Memorias Del Incendio. Eduardo Duhalde
March 17, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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EDUARDO DUHALDE
El nuevo rumbo de la Argentina I
MEMORIAS DEL INCENDIO
Los primeros 120 días de mi presidencia
EDITORIAL SUDAMERICANA Buenos Aires
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A Chiche. A los trabajadores argentinos. A los productores y empresarios. A los excluídos, víctimas de la mediocridad, la desidia y la inmoralidad dirigencial.
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INDICE Primera parte: ANTECEDENTES DEL DERRUMBE Cap. I
Una transición inédita en la historia Argentina pág. 5 Mayo de 2003: Despedida en Luján. La fiesta de la democracia en las calles. El alivio por la tarea cumplida. Una transición sin antecedentes.
Cap. II
La Argentina agónica pág. 21 Al borde de la anarquía. ¿El poder a la Corte Suprema? Sin Estado, sin gobierno. El país sobre mis espaldas. Camaño pasa el fin de año en la Rosada. ¿Quiénes me eligieron el 1º de enero?
Cap. III
Que se vayan todos. Las bases de la fragilidad democrática. pág. 34 La crisis de representatividad. Causas de la fragilidad democrática. La dictadura de los tres comandantes y Martínez de Hoz. Como siempre, la izquierda funcional a la derecha. El alfonsinismo y el retorno de la democracia. Mi primer encuentro con Alfonsín.
Cap. IV
Sobredosis de neoliberalismo: la era menemista pág. 48 El hijo de Rockefeller. Privatizaciones y entrega del patrimonio. Consolidación del modelo. El festival financiero. Los argentinos y el peronismo frente a Menem. Mi alejamiento de Menem. Los nuevos movimientos sociales.
Cap. V
El modelo está agotado pág. 62 Construir una alternativa justicialista. Enfrentamiento con Cavallo por el Banco Provincia. “El modelo está agotado” se populariza. La prédica y la acción productivistas.
Cap. VI
El fracaso de la Alianza pág. 74 De la Rúa se aferra al modelo. El retorno de Cavallo y la política del ajuste. Sincerar la crisis para evitar la implosión. La inacción delarruista. El comienzo del fin: la defección de Chacho. La gran derrota de la Alianza. El aislamiento de De la Rúa. El corralito y el hambre de los pobres. El Estado de Sitio y la tragedia. La dinámica de la disolución. Todo el poder al Parlamento.
Cap. VII
El peronismo se hace cargo pág. 98 Puerta asume el interinato. ¿Elecciones ya? Rodríguez Saa con mandato acotado. Devaluar o no devaluar, ese era el
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problema. La gente temía a la devaluación. Rodríguez Saa y el vértigo. Una estrella muy fugaz. Un presidente en retirada. Segunda parte: LAS BASES DEL NUEVO RUMBO Cap. VIII Fortalecer el poder de la República pág. 119 Discurso de asunción. Arranqué con el pie izquierdo. Cumplir con la palabra empeñada. Un gobierno parlamentario. El miedo es zonzo. La alianza política. Honestidad y patriotismo. Gobierno de unión nacional. La primera reunión del gabinete nacional. El apoyo sin retaceos de la Iglesia. La tarea del Diálogo Argentino. Cap. IX
Garantizar la Paz pág. 156 El país real. No criminalizar la protesta. Garantizar el derecho a la alimentación. El Programa de Emergencia Alimentaria (PEA). Plan Jefas y Jefes: una epopeya organizativa. Lanzamiento y controles del plan. La emergencia sanitaria: Genéricos y Plan Remediar. Remediar: cómo utilizar con buen criterio los recursos.
Cap. X
Hacia el nuevo rumbo pág. 177 El modelo desafía a Newton. ¿Quién vio un mango? Las enigmáticas carpetas negras. Control del gasto público. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. La estrategia era el Nuevo Rumbo. La batalla ideológica.
Cap. XI
El poder financiero da batalla pág. 191 El corralito y las iras de la gente. El papel de los grandes bancos. El proyecto dolarizador. El periodismo “ayuda”. Ciegos y sordos.
Cap. XII
La alianza con la producción EL Movimiento Productivo Argentino. Empresarios comprometidos con el país. El cambio de alianza.
pág. 202
Cap. XIII El nuevo modelo económico pág. 212 Devaluación y pesificación de la economía. El campo, locomotora del despegue. Volver a creer, volver a crecer. La pesificación asimétrica. Cómo tomé la decisión de pesificar la economía. El Plan Estratégico Productivo. El cuco de la emisión. ¿Quién paga los costos del derrumbe? Las tarifas congeladas. Retenciones: otra forma de redistribución. El rol del turismo. El comienzo del nuevo rumbo. El comercio exterior. Dólar o moneda nacional. Malicias ajenas, torpezas propias. Flotación “sucia” a pesar del FMI. Antecedentes y
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originalidades de nuestro plan económico. Ley de Emergencia Económica. Cap. XIV
La injusticia distributiva pág. 250 El peronismo y la Justicia Social. Los derechos humanos comienzan con el desayuno. El derecho a una renta básica. El trabajo, fuente de dignidad ética y colectiva.
Cap. XV
Los que se oponían al cambio pág. 258 Hacer el “trabajo sucio”. Los vaivenes de la dirigencia. La miopía vernácula. Toda la culpa a las provincias. Un escrache de Página/12. También el progresismo en contra.
Cap. XVI
Mi tribuna, un programa de radio pág. 274 Conversando con el Presidente. Comunicación directa con la gente. Condenados al éxito. Abordar todos los temas. Transmitir mis convicciones. La política debe regir la economía.
Cap. XVII Argentina y el mundo pág. 288 Advertencia de Juan Pablo II: peligra la estabilidad democrática. Estrategia para un país aislado. Los amigos. Los hermanos. La dura lucha contra la incomprensión. Cap. XVIII La interminable pulseada con el FMI
pág. 306
La larga negociación con el Fondo. El origen del FMI y su actitud dual con Argentina. Los informes del Fondo ocultaban la realidad. La autocrítica que no fue tal.
Tercera parte: COMIENZA LA RECUPERACIÓN Cap. XIX
El gobierno rinde cuentas pág. 318 Unos conspiran, otros movilizan. Clima enrarecido. Acuerdo Federal para la Reforma Política. Pobreza material, pobreza cultural. Atender la deuda social. Proteger y promover el trabajo nacional. Ministerio de la Producción, herramienta del crecimiento. Proyectarnos al mundo.
Cap. XX
La crisis de abril y los cambios de Gabinete pág. 335 Hay que apretar los dientes. Los cuestionamientos de la Iglesia. Los ataques al equipo económico. Optimistas y pesimistas. No nos tenían fe. Repercusiones en el extranjero. Más leña al fuego. Los 14 puntos y la reafirmación del rumbo. El cambio de ministros.
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PROLOGO
El país cuyo gobierno debí asumir el 1º de enero de 2002 no permitía abrigar ninguna ilusión. Sólo había espacio para el sacrificio. Para la entrega. Era una situación inédita en una sociedad que posee una irresistible tendencia a las soluciones fáciles y rápidas. Nos gustan –sobre todo a los políticos- las palabras prometedoras más que las apelaciones al esfuerzo. Sin la fuerza que otorga el triunfo en una elección y, por tanto, sin la paciencia de una ciudadanía que con su sufragio renueva la esperanza; sin el tiempo necesario de organización y preparación de un equipo para gobernar; sin la consideración que los medios de comunicación suelen otorgar a los gobiernos recién electos y asumidos; pero, sobre todo, sin margen para el ensayo y el error, en esas condiciones comenzamos a gobernar la peor de las crisis de nuestra historia contemporánea. Peligro de guerra civil; anarquía, crisis terminal; agonía, derrumbe, infierno, eran expresiones comunes que intentaban describir la dramática realidad de aquellos días. Apenas dos años más tarde, en mis viajes por Latinoamérica, Canadá, Europa, Rusia, los países árabes, entre otros – adonde me llevaba mi responsabilidad en el MERCOSUR-, debía intentar explicar el “milagro” de la recuperación argentina. No hubo tal milagro. Tampoco el país ha salido definitivamente de su crisis. Sin embargo, en muy poco tiempo dejó atrás la sensación de derrumbe definitivo y vive un proceso de reconstrucción esperanzador. Después de haber pasado por uno de los períodos más extensos de
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depresión que registra la economía mundial, atravesamos un ciclo que cumple cinco años ininterrumpidos de crecimiento de su economía. A ese breve e intenso período refieren estos escritos. Este libro no es una autobiografía. Aquí es Argentina la protagonista, no yo. Mi gobierno fue el instrumento que debía ejecutar una partitura muy estricta. Estábamos en default y, a esa altura, a la convertibilidad se la habían devorado los mercados. En medio de calles incendiadas, de movilizaciones continuas, de reclamos –todos tan justos como intemperantes- en sólo cinco días el Poder Ejecutivo redactó y el Poder Legislativo debatió y aprobó la Ley de Emergencia Económica, primer instrumento legal para enfrentar el caos. Pero si el punto de inflexión tiene una fecha, esa es el 3 de febrero de 2002. Al atardecer de un caluroso domingo del verano porteño, desde la Casa Rosada, el entonces ministro de Economía, Jorge Remes, anunció al país, en conferencia de prensa, los contenidos del nuevo programa económico: pesificación total de la economía, de modo asimétrico: uno a uno las deudas y 1,40 los depósitos. Las tarifas de servicios públicos, también pesificadas,
se congelaron, de la misma manera que los
alquileres. Esas y otras medidas buscaban prioritariamente ser justos con el reparto de los costos del derrumbe que había producido la Alianza y ayudar a poner inmediatamente en marcha la producción. Por eso, cuarenta y ocho horas después, en el programa “Conversando con el Presidente” que se emitía por Radio Nacional, un oyente me preguntó acerca del objetivo de nuestro plan. “Es poner en marcha la Argentina productiva”, le respondí. Lo había anticipado con énfasis en mi mensaje de asunción. Lo repetí en cada entrevista, en cada alocución. Lo reiteré permanentemente. Ese era el norte del que no nos apartamos nunca. De modo que no fue tan sólo el programa económico de un gobierno frágil y de emergencia. Fue un cambio total de rumbo. Un viraje tan profundo como necesario de la Argentina financiera, especulativa y usurera, a la Argentina productiva.
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Nadie daba un centavo por aquel plan. Más aún: “El gobierno no tiene plan”, decían. Aún hoy hay quienes siguen criticando la pesificación asimétrica. Tal vez nunca entendieron que fue la clave del éxito de ese programa; en definitiva, la realidad muestra que logramos poner en marcha la producción preservando los activos nacionales amenazados por el gran endeudamiento de productores e industriales. La Corte Suprema de Justicia acaba de reconocer que el objetivo de preservar el poder adquisitivo de los ahorristas se logró. Tampoco nadie toleraba siquiera mi confianza acerca de las posibilidades de recuperación del país. Dije que el 9 de julio celebraríamos el fin de la recesión y la mayoría de los periodistas hacían humor con ello. Debió pasar mucho tiempo para que se reconociera que no era una predicción fruto del optimismo, sino la certeza de nuestra potencialidad como lo explicaba a fines del año 2000 cuando creaba el Movimiento Productivo Argentino. La verdad irrefutable es que, entre junio de 1998 y enero de 2002, la economía había caído el 20% y que, a partir de allí, en sesenta días, con las ventajas de un tipo de cambio competitivo y otras medidas de impulso productivo arrancó la economía real. Todos los indicadores económicos desestacionalizados que releva el INDEC, tales como PBI, industria, construcción y demanda, en marzo dejaron de caer. Con este trabajo intento contribuir a una mejor comprensión de los dieciséis meses de mi gobierno. Narro de modo documentado los pormenores de la difícil toma de decisiones que produjo el cambio radical que enderezó a la República por la senda virtuosa de la producción y el trabajo. He circunscrito este primer volumen de mis escritos a los cuatro meses de gestión iniciales: desde la asunción hasta el recambio ministerial de fines de abril de 2002. Fue el período en que logramos detener la caída, sentar las bases del nuevo rumbo, ponerlo en marcha y comenzar a apagar el incendio. De esta manera quiero expresar también mi gratitud hacia aquel equipo de gobierno que, al acompañarme, tuvo el coraje y patriotismo de asumir tamaña responsabilidad. 8
El segundo volumen referirá a la labor realizada para atender la emergencia
social
extrema
–alimentaria,
laboral
y
sanitaria-,
la
consolidación del nuevo rumbo económico, la pacificación –empañada por los asesinatos de Kosteki y Santillán en Avellaneda-, la reinserción de Argentina en el mundo y la preparación de la escena política nacional para el llamado a elecciones y, así, garantizar la transición institucional. He leído documentos, he repasado la prensa de cada día, he vuelto a revisar mis discursos y actividades y también he prestado atención a declaraciones, juicios y opiniones de otros protagonistas de la política, la economía y los medios de comunicación. Me he impuesto ser veraz y, aún cuando he volcado muchas veces mis pensamientos y convicciones y mis propias interpretaciones de los acontecimientos, siempre he querido mostrar los hechos con el mayor rigor histórico posible. Entre el material compilado, a disposición del lector en el sitio web http://www.presidenciaduhalde.com.ar, está mi mensaje de asunción, reproducido también más adelante. En él puntualicé los tres objetivos básicos del gobierno: fortalecer las instituciones, pacificar el país y sentar las bases de un nuevo modelo económico y social. Ese mensaje tuvo una consigna: poner de pie y en paz a la Argentina. A la claridad de esos objetivos sumé una convicción y una decisión que considero determinante: el compromiso de no perpetuarme en el poder. Renuncié a competir en el siguiente turno presidencial porque – sostuve y sostengo- quien pide acompañamiento para trabajar por el país no debe aprovechar la solidaridad de los otros para beneficio personal. La sociedad pedía a gritos que se vayan todos. Asumí el reclamo y me propuse ser la bisagra entre la dirigencia de la vieja política y una nueva, dando un paso al costado. Al finalizar este primer volumen y ordenar los materiales del segundo he constatado similitudes entre nuestra crisis y la que padecieron los Estados Unidos en la década del 30 del siglo pasado. Los norteamericanos sufrieron la depresión económica, con todas las secuelas que también nosotros conocimos bien: parálisis de la industria, 9
pérdida de beneficios de los productores agropecuarios, desocupación masiva, pauperización veloz de los sectores medios, marginalidad y exclusión, violencia social, corrupción. En las grandes ciudades cientos de miles de familias eran echadas a las calles por no poder pagar los alquileres. También, como entre nosotros, los campesinos perdían la tierra o se endeudaban sin poder pagar. El presidente Roosevelt tomó la más difícil de las decisiones: abandonó el corsé del patrón oro y pesificó la economía (como aquí, la Corte Suprema de Justicia tardó cuatro años en convalidar esa medida). Y puso en marcha un modelo productivo de sello keynesiano: gran actividad del Estado con la obra pública y alta participación en la promoción de la industria nacional. Hubo un factor subjetivo que, a mi juicio, fue decisivo: la voluntad política de emprender ese gran cambio. La dirigencia norteamericana aprendió la lección del derrumbe de un país que se creía invulnerable y comprendió que la única vía de crecimiento sostenido y de estabilidad económica, social y política es la defensa acérrima de la producción y el trabajo nacionales. Con ese modelo y esa certeza, además de las condiciones internacionales, los Estados Unidos tuvieron décadas de expansión y se consolidaron como una gran nación. Simplifico, desde ya, con el ánimo de mostrar un cierto paralelismo con una Argentina que había sido cooptada en el último cuarto de siglo por prácticas financieras y rentísticas, propias de su sobredosis de neoliberalismo, que además de destruir la producción y el trabajo de los argentinos,
hundió
a
sus
dirigencias
en
una
profunda
crisis.
La
mediocridad se apoderó de ellas y aún nos movemos sin una mirada estratégica y sin una voluntad claramente transformadora. Los norteamericanos tuvieron su oportunidad –esa que suele acompañar a las crisis- y la aprovecharon. La Argentina está a las puertas de la suya. El nuevo mapa del comercio mundial presenta un panorama alentador para países como el nuestro. Somos, los socios del MERCOSUR, productores altamente competitivos de los bienes más requeridos por las grandes naciones que, con sus enormes mercados, avanzan hacia el 10
control
del
intercambio
planetario.
Aún
conservamos
los
recursos
humanos capacitados para dar el salto que las nuevas tecnologías requieren
para
perfeccionar
nuestra
competitividad.
Es
decir,
las
condiciones objetivas nos permiten pensar en un futuro de realizaciones para el país. La pregunta que me formulo –y que muchos argentinos se formulan- es: ¿Aprobará la dirigencia el examen a que lo somete el desafío de la Gran Oportunidad? Mi visión del devenir es optimista. Sigo creyendo –con Helio Jaguaribe- que la Argentina está condenada al éxito, Ruego a Dios que les otorgue sabiduría a nuestros gobernantes presentes y futuros para que podamos ser testigos de la definitiva resurrección de nuestra querida patria.
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PRIMERA PARTE ANTECEDENTES DEL DERRUMBE
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CAPÍTULO I UNA TRANSICION INEDITA EN LA HISTORIA ARGENTINA
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Despedida en Luján 25 de mayo de 2003. Quinta Presidencial de Olivos. Esa madrugada apenas pude dormir un par de horas. Me había acostado tarde después de una cena de despedida con los miembros del gabinete y sus cónyuges. Al ver a todos mis colaboradores reunidos me emocioné mucho. Pasaron por mi cabeza, como ráfagas, recuerdos de tantas vivencias compartidas. Con Chiche nos tomábamos de la mano como para evitar lágrimas. Sin embargo, todos lloramos un poco esa noche, en los abrazos de la despedida. La ansiedad me sacó de la cama a las 5 de la mañana. Aún era de noche y hacía mucho frío. Me abrigué y salí a caminar por el parque. Oscuridad y silencio. Dormían hasta los ciervos y los perros de la Quinta. Sólo se movían, como para calentarse los pies, algunos soldados de imaginaria en los portones de la residencia. Era mi último día como presidente. Pensé en que debía pedir la cantidad de actos administrativos que había realizado en ese año y medio. La gestión de gobierno es eso: convertir las ideas y los proyectos en actos administrativos. No se gobierna con discursos.1 A las 7.30 ya había leído los diarios, estaba bañado, vestido, desayunado y esperando comenzar la jornada. A esa hora, en el chalet presidencial sonó la Diana de Gloria ejecutada por la Fanfarria Alto Perú del
Regimiento
de
Granaderos.
Habían
llegado
algunos
ministros,
secretarios y colaboradores para acompañarme en el tradicional chocolate con el personal militar. Se cumplía el 193° aniversario de la Revolución de Mayo. Estaban el jefe del Estado Mayor Conjunto, Juan Carlos Mugnolo; el general Ricardo Brinzoni; el brigadier Walter Barbano; el almirante Joaquín Stella y el ministro de Defensa Horacio Jaunarena. La ceremonia fue sencilla: se izó la Bandera y la banda de Granaderos tocó el Himno Nacional.
1
Ver documentación completa de la gestión en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
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Poco después, con Chiche, partimos en helicóptero hacia Luján. Celebraríamos el tedeum pero, además, yo quería agradecerle a la Virgen que hubiera ayudado a la Argentina en su momento más grave y pedirle por el nuevo gobierno. Mi devoción por la Virgen es conocida. El periodista de Clarín que nos acompañó esa mañana escribió: “El presidente saliente es devoto de la Virgen de Luján, explican cerca de él. La misma que instaló en el despacho presidencial en pleno verano de 2002, cuando se hizo cargo del gobierno. La que le regaló dos veces a la familia Macri: una en 1991, cuando una banda de comisarios secuestró a Mauricio, y otra hace pocas semanas, cuando la hermana del empresario, Florencia, sufrió la misma pesadilla.”
2
La historia de esa Virgen entronizada en el despacho presidencial durante mi mandato remite a otra anterior. El obispo de Mercedes me contó que una vieja monja que vivía en Luján quería conocerme porque, según
ella,
había
recibido
un
mensaje
de
la
Virgen
que
debía
comunicarme. Esa mujer, que padecía cada año los estigmas de la crucifixión y que era un caso de estudio en el Vaticano, me fue presentada en una de mis visitas a Luján. - Usted debería tener una imagen de la Virgen en su despacho- me dijo. - Soy muy devoto de la Virgen, me gustaría mucho tenerla- le respondí. - La Virgen me ha dado un mensaje para usted. Tiene que prometerme que va a cumplir con lo que le voy a decir. - Se lo prometo. - La Virgen dice que usted tiene que evitar una guerra y que tiene que preocuparse principalmente por los pobres. ¿Me promete que lo va a hacer? - Sí, se lo prometo. A usted y a la Virgen.
2
Clarín, ‘"Me voy contento", dijo Duhalde en su último día como presidente”’, 26 de mayo de 2003. En: http://www.clarin.com/diario/2003/05/26/p-02001.htm
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Así fue como me regalaron la imagen de la Virgen que me acompañó hasta el último día de mi gobierno. Había muchísima gente en la basílica, en la plaza y los alrededores. Caminamos por la recova junto con el gobernador Felipe Solá. La gente aplaudía y nos daba muestras de cariño. Muchas veces había visto ese paisaje: la plaza, más allá la vieja recova, la basílica impresionante y la fachada colonial del museo. Muchas veces había caminado por allí como gobernador y había vivido instantes emotivos, pero nada al nivel de lo que sentía aquella mañana.
La fiesta de la democracia en las calles Se respiraba un clima de fiesta que luego se pondría aún más en evidencia en la Plaza de los Dos Congresos y en Plaza de Mayo. Mientras se desarrollaba la ceremonia de jura del doctor Kirchner ante la Asamblea Legislativa, llegaron a la zona de Congreso decenas de miles de personas. Flameaban banderas argentinas. Se habían movilizado desde el Gran Buenos Aires y venían caminando también, desde todos los barrios de la Capital, familias enteras, con chicos y ancianos. Cuando nos trasladamos desde el Congreso hasta la Casa Rosada para entregarle los atributos del mando al nuevo presidente, recibimos las muestras de afecto de esos miles de argentinos que habían salido a la calle a festejar. He visto hace poco videos que muestran esas escenas conmovedoras. El contraste del 25 de mayo de 2003 con los días de fines de diciembre de 2001 y comienzos de 2002 no podía ser mayor. Vida hoy, muerte ayer. Fiesta hoy, duelo ayer. Sol pleno, banderas agitándose, rostros alegres en contraposición a aquellas jornadas. En las tristes horas finales de 2001, en la esquina capitalina de Hipólito Yrigoyen y Bolívar se produjo una escena que recurrentemente vuelve a mí: un grupo de jóvenes, algunos de ellos apenas adolescentes, 16
con capuchas y pañuelos cubriéndoles los rostros, amontonaba cubiertas en medio de la calle, le prendían fuego y el humo negro y denso se elevaba por el aire pesado del verano y ennegrecía el Cabildo. Las vidrieras de los negocios de la Avenida de Mayo y calles adyacentes habían sido destrozadas. Las fachadas de los bancos se cubrían como si viviésemos una guerra. En aquel 2001, más de treinta hogares argentinos vivieron su peor Navidad y terminaron su año más terrible. No podrán comprender jamás que sus hijos hayan muerto por la represión de un gobierno democrático. La Argentina vivía una tragedia. Nada podía permanecer igual después de ocurrida. La Argentina debía cambiar. La violenta represión del 20 de diciembre quedaba en la historia como quedaron la Semana Trágica (1919) y la Patagonia Trágica o Rebelde (1921), matanzas ejecutadas bajo gobiernos democráticos. Sin embargo, De la Rúa se despidió hablando de todo y sin hacer una sola mención a los más de treinta muertos que produjeron su irresponsabilidad y su incapacidad. El 25 de mayo de 2003 no podía evitar esos recuerdos. Me dolía el pasado, pero también sentía orgullo del presente. Se lo dije a Chiche y después lo comenté con algunos presidentes que habían llegado a Buenos Aires para asistir a las ceremonias de traspaso del mando: - Estoy orgulloso de nuestro país. Hace muy poco veíamos argentinos que golpeaban cacerolas, rompían vidrieras y quemaban gomas en las calles; hoy los vemos celebrando con felicidad. No vienen a agradecerme, no vienen a recibir a Kirchner. Vienen a celebrar la fiesta de la democracia. Fue así. Si bien yo dejaba el poder con el 53% de imagen positiva, esa gente no estaba allí para saludarme. Néstor Kirchner no era aún el presidente con la popularidad de la que hoy goza. El motivo de la fiesta era la continuidad democrática de la Argentina. Habíamos logrado superar la peor crisis de nuestra historia. La democracia se había afianzado y las instituciones estaban a salvo. Por eso mi sentimiento fue orgullo. Orgullo 17
ante los presidentes que estaban allí acompañándonos y ante el mundo, que había empezado a valorar el esfuerzo de la Argentina.
El alivio por la tarea cumplida Siempre recordaré la frase de Fidel Castro aquel 1º de enero de 2002, refiriéndose a mi asunción: “Sólo un loco puede hacerse cargo de un gobierno en esas circunstancias”. Y el vocero del Departamento de Estado de los Estados Unidos dijo: “No querría estar en los zapatos del presidente argentino”. En lo personal sentía alivio de saber que, desde ese momento, me liberaba de la responsabilidad de gobernar. En los días previos había empezado a sentirme saturado. Goberné hasta el último momento, pero en los días finales me pesaban las tareas. Tenía un agotamiento que me llevó mucho tiempo superar. Mariano Grondona había escrito en una de sus columnas dominicales del verano de 2002: “Se supone que el poder es siempre apetecible. El poder de Duhalde, sin embargo, no lo es”3. Y tuvo razón. Clarín lo decía en la nota que antes mencioné: “A Duhalde lo invadía una combinación de alivio, por el final ordenado de su gestión, y de evidente ansiedad por que llegara ese momento de descanso y de ‘desenchufe’”. La madrugada anterior, después de despedir a los últimos invitados, caminábamos con Chiche desde el quincho hasta el chalet presidencial, en Olivos. De pronto le dije: - ¿Y si nos vamos de viaje? - ¿Adónde? - No sé, ya veremos. A algún lugar por donde podamos caminar en paz, sin que nos reconozca nadie. - ¿Cuándo? 3
La Nación, “De Justo a Duhalde, la crueldad de la misma opción”, 03/02/2002. En http://www.lanacion.com.ar/371319
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- Mañana. - ¿Mañana? - Sí. Al mediodía reuní a los presidentes y al príncipe de Asturias en un almuerzo en el comedor de la Casa Rosada. Aproveché la ocasión y le dije a Lula: - ¿Tenés un par de lugares en el avión? - Si. ¿Para quiénes? - Para Chiche y para mí. Si tenés espacio nos vamos con vos. - Si, claro. Cuando terminan las ceremonias de Kirchner nos vamos. Y Lula me sorprendió con una pregunta: - Y para la custodia, ¿necesitas lugar? En realidad, yo quería irme sin custodia. Estaba cansado de moverme siempre vigilado. Me asfixiaba la falta de privacidad. Le mentí a Lula: - No, no hace falta. A la custodia la mando en otro avión. Ese 25 de mayo me embargaba otro sentimiento: una enorme gratitud hacia el equipo de colaboradores. Desde los ministros hasta el último
director
nacional,
desde
los
gobernadores,
legisladores
e
intendentes hasta mis colaboradores más cercanos.4 Habíamos pasado juntos “una temporada en el infierno”, como reza el título del libro del poeta francés Arthur Rimbaud. Y allí estábamos después del vía crucis en la fiesta de “resurrección”. Había usado esa expresión en el programa de Mirtha Legrand, al que había ido con Chiche un par días antes. La utilicé, como metáfora, porque da cuenta del padecimiento. Pero en el sentido más profundo, más cristiano, ese tormento es el de la semilla, que debe morir para dar a luz una nueva vida. La resurrección… Quién sabe, tal vez todos festejábamos la vida aquel frío 25 de mayo sin tener conciencia clara de estar haciéndolo.
4
Ver composición completa del Gabinete de crisis en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
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Pienso, hoy, al escribir estas líneas, que los argentinos, a veces, tenemos que llegar al borde del precipicio para recién mirarnos unos a los otros y tejer entre todos una red solidaria. Lo digo porque a partir de la crisis empezó a verse un pequeño crecimiento de la solidaridad entre nosotros. La exposición “en carne viva” de los problemas de todos permitió que nos descubriésemos como hijos de la misma familia, hermanos que sufren los mismos males y que deben trabajar juntos para superarlos. Ojalá, entonces, aquella semilla que sembramos en medio del derrumbe se haya quebrado para dar a luz la planta nueva. A media tarde terminó la ceremonia en la que le entregué la banda y el bastón a Néstor Kirchner. El Salón Blanco de la Casa de Gobierno estaba radiante. Los invitados extranjeros celebraban el clima de alegría. Estaban todos los gobernadores y los miembros del gabinete que me habían acompañado, muchos de los cuales continuarían en funciones con el nuevo presidente. Los flashes enceguecían. Yo miraba alrededor mientras por mi cabeza desfilaban las escenas de los meses pasados. Cuando dieciséis meses antes había sido yo quien recibiera los atributos presidenciales, el ambiente fue recoleto. Caras de circunstancia, como se dice. En aquel momento sólo pensaba en mi deber, que sintetizaba en dos cosas: evitar la guerra civil y garantizar la sucesión institucional. La imagen que las resumía era, precisamente, la que estaba viviendo en ese 25 de mayo: el momento de entrega del bastón y banda presidenciales a mi sucesor, electo por el pueblo. La satisfacción del deber cumplido, decían todos –incluidos los medios de comunicación-, al ver mi rostro de alegría. No solamente ésa era la causa. Esa alegría se debía también a que me despojaba del poder. Estaba cansado; había hecho mi tarea y ansiaba irme. Nunca me aferré a los cargos. Para mí no son otra cosa que herramientas de trabajo con las que cuenta el político. Cuando el cargo se torna más importante que la tarea, ha comenzado la decadencia. Ha llegado la hora de la renovación.
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De manera que mi alegría se unía a la del pueblo argentino y a la de todos aquellos que colmaban el Salón Blanco, iluminado a pleno, con todas sus galas. Chiche tenía los bolsos preparados en el baúl de su auto y aún no sabíamos qué destino final elegiríamos. Antes de reunirme con Lula para abordar su avión que nos llevaría a Brasilia, el doctor Antonio Arcuri me entregó un sobre con el informe de mis actos administrativos. Me puse el sobre en el bolsillo y con Chiche nos subimos a un auto para ir al Aeroparque. Abrí el sobre y leí el papel con membrete de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia: “Entre el 1º de enero de 2002 y el 25 de mayo de 2003 la gestión de Eduardo Duhalde tuvo una ardua tarea de gobierno que se tradujo en una enorme actividad administrativa en la gestión de leyes, decretos y mensajes al Poder Legislativo. En ese período ingresaron 5.037 expedientes de diverso tipo para su tratamiento. De ellos, 4.231 fueron suscritos por el presidente Duhalde, discriminados de la siguiente forma: 3.510 decretos; 155 decretos de necesidad y urgencia; 121 mensajes al Congreso de la Nación con proyecto de ley; 238 mensajes de comunicación al Congreso de la Nación; 207
mensajes
solicitando
acuerdos
para
el
servicio
exterior,
militares y jueces”. - ¿Qué es eso? –me preguntó Chiche. - Mi gestión –le dije, y le di el papel. El auto en el que nos desplazamos salió de la explanada de la calle Rivadavia y tomó la Avenida de Mayo flanqueado por miles de personas que agitaban banderas argentinas a nuestro paso. La custodia hacía punta con motocicletas y la gente nos saludaba al reconocernos. Lo mismo ocurrió en la Avenida 9 de Julio. Habíamos bajado las ventanillas para devolver los saludos. En un momento nos tomamos de la mano con Chiche, que comprendía exactamente la emoción que se había apoderado de mí. 21
Evitar la guerra civil, garantizar la sucesión. De eso se trataba.
Una transición sin antecedentes En la consideración de los mandatarios extranjeros que nos acompañaron ese día memorable y de la prensa en general, circulaba nítida la idea de que estábamos viviendo una transición inédita. Se daba una continuidad única en la historia argentina. Estábamos acostumbrados a giros pronunciados, cambios bruscos que no se produjeron el 25 de mayo de 2003. No se trataba sólo de una transferencia de nombres. Era una transmisión de experiencias de gestión, templadas en el fuego de los peores momentos de la Argentina. Un hombre del justicialismo le entregaba el poder a otro de su propio partido. Dejaba en marcha un programa que se mostraba exitoso, tanto en la macro como en la microeconomía, y una parte considerable del gabinete en pleno funcionamiento. Quedaban Roberto Lavagna en Economía; Aníbal Fernández en Interior; Ginés González García en Salud; José Pampuro, hasta ese momento secretario general de la Presidencia, en Defensa; y Carlos Tomada en Trabajo, cartera de la que había sido viceministro. Y permanecía también en sus cargos un ochenta por ciento de secretarios, subsecretarios y funcionarios de alto rango en toda la burocracia del Estado. Es que se trataba de un equipo de gran experiencia,
integrado
también
por
el
Jefe
de
Gabinete,
Alberto
Fernández, que había sido titular del Grupo Bapro; el presidente del Banco Central, Martín Redrado, que fue vicecanciller; y una lista interminable de profesionales de reconocida capacidad de gestión. Ellos, y el resto de colaboradores que me acompañaron, debieron realizar su tarea sin presupuesto, con un Estado desquiciado y con la necesidad impostergable de dar permanentes respuestas a las demandas. Los funcionarios eran perseguidos, insultados, agredidos, despreciados por la sociedad. Había que tener mucho temple para aceptar un lugar en ese 22
gobierno. En enero de 2002 nadie quería hacerse cargo del poder y me encontré ante la certeza de que no aceptar el mando hubiera sido un acto de cobardía. No tenía opción. Mis colaboradores tampoco la tuvieron. En el país no abundan, lamentablemente, equipos de gobierno con experiencia y capacidad probadas. Ése era, entonces, el único capaz de asumir la patriada. Por eso nunca dejaré de recordar a todos y cada uno de ellos. Sólo se puede salir airoso de circunstancias como aquellas si se cuenta con un equipo capaz, valiente y patriótico, dispuesto a afrontar el riesgo. Yo conté con él. Y cumplí la palabra empeñada al entregar el gobierno a otro presidente constitucional. Recibí por eso elogios y reconocimientos, entre ellos el del nuevo jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien aseguró a la prensa: “Nos deja un país ordenado, sin crisis social, sin violencia. Creo que ha tenido un gesto de generosidad que la historia le recordará"5. Y, entre los líderes de la oposición, quiero recordar también el que hizo Elisa Carrió, que me sorprendió: “Duhalde se fue muy bien hoy, la verdad es que tiene esa mezcla de estadista y puntero de Lomas de Zamora que es una cosa maravillosa, pero hoy se fue como estadista, y yo lo debo reconocer. Subiéndose al avión con Lula, otro se hubiera quedado a ver cómo algunos de los suyos ocupaban puestos de segundo nivel; se fue bien, y miren que yo no tengo ninguna simpatía por Duhalde”6. Eso ocurría dieciséis meses después. El 1º de enero de 2002 teníamos otra Argentina, cuya crisis motivó las más disparatadas ideas y expresiones que muchos ya habrán olvidado. Sin embargo, hoy, que estamos lejos de aquellos peligros, podemos hasta disfrutar de aquellos dislates que se decían. Se puede observar al leerlos también el clima permanente de hostilidad que mi gobierno debió enfrentar. Algunos botones de muestra:
5
La Nación, “El Jefe de Gabinete destacó la homilía”, 26/5/03. En http://www.lanacion.com.ar/499018 6
De las declaraciones de Elisa Carrió al programa de Canal 9, “Hora Clave”, 25/05/2003. En http://www.elisacarrio.com.ar/prensa/entrevista_hora_clave25.htm y http://www.clarin.com/diario/2003/05/25/um/m-565120.htm
23
Dos economistas proponían “privatizar” la gestión económica del país. He aquí algunos párrafos:7 “El mundo entero debe proveer ayuda financiera a la Argentina. Empero, ésta debe efectivizarse sólo cuando Argentina acepte una reforma radical, el control y la supervisión internacional del gasto, la emisión y de la administración de impuestos.(…) La Argentina debe ceder ya mismo buena parte del control de su sistema monetario, fiscal, de regulación y gestión soberana de sus activos por un período extenso. Digamos cinco años. (…) Una oficina de experientes banqueros centrales debería tomar el control de la política monetaria argentina. Esta solución aportaría mucha reputación y credibilidad de una caja de conversión sin tener que apelar a los costos de la adopción de una política monetaria hecha a la medida de otro país -estos es, de la dolarización. Los nuevos pesos no deberían ser impresos en suelo argentino. Otro agente extranjero es necesario para la verificación de la política fiscal y la firma de los cheques de la Nación a las provincias. (…) Una masiva campaña de privatización de puertos, aduanas, y otras medidas clave para la productividad deberían ser adoptados ahora”.
“Los argentinos vamos a ser presos de los productos nacionales de baja
calidad,
porque
la
importación
estará
prácticamente
desaparecida”. Roberto Cahanosky.8
Tapa de la revista Newsweek: fotografía de Duhalde con la banda presidencial y una admonición: “No tiene ninguna chance de éxito”.9
7
“Argentina: un plan de rescate” era el título original del artículo de Rudiger Dornbusch, Licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad de Génova y profesor del Massachusetts Institute of Tecnology (MIT), y de Ricardo Caballero, Economista y profesor de la Universidad de Harvard. Traducción de Bitácora, diario La República, con correcciones, Montevideo, 6 marzo de 2002. Anticipado en Argentina por Página 12, “El plan para extranjerizar el gobierno argentino”, 02/03/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-2449-2002-03-02.html 8
Canal 26, “Punto de Partida”, 7 de enero de 2002. Citado por Amadeo, Eduardo, “La salida del abismo”, Buenos Aires, Planeta, 2003. 9
Clarín, “Decir la verdad, buen remedio”, 13/01/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/01/13/e-00401.htm
24
El diario financiero The Wall Street Journal comparaba la situación de la Argentina con el de una “república bananera” y calificaba de “locas” las reformas implementadas por el nuevo gobierno.10
“La pesificación fracasará inexorablemente, pues parte del supuesto de que es el gobierno el que elige la moneda”. Gustavo Lazzari y Martín Simonetta, investigadores asociados de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.11
“No hay posibilidad de que la gente vuelva a apoyar y a confiar en el peso. Así como se escucha a la ciudadanía para voltear a la Suprema Corte de Justicia, también se debería escucharla para dolarizar la economía”. Manuel Solanet.12
“Las cosas, desde mi punto de vista, empeoran día a día” en el país, que sigue “sin rumbo fijo determinado”. (…) Con la dolarización nos hubiéramos ahorrado todos estos dolores de cabeza que tenemos actualmente con el tema de la pesificación. Si el pueblo argentino está mentalmente dolarizado”. Carlos Menem.13
“Una devaluación sin medidas de estricto control macroeconómico y de cambio estructural fuerte fracasará. Ahora es la hora de la verdad para la Argentina”. Michel Camdessus, ex director gerente del FMI.14
“Estoy seguro de que cuando la era del circo romano termine y empiece la del respeto a las instituciones, la mayoría de los
10
La Nación, edición digital, “Según The Wall Street Journal, la pesificación atenta contra los ahorristas”, 23/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/368837 11
La Nación, “La realidad demostrará que la convertibilidad dijo sólo "hasta pronto" 27 de enero de 2002. En http://www.lanacion.com.ar/369670 12
Radio Diez, “El Oro y el Moro”, 5 de febrero de 2002, Citado por Amadeo, Eduardo, “La salida del abismo”, Buenos Aires, Planeta, 2003. 13
La Nación, edición digital, “Menem pide otra vez la dolarización”, 17/03/2002. En http://www.lanacion.com.ar/381574 14
Página/12, “No respetaron la receta”, 08/03/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-2675-2002-03-08.html
25
argentinos terminará reconociendo en Cavallo al líder luchador y patriota que siempre ha sido”. Joaquín Cottani.15
“La Argentina deberá tomar una medicina amarga para salir de esta crisis”. Horst Kohler.16
“El mejor escenario esperable es que a fin de año el dólar cueste $5 y la inflación supere el 175%; el peor es un dólar a $20 y una hiperinflación del 1.100%.” Miguel Angel Broda, en una reunión del IAEF el 23 de abril, citado por Página/12.17
“Lástima que Lavagna, que es un hombre serio, se haga cargo de la economía en este momento”. Elisa Carrió.18
“Para los economistas, aún suponiendo un dólar que no se dispare más allá de $4,2, el panorama a fin de año es más oscuro todavía. La mayoría de ellos pronostica que con un tipo de cambio entre $3,6 y 4,2, la inflación anual terminará entre 80% y 100%. Más pesimista aún es la consultora Espert & Asoc., que espera un dólar en diciembre en $5,6 y una inflación anual de 115%, con lo cual el traslado de precios será de 25%”.19
“Estos meses han sido un recreo ferozmente populista, en el que todas
las
ganas
contenidas
contra
el
modelo,
contra
la
convertibilidad, y contra el capitalismo han encontrado marco para explayarse, un marco de destrucción del país”. Jorge Avila.20 15
La Nación, “En defensa del doctor Cavallo”, 14 de abril de 2002. En http://www.lanacion.com.ar/388579 16
Clarín, “FMI: "La Argentina deberá probar una medicina amarga"”, 18 de abril de 2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/04/18/e-00801.htm 17
Página/12, Suplemento Cash, Roberto Navarro, “Ni Cuadrada”, 27/10/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/index-2002-10-27.html 18
Clarín, “Para Carrió, Duhalde está débil”, 28/04/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/04/28/p-379750.htm 19
Ambito Financiero, “Para los economistas, por ahora, no hay riesgo de hiperinflación”, 27/05/2002. En http://www.ambitoweb.com/diario/portada/noticiahs.asp?id=73622&seccion=Economía&fecha=27/ 05/2002 20
La Nación, Suplemento Económico, “Los economistas coinciden en que el Gobierno no logra salir de la crisis porque el problema está en la falta de rumbo”, 26/05/2002. En http://www.lanacion.com.ar/399789
26
“Esta economía no se va a reactivar con esta gestión, está clarísimo”. Miguel Bein.21
“Ámbito Financiero reunió los pronósticos de siete de los estudios económicos
más
consultados
del
país.
Desde
IBCP,
Adolfo
Sturzenegger y Julio Piekarz señalan que ya hay un 65% de probabilidades de
entrar en una híper, mientras
que
desde
Fundación Mercado y el CEMA estiman que hay un 50% de probabilidad de llegar a esa situación. Menos pesimistas, el IERAL, de la Fundación Mediterránea y el CEB creen que todavía las probabilidades son el 30%, aunque sin acuerdo con el FMI y sin plan económico ese porcentaje va en aumento. Nadie cree que el dólar pueda bajar de los niveles actuales, y en cambio, lo menor que puede esperar la Argentina es llegar a diciembre con un dólar a $4,5. Para Ferreres y el CEMA, el valor podría superar los $5. Con estas
cifras,
los
pronósticos
de
inflación,
a
pesar
del
desaceleramiento en el ritmo de aumento en mayo: para Fundación Capital será el 100%, el CEB estima el 88%, CEMA el 120%, ICBP el 98% y Ferreres, Fundación Mercado e IERAL proyectan el 90%. Para los precios mayoristas, el nivel más bajo es proyectado por IBCP (226%), mientras que el nivel más bajo lo estima el CEB en el 124%. Todos creen que para crecer hay que recuperar el sistema financiero, Pero no está claro que eso pueda ocurrir en los próximos meses. Los economistas de IERAL anticipan que llevará al menos cinco años recuperar la confianza, para el CEB el tiempo será de por lo menos tres años, mientras que Dardo Ferrer, economista de Fundación Mercado, cree que el sistema tardará 18 meses en reacomodarse”.22
21
La Nación, “Analistas vaticinan un llamado anticipado a elecciones”, 27/05/2002. En http://www.lanacion.com.ar/400106 22
Ambito Financiero, “Malo: estiman fuerte caída (de hasta 20%) del consumo”, 01/07/2002. En http://www.ambitoweb.com/diario/portada/noticiahs.asp?id=78382&seccion=Economía&fecha=01/ 07/2002
27
“Soy escéptico ante las probabilidades de que este gobierno pueda resolver alguno de los problemas importantes de la economía”. Daniel Artana.23
“La desaparición de Argentina sigue su curso. Duhalde cumple 100 días de una presidencia que no gana confianza”, título del diario español El País en un especial a doble página del mes de abril.24
“La sospecha recorre la estepa: el gobierno de Buenos Aires soñaría con ceder esa inmensa región a los Estados Unidos y sus bancos, a cambio de la cancelación de su colosal deuda externa. «Los bancos extranjeros y el FMI han sugerido al presidente realizar un sondeo sobre el proyecto de pagar la deuda con venta de territorio”.25
Cada etapa histórica tiene su retórica. Estos testimonios muestran la agonía de la llamada era menemista, en la que los economistas del establishment podían decir todo tipo de barbaridades sin rendir cuentas. No hemos superado aún del todo ese período. Estamos en transición y la batalla ideológica por la imposición de un nuevo modelo de país está a la orden del día. A mí me tocó comenzar a darla. Ya veremos en qué condiciones debí actuar ante contendientes mucho más poderosos.
23
Àmbito Financiero, “Artana: "Ya no podemos estar peor"” 23 de Agosto de 2002. En http://www.ambitoweb.com/diario/portada/noticiahs.asp?id=86016&seccion=Economía&fecha=23/ 08/2002 24
El País, “La desaparición de Argentina sigue su curso”, por Francesc Relea, 14 de abril de 2002. En http://www.elpais.com/articulo/reportajes/ARGENTINA/desaparicion/Argentina/sigue/curso/elpepu socdmg/20020414elpdmgrep_3/Tes 25
Libération, “Etat à l'agonie vendrait Patagonie”, por Antoine Bigo 04/03/2003. En http://www.liberation.fr/page.php?Article=92905
28
CAPITULO II LA ARGENTINA AGONICA
29
Al borde de la anarquía 1º de Enero de 2002. Recinto del Congreso de la Nación. Esa madrugada tampoco había podido dormir y faltaban minutos para que pronunciara mi discurso de asunción ante la Asamblea Legislativa. En verdad hacía dos días que no dormía: desde que el 30 de diciembre atendí en mi casa el llamado telefónico del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Ruckauf. “Eduardo, preparate, porque el único que puede hacerse cargo de esta anarquía sos vos”. De esta manera Ruckauf me comunicó que el presidente Adolfo Rodríguez Saá iba a renunciar. La crisis en que había entrado la Argentina llevaba 9 días y se había devorado cuatro presidentes. Luego de la renuncia de Fernando de la Rúa, la Alianza se había desbandado y nadie quiso hacerse cargo de la deserción de su líder. Quedaba la posibilidad de que el presidente provisional del Senado, Ramón Puerta, volviera a tomar el mando. “Eduardo, ahora no vas a poder decir que no. No hay otro que le junte la cabeza a todo el mundo”, me respondió Ramón, también por teléfono. Después me contó su último diálogo con Rodríguez Saá: -
A mi me sacaron el apoyo. Si quieren que me vaya, me voy. Agarrá vos el gobierno – le dijo el puntano.
-
Adolfo, no renunciés ahora. Tranqulizate y tomate un tiempo. Es domingo 30 de diciembre. Es un despelote si te vas – le rogó Puerta.
-
Háganse cargo ustedes.
-
Dame al menos tiempo para que arme la Asamblea y el nuevo gobierno.
-
Tenés media hora.
-
¿Media hora? Entonces hablá con Camaño –respondió Puerta en alusión al titular de la Cámara de Diputados.
-
Bueno, y si él no quiere que acepte la Corte.
30
-
¿Cómo la Corte? –le preguntó Puerta- ¿Hicimos todo este esfuerzo institucional y le vamos a dar el gobierno a la Corte? ¿Para que nos incendien el país? Rodríguez Saá no le respondió y se fue a su provincia. Desde San
Luis anunció por cadena nacional su retiro de la primera magistratura. El país estaba acéfalo. Era la anarquía. El presidente no había presentado su renuncia formal y tampoco la enviaba por ningún medio. La jueza Servini de Cubría le había hecho un cargo por abandono de la presidencia. Puerta no quería volver a asumir. Eduardo Camaño no podía hacerlo. Alberto Zuppi, ministro de Justicia y estrecho colaborador de Rodríguez Saá, se presentó en el Congreso para comunicar que si el presidente de la Cámara de Diputados no se hacía cargo del mando se entregaría el poder a Julio Nazareno, titular de la Corte Suprema.
¿El poder a la Corte Suprema? Ese episodio ocurrió en un almuerzo, en el despacho de Eduardo Camaño,
donde
estaban
los
representantes
más
importantes
del
peronismo, incluidos los jefes de los bloques de diputados, Humberto Roggero y de senadores, José Luis Gioja. Según los relatos, fue una reunión durísima. Camaño, después de escuchar los argumentos del enviado puntano, explotó: - ¡Yo no llegué a este punto de mi vida para entregarle el país a la Corte!
Tenemos
en
el
Parlamento
hombres
con
capacidad
y
responsabilidad para gobernar este despelote. ¡Ustedes están locos si piensan que vamos a entregar el país a la Corte de la mayoría automática! Tan alterado estaba Camaño que salió de su despacho y pegó un portazo. Se fue y los dejó a todos encerrados, porque no podían abrir la puerta.
31
Camaño se comunicaba permanentemente conmigo. En una de esas llamadas lo noté ansioso o angustiado. Él es una persona normalmente serena y de un enorme aplomo. Se lo dije y me contestó: - Primero de todo, esa locura de la Corte. Pero además yo tengo dos cosas pendientes: la amenaza de Servini de Cubría que si no se hace la sucesión como corresponde, me mete preso si llega a haber un muerto… y la renuncia que no llega. Le dije que no había nada que hacer más que apurarlo a Rodríguez Saá para que efectivizara la renuncia y rogar que no hubiera disturbios. En realidad, el temor de Camaño era justificado. Ese día de fin de año, las radios y los correos electrónicos daban cuenta de convocatorias a la Plaza de Mayo. Se anunciaba, sin que hubiera fuentes ciertas, una gran movilización. Se hablaba de la Noche de la Furia, la del 31 de diciembre. Se presumía que todo el mundo iría a la Plaza de Mayo a expresar su indignación y sus odios. No sólo Camaño estaba angustiado. Todos temíamos la violencia. Sobre todo, Juan José Alvarez, el único que estaba a cargo del control de las fuerzas de seguridad para contener a la gente. Camaño habló con muchos medios de comunicación para que bajaran un poco la exposición de las imágenes del 20, 21 y de los días posteriores.
Sin Estado, sin gobierno En la televisión se la pasaban mostrando la imagen de una viejita agarrándose la cabeza y pidiendo por favor que pararan. Una y otra vez los disturbios, los incendios. Era un aquelarre televisivo que parecía incitar a una violencia mayor. Camaño pidió calma a la gente y prometió que en 48 horas iba a haber un nuevo presidente. Rogó tranquilidad para que se pudiera festejar ese día con la familia y no hubiera manifestaciones que trajeran consecuencias indeseadas. Por suerte no ocurrió nada.
32
La noche anterior, cuando un pequeño grupo intentó nuevamente traspasar las vallas y llegar hasta la Casa Rosada, se vivieron momentos de enorme tensión. - Eduardo, ¿qué hago? –le preguntó Alvarez a Camaño-. Nos van a incendiar la Rosada. - Hablá con Rodríguez Saá. Todavía es el Presidente. - En serio, dame instrucciones. Esto viene pesado. - Juanjo, no tengo atribuciones, todavía no soy nada. El puntano no mandó su renuncia. - Bueno, yo me hago cargo desde acá. Deseame suerte –se resignó Alvarez. Esa noche, el Secretario de Seguridad fue por horas el único poder visible de la Argentina. Alvarez resolvió comandar él mismo el operativo en Plaza de Mayo y otros sitios céntricos. El Estado era él. Este escenario, por insólito, pinta a las claras en qué situación se encontraba el país. Alvarez le dijo al jefe de la Policía Federal que quería dirigir personalmente el operativo. El Jefe le contestó que eso lo haría responsable directo de lo que ocurriera, a lo que Alvarez contestó: - No veo que tenga otra alternativa. Así que las órdenes las voy a dar yo. Deme un handy. - Doctor, le doy el handy, pero no funcionan. - ¿Cómo que no funcionan? - Las baterías se descargan porque están agotadas. - ¡Me están jodiendo! - No, señor –admitió el jefe policial. Alvarez no podía creer lo que escuchaba. - Entonces, arme un sistema con los celulares particulares. Que cada comando operativo use el propio. Y yo quiero el listado con los números de cada uno, así me comunico directamente. Posteriormente, el doctor Alvarez se comunicó con el entonces Jefe del Ejército, teniente general Ricardo Brinzoni, y le pidió que preparara
33
dos aviones Hércules para traer personal de Gendarmería desde Santiago del Estero. -¿Quién va a dar la orden?- preguntó el General. -Yo -le aclaró Alvarez. El silencio del otro lado del teléfono se hizo interminable, hasta que Brinzoni contestó: -Avísele a Miranda26 que prepare la tropa. Los pasaremos a buscar a la madrugada. Ese escenario desconcertante se completó con un nuevo llamado telefónico. La jueza María Romilda Servini de Cubría quería saber quiénes estaban en Casa de Gobierno. -Estoy yo- le informó Alvarez. -¿Está solo? -Usted sabe que sí. -Voy para la Secretaría de Seguridad con mi secretario, a ver en qué puedo ayudar -le dijo la magistrada antes de colgar. Ese encuentro se produjo de madrugada y fue el único respaldo institucional recibido por aquellas horas. En ese mismo lapso, en Lomas, supe que la responsabilidad de enfrentar la crisis ya estaba sobre mis espaldas. El argumento de todos con los que hablé era similar: quienes habían asumido no tenían poder político. Necesitamos alguien con peso para hacerse cargo de las decisiones que hay que tomar. Durante varios días me había mantenido en una actitud de colaboración para quien se hiciera cargo del país. Pensaba que Rodríguez Saá podía encaminar las cosas. Tal como le había encomendado la Asamblea Legislativa, debía convocar comicios en 60 días para designar autoridades con el voto del pueblo. Personalmente, no estaba de acuerdo con llamar a elecciones en las condiciones de violencia en que se encontraba la Argentina. Sin embargo, era cierto que un presidente electo tendría poder suficiente como para abrir un nuevo ciclo en el país. Pero todo se derrumbó en apenas siete días. 26
Comandante Hugo Miranda, Director Nacional de Gendarmería.
