Mignolo. Elementos para una teoría del texto literario
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WALTER D. MIGNOLO ELEMENTOS PAI\A UNA 'moníA DEL TEXTO LITERAIUO
EDITORIAL CRITICA
PHILOLOGIA. f.f. Ciencia compuefta y adornada de la Gramática, Hhetórica, Hiftoria, Poesía, Antigüedades, Interpretación de Autores, y generalmente de la Crítica, con efpeculación general de todas las demás Ciencias. Es voz Griega. Lat. Philologia. Diccionario de Autoridades
ELEMENTOS PARA UNA TEORíA DEL TEXTO LITERARIO
FILOLOGíA Director: FRANCISCO RICO
WALTER MIGNOLO
ELEMENTOS PARA UNA TEORíA DEL TEXTO LITERARIO
EDITORIAL CRíTICA Grupo editorial Grijalbo BARCELONA
Para Wylie.
PREFACIO El libro que presento en estas líneas es el resultado de un deseo) de una obsesión. Ambos son inseparables, si ello no es, también, redundante; ambos se remontan a los años de preparación de la licenciatura en letras) se continúan en la tesis doctoral) en la enseñan-za; ambos justifican las virtudes) defectos del libro. En la fórmula «virtudes) defeaos» no debe leerse un temprano pedido de disculpas, sino más bien una alusión a cierta realidad del campo de estudio reconocido como hispanismo: en los años de preparación de la licenciatura (mediados de la década de los sesenta), nos encontrábamos con una tradición estilística pero, al mismo tiempo, con una ausencia de revisiones) aauali7,!tciones de los planteamientos teóricos, con relación a lo que estaba ocurriendo en otras áreas de los estudios literarios. Tal ausencia nos dejaba en un estado de cierta insatisfacción ante lo que el campo hispánico ofrecía. Teníamos, sin duda, los esbo7,fJs de una tradición: laspropuestas teóricas de Amado) de Ddmaso Alonso; sus prolongaciones en las investigaciones de C. Bousoño; dos libros fundamentales (El deslinde ) La crítica en la edad ateniense) de Alfonso Reyes;), posteriormente La estructura de la obra literaria de Félix Martínn.. Bonati. N o creo que olvide muchos nombres;) si no menciono la escuela filológica fundada por don Ramón Menéndn.. Pidal) sus prolongaciones, tanto en España como en América, es porque -pese a su importancia- su , relación con los problemas que nos preocupaban era, a mi entender, indirecta. Contaba además el hecho de que la tradición teórica era, de alguna manera, marginal en un área de estudios donde las tendencias dominantes se orientaban hacia la investigación empírica, más que hacia los planteamientos teóricos (ésta es la constatación de un hecho más que o
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una evaluación; no pretendo decir que las investig,aciones empíricas teng,an «menor» importancia que las investig,aciones teóricas). Debido a esta situación de{ campo de estudio del área hispánica, toda investig,ación teórica emprendida hacia mediados de la década del sesenta era una empresa necesariamente aislada, a causa, precisamente, de la ausencia de una tradición en la cual inscribirla. Por esta ra7!n, la presentación de este libro comien7.tl con una referencia personal más que con su inscripción en el marco de un pensamiento teórico o de una «escuela»; por esta ra,ón, también, comenzamos hablando de «virtudes y defectos». La experiencia personal tiene, vista en retrospección, dos momentos básicos: el primero es el de las inoestigaciones para completar la tesis doctoral; el seg,undo, posterior a ella, es la experiencia didáctica. Con respecto al primero, al,reali7.tlr la tesis en un centro de estudios (École' Pratique des Hautes Études) enrolado en otra leng,ua y otra cultura, los problemas del hispanismo fueron, para mí y durante este período, ajenos a la experiencia teórica. Con respecto al seg,undo, mi habilitación para la enseñan7.tl de literaturas hispánicas, y la posibilidad de comen7.tlr la experiencia didáctica en una universidad francesa (Toulouse), donde el hispanismo forma parte de las leng,uas extranjeras, hi7,p emerg,er el reverso de la primera experiencia: la teoría era totalmente ajena a los problemas' del hispanismo. Esta experiencia docente tiene su particularidad en relación a la que se pueda tener en países hispánicos: al ser el hispanismo parte de las leng,uas extranjeras, es en estos casos más acentuada la tendencia a considerar que los estudios teóricos conciernen a los departamentos de literaturas nacionales (francesa o ing,lesa), o, en último caso, a los departamentos de literaturas comparadas. Al enfrentarme con estudiantes que asistían a las clases interesados en las literaturas hispánicas, se acentuaba más la separación entre el prog,rama de estudios hispánicos y mis preocupaciones por la teoría literaria. Esta separación, relacionada con el programa de estudios que el estudiante debía cumplir en vistas a los exámenes que debía preparar, restring,ía el tiempo dedicable a los problemas teóricos. La situación se dificultaba debido al hecho de que la bibliog,rafía existente estuviera referida a las literaturas no hispánicas. De esta situación fue naciendo la necesidad de forjarme mi propia concepción de la
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teoría del texto literario, para sortear el «entre-espacio» que separaba el deseo de la obligación. Este proceso fue transformando la tesis doctoral en las páginas del presente libro. El orden topo-lógico -y no necesariamente crono-lógico- de los problemas que en él se anali7¿n y el orden de su distribución tiene, como momento inicial, las reflexiones sobre el objeto y la forma de la teoría: los aspectos sustantivos y los aspectos metodológicos. Con respecto al primero es evidente, desde el formalismo ruso, que el objeto de estudio no está constituido por la literatura sino por su especificidad, la literariedad. N o obstante, las cosas no son tan claras puesto que con la tradición del término hemos heredado, no sólo el problema, sino también la respuesta: la literariedad interpretada sobre la base de determinados mecanismos verbales. A poco que