ocasiones. Ella no será diferente a las demás. Igual que lleva esas perlas, llevará egoísmo disfrazado de dolor. Así que espero. Mi expectación crece con cada persona que se acerca al ataúd. Se marchan poco después, pero no sin que la obediente hija los salude, con un lirio en la mano apretándolo como si fuera un salvavidas. La lluvia cae cada vez con más fuerza, dispersando a los dolientes como una bandada de cuervos, y el grupo desaparece rápidamente. Hasta que queda una persona. La Srta. Green está de pie, con una expresión estoica grabada en sus rasgos. Su cabello, mojado por la lluvia, gotea agua sobre su ropa ya empapada. No se mueve durante un buen rato, a pesar de la tormenta, a pesar de la falta de público. Su constante quietud me atrae, me acerca a ella. Me ajusto el cuello del abrigo para cubrirme el rostro y avanzo poco a poco en su dirección. Para un transeúnte parezco alguien que visita a un difunto. Cualquier otro día sería cierto. He estado de luto. Una vez. Mis pasos me acercan lo suficiente para ver cómo tiembla el labio inferior de la mujer, ahora teñido de azul por el frío. La Srta. Green se rodea con sus brazos, la flor aún en la mano, y se hunde en el suelo con un pequeño grito angustiado. Finalmente, las lágrimas brotan. Ella inclina la cabeza hacia atrás, su pálida garganta una ofrenda, haciendo que mis dedos se crispen. Con los ojos cerrados y los labios
entreabiertos, la mujer solloza. No tengo empatía, pero si la tuviera, se me revolverían las tripas al oír un sonido tan desolador. Aun así, siento una extraña opresión en mi pecho. Se intensifica cuanto más llora, cuantas más lágrimas derrama. No hay público, no hay espectáculo. Solo una hija llorando la pérdida de su padre. En la intimidad. La Srta. Green esperó a estar sola para llorar adecuadamente, una revelación que no vi venir. Su comportamiento es una desviación de la norma. La decepción surge junto con la confusión, y mis cejas se fruncen. Por primera vez, la alegría que me producen los funerales ha desaparecido. Mi satisfacción se ha frustrado. Y sustituida por una sensación incómoda que me niego a nombrar. Algo de lo que no debería ser capaz. Sin embargo, ahí está. La Srta. Green es la causante de esto. Recorro con la mirada a la mujer mientras se pone en pie y se dirige lentamente hacia el ataúd, con manchas de hierba y barro en la ropa y piernas. Su imagen perfecta ya no existe. El lirio de su mano derecha tiembla a causa de los temblores que sacuden su cuerpo, desprendiendo gotas de lluvia rápidamente reemplazadas por la tormenta. Y sus lágrimas. Susurra entrecortadamente algo que no logro descifrar y besa los pétalos de la flor antes de depositarla sobre la superficie de caoba entre las demás flores. Luego se dirige al vehículo parado junto a la acera. La observo hasta que sube y desaparece de mi vista. Entonces me dirijo hacia el ataúd. Miro hacia abajo, entrecierro los ojos con desdén y frunzo los labios. ―Causaste dolor antes y después de tu muerte. Si pudiera volver a matarte, lo haría. Extiendo los dedos sobre el lirio que la Srta. Green sujetaba con tanta fuerza; imagino la suave textura de su piel. Lo recojo y aprieto los labios contra el pétalo donde ella lo hizo hace un momento, inhalando
profundamente. La fragancia de la flor llena mis fosas nasales, junto con el aroma de la mujer que ahora invade mis pensamientos. Ella es un misterio Un problema. Uno que pretendo resolver y del que quiero librarme. Sin importar el precio. Si no, el precio que pagaré será mi cordura, la poca que me queda.
CAPÍTULO 2
Calista —¿Cuál es la pregunta que toda mujer quiere que le hagan, al menos una vez en la vida? Dejo de limpiar la encimera y miro a Harper como si se hubiera vuelto loca. Porque probablemente sea así. Todo lo que sale de su boca no deja de sorprenderme. Y normalmente me deja atónita y en silencio a la vez que me sonrojo profusamente. Me armo de valor y adivino, sabiendo que tengo un uno por ciento de posibilidades de acertar. —'¿Quieres casarte conmigo?' Mi compañera de trabajo pone los ojos en blanco. —Yo también te quiero, pero no. ¿Por qué un hombre no puede preguntar simplemente, '¿Quieres que vaya y te coma el coño hasta que te corras en mi cara?'
—Creo que me está dando un ataque —jadeo. Me sonríe, sus ojos verdosos brillan y su expresión es feroz. —Lo único que digo es que si un tío me pidiera eso alguna vez, me casaría con él. Después de sentarme en su cara. Harper siempre me pilla. No sé ni por qué intento mantener la compostura, aunque supongo que es por cómo me educaron. No puedes ser la hija de un senador y no ser consciente de cómo te ve el público. En todo momento. Levanto la mano para retirarme un mechón suelto detrás de la oreja, pero recuerdo que me he hecho una trenza para apartármelo de la cara. Aún necesitada del alivio mental que supone controlar mi aspecto, bajo el brazo y deslizo mis dedos por el collar de perlas oculto bajo la camiseta. Las formas suaves y redondeadas, familiares y uniformes, consiguen que respire lentamente y mi estado de nerviosismo se disipe. Harper se gira al oír abrirse la puerta y saluda al cliente como si no acabara de decirme una barbaridad. —Hola, señor Bailey. ¿Cómo le va hoy? El anciano asiente una vez, se acerca al mostrador y apoya sus arrugadas manos en la superficie. Se queda mirando el menú con la frente arrugada, pensativo. Como si no pidiera lo mismo todos los días. —Creo que tomaré la magdalena de arándanos y un café. Negro. Harper coge una taza y garabatea su nombre en ella. —Pues claro. Me acerco al expositor deslizando la puerta de cristal para abrirla. Tras coger la magdalena más grande con unas pinzas, la introduzco en una bolsa y la coloco delante de la caja registradora. Después de pulsar unas teclas, le doy el total al Sr. Bailey. Me entrega los billetes necesarios y los ordeno en la caja, todos hacia arriba con los números de serie en la misma dirección. —Si estas magdalenas no fueran las mejores de la ciudad, te juro que no volvería por aquí —gruñe el hombre.
No se equivoca. Creo que las magdalenas del Sugar Cube son las mejores, y son la razón del porqué no me he muerto de hambre. ¿Cómo voy a hacerlo si mi jefe me deja comer lo que quiera cuando ficho? —Aquí tiene su cambio —digo—. Que tenga un buen día. Luego me echo desinfectante de manos en la palma y me lo extiendo por las manos. El dinero es repugnante. Y lo digo en todos los sentidos posibles. Eso no impide que lo necesite. El Sr. Bailey resopla y recogiendo sus artículos, se dirige al asiento de la esquina, donde el periódico de hoy está sobre la mesa. Como todos los días. Se acomoda en la silla y coge el periódico, no sin antes lanzarme una mirada. Tras un gesto cortante de agradecimiento, su mirada abandona la mía para absorber la tinta de la página. —Entonces, ¿dónde estábamos? —pregunta Harper. Levanto las manos en señal de rendición, con el aroma a limón del desinfectante haciéndome cosquillas en las fosas nasales. —No quiero seguir con esa conversación. —Tienes suerte que haya entrado otra persona —susurra—. Bienvenido al Sugar Cube —le dice Harper en un volumen normal al recién llegado—. ¿Qué puedo ofrecerle esta bonita mañana? La mirada del hombre se centra en mí y le hago señas con un pequeño gesto de la mano. —Está aquí por mí —le digo a Harper. —¿En calidad de qué? —Mira al hombre sin un ápice de vergüenza, fijándose en su atuendo informal y su expresión vacua—. ¿Negocios o placer? —Negocios. —Podrían ser ambas cosas. Suelto un suspiro exasperado. —No, no lo es. Espero que esto no lleve mucho tiempo. —No te preocupes por eso —me dice, haciendo un gesto desestimando la pregunta. Todo irá bien hasta la hora punta del brunch.
Me quito el delantal, dando a entender que me tomo un descanso, y me limpio las manos húmedas en los vaqueros. —Buenos días, Sr. Calvin. Por aquí, por favor. El hombre me sigue hasta el conjunto de sillas más alejadas del Sr. Bailey. Y de Harper. Puede que sea mi mejor amiga -mi única amiga-, pero los detalles del asesinato de mi padre no son algo que quiera comentar con nadie. Apenas puedo procesar el crimen por mí misma, y han pasado cuatro semanas desde que lo enterré, contratando a este investigador privado. —¿Ha encontrado algo nuevo? —pregunto, bajando la voz e inclinándome hacia delante. El hombre niega con la cabeza. —Este caso está resultando más difícil de lo que esperaba. Dado que su padre era un político de alto nivel, sabía que habría mucho que investigar para descubrir la verdad. Sin embargo, todo ha quedado tan enterrado que no estoy seguro de poder encontrar al responsable de su muerte. Mi corazón se resquebraja y los pedazos fracturados caen, golpeando mi caja torácica antes de asentarse en mis entrañas. —Mi padre era la única familia que tenía. Necesito averiguar qué le ocurrió. Por favor, ayúdeme a llevar a su asesino ante la justicia. Parpadeo conteniendo las lágrimas mientras el hombre se rasca la barbilla. —Srta. Green... —comienza. —Llámame Calista. —Fuerzo una sonrisa. Mi padre siempre decía que, para humanizarte ante la gente, tenías que derribar las barreras sociales y hacerles ver a la persona de carne y hueso que había debajo—. Llevamos varias semanas trabajando juntos, y agradezco realmente todo el esfuerzo que has dedicado a esto hasta ahora. Ese 'esfuerzo' me ha costado hasta el último céntimo que poseo. Puede que el nombre de mi padre se haya limpiado en los tribunales, pero sus deudas no. Entre pagar sus honorarios legales y contratar a este hombre para que investigue su prematuro fallecimiento, estoy a un suspiro de vivir en la calle.
Irónico, ya que solía ser voluntaria en un centro de acogida para niños. —Hay una vía de investigación que podría explorar —me dice el hombre—, pero eso requeriría que contrataras mis servicios durante otro mes. Suavizo mis facciones, luchando para que no se note mi pánico. —¿El pago del mes pasado no fue suficiente para cubrir esto? ¿Sobre todo teniendo en cuenta que no has descubierto nada nuevo? —Srta. Green, me pagan en función de mi tiempo, no de unos resultados sobre los que no tengo ningún control. —Entiendo. ¿Crees que podría pagarte a final de mes? —Cuando sus cejas se levantan y su boca se afina, extiendo las manos en señal de súplica—. Ya he conseguido más horas en este lugar, y también he solicitado otros trabajos. Solo necesito tiempo para conseguir el dinero. Eso es todo. El hombre clava en mí una mirada que hace enderezar mi columna vertebral. —Conoces mi política —me dice—. Pago por adelantado. No negociable. Su agudo tono me corta como un pedernal, desatando mi ira. Entrecierro la mirada. —¿Cómo puedo estar segura que realmente buscas pistas? A lo mejor solo te llevas mi dinero y no haces absolutamente nada. Se pone en pie. —Si cambias de opinión u obtienes los fondos necesarios, tienes mi información. Adiós, Srta. Green. Lo miro fijamente, indecisa entre suplicarle ayuda o dejar que se marche. Al final, me muerdo el labio y permanezco sentada. Sencillamente, no tengo dinero, y ningún llanto cambiará eso. Sin embargo, la idea de no avanzar en el esclarecimiento de la muerte de mi padre me produce una sensación agria en el estómago. Quienquiera que matara a mi padre me lo arrebató todo. No solo un padre cariñoso, sino mi seguridad, económica y física. Y también mi futuro.
Harper se sienta en la silla vacía frente a mí, con la mirada nublada de preocupación. —Sin duda han sido asuntos de negocios, y no de placer —me dice—. ¿Estás bien? —¿Sinceramente? No lo sé. —¿Quieres un cake pop 1? Esos siempre parecen animarte. Niego con la cabeza. —Maldita sea —dice ella, soltando un suspiro—. Lo que hayáis hablado debe ser grave si no quieres un cake pop. ¿Te ha amenazado ese gilipollas o algo? Vuelvo a negar con la cabeza. —No tenía la información que yo quería, y no tengo suficiente dinero para seguir contratándolo. —Un investigador privado. Figúrate. Es tan tópico con la gabardina larga y todo eso. —Su nariz se arruga con desagrado—. Como si eso fuera a ayudarle a ser mejor detective. Le dirijo una triste sonrisa. —Estamos en pleno invierno y fuera hace un frío del demonio. La mayoría de los tipos que entran aquí las llevan puestas. —No me hará cambiar de opinión. Es un perdedor. —Se extiende por encima de la mesa y me agarra la mano—. Olvídate de él. —De momento tendré que hacerlo. Si pudiera ignorar también mi sentimiento de culpa.
Un cake pop es una forma de pastel desmigado formando pequeñas esferas o cubos, antes de aplicarles una capa de glaseado, chocolate u otras decoraciones y adherido a un palito para sujetarlos como si fuera un chupa chups. 1
CAPÍTULO 3
Hayden Odio las sorpresas. Te pillan desprevenido, te obligan a cambiar de planes y dejan espacio para el error. Por no hablar del caos que puede seguir. En mi línea de trabajo, tanto personal como profesionalmente, no puedo permitírmelo, y por eso investigo mucho las cosas. El senador Green es un buen ejemplo de ello. Cuando estuve a punto de acabar con su vida, lo sabía todo sobre él, hasta los nombres de los miembros de su personal. Y, por supuesto, su hija. La Srta. Green ha ocupado el lugar de su padre como único centro de atención en mi mente. No puedo dejar de pensar en ella, recordando y diseccionando su comportamiento para comprenderlo. Desgraciadamente, aunque sé mucho sobre ella, no estoy cerca de comprender por qué es diferente.
Ni la razón por la que sus lágrimas me afectaron. Quiero librarme del problema, de la confusión y la falta de control que ella crea en mi vida. Excepto que no la mataré porque va en contra de mi código ético. Sin embargo, invadir su intimidad no. En el último mes, he descubierto todo lo que hay que saber sobre ella. Y durante ese tiempo, es como si Calista Green hubiera dejado de existir. Ha cancelado todas sus cuentas en las redes sociales, se ha dado de baja en la universidad y su antigua residencia es ahora propiedad del banco. Al no tener teléfono móvil, su huella digital se ha reducido y continúa desapareciendo. El escándalo que rodeó el juicio de su padre, seguido de su asesinato, la mantendrá siempre en el punto de mira de la opinión pública. Pero no si es ilocalizable. Afortunadamente, me he preparado para esto. No puedo permitir que le ocurra nada a la Srta. Green antes de tener la oportunidad de resolver su misterio. Por esta razón, intervine para conseguirle un trabajo en el Sugar Cube. Está a poca distancia de su apartamento, lo que es conveniente para ella. Pero lo más importante es que está cerca de mi edificio de oficinas. Eso me permite seguirla al trabajo cada mañana y a su casa por la noche. Por suerte para mí, la Srta. Green siempre va al trabajo cuando oscurece. Razón de más para vigilarla. —Zack, ¿has conseguido ese programa de reconocimiento facial? —le digo por el móvil. —Por supuesto, Sr. B. Siempre tengo la mercancía. Ya me conoces. Reprimo un suspiro y me recuerdo silenciosamente que este hacker es lo mejor que el dinero puede comprar, no solo por sus habilidades, sino porque es una de las pocas personas en las que puedo confiar. —Bien. Espera. —Cambio el teléfono a la configuración de cámara y hago una foto—. Quiero que me envíen inmediatamente el perfil de este hombre a mi correo electrónico. —'Este hombre' ha sido la sorpresa que hoy me ha cabreado inmediatamente.
—Desde luego, jefe —me dice Zack, con una voz demasiado alegre para ser las seis de la mañana—. No me llevará mucho tiempo. —Excelente. Termino la llamada, mi mirada sigue clavada en el rostro de la Srta. Green. Como lleva haciéndolo desde hace cinco minutos. Desde que se sentó con un desconocido en el Sugar Cube. Cambio de postura, dejando que mi agitación fluya a través de mí como el agua. Si no la alertara, la observaría desde dentro de la cafetería en lugar de quedarme fuera. Después de aquel día en el cementerio, me he propuesto conocer a todas las personas con las que se relaciona, y esta persona me es desconocida. Es de estatura y complexión medias, su aspecto es olvidadizo, pero está en la vida de ella. Por eso lo memorizo. Aunque no puedo entender lo que están diciendo, puedo leer las expresiones de la Srta. Green como si fueran palabras escritas en papel con tinta roja brillante. Sus hombros caen y el brillo de sus ojos se atenúa mientras el hombre habla. Le tiembla el labio inferior, como siempre que está afligida e intenta contener las lágrimas. Lo que sea que esté diciendo la perturba. Esto aumenta mi intriga. Me ajusto el abrigo y mantengo mi posición en el exterior, no muy lejos del ventanal. La ciudad bulle a mi alrededor, su banda sonora está llena de bocinazos y conversaciones de gente. Solo me concentro en una. Mi teléfono emite una alerta de correo electrónico y, a regañadientes, aparto la mirada de la Srta. Green. Tras pulsar unas cuantas teclas, la pantalla muestra la cara del hombre, y rápidamente escaneo la información que me ha enviado Zack. El desconocido es un investigador privado llamado Phillip Calvin. Debió de contratarlo antes del funeral, o de lo contrario habría sabido de él. ¿Qué está buscando, Srta. Green? ¿Acaso al asesino de su padre? ¿Me está buscando a mí?
Guardo el teléfono en el bolsillo del abrigo y vuelvo a mirar al hombre. Calvin se pone en pie, y el rostro de la mujer adopta una expresión afligida, su piel palidece. Su respuesta solo aviva mi necesidad de información. Tan pronto como el investigador privado se marcha, salgo tras él, con los bordes de mi abrigo ondeando debido a mi rápido ritmo. Las preguntas se agolpan en mi mente, cada una luchando por el dominio mientras se manifiestan otras nuevas, creando un martilleo en mis sienes. Para cuando el hombre entra en una calle menos concurrida, estoy vibrando con la energía no gastada y la necesidad de respuestas. —Sr. Calvin —grito. El hombre se da la vuelta, enarcando las cejas. —¿Le conozco? Niego con la cabeza. —No, pero lo sé todo sobre ti. ¿Cuál es tu relación con la Srta. Green? Calvin entrecierra los ojos. —No voy a decirte nada. No es así como llevo mi negocio. —Ahora sí —le digo. Me acerco a él y su mirada se vuelve recelosa—. Dame toda la información relativa a la hija del senador. Ahora. El hombre se mofa. Pero el sonido es débil, ligero, prueba evidente que su confianza comienza a flaquear. —Aléjate de mí. —Se agarra el abrigo y tira de la tela lo suficiente para que pueda ver el arma de fuego que lleva en la cadera—. Te lo advierto. Enarco una ceja. —¿Lo harás ahora? Mi mano sale disparada, alimentada por mi creciente ira. Rodeo su cuello con los dedos, y el resoplido que sale de su boca me llena de satisfacción. Con la mano libre, le quito el arma de las manos y clavo la boquilla en su costado, arrancándole un gruñido. Se queda inmóvil, con los brazos extendidos en señal de rendición. —Mira como te lo advierto, señor Calvin. —Unidad flash —se atraganta—, en mi bolsillo izquierdo. Su archivo está en él.
—No ha sido tan difícil. Suelto mi agarre sobre su garganta. El hombre aspira grandes bocanadas de aire, lo que hace que el cañón del arma presione más profundamente su caja torácica. Recupero el USB y, una vez que lo tengo en mi poder, bajo el arma, con el agarre aún apretado. —Cualquier acuerdo que tuvieras con la Srta. Green termina hoy. A partir de este momento, me hago cargo de la investigación. No te pondrás en contacto con ella por ningún motivo. Si descubro que has hablado con ella o concertado algún tipo de reunión, iré a por ti. Y entonces es cuando las cosas se pondrán interesantes. Asiente si entiendes lo que te digo. El hombre mueve la cabeza arriba y abajo, con la mirada perdida. —Muy bien. —Quito rápidamente el cargador del arma y las balas que queden en la recámara antes de devolvérsela vacía—. Recuerda lo que he dicho. La Srta. Green está fuera de tu alcance. Y para cualquier otra persona. Solo hasta que descubra por qué me afecta de formas que no puedo comprender. O explicar.
CAPÍTULO 4
Calista Harper aprieta mis dedos. —¿Seguro que no quieres un cake pop? —Cuando vuelvo a negar con la cabeza, suspira retirando la mano—. Está bien. La puerta se abre. Por costumbre, dirigimos nuestras miradas en esa dirección. Y mi día pasa de ser horrible a una completa mierda. Entrecierro los ojos y Harper los abre enormes. —¿Quién es? —pregunta, con la voz casi jadeante. —Otro capullo con gabardina. El hombre va vestido con un traje de negocios azul marino perfectamente ajustado a su alta y atlética figura. Su impecable camisa blanca acentúa sus anchos hombros, y la corbata de seda anudada al cuello resalta la longitud de su torso. Sobre el traje lleva un abrigo de lana gris oscuro hasta las rodillas. Actualmente, el abrigo está desabrochado,
dejando entrever el costoso atuendo que lleva debajo y añadiendo un toque de desenfadada sofisticación. Nada de la elegancia que lleva es comparable a la belleza de su rostro. Mira fijamente hacia delante, dejándome ver su mandíbula cuadrada y bien afeitada y su cabello oscuro, peinado con un decidido desaliño, con un mechón negro rebelde rozándole la frente. Los labios del hombre son generosos, formando una boca que fácilmente podría inclinarse hacia una sonrisa o afinarse con desaprobación. Nunca he presenciado lo primero, pero he tenido mucha experiencia con lo segundo. Harper me sonríe, sin apartar la mirada del recién llegado. —Me lo pido. —Puedes quedártelo —murmuro. Ella ya ha desaparecido acercándose a la caja registradora. —Buenos días, señor. Bienvenido al Sugar Cube. ¿Qué desea? —Café negro. Grande. Su voz llena el local como su presencia. Dominante pero suave, como la seda sobre la piel. Me obligo a mirar por el ventanal a pesar que mi cuerpo me insta a mirarle. —¿Y el nombre de su pedido? El hombre levanta una ceja oscura como si quisiera decirle a Harper que es ridícula por preguntar, ya que él es el único de la fila. Poco sabe él que ella tiene la fortaleza de un espartano. En cuanto a audacia, si alguien puede competir con Gerard Butler, es ella. Me la imagino fácilmente gritando 'esto es Sugar Cube' en la cara de un cliente. Mi amiga se limita a esperar, su mirada no es menos desalentadora, su sonrisa no ha perdido nada de su picardía. —Bennett —dice, con las sílabas entrecortadas. Mi compañera le sonríe, el verde de sus ojos cercano a las esmeraldas, encendido por su pequeña victoria. —Le tengo, Sr. Bennett. —Saca su rotulador con la floritura de un showman y garabatea en la taza como si le regalara su autógrafo—. ¿Algo más?
Sacude la cabeza y un mechón de cabello se mueve contra su frente. Por el rabillo del ojo, capto los dedos de Harper estirándose. Lo único que desea es apartar el mechón suelto, quitarle su aspecto de diablo. Y su indumentaria. Si estuvieran solos y Bennett estuviera dispuesto a ello, estoy segura que Harper dejaría que la inclinara sobre la encimera. La desinfectaría hasta la saciedad. Aún podría. Juro que sus autoproclamadas 'emanaciones cachondas' o feromonas -sí, así es como me dijo que lo deletreara- son como el resfriado común: contagiosas e inconvenientes. Solo de pensarlo ya estoy mirando mi desinfectante desde el otro lado de la sala. —Su total son de tres dólares y medio —le dice Harper. Espera a que pase la tarjeta antes de ir corriendo a por su café. Con la transacción casi completada, me levanto. La mirada de Bennett parpadea hacia la mía. Es breve, apenas un segundo, pero me quedo inmóvil. La frialdad que irradian sus azulados ojos siempre me ha afectado así, desde mi primer encuentro con él en la sala del tribunal, hace varios meses, y en cada ocasión posterior. Reprimo un escalofrío y levanto la barbilla, centrando mi atención en el expositor de repostería. Una vez detrás del mostrador, mantengo la mirada baja, como si mi delantal fuera la clave de mi supervivencia o un escudo contra la mirada penetrante de Bennett. Justo cuando toma asiento al otro lado de la sala, se abre la puerta y entra un numeroso grupo de clientes. Una bendita distracción, cortando la tensión en el aire. Quienes acuden en la hora punta del brunch no lo hacen a cuentagotas, lo que nos daría tiempo suficiente para servirles sin incitar su impaciencia. No, entran en manada como ganado e inmediatamente abruman el espacio con una larga fila. —Bienvenidos al Sugar Cube —digo—. ¿Qué les sirvo? Después de tomar varios pedidos, cada uno más gruñón que el anterior, ni me molesto en saludar. Incluso mis 'saludos' son menos sinceros y alegres.
Miro fijamente al cliente actual preguntándole por su pedido y las palabras se me deshacen en la lengua. El hombre parece un oso pardo con su cabello despeinado y la mirada salvaje de sus ojos. Su ropa, una camisa de cuadros y unos vaqueros rotos, está plagada de manchas. Solo eso ya me hace echarme hacia atrás, como si la suciedad que lleva encima fuera a saltar por encima del mostrador y mancharme. Bueno, más de lo que ya estoy. Miro el desinfectante con anhelo. Si pensara que puedo echarle un chorrito sin que resulte ofensivo, lo haría. Aunque no estoy segura que sirviera de algo. Sé que no me ayuda a sentirme más limpia, por muchas veces que me desinfecte las manos. —Quiero un panini BLT italiano y un café solo —me dice—. Más vale que esto tampoco me lleve todo el maldito día. Su tono áspero combinado con mis nervios ya agotados me hace estremecer. La sensación de agotamiento es normal, pero la aprensión es nueva. Harper me entrega su bebida, y me apresuro a poner una funda sobre la bebida caliente para no quemarme. Pero se me escapa el fondo de la taza. Mi brusco movimiento hace que el café se derrame por mis dedos. Me echo hacia atrás con un aullido cuando el café chisporrotea contra mi piel, y el líquido ardiente se esparce por todo el mostrador y, también parcialmente, por el cliente. Harper me mira desde la máquina de café cuando me limpio la mano en el delantal. La sala no se queda en silencio, pero las conversaciones a mi alrededor se amortiguan, ahogadas por el retumbar de mi pulso en mis oídos. El hombre golpea la caja registradora con la mano y se inclina hacia delante. Parpadeo hacia él. Con cada movimiento de mis pestañas, los músculos de mi cuerpo se tensan hasta que me convierto en una espiral de tensión, lista para saltar. Aunque nunca había tenido un trabajo antes de la prematura muerte de mi padre, nunca había ignorado cómo funcionaba la vida fuera de los terrenos de la mansión. La gente experimenta emociones, tanto altas como bajas, y me he topado alguna vez con ellas. Sin embargo, este tipo de comportamiento no es algo a lo que esté acostumbrada.
—¿Qué mierda te pasa? —me grita en la cara. —Lo siento —le digo, ya olvidadas las pequeñas quemaduras de mis dedos—. Fue un accidente. —Me importa una mierda. Harper frunce el ceño y levanta el pie para acercarse mientras mi labio inferior tiembla. La ira se revuelve en mis entrañas ante la falta de respeto de este hombre, pero lo que más me frustra es mi falta de poder. No voy a decir nada porque no puedo permitirme perder mi única fuente de ingresos. Pero no es solo eso. Si este altercado pasa de verbal a físico, estaré en peligro. En realidad, puede que ya esté en peligro. —Discúlpate. —La voz grave a mi lado es tranquila, pero oscura y premonitoria, como la de un verdugo—. Ahora. Todo queda en silencio, excepto los sonidos procedentes de la calle. Es como si una aspiradora hubiera succionado el aire de la sala. Mi aliento se detiene en mis pulmones y mi cuerpo tiembla con el esfuerzo de respirar. Desplazo mi atención de la amenaza que tengo delante a la que está a mi lado. El Sr. Bennett. Está tan cerca que el propio calor de su cuerpo penetra en mi ropa, calentándome la piel. Mi rubor es instantáneo. Aun así, no puedo apartar la mirada. No me mira. Ni una sola vez. —Si tengo que repetirlo, las cosas se pondrán... desagradables. El cliente balbucea, con la incredulidad brillando en sus entrecerrados ojos. Bennett se quita el abrigo y me lo tiende. Aturdida, con los labios ligeramente entreabiertos, lo miro fijamente. Su cara no me dice nada. Pero sus ojos... son glaciales, dos fragmentos de hielo pulidos hasta alcanzar un brillo letal. Automáticamente me aferro a la tela de su abrigo, y su olor me llega a la nariz. Es una combinación de especias y menta, refrescante y limpia. Es intoxicante.
—¿Qué demonios? —El cliente enfadado cambia de postura y se inclina más sobre el mostrador—. ¿Quién eres tú? Bennett baja la mirada hacia su gemelo. Sus largos dedos mueven el metal a través del pequeño orificio; el diseño es una serpiente argéntea cuyo ojo es un rubí. Actúa con precisión, pero sin prisas. Me da el gemelo y luego el otro antes de enrollar lentamente una manga de su camisa de vestir. Me quedo de pie, su abrigo colgado de mi brazo y sus joyas en la palma de mi mano, observando cómo deja al descubierto la piel de sus antebrazos. Es como si se desnudara. Incluso Harper se queda clavada en el sitio, con la mirada fija en los hipnotizantes movimientos de Bennett. Con una manga en su sitio, comienza a trabajar en la otra. Mi corazón tartamudea en mi pecho, pero no puedo apartar la mirada. En algún lugar, en lo más recóndito de mi cerebro, está el pensamiento que detesto a este hombre. Pero ha sido anulado por la mujer que hay en mí. La hembra que disfruta con la visión de un hombre hermoso y poderoso. Supongo que en el fondo todos somos animales, siempre en guerra con nuestros instintos básicos. Igual que yo lucho contra mi atracción por el abogado desde que lo vi por primera vez. —¿Qué vas a hacer? —El cliente se ríe, el sonido lleno de incredulidad con toques de inquietud—. ¿Golpearme? —Si es necesario —dice Bennett. —Ella es simplemente una chica. —Te equivocas. Bennett se lleva las manos a los costados, con las mangas recogidas a la altura de los codos, y ladea la cabeza. Las luces brillando en lo alto lo cubren de resplandor, pero la oscura promesa de su voz borra cualquier indicio de ser angelical. A menos que uno lo compare con Lucifer... Agarro con más fuerza el abrigo de Bennett, apretándolo contra mi pecho mientras una oleada de energía me golpea. Se desprende de él rodando sobre mí como una brisa en invierno, helándome hasta los huesos.
—Lo que quieras, tío —dice el cliente. Bennett asiente una vez. Sea cual sea la conclusión a la que ha llegado, doy un paso atrás. Sus ojos brillan con intención justo antes que su mano salga disparada, agarrando al hombre por el cuello. —Santa mierda —susurra Harper detrás de mí. Me haría eco de ese sentimiento si no me faltaran las palabras. —Qué demonios... Bennett aprieta con fuerza, cortando las vías respiratorias del cliente, y sus dedos clavándose en la piel del hombre. Lo tira por encima del mostrador, manteniéndolo parcialmente suspendido en el aire mientras el tipo araña su mano. —Si las próximas palabras que salgan de tu boca no son una disculpa, perderás la lengua —dice Bennett, con voz uniforme a pesar del aire violento que lo rodea—. ¿He sido claro? Trago hondo, dispuesta a obedecer, aunque no me hable. Esto es lo que me asusta del abogado: mi instinto inmediato de hacer lo que él diga. Ignoro el impulso, aún demasiado estupefacta para hacer otra cosa que no sea ver cómo se desarrolla la escena. El cliente se agita en la garra de Bennett y alguien detrás de ellos murmura algo sobre llamar a la policía. El rostro del hombre adquiere un tono enfermizo y sus intentos de liberarse se desvanecen antes que Bennett afloje su agarre. Pero únicamente lo suficiente para que el hombre aspire rápidamente, como si lo hiciera a través de una pajita. Me mira, sus ojos desorbitados y la piel amoratada. Reprimo una mueca cuando separa sus labios secos y agrietados para hablar. —Lo siento. Es ronca, apenas audible, pero una disculpa, en cualquier caso. Asiento con la cabeza, insegura si lo estoy aceptando o si estoy pidiendo en silencio a Bennett que lo suelte. Pero no suelta al hombre. En lugar de eso, Bennett tira de él para acercarlo. —Si vuelvo a verte aquí, será por última vez. Aunque la voz de Bennett es un sordo susurro, la amenaza suena alta y clara. Varias personas jadean y miran hacia la puerta, contemplando su
estancia. El hombre cautivo asiente enérgicamente, tanto como le es posible con la gran mano de Bennett aun agarrando su garganta. Hasta que los ojos del cliente no se desorbitan, Bennett no lo suelta por fin. El hombre retrocede tambaleándose, abriéndose paso entre el grupo de personas que lo observan. Sus miradas se desvían hacia mí, pero mi atención se centra en Bennett. Recoge su abrigo y sus gemelos sin decir palabra. Una vez que se ha apoderado de sus objetos, sale de detrás del mostrador y se marcha por la puerta, permitiendo que todos lo sigan con la mirada. Incluida yo. Creo que la gente tiene diferentes facetas en su personalidad. Pero nunca habría imaginado que el Sr. Bennett, el fiscal que intentó encarcelar a mi padre, sería el mismo hombre que también poseía cierto grado de caballerosidad. O que la ejecutaría en mi nombre.
CAPÍTULO 5
Calista —Santo cielo —susurra Harper. Ocupa el espacio a mi lado, una pobre sustituta del poder que Bennett dejó a su paso—. ¿Eso acaba de ocurrir? Asiento con la cabeza, aun incapaz de formar palabras. —Tenías razón —me dice. Cuando aparto la mirada de la puerta y la miro, Harper sonríe—. No es más que otro gilipollas con gabardina. Le hago una mueca, pero ella ya se está apresurando a volver a la máquina de café para servir un pedido anterior. Necesito tres respiraciones profundas para encontrar mi voz y otra más para usarla de verdad. —Bienvenida al Sugar Cube —le digo a la siguiente persona de la cola—. Dame un segundo para limpiar el desorden. Y, por favor, dime que no quieres un panini como el otro. La mujer que tengo delante, una universitaria de mi edad, suelta una risita. El sonido desenfadado rompe la tensión que pesa sobre mí como un martillo sobre un espejo. Le sonrío, limpio el mostrador, tramito su pedido
y paso al siguiente cliente como si el incidente con Bennett nunca hubiera sucedido. Solo que sí ocurrió. No puedo dejar de pensar en ello durante el resto de mi turno. ¿Me reconoció del juicio de mi padre, y eso fue lo que le impulsó a intervenir? ¿O el abogado acudió en mi ayuda porque así es él como persona, un hombre dispuesto a ayudar a quien lo necesita? Una parte de mí quiere hablar con Harper sobre ello, escuchar su perspectiva y ver si coincide conmigo. Sin embargo, estamos muy ocupadas y no hay tiempo para charlar. Y lo que es más importante, no estoy preparada para hablar del juicio. Si mi amiga viera las noticias, ya conocería el escándalo que envuelve a mi padre, pero no los restantes detalles. Reproduzco en mi mente una y otra vez los recientes acontecimientos con Bennett, intentando responder a mis tácitas preguntas, sin conseguirlo. El único indicio por el que Bennett podía acordarse de mí, era cuando el cliente dijo que yo era 'una simple chica'. Te equivocas. Las palabras del abogado revolotean por mi mente como una caricia a mi psique. Por mucho que atacara el carácter de mi padre y me hiciera sentir incómoda ante el tribunal, la voz de Bennett nunca dejó de remover algo en mi interior. No estoy segura si es el profundo timbre de su voz o la forma en que habla con tal convicción que no deja lugar a dudas sobre si está seguro o no de lo que dice. Entonces, ¿por qué ha insinuado que no soy una simple chica? Él y yo nunca hemos hablado, salvo cuando subí al estrado durante el juicio. Fue una experiencia horrible. Al menos para mí. —Uf —dice Harper, exhalando un fuerte suspiro y agitando las hebras cobrizas que descansan sobre su frente—. Ese ajetreo fue una locura. Hubo mucha más gente de lo habitual. Me doy la vuelta para mirarla y me apoyo en el mostrador, agarrándome al borde. —Pensé que la fila se reduciría, pero cada vez era más larga.
—Bueno, ahora no hay nadie. —Me lanza una mirada mordaz—. Derrama el té antes que llegue Alex. —No hay nada que decir. —¿En serio? —Harper cruza los brazos sobre su pecho—. Puede que engañes a los demás con tu 'actuación de niña buena', pero he trabajado contigo casi todos los días desde que tienes este trabajo y sé cuándo ocultas algo. —El Sr. Bennett es fiscal. —¿Y? La miro con el ceño fruncido. —Y lo conocí cuando mi padre fue a juicio. —Oh. —Mi padre nunca mató a su secretaria y fue declarado inocente de todos los cargos —digo, las palabras saliendo de mí precipitadamente, tropezando unas con otras en mi prisa por convencer a Harper—. Te lo juro por todo, era un buen hombre. —Alguien que cría a una persona buena como tú tiene que serlo —me dice, suavizando su mirada—. Si dices que era inocente, entonces te creo. —No es solo mi opinión. El juez lo declaró así. Harper aprieta los labios. El escepticismo no verbal me pone los nervios de punta. —Sé que la gente en la posición de mi padre podría pagar a alguien para limpiar su nombre —digo—, pero eso no es lo que ocurrió. Lo prometo. Ella asiente. —Ahora mismo no me importa tu padre. Lo único que quiero saber es por qué el tío más macizo que he visto nunca, un sueño húmedo con traje, se puso detrás de este mostrador y actuó como si quisiera matar a un cliente cualquiera por hacerte pasar un mal rato. ¿Puedes explicármelo? —No puedo. No cuando ni yo lo entiendo. —Bien. Para que lo sepas, ahora mismo te odio un poco. Puros celos. Lo admito.
—No lo sientas. Ese abogado dijo las cosas más horribles sobre mi padre y prácticamente me acosó mientras estaba en el estrado. —Me estremezco cuando los restos de sus acusaciones resuenan en mi mente—. —No odio al Sr. Bennett, pero no estoy lejos de hacerlo. Harper ladea la cabeza. —¿Fue algo personal o estaba haciendo su trabajo? Abro la boca, la cierro y vuelvo a intentarlo. —Me pareció personal. —No puedo imaginarme un caso judicial que no lo sea. Mira, lo único que digo es que, después de lo que ha hecho hoy el calentorro de Bennett, yo no me apresuraría tanto a juzgarlo. —Hola chicas. —Alex, el gerente y propietario del Sugar Cube, se acerca a nosotras—. ¿Qué tal hoy? Harper señala la sala casi vacía. —Lo mismo de siempre. Asiento con la cabeza, pero es mentira. Siento que nada en mi vida volverá a ser lo mismo.
—¿Quieres compartir el trayecto conmigo? —pregunta Harper. Inhalo el aire del atardecer, dejando que me purifique por dentro y por fuera. —No puedo. Vives en dirección contraria, ¿recuerdas? —No lo he olvidado —me dice, mordiéndose el labio inferior entre sus dientes—. Es que no me agrada que camines sola por la noche. —Bueno, tampoco es que pueda dormir en tu dormitorio. Ella se encoge de hombros. —Podrías. Mis ligues lo hacen. —Juro que pasas más tiempo practicando sexo que estudiando arte. —El cuerpo humano es un lienzo que utilizo en cada oportunidad.
Se me escapa una carcajada. —Me lo creería si fueras escultora. Vamos. —Le doy un codazo juguetón—. No me pasará nada. —¿Nos vemos mañana? —Por supuesto. Me sonríe, con una expresión vacilante en su bonita cara. La saludo e introduzco las manos en los bolsillos, cogiendo el spray de pimienta. Su tacto en mi mano me infunde valor para afrontar el camino de vuelta a mi apartamento. Tiempos desesperados exigen medidas desesperadas, y yo estoy más que desesperada. Levanto la barbilla, cuadro los hombros y aprieto el minúsculo bote antes de ponerme en marcha. Nueva York es una ciudad que nunca duerme, ya sea en su parte buena o en su parte mala. Lo seguro o lo peligroso. Lo único que me anima es la persistente idea que esto no puede durar para siempre. Con el tiempo, ganaré lo suficiente para pagar al investigador privado que encuentre al asesino de mi padre. Una vez hecho esto, podré olvidarme de todo y comenzar a construir mi vida. O lo que quede de ella. He hecho las paces aceptando el que jamás volveré a vivir en el escalón más alto de la sociedad ni tener acceso a ese tipo de riqueza. De todos modos, nunca fue tan importante para mí. Lo único que echo de menos de mi vida anterior es tener una familia. Aunque solo fuera mi padre, algunos de los niños del refugio y los miembros del personal de mi casa. Era impropio tener amistad con ellos, pero nunca me importó. La familia no se define por el número de personas ni por la construcción social. Se define por el número de latidos del corazón, las risas compartidas y un amor que va más allá de las fronteras o las restricciones. Suspiro, el sonido es alto ahora que los ruidos de la ciudad comienzan a disminuir. Aunque mi conciencia aumenta. Los edificios que se elevan sobre mí me envuelven en sombras, las luces de la calle son débiles frente a la magnitud de la oscuridad. El suelo bajo mis zapatillas de tenis cambia del cemento gris pálido al asfalto agrietado que se encuentra en las zonas
menos cuidadas de la ciudad. Los lugares que ignoraba que existieran hasta que me vi obligada a vivir en ellos. Mis instintos se disparan, enviando un rayo de alarma por todo mi cuerpo. No dejo de caminar, pero necesito todo mi autocontrol para no echar a correr. Sin embargo, mi corazón no tiene tales reservas. Se acelera, con una cadencia irregular, reflejando mi miedo, y volviendo a acelerarse, helándome las venas. Una presencia invisible traspasa mis defensas. Se me eriza el vello de la nuca y cierro la mano para no frotarme la zona, para librarme de esa indeseada sensación. Persiste como los dedos de un espectro, atenazándome con más fuerza a cada paso que doy. Me doy la vuelta y mi mirada va de una esquina a otra, buscando en cada sombra y lugar oscuro de los alrededores. Ahí es donde se esconden los monstruos. No al aire libre, sino debajo de la cama y en el armario. Dentro de tu casa y en otros lugares donde eres más vulnerable. Donde puedan estar cerca de ti. Al no encontrar nada ni a nadie, me doy la vuelta, no menos asustada. En todo caso, identificar la fuente de mi ansiedad la disminuiría y me daría algo en lo que centrarme. Un objetivo. No es que fuera a pasar a la ofensiva, pero podría preparar mi defensa. Quizá debería comprarme un arma. Sacudo la cabeza. Apenas tengo dinero suficiente para comprar comida, y mucho menos un arma que cuesta más de lo que gano en una semana. Excepto que... no necesitaré comer si estoy muerta. Continúo a paso ligero, rezando como cada noche para llegar a mi apartamento. Para vivir lo suficiente para llevar ante la justicia al asesino de mi padre. Entonces, por fin estaré en paz. Hasta que llegue ese día, creo que voy a necesitar otro tipo de munición. Algo así como una falda corta y unos tacones altos.
CAPÍTULO 6
Hayden Para ser una criatura tan diminuta, la Srta. Green camina deprisa, sus piernas engullen como si pudiera recortar la distancia que la separa de su hogar. ¿Es porque tiene prisa? ¿O siente que la observo? La mujer se da la vuelta tan deprisa que su larga trenza se balancea salvajemente, cayendo sobre su hombro en lugar de apoyarse en la parte baja de su espalda. Examina la zona, con los ojos color avellana muy abiertos por el pánico que intenta ocultar desesperadamente. Pero no puede ocultarme su miedo. O cualquier otra cosa. Estudio a la mujer desde la distancia, observando la subida y bajada de su pecho, la forma en que respira en jadeos cortos y desiguales. Aprieta los labios, negándose a creer lo que le dicen sus ojos. Aunque no puede ver a nadie, sabe que hay alguien cerca.
Chica lista. La Srta. Green da media vuelta y se acerca a T&A. Se entiende que el nombre del bar debería decir 'tetas y culo' pero el dueño afirma que es 'sed y aperitivos'. Me lo creería si las empleadas no llevaran faldas lo suficientemente cortas como para dejar al descubierto las curvas de sus culos, y una camisa con un escote que deja ver más de lo que cubre. Entonces, ¿por qué Calista Green, la hija de un ex senador acostumbrada a llevar perlas y tacones modestos, entra en un establecimiento tan atrevido? Ladeo la cabeza, con el ceño fruncido. Solo tardo un segundo en tomar la decisión de seguirla dentro. Ha despertado mi curiosidad. Una vez más. El hecho que continúe haciéndolo es cada vez más irritante y desconcertante. El interior poco iluminado del bar es sofocante, el aire está cargado de olor agrio a cerveza rancia y cigarrillos. Las paredes, sucias y de color barro, están adornadas con viejos carteles de neón promocionando diversas marcas de licor, la mayoría cuyas letras están quemadas. Una neblina de humo se cierne sobre el bar, visible en el resplandor fluorescente de los carteles. El suelo de madera desgastada está lleno de cáscaras de cacahuete aplastadas, y las mesas y los taburetes parecen mugrientos al tacto. Suena música rock en una vieja gramola situada en un rincón, aunque la mayoría de los clientes están demasiado absortos en su bebida y sus conversaciones en voz baja como para preocuparse por ello. Detrás de la barra, un camarero sin afeitar lustra vasos con un trapo, con su delantal manchado y las estanterías de botellas de licor detrás de él acumulando polvo. Inmediatamente encuentro a la Srta. Green, mi mirada se fija en ella, esperando en la abarrotada barra. Destaca como un cordero entre una guarida de leones. Pura e indefensa. El camarero se queda inmóvil al verla. Entonces, un brillo licencioso ilumina sus oscuros ojos mientras recorre su cuerpo examinándola. Su expresión es apreciativa, lujuriosa, como esperaba.
Es una mujer hermosa. Tiene un abundante cabello oscuro hasta la cintura, lo suficientemente largo como para que un hombre pueda enrollárselo varias veces alrededor de la muñeca. Sus ojos son del color de la miel, ostentan la dulzura de su interior y te incitan a probarla. Su cuerpo no es tan curvilíneo como el de la mayoría de las mujeres de aquí, pero sus tetas tienen el tamaño perfecto para llenar la mano de un hombre. Mis dedos se curvan, creando un puño al tiempo que mis pensamientos se ensartan en mi cuerpo, arrancándome una reacción. No es la primera vez. Otra anomalía que ha trastornado mis patrones de pensamiento y destrozado la lógica que siempre he empleado al contemplar cualquier situación. Pero solo con la Srta. Green. Y sigo sin saber por qué. Su mirada recorre el amplio espacio antes de posarse en el camarero. Él le dice algo, y ella asiente una vez. Y vuelve a hacerlo, pero esta vez con un poco más de convicción. ¿Intenta convencerlo a él o a sí misma? ¿Sobre qué exactamente? La conversación es breve, pero a mí me parece una eternidad de desconocimiento. En el instante en que se dirige hacia la salida, me acerco a la barra, con mi necesidad de respuestas como único obstáculo para seguirla. La mirada del camarero se posa en mí y sus pupilas se dilatan. Su inmediata inquietud es una buena señal de quien reconoce en mí a alguien con quien no se puede joder. Al menos, no sin consecuencias. —La chica de la trenza —digo, sin molestarme en malgastar palabras. La Srta. Green está sola, y no pienso dejarla desprotegida más tiempo del necesario—. ¿Qué quería? —¿Por qué debería decírtelo? —Porque quieres vivir. Se echa hacia atrás, la bebida que tiene en la mano se derrama por los lados del vaso. —Mira tío, no quiero problemas. —Entonces responde a la pregunta.
—Vale, de acuerdo. Me ha preguntado por un trabajo. Entrecierro los ojos. —¿Qué has dicho? —He dicho que sí. Es joven y guapa, que es lo que queremos por aquí. —No. —¿No? —murmura, frunciendo el ceño. —No, no tendrá trabajo aquí. No, no la contratarás. Si lo haces, quemaré hasta los cimientos esta puta mierda. Contigo dentro. —Me inclino sobre la barra, dejando que registre mi propósito—. ¿Entendido? El hombre asiente, con la papada agitándose por la fuerza de sus movimientos. —Ya, lo he entendido. Joder, tío. Tranquilo. Me dirijo hacia la puerta, mis largas zancadas ya acortan la distancia que me separa de la Srta. Green. Pasa poco tiempo antes de tenerla de nuevo en mi punto de mira. Me invade una sensación de alivio. Mis labios se afinan ante esto. Tras semanas de estudio, creí que ya la entendería. Aunque tengo abundante información sobre ella, no es lo mismo. Quiero, no, necesito comprender por qué esta mujer me atrae hacia ella como ninguna otra. Por qué la protejo a toda costa. Hoy ha sido un buen ejemplo. He amenazado con matar a un hombre en público, por todos los diablos. A pesar de las conexiones que tengo con la policía y otras personas que 'manejarían' esta situación, el abogado que hay en mí no podía creer que actuara tan precipitadamente. Sin embargo, al hombre que hay en mí, al lado primitivo que mantengo oculto al mundo... Le importaba una mierda. Alguien, otro hombre nada menos, amenazó lo que me pertenece. Al principio, me aseguré que la Srta. Green estuviera a salvo porque sentía curiosidad por ella. Desde entonces, he hecho más que eso, cosas que no haría por nadie. Sigo diciéndome que lo hago para que siga viva lo suficiente para que pueda resolver el rompecabezas que es Calista, que cada nuevo día me ofrece otra pieza, otra pista de por qué es diferente.
