Miedos en La Infancia y La Adolescencia

March 31, 2017 | Author: Noelia Expósito | Category: N/A
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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

AULA ABIERTA

Rosa M. Valiente Bonifacio Sandín Paloma Chorot

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA Colaboran: Pedro Montejo Mercedes Montenegro Ana I. Reinoso M. Emiliana de Andrés M. Dolores Claver (Unidad de Memoria. Ayuntamiento de Madrid)

UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA

AULA ABIERTA (0136179AA01A01) MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.

© Universidad Nacional de Educación a Distancia Madrid, 2003 Librería UNED: c/ Bravo Murillo, 38 - 28015 Madrid Tels.: 91 398 75 60 / 73 73 e-mail: [email protected]

© Rosa M. Valiente, Bonifacio Sandín y Paloma Chorot ISBN: 978-84-362-4815-9 Depósito legal: M. 47.279-2010 Primera edición: abril de 2003 Primera reimpresión: noviembre de 2010 Impreso en España - Printed in Spain Imprime y encuaderna: CLOSAS-ORCOYEN, S. L. Polígono Igarsa. Paracuellos de Jarama (Madrid)

ÍNDICE PRÓLOGO ...............................................................................

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1. DELIMITACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE MIEDO ................................................................................

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I. Diferenciación entre el miedo y la ansiedad ................ II. Diferenciación entre el miedo y la fobia ...................... III. Comentario....................................................................

17 22 25

2. NATURALEZA EVOLUTIVA DE LOS MIEDOS ..........

27

I. Aspectos filogenéticos de los miedos ........................... II. Desarrollo de los miedos ..............................................

27 34

A. Diferencias en el contenido de los miedos según la edad.......................................................................... B. Diferencias en el contenido de los miedos según el sexo .......................................................................... C. Estabilidad de los miedos durante la infancia y la adolescencia ............................................................. III. Conclusiones generales .................................................

34 39 40 41

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3. ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS............................................................................

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I. Aportaciones preliminares sobre la estructura de los miedos............................................................................

44

A. Evidencia basada en el FSS-II ................................ B. Evidencia basada en el FSS-III...............................

44 46

II. Aportaciones del grupo de Arrindell ........................... III. Estructura jerárquica de los miedos............................. IV. Conclusiones generales .................................................

47 50 57

4. ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES ............................................

61

I. Aportaciones preliminares sobre la estructura de los miedos de la infancia y la adolescencia ............................ II. Aportaciones basadas en el FSSC-R.............................

61 65

A. Contribuciones del grupo de Ollendick................. B. Otras contribuciones con el FSSC-R......................

65 75

III. Aportaciones basadas en el FSSC-II ............................ IV. Otras aportaciones sobre la estructura de los miedos infantojuveniles ............................................................. V. Conclusiones generales .................................................

84 92 95

5. FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES ............................................ 103 I. Una nota introductoria sobre la prevalencia de los miedos y las fobias .......................................................... 104 A. Población general .................................................... 104 B. Niños y adolescentes ............................................... 105 II. Frecuencia de los miedos durante la infancia y la adolescencia: prevalencia .................................................... 108

ÍNDICE

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III. Frecuencia de los miedos durante la infancia y la adolescencia: los miedos más comunes .............................. 111 IV. Intensidad de los miedos según la edad y el sexo ....... 119 A. Edad e intensidad del miedo: nivel general y niveles asociados al contenido de los miedos ................ 120 1. Edad y nivel global de miedo ............................ 120 2. Edad e intensidad en el contenido de los miedos... 121 B. Sexo e intensidad del miedo ................................... 123 V. Conclusiones generales ................................................. 126 6. ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS ..... 131 I. Consideraciones sobre la adquisición de los miedos... 132 A. El modelo de condicionamiento clásico................. 132 B. Comentarios al modelo de condicionamiento de los miedos y las fobias ............................................. 137 C. La perspectiva del neocondicionamiento............... 142 II. Factores de vulnerabilidad ........................................... 147 III. Modelo de las tres vías de adquisición del miedo: aspectos teóricos ............................................................. 155 A. El aprendizaje vicario del miedo ............................ 158 B. Transmisión de información ................................... 160 C. Algunas implicaciones psicopatológicas relevantes 163 IV. Modelo de las tres vías de adquisición del miedo: evidencia empírica basada en estudios con adultos ......... 165 V. Una nota sobre la perspectiva no asociativa de los miedos y las fobias ........................................................ 172 VI. Conclusiones ................................................................. 176 7. ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES............. 181 I. Introducción.................................................................. 181

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II. Adquisición de los miedos no clínicos en niños y adolescentes......................................................................... III. Adquisición de los miedos clínicos en niños y adolescentes...................................................................... IV. Papel de los padres en el miedo de los hijos ............... V. Consideraciones teóricas y metodológicas................... VI. Conclusiones generales .................................................

182 189 192 197 201

ANEXOS................................................................................... 205 Anexo I. Cuestionario de miedos para niños (FSSC-II; Gullone y King, 1992; versión española de Sandín, Valiente y Chorot) ................................ 207 Anexo II. Cuestionario español de miedos para niños (FSSC-E; Valiente y Sandín, 2001)................ 211 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ..................................... 217

Todos los niños, excepto uno, crecen. Pronto saben que crecerán, y la manera en que Wendy lo supo fue la siguiente. Un día, cuando tenía dos años y estaba jugando en un jardín, cogió una flor y corrió con ella hacia su madre. Supongo que debía tener un aspecto bastante encantador, ya que la señora Darling se puso la mano en el corazón y exclamó: «Oh, ¿por qué no podrás quedarte así para siempre?». Eso fue todo lo que pasó entre ellas sobre el tema, pero en lo sucesivo Wendy supo que debía crecer. Siempre se sabe después de tener dos años. Los dos años son el principio del fin. J. M. Barrie (Peter Pan)

PRÓLOGO Desde hace tiempo se conoce que el miedo es posiblemente la experiencia emocional más universal que se da entre todos los seres vivos. También se sabe que el miedo puede ser bueno y malo para el individuo. Es bueno cuando de forma más o menos aguda le advierte de un peligro potencial. Es malo cuando de forma más o menos crónica se instaura en la persona y le advierte de un peligro inexistente. El hecho de que el miedo pueda constituir un fenómeno positivo para el individuo es lo que le ha valido el calificativo de adaptativo (en esencia, el miedo anticipa la ocurrencia de un peligro), evolutivamente hablando. Sin embargo, el miedo no sólo es adaptativo desde un punto de vista filogenético, sino también ontogenético. Lo primero hace que en general tengamos miedo a ciertos estímulos, objetos o situaciones, y no a otros (p.ej., solemos tener miedo a las arañas, a las alturas o a las serpientes, pero no solemos temer a unas zapatillas de tenis o a un portafolios). Lo segundo hace que durante ciertas etapas del desarrollo tengamos miedo a unas cosas y no a otras. Este segundo aspecto es precisamente lo que confiere un interés especial al estudio de los miedos durante la infancia y la adolescencia. Actualmente existe amplia evidencia de que, durante el proceso del desarrollo, los niños y adolescentes experimentan patrones generales de miedos normativos (i.e., miedos no clínicos). Así por ejemplo, en términos generales podría decirse que durante

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las edades más tempranas (antes de los cuatro años) los niños suelen temer los estímulos relacionados con su medio ambiente más inmediato, como los sonidos fuertes, o la separación de los padres. Posteriormente, asociado al proceso de maduración del niño (4-9 años), los miedos incorporan más estímulos y sucesos de naturaleza abstracta y anticipatoria, tales como los fantasmas, los animales y el peligro. Durante la preadolescencia predominan los temores relacionados con el daño, mientras que en la adolescencia irrumpen los temores de tipo social. Por tanto, estos patrones evolutivos que se observan para los miedos normativos sugieren que, si los miedos tienen un valor adaptativo durante el desarrollo del individuo, estos deberían desaparecer espontáneamente a partir de un periodo de tiempo más o menos esperado. Aunque tal fenómeno suele darse en general, es decir, ciertos miedos normativos tienden a aparecer y desaparecer de forma espontánea, muchos miedos no sólo no desaparecen sino que pueden intensificarse, tanto durante el desarrollo infantojuvenil como después de la adolescencia. Dicho en otros términos, si bien es cierto que muchos de los miedos normativos que ocurren durante la infancia y la adolescencia tienen un claro valor adaptativo para el desarrollo del individuo, también es verdad que la aparición de tales miedos puede constituir un periodo especialmente vulnerable para la adquisición de miedos más intensos y/o fobias. De hecho, muchas de las fobias que experimentan los adultos poseen unas edades de inicio que se corresponden de forma bastante precisa con las edades evolutivas en que emergen los miedos correspondientes. Por ejemplo, la edad media de comienzo de la fobia a los animales (7 años) suele ser anterior a la de la fobia a la sangre y el daño (9 años), y la edad de comienzo de ambas fobias es anterior a la de la fobia social (adolescencia). Por otra parte, los miedos normativos, si son intensos, pueden interferir en muchas áreas de la vida del niño o adolescente, tales como la vida familiar, social y escolar y, en último término, pueden perturbar significativamente su propio desarrollo. Más aún, existe actualmente evidencia sobre el efecto negativo que pueden tener los miedos cuando se acumulan en un mismo individuo. De hecho, se sabe que, aparte de

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los propios problemas que pueden generar en el momento actual, también pueden constituir un importante factor de riesgo psicopatológico futuro. Las personas con muchos miedos suelen ser propensas a padecer trastornos de ansiedad, así como también otros trastornos psicológicos (depresión, etc.). El estudio sobre los miedos infantojuveniles posee en estos momentos un enorme interés teórico y práctico, y la prueba de ello es el abundante cúmulo de investigaciones que se está produciendo en este terreno en el ámbito internacional. El presente libro se ha escrito, precisamente, con la finalidad de presentar algunos de los principales hallazgos asociados al estudio de los miedos característicos de la infancia y la adolescencia. A nuestro juicio, aunque ya existen buenos libros sobre los miedos que exhiben los niños y los adolescentes, aún no se ha publicado ninguno, ni a nivel nacional ni en el ámbito internacional, en el que se analicen de forma específica y con suficiente detenimiento las innovaciones sobre la estructura, prevalencia, intensidad y adquisición de los miedos característicos de la infancia y la adolescencia. Desde el punto de vista psicopatológico, pensamos que un análisis riguroso sobre estos fenómenos está más que justificado para arrojar algo de luz sobre los enigmáticos miedos infantojuveniles, a la vez que podría servir para mejorar la evaluación, la prevención y el tratamiento de dichos miedos. El libro se hace eco de numerosas innovaciones que se han venido produciendo en el estudio de los miedos infantojuveniles y adultos (aunque enfatizando de forma especial las primeras), tales como, por ejemplo, la reciente revisión de la teoría de la preparación de las fobias, las diferencias en los contenidos de los miedos en función de la edad y el sexo, las dimensiones estables que subyacen a los miedos infantojuveniles, la naturaleza jerárquica de los miedos y las fobias, la similitud entre las dimensiones de los miedos infantiles y adultos, la contrastación de evidencia transcultural con el FSSC-R, la generación de nuevos cuestionarios de autoinforme para evaluar los miedos, la constatación de la elevada prevalencia de miedos durante la infancia y la adolescencia, el predominio de ciertos patrones de miedos durante la mayor parte del periodo evolutivo, la implicación del condicionamiento directo e indirecto

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(vicario y verbal) en la adquisición de la mayoría de los miedos y fobias, la implicación de nuevas variables relacionadas con la vulnerabilidad a los miedos (p.ej., sensibilidad a la ansiedad, sensibilidad al asco), la posible relevancia de una vía no asociativa (innata) en la adquisición de ciertos tipos de miedos, o, finalmente, la notable influencia que parece ejercer la familia, especialmente la madre, por vías indirectas (modelado e información negativa) en el establecimiento de los miedos y las fobias que exhiben los niños. Por tanto, mediante el presente libro pretendemos mostrar gran parte del fruto de la moderna investigación sobre los miedos y las fobias que acontecen especialmente antes de la edad adulta. Pensamos que proporciona información que puede resultar de gran ayuda para conocer mejor los numerosos temores que envuelven al niño; ello, sin duda, redundaría también en un mejor conocimiento de los miedos que se dan en los adultos. La información analizada en el libro posee indiscutible relevancia y/o implicaciones relacionadas con la etiología, la clasificación, el diagnóstico, la evaluación, la prevención y el tratamiento de los miedos y las fobias que suceden durante la infancia y la adolescencia. Rosa M. Valiente Bonifacio Sandín Paloma Chorot

1 DELIMITACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE MIEDO

Los miedos son fenómenos muy comunes durante la infancia y la adolescencia, presentan características evolutivas (ontogenéticas), suelen descender con la edad, tienden a ser más frecuentes en las niñas que en los niños, y no suelen darse al azar, sino que poseen un significado biológico-evolutivo (filogenético). Antes de abordar estos (naturaleza evolutiva de los miedos) y otros aspectos centrales del presente libro (estructura y adquisición de los miedos), merece la pena que dediquemos cierta atención a la conceptuación del constructo de miedo y a su diferenciación respecto a otros conceptos relacionados, como la ansiedad y las fobias. La presentación de tal diferenciación no pretende en ningún momento ser exhaustiva, sino más bien establecer de forma introductoria dicha separación con el único propósito de delimitar nuestro marco de análisis. I. DIFERENCIACIÓN ENTRE EL MIEDO Y LA ANSIEDAD La ansiedad y el miedo con frecuencia se han utilizado como conceptos intercambiables, si bien se han señalado también algunos aspectos que podrían servir para diferenciarlos. La ansiedad suele definirse como «una reacción emocional consistente en sentimientos de tensión, aprensión, nerviosismo y preocupación, acompañados de activación del sistema nervioso autónomo simpático (sudoración, aceleración de la frecuencia cardiaca y respiratoria, temblor, etc.). La ansiedad posee la característica particular de ser de naturaleza anticipatoria. Es decir, posee la capacidad de anticipar o señalar un peligro o amenaza para el

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propio individuo» (Sandín, 1997, pp. 4-5). Específicamente hablando, la ansiedad consiste en una anticipación tensa y desagradable de una amenaza vaga. Una persona con ansiedad tiene dificultades para identificar la causa de sus reacciones de malestar o la naturaleza del suceso anticipado; generalmente, se trata de una anticipación de sucesos difusos. En la ansiedad no está claro ni el comienzo ni el final de la reacción de ansiedad, pues suele tratarse de un estado generalizado y persistente (Rachman, 1998; Sandín, 1999a). El concepto de miedo es equivalente al de ansiedad, pero difiere de esta porque la reacción no es difusa, puesto que ocurre como respuesta a un estímulo concreto, real o imaginario (Marks, 1969). Como ha sugerido Rachman (1998), estrictamente hablando el término miedo es utilizado para describir una reacción emocional a un peligro específico percibido, es decir, donde la amenaza es identificable (p.ej., una serpiente venenosa o subirse a un avión). La mayoría de las reacciones de miedo son intensas y poseen la cualidad de una «reacción de emergencia». Esta caracterización del miedo implica que este tenga otras propiedades que no están presentes en la ansiedad, tales como (1) que el miedo se desvanezca al desaparecer el objeto o situación amenazante (p.ej., por escape o evitación), o (2) que tenga un comienzo y un final claramente delimitado en el espacio y en el tiempo (asociados a la aparición y desaparición del estímulo). Algunos autores han separado el miedo de la ansiedad de acuerdo con la vinculación o tendencia hacia la acción (Epstein, 1972; Öhman, 1993). Tal y como indican estos autores, el miedo suele estar vinculado a la acción, bien mediante la puesta en marcha de conductas de evitación o huida, o bien mediante la inactividad absoluta (i.e., conducta de «quedarse congelado» o paralización). Por tanto, según esta distinción, el miedo puede ser interpretado como un motivo que lleva necesariamente al impulso de evitación o escape, mientras que, por el contrario, la ansiedad consiste en un estado de activación no dirigido o no resuelto. Un estado de activación no dirigido puede asociarse, por ejemplo, a situaciones en las que es impo-

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sible la discriminación del estímulo, mientras que, en un estado de activación no resuelto, la acción no se produce a causa de que las situaciones pueden ser de naturaleza incontrolable (Öhman, 1993). Tal vez, una de las aproximaciones teóricas más aceptadas, sobre todo en el ámbito de la psicopatología de la ansiedad, es la formulada por Barlow (1988). Barlow establece una separación entre el miedo, considerado este como una «alarma primitiva», y la ansiedad, considerada como una respuesta de «aprensión ansiosa». El miedo, o alarma primitiva, se produce en respuesta a una situación de peligro presente, y se caracteriza por una reacción de emergencia o «reacción de lucha-huida», con activación del sistema nervioso autónomo simpático; puede poseer, por tanto, una finalidad claramente adaptativa. En cambio, la ansiedad es una combinación difusa de emociones donde predomina la aprensión o «aprensión ansiosa» (estructura difusa cognitivo-afectiva). Esta estructura es de naturaleza difusa porque puede estar asociada a cualquier situación o suceso, y porque puede manifestarse con marcadas diferencias interindividuales, e incluso con diferencias en la misma persona a través del tiempo. Aparte de la activación elevada y la percepción de incontrolabilidad, que son fenómenos comunes a las reacciones de miedo, la ansiedad (o aprensión ansiosa) implica una focalización desadaptativa de la atención hacia uno mismo (orientación autoevaluativa de la atención). Así pues, según la diferenciación establecida por Barlow (1988), el miedo constituye un fenómeno filogenético, inalterado por la cultura, y vinculado a nuestro sistema ancestral de defensa/protección. La ansiedad, en cambio, es un fenómeno más cognitivo y difuso, que se constituye a partir de una combinación compleja de operaciones emotivo-cognitivas y conductuales (Sandín, 1999a; Sandín y Chorot, 1991). Recientemente, Gullone, King y Ollendick (2000) han aportado evidencia psicométrica a favor de una separación entre los constructos de miedo y ansiedad, y más específicamente en apoyo de la distinción conceptual establecida por Barlow (1988). Una de las pruebas concluyentes de estos autores, tras la aplica-

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ción del nuevo cuestionario FEQ (Fear Experiences Questionnaire), fue la obtención de dos factores separados, uno representativo del constructo de miedo y otro del constructo de ansiedad (un tercer factor, que denominaron «experiencias fisiológicas», consistía básicamente en manifestaciones fisiológicas de la ansiedad). Gullone et al. concluyen su trabajo diciendo que tales resultados «proporcionan apoyo empírico a la afirmación de que el miedo y la ansiedad están conceptual y experimentalmente relacionados, pero en último término son dos fenómenos distintos» (p. 73). TABLA 1 Factores comunes al miedo y la ansiedad 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Anticipación de un peligro Tensión y aprensión Activación elevada Estado emocional negativo Intranquilidad Orientación hacia el futuro Cambios corporales manifiestos Sensaciones desagradables (malestar emocional y corporal)

Nota: Tomado de Sandín (1999a, p. 19).

Gullone et al. (2000) sugieren, así mismo, que sus hallazgos son muy consistentes con la separación que hace Barlow (1988) entre la ansiedad y el miedo. Como indicamos arriba, para Barlow la ansiedad es fundamentalmente un estado del ánimo orientado hacia el futuro; emoción que, a niveles óptimos, posee la función adaptativa de mejorar el rendimiento. En cambio, el miedo sensibiliza al organismo para sobrevivir ante el peligro, es decir, representa una reacción emocional con fuertes tendencias hacia la acción (i.e., escape) y, en último término, alerta del peligro y promueve la supervivencia; el miedo es una emoción primitiva y básica.

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TABLA 2 Diferencias entre el miedo y la ansiedad Miedo

Ansiedad

Focalización específica de la amenaza Origen incierto de la amenaza Conexión conocida entre la amenaza Conexión desconocida entre y la respuesta (miedo) la amenaza y la respuesta (ansiedad) Normalmente episódico Prolongada Tensión circunscrita Intranquilidad generalizada Amenaza identificable Puede darse sin objeto Provocada por señales de amenaza De comienzo incierto Disminuye al retirarse la amenaza Persistente Área de amenaza circunscrita Sin límites claros Amenaza inminente Amenaza raramente inminente Cualidad de una emergencia Vigilancia mantenida Sensaciones corporales Sensaciones corporales de emergencia de vigilancia Motivo de evitación/escape Estado de activación no dirigido (dirigido a la acción) a la acción Nota: Tomado de Sandín (1999a, p. 20).

Recientemente, nuestro grupo de investigación ha aportado datos a favor de la distinción entre el miedo, la ansiedad y la depresión en una muestra amplia de niños y adolescentes (Valiente, Sandín y Chorot, 2002a). En dicho estudio observamos que la varianza común entre la intensidad de miedo y el rasgo de ansiedad oscilaba entre el 0,09% y el 29%, lo cual denota que se trata de dos constructos claramente diferentes. Los resultados obtenidos en este trabajo indicaban, así mismo, la existencia de correlaciones moderadas entre el miedo y la ansiedad y/o la afectividad negativa, y correlaciones bajas entre el miedo y la depresión. Tales datos, aparte de significar una clara evidencia a favor de la distinción entre el miedo y la ansiedad en la infancia y la adolescencia, fueron también interpretados por nosotros en términos del modelo tripartito de la ansiedad y la depresión (véase Sandín, 1997), y en línea con la modificación al mismo que supone la separación

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entre el miedo y la ansiedad (Muris, Schmidt, Merckelbach, y Schouten, 2001; Valiente, Sandín y Chorot, 2002b). Aparte de otras posibles distinciones que podrían establecerse entre los conceptos de miedo y ansiedad, a modo de resumen presentamos en las Tablas 1 y 2 una síntesis de algunos de los aspectos más relevantes que se han venido señalando, tanto en lo que concierne a los factores comunes a la ansiedad y el miedo (Tabla 1), como en lo que concierne a las características distintivas de dichos constructos (Tabla 2). Por tanto, entenderemos el miedo como un fenómeno que, aunque se asemeja a la ansiedad en ciertos aspectos, difiere de esta en múltiples facetas. II. DIFERENCIACIÓN ENTRE EL MIEDO Y LA FOBIA Los conceptos de miedo y fobia suelen emplearse con cierta frecuencia en la literatura científica para significar un mismo fenómeno, si bien existen algunos aspectos que nos conducen a la necesidad de establecer cierta distinción entre ambos. Es también obligado, por consiguiente, que inicialmente refiramos algunas de las características que se han señalado para diferenciar los miedos de las fobias, si bien asumiendo que se trata de conceptos extremadamente cercanos y difíciles —si no imposibles— de separar en muchas condiciones. La diferencia entre el miedo y la fobia es esencialmente de tipo cuantitativo (Taylor, 1998). El miedo puede consistir en una respuesta normal, razonable y apropiada ante un peligro potencial. La fobia, en cambio, puede definirse como un miedo extremo, y por tanto implica una consideración clínica del miedo (Sandín, 1999a). Una caracterización más precisa de las fobias, asumida internacionalmente, es la ya clásica conceptuación establecida por Marks (1969). Según ha señalado este autor, las fobias son miedos que reúnen las siguientes características: 1. Son miedos intensos y desproporcionados con respecto al peligro real de la situación; durante edades no infantiles la persona suele ser consciente de que el miedo es excesivo.

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Por ejemplo, una reacción de terror a viajar en avión, en un vuelo normal, es una respuesta desproporcionada. 2. Las reacciones de miedo son irracionales (no pueden ser explicadas ni razonadas). Los argumentos lógicos suelen ser irrelevantes (p.ej., el hecho de explicar al individuo el carácter inocuo de la situación no suele ser efectivo para reducir el miedo). En edades no infantiles, la persona suele ser consciente de que las respuestas de miedo son irracionales. 3. Las respuestas de miedo no pueden ser controladas voluntariamente. Los esfuerzos de la persona para vencer el miedo suelen ser inefectivos. 4. El miedo conduce a la evitación de la situación temida. Esta es una característica típica de las fobias. La persona evita la situación amenazante o escapa si inesperadamente se encuentra ante ella. En ocasiones se tolera la situación pero experimentando un elevado nivel de miedo y malestar. Un aspecto importante que debemos resaltar es que, si bien la conceptuación establecida por Marks (1969) delimita muy bien las propiedades esenciales de las fobias, no tiene en consideración la posibilidad de que las reacciones de miedo pueden formar parte del desarrollo normal del individuo, ya que los miedos que son transitorios y están vinculados a la edad no deberían ser considerados como fobias (King, Hamilton y Ollendick, 1994; Sandín, 1997). Estos autores sugieren considerar como preferente la definición de Miller, Barrett y Hampe (1974), ya que resulta más apropiada cuando se trata de las fobias que se dan en la infancia y la adolescencia. Un análisis riguroso en el que se detallan estas y otras características en relación con la distinción entre la ansiedad, el miedo y la fobia ha sido presentado por Pelechano (1984). De acuerdo con Miller et al. (1974), una fobia es una forma especial de miedo que implica las siguientes condiciones: 1. No guarda proporción con el peligro real de la situación. 2. No puede ser explicado ni razonado.

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3. 4. 5. 6. 7.

Está fuera del control voluntario. Lleva a evitar la situación temida. Persiste más allá de un periodo prolongado de tiempo. El miedo es desadaptativo. No se asocia a una edad o etapa específica del desarrollo.

Como puede apreciarse, las cuatro primeras características coinciden con las propuestas por Marks (1969). No obstante, la caracterización de Miller et al. (1974), al poner énfasis en la naturaleza transitoria de los miedos y en su curso evolutivo, se convierte probablemente en la definición más aceptada de la fobia dentro del ámbito de la infancia y adolescencia (King et al., 1994; Sandín, 1997). En su revisión sobre la conceptuación de las fobias infantiles, King y colaboradores destacan como características relevantes la magnitud o intensidad, el efecto desadaptativo y la duración. Se ha sugerido, en este sentido, que las fobias son aquellos miedos que tienen una duración mínima de dos años o una intensidad que perturba la actividad cotidiana del niño. Puesto que el criterio de los dos años no tiene en cuenta la intensidad de malestar experimentado por el niño durante dicho periodo, estos autores indican que tal vez el criterio más significativo para definir un miedo como fobia vendría dado por el malestar personal (sufrimiento) y la interferencia en la vida cotidiana del niño o adolescente. Aparte de estas consideraciones conceptuales, una interpretación clínica de las fobias, basada por ejemplo en los criterios de diagnóstico que se establecen en el DSM-IV (APA, 1994), supone la asunción de los siguientes 7 criterios: (a) miedo excesivo o irracional persistente, (b) respuesta asociada inmediata de miedo tras la exposición al estímulo fóbico (puede consistir en una reacción de pánico), (c) conciencia subjetiva de que el miedo es excesivo o irracional (excepto en los niños), (d) conducta de evitación o tolerancia con sufrimiento, (e) nivel significativo de interferencia o malestar, (f) duración de los síntomas no menor de 6 meses (excepto en menores de 18 años), y (g) las respuestas de miedo no deben explicarse mejor por otros trastornos psicológicos.

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III. COMENTARIO Asumimos, por tanto, que los conceptos de ansiedad y miedo poseen muchos aspectos comunes, aunque también aspectos claramente diferenciales. Es cierto que con frecuencia se emplea de forma genérica el término de ansiedad para referirse a diferentes manifestaciones emocionales, entre las que se incluye el miedo. Sin embargo, salvo que se especifique otra alternativa, en lo que sigue, nos referiremos al miedo como algo diferente de la ansiedad y, en general, según los términos que hemos señalado en el presente capítulo. Por otra parte, entenderemos los miedos como entidades no clínicas (i.e., no coinciden con las fobias), es decir, como condiciones que pueden ser consideradas como relativamente normales, integradas en el desarrollo, y que desempeñan un valor adaptativo y de supervivencia. Estos miedos, no obstante, si son intensos y se prolongan más allá de los límites que impone el proceso evolutivo, pueden llegar a ser desadaptativos para el individuo. Puesto que, como hemos indicado arriba, los miedos difieren de las fobias básicamente en términos cuantitativos, en ocasiones será obligado hacer alusión a las mismas con objeto de ubicar más adecuadamente el significado psicopatológico de algunas características de los propios miedos.

2 NATURALEZA EVOLUTIVA DE LOS MIEDOS

Como ha subrayado Sandín (1997, pp. 25-35), el miedo posee una naturaleza evolutiva por excelencia, tanto desde el punto de vista filogenético como ontogenético. La cualidad filogenética de los miedos viene dada por el hecho de existir una predisposición en la especie humana para reaccionar con miedo ante determinados tipos de estímulos, estímulos estos que poseen un significado biológico-adaptativo de supervivencia. Aunque se han referido otros puntos de vista alternativos, tales como la orientación no asociativa (i.e., basada en el carácter hereditario de los miedos; p.ej., Menzies y Clark, 1995a), la perspectiva que mejor describe las propiedades filogenéticas de los miedos es la teoría de la preparación. Por lo que respecta a la cualidad ontogenética de los miedos, nos referimos a que los miedos podrían ser considerados como fenómenos adaptativos del desarrollo del individuo, con la función de promover la supervivencia. Tanto el nivel general de miedos como el contenido de los mismos parecen modificarse a medida que se pasa de la edad infantil a la adolescencia. En este capítulo veremos, por tanto, algunos aspectos relacionados con las propiedades filogenéticas y ontogenéticas de los miedos. I.

ASPECTOS FILOGENÉTICOS DE LOS MIEDOS

El significado filogenético de los miedos viene dado por su carácter selectivo, es decir, por el hecho de que no todos los estímulos poseen la misma potencialidad de convertirse en estímulos evocadores de miedo. Este fenómeno ha sido explicado en términos del constructo de «preparación» (preparedness) (Seligman,

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1971; Öhman, 1987), según el cual el ser humano está filogenéticamente preparado para asociar respuestas de miedo a determinados estímulos (i.e., «estímulos preparados» o estímulos potencialmente fóbicos). Estos estímulos o situaciones (p.ej., las arañas, las serpientes, las alturas, las aguas profundas, etc.) suelen implicar peligros o amenazas para la supervivencia del ser humano y, por tanto, su asociación a las respuestas de miedo ha adquirido un especial valor adaptativo. Una propiedad inherente a los miedos y las fobias es que no se distribuyen aleatoriamente, sino que unos (p.ej., el miedo a las serpientes, el miedo a las alturas, o el miedo a no poder respirar) son mucho más prevalentes que otros (p.ej., el miedo a hablar por teléfono, el miedo a la electricidad, o el miedo a cortarse el pelo) (Costello, 1982; Ollendick, King y Frary, 1989; Sandín y Chorot, 1998). Esta característica de no aleatoriedad (i.e., selectividad), propia de los miedos y las fobias, es explicada por la teoría de la preparación en términos de (a) una tendencia basada genéticamente para temer los peligros «arcaicos» (i.e., estímulos preparados) que interactúa con (b) un proceso de aprendizaje. Dicho en otros términos, como resultado de un proceso evolutivo, los seres humanos pueden aprender con facilidad respuestas de miedo ante dichos estímulos, siendo tales respuestas altamente resistentes a la extinción. Esta teoría, por tanto, no explica el miedo como algo innato, sino como algo que se adquiere fácilmente y se extingue con dificultad. Lo innato es la tendencia a establecer tales procesos de aprendizaje ante los estímulos «preparados» de miedo. Öhman (1986, 1987) ha desarrollado y ampliado la teoría de la preparación postulada inicialmente por Seligman (1971), proponiendo una versión más detallada de esta. Específicamente, Öhman estableció dos sistemas del miedo basados evolutivamente: (a) el sistema de defensa ante depredadores, que moviliza el miedo ante estímulos de animales que suponen un peligro para la supervivencia del ser humano (p.ej., serpientes, arañas, leones, lobos, etc.), y (b) el sistema de sumisión social, que moviliza el miedo ante la presencia (p.ej., expresión facial) de otros seres humanos. Estos sistemas difieren entre sí en sus funciones adaptativas, los meca-

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nismos de activación del miedo, los patrones de desarrollo, y los tipos de fobias asociadas. Así, mientras que el sistema de defensa ante depredadores tiene la función de poner en marcha las estrategias defensivas contra los depredadores, el sistema de sumisión social nos ayuda a establecer los patrones de jerarquía social. Similarmente, el sistema de defensa ante depredadores es activado cuando coinciden las características de ser depredador con el condicionamiento aversivo (i.e., presencia de un estímulo incondicionado), mientras que el sistema de sumisión social se activa cuando los estímulos sociales (p.ej., expresiones faciales de ira o amenaza) se dan junto a estímulos incondicionados aversivos. El sistema de defensa ante depredadores es necesario incluso en las edades tempranas del desarrollo (p.ej., si un niño se aleja de sus padres) y, como tal, aparece tempranamente. En cambio, el sistema de sumisión social tiene una aparición más tardía, pues sólo se hace necesario a partir de la adolescencia, i.e., cuando se establecen las jerarquías sociales. Finalmente, ambos sistemas se relacionan diferencialmente con los tipos de miedos: el sistema de defensa ante depredadores se asocia a la aparición de miedos y fobias a los animales, y el sistema de sumisión social se asocia a los miedos sociales. Merece la pena resaltar que la existencia de estos dos sistemas filogenéticos podría explicar la aparición diferencial de ambos tipos de miedos y fobias, esto es, el hecho de que los miedos a los animales presenten una aparición ontogenética más temprana que los miedos de tipo social (véase Merckelbach y De Jong, 1997; Sandín, 1995, 1997). Aparte de explicar el carácter no arbitrario y la distribución no aleatoria de los miedos y las fobias, o las diferencias entre los tipos de miedos, el concepto de preparación explica otros fenómenos de interés psicopatológico, tales como que los miedos/fobias puedan ser irracionales y resistentes a los argumentos lógicos, o que puedan aprenderse respuestas de miedo de forma no consciente (Öhman, 1987; LeDoux, 1996). Se han publicado excelentes análisis modernos en los que se describe la teoría de la preparación y la contrastación empírica, así como su significado e implicaciones psicopatológicas (p.ej., McNally, 1987; Merckelbach y De Jong,

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1997; Öhman, 1979, 1986, 1987, 1993; Sandín, 1995). Dado que un análisis más pormenorizado sobre esta cuestión sobrepasaría los objetivos del presente capítulo, remitimos al lector que desee una explicación más extensa y detallada a las mencionadas referencias. Recientemente Öhman y Mineka (2001) han llevado a cabo una interesante reelaboración de la teoría de la preparación, centrada en el concepto de «módulo del miedo desarrollado evolutivamente» (evolutionary evolved fear module). Desde el punto de vista evolutivo, es más probable que la conducta esté organizada en módulos relativamente independientes que en mecanismos más generales. Del mismo modo que el cuerpo se compone de órganos independientes que sirven a la supervivencia y la procreación, los sistemas conductuales y mentales pueden ser entendidos como órganos o módulos independientes. Como resultado de la selección natural, tales módulos han sido configurados para solucionar problemas adaptativos específicos que aparecían con frecuencia en los escenarios evolutivos. Partiendo de este concepto evolutivo central basado en Tooby y Cosmides (1990), Öhman y Mineka (2001) han postulado una teoría moderna de la preparación de los miedos y las fobias basada en el concepto de módulo de miedo y en cuatro características vinculadas a dicho módulo, i.e., selectividad, automaticidad, encapsulación y estructura neural. Brevemente, estas cuatro características son conceptuadas por Öhman y Mineka (2001) como sigue: 1. Selectividad. El módulo del miedo es activado preferentemente por estímulos específicos relevantes al miedo, particularmente por aquellos que parecen poseer un origen evolutivo. Dicho módulo es activado predominantemente en los contextos aversivos por estímulos recurrentes relacionados con amenazas a la supervivencia durante la evolución de los mamíferos, estímulos que los animales fácilmente aprendieron como señales de peligro. Por tanto, los estímulos relevantes al miedo participan fácilmente en asociaciones selectivas con sucesos aversivos (tal y como

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se ha evidenciado a partir de la extensa investigación con humanos y primates). Los estímulos evolutivamente relevantes al miedo con frecuencia se convierten en objeto de las fobias humanas y, por tanto, nos ayudan a explicar la selectividad de las fobias con respecto a los objetos o situaciones que ellos evocan. 2. Automaticidad. En los seres humanos, el módulo del miedo es activado automáticamente por los estímulos relevantes al miedo, no siendo necesario que se produzca un acceso consciente de los estímulos antes de que la respuesta sea evocada. Esta característica ha sido demostrada a partir de estudios basados en técnicas de enmascaramiento (el sujeto no puede percibir conscientemente el contenido del estímulo). Mediante este tipo de estudios se ha demostrado, no sólo que los sujetos miedosos o condicionados experimentalmente muestran respuestas de miedo a los estímulos relevantes al miedo enmascarados, sino también que el miedo puede ser condicionado a estímulos evolutivamente relevantes al miedo incluso si estos se presentaban de forma enmascarada (i.e., fuera del reconocimiento consciente de los mismos). 3. Encapsulación. El módulo del miedo está encapsulado, en el sentido de que resulta impenetrable al control cognitivo consciente. Si el módulo es activado por un estímulo de miedo efectivo, el miedo resultante sigue su curso y resulta muy difícil de controlar por medios cognitivos. Por ejemplo, una vez que el miedo de un fóbico a las serpientes es activado, dicho miedo no puede ser anulado por el hecho de darse cuenta de que la serpiente en realidad es inocua. 4. Estructura neural. El módulo del miedo refleja la operación de un circuito neural dedicado a la evocación y condicionamiento del miedo localizado en la amígdala. La amígdala recibe información (input) más o menos procesada desde diversas áreas del cerebro, incluidos el hipotálamo y la corteza cerebral, y controla la expresión (output) emocional a través del hipotálamo y los núcleos del tronco cerebral. Las

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características del circuito neural han sido suficientemente mapeadas en relación con las características del módulo de miedo. Las diferencias entre el condicionamiento aversivo a los estímulos irrelevantes o relevantes al miedo estriban en que típicamente sólo el último accede al módulo de miedo. Se asume que los estímulos evolutivamente relevantes al miedo son suficientes para activar el módulo de miedo si la situación representa, al menos, un nivel medio de aversividad. Por tanto, las respuestas condicionadas resultantes de los estímulos condicionados relevantes al miedo muestran típicamente las características del módulo de miedo (selectividad, automaticidad y encapsulación), mientras que las respuestas condicionadas a estímulos irrelevantes al miedo se relacionan más estrechamente con las expectativas de los sujetos sobre la situación. El concepto de «módulo del miedo» desarrollado por Öhman y Mineka (2001), no sólo mejora y amplía el concepto sobre la teoría de la preparación de los miedos y las fobias que hasta ahora teníamos, sino que también permite integrar diversos resultados sobre el miedo obtenidos a partir de diversas fuentes (aprendizaje animal, condicionamiento con seres humanos, estudios clínicos, etc.). Más aún, dicho concepto puede ser de gran utilidad futura ya que constituye una estructura heurística de gran valor para la investigación del miedo, así como también para articular la investigación psicológica y neurológica que mejore nuestro conocimiento sobre el miedo y la ansiedad. Como extensión de la teoría de la preparación, Matchett y Davey (1991) desarrollaron el concepto de sistema de evitación de la enfermedad para referirse a las reacciones de miedo asociadas al asco (repugnancia) y a la contaminación. Este sistema, también de naturaleza adaptativa y filogenética, explicaría el miedo a ciertos tipos de animales que podrían calificarse como «asquerosos» y transmisores de suciedad, tales como las arañas, los gusanos, las serpientes, las ratas, etc., pero no el miedo a los animales estrictamente depredadores (p.ej., lobos, leones, tigres,

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osos, etc.). El modelo de evitación de la enfermedad fue sugerido por estos autores como alternativa al modelo de defensa ante depredadores, ya que este último no parecía relevante para explicar el origen de los miedos a estos tipos de animales (Davey, 1994; Matchett y Davey, 1991). De acuerdo con la hipótesis de la evitación de la enfermedad, ciertos animales (p.ej., las arañas, las ratas, las cucarachas) están asociados a la propagación de las enfermedades, a la suciedad y a la contaminación. Por tanto, la aversión a estos animales se relaciona más con el asco que con el miedo a ser atacado. Un concepto importante que ha sido incorporado al modelo de evitación de la enfermedad es el de sensibilidad al asco. El asco es una emoción básica que ha sido definida como «repugnancia ante la probable incorporación (oral) de algún objeto repelente. Los objetos repelentes son contaminantes; esto es, si tienen contacto, aunque breve, con alimentos aceptables, hacen que la comida se convierta en inaceptable» (Rozin y Fallon, 1987; Sandín, 1997, pp. 136-137). En varios estudios se ha constatado que la sensibilidad al asco correlaciona con los miedos a los animales que podrían calificarse como asquerosos o repugnantes pero que no son peligrosos físicamente, tales como las arañas, los gusanos, las ratas, las cucarachas, etc.; en cambio, no correlaciona con los miedos a los animales típicamente depredadores (p.ej., los tigres, los leones, los lobos, los osos, etc.) (Davey, 1994; Matchett y Davey, 1991). La sensibilidad al asco también se ha asociado positivamente a los miedos del tipo sangre-inyecciones-daño (Sandín, 1997). La sensibilidad al asco ha sido sugerida como concepto filogenético útil para explicar algunos aspectos relativos a la adquisición y mantenimiento de ciertos tipos de miedos y fobias. Aunque la mayor parte de la investigación se ha llevado a cabo con miedos no clínicos, recientemente se han publicado algunos estudios que sugieren la existencia de elevados niveles de sensibilidad al asco en pacientes con fobias relevantes, tales como la fobia a las arañas (Mulkens, De Jong y Merckelbach, 1996; Tolin, Lohr, Sawchuk y Lee, 1997) y la fobia a la sangre-inyeccionesdaño (Tolin et al., 1997).

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II. DESARROLLO DE LOS MIEDOS Vimos en el apartado anterior que las respuestas de miedo parecen estar preparadas filogenéticamente por su valor adaptativo y de supervivencia (p.ej., escapar a tiempo de un animal depredador puede significar salvar la vida). Desde el punto de vista ontogenético, las respuestas de miedo a ciertas edades del desarrollo pueden igualmente promover la supervivencia del individuo (p.ej., tener miedo a las alturas puede salvar la vida a un niño que hace poco tiempo ha comenzado a caminar). En los últimos años se han publicado importantes trabajos que ponen de relieve el interés de considerar el aspecto evolutivo ontogenético del miedo, tanto por su propio carácter adaptativo, como por sus implicaciones psicopatológicas y clínicas (p.ej., Gullone, 2000; Gullone y King, 1997; Méndez, 1999; Sandín, 1997). En lo que sigue, analizaremos las diferencias en los contenidos de los miedos según la edad y el sexo (en el Capítulo 5 comentamos las diferencias en frecuencia e intensidad de los miedos).

A. Diferencias en el contenido de los miedos según la edad Partiendo de diferentes tipos de fuentes metodológicas (entrevistas, cuestionarios de autoinforme, estimaciones de los padres, registros retrospectivos, etc.), existe actualmente importante evidencia sobre los patrones de evolución de los miedos durante los períodos de desarrollo infantojuveniles (Bauer, 1976; Echeburúa, 1993a; Gullone, 2000; Gullone y King, 1997; Hall, 1897; Jersild y Holmes, 1935; King et al., 1994; Marks, 1991; Méndez, 1999; Pelechano, 1981, 1984; Poulton et al., 1997; Sandín, 1996, 1997; Wenar, 1994). Siguiendo la reciente revisión efectuada por Sandín (1997, pp. 25-35), a continuación indicamos los miedos más comunes en los niños y adolescentes según las diferentes fases del desarrollo (Tabla 3). Como se indica en la Tabla 3, las diferentes fases evolutivas del niño/adolescente se asocian de manera más o menos específica a

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formas características de miedo que, por su contenido, parecen reflejar un proceso continuo de maduración cognitiva a medida que avanzan las etapas del desarrollo. Los miedos vinculados a cada fase del desarrollo pueden considerarse, por tanto, como «miedos evolutivos», que pueden resultar normales (no suelen ser muy intensos), específicos de cada etapa, y por tanto transitorios (Sandín, 1997). Durante el primer año (bebé), los niños comienzan a temer los estímulos de su medio inmediato, tales como los sonidos fuertes o la pérdida de apoyo. A medida que avanza el año, se va produciendo un incremento del miedo hacia las personas extrañas, los objetos extraños y la separación. En contraste con los miedos que aparecen durante los primeros meses, estos miedos requieren un cierto grado de madurez cognitiva, como por ejemplo la capacidad para recordar y distinguir lo familiar de lo extraño. Con el inicio de la niñez (1-2½ años) se observa que aún siguen siendo importantes los miedos típicos de la primera etapa, esto es, los miedos asociados a la separación y a los extraños. Surgen, por otra parte, nuevos miedos relacionados con peligros como ciertos animales (pequeños animales) y algunos fenómenos naturales (tormentas, etc.). Estos miedos se mantendrán durante la fase de preescolar. En la etapa de preescolar (2½-6 años) se producen importantes cambios. Durante el primer año, las fuentes de miedo proceden de cosas que ocurren en un ambiente inmediato al niño (ruidos, extraños, etc.). En la fase siguiente, el desarrollo cognitivo permite incrementar el rango de estímulos generadores de miedo, si bien estos aún mantienen una presencia bastante inmediata (tormentas, algunos animales, etc.). Durante la edad preescolar, sin embargo, el desarrollo cognitivo se ha incrementado y el niño es ya capaz de experimentar miedo ante estímulos imaginarios globales, tales como la oscuridad, los fantasmas y los monstruos. La mayoría de los miedos a los animales se desarrollan durante este periodo. El miedo a estar solo/a, que es característico durante esta etapa, puede constituir un proceso evolutivo a partir del miedo a la separación de los padres.