34
El país sobre mis espaldas Muchas cosas pasaron por mi cabeza. Me ofrecían la Presidencia de la Nación y no se movían en mí aquellas pasiones y ambiciones de años anteriores. Ahora me encontraba ante la más alta magistratura, pero no llevado allí por el pueblo, sino por mis pares y porque ningún otro reunía las condiciones o quería cargarse a las espaldas un país agónico. La situación de ese momento fue descripta por el politólogo y director del Centro de Estudios Nueva Mayoría, Rosendo Fraga, como “la más grave en lo económico-social de la historia argentina y una de las más difíciles desde el punto de vista político, como lo confirma la sucesión de cinco presidentes en diez días”
27
Hay un peronismo, que nuestros jóvenes deben conocer en profundidad, que enseña que el dolor de los otros es el dolor de uno y que la Patria herida es nuestro cuerpo herido. Ese peronismo existió y existe y sólo su reivindicación y su puesta en vigencia podrían hacer correr sangre caliente, nuevamente, en mis venas políticas. Es un legado que no podemos tirar a la basura en nombre de la “nueva política” o de la memoria de la era menemista. Supe que lo que me inmovilizaba en el living de mi casa, mientras se profundizaba la crisis, fue mi necesidad no volver a ejercer cargos ejecutivos. La derrota de 1999 no fue fácil de digerir. Tenía la gran ilusión de ser el partero de un nuevo período en la vida nacional y eso me daba una enorme energía que fue consumida por la derrota. Pero había otra motivación, tan fuerte como la anterior, que me retenía en el living de mi casa: mi familia. Soportaron, mi esposa y mis hijos, mis hermanas, mi madre, y hasta mis más íntimos amigos el vacío
27
Fraga, Rosendo. En Diario Perfil, Suplemento El Observador, “Podrían haberlo hecho”, 17/12/2006, Pág. 6. En http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0155/obs_003.html
35
que dejaba mi tarea en el poder. Yo no había estado -lo que se dice estarcon ellos como lo necesitaban y como yo mismo lo deseaba. Pero enfrente estaba la Argentina, mi tierra, mi hogar, mi patria, gravemente enferma. Mi decisión estuvo basada en esa certeza. Estaba la Argentina agónica. En los días previos a la huida de De la Rúa, Abel Posse había publicado un artículo de opinión en el diario La Nación: “Entramos en el ojo de la tormenta. Es la hora de la verdad, No estamos preparados”, compañeros
comenzaba. y
amigos
de
Y
escribía otras
algo
fuerzas
que
después
políticas
muchos
utilizarían
como
argumento para convencerme: “Somos una tribu sin cacique. Todo es anarquía:
la
de
los
capitanes
del
menemismo
como
la
de
los
autodesaparecidos de la Alianza”.28 El 30 de diciembre tenía tomada la decisión de hacerme cargo de la presidencia. Hablé con Chiche y con mis hijos. Los reuní, les comuniqué mi decisión y les pedí ayuda. Ellos ya esperaban esa noticia, aunque no la deseaban. “Otra vez sopa”, dijo una de mis hijas. Chiche, realista y pragmática, me preguntó: -¿Qué chance tenés de salir bien de esto? - Si me dan tiempo, vamos a salir. Sé lo que hay que hacer. No voy a la Rosada a ver qué se me ocurre. Es el plan que tenemos escrito, el que propusimos en el ‘99 y en la última elección. - Pero Eduardo, el país es un desastre. - Si, pero por eso mismo es la oportunidad. Es ahora o nunca. Si el Plan lo hubiéramos puesto en marcha en el 99, no tendríamos que haber pasado por el derrumbe. Si lo poníamos en marcha a mediados de 2001, antes del corralito, hubiésemos tenido un 50% de chance de salir bien. En este momento tenemos el 10%, algo es algo- le dije a Chiche. Camaño pasa el fin de año en la Rosada
28
Posse, Abel. En La Nación, “En la emergencia nacional”, 17/12/2001. http://www.lanacion.com.ar/359812
36
Al día siguiente, el último del año, asumió Eduardo Camaño. Esa transferencia de mando debe ser única en la historia del país. Se hizo por fax. Se envió desde San Luis el certificado y el escribano de Gobierno, con esos papeles, dio la venia para el traspaso del mando. Rodríguez Saá nunca viajó a Buenos Aires para entregar su renuncia. Así se sostenían las instituciones en aquellos momentos. Camaño, de mejor humor, me llamó desde la Casa Rosada para contarme cómo había sido la ceremonia: - Llegué a la Casa de Gobierno con el escribano para hacer el traspaso del mando y un edecán que vino a la Cámara de Diputados y me acompañó todo el tiempo. Nos estaban esperando en la puerta dos granaderos y un sargento. Eso era la Casa de Gobierno el 31 de diciembre del 2001, la soledad misma. Pero en medio de esa desolación, la Argentina seguía siendo un país en funcionamiento. Siempre hay acciones administrativas que deben ejecutarse, resoluciones que hay que tomar. En la Casa de Gobierno había que resolver qué se hacía con la gente que cumplía el año de trabajo. Se vencían contratos y otros quedarían efectivizados, por ejemplo. Había que renunciar a los ministros de la gestión anterior y dejar algunos otros con el fin de garantizar los mandatos por 48 o 72 horas. Camaño se quedó con algunos funcionarios de Rodríguez Saa, como Rolo Gabrielli, de Mendoza, que era Ministro del Interior y luego continuó conmigo en ese mismo cargo; Daniel Scioli, Secretario de Turismo y Deportes; Juanjo Alvarez, al frente de la Seguridad, y nombró a Antonio Cafiero como Jefe de Gabinete, porque no sabía cuánto iba a tardar la nueva Asamblea en designar al Presidente.29 No tuve mucho tiempo para elaborar el discurso de asunción. El 31 de diciembre trabajamos en mi casa hasta las once de la noche. A esa 29
El Jay Leno Show, uno de los talk show más importantes de los EE.UU., presentó un número sobre la Argentina con cinco presidentes a los que literalmente se los tragaba uno a uno la tierra. El último afirmaba que sólo iba a permanecer ahí dos minutos: "Soy el presidente de la Argentina. Si tiene algo que preguntar, por favor apúrese". Citado en Clarín, 06/01/2002; http://www.clarin.com/diario/2002/01/06/p-334061.htm
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hora les dije a quienes colaboraban conmigo, que seguiríamos a la mañana siguiente. Era hora de bajar la cortina y de sentarse a la mesa familiar.
¿Quiénes me eligieron el 1º de enero? La Asamblea Legislativa estaba convocada para las 12 del día siguiente. Sin embargo, se retrasó varias horas en comenzar, y otras cinco más en debatir mi designación. Seguí el debate desde una sala contigua a la Cámara de Diputados30, mientras depurábamos el texto del discurso. El senador por San Juan, José Luis Gioja, me propuso como Presidente en nombre del Justicialismo. Enseguida se sucedieron los discursos, algunos sorprendentes por su poco sentido de la realidad. Alicia Castro, por ejemplo, pidió que se tratara su proyecto para llamar a elecciones para el 3 de marzo. ¿Quién podía asegurar las condiciones en que se encontraría el pueblo argentino dos meses después? Parecía que no alcanzaban a darse cuenta de que había en las calles ambiente de anarquía, la mitad de la población por debajo de la línea de la pobreza y desesperada; y la sociedad toda insultando a la política y a los políticos. En ese momento, me resultaba muy difícil comprender qué esperaba Elisa Carrió: “No queremos echar más leña al fuego –dijo-, pero en estas condiciones no vamos a acompañar la continuidad del mandato hasta 2003, con la aclaración de que tampoco estamos del lado de aquellos que desesperadamente quieren ir a elecciones el próximo 3 de marzo. Es necesario hacer las cosas con mesura y serenidad; hay que hacer grandes acuerdos
democráticos
en
este
Parlamento
sobre
la
cuestión
del
`corralito´, la red alimentaria y los temas urgentes de la sociedad”. El ARI
30
Ver trascripción del debate y acta de la Asamblea Legislativa en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
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parecía no advertir que era necesaria una autoridad que condujera hacia esos acuerdos. Los legisladores integrantes del FREPASO apoyaron mi nombre, aunque “con reservas y reparos”. Como si no hubiesen formado parte de la coalición que nos llevó al desastre, la senadora Vilma Ibarra diagnosticaba
la
situación
como
una
simple
observadora;
Darío
Alessandro, jefe del bloque de diputados de la Alianza, tuvo una actitud de nobleza hacia mí: “Tengo que reconocer una cosa y no me arrepiento. Quizás el senador Duhalde, en soledad, cuando desde distintos lugares planteamos una visión de la problemática económica, él –desde hace tiempo y pagando costos políticos- tuvo otra visión. Es hora de que ese discurso se concrete a fin de que no vuelva a pasar lo que muchas veces sucedió. Si es así, sin duda, va a tener nuestro apoyo”. Por su parte, la Izquierda, en sus distintas versiones, no logró salir de su infantilismo perpetuo. En las calles ardían los automóviles, la violencia se diseminaba por todo el país y ellos ¡pedían una Asamblea General Constituyente para reformar todo el sistema político, caduco y cuestionado! En el colmo del disparate, la diputada Patricia Walsh sostuvo: “Estamos en contra de la devaluación y de la dolarización”, pero nunca dijo a favor de cuál medida estaba. El diputado Humberto Roggero, que cerró el debate como presidente del Bloque Justicialista, lo expresó con certeza y claridad: “Muchos de estos bloques que nos dicen lo que tenemos que hacer son los mismos que en algún momento pusieron un vicepresidente de la República que en medio del camino huyó de ese gobierno, abandonándolo. (…) Muchos de los que nos dicen qué es lo que tenemos que hacer fueron parte de un gobierno y nosotros los respetamos, pero ahora se nos acusa de cómplices por haber permitido que ese gobierno gobernase”. Roggero le respondió a la izquierda que puso en duda que el Justicialismo hubiera sido el triunfador de las elecciones del 14 de octubre del año anterior: “No vamos a aceptar la soberbia de los números porque hay acá legisladores que se hacen cargo del voto nulo, del voto protesta… 39
¿y saben una cosa? Ellos sacaron menos votos en sus partidos que el voto bronca, que el voto nulo, que el voto en blanco”. No pude dejar de emocionarme con las últimas palabras del discurso de Roggero: “Aquellos que quieran oír que oigan. Aquellos que quieran seguir que sigan. Aquellos que quieran ser parte del antipueblo, de derecha o izquierda, los que quieran ser parte de la antipatria, de derecha o de izquierda, que Dios los ayude, porque el pueblo peronista transitará junto al pueblo argentino la reconstrucción del país junto a las mayorías nacionales. Por eso proponemos al compañero Eduardo Duhalde como presidente de los argentinos”. Había
una
enorme
ansiedad
de
parte
de
muchos
de
mis
colaboradores y de varios legisladores. Algunos pretendían que en mi discurso aludiera a cada una de las demandas de los diversos sectores, aunque no tuviéramos todavía las soluciones. Yo me negaba. Los escuchaba y notaba que me cargaban de mayor ansiedad. Pero en esos momentos es cuando uno no debe perder la concentración. De un borrador original largo y detallado, fui acortando párrafos y temas para dejar lo que finalmente quedó. La votación se definió por 262 votos positivos, 21 negativos y 18 abstenciones, con el apoyo de la UCR, del Bloquismo de San Juan, del Movimiento Popular Neuquino, del Partido Renovador de Salta, de Fuerza Republicana, del FREPASO, de Acción por la República, de la Unión de Centro Democrático, del Polo Social, del Frente Cívico y Social de Catamarca, y del Partido Liberal de Corrientes. Ingresé al recinto y presté juramento ante la Asamblea. En los palcos estaban mi familia, algunos amigos y dirigentes del peronismo bonaerense que eran mi mayor apoyo y sostén, en aquellos momentos de gran fragilidad. Conocía desde ya el recinto y también la cabecera. Allí había presidido numerosos ceremonias como Vicepresidente de la República. Recordé la Asamblea que había recibido a George Bush padre cuando visitó el país como Presidente. En esa oportunidad le manifesté que 40
muchas administraciones norteamericanas habían prestado su apoyo a las dictaduras militares en Argentina y Latinoamérica31. Recordé también la visita de Arias, un ex presidente costarricense, destacado por su lucha por los derechos humanos y la igualdad de los pueblos. Pero eran condiciones distintas. No podía ocultar mi nerviosismo. Sabía lo que me esperaba. Sabía a qué potro me iba a subir. Se borraron los recuerdos fugaces y me encontré ante los senadores y los diputados que iban a escuchar mi discurso. Había llegado la hora, pues, de dar a conocer los lineamientos de mi gobierno.
V
Ver discurso completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
41
CAPÍTULO III QUE SE VAYAN TODOS Las bases de la fragilidad democrática
42
La crisis de representatividad Tanto para los estudiosos de los procesos históricos y sociales como para la enorme mayoría de los argentinos, la crisis de fines del 2001 es la más profunda y amplia de nuestra historia. Fue no solamente política, sino también social, económica, institucional y de valores. Atravesó, además, y de distinto modo, al conjunto de la sociedad: desde los encumbrados que integran el vértice de la pirámide económica hasta los millones de marginados y pobres que engrosan la base de la misma. Sus intereses sectoriales los diferenciaban pero, a la vez, los unían un reclamo común: el cuestionamiento a las dirigencias de toda naturaleza, sobre todo política, y la desconfianza más absoluta hacia las instituciones. Que se vayan todos fue la expresión acuñada para mostrar hasta qué punto había llegado la ruptura de ese contrato de representatividad que las sociedades suscriben con sus dirigentes. La base del sistema democrático se había hecho pedazos. Y a la par, nadie creía en el rol que las instituciones podían –y debían- cumplir en ese momento dramático de la vida nacional. Al intentar explicarnos ese fenómeno, muchos estudiosos y analistas han remitido al golpe militar del 24 de marzo de 1976, cuando el quiebre institucional protagonizado por las Fuerzas Armadas inició el mayor proceso de violación de los derechos individuales y sociales y atacó los cimientos
de
una
economía
productiva
independiente,
con
alta
participación de los asalariados en la distribución de la renta, para instalar el predominio de los sectores concentrados del capital financiero. Comparto ese criterio y de hecho lo manifesté así en numerosos discursos y declaraciones durante mi presidencia. Sin embargo, si vamos más atrás en la historia, veremos que esa enorme debilidad republicana que se evidenció a finales del 2001 tiene orígenes en la práctica golpista instaurada en el país a partir del 6 de septiembre de 1930, cuando el Ejército derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen.
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La diferencia, en cambio, con aquellas situaciones críticas de nuestra historia, que derivaban inexorablemente en la intervención militar, es que la del 2001 fue enfrentada dentro de los límites de la Constitución y el sistema democrático. Causas de la fragilidad democrática La historia de los golpes militares en el siglo XX muestra que el Ejército argentino encabezaba asonadas que terminaban con los gobiernos democráticos para imponer una dictadura con programas económicos de signo contrario al anterior. Y desde el punto de vista de la interrupción en el funcionamiento de las instituciones y la violación de las libertades y los derechos humanos, fueron de menor a mayor. Hagamos un repaso breve de esos golpes militares y veamos después qué efecto tuvieron en nuestra imperfecta democracia. En 1930, el jefe del Ejército, general José Félix Uriburu dio el primer golpe militar de nuestra historia moderna. El gobierno popular de Hipólito Yrigoyen fue cuestionado por la supuesta decadencia personal del caudillo en el manejo de las cuestiones del Estado, pero la razón más profunda hay que buscarla en la política protectora de nuestros recursos naturales y su programa reformista y de profundización de la vida democrática nacional. Lo sucedieron los gobiernos de Agustín P. Justo primero y de Roberto Ortiz y Ramón Castillo después, sustentados todos en el fraude electoral. Esto, así como el pacto Roca-Runciman firmado con Gran Bretaña y las políticas comerciales tan desfavorables para nuestras empresas, motivaron que a esos años se los recuerde como “década infame”. Esos gobiernos fueron a su vez derrocados por otro movimiento sedicioso militar. El golpe del 4 de junio de 1943 tuvo una clara inclinación derechista y, a la par, abría un capítulo económico de fuerte nacionalismo que
44
después
profundizaría
Juan
Domingo
Perón
desde
sus
gobiernos
democráticos. En contra de ese nacionalismo económico y las grandes reformas populares -previas incluso a la puesta en vigencia del Estado de Bienestar por la socialdemocracia europea- se levantó otra vez un sector de las Fuerzas Armadas en 1955. El peronismo de aquellos primeros años constituyó una verdadera revolución, amplió los derechos civiles y sociales, instituyó el voto femenino y abrió las puertas de la educación media y superior a los hijos de
la clase
obrera. Sin embargo,
la autodenominada “Revolución
Libertadora” comenzó su defensa de la libertad bombardeando la Plaza de Mayo, matando civiles, luego fusilando inocentes en José León Suárez, después barriendo todas las conquistas sociales y laborales e instaurando por primera vez en la Argentina una brutal censura política y cultural.32 A Arturo Frondizi lo voltearon, como ha sido demostrado por numerosos historiadores, intereses contrarios a la política nacional desarrollista de ese gran intelectual y político, que fue electo con el apoyo peronista. El Ejército, con el general Juan Carlos Onganía a la cabeza, derrocó en junio de 1966 a don Arturo Illia. Y ¿cuál fue el pecado del presidente Illia? Haberse opuesto a los intereses de las grandes multinacionales de medicamentos. El orden que prometió ese gobierno golpista fue el de las bayonetas que custodiaban los intereses del gran capital representados por Krieger Vasena en el gabinete. En relación con todas estas dictaduras precedentes, la que emerge del golpe del 24 de marzo de 1976 fue la más sangrienta y destructiva para los argentinos. Fue un golpe de Estado demasiado anunciado, y hasta esperado por algunos sectores, como una solución a los problemas de la violencia. No advertían que en nombre de la libertad se eliminaría a esa libertad proclamada, que en nombre del orden se impondría la paz de 32
Como muestra, recuérdese el Decreto 4161 “Prohibición de elementos de afirmación ideológico o propaganda peronista”, publicado en el B.O. el 9 de marzo de 1956. Ver texto en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
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los cementerios. La lección que todos hemos aprendido es que si no hay respeto por las instituciones y los derechos, el retorno al peor pasado siempre será posible. La dictadura de los tres comandantes y Martínez de Hoz El ejército se había hecho cargo del gobierno de hecho en Tucumán, con el Operativo Independencia y a fines del ‘75 sucedió lo mismo en el Nordeste. Casi como una transición sin resistencias, se instaló en el poder la
Junta Militar integrada por Videla, Massera y Agosti Persecución,
asesinatos, todo tipo de violación a los derechos humanos y a las personas comenzaron a tener lugar, a la par que se instauraba un nuevo paradigma económico, tan nefasto como el político. Es decir, no se trató de personas libradas a sus más bajos instintos, sino de un plan sistemático, desarrollado y organizado para la persecución y eliminación de personas. Y esta metodología respondía, a su vez, al designio de instaurar una política económica enemiga del desarrollo productivo nacional, que, en mayor o menor medida, había sido el objetivo propuesto por todos los gobiernos a partir de 1945, con la sola interrupción de la dictadura antiperonista de Pedro Eugenio Aramburu (1955-1958), que había ensayado sin éxito un regreso a la economía agrícola. En relación con el golpe del ’76, la mayoría de las interpretaciones históricas coincide en atribuir sus razones profundas al cambio de política económica. En efecto, la violencia generalizada dejó en segundo plano el programa transformador que el peronismo
comenzó a implementar a
fines de 1973, fuertemente resistido por el orden conservador de la época. En sus casi dos décadas de exilio, sobre todo el madrileño, Perón se había ocupado de mirar el mundo y regresó con un espíritu de verdadera conciliación nacional. Observador de los movimientos hacia la unidad europea, ya destacaba la importancia de la formación de los grandes
46
bloques regionales. Treinta años después tuve la ocasión de presidir el MERCOSUR y comprendí el pensamiento profético de Perón.33 Ya a finales de la década del cuarenta, el viejo líder había desarrollado el concepto de universalismo, que nosotros conocimos después con la denominación de globalización. Ambos términos parecen sinónimos, sin embargo no lo eran para Perón. Globalización es un término acuñado por las naciones dominantes, mientras que universalismo es una expresión política de signo contrario. Porque surge de la unión de dos
conceptos:
uno
y
diverso.
Perón
se
oponía
al
proyecto
de
homogeneización del mundo de parte de las potencias dominantes. Levantaba la bandera de la diversidad cultural y política de los pueblos ante los gérmenes, hoy concretados, del autoritarismo mundial. Las guerras que hoy se presentan con excusas democráticas y religiosas ¿no son, acaso, ataques a esa diversidad de la que nos hablaba Perón?
34
En los pocos meses que gobernó Juan Perón impuso un programa que se sustentaba en una alianza entre el capitalismo nacional y los trabajadores. El Pacto Social de la CGT, CGE y el Estado fue precisamente la expresión de esa alianza y el pensamiento económico de ese gobierno se resumía en el paquete de leyes enviado por el Ejecutivo al Congreso a fines de 1973. El Pacto, que se denominó Acta de Compromiso Nacional, se basaba en diversas medidas que significaban una verdadera reforma estructural. Se buscaba, además de estabilizar la economía, sentar las bases de un Proyecto Nacional de desarrollo, con participación del Estado en el fomento de la economía nacional y una distribución equitativa de la riqueza, cuestión que es política permanente de los integrantes de la
33
Ver el legado doctrinario póstumo de Juan Domingo Perón, “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional”, anunciado en el Congreso de la Nación el 1º de Mayo de 1974. También recomiendo la selección de escritos y discursos de Perón realizada por Fermín Chávez en “Tercera Posición y Unidad Latinoamericana”, Ed. Biblos, Buenos Aires, 1985. 34
Ver Huntington, Samuel P. “El Choque de Civilizaciones y la Reconfiguración del Orden Mundial”, Ed. Paidós, Primera Edición en la Argentina, 1997.
47
Unión Europea desde los años setenta y que ya Perón había planteado en su primer gobierno de fines de los cuarenta. Entre otras medidas, se proponía un impuesto a la renta potencial de la tierra para obligar a los propietarios a producir más. Se penaba de ese modo la ineficiencia. En esa materia, el Estado avanzaría también sobre el manejo de las exportaciones de la carne y los cereales. Se planteaba además la suspensión de los desalojos rurales para proteger a los
pequeños
productores
que
arrendaban
tierras
a
los
grandes
propietarios. En otros órdenes, se proponían severas penas a la evasión impositiva y se acrecentaba el control del crédito para impulsar a las empresas de capital nacional. Se dispuso la creación de un organismo que nucleara a las empresas del Estado, seguramente inspirado en el IRI italiano35, que llegó a poseer incluso empresas industriales de todo tipo. En aquel entonces, el Estado argentino controlaba los servicios públicos y de energía, además de industrias aéreas y navieras, entre otras. El paquete legislativo contemplaba una ley regulatoria de las inversiones extranjeras, que les impedía adquirir empresas existentes, participar de medios masivos de comunicación y de servicios públicos, bancos, compañías aseguradoras y de transporte, entre otras. Era una ley muy restrictiva. Otra medida que generó, como las anteriores, una enorme oposición de las fuerzas conservadoras fue la nacionalización de los depósitos bancarios. El Banco Central sería, a partir de la aprobación de la ley, quien controlaría los depósitos y de esa manera el crédito. El Gran Paquete Gelbard, como se lo llamó por el apellido del ministro de Economía, se complementaba con medidas de protección y promoción industrial, comercio con el bloque socialista y tercermundista, reformas financieras y fiscales y a todo eso se sumaban leyes de carácter
35
El Istituto per la Ricostruzione Industriale (IRI) nació en 1933 en Italia con el objetivo de reconstruir el sistema bancario e industrial italiano, paralizado por la crisis del ’30. Luego de casi setenta años de funcionamiento efectivo, fue cerrado el 30 de Junio de 2000.
48
social referidas a la organización de los sindicatos, la regularización de los contratos de trabajo, seguridad social, salud y educación.
Como siempre, la izquierda funcional a la derecha Pero a la izquierda radicalizada todo esto le parecía poco. Jaqueó a Perón con la violencia más irracional, atrapada en su histórica ceguera para ver los problemas argentinos. Terminaron como todos los grupos armados: focos intolerantes aislados del pueblo y ensangrentados en su propia violencia. Desde el llamado lopezreguismo, la respuesta fue especular: se montó la llamada Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) para el cometido de acciones terroristas, persecución a militantes, intimidaciones y asesinatos. Por aquellos días se comentaba que en los pliegues del poder anidaban algunas células de esta organización de derecha que perpetró cientos de crímenes en nombre de la defensa de Isabel. Se trató, en verdad, de una organización delictiva que buscaba congraciarse con los sectores golpistas de las Fuerzas Armadas, con quienes –según se ha dicho- existían vasos comunicantes. Aquellos sectores de izquierda, entonces, y la derecha asesina de la Triple A ofrecieron la coartada para el muy anunciado golpe de 1976. Los primeros contribuyeron a la caída de Isabel Perón en nombre del socialismo, pero el 24 de marzo no vino el Che Guevara. Llegaron Videla, Massera y Agosti. Y la AAA, hizo lo mismo, pero con el argumento de la defensa de la ex presidenta. Cumplida su función golpista, la organización desapareció, mientras la dictadura se ensañaba con decenas de miles de militantes. Como ya era una constante de los golpes, el del ‘76 tuvo su proclama que lo autojustificaba. En ésta se aludía a la falta de autoridad, de decisión para luchar contra la subversión, etc. Uno de sus párrafos daba a conocer sus propósitos, que hablan por sí solos: “Las
Fuerzas
Armadas,
en
cumplimiento
de
una
obligación
irrenunciable, han asumido la conducción del Estado. [...] Esta 49
decisión persigue el propósito de terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo y sólo está dirigida contra quienes han delinquido o cometido abusos de poder. Es una decisión por la Patria y no supone [...] discriminaciones contra ninguna militancia cívica ni sector social alguno [...] Por medio del orden, del trabajo, de la observancia plena de los principios éticos y morales, de la justicia, de la realización integral del hombre, del respeto a sus derechos y dignidad, así la República llegará a la unidad de los argentinos y a la total recuperación del ser nacional”.36 El profesor emérito de Sociología en la Universidad de Binghamton, New York, James Petras, ha dado una interpretación que subraya el puente entre la asonada del ‘76 y la década menemista: “El golpe representa la primera gran intervención político-militar de Washington después de la derrota de Indochina y tras la victoria de Chile. La lección que Washington aprendió....fue que la única manera de restaurar la hegemonía era a través de un régimen de terror masivo. El camino recorrido desde 1976 a la dolarización de facto de la economía argentina (vía Plan Cavallo) es directo y lógico: del terror a la recolonización”.37 El ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz inauguró aquí una etapa que se caracterizó por la aplicación de políticas que luego adquirirían cuerpo de doctrina con el “Consenso de Washington”, en la que se inspirarían la mayoría de los programas propuestos para los países de la periferia. Se trató, en realidad, de una política francamente antiindustrialista, que pretendía para Argentina el rol de productor de materias primas, en una división internacional del trabajo diseñada por los países industrializados. Fue, efectivamente, el comienzo del proceso neocolonizador que dominó nuestra economía durante 25 años.
36
De la proclama firmada por Videla, Massera y Agosti el 24 de marzo de 1976.
37
Petras, James. “Siete tesis sobre el significado histórico del golpe militar del 24 de marzo de 1976 en Argentina”. En Rebelión, 25/03/2001: http://www.rebelion.org/petras/argentina250301.htm
50
Obviamente, los grandes sacrificados fueron el trabajo y los trabajadores, porque al globalizarse los intercambios comerciales y las transacciones financieras, también los salarios empezaron a regirse por los niveles más bajos que se pagaban a nivel mundial 38. Los países industriales tomaron diversas medidas protectoras, pero también sufrieron –aunque con menor impacto que nosotros- la invasión de productos de bajo precio producidos masivamente en las neofactorías del sudeste asiático, ampliadas luego a diversos puntos del planeta. Se trató en realidad, cuando este “tsunami” económico-financiero parece haber perdido su fuerza expansiva inicial, de la más fuerte adaptación que se tenga registro de la estructura económica general al esquema de trasnacionalización regido por las grandes corporaciones, que son las que generan la mayor parte del producto mundial. En las últimas décadas del siglo, con la explosión de las tecnologías de comunicación, el sistema mundial se vuelve “global” y opera en simultáneo, sólo restringido por los husos horarios. Allí aparece, también, el fenómeno de mundialización financiera, donde los medios de pago se expanden a una tasa considerablemente mayor a la que registra el incremento de la producción de bienes y servicios concretos, que constituyen la “economía real”. La deuda externa, como flagelo que castiga a una mayoría de países periféricos, debe entenderse, ante todo, en ese contexto. Así se explica el feroz endeudamiento argentino entre 1976 y 1983. Mayor aún fue el que se produjo en los gobiernos de Carlos Menem y Fernando De la Rúa, a lo que me referiré más adelante. La Argentina hizo muy poco o nada para protegerse en este proceso, que no se produjo de manera uniforme en todo el mundo. Sobran los ejemplos de países que se adaptaron con mayor beneficio a este esquema mundial. Como he dicho en innumerables ocasiones, aquí han jugado un papel decisivo las notorias falencias de la clase dirigente. Incluyo en ese juicio tanto a los partidos políticos populares como a la
38
Clarín, Suplemento Especial: “A treinta años de la noche más larga. El derrumbe de salarios y la plata dulce”, 24/03/2006. En http://www.clarin.com/suplementos/especiales/2006/03/24/l01164108.htm
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propia élite de los negocios y el poder económico, que “compró” ese modelo e ignoró o despreció el factor nacional como eje del desarrollo y tensión para asegurar una mejor distribución de la riqueza a nivel local.
El alfonsinismo y el retorno de la democracia En 1983 el país recuperó la democracia y ésta es, desde entonces, un valor compartido por la sociedad, cosa que no había ocurrido homogéneamente a lo largo del siglo, signado, como hemos visto, por la inestabilidad institucional. Pero la fuerza de la reinstauración democrática no alcanzó a modificar la ola dominante en el manejo de los asuntos económicos. Raúl Alfonsín había llegado al gobierno en 1983 porque encarnaba las ansias argentinas de restauración democrática y de vigencia de las libertades públicas. Él había fundado su movimiento interno (Renovación y Cambio), que ya era toda una promesa de aire fresco. Unido al movimiento estudiantil universitario, venció a la vieja maquinaria radical del balbinismo. El peronismo, por el contrario, mostraba las mismas caras y repetía los viejos discursos. Representado en las elecciones por Italo Luder, un destacado jurista pero opaco como político, sin carisma ni capacidad de liderazgo, el Partido Justicialista no se había recuperado del fracaso de 1976. Sumergido en un autismo resentido, no había comprendido la marcha del mundo. Alfonsín por su parte, mientras avanzaba la campaña electoral, despertaba la alegría de los sectores medios urbanos y rurales por el retorno de la libertad. En ese clima de gran algarabía, con fuerte apoyo popular y de la prensa nacional, el doctor Alfonsín adoptó una prédica fuertemente democrática y la acompañó con algunas medidas que iban en esa dirección, esencialmente, el juicio a las juntas que habían gobernado durante la dictadura. 52
Sin embargo, el fracaso económico de su gestión se debió a que se mantuvieron los lineamientos básicos de la política instaurada por la dictadura. Los planes Austral y Primavera no fueron más que ajustes al programa de Martínez de Hoz, revestido de un lenguaje democrático, pero no innovaba sobre el ajuste en el manejo de las finanzas públicas, bajos salarios, y como plaza colocadora de capitales especulativos, los que emprendieron vuelo rápidamente cuando las dificultades internas se hicieron evidentes. Alfonsín no alcanzó a completar su mandato acuciado por el desborde inflacionario y la debilidad política, fruto de la derrota electoral de 1987 en manos del justicialismo. Padeció la provocación militar “por derecha”, atentados con bombas a establecimientos educativos y tomas de supermercados. Finalmente, la elección de Carlos Menem en 1989, precipitó el adelantamiento del relevo presidencial. En realidad, esa derrota en los comicios presidenciales y el vaciamiento de su poder fueron posibles por la falta de respuestas del gobierno radical a la crisis estructural de la economía. Yo había sido electo intendente de Lomas de Zamora, en 1983, con una diferencia escasa de votos. El fenómeno electoral alfonsinista se hizo sentir en todo el país e inclusso en un área de tanta tradición justicialista como el anillo conurbano de la Capital Federal. En el Gran Buenos Aires y en varias provincias la tradición del peronismo como buen gestor fue un factor de contrapeso, de todos modos. Sin embargo, aún cuando ganó en varias provincias e intendencias importantes, el sabor que quedó en el justicialismo fue de una dura derrota, pues era la primera en su historia que la sufría, a nivel nacional, por el voto de la gente. Algunos nos decidimos rápidamente a encarar una fuerte renovación interna contra el aparato de Herminio Iglesias, movimiento que después encabezaríamos con Antonio Cafiero, en la Provincia de Buenos Aires. Pero el resentimiento por la derrota electoral y la incomprensión hacia las prioridades de la sociedad argentina, llevaron a otros dirigentes a reunirse con militares que resistían la revisión del pasado reciente que 53
encaraba el gobierno nacional. Los animaba una verdadera actitud golpista en contra de Raúl Alfonsín, al punto que intentaron sumarnos, a mí y a otros intendentes, a sus actividades conspirativas. Yo estaba una mañana en mi despacho de la Municipalidad de Lomas cuando me llamó un coronel, con una alta función en el Regimiento de La Tablada, para pedirme una entrevista. Lo recibí y de inmediato me contó que estaban aunando voluntades –entre ellas la de un importante intendente del Gran Buenos Aires, otros dirigentes peronistas y algunos viejos representantes del nacionalismo conservador argentino, algunos de cuales identificó- para derrocar al gobierno. Los argumentos eran los de siempre: se atacaba a las instituciones de la República, la izquierda estaba en el poder y esas imbecilidades propias del golpismo. Mientras escuchaba al militar sedicioso me pasaron por la cabeza imágenes de amigos y compañeros desaparecidos. Con el Movimiento Social de Abogados –grupo multipartidario que habíamos constituido en Lomas- teníamos registrado 180 desaparecidos en nuestro municipio, por los que presentábamos hábeas corpus y asistíamos a sus familias. En eso pensaba mientras tenía al militar frente a mí. Le tomé los datos al conspirador y le dije con toda claridad que iba a informar al Comandante en Jefe de las FFAA –el Presidente de la República- de su actitud y de los contenidos de nuestra entrevista. Le pedí que se retirara y así terminé abruptamente esa reunión. De inmediato resolví denunciarlo, como se lo había anticipado al militar.
Mi primer encuentro con Alfonsín Llamé a la Secretaría Privada de la Presidencia para pedir una audiencia urgente con el doctor Alfonsín. Expliqué que mi motivo sólo podía conocerlo el Presidente y ningún otro colaborador. Debo haber sido muy enfático porque a la mañana del día siguiente yo ingresaba al despacho presidencial. 54
Nunca había estado en el área presidencial de la Casa Rosada. En torno del Presidente hay silencio. Una enorme oficina de los secretarios de los edecanes es el sitio donde se espera la autorización para ingresar a ver al primer mandatario. Atravesando una puerta de esa oficina se ingresa a un sitio más pequeño. Allí permanece el Edecán de turno mientras el Presidente atiende en su oficina. Nadie accede a ese lugar sin la autorización del Edecán. Y luego está el enorme despacho, dominado por una gran mesa de reuniones, tapizada, al igual que las pesadas sillas que la rodean, con un cuero verde claro, que lleva impreso el escudo oficial. Al final de ese largo rectángulo, está el escritorio presidencial y, detrás de él, el Sillón de Rivadavia. Pinturas de consagrados artistas argentinos adornan las paredes y grandes ventanales permiten una hermosa vista del Río de la Plata. El doctor Alfonsín, recuerdo, caminaba todo el tiempo por esa enorme oficina. Caminaba, con un bastón en la mano, alrededor de la mesa. Iba y venía mientras escuchaba mi relato. Luego se acercó a mí, se sentó en la cabecera de la mesa y me dijo: - Le agradezco su actitud, doctor. Es inconcebible lo que me cuenta. - No me agradezca, señor Presidente –le respondí-. Yo vengo a formular una denuncia y quiero hacerlo formalmente, por escrito, ante el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Y, además, quiero
que
sea
público
porque
los
sediciosos
tienen
que
escarmentar. El Presidente intentó comunicarse de inmediato con el ministro de Defensa pero no lo encontró. Analizamos unos minutos más el tema
y
luego me despidió con la promesa de darme una respuesta lo antes posible. Un día después me llamó y me dijo que del análisis que habían hecho de mi denuncia con el Ministro de Defensa, preferían por el momento el silencio para continuar una investigación en marcha contra los conspiradores. Me dio la tranquilidad de que esa actitud sediciosa sería castigada. 55
Ese fue mi primer encuentro con el doctor Raúl Alfonsín, a quien considero un gran demócrata y una reserva moral de la política nacional. Posteriormente, la vida tan agitada de nuestro país nos ha reunido en varias ocasiones. Una de las últimas fue precisamente en los albores de mi presidencia, cuando recibí su apoyo y el del sector político del que él sigue siendo uno de los principales referentes.
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CAPÍTULO IV SOBREDOSIS DE NEOLIBERALISMO: LA ERA MENEMISTA
57
El hijo de Rockefeller En 1986, cuando me acababa de hacer cargo de la Vicepresidencia 1° de la Cámara de Diputados de la Nación nos vimos envueltos en un nuevo proceso electoral. Había asumido mi función de diputado con tres ideas básicas para ejercer mi trabajo: crear una comisión que se encargara de legislar acerca de la drogodependencia y el narcotráfico; otra que creara los instrumentos para la Recuperación Etica de la Sociedad y el Estado; y, finalmente, ser la expresión de las fuerzas productivas en el Congreso. Comencé ese verano a elaborar los proyectos, pero enseguida me ví envuelto el en proceso preelectoral desatado. En la Quinta Don Tomás, que habíamos comprado con Chiche en San Vicente, pasamos ese verano con toda la familia. Había que trabajar. Cuando Carlos Menem me pidió que me sumara a su fórmula, llamé a algunos compañeros de mucha confianza y les pedí su opinión. Recordemos que la totalidad de la dirigencia de la provincia estaba alineada con Cafiero, salvo unos pocos intendentes: Jorge Villaverde, de Almirante Brown; Hugo Toledo, de Lomas de Zamora; Remigio López, del entonces municipio de General Sarmiento; Juan Manuel García Blanco, de Olavaria; Julio Carpinetti, de Florencio Varela, y Juan Carlos Veramendi, de Ranchos. Casi todos se mostraron favorables a que acompañara a Menem y la razón que esgrimía la mayoría era que estaba más próximo a la gente y a los pobres. En ese momento yo sentía exactamente lo mismo y eso se confirmó en las campañas del ‘88 y ‘89, en todo el país. En aquel momento, teníamos más de una coincidencia. Él hacía permanentes referencias a la historia argentina, rescataba la tradición federal y popular, y sostenía posturas claramente latinoamericanistas que facilitaron nuestra comunicación. En los actos, él se dedicaba a llevarle esperanza a la gente, mientras que yo construí mi discurso sobre la base de la necesidad de salir de la economía especulativa y adoptar un modelo
58
de producción y trabajo. Recuerdo la primera vez que le confié a Menem mi idea de la Revolución Productiva. Esa tarde, Menem estaba recostado en un sofá de su casa en la Avenida Callao al 200, donde solía pasar algunos días durante sus continuas estadías en Buenos Aires. Era gobernador de La Rioja y precandidato presidencial del peronismo. El julio de ese año de 1988 se harían las elecciones internas. El televisor estaba encendido y él tenía el control remoto en su mano derecha y lo accionaba sin parar. Como una cinta sinfín pasaban los veintitantos canales y comenzaban nuevamente. El zapping no se detenía ni un instante. No sé si seguirá conservando esa costumbre que mantuvo todos aquellos años. Yo estaba sentado en otro sofá e intentaba explicarle mi idea de lo que debíamos sostener en nuestra campaña como programa electoral. Le explicaba que el problema central de la Argentina era la persistencia de una economía financiera, rentística, que asfixiaba la producción, el trabajo y la energía de los argentinos. Menem parecía no escuchar. Nada de lo que veía en la pantalla lo atraía. No era horario de fútbol ni de noticieros. Daba la impresión de que no me escuchaba e incluso, a veces, yo mismo me distraía con ese zapping permanente. En un momento, le manifesté mi convicción de que debíamos proponerle al pueblo argentino un cambio profundo de la economía. - Tenemos que proponer –dije- una revolución productiva. Menem apagó el televisor, giró su cabeza, me miró y dijo: - Una revolución productiva. Esa es buena. Había captado la esencia de mi idea en esa formulación que ciertamente resumía lo que yo pensaba que necesitaba la Argentina. - La Revolución Productiva- le expliqué- es el título de un libro que escribí. Allí están las ideas que pueden ser nuestra plataforma. - Metele para adelante. Me gusta. De aquella revolución productiva, al cabo de una década, sólo quedaron algunos ejemplares en mesas de saldos de librerías porteñas y una burla que fue creciendo a medida que el modelo neocolonial comenzó 59
a agotarse. Un viejo militante del barrio Villa Albertina, de Lomas, lo sintetizó un día ante un grupo de compañeros: - Creíamos que el Turco era el nieto de Facundo Quiroga y resultó ser el hijo de Rockefeller.
Privatizaciones y entrega del patrimonio Durante la campaña presidencial del ‘89 la inflación, que llegó a alcanzar el pico del cinco mil por ciento, fue el telón de fondo. Su descontrol, sumado a la derrota electoral llevó a Alfonsín a pedir el adelantamiento del traspaso de mandato. Asumimos medio año antes, sin contar con el tiempo preciso para conformar un gabinete y elaborar con tranquilidad el plan de gobierno. El gobierno debió enfrentar la hiperinflación y sus secuelas, no solo económicas sino también sociales. A los trabajadores, base histórica del movimiento peronista, el salario se les escurría entre las manos a causa del aumento de precios que se daba, ya no por día, sino por horas. En medio de una gran euforia por la promesa de cambio, Carlos Menem asumió la Presidencia e intentó, como dije, sellar la alianza con el gran capital. Allí comenzó a mostrar lo que por entonces la prensa calificaba
como
gestos
sorprendentes.
Su
vínculo
con
el
gran
empresariado, designando a dos hombres de Bunge y Born en el Ministerio de Economía, fue algo tan inesperado como distante de la tradición justicialista.39 Pero el recambio presidencial no detenía la remarcación de precios en supermercados y negocios minoristas. El freno a la inflación recién se alcanzó cuando Menem había perdido a sus tres primeros ministros de Economía, Miguel Angel Roig –quien falleció al mes de su asunción-,
39
Tanto Miguel Angel Roig como Néstor Rapanelli eran altos directivos de la transnacional de origen argentino, Bunge y Born, empresa especialmente estigmatizada por Juan Domingo Perón en su escrito Los Vendepatria, Editores Rueda y Brachet-Cota, Buenos Aires, 1983.
60
Néstor Rapanelli y Erman González, lo que provocó el pase de Domingo Cavallo desde la Cancillería a Economía y la profundización del rumbo que ya se había puesto de manifiesto. En verdad, en 1990 había comenzado la ola privatizadora a partir de la Ley de Reforma del Estado (N° 23.696) que autorizaba al Poder Ejecutivo a privatizar o concesionar total o parcialmente las empresas de servicios públicos. En sólo cuatro años se privatizaron bancos; la aerolínea de bandera; los ferrocarriles; empresas de combustibles, gas natural, electricidad y telecomunicaciones; puertos; empresas de agua potable y alcantarillado, e industrias de fabricación de acero, de montaje y otras vinculadas a la defensa. Para tener una idea clara de la significación de esas operaciones llevadas a cabo por el gobierno de Menem –y en muchísima menor medida por otras administraciones provinciales- veamos algunas cifras que ha publicado el Banco Mundial.40 De un total de 88 países analizados en todo el mundo, los programas de privatizaciones crecieron de 12 en 1988 a 43 naciones en 1995. En ese período se vendieron patrimonios estatales por un valor de 135 mil millones de dólares. La región con más privatizaciones y/o concesiones fue América Latina, que concentró casi la mitad de todas las operaciones (46%). Luego la sigue Asia oriental con un 25%; Europa y Asia Central (incluida la ex URSS) con un 17% y el resto del mundo con apenas un 12%. Esos datos corresponden a la primera etapa de las privatizaciones. Posteriormente, por adquisiciones o transferencias de acciones, se fue incrementando la participación del capital extranjero. En aquella época, los titulares de las empresas nacionales privadas que adquirieron las empresas públicas se mostraban permanentemente en Olivos, la Casa Rosada o eventos sociales junto a Menem y sus funcionarios.
40
World Bank, Economic Growth in the 1990s: Learning from a Decade of Reform, Washington DC, 2005. En http://www1.worldbank.org/prem/lessons1990s/
61
Como muestran los datos del Banco Mundial, fue un fenómeno mundial impulsado por los países avanzados que no predicaban con el ejemplo,
precisamente.
La
usina
de
difusión
del
pensamiento
neocolonizador eran los Estados Unidos y Gran Bretaña. Si miramos la tabla de participación de los países en el total de las privatizaciones, confeccionada por la Subsecretaría de Privatizaciones argentina 41, nos damos cuenta de: a) fuimos los campeones de la entrega; b) los países centrales actuaron más como compradores que como vendedores: Argentina
40%
España
15%
EEUU
12%
Italia
9%
Francia
7%
Chile
6%
Canadá
3%
Gran Bretaña
2%
Suiza
1%
Bélgica
1%
Otros
4%
Total:
100%
Fuente: Banco Mundial
Un ejemplo paradigmático de la característica que marcó el programa de privatizaciones del menemismo es la de la empresa Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA). El gobierno absorbió la deuda que era de 1.430 millones de dólares, transfirió 330 millones a las empresas adjudicatarias y percibió apenas 1.294 millones, cifra menor al valor de las deudas.42 41
Subsecretaria de Privatizaciones, Citado por Cifarelli, Viviana, Taller de Estudios Laborales. Buenos Aires. En http://www.tel.org.ar/lectura/privarg.html 42
Datos de Dirección Nacional de Cuentas Internacionales, dependiente de la Subsecretaría de Programación Macroeconómica - Secretaría de Programación Económica y Regional del Ministerio de Economía de la Nación, 2000. En http://www.mecon.gov.ar/cuentas/internacionales/documentos/privatizaciones.doc
62
La entrega del petróleo, así como el formidable negocio de las telecomunicaciones, constituyeron capítulos negros de esa historia. También lo ocurrido con el sistema previsional tuvo consecuencias directas en el déficit fiscal y el consiguiente endeudamiento, al punto que algunos analistas sostienen que, de no haberse producido la gran deuda generada por la privatización del sistema, no habría habido déficit fiscal durante los años ’90 (González Fraga)43. Fue un gran factor desfinanciador del Estado a favor de las empresas privadas, en particular de los capitales financieros transnacionales. Yo no tenía prejuicios, en principio, con algunas privatizaciones. Hay que
recordar
que
veníamos
soportando
el
peso
enorme
del
endeudamiento de nuestras empresas públicas, que se convirtieron –a raíz de la gran campaña mediática- en el “demonio”. Las empresas de servicios públicos eran las enemigas de la gente y la sociedad vio con buenos ojos que el Estado se las sacara de encima. La característica de ese programa privatizador fue entonces, además de la entrega de nuestros activos, la desmesura. Como dije antes, sobredosis de neoliberalismo.
Consolidación del modelo En ese etapa (1989-1999) el país vería el más audaz proceso de reestructuración del Estado llevado a cabo por una gestión que se caracterizó por su audacia y su allanamiento al esquema propuesto para los países periféricos desde los organismos mundiales de crédito (FMI, Banco Mundial, esencialmente). El gobierno de Menem inició ese proceso de reformas que básicamente
se
asentó
en
la
apertura
de
nuestra
economía,
la
desregulación, las privatizaciones y ese elemento heterodoxo que significó
43
Entrevista a Pedro Lacoste, Revista Mercado, Enero de 2003, Nro. 1021. En http://www.mercado.com.ar/mercado/vernota.asp?id_producto=1&id_edicion=1021&id_nota=16
63
la convertibilidad, un tipo de cambio fijo atado al dólar. En realidad, dicho así uno podría comparar el proceso argentino con el de muchos otros países que produjeron reformas similares. El ejemplo más cercano es el de Chile, nuestro vecino que fue el pionero de esas reformas en nuestra región. Sin embargo, no hay punto de comparación de lo que los chilenos hicieron y la manera en que esas reformas se dieron bajo la era menemista. El país vecino conservó el control de los resortes básicos de la economía y la producción nacional. Aquí, la gran desmesura y los escándalos por corrupción tiñeron todo el proceso. Sin embargo, como veremos más adelante, el incumplimiento de los mismos preceptos que se adoptaron como catecismo, con la complicidad manifiesta del Fondo Monetario Internacional nos llevaron al derrumbe. En el fondo, lo que contaba era el abandono absoluto y total de la economía real y el reinado del sistema financiero, usurero, que terminó con todo vestigio de desarrollo productivo y de justicia social. Si bien es cierto que la adopción de ese modelo fue una decisión temprana del propio Carlos Menem, el mismo, como tal, se comienza a desarrollar en plenitud con la llegada de Cavallo al Ministerio de Economía, a fines de enero de 1991.
El festival financiero De las reglas de los Consensos de Washington tomamos en Argentina aquellos que nos desfavorecieron, como vimos, y no cumplimos con los que hubieran podido beneficiarnos. La disciplina presupuestaria no se cumplió, porque el modelo provocó un permanente desequilibrio del sector externo. Las exportaciones, entre 1990 y 1998 aumentaron un 115%,
mientras
que
las
importaciones,
en
el
mismo
lapso
se
incrementaron en un 320%. El sector financiero prácticamente no pagaba impuestos; el Estado, además, le transfirió la recaudación del sistema jubilatorio pero se quedó 64
con el déficit de los pagos. Se aplicó la desregulación financiera más amplia de América Latina, transformando al país en un paraíso para los capitales volátiles y de corto plazo. El ingreso de Inversión Extranjera Directa
(IED)
sustituyó
al
capital
nacional
pero
no
creó
nuevos
emprendimientos. Los efectos de la apertura fueron: 200.000 millones de dólares de deuda externa y 150.000 millones de dólares de fuga de capitales. Los cambios en las prioridades del gasto público significaron la reducción de las asignaciones sociales; se incorporó la idea que salud, educación, ciencia y técnica debían ser “áreas productivas” y no gasto social y se redujo el presupuesto en esas áreas. La liberalización comercial fue tan amplia que liquidó la industria argentina, provocando los índices más altos de desempleo y subempleo de toda nuestra historia. Se desregularon todos los mercados que protegían la industria, el empleo y la seguridad social. Los únicos que no se incluyeron fueron los mercados de las empresas privatizadas (que pasaron a ser monopolio privado extranjero: teléfonos, electricidad, gas, agua). El impacto de la desregulación fue que el PBI cayó más del 15% en los 10 años de aplicación. La economía retrocedió al nivel de comienzos de la década del 90. El desempleo pasó de 6% a 28%. Como paradoja de esta etapa podemos recordar que la economía crecía y mostraba sólidos índices macroeconómicos, mientras veíamos caer notablemente el nivel de vida de la mayoría de la población. Es decir, que la tasa de crecimiento del sector concentrado fue suficiente como para compensar la caída de la clase media y los trabajadores, muchos de los cuales dejaron de serlo, para pasar a desempeñarse en actividades informales o emigrar hacia la más despiadada marginalidad.
Los argentinos y el peronismo frente a Menem
65
Ante aquellas transformaciones y sus inmediatas consecuencias, se produjeron dos comportamientos en la sociedad argentina. La primera de ellas, la de la mayoría, fue de algarabía. Se vivía con profundo alivio el control de la inflación y la paridad del peso y del dólar abrió una etapa de ficticia
prosperidad
para
vastos
sectores.
La
otra
actitud
fue
de
acompañamiento más prudente, puesto que si bien se sentían los efectos de la estabilidad de los precios y de salarios “en dólares”, se empezaban a advertir los efectos del desempleo. Hay que decir que algunos sectores empresariales vivieron “la fiesta” irresponsablemente. Otros, por afinidad ideológica, se sumaron a ese coro aún en contra de sus propios intereses. En el interior del justicialismo se distinguían tres posturas: 1) la del Grupo de los Ocho que ante el proceso de transformación dio el portazo crítico, se fue del movimiento y terminó formando otro partido; 2) la de un
sector
que
se
denominó
“sicarlismo”,
que
tenía
una
actitud
absolutamente exitista y que se unió a la “fiesta” de los poderosos; y 3) la de la mayoría de los gobernadores e intendentes que apoyaban el proceso de adaptación de la Argentina a la nueva ola mundial, que respetaban la conducción de Carlos Menem, pero que advertían con preocupación los efectos negativos de esa transformación en la masa del pueblo humilde y trabajador. Debo decir que el magnetismo personal y el enorme carisma de Carlos Menem, los éxitos iniciales de su gobierno y el reconocimiento de la gran prensa nacional e internacional –algo inédito e insólito para el peronismo- obraron como un factor que ablandó las voluntades y las barreras morales, dentro y fuera del peronismo. A poco de andar el gobierno, fue absolutamente dejada de lado la consigna de la “revolución productiva” que había movilizado energías sociales generosas y despertado enormes esperanzas. De esa manera, la idea productivista que plasmé en ese libro, cuyo primer borrador escribí en 1987, resumía mis convicciones más profundas en la materia y expectativas en la gente. Se planteaba allí una gran movilización de las fuerzas productivas nacionales, detrás de objetivos de crecimiento y 66
distribución de la riqueza, que, en conjunto, daban cuerpo a un programa económico de largo aliento44. Sin embargo, la “revolución productiva” que había sido la bandera convocante, se transformó, bajo la conducción del dúo Menem-Cavallo, en transferencia
de
activos
públicos
a
grandes
corporaciones
y
en
“competitividad” para los inversores externos que vieron notablemente abaratados los activos locales. Algunas ramas de la industria aprovecharon el dólar barato para reequiparse con maquinaria y tecnología súbitamente accesibles (esto permitiría
en
2002
poner
rápidamente
a
funcionar
la
producción
motorizada por el nuevo paradigma económico). De maravilla les fue a quienes trajeron dólares y los reciclaron en pesos, en plazos fijos cada treinta días, y volvieron al dólar antes del derrumbe. Estas ganancias sumadas a las que lograron las privatizadas, constituyen la contracara del empobrecimiento argentino. Resulta evidente que el Estado había adoptado un modelo, que lo había hecho a medida y que en la base de sus políticas estaba esa fuerte alianza con el sector financiero y del gran capital concentrado que se refleja en las estadísticas que hemos visto. La estrella de Menem brillaba en lo alto del firmamento político. Su imagen se consolidaba más y más en la opinión pública y el alivio en el pueblo por el control de la inflación se traducía en apoyo al gobierno.
Mi alejamiento de Menem Yo había mantenido una buena relación con Carlos Menem desde el momento en que me integré a la fórmula electoral, a comienzos de 1988. Se hablaba en aquella época de la influencia “benéfica” que tenían los “tres Eduardos”: Bauzá, Menem y yo. Era así. Menem me escuchaba y el trato era amistoso y afectuoso y de afecto. Pero las conversaciones acerca 44
Ver el contenido de la propuesta contenida en “La Revolución Productiva” en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
67
del rumbo que su gobierno iba tomando ya no se hacían tan frecuentes, a medida que avanzaba la política neoliberal sobre la economía. El justicialismo apoyó las leyes que el Poder Ejecutivo enviaba a la consideración parlamentaria. Aún cuando algunas de esas medidas no eran compartidas, nadie dudaba de que la obligación era respaldar al Presidente. Sé que es difícil para muchos entender esa conducta partidaria del peronismo, que históricamente ha sido así. Se libran en su interior grandes debates, duras batallas internas, pero cuando una conducción es legitimada, el conjunto la acata y acompaña. No coincidí en absoluto con la decisión de Carlos ‘Chacho’ Alvarez y el Grupo de los Ocho de alejarse del Justicialismo. Compartía algunas de sus miradas críticas al gobierno pero, a mi juicio, la pelea por esos temas debía darse en el seno del peronismo. Si yo empezaba a mirar las cosas de otro modo, a tener mis ideas propias acerca de las transformaciones de la Argentina y cómo llevarlas adelante, era evidente que la Vicepresidencia y el Senado no eran los lugares apropiados para crear mi propio espacio. Básicamente, entonces, la idea de comenzar a poner en práctica esos conceptos y mi programa productivista y a la vez fortalecer mi presencia en el panorama político nacional me llevaron a pelear la gobernación. Yo quería gobernar. Es la manera en que los peronistas mejor nos expresamos.