Y por qué realmente me importa una mierda. Excepto que mi fascinación morbosa se está convirtiendo en algo que no puedo identificar. Algo que se escapa de mi control. Esto es lo que más me preocupa. La Srta. Green sube los escalones de su residencia y sacudo la cabeza mientras entra. El ruinoso edificio es más que una monstruosidad. Es una trampa mortal. Cómo se las ha arreglado para volver a este lugar todas las noches me resulta insondable, sobre todo después de haber crecido en el lujo en que ella lo hizo. Vuelvo a recorrer la estructura con la mirada, pero esta vez, un fuego calienta mis entrañas, quemándome con la necesidad de sacarla de allí. ¿Aceptaría siquiera mi ayuda? Lo dudo, después de las cosas que dije en el juicio. Aun así, no me arrepiento de nada. Todo lo que dije sobre su padre era cierto. Y lo llevó a su muerte. Por mi mano. La silueta de la Srta. Green aparece en la ventana tras las cortinas corridas, captando mi atención. Normalmente, me voy una vez que está dentro y la puerta se cierra tras ella, pero esta noche me demoro, deseando volver a verla. ¿Qué cojones me pasa? Mientras me reprendo por mi falta de control, observo cómo la Srta. Green se quita la ropa. Sus curvas llenan la ventana. Tetas turgentes, cintura delgada y caderas bien formadas, todo suplicando la caricia de un hombre. Pero cuando deshace su trenza, respiro entrecortadamente. Ella es Godiva, una desnuda tentación con el cabello suelto sobre los hombros, dispuesta a seducir y probar la debilidad de los hombres. Yo mismo entre ellos. Maldita sea. Y a mi jodida polla por ponerse dura. Esta lujuria que todo lo consume es una sorpresa... y odio eso. Paso el talón de la mano por mi erección. Se sacude en respuesta, deseando un coño apretado en el que hundirse. Pero eso tendrá que esperar.
Puede que le dijera al investigador privado que la Srta. Green estaba fuera de su alcance, pero la regla también se aplica a mí. Involucrarme con familiares de mis víctimas es una puta estupidez. Por eso nunca lo hago. Eso no me impide desearla. —A la mierda —murmuro. Salgo en dirección contraria, poniendo distancia entre la Srta. Green y yo antes de cometer una imprudencia. Algo de lo que me arrepienta. Pero no porque no lo disfrutara. Al contrario, disfrutaría demasiado.
CAPÍTULO 7
Hayden De vuelta en mi ático, lejos de la deliciosa Srta. Green, me sirvo una copa de coñac. El alcohol baja suavemente. A diferencia de mi polla. Aún está dura de ver a mi objetivo. Eso hizo que el camino a casa fuera irritante. Me restriego la mandíbula y exhalo un suspiro como si eso fuera a aliviarme. No lo consigue. No hay nada igual al dulce coño de una mujer. Si no me distraigo, acabaré masturbándome con la imagen de la Srta. Green. La mujer ya ha invadido suficientemente mi mente. No quiero darle más control sobre mí. Tras recuperar la unidad flash del bolsillo de mi abrigo, me dirijo a mi despacho y me siento ante mi escritorio. La pantalla de mi ordenador cobra vida al pulsar una tecla. Cuando introduzco el USB, la expectación se desliza por mi piel, haciendo que pique.
La oportunidad de saber más sobre la Srta. Green es una tentación de la que nunca he podido alejarme. Agarro el ratón, con los dedos tensos por la excitación, y hago clic en los archivos de “Calista Green”. Cada uno de ellos contiene un grupo de notas relativas a distintas partes de la vida del senador Eric Green. Política, personal, sexual, etc... todo está ahí. Junto con su juicio, su presunto asesinato y todas las personas de su vida. Kristen Hall, su secretaria. Simplemente leer su nombre hace que la necesidad de violencia se dispare en mis entrañas. El Senador Green la mató. Las pruebas estaban ahí, una fruta al alcance de la mano, madura y lista para ser recogida. La mujer fue encontrada muerta en casa del senador, en su cama, y embarazada de un hijo jodidamente suyo. Mi caso era sólido. Sin embargo, Green fue absuelto. A pesar de las abrumadoras pruebas, el sistema judicial me falló. Por lo tanto, me tomé la justicia por mi mano. Kristen Hall merecía ser vengada. —Que tengas más paz en el más allá que en esta vida. Levanto el vaso en señal de homenaje y apuro el contenido antes de dejarlo sobre el escritorio. El ardor en mi pecho es bienvenido, un recordatorio que me indica estar vivo y el senador muerto. Al final, yo fui quien ganó. No gracias a Robert Davis. Como director de campaña y coartada del senador, se aseguró que fuera declarado inocente cuando el jurado lo creyó. Sin embargo, Davis estaba mintiendo. Aquel día lo supe con tanta certeza como mi propio nombre. Por eso lo visité en privado en mitad de la noche. Es increíble lo que la gente admite cuando le pones una pistola en la cabeza. —Dime lo que quiero saber y no te volaré los putos sesos —digo. Aprieto la boquilla de la pistola contra la sien del hombre, y este se estremece, sus lágrimas caen más deprisa, mezclándose con el sudor que se desliza por su cara. Davis
murmura algo ininteligible, y mi boca se afina tras la máscara—. Esto no va a funcionar si no puedo entenderte. —Antes de irse, el senador estuvo conmigo aquella noche —dice Davis, con la voz temblorosa como todo su cuerpo. Los temblores serpentean a lo largo de mis dedos allí donde lo agarro por el cuello, de espaldas a mí—. Lo juro por la vida de mi madre. —¿Y qué me dices de la hija? —Estuvo con Calista como ella dijo. Su testimonio fue veraz. Estaba horneando en la cocina del refugio donde trabaja como voluntaria todas las semanas. Por alguna razón, se sintió mal y se desmayó. Cuando volvió en sí, llamó a su padre para que la ayudara. Allí estaba en el momento del asesinato de Kristen. —Davis suelta un sollozo—. Eso es todo lo que sé. Restriego mi mandíbula y exhalo un suspiro. —Calista jodida Green. La visión de ella corre al primer plano de mi mente, proporcionándome una imagen de la mujer que me persigue cada minuto de cada día. Estaba preciosa en el estrado, una distracción constante que no podía dominar, a pesar de mis esfuerzos. Por mucho que odiara admitirlo, su testimonio como coartada también me jodió. Sigo desplazándome por el documento, mis ojos absorben las palabras a un ritmo rápido. La información que tengo delante no es nada con lo que no me haya topado ya. Mi exhalación es fuerte en la quietud, pero la decepción grita en mi interior, exigiendo respuestas. No hay ninguna. Sin embargo, hay una imagen anidada en el interior del archivo. Aunque dudo que las preguntas de mi mente puedan satisfacerse con una simple imagen, hago clic en el icono, incapaz de reprimir mi curiosidad. El bello rostro de la Srta. Green llena la pantalla. En ella, mira directamente a la cámara, con expresión derrotada y vulnerable. Sin embargo, son sus ojos los que hacen que una punzada atraviese mi pecho. El color avellana de su interior es apagado y atormentado. El ascua que albergan en su interior no tiene la luz ni el fuego que estoy acostumbrado a ver. Únicamente está presente una emoción: terror absoluto.
Mi mirada se desplaza por sus rasgos en busca de pistas que expliquen su expresión afligida. Los hematomas de su garganta erizan el vello de mi nuca. Manchas azules y moradas se extienden por su delicada piel, tatuajes temporales de la naturaleza. Puestos ahí por las manos de un hombre. Las ideas comienzan a tomar forma. La presión aumenta dentro de mi cabeza a medida que mis pensamientos se pisotean unos a otros, intentando dar sentido a lo que esto significa. Los metadatos de la imagen sitúan la fecha y la hora en la noche del asesinato de la Srta. Hall. La mano del senador Green, discernible por el anillo de graduación de la Ivy League que lleva en el dedo anular, era la que sujetaba el cabello de Calista para que los hematomas pudieran verse en la foto. Aquella noche estaba con su hija, documentándolo todo. ¿Qué sucedió? Sin duda, la Srta. Green guarda secretos. Esto plantea más preguntas: ¿quién es el hijo de puta que la atacó? ¿Y por qué? Mi intuición me estuvo molestando durante todo el juicio, dirigiendo mi atención hacia la Srta. Green una y otra vez. Había pensado que se debía al jodido detalle de su belleza. Ahora sé que se debe a que hay más en su historia de lo que contó en el juicio. Si su coartada era real, entonces maté a un hombre inocente. —¡Maldita sea! Cojo el vaso con los dedos temblorosos por la rabia, justo antes de arrojarlo por la habitación. El agudo sonido del cristal haciéndose añicos y los fragmentos golpeando el suelo apenas penetran en mi conciencia. ¿Cómo podría hacerlo cuando mi alma se retuerce por la injusticia que he cometido? Mi código moral es una de las pocas cosas que valoro, y la he jodido. Solo puedo culparme a mí mismo. Tras sacar el móvil del bolsillo, llamo al hacker que tengo en nómina, quien descuelga al segundo timbrazo. —Hola, jefe. ¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta Zack.
—Necesito que investigues algo por mí. Calista Green podría haber sido llevada a un hospital el 24 de junio, y quiero saber por qué y durante cuánto tiempo. —Claro. ¿Quieres que vuelva a llamarte? —Esperaré. El sonido de los dedos de Zack golpeando el teclado hace que apriete los dientes. La paciencia es algo que he ejercitado todos los días de mi vida, pero por alguna razón se me escapa en este momento. Tal vez sea el presentimiento cerniéndose sobre los bordes de mi psique. O tal vez soy un maldito paranoico. Sea cual sea el motivo, mi rabia apenas se contiene. —¿Nada aún? —No —dice Zack, que parece distraído—. No te lo vas a creer, pero no encuentro nada. —¿No encuentras nada? Zack suelta un suspiro. —Lo sé, ¿cierto? O este suceso nunca ocurrió, o alguien cubrió tan bien sus huellas que tendré que indagar mucho más. Eso me llevará algún tiempo, suponiendo que pueda encontrarlo. —Sigue buscando. Si encuentras algo, por insignificante que sea, llámame inmediatamente. —Entendido, jefe. Termino la llamada, con los dedos agarrando el teléfono con tanta fuerza que el plástico produce un crujido. Tengo la persistente duda que Zack no encuentre lo que busco. Y si lo encuentra, no sé cuánto tardará. ¿Estoy dispuesto a esperar? ¿O debo romper mi norma e ir directamente a la fuente? Ya he jodido mi código ético, así que ¿por qué no seguir cayendo en espiral hacia un pozo de autodesprecio? Suelto una risa mordaz, el sonido se burla de mí. La ironía de todo esto me hace desear matar a alguien. En nombre de la venganza. ¿Cómo puedo vengar a la Srta. Green si yo soy la causa de su dolor?
Su rostro aparece en primer plano en mi mente. Excepto que en los ojos de mi mente, ella es su yo normal, no la mujer maltratada de la foto. No puedo pensar en esa imagen sin la necesidad de derramar sangre. Ahora, en mi fantasía, sus ojos color avellana son como un faro luminoso, la pureza de su alma irradiando hacia el exterior, tan contraria a la oscuridad que hay en mí. Por fin he reconocido que esta es una de las cosas que me atraen de ella. Supongo que los opuestos se atraen. Un principio magnético. Excepto que debería sentirme repelido por ella, no querer acercarme. Pero debo hacerlo. Incluso si eso acaba con ella destrozada.
CAPÍTULO 8
Calista —Buenos días —le digo a Harper. Ella asoma la cabeza por detrás del mostrador, con una gran bolsa de granos de café en los brazos. —Las mañanas son para los perdedores. Sonrío. —Por eso Alex nos asigna los turnos más madrugadores. —Cierto. —¿Necesitas ayuda con algo antes que abramos? Ella niega con la cabeza. —No, limítate a poner orden. Estaré lista en un momento. —De acuerdo.
Me acerco a los ganchos del pasillo y agarro mi delantal, atando los extremos en un lazo. Luego recupero el periódico que he recogido de camino hacia aquí y lo pongo sobre la mesa para el señor Bailey. Después, limpio todas las mesas y las encimeras, aunque estoy segura que mi jefe ya lo hizo antes de irse por la noche. Aun así, no puedo evitarlo. Me gusta que las cosas estén ordenadas y limpias. Con los sobres de azúcar, sacarina y azúcar moreno, ordenados en sus recipientes, los coloco en sus mesas correspondientes. Por último, relleno mi desinfectante de manos. El aroma a limón me envuelve y sonrío. —¿Esa felicidad en tu cara se debe a un hombre? —Cuando niego con la cabeza, Harper se da una palmada en la frente—. No me digas que es por el desinfectante. Me encojo de hombros. —Me gusta cómo huele. Limpio y fresco. Mi amiga chasquea la lengua con tono amonestador. —Chica, tenemos que conseguirte un hombre. Espera. —Chasquea los dedos—. ¿Y ese abogado buenorro de ayer? —De ninguna manera. —¿Por qué no? —Ya te lo dije. Harper se planta una mano en la cadera. —No tiene por qué gustarte. Solo tienes que follártelo. —Gime, cierra los ojos y se lame los labios—. Apuesto a que necesitarías las dos manos para empuñarlo y a que folla como un luchador de MMA drogado, duro, rápido y tan, tan bueno. —No me interesa que me azoten el culo. Ella estalla en carcajadas. —En realidad lo has maldecido. Guay. Aunque, en serio, estaría encima de él si no fuera tuyo. Mi grito ahogado se oye en la cafetería. Dejo caer la mirada hacia la caja registradora y reordeno los billetes que hay dentro. Alex nunca los tiene orientados como deberían.
—El Sr. Bennett no es mío. Sinceramente, lo que pasó ayer fue una coincidencia. Dudo que volvamos a verlo. —Es posible. —resopla Harper—. Si tengo razón y aparece por aquí, entonces tendrás que flirtear con el señor Be-mi-abogado-papi Bennett. Si tienes razón, entonces tienes que prometerme que saldrás conmigo alguna vez para que pueda encontrarte un hombre. Me muerdo el labio, pensativa. Se supone que esta noche voy a comenzar mi trabajo en T&A, y no tengo ni idea de cuál va a ser mi horario en el futuro. Lo último que quiero es planear algo con Harper y luego largarme. O que ella se entere del motivo por el que no puedo salir para empezar. —No me gusta ninguna de esas opciones. Mira el reloj. —Son casi las 6 de la mañana. Blablabla…Continuará. Abro la boca para discutir, pero Harper corre hacia la puerta y la abre para dejar entrar a los madrugadores. Vuelve a colocarse detrás del mostrador y me guiña un ojo. —Buenos días, señor Bailey. El turno comienza como siempre, y me adapto a la jornada laboral atendiendo a los clientes habituales. Algunas personas odian la rutina, pero a mí me tranquiliza. Saber qué esperar elimina la ansiedad de lo desconocido. —Uf —dice Harper, secándose la frente varias horas después—. El ajetreo del brunch fue peor que el de ayer. Tendremos que conseguir que Alex contrate a otra persona para que nos ayude. No quiero que me griten todos los días solo porque la fila es larga. —Lo sé. —Agarro el trapo de cocina y limpio la encimera para quitar un montón de migas—. Al menos no hemos tenido problemas como ayer. —Cierto. ¿Quieres tomarte ya tu descanso? Frunzo el ceño y la miro por encima del hombro. —¿Por qué iba a hacerlo? Aún no es la hora. —Oh, sí que lo es —me dice con voz cantarina—. ¡Buenas tardes, Sr. Bennett! Me alegro de volver a verte.
Todo mi cuerpo se queda inmóvil, el shock me paraliza. No esperaba que volviera, pero ahora que lo ha hecho, necesito recuperar la compostura. Al menos lo suficiente para no comportarme como una idiota. —Bienvenido al Sugar Cube —dice Harper, su voz desprende un hilillo de picardía que me dan ganas de abofetearla—. ¿Qué te sirvo? Tras tomar aire, levanto lentamente la cabeza, negándome a acobardarme ante él, solo para descubrir que su mirada ya está clavada en mí. Todo el aire que he introducido en mis pulmones me abandona precipitadamente. —Nada —dice—. No estoy aquí para alimentarme. —El hombre inclina la cabeza y su mirada se clava en la mía—. Necesito hablar con la Srta. Green. —De acuerdo. —De ninguna manera. Como ambas le contestamos a la vez, las respuestas son un ruido desordenado. Me aclaro la garganta y cuadro los hombros. —No tenemos nada de qué hablar. Harper desvía la mirada hacia mí, con los labios entreabiertos por la sorpresa. Pero la ignoro. Bennett tiene toda mi atención. No sé si podría apartar la mirada, aunque lo intentara. Ladea la cabeza. —¿Me estás diciendo que no quieres encontrar al asesino de tu padre? Puedo sentir cómo se me escapa toda la sangre del rostro, haciendo que las estrellas aparezcan en mi visión. Cuando me balanceo sobre mis pies, Harper me abraza por los hombros. Justo cuando Bennett cruza el mostrador hacia mí. Mi amiga le lanza una fea mirada y él retira su mano. Entonces me da unas palmaditas en la mejilla, su mirada empañada y preocupada. —¿Estás bien, tesoro? —Estoy bien. —Después de respirar hondo, le dedico una débil sonrisa y para demostrárselo me alejo de su abrazo solidario—. Dame un momento para solucionar esto, ¿de acuerdo? Ella asiente.
—Tómate todo el tiempo que necesites. Y toma... —Harper corre hacia la vitrina deslizando la puerta de cristal, abriéndola antes de volver a mi lado—. Toma este cake pop y cómetelo, antes que el azúcar te vuelva a bajar. Me encantaría culpar de mi respuesta a algo médico, pero eso está muy lejos de ser verdad. La auténtica razón de mi atípica muestra de debilidad se debe al hombre que me mira fijamente desde el otro lado del mostrador. Aquel a quien esperaba no volver a ver. Acepto el cake pop de Harper, insegura de poder comer algo mientras el estómago se me revuelve sin piedad, pero lo intentaré por ella. —Gracias. Sin molestarme en quitarme el delantal, salgo de detrás del mostrador y me acerco a una mesa libre alejada de los demás clientes. Bennett aparece al otro lado de la pequeña mesa, sus movimientos son pausados y refinados al sentarse en la silla frente a mí. Este hombre no pertenece a una cafetería como esta, sentado en una silla de plástico como una persona corriente. Es demasiado... todo. Atractivo. Poderoso. Intenso. Pertenece a un gran edificio, a un tribunal o incluso a una mansión, pero no aquí. Y desde luego no con alguien como yo, impotente y tan pobre que da vergüenza. Puede que viniéramos del mismo entorno adinerado e influyente, pero ahora nos separan océanos, dos personas cuyos caminos nunca deberían cruzarse. Entonces, ¿por qué está aquí? Recorro con la mirada sus rasgos, captando cada línea dura y cada contorno suave de su rostro, iluminado por los rayos de sol, colándose por las ventanas. Bajo esta luz, parece menos severo, menos amenazador. Solo que es un truco, una ilusión óptica. Este hombre lleva la oscuridad como una mujer lleva perfume, dejando un rastro allá donde pasa. Continuamos mirándonos, y su mirada me atraviesa. Casi como un contacto físico. Necesito toda mi fortaleza para sostenerle la mirada. Sus ojos azul claro son como dos picos de hielo gemelos, apuñalándome una y
otra vez, buscando algo en lo más profundo de mí. Algo que no deseo ofrecer. El tiempo se vuelve irrelevante cuando nos sentamos así durante segundos o incluso minutos, cada uno estudiando al otro. Me niego a dejarme intimidar por él. Claro que me inquieta, puede que incluso me asuste, pero la rabia que siento por mi padre es suficiente para no huir. Pero Dios, cómo lo deseo. Casi me estremezco cuando Bennett apoya las manos en la mesa y entrelaza sus largos dedos. —Srta. Green, ¿qué sabes de los... intereses de tu padre? El sonido de su voz, profundo y sensual, hace que mi corazón tartamudee en mi pecho. La irritación hace que mis mejillas se calienten. —¿Por qué me preguntas esto? —Me encontré con un amigo tuyo recientemente —me dice, su tono hilvanado de sarcasmo—. ¿El Sr. Calvin, creo? Al oír el nombre familiar se me hiela la sangre. —¿Y? —Y estaba muy dispuesto a desprenderse de cierta información relativa al asesinato del senador Green. —¿Por qué iba a hacer eso? —Me masajeo la sien con una mano mientras con la otra sostengo firmemente el cake pop—. Se suponía que todo era confidencial. —Ese hombre es un oportunista —dice Bennett—. Es de dominio público que participé en el juicio de tu padre, y ese caso fue uno de los pocos que he perdido en mi carrera. El Sr. Calvin me presentó tu expediente, con la esperanza de seducirme con las cosas que averiguó. Funcionó. Agarro el dulce con tanta fuerza que mis nudillos pierden el color, volviéndose tan blancos como el postre de vainilla—. Sigo sin entender lo que intentas decirme. —Me estoy haciendo cargo de la investigación. —No. —Mi negación sale como un susurro, una mera bocanada de aire, pero es todo lo que consigo.
—¿No estabas buscando al asesino de tu padre? —Cuando asiento con la cabeza, Bennett arquea una ceja del color del ébano—. ¿Me estás diciendo que no quieres llevar al asesino ante la justicia? —Sí, pero no contigo. —Las palabras salen de mí antes de poder detenerlas, impulsadas por mi malestar. Y por algo que no quiero reconocer—. Lo haré por mi cuenta o no lo haré. —Srta. Green, no te estaba dando a elegir. Mis labios se separan soltando un jadeo, entre sorprendida e indignada. Entorno los ojos y me inclino hacia delante, a pesar que todo mi cuerpo tiembla. —Yo tampoco te voy a dar elección. De ninguna manera trabajaré contigo. —¿Aún a costa de no saberlo nunca? —pregunta. Cuando asiento con la cabeza, sus labios se afinan desagradablemente—. ¿Y si te dijera que ya he avanzado, pero que para seguir adelante necesito tu colaboración? Niego con la cabeza. —No me importa. Esta conversación ha terminado. Su mirada relampaguea incrédula justo antes que su mano salga disparada y envuelva mi muñeca. El cake pop se agita en mi mano al sentir el calor de su contacto. Tiro de su mano, pero es como intentar liberarme de un grillete. —Suéltame —le digo entre dientes apretados. —No hasta que me hayas escuchado. Bennett se inclina hacia delante, atrayéndome hacia él al mismo tiempo. Todo dentro de mí grita que me aleje, que gane distancia, pero como un pájaro incapaz de volar, no puedo hacer nada salvo mirarlo fijamente. Ahora está tan cerca que puedo ver las partículas de hielo de sus ojos, un azul tan hipnotizante que me pierdo momentáneamente en su mirada. —Llámalo curiosidad morbosa, o culpa a mi ego —me dice, con voz oscura, impregnada de una urgencia inusitada—, pero necesito descubrir el misterio que te rodea. —Se aclara la garganta—. Es decir, tu familia.
Estoy dispuesto a hacerlo gratuitamente. Solo tienes que responder a unas preguntas. Me zafo de su muñeca, incapaz de pensar con sus dedos sobre mi piel. Entonces meto el cake pop en mi boca para darme un breve respiro, unos segundos para ordenar mis pensamientos antes de responderle. Hago girar el palito, y el dulce postre se desliza sobre mi lengua mientras mi azúcar en sangre se dispara y mi mente da vueltas. Si dejo que me ayude, tendré que conversar con un hombre que me desagrada intensamente. Y divulgar información personal. Aunque ya lo he hecho con el investigador privado, con Bennett es distinto. No puedo explicar por qué darle acceso a mi vida me inquieta de un modo que va más allá del mero nerviosismo. La idea me hace sentir vacía y vulnerable, como si hubiera vendido mi alma al diablo. Por otra parte, ya no puedo permitirme contratar a Calvin, y que el abogado trabaje gratis en mi caso es muy atractivo. Además, Bennett tiene dinero y contactos que el investigador privado no posee. En cualquier caso, el hombre que tengo delante es mejor opción en conjunto. Entonces, ¿por qué no me atrevo a aceptar su ayuda? Porque no le creo. Me está mintiendo. No sé de qué manera, ni por qué, pero lo hace. Siempre he confiado en mi intuición, incluso cuando estaba cómoda y segura en mi antigua vida. Sin embargo, ahora que lucho constantemente por sobrevivir, confío en mi instinto más que nunca. Es la razón por la que puedo percibir el peligro en Bennett. El traje caro y el hermoso rostro están pensados para distraer, para atraer a presas desprevenidas. Puede que me encuentre en una situación precaria, pero no puedo dejar que este hombre me destruya por completo. Y lo haría. Trago el azúcar que recubre mi lengua preparándome para hablar. La mirada de Bennett, clavada en mi boca, no vacila. Se me hace un nudo en la garganta al ver el brillo de sus ojos, azules como la nieve fresca, brillantes y centelleantes. Saco el dulce, rozando mis labios, dejando tras de sí un rastro pegajoso.
Él sigue todos mis movimientos con la mirada. Sus fosas nasales se agitan una vez, y desliza sus manos de la superficie de la mesa para introducirlas en los bolsillos de su abrigo. Entonces se pone rígido, y todo su comportamiento se transforma en el de una estatua de mármol, dura y fría, pero hermosa a la vista. Una obra maestra. —¿Cuál es tu respuesta, Srta. Green? —Su tono es áspero, como una bofetada en la cara—. Mi paciencia ha llegado a su fin. —No. Entrecierra los ojos y me muerdo el labio inferior para no cambiar mi respuesta. —¿Estás segura? —pregunta. Asiento con la cabeza y señalo la puerta con el dulce, cuya capa exterior blanca casi ha desaparecido. —Gracias por tu tiempo. Se incorpora para ajustarse el abrigo, juntando los extremos con un brusco movimiento de la tela. —Si cambias de opinión, aquí tienes mis datos. —Da un golpe con una tarjeta de visita sobre la mesa. Las letras y la tinta son como él, audaces, duras e inmaculadas. Deslizo la tarjeta en su dirección. —No cambiaré de opinión. No se mueve para recoger el objeto, ni aparta la mirada de mí. Interiormente, me marchito bajo su intensa mirada. El hombre no dice una palabra, pero es como si me amenazara con su postura y su expresión facial. Eso solo endurece mi decisión de terminar con él. Me pongo en pie, ignorando el temblor de mis piernas, y me llevo el dulce a la boca, indicando que esta conversación ha terminado. De algún modo -sospecho que tiene que ver con el subidón de azúcar combinado con la adrenalina- llego hasta la caja sin tropezar ni caerme. Cuando levanto la vista, Bennett ya no está. ¿Por qué no me siento aliviada?
CAPÍTULO 9
Calista Aunque han pasado varias horas, aún no soy capaz de dejar atrás mi conversación con Bennett. Sin embargo, mirando fijamente la puerta que da acceso al T&A, mi inquietud aumenta, dándome algo en lo que pensar aparte del exasperante abogado. Como el detalle de estar a punto de ponerme una ropa tan escasa que bien podría estar desnuda. Pero prefiero trabajar en este bar de mala muerte que aceptar la ayuda de Bennett. Con esa determinación firmemente arraigada en mi cerebro, tiro de la manilla de la puerta y entro. Al igual que la primera vez el lugar y sus clientes me erizan la piel y estoy por dar media vuelta. La música retumba en los altavoces y las numerosas conversaciones masculinas componen el resto de la banda sonora del local, junto con el tintineo de los cristales tras
la barra. La iluminación es tenue, lo suficientemente oscura para ocultar la suciedad. Y, con suerte, mi repulsión. Agarrando la correa de la mochila, me acerco a la barra y me apoyo en el mostrador. El camarero da una doble mirada, pero luego su boca se abre en una sonrisa libidinosa. —¿Qué puedo hacer por ti, dulzura? —Anoche hablé con Jim y me ofreció un trabajo. Estoy aquí para comenzar mi formación como camarera. El hombre me recorre con la mirada, frunciendo el ceño. —No llevas la ropa adecuada. —Cuando golpeo mi mochila, asiente— . Ve a vestirte y te prepararemos. Los baños están ahí detrás. Sigo la dirección que me indica, ignorando las miradas de todos los que me rodean. En el tiempo que tardo en cambiarme de ropa, me doy ánimos a mí misma, recordando todas las razones que me han llevado a esto. Al final, no me siento mejor con mi elección, pero estoy dispuesta a afrontar el reto. El único pensamiento que me consuela es que esto es temporal. En cuanto tenga suficiente dinero para pagar a Calvin a fin de reanudar su investigación, dejaré este trabajo. Al mirarme en el espejo, no me reconozco. La corta falda negra termina a medio muslo, mostrando mis largas y tonificadas piernas, cortesía de las muchas horas pasadas de pie en el Sugar Cube. La parte de arriba es una camiseta negra hasta el ombligo, con un escote que hace algo más que insinuar mi canalillo. Lo exhibe por completo. Los montículos de mis pechos se asientan cómodamente en la ajustada camiseta, y la costura de mi sujetador rosa asoma de vez en cuando, dependiendo de cómo esté de pie. En lugar de mis zapatillas de tenis hay un par de tacones que me compró mi prometido, negros con la suela roja como la sangre. Ahora se burlan de mí, como si supiera que algún día acabaría necesitándolos. Rompió nuestro compromiso cuando la reputación de mi padre quedó en ruinas. Si Adam me hubiera amado de verdad, sería su esposa y no habría necesidad de estos zapatos.
Después de mirar fijamente mi reflejo hasta asimilar que estoy haciéndolo realmente, comienzo a despeinarme el cabello. El objetivo de este atuendo es resultar sexualmente atractiva a los clientes para mantenerlos contentos y, a cambio, ganar grandes propinas. No soy la mujer más hermosa que camina sobre la tierra, pero sé que soy atractiva. Lo suficientemente bella como para no maquillarme más que con rímel y un poco de brillo de labios. De todos modos, nadie me mirará a la cara. Me avergüenzo de pensarlo. Con el cabello cayendo en cascada por mi espalda y los tacones haciendo clic en el suelo de baldosas, me dirijo de nuevo al bar. Me envuelven fuertes silbidos y abucheos, y me reafirmo para no querer huir. Este es el precio que acepté pagar cuando puse un pie aquí, y ahora no puedo echarme atrás. El camarero me mira con un brillo apreciativo en los ojos. —¿Cómo te llamas, dulzura? —Calista. —Soy Mack, el subdirector. Ya hablaste ayer con el encargado, así que ahora no es necesario nada más. Mientras no seas un completo desastre y pases la noche, conservarás el trabajo. —¿Pasar la noche? —repito, con la voz casi chillona. —Ambos sabemos que tu estilo no encaja aquí. Eres demasiado dulce, cariño. Tiene razón, pero he llegado demasiado lejos. Además, mi orgullo no me permite arrastrarme hasta Bennett para pedirle ayuda. —Demasiado azúcar te sentará mal —le digo. Mack se ríe y deja un vaso lleno de cerveza junto a varios que ya están en una bandeja. —Eso es verdad. Levanto mi mochila. —¿Hay algún sitio donde pueda dejar esto? —Sí, claro. La guardaré detrás de la barra hasta que acabes esta noche. —Después de coger mis pertenencias, Mack señala la colección de cerveza—. Vale, de momento, sacaré estos pedidos y tú los entregarás a los
clientes. Cuando memorices los números de las mesas, todo será más fácil. Más tarde, cogeré a una de las otras chicas y tú la seguirás. ¿Te parece bien? —Suena bien. —Genial. Lleva esto a la mesa trece. —Me empuja la bandeja—. Es la que está en la esquina de la sala. Asiento con la cabeza, ya sin capacidad para hablar con uniformidad. En lugar de eso, me concentro en levantar la bandeja y equilibrar el peso de las bebidas para no tirarme el contenido encima. Es más difícil de lo que imaginaba, pero solo porque llevo tacones. Veo a una guapa rubia que se mueve con unos tacones el doble de altos que los míos, y aplaudo mentalmente su coordinación. Me dirijo lenta pero segura hacia la mesa designada, ganando un poco de confianza a cada paso. Me detengo cuando estoy de pie junto a un cliente que casi me alcanza en altura, aunque está sentado. Me recorre con la mirada, provocándome una mueca internamente. Me tranquilizo pensando que con el tiempo me acostumbraré. La mentira no ayuda. —Hola, bella dama —me dice, su voz deja entrever un acento sureño—. ¿Qué tienes para mí? Me fuerzo a sonreír, con una incómoda sonrisa en la boca, y dejo los vasos sobre la mesa. Todos los ojos del grupo recorren las curvas de mis pechos cada vez que me agacho, y aprieto los dientes. —¿Necesitáis algo más? —pregunto cuando termino. —No, a menos que te interese ganarte una propina extragrande. La insinuación sexual no se me escapa. Me esfuerzo por no sonrojarme, pero es inútil. Los amigos del hombre se ríen, lo que aumenta mi vergüenza. Uno de ellos le da una palmada en el hombro mientras sonríe. —Vamos, Grady, ¿no te das cuenta que la chica está muerta de miedo? Grady encoge sus enormes hombros, haciendo que su chaqueta de cuero gima suavemente. —Estar asustada no es exactamente un no.
Sacudo la cabeza, con la esperanza de no hacerlo demasiado enfáticamente para que se sienta insultado y me meta en problemas por ser grosera con un cliente. Los largos mechones de cabello se deslizan por mi espalda con mis movimientos, y su mirada se fija en ellos. —Que pases buena noche —le digo rápidamente—. Avísame si necesitas algo más. Justo cuando estoy a punto de darme la vuelta, Grady alarga la mano para agarrarme un mechón de cabello. Me quedo inmóvil, como un animal salvaje atrapado en una trampa. Mi corazón palpita enloquecido en mi pecho y mi respiración se hace más tenue, el pánico aumenta a cada segundo. Sin darse cuenta, o sin importarle mi malestar, frota los mechones entre el pulgar y el índice. —Es más suave de lo que esperaba. —Por favor, suelta mi... Mi súplica se queda atascada en la garganta cuando una figura oscura aparece al lado de Grady, acaparando mi atención al instante. Bennett parece un espectro, vestido de negro y envuelto en sombras. Más rápido de lo que puedo procesar, agarra el pulgar de Grady y lo retuerce. El hombre grita alarmado y dolorido, pero eso no disuade a Bennett. En todo caso, tira aún más hacia atrás. Con el cabello libre, me alejo en el mismo momento en que los hombres de la mesa comienzan a levantarse. —Permaneced sentados —dice Bennett, su voz amenazadora de forma audible—. Esto no os concierne. Solo a este hombre, ya que ha tocado estúpidamente lo que no le pertenece. —¿De qué demonios estás hablando? —grita Grady. Bennett mueve la barbilla en mi dirección. Sus ojos brillan en la penumbra, y las feroces emociones que albergan resplandecen como diamantes. —Ella es mía.
CAPÍTULO 10
Calista La atención de todos se centra en mí. Sin embargo, la única mirada que siento sobre mi piel es la de Bennett. Es breve, pero en ese momento, algo cambia dentro de mí, algo cobra vida ante su aparición. Sus ojos brillan violentamente y su cuerpo está tenso de furia. Nunca había visto nada tan magnífico, tan feroz y primitivo. —Discúlpate —le dice Bennett a su cautivo. El rostro de Grady se tuerce en una mueca, pero lentamente se transforma en una mueca de desprecio. —¿Con ella? ¿Una chica cualquiera en un bar? Vamos, tío. No es como si le hubiera agarrado el culo. Debería esperar un poco de amabilidad en un lugar como este. —¿Por qué la gente se niega a hacer lo que se le dice?
Bennett ajusta su agarre sobre la mano de Grady, tirando de ella hacia atrás hasta que el hombre cae al suelo para mantener el pulgar unido. El fuerte golpe me sobresalta y doy otro paso atrás, con la cadera chocando contra el borde de la mesa. Por el rabillo del ojo, veo al camarero observando los acontecimientos con el ceño fruncido. Un fuerte chasquido, seguido de un grito de dolor, detiene mi atención. Vuelvo a mirar a Grady y me invaden las náuseas. El pulgar cuelga de su mano, no se lo ha arrancado del todo... pero está cerca. Bennett se cierne sobre el hombre como un verdugo, su rostro es una máscara completa. Excepto por el destello de emoción en sus ojos. Ilumina su mirada con intención antes de clavar el tacón de su zapato en la mano de Grady. Los gemidos del hombre se intensifican, haciéndome estremecer, pero Bennett no se detiene. El abogado gira el pie, machacando la mano del hombre hasta que aparece la primera mancha de color carmesí. Incluso en la sala escasamente iluminada, el brillo de la tonalidad es perceptible. Una advertencia para todos los presentes. Un presagio para mí. Bennett se agacha, acerca su rostro al de Grady y susurra: —Pide disculpas a la Srta. Green por haber puesto tus sucias manos sobre ella. Luego discúlpate conmigo por tocar lo que es mío. Las palabras de Grady son un revoltijo, pero lo que sea que diga apacigua a Bennett. El abogado se acerca a mí con paso decidido hasta que está lo suficientemente cerca para que pueda oler su fragancia. Se quita el abrigo mientras ignoro a Grady, quien se retuerce en el suelo, y me fijo en sus amigos. Miran fijamente a Bennett. Cada uno de ellos tiene cautela en los ojos, como si les preocupara llamar su atención. Yo tampoco querría bailar con el diablo. Sin embargo, está justo a mi lado. Bennett me pasa el abrigo por los hombros y tira de las solapas para cubrirme. Desvío la mirada hacia él, incapaz de evitar quedarme boquiabierta. A diferencia de mí, su expresión está vacía de cualquier
emoción. El calor de su cuerpo aún perdura en el material cuando roza mi piel. Es la prueba evidente que es humano, aunque me cuesta creerlo. Se inclina acercando sus labios a mi oído. Su aliento acaricia el lateral de mi cuello y reprimo un escalofrío. —Ven conmigo —me dice. Su contacto enciende mi sangre. No es más que un simple roce de sus dedos a lo largo de la curva de mi mejilla antes que su mano se pose en la parte baja de mi espalda, pero hace que el fuego baile por mi piel. Ignorando la reacción de mi cuerpo, separo los labios para pedirle que recupere mi mochila, pero inmediatamente los aprieto cuando Bennett estrecha su mirada hacia mí. Con la sensación de su mano grabándose en mi memoria, me conduce a través de la sala y me lleva al exterior. El aire nocturno me azota las piernas y me estremezco, envolviéndome más con el abrigo. El aroma de Bennett me envuelve. Inhalo, llevando su esencia a mis pulmones, deseando ese pedacito de él secretamente. ¿Cómo puedo sentirme atraída por un hombre que me desagrada? Porque es el mismo hombre que me rescató. No una, sino dos. —Mi coche está ahí mismo —me dice. No hay duda de cuál es su vehículo. El elegante deportivo negro está pegado al suelo, dando la impresión de un depredador agazapado listo para entrar en acción. Su brillante carrocería de color obsidiana resplandece bajo las farolas, con una pintura impecable pulida hasta alcanzar un brillo de espejo. Los cristales tintados oscuros ocultan el interior, al tiempo que mantienen el aura misteriosa del vehículo. Los tiradores cromados de las puertas están empotrados en la carrocería y se abren con solo pulsar un botón. Lo miro como si nunca hubiera visto un coche. En realidad, nunca he visto un vehículo así. Al igual que Bennett, es una imagen de estatus, riqueza y masculinidad. Sin embargo, es distante e intocable, una fantasía evasiva para la mayoría. Igual que el hombre que está a mi lado. Detengo mis pasos y me giro para mirarlo.
—Te agradezco lo que has hecho por mí, pero tengo que volver dentro. El bello rostro de Bennett se tensa, un músculo se mueve a lo largo de su mandíbula. —No, no lo necesitas. —Sí, lo necesito. Mis cosas siguen dentro, pero lo más importante es que ese es mi nuevo trabajo. —Ya no trabajas allí, Srta. Green. Y nunca lo habrías hecho si se hubieran cumplido mis instrucciones. —¿Qué? —Frunzo el ceño y lo miro—. No importa. Sacudo la cabeza, intentando despejarla. Bennett destruye mis pensamientos, dispersándolos al viento con nada más que una mirada. Confundiéndome aún más, toma mi mano entre las suyas, enhebrando nuestros dedos en un apretón seguro. Tiro de nuestras manos unidas para que me suelte, pero mi intento se ve frustrado cuando aprieta con más fuerza. Un suspiro frustrado me abandona resoplando. —No entiendes cuánto necesito este trabajo. Bennett me tira hacia él. Choco contra su pecho, mis pies pierden agarre mientras tropiezo con los tacones. No tarda en rodearme la cintura con un brazo y mantenerme erguida mientras me acerca. Me agarra por la barbilla y me hace parpadear mientras me levanta la cabeza, obligándome a mirarle. Me quema. —Me necesitas. No este puto trabajo o cualquier otra cosa—me dice— . Ahora, entra en el coche antes que te lleve a cuestas. —Por favor, espera un segundo. Necesito pensar. —Ya lo he pensado. De hecho, no he pensado en otra cosa. Me agarra de las caderas, sus dedos se clavan en el material de mi falda. Justo antes de lanzarme por encima de su hombro. Tras asegurar su agarre en la parte posterior de mis muslos, camina hacia el coche. Mi cabello cubre mi rostro, los mechones se mecen al compás de sus pasos, ocultando mi vergüenza a la gente de la calle.
Bennett se detiene, abre la puerta del coche y me deposita dentro. Me hundo en el asiento de cuero, con la mandíbula desencajada. Nunca me han manoseado en toda mi vida, pero por la forma en que me late el corazón y la sangre recorre mis venas, sospecho que no me opongo a ello tanto como debería. Aprovecha mi estupor y se inclina hacia dentro para sujetarme con el cinturón de seguridad. Su rostro está tan cerca que, si gira la cabeza, me besará. Me aprieto contra el asiento, mis esfuerzos son inútiles cuando el propio hombre es una presencia abrumadora, uno que domina mis sentidos. Su aroma limpio y fresco llena mi nariz, y el calor que desprende se filtra dentro de mí. Mi cuerpo es dolorosamente consciente de su proximidad, de la cercanía de sus manos a mi piel. Su aliento roza mi mejilla mientras sujeta el cinturón de seguridad a través de mi pecho y en la hebilla. Me estoy ahogando en él, sin la promesa de un dulce alivio ya sea mediante una liberación o la muerte. —No intentes huir —me dice, mirándome fijamente a los ojos—. Veo que quieres hacerlo, pero no lo hagas. —¿Por qué? —Porque siempre te perseguiré. Se echa hacia atrás y cierra la puerta del coche antes de poder pensar en una respuesta. No es que haya mucho que decir. Todo en este hombre me confunde. Especialmente la forma en que mi cuerpo responde a su toque, a pesar de lo que mi mente me advierte sobre él. Bennett se desliza en el asiento del conductor, llenando el pequeño espacio con su potente energía. Mi mirada se queda clavada en él mientras se abrocha el cinturón, pone en marcha el coche y agarra el volante; sus dedos se mueven con destreza, pero con una gracia que me eriza la piel. —Deja de mirarme así. Desvío mi mirada hacia la suya. —¿Qué? —Deja de mirarme como si quisieras tener mis manos sobre tu cuerpo. —Inhala como para contenerse, sus nudillos se vuelven blancos al agarrar el volante—. Si te toco, no pararé nunca.
Dejo caer la cabeza y entrelazo los dedos, apoyándolos en mi regazo. —No sé de qué me hablas. —Hablo de atracción sexual, Srta. Green. —Estás equivocado, Sr. Bennett. —Aprieto fuertemente mis manos hasta hacerlas temblar—. Si te miro de alguna forma concreta es porque me das miedo. —El miedo es sano. Evita que te hagas daño. —Hace una pausa, su mirada lejana, distante—. Pero no te impide que otros te hagan daño. Pone el coche en marcha y se adentra en la concurrida calle. Desvío la mirada hacia la ciudad que hay al otro lado de la ventanilla. No puedo mirarlo cuando le hago la pregunta que me ronda por mi cabeza desde que lo vi en la cafetería. —¿Quieres lastimarme? —A veces. Su respuesta, inmediata y sincera, me roba el aliento. Me muerdo la lengua para castigarme, pero también para no decir nada que pueda provocarlo. Tal vez debería huir, aunque me haya prometido que me perseguirá. —¿Por qué? —pregunto, con un susurro apenas audible—. ¿Qué te he hecho? —Me has arruinado, Srta. Green. —Calista. Si vas a decir esas cosas, al menos usa mi nombre. Creo que estamos más allá de las formalidades después de los acontecimientos que han tenido lugar esta noche. —Estoy de acuerdo, Callie. Le dirijo una mirada furtiva. —Nadie me ha llamado nunca así. —Y nadie lo hará jamás. Ignoro el modo en que mi corazón tartamudea en mi pecho y la forma en que mi respiración se vuelve superficial. En lugar de eso, me centro en el hombre que me ha hecho cautiva, tanto física como mentalmente. No ha
habido un solo día en el que no haya pensado en el Sr. Bennett. Posiblemente ni siquiera una noche. Invade mis sueños. Convirtiéndolos en fantasías que nunca admitiré. —Dame tu dirección —me dice. Me muerdo el labio inferior con los dientes. Si le enseño dónde vivo, mi humillación no tendrá límites. No soy simplemente pobre. Vivo en la escoria de la sociedad, en lugares que alguien como Bennett ni siquiera puede imaginar. Sé que no lo hacía antes de la prematura muerte de mi padre. Por otra parte, si dejo que Bennett vea lo calamitosa que es realmente mi vida, tal vez se indigne. Y me deje en paz. Porque, al fin y al cabo, eso es lo que quiero. Nunca le pedí que interfiriera, que causara estragos en mis pensamientos y despertara mi cuerpo. —Dame tu dirección, o iremos a la mía —me dice—. En cualquier caso, te vienes conmigo.
CAPÍTULO 11
Hayden Calista me da su dirección. No sé si decepcionarme o no. Deslizo mi mirada hacia ella. La mujer me enfurece tanto como me excita. Creo que mi polla nunca ha estado tan dura. Y menos durante tanto tiempo. Mi necesidad de alivio sexual solo aumenta con cada momento que paso cerca de Calista. No, no es cierto. Sigue creciendo incluso cuando no estoy cerca de ella, porque siempre está en mis pensamientos, provocándome, tentándome con su belleza. La deseo más de lo que he deseado a ninguna otra mujer. Me mentiría a mí mismo si no reconociera que hay algo más que eso. Mi vida sería ciertamente menos complicada ahora mismo si lo único que quisiera fuera follármela. Podría hacerlo y seguir adelante.
Pero con Calista, no estoy seguro de poder dejarlo ir nunca. No con el modo en que mi curiosidad se ha convertido en una obsesión en toda regla. No solo se ha metido bajo mi piel, sino dentro de mi sangre. Una persona no puede sobrevivir sin ella, sin esa fuerza vital. Ella es mía. Mi razón para sentirme vivo. Mi razón para sentirme furioso. Mi razón para sentir cualquier cosa. En el momento en que entré en T&A tras ella, supe que la noche acabaría así. Con violencia, en mis manos. Esperaba evitar cualquier enfrentamiento hablando con el encargado, pero Jim decidió ignorar mis instrucciones. Fue suficiente con que Zack interviniera el móvil del hombre para confirmar mis sospechas. No solo envió un mensaje de texto al subdirector sobre Calista, sino que Jim le contó al tipo que planeaba follársela. Firmó su propia sentencia de muerte con ese simple mensaje. Me ocuparé de él, pero ella es lo primero. Tengo que llevarla a casa y tras una puerta cerrada. Donde debería haber estado todo el tiempo. Su seguridad me preocupa, aunque hay veces que quiero lastimarla por hacer que mi vida sea un caos. Valoro el control, la necesidad de orden y claridad. Sin embargo, con ella, nada de lo que hago es lógico. Todas mis acciones están alimentadas por oscuras emociones. Una furia jamás conocida se hinchó en mi pecho cuando ella entró en la sala con aquella falda y aquella camisa escotada. Todos los hombres del lugar la miraron. No eran simples miradas. La miraban con lujuria en los ojos, deseando follársela. La furia se transformó en una intensa ira que lo consumió todo cuando aquel hombre tocó su cabello. Si Calista no hubiera estado presente, junto con numerosos testigos, podría haberlo matado en ese mismo instante. En lugar de eso, le jodí la mano. No lo suficiente como para satisfacerme, pero sí para saciar la sed de sangre que me recorría.