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Durante la niñez media (6-11 años), merced a un progresivo desarrollo cognitivo, los niños pueden diferenciar las representaciones internas de la realidad objetiva, lo cual propicia que los miedos sean ahora más realistas y específicos, desvaneciéndose los temores a los seres imaginarios. Tal vez los miedos más representativos de esta etapa sean los temores relacionados con el daño físico (accidentes de tráfico, quemaduras, etc.), la muerte (miedo a la propia muerte o a la de un familiar) y los miedos médicos (heridas, sangre, inyecciones, etc.). Algunos miedos novedosos, como el temor al SIDA y el miedo a la separación o divorcio de los padres, pueden ocurrir durante esta etapa y denotan cambios en las circunstancias del entorno social que rodea al niño; de hecho, algunos autores han referido que estos temores se encuentran entre los más frecuentes tanto en estas edades como durante la preadolescencia y adolescencia (Gullone y King, 1993). Sin embargo, como señalan estos autores, los niños perciben el SIDA como un fenómeno sobrenatural que causa la muerte, mientras que los adolescentes pueden entender el verdadero significado de la enfermedad. Por lo demás, merece la pena resaltar que durante la niñez media adquieren gran relieve los temores a la crítica y al fracaso, y los miedos asociados al ámbito escolar. La preadolescencia (11-13 años) se asocia a una reducción general de los miedos de tipo animal y a un incremento de los miedos relativos a la crítica y el fracaso (una tendencia que ya se observa al final de la fase anterior). Por otra parte, al suponer el inicio de cambios evolutivos drásticos en la propia imagen (por desarrollo tanto psicológico como corporal), así como también cambios de tipo social e interpersonal, tienen particular relevancia los temores relativos a la autoimagen (p.ej., al aspecto físico), sociales (p.ej., miedo a no tener amigos), económicos y políticos. Los temores vinculados al mundo académico (p.ej., fracasar en un examen, exponer una lección en clase, etc.) son igualmente frecuentes en esta etapa. Durante la adolescencia (13-18 años) se mantienen los miedos que dominan la preadolescencia, aunque adquieren especial relieve algunos temores más característicos como los relacionados con el

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TABLA 3 Miedos más comunes en los niños y adolescentes según las diferentes fases del desarrollo Etapa evolutiva

Miedos más comunes

Observaciones

PRIMER AÑO (BEBÉ) (0-12 meses)

Pérdida de apoyo Sonidos fuertes Las alturas Personas/objetos extraños Separación Objetos amenazadores (que aparecen súbitamente)

El miedo a los extraños puede persistir como timidez; suele sumarse al miedo de separación. Ambos tipos de miedo se han observado en niños ciegos

INICIO NIÑEZ (1-2½ años)

Separación padres Extraños Tormentas, mar Pequeños animales Insectos

El miedo a la separación de los padres se intensifica hacia los 2 años. En esta fase aparece el miedo a compañeros extraños

PREESCOLAR (2½-6 años)

Oscuridad Animales en general Quedarse solo/a Fantasmas, monstruos

Predominan los miedos a los seres imaginarios (fantasmas, monstruos, etc.). Aparecen los miedos a los animales salvajes

NIÑEZ MEDIA (6-11 años)

Sucesos sobrenaturales Heridas corporales Daño físico Salud, muerte Escolares

Adquieren relevancia los miedos tipo sangreinyecciones-daño, y los miedos relacionados con el colegio (rendimiento académico, compañeros, aspectos sociales)

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TABLA 3 (Cont.) Etapa evolutiva

Miedos más comunes

PREADOLESCENCIA Escolares (11-13 años) Sociales Económicos Políticos Autoimagen

ADOLESCENCIA (13-18 años)

Sexuales Autoidentidad Rendimiento personal Sociales Académicos Políticos Económicos

Observaciones Se mantienen e incrementan los miedos sociales y escolares. Se inician los miedos sobre temas económicos y políticos. Aparecen los miedos relacionados con el autoconcepto (autoestima, imagen personal) Continúan los tipos de miedos característicos de la preadolescencia y adquieren preponde-rancia los relacionados con el rendimiento personal, la autoidentidad y las relaciones interpersonales (con amigos, personas del sexo opuesto)

Nota: Tomado de Sandín (1999a, p. 29).

sexo, las relaciones interpersonales, el rendimiento personal (p.ej., miedo al fracaso académico y/o social, popularidad), la crítica y la evaluación social. Durante la adolescencia se observa una clara tendencia hacia los miedos que se dan en las personas adultas, como son los miedos que conciernen a las relaciones interpersonales con amigos y familiares. Investigaciones recientes basadas en la aplicación de cuestionarios de autoinforme sugieren, sin embargo, que los miedos relacionados con el daño, el peligro físico y la muerte se mantienen como temores preponderantes durante los períodos de la niñez

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media, la infancia y la adolescencia (Gullone y King, 1993, 1997; Ollendick, 1983; Ollendick et al., 1989; Sandín, Chorot, Valiente y Santed, 1998) (véase el Capítulo 5).

B. Diferencias en el contenido de los miedos según el sexo En términos generales puede afirmarse que, tanto en niños como en adolescentes, sistemáticamente el sexo femenino se asocia a mayores niveles de miedos que el sexo masculino (p.ej., Gullone, 2000; Gullone y King, 1993, 1997; King et al., 1994; Ollendick et al., 1989; Sandín, 1997; Sandín et al., 1998). No obstante, una cuestión de interés concierne a la posibilidad de que existan diferencias debidas al sexo en cuanto al contenido de los miedos. Así como las diferencias en el contenido de los miedos han sido muy estudiadas en función de la edad, estas lo han sido mucho menos en relación con las diferencias de sexo. Algunas de las diferencias de contenido que han sido referidas indican que las chicas tienden a exhibir más miedo a la oscuridad, a los lugares extraños, a los sonidos, a los objetos o personas extraños, a ser secuestradas, al robo o al asesinato, a las serpientes, a la suciedad, y a los animales. En contraste, los chicos suelen manifestar más miedo al peligro, al daño corporal, al colegio, al fracaso, a las pesadillas, y a los seres imaginarios (Gullone, 2000). Si bien resulta factible asumir estas conclusiones a modo general, debe tenerse en cuenta que, según diversos estudios recientes basados en cuestionarios de autoinforme, las chicas suelen obtener puntuaciones más elevadas que los chicos en la mayoría, si no en todas, las categorías de miedos (véase el Capítulo 5). En uno de estos estudios, Gullone y King (1993) constataron que los miedos que mejor discriminaban entre los chicos y las chicas eran los relativos a las ratas, las arañas, las serpientes, los ratones, las casas de aspecto misterioso, estar solo, y tener malos sueños. En nuestro reciente trabajo (Sandín et al., 1998) encontramos que los miedos que mejor diferenciaban a los niños de las niñas eran los relacionados con la dimensión de pequeños animales y daños menores, dimensión que incluye miedos a animales

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como los escarabajos, las lagartijas, los murciélagos, las ratas y ratones, las arañas y las serpientes, entre otros. Como puede apreciarse, los resultados de este estudio son semejantes a los referidos por Gullone y King (1993).

C. Estabilidad de los miedos durante la infancia y la adolescencia Si los miedos tienen un significado evolutivo y aparecen en las diferentes fases del desarrollo en función de este significado, parece lógico suponer que los miedos deberían ser fenómenos transitorios, i.e., deberían presentar un patrón decreciente a medida que avanza el propio desarrollo del individuo (al menos ciertos temores pertenecientes a fases anteriores deberían desvanecerse al pasar el individuo a nuevas etapas evolutivas). En términos generales, la mayoría de las investigaciones longitudinales tienden a indicar que los miedos presentan un patrón descendente paralelo al incremento de la edad, sobre todo a partir de la niñez media (Cummings, 1946; Gullone, 2000; Gullone y King, 1997; Jersild y Holmes, 1935; Poulton et al., 1997; Spence y McCathie, 1993; Sandín, 1997). No obstante, aunque el desvanecimiento de los miedos parece ser un fenómeno común, no suele ser general para todos los tipos de miedos. Varias publicaciones clásicas han referido descensos significativos en los niveles de miedos, siendo mayor el declive en los niños más jóvenes (Cummings, 1946; Draper y James, 1985; Jersild y Holmes, 1935). Estudios más recientes (p.ej., Dong, Xia, Lin, Yang y Ollendick, 1995; Gullone y King, 1997) han constatado, sin embargo, que, aunque se evidencia una tendencia general de descenso de los niveles de miedo con el aumento de la edad —caída que parece mantenerse hasta la época de la preadolescencia o adolescencia, momento a partir del cual los miedos parecen estabilizarse—, algunos miedos no sólo no disminuyen sino que suelen aumentar. Estos son los miedos de tipo médico (p.ej., temores relacionados con visitar al médico, ir al hospital, recibir una inyección), de estrés psíquico (p.ej., temores relativos a hablar en clase, no tener amigos, perder los

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amigos, el fracaso, las críticas), y los relacionados con el peligro y la muerte. III. CONCLUSIONES GENERALES En el presente capítulo hemos puesto de relieve que los miedos poseen un componente evolutivo inseparable de su naturaleza. Por una parte, los miedos están enraizados con la filogenia de la especie humana, poseyendo como tales un valor adaptativo y de supervivencia. El aspecto filogenético de los miedos indica que el individuo hereda, en cuanto ser humano, la capacidad para aprender fácilmente respuestas de miedo a ciertos objetos o situaciones («estímulos preparados» filogenéticamente). La teoría que mejor explica la naturaleza filogenética de los miedos y las fobias es la «teoría de la preparación», la cual incluye el sistema de defensa ante depredadores y el sistema de sumisión social. Posteriormente, y como extensión de esta teoría, se ha añadido el sistema de evitación de la enfermedad. La teoría de la preparación, en su revisión actual basada en el concepto de «módulo del miedo», explica el origen filogenético de los miedos, la naturaleza no aleatoria de estos, así como su carácter irracional y automático, su resistencia a la extinción y la fácil adquisición, incluso de modo no consciente, y su vinculación con un circuito neural específico gobernado por la amígdala. El aspecto ontogenético de los miedos indica que estos desempeñan un papel adaptativo y de supervivencia durante las etapas de desarrollo del individuo. Por consiguiente, el contenido de los miedos debería variar a medida que el individuo avanza en sus etapas evolutivas desde la fase de bebé hasta la adolescencia. El análisis que hemos presentado indica que, durante las primeras etapas del desarrollo, el niño generalmente tiene miedo a los estímulos de su entorno inmediato o a los estímulos de naturaleza concreta. Con el paso de la edad, los miedos se hacen más anticipatorios, más abstractos y más imaginarios. Posteriormente sobrevienen otros tipos de miedos más realistas (miedos al daño físico, a la muerte, etc.). Durante la preadolescencia y adolescencia predo-

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minan los miedos de estrés psíquico, sobre todo los de tipo interpersonal. Al margen de la etapa evolutiva y del tipo de miedo de que se trate, la evidencia empírica tiende a indicar que existen diferencias de sexo importantes, en el sentido siguiente: las niñas y las chicas suelen exhibir siempre más miedo que los niños y los chicos. No obstante, parece que existen algunos tipos de miedos que diferencian entre ambos sexos de forma más significativa que otros, en concreto, los miedos relacionados con los pequeños animales y daños menores (p.ej., miedos relativos a animales como las ratas, lagartijas, arañas, serpientes, etc.). Finalmente, hemos visto que, como tendencia general, los estudios longitudinales indican que los miedos infantiles suelen ser transitorios, observándose un desvanecimiento de estos en paralelo al incremento de la edad y la maduración. Este decremento de los temores tiende a ser más marcado antes de la preadolescencia. A partir de los 11 años los miedos parecen estancarse, sobre todo los relacionados con el peligro y la muerte. Los miedos asociados a las situaciones médicas (miedo a los hospitales, miedo a la sangre) y al estrés psíquico (p.ej., miedo a hablar en clase, miedo al fracaso, etc.), no sólo no disminuyen, sino que tienden a incrementarse con la edad.

3 ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS

Antes de analizar las características estructurales de los miedos relativos a la infancia y la adolescencia, parece necesario comentar, aunque sólo sea brevemente, las dimensiones que han sido sugeridas para los miedos que exhiben las personas adultas. El estudio de la estructura de los miedos constituye en sí mismo un objetivo de primer orden y de gran trascendencia para la psicopatología de los miedos, puesto que la categorización es un paso necesario y obligado en el avance del conocimiento de toda ciencia. Además, el hecho de conocer las posibles dimensiones de los miedos, no sólo posee un significado descriptivo y etiológico en la psicopatología de los miedos y las fobias, sino que también puede tener claras implicaciones clínicas (p.ej., para el diagnóstico y tratamiento). Supone, así mismo, un paso necesario para el estudio de la validez de los tipos de fobias descritos actualmente por el Diagnostic and statistical manual of mental disorders (i.e., DSM-IV; APA, 1994), sin duda, el sistema de diagnóstico clínico de los trastornos psicológicos más utilizado. Puesto que los miedos poseen propiedades evolutivas filogenéticas y ontogenéticas, estos no se producen al azar sino que se asocian a determinados grupos de estímulos. Estos estímulos, preparados filogenéticamente, parecen poseer significados especiales para el desarrollo individual, lo cual significa que unos grupos de miedos son más preponderantes en unas edades que en otras. Estas características evolutivas vienen a indicar que los miedos deberían agruparse en categorías diferenciales, es decir, según sus significados filogenéticos y ontogenéticos. Aunque los estudios sobre las dimensiones de los miedos son antiguos, sólo recientemente disponemos de evidencia que proporciona información bastante consistente a este respecto. En nuestra exposición seguiremos muy de cerca el

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análisis reciente sobre la estructura de los miedos y las fobias llevado a cabo por Sandín y Valiente (1999, pp. 26-29) y Sandín (1999b, pp. 48-53). I. APORTACIONES PRELIMINARES SOBRE LA ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS La investigación sobre la estructura de los miedos, basada en la aplicación de técnicas estadísticas de análisis factorial sobre conjuntos de items de cuestionarios de miedos, a veces ha dado lugar a resultados poco conclusivos. Los principales cuestionarios de miedo que se han aplicado con esta finalidad han sido el Fear Survey Schedule-II (FSS-II; Geer, 1965) y el Fear Survey Schedule-III (FSS-III; Wolpe y Lang, 1964). Estos son, por otra parte, los cuestionarios basados en listas amplias de miedos que más se utilizan en psicología clínica en general, tanto en investigaciones sobre psicopatología de los miedos como en terapia.

A. Evidencia basada en el FSS-II El FSS-II fue elaborado por Geer (1965) y consta de 51 items, los cuales fueron obtenidos según criterios empíricos. Aunque su publicación fue posterior a la del FSS-III, la razón por la que se ha denominado FSS-II se debe a que su autor llevó a cabo algunos trabajos con este cuestionario antes de la publicación del FSS-III. El FSS-II fue diseñado para ser utilizado preferentemente en trabajos de investigación, más que como ayuda en terapia. Este cuestionario ha sido validado criterialmente comparando sujetos con altos y bajos niveles de miedo en pruebas objetivas de evitación conductual (Sandín, Chorot y Valiente, 1999, pp. 93-94). Bernstein y Allen (1969) aplicaron el FSS-II a una muestra de estudiantes universitarios y obtuvieron una estructura de 5 dimensiones factoriales primarias. Sin embargo, en esta estructura de los miedos de 5 factores, no coincidían exactamente los tipos de factores (contenidos de los miedos) para las submuestras de varones y mujeres. Los cinco factores sugeridos por estos autores para la

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muestra de varones fueron como sigue, y por este orden: (1) miedo a la muerte y a la enfermedad, (2) miedo a la interacción social, (3) miedo a la evaluación social negativa, (4) miedo a los organismos vivos, y (5) miedo a la violencia. En el grupo de mujeres, los factores aislados fueron: (1) miedo a la interacción social, (2) miedo a la muerte-enfermedad-daño, (3) miedo a los organismos vivos, (4) miedo a la evaluación social negativa, y (5) miedo al agua. Como puede observarse, las dimensiones del FSS-II no son invariantes en función del sexo. Las diferencias aparecen tanto en la estructura factorial como en el orden de los factores coincidentes. En cuanto a las variaciones de la estructura factorial, se observa que el último factor es diferente según se trate del grupo de varones (i.e., miedo a la violencia) o del grupo de mujeres (i.e., miedo al agua). En lo que concierne al número de dimensiones, cabe resaltar que en ambos casos se mantiene una estructura de 5 factores. No obstante, el último factor («la violencia» en los varones y «el agua» en las mujeres), parece consistir en un factor residual, lo cual, de ser así, indicaría que la estructura simple estaría mejor representada por cuatro factores (en lugar de cinco). Liddell, Locker, y Burman (1991) analizaron la estructura factorial del FSS-II a partir de una muestra de personas mayores de 50 años. Aislaron 6 factores para la submuesta de varones y 6 para la de mujeres. De forma semejante a lo que ocurría en el estudio de Bernstein y Allen (1969) con sujetos jóvenes, Liddell et al. (1991) hallaron diferencias en la estructura factorial entre ambos grupos de sujetos. Es decir, obtuvieron los siguientes factores para el grupo de varones: (1) miedo al fracaso/evaluación negativa, (2) miedo a los animales, (3) miedo a la interacción social, (4) miedo al agua, (5) miedos agorafóbicos, y (6) miedos a la muerte y a morir; y para el grupo de mujeres: (1) miedo a los animales, (2) miedo al fracaso/evaluación negativa, (3) miedos agorafóbicos, (4) miedo a la interacción social, (5) miedo a la muerte y a morir, y (6) miedo a pérdidas de personas. En primer lugar, podemos observar en el estudio de Liddell et al. (1991) que, aunque semejantes, las estructuras factoriales de ambos grupos de sujetos no son equivalentes, puesto que un fac-

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tor del grupo de varones («miedo al agua») no está presente en el grupo de mujeres, y un factor del grupo de mujeres («miedos a la pérdida de personas») no está presente en el grupo de varones. Curiosamente el factor «miedo al agua» aparecía sólo en el grupo de mujeres en el estudio de Bernstein y Allen (1969), lo cual parece denotar que estas diferencias entre grupos de sexo podrían indicar la presencia de artefactos metodológicos (p.ej., criterios de extracción de los factores) más que diferencias reales en las dimensiones factoriales. Este aspecto también podría explicar las diferencias entre los resultados de estos últimos autores y los de Liddell et al. (1991) (Sandín y Valiente, 1999).

B.

Evidencia basada en el FSS-III

El primer cuestionario formal diseñado para la evaluación de los miedos fue el FSS-I (Lang y Lazovik, 1963), el cual consistía en 50 items basados en un estudio no publicado de Akutagawa (1956). El FSS-III original consta de 76 situaciones de temor (Wolpe y Lang, 1964), siendo posteriormente modificado ligeramente en algunas revisiones que ha venido sufriendo. Este cuestionario fue construido fundamentalmente para su aplicación en el contexto clínico, sobre todo como instrumento de ayuda en la terapia de conducta de los miedos y las fobias. Aunque inicialmente los diferentes miedos que incluye el FSS-III fueron agrupados por los autores siguiendo una estrategia racional en cinco categorías (miedos a los animales, miedos sociales e interpersonales, miedos al daño, a la enfermedad y a la muerte, miedos a los ruidos, y otros miedos clásicos; Wolpe y Lang, 1964), los estudios empíricos con este cuestionario no han validado estas cinco dimensiones (Sandín et al., 1999). Al igual que ocurría con el FSS-II, la factorización del FSS-III no siempre ha permitido establecer estructuras factoriales coincidentes, sobre todo cuando se trata de estudios con sujetos clínicos. Además, debe tenerse en cuenta que el FSS-III se ha aplicado con distintas variantes (p.ej., número de items), lo cual podría justificar la falta de coincidencia en los factores hallados en los distintos estudios (Sandín y Valiente, 1999).

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II. APORTACIONES DEL GRUPO DE ARRINDELL Arrindell ha llevado a cabo varios estudios sobre la estructura de los miedos partiendo del FSS-III, tanto con pacientes fóbicos (Arrindell, 1980) como con participantes no clínicos (estudiantes universitarios pertenecientes a tres países diferentes, i.e., Estados Unidos de América, Gran Bretaña y Holanda) (Arrindell, 1987). Arrindell concluyó que un grupo de elementos (52 items) del cuestionario parecía relacionarse de forma consistente con 5 factores que se mantenían estables en muestras de distintos países. Estos factores configuraban los siguientes tipos de miedos: (1) miedos sociales, (2) miedos agorafóbicos, (3) miedos al daño, a la muerte y a la enfermedad, (4) miedos a situaciones de agresión sexual, y (5) miedos a los animales. Aunque con algunas matizaciones, estos factores parecían mantenerse a través de las diferentes culturas. Así pues, en principio parece que, aunque no todas, al menos un grupo amplio de las situaciones potencialmente fóbicas descritas en los cuestionarios de miedo podrían agruparse de forma consistente en varias dimensiones, algunas de las cuales tienden a aparecer en diversos estudios en los que se han factorizado dichas pruebas. No obstante, ante la confusión y desencanto que parecía existir tras la aparente disparidad de resultados con las factorizaciones de los principales cuestionarios de miedos, Arrindell, Pickersgill, Merckelbach, Ardon y Cornet (1991a) revisaron 38 estudios de análisis factorial llevados a cabo en 12 países diferentes y publicados entre 1957 y 1990. En estos estudios se habían efectuado análisis a partir de cuestionarios de miedos al uso (sobre todo el FSS-III). Los autores concluyeron que más del 90% de los 194 factores de primer orden que fueron identificados en 25 estudios fiables podía asignarse a uno de los siguientes 4 factores (véase la Tabla 4 para una descripción del contenido de cada uno de estos cuatro factores): 1. Miedos a sucesos o situaciones interpersonales, 2. miedos a la muerte, al daño, a la enfermedad, a la sangre y a las intervenciones quirúrgicas, 3. miedos a los animales, y 4. miedos agorafóbicos.

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TABLA 4 Estructura dimensional de los miedos Dimensión fóbica

Miedos representativos

I. Eventos o situaciones interpersonales

Cometer errores Parecer loco Tratar con la autoridad Ser evaluado Fracasar Ser criticado Sentirse rechazado por otros

II. Muerte, daño, enfermedad, sangre y procedimientos quirúrgicos

Las inyecciones La muerte Asfixiarse Los accidentes de automóvil Las aguas profundas Enfermedad grave Los médicos

III. Animales

Las ratas o los ratones Los insectos voladores Los insectos que se arrastran Las arañas Los gusanos Los murciélagos

IV. Agorafobia

Las multitudes Los cines o teatros Espacios cerrados con otras personas Estar en lugares desconocidos Estar solo Los centros comerciales Viajar en avión Los transportes públicos

Nota: Adaptado de Arrindell et al. (1991a; tomado de Sandín, 1997, p. 55).

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS

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Es importante señalar que esta estructura factorial de cuatro factores primarios fue replicada posteriormente por Arrindell, Oei, Evans y Van der Ende (1991b) mediante análisis factorial confirmatorio, empleando una muestra de pacientes con trastornos de ansiedad y una versión depurada del FSS-III de 66 items (i.e., aquellos items del FSS-III que se vinculaban de forma estable a dimensiones subyacentes de miedo). Mediante este estudio, los autores obtuvieron resultados que confirmaban claramente la categorización tetradimensional descrita por las cuatro clases de miedos indicadas en el anterior estudio de Arrindell et al. (1991a). Más aún, constataron elevados niveles de consistencia interna para las cuatro subescalas derivadas, las cuales correlacionaban entre sí con valores entre moderados y altos. La correlación más elevada se daba entre las dimensiones II y IV (i.e., «Miedo a la muerte, al daño, a la enfermedad, a la sangre y a las intervenciones quirúrgicas» y «Miedos agorafóbicos»); la correlación más baja ocurría entre las subescalas III y IV (i.e., «Miedo a los animales» y «Miedos agorafóbicos»). Además, puesto que ninguna de estas correlaciones se acercó a los valores de consistencia interna (coeficientes alfa de Cronbach) de las subescalas (estos oscilaron entre 0,85 y 0,93) o de la escala total (0,95), estos resultados correlacionales y de consistencia interna sugieren la conveniencia de utilizar el cuestionario de miedos, tanto para obtener una medida general sobre los mismos, como para derivar medidas separadas correspondientes a las cuatro subescalas descritas, ya que pueden obtenerse distinciones fiables entre las cuatro dimensiones. La delimitación de cuatro dimensiones estables y consistentes para los miedos que se dan en las personas adultas es un fenómeno importante aunque conocido sólo recientemente, pues, hasta hace relativamente poco tiempo, se habían venido postulando en este sentido categorías heterogéneas y a veces sorprendentemente dispares. La existencia de una dimensionalización de este tipo, no sólo posee importantes implicaciones diagnósticas, etiológicas y terapéuticas, sino que también apoyaría la hipótesis de que los miedos y las fobias se relacionan con situaciones no arbitrarias,

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

constituyendo conjuntos de estímulos «preparados» filogenéticamente (Sandín y Valiente, 1999, pp. 28-29). En un estudio reciente basado en participantes no clínicos (estudiantes universitarios) y en una versión breve del FSS-III (52 items), Arrindell et al. (en prensa) han aportado datos que apoyan la consistencia de la estructura inicial de 5 factores sugerida en los estudios preliminares de este autor (Arrindell, 1980, 1987). El estudio indicaba, además, que dicha estructura pentafactorial (i.e., miedos sociales, miedos agorafóbicos, miedos al daño-enfermedad-muerte, miedos a situaciones de naturaleza agresiva y sexual, y miedos a los animales no peligrosos) se mantenía estable a través de las muestras de 11 países, lo que sugiere una elevada consistencia transcultural para dichos factores. Como puede observarse, no existe una total coincidencia entre los resultados de unos y otros estudios del grupo de Arrindell, ya que el factor sobre miedos a situaciones de tipo sexual y agresivo sólo aparece en algunos trabajos. Por tanto, y hasta que pueda clarificarse la relevancia de este factor, pensamos que disponemos de suficiente información para afirmar que al menos existe evidencia sólida consistente con los cuatro factores de miedos que indicamos en la Tabla 4. III.

ESTRUCTURA JERÁRQUICA DE LOS MIEDOS

Zinbarg y Barlow (1996) y Brown, Chorpita y Barlow (1998) establecieron empíricamente que los trastornos de ansiedad están organizados según una estructura jerárquica, la cual parece incluir un factor general de orden superior y varios factores de orden inferior. El factor de orden superior está representado por el afecto negativo, y a través de él pueden diferenciarse los individuos ansiosos de los normales. Los factores de orden inferior constituyen la base para la diferenciación entre los distintos trastornos de ansiedad (trastorno de pánico, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno obsesivo-compulsivo, fobias específicas, y fobia social). Taylor (1998) elaboró una conceptuación jerárquica sobre los miedos y las fobias, estableciendo que estos parecen organizarse según diferentes niveles, desde una mayor generalización hasta ni-

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ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS

veles más específicos. Desde el punto de vista psicopatológico, un modelo jerárquico sobre los miedos y las fobias apoyaría, en términos generales, la conceptuación jerárquica asumida por el DSMIV, y proporcionaría una base heurística para la descripción de estos trastornos. La estructura jerárquica de los miedos y fobias implica la existencia de factores generales (factores de orden superior) y factores intermedios (factores de orden inferior) (véase la Figura 1). Neuroticismo Afecto negativo Inhibición conductual Sensibilidad a la ansiedad

Nivel 1 Factores de orden superior

Nivel 2 Factores intermedios

Miedos sociales

Miedos situacionales

HF HI AS OB

Nivel 3 Factores intermedios

Miedos a los animales

Miedos sangreinyecciones-daño

AI AD AR

Claustrofobia

Lugares públicos

Espacios abiertos

Nivel 4 Factores intermedios

ASF

RF

Nivel 5 Estímulos específicos

FIGURA 1. Modelo jerárquico de los miedos. HF = miedo a situaciones de habla formal, HI = miedo a situaciones de habla informal, AS = miedo a situaciones de asertividad, OB = miedo a ser observado; AI = miedo a animales inofensivos, AD = miedo a animales depredadores (relevantes al miedo), AR = miedo a animales repelentes (relevantes al asco); ASF = miedo a asfixiarse, RF = miedo a situaciones de restricción física. Tomado de Sandín (1999b, p. 50).

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Sandín (1999b, pp. 48-53) ha establecido recientemente un análisis sobre la estructura jerárquica de los miedos y las fobias tomando como punto de partida el modelo establecido previamente por Taylor (1998). Por tanto, y puesto que este es el estudio teórico más reciente centrado específicamente en este aspecto, nos basaremos en gran medida en el análisis llevado a cabo por dicho autor (véase la Figura 1). Para explicar los factores generales, o factores de orden superior, se han sugerido conceptos como el neuroticismo, el afecto negativo, la inhibición conductual, y la sensibilidad a la ansiedad. Estos factores están implicados en la adquisición y mantenimiento de la mayoría de los miedos y fobias. Constituyen la predisposición general al miedo, pero también pueden asociarse causalmente a otros problemas psicopatológicos (p.ej., otros trastornos de ansiedad y depresivos). La posición más inferior de la estructura, está ocupada por los factores específicos (nivel de estímulos específicos). Estos se relacionan causalmente con un tipo particular de estímulo evocador de miedo (constituyen experiencias de aprendizaje con un tipo de estímulo particular). Los factores de especificidad intermedia (factores intermedios) contribuyen a explicar algunos, aunque no todos los miedos. Como referimos en el epígrafe anterior, existen cuatro dimensiones factoriales básicas que subyacen a los miedos, esto es, las definidas por los miedos sociales, los miedos situacionales y agorafóbicos, los miedos a los animales, y los miedos del tipo sangre-inyeccionesdaño (miedos a la muerte, a la enfermedad, al daño, a la sangre y a las intervenciones quirúrgicas). Estas categorías representan las principales dimensiones de los miedos, y se mantienen estables con independencia del tipo de sujetos (clínicos o normales), el sexo y la nacionalidad (Arrindell et al., 1991a, 1991b). Los miedos situacionales y los de la categoría ambiental-natural (p.ej., los espacios abiertos) corresponden al factor de miedos agorafóbicos descrito por Arrindell et al. (1991a, 1991b). De hecho, las fobias específicas de los tipos «situacional» y «ambiental-natural» presentan grandes similitudes con la agorafobia (trastorno de pánico con agorafobia, y agorafobia sin historia de trastorno de pánico) (Antony, Brown y Barlow, 1997; Taylor, 1998). Siguiendo a

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS

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Taylor (1998), en la Figura 1 se agrupa esta categoría de miedos bajo el nombre de «miedos situacionales». Como indica este autor, los miedos situacionales (o agorafóbicos) son muy comunes, y constituyen un factor estable incluso en muestras de sujetos no clínicos, lo cual sugiere que la agorafobia no necesariamente está producida por la existencia previa de un trastorno de pánico; es posible que los ataques de pánico no clínicos (o síntomas semejantes a los del ataque de pánico) causen o faciliten la aparición de los miedos situacionales. Uno de los trabajos donde más claramente se ha observado la similitud entre los miedos/fobias situacionales y ambientales es el efectuado por Fredrikson, Annas, Fischer y Wik (1996). Fredrikson et al. (1996) llevaron a cabo un análisis factorial exploratorio sobre un conjunto de miedos asociados a las fobias específicas (i.e., miedos intensos y no justificados, incontrolables, y perturbadores de las actividades cotidianas). La muestra, integrada por 704 participantes adultos (entre 18 y 70 años), cumplimentó un cuestionario y una escala analógica relacionados con el miedo a las 10 situaciones siguientes: las serpientes, las arañas, los relámpagos, los espacios cerrados, la oscuridad, viajar en avión, las alturas, las inyecciones, los dentistas, y las heridas (daño). Los resultados del análisis factorial indicaban que los síntomas fóbicos se agrupaban en torno a los tres factores siguientes: 1. Factor 1: Miedos situacionales (incluía los miedos a los relámpagos, a los espacios cerrados, a la oscuridad, a las alturas, y a volar en avión; corresponde a las fobias específicas de los tipos situacional y ambiental-natural). 2. Factor 2: Miedos a los animales (miedos a las serpientes, y a las arañas; corresponde a las fobias específicas de tipo animal). 3. Factor 3: Miedos de mutilación (miedos a las inyecciones, a los dentistas, y a las heridas; corresponde a las fobias específicas del tipo sangre-inyecciones-daño). Estos resultados fueron corroborados posteriormente por Muris, Schmidt y Merckelbach (1999) empleando una muestra de

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niños y adolescentes (para una descripción más amplia de este estudio, véase el Capítulo 4). Aunque ambos estudios se basan en datos referidos a partir de sujetos no clínicos, los resultados obtenidos en dichos trabajos proporcionan apoyo empírico al modelo categorial descrito en el DSM-IV, si bien con la salvedad de que las categorías de fobia situacional y fobia ambiental-natural parecen referirse a un único tipo general de fobia específica. Esta conclusión no sólo se deriva de los estudios de Fredrikson et al. (1996) y Muris et al. (1999), sino también de otros trabajos basados en muestras clínicas con trastornos fóbicos específicos (p.ej., Starcevic y Bogojevic, 1997). Los miedos situacionales parecen agruparse en tres factores de orden inferior (factores intermedios): (1) miedos claustrofóbicos, (2) miedos a los lugares públicos, y (3) miedos a los espacios abiertos (Arrindell, Cox, van der Ende y Kwee, 1995). El análisis factorial de las situaciones claustrofóbicas ha sugerido, así mismo, que los miedos claustrofóbicos pueden agruparse en dos dimensiones separadas: (1) miedos a asfixiarse y miedos a la restricción física (Febbraro y Clum, 1995; Rachman y Taylor, 1993). Aparte de los miedos de tipo situacional-agorafóbico, también se han constatado dimensiones factoriales más básicas en otras categorías de miedos, tales como los miedos sociales y los miedos a los animales. En cuanto a los miedos sociales, Holt, Heimberg, Hope y Liebowitz (1992) diferenciaron conceptualmente las siguientes cuatro dimensiones situacionales de la fobia social: (1) miedo a las situaciones de habla/interacción formales, (2) miedo a las situaciones de habla/interacción informales, (3) miedo a las situaciones de asertividad, y (4) miedo a ser observado por otras personas. Algunas de estas dimensiones han sido constatadas factorialmente en poblaciones infantojuveniles (Sandín, 1997, 1999b). El estudio de la estructura de los miedos a los animales ha recibido recientemente bastante atención. Ware, Jain, Burgess y Davey (1994) identificaron dos factores de orden inferior: (1) miedos a los animales depredadores (lobos, osos, cocodrilos, etc.), y (2) miedos a pequeños animales relevantes al miedo (son animales que normalmente evocan miedo pero que suelen ser inofensivos; p.ej., ratas, murciélagos, lagartijas, etc.). Davey (1994), ade-

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS

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más del factor asociado a los animales relevantes al miedo, aisló un nuevo factor de miedos a los animales que denominó miedos a los invertebrados. Este factor estaba constituido por miedos a ciertos animales que, al igual que los relevantes al miedo, normalmente evocan miedo y suelen ser inofensivos, aunque, en contraste con estos, son animales invertebrados (p.ej., arañas, gusanos, cucarachas, babosas, etc.); es decir, animales que podríamos calificar como «asquerosos» (i.e., animales relevantes al asco). El estudio factorial de Tucker y Bond (1997) integra en cierto modo las aportaciones referidas por Ware et al. (1994) y Davey (1994). Tucker y Bond aislaron tres factores de miedos a los animales: (1) miedos a los animales depredadores, (2) miedos a los animales relevantes al miedo, y (3) miedos a los animales repulsivos. El factor de miedo a los animales repulsivos equivalía al factor de miedos a los invertebrados descrito inicialmente por Davey (1994) (p.ej., miedo a las cucarachas, las ratas, los gusanos, las babosas, las sanguijuelas, etc.). Posteriormente, Davey et al. (1998) llevaron a cabo una investigación dirigida a estudiar transculturalmente las dimensiones de los miedos a los animales (el estudio se llevó a cabo en el Reino Unido, la India, USA, Holanda, Corea, Hong Kong, y Japón). Davey et al. (1998) obtuvieron los tres factores siguientes: 1. Primer factor: Miedos a animales inofensivos (animales irrelevantes al miedo). Incluía animales más o menos comunes, domésticos y poco relevantes al miedo, tales como el perro, el cerdo, la oveja, el gato, el pato, la cabra, el conejo y la vaca. 2. Segundo factor: Miedos a animales depredadores (animales relevantes al miedo). Describía miedos a animales considerados habitualmente como peligrosos por su fiereza, como el león, el oso, el caimán, el cocodrilo, el tigre, el lobo, el tiburón, etc. 3. Tercer factor: Miedos a los animales repugnantes (animales relevantes al asco). Dimensión conformada por los miedos a animales asquerosos, como la cucaracha, la serpiente, el escarabajo, el gusano, la lombriz, la lagartija, el murciélago,

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

la rata, la avispa, la babosa, la abeja, etc. La obtención de este tipo de factor como dimensión separada de otras categorías de miedos a los animales a través de las seis culturas indicadas, es consistente con el concepto de «sensibilidad al asco» y con la hipótesis de que el asco es una emoción universal que puede asociarse de forma consistente a estímulos (animales) que podrían estar vinculados a la enfermedad, o que poseen características que recuerdan estímulos primarios de asco como la mucosidad. El último de los estudios sobre la estructura de los miedos a los animales de los que tenemos noticia fue publicado por Arrindell (2000). En su cuestionario de miedos a los animales, este autor no incluyó items correspondientes a los animales depredadores. Halló los siguientes cuatro factores: 1. Miedos a los animales relevantes al miedo (Factor 1). Incluye los miedos a (8 items): ratones, ratas, pájaros salvajes, murciélagos, hámsteres, serpientes, lagartijas y perros. 2. Miedos a los invertebrados de aspecto seco (Factor 2). Incluye los miedos a (7 items): avispas, gusanos, escarabajos, abejas, polillas, cucarachas y serpientes. 3. Miedos a los invertebrados de aspecto húmedo/viscoso (Factor 3). Incluye los miedos a (6 items): caracoles, lombrices, babosas, ranas, anguilas y peces. 4. Miedos a los animales domésticos (Factor 4). Incluye los miedos a (7 items): vacas, cabras, caballos, cerdos guineanos, cerdos, gansos y pollos. Una de las aportaciones importantes del estudio de Arrindell (2000) ha sido la obtención de dos dimensiones diferenciables a partir de la categoría de miedos a los animales invertebrados o animales repugnantes (i.e., animales relevantes al asco), descrita separadamente por Davey (1994), Ware et al. (1994), y Tucker y Bond (1997). Puede observarse, por otra parte, que la dimensión de «miedos a los animales repugnantes» descrita por Davey et al.

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS

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(1998) ha sido fragmentada por Arrindell en tres categorías separadas (animales relevantes al miedo, invertebrados de aspecto seco, e invertebrados de aspecto viscoso). Las cuatro dimensiones de miedos a los animales aisladas por Arrindell presentan consistencia interna, son relativamente independientes entre sí, y muestran patrones de correlación diferenciales con otras medidas psicológicas (Arrindell, 2000). Por tanto, cabría señalar la existencia de al menos cinco dimensiones de primer orden de los miedos hacia los animales. Estas dimensiones estarían relacionadas con los siguientes 5 tipos de animales: (1) animales depredadores, (2) animales relevantes al miedo, (3) invertebrados no viscosos, (4) invertebrados viscosos, y (5) animales domésticos. Sería importante contrastar a través de nuevos estudios la validez de estas cinco dimensiones, incluyendo también muestras con niños y adolescentes (ausentes habitualmente en los estudios sobre la estructura de los miedos a los animales). La estructura jerárquica de los miedos y las fobias posiblemente incluye otras dimensiones aparte de las que aquí hemos indicado (los miedos del tipo sangre-inyecciones-daño tal vez podrían implicar varios factores; p.ej., los miedos asociados a la sangre parecen diferir de los miedos asociados a las inyecciones). La existencia de una estructura factorial, como el modelo que aquí referimos, posee implicaciones descriptivas (p.ej., clasificación) y etiológicas importantes. Si asumimos que cada factor corresponde a grupos separados de mecanismos causales, las soluciones factoriales jerárquicas sugieren la existencia de una jerarquía de factores causales, oscilando entre las causas relativamente no específicas (p.ej., neuroticismo, sensibilidad a la ansiedad) y las causas altamente específicas (aquellas que influyen sobre un miedo específico o sobre un conjunto pequeño de miedos) (Sandín, 1999b). IV. CONCLUSIONES GENERALES Los trabajos iniciales sobre la estructura de los miedos que experimentan las personas adultas han ofrecido datos no coinci-

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

dentes, si bien a través de ellos se perfilan algunos factores que parecen repetirse en los distintos estudios. Por ejemplo, dimensiones factoriales como las relacionadas con los miedos sociales, los miedos a los animales, y los miedos a la muerte y a la enfermedad, suelen repetirse en la mayoría de los estudios. No obstante, no se llega a una solución definitiva sobre la estructura de los miedos hasta los trabajos del grupo de Arrindell, el cual constata de forma sistemática y consistente la existencia de cuatro factores estables, que se mantienen invariantes a través del sexo y las diferentes culturas. De acuerdo con la evidencia presentada por Arrindell, las cuatro dimensiones o principales factores del miedo son: (1) miedos sociales (sucesos o situaciones interpersonales), (2) miedos a la muerte, al daño, a la enfermedad, a la sangre y a los procedimientos quirúrgicos, (3) miedos a los animales, y (4) miedos agorafóbicos. Si bien existe una importante base transcultural a su favor, permanece aún la duda sobre la relevancia del factor de miedos asociados a escenas de tipo sexual y agresivo, al menos como dimensión básica primaria de los miedos. Actualmente se ha puesto de relieve a partir de varios grupos de investigación que los trastornos de ansiedad presentan una estructura jerárquica. Aplicado a los miedos y las fobias, el primer modelo jerárquico fue avanzado por Taylor (1998), con algunas matizaciones posteriores presentadas por Sandín (1999b) y Arrindell (2000). El modelo jerárquico de los miedos y las fobias establece que estos se desarrollan a partir de una jerarquía de factores causales, que varían desde lo específico hasta lo general (Taylor, 1998). El modelo establece que existen al menos tres niveles en la estructura jerárquica de los miedos: (a) factores generales o factores del nivel superior (p.ej., el afecto negativo), (b) factores principales del miedo o factores del nivel intermedio (i.e., miedos sociales, miedos a los animales, miedos agorafóbicos, y miedos del tipo sangre-inyecciones-daño), y (c) factores de estímulos específicos de miedo o factores del nivel más bajo de la jerarquía. Un aspecto importante, asumido por el modelo jerárquico y constatado empíricamente, es que las dimensiones fundamentales de los miedos (i.e., factores principales del miedo) pueden descomponerse en factores más específicos, y estos en otros más específicos.

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS

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Así por ejemplo, la dimensión de miedos a los animales ha sido recientemente fraccionada en 5 dimensiones más específicas, asociadas al miedo a: (1) animales depredadores, (2) animales relevantes al miedo, (3) invertebrados no viscosos, (4) invertebrados viscosos, y (5) animales domésticos. Aparte de las propias implicaciones clínicas y psicopatológicas que supone el hallazgo de las dimensiones fundamentales del miedo, tales como las relacionadas con la descripción taxonómica, la comprensión de los mecanismos de los miedos (p.ej., cada dimensión corresponde a grupos separados de mecanismos causales), el diagnóstico y el tratamiento, supone además una aportación importante para la validación de los tipos de fobias establecidos por el DSM-IV (APA, 1994). Como hemos señalado recientemente (Sandín y Valiente, 1999), existen correspondencias claras entre la categorización establecida por el DSM-IV y las dimensiones referidas por Arrindell et al. (1991a, 1991b). Por otra parte, en los pocos estudios que han investigado directamente la estructura de las fobias específicas (Fredrikson et al., 1996; Muris et al., 1999), se constata igualmente una similitud entre la estructura que subyace a los miedos y las fobias.