Los nuevos movimientos sociales Tiempo después de mi alejamiento de Menem comenzó a tomar cuerpo una nueva forma de protesta social ante las consecuencias de las privatizaciones y la política de ajuste, que comenzaron a evidenciarse con mayor nitidez durante el segundo mandato menemista y –sobre todo- en el interior del país.
68
La parálisis de las economías regionales y esencialmente la desocupación generada por las empresas de servicios públicos y energía privatizadas generaron una masa de gente sin trabajo a la que el Estado ignoró. Las primeras manifestaciones de ex trabajadores de esas empresas (ENTEL, YPF, Agua y Energía, etc.) reclamaban precisamente ayuda del gobierno para organizar emprendimientos productivos y de servicios a partir de inversiones con el dinero de las indemnizaciones. Como nada de eso ocurrió, la suerte de esa enorme masa de desocupados quedó librada a la iniciativa individual. Cabe consignar que los gremios tampoco asumieron la representación de sus ex afiliados que debieron organizarse por su cuenta. Muy pronto esas manifestaciones tomaron la forma de piquetes, con cortes de rutas nacionales, dando nacimiento a una nueva modalidad reivindicativa. En 1997 se incrementaron especialmente en las zonas donde la privatización de YPF había dejado una gran cantidad de gente en la calle: General Mosconi y Tartagal, en Salta; Cutral-Có, en Neuquén. La represión de las policías locales y la Gendarmería provocó fuertes enfrentamientos que eran amplificados en todo el país por la televisión, la radio y la prensa gráfica. Símbolo de la violencia represiva fue la muerte de la maestra neuquina y madre de tres hijos Teresa Rodríguez. Así nació este movimiento piquetero que se dio por fuera de todas las tradicionales instituciones del gremialismo y la política. Sin embargo, al poco tiempo, las fuerzas más radicalizadas de la izquierda comenzaron a infiltrar algunos de esas nuevas agrupaciones. El blanco de las críticas de este movimiento, que adquirió una dimensión nacional y muy masiva al constituirse en el conurbano bonaerense, era el gobierno de Carlos Menem, insensible hacia los reclamos de los desocupados que su propia política económica había generado. La llegada de la Alianza al gobierno agravó aún más la situación porque entre los ajustes realizados se encontraban recortes a la política de subsidios sociales.
69
Hacia finales del 2001, los piquetes se sucedían cotidianamente en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Sus filas se habían engrosado con miles y miles de excluidos que reclamaban planes Trabajar, que el gobierno había instrumentado como modo de paliar la protesta, pero de una manera reducida e insuficiente para la gran masa de familias sin ingresos. A partir del corralito, en que aparecieron las cacerolas como forma de protesta de los sectores medios, las agrupaciones de izquierda pretendieron inútilmente unir esos movimientos bajo la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Los sectores medios protestaban por sus ahorros, mientras que los integrantes de los movimientos piqueteros clamaban por comida. En aquellos días finales del gobierno aliancista se sumaron a aquellas manifestaciones, en la Capital, las asambleas barriales, que tuvieron un fuerte protagonismo mediático durante su fugaz existencia. La rebelión de los ahorristas contra el corralito había sido la causa de ese estado deliberativo de vecinos porteños, que pronto se recluyeron en sus casas ante la presencia dogmática e intemperante de las organizaciones de la izquierda radicalizada. Ante la demanda de “que se vayan todos”, desde esos sectores izquierdistas surgió la propuesta de “el poder a las asambleas populares”, como una extrapolación ridícula de la consigna bolchevique de 1917 de “todo el poder a los soviets”. Como veremos más adelante, la respuesta de mi gobierno para pacificar los ánimos y atender la demanda de los más golpeados por el derrumbe fue el Plan Jefas y Jefes, más de dos millones de subsidios para las familias excluidas de uno de los derechos humanos básicos: la alimentación. Se recordará que el FMI se oponía a nuestra política social. En una oportunidad, Jorge Remes se iba a reunir con enviados del Fondo y me pidió una instrucción. - Los planes sociales no se negocian –le dije.
70
- Está bien, porque vienen con esa consigna: que los bajemos. No entienden nuestra realidad – me dijo el Ministro de Economía. - Deciles –le respondí- que los derechos humanos empiezan con el desayuno. Deciles que eso lo dijo Willy Brandt. Como es alemán, tal vez así lo entiendan.
71
CAPÍTULO V EL MODELO ESTA AGOTADO
72
Construir una alternativa justicialista En 1991 dejé la Vicepresidencia de la Nación para gobernar mi provincia. Si bien este sitio era mil veces más complicado –la exclusión que fue aumentando exponencialmente a partir de la mitad de los noventa afectaba en primer lugar a la población del Gran Buenos Aires- me daba una libertad política que no tenía presidiendo el Senado. Esa libertad política que buscaba respondía a una estrategia de la que nunca hablé públicamente, aún cuando la prensa –mucho más adelante- especuló al respecto. Mi estrategia consistía en construir una verdadera alternativa dentro del peronismo –tarea de gran dificultad en ese momento- que recuperara valores que se iban dejando de lado. Para decirlo claramente: la importancia política y social de la Provincia de Buenos Aires, bien gobernada, podía contribuir a afianzar una opción que para mí tenía un objetivo excluyente: dar un contenido ciertamente justicialista a la transformación que el mundo reclamaba de nuestro país; llevar a primer plano la defensa de los intereses permanentes de la Nación y de la reparación de esos sectores empobrecidos y marginados por el proceso neoliberal. Desde la Provincia fui poniendo en marcha una gestión que se diferenciaba de la del gobierno nacional. Mi tarea no comulgaba con los giros que iba tomando el gobierno central. En un sentido contrario, enriquecí patrimonialmente a la Provincia gestionando y obteniendo el traspaso de los puertos y ferrocarriles asentados en el territorio bonaerense y de los astilleros Río Santiago. Esas empresas fueron estatizadas y administradas por el gobierno bonaerense, a contrapelo del proceso que se estaba dando en la Nación. El 4 de mayo de 1992, a casi cinco meses de haber asumido, en el mensaje ante la Asamblea Legislativa provincial para dejar inaugurado un nuevo período de sesiones ordinarias, anuncié: “Acabamos de recuperar la posesión de los puertos emplazados en nuestro territorio. Ya están en nuestras manos los puertos de La 73
Plata, Mar del Plata, Carmen de Patagones, Zárate, Campana, San Nicolás, Ramallo, San isidro y Tigre. Y en los próximos sesenta días sucederá lo propio con los puertos de Quequén y Bahía Blanca”.45 Y
en
agosto
de
1993
comenzamos
a
administrar
nuestros
ferrocarriles. Al rendir cuenta, en marzo del año siguiente ante los legisladores, hice un balance de ello: “Esos ferrocarriles, amenazados con la paralización, que producían pérdidas millonarias al Estado, con una administración racional y pensando en los usuarios siguen funcionando regularmente y no reciben
ni
un
solo
peso
del
erario
público
provincial.
Autofinanciados, los trenes seguirán cumpliendo la función social y productiva que los bonaerenses les asignamos”.46 Era la época en que todo nicho estatal estaba sujeto a privatización y los ferrocarriles no escapaban a ello. Era la época de “ramal que para ramal que cierra”. En el caso de una vasta zona del interior de mi Provincia, la salida de gran parte de los productos primarios hacia los puertos se hacía con uno de estos ramales que evitamos que se cerrara. Con los astilleros sucedió algo similar. Evitamos su entrega por monedas y lo financiamos mientras buscábamos negocios para que la empresa se desenvolviera sin aportes públicos. El uno a uno no era un buen incentivo porque no éramos competitivos; sin embargo, logramos hacer algunas ventas y mantener el personal trabajando y ayudando a financiar la empresa. Después, con un tipo de cambio favorable, los astilleros comenzaron a desenvolverse con autonomía financiera. Hoy, 2006, siguen trabajando y son patrimonio del Estado provincial. ¿No es extraño que un ex compañero de fórmula, gobernador de la primera provincia argentina, estuviera haciendo un camino tan distinto al del
gobierno
nacional?
¿Qué
pensaba
Menem?
¿Qué
pensaba
el
periodismo? ¿Qué pensaban los representantes y beneficiarios del modelo hegemónico?
45
Ver en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
46
Ibídem.
74
Bien, Menem jamás me cuestionó nada, ni en privado ni en público, y el periodismo no lo destacó como la extraña paradoja que era. Los poderosos de la Argentina tampoco dijeron nada en principio, pero en 1999 me pasaron la factura. La pelea por el Banco Provincia fue otro capítulo de mi diferenciación en esta materia, respecto del gobierno nacional. Fue quizás la batalla más dura contra quienes verdaderamente ejercían el poder en aquellos días. Las presiones del FMI, de Cavallo y de los bancos extranjeros para privatizar los tres grandes bancos estatales del país –el Nación, el Provincia y el Ciudad- eran fuertes y se ejercían públicamente a través de campañas de desprestigio y de intentar convencer a la gente de que la banca privada internacional era más confiable que la pública nacional. Nosotros habíamos impulsado una fuerte política de expansión del Banco. En esa época fue la empresa que más creció, de hecho, con la conformación del Grupo Banco Provincia, un holding que se desarrolló rápidamente y de manera muy competitiva y eficiente. En 1996 fui explícito ante los “pedidos” de privatización de la banca pública provincial. En el mensaje ante la Asamblea Legislativa de marzo de aquél año manifesté: “El Banco de la Provincia de Buenos Aires seguirá siendo el soporte fundamental de la producción bonaerense, tanto agropecuaria cuanto industrial, dando a nuestros productores auxilio financiero, asistencia técnica, asesoramiento en materia de exportaciones y todos
aquellos
servicios
que
contribuyan
a
su
éxito
y
su
crecimiento”.47 En el último discurso como gobernador ante la Asamblea Legislativa, en marzo de 1999, volví a referirme a la gran pelea que durante todo 1998 libramos contra quienes querían privatizar el Banco. “Nos negamos firmemente a privatizar el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Dimos una batalla dura contra los poderosos intereses que intentaron muchas veces presionarnos y doblegarnos. Y no nos 47
Ibídem.
75
equivocamos en mantenernos firmes en nuestras convicciones. Hoy nuestro banco es el más exitoso. Sigue siendo estatal, sigue siendo patrimonio de nuestro pueblo y se ha transformado en la mayor herramienta financiera de los pequeños y medianos emprendedores. “Entre 1991 y 1998 multiplicó el volumen de sus operaciones sin despedir a uno solo de sus agentes (recuérdese que miles de bancarios habían quedado en la calle en aquellos años). Aumentó sus depósitos un 354% y sus préstamos un 96%. En la actualidad absorbe el 12% del total de los depósitos, sin recurrir a maniobras especulativas ni elevar las tasas de interés”.
48
Ante esa realidad incontestable, los privatizadores
pretendían
ensuciar la gestión del banco, en la que participaron, desde mi asunción, representantes
en
el
Directorio
de
las
entidades
agropecuarias
e
industriales de la Provincia. En aquél momento, tuve como aliado esencial al gremio bancario. Yo les había dicho a sus dirigentes que ellos se encargaran de poner freno a los embates contra los bancos Nación y Ciudad, mientras yo me comprometí a no tocar el Banco Provincia en tanto tuviera la conducción administrativa y política de la provincia. Así ocurrió y después pudimos comprobar el rol que esa banca jugó en pleno derrumbe delarruista. Pero mi diferenciación con Menem no se limitó a ese campo de su política económica. Como gobernador fui marcando distancias de la dirección del Estado nacional. En 1995, recién reelecto Menem, intenté explicar la necesidad de ver los aspectos negativos de ese modelo que mataba la producción. Lo hice de todos modos, pero el debate público recién estalló con resonancia a partir de 1997, con mi famosa frase “el modelo está agotado”. A partir de entonces, nuestras posturas se hicieron irreconciliables. No se trataba de cuestiones personales. Eran convicciones profundas las que nos distanciaban definitivamente. Ya reelecto como gobernador, seguro candidato presidencial del justicialismo, tenía un poder político
48
Ibídem.
76
consolidado y eso provocó que la prensa nacional prestara atención a mi pensamiento. La Argentina, además, mostraba signos tan evidentes y dolorosos como para que se abriera el debate nacional a plena luz del día.
El modelo está agotado El debate se generalizó, pues, con el arranque de la campaña preelectoral. En julio de 1998 comencé, como precandidato justicialista, una gira patagónica con vistas a las elecciones del año siguiente. En Neuquén los compañeros organizaron el 25 de ese mes un acto muy masivo. Por primera vez los enviados de los grandes medios recogieron una expresión que yo venía utilizando y la convirtieron en título. 49 “El modelo está agotado” comenzó a imponerse desde ese momento, a punto tal que unos días después en otro acto, esta vez realizado Puerto Madryn, el 8 de agosto de aquél año, retomé el tema a raíz de las repercusiones que mi frase había tenido. Al llegar a la provincia del Chubut fui recibido por los senadores justicialistas
Osvaldo
Sala
y
César
Mc
Karthy
y
otros
dirigentes
provinciales. “¡Qué despelote que armaste!”, me dijeron. Yo no tenía información de que mi discurso de Neuquén había calado hondo también en todo el interior del país. Los compañeros, críticos de la política económica
del
sindicalismo, se
gobierno
nacional,
sobre
todo
los
dirigentes
entusiasmaron con mis ideas y me
del
animaban a
profundizar en mis conceptos críticos hacia el modelo. Después de saludar a la gente y agradecerles a los organizadores el acto tan cálido y entusiasta que habían organizado, dije: “Hace quince días comenzamos a transitar los caminos patagónicos. Y fue en Neuquén donde levantaron polvareda palabras que 49
Clarín, “Revuelo por las críticas de Duhalde al modelo económico”, 27/07/1998. En http://www.clarin.com/diario/1998/07/27/t-00801d.htm También en La Nación, “Rechazan el cambio de modelo que pide Duhalde”, 27/07/1998 (En http://www.lanacion.com.ar/104843) y en Página/12,”Duhalde reciclado”, 28/07/1998, (http://www.pagina12.com.ar/1998/98-07/98-0728/pag02o1.htm)
77
pronuncié. Decía en la capital neuquina que el programa que iniciamos con este gobierno en 1989 estaba agotado. Eso levantó, como he dicho, una polvareda bárbara”. E inmediatamente agregué lo que venía sintiendo todo esos meses en que me parecía que predicaba en el desierto: “Así se comenzó a debatir seriamente este problema que es el que nos interesa a los argentinos y se dejaron de lado discusiones menores de la política”.50 Me refería a las peleas “personales” que me adjudicaban con Menem. De esas supuestas “peleas” se servían los líderes de la Alianza para atacarme, junto con los voceros del establishment local y del propio gobierno. En realidad, tempranamente se formó ese frente con el que debí lidiar durante todos aquellos largos meses de la campaña. La polvareda a que hacía alusión en el discurso estaba referida a declaraciones de mis contrincantes en el sentido de que mis dichos “asustan a los inversores y a los empresarios”. Ya se percibía, en aquél momento, que la postura cierta de la Alianza era la que el fallecido periodista Jacobo Timmerman caracterizaba como la llave del éxito de La Opinión, el diario que había fundado y dirigido: izquierda en cultura, centro en política y derecha en economía. En efecto, como quedó después demostrado, la Alianza no pensaba en ningún cambio de fondo, sólo retoques superficiales e intrascendentes al modelo que estaba llevando al país hacia un declive cada vez más evidente. Se me acusaba de querer “volver al ‘45”, porque en mis discursos y exposiciones hacía referencia a las experiencias de Perón y luego de Frondizi como los intentos inconclusos de constituir una Argentina productiva, desarrollada, con niveles altos de integración social y con una educación superior a la media de toda la región. Me querían correr con ese latiguillo y yo respondía que no pretendía resolver los problemas del 2000 con las recetas del ‘45, pero tampoco con las recetas del ‘89, que habían
50
Ver discurso completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar.
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servido para vencer a la hiperinflación pero que ya estaban generando problemas sociales graves. Yo quería provocar ese debate porque era lo que necesitaba el país. La Alianza no quería hacerlo; insistía, en cambio, en sus señalamientos éticos
hacia
el
gobierno
nacional
porque
era
lo
que
le
daba,
evidentemente, réditos electorales. Para mí, ese debate tenía una importancia enorme. ¿De qué me servía disputar una carrera presidencial si no era para que los argentinos conocieran a fondo mi programa y supieran exactamente qué iba a hacer si me apoyaban con su voto? Quiero que la gente se acuerde de mí como el que dio vuelta la historia, anuncié también en esa gira patagónica.51 Yo sentía que era la oportunidad de expresar mi pensamiento y de ese modo ir construyendo la alternativa al modelo. Para desmontar la estructura ideológica del neocolonialismo había que comenzar por debatir ante un público de 36 millones de argentinos.
La prédica y la acción productivistas Esa convicción que guió mis actos y dichos durante la campaña de 1999 se basaba en mi formación política influenciada por el peronismo de los años fundacionales. Las lecturas de los libros de Perón y el estudio de su obra de gobierno fueron esenciales en mi capacitación como conductor político y como gobernante. También fue importante la influencia de Arturo Frondizi, que recibí esencialmente a través de Oscar Alende, mi vecino, amigo y maestro. Podría decir que soy un peronista desarrollista. Aquella formación me ha llevado a formular un planteo básico y fundamental que es que los países no avanzan sino hay una verdadera simbiosis político-productiva. ¿Y qué significa esa simbiosis? Desde ya, no es exclusivamente que el empresario se pueda involucrar en política, pero
51
Clarín, “La pelea por el 99: Acto de campaña en Puerto Madryn” 09/08/1998. En http://www.clarin.com/diario/1998/08/09/t-00601d.htm
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sí que el político tiene que ser el principal defensor de lo productivo. Y eso se evidencia creando instancias institucionales en la estructura del Estado. Esa tesis fue la que me llevó a ser el primer intendente que creó en su municipio una Secretaría de Producción y Comercio Exterior. Fue en 1983, a poco de asumir por segunda vez el gobierno de Lomas de Zamora. Debimos modificar algunas ordenanzas y lo hicimos con el apoyo unánime de todo el Concejo Deliberante. Esa experiencia me serviría después para reproducir a escala provincial esa nueva función de las comunas. En Lomas asumí a fines de 1983 y de inmediato me vinculé con la Cámara de Comercio e Industria local y me puse a disposición de sus agremiados. En 1984 organizamos la primera gira comercial lomense por diversos países de Latinoamérica. Comenzamos así un trabajo en común con el empresariado que no se retomó, lamentablemente, cuando dejé la intendencia. Con ese mismo espíritu, recuerdo que en plena campaña electoral con miras a los comicios de 1991 para gobernador, convoqué a las organizaciones y entidades representativas de la producción y firmamos un Pacto Productivo que implicaba, entre otras, cosas la creación del Ministerio de la Producción, la integración de representantes de ellos en el directorio del Banco Provincia, impulsar la creación de áreas de producción en cada uno de los municipios bonaerenses, la creación de corredores productivos,
parques
industriales,
sectores
industriales
planificados,
viveros de empresas, la apertura de líneas de crédito con tasas subvencionadas para las PYMES, etc. En todas esas acciones aparecía en el centro de mi pensamiento esa relación entre lo productivo y la política. Cuando ofrecía puestos en las listas de candidatos –tanto a legisladores provinciales como nacionales- a representantes reconocidos de la industria y el agro, era mirado con poca simpatía por los dirigentes territoriales de mi partido. Debían aceptar mi liderazgo, pero hoy sé a ciencia cierta que muchos de ellos no habían
80
comprendido que esas señales eran esenciales para el desarrollo de las potencialidades productivas de nuestra Provincia. Observo que esta situación es igual ahora que hace dos décadas. Después de las experiencias vividas, la política sigue sin comprender esta cuestión esencial para el desenvolvimiento de un país. Por esa causa he dicho que se trata de una verdadera tara de la dirigencia que se mantiene vigente. De mi parte, las convicciones en este terreno se vieron confirmadas por la observación de las experiencias exitosas registradas en muchos países avanzados. Un ejemplo que siempre recuerdo es de mi viaje a Westfalia-Renania, una región industrial alemana, muy pujante. Había sido invitado por su gobernador y aproveché para llevar conmigo una pequeña delegación de empresarios y legisladores bonaerenses. Cuando fuimos recibidos y luego de los saludos, les comenté a quienes me acompañaban: - Escuchen lo que le pregunto a este hombre y van a ver su respuesta-. A través de la intérprete le formulé mi pregunta ¿Cuántas empresas crearon este año? - Doscientas veinte mil - me respondió. Y como vio mi cara de desconcierto, tomó un papel y escribió: 220.000. - ¿Y qué mortalidad hubo?- volví a preguntar, y me respondió con un porcentaje que no recuerdo. Estos datos de natalidad y mortalidad empresarial ningún político o gobernante argentino los conoce. Ni de su municipio, ni de su provincia, y menos del país. Cuando le hice mi primera pregunta usé ex profeso el plural: cuántas empresas crearon. Porque no es una acción exclusiva de la actividad privada. Son el Estado y los privados juntos quienes trabajan en la generación de riqueza. El Estado está junto al emprendedor para asistirlo, financiarlo y acompañarlo hasta que la empresa funciona por sí sola. Tiempo después, en enero de 2003, en ocasión de mi participación en el Foro de Davos, fui recibido por el primer ministro suizo. La 81
conversación fue casi la misma. Le pregunté por la natalidad y la mortalidad empresarial y me dio de inmediato las respuestas. En esa oportunidad, pude también yo darle datos de lo que ellos llamaban “el milagro argentino”. El “milagro” es una expresión que se ha usado tanto y tan mal que en realidad oscurece el conocimiento de los fenómenos a los que quiere aludir. El famoso “milagro alemán” de la posguerra, la reconstrucción veloz de su aparato productivo y la recuperación aún más acelerada de su infraestructura (carreteras, puentes, ciudades, aeropuertos, puertos, etc.) no fue otra cosa que el fruto de la aplicación de la única receta que pone en movimiento a las sociedades y que engrandece a las naciones: la producción y el trabajo. Después, los programas económicos que se apliquen ayudarán en mayor o menor medida. Ejemplos: la Alemania de posguerra, que venía de un estatismo asfixiante, asociado inevitablemente a la opresión nazi, no podía aplicar el modelo que instrumentó en esa misma época Gran Bretaña y otros países europeos –Escandinavia, esencialmente-: el del Estado de Bienestar. El Estado participaba activamente de la vida económica y social e impulsaba el crecimiento de la actividad privada. En Alemania se desarrolló, como alternativa, el modelo de lo que dio en llamarse “la economía social de mercado”. Era una adaptación de los “aires de la época” a las condiciones específicas de una nación devastada moral y materialmente, que debía recuperar su autoestima y que para hacerlo el Estado debía actuar sin tanto protagonismo como en el resto de Europa. El “milagro” alemán fue, entonces, la inteligencia de sus dirigentes para adoptar un modelo económico afín a sus necesidades y en las condiciones especiales que vivían. Pero fue, en definitiva, el milagro de un pueblo que producía y trabajaba. En nuestro país eso no ocurría desde 1955, año en que los militares golpistas derrocaron a un gobierno que fundaba todo su accionar en esa premisa. El intento frondizista de sentar las bases de un modelo nacional 82
de desarrollo sosteniendo las premisas básicas del estado justicialista, fue, como hemos visto, cortado de raíz por un golpe militar con apoyo civil. Ese pensamiento fue la base de mi programa en la campaña presidencial de 1999. En ese momento era posible producir el viraje sin tanto “dolor de parto”. Sin embargo, De la Rúa se empeñó en dejar las cosas como estaban, hasta el derrumbe final que terminó con su gobierno, como veremos.
83
CAPÍTULO VI EL FRACASO DE LA ALIANZA
84
De la Rúa se aferra al modelo El voto popular de 1999 conllevaba la esperanza de un cambio de raíz en la Argentina, que no se refería exclusivamente a la “cultura menemista”, como hemos visto, sino que comprendía también al sistema económico. A ese sistema que había llevado al país a un pico de endeudamiento externo jamás visto y a una dependencia absoluta de los dictados del FMI para el manejo de nuestra economía. Pero el gobierno de la Alianza no entendió así las cosas ni vio que la única manera de salir de ese laberinto era “por arriba”, para usar la metáfora de Leopoldo Marechal52. De entrada nomás el programa económico mostró una profundización del modelo de ajustes, con medidas antipopulares que sólo se soportaron porque estábamos en los albores del gobierno de De la Rúa y porque el marketing aliancista aún funcionaba. La imposibilidad de sostener ese modelo se evidenciaba de manera cada vez más dramática. Ya en enero de 2001, los fracasos de los programas de ajustes dispuestos estrechaban más aún los márgenes de acción. Se habló por ese entonces de dos posibilidades que se le presentaban al gobierno: la salida de la convertibilidad o un salvataje financiero al estilo de lo que había pasado con México en 1995. Esto fue finalmente lo que se negoció y obtuvo del FMI. Ese fue el famoso “Blindaje”, una vieja idea de Roque Fernández, el ex presidente del Banco Central y ministro de Economía de Menem. Según la propaganda oficial se trataba de unos 40 mil millones de dólares a ser desembolsados en casos de aprietos financieros. Todos recordamos que el aparato propagandístico del gobierno montó una enorme campaña publicitaria presentando al blindaje como un nuevo programa económico que pondría al país en marcha. Recuerdo que en esos momentos me pidieron una opinión. No dije otra cosa que lo que ya había reiterado hasta el cansancio: Es un 52
“De todo laberinto se sale por arriba”. En Marechal, Leopoldo: "Laberinto de Amor", Sur, Buenos Aires, 1944.
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salvavidas que nos permite salir a aguas tranquilas donde no nos ahogamos, pero como el mar está tan bravío, si no se toman otras medidas vamos a estar en poco tiempo igual. Lo que proponía era pasar de una economía de ajuste a una economía de producción, que era lo único que nos podía sacar del pozo. Pero no se entendía o no se quería entender.53 Al poco tiempo se había esfumado el efecto blindaje y la crisis se ahondaba. En marzo se fue José Luis Machinea y fue reemplazado por Ricardo López Murphy. Duró apenas unos días luego de anunciar una verdadera locura: un nuevo ajuste de 2.200 millones de dólares. Machinea ya había hecho otro de 1.350 millones de dólares el año anterior, profundizando la crisis recesiva. Ahora, López Murphy se proponía eliminar unos cien mil empleados públicos y hacer caer fuertemente el peso del ajuste en educación, incluidas las universidades. Este fue el caso más evidente de la miopía e ignorancia política que se haya visto en un economista en función de gobierno. Desde ya que su plan era un disparate, pero aún concediendo que desde el punto de vista técnico hubiera tenido algún asidero, era a todas luces impracticable. Cien mil empleados públicos en la calle hubiese sido el comienzo de una ola de manifestaciones y violencia de consecuencias insospechables. Ese fue el breve interinato de un hombre de algunas luces económicas y de total oscuridad política. De la Rúa y López Murphy mostraron esa típica mentalidad de liberales conservadores, que terminan siendo los grandes constructores de la violencia.
El retorno de Cavallo y la política del ajuste Así se produjo el retorno de Domingo Cavallo al ministerio de Economía. En aquellos momentos pensé que no era la mejor elección para conducir el barco económico en medio de la tormenta. Con Cavallo yo 53
La Nación, “Duhalde afirmó que el rumbo argentino es "un desastre"”, 05/01/2001. En http://www.lanacion.com.ar/47358
86
había tenido muchas conversaciones y lo conocía bien. Discrepamos mucho más de lo que coincidimos y le reconocí en su momento la capacidad para sacar a la Argentina de la hiperinflación, pero ahora las condiciones eran muy distintas y él venía a profundizar las recetas que habían empeorado mucho más al paciente. Además, había una cuestión de equilibrio emocional que hacía falta en esas circunstancias y que Cavallo no mostraba. Por el contrario, con su estilo frenético, su intemperancia, no hizo más que agravar las peleas en el gabinete y distanciar aún más al Presidente de su propio partido. El propio De la Rúa llegó a decir en la intimidad que el ministro no hacía caso a sus directivas. Cavallo negoció con el FMI otro gran promocionado acuerdo: el megacanje. Formaba parte de lo que se dio en llamar un programa económico pero que en los hechos significaba más ajustes y un canje de deuda del orden de los 30 mil millones de dólares. Con eso se “pateaban para adelante” vencimientos de 12 mil millones de dólares entre mediados de 2001 y 2005.54 El bálsamo duró apenas un suspiro y le costó al país tasas de interés del 15%. Mientras tanto, en el aire se agitaba el fantasma más temido: el default. Como se vio en todo ese tiempo, la deuda era el gran condicionante y el FMI la usufructuaba para imponernos sus condicionamientos. Era evidente que esas políticas habían fracasado, pero el establishment local, los directivos del Fondo y el sistema financiero cerraban filas y utilizaban todo su poder económico y de propaganda para mostrar a la Argentina ante el mundo como un ejemplo exitoso de esos programas. La deuda externa creció en las proporciones ya conocidas y se ha constituido en una lápida sobre las perspectivas de expansión que pese a todo laten en la sociedad argentina. Incluso ahora, habiendo salido en gran medida del default y con las quitas obtenidas en los compromisos externos, nuestra deuda pública es un gran lastre a mediano plazo. Ya en ese momento, Cavallo se había convertido en una pieza suelta de ese gobierno sin timonel. El megacanje, como vimos, fue otra 54
La decisión inconsulta con el Congreso y los altos costos que el país pagó y sigue pagando por esa operación han llevado el tema y a sus protagonistas -De la Rúa y Cavallo- a los tribunales.
87
evidencia más de cómo el globo de lo efímero se inflaba peligrosamente más y más. A mi entender, recibir nuevos créditos que implicaran engordar al monstruo de la deuda y también mayores ajustes sobre el Estado, la sociedad y nuestras empresas era exactamente lo contrario de lo que debía hacerse.
Sincerar la crisis para evitar la implosión Yo creía que había que sincerar la situación del modo en que fuera; había que salir de esa economía especulativa que provocaba que generáramos cada vez menos riqueza mientras aumentaba las quiebras, la extranjerización y el éxodo de empresas al exterior, con la tremenda consecuencia de la pobreza y marginalidad. En una nota de opinión que publicó el diario platense El Día, a pocos días de la vuelta de Cavallo a Economía, escribí: “Ante el derrumbe institucional que el país afronta...lo primero que tiene que hacer el gobierno es decirle la verdad, de una buena vez, a la gente. Nosotros desde el justicialismo bonaerense estamos dispuestos a ayudar al gobierno, pero lo haremos para respaldar ideas concretas, en una situación política y económica clara”.55 Mi desesperación era que no veía reacción en el Presidente ni en su gabinete. Aún los medios más comprensivos hacia el gobierno reflejaban la naturaleza profunda y muy seria de la crisis social y económica, sin hablar del vacío político. Se percibía en el aire que la situación, tarde o temprano, iba a estallar. Hacia esos días intensifiqué las charlas con el equipo que me acompañaba. En su mayoría eran políticos y técnicos que habían formado parte del gobierno bonaerense. Nos reuníamos para elaborar un plan que presentaríamos
a
la
sociedad
como
nuestra
plataforma.
Todos
55
El Día, “Es hora de decir la verdad”, Por Eduardo Duhalde, 20/03/2001. En http://www.eldia.com.ar/ediciones/20010320/opinion2.html
88
coincidíamos en lo que Jorge Remes graficaba con estas palabras: “Es una bomba que anda entre la gente y que en algún momento va a estallar. No hay retorno por este camino”. Ironías del destino, finalmente Jorge debió hacerse cargo de las consecuencias de la explosión de aquella bomba. El mismo escenario que vivíamos en aquellos meses de 2001 pude observar hacia mediados de 2004, en mi Presidente
de
la
Comisión
de
primera visita a Quito como
Representantes
Permanentes
del
MERCOSUR. Conocía por buenos informes de nuestro embajador en Ecuador, Carlos Piñeyro Iñiguez, la situación difícil de ese país, de manera que llegué con ansiedad por escuchar la opinión de los propios ecuatorianos acerca de su crisis. Me armé una agenda de entrevistas tan cargada que terminé enfermo a causa del soroche. Estuve con dirigentes de todos los partidos políticos. Me reuní con directivos de entidades empresariales. Todos, absolutamente todos, eran concientes de que la dolarización estaba matando la economía del país. El alza del precio del petróleo le ha dado un respiro, pero en ese momento todos me decían que Ecuador había perdido totalmente la competitividad, cada vez exportaban y producían menos y el pobrerío ni siquiera conocía el dólar. Sin embargo, como encantados por la serpiente, no podían reaccionar. Era la misma foto de la Argentina de mediados del 2001. Publiqué a mi regreso un artículo en Clarín que titulé: “La trampa del Ecuador”.56 Eso era la dolarización, que le había aconsejado Cavallo al país hermano y lo mismo que proponía Menem como salida a nuestra crisis. El radicalismo no sentía en esos momentos como propio al gobierno de De la Rúa. Estaba enfrentado ferozmente con Cavallo y con su política neocolonial.
Se
recordará
que
la
llegada
de
éste
se
gestó
por
recomendación de ‘Chacho’ Alvarez, en la búsqueda de renovar la esperanza en la gente, que conservaba aún la imagen de aquél ministro fuerte y capaz, casi omnipotente, de Menem. La UCR sabía, como nosotros, lo que se venía. Sus líderes parlamentarios no tenían vínculo con el nuevo ministro y su relación con 56
Clarín, “La dolarización, la trampa de Ecuador”, 25/04/2005. En http://www.clarin.com/diario/2005/04/25/elmundo/i-02802.htm
89
De la Rúa tampoco existía ya a esa altura. Sólo Chrystian Colombo era el nexo entre el poder Ejecutivo y el Legislativo. Pero el Jefe de Gabinete, que también sostenía el contacto con los gobernadores y el peronismo parlamentario, tampoco tenía siquiera los reflejos para ver que el Titanic navegaba derecho hacia el iceberg. En comentarios en off a los periodistas afirmaba que “la devaluación sería la última tragedia argentina”. Todo al revés. Después de la sucesión de desaguisados de Cavallo en esos pocos y caóticos meses, los mercados se encargaron de hecho de devaluar.
La inacción delarruista En el justicialismo había voluntad de ayudar al gobierno. En realidad, lo sostuvimos mucho más de lo que hicieron los sectores financieros a quienes él favorecía. Ese establishment se encargó de poner a salvo sus bienes y lo dejó absolutamente solo. El radicalismo ya le había soltado el brazo porque en el entorno mismo del Presidente existía una declarada hostilidad hacia Alfonsín y demás altos dirigentes y líderes parlamentarios. Aún hoy, en las reflexiones que nos permite la distancia de los acontecimientos, sigo sin comprender que un hombre de la experiencia política de De la Rúa no advirtiera lo que sucedía a su alrededor. Lo devoró la inacción, una especie de abulia del poder que le impedía hacerse cargo de los acontecimientos. Cuando uno no ve respuestas en un mandatario ante hechos evidentes que las reclaman, debe empezar a preocuparse. Eso nos pasó a todos. Los
hechos
se
sucedían.
Las
estadísticas
nos
hablaban
del
empeoramiento de todos los indicadores. Los gobernadores sentían que en cualquier momento la bomba les iba a explotar a ellos. Y desde la máxima conducción del país no había la más mínima respuesta. Desde mucho antes de su caída, De la Rúa se mostraba aislado, ausente por voluntad propia. No tomaba las riendas, dejaba todo en 90
manos de Cavallo y Colombo, se ausentaba psicológicamente. Fue una actitud desastrosa para el país, que reclamaba acciones enérgicas y actitudes grandes, heroicas, si se quiere. Pensé muchas veces, también, que De la Rúa prefirió pasar él mismo –y hacer pasar al país- por los hechos que finalmente sucedieron, antes que enfrentar la realidad y cambiar completamente el rumbo. Si él hubiera optado por refundar una Argentina productiva, con todos los cimbronazos que eso significaba, nos hubiera encontrado a todos los argentinos encolumnados detrás de él. No lo hizo, sin embargo. ¿Falta de convicción, debilidad? Voces de alerta surgían de todos lados. Fueron particularmente impactantes
las
manifestaciones
de
la
Unión
Industrial
Argentina,
expresión del empresariado nacional, víctima de la política especulativa del régimen. En una de las declaraciones de su comité ejecutivo, la organización reclamaba un debate serio y a fondo para adoptar un programa de unión nacional en torno de un plan productivo consensuado y con apoyo de todos los sectores.57 Escribí un artículo apoyando esa declaración que apareció en Página/12 a comienzos de junio de ese año. Expresé allí lo que para mí eran las causas de la ausencia de ese debate y de esa falta de compromiso que los industriales reclamaban: “De un lado, una dirigencia atónita, sin rumbo ni proyecto,
alejada
del pueblo y olvidada de que la identidad esencial de la política es ser una tarea de servicio a la comunidad. Del otro, una suerte de fundamentalismo, de terrorismo ideológico, de parte de quienes han
57
UIA, “Bases para refundar la Nación”, 29 de Mayo de 2001. Los industriales reclamaban en el documento “poner fin al hambre en la Argentina”; “una justicia integralmente seria, intachable, auténtica” y “disminuir drásticamente los costos económicos del ejercicio de la política”. Su diagnóstico sobre la situación económica fue contundente: “Los industriales no podemos desconocer la angustia que nos embarga a todos los argentinos a raíz de la incertidumbre y el pesar que desdibujan nuestra vida cotidiana y oscurecen nuestro porvenir. Esa inquietud nos lleva a formular esta convocatoria que sólo alcanzará su objetivo si se la entiende como un llamado al sentimiento patriótico para que entre en acción sin demora. El tiempo para llevar a cabo las iniciativas imprescindibles se va agotando y la impaciencia social ya desborda en actos cuya violencia y fuerza transgresora están dictadas por la desesperación.” Ver documento completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
91
sido los más beneficiados por un modelo de exclusión, destructor del Estado y enemigo del trabajo y la producción locales”.58 Antes de eso, a mediados de mayo, cuando habían pasado dos meses de gestión de Cavallo al frente de la cartera de Hacienda y ya se había diluido la tibia ilusión que su asunción había despertado, escribí en las columnas de opinión de La Nación: “Es necesario tomar medidas de urgencia. Sólo con la reactivación de la economía y su correlato de mayor empleo y consumo se logrará revertir esta tendencia. En lo inmediato es prioritario implementar
programas asistenciales
para
jefas y jefes de
hogares desempleados; impulsar redes productivas; otorgar incentivos fiscales para la apertura o ampliación de establecimientos productivos;
alentar
administradoras
de
cambios fondos
en de
las
inversiones
jubilaciones
y
de
las
pensiones,
orientándolas a la producción y emprendimientos sociales; hacer una reestructuración rápida y posible de las deudas y costos de las pequeñas y medianas empresas, entre otras medidas”.59 Puse a disposición del gobierno un Plan mucho más detallado pero desde la más alta magistratura de la Nación no se tomaba cuenta de esas manifestaciones ni se atendía siquiera a los brotes de violencia que comenzaban
a
manifestarse
en
algunas
provincias
de
parte
de
desocupados y sectores excluidos.
El comienzo del fin: la defección de Chacho La primera gran advertencia que tuvimos los argentinos acerca de las carencias del gobierno aliancista fue el episodio desatado por la renuncia de ‘Chacho’ Alvarez. El escándalo de los sobornos en el Senado
58
Página/12, “Un Proyecto de Nación”, 06/06/2001. En http://www.pagina12.com.ar/2001/0106/01-06-06/pag07.htm 59
La Nación, “La agonía de la clase media”, 17/05/2001. En http://www.lanacion.com.ar/305612
92
había sido el origen de ese inesperado abandono del poder. Recuerdo que Antonio Cafiero, no bien se enteró de algunos pormenores, vino a advertirme sobre el tema y coincidimos en que sería de gravedad institucional, como lo fue. Pero no imaginamos que el asunto derivaría en la renuncia del vicepresidente. Hoy sabemos que la caída de De la Rúa empezó el mismo día en que Alvarez anunciaba su renuncia desde el porteño Hotel Castelar, donde había montado un gran show mediático, como si se tratara de una entrega de premios. Había puesto a salvo su honor, según su interpretación, decisión y voluntad, a costa de poner en riesgo la estabilidad institucional de la República. La fuga de divisas, aunque lenta, comenzó en ese momento, según se observa en las estadísticas elaboradas por el Banco Central.60 Lo primero que me llamó la atención de aquel conflicto fue su pésimo manejo por parte de los protagonistas –De la Rúa y Alvarez. Lo correcto hubiera sido estar juntos para analizar los hechos y abordar, también juntos, sus consecuencias. Pero actuaron todo el tiempo como dos personas sin contacto, sin entendimiento entre sí, más aún, enfrentados. Si Alvarez estaba absolutamente convencido de la responsabilidad del presidente en los sobornos, debiera haber ido hasta el fondo. Pero eludió la responsabilidad. Se despojó del mandato popular en una clara actitud inmadura. Su renuncia fue un golpe a la esperanza de la sociedad, que aguardaba más de él. A lo largo de todo el conflicto, Alvarez pensó más en su desempeño mediático que en su responsabilidad institucional. Es una práctica nada infrecuente
en
nuestra
dirigencia:
actuar
para
los
medios
de
comunicación. A nadie escapa que en la sociedad de masas estos instrumentos son imprescindibles para la práctica política. Siempre digo que ya no se puede hacer política sin los medios, pero tampoco se puede 60
Fuga de divisas en la Argentina, Informe Final, Comisión Especial de la Cámara de Diputados 2001, pág 26, Cuadro 4 “Evolución de la fuga de capitales durante la Convertibilidad”. En http://www.mecon.gov.ar/cuentas/internacionales
93
hacerla sólo para ellos. La elaboración de discursos que agraden a la audiencia es comprensible en los candidatos que libran una batalla electoral. Pero un mandatario, un ministro, un intendente, no están en el gobierno para agradar. El manejo de la cosa pública exige momentos de mucha antipatía. Los problemas surgen ante uno sin pedir permiso y requieren también de uno respuestas y soluciones ciertas. Esa realidad hostil se le presentó a Alvarez en el año 2000 y él pensó en agradar a la tribuna. El secreto de las decisiones suele ser no tanto tomar las opciones buenas, porque éstas a veces no existen en el horizonte de las posibilidades. Entonces uno debe adoptar las menos malas. Se analizan todas las posibilidades y como uno ve que ninguna de ellas resuelve el problema, se decide por aquella que no lo va a agravar. Las crisis nos enfrentan continuamente a situaciones de esa naturaleza. Algunos dirigentes, cuando advierten que no tienen soluciones buenas, levantan cortinas de humo: discuten, se enojan, dan razones o las escamotean, lanzan frases llamativas, titulares para los diarios, todo para ganar tiempo. Pero la pregunta central sigue sin respuesta: ¿quién se hace cargo de la crisis? Gobernar es estar dispuesto a no eludir las responsabilidades y hacerse cargo de los costos políticos y personales de sus actos. Parafraseando a don Arturo Jauretche: hay quienes están para las maduras pero no para las duras.
La gran derrota de la Alianza El resultado de los comicios legislativos de octubre de 2001 mostró el deterioro de la Alianza como estructura electoral y dejó al PJ como fuerza mayoritaria. En la Provincia de Buenos Aires obtuve casi dos millones y medio de votos (40%) mientras que la Alianza apenas logró el 15% (poco más de 800 mil votos). Alrededor de un 20% de los votos fueron en blanco y 94
nulos, lo que ponía de manifiesto, además, el malhumor general hacia la política (era la antesala del “que se vayan todos”). A nivel nacional, el justicialismo había obtenido también el 40%, mientras la Alianza alcanzaba el 23%. El desencanto que evidenciaba esa elección se convirtió en bronca, y después en furia, cuando Domingo Cavallo impuso a comienzos de noviembre el corralito, con el objetivo de frenar, por la fuerza, la fuga de divisas y evitar el crack de los bancos. En apenas un mes y medio todo salió de su cauce. Pero ya a mediados de 2001 la situación financiera y de caja del Estado nacional y de las provincias era sumamente complicada. Cavallo prometía oxígeno a los gobernadores que nunca llegaba y De la Rúa se alejaba más y más de la responsabilidad de la conducción. Las provincias podían entrar en cualquier momento en cesación de pagos. Buenos Aires negoció con el gobierno federal la autorización para emitir un bono, que fuera aprobado por el FMI y con el que se pudiera pagar impuestos, tanto provinciales como nacionales. Esa particularidad fue determinante para que el valor de ese bono respecto del peso se mantuviera. A pesar de las críticas injustificadas que recibió, esa idea de Carlos Ruckauf y de su equipo económico comandado por Jorge Sarghini (quien a partir de 2002 fue mi Secretario de Hacienda) fue un gran acierto. Los economistas del establishment financiero intentaron presentar al Patacón como una herejía, pero lo cierto es que salvó a la Provincia del derrumbe. Se pagaban los sueldos y a los proveedores y no se cortaba la cadena de pagos. El ejemplo sirvió a otras provincias. José De la Sota en Córdoba no era partidario de los bonos porque los que había puesto en circulación su antecesor Ramón Mestre habían perdido mucho valor y significó un costo muy alto recuperarlos. Ahora, con la experiencia bonaerense,
De
prácticamente,
la
Sota
tenían
sus
emitió
los
Lecor.
cuasimonedas,
Todas que
en
las mi
provincias, gobierno
comenzamos a sacar de circulación. 95
El aislamiento de De la Rúa Para ese entonces, la personalidad de De la Rúa mostraba fisuras importantes y comenzaba a preocupar. En reuniones de gobernadores o entre legisladores circulaban referencias que alarmaban. Ruckauf fue a verlo al Presidente para explicarle sus urgencias: - Presidente, la situación de la provincia es muy complicada. No me mandan los 900 millones de pesos que me debe la Nación. No puedo pagarle el sueldo a los docentes, que van a volver al paro… De la Rúa habló un largo rato de la situación de su hijo, que con su relación romántica con la cantante Shakira, había llenado páginas y páginas de las revistas del corazón. Se refirió también a otros temas menores y finalmente le preguntó: - ¿Cuándo querés esa plata y en cuántas cuotas? - Con urgencia y en tres cuotas- respondió Ruckauf. -
No
te
preocupés,
yo
hablo
con
Cavallo-
lo
despidió
el
Presidente. A las dos horas, Domingo Cavallo llamó al ministro de Economía de la Provincia para decirle que no giraría un centavo. Por situaciones similares pasaron casi todos los gobernadores. En una reunión, con teléfono abierto, le preguntaron por qué su ministro de Economía no cumplía lo que él les prometía. “¿Y qué quieren? No me hace caso”, fue la respuesta presidencial. Poco antes del derrumbe, como un movimiento agónico, De la Rúa intentó convocar a las fuerzas políticas para obtener un poco de oxígeno, pero ya era demasiado tarde porque el malhumor social iba en aumento y no había de parte del gobierno voluntad genuina de querer cambiar el rumbo. El Presidente daba muestras públicas de no comprender lo que sucedía a su alrededor; parecía vivir en otro país. El 6 de diciembre, los medios reprodujeron sus declaraciones a periodistas extranjeros y que son suficiente muestra de su desvarío: “sabiendo que las bases de la 96
economía están sólidas y que lo que hay son transitorios problemas financieros, vamos a ir adelante."61 Meses antes de las elecciones legislativas se había planteado en el Congreso de la Nación un programa de mi autoría para concertar entre todas las fuerzas y que sirviera de respaldo al gobierno. Se trataba de aplicar medidas en dos planos: primero, provocar un shock de confianza política
mediante
un
generoso
pacto
de
unidad
nacional
ante
la
emergencia. Estaba en línea con lo que reclamaba el empresariado del campo y de la ciudad. En el segundo plano, provocar un shock de reactivación económica a través de estímulos claros a la producción y el empleo. Era, en términos generales, la reiteración de mi propuesta de Concertación que había presentado en la campaña electoral de 1999.62 En esa época se pensó que era una propuesta meramente electoral y oportunista de mi parte. Se justificaba, de alguna manera, que en medio de una campaña electoral se pensara de ese modo. Pero a mediados de 2001 y frente a circunstancias tan serias, la Alianza volvió a boicotear el tratamiento de la propuesta en el Parlamento y se negó a considerar los términos de la concertación, que le propuse directamente al presidente en un encuentro en Olivos.63 Cuando se repasan las imágenes de aquel diciembre aciago o se revisan los archivos, como he hecho para escribir este libro, se puede ver la sucesión espantosa de errores cometidos por De la Rúa y su gobierno. Cada declaración pública, cada gesto, cada actitud servían para enardecer aún más los ánimos. Hasta que asumí como senador nacional mis posibilidades de ayudar a la situación se limitaban a mis contactos e influencias personales. Después de asumir la responsabilidad institucional los esfuerzos fueron 61
La Nación, “De la Rúa: "Los problemas financieros son transitorios"”, 06/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/357096 Clarín, “La última carta del PJ”, 01/09/1999. En http://www.clarin.com/diario/1999/09/01/t01902d.htm; y “El plan anticrisis de Duhalde no la pasó bien en el Senado”, 02/09/1999. En http://www.clarin.com/diario/1999/09/02/t-00601d.htm También en La Nación, “El PJ restó velocidad a las reformas de Duhalde”, 02/09/1999. En http://www.lanacion.com.ar/151895 62
63
Clarín, “De la Rúa busca adelantar el acuerdo político”, 07/06/2001. En http://www.clarin.com/diario/2001/06/07/p-01101.htm
97
mayores. Me informaba de los pormenores a través los gobernadores y luego en el Congreso a través de los líderes parlamentarios del oficialismo. Pero la confusión reinante de aquellas horas era muy grande. Además, el gobierno hacía, como dije, todo lo que no debía.
El Corralito y el hambre de los pobres En el mes que transcurrió entre la imposición del corralito y los desaguisados políticos de De la Rúa buscando apoyo a su gobierno, produjo
un
fenómeno
de
empobrecimiento
que
no
se
presentaba
antecedentes en la historia argentina. Como
se
recordará,
con
la
excusa
pueril
de
ayudar
a
la
bancarización, pero con la realidad de la corrida bancaria, Cavallo había decidido que no se podía retirar más que una pequeña suma por semana de las cuentas a la vista. De tal modo, con ese acto, el gobierno condenaba al hambre a decenas de miles de argentinos que sobrevivían trabajando
en
el
mercado
informal.
Changarines,
empleados
de
microempresas, vendedores ambulantes, empleadas domésticas, etc., vieron de un día para el otro cómo desaparecía el dinero en efectivo gracias al cual llevaban el pan a su mesa. ¿Alguien imaginaba, acaso, que ellos recibirían cheques a cambio de su
trabajo,
como
lo
había
impuesto
el
ministro
de
Economía?
Abruptamente se bajaban cortinas de pequeños talleres y comercios, se despedían jardineros y personal doméstico. Los intendentes y legisladores de los distritos del Gran Buenos Aires comenzaron a llamarme para ponerme al tanto de los dramas que se desataban por esta causa. De Merlo, Moreno, Florencio Varela, Berazategui, de todas las comunas, se comunicaban los intendentes alarmados: -
Eduardo, la gente vuelve a la municipalidad a pedir comida.
Así, el intento de evitar una corrida bancaria se convirtió en hambre para los excluídos. 98
Con ese telón de fondo, que no se expresaba en los medios de comunicación –más ocupados en transmitir el malestar de los ahorristasel 13 de diciembre hubo un paro general de todas las centrales de trabajadores. Aunque no se expresaba en términos claros, el movimiento sindical clamaba por un cambio en la política económica. A esa convocatoria se sumó la organización de los comerciantes, y en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires se notó el bocinazo y cacerolazo que habían organizado ese mediodía. En medio de ese clima se buscaba una solución conjunta entre el peronismo, el radicalismo y otras fuerzas. Pero desde la Casa Rosada, un presidente sin reflejos seguía equivocando el rumbo. Como una expresión de autismo o como una provocación al malhumor nacional, De la Rúa inauguraba el diálogo político con Carlos Menem. Fue peor el remedio que la enfermedad. La sociedad repudiaba a esa altura a ambos por igual. Fue el comienzo y el fin de aquel malnacido “diálogo presidencial”.
El Estado de Sitio y la tragedia Recuerdo que en aquel momento todos nos preguntábamos acerca del desenlace de la situación. Al mismo tiempo, muchos dirigentes, tanto peronistas como radicales, estaban convencidos de que De la Rúa no renunciaría. Más aún, cuando ya eran violentas las reacciones contra el corralito y el clima de anarquía comenzaba a ponerse de manifiesto, el Presidente llamó a Carlos Ruckauf para decirle que se iba a desprender de Cavallo, que eliminaría el Ministerio de Economía y que quería hacer una coalición con el peronismo. Ruckauf se comprometió a hablar con los gobernadores. La sensación del gobernador de Buenos Aires después de esa reunión fue que De la Rúa daría pelea y que mostraba voluntad de querer enfrentar los acontecimientos. Sin embargo, horas después, Ruckauf se sorprendería con la renuncia del Presidente. 99
Por varias razones no olvidaré las jornadas del 19 y 20 de diciembre. Recuerdo mi desesperación por comunicarme con De la Rúa para convencerlo de que no decretara el Estado de Sitio. En todos los teléfonos se me cerraban los caminos. Yo veía que el hombre ni siquiera había comprendido la naturaleza de la movilización multitudinaria del día 19. Eran los mismos porteños y los habitantes del primer cordón del Gran Buenos Aires que masivamente lo habían votado y apoyado dos años antes. Ahora se movilizaban espontáneamente expresando su repudio al corralito. Se había quebrado su ilusión del cambio que la Alianza había prometido. Venían de todos los barrios hacia la Plaza de Mayo, el gran cabildo abierto de nuestros tiempos. Venían matrimonios con sus hijos y sus viejos. Golpeaban cacerolas, no había estandartes políticos. Era la expresión auténtica de miles de familias que expresaban la bronca sin violencia. Y a esa manifestación, el presidente De la Rúa le respondía con el Estado de Sitio. No olvido mi desesperación. No se podía decretar el Estado de Sitio –esa medida que nos había regido en los largos períodos de las dictaduras militares- contra una familia, contra un padre que lleva su hijito en los hombros y del brazo a su mujer. No eran grupos armados de choque. Un grave error. Fue un gesto de incapacidad y de irresponsabilidad. Cien mil manifestantes pacíficos tuvieron la misma consideración que les hubiera dado un gobierno dictatorial: declarar el Estado de Sitio. ¡Y todavía De la Rúa se pasea por los Tribunales denunciando un complot! Ni él ni Cavallo entendieron nunca las consecuencias de sus delirantes decisiones. Esa teoría absurda del complot se sostenía en que los intendentes y el gobernador Ruckauf habían provocado los saqueos en el Gran Buenos Aires para desestabilizar al gobierno. Ya vimos cuál era la “estabilidad” de De la Rúa. Veamos también qué pasó en esos días con los saqueos. El 18 de diciembre hubo saqueos y enfrentamientos en la Capital Federal, en el Gran Buenos Aires, y en las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Mendoza y Santiago del Estero. Pero en realidad, los primeros saqueos 100
se habían producido en Entre Ríos, una provincia gobernada por radicales, tres días antes. Otro de los argumentos de esa teoría de complot era que la policía de la Provincia de Buenos Aires hizo la vista gorda ante los desmanes. Es otra mentira más. La política del gobierno bonaerense había sido evitar muertes. Y lo lograron. Recuerdo que la consigna del gobierno de mi provincia fue no confundir a los delincuentes con el hombre común en estado de pánico y hambriento. Pero de la actuación de la Policía dio cuenta el entonces Ministro de Seguridad de la Provincia, el doctor Juan José Alvarez, quien después ocupó esa función en mi presidencia. El ministro testimonió ante el diario Clarín: “Sacamos 17 mil policías a la calle, de los poco más de 20 mil operativos, sobre un total de 45 mil que tiene la fuerza. Es decir: usamos a todos. No todos son policías antidisturbios. Yo diría que son muy pocos. Agotamos el stock de 73 mil balas de goma. Se detuvieron a casi tres mil personas. Se dispararon 3.400 granadas de gas lacrimógeno; tuvimos 82 policías heridos, infinidad de patrulleros rotos y nadie puede denunciar un solo muerto en esos días a causa de las balas policiales. No me pueden decir que la policía dejó hacer”.64 Como dije al comienzo, De la Rúa se fue de la presidencia sin una sola mención a los muertos que provocó su dictado del Estado de Sitio. Esas jornadas luctuosas ya han quedado en la historia de la vida democrática nacional. Y a De la Rúa también la historia lo ha puesto en su lugar.
