Messori Vittorio - El Gran Milagro
January 21, 2021 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Investigación sobre el suceso que asombró a Europa en la España de Felipe IV.
L GRAN MILAGRO V IT T O R IO MESSORI
PLANETA + TESTIMONIO
^ \/itto rio Messori nació en Sassuolo di Modena (Italia) en 1941. Se licenció en Ciencias Políticas en la Universidad de Turín. Periodista de profesión, ha trabajado dentro del grupo del periódico italiano La Stampa. En el diario Avvenire ha publicado durante los últimos años, dos veces por semana, la columna «Vivaio» (Vivero) y cada mes, en la revista Jesús, «El caso Cristo», un estudio sobre la historicidad de los Evangelios. Después de Hipótesis sobre Jesús (más de un millón de ejemplares vendidos en Italia y superadas las veinte ediciones en todo el mundo) ha publicado varios libros, también de amplia difusión internacional: Apuesta sobre la M uerte, Informe sobre la fe: entrevista al cardenal Ratzinger, ¿Padeció bajo P ondo Pilato?, y fue el periodista que entrevistó y colaboró con Juan Pablo II en el libro del Pontífice: Cruzando el umbral de la Esperanza. Leyendas negras de la Iglesia y Los desafíos del católico, publicados en Planeta/Testimonio, se han convertido en un gran éxito editorial.
P L A Ñ E TA + T E S T I M O N I O
EL GRAN MILAGRO
C o lec ció n P L A N E T A t T E S T I M O N IO D irecció n : A lex R o sal T ítu lo o rig in a l: II m ira c o lo © R C S L ib ri S .p .A ., M ilá n , 1 9 9 8 © p o r la tra d u c c ió n , A n to n io R . R u b io P ío , 1 9 9 9 © E d ito ria l P la n e ta , S. A ., 1 9 9 9 C ó rceg a, 2 7 3 - 2 7 9 , 0 8 0 0 8 B a rcelo n a (E sp añ a) R e a liz a c ió n d e la c u b ie rta : D e p a rta m e n to d e D ise ñ o d e E d ito ria l P la n e ta Ilu stra c ió n d e la c u b ie rta : «E l m ila g ro d e C a la n d a» , Isab el G u e rra (1 9 9 8 ), B asílica de N u e s tra S eñ o ra d el P ila r, Z a rag o z a P rim e ra ed ic ió n : se tie m b re d e 1 9 9 9 D e p ó s ito L egal: B. 3 3 .5 6 7 - 1 9 9 9 IS B N 8 4 - 0 8 - 0 3 2 1 1 - 9 IS B N 8 8 - 1 7 - 8 5 9 9 7 - 4 e d ito r R iz z o li, M ilá n , ed ició n o rig in a l C o m p o sició n : F o to c o m p /4 , S. A. Im p re sió n : L ib e rd u p le x , S. L. E n cu a d e rn a c ió n : Servéis G ráfic s 1 0 6 , S. L. P rin te d in S p ain - Im p re s o en E sp añ a E ste lib ro n o p o d rá ser re p ro d u c id o , ni to ta l ni p a rc ia lm e n te , sin el p re v io p e rm iso esc rito del e d ito r. T o d o s los d e re c h o s reservados
EL GRAN MILAGRO V IT T O R IO MESSORI Traducción de ANTONIO R. RUBIO PLO
PLANETA
INDICE
Prólogo a la edición española
13
P rim e ra p arte/E L d esafío C am in o de E s p a ñ a E n A ragón S o ld ad o s C alan d a «El m ilag ro de los m ilag ro s» Zola, R e n á n y o tro s U n lib re p e n sa d o r: el c re y e n te E n L o u rd es, p o r e je m p lo ... Y sin em b a rg o , in s a tis fe c h o s ... U n D ios q u e a m a la lib e rta d P e te r van R u d d e r E sq u e m a s «Mi oficio» ¿Indicios? U n e x tra ñ o olvido A g rad ecim ien to s
19 21 24 26 30 33 36 41 46 49 53 56 57 60 62 66
S e g u n d a p arte/E L su ceso Los co m ien zo s U n a ccid e n te de tra b a jo L a m u tila c ió n M endigo R eg reso a casa P id ie n d o lim o sn a 29 de m arz o de 1640 «Un p e rfu m e de p a ra íso » E l su eñ o y la re a lid a d « R eim plan tad a» T ed éu m
73 77 80 83 86 88 89 94 97 100 101
E ta p a s d e u n m ila g ro Dos sa c e rd o te s y u n n o ta rio U na e s c ritu r a p a r a el m iste rio El d e stin o d e u n «protocolo» El in fo rm e d el J u s tic ia B u ñ u el y el exvoto E n p e re g rin a c ió n B ajo la m ir a d a d e la S u p re m a U n p ro c e so e je m p la r U na d ió cesis, d o s c a te d ra le s U na e x clu sió n «providencial» La se n te n c ia La voz de los a rc h iv o s La b u e n a n o tic ia P ie d ra s q u e h a b la n D on M an u el U n rey a rro d illa d o
104 110 114 121 126 128 131 132 138 145 149 152 153 161 163 169 173
T ercera parte/LA en señ a n za T an sólo u n s a m a rita n o U n «signo» p a r a n o s o tro s « G ratia g ra tis d ata» Los a ñ o s o sc u ro s U n c a rd e n a l d isfra z a d o Velilla de E b ro U n lu g a r ú n ico E l P ila r A spectos de u n a tra d ic ió n «Cosas de E sp añ a» H u m e y c o m p a ñ e ro s Si re a lm e n te fue así P o r en c im a de to d o E n F á tim a U n a g rie ta en el in fin ito
181 184 187 190 193 200 207 209 215 221 225 228 231 232 236
C u a rta p arte/L o s d o c u m en to s A cto p ú b lico del n o ta rio M iguel A ndreu, de M azaleón, te stific a d o en C a la n d a el 2 de ab ril de 1640 S e n te n c ia del a rz o b isp o de Z arag o za, D. P ed ro A p aolaza R am írez, de 27 d e a b ril de 1641, d e c la ra n d o m ila g ro sa la re s titu c ió n s ú b ita a M iguel Pellicer d e su p ie rn a d e re c h a a m p u ta d a E l testim o n io de u n c iru ja n o de n u e stro s d ías
243
247 256
A Rosanna, ella ya sabe por qué