4 ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

Los estudios sobre la estructura de los miedos que se dan durante las etapas de la infancia y la adolescencia han sufrido una evolución en cierto modo semejante a la que hemos descrito para los miedos adultos. Es decir, inicialmente se producen aportaciones preliminares más o menos aisladas sobre la categorización de los miedos infantojuveniles. Posteriormente se abre una línea de evidencia que sugiere un conjunto de dimensiones que parecen mantenerse de forma más o menos estable. Si, en el caso de los miedos correspondientes a los adultos, el principal avance se produjo a propósito de los trabajos de Arrindell et al. (1991a, 1991b), en lo que concierne a los miedos infantojuveniles el cambio significativo se debe sobre todo a la serie de investigaciones iniciadas por el grupo de Ollendick (1983; Ollendick et al., 1989), a partir de la aplicación generalizada del Fear Survey Schedule for Children-Revised (FSSC-R). I. APORTACIONES PRELIMINARES SOBRE LA ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS DE LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA En las investigaciones con niños y adolescentes se han venido proponiendo categorizaciones dispares sobre los miedos, estando a veces esa discrepancia determinada por el método empleado para la evaluación de los miedos (p.ej., entrevistas, cuestionarios de autoinforme, estimaciones de los padres, etc.) y/o por la edad de la muestra utilizada (Pelechano, 1981; Sandín, 1997). Así por ejemplo, la estimación hecha por los padres sobre los miedos de sus hijos ha sido un método frecuente de recogida de informa-

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ción, sobre todo cuando se trata de niños de corta edad. Sin embargo, existe evidencia de que las madres tienden a subestimar los miedos de sus hijos, al menos en comparación con los informes que aportan los propios niños (Jones, 1988). Este sesgo se ha observado, sobre todo, con la estimación del número de miedos y, como indica Gullone (2000), podría deberse a que los niños tienden a ocultar sus miedos a partir de ciertas edades (los niños más jóvenes suelen exhibir sus miedos de forma más manifiesta que los niños mayores). Otro problema con las primeras categorizaciones de los miedos infantiles ha consistido en que, con frecuencia, se han establecido clasificaciones conceptuales post-hoc, fenómeno este que se supera con el empleo de cuestionarios válidos y fiables estadísticamente (p.ej., el FSSC-R) y mediante la aplicación de técnicas estadísticas de validación empírica (p.ej., mediante análisis factorial). Ejemplos de clasificaciones conceptuales son las llevadas a cabo por Jersild, Markey y Jersild (1933), Angelino, Dollins y Mech (1956), Croake (1967), y Bandura y Menlove (1968). Jersild et al. (1933) propusieron varias categorías, entre las que se encontraban los miedos relacionados con el peligro físico y el daño corporal, los animales, y estar solo. Angelino et al. (1956), en una investigación con niños y adolescentes, clasificaron los miedos de 1100 niños en las 10 categorías siguientes: (1) la seguridad, (2) el colegio, (3) la apariencia personal, (4) los fenómenos naturales, (5) las cuestiones económicas y políticas, (6) la salud, (7) los animales, (8) las relaciones sociales, (9) la conducta personal, y (10) los fenómenos sobrenaturales. Croake (1967), en un estudio con adolescentes, estableció también 10 grupos de miedos, los cuales se referían a: (1) los animales, (2) el futuro, (3) los fenómenos sobrenaturales, (4) los fenómenos naturales, (5) el aspecto personal, (6) las relaciones personales, (7) el colegio, (8) la casa, (9) la seguridad, y (10) los miedos políticos. Bandura y Menlove (1968), en un estudio con preescolares, establecieron tan sólo las 3 categorías siguientes de miedos: (1) miedos a los animales, (2) miedos interpersonales (la separación, etc.), y (3) miedos a los objetos o fenómenos inanimados (la oscuridad,

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las tormentas, los lugares desconocidos, etc.). Resulta llamativo que Bandura y Menlove redujeran los miedos a sólo tres categorías; es posible que la divergencia con los anteriores autores se deba a diferencias en edad entre las muestras. Por otra parte, la ausencia de miedos relevantes relacionados con el daño y el peligro físico podría reflejar que la estructura de los miedos antes de los 6 años, no parece implicar esta dimensión, la cual podría aparecer en edades posteriores del niño (Sandín, 1997). Uno de los primeros estudios basados en la aplicación de técnicas de análisis factorial fue el llevado a cabo por Scherer y Nakamura (1968), tras aplicar el cuestionario Fear Survey Schedule for Children (FSSC). Este es un cuestionario de 80 items, para cuya construcción los autores se basaron en el contenido de los cuestionarios de miedos para adultos FSS-II (Geer, 1965) y FSS-III (Wolpe y Lang, 1964), además de llevar a cabo consultas a profesionales familiarizados con el estudio de los miedos infantiles. El FSSC será revisado posteriormente por Ollendick (1983), convirtiéndose en el cuestionario de miedos más utilizado en los ámbitos infantil y juvenil. Scherer y Nakamura (1968), basándose en el análisis factorial de los datos obtenidos con el FSSC en un grupo de niños de 9 a 12 años, obtuvieron los siguientes 8 factores: (1) miedo al fracaso o a la crítica, (2) miedos mayores (ser atropellado por un camión, el fuego, etc.), (3) miedos menores (pequeños animales, viajar en coche, etc.), (4) miedos médicos, (5) miedo a la muerte (enfermar en el colegio, muerte de un familiar, etc.), (6) miedo a la oscuridad (fantasmas, estar solo, etc.), (7) miedos del hogar y del colegio (exámenes, etc.), y (8) miscelánea (miedos varios que no correlacionaban con ningún factor; p.ej., murciélagos, pájaros, ruido de sirenas, etc.). Los trabajos posteriores llevados a cabo con la versión revisada del FSSC, si bien incluyen dimensiones semejantes a estas, reducen a cinco el número de dimensiones básicas. Las diferencias pueden deberse tanto a los cambios en el cuestionario como a diferencias en la extracción de los factores. Posteriormente, Miller, Barret, Hampe y Noble (1972) estudiaron los miedos en una muestra de niños y adolescentes a partir de un cuestionario de miedos cumplimentado por los padres. Los

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autores aislaron tres factores: (1) miedo al daño físico, (2) miedo a peligros naturales y sobrenaturales, y (3) miedos sociales-interpersonales. A pesar de las claras diferencias, Miller et al. (1972) pusieron de relieve cierta correspondencia entre sus datos y los de Scherer y Nakamura. Así por ejemplo, el factor sobre daño físico subsumiría, según Miller et al., los factores de miedos mayores, miedos menores y miedo a la muerte de Scherer y Nakamura, mientras que el factor de miedos sociales subsumiría los factores fracaso-crítica y hogar-colegio. A comienzos de la década de los ochenta, y antes de que se produjera la revisión del FSSC, Pelechano (1981) elaboró el Inventario de Miedos (IM) para evaluar los miedos infantiles, el cual es cumplimentado por los padres. En este primer estudio, Pelechano estudió los miedos en niños con edades comprendidas entre los 2 y los 9 años. Tras aplicar el IM a los padres de los niños, agrupó los miedos correspondientes a los 103 items de su cuestionario en función de su contenido lógico, proponiendo los siguientes 7 «factores lógicos» (no empíricos): (1) miedo a los animales (ratas, gusanos, etc.), (2) miedo a los fenómenos naturales (tormentas, brujas, etc.), (3) miedo al daño corporal y a las enfermedades (heridas abiertas, que le peguen, los médicos, los ladrones, etc.), (4) miedo a la muerte (entierros, personas muertas, etc.), (5) miedo a las relaciones interpersonales, hostiles y/o agresivas (hablar delante de mucha gente, separarse de los padres, presenciar peleas familiares, que te critiquen, etc.), (6) miedo a lugares cerrados (túneles, ascensores, etc.), y (7) miedo a la violencia física y al peligro físico real o imaginado (la guerra, el fuego, la oscuridad, etc.). En un segundo estudio, Pelechano (1984) sometió a análisis factorial los datos procedentes de miedos en niños entre 4 y 9 años de edad. Aisló empíricamente 11 factores primarios que definió como (1) miedo a animales (predominantemente animales domésticos), (2) miedo a fenómenos meteorológicos (relámpagos, tormentas, etc.), (3) miedo al daño o amenaza física (generalmente producidos por personas, como castigos, amenazas de otros niños, etc.), (4) miedo a ver sangre o heridas (la sangre, ver heridas abiertas, etc.), (5) miedo a los símbolos y ritos de la muerte (ataúdes, entierros, cementerios, etc.), (6) miedo a la muerte-pérdida de seres queridos (la

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muerte de los padres, la muerte de hermanos, etc.), (7) miedo al fracaso y al rechazo (las burlas y humillaciones, fracasar, ser ignorado, etc.), (8) miedo a la gente desconocida y a la muchedumbre (hablar delante de mucha gente, estar entre mucha gente, etc.), (9) miedo a la violencia entre personas (presenciar peleas familiares, personas que tienen mal genio, presenciar peleas en la calle, etc.), (10) miedo a los lugares cerrados (las cuevas, una habitación desconocida, los túneles y pasadizos, etc.) y (11) miedo a fenómenos imaginarios (películas de terror, la oscuridad, estar solo en casa, los ruidos fuertes, etc.). A partir del análisis factorial de estos factores, Pelechano (1984) obtuvo tres factores más generales (factores de orden superior) que definió como (1) miedo social (fracaso y rechazo de los demás, violencia entre personas, situaciones de daño físico producido por personas), (2) miedos físicos (factor complejo que incluye miedos como los relativos a fenómenos naturales, animales, relatos/películas de terror y lugares cerrados), y (3) miedo a la muerte y a sus símbolos (entierros, cementerios, muerte de seres queridos, etc.). Pelechano es consciente de la dificultad que entraña la interpretación del segundo factor dada su heterogeneidad, fenómeno que no ocurre, sin embargo, con los dos factores restantes (Sandín, 1997). II. APORTACIONES BASADAS EN EL FSSC-R

A. Contribuciones del grupo de Ollendick El Fear Survey Schedule for Children-Revised (FSSC-R; Ollendick, 1983) es la versión revisada del FSSC de Scherer y Nakamura (1968). Aunque, desde su publicación en 1968, el FSSC se utilizó ampliamente en el ámbito clínico, apenas existía información sobre su fiabilidad y validez. La versión revisada, en cambio, posee abundante apoyo empírico sobre la bondad de sus propiedades psicométricas (fiabilidad, datos normativos, validez de constructo, etc.), propiedades que han sido constatadas con muestras de diversos países, entre los que se incluyen los Estados

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Unidos, Australia, Gran Bretaña, China y Nigeria (Dong, Yang y Ollendick, 1994; Dong et al., 1995; Ollendick, 1983; Ollendick, Matson y Helsel, 1985; Ollendick et al., 1989; Ollendick, Yule y Ollier, 1991; Ollendick, Yang, King, Dong y Akande, 1996). Recientemente, también se han aportado datos a favor de la capacidad discriminante del FSSC-R (Weems, Silverman, Saavedra, Pina y Lumpkin, 1999). Información preliminar sobre fiabilidad, estructura interna y datos normativos ha sido presentada recientemente por nuestro grupo para la versión española del cuestionario (Sandín y Chorot, 1998; Sandín et al., 1998). El primer trabajo sobre la estructura de los miedos basada en los 80 items del FSSC-R fue publicado por Ollendick (1983). Empleando una muestra de 217 sujetos norteamericanos, con edades comprendidas entre los 8 y los 11 años, Ollendick (1983) efectuó un análisis factorial exploratorio de los 80 items del FSSC-R empleando el método de factores principales (Principal Factors). Basándose en el incremento significativo de la comunalidad (h2), Ollendick obtuvo una solución de 5 factores, los cuales explicaban el 77% de la varianza total. Los 5 factores, tras rotación ortogonal (varimax), fueron descritos por Ollendick (1983) como indicamos a continuación. Todos los elementos del cuestionario presentaban saturaciones en el factor relevante superiores a 0,30, excepto los items 1 («Exponer un tema en clase») y 63 («Tener que vestir de forma diferente a los demás»), que sólo alcanzaron el valor de 0,30 y 0,28, respectivamente (ambos saturaron en el factor primero –i.e., Miedo al fracaso y a la crítica). Tres elementos del cuestionario saturaban ≥ 0,70; estos eran los items 60 («La oscuridad al acostarse»), 75 («Los lugares oscuros») y 76 («No poder respirar»). Los siguientes nueve elementos saturaban ≥ 0,60: 4 («Las lagartijas»), 15 («Ser enviado al director del colegio»), 27 («Viajar en avión»), 29 («Obtener malas notas»), 30 («Los murciélagos o los pájaros»), 40 («Suspender un examen»), 41 («Ser atropellado por un coche o camión»), 66 («Hacer las cosas mal, cometer errores») y 72 («Los terremotos»). Tras la denominación de cada factor incluimos los diez items que presentaban los mayores pesos en el factor relevante (los números indican el orden de mayor a menor saturación, no el número del ítem en el cuestionario); para el

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factor 5 se indican los 7 items que conformaban el factor (adaptado de Ollendick, 1983, pp. 688-689): 1. Factor 1: Miedo al fracaso y a la crítica. (1) Suspender un examen, (2) Obtener malas notas, (3) Hacer las cosas mal o cometer errores, (4) Que te entreguen las notas, (5) Que se rían de ti, (6) Que otras personas te regañen o te critiquen, (7) Que te pregunte el maestro en clase, (8) Que tus padres te regañen o te critiquen, (9) Que tu padre te castigue, y (10) Parecer tonto o estúpido. 2. Factor 2: Miedo a lo desconocido. (1) Los lugares oscuros, (2) La oscuridad al acostarse, (3) Las habitaciones oscuras o los armarios, (4) Los lugares cerrados, (5) Las picaduras de las abejas, (6) Estar solo, (7) Las tormentas con truenos o relámpagos, (8) Tener pesadillas mientras duermes, (9) Estar en un lugar donde hay mucha gente, y (10) La gente de aspecto extraño. 3. Factor 3: Miedo al daño y a los pequeños animales. (1) Las lagartijas, (2) Viajar en avión, (3) Los murciélagos o los pájaros, (4) Los osos o los lobos, (5) Las armas de fuego, (6) Las arañas, (7) Los gusanos o los caracoles, (8) Los lugares altos, como las montañas, (9) Las hormigas o los escarabajos, y (10) Los juegos violentos. 4. Factor 4: Miedo al peligro y a la muerte. (1) No poder respirar, (2) Ser atropellado por un coche o un camión, (3) Ser enviado al director del colegio, (4) Los terremotos, (5) Caer desde lugares altos, (6) Los microbios o padecer una enfermedad grave, (7) Tener que esperar a la salida del colegio, (8) Recibir una descarga eléctrica, (9) El fuego o quemarte, y (10) Los bombardeos (que tu país sea invadido). 5. Factor 5: Miedos médicos. (1) Que te pongan una inyección, (2) Ir al médico, (3) Ir al dentista, (4) Ponerse enfermo en un coche, (5) Tener que ir al hospital, (6) Hablar por teléfono, y (7) Viajar en coche o en autobús.

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Esta solución factorial de 5 dimensiones no coincide con la referida por Scherer y Nakamura (1968), ya que estos autores aislaron 8 factores (véase arriba). No obstante, Ollendick (1983) refiere la existencia de cierta semejanza conceptual entre ambos tipos de soluciones factoriales. El Factor 1 (Miedo al fracaso y a la crítica) contiene items del factor de Scherer y Nakamura del mismo nombre, así como también del factor de evaluación social que estos autores denominaron Miedos del hogar y del colegio. El Factor 2 (Miedo a lo desconocido) contiene muchos de los items de los factores que Scherer y Nakamura denominaron Miedos menores, Miedo a la oscuridad y Miscelánea. El Factor 3 (Miedo al daño y a los pequeños animales) es similar a los factores Miedos menores y Miscelánea, mientras que el Factor 4 (Miedo al peligro y a la muerte) lo es a los factores de Scherer y Nakamura Miedos mayores y Miedo a la muerte. Por último, el Factor 5 (Miedos médicos) es semejante al factor de Scherer y Nakamura que lleva este mismo nombre. La evidencia obtenida a partir de este primer estudio con el FSSC-R necesariamente debe ser considerada como información exploratoria y preliminar sobre la estructura de los miedos infantojuveniles, ya que se utilizó una muestra relativamente pequeña y de un rango de edad limitado (entre los 8 y los 11 años). Esto podría explicar ciertas incongruencias, que se observan en los resultados de este estudio, entre algunos contenidos de los factores y lo que cabría esperar desde un punto de vista de estructura lógica. Así, por ejemplo, el Factor 4 (Miedo al peligro y a la muerte) incluye items como «Ser enviado al director del colegio» y «Tener que esperar a la salida del colegio». El primero parece claramente un tipo de miedo que debería saturar en el Factor 1 (Miedo al fracaso y a la crítica). El segundo no parece presentar una relación lógica con otros items que configuran el Factor 4 (p.ej., «No poder respirar», «Los terremotos», etc.). Algo semejante ocurre, por citar otros ejemplos, con los elementos «Hablar por teléfono» y «Viajar en coche o en autobús», los cuales saturan en el factor de miedos médicos (Factor 5), o con el ítem «Las picaduras de las abejas», que satura en la dimensión de miedos a lo desconocido (Factor 2) en lugar de hacerlo en el factor de miedos a los pequeños animales (Factor 3).

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En una nueva investigación con el FSSC-R, Ollendick et al. (1989) llevaron a cabo un ambicioso estudio sobre la estructura de los miedos con una muestra amplia de sujetos (1185 participantes), de diferentes edades (incluía niños y adolescentes con edades que oscilaban entre los 7 y los 16 años), de ambos sexos (572 chicas y 613 chicos), y de diferentes nacionalidades (Estados Unidos y Australia). Mediante este estudio, Ollendick et al. (1989) reanalizaron la estructura factorial del FSSC-R, empleando esta vez una muestra de sujetos suficientemente amplia. Téngase en cuenta que el estudio inicial de Ollendick (1983) había utilizado una muestra pequeña y un rango limitado de edad (811 años). Se trataba, por tanto, de comprobar la invarianza factorial de la estructura de los miedos mediante la similaridad o constancia de las cinco dimensiones descritas previamente por Ollendick, a través de los parámetros de edad, sexo y nacionalidad. Ollendick et al. (1989) efectuaron análisis factoriales separados según el sexo (masculino vs. femenino), la edad (menos de 11 años vs. más de 13 años) y la nacionalidad (norteamericanos vs. australianos). Seis elementos del cuestionario fueron eliminados debido a la ausencia de varianza, reflejada a través de los grupos de edad, el sexo y el país. En concreto, se eliminaron los items del FSSC-R que fueron referidos por el 90% o más de los sujetos como estímulos que no producían miedo, los cuales correspondían a los elementos 2 («Viajar en coche o en autobús»), 12 («Hablar por teléfono»), 16 («Viajar en tren»), 55 («Que te corten el pelo»), 27 («Viajar en avión») y 61 («Ponerte enfermo en un coche»). Para la obtención de los factores, los autores aplicaron análisis de componentes principales y rotación ortogonal (varimax). Basándose en criterios de extracción teóricos (la investigación previa con el FSSC-R) y empíricos (decrementos sucesivos en el tamaño de los valores eigen-autovalores), Ollendick et al. (1989) obtuvieron soluciones factoriales de 5 dimensiones (i.e., 5 factores) para las seis submuestras analizadas (véase la Tabla 5). Aunque los autores asumen ciertas diferencias estructurales entre las muestras de varones y de mujeres, y entre las muestras de norteamericanos y australianos (no tanto entre los grupos de edad, que parecían presentar mayores niveles de congruencia), concluyen afirmando la existencia de considerable uniformidad en los patrones de saturación factorial.

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Con respecto a las diferencias factoriales según el sexo, estas se asociaban fundamentalmente al factor de Miedo a lo desconocido. Este factor explicaba el 30% de la varianza en el grupo de chicos, pero sólo el 20% en el grupo de chicas. En relación con los elementos de este factor, en el grupo de chicos había más saturaciones por encima de 0,30 que en el grupo de chicas. Los items que, en el grupo de chicas, no saturaban de forma significativa en este factor (aunque sí lo hacían en el grupo de chicos), saturaban en las chicas de forma elevada en el factor de Miedo al peligro y a la muerte. Al comparar la configuración factorial de las submuestras norteamericana y australiana, los autores refieren la existencia de elevados niveles de congruencia excepto para el factor de Miedos médicos. En la submuestra de australianos, varios items relacionados con las actividades escolares (p.ej., «Exponer un tema en clase», «Hacer un examen», «Hacer las cosas mal o cometer errores») saturaban inesperadamente en este factor, más que en el factor de Miedo al fracaso y a la crítica. Los autores, no obstante, señalan que en ambas submuestras saturan de forma relevante, en el factor de Miedos médicos, los elementos relativos a los acontecimientos de tipo médico. En relación con las diferencias factoriales asociadas a los grupos de edad, Ollendick et al. (1989) indican la existencia de elevados niveles de congruencia. Sin embargo, refieren que existían más saturaciones con valores absolutos por encima de 0,30 en el factor de Miedos al peligro y a la muerte, en el grupo de menor edad que en el de mayor edad. Basándose en estos resultados, los cuales sugerían un nivel de invarianza factorial aceptable a través de los grupos de edad, sexo y nacionalidad, Ollendick y colaboradores realizaron un análisis factorial incluyendo conjuntamente la totalidad de la muestra (i.e., los 1185 participantes). Los cinco factores aislados y sus correspondientes elementos (74 elementos residuales) y saturaciones factoriales fueron obtenidos a partir del mismo método de análisis, extracción y rotación indicados arriba para las submuestras. Los resultados de este análisis se indican en la Tabla 5. Nótese que, en lugar de presentarse las saturaciones factoriales, lo que indican los

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TABLA 5 Dimensiones de los miedos (subescalas) según análisis factorial de los 74 elementos residuales del FSSC-R (n= 1185), con indicación de las correlaciones entre la puntuación en cada elemento y la puntuación total de la subescala a la que pertenece este Dimensión (subescala) 1. Miedo al fracaso y a la crítica

Elemento del FSSC-R 1. Exponer un tema en clase 3. Ser castigado por tu madre 5. Parecer tonto o estúpido 14. Ponerte enfermo en el colegio 15. Ser enviado al director del colegio 19. Conocer a alguien por primera vez 24. Que se rían de ti 28. Que te pregunte el maestro en clase 29. Obtener malas notas 31. Que tus padres te regañen/critiquen 38. Tener que comer algo que no te gusta 40. Suspender un examen 42. Tener que ir al colegio 44. Que tus padres discutan 46. Tener que actuar en una función del colegio 48. Que otras personas te regañen/critiquen 54. Que te entreguen las notas 63. Tener que vestir diferente a los demás 64. Que tu padre te castigue 65. Tener que esperar a la salida del colegio 66. Hacer las cosas mal, cometer errores 69. Hacer algo por primera vez 80. Hacer un examen

Correlación 0,48 0,53 0,48 0,46 0,57 0,47 0,61 0,56 0,54 0,62 0,44 0,60 0,43 0,55 0,44 0,68 0,53 0,49 0,53 0,58 0,53 0,42 0,45

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TABLA 5 (Cont.) Dimensión (subescala) 2. Miedo a lo desconocido

3. Miedo a daños menores y a pequeños animales

Elemento del FSSC-R 6. Los fantasmas o las cosas misteriosas 9. La muerte o la gente muerta 13. La montaña rusa, los parques de atracciones 17. Quedar solo en casa con «la canguro» 36. Estar donde hay mucha gente 37. Las tormentas con truenos o relámpagos 45. Las habitaciones oscuras o los armarios 49. La gente de aspecto extraño 53. Los cementerios 56. Las aguas profundas o el mar 57. Tener pesadillas mientras duermes 60. Acostarte con la luz apagada 62. Quedarte solo 67. Las películas de misterio 68. El sonido de las sirenas 71. Los lugares cerrados 74. Los ascensores 75. Los lugares oscuros 4. Las lagartijas 7. Los objetos afilados (cuchillos, etc.) 11. Las serpientes 18. Los osos o los lobos 25. Las arañas 30. Los murciélagos o los pájaros 32. Las armas de fuego 33. Estar presente en una pelea 35. Cortarse o hacerse daño 39. Los gatos

Correlación

0,62 0,47 0,43 0,47 0,51 0,61 0,69 0,58 0,61 0,58 0,63 0,61 0,61 0,57 0,55 0,62 0,49 0,72 0,63 0,52 0,66 0,64 0,64 0,63 0,67 0,56 0,56 0,49

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ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

TABLA 5 (Cont.) Dimensión (subescala)

Elemento del FSSC-R 43. Los juegos violentos 47. Las hormigas o los escarabajos 50. Ver la sangre 52. Los perros que parecen malos o extraños 77. Las picaduras de las abejas 78. Los gusanos o los caracoles 79. Las ratas o los ratones

4. Miedo al peligro y a la muerte

5. Miedos médicos

10. Perderte en un lugar desconocido 20. Los bombardeos (ser invadido) 23. Los lugares altos, como las montañas 26. Que un ladrón entre en tu casa 34. El fuego o quemarte 41. Ser atropellado por un coche o camión 58. Caer desde lugares altos 59. Recibir una descarga eléctrica 70. Los microbios o una enfermedad grave 72. Los terremotos 73. Rusia 76. No poder respirar 8. Tener que ir al hospital 21. Que te pongan una inyección 22. Ir al dentista 51. Ir al médico

Nota: Adaptado de Ollendick et al., 1989, p. 23.

Correlación 0,56 0,54 0,62 0,55 0,60 0,56 0,67

0,59 0,70 0,48 0,78 0,72 0,72 0,73 0,70 0,69 0,78 0,48 0,72 0,73 0,74 0,63 0,56

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autores son las correlaciones entre cada elemento del FSSC-R y la puntuación de la escala correspondiente (i.e., la suma de los items que conforman el factor al que pertenece el ítem en cuestión). Aunque no presentan la estructura factorial resultante de este análisis, los autores indican que resultó ser bastante semejante a la constatada en el estudio previo referido por Ollendick (1983). Además, observaron que ciertos items podían igualmente ser asociados a más de un factor. Por ejemplo, algunos items parecían relacionarse tanto con el factor de Miedo al peligro y a la muerte como con el factor de Miedo a lo desconocido. Este resultado probablemente explica las variaciones que se producían en los items de estos factores entre chicos y chicas, y entre los grupos de edad (Ollendick et al., 1989, p. 21). Tal y como cabría esperar, las correlaciones entre las subescalas del FSSC-R obtenidas en este estudio fueron entre moderadas y altas, oscilando entre 0,47 (para las subescalas de Miedo a lo desconocido y Miedos médicos) y 0,74 (para las subescalas de Miedo a lo desconocido y Miedo a daños menores y a pequeños animales). Los coeficientes alfa fueron en general altos (cercanos al valor de 0,90), excepto para los dos últimos factores (Miedo al peligro y a la muerte y Miedos médicos), lo cual podría venir dado por el menor número de items que poseen estas dimensiones (esta última dimensión posee solamente 4 elementos). Los autores concluyen indicando que los factores del FSSC-R, aunque significativamente interrelacionados, son suficientemente distintos y pueden generalizarse tanto a los niños como a los adolescentes, tanto al sexo masculino como al femenino, y tanto a la población de Estados Unidos como a la de Australia (p. 22). Los autores recomiendan, así mismo, la utilidad de emplear las 5 subescalas como dimensiones separadas, además de la puntuación general del cuestionario. Posteriores investigaciones del grupo de Ollendick (Dong et al., 1994, 1995; King, Gullone y Ollendick, 1992; Ollendick et al., 1991, 1996) han puesto de relieve la validez de estas dimensiones de los miedos, así como su posible utilidad psicopatológica, con diferentes grupos de edad, con participantes de ambos sexos, y con muestras de distintos países (Estados Unidos, Australia, China, Nigeria y Gran Bretaña). Más aún, en un reciente estudio, Weems

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et al. (1999) han constatado que las escalas del FSSC-R permiten diferenciar, en niños y adolescentes (entre 6 y 17 años de edad), entre diferentes tipos de fobias (fobia a la oscuridad, fobia a los animales, fobia del tipo sangre-inyecciones-daño, y fobia social), una capacidad discriminante del FSSC-R que ya había sido puesta de relieve de forma preliminar por Last, Francis y Strauss (1989). En el estudio de Weems et al. (1999), no obstante, la discriminación de los pacientes con fobia social sólo se daba con la forma del FSSC-R aplicada a los padres, no con la forma de autoinforme (estos autores adaptaron el FSSC-R para ser aplicado a los padres de los niños con trastornos de ansiedad).

B. Otras contribuciones con el FSSC-R Entre otros estudios realizados con el FSSC-R, merece la pena citar los efectuados por McCathie y Spence (1991), Neal, Lilly y Zakis (1993), y Sandín y Chorot (1998). Seguidamente comentaremos las contribuciones más significativas de estos estudios con respecto al conocimiento de la estructura de los miedos. McCathie y Spence (1991), empleando el FSSC-R, examinaron los miedos en una muestra de 376 niños australianos, con edades entre 7 y 12 años. Las respuestas al cuestionario fueron sometidas a análisis factorial de ejes principales y rotación varimax. Partiendo de la evidencia factorial previa con el FSSC-R presentada por Ollendick y sus colaboradores, McCathie y Spence seleccionaron la estructura factorial consistente en cinco factores, los cuales explicaban el 41,3% de la varianza total. Una primera diferencia importante entre este estudio y el de Ollendick (1983) fue la discrepancia en el porcentaje de la varianza explicada por los cinco factores: 77% en el estudio de Ollendick versus 41,3% en el estudio de McCathie y Spence. Otras diferencias venían dadas por la propia estructura factorial. Aunque en términos generales los autores constataron que ciertas dimensiones de los miedos equivalían conceptualmente a las referidas por el grupo de Ollendick, existían divergencias importantes en cuanto al orden y contenido de los factores aisla-

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dos. Los tres primeros factores obtenidos por McCathie y Spence fueron como sigue: (1) miedo a la muerte y al peligro, (2) miedo a lo desconocido y a los pequeños animales, y (3) miedo al fracaso y a la crítica. Los dos factores restantes eran menos claros y, a juicio de estos autores, explicaban poca varianza (2,4 y 2,2%, respectivamente). Aparte, por tanto, de las claras diferencias estructurales generales que parecen existir entre los resultados de McCathie y Spence (1991) y los del grupo de Ollendick (1983; Ollendick et al., 1989), se observan cambios importantes en el orden de los factores y en su contenido. En cuanto al orden, la dimensión relacionada con el miedo al peligro y a la muerte, que aquí aparece como primer factor, en los estudios de Ollendick emerge siempre como penúltimo factor (justo antes del factor relativo a los miedos médicos). Por otra parte, la dimensión de miedos sociales (i.e., miedo al fracaso y a la crítica), que en los trabajos de Ollendick representa siempre de forma consistente el primer factor, vemos que en el estudio de McCathie y Spence aparece en tercer lugar. Otra diferencia digna de consideración viene dada por el contenido del segundo factor aislado por McCathie y Spence, el cual está conformado por los miedos a lo desconocido y a los pequeños animales. Es decir, un factor que integra los Factores 2 (Miedo a lo desconocido) y 3 (Miedos a daños menores y a pequeños animales) de Ollendick. El FSSC-R, conforme a su forma de aplicación habitual, evalúa los miedos según una escala de intensidad de 3 puntos («Nada», «Un poco», «Mucho»). McCathie y Spence (1991), además de aplicar este formato estándar, aplicaron el FSSC-R según formatos de frecuencia y evitación. La frecuencia la evaluaron de acuerdo con la forma habitual con que los niños se preocupaban o sentían miedo a los diferentes reactivos del FSSC-R, siguiendo la estructura de respuesta de 3 puntos («Nunca», «A veces», «Cada día»). La evitación fue evaluada en términos de interferencia (i.e., hasta qué punto el miedo en cuestión le impide hacer cosas o le obliga a evitar situaciones), también según una escala de intensidad de 3 puntos («Nada», «Un poco», «Mucho»). El análisis de los datos obtenidos mediante estos dos procedimientos de evaluación llevó, en

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

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ambos casos, a la obtención de los siguientes 5 factores: (1) miedo al peligro, al daño, a la enfermedad y a la muerte, (2) miedo al fracaso y a la crítica, (3) miedo a lo desconocido, (4) miedos médicos, y (5) miedos a los animales. Los 5 factores aislados a partir del formato de evitación fueron como sigue: (1) miedo al peligro, al daño, a la enfermedad y a la muerte, (2) miedo al fracaso y a la crítica, (3) miedo a lo desconocido, (4) miedos misceláneos, y (5) miedos a los animales. Obviamente, estas discrepancias deberán ser esclarecidas a través de futuras investigaciones, sobre todo las diferencias que se observan con el formato estándar de aplicación del FSSC-R. No obstante, en general se advierte que las dimensiones factoriales aisladas por McCathie y Spence (1991), a partir de una población de niños australianos, son bastante semejantes a las indicadas por los estudios de Ollendick y colaboradores con muestras de Estados Unidos y otros países, incluida la propia Australia. Neal et al. (1993) investigaron separadamente la estructura factorial del FSSC-R en muestras de niños blancos (n = 124) y negros (n = 109; i.e., negros norteamericanos de ascendencia africana), con edades entre 6 y 12 años. Mediante la aplicación de análisis de componentes principales y rotación varimax, los autores constataron una solución factorial de cinco dimensiones para la muestra de niños blancos y de sólo tres factores para la muestra de niños negros. En el grupo de niños negros, los 3 factores se referían respectivamente a (1) «miedos a la muerte, al peligro y a los pequeños animales», (2) «miedos a lo desconocido y a cosas que se arrastran», y (3) «miedos médicos». En el grupo de niños blancos, los 5 factores fueron definidos por este orden: (1) «miedos a la muerte, al peligro y a los pequeños animales», (2) «miedos a lo desconocido y a cosas que se arrastran», (3) «miedos escolares», (4) «miedos médicos», y (5) «miedo a las situaciones embarazosas» (p.ej., dar un tema en clase). El estudio de Neal et al. (1993) podría tener un interés etnocultural importante, ya que es la primera vez (que nosotros sepamos) que no se obtiene un factor de tipo social-evaluativo a partir de la aplicación del FSSC-R. Como también han señalado otros autores (p.ej., Shore y Rapport, 1998), es posible que la estructura

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

factorial de los miedos, generalmente de cinco dimensiones, varíe significativamente cuando se trata de poblaciones que se diferencian étnica y/o culturalmente de la raza blanca. No obstante, en principio no es posible obtener demasiadas conclusiones a partir del trabajo de Neal et al. (1993), ya que en él se realizaron los análisis factoriales con muestras excesivamente pequeñas (124 y 109 sujetos). Esto podría explicar, en gran medida, la enorme discrepancia que se observa entre los datos referidos sistemáticamente por Ollendick y sus colaboradores y los resultados de esta investigación que, por otra parte, no aportan nada al conocimiento previo a la aparición del FSSC-R. Recientemente, Sandín y Chorot (1998) realizaron un estudio en el que examinaron, a través de la versión española del FSSC-R (Sandín, 1997, pp. 59-61), la estructura factorial de los miedos infantiles en una muestra de niños con edades entre 10 y 11 años. Los autores descartaron los elementos 2 («Viajar en coche o en autobús»), 12 («Hablar por teléfono»), 16 («Viajar en tren»), 39 («Los gatos»), 42 («Tener que ir al colegio»), 55 («Que te corten el pelo»), 60 («La oscuridad al acostarte»), 65 («Tener que esperar a la salida del colegio») y 77 («Las picaduras de las abejas»), por no presentar suficiente varianza (i.e., contestados por el 80% o más de los niños como no evocadores de miedo). Los 71 elementos restantes fueron sometidos a análisis de componentes principales y rotación varimax. Para la extracción del número de factores, Sandín y Chorot (1998) aplicaron criterios teóricos (evidencia previa de 5 factores) y empíricos; estos últimos fueron los criterios de extracción de Thurstone (1947), los criterios de interpretabilidad de la estructura simple señalados por Gorsuch (1983) y la prueba de scree (Cattell, 1966). Tras el primer análisis factorial, los autores descartaron los elementos 38 («Tener que comer alguna comida que no te gusta»), 46 («Tener que actuar en una función del colegio o centro») y 68 («El sonido de las sirenas»), por presentar pesos factoriales irrelevantes (pesos muy bajos o saturaciones significativas repetidas en múltiples factores) y/o niveles bajos de comunalidad (i.e., comunalidad < 0,20). Los restantes 68 elementos del FSSC-R fueron sometidos a un nuevo análisis factorial, siendo extraídos 5 factores

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

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que explicaban el 43,2% de la varianza total. Vemos, por tanto, que la varianza explicada por los cinco primeros factores es ligeramente superior a la referida por McCathie y Spence (1991), pero notablemente inferior a la obtenida por Ollendick (1983). El orden de los factores, los elementos descritos por cada factor, y las saturaciones de cada elemento en el factor relevante están indicados en la Tabla 6. Los resultados sobre la estructura de los miedos obtenida por Sandín y Chorot (1998) poseen una importante correspondencia empírica y conceptual con la estructura factorial sugerida por Ollendick, ya que los cinco factores parecen poseer un significado equivalente tanto en lo que concierne a la estructura general como a la configuración factorial. También existe coincidencia en el orden de los factores primero y último. El primer factor, asociado a los miedos de tipo social, también se observa como factor más relevante en los estudios con adultos llevados a cabo por Arrindell et al. (1991a, 1991b). El último factor, asociado a los miedos médicos, también emerge en la investigación de Sandín y Chorot como la dimensión menos relevante, y que, por otra parte, coincide prácticamente con la obtenida por Ollendick. Los tres factores restantes presentan importantes puntos en común con los factores del mismo nombre aislados por Ollendick, si bien también poseen entre sí algunas diferencias menores (véanse las Tablas 5 y 6). Merece la pena destacar que, en el estudio de Sandín y Chorot, los elementos 18 (i.e., miedo a los osos y a los lobos) y 52 (i.e., miedo a los perros) del cuestionario saturan de forma más elevada en la dimensión de miedo a los peligros físicos y a la muerte que en la dimensión de miedo a los pequeños animales y daños menores (como a priori cabría esperar). Los autores interpretan este hallazgo indicando su coherencia con la separación entre los miedos a los pequeños animales (animales que habitualmente transmiten suciedad y generan repulsión y asco) y los miedos a los animales depredadores (animales que habitualmente constituyen un peligro físico y amenaza inminente de muerte). Este fenómeno, que a nuestro juicio posee un gran interés, ha sido tratado más extensamente por Sandín (1997). También lo hemos comentado con algún detenimiento al tratar sobre el sistema de evitación de la enfermedad y

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

la sensibilidad al asco (Capítulo 2) y sobre la estructura jerárquica de los miedos (Capítulo 3). Sandín y Chorot (1998), no obstante, señalan algunas discordancias importantes entre sus hallazgos y los indicados por el grupo de Ollendick. Por ejemplo, los autores resaltan la existencia de múltiples variables del Factor 4 (Miedos a lo desconocido) con saturaciones relevantes en el Factor 2 (Miedos a pequeños animales y a daños menores) (véase la Tabla 6). Sandín y Chorot señalan, así mismo, la correspondencia que existe entre este resultado y el obtenido por McCathie y Spence (1991) pues, como vimos atrás, estos últimos autores hallaron un factor (el segundo) definido por los miedos a lo desconocido y a los pequeños animales, es decir, un factor que parecía integrar los factores 2 y 4 de Sandín y Chorot (1998), así como también los factores 2 (Miedo a lo desconocido) y 3 (Miedo a daños menores y a pequeños animales) de Ollendick (1983; Ollendick et al., 1989). TABLA 6 Dimensiones de los miedos (subescalas) a partir del análisis factorial de los 68 elementos residuales del FSSC-R (n = 254), con indicación de las saturaciones de cada ítem en el factor relevante Dimensión (subescala) 1. Miedos al fracaso y a la crítica (miedos sociales)

Elemento del FSSC-R 31. Que tus padres te regañen/critiquen 40. Suspender un examen 64. Que tu padre te castigue 29. Obtener malas notas 66. Hacer las cosas mal, cometer errores 48. Que otras personas te regañen/critiquen 3. Ser castigado por tu madre 15. Ser enviado al director del colegio 43. Los juegos violentos2 44. Que tus padres discutan

Peso factorial 0,77 0,72 0,69 0,58 0,58 0,57 0,55 0,52 0,52 0,49

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ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

TABLA 6 (Cont.) Dimensión (subescala)

2. Miedos a pequeños animales y a daños menores

3. Miedos a peligros físicos y a la muerte

Elemento del FSSC-R

Peso factorial

14. Ponerte enfermo en el colegio 24. Que se rían de ti4 54. Que te entreguen las notas4 63. Tener que vestir diferente a los demás 80. Hacer un examen4 28. Que te pregunte el maestro en clase4 1. Exponer un tema en clase4

0,48 0,40 0,35

47. Las hormigas o los escarabajos 4. Las lagartijas 30. Los murciélagos o los pájaros 79. Las ratas o los ratones 25. Las arañas 37. Las tormentas con truenos o relámpagos 53. Los cementerios 11. Las serpientes3 35. Cortarse o hacerse daño5 77. Las picaduras de las abejas 56. Las aguas profundas o el mar5 33. Estar presente en una pelea3,4 7. Los objetos afilados (cuchillos, etc.)

0,68 0,62 0,59 0,57 0,56

20. Los bombardeos (ser invadido) 27. Viajar en avión 72. Los terremotos 41. Ser atropellado por un coche o camión 18. Los osos o los lobos2 26. Que un ladrón entre en tu casa1 32. Las armas de fuego 58. Caer desde lugares altos

0,60 0,54 0,53

0,32 0,32 0,30 0,30

0,53 0,51 0,46 0,39 0,39 0,35 0,31 0,30

0,51 0,51 0,50 0,50 0,48

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

TABLA 6 (Cont.) Dimensión (subescala)

4. Miedos a lo desconocido

Elemento del FSSC-R

Peso factorial

34. El fuego o quemarte 23. Los lugares altos, como las montañas4 59. Recibir una descarga eléctrica 76. No poder respirar1 10. Perderte en un lugar desconocido1 70. Los microbios o una enfermedad grave1 9. La muerte o la gente muerta5 52. Los perros que parecen malos o extraños2

0,47

19. Conocer a alguien por primera vez 17. Quedar solo en casa con «la canguro» 69. Hacer algo por primera vez 36. Estar donde hay mucha gente 49. La gente de aspecto extraño 13. La montaña rusa, los parques de atracciones2 61. Ponerte enfermo en un coche 75. Los lugares oscuros2 5. Parecer tonto o estúpido3 45. Las habitaciones oscuras o los armarios2 74. Los ascensores2 71. Los lugares cerrados1 6. Los fantasmas o las cosas misteriosas3 67. Las películas de misterio2 62. Quedarte solo en casa2 73. Quedarte solo fuera de casa2 57. Tener pesadillas mientras duermes1

0,65

0,47 0,45 0,44 0,39 0,37 0,34 0,32

0,61 0,59 0,58 0,55 0,54 0,35 0,34 0,34 0,34 0,32 0,32 0,31 0,30 0,28 0,27 0,26

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ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

TABLA 6 (Cont.) Dimensión (subescala) 5. Miedos médicos

Elemento del FSSC-R 21. Que te pongan una inyección 22. Ir al dentista2 51. Ir al médico3 8. Tener que ir al hospital3 50. Ver la sangre

Peso factorial 0,55 0,37 0,36 0,30 0,27

Nota: Los superíndices en los enunciados indican que estos poseen pesos factoriales > 0,30 en el número de factor que coincide con el número del superíndice. Adaptado de Sandín y Chorot, 1998, pp. 27-28.

Otra discordancia notable concierne a algunos miedos que Ollendick (1983; Ollendick et al., 1989) designó como pertenecientes a la dimensión de miedos sociales. En concreto, nos referimos a los miedos identificados con los elementos 5 («Parecer tonto o estúpido»), 19 («Conocer a alguien por primera vez») y 69 («Hacer algo por primera vez»). En el estudio de Sandín y Chorot (1998), ninguno de estos items presentaba saturaciones relevantes en el factor de miedos al fracaso y a la crítica (Factor 1), pero sí en el factor de miedos a lo desconocido (Factor 4). En términos generales cabría afirmar, sin embargo, que los resultados obtenidos por Sandín y Chorot (1998) con la versión española del FSSC-R proporcionan apoyo empírico preliminar al modelo pentafactorial sobre la estructura de los miedos infantojuveniles sugerido por el grupo de Ollendick. Los análisis de fiabilidad sobre las cinco dimensiones del FSSC-R efectuados por estos autores también corroboran la consistencia de las mismas, así como la posible utilidad de emplearlas por separado, junto a la puntuación global de miedos. No obstante, estos resultados únicamente deben ser considerados como hallazgos preliminares, tanto en lo que concierne a la estructura de los miedos como en relación con la fiabilidad y validez factorial de la versión española del FSSC-R, ya que el tamaño de la muestra empleada era relativamente bajo y el rango de edad era muy limitado (i.e., niños de 10 y 11 años). Por otra parte, las discrepancias con respecto a los estudios transculturales del grupo de Ollendick, así como la inestabilidad que

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

parece observarse para algunos tipos de miedos, necesariamente deben ser investigadas empleando muestras suficientemente amplias que permitan contrastar la evidencia en función del sexo y de la edad. III. APORTACIONES BASADAS EN EL FSSC-II Si bien el FSSC-R ha sido, y es, el cuestionario de autoinforme más empleado para la evaluación de los miedos durante las etapas de la infancia y la adolescencia, el contenido de sus items ha permanecido inalterado desde que el cuestionario original fue desarrollado a finales de los años sesenta por Scherer y Nakamura (1968). Basándose en este hecho, recientemente Gullone y King (1992) realizaron una segunda revisión de la escala, la cual ha sido denominada Fear Survey Schedule for Children-II (FSSC-II). Gullone y King incluyeron en el nuevo cuestionario algunos miedos no contenidos en el FSSC-R, tales como el miedo al SIDA y el miedo a una guerra nuclear. Además de actualizar el contenido del cuestionario incluyendo algunos miedos más contemporáneos, los autores pretendían también incrementar las propiedades psicométricas y la sensibilidad del FSSCR mediante la supresión de elementos que poseían baja consistencia interna y la adición de items específicamente relevantes para los adolescentes. Gullone y King (1992) llevaron a cabo un proceso muy elaborado para la revisión del contenido de la FSSC-R. El FSSC-II definitivo consta de 75 elementos, de los cuales 28 son nuevos (se mantenían 47 del cuestionario original) (existe versión española de este nuevo cuestionario; véase el Anexo I)1. Gullone y King (1992) factorizaron los 75 items finales del FSSCII con una muestra de 828 niños y adolescentes australianos de edades entre 7 y 18 años. Aplicaron análisis de componentes principales y rotación varimax. Basándose en los resultados previos de Ollendick (1983) y en consideraciones conceptuales, los autores retuvieron una 1 Partiendo de la depuración estadística de los cuestionarios FSSC-R y FSSC-II, y de algunos nuevos items relevantes para la población española, hemos construido un cuestionario de autoinforme de miedos infantojuveniles para ser aplicado en la población española, el cual ha sido denominado FSSC-E (i.e., FSSC-Español) (Valiente y Sandín, 2001; véase el Anexo II). Datos sobre la estructura factorial, fiabilidad y validez del FSSC-E han sido referidos por Valiente (2001) y Valiente et al. (2002b).

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ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

estructura de 5 factores. Estos explicaban el 72,5% de la varianza total. Los resultados de este análisis factorial (i.e., dimensiones y pesos factoriales) se indican en la Tabla 7 (sólo se incluyen las saturaciones de cada elemento en el factor relevante). Estructuras factoriales semejantes a la que se indica en la presente tabla, aunque con algunas variaciones que no atentan contra la configuración básica de los factores, fueron también obtenidas por Gullone y King (1992) de forma separada para grupos de sexo y edad (7-12 años versus 13-18 años). TABLA 7 Dimensiones de los miedos (subescalas) a partir del análisis factorial de los 75 elementos del FSSC-II (n = 828), con indicación de las saturaciones de cada ítem en el factor relevante Dimensión (subescala)

Elemento del FSSC-II

1. Miedo a la muerte y al peligro

20. Que te rapten N 53. Los terremotos 33. Que te amenacen con un arma N 28. Los huracanes N 30. Ser atropellado por un coche o camión 17. Los asesinos N 21. Tener una enfermedad grave R 35. No poder respirar 29. Morirte N 10. Que nuestro país sea invadido R 12. Una guerra atómica N 23. El fuego R 34. Los incendios forestales N 13. Tomar drogas peligrosas N 42. Que alguien de tu familia tenga un accidente N 74. Caer desde lugares altos 61. El SIDA N 25. Que muera alguien de tu familia N

Peso factorial 0,74 0,72 0,70 0,69 0,69 0,64 0,64 0,62 0,61 0,59 0,57 0,57 0,56 0,56 0,56 0,56 0,55 0,54

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

TABLA 7 (Cont.) Dimensión (subescala)

2. Miedo a lo desconocido

Elemento del FSSC-II

Peso factorial

75. Los tiburones N 48. Que un ladrón entre en tu casa 41. Recibir una descarga eléctrica R 24. Que te operen N 45. Que alguien de tu familia se ponga enfermo N 63. Los tigres N

0,52 0,52

50. Estar solo en casa N 15. Las escenas violentas de la televisión N 43. Perderte en un lugar donde hay mucha gente R 11. La oscuridad R 65. Perderte en un lugar desconocido 72. Los extranjeros N 62. Las casas misteriosas N 3. Estar solo 49. Soñar con cosas malas R 57. Que alguien te amenace N 38. La gente borracha N 32. Los fantasmas o las cosas misteriosas 46. La gente de aspecto extraño 7. Estar en lugares cerrados R 19. Estar presente en una pelea 69. Ver la sangre 1. Que se rían de ti 64. La gente muerta R 2. Atracciones como la montaña rusa R 71. Viajar en avión

0,67

0,52 0,50 0,48 0,47

0,62 0,56 0,55 0,54 0,53 0,53 0,53 0,51 0,47 0,45 0,42 0,42 0,42 0,39 0,38 0,38 0,36 0,28 0,27

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ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

TABLA 7 (Cont.) Dimensión (subescala) 3. Miedo al fracaso y a la crítica

4. Miedos a los animales

5. Miedos de estrés psíquico y médicos

Elemento del FSSC-II

Peso factorial

37. Suspender un examen 9. Obtener malas notas en el colegio R 36. Ser castigado por tu padre R 18. Que tus padres te regañen o critiquen 58. Que te entreguen las notas R 26. Hacer las cosas mal, cometer errores 56. Hacer un examen R 4. Que otras personas te regañen o critiquen 47. Ser castigado por tu madre 27. Que tus padres discutan R 40. Que tus padres se separen o se divorcien N 31. Ser enviado al director del colegio 70. Parecer tonto o estúpido

0,60

60. Las lagartijas 66. Las tormentas con truenos o relámpagos 55. Las abejas R 59. Los truenos N 68. Los dingoes (perros salvajes de Australia) R 51. Las ratas R 39. Las serpientes 5. Los ratones R 67. Los cementerios

0,54

14. Hablar en clase frente a tus compañeros N 8. Ir al médico

0,54 0,53 0,52 0,51 0,50 0,49 0,48 0,47 0,47 0,44 0,40 0,35

0,51 0,51 0,51 0,51 0,50 0,50 0,46 0,39

0,56 0,51

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

TABLA 7 (Cont.) Dimensión (subescala)

Elemento del FSSC-II 52. Ir a un nuevo colegio N 6. Perder a tus amigos N 54. Que te pongan una inyección R 73. Tener que ir al hospital 44. No tener amigos N 22. Conocer a alguien por primera vez 16. Las arañas

Peso factorial 0,45 0,43 0,42 0,41 0,39 0,38 0,38

Nota: N = elementos nuevos, R = elementos del FSSC-R reformulados. Adaptado de Gullone y King, 1992, pp. 994-995.