Cuando Calista me miró con miedo en los ojos, supe que había ido suficientemente lejos. Por ella, no por mí. Si vuelvo a ver a ese hombre, lo mataré. Sin dudarlo. Solo de pensar en todo el calvario me hierve la sangre. Aparco el coche lo más cerca posible de su residencia y me giro en el asiento mirándola. Tiene la cabeza inclinada, las manos en el regazo, el cabello sobre los hombros y mi abrigo. Disfruto viéndola con él puesto. Es una pequeña forma de poseerla. La primera de muchas. —¿Vas a cooperar conmigo? —pregunto. Ella desliza su mirada hacia mí. El color avellana se enciende con su fuego interior. La mujer es más testaruda de lo que hubiera imaginado. A veces me resulta exasperante, pero sobre todo deseo doblegarla a mi voluntad. Su sumisión sería tanto más dulce si se resistiera a mí al principio. —Sr. Bennett… —Hayden —corrijo. Me mira con recelo antes de humedecerse los labios. Mi polla se agita en mi pantalón y aprieto los dientes para no agarrarla y follarle la boca. —Hayden —dice ella, cada sílaba como una caricia a mi polla—. Creo que lo mejor será que nos separemos —me dice—. Te agradezco lo que has hecho esta noche, pero yo... —¿Tú qué? —No me siento cómoda prolongando nuestra relación. Seguro que lo entiendes. Me burlo. —Seguro que no. —Hayden, por favor. Oírla decir mi nombre con esa voz suya tan sensual casi me deshace. ¿Pero escucharla suplicarme mientras pronuncia mi nombre? Jode. Me. Me dije a mí mismo que controlara la atracción que sentía por ella, que la reprimiera mientras conseguía la información que necesitaba, tanto
sobre su pasado como la razón por la que me siento atraído por ella. Ahora creo que fui un tonto. ¿Cómo pude pensar que sería capaz de evitar que mi lujuria por Calista anulara mi objetivo original? —Escucha, si respondes a una pregunta, no tendrás que volver a verme —miento. Sus arqueadas cejas se fruncen. —¿De qué se trata? —Esa foto de tu expediente, en la que apareces magullada. ¿Qué ocurrió realmente aquella noche? Mantengo la mirada fija en su rostro, por lo que la sorprendo palideciendo, volviéndose como la luna que acaba de salir. Los labios de Calista se separan e inhala profundamente. Eso hace que sus pechos se eleven, casi desbordando el escote de su camiseta. Aunque roba mi atención, abre mi apetito, no desvío la mirada de su expresión cabizbaja. —Hay algo en eso —le digo. Se sobresalta al oír mi voz, sus ojos se abren más de lo que ya estaban, el color avellana casi desaparece—. Ese suceso es significativo. Dime por qué. Agacha la cabeza y lleva una mano temblorosa al botón para soltarse el cinturón. Le tiemblan tanto los dedos que no lo consigue. Me inclino y coloco mi mano sobre la suya, deteniendo sus movimientos. Levanta la cabeza para mirarme, y la emoción de su mirada me estruja el pecho. Si creía saber qué aspecto tenía el miedo, esto es algo peor. Algo inquietante. Estoy a medio segundo de sujetarla y... ¿qué? ¿Consolarla? La idea me repele, pero también me atrae. Reprimo los impulsos contradictorios. —Callie, cuéntame qué pasó. —Yo… yo no puedo. Por favor, déjame ir. Hay algo en su voz que me apuñala, traspasando mis defensas y entrando directamente en mi alma. Sangra negro. Una marea negra manchando todo aquello con lo que entra en contacto. Ella no será diferente, estará arruinada como yo, pero eso no me detendrá. —No voy a hacer eso —digo.
Calista debe ver la determinación en mi mirada y oír la férrea voluntad que hay tras ella, porque se pone rígida. —Es posible que pienses poder utilizar tu dinero e influencias para conseguir lo que quieres, pero no puedes comprar mis secretos como tampoco me los puedes arrancar a la fuerza. —¿Es eso un desafío? Recorro su rostro con la mirada, deslizándola por la mejilla, sus carnosos labios y su esbelto cuello. No se mueve, pero su pulso se acelera, parpadeando salvajemente bajo su delicada piel. Extiendo mi mano y arrastro un dedo por el lugar, disfrutando de la cadencia irregular de su corazón. —Realmente lo espero. —Buenas noches, Sr. Bennett. Calista pulsa el botón para soltarse el cinturón y me aparta el brazo. Levantando la barbilla, comienza a quitarse mi abrigo. —Quédatelo —le digo—. No hay necesidad de llamar la atención al entrar. Ya has hecho suficiente por una noche. Abre la boca, probablemente para discutir, pero la cierra cuando enarco una ceja en señal de advertencia. Luego me hace un gesto brusco con la cabeza y abre la puerta. La observo fijamente mientras se dirige a su edificio y desaparece en su interior. Luego espero a ver su silueta a través de la ventana de su habitación. Salvo que esta noche no es suficiente.
CAPÍTULO 12
Calista Hayden Bennett es magnífico, dominante y un capullo. Me planto en medio de mi apartamento dejando que mis pensamientos se agolpen en mi mente. Todos giran en torno al abogado y sus acciones. No solo las de esta noche, sino todas, desde el día en que lo vi por primera vez. ¿Cómo puedo describir a Hayden con meras palabras? No son más que una combinación de letras y sonidos, incapaces de transmitir la profundidad y el significado que acompañan a un hombre como él. Calculador. Cruel. Frío. Dado su comportamiento y su forma de comportarse, nada de esto me sorprendió. Ahora le conozco un poco más. Lo suficiente para añadir algo a mi valoración original.
Seguro de sí mismo. Caballeroso. Considerado. Estas cosas sobre él me han obligado a reevaluar a Hayden. Solo que estoy más confusa y dividida que nunca. ¿Cómo puede la misma persona que difamó a mi padre ser el mismo hombre que exige a la gente mostrarme respeto? Mi mente se apresura a recuperar imágenes del pasado, cosas que no me he permitido revivir por miedo a no ser capaz de funcionar. Y necesito hacerlo si quiero sobrevivir. Esta noche, no puedo mantenerlas a raya. Como una presa agrietada soportando la presión del agua, me desmorono y mi cerebro se inunda de inoportunos recuerdos. El olor a pino de la madera recién pulida invade mis sentidos, y la cabeza me late con más fuerza por ello. ¿O tal vez se deba a la tensa atmósfera de la sala? Sea como fuere, no encuentro alivio. Aprieto las manos sobre el regazo hasta que las uñas se clavan en mi piel. El pinchazo de dolor me inmoviliza. Pero no es nada comparado con la agonía de mi alma. Como el resto de los presentes, permanezco sentada en silencio mientras el abogado de la acusación, un hombre alto de ojos azules y lustroso cabello negro, rodea a mi padre como un perro, dispuesto a despedazarlo. Y entonces lo hace. Es verbalmente, pero por la forma en que me estremezco cada vez, bien podría ser físico. Mi padre está en el estrado, con la espalda recta y la barbilla erguida. Teniendo en cuenta que es un hombre luchando por su vida y su reputación, se mantiene bastante bien, un político hasta la médula. Al igual que mi padre, el abogado no muestra ninguna emoción, su atractivo rostro es una completa máscara. Ojalá yo fuera capaz de recomponerme tan eficazmente. Fracasé estrepitosamente, y culpo de ello enteramente a Bennett. Cuando vi al abogado por primera vez en el pasillo, no había sido consciente de su identidad. Todo lo que pude hacer fue mirar fijamente al hombre en una completa bruma de deseo. No era solo su belleza. Me atrajo la forma en que me miró. Como si fuera una mujer y no la muñeca de porcelana como había sido tratada toda mi vida.
Ni siquiera Adam, mi prometido, me había mirado nunca con una lujuria tan inconfesable. Claro que me había presionado para que me acostara con él, pero no era lo mismo. Adam me deseaba. Bennett me consumiría. —Senador Green —dice Bennett, su voz tan suave como el satén—, ¿no es cierto que tenía una aventura con su secretaria, la Srta. Hall? Mi padre asiente lentamente. —Sí. La amaba. Bennett levanta una ceja de ébano. —Tenemos testigos oculares que le vieron con la Srta. Hall el día de su muerte. También los oyeron discutir. ¿Es cierto, senador? Sacudo la cabeza como para responder en nombre de mi padre. En el fondo de mi corazón sé que es una buena persona. Tanto si se peleó con Kristen como si no, es imposible que la hubiera matado. Al fin y al cabo, eso es lo único que me importa. —Estaba con la Srta. Hall —dice el senador—, pero discutíamos estrategias de campaña para mi próxima elección. La discusión no fue más que una diferencia de opinión sobre cómo debíamos proceder. Al final, ella estuvo de acuerdo conmigo. Bennett ladea la cabeza. —¿Es así realmente? ¿Me está diciendo que no tuvo nada que ver con que estuviera embarazada de su hijo ilegítimo? ¿Un escándalo que podría llegar a costarle las elecciones? —¡Planeaba casarme con ella! —Entonces, ¿por qué la encontraron asesinada en su dormitorio esa misma noche, con huellas de manos en el cuello? ¿Con marcas que coincidían con la forma y el tamaño de sus manos? El abogado coloca una foto justo delante del senador y toca la imagen, sus largos dedos dirigiendo la atención de mi padre. Se pone rígido. Y el remordimiento parpadea en sus ojos. ¿Es porque es culpable o debido a la devastación de todo aquello? Tengo que creer que mi padre es inocente, o nada tendrá sentido. Pero la idea que él vaya a la cárcel el resto de su vida...
Mi pecho se agarrota mientras mis pulmones se contraen, diluyendo mis respiraciones hasta que jadeo. Aparecen estrellas en mi visión, bloqueando parcialmente la escena que tengo ante mí, y parpadeo rápidamente para despejarla sin éxito. Cierro los ojos y presiono los puños contra ellos mientras respiro larga y profundamente para combatir el pánico creciente. Mi padre es un buen hombre. Todo esto acabará pronto. Bennett sacude mi confianza con todas las palabritas que pronuncia con ese pico de oro, y aún no he subido al estrado... ¿Tendré la entereza de revivir aquella noche? Puede que no revele todos los detalles, pero mi padre me necesita como coartada, y no le fallaré. No puedo. —Mírala —dice Bennett, su voz como el chasquido de un látigo. Cuando la piel de mi padre palidece, el abogado continúa—. ¿Ves su mirada? Pasó sus últimos momentos mirando fijamente a su agresor. ¿Ves cómo sus ojos están sin vida, pero incluso en la muerte el terror permanece? Continúa el despiadado interrogatorio del fiscal. Y si no estuviera perjudicando a mi padre, me parecería algo hermoso. Las palabras de Bennett son como puñales, empleados con una precisión despiadada, extrayendo sangre con cada frase. No lo suficiente para matar, pero sí para debilitar y vencer lentamente. Y luego está su lenguaje corporal. Su contundente energía impregna la habitación como una niebla, haciéndome difícil ver un resultado favorable. Su voz atrae mi atención, haciendo que mi pánico disminuya lentamente. Inspiro una gran bocanada de aire por la nariz y la expulso por la boca para seguir liberando mi cuerpo de la ansiedad que lo azota desde dentro. Lo último que necesita mi padre es que tenga un ataque de pánico en mitad de la vista. Aunque puede que pierda la jodida cabeza si lo declaran culpable. Sin duda culparía a Bennett por ello. Desvío la mirada hacia el abogado, sus palabras son un rumor sordo que mi cerebro se niega a traducir. Mentalmente, me he desconectado y ya no quiero oír las cosas que está diciendo sobre mi padre. Es una tortura. Excepto que ver a Bennett es otro tipo de agonía. Un dulce anhelo que desearía que no existiera. Camina hasta situarse frente al jurado, su tono es más insistente, más apasionado de lo que jamás he oído. Despierta algo en mí. Algo que nunca había experimentado, ni siquiera con mi prometido.
Deseo. Gimo al recordarlo, tanto frustrada como excitada. Hayden se instaló definitivamente en mi mente aquel día, y me avergüenza admitir que nunca se fue. Es más exacto decir que nunca me libré de él. Incluso cuando mi antipatía por él creció a lo largo del juicio. ¿Pero ahora? No estoy segura si sigo despreciándole o no por sus transgresiones pasadas. ¿Tiene razón Harper al decir que Bennett solo hacía su trabajo en la sala del tribunal y que yo he sido demasiado sensible al respecto? ¿O mi intuición es correcta en lo que respecta a él? Hayden es un enigma. Es violento, pero utiliza esa violencia para protegerme. Hasta que volvió a entrar en mi vida, no me di cuenta que me faltaba esa seguridad. Claro que la experimenté con mi padre mientras crecía, pero nunca al nivel de intensidad que mostró Hayden. ¿La atracción sexual aumenta el efecto? ¿O me siento así por el hombre en sí? No tengo respuestas. Lo único que sé es que, por alguna razón, este hombre me hace sentir segura a pesar que no debería. Y sus muestras de violencia no me escandalizan ni me asustan. Me seducen.
CAPÍTULO 13
Hayden Saco el móvil del bolsillo y la pantalla cobra vida, iluminando el interior de mi coche. Tras unas pulsaciones, aparece el interior del apartamento de Calista, las cámaras me permiten vigilarla de cerca. Las instalé el mismo día que me enteré que había contratado a aquel investigador privado. Mi razonamiento para mis acciones fue achacarlo a mi necesidad de mantenerla a salvo. En realidad, es la única forma que tengo de estar cerca de ella sin caer en la tentación de hacer algo más. En cualquier caso, durante el último mes, mi fortaleza ha comenzado a resquebrajarse como las piedras de una antigua iglesia. Excepto que no hay redención que encontrar para los pecados que deseo cometer. Atrae mi mirada con sus sencillos movimientos, cada uno de ellos sensual y tentador. Juro que la mujer podría simplemente pintarse los labios y yo estaría dispuesto a introducir mi polla entre los suyos, aunque
solo fuera para mancharme la piel con el sonrosado tono. Sacudo la cabeza ante mis caprichosos pensamientos. Siempre me pasa lo mismo cuando estoy cerca de Calista. Se quita los tacones y mi abrigo, y sus pechos casi se salen de la camiseta. Me deleito con la vista de su delicioso cuerpo en ese atuendo tan revelador. No me importaría que siempre vistiera así, siempre que fuera yo el único que lo viera. Va un paso más allá y se quita la ropa hasta quedarse solo en sujetador y ropa interior. Es un conjunto a juego de color rosa claro, el color femenino, inocente y dulce como ella. Respiro y me llevo el puño a la boca, casi mordiéndome la mano para no gemir en voz alta. Es mejor de lo que imaginaba. Su cuerpo es un templo en el que quiero estar y adorar hasta la llegada del éxtasis. Entonces iré directamente al infierno. Calista abandona el espacio para entrar en el cuarto de baño. Cambio de una cámara a otra, sin perderla nunca de vista. Enciende la ducha, y agarro mi teléfono con más fuerza, sintiendo la expectativa nadando por mi sangre. Esta viaja directamente a mi polla, hinchándola hasta que la aprieto lo suficiente como para que duela. La agonía de eso no es nada comparada con ver a Calista desnuda sin que yo pueda tocarla. Se apresura a entrar en la ducha y tira de la cortina, casi como si sintiera que alguien la está mirando. Pero he visto suficiente. Es solo cuestión de tiempo que tome su cuerpo. Solo tengo que asegurarme de haber descubierto sus secretos para entonces. Después, tendré que alejarme. Algo que debería haber hecho el día del funeral. Ya me he puesto en peligro al relacionarme con ella. Ahora estoy completamente en su radar. Evitar que Calista descubra la verdad sobre el asesinato de su padre solo será más difícil con el tiempo. Siempre me han gustado los retos, pero no uno que pueda acabar con consecuencias de las que no pueda librarme.
Coloco el teléfono en su soporte del salpicadero y conduzco hacia la calle. Por mucho que quiera estar cerca de Calista mientras está desnuda y mojada, no tengo mucha fuerza de voluntad. Y si cedo a la lujuria que siento por ella en este momento, perderé el control. Sobre mí mismo. Sobre mis objetivos. Sobre mi cordura. Eso no significa que no siga mirándola, esperando con gran expectación a que me muestre su cuerpo una vez más. Y lo hace. Gimo y golpeo el volante con la mano, lo bastante fuerte para que palpite mi palma. Mi mirada va y viene entre la carretera y la figura de Calista en mi teléfono. Entonces mis ojos se abren mucho más cuando ella se desliza por el suelo con una toalla y se la quita para enfundarse mi abrigo. Junto con esas malditas perlas. Y nada más. El color blanco me transporta instantáneamente a aquella vez en la cafetería en la que Calista se metió aquel dulce en la boca. La forma en que lo hizo girar me puso la polla tan dura como ahora. Pero cuando se lo sacó de la boca y quedó una banda blanca... Solo podía pensar en mi semen en sus bonitos labios, dejando un reguero exactamente igual. Esta mujer me jode cuando ni siquiera lo intenta. Suena un claxon detrás de mí. De mala gana, dejo de prestar atención al vídeo y veo que el semáforo está en verde. Tras poner el coche en marcha, vuelvo a mirar la imagen de Calista, consiguiendo de algún modo mantenerme en mi carril. Apaga todas las luces excepto la lámpara de su mesilla de noche y se arrastra hasta el colchón, tumbándose boca arriba. Cierra los ojos y desliza su mano por el pecho hasta posarla entre sus piernas. Sus muslos se abren y dejo de respirar. Qué coñito tan bonito. Es aún más rosa que su ropa interior. Seguro que también es más dulce.
Me atrae aún más acariciándose el clítoris. Me maldigo por haberme ido de su casa. Pero esto es exactamente lo que me haría perder de vista mis objetivos personales. Y aún no puedo ceder ante esta mujer. Por mucho que me seduzca. El vecindario a ambos lados de mi coche me resulta familiar a medida que me acerco a mi residencia, pero apenas me doy cuenta, mi concentración es inquebrantable mientras Calista se sumerge aún más bajo las olas del placer. Arquea la espalda y sus pezones apuntan a la cámara, provocándome. Sus movimientos se vuelven frenéticos a medida que se acerca al orgasmo, y mi polla palpita, con el semen goteando de su cabeza. Podría correrme solo con mirarla. Y cuando gime mi nombre, casi exploto. Y casi estrello el coche. El cabreo de los conductores y los bocinazos atraviesan la neblina de lujuria que empaña mi mente. Haciendo caso omiso de todo el mundo, giro en la siguiente calle y bajo a toda velocidad hasta encontrar un sitio donde aparcar, sin preocuparme de nada excepto de la mujer de mi teléfono. Observo a Calista y agarro mi polla, furioso por haber dejado que me excitara tanto que no puedo hacer otra cosa que follarme a mí mismo. —¡Maldita sea! Me desabrocho el pantalón liberando mi miembro y envolviéndolo con la mano. Ya está dura, lista para que me encargue del dolor que Calista ha puesto dentro de mí. Estoy jodidamente cabreado conmigo mismo, con esta pérdida de control sobre mi cuerpo cuando se trata de ella. Pero eso no me impide mirar a Calista o imaginar que es ella mientras empujo con fuerza contra mi mano. Ella debajo de mí, su cuerpo empujando contra el mío a cada golpe, sus gemidos de placer llevándome al borde del éxtasis y la locura. Por muy enfadado que esté conmigo mismo, no puedo evitar que Calista comience a tocarse de nuevo. Mi cuerpo se tensa y mi necesidad de ella se vuelve abrumadora. Casi puedo sentir el calor de su piel contra la mía, mientras el sudor se acumula en mi frente y el calor invade cada centímetro de mí.
Mi mano se mueve más deprisa y mi agarre se estrecha, castigándome mientras pienso en su hermoso rostro y en las curvas de su cuerpo. Casi me corro dos veces, pero espero a que termine. A que diga mi nombre. Lo hace como una buena chica. Me derramo sobre mi mano, apretando los dientes para no gritar de placer a pesar de mi profunda frustración. Espero que esto sea suficiente para satisfacerme. Al menos durante un rato. Esa mentira es mayor que cualquier otra. Me tomo unos minutos para serenarme antes de limpiarme la mano y abrocharme el pantalón, sin que mi alivio sexual influya en la furia irradiando a través de mí. La que provocó mi locura temporal, impulsada por mi necesidad de Calista. Una necesidad que no solo persiste, sino que es más fuerte ahora que ella gemía mi nombre. —Me niego a estar solo en mi obsesión —gruño apretando los dientes—. Sufrirás como yo. No aceptaré nada menos. Entonces, tal vez podamos aliviar la desesperación mutua mientras te follo hasta que no quede nada de mí, hasta que me haya perdido en ti por completo y ya no me reconozca. Mi ira ondula en mis entrañas, agitándose con una fuerza que me hace agarrar el volante como si fuera el cuello de Calista. Aunque si lo fuera, estaría muerta. Respiro hondo y luego otra vez, necesitando algo de calma. En mi necesidad de ella, me olvido de todo. Esta pérdida total de control me jode la cabeza. Así que haré lo mismo con ella. Salgo a la carretera en dirección a la residencia de Calista. Tras aparcar calle abajo y fuera de la vista, me dirijo al interior del edificio, con las ganzúas en la mano. En pocos minutos, estoy dentro de su apartamento. El interior no está tan mal como el exterior, pero eso no es decir mucho. Aun así, Calista ha hecho suyo este espacio. De las paredes cuelgan cuadros, y en cada rincón hay efectos personales, así como una botella de desinfectante. Extraño pero entrañable.
Todas sus cosas están ordenadas en líneas rectas, lo que no me sorprende, teniendo en cuenta lo estirada que puede llegar a ser. Su olor, una combinación de jazmín y algo propio de ella, inunda la habitación. Respiro hondo y dejo que la fragancia me envuelva. Luego estoy en su habitación, mirándola mientras duerme. Mi abrigo sigue sobre su cuerpo, cubriendo parcialmente su perfección. Probablemente sea lo mejor. No estoy seguro de poder verla entera y no tocarla. No pasa más de un segundo antes de pasar mis dedos por su mejilla, una muestra que no puedo negarme a mí mismo. Tararea en sueños y se inclina hacia mí. —¿Sueñas conmigo? —susurro—. Mejor que lo hagas, joder. Se ha corrido tanto pensando en mí que no se inmuta mientras continúo acariciando su piel. Es más suave, más flexible de lo que pensaba. Y no puedo saciarme lo suficiente. —¿Qué coño me estás haciendo? —le pregunto—. ¿Por qué no puedo alejarme de ti? ¿O sacarte de mi jodida cabeza? Paso la mirada por Calista y me obligo a retirar los dedos, mis manos se crispan para no agarrarla. En lugar de eso, cojo el edredón y lo pongo sobre su cuerpo dormido. Después de envolverla con la manta para combatir el frío invernal de la habitación, busco un premio, un pequeño consuelo por no follármela como quiero. Calista vendrá a mí. Aunque requiera un poco de persuasión. —¿Dónde está esa ropa interior rosa? Cuando la encuentro, me llevo la tela a la nariz. El aroma de su coño me la pone dura al instante. Con una maldición, me meto el material rosa en el bolsillo. Ahora, el único color en la habitación oscura es el collar de perlas que lleva al cuello. Se las quito con cuidado y las aprieto en el puño, mis pensamientos se vuelven más claros cuanto más tiempo contemplo el collar.
Calista me obligó a masturbarme. Me arrancó el semen del cuerpo con su nombre en mis labios y sus gemidos en mis oídos. Rompo el cordón que sujeta las perlas. Selecciono una sola perla y la coloco en la mesilla de noche, justo donde ella la verá cuando abra los ojos. Una perla por un poco de semen. Hasta que le regale un collar de perlas... sobre toda su piel. Marcándola como mía.
CAPÍTULO 14
Hayden Parpadeo contra el sol de la tarde colándose por el parabrisas de mi coche y doy un sorbo a mi café. Desgraciadamente, este brebaje con cafeína no procedía del Sugar Cube. Hizo falta todo el autocontrol que me quedaba para no entrar allí. Evité la cafetería por mi feroz deseo de ver a Calista. Ella ya me ha jodido la psique más de lo que me gustaría admitir. Además, he decidido darle tiempo para que vea que necesita mi ayuda. Es una mujer inteligente y acabará llegando a la misma conclusión, aunque quizá necesite que yo la convenza un poco más. En forma de visitas nocturnas. Escudriño los alrededores, mi vigilancia en alto. Desafortunadamente, el T&A es un establecimiento destinado al ocio nocturno, lo que me obliga a celebrar esta reunión con el gerente durante las horas diurnas. Prefiero el
manto de la oscuridad, pero no tengo ningún problema en impartir justicia cuando el karma lo requiera. Jim abre la puerta principal. Desde esta distancia puedo distinguir las arrugas de su camisa y las manchas de sus vaqueros. Este hombre no aporta nada a la sociedad. No le echará de menos. Tras esperar varios minutos, salgo del vehículo y me dirijo a la entrada trasera. Rápidamente fuerzo la cerradura, pues no quiero que me vean merodeando fuera de este lugar, y giro el pomo. Una vez dentro, vuelvo a asegurar la cerradura. El local no se parece en nada al de la noche anterior, ahora vacío de sus degenerados clientes, su música a todo volumen y sus bulliciosas camareras. Técnicamente, Calista sería considerada una de ellas, aunque solo trabajó allí quince minutos. Quizá diez. Habrían sido menos de cinco si mi juicio no se hubiera prolongado más de lo previsto. Maldito trabajo diurno. Da igual. Nunca volverá a pisar este lugar. Si todo va según lo previsto, nadie lo hará. Me acerco a la barra y cojo un vaso y una botella casi vacía de whisky barato. No suele ser mi bebida preferida, pero cuando uno rebusca en la basura, no debería sorprenderse de encontrar basura. Tras verter una cantidad decente sobre la encimera, lleno el vaso y bebo a sorbos el contenido, esperando a que mi objetivo salga de la trastienda. Jim aparece y se detiene en el momento en que sus ojos se posan en mí. Cuando dirijo mi mirada hacia la suya, palidece. —Oye, no puedes estar aquí —me dice—. ¿Cómo has entrado? —Acompáñame. —Levanto mi vaso, ahora medio lleno—. Aunque tendrás que buscarte otra bebida, ya que me he acabado esta. Me mira con recelo, incapaz de ocultar su desconfianza, filtrándose en sus facciones. —Sí, claro. Tanteo el vaso con los dedos, recorriendo el borde, sin prisa, con mesura. Se sirve un trago de vodka y lo golpea contra la encimera antes de bebérselo. Lo saludo con mi bebida y bebo un largo trago. —Pregúntame por qué estoy aquí —le digo.
—Vamos, tío. No sé de qué estás hablando. Chasqueo la lengua a modo de reproche y él se estremece ante el sonido entrecortado. —Jim —digo, pronunciando su nombre—. Pregúntame por qué estoy aquí. —¿Por qué estás aquí? —pregunta, con voz ronca. Como si le costara respirar. —Ya sabes por qué —le digo—. Ahora dímelo. Quiero oírte decirlo. —Si lo hago, ¿te irás? Asiento con la cabeza. —Tienes mi palabra. —De acuerdo. —Balbucea, haciendo que su nuez se balancee—. Bueno, el caso es que en realidad no contraté a la chica. En cuanto te fuiste, me di cuenta que no tenía archivado ningún número de teléfono para localizarla, así que no podía ponerme en contacto con ella y decirle que no se presentara a trabajar. Mack no sabía nada de nuestro... acuerdo —dice, tropezando con la palabra—. Así que la dejó comenzar su turno. No debería haber ocurrido. —Ya veo. Se encuentra con mi mirada. La esperanza en su interior casi me hace sonreír. —Me alegro que lo entiendas —me dice. —En primer lugar, no era un acuerdo. Eso habría significado que necesitaba tu cooperación. Cosa que desde luego no necesito. Nuestra conversación anterior fue un entendimiento entre dos partes con consecuencias. Sin embargo, dadas tus acciones, creo que piensas que no eran reales. Doy un sorbo a mi bebida. —Incluso con tu intelecto inferior, supuse que serías suficientemente inteligente para prestar atención a mi advertencia. Ese fue mi error. ¿O quizá no me expliqué bien?
—No, en absoluto. —Jim extiende las manos, sus hombros se levantan—. Entendí lo que decías. Es solo que las cosas se mezclaron. Mira esto. Se agacha detrás del mostrador. Automáticamente, mi mano empuña mi pistola, levantándola para que el cañón apunte correctamente. Cuando reaparece con la mochila de Calista en el brazo, guardo rápidamente el arma de fuego. —Toma —me dice Jim, colocando el objeto sobre el mostrador entre nosotros, con cuidado de evitar el alcohol derramado—. Se dejó esto. Inclino la cabeza en señal de reconocimiento, pero dejo el objeto intacto. Si este idiota pensaba que devolviéndome la mochila de Calista disminuiría mi ira, es más tonto de lo que pensaba. Otro error por mi parte. Estoy descubriendo que tiendo a cometer muchos errores cuando se trata de Calista. Ella deforma mi pensamiento hasta que no es más que instinto, carente de la delicadeza y la previsión que estoy acostumbrado a emplear. —¿Estamos bien? —pregunta Jim. Se lame los labios y se sirve otro chupito, tragándose rápidamente el contenido—. Hablé con el cliente que... atendiste anoche y accedió a no presentar cargos, así que todo está bien. No pasa nada. Inclino la cabeza. —¿Has terminado de mentirme? —¿Qué? —Vamos, Jim. Ambos sabemos que no solo contrataste a la Srta. Green, sino que también planeaste follártela. El rubor de su rostro desaparece, a pesar del alcohol que intenta calentar su piel. Pálido, con los ojos lo suficientemente abiertos para ver sus pupilas dilatadas, da un paso atrás. Un murmullo de satisfacción me atraviesa al presenciar su terror. Por eso sigo aquí y por eso no está muerto. Todavía. Podría decirse que me gusta jugar con mis víctimas antes de su muerte. Como el humo hace con el oxígeno, desvío su miedo, dejando que me dé poder. Algunos incluso me han llamado la Parca. Encaja. Si una persona me ve así, es porque he venido a quitarle la vida.
—Eso no es cierto —dice—. No tengo más que respeto por las mujeres. —He leído tus mensajes. Se acabó el juego. Discúlpate. El hombre frunce el ceño al decidir si decirme o no la verdad. El resultado es irrelevante. Se la arrancaré, aunque tenga que arrancarle la piel del cuerpo. Tal vez vea la oscura intención en mis ojos, la que no me molesto en ocultar. Eso explicaría su inmediata aquiescencia. —Lo siento, ¿vale? Está tan jodidamente buena que no pude evitarlo. Mi ira latente hierve, apenas contenida. La necesidad de matar a ese hijo de puta hace que mis músculos vibren con el deseo de moverme. Hacer justicia, sí. Pero más que eso, quiero que sufra. Considerablemente. —¿Me estás diciendo que no te diste cuenta? —pregunta—. Por eso estás aquí, ¿no? ¿Porque la quieres para ti? Inclino la cabeza en señal de reconocimiento. —Sin duda. Aprieta y afloja los puños, la adrenalina se apodera de él. En la respuesta de huir o luchar, obviamente es la primera. Lástima para él, yo destaco en lo segundo. —Mira, tío, siento todo esto. —Se acerca al mostrador, suplicándome con la mirada mientras apoya las manos en la superficie plana—. ¿Por qué no volvéis los dos esta noche y os tomáis unas copas gratis a mi cuenta? Le doy un sorbo al whisky. —Entonces, ¿qué me dices? Mi mirada encuentra la suya sobre el borde de mi vaso. Con un rápido arco hacia abajo, golpeo el vaso contra el borde de la barra. El líquido restante salpica contra la madera y gotea sobre el suelo, olvidado inmediatamente por el agudo ruido del cristal al romperse. Los cristales caen, esparciéndose por la barra como fragmentos de diamante, dejando tras de sí un único borde dentado. Se lo clavo en la mano. El cristal atraviesa tendones y huesos con la fuerza de mi golpe, y no se detiene hasta clavarse en la madera por debajo de su mano. La sangre brota. Su grito de agonía resuena en la habitación, un sonido delicioso. —¡¿Qué coño?! —grita.
Demuestra aún más su estupidez intentando retirar la mano. Solo para encontrarla sujeta al mostrador por el cristal. Se derrama más sangre, cubriéndole los dedos y acumulándose en la superficie de madera. Me meto la mano en el bolsillo y saco el encendedor. Se queda inmóvil al oír el sutil chasquido y aparecer una única llama, danzando cuando mi aliento la agita. —Te lo advertí —le digo—. Te di la oportunidad de alejarte y no la aprovechaste. En lugar de eso, pensaste que podías tocar lo que es mío. Joder lo que es mío. Por eso, no hay diablo en el infierno ni dios en el cielo que pueda salvarte. Arde, hijo de puta. Con un movimiento de muñeca, la llama se encuentra con el alcohol derramado y arrasa la superficie de madera. El fuego lame la barra y la piel de Jim. El humo llena el aire junto con sus gritos de auxilio. Me lanza maldiciones intentando desprender el cristal de la madera, que lo mantiene inmovilizado mientras el fuego se inflama a su alrededor. Me quedo mirando, permitiéndome unos segundos gratificantes antes de girar sobre mis talones y marcharme. Con una sonrisa en la cara.
CAPÍTULO 15
Calista Tengo un acosador. Las pruebas son demasiado fuertes para ignorarlas. Por no decir nada sobre mi intuición. En las últimas semanas, he sentido una presencia acechante, vigilante. Al principio lo atribuí a los nervios, o tal vez a una mala alimentación, pero la ansiedad no te roba un collar. Tampoco coloca perlas en tu mesilla de noche. Me he despertado con ocho de ellas en la última semana. Tras escanear el Sugar Cube para confirmar que no hay clientes cerca de la caja registradora, miro a Harper. Está limpiando la cafetera con un trapo. Cuando se encuentra con mi mirada, agarra la boquilla metálica y desliza su mano arriba y abajo al tiempo que menea las cejas. —¿Qué? —me dice, fingiendo inocencia—. Una chica tiene que practicar.
—Si ese es el tamaño con el que trabajas, no tendrás que practicar mucho tiempo. Ella chilla. —¿Dónde ha estado esta Calista toda mi vida? ¿Me atrevo a decir que he encontrado un lado secreto y pervertido oculto bajo tu apariencia de mujer educada y correcta? Sacudo la cabeza con una sonrisa. —Se me está pegando. —Tengo ese efecto en la gente. —Harper, ¿puedo hacerte una pregunta? —Cuando asiente, respiro preparándome para su respuesta—. Hipotéticamente, si alguien tuviera un acosador, ¿qué pasos tendría que dar esa persona para apartar a dicho acosador de su vida? Hipotéticamente. —Cielos. ¿Muy hija de político? —Su cara pierde todo rastro de alegría—. En serio, Cal, ¿qué sucede? Me muerdo el labio, trabajando la tierna piel entre mis dientes. —No estoy segura. —Pero algo está pasando, o no me habrías hecho una pregunta tan disparatada e hipotética. —Se acerca situándose a mi lado y sujeta mi mano, su mirada enturbiada por la preocupación, escudriña ávidamente la mía— . Puedes contármelo. —Creo que alguien ha estado en mi apartamento —susurro, casi forzando las palabras a salir de mi boca. Oírlas en voz alta les da vida, hace que esto sea real—. Estoy muy asustada. —Santas jodidas pelotas. Está bien, quiero saberlo todo sin omitir ni un solo detalle. Empiezo a contar que me fui a la cama con el collar de perlas que me regaló mi padre el día que cumplí dieciséis años y que, cuando me desperté a la mañana siguiente, solo había una perla en la mesilla. Evidentemente, faltaba el collar, pero no se habían llevado nada más. Sin embargo, no le cuento que he recibido más perlas sueltas. En cambio, le confieso que se intensificó mi sensación de ser observada. Le
digo que me sentía así desde el día del funeral de mi padre, pero que lo atribuía a la pena y al estrés de encontrarme sin un céntimo. Harper me deja hablar sin interrumpirme. Incluso hace callar a un cliente que le pide un cake pop, y a continuación me trae uno, ignorándolo. Agarro el palo con fuerza, esperando que eso impida que mis manos tiemblen. No funciona. Temo que nada alivie el miedo y que este siga creciendo. —¿No es eso lo que les ocurre a las víctimas de los acosadores? — pregunto—. ¿No acaban muertas? Harper me agarra por los hombros. —En primer lugar, no vamos a dejar que eso te suceda a ti. En segundo lugar, necesito un momento para pensar. —Tras diez segundos de silencio, asiente—. Sospechosos. Por ahí es por donde debemos comenzar. Dame una lista de posibles acosadores. Y listo. —No tengo la menor idea. —¿Alguna relación pasada que acabara mal? Sacudo la cabeza. —Mi ex prometido canceló el compromiso, así que es poco probable que quiera reconciliarse conmigo. No he hablado con Adam desde que me pidió el anillo. —Uf, eso sí que es frívolo. ¿Y con alguien a quien hayas rechazado? —No he salido con nadie más. Sus labios tiran hacia un lado. —Esto me supera. En caso de duda, pregunta a Google. Desafortunadamente, ser acosada no está en mi lista de experiencias personales. Ahora bien, si me preguntas cómo liberarte de unos nudos Shibari a lo Houdini, entonces soy tu chica. —¿Desafortunadamente? Agita su mano desestimando mi pregunta antes de sacar el móvil del bolsillo del delantal. —Qué hacer cuando crees que te están acosando —murmura para sí. Miro por encima de su hombro.
—'Evita todo contacto'. Eso va a ser difícil, ya que no tengo idea quién es. —'Mantente alerta y proactivo para protegerte', —lee—. Ya, no jodas. No me falles ahora, Google—. 'Mantente alerta y toma medidas preventivas para protegerte'. Cuenta conmigo. —Me mira—. ¿Tienes una pistola? Mis ojos se abren enormes. —¿Tú tienes? —Aún no. —Tengo spray de pimienta. —Coloca también un cuchillo debajo de la almohada —me dice—. ¿Y un sistema de seguridad? Exhalo un suspiro, molestando a los mechones de cabello que descansan sobre mi mejilla. —Ya sabes cuánto me pagan. No es que pueda permitírmelo, ni siquiera con las horas extra que trabajo. —'Informa a personas clave en tu vida', —continúa—. Hecho. Cuando se lo digamos a Alex, será otro hecho. —Levanta la cabeza clavándome una dura mirada—. ¿Y el Sr.-Quiero-montarme-tu-polla-Bennett? Fue muy protector contigo aquella vez. —¿Y? —Y puede que esta vez le importe. Me cruzo de brazos. —No. No quiero tener nada que ver con él. —Hay algo que no me estás contando. —Desliza su mirada por mi rostro mientras lucho contra un rubor—. Mucho de algo. Ladeo la cabeza, incapaz de mirarla. —Si te lo cuento, ¿prometes no burlarte de mí por ello? Me hace un gesto con la mano. —Te lo juro y espero morir en pleno orgasmo.
A pesar de mis esfuerzos, una sonrisa se dibuja en mis labios. Se desvanece cuando pienso en Hayden. —Bueno... puede que consiguiera un trabajo en T&A. Lo suficiente para pagar mis facturas —digo tendiendo mis manos, suplicante—. Sin embargo, el Sr. Bennett me hizo renunciar. —Él hizo ¿qué? Asiento. —Me sacó de allí como si fuera una niña rebelde y me dijo que nunca podría volver. Creo que trabajé allí la friolera de tres segundos antes que él apareciera. —Biiiiien. —No, no estuvo bien. —Le frunzo el ceño—. ¿No me estás oyendo? —Más o menos. Estoy distraída con pollas ahora mismo. —Harper... —le digo, advirtiéndola. Ella pone los ojos en blanco. —Bien. De todas formas, no importa. —¿Por qué no? —Porque T&A quedó calcinado la semana pasada. No es más que ceniza, así que no parece que sigas teniendo trabajo. Tal y como yo lo veo, el Sr.-Azótame -más-fuerte-Bennett te hizo un favor. Aprieto los labios. Aunque quiero admitir que tiene razón, no puedo. Pero solo porque no quiero estar en deuda con un hombre como Hayden. Los pagos serían cuantiosos. Quizá incluso devastadores. —Entonces, volvamos a tu problema con el acosador —me dice—. ¿Has recibido algún mensaje o algo de esta persona? Niego con la cabeza. —No tengo móvil, y no he encontrado ningún papel raro por ahí. En realidad, no se llevaron nada excepto mi collar. El resto de mi apartamento estaba intacto. Jadea. —¿No tienes móvil? ¿Cómo vives? Esto es peor de lo que pensaba. Ni siquiera puedes llamar al maldito 9-1-1. Es increíble.
Sonrío al cliente que se acerca al mostrador, agradeciendo en silencio este pequeño respiro. La transacción termina demasiado rápido, y suspiro. Aunque me alegro de haber confiado en Harper, me ha obligado a darme cuenta de lo peligrosa que es mi situación. Y no solo eso, es sombría. Mis hombros se desploman y cualquier resto de esperanza se escapa de mi cuerpo. —Necesito dinero. Si tuviera algo, podría mudarme o, como mínimo, comprar unas cuantas cámaras de seguridad y un teléfono móvil. —Bueno, no volverás a trabajar en un sitio como T&A. Eso seguro. —Entonces, ¿qué puedo hacer? Aquí ya hago turnos largos. En realidad, no tengo tiempo para nada más. Harper me da un abrazo y me estrecha con fuerza. —No te preocupes, ya se nos ocurrirá algo. —Gracias. El resto de mi turno pasa borroso. Mis pensamientos dan vueltas y vueltas como un torbellino hasta que siento que me ahogo en la magnitud de mi problema. Al final, no se me ocurre ni una sola solución que no implique convertirme en prostituta. O pedir ayuda a Hayden. La verdadera pregunta es: ¿quiero enfrentarme al abogado o lidiar con mi acosador? Me apresuro hasta donde se encuentra Harper, junto a la máquina de café. —Tengo una idea, pero es una locura. —Me encanta las locuras. —Puedo conseguir dinero de Hayden. Ella frunce la frente. —¿De quién? —Del Sr. Bennett. Sus ojos se abren desmesuradamente al tiempo que su tono verde centellea.
—Vas a ir de Pretty Woman tras su culo. —No sé qué significa eso. —¿Has vivido bajo una piedra toda tu vida? Santo cielo. Es la historia de un hombre rico que se enamora de una prostituta. Frunzo el ceño. —En ese caso, no voy a hacer lo que estás pensando, pero tiene que ver con el abogado. Hay una información que quiere de mí —digo, eligiendo cuidadosamente mis palabras—. Si puedo ofrecerle venderle eso por suficiente dinero, entonces podré mudarme de mi apartamento y comprar un sistema de seguridad que me mantenga a salvo. Harper asiente lentamente. —Creo que eso podría funcionar. ¿Vas a decirme cuál es esa información? —Es... privada. —¿Más privada que el tener un acosador? Asiento con la cabeza. —Es algo relacionado con mi vida anterior. No me gusta hablar de ello. Su mirada se suaviza y su voz se apacigua. —De acuerdo, tesoro. Si crees que funcionará, adelante. Creía que a estas alturas ya habría vuelto al Sugar Cube, pero no lo he visto. —Eso es porque le dije que no quería volver a hablar con él. —¿Tú qué? —Se lleva una mano al pecho—. Vas a ser mi muerte. ¿Cómo has podido rechazar a un espécimen de hombre tan magnífico? No he sabido enseñarte. A partir de ahora, dar cera, pulir cera 2. Si dices que no entiendes esa referencia cinematográfica, gritaré literalmente indignada. Me pongo las yemas de los dedos en las sienes y hago presión para aliviar el dolor de cabeza que se me está formando. —Puedes ser mi sensei.
2
Se refiere a la película Karate Kid.
—Uf —dice, exhalando un suspiro—. Ha estado cerca. Como tu maestro de kárate, quiero que te pongas en contacto con el señor Mequiero-sentar-en-tu-cara-Bennett. Ahora mismo, joder.
CAPÍTULO 16
Calista Me sudan las palmas de las manos ante la idea de ver a Hayden, y las froto contra el delantal. Varias veces. Tras un momento de vacilación, recupero su tarjeta de visita, la que no tuve valor de tirar. Llevaba guardada en el bolsillo desde que me la ofreció por primera vez, y le agradezco a mi yo del pasado no haberme deshecho de ella. ¿Quién me iba a decir que estaría en condiciones no solo de necesitar su ayuda, sino de buscarla activamente? Harper me arrebata la tarjeta de la mano.
H. Bennett. Abogado. 20010 Greystone Blvd. Suite 901.
—Vaya. No puso su nombre de pila. Hablando de límites. —Desvía su atención hacia mí, con una pícara sonrisa jugueteando en sus labios—. Y sin embargo, el escurridizo Sr. Bennett te dio su nombre de pila. No solo me lo dio. Me ordenó que lo utilizara. Me encojo de hombros, sintiéndome todo lo contrario a indiferente. —Ya te lo he dicho, él y yo nos conocíamos por el juicio de mi padre, pero solo somos conocidos. Me lanza una mirada dudosa. —Ya, conocidos, cuando uno de los dos conoce un profundo secreto que el otro ambiciona. Uno lo suficientemente grande como para que esté dispuesto a pagarte cientos de dólares por él. Alimenta con tus mentiras a otra persona. —¿De verdad crees que pagará tanto? —¿Por qué no me lo dices? —Se encoge de hombros—. Tú eres la única que conoce el valor de la información que le ocultas. —Necesito pensármelo. Me agita la tarjeta en la cara. —Pues no tardes mucho. El tiempo, y los acosadores, no esperan a nadie. —Gracias por eso. —Suspiro y agarro la tarjeta de visita, pasando el pulgar por las letras—. ¿Te importa si hago la llamada rápidamente? Necesito hacerlo antes de acobardarme. —Hazlo. Sabes que el Sugar Cube no está tan lleno a estas horas. Puedo ocuparme de los clientes. —Gracias. Agacho la cabeza y me dirijo al teléfono situado en la pared del fondo, detrás del mostrador. Mis dedos tiemblan marcando el número que figura en la tarjeta. Harper me da un doble pulgar hacia arriba. Le sonrío, pero estoy segura que más bien es una mueca. Al primer timbrazo, contesta una mujer, con voz clara y sin rodeos. —Oficina del Fiscal del Distrito. ¿En qué puedo ayudarle?
—Um, hola. Me gustaría hablar con el señor Bennett, por favor. —No atiende llamadas en este momento. ¿Quiere dejar un mensaje y un número de teléfono? Me rechinan las muelas. Harper tiene razón; realmente necesito un móvil. No puedo vivir dentro del Sugar Cube hasta que Hayden me devuelva la llamada. La idea no deja de ser atractiva. A diferencia de mi apartamento, la cafetería tiene sistema de seguridad, teléfono y comida. —No, está bien —digo—. Volveré a llamar cuando esté disponible. ¿Puede decirme cuándo será eso? La mujer tararea al tiempo que el sonido de su tecleo se escucha a través del teléfono. —Depende. ¿Es usted familiar de una víctima? Lo era. —No. —Escuche —dice ella, con voz cortante—, Si llama por motivos personales, entonces debería probar con su móvil. Si no tiene ese número, es porque no quiere hablar con usted. ¿Entendido? Asiento con la cabeza, aunque ella no puede verme. —Sí, lo entiendo. Gracias por su tiempo. —Que tenga un buen día. La forma en que lo dice suena como si deseara que me atropellara un coche. Cuelgo suspirando. Harper corre a mi lado y me mira a la cara. —¿Qué ha pasado? —La recepcionista no me dejó hablar con él. Lo hizo parecer como si yo fuera una ex novia que desea desesperadamente volver con él. —No puedo ver al Sr.-Fóllame-más-duro-Bennett con una novia. Probablemente haya lidiado con los ligues de una noche de su vida que quieren una relación. O está acostumbrada a que mujeres al azar intenten ligar con él todo el tiempo. Lo comprendo. Me encantaría llamar a su despacho y ofrecerle una mamada. —¡Harper!
Ella se encoge de hombros. —Solo digo la verdad. De todos modos, no te preocupes por esa llamada. Ha llegado el momento de la fase dos. —¿Fase dos? —Sí. Tienes que ir a su despacho. Sacudo la cabeza enérgicamente. —Apenas me he armado de valor para llamarlo. ¿Cómo esperas que me presente en su lugar de trabajo? —Lo hizo contigo sin problemas, así que ¿por qué no? —Porque vino a tomar un café. Yo no tendría la misma excusa. Harper frunce los labios. —Estás haciendo esto. Es eso o abrazar a tu acosador. ¿Qué va a ser? —Creo que te odio. —Claro que me odias. —Me lanza un beso al aire—. Para asegurarme que no te conviertes en una nenaza y abandonas el plan, voy a cubrir la parte ampliada de tu turno. Eso debería convencerte de hacerlo. Levanto las manos. —No creo que te odie. En realidad, sí lo hago. —Lo mismo para ti. Ahora vete, antes que se largue por hoy. Alex llegará pronto para comenzar su turno, así que no estaré sola mucho tiempo. Vete. —Bien. —Puedes agradecérmelo más tarde.