N ingún creyente ten d ría la ingenuidad de solicitar la intervención divina p ara que u n a p iern a cortada vuelva a aparecer. Un m ilagro de este género, que quizás resultara decisivo, n u n ca se ha com probado. Y se puede predecir, con to d a tran q u ilid ad , que n u n ca lo será. F élix M ichaud
Por lo cual, atendidas éstas y o tras m uchas cosas, de consejo de los infrascriptos, así en la S agrada Theología com o en la Jurisp ru d en cia m uy ilustres D octores, decim os, p ro n u n ciam o s y declaram os: que a Miguel Ju a n Pellizer, de quien se tra ta en el presente Proceso, le h a sido restitu id a m ilag rosa m ente la p iern a derecha, que antes le h ab ían cor tado; y que no hab ía sido obra de n aturaleza, sino que se ha o b rad o p rodigiosa y m ilagrosam ente; y que se ha de ju zg ar y ten er p o r m ilagro p o r con cu rrir todas las condiciones que p a ra la esencia de verdadero m ilagro deben concurrir, de la m an era que lo atribuim os en el presente m ilagro, y com o m ilagro lo aprobam os, declaram os y autorizam os y así lo decim os. D on P edro
de
Apaolaza,
arzobispo de Zaragoza, 27 de abril de 1641
ZARAGOZA
DISTANCIAS Z a ra g o z a - C a la n d a
118
Z a ra g o z a - F u e n te s
27
F u e n te s - Q u in to
15
Q u in to - S a m p e r
37
S a m p e r - C a la n d a
51
C a la n d a - C a s te lló n (Por vinaroz)
226
C a la n d a - C a s te lló n (PorTortosa)
247
C a la n d a - B e lm o n te
19
C a la n d a - M a z a le ó n
52
C a s te lló n - V a le n c ia
63
V a le n c ia - Z a ra g o z a
323
C a la n d a - M o lin o s
29
M o lin o s - A lfo rq u e
10 0
A lfo rq u e - V e lilla
km
12
Mar VALENCIA
Mediterráneo
Escenario geográfico de la vida de Miguel Juan Pellicer.
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA Para presentar este libro a la prensa, la editorial RizzoliCorriere della Sera, de Milán (uno de los más impor tantes grupos editoriales europeos) organizó un viaje a Aragón de inspección sobre el terreno con los pe riodistas de los diarios y revistas italianos de mayor difusión. Llegamos a Zaragoza después de la gran fies ta del 12 de octubre. Aquellos invitados de excepción, aunque habituados a todo, se quedaron asombrados, entre otras cosas, frente a la montaña de flores en la plaza del Pilar para «La Ofrenda», el tradicional home naje, que demuestra el grado de devoción de los arago neses hacia «su» Virgen. Más tarde, en Calanda, fu i mos recibidos con entusiasmo por la gente del pueblo y las autoridades locales, que no sólo nos hicieron obsequio de los exquisitos melocotones y del sabroso aceite, sino que quisieron también cantarnos, en el propio santuario del Gran Milagro, el romance que los ciegos hicieron resonar durante siglos por las plazas de España: M iguel Pellicer vecino de C alanda tenía u n a p iern a m u e rta y enterrad a. Dos años y cinco m eses, cosa cierta y aprobada, 13
p o r m édicos cirujanos que la ten ía co rta d a...
Una vez más (al igual que durante mis otras es tancias en el Bajo Aragón, tras la pista del Gran Mila gro) pude comprobar lleno de em oción lo vivo que está aún, al menos en aquel lugar, el recuerdo y el fervor de los calandinos por «nuestro p aisan o M iguel Pellicer», por utilizar la expresión de los d esp ertad o res al amanecer de cada 29 de marzo. Al volver a Italia, los periodistas escribieron ar tículos y emitieron programas radiofónicos y televi sivos en los que expresaban idéntico asombro. Sobre todo se preguntaban la razón de que fuera tan poco conocido un suceso que, por su evidencia y por la do cumentación histórica, merece verdaderamente la ca lificación de M ilagro de los m ilagros, tal y como lo llama la tradición aragonesa. Y es que este libro mío es el primero que haya escrito sobre este milagro un italiano, desde hace más de tres siglos y medio. ¡Es realmente sorprendente para una Italia que tiene en Roma el centro del catolicismo! Pero esta situación no es diferente en otros países, donde se tienen pocas noti cias (y a menudo imprecisas) sobre un «signo» que considero sin parangón en toda la historia del cristia nismo. Así pues, como creyente (pero también — ¿por qué n o ?— como periodista, cuya obligación es infor mar a los lectores) tengo la especial satisfacción que, durante los seis primeros meses de su aparición en las librerías, este libro haya atraído la atención de los me dios de comunicación, incluyendo los «laicos», y se hayan hecho siete ediciones, al tiempo que continúa su proceso de difusión en Italia. También estoy satis fecho de la próxima aparición de traducciones en los principales idiomas del m undo Esta traducción al castellano es — naturalmente — la que me produce una mayor emoción. Los lectores en español (tanto en España como en América) me han dado ya pruebas de su amistad, al asegurar a mis an14