Como puede apreciarse en la tabla, y al igual que ocurría con la factorización del FSSC-R, en primer lugar se observa que la estructura de los miedos infantojuveniles parece comprender 5 dimensiones más o menos independientes o separadas. Gullone y King (1992) interpretan globalmente estos resultados indicando que esta solución factorial obtenida a partir del FSSC-II es «conceptualmente muy similar a la referida para el FSSC-R» por Ollendick (p. 992). Señalan, así mismo, que mientras la mayoría de los elementos del cuestionario saturan claramente sobre una de las cinco subescalas o dimensiones, hay algunos items que saturan por igual en dos factores. Así por ejemplo, el ítem 63 («Los tigres») satura tanto en el Factor 1 (Miedo a la muerte y al peligro) como en el Factor 4 (Miedo a los animales). El elemento 67 («Los cementerios»), aunque satura de forma más elevada en el Factor 4, también posee un peso factorial importante sobre la dimensión del Factor 2 (Miedo a lo desconocido). Igualmente, el elemento 18 («Las arañas»), aunque también satura en el Factor 4, lo hace de forma más fuerte en el Factor 5 (Miedos al estrés psíquico y médicos). Observamos por tanto que, ateniéndonos a la estructura y configuración de los factores, algunos items no parecen agruparse según una estructura lógica. Por ejemplo, no parece lógico que miedos como los relacionados con las tormentas, los truenos y los

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

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cementerios se asocien de forma predominante a la dimensión de miedos a los animales. Fenómenos de este tipo vimos que también ocurrían con los estudios basados en el FSSC-R, tales como el de Ollendick (1983) y el de Sandín y Chorot (1998). Da la impresión, por otra parte, de que algunos miedos parecen resultar inestables en cuanto a su pertenencia a una u otra dimensión. Nos llama la atención el hecho de que el factor relacionado con los miedos de tipo social-evaluativo (i.e., Miedo al fracaso y a la crítica) aparezca en tercer lugar, en lugar de constituirse como primer factor. Este fenómeno es llamativo puesto que, tanto los estudios normativos con el FSSC-R (p.ej., Ollendick, 1983; Ollendick et al., 1989; Sandín y Chorot, 1998), como las investigaciones sobre la estructura de los miedos en adultos (Arrindell et al., 1991a, 1991b), sugieren sistemáticamente la aparición de un factor de naturaleza social-evaluativa como primera dimensión del análisis factorial. Algunos autores, no obstante, han constatado que el factor que emerge con mayor relevancia es el relacionado con los miedos a los peligros mayores y a la muerte (McCathie y Spence, 1991; Neal et al., 1993). Futuros estudios, por tanto, deberán clarificar esta cuestión. Otro aspecto que merece una consideración particular es el hecho de que Gullone y King (1992) hayan obtenido un factor mixto que engloba los miedos de tipo médico y otros miedos que los autores denominan de «estrés psíquico». En esta última categoría incluyen miedos como los de los elementos 6 («Perder a tus amigos»), 14 («Tener que hablar en clase frente a tus compañeros»), 22 («Conocer a alguien por primera vez»), 44 («No tener amigos»), y 52 («Ir a un nuevo colegio»). Desde el punto de vista de una estructura lógica, el contenido de estos items parece tener más que ver con la dimensión de miedos sociales (Factor 3) que con los miedos de tipo médico. De hecho, no obstante, estos items presentan saturaciones en el Factor 3 con valores que oscilan entre 0,20 y 0,35 (la mayoría cercanos a 0,30), lo cual indica una asociación también relevante con el factor de miedos sociales. Es posible que la emergencia de este nuevo factor se deba a los cambios introducidos en el FSSC-II, pues cuatro de estos items (exceptuándose el ítem 22) no estaban incluidos en el FSSC-R.

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

En un estudio más reciente con el FSSC-II, realizado por Burnham y Gullone (1997), se pretendía, entre otras finalidades, contrastar transculturalmente la validez dimensional de los miedos infantojuveniles y, por ende, la validez de constructo del FSSC-II. Habiendo sido efectuados algunos cambios menores para adaptar los enunciados al entorno cultural de los Estados Unidos (pues el cuestionario se había construido inicialmente con población australiana), el FSSC-II fue aplicado por estos autores a una muestra de 720 niños norteamericanos con edades que oscilaban entre los 10 y los 18 años. Los autores aislaron 5 factores, los cuales explicaban el 41,3% de la varianza total. Estos factores resultaron ser muy semejantes a los derivados del estudio de Gullone y King (1992) con este mismo cuestionario. Comentamos a continuación algunas de las diferencias entre ambos estudios. En primer lugar se observa que la varianza explicada por los factores es mucho menor en el estudio de Burnham y Gullone (1997) que en el de Gullone y King (1992). En realidad, el porcentaje de varianza referido por Burnham y Gullone (1997) se asemeja más a la mayoría de los resultados obtenidos con estudios basados en el FSSC-R (p.ej., McCathie y Spence, 1991; Sandín y Chorot, 1998). Ambos estudios también difieren en el orden de los factores. Así, aunque los dos primeros factores coinciden en los dos estudios, mientras que en el estudio australiano el factor Miedos a los animales aparece como cuarto factor, en el estudio de Burnham y Gullone (1997) corresponde al tercer factor. Las diferencias más significativas, no obstante, se refieren a las dos últimas dimensiones de estos autores. El Factor 4 es denominado Miedos escolares y médicos, mientras que el Factor 5 es el de Miedo al fracaso y a la crítica. Una divergencia significativa viene dada por el hecho de que el factor de tipo social aparezca en último lugar (i.e., Factor 5), y por tanto explique el menor porcentaje de la varianza, en comparación con los restantes factores. Otra diferencia importante consiste en la emergencia del Factor 4 (Miedos escolares y médicos), el cual está configurado básicamente por miedos de tipo escolar: seis miedos escolares («Hacer un examen», «Que te entreguen

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

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las notas», «Obtener malas notas en el colegio», «Suspender un examen», «Tener que hablar en clase frente a tus compañeros» e «Ir a un nuevo colegio»), un miedo social («Conocer a alguien por primera vez») y dos miedos médicos («Ir al médico» y «Que te pongan una inyección»). Como puede apreciarse, de estos miedos social-evaluativos, tres fueron asociados al factor Miedos de estrés psíquico y médicos (Factor 5), y cuatro al factor Miedo al fracaso y a la crítica (Factor 3), en el estudio de Gullone y King (1992). El Factor 5 (Miedo al fracaso y a la crítica) está conformado por sólo 8 elementos (13, en cambio, en el estudio de Burnham y Gullone, 1997), cinco de los cuales han sido asociados habitualmente a esta dimensión. Sin embargo, este factor también está constituido por dos elementos («No tener amigos» y «Perder a tus amigos») del factor relativo a los miedos de estrés psíquico y médicos, y un elemento («Estar presente en una pelea») del factor relacionado con el miedo a lo desconocido, del estudio de Gullone y King (1992). Por tanto, parecen existir diferencias notables entre ambos estudios en lo que concierne a la distribución de los miedos de índole socialevaluativa y los miedos médicos. Por otra parte, mientras que en el estudio australiano se define un nuevo factor denominado «miedos de estrés psíquico y médicos», en el estudio norteamericano este es renombrado como factor de «miedos escolares y médicos». Por tanto, y en términos globales, una diferencia principal en la estructura factorial entre los dos estudios que hasta el momento se han llevado a cabo con el FSSC-II consiste en que los contenidos de los Factores 4 y 5 del estudio de Burnham y Gullone (1997), que se definen como Miedos escolares y médicos y Miedos al fracaso y a la crítica, respectivamente, se intercambian en gran medida con los contenidos de los Factores 3 y 5 (Miedo al fracaso y a la crítica y Miedos de estrés psíquico y médicos, respectivamente) del estudio de Gullone y King (1992). Estos y otros problemas ya comentados, así como la evidencia de elementos del FSSC-II relativamente inestables (p.ej., en el estudio norteamericano, los items «Tener que ir al hospital» y «Ser castigado por la madre» saturan en el factor de miedo a lo desconocido), sugieren la necesidad de llevar a cabo nuevos estudios con este reciente cuestionario.

92

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

IV. OTRAS APORTACIONES SOBRE LA ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS INFANTOJUVENILES Aparte de los estudios que hemos comentado en los apartados anteriores, se han publicado algunos otros trabajos menos centrales para nuestra investigación, que podrían aportar información complementaria sobre la estructura de los miedos característicos de la infancia y/o adolescencia. Por tanto, aunque sólo sea de forma breve, vamos a referirnos a algunos de ellos en el presente apartado. Uno de estos estudios es el publicado recientemente por Shore y Rapport (1998). Estos autores aplicaron una versión revisada del FSSC-R de 84 items adaptada a una población etnoculturalmente diversa del estado de Hawai (i.e., la Fear Survey Schedule for Children for Hawaii-Revision, FSSC-HI). Partiendo de una muestra de 383 niños de 7-16 años, a los que se les aplicó el FSSC-HI, Shore y Rapport (1998) obtuvieron una estructura factorial de 7 dimensiones que explicaban el 36,1% de la varianza. Entre estas aparecían 3 dimensiones de los miedos que han sido consistentemente establecidas en la literatura científica: el miedo al peligro y a la muerte, el miedo a lo desconocido, y los miedos a los animales. Los restantes cuatro factores fueron definidos como «preocupaciones» (p.ej., enfermar en el colegio, las tormentas, los lugares donde hay mucha gente, etc.), «miedos sociales anticipatorios» (p.ej., hacer un examen, recibir las notas, ir al médico, conocer a alguien por primera vez, hablar a la clase, etc.), «miedos sociales aversivos» (p.ej., suspender una evaluación, ser castigado por el padre, malas notas, etc.) y «miedos de conformismo social» (p.ej., tener que llevar ropa diferente a los demás, ser vejado por los padres, cometer errores, etc.). Al margen del factor sobre preocupaciones, cuyo significado no parece en principio tener una estructura lógica clara, nos llama la atención la delimitación factorial de las tres dimensiones sobre los miedos sociales (i.e., anticipatorios, aversivos y de conformismo social). Dejando aparte la última categoría (i.e., miedos de conformismo social), no parece lógico categorizar los miedos de acuerdo con la cualidad de «anticipatorio» o «aversivo», ya que, por su propia naturaleza, todos

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

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los miedos deberían cumplir ambos requisitos (no solamente los sociales). Es posible, no obstante, que estas dimensiones de los miedos, de ser corroboradas por otros estudios, posean significados propios de ciertas etnias, tal y como vienen a señalar Shore y Rapport (1998). En relación con la validez de la estructura pentafactorial de los miedos infantojuveniles, resulta interesante recordar un trabajo publicado por Mann, Sylvester y Chen (1996). Estos autores aplicaron a una muestra de adultos (estudiantes universitarios) un cuestionario retrospectivo de miedos infantiles diseñado específicamente para este estudio. Mann et al. (1996) no sólo concluyeron que los jóvenes adultos podían recordar perfectamente sus miedos de la infancia, sino que también tales miedos parecían agruparse según una estructura similar a la descrita por el grupo de Ollendick a partir de las investigaciones con niños y adolescentes. Específicamente, los factores aislados por estos autores fueron: (1) miedo al peligro/daño, (2) miedo a la evaluación negativa, (3) miedo a la oscuridad o a cosas que asustan, (4) miedo a los pequeños animales, y (5) miedos médicos. Se observa, por tanto, una clara correspondencia entre estos resultados retrospectivos (i.e., referidos por adultos) y los resultados basados en estudios sobre los miedos referidos directamente por los propios niños/adolescentes (Gullone y King, 1992; Ollendick et al., 1989; Sandín et al., 1998). Lo cual constituye una prueba más en apoyo de la validez de la categorización dimensional de los miedos infantojuveniles, que parecen agruparse según cinco dimensiones estables y relativamente invariantes (Sandín y Valiente, 1999). Finalmente, merece la pena que hagamos una breve alusión al estudio de Muris et al. (1999). Estos autores realizaron un estudio semejante al de Fredrikson et al. (1996; comentado en el Capítulo 3), aunque basándose en una muestra de niños y adolescentes (996 participantes). Aplicaron un cuestionario basado en la taxonomía de las fobias específicas descrita en el DSM-IV, el cual consistía en 15 elementos que cubrían un rango importante de síntomas de fobia específica. Los autores llevaron a cabo análisis factoriales confirmatorios para probar la validez de la

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

estructura tridimensional sugerida por Fredrikson et al. (1996); establecieron a priori los tres factores siguientes: (1) Fobia a los animales (incluía los siguientes síntomas: miedo a los animales no peligrosos, miedo a los animales peligrosos y miedo a los animales que otros niños no suelen temer); (2) Fobia a la sangre-inyecciones-daño (miedo a recibir una inyección, miedo a visitar al médico, miedo a contemplar una operación, miedo a ir al hospital, miedo a visitar al dentista, miedo a tener una enfermedad grave, y marearse ante la presencia de sangre); y (3) Fobia ambiental-situacional (miedo a la oscuridad, miedo a las tormentas, miedo a los lugares cerrados, miedo a volar en avión, y miedo a las alturas). Muris et al. (1999) contrastaron la estructura factorial según cuatro posibles modelos, tres de ellos consistían en una estructura tridimensional, según los tres factores descritos, y un cuarto modelo establecía la existencia de un único factor. Los análisis factoriales confirmatorios claramente sugerían que el modelo basado en un solo factor era inapropiado, lo cual apoyaría la hipótesis del DSM-IV sobre la existencia de categorías separadas de fobias específicas. Respecto a los restantes modelos teóricos basados en una estructura de tres factores, los que mejor se ajustaban a los datos empíricos eran los dos que asumían la existencia de correlación entre los tres factores, tanto el que implicaba una estructura jerárquica (i.e., los tres factores saturaban sobre un factor de orden superior) como el que no la implicaba (asumía únicamente la existencia de correlación entre los tres factores). Llama la atención, sin embargo, que Muris et al. (1999) no sometieran a prueba la validez de un modelo basado en cuatro factores correspondientes con las cuatro entidades nosológicas de fobias específicas, lo cual, indudablemente, resta valor al estudio (Sandín y Valiente, 1999). No obstante, el estudio de Muris et al. (1999) es interesante porque, partiendo desde una perspectiva metodológica basada en la evaluación de síntomas fóbicos (aunque la muestra era no clínica), presenta cierta correspondencia estructural con los hallazgos de los estudios apoyados en la aplicación de cuestionarios de autoinforme tipo FSSC. La ausencia de un factor sobre los miedos sociales obedece

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

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a que los autores únicamente incluyeron en su estudio síntomas relativos a miedos específicos, puesto que intentaban validar las dimensiones clínicas de fobias específicas que se establecen en el DSM-IV (APA, 1994). V.

CONCLUSIONES GENERALES

En la Tabla 8 presentamos un resumen sobre los principales trabajos que hemos discutido en el presente capítulo en relación con la estructura de los miedos relativos a las edades de la niñez y la adolescencia. Como puede observarse, la mayoría de ellos se refieren a investigaciones basadas en formas revisadas del cuestionario FSSC. Como aspecto central del contenido de la tabla, incluimos las denominaciones de las dimensiones factoriales obtenidas por los diferentes autores. Partiendo del análisis que hemos efectuado en este capítulo sobre la estructura de los miedos característicos de la infancia y/o adolescencia, podríamos derivar una serie de conclusiones o consideraciones generales. En primer lugar, existe evidencia empírica importante y bastante consistente que apoya la hipótesis de que los miedos de la infancia y la adolescencia parecen organizarse sobre la base de 5 dimensiones fundamentales. Estas dimensiones, que han sido aisladas factorialmente por diferentes estudios, parecen corresponder a las 5 categorías siguientes de miedos: (1) miedos de tipo social (fundamentalmente miedos al fracaso y a la crítica), (2) miedos a los peligros físicos y a la muerte, (3) miedos a los fenómenos desconocidos, (4) miedos a los animales pequeños y a los daños menores, y (5) miedos de tipo médico. Sobre la base de investigaciones efectuadas en Estados Unidos y Australia, estas dimensiones parecen estables con independencia de los grupos de edad y sexo. Existen algunos trabajos, sin embargo, que no han apoyado esta estructura básica pentafactorial; bien es cierto, sin embargo, que la mayoría de ellos se han basado en muestras con claras connotaciones distintivas desde los puntos de vista étnico y cultural.

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

TABLA 8 Principales investigaciones factoriales centradas en el estudio de la estructura de los miedos de la infancia y la adolescencia Autores y nación

n

Edad Cuestionario Factores (dimensiones de miedo)

Scherer y Nakamura (1968) Estados Unidos

99

9-12 FSSC años 80 items

1. El fracaso y la crítica 2. Miedos mayores 3. Miedos menores 4. Miedos médicos 5. Miedo a la muerte 6. Miedo a la oscuridad 7. Miedos del hogarcolegio 8. Miscelánea

Miller et al. (1972) Estados Unidos

179

6-16 LFSSC años 81 items

1. Miedo al daño físico 2. Peligros naturales y sobrenaturales 3. Miedos socialesinterpersonales

Ollendick (1983) Estados Unidos

217

8-11 FSSC-R años 80 items

1. El fracaso y la crítica 2. Lo desconocido 3. El daño y los pequeños animales 4. El peligro y la muerte 5. Miedos médicos

Pelechano (1984) España

582

4-9

1. Los animales 2. Los fenómenos meteorológicos 3. El daño o la amenaza física 4. Ver sangre o heridas 5. Los símbolos y ritos de la muerte 6. Muerte/pérdida de seres queridos

IM 100 items

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

TABLA 8 (Cont.) Autores y nación

n

Edad Cuestionario Factores (dimensiones de miedo) 7. El fracaso y el rechazo 8. Gente desconocida y la muchedumbre 9. La violencia entre personas 10. Los lugares cerrados 11. Los fenómenos imaginarios

Ollendick et al. (1989) Estados Unidos Australia

1185 7-16 FSSC-R 80 items

1. El fracaso y la crítica 2. Lo desconocido 3. Daños menores y pequeños animales 4. El peligro y la muerte 5. Miedos médicos

McCathie y Spence (1991) Estados Unidos

376

7-12 FSSC-R 80 items

1. Peligro, daño, enfermedad, y muerte 2. El fracaso y la crítica 3. Lo desconocido 4. Miedos médicos 5. Miedos a los animales

Gullone y King (1992) Australia

828

7-18 FSSC-II 75 items

1. Miedo a la muerte y al peligro 2. Miedo a lo desconocido 3. Miedo al fracaso y a la crítica 4. Miedos a los animales 5. Miedos de estrés psíquico y médicos

97

98

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

TABLA 8 (Cont.) Autores y nación

n

Edad Cuestionario Factores (dimensiones de miedo)

Neal et al. (1993) Estados Unidos

233

6-12 FSSC-R 80 items

Niños blancos (n = 124): 1. Muerte, peligro y pequeños animales 2. Miedo a lo desconocido 3. Miedos escolares 4. Miedos médicos 5. Situaciones embarazosas Niños negros (n = 109): 1. Muerte, peligro y pequeños animales 2. Miedo a lo desconocido 3. Miedos médicos

Muris et al. (1999) Holanda

996

7-19 Cuestionario de síntomas de fobias específicas 15 items

1. Fobia a los animales 2. Fobia a la sangreinyecciones-daño 3. Fobia ambientalsituacional

Burnham y Gullone (1997) Estados Unidos

720

7-18 FSSC-II 75 items

1. Miedo a la muerte y al peligro 2. Miedo a lo desconocido 3. Miedos a los animales 4. Miedos escolares y médicos 5. Miedo al fracaso y a la crítica

Sandín y Chorot (1998) España

254

10-11 FSSC-R 80 items

1. Miedos al fracaso y a la crítica 2. Pequeños animales y daños menores

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

99

TABLA 8 (Cont.) Autores y nación

n

Edad Cuestionario Factores (dimensiones de miedo) 3. Miedos a los peligros físicos y a la muerte 4. Miedos a lo desconocido 5. Miedos médicos

Shore y Rapport (1998) Estados Unidos (Hawai)

383

7-16

FSSC-HI

1. Miedo al peligro y a la muerte 2. Miedo a lo desconocido 3. Preocupaciones 4. Miedos sociales anticipatorios 5. Miedos a los animales 6. Miedos sociales aversivos 7. Miedos de conformismo social

Nota: Elaboración propia. FSSC = Fear Survey Schedule for Children, LFSSC = Louisville Fear Survey Schedule for Children, FSSC-R = Fear Survey Schedule for Children-Revised, IM = Inventario de Miedos, FSSC-II = Fear Survey Schedule for Children-II, FSSC-HI = Fear Survey Schedule for Children-Hawaii Revision.

Tales dimensiones han sido constatadas independientemente con los dos cuestionarios de autoinforme actuales más relevantes, esto es, con el FSSC-R y el FSSC-II. El FSSC-R es el cuestionario de autoinforme más utilizado para la evaluación de los miedos en los niños y adolescentes y, sin duda, el que ha sido objeto de más trabajos de validación psicométrica. El FSSC-II, aunque se trata de un cuestionario más reciente, ha sido construido con mucho rigor y, en la actualidad, ya cuenta con importante evidencia que apoya sus buenas propiedades psicométricas. Hasta la aparición del FSSC-R, resultaba difícil obtener conclusiones válidas sobre la estructura de los miedos infantojuveniles, dada la disparidad de procedimientos de evaluación empleados y la escasez de trabajos que basaban sus

100

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

dimensiones de los miedos en criterios empíricos (i.e., en análisis factoriales). Aunque no existe un acuerdo conclusivo a este respecto, los miedos de tipo social suelen emerger en la mayoría de los estudios con el FSSC-R como constitutivos de la dimensión más relevante y consistente (suele ser el factor que aparece en primer lugar, y en consecuencia el que explica mayor porcentaje de la varianza). Esta conclusión, de confirmarse con posteriores investigaciones, estaría de acuerdo con los principales estudios sobre los miedos en población adulta, estudios que ponen de relieve la supremacía de esta dimensión sobre los restantes factores definidos por los diferentes tipos de miedos específicos. No obstante, algunos estudios basados en población infantojuvenil, sobre todo los efectuados con el FSSC-II, no sólo no parecen apoyar esta hipótesis, sino que incluso sugieren más de una dimensión fundamental de los miedos de tipo social. Es evidente que la resolución de estas cuestiones exige nuevos estudios. En varios estudios se observa, sin embargo, que el factor que emerge como más relevante y consistente es el relativo a los miedos a los peligros mayores y a la muerte. Este es un fenómeno que contrasta con los trabajos que, como indicamos arriba, destacan la supremacía del factor de tipo social. Puesto que esta alternancia se ha observado asociada a la utilización alternativa del FSSC-R o del FSSC-II, tal vez los diferentes resultados podrían depender del instrumento de evaluación empleado, más que de las características propias de los miedos. No está claro por qué en algunas investigaciones los miedos de tipo médico parecen asociarse a diversos miedos de índole social. Mientras que en unos trabajos se concluye la presencia clara de una dimensión de miedos médicos (que, dicho sea de paso, suele coincidir con el último factor), y en otros los miedos médicos se agrupan junto a ciertos miedos de tipo social-evaluativo, en algunos estudios el factor de miedos médicos incluso desaparece como dimensión relevante. Aún asumiendo la existencia de las cinco dimensiones fundamentales de los miedos, se observa en bastantes estudios la existencia de items que se comportan de forma inestable (cam-

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

101

bian de factor según el estudio de que se trate) o que saturan de forma relevante en dos factores a la vez (aunque en uno lo hagan de forma más fuerte). También se observa, a veces, la falta de concordancia entre la configuración lógica y la configuración empírica. Si tenemos en cuenta los diferentes estudios que hemos analizado, la presencia de elementos inestables, duplicados o discordantes parece afectar a todas las dimensiones, si bien la dimensión relativa a los miedos de peligro y muerte parece resultar la menos afectada. Aunque la estructura de los miedos infantojuveniles no coincide exactamente con la estructura de los miedos que se dan en las personas adultas, se evidencia una correspondencia conceptual importante entre las 4 dimensiones aisladas en investigaciones con adultos y las 5 dimensiones fundamentales que hemos descrito en el presente capítulo. La diferencia en el número de factores fundamentales podría venir explicada por la naturaleza evolutiva de los miedos. Así, los miedos relacionados con los peligros mayores y los temores a los fenómenos desconocidos poseen cierta preponderancia durante la niñez, pero son menos relevantes durante la edad adulta. En cambio, los miedos de tipo agorafóbico, así como también los miedos médicos, están más organizados y son más dominantes en las etapas adultas. El resto de dimensiones (miedos a los animales y miedos sociales) coincide en los estudios de niños/adolescentes y adultos. Algunos de los estudios que hemos analizado en el presente capítulo apoyan la estructura categorial de las fobias que se establece en el DSM-IV, lo cual constituye evidencia a favor de la validez de los tipos clínicos de fobias que se reflejan en este sistema. Este es un aspecto importante desde el punto de vista psicopatológico, ya que este tipo de información puede proporcionar, desde un enfoque dimensional, una base empírica sólida al enfoque clínico-categorial y taxonómico de las fobias. Así mismo, el establecimiento de las dimensiones fundamentales de los miedos posibilita asumir la existencia de mecanismos causales básicos diferenciales para grupos de miedos. Finalmente, merece la pena señalar que muchas de las investigaciones que hemos examinado tienden a concluir la utilidad que

102

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

reporta la consideración de las diferentes dimensiones para la propia evaluación psicométrica de los miedos. Es decir, partiendo de la existencia de 5 factores fundamentales que se comportan de forma estable e invariante a través de la edad, el sexo y la cultura, resulta de gran interés psicopatológico y clínico la existencia de subescalas derivadas separadamente de los elementos que configuran cada una de las cinco dimensiones de miedo.

5 FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

Vimos en el Capítulo 2 que ciertos miedos parecían ser más comunes en unas edades que en otras, evidenciándose ciertos patrones evolutivos en la aparición, curso y preponderancia de los miedos. También hemos constatado la existencia de cinco dimensiones básicas que subyacen a los miedos (Capítulo 4), cada una de las cuales se asocia a un tipo determinado de ellos. En el presente capítulo examinaremos la frecuencia (prevalencia y miedos más comunes) e intensidad de los miedos característicos de la infancia y la adolescencia teniendo en cuenta estas cinco dimensiones estructurales, así como también la edad y el sexo. Los datos fiables sobre la frecuencia e intensidad de los miedos infantojuveniles se basan esencialmente en cuestionarios de autoinforme (algo semejante a lo que ocurría en nuestro análisis sobre la estructura de los miedos). Por tanto, nos centraremos en la información que ha sido publicada sobre la base del empleo de este tipo de procedimientos de evaluación. Antes de abordar específicamente estos tres puntos centrales (i.e., prevalencia, miedos más comunes e intensidad), examinaremos brevemente algunas cuestiones relativas genéricamente a la prevalencia de los miedos y las fobias, bien entendido que no se trata de establecer un análisis exhaustivo (que desbordaría claramente los objetivos del capítulo) sino, más bien, de efectuar una breve introducción con una finalidad estrictamente complementaria a los tres puntos centrales del capítulo. Véanse Sandín (1999c) y Echeburúa (1993a), para una exposición más amplia sobre la epidemiología de las fobias en general, y Botella y Gallardo (1999) y Echeburúa (1993b), para una exposición más amplia sobre la epidemiología de la fobia social en particular.

104

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

I. UNA NOTA INTRODUCTORIA SOBRE LA PREVALENCIA DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS

A. Población general Los miedos y las fobias son fenómenos muy comunes en la población general, tanto en las personas adultas como en los niños y adolescentes. De entre todos los miedos, aquellos que se relacionan con los pequeños animales parecen ser los más frecuentes (Sandín, 1999c). Como ha resaltado este autor: Del elevado porcentaje de individuos que manifiestan miedos a situaciones fóbicas específicas, los miedos a los insectos y a pequeños animales (ratones, culebras o murciélagos) son los más frecuentemente citados. Los individuos que refieren miedos a esta categoría de estímulos comprenden casi el 46% del grupo total de individuos que sufren algún tipo de miedos fóbicos específicos (p. 58).

Fredrikson et al. (1996), basándose en un breve cuestionario, encontraron que la prevalencia puntual de una o más fobias específicas (i.e., cualquier fobia específica) era del 12,4% en el grupo de varones, del 26,5% en el de mujeres y del 19,9% en la población general. Estos datos son ligeramente superiores a los referidos por los estudios ECA (Epidemiological Catchment Area; 15,1%) y NCS (National Comorbidity Survey; 11,3%), los cuales se basan en el empleo de entrevistas estructuradas para efectuar el diagnóstico. Según estos autores, las fobias específicas son siempre más prevalentes en la población femenina que en la masculina. En términos generales, puede afirmarse que, partiendo de la información que nos proporciona la evidencia epidemiológica, las fobias constituyen los trastornos de ansiedad más prevalentes. Datos procedentes del estudio ECA indican que los miedos más prevalentes (prevalencia vital) son los relacionados con los insectos, los ratones, las serpientes y los murciélagos (22,4%), seguidos de los miedos de tipo ambiental-situacional (oscilando entre el 18,2% de los miedos a las alturas al 6,8% de los miedos a los lugares concurridos). A continuación se sitúan los miedos

FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

105

sociales (p.ej., miedo a hablar en público, 6,5%), seguidos de otros miedos. Un patrón semejante se observa con las fobias, siendo las más prevalentes las fobias a los insectos, los ratones, las serpientes y los murciélagos (6,1%), seguidas de las fobias situacionales y ambientales (entre el 4,7% para la fobia a las alturas y el 2,1% de la fobia a los túneles y puentes). Cualquier miedo específico presenta una prevalencia vital del 50,2%, cualquier miedo social del 11,7%, y cualquier miedo agorafóbico del 23,3%. Tanto para los miedos como para las fobias, la prevalencia es siempre mayor en la población femenina (Chapman, 1997; Sandín, 1999c). Del estudio NCS se deriva, igualmente, que los miedos y fobias específicos son los problemas de ansiedad más prevalentes en la población general, y que el sexo femenino se asocia a ellos de forma más fuerte que el masculino, si bien en las fobias y miedos de tipo social estas diferencias sexuales son menores que en otros tipos (Sandín, 1999c). Una diferencia importante entre los datos del estudio ECA y los del estudio NCS viene dada por las elevadas tasas de prevalencia vital que ha referido este último para la fobia social (13,3% frente al 3,2% del estudio ECA). Los datos del estudio ECA, más conservadores que los del estudio NCS, están más cercanos a la reciente información constatada en el estudio ABS (Australian Bureau of Statistics), a pesar de que en este último estudio se utiliza una metodología semejante a la del NCS (Lampe, 2000).

B.

Niños y adolescentes

En la población infantil, al igual que indicamos para la población adulta, los miedos son muy comunes (entre el 40 y el 45% de la población) y más frecuentes que las fobias (entre el 5 y el 8% de la población), afectando las fobias específicas aproximadamente al 2,5% de los niños (Echeburúa, 1993a). A partir del análisis efectuado por Sandín (1997) sobre la epidemiología de las fobias en los niños y adolescentes, se concluye que las tasas de prevalencia (población infantil general) de los trastornos

106

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

de ansiedad se distribuyen de la siguiente manera: (1) trastorno de ansiedad de separación, entre el 3,5 y el 13% (síntomas de ansiedad de separación, 50%); (2) fobias específicas, entre el 2 y el 4%; (3) fobia social, entre el 1 y el 1,4%; (4) trastorno de pánico, 1% (historia de ataques de pánico, más del 40%); y (5) trastorno de ansiedad generalizada, entre el 2 y el 4%. Otros autores han informado de tasas similares (p.ej., Essau, Conradt y Petermann, 2000a,b). Aunque estos datos podrían tomarse como indicadores generales para ubicar la prevalencia de las fobias específicas en el contexto de los trastornos de ansiedad, existen publicaciones que han señalado tasas más elevadas para las fobias específicas. Así por ejemplo, Ollendick, Hagopian y King (1997) han indicado que la prevalencia de las fobias específicas en los niños y los adolescentes se sitúa entre el 2,6 y el 9,1% de la población infantil, con un promedio aproximado del 5% obtenido a partir de los diferentes estudios. Como puede apreciarse, este rango es superior al indicado por Sandín (1997), siendo también claramente mayor a la tasa de prevalencia referida por Echeburúa (1993a). En lo que concierne a la fobia social referida específicamente al período de la adolescencia, recientemente se ha informado de la existencia de tasas de prevalencia superiores a las referidas por Sandín (1997) para la población infantojuvenil en general. Así por ejemplo, Verhulst, van der Ende, Ferdinand y Kasius (1997) constataron en una muestra de adolescentes una tasa de prevalencia de la fobia social del 3,7% (casi el triple de las tasas señaladas para los niños y adolescentes en general). No obstante, en un trabajo más reciente, Essau, Conradt y Petermann (1999) han referido tasas más conservadoras sobre la prevalencia de la fobia social en los adolescentes (i.e., 1,6%), siendo mayores en las chicas (2,1%) que en los chicos (1%). Estos autores constataron, así mismo, que la frecuencia de las fobias sociales en los adolescentes se incrementaba con la edad (el mayor incremento se producía de los 12-13 años a los 14-15 años). También se ha observado un incremento con la edad para los miedos a los animales y a la sangre (Essau et al., 2000a). De modo semejante a lo que indicábamos para la población adulta, los síntomas de miedo (i.e., formas de miedo intenso,

FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

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aunque sin llegar a miedo clínico) son siempre más frecuentes que las fobias. Se ha sugerido que el porcentaje de niños y adolescentes que sufren miedos intensos suele superar el 40% (Echeburúa, 1993a; Sandín, 1997). También son frecuentes en niños y adolescentes las reacciones de miedo características del ataque de pánico (generalmente por encima del 40% de la población infantojuvenil; Sandín, 1997). Para los miedos sociales se han referido tasas de frecuencia en adolescentes que oscilan entre el 10% (Bryant y Trower, 1974) y el 47,2% (Essau et al., 1999), siendo las situaciones sociales más temidas las relacionadas con hacer algo delante de otras personas, hablar en público, y hablar con otras personas. En un estudio reciente sobre los miedos en niños de 4 a 12 años, Muris y Merckelbach (2000) han señalado tasas elevadas de prevalencia de síntomas subclínicos de miedo, siendo los más prevalentes los relacionados con las fobias a los animales (16,3%), las fobias ambientales (16,3%), las fobias a las arañas (8,1%), las fobias a la oscuridad (8,1%), las fobias de tipo sangre-inyecciones-daño (6,9%), y las fobias a las tormentas (6,3%). Una conclusión importante de este estudio fue que una proporción elevada de niños (el 17,6%) reunía los criterios para el diagnóstico clínico de fobia específica. La relevancia de estos datos es significativa si tenemos en cuenta, por otra parte, que los miedos y las fobias son manifestaciones que aparecen con mucha frecuencia como condiciones comórbidas de otros problemas de ansiedad (Sandín y Chorot, 1995). De hecho, como indican estos autores, las fobias específicas son los trastornos de ansiedad que más frecuentemente ocurren como diagnósticos secundarios asociados a otros trastornos de ansiedad. Por otra parte, como ha subrayado Sandín (1999b), «un miedo suele venir acompañado de otros miedos», y «la existencia de un número elevado de miedos puede denotar predisposición hacia los trastornos de ansiedad» y actuar como «marcador de predisposición psicopatológica general» (p. 54); por todo ello, el estudio de la frecuencia e intensidad de los miedos merece, sin duda, una atención especial, al menos desde un punto de vista psicopatológico.

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II. FRECUENCIA DE LOS MIEDOS DURANTE LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA: PREVALENCIA La frecuencia de los miedos, o prevalencia (como ha sido designado en los estudios del grupo de Ollendick), habitualmente se ha estimado a partir de los cuestionarios de autoinforme calculando el número total de elementos que son señalados por el participante (niño o adolescente) como estímulos que producen un nivel elevado de miedo (i.e., mucho miedo). Siguiendo este procedimiento, la prevalencia de cada sujeto viene indicada por el número total de miedos asignados por el mismo. Nótese que este concepto difiere del concepto clásico de prevalencia (i.e., porcentaje de casos en una población). En la presente sección nos referiremos de forma específica a la prevalencia en los términos que hemos señalado, i.e., haciendo alusión al número total de miedos. La prevalencia de los miedos se ha estudiado en términos globales, esto es, calculando el número de miedos que experimenta una población determinada de niños y/o adolescentes. En este sentido, se han referido datos diferentes que podrían venir determinados por el tipo de la muestra o por la forma de cuestionario empleados (aunque esta última variable posiblemente sea menos influyente, ya que generalmente se han empleado formas del FSSC más o menos equivalentes). Así por ejemplo, mientras que Gullone y King (1993) obtuvieron una prevalencia de 16,22 miedos, la prevalencia referida por Sandín et al. (1998) fue ligeramente superior (19,8 miedos), y la obtenida por Shore y Rapport (1998) fue bastante mayor (22,48 miedos). En cada uno de estos estudios se emplearon distintas versiones revisadas del FSSC, ya que se utilizaron los cuestionarios FSSC-R (Sandín y Chorot, 1998), FSSC-II (Gullone y King, 1993) y FSSC-HI (Shore y Rapport, 1998). Por otra parte, puesto que los grupos de edad eran diferentes entre los tres estudios, resulta difícil comparar estos resultados, si bien parece claro que la prevalencia es elevada en las tres poblaciones correspondientes a los mencionados estudios (7-18 años en Gullone y King, 1993; 9-11 años en Sandín y Chorot, 1998; y 7-16 años en Shore y Rapport, 1998).

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FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

TABLA 9 Resumen de las principales investigaciones sobre la prevalencia de los miedos según grupos de edad (puntuaciones medias en prevalencia) Grupos de edades (años) Autores n Ollendick, Matson 126 y Helsel (1985) Ollendick, King 1185 y Frary (1989) Gullone y King 918 (1993) Dong, Yang 825 y Ollendick (1994) Shore y Rapport 380 (1998)

7-91 7-102

10-123 11-134 11-145

13-156 13-167

14-168 15-1810 14-179 16-1811

14,241 13,643 12,086

11,5511

172

134

128

19,762 15,525 162

174

12,7000 129

30,331 21,653 15,467

Nota: Elaboración propia. Los estudios referidos se han llevado a cabo empleando formas revisadas del FSSC (para más información, véase el Capítulo 4 y la Tabla 8). Puesto que los grupos de edades establecidos a través de los diferentes estudios no son totalmente homogéneos, indicamos mediante los superíndices el grupo de edad exacto que pertenece a cada valor de prevalencia en la investigación correspondiente.

Dado que se asume que los miedos presentan un curso evolutivo (véase el Capítulo 2), la prevalencia no sólo se ha estudiado de forma global sino también en función de la edad. Varias investigaciones que han analizado este aspecto indican, de forma bastante concluyente, que la prevalencia tiende a disminuir con la edad. En la Tabla 9 resumimos los resultados de estos estudios, los cuales demuestran la existencia de una tendencia decreciente del número de miedos asociada al incremento de la edad. Excepto en el de Ollendick et al. (1985), en todos los restantes estudios indicados en la tabla resultó ser estadísticamente significativo el efecto de la edad, lo cual indica que el número global de miedos disminuye con la edad durante los períodos de la infancia y la adolescencia. No nos sorprende que en el trabajo de Ollendick et al. (1985) no se obtuvieran diferencias significativas entre los grupos de edad

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puesto que, a nuestro juicio, se trataba de un estudio extremadamente preliminar sobre los miedos normativos, ya que utilizó una muestra demasiado pequeña (sólo 126 sujetos) y un número excesivamente grande de grupos de edad (4 grupos de edad) (véase la Tabla 9). TABLA 10 Resumen de las principales investigaciones sobre la prevalencia de los miedos según género (puntuaciones medias en prevalencia) Sexo Edad (años)

Cuestionario Chicos Chicas

Autores

n

Ollendick, Matson y Helsel (1985) Ollendick, King y Frary (1989) McCathie y Spence (1991) Gullone y King (1993) Dong, Yang y Ollendick (1994) Sandín et al. (1998) Shore y Rapport (1998) Valiente, Sandín, Chorot y Tabar (2002c)

126 7-18

FSSC-R

1185 7-16

FSSC-R

10

18

376 7-12

FSSC-R

10,27

17,96

918 7-18 825 7-17

FSSC-II FSSC-R

12,28 12

20,24 18

FSSC-R 15,10 FSSC-HI 19,54 FSSC-R 11,67

24,60 25,21 16,94

151 9-11 380 7-16 1080 8-18

8,28

16,14

Nota: Elaboración propia. Todos los estudios han utilizado formas del cuestionario FSSC, i.e., forma revisada (FSSC-R), segunda revisión (FSSC-II) y revisión para la población de Hawai (FSSC-HI).

La prevalencia de los miedos infantojuveniles también se ha estudiado en función del sexo. En la Tabla 10 resumimos los resultados de los principales trabajos sobre prevalencia de los miedos en niños y adolescentes en función del sexo. Tal y como puede apreciarse a partir de la información que presentamos en la tabla, en todos los estudios la prevalencia es sistemáticamente mayor para los

FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

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sujetos del sexo femenino que para los participantes del sexo masculino, lo cual es coherente con la mayoría de la evidencia obtenida con otros tipos de metodología diferente a los procedimientos basados en cuestionarios de autoinforme (Essau et al., 2000a; Gullone, 2000; Ollendick et al., 1997; Sandín, 1997). También es coherente con los datos sobre diferencias sexuales en el autoinforme de miedos y fobias en personas adultas, los cuales suelen indicar siempre que las mujeres tienden a experimentar más miedos (tanto normativos como clínicos) que los hombres (Chapman, 1997; Fredrikson et al., 1996; Sandín, 1999c; Sandín y Chorot, 1995). III. FRECUENCIA DE LOS MIEDOS DURANTE LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA: LOS MIEDOS MÁS COMUNES La frecuencia de miedos también se ha investigado analizando cuáles son los miedos más comunes o prevalentes en la población de niños y adolescentes. Esto se ha estudiado en los cuestionarios de autoinforme examinando los elementos que son señalados por mayor número de sujetos como productores de alto nivel de miedo (i.e., elementos contestados con la máxima puntuación de miedo). De esta forma, pueden aislarse los miedos que son más comunes, para una población infantojuvenil determinada, entre todos los miedos (elementos) incluidos en el cuestionario concreto. Los estudios más relevantes en este sentido han utilizado el cuestionario FSSC-R; recientemente se han aportado también datos basados en el empleo del FSSC-II (véase la Tabla 11). Ha sido habitual en este tipo de estudios resaltar los diez miedos más comunes. En la Tabla 11 indicamos los diez miedos más comunes correspondientes a seis investigaciones con el FSSC-R y a dos investigaciones con el FSSC-II, pertenecientes a diferentes países y efectuados con muestras de niños y/o adolescentes. Las investigaciones realizadas empleando el FSSC-II son las de Gullone y King (1993) y Burnham y Gullone (1997). El resto corresponde a estudios basados en el empleo del FSSC-R como procedimiento de evaluación de los miedos.

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

Tal y como puede apreciarse a través de la observación de dicha tabla, los diez miedos más comunes son prácticamente idénticos en las cinco investigaciones realizadas con población europea (Ollendick et al., 1991; Sandín et al., 1998; Valiente, Sandín, Chorot y Tabar, 2002c), norteamericana (Ollendick et al., 1989; McCathie y Spence, 1991), y australiana (Ollendick et al., 1989). Podría afirmarse que, con ligeras excepciones, todos estos miedos corresponden a la categoría o dimensión de miedos al peligro y a la muerte (las diferentes dimensiones de los miedos y sus contenidos han sido analizadas en el Capítulo 4). Ocho de los diez miedos más comunes se repiten en estos cinco estudios (en el estudio de Ollendick et al., 1989, para la muestra australiana); i.e., miedos relacionados con ser atropellado por un coche/camión, no poder respirar, ser invadido por otro país, caerse de lugares altos, que un ladrón entre en casa, los terremotos, la muerte o la gente muerta, y padecer una enfermedad grave. Otro de los miedos más comunes, miedo que se refiere a la dimensión social-evaluativa (i.e., ser enviado al director del colegio), también coincide en la mayor parte de los estudios. En la investigación de McCathie y Spence (1991), uno de los miedos más comunes, que correspondía a la categoría de peligro y muerte, era el miedo a una posible guerra atómica (este ítem fue añadido por los autores a los 80 elementos originales del FSSC-R y, por tanto, no estaba incluido en los restantes trabajos con este cuestionario). Como puede observarse en la Tabla 11, los resultados del estudio de Ollendick et al. (1989) con la muestra norteamericana presentan algunas diferencias respecto a lo que hemos indicado. Aunque también predominan los miedos al peligro y a la muerte (siete miedos son de esta dimensión), no aparecen entre los diez miedos más comunes los temores relativos a los terremotos y a padecer una enfermedad grave. Por otra parte, en dichos resultados se observa la presencia de dos miedos de la categoría social-evaluativa, esto es, los temores a obtener malas notas y a ser enviado al director del colegio, aunque el estudio que presenta mayores miedos de esta categoría es el efectuado con población china (Dong et al., 1995).