Miro fijamente el edificio, preguntándome cómo demonios voy a entrar y convencer a Hayden para que me ayude. Suponiendo que su secretaria me deje hablar con él. Sorprendentemente, el camino hasta aquí ha sido rápido. Su despacho está muy cerca del Sugar Cube, lo que explica por qué estuvo allí unas
cuantas veces la semana pasada. Razones que no tenían nada que ver conmigo, estoy segura. Respirando hondo, tiro de la puerta de cristal y me adentro en el edificio. El vestíbulo principal es amplio y abierto, con techos altos y suelos de mármol. A lo largo de una pared hay un mostrador de recepción atendido por un puñado de secretarias que dirigen las llamadas y ayudan a los visitantes. Más allá hay pasillos que conducen a salas de conferencias y numerosos despachos, entre ellos el de Hayden. Me dirijo a recepción acercándome a una mujer de cabello negro azabache y gafas de pasta. Toda su atención se centra en mí. Me recorre con la mirada de la cabeza a los pies antes de rechazarme. —¿En qué puedo ayudarla? —Hola —digo, dibujando una sonrisa en mi rostro—. Me gustaría hablar con el Sr. Bennett, por favor. —¿Cómo se llama, por favor? —Calista... No, Callie. Sus cejas se levantan. —¿Tienes apellido, Callie? —Green. —Un segundo. —Gracias. Me cruzo de brazos, creando una barrera entre esta mujer y yo. Preferiría abrazar a un cactus que a ella, así de espinosa es. —Hola, Sr. Bennett —dice por el auricular—. Siento interrumpirle, pero hay una tal Callie Green que desea verle. —Ella frunce el ceño—. Sí, señor. No, señor. Comprendo. Después de colgar el teléfono, la mujer me mira como si fuera un bicho raro. O un unicornio. Sostengo su mirada, sin saber qué ha provocado este cambio de actitud en ella. Lo que Hayden expresara durante su intercambio debió resultar interesante. Aparece un momento después y todos mis pensamientos sobre la secretaria se desvanecen. Va vestido con otro carísimo traje, hecho a medida para que se ajuste bien a cada oleada de músculo en la extensión
de su pecho. Sus zapatos de piel negra están relucientes y una corbata burdeos le da un toque de color a la camisa blanca. Hayden se acerca al escritorio de la secretaria y tengo que resistir el impulso de dar un paso atrás. La energía que desprende está llena de expectación, incluso de impaciencia. Sería halagador si no me intimidara tanto. —Josephine, ella es la Srta. Green —dice, señalándome—. Es una persona de sumo interés para mí y se le debe mostrar el máximo respeto en todo momento. Siempre que solicite hablar personalmente conmigo, contactarás inmediatamente y dejarás en suspenso todos mis demás planes. No hay nada ni nadie más importante que ella. ¿Entendido? La mujer mira de mí a Hayden y viceversa. Tres veces. El asombro en su rostro debe ser el mismo que se encuentra en el mío. ¿Cuándo me he vuelto tan importante para él? ¿Y por qué?
CAPÍTULO 17
Hayden Ella está aquí. Recorro con la mirada cada centímetro de Calista, bebiendo de su presencia como un hombre muerto de sed. Hace demasiado tiempo que ella no me ve. Desde que oí su voz. Si pudiera sobrevivir solo con esas cosas, nunca desearía nada más. Cuando se trata de esta mujer, estoy jodido. Más allá que jodido. Durante la última semana, me he mantenido alejado de ella durante el día para demostrarme a mí mismo que podía, que ella no tiene control sobre mí. Pero estuve a punto de fracasar. Si no hubiera sido por las visitas nocturnas a su apartamento, no habría podido mantenerme alejado de ella. Incluso entonces, la seguí a la cafetería cuando no debía. Dos veces. Pero después de la noche en T&A y de verla gemir mi nombre, decidí ceder a mis deseos.
Tanto carnales como mentales. Tener a Calista en mi vida y en mi cama me librará de mi obsesión o me llevará a un punto sin retorno. En cualquier caso, sabré lo que ella es para mí. Es una suerte que me haya buscado. No estoy seguro cuánto tiempo más habría esperado antes de secuestrarla. Josephine me mira con el ceño fruncido. Como si estuviera loco. Si supiera los pensamientos que he tenido en relación con Calista, pensaría que estoy loco de remate. —Sí, señor —dice Josephine—. Me aseguraré de avisarle puntualmente cuando la Srta. Green venga a la oficina. —La mujer mira a Calista, incapaz de ocultar el desconcierto en su mirada—. Srta. Green, le pido disculpas si he parecido grosera. Las mejillas de Calista se tiñen de rosa. —No te preocupes por eso. Inclino la cabeza. —Srta. Green, mantengamos nuestra conversación en mi despacho. Ella asiente, haciendo que los mechones sueltos de su cabello se deslicen a lo largo de su mandíbula. Mis dedos se crispan con la necesidad de tocar los sedosos cabellos. De envolverlos con mi puño. Calista camina a mi lado por el largo pasillo y entra en mi despacho. Inmediatamente cierro la puerta tras ella. El clic del mecanismo de la puerta me llena de satisfacción. La tengo a solas, sin miradas indiscretas. Estando despierta. Verla dormida en su apartamento no es lo mismo que verla de pie ante mí, con la cara ruborizada por la reacción de su cuerpo al verme. Pecho agitado, sus senos tensos contra la tela de su camisa, apretando los muslos mientras se retuerce bajo mi mirada. Disfruto de cada segundo. —Siéntate, por favor. —Extiendo una mano hacia la silla de cuero que hay frente a mi escritorio y me acomodo en la mía al otro lado. Tras apoyar los antebrazos en la superficie, me inclino hacia delante, incapaz de reprimir mi impaciencia—. ¿Por qué estás aquí, Callie? Sus pupilas se contraen al registrar el término cariñoso.
—Sr. Bennett —dice, su voz impregnada de vacilación—, necesito tu ayud… no. —Sacude la cabeza con una exhalación—. Quiero saber, ¿por qué interviniste en mi favor en el Sugar Cube y luego de nuevo en el T&A? Me recorre con la mirada, el color avellana de su interior se agita como oro fundido. Nunca he sentido la necesidad de ser sincero con nadie si no me convenía, pero con Callie quiero serlo. Y lo seré... hasta cierto punto. Ella no puede conocer la profundidad de mi obsesión hasta que yo la comprenda primero y lo tenga todo bajo control. Cuando esté seguro que no huirá de mí. No es que eso me impida perseguirla. Y retenerla. —Eso es sencillo. Vi que necesitabas ayuda y te la proporcioné —le digo. —Sí, pero T&A no es un lugar que visites normalmente, así que ¿por qué estabas allí? Ladeo la cabeza, con una sonrisa jugueteando en mis labios. —¿Me has estado acosando? Toda su actitud cambia. Desde la palidez de su piel hasta la expresión alarmada de su rostro, la mera mención de un acosador, incluso en forma de broma, es devastadora para Callie. Se lleva la mano a la garganta y la suelta rápidamente. Un chispazo de satisfacción enciende mi sangre. Su collar está ahora en mi bolsillo, aunque no entero. Llevo las perlas conmigo desde aquella primera noche. Al final las recuperará todas. Dado el número de veces que me he masturbado por su culpa, será más pronto que tarde. —No, no te he estado siguiendo —me dice—. Intento averiguar cómo es que siempre pareces estar cerca cuando te necesito. Así es. Por fin te das cuenta que me necesitas. Y solo a mí. —Coincidencia, seguro. ¿Por qué estás aquí, Callie? Aunque su mirada sigue siendo dubitativa, agita una mano en señal de desestimación.
—Necesito saber lo importante que es concluir la investigación del asesinato de mi padre, señor Bennett. —Es Hayden. Y la respuesta es mucho. Más aún desde que Zack dijo que no había constancia alguna de alguien con su descripción que hubiera sido atendido en un hospital el 24 de junio. Si no supiera con certeza que es el mejor, le habría despedido. El hacker prometió que seguiría investigando el asunto, probablemente para apaciguarme desde que perdí los papeles. Pero no puedo esperar. No cuando la fuente de las respuestas está sentada justo enfrente de mí. Calista aprieta los labios. Casi puedo oír los engranajes girando en su mente. —Hayden —dice, bajando el volumen de su voz. Casi como si tuviera miedo de decir mi nombre—. ¿Por qué te importa tanto el caso de mi padre? Casi gimo al oír mi nombre en sus labios y en su lengua. —Ya te lo he dicho. Fue uno de los pocos casos importantes de mi carrera que perdí. Incluso con el senador absuelto, acabó muerto. Sea cual sea el motivo, quiero saber por qué. ¿Tú no? —Obviamente —dice—. Por eso contraté al investigador privado en primer lugar. —Entonces estamos de acuerdo. Su deliciosa boca se frunce. —No del todo. Estoy dispuesta a ayudarte en la investigación rellenando los huecos de información que faltan, pero te costará. —¿En serio? —Me reclino en la silla, luchando contra una sonrisa. A mi pequeña Calista le han crecido un par de garras. Desvío la mirada hacia sus uñas perfectamente cuidadas, imaginándomelas clavándose en mi espalda mientras me la follo—. Esto está muy cerca del soborno, Callie. —Prefiero pensar en ello como quid-pro-quo. Una sonrisa se apodera de mi boca antes de poder detenerla. Una que es a la vez rara y genuina. Esta mujer me seduce de noche y me divierte de día. Tan única.
Tan mía. —Favor por favor... —Me doy golpecitos en la barbilla, pensativo, aunque tomé la decisión de darle lo que quisiera cuando la oí decir mi nombre por primera vez—. Puedo trabajar con eso. ¿Cuál es tu precio? Expulsa un soplo de aire y luego dice: —De acuerdo. Una información por quinientos dólares. —¿Eso es todo? Calista hace un gesto adusto antes de suavizar sus facciones. —Que sean mil dólares. No tiene la más mínima idea que le daría millones de dólares que poseo si eso significara llegar a saberlo todo sobre ella. Muy poca gente conoce la riqueza que amasé tras invertir el dinero que gané con mi carrera de abogado. La única razón por la que sigo haciendo este trabajo es porque me proporciona satisfacción al impartir justicia. No tanto como matar al culpable con mis propias manos. Pero todos tenemos que hacer sacrificios por un bien mayor. —Eres dura de pelar, Callie, pero estoy dispuesto a pagar. —Genial. El alivio recorre su rostro, aflojando la tirantez que pellizcaba sus mejillas y las comisuras de sus labios. Me mira y sonríe. Por primera vez. Me aclaro la garganta, recomponiéndome antes de cruzar el escritorio y atraerla hacia mí. Para poder inclinarla sobre él. O besarla. Lo cual sería una primicia para mí. No beso a las mujeres. Me gusta lamerles el coño y chuparles las tetas, pero besar a alguien es algo íntimo. Es una conexión emocional que nunca me ha importado. Ni he querido fomentarla. Hasta Calista Green. —Tengo algunas condiciones que deben cumplirse —le digo. Ella asiente y el color avellana de sus ojos se nubla suspicazmente.
—No me gusta que me hagan esperar. Por lo tanto, responderás siempre a mis llamadas telefónicas y a mis mensajes de texto tan pronto como los recibas. Ella aparta la mirada, un rubor tiñe su cuello. —No tengo móvil. —Eso habrá que rectificarlo inmediatamente. —Cuando abre la boca para hablar, levanto una mano y ella aprieta los labios—. Haremos esto a mi manera, Callie. Puede que tengas la información que necesito, pero soy yo quien controlará todos los aspectos de este acuerdo. Control... eso es irrisorio. No tengo ninguno cuando se trata de ella. Pero eso no me impedirá intentar recuperar cierta apariencia autoritaria en esta situación. Es una ilusión. Igual que mi capacidad para dejarla tranquila. —De acuerdo —susurra—. No quiero ser tu caso de caridad. —Respeto tu orgullo, pero esto no pretende menospreciarte. Simplemente se trata de asegurarme que obtengo lo que quiero. Me mira desde debajo de las pestañas. —¿Qué pasa si no consigues lo que quieres? —Prefiero no decirlo. —¿Es un desafío? Mis labios se crispan ante su agudo ingenio y la forma en que me ha arrojado descaradamente mis palabras a la cara. —Tal vez. De todos modos, tendrás un móvil en las próximas veinticuatro horas. Ahora necesito tus datos bancarios para pagarte. Tras coger un trozo de papel y un bolígrafo, deslizo los objetos en dirección a Calista. Luego cojo el teléfono de mi mesa y marco el número de mi entidad financiera. Mi banquero personal contesta, su voz alegre. —Hola, Sr. Bennett. ¿Cómo se encuentra? —Estoy bien, Ronald. —¿En qué puedo ayudarle hoy, señor? —Necesito hacer una transferencia. —Miro a Calista quien me acerca los datos—. La información es la siguiente.
Ronald lo prepara todo por su parte, sus dedos chasquean suficientemente fuerte en el teclado como para que llegue a mis oídos. —Todo listo, señor. ¿Cuál es la cantidad que desea transferir? —Diez mil dólares. Le habría dado diez veces esa cantidad de buenas a primeras, salvo que no quiero darle la opción de librarse de mí. Con suficiente dinero, seguro que se marcharía. Sale disparada de la silla, casi derribando el mueble. —¡Hayden! Al oírla decir mi nombre con tanta pasión, mi polla presiona la costura de mi pantalón. Además, la idea de oírla gritar mi nombre... Levanto la mano y ella se cruza de brazos, con una expresión transformada de asombro a inquietud. —Siéntate —le digo, mi tono sin dejar lugar a discusiones. —¿Está todo bien, señor? —Sí —digo a Ronald al teléfono—. Termina la transacción. —Todo listo, señor. ¿Puedo hacer algo más por usted? —No. —Gracias por su gestión, Sr. Bennett. Que tenga un buen día. Cuelgo el teléfono. Calista se inclina hacia delante, colocando sus puños sobre mi escritorio. —¿Por qué has hecho eso? —Ya te lo he dicho. Voy a conseguir lo que quiero, de una forma u otra. Con ese dinero en tu cuenta, voy por buen camino. Ahora, hablemos de los acontecimientos del 24 de junio.
CAPÍTULO 18
Calista Mi corazón late tan furiosamente dentro de mi caja torácica que me pregunto si estoy a punto de sufrir un ataque de pánico. No sería la primera vez. Vine aquí para conseguir el dinero suficiente para comprar un teléfono, y acabé con la seguridad financiera suficiente para los próximos dos meses. Ahora, ha llegado el momento de pagar al diablo con información en la que no deseo pensar, y mucho menos discutir. —Esa noche estuve en el albergue infantil de Montlake Drive —digo— . Había un acto benéfico a la mañana siguiente, así que estaba allí horneando productos para su preparación. El hombre que tengo frente a mí tiene una excelente cara de póquer. Las facciones de Hayden permanecen estoicas, con una expresión de leve interés. Si no fuera por el brillo de sus ojos azules, pensaría que estamos hablando del tiempo.
No es uno de los momentos más oscuros de mi vida. —¿Qué ocurrió? —Me sentí mal y me desmayé. La mirada de Hayden se estrecha ligeramente, creando líneas en las comisuras de sus ojos. Ese pequeño cambio es el alcance de su reacción. Para ser alguien que quiere información, desde luego no muestra su impaciencia. O tal vez, la información que tengo no es suficientemente buena. La idea de devolverle su dinero me da vueltas en la cabeza. Inclina la cabeza. —¿Por qué crees que ocurrió eso? Dejo caer la mirada sobre mi regazo y seco mis sudorosas manos sobre los vaqueros. —Me olvidé de comer y me bajó el azúcar. Cuando recobré el conocimiento, llamé a mi padre. —¿Habías bebido? ¿Tomaste algo? —pregunta. Su voz contiene una nota de curiosidad, pero sin ningún juicio. Me infunde ánimos para continuar. —No. La única medicación que tomé fue algo para quitarme el dolor de cabeza. Ya sabes, genérico y de venta libre. Técnicamente, es cierto. Pero esa no era la medicina original. O al menos, los efectos no eran los de un simple analgésico. Fueron mucho peores. Echo una mirada furtiva a Hayden. —La mayoría de la gente cree que fue un intento de llamar la atención de mi padre, pero te juro que no fue así. Incluso cuando Kristen llegó a nuestras vidas, nunca me hizo sentir excluida. Me habría gustado tenerla como madrastra, y el bebé nos habría convertido en una familia. Asiente lentamente. —Siento tu pérdida, Callie. No solo por tu padre, sino por todo lo que podría haber sido. —Gracias.
Su inesperada pero genuina simpatía provoca un pequeño estallido de calor en mi pecho. ¿Por qué me afectan las palabras de un hombre que intento activamente que no me agrade? La reacción de mi cuerpo ante él diría lo contrario: le cae más que bien. Me escudo mentalmente cuando mi mente comienza a evocar mi imagen tocándome con su nombre en los labios. Fue el mejor orgasmo de mi vida. Juré que solo lo haría esa vez. La primera razón fue que estaba segura de no volver a ver a Hayden. Desde que descubrió lo pobre que soy, supuse que se disgustaría y no volveríamos a cruzarnos. Quizá en el Sugar Cube, pero eso no me sorprendería, dado lo cerca que está su oficina. La segunda razón por la que me prometí a mí misma que solo fantasearía con él fue el haberme tratado como a su hermana pequeña. Estoy convencida que no será más de diez años mayor que yo, pero hasta ahora no le he visto mirarme con deseo como cuando nos conocimos. Hay veces que me pregunto si me lo habré inventado todo y habré proyectado mi atracción en él. Independientemente de mi confusión respecto a Hayden, me encuentro dividida entre desearlo y ceder al impulso de huir. Sobre todo, por esta conversación. —Dado tu estado físico —me dice—, supongo que tu padre te llevó a un hospital. Suelto un suspiro, que no sirve para calmar mi pulso acelerado. Mi brújula moral no me permite mentir a Hayden, pero me avergüenza admitir que no estoy por encima de ocultar ciertos detalles. Mentiras por omisión. Las más letales. No necesitan ser creíbles. Solo silenciosas. —Me examinó un profesional médico —digo. —Ya veo —dice—. ¿En qué hospital? —¿Realmente necesitas saberlo? Los detalles son irrelevantes. El examen no consistió en nada, salvo cuidados rutinarios y mi alta esa misma noche.
Sus labios se afinan contrariados. —Quiero saberlo todo sobre ti, Callie. No importa lo insignificante que creas que es algo, lo más probable es que sea significativo para mí. —¿Por qué? Se supone que esto tiene que ver con mi padre, no conmigo. —Todo está relacionado. Frunzo el ceño, incapaz de ocultar mi escepticismo. Este hombre está indagando en todos los aspectos de mi vida, y no creo que todo ello le ayude a comprender el caso de mi padre. Hay un hambre en los ojos de Hayden que es más profunda, más feroz de lo que él da a entender. Desgraciadamente, también lo es mi necesidad de mantener esta información en secreto. —Si te doy el nombre del lugar, ¿puedo marcharme con el dinero y tu promesa de seguir adelante con este tema? —pregunto. Hayden me observa, permaneciendo perfectamente inmóvil. En esos segundos, casi me quiebro bajo su intensa mirada. Mi pulso se acelera, la velocidad es tan rápida que me pongo una mano en el pecho para evitar que el corazón se me escape de la caja torácica. Su mirada se clava en mi pecho. Y se detiene. Me recorre como una caricia fantasmal. A pesar de la fealdad del tema, mi piel se ruboriza con sus ojos clavados en mí. ¿Cómo puedo estar excitada y al borde de un ataque de pánico simultáneamente? Hayden no solo me deja perpleja, sino que también confunde a mi cuerpo. —No puedo aceptarlo —me dice—. Necesito saberlo todo. Si fuera cualquier otro sujeto, no dudaría en contárselo. Sin embargo, revelar este secreto no solo me hará daño y me obligará a revivir de nuevo el horrible suceso. Podría desvelar cosas de mi mente que he reprimido. No puedo arriesgarme. —No hay nada más que discutir —digo, mis palabras ligeras y etéreas, luchando por salir. Hayden estrecha la mirada y me estremezco.
—Háblame de los hematomas —me dice—. Supongo que tu padre tomó la foto como prueba y luego ocultó los detalles de tu ataque por motivos políticos, pero eso no me dice lo que quiero saber. —Se inclina hacia delante y su mirada se estrecha—. ¿Quién te hirió? La idea que Hayden descubra los sórdidos detalles de aquella noche incita a mi cuerpo a tomar el control. La adrenalina se dispara, desencadenando un pánico que me hace sentir el pecho aprisionado, y cada respiración hace que la presión aumente hasta que jadeo. Aprieto los ojos y respiro hondo para no hiperventilar, pero es inútil. —No puedo hacerlo. —Tengo que saberlo —me dice Hayden, con un tono más enérgico—. ¿Quién te ha puesto las putas manos encima? Quiero un nombre. Mis ojos se abren de golpe ante la ira sin adulterar de su voz. Por primera vez en este interrogatorio, Hayden muestra emoción. Y es fuerte. Su mirada está clavada en la mía, el azul resplandece de malicia y su cuerpo está tenso con la tensión recubriendo cada músculo. Me pongo en pie a pesar de temblarme las piernas. La vergüenza acalora mi piel y mis ojos punzan con lágrimas, parpadeando furiosamente para evitar que caigan. —Coge tu dinero y déjame en paz. —¿A quién intentas proteger? —pregunta. Se levanta y planta las manos en el escritorio, inclinándose hacia mí—. ¿A tu padre o a ti misma? Mi necesidad de escapar se apodera de mí y me doy la vuelta, corriendo hacia la puerta. Soy una idiota por pensar que podría negociar con alguien como Hayden. Su intención de descubrir los sucesos de mi pasado es como una enfermedad, y no parará hasta que haya infectado las partes sanas que hay en mí. Y empeorado las partes que aún están enfermas. —Calista, espera. Su voz y el uso de mi nombre me hacen caminar más deprisa. Agarro el pomo de la puerta tirando hacia atrás del brazo, justo para sobresaltarme al escuchar el fuerte sonido que reverbera en mis oídos. Las palmas de las manos de Hayden golpean contra la puerta, sus manos planas a ambos
lados de mi cabeza. Me paralizo y todo mi cuerpo se agarrota asustado. Pero también consciente. Su olor inunda mi nariz. Su calor se filtra en mi piel. La sensación de su presión contra mi espalda me hace desear más. Este hombre es peligroso. Por muchas razones. Cierro los ojos y apoyo la frente en la madera. El mundo se desvanece hasta que solo quedamos Hayden y yo. Mi pánico y su presencia. Mis jadeos suenan con fuerza en mis oídos, y mis pulmones se esfuerzan por mantener el aire fluyendo a pesar de mi incapacidad para aspirar mucho oxígeno. Sintiendo a Hayden sujetándome por los hombros, finalmente aspiro una bocanada de aire muy necesaria. Me despeja la niebla que nublaba mi visión, y parpadeo al ver al hombre cuando me gira para quedar frente a él. Mueve los labios, pero sus palabras no llegan a mi mente. Permanezco inmóvil mientras su voz flota sobre mí como una melodía, una tonalidad masculina luchando contra la oscuridad que está a punto de engullirme por completo. Hayden envuelve mi espalda con un brazo y dobla las piernas para pasar el otro por detrás de mis rodillas. De un segundo a otro, estoy entre sus brazos. Lo miro fijamente mientras cruza la estancia hasta su escritorio y nos acomoda en el sillón, conmigo sobre su regazo. Esta proximidad hace que mi lucha por respirar sea mucho más difícil. Acaricia mi mejilla, colocando el pulgar bajo mi mandíbula, alzando mi cabeza. —Mírame, Callie. Dirijo mi mirada hacia la suya. Esos azules son como fragmentos de hielo, helados ante su preocupación por mí. —Eso es. Concéntrate en mí —me dice—. Estás a salvo. Nada te hará daño. Su voz transmite una confianza que retumba en mi interior. Combate mi necesidad de esconderme de él. De ocultar las partes sucias y dañadas de mí.
—Te tengo, Callie. Estás a salvo conmigo. Nunca dejaré que nada te haga daño. Cualquiera que lo intente sufrirá. Ahora, inspira y expira lentamente por la boca. Cuando me pasa el pulgar por la línea de los labios, inhalo. El aliento pasa por su dedo, entrando en mis pulmones. En mi alma. El tiempo no tiene sentido alguno a medida que Hayden me tranquiliza una y otra vez, dirigiendo mi respiración con palabras y suaves caricias. Nuestro entorno va tomando forma poco a poco y se va cimentando en mi psique. Pero su despacho no es más que un pensamiento fugaz comparado con el hombre que me mantiene pegada a su pecho. Él es lo único que hay en mi mundo en este momento. Los latidos del corazón de Hayden golpean furiosamente contra mi oído, un marcado contraste con el tono tranquilo que utiliza para hablarme. Trago saliva para aliviar la sequedad de mi garganta y lo miro fijamente, mi visión más clara que hace un momento. Su oscura belleza me devuelve la mirada como Lucifer antes de caer en desgracia. —Estás a salvo —me dice Hayden, deslizando el pulgar por mi mejilla—. Te tengo. Levanto el brazo para rozar su mandíbula con las yemas de mis dedos, ignorando el temblor de estos. ¿Es por la inquietud... o por el placer de tocarlo? —No tienes que preocuparte por mí, Hayden. Estoy bien. Me fuerzo a sonreír. Mi rostro vacila cuando él frunce el ceño, pero la mantengo mientras continúo acariciándole. Mi necesidad de tranquilizarlo es casi tan fuerte como mi necesidad de tocarlo. Me muerdo el interior de la mejilla para reprimir un suspiro mientras recorro con los dedos la curva de su mejilla, la longitud de su mandíbula y el arco de sus cejas. Una, luego la otra. Hayden se transforma en hielo, duro e inmóvil frente a mí. Sin embargo, no me impide explorarlo. Llevo el dedo índice a su barbilla, siguiendo la pequeña hendidura que hay allí, y luego arrastro la punta del dedo por su nariz y su labio inferior. Es tan suave como pensaba. Puede que incluso más. Con pesar, dejo caer la mano.
Únicamente para que Hayden la atrape con la suya llevándosela a la boca. —No te detengas —susurra, sus labios rozando mi piel—. Necesito más.
CAPÍTULO 19
Hayden Calista ha despertado algo en mí. Algo que creía muerto y enterrado. Fragmentos de mi infancia se alzan como fantasmas de sus tumbas, su ominosa presencia hiela mi piel. Me concentro en el rostro de Calista cuando otro intenta ocupar su lugar. El de otra mujer. La única a la que he amado. Los rasgos de mi madre toman brevemente el relevo en forma de cabello rubio y ojos azul claro del mismo tono que los míos. Su voz llega hasta mis oídos, con palabras llenas de esperanzas y sueños que nunca llegarán a realizarse. Pero la estrecho entre mis brazos a pesar de todo, decidido a luchar contra los demonios que asolan su cuerpo. ¿Cómo puede alguien luchar contra un enemigo que no puede ver? La drogadicción es el adversario más fuerte al que me he enfrentado.
La depresión. Los ataques de pánico. Los delirios de un futuro mejor. Aprieto los dientes y abrazo a mi madre como si quisiera protegerla de la batalla interior, sabiendo que el veneno ya está corriendo por su torrente sanguíneo. Mi atención se estrecha hasta que lo único que puedo ver es su expresión vidriosa, unos ojos, azul pálido apagados por las drogas, cada vez más carentes de vida a medida que pasa un segundo. Un instante de tiempo que nunca recuperaré. Porque, en el fondo, sé cómo acaba todo esto. Eso no me impide decir lo que ella necesita oír. —Estás a salvo —le digo, mi pulgar trazando la curva de su mejilla— . Te tengo. Un toque de jazmín. Un toque cálido. Una voz suave. La suave caricia a lo largo de mi mandíbula, acompañada de la pronunciación de mi nombre, me saca de los oscuros recovecos de mi mente. —No tienes que preocuparte por mí, Hayden. Estoy bien. Miro a Calista como si la viera por primera vez. A cambio, ella me sonríe. Para tranquilizarme. Para reconfortarme. Incluso en medio de la ansiedad que asola su mente y su cuerpo, la única preocupación de esta mujer en este momento soy yo. Frunzo el ceño ante este acto desinteresado. Me retrotrae a aquel día en el funeral en el que Calista consoló a todos los demás en lugar de recibir apoyo como debería. A pesar de mis agitados pensamientos, sigue explorando mi rostro, lenta y deliberadamente, como si quisiera memorizarlo. Al mismo tiempo, el cuerpo de Calista tiembla entre mis brazos. Yo, en cambio, me he quedado inmóvil, como una estatua viviente. Hasta que ella roza mis labios.
Algo en eso rompe los vestigios que quedan de mis recuerdos infantiles. A pesar del afecto que aún siento por mi madre, nunca confundiré el tacto de Calista con el de otra persona. Cada roce de sus dedos me marca, el calor de su piel sobre la mía es un fuego más ardiente y profundo que una supernova. Calista deja caer la mano, acercándola a su pecho. Mis cejas se fruncen ante la pérdida. Ansioso por sentir su roce, tomo su mano y la aproximo a mi boca, rozando sus dedos con mis labios. Sus temblores se intensifican. ¿Me tiene miedo? —No te detengas —susurro. Aunque hablo a un volumen bajo, no disimulo la vehemencia subyacente en mi tono. Estoy desesperado por Calista. De una forma de la que no me había dado cuenta hasta ahora—. Necesito más. Aplasto la palma de su mano contra mi mejilla y cierro brevemente los ojos, absorbiendo la ternura de esta mujer. Me mira fijamente, con los ojos muy abiertos, de un color avellana dorado fundido. ¿Qué ve cuando me mira? —Estoy aquí —me susurra—. Para lo que necesites. Calista Green me ha dado permiso para tomar. De consumir. De poseer. ¿Cómo puedo resistirme? No puedo.
CAPÍTULO 20
Calista Algo está ocurriendo. Puedo sentir el cambio en Hayden. En nuestra dinámica. Es como un ser vivo, inspirando y espirando, dando y recibiendo. Yo sometiéndome y él reclamando. Su anhelo de conexión no se me escapa. De hecho, provoca una profunda agitación en mi interior, sacándolo de lo más profundo de mi alma. Siempre he deseado establecer un vínculo con otra persona, y pensé que lo tendría con Adam, pero me equivocaba. ¿Puedo tenerlo con Hayden? Como si estuviera al tanto de mis pensamientos, retrocede. Solo un poco, pero lo suficiente para ver su mirada y las turbulencias que hay en ella. La confusión se enfrenta a la lógica.
El deseo lucha contra el escepticismo. La vulnerabilidad lucha con la necesidad de conexión. ¿Qué ganará al final? Presiono mi mano contra su mejilla, anclándome a él antes de desatar cualquier tormenta que se esté gestando en su interior; una tempestad que me destrozará. Completamente. —¿Estás bien? —pregunto. Por muy suave que sea, mi voz es intrusa durante semejante conflicto emocional. Hayden frunce el ceño. —Creo que debería hacerte esa pregunta, ya que fuiste tú quien experimentó un ataque de pánico. —¿Cómo lo has sabido? —Mi madre los sufría. Cualquier vergüenza que tuviera al verme en un estado tan vulnerable se evapora como una bocanada de humo. El hedor de todo ello perdura. Impregna la habitación, me revuelve el estómago y contrae mis músculos. Todo por culpa de Hayden. Quizá no tuvo una infancia fácil como yo había supuesto. Me duele el corazón por él. —Le ayudaba a superarlos lo mejor que podía —me dice—. Pero no se puede hacer mucho cuando una persona está bajo los efectos de las drogas. Paso el pulgar por los ángulos de su mejilla, queriendo reconfortarlo como sea. Le dije a Hayden que podía tomar de mí lo que necesitara, y lo dije en serio. Si supiera las cosas que estaría dispuesta a darle... Todo por este momento íntimo. Por fin veo a Hayden como un ser humano con defectos y sentimientos. Me dan ganas de acurrucarme entre sus brazos y no irme nunca. Por lo que he deducido, ambos hemos perdido a un ser querido y necesitamos a alguien que nos comprenda. Y lo entiendo. Profundamente. Cierra los ojos inclinándose hacia mí. —Nadie debería tener que padecerlo solo.
—Gracias. —Parpadeo conteniendo las lágrimas cuando se me nubla la vista—. No suelo tener público durante mis episodios. No tengo público desde que murió mi padre. —Lo siento mucho, Callie. —Hayden. —Lo atraigo hacia mí hasta que nuestras frentes rozan—. Puedo ver que lo dices de verdad, y si quieres ayudarme, por favor, encuentra a su asesino. Se pone rígido bajo las yemas de mis dedos. —No estoy seguro de poder encontrar la redención para esa persona. —No busco redención, ni siquiera venganza. Quiero comprensión más que nada. —Comprensión. —Su aliento susurra sobre mis labios—. Nunca dejas de sorprenderme. Después de todo, deberías querer sangre... y, sin embargo, tu corazón sigue siendo puro. Me encojo de hombros. —Aún estoy afligida y enfadada por su muerte. No soy perfecta. —No estoy de acuerdo. Su mano se desliza hasta mi nuca, sus dedos masajean mi agitación mientras me mantiene cautiva. Su tacto me produce estremecimientos, que se suman al minúsculo temblor que aún recorre mi cuerpo. Ocultando la forma en que me afecta. —Puedes confiar en que encontraré al responsable y se lo haré pagar. —Su mirada se clava en la mía—. Solo dime el nombre del hospital. Por mucho que quiera darle a Hayden las respuestas que busca, el precio de saberlo es demasiado alto. Es una deuda que nunca pedí y algo de lo que no puedo librarme, por mucho que lo intente. Le sonrío, pero con tristeza y remordimiento. —No puedo.
CAPÍTULO 21
Calista —Realmente necesitas un teléfono —dice Harper, con la mano en la cadera. —Buenos días a ti también. Hace un gesto con la mano. —Es demasiado pronto para bromas. —¿Pero no para críticas? —Cierro y bloqueo la puerta del Sugar Cube, reprimiendo sin éxito un bostezo—. Pero tienes razón. —Sé que la tengo. Basta —me dice tapándose la boca con la mano—. Esa mierda de bostezo es contagiosa, y acabamos de llegar. ¿Qué tal fue? Cojo mi delantal atándome los cabos. —¿Cómo fue el qué?
—Oh, mierda. —Harper me entrecierra los ojos—. Sabes exactamente de lo que estoy hablando, lo que significa que tienes cosas que contar. Suéltalo. —Bien. Cuando llegué a su despacho, la recepcionista se muestra un poco desafiante, pero entonces aparece Hayden y me invitó a pasar a su despacho. Los ojos de Harper se abren desmesuradamente y su mandíbula se afloja. —¿Y? —Y le pregunté si la información valía algo para él. Resultó que sí. —¿Cuánto? Me muerdo el labio inferior, insegura sobre cuánto debo revelar. Mi amiga no ha hecho más que apoyarme, sin embargo, está convencida que las cosas entre Hayden y yo son más de lo que realmente parecen. Decirle que me dio miles de dólares solo reforzaría su opinión. ¿Pero decirle que me abrazó y me calmó como a una niña asustada? Jamás escucharía el final del asunto. —El sueldo de unos meses —digo. Harper suelta un grito. El sonido resuena en la cafetería vacía y sonrío, sacudiendo la cabeza. —Esto es lo más enérgico que te he visto nunca. —Considerando que son casi las seis de la mañana, probablemente será algo puntual. ¡Dios mío! Esa información debe ser realmente importante si está dispuesto a pagar tanto. Tenemos que celebrarlo. Me acerco y dejo el periódico del Sr. Bailey en la mesa que le corresponde. —Acabo de recibir el dinero, ¿y ya quieres que me lo gaste? Cruza los brazos y apoya la barbilla. —Sí, quiero. Primero, en un móvil. —Acepto. ¿Y lo segundo? —pregunto, regresando a su lado. —Una noche de fiesta conmigo.
Sacudo la cabeza. Demasiado enérgicamente, si el dolor en la mirada de Harper sirve de indicio. El sentimiento de culpa se apodera de mí, haciéndome sangrar el corazón, y me reprendo interiormente. —Me encantaría salir contigo, pero este dinero es para ayudarme a librarme de un acosador. —Me doy una palmada en la frente—. No puedo creer que haya llegado a este punto de mi vida. Mi amiga sujeta mis hombros y me sonríe. Pretende ser alentadora, pero hay una tirantez alrededor de su boca que no puedo descartar. —Calista, trabajas más duro que nadie que yo conozca. Lo único que te pido es que disfrutes de la vida en lugar de limitarte a sobrevivirla. ¿De acuerdo? Además, no cumpliste tu parte de nuestro trato—. El Sr.-te-lachupo-encantada-Bennett vino a verte otra vez, y tú no flirteaste con él, así que me debes una noche de fiesta. Agacho la cabeza, evitando su mirada. —No tengo nada que ponerme. —Yo tengo un montón. Somos más o menos de la misma talla, así que haremos que funcione. Di que irás. —De acuerdo. —La simple aquiescencia hace que mi tensión disminuya—. Estaría bien disfrutar por una vez. —Eso es lo que estoy diciendo. Echo un vistazo al reloj y me fijo en la hora. —Hora de abrir las puertas. —Será mejor que comience el día. Así podremos salir esta noche. —¿Esta noche? —repito, con la voz aguda—. ¿Tan rápido? Me guiña un ojo. —Desde luego. Si no te saco ahora, pensarás demasiado y se te ocurrirán un millón de razones para no ir. Vamos a hacerlo. Se acerca a la puerta e inserta la llave. Cuando se abre la cerradura, empuja la puerta de cristal, asomando la cabeza. —Muy bien, perdedores dependientes de la cafeína, entrad aquí y tomad vuestra dosis.
Me sitúo detrás de la caja registradora, reordenando los billetes que hay dentro disimulando mi diversión. A veces me pregunto por qué Alex no ha despedido a Harper. Es como una pistola cargada capaz de estallar en cualquier momento. Es lo que la hace excitante y a mí cautelosa. Mi turno comienza y continúa como siempre. Los clientes tienen prisa, y yo hago todo lo posible por complacerlos, pero con una sonrisa. El mundo está lleno de oscuridad, así que ¿por qué no intentar ser la luz en el día de alguien? Como de costumbre, mis pensamientos se desvían hacia Hayden siempre que no estoy registrando algún pedido o charlando con Harper. Por mucho que repaso lo ocurrido en su despacho, no consigo encontrarle sentido a todo. Lo único que sé con certeza es que vi un lado de él que no sabía que existía. Puede que me tranquilizara de manera inflexible, pero fue tierno. Una ternura de la que nunca le habría imaginado capaz. Ahora que lo he experimentado, quiero más. ¿Por qué? ¿Estoy tan cegada por su aspecto que no puedo pensar más allá de la atracción que siento por él? ¿O se ha tatuado una parte de mí que he compartido sin querer? Es difícil enfrentarse a la vulnerabilidad, y más aún exponerla a otra persona. Hayden también compartió la suya conmigo. Interiormente, sé que no es normal que hable de su madre. Y menos teniendo en cuenta sus problemas con las drogas. Y con la adicción. No lo dijo específicamente, pero hubo muchas cosas que no dijo en voz alta y que yo capté. Aun así, volvió a ser un chico cuidando de su madre al comienzo de mi ataque de pánico. Mi corazón se expandió en mi pecho, haciéndolo doler en su nombre. Puede que Hayden sea seguro de sí mismo y de carácter fuerte, pero en el fondo es un ser humano, con experiencias y emociones humanas. Como el dolor. Y necesidad. —No te detengas —susurra—. Necesito más.
Me agarro al borde del mostrador buscando estabilidad mientras la orden de Hayden se repite en mi mente, y la desesperación de sus palabras me caldea por todas partes. Incluso en lugares donde no debería. La puerta se abre y levanto la cabeza, poniendo una sonrisa en mi rostro ocultando los pensamientos inapropiados de mi mente. Un repartidor se acerca con un paquete en las manos. Es una pequeña caja blanca, de no más de treinta centímetros, sin ningún logotipo que me dé una idea de lo que hay dentro. —¿Calista Green? Frunzo el ceño. —Soy yo, pero no he pedido nada. El tipo encoge sus enormes hombros, sin duda adquiridos por su trabajo físicamente exigente. —Esto lleva tu nombre, así que es tuyo. Por favor, firma aquí. Harper se acerca a mí y sus dedos ávidos cogen el paquete. —Embalaje discreto... ¿Qué será esto? —Lo sacude y me sonríe—. Por favor, dime que es un consolador. Tanto el repartidor como yo dirigimos nuestras miradas hacia ella. Él le sonríe y Harper menea sus cejas. Entretanto, cierro los ojos respirando hondo para controlar el rubor. —Aquí tienes —le digo, devolviéndole el bolígrafo—. Gracias. Harper saluda con la mano. —Que tengas un buen día, guapetón. El tipo inclina la cabeza en nuestra dirección. —Hasta la próxima. Antes que el hombre atraviese el marco de la puerta, Harper está abriendo el paquete como un niño en la mañana de Navidad. O un demonio abriendo la caja de Pandora. —¡Un móvil! Deja el paquete ya abierto y se vuelve hacia mí—. Joder, qué rápido. Sacudo la cabeza, la confusión grabándose en mis facciones.
—Pero no he pedido ninguno. —Tardo un momento en caer en la cuenta—. Hayden. —¿Él hizo esto? —Sí. Dijo que él... Harper agita la mano delante de mi cara. —¿Qué te dijo? —No sé cómo decir esto sin que suene raro. —Oh, tesoro, me desvivo por lo raro. Independientemente de la situación en la que me encuentre, mi amiga nunca deja de hacerme sentir mejor. Mi amor por ella aumenta hasta que siento que va a salir de mí. La rodeo con mis brazos en una muestra de afecto poco habitual en mí. Ella no tarda en devolverme el abrazo. —Gracias —le digo. —¿Por qué? —Por todo. Por no juzgarme. Por apoyarme. Por ser una amiga increíble. Nos separamos y me sonríe. —Cuando quieras, cariño. Sé que harías lo mismo por mí. —Harper hace un movimiento circular con la mano—. Ahora cuéntame la rareza. Tomo aire y me lanzo. —Cuando hablé ayer con Hayden, me dijo que quería mi número de teléfono para tenerme accesible en todo momento, porque no le gusta que le hagan esperar. Cuando le dije que no tenía teléfono, me dijo que lo arreglaría inmediatamente. Señalo la caja. —Él lo cumplió. —¿Por qué es tan raro? —Dijo que tenía que 'contestar a sus llamadas y responder rápidamente a sus mensajes tan pronto los recibiera' —digo, entrecomillando mientras pongo los ojos en blanco—. Me siento como si él fuera mi hermano mayor y yo su hermana pequeña. Como si yo fuera alguien a quien le molesta tener que cuidar.
Las cejas de Harper se levantan, casi desapareciendo en el nacimiento de su cabellera. —Cielo, si la forma en que te mira ese hombre es fraternal, entonces es que le va el incesto seriamente, porque no hay nada en la forma en que te contempla que diga 'parentesco'. Mi boca permanece abierta y me quedo allí, parpadeando una y otra vez. —Me estás escuchando —me dice. Mi amiga levanta las manos para hacer comillas al aire, su postura burlona—. Ese hombre quiere demostrarte 'amor fraternal' como nadie. Cojo el móvil como excusa para no mirarla. Nada más encenderlo, el aparato suena, indicando un mensaje de texto. Reviso rápidamente los ajustes y compruebo que ya está todo programado. Incluido el número de Hayden Bennett en los contactos. Hayden: Tan pronto recibas el móvil, envíame un mensaje de texto para saber que lo has recibido y que todo funciona correctamente. Mis dedos comienzan inmediatamente a escribir un mensaje, como si tuviera la voz de Hayden en la oreja y estuviera a mi lado. Odio cómo mi cuerpo le obedece antes que mi mente haya tenido la oportunidad de pensarlo. Calista: Así es. Gracias por el móvil. Hayden: No hay de qué. Llévalo siempre encima y contéstame siempre. Calista: � Cuando no responde inmediatamente, suspiro. ¿De verdad creí que la breve ternura que experimenté por su parte continuaría? Supongo que sí, ya que la decepción me invade. Pero me equivoqué. En todo caso, está más distante. Me saca de quicio y el calor florece en mis mejillas. Calista: El emoji era una broma. Hayden: Cuando digas algo gracioso, me reiré. Calista: Dudo que sepas cómo. Hayden: ¿Has terminado?
Miro fijamente el teléfono. Poner fin a esta conversación es lo único sensato que puedo hacer. Es eso o mostrar mi culo enemistándome más con él, lo que no serviría de nada. Aunque sea tentador. Calista: Me aseguraré de llevar el teléfono conmigo al trabajo. Hayden: No te separes de él y asegúrate de contestarme. Frunzo el ceño ante su brusquedad. Por muy agradecida que esté a Hayden por haber pagado este teléfono y haberme dado dinero, sigue teniendo un precio. Uno que ojalá no hubiera tenido que pagar. Calista: � Hayden: Ese tipo de respuesta está por debajo de tu inteligencia, Srta. Green. Calista: � Hayden: ¿Es un patético intento de flirtear conmigo o me estás provocando deliberadamente? Aprieto los dientes y apago el teléfono antes de arrojar el maldito cacharro al otro lado de la habitación. Tras meterme el aparato en el bolsillo, exhalo un suspiro, decidida a alejar mis pensamientos de aquel exasperante hombre. Alguien se acerca al mostrador y levanto la cabeza, con un saludo en los labios. —Bienvenido al... Las palabras mueren en mi lengua, su sabor algo amargo y rancio cuando mi cerebro registra a la persona que está al otro lado del mostrador. La última persona que esperaba ver.
CAPÍTULO 22
Calista Mi ex prometido. En mi trabajo. Llevo unos vaqueros rotos, una camiseta demasiado gastada y el cabello recogido en una coleta. Está tan lejos de la apariencia arreglada y elegante a la que estaba acostumbrada. Sin mi collar de perlas, estoy aún más alejada de mi antiguo yo, pero no puedo esconderme tras mi atuendo informal. Sin duda, Adam me reconocerá. Su abrigo color carbón y su bufanda color oliva me resultan dolorosamente familiares. No porque lo eche de menos, sino porque su presencia me recuerda otra vida, la anterior a la caída en desgracia de mi familia en muchos aspectos. Mirar a mi ex amenaza con abrir un baúl de recuerdos llenos de momentos tiernos, silencios amenos y risas. No solo con él, sino con mi padre.
Se me corta la respiración y me obligo a exhalar, a liberar los restos de mi pasado. No gano nada lamentándome por lo que he perdido. Aunque aún me duela el corazón. La mirada de Adam se fija en mí y la sorpresa se refleja en su atractivo rostro, pero enseguida queda oculta por una máscara de indiferencia. El escalofrío de su respuesta me hiere, me abre en canal y deja que mis inseguridades se desangren. Ahora me cubren y las lágrimas punzan mis ojos. Empuño mi mano, clavándome las uñas para evitar derrumbarme. No le daré esa satisfacción. —Hola, Calista —dice Adam. Su voz es tal como la recuerdo, suave y convincente, capaz de tranquilizar a alguien al instante. Lástima que esté insensibilizada a eso. Y a él—. Ha pasado mucho tiempo. —Sí, así es. Asiente con la cabeza, sus ojos castaños claros, en lugar de nublados por la calidez. O arrepentimiento. Nunca entenderé cómo pensé que lo amaba, cómo miré esos ojos con afecto y pensamientos de un futuro juntos. No cuando el hombre con el que se suponía que iba a casarme me dejó a causa de la inculpación de mi padre. Adam ni siquiera esperó al veredicto final. —¿Cómo estás? —pregunta. Quiero escupirle mis problemas, echárselos a los pies, pero me abstengo. No quiero que sepa el papel que ha desempeñado en mi lucha por sobrevivir. La que combato a diario. —Estoy bien. ¿Qué te pongo? —Un chai latte. Cojo una taza y el rotulador permanente y escribo allí su pedido. Después de acercarme y dárselo a Harper, quien me mira como un halcón, vuelvo a la caja y le doy a Adam el total. Saca un billete de cien dólares. —Quédate el cambio. La ira, ardiente y abrasadora, arde en mi pecho y calienta mi rostro. Lo fulmino con la mirada y le devuelvo el cambio, golpeando los billetes contra el mostrador. Así como las monedas. —No necesito tu compasión.
Harper se acerca, situándose a mi lado, levantando la barbilla hacia Adam. —¿Quién es este idiota? Entre la furia y los nervios que me recorren la piel, casi me parto de risa ante su burdo comportamiento. Debería habérmelo esperado, pero de algún modo mi amiga siempre me sorprende. Y la quiero por ello. —Harper, te presento a Adam Thompson, mi ex prometido. Adam, ella es Harper, mi mejor amiga. Ella asiente una vez y coge el rotulador para garabatear algo en su taza. Luego le dedica una acaramelada sonrisita. —Aquí tienes tu pedido. Espero que te atropelle un autobús al salir. Mis ojos se agrandan, lo que me permite ver claramente el tachado del nombre de Adam, así como la nueva palabra añadida. Capullo. Me rio a carcajadas. El insulto queda registrado, y Adam fulmina a Harper con la mirada, su fachada se resquebraja lo suficiente para que veamos su irritación. Ella le lanza un beso y le muestra su dedo medio, lo que me hace reír aún más. Cuando se me saltan las lágrimas, no son de tristeza, lo cual es un alivio. Mi ex se apresura a guardar las apariencias. Recoge su dinero y tira el café a la basura al salir. Mi diversión continúa, aunque creo que es una decisión acertada. No me extrañaría que Harper tuviera algunos laxantes cerca, reservados para 'clientes especiales'. —No puedo creer que quisieras casarte con ese imbécil —me dice. Me limpio las lágrimas de los ojos y asiento con la cabeza. —Es verdad. Pero, en mi defensa, no sabía que era un imbécil superficial. —Te perdono. —Gracias. —Agarro su mano y la aprieto suavemente—. Siento que debería abrazarte de nuevo. Me guiña un ojo. —Solo un abrazo por turno. Debo decir que hoy ha sido una locura. Probablemente sea bueno que salgamos esta noche. Lo necesitas realmente.