teriores libros una extraordinaria difusión. En muchas ocasiones he revalidado en esos libros el interés y la gratitud que, especialmente como cristiano, experi mento hacia la cultura española. Y he intentado de mostrar al lector que determinadas y persistentes leyendas negras frecuentemente carecen de funda mento histórico, pues son el resultado de una guerra de propaganda que, al tomar por objetivo a España, pretendía castigar su catolicismo y su fidelidad a Roma, tan granítica como el Pilar a orillas del Ebro. En esta ocasión, m i trabajo de investigación se centra en un signo de intercesión m añana que, con su carácter único, parece ser un «prem io » no sólo a la religiosidad popular y a la apasionada devoción m a ñana de los españoles sino también al período más calum niado de la historia de España. ¡El de la In quisición, de la expulsión de los moriscos al norte de África, de las guerras en Europa para defender la or todoxia católica o de la evangelización del continente americano, desde Texas hasta la Tierra del Fuego! Como canta la liturgia aprobada por la Iglesia para conme morar el G ran M ilagro: no n fecit taliter om ni nationi; el Cielo nunca se ha volcado tanto en ningún otro pueblo. ¡Creo que el suceso de Calanda es, para los hermanos españoles, un gran y misterioso privilegio y, al m ismo tiempo, una gran responsabilidad! Por ello, este libro querría, dentro de su modestia, contribuir a ayudarles (humildemente, pero con deci sión) a que no olvidaran lo ocurrido entre las diez y las once de una noche de finales de marzo de 1640, víspe ra de la Virgen de los Dolores, en una pobre vivienda de labradores de la comarca de Alcañiz, territorio que en la Edad Media fuera reconquistado y administrado por los monjes soldados de la Orden de Calatrava que habían jurado defender hasta la muerte la Inmaculada Concepción de la Madre de Jesús. En efecto, muchos de mis amigos españoles me han confirmado lo que yo m ism o he podido comprobar en mis estancias de este lado de los Pirineos. Es decir, que 15
en la propia península Ibérica el recuerdo del Gran Mi lagro corre el riesgo de empañarse, al igual que otros tantos aspectos de la historia cristiana en los que Es paña ha desempeñado un papel tan decisivo y glorioso, como he recordado en libros anteriores. Durante m i última y reciente visita a Calanda (en la que he podido seguir la Sem ana Santa, con sus extraordinarios tambores y bombos, tan queridos in cluso para Luis Buñuel), la com unidad cristiana local ha querido proporcionarme una extraordinaria sor presa. Me han entregado el pergamino y la medalla de M ayoral de h o n o r del tem plo del Milagro. Tal y como dijera en mis palabras de agradecimiento a los calandinos, considero que se trata de la mayor de las re compensas para mi trabajo de escritor. Un trabajo que, para preparar este libro, ha sido prolongado, en algún momento fatigoso, pero lleno siempre de gozo y estu por. Un gozo y estupor que espero llegar a transmitir también a los lectores, al m ism o tiempo que la grati tud por la afectuosa y eficaz solicitud de la P u rísim a hacia sus hijos.
PRIMERA PARTE
EL DESAFIO
CAMINO DE ESPAÑA
Una m a ñ an a de verano de hace algunos años aju s té el cuentakilóm etros del coche, ap arcad o en el p e queño ja rd ín al lado de m i biblioteca, coloqué m i equipaje y puse en m arch a el m otor. De esta m an era dio com ienzo u n viaje que rep e tiría en otras tres ocasiones, siem pre con el m ism o destino e idéntica finalidad: ver p ersonalm ente, re coger y v alo rar inform aciones, ex am in ar lugares y docum entos p ara la m ás so rp ren d en te de las inves tigaciones. Pero tam b ién venía a ser la m ás im p o r tante, dadas sus consecuencias, si es que los hechos que m e p ro p o n ía av erig u ar resu ltab an ser a u té n ti cos. Lo que en aquel tem a se p lan teab a era ni m ás ni m enos que u n a especie de «dem ostración objeti va», sobre rigurosos testim o n io s históricos, de la existencia de u n p o d er so brenatural. Aquella m añana, después de cru za r el control de au to p ista m ás próxim o a m i casa, situ ad o a m itad del recorrido entre Venecia y M ilán, y de atrav esar las redes de au to p ista lom barda, p iam o n tesa y ligur, llegué p o r V entim iglia a la fro n te ra fran cesa. Sin dejar nunca la au to p ista —y p aran d o ta n sólo p ara abastecer de gasolina al coche; y de bocadillos y café al conductor que escribe: ¡tal era la im paciencia que tenía por llegar!—, atravesé la Provenza, ta n p ro fu n da (y m isteriosam ente) ligada al culto a M aría M ag 19