Estudios

Miedo (elemento del cuestionario)

Ollendick McCathie- Dong Sandín Valiente Gullone Burnham y et al. Spence et al. et al. et al. y King Gullone (1991) (1991) (1995) (1998) (2002c) (1993) (1997) GB USA China España España Australia USA

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+

+ + +

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Ser atropellado por un coche/camión No poder respirar Los bombardeos (ser invadido) El fuego, quemarse Caerse de lugares altos Que un ladrón entre en casa Los terremotos La muerte, gente muerta Obtener malas notas Perderse en un lugar extraño Los microbios/enfermedad grave Las serpientes Los cementerios Ser castigado por el padre

Ollendick et al. (1989) USA Australia

FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

TABLA 11 Los diez miedos más comunes referidos en investigaciones basadas en las formas revisadas del FSSC

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TABLA 11 (Cont.) Estudios

Miedo (elemento del cuestionario)

+

Ollendick McCathie- Dong Sandín Valiente Gullone Burnham y et al. Spence et al. et al. et al. y King Gullone (1991) (1991) (1995) (1998) (2002c) (1993) (1997) GB USA China España España Australia USA + + + +

+

+ +

+ +

+ +

+ + +

+ +

+ +

+ +

+ + +

+ +

Nota: Elaboración propia. El signo (+) indica la presencia del elemento entre los diez más comunes. Excepto en los trabajos de Gullone y King (1993) y Burnham y Gullone (1997), en los que se empleó el FSSC-II, todos los demás estudios utilizaron el FSSC-R. (*) El asterisco indica que se trata de elementos del FSSC-II no incluidos en el FSSC-R. (1) Ítem añadido al FSSC-R en el estudio de McCathie y Spence (1991).

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Los osos o los lobos Recibir una descarga eléctrica Ser enviado al director Suspender un examen Una guerra atómica*1 El SIDA* Que muera alguien de tu familia* Morirte* Que te amenacen con un arma* Tomar drogas peligrosas* Que te rapten o secuestren* Los tiburones* La gente que asesina*

Ollendick et al. (1989) USA Australia

FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

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Las conclusiones que se derivan de la investigación de Dong et al. (1995), basada en una población china, parecen notablemente diferentes de las que hemos indicado para las poblaciones europeas, norteamericana y australiana. En primer lugar, se observa que, si bien siguen apareciendo de forma importante los miedos relativos al peligro y a la muerte entre los diez más comunes, aquí no son tan preponderantes como en los anteriores estudios. Específicamente, Dong et al. (1995) indicaron la existencia de únicamente cinco miedos pertenecientes a dicha categoría: ser atropellado por un coche o camión, no poder respirar, los terremotos, los osos o los lobos, y recibir una descarga eléctrica (este último temor también aparecía en los estudios de Sandín et al., 1998 y Valiente et al., 2002c). En cambio, en este estudio con población china se evidencia un mayor predominio que en los anteriores estudios de los miedos de tipo social, ya que aparecen entre los diez más comunes los temores relativos a obtener malas notas, ser castigado por el padre, suspender un examen, y presenciar las disputas paternas; debe tenerse en cuenta, no obstante, que en la investigación preliminar de Ollendick et al. (1985), con población norteamericana, también aparecían cuatro miedos sociales entre los más comunes. Otra diferencia es la presencia del miedo a los cementerios, un temor que se ha comportado de forma bastante inestable a través de los distintos estudios factoriales (Capítulo 4). Si analizamos los resultados derivados de los trabajos de Gullone y King (1993) y Burnham y Gullone (1997), basados en el FSSC-II, se puede concluir que los diez miedos más comunes pertenecen en su totalidad a la categoría de miedos al peligro y a la muerte. Los resultados que presentan ambos estudios son, por otra parte, bastante semejantes entre sí, ya que coinciden en ocho de los diez miedos más comunes. Las únicas diferencias estriban en que, mientras que Gullone y King (1993) constataron los miedos a tomar drogas peligrosas y a los tiburones entre los más comunes, Burnham y Gullone (1997) refirieron en su lugar los temores a las personas que asesinan y a caerse desde lugares altos (véase la Tabla 11). Por tanto, parece claro que los miedos que se dan con mayor prevalencia, esto es, los miedos más comunes entre la población de niños y adolescentes, son los temores relacionados con la dimen-

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sión de peligro y muerte. Esta conclusión general parece derivarse tanto de los estudios basados en el FSSC-R, como de los basados en el FSSC-II. En estudios preliminares sobre la frecuencia de los miedos también se evidenciaba una conclusión semejante (Ollendick et al., 1985; Scherer y Nakamura, 1968). Otra conclusión importante viene indicada por la relevancia de algunos miedos de la dimensión social-evaluativa. Puesto que estos últimos miedos aparecían de forma particularmente importante en el estudio con población china, es posible que tal diferencia respecto a los resultados de los restantes trabajos comentados se deba a factores de tipo étnico y/o cultural. No obstante, incluso en el reciente estudio de Shore y Rapport (1998) con diferentes grupos étnicos (caucasianos, americanos de origen asiático, filipinos y hawaianos) se confirmó que los diez miedos más comunes, para todas y cada una de las cuatro submuestras, pertenecían a la categoría de miedos al peligro y a la muerte (este estudio ha sido comentado en el Capítulo 4). Los diez miedos más comunes también han sido estudiados teniendo en cuenta el sexo y la edad, ya que, como hemos indicado en el Capítulo 2, parecen existir diferencias en el contenido de los miedos en función de estas variables. Las posibles diferencias asociadas a la edad podrían deberse a la propia naturaleza evolutiva de los miedos. Ollendick et al. (1989), al estudiar las diferencias según los grupos de edad, observaron que, en general, había bastantes semejanzas, ya que para los dos grupos de mayor edad (1113 y 14-16 años), nueve de los diez miedos eran idénticos; para el grupo de menor edad (7-10 años), 8 de los 10 miedos eran comunes. Los autores concluyeron mostrando la existencia de gran similitud entre las tres submuestras de edad en el contenido de los diez miedos más frecuentes, si bien parecían reflejarse algunas diferencias. Estas diferencias indicaban que en los niños más jóvenes destacaban los miedos a perderse en un lugar extraño y a ser enviado al director del colegio, mientras que en los niños mayores y en los adolescentes se advertían los miedos a presenciar las disputas paternas y a suspender un examen. Gullone y King (1993) estudiaron igualmente las posibles diferencias en los diez miedos más comunes según los grupos de edad. Observaron que la mayoría de los miedos eran comunes a

FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

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los tres grupos de edad estudiados, siendo siempre miedos de la categoría de temores al peligro y a la muerte. Constataron, así mismo, que entre los diez temores más comunes, los miedos a caerse desde lugares altos y a los terremotos eran únicos para el grupo de 7-10 años de edad, el miedo a los perros salvajes (dingoes) era único para el grupo de 11-14 años, y el miedo a los tiburones era único para el grupo de 15-18 años. En la investigación efectuada por Shore y Rapport (1998) con tres grupos de edad (7-9 años, 10-12 años y 13-16 años), los autores encontraron que seis de los diez miedos más frecuentes eran comunes a los tres grupos de edad. Más aún, todos excepto uno de los diez miedos más frecuentes, que se daban a través de los grupos de edad, pertenecían al factor de miedos al peligro y a la muerte. La única excepción —esto es, el miedo a obtener malas notas—, aparecía entre los diez más frecuentes en el grupo de 13-16 años de edad. Por tanto, al considerar las posibles diferencias encontradas en el contenido de los diez miedos más comunes según los distintos grupos de edad, se observa que, en general, predominan los relacionados con la dimensión de miedo al peligro y a la muerte, lo cual ocurre con independencia de la edad de que se trate (desde los 7 a los 18 años). Este resultado está corroborado indirectamente por algunos estudios, tales como los de Ollendick et al. (1991) y Sandín et al. (1998), que han encontrado un predominio de miedos de esta dimensión entre los diez temores más comunes en muestras de niños jóvenes (8-10 años y 9-11 años, respectivamente). No obstante, si bien merece la pena subrayar ciertas diferencias asociadas a la edad referidas en las publicaciones de Ollendick et al. (1989) y Gullone y King (1993), parece obtenerse la conclusión general de que entre los 7 y los 18 años de edad predominan de forma consistente los temores relacionados con el peligro y la muerte. En algunas de las investigaciones que han estudiado los diez miedos más comunes se han analizado las posibles diferencias debidas al sexo. Ollendick et al. (1989) observaron una gran semejanza entre los diez miedos más comunes que exhibían los chicos y las chicas (coincidían en 9 de ellos). La diferencia radicaba en que el

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miedo a las serpientes, que aparecía en el grupo femenino, era sustituido en el grupo masculino por el miedo a obtener malas notas. Aparte, los autores indicaron que las niñas parecían preocuparse más por el miedo a perderse en un lugar extraño, y los niños por el miedo a una enfermedad grave. Este último resultado está de acuerdo con los hallazgos de McCathie y Spence (1991) que refirieron, entre los diez temores más comunes, el miedo a los microbios o a padecer una enfermedad grave como único del grupo de chicos (el miedo a la muerte o morirse resultó único del grupo de chicas). En realidad, cuando se ha contrastado el contenido de los diez miedos más comunes en función del sexo, los resultados tienden a indicar que existen muy pocas diferencias (Gullone y King, 1993; Ollendick, 1983; Ollendick et al., 1991; Shore y Rapport, 1998). Tal y como indicamos al comentar las diferencias asociadas a la edad, los miedos más comunes suelen coincidir en los grupos de chicos y chicas con temores relacionados con el peligro y la muerte. Básicamente, lo que se observan son diferencias menores relacionadas con cambios en el orden de los diez más frecuentes; cambios que a veces afectan a que el miedo pertenezca o no a los diez más comunes, pero sin que por ello deje de ser bastante común. Por ejemplo, en el trabajo de Sandín et al. (1998), el temor a recibir una descarga eléctrica estaba en el grupo de chicos en tercer lugar, pero en el puesto undécimo en el grupo de chicas, lo cual implicaba que este miedo no apareciese entre los diez más comunes en la submuesta femenina, a pesar de ser el miedo inmediatamente posterior. Algo semejante ocurría con el miedo a que un ladrón entre en la casa: en el grupo de chicas estaba en cuarto lugar (por tanto entre los diez más frecuentes) y en el grupo de chicos en el duodécimo puesto (por tanto, fuera de los diez más frecuentes). En nuestro más reciente estudio (Valiente et al., 2002c), 9 de los diez miedos más comunes coincidían en los grupos de chicos y chicas. Como temores no coincidentes se encontraban el ítem 9 (miedo a la muerte o a la gente muerta), que sólo aparecía en el grupo de chicas (señalado por el 51,6% de las chicas), y el ítem 29 (malas notas), que únicamente se daba en el grupo de los chicos (señalado por el 41,6% de los chicos).

FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

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Así pues, con independencia de la edad y el sexo, la mayor parte de los estudios demuestran que los niños y los adolescentes suelen informar, como miedos más comunes, los relacionados con la dimensión de peligro y muerte (p.ej., los bombardeos o ser invadido, ser atropellado por un coche o camión, no poder respirar, el fuego o quemarse, etc.). Se ha sugerido que este tipo de temores, si bien pueden darse, e incluso a elevada intensidad, podrían tener una baja prevalencia en la vida cotidiana, por lo que sus elevadas tasas de prevalencia podrían deberse al formato del FSSC-R (u otros cuestionarios similares) (McCathie y Spence, 1991). Dicho en otros términos, las estimaciones que hacen los niños de sus miedos en los cuestionarios de autoinforme estarían basadas, en la mayor parte de los casos, no tanto en experiencias reales con las situaciones de temor, cuanto en evaluaciones sobre la amenaza en caso de que tuvieran que enfrentarse con tales situaciones. Aunque, comparado con otros métodos (p.ej., el método de libre opción), el FSSC-R y posiblemente otros cuestionarios similares (FSSC-II, FSSC-E, etc.) tienden a sobreestimar la prevalencia de tales miedos (Muris et al., en prensa), existe evidencia de que: (1) los miedos asociados a peligros mayores y muerte suelen asociarse a niveles significativos de interferencia en la vida cotidiana de los adolescentes (Ollendick y King, 1994); y (2) los niños y los adolescentes tienden a reflejar menos situaciones de miedo en los procedimientos de libre opción debido a posibles limitaciones cognitivas, por lo que tales procedimientos, por sí solos, no proporcionan evidencia convincente sobre la prevalencia o impacto de los miedos infantojuveniles (Gullone, 1999) (en los procedimientos de libre opción, simplemente se pide a los niños, sin ninguna lista previa, que nos informen cuáles son sus miedos). IV. INTENSIDAD DE LOS MIEDOS SEGÚN LA EDAD Y EL SEXO En las dos secciones anteriores del presente capítulo hemos analizado algunas cuestiones relacionadas con la frecuencia de los miedos (i.e., prevalencia y miedos más comunes) correspondiente a la infancia y la adolescencia, teniendo en cuenta las posibles

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

variaciones asociadas a la edad y al género. En esta sección comentaremos la intensidad de los miedos infantojuveniles, contemplando también las posibles diferencias vinculadas a estas dos variables (i.e., edad y sexo).

A. Edad e intensidad del miedo: nivel general y niveles asociados al contenido de los miedos En términos generales, se ha venido documentando en la literatura científica que, cuando se observan variaciones en la intensidad de los miedos asociadas a la edad, estas tienden a producirse en un sentido inverso al correspondiente incremento de la edad (Gullone, 2000). El que algunas investigaciones (generalmente anteriores a los años ochenta; p.ej., Maurer, 1965) no hayan podido constatar este efecto, tal vez se deba a que en tales estudios no se utilizaron cuestionarios fiables (p.ej., similares al FSSC-R) donde típicamente se pide a los participantes que estimen para cada elemento la intensidad del miedo según una escala tipo Likert. 1.

Edad y nivel global de miedo

En un trabajo preliminar con el FSSC-R en el que se investigó directamente la relación entre la edad y el nivel general de los miedos, Ollendick et al. (1985) no encontraron un efecto significativo de la edad sobre la intensidad global de miedo. A nuestro juicio, este resultado resulta inesperado ya que, dado el carácter evolutivo del miedo (véase el Capítulo 2), cabría esperar una reducción de la intensidad de los miedos con el incremento de la edad, sobre todo asociado a la llegada de la preadolescencia y la adolescencia. Pensamos que una posible razón de este resultado sea que los autores emplearon demasiados grupos de edad (7-9 años, 10-12 años, 13-15 años y 16-18 años), dado el relativamente bajo número de sujetos utilizados en el estudio (n = 126). En una investigación posterior y mucho más rigurosa con el mismo cuestionario de miedos, Ollendick et al. (1989) obtuvieron información empírica clara a favor de la existencia de diferencias en

FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

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el nivel general de miedos, siendo este significativamente menor a medida que se incrementaba el grupo de edad (7-10 años, 10-13 años y 14-16 años). Otros estudios que también han empleado la versión FSSC-R han obtenido resultados consistentes con los de Ollendick et al. (1989), resultados que sugieren una relación opuesta entre el nivel general de miedos y la edad, siendo mayor el nivel de miedo en los niños más jóvenes que en los menos jóvenes, y mayor en cualquiera de estos dos grupos que en los adolescentes (Burnham y Gullone, 1997; Dong et al., 1994; Gullone y King, 1993, 1997; McCathie y Spence, 1991; Shore y Rapport, 1998). Por tanto, y como cabría suponer, la evidencia reciente indica la existencia de una relación inversa entre el nivel global de miedo y la edad, así como también un descenso en el nivel general de miedo con el paso del tiempo (i.e., paralelo al incremento en la edad), fenómeno este constatado de forma bastante conclusiva en estudios longitudinales recientes como los de Spence y McCathie (1993) y Gullone y King (1997). En términos generales, estos resultados basados en cuestionarios de autoinforme modernos apoyan las hipótesis y sugerencias clásicas de que los miedos normativos tienden a decrecer a medida que los niños avanzan desde las edades infantiles hacia la adolescencia, siendo estos miedos, por tanto, fenómenos transitorios asociados al desarrollo (en contraste con los miedos clínicos o fobias que son fenómenos duraderos) (King et al., 1994; Miller et al., 1974; Sandín, 1997). 2. Edad e intensidad en el contenido de los miedos Una cuestión que ha generado bastante interés en la investigación sobre la intensidad de los miedos concierne a su estudio a partir de los niveles de estos según su contenido, es decir, a partir de la contrastación según las dimensiones o categorías de miedos. Dicho en otros términos, ¿cabe la posibilidad de que el descenso en el nivel de miedo asociado al incremento de la edad no se produzca en todos los tipos de miedos? Más aún, ¿es posible que en algunos miedos se produzca un incremento asociado a la edad, en lugar de un decremento? Aunque estas cuestiones aún no están suficientemente esclarecidas, existe alguna información pre-

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liminar que sugiere la existencia de diferencias en los cambios de la intensidad del miedo asociados a la edad según las dimensiones de miedo de que se trate (i.e., según los tipos o categorías de miedo). Uno de los resultados particularmente interesantes del estudio de Ollendick et al. (1989) con muestras de niños y adolescentes norteamericanos y australianos fue que, al comparar las puntuaciones en intensidad de miedo según el contenido de este (i.e., según las categorías de miedo), se producía un descenso asociado a la edad en todas las dimensiones excepto en la de miedos médicos. Es decir, los miedos cuyo contenido se relaciona con temas de tipo médico (recibir una inyección, ir al hospital, etc.) no parecían ajustarse al curso típico de los miedos normativos infantojuveniles. Resultados equivalentes a estos fueron también obtenidos en el estudio de Dong et al. (1994) con una muestra de niños y adolescentes chinos. Burnham y Gullone (1997) tampoco encontraron diferencias asociadas a la edad para las categorías que incluían miedos de tipo social y miedos médicos. Específicamente, estas eran las dimensiones de miedos escolares y médicos, y miedos al fracaso y a la crítica. Otros autores, por ejemplo Shore y Rapport (1998), tampoco hallaron diferencias para los miedos sociales en función de la edad. Un resultado tal vez más llamativo fue el obtenido por Gullone y King (1993) en su estudio con una muestra de australianos. Estos autores, aparte de observar un descenso general en las restantes dimensiones de miedo conforme aumentaba la edad, para el factor que denominaron como miedos de estrés psíquico y médicos constataron una asociación positiva entre la edad y la intensidad del miedo. Es decir, para esta categoría de miedos, los niños más jóvenes (de 7-10 años de edad) exhibían menor nivel de miedo que los preadolescentes (11-14 años) y adolescentes (15-18 años), y los preadolescentes menos miedo que los adolescentes. Aunque la edad media de inicio de las fobias del tipo sangre-inyecciones-daño parece ocurrir entre los 8 y 8,5 años de edad (Sandín, 1999d), ciertos autores han interpretado este incremento de miedos médicos partiendo de la hipótesis de que los adolescentes tienen mayor grado de conciencia y preocupación corporal que los niños (Gullone y King, 1997). Adicionalmente, otros han subrayado que la etapa de la adolescencia se asocia de modo par-

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ticular a una percepción típicamente baja de la propia salud corporal, a pesar de que durante esta edad la morbilidad física suele ser generalmente baja (Mechanic y Hansell, 1987).

B. Sexo e intensidad del miedo Prácticamente todos los estudios relevantes basados en pruebas de autoinforme han encontrado que las niñas y las adolescentes exhiben niveles globales de miedo significativamente más elevados que los niños y los adolescentes (p.ej., Báguena y Chisbert, 1998; Burnham y Gullone, 1997; Dong et al., 1994, 1995; Gullone y King, 1993; King et al., 1994; King et al., 1992; McCathie y Spence, 1991; Ollendick, 1983; Ollendick et al., 1985, 1989, 1991; Sandín et al., 1998; Spence y McCathie, 1993; Valiente et al., 2002c). Por tanto, considerando la puntuación total en el nivel de miedos (intensidad obtenida a partir de la suma de los valores de todos los elementos del cuestionario), podría afirmarse que la población infantojuvenil femenina experimenta mayores niveles de miedo que la población infantojuvenil masculina. Salvo pequeñas excepciones, los trabajos que han investigado las diferencias según las distintas dimensiones del miedo también han constatado una relación positiva entre el sexo femenino y la intensidad del miedo, en todas y cada una de las categorías fundamentales de los miedos (Burnham y Gullone, 1997; Dong et al., 1994; Gullone y King, 1993; Ollendick et al., 1985, 1989; Sandín et al., 1998; Valiente et al., 2002c). Es decir, según estos estudios, en general las chicas siempre muestran niveles superiores de miedo, para cualquiera de las categorías de miedos de que se trate. Entre las pocas excepciones a esta regla caben mencionarse los resultados referidos por Ollendick et al. (1991) y Shore y Rapport (1998). Ollendick et al. (1991), partiendo de una muestra de niños británicos, no encontraron diferencias estadísticamente significativas entre ambos sexos para las dimensiones de miedos sociales (miedo al fracaso y a la crítica) y médicos. Shore y Rapport (1998), en una muestra de varias etnias, tampoco hallaron diferencias significativas entre chicos y chicas para las dimensiones de miedos sociales antici-

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patorios y miedos de conformismo social (para información sobre estas dimensiones, véase el Capítulo 4). Aunque los resultados de estos dos estudios parecen indicar la inexistencia de diferencias de sexo en respuestas de miedo social, es mayor la evidencia que sugiere lo contrario, esto es, que existen diferencias sexuales, exhibiendo sistemáticamente las chicas mayores niveles de miedo social que los chicos. Por otra parte, esta conclusión general estaría de acuerdo con la literatura científica, si bien tales diferencias no parecen tan claras cuando se trata de miedos sociales clínicos en lugar de miedos sociales normativos (Sandín, 1997). Además de estudiarse las diferencias de sexo asociadas a los autoinformes de miedos según las dimensiones o categorías fundamentales de temores, en algunos trabajos también se han examinado las posibles diferencias sexuales para los elementos específicos del cuestionario (i.e., para cada miedo por separado). En este sentido, Ollendick (1983) encontró que las chicas referían puntuaciones medias más elevadas que los chicos en todos los items del FSSC-R, excepto en el elemento 42 («Tener que ir al colegio»), donde puntuaban igual los chicos que las chicas, y en el elemento 39 («Los gatos»), donde puntuaban más los chicos que las chicas. En su posterior estudio, Ollendick et al. (1985) indicaron que las chicas referían superiores niveles de miedo que los chicos para 73 de los 80 elementos del FSSC-R, siendo las diferencias significativas estadísticamente para 40 de estos elementos. En los siete items en que los chicos puntuaban por encima de las chicas, las diferencias no resultaron ser estadísticamente significativas. Aparte de los resultados de estos dos últimos estudios centrados en las diferencias de sexo según el contenido de los items —resultados que, por otra parte, no aportan gran cosa al conocimiento de las posibles diferencias entre ambos sexos en cuanto al contenido específico de cada miedo—, otros autores han efectuado análisis estadísticos más rigurosos en este sentido. Por ejemplo, Gullone y King (1993), basándose en análisis de función discriminante sobre los items del FSSC-II, encontraron que los 10 items que mejor discriminaban a las chicas de los chicos eran los que se referían a los siguientes contenidos y por el siguiente orden: (1) las ratas, (2) el fuego, (3) las arañas, (4) las serpientes, (5) los incendios forestales,

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(6) presenciar una pelea, (7) tener que operarse, (8) las personas que asesinan, (9) los ratones y (10) estar solo. En todos estos elementos del cuestionario, las chicas obtenían puntuaciones más elevadas que los chicos. En una investigación preliminar realizada por nuestro grupo (Sandín et al., 1998), aplicamos análisis de regresión logística múltiple para analizar los miedos registrados en el FSSC-R que mejor discriminaban entre ambos sexos. Encontramos, a este respecto, que sólo cinco miedos (i.e., 5 items del cuestionario) parecían aportar una contribución única a la predicción de la variable dependiente (i.e., el sexo). Estos elementos del FSSC-R eran los siguientes, y por el siguiente orden predictivo: (1) las lagartijas, (2) quedarse solo en casa, (3) las armas de fuego, (4) los murciélagos o los pájaros y (5) las películas de misterio. Mediante el modelo de regresión logística múltiple basado en estas cinco variables independientes, era posible clasificar correctamente al 84% de los participantes. Así mismo, los niveles más elevados de la OR (odds ratio) correspondían a los miedos asociados a los pequeños animales, tales como las lagartijas (OR = 14,4) y los murciélagos y pájaros (OR = 13,8). En todos y cada uno de estos miedos las chicas puntuaban más alto que los chicos. Además de estos análisis centrados específicamente en los items del FSSC-R, en el citado estudio (Sandín et al., 1998) también examinamos mediante análisis de regresión logística las diferencias sexuales en el contenido de los miedos según las cinco dimensiones fundamentales de estos. Mediante estos análisis, estudiamos hasta qué punto las dimensiones de los miedos resultaban eficaces para discriminar (o predecir) entre los niños y las niñas. Constatamos que sólo las dimensiones relativas a (1) los pequeños animales y daños menores (OR = 7,2), y (2) el peligro y la muerte (OR = 4,1), resultaban significativas para diferenciar entre ambos sexos, si bien la mayor parte del poder predictivo estaba representado por la primera de estas dos dimensiones. Aunque tomados globalmente nuestros resultados resultan sumamente sugestivos, dado el carácter preliminar de los mismos deberían asumirse únicamente como una aproximación tentativa a esta cuestión. Finalmente, se ha postulado una posible interacción entre el sexo y la edad respecto al autoinforme de miedos de la infancia y

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adolescencia, al sugerirse que, en una muestra de 8 y 9 años de edad, se produce un descenso más marcado del miedo en las chicas que en los chicos (Spence y McCathie, 1993). En una línea semejante, Gullone y King (1997) indicaron que los niveles de miedo descienden de forma más destacada al final de la niñez y durante la preadolescencia y adolescencia temprana, particularmente en las chicas. Al final de la adolescencia, y a medida que el individuo se acerca a la edad adulta, los miedos se hacen mucho más resistentes. Estos resultados de Gullone y King (1997), aunque están de acuerdo con los señalados por algunos autores clásicos (Draper y James, 1985; Jersild y Holmes, 1935), y sugieren que el mayor descenso del miedo parece producirse desde los primeros años de la infancia hasta aproximadamente los 11 años de edad, necesariamente deben ser interpretados con precaución dada la escasa evidencia relevante disponible actualmente sobre esta cuestión. V.

CONCLUSIONES GENERALES

En el presente capítulo hemos revisado las principales investigaciones sobre la frecuencia (prevalencia y miedos más comunes) e intensidad de los miedos infantojuveniles basadas en las versiones modernas del FSSC: fundamentalmente el FSSC-R y, más recientemente, el FSSC-II. Antes de llevar a cabo tal revisión en las tres secciones correspondientes del capítulo, hemos hecho un breve análisis introductorio sobre la prevalencia de los miedos y las fobias, tanto en lo concerniente a la población general, como a la población específica de los niños y adolescentes. Tal y como se deriva de la información de base epidemiológica que hemos subrayado sobre la prevalencia de los miedos y las fobias, parece desprenderse claramente la idea de que los miedos y las fobias son fenómenos muy prevalentes en ambos tipos de población, esto es, en la población general y en la población particular de niños y adolescentes. En la población adulta (i.e., población general), las fobias son los trastornos de ansiedad más prevalentes, destacando por sus mayores tasas de prevalencia las fobias a los pequeños animales (insectos, ratones, serpientes, etc.), las fobias

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sociales, y las de tipo ambiental-situacional. Los miedos no clínicos son mucho más prevalentes que las fobias, distribuyéndose también según el orden referido para las fobias. La prevalencia siempre es superior en las mujeres que en los varones. Centrándonos específicamente en la población infantojuvenil, la evidencia epidemiológica indica que las tasas medias de prevalencia se sitúan en torno al 5% para las fobias específicas y al 1,5% para la fobia social, si bien algunos autores han referido tasas ligeramente más bajas para ambos trastornos. Los restantes trastornos de ansiedad presentan tasas que han oscilado entre el 3,5 y el 13% para el trastorno de ansiedad de separación, y el 1% del trastorno de pánico. Como cabría esperar, los síntomas de miedo (i.e., miedos no clínicos) son mucho más frecuentes que las fobias. El porcentaje de niños y/o adolescentes que sufren miedos elevados, aunque no clínicos, se ha situado en la mayoría de los estudios por encima del 40% de la población. Este tipo de información, centrada en el estudio de la prevalencia de síntomas fóbicos, sugiere la necesidad de llevar a cabo estudios rigurosos sobre los miedos normativos infantojuveniles, centrados tanto en la frecuencia como en la intensidad de los mismos. Las investigaciones sobre la prevalencia de los miedos normativos en poblaciones de niños y adolescentes se han basado en la cuantificación del número de miedos que son referidos por los participantes como productores de elevado nivel de miedo (i.e., el máximo nivel de miedo). Los valores sobre este tipo de prevalencia han variado de unas investigaciones a otras, oscilando aproximadamente entre 10 y 20 miedos relevantes. Aunque existen ligeras diferencias entre unas investigaciones y otras, que pueden venir dadas por el tipo de cuestionario y las características etnoculturales de la población, se han constatado claras diferencias en prevalencia de los miedos debidas a la edad y el sexo. Las diferencias debidas a la edad indican la existencia de una tendencia inversa entre el nivel de prevalencia de los miedos y la edad. Dicho en otros términos, el número de miedos disminuye a medida que aumenta la edad. Aunque existen algunas excepciones, este patrón se cumple para la mayoría de los estudios que hemos analizado. Las diferencias debidas al sexo muestran de forma sistemática y conclusiva que el número de miedos referido es

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siempre mayor en las niñas y adolescentes de sexo femenino que en los niños y adolescentes de sexo masculino. Los efectos debidos a la edad y al sexo han sido documentados de forma consistente por la mayoría de los estudios, con independencia del contexto cultural al que perteneciesen los participantes. Aparte del nivel de prevalencia, otra forma de estudiar la frecuencia de los miedos normativos en la población infantojuvenil ha sido computando los miedos más frecuentes, es decir, computando los elementos contestados por mayor número de sujetos como productores de elevado nivel de miedo (esto es, el máximo nivel de miedo que indica el cuestionario). Siguiendo este procedimiento, habitualmente se han calculado los 10 miedos más comunes (o diez miedos más frecuentes). Tras contrastar los resultados de las investigaciones más representativas sobre esta cuestión, se puede concluir que los miedos más comunes son sistemáticamente los relacionados con la dimensión del miedo al peligro físico y a la muerte. Este es uno de los resultados más consistentes que se derivan de las investigaciones sobre miedos normativos con niños y adolescentes, y se observa en todas las edades estudiadas, en poblaciones de ambos sexos, y en todas las variantes culturales y étnicas analizadas. Esta conclusión también se obtiene independientemente de la utilización de los dos cuestionarios de autoinforme más relevantes, es decir, el FSSC-R y FSSC-II. Las diferencias debidas a la edad son muy poco relevantes, y las diferencias debidas al sexo son únicamente diferencias menores (p.ej., el miedo a las serpientes aparece a veces entre los 10 más comunes sólo en el grupo de chicas) que afectan únicamente al orden exacto de algunos miedos (i.e., su posición entre los más comunes). En lo que respecta a la intensidad de los miedos, esta se ha investigado teniendo en cuenta el nivel total de miedos (suma de la intensidad de cada elemento del cuestionario), el nivel de miedo correspondiente a cada dimensión (suma de la intensidad de los items pertenecientes a la dimensión) y el nivel de miedo específico para cada elemento. Estos tres tipos de variables se han estudiado en función de la edad y el sexo. El nivel global de miedo es menor a medida que se incrementa el grupo de edad. Es decir, los niveles generales de miedo son

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mayores en los niños más jóvenes que en los menos jóvenes, y mayores en los niños menos jóvenes que en los adolescentes. Esta relación inversa entre la edad y el nivel global de miedo ha sido observada en todos los estudios excepto en uno, si bien este era un estudio poco controlado y de naturaleza más bien preliminar. Un resultado que ha sido observado sistemáticamente y sin excepción en todos los estudios revisados consiste en que el nivel total de miedo es superior en las submuestras de sexo femenino que en las de sexo masculino. Cuando se han analizado diferencialmente las puntuaciones en intensidad según las diferentes dimensiones de los miedos, muchos de los trabajos indican que, en general, la intensidad de los miedos es menor cuando la edad es mayor, con independencia de la dimensión o categoría de miedos de que se trate. Sin embargo, algunos estudios han señalado la existencia de un patrón diferente para las dimensiones de miedos médicos y miedos de tipo social, en el sentido de que estos tipos de miedos (sobre todo los miedos médicos) no parece que sean menos intensos cuando se avanza en el rango de edad (no disminuyen con la edad). Incluso, en una investigación se confirmó que los miedos médicos y ciertos miedos sociales se intensificaban con la edad. Estos últimos resultados sobre la relación entre la edad y la intensidad de los miedos, que denotan un patrón diferencial asociado a los miedos médicos y/o de naturaleza social, si bien son congruentes con cierta evidencia clínica, son aún preliminares y, en consecuencia, deberán ser corroborados por nuevos estudios antes de ser aceptados como conclusivos. El sexo no parece relacionarse de forma relevante con la intensidad expresada según las distintas dimensiones del miedo, ya que las chicas suelen referir mayor intensidad en todas las categorías fundamentales de los miedos. Como excepción a esta conclusión general, en dos de las publicaciones revisadas se constata que no existen diferencias sexuales para la intensidad de los miedos de tipo social. Este resultado contradice la evidencia de la mayoría de las investigaciones sobre esta cuestión, así como también gran parte de la literatura sobre las diferencias entre chicos y chicas en miedos sociales. Es, por tanto, un tema que merece ulteriores estudios.

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El análisis por separado de la intensidad del miedo referida para cada uno de los elementos de los cuestionarios (i.e., análisis por elementos) ha sido menos investigada que la intensidad total o la intensidad dimensional. Sobre la relación entre el contenido individual del miedo (intensidad) y la edad existe muy poca información digna de consideración. Tampoco es mucha la que existe con respecto al sexo, si bien en dos estudios recientes se viene a concluir de forma tentativa que ciertos miedos, sobre todo los relacionados con los pequeños animales, poseen un poder predictivo mucho mayor que otros tipos de miedos. Tales miedos han resultado eficaces para discriminar a los chicos de las chicas (estas puntúan de forma más elevada en dichos tipos de miedos). Por tanto, las investigaciones sobre los miedos normativos en los niños y adolescentes han aportado información relativa a la frecuencia e intensidad de los miedos; la consistencia de esta información varía de unos estudios a otros. Así, mientras que ciertas conclusiones parecen mantenerse de forma más o menos contundente, otras en cambio resultan ser más preliminares o tentativas. Parece claro, no obstante, que las tres variables analizadas en el presente capítulo, esto es, la prevalencia, los miedos más comunes y la intensidad, están relacionadas de algún modo con la edad y el sexo. A este respecto, mientras que los datos relativos a la edad son más complejos, el sexo femenino suele diferenciarse claramente del sexo masculino, sobre todo en las variables de prevalencia e intensidad de los miedos. Estas cuestiones, no obstante, exigen aún nuevas investigaciones, ya que ciertas inconsistencias observadas entre los distintos estudios dificultan obtener conclusiones sólidas. Finalmente, merece la pena subrayar el reciente hallazgo que sugiere una interacción entre el sexo y la edad, en el sentido de que la intensidad de los miedos desciende, sobre todo en las chicas, de forma más notoria al final de la niñez y durante la preadolescencia y adolescencia temprana. Al final de la adolescencia los miedos suelen hacerse más estables o resistentes. Algunos autores han indicado, a este respecto, que la curva decreciente del miedo alcanza su máximo aproximadamente a los 11 años de edad (a partir de aquí los cambios son menores).

6 ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS

Existe actualmente amplio apoyo empírico a la hipótesis general de que los miedos y/o las fobias se adquieren a través de procesos de aprendizaje. Desde el estudio clásico de Watson y Rayner (1920) sobre condicionamiento pavloviano de respuestas de miedo en el pequeño Albert (niño de 11 meses de edad), hasta, por ejemplo, las recientes investigaciones del grupo de Öhman (p.ej., Öhman, 1997; Öhman y Soares, 1993; Soares y Öhman, 1993) centradas en el condicionamiento clásico de respuestas de miedo a estímulos potencialmente fóbicos no conscientes, se ha venido produciendo un elevado cúmulo de evidencia a favor de la idea de que los miedos y las fobias se adquieren, y en gran medida se mantienen, sobre la base de mecanismos y procesos asociativos (i.e., procesos de condicionamiento o aprendizaje), sobre todo, aunque no exclusivamente, de tipo pavloviano. En los más de ochenta años que han transcurrido desde que Watson y Rayner (1920) formulasen el primer modelo de condicionamiento del miedo, se ha generado abundante investigación sobre esta perspectiva, modificándose algunas de sus premisas cardinales, ampliándose su horizonte, y aportándose nuevas ideas, conceptos y teorías centradas en los principios del aprendizaje. Hasta tal punto que, la perspectiva moderna sobre el aprendizaje del miedo, basada en los postulados del neocondicionamiento (p.ej., Rachman, 1991, 1998), tiene muy poco que ver con la teoría clásica que explicaba el origen del miedo mediante los rígidos principios de contigüidad E-R. En este sentido, una aportación de gran relevancia desde el marco del aprendizaje fue la teoría del triple sistema de adquisición del miedo, o de las tres vías hacia el miedo («the three pathways to fear»), formulada por Rachman (1977, 1990a).

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El presente capítulo se centra fundamentalmente en la descripción y análisis del modelo de las tres vías de adquisición del miedo desarrollado por Rachman. No obstante, puesto que este modelo se basa y forma parte inherente de la perspectiva asociativa sobre el origen de los miedos, esto es, asume la aceptación de los principios del aprendizaje, resulta necesario que, previamente al análisis de dicho modelo, hagamos un breve análisis sobre algunos de los principales acontecimientos que se han producido en la teoría del condicionamiento de los miedos y/o fobias, y que han llevado, tanto a la emergencia de la propia teoría sobre el triple sistema de adquisición del miedo, como a otros desarrollos modernos fundamentados en los principios del neocondicionamiento. I. CONSIDERACIONES SOBRE LA ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Tal y como indicamos arriba, el análisis que presentamos en esta sección no pretende abordar ni la totalidad de las múltiples teorías sobre la adquisición de los miedos basadas en el condicionamiento, ni el estudio en profundidad de los modelos más predominantes. Se trata, más bien, de examinar algunos puntos centrales de las teorías de aprendizaje más representativas, especialmente las que poseen mayor vinculación o mayores implicaciones con respecto a la perspectiva de las tres vías de adquisición de los miedos/ fobias. Análisis más detallados sobre las teorías de condicionamiento de los miedos y las fobias puede encontrarlos el lector en otros trabajos más específicos sobre esta cuestión, tales como los de Pelechano (1984), Delprato y McGlynn (1984), Chorot (1986), Sandín y Chorot (1986a, 1991, 1999), Sandín (1995), Rachman (1991, 1998), Menzies y Clarke (1995a) y Merckelbach, De Jong, Muris y van den Hout (1996a).

A. El modelo de condicionamiento clásico Suele aceptarse que el primer modelo de condicionamiento sobre la ansiedad fue un modelo de condicionamiento pavlo-

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viano formulado por Watson y Rayner (1920). Estos autores establecieron una teoría experimental de las fobias basándose en este tipo de condicionamiento. Según este modelo, cualquier situación o estímulo, inicialmente neutro, adquiere la propiedad de evocar respuestas de miedo por su asociación con estímulos nocivos traumáticos (evocadores naturales de miedo o dolor; estímulos incondicionados, EIs). De este modo, el estímulo neutro se convierte en un estímulo condicionado (EC) de miedo, y su presencia evoca en el individuo respuestas condicionadas (RCs) de temor. El trabajo de Watson y Rayner puede ser considerado como la primera aportación del enfoque conductual al estudio de la génesis de los miedos y/o las fobias. Este modelo constituyó, así mismo, la base de posteriores formulaciones más o menos identificadas con el modelo conductual, tales como las influyentes teorías sobre la terapia de conducta llevadas a cabo por Wolpe (1958) y Wolpe y Rachman (1960). El aspecto central en la teoría de Watson y Rayner consistió en asumir que un estímulo neutro se convierte en estímulo condicionado de miedo por su contigüidad con un estímulo incondicionado, condicionamiento que puede extenderse a otros estímulos similares (i.e., estímulos que recuerdan al EC) mediante un proceso de generalización. Aunque, en términos de Eysenck (1979), la formulación de Watson y Rayner (1920) constituyó el primer gran modelo experimental sobre los miedos (el segundo gran modelo fue el de Mowrer, 1939), y aunque muchas de sus premisas fueron asimiladas y difundidas por algunos de los autores más influyentes de los años sesenta en terapia de conducta (p.ej., Eysenck, 1960; Eysenck y Rachman, 1965; Wolpe y Rachman, 1960), el modelo sufrió importantes críticas (p.ej., Emmelkamp, 1982; Eysenck, 1976, 1979; Gray, 1971; Rachman, 1977; Seligman, 1971). Las principales críticas que se han formulado al modelo de condicionamiento de Watson y Rayner (1920) podrían resumirse en los siguientes cuatro puntos (Chorot, 1986, pp. 19-22): 1. El miedo puede adquirirse directamente sin necesidad de que se produzcan acontecimientos traumáticos. Además, el

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hecho de que algunos miedos puedan originarse a través de vías indirectas de condicionamiento, evidencia las limitaciones de este modelo. 2. A veces no se condicionan respuestas de miedo, incluso en presencia de experiencias traumáticas. Parece, por tanto, que las experiencias traumáticas no conducen inexorablemente al condicionamiento de respuestas de miedo. Por tanto, la contigüidad física EC-EI, de la que parte el modelo, no es una condición necesaria ni suficiente para que se produzca la adquisición de los miedos. 3. El modelo de condicionamiento clásico asume la premisa de equipotencialidad, según la cual, cualquier suceso natural posee idéntica capacidad para convertirse en estímulo condicionado de miedo. Los miedos, lejos de adecuarse a la premisa de equipotencialidad, tienden a ser selectivos, tal y como demuestra la teoría de la preparación (p.ej., Seligman, 1971; véase el Capítulo 2). 4. La teoría de condicionamiento clásico no explica la no-extinción de la respuesta condicionada de miedo en ausencia de refuerzo. De acuerdo con el principio de extinción, las respuestas condicionadas clásicamente suelen extinguirse rápidamente cuando desaparece la contingencia EC-EI. Sin embargo, en contraste con las predicciones del modelo, las respuestas de miedo no sólo no se extinguen cuando no son reforzadas sino que, a veces, tienden incluso a incrementarse (fenómeno de «incremento paradójico» o incubación). El modelo bifactorial mediacional de Mowrer (1939, 1960), tal vez uno de los modelos psicopatológicos tradicionales más influyentes en la terapia de conducta de las fobias, pretendía dar solución a uno de los problemas centrales de los miedos y las fobias no explicado por la teoría de Watson y Rayner (1920); esto es, explicar por qué no se produce extinción de las respuestas condicionadas de miedo en ausencia de reforzamiento. Mowrer explica este fenómeno en su modelo bifactorial mediacional del siguiente modo:

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• En una fase inicial, se establece una respuesta condicionada de miedo mediante un proceso de condicionamiento clásico; esta respuesta de miedo adquiere propiedades de impulso («drive») secundario con capacidad para mediar y motivar el inicio de una conducta instrumental de evitación. • En una segunda fase, que implica un proceso de evitación activa, el sujeto no aprende a evitar un castigo (EI), sino más bien a escapar de la exposición al estímulo (EC) que le avisa de la proximidad de una situación aversiva. • A la respuesta de evitación ejecutada exitosamente le sigue la reducción del miedo, por lo que la conducta de evitación queda reforzada negativamente (i.e., la reducción del miedo refuerza y mantiene la conducta de evitación). Vemos, por tanto, que el modelo de Mowrer es bifactorial porque incluye componentes de condicionamiento clásico y de condicionamiento operante. Es mediacional porque las reacciones de miedo motivan (median) las respuestas de evitación (respuestas operantes). Es decir, el modelo de Mowrer explica el desarrollo del componente emocional del miedo en términos de condicionamiento clásico, y el componente de evitación del miedo según el principio de reforzamiento negativo (Chorot, 1986; Sandín y Chorot, 1986a). Por tanto, el miedo fóbico se mantiene, aún sin reforzamiento de la contingencia EC-EI, merced al proceso de reforzamiento negativo de las conductas de evitación. Al margen de las importantes contribuciones que este modelo ha supuesto para la psicopatología y tratamiento de los miedos y las fobias, al igual que ha ocurrido con la teoría de Watson y Rayner (1920), no ha estado exento de importantes objeciones. Entre otras críticas o fenómenos incompatibles con esta teoría, merecen la pena citarse las siguientes (Chorot, 1986): 1. Observación experimental de resistencia a la extinción de las respuestas de evitación en ausencia de miedo. Si la respuesta de miedo motiva la conducta instrumental, entonces la extinción del miedo debería conducir a la extinción de las respuestas de evitación.