La dinámica de la disolución El fenómeno de disolución fue un proceso complejo que explotó a partir de que le tocaron el bolsillo a la gente que tenía sus ahorros en los 64
Clarín, "No existió ni inacción, ni pasividad, ni desidia policial", 20/05/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/05/20/p-389625.htm
101
bancos, particularmente a la clase media de la Capital Federal. Es decir, el corralito. Sobre la base de la desilusión que existía en la sociedad se fue gestando un enorme malestar hacia la política y todos los políticos, sin excepción, como señalé antes. Era evidente que el poder estaba sumamente resquebrajado y debilitado en consecuencia. Y ese vacío se llenaba en los medios y en las calles con el rechazo hacia las dirigencias políticas y las expresiones de la institucionalidad democrática. Ese enorme malestar se puso activamente de manifiesto cuando la clase media salió airada a la calle y produjo el primer cacerolazo, lo que dio piedra libre para que los planteos sectoriales se disparen. Por una avenida se veían las columnas de los ahorristas que pedían por su dinero y por otra, las movilizaciones piqueteras que pedían planes sociales y ayuda alimentaria, sanitaria, etc. De una parte quienes peleaban para que les devuelvan los cien, cincuenta o dos mil dólares que tenían de ahorro y de la otra, los que pedían, como mendigos, que le dieran de comer. Y el gobierno, como expresión del Estado argentino, se mostraba insensible y ausente. Ese es el proceso de disolución que vivíamos por aquellos días. En ese proceso se pierde el sentido de pertenencia, de comunidad, debido a la destrucción de la superestructura institucional y de la desvalorización de la política como instrumento para dar respuesta a la sociedad. En ese clima anárquico, todos los planteos sectoriales comienzan a multiplicarse y de manera divergente. A todos les asistía su cuota de razón y para nadie había respuesta. Por desconocimiento, por prejuicio o por una concepción falsamente “garantista”, el gobierno ya había desmantelado los cuerpos profesionales encargados de contener las manifestaciones de la problemática social. Meses antes, desde la Secretaría de Seguridad de la Nación se dispersaron la Guardia Nacional de Infantería y la Policía Montada, con el argumento de enviar esas fuerzas a tareas de lucha contra el delito. De manera que cuando ese 20 de diciembre los manifestantes desbordaron las vallas de 102
contención y los controles policiales, quedaron frente a frente con efectivos no entrenados para ese tipo de situaciones. La falta de formación, experiencia, de conducción política y el miedo hicieron el resto. Traigo estas cosas a cuento para que se pueda ver con hechos que contener la manifestación social sin muertos, sin violencia, es un saber que no puede dejarse de lado por una concepción puramente mediática de la seguridad. Desbordados, sin idea de lo que podía suceder, algunos dieron la orden de reprimir en la Plaza de Mayo. Se desentendieron del curso de las cosas como después intentaron desentenderse de la responsabilidad que les cabía en la tragedia.
Todo el poder al Parlamento La disparada de De la Rúa dejaba al país sin Poder Ejecutivo. ¿Era previsible que un hombre que no había mostrado estar a la altura de las circunstancias en ningún momento de su gobierno que duró 24 meses se fuera y dejara el país a la deriva? Desde ya que sí. En los días previos se especulaba con esa alternativa, pero a pesar de ello, la mayoría de los líderes políticos y legislativos no creía que el Presidente fuera a renunciar. Antes de que se produjeran los hechos que vimos, dirigentes de todo el arco político nos reunimos en la Mesa del Diálogo. Hasta allí, recuerdo,
fue
la
gente
a
insultar
al
Presidente.
El
pensamiento
generalizado era que se podía salvar la institucionalidad, que se podía mantener el Presidente en el poder, pero no así a Cavallo. Se planteaba que era imposible seguir sosteniendo “un peso, un dólar”. Nadie que tuviera un dólar lo iba a cambiar por un peso. Pero ni el Presidente ni su jefe de Gabinete se mostraban de acuerdo con ese pensamiento. Esa negación era el síntoma más claro de la falta de reacción del gobierno. Creo que fue claro también que la solución no pasaba por intentar una coalición con el justicialismo, como pretendió el Presidente, sino que había
103
que tomar el toro por las astas. Si no se coincidía en lo esencial, ¿cómo armar una coalición? También surgía de ese encuentro de la Mesa que lo primordial era encontrar una salida a la crisis en el marco de la democracia. Con la renuncia de De la Rúa el único camino institucional que quedaba era el Parlamento. Allí debía encontrarse la salida. Lo lógico hubiese sido que una figura de la alianza gobernante se hiciese cargo del Poder Ejecutivo, pero ni en el radicalismo y mucho menos en el Frepaso había quién se animase a asumir la responsabilidad. El argumento central era que el justicialismo venía de vencer ampliamente en las elecciones de octubre último (40% frente al 23% de la Alianza) y presidía ambas cámaras parlamentarias. El Senado estaba encabezado por Ramón Puerta, a quien habíamos elegido por unanimidad del Bloque Justicialista. Desde tiempo antes, yo me había autoexcluido de ocupar cargos porque mi presencia en la línea sucesoria hubiera sido potencialmente desestabilizante. El otro cargo importante en ese Senado era el del presidente del Bloque Justicialista, que algunos me habían ofrecido y que había rechazado por las razones expuestas. Otro hombre del interior, José Luis Gioja, luego gobernador de San Juan, ocupó el cargo. Ese Senado debía tener una actitud muy clara ante un Poder Ejecutivo altamente debilitado y un Presidente que no tenía apoyo de su partido: garantizar la gobernabilidad. El peronismo duplicaba casi en número al radicalismo en esta Cámara y eso lo cargaba de una gran responsabilidad. Si el Presidente necesitaba una ley, debía pedirla explícitamente, hablándole a la comunidad y explicando para qué querría esa ley. Si se trataba de nuevos ajustes, como era el caso del Presupuesto, el debate debía ser público porque se estaba jugando el destino del país. Yo sostenía que esa actitud leal y clara de la oposición que
conducía
el
Parlamento
era
una
contribución
necesaria
a
la
institucionalidad.
104
En la Cámara de Diputados, la mayoría justicialista era igualmente amplia respecto de la Alianza y la presidencia del cuerpo, a cargo de Eduardo Camaño, fue una elección natural. Es una costumbre que la cámara baja sea presidida por un bonaerense y que el bloque del justicialismo lo encabece un diputado del interior, como fue el caso de Humberto Roggero, un buen dirigente cordobés que desplegó en esa etapa una gran tarea. Ya hemos visto en qué condiciones estaba el país en esos días. Recuerdo que unos industriales vinieron a verme a poco de asumir en el Senado. - Duhalde, -dijo un alto dirigente de la UIA- esto no va más. Nuestras empresas no pueden soportar mucho tiempo más esta caída. Más del 10% bajó la actividad industrial en este mes en relación con el año pasado. Y vamos en un tobogán que termina en una quiebra generalizada. Ustedes tienen que hacerse cargo del país. Cavallo no escucha a nadie, no responde al Presidente, está loco. - No –le respondí-. El Presidente es De la Rúa y él debe hacerse cargo de salir de esta encerrona en que él mismo se metió. Hablen con él. Díganle que si está dispuesto a cambiar el modelo y aceptar que el uno a uno no existe más, va a contar conmigo y con todo el peronismo. Pero no lo vamos a acompañar en el ajuste de 6 mil millones de dólares que pide para el año que viene. La gente incendia el país y caemos definitivamente en la anarquía. Los industriales intentaban, inútilmente, por intermedio de Colombo, modificar la posición rígida del gobierno. Pero a esa altura ya nadie se hacía ilusiones al respecto. El problema ya había dejado de ser Cavallo y sus disparatadas acciones y era el propio Presidente. Con otros senadores veíamos esa enorme dificultad para gobernar como un factor esencial de la crisis. De la Rúa cometía un tremendo error: no tomar decisiones. ¿Por qué no tomaba decisiones? ¿Por incapacidad? Creo más bien que por un 105
estilo político que en tiempos de normalidad, como fue en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con recursos, con una realidad social de relativa tranquilidad, con las necesidades satisfechas, funcionaba. Pero él ahora estaba en un país en medio de una crisis en donde se requería tomar decisiones importantes y difíciles todo el tiempo. Nos comentaba la gente que trabajaba con él en las áreas técnicas que no funcionaba al ritmo que requerían las cosas. Se detenía en los dictámenes, se los llevaba a Olivos, los leía, los estudiaba y así se iba demorando la toma de decisiones. Ese problema aparentemente
formal se había convertido en
una cuestión de fondo. Ramón Puerta fue a hablar con el Presidente en la semana anterior a su renuncia para decirle que nosotros le aprobábamos los proyectos de Ley pero que se hiciera cargo. Mandaba el Presupuesto y no decía que era su Presupuesto. No admitía públicamente: “Yo necesito este ajuste.” De la Rúa se hacía el distraído. En cambio, aseguraba: “Las provincias gastan mucho y gastan mal. Se hace ajuste porque, lamentablemente, las provincias peronistas tienen la culpa”. Falso. Era el argumento falaz de los apóstoles del ajuste. Porque las provincias gastaban mucho menos y mejor que la Nación: el 75% del déficit era nacional, no provincial. Y la deuda que tenía la Argentina era muy grande en lo nacional y ridículamente pequeña en lo provincial. El final de De la Rúa era previsible. Ramón Puerta me llamó por teléfono no bien se enteró de la renuncia. Me contó que había hablado con el Presidente un rato antes y le dijo que se iba a perder la inauguración de un aeropuerto en San Luis, un compromiso planificado desde hacía tiempo. - Te perdés un lindo viaje- dijo Puerta. - Pero no puedo ir. Ya vas vos y me representás. Voy a pedir que te preparen el avión presidencial- ofreció De la Rúa. - No; -le dijo Puerta- no voy a ser el Vicepresidente, no voy en representación tuya.
106
- ¿Cómo que no? -le respondió enfático. -Si sos el Presidente del Senado. - Si, pero son dos cosas completamente diferentes -le respondió Puerta. - El Vicepresidente lo elige el ciudadano votando; a mí me eligieron mis pares. De la Rúa se fue ominosamente, esta es la dolorosa verdad. Ese 21 de diciembre, que contabilizaba y lloraba los muertos de la jornada anterior, se producían saqueos en 13 provincias y la Capital Federal, en plena anarquía, estaba en manos de grupos de jóvenes que destrozaban, incendiaban y saqueaban vidrieras céntricas de centenares de comercios, sucursales bancarias y casas de comida. Los matutinos de ese día hablaban de 25 muertos en la Plaza de Mayo a causa de la represión del gobierno aliancista, tema del que jamás De la Rúa habló, salvo para eludir responsabilidades. El fracaso de la Alianza no terminó allí. Ninguno de sus dirigentes quiso hacerse cargo del gobierno para terminar el mandato que el pueblo les había dado hacia apenas dos años. Sólo quedaba el peronismo.
107
CAPÍTULO VII EL PERONISMO SE HACE CARGO
108
Puerta asume el interinato La caída de De la Rúa nos puso a los argentinos a prueba como República: resolver la crisis en los marcos de la democracia. Y también como pueblo: superar la peor de las crisis económico-sociales trabajando y con los dientes y los cinturones apretados. Y, de pronto, los peronistas debíamos pensar en la sucesión porque los propios colaboradores del Presidente planteaban así las cosas. Correspondía a Ramón Puerta hacerse cargo del interinato hasta tanto la Asamblea Legislativa designara un nuevo Presidente. Como se vio, el radicalismo dejaba la resolución de la crisis institucional en manos del justicialismo. Desde el punto de vista político no era lo correcto. La Alianza debía terminar su mandato y enfrentar la crisis. Pero la verdad sea dicha, la Alianza tampoco existía. Sólo quedaban restos de un radicalismo dividido y catatónico, mientras que el Frepaso tomaba café en los bares. Fue entonces que el justicialismo asumió la crisis, desde el Parlamento, donde tenía una clara mayoría otorgada por el voto popular de octubre último. Aquél voto fue un repudio al gobierno aliancista pero al mismo tiempo una valla contra la anarquía. Siempre la democracia ejercida por el pueblo encuentra esos equilibrios que hay que saber leer. La Argentina fue el único país de toda Latinoamérica -sacudida por recurrentes crisis de mayor o menor envergadura- que enderezó su rumbo institucional, cumpliendo el ciento por ciento de la Constitución y de las leyes. Los argentinos debemos recordarlo siempre con orgullo. No fue ningún “salvador” de la Patria, ningún “iluminado”, lo que nos puso de pie. Fue el gran valor del diálogo dentro de la democracia. En aquellos días febriles, entre la renuncia de De la Rúa hasta mi asunción, los parlamentarios tomaron las riendas del país en estado de anarquía. Puerta estuvo dos días y designó un gabinete parcial que debió intentar poner orden y ocuparse de cuestiones impensadas. La parálisis del Estado era real y los funcionarios políticos aliancistas se habían ido a 109
sus casas, abandonando la gestión como su jefe. El gran problema era contener la ira de la gente en las calles. Para ello, designó al diputado Miguel Angel Toma como Ministro del Interior y le dio la instrucción de que garantizara que no hubiera más enfrentamientos sangrientos. Toma se encontró con un Ministerio cerrado. El despacho y el área ministeriales estaban cerrados con llave. Así habían quedado las cosas. A poco de tomar contacto con la realidad, Puerta y Toma fueron advertidos de que no había dinero en los cajeros automáticos. La gente iba a retirar la parte autorizada de sus sueldos o ahorros y se encontraba con cajeros vacíos. Era prioritario asegurarle dinero a la gente para el fin de semana. Pero no había plata. De modo que el Presidente y el Ministro del Interior, en persona, se ocuparon de que la Casa de la Moneda y la empresa encargada de la emisión y distribución de dinero, trabajara a destajo. Y hablaron con las autoridades de los bancos para que distribuyeran el dinero de inmediato. Eso se hizo en 24 horas. Era una señal de descompresión y una muestra de lo que significa la gestión en medio de la crisis. La voluntad de acción se había restituido. El poder volvía a ejercerse. Apareció una conducción que antes no existía. Y mostraba que estaba allí para actuar. Así funciona el poder en el Estado. Cuando alguien se hizo cargo de la crisis, la gente empezó a mirar con otros ojos porque apareció una opción para salir del caos. Fue casi un acto de autoprotección de la población. En las condiciones de aquella Argentina era difícil percibir esas cuestiones, como el caso de los cajeros automáticos. Con una acción decidida se evitaba un enorme conflicto.
¿Elecciones ya? Mientras ese gabinete “a medias” se hacía cargo de controlar la situación, el debate nacional se daba en torno de: 1) quién sería electo
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presidente; 2) si se llamaba o no a elecciones a la brevedad y 3) qué se hacía con la convertibilidad. Estos temas me tocaban muy de cerca. Teníamos permanentes reuniones y analizábamos todas las variables posibles. Yo tenía claridad absoluta en torno de esas cuestiones. La primera, que no tenía voluntad de hacerme cargo de la Presidencia del país. La segunda, que en las condiciones sociales que vivíamos (que se vayan todos, como expresión del estado de ánimo de la población respecto de la política), era un disparate pensar en un acto eleccionario a la brevedad. Así lo dije públicamente ante los reclamos de un sector que reclamaba elecciones inmediatas. Y en cuanto al tercer punto, yo tenía la convicción de que la convertibilidad estaba muerta y que había que animarse a firmar el certificado de defunción. Aunque suena egoísta, debo confesar que brindé con mis amigos cuando eligieron a Rodríguez Saá. “Zafaste, Eduardo”, me decían. Ellos, con quienes juego semanalmente al fútbol desde que éramos jóvenes, conocían bien que desde mi derrota ante De la Rúa en el ‘99 no tenía ganas de volver a la actividad ejecutiva de gobierno. Me entusiasmaba la idea de representar a la Provincia en el Senado, para hacer los aportes que pudiera desde ese cuerpo legislativo. Pero siempre le repetía a ellos que no deseaba volver a pasar por las tensiones y sacrificios que conllevan la tarea de gobernar. Cuando uno toma esas responsabilidades debe olvidarse de la vida personal. Y yo deseaba mantener el ritmo de vida que llevaba: más tiempo con mi familia que con la política. Estaba en la casa de un amigo cuando me comunicaron que se había resuelto que Rodríguez Saá sería el nuevo Presidente. En ese momento nadie quería hacerse cargo de la transición, pues imperaba el criterio de llamar a elecciones en 60 días. Me preguntaron mi opinión acerca del gobernador de San Luis. - Es un buen gobernante- les dije. -En San Luis ha sabido usar los beneficios impositivos para crear trabajo para su gente. 111
- ¿Pero te parece que le da el piné para enfrentar la crisis? El país no es San Luis y menos en estas condiciones- terció un amigo. - Mirá, es ordenado en las finanzas. Y eso ahora tiene mucha importancia. Y además, es un hombre de carácter. Creo que tiene las condiciones que hacen falta. Yo
estaba
sinceramente
contento
con
esa
decisión.
Varios
gobernadores y la mayoría de los dirigentes justicialistas y de otros partidos con representación parlamentaria sostenían que yo era el único que reunía las condiciones en ese momento para sobrellevar la crisis. Recuerdo que Ramón Puerta reunió a un grupo de compañeros y les dijo: - Duhalde sacó el 40% de los votos hace apenas dos meses y esto es un elemento muy importante. Hay un solo argentino que tiene una dosis de legitimidad en este momento espantoso de la Argentina, en un estado de anemia total en las instituciones y ante el peligro de una probable disolución. Ese hombre que acaba de renovar su legitimidad en octubre está en el Senado y está en la lista de los que pueden ser Presidente. Mi negativa, sin embargo, pesó. Quisiera ser explícito en este punto. Pesaban en mi decisión varias consideraciones. Había cumplido recientemente 60 años. Había tenido una rica experiencia como gobernador de una provincia que significa la mitad casi del país en todos los sentidos. Me sentía agotado. La derrota electoral me había afectado en ese sentido. Dos años antes tenía la enorme motivación de llegar a la Presidencia para transformar las cosas. Quería ser quien cambiara el modelo y tenía toda la energía. Dos años después no me acompañaba el mismo ánimo. Pensaba que había hombres más jóvenes, con experiencia en sus provincias, que podían hacerse cargo de la situación. Yo estaría, desde el Senado, apoyando y acompañando a las nuevas autoridades. Pondría toda mi experiencia y capacidad de convicción para ayudar a salir del
112
marasmo. Pero no sentía que debiera ser yo el protagonista central de esa nueva instancia política argentina.
Rodríguez Saá con mandato acotado Respecto de los tiempos políticos y la imposibilidad de llamar a elecciones a la brevedad, en aquél clima social que vivíamos, los hechos posteriores me dieron la razón. Sin embargo, cuando se eligió a Rodríguez Saá se lo hizo con un mandato acotado para que llamara a elecciones con Ley de Lemas en marzo de 2002, o sea, apenas dos meses después. Acepté la decisión puesto que había sido adoptada por mayoría, pero entendía que se trataba de un error político. Les dije a unos compañeros de mi Provincia: “Se están equivocando. No saben leer lo que ocurre en la cabeza de la gente”. Eran días tumultuosos y en esa enorme confusión que sufríamos no era fácil crear las condiciones para la salida de la crisis. Algunos pensábamos
en
la
prioridad
de
preservar
la
institucionalidad
y
sosteníamos que eso se lograría con un acuerdo general de todas las fuerzas, surgido del Parlamento. Otros pensaban en su carrera política y en sus ambiciones personales. Quiero ser preciso en esto. No hago un juicio de valor acerca de la actitud de quienes pedían elecciones inmediatas. Ellos creían que las condiciones del país podían adaptarse a la estrategia política que se habían establecido para si mismos. Estaban fuera de tiempo. No vieron –y en eso radicaba su error- que sus ambiciones personales no concordaban con el momento que vivíamos y con la necesidad de las mayorías del país. Como quedó demostrado, debían esperar a que el navío se desplazara por aguas menos tumultuosas y sus pasajeros hallaran un poco de calma para sus desvelos.
Devaluar o no devaluar, ese era el problema 113
Había, además, una cuestión de fondo que nadie se atrevía a plantear en voz alta. No se podía sostener la convertibilidad y el default era algo anunciado por consultoras y expertos internacionales. A pesar de todas las evidencias que teníamos, seguíamos sin tomar el toro por las astas. Hay numerosos testimonios de esos días que son elocuentes. Así, un consultor de la banca de inversiones Goldman Sachs, John McIntire, había declarado: “Los indicadores de los últimos días, tanto el índice de riesgo calculado por el JP Morgan o las tasas de interés, ya están reflejando el consenso del mercado sobre la devaluación como solución para la Argentina”.65 Frente a esas y otras manifestaciones de analistas internacionales, Cavallo respondía airadamente: “Los enemigos de la Argentina son los fondos buitre que buscan la devaluación del peso y el default”. Y el Presidente De la Rúa había aparecido por cadena de televisión con un mensaje grabado en la Quinta de Olivos para decir que “no hay devaluación y se mantiene la convertibilidad”.66 Luego de la instauración del corralito, El Financial Times, había publicado un análisis contundente: “El
esquema
de
convertibilidad
está
muerto;
es
imposible
recomponer la credibilidad en el peso en paridad con el dólar. Por ello, las opciones son dolarizar con el régimen 1 a 1, devaluar y luego dolarizar o dejar flotar el peso”.67 Un par de días después, el diario El País, de España, también daba una visión cruda y brutal de la situación argentina:
65
En declaraciones a O’Estado, Sao Paulo, y citado en La Nación, “En Brasil prevén una devaluación”, 02/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/356050 66
La Nación, “De la Rúa: "Hemos salido a defendernos"”, 03/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/356313 67
Citado en La Nación, con fuentes de la Agencia EFE: “Un artículo del Financial Times señala que la convertibilidad "está muerta"”, 05/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/356835
114
“Las medidas son excesivamente toscas, no disipan la amenaza de suspensión del pago de la deuda, agravan la recesión, acrecientan la desconfianza de los inversores extranjeros y tampoco alejan el riesgo
de
la temida devaluación.
(…) La dolorosa salida
la
impondrán, previsiblemente, la fuerza de las circunstancias o movimientos sociales que acaben por llevarse por delante a un Ejecutivo que no está a la altura de los tiempos”.68 Y ese mismo día, los diarios argentinos daban cuenta de que “para Moody´s finalizó la convertibilidad. No hay suficientes dólares reales en el sistema formal para cumplir con la paridad uno a uno establecida por la ley argentina”.69 En nuestro país, mientras tanto, nadie se expresaba en esos primeros días de diciembre con esa claridad. Ni siquiera los industriales se animaban a manifestarse con crudeza. Pedían un “plan sustentable” y decían que la crisis “no se supera con una dolarización ni con una devaluación”. Más adelante, sí lo harían. Sólo Hugo Moyano, en ese momento, se animó a ser más explícito ante preguntas periodísticas: “No sé si (la devaluación) será lo mejor, pero seguramente será lo menos malo”.70 El mercado había decidido por sí lo que las autoridades se negaban a admitir y los argentinos nos negábamos a debatir. El 10 de diciembre, el diario La Nación tituló una nota “El peso apenas vale medio dólar” y reprodujo un despacho periodístico uruguayo: “Los problemas que las casas de cambio uruguayas encuentran para canjear
los pesos
argentinos en Buenos Aires (incluso
para
ingresarlos) derivaron en una devaluación de hecho del peso
68
El País, Madrid, “Argentina trata de evitar la suspensión de pagos tras negarse el FMI a aportar más dinero”, 07/12/2001. En http://www.elpais.es/articulo/economia/Argentina/trata/evitar/suspension/pagos/negarse/FMI/apo rtar/dinero/elpepieco/20011207elpepieco_1/Tes/ 69
La Nación, “Para Moody´s, finalizó la convertibilidad”, 06/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/357008 70
La Nación, “Moyano: La devaluación "será lo menos malo”, 08/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/357669
115
argentino en las pizarras de este lado del Río de la Plata. Algunas casas no aceptan moneda argentina porque no pueden cambiarla luego o bien tienen dificultades serias para hacerlo. Pero los que sí la reciben pagan cada vez menos”.71 Ramón Puerta cuenta que, a poco de asumir la Presidencia del Senado, recibió la inesperada visita de dos economistas norteamericanos, Allan Meltzer (un conocido republicano) y Adam Lerrik. El primero de ellos había sido profesor de Domingo Cavallo y lo conocía bien. Llegaron a Ezeiza, muy temprano y fueron directamente al Congreso, de modo sorpresivo. Se anunciaron y debieron esperar unos minutos mientras Puerta confirmaba con la Embajada norteamericana que efectivamente esos hombres eran quienes manifestaban ser. Ambos pidieron la opinión de Puerta acerca de la situación política y social y, para sorpresa del senador, se despacharon de inmediato con una fortísima crítica a Cavallo y con la convicción de que Argentina estaba imposibilitada de pagar, que no podía seguir pensando en hacer frente a lo que estaba pagando y que tenía que ir por una quita de la deuda en forma inmediata. Puerta preguntó de qué magnitud debía ser esa quita. - No menos del cincuenta por ciento- respondieron. - ¿Y el mundo va a aceptarlo? -preguntó luego. - Si, el mundo va a aceptarlo porque su Ministro de Economía ya no es lo que era –dijeron los visitantes, en alusión a la personalidad controvertida de Cavallo. - ¿Cómo? - preguntó Puerta asombrado. - Si, -le dijo Meltzer- fue un joven muy talentoso pero ahora está muy polémico. Demasiado polémico. Puerta llamó de inmediato al Jefe de Gabinete, Crhystian Colombo, y le narró la reunión. - ¿Vos qué pensás? - le preguntó directamente.
71
La Nación, Economía, “El peso apenas vale medio dólar”, 10/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/358047
116
- Yo creo que puede ser. Pero también creo que esos dos que vinieron están peor que Cavallo- le respondió Colombo. Finalmente los dos norteamericanos no estaban tan errados como suponía el funcionario de De la Rúa. Estos economistas se reunieron, además, con un grupo de diputados entre los que estaban Jorge Obeid, Alfredo Atanasof, Rodolfo Frigeri, Juan Manuel Urtubey y otros más, y con Jorge Capitanich y otros senadores que estaban en las comisiones de Economía y Finanzas y luego, en la sede de la UOCRA. Meltzer estaba convencido de que la devaluación era la mejor salida para superar la depresión económica. Aseguraba que el FMI no estaba dispuesto a desembolsar nuevos fondos si antes las fuerzas políticas no acordaban un nuevo programa, basado en una reestructuración de la deuda y una reformulación de la política macroeconómica (cambiaria, monetaria y fiscal). Jorge Remes, que era con quien yo más hablaba de estos temas, trabajaba con otros economistas del peronismo y del radicalismo en lo que llamamos un “plan de salvación nacional”, que se basaba esencialmente en la pesificación de la economía y la declaración formal del default para ahorrar durante un año unos seis mil millones de dólares que se destinarían a reactivar la economía y atender el drama social. De esas medidas “madre” se desprendían otras que se irían consensuando. En una dirección similar iban las medidas propuestas por el Grupo Productivo con el que yo tenía estrecha relación (UIA, Cámara de la Construcción, banca nacional, entre otros). Con ese esquema se esperaba una violenta recuperación de las exportaciones, sobre todo las primarias y ello arrastraría a la industria. En esos días conversábamos con el “Vasco” de Mendiguren y otros directivos industriales acerca de esa salida. Ellos estaban totalmente convencidos de que, incluso, con ese esquema la liberación del tipo de cambio no produciría inflación. “Estamos muy planchados”, era el argumento central. Y así fue, efectivamente, cuando adoptamos el esquema en mi gobierno.
117
En medio de la enorme confusión que reinaba en el país, yo intentaba no perder nunca de vista que la economía es producción. Se lo decía permanentemente a mis compañeros, algunos preocupados por los vaticinios apocalípticos de los economistas del establishment, los mismos que habían rendido pleitesía al modelo de Menem y Cavallo. ¿Pero qué sucedía con los argentinos, mientras tanto? ¿Qué pensaban de todo esto? El domingo 23 de diciembre aparecía una nota en el diario La Nación que daba cuenta de una encuesta de opinión: “El 79% rechaza una eventual devaluación”, era su título. Según la consultora Gallup, además, el 61% creía que era muy probable el default. Otros datos: empate en 45% entre quienes querían mantener la convertibilidad y quienes no estaban de acuerdo con mantener ese esquema económico. A su vez, el 60% reclamaba elecciones para suceder a De la Rúa. La encuesta había sido hecha horas después de la renuncia del ex Presidente. Y, un dato que no es menor, se publicaba el día antes de asumir Rodríguez Saá.72
La gente temía a la devaluación También en aquellas horas era mayoritaria, en el peronismo, la postura de devaluar, salvo el menemismo que propugnaba la dolarización. Pero
en
las
interminables
y
permanentes
conversaciones
que
se
mantenían se llegaba a una conclusión: el problema consistía en que las encuestas mostraban que la gente quería conservar el uno a uno y disponer libremente de los depósitos bancarios. Esto explicaba una profunda contradicción. Explicable, comprensible, pero contradicción profunda. La verdad es que cuando la gente se aferraba al uno a uno era porque temía un mal mayor. Diez años de prédica financiera constante le habían arrancado la certeza racional de que el país podía salir de la crisis con un modelo productivo. Y no solo la 72
La Nación, “El 79% rechaza una eventual devaluación”, 23/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/361575
118
gente. Tampoco la mayoría de los dirigentes veía en el horizonte la salida por la vía que después construimos. Por eso parecía aventurado pretender apoyo político para que el nuevo gobierno le dijera a la ciudadanía que no podía a darle ni el uno a uno ni sus ahorros. En el campo de los economistas del establishment nadie tenía una idea cierta acerca de las alternativas que podían intentarse. La inmensa mayoría defendía el uno a uno y decía que ni soñando pensáramos en una devaluación. ¿Y cómo se resuelven los problemas reales que estaban explotando? Ninguna respuesta. Cuando a mi me tocó enfrentar este problema no logré siquiera el acuerdo de todos los economistas de mi partido. Y los no peronistas, que veían que había que devaluar, también eran muy pocos: Javier González Fraga, Alfonso Prat Gay y Pedro Lacoste.73 Esa era la realidad. En el campo político ya he explicado que casi nadie se manifestaba en contra de la convertibilidad en razón de que la gente se aferraba a la misma. Joaquín Morales Solá escribió en una de sus columnas de opinión de aquellos días, refiriendo a las ambiciones presidencialistas de los posibles candidatos peronistas: “Todos tenían un proyecto y ninguno tenía un plan. Ruckauf habla de una tercera moneda: los bonos; De la Sota propone pesificar el país y Reutemann prefiere devaluar hasta igualar la moneda argentina con la brasileña. El respetado economista Vito Tanzi mandó un mensaje simple, lleno de sentido común: que los argentinos dejen de creer que ellos pueden innovar siempre. Que cumplan con los manuales como hace todos los países. ¿Quieren devaluar? Que devalúen entonces. Sólo tienen que hacerlo bien”. 74 Suscribí palabra por palabra lo dicho por Tanzi. Lo comenté con algunos amigos. Les dije que eso era lo que debía discutirse: cómo
73
Página/12, “El club de los devaluadores”, por Julio Nudler, 15/08/1999. En http://www.pagina12.com.ar/1999/suple/cash/99-08/99-08-15/NOTA3.HTM 74
La Nación, “Un presidente se fue y la crisis no concluyó”, Por Joaquín Morales Solá, 23/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/361457
119
devaluar. Sólo no estaba de acuerdo en un punto: no había manuales para nosotros. Se nos habían quemado todos los libros con la crisis. No estaba escrita en ningún lado nuestra salida. Debíamos ser nosotros mismos artífices de ella. Esa convicción fue esencial en todo momento para mí: nadie va a venir a salvarnos. Nadie está penando en el mundo por la posible caída final de Argentina. De manera que había, al momento de asumir Rodríguez Saá, dos actitudes, ambas erróneas, como se demostró después. La primera era la del propio puntano. No escuchó a quienes aconsejaban firmar el acta de defunción de la convertibilidad, ya insostenible. No se animó a enfrentar a la opinión pública con la verdad del derrumbe. La otra actitud errónea era conceptual, no anímica. La sostenían quienes defendían el uno a uno por convicción, no por temor a la opinión de la gente, si bien en sus discursos se aludía a las demandas generalizadas de los ahorristas y la opinión pública en general. Lo cierto era que no creían en ese momento en la capacidad de salida de la Argentina con un tipo de cambio favorable y con un modelo productivo como locomotora del despegue nacional.
Rodríguez Saá y el vértigo Rodríguez Saá no asumió con un plan. Tampoco había sido elegido por unanimidad, ungido con todo el poder existente en ese momento (el Parlamento), que aunque debilitado, era lo único que había. El peronismo finalmente lo había apoyado, pero se mantenían las diferencias de criterios entre los gobernadores, mientras otras fuerzas no lo votaron (169 votos a 138 en contra). Las provincias “chicas” querían a Puerta como presidente hasta llamar a elecciones, pero él solamente aceptaba el cargo si era para completar el mandato. Sostenía, como yo, que no estaban dadas las condiciones para llamar a elecciones. 120
Vimos que De la Sota y Kirchner querían elecciones inmediatas. Menem quería que quien asumiera lo hiciera por dos años, porque él ya pensaba en postularse en esa oportunidad. A quienes me escuchaban, yo les decía que debíamos poner un Presidente para la transición y rodearlo de todo el poder para que pudiera salir de la convertibilidad y llevar adelante un programa productivista. La Asamblea Legislativa debatió más de doce horas, durante la noche y madrugada, hasta que finalmente modificó la ley electoral y designó presidente a Adolfo Rodríguez Saá con mandato desde el 24 de diciembre de 2001 hasta el 5 de abril de 2002, momento de asunción del nuevo presidente que surgiría de los comicios que serían convocados para el 3 de marzo. A pesar de mi alivio y de mi confianza inicial en Rodríguez Saá, pensaba de igual manera que estábamos cometiendo un error. De toda la dirigencia política fui el único que cuestionó públicamente que se continuara con la convertibilidad: “Estamos perdiendo una oportunidad única. La dimensión de la crisis obliga a rehacer todo el sistema, de arriba a abajo. Hay que apostar a la recuperación argentina a partir de la devaluación”. Por eso me preocupé cuando, después de anunciar el default, Rodríguez Saá declaró con mucho énfasis: “A la convertibilidad hay que preservarla”. El gran poder económico de la Argentina no estaba cruzado de brazos, como era lógico. Por distintos canales me llegaban pedidos de reunión de algunos banqueros y empresarios que pretendían que no se tocara el tipo de cambio o que se dolarizara. Había un lobby muy fuerte para que no se pesificara, ejercido por hombres como Manuel Sacerdote o Emilio Cárdenas. Para defender a las privatizadas, llegó en esos días al país Felipe González, que se reunió con la mayoría de la dirigencia política y empresarial con el objetivo de preservar los intereses de las empresas de capitales españoles. 121
La semana que gobernó Rodríguez Saá puede calificarse con una palabra: vértigo. El diccionario describe a este término, en una de sus acepciones, como alteración del sentido del equilibrio. Es una definición que se ajusta plenamente a la tarea de Rodríguez Saá en esos días. Desde el comienzo, luego de su exultante discurso ante la Asamblea Legislativa que lo ungió, imprimió a su gestión un ritmo desaforado. Al principio, eso transmitió a la sociedad una imagen absolutamente contraria a la de pasividad que había caracterizado a De la Rúa y su administración. Se veía con simpatía que el nuevo mandatario gobernara, casi, a puertas abiertas. Permitió instalar un rincón acordonado en el Salón de los Bustos donde la prensa montaba guardia el día entero. Allí bajaba él con frecuencia para anunciar medidas o para narrar los contenidos de las reuniones maratónicas con que recargaba su agenda. Había llegado sin un plan, pero eso no le impidió adoptar y anunciar medidas importantes de inmediato. La suspensión del pago de la deuda externa era algo que tenía en América Latina dos antecedentes: el Perú de Alan García, en 1985, y Ecuador, apenas un par de años antes. Ese dinero sería destinado, “sin dudar y sin excepción”, a la creación de puestos de trabajo. También anunció la creación de una tercera moneda “para inyectar liquidez al consumo popular”. De esa manera, dijo, se podría devolver el 13% que Cavallo había recortado del salario de los empleados estatales y aumentarles el salario mínimo a 550 pesos. Además anunció un mínimo para los privados de 450 pesos. Otra medida igualmente aplaudida por la sociedad fue el plan de austeridad anunciado que, básicamente, consistía en que todos los funcionarios ganarían menos de 3 mil pesos, puesto que ese sería en adelante el sueldo del Presidente. El mismo día en que asumió dijo que comenzaría a firmar los primeros convenios con las provincias “para poner en marcha cien mil empleos esta semana”, con sueldos de 220 pesos. La voluntad era visible y el voluntarismo también. Cuando dos semanas después revisamos la marcha de esos planes, vinos que apenas se habían alcanzado a 122
implementar los primeros cuarenta mil y, por supuesto, esa gente no cobraría quién sabía hasta cuándo, puesto que no había tercera moneda. Pero, insisto, en los primeros dos o tres días el frenesí causó un efecto favorable en la población. Recuerdo que en el segundo día de su gobierno lo visité en la Casa Rosada. Como todos los argentinos, estaba yo también sorprendido gratamente por su hiperactividad y lo felicité por ello y por su coraje. Me puse a su disposición y le transmití mi optimismo respecto de la recuperación del país, aún en esas circunstancias tan difíciles. Esa noche miraba los noticieros televisivos y veía que había realizado su primera reunión de gabinete, luego había recibido al Grupo Productivo
de
industriales,
banqueros
nacionales
y
productores
agropecuarios, luego al jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra, después por separado a las dos asociaciones de Madres de Plaza de Mayo y por último a diversos líderes del movimiento piquetero. En esa vorágine informativa vimos que había ofrecido a la oposición la Auditoría General de la Nación, que controla los actos del Poder Ejecutivo; que había prohibido a todos los funcionarios nacionales trasladarse en autos oficiales y anunció que todo el parque automotor estatal sería puesto en venta en 30 días para utilizar esos fondos para los planes sociales. Pero al mismo tiempo, su incompleto gabinete también tomaba permanente contacto con la prensa. Se veía al presidente siempre exultante. Su aceptación por parte de la sociedad era confirmada por una encuesta de Manuel Mora y Araujo, que mostraba que el 57% había calificado como bueno y muy bueno el discurso de asunción, el 16% regular y el 21% malo.75
Una estrella muy fugaz
75
La Nación, “Buena recepción al mensaje inaugural”, 26/12/2001. En http://www.lanacion.com.ar/362075
123
Pero a partir de las 72 horas de mandato, ya comenzó a circular entre los periodistas de la Casa de Gobierno y del Congreso el rumor de que Rodríguez Saá no pensaba en irse como lo había establecido la Asamblea Legislativa. Imaginaba, se decía, que su romance con la sociedad le permitiría enfrentar la voluntad del Parlamento. Un grupo de diputados vino a verme una tarde a mi despacho en el Senado. Uno de ellos, que actuó como vocero, me dijo: “Nosotros creemos que el puntano tiene una gran expectativa de poder quedarse dos años más. En vez de ver como organiza todo para llamar a elecciones está haciendo todo rápidamente para quedarse y terminar el mandato de De la Rúa. Todo es sobreactuado con ese único fin”. Mientras, la estrella de Rodríguez Saá comenzó a extinguirse muy rápidamente. La designación de Carlos Grosso enfureció a la clase media porteña que salió nuevamente a las calles, a una semana de la gran movilización contra De la Rúa, para hacer sonar sus cacerolas. El viernes 28 de diciembre comenzaron algunas manifestaciones en Tribunales en repudio a los miembros de la Suprema Corte, que habían convalidado las restricciones a la extracción de dinero de los bancos. Y al anochecer, desde diversos barrios de la Capital avanzaban columnas hacia la Plaza de Mayo. Pedían la renuncia de Grosso y de José María Vernet, entre otros. Rodríguez Saá había designado en su gabinete, además de éste último, al otro ex gobernador santafecino: Víctor Reviglio. Carlos Reutemann criticaba públicamente al presidente: “por nombrarlos, ahora tengo cacerolazos en mi provincia”. ¿Qué lo llevó a hacer esas designaciones tan controvertidas que fueron, incluso, tomadas por algunos como provocaciones? ¿La carencia de un equipo propio y suficiente que le permitiera cubrir todos los espacios del gobierno nacional? ¿La desconfianza hacia dirigentes que pertenecieran
a
las
líneas
internas
del
justicialismo
(menemismo,
duhaldismo, reutemismo, delasotismo, etc.)? ¿Cómo un dirigente de su capacidad y trayectoria no pudo prever la resonancia social de sus propias 124
acciones? ¿O es que él creía que estaba exento de las críticas feroces de la sociedad hacia la dirigencia política? La nueva movilización tuvo las mismas características que la del 19 de diciembre: marchaban de manera pacífica las familias, con sus hijos, sin alterar otra cosa más que el tránsito vehicular. Sin embargo, después de la medianoche, un grupo de jóvenes violentos prendió fuego cerca de la puerta de ingreso a la Casa Rosada, en la calle Balcarce y atacaba a los policías apostados. Cuando la gente vio esos desmanes comenzó a desconcentrarse. Para intentar calmar los ánimos, el secretario general de la Presidencia anunció, después de las dos de la mañana, que se habían aceptado las renuncias de los funcionarios cuestionados. Fue un fatal retroceso, un duro golpe para el gobierno que puso en evidencia la fragilidad del poder presidencial. Por esa razón, Rodríguez Saá organizó para el domingo 30 una reunión de gobernadores en Chapadmalal, lejos de las cacerolas porteñas. El presidente pedía ese encuentro para que los mandatarios provinciales le propusieran un nuevo gabinete y para discutir un amplio temario. El nuevo gesto, lejos de ayudarlo, lo debilitó aún más. Su error fue citar públicamente a los gobernadores sin tener el suficiente poder de convocatoria y sin haber consultado previamente la disposición de los mismos. Él era un par de los gobernadores que lo apoyaban, y por eso debía consultar con ellos decisiones de tamaña naturaleza. El mayor malestar residía en los que querían que se efectivizara inmediatamente el llamado a elecciones. Ese
sábado
posterior
al
cacerolazo
me
llamaron
varios
gobernadores. Algunos estaban claramente decididos a no participar de la reunión. Otros criticaban ante la prensa al Presidente. Mi opinión fue unánime: hay que ayudarlo. Pero pude percibir que en la mayoría no había clima para asistir a Chapadmalal.
Un presidente en retirada 125
Ese domingo, en el chalet presidencial, se sentaron en torno a la gran mesa de la sala de la planta baja, el Presidente, su hermano Alberto Rodríguez Saá; los gobernadores de Buenos Aires, Carlos Ruckauf; de Salta, Juan Carlos Romero; de Formosa, Gildo Insfrán; de San Luis, Alicia Lemme; de La Rioja, Angel Maza; de Misiones, Carlos Rovira; además de Ramón Puerta; Antonio Cafiero; los ministros Rodolfo Gabrielli y Juan José Alvarez; y el secretario de Turismo, Daniel Scioli. La queja de Rodríguez Saá fue el argumento que luego usó para renunciar: - “A De la Rúa nunca le faltó un Gobernador y a mí, que soy compañero, me hacen esto.” Según el relato de los presentes, estaba muy alterado y trataron de calmarlo. Los presentes se sorprendieron porque de pronto el Presidente comenzó a leerles el Presupuesto que había redactado y dijo que lo que estaba haciendo no se había producido en treinta años: un Presupuesto equilibrado. Les pareció que el Presidente estaba muy perturbado. Le propusieron que llamara a los otros gobernadores, pero habló con De la Sota y con Kirchner sólo para recriminarles su ausencia. Esa escena duró apenas media hora, nada más. Después, el Presidente se fue al primer piso donde estaba su hermano Alberto. Se encerró ahí y ya no se vio más con la mayoría de los presentes. En ese momento seguramente tomó la decisión de renunciar, porque al poco tiempo viajó a San Luis, acompañado por el gobernador formoseño Gildo Insfrán y el Secretario de Deportes, Daniel Scioli. Ruckauf se fue en un helicóptero de la provincia de Buenos Aires, llevando a algunos otros participantes que no querían abandonar la residencia presidencial por tierra para evitar el encuentro con los empleados de los hoteles de Chapadmalal, que con cacerolas pedían su reapertura. Otros participantes de la reunión salieron escondidos en una camioneta que el personal de la unidad turística tiene para hacer las compras.
126
Se dijo que el Presidente había sufrido en esas horas un ataque de pánico. En relación con el estado de ánimo de Rodríguez Saá, fue notorio que pasó de un estado de euforia muy grande en los días previos, a un pozo depresivo en medio de la reunión de Chapadmalal. He conversado con especialistas acerca de ese tema porque yo mismo, durante mis primeros meses de gestión, sufrí la enorme presión de las circunstancias. Llegué a pensar cuánto tiempo mi mente podía tolerarlas. Temí que la sucesión
abrumadora
y
constante
de
problemas
pudiera
llegar
a
quebrarme. Temí perder la calma, la serenidad, el equilibrio. No es tan infrecuente esa sintomatología que algunos adjudicaron en su momento a Rodríguez Saá. Se padecen esos picos de euforia y depresión, aún más cuando las personas se encuentran sometidas a circunstancias extremas, como fue su caso y como sería posteriormente el mío. La cuestión no es el cúmulo de problemas que uno tiene en esas circunstancias. La presión enorme reside en las consecuencias gravísimas para el país y su gente si uno no es capaz de encontrar las soluciones correctas. Un análisis más fino del breve período de Rodríguez Saá nos permite ver, más allá de lo dicho y de lo que se ha escrito, que ese vértigo que lo caracterizó iba en contra de lo que el sentido común pedía a gritos: calma, tranquilidad, apaciguamiento de los ánimos. La actitud exaltada y la vorágine que imprimía Rodríguez Saá a su tarea se volvió rápidamente en su contra. No supo ver que uno de los requisitos centrales para gestionar en esos momentos era el respeto por los compromisos y por la palabra dada a la sociedad, al Parlamento y a sus pares. Como él se había comprometido a llamar a elecciones, preparar las condiciones para hacerlo debería haber sido su principal actividad de gobierno. Intentó eludir ese compromiso y con ello lo único que consiguió fue reavivar la desconfianza popular en la política, una vez más.
127
SEGUNDA PARTE LAS BASES DEL NUEVO RUMBO
128
CAPÍTULO IX FORTALECER EL PODER DE LA REPUBLICA
“Esta gestión que hoy mismo comienza su tarea, se propone lograr pocos objetivos básicos: primero, reconstruir la autoridad política e institucional de la Argentina; segundo, garantizar la paz en Argentina; tercero, sentar las bases para el cambio del modelo económico y social”.
Discurso de asunción presidencial, 1º de Enero de 2002
129
El discurso que pronuncié al asumir la Presidencia de la Nación se había escrito en las pocas horas que tuve antes de leerlo ante la Asamblea Legislativa, pero resumía años de reflexión y de experiencia ejecutiva. Lo reproduzco a continuación, con algunos subrayados, porque es un documento. Allí se condensaba mi pensamiento y la base de mi acción. Resumía un buen diagnóstico de cómo estaba el país y, sobre todo, daba a conocer el rumbo preciso que adoptaría mi gobierno. Señalé tres ejes básicos que serían los que guiarían nuestra tarea, sobre todo en los primeros 120 días de gestión, en que se produjeron las grandes transformaciones, cuyos efectos positivos para el país continuamos observándolos. Esos ejes centrales fueron así resumidos en el mensaje del 1º de enero de 2002: “Esta gestión que hoy mismo comienza su tarea, se propone
lograr
pocos
objetivos
básicos:
primero,
reconstruir
la
autoridad política e institucional de la Argentina; segundo, garantizar la paz en Argentina; tercero, sentar las bases para el cambio del modelo económico y social”. Como la historia reciente lo demuestra, la batería de medidas adoptadas a partir de esas convicciones dio vuelta una de las peores páginas de nuestra vida. Sentaron las bases de la gran recuperación. Y señalan el orden que he querido dar a esta segunda parte del libro.
“Honorable Asamblea Legislativa; querido pueblo de mi patria: he sido designado por esta Asamblea Legislativa para ocupar la Presidencia de la Nación hasta el 10 de diciembre del año 2003. Asumo con el firme propósito de cumplir con la palabra empeñada en estas circunstancias que llaman a la entrega y al sacrificio de todos los argentinos. Como ustedes saben, a partir de la renuncia del doctor De la Rúa, consideraba que la responsabilidad en el ejercicio de un gobierno de transición es incompatible con la pretensión de competir por una candidatura presidencial en el año 2003. Por lo tanto, me 130
comprometo a realizar un gran esfuerzo personal para resolver la crisis y poder transferir la banda presidencial a otro ciudadano electo por la voluntad del pueblo argentino dentro de dos años. Hace
pocos días
respondimos
al urgente
llamado a la
responsabilidad formulado a la dirigencia política por la Conferencia Episcopal Argentina. La Iglesia prestó el ámbito de CARITAS, donde con el concurso y asistencia del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, comenzamos a transitar un proceso de diálogo nacional capaz de cambiar la dirección que llevó al país a este angustioso presente. Desde
mañana,
sin
delegar
la
responsabilidad
en
la
recuperación de la paz social que me compete y la tarea que debo realizar, estaremos trabajando juntos con las fuerzas políticas, empresariales, laborales y organizaciones no gubernamentales en la elaboración inmediata de un programa de salvación nacional. Participar de ese abierto proceso de diálogo, es afirmar que queremos mirar de frente a cada argentina y cada argentino y decirles que conocemos sus angustias y desesperanzas y que estamos dispuestos a salvar solidariamente la Nación recuperando la dignidad de cada miembro de la comunidad. No son horas de festejos las que corren. Sin embargo, son horas de esperanza, porque estamos asistiendo a una experiencia inédita en nuestra vida política que es la formación de un gobierno de unidad nacional construido por sobre las banderías políticas y los intereses partidarios que constituye un preciado reclamo de nuestro pueblo. Mi designación es el fruto de la voluntad de los representantes del pueblo. De allí emana mi legalidad, pero aspiro que este gobierno se constituya progresivamente en el fiel intérprete de los anhelos de las grandes mayorías nacionales. Hemos tenido una profunda incapacidad moral y política para cambiar un modelo de exclusión social progresivamente instaurado en las últimas décadas. Mi compromiso a partir de hoy, es terminar con un modelo agotado que ha sumido en la desesperación a la enorme mayoría de 131
nuestro pueblo para sentar las bases de un nuevo modelo capaz de recuperar la producción, el trabajo de los argentinos, su mercado interno y promover una más justa distribución de la riqueza. Necesitamos la comprensión y la cooperación internacional. Hemos tenido que suspender el pago de los intereses de nuestra deuda pública porque no estamos en condiciones de hacerlo en estas circunstancias críticas que han generado una fuerte eclosión social. Y la única manera de hacer frente a nuestros compromisos internos y externos, es mediante el crecimiento de nuestra economía que derive en un auténtico desarrollo humano. Conozco la profundidad de nuestro país federal; ese país profundo que suele escapar a la mirada de los ojos cotidianos. Mi compromiso es respetar a nuestras provincias garantizando los pactos suscriptos por los anteriores gobiernos y diseñar en conjunto un proyecto nacional que incluya a los argentinos sin excepción. Nosotros todos, sabemos del dolor y de la miseria que agobia a millones de argentinos del país federal. Es una Argentina de trabajo, una Argentina que se quiebra la espalda de los cañeros en Tucumán, de los algodoneros chaqueños, de los viñateros cuyanos, que se astilla las manos de los hacheros, que se oculta en los socavones de las minas, que se quema en el sol de las sequías, de la misma manera que se ahoga en las inundaciones. Ese es el país del que me hago cargo, el país real. Asumo teniendo plena conciencia de estas condiciones y con la decisión de encontrar las soluciones que todo el pueblo espera. Por eso, hoy no hay nada de qué congratularse. No hay nada de qué celebrar o aplaudir. No es momento de cánticos ni de marchas partidarias. Es la hora del Himno Nacional. Quiero decirles que estamos en una situación límite. Lo sabemos. No tenemos crédito externo ni crédito interno. Están metidos en el famoso "corralito" 65.000 millones entre pesos y dólares que los bancos han prestado a empresas, familias o al sector público. Existe, sin embargo, una denuncia que se ha hecho eco en este Congreso acerca de la probable ilegalidad de la remisión de parte de esos fondos con maniobras al exterior. Hay que investigar 132
seriamente esas sospechas. Porque se debe garantizar que quienes hayan robado el dinero de la gente y quienes no hayan controlado a los que robaban, vayan presos. A los afectados por el "corralito", les digo que el Estado no permitirá que sean víctimas del sistema financiero. Quiero decirles que van a ser respetadas las monedas en que hicieron sus depósitos. Es decir, que el que depositó dólares recibirá dólares, el que depositó pesos recibirá pesos. Además, quiero decirles que la crisis financiera del sector público, como saben, no tiene precedentes. No tenemos hoy un peso para afrontar las obligaciones de salarios, jubilaciones y medio aguinaldo del Estado Nacional. La excepcional caída de la actividad económica se traduce en una fuerte caída de la recaudación. Genera esto, un círculo vicioso perverso que pone a nuestro país al borde de la desintegración, al borde del caos. Solamente en el mes de diciembre, la caída de la recaudación respecto del ejercicio 2000, alcanzó el 33 por ciento, cifras que se estiman similares en muchas de nuestras provincias. El déficit fiscal del ejercicio 2001 alcanza a 9.000 millones de pesos. La deuda flotante del sector público alcanza a 5.000 millones de pesos sin computar las deudas que tiene la Dirección General Impositiva en concepto de reembolso de impuestos. Como consecuencia de la depresión económica, la caída de nuestro ingreso por habitante alcanzó un 12 por ciento. También aumentó la desocupación superando todos los registros históricos del país y el índice de pobreza llegó al 40 por ciento de la población. Eso significa, ni más ni menos, que 15 millones de hermanos nuestros viven debajo de la línea de pobreza. Durante el ejercicio 2001, las reservas del Banco Central de la República Argentina cayeron 18.000 millones de pesos o dólares y el 24 por ciento de los depósitos del sistema financiero fugaron como consecuencia, entre otros, de la crisis de confianza. No es momento, creo, de echar culpas. Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. Este 133
modelo en su agonía arrasó con todo. La propia esencia de este modelo perverso terminó con la convertibilidad, arrojó a la indigencia a 2 millones de compatriotas, destruyó a la clase media argentina, quebró a nuestras industrias, pulverizó el trabajo de los argentinos. Hoy, la producción y el comercio están, como ustedes saben, parados; la cadena de pagos está rota y no hay circulante que sea capaz de poner en marcha la economía. Hay, por lo tanto, que sincerar esta situación, hay que explicar seriamente a nuestro pueblo dónde hemos caído y qué debemos hacer para levantarnos. Honorable Asamblea: venimos con toda la fe, con toda la confianza, con todo el amor de que somos capaces a poner de pie y en paz a la Argentina. Los pueblos toleran cualquier circunstancia adversa. ¡Y vaya si lo toleran! Lo que ningún pueblo tolera es el caos, la anarquía. Y quiero decirles que el caos y la anarquía que vivimos, no se resuelve con balas ni con bayonetas, se resuelve ocupándonos seria y responsablemente de los problemas que afligen a millones y millones de excluidos en la República Argentina. Excluidos de todas las relaciones: políticas, económicas, sociales, culturales, laborales. Millones son los que están afuera. Y decir que venimos con todo el amor, como antes manifestaba, a poner de pie a nuestro país. La doctrina social de la Iglesia es nuestra guía y, además, nuestro norte. Sus principios humanistas y cristianos, serán los pilares sobre los que se apoyen todas nuestras acciones de gobierno. Esta gestión que hoy mismo comienza su tarea, se propone lograr pocos objetivos básicos: primero, reconstruir la autoridad política e institucional de la Argentina; segundo, garantizar la paz en Argentina; tercero, sentar las bases para el cambio del modelo económico y social. Reconstruir
la
autoridad
política
e
institucional
significa
predicar con el ejemplo, en primer lugar; significa recuperar la patria, sus instituciones y la fe del pueblo en ellas; significa que debemos empezar por cambiar nosotros mismos ejecutando, sólo para empezar y de inmediato, las medidas de austeridad y sacrificio 134
que el pueblo nos reclama. Debemos tomar acciones esenciales que permitan promover una nueva organización institucional en la Argentina para recuperar esta república arrasada por la corrupción y el desgobierno. Garantizar la paz social, significa no resignarnos a transitar el camino contradictorio de ser un país rico poblado de pobres. No es posible que el 40 por ciento de nuestra población viva bajo la línea de pobreza. Eso significa, ni más ni menos, que 15 millones de compatriotas no logran acceder a la canasta básica y que, según cifras oficiales, el último año, sólo el último, 730 mil ciudadanos argentinos dejaron la clase media para convertirse en pobres por declinación de ingresos o por pérdida de su empleo. Garantizar la paz social, significa recuperar el crecimiento de la economía, promover la transformación productiva con equidad y propiciar un modelo sustentable fundado en la producción y en el trabajo. Garantizar la paz social en forma inmediata, significa mantener el programa de creación de un millón de puestos de trabajo aquí anunciados hace una semana por el ex presidente Rodríguez Saá. Es indispensable ponerlo en marcha pero debemos reconvertirlo. No es posible en poco tiempo organizar para que trabajen un millón de personas en la Argentina. Debemos reconvertirlo en otro programa que sea un seguro de empleo y formación profesional destinado a jefas y jefes de hogares desocupados. Sentar las bases de un modelo nuevo económico, social, cultural, significa romper definitivamente con el pensamiento único que ha sostenido y sostiene que no hay alternativa posible al modelo vigente. Esa es una falacia teórica que sólo ha podido sostenerse en la Argentina en el marco de la falta de un debate nacional serio y profundo. El mundo, como todos sabemos, reconoce la existencia de una pluralidad de modelos instrumentados por los distintos países para integrarse en un proceso mundial de globalización. Pero en todos ellos, en los exitosos, tienen rasgos comunes que nuestro modelo no tuvo en cuenta. 135
¿Cuál es uno de los rasgos comunes que tienen todos los modelos
exitosos?