dalena. U na santa m uy querida p ara mí, p o r el hecho, adem ás, de ser la santa titu la r de la iglesia de la p e q ueña c iu d ad del lago de G ard a donde decidí fijar m i residencia. R eco rrí después el Languedoc, y m e detuve final m en te a d e sc a n sa r u n as h o ras en u n hotel de u n área de servicio, cuando ya h a b ía atard ecid o y lle vaba reco rrid o s cerca de m il kilóm etros. Me en co n tra b a en el «país de los cátaros», en la región que estuvo bajo el dom inio de los albigenses; y m e e n cam in a b a d irec tam en te h acia E sp añ a. Es n atu ral, p o r tanto, que m i breve descanso estuviera plagado de sueños en los que el castellano D om ingo de Guzm án lan zab a a sus Domini-canes, los «perros del Se ñor», a enfrentarse —pobres en m edios, pero ricos en doctrina, pues ésta fue la genial in sp iració n de aquel gran santo— con el som brío fanatism o de u n a h ere jía ta n cruel com o m isteriosa. A la m añ an a siguiente, tras cruzar asim ism o el Rosellón, arrebatado a España, precisam ente en los años del suceso que m e propongo estudiar, p o r el duque de Richelieu —el cardenal católico que m ás co n tri buyó al triunfo del p rotestantism o al an tep o n er siem pre los intereses del rey de F rancia a los de la Iglesia de R om a— , entré en C ataluña. C ontinuando p o r la autopista, pasé B arcelona y seguí h asta T arragona, para finalm ente m arch ar p o r la salida 34. D espués de m ás de mil doscientos kilóm etros de recorrido, deja ba por p rim era vez la p erm an en te red de au to p istas que me había llevado h asta allí. La dejé p recisam en te en el lugar en el que, según u n a an tiq u ísim a tra d i ción, Pablo de Tarso h ab ría desem barcado en tierras hispanas p ara su ú ltim a m isión apostólica. Tras c ru z a r R eus (con u n recu erd o a A ntonio Gaudí, p ro b ab le m en te el últim o de los arq u itecto s cristianos), m e in tro d u je p o r la nacional 420, el a n tiguo C am ino Real, en dirección a Aragón. E n tré en esta región, después de otro cen ten ar de kilóm etros, cruzando la h istó rica fro n tera sobre el río Algás, con 20
un paisaje cada vez m ás solitario, au stero y en o ca siones agreste. Me en co n trab a finalm ente en la región donde se localiza el pueblo al que estab a im p acien te p o r lle gar. E stab a en la provincia arag o n esa de Teruel, con poco m ás de diez h ab itan te s p o r kilóm etro cu a d ra do, la densidad m ás b aja de E sp añ a (p ara h acernos u na idea, en la provincia italian a de B rescia —de la que yo venía— la d en sid ad es de doscientos veinte habitantes, aunque m ás de la m itad de su superficie esté cu b ierta p o r m o n tañ as y lagos); u n a am p litu d térm ica de cin cu en ta grad o s (de los 6 grad o s bajo cero del in v iern o a los 44 del veran o ); u n a re n ta per cápita m odesta en co m p aració n con o tras de la E uropa com unitaria. Y adem ás, un p atrim o n io artís tico en gran p arte d estru id o d u ran te la g u erra civil de los años treinta, la ú ltim a y la m ás san g rien ta, de u na larga serie de contiendas.
EN ARAGÓN
A estos lugares, no frecu en tad o s p o r los tu ristas (¿será u n a suerte?), llegaba yo im pulsado p o r u n in terés religioso. Es lógico, p o r tanto, que aquel p aisa je a m enudo desierto, calcinado y de aspecto lu n a r —aunque, precisam ente p o r esto, provisto de u n a im presionante belleza— , m e llevara a reflexionar sobre aquellos tres años, sobre aquellos 986 im placables días del período 1936 a 1939, en los que prevalecería el horror. Por citar a H ugh Thom as, el n ad a sospe choso historiador «laico y progresista» de la gu erra civil española: «nunca, en la h isto ria de E uropa, y, se guram ente del m undo, se vio u n odio ta n im placable contra el catolicism o, sus hom bres (vivos y m uertos, pues llegaron a ensañ arse con cadáveres d esen terra dos), sus edificios y sus norm as». 21
A este B ajo A ragón en el que yo h a b ía en trado, in m e d ia ta m e n te después del alzam ien to m ilitar, lle g aro n d esd e C atalu ñ a y V alencia las «colum nas infernales» de los an arq u istas y tro tsk istas. Los casi dos años de «com unism o libertario» —con la ab o li ción de la p ro p ie d a d privada, la m o n ed a, la fam ilia, la religión y h a s ta del saludo adiós que reco rd ab a a «Dios»— se in iciaro n con u n a g ran m atan za, pues la to talid ad de los sacerdotes y m uchos de los católicos señalados y de los p ro p ietario s fu ero n en seguida asesinados. A la salid a de cad a u n o de los escasos pueblecitos, u n a cruz indica los lugares de aquellas ejecuciones su m a ria s y m asivas. E n tre sacerdotes, novicios, religiosos y m onjas, los asesinados —a m e n udo después de crueldades n u n ca vistas desde otros tiem pos m ás b á rb aro s— fueron finalm ente en toda E sp a ñ a m ás de siete mil. E n tre ellos, h ab ía trece obispos. Se h an iniciado, y algunos ya h an conclui do, dos m il procesos de beatificación y de can o n iza ción, pues se tra ta de «m ártires de la fe». N inguno renegó del Evangelio. Todos m u rie ro n p e rd o n an d o a sus asesinos. Aquí, en este «frente de Aragón», donde se deci d iría la guerra, la gasolina —u n bien de p o r sí esca so— term inó p o r faltar. Se h ab ía em pleado, m ás que p a ra los tran sp o rtes, p a ra en cen d er hogueras con la totalidad de los archivos, las bibliotecas, el m obilia rio de las iglesias y, en definitiva, con las propias igle sias. El «m undo nuevo» exigía la tabula rasa, pues el odio p o r el pasado que caracteriza a los revoluciona rios, del signo que sean, la obsesión p o r «recom enzar de nuevo», suprim iendo todo de raíz, estalló en to d a su furia.