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2. Observación experimental y clínica de mantenimiento del miedo en ausencia de respuestas de evitación (fenómeno opuesto al del punto anterior). Ambos puntos denotan la existencia de cierta disociación entre las reacciones de miedo y las conductas de evitación. 3. No está claro que exista una analogía, como presupone el modelo, entre el componente de evitación y la conducta fóbica. Algunos autores (p.ej., Costello, 1970) han referido que las respuestas condicionadas de evitación no proporcionan un marco adecuado para fundamentar la adquisición y persistencia de los miedos y fobias, ya que las respuestas experimentales de evitación suelen ser conductas adaptativas, mientras que las respuestas de evitación en los miedos y fobias clínicas son desadaptativas. 4. El modelo no explica adecuadamente la paradoja neurótica, ni en lo que concierne al mantenimiento (resistencia a la extinción) ni en relación con el incremento paradójico (incubación), ya que el curso de extinción de las respuestas de miedo y evitación debería ser semejante. Se han planteado varias alternativas al modelo bifactorial manteniendo la participación de los procesos de condicionamiento clásico y operante, así como también conservando el principio de mediación asociado a las respuestas de miedo (i.e., respuestas de condicionamiento clásico) (al margen de otras aproximaciones estrictamente operantes que no vienen al caso). Solomon y Wynne (1954) propusieron una modificación a la teoría bifactorial mediante la adición de dos principios: (1) el principio de conservación de la ansiedad, y (2) el principio de irreversibilidad parcial. El principio de conservación de la ansiedad indica que las latencias cortas de las respuestas de evitación previenen que se produzcan reacciones autónomas de miedo al EC, por lo cual se conservan estas reacciones y no se extinguen. El principio de irreversibilidad parcial se basa en el hecho de que las respuestas condicionadas a situaciones de intenso miedo sean con frecuencia difíciles de extinguir. Estos principios, aunque posean su parte de validez, no

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explican satisfactoriamente ni la resistencia a la extinción de las respuestas de miedo ni la disociación entre las respuestas condicionadas clásicas y las operantes (Chorot, 1986). Tampoco el principio sobre el estado central del organismo, sugerido posteriormente por Rescorla y Solomon (1967), ha sido aceptado como explicación válida de estos problemas inherentes al modelo bifactorial. En una formulación más reciente del modelo bifactorial, Levis y sus colaboradores (Levis, 1966, 1981; Levis y Boyd, 1979; véase Sandín y Chorot, 1986a) han mantenido la hipótesis central del modelo, esto es, que el miedo motiva las conductas de evitación y que la reducción del miedo actúa como reforzador. También mantienen el principio de conservación de la ansiedad referido por Solomon y Wynne (1954), modificando y extendiendo este principio mediante la inclusión del concepto de «complejidad y serialidad del EC». Estos autores asumen (1) que las respuestas de miedo (reacciones condicionadas autónomas) pueden ser evocadas por el EC incluso cuando este se presenta durante periodos de tiempo muy breves (con latencias cortas en las respuestas de evitación), y (2) que la conservación de la ansiedad se produce asociada a estímulos condicionados distintivos y organizados serialmente (para un análisis más detallado sobre esta teoría, véase Chorot, 1986; Sandín y Chorot, 1986a). Aunque, en términos generales, parece válido el postulado de Levis de que la noextinción del miedo se produzca porque el tiempo de exposición del EC sea corto, o no lo suficientemente largo para producir la extinción, no queda muy claro cómo los sistemas secuenciales de ECs a los que hace alusión mantienen la conservación de la ansiedad; tampoco explica el fenómeno de fortalecimiento o incremento paradójico del miedo.

B. Comentarios al modelo de condicionamiento de los miedos y las fobias Hablando en términos genéricos, el modelo tradicional de condicionamiento de los miedos y/o fobias incluye los desarrollos que se han venido produciendo a partir de las dos grandes teorías

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tradicionales, esto es, la teoría de Watson y Rayner (1920), basada estrictamente en el condicionamiento clásico, y la teoría de Mowrer (1939, 1960), basada en el condicionamiento clásico (adquisición del miedo) y en el condicionamiento operante (mantenimiento del miedo y de las respuestas de evitación). Vemos que, en ambos casos, el miedo se adquiere a través de procesos directos de condicionamiento pavloviano, lo cual posiblemente ha llevado a que, en general, esta perspectiva se entienda como la teoría del condicionamiento clásico de los miedos (Merckelbach et al., 1996a), ya que dicha forma de aprendizaje constituye el elemento central de la etiología de los miedos. En términos más generales, suele conocerse, sin más, como teoría de condicionamiento de los miedos y/o fobias (Rachman, 1998). En adelante, por tanto, siempre que aludamos a la teoría de condicionamiento nos referiremos a esta orientación general, la cual confiere al condicionamiento clásico un papel esencial en la adquisición de los miedos. Se ha sugerido que la teoría de condicionamiento de los miedos está apoyada al menos por las seis fuentes de evidencia siguientes (Rachman, 1998, pp. 74-77): 1. Investigación sobre inducción de miedo en animales experimentales. La evidencia más consistente y sistemática proviene de la multitud de experimentos de laboratorio con animales. En realidad, ha resultado fácil generar reacciones de miedo en animales exponiéndolos a una combinación de estímulos neutros y aversivos. Actualmente no existe duda sobre la facilidad con que pueden ser condicionadas las reacciones de miedo, al menos en los animales sometidos a las condiciones experimentales del laboratorio. 2. Desarrollo de miedos en combatientes. Estudios con personas que han vivido en situaciones de combate bélico han indicado que el miedo intenso puede originarse a partir de estímulos traumáticos. El miedo y contenido de estos miedos, su tendencia a generalizarse, y las condiciones bajo las cuales se originan, son consistentes con la teoría de condicionamiento.

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3. Experimentos sobre inducción de miedo en humanos. El clásico estudio de Watson y Rayner (1920) constituyó una de las primeras demostraciones de que las reacciones de miedo pueden condicionarse a partir de un paradigma de condicionamiento pavloviano. Empleando estímulos preparados (i.e., estímulos potencialmente fóbicos) como estímulos condicionados, diversos autores han condicionado en el laboratorio reacciones de miedo en seres humanos (p.ej., Chorot y Sandín, 1993; Cook, Lang y Hodes, 1986; Cook, Melamed, Cuthbert, McNeil y Lang, 1988; Öhman, 1987, 1997; Öhman y Soares, 1993; Sandín y Chorot, 1989). 4. Observaciones clínicas. En la práctica clínica suele ser frecuente observar a pacientes que argumentan haber adquirido sus miedos a partir de experiencias de condicionamiento. A veces, los pacientes pueden determinar con exactitud el comienzo de su miedo desde la ocurrencia de una experiencia específica de condicionamiento. 5. Efectos secundarios asociados a la terapia aversiva. La adquisición de reacciones condicionadas de náusea y/o vómito es observada comúnmente en pacientes sometidos a quimioterapia (p.ej., Burish y Carey, 1986). En este sentido, se han referido datos que sitúan la adquisición de náusea / vómito anticipatorios entre el 32 y el 80% de las personas que reciben quimioterapia. 6. Algunos experimentos sobre los efectos de la estimulación traumática en seres humanos. Otra fuente de información que ha aportado datos a favor de la teoría de condicionamiento de los miedos/fobias procede de experimentos aislados que han utilizado estimulación traumática en seres humanos, tales como los llevados a cabo por Sanderson, Laverty y Campbell (1963) y Campbell, Sanderson y Laverty (1964). Estos autores aplicaron, como EI, una inyección de una sustancia (scoline) que paraliza los músculos, dando lugar a una suspensión temporal de la respiración. La mayoría de los sujetos que experimentaron esta horrorosa experiencia desarrollaron miedos intensos a los estímulos asociados al experimento.

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La teoría de condicionamiento ha sufrido con el paso del tiempo múltiples críticas, aunque bastantes de ellas no han demostrado ser tan consistentes como en principio se había supuesto (Menzies y Clark, 1995a). Una de las primeras objeciones que se pusieron al modelo de condicionamiento partió de las dificultades señaladas por algunos autores (p.ej., English, 1929) para obtener respuestas condicionadas de miedo al estilo de Watson y Rayner (1920). Pronto se evidenció, no obstante, que tales dificultades se debían más a problemas metodológicos que a inadecuaciones del propio modelo. Las críticas más comunes que suelen formularse a la teoría de condicionamiento de los miedos siguen siendo, en gran medida, críticas que corresponderían más bien a las versiones más tradicionales del modelo, ya que las objeciones se refieren a aspectos como el principio de equipotencialidad, la dificultad para adquirir respuestas de miedo con un solo ensayo de condicionamiento, la no-necesidad de experiencias traumáticas, el incremento paradójico del miedo, la resistencia del miedo a los argumentos lógicos, etc. Estos tipos de críticas, sin embargo, carecen de consistencia si se analizan a la luz de las diversas contribuciones y revisiones (o reformulaciones) que se han venido acumulando desde la propia perspectiva del condicionamiento. Así por ejemplo, los trabajos de laboratorio de Mineka y sus colaboradores (Cook y Mineka, 1989; Mineka y Cook, 1993) han proporcionado evidencia que apoya la teoría de la preparación de los miedos en el mono rhesus, al demostrar que las reacciones de miedo a las serpientes (estímulo preparado) pueden adquirirse fácilmente, fenómeno que no se produce cuando se trata de estímulos condicionados neutros (p.ej., flores). Así mismo, las investigaciones del grupo de Öhman (1979, 1986), partiendo de la reformulación del modelo de condicionamiento de acuerdo con la teoría de la preparación (contraria al principio de equipotencialidad), han demostrado con seres humanos la validez del modelo pavloviano de los miedos/fobias en relación con diversas facetas del condicionamiento (véase el Capítulo 2), tales como la fácil adquisición de respuestas de miedo, el condicionamiento mediante un solo ensayo, y la no-necesidad de estímulos traumáti-

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cos para la obtención de respuestas condicionadas de miedo en el laboratorio. Este autor ha demostrado también, mediante un paradigma de condicionamiento pavloviano, la adquisición en seres humanos de respuestas de miedo a estímulos preparados no conscientes (Öhman, 1997). Estos hallazgos podrían explicar algunos de los casos de miedos adquiridos mediante experiencias de condicionamiento que, sin embargo, el individuo es incapaz de recordar. Tras las dos grandes reformulaciones hechas al modelo de condicionamiento de los miedos y las fobias llevadas a cabo respectivamente por Mowrer (1939) y Seligman (1971), Eysenck (1979) propone la teoría de la incubación, la cual podría ser considerada como la tercera gran revisión o reformulación de dicho modelo. El modelo de Eysenck (1979) se centraba, más que en la adquisición propiamente dicha, en la revisión de la clásica ley de extinción, revisión que incluía la denominada por este autor como «ley de incubación» del miedo/ansiedad. Eysenck parte de la hipótesis de que, en las respuestas de miedo, y debido a las propiedades de impulso que estas poseen, no siempre se produce extinción aunque aparezca solo el estímulo condicionado (es decir, bajo condiciones teóricas de no reforzamiento). De acuerdo con esta teoría, las respuestas de miedo pueden ser reforzadas por la mera presentación del estímulo condicionado, esto es, sin necesidad de la presencia del reforzador natural (estímulo incondicionado). El fenómeno de incubación, de acuerdo con Eysenck (1979), ocurre cuando se dan dos circunstancias básicas: (1) que la respuesta de miedo sea suficientemente intensa (aunque no es necesario que sea traumática) y (2) que las exposiciones del estímulo condicionado sean breves (evitarían la declinación de la fuerza de la respuesta condicionada). Las predicciones de esta teoría han sido demostradas en diversos estudios llevados a cabo con animales experimentales (véase Chorot, 1991). Con seres humanos, aunque la evidencia directa es menor, se ha constatado tanto el efecto de incremento paradójico del miedo (Campbell et al., 1964; Sanderson et al., 1963) como el de resistencia a la extinción de las respuestas de miedo (Sandín, Chorot y FernándezTrespalacios, 1989).

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A nuestro juicio, por tanto, la mayoría de las críticas que se han formulado contra la teoría de condicionamiento de los miedos suelen hacer alusión a cuestiones en gran medida ya superadas por esta teoría. Actualmente no parecen atentar ni contra su estatus científico ni contra su capacidad para predecir la adquisición de los miedos. Esto no implica, sin embargo, que la teoría no posea aspectos criticables y puntos débiles que puedan sugerir la necesidad de recurrir a otras teorías complementarias más o menos modernas (p.ej., teoría de «señal de seguridad»; Rachman, 1984), o bien a nuevas reformulaciones, como la perspectiva del neocondicionamiento.

C. La perspectiva del neocondicionamiento Una cuarta gran reformulación de la teoría del condicionamiento de los miedos tiene un carácter eminentemente cognitivo y es conocida bajo la denominación de neocondicionamiento (Rachman, 1991). La perspectiva del neocondicionamiento aporta importantes contribuciones, fundamentalmente de tipo cognitivo, al modelo de condicionamiento de los miedos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que el modelo de condicionamiento pavloviano ha asumido prácticamente desde sus orígenes la importancia de la cognición en el aprendizaje: Como es conocido, Pavlov propuso el denominado «segundo sistema de señales» para referirse al condicionamiento semántico, es decir, al condicionamiento sin contacto directo con el estímulo incondicionado, fenómeno que actualmente se entiende en términos E-E (asociaciones estímulo-estímulo) en lugar del clásico E-R (asociaciones estímulo-respuesta) (Belloch, Sandín y Ramos, 1994). Esta orientación teórica E-E es lo que ha sido denominado por Rachman (1991) como neocondicionamiento. La idea central del neocondicionamiento parte de la contribución de ciertos teóricos del aprendizaje animal (Mackintosh, 1983; Rescorla, 1988; Rescorla y Wagner, 1972), y establece que las respuestas condicionadas de miedo pueden adquirirse sin necesidad de la creencia tradicional de contigüidad entre el EC y el EI. Es

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decir, más que centrarse en relaciones de contigüidad entre estímulos, el neocondicionamiento interpreta el condicionamiento pavloviano en términos de relaciones de información o correlaciones entre los estímulos (p.ej., correlación entre el EC y el EI). Las respuestas condicionadas pueden desarrollarse incluso cuando el estímulo condicionado y el suceso incondicionado se hallan separados en el espacio y en el tiempo, tal y como ocurre, por ejemplo, en el condicionamiento a las aversiones a las comidas. El condicionamiento no sólo ocurre con estímulos discretos, sino también con relaciones abstractas entre dos o más estímulos. Como ha señalado Rachman (1998): Esta nueva visión del condicionamiento no consiste meramente en un ejercicio de descrédito de las explicaciones tradicionales. Se han descubierto interesantes fenómenos, con nuevas posibles predicciones, y se han puesto de relieve nuevas explicaciones del aprendizaje asociativo. La simple contigüidad es insuficiente; la clave está en la información, y la visión prevalente consiste en que el condicionamiento implica aprender sobre las relaciones entre los sucesos. Rescorla (1988, p. 153) arguye que «el condicionamiento pavloviano no es un proceso estúpido por el que el organismo, pase lo que pase, establece asociaciones entre dos estímulos cualesquiera que ocurran conjuntamente». En su lugar, resulta más adecuado contemplar al organismo como «un buscador de información, que usa las relaciones lógicas y perceptivas entre los sucesos... para formar una representación sofisticada de su mundo» (p. 154). El condicionamiento no consiste meramente en una transferencia de poder desde un estímulo a otro (p. 82).

Bajo esta nueva perspectiva pueden explicarse diversos casos de no-adquisición de miedo bajo circunstancias en las que aparentemente (i.e., según los principios del condicionamiento clásico) esta debería producirse. De acuerdo con el neocondicionamiento, tres tipos de fenómenos (los cuales demuestran que los procesos de condicionamiento no se rigen por la mera contigüidad) podrían explicar tales casos: (1) el efecto de bloqueo (blocking effect), (2) las consecuencias del control al azar (random control effect), y (3) la inhibición latente. El efecto de bloqueo explica que un estímulo no se convierta en estímulo condicionado aunque se presente de forma repetida

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antes de un estímulo incondicionado, a no ser que aporte algún valor o significación. Si un estímulo incondicionado es ya predicho por otro estímulo, la adición de un segundo estímulo no posee significación y en consecuencia este último no se condiciona. La respuesta condicionada existente es suficiente y bloquea el desarrollo de una nueva señal redundante (Rachman, 1998). El efecto del control al azar (o apareamiento al azar) también demuestra que la mera contigüidad no es suficiente para producir condicionamiento. Si un estímulo A precede de forma regular a un suceso aversivo, suele producirse condicionamiento. Sin embargo, si el suceso aversivo también ocurre repetidamente en ausencia del estímulo A, el condicionamiento es bajo o nulo. Es decir, como ha sugerido Mackintosh (1983), la contigüidad temporal entre el EC y el EI no es ni necesaria ni suficiente para asegurar el condicionamiento. El estímulo no se convertirá en EC a no ser que sea capaz de predecir el reforzador (EI) mejor que otros estímulos (Rachman, 1991, 1998). Así por ejemplo, en situaciones bélicas, el apareamiento al azar de un estímulo neutro con la explosión de un misil puede no dar lugar a condicionamiento, ya que un EC debe ser altamente predictivo del EI (explosión del misil). El fenómeno de inhibición latente indica que la preexposición no reforzada a un estímulo puede retardar significativamente el posterior condicionamiento a dicho estímulo (Mackintosh, 1974). Por tanto, los estímulos con los que hemos convivido diariamente de un modo no aversivo antes de ser apareados con un suceso aversivo, se hacen resistentes al condicionamiento. Este fenómeno puede explicar, pues, la no-adquisición de miedos en circunstancias aparentemente generadoras de ellos (p.ej., situaciones bélicas) (Menzies y Clarke, 1995a). Los experimentos de laboratorio han demostrado que resulta difícil condicionar respuestas de miedo a estímulos familiares que anteriormente nunca habían sido asociados a estímulos incondicionados. Esto ocurre porque durante el condicionamiento los sujetos aprenden que el EC es predictor del EI; si el sujeto ha experimentado repetidamente que el EC no predice nada y es inocuo, un apareamiento incidental del EC y un EI aversivo puede no poseer la suficiente fuerza para hacer que el su-

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jeto «crea» que el EC ha cambiado convirtiéndose en un predictor del EI. En otras palabras, las experiencias no aversivas previas con el EC inhiben el condicionamiento del miedo. El fenómeno de la inhibición latente puede explicar por qué las experiencias traumáticas a veces no dan lugar a la adquisición de miedos o fobias (Merckelbach et al., 1996a). Actualmente la perspectiva del neocondicionamiento posee diversas ramificaciones y es capaz de salvar algunos de los inconvenientes que se han objetado al modelo tradicional de condicionamiento. Tal vez las dos orientaciones actuales más relevantes sobre la adquisición de los miedos, basadas en la perspectiva del neocondicionamiento, sean el modelo sobre la expectativa de la ansiedad (Reiss, 1980, 1991; Reiss y McNally, 1985) y el modelo de reevaluación del estímulo incondicionado (Davey, 1992) (para una exposición detallada de estos modelos, véase Sandín, 1995, y Sandín y Chorot, 1986a). El modelo de expectativa de Reiss (1980, 1991; Reiss y McNally, 1985) se basa en los postulados del neocondicionamiento pavloviano, especialmente en el concepto de expectativa. Según estos autores, lo que se aprende en el condicionamiento pavloviano no son asociaciones de contigüidad EC-EI, sino expectativas sobre la ocurrencia o no-ocurrencia de la aparición de un EI o de un cambio en su magnitud o duración. Las principales formas de expectativas son las de peligro, las de ansiedad y las de evaluación social. Las expectativas de peligro se refieren a peligros o daños del medio físico externo (p.ej., «Es probable que el avión se caiga»). Las expectativas de ansiedad hacen alusión a la posibilidad de experimentar ansiedad o miedo (p.ej., «Sé que volar es seguro, pero puedo tener un ataque de pánico durante el vuelo»). Las expectativas de evaluación social se refieren a formas de reaccionar que llevan a una evaluación negativa (p.ej., «No seré capaz de dominar mi miedo a volar»). La teoría de Reiss y McNally sobre la expectativa del miedo/ansiedad supera, por tanto, algunos de los escollos inherentes al modelo tradicional de condicionamiento, ya que se basa en relaciones de información y correlaciones entre estímulos más que en relaciones de contigüidad.

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El modelo sobre reevaluación del EI (Davey, 1992) sostiene que la fuerza de la respuesta condicionada (RC) no sólo depende de procesos asociativos que relacionan el EC con el EI, sino también de los procesos que llevan al individuo a reevaluar el propio EI. El concepto central de esta teoría es el de inflación del EI. Este concepto se refiere a situaciones en las que el sujeto es expuesto a apareamientos de un EC y un EI débil. Como resultado de esta exposición, el individuo aprende que el EC y el EI están relacionados. Dada la baja intensidad del EI, esta asociación E-E lleva a una débil respuesta condicionada de miedo. Sin embargo, si posteriormente el individuo aprende que el EI es más aversivo de lo que la experiencia previa le había indicado (p.ej., por una nueva vivencia personal), esta información posterior al condicionamiento puede llevar a una inflación del valor del EI. Consecuentemente, la respuesta condicionada de miedo se incrementará en intensidad. Es decir, en ciertos casos se puede obtener un nivel elevado de miedo (fobia) tras la experiencia de inflación del EI, en la cual la memoria del EI original (i.e., implicada en la adquisición de una respuesta de miedo más baja) se ve alterada por una nueva experiencia con un nivel más intenso del EI (no apareado al EC). Este modelo, por tanto, podría explicar la adquisición de los miedos y las fobias sin necesidad de recurrir a estímulos incondicionados traumáticos. Otro aspecto relevante señalado por algunos autores consiste en que muchas respuestas fóbicas son ejemplos de memoria implícita, más que de memoria explícita (Mineka y Öhman, 2002). La memoria implícita, por definición, no es accesible a la introspección consciente (aunque sí lo es la memoria explícita). Como han subrayado estos autores, la respuesta emocional puede servir como un índice de la memoria implícita, ya que los individuos pueden manifestar respuestas emocionales atribuibles a algún suceso pasado en ausencia de un recuerdo consciente del evento. Ante un determinado incidente asociado a la adquisición de una fobia, aunque la fobia permanezca (ejemplo de memoria implícita) la memoria consciente del suceso puede desaparecer. Este tipo de disociación entre las memorias emocional y consciente podrían

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explicarse por el hecho de que son codificadas separadamente en el cerebro, i.e., en dos circuitos neurológicos de la memoria independientes, un circuito emocional localizado en la amígdala, y un circuito cognitivo y consciente localizado en el hipocampo (LeDoux, 1996). En suma, vemos que la perspectiva basada en el neocondicionamiento proporciona frescas ideas y ciertos refinamientos a las orientaciones más tradicionales basadas en el condicionamiento pavloviano. Esto, a su vez, ha permitido la aparición de alternativas teóricas sobre la adquisición de los miedos menos rígidas y más próximas a la realidad clínica y a las interpretaciones de índole cognitiva (expectativas, relaciones de información, evaluación, reevaluación, representación cognitiva, etc.). II. FACTORES DE VULNERABILIDAD Aunque existe una amplia evidencia que muestra cómo los miedos y las fobias se adquieren, y en gran medida se mantienen, sobre la base de los mecanismos y procesos asociativos anteriormente analizados (i.e., procesos de condicionamiento o aprendizaje), antes de pasar a describir el modelo de las tres vías de adquisición del miedo formulado por Rachman, consideramos importante detenernos en el análisis de los principales factores de predisposición o vulnerabilidad personal que están mediando los procesos de aprendizaje descritos. Si bien las personas presentan predisposición filogenética para aprender fácilmente ciertos miedos, existen además diferencias genéticas individuales que influyen en la adquisición y mantenimiento de los mismos, así como en sus niveles de interferencia, que están en relación con otra serie de variables ambientales (entorno familiar, pautas de crianza, sucesos vitales, etc.), y que darán lugar a la evolución normal o patológica de los miedos infantiles. Aspectos constitucionales como la influencia de la herencia, la transmisión de patrones familiares, las variables de personalidad (p.ej., el neuroticismo, la inhibición conductual), la sensibilidad a la ansiedad, la reactividad psicofisiológica,

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la diferenciación sexual del cerebro, o los ritmos psicobiológicos (Sandín, 2001), entre otros, explicarían en cierto modo por qué algunos niños son más miedosos que otros en la misma etapa evolutiva, o por qué en ellos no desaparece la respuesta normal de miedo ante un estímulo concreto cuando cabría esperar para su edad. Por tanto la interacción entre las variables individuales y las variables ambientales determinaría el curso individual de los miedos y de las fobias a través de su proceso madurativo. Existe abundante evidencia sobre la influencia de la herencia, así como de otros factores biológicos, en el desarrollo de los trastornos de ansiedad, y concretamente de los miedos y las fobias. Por ejemplo, los trabajos de Fyer et al. (1990) muestran cómo un 31% de los parientes en primer grado (hermanos/as) de los sujetos con fobia específica presentaban también alguna otra fobia específica (frente al 11% de los parientes de los sujetos control), aunque no presentaban factor de riesgo para padecer otro tipo de trastorno. Además, un 15% de los hijos de los sujetos fóbicos eran diagnosticados también de fobia específica, frente al 8% de los hijos de los sujetos control. Otras investigaciones sustentan los resultados anteriores, como por ejemplo los de Fredrikson, Annas y Wik (1997), quienes documentaron que las mujeres fóbicas a las arañas o a las serpientes a menudo referían historias familiares de dichas fobias. Rose y Ditto (1983) realizaron estudios con gemelos, encontrando cómo el nivel de miedo experimentado por uno de los hermanos podía ser predicho por el que presentaba el otro gemelo. En general, los estudios genéticos muestran que la transmisión hereditaria contribuye sólo modestamente a la formación de miedos y fobias. Taylor (1998) ha subrayado, en este sentido, que parece existir un factor genético general que actúa como un factor de vulnerabilidad para un amplio rango de miedos fóbicos (moderadamente para fobias situacionales y fobias sociales —9% de los mismos—, y en mayor medida para las fobias animales –35%), y diversos factores específicos que predisponían para ciertos tipos de miedos (agorafobia, fobia situacional y fobia social –23%). Resultados similares han sido publicados recientemente por Kendler, Myers, Prescott y Neale (2001). Taylor señala

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que el factor genético general podría constituir el sustrato biológico de lo que tradicionalmente se ha referido como «afectividad negativa» o «neuroticismo». Los estudios de Zinbarg y Barlow (1996) o los de Hofman, Lehman y Barlow (1997) sustentan la evidencia de ese factor de orden superior, cuya aproximación conductual más obvia durante la infancia y la adolescencia es la inhibición conductual. La inhibición conductual es, quizá, una de las variables a las que mayor atención se ha prestado (véase Turner, Beidel y Wolff, 1996). Se trata de un rasgo temperamental universal (se ha observado en diferentes culturas y especies) que puede aparecer en edades tempranas en algunos niños, y que consiste en una tendencia a reaccionar con elevada activación fisiológica y retraimiento ante situaciones que no les son familiares; así, por ejemplo, puede manifestarse por una predisposición a ser bebés irritables, a estar tristes y miedosos cuando comienzan a caminar, o a ser callados e introvertidos durante la edad escolar, mostrando una acusada evitación y restricción conductual, así como una hiperactividad fisiológica (Sandín, 1997, pp. 14-15). La inhibición conductual se ha propuesto como un factor de vulnerabilidad hacia los trastornos de ansiedad en general (relacionada con una respuesta más intensa ante los estímulos naturales de ansiedad y miedo, que se extinguiría más difícilmente de lo que cabría esperar), aunque algunos autores como Turner et al. (1996) plantean una relación más estrecha con los trastornos asociados a estímulos social-evaluativos, como por ejemplo, la fobia social (Sandín, 1997). Por otro lado, Biederman et al. (1990) encontraron que la inhibición conductual a los 21 meses de edad, podía predecir el número de miedos fóbicos a los 8 años de edad. Así mismo, los preescolares con inhibición conductual presentaban una mayor probabilidad para padecer trastornos de ansiedad (incluidas fobias) que los sujetos control. En esta línea, Stevenson-Hinde y Glover (1996) mostraron cómo la timidez excesiva en preescolares se acompañaba de niveles relativamente altos de afecto negativo, preocupación, y miedo, siendo estos bastante estables hasta el fin de la infancia. En cualquier caso, como hemos analizado, esta variable parece estar incluida en otras dimensiones tempera-

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mentales más amplias, tales como el rasgo de ansiedad, la introversión, el neuroticismo, y la afectividad negativa, encontrándose incluso importantes parámetros biológicos para la misma, como un elevado nivel de cortisol matutino (Schmidt et al., 1997), o su relación con la asimetría del lóbulo frontal cerebral (para un análisis más detallado, pueden revisarse los trabajos de Tomarken y Keener, 1998). Finalmente, existe evidencia de que los niños que puntúan alto en rasgo de ansiedad (evaluado mediante la RCMAS; Revised Children’s Manifest Anxiety Scale, Reynolds y Richmond, 1978) presentan un mayor nivel de miedos (medidos a partir del FSSC-R) (Ollendick, 1983; King et al., 1992; Ollendick et al., 1991), encontrándose correlaciones importantes entre miedos y rasgo de ansiedad, pero no entre miedos y depresión; y, al igual que ocurría con la inhibición conductual, el rasgo de ansiedad parece predecir mejor la existencia de miedos al fracaso y a la crítica que la de otro tipo de miedos (King et al., 1992). Las variables indicadas anteriormente (inhibición conductual, rasgo de ansiedad, neuroticismo y afectividad negativa) constituirían, por tanto, factores de predisposición o vulnerabilidad a los trastornos de ansiedad en general que permiten explicar tan sólo una parte de las diferencias individuales que presentan los niños y adolescentes. No vamos a detenernos a analizar con mayor detalle cada uno de estos factores de predisposición por exceder el objetivo de este trabajo (véase Sandín, 1997, pp. 14-15, y 37-43; Sandín y Chorot, 1999, pp. 70-77); no obstante, creemos conveniente comentar la influencia de algunas variables de vulnerabilidad personal que han sido implicadas diferencialmente en la génesis de los trastornos de ansiedad, y concretamente de las fobias. Son las llamadas variables de sensibilidad, basadas en el modelo de expectativa de Reiss (1991; Reiss y McNally, 1985), entre las que destacaríamos la sensibilidad a la ansiedad, la sensibilidad al daño, la sensibilidad a la evaluación social, y la sensibilidad al asco (Sandín, 1995, 1997). En la Figura 2 se describe un modelo jerárquico-dimensional de la relación entre las variables de sensibilidad y los distintos tipos de trastornos fóbicos (Sandín y Chorot, 1999).

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Neuroticismo Afecto negativo Inhibición conductual Sensibilidad a la ansiedad

Sensibilidad a la ansiedad

Sensibilidad a la evaluación negativa

Sensibilidad al daño

Sensibilidad al asco

Agorafobia con/sin tr. de pánico

Fobia social

Fobias específicas

Fobias específicas

Animales depredadores

Sangreinyeccionesdaño

Miedos y fobias situacionales

Situacional Ambiental

Animales/ Suciedad

FIGURA 2. Modelo jerárquico-dimensional basado en las relaciones entre las variables de sensibilidad y los diferentes tipos de fobias (tomado de Sandín y Chorot, 1999, p. 75).

Entre estas variables, merece la pena destacar la sensibilidad a la ansiedad. Esta ha sido definida como una variable de diferencias individuales consistente en una tendencia a experimentar miedo ante los síntomas de ansiedad (sobre todo, a los fisiológicos), y constituye el rasgo, tendencia o predisposición a interpretar «catastróficamente» —es decir, como algo peli-

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groso— esas sensaciones de ansiedad (Reiss y McNally, 1985; Sandín y Chorot, 1999), especialmente las sensaciones de activación fisiológica (McNally, 1990, 1994; Taylor, 1995a, 1995b, 1996) (es, así mismo, diferente del rasgo de ansiedad, ya que este último, como hemos visto, denota una tendencia a reaccionar con miedo ante cualquier estresor o estímulo ansiógeno). El desarrollo de la sensibilidad a la ansiedad está influido tanto por factores cognitivos como por factores genéticos. En esta línea, Schmidt et al. (2001) señalan los factores genéticos que interactúan con la sensibilidad a la ansiedad para producir ataques de pánico en respuesta a una amenaza del 35% de CO2, y Stein, Jang y Livesley (1999) proporcionan evidencia de la heredabilidad de la sensibilidad a la ansiedad basada en un estudio realizado con gemelos. Aunque se ha propuesto como variable de vulnerabilidad hacia los trastornos de ansiedad en general, parece relacionarse mucho más específicamente con el trastorno de pánico (McNally, 1994; Taylor, Koch y Crockett, 1991; Sandín, Chorot y McNally, 1996), siendo hoy un concepto central para su diagnóstico. De hecho, el nivel de sensibilidad a la ansiedad de los 7 a los 14 años de edad, puede predecir el desarrollo de un trastorno de pánico de los 16 a los 30 años (Reiss, Silverman y Weems, 2001). Así mismo, parece estar implicada en la génesis de determinados miedos y fobias de tipo situacional (p.ej., viajar en avión, claustrofobia, etc.), ya que resulta muchas veces difícil separar estos miedos y fobias de la agorafobia propiamente dicha. Parece que esta variable facilita el condicionamiento pavloviano de miedo a las sensaciones corporales (Reiss, 1991), la interpretación catastrófica de estas (McNally, 1990), y el condicionamiento de miedo y evitación a las situaciones agorafóbicas (Taylor, 1995b). Por otro lado, existe evidencia de que la sensibilidad a la ansiedad, en niños y adolescentes, predice también el nivel de miedos mejor que lo hace el rasgo de ansiedad (Sandín, Chorot, Valiente y Santed, 2002a; Weems, Hammond-Laurence, Silverman y Ginsburg, 1998). En un estudio realizado por nuestro grupo de investigación, en el que se aplicaba la versión española del índice de sensibilidad a la ansiedad (CASI, Childhood Anxiety Sensitivity Index, Sandín et

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FIGURA 3. Predicción del miedo (FSSC-R) en niños a partir de la sensibilidad a la ansiedad (CASI) y del rasgo de ansiedad (STAIC) (tomado de Sandín, 1997, p. 40).

al., 1995), y la escala de rasgo de ansiedad para niños (STAIC, State-Trait Anxiety Inventory for Children, Spielberger, 1973), se obtuvieron resultados que sugerían la sensibilidad a la ansiedad como mejor factor predictor de la ocurrencia de miedos. En la Figura 3 se refieren algunos datos de nuestro estudio: al comparar ambas rectas de regresión, la recta A (CASI versus FSSC-R) se denota un mayor poder predictivo que la recta B (STAIC versus FSSC-R). Como consecuencia, y puesto que la sensibilidad a la ansiedad es un factor personal relativamente estable, esta permitiría detectar a los niños con mayor riesgo para sufrir diversos tipos de miedos (Sandín, 1997; Sandín et al., 2002a; Sandín, Chorot, Santed y Valiente, 2002b). La sensibilidad a la evaluación social constituye la predisposición a manifestar miedo a la evaluación negativa de los otros, siendo un factor de riesgo para el desarrollo de fobias sociales (Sandín,

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1997). Algunos de los items que recoge la escala de sensibilidad a la ansiedad ASI no se refieren tanto a esta sino a la sensibilidad a la evaluación negativa (p.ej., «para mí es importante no dar la impresión de estar nervioso»). Este concepto, aunque está muy relacionado con el de rasgo de ansiedad, concretamente con la ansiedad provocada por las situaciones interpersonales (Sandín y Chorot, 1986b), es mucho más específico que aquel. El concepto de sensibilidad al daño, que determina la vulnerabilidad individual a reaccionar con ansiedad ante los síntomas de daño o peligro físico (Reiss, 1991), está más directamente implicada con las fobias a los animales depredadores y a otros animales asociados al daño (p.ej., perros o gatos), así como con otro tipo de fobias de tipo situacional o ambiental (p.ej., miedo a las alturas, a las aguas profundas o a viajar en tren), o incluso, con las fobias de tipo sangre-inyecciones-daño (Sandín y Chorot, 1999). Este concepto está también relacionado con el de rasgo de ansiedad provocada por situaciones que pueden implicar peligro o daño físico, y que fue inicialmente definido por Endler y Okada (1975), pero no coincide con él, ya que el primero se refiere a la manifestación de miedo ante las sensaciones personales de daño y el segundo hace referencia a la manifestación de ansiedad ante cualquier situación que implique peligro o daño físico para el individuo (Sandín y Chorot, 1999). Por último, la sensibilidad al asco, definida como la predisposición a sentir repugnancia a objetos o situaciones potencialmente repelentes, está relacionada, como vimos en el Capítulo 2, con los miedos y fobias a los animales pequeños que suelen transmitir suciedad y, posiblemente, contaminación (p.ej., gusanos, babosas, ratas, arañas, lagartijas, etc.), así como con las fobias asociadas a la sangre y al ambiente hospitalario (Sandín, 1997). Trabajos como los de Matchett y Davey (1991), Merckelbach, De Jong, Arntz y Schouten (1993) o Webb y Davey (1993) han defendido la hipótesis de «evitación de la enfermedad» como concepto más apropiado que el de defensa ante el animal peligroso (que defendía la teoría de la preparación) para explicar las fobias hacia este tipo de animales (los que suelen reptar, transmitir suciedad), abriéndose nuevos caminos en la etiopatogenia de otras fobias, como por ejemplo las

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de tipo SID (Sandín, 1999d, pp. 123-159; Page, 1994). En esta línea, Sawchuk, Lohr, Tolin, Lee y Kleinknecht (2000), en un estudio que comparaba sujetos con fobias de tipo SID, fóbicos a las arañas y sujetos normales, en dos medidas de sensibilidad al asco y dos medidas de miedo a la contaminación, encontraron que los primeros puntuaban más alto en las escalas de miedo a la contaminación que los segundos, aunque ambos grupos presentaban puntuaciones más elevadas que los no fóbicos en sensibilidad al asco. III. MODELO DE LAS TRES VÍAS DE ADQUISICIÓN DEL MIEDO: ASPECTOS TEÓRICOS Los teóricos del aprendizaje asociativo han propugnado que las experiencias de condicionamiento directo podían explicar por sí solas la etiología de las fobias. El experimento de Watson y Rayner (1920) con el pequeño Albert, proporcionó un dramático testimonio del poder de la experiencia traumática en la adquisición de las fobias (condicionamiento clásico aversivo). Sin embargo, hay que enfatizar que la réplica de este tipo de experimentos no siempre ha sido exitosa, y que las experiencias traumáticas (condicionamiento directo) no son siempre referidas como factores causales de las reacciones fóbicas. Por tanto, y tal como esbozamos en el apartado anterior, las considerables diferencias individuales encontradas en el rango e intensidad de los miedos, así como en la propensión para desarrollarlos, muestran claramente que la teoría de condicionamiento es incompleta para explicar la adquisición de los miedos infantiles, requiriéndose la existencia de un marco teórico comprehensivo que dé cuenta de las mismas. Una vez analizada la evolución sufrida por la teoría del condicionamiento de los miedos y las fobias —y que ha llevado, tanto al surgimiento de la propia teoría sobre el triple sistema de adquisición del miedo, como a otros desarrollos modernos fundamentados en los principios del neocondicionamiento—, así como los principales factores de predisposición o vulnerabilidad que están

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mediando dichos procesos, pasaremos a desarrollar uno de los modelos más consistentes para explicar la adquisición de miedos y fobias: el conocido como «The three pathways to fear» de Rachman (1977, 1978). Este modelo establece, dentro de los principios del neocondicionamiento, las tres vías siguientes de adquisición del miedo: 1. Condicionamiento (experiencias directas más o menos traumáticas, a las que se asocia una respuesta de miedo a través de la preparación, incubación, etc.; p.ej., ser atacado por un perro). 2. Aprendizaje observacional (experiencia vicaria o aprendizaje por modelado; p.ej., observar respuestas de miedo en alguien que es atacado por un perro). 3. Transmisión de información sobre la relación entre el estímulo y la respuesta (instrucciones por parte de padres, educadores, amigos, medios de comunicación, etc., sobre la relación negativa entre el estímulo y el peligro que puede elicitar; p.ej., escuchar en los medios de comunicación alguna noticia sobre ataques de perros a humanos). Frente a la primera, las dos últimas son vías de condicionamiento indirecto y de adquisición gradual, encontrándose las tres frecuentemente solapadas o implicadas de alguna manera, en la mayoría de los miedos y las fobias. Partiendo de las bases genéticas y biológicas de la personalidad (Eysenck, 1967), existe evidencia de la contribución genética al nivel general de los miedos humanos, encontrándose sujetos que son particularmente propensos a desarrollar miedos por procesos de condicionamiento, mientras que otros son más susceptibles a los miedos que son transmitidos socialmente por aprendizaje vicario o por transmisión de información. De este modo, parece que existe una conexión entre los estímulos evocadores de miedos preparados filogenéticamente y la adquisición de los miedos por procesos de condicionamiento, mientras que los miedos que son transmitidos por procesos de transmisión de información o instruccionales se

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relacionan con estímulos más heterogéneos, algunos de ellos no preparados (Rachman, 1977). Dentro de este marco, se proponen ciertas conexiones entre individuos y estímulos; esto quiere decir que algunas personas serían particularmente invulnerables a ciertos estímulos evocadores de miedo. Por otro lado, hay que tener en cuenta la ocurrencia de «momentos críticos» en la vida de las personas, que explicarían por qué algunos miedos presentan un comienzo agudo, apareciendo justo en el momento en que lo hacen y no en otro. Por ejemplo, es evidente en la práctica clínica que ciertos pacientes experimentan incidentes críticos en los que tiene lugar el comienzo de sus miedos. Lo que es particularmente interesante es el hecho de que, con bastante frecuencia, esas mismas personas han sido expuestas repetidamente a esos mismos estímulos en el pasado sin dar lugar al comienzo de los miedos. Es probable que, en el comienzo agudo de los miedos, estén implicados determinados procesos psicológicos que hacen al sujeto vulnerable a la adquisición de ese miedo. Así, por ejemplo, cabría preguntarse por qué un sujeto agorafóbico desarrolla su trastorno un día determinado, después de haber estado utilizando en innumerables ocasiones el mismo transporte público, rodeado de multitudes y espacios abiertos, sin haber experimentado previamente temor alguno en dichas situaciones. Por tanto, en un intento de dar una explicación para el comienzo agudo de los miedos, habría que considerar la interacción entre la persona, el estímulo, y el momento crítico de comienzo (Rachman, 1978). En suma, como sugiere este autor, parece que la teoría del condicionamiento clásico puede explicar la adquisición de sólo una parte de los miedos, requiriéndose la consideración de procesos indirectos en la adquisición de los miedos y las fobias. Los dos procesos indirectos más importantes serían el aprendizaje vicario y la transmisión de información. Se especula que los miedos intensos de significativa importancia biológica son adquiridos principalmente por procesos de condicionamiento, mientras que los miedos de cada día son adquiridos por procesos indirectos. Cualquiera de las tres vías mencionadas, por sí solas o en combinación, pueden estar implicadas en la adquisición del miedo, permitiendo explicar la mayoría de las características de los miedos

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humanos, su no arbitrariedad, la adquisición gradual o repentina, la transmisión indirecta de los miedos, así como la no aparición de los miedos bajo situaciones de estrés. A continuación, siguiendo el modelo establecido originalmente por Rachman (1977, 1978), pasaremos a analizar algunos conceptos relativos a las vías indirectas de adquisición de los miedos, no deteniéndonos en los procesos de condicionamiento por considerar que ya han sido abordados con suficiente profundidad en apartados anteriores.

A. El aprendizaje vicario del miedo Observar reacciones de miedo en otras personas, por ejemplo, el haber sido expuesto al comportamiento miedoso o fóbico de los padres, hermanos o amigos ante la visión de una araña, puede llevar a un niño a imitar esas reacciones en futuras ocasiones cuando tenga que enfrentarse con el estímulo en cuestión. Se desconoce el mecanismo concreto que subyace a la adquisición de las fobias por aprendizaje observacional en ambientes naturales, pero, no cabe duda de que deben tenerse en consideración algunos aspectos implicados en el mismo, tales como el nivel de activación, la atención al modelo, o la identificación con el mismo, así como las consecuencias de tal comportamiento (Bandura, 1969). Así mismo, se ha argumentado que la efectividad del modelado en el tratamiento de niños fóbicos se basa precisamente, como indica Rachman (1977), en la evidencia de que las fobias pueden ser adquiridas por este mismo mecanismo. Aunque el poder del aprendizaje observacional en la génesis de las fobias infantiles apenas ha sido sometido a una evaluación experimental directa, los datos de numerosas investigaciones avalan la hipótesis de que el modelado es un factor importante en su adquisición. Merece la pena destacar, por ejemplo, las clásicas investigaciones realizadas en el laboratorio con primates por Miller, Murphy y Mirsky (1959), demostrando cómo un mono que exhibe una reacción de miedo puede transmitir esta a otro mono que le observa, si bien habría que considerar la posibilidad de que las respuestas adquiridas por condicionamiento vicario en el laboratorio

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sean menos intensas y, por tanto, más rápidamente extinguibles, que las reacciones fóbicas adquiridas por este mismo proceso (Rimm y Lefebvre, 1981). En esta misma línea, cabrían mencionarse los extensos trabajos experimentales del grupo de Mineka (p.ej., Mineka, Davidson, Cook y Keir, 1984) sobre modelado del miedo en monos rhesus. Estos autores demostraron que los monos, inicialmente sin temor a las serpientes, podían adquirir un intenso miedo a estos animales tras observar brevemente en sus padres reacciones de miedo a las serpientes. Un aspecto de gran importancia en este campo lo aporta la evidencia de que los niños con miedos y fobias tienen a menudo padres con miedos similares. En un ya clásico estudio, Hagman (1932) refirió una correlación de 0,67 entre los miedos de las madres y los de sus hijos. Durante la II Guerra Mundial, la exhibición de miedo o la falta del mismo manifestada por las madres durante un ataque aéreo era determinante para que sus hijos desarrollaran o no un miedo similar (Lewis, 1942). En esta línea, John (1941) encontró una correlación de 0,59 entre la facilitación o inhibición social de los miedos durante los ataques aéreos de las madres y la de sus hijos. Bandura y Menlove (1968) encontraron que los padres de niños con fobia a los perros tenían una mayor incidencia de estos miedos que los padres de niños que no la tenían. Windheuser (1977) comparó niños fóbicos y madres de niños fóbicos con niños no fóbicos y sus madres. Las madres de los niños fóbicos excedían a las madres de los niños no fóbicos con relación a los niveles de ansiedad general manifiesta medidos con la escala Manifest Anxiety Scale (Taylor, 1953). Además, las madres de los niños fóbicos tendían a temer los mismos tipos de objetos y situaciones que sus hijos. Las fobias a los animales, a los tratamientos médicos o dentales, y a las situaciones sociales, fueron los más comunes. Bondy, Sheslow y García (1985) encontraron escasa correspondencia entre los autoinformes de niños en edad escolar y los de sus madres respecto a la incidencia de comportamientos miedosos, no existiendo una equivalencia significativa entre los miedos más intensos referidos por las madres y los referidos por sus hijos; sin embargo, el patrón de miedos referidos por las madres era similar al referido por sus hijos o hijas.