Es
la
defensa
irrestricta
de
los
intereses
permanentes nacionales. Ningún país del mundo se desintegra en estos procesos que son de integración; sólo quienes elegimos los más perversos modelos, nos desintegramos en él. Y el segundo rasgo de aquellos países que progresan, es la conjunción del esfuerzo entre el sector público y el sector privado. Ustedes que han recorrido el mundo, habrán visto y se han encontrado con legisladores, con intendentes, con alcaldes, con presidentes de otros países que progresan y habrán advertido que todos ellos hablan de la producción, hablan del trabajo, hablan de su gente. Eso es lo que no hemos hecho los argentinos. Pareciera que la clase política está desvinculada del sistema productivo; pareciera ser que somos cosas distintas. Ustedes -reitero- que conocen, habrán visto que esto es una realidad. legislador
Cada
funcionario
argentino,
debe
convertirse
en
un
cada
diplomático,
representante
de
cada
nuestros
intereses y en un lobbista de las empresas nacionales. La tarea que tenemos por delante es difícil. Pero tenemos que recrear las condiciones para que la Argentina vuelva a traer inversiones productivas. Debemos reconstruir el cuerpo de nuestras empresas e industrias que son las grandes generadoras de empleo. Creemos firmemente en la necesidad de integrarnos al mundo mediante la articulación de bloques comerciales partiendo de la base de un MERCOSUR fuerte y capaz de propiciar acuerdos estratégicos con otros bloques tanto el ALCA, Unión Europea y otros mercados en el mundo. Honorable Asamblea; queridos compatriotas: pertenezco a un movimiento político que a través del presidente Juan Domingo Perón y de Eva Perón fundaron la justicia social en la Argentina y levantaron las banderas de independencia económica y soberanía política. Banderas que con el tiempo, fueron asumidas por todas las fuerzas políticas de origen popular. Esas banderas han sido arriadas y tenemos hoy que preguntarnos y preguntarles a los argentinos, si
136
verdaderamente
queremos
vivir
en
un
país
soberano
e
independiente. Si la respuesta es positiva, como imagino, tenemos que cambiar, tenemos que cambiar. El camino es luchar juntos para desatar uno a uno los nudos de la dependencia. A mis compatriotas, les pido que cada uno desde su lugar, participe y se entregue con pasión y fe en la recuperación de esta Argentina que todos amamos. Por mi parte, le pido ayuda a Dios para asumir ante mi pueblo un solemne compromiso que desearía fuera tomado como una auténtica palabra de honor. Quiero hacer de mi gobierno un espejo en el cual mirarse y no un vidrio empañado por la sospecha, la insensibilidad o la cobardía. Quiero energía para acometer esta tarea; coraje para no temer a lo nuevo, para no tener que enfrentar gravísimas contingencias; severidad para juzgarme a mí mismo; perseverancia para no abandonar la lucha y firmeza para jamás traicionar los principios. Venimos a poner de pie y en paz a la Argentina. La Argentina, lo sabemos, lo sentimos, tiene futuro. Por eso, hoy tenemos que ser más argentinos que nunca. No lo duden, no lo duden un solo instante: Argentina tiene futuro”.
Arranqué con el pie izquierdo Comencé la presidencia con el pie izquierdo. Cometí un error serio que puso en jaque desde el inicio mi credibilidad. Había afirmado en el mensaje a la Asamblea Legislativa: “el que depositó dólares recibirá dólares y el que depositó pesos recibirá pesos”. Pero en el inicio mismo del mensaje había afirmado también:”Asumo con el firme propósito de cumplir con la palabra empeñada”. No era, pues, un tema menor en medio del cuestionamiento generalizado de la sociedad hacia los políticos, a los que consideraba corruptos y mentirosos.
137
Me
encontraba ante
un grave
dilema ético. Había
afirmado
categóricamente un compromiso de imposible cumplimiento porque no había
dólares.
El
dilema,
entonces,
me
presentaba
la
siguiente
alternativa: dejar que pasara el tiempo y buscar soluciones alternativas que nunca serían satisfactorias, pero no hacerme cargo del error o bien, reconocerlo de cara a la sociedad. Entonces tomé una decisión de la que nunca me arrepentí: decir la verdad; admitir sin reservas que me había equivocado, aunque ese reconocimiento provocara turbulencias entre los ahorristas, que eran los principales motores de las movilizaciones y cacerolazos del momento. Y así lo hice. No podía intentar preservarme y dejar que ocurriera un daño tan grande. El valor de la palabra era más importante que cualquier otra interpretación. De manera que hablé con Jorge Remes. Él avanzaba con el programa económico y preparaba los anuncios que haría al país, a través de una conferencia de prensa. Le pedí que hiciera la aclaración de mi error. Y yo lo hice personalmente, también. Hasta ese momento había dado sólo entrevistas exclusivas a algunos diarios. Para enmendar mi error, reuní en la Casa Rosada a los jefes de redacción de las agencias de noticias. Recuerdo que me habían puesto un vaso y una jarra con agua en el escritorio. Luego de aclarar que los dólares no estaban y, por lo tanto, no podían ser devueltos, tomé el vaso, lo mostré y dije: - Yo me comprometo a trabajar para que el ahorrista que con su dinero podía comprar, en el momento del depósito en el banco, cien vasos como este, pueda en el momento de retirarlo comprar también cien vasos. Así expliqué que íbamos a trabajar para mantener el poder adquisitivo de los ahorros. En ese sentido iba la pesificación asimétrica, que impusimos. Un dólar reconocido a los ahorristas a 1,40 pesos, más el CER76, terminó, con el correr de los meses, acercándose al valor
76
Coeficiente de Estabilización de Referencia (CER). El Poder Ejecutivo Nacional hizo uso de las facultades que le otorga el artículo 99, inciso 3 de la Constitución Nacional y en el artículo 4 del Decreto Nº 214/2002 se dispone la aplicación a determinados depósitos y obligaciones, de un factor de ajuste tendiente a protegerlos de la pérdida de poder adquisitivo. Ver normativa asociada en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
138
adquisitivo de un dólar antes de la devaluación. Eso lo sostuve posteriormente en mis programas radiales y en cada oportunidad en que se intentaba decir que habíamos perjudicado a los ahorristas. Aquella frase errónea de mi discurso, vista a la distancia, era algo menor respecto de que lo que estábamos poniendo en marcha en el país con el cambio de modelo económico y con el nuevo programa diseñado por mi gobierno. Sin embargo, los que se oponían a nosotros, los que intentaban retrotraer las cosas o dolarizar, por ejemplo, no tenían ninguna alternativa pero se encargaban de amplificar ese equívoco. A la luz de lo ocurrido, la historia nos ha dado la razón, pero en aquél momento nos bombardeaban con lo que encontraban y ese error les servía para atacarnos sin tener que dar ellos fundamentos. En ese momento nos pedían que abriéramos el corralito. ¡Era una locura! Yo intentaba explicar a una sociedad en carne viva que el corralito era como una bomba de tiempo que debíamos desmontar sin que nos estallara en las manos. Lanzar a la gente a la puerta de los bancos que no tenían los dólares necesarios para devolver los depósitos era lo mismo que provocar la quiebra del sistema financiero y, más grave aún que eso, encender la mecha de una explosión de ira que no tendría límites. Esa era la realidad.
Cumplir con la palabra empeñada El ejemplo que surge de la acción, del acto realizado, es la única herramienta seria y responsable con que contamos los gobernantes para preservar la fe del pueblo. Y en ese sentido desde hacía muchos años los argentinos veían que sus políticos prometían una cosa y hacían otra. La hipocresía se había instalado como un componente de la política y el desencanto de la gente había ido en aumento. Perdida la fe, el ser humano poco o nada tiene para mirar el porvenir. Y sin esperanza no hay
139
futuro. Por eso, para iniciar un nuevo camino en la Argentina, mi gobierno debía recuperar el valor de la palabra prometida. Gobernar con la verdad. Así que recuperar la confianza de los argentinos en el gobierno era una tarea prioritaria. Yo pedía a la sociedad que se dispusiera a soportar mayores sacrificios; por lo tanto, mi gobierno y yo, en primer término, debíamos comenzar por dar el ejemplo. Por eso manifesté de entrada, en el segundo párrafo del mensaje ante la Asamblea Legislativa que “la responsabilidad incompatible
en
con
el la
ejercicio
de
un
gobierno
pretensión
de
competir
por
de
transición
una
es
candidatura
presidencial en el año 2003”. Y me comprometí a “realizar un gran esfuerzo personal para resolver la crisis y poder transferir la banda presidencial a otro ciudadano electo por la voluntad del pueblo argentino dentro de dos años”. Esta cuestión tenía, pues, una enorme importancia. Cuando yo decía que iba a llamar a elecciones no bien arribáramos a aguas serenas, no me creían. Sin embargo, así ocurrió; cuando salimos de la tormenta llamé a elecciones. Cuando dije que no sería candidato, que era incompatible timonear la emergencia y a la vez especular con un futuro electoral inmediato, tampoco me creyeron. Y no fui candidato. Cumplí la palabra. Si la ética no alcanzara para explicar mi accionar, hay también razones de orden estrictamente político que lo sostuvieron. ¿Podía un gobernador con aspiraciones presidenciales sumarse confiada y plenamente, con toda su energía, al proceso de recuperación si creía que después debería competir conmigo? ¿Podía lealmente, en su interior, desear el éxito de esa empresa nacional a que estábamos todos abocados? ¿Mi
gobierno
podía
pedir
diligencia
y
acompañamiento
al
Parlamento, si creía que había en mí un proyecto personal y no un programa de salvación nacional? ¿Podían los productores agropecuarios y los industriales, a quienes les podíamos su aporte, acercarse desinteresadamente, pensando en el 140
bien común, si sospechaban que yo estaba haciendo mi propio negocio electoral? ¿Podía acercarse la Iglesia, temiendo ser utilizada en beneficio personal de un político al que cabían las generales de la ley en cuanto al desprestigio sufrido a los ojos de la sociedad? ¿Podían los trabajadores acompañarme, con el sacrificio que les pedía, si yo no estaba dispuesto a hacer ninguno? ¿Podía esperar alguna comprensión de los ahorristas si me veían construyendo mi propio continuismo? ¿Podía la prensa actuar con la grandeza que el país necesitaba si debía leer entre líneas mis bajezas? Y a los pobres, a los marginados, a los hambrientos, ¿podía yo exhibirles mi ambición narcicista ante su sufrimiento? Absolutamente no. Cuando un barco se está hundiendo no es posible creer que los tripulantes harán todos los esfuerzos exigidos si sospechan que el capitán sólo piensa en salvarse a sí mismo. Aquella Argentina exigía, como he dicho, verdad y también rectitud. Tan bajo habíamos caído que eran precisos, para ascender, los más altos valores. En ese sentido también la crisis era oportunidad. En forma prioritaria expuse ante la Asamblea Legislativa y a los argentinos que me excluía de la contienda electoral venidera para normalizar el proceso democrático. Debía vaciar de toda connotación electoral a mi gobierno. Y prometer y cumplir eran una misma cosa. Tiempo después, cuando la situación comenzó a mejorar y se abría el proceso electoral para la sucesión, algunos compañeros y amigos del campo político y empresarial me pedían que fuera yo el candidato justicialista. El argumento, incluso, aparecía en comentarios periodísticos. “El país se encamina hacia una salida de la crisis; no hay mejor garantía para la Argentina que seas vos mismo quien complete esa
141
transición”,
argumentaban
algunos
gobernadores
de
provincias
e
intendentes de Buenos Aires, según la prensa.77 Otros me decían que el peronismo se partía y que yo era el único capaz de sintetizarlo en una expresión electoral unida. Creo que eran apreciaciones erróneas, pero más allá de eso yo les recordaba aquella promesa originaria: “Transferir la banda presidencial a otro ciudadano electo”. Sobre ella yo había fundado mi credibilidad y la comprensión y paciencia del pueblo para con mi gestión. Contra la opinión de muchos, sigo sosteniendo que aquella actitud tuvo tanta importancia en la recuperación del país como las principales medidas económicas y sociales de mi gobierno.
Un gobierno parlamentario Mi designación es el fruto de la voluntad de los representantes del pueblo. De allí emana mi legalidad, escribí en el mensaje a los argentinos. Eso, en buen romance, quería decir que yo estaba ocupando un lugar que no me había ganado en las elecciones. Al contrario, estaba en lugar de quien me había ganado las elecciones dos años antes. Yo estaba allí porque el único poder legítimo emanado de la voluntad popular, que era el Parlamento, me había elegido para completar ese mandato. Anarquía, caos, derrumbe social, depresión económica, default, sangre y violencia en las calles; y en medio de eso emergía un gobierno de evidente raíces frágiles. Eso fue algo que ni un solo segundo dejé de tener en cuenta. Para dar respuesta a esa fragilidad de origen yo tenía dos instrumentos en mis manos: el diálogo, la concertación y la construcción de un gobierno parlamentario. Un gobierno de unidad nacional. 77
Página/12, “Ayer arrancó el operativo Clamor”, 23/12/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-14533-2002-12-23.html y Clarín, “Duhalde arrancó con cautela la jugada para ser candidato”, 23/12/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/12/23/p-00301.htm
142
Aprovechando el desprestigio de las organizaciones políticas y sociales, algunos cuestionaron ese sistema de alianzas que organicé como tarea prioritaria. Eran críticas oportunistas, sin solidez, que no respondí porque siempre tuve la convicción de que las instituciones están por encima de toda circunstancia. Hemos tenido y tenemos una gran crisis del Poder Legislativo pero a nadie en su sano juicio se le ocurriría caer en la tentación de cerrarlo. Lo mismo sucede con los partidos políticos o las organizaciones gremiales y empresariales, también afectados por la crisis. Demonizarlos es apostar a la anarquía o a su contrario, la autocracia. Por eso evité repartir culpas y recurrí a todos en la seguridad de que, como decía Perón, “a la Argentina la salvamos entre todos o no la salva nadie”.
El miedo es zonzo Sin embargo, mi defensa de las instituciones no me impide expresar juicios críticos hacia la dirigencia argentina. Sigo pensando, como hace seis años, que es la causante de los grandes males nacionales. Nadie nos condenó a la decadencia. Nuestra caída ha sido el fruto de una profunda crisis espiritual. El lector recordará mi frase –poco feliz pero muy expresiva- alusiva a los “atributos” escatológicos de los dirigentes. La pronuncié a fines del año 2000, el 15 de noviembre exactamente. ¿Por qué vuelvo a ello? Porque pienso que aún no han aprendido la lección que nos dejó la crisis. En aquella época, en rueda de amigos, con compañeros y hasta en reuniones no numerosas usaba esa expresión para calificar a los dirigentes argentinos, entre quienes me incluía, desde ya. “Somos…” decía. Yo veía cómo nos deslizábamos hacia la anarquía, cómo la pendiente del nivel de vida de los sectores más populares se acentuaba día a día y me invadía un sentimiento de profunda impotencia. Y de pronto, una mañana calurosa de noviembre, conversando al aire con Oscar González Oro se me escapó la frase. Yo estaba enojado con 143
el gobierno que no tenía rumbo, que no daba respuesta a la problemática social. Eso le decía al periodista que me preguntó: - Usted dice que el problema es moral. ¿Puede explicarme cómo es eso? - La verdadera crisis moral es no resolver el tema de la exclusión en un país que lo puede resolver. Hace falta un proyecto donde todos sean incluidos, que deje de lado un modelo de ajuste para empezar un modelo de producción. El nuestro es un país con todas las potencialidades para ser muy importante. Los economistas desde hace algunos años están enseñándonos cómo se gobierna, pero ninguno de ellos, ninguna escuela económica, puede medir la energía de un pueblo en su sector laboral y productivo - ¿Por qué están así las cosas en la República, a su juicio? - Porque tiene una dirigencia de mierda. Ya estaba dicho. Como señalaban luego algunos medios, la frase corrió como un reguero de pólvora. La comentaban los taxistas, las amas de casa, los políticos, los analistas. Se habló en todo el país y en el extranjero. Muchos me criticaron. También muchos me felicitaron. Pero nadie me quitó razón. Con cierta ironía, podría decir que con mi frase fui un precursor del “que se vayan todos”. - No hablo en particular de ninguna persona. Digo que si se analiza el promedio histórico de la dirigencia argentina, es de una mediocridad absoluta. E incorporo no sólo a los políticos, sino también a los sectores empresariales y sindicales- aclaré entonces. Eso ocurría -como dije- a fines del 2000. Hoy, seis años después, pienso lo mismo y me pregunto si lo que padeció nuestro pueblo nos habrá servido para cambiar la mentalidad. Tengo mis dudas. Pienso que, esencialmente, tenemos una dirigencia cobarde. Ya a fines de los noventa todos sabíamos que el modelo de ajustes nos
llevaba
inexorablemente
al
derrumbe.
Recuerdo
algunas
conversaciones con empresarios, con destacados dirigentes políticos y gremiales del peronismo y, también de la Alianza. Nadie se oponía a mis 144
consideraciones acerca de la necesidad de cambiar el modelo; sin embargo, tenían miedo de enfrentar las consecuencias de plantearle al pueblo la verdad de sus convicciones. Tenían miedo al juicio de los personeros del establishment y, básicamente, al de una sociedad también temerosa, que se aferraba al uno a uno ante la amenaza de algo peor. En esa situación, los dirigentes no asumieron la responsabilidad de contribuir a la toma de conciencia de la gente. Defeccionaron en su rol de señalar los rumbos y conducir al pueblo. Prefirieron sentarse cómodamente, cual espectadores en sus butacas, cómo el modelo iba carcomiendo los cimientos de la República. El miedo de la dirigencia resultó ser –a la inversa del dicho populardemasiado zonzo. Aún en aquella situación, en la que yo ya había tomado la decisión del cambio y la comenzaba a ejecutar, sólo recibí apoyos personales, casi en susurro, no fuera a ser que si mi plan fracasaba ellos estuvieran comprometidos. Así como creo que sin partidos políticos funcionando en plenitud no hay democracia real; así como creo que sin una actitud francamente combativa del gremialismo no se podrán recuperar los derechos de los trabajadores conculcados en las tres últimas décadas, también así considero que es preciso un verdadero recambio dirigencial en todos los órdenes. Es preciso que una nueva dirigencia florezca y reemplace a la actual, que sigue en el estado catatónico en que la sumió el modelo neocolonial. La Patria necesita hijos que la quieran y piensen en ella sin miserias y con grandeza.
Un acuerdo político para sostener la democracia Vuelvo, luego de esta digresión, a la consideración de las razones que impidieron que cayéramos en la anarquía definitiva. No bien asumí, los enemigos del cambio criticaban la alianza que construí con el peronismo bonaerense, la UCR y el Frepaso. Aún hoy alguna voz se 145
escucha con la misma postura, como si esa coalición no hubiese sido la única cierta que permitió tener un mínimo de poder político para emprender el gran cambio de rumbo en medio del derrumbe. Soy crítico, entonces, de la dirigencia, pero sé también agradecer a quienes ayudaron al país a salir del pozo. El columnista de Clarín Eduardo Van der Kooy, publicó respecto de mi fragilidad, el día siguiente de mi asunción, un análisis de los primeros desafíos y allí explicaba diferencias de actitud de los legisladores al elegirme y la anterior Asamblea Legislativa que había ungido a Rodríguez Saá: “Hubo bastante más que una simple diferencia de maquillaje con Rodríguez Saá. Duhalde salió elegido de la Asamblea Legislativa por una abrumadora mayoría y no por una luz de 31 sufragios (...) El nuevo Presidente logró aquello que se demandó de la primera Asamblea: un apoyo sólido del peronismo pero, sobre todo, el aval del resto del arco político (...) Podrá decirse, con dosis de razón, que aquella unción no otorga absoluta legitimidad frente a una sociedad que desconfía de todo y también del Parlamento. Pero la realidad volvió a demostrar el fin de semana, con los episodios de violencia y la patética salida de Rodríguez Saá, que el camino electoral parece tener un foso insalvable antes de la meta”.78 Yo pensaba así, y lo había manifestado en los días de la huida de De la Rúa: era un error de apreciación de la realidad creer que se podía convocar a elecciones en medio del derrumbe y con un cuerpo social tan alterado. Si yo me hubiese sumado al coro que pedía elecciones ya, podría haberme beneficiado con la candidatura de mi partido. Pero es que simplemente no se podía convocar a elecciones en ese momento. Alguien debía hacerse cargo de una transición penosa y nadie quería hacerlo. La prensa especulaba, cuando aludía a la formación de mi gabinete, con la idea de que yo le había ofrecido a De la Sota y a Kirchner –y ambos la habían rechazado- la Jefatura de Gabinete para neutralizarlos en su 78
Clarín, Opinión: “Los dilemas iniciales de Duhalde”, 03/01/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/01/03/p-00501.htm
146
demanda de comicios. ¡Falso! Yo invité a muchos gobernadores para que me acompañen porque el poder de las provincias era real y lo consideraba un claro refuerzo para un poder nacional frágil. Además, precisaba gente de experiencia que supiera sortear los obstáculos de una burocracia destruida, como destruido estaba el aparato del Estado. Se necesitaba inteligencia y eficiencia probada. Yo andaba, pues, a la búsqueda de gobernantes. Pero el único gobernador que aceptó acompañarme fue Carlos Ruckauf. Necesitaba
un
buen
canciller.
Teníamos
el
frente
externo
absolutamente deteriorado después de la famosa escena del Congreso aplaudiendo de pie la declaración de default por parte de Rodríguez Saá y de las imágenes de violencia y anarquía que dieron vuelta al mundo durante todo aquél período. Carlos Ruckauf había demostrado ser un buen embajador en su paso por Italia y conocía bien la Cancillería. Como se vio, supo tejer un sistema de relaciones internacionales muy beneficioso para el país. Ruckauf ha sido injustamente acusado de abandonar el barco bonaerense. En realidad, los problemas mayores se daban en el orden nacional. Si enderezábamos las cosas allí, las provincias mejorarían. Si, por el contrario, a nosotros nos iba mal, a las provincias les iría peor. Si podíamos enderezar el rumbo, entonces la Provincia de Buenos Aires también arrancaría por el camino de su recuperación, que es lo que finalmente terminó sucediendo.
Honestidad y patriotismo Una
de
mis
preocupaciones
fue
conformar
un
gobierno
parlamentario. Cuando un Presidente asume, lo importante es que no esté aislado de los otros dos poderes. Al menos con uno de ellos debe tener mucho contacto. Lo ideal sería que los tres poderes trabajaran en conjunto, con total independencia pero con la cabeza puesta en la salida 147
del país. Pero yo sabía que la Suprema Corte, que era la de la mayoría automática armada por Menem, iba a hacer todo lo posible para que naufragara el Gobierno, como de hecho lo intentó abiertamente. Sus miembros estaban en la otra vereda, habían sido funcionales al poder financiero que dominó la década de los noventa. De alguna manera yo tenía que lograr un equilibrio y anclar el Ejecutivo en el Parlamento. Y de hecho, inauguré un gobierno de tipo parlamentario. Le ofrecí la Jefatura del Gabinete a un joven senador del Chaco. Era la estrella nueva: inteligente, conocedor de los temas económicos y muy trabajador. Yo quería, además, gente con una imagen nueva, renovadora. Ese era Jorge Capitanich, a quien había conocido en el Senado. De inmediato pensé en él. No tenía claro dónde, pero sí había decidido pedirle que me acompañara. Me costó ubicarlo por teléfono ese 31 de diciembre. Finalmente, a la noche lo logré. - ¿Dónde estás? - En la Ruta 11, a la altura de Reconquista, en Santa Fe– me respondió. - ¿Podés venir mañana a la mañana a mi casa de Lomas de Zamora? Te voy a necesitar. - Sí– me respondió de inmediato. Jorge Capitanich pasó la noche de fin de año arriba del auto, y a las 9 de la mañana del 1º de enero estaba en mi casa, junto a Luis Verdi y a Tabaré
Areas
para
ayudarme
con
la
redacción
del
discurso
que
pronunciaría horas más tarde. Para reunir a mis colaboradores, en esos días tenía que enfrentar una corriente de opinión que sostenía que mi gobierno duraría un suspiro. En una oportunidad, un conocido columnista me confesó que en la redacción de su diario se había hecho la apuesta de cuánto tiempo yo aguantaría encima del ring. No me daban más de dos meses. Alguno, incluso, llegó a escribir y publicar esa especie. Eso condicionaba mi trabajo para formar gabinete. Yo sabía que los funcionarios debían ser parlamentarios. De eso estaba seguro. Y si tenían desempeño destacado 148
en sus cámaras, mejor. Tal fue el caso de Oscar Lamberto, entonces senador de Santa Fe, muy destacado en la labor legislativa; y aunque no quería dejar el Senado, sin embargo decidió acompañarme en los peores meses desde la Secretaría de Hacienda. Él ha publicado un libro muy revelador de aquellos tiempos: “Los cien peores días”. 79 Viendo cómo han marchado las cosas podríamos decir que fueron los cien peores y también los cien decisivos. Esos días dimos un giro de 180 grados a la economía del país. Por la magnitud de la transformación y la oposición furiosa que despertó en el establishment económico y financiero, fueron cien días históricos. El diputado Jorge Remes fue el Ministro de Economía. Habíamos compartido la lista de candidatos en las elecciones de octubre de 2001. Él había encabezado la de diputados nacionales y yo la de senadores. Ya hablaré
más
adelante
de
su
labor.
Quien
no
tenía
experiencia
parlamentaria era José Ignacio de Mendiguren, presidente de la Unión Industrial Argentina, que ocuparía el Ministerio de la Producción a crearse. No existía ese Ministerio en la Nación como tampoco existía en la Provincia hasta que yo fui gobernador. Crearlo era para mí una convicción, porque, como he dicho, considero que la economía es en esencia producción. El resto de los ministros eran también diputados: Alfredo Atanasof, dirigente del gremio de trabajadores municipales, en Trabajo; Rodolfo Gabrielli,
ex
gobernador
de
Mendoza;
Jorge
Capitanich,
senador
chaqueño, como dije, en la Jefatura de Gabinete y el diputado radical Jorge Vanossi en Justicia. Otro radical y también con experiencia parlamentaria fue el Ministro de Defensa, Horacio Jaunarena. Graciela Giannettasio, dirigente bonaerense con larga experiencia como legisladora y en gestión educativa tuvo a su cargo la cartera de Educación. Nélida Doga, estrecha colaboradora de Chiche, asumió en Desarrollo Humano y Familia. Y en el Ministerio de Salud se destacó quien hasta la publicación de este trabajo sigue al frente del mismo, el doctor Ginés González García.
79
Lamberto, Oscar, “Los cien peores días: El fin de la Convertibilidad”, Buenos Aires, Biblos, 2004.
149
Con él ocurrió un episodio gracioso cuando lo convoqué para ofrecerle el cargo. El mismo Ginés ha relatado recientemente en un programa televisivo ese momento, al que consideró épico, “cuando la Argentina estaba en llamas”80. Desde hacía mucho tiempo venía trabajando en su fundación y no quería ocupar cargos públicos. Me esperaba en mi despacho en Olivos, mientras yo atendía una audiencia en otra oficina. Había venido a decirme que prefería colaborar desde el llano, con su actividad docente, cuando de pronto escuchó la clásica música de Crónica TV cuando coloca su placa roja de alerta. Y vio el anuncio: “Gines González es el nuevo Ministro de Salud”. Recuerdo que entré al despacho y lo encontré riéndose a carcajadas. - ¿Qué pasa? ¿De qué te reís? - El peronismo –me contestó-. El peronismo es grandioso. Yo venía a explicarte por qué no quería ser ministro. ni ninguna otra función pública, pero Crónica ya me tomó juramento. En el escalón de secretarios, Aníbal Fernández –ex senador bonaerense- dejó el Ministerio de Trabajo de la Gobernación bonaerense y vino a ocupar la Secretaría General de la Presidencia; otro dirigente con experiencia como intendente, funcionario y legislador, Juan José Alvarez, continuó al frente de la Secretaría de Seguridad Interior, cargo que venía desempeñando desde la gestión de Rodríguez Saá –y luego fue Ministro de Justicia y Seguridad. El rionegrino Carlos Soria dejó la banca para ocupar la Secretaría de Informaciones del Estado, SIDE, mientras que José Pampuro, legislador bonaerense, fue mi primer Secretario Privado. Daniel Scioli, que era diputado nacional en representación de la Capital Federal,
continuó
como
Secretario
de
Turismo.
Eran
todos
muy
reconocidos en el Parlamento, como fueron también los casos de Graciela Camaño, Jorge Matzkin y Miguel Angel Toma que, a comienzos de mayo, reemplazaron a Alfredo Atanasof (nuevo Jefe de Gabinete) en el Ministerio de Trabajo, a Rodolfo Gabrielli en Interior y a Carlos Soria en la SIDE, 80
TN, “Tiene la palabra”, Entrevista al ministro de Salud Ginés González García. Emisión del 15/12/2006.
150
respectivamente. Eduardo Amadeo, que comenzó su colaboración como Vocero Presidencial y luego como embajador en Estados Unidos, tenía pasado legislativo y mucha experiencia en el Ejecutivo. Tuvo una actuación destacada en el proceso de negociaciones con el Fondo Monetario Internacional. Todos ellos constituyeron equipos de trabajo de una gran capacidad. No fue precisamente un milagro que ese Estado desguasado, sin recursos, paralizado se pusiera en marcha de inmediato. Quienes conducían las distintas áreas tenían condiciones para ejecutar y conocían los vericuetos de la burocracia. Hoy les reconozco y sigo agradeciendo la valentía, el coraje puesto de manifiesto para asumir responsabilidades públicas en las peores condiciones. Digo “peores condiciones” no solamente porque fuera difícil la “patriada”, que desde ya lo era. Lo digo porque formar parte del gobierno nacional era estar expuesto a la condena social de uno u otro sector afectado por el derrumbe. Los miembros de mi gabinete, al aceptar integrarlo, sabían que sus vidas y las de sus familias cambiaban de un día para el otro. A partir de convertirse en ministro o secretario de Estado se acababan las actividades sociales. Quedaban expuestos al repudio y hasta a actitudes violentas de parte de la gente. Los ministros sufrían cacerolazos frente a sus casas. Sus esposas pasaban a ser miradas con recelo u hostilidad en el barrio. Sus hijos sufrían burlas y agresiones en el colegio o en la calle. Ese era el clima social reinante. Hubiese sido comprensible que no aceptaran mis ofrecimientos, por eso, para ellos, es mi reconocimiento.81 Un ejemplo. Una noche de enero me llamó Ignacio de Mendiguren. - Eduardo, hay un cacerolazo frente a mi casa. Los vecinos tienen miedo de que les rompan vidrios o que haya rateros entre la gente. Mi familia está asustada. - Bueno, ahora hablo con Juanjo Alvarez.
81
Ver Gabinete de crisis completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
151
- No, no te llamo para eso. ¿Qué va a hacer Juanjo? ¿Reprimir? No. Te aviso porque me invitaste a Olivos y yo tengo ahora que ocuparme de esto. - Está bien. No te preocupés. Igualmente lo llamo a Juanjo. Otros ministros también sufrieron demostraciones de hostilidad y padecieron, como yo, los condicionantes del ejercicio gubernamental. Por ejemplo, eso que tanto irrita a la gente, que es ver a los altos funcionarios con custodia; también es irritante para quien debe soportarlo. La Policía tiene obligación de custodiar al Presidente y a su familia y éstos deben aceptarlo. Mis
hijos
debieron
vivir
16
meses
sin
la
menor
intimidad,
acompañados permanentemente por agentes serios y responsables, pero extraños, al fin. Uno de mis placeres mayores, cuando dejé la Presidencia, fue viajar sin custodia y caminar solo con Chiche o alguno de mis hijos por la calle. O, simplemente, sentarme en un bar a tomar un café y leer un diario en soledad. Mientras fui presidente jamás pude hacerlo. Cuando viajaba al exterior, a mi propia custodia los países anfitriones agregaban la suya, de manera que cada movimiento implicaba el desplazamiento de diez o quince personas que me rodeaban todo el tiempo. Un día fue el colmo en Brasil. Quise ir a comprar algún diario argentino –prefiero el papel del diario a las síntesis de prensa que preparaban los funcionarios- y de pronto me di cuenta que de un montón de autos bajaban decenas de custodios y se desplazaban como si fuesen a tomar un objetivo. En medio de Copacabana, mientras la gente caminaba tranquilamente, aparecía ese espectáculo cinematográfico y yo, en el medio, sin saber dónde meterme. No me bajé del auto y pedí que me devolvieran al hotel. ¡Sin los diarios! En Buenos Aires la vida cotidiana misma corría riesgos durante las primeras semanas de 2002 y en ese clima enardecido había que trabajar. No olvidaré, pues, la entrega de aquel grupo de hombres y mujeres que me acompañaron. Además, no sólo fueron eficaces. Fueron también
152
honestos. Mi gobierno terminó sin una sola denuncia ni sospechas y sin un solo juicio por corrupción. No hubo tampoco ninguna crítica de actos de corrupción, a pesar de que tocamos grandes intereses. Este es un tema de mucho cuidado y así lo concebíamos con el equipo económico, esencialmente, que era el responsable de llevar adelante las medidas transformadoras. Todas las decisiones que tomamos fueron generales. ¿Qué significa eso? Que pusimos 20 por ciento de retención a todas las materias primas, no un 20 a una, 14 a la otra. No, a todas un 20 por ciento. Eso estaba estipulado en la nomenclatura arancelaria. Cuando pesificamos lo hicimos para todos y no dimos seguro de cambio a ninguno. ¿Por qué? Porque en las condiciones en que actuábamos debíamos aplicar reglas generales si queríamos ordenar el país y la regla general, sin excepciones, significa –además de ordentransparencia. Dimos vuelta la economía, y con ella dimos también vuelta los contratos y cuando se toma semejante decisión uno está sujeto a la posibilidad de miles de juicios. Sin embargo, no tengo ningún juicio, ni el Ministro de Economía, ni ningún otro funcionario, tampoco en este aspecto, porque fueron medidas de política, no fueron decisiones adoptadas o acomodadas para uno o para otro. Hay
que
comprender
que
fueron
medidas
que
implicaban
transferencias enormes de ingresos y ante esto siempre se está frente a la posibilidad del cohecho, de la coima. Cuando nosotros pesificamos las tarifas -es decir, las desdolarizamos, las desindexamos-, lo hicimos para todos los servicios públicos, absolutamente para todos; no para las telefónicas de una manera o para las energéticas de otra. Eso fue una barrera, sin dudas, pero esencialmente primaba la honestidad personal de aquel grupo humano, comprometido con el destino argentino. Ese grupo, que completaban subsecretarios y colaboradores de menor rango, dio más que sacrificio personal. Y repito: cada uno puso en juego su carrera, la seguridad propia y de su familia y hasta la paz y la 153
comodidad. Cuando lo convoqué a Jorge Vanossi, estaba llegando a Cariló para disfrutar sus vacaciones. - Cómo le va, doctor – le dije. - Bien, Duhalde. Aquí estoy, llegando a Cariló con mi familia. - ¿En serio, doctor? Y yo que lo llamo porque lo necesito…. - Dígame, en qué puedo ayudarlo. - Lo quiero como Ministro de Justicia. Lo necesito aquí, con nosotros. ¿Puede venir a verme? Y al día siguiente estaba en Balcarce 50 y había aceptado mi ofrecimiento. Otro tanto ocurrió con Horacio Jaunarena, que también debió abandonar sus vacaciones y a los suyos para sumarse a mi gabinete. Dirigentes del FREPASO, socialistas, desarrollistas, conservadores, etc. fueron también convocados a formar parte de ese gobierno, del que nunca me sentí dueño. Era el primus inter pares de un grupo humano que tenía por función restablecer el poder político e institucional de la República. Por esa causa era necesario contar con gente que pensara diferente y dispuesta a confrontar sus ideas para consensuar medidas y acciones. En este sentido, creo que mi mayor habilidad consistió en aplicar mi idea de la concertación en las peores circunstancias del país. Ante el riesgo cierto de la anarquía o de su polo opuesto, la autocracia, usamos el diálogo. Salimos de la peor crisis sin figuras milagrosas ni salvadores de la Patria. Lo hicimos entre todos.
Gobierno de Unión Nacional “No es momento, creo, de echar culpas. Es momento de decir la verdad”. En el mensaje de asunción no quise practicar ese deporte tan común entre nosotros que es echar culpas a los que nos antecedieron. En ningún lugar del mensaje aludí a los responsables del caos y la anarquía, de la miseria y la exclusión, de la quiebra de nuestras fuerzas productivas. 154
Eso fue evitado a conciencia. Cuando trabajábamos el 1° de enero en ese texto les dije en un momento a mis colaboradores, que de pronto se tentaban con escribir algún párrafo destinado a condenar a tal o cual sector político o económico: - Nosotros no nos vamos a ocupar de enjuiciar a nadie. Eso lo hará la Justicia o la Historia- les dije. - Pero me parece que algunas cuestiones hay que puntualizar: las privatizadas y sus ganancias monstruosas, el sector financiero que ha gobernado prácticamente el país- insistió uno de ellos. - Si uso mi cabeza y mi atención un solo minuto en buscar a los responsables y enjuiciarlos, no la uso para lo que tenemos que hacer. - Está bien -argumentó otro- pero algún enemigo hay que señalar. - Si quieren un enemigo ahí tienen el modelo. Desde hace cuatro o cinco años lo vengo repitiendo como un loro. En los momentos de crisis no hay que buscar responsables. No es el tiempo. Y tampoco es función de la alta política. Si a uno se le está incendiando la casa no va a buscar al culpable sino que primero va a trabajar para apagar el fuego y después sí, averiguar quién lo hizo. La política debe ocuparse de solucionar los problemas y de trabajar para mejorar la condición de la sociedad. Si en épocas normales tiene una multiplicidad de problemas, más en momentos de crisis terminales, como fue la nuestra. Y varias veces dije que Argentina era un barco que estaba zozobrando, pero no porque tuviera una gran avería o un gran agujero, como el Titanic, sino que estaba todo picado. Argentina tenía el casco picado. Y esto hace que en los momentos de crisis nada funcione realmente bien. Ni en la sociedad civil, ni en el empresariado, ni en los sectores populares las cosas funcionan realmente bien en esos casos. Cuando uno asume la responsabilidad de gobierno tiene que tener, entonces, una enorme capacidad de comprensión y paciencia porque detrás de esas picaduras hay personas. Argentinos sufrientes, con 155
dificultades, con problemas. Uno tiene que saber que hay que atender a todos. Para la persona de clase media, tener que desprenderse del automóvil o haber quedado desocupado y no poder pagar la cuota del colegio de su hijo es el equivalente al que nació en la pobreza y hoy tiene problemas para conseguir un peso y comer ese día. Para esas personas sus problemas son de la misma magnitud, aunque el gobernante tiene la obligación de fijar prioridades, como después efectivamente hicimos con el Plan Jefas y Jefes de Hogar. Este es mi pensamiento. ¿Qué mensaje estaría dando al país si en un párrafo convoco a la unidad nacional y al siguiente empiezo a repartir culpas? Cuando uno gobierna, además de saber hacia dónde va, debe saber cuál es el tiempo preciso de tomar una decisión y ponerla en marcha. En enero de 2002 suficiente incendio soportaba el país como para que, encima, sus gobernantes encendieran las pasiones políticas de sus compatriotas. En circunstancias así, la función del gobernante es pacificar la sociedad y no erigirse en vengador.
La primera reunión del gabinete nacional El jueves 3 de enero por la tarde, tras la asunción de los primeros ministros y secretarios designados, convoqué a la primera reunión de gabinete. Faltaba designar a los ministros del área social y cubrir otras secretarías, pero yo sentía que debíamos comenzar a trabajar de inmediato. Era imprescindible que ese gabinete de emergencia comenzara a
fijar
prioridades
a
partir
de
las
pautas
esenciales
que
quería
transmitirles. Nos reunimos en el Salón de Acuerdos, en el primer piso de la Casa Rosada. Además de los funcionarios que habían asumido, estaba Chiche, que se haría cargo de coordinar el área social (Salud, Desarrollo Humano, Educación y Trabajo). De manera que estaban en torno de la mesa el jefe 156
de Gabinete, Jorge Capitanich, los ministros Rodolfo Gabrielli (Interior), Carlos Ruckauf (Cancillería), Jorge Remes Lenicov (Economía), Jorge Vanossi (Justicia), Ignacio de Mendiguren (Producción) y Alfredo Atanasof (Trabajo); Aníbal Fernández (Secretaría General de la Presidencia), Carlos Soria (SIDE), Rubén Citara (Procuración del Tesoro), Juan José Alvarez (Secretaría de Seguridad) y Carlos Ben (Medios). También participó el senador santafecino Oscar Lamberto, que aún no había asumido como Secretario de Hacienda.
Más adelante se sumarían a las reuniones de
gabinete los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados y los jefes de las bancadas del justicialismo y de otras fuerzas políticas. Inicié la reunión con un mensaje con el que quería fijar nuestras grandes líneas y transmitir mi propia visión de la difícil situación que vivíamos. Reiteré los ejes básicos del gobierno tal como los había enumerado
en
mensaje
de
asunción:
fortalecer
las
instituciones,
garantizar la paz y sentar las bases del nuevo modelo económico y social. Recuerdo que había hecho un esquema con algunos puntos que quería plantear:
Gobierno de salvación nacional. Así caractericé de entrada a nuestro gobierno. Teníamos que hacernos cargo de la crisis que otros habían provocado e intentar sacar al país adelante. Y debíamos hacerlo junto con todas las fuerzas políticas y sociales que quisieran acompañarnos.
Gesta patriótica. Les agradecí a todos el coraje que habían puesto en evidencia al aceptar integrar mi gobierno. Les dije que teníamos por delante mucho trabajo, esfuerzo y seguramente más sinsabores que alegrías. Y les dije que confiaba en ellos y en sus capacidades para afrontar los desafíos.
Conducir en la tormenta. Utilicé allí la metáfora del capitán del barco que se encuentra en medio de la tempestad y que debe llevar la nave hacia aguas calmas cuidando la vida y los bienes de los pasajeros. Y les dije lo que sinceramente pensaba acerca de las duras circunstancias que enfrentábamos: “No puedo decirles cuánto 157
tiempo vamos a estar. Un día, una semana, un mes, un año. Depende de nuestra inteligencia y capacidad para ir capeando el temporal. Sólo sé que me he comprometido ante el pueblo a garantizar la sucesión”.
La
legitimidad
de
las
protestas.
Señalé
que
no
debíamos
criminalizar las protestas. “Todos tienen razón: los que piden comida, los que piden trabajo, los que claman por sus ahorros, los empresarios
quebrados,
los
productores
endeudados.
Esa
es
precisamente la naturaleza de la crisis. Sin embargo –advertítenemos la obligación de atender en primer lugar a quienes más han sufrido y están sufriendo las consecuencias del derrumbe”. Y expliqué que muy pronto designaríamos a los ministros del área social y que de inmediato se pondrían a trabajar para asistir a las familias sin ingresos.
Argentina tiene futuro. Aludí a los pronósticos agoreros, a la pérdida de valoración de nosotros mismos y de las potencialidades del país, cuya causa era la gran depresión económica que sufríamos desde tiempo atrás. “Argentina tiene futuro. Ustedes no crean que fue una mera consigna para cerrar mi discurso. Es mi más profunda convicción”. Así como veníamos íbamos derecho a la disolución – expresé-. Tenemos que ser capaces de producir el cambio que todos esperan.
El nuevo rumbo productivo. Les dije que debíamos recobrar la conciencia productivista de nuestra propia historia. Les recordé las viejas consignas de Perón en los años cincuenta: trabajar, trabajar y trabajar; producir, producir y producir. “El rumbo que vamos a adoptar será el fruto de la nueva alianza que mañana mismo vamos a constituir con los sectores productivos y laborales del país”.
El diálogo argentino. Les conté que mi primera acción, luego de ponerlos en funciones, había sido encerrarme en el despacho y escribir una carta al Presidente del Episcopado Argentino para pedirle
que
reactivara
la
convocatoria
al
Diálogo
Argentino. 158
“Necesitamos nutrirnos de todas las voces que la Iglesia convoque”, advertí. De ese modo ponía en marcha la actividad de mi gobierno. Desde ese día, no menos de tres veces por semana durante los primeros cien días, nos reuníamos en ese salón o en el de Olivos. Era mi modo de trabajar con todos los ministros, de escuchar sus opiniones, de delegar tareas y de ejercer el control de la gestión. En verdad, esa siempre fue mi modalidad de trabajo. Lo hice mientras fui intendente en Lomas y gobernador en Buenos Aires. Después de mi introducción, Jorge Remes hizo un informe de la situación económica. Nos fuimos desayunando del verdadero estado de cosas en materia monetaria, financiera y fiscal. El endeudamiento era atroz y era evidente que íbamos a tener que negociar en condiciones durísimas con el FMI y los otros organismos internacionales a los que les debíamos mucha plata. Analizamos en términos generales las grandes líneas del programa económico. Expusieron a continuación otros ministros y algunos plantearon cuestiones presupuestarias. Como bien recordó Lamberto en su libro “Los cien peores días”, él se encargó de decirles que no había un peso en la caja y que no lo habría en los siguientes 90 días. “Era necesario instalar la crisis en la cabeza de todos los ministros, para que cada uno colaborara en el objetivo de que el país no cayera en hiperinflación”,82 escribió Lamberto. Luego le pedí al Ministro de la Producción que expusiera su programa de trabajo. José de Mendiguren expuso su confianza en la capacidad de las fuerzas productivas del país y enseguida explicó la mecánica de trabajo que pondría en marcha para comenzar a armar un plan productivo que pudiera aprovechar las ventajas comparativas de las nuevas medidas que adoptaríamos. Le pedí que en seis meses preparara ese plan que integraba a todas las regiones y provincias del país y el ministro aventuró que antes aún estaría terminado ese programa.
82
Lamberto, Oscar: “Los cien peores días. El fin de la convertibilidad”, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2003.
159
Y, como narró en otro lado, Daniel Scioli nos impuso de su idea acerca de la gran capacidad de reacción que tendría el turismo ante el nuevo tipo de cambio. Las últimas exposiciones dieron un final optimista a esa primera reunión de un gobierno que ciertamente no sabía cuánto tiempo duraría en el ejercicio del poder.
El apoyo sin retaceos de la Iglesia Ya antes de mi asunción, el Episcopado argentino había dado muestras de preocupación por el cauce que las cosas iban tomando. Frente a la debilidad del gobierno aliancista había convocado al diálogo y creó un ámbito de confluencias que cumplió en los días posteriores un papel decisivo. Hasta ese ámbito había llegado De la Rúa a mediados de diciembre de 2001 en busca de apoyos. Los encontró pero no supo articular sus posiciones con las demandas de los integrantes del diálogo. Antes y después de eso, la Iglesia manifestó posturas llamando a la conciliación y, esencialmente, a dar respuestas a la desesperante situación social que sufría el país. La Mesa del Diálogo creada, entonces, fue la respuesta adecuada de los obispos a la debilidad de los partidos políticos y la crisis de las dirigencias. De manera que inmediatamente después de asumir convoqué a un proceso
abierto
de
diálogo,
apoyándome
en
esa
iniciativa
de
la
Conferencia Episcopal Argentina y los directivos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). La actividad del Diálogo fue muy intensa en aquellos primeros tiempos de mi gobierno. Se reunían con cada sector y se buscaban coincidencias. Al comienzo, fue una tarea más frustrante que satisfactoria.
160
La tarea del Diálogo Argentino El Diálogo Argentino alcanzó dos acuerdos unánimes. El primero, en diciembre del 2001, cuando se logró un alto consenso para recomendarle al gobierno de la Alianza tomar medidas de fondo que cambiaran el rumbo. El segundo acuerdo se consiguió durante mi gobierno para llevar adelante el plan social. El embajador Carmelo Angulo Barturén, entonces titular del PNUD y a quien el país debe mucho por su gran labor realizada en aquellos momentos, apesadumbrado, comentó un día a los integrantes del equipo económico, con quienes mantenía una reunión de trabajo: - Tuvimos 500 entrevistas con distintos sectores y no conseguimos ponernos de acuerdo en nada, porque cada uno plantea lo suyo. Nos quedamos en los intentos porque lo que logramos es nada más que la sumatoria de los reclamos, que son infinitos. - ¿Eso les pasa con todo el mundo?- preguntó Jorge Remes. - Si, con los ahorristas, con los gremios, con los empresarios, con los piqueteros, con todos. Yo comprendo la situación, pero es muy difícil acordar si no se cede un poco. La tarea del Diálogo reclamó mucha comprensión y paciencia. La gran labor que esa iniciativa realizó, en simultáneo con el gobierno, sin dudas fue acordar las condiciones que establecieron la naturaleza del Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados. El Diálogo Argentino, a pesar de las dificultades del momento, cumplió una labor excepcional y ayudó a generar un clima de mayor comprensión de la magnitud de nuestra crisis y de la tarea que cumplían los funcionarios del gobierno y las organizaciones civiles para enfrentarla. En
el
gabinete,
como
señalé
antes,
el
radicalismo
estaba
representado por Vanossi y Jaunarena, además de otros subsecretarios y funcionarios. El otro partido con representación parlamentaria que se prestó a colaborar fue el FREPASO. Juan Pablo Cafiero, como vicejefe de Gabinete, cumplió un papel destacado coordinando el Diálogo Argentino.