Ni en dioses , reyes y tribunos está el Supremo Salvador. Nosotros m ism os realizamos el gran esfuerzo redentor. 22
Me co n taro n los ancianos —todavía con u n des tello de te rro r en los ojos— que los «com isarios del pueblo» obligaban a c a n ta r todas las m añ an as este Himno del Ateo a los niños con la m ú sica de la In ter nacional, an te las ru in as ennegrecidas de los tem plos y los edificios religiosos, au n q u e éstos h u b ie ra n sido asilos, escuelas u hospitales. Aquellos an arq u istas y trotskistas (seguía con m is reflexiones) no tuvieron tiem po, sin em bargo, de ser d erro tad o s p o r los fran quistas, pues fu eron m asacrad o s an tes p o r los co m unistas, que eran poco n u m ero so s p ero te n ían a S talin detrás de ellos. E n tre aquellos fieles a M oscú estab a V alentín G onzález, cuyo n o m b re de g u erra in fu n d ía p o r sí solo terro r: el m ítico el C am pesino. H uido, tras la derrota, a la P atria de «sus» soviets, term in ó en el Gulag, en Siberia. A fortunadam ente, salvó la vida huyendo o tra vez a O ccidente, donde se convirtió en im placab le a c u sa d o r del co m u n ism o «a la rusa» en cuyo n o m b re —ju sta m e n te aq u í en Aragón— había en trad o en la leyenda p o r la cru el dad y la barbarie, co m ú n a otros tantos asesinos, ya fu eran «rojos», «negros», «azules» o «verdes». E n cualquier caso, al pobre C am pesino le fue m ejor que a Pepe Díaz, secretario general del P artido C om unis ta español, pues él tam b ién se refugió en el país de aquellos soviéticos a cuyas órdenes h ab ía com batido, y fue «suicidado» p o r sus «herm anos p roletarios», arrojándolo desde la cu arta plan ta de u n hotel m os covita. Sin em bargo, las siguientes décadas del siglo devoraron a su vez no sólo a los «stalinistas», asesi nos de los anarquistas catalanes, sino a los co m u n is tas en sentido estricto. T erm inaron todos en el depó sito de ch atarra de esa H istoria de la que creían ser la vanguardia y los infalibles intérpretes. Aproveché, p o r lo tan to , aquel viaje p a ra reafir m arm e en m i h ab itu al escepticism o irónico sobre la «salvación» p ro m etid a p o r los políticos de cu alq u ier pelaje, sobre los «redentores» hu m an o s, cu alq u iera que sea el color de su cam isa. No p o r c a su alid ad 23
estaba yo allí, siguiendo las huellas de Aquel, el Único al que m erece la pena (así lo creía y lo sigo creyendo) reconocerle el copyright de «Redentor».
SOLDADOS E n el cuadro de m andos de m i coche el cuentaki lóm etros señalaba 1 350 al atravesar el río G uadalope en Alcañiz, cabeza de p artid o de la com arca, u n a localidad dom inada p o r el im presionante y som brío castillo que du ran te siglos fuera residencia de los se ñores del lugar, los caballeros de Calatrava. M iem bros de la O rden fundada en el siglo xii p o r el cisterciense san R aim undo S erra,1 aquellos m onjes guerreros aventajaron en valor a sus herm anos Tem plarios, sus tituyéndolos cuando éstos abandonaron, extenuados, la línea de fortificaciones de la Reconquista. E stos acontecim ientos que estoy reco n stru y en d o están relacionados con la Virgen M aría. P or tan to , no m e resultaba insignificante que h u b ie ra n tenido lugar en un territo rio ad m in istrad o p o r los Calatravos, que, tras u n a d u ra lucha, h ab ían pu esto fin, h a cia 1170, a cuatro siglos y m edio de u n a do m in ació n m usulm ana que no h ab ía conseguido aca b ar con el cristianism o. Aquellos soldados de Cristo, en cuyos estandartes aparecía u n a cruz de lis en color rojo, te m ible p ara los m usu lm an es, a los tres votos religio sos —pobreza, castid ad y o bediencia— añ ad ían u n cu arto voto: «Juram os que afirm arem os y defende rem os siem pre que la gloriosa R eina del Paraíso, N uestra Señora, fue co n ceb id a sin m an ch a de p eca do original. Juram os que, p a ra defender esta verdad 1 1. Más conocido por san Raimundo de Fitero, fundador de la abadía situada en esta localidad navarra y que gobernaría la Orden de Calatrava por espacio de seis años. (N. del t.)
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tan cierta, com batirem os, con el auxilio de la S an tí sim a Trinidad, h asta la m uerte.» Este ju ram en to era la condición sirte qua non p ara m ilitar en la O rden, m uchos siglos antes de aquel 1854 en el que Pío IX p ro clam aría el dogm a de la In m aculada Concepción, confesado m ucho antes, p o r estas tierras, hasta la muerte. Pero, m ien tras volvía a salir p o r la N acional 420, pensaba en otros soldados, m ucho m ás cercanos en el tiem po y de m i propio país, pero cuyo recuerdo ha sido b o rrad o d u ra n te décadas. P recisam en te en tre ' estos pedregales, lechos de to rren te secos y escasos pastos —au n q u e tam b ién , en ocasiones, fértiles huertas de hortalizas y frutales— en m arzo de 1938, y p ara ro m p er el «frente rojo», en la violenta y vic toriosa contraofensiva de Aragón, cayeron tres mil soldados italianos de lo que vino en llam arse, de un m odo am biguo, el CTV, el C uerpo de Tropas Volun tarias. Sus tu m b as cu b rían los pequeños y solitarios cem enterios de esta provincia de Teruel y ah o ra se en c u en tran en la m o n u m en tal to rre de p ie d ra del sa n tuario de S an A ntonio, que co n stru y era el g o bierno italiano y que está bajo la cu sto d ia de los cap u c h i nos en Zaragoza, la capital h istórica de Aragón. Cualquier superviviente aragonés de aquellos años «de hierro» m e h ab laría, al co n o cer m i n a c io n a li dad, del arrebato de alegría con que se recibió a las co lu m n as de aquello s so ld ad o s v enidos de lejos. Todos se m o stra rían satisfechos al co n firm arm e que no vieron que los italian o s se u n ie ra n a las a b e rra ciones que (en u no y o tro b ando) c a ra cterizaro n a una pasión política que degeneró en delirio y fan a tism o ideológico. Los italianos h ab ían venido com o soldados; y com o tales se com p o rtaro n . E n definitiva, en tre estos italianos «voluntarios» (si es que lo fueron realm ente) h u b o ocho m il m u e r tos y veinte mil heridos y m utilados. Lo cierto es que aquellos caídos lejanos en el tiem po no h a n sido aú n olvidados entre estos recios cam pesinos aragoneses, 25
duros p a ra el trab a jo y n o b lem en te te staru d o s en u n a fe cató lica que, a p esar de todo, les sigue carac terizan d o com o a sus antepasados. E n Aragón, ase gura u n viejo refrán español, no se conocen los m a r tillos. Aquí se prefiere clavar los clavos golpeándolos con la cab eza...