No estoy segura si estoy de acuerdo, pero una cosa es segura: los hombres que me han atraído apestan. Sin Adam, solo queda Hayden. Y no estoy segura de poder librarme de él.
CAPÍTULO 23
Calista Estoy en el infierno. La música de baile retumba en la discoteca, y cada latido vibra en mi pecho. Unas luces de neón parpadeantes iluminan la oscuridad, lo suficiente para revelar el gran espacio abierto donde baila la gente, con sus cuerpos moviéndose al compás de las canciones a todo volumen a nuestro alrededor. Una barra se extiende a lo largo de la pared derecha, y los coloridos paneles LED que hay detrás me permiten distinguir la gran variedad de botellas y vasos. El aire es cálido y denso, lleno de aromas de perfume, colonia, sudor y alcohol. Aprieto las manos cuando mis dedos se crispan, mi cerebro me grita que coja el desinfectante en miniatura del bolso. Si no hiriera los sentimientos de Harper, me empaparía en él ahora mismo. —¿Quieres bailar o beber primero? —pregunta, su voz fuerte en mi oído.
—Lo que tú quieras. —¡Bebida! Me coge de la mano y la sigo, observando la sección VIP del fondo del club, a la izquierda de la barra. Aunque este espacio exclusivo no tiene barreras físicas que impidan la entrada al resto de los clientes, hay dos guardias de seguridad justo fuera de la entrada. Dentro de la zona hay lujosos sofás y mesas privadas, y personas bien vestidas tomando sus bebidas mientras contemplan la escena ante ellos. O ignorando al resto. —¿Cuál es tu bebida preferida? —me pregunta Harper. Me acerca a su lado, frente a la barra, y me pasa un brazo por el hombro. Su agarre seguro me hace sentir menos vulnerable ante los innumerables ojos que podrían estar observándonos. —Vodka sour de cereza —le digo. —Vodka sour de cereza para ella. —Me señala y después a sí misma, guiñándole un ojo al camarero. El rubio alto le devuelve el gesto, y la sonrisa de Harper se ensancha—. Y yo tomaré un martini de manzana — dice—. Mejor seguir con el tema afrutado. Le doy las gracias con la cabeza sin perder de vista al camarero. Observo cada movimiento suyo, cada movimiento de sus dedos, sin perder nunca de vista el vaso. Ni siquiera para pestañear. Porque eso es todo lo que hace falta para que alguien te drogue. Cuando entrega las bebidas sin ningún signo de juego sucio, me relajo y bebo un sorbo. El alcohol se desliza en mi estómago, calentándome inmediatamente por dentro. Harper bebe un gran trago del suyo y me sonríe. —¡A la pista de baile con tu culo sexy! Las luces parpadeantes del techo revelan las facciones de Harper. Tiene la cara excitada, y el maquillaje ahumado acentúa la forma y el color de sus ojos verdes. Su melena pelirroja salvaje está recogida en un moño desordenado en la cabeza, y sus labios están teñidos de rojo, combinando muy bien con el brillante minivestido dorado, ciñendo a su cuerpo. Es tan encantadora que resulta difícil mirar a otra parte que no sea a ella. En contraste con el aspecto brillante y resplandeciente de Harper, mi atuendo es un sencillo vestido negro ajustado al cuerpo. El escote
pronunciado fue un problema cuando mi amiga me sugirió que me lo pusiera, pero luego me retó a no ser una nenaza. Así que aquí estoy, llevando algo que me hace sentir sexy y expuesta a la vez. Es parecido a lo que siento siempre que estoy cerca de Hayden. —Vamos, preciosa —me dice Harper, apartándome de mis pensamientos sobre cierto abogado—. Veamos lo que tienes. Sacudo la cabeza con una pequeña carcajada. —No tengo mucha coordinación. —Seguro que es mentira. Haz lo que yo hago. Bebida en mano, mi amiga se transforma en una diosa ante mis ojos. Harper se balancea al ritmo de la música como si cada compás y cada nota la controlaran. Con los ojos cerrados y los brazos levantados, se mueve con una gracia sensual que llama la atención, y la gente que nos rodea la observa con un interés inconfesable. Es hermosa a la vista. Algunos hombres se acercan a ella, pero se limita a sonreírles acercándose a mí. —Vamos, Calista. Hagamos esta mierda. Me bebo la mitad del contenido de mi vaso, ya que necesito todo el valor líquido que pueda conseguir. Luego me dejo llevar por la energía de la multitud y el ritmo de la música. Además de haberle prometido a Harper que vendría, olvidarme de todo en mi vida por unas horas de paz es la razón por la que estoy aquí. Sin padre asesinado. Ni acosador espeluznante. Nada de Hayden. Bailamos varias canciones que van enlazándose una con otra. Me palpitan los músculos de las piernas y tengo la frente húmeda de sudor debido al esfuerzo, pero la felicidad que me invade -gracias, vodka- es algo que no quiero que termine. Si esto es ser joven y despreocupado, le debo a Harper mi gratitud por persuadirme de ir más allá de mi zona de confort. Ayuda que siga rechazando parejas de baile masculinas en favor de quedarse conmigo.
—Esto es increíble —le digo, gritando para que se me oiga por encima de la música. Ella asiente. —Lo sé, ¿verdad? Hagamos un descanso y tomemos otra copa. —De acuerdo. Harper me coge de la mano. Una vez llenos nuestros vasos, me conduce a una pequeña cabina cerca de la sección VIP. Un hombre vestido con una camisa de aspecto caro y pantalón negro levanta la mano e inclina su copa en nuestra dirección. Desvío la mirada, sabiendo que no intenta llamar mi atención. —Hottie 3, a las nueve en punto —me dice Harper, inclinándose hacia mí—. Tiene el cabello castaño y una bonita sonrisa, y no deja de mirarte. —¿El de la sección VIP? —Ah, así que te has fijado en él. Sí, ese. —Me sonríe. —Pensé que te miraba a ti. No es que le culpe. Estás guapísima. —Gracias, pero no te desvíes. Sé que estás colada por el Sr.-Ahógamepapaíto-Bennett, y lo entiendo. Posiblemente sea el tío más caliente que he visto nunca. Sin embargo —dice ella, alargando la palabra—, no ha hecho ningún movimiento. Tiene razón. Incluso si fuera el tipo de mujer que podría practicar sexo sin dejar que mis sentimientos se involucraran, no puedo imaginarme a alguien como Hayden mezclando negocios con placer. Y sin duda estoy en la primera categoría después de transferir diez mil dólares a mi cuenta. Me pregunto si estaría interesado en mí si no tuviera las respuestas que busca... —Disculpad. Harper y yo giramos la cabeza hacia la voz y nos encontramos con una camarera de pie frente a nuestra mesa. Su cabello oscuro en punta y su delineador de ojos negro atraen mi mirada y ella me sonríe. —El caballero de allí —me dice, señalando al hombre sobre el que acabamos de hablar—, quiere invitaros a una copa, señoritas. 3
Hottie: en jerga inglesa, bombón, buenorro, caliente, belleza etc…
Tapo la boca de mi vaso con la palma de la mano. Harper frunce las cejas al ver mi reacción y me encojo interiormente. Algún día le explicaré mi comportamiento, pero no esta noche. —Estoy bien. La camarera desliza su mirada hacia Harper. —¿Y tú? Mi amiga me mira y yo me pongo rígida bajo su escrutinio, pero luego sonríe. —Estamos bien, pero por favor, dile 'gracias'. La camarera asiente. —Que paséis buena noche y avisadme si necesitáis algo. Soy Kat. En cuanto nos quedamos solas, Harper se mueve en su asiento para mirarme. —¿Qué te pasa? —No quiero deberle nada a nadie ni darle la impresión de estar interesada. —Pero sí que estás interesada. —Mi amiga pone los ojos en blanco y mira brevemente al techo—. Necesitas olvidarte de ese abogado y de tu ex. Prueba otros sabores. La mayoría de los hombres son estúpidos, pero no todos son idiotas. Al menos, eso es lo que me digo a mí misma. Me muerdo el interior de la mejilla, reflexionando sobre sus palabras. —Podría darle una oportunidad, pero me lo estoy pasando muy bien contigo. Es la mejor noche de chicas que he tenido nunca. No quiero arruinarla con un tipo que podría resultar ser un capullo. —Bien, pero no nos iremos sin su número. ¿De acuerdo? Una sonrisa pícara se abre paso en mi boca. —No estoy del todo segura que al Sr. Bennett le hiciera gracia que utilizara el teléfono que me dio para enrollarme con un tío cualquiera en un club, pero ¿a quién le importa? No debería habérmelo dado si no quería que lo utilizara. —Así es. —Cuando Harper levanta la copa, yo hago lo mismo—. Por los móviles y las llamadas eróticas —dice.
Pego mi vaso al suyo y doy un largo trago. El vodka me golpea de nuevo, haciendo que mis venas se sientan como si estuvieran llenas de azúcar y picardía. —¿Quieres saber algo? —pregunto. —¿Qué? —Antes apagué el teléfono porque estaba enfadada con Hayden por darme órdenes como a un puto soldado de su ejército. Pero se me olvidó volver a encenderlo desde que entró Adam y me lanzó a un bucle. Un jodido y enorme bucle. Suelto una risita y Harper sonríe mientras sacude la cabeza. —Te sientes muy bien ahora mismo. Maldiciendo como un marinero y todo eso. Es agradable verte disfrutar y soltarte. Debería emborracharte más a menudo. —No estoy borracha, pero estoy feliz. —Le dedico una gran sonrisa, como si tuviera algo que demostrar. Pero con Harper no. Ella me acepta tal como soy—. Y creo que eres la mejor amiga que he tenido nunca. —Ah, nena, lo mismo digo. Estoy en el cielo. Esta noche ha resultado mejor de lo que imaginaba cuando entré. Ahora, lo único que quiero es bailar un poco más y olvidarme de Hayden todo el tiempo que pueda. —No mires —me dice Harper—, pero el tipo del VIP viene hacia aquí. Y se trae a su sexy amigo—. Cuando desvío la mirada hacia la izquierda, mi amiga me sisea—. ¡Dios, eres tan evidente! Al menos saca el móvil para que te dé su número. —De acuerdo. Me trago los nervios agolpados en la garganta y abro la cremallera del bolso. Tras encender el aparato, lo miro fijamente para no mirar al tipo misterioso que se acerca en nuestra dirección. Sigo pensando que está interesado en Harper, pero sujetar el teléfono me da algo que hacer. La pantalla cobra vida, iluminando el horror que tiene que estar envolviendo mi rostro. Hay dieciocho notificaciones. Trece mensajes sin leer. Cinco llamadas perdidas.
CAPÍTULO 24
Calista He vuelto al infierno. Porque Hayden es el diablo. Leo sus mensajes, y mi mirada se hace más y más amplia con cada uno hasta que estoy segura que se me van a salir los ojos de la cabeza. Hayden: Voy a suponer por tu falta de respuesta que me estás provocando. Hayden: Tienes que dejarlo. Hayden: ¿Aún sin confirmación? Tsk. Tsk. Quizá estabas flirteando conmigo. ¿Lo hacía? Con el alcohol calentándome la sangre, es difícil recordar mis intenciones de hoy, pero no puedo negar que no me habría importado que Hayden me hubiera devuelto el flirteo. Obviamente, eso era
demasiado esperar. Dados sus modales prepotentes, provocarle era mi principal objetivo cuando apagué el teléfono. Y vaya si funcionó. Hayden: En cualquier caso, nuestra relación es estrictamente profesional y debe seguir siéndolo. Hayden: Quiero que estés de acuerdo con esto, Srta. Green. *Llamada perdida de Hayden Bennett. Hayden: No has contestado a mis mensajes y ahora mi llamada va directa al buzón de voz... Hayden: No soy un hombre paciente. No me pongas a prueba. Hayden: Definitivamente me estás poniendo a prueba. Hayden: Créeme cuando te digo que no te gustarán los resultados. Hayden: Callie, ¿estás herida? *Llamada perdida de Hayden Bennett. *Llamada perdida de Hayden Bennett. *Llamada perdida de Hayden Bennett. Hayden: He recibido confirmación que estás en el trabajo, Srta. Green. Hayden: Ahora que sé que estás a salvo, mi temperamento está en alza. *Llamada perdida de Hayden Bennett. Hayden: Tu turno en la cafetería ha terminado, así que no tienes excusas para no devolverme las llamadas o los mensajes. A estas alturas, una afirmación electrónica no será suficiente para satisfacerme. La recibiré en persona. Mis manos comienzan a temblar tanto que casi dejo caer el móvil. Y lo hago cuando llega otro mensaje de texto. El aparato repiquetea sobre la mesa y lo cojo, ignorando la mirada de Harper taladrándome el costado de la cabeza. Hayden: ¿Disfrutando de la noche, Srta. Green? Calista: Sip. hblmluego. —Buenas noches, señoritas.
Levanto la cabeza y cierro la boca tan rápido que mis dientes chasquean. Bloqueo la pantalla del teléfono y lo meto en el bolso, dibujando una sonrisa en mi rostro. Los dos hombres de la sección VIP que están junto a nuestra mesa son más atractivos de cerca que de lejos. Y eso es decir mucho. El primero es rabiosamente apuesto, con el cabello castaño artísticamente despeinado y una sonrisa pícara capaz de llenarme el estómago de mariposas. Su físico atlético se exhibe en una camisa de cuello abierto y un pantalón sastre, y la gracia despreocupada con la que se mueve es un testimonio de sus pasatiempos, a la vez ociosos y placenteros. Si fuera la primera vez que me encontrara con un hombre así, estaría impresionada. Sin embargo, me he encontrado con gente como él desde el día en que supe hablar. Su acompañante posee una pulcritud y un refinamiento que aluden a un linaje adinerado y una educación. Lleva el cabello rubio peinado hacia atrás sobre una frente aristocrática, y sus penetrantes ojos azules observan la sala como si buscaran una diversión para escapar del aburrimiento. Sus anchos hombros rellenan una inmaculada camisa de botones, combinada con un pantalón que cuelga a la perfección de su estrecha cintura, ciñéndose a sus musculosos muslos. Sin duda, un jugador de tenis. De nuevo, este tipo de hombre no es nada nuevo para mí. Sobre todo cuando visitaba un club de campo, como hacía a menudo mi padre. Conmigo a cuestas. —Hola —dice Harper. Saludo con la mano, incapaz aún de formar palabras coherentes. Es difícil hacerlo mientras escudriño el lugar en busca de cualquier señal de un trastornado abogado acechando en las sombras. Al no encontrar nada, desvío mi atención hacia la pareja que me mira con interés no disimulado. —Soy Darren —dice el rubio—. Y él es Levi. —Soy Harper y ella es Calista —dice mi amiga. —Es un placer conoceros finalmente. —Levi hace un gesto hacia la sección VIP—. Queríamos invitaros a acompañarnos, pero cuando rechazasteis nuestro regalo, no podía irme sin intentarlo de nuevo—. Me
mira, y su sonrisa se amplía cuando un rubor se abre paso en mis mejillas— . ¿Podemos unirnos a vosotras? Harper asiente. —¡Claro! Levi ocupa el sitio vacío a mi lado, atrapándome entre su cuerpo y el de Harper. Cojo mi bebida y vacío el vaso, dándome un momento para recuperar la compostura. —¿Quieres otra? —me pregunta Levi, inclinando la cabeza en dirección a mi vaso vacío—. Estaré encantado de invitarte a lo que quieras. Me aclaro la garganta. —Estoy bien, pero gracias. —¿Te lo estás pasando bien? —Sí. ¿Y tú? Levi se inclina más hacia mí. Su fragancia llena mis sentidos y casi suspiro. Es un aroma limpio con toques de limón que me recuerda a mi desinfectante de manos. No es exactamente sexy para una chica normal, pero la limpieza me resulta atractiva. —Estoy bien ahora que tengo la oportunidad de hablar contigo —me dice. —Gracias. Harper da un trago a su bebida y la utiliza para lanzarme una mirada mordaz, exasperación y ánimo a partes iguales. No sé cómo decirle que no soy una sensual mujer fatal. En todo caso, apenas sé ligar y no muy bien. Evidentemente. —Entonces, ¿a qué te dedicas? —pregunto. A mi amiga se le afina la boca y pone los ojos en blanco antes de volver su atención hacia Darren. Me ha despedido y me ha dejado a mi aire. Hablando de eso... Recupero el zumbido del teléfono de mi bolso y encuentro una notificación en la pantalla. Hayden: Esta conversación no ha terminado, Srta. Green. ¿Con quién estás?
Ignorando que se me acelera el pulso y me sudan las manos, Levi me contesta. —Tengo una empresa de tecnología. En realidad, es aburrido. Quiero saber de ti. —No hay mucho que contar —le digo—. Simplemente soy normal. —Tu belleza es cualquier cosa menos normal. —Gracias. —¿Quieres bailar, Calista? Te he visto bailar antes y tengo que admitir que no podía dejar de mirarte. Separo los labios para responder, pero mi móvil vibra en mi regazo. Otra vez. Mierda. Hayden: Voy a buscarte. —Mierda. —Escaneo de nuevo el texto, solo para asegurarme de estar leyéndolo correctamente. A lo mejor estoy borracha—. Lo siento —le digo a Levi—. Mi hermano mayor es muy protector. Y muy molesto. No deja de mandarme mensajes hasta que tiene noticias mías. Dame un segundo. —Tómate tu tiempo. Calista: En primer lugar, Sr. Bennett, no debería saber dónde estoy. Y si lo sabes, tenemos que hablar de los jodidos límites. En segundo lugar, estoy ocupada, así que esta conversación puede esperar hasta mañana. Calista: mañana* ups. Hayden: En primer lugar, el lenguaje. Segundo, los límites no existen entre nosotros. Tercero, deja de beber. Calista: *pidiendo otra jodida copa* � Hayden: Más vale que sea un puto vaso de agua. No quiero que vomites en mi coche cuando te lleve a casa. Calista: No voy a ir a ninguna parte, así que déjame en paz. A diferencia de ti, aquí hay un hombre que está realmente interesado en mí. Hayden: Si te toca, lo que hice la última vez parecerá una broma en comparación. Calista: No voy a responderte más esta noche. Tenga la amabilidad de irse a la mierda, Sr. Bennett.
Hayden: Definitivamente estoy jodiendo algo, Srta. Green. Guardo el teléfono en el bolso y me vuelvo para mirar a Levi, rezando para que no se note la excitación que me recorre. Discutir verbalmente con Hayden puede que sea lo más ardiente y excitante que he hecho nunca. Estoy más excitada que en toda mi vida. Todo por sus mensajes. Jodidamente ridículo. —¿Has convencido a tu hermano que estás en buenas manos? —Levi sonríe ampliamente, y las luces de arriba muestran sus dientes perfectamente rectos—. No me gustaría que se preocupara por ti. Resoplo. —No quiero hablar de mi hermano. ¿No has mencionado lo de bailar? —Absolutamente. Levi sujeta mi mano para sacarme de la cabina y llevarme a la pista de baile. Harper y Darren se apresuran a seguirle, pero me olvido inmediatamente de mi amiga cuando Levi me agarra de las caderas y me atrae hacia él. Su musculoso pecho y sus duros muslos me presionan la columna y las piernas, haciéndome demasiado consciente de lo sexual que puede ser bailar. Me balanceo al ritmo de la música y Levi está ahí, con su aliento rozándome el cuello y sus dedos estrechándome con fuerza. Solo que en mi mente es Hayden. La reacción de mi cuerpo a esa imagen es fuerte. Mis bragas, ya húmedas por nuestros mensajes, se empapan ante la idea de él abrazándome así, con su polla rozándome el culo y sus labios recorriendo mi cuello. —Estás jodidamente sexy —me dice Levi al oído. Me giro para mirarle por encima del hombro, aun moviéndome al compás del bajo retumbante. —Gracias. Se aprieta contra mí, sus dedos se clavan en mi vestido para mantenerme cerca. Para controlarme. Se lo permito, deseando liberarme de la carga que supone elegir. Desde que comenzó mi nueva vida, no he hecho otra cosa que tomar decisiones difíciles, pero esta noche dejo que otra persona me dirija. Hay una cierta liberación en esto que nunca había apreciado hasta ahora.
Por fugaz e insignificante que sea, voy a empaparme de ella. Levi me gira para ponerme frente a él, y casi tropiezo. Me sujeta firmemente, sonriéndome mientras me pasa los brazos por el cuello. Después, su pecho se pega al mío y su polla se acomoda entre mis muslos. El baile es definitivamente sexual. No es que me moleste. Es agradable que te vean y te aprecien como mujer. Es algo que me gustaría que hiciera Hayden. —¿Puedo besarte, Calista? —pregunta Levi, su aliento rozando mi boca. Lo miro fijamente, clavando la mirada en sus ojos castaños y deseando que fueran azules. ¿Me ha arruinado Hayden para otros hombres? No tengo la respuesta a eso, pero en el supuesto que pudiera ser cierto, necesito superarlo. Y quitarme este extraño control que ejerce sobre mí. Cuando asiento con la cabeza, dando permiso a Levi, lo hago sin pensar en Hayden. Solo para que aparezca justo detrás de Levi, cuando inclina la cabeza para besarme. La mirada de Hayden se encuentra con la mía, el azul de su interior ya no es hielo. Sus ojos son un par de llamas azules, de la temperatura más caliente, ardiendo con una ira impía que se siente como una ola de calor barriendo mi ruborizada piel. Me abrasa, convirtiéndome en ceniza indefensa ante cualquier tipo de fuerza. Ahora mismo, ese es Hayden. Pone una mano en el hombro de Levi y lo aparta de mí. Me quedo con la boca abierta y los brazos caen a los lados mientras veo a Hayden enfrentarse a Levi como un marido enfurecido. A pesar de no haberme besado nunca y, desde luego, no habérmelo pedido. Harper está a mi lado en un instante. Es obvio que controla plenamente sus facultades mientras yo sigo absorbiendo la violenta tormenta que se desata frente a mí: Hayden, una tempestad empeñada en destruir todo lo que encuentra a su paso. ¿Eso me incluye a mí? —¿Qué ocurre? —me pregunta.
No tengo la más mínima idea. Y aunque la tuviera, no puedo apartar la vista de la escena que se desarrolla en la pista de baile. Varias personas han retrocedido, creando un espacio libre para Hayden y Levi. Un movimiento inteligente. —¿Qué coño pasa, tío? —grita Levi. Hayden no le responde. No, me mira directamente a mí. —¿Quiere explicárselo, Srta. Green? Su voz, tranquila y uniforme, se oye fácilmente por encima de la música alta. O quizá sea solo el efecto que tiene sobre mí. Sacudo la cabeza. Enérgicamente. —¿Este es el hermano del que hablabas? —me pregunta Levi—. Ya veo por qué piensas que es un capullo prepotente. Hayden arquea una ceja mirándome y me estremezco. —¿Hermano? —repite. El abogado chasquea la lengua en señal de advertencia—. Srta. Green, creía que estaba por encima de las mentiras. — Luego se vuelve hacia Levi—. Si soy su hermano, entonces las cosas que quiero hacerle van más allá de lo incestuoso. —Te lo dije. —Harper sisea en mi oído, agarrándome del brazo. Cuando Hayden se lleva la mano al gemelo derecho, tanto Harper como yo nos ponemos rígidas. —Oh, mierda —dice ella. Repito el sentimiento en voz baja. La última vez que Hayden actuó así, estaba más que dispuesto a darle una paliza a alguien por acosarme. ¿Importa que yo animara a Levi en esta situación? Si la furia grabada en las facciones de Hayden sirve de indicio, entonces le importa un bledo. —Te lo advertí —me dice. Si te toca, lo que hice la última vez parecerá una broma en comparación. La advertencia suena fuerte y clara como el golpe de un gong, reverberando en mi cabeza. Mi miedo, en nombre de Levi y en el mío propio, me impulsa hacia delante. Me zafo del brazo de Harper y me precipito hacia Hayden, interponiéndome entre él y Levi. —Por favor —le digo, tendiéndole las manos—. No lo hagas.
Hayden deja caer el gemelo con forma de serpiente en mi palma levantada. El rubí del ojo de la serpiente me guiña cuando las luces de arriba lo iluminan. Cierro la mano en torno al trozo de metal y me acerco al hombre que tengo delante. El que está dispuesto a defenderme una vez más. Lo quiera o no. —Estás tan hermosa cuando suplicas —me dice Hayden. Alarga la mano hacia el otro gemelo, y me trago la bola de nervios acumulada en mi garganta—. Por mucho que me guste presenciar eso, necesito que entiendas que lo que digo va en serio. Me entrega el otro gemelo y comienza a subirse la manga. Un pánico jamás conocido recorre mis brazos y piernas como una corriente eléctrica, provocándome una sacudida. Con una mano agarrando sus joyas, uso la otra para agarrar su camisa de vestir. Mis dedos se enroscan en el caro material y me pongo de puntillas, aún sin llegar a su altura, ni siquiera con tacones. Entonces lo beso.
CAPÍTULO 25
Hayden Ese mismo día... Calista Green logró atravesar. Cada barrera. Cada defensa estratégicamente colocada. Cada parte de mí que he mantenido oculta. Me ha visto. Abierto y emocionalmente vulnerable, una zona de debilidad que detesto, y aun así se ha quedado. No me ridiculizó, ni algo peor, me compadeció. En lugar de eso, mostró compasión. Algo de lo que carezco. Algo de lo que deseo más. Únicamente de ella.
Aunque es la mujer más hermosa que he conocido, el lado cariñoso y atento de Calista es lo que me resulta más atractivo. Es lo que me ha atraído de ella desde el principio, a pesar de haber intentado una y otra vez descartarla. A pesar de mis esfuerzos, anhelo lo que ella me da con un hambre, devorándome día a día. Cada hora. Cada puto segundo. Es lo que me impulsó a consolarla en este despacho. Nada menos que en horas de trabajo. Y ella fue la primera. Pensé que su ataque de pánico había desencadenado mi respuesta automática, la que estaba arraigada en mí debido a mi pasado. Pero no fue así. Quería ayudarla. Tan perplejo como estaba por mi comportamiento, el placer que recibí de ello me confundió aún más. No había desagrado. No solo eso, sino que disfrutaba abrazando y consolando a Calista. Me tranquilizaba de una forma que nunca había sentido. Y nunca habría dejado de hacerlo si ella no se hubiera marchado. Me he vuelto adicto a ella. Lo sé y no voy a seguir negándolo. Pero lo que no puedo aceptar es mi necesidad de ella. Lo fuerte que es. Hasta qué punto lo abarca todo. Ha anulado mi control. Como un vórtice, me atrae hacia ella, dejando atrás mis objetivos y deseos -incluso mi necesidad de justicia- hasta que no existe nada excepto ella. No he matado a nadie desde el día en que enterró a su padre. Bueno, excepto a Jim. Pero eso fue por Calista, no por mí. Estos mantienen la ley y el orden, la paz en el caos y el castigo en el crimen. El sistema judicial no siempre es justo, por eso no siento la necesidad de actuar en él. Mis motivaciones son mías. Igual que mi código ético. Éstos mantienen mi cordura, me proporcionan estabilidad y me dan un propósito. También son una advertencia, un eco de mi pasado. Los acontecimientos de mi infancia me hirieron como un cuchillo, cortando la debilidad con cada puñalada de la hoja y cada gota de sangre derramada.
Aun así, mi necesidad de corregir los errores de la sociedad no me impulsa, no me enciende como lo hace Calista con una simple mirada. ¿Y cuando sonríe? Jode. Me. Haría cualquier cosa para que me mirara así. CUALQUIER COSA. Dejo caer la cabeza y masajeo mis sienes, apretándome el cráneo como si eso fuera a aliviar mi mente de estos tumultuosos pensamientos. No sirve de ayuda. Nada lo hace. Excepto estar con ella. Incluso sabiendo esto, quiero alejar a Calista. Tengo muchos secretos, pero he revelado el que más significa. El que más me pesa. Mi madre, la drogadicta. Mi razón para hacer justicia. Mi razón para matar. Introduzco la mano en el cajón de mi escritorio y recupero el diminuto objeto que hay dentro, poniéndolo delante de mí. Es redondo y blanco, una pastilla común y corriente que se supone que sirve para tratar dolores de cabeza y pequeñas molestias. Excepto que es un depresor con un compuesto desconocido que provoca un comportamiento similar al de una droga de 'violación'. El símbolo que lleva es un estallido de estrellas, que podría haberse elegido para representar la euforia o el alivio instantáneo. Pero para mí, es una explosión. Como una bomba, esta pastillita acabó con la vida de mi madre. Y no se ha encontrado al responsable. Cada año, encontrar al fabricante de esta droga es más desesperanzador. A pesar de todo, no me rendiré porque mi madre merece ser vengada. Igual que Calista. Alguien la jodió, y no dejaré de darles caza. ¿Cómo puedo sumergirme por completo en mi obsesión por ella y hacerla mía sin saber qué recuerdos la atormentan? Supongo que podría
sonsacarle los secretos a Calista, pero eso no me gusta. Prefiero ejecutar una estrategia bien pensada a utilizar la fuerza bruta. En mi experiencia, manipular a la gente para que me dé lo que quiero llega más lejos que la violencia. Aunque con Calista en mi vida, soy más volátil que nunca. Otra forma más en la que me ha arruinado. Un rápido vistazo al reloj de pared de mi despacho hace que la expectación me invada. Tras guardar la píldora, saco el móvil del bolsillo y le envío un mensaje antes de colocarlo sobre el escritorio, esperando a que Calista me responda. El móvil que le compré ya debería haber llegado. ¿Seguirá mis instrucciones? Hayden: Tan pronto como recibas el móvil, envíame un mensaje para saber que lo has recibido y que todo funciona correctamente. Suena el teléfono y lo cojo, con una sonrisa en la cara cuando veo el nombre de Calista en la pantalla. Qué buena chica. Calista: Así es. Gracias por el móvil. Hayden: No hay de qué. Llévalo siempre encima y contéstame siempre. Siempre me he enorgullecido de la eficacia con la que me comunico. Lo explico todo con detalle para que ningún mensaje que envíe pueda malinterpretarse. No, me aseguro que la gente entienda exactamente lo que estoy diciendo, para conseguir exactamente lo que quiero. Calista: � Mis cejas se fruncen ante su respuesta mientras intento encontrarle sentido. ¿Es su forma de decirme que estoy siendo prepotente? ¿O está flirteando conmigo? Me quedo pensativo durante varios minutos, incapaz de encontrar una respuesta. Sé con certeza que Calista se siente atraída por mí. Si no, no se habría corrido pronunciando mi nombre. Sin embargo, quiero saber qué pasó el 24 de junio. Cada puto detalle. El que esta incógnita se interponga entre ella y yo me cabrea. Ella se rendirá ante mí. En todos los sentidos y en todas las cosas.
O la controlaré a través de sus secretos. Cuando los conozca. Calista: El emoji era una broma. Hayden: Cuando digas algo gracioso, me reiré. Calista: Dudo que sepas hacerlo. No se equivoca. Apenas sonrío, y mucho menos me rio. Aunque lo hice cuando maté a su padre. Dudo que ella lo aprecie. La broma es para mí. Era inocente. Mi humor decae inmediatamente, a pesar de conversar con Calista. Hayden: ¿Has terminado? Calista: Me aseguraré de llevar el teléfono conmigo al trabajo. Hayden: No te separes de él y asegúrate de contestarme. Calista: � Hayden: Ese tipo de respuesta está por debajo de tu inteligencia, Srta. Green. Calista: � Si estuviera aquí conmigo, le pondría el culo colorado por eso. Aun así, me encuentro metiendo la mano en el bolsillo cuando la excitación sustituye a la ira. Un material suave roza mis dedos y me llevo la ropa interior rosa a la nariz, inhalando. Mi polla se pone dura. Siempre se me pone dura cuando me desafía. Hayden: ¿Es un patético intento de flirtear conmigo o me estás provocando deliberadamente? Hayden: Por tu falta de respuesta, voy a suponer que me estás provocando. Me desabrocho el pantalón y libero mi polla, agarrándola lo suficientemente fuerte como para forzar un gruñido de mis labios. El suave material de su ropa interior sigue anidado en mi mano, y la elevo lo suficiente para acariciar mi longitud con ella. Cierro los ojos y la imagino aquí conmigo, de pie ante mí, ruborizada de vergüenza. Casi puedo sentir el calor de su piel bajo mis manos mientras le pongo el culo rojo, del mismo tono que su cara. Se retuerce contra mí, empujando hacia atrás a pesar de su timidez al verse expuesta de esa manera.
Me muevo ligeramente en el sillón y no puedo evitar gemir suavemente en la silenciosa estancia mientras aumento el ritmo al que deslizo sus braguitas por mi polla. Siento cómo me envuelven como la suave palma de su mano, presionando mi piel con cada pasada. Su delicado aroma aún se adhiere a la tela, y casi puedo saborear su dulzura en mi lengua. Mi respiración se vuelve más agitada y no tardo en sacudirme la polla con más fuerza, más rápido y más fuerte que nunca. Fantasear con su presencia intensifica las sensaciones hasta un nivel insoportable. Gruñendo su nombre, me libero. Me corro con fuerza contra su ropa interior, imaginando el alivio que sentiría al estar dentro de su cuerpo. Dentro de su bonito coño que me atormenta. El calor de su piel contra la mía, mis caderas empujando contra las suyas mientras la penetro. Una y otra vez. Casi puedo oír sus gemidos en mi oído cuando me desplomo en la silla, totalmente agotado. Su ropa interior manchada con mi semen -como quiero que sea su pielvuelve a mi bolsillo, donde debe estar por ahora. Al menos, hasta la próxima vez. Ahora le debo otra perla... Esto es lo que me hace. Me olvido de mí mismo y de todo lo demás, excepto de ella. Calista es lo único que me hace vulnerable. Y odio eso. También la odiaría si no la deseara tanto.
CAPÍTULO 26
Calista Presente... No sé qué me llevó a besar a Hayden. Tal vez pensé distraerle. Tal vez es algo que he querido hacer desde el día en que le conocí. Sea como sea, Hayden Bennett es mío durante este breve momento. Ojalá pudiera prolongarlo más. Se queda perfectamente inmóvil, la longitud de su cuerpo como granito contra el mío, frío y duro. Sin embargo, sus labios son cálidos y suaves. Dejo que se apodere de mí el instinto y continúo deslizando mi boca sobre la suya, ligera y persuasiva. Le suplico en silencio que me devuelva el beso. Incluso llego a burlarme de él con pequeños roces de mi lengua a lo largo del borde de sus labios. Durante un instante, se queda inmóvil. Entonces, un gemido grave retumba en el fondo de su garganta, y sus brazos me rodean, aplastándome contra su pecho. Inmediatamente toma el control del beso.
Y de mí. Su boca devora la mía, nuestros labios y lenguas chocan en una batalla por el dominio. Él ya ha ganado, pero esto es una demostración de fuerza. Y necesidad. Cada respiración, cada caricia, intensifican el anhelo negado y temerario contra el que he estado luchando. Profundiza el beso y sus dedos se clavan en mi piel, marcándome centímetro a centímetro. Segundo a segundo. Sus manos rastrean mis curvas a través del vestido antes de encontrar la piel desnuda a lo largo de mi espalda, dejando un camino abrasador a lo largo de la parte posterior de mis muslos. Estoy perdida en él. Las sensaciones me bombardean por todas partes. Mi piel suspira de placer allí donde me acaricia, y los lugares donde no lo hace gritan por él. En mi garganta se acumula un gemido, mitad de aliento, mitad de desesperación. Quiero más. Quiero todo de él. La música retumba, el sonoro ritmo es un eco de mi corazón latiendo desenfrenadamente. Deslizo los dedos por el cabello de Hayden, agarro las hebras sedosas y me aferro a él antes de perderme por completo. Arqueándome en su abrazo, me estremece la sensación de su cuerpo duro presionando el mío, la longitud de su polla palpitando contra mi vientre. Libero el gemido acumulado en mi lengua, ofreciéndoselo, diciéndole sin palabras cuánto le necesito; de un modo que no puedo describir y que ciertamente no comprendo. Él absorbe el sonido, respondiendo con un gruñido bajo que no hace sino aumentar mi excitación hasta un nivel malsano. Debe percibir el territorio peligroso en el que nos encontramos, porque rompe el beso. Mis manos caen sobre sus hombros y me aferro a él, no solo aturdida, sino también reacia a soltarme. Sin aliento y desencajadas, nuestras miradas colisionan, la mía brillante de pasión y la suya oscura de lujuria. Lo miro fijamente, aun ardiendo allí donde me ha tocado, incapaz de apagar el fuego recorriendo mi piel, calentándome hasta la combustión. En ese instante, pasa una eternidad mientras el deseo sigue corriendo por nuestras venas. Entonces vuelve la cordura, y la mirada de Hayden se
cierra, volviéndose glacial una vez más. Si no fuera porque tiene los labios enrojecidos por nuestro beso y porque su cabello despunta en algunas partes debido a que le he agarrado los mechones, nunca sabría que este hombre acaba de follarme con la boca. —Estás llena de sorpresas —dice, su voz rebosante de asombro. Y algo más que no puedo identificar. Algo que hace que mi corazón tartamudee en mi pecho. Antes de poder responder, Levi interviene. —Definitivamente, no es tu hermano. El sonido de su voz me devuelve de golpe a la realidad. Comienzo a girarme a mirarlo, solo para que Hayden me agarre con tanta fuerza que no puedo hacer otra cosa que girar la cabeza. El otro hombre me lanza una intensa mirada e interiormente hago una mueca crispada. —Lo siento —susurro. —Guarda tus disculpas para mí, Srta. Green —dice Hayden—. Ya he dejado claro que no comparto. —Cuando me giro para mirarlo, su vista está clavada en Levi—. Es mía. —Sí, como quieras. Me pongo rígida ante la réplica de Levi cuando los ojos de Hayden se entrecierran hasta convertirse en poco más que rendijas. —Oye. —Agarro la camisa de Hayden apretándola ligeramente y tiro de ella hasta que su atención se centra en mí—. Dijiste que ibas a llevarme a casa. Vámonos. Hayden desvía la mirada de mí a Levi y viceversa, con un músculo palpitándole a lo largo de la mandíbula. Alargo la mano y paso las yemas de los dedos por la zona, esperando que un simple toque calme a la bestia que tengo delante. Esa que me sostiene con ternura. Posesivamente. —Por favor, Hayden. Mi súplica es lo que provoca el cambio en su comportamiento. Si creía conocer el poder de las palabras, el poder de la petición tras ellas es más fuerte. —Nos vamos —me dice.
Me giro para localizar a Harper, encontrándola mirándonos con descarado deleite y diversión. —Primero tengo que asegurarme que mi amiga esté bien. —Ella es la razón por la que estás en este aprieto —me dice, con tono cortante. —No me importa. —Le entrego el gemelo, con la mirada severa—. No me iré sin saber que está bien. Hayden exhala un suspiro. Entonces sus manos se apartan de mí, pero me rodea la cintura con un brazo y me arrastra a su lado. —Date prisa. Sin ninguna esperanza de liberarme de su agarre, le hago señas a Harper para que se acerque. Dejando atrás a Darren, se acerca a nosotros, su mirada busca la de Hayden. —Bennett —saluda ella. Él inclina la cabeza en señal de reconocimiento. —Flynn. —¿Cómo sabes mi apellido? —Ella pone los ojos en blanco—. No importa. ¿Cuáles son tus intenciones con Calista? Quiero saberlo antes que la secuestres. Me masajeo el punto entre las cejas. —Harper... —¿Qué? —pregunta ella, con los labios fruncidos—. ¿Crees que voy a dejar que te vayas con él sin saber lo que trama? —No te pareció tan preocupante cuando estaba con alguien distinto de mí —dice Hayden. —Eso es solo porque Levi y Calista aún no habían llegado a lo de follarse la boca. Si lo hubieran hecho... —Estaría muerto —dice Hayden con rotundidad. —Vale, ya es suficiente. —Le regalo a mi amiga una sonrisa que comienza a flaquear bajo la mirada de Hayden—. Te agradezco mucho que
cuides de mí —le digo. Cuando se burla, le lanzo una mirada maliciosa—. Todo está bien, y yo elijo irme con él, pero no quiero que estés sola. Harper frunce el ceño. —¿Yo? Estoy bien. Eres tú quien debería estar preocupada... bueno, por ti. —Su mirada se desvía brevemente hacia Hayden—. No tienes por qué ir con él si no quieres. Podemos irnos ahora mismo. Darren, todavía de pie muy cerca de ella, frunce el ceño, pero ella hace un gesto con la mano negando—. Siempre es 'las chicas antes que los hombres'. Lo siento, tío. Como Levi, Darren se escabulle entre la multitud. La gente del club no se ha atrevido a acercarse, sino que ha vuelto a bailar. Ayuda a disipar parte de la tensión ahora que los otros hombres se han marchado. Casi vuelve a ser una noche de chicas. Tanto como puede con Hayden llenando el espacio con su inquietante energía. —Si le haces daño —le dice Harper, tocándose el pecho—, te mataré. Le hace un gesto seco con la cabeza. —Entendido. —Harper, no digas cosas que no sientes —le digo, mientras mi mirada va de un lado a otro para confirmar que nadie la ha oído. —Lo ha dicho de veras. —Parpadeo hacia Hayden quien me devuelve la mirada, con la certeza grabada en sus rasgos—. He visto los ojos de una asesina, y ella habla muy en serio. Harper sonríe maníacamente. —Sí, así es. Recuérdalo, Bennett.
Hayden me conduce por el club con la mano en la cadera, manteniéndome pegada a su cuerpo todo el tiempo. Cuanto más nos alejamos, más escasea la multitud, hasta que estamos fuera y completamente solos. Mi nerviosismo aumenta con cada paso que doy, como una bola de nieve que finalmente se convierte en una avalancha.
Salvo que seré yo quien quede enterrada viva por culpa de Hayden. Quizá por eso apoyo el pie en un ángulo incorrecto. El tacón de mi zapato se rompe, desequilibrándome. No tengo tiempo de gritar pidiendo ayuda antes de caer rápidamente al suelo. El brazo de Hayden se tensa en torno a mi cintura y me mantiene en pie aplastándome contra su costado mientras utiliza la mano libre aferrándose a mi brazo. —¿Estás bien? Asiento con la cabeza, aún sin aliento por haber estado a punto de sufrir un accidente. —Creo que sí. Se me ha roto el tacón. —Me rio, aunque de forma vacua y burlona—. Por supuesto tendría que romperse precisamente hoy. —¿Por qué? —Mi ex prometido me regaló estos zapatos y hoy lo he visto. Es el universo que intenta decirme algo. La boca de Hayden se afina. —Quítatelos. Antes que pueda replicar, me coge en brazos y me estrecha con fuerza. Me agarro a su camisa, el repentino movimiento me acelera el corazón. Aunque no más que el hombre que me sujeta. Lo miro fijamente, asombrada de encontrarme abrazada a él. Sus ojos se clavan en los míos, intensos y penetrantes. Por un momento, los sonidos de la ciudad que nos rodea se desvanecen, todo mi mundo envuelto en el hombre que domina mis sentidos. Me lleva sin esfuerzo por la acera y se detiene delante de un cubo de basura. —Quítatelos y tíralos. —Seguro que se pueden reparar. —Cuando niega con la cabeza, me muerdo el labio inferior—. Son el único par que tengo. No puedo deshacerme de ellos. —Los repondré diez veces. Tira esos zapatos antes que pierda la poca paciencia que me queda. Si hubiera sabido que otro hombre te los había comprado, los habría quemado mucho antes.
Estiro el brazo para coger torpemente el zapato, seguido del otro, y los tiro a la basura. En cuanto lo hago, parte de la tensión que invade el cuerpo de Hayden se disipa. No lo suficiente para que me relaje por completo, pero aceptaré cualquier cosa que pueda conseguir. Me resulta difícil anticiparme a los movimientos correctos con él. Sobre todo, cuando todo lo que hago parece cabrearle. Excepto el beso. Puede que eso sea lo único por lo que no se ha enfadado. Lo cual me hace preguntarme por qué siempre aparece cuando lo único que hago es frustrarle. El alcohol en mi organismo me anima a dar voz a la pregunta, pero mi corazón me ruega que espere. ¿Y si la respuesta me aplasta? Aún no puedo oír esa respuesta. No cuando me acuna contra su pecho como si fuera algo precioso para él.
CAPÍTULO 27
Calista El deportivo es tal como lo recuerdo, lujoso y elegante. Espero de verdad no vomitar. Hayden me acomoda en el asiento del copiloto y me abrocha el cinturón de seguridad mientras yo lo miro, sin molestarme en ocultarlo. He renunciado a intentar ocultar la atracción que siento por él. Si no sabe que le deseo después de ese beso, entonces nada de lo que haga conseguirá transmitir el mensaje. Camina hacia el otro lado y llena el asiento del conductor con su cuerpo, y el interior del vehículo con una oscura energía. Me inunda, reduciendo el espacio que nos rodea hasta que lo único que puedo ver y sentir es a él. Hayden pone el coche en marcha, agarra el volante y se queda inmóvil. Excepto sus ojos; me encuentran. —¿Por qué me has besado? —pregunta. Su voz es tranquila pero exigente. Sin embargo, su necesidad de mi respuesta es sonora—. Quiero la verdad, Callie.
—Porque quise. Su mirada se estrecha infinitesimalmente. —¿Estás segura que no fue para salvar la vida de ese hombre? —En parte, pero esa no fue mi principal motivación. En todo caso, fue una excusa. —Inclino la cabeza y jugueteo con el bolso, incapaz de encontrarme con sus ojos. Siempre han visto a través de mí, obligando a mis secretos a salir a la superficie, donde son visibles. Pero quiero conocer los suyos, lo que se esconde tras esas profundidades azules—. ¿Por qué me devolviste el beso? —Porque lo deseaba. Mis labios se crispan con exasperación reprimida. —No puedes utilizar mi respuesta. —¿Por qué no si es la verdad? Mi piel se ruboriza al oír eso, pero también me siento aliviada. Durante mucho tiempo pensé que había fantaseado con un hombre que no se sentía atraído por mí. Ahora sé que no es así. Me besó como si quisiera follarme en plena pista de baile. Puede que le hubiera dejado. —Hablando de verdades... ¿por qué estabas aquí, Hayden? Su mirada se clava en la mía, haciéndome retorcer bajo la intensa mirada. —Creo que la verdadera pregunta es, ¿Por qué estabas aquí? ¿Para provocarme? Suspiro, sonando frustrada. —Esto puede resultar chocante, pero no todo en mi vida gira en torno a ti. —Me gustaría poder decir lo mismo. —Cierra los ojos brevemente y deja caer la cabeza contra el reposacabezas—. No tienes ni idea de cuánto. Separo los labios para pedirle explicaciones por ese comentario críptico, pero mi tierno corazón se revuelve de miedo. ¿Y si está jugando conmigo? Apostaría todo el dinero de mi cuenta bancaria -que es mayor
gracias a Hayden- a que nunca se ha ido sin la compañía de una mujer, si lo desea. También apostaría a que nunca ha tenido una relación seria. No solo porque Harper hiciera el comentario, sino por el mero hecho de ser un hombre inalcanzable. Porque él elige ser así. No llegaría a decir que lo he atrapado, pero por alguna razón he captado su atención. Incluso ahora, cuando abre los ojos y me mira, sé que es mío. El único problema es que no estoy segura por cuánto tiempo... ¿Una noche? ¿Una semana? ¿Cuánto tiempo hace falta para romperle el corazón a alguien? He perdido mi vida anterior, a mi prometido y a mi padre. No soy suficientemente fuerte para estar con Hayden, solo para perderle cuando decida que ha terminado conmigo. No sé mucho de hombres, pero estoy segura que él no puede darme el compromiso que yo finalmente querría. Saca el coche a la calle y nuestro silencio nos acompaña por la ciudad. Miro por la ventanilla, contemplando la belleza de lo que me rodea mientras me siento continuamente atraída por la belleza del hombre a mi lado. La única vez que miro furtivamente a Hayden, sus ojos ya están puestos en mí. —Este no es el camino a mi apartamento —le digo—. ¿Adónde me llevas? —A casa. —¿Tu casa? —aclaro. Asiente con la cabeza, sus ojos fijos en la carretera. Esta vez, cuando me vuelvo para mirar por la ventanilla, es con la cabeza palpitante. Me está llevando a su residencia, el lugar donde baja la guardia, aunque solo sea en sueños. Después de vislumbrar esa vulnerabilidad en su despacho cuando habló de su infancia, quiero volver a ver esa parte de él. Hace que me parezca humano, en lugar de esa gigantesca fuerza imponente que podría destruirme en cualquier momento. La amenaza de destrucción que rodea constantemente a Hayden es precisamente la razón por la que necesito alejarme de él.