161
Darío
Alessandro,
Nilda
Garré
y
otros
legisladores
eran
asiduos
interlocutores. En realidad, mi tarea principal en aquellas primeras horas era el diálogo. Mientras el equipo económico trabajaba día y noche encerrado en los despachos del quinto piso del Ministerio, con Jorge Remes durmiendo en su propio despacho, yo me dedicaba a hablar y, esencialmente, a escuchar a todo el mundo. Eran horas de suma tensión, jornadas agotadoras que quitaban horas al sueño. El resto del gabinete también hacía lo propio mientras los equipos técnicos trabajaban en medidas para considerar y adoptar. Me ha quedado muy grabada la imagen de mí mismo, en aquellos momentos, hablando todo el tiempo con el teléfono celular, sobre todo en la residencia de Olivos o en el auto. En el trayecto desde mi casa de Lomas a la Rosada o caminando desde el chalet hasta las oficinas de la Jefatura de Gabinete o en mi despacho, en la Quinta de Olivos, me veo con el celular. Cuando estaba demasiado agotado, tenso, contracturado, entonces pedía que no me pasaran llamadas, salvo las que eran de vida o muerte. En esos paréntesis jugaba algún partido de tenis o de ajedrez para distenderme o caminaba charlando con alguien que me reclamaba toda la atención y concentración. Llegué a fastidiarme cada vez que escuchaba el timbre de los teléfonos celulares de mis secretarios. Sin embargo, no podía prescindir de esos aparatos. Cuando no me llamaban, era yo el que pedía los llamados. Eran la representación de la imposibilidad de distraerse o relajarse. En los primeros días, entre la enorme cantidad de gente que deambulaba por la Casa de Gobierno y Olivos, las reuniones –una tras otra- y las conversaciones telefónicas, las horas se me pasaban volando y sólo la sensación de hambre o de sueño me alertaban sobre los horarios. Creo que en la semana del 2 al 8 de enero nunca tuve noción de la hora. A veces llamaba a un ministro a la casa y me atendía su esposa: - ¿Es muy urgente, Presidente?, porque se ha dormido. 162
- No, no es urgente; déjelo descansar-. Y al instante preguntaba: - ¿Qué hora es? - Son las dos de la mañana. Recuerdo también el bombardeo de llamados de madrugada a Juan José Alvarez, cuando todavía sonaban las cacerolas: - ¿Cómo está todo? - Bien, Presidente. - Entonces, ¿por qué estás en la Secretaría a esta hora? Yo mismo provocaba el desorden. Me confeccionaban una agenda rigurosa y yo me encargaba de descompaginarla. Hablaba con un ministro y le decía: “Venite”. Al rato le decía lo mismo a un grupo de legisladores. Además aparecían otros funcionarios con temas urgentes. Olivos, más que la Rosada, era un andar permanente de gente. Sin embargo, eso no me dispersaba. Podía escuchar, reflexionar y sobre todo, transmitir mi obsesión de que el barco, por agujereado que estuviera, podía navegar y repararse si todos nos sentíamos parte de esa empresa. El 14 de enero hicimos la presentación pública del Diálogo y lanzamos, a través de un mensaje en directo a la Nación transmitido por Canal 7, el Foro para la Concertación. En el patio de la hermosísima Iglesia Santa Catalina de Siena, en pleno centro porteño, se realizó ese acto en el que me acompañaron el entonces Presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Estanislao Karlic, y el embajador Carmelo Angulo, coordinador del PNUD. Quise que el Diálogo tuviese esa formalidad, que lo colocaba como una herramienta más de decisión, pero absolutamente independiente del Poder Ejecutivo Nacional. La creación de esa instancia institucional expresaba mejor que otra cosa mi convicción personal de que el diálogo y la concertación eran los instrumentos adecuados para los momentos difíciles de la República. Ese día reiteré que no sería candidato y anuncié además que había presentado la renuncia a mis cargos en la conducción nacional y provincial del justicialismo:
163
“Quiero ser un servidor despojado de compromisos partidarios y de ambiciones convergencia
futuras, que
quiero reúne
a
ser las
un
trabajador
principales
más
fuerzas
de
esta
políticas,
empresariales, laborales y sociales para enfrentar el derrumbe que nos pone en el límite de la anarquía y la violencia fratricida”.83 Ese día quedó, entonces, oficializada esa Mesa del Diálogo, que sumada al Parlamento, complementaba el sostén a mi gobierno. ¿Por qué? Porque el Parlamento era insuficiente, era una estructura de poder totalmente desprestigiada en la población. Yo necesitaba entonces que ese ámbito de diálogo, con el concurso de organizaciones con buena imagen ante la gente, llenara el vacío de representatividad institucional que padecíamos. Quiero
destacar
la
importancia
de
los
credos
religiosos,
en
particular, en los primeros tiempos de mi gobierno. La gente tiene necesidad de aferrarse a algo. A la fe. Si no, queda la droga o cualquier otra forma de evasión de la realidad. Los cultos fueron las estructuras, que con su larga experiencia, se ofrecieron desinteresada y plenamente en aquél proceso. La Mesa del Diálogo fue ramificando su trabajo y haciéndolo más específico: la Mesa de Salud, de Educación, etc. Esas áreas temáticas trabajaban en conjunto con los responsables de las respectivas carteras del PEN y así siempre surgían iniciativas. La concertación había sido el eje de mi campaña presidencial del 99 y había insistido al gobierno de la Alianza con esa idea que nunca fue bien entendida y menos aceptada. Para mí es el “abc” de la política, y, desde ya, a comienzos de 2002 fue imprescindible convocar, abrir el diálogo, concertar. Los países que han institucionalizado esta metodología muestran hoy sus resultados, siempre exitosos. No pienso solamente en la Concertación política de la centro-izquierda chilena que gobierna el país hermano desde hace más de tres lustros. Pienso también en el Consejo Económico y Social español, 83
Ver mensaje de presentación del Diálogo Argentino y cartas de renuncia a las responsabilidades partidarias en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
164
que fue el artífice del renacer productivo de ese país, sometido durante siglos a la cultura rentística. Ese consejo que nuclea al Estado, a los empresarios, a las organizaciones comunitarias y a los trabajadores fue diseñando las políticas activas destinadas a volver a poner de pie a esa España que se había recuperado con el turismo y los servicios pero que tenía
aún
adormecido
su
aparato
generador
de
bienes.
Más
recientemente, otro ejemplo exitoso de concertación política es el irlandés. La continuidad en el tiempo de ese tipo de experiencias garantiza el éxito de los programas. Obviamente, las decisiones adquieren el rango de políticas de Estado acatadas por todas las fuerzas y sectores y no están sujetas a los vaivenes de las pujas electorales. En la España del Pacto de la Moncloa, esas decisiones se tomaron y se respetaron sistemáticamente en las alternancias entre el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Popular, como lo evidencia el caso antes citado del funcionamiento del Consejo Económico y Social. En estos aspectos, la dirigencia argentina sigue aún en deuda con su sociedad. En mi gobierno se abrió esa instancia, tal vez por la fragilidad institucional del momento. Sin embargo, estamos lejos de ser una sociedad estable, y por ello no es bueno que el diálogo y los acuerdos sectoriales y generales sean dejados de lado.
165
CAPÍTULO IX GARANTIZAR LA PAZ “Esta gestión que hoy mismo comienza su tarea, se propone lograr pocos objetivos básicos: primero, reconstruir la autoridad política e institucional de la Argentina; segundo, garantizar la paz en Argentina; tercero, sentar las bases para el cambio del modelo económico y social”.
Discurso de asunción presidencial, 1º de enero de 2002
“El caos y la anarquía que vivimos, no se resuelve con balas ni con bayonetas; se resuelve ocupándonos seria y responsablemente de los problemas que afligen a millones y millones de excluidos en la República Argentina. Excluidos de todas las relaciones: políticas, económicas, sociales, culturales, laborales. Millones son los que están afuera.”
166
El país real
En cuanto pisé la Casa de Gobierno, las viejas obsesiones ganaron espacio en mí, nuevamente. El país real versus el país de la ficción; la economía real versus la especulación financiera; la Argentina del trabajo versus la Argentina rentística. Estas contradicciones no son aparentes, sino –por el contrario- muy profundas, y arraigadas en mi formación productivista; diría, desarrollista. El país real del que había hablado en el mensaje era el de todos los argentinos, los que se ven y los que son olvidados o ignorados. Todos. Los ahorristas de los grandes centros urbanos, pero también los trabajadores del interior profundo del país y el pequeño industrial, sin trabajo o al borde de la quiebra. Los medios metropolitanos daban perfecta cuenta del drama de los ahorristas, pero no lo hacían de la misma manera con los otros millones de casos que habían padecido el derrumbe. Yo quería, entonces, enfatizar desde el primer momento que todos eran hijos de la misma familia –la argentina- que en ese momento yo asumía cuidar y ayudar. Los hermanos debían mirarse la cara y no pensar que su propio drama era único y excluyente. A todos esos rostros yo los conocía. Esos padecimientos, esas carencias, esas necesidades me habían motivado a aceptar el gran desafío. Yo me hacía cargo de eso, con todo lo que significa para un padre de familia el hacerse cargo. El gobernante debe tener la enorme comprensión de que hay que atender a todos y debe saber, además, que los problemas de cada uno son de la misma magnitud. Es un padre que ve a la sociedad como una gran familia. Debe actuar siempre como lo haría en su propia casa. Todos los hijos tienen problemas que debe atender, pero si uno de ellos se enferma
gravemente,
es
natural
y
necesario
que
se
ocupe
prioritariamente de él. No es que desaparezcan los problemas de los otros, simplemente quedan a la espera de que el enfermo grave se componga. 167
Prioridades. Siempre a las prioridades. Hubo quienes pensaban que se me escapaban algunos problemas. No era así. Simplemente los postergaba hasta resolver lo urgente. Pensar en todo no me dispersaba. Necesitaba conservar hasta la última gota de mi energía. Tanto esfuerzo hacía para que esa actitud de priorizar a los que estaban peor se transmitiera a toda la sociedad, que llegué a idear un método para que la televisión “mirara” esa otra realidad. Generalmente los fines de semana, subíamos con Chiche al helicóptero presidencial y, sin un rumbo predeterminado, sobrevolábamos las barriadas de los diversos municipios del Gran Buenos Aires. Cuando veíamos un sitio donde poder aterrizar le pedíamos al piloto que lo hiciera. Como queríamos que todo fuera absolutamente espontáneo no avisábamos a nadie y no planificábamos el rumbo. Deseábamos establecer un contacto directo con la gente. Si quería insultarnos o si quería pedirnos algo, que lo hiciera. Eran ellos y nosotros dos, solos, hasta que finalmente, alertados por los mismos vecinos, llegaban algunos periodistas locales y, a veces, alguna autoridad municipal o dirigente vecinal. Nadie sabía que el Presidente y su esposa visitarían ese barrio. Como lo dije, lo hacíamos los sábados a la hora de la siesta o los domingos por la mañana, cuando la gente estaba en sus casas. La aparición del helicóptero mismo, dando vueltas y buscando el sitio para aterrizar atraía a los vecinos, que se acercaban a curiosear. Cuando se daban cuenta que los visitantes eran el Presidente y su esposa se corría la voz y se agrupaban centenares de personas. Después no había más que contacto directo con los vecinos. La frase más repetida era: “No afloje, Presidente”. Era conmovedor que los más azotados por el derrumbe fueran los que pudieran expresar tanto apoyo y tanto cariño. Hicimos esas visitas muchas veces, siempre improvisando el destino y sin alertar a nadie. No quería que los grandes medios de comunicación intermediaran con su propio protagonismo nuestro vínculo con la gente. Después, los canales locales de cable que eran avisados por los vecinos 168
cedían las notas a los grandes medios, que las reproducían. Fue una experiencia importante porque anímicamente, además, me daba confianza y mucha energía. A pesar de los padecimientos, esa gente nos recibía con amor. Esas mujeres, fértiles y generosas, llenas de necesidades, nos daban
consejos,
personas,
nos
daban
caminábamos,
fuerzas.
hablábamos
Entre y
quinientas,
jamás
seiscientas
hubo
un
solo
inconveniente. En
todas
esas
barriadas
había
huellas
de
nuestro
gobierno
provincial. Salones múltiples, escuelas nuevas en medio de baldíos de tierra seca, de viviendas imposibles de habitar, de pantanos. En esos páramos aparecía una calle asfaltada que llegaba hasta la escuela y la comunicaba con otra central también asfaltada. Había sido nuestra consigna cuando lanzamos, hacia mediados de los noventa, los planes de pavimentación por
cooperativas de
vecinos. Miles de
cuadras
del
conurbano se hicieron así. Cuando a un pobre, que posee una casita precaria, le llegan el asfalto y las cloacas, inmediatamente comienza a hacer enormes sacrificios para mejorar su vivienda. El cemento, una vez más, es señal de progreso. Y progreso es una palabra que dispara la esperanza en el pobre. Que mis hijos tengan una vida mejor que la mía, es la matriz cultural que tuvimos en la Argentina hasta que la dictadura del ‘76 instauró el modelo excluyente que nos dominó hasta 2002. Siempre pienso en que las Ligas Agrarias del Chaco y Formosa, tan reprimidas por aquella dictadura asesina, son un símbolo de la resistencia de la vieja cultura del trabajo ante la ola neoliberal, parasitaria. Su consigna era “Aunque sea para nuestros hijos”. Por eso luchaban.
No criminalizar la protesta Mis primeras decisiones, antes incluso que la pesificación de la economía y la aplicación de retenciones a la exportación de combustibles, 169
fueron las referidas a los programas sociales. Estaba convencido de lo que había expresado en mi mensaje inicial: “el caos y la anarquía que vivimos, no se resuelve con balas ni con bayonetas, se resuelve ocupándonos seria y responsablemente de los problemas que afligen a millones y millones de excluidos en la República Argentina. Excluidos de todas las relaciones: políticas, económicas, sociales, culturales, laborales. Millones son los que están afuera”. Por eso, en el presupuesto que llevamos al Parlamento incluimos partidas para el Programa Alimentario, y por supuesto, la reconversión de los planes Trabajar en el subsidio universal para Jefas y Jefes de Hogar. Había tomado ese compromiso ante la Asamblea Legislativa cuando hablé de garantizar la paz con la creación de un millón de puestos de trabajo Pero expliqué: “No es posible en poco tiempo organizar para que trabajen un millón de personas en la Argentina. Debemos reconvertirlo en otro programa que sea un seguro de empleo y formación profesional destinado a jefas y jefes de hogares desocupados”. Yo tenía desde hacía tiempo la idea clara de que debíamos llegar a todas las familias desocupadas con una ayuda monetaria para garantizar el derecho a la alimentación. Dicho en otros términos: atender el hambre de unos diez millones de argentinos. Lo que encontré fueron dos posturas, extremas ambas y de carácter francamente opuestas. La primera de ellas sostenía que el Estado no debía subsidiar a los “que no trabajan”. En esa postura estaba una parte considerable de la población, y lamentablemente continúa con esa mirada prejuiciosa sobre los planes sociales. La otra, en el extremo opuesto, pedía subsidios por un monto imposible de alcanzar. Mi concepción, en cambio, era que esos planes debían ser lisa y llanamente un reconocimiento a un derecho humano básico, como es el de la alimentación; en realidad, como más adelante expondré, era solución que la Comunidad Económica Europea implementó en su momento en períodos de crisis laboral.
170
Ya he contado que cuando realizamos una encuesta los resultados daban un altísimo desacuerdo con el subsidio, algo comprensible, pues en semejante crisis los habitantes piensan que lo que se da a otros, se les quita a ellos. En una de las repreguntas de la investigación aparecía “¿Y si el subsidio incluyera ofrecer trabajo?”, entonces la gente contestaba afirmativamente. Era un imposible. Porque, ¿quién puede ofrecer tanto trabajo en medio de una crisis tan grande, en la que ni los municipios podían pagarle los sueldos a sus empleados? No se podía dar ocupación efectiva a esa cantidad de gente aunque nosotros les diéramos la plata a las entidades civiles para que emplearan a los beneficiarios. No sólo era una cuestión de dinero sino también de organización. Por ejemplo, en Lomas de Zamora, que tiene tres mil empleados municipales, no había plata ni para comprar las brochas para los pintores de la planta estable. Agregar 40 mil personas, beneficiarias del subsidio, a quienes hay que dotar de instrumentos de trabajo y organizarlos era imposible. Claro, se puede poner a quinientas personas a barrer las calles como para que la gente vea que hacen algo, pero una solución seria y definitiva al reclamo de la contraprestación era imposible en ese momento. Se caminaba por un sendero muy angosto en este tema. Inclusive porque en nuestra población, además de la opinión legítima que tenían sobre esos planes, había un alto componente de prejuicio hacia esa creciente franja marginal que queríamos proteger. Soy un gobernante que mira muchas encuestas para saber lo que está pensando la sociedad y orientar sus acciones. Pero no soy un fundamentalista que termina prisionero de la imagen. El verdadero gobernante se tiene que ocupar de lo que el país y su sociedad necesitan y tratar de hacerle comprender a la opinión pública las razones de ello. Hay responsabilidades que uno debe asumir aunque la gente no lo comprenda. Nosotros estábamos ante una decisión que involucraba principios cristianos esenciales, además de políticos. Significaba que el sector más desfavorecido no siguiera sufriendo el abandono del Estado. 171
Como canta Martín Fierro, “en su boca no hay razones, aunque la razón le sobre, que son campanas de palo las razones de los pobres”. Gente a quien nadie escucha. Están completamente afuera, detrás de un muro tan alto que nadie los ve ni los oye. Sobreviven como pueden pero sin ser escuchados. Sólo se los tiene presente cuando son protagonistas de actos que alteran el orden público, y entonces se los estigmatiza. Del otro lado, estaban quienes compartían con nosotros la postura de ayudar rápidamente a esos sectores. Eran las organizaciones sindicales y sociales, entre ellas el llamado Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO). A sus dirigentes los recibí durante tres horas, luego de una extensa marcha desde todo el país que llegó a la Capital Federal. Estaba a la cabeza de esa movilización Víctor de Gennaro, a quien me une una larga amistad y afecto personal, del mismo modo que con otros dirigentes sindicales. Con todos ellos hemos coincidido en muchas ocasiones y hemos estado en veredas opuestas en otras, durante las últimas tres décadas de la vida política nacional, pero ninguna circunstancia ha empañado ni empañará la relación personal que me liga a ellos. Nunca caí en la tentación de sumarme al coro de denostadores del gremialismo argentino, comandado siempre por quienes provocaron y lograron cercenar las conquistas históricas del movimiento trabajador. Llegará nuevamente el momento en que la labor de los gremios sea protagonista del nuevo viraje que reclama la sociedad argentina y latinoamericana para eliminar la injusta distribución de la renta. Y serán los dirigentes gremiales quienes estarán al frente de ese movimiento. El FRENAPO, recuerdo, exigía un subsidio de 380 pesos por familia desocupada y además una asignación de 60 pesos por hijo menor escolarizado. Yo les respondí que en una Argentina donde el trabajador activo de numerosas ramas tenía un salario mínimo de 200 pesos era imposible pensar en la propuesta que ellos sostenían. A la par, aún con la aplicación de retenciones, no alcanzarían los recursos para llegar a todos los que debían beneficiarse con el plan. Hay que tener en cuenta que nosotros estábamos haciendo malabares para 172
reunir la plata necesaria para llegar a cubrir el millón de subsidios prometidos. Debíamos hacer funcionar de manera urgente la maquinaria estatal. La dificultad para reunir el dinero necesario se vio aumentada por la propia realidad, que me llevó a duplicar el número de subsidios a familias desocupadas. Después de los primeros contactos que Chiche y su equipo de trabajo mantuvieron con autoridades provinciales, vimos que ese era el número real de familias que no tenían absolutamente ningún ingreso: dos millones. Dos millones de familias argentinas que vivían de pequeñas changas, de la limosna, de la ayuda de las parroquias y organizaciones comunitarias o de algunos planes provinciales de asistencia. Cuando debí anunciar el día en que el Plan Jefas y Jefes comenzaría a pagar masivamente por primera vez ese subsidio (fue el 17 de mayo) llamé a la gente de Hacienda. Con ellos hablaba permanentemente84 para ver cómo íbamos reuniendo los fondos necesarios, pues ya sabíamos que el Banco Mundial nos los otorgaría pero que no llegarían hasta más adelante. Les pedí información de inmediato. Me contaron que habían llegado a reunir fondos para atender a más de cuatrocientos mil beneficiarios. Y me explicaron que para eso contaban con parte de las retenciones que iban entrando, cambios de partidas que podían hacerse, etc. No podía creer lo que me decían. -
Nosotros tomamos el compromiso de dar dos millones de subsidios y ustedes me hablan de cuatrocientos mil. No me entendieron- les dije.
-
Presidente, sí entendimos. Estamos trabajando en esto. Pensamos que podremos adelantar alguna liquidación de impuestos, pero tampoco podemos estrangular a los que están produciendo.
-
No, insisto, no me entienden. Mientras ustedes buscan un peso de tal partida y otros de otra, si no pagamos los dos millones de
84
Ver anuncio y primera campaña de comunicación del gobierno en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
173
subsidios no tenemos más país, porque lo van a incendiar. Las cosas son al revés de cómo ustedes las ven. Son dos millones de familias y ustedes encuentren el dinero. Llámenme mañana a la mañana y me dan la fecha para el primer pago. No tiene que pasar de fines de mayo. Al mismo tiempo, yo sabía que mientras exigía eso, con el Ministro de Economía, velábamos por el control del gasto y por terminar con el déficit, cosa que finalmente logramos. Pero en cuanto a los planes, el debate
acerca
de
las
contraprestaciones
y
la
posibilidad
real
de
efectivizarlas seguía en la Mesa del Diálogo. Primó mi criterio de iniciarlos de
ese
modo,
a
la
vez
que
promoveríamos
la
política
de
la
contraprestación para aquellos sitios donde fuera posible. De hecho, en algunos municipios pequeños y sin tantas dificultades económicas los jefes y jefas se sumaron a tareas comunitarias menores. Ese debate continuó durante bastante tiempo. A eso se sumó otra variable, que fue asignar beneficiarios a la reactivación de algunas industrias, como el caso de Alpargatas en Tucumán. El Estado pagaba el subsidio de 150 pesos y la empresa llevaba el salario al mínimo de convenio y hacía los aportes sociales. Esa alternativa fue cuestionada por el Banco Mundial, que la entendía como subsidio encubierto a la actividad privada. Poco a poco, en una cantidad menor a la que deseábamos, se iban incorporando beneficiarios a tareas comunitarias y de servicios. Para promocionarlo,
hicimos
unos
cortos
publicitarios
que
mostraban
emprendimientos municipales y provinciales hechos con los beneficiarios del plan: construcción de viviendas, canalizaciones, entubamientos, pavimentaciones, etc. Sin embargo, el grueso de los beneficiarios no ofrecía ninguna contraprestación, como tampoco participaba de las alternativas de capacitación que el Ministerio de Trabajo había creado junto con las provincias y municipios.
174
El Programa de Emergencia Alimentaria (PEA) La celeridad en la aplicación de medidas para paliar la grave situación que padecían millones de argentinos sólo fue posible a partir de una buena organización. Y eso se logró con la creación del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales
85
que presidió Chiche. Los
ministerios de Desarrollo Social, de Salud, de Educación, Ciencia y Tecnología y de Trabajo, Empleo y Seguridad Social integraron ese Consejo que comenzó su tarea de inmediato. Estoy convencido que esta manera de disponer el Estado para hacer frente a la emergencia fue uno de los mayores aciertos de mi gobierno. La labor destacada de esa coordinación se complementó con la que desarrolló el Consejo Asesor Consultivo, que integraron representantes de las provincias y la Capital Federal, de organizaciones no gubernamentales y de las iglesias. Como los programas tenían una matriz federal, este órgano asesor tuvo un rol activo en el nexo entre el gobierno nacional, que establecía las políticas y las financiaba, y los gobiernos provinciales que las implementaban. Y en conjunto, con los integrantes de las entidades civiles, se ejercían los controles necesarios para garantizar la transparencia de los planes86 Me involucré mucho en estas tareas desde el inicio de la gestión. Chiche tuvo que improvisar oficinas en la Casa Rosada, donde los espacios no abundan. En el primer piso, el mismo donde está el despacho presidencial, en un par de pequeños salones de reunión, se acomodaron oficinas donde ella mantenía reuniones permanentes. A su lado había instalado una suerte de central telefónica que respondía un grupo de chicos, compañeros y compañeras de mis hijas, que voluntariamente
85
Decreto 357/02. B.O.21 de enero de 2002. En http://www.presidenciaduhalde.com.ar
86
González de Duhalde, Hilda, “De la emergencia social a la economía solidaria”, Temas Grupo Editorial, Buenos Aires, 2003. Entre los planes que se crearon para atender la emergencia, se cuentan: Programa de Emergencia Alimentaria; Programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados; Programa de Medicamentos Genéricos; Programa Remediar; Seguro de Salud para menores de 6 años y mujeres embarazadas; Programas compensatorios en Educación; Detección de Desnutridos; Programa Alimentario Nutricional Complementario “El hambre más urgente”; Plan Vida; Plan Mayores. Ver principales características en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
175
atendían los centenares de llamados de entidades y personas que reclamaban asistencia de todo tipo. Se clasificaban los pedidos, se los diligenciaba y se contestaban las cartas con el resultado de los trámites realizados. Fue una tarea que duró toda la gestión y que demandó un trabajo de jornadas de 24 horas. La primera noche que Chiche se quedó a dormir en Olivos yo terminé una comida con legisladores y la encontré trabajando sola en el chalet presidencial. Era la una de la mañana del 13 de enero. Hacía calor y yo venía con ganas de darme un baño para ver si lograba conciliar el sueño y dormir bien. -
¿Qué hacés a esta hora? ¿No estás cansada? – le pregunté.
-
Si, pero te esperé porque tengo el proyecto de emergencia alimentaria –me respondió y me dio un borrador de decreto. -Leelo ahora, así mañana temprano se lo enviamos a la Secretaría Legal y Técnica y pasado lo firmás. Lo leí. Se trataba del borrador de un decreto de necesidad y
urgencia que declaraba la Emergencia Alimentaria Nacional en su primer artículo y creaba el Programa de Emergencia Alimentaria (PEA), que sería ejecutado por el Ministerio de Desarrollo Social. El proyecto era correcto y le dije a Chiche que yo me encargaría de que lo prepararan con urgencia. -
¿Cuánta plata ponemos para esto? –le pregunté, porque no podía recordar el monto que habíamos previsto con el Ministerio de Economía para el presupuesto 2003.
-
350 millones de pesos. Es lo que me dijiste. ¿Los tendremos, no? Mirá que me comprometí con los gobernadores.
-
No sé. Espero que sí –le respondí. Chiche dio un brinco.
-
¿Como
“espero”?
Me
dijiste
que
los
fondos
estaban
en
el
presupuesto y que podíamos empezar a librarlos enseguida. La tomé del hombro y me reí. Todavía me quedaba un poco de humor.
176
Chiche había organizado el Plan de manera de girar los fondos correspondientes a las provincias en cuatro cuotas anuales. Previo rendimiento de cada jurisdicción de la cuota anterior, se efectuaba el envío. Además, se tenía en cuenta el control que efectuaba el Consejo Asesor Consultivo. Ante la carencia de dinero del Estado Nacional, una función importante del Consejo de Políticas Sociales fue estudiar detenidamente las partidas presupuestarias de cada ministerio que lo integraba y derivar hacia los programas en ejecución los fondos que se ahorraban en otras áreas o aquellos que no revestían el carácter de urgente. Así, en el Ministerio de Educación como en el de Salud se postergaron o anularon consultorías u otras actividades que no atendían la emergencia para los comedores escolares o para la compra de medicamentos que reclamaban los centros de salud.
Plan Jefas y Jefes: una epopeya organizativa Desde la Coordinación de las políticas sociales que ejercía Chiche se resolvió que el peso organizativo del Plan Jefas y Jefes recayera en el Ministro de Trabajo, Alfredo Atanasof, que contaba con el soporte informático del ANSES, cuyo titular era Sergio Massa. La tarea iba a ser ciclópea porque se había resuelto que a partir de la segunda quincena de mayo comenzaran a cobrar los dos millones de beneficiarios en todo el país. Eso
implicaba una serie de pasos
organizativos y una formidable movilización de recursos humanos. Sabíamos que en las zonas más desfavorecidas y alejadas de los centros urbanos había que ir en busca de las familias sin empleo porque allí la información mediática no llega. En las grandes barriadas pobres también se daba el caso de muchísimas familias que se encontraban desocupadas y no tenían costumbre de recurrir al municipio a solicitar ayuda. Era preciso, entonces, revisar toda la casuística para organizar velozmente los medios de llegar a esa gente. Treinta días antes de 177
empezar a pagar, debíamos tener las inscripciones para poder cruzarlas con la base de datos del ANSES, de manera de eliminar a quienes tuvieran algún ingreso. En los dos o tres días previos a Semana Santa se terminaron de definir los formularios de inscripción, la mecánica a utilizar y las condiciones que se impondrían a los beneficiarios. Con esa información hubo que imprimir los formularios y distribuirlos en todo el país. En todo el país significa que había que llegar a los sitios más alejados, en la montaña, en las islas, en la estepa patagónica, en la selva misionera, etc. Se consiguieron varias imprentas que trabajaron a pleno y hubo que utilizar aviones de la Fuerza Aérea para distribuir los formularios y la cartilla con las condiciones. En algunos casos hubo que recurrir a pequeños servicios de transporte que estuvieran a nuestra disposición. A la par, se preparaba la campaña publicitaria que debía ser muy intensiva, para lograr motivar a la gente a inscribirse y para suministrar claramente la información acerca de los requisitos que debían cumplir los que solicitaran el subsidio. En principio, la campaña informativa se limitaba a los aspectos vinculados a la inscripción. Pero luego se amplió, incorporando otros aspectos del plan.87 Se
hacía
hincapié
en
que
era
obligatorio
para
las
familias
beneficiarias enviar los chicos a la escuela y efectuarles controles de salud. Más adelante, se incentivaba el concepto de que el programa requería de una contraprestación por parte del beneficiario. También se abrieron registros de empleadores en cada municipio para que las PYMES, particularmente, pudieran tomar a los desocupados que pertenecían al Plan.
Lanzamiento y controles del Plan
87
Ver gráfica completa de la campaña en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
178
El centro operativo del lanzamiento del Plan estaba en la oficina misma del Ministro de Trabajo, en el piso 11 del edificio de la Avenida Leandro N. Alem. Hasta la madrugada, desde la mañana temprano, se trabajaba allí. Y durante las 24 horas, el centro de informática del ANSES cargaba y procesaba información de los formularios de inscripción. De esa tarea surgirían las planillas de liquidación de cada sitio, de manera que en los bancos locales habilitados pudiera estar depositado el dinero el día en que comenzaba a pagarse. Mi gran preocupación, una vez que nos acercamos al primer día de pago -cobraban los que tenían documentos terminados en cero-, era que no tuviéramos problemas de ninguna índole, porque, sin dudas, cualquier error sería meneado por la prensa. Los canales de aire y de cable tenían previstas cámaras en todo el Gran Buenos Aires para detectar problemas. Fue el Día D del Plan. Y vivimos como un milagro el que no tuviéramos ni una sola dificultad. Todo estaba en orden, chequeado, supervisado punto por punto, pero siempre el azar puede meter la cola. En este caso, la suerte estuvo también de nuestro lado. La suerte y también la eficiencia organizativa. En este punto, recordemos a los consejos consultivos descentralizados que desarrollaron una labor destacada en la tarea de inscribir a las familias desocupadas y sin ingresos y de controlar permanentemente la transparencia de los procedimientos. Esos consejos estaban integrados por representantes municipales, sindicales, de organizaciones sociales, empresariales y eclesiásticas. Constituían un verdadero abanico representativo de toda la sociedad. Lamentablemente, como vimos, el rol destacado de los consejos se fue diluyendo en la práctica y hoy han dejado de funcionar por completo. En aquellos primeros días de pago de los subsidios la gente hizo las largas colas sin dramatizar; los empleados de los bancos pusieron todo el empeño para ayudar a las familias y el objetivo se logró. En los días sucesivos los pagos se desarrollaron también con normalidad. Al mes 179
siguiente el operativo de pago ya no llamó la atención y los medios se olvidaron del tema. Eso era para mí la garantía de que las cosas funcionaban como debían. A la par, los listados de beneficiarios se publicaron en Internet. Ya dije que el sistema de datos de la ANSES era el ámbito en que se chequeaban esos listados, los que una vez depurados eran, así, subidos a la página web del Ministerio de Trabajo, donde podía accederse a esa valiosa información. Este recurso informativo era la garantía de la transparencia en la adjudicación de los planes. También este mecanismo se ha eliminado con el paso del tiempo. Sin dudas, el Programa para Jefas y Jefes de Hogares Desocupados fue el mayor plan social de la historia argentina, con dos millones doscientos
mil
beneficiarios
y
un
presupuesto
anual
de
más
de
$3.500.000.000. Y en sus características, es también el mayor de América Latina. El Plan de Asistencia a Desprotegidos de México y las iniciativas brasileras, también muy masivas, son de otra naturaleza. Un programa de este tipo se presta para la utilización política y clientelística y para actos de corrupción. La única manera de llevarlo a cabo es a partir de la mayor descentralización posible, que en este caso recaía en los municipios. A poco de andar, el Ministerio de Trabajo comenzó a recibir las primeras denuncias, que eran siempre elevadas a la Justicia. Nosotros mismos impulsamos controles y dimos amplia difusión del rol que debían jugar los Consejos Consultivos en este aspecto. El 25 de septiembre
de
Investigaciones
2002
comenzó
(UFISES)
que
a
funcionar
concentró
la las
Unidad
Fiscal
denuncias
de
sobre
irregularidades en la entrega y cobro de planes sociales. La unidad dependía del Ministerio Público de la Nación y estaba a cargo del fiscal criminal federal Guillermo Marijuán. A marzo de 2004, la Fiscalía había recibido 2.287 denuncias sobre irregularidades en la adjudicación de los beneficios, que llevó a dar de baja 10.000 planes.
180
Un 60% de las denuncias que recibió se transformaron en causa judicial. Al 5 de octubre de 2003 habían radicado 800 denuncias penales contra intendentes, funcionarios municipales, concejales y miembros de consejos consultivos. Obsérvese bien: 2.287 denuncias. Eso es el equivalente al 1,1 por mil de los subsidios otorgados a los casi dos millones de beneficiarios. Difícilmente en un plan de características tan masivas se haya observado tan bajo nivel de manipulación o corrupción. De acuerdo con la información suministrada por Martín Di Natale en su libro “El Festival de la pobreza”,88 en líneas generales, y dentro de esa exigua cantidad de denuncias, se encontraron cuatro tipos de delitos: a) vinculados con la extorsión, es decir, pedido de dinero a cambio de la inscripción en un plan; b) la exigencia de contraprestaciones ajenas al plan, como la participación en actos de campaña o hasta servicios domésticos en el domicilio de un funcionario; c) beneficiarios que no cumplían con los requisitos exigidos para ingresar al plan; d) personas que cobraban en lugar de los genuinos beneficiarios. El trabajo de Di Natale revela que luego de tres años de experiencia, tanto los Consejos Consultivos como el Monitoreo Social (un espacio integrado por más de 50 ONG que son contratadas por el Banco Mundial y el BID para realizar un seguimiento externo del Plan) han demostrado que existe una necesidad de la sociedad de ejercer un mayor seguimiento del gasto social. Pero también se ha comprobado que la participación ciudadana ha sido baja y que resulta materialmente difícil manejar y controlar un aparato estatal dispuesto para el uso discrecional y clientelar de los planes sociales. Los Consejos Consultivos tenían, por decreto, facultades de control del cumplimiento del plan Jefes y Jefas y también del Programa de Emergencia Alimentaria (PEA), el programa Remediar y el Programa de 88
Di Natale, Martín, “El Festival de la Pobreza”, Fundación Konrad Adenauer, Ediciones La Crujía, 2005.
181
Ingresos para el Desarrollo. Se establecía que debían estar compuestos en un 33% por miembros no estatales. Según una extensa encuesta realizada por Cáritas Argentina y el Foro del Sector Social, que cita el mencionado trabajo de Di Natale, hasta diciembre de 2002 un 44% de los consejos consultivos municipales no cumplía con esa disposición. El Plan Jefas y Jefes, en su nacimiento, constituyó una clara señal política de que el país no volvería a aferrarse a los fracasados lugares comunes de achicar el gasto para reducir el déficit. Los funcionarios del FMI, en su total miopía, nos pedían que siguiéramos con las políticas de ajuste que habían tumbado a la Alianza y destruido el país. Respondimos con una mirada propia acerca de los remedios que nuestra crisis necesitaba. Cuando se nos reclamaba un programa sustentable, en verdad se nos estaba pidiendo que volviéramos al festival financiero de la década pasada que nos había arruinado. Nosotros demostramos al FMI y al mundo que transitamos la salida de crisis más ordenada y con el menor costo fiscal de varios países que ya habían pasado por situaciones similares pero menos penosas (México, Rusia, Turquía, países del Sudeste Asiático). Así como tuvimos una muy fuerte oposición, aún dentro de mi partido, cuando anunciamos nuestro programa económico, en cambio logramos un amplio apoyo de los sectores políticos y sociales cuando lanzamos el Plan.
La emergencia sanitaria: Genéricos y Plan Remediar Las enormes dificultades que enfrentábamos, el hecho de que mi gobierno era claramente de emergencia y las circunstancias extremas en que vivíamos nos dieron la oportunidad de producir cambios profundos en algunos aspectos de la vida argentina que otros no se habían animado a acometer. 182
Mientras avanzábamos con el Plan jefas y Jefes y soportábamos la oposición a la aplicación de las retenciones; mientras el valor del dólar crecía hasta los 3 y 4 pesos, a mediados de marzo decreté la Emergencia Sanitaria.89 El objetivo central de esa medida era abaratar los costos de la salud, proveer de atención gratuita a los sectores más desprotegidos y facilitar el abaratamiento de los remedios, por la vía de los medicamentos genéricos. De por sí, estas medidas constituían todo un programa de gobierno y un giro muy fuerte en el manejo de la política sanitaria. Hay que recordar que los
laboratorios
incrementaban
por
esos
días
desmedida
e
injustificadamente los precios, lo que afectaba, una vez más, a los sectores medios y bajos de la población. El grupo de políticas sociales que coordinaba Chiche estaba integrado por los Ministros de Salud, Ginés González García, de Educación, Graciela Giannettasio, de Trabajo, Alfredo Atanasof, y de Desarrollo Social, Nélida Doga. Allí Ginés planteó aquella realidad y propuso algunas medidas, entre ellas la de impulsar una ley para que obligara a los profesionales de la salud a recetar con el nombre genéricos de los medicamentos. Estuve inmediatamente de acuerdo. Fue un proceso que desató, como era de esperar, fuertes presiones de los lobbistas de los laboratorios sobre el Parlamento y sobre mi propio gabinete. Esa pelea continuó después en la calle a través de campañas publicitarias. El gobierno lanzó la suya para promocionar el significado de esa nueva ley y para alentar a la población a pedir a los médicos que les recetaran genéricos. El Parlamento nos acompañó, desde ya. Pero en gran medida, el mérito de haber adoptado este sistema revolucionario en la Argentina se debió entonces a la lucha desplegada por Ginés. Como
era
una
característica
de
nuestra
publicidad
oficial,
comunicábamos con mensajes claros, que eran muy bien recibidos y recordados
por
la
gente.
En
esa
labor
el
propio
Ginés
trabajó
personalmente para enviar señales a todos los integrantes de la cadena de 89
Decreto 486/2002. Ver texto completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
183
producción, distribución y venta de medicamentos, como así también a la corporación médica. Frente a nuestra campaña, los laboratorios lanzaron la suya intentando desmerecer las bondades de la ley de genéricos. Fue un boomerang porque lo que lograron con esa campaña fue fortalecer el recuerdo de nuestros mensajes. Teníamos presente al enfrentar a los poderosos intereses de los laboratorios el antecedente de la Ley Oñativia, sancionada a fines de agosto de 1964, bajo el gobierno del doctor Arturo Illia. La ley 16.462, que fue denominada con aquél nombre en homenaje al ministro de Salud del gobierno radical -Arturo Oñativia-, fijaba una política de precios y de control de los medicamentos. Establecía el congelamiento de los precios a los vigentes a fines de 1963, límites para los gastos de propaganda, límites a la posibilidad de realizar pagos al exterior en concepto de regalías y de compra de insumos. El impacto político de aquella ley fue enorme y se agudizó aún más con la reglamentación, mediante el Decreto 3042/65, que además obligaba a las empresas a presentar en declaración jurada el análisis de los costos de sus productos y a formalizar todos los contratos de regalías existentes. Siempre ha habido coincidencias en las interpretaciones del propio radicalismo, de los opositores y analistas imparciales en que esta política fue un factor decisivo en el proceso político que terminó con el derrocamiento del Presidente Arturo Illia a manos del golpe militar del 28 de junio de 1966, encabezado por el general Juan Carlos Onganía. (En lo personal, guardo recuerdo de que la primera medida de gobierno del doctor Illia fue eliminar las proscripciones que pesaban sobre el peronismo. Desde el golpe militar del ‘55, toda manifestación del justicialismo estaba prohibida por el famoso Decreto 4161/56. Illia asumió el 12 de octubre de 1963 y cinco días después se realizó el primer acto conmemorativo del 17 de octubre desde la caída de Perón). A nosotros no nos enfrentaban los militares golpistas como títeres de los grandes intereses económicos extranjeros, sino los propios 184
laboratorios. ¿Qué podían hacer? Lo que intentaron: enrarecer aún más el clima
político
adverso
a
mi
gobierno,
operar
sobre
medios
de
comunicación y dirigentes. Pero las condiciones sociales y políticas de la Argentina jugaban a nuestro favor y fue posible dejar en pie, en aquel momento, una medida que ha significado un verdadero éxito de la política sanitaria nacional.
Remediar: cómo utilizar con buen criterio los recursos La emergencia sanitaria no terminaba allí. El Ministerio de Salud recibió presupuesto para comprar insumos hospitalarios y los comenzó a distribuir en todo el país y se normalizó la atención en todos los establecimientos sanitarios –incluidas las pequeñas salitas de primeros auxilios de todas las barriadas del país. A la vez, con una ingeniería que significaba cambiar el destino de préstamos inutilizados del Banco Mundial, se complementó la política de medicamentos a través del Plan Remediar y se puso también en marcha el plan sanitario materno-infantil (Plan Cuidarnos). Estas iniciativas estaban destinadas a los sectores más humildes de la población, es decir a unos 15 millones de argentinos. Funcionan a través de una red de 6.000 centros de atención primaria distribuidos en todo el territorio del país. Se había diseñado una caja de poco menos de cincuenta medicamentos básicos que cubrían el 80 por ciento de las patologías y que se distribuían en esos centros de salud para ser luego entregados a todos aquellos que no pudieran pagarlos. En este sentido, el Plan Remediar insumió una enorme energía y una gran ingeniería organizativa, a la manera del Plan Jefas y Jefes. Era necesario crear mecanismos de distribución y de control de la misma para evitar que las cajas con medicamentos cayeran en manos inescrupulosas. Se trabajó desde el Ministerio de Salud con sus pares provinciales y secretarías municipales y se realizó una tarea grande de difusión para que 185
los propios vecinos controlaran también la distribución transparente de los medicamentos. La continuidad de esos planes estaba asegurada por presupuesto y por un préstamo del BID hasta fines de 2004. Hicimos hincapié en ello porque estas políticas son efectivas cuando tienen permanencia en el tiempo. Para garantizar esa continuidad y para extremar los controles, pedimos colaboración a Cáritas y a la Cruz Roja Argentina. Además, ejercían control sobre ellos los consejos consultivos del Plan Jefas y Jefes. En el área social, como se ve, se desarrollaron programas y se tomaron medidas acordes con la emergencia y también con la necesidad de promover una auténtica política de ayuda a los sectores excluidos. En ello se inscribe la gran labor que personalmente realizó Chiche en Tucumán, en la segunda mitad de 2002. Estas acciones especiales, motivadas por dramas que alcanzan gran repercusión mediática, deben ser programas permanentes llevados adelante por equipos altamente capacitados, pues la pobreza y la marginalidad son crónicas en muchos sitios del país. El Estado no debe moverse solamente al ritmo que le marquen los medios.
186
CAPÍTULO X HACIA EL NUEVO RUMBO
“Esta gestión que hoy mismo comienza su tarea, se propone lograr pocos objetivos básicos: primero, reconstruir la autoridad política e institucional de la Argentina; segundo, garantizar la paz en Argentina; tercero, sentar las bases para el cambio del modelo económico y social”. Discurso de asunción presidencial, 1º de Enero de 2002
187
El modelo desafía a Newton En mi primer mensaje al país quise señalar apenas algunas cifras relativas a dos o tres indicadores que consideraba que debían tenerse en cuenta porque de ahí partíamos nosotros. No se trataba de abrumar con estadísticas, que siempre son relativas, por lo demás. Dije que teníamos 15 millones de pobres, que la desocupación superaba todos los registros históricos, mencioné el volumen del déficit fiscal y de la deuda del Estado y señalé que los desaguisados finales de la dupla De la Rúa-Cavallo nos habían significado la pérdida de 18 mil millones de dólares de reservas del Banco Central y la fuga del 24% de los depósitos bancarios, sin mencionar el megacanje y el aumento desmesurado del endeudamiento que el mismo significó. La situación social era angustiante de por sí, no hacían falta números. Por más que se la quisiera ignorar, la miseria estaba presente como jamás había ocurrido en nuestra historia. El modelo había desafiado y vencido a Newton y su ley de gravedad: la riqueza no derramaba hacia abajo. Solo se movía hacia arriba y hacia afuera: hacia los ricos de adentro y hacia los países sede de las grandes empresas extranjeras. Las ganancias que producía el país servían para mejorar los balances de las multinacionales y para elevar el nivel de vida de las sociedades de origen de las mismas. Cada pobre y menesteroso argentino ayudaba a vivir un poco mejor a un ciudadano norteamericano, español o francés. Yo no ignoraba esa circunstancia; la obvié en mi discurso por las razones que ya he expuesto. Mi respuesta a ese estado de cosas se vio luego con las medidas que adoptamos para comenzar a cambiar la historia de que la manguera siempre chorreara hacia fuera. En el mensaje de asunción dije también algo que después comprobaría que era aún peor de lo que pensaba: “No tenemos hoy un peso para afrontar las obligaciones de salarios, jubilaciones y medio aguinaldo del Estado Nacional”.
188
¿Quién vio un mango? No tener un peso era para mí una metáfora clara de la situación de caja del Estado argentino. Pero dos días después comprobé que no era una metáfora. Era la más pura literalidad. Habían tomado la sede del Consejo del Menor y la Familia porque las organizaciones no gubernamentales que tutelaban chicos en situación de calle con antecedentes no habían cobrado y no podían dar de comer y atender a esos adolescentes. Chiche me puso al tanto de la situación. - Eduardo, la gente del Consejo está asustada. Hay menores con delitos encima y las organizaciones no cobran y no pueden atenderlos. - ¿Cuánto es la deuda? - Alrededor de seis millones de pesos, pero ahora se arreglarían con 600 mil. Llamé por teléfono a Oscar Lamberto y le dije que necesitaba ese monto, que para un Estado nacional no debería ser nada. - No tengo un peso, Presidente. La caja está vacía en serio, ni un centavo- me respondió el Secretario de Hacienda. Esas
eran
las
condiciones
financieras
que
heredé
para
dar
respuestas a la gente. Cero. Así empezaba mi gestión. Los diarios de los días posteriores a mi asunción no destacaron precisamente mi voluntad de producir un cambio profundo en la economía y en lo social. Hablaban de mi gesto adusto, de mi autoexclusión como candidato, esperaban el anuncio de las medidas centrales (devaluación, pesificación, congelamiento de tarifas, etc.) y titulaban también con que no había plata para pagar los sueldos de la administración central. El episodio del Consejo del Menor y la Familia se resolvió pidiéndole prestado ese dinero al Banco Nación. Esa situación se daba, además, como bien cuenta Oscar Lamberto en su libro “Los cien peores días”, en medio de situaciones administrativas casi ridículas. No se podían hacer las 189
designaciones, había que reconstruir estructuras ministeriales. Todo era “de cartón”, como se dice. Ese era el Estado nacional que nos pusimos al hombro. Las enigmáticas carpetas negras Acerca de la real situación del Estado Nacional nadie tenía información veraz. Esa era una información que el Ministerio de Economía guardaba bajo siete llaves. La prensa especializada de los días previos y posteriores a la renuncia de De la Rúa aventuraba cifras e interpretaciones sobre la base de puras conjeturas, pues la realidad no se difundía. Al día siguiente de la asunción de Jorge Remes, un encumbrado miembro del equipo de Domingo Cavallo se entrevistó con el secretario de Finanzas, Lisandro Barry, y le entregó un par de carpetas que, según le dijo, contenían la información que todos deseaban. Barry tomó nota del contenido y se lo comunicó a Remes. Y el ministro, a su vez, se lo transmitió a todos sus colaboradores y además me impuso a mí de la situación. -
¿Qué es eso de las famosas carpetas negras? –le pregunté, pues ya se había corrido la voz en el gabinete de ese material enigmático.
-
Es la información que tanto buscábamos. Sintéticamente, las cosas están mucho peor de que pensábamos. Una carpeta tiene lo que parece ser el informe último de Cavallo al FMI, cuando trataba de lograr el desembolso que nunca le mandaron. De lo que ahí se desprende es que el país estaba prácticamente en cesación de pagos. Se refiere al endeudamiento real y otras variables.
-
¿Y hay otra carpeta? ¿Qué contiene?
-
La otra es una hojita A4, sin membrete ni firma, que al parecer es un memorandum de Anne Krueger para Domingo Cavallo. Es un cuestionario de siete preguntas encadenadas y la última es algo que te va a sonar conocido –me dijo Remes.
-
¿Qué pregunta? 190
-
¿Argentina tiene un plan sustentable? Nos reímos. Desde hacía un tiempo el FMI reclamaba la ejecución de “un plan sustentable”. Y después a nosotros nos haría la vida imposible con ese mismo latiguillo. En realidad, cada vez que uno escucha esa pregunta, prepárese para no recibir un desembolso del Fondo.
Control del gasto público La actitud austera del gobierno se manifestaba en todos los órdenes. Jorge Remes mantuvo una disciplina rígida a la que pronto se acostumbró toda la administración. En el primer trimestre de ese año, el equipo económico estaba contento: habíamos bajado el gasto nominal un 20%. Un día entró a mi despacho un Secretario de Estado a ponerme las quejas porque Economía no le libraba fondos para una de sus partidas. - Primero me bicicletearon y ahora me dicen que no hay un pesome dijo. - Lo mismo pasa con otras áreas. Es que no hay un peso. Lo cierto es que, en ese sentido, la conducta de Remes y su equipo –Jorge Sarghini, actual diputado nacional, Carlos Mosse, actual Secretario de Hacienda y ex senador provincial, Gerardo Otero, ex ministro de Economía bonaerense, y otros- ha hecho escuela. Son grandes técnicos y a su vez tienen capacidad política para disciplinar a gobernadores y legisladores cuando las circunstancias lo requieren. Finalmente logramos pagar los sueldos y el aguinaldo. No nos atrasamos con eso jamás. Pero después no había plata para nada más. Lamberto escribió con cierta ironía que “después de los sueldos, creo que la plata sólo alcanzaba para el café, la cuenta del teléfono y el papel higiénico, y a veces ni siquiera para eso”.
191
La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida Ese fue mi “grito” de sinceramiento. Se trataba de decir la verdad sin maquillaje, no de señalar responsabilidades. Yo no era un historiador al que los argentinos llamaron para que les revelara la verdad de lo ocurrido ni un juez al que le ordenaron investigar. “No es momento, creo, de echar culpas. Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida”. Así sintetizaba las cosas: “este modelo perverso, en su agonía, arrojó a la indigencia a 2 millones de compatriotas, destruyó a la clase media, quebró nuestras industrias, pulverizó el trabajo de los argentinos. Hoy la producción y el comercio están, como ustedes saben, parados; la cadena de pagos está rota y no hay circulante que sea capaz de poner en marcha la economía”.90 La quiebra de nuestro país era un proceso que venía desarrollándose desde hacía un cuarto de siglo. No era el resultado de la huida de De la Rúa y del corralito de Cavallo. El deterioro se había acelerado a partir del año 2000, pero había comenzado mucho antes. Nosotros empezamos a quebrarnos moralmente. Si alguien se toma la molestia, como lo he hecho, de mirar retrospectivamente la actitud del Episcopado argentino respecto de la realidad nacional, verá la sistemática denuncia de nuestra decadencia
ética.
Los
obispos
lo
hacían
cada
año
en
sus
pronunciamientos. También lo hacían algunas pocas organizaciones no gubernamentales. Los “grandes pensadores” de la Argentina, por el contrario, guardaban cómodo silencio. Los gobiernos de turno se enojaban, respondían con mayor o menor virulencia a esos llamados de atención, asumiéndolos, erróneamente, como críticas a ellos. La mirada de la Iglesia argentina iba más lejos. Miraba el corazón de nuestra sociedad y de sus representantes. El Estado,
90
El circulante apareció no bien se abrió la oportunidad de negocios, como quedó demostrado con la exportación de carnes. Frigoríficos cerrados desde hacía algunos años se reabrían y modernizaban en días para aprovechar el despegue de la exportación. Era dinero guardado oscuramente en el exterior o en algún “colchón” que salía a la superficie. Bienvenido fue.
192
la sociedad y la política mostraban esa decadencia moral que se iba profundizando. ¿Cómo entender, si no, que celebráramos y disfrutáramos el poder de compra de nuestra moneda en Miami a costa del más feroz endeudamiento que haya sufrido un país? El “deme dos” fue la expresión de un amplio sector social obnubilado por superficialidades, que se negaba a medir las consecuencias de su fugaz bienestar. Vivía encandilado con el “atajo” inventado por Cavallo para entrar mágicamente al tan soñado Primer Mundo. En un programa televisivo, en plena euforia del “deme dos”, se debatió el proyecto del gobierno de implantar un impuesto al turista argentino que salía al exterior. Casi todo el panel ponía el grito en el cielo: - Estamos ante una medida que es anticonstitucional- decía un panelista. - El gobierno atenta contra la libertad de los que quieren salir de vacaciones fuera del país- decía otro. - No sólo los ricos se van de viaje al exterior. Hay gente que ha ahorrado toda la vida para hacer un viaje afuera del paíscomentaba un tercero. De ese panel formaba parte también el escritor Jorge Asís, que con ironía planteó: - Ah, ¿es inconstitucional? ¿Se atenta contra la libertad de movimiento? La gente de mi barrio, de Villa Domínico, no tiene libertad para venir a ver el Obelisco porque no tiene para pagar el boleto de colectivo. ¿Eso no es más inconstitucional y autoritario? Asís llevaba las cosas casi al extremo pero graficaba de ese modo el quiebre que se observaba en nuestra sociedad, que perdía el sentido de la realidad y de la solidaridad. Era la época, se recordará, de los contenedores que llegaban llenos de baratijas y productos importados, que se vendían en locales truchos armados a tal efecto, mientras se fundía nuestra industria del juguete, del plástico o textil.
193
Cuando una cámara esgrimía tímidamente una protesta por esa apertura indiscriminada, que disolvía el trabajo argentino y que se fabricaba con mano de obra esclava en otras latitudes, recibía por respuesta la palabra flamígera de los defensores del establishment económico que la condenaba por “no competitiva”. De manera que, para mí, la quiebra de la ética precedió a la económica. En la introducción del libro La Revolución Productiva, de 1988 había escrito: “Hay dos países en el corazón de la Argentina. Un país está deslizándose por el tobogán de sus crisis ya crónica. Está paralizado, dormido, en decadencia, sin horizontes ni futuro. Es el país de la Argentina Vieja. El país de las chimeneas apagadas, de las fábricas que se oxidan, de los jóvenes que se van, de la inflación que se mantiene como un fantasma, de los cuentapropistas, de la timba financiera, de los capitales que vuelan, de los marginales que crecen, de la frustración que avanza como una inmensa mancha de aceite sobre las esperanzas de todos”. “Nuestro empobrecimiento es también moral, espiritual. Se traduce en una falta de convicción esencial: la que indica que el trabajo no sirve para perfeccionarse humana ni económicamente. Todos los días nuestra sociedad emite señales en este sentido. El éxito depende más de la habilidad para jugar en una mesa de dinero y obtener prebendas de un funcionario, que del esfuerzo para construir un destino que valga la pena. La prosperidad es un atributo de quienes especulan, en lugar de constituir un premio para los que trabajan”.91 En esta concepción ética e ideológica fundamos nuestro programa para cambiar el modelo. Yo quería ser el Presidente que pusiera al país nuevamente en la senda de la cultura del trabajo y que otros continuaran esa tarea. No pude en 1999, cuando las condiciones eran más favorables. Tenía que hacerlo después del derrumbe que había vaticinado.