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En esta línea, cabe destacar el trabajo de Muris, Steerneman, Merckelbach y Meesters (1996), quienes asumiendo que los padres son los modelos más importantes para sus hijos, analizaron hasta qué punto los miedos paternales eran transmitidos a los hijos (de 9 a 12 años) por aprendizaje observacional. El resultado más relevante fue la aparición de una relación significativa entre los miedos de los niños y los de las madres (no había relación con el miedo de los padres, quizá porque en el 60% de los casos los niños decían no haber visto nunca a su padre manifestar respuestas de miedo), que parecía deberse a la imitación (modelado o aprendizaje observacional); los hijos de las madres que expresaban frecuentemente sus miedos en presencia de sus hijos (32,5%) eran bastante más miedosos que los hijos de las que no lo hacían, concluyendo por tanto los autores que la expresión del miedo por parte de la madres explicaba por sí misma parte del miedo que tenían los niños. Estos hallazgos son coherentes con los obtenidos, por ejemplo, en investigaciones sobre la transmisión de los miedos de las madres a sus hijos en épocas de guerra (Rachman, 1990a), así como sobre la existencia de patrones familiares de transmisión del miedo y la ansiedad. Marks (1987) alude al concepto de «referente social» para justificar este proceso, indicando que los niños buscan activamente información emocional de sus cuidadores (en la mayoría de los casos, la madre) para enfrentarse a situaciones desconocidas (en esta línea, referimos al lector interesado a los estudios de Klinnert, Campos, Sorce, Emde y Svedja, 1983), asumiéndose que los niños que ven a su madre reaccionar con miedo ante diferentes estímulos, asimilarán esa información emocional, desarrollando, a partir de aquí, altos niveles de miedo (volveremos sobre este aspecto al analizar, en el capítulo siguiente, el papel de los padres en los miedos de los hijos).

B. Transmisión de información Aunque un niño puede observar a un miembro de su familia exhibir un afrontamiento pobre o un comportamiento de miedo si aparece en el momento crítico, parece más probable que el malestar emocional sea transmitido al niño no en ese mismo instante

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sino en otras ocasiones (King, Gullone y Ollendick, 1998). En otras palabras, las oportunidades de observación directa están más limitadas que las exposiciones a las experiencias y actitudes por parte de algún miembro de la familia. Es evidente que la transmisión de información puede generar miedo, ya que esta puede contener una amenaza potencial o ser susceptible de malinterpretarse como amenazante. La evidencia clínica, especialmente sobre la naturaleza del trastorno de pánico, sugiere que los miedos pueden ser generados por la información transmitida, que no tiene por qué ser amenazante, pero que, en cualquier caso, se interpreta como amenazante. Por ejemplo, si un amigo agradable comenta a una persona vulnerable que sus quejas acerca de sus palpitaciones recurrentes indican la presencia de un problema cardiaco, esta información podría llevarle a malinterpretar la próxima ocurrencia de sus palpitaciones como un signo inequívoco de un ataque cardiaco inminente. Si una persona hace una interpretación catastrofista de este tipo de información, esta puede desencadenar la aparición de miedo y/o pánico. El modelo cognitivo de Clark (1988) sobre los ataques de pánico incorpora la asunción de que la información, especialmente si es seriamente malinterpretada, puede ser suficiente para producir pánico. Clark arguye que el pánico está causado por la malinterpretación catastrofista de las sensaciones corporales, sin excluir otros tipos de información. Así mismo, la transmisión de información a través de los medios de comunicación puede ser fuente de miedo. Por ejemplo, Rachman (1990a, p. 193) refiere cómo a raíz de un trágico incendio ocurrido en el metro de Londres, los vecinos de sus alrededores que vieron las imágenes a través de la televisión o la prensa, desarrollaron un miedo significativo, aunque no fueran usuarios del mismo. En esta línea, Emmelkamp (1982) sugiere que la transmisión de información sobre procedimientos dentales es quizá más potente o eficaz que el modelado en el desarrollo de fobias dentales. La transmisión de información que induzca al miedo por parte de los padres o de otras personas puede ser bastante significativa en la adquisición de las fobias infantiles. Existe evidencia que sugiere que los miedos y fobias infantiles a las arañas y al den-

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tista son tan frecuentes debido a la expectativa de daño y dolor transmitida, mediante conversaciones o bromeando, por parte de los padres (Emmelkamp, 1982). Öst (1987) descubrió que las diferentes vías de adquisición tenían diferentes edades de comienzo, señalando que las fobias adquiridas a través de transmisión de información/instrucciones o por modelado, tienen un origen anterior que las que se adquieren por procesos de condicionamiento. Como señala Rachman (1977), dado el menor grado de experiencia de los niños, la transmisión de información es una parte inherente y necesaria de su entorno, y es llevada a cabo por los padres o por sus iguales casi incesantemente, sobre todo en las edades más tempranas. Según este autor, es más que probable que los procesos indirectos (vía más cognitiva) de transmisión de información o instrucciones constituyan las bases de la mayoría de nuestros miedos cotidianos que, por otro lado, tienden a ser menos intensos que los adquiridos por otras vías. Aceptar que los miedos pueden ser adquiridos por vías indirectas de aprendizaje, nos permite entender la importancia de esos procesos, ya que no sólo se aprende a temer situaciones, sino que permiten al individuo diferenciar las situaciones y objetos que no son peligrosos (y por tanto no susceptibles de elicitar respuestas de miedo) de los que sí lo son, así como enfrentarse a los primeros de una manera menos traumática. Además, esto justificaría (al igual que el aprendizaje vicario) que se exhiban miedos a situaciones y objetos a los que el individuo nunca se ha enfrentado. Otro aspecto relacionado con lo anteriormente expuesto sería el papel significativo que juega el refuerzo positivo en la adquisición de las fobias infantiles, aunque, sorprendentemente, se le haya prestado poca atención (como vemos, el punto de vista del condicionamiento operante sería compatible con las vías indirectas de adquisición de las fobias propuesta por Rachman). Como han señalado Miller et al. (1974), la conducta de evitación observada en las fobias —así como otro tipo de comportamientos asociados a las mismas—, es reforzada positivamente de una manera sistemática. Los reforzadores primarios serían las recompensas sociales dispensadas por las personas sig-

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nificativas de su entorno más cercano. La atención, ya sea cariñosa o punitiva, parece servir igualmente como reforzador de esa conducta. Los padres y otras personas significativas enseñan a los niños a tener miedo atendiéndoles selectivamente y reforzándoles las conductas de miedo y evitación. Así, los niños aprenden de sus padres o de sus compañeros a temer a la oscuridad, a la muerte, a los perros, a la separación, o a la escuela (aunque, como vimos, algunos de estos miedos sean innatos), al encontrar en ellos reacciones de cariño, furia o tranquilización frente a sus respuestas de miedo, de aproximación cautelosa o de evitación de esas situaciones. Los niños aprenden que sus padres (u otras personas significativas para él) son sensibles a ese tipo de conductas, respondiendo estos con mucha atención y preocupación, incluso ante una pequeña muestra de miedo. Mientras que el miedo y la evitación sean consistentemente más reforzados que el afrontamiento, el niño no será capaz de desarrollar respuestas adaptativas a esos estímulos aversivos. Por tanto, podríamos decir para terminar con este aspecto, que las reacciones fóbicas infantiles pueden ser mantenidas o intensificadas por un reforzamiento deliberado e inadvertido de los padres u otras personas significativas (moldeamiento), que, si es intermitente, puede hacer que los miedos y/o fobias sean especialmente resistentes a la extinción.

C.

Algunas implicaciones psicopatológicas relevantes

Una implicación importante en este campo es si la expresión de las fobias está determinada por su etiología. ¿Es más probable que los niños que han sido severamente asustados o atacados por un perro, por ejemplo, manifiesten reacciones de miedo diferentes a las que puedan exhibir los niños que han adquirido sus miedos a través de la escucha de historias exageradas sobre el peligro de animales, o por ser expuestos a las conductas de miedo de sus padres? En un análisis crítico de la teoría del condicionamiento, Rachman (1978, 1990b) considera que la manera en la que se han adquirido los miedos/fobias puede afectar diferencialmente a la manera en la que se manifiestan; esto es, existe una

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relación entre las vías de adquisición y las tres modalidades de respuesta de la ansiedad (fisiológica, subjetiva/cognitiva y conductual). Así, en las fobias adquiridas por condicionamiento directo los componentes de respuesta predominantes serían los fisiológicos y los conductuales, mientras que en las fobias transmitidas indirectamente (aprendizaje vicario o transmisión de información) predominan los componentes de respuesta subjetivo/cognitivos. Relacionado con esto, Wolpe (1981) sugirió que las fobias adquiridas por condicionamiento directo deberían ser tratadas mediante técnicas de contracondicionamiento, mientras que las fobias adquiridas indirectamente deberían ser abordadas mediante tratamientos cognitivos, por predominar en ellas los aspectos subjetivos (expectativa de daño, evaluación cognitiva, etc.) (para una exposición más amplia sobre esta cuestión, véase Sandín y Chorot, 1986b, pp. 101-117). La importancia relativa de cada una de las vías comentadas es todavía desconocida y por supuesto complementaria, aunque algunos autores han defendido que el aprendizaje vicario posee mayor significación en el desarrollo de los miedos cotidianos que en el de los miedos clínicos o fobias. Rachman (1977) señala a este respecto que los miedos cotidianos son adquiridos probablemente por procesos indirectos de transmisión de información y de aprendizaje vicario. Por el contrario, Emmelkamp (1982) argumenta que los procesos de modelado y transmisión de información son factores poco significativos en el desarrollo de las fobias. Ciertamente, algunos estudios realizados con adultos (p.ej., Lautch, 1971; Öst y Hugdahl, 1981; Rimm, Janda, Lancaster, Nahl y Dittmar, 1977) sugieren que el condicionamiento directo es más importante que el aprendizaje vicario en la adquisición de las fobias. Sin embargo, las fobias infantiles necesitarían un enfoque diferente, por estar en juego, como hemos visto, una amplia variedad de comportamientos y actitudes transmitidos por sus cuidadores o iguales. Durante las etapas de desarrollo infantojuveniles es imposible evitar la transmisión de infinidad de expectativas y enseñanzas que afectan gradualmente a la independencia tanto emocional como física de los niños. En consecuencia, el aprendizaje observacional y la transmisión de información respecto a

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situaciones fóbicas provoca un mayor impacto en esta edad que el que puede provocar su procesamiento en edades adultas. De acuerdo con la aproximación del aprendizaje social de las fobias infantiles, los procesos cognitivos están mediando la influencia de los sucesos ambientales sobre la adquisición y regulación de las conductas (Bandura, 1977; Wilson y O’Leary, 1980). Y, aunque las fobias infantiles pueden ser debidas a experiencias traumáticas, modelado, instrucciones o reforzamiento, en definitiva, una vía común a todas ellas vendría dada por las expectativas aprendidas que poseen los niños acerca de su pobre habilidad para afrontar situaciones que puedan asustarles o traumatizarles. Una vez establecidas, estas expectativas de autoeficacia pueden ser activadas o reinicializadas por el ambiente, provocando activación fisiológica y/o conductas de evitación y/o escape. Un punto atractivo de esta teoría basada en el aprendizaje social lo constituye el énfasis puesto en la reciprocidad individuo/ambiente (frente a la unidireccionalidad propuesta por los tradicionales modelos de condicionamiento), manifestada por la interacción entre la conducta, las variables cognitivas, otros tipos de factores internos, y el ambiente externo (King et al., 1994). IV. MODELO DE LAS TRES VÍAS DE ADQUISICIÓN DEL MIEDO: EVIDENCIA EMPÍRICA BASADA EN ESTUDIOS CON ADULTOS En las últimas décadas, las investigaciones sobre el origen de los miedos y las fobias se ha focalizado, principalmente, en determinar cuál es la proporción relativa de cada una de las tres vías de adquisición descritas por Rachman (1977, 1978, 1991) (condicionamiento, aprendizaje vicario o transmisión de información), o de sus combinaciones. Aunque estas investigaciones han arrojado gran cantidad de información, lo cierto es que todavía no existe un acuerdo claro entre los diferentes resultados. Como puede apreciarse en las Tablas 12 y 13, en las que aparece la evidencia empírica basada en trabajos realizados con adultos análogos clínicos y adultos clínicos, respectivamente, si bien algunos trabajos encuentran que las vías indirectas,

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en particular la experiencia vicaria de traumas, constituyen los principales modos de adquisición de los miedos o las fobias (p.ej., Jones y Menzies, 1995; Kirkby, Menzies, Daniels y Smith, 1995; Kleinknecht, 1982; Menzies y Clarke, 1993a, 1995b; Merckelbach, Arntz y De Jong, 1991; Murray y Foote, 1979), la mayoría de los estudios sugiere que el condicionamiento directo es la vía principal de adquisición (p.ej., DiNardo et al., 1988; Doogan y Thomas, 1992; Graham y Gaffan, 1997; Kirkby et al., 1995; Kleinknecht, 1994; McNally y Steketee, 1985; Merckelbach, de Ruiter, van den Hout y Hoekstra, 1989; Merckelbach, Arntz, Arrindell y De Jong, 1992; Öst y Hugdahl, 1985; Öst, 1985, 1991; Rimm et al., 1977). En sus estudios con análogos fóbicos a los animales, Kleinknecht (1982) y Murray y Foote (1979) concluyeron que la adquisición del miedo raramente estaba basada en la confrontación con un suceso traumático. Goldstein y Chambless (1978) encontraron que el comienzo de la agorafobia estaba precedido por una experiencia de condicionamiento directo en sólo 4 de 32 agorafóbicos. En contraste, Rimm et al. (1977) y Hekmat (1987) constataron en sus estudios con análogos fóbicos a los animales que el 35% y el 26% de los sujetos, respectivamente, habían sufrido experiencias de condicionamiento aversivo con el estímulo fóbico. Algunos autores, como por ejemplo Emmelkamp (1982), han sugerido que la gravedad de los miedos fóbicos constituiría una variable importante en los estudios sobre adquisición de las fobias. Podría ser que las experiencias de condicionamiento constituyeran un factor etiológico más relevante en los sujetos clínicos que en los no clínicos. Algunos datos apoyan esta hipótesis, como los obtenidos por Wolpe (1981; el 65% de los sujetos clínicos estudiados referían miedos adquiridos por condicionamiento), McNally y Steketee (1985; 71,4%), o Davey (1989). Así mismo, los estudios de Öst y Hugdahl (1981, 1983), Hugdahl y Öst (1985), y Öst (1985, 1987) (considerados entre los trabajos más sistemáticos en este campo), han documentado repetidamente la preponderancia de las vías directas de adquisición en las fobias. Algunas de estas investigaciones evidencian diferencias importantes en cuanto a la vía de adquisición predominante en función del tipo de fobia que analizan, y que se resumen en la Figura 4 (Öst,

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1991; Öst y Hugdahl, 1981, 1983, 1985; McNally y Steketee, 1985; y Merckelbach et al., 1991, 1992). De este modo, la agorafobia y la claustrofobia son los trastornos que poseen mayor relación con experiencias traumáticas pasadas (el 81% de los pacientes agorafóbicos) (Öst y Hugdahl, 1983). Las fobias sociales, así como las fobias específicas del tipo sangre-inyecciones-daño (SID), muestran también porcentajes elevados de sujetos que refieren su origen en experiencias de condicionamiento (58% de los fóbicos sociales, y el 56% de los fóbicos SID). Como puede apreciarse, las fobias a los animales son las menos asociadas al condicionamiento directo (39%), siendo el porcentaje de individuos que adquieren la fobia por esta vía superior al de aprendizaje vicario (27%), o al porcentaje de sujetos que no recuerda su origen (26%). Dado que en las muestras empleadas se analizaron sobre todo fobias a animales pequeños (arañas, ratas, serpientes, etc.), posiblemente habría que considerar la influencia de un proceso de transmisión de sensibilidad a la repugnancia/contaminación (Sandín, 1995). De cualquier modo, y aunque los datos actuales no sean definitivos debido a los problemas arriba mencionados, diferentes estudios han constatado que los procesos de condicionamiento directo y aprendizaje observacional son los principales responsables de la adquisición de los miedos y de las fobias humanas. Como ya hemos indicado en epígrafes anteriores, estos procesos pueden estar determinados por múltiples factores. La simple exposición a experiencias traumáticas no es suficiente para desarrollar miedos, como por ejemplo, el miedo a los perros (Di Nardo et al., 1988), a los dentistas (Bernstein, Kleinknecht y Alexander, 1979), a las arañas (Kleinknecht, 1982; Merckelbach et al., 1992), a las alturas (Menzies y Clarke, 1993a) o a los bombardeos (Rachman, 1990a). En las experiencias de exposición directa o vicaria a los sucesos traumáticos, tanto las variables personales como las situacionales podrían ser relevantes para determinar el desarrollo de las fobias. Por ejemplo, entre los factores situacionales cabría considerar si hubo o no múltiples exposiciones a una o más vías de las descritas, la calidad y las circunstancias de las experiencias previas con el estímulo, la predecibilidad, la percepción de control, la posibilidad de escape, la intensidad de la experiencia traumática, la presencia de apoyo social, etc.

168

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

TABLA 12 Principales estudios sobre la adquisición de miedos con análogos clínicos Estímulo fóbico

Procedimientos No de evaluación recuerdan

DiNardo et al. (1988) Doogan y Thomas (1992) Graham y Gaffan (1997) Jones y Menzies (1995) Kleinknecht (1982)

Perros

Entrevista

44 %

Perros

Entrevista

41 %

Agua

AFOQ

8%

Arañas

OQ

Arañas

Preguntas escritas

25%

Kleinknecht (1994)

Sangre e Entrevista inyecciones

27%

Autores

Menzies y Alturas OQ y Clarke entrevista (1993a) Murray y Serpientes Cuestionario Foote (1979) Rimm et al. (1977)

Múltiples objetos

38%

28,8%

Entrevista

Principal vía de adquisición Condicionamiento > Vicario Condicionamiento > Vicario > Información Condicionamiento > Información > Vicario Vías indirectas

Vicario > Información > Condicionamiento Condicionamiento > Vicario > Información Vicario > Condicionamiento > Información Vicario > Información > Condicionamiento Condicionamiento > Información Vicario

Nota: AFOQ= Adult Fear Origins Questionnaire; OQ= Origins Questionnaire.

La falta de acuerdo en cuanto al peso relativo de cada una de las vías de adquisición puede deberse, entre otras razones, a las diversas metodologías empleadas. Esto es, como puede apreciarse en la Tablas 12 y 13, aparecen diferentes procedimientos (p.ej., modo de determinar el comienzo de las fobias), diferentes tipos de

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ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS

TABLA 13 Principales estudios sobre la adquisición de miedos con pacientes clínicos (fóbicos)

Autores

Estímulo fóbico

Procedimientos No de evaluación recuerdan

Kirkby et al. (1995)

Arañas

POQ OQ

Lautch (1971)

Dentales

Entrevista

0%

McNally y Steketee (1985) Menzies (1996b)

Diversos animales

Entrevista

71,4%

Fobias específicas

POQ

0%

Menzies (1996b)

Fobias específicas

OQ

12,2 %

Menzies y Clarke (1995b) Merckelbach et al. (1989)

Arañas

OQ y entrevista

Múltiples objetos

POQ y entrevista

14%

Merckelbach et al. (1992)

Arañas

POQ

10%

Merckelbach et al. (1991)

Arañas

POQ

7,1%

Öst (1991)

Sangre e POQ y inyecciones entrevista

Öst y Hugdahl (1981)

Animales, so- POQ cial, claustrofobia

16,8%

15 %

Principal vía de adquisición Condicionamiento (51,5%) Vías indirectas (93,9%) Sólo condicionamiento Condicionamiento > Información > Vicario Condicionamiento > Vicario = Información Condicionamiento > Vicario > Información Vicario > Condicionamiento > Información Condicionamiento > Vicario > Información Condicionamiento > Vicario > Información Vicario > Condicionamiento > Información Condicionamiento > Vicario > Información Condicionamiento > Vicario > Información

170

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

TABLA 13 (Cont.)

Autores

Estímulo fóbico

Procedimientos No de evaluación recuerdan

Öst y Hugdahl Agorafobia POQ (1983)

10 %

Öst y Hugdahl Sangre y (1985) dentales

POQ y entrevista

13,7%

Öst (1985)

POQ y entrevista

5,6% 25% Media= 14%

Múltiples objetos

Principal vía de adquisición Condicionamiento > Vicario > Información Condicionamiento > Vicario > Información Condicionamiento > Vicario > Información

Nota: OQ= Origins Questionnaire; POQ= Phobic Origins Questionnaire.

39% 27%

Animales (N=95)

Condicionamiento

8% 26%

Experiencia vicaria 66% 10% 12% 12%

Claustrofobia (N=35)

Información No recuerda 56%

Sangre-inyecciones-daño (N=210)

21% 8% 15% 58% 18%

Fobia social (N=31)

2% 22% 81%

Agorafobia (N=80)

9% 0% 10%

0%

10%

20%

30%

40%

50%

60%

70%

80%

90%

FIGURA 4. Adquisición de los diferentes tipos de fobias de acuerdo con los diferentes vías de adquisición (% de pacientes) (Tomado de Sandín, 1995, p. 131).

ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS

171

muestra (análogos clínicos, estudiantes universitarios o pacientes clínicos), así como diferentes estímulos fóbicos (pequeños animales, alturas, miedos médicos, miedos a los tratamientos dentales, y agorafobia). Además, habría que tener en cuenta una cuestión que quizá esté limitando el conocimiento del origen de las fobias, y es la elevada proporción de sujetos que no son capaces de recordar incidentes específicos sobre el comienzo de sus miedos o fobias. Como se indica en las Tablas 12 y 13, estos porcentajes oscilan entre el 0% (Lautch, 1971; Menzies, 1996b) y el 71,4% (McNally y Steketee, 1985), con una media aproximada del 25% (véase también la Figura 4). Es posible que la validez de los informes de los sujetos que dicen recordar el inicio de sus miedos, esté en función del procedimiento de recogida de la información (Menzies y Clarke, 1993a). Por ejemplo, las Tablas 12 y 13 muestran cómo en las investigaciones que utilizan como instrumento el Phobic Origins Questionnaire (POQ; Öst y Hugdahl, 1985), la media de sujetos que no recuerdan el comienzo de sus fobias fue del 12,6%, frente al 36% que no lo recuerda cuando se utilizan otros procedimientos abiertos (entrevistas o preguntas abiertas). Además, como vemos en las tablas, existen diferencias fundamentales cuando se comparan los resultados obtenidos con el POQ y con el OQ (Origins Questionnarie; Menzies y Clarke, 1993a): la principal estriba en las circunstancias que se requieren en el comienzo de la respuesta fóbica para ser clasificada como de condicionamiento. El OQ requiere que exista una clara asociación entre el EC y el EI en el comienzo, es decir, si, por ejemplo, una persona refiere experimentar miedo desde la primera vez que se enfrentó al estímulo fóbico, pero no puede identificarse el EI en ese momento, el OQ clasifica la respuesta como «trauma no-condicionado». En similares circunstancias, el POQ podría clasificar la respuesta fóbica como condicionada (Menzies, Kirkby y Harris, 1998). A juicio de estos autores, esto podría llevar a una mala clasificación de un número importante de casos e, incluso, a la sobreestimación de las respuestas de condicionamiento clásico. Además, debido a que la mayoría de los estudios se basan en informes retrospectivos de adultos, habría que considerar la influencia de posibles sesgos de memoria en sus resultados. Por

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

ejemplo, tal como analizamos en el Capítulo 2, de acuerdo con la mayoría de las investigaciones, las fobias a los pequeños animales son adquiridas en el inicio de la niñez (Marks, 1987; Öst, 1987; Sandín, 1997), período afectado por el fenómeno conocido como «amnesia infantil» (Loftus, 1993; Usher y Neisser, 1993). Como podemos apreciar en la Figura 4, un 26% de los sujetos adultos que padecen este tipo de fobias no recuerdan claramente su origen. Por tanto, un aspecto importante consistiría en conocer si existen diferencias sistemáticas en cuanto a la edad de comienzo, entre aquellos que recuerdan incidentes específicos y los que no los recuerdan. V. UNA NOTA SOBRE LA PERSPECTIVA NO ASOCIATIVA DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS Aunque existe en general un elevado consenso en la comunidad científica a favor de la idea de que los miedos y las fobias suelen constituirse a partir de las tres vías de adquisición que hemos comentado, desde los trabajos iniciales de Menzies y Clarke (1993b, 1995a) algunos autores han venido enfatizando que para ciertos miedos («miedos evolutivos») de los niños, tales como los miedos al agua, a las alturas, a los extraños o a la separación, con frecuencia su origen no se ha podido asociar a ninguna de las tres vías señaladas por Rachman (1977). Por tanto, aparentemente los miedos evolutivos (miedos preparados filogenéticamente) se generan sin que se haya producido ningún tipo de experiencia de aprendizaje asociativo. Este punto de vista no asociativo sobre los miedos ha sido recientemente defendido por Poulton y Menzies (2002) y comentado en profundidad por diversos autores (p.ej., Davey, 2002; Mineka y Öhman, 2002; McNally, 2002; Muris, Merckelbach, de Jong y Ollendick, 2002). El punto central de la hipótesis no asociativa se basa en que los miedos tienen como principal característica el ser de naturaleza evolutiva y por tanto esenciales para la supervivencia (al menos en el pasado). En consecuencia, las respuestas de miedo deberían ocurrir de forma espontánea (innata) durante ciertas etapas del desarrollo

ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS

173

del individuo. Los estímulos que están preparados filogenéticamente desencadenarían de manera innata (independiente de la experiencia) esos miedos normales o evolutivos protegiendo así al individuo de peligros inminentes que dificultarían su supervivencia. Este tipo de miedos tiene una finalidad adaptativa transitoria y específica para cada edad, por lo que, normalmente, sugieren Menzies y Clarke, deberían desaparecer por un proceso de habituación (i.e., reducción de la respuesta de miedo debido a la repetición continuada de la presentación del estímulo evocador sin consecuencias traumáticas para el sujeto). En determinadas ocasiones esta habituación no ocurre debido a una serie de variables, como los factores constitucionales y/o ambientales, o por la no-exposición a los estímulos en situaciones de seguridad en su primer o en sucesivos encuentros (Clarke y Jackson, 1983). Esta podría ser una de las explicaciones válidas para el origen de las fobias (sobre todo para el origen de algunas de ellas, como la fobia al agua, el miedo a las alturas, a los extraños o a la separación), basada en términos de «pobre habituación» (Menzies y Clarke, 1993b, 1995a), según la cual, los miedos evolutivos cronificarían su curso. Pero, alternativamente, también podría ocurrir un proceso de deshabituación (debido, por ejemplo, a la experiencia de algún periodo de estrés producido por estresores internos o externos), provocando que los miedos evolutivos se instauren, incluso en la edad adulta, en forma de fobias clínicas (Sandín, 1997, p. 38). Bowlby (1975) y Clarke y Jackson (1983), argumentaron que los periodos de extrema dificultad en la vida de una persona pueden incrementar los niveles de arousal, y disminuir el umbral para la deshabituación de las reacciones previamente controladas. Así, los conflictos interpersonales, ciertos desórdenes psicológicos, y otro tipo de estresores externos, pueden llevar a la aparición de ansiedad fóbica ante determinados estímulos dominados en la infancia (p.ej., separación, alturas, etc.). Aunque este análisis es consistente con la información de algunos pacientes con fobias específicas que refieren haber tenido sus miedos desde siempre (Menzies y Clarke, 1993a,b, 1994, 1995a; Poulton y Menzies, 2002), deberían puntualizarse algunos aspectos que lo ponen en duda. En primer lugar, afirmar que los miedos evolutivos y

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

las fobias específicas «reviven» los estímulos innatos evocadores de miedo, supone asumir que los investigadores son capaces de reconstruir las amenazas más primitivas filogenéticamente hablando. Además, sería plausible asumir que los miedos a las alturas o a los extraños son relevantes para la supervivencia, pero no ocurriría lo mismo, p.ej., con el miedo a las arañas, ya que sólo un 0,1% de las 35.000 variedades de especies de arácnidos es peligroso (Renner, 1990). Por otro lado, un aspecto que deja sin contestar la aproximación no asociativa es por qué no todo el mundo padece miedos. La afirmación de que un estresor no específico puede provocar una regresión a los miedos evolutivos, nos lleva a una sobreestimación de la prevalencia de las fobias en los adultos: la mayoría de los adultos experimentan sucesos vitales aversivos, pero sólo una minoría desarrolla miedos específicos (véase McNally, 1989). En esta misma línea, algunos críticos de la hipótesis no asociativa (p.ej., Mineka y Öhman, 2002) han señalado que, aunque los argumentos de la habituación-deshabituación (i.e., el individuo puede habituarse a los miedos evolutivos pero más tarde puede deshabituarse por la exposición a estresores inespecíficos) pueden resultar plausibles con respecto al mantenimiento o reaparición de un miedo evolutivo determinado, no explican por qué se desarrollan las fobias, las cuales son mucho más intensas y perturbadoras que la mayoría de los miedos evolutivos. Así por ejemplo, el miedo que experimenta el niño ante la prueba del acantilado visual no es equiparable a la fobia a las alturas del adulto (en este último caso el miedo es mucho más intenso). Una posibilidad lógica a favor de la teoría no asociativa sería que los adultos con fobia a las alturas hubieran experimentado niveles fóbicos de miedo desde la infancia temprana, si bien esta posibilidad aún no ha sido confirmada (Mineka y Öhman, 2002). Desde luego, no es nueva la idea de que algunos miedos evolutivos sean de naturaleza innata. Pero aún así, como vimos en el Capítulo 2, su aparición y curso dependen del desarrollo cognitivo y psicomotor del niño, y por tanto de sus experiencias. No obstante, uno de los principales problemas de la teoría no asociativa tal vez estriba en la división, en cierto modo arbitraria, que hacen los autores entre los miedos «relevantes evolutivamente» y «neutrales

ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS

175

evolutivamente» (McNally, 2002; Muris et al., 2002); de acuerdo con la teoría no asociativa, los primeros serían innatos, mientras que los segundos se formarían mediante procesos de aprendizaje asociativo. Así por ejemplo, la fobia a conducir constituiría una entidad evolutivamente neutral. Sin embargo, tal afirmación resulta difícil de mantener, ya que son diversos los escenarios evolutivos que podrían imaginarse para otorgar a esta fobia la categoría de evolutivamente relevante. La perspectiva no asociativa es además difícil de reconciliar con los resultados de las investigaciones genéticas y epidemiológicas, pues estas sugieren que la contribución genética, cuando ocurre, es bastante modesta (p.ej., Kendler et al., 2001). Así mismo, en su estudio con gemelos, Kendler, Neale, Kessler, Heath y Eaves (1992) encontraron que las fobias específicas eran el resultado de la modesta contribución de factores genéticos y de experiencias de aprendizaje altamente específicas para cada fobia. A la luz de la evidencia empírica arrojada por numerosos estudios, parece claro que, además de los factores genéticos, existen otros tipos de factores ambientales (p.ej., sucesos vitales, relaciones paterno-filiales, etc.; véase Muris y Merckelbach, 2001) que determinan si la vulnerabilidad genética se traduce o no en trastorno, así como mecanismos asociativos que contribuyen a la adquisición y persistencia de los miedos infantiles: esto es, el condicionamiento clásico, el modelado y la transmisión de información (Merckelbach et al., 1996a). Finalmente, una última objeción que deseamos subrayar concierne la propia base empírica del punto de vista no asociativo. La base empírica es inadecuada y pobre, ya que se basa fundamentalmente en la observación de que las tres vías de adquisición del miedo sugeridas en el modelo de Rachman no ocurren en la historia de algunos niños que tienen miedos o fobias. En este punto, la perspectiva no asociativa, como han sugerido Muris et al. (2002), corre el riesgo de convertirse en tautológica: si se descubre que los individuos fóbicos son incapaces de informar haber tenido experiencias asociativas, se dice que ese miedo es evolutivamente relevante. Al mismo tiempo, la calificación de relevancia evolutiva viene dada por el hecho de que los sujetos no puedan recordar experiencias asociadas al origen del miedo.

176

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

En realidad, a la luz de la evidencia actual, resulta difícil imaginar la formación, mantenimiento y dinámica de los miedos y las fobias sin la intervención de las experiencias de aprendizaje, experiencias que pueden interactuar con variables de predisposición diversas y complejas (factores genéticos, inhibición conductual, sensibilidad a la ansiedad, sensibilidad al asco, experiencias previas con el estímulo fóbico, sensación de control, etc.). Es posible, no obstante, que en la aparición de algunos tipos de miedos, y para algunos tipos de individuos especialmente vulnerables, no sean tan importantes tales experiencias y desempeñen un papel particularmente relevante ciertos mecanismos no asociativos. Sin embargo, la perspectiva no asociativa, si bien constituye una nueva manera de enfocar el origen de los miedos y las fobias, a nuestro juicio, como mucho es más una extensión que una alternativa a la teoría del triple sistema de adquisición (en cuyo caso, podría hablarse de un cuádruple sistema de adquisición del miedo). VI. CONCLUSIONES Actualmente, existe abundante evidencia empírica de la implicación de determinados procesos asociativos o de aprendizaje en el origen y mantenimiento de las fobias, los cuales no se reducen a las leyes clásicas del aprendizaje pavloviano (i.e., Watson y Reyner, 1920), ni a los principios del condicionamiento operante (i.e., Mowrer, 1939) o del aprendizaje vicario (i.e., Green y Osborne, 1985). Sin embargo, las teorías clásicas y modernas basadas en los principios del condicionamiento han supuesto una contribución fundamental para el estudio de la psicopatología de las fobias, siendo algunos ejemplos claros de ello la teoría de la incubación de Eysenck (1979, 1985), la teoría de la preparación de Seligman (1971), y el neocondicionamiento (que integra las innovaciones cognitivas, como las expectativas, los pensamientos negativos o la memoria, ampliando con ello los límites del aprendizaje asociativo; véase Reiss y McNally, 1985; Rachman, 1991): recientemente se ha resaltado, así mismo, la contribución de diversos enfoques cognitivos, además de la asunción del carácter automático del miedo (es

ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS

177

decir, no consciente ni voluntario), que parece ocurrir en el procesamiento de las fobias (Öhman, 1993; LeDoux, 1994; McNally, 1995). Hemos visto que uno de los modelos más consistentes para explicar la adquisición de los miedos y las fobias es el conocido como «the three pathways to fear» de Rachman (1977, 1978, 1991). Este modelo establece, dentro de los principios del neocondicionamiento, tres posibles vías de adquisición de los miedos y las fobias: el condicionamiento clásico (con sus diversas reformulaciones comentadas en el capítulo), el aprendizaje observacional, y la transmisión de información. Una de las implicaciones más relevantes de este modelo alude a que la manera en que se han adquirido los miedos/fobias puede afectar diferencialmente a su manifestación al existir una relación entre las vías de adquisición y las tres modalidades de respuesta de la ansiedad (fisiológica, subjetiva/cognitiva y conductual). De este modo, en las fobias adquiridas por condicionamiento directo predominarían los componentes de respuesta fisiológicos y conductuales, debiendo por tanto tratarse mediante técnicas de contracondicionamiento, mientras que en las fobias adquiridas por aprendizaje vicario o por transmisión de información negativa, predominarían los componentes de respuesta subjetivo/cognitivos recomendándose los tratamientos cognitivos. Por otro lado, las diferencias individuales existentes en cuanto al desarrollo e intensidad de los miedos y las fobias, así como en la propensión para desarrollarlos, muestran claramente que, además de los procesos asociativos o de aprendizaje indicados, se requiere la existencia de un marco teórico comprehensivo que dé cuenta de dichas diferencias, integrando factores de predisposición o vulnerabilidad que están mediando dichos procesos. Aspectos como la herencia, la transmisión de patrones familiares, las variables de personalidad (p.ej., el rasgo de ansiedad, el neuroticismo, la inhibición conductual), la sensibilidad a la ansiedad, la reactividad psicofisiológica, o la diferenciación sexual del cerebro (Sandín, 2001), entre otros, explicarían en cierto modo por qué algunos niños son más miedosos que otros en la misma etapa evolutiva, o por qué en ellos no desaparece la respuesta normal de miedo ante un estímulo concreto cuando cabría esperar para su

178

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

edad. Así mismo, las variables de vulnerabilidad personal, que hemos denominado variables de sensibilidad, podrían estar implicadas diferencial y jerárquicamente en el origen de los trastornos de ansiedad, y concretamente de los miedos y las fobias. Por tanto, la interacción entre las variables individuales y las variables ambientales determinaría el curso individual de los miedos y de las fobias a través de su proceso madurativo. Basándonos en la evidencia arrojada por numerosas investigaciones, parece claro que, independientemente de los factores de vulnerabilidad analizados, la vía de adquisición más relevante para los trastornos fóbicos de los adultos en general es el condicionamiento directo, siendo mucho menos frecuente la adquisición por aprendizaje vicario o transmisión de información y/o instrucción. Es posible, sin embargo, que las formas de condicionamiento indirecto sean más relevantes en la adquisición de miedos subclínicos, como ya señaló Rachman (1977, 1978) y constataron Murray y Foote (1979), Kleinknecht (1982), y Menzies y Clark (1993b), aunque no corroborado por la investigación de Rimm et al. (1977). Por el contrario, los miedos que exhiben un mayor grado de gravedad, es decir, los miedos clínicos, tendrían su origen más probable en las vías directas de adquisición (Rachman, 1977), aunque, según algunas investigaciones (p.ej., Öst y Hugdahl, 1981; 1983), no parecen existir diferencias en cuanto a la severidad del trastorno entre los desórdenes fóbicos adquiridos por vías directas y los adquiridos a través de vías indirectas (Sandín y Chorot, 1986b, 1999). Por último, se pone de relieve cierta discordancia encontrada en los resultados de las investigaciones realizadas con adultos sobre las tres vías de adquisición de los miedos, justificándose, entre otras razones, por las diversas metodologías empleadas en cuanto al modo de determinar el comienzo de las fobias, los diferentes tipos de muestra (análogos clínicos, estudiantes universitarios o pacientes clínicos), los diferentes estímulos fóbicos, además del elevado porcentaje de sujetos que no recuerdan incidentes específicos sobre el comienzo de sus miedos o fobias (quizá por influencia de la llamada «amnesia infantil» o por la influencia de procesos no asociativos o innatos), y que pueden

ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS

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estar limitando el conocimiento sobre sus orígenes. Además, es importante destacar que, en muchos casos, la validez de los datos referidos por los sujetos está en función del instrumento utilizado para su recogida, debiendo ser cautelosos a la hora de comparar rigurosamente las clasificaciones realizadas por uno u otro procedimiento.

7 ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES

I. INTRODUCCIÓN A través de los diferentes capítulos que hasta aquí hemos desarrollado se han descrito diversos aspectos centrales relacionados con los miedos infantojuveniles. Hemos visto que muchos niños y adolescentes experimentan un porcentaje elevado de miedos «normales». Estos miedos parecen estar asociados a factores evolutivos, tanto ontogenéticos (períodos del desarrollo infantojuvenil) como filogenéticos (selectividad de los miedos y fobias). Por otra parte, parece existir cierta vulnerabilidad individual (genética, inhibición conductual, neuroticismo, sensibilidad a la ansiedad, etc.) que predispone hacia el desarrollo de miedos y fobias. Estos factores evolutivos y de vulnerabilidad individual pueden interactuar con las experiencias personales de aprendizaje que, en último término, determinan la adquisición, agravamiento y/o mantenimiento de los miedos y las fobias. Vimos en el capítulo anterior que, de acuerdo con el modelo inicialmente establecido por Rachman (1977, 1978, 1991), los miedos se adquieren fundamentalmente a través de procesos asociativos que implican tres vías diferentes, esto es, mediante experiencias aversivas directas de condicionamiento, a través de aprendizaje observacional (experiencias vicarias), y mediante transmisión de información negativa sobre el estímulo fóbico. Hemos presentado en dicho capítulo evidencia empírica obtenida a partir de estudios con adultos que apoya la relevancia de estos tres modos de adquisición de los miedos y las fobias en el ser humano. Aunque la información a este respecto no es concluyente, hemos visto, así mismo, que la vía directa (i.e., experiencias de condicionamiento) está más implicada en la adquisición de miedos clínicos (i.e., fobias), mientras que las vías indirectas

182

MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

(i.e., aprendizaje vicario y transmisión de información) se asocian más a la adquisición de miedos normativos y subclínicos (Chorot, 1986; Menzies y Clarke, 1995a; Öst y Hugdahl, 1985). Son conocidos actualmente el interés y las aplicaciones psicopatológicas y clínicas que puede implicar el conocer de forma más precisa las principales vías involucradas en la adquisición de los miedos y las fobias, tales como los aspectos relacionados con la etiopatogenia, la prevención, el diagnóstico y la selección del tratamiento (Menzies, 1996a; Sandín y Chorot, 1986b). En los niños y adolescentes, en concreto, las vías indirectas de adquisición del miedo podrían desempeñar un papel especialmente relevante por la particular influencia de los padres en este sentido. Sin embargo, llama la atención la escasez de estudios que hayan investigado las vías de adquisición de los miedos y/o fobias en poblaciones de niños y adolescentes. En el presente capítulo examinaremos los resultados de algunos trabajos que han estudiado la adquisición de los miedos y las fobias en niños y adolescentes siguiendo el modelo de las tres vías establecido por Rachman (1977, 1991). Presentaremos de forma separada los estudios centrados en los miedos normativos y subclínicos y los centrados en los miedos clínicos (fobias). Posteriormente analizaremos específicamente la especial relevancia que posee la familia, particularmente los padres, en la adquisición de los miedos de los hijos mediante las vías asociativas indirectas (aprendizaje vicario y transmisión de información negativa). Finalmente, discutiremos algunas consideraciones teóricas y metodológicas relacionadas con el modelo del triple modo de adquisición de los miedos aplicado a la población de niños y adolescentes. II. ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS NO CLÍNICOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES En la Tabla 14 indicamos los estudios que han investigado el origen de los miedos normativos y subclínicos en niños y adolescentes, tomando como marco de referencia el modelo de las tres vías de adquisición. Sólo dos estudios (Muris, Merckelbach y Collaris, 1997;

ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS: ESTUDIOS CON NIÑOS…

183

TABLA 14 Investigaciones sobre el origen de los miedos normativos y subclínicos en muestras de niños y adolescentes Autores

Miedo

Muestra

Método de Origen del miedo evaluación Ollendick y 10 Cuestionario Condicionamiento n = 1092 37% King miedos 9-14 años de directo (1991) más 553 Chicos autoinforme Condicionamiento 56% comunes 556 Chicas vicario Información 89% negativa Muris et al. Miedos n = 129 Entrevista Condicionamiento 61% (1997) más para niños directo 9-13 años intensos 74 Chicos Condicionamiento 50% vicario 55 Chicas Información 88% negativa Atribuciones cond. 39,7% directo Atribuciones cond. 0,8% vicario Atribuciones inf. 26,7% negativa Sin explicación 32,8% Doogan y Miedo Entrevista y Condicionamiento n = 30 91% Thomas a los cuestionario directo 8-9 años (1992) perros 15 Chicos para niños Condicionamiento 27% vicario 15 Chicas Información (11 análogos 82% negativa fóbicos) Graham y Miedo Cuestionario Condicionamiento n = 36 22% Gaffan al agua 5-8 años para padres directo (1997) Condicionamiento (9 análogos 11% vicario fóbicos) Información 78% negativa Atribuciones cond. 0% directo Atribuciones cond. 0% vicario

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

TABLA 14 (Cont.) Autores

Miedo

Muestra

Método de evaluación

Origen del miedo Atribuciones inf. negativa Miedo desde el 1er contacto Sin explicación

0% 78% 22%

Nota: El estudio de Doogan y Thomas (1992) ofrece también datos sobre el origen de la fobia en adultos (véase el capítulo anterior), que se han excluido de la tabla. En diversos estudios los sujetos referían más de una vía de adquisición, por lo que la suma de los porcentajes puede exceder el 100%. En los estudios de Muris et al. (1997) y Graham y Gaffan (1997) se indican también los porcentajes correspondientes a las atribuciones sobre la influencia de las experiencias (directas e indirectas) en el origen del miedo (ver texto).

Ollendick y King, 1991) han probado empíricamente este modelo para explicar el origen de los miedos normativos, y otros dos para explicar el origen de los miedos subclínicos (Graham y Gaffan, 1997; Menzies y Clarke, 1993b), aparte del estudio de Milgrom, Manel, King y Weinstein (1995) que analizó indirectamente el modelo de Rachman al investigar el origen del miedo (subclínico) al dentista. El primer estudio que examinó la teoría de Rachman sobre las tres vías de adquisición de los miedos normativos en niños y adolescentes fue el de Ollendick y King (1991). Estos autores analizaron retrospectivamente las vías de adquisición de los 10 miedos más comunes (evaluados estos a través del FSSC-R; véase el Capítulo 4), empleando una muestra de 1092 participantes no clínicos de Australia y Estados Unidos, con edades comprendidas entre los 9 y los 14 años. Los niños indicaban en el cuestionario: (1) si recordaban haber tenido alguna experiencia desagradable o traumática con el objeto temido (condicionamiento directo), (2) si sus padres, amigos u otros conocidos manifestaban miedo al objeto temido (condicionamiento vicario), y (3) si habían oído o visto cosas horribles, relacionadas con el objeto temido, procedentes de los padres, los maestros, los amigos, la televisión, las películas, o la prensa (información negativa).