—Aprecio que quieras velar por mí —le digo, sin dejar de mirar por la ventanilla—. Pero ya no puedes interferir en mi vida. Se burla. —No tienes idea del peligro que corres. Giro mi cabeza hacia él, lanzándole una mirada mordaz. —Creo que sí la tengo. —No, no la tienes. —Entonces dímelo. Dime las razones por las que debería huir de ti, las razones por las que debería ocultar mi corazón. —Quiero poseer algo más que tus secretos, Callie. Quiero poseerte a ti. Mis labios se separan jadeando mientras mi corazón rebota dentro de mi caja torácica, haciendo que mi pecho se estremezca. —¿Qué significa eso? No puedes poseer a alguien sin más. —Siento discrepar. Me pongo rígida en el asiento mientras mi cerebro inunda mi cuerpo de adrenalina y necesidad de escapar. Puede que Hayden no me haga daño físicamente, pero es más que capaz de destrozar mi cordura. No he sobrevivido a todo en mi vida solo para derrumbarme ahora. Mi pulso palpita bajo mi piel tan fuerte que me preocupa que lo oiga. Corre. Corre. CORRE. Muerdo el interior de mi mejilla hasta que la sangre se derrama por mi lengua. El sabor cobrizo me vigoriza, me recuerda que estoy viva y más que preparada para preservar esa vida. No estoy preparada para abrazar a mi acosador, pero al menos quienquiera que sea no ha expresado su deseo de poseerme. A diferencia del hombre que tengo a mi lado.
Tan pronto como el semáforo se pone en rojo y el vehículo se detiene, me desabrocho el cinturón de seguridad y abro la puerta de un tirón. El miedo me catapulta fuera del coche, y corro por la acera transitada con la voz de Hayden resonando en mis oídos. El sonido de él llamándome por mi nombre se disipa, pero mi miedo se intensifica a cada paso que doy. Mis pies golpean contra el pavimento, cubierto al instante de mugre y suciedad. No me permito pensar en eso ni en lo que hará Hayden si me pilla. Quizá sea cuestión de cuándo me atrape, pero eso solo me hace correr más deprisa. Siempre te perseguiré. Sus palabras anteriores son una cadencia inquietante en mi mente, retumbando como un tambor. No oigo nada más que su voz en mi cabeza y, mire donde mire, veo su cara cubriendo las de gente cualquiera. Sacudo la cabeza y las visiones de él se aclaran, proporcionándome un breve momento de lucidez. Con los pulmones ardiendo, giro por una calle vacía y me oculto en las sombras. La pared de ladrillo me araña la piel de mi espalda y las plantas de los pies me palpitan conforme inspiro oxígeno, deseando que mi ritmo cardíaco disminuya. Es inútil cuando los pensamientos sobre Hayden me envuelven. Su insensata declaración resuena en mi mente. ¿Por qué quiere poseerme? Un escalofrío recorre mi cuerpo y tiemblo, haciendo que la abrasiva pared se clave en mi espalda. ¿Su idea de poseer está totalmente centrada en el sexo? ¿Piensa poseer mi cuerpo y utilizarlo para su placer? Mi cuerpo vuelve a temblar, pero esta vez de excitación. El recuerdo de los besos de Hayden me invade y me rodeo con los brazos como si quisiera repeler sus efectos. No puedo dejar que me bese, y mucho menos que me toque. Solo haría falta una vez, un momento en el que estuviera completamente bajo su control, y nunca me libraría de él. El chirrido de unos neumáticos cercanos me hace mirar por encima del hombro, presa del pánico. Se me corta la respiración al vislumbrar un deportivo negro que podría ser de Hayden. —No —susurro, mi negación tan débil como mi voz.
Me obligo a moverme, dejando que mi aprensión me impulse hacia delante. Corro hasta que estoy a punto de desmayarme y doblo la esquina al final de la manzana, buscando otro callejón donde esconderme. Después de haber presenciado a Hayden en el tribunal, sé que es implacable en su persecución. Mis posibilidades de escapar de sus garras son minúsculas ahora que ha revelado su intención de poseerme. Pero si quiere poseerme, primero tendrá que atraparme. Tal vez no pueda escapar a su obsesión, pero voy a intentarlo. No se lo pondré fácil. Mis fuerzas comienzan a flaquear y mi incapacidad para respirar me obliga a detenerme. Me apoyo pesadamente contra la pared de una casa de empeños, la tienda cerrada y la zona desierta. No estoy familiarizada con esta parte de la ciudad, pero en cuanto me entre suficiente oxígeno en el cuerpo, me dirigiré a casa. Cierro brevemente los ojos y me concentro en introducir aire en los pulmones, una y otra vez. Mi ritmo cardíaco sigue siendo frenético, pero no tan errático como antes, y pronto mi respiración se estabiliza. Me alejo del edificio y doy un paso hacia delante, solo para detenerme inmediatamente. Hayden está de pie en la entrada del callejón, con una mirada oscura y siniestra.
CAPÍTULO 28
Calista Ya no hay escapatoria para mí. La idea de liberarme de este hombre es una ilusión. Solo puedo observar cómo se apoya en la pared con los brazos cruzados y los labios apretados por la furia. —¿Qué le he dicho, Srta. Green? Doy un respingo al oír ese nombre, el que solo utiliza cuando está enfadado conmigo. —No voy a jugar a este juego contigo, Hayden. Déjame en paz. —¿De verdad creías que no iría a por ti? —La idea se me pasó por la cabeza. Él levanta una ceja. —Veo que el alcohol sigue corriendo por tu organismo. —Estoy segura que tu declaración de poseerme me puso sobria jodidamente rápido.
—Esa boca, Srta. Green. —Que te jodan, Sr. Bennett. El arrepentimiento me invade y me estremezco bajo su mirada. Puede que siga ebria. Si es así, no me está haciendo ningún favor. Hayden se aparta de la pared y avanza lentamente hacia mí, acortando la distancia que nos separa con pasos medidos y decididos. Su mirada mantiene cautiva la mía, sus ojos azules brillantes y expectantes. ¿Qué va a hacerme? Presiono la espalda contra la pared como si pudiera desaparecer en ella, con el corazón latiéndome tan deprisa que me preocupa estar sufriendo un infarto. Extiende la mano para enjaularme, plantando una a cada lado de mi cabeza antes de inclinarse hacia mí. —No haces sino retrasar lo inevitable —me dice, con voz grave. Mi pecho se agita mientras mi respiración se vuelve entrecortada, debido a que su cercanía me afecta tan profundamente. —Tengo que intentarlo. La comisura de sus labios se levanta en una mueca. —Admiro tu espíritu, pero deseas esto tanto como yo. Tu cuerpo lo sabe, aunque tu mente se niegue a aceptarlo. —Se inclina más hacia mí, su aliento recorre mis labios—. Me perteneces, Callie. Me perteneces desde la primera vez que te vi. Lo supe entonces y te lo digo ahora: eres mía. Sacudo la cabeza. O quizá eso ocurre porque estoy temblando tan violentamente que hace que mi cabeza se mueva. Sea como sea, los ojos de Hayden se abren enormes, brillando con una emoción que provoca que mis muslos se contraigan. Agarra mis muñecas y las sujeta contra la pared por encima de mi cabeza, inmovilizándome con sus manos. Y su cuerpo, al apretarlo contra el mío. —Sigue resistiéndote a mí —me dice, su voz se vuelve gutural—. Eso solo hace que te desee más. —¿Y si cedo? ¿Me abandonarás como a todas las demás mujeres?
—No hay escapatoria. Lo sé, lo he intentado. Lo he intentado. —Inhala profundamente, presionando su cuerpo contra el mío con tanta fuerza que puedo sentir los latidos de su corazón. Se acelera tanto como el mío, si no más—. Una vez que aceptes esto que hay entre nosotros, nunca te irás. Me encojo interiormente mientras la derrota me invade como un viento frío. Tiene razón. Lo supe cuando hui. Si alguna vez me arriesgo y exploro esta atracción con Hayden, en el fondo sé que sería mi muerte. Me perdería en él hasta el punto en que dejaría de existir. Eso es lo que realmente me asusta. No Hayden, sino lo que siento por él. Permanece en silencio, con la mirada clavada en mí, desafiándome a seguir negándolo todo: esta conexión, este anhelo contra el que tanto me he esforzado por luchar y que, al mismo tiempo, abrazo cada vez que estoy con él. Cierro los ojos y busco los hilos que quedan de mi determinación. Solo para romperlos al sentir los labios de Hayden sobre los míos. Reclama mi boca en un suave beso. Es completamente opuesto a la oscura violencia que desprende. Me aturde y me quedo allí, con los ojos cerrados e inmóvil. Pero no reacia. Sus labios se mueven sobre los míos con tanta ternura que me derrito en él en cuestión de segundos. A pesar de sujetarme las muñecas, utiliza la otra mano para acariciar mi rostro mientras su lengua se mueve sobre mis labios, persuadiéndome más que exigiéndome una respuesta. —Ábrete para mí, Callie. Me muero por volver a probarte. Necesito saber si eres tan dulce como recuerdo, o si me lo he imaginado todo por estar tan obsesionado contigo. Se me agolpa un gemido en la garganta y lo reprimo a la fuerza, incapaz de rendirme todavía. Aun así, el beso de Hayden despierta mi cuerpo y me deja sin aliento. Mis inhibiciones se desmoronan con cada barrido de sus labios sobre los míos. —Por favor, cariño —susurra, con la voz cargada de deseo. Las palabras flotan en el aire como un ente vivo, enviando una oleada de energía eléctrica por mis venas hasta erizarme la piel. Separo los labios
y se me escapa un suave jadeo cuando su súplica me envuelve haciendo que mi corazón se expanda. Ahora entiendo por qué a Hayden le gusta oírme suplicar. Hay algo poderoso en ello. Antes de poder procesar nada más, Hayden aprovecha mi aquiescencia, chasqueando la punta de mi lengua con la suya. Su tacto prende un ardiente fuego de deseo amenazando con consumirme. El mismo infierno que arde dentro de él. Su polla está dura contra mí, prueba evidente de su excitación, pero sus movimientos son lentos y deliberados, su mano me agarra por la cadera como si quisiera mantenerme inmóvil. Reclama el dominio de mi boca, buscando y saboreando lentamente cada parte de mí hasta que estoy desesperada por él. Me agarra con más fuerza, sus dedos se clavan en mi piel, un suave impulso para que me rinda por completo. Y con cada pasada de su lengua, siento perder el control, sucumbir voluntariamente a las profundidades del deseo que despierta en mí. Finalmente cedo al hambre que compartimos y me rindo al poder embriagador que ejerce sobre mí. Separo las piernas en señal de invitación, deseando sentir cada centímetro de él, sentir su longitud contra la parte de mí que ansía. Engancha mis bragas con el dedo índice y gira el brazo para arrancármelas del cuerpo. El material cae al suelo, olvidado de inmediato cuando se inclina hacia mí, llenando el espacio entre mis muslos, con su polla presionando mi clítoris. Un gemido sale de mis labios, un sonido lascivo y desesperado. El sonido es el catalizador que hace que Hayden finalmente me acaricie. Rompe el beso mirándome. En respuesta, me inclino hacia sus dedos y los desliza por mi cadera hasta hundirlos entre mis muslos, acariciando su suave piel. Ya estoy húmeda, y las yemas de sus dedos se deslizan por la zona, extendiendo los efectos de mi excitación por todas partes. Cuando empujo mis caderas hacia su mano, se detiene y me agarra el muslo; la tensión de sus dedos me demuestra que apenas aguanta. Quiero que pierda el control. Igual que yo.
—Por favor, cariño —le digo con una voz que no reconozco. Es sensual y a la vez dolorosa. Por él. Los labios de Hayden chocan contra los míos con una ferocidad con la que me roba el aliento. Ya no hay dudas ni vacilaciones. Le devuelvo el beso con todo lo que tengo, diciéndole que lo deseo con la misma intensidad, dándole permiso para que me lleve donde quiera. Y él lo acepta. Sus dedos encuentran mi clítoris y me acaricia con delicadeza, como un experto. El placer me penetra de golpe y me ahogo en un suspiro, mis pestañas se agitan. Me provoca sin piedad hasta que maúllo contra sus labios, el sonido deslizándose contra su lengua. El gemido se transforma en jadeo cuando introduce un dedo en mi interior. Me pongo de puntillas por la presión, pero vuelvo a bajar cuando comienza a acariciarme. Entonces me agarro a su mano con salvaje abandono. Me introduce dos dedos y suelta un suspiro, un siseo lleno de angustia. —Estás tan jodidamente apretada. Voy a destrozar este bonito coño. Gimo ante la oscura intención de su voz. Las sensaciones que crea con sus hábiles dedos son casi excesivas cuando me los introduce, cada vez más profundamente, hasta que estoy tan llena que empiezo a imaginarme cómo sería recibir su polla. Eso solo me hace empapar su mano. Todo mi cuerpo tiembla de anticipación mientras mi orgasmo se acerca. Utiliza su pulgar para rodear mi clítoris al ritmo de sus dedos, acercándome cada vez más al borde del éxtasis. Sus labios siguen sobre los míos mientras su mano me acaricia entre las piernas. —Vente para mí —me dice contra mi boca, mordiéndome el labio inferior. Me convulsiono alrededor de los dedos de Hayden y un sollozo me abandona. Hago fuerza contra su agarre de las muñecas cuando arqueo la espalda, pero me mantiene erguida cuando pierdo el control sobre mi cuerpo. Sigue follándome con la mano, alargando mi orgasmo hasta que agito la cabeza, incapaz de soportarlo más. —No puedo.
—Puedes, pero no ahora. Aunque deja de moverse, mantiene los dedos dentro de mí. Como si intentara seguir conectado un poquito más a mí. De poseerme un poco más. Abro los ojos y lo encuentro contemplándome. Su mirada está iluminada por el triunfo, pero también por una emoción más suave... algo peligrosamente cercano al afecto. Libera mis muñecas para rozarme la mejilla con el dorso de sus dedos, y resisto el impulso de inclinarme hacia su caricia, de empaparme de esa rara muestra de ternura por su parte. —Ahora que te he atrapado, pienso quedarme contigo, Callie. Un escalofrío me recorre ante la posesividad de su voz. En su juramento. No puedo evitar sentir una mezcla de excitación e incertidumbre cuando sus palabras me calan hondo. La intensidad de su mirada y la sinceridad de su voz no dejan lugar a dudas sobre sus intenciones. El corazón se me acelera en el pecho y me siento cautivada por la profundidad de la emoción reflejada en sus ojos. Es oscura y potente, como él. Sus dedos continúan su suave exploración a lo largo de mi mejilla, trazando un camino, encendiendo una estela de calor a su paso. Mientras sus otros dedos permanecen dentro de mí. Me inclino ligeramente hacia su contacto con mi rostro, incapaz de reprimir por completo el anhelo que florece en mi interior. Aun así, lucho contra él. Hay demasiado en juego. Mi corazón, para empezar. —No puedes retenerme, Hayden. —Mi protesta suena débil a mis propios oídos, pero mantengo mi expresión firme—. No pertenezco a nadie. Ni siquiera a ti. Su mano abandona mi mejilla al deslizarla por mi cabello, sujetándome la nuca e inclinando mi cabeza hacia atrás. Incapaz de mirar a otra parte, mi mirada colisiona con la suya. El azul gélido se encuentra con el ámbar cálido. La determinación se une a la rebelión.
—Me perteneces. A mí. —Acerca tanto su rostro al mío que las puntas de nuestras narices se rozan—. Puedes luchar contra ello todo lo que quieras, pero ambos sabemos que es inútil. Lo que ocurre entre nosotros es inevitable, y haré todo lo que esté en mi mano para que lo aceptes.
CAPÍTULO 29
Calista No habrá más huidas ni escapadas. Al menos, no esta noche. Hayden se aseguró de ello transportándome hacia y desde el coche, así como fijando el seguro para niños. Me siento con la cabeza apoyada en el reposacabezas y los ojos cerrados. Ahora mismo, no soporto mirarle, al hombre devastadoramente hermoso que irrumpió en mi vida como un huracán. Ha pulverizado las barreras emocionales que construí cuando murió mi padre, y mi corazón está en el centro de todo, como un trofeo en espera de ser reclamado. O aplastado. ¿Es posible que haya utilizado la palabra 'poseer' porque quiere mantenerme cerca de una forma que aún no comprende? Conociendo parte de su infancia, es posible que Hayden no esté familiarizado con cómo funcionar en una relación sana. Especialmente una que implique emociones exacerbadas como el deseo, los celos y la incertidumbre. Puede que yo no tenga mucha experiencia, pero estoy convencida que estoy más preparada en ese sentido. Aun así, reconozco esto como lo que es: está desesperado por tenerme.
¿Se trata de una decisión impulsiva de la que se arrepentirá por la mañana? ¿O es algo que durará más de unas horas? ¿Quizás unas semanas? A costa de mi cuerpo y mis secretos. Hayden ha dejado claro que quiere ambas cosas. El constante tira y afloja, frío-caliente de él me crispa los nervios. Nunca sé qué versión de sí mismo elegirá mostrarme. ¿El amante tierno? ¿O el hombre violento y sobreprotector que piensa mantenerme a salvo controlándome? Aun así, disfruto con sus dos facetas. Igual que la Tierra necesita el día y la noche, la luz y la oscuridad, yo también. Nos acercamos a una torre de gran altura, donde el acero y el cristal brillan bajo la luna llena. En unos minutos, estamos dentro del elegante vestíbulo, conmigo en brazos de Hayden. De nuevo. —Puedo andar —murmuro, sin querer que el hombre de recepción me oiga. Ya me está mirando con gran interés. ¿Es porque voy descalza y despeinada? ¿O por algún otro motivo? —Tienes los pies sangrando, Callie. Miro a Hayden, empapándome de su perfil mientras se dirige a pasos acelerados hacia el ascensor. —¿Lo están? Asiente, con la mandíbula apretada. La tensión de su cuerpo se extiende y sus brazos me estrechan con fuerza. Frunzo el ceño, incapaz de adivinar por qué está irritado conmigo. —No pretendía manchar nada. Confío en que no esté molesto por algo de lo que yo ni siquiera era consciente. Se detiene en medio de la gran sala para mirarme. Casi me encojo ante la furia grabada en sus facciones. —¿Crees que estoy enfadado por el interior de mi coche? —pregunta. Me encojo de hombros. —Es la única razón que se me ocurre.
—¿Y qué me dices acerca del mero deseo que tengo porque no experimentes dolor de ningún tipo, a menos que sea el dolor de mi polla introduciéndose en tu coño? ¿Qué hay de la idea por la que estás herida debido a que me tienes tanto maldito miedo que no te das cuenta que mataría a alguien para mantenerte a salvo? Que le den a mi coche. Quiero tu sangre en él, en mi polla y en cualquier otro sitio que me marque como tuyo. —Jesús. —Mi voz es jadeante, casi inexistente—. Hayden, no. Su mirada se endurece. —¿No qué? ¿No decir la verdad? Hay demasiadas mentiras entre nosotros como para que siga añadiéndolas. Ya he terminado con eso. Se dirige hacia los ascensores conmigo en brazos, mi boca colgando abierta y mis pulmones apretándose mientras jadeo por respirar. ¿Cómo puede un hombre afectarme tan profundamente que no puedo controlar la respuesta de mi propio cuerpo ante él? —No me duelen los pies, Hayden —susurro contra el costado de su cuello. Traga saliva y su nuez se balancea en su garganta. Lo miro fascinada, absorta en su masculinidad—. No tienes que preocuparte por mí. —No sé cómo contenerme. El corazón me da un vuelco en el pecho. Apoyo la frente en el pliegue de su cuello y suspiro, necesitando un momento para serenarme antes de decir algo irrevocable. Algo que tenga que ver con los sentimientos que se arremolinan en mi interior cobrando fuerza con cada confesión saliendo de su boca. Llegamos al ascensor y las puertas se abren con un suave tintineo, revelando un interior totalmente recubierto de espejos. Mi reflejo se duplica hasta el infinito, rodeado de infinitas réplicas que me devuelven la mirada. Hayden entra, y los nervios me recorren la espina dorsal ante la idea de estar en un espacio cerrado con él. Por encima, las suaves luces proyectan un resplandor favorecedor, realzando cada reflejo y revelando la verdad. El efecto es a la vez vertiginoso y confuso, al verme tal como soy en este momento. Una mujer que desea todo lo que Hayden me dará.
Bueno o malo. Placer o dolor. Alegría o angustia. No puedo irme sin saber cómo va a acabar esto.
El ático es un estudio de contrastes, reflejo del hombre que lo posee. En un momento Hayden me consuela en su regazo, y al siguiente está lleno de rabia, con la violencia que lleva dentro desbordándose a la vista de todos. Luz y oscuridad, dos entidades distintas que habitan en su interior. El lugar es similar, lleno de negros crudos compensados por blancos inmaculados. En el salón hay ventanales que ofrecen una vista del deslumbrante horizonte de la ciudad, pero en el interior, reina un suave minimalismo. Un suelo de mármol blanco se extiende a lo largo del concepto abierto, reflejando los colores brillantes del exterior. Las paredes se unen a las ventanas con líneas limpias, pintadas de un carbón oscuro, y el mobiliario es escaso, cada pieza blanca como la nieve colocada en ángulo frente a una chimenea negra azabache. Como Hayden, este lugar es perfecto, aunque carente de calidez. Todo aquello que lo hace acogedor e invitante. Un hogar. —Esto es precioso —digo, más para mí misma que para él. Dudo mucho que le preocupe mi opinión, pero estar aquí resucita recuerdos de mi antigua vida, una llena de lujos. No echo tanto de menos el dinero como la seguridad que me proporcionaba. Vivir en un lugar como este me garantiza que nunca perdería un momento de sueño preocupándome por si alguien entra a robar. Como un acosador. Ese pensamiento empaña mi entusiasmo por la opulencia que me rodea. No solo eso, sino que me produce una preocupación que no había considerado antes. ¿Estoy poniendo a Hayden en peligro por estar aquí? Cuando se dirige hacia el interior, le doy un golpecito en el pecho, resistiéndome al tema. Y su reacción.
—Espera —le digo. Hayden se detiene y me mira, frunciendo las cejas con disgusto y confusión—. ¿Qué pasa? —No creo que sea buena idea que esté aquí. —¿Porque te da miedo estar aquí conmigo? Asiento con la cabeza y su cuerpo se endurece contra el mío. —Pero no de la forma que estás pensando. Tengo miedo por ti. —¿Por qué? Me muerdo el labio inferior y lo aprieto entre mis dientes, insegura de cómo comunicarle mis preocupaciones de un modo que consiga que me tome en serio. O no demasiado en serio como para que explote. Camino por una línea muy fina cuando se trata de Hayden. Es como una bomba, listo para detonar con una sola chispa. —Detén eso —me dice, con voz aguda. Cuando frunzo el ceño ante él, suelta un suspiro—. Cuando te haces eso en el labio, solo puedo pensar en follarte la boca. —Mierda. —Esa boca, Srta. Green. ¿Por qué te preocupas por mí? Y no me des una versión aguada. Quiero la verdad absoluta. Abro la boca, la cierro y la vuelvo a abrir. —Creo que tengo un acosador.
CAPÍTULO 30
Calista Cuando Hayden sigue mirándome fijamente, las palabras salen de mi boca como un grifo, derramándose por todas partes. —No tengo idea quién es esta persona ni qué quiere, pero me ha robado el collar y lleva una semana dejando perlas sueltas en mi mesilla de noche todos los días. Durante la noche. Podría haber considerado que había perdido el collar y habría tenido sentido, hasta que apareció una sola perla. Nunca rompería voluntariamente ese collar. Me lo regaló mi padre y es una de las pocas cosas que me quedan de él. Hayden no dice nada. En los segundos que siguen, el silencio se desliza por mi piel como un enjambre de bichos, inquietándome. Cuando creo que está a punto de reconocer lo que he dicho, me sorprende adentrándose más en el ático. —¿Has oído lo que he dicho? —Cuando asiente, aprieto los dientes, rezando por tener paciencia—. ¿Y? —Y me la suda.
Durante un par de segundos, lo miro fijamente. Luego me resisto a que me sujete. —Esto no es algo que puedas desechar. Bájame para que podamos hablar de esto como adultos. Ignorando mis protestas, se mantiene en movimiento. El único cambio es que estrecha su agarre sobre mí hasta el punto de obligarme a resollar. Lo fulmino con la mirada, aunque él no puede verlo. Sin embargo, me distraigo inmediatamente de mi irritación cuando entra en una gran alcoba. El dormitorio principal es un gélido santuario de oscura opulencia, la estricta decoración continúa de forma dramática. Hay más ventanales que dan a la ciudad, pero las gruesas cortinas permanecen cerradas envolviendo la habitación en sombrías penumbras. El punto focal es una enorme cama con plataforma, un armazón de madera negra con piel acolchada en gris marengo a juego. Ni una sola arruga perturba la superficie lisa del edredón y las sábanas, y el entarimado oscuro del suelo está desnudo, persistiendo la madera de ébano bajo los pies. En lugar de pintura, una enorme fotografía en blanco y negro domina la pared opuesta a la cama. Representa a una figura solitaria ante un edificio en ruinas bajo un ominoso cielo gris. El sujeto mira fijamente a la cámara, con el rostro oculto por las sombras. Es un retrato de oscuro anonimato, en el que la única salpicadura de sombrío color refuerza la lúgubre paleta de la pieza. Sospecho que es una mujer por la silueta del cuerpo, pero no puedo estar segura. Aun así, los celos se encienden en mis entrañas y se extienden, haciendo que se me revuelva el estómago. Por un momento, me olvido de mi acosador, deseando saber quién demonios es esa persona. Y si significa algo. —Es una foto preciosa —digo, sintiéndolo a pesar de mi repentina inseguridad. Desplazo la mirada hacia el rostro de Hayden, dispuesta a descifrar cada parpadeo y la forma de sus labios mientras responde a la pregunta para la que necesito una respuesta—. ¿Es alguien que conoces o una fotografía al azar que adquiriste? —La conozco personalmente.
Ay. —¿La mujer de la foto o el artista? —La mujer. Hija de puta. —¿Quién es? —Intento mantener un tono ligero y desinteresado, pero cuando Hayden se vuelve para mirarme, me siento expuesta por la forma en que su mirada me atraviesa. —La mujer es alguien que cambió mi vida. —¿Para bien o para mal? —Ambos —me dice. La odio. Sea quien sea. No vuelve a hablar hasta que estamos dentro de su espacioso cuarto de baño, que parece más un spa que un lugar donde ducharse. Admiro brevemente el lujo que me rodea, pero mis pensamientos se centran en Hayden al colocarme en el borde de la encimera, manteniendo las manos en mi cintura como si temiera que intentara huir de nuevo. No lo haré. Pero si lo hago, será para robar ese retrato y prenderle fuego. Le miro fijamente, deseando estar molesta por haberme manoseado en lugar de estar celosa por una imagen fija de una mujer que puede o no ser importante para él. Esa lógica no tiene sentido, no cuando la ha colocado en la habitación más íntima de su casa. —Necesito limpiarte los pies para poder evaluar la profundidad de las laceraciones —me dice—. No te muevas. Su mirada se suaviza al bajar hacia mis maltrechos y ensangrentados pies. Mi ira se desvanece, sustituida por una bola de calidez en mi pecho ante su evidente preocupación por mí. Finalmente retira sus manos de mi cuerpo y me relajo un momento para respirar correctamente sin que su contacto me provoque un paro cardíaco. Hayden abre el lavabo, coge una toallita y jabón y comprueba la temperatura del agua. Sus largos dedos envuelven mi tobillo y mi cadera mientras me ayuda a cambiar de postura.
—Esto te va a escocer. —Estaré bien. Me introduce el pie en el agua caliente y me muerdo el labio para no emitir ningún sonido. Dios, cómo duele. Hayden me mantiene la pierna suspendida, con la mirada fija en la sangre y la suciedad derramadas por el desagüe. Su rostro se transforma en un ceño fruncido ante el daño revelado y comienza a bañarme el pie con una toallita jabonosa, sus atenciones son metódicas pero suaves. Lo recorro con la mirada, absorbiendo la forma en que cambia de una planta a otra, con la cabeza inclinada y los ojos concentrados. Con él tan cerca y sus manos sobre mi piel, esta postura me parece demasiado íntima, demasiado vulnerable, pero permanezco quieta, sin querer perderme ni un momento. Hayden enjuaga y venda los numerosos cortes y abrasiones y, cuando termina, me libera los pies vendados. Luego se acerca, rodeándome las caderas con sus largos dedos, e inclinándose sobre mí. El aire que nos separa está cargado de palabras no pronunciadas cuando su mirada encuentra la mía. —¿Mejor? —pregunta. —Sí. —¿Vas a dejar de huir, Callie? Lo miro fijamente, sin saber cómo hemos llegado a este punto, pero sin poder ni querer negarme. Asiento con la cabeza, aceptando el santuario que me ofrece su abrazo. Al menos por ahora. —Bien —me dice—. No tienes que preocuparte por que un acosador te encuentre aquí. La seguridad es escasa o nula. Estarás a salvo hasta que me ocupe de ello. —Gracias. —Dejo caer la mirada hacia sus manos y luego lo miro a los ojos—. ¿Puedes ayudarme a bajar? Con la preocupación arremolinándose en su mirada, Hayden me ayuda a ponerme en pie. Me sujeta con fuerza, estabilizándome durante la maniobra. El acolchado de mis pies los amortigua lo suficiente para evitar cualquier molestia importante, y suspiro aliviada.
—Esa boca. —Se estira para rozarme con el pulgar el labio inferior—. Las cosas que quiero hacerle... Antes de poder responder, deja caer las manos a los lados. —¿Necesitas algo? —pregunta. Esa simple pregunta es como un arma cargada, capaz de derribarme y hacerme sangrar el corazón. Lo que necesito es distancia emocional de Hayden antes de enamorarme de él. Cada caricia suave y cada acción protectora me vinculan a él. Pronto estaré tan envuelta en él que no podré separarme sin lastimarme. —Me encantaría un vaso de agua. Levanta una ceja irónica. —¿Deshidratada por tu noche de juerga? —No. Estoy reseca de tanto correr antes. Su boca se mueve con una reprimida diversión, pero entonces se apodera de él y me sonríe. Una sonrisa auténtica. Ilumina la habitación y me ciega a todo excepto a Hayden y a lo devastadoramente apuesto que es. Pero es más que eso. Verle feliz, aunque solo sea un segundo, me conmueve profundamente. Hace algo en mi alma, un lugar al que él no debería tener acceso. —¿Puedes andar? —pregunta, desapareciendo de su rostro cierta alegría ante la mención de mis heridas—. Quizá debería llevarte en brazos a la cocina. Su evidente preocupación por mí hace que el corazón se me oprima en el pecho. Aunque me encanta estar en sus brazos, quiero asegurarle a Hayden que estoy bien. Odio verle disgustado. Sobre todo, por mi culpa. —Las vendas me protegen lo suficiente para que apenas note los cortes —le digo, haciendo un gesto con la mano cuando frunce el ceño—. Ve delante. Con una mirada escéptica, me pone la mano en la espalda, la palma caliente contra mi cuerpo. El aroma familiar de su perfume flota en el aire,
relajante y reconfortante, e inhalo, absorbiéndolo. Como cada vez que he estado entre sus brazos. Mis primeros pasos son incómodos al adaptarme al acolchado de los pies y disimular mi incomodidad ante Hayden, pero una vez que llegamos a la cocina, confío en que mis heridas sean leves y no me preocupen. Al menos, no tan graves como las ha estado tratando. Es entrañable. Por la forma en que me ha atendido, cualquiera diría que he pisado la hoja de un machete. Nunca nadie había hecho eso. No de la forma en que lo ha hecho Hayden. Se apresura a sacar una botella de agua de la nevera, desenrosca el tapón y me la ofrece. Se la cojo, con cuidado de no tocarlo. Tener los dedos de Hayden sobre mi piel me impide pensar con coherencia. O en absoluto. —Gracias —le digo. Bebo un largo trago y él me observa, haciendo que una actividad normal se convierta en un reto. Mientras intento no atragantarme, vacío la botella, sintiendo que merezco una medalla de oro por haber completado semejante hazaña—. Te agradezco lo que has hecho esta noche, pero creo que tenemos que tener una conversación sobre los límites. Cruza los brazos, haciendo que la tela se tense contra los contornos de su pecho, lo que me distrae muchísimo. —¿Ah, sí? —pregunta, con voz peligrosamente suave. La advertencia subyacente en sus palabras me hace volver a centrar mis pensamientos. —Sí. Supongo que me has rastreado a través de mi móvil, y eso no está bien. —No veo el problema. —Es una invasión de la intimidad —digo, levantando las manos—. No soy tu mascota que ha escapado y necesita que la rescates. —Cuando levanta una ceja burlona, respiro hondo para aliviar la frustración desplegada en mis entrañas. Aprieto la botella de agua simulando que es el cuello de Hayden—. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
—Necesito saber cada segundo de cada día que estás a salvo. —Se encoge de hombros—. Si eso significa ponerte un chip o rastrear tu móvil, lo haré. Me quedo con la boca abierta antes de cerrar la mandíbula. —¿Te estás oyendo? Suenas como un loco. —Si estoy loco, es por tu culpa. Como si me hubiera abofeteado, retrocedo bruscamente. —¿Por mí? —Sí, por ti. Sus brazos caen a los lados y da un paso hacia mí. Retrocedo un paso en respuesta porque su proximidad me abruma y destruye mis defensas. Camina hacia mí, atrapándome entre el mostrador y su cuerpo y se cierne sobre mí con sus ojos azules cubiertos de escarcha. Reprimo un escalofrío y desvío la mirada, viéndole agarrar el borde del mostrador a ambos lados de mis caderas. Se inclina hacia mí, apretando la longitud de su cuerpo contra el mío, y ese delicioso contacto hace que mi sangre cante. —¿Qué te he hecho? —pregunto, mirándole el antebrazo y las venas visibles justo debajo de su piel—. Eres tú quien no me deja en paz. Al sentir que sus dedos me agarran la barbilla, aprieto los labios. Alza mi cabeza hasta que nuestros ojos se encuentran. Es casi insoportable mirarle. No cuando lo hace como si yo fuera su razón de vivir. —Porque estás en mi sangre, Callie. Bajo mi piel. Por mucho que lo intente, no puedo extirparte sin matarme en el proceso.
CAPÍTULO 31
Calista —Hayden —respiro, su nombre se convierte en un jadeo y un suspiro al mismo tiempo. —Nunca había sido así para mí. No sé cómo afrontarlo, excepto asegurándome que estás a salvo y cuidada en todo momento. Eso es lo único que me impide volverme completamente loco y secuestrarte. Aunque he pensado en ello. Mucho. Sus palabras roban el aire de mis pulmones. Respirando hondo, enrosco los dedos en su camisa, aferrándome con una desesperación que me asusta tanto como su confesión. —Esto no es sano. Para ninguno de los dos. Su mirada sostiene la mía, despojándome del blindaje y la actitud desafiante y dejando al descubierto a la mujer solitaria que hay bajo el exterior que muestro al mundo. La que ansía su afecto con una sed que podría ahogarla. ¿Estoy tan metida en esto como él? Aún no. Únicamente porque él lo ha aceptado y yo no.
—Puede que no sea sano ni lo que se considera normal. —Suelta mi barbilla para deslizar la mano por mi cabello, enredando los dedos en las hebras y manteniéndome inmóvil—. Pero no quiero ser normal si eso significa que no puedo tenerte. Un sonido ahogado se escapa de mi garganta cuando sus palabras perforan lo último de mis defensas. Nadie me ha mirado nunca como lo hace Hayden. Y, desde luego, nunca han llegado tan lejos como él para mantenerme a salvo. Ni siquiera mi padre se preocupaba tanto por mí, y me quería. Sea lo que sea lo que Hayden siente por mí, puede que sea más fuerte que el amor. Pero también es más peligroso. —Elite Health Care —susurro. Hayden frunce el ceño y cierro los ojos, incapaz de repetírselo mirándolo—. Elite Health Care es el nombre. Sin dejar de agarrarme la nuca, utiliza la otra mano para trazar mis párpados, su tacto es más ligero que el roce del ala de una mariposa. —Mírame. —Cuando lo hago, la confusión se enfrenta a la comprensión, recorriendo sus facciones—. La clínica —gruñe—. Allí fue donde estuviste aquella noche. Al ver cómo florece la comprensión en su mente, me invade un sentimiento de vergüenza tan intenso que mi pecho arde. Mis ojos se llenan de lágrimas y asiento para confirmarlo. Ocultarle esta información no hace más que retrasar lo inevitable. Igual que mi relación con él. Al final, Hayden conseguirá lo que quiere de mí, y me siento impotente para impedirlo. —¿Por qué me lo dices ahora, después de negármelo durante días? — pregunta. Esa es la verdadera pregunta, la que tiene mi mente dando vueltas y mi corazón bombeando alocadamente. Toda la noche he luchado con la idea que Hayden solo me persigue porque quiere los detalles de mi pasado, y que una vez que los tenga, habrá acabado conmigo. Toda esta pasión e intensidad de su parte se desvanecerá, y yo me quedaré atrás con mis secretos al descubierto y únicamente mi soledad para consolarme. Al
decirle las cosas que quiere, estoy acelerando el final de lo que sea que haya entre nosotros. Porque no puedo imaginarme que me retenga cuando lo sepa todo. Respiro temblorosamente, deseando que se ralenticen los rápidos latidos de mi corazón. —Te lo digo porque estoy cansada de huir de ti, Hayden. Estoy harta de fingir que esto que hay entre nosotros se desvanecerá de algún modo si lo evito lo suficiente. Sus ojos se entrecierran, buscando los míos. —¿Y saber la verdad hará que huya de ti? Una risa carente de humor se escapa de mis labios. —Dudo que haya algo que te haga huir despavorido. Pero para responder a tu pregunta, creo que es más probable que conocer la verdad te haga darte cuenta que no soy... —Hago una pausa, eligiendo mis palabras con cuidado—. No soy lo que realmente quieres. Y eso está bien, pero preferiría que lo supieras lo antes posible antes que yo... Me enamore de ti. Aprieto el labio inferior entre mis dientes para impedirme hablar. Por Dios, admitirlo habría sido desastroso. Ojalá pudiera culpar al alcohol, pero dudo que sus efectos sobre mí sean más fuertes que la presencia de Hayden. Con ambos combinados, es probable que diga alguna estupidez. —¿Qué he dicho de morderte el labio? coloca el pulgar sobre mi labio inferior, separándolo suavemente de mis dientes. —Quiero tener esta conversación contigo, pero me lo estás poniendo difícil. Ahora lo único que quiero es follarme esta boca tan bonita. Me pasa el pulgar por la comisura de los labios, y yo los separo inmediatamente. Invitándolo. Sumerge el dedo dentro y desliza la yema sobre mi lengua antes de arrastrarla por mis dientes. Su cuerpo tiembla y cierra los ojos como si luchara por mantener el control de sí mismo. Cuando vuelve a mirarme, el azul de su mirada se ha oscurecido por el hambre. —Haces que sienta dolor, Callie. De formas que no sabía que podía hacerlo.
—Me has hecho lo mismo. Aprieto las manos contra su pecho, insegura de tener la fortaleza emocional necesaria para apartar a este hombre. El crudo anhelo grabado en su hermoso rostro me hace temblar de deseo. Y miedo. —Creo que es mejor que no nos besemos ni hagamos nada más hasta que hayas resuelto el asesinato de mi padre y revisado toda la información que voy a darte. —Una sombra cruza sus facciones, y me apresuro a explicarme—. Si esto entre nosotros es inevitable, entonces ponerlo en pausa no tendrá importancia a largo plazo. —Quizá no, pero eso no significa que quiera padecer mientras tanto —me dice Hayden. Se separa completamente de mí retrocediendo un paso. El hambre de sus ojos no desaparece, pero su rostro adopta una expresión fría—. Estoy de acuerdo, pero tengo condiciones que deben cumplirse. —¿Cuáles son? Odio la distancia que nos separa, pero es algo que necesito desesperadamente si quiero negociar con Hayden. Sin la calidez de su cuerpo filtrándose en el mío, siento frío y me rodeo la cintura con los brazos. O tal vez me estoy fortaleciendo para lo que va a decir. —Primero, te mudarás conmigo. —Cuando balbuceo, levanta una mano—. Has dicho que tienes un acosador, lo que significa que estás en peligro. No puedo hacer lo necesario para resolver el asesinato de tu padre si paso todo el tiempo preocupándome por ti. Si vives aquí, sabré que estás a salvo. —¿Estás hablando en serio? ¿Te conozco desde hace cuánto? ¿Un puto minuto? ¿Y qué pasa con mi trabajo? —Extiendo los brazos, casi batiéndolos agitada—. Acosador o no, no puedo quedarme aquí todo el día sin hacer nada. —Esa boca —dice, su tono impregnado de advertencia—. Si quieres ensuciarte la boca, conozco muchas formas de hacerlo sin necesidad de palabras. En cuanto a tu trabajo, te escoltaré al ir y volver del trabajo, además de asignarte un guardaespaldas personal durante el tiempo que estemos separados. —Hayden, esto es una locura. No puedo aceptarlo.
—Puedes y lo harás. —Cuando lo fulmino con la mirada, continúa como si mi enfado fuera una mera molestia—. En segundo lugar, me darás tu palabra que me avisarás inmediatamente si alguien te amenaza de cualquier forma. Ya sea un desconocido cualquiera o tu ex prometido que se pase por el Sugar Cube. Y por último, cuando encuentre al asesino de tu padre, te entregarás a mí. Completamente, sin restricciones. Lo miro boquiabierta. Porque no puedo hacer otra cosa que gritar frustrada o desmayarme del susto. Me encantaría decir que Hayden solo está jugando conmigo en algún intento salvaje de llevarme a su cama, pero su expresión certera dice que esto va más allá de la gratificación sexual. Hayden Bennett quiere jodidamente poseerme. Dejo caer mi mirada, incapaz de soportar la intensidad de la suya. Porque cuando lo miro a los ojos, lo único que veo es la determinación escrita en sus profundidades. Y su necesidad de mí. Comienzo a morderme el labio y lo suelto rápidamente al oír el gruñido procedente de su garganta. Ignorando el destello de lujuria que atraviesa su mirada, me cruzo de brazos y considero sus condiciones. Por mucho que me molesten las restricciones, la seguridad que me ofrece, tanto física como económica, es demasiado tentadora para que la rechace. Si no tuviera un acosador merodeando por mi apartamento, violando mis espacios privados, tendría más valor para decirle a Hayden que bese mi culo. Pero con mi vida en juego, me resisto menos a sus exigencias si me permiten respirar. —Si acepto esto —digo—, entonces tienes que prometerme que respetarás mis decisiones y no intentarás dictarme todo lo que hago o adónde voy. Necesito ser libre para pasar tiempo con Harper, ir a trabajar y simplemente vivir mi maldita vida sin tus interferencias. ¿Seguro que puedes entenderlo? Me mira fijamente y el calor se eleva a mis mejillas. ¿Cómo puede deshacerme con una sola mirada? Es desconcertante. —Me parece bien, siempre que nada de eso implique a otro hombre — me dice—. A menos que quieras que amenace su vida. Puede que no haya reclamado tu cuerpo, pero estaré jodido antes de dejar que otro te toque.
Mi jadeo no es más que una bocanada de aire, e insuficiente para saciar la necesidad de oxígeno de mis pulmones. Dejo caer la mirada y respiro hondo varias veces, habiendo renunciado a intentar calmar mi agitado pulso. Si las cosas que dice Hayden me provocan un ataque al corazón, así es como debo actuar. Me coloca el dedo índice bajo la barbilla y levanta mi cabeza. —Cuando se resuelva este caso, no te quedarán excusas ni lugares a los que huir. Ahora mismo, eres el único obstáculo en mi camino, pero también eres la única mujer que quiero. A pesar de lo que creas, eso nunca va a cambiar. —No te creo, y aunque lo hiciera, ¿qué quieres de mí? ¿Sexo? ¿Una relación? ¿Amor? —Aparto la barbilla y me burlo—. Dudo que puedas responder a eso. Sé que no puedo. Al menos no puedo sin parecer tan trastornada como él. No es que me casaría con Hayden mañana, aunque me lo pidiera. Lo que quiero es que estemos juntos con el objetivo final de averiguar lo que significamos el uno para el otro. Y eso lleva tiempo. Pero con el tiempo puede llegar el desinterés. ¿He ganado tiempo suficiente para poner a prueba el enamoramiento de Hayden? ¿Y el mío propio? —Sí sé lo que quiero, Callie. A ti. Todo de ti. —Toma mi rostro entre sus grandes manos, las puntas de sus dedos clavándose en mi cabeza. No lo suficiente para hacerme daño, pero sí para mantenerme inmovilizada— . Acepta mis condiciones. No aceptaré un no por respuesta. —Dame setenta y dos horas. Asiente lentamente y luego baja la cabeza para apoyarla contra la mía. —Hasta entonces, pretendo convencerte. —Hasta entonces, pienso resistirme a ti.
CAPÍTULO 32
Calista Percibo la reticencia de Hayden a soltarme, pero lo hace y retrocede. La huella de sus manos sigue ardiendo en mi piel, y sus últimas palabras resuenan en las inquietas cavidades de mi corazón. Lo miro fijamente, dividida entre el alivio por el retraso y el pesar por un ajuste de cuentas que aún no estoy preparada para afrontar. ¿Cómo podría un aplazamiento ser suficientemente largo en prepararme para un hombre empeñado en apoderarse de mi cuerpo, mis secretos y mi propia alma? Este hombre ofrece santuario y consuelo con un suspiro, dominio y conquista con el siguiente. Seguridad y estabilidad a cambio de una rendición absoluta bajo sus despiadados términos. Sin embargo, solo puedo culparme a mí misma. Sabía dónde me metía desde el momento en que busqué su ayuda. Esto plantea una pregunta: ¿Estoy realmente disgustada? ¿O estoy fingiendo estarlo porque no lo estoy y sé que debería estarlo? —¿Estás lista para acostarte? —me pregunta.
Es una pregunta sencilla, pero no puedo contener el nerviosismo que se extiende por mi piel. Después de esta larga conversación, estoy segura que Hayden no intentará acostarse conmigo. Entonces, ¿por qué no me encuentro tranquila? —Sí. Inclina la cabeza. —Por aquí. Una vez más coloca su mano en la parte baja de mi espalda y me conduce por el pasillo. Hacia su habitación. Cuando me detengo, él hace lo mismo, girándose a mirarme con el desconcierto escrito en su rostro. —Esa es tu habitación —le digo, a modo de explicación. —Ya lo sé. —¿No tienes habitación de invitados? Asiente con la cabeza. —Sí tengo, pero no dormirás en ningún sitio si no es conmigo. —Hayden... Sus ojos se suavizan al percibir mi evidente angustia. —Te he dado mi palabra, Callie. Mi único objetivo esta noche es mantenerte a salvo. Nada más, por mucho que lo desee. Mi estómago se revuelve ante el hambre que desprende su voz. Puede que esté luchando contra la atracción que siento por él, pero Hayden está luchando contra algo más que eso. Está luchando contra sus instintos primarios. Eso es lo que le lleva a ahondar en los deseos más bajos, los que buscan satisfacción a cualquier precio. Presiona su mano contra mi espalda y permito que me conduzca al interior. Me acerco a la cama y me siento en el lujoso colchón, más que dispuesta a dormir con el vestido puesto. No es que cubra mucho, pero es mejor que dormir desnuda. No soy suficientemente valiente para poner a prueba los límites de Hayden, aunque me haya prometido no tocarme. Se acerca a una cómoda y saca una camiseta blanca lisa antes de ofrecérmela.
—Toma. Cámbiate y luego ven a la cama. —Al oír mi vacilación, exhala, sonando frustrado—. ¿Qué he dicho? En algún momento tendrás que confiar en mí. —Lo sé, y lo hago hasta cierto punto. Pero pedirme que me desnude delante de ti y que comparta tu cama es sobrepasar los límites de esa confianza. —Me cruzo de brazos, la angustia dando paso a la irritación ante él—. Una habitación de invitados y una camiseta parecen perfectamente adecuadas para garantizar mi seguridad esta noche. —No tienes por qué cambiarte delante de mí. —Levanta la barbilla en dirección al cuarto de baño—. Cámbiate allí, pero dormirás en mi cama. Levantando la barbilla, cojo la camiseta que me ofrece y me dirijo al cuarto de baño, donde me cambio y me lavo para ir a la cama. Cuando salgo, Hayden ya ha apagado las luces y está acostado sobre las sábanas cruzando las manos detrás de su cabeza. Lo recorro con la mirada, observando su relajada postura, contradiciendo la tensión que recorre su cuerpo. Se incorpora cuando me acerco al lado vacío de la cama y retira la manta en señal de invitación. Respiro hondo y me deslizo bajo ellas, con movimientos entrecortados debido a mi inseguridad. Se acomoda de nuevo contra las almohadas y permanecemos en un tenso silencio durante unos instantes. Hasta que Hayden suelta un sonido exasperado y se gira para mirarme. —Por el amor de Dios, relájate. No voy a matarte. —Hay cosas peores que la muerte. De hecho, a veces matar es un acto de misericordia. —¿Crees eso? Asiento con la cabeza. —Depende de la situación, pero sí, lo creo. —Siempre he visto la muerte como una solución. —También puede serlo.