91
Ver también en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
194
La estrategia era el nuevo rumbo Vuelvo al mensaje ante la Asamblea Legislativa. En aquellas horas febriles era fácil equivocarse. Para evitarlo, no debíamos apartarnos de nuestro eje central que ya habíamos adoptado. Se los dije a mis colaboradores: - No nos dejemos marear. Los anuncios concretos vendrán después. Ahora vamos a concentrarnos exclusivamente en la estrategia. El país y la Asamblea deben saber que venimos con un rumbo, pero eso no es lo más importante. Lo más importante es que sabemos cómo hacerlo. Esa es la estrategia. Nos vamos a ajustar solamente a lo esencial. Y así lo hicimos. Cuatro o cinco líneas del discurso establecieron el rumbo que de ahí en más tomaría el país. Como he dicho: reconstruir la autoridad política, garantizar la paz y sentar las bases del nuevo modelo productivo. Después, las medidas concretas se irían adaptando a las condiciones que nos impusiera la realidad. Ese fue el rumbo trazado desde el primer día y no me aparté un ápice de él durante mis poco más de quince meses de gobierno. Desde sus columnas de opinión o desde sus programas, algunos periodistas escribieron durante tres o cuatro meses, insistentemente, que mi gobierno navegaba a la deriva, al garete, sin un norte. La situación no era mejor con la prensa extranjera, que no nos tuvo ninguna paciencia ni consideración. Sin embargo, salvo el error con los ahorristas, que comenté antes, nunca debí retroceder o desdecirme por alguna medida adoptada. Todas iban en dirección de aquellos pocos y grandes objetivos enunciados en el discurso inaugural de mi gestión. Igualmente, esos periodistas se negaban a verlo así. “Duhalde duda. Duhalde no sabe para dónde ir”. Mentiras o imposibilidad de ver la 195
realidad tal cual era. A algunos de esos periodistas o consultores no les gustaba el rumbo, pero eso era otra cosa. En condiciones normales, el paso de un modelo a otro podría haberse hecho con el ritmo adecuado y con el acompañamiento de acciones de comunicación y persuasión que nosotros no disponíamos. No teníamos tiempo ni medios para eso. Debimos dar una batalla muy desigual en el campo de la comunicación. A tal punto fue así que a poco de andar, en la cuarta semana de enero, inauguré el ciclo radial “Conversando con el Presidente” que sostuve hasta el fin de mi mandato y al que me referiré más adelante. Esas emisiones están reunidas y hasta desgrabadas y editadas en CDs que al terminar nuestra gestión distribuimos a la Sala de Prensa y a algunas universidades argentinas que tienen carreras de comunicación. Están también compendiadas allí las conferencias de prensa matinales del Jefe de Gabinete -otra herramienta de nuestra batalla ideológica y mediática.92
La batalla ideológica En aquellos primeros días, una vez producidos los anuncios y aprobado el programa económico y social por el parlamento, se desató una verdadera andanada de críticas y comentarios adversos. Se trataba de una campaña, sin dudas. Yo no tenía tiempo para leer todos los diarios, como me gusta hacerlo cotidianamente, ni para escuchar radio o mirar televisión. De ese seguimiento se encargaba un equipo comunicacional integrado
por
los
funcionarios
del
área
y
un
par
de
asesores
especializados. Todos los días hablaba con aquel equipo y comentábamos el tratamiento adverso que nos dispensaban algunos comentaristas y formadores de opinión. Quisimos saber qué pensaba la gente y recuerdo 92
Las emisiones radiales se pueden escuchar en http://www.presidenciaduhalde.com.ar, como así también recordar las conferencias de prensa en versión completa desgrabada.
196
que le encomendé a Julio Aurelio y a Hugo Haime que hicieran, cada uno por su lado, una encuesta para saber qué le pasaba a la población con nuestra gestión. Era previsible que los datos que obtuviéramos siguieran siendo críticos hacia las instituciones (el gobierno, desde ya) y la política. Sin embargo, los resultados de ambas mediciones –muy similares- no dejaron de impactarme. El corralito era esencial en el ánimo de la gente. A los ahorristas se sumaban quienes tenían también “encerrados” sus salarios. Sin embargo, al tratarse de un sector con gran peso en la formación de la opinión pública, contagiaba al conjunto de los argentinos. La imagen de mi gestión daba (el trabajo de campo se había cerrado el 18 de enero de 2002) 24% de positiva; 33% de regular y 20% de negativa. Entre quienes tenían ahorros y salarios en el corralito y quienes no los tenían, se mostraba una diferencia del 10%.
Fuente:Aresco,2002
El escepticismo era previsiblemente alto, aún cuando se notaba un pequeño cambio de actitud respecto de mediciones que se habían hecho a comienzos de enero. Se preguntaba a los encuestados qué pensaban 197
acerca de la evolución de las cosas para los próximos seis meses. “Va a mejorar” respondía el 27%; “va a empeorar”, el 32% y “va a seguir igual”, el 24%. “Seguir igual” era, de todos modos, el quinto infierno, recordemos. Este grado de escepticismo era abrumadoramente mayor en la Capital: “va a empeorar” alcanzaba el 48%, mientras que en el Gran Buenos Aires era exactamente la mitad: 24%.
93
Fuente:Aresco,2002
Pero lo que más me preocupó fueron dos índices que consideraba esenciales para mi gestión. El primero de ellos tenía que ver con la impresión de la gente acerca de a quién favorecían las primeras medidas del mi gobierno. Los números fueron un golpe para mí: a los ricos, 41%; a la clase media, 20% y a los pobres, 17%. A esa pregunta, yo había pedido que agregaran otra, vinculada también con la acción del gobierno. Quería saber si la gente pensaba que estábamos defendiendo nuestros intereses o los de los grandes grupos económicos. Para sintetizarlo, se preguntó a los encuestados si pensaban
ARESCO, “Análisis del contexto sociopolítico y evaluación de las nuevas medidas económicas” 18/01/2002. Ver en http://www.presidenciaduhalde.com.ar 93
198
que el gobierno defendía los intereses nacionales (el 31%) o los intereses extranjeros (el 37%). Estos dos últimos datos daban cuenta clara de que, a pesar de que nos estábamos enfrentando día a día, hora a hora, minuto a minuto, a la presión de los grandes capitales concentrados, la percepción de la gente estaba más influenciada por la campaña de esos intereses que por nuestra comunicación.
Fuente:Aresco,2002
La lectura entrelíneas que hice en aquél momento –de allí mi gran preocupación- era que la gente no percibía que el gobierno había puesto en marcha un proyecto nuevo y que se dirigía hacia un rumbo determinado. Mi prédica de esos días había sido insuficiente en relación con el poder de fuego comunicacional de mis enemigos. Tenía que tomar decisiones en ese sentido. Lo primero fue lanzar una campaña publicitaria acerca del corralito y para explicar los alcances de las primeras medidas del programa económico. Y luego, adelantar el lanzamiento del Programa “Conversando con el Presidente”. Debía llegar a la gente de manera directa y generar 199
hechos comunicacionales que abrieran una brecha en ese enorme espectáculo opositor que habían montado mis adversarios en los grandes medios. Era, a priori, un acto de gran voluntarismo del gobierno que mostraba también una inocultable faceta quijotesca. Un gobierno dotado de un proyecto, de voluntad y de coraje, pero enormemente frágil, se disponía a dar una gran pelea, no precisamente contra los molinos de viento. Se trataba de una vital batalla ideológica, que nosotros apenas iniciamos, que continúa y que continuará. A más de tres años de haber dejado la Presidencia, puedo ver con más claridad que de esa vital batalla depende que la Argentina encuentre definitivamente su rumbo. No es, pues, un tema menor. El pragmatismo a que se han acostumbrado nuestros políticos es insuficiente para una tarea tan trascendente como es la que garantice para la Argentina un modelo de crecimiento que, durante las próximas décadas, vaya elevando el nivel general de vida de la población.
200
CAPITULO XI EL PODER FINANCIERO DA BATALLA
“Sinceramente creo, al igual que usted, que los poderes bancarios son más peligrosos que los ejércitos armados”. Thomas Jefferson, en una carta a John Adams
201
El corralito y las iras de la gente El corralito se había constituido en el símbolo de la ruptura de los contratos sociales en la Argentina. A poco de haber votado el Congreso argentino la ley de la intangibilidad de los depósitos bancarios, Cavallo había echado mano al corralito para frenar la estampida que se había iniciado a fines de noviembre de 2001. Las protestas de los ahorristas se generalizaron y marcaban el ritmo del gobierno. En teoría, nosotros teníamos 90 días para definir el tema del corralito pues era el plazo que se establecía en el decreto que lo había instrumentado. Sin embargo, el equipo económico comenzó a estudiar la salida de ese cepo aún antes de haber asumido formalmente. Los medios comentaban que Remes y sus colaboradores se habían instalado en el edificio del Ministerio de Economía, al punto que el propio ministro dormía en un cuarto vecino a su oficina del quinto piso. Una noche estábamos en mi despacho con Eduardo Amadeo y le pedí que averiguara cómo andaba la preparación del paquete económico que se enviaría el día 4 al Parlamento. Amadeo habló con el Secretario de Finanzas. En un momento me pasó el teléfono: -
Es Lisandro Barry. El te va a explicar – me dijo.
-
¿Presidente?
-
Sí, cuénteme…
-
Le explicaba a Eduardo cómo estamos estudiando la salida del corralito.
-
¿Y las medidas del plan para la ley de emergencia? – le pregunté.
-
Se está trabajando a la par, Presidente, pero este tema del corralito es prioritario- me respondió.
-
¿No tenemos acaso 90 días para eso? Concentrémonos en el paquete económico–le dije.
-
Pero este es el tema que importa en la calle. Nadie va a salir a protestar por la devaluación, pero por esto otro van a quemar la ciudad. 202
-
Es verdad. No llegamos así a los 90 días. Es que el estado de irritación de la sociedad era mayúsculo y, a la
vez, amplificado por las maniobras de los que se oponían a nuestras medidas que ya se habían hecho conocer: devaluación y pesificación de la economía. El papel de los grandes bancos La Asociación de Bancos de la Argentina (ABA) reunía a los grandes bancos de capitales extranjeros. Eran los “ganadores del modelo” por excelencia, los que habían hecho grandes negocios en los noventa y, además, expresaban el pensamiento más ortodoxo. Los economistas más conocidos y tenidos como expertos, aquellos que circulaban por todos los programas televisivos y radiales, eran en verdad, empleados de esos bancos. De ese grupo, las figuras visibles eran el presidente de ABA, Manuel Sacerdote, y el representante del HSBC, Emilio Cárdenas, éste último embajador de Carlos Menem ante la ONU. Como recuerda el periodista Marcelo Bonelli en su libro “Un país en deuda”94: “El juez Mariano Bergez los estaba investigando por supuesto fraude a
los
clientes,
promocionado
dado
sus
que
depósitos
los
bancos
haciendo
que
hincapié
dirigían en
habían
que
eran
multinacionales con respaldo de sus casas matrices. Sin embargo, cuando se dispuso el “corralito” y los ahorristas reclamaron sus depósitos, los banqueros adujeron que no existía tal respaldo internacional porque cada banco extranjero era una sociedad local en la Argentina. Además, el juez los acusaba de favorecer la fuga de capitales. Bergez los investigaba en el marco de la Ley de Subversión Económica” Directamente o bien a través de terceros, ese grupo, al que se sumaban
también
algunos
directivos
de
las
grandes
empresas
94
Bonelli, Marcelo, “Un país en deuda. La Argentina y su imposible relación con el FMI”, Buenos Aires, Planeta, 2004, pág. 251.
203
privatizadas, intentaban ejercer presión sobre el gobierno y, en particular, sobre mí. No habían logrado su primer objetivo que había sido frustrar la aprobación del Parlamento de la Ley de Emergencia Económica. Fueron, entonces, sobre la Corte Suprema, pero a la par endurecieron su campaña de enrarecimiento del clima político. Evitaban los pronunciamientos explícitos, pero lanzaban cada día al bullicio mediático versiones que pretendían debilitar y desestabilizar al gobierno. En realidad, detrás del accionar de esos grupos aparecía la clara intención de aprovechar el derrumbe producido para dar un nuevo zarpazo, esta vez sobre los bancos privados de capital nacional y la banca oficial. Fue lo que el periodismo llamó por aquellos días “Plan Cárdenas”.95 Estos banqueros, con línea directa con los altos funcionarios del Fondo
Monetario
Internacional
y
con
llegada
a
la
administración
norteamericana, eran el origen de todas las usinas de rumores circulantes y, como dije, un poderoso factor de presión. Sus andanzas se conocían porque de sus reuniones secretas había filtraciones y algunos de ellos mismos se iban de boca ante periodistas especializados. El 20 de enero de aquel año, Página/12 publicó un artículo que daba cuenta de las intenciones de ese grupo. Muy temprano, aquél día, mis colaboradores me alcanzaron una copia del artículo. Ellos ya habían recibido numerosos llamados de las producciones radiales que buscaban una palabra oficial respecto del mismo. La nota, “Presiones de los principales bancos extranjeros para dolarizar la economía”, escrita por Claudio Zlotnik, aclaraba a modo de subtítulo: “Plan Cárdenas, dólar soberano”. En su copete sintetizaba los contenidos principales: “Sería con el dólar a tres pesos y después de tener inflación, para licuar salarios y pasivos. Los bancos extranjeros traerían los dólares para devolver los depósitos y hacer quebrar a los que no puedan
95
Página/12, “Los cruzados del dólar”, 20/01/2002. Ver http://www.pagina12.com.ar/diario/principal/index-2002-01-20.html
204
hacerlo. Después se quedarían con las instituciones quebradas y forzarían a achicar la banca pública.”96 El proyecto dolarizador El artículo sostenía que ese “Plan” me había sido entregado, junto con el ofrecimiento del levantamiento del corralito, lo que es inexacto. Algunos de mis colaboradores hablaban con personeros de esos intereses y estaban al tanto de sus propuestas, pero yo mantuve distancia del tema porque no me iba mover de lo que había decidido. El periodista interpretaba que si el Plan se llegase a ejecutar: “La respuesta de estos bancos extranjeros tendría efectos directos sobre el resto del sistema financiero. Aquellas entidades que no pudieses cumplir con sus clientes quebrarían en cuestión de horas. Por tal motivo, en los bancos locales hablan directamente de una “conspiración” de Cárdenas y Compañía para crecer en medio del terremoto. “Las sospechas -sigue el artículo- sobre una conspiración no se disiparon en el aire. Según pudo saber Página 12, uno de los bancos más grandes de la plaza financiera contrató un servicio de investigación privado para comprobar la manera non sancta en que los grupos extranjeros operaban para sacarle clientela. El presidente de esa entidad tiene las filmaciones con las supuestas pruebas del complot en la caja fuerte de su despacho”. Zlotnik sostenía que los bancos extranjeros eran los responsables de “agitar fantasmas”: “Concretamente, el de la hiperinflación en caso de que, como pareció ocurrir en algunos momentos de la última semana, el tipo de cambio se desboca. Contra esa posibilidad, el Plan ofrece una vacuna: la dolarización...En los hechos, la apuesta secreta es a que el actual modelo de flotación cambiaria explote”. 96
Página/12, “Presiones de los principales bancos extranjeros para dolarizar la economía”, 20/01/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-1025-2002-01-20.html
205
Más adelante, Página/12 volvió sobre el tema, en una nueva nota del actual diputado Miguel Bonasso. La tesis era que la devaluación –con un dólar a tres o cuatro pesos- y la posterior dolarización, con la caída del producto bruto, permitiría a las empresas norteamericanas comprar activos locales por monedas. El gestor era Emilio Cárdenas, según Bonasso: “Fue mencionado esta semana como uno de los banqueros que maneja el diálogo secreto con los militares. Otro sería el inefable Pedro Pou, ya señalado por el autor de esta nota en el destape del encuentro entre el teniente general Ricardo Brinzoni y el banquero Adrián Werthein, que ha sido ineficazmente desmentido por el Ejército y el ministerio de Defensa”. Es decir, abonaba con contactos militares la teoría de la “conspiración”.97 En aquél momento no le adjudiqué mucho valor a esas teorías conspirativas. Era evidente e innegable que las intenciones explícitas de esos grupos financieros era quedarse con la totalidad del sistema bancario argentino y con los activos de empresas nacionales, tanto del campo como de la industria. Yo no concebía a ningún sector de mi país como enemigo, pero para ellos yo sí lo era. Porque mi gobierno les estaba cerrando el camino a su voracidad y empezaba a beneficiar a quienes ellos pretendían devorar. A eso se referían algunas críticas acerca de que no teníamos plan económico y que nuestras medidas eran arbitrarias y favorecían a algunos y perjudicaban a otros. Ellos pretendían hacerle creer a la población que los
perjudicados
eran
los
ahorristas
y
que
nosotros
estábamos
favoreciendo a las grandes empresas. “Lo hacen para salvar a Clarín, Techint y Amalita Fortabat”, sostenían en off ante periodistas para hacer correr ese rumor y, por las encuestas comentadas, parte de la población les creía. También lo creían algunos destacados políticos que apostaban a la caída del gobierno de emergencia.
97
Página/12, “El dedo del emperador”, 04/03/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-2501-2002-03-04.html
206
El tema de la licuación de los pasivos empresarios fue otro tema favorito
de
agitación
en
contra
mi
gestión,
así
como
menear
insistentemente el fantasma de la hiperinflación y de la posibilidad de desbordes callejeros con violencia.
El periodismo “ayuda” La prensa, en general, no pudo evitar la tentación de difundir esas olas de rumores contribuyendo a la intranquilidad que generaba un flujo informativo que era ciertamente exasperante e incrementaba el malhumor social. Mirando retrospectivamente las cosas, muchos periodistas escribían o hablaban con clara influencia de los grupos de poder mencionados o con un nivel altísimo de desconocimiento. También, es mi deber reconocerlo, en otros momentos hicieron análisis que ayudaban al propio gobierno a leer con más objetividad lo que sucedía en la sociedad. Fernando Laborda, habitual columnista de La Nación, analizaba en la edición del domingo 13 de enero, la movilización popular con cacerolas de tres días antes: “Sería una simplificación pensar que el cacerolazo del jueves por la noche tuvo como motivación exclusiva el cerco bancario que mantiene atrapados los ahorros de la gente. “El cacerolazo expresó el cansancio de vastos sectores medios frente a un modelo injusto e inequitativo en el que terminan perdiendo el que ahorra, el que aporta a una AFJP, el que paga impuestos en fecha y el empresario que contrae deudas para invertir en el país. Se trata de un modelo, alimentado por la voracidad de un Estado fofo,
que
tiene
su
origen
en
problemas
políticos
más
que
económicos.
207
“Hay, consecuentemente, además de un reclamo por el derecho de la propiedad, un cuestionamiento profundo a la dirigencia...”98 Recuerdo que en los días anteriores había mantenido una larga conversación con el equipo de comunicación acerca de los factores que estaban pesando en el humor de la gente y de los medios y había llegado a una conclusión: el corralito sigue siendo un problema importante, pero empieza a correrse del centro de la escena. Otras cuestiones, como el peso de la exclusión social movilizada por las organizaciones piqueteras, el hartazgo de la gente por la política y los políticos, eran factores que se mezclaban en el malhumor generalizado. En tal sentido, el análisis de Laborda me pareció una mirada acertada. He apuntado que uno de los blancos favoritos de la prensa en los primeros días de enero era que el gobierno no tenía rumbo. Ya dije también que si algo había enfatizado en mi discurso de asunción y luego ante cada reunión sectorial que presidía, particularmente en el discurso que pronuncié ante un grupo de empresarios tres días después de asumir, era que si algo claro teníamos era el rumbo. De la necesidad de pesificar la economía, de salvar lo que quedaba de las empresas nacionales, de ayudar a que el campo se convirtiera en la locomotora de la salida, de crear un programa de ayuda a los excluidos, de todo eso no cabía la menor duda ni tampoco me movería un milímetro. Lo expresaba permanentemente, sin embargo, la seguidilla de comentarios en contrario en la prensa gráfica, radial y televisiva era inagotable: “Eduardo Duhalde debe elaborar un plan económico, inexistente aún”, escribía el 13 de enero Joaquín Morales Solá en La Nación 99. Su colega del mismo diario, Néstor Scibona, sostenía exactamente una semana después: “A casi tres semanas de haber asumido, sólo existen unas pocas certezas. Una, que el plan económico no es, por ahora, otra cosa 98
La Nación, “La fortaleza de Duhalde es también su debilidad”, 13/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/366254 99
La Nación, “Cuando ya no hay derecho al error”, 13/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/366253
208
que una salida desordenada de la convertibilidad, con decisiones discrecionales sobre quiénes se benefician y quiénes no”.100 Este mismo periodista deslizó un audaz comentario, en su columna del 27 de enero: “La economía real de la Argentina no sólo sigue paralizada. Hay algo peor que eso: por ahora, tampoco tiene horizonte”.101 La práctica de la predicción no parece haber sido el fuerte del autor de aquel artículo. El 10 de febrero, Joaquín Cottani, economista jefe para América Latina de Lehman Brothers, escribía en un artículo de opinión: “En la Argentina, lo único que flota con el tipo de cambio es la incertidumbre. El resto se hunde”. La columna comenzaba así: “El plan Remes es un esfuerzo bienintencionado por reordenar la economía del país, pero, lamentablemente, deja flotando, además del tipo de cambio, muchas dudas”.102
Ciegos y sordos “No hay peor sordo que el que cree que escucha”, publicó Sendra hace tiempo en una de sus tiras cómicas. Todos se habían acostumbrado, como se observa, a que las certidumbres eran las reglas de juego que aseguraban al sector financiero y del capital concentrado llevarse afuera del país los más grandes e impensados dividendos. Si algún tiro se disparaba para el lado de la justicia con los sectores nacionales y, sobre todo, los pobres, eso era incertidumbre, eso era no tener rumbo, eso era
100
La Nación, “Una guerra entre ortodoxos y licuadores”, 20/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/367929 101
La Nación, “Corralito bancario, laberinto económico”, 27/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/369652 102
La Nación, “Refundar la convertibilidad”, 10/2/2002. En http://www.lanacion.com.ar/372962
209
desoír los consejos del mundo avanzado e ir contra el modelo que recomendaban los grandes genios del pensamiento universal. Hasta la Fundación Mediterránea, aquella “usina” neocolonial que había comandado Cavallo, con sede en Córdoba, había salido al ruedo a comienzos
de
admoniciones.
2002
con
Advertía
de
un
documento
los
peligros
que de
era la
un
rosario
hiperinflación,
de del
desabastecimiento, de la caída libre de los salarios y hasta pronosticaba que peligraba la rentabilidad de las exportaciones. Su intención no era efectuar previsiones sino crear un clima social favorable a la dolarización. Mi gobierno era el demonio mismo. Con ese clima periodístico y de opinión, yo debía convencer a mandatarios latinoamericanos y europeos, funcionarios del gobierno norteamericano y del FMI que teníamos fe en que Argentina iba a salir del derrumbe y que debían ayudarnos. De ninguna manera estaba en los medios la actitud de hacer daño. Pero la responsabilidad ante las horas dramáticas que vivíamos no fue la que podíamos esperar. En síntesis, si se repasan los diarios de enero, febrero, marzo y abril de 2002, -de los que hemos extractado numerosas referencias- se podrá ver que, según ellos, mi gobierno: # andaba al garete, sin rumbo ni plan; # que iban a cerrar los bancos; sólo iban a quedar 3 o 4 # que marchábamos en coche hacia una hiperinflación del 300%; # que se iba a disparar el tipo de cambio y que la única solución, luego de desastre total, sería la dolarización; # que el ministro de Economía era lento, que dudaba; # que el ministro de la Producción era el responsable de la licuación de los pasivos y de perjudicar las posibilidades económicas del país; # que las empresas españolas levantarían sus petates y se irían de la Argentina; # que mi gobierno se iba caer más temprano que tarde o que Duhalde se iría a su casa al no saber cómo controlar la disparada de todas las variables; y, finalmente, 210
# que la estampida de los precios y la caída feroz de lo salarios llevaría a un caos mayor que el que habíamos vivido. Sólo nos faltaban las Siete Plagas de Egipto. No estoy haciendo cuestión de que me asistía la razón. Vuelvo a aquellos días porque de lo que se trata es que mis compatriotas sepan advertir cuando –y cómo- los poderosos intereses del capital concentrado se expresan. Hoy se encuentran aletargados, pareciera que en retirada. Pero no nos engañemos. Añoran los noventa. Siempre querrán volver por más. El camino de un modelo productivo puede tener en el futuro sobresaltos y aquellas voces volverán a escucharse fabricando miedos, calamidades y amenazas.
211
CAPÍTULO XII LA ALIANZA CON LA PRODUCCION “Producir, producir y producir. Trabajar, trabajar y trabajar.” Juan D. Perón
212
El Movimiento Productivo Argentino Para comprender el vínculo de las fuerzas productivas
argentinas
con mi gobierno, volvamos un poco atrás, a mediados de 2000, poco antes de que comenzara la crisis gubernamental con la renuncia del Vicepresidente. Empecé a recibir pedidos de reunión de dirigentes empresariales. La mayoría se había entusiasmado con la llegada de la Alianza al gobierno. Pero apenas habían transcurrido siete meses y ya comenzaron a sentirse desilusionados. En aquellas conversaciones de la primavera del 2000 ellos eran los críticos y yo parecía el oficialista. Me di cuenta que era preciso agruparlos y ponerlos en contacto con la dirigencia política. Ese
sería el punto
de
partida del cambio.
Comenzamos a reunirnos formalmente. En el mismo hotel donde Chacho Alvarez había anunciado su renuncia, el Castelar de la Avenida de Mayo, hicimos algunos encuentros y otros se realizaban en las sedes de las organizaciones cuyos líderes formaban parte de ese núcleo inicial. Recuerdo que propuse reunirnos la semana anterior a Navidad para efectuar un brindis de fin de año. Era una manera de comenzar a mostrarnos
en
sociedad
como
Movimiento
Productivo
Argentino,
denominación que adoptamos. Organizamos ese brindis al mediodía en el Hotel Claridge de la calle Tucumán, entre Florida y San Martín. Me tocaba a mí, en representación de los políticos, decir algunas palabras de circunstancia y a un industrial en nombre de los empresarios. Habló el dirigente fabril Osvaldo Rial y me tocó mi turno. Fui breve, pedí por la Patria, por los millones de argentinos excluidos y por el cambio que todos preconizábamos. Levantamos las copas y cuando pensé que ahí terminábamos con las formalidades y nos íbamos a poner a charlar entre todos, un dirigente rural pidió hablar. Puso de manifiesto la gravedad de la crisis para el pequeño y mediano productor del campo, acuciado por las deudas y los bancos. “Los que se llevan las ganancias son los pools de siembra que organizan los bancos”, denunció. Luego habló otro y se refirió a la angustia de sus representados. 213
Y así, ese brindis se fue convirtiendo en una suerte de asamblea, en la que todos iban exponiendo sus análisis de la situación y la necesidad de provocar un cambio radical de las cosas. Todos quedamos sorprendidos. Era claro que la dirección que el gobierno había impreso a las cosas terminaría en un caos. Pero nadie había llegado ese mediodía a ese brindis sospechando que iría a participar de una reunión de más de tres horas, donde todos se expresaron con sinceridad. El champagne se calentó y los bocaditos quedaron sin tocar en las mesas. En círculo, todos parados, muy juntos, en un salón amplio, fuimos pasando uno a otro la palabra. Y la palabra de cada uno pesaba mucho. Vuelvo permanentemente a esa anécdota para ejemplificar el estado de ánimo que nos embargaba a todos en aquél fin del año 2000. Mi responsabilidad era, al fin de cuentas, encauzar toda esa energía, darle un rumbo, un contenido y, si era necesario, liderarla. Al cabo de ese mediodía apuramos el lanzamiento del Movimiento Productivo. Ese evento se produjo en otro hotel, el Bauen de la Avenida Callao. En un salón preparado para una conferencia de prensa, colocamos una larguísima
mesa
y
tras
ella
nos
ubicamos
los
fundadores
del
Movimiento.103 El resto del salón estaba repleto de periodistas que no alcanzaban a entender qué hacía reunido, junto, ese arco político y empresarial tan amplio. Todos los participantes lo hacían a título personal, sin comprometer a sus respectivas organizaciones.
103
Entre los fundadores del MPA se contaban: Albrisi, César (Dip. Nac. AR); Alchourón, Guillermo (Dip. Nac. AR); Alfonsín, Raúl (Presidente UCR); Allende, Alfredo (Dip. Nac. UCR); Arano, Roberto (Protesorero UIA); Brovida, Nilda (Pta. Foro Productivo Avellaneda); Brown, Carlos (Pte. Cámara ART); Buzzi, Eduardo (Pte. Federación Agraria); Capisano, Carlos (UIA Santa Fe); Castellani, Carlos (UIA Santa Fe); Cavallero, Héctor (Dip. Nac. PJ Santa Fe); Chiesa, Dardo (Pte. CARBAP); Chodos, Gregorio (Cámara de la Construcción); De Anchorena, Juan (Sociedad Rural); Espósito, Aldo (Vicepresidente UIPBA); Frigerio, Mario (Cámara de Informática); Herrera, Manuel (ex Secretario UIA); Iribarne, Alberto (Grupo BAPRO); Juárez, Gerardo (UIA Córdoba); Lamacchia, Raul (Vicepresidente CAME); Levin, Hugo (Pte. Cámara del Libro); Lusich, Ruben (Federación Agraria); Llambías, Mario (Vicepte. CRA); Moravek, Juan (UIA Patagonia); Paladini, Roberto (Santa Fe); Peirano, Miguel y Poli, Federico (Economistas Asesores de UIA); Posse, Melchor (UCR); Quintana, Liliana (Pta. Asoc. Mujeres Empresarias y Ejecutivas); Recalde, Héctor (asesor Movimiento Obrero); Rial, Osvaldo (Vicepresidente UIA); Ruibal, Raúl (Cámara del Juguete); Solá, Felipe (vicegobernador de Buenos Aires); y Vázquez, Alberto (SANCOR).
214
Pusimos de manifiesto nuestra voluntad de colaboración con el gobierno nacional y reafirmamos que el Movimiento impulsaría un nuevo modelo de producción y trabajo. El documento fundacional resumía, en un par de carillas, nuestro pensamiento. La base había sido elaborada por mí y se fue ajustando a la mirada de todos los fundadores. Se cambiaron algunos párrafos, se eliminaron otros de modo que fuese expresión de todos. Los diputados que pertenecían a Acción por la República, el partido de Cavallo, terminaron aceptando las críticas generales al modelo. La esencia del pensamiento estaba allí plasmada y aún hoy sigue siendo un documento valioso para los estudiosos de la historia de ese período argentino.104 Ante el escepticismo generalizado proponíamos: “Salir de esta crisis se puede y existe un camino posible: la construcción de un proyecto nacional basado en la producción, el trabajo y la distribución justa de la riqueza. De allí derivará el desarrollo, el empleo, la educación, la contención social. ¿Por dónde comenzar? Por un profundo cambio cultural: de mentalidad, de actitud y de expectativas que den marco a un nuevo modelo económico y a un compromiso cierto de la clase dirigente con los intereses centrales de la Nación. Hay que rescatar la mejor tradición productiva de la Argentina, que la tiene.
Empresarios comprometidos con el país En la Presidencia de la Nación, como antes en la Gobernación de Buenos Aires y previamente en el municipio de Lomas de Zamora, consideré esencial la participación y el compromiso del empresariado con el devenir del país. Y de mi parte adquirí la costumbre de consultarlos permanentemente, en especial en lo atinente a la marcha de la economía.
104
Ver documento completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
215
En este aspecto, he seguido los lineamientos del peronismo histórico de contar con un ámbito permanente de generación de políticas integrado por el Estado, los trabajadores y los empresarios. Por razones de militancia he tenido siempre –desde mis comienzos en la actividad política- un lazo muy fuerte con el movimiento obrero. Nací de hecho a la política de la mano de las 62 Organizaciones Peronistas. La dirigencia gremial argentina conoce mi pensamiento en materia productivista y me ha acompañado siempre. De manera que mi preocupación de siempre ha sido fortalecer el nexo con el empresariado argentino. De modo que mis vasos comunicantes con el mundo de la producción funcionaron de manera permanente. Un ejemplo. Con un dirigente importante de la Federación Agraria había trabado amistad. El era una de esas fuentes de consulta. En los días de tanto revuelo por las retenciones aplicadas al agro, lo llamé por teléfono: - ¿Cómo está tu gente? ¿Muy cabrera con las retenciones?”, le pregunté. - “Y, más o menos, putean, pero es más lo que dicen para fuera que lo que sienten en realidad. - ¿Pero entienden por qué lo hacemos? - Si, claro que entienden, pero lo fundamental es que los números les van a cerrar, así que no hay por qué preocuparse- me respondió. Esa voz era tranquilizadora para mí. Él era un productor y debía pagar esas retenciones. Cuando lo convoqué a de Mendiguren a formar parte de mi gabinete le dije: - Van a empezar con el tema de la creación de más burocracia y esas cosas. No les des bola. Armá un buen Ministerio, con todas las atribuciones que sirvan para poner el país en marcha- le dije. - Ya estamos trabajando con Economía para eso- me respondió. - Mirá –le aconsejé- el Ministerio no tiene que ser otro nido más de burócratas. Al contrario, tiene que servir para despejar toda esa maraña de disposiciones y normas que impiden que el país cuente 216
con un aparato productivo fuerte y en crecimiento. Yo envidio a Alemania, a Francia, a los EEUU, a los italianos que ponen todo a disposición del trabajo y la producción. Brasil nos muestra también cómo hacerlo. A la Argentina le hace falta una clase empresarial poderosa si queremos ser un país poderoso. Hoy a cualquier emprendedor se le cortan las piernas antes de que empiece a caminar. Y otra cosa: poné empresarios, gente que trabaje para ayudar a los que quieren progresar. Basta de caer en la queja, basta de
esperar
todo
como
caído
del
cielo.
Quiero
empresarios
comprometidos con el país. El mensaje era para darle fuerza a mi ministro ante la propia Unión Industrial. Algunos de sus miembros se mostraban remisos a asumir la responsabilidad de la convocatoria que les había hecho. Era una minoría que adhería a las medidas que adoptábamos pero que ideológicamente se sentía muy distante del peronismo. Nosotros tuvimos una burguesía nacional prácticamente creada por voluntad del Estado, hacia fines de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta. Perón había cooptado un empresario y lo había designado ministro
de
Economía
y
luego
había
comenzado
a
generar
ese
empresariado que él consideraba esencial para el crecimiento de un sector privado sin el cual el país no terminaría nunca de arrancar. El agro quejándose históricamente de los impuestos, de las intervenciones estatales, etc. y la industria intentando que ese mismo Estado los proteja sin esmerarse para ser competitivos. Y ambos sin tener una franca actitud inversionista (por algo el país sigue teniendo más de cien mil millones de dólares fuera del país). Pero ese empresariado ha comenzado a cambiar de mentalidad. La central industrial pudo hacer un giro, clamando por soluciones para el hambre de los argentinos. Creo que esta nueva actitud debe ser reconocida y puede ser el comienzo de una etapa en que el empresariado vaya adquiriendo prestigio social en base a sus aportes al país.
217
La Argentina debe ser uno de los pocos países del planeta en que la escuela no transmite a los jóvenes la vocación empresarial. Se piensa en profesiones liberales, técnicas, con salida laboral, pero no se atiende a una realidad que es que la gente, a pesar de no tener formación alguna, se lanza a la “carrera” empresarial. Tenemos cientos de miles de emprendedores que se lanzan a la aventura sin la menor atención. ¿Cuál es la razón por la que el sistema educativo no enseña que la carrera empresarial es buena y deseable y necesaria para el país? Creo que la respuesta está en que los planes de estudio los realizan quienes no pertenecen
al
mundo
de
la
“Argentina
real”.
Son
educadores
y
profesionales que no valoran el papel de la empresa en la vida de un país. Al menos así se comportan, con ese prejuicio ideológico. Hay empresarios evasores, otros que no pagan sus créditos, otros que mandan sus dividendos al exterior, otros que viven del cohecho con funcionarios del Estado, etc. Eso debe combatirse y el Estado tiene mil maneras para hacerlo. Si realmente desea hacerlo, tiene las herramientas. Pero los deshonestos y prebendarios no son la mayoría. Y eso no debe servir de excusa para que no comencemos a sentar las bases de una cultura del trabajo fuerte, arraigada, que impida que lo que hemos avanzado en estos cuatro años y medio lo retrocedamos por falta de conciencia y madurez. Es un desafío para la dirigencia política. Aún hoy nuestros políticos, no importa la orientación que tengan, carecen de esa convicción. No “sienten” la cuestión productiva. No tienen clara conciencia de la importancia de ser lobbistas de emprendimientos productivos de la región a que pertenecen. Ser lobbista implica conocer la realidad productiva, conocer las necesidades concretas, conocer las posibilidades de expansión de tal o cual actividad. Y pelear para mejorar esas condiciones ante los organismos respectivos y en el Parlamento. El rol del político no es impedir que el empresario gane plata. Por el contrario, debe preocuparse de que todos ganen más. El rol del político, en este punto, es preocuparse por cuidar que luego la riqueza producida se distribuya con justicia. 218
El cambio de alianza He hecho esta digresión porque la experiencia del Movimiento Productivo tuvo una enorme importancia durante mi Presidencia. Sabía que estaba acompañado en mis ideas centrales por un sector importante de la sociedad y estaba decidido a que no iba a calentar el sillón. Yo no me dispuse a administrar una crisis. Yo me planteaba un cambio de modelo en la Argentina. Tres
días
después
de
asumir,
reuní
a
todos
los
sectores
empresariales. Públicamente, ya como Presidente, quería expresar lo que para mí era un hecho trascendental y algo por lo que había luchado mucho tiempo. Les dije esa mañana en Olivos: se acaba la alianza con el sector financiero y comienza una nueva alianza con el sector de la producción.105 Por supuesto que esto implicaba un cambio muy profundo. Era un giro de 180 grados. A la par, significaba afectar a grandes intereses. No era algo anecdótico. Era una cuestión que afectaba intereses económicos, a gente que había ganado mucha plata y que de pronto perdían su poder y quedaban marginados. Pero
el
país
real
eran
también
los
empresarios
nacionales
semiquebrados y maltratados por el establishment que pretendía que fueran importadores y no productores de bienes. Ellos eran víctimas “VIP” si se quiere, pero también habían padecido la furia neocolonial. En la consideración de los voceros del pensamiento único, esos emprendedores argentinos eran prebendarios, no competitivos, acostumbrados a vivir del Estado, etc. Puede que haya sido así en algún momento o tan sólo la actitud de unos pocos, pero fue utilizado como argumento central para aniquilar la producción nacional.
105
Página/12, “Gobernará la comunidad productiva”, 05/01/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-496-2002-01-05.html
219
Hubo una etapa de tal enajenación que los argentinos elegían, en la góndola, algo que fuera importado antes que llevar un producto argentino. Si era europeo o yanqui, mejor. Entonces, esa porción del país real debía ser también atendida y, sobre todo, estimulada para que recuperara su fuerza productiva, que seguía intacta como quedó demostrado. ¡Había que recuperar y apoyar en aquél entonces a ese empresariado maltratado y agónico! Y el país real era también el campo, otro sector emblemático de la riqueza nacional. El agro argentino, que había tenido las cosechas más grandes de la historia, los avances tecnológicos más significativos, estaba ahorcado por el modelo. En ese momento había 13 millones de hectáreas hipotecadas en el Banco Nación y en el Banco Provincia. Más de 350 mil productores quebrados. Paralelamente, ¿qué nos reclamaba el FMI? Lo que venía haciendo desde tiempo atrás y a lo que siempre me opuse: que privatizáramos el Banco Nación y el Banco Provincia de Buenos Aires. ¿Y para qué insistía con eso? Para que la banca privada extranjera comprara nuestros bancos y con ellos las 13 millones de hectáreas hipotecadas. Así, tendrían enfrente a un productor quebrado, con una deuda en dólares impagable. ¡Un negocio redondo! Primero, se quedaban con nuestros bancos, después con nuestra tierra y con los activos empresariales (industria, comercio, servicios). Mi primer pensamiento fue: necesitamos que el agro comience a generar riqueza ya. Con la pesificación posibilitamos la rentabilidad y así las deudas fueron pagables. De esa manera le devolvimos la tierra que, prácticamente, ya no tenía. Cuando el campo y los productores se fueron recuperando no escuchamos más que el Fondo reclamara privatizar la banca nacional. El agro debía ser la locomotora. Teníamos cosechas muy buenas y precios también favorables. Y con el tipo de cambio competitivo, la producción agropecuaria comenzó a traccionar toda la economía. Sin ese recurso no teníamos planes sociales, no teníamos posibilidad de atender a 220
dos millones de familias con hambre. Esa era la gran dificultad que logramos superar: poner en movimiento nuevamente la economía y con ella atender a la emergencia. Aquí se ve la salida original de Argentina. En medio de la crisis no se apelaba como antes al endeudamiento para atender el déficit interno. Otras crisis, como la mexicana, la brasilera o la turca, requirieron de un fuerte financiamiento del FMI. Nosotros no. Auxiliar al país real, paliar su sufrimiento y devolverle la fe en el porvenir era, entonces, el camino para garantizar la paz social, a través de “recuperar el crecimiento de la economía, promover la transformación productiva con equidad y propiciar un modelo sustentable fundado en la producción y el trabajo”, como sostuve en el mensaje ante la Asamblea Legislativa. Ese fue el “núcleo duro” de mi concepción del rumbo que debía adquirir la Nación. Como lo decía Perón en sus discursos de comienzos de los años cincuenta: “Trabajar, trabajar y trabajar; producir, producir y producir”. Y distribuir, lógicamente. Por eso, retenciones y planes sociales –en la emergencia- eran las dos caras de la misma moneda: la de una justicia distributiva que comenzaba a funcionar nuevamente entre nosotros. Para hacerla efectiva en el tiempo y en etapas de normalidad, se hacen necesarias otras herramientas que el país deberá crear sin más dilaciones.
221
CAPÍTULO XIII EL NUEVO MODELO ECONOMICO
222
Devaluación y pesificación de la economía Quiero desarrollar ahora lo que considero el corazón del programa económico que implementamos en los primeros días de 2002. En el trabajo “La política económica de principios de 2002”106, Jorge Remes detalla con precisión las condiciones en que debimos comenzar nuestro gobierno. Él y su equipo, internados en el Ministerio de Economía, daban forma al paquete de la Ley de Emergencia que enviaríamos al Parlamento, en medio de una gran ola de rumores y presiones. ¿Qué circunstancias había que enfrentar? O, mejor dicho, ¿en qué condiciones debíamos insertar nuestras convicciones y las medidas que derivaban de ellas? Ya enumeré los factores que nos dejaba el modelo. Veamos, en el plano económico, qué ocurría en ese momento en el país. Llevábamos 41 meses de recesión continuada, uno de los períodos más extensos que registra la economía mundial; y a esa altura ya habíamos entrado en una profunda depresión. Todas las variables de la macroeconomía eran absolutamente inconsistentes. La convertibilidad, agotada y costosa, había recibido el tiro del final del mercado. Teníamos un altísimo déficit fiscal, del orden del 6% del PIB. La caída de las reservas había sido del 42% y los depósitos del 20%. Y eso se completaba con el deterioro de la solvencia, la pérdida de capacidad prestable y el posterior colapso del sistema financiero. “Ese denso nudo de problemas -escribió Jorge Remes en el citado trabajo- determinó fuertes desajustes en la economía real, en el balance de pagos y en los sectores fiscal, financiero y cambiario. La competitividad
cayó tanto que Argentina llegó a ocupar el último
lugar entre los países analizados y el primero en la medición de riesgo-país”.
Remes Lenicov, Jorge; Todesca, Jorge; Ratti, Eduardo A.; “La política económica de principios de 2002: cambios profundos para superar la crisis provocada por el colapso de la convertibilidad y sentar las bases para el funcionamiento de una economía normal, integrada al mundo”. Buenos Aires, Marzo de 2003. Publicado con cambios menores en Sánchez Arnau (ed), Crisis Económica y Políticas Públicas: las experiencias de Rusia y Argentina, Instituto Di Tella y Siglo XXI Ed. Buenos Aires, 2003. Ver completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar 106
223
Al iniciar el nuevo siglo, la Argentina, como consecuencia de la aplicación de aquel modelo durante 25 años, sufrió un gran descenso de su posición relativa en el mundo. Cincuenta años antes, teníamos una economía comparable con la de Brasil. En 2002, era sólo equivalente a un tercio de la de nuestro vecino. Treinta años atrás, nuestro PIB per cápita era igual al de España, mientras que ahora era de tan sólo la mitad. Esa Argentina debía despertar, rehacerse desde sus escombros y comenzar a ponerse de pie. Si podíamos hacer oír nuestra voz por encima del ruido de los permanentes cacerolazos, el mensaje que queríamos transmitirles a los argentinos y al mundo era: “En nuestra Patria no hubo ni una guerra ni un terremoto. En la
Argentina se
produjo
un
saqueo
financiero, un
vaciamiento, pero la Argentina Productiva sigue intacta a pesar de todo”.
El campo, locomotora del despegue Es decir, frente a esa realidad grave y dolorosa, nosotros mirábamos también
la
contraparte,
aquello
en
lo
que
depositamos
nuestras
esperanzas. Veíamos que el campo producía ese año su segunda cosecha récord. Los productores estaban endeudados y quebrados pero estaban produciendo. No estaban paralizados, no se daba la circunstancia de que había que volver a ponerlo en marcha. El sector industrial instalado era el más moderno de los últimos 50 años. El uno a uno le había ayudado a actualizar sus instalaciones. Había sectores que en ese sentido, eran más o menos competitivos a pesar de la asfixia financiera y cambiaria. En aquellos momentos, el sector estaba trabajando al 40% de sus posibilidades. Pero estaba instalado, no había que esperar a que se equipara, con todo lo que eso significa. Por otro lado, la Argentina tenía entonces fuera del sistema financiero 30 mil millones de dólares atesorados y, además, 120 mil millones de esa misma moneda en el exterior. 224
Nosotros apostamos a poner en marcha rápidamente a esa Argentina. Mi convicción era que el campo arrastraría a toda la cadena productiva y que nos daría los dólares que necesitábamos para los graves problemas internos que atravesábamos. La industria podía comenzar a producir para sustituir importaciones, como efectivamente sucedió. Luego se sumó a la ola exportadora de los últimos años. Y también contábamos con la paulatina reactivación del consumo interno, fruto de la mayor actividad económica. La apuesta a un modelo productivo, fundado esencialmente en la producción e industrialización de alimentos, era rescatar la mejor tradición nacional y, a la par, acomodarnos a la nueva realidad del mapa comercial mundial. Esos no eran temas de análisis político. Todavía la dirigencia estaba temerosa de la salida de la convertibilidad y del cambio de paradigma económico. En aquellos días recordé un texto de Perón acerca del porvenir de América Latina que hacía referencia a la importancia de la producción de alimentos como factor de desarrollo de la región y de la Argentina. Le comenté a Luis Verdi el tema y le pedí que intentara encontrar ese texto. Horas después, me llamó por teléfono. Me leyó un par de citas que tocaban el tema pero no era la que yo había recordado. Más tarde volvió a llamarme: -¿Puede ser esta? –me preguntó y la leyó. Yo escuché las primeras dos líneas y la reconocí. -Sí, le dije- es esa. Después traémela. Yo estaba en Olivos, tenía agenda hasta la noche y luego una comida con legisladores, a quienes quería explicarles que el plan que poníamos en marcha no nos llevaría a la hiperinflación, como muchos de ellos temían. Me dieron el texto que habíamos buscado. Se los leí a mis comensales esa noche: Frente a la superpoblación y a la superindustrialización que pueden llevar al mundo a la lucha por la comida y por las materias primas, podemos imaginar que el futuro será de los que tengan 225
mayores reservas de ambas cosas. Las mayores reservas de comida y materia prima están indiscutiblemente en la América Ibérica, pero la historia prueba que cuando los fuertes han necesitado de ellas, las han tomado donde existieran, por las buenas o por las malas, lo que nos hizo decir hace más de veinte años que “el año 2000 encontrará a los latinoamericanos unidos o dominados”. Consecuente con ello, durante nuestro gobierno, en 1948 –dos años antes que Europa lo hiciera- promovimos la integración
latinoamericana
complementación
económica
con
un
que
tratado
firmaron
multilateral Argentina,
de
Chile,
Paraguay, Bolivia, Venezuela, Colombia y que quedó abierto a que lo hicieran los demás países de nuestro continente. La finalidad de esta iniciativa era crear un Mercado Común Sudamericano, poner fin a las divisiones artificiales creadas entre nuestros países, mejorar el nivel de vida de nuestros pueblos, dar a nuestro continente latinoamericano el puesto que le corresponde frente al dinamismo de los grandes y el despertar de los continentes, echando las bases para los futuros Estados Unidos de Sudamérica. (…) -¿Saben de quién es esta frase?- pregunté. -De Perón –respondieron de inmediato. -Y, ¿saben para quién la escribió? No pudieron responderme. -Es del mensaje enviado por Perón al Congreso de la Juventud Peronista realizado en Montevideo, en febrero de 1967, cuando el peronismo estaba proscripto por la dictadura de Onganía. En esos días inciertos de 2002 se alzaba para nosotros esta certidumbre: el campo será la locomotora que arrastre el tren productivo y los grandes países del Asia serán nuestros mercados más importantes en poco tiempo. El campo reaccionó muy favorablemente al estímulo de un tipo de cambio competitivo y proveyó al Estado de los recursos para atender la emergencia. 226
Volver a creer, volver a crecer Al momento de las decisiones y aún antes, cuando veíamos que las políticas de la Alianza profundizaban la crisis, nosotros evaluamos muchas alternativas, pero no había ninguna posible de sacarnos del pantano, salvo la que implementamos. Fue la mejor, a punto tal que cuando uno repasa las estadísticas, en el mes de abril la economía empezó a crecer. Todos
los
indicadores
económicos
desestacionalizados,
PBI,
industria, construcción, demanda, en marzo dejaron de caer. Hay que tener en cuenta que, cuando uno realiza las mediciones en forma desestacionalizada, que es lo que se debe hacer, entre junio del 98 y enero del 2002, la economía argentina había caído el 20%. Así comenzó lenta y progresivamente la recuperación. Actividad Económica e Industrial (Índice desestacionalizado)
Indice marzo de 2002=100
130 Industria
125 120 115 110
Actividad Económica
105 100 95 Ene- Mar- May- Jul01 01 01 01
Sep- Nov- Ene- Mar- May- Jul01 01 02 02 02 02
Estimador Mensual de la Actividad Económica
Sep- Nov- Ene- Mar- May- Jul02 02 03 03 03 03
Sep03
Estimador Mensual Industrial
Fuente: Ministerio de Economía – INDEC
Cuando digo que la única alternativa posible era la que adoptamos, quiero reafirmar lo que he dicho muchas veces: “No intentemos ser originales todo el tiempo. Vayamos hacia donde van todas las economías 227
del mundo, que es una economía de tipo de cambio flexible”. Eso fue lo que propusimos. Pero nosotros adoptamos ese criterio dentro de un contexto de otras grandes decisiones, por eso es que podemos hablar de que se trató de un programa integral. No fue solamente la medida de la devaluación, porque junto con ella pesificamos la economía, congelamos las tarifas de los servicios públicos, ejercimos el control monetario, entre otras medidas.
La pesificación asimétrica Hasta aquí he intentado mostrar que el clima que me rodeaba no era el más favorable para encarar las grandes decisiones que debía tomar de manera impostergable: críticas injustas, presiones, intentos de extorsión, silencios que pesaban mucho, urgencias en todos los reclamos, protestas airadas y, básicamente, mucha incomprensión, cuando no, mala intención. En ese contexto enfrentamos la más difícil decisión después de firmar el certificado de defunción de la convertibilidad: la pesificación de toda la economía. Volver a ejercer el control de nuestra propia moneda. Una primera alternativa era mantener los depósitos y los préstamos nominados en dólares o transformarlos a pesos al tipo de cambio libre. Como la inflación era menor que la devaluación los ahorristas hubieran ganado, pero los deudores, de manera masiva, no hubieran podido hacer frente a sus compromisos. Hubiésemos estado frente a un verdadero “tsunami” de quiebras. Era ciertamente inconcebible imaginar qué hubiera sucedido si se dejaba la cuestión liberada “al mercado”, como algunos pedían. ¿Más de medio millón de deudores hipotecarios y decenas de miles de PYMES podrían haber negociado, individualmente, con los bancos acreedores?
228
Eso hubiera sido poner el zorro a cuidar el gallinero. Era lo que precisamente querían los grandes bancos, que pretendían alzarse con los activos empresariales argentinos. Como bien explicaba Jorge Remes, hubiésemos transferido recursos de los deudores a los ahorristas, pero aún así no habríamos contado con la plata que hacía falta para devolver todos los depósitos. Hay que tener en cuenta que si emitíamos en ese momento la cantidad necesaria de circulante para afrontar esa situación caíamos irremediablemente en la hiperinflación. Una segunda alternativa era simplemente convertir todo 1 a 1, sin actualización. Eso sí hubiera sido un golpe tremendo a los ahorristas. Se tenía muy presente en las discusiones, recuerdo, la experiencia de 1982 que le había costado al país un cuarto de su PBI. La decisión que tomé finalmente fue convertir a pesos con actualización porque entendí que era la más equitativa. Defendíamos los activos nacionales y la devolución de los depósitos se iría ajustando de manera que pudiéramos cumplir con lo que le habíamos dicho a la gente: queríamos preservar el poder adquisitivo de esos depósitos. Se lograría ese objetivo con tiempo y ajustando el coeficiente (CER) con la tasa de inflación. El trabajo ya mencionado de Jorge Remes señala en este punto: “Hay quienes dicen que hubo licuación de pasivos. Los deudores hipotecarios, personas físicas y empresas que se encontraban endeudadas y cuyas obligaciones pactadas en dólares fueron transformadas a pesos a la relación 1 a 1 y sujetas a la actualización por el CER (costo de vida), más una tasa de interés máxima del 7 %, no vieron licuadas sus deudas. Las mantuvieron en pesos a valor constante. En realidad, se evitó el aumento del valor de las deudas siguiendo la evolución del tipo de cambio. Vale la pena comparar las tasas que se pagaban antes de la devaluación, cuando sobre valores constantes, se aplicaba una tasa de
229
interés del 25/30 %, con la tasa propuesta del 7 %. Claro está, esta última es más acorde con el funcionamiento de una economía normal”.107 Remes aclara en su escrito otro punto que fue cuestionado, cuando se nos decía que favorecíamos a determinadas empresas: “En cuanto a los destinatarios del proceso de pesificación de deudas empresarias, las listas que revisamos exhaustivamente antes de tomar la decisión revelan que la enorme mayoría de los beneficiarios han sido las pequeñas y medianas empresas argentinas. Las grandes
empresas,
y
en
especial
las
internacionales,
tenían
fundamentalmente financiamiento externo. Por cierto, la pesificación asimétrica ha tenido costo fiscal, pero cabe interrogarse cuál habría sido el costo, en términos de empleo y de colapso de capacidad productiva y de ingresos familiares, si no se hubiese adoptado esa medida (no deben olvidarse los altos costos de las crisis financieras de otros países). Además, ese costo fue en buena medida compensado
por
la
conversión
a
pesos
de
los
Préstamos
Garantizados en poder de los bancos y las AFJP”.108 En todo momento, la tarea del gobierno fue tomar decisiones pensando siempre en el marco general de una economía que hacía agua por todas partes. Se tapaba un agujero y había que, de inmediato, ocuparse de los otros, mientras se sacaba el agua del casco.