CALANDA
Poco después de p asar Alcañiz en co n tré la b ifu rca ción que estab a esperando; y ab an d o n é la carretera n acio n al que se dirige al n o rte, h acia Z aragoza, y doblé p o r la izquierda, en dirección oeste, h acia Te ruel. F altab an ta n sólo catorce kilóm etros. Pero se rían suficientes p a ra en ten d er el m otivo de que, en los m apas que h ab ía estudiado desde h acía tiem po, la zona ap areciera in d icad a com o el D esierto de Calanda. P o sterio rm en te alguien m e aseguró que esa denom inación, pro p ia de u n lugar apartado, m ás que referirse al aspecto del lugar, te n d ría su origen en u n convento en el que los religiosos carm elitas se re ti ra b a n p ara sus ejercicios espirituales, a sem ejan za de la soledad de u n «desierto». R esulta difícil, sin em bargo, a c e p ta r sem ejan te etim ología al co n tem p lar los llanos que cortan, h a s ta donde alcanza la vista, u n a m eseta desolada, p e dregosa, sin u n árbol, y señ ala d a p o r d o q u ie r p o r casas de la b ra n za en ru in a (m ás ta rd e m e d ijero n que era lo que q u ed ab a de u n proyecto de ferro ca rril, que en realid ad n u n c a llegó h asta allí). E n los libros que leí an tes de p a r tir h ab ía a p ren d id o que aq u í las precipitacio n es m edias anuales equivalen solam ente a u n tercio (30 centím etros frente a 90) de las de Nápoles, el «país del sol» p o r excelencia, se gún los tópicos im ag in ario s. Sin em bargo, éste es u n paisaje de expresiva fascinación. Q uizás p o r suges26
(ion de la m e ta ya próxim a, m e aco rd é in m e d ia ta m ente de o tro paisaje, ta m b ién m uy q u erid o p a ra mí: el de T ierra S anta, concretam en te el de algunas zonas de Ju d ea y S am aría. No o b stan te, cu an d o estab a p róxim o al pueblo donde m e dirigía, aquel «desierto» se fue poblando de hu erto s, olivares y árboles frutales. Las m a n z a nas y, sobre todo, los m elocotones, que aq u í llam an préseos, son fam osos en todo Aragón. Y el aceite, tan afam ado, de recio sab o r y fuerte color. E n o tras vi sitas, sin em bargo, m e d a ría cu e n ta de que —pese a las ap arien cia s de m i p rim e ra visita a m ed iad o s del verano— no faltab an el agua y la som bra, pues dos ríos, el G uadalo p e y el G uadalopillo, se u n en precisam ente detrás del pueblo, donde se en cu e n tra tam bién u n em balse sep arad o p o r u n dique. Allí se inicia la sierra, actu alm en te rep o b lad a de pin ares, que sep arab a el Reino de A ragón del de Valencia: el M aestrazgo, m ontes de leyendas, de h istorias de b a n doleros y de g u e rra de g u errillas en tre « cristianos viejos» y m oriscos. M iré el cuentakilóm etros: m arcab a 1 365 cu an d o apareció la señal de carretera ta n esperada. Calanda. Sabía que en u n a de las guías in tern acio n ales de m ayor difusión aquel lu g ar era desp ach ad o con u n anónim o renglón: «Allí se encuentra u n a iglesia p arro quial del siglo xviii.» E n cam bio, en el texto del Toui ing Club Italiano, el m ás utilizado p o r los tu ristas de nuestro país, se lee u n a sim ple n o ta en letra p e queña: «Tras d a r gracias a C alanda p o r ser el lu g ar natal de aquel auténtico genio que fue Luis B uñuel, se continúa...» ¿Hay que «darle las gracias» p o r esto, solam ente por esto? Es verdad que el fogoso d irec to r de cine procedía de u n a fam ilia aco m o d ad a de C alanda y que siem pre llevaría consigo u n a h u ella a to rm e n tada, com o ten d rem o s o casión de ver. Pero no era precisam ente u n a p ereg rin ació n tras la p ista de u n m aestro del cine, au n q u e fuera «un au tén tico genio», 27
lo que m e h a b ía llevado, tra s dos días de viaje, a aquel re m o to lugar, ab atid o p o r u n sol im placable. Y en el q ue el p rim er edificio que vislum bré, entre u nas casas viejas, fue la plaza de toros. Más tard e sa b ría que está entre las m ás fam osas y antiguas del país, ta m b ié n p o r el hecho de no h ab er sido afecta da p o r la gangrena de u n tu rism o que, en E spaña, tiene u n o s itin erario s p a ra re c o rre r m uy diferentes a éste. Pocos son los h ab itan tes de Calanda, pero m u cha la p asió n p o r esta antigua, noble, calu m n iad a y pese a todo sagrad a im agen de la fogosidad h u m a na, de la elegancia en desafiar al D estino, de la eter na lu ch a en tre la vida y la m u erte cuyo presagio se hace om nipresente, bajo u n sol que lanza sus dardos sobre u n a tie rra quem ada. S urgen así el am arillo y el rojo, u nos colores que E sp añ a h a to m ad o p recisa m ente de la an tig u a en señ a de Aragón. Pero ni siq u ie ra la ta u ro m a q u ia ni tam p o co la cinefilia h a b ría n podido n u n c a vencer la indolente y ad o rad a com odidad de aislarm e entre m is libros ju n to a u n apacible lago del n o rte de Italia p a ra co rrer a esta especie de escen ario bíblico, cuyo calo r m e am en azab a al otro lado