Me estudia. Siento su mirada recorrer mi perfil, bajar por mi garganta y atravesar mi pecho. Es una caricia espectral que aún enciende mi sangre. Giro la cabeza para encontrarme con su mirada. Caigo instantáneamente bajo su hechizo. —¿Hayden? —¿Sí? —Ya perdí a mi padre a manos de la muerte —susurro, incapaz de hablar a un volumen normal con las lágrimas arañándome la garganta—. Por favor, no dejes que te lleve a ti también. No quiero que este acosador te haga daño. Hayden me mira fijamente, sus ojos se dilatan, permitiéndome ver la emoción arremolinándose en su interior. Pulsa como un ser vivo, haciéndose más fuerte hasta que el azul se convierte en todo lo que puedo ver. Con un rápido movimiento, cambia de posición, eliminando la distancia que nos separa. Flotando sobre mí, con las caderas pegadas a las mías y las manos apretadas a ambos lados de mi cabeza, me mira fijamente con cruda intensidad. El aire se espesa con una mezcla de deseo y vulnerabilidad, como si el peso de nuestra conexión pendiera de un hilo. Entonces levanta una mano y captura mi rostro, pasándome el pulgar por el labio inferior. —Nunca —me dice, el sonido gutural y profundo, como convocado desde lo más hondo de su alma—. ¿Me oyes, Callie? Nunca te abandonaré. Ni en esta vida ni en la que venga después. Eres mía. Y reduciré este mundo a putas cenizas antes de dejar que nada te separe de mí. O a mí de ti. Su apasionada declaración me destroza de la mejor manera posible. Aprieto el material de su camiseta y tiro de él hacia mí, amoldando mi boca a la suya. Separo los labios, abriéndolos ansiosamente para darle la bienvenida, invitándole a tomar lo que le pertenece. Él gime en el beso, haciéndome apretar los muslos, mi cuerpo anhelando su contacto. El calor y la sensación de él tendido sobre mí me calan hasta los huesos, dejando una huella en mi ADN y en mi corazón. Hunde su lengua
en mi boca con un hambre feroz que ahuyenta lentamente los hilos de incertidumbre y miedo, sustituyéndolos por deseo y anhelo. Cuando gimo en su boca, separa la suya de la mía y se retira dejando que su mirada recorra los lugares que quiero que exploren sus manos. Tras la minuciosa inspección, sus ojos encuentran los míos y niega con la cabeza. —Creí que habías dicho nada de besos. Me encojo de hombros. —Dije que no podías besarme, pero eso no significa que no pueda hacer lo que quiera. —Eso es injusto, pero nunca te lo negaré. —Machaca su polla contra mí, haciendo que mi respiración se entrecorte—. Te daría cualquier cosa si eso significara que puedo conservarte. —Mantenerme significa sobrevivir a ti. Sus cejas se fruncen. —Explícate. —Si me entrego a ti... —Cuando —interviene. Le lanzo una mirada intensa, pero carente de verdadera calidez. —Si me entrego a ti, me romperás en pedazos tan pequeños que no seré capaz de unirme ni recomponerme. —Fusionaré tus pedazos rotos con los míos. Juntos, estaremos completos, Callie. Los ojos de Hayden arden, el azul entre las llamas más ardientes mientras me contempla, su promesa flotando en la atmósfera. Tiemblo ante la belleza salvaje grabada en su rostro. Habla de un anhelo tan agudo que lo deja a él en carne viva y a mí en peligro. No de romperme el corazón, sino de robármelo por completo. Este hombre podría meter la mano en mi caja torácica, reclamar mi corazón y dejarme vacía donde antes latía para él. Un eco en mi pecho que durará el resto de mi vida. Prefiero ser parte de él, que estar separada y vacía.
Sus pupilas se contraen ante la aceptación que seguramente habrá en mi rostro, reflejo directo de mis pensamientos. Agacha la cabeza, reclamando mis labios en un beso, y jadeo contra su boca, apretando con fuerza el agarre de su camisa, como anclaje, mientras el mundo amenaza con desaparecer. Siempre lo hace cuando estoy con él. Gime y desliza una mano por detrás de mi cuello, inclinando mi cabeza y profundizando el beso. Bebe de mí, me devora, mientras su lengua acaricia y chasquea, encendiendo llamas danzando a lo largo de mis sentidos. Solo cuando mis pulmones arden en busca de aire, levanta la cabeza. Nuestras respiraciones entrecortadas se mezclan, nuestros pechos se agitan. —Duerme ahora —me dice. —¿Y tú? Aprieta los ojos como si le doliera. —Tengo que dejarte sola ahora mismo, o romperé la promesa que te hice. —¿Volverás? Levanta los párpados y me mira con tanta ternura que casi suspiro. —Siempre volveré a ti, Callie.
CAPÍTULO 33
Hayden Necesito un jodido milagro. Vivir con Callie bajo mi techo y en mi cama sin tocarla va a requerir ayuda sobrenatural. Me dirijo hacia mi despacho con la sensación de su cuerpo en mis manos. Un hambre como nunca he conocido guerrea con mi cordura, intentando llevarme al límite, ceder a las emociones más oscuras. Las que harán que Callie huya de mí. De nuevo. Veo mi despacho y entro cerrando la puerta tras de mí. No quiero que Callie me vea mientras recupero la compostura. Para eso puede que tenga que masturbarme. Para no follármela a ella. Me acomodo en el asiento de cuero y me agarro al borde del escritorio para serenarme. Ahora que sé el nombre de la clínica que Callie visitó aquella noche, voy a descubrir sus secretos. Nada de lo que averigüe sobre ella cambiará mi forma de verla.
Puede que Calista Green tenga los defectos que poseen todos los humanos, pero para mí es perfecta. Cojo el móvil y marco el número de Zack. Contesta al primer timbrazo, aliviando parte de la tensión de mi cuerpo. Habría sido malo para él hacerme esperar esta noche, no cuando el conocimiento que he estado buscando está por fin a mi alcance. —Hola, capo —saluda—. ¿Qué puedo hacer por ti a estas horas tan tardías? —Necesito que peines todos los expedientes que aparecen el 24 de junio en una clínica privada llamada Elite Health Care. El de Calista es uno de ellos. —¿Quieres que te devuelva la llamada o quieres esperar mientras busco? No tardaré mucho ahora que me has dado la ubicación exacta. —Esperaré. El sonido de sus dedos golpeando las teclas es el único que penetra en mi mente. A menos que cuentes el aire que entra y sale de mis pulmones a través de mi respiración entrecortada. El misterio sin resolver del pasado de Callie me persiguió desde el momento en que quise poseerla. He perdido el sueño de tanto pensar en lo que le ocurrió. Fuera lo que fuese, tuvo que ser angustioso si desencadenó un ataque de pánico. —Green es una mujer de unos veintipocos años —Zack murmura para sí—. ¿Cuánto crees que pesa y cuál es su estatura? —Después de responderle, continúa—. Quienquiera que trabajara con este archivo no fue muy inteligente —dice Zack—. Dudo que sea un varón de cuarenta años de la misma estatura y peso que entró en el lugar con la huella de una mano en el cuello. —¿Estás seguro que es su expediente? —Cuando Zack guarda silencio, me aclaro la garganta. Normalmente eso es suficiente para incitarle, pero esta vez no—. ¿Zack? —Sr. Bennett, esto no le va a gustar. Aprieto los dientes ante el uso formal que hace de mi nombre. Si antes no me sentía aprensivo, seguro que ahora sí.
—Solo dime. —Estoy bastante seguro que este es su expediente médico —responde despacio—. Y dice que tenía altos niveles de GHB en el organismo. —¿Estás seguro? —Porque si Zack confirma lo que acabo de oír, voy a asesinar a alguien, joder. Después de torturarles al máximo—. Tu respuesta pone en peligro la vida de alguien, para que quede claro. Zack suelta un suspiro. —Estoy seguro al noventa y nueve por ciento que a Calista Green le dieron una gran dosis de la droga de la violación en una cita. —Envíame el expediente —digo, cada palabra entrecortadamente. —Enviado. ¿Y Sr. Bennett? Lo siento. Zack termina la llamada. No es propio de él colgarme, pero ha debido percibir mi horror desbordante. Mi teléfono emite una notificación y abro rápidamente el archivo adjunto. Necesito ver con mis propios ojos las cosas que mi mente quiere negar. El historial médico, una mera composición de caracteres negros sobre fondo blanco, me mira fijamente, jodiendo mi cordura. Mi corazón late con una cadencia irregular, anunciando el terror y algo más oscuro a medida que, página a página, su pasado se despliega ante mí. Calista drogada, magullada y tirada en el suelo de la cocina... ¿Fue agredida sexualmente? La sangre drena de mi rostro ante la trayectoria de mis pensamientos, haciendo que la bilis ascienda por mi garganta. Me la trago y respiro hondo, obligándome a continuar. Cuando termino de leer todo el expediente, estoy empapado en sudor respirando con dificultad y rapidez. Hasta casi doblarme por la intensidad de un dolor ajeno. Callie, una mujer cuyo único deseo en la vida es ayudar a los demás, ha sido brutalmente violada. Las posibilidades reales a que no haya sido violada son demasiado minúsculas para ofrecer consuelo. Me invade una rabia sin precedentes tiñendo de rojo mi visión. Me agarro al borde del escritorio, con todos los músculos tensos por el impulso de cometer actos violentos. Con un gruñido, me levanto de mi asiento y
estrello la silla contra la pared. Folios de papel sueltos revolotean en el aire como hojas a la deriva en el viento, y las patas del escritorio chirrían contra el suelo cuando lo empujo a un lado, haciendo que ardan mis brazos por el esfuerzo. Pero no es suficiente. No cuando la furia que llevo dentro es una presión aumentando a cada segundo, buscando una salida que solo la destrucción podrá satisfacer. Me doy la vuelta y agarro la silla para lanzarla por los aires. El mueble golpea la chimenea con estrépito, el impacto crea grietas en el mármol. Agarro los libros más cercanos de sus estantes y los arrojo contra la pared. Aterrizan con un ruido sordo apenas perceptible mientras cojo otro. Y otro más. Los destrozos continúan hasta que la habitación refleja el caos que reina en mi interior. Con el pecho agitado y el sudor acumulándose a lo largo de mi columna, permanezco de pie en medio de la ruina, con la mirada perdida en busca de algo más que destruir. Un suave golpe en la puerta es seguido por la voz de Calista. La voz de un ángel, mientras que yo soy el demonio personificado en este momento. —¿Hayden? ¿Te encuentras bien?
CAPÍTULO 34
Hayden Me apoyo contra la pared y me pellizco el puente de la nariz, luchando por calmar mi respiración lo suficiente como para responder a Calista mientras busco una respuesta que no delate las profundidades de la rabia de las que aún no he salido. Mi respuesta tardía solo consigue que ella abra la puerta. Entra y su mirada encuentra inmediatamente la mía. Sus ojos color avellana brillan inseguros y su labio inferior tiembla de inquietud, pero aun así se dirige hacia mí. —No —le digo levantando una mano, con la palma hacia ella. Calista da un respingo y se detiene bruscamente. La expresión dolida de su rostro hace que una punzada atraviese mi pecho. ¿Y si supiera la mierda que quería hacerle a quien le hiciera daño? Si fuera inteligente, correría más rápido y más lejos que antes. Tras cruzar las manos por delante, Calista retuerce los dedos en la tela de mi camiseta, incapaz de contener su nerviosismo. —Ya lo sabes.
Asiento con la cabeza, sin confiar en mí mismo para hablar. Aún se me revuelven las tripas y tengo los puños tan apretados a los lados que los brazos me tiemblan por la tensión. Si pudiera tocarla sin ser un peligro para ella, lo haría. Pero ahora mismo, no estoy... estable. Calista inclina la cabeza y su cabello se desliza a los lados de su rostro, una cortina de seda acariciando sus pálidas mejillas. —Sabía que me mirarías de otra manera. —Su susurro, lleno de dolor y decepción, es fuerte en medio del silencio. Me sobresalto ante el abatimiento de su voz, ya que nunca lo había oído con anterioridad. Cuando levanta la cabeza, su mirada se ha endurecido hasta convertirse en ámbar cristalizado, fracturado por la agonía. Tras girar sobre sus talones, sale del despacho, deteniéndose brevemente para mirarme por encima del hombro. —Esperaba que siguieras queriéndome una vez que lo supieras, pero me equivoqué. Desaparece de mi vista antes de liberarme del trance en el que me ha sumido con su confesión. Salgo tras ella, mis zancadas devoran la distancia que nos separa. Ella acelera el paso cuando llego, lo que hace que mi sangre se acelere aún más. La alcanzo en el pasillo y la agarro del brazo, haciéndola girar para que me mire. Luego invado su espacio, sin querer que nada se interponga entre nosotros, y aprieto su columna contra la pared. Ella parpadea, sus ojos brillan con lágrimas no derramadas, destripándome donde estoy. —Todavía te deseo —le digo—. Tan jodidamente fuerte. —Entonces por qué... —Mira en dirección a mi despacho, su mensaje es claro. —Me enfurece que te haya pasado esto. Y porque no puedo hacer una maldita mierda para mitigar tu dolor. Se queda paralizada, con los ojos desorbitados por mi tono. Maldigo en voz baja y me obligo a aflojar el agarre de su brazo, aunque no la suelto. Necesito el contacto con ella, la seguridad de tenerla aquí conmigo. —Necesito que me cuentes todo lo que recuerdes, para que pueda encontrar a quien te hizo esto —le digo.
—¿Y luego qué? —Ella aprieta sus manos temblorosas en mi camisa, sus ojos arden de emoción—. ¿Qué vas a hacer? —Les haré sufrir de un modo que nadie ha sufrido jamás. Antes de cargármelos. Ella sacude la cabeza. —Por favor, no hagas eso. —¿Por qué? —grito la pregunta, incapaz de comprender por qué no quiere vengarse. Es algo que he buscado toda mi vida desde la muerte de mi madre, y no puedo imaginar a nadie más renunciando a la satisfacción que supone destruir a la persona que te ha robado algo. Mis pensamientos vuelven a encender la furia que hay dentro de mí y que ansía liberarse. Mi pecho se tensa hasta que apenas puedo respirar mientras la tensión recorre cada centímetro de mi cuerpo. La suelto del brazo para golpear la pared con el puño. Ella grita asustada mientras yo abrazo el dolor que atraviesa mis nudillos. Cuando retiro la mano de la pared para examinar la herida, Calista jadea. —¡Estás sangrando! Antes de poder volver a golpear la pared, se acerca a mí. Con el ceño fruncido, me coge suavemente la mano, y su contacto tiene un efecto inmediato. La ternura actúa como un bálsamo, aliviando la llamarada de mis emociones más oscuras, las que amenazan con quemarme vivo mientras me atormentan. Es desconcertante que esta mujer pueda domar la violencia que hay en mí con el mero roce de su piel contra la mía o con una palabra amable. Calista tira de mi mano, instándome a seguirla hasta el cuarto de baño. Me apoyo en la encimera mientras ella recoge el material médico que utilicé antes en sus pies. Sin vacilar, me limpia y venda la mano. La observo. Cómo me acaricia con los dedos. Su mirada recorre mi rostro. El modo en que su cuerpo gravita hacia el mío.
Cada contacto con ella apaga el calor de mi rabia hasta que algo más se agita en mi interior, despertando ante su proximidad. Deseo. ¿Cómo ha podido pensar que no la desearía? Me resulta inconcebible. Y la razón por la que nunca la dejaré marchar. Incluso ahora, después de presenciar la destrucción y violencia que desencadené, su rostro no tiene rastros de juicio. Aprehensión, sí, aunque eso tardará tiempo en borrarse. A pesar de ello, su único pensamiento es aliviar y consolar, como si mi sufrimiento fuera el suyo propio. Esto me humilla. Cuando termina de vendarme la mano, me mira, sus ojos ensombrecidos de preocupación. —¿Quieres hablar de ello? Niego con la cabeza. —Solo empeoraría las cosas. La idea que alguien te haya lastimado... Nunca me había sentido tan fuera de control. Calista baja la mirada, soltándome. Tomo su rostro entre mis manos, deseando que me mire una vez más. Lo hace y eso me da fuerzas para decirle la verdad. —Tienes que saber que no cambiaré de opinión sobre vengarme —le digo—. Te lo mereces y yo lo necesito. ¿Entiendes lo que te digo? Ella asiente lentamente. —Bien. —Junto las frentes, empapándome de su presencia. Me baña como una niebla fresca, apagando las brasas que aún calientan mi furia. Al menos por esta noche—. Cuando se trata de tu bienestar, no hay límites en lo que haría para mantenerte a salvo. —Lo sé —me dice, su aliento un susurro rozando mi boca—. No me he sentido segura desde que murió mi padre. Gracias por protegerme. Solo espero que no... —Dime, Callie. —No quiero que te hagan daño. No podría soportar que te pasara algo por mi culpa o por mi pasado. —Todo irá bien.
La atraigo entre mis brazos y acerco su cabeza a mi pecho, necesitándola cerca, su cuerpo pegado al mío. Oírla admitir que se preocupa por mí solo hace que la desee aún más. Pero no es solo eso. Me hace desear su afecto. Quizá incluso su amor. No estoy seguro de saber cómo fomentar o alimentar este sentimiento, pero si me da más de ella, las partes a las que nadie más tiene acceso... Voy a perseguirlo hasta conseguir lo que quiero. Como un trofeo, exhibiré su amor para que todos lo vean sabiendo que es mío. —Vamos a llevarte a la cama —le digo a los mechones de su cabello— . Necesitas dormir. Enrosca los dedos en mi camisa. —¿Te quedas conmigo? —Por supuesto. Doy un paso atrás, cojo su mano y la conduzco al dormitorio. El espacio es oscuro y silencioso, prestándose a la intimidad. No solo de tipo sexual, sino también emocional. En este momento, quiero estar cerca de Calista de todas las formas posibles, aunque eso requiera que me muestre vulnerable de una forma que me resulta incómoda. Haría cualquier cosa por ser lo que ella necesite que sea. Se sube a la cama y se vuelve para mirarme, su mirada llena de invitación. Y anhelante. Si existe la posibilidad que ella pueda sentir por mí lo mismo que yo por ella, moriré satisfecho. Calista acaricia el edredón con expresión tímida. —¿Vienes? Asiento con la cabeza antes de desnudarme hasta los bóxers. Su mirada se ensancha con cada prenda que cae al suelo. El brillo apreciativo que enciende el color avellana de sus ojos me la pone dura al instante. Cuando se fija en la longitud de mi polla, hace que la cabrona se sacuda y libere precum.
Antes de perder el control, por segunda vez en una hora, me subo a la cama. Su mirada nunca vacila. Permanece en mí como una sombra, lo que hace aún más difícil no follármela. —Ven aquí —le digo, mi voz ronca a causa de la frustración sexual punzante. Calista se desliza y presiona su cuerpo contra mi costado. Casi suspiro de lo mucho que me gusta sentirla. En lugar de eso, envuelvo su espalda con el brazo y coloco la mano en su cadera, firmemente agarrada. Permanecemos tumbados en silencio y, con cada minuto que pasa, mi cuerpo se relaja, los músculos se desenrollan lentamente. Y después moldeándose a ella. Calista se adapta perfectamente como si estuviera hecha para mí. Hay una rectitud que se asienta a lo largo de mi cuerpo, permitiéndome estar en paz de una manera inusual. Los funerales son uno de los pocos lugares en los que experimento serenidad, pero eso ha cambiado. Calista no solo me tranquiliza, sino que me hace sentir como en casa.
CAPÍTULO 35
Calista Voy a la deriva en ese nebuloso lugar entre el sueño y la vigilia, rodeada por la calidez de la cama de Hayden y su reconfortante presencia a mi lado. Su brazo descansa ligeramente sobre mi cintura, su tacto posesivo incluso en reposo. Un susurro en la oscuridad me saca del sueño mientras su voz flota sobre mí, agitando mis sentidos. Y hurgando en mi corazón. —Has sido un misterio para mí desde el momento en que te vi por primera vez. Me he pasado semanas intentando comprender por qué eres diferente a los demás y por qué me importas cuando nadie más me importa una mierda. La admisión de Hayden es baja, destinada a ser escuchada solo por mí. Permanezco quieta, manteniendo la respiración uniforme mientras él continúa. No quiero hacer nada que le impida contarme las cosas que hay dentro de su mente, las cosas que estoy desesperada por saber. —Nunca había sentido esta pérdida de control, esta necesidad de alguien que todo lo consume. —Su mano se flexiona contra mi cadera, una sensación de urgencia en las yemas de sus dedos—. No puedo dejarte
marchar ahora que estás aquí. Si lo hiciera, sería como extirparme los pulmones. No sobreviviría, joder. Su poética confesión me oprime el pecho y mi corazón se agita como si quisiera escapar y volar hacia él. Su necesidad coincide con la mía, la conexión entre nosotros se niega a cortarse, por mucho que luche contra ella. Pero rendirse significa abrazar la oscuridad que hay en él. Una oscuridad que podría eclipsar mi luz. Respiro entrecortadamente cuando sus labios rozan mi frente en un beso lleno de ternura a pesar de ser increíblemente suave y breve. —Sé que crees que solo deseo poseerte —susurra contra mi cabello—, pero quiero protegerte. Vengarte. Y lo haré, aunque me lleve el resto de mi vida. No me detendré hasta que mis manos hayan hecho justicia. Su brazo se estrecha a mi alrededor y mi cuerpo se estremece ante nuestra proximidad, el anhelo vuelve a cobrar vida. Lo único que deseo es abrir los ojos y encontrarme con su ferviente mirada, saborear la sinceridad de su beso. Pero permanezco inmóvil, con el pulso acelerado al compás del suyo. De momento, no estoy preparada para aceptar la verdad, aunque me la haya dicho en la oscuridad, en un susurro. Su confesión me deja sumida en una confusión, dividida entre el miedo y el deseo. Lo único que sé con certeza es que dejarle es imposible. No porque él me obligue a quedarme. Sino porque no quiero irme.
A la mañana siguiente me despierto en un lugar nuevo, desorientada y sola. Tardo varios parpadeos en conseguir que mis ojos den sentido a lo que me rodea, y en el momento en que mi cerebro establece la conexión de estar en la cama de Hayden, todo lo de la noche anterior me bombardea. La mente me da vueltas y permanezco inmóvil, incapaz de incorporarme todavía. Descubrió mi oscuro secreto.
Destruyó su despacho. Me retuvo toda la noche. Barro la habitación con la mirada, sabiendo ya que no está aquí porque no siento su energía cerca. Es una entidad viva, un campo de fuerza que me rodea. Y ahora me protege. Tras recomponerme, me deslizo desde la cama y mi mirada se posa en la ropa pulcramente doblada que hay sobre la mesilla. Junto a ella hay una nota manuscrita de Hayden. Ojalá hubiera podido estar aquí para ver tu aspecto con el sol de la mañana besando tu rostro, pero tenía un juicio que no podía ignorar. Esta ropa es la primera muestra de tu nuevo vestuario. Si son satisfactorias, seguiré llenando el armario. Si no, me ocuparé de los cambios esta noche. En cuanto al día de hoy, quiero que te quedes en casa y descanses. Ya he avisado a tu jefe del Sugar Cube que te tomarás el día libre. Por último, envíame un mensaje de texto cuando termines de leer esto. ~Hayden. Frunzo el ceño al leer la nota y me irrito, con las mejillas encendidas. Aunque no me importa que tome la iniciativa de proporcionarme ropa — teniendo en cuenta que mis únicas opciones son su camiseta o mi vestido de anoche—, me gustaría que no insistiera en comprarme un armario entero. Una dura lección que aprendí con la muerte de mi padre es que no puedes depender de un hombre para que te lo proporcione todo en la vida. Porque si de repente se van, estás jodida. La idea de no volver a ver a Hayden suaviza mi agitación, y me vuelvo para examinar las prendas que ha elegido, necesitada de una distracción. Consiste en una falda negra y una blusa de seda color ciruela, junto con un abrigo de lana gris marengo para protegerme del frío. Cada prenda es elegante y está hecha de un material lujoso que será el cielo contra mi piel. Además, los delicados frunces y los pliegues estratégicamente colocados añaden un toque femenino. Y, por si no fueran suficientes, las botas negras de ante completan el conjunto. Después de sujetar las distintas prendas contra mi cuerpo, estoy convencida que me sentarán bien. A pesar de lo molesta que me sentí al
principio, tengo que admitir que Hayden tiene un gusto excelente. Este conjunto me recuerda a mi vida pasada, en la que tenía un vestidor lleno de ropa similar a esta, tanto en precio como en calidad. También tuve un prometido que nunca estuvo cerca de hacerme sentir las cosas que siente Hayden. Quizá no todos los cambios sean malos. Cojo el bolso y saco el móvil, sorprendida por que no se haya quedado sin batería. Supongo que no, ya que Hayden es la única persona, además de Harper que contactó conmigo ayer, y dejó de hacerlo nada más entrar en el club. Calista: Buenos días. Gracias por la ropa. Son muy bonitas. Hayden: Buenos días, Callie. De nada. ¿Has dormido bien? Su respuesta es inmediata. Es tan rápida que me pregunto si tenía el móvil fuera y estaba esperando mi mensaje. Sonrío para mi misma, disfrutando de esta faceta suya tan atenta y cariñosa. Calista: Sí, ¿y tú? Hayden: Ha sido el mejor sueño de mi vida. Calista: Me alegro. Me muerdo el labio, insegura sobre qué decir a continuación. ¿Debería decirle que de ninguna manera voy a quedarme sentada en su ático todo el día sin hacer nada? Hay varios mensajes de texto sin leer de Harper que tengo que atender, y preferiría hacerlo en persona. Quizá ella pueda ayudarme a dar sentido a la locura que está ocurriendo en mi vida ahora mismo. Si no, al menos me dará la oportunidad de desahogarme. Hayden: Descansa hoy. Calista: Lol. Acabo de despertarme. Definitivamente no tengo sueño. Hayden: Aun así, no salgas de casa. Te veré esta noche. Vuelvo a fruncir el ceño y miro el teléfono. Si Hayden piensa contratar a un guardaespaldas privado, no veo por qué no puedo visitar a Harper. Si tiene algún problema con ello, quizá deba añadirlo a nuestro acuerdo pendiente. Sé que es muy probable que ceda a sus exigencias, pero quiero aferrarme a mis ilusiones un poco más.
Al menos durante las próximas sesenta y tres horas. Quizá lo que realmente me molesta no es la prepotencia de Hayden, sino mi deseo de caer en los viejos hábitos y dejar que cuide de mí. Estaría muy bien depender de otra persona y dejar de luchar sola, pero es demasiado arriesgado. Aceptaré el dinero, los regalos y la protección que Hayden me ofrece, aunque recordando que lo más probable es que sea temporal. Mi teléfono suena y miro hacia abajo. Hayden: ¿Hay algún problema con mi último mensaje? Calista: No. Te veré esta noche. Deslizo el dedo por la pantalla y procedo a escanear los mensajes de Harper. Cada uno es más escandaloso que el anterior, y cuando termino estoy más que decidida a ir a verla al trabajo. Harper: ¿Has sobrevivido a la noche? ¿Tienes el hooha destrozado? Seguro que lo que te hizo el abogado entra dentro de la categoría de 'castigo cruel e inusual'. Estoy súper celosa. Harper: En serio, por favor, dime que estás bien. Estoy segura que sí, ya que el Sr.-Voy-a-joder-a-Levi estaba decidido a tenerte para él solo. Harper: No te preocupes por Levi. Les hice felices a él y a su amigo Darren al final de la noche. Vamos a intercambiar historias de sexo cuando te vea en el trabajo. Harper: Nota para mí: nunca te vayas de fiesta la noche antes de un turno a las 5 de la mañana. Tengo pinta de haber dormido tres horas y tomado seis cafés expresos. Puede que haya comenzado o no a alucinar con pollas flotando por la cafetería. Hay un tipo en la cafetería utilizando una máquina de escribir. Una máquina de escribir antigua de verdad, de las que hacen mucho ruido. Seguro que es un viajero en el tiempo. ¿Debería ofrecerle comprarle un iPad o algo? Harper: Chica, este día se está alargando sin ti. Rescátame antes de roerme mi propio brazo y utilizarlo para darle una paliza a un cliente.
Harper: Te juro que si vuelvo a oír la frase 'deberías sonreír más', voy a comenzar a tirar cosas. Solo te aviso que el tarro de las propinas se va a vaciar porque lo necesitaré para pagar la fianza. Calista: Me paso a verte. Harper: GRACIAS. JODER. Puede que sonría o no hasta llegar al Sugar Cube.
CAPÍTULO 36
Calista —¡Perra! Todo el mundo en el Sugar Cube, incluidos mi jefe Alex y yo, se vuelve para mirar fijamente a Harper. Sé que no soy la única persona con la boca abierta. —¿Qué? —Se revuelve el cabello por encima del hombro—. Estaba preocupada por mi bestie boo 4, ¿vale? Saludo con la mano a mi compañera de trabajo y me acerco al mostrador, con la cara ardiendo de vergüenza. —Hola, Harper. Hola, Alex. Siento no haber venido a trabajar hoy. Me he dormido sin querer. Me hace un gesto con la mano. —Cuando tu novio me llamó esta mañana para decirme que estabas agotada y necesitabas un día para descansar, me alegré de oírlo. Hoy es el
4 Bestie boo: en jerga, mi mejor amiga.
primer turno que has pedido libre y, francamente, ya era hora. —Levanta una ceja—. Lo que también me hace preguntarme por qué estás aquí. —Necesito hablar con Harper. No te preocupes, no interferiré. Antes que Alex pueda responder, mi mejor amiga me hace señas. —Vamos, Calista. Vuelve aquí antes que me muera de curiosidad. Me abro paso hasta detrás del mostrador, me pongo el delantal, haciendo que Alex frunza el ceño y me sitúo junto a Harper, al lado de la máquina de café. —¿Por qué no me enseñas a hacer un par de cosas mientras charlamos entre cliente y cliente? —Trato. Así que... —dice, alargando la palabra—. ¿Qué acabó pasando anoche con tu novio? Su énfasis en la palabra me hace estremecerme. —No es eso. —Entonces, ¿cómo es? —Bueno, para empezar, Hayden y yo no somos oficiales. Al menos, no que yo sepa. A menos que cuentes que quiere matar a alguien por mi culpa. Harper recorre mi cuerpo con la mirada. —Bueno, algo es oficial. Sé que ese conjunto no ha salido de ti. —Tienes razón. Hayden lo eligió para mí. —Maldita sea. ¿Hay algo que ese hombre no pueda hacer? Seguro que es increíble en la cama. —Suspira, agitando las pestañas—. Voy a necesitar detalles. Pulgadas, grosor, etc... —¡Harper! Al menos baja la maldita voz. Me sonríe. —Me preguntaba si Calista la calentorra se había ido ahora que el alcohol está fuera de tu organismo. Me alegro de volver a verla. —Lo digo en serio —digo entre dientes—. Me iré si no intentas mantener esto en privado.
—Bien. —Baja la voz hasta convertirla en un susurro. —Háblame del sexo. Inspiro una bocanada de aire, sabiendo que no va a aceptar fácilmente mi respuesta. —No tuvimos sexo. —Es un crimen contra la humanidad. Vale, quizá no lo hicisteis todo, pero ¿hicisteis algo? Mi mente evoca imágenes de Hayden y la sensación de sus manos en mi piel... sus dedos dentro de mí. Al instante, mi sexo se aprieta, deseando la plenitud. Mi respiración se entrecorta y vuelvo a ruborizarme. —¡Lo sabía! Cuando frunzo el ceño ante la fuerte respuesta de Harper, ella vuelve a bajar la voz a un susurro—. ¡Lo sabía! ¿Qué hizo exactamente? —¿Mucha perversión? —Un montón de perversión. ¿Por qué te sorprende esto? Me acerco, no quiero que nadie oiga lo que voy a decir. —Me metió el dedo y me corrí tan fuerte que casi me desmayo. —Oh, mierda. Asiento con la cabeza. —Pero eso fue todo lo que pasó. Te lo juro. —¿Por qué no hizo más? Porque Hayden se enteró que me habían drogado y posiblemente violado, y perdió la maldita cabeza. —Porque no quiso aprovecharse de mí mientras estaba borracha — digo. —Un abogado con moral. Eso es sexy de una forma de la que no me había dado cuenta hasta ahora. —Y, bueno, háblame de ti. Harper se lanza a su historia, en la que hay mucho sexo y cosas que ni siquiera me había planteado o sabía que eran posibles. Al final me sonrojo
furiosamente y casi corro a la cocina para meter la cabeza en el congelador. No tengo que hacerlo porque mi amiga se apiada de mí y cambia de tema. —Aunque las dos nos lo pasamos muy bien anoche, hay algo que te pesa —me dice—. Lo veo en tu cara. ¿Te ha vuelto a molestar el acosador? —Cuando niego con la cabeza, ella frunce los labios—. ¿Entonces qué? —Hayden quiere que me vaya a vivir con él. Me reclino y espero el espectáculo de fuegos artificiales que es Harper Flynn. —Interesante —dice despacio. —¿Eso es todo? Alguien a quien apenas conozco me pide que me vaya a vivir con él, ¿y eso es todo lo que tienes que decir? —Dame un minuto. Estoy pensando. Aliso el material de mi blusa, necesito una salida para la furiosa energía que me recorre. —Dijo que era para protegerme de mi acosador, lo cual está muy bien, pero apenas conozco a Hayden. —Lo conoces desde hace más tiempo del que crees. Cuando frunzo el ceño, me guiña un ojo y se acerca a Alex para entregarle un capuchino recién hecho. Para cuando vuelve a mi lado, me estoy dando golpecitos con los dedos en el muslo impaciente. —Me dijiste que era abogado cuando entró aquí por primera vez — explica—. ¿Cómo ibas a saberlo si no lo conocías? No hemos hablado de las cosas que pasaron con tu padre, y me parece bien, pero tengo la sensación que tú y el señor dedo-como-un-Dios Bennett tuvisteis un encontronazo en algún momento. Si no, no actuaría como lo hace contigo. Puede que no sea motivo suficiente para irte a vivir con él, pero tener un acosador lo cambia todo. El diablo te conoce. Se me arruga la frente con la agitación de mis pensamientos. —Creo que necesito un cake pop. Harper coge uno de la vitrina y me lo pone en las manos. —Toma, parece que lo necesitas. El azúcar ayuda al cerebro, ¿verdad?
Asiento con la cabeza. Mi mente se remonta al día en que Hayden entró por primera vez en la cafetería, regresando como un extraño familiar desde las sombras de mi pasado. Lo conocía, pero entonces me trataba de forma muy diferente. Sobre todo, cuando testificaba ante el tribunal. Eso no impidió que me sintiera atraída por él. Y no impidió que quisiera protegerme. Es un monstruo y un salvador, todo en uno. Se me eriza la piel al recordar su amenaza: Les haré sufrir como nadie ha sufrido jamás. Antes de matarlos, joder. No me cabe duda que hablaba en serio. Hasta un punto que no quiero aclarar. Utilizará sus manos para ejecutar la venganza. Y utilizará esas mismas manos para extraer placer de mí. Mis muslos se contraen al recordar su toque, la forma en que sus dedos susurraban sobre mi piel. —Tienes razón —murmuro, mis palabras más para mí que para Harper—. Hay... algo entre nosotros que no consigo entender. Él también lo ha reconocido y me ha dicho que lo nuestro es inevitable. —Vaya, eso es jodidamente romántico. —Ladea la cabeza—. O psicótico. Elige tú. Una sonrisa renuente se abre paso en mi boca. Solo para desaparecer ante mi siguiente pensamiento. —Es cierto, pero es intenso. Es una de las razones que me hacen dudar cuando se trata de él. Trago saliva y miro a Harper, quien me observa con una mezcla entre curiosidad y preocupación. No puedo contárselo todo, pero es lo suficientemente lista como para leer entre líneas. —Así que es auténtico chico malo, no un imbécil haciéndose el duro, ¿eh? —Cuando asiento con la cabeza, arquea una ceja—. Y no precisamente un tipo corriente. Interesante. Gruño. —Sé cómo suena. Pero cuando estoy con él es el único que me hace sentir segura.
—Considerando que tienes un acosador, eso no es exactamente algo malo. —Lo sé. —Vuelvo a gemir, esta vez más fuerte, y me cubro la cara con las manos—. Siento que haga lo que haga, será un error. —Mírame. —Cuando dejo caer los brazos a los lados, clava en mí una mirada. Es cariñosa pero severa y me pongo un poco más recta—. Eres una de las mujeres más fuertes y trabajadoras que conozco —me dice—. Si estar con Hayden te pareciera mal, ya estarías fuera. Pero sigues aquí y lo hablas conmigo, ¿verdad? Sus palabras resuenan con una verdad inesperada, aflojando los nudos tensos a lo largo de mis hombros. Tiene razón. No me quedaría si realmente pensara que Hayden me lastimaría. Incluso cuando le provoqué anoche, siempre mantuvo el control de sus actos y de su temperamento. La única vez que no lo hizo fue porque estaba enfurecido por mí. No contra mí. —Nadie puede quitarte tu fuerza —me dice—. Ni siquiera el Sr. Altooscuro-y-peligroso-gran-polla Bennett. Pero si se pasa de la raya, tengo un bate con su nombre. Y no es un bate cualquiera, sino un 'Lucille'. Parpadeo. —¿Un qué? —Una referencia a la serie Zombie. No te preocupes por eso. Solo digo que lo voy a joder mucho. Decidas lo que decidas, por favor, ten cuidado. —Creo que me quedaré con él y me lo tomaré día a día. En el peor de los casos, puedo dormir en el suelo de tu dormitorio, ¿no? Harper se ríe. —¡Síp! La rodeo con los brazos y la estrecho con fuerza, más que agradecida por su apoyo. Y perspectiva. Aunque mi conexión con Hayden es intensa y complicada, voy con los ojos abiertos ante los riesgos. Su carácter protector es seductor y renunciar a parte de mi independencia no será fácil, pero en definitiva, tengo un acosador. Hayden es la persona perfecta para ocuparse de eso.
CAPÍTULO 37
Hayden Calista no está donde debería estar. Miro mi teléfono y observo su posición en el mapa que aparece en mi pantalla. El Sugar Cube. Por supuesto. Después de todo lo que pasó anoche, tiene sentido que corriera a ver a su amiga. No sé exactamente cuánto va a revelar a su compañera de trabajo, pero no me preocupa. No permitiré que nada ni nadie se interponga entre Calista y yo. Ni siquiera ella misma. Irónicamente, ella es la que pone el mayor obstáculo. Aunque anoche se le cayeron algunas barreras. O no me habría dicho el nombre de la clínica privada. Cada vez que pienso en ello, casi vuelvo a perder la cabeza. Echo un vistazo a la mesa de la defensa, observando las arrugas y las líneas de tensión en el rostro de la abogada. No le gusta perder un caso -a nadie en nuestra profesión le gusta-, pero odia perder contra mí. Quizá no debería haberla follado y descartado.
La abogada defensora se cruza con mi mirada y se me queda mirando. No me molesto en responder. En lugar de eso, la despido desviando mi atención hacia los expedientes y las notas extendidas ante mí. El asesino que está siendo juzgado va a estar fuera mucho tiempo. Lástima. Me habría gustado matar a este por haber dañado a su mujer. A pesar de la atención al detalle y la concentración que requiere este trabajo, mi mente divaga. Siempre hacia Calista. Ella llena mis pensamientos, una obsesión de la que soy incapaz de librarme. Ahora me está poniendo a prueba al ir en contra de mis instrucciones y abandonar mi casa. Estoy seguro de ello. ¿Se está preguntando si la perseguiré o no? Frunzo el ceño. Después de pillarla anoche en el callejón, debería saberlo. Me siento en la silla, resistiendo el impulso de levantarme y marcharme. De reclamar a mi pajarito que ha volado del nido. El juez retumba, pero ignoro su voz nasal. En su lugar, los sonidos que llenan mi cabeza son los suaves gemidos de Calista mientras se deshacía con mis dedos dentro de su suave coñito. Sentí un dulce tormento al saber que algún día sería mía por completo mientras le proporcionaba un placer que abrumaba su cuerpo y su mente. Mi polla se pone rígida al recordarlo. Recupero mi teléfono y le escribo un rápido mensaje. Hayden: Solo de pensar en ti se me pone dura la polla. Eso llamará la atención del juez de una forma que no ayudará a mi caso. Calista: Si fuera una mujer, discutiría ese punto. Casi sonrío como un idiota. Por alguna razón, disfruto con la fogosidad de Calista. Comenzó como una pequeña llama, pero con el tiempo se ha convertido en un infierno. No puedo evitar avivar la llama. Hayden: No es mujer, pero en el jurado hay algunas mujeres. Calista: Ahí lo tienes. ¿Lo ves? Te estoy ayudando.
Hayden: Estoy a punto de dar mi alegato final ante un jurado que no me dará un veredicto sobre nada excepto mi polla. Que es culpable cuando se trata de ti. Calista: Si esta es tu versión del flirteo, necesitaré que desde ahora sea para adultos. Hayden: Di que sí a mudarte conmigo y dejaré de hacerlo. Calista: Mi respuesta sigue siendo indecisa, y no lo harás. Hayden: Probablemente sea cierto. No dejes el Sugar Cube. Te recogeré cuando acabe aquí. Calista: Sip. Apago el teléfono y lo dejo a un lado. Siempre me da respuestas cortas cuando no tiene intención de obedecerme. Sucedió anoche y de nuevo esta mañana. Tendría que ser estúpido para pensar que este último mensaje suyo es algo más que un sutil 'que te den'. El problema es que quiero follármela. Pero aún no puedo. No hasta que ella esté preparada. Con todo lo que le pasó el 24 de junio, no seré otro hombre que se convierta en su peor pesadilla. La rabia surge caliente y despiadada al pensar en su traumática experiencia, y aprieto los puños bajo la mesa. Quienquiera que esté implicado no escapará a los planes que tengo para él. Cuando acabe, no quedará ni una parte de ellos que sea identificable. Que comience la caza. Pero no solo les perseguiré a ellos. Voy a agotar a Calista hasta que acepte mi protección. Sin embargo, es necesario un toque más suave con ella. Adoraré su cuerpo y le daré el mundo hasta que se entregue a mí. Y su corazón. Ese es el premio final. Habrá que ganárselo poco a poco. Paso a paso. Un muro cada vez. Al final, caerán y ella será mía. No solo mi amante, sino mi salvación. Mi única oportunidad de redención.
Ya que no he podido vengar a mi madre.
CAPÍTULO 38
Calista Los mensajes de Hayden van a provocarme un infarto. O un orgasmo. No estoy segura. Su lado sexy y coqueto es... ardiente. Eso es todo. —Tienes la cara muy roja, chica. —Harper extiende su mano—. Déjame ver los mensajes. —Prométeme que no te burlarás de mí por ellos. —Hago una cruz en mi corazón y espero echar un polvo. Le doy el teléfono y veo cómo sus ojos verdes se abren de par en par. Antes que estalle en carcajadas. —Santo cielito, chica. Ya veo por qué te arde la cara. —Me mira con el ceño fruncido—. Este hombre sí que tiene facilidad de palabra. Mi suspiro es largo y sonoro. —No volveré a enseñarte mensajes suyos.
—No, no hagas eso. Necesito esta mierda sexy en mi vida. Es oro. —Harper, te juro... Nunca me dejará olvidar estos mensajes. Y conociendo a Hayden, esto es solo el principio. El flirteo, las bromas y la intensidad son emocionantes y aterradores a la vez. Una parte de mí se pregunta si estoy sobrepasada. La otra parte quiere más. Harper ríe a carcajadas, su sonrisa creciendo por momentos. —Ojalá yo formara parte de ese jurado. —Bueno, pero en serio, ¿no te parece que su actitud mandona es un poco exagerada? Su rostro pierde todo rastro de diversión. Asiente lentamente. —Definitivamente es mucho, pero él es muy... decidido cuando se trata de ti. —Cierto. —Oye —me dice, apretándome el hombro—. No pienses demasiado en esto. Sé que es complicado, pero a este hombre le gustas. Y te mereces a alguien que sepa lo que quiere y esté dispuesto a esperar. Si no fuera así, os habríais acostado anoche. Un ejemplo: es un caballero. Más o menos. Me sonríe. —No todas las relaciones están destinadas a durar, así que no te lo tomes tan en serio. Ahora bien, ¿tu acosador? Tómate esa mierda en serio, y si necesitas que Hayden te ayude, no veo el problema. Dos pájaros, una polla. Mis labios se crispan. —No se dice así. —A veces simplemente congenias con alguien de un modo que te incendia el alma, y eso está bien. Todo irá bien siempre que hagas caso a tus instintos y te asegures de obtener también lo que necesitas. La puerta de la cafetería se abre y me doy la vuelta, sintiendo un cambio en el ambiente. Hayden entra con la mirada clavada en mí. Chisporrotea con la intensidad de sus pensamientos.
El corazón me salta a la garganta cuando se acerca al mostrador. —Hola —le digo, intentando sonar despreocupada, mientras ignoro mi pulso acelerado—. ¿Qué te trae por aquí? —Tú. —Se cruza de brazos—. ¿Estás lista para irte? Asiento con la cabeza. —Dame un segundo para decirle adiós a Alex. Después de correr a la cocina y despedirme de mi jefe, vuelvo al frente y sonrío a Harper. —¿Nos vemos por la mañana? —Por supuesto, justo al despuntar el alba. —Se vuelve hacia Hayden y estrecha la mirada—. Cuida bien de nuestra chica o iré a por ti. Hayden frunce una ceja. —¿Dos amenazas de muerte en menos de veinticuatro horas, Srta. Flynn? Eso es un récord para mí. —Estoy a punto de hacer que sean tres, si no me prometes que te tomarás las cosas a su ritmo. —Planta una mano en su cadera mientras utiliza la otra para señalarse la cara—. Ojos de asesina, ¿recuerdas? —Por supuesto —dice Hayden. Tienes mi palabra que cuidaré muy bien de Calista. A Harper se le dibuja una sonrisa en la cara. —Okie dokie. Avísame si necesitas dinero para la fianza o una coartada. Que paséis buena noche. Una sonrisa secreta curva sus labios. —Lo haremos.
Miro a Hayden sentado en el asiento del conductor, observando su expresión concentrada. —¿Adónde me llevas? —He reservado para ir a LeBoudoir esta noche.
—Es uno de los restaurantes más bonitos de la ciudad. He oído que tiene una cocina francesa increíble, pero la lista de espera es de más de seis meses. —Hago una pausa—. No me digas que has hecho esta reserva para otra persona y resulta que la estoy sustituyendo. —No he vuelto a mirar a otra mujer desde que te conocí. Mis cejas se alzan. —Lo dices solo por decir. —Nunca digo cosas que no pienso, Callie. —¿Así que no intentas persuadirme? —No he dicho eso. Sin embargo, también quiero que tengas lo mejor de todo. Me muerdo el labio. Hasta que suelta un suspiro y su mirada se oscurece. —Si vuelves a hacer eso, pararé el coche para que pueda probarlo. —Lo siento —murmuro. El resto del trayecto es largo y corto a la vez, con la sensual amenaza de Hayden cerniéndose sobre mí. Sin embargo, una vez que llegamos a nuestro destino, me siento más tranquila. Es difícil no caer en la tentación con este hombre, pero estar en un lugar público me curará de eso. Le Boudoir es todo lo que imaginaba y más. Paneles de madera oscura revisten las paredes, iluminadas por el resplandor dorado de las arañas de cristal situadas sobre cada mesa. Los empleados, vestidos con impecables trajes negros, se deslizan entre las mesas hablando en voz baja para preservar el apacible ambiente. El lugar es elegante, con toques de intimidad en los rincones más oscuros de la sala, sus mesas llenas de parejas que proporcionan un constante murmullo de conversaciones. —Es tan hermoso —susurro, sin querer interrumpir la comida de nadie. —Sí, lo es. Me giro para mirarle con una sonrisa en la cara, solo para encontrarme con que ya me está mirando.
—Por aquí —me dice. Hayden me pone la mano en la parte baja de la espalda, con las yemas de los dedos sujetándome firmemente. El gesto protector hace que zarcillos de calidez se disparen por todo mi cuerpo. Me conduce a una sección del fondo, reservada obviamente a comensales muy especiales con grandes cuentas bancarias. Quiero protestar por la extravagancia, pero cuando me mira como si yo fuera su razón para respirar... No puedo negarle nada a este hombre. Me acerca la silla y me siento, inmediatamente nerviosa por tenerlo enfrente. No podré esconderme de su escrutinio. —¿Por qué me has traído aquí? —pregunto. —Quería ir a un sitio donde pudiéramos disfrutar de una cena tranquila con las mínimas interrupciones. —¿Entonces todo esto no es una estratagema para convencerme que me vaya a vivir contigo? Levanta su vaso de agua. —Nunca he dicho eso. —Justo. —Aliso la servilleta sobre mi regazo con dedos temblorosos— . Hacía tanto tiempo que no estaba en un sitio tan agradable. Tengo que admitir que me siento fuera de mi elemento. —Quiero que me escuches con atención —me dice, clavándome una dura mirada—. Perteneces a cualquier lugar al que te lleve. Sin excepciones. Un rubor calienta mis mejillas y cojo mi agua, ocultando parcialmente mi cara tras el cristal. —Gracias. El camarero se detiene junto a nuestra mesa unos segundos después y aprovecho su grata interrupción para recuperar la compostura. Es fugaz. Tras tomar nota de nuestros pedidos, el hombre se marcha a buscar nuestro vino e inmediatamente regresa. Nos los pone delante y se excusa hasta que la comida esté lista.