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Los resultados obtenidos por Ollendick y King (1991) sugerían que la mayoría de los niños habían sido expuestos a fuentes generadoras de miedo de tipo indirecto, tanto mediante información negativa (televisión, prensa, etc.) (89%) como a través de la observación del miedo en otras personas (56%). El porcentaje de sujetos que indicaban experiencias de condicionamiento directo era mucho menor (37%). En términos generales, los resultados presentados en este estudio suelen indicar, así mismo, que las tres vías de adquisición de los miedos parecían actuar de forma interactiva (no de modo independiente). Es decir, aunque el miedo podía asociarse a uno de los tres orígenes, era más probable que ocurriera cuando las condiciones favorecían los efectos sinérgicos de estas tres fuentes (p. 121). Los autores interpretaron los resultados indicando que apoyaban la evidencia obtenida a través de los estudios retrospectivos con adultos sobre miedos subclínicos (véase el capítulo anterior), ya que los niños y adolescentes tendían a atribuir el origen de sus miedos a factores asociativos indirectos (i.e., transmisión de información y condicionamiento vicario). Esto está en línea con las hipótesis establecidas originalmente por Rachman (1977, 1978), el cual sugirió que las fobias menos graves, así como los miedos más cotidianos (miedos comunes y subclínicos), se adquieren predominantemente a través de las formas indirectas, en contraste con las fobias más graves cuyo origen se produciría predominantemente por experiencias de condicionamiento directo. Adicionalmente, Ollendick y King analizaron los posibles efectos asociados al sexo, la edad y la nacionalidad. Encontraron que los chicos referían más experiencias de condicionamiento directo y de condicionamiento vicario que las chicas. Así mismo, aunque los efectos no fueron estadísticamente significativos, los autores hallaron una tendencia en las chicas a manifestar más experiencias de transmisión de información negativa asociadas al miedo. A juicio de los autores de este estudio, estas diferencias podrían reflejar la existencia de prácticas de socialización diferentes, y/o diferencias reales en los patrones de adquisición de los miedos según el sexo. Aunque no obtuvieron diferencias en función de la edad para la vía de condicionamiento directo, el aprendizaje vicario y la

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transmisión de información fueron indicados con mayor frecuencia por los preadolescentes que por los adolescentes. Finalmente, en el estudio no se observaron diferencias asociadas a la nacionalidad, lo cual posiblemente refleja las similitudes culturales que existen entre Estados Unidos y Australia, y que, en relación con los miedos infantojuveniles, ya habían sido referidas por estos autores (p.ej., Ollendick et al., 1989). En una línea semejante a la desarrollada por Ollendick y King (1991), Muris et al. (1997) investigaron las vías de adquisición de los miedos más comunes en una muestra de 129 niños y adolescentes holandeses normales (no clínicos). Los miedos más intensos indicados por los participantes fueron aislados a partir de una entrevista aplicada a los mismos. Mediante dicha entrevista se preguntaba a los niños, siguiendo un criterio similar al indicado por Ollendick y King (1991), que dijeran si habían tenido experiencias de condicionamiento, modelado y/o información negativa relacionadas con cada uno de los miedos más intensos. Además, Muris et al. (1997) pideron a los sujetos que indicaran hasta qué punto tales experiencias habían contribuido realmente a la aparición del miedo (i.e., atribución de asociación). Los resultados obtenidos por estos autores sugieren que la exposición a información negativa era la vía de adquisición más prominente (88% de los niños), seguida del condicionamiento directo (61%) y del aprendizaje vicario (50%). Estos datos están de acuerdo con los publicados por Ollendick y King (1991), ya que en ambos estudios la vía que parece desempeñar un papel más relevante es la relacionada con la información verbal negativa (transmisión de información, instrucciones). Una discrepancia entre estos estudios concierne a las dos restantes vías de adquisición pues, mientras que en la investigación de Ollendick y King el condicionamiento vicario era más prevalente que el condicionamiento directo, en el estudio de Muris et al. ocurría lo contrario (Tabla 14). Por tanto, del estudio de Muris et al. no puede concluirse, aunque sí del estudio de Ollendick y King, que las vías indirectas sean las que poseen mayor implicación en la adquisición de los miedos normativos que experimentan los niños y adolescentes, ya que el

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modelado aparece con menor frecuencia que el condicionamiento directo. No obstante, de la investigación de Muris et al. se deriva que las experiencias de información negativa, no sólo constituyen la vía más frecuentemente señalada para los miedos más intensos en general, sino también para los miedos más intensos separados según las 5 categorías o dimensiones del FSSC-R (en el Capítulo 4 se describen estas dimensiones). Dicho en otros términos, y de acuerdo con los datos presentados por Muris et al., podría afirmarse que la transmisión de información mediante información negativa constituye la experiencia asociativa más común en cualquier tipo de miedo no clínico. Los resultados sobre el origen de los miedos referidos en el estudio de Muris et al. (1997) varían ligeramente cuando se trata de establecer atribuciones, en lugar de limitarse a señalar la existencia de experiencias asociativas, sobre las causas del miedo. Cuando los niños fueron preguntados explícitamente para que indicaran qué experiencia asociativa se relacionaba con el inicio de su miedo, el mayor porcentaje de niños asoció el comienzo de su miedo a una experiencia de condicionamiento directo (39,7%), el 32,8% no tenía una idea clara sobre el comienzo de su miedo, el 26,7% señaló la vía de información negativa, y sólo el 0,8% indicó que su miedo se inició tras una experiencia de modelado. Al comparar entre los diferentes tipos de miedo, según las 5 dimensiones del cuestionario FSSC-R, Muris et al. encontraron que el condicionamiento directo era señalado con mayor frecuencia para el miedo a los animales, los miedos médicos, y el miedo al fracaso y a la crítica. Para estas tres categorías de miedo, un porcentaje elevado de niños indicó que la experiencia de condicionamiento directo había sido la causa del miedo. En cambio, para el miedo a lo desconocido y el miedo al peligro y a la muerte, la vía de la información negativa fue referida con mayor frecuencia por los niños. Aparte de estas dos investigaciones (Muris et al., 1997; Ollendick y King, 1991) centradas específicamente en el problema de las vías de adquisición de los miedos normativos (miedos que suelen ser comunes en la población), otros dos trabajos han analizado las vías de adquisición del miedo centrándose en el estudio de dos miedos

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subclínicos, el miedo a los perros (Doogan y Thomas, 1992) y el miedo al agua (Graham y Gaffan, 1997). En el primero de ellos, Doogan y Thomas (1992) estudiaron 11 niños seleccionados mediante entrevista y cuestionario de autoinforme por presentar un nivel elevado de miedo a los perros (fueron seleccionados a partir de una muestra escolar de 30 niños). Encontraron que una mayoría de los niños con miedo a los perros indicaban experiencias aversivas de condicionamiento directo con los perros (el 91% de los niños señalaron haber tenido al menos un encuentro doloroso o aterrador con algún perro), si bien, también indicaron un porcentaje elevado de experiencias de transmisión de información (el 82% de los niños habían experimentado malestar por informes sobre ataques de perros aparecidos en la prensa), y en menor grado de condicionamiento vicario (el 27% de los niños señalaron haber observado miedo a los perros en otras personas). En el estudio de Graham y Gaffan (1997), las madres de 9 niños con miedo al agua cumplimentaron un cuestionario sobre orígenes del miedo en los niños. Muchas de las madres indicaron que sus hijos habían tenido experiencias aversivas de información negativa relacionadas con el agua (78%); aunque en menor grado, señalaron también experiencias de condicionamiento directo (22%) y condicionamiento vicario (11%). Por otra parte, las madres efectuaron atribuciones sobre el origen (causa) del miedo al agua en sus hijos, indicando la mayor parte de ellas (78%) que sus hijos habían experimentado el miedo desde el primer contacto con el agua (el 22% refirió no conocer las causas). Los resultados de este estudio fueron interpretados por los autores como una prueba a favor de la teoría no asociacionista sobre la etiología del miedo (véase Menzies, 1997; Menzies y Clark, 1995a). Sin embargo, si nos centramos específicamente en los resultados concernientes a la existencia de experiencias asociativas relacionadas con el objeto fóbico, vemos que son bastante congruentes con los referidos por Ollendick y King (1991) y Muris et al. (1997), en el sentido de que la vía de transmisión de información negativa ocurre con mayor frecuencia que las dos restantes y, posiblemente por ello, podría estar más implicada que ellas en la adquisición de los miedos no clínicos en la población de niños y adolescentes [en el

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estudio de Doogan y Thomas (1992), aunque la vía de información negativa no fue la más prevalente, sí ocurría con un porcentaje elevado]. III. ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS CLÍNICOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES Paralelamente a los estudios centrados en miedos no clínicos, estudios que hemos comentado en el epígrafe anterior, se han desarrollado también algunas investigaciones sobre las vías de adquisición de los miedos clínicos en poblaciones de niños y adolescentes. En la Tabla 15 resumimos algunas de las características y resultados más relevantes de estas investigaciones. El primer estudio fue publicado por Menzies y Clarke (1993b), y en él se investigaron los orígenes de 50 casos clínicos de fobia al agua en una muestra de niños. Los padres de los niños cumplimentaron un cuestionario en el que debían indicar el factor que más había influido en el comienzo de la fobia del hijo, a partir de una lista de alternativas que integraban las tres vías de adquisición del modelo de Rachman. Según estos autores, sólo en un caso los padres recordaron experiencias de condicionamiento clásico (2%). En contraste, la mayoría de los padres (56%) señalaron que el miedo de sus hijos siempre había estado presente (i.e., el miedo existía desde la primera vez que el niño estuvo en contacto que el agua). Ninguno de los padres indicó que la vía de información e instrucciones fuera el factor más influyente. Aunque, según concluyen estos autores, tales resultados constituyen un fuerte apoyo a la teoría no asociacionista de los miedos y las fobias (Menzies y Clark, 1995a), debe tenerse en cuenta que los episodios de condicionamiento vicario fueron señalados en un porcentaje importante de casos (26%). King, Clowes-Hollins y Ollendick (1997) aplicaron un cuestionario a los padres de 30 niños con fobia a los perros con objeto de obtener información sobre el origen de las fobias de sus hijos, de acuerdo con las vías de adquisición establecidas en la teoría de Rachman. Los resultados indicaron que, aunque los

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TABLA 15 Investigaciones sobre el origen de los miedos clínicos en muestras de niños y adolescentes Autores

Miedo

Menzies y Clarke (1993b)

Fobia al agua

King et al. (1997)

Muestra

Método de evaluación

n = 50 Cuestionario Edad para padres media = 5,5 años 20 Chicos 30 Chicas

Fobia a n = 30 Cuestionario los perros 1-12 años para padres 14 Chicos 16 Chicas

n = 22 Merckelbach Fobia a Entrevistas las arañas 9-14 años para niños y et al. (1996b) 22 Chicos padres y POQ

Merckelbach Fobia a las y Muris arañas (1997)

n = 26 Entrevistas Edad para niños y media = padres y 12,6 años POQ 26 Chicos

Origen del miedo Condicionamiento directo Condicionamiento vicario Información negativa Miedo siempre presente Sin explicación Condicionamiento directo Condicionamiento vicario Información negativa Sin explicación Condicionamiento directo Modelado madre Modelado padre Modelado otros Información negativa Miedo siempre presente Condicionamiento directo Modelado madre Modelado padre Modelado otros Información negativa Miedo siempre presente

2% 26% 0% 56% 16% 27% 53% 7% 13% 41% 14% 5% 0% 5% 46% 23% 8% 4% 4% 4% 62%

Nota: En diversos estudios los sujetos referían más de una vía de adquisición, por lo que la suma de los porcentajes puede exceder el 100%. POQ = Phobic Origins Questionnaire.

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padres atribuían la causa de la fobia a alguna de las tres vías propuestas, la mayoría de ellos informó que el condicionamiento vicario era la influencia más importante (53%). Un porcentaje significativo de los padres creía que el condicionamiento directo (p.ej., ser atacado por un perro) constituía el principal factor (27%). Sólo una minoría de los padres indicó como vía principal la información negativa (información/instrucciones) (7%). Estos datos, al igual que los presentados por Menzies y Clarke (1993b), sugieren que la transmisión de información no es tan relevante en el desarrollo de los miedos clínicos (fobias) como en los miedos no clínicos (Doogan y Thomas, 1992; Muris et al., 1997; Ollendick y King, 1991). Sólo en algunos casos, los padres no recordaban el origen de las fobias de sus hijos (13%). Los efectos asociados a la edad y el sexo no fueron significativos. Finalmente, comentaremos dos trabajos llevados a cabo por Merckelbach y sus colaboradores sobre la fobia a las arañas. En el primero de ellos, Merckelbach, Muris y Schouten (1996b) entrevistaron a 22 niños y adolescentes (todos del sexo femenino) con fobia grave a las arañas para examinar los sucesos de condicionamiento directo, las experiencias vicarias y la transmisión de información negativa, en relación con el origen del trastorno. Junto a la entrevista, aplicaron una versión modificada y ampliada del Phobic Origins Questionnaire (POQ; Öst y Hugdahl, 1981). Para evaluar la fiabilidad de la información proporcionada por las niñas, independientemente entrevistaron también a los padres. La existencia de experiencias de condicionamiento directo fueron referidas por una proporción elevada de niñas (41%). El aprendizaje mediante modelado también parecía resultar importante, sobre todo cuando el modelo era la madre (14%). Merece la pena resaltar que un porcentaje alto de niñas indicaron que desde siempre habían tenido miedo a las arañas (46%). La transmisión mediante información negativa parece haber sido poco relevante (sólo el 5% de la niñas la indicaron como principal causa de la fobia). Un aspecto importante de este estudio fue observar que una proporción importante de los sucesos de condicionamiento y modelado indicados por las niñas fueron confirmados por los informes de sus padres. Estos hallazgos presentados por Merckelbach et al. (1996b) ponen de

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relieve que, tanto las teorías asociativas como las no asociativas, podrían ser relevantes para la adquisición de las fobias a las arañas. Posteriormente, estos resultados fueron en gran medida replicados por Merckelbach y Muris (1997). El estudio fue muy similar al de Merckelbach et al. (1996b); participaron niñas con fobia a las arañas, se examinaron las tres vías de adquisición de los miedos establecidas por la teoría de Rachman, y los autores entrevistaron separadamente tanto a las niñas como a los padres para evaluar la fiabilidad de la información proporcionada por estas. Los resultados fueron equivalentes a los obtenidos previamente por Merckelbach et al. (1996b), ya que observaron un predominio de la vía relacionada con las experiencias de condicionamiento directo (23%), y en menor grado de las experiencias vicarias, especialmente cuando la madre (8%) actuaba como modelo. Al igual que en el anterior estudio, un porcentaje bastante elevado de niñas indicaron que desde siempre habían sentido el miedo a las arañas (62%). De nuevo, los datos sugieren que tanto los mecanismos asociativos como los no asociativos podrían estar presentes en la adquisición de la fobia a las arañas, ya que resultan implicadas las vías de aprendizaje (condicionamiento directo e indirecto), así como también una posible causa no asociativa (ejemplificada por el hecho de que muchas niñas hayan tenido el miedo desde siempre o sin explicación alguna). A la hora de valorar la implicación y relevancia de la modalidad no asociativa, debe tenerse en cuenta, no obstante, que el nivel de concordancia entre niñas y padres fue relativamente bajo para esta categoría (50% de acuerdo), mientras que para las vías asociativas los niveles de acuerdo oscilaron entre el 65,4% (condicionamiento directo) y el 100% (modelado por otras personas distintas a los padres). IV. PAPEL DE LOS PADRES EN EL MIEDO DE LOS HIJOS En el capítulo anterior vimos que los miedos y las fobias están determinados por múltiples factores, tanto genéticos como ambientales, ninguno de los cuales es suficiente por separado

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para producirlos y/o mantenerlos. En este sentido, la transmisión familiar podría jugar un papel especialmente relevante, ya que se conoce que tanto los miedos como las fobias tienden a darse más en unas familias que en otras (Fredrikson et al.,1997; Fyer et al., 1990). La implicación de la influencia familiar en el miedo de los hijos no supone únicamente una posible transmisión genética, fenómeno este que ha sido descrito en diversos estudios (Rose y Ditto, 1983; Taylor, 1998; Stevenson, Batten y Cherner, 1992). Supone, así mismo, una posible influencia ambiental mediante la transmisión de pautas de aprendizaje del miedo a través de métodos indirectos de condicionamiento, tales como el aprendizaje vicario y la transmisión de información negativa. Tal y como ya señaló Rachman (1977, 1978) al establecer la teoría de las tres vías de adquisición del miedo, posiblemente las vías indirectas, como el modelado y la información negativa e instrucciones de los padres, juegan un papel central en la etiología de los miedos y las fobias infantojuveniles. Como ha subrayado este autor, la transmisión de información constituye una parte inherente a la educación y crianza de los hijos, y es llevada a cabo por los padres y otros miembros de la familia, especialmente durante los primeros años del desarrollo del niño. De modo similar, los padres y otros familiares del niño suelen actuar como modelos de este en muchos aspectos de la conducta, incluidas las reacciones de intenso miedo (Waye, 1979). La adquisición de los miedos a través de aprendizaje vicario implica lo que se conoce habitualmente como aprendizaje observacional o modelado (Bandura, 1986). Por ejemplo, si un niño presencia el miedo expresado por los padres, los hermanos o los amigos ante la presencia de una tormenta, el niño puede imitar (modelar) estas reacciones cuando tenga que afrontar situaciones semejantes en futuras ocasiones. Mineka y Zinbarg (1995) revisaron gran parte de la evidencia experimental sobre el aprendizaje observacional del miedo en el ser humano, llegando a la conclusión de que su implicación parecía relevante en relación con los miedos subclínicos (por razones éticas, los análogos experimentales con seres humanos no suelen inducir miedos de intensidad o persistencia suficientes como para equipararse a los miedos clínicos).

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Sin embargo, la investigación animal con monos rhesus ha proporcionado evidencia indicativa de que pueden adquirirse miedos muy intensos mediante modelado. Se ha constatado, por ejemplo, que los monos rhesus que no experimentan miedo a las serpientes, aprenden a temerlas intensamente sólo con observar brevemente las reacciones de miedo de sus padres ante las serpientes (Mineka et al., 1984). Si bien es cierto que mucha de la evidencia es indirecta, existe cierto apoyo a la hipótesis de que el modelado influye en la adquisición de los miedos que exhiben los niños. Por ejemplo, los niños con miedos y fobias frecuentemente tienen padres ansiosos que poseen miedos y fobias similares. Aunque esta asociación podría deberse a factores genéticos, los estudios sobre genética de la conducta en ansiedad infantojuvenil muestran consistentemente una influencia compartida entre lo genético y lo ambiental, lo cual es congruente con la influencia del modelado sobre el origen de los miedos (Ollendick, Vasey y King, 2001). Más aún, es muy probable que esta influencia basada en el aprendizaje vicario se vea reforzada y/o incrementada familiarmente (y en general socialmente) por la vía, también indirecta, de la transmisión de información negativa. Aunque el niño pueda observar a la madre o al amigo expresando el patrón de miedo en presencia del objeto fóbico, el malestar de la madre o del amigo, asociado al estímulo fóbico, también puede ser comunicado al niño en otras ocasiones mediante conversaciones, historias, juegos, etc., aunque no esté presente físicamente el objeto fóbico. Las oportunidades para la observación directa e inmediata se complementan con las exposiciones a experiencias y actitudes comunicadas indirectamente por los padres, los amigos y otras personas (Dadds y Roth, 2001; Ollendick et al., 2001). Como han enfatizado Ollendick et al. (2001), una ruta a través de la cual puede actuar el modelado de las respuestas de miedo es mediante la vía vicaria del condicionamiento operante. Por ejemplo, aparte de establecerse una relación asociativa a una situación en que se observan las respuestas de miedo de los padres, los niños pueden también aprender a afrontar el problema mediante estrategias de evitación observando que el miedo de los padres se

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reduce al evitar estos el objeto fóbico (i.e., al observar que las respuestas de evitación de los padres son reforzadas mediante la reducción del miedo). Muchos aspectos de las reacciones de miedo son operantes que pueden ser selectivamente reforzados por los padres. Estos operantes incluyen respuestas como verbalizaciones sobre los aspectos subjetivos del miedo, autoafirmaciones sobre la imposibilidad de afrontamiento y control, etc. Existe evidencia, por ejemplo, de que los padres de los niños ansiosos suelen animar a sus hijos a utilizar estrategias de afrontamiento de evitación (Dadds y Barrett, 1996). Los familiares podrían jugar un papel importante sobre la elección que hacen los niños de las estrategias de afrontamiento, tendiendo generalmente a reforzar en estos las opciones de evitación (por las familias que poseen niños ansiosos). Este fenómeno de incremento familiar de las respuestas de evitación en los hijos ha sido denominado «efecto miedo» (Barrett, Rapee, Dadds y Ryan, 1996). La hipótesis de que el miedo y la evitación en los niños pueden ser instaurados y reforzados por los padres y otras personas allegadas, ha sido visiblemente ejemplificada por Miller et al. (1974): Los padres y otras personas significativas enseñan a los niños a sentir miedo, al prestar atención y reforzar sus conductas de miedo y evitación. Así, se enseña a los niños a tener miedo a la oscuridad, a los perros, a la separación, y al colegio, y esto porque tanto los padres como los compañeros responden con afecto, ira o calma a las reacciones de miedo, aproximación cautelosa, y evitación de estas situaciones. A su vez, el niño aprende que los padres son sensibles a tales conductas y responden con mucha atención y preocupación, de tal forma que un poco de miedo en el niño es suficiente para evocar en aquellos respuestas intensas y frecuentes (p. 115).

Por tanto, los miedos de los niños y adolescentes podrían estar altamente determinados por mecanismos asociativos indirectos relacionados con las conductas de los padres y otras personas significativas. Así mismo, tales miedos podrían establecerse de un modo gradual a través de reforzamientos inadvertidos o deliberados llevados a cabo por las personas allegadas, fundamentalmente los padres (Ollendick et al., 2001).

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Resulta sorprendente que, a pesar del papel relevante que parecen desempeñar las conductas de los padres y otras personas significativas sobre la adquisición del miedo en los niños, apenas se hayan llevado a cabo estudios para examinar directamente esta cuestión. Atrás hemos señalado, en este mismo capítulo, que el modelado procedente de la madre tendía a asociarse con las fobias infantiles de forma más estrecha que el modelado procedente del padre u otras personas (Merckelbach y Muris, 1997; Merckelbach et al., 1996b). Sin embargo, tal vez la investigación que ha estudiado de forma más explícita este fenómeno ha sido el publicado por Muris et al. (1996). Muris et al. (1996) investigaron la contribución que tenía el modelado de los padres sobre los miedos de los hijos. En el estudio participaron 40 niños con edades entre 9 y 12 años, que habían sido remitidos a un centro de salud para tratamiento por presentar algún problema psicopatológico (trastorno de ansiedad, trastorno de conducta antisocial, depresión, etc.). Los autores encontraron que, aunque el rasgo de ansiedad de los hijos correlacionaba positivamente con el rasgo de ansiedad del padre y de la madre, el nivel de miedos del niño sólo correlacionaba con el nivel de miedos de la madre. Esta asociación permanecía significativa incluso cuando se controlaba el efecto del rasgo de ansiedad de la madre, así como también el rasgo de ansiedad, el sexo y la edad del niño. Por otra parte, y tal vez aún más importante, los resultados de este estudio indicaron que el modelado basado en la conducta de la madre desempeñaba un papel significativo en dicha relación (mediaba la relación entre el miedo de la madre y el miedo del hijo). Es decir, los mayores niveles de miedo correspondían a los hijos cuyas madres expresaban con frecuencia sus temores, mientras que los niños con los niveles más bajos de miedo eran aquellos cuyas madres no solían expresar sus temores. Mediante análisis de regresión, Muris et al. constataron que la expresión del miedo de la madre explicaba una proporción única de la varianza de los miedos del hijo. En conclusión, los resultados de este estudio sugieren que los niveles de miedo de las madres, y la expresión del miedo por estas, contribuyen de modo significativo en la adquisición de los miedos en los niños y adolescentes. Estos resultados proporcionan,

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por tanto, un importante apoyo a la teoría de Rachman de las tres vías de adquisición del miedo y, por otra parte, resaltan la posibilidad de que las madres desempeñen un papel más determinante que los padres en los procesos de modelado de los miedos infantojuveniles. Hasta este momento, muy pocas investigaciones han estudiado experimentalmente en el laboratorio el condicionamiento vicario de las reacciones de miedo en niños o adolescentes (la mayor parte de los trabajos se han centrado en la reducción del miedo, más que en la adquisición). Una excepción corresponde al reciente estudio de Gerull y Rapee (2002), en el cual los autores investigaron la influencia del modelado materno en la adquisición del miedo (y evitación) a estímulos fóbico-relevantes (una serpiente y una araña de plástico), en una muestra de bebés (entre 15 y 20 meses de edad). A los bebés se les presentaban los estímulos junto a la expresión negativa (miedo y asco) o positiva (alegría, ánimo) de sus madres. Cuando se presentaron los mismos estímulos 10 minutos más tarde ante la expresión neutral de las madres, los bebés manifestaban expresiones de miedo y evitación a los estímulos que habían sido asociados a las reacciones negativas de sus madres. Estos resultados, aparte de ser consistentes con la hipótesis de que el modelado constituye una vía hacia la instauración del miedo, demuestran, así mismo, que la madre puede desempeñar un papel importante en la adquisición de los miedos infantiles durante los períodos tempranos del desarrollo. V. CONSIDERACIONES TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS Antes de establecer unas conclusiones generales sobre la evidencia presentada en el presente capítulo, es necesario realizar algunas consideraciones teóricas y metodológicas relacionadas con los trabajos que hemos analizado en este y en el anterior capítulo, ambos relacionados con las vías de adquisición de los miedos y las fobias establecidas en la teoría de Rachman (1977, 1978, 1991).

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Una primera cuestión concierne al procedimiento común que se ha venido utilizando para evaluar las vías de adquisición de los miedos clínicos, esto es, el Phobic Origins Questionnaire (POQ; Öst y Hugdahl, 1981). Se ha sugerido, en ocasiones, que los resultados obtenidos sobre la base de este cuestionario, o mediante procedimientos basados en él, podrían tender a subestimar las vías indirectas y a sobreestimar la vía directa, ya que las experiencias de condicionamiento clásico directo son más fácilmente recordables que aquellas (Withers y Deane, 1995). Algunos autores (p.ej., Doogan y Thomas, 1992) han señalado, en este sentido, que los sujetos pueden tener a veces dificultades para identificar el origen del miedo, decantándose por la vía del condicionamiento directo. Específicamente, han sugerido que los sujetos pueden adscribir erróneamente el miedo a un suceso de condicionamiento directo debido, particularmente, a que este suceso resulta ser una explicación saliente y plausible de su miedo, cuando en realidad las causas verdaderas podrían desecharse por resultar ser menos obvias o menos memorables. La influencia de las experiencias indirectas, como la información negativa y el modelado en muchos casos pueden pasar desapercibidos para el individuo, sobre todo si tenemos en cuenta que los miedos pueden adquirirse, no sólo ante situaciones poco salientes para el sujeto, sino incluso sin que este sea consciente de ello (LeDoux, 1996). Este fenómeno, sin embargo, también es aplicable a las experiencias de condicionamiento directo. Es posible que las experiencias reales de condicionamiento directo asociadas al estímulo fóbico sean también mayores de lo que se ha descrito en los estudios sobre las vías de adquisición de los miedos puesto que, como ha sido demostrado experimentalmente, las respuestas de miedo pueden ser condicionadas pavlovianamente con facilidad aunque el individuo no perciba conscientemente el estímulo condicionado (i.e., el estímulo fóbico) (véase Öhman, 1997) y, por tanto, desconociendo conscientemente la causa de la asociación entre el objeto fóbico y la respuesta de miedo. Estos fenómenos podrían poner en duda la fiabilidad de los estudios retrospectivos que han examinado empíricamente la teoría de Rachman. Sin embargo, algunos trabajos centrados en el

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análisis de este posible problema metodológico han venido a concluir que las objeciones a la falta de fiabilidad de las evaluaciones retrospectivas de los miedos han sido, en general, exageradas y carentes de fundamento empírico (Brewin, Andrews y Gotlib, 1993; Merckelbach et al., 1996a; Taylor, Deane y Podd, 1999). A nuestro juicio, este problema es menos relevante cuando se evalúan los miedos en poblaciones de niños y adolescentes, ya que estos necesariamente deben recordar mejor que los adultos los diferentes sucesos relacionados con la adquisición de sus miedos (sobre todo porque muchos de los miedos se instauran en el individuo durante las edades infantiles). De hecho, en el estudio de Merckelbach y Muris (1997) sobre el origen de la fobia a las arañas se demuestra que la concordancia entre las evaluaciones efectuadas a los padres y las efectuadas a los hijos (ambas basadas en el POQ) es bastante elevada, siendo los porcentajes de acuerdo entre ambos del 65,4% (vía de condicionamiento directo), 76,9% (vía de modelado a través de la madre), 96,2% (vía de modelado a través del padre), 100% (vía de modelado a través de otras personas) y 92,3% (vía de información negativa). La única modalidad que resultó ser sólo moderadamente fiable fue la categoría de «siempre ha experimentado el miedo», que sólo presentaba un acuerdo del 50%. Resulta sorprendente, no obstante, que la vía de condicionamiento directo, por ser más saliente y puntual, no haya resultado ser también la que posea mayor nivel de concordancia. Tal vez se deba a que, como han sugerido King et al. (1998), los ingredientes esenciales del procedimiento de condicionamiento pavloviano no suelen identificarse típicamente (p.ej., la presencia de un estímulo incondicionado independiente, apareamiento de un estímulo condicionado y un estímulo incondicionado, no aversividad previa del estímulo condicionado, etc.). Datos aceptables sobre el acuerdo en las vías de adquisición de los miedos entre evaluadores independientes han sido presentados en otros estudios, tanto para muestras de niños y adolescentes (Merckelbach et al., 1996b), como para muestras de adultos (Kheriaty, Kleinknecht y Hymán, 1999). En una reciente investigación llevada a cabo por Field, Argyris y Knowles (2001), los autores estudiaron de forma experimental y

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prospectiva la relevancia de las vías indirectas de adquisición del miedo establecidas por Rachman. En concreto, Field et al. (2001) estudiaron el papel que desempeña la información en la exacerbación del miedo normativo en los niños. Los autores evaluaron, en una muestra de niños (entre 7 y 9 años), las creencias de miedo sobre dos estímulos (dos muñecos «monstruos») antes y después de ser expuestos a información negativa o positiva (información verbal), o a un vídeo en el que un actor expresaba miedo o felicidad hacia los estímulos (información por vídeo), en ambos casos en forma de historieta. Las creencias de miedo hacia los monstruos (p.ej., ¿cuánto miedo te daría si el monstruo estuviese escondido bajo tu cama?) cambiaron significativamente como resultado de la información verbal (la información negativa incrementó las puntuaciones en creencias de miedo), aunque no por efecto de la información por vídeo. Los autores observaron, así mismo, que el efecto de la información negativa se producía únicamente cuando esta era transmitida por un adulto (un maestro o una persona desconocida), pero no cuando el transmisor de la información era un igual. Aunque el estudio no aborda las tres vías de adquisición del miedo, ni tampoco la modificación del miedo (únicamente de creencias de miedo), en términos generales proporciona evidencia experimental y prospectiva a favor del modelo de Rachman y de los datos retrospectivos relacionados con la influencia de la información negativa en el origen y evolución de los miedos infantiles. Una última cuestión se relaciona con la posibilidad de que los miedos y las fobias dependan de mecanismos no asociativos, tal y como ha sido sugerido recientemente por algunos autores (Menzies y Clarke, 1994). Como hemos comentado en el Capítulo 6, la teoría del triple sistema de adquisición de los miedos es una teoría asociativa que se basa en los principios del neocondicionamiento, los cuales dan cabida a fenómenos de transmisión verbal y cultural de la información sobre la contingencia EC-EI, a la influencia de creencias y expectativas preexistentes sobre la covariación entre el EC y el EI, a la reevaluación del EI, y, en último término, a otros fenómenos cognitivos que demuestran que el condicionamiento pavloviano del miedo no se reduce a meras relaciones de contigüidad EC-EI, sino que sobre todo implica relaciones de infor-

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mación. La teoría no asociativa del miedo, sin embargo, no es una crítica al enfoque cognitivo-conductual del miedo, sino que simplemente sugiere que algunos miedos no son el resultado de mecanismos asociativos ya que han existido desde siempre en el individuo (lógicamente, vinculados a los procesos de maduración normal del niño). (En el Capítulo 6 hemos comentado más extensamente el punto de vista no asociativo de los miedos y las fobias). La teoría no asociativa defiende que los miembros de la especie desarrollarán miedo innato a una serie de estímulos biológicamente relevantes tras el primer encuentro con ellos, en condiciones normales de desarrollo. Sugiere que los miedos pueden ocurrir sin que exista ninguna experiencia aversiva de aprendizaje asociativo, tanto de tipo directo como indirecto (aprendizaje vicario o información/instrucciones) (para una exposición más amplia, véase Menzies, 1997; Menzies y Clarke, 1994, 1995a; Menzies y Harris, 2001; Poulton y Menzies, 2002). Actualmente existen ciertos argumentos y evidencia a favor de que algunos miedos y fobias puedan poseer una fuerte base innata, y puedan manifestarse en edades infantojuveniles en ausencia de experiencias de condicionamiento aversivo (Menzies y Clarke, 1995a). En este sentido, se han propuesto como miedos prototípicos derivados de procesos no asociativos los miedos a los extraños, a la separación, a las alturas, y al agua (Menzies y Harris; 2001; Poulton y Harris, 2002). Aunque aún no han sido suficientemente descritos los mecanismos psicopatológicos que, de acuerdo con las premisas de esta teoría, expliquen por qué no todos los niños sufren de miedos y fobias, es posible que para algunos tipos de miedos (p.ej., el miedo al agua) sea relevante y merezca ser tenida seriamente en consideración en el futuro. De hecho, algunos de los datos que hemos comentado en el presente capítulo nos permiten al menos especular que ciertos miedos pueden adquirirse tanto por vías asociativas como no asociativas. VI. CONCLUSIONES GENERALES Los estudios sobre los orígenes de los miedos y las fobias en niños y adolescentes, focalizados en las premisas de la teoría de las

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tres vías de adquisición postuladas por Rachman, son más escasos y menos concluyentes que los llevados a cabo con muestras de adultos. No obstante, en la última década se han llevado a cabo algunos trabajos sobre las tres vías de adquisición de los miedos y las fobias en la población infantojuvenil que vienen a confirmar algunas de las conclusiones que se han sugerido para la adquisición de los miedos en adultos. A continuación resumiremos los aspectos que consideramos más relevantes del análisis efectuado en el presente capítulo. Un primer aspecto que ha llamado nuestra atención concierne a la escasez de investigaciones diseñadas para estudiar específicamente las tres vías de adquisición de los miedos en niños y adolescentes, fenómeno que contrasta con el relativamente elevado número de trabajos efectuado con adultos. Si separamos los estudios por la gravedad de los miedos investigados, observamos que sólo cuatro trabajos se han centrado en el origen de los miedos no clínicos, de los cuales dos han estudiado los miedos normativos (Muris et al., 1997; Ollendick y King, 1991), y otros dos los miedos análogos fóbicos (Doogan y Thomas, 1992; Graham y Gaffan, 1997). Así mismo, sólo cuatro estudios han examinado el origen de los miedos clínicos en niños y adolescentes, de los cuales uno se centró en la fobia al agua (Menzies y Clarke, 1993b), otro examinó la fobia a los perros (King et al., 1997) y, finalmente, dos estudios investigaron la fobia a las arañas (Merckelbach et al., 1996b; Merckelbach y Muris, 1997). Tomados globalmente los resultados de los cuatro estudios basados en los miedos no clínicos, podríamos concluir diciendo que las tres vías de adquisición postuladas por Rachman están implicadas, con mayor o menor peso, en los orígenes de los miedos que experimentan los niños y los adolescentes. Por otra parte, también en términos generales, parece evidenciarse una mayor presencia de experiencias de condicionamiento indirecto, particularmente de transmisión de información negativa. Esta última conclusión se deriva fundamentalmente del estudio de Ollendick y King (1991), así como también de los estudios de Muris et al. (1997) y Graham y Gaffan (1997) para la opción de evaluación más liberal (i.e., cuando sólo se pide a los sujetos mera informa-

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ción sobre la existencia de experiencias asociativas relacionadas con el objeto fóbico). Cuando la evaluación es más restrictiva (i.e., se preguntaba sobre la opción etiológica más determinante entre las diferentes vías), se observa cierta preponderancia del condicionamiento directo en el estudio de Muris et al. (1997) y de una posible vía innata o sin explicación (el miedo existe desde el primer contacto con el estímulo fóbico) en el estudio de Graham y Gaffan (1997). Por otra parte, las experiencias de condicionamiento indirecto parecen ser más relevantes en los miedos normativos que en los miedos subclínicos. Tomados globalmente los resultados de los cuatro estudios basados en los miedos clínicos (fobias al agua, a los perros, y a las arañas), igualmente podríamos concluir indicando que están implicadas las tres vías establecidas en la teoría del triple modo de adquisición de los miedos. Con la salvedad del estudio de Menzies y Clarke (1993b), los resultados de los restantes trabajos sugieren que la vía que posee un peso más significativo en la adquisición de los miedos clínicos es la del condicionamiento directo. No obstante, todos los estudios sugieren que existen miedos cuya formación no parece explicarse por ninguna de las tres vías postuladas por la teoría (i.e., miedos que siempre han estado presentes o miedos sin explicación), lo cual, y al igual que ocurría con los miedos no clínicos, podría indicar que ciertos miedos pueden adquirirse sin necesidad de que intervengan los mecanismos asociativos de aprendizaje. Este fenómeno, que también ha sido observado en los estudios con adultos (Menzies y Harris, 2001), proporcionaría apoyo a una teoría alternativa no asociativa. Aunque no se descarta que algunos miedos puedan ser adquiridos por los niños de forma innata, i.e., sin necesidad de que intervengan los procesos del aprendizaje, los resultados de los estudios que hemos revisado en el presente capítulo ponen de relieve que la mayoría de los miedos, tanto clínicos como no clínicos, se adquieren a través de procesos asociativos y mediante las vías del condicionamiento directo, del condicionamiento vicario, y de la transmisión de información negativa (información e instrucciones). Esto implica que, con las salvedades que hemos señalado, los escasos estudios llevados a cabo con población infantojuvenil

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

tienden a apoyar la teoría de Rachman sobre el triple sistema de adquisición de los miedos. Uno de los postulados centrales de esta teoría gira en torno a la separación entre los miedos clínicos y los no clínicos, en el sentido de que los primeros deberían formarse fundamentalmente a través de experiencias de condicionamiento directo, mientras que los segundos se adquirirían mediante experiencias de condicionamiento indirecto (modelado e información/instrucciones). Aunque los resultados de los estudios que hemos analizado sugieren una tendencia general en este sentido, existen algunos extremos que dificultan obtener conclusiones firmes sobre esta cuestión. Por ejemplo, según se desprende del estudio de King et al. (1997), más de la mitad de los niños estudiados habían adquirido la fobia a los perros a través de experiencias de condicionamiento vicario, lo cual denota un papel preponderante para una vía indirecta. Pensamos que esta y otras cuestiones, como por ejemplo el papel diferencial de las vías indirectas, necesariamente exigen nuevos estudios para poder ser clarificadas. Finalmente, en el capítulo hemos hecho alusión a algunos problemas teóricos y metodológicos relacionados con la investigación sobre el origen de los miedos basada en estudios retrospectivos, procedimiento utilizado habitualmente para estudiar las vías de adquisición de los miedos y las fobias. Desde el punto de vista teórico, hemos comentado ciertos aspectos sobre la alternativa no asociativa, que, en cierto modo, podría suponer un desafío a la teoría asociativa de Rachman. Por último, con respecto a los problemas que se han planteado en la fiabilidad de los estudios retrospectivos, estos parecen constituir un problema menor, ya que algunos datos recientes indican que la información obtenida a través de los padres concuerda de forma elevada con la obtenida directamente de los propios niños, sobre todo para las experiencias relativas a las diferentes vías asociativas.

ANEXOS

ANEXO I

FSSC-II CUESTIONARIO DE MIEDOS PARA NIÑOS E. GULLONE Y N. J. KING, 1992 VERSIÓN ESPAÑOLA DE B. SANDÍN, R. M. VALIENTE Y P. CHOROT

NOMBRE ................................................................ EDAD................. SEXO: 䡺 Chico 䡺 Chica

Instrucciones: A continuación se describen algunos objetos y situaciones que pueden producir miedo en los chicos y chicas. Lee detenidamente cada frase y marca, en la columna de nivel de miedo, una «X» delante de la palabra (Nada, Un poco, Mucho) que mejor describa tu miedo. Si alguna de las frases se refiere a algo con lo que no te has encontrado nunca, piensa lo que podrías sentir si hubieras estado en esa situación.

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

NIVEL DE MIEDO 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26.

Ser castigado/a por tu madre Las lagartijas Parecer tonto/a o estúpido/a Los fantasmas o las cosas misteriosas Tener que ir al hospital La muerte o la gente muerta Perderte en un lugar desconocido Las serpientes La montaña rusa o los parques de atracciones Ser enviado/a al director del colegio Conocer a alguien por primera vez Los bombardeos (que tu país sea invadido) Que te pongan una inyección Que se rían de ti Las arañas Que un ladrón entre en tu casa Viajar en avión Obtener malas notas Que tus padres te regañen o te critiquen Estar presente en una pelea El fuego o quemarte Las tormentas con truenos o relámpagos Suspender un examen Ser atropellado/a por un coche o un camión Que otras personas te regañen o te critiquen La gente de aspecto extraño

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO

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ANEXO I

NIVEL DE MIEDO (cont.) 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57.

Ver la sangre Ir al médico Los perros Los cementerios Que te entreguen las notas Tener pesadillas mientras duermes Caer desde lugares altos Recibir una descarga eléctrica Quedarte solo/a en casa Que tu padre te castigue Hacer las cosas mal, o cometer errores Los microbios o padecer una enfermedad grave Los lugares cerrados Los terremotos Estar solo/a fuera de casa Los lugares oscuros No poder respirar Las picaduras de las abejas Las ratas o los ratones Hacer un examen Perder a tus amigos Una guerra atómica Tomar drogas peligrosas Tener que hablar en clase frente a tus compañeros Las escenas violentas en la televisión Los asesinos Que te rapten o secuestren Que te operen Que muera alguien de tu familia Que tus padres discutan Morirte

䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

NIVEL DE MIEDO (cont.) 58. Que te amenacen con un arma 59. Los incendios forestales 60. La gente borracha 61. Que tus padres se separen o divorcien 62. Que alguien de tu familia tenga un accidente 63. Perderte donde hay mucha gente 64. No tener amigos 65. Que alguien de tu familia se ponga enfermo/a 66. Ir a un nuevo colegio 67. Que alguien te amenace 68. Contagiarte del SIDA 69. Las casas misteriosas 70. Los tigres o los leones 71. Los extraños o desconocidos 72. Los tiburones

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO

Indica otros miedos que tengas y que no estén recogidos en la relación anterior: 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

Nota: Para información sobre las dimensiones de este cuestionario véanse las páginas 85-88.

ANEXO II

FSSC-E CUESTIONARIO ESPAÑOL DE MIEDOS PARA NIÑOS R. M. VALIENTE Y B. SANDÍN, 2001

NOMBRE ................................................................ EDAD................. SEXO: 䡺 Chico 䡺 Chica

Instrucciones: A continuación se describen algunos objetos y situaciones que pueden producir miedo en los chicos y chicas. Lee detenidamente cada frase y marca, en la columna de nivel de miedo, una «X» delante de la palabra (Nada, Un poco, Mucho) que mejor describa tu miedo. Si alguna de las frases se refiere a algo con lo que no te has encontrado nunca, piensa lo que podrías sentir si hubieras estado en esa situación.

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

NIVEL DE MIEDO 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28.

Ser castigado/a por tu madre Las lagartijas Tener que ir al hospital La muerte o la gente muerta Perderte en un lugar desconocido Las serpientes Ser enviado/a al director del colegio Los osos o los lobos Conocer a alguien por primera vez Los bombardeos (que tu país sea invadido) Que te pongan una inyección Que se rían de ti Las arañas Que un ladrón entre en tu casa Viajar en avión Que te pregunte el profesor en clase Obtener malas notas Los murciélagos o los pájaros Que tus padres te regañen o te critiquen El fuego o quemarte Las tormentas con truenos o relámpagos Suspender un examen Ser atropellado/a por un coche o un camión Discutir con tus padres Las hormigas o los escarabajos Que otras personas te regañen o te critiquen Ver la sangre Ir al médico

䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO

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ANEXO II

NIVEL DE MIEDO (cont.) 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. 59. 60.

Los perros Los cementerios Que te entreguen las notas Tener pesadillas mientras duerme Caer desde lugares altos Recibir una descarga eléctrica Quedarte solo/a en casa Que tu padre te castigue Hacer las cosas mal, o cometer errores Los microbios o padecer una enfermedad grave Los lugares cerrados Los terremotos Estar solo/a fuera de casa Los ascensores La oscuridad No poder respirar Las abejas o las avispas Los gusanos o los caracoles Las ratas o los ratones Hacer un examen Perder a tus amigos Una guerra atómica Tomar drogas peligrosas Tener que hablar en clase frente a tus compañeros Las escenas violentas en la televisión Que te rapten o secuestren Que te operen Las inundaciones o riadas Morirte Que te amenacen con un arma Los incendios forestales Que tus padres se separen o divorcien

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO

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MIEDOS EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCEN-

NIVEL DE MIEDO (cont.) 61. Que alguien de tu familia tenga un accidente 62. Perderte donde hay mucha gente 63. No tener amigos 64. Ir a un nuevo colegio 65. Contagiarte del SIDA 66. Las casas misteriosas 67. Los tigres o los leones 68. Los jabalíes 69. Las personas extrañas o desconocidas 70. Los tiburones 71. Repetir curso 72. Entregar malas notas a tus padres 73. Que te odien o rechacen los demás 74. La ETA 75. La gente que se droga 76. La carretera 77. Que te violen 78. Que se mueran tus padres 79. Los monstruos, los fantasmas o las brujas 80. Ir por la noche por las calles

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO 䡺 NADA 䡺 UN POCO 䡺 MUCHO

Indica otros miedos que tengas y que no estén recogidos en la relación anterior: 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA 䡺 NADA

䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO 䡺 UN POCO

䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO 䡺 MUCHO

ANEXO II

215

Forma de corrección: Se puede obtener una medida de Intensidad Global del Miedo sumando las puntuaciones marcadas para cada uno de los 80 items: “Nada=1”, “Un poco=2”, “Mucho=3”, y cinco medidas de Intensidad del Miedo en cada una de las siguientes dimensiones: (1) Miedos al peligro y a la muerte: items 4, 5, 10, 14, 23, 24, 33, 34, 38, 40, 44, 50, 51, 54, 56, 57, 58, 59, 60, 61, 65, 74, 75, 77, 78. (2) Miedos a los animales: items 2, 6, 8, 13, 18, 25, 29, 45, 46, 47, 67, 68, 70. (3) Miedos sociales: items 1, 7, 9, 12, 16, 17, 19, 22, 26, 31, 36, 37, 48, 49, 52, 63, 64, 71, 72, 73. (4) Miedos a lo desconocido: items 15, 20, 21, 30, 32, 35, 39, 41, 42, 43, 53, 62, 66, 69, 76, 79, 80. (5) Miedos médicos: items 3, 11, 27, 28, 55. [Tomado de Valiente, 2001, p. 339].

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