del in te rio r refrig erad o de m i coche. E n realidad, m i objetivo se h allaba en u n a solita ria plazuela que no tuve d ificultad alguna en en co n trar, pues b a sta b a con en ca m in a rse h acia la ú n ica torre de iglesia existente en el pueblo. F rente a m í se en co n trab a u n a especie de te rra p lén con u n a escali nata, a cuyos pies se situ a b a u n a p alm era. D elante de la iglesia se p o d ían ver u n a an tig u a cruz de pie d ra y la fachada, u n a com o ta n tas otras de aquellos lugares, de u n tem plo n o d em asiado grande. A la iz q uierda estaba la to rre con sus cam panas, re m a ta d a p o r u n a elevada y afilad a cúspide octogonal. La ú n i ca particularidad, p o r así decirlo, era algo así com o u n a bota —o m ás b ien u n a p iern a co rtad a p o r la ro dilla— esculpida sobre el arco de la ú n ica en trad a, dom inado p o r u n a estatu illa de la Virgen con el N iño 28
sobre u n a colum na. La reconocí inm ed iatam en te: era la Virgen del Pilar, que se venera en su gran sanluario de Zaragoza. La iglesia estaba abierta, a p esar de ser todavía la hora de la siesta. Lleno de em oción, en tré y en se guida d escu b rí la tran q u ilid ad del frescor, la p e n um bra y el silencio que allí rein ab an . Un in terio r agradable, sin duda restau rad o no hacía m ucho tiem po, que estaba lim pio y cuidado, pero que no tenía dem asiado interés artístico: tres naves, algunas ca pillas laterales y u n a cú p u la en u n m o d esto estilo neoclásico del siglo xviii. Una iglesia de provincias com o tan tas miles de ellas en la E uropa católica. Sobre todo p ara quien, como yo, la contem plaba en su actual estado, después ele que la furia iconoclasta de anarquistas y com unísins destruyera las obras de arte que la ornam entaban, llegando al extrem o de ro m p er las sepulturas p ara profanarlas y dejando tan sólo las paredes desnudas y una serie de frescos que las coronaban, de excesiva ni tura para ser destruidos. Los revolucionarios, antes que con las cosas, la em prendieron con las personas, pues m e enteré que el recto r de aquel san tu ario fue inm ediatam ente arrestad o y llevado ante u n pelotón de fusilam iento, al igual que todos aquellos que de alguna m an era estuvieran relacionados con la o d ia da «religión». En lugar del m agnífico retab lo del al iar mayor, de un deslum brante b arroco español (yo había visto las antiguas fotografías), hab ía ah o ra u n a reproducción de aquella Virgen que antes h ab ía visto en la fachada, pero que aquí estaba con el m anto, del color litúrgico del día, que recu b re la co lu m n a o pilar. Yo sabía perfectam ente que la iglesia estab a dedicada a aquella Virgen; y esto no era p o r casu a lidad...
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«EL MILAGRO DE LOS MILAGROS» Lo que yo h ab ía venido a ver era u n a p eq u eñ a cap i lla lateral: la p rim era a la derecha, según se entra. U nos pocos m etro s cu ad rad o s, sep arad o s p o r u n a cancela que siem pre está cerrada, y a la que (me h a bía en terad o tam b ién de esto p o r m is lecturas) sólo p odían acceder los sacerdotes y p erso n as co n sag ra das bajo penas canónicas. Tal y com o aparece escrito en las tiras de papel que sujetan los ángeles representados en la gran cú pula de la iglesia, éste es el Locus signatus est / Honori Deiparae deputatus. Éste es el lugar en el que el M is terio h a dejado im presas sus huellas; y, desde en to n ces, está únicam en te destinado a h o n ra r a la M adre de Dios, que h ab ría dem ostrado aquí en qué consis tía su «om nipotencia suplicante». Aquí h ab ría ejerci tado de u n m odo inquietante y exclusivo la facultad de intercesión sobre su Hijo que p u siera p o r p rim e ra vez en p ráctica en unas bodas en C aná de Galilea y que desde entonces el pueblo creyente asegura ex perim entar a m odo de realidad perm anente. Sabía ah o ra m uy bien p o r qué aquél era el Locus signatus , aunque fuese la p rim era vez que lo veía. No obstante, en contré resu m id a la razó n en u n a lápida que tam bién podía leerse desde el exterior, en la ca pilla, detrás de la cancela m etálica. Leí las p alab ras en ese castellano que —en palabras de Felipe II— es el idiom a que el p ro p io Dios habla en el Cielo (y que, p o r de p ro n to , en la tie rra se h a co n v ertid o en la lengua de la m ayoría de los b au tizad o s católicos...): «En este m ism o lugar, el jueves 29 de m arzo de 1640, de diez y m edia a once de la noche, p o r in tercesió n de la Virgen S an tísim a del Pilar, fue restitu id a a su devoto M iguel J u a n P ellicer la p ie rn a d erec h a que hacía dos años y cinco m eses le h ab ía sido co rta d a 30