se indague, la respuesta resulta insatisfactoria por dos ratpnes: la primera es que la literariedad, en su interpretación, reduce el fenómeno literario al privilegio de un número reducido de estructuras verbales; la segunda es que la interpretación de la literariedad se apoya demasiado en un tipo de literatura que se corresponde con un modelo lingüístico: el fonológico. Entre los muchos fenómenos que este modelo no puede explicar se encuentra, en su adyacencia inmediata, el de la poesía que se construye más sobre la grafía que sobre el sonido. Pero también, a poco de indagar, nos dimos cuenta de que la herencia delformalismo ruso había dejado dos líneas de continuidad: una que pasa por Praga y termina en R. Jakobson; otra, mássilenciosa, que pasa por M. Baktiny termina en la escuela de Tartu (e.g., J. Lotman, B. Uspenski). De la primera aprendimos a reconocer equivalencias y paralelismos; de la segunda a diferenciar el texto del no-texto, el sistema primario de modeli7¿ción del sistema secundario de modeli7¿ción. La distinción entre el texto y el no-texto resulta de una importancia fundamental, puesto que pone en evidencia que el primero es el resultado de un procesamiento cultural de la información: el no-texto, producido y olvidado, es un punto de referencia (y la clase complementaria) del texto, producido y almacenado en la memoria cultural. Llegados a este punto es necesario hacer explícitas las dimensiones del sustantivo «texto» y del adjetivo «literario»: si el texto es una construcción verbal que cumple una función cultural, J por el/a
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se conserva en una cultura, el texto literario resulta de una operación de selección de un subconjunto de estructuras verbales a partir del conjunto total de las estructuras del texto. Puesta la cuestión en estos términos, el problema no es tanto el de definir la literariedad, sino el de describir las condiciones bajo las cuales ésta llega a darse. Al formular en forma abstracta las relaciones entre el no-texto, el texto y el texto literario, se hace evidente que la interpretación de la literariedad no es una cuestión que ataña a la teoría, puesto que la interpretación (como respuesta a la preguna «¿ qué es lo que hace de un mensaje verbal una obra de arte? J») es un hecho producido constantemente en la evolución cultural, variable según los momentos históricos y las concepciones estéticas, a las cuales la teoría no puede reducir a una de valor «unioersal». De esta manera la literariedad deja de exigir a la teoría una interpretación, porque ella está siendo constantemente interpretada (por cada escuela, por cada autor, por cada movimiento). En relación a la teoría, el concepto debe «vaciarse') de una respuesta, de un contenido, de una interpretación, porque respuestas, contenidos e interpretaciones son variables en el proceso histórico; al vaciarse de contenido, el concepto pasa a ser un punto móvil y abstracto cuya variabilidad es la variabilidad de la historia literaria misma. Planteado en estos términos el problema del objeto. es necesario hacer una breve referencia sobre la forma de definirlo (en la teoría). El hecho fundamental al respecto es que la teoría no es una estructura conceptual que se «aplica» o se ((proyecta» sobre un objeto existente y externo a ella. sino que el objeto es parte de la estructura conceptual de la teoría. Porque el objeto no es externo a la teo-
ría, es por lo que su definición no es posible sin referencias al discurso que lo define. Aunque, la mayoría de las veces, la definición del objeto pasa en silencio el discurso que lo conceptual~, que lo construye, dejando a éste en la transparencia de un discurso neutral que postula la universalidad. Esta constatación no sólo es básica para la construcción de una teoría del texto literario, sino también para anal~r la forma de otras teorías. Así esbo7.,!ldos, los problemas del objeto y de la forma de la teoría pueden resumirse en dos grandes líneas: 1) especificar las condiciones
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abstractas .'fue definen el objeto de estudio (especificidad literaria, literariedad) y describir las condiciones empíricas en las cuales se manifiesta la literariedad en diversos períodos históricos; 2) explicitar la forma de la teoría, su alcance y su ámbito operativo. 1) En la indagación de la especificidad literaria, los aspectos del aprendn¿je de la lengua y del aprendi7,!lje de la literatura se presentan como un punto capital, dado el énfasis puesto en la transposición de modelos lingüísticos a los fundamentos de la teoría literaria. Al pensar esta relación, surgen varias inconsistencias: una es la depensar la literatura como un sistema, paralelo al sistema de la lengua; la otra es la depensar en una competencia literaria, paralela a la competencia lingüística. Al comparar los hechos de lengua con los fenómenos literarios, la diferencia radical surge en el momento de comprobar, por un lado, lo temprano e «inconsciente- del aprendi7,!lje de la lengua; por otro, lo tardío y «consciente» del aprendi7,!lje de la literatura. Además, entre uno y otro, es necesario considerar una serie de niveles que median entre la lengua y la literatura (e.g., los grados de conceptuali7,!lción, el manejo creciente de estructuras conceptuales no verbales, etc.). Al comprobar esta diferencia, es útil recurrir a las nociones de sistema primario y de sistema secundario y reducirla a una extrema abstracción: por un lado nos encontramos con los fenómenos de la lengua, de incumbencia del lingüista (sistema primario); por otro, con los de la literatura, de incumbencia del teórico de la literatura (sistema secundario). Al tra"Zar esta distinción, se hace también evidente que, si hasta este momento hemos contado con «teorias lingüísticas de la literatura», es necesario despegarse de ellas y pensar en c
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