El aire entre Hayden y yo adquiere una carga electrizante una vez que nos quedamos solos. Me aliso el cabello y trato de ocultar mi inquietud enrollando un rizo largo en el dedo. Él me observa con una intensidad que hace casi imposible respirar correctamente. Cojo la copa de vino y bebo un sorbo, esperando que el alcohol me relaje un poco. Hayden ladea la cabeza. —Estás nerviosa. —No es una pregunta. —Sí. —¿Por qué? —¿Por qué un ratón está nervioso cerca de un gato? Me sonríe, haciendo que el corazón me dé un vuelco en el pecho. —Prefiero pensar en ti como en un pajarito. Mi pajarito. —De cualquier forma, tú eres el depredador en este símil. —Me encojo de hombros—. Solo espero que no pienses meterme en una jaula. —Es por tu seguridad. Y la de los demás. —¿De los demás? Él asiente. —Si te tocan, yo... Digamos que preferiría que no lo hicieran. —Esta conversación no me convence para aceptar tus condiciones. — Tomo otro sorbo de mi vino. Bueno, es casi un trago. Cuando trato con Hayden, descubro que el valor líquido me ayuda a ser más audaz—. Quizá deberías llevarme a mi apartamento después de cenar. —Podría, pero ninguna de tus cosas está allí. —Qué diablos. Sus labios se afinan disgustados. —Esa boca, Calista. —¿Qué has hecho? —Tus efectos personales están en mi casa. Los muebles fueron donados al refugio en el que solías trabajar como voluntaria. Corazones
Esperanzados, ¿verdad? —Cuando asiento con la cabeza, aún humeante, continúa—. Si decides volver a tu piso, será uno nuevo en un lugar diferente, y estará completamente amueblado. Me bebo el contenido de la copa y la dejo sobre la mesa con un ruido sordo. Inclinándome hacia delante, lo miro fijamente. —Te agradezco que quieras mantenerme a salvo, pero esta es mi vida, Hayden. No puedes controlar todos los aspectos de ella. Su mano sale disparada, agarrando la mía donde descansa sobre la mesa. Es tan rápido que no tengo tiempo de reaccionar antes que apriete los dedos y se lleve los nudillos a la boca, sin romper nunca el contacto visual conmigo. Me da un beso en cada uno de ellos y luego uno final en la palma de la mano, dejando que sus labios se queden hasta que me retuerzo en la silla. —Tu vida es lo único que me importa, y haré lo que haga falta para preservarla, Callie. Aunque eso signifique cabrearte. —Pero, ¿qué pasa con el acuerdo? —Las setenta y dos horas eran una excusa para darte tiempo a aceptarlo todo. Porque vas a darme lo que quiero. No te dejaré en paz hasta que sepa que estás protegida. Trato de apartar la mano, pero él me mantiene agarrada con más fuerza. Como para calmar mi temperamento, acaricia mis nudillos con el pulgar. Despacio. Un vaivén hasta que dejo de resistirme. —Ríndete, pajarito. Deja que me ocupe de ti. Trago saliva, atrapada por su mirada. La determinación de su voz. —Dejé que mi padre cuidara de mí y luego me destruyó cuando murió. ¿No ves lo arriesgado que es esto para mí? —Te daré seguridad económica, si eso es lo que hace falta para que digas que sí. —No quiero ser un caso de caridad —digo entre dientes apretados. —Así no es como te veo, y lo sabes. Me suelta cuando llega el camarero con nuestra comida. Cruzo las manos sobre el regazo e inclino la cabeza, manteniendo la atención en la
deliciosa comida que tengo delante. Mi estómago refunfuña suavemente y cojo el tenedor para comer, luchando por no apuñalar a Hayden con él por volverme loca. El que tenga este tipo de pensamientos puede ser consecuencia directa de ser la mejor amiga de Harper. Y la quiero por ello. —Por favor, come, Callie. Cuando levanto la cabeza, me encuentro a Hayden observándome con una mirada llena de curiosidad. Comemos en silencio durante unos instantes, la tensión entre nosotros es palpable. Sé que tiene buenas intenciones, pero ¿por qué no puede entender lo mucho que me asusta su propuesta? Tal vez sí lo vea y no le importe, ya que interfiere en mi seguridad. Sin embargo, la idea de depender completamente de otra persona y volver a darle poder sobre mi felicidad y mi seguridad me aterra. Sin embargo, Hayden ve sus acciones como si me protegiera, su forma de cuidar de lo que considera que ya es suyo. Yo. Su necesidad de poseer y controlar todo lo que le rodea me romperá o me dará la libertad en su abrazo. Respiro hondo y levanto mi mirada hacia la suya. —Queremos lo mismo, pero tus métodos necesitan un ajuste si queremos que esto funcione. Su ceño se frunce. —¿En qué sentido? —Si quieres que esté en tu vida, esto entre nosotros tiene que ser una asociación, no que tú dictes todos mis movimientos. —Dejo el tenedor y le sostengo la mirada—. Puedo aceptar tu seguridad financiera, pero solo si prometes mantenerla en una cuenta separada de la mía. Solo la quiero ahí como medida de seguridad y nada más. En cuanto a vivir contigo, puedo aceptar lo del guardaespaldas, pero quiero seguir trabajando. Y, por último, quiero fijar una fecha final. —¿Fecha final? —repite, las palabras entrecortadas. Aprieta con fuerza el tenedor hasta que sus nudillos pierden el color—. ¿Qué quieres decir?
—No espero que me dejes vivir contigo para siempre, así que trataremos nuestro acuerdo como un contrato de alquiler. Aceptaré quedarme un tiempo determinado y, al final, tendré acceso al fondo fiduciario que has creado para mí. Así me ganaré el dinero y no una limosna. Hayden se inclina infinitesimalmente.
hacia
delante,
su
mirada
se
estrecha
—¿Estás diciendo que quieres que te pague por vivir conmigo? — Cuando asiento con la cabeza, aprieta la mandíbula—. Eso no te convertiría en nada mejor que una puta. Las palabras me golpean como un viento frío, dejándome sin aliento. Su acusación permanece en el aire, y resisto el impulso de frotarme el frío de los brazos. La ira de sus ojos parpadea cuando me muerdo el labio, transformándose rápidamente en lujuria. Sacudo la cabeza. —No pretendía insinuar que nuestro acuerdo sea puramente transaccional ni que me vea como una puta. Se trata más bien de encontrar una sensación de seguridad que nos garantice a ambos un futuro más allá de este acuerdo temporal. —No hay futuro sin ti en él. —Hayden... —Eres mi vida. Eso no cambiará. Retuerzo mis manos en el regazo. —¿Y si cambia? —Eres mía en la vida y en la muerte. No hay final cuando se trata de nosotros. —No me lo creo. Se encoge de hombros. —No tienes por qué. Sé que es verdad. Estás buscando seguridad en las cosas materiales, así que pide lo que quieras. Dinero, hecho. Abstinencia, hecho. Al menos durante un tiempo. ¿Un certificado de matrimonio en el que serías mi esposa y, por tanto, tendrías derecho a
todos mis bienes? Hecho. Me casaría contigo esta noche si eso es lo que quieres. Lo que hiciera falta para que por fin comprendieras que lo eres todo para mí. Miro fijamente a Hayden, aturdida y callada por su apasionada declaración. ¿Matrimonio y dinero? ¿Solo para demostrarme su devoción y compromiso conmigo? No sé si sentirme halagada o asustada por la intensidad de sus sentimientos. Siempre han rozado la obsesión, ardiendo tan ferozmente que lo consumen todo a su paso. Hay veces en que me ha preocupado que me destruyeran a mí también, pero ahora me pregunto si las llamas me mantendrán caliente y ahuyentarán a los depredadores que me persigan. Quizá he temido a la persona equivocada. Hayden conoce las manchas más oscuras de mi alma y aún me desea. Si este mismo hombre movería cielo y tierra por mí, ¿cómo puede esa devoción ser otra cosa que un regalo? Busca mi mirada, asimilando la expresión de mi rostro y exhala un fuerte suspiro. Se pasa los dedos por el cabello, dejándome ver por fin la incertidumbre que hay bajo su fría apariencia. Este hombre siempre ha estado seguro de sí mismo y de mí. No quiero que eso cambie nunca. —¿En qué estás pensando? —pregunta—. Háblame. —Sí —le digo en voz baja. —¿Qué? —Estoy diciendo que sí. —¿Al matrimonio? —Cuando niego con la cabeza, se echa hacia atrás—. ¿Entonces qué? —Te estoy diciendo que sí a ti, Hayden. Sus cejas se fruncen. —¿Y mis condiciones? —No me importan las proposiciones, ni las setenta y dos horas de espera, ni el matrimonio. No me importan las cosas físicas o monetarias que puedas darme, pero si eso es lo que quieres, encontraré la forma de
aceptarlo. Lo he utilizado todo como excusa porque tenía miedo, pero estoy aplazando lo inevitable. Lo único que quiero eres tú. Entonces, sí. Se levanta bruscamente y su silla se tambalea antes de aterrizar con un fuerte golpe. Le miro con los ojos muy abiertos mientras rodea la mesa para colocarse frente a mí. —¿Qué haces? —pregunto. —Cuando la mujer de tus fantasías más oscuras dice que te desea, no dejas que nada se interponga en su camino para que cambie de opinión.
CAPÍTULO 39
Calista El viaje en coche de vuelta a casa de Hayden es electrizante. La energía chisporrotea a lo largo de mis nervios, encendiendo mi piel y volviéndola sensible, aunque él todavía no me ha tocado. Si no fuera por el brillo peligroso de sus ojos, pensaría que no le afecta mi presencia. Y el que me entregue a él. Hayden es el perfecto caballero todo el tiempo y eso me vuelve loca. Me abre la puerta del coche y me acompaña hasta el vestíbulo, todo ello sin contacto piel con piel. Como de costumbre, coloca su mano en la parte baja de mi espalda, dirigiéndome a nuestro destino, pero no hay nada más que eso. Mi nerviosismo aumenta cuanto más nos acercamos a su ático. Entro en el ascensor con él detrás, y las puertas se cierran, dejándonos a Hayden y a mí solos. El aire está cargado de expectación, la atracción entre nosotros es innegable. Se coloca detrás de mí y puedo sentir el calor emanando de su cuerpo. Siento mariposas en el estómago cuando se inclina hacia delante, con los
labios junto a mi oído. Su aliento me cosquillea el cuello cuando alarga la mano para marcar el código que nos da acceso a su planta. Frunzo el ceño cuando retrocede y se apoya en la pared del fondo, poniendo entre nosotros toda la distancia que permite el espacio cerrado. Permanece de pie con las manos en los bolsillos, la mirada ilegible. Salvo que sus ojos se entrecierran cada vez que me mira. Giro la cabeza e intento concentrarme en los números que suben lentamente por el ascensor, pero soy muy consciente de Hayden. Cada parte de mí anhela girarse y besarlo, ceder a esta tensión que amenaza con tragarme entera. El intenso silencio se cierne entre nosotros, cargado de verdades y deseos no expresados. Me apoyo en la pared, fingiendo indiferencia. Hasta que susurra mi nombre. El sonido es desesperado y agónico. Dirijo mi mirada hacia él y mi respiración se entrecorta. Con los puños apretados, da un paso hacia mí y se detiene, con la incertidumbre grabada en su mandíbula. Mi corazón tartamudea ante esta inusual indecisión, una grieta en su impenetrable fachada. Me balanceo hacia él sin pensarlo, anhelando el calor familiar de su piel sobre la mía. Me mira fijamente, recorriendo cada centímetro de mi cuerpo como si no pudiera decidir dónde tocarme. —A la mierda —me dice, con la respiración entrecortada—. No puedo esperar más. Me hace retroceder contra la pared, su boca recorre a fuego mi garganta mientras sus dedos agarran el dobladillo de mi falda. Entonces me reclama para besarme. Se vuelve voraz, todo labios y dientes y bordes suavizados en el espacio entre frenéticos latidos, hasta que tiemblo por la embestida sensual. Me aferro a sus hombros cuando desliza sus manos sobre mi piel enfebrecida, ásperas e impacientes, pero de algún modo reverentes al redescubrir cada curva. Entonces rompe bruscamente el beso para arrodillarse ante mí. Y levanta mi falda hasta la cintura. —Déjame ver ese coñito tan bonito. Un gruñido retumba en lo más profundo del pecho de Hayden antes de bajarme las bragas hasta los tobillos de un tirón. Con un hambre feroz,
observa cuando abro las piernas, dándole acceso a mi parte más íntima. Sus ojos me absorben, como si no tuviera suficiente. —Será mejor que te corras antes que lleguemos a mi planta —me dice. Su barba rasposa roza la piel tierna cuando me agarra por detrás de las piernas y entierra su cara entre mis muslos. Su boca sobre mí es como un incendio, ardiente e insistente, dejando chispas de placer bajo su contacto. Su lengua hace círculos y se burla de mí hasta que jadeo, mi respiración produce pequeñas bocanadas de aire capaces de empañar los espejos que tengo a ambos lados. Antes de cerrar los ojos, miro mi reflejo. La cabeza de Hayden está entre mis piernas y yo me aferro a él, con los ojos encendidos por el placer que me está dando. Enredo mis dedos en su cabello, meciéndome contra él, ansiosa por liberarme. Sus dedos se clavan en mi piel, manteniéndome inmóvil y retorciéndome bajo su hábil lengua y sus labios. El gemido que se me escapa lo estimula. Me devora hasta que murmuro cosas incoherentes, cada sonido pura desesperación. Justo cuando creo que ya no puedo más, me lleva al borde del abismo con una última estocada de su lengua. Mi cuerpo se estremece incontrolablemente cuando el éxtasis se apodera de mí. Grito su nombre, el sonido rebota en las paredes y resuena en el pequeño espacio. —Esa es mi niña bonita —susurra contra mi carne sensible, su aliento rozando mi clítoris. No ceja en su empeño, sigue lamiendo y chupando hasta que mi orgasmo se ha desvanecido. Se retira lentamente, lamiéndose los labios y mirándome con una sonrisa burlona. Sus ojos están rebosantes de satisfacción, con un matiz semejante al aguamarina. —Sabes incluso mejor de lo que imaginaba —murmura. Antes de poder responder, se levanta, con la mirada centrada en mi boca. Lo observo al tiempo que agacha la cabeza y la reclama para un beso. Me saboreo en su lengua y gimo inmediatamente por el erotismo que me produce. Cuando se separa, se eleva un lado de la boca. —¿Ves lo que quiero decir?
Asiento con la cabeza, todavía excitada por lo que me ha hecho. Mis piernas están débiles e inestables, pero de algún modo consigo mantenerme erguida cuando endereza mi falda. Mis ojos se abren de par en par cuando me quita las bragas de los tobillos y se guarda el material con un guiño. Luego me coge de la mano y caminamos por el pasillo hacia la puerta, sin decir una palabra hasta que llegamos y entramos. Hayden cierra la puerta y se gira para mirarme. Sus ojos brillan con un anhelo que me abrasa allí donde estoy. Antes que vuelva a respirar, me inmoviliza contra la pared y sus labios chocan contra los míos. Me derrito sobre él y le devuelvo el beso con todas mis fuerzas. Semanas de deseo reprimido se liberan por fin en este momento. Enreda sus dedos en mi cabello mientras yo me aferro a su espalda, tirando de él más cerca. Profundiza el beso y rodea mi cintura con el brazo, levantándome del suelo. Lo rodeo con mis piernas mientras conquista mi boca con cada movimiento de su lengua y la presión de sus labios sobre los míos. Solo cuando mis pulmones sufren un espasmo, rompe el beso. Respiro mientras arrastra su boca a lo largo de mi mandíbula y por mi cuello, deteniéndose en el punto sensible justo debajo de mi oreja. Al sentir mi escalofrío, sonríe contra mi piel, sabiendo el poder que tiene sobre mí. Para deshacerme por completo. Y luego reorganizarme. Para ser lo que él necesite. Mis dedos tiemblan excitados al tantear los botones de su camisa, deseando sentir su piel desnuda contra la mía. Me ayuda y se desprende de la camisa, ofreciéndome una vista despejada de su cuerpo. Recorro con los dedos los contornos de sus músculos esculpidos hasta que gime y aparta mis manos. Sujeta mi camisa por el cuello y la rasga por la mitad. Con los ojos muy abiertos, parpadeo al oír el ruido del material destrozado. Pero me deleito con su salvajismo, con su desesperación por tenerme. Por follarme. Con la blusa y el sujetador desechados en el suelo, acaricia mi pecho y reclama mis labios una vez más. Suspiro en su boca y él me acaricia, pellizcándome el pezón, uno y otro. Me deleito con la sensación de su piel
sobre la mía y la solidez de su cuerpo apretándose contra mí. El calor irradia de él y hay una transferencia de energía y urgencia cuando detiene el beso para desabrocharse y quitarse el pantalón. —Voy a destrozar ese bonito coño tuyo —me dice gimiendo. Miro hacia abajo. Y casi desearía no haberlo hecho. La polla de Hayden es enorme. Va a hacer algo más que destrozarme. Va a matarme. Pero qué manera de morir. Mete la mano entre nuestros cuerpos, acariciándome, y su aliento sisea entre sus dientes. —Joder. Estás goteando por mí. Nuestros ojos se encuentran y me pierdo en su mirada, en cómo arde con la intensidad de su lujuria por mí. Me ha hecho arder, encendiendo una fiebre solo saciada por él, el mismo fuego que va a consumirnos a los dos en un infierno que no dejará más que cenizas. La punta de su polla gotea precum sobre mi vientre y yo lo atraigo hacia mí, necesitando la fricción y el calor de su cuerpo. Sus ojos se posan en mis labios, hinchados por la violencia de nuestros besos, y el azul se oscurece de deseo. —Así es como me gusta verte —me dice—. Toda follada por mis manos y mi boca en tu cuerpo. No me quites los ojos de encima. Quiero ver tu cara mientras te follo. Después de levantarme por la cintura, coloca su polla en mi entrada y empuja sus caderas hacia delante, introduciéndose dentro de mí. La presión aumenta rápidamente, al igual que mi respiración. Cuando se vuelve demasiado, cierro los ojos ante la punzada de dolor. —Ojos en mí —me dice. Obedezco sin vacilar. —Duele. —Mejor. —Sigue llenándome, centímetro a centímetro, hasta que jadeo y las lágrimas pican mis ojos—. Ya está, cariño —murmura—. Ya casi está. Joder, eres perfecta. Mejor de lo que imaginaba.
La ternura de su voz se mezcla con la cruda necesidad que desprende su cuerpo. Con una mano sujeta mi nuca, la otra me agarra con firmeza por la cadera, manteniéndome en mi sitio hasta que lo he absorbido todo. Se retira casi por completo antes de volver a penetrarme. Juraría que es más profundo que antes. Pero el dolor ha desaparecido. Ha sido sustituido por una deliciosa sensación, encendiendo todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. —Dime que estás bien —me dice—. Porque no puedo parar, cariño. Esto es lo que me haces. —Lo quiero más fuerte. —Joder, qué niña tan buena eres. Se retira para volver a penetrarme, cada vez más profundamente, arrancándome un grito ahogado. Su cuerpo experimentado crea un ritmo castigador, sus caderas chocan contra las mías, me agarra con fuerza por el cuello. —No voy a parar hasta que estés arruinada para cualquier otra persona. Lo aferro fuertemente mientras él arremete con más fuerza, golpeándome contra la pared con sus bruscos movimientos. Se vuelven aún más urgentes e intensos hasta que me está follando sin freno. Desquiciado y primitivo. —La forma en que agarras mi polla —me dice—. Es tan jodidamente bueno. Lo acepto todo. Todo lo que me da. Y aún quiero más. De él. Hayden me aparta de la pared y se dirige al sofá. Nos tumba boca arriba mientras permanece en mi interior, pero no tarda en volver a hundirse en mí hasta el fondo. Suspiro cuando entierra su cara en la curva de mi cuello, respirando mi nombre como una plegaria mientras comienza a adorarme de nuevo. Me aferro a él, desesperada por mantener vivo este momento, desesperada por mantener esta conexión entre nosotros. No solo una conexión física, sino también emocional.
—Eso es, cielo —me dice cuando le clavo las uñas en la piel—. Utilízame. Toma lo que necesites. Los dos somos temerarios, ebrios de esta explosiva pasión. La tensión aumenta en mi interior hasta que fluctúo entre la locura y el éxtasis total. Me folla sin descanso, llevándome al clímax. Me corro, y sus labios reclaman los míos, dejándome gritar su nombre en su boca. —Joder, Callie. Se retira y empuña su polla, sacudiéndola bruscamente como si le enfadara la idea de retirarse de mí. Le observo sin pudor. Es belleza masculina y sexo a la vez, mientras se masturba, su puño trabajando su miembro con movimientos duros y rápidos. Antes de correrse sobre mi pecho, el líquido caliente se adhiere a mi piel. Su pecho y el mío chocan cuando se desploma sobre mí, con nuestros cuerpos resbaladizos de sudor y semen. Su corazón golpea contra el mío, conectándome a tierra, recordándome que es humano. Aunque folle como un Dios. Toma mi mandíbula con su mano y alza mi mirada hasta encontrarse con la suya. Lo miro fijamente, expresando en silencio lo que las palabras no pueden hacer. Me estoy enamorando de él. Si no lo he hecho ya. Ahora me besa suavemente, muy despacio. La urgencia se ha desvanecido, pero la pasión permanece. La intensa atracción va más allá del sexo. Me da auténtico miedo. Pero no voy a ir a ninguna parte.
CAPÍTULO 40
Hayden Calista me pertenece. Siempre lo ha hecho en mi mente, pero ahora tengo su cuerpo. La he marcado y reclamado, como indican el semen de su piel y las manchas rojas que florecen a lo largo de su cuello y pecho. Lo único que aún no poseo es su corazón. También lo necesito. Más que nada. Tiembla debajo de mí, mirándome fijamente, su rostro manchado de lágrimas. Con el dorso de la mano, retiro la humedad y estudio su respuesta a mis caricias. Se inclina hacia mí y cierra los ojos, con un suave suspiro en los labios. Nadie ha estado ahí para Calista como yo. Es lógico que sea yo quien la consuele. —¿Estás bien? —pregunto. Cuando asiente, entrecierro la mirada—. No me mientas. —Estoy bien, Hayden. Solo estoy... cansada. —¿Cansada?
Me sonríe con la intención de tranquilizarme, pero no logra penetrar en la inquietud que se agolpa en el fondo de mi mente. —Me has agotado —me dice. A pesar de tener las mejillas sonrojadas por el esfuerzo, se ruboriza—. Para mí nunca ha sido así. —Para mí tampoco. La verdad sale a la luz antes de pensar en retractarme. Cualquier remordimiento que tuviera por haber expuesto mis pensamientos más íntimos se evapora ante la calidez que iluminan sus ojos color avellana. Calista me mira como si fuera su salvador. Supongo que es cierto. Pero también soy su enemigo, el hombre que mató a su padre. Cualquier sentimiento que haya desarrollado por mí se marchitaría y moriría si se enterara de eso. Incluso en aras de la verdad, no puedo decírselo. Perder a Calista no merece la pena. Nada lo merece. —Hayden, por favor, no digas cosas si no las sientes. No necesitas proteger mis sentimientos. No tiene la menor idea de lo falsa que es esa afirmación. Levanto una ceja. —Digo la verdad. —Pero has estado con tantas mujeres. —Sacude la cabeza, atrayendo mi mirada hacia las hebras oscuras—. Es difícil creer que el sexo conmigo sea diferente. —Todo es diferente contigo. Para empezar, nunca me obsesioné ni acosé a otras mujeres. Tampoco tuve que perseguirlas. Pero lo más importante es que nadie más me ha hecho sentir. Con Calista, estoy comenzando a experimentar todo el espectro de emociones. Es desconcertante, aunque me siento impotente para detenerlo. —Es muy amable por tu parte decirlo —susurra—. Te lo agradezco. Me burlo. —No intento ser dulce. Siempre digo en serio lo que digo, si no, para empezar, no me molestaría en decirlo. Así que créeme cuando te digo que nunca he conocido a nadie como tú.
Esta mujer me afecta de formas que no podría predecir. Incluso ahora, me sorprende mi comportamiento y mis pensamientos cuando se trata de ella. Y odio las sorpresas. Supongo que la presencia de Calista en mi vida es la única que no me ha molestado. Al principio sí, pero ¿ahora? No puedo imaginarme vivir sin ella. —Sinceramente, puedo decir lo mismo de ti —me dice—. Harper cree que estás loco. Puede que lo esté. —¿Tú qué crees? Contrae la cara de una forma que me resulta entrañable. —Creo que estás loco, pero si es así, entonces yo también lo estoy porque me gusta. Si supieras las cosas que he hecho... y que haré por ti. —Tu opinión es la única que importa —le digo. Me mira radiante y vuelve ese dolor familiar que siento en el pecho. Ese que solo se produce gracias a Calista—. Vamos a llevarte a la cama. Ella asiente, pero cuando levanto el torso se queda completamente inmóvil y aprieta los muslos. Una mueca de dolor hace que arrugue el ceño y dejo de moverme inmediatamente. —¿Callie? —Estoy bien. —Mírame. —Ella desplaza su mirada hacia la mía y la examino, encontrando malestar y con necesidad de tranquilizarla—. No deberías estar dolorida mucho tiempo. —No es que sea virgen, pero... Pego mi boca a la suya, sofocando las palabras que podrían hacerme entrar en cólera. Calista cede ante mí, sus labios se separan y su cuerpo se ablanda bajo el mío. La beso hasta que me rodea el cuello con los brazos, con cualquier molestia persistente lejos de su mente. —Si dices el nombre de otro hombre mientras llevas mi semen en la piel, lo mataré —le digo. Puede que lo haga de todos modos, ya que él tuvo el
privilegio de tu cuerpo antes que yo—. Una cosa es segura, seré la última persona que te folle. —Hayden. —Mi nombre es un jadeo. O tal vez un resuello. —Buena chica. Eso es lo único que quiero oír de ti. —Oh, Dios mío. —La mirada de Calista rebota entre mi polla y su coño. Se me pone dura. Entonces su pecho comienza a agitarse con sus respiraciones entrecortadas, atrayendo mi atención hacia sus hermosas tetas. Ahora estoy listo para follármela otra vez. —¿Hemos manchado el sofá? —susurra. La diversión asciende por mi pecho. Me pilla desprevenido, pero ante la expresión exasperada del rostro de Calista, no la detengo. Mi risa resuena en la sala de estar. No recuerdo la última vez que me reí así. Me da una palmada juguetona en el brazo. —Hablo en serio, Hayden. Tardo un minuto en controlarme. Por una vez, Calista me ha hecho perderme, pero puedo aceptarlo. —No pasa nada. Te dije que te machacaría. Ahora vamos a limpiarte. Su expresión de desconcierto se transforma en horror cuando tiro de ella en brazos, dispuesto a llevarla al baño. —El sofá —se lamenta suavemente—. Lo he estropeado con nuestro... sexo. Vuelvo a reírme, más alto y más largo que antes. —No se ha estropeado, se ha mejorado. —Agh, Hayden. Simplemente asqueroso. —Tendremos que ponernos de acuerdo en que no estamos de acuerdo. —Necesito desinfectante o tendrás que deshacerte del sofá. Y la foto de esa mujer —murmura. Casi me rio por tercera vez. La fotografía de mi habitación es de Calista. Algún día se lo diré, pero no esta noche.
Después de poner a Calista de pie en la ducha, alejo el rociador de ella hasta que alcanza la temperatura adecuada. Luego la lavo de pies a cabeza. Disfruto cada puto segundo. Se sonroja furiosamente todo el tiempo, pero eso solo aumenta mi placer. No había cuidado así a una mujer desde mi madre, y me tranquiliza de un modo que no esperaba. Tal vez porque mi madre estaba drogada hasta perder la razón cuando yo la cuidaba. Afloran recuerdos perturbando la serenidad que he encontrado con Calista y me apresuro a desecharlos, no sin esfuerzo. —Gracias —me dice Calista, una vez vestida con mi camiseta y tumbada en mi cama—. No tenías que hacer todo eso. —Sí, tenía que hacerlo. Cuido de lo que me pertenece. —Incluida yo. —Especialmente tú —le digo. Se burla de mí con el ceño fruncido, pero se deshace en cuanto me subo a la cama y tiro de ella hacia mí. Una satisfacción como nunca he conocido me envuelve como una manta, ofreciéndome calidez y paz. Todo gracias a la mujer que tengo entre mis brazos. —Duérmete, Callie. Me despide con un bostezo. —No hay problema, señor. —En algún momento tendremos que hablar de tu comportamiento displicente. —Sip. Sonrío. —¿Crees que no oigo el 'que te den' cuando haces eso? —Sip. Me rio y azoto su culo, haciéndola chillar. Le masajeo la piel mientras con el otro brazo la mantengo en su sitio. —Creo que disfrutas poniendo a prueba mi paciencia. —Síp…, así es.
Mi sonrisa se ensancha. —Duerme ya. —No puedo cuando mi culo está ardiendo. —Esa boca, Srta. Green. Calista levanta la cabeza de mi pecho y me besa, sobresaltándome con su inusual muestra de afecto. Ahora soy yo el que está hecho polvo. Mi corazón, dondequiera que esté ese cabrón, sangra por ella. —Buenas noches, Sr. Bennett. —Buenas noches, cariño.
CAPÍTULO 41
Calista —Han pasado tres días —le digo. Harper me mira con una expresión confusa torciendo los labios. —¿Tres días desde qué? Bajo la voz y mi mirada recorre el Sugar Cube antes de responder en un susurro. —Desde que Hayden y yo nos acostamos. ¿Por qué no ha intentado nada? —No lo sé. —Harper se da golpecitos en la barbilla—. Eso no parece normal en alguien como él. ¿Quizá está esperando a que se cure tu vagina? Quiero decir que hurgó en ella como si buscara oro o algo así. Mi cara se acalora y llevo mis manos a mis mejillas. —A veces no puedo soportar tu honestidad. —Pero me quieres por ello. —Lo hago.
—Si está preocupado por ti, podrías indicarle que ya es hora. —Menea sus cejas mirándome—. Tengo un montón de ideas que implican, a ti desnuda, una máquina de fondue y chocolate. O queso. Arrugo la cara. —No, gracias, pero puedo entender la esencia del plan. —No puede ir mal estar desnuda —me dice encogiéndose de hombros. —Supongo. Solo necesito tener pelotas para hacerlo. —Más bien ovarios. Pero yo no me preocuparía, porque las feromonas que desprendéis vosotros dos podrían empañar un cristal blindado. ¿Cómo va todo lo demás? Aparte del no sexo después del sexo alucinante. —Planta una mano en su cadera—. Pareces feliz. —Soy feliz. —Me muerdo el labio, pensativa—. Probablemente sea lo más feliz que he estado desde el funeral de mi padre. Harper asiente con una mirada cómplice. —Una buena polla le hace eso a una chica. —Es más que eso. Me siento segura. Hayden tardó dos días en identificar a mi acosador y deshacerse de él. Si eso no es tranquilizador, no sé qué lo es. La mirada de Harper se estrecha. —Eso fue muy rápido. Supongo que con su acceso a ciertos recursos no sería difícil. Me alegro que ya no estés en peligro. —Yo también. —Entonces, ¿a qué viene esa mirada? —¿Qué mirada? —Esa. —Me señala la cara con un movimiento circular—. ¿Por qué había un sonido raro en tu voz hace un momento? —¿Qué sonido? —Algo pasa. —Se vuelve para mirar por encima del hombro y levanta la voz—. Bienvenido al Sugar Cube. Enseguida estoy contigo. —Entonces me mira, poniendo los ojos en blanco—. Odio que los clientes se
interpongan en nuestra charla de chicas. Espero una respuesta en cuanto les sirva el pedido. Me encargo de la operación y, en cuanto le doy el café al cliente, Harper se me echa encima. Me da un cake pop como si quisiera aplacarme por el interrogatorio que está a punto de iniciar. Tomo el postre con un suspiro. —Está bien, chica —me dice—. Dame los detalles. —¿Y si Hayden es demasiado bueno para ser verdad? Es apuesto, rico y me trata como si yo fuera su razón de vivir. Eso tiene que ser una señal de alarma, ¿no? Los labios de Harper se mueven hacia un lado. —El rojo es mi color favorito. Reprimo una carcajada. —Habla en serio. —Lo digo en serio. —Me coge de los hombros y me mira fijamente, con sus ojos verdes escrutando mi cara—. Mira, has pasado por muchas cosas en el último año y probablemente eso te tiene en un estado mental de supervivencia. Nadie puede culparte por ello, pero no debes arruinar la felicidad que has encontrado solo por tu trauma pasado. Si el Sr.Doblégame-Bennett es auténtico, te arrepentirás de haberlo alejado para protegerte. —¿Y si no es bueno para mí? Tras un rápido apretón, mi amiga me suelta los hombros. —Si es un pedazo de mierda, lo descubrirás suficientemente pronto y le dejarás tirado. No seas demasiado cínica hasta que te dé una razón. Te mereces ser feliz, ¿de acuerdo? Le sonrío. —De acuerdo. Ella desvía la mirada hacia la puerta y no hace nada por reprimir su sonoro gemido.
—Es la hora de las prisas. Aguantad vuestros traseros 5. ¿Conoces esa referencia cinematográfica? —Sí —digo riéndome. El trabajo familiar calma mi mente, aunque mi cuerpo se mueva en piloto automático. Por suerte, la fila de clientes avanza rápidamente sin ningún incidente y el tiempo pasa aún más deprisa. Me acuerdo de Hayden y me apoyo en el mostrador antes de echarme un chorro de desinfectante de manos en las palmas. Una vez seco, compruebo mi teléfono. La falta de mensajes suyos me frunce el ceño. Calista: Hola. Hayden: ¿Estás bien? Calista: Sí. Me preguntaba a qué hora te veré esta noche. Hayden: El caso en el que estoy trabajando requiere más atención de la que me gustaría. Llegaré a casa un poco más tarde de lo habitual. Calista: Ah, de acuerdo. Bueno, buena suerte. Hasta luego. Hayden: Gracias. A ti también. Con un suspiro, me guardo el teléfono en el bolsillo del delantal. Quizá deba seguir el consejo de Harper y decirle a Hayden que me interesa el sexo. Mi plan no incluirá una máquina de fondue, pero mi amiga tiene la idea correcta. Como Hayden trabaja hasta tarde, tendré tiempo suficiente para refrescarme y ponerme algo tentador. Me acerco a las mesas ahora vacías y las limpio. Un destello de color llama mi atención y me detengo, levantando la cabeza para mirar por el ventanal. Una niña pequeña con una chaqueta magenta camina por la acera con una mujer mayor que me consta es su madre. —Vuelvo enseguida —llamo a Harper. Mi compañera me hace un gesto con la cabeza y yo sonrío mientras salgo corriendo. El guardaespaldas que me han asignado, un hombre calvo de más de metro ochenta y corpulento como una montaña, se adelanta en cuanto mis pies tocan la acera. Saludo a Sebastian, quien puede o no formar
5
Icónica frase de Samuel L. Jackson en Jurassic Park.
parte de la mafia rusa y señalo a la niña para indicarle mi intención. Antes que pueda dudar de mí misma, grito el nombre de la niña. —¡Erika! La niña y su madre se giran, con los ojos abiertos por la sorpresa. La cara de Erika se divide en una sonrisa desdentada al verme y el corazón se me agita en el pecho. Me arrodillo y extiendo los brazos. —Srta. Calista. —Erika se aparta de la mano de su madre para lanzarse sobre mí. Encuentro la mirada de Sebastian y me hace un rápido gesto con la cabeza. Ahora que se ha evitado cualquier posible problema, miro a Erika, dispuesta a no llorar. —¿Cómo estás, preciosa? Me alegro mucho de verte. Te he echado mucho de menos. Erika me sonríe. —Estoy bien. Mamá ha conseguido un nuevo trabajo, así que ahora tenemos nuestro propio apartamento. Suelto a la niña y miro a su madre. —Es maravilloso, Alice. Me alegro mucho por vosotras dos. —No podríamos haberlo hecho sin su apoyo, Srta. Green —dice Alice—. Me ayudaste con mi currículum y hablaste con el jefe. Estoy convencida que hablar bien de mí me consiguió el trabajo. Aunque echaremos de menos verte en el refugio. —Te lo agradezco. —Vuelvo a abrazar a Erika, esta vez con más fuerza—. Yo también echaré de menos verte. He estado ocupada, así que no he sido voluntaria en el refugio, pero espero poder hacerlo después de las vacaciones. La mentira cala mis huesos más rápido que la tarde de invierno. La sola idea de pisar ese lugar me da ganas de vomitar. Mi estómago comienza a revolverse y alejo los pensamientos de mi asalto. —Deberías volver al voluntariado —me dice Alice—. Has marcado una gran diferencia. No solo en nuestras vidas, sino también en las de otras familias. Inclino la cabeza en señal de reconocimiento.
—Gracias. —Bueno, será mejor que nos vayamos. Ha sido un placer verla, Srta. Green. —Por favor, llámame Calista. —Miro a Erika—. Te voy a echar mucho de menos. No se lo digas a las demás, pero siempre has sido mi favorita.
Me desnudo. Una vez completado el primer paso, entro en el armario de Hayden, buscando algo que ponerme como sorpresa para cuando vuelva a casa. Ya me he vuelto a maquillar y me he pasado un cepillo por el cabello, dejando las largas trenzas sueltas como a él le gustan. Espero que este plan le 'anime'. Pienso en acostarme con él todo el tiempo y no me lo puedo creer. Nunca fui así con mi ex. Puede que no fuera virgen cuando conocí a Hayden, pero definitivamente me ha arruinado para cualquier otro hombre. Justo como él quería. Rebusco entre las distintas prendas de ropa, indecisa entre ponerme una de sus camisas de vestir, su chaqueta o su gabardina. También podría elegir algo de mi nuevo vestuario, pero al final dará igual. Si no le interesa el detalle de estar completamente desnuda por debajo, nada más llamará su atención. Mi mirada se posa en su chaqueta de ante favorita, colgada pulcramente en una percha. Me imagino poniéndomela para él y disfrutando de su sonrisa de aprobación. Decidida, deslizo los brazos por las mangas suaves como la mantequilla. El dobladillo roza mis rodillas y la prenda engulle de inmediato mi menuda figura, perfecta para la revelación que tengo en mente. Un suspiro se me escapa cuando deslizo las manos por el cuero flexible y recorro sin prisa las finas costuras. Mis dedos encuentran extraños bultos en el fondo del bolsillo derecho y frunzo los labios al descubrirlo. Introduzco la mano en la abertura y casi vuelvo a sacarla cuando noto la suave textura de los objetos que hay dentro.
Con el corazón galopando en mi pecho, agarro un puñado de ellos y extraigo el puño. Lo miro fijamente, observando cómo mis nudillos comienzan a perder su color y sintiendo los primeros temblores recorriendo mi antebrazo debido a mi apretado agarre. El miedo me invade hasta que mi respiración se vuelve más fina y difícil, mi cuerpo reconoce lo que mi cerebro se niega a aceptar. Con dolorosa lentitud, desenrosco los dedos, revelando los pequeños objetos redondos reposando sobre mi mano. Más de media docena de perlas sueltas descansan en mi mano, y varias más en el bolsillo de Hayden. Las miro fijamente hasta que los ojos se me secan y me obligan a parpadear. Se me hiela la sangre cuando la horrible verdad me golpea como un rayo. ¿De qué otra forma podría haber conseguido esas perlas si no fue él quien las cogió? Hayden, el hombre que dice quererme a salvo, es en realidad el acosador que me aterrorizó durante meses. La repulsión me recorre cuando me lo imagino robando el collar, rompiéndolo y dejándome una sola perla para encontrarla. Las lágrimas me nublan la vista y los sollozos me sacuden el cuerpo mientras me hundo en el suelo, agarrando las joyas. El hombre al que amaba, que creía que se preocupaba por mí, violó mi confianza. ¿Y para qué? ¿Manipulándome para que estuviera con él? Toda esta farsa era innecesaria. Habría estado con Hayden porque ya estoy enamorada de él. Mi corazón bombea con más fuerza con cada latido hasta que me preocupa que vaya a explotar dentro de mi pecho. Dado el dolor que me recorre el cuerpo, casi desearía que lo hiciera. Aunque solo fuera para detener la agonía. Se lo di todo a Hayden y me hizo cuestionar mi cordura al tiempo que me quitaba la sensación de seguridad. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad. Solo desearía entender por qué hizo todo esto cuando podríamos haber tenido una relación sincera; por qué eligió la obsesión en lugar del amor. Respirando hondo, me limpio los ojos bruscamente. La tristeza que se agita en mi interior se endurece hasta convertirse en una gélida resolución,
un frío muro impenetrable, similar al que creé cuando murió mi padre. Solo que este está más fortificado. Cuando Hayden llega a casa y cruza esa puerta, la fantasía sobre él termina. Y el hombre real -el acosador- tiene mucho por lo que responder. He invitado a un auténtico monstruo a mi vida. Lo único que me queda por hacer es enfrentarme a él y esperar salir con la cordura intacta. Porque mi corazón está definitivamente perdido.
CAPÍTULO 42
Hayden Golpeo con el puño la mesa del despacho maldiciendo. Calista es mi única prioridad y, sin embargo, no estoy más cerca de encontrar al responsable de su agresión. Incluso con acceso a las bases de datos del gobierno, no encuentro nada que me indique la dirección de un culpable. Ante la idea de no hacer justicia en su nombre, un gruñido brota entre mis dientes apretados. Ya he fallado a mi madre en ese frente. No puedo hacer lo mismo con Calista. Podría enviarme al abismo y caer en el pozo de locura agitándose en los recovecos de mi psique. Recupero del cajón la pastilla que provocó la sobredosis de mi madre y la pongo ante mí. El símbolo de la estrella en el centro está desgastado por la cantidad de veces que la he tocado. Por razones que no puedo explicar, mirarla fijamente me ayuda a centrar mis pensamientos. Ojalá no fuera un recordatorio tangible de mis defectos: Primero para proteger a mi madre, luego para vengarla.
Cojo la píldora y la hago rodar entre los dedos, la acción calma la tumultuosa energía que me recorre. El símbolo y la composición eran las únicas pistas que tenía tras la muerte de mi madre, pero ninguna investigación me proporcionó respuestas sobre su procedencia. La policía lo descartó como otra droga callejera ilícita. No me rendí entonces, y no lo haré ahora. No es una opción. No cuando Calista cuenta conmigo. Quizá sea yo quien necesite esta absolución, esta oportunidad de redención, tanto como ella necesita un final. Dejo la píldora y comienzo una nueva búsqueda. El cursor parpadea acusadoramente mientras paso el ratón sobre el teclado. Tiene que haber algo que se me escape, un pequeño detalle que permita avanzar en este caso. Con eso en mente, comienzo por el principio, recordando mi conversación con Calista. Mi piel se calienta a medida que aumenta mi ira. El mero pensamiento de su agresión hace que pase el brazo por la superficie del escritorio, tirando y esparciendo por el suelo todos los trozos de papel. Con la superficie vacía, saco un bloc de notas del cajón y lo escribo todo. Dónde: Albergue Infantil Corazones Esperanzados Cuándo: 24 de junio Quién: Calista Green Qué: La víctima se presentó en el lugar sobre las 16.00 horas, pero la hora de la foto que muestra sus lesiones es de las 20.30 horas. Para entonces, los hematomas eran visibles en su piel marfileña y estaba consciente. Aprieto el bolígrafo hasta que me tiembla el puño. Lo que pudo ocurrir en esas horas no contadas me revuelve el estómago. Calista dudaba en hablar de aquella noche y hay veces que desearía no haberla presionado, pero necesitaba saberlo todo. Y ahora que lo sé, correrá la sangre. La ley tiene límites. Yo no los tengo. No cuando se trata de proteger a la mujer que... Mi respiración se detiene. No sé cómo terminar ese pensamiento. Lo único que sé con certeza es que Calista es mía. Para siempre.
Vuelvo a mirar el bloc de notas, observando las líneas nítidas y los trazos gruesos de mi escritura. Se burla de mí, me provoca. Aún queda otra pregunta por escribir, la que me atormenta: ¿Por qué alguien haría daño a Calista? Motivo: ¿Un ataque indirecto a su padre? ¿Lujuria? ¿Inestabilidad mental? ¿Oportunidad? Con una fuerte exhalación, me echo hacia atrás en la silla y recojo los papeles del suelo. Tras colocar su historial médico en primer plano, repaso su contenido. Calista fue agredida físicamente. Eso es indiscutible. Sin embargo, el examen de agresión sexual no fue concluyente, a pesar de la droga que había en su organismo. Frunzo el ceño ante la descripción. Un depresor con un compuesto desconocido que provoca un comportamiento similar al de una droga de violación. El enunciado tira de mi memoria, obligando a mi cerebro a ordenar los años de información que he almacenado durante mi carrera. Cojo el informe del forense de Kristen Hall, la secretaria del senador Green. La redacción de su informe no es idéntica a la de Calista, pero se parece. Jodidamente parecida. Mi mirada se desplaza entre las palabras de la página y la píldora que hay a un lado. De un lado a otro, una y otra vez, mientras mi mente crea una conexión que aprieta dolorosamente mi pecho. Es una mera coincidencia. ¿O no lo es? ¿Qué posibilidades hay que la droga que mató a mi madre, y que se encontró en el torrente sanguíneo de Kristen Hall, sea la misma que se utilizó para incapacitar a Calista? Si me fijo en el denominador común de la jodida ecuación -esta droga con un compuesto misterioso-, todo el escenario resulta mucho más factible. Tendré que mirar este caso y a sus víctimas como un todo. Las conexiones están ahí, en las pruebas. Ahora que las he visto, no puedo dejar de verlas.
Se me retuercen las tripas hasta que aprieto los dientes contra la incomodidad. Dos de las tres mujeres implicadas en esta situación están muertas. ¿Significa eso que Calista es la siguiente? Más vale que quien esté detrás de esto me mate si cree que va a hacerle daño.
Atravieso la ciudad a toda velocidad, intentando controlar mi pánico antes que interfiera con mis facultades y estrelle el coche. Mi necesidad de estar con Calista nunca ha sido más fuerte, mi obsesión por su seguridad nunca ha sido más urgente. Nunca me han gustado los dramas, pero podría morirme si no la alcanzo pronto. Aunque solo sea para asegurarme que está viva. Mis pensamientos me han atormentado desde que descubrí la conexión entre los casos y siguen haciéndolo, acercándome a la locura. Tan cerca que empiezo a preocuparme por haber sobrepasado ya mis límites y haberme adentrado en un territorio peligroso en el que mis instintos guían mis actos. Ahora mismo esos instintos quieren proteger y follar a Calista. Sacudo la cabeza ante mis pensamientos, pero eso no me impide correr por el vestíbulo y maldecir mientras espero a que el ascensor llegue a mi planta. Mi respiración entrecortada se vuelve más agitada cuando llego a la puerta de mi ático. En pocos segundos estoy dentro y recorro la sala de estar en dirección al dormitorio. Hasta que veo a Calista junto a las ventanas, asomada. La opresión de mi pecho se afloja cuando se vuelve para mirarme por encima del hombro. La mujer por la que he matado -volvería a hacerlo sin dudarloestá viva. Y me mira fijamente con los ojos de un animal herido. Mis pasos vacilan al detenerme bruscamente. La recorro con la mirada, de la cabeza a los pies, para volver a fijarme en su rostro. Tiene la piel de la boca tirante y el labio inferior tiembla lo suficiente para que pueda verlo desde mi posición.
—¿Callie? Levanta una mano cuando empiezo a caminar hacia ella. —No lo hagas, Hayden. —A la mierda. Me acerco a ella a grandes zancadas y a cada paso su cuerpo se pone más rígido. Ignorando su extraño comportamiento, miro a Calista y aprieto los puños para no agarrarla. Ella se mantiene firme con la barbilla levantada. —Si te hago una pregunta, ¿prometes no mentirme? —Su voz tiembla al decirlo. ¿Está aprensiva por mí o por la respuesta que pueda darle? — Tengo que saber la verdad —me dice susurrando. Inclino la cabeza en señal de aceptación, no de aquiescencia. Es suficiente. Calista separa los labios para inhalar profundamente, atrayendo mi mirada hacia su exuberante boca. Dios, qué ganas tengo de follármela. Levanta la mano empuñada y despliega lentamente los dedos, ofreciéndome una visión sin obstáculos de las perlas que reposan en su mano. —¿De dónde las has sacado, Hayden?
PRÓXIMO LIBRO
El Protector Está en peligro. Solo pensarlo amenaza mi cordura. Haré cualquier cosa para mantenerla a salvo... Incluso cosas con las que ella no esté de acuerdo. Si cree que acosarla fue malo, Calista se va a llevar una sorpresa. La prisionera Hayden está totalmente loco. Y me encanta. Lo que no me gustan son sus métodos de protección. Excepto que cuanto más peligrosas se vuelven las cosas, más cerca estoy de él. Y de los secretos que me oculta.
SOBRE LA AUTORA
Una amante de los antihéroes, de las obras profundas que invitan a la reflexión, con palabras bellamente escritas, de los romances dignos de suspirar, de las escenas de sexo tan calientes que la hacen sonrojarse y de las heroínas que la inspiran hasta el punto que Morgan quiere ser como ellas cuando sea mayor. O quiere darles un puñetazo en la cara y ocupar su lugar en la cama... erm... brazos del héroe. Sí, eso es.
CRÉDITOS Traducción y Diagramación
Diseño
Corrección La 99
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