por el L icenciado D. Ju a n de E stan g a en el S anto H ospital de N tra. S ra de G racia de Z aragoza. In s truido pro ceso canón ico a in stan cia de los ju rad o s y m unicipio de la ciu d ad de Zaragoza, fue declarado m ilagro ta n p o rten to so hecho, p o r sen ten cia que firm aba el excelentísim o y reverendísim o do cto r don Pedro de A paolaza, arzobispo de Zaragoza, el día 27 de abril del año 1641.» É sta era la razón p o r la que yo me enco n trab a allí. Para tra ta r de averiguar lo que realm ente h ab ía su cedido en C alanda hace m ás de tres siglos y medio, en u n a h ab itació n de unos cam pesinos pobres que lúe tran sfo rm ad a en seguida en capilla. ¿H abía suce dido, al m enos p o r u n a vez, algo verdaderam ente im posible, y ju stam en te en aquel locus que ah o ra tenía delante y en el que ta n sólo personas sagradas podían desde entonces p o n er sus pies? El Gran Milagro, El Milagro de los milagros ; o de un m odo m ás sencillo y a la vez m ás solem ne, El Mi lagro. El M ilagro po r excelencia, el único con artícu lo determ inado, pues no adm ite com paración posible. Así había sido llam ado p o r la trad ició n española lo que, p ara mí, era tan sólo u n supuesto acontecim ien to. Es más, yo había contem plado las noticias sobre el suceso (y paradójicam ente, pues soy creyente) con in m ed iata y cau telo sa p ru d en cia. Com o si, a u n es tando dispuesto a acep tar el m isterio de lo S obrena tural, hubiera yo establecido, de u n m odo instintivo, lo que p ara Dios era o p o rtu n o hacer o d ejar de hacer. El Suceso, el H echo, se p u ed e re su m ir en esta ap retad a síntesis: «Entre las diez y las once de la noche del 29 de m arzo de 1640, m ien tras d o rm ía en su casa de Ca landa, en el Bajo A ragón, a M iguel Ju a n Pellicer, u n cam pesino de veintitrés años, le fue “re im p la n ta d a ” —rep en tin a y definitiv am en te— la p ie rn a derecha. La pierna, hecha pedazos p o r la ru ed a de u n carro y posteriorm ente gangrenada, le fue a m p u ta d a cu atro dedos po r debajo de la rodilla, a finales de octu b re 31
de 1637 (es decir, dos años y cinco m eses antes de la im p resio n an te “restitución"), en el hospital público de Z aragoza. C irujanos y en ferm ero s p ro ced iero n seguidam ente a la cauterización del m u ñ ó n con u n h ie rro can d en te. El p ro ceso y la in v estig ació n se ab rie ro n sesenta y ocho días después y se p ro lo n g a ro n m uchos m eses, siendo presidido p o r el arzo b is po de Z aragoza asistido p o r nueve jueces, con dece- ¡ ñas de testigos y u n riguroso respeto de las n o rm as prescritas p o r el derecho canónico. La sentencia del proceso declaró que la p iern a reim p lan tad a de m a n era ta n rep en tin a era la m ism a que le fuera c o rta da y acto seguido en terrad a en el cem enterio del hos pital de Zaragoza, situado a m ás de u n cen ten ar de kilóm etros de C alanda. A dem ás de p o r el proceso, la verdad del hecho fue certificada, ta n sólo tres días después de que o cu rrie ra y en el m ism o lu g ar del acontecim iento, p o r u n notario (ajeno al pueblo y, en consecuencia, sin relación con el suceso), p o r m edio del h ab itu al in stru m en to legal, g aran tizad o asim is m o p o r el ju ra m e n to de m uchos testigos oculares, entre ellos los p ad res y el p árro co del joven del m i lagro. E n consecuencia, a p a rtir de los aco n teci m ientos y del testim onio del p ro tag o n ista y de otros testigos se llegó a la conclusión de que el m ilagro fue debido a la intercesión de N u estra S eñora del Pi lar, de la que el joven h ab ía sido siem pre p a rtic u la r m ente devoto, a la que se h ab ía en co m en d ad o antes y después de la am p u tació n de su pierna, y en cuyo santuario de Z aragoza hab ía pedido y obten id o a u torización p a ra p e d ir lim osna. Tras h a b e r p o d id o ab an d o n ar el h o sp ital con u n a p iern a de m a d e ra y dos m uletas, se fro tab a diariam en te el m u ñ ó n con el aceite de las lám p aras encendidas en la S an ta C api lla del Pilar. E sto es p recisam ente lo que soñó que estaba haciendo, en Calanda, la noche del 29 de m a r zo de 1640, cuan d o se d urm ió con u n a ú n ic a p ie rn a y fue despertado p o r sus padres pocos m in u to s d es pués, teniendo o tra vez las dos piernas. Sobre la ver32
«latí del h ech o n u n ca se levantó voz alguna de d u d a 0 disconform idad, ni entonces ni después, ni en el pueblo ni en ninguno otro lugar en el que se cono» iera a M iguel Ju an antes y después del accidente que najo com o consecuencia la am p utación de la pierna. 1i as la conclusión positiva del proceso, el propio rey de España, Felipe IV, ordenó llam ar al joven del m i lagro a su palacio de M adrid, arrodillándose en su presencia p ara besarle la p ierna m ilagrosam ente “resiituida”.»
ZOLA, RENAN Y OTROS
Digámoslo sin m ás preám b u lo s: an te u n relato se m ejante, u n a p rim e ra reacció n de in cred u lid ad no solo sería co m p ren sib le sino que quizás re su lta ra obligada. Y no sólo p a ra los ateos, agnósticos, in
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