Cómo tomé la decisión de pesificar la economía He dicho que las condiciones en que debimos movernos eran las peores. He descrito la situación social y política que condicionaban nuestra acción. Y para tener una idea cabal del estado de la economía basta echar una ojeada a los gráficos que siguen:
107
Ibídem.
108
Ibídem.
230
PBI TOTAL Nivel trimestral desestacionalizado 300
290
280
270
260
250
240
230
220 I98
II98
III98
IV98
I99
II99
III99
IV99
I00
II00
III00
IV00
I01
II01
III01
IV01
I02
II02
III02
IV02
I03
II03
III03
IV03
Fuente: INDEC
PBI TOTAL Variación trimestral desestacionalizada
4,5
3,8 2,9
2,6
2,5
2,8 2,2
1,7 0,9
0,6 0,1
0,0
0,5 -0,5
-0,3 -0,4 -0,2
-0,6
-1,5
1,2 0,6
-1,5 -1,4 -2,0
-3,5 -3,6 -5,5
-5,3 -6,5 -6,3
-7,5
-9,5 I 98 II98 III98 IV98 I 99 II 99 III99 IV99 I 00 II 00 III00 IV00 I 01 II 01 III01 IV01 I 02 II 02 III02 IV02 I03
II03 III03 IV03
Fuente: INDEC
231
DEMANDA LABORAL 120
100
80
60
40
20 Ene-00
Jul-00
Ene-01
Jul-01
Ene-02
Jul-02
Ene-03
Indice de Demanda Laboral
Fuente: Universidad Di Tella.
CONFIANZA DE CONSUMIDORES Y EMPRESARIOS 55,0
Consumidores 50,0
45,0
40,0
Empresarios
35,0
30,0
25,0 Dic '99
M ar '00
Jun '00
Sep '00
Dic '00
M ar '01
Jun '01
Sep '01
Dic '01
M ar '02
Jun '02
Sep '02
Dic '02
M ar '03
Jun '03
Fuente: Universidad Di Tella.
232
El estado deliberativo en que se había entrado en esos días de enero se reflejaba en la prensa, que también se hacía eco de opiniones y hasta presiones de los distintos sectores. Pero lo cierto es que para mi contaban las ideas del equipo económico, del equipo productivo y mis propias ideas, resumidas en el discurso de asunción y en mis primeras apariciones mediáticas y públicas. He señalado que la gran prioridad era poner en movimiento a la producción y, por lo tanto, ese era el primer gran filtro a través del cual yo escuchaba a mis colaboradores. Pero había, en la manera de abordar la pesificación,
dos
prioridades básicas, como
ha
quedado
dicho:
la
protección de los activos productivos y el poder adquisitivo de los ahorros encerrados en el corralito. La decisión la adopté en soledad, luego de haber escuchado diversas opiniones y de haber generado un debate entre Economía –Jorge Remes y Oscar Lamberto- y Producción –José Ignacio de Mendiguren. Fue una mañana en Olivos. Esos días de enero eran verdaderamente bochornosos. Atendí algunas audiencias en el chalet presidencial y luego caminé hasta la gran sala de donde generalmente se realizan las reuniones de gabinete cuando se hacen en Olivos o donde se atiende a delegaciones numerosas. El sitio estaba fresco. Las persianas estaban cerradas y el ambiente así, oscuro, daba sensación de mayor frescura. Pedí que encendieran algunas luces. Normalmente yo mismo abría las persianas para que entrara la luz natural y poder, además, disfrutar del verde del entorno. Pero en esa oportunidad preferí el encierro para una mayor concentración. Me senté solo a esperar. Le pedí al edecán que entraran mis convocados no bien llegaran. Primero vino de Mendiguren y luego arribaron juntos Remes y Lamberto. La discusión se dio en torno de los dos criterios imperantes. Economía ponía énfasis en los aspectos contables mientras que de Mendiguren
destacaba
cuestiones
financieras,
los
aspectos
monetarias,
productivos. fiscales.
No
Se
repasaron
eran
las
cuestiones
abstractas. Se hablaba de gente de carne y hueso –los ahorristas233
movilizados en las calles. Se hablaba de fábricas cerradas, de productores endeudados, de la desnacionalización de nuestras empresas. A las opciones que más arriba mencioné se sumaba otra cuestión: ¿las medidas serían de aplicación gradual, o produciríamos un shock? Más allá de lo que exponían mis colaboradores, yo tenía mi propia idea al respecto: debíamos tomar las medidas de una sola vez porque de lo contrario corríamos el riesgo de no arrancar nunca con el aparato productivo. No recuerdo la duración de esa reunión, que tuvo momentos de mucha vehemencia. El debate fue franco y duro. Yo me limitaba a escuchar y a ordenar la discusión cuando se iba de madre. En otros pasajes las intervenciones tenían un alto contenido técnico que me dificultaba
seguirlas.
Interrumpía
entonces
y
pedía
aclaraciones.
Finalmente, les agradecía a los tres y les dije que la decisión la iba a tomar esa misma noche. Durante horas di vueltas y vueltas a las argumentaciones de los ministros y pensé situaciones concretas. Había algunos trasnochados que decían que debíamos darle los dólares a la gente. Los dólares no estaban. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Emitir y devolver los ahorros en pesos? Una locura. Si me hubiese mostrado débil ante la demanda, justa pero irracional, de los voceros de los ahorristas, hubiera contribuido a sumir definitivamente al país en el caos. Casi cinco años más tarde, la Corte Suprema sostuvo que el tema es un debate que se ha tornado abstracto, porque el dólar a 1,40 más las actualizaciones y con una tasa del 5% hoy equivale a 2,86 pesos. Y con una tasa del 7%, llega a los 3,10 pesos.109 Se trata de un reconocimiento a una decisión que en su momento fue muy resistida y criticada, pero que se ha mostrado con el paso del tiempo la más justa y correcta. En cuanto a los deudores, recuerdo que Mario Blejer sostenía por entonces que si no hubiésemos pesificado las deudas el sistema financiero
109
Fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación del 27/12/2006 en el caso Massa, Juan Agustín c/ Poder Ejecutivo Nacional - dto. 1570/01 y otro s/ amparo ley 16.986. Ver texto completo en www.presidenciaduhalde.com.ar
234
hubiera tenido una incobrabilidad del orden del 85%; con la pesificación uno a uno ese índice fue del 15%. Las empresas argentinas beneficiadas por el uno a uno –del modo en que Remes lo ha explicado- tuvieron a la par otra ayuda del gobierno: dictamos una resolución por la que se suspendieron por 180 días las ejecuciones. Era darles a las mismas un tiempo para que en el ínterin pudieran ponerse a trabajar, que era el objetivo básico. En este aspecto, las críticas también arreciaron y aún hoy hay quienes se niegan a aceptar lo que la realidad ha demostrado hartamente: que
nuestro
programa
fue
acertado
y
exitoso.
El
2002,
que
lo
comenzamos con el derrumbe, lo finalizamos con un “superávit de la cuenta corriente que alcanzó los 8954 millones de dólares, contra un déficit de 4483 millones en 2001, esto es, una variación de 13437 millones de dólares”.110
El Plan Estratégico Productivo El aparato productivo se puso en movimiento en marzo de 2002 a partir del programa económico, sin dudas. Sin embargo, consideré necesario contribuir a ese proceso con políticas activas que incorporaran a todas las regiones argentinas. Las acciones en esta materia se condensaron en el Plan Estratégico Productivo Nacional, que comenzó a elaborarse el 15 de enero.
El
Ministerio de la Producción no estaba aún organizado y no tenía, por tanto, estructura funcional aprobada ni firma de sus responsables y pero de todos modos inició inmediatamente los contactos con las provincias para coordinar las primeras reuniones con la idea de ir armando el Plan. Se decidió organizar el sistema por regiones y un equipo integrado por el ministro de la Producción y su equipo, más el viceministro de
110
INDEC, “Balance de pagos del cuarto trimestre de 2002”., 27/03/2003. En http://www.mecon.gov.ar/cuentas/internacionales/documentos/comunicados/4trim2002.pdf
235
Trabajo, Carlos Tomada, el Presidente del Banco Nación, Enrique Olivera y representantes de la Jefatura de Gabinete, del Banco Central, del Ministerio de Economía y de la AFIP comenzó a viajar a distintas provincias para dar entidad a las mesas regionales integradas por los ministros o secretarios de la Producción de las provincias. La gran tarea fue el relevamiento de las posibilidades productivas de las distintas regiones y de las dificultades que presentaban los diversos sectores. La presencia de altos funcionarios nacionales en las reuniones aseguraba la pronta respuesta del poder central a las necesidades regionales y provinciales, en materia fiscal, crediticia, de servicios, etc. La política adoptada partía de lo que se llamó la Primera Frontera Productiva, que consistía en recuperar lo perdido. Esto significaba en el corto plazo utilizar plenamente la capacidad instalada y alcanzar el máximo nivel productivo que permitía el nuevo rumbo impreso a la economía. Para eso se hizo en acuerdo con todas las provincias un listado de producciones seleccionadas: agrarias (vitivinicultura, frutihorticultura, cítricos, arroz, frutas, ganadería ovina, azúcar, lácteos, harinas, aceites, pesca, olivicultura, etc.), industriales (bienes de capital para el agro, gráfica, electrodomésticos línea blanca, aluminio, autopartes, etc.) y minería (metalífera y no metalífera, rocas de aplicación, etc.). La gran apuesta del plan era aumentar y ampliar las exportaciones. Para eso, excluyendo combustibles, minerales, energía, automóviles y cereales se hizo un listado de 190 productos que representaban más del 60% de las exportaciones totales. Y de ellos, 97 fueron seleccionados como prioritarios por las provincias. Esos productos equivalían a su vez al 72% del universo exportador definido en el Plan. Durante
los
meses
siguientes
se
continuó
con
la
tarea
de
organización para la elaboración del esquema, para lo cual dicté el decreto 748/02 de comienzos de abril de ese año, a través del cual creamos la Mesa Nacional para la elaboración definitiva del Plan, con la participación de las 24 jurisdicciones argentinas y las respectivas Mesas Regionales. 236
Estas mesas debían hacer un diagnóstico para detectar oportunidades y dificultades y debían a la vez aportar planes sectoriales con metas específicas a corto y largo plazo. Y además debían supervisar el cumplimiento de las metas definidas.
111
Es bueno reiterar una vez más que, mientras esto ocurría, se nos seguía acusando de no tener rumbo ni plan. Y el FMI, inexplicablemente, nos pedía un plan sustentable.
El cuco de la emisión Tras la salida de la convertibilidad y establecida la pesificación asimétrica, comenzó a rodar otro rumor, alimentado siempre por la misma usina de los devotos de las tres D: default, devaluación y dolarización: ahora el gobierno se largaría a emitir para tapar el agujero del déficit fiscal. El Ministro de Economía había hecho ya los anuncios y había hablado de ese tema. Dijo que nuestro gobierno sería estricto en esta materia y, de hecho, se establecieron metas de déficit fiscal y de financiamiento a través de anticipos del Banco Central. Eso abrió todo un capítulo de negociaciones con las provincias que concluyó exitosamente al fijarse metas acordes con la del gobierno nacional. Y gran parte del éxito de esas medidas se debió a la conducta muy férrea adoptada por todos. Así visto no parece nada complejo, pero hay que recordar que si el Estado nacional estaba fundido, las provincias no pasaban por una mejor temporada. De manera que ajustar los gastos y achicar el déficit era sumamente delicado y difícil. Sin embargo, esas metas se cumplieron. Y siempre “a nuestra manera”, no como lo deseaba el FMI. La reacción inicial del establishment, más allá de su intención desestabilizadora, se debió al prejuicio muy arraigado de que nosotros no éramos capaces de mantener una estricta disciplina fiscal. Para ellos, 111
Ver Plan Estratégico Productivo Nacional. En www.presidenciaduhalde.com.ar
237
peronismo es sinónimo de populismo, demagogia y de irresponsabilidad en el manejo de las cuentas públicas. Nunca pensaron, ni por asomo, que ese gobierno, peronista, sensible a las demandas sociales, acosado y frágil, fuera capaz de mantener una disciplina que evitara la emisión descontrolada y la consecuente disparada de la inflación. Muy por el contrario de lo que nuestros críticos señalaban, el gobierno mostró una gran disciplina y su actitud fue reconocida rápidamente por los organismos internacionales y algunos mandatarios de países que en aquel momento abogaban por la causa de la Argentina. Si bien el problema del “corralito” hizo imposible resolver el tema monetario y financiero en un plazo corto, las metas generales del plan se fueron cumpliendo y contribuyeron al objetivo central, que era poner en marcha rápidamente el aparato productivo nacional.
¿Quién paga los costos del derrumbe? Con toda esa batería de medidas, mi preocupación central era tomar la emergencia en sus aspectos más críticos y distribuir equitativamente los costos del derrumbe. Para ello, establecí una nueva norma, ante la escasez de recursos. Recordemos que estaba vigente una disposición de utilización de los recursos públicos que habían dispuesto De la Rúa y Cavallo, cuando fijaron la política del Déficit Cero. Esa norma establecía que primero se pagaban los compromisos de la deuda externa y luego, con el resto, se atendían las otras necesidades, como el pago de salarios, gasto social, etc. Por decreto cambié ese orden de prioridades.112 Establecí que primero se pagarían los planes sociales; segundo se atenderían los pagos a jubilados y pensionados; y luego, los salarios de los empleados de la administración pública. 112
Decreto Nº 450/2002 Programa Mensual de Caja. B.O. 07/03/2002. Ver texto completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
238
Continuando con el criterio de equidad en el reparto de los costos, intentamos mantener el poder adquisitivo de quienes tenían en depósitos sus ahorros en los bancos, reconociéndoles el dólar a 1,40.
Las tarifas congeladas Pero quedaba otro tema de enorme dificultad y de gran impacto social: las tarifas de los servicios públicos, que estaban de hecho dolarizadas, como el resto de la economía y que se ajustaban con la inflación. Era imposible dejarlas así porque hubiera sido una gran injusticia. Las empresas habían obtenido ganancias enormes en todos los años anteriores con tarifas más altas que las que aplicaban en sus países de origen. A la par, el derrumbe había golpeado más duramente a los sectores medios y bajos, imposibilitados de afrontar un aumento brutal como hubiese sucedido si se pesificaban las tarifas con el dólar libre. Por esa causa, se pesificaron uno a uno y se congelaron. Fue una lucha dura que debimos mantener a lo largo de todo mi gobierno con las empresas concesionarias. Ellas exigían permanentemente ajustes de tarifas y resarcimientos por lo que consideraban daños que nuestra política les producía. Ese es un capítulo particular de mi gestión, ya que comprometía no solamente a esas empresas, sino también a la relación de Argentina con los gobiernos de sus países de origen, particularmente España. El paso del tiempo ha demostrado que nos asistía la razón y que en el reparto de los costos, quienes más tenían y más habían ganado con el modelo anterior, más sacrificios debían hacer.
Retenciones
petroleras
y
al
campo:
otra
forma
de
redistribución
239
Otro aspecto decisivo de la distribución de los costos fue la aplicación de retenciones, tanto a las empresas petroleras como al agro y a la industria. Resolvimos de entrada aplicarlas a las exportaciones de combustibles y posteriormente a las de los productos primarios y manufacturados. Fue la primera vez en la historia que se estableció este mecanismo por el cual el Estado tomaba una parte de las enormes ganancias de esas empresas productoras de combustibles para atender la grave emergencia social. La renta de esas compañías había sido –y sigue siendo- muy alta y su caudal de inversiones no se compatibilizaba con esas suculentas ganancias. Consideré que era de estricta justicia en momentos
como
aquellos
aplicar
retenciones.
Las
mismas
fueron
resistidas por las empresas, lo que era de esperar. Pero también se opusieron a esa medida de corte revolucionario en el país los legisladores de las provincias productoras de petróleo, que privilegiaron los intereses locales por sobre las necesidades de la Nación.113 El campo, a su vez, había sido favorecido por la pesificación y con el tipo de cambio tan favorable, se convirtió en un sector que veía aumentar rápidamente sus ingresos. Era justo, pues, que una parte de los mismos fuera
destinada
a
la
política
social,
como
ya
hemos
explicado
anteriormente. La medida fue resistida por algunas organizaciones del campo y aceptada por otras, pero en definitiva el conjunto entendió que era una medida de estricta justicia. Por lo demás, la rentabilidad que produjo la devaluación tuvo un fuerte e inmediato impacto. Atrás quedaban las secuelas de la política monetaria de los noventa, que había provocado, entre otros males, la desaparición de cien mil pequeños productores rurales. Según una investigación realizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, la rentabilidad del campo se duplicó entre 2002 y 2006 respecto a la década
113
Ver votación de la Ley de Emergencia Económica en www.presidenciaduhalde.com.ar
240
anterior. En la ganadería, la renta creció 130 por ciento en el mismo período.114 La fuerte devaluación de comienzos de 2002 y el aumento de la demanda externa e interna están en la base de la recuperación agropecuaria.
Aún
cuando
el
gobierno
aplicó
impuestos
a
las
exportaciones, las ventas en dólares y los costos, incluidas deudas, en moneda local devaluada, generaron ganancias extraordinarias al sector. El ex vicepresidente del INTA, Jorge Elustondo, confirma estos datos.
"La
prueba
más
clara
de
que
la
rentabilidad
aumentó
sensiblemente es el incremento del valor de la tierra", afirmó en una nota de opinión firmada por la periodista Marcela Valente, de la Agencia IPS.115 En efecto, los precios de los campos se han elevado tanto que en la práctica se han paralizado mucho las transacciones. En muchas zonas de la pampa húmeda, los precios se cuadruplicaron y más. En otras áreas se triplicaron. Había también otro aspecto importante en el reparto de los costos del derrumbe. Era imposible que se diera en poco tiempo una adaptación del Estado, las empresas, los usuarios y los consumidores a las nuevas reglas. Por eso, se plantearon instrumentos de mediano plazo como bonos, devolución escalonada de depósitos y pago diferido de créditos, que buscaban distribuir también parte de los costos de ese proceso hacia el futuro.
El rol del turismo Si debiera describir el plan que me había trazado, que debía seguir paso a paso, y en algunos casos con decisiones en simultáneo, diría que fue así: Primero, que arrancara la economía productiva, sobre todo el
114
Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (CENDA). En http://cenda.org.ar/index.html
115
Inter Press Service (IPS), “La paradoja del Campo”, por Marcela Valente, 29/07/2006. En: http://domino.ips.org/ips%5Cesp.nsf/vwWebMainView/3858058DD61778EDC12571BA00741975/? OpenDocument
241
agro, que nos daría los recursos para atender los programas sociales, y el turismo, que también podía reaccionar con celeridad; segundo, aplicar rápidamente y con el concurso de las provincias los programas sociales (alimentario, sanitario y laboral); tercero, fortalecer a mi gobierno mediante la concertación y el diálogo; cuarto, recomponer el frente externo argentino, tan dañado. Que el país arrancara, como lo hizo, tras los estímulos del nuevo tipo de cambio y las medidas concomitantes, era vital. Si no ocurría eso, toda mi estantería se iba al diablo. Recuerdo que al respecto mantuve una conversación breve pero muy estimulante con Daniel Scioli, entonces Secretario de Turismo. En los momentos previos a una de las primeras reuniones de gabinete, el actual vicepresidente me pidió una conversación en privado. Nos alejamos de otros miembros del gabinete que estaban en el amplio despacho presidencial y nos apoyamos en el antebrazo de una ventana, desde donde se veía el río. -
Mire, Presidente, ¿ve ahí? Puerto Madero. Para allá –dijo señalandoestá Recoleta. Ya son íconos del turismo mundial., como lo son las Cataratas, el Sur, el Noroeste. Le aseguro que el turismo va a ser el boom de la economía argentina. Y el tango es el gran atractivo.
-
¿No exagerás un poco? –le dije para azuzarlo, porque en realidad yo compartía su visión.
-
No, ¡qué voy a exagerar! Usted se animó a tomar las decisiones que hacían falta, ahora nosotros tenemos que trabajar para que esas decisiones pongan en marcha el país. Lo que quiero preguntarle es si puedo exponer el plan turístico ante el gabinete. Acabamos de terminarlo, por eso no pude ponerlo en el temario.
-
Si, decile que lo agreguen. Desde aquellos meses hasta ahora el turismo no ha dejado de crecer
y como lo preanunciábamos con Scioli, sería junto al agro el gran boom de la recuperación.
242
El comienzo del Nuevo Rumbo Tenía fe en las medidas económicas que tomamos en el comienzo de mi gestión. Además, no se ofrecían otras variantes. Nadie presentaba un plan alternativo. Pero más allá de mi voluntad, de mis convicciones, estaba la realidad de una sociedad escéptica y de que los frutos se comenzarían a ver más adelante. Me creían o no me creían. Y en esa disyuntiva ganaba el descreimiento y la prédica desconfiada de la prensa. Apelaba a la voluntad: “Hay que seguir dando una batalla muy importante que se libra en la mente y en el corazón de los argentinos, porque si sabemos qué es lo que nos conviene y obramos todos en consecuencia, esa fuerza, esa energía que emana de un pueblo que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo, opera milagros”.116 Expliqué también, una y otra vez, que la nueva alianza establecida con los sectores de la producción y del trabajo iba a dar frutos antes de lo que se creía, a pesar de las dificultades evidentes. “La infraestructura productiva se encuentra intacta, aunque con sus empresarios fundidos tras cuatro años de recesión. Bueno sería que no fuera así. Si le posibilitamos capital de trabajo, si ayudamos a este sector de la producción y del trabajo, en muy poco tiempo, en sesenta días ya empezaremos a ver los resultados positivos de las políticas”. De acuerdo con las previsiones de las áreas de Economía y Producción del gobierno, dije en el tercer programa de Radio Nacional: “Creo que en dos meses aproximadamente se empezará a ver esa luz al final del túnel de la que tanto se habla y se reclama. Las economías regionales ya se están reactivando. La industria de la carne ha tomado 4.500 operarios”.
116
De los mensajes a través del programa radial “Conversando con el Presidente”, transmitido por Radio Nacional. Ver trascripción y escuchar las audiciones completas en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
243
Concluía ese mismo programa con estas palabras, que eran una expresión cristalina de mi más profundo deseo y objetivo por el que iría a luchar todos esos meses: “Quiero decirles que somos optimistas. Creo que esta transición ordenará el país. Lo pondrá en aguas calmas y después dejaremos que la gente elija quién va a seguir gobernando nuestra patria”. Ese optimismo era sincero y quería transmitírselo al pueblo, porque la cuestión anímica de nuestra gente era importante para mí. Desde las radios, en esos programas matinales donde tantos hablan y opinan, no siempre con fundamentos, se transmitía una permanente carga de pesimismo e incredulidad que respondía a la realidad que estábamos dejando atrás. De mi parte, intentaba mostrar lo que vendría. Lo hacía para ver si podía despertar una luz de esperanza en esa gente angustiada, que pasaba miseria y privaciones. Pero la prédica negativa de la mayoría de los medios era más fuerte. Voy a dar tan solo un ejemplo, entre los miles que podemos hallar en aquellos meses. Cada vez que el Fondo Monetario Internacional emitía algún comentario crítico, aquí era interpretado como una fatalidad y amplificado como si estuviésemos frente al fin del mundo. Eso ocurrió exactamente cuando mi gobierno cumplía nueve meses y, como venía siendo costumbre, di un informe de lo que se había logrado.117 Hasta el FMI reconocería públicamente ese esfuerzo del país para escalar la cuesta, pero el vocero de ese organismo había dicho que faltaban algunos informes de las comisiones del mismo para avanzar en el acuerdo que veníamos negociando. En nuestro medio se amplificaron estos dichos. Dije entonces, en uno de mis programas de radio118, que “lamento por los agoreros, pero los informes van a ser muy favorables para la Argentina”. Y lo dije porque ya me lo habían expresado algunos mandatarios europeos con quienes
117
Verdi, Luis; “A nueve meses: Informe de Situación”, Octubre de 2002. Ver en: http://www.presidenciaduhalde.com.ar 118
Conversando con el Presidente, Sábado 3 de Agosto de 2002. Ver en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
244
conversaba a menudo telefónicamente. Habían elogiado la respuesta del país y opinaban que estábamos en la buena senda. Expliqué cómo arrancamos en enero y qué habíamos logrado en apenas siete meses, a comienzos de agosto. “Para hacer una síntesis, comenzaría con una frase de un artículo del New York Times: “Argentina está saliendo de las llamas”. Y destaqué algunas variables que mostraban la realidad de esos meses: “El fisco estaba desquiciado y este mes (agosto) tuvimos un record. El superávit es muy importante porque el FMI era muy pesimista al respecto. El dólar se ha estabilizado desde hace unos sesenta días. El Banco Central recuperó unos 150 millones de dólares de reservas, a pesar de los pagos al exterior que hemos hecho”. Hice referencia a otra cuestión que fue motivo de los más alarmantes pronósticos a comienzos de mi gobierno. Se decía que iban a cerrar los bancos, que el sistema financiero no se iba a recuperar por años y que la gente no iba a volver a confiar y depositar su dinero en esas instituciones. ¿Y cuál era la realidad? Que a partir de mayo/junio comenzaron a recuperarse los depósitos y crecieron hasta casi mil millones de pesos. Había en ese momento unos 4 mil millones a disposición de los ahorristas en los bancos y sin embargo la gente los dejaba. La mitad del dinero que salía del “corralito” por la vía de los amparos, se volvía a depositar en los bancos. Esto fue resultado de la evolución de la economía y también de un buen manejo por parte del Banco Central, que condujo al sistema por un estrecho pasadizo que tenía, de un lado, el posible cierre de las entidades, y del otro, el peligro de la hiperinflación, si hubiese cedido a la tentación de emitir en exceso. La recaudación había comenzado a subir mes a mes. Había superávit fiscal, como dije, y superávit comercial. Pagábamos al día los salarios de los empleados y jubilados y pensionados del Estado Nacional. Cumplíamos puntualmente con las asignaciones del plan jefas y jefes y ya 245
dos meses antes habíamos comenzado a trabajar en la reactivación de la obra pública. En este aspecto, las obras se habían suspendido durante el gobierno de De la Rúa. Algunas llevaban más de un año de parálisis y eso acarreaba al Estado daños enormes, además de que no se continuaban las tareas. Comenzamos a negociar con las empresas y yo viajé a algunas regiones para firmar los nuevos contratos. Además, habíamos atendido una serie de cuestiones de importancia, como otorgar un subsidio para el gasoil a fin de evitar el aumento del boleto del transporte de pasajeros y de las tarifas del transporte de cargas. Acordamos también que se congelaran los alquileres urbanos, que habían sido pesificados, ya que la devaluación había golpeado fuertemente el poder adquisitivo de todos los trabajadores. Y desde la devaluación no se habían registrado aumentos en las tarifas de los servicios públicos. Había, sin embargo, un aspecto de nuestra política que era una deuda pendiente: el restablecimiento del crédito. No habíamos podido lograrlo y eso significaba que la recuperación de la producción se hiciese de manera más lenta. Yo estaba convencido, ya para esa época, que habíamos pasado lo peor. Habíamos tocado fondo, en lo político e institucional, hacia abril con la crisis que se materializó en el cambio de gabinete y en el acuerdo de 14 puntos suscripto con los gobernadores, temas que refiero más adelante. Y en lo económico, para esa misma fecha habíamos empezado a crecer. Hoy nadie duda de que la Argentina tiene una moneda propia, ciertamente estable, que es un tipo de cambio que sostiene el crecimiento de las exportaciones. Pero cuando tomamos la decisión de no dolarizar y de devaluar, con un tipo de cambio a 1,40 y con una moderada intervención del Banco Central para evitar las maniobras especulativas, pocos tenían fe en nosotros. Hoy la mayoría se ha olvidado de eso. Fue una batalla dura que libró mi gobierno en soledad.
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Quiero trasmitir que en aquel día a día tan conflictivo, en que tantas cosas ocupaban mi atención, nunca dejé de estar alerta respecto a lo que ocurría en el campo de la producción. Hablaba con los ministros de Economía y de la Producción de manera diaria. Quería saber qué se hacía, que sectores reaccionaban a los estímulos. Pedí que me hicieran un informe diario de esos temas. En aquellos días mantenía un contacto continuo con Ignacio , que era el blanco preferido de los dolarizadores. Se lo atacó de una manera feroz, por izquierda y por derecha. Se trató de ensuciarlo y de descalificarlo. Se intentó amedrentar a su familia con escraches en su domicilio. Se tuvo hacia él una actitud persecutoria tan injusta como despiadada. Por eso una y otra vez recuerdo su actitud valiente y patriótica. Con mis colaboradores monitoreábamos esa Argentina real. El agro, primero, y la industria después, juntos el empresariado trabajando con el Estado nacional, hicieron el “milagro” como llamaron en el exterior a la recuperación argentina.
El comercio exterior He dicho que todas nuestras expectativas estaban puestas a la recuperación del aparato productivo. Algunos más, otros menos, los únicos optimistas éramos el gobierno y un sector del empresariado urbano y rural. El resto era escéptico respecto de que se llegara a ver algún resultado positivo antes de la caía de mi gobierno. Hubo, sin embargo, algunos hechos que fortalecieron nuestro optimismo. El economista Jorge Todesca –viceministro de Jorge Remes y uno de los más vehementes defensores del nuevo rumbo- recuerda en su libro “El mito del país rico”: “En febrero, el gobierno ideó un sistema mediante el cual los certificados de depósitos a plazo fijo podían utilizarse para la compra 247
de inmuebles, vehículos y algunos otros bienes. El resultado fue inesperadamente positivo. En la ciudad de Buenos Aires, entre abril y mayo se registraron 22.170 nuevas escrituras de inmuebles, el triple que en los meses anteriores, mientras que las ventas de automóviles, que en enero habían sido de 3.600 unidades, en los tres meses siguientes promediaron las 11.000. Era una señal premonitoria del potencial de los dos sectores que más adelante liderarían el proceso de recuperación de la economía.”119 Para ese momento, la industria de la carne ya había tomado unos cinco mil operarios. La fábrica de
tractores Zanello, que tiempo antes
había cerrado, retornaba a su actividad en Córdoba. Estábamos frente a una nueva cosecha récord. Eran realidades, pese a que el ruido mediático del momento reflejaba pálidas y sólo pálidas. Pero mi gobierno no perdía su foco: recuperar el aparato productivo para que trabajara en plenitud. Un factor decisivo en el fin de la recesión y el comienzo de la reactivación fue, sin dudas, el comercio exterior. En este aspecto no se trató sólo de una reacción de los sectores exportadores agropecuarios ante el tipo de cambio, sino también de una acción decidida del gobierno. En efecto, desde la Cancillería, más precisamente desde la Secretaría de Comercio Exterior, su titular Martín Redrado cumplió una labor muy destacada. Con un enfoque pragmático y profesional, la política comercial de aquellos meses no sólo ayudó a superar la emergencia productiva, sino también sentó las bases del salto exportador que permitió duplicar el nivel de ventas externas cuatro años después. Una primera batalla fue la que libró para recuperar la cuota Milton para el año 2002 que habíamos perdido cuando el gobierno de De la Rúa no quiso reconocer el brote de aftosa que se había producido en el norte del país. Fue un episodio casi ridículo de técnicos y profesionales advirtiendo de tal peligro y el gobierno pensando que podría ocultarlo para evitar sanciones. Redrado no sólo logró el objetivo, que representaba entonces un mercado de 300 millones Todesca, Jorge. “El mito del país rico. Economía y política en la Historia argentina”. Buenos Aires, EMECE, 2006. 119
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de dólares, sino que además logró una cuota adicional de 10.000 toneladas para el período 2002/2003. Las exportaciones de carnes movilizaron a la industria frigorífica, que desde entonces no ha dejado de crecer. En poco tiempo se reabrieron establecimientos y se incorporó mucha mano de obra. Hay que recordar que con el desatino del gobierno de la Alianza habíamos perdido gran parte de nuestros mercados tradicionales, entre ellos Rusia, los propios EEUU, Europa y hasta Chile. A través de una rápida acción diplomática, la estructura profesional de la Cancillería, que Ruckauf puso a disposición- se recuperaron esos importadores y se inició una labor de apertura de nuevos mercados cuyos frutos aún se cosechan. Pero, conscientes de la necesidad de diversificar las ventas por productos
y
regiones,
la
estrategia
que
desplegó
Redrado
atacó
numerosos frentes de manera simultánea: en pocos meses logró reabrir el mercado norteamericano para 57 productos argentinos –cueros, preparados de carnes, químicos, dulce de leche, entre otros- a través del Sistema Generalizado de Preferencias (SGP), logró eximir al acero argentino del cierre del mercado estadounidense a través del revitalizado Consejo Bilateral de Comercio e Inversiones. También se celebraron sendos convenios de comercio automotor con México y Chile, que habilitaron –respectivamente- la colocación de 50.000 y 27.000 vehículos elaborados en las fábricas argentinas. Es difícil justipreciar la importancia de estos acuerdos: actuaron como un verdadero “salvavidas” para que una industria que sufría como ninguna otra la depresión del mercado interno. No sólo permitieron preservar los puestos de trabajo en un momento social muy delicado, sino que evitaron la destrucción de una industria que hoy, superada la crisis, marca día a día
nuevos
récords
de
producción
y
ha
superado
su
histórica
brasildependencia. Al mismo tiempo, y en medio de la crisis, la integración con Brasil mostró su valor estratégico. El gobierno del presidente Fernando Henrique Cardoso tuvo una actitud de ayuda inmediata, y el Mercosur se convirtió en 249
el eje de las negociaciones externas a nivel de bloque comercial, identificando intereses comunes entre los socios y poniéndonos en pie de igualdad con los grandes actores del comercio mundial. En ese marco, Asia y América Latina fueron los dos puntos focales de nuestra
agenda
externa.
En
el
primer
caso
para
explotar
la
complementariedad productiva entre nuestra producción y la demanda asiática, y las ventajas naturales que surgen desde la región que ha liderado el crecimiento mundial en el último cuarto de siglo. El acuerdo posterior con India, abriendo el mercado a 500 productos argentinos, es la prueba palpable del esfuerzo iniciado en aquellos meses. En el caso sudamericano, la fuerza motriz que condujo el acuerdo entre el Mercosur y la Comunidad Andina -que finalmente pude rubricar como presdiente de la Comisión de Representantes Permanentes del Mercosur- no fue sólo el valor comercial de 109 millones de potenciales consumidores para nuestros productos, sino también el valor político y estratégico de asociarnos con vecinos con quienes compartimos orígenes históricos y culturales, y sin los cuales no podemos aspirar a mejorar nuestra posición en el concierto mundial de naciones. Al interior del Mercosur, la actitud constructiva que entonces se respiraba
entre
los
socios
permitió
cambiar
la
agenda
negativa
(limitaciones al comercio, disputas, controversias, salvaguardias) por otra positiva,
limpiando
la
mesa
de
procesos
contenciosos
y
erigiendo
instituciones como el Tribunal Permanente de Revisión o la Secretaría Técnica del Mercosur. Paralelamente, el otro brazo ejecutor de la política comercial, el desarrollo de mercados en conjunto con la Fundación Exportar, permitió consolidar los avances de la negociación. Además de organizar la primera misión comercial conjunta del Mercosur (a Sudáfrica), en forma individual se realizaron más de medio centenar de misiones comerciales exitosas a Europa, Asia y América, y se inició un proceso de apertura de nuevos mercados que sacudió la modorra que en ese aspecto tenía el país en los años anteriores. 250
Dólar o moneda nacional La pulseada por el dólar fue la más dura de las batallas de
aquella
prolongada guerra librada contra los que pretendían restaurar el modelo anterior. Si se disparaba la divisa, arrastraría la inflación y con ella a mi gobierno. Tal el plan que abiertamente manifestaban los voceros del establishment en sus off de record con el periodismo. Antes de entrar en los sucesos de aquellos días en que se devaluó nuestra moneda, quiero señalar muy brevemente que el control monetario es esencial para el desarrollo de una nación. Sólo una miopía inexplicable pudo habernos ocultado tal verdad de la ciencia económica. Es de esperar que nunca más nos ocurra y que nuestros gobernantes de hoy y de mañana hayan aprendido la lección. Nuestra decisión de establecer el dólar a 1,40 debió enfrentar de inmediato la realidad de una arraigada cultura especulativa en el país, de factores externos muy fuertes y –es necesario reconocerlo- de la angustia de la gente. Las presiones sobre el tipo de cambio determinaron que, muy rápidamente, comenzara a funcionar el mercado paralelo y, con él, el folklórico florecimiento de los “arbolitos” en todo el paisaje de la city porteña. Esta vez, esos arbolitos hacían la cola para quienes se desesperaban
por
comprar
dólares.
Aquellos
eran
desocupados,
generalmente jóvenes, que cobraban unos pesos por esa tarea de “colero”. Ya a mediados de enero el dólar había superado la barrera de los dos pesos, generando zozobra y, para colmo, en esos mismos días la psicosis se veía aumentada por cacerolazos de los ahorristas en la Capital Federal, Santa Fe, Jujuy, La Plata y otras ciudades del país. Después de la devaluación, la cabeza de mucha gente funcionaba así: sonaba una cacerola y se pensaba en el dólar; había una declaración negativa de un funcionario del FMI, el dólar; hablaban los agoreros, el 251
dólar. Siempre el dólar. La memoria de la hiperinflación y la angustia, fogoneadas además por los enemigos y los interesados, empujaban a la histeria colectiva. En el mercado paralelo, la moneda norteamericana siguió subiendo hasta superar los cuatro pesos (a finales de marzo), para luego bajar y estabilizarse ligeramente por debajo de los 3 pesos. En una economía normal, estable, a las presiones sobre el tipo de cambio -algunas posibles de prever y otras que aparecen de manera inesperada-, se las intenta explicar como el “libre juego del mercado”. En nuestro caso, en una sociedad fuertemente marcada por la memoria de la especulación financiera, esa explicación no alcanza porque actúan otros factores. Más aún en el contexto de enfrentamiento que el gobierno libraba con los factores de poder económico. El
presidente
del
Banco
Central
en
aquel
momento,
Roque
Maccarone, había sido muy cuestionado por sus marchas y contramarchas con relación a la actitud a adoptar, respecto de la pesificación, con las deudas superiores a los cien mil dólares. En todo momento yo debía privilegiar mi apoyo al equipo económico y no dudé en aceptar la renuncia que aquel funcionario me presentó en esos días. Ese tipo de hechos que, junto con otros, provocaban un mayor “ruido” político y económico, presionaba sin dudas sobre la cotización del dólar. Hasta ahí son factores, si se quiere, involuntarios, que no responden a ninguna estrategia.
Malicias ajenas, torpezas propias No era lo mismo lo que ocurría con la insuficiente liquidación de divisas de parte de los exportadores y las maniobras de los importadores. Era evidente que la mayoría lo hacía por razones exclusivamente especulativas, pero también es cierto que el Estado no estaba en
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condiciones de ejercer un control eficiente sobre el tema porque el Banco Central, desde hacía tiempo, ya no intervenía en el mercado de cambios. Era una herencia más de la década menemista. La libertad de los mercados como culto escondía la realidad: que el Estado se encontraba inerme ante las maniobras especulativas de los grandes capitales. Ese Banco Central había perdido la experiencia práctica de administrar la política cambiaria. En
este
contexto,
necesitábamos
imperiosamente
de
divisas.
Nuestro principal proveedor era el campo, con la cosecha de trigo, soja y maíz en ciernes. Pero, como dice el refrán, siempre faltaban cinco para el peso. Si no era la carencia de gasoil, era el mal tiempo; y si no era el mal tiempo… eran nuestras torpezas, propias de las urgencias y el cansancio. En el mes de abril se firmó un decreto, el número 601, que instrumentaba una nueva forma de liquidación de las operaciones de cereales, que, como todas nuestras medidas de intervención, provocó protestas de parte de las empresas exportadoras. La última semana de marzo habíamos tenido el mayor pico de alza del dólar y esa era mi mayor preocupación. El sábado 6 de abril, después de una semana de lluvias, el sol volvió a brillar y los productores podrían salir a cosechar. Habíamos acordado el sistema de liquidación de reintegros a la exportación adeudados. Habíamos, previo acuerdo con las petroleras,
garantizado
la
provisión
de
gasoil.
Con
todos
esos
ingredientes, el buen tiempo jugaba a nuestro favor. El Jefe de Gabinete estaba esa mañana de sábado en la Casa Rosada, y yo, desde Olivos, me mantenía en contacto telefónico con él. Capitanich recibió de pronto la llamada del representante de los exportadores cerealeros. Capitanich estaba expectante y optimista: -Me imagino que con este sábado tan lindo, el lunes tendremos la liquidación de divisas que tanta falta nos hace. -Ministro, todo eso marcha bien, pero ustedes sacaron un decreto que no nos permite liquidar divisas en estas condiciones. - ¿Qué decreto? 253
-El decreto 601, Ministro. Capitanich buscó y encontró el decreto que, efectivamente contenía el error que había generado el resultado exactamente contrario al buscado. Me llamó y me comentó el tema. -Hablá con Remes. Arreglen eso- le dije. Capitanich se comunicó de inmediato con el ministro de Economía y le informó sobre el error del decreto 601. -
¿Quién fue el pe….. que sacó ese decreto?, preguntó Remes fuera de sí.
-
Perdoname, Jorge, pero el decreto vino de tu área. Cuando unas horas más tarde llegaron los dos a Olivos para traerme
el decreto que enmendaba el error del anterior –un error mínimo de redacción que cambiaba todo el sentido- todavía se reían de la reacción de Remes y la respuesta del Jefe de Gabinete.
Flotación “sucia” a pesar del FMI Yo me desesperaba. Preguntaba y preguntaba porque no me resignaba a que no tuviéramos posibilidad de controlar esas maniobras que atentaban contra el corazón de nuestra política. El nuevo presidente del Banco Central, Mario Blejer quien asumió el 21 de enero, había sido funcionario del FMI, poseía una sólida formación ortodoxa y buena llegada y entendimiento con los hombres del equipo económico del gobierno. De inmediato se abocó a resolver los problemas de un Banco Central con gran inexperiencia en materia de controles, que se fueron solucionando con el tiempo.
Debía,
además,
luchar
contra
la
mentalidad
de
muchos
funcionarios de la casa y las filtraciones de información. También debieron hacerlo quienes sucedieron posteriormente a Blejer: Aldo Pignanelli y Alfonso Prat Gay. Se trabajó en conjunto –Ministerio de Economía y Banco Centralpara administrar cotidianamente lo que se llamó una “flotación sucia” del 254
tipo de cambio. Hubo que “repatriar” a viejos funcionarios de esta institución, jubilados o retirados antes o durante la “era menemista”, para que con su experiencia se pudiera volver a establecer mecanismos eficaces de control sobre las maniobras especulativas. Mientras tanto, el Fondo Monetario nos exigía la libre flotación del tipo de cambio120. El 19 de enero hablé por teléfono con George W. Bush. - Argentina es un amigo querido para los Estados Unidos – me aseguró el presidente. Yo le agradecí sus palabras, que fueron de circunstancia y poco sinceras, porque inmediatamente me pedía lo mismo que el Fondo: “un plan viable” y que dejara flotar libremente la divisa norteamericana. Por supuesto, esos gestos de “amistad” retaceada echaban más nafta al fuego porque eran entendidos en la convulsionada City financiera como una señal más de que el dólar seguiría subiendo y no tendría techo. De hecho, todas aquellas presiones del FMI y del G7 no eran asépticas; promovían las expectativas alcistas El
contexto
político,
con
sus
ambigüedades,
contradicciones,
también jugaba en contra del clima necesario para estabilizar la divisa norteamericana. Pero el factor esencial de presión sobre la misma estaba en el Poder Judicial. A comienzos de febrero, el fallo de la Corte Suprema de Justicia, por el caso Smith,121 fue un golpe anunciado y muy negativo. Provocó la salida masiva de fondos de los bancos, lo que presionó sobre el tipo de cambio y la inflación. No fue un fallo contra mi gobierno, como lo pensaron todos en ese momento. Fue contra el país. Porque las herramientas que teníamos para controlar los movimientos de una economía en carne viva, eran sumamente limitadas. Los cortesanos, con
120
Para conocer en detalle la negociación con el FMI, recomiendo la lectura de Amadeo, Eduardo, “La salida del abismo: Memoria política de la negociación entre Duhalde y el FMI”, Buenos Aires, Planeta, 2003. 121
Fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Expediente B 32 XXXVIII, Banco de Galicia y Buenos Aires s/ solicita intervención urgente en autos: "Smith, Carlos Antonio c/ Poder Ejecutivo Nacional o Estado Nacional s/ sumarísimo". Ver éste y otros fallos completos en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
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su sentencia, actuaron de manera totalmente inversa a cómo lo hizo la Suprema Corte de los Estados Unidos, en 1935, al convalidar las políticas del gobierno de Franklin D. Roosevelt.122 Esos y otros factores –y no el libre juego de la oferta y la demanda, como se ve- fueron provocando una diferencia grande y peligrosa entre la cotización del dólar para el comercio exterior y el del mercado libre. Obviamente, eso conspiraba contra la liquidación de las exportaciones y aumentaba la presión de los importadores, que reclamaban liquidaciones por 5 mil millones. Entramos en un círculo vicioso que amenazaba con la estabilidad del gobierno. Para colmo, el FMI difundió en esos días un diagnóstico de la crisis argentina y hablaba de una salida dolorosa, que exigía sacrificios muy duros. Yo coincidía con ese diagnóstico, sin dudas. Siempre dije que nuestra salida demandaría un nivel muy alto de sacrificios, de disciplina, pero la enorme difusión que los medios dieron a ese documento del Fondo operaba como otra presión alcista más sobre el dólar y la inflación. Como se comprobó más adelante, el realismo del FMI no era igual al nuestro. Para el organismo, “dureza”, dolor, significaban la destrucción total de nuestra economía a cualquier precio. Mientras que para nosotros esas expresiones significaban que debíamos hacer bien las cosas y apretar los dientes, sabiendo que no existían soluciones mágicas. Aquella batalla por el dólar la ganamos. Los resultados están a la vista
y
nadie
discute
que
nos
movimos,
dentro
los
márgenes
estrechísimos que teníamos, con inteligencia y con los ojos puestos permanentemente en los intereses nacionales.
Antecedentes y originalidades de nuestro plan económico
La Corte Suprema de los Estados Unidos convalidó esa decisión de gobierno en el caso “Nortz contra los Estados Unidos”, en el fallo del 18 de febrero de 1935. Citado por Amadeo, Eduardo, “La salida del abismo”, Pág. 65; Buenos Aires, Planeta, 2003. 122
256
He dicho que los técnicos, con Jorge Remes a la cabeza, estuvieron encerrados casi tres días elaborando el proyecto de Ley de Emergencia, que en términos legales exigía una enorme pulcritud. Participaban de ese trabajo más de veinte profesionales. Para evitar las presiones, lo hacían a puertas cerradas y sin conceder entrevistas a nadie. Yo dejaba actuar a los técnicos porque tenía una enorme confianza en Remes y porque es mi característica que un a vez que he designado un ministro, le dejo libertad de acción. En el momento de la toma de decisión, recién ahí me informo y resuelvo. Y eso hicimos con aquellas medidas tan trascendentes. En este caso, mantuve consultas y escuché opiniones, pero siempre a partir del trabajo del equipo económico. Los puntos de referencia que se adoptaron para el análisis de nuestro programa fueron tres experiencias, que Remes explicó con mucha claridad. La primera fue la posterior a la crisis del año 1929 en los Estados Unidos, con su gran depresión. Regía el patrón oro y Franklin D. Roosevelt dolarizó, uno a uno, la economía. Sacó al país del patrón oro, con la audacia que eso implicaba. La segunda experiencia surgió de las crisis argentinas –fracasos de salidas de tipo de cambio fijo- algunas de las cuales desembocaron en hiperinflación y en mayor recesión (el Rodrigazo de 1975, por ejemplo). Sabíamos a partir de esas experiencias que la salida del cambio fijo necesariamente
debía
ser
acompañada
de
una
política
monetaria
restrictiva y con control del gasto público y de achicamiento del déficit, y no convalidar ajustes en los distintos precios, tarifas, pujas distributivas, como así también eliminar absolutamente todo viso de indexación y eso fue lo que hicimos. Y la tercera fueron las salidas de las crisis internacionales que hubo en los ‘90 -Rusia, Turquía, Brasil, el Sudeste asiático, México. Todas ellas, absolutamente, se remediaron liberando el tipo de cambio, como nosotros; la diferencia fue que en todas aquellas el Fondo Monetario puso mucha plata, y en el caso nuestro nos pidió plata. 257
Nosotros
adoptamos
un
criterio
estricto,
aplicando
estos
aprendizajes, y resistimos las enormes presiones. Nadie creía entonces que podíamos ser ortodoxos en la política monetaria y fiscal, pero lo fuimos. y el programa a corto plazo que implementamos se cumplió a rajatabla. Volviendo a mi idea fija de aquellas horas, sabíamos que el programa económico debía tener muy pocos y claros objetivos: a) restaurar el equilibrio macroeconómico, evitando cualquier brote hiperinflacionario; b) reactivar la economía, a partir de frenar su caída; c) crear una red de contención para las familias desempleadas; d) normalizar las relaciones con el Mundo; e) impulsar sólo las reformas estructurales imprescindibles para resolver la crisis y dejar planteadas las restantes para que fueran asumidas por el próximo gobierno electo, que llegaría con la legitimidad del apoyo popular. Muchas medidas fueron resultado del análisis de experiencias propias y ajenas y otras fueron absolutamente originales, generadas por la coyuntura y la naturaleza específica de la crisis que vivíamos. La originalidad se dio en que nosotros, juntamente con las medidas convencionales
de
cualquier
salida
crítica en
términos de
política
monetaria y fiscal, tuvimos que cambiar los contratos, pesificarlos. También fue original que nos opusiéramos al programa ortodoxo del FMI. En el caso de otros países cuyas crisis analizamos, hubo acuerdo con el Fondo, en cambio nosotros nos negamos a aceptar sus exigencias en el plano económico.
Ley de Emergencia Económica Al cumplirse la primera semana de gobierno, el Congreso Nacional ya había aprobado la Ley de Emergencia Económica. En tres días
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habíamos confeccionado el proyecto y dos días después el parlamento lo convertía en ley.123 Esa fue una jornada histórica en el sentido que se plantaron las bases de un nuevo modelo, el Modelo Productivo, que se iría completando con un tipo de cambio flexible, con bajas tasas de interés, con la pesificación asimétrica y otras medidas. Así, la Argentina comenzaba su nuevo rumbo, su camino hacia una economía normal. Este concepto es fundamental: ¿Que es una economía normal? La que tienen los países que crecen, que tiene cambio flexible, que permite el equilibrio en la cuenta corriente, en la balanza de pagos, que tiene control de la oferta monetaria, que tiene un Banco Central que es prestamista de última instancia, que tiene equilibrio fiscal. Esto es una economía normal, en términos macroeconómicos. Era el corazón del modelo de país que veníamos a construir. Me emociona todavía recordar aquél día: la tensión era enorme porque, a pesar de que yo había hablado con todos los líderes parlamentarios, a pesar de que contaba con el apoyo explícito de la mayoría de los líderes de mi partido, el proyecto de ley estaba en el parlamento y ya no estaba en mis manos la decisión última.124 Esa Ley de Emergencia Económica se negoció durante todo el viernes 4 de enero hasta la madrugada. Tuvo aciertos trascendentes que aún permanecen vigentes. Fue la primera medida jurídica de cambio del modelo. En ella se establecieron las retenciones hidrocarburíferas. Por primera vez en la historia argentina un gobierno se animó a apropiarse de un margen de la renta petrolera para mantener el precio interno de los combustibles (en el período 2002-2006 estas retenciones aportaron aproximadamente once mil millones de pesos). La instrumentación de esta medida –se aplicó a partir de mediados de febrero- se hacía por resolución del ministro de Economía, pero Jorge
123
Ver texto completo de la norma y debate parlamentario en http://www.presidenciaduhalde.com.ar 124
Clarín, “Un día agotador, de llamados, reuniones y presiones sobre Olivos”, 06/01/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/01/06/p-334061.htm
259
Remes estaba fuera del país y entonces la suscribió quien estaba a cargo del área, la ministra de Educación Graciela Giannettasio. Le pedí a Jorge Capitanich que anunciase esa medida el 13 de febrero por la noche. Fijamos una retención del 25% sobre la exportación del petróleo y ésta fue una de las fuentes de financiamiento de los planes sociales que habíamos comenzado a ejecutar. La Ley de Emergencia no solamente contenía medidas para recaudar más, sino también para proteger el bolsillo de los consumidores. La norma autorizaba al Poder Ejecutivo en el mercado de bienes y servicios para garantizar el abastecimiento y control de los precios de productos esenciales y también nos permitió establecer la estrategia para desindexar y desdolarizar las tarifas de los servicios públicos e iniciar el proceso de negociación de sesenta y cuatro contratos. No podíamos dar todas las respuestas que la gente necesitaba, pero hacíamos grandes esfuerzos para contener las demandas sociales. El PAMI no recaudaba por el alto desempleo y el quiebre de las empresas. No teníamos plata para afrontar los múltiples problemas pero agudizábamos el ingenio para mitigar el dolor de la gente. La madrugada de Reyes –del 5 al 6 de enero- los diputados dieron media sanción a nuestra ley. Y al día siguiente, el Senado sancionó definitivamente el texto. Tras una prolongada sesión, se aprobó la norma en general y en particular, sin modificaciones al proyecto original. En la Cámara alta hubo una gran mayoría a favor, y sólo seis votos negativos y cinco abstenciones (de un total de 61 senadores presentes). Entre quienes votaron en contra de la ley figuraban los legisladores provinciales Nancy Avellín, de San Juan; Lázaro Chiappe, de Corrientes;
Pablo Walter, de
Tucumán; el radical Jorge Colazo, de Tierra del Fuego; y Vilma Ibarra, hermana del ex Jefe de Gobierno Aníbal Ibarra, representante de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Con esa postura, se opuso al voto afirmativo que sus compañeros del FREPASO habían dado en la Cámara de Diputados.
260
Cuatro senadores del PJ –Cristina Fernández de Kirchner y Nicólas Fernández, de Santa Cruz; Liliana Negre de Alonso, de San Luis; y Sonia Escudero, de Salta- se abstuvieron. A ellos se sumó la senadora de Neuquén, Luz Sapag. El otro representante neuquino, Pedro Salvatori, fue el
único
senador
provincial
que
apoyó
el
proyecto
con
su
voto
afirmativo.125 Oscar Lamberto había explicado muy bien el programa. “Esta ley no es inflacionaria”, defendió. Y se refirió a nuestra tesis de la necesidad del control del gasto, del aplastamiento del consumo y otras variables que la sustentaban. El debate técnico fue rico y nuestras ideas básicas fueron comprendidas por la gran mayoría de los senadores, salvo el grupo que antes mencioné. Sin embargo, los comentarios, después de la sesión, aludieron a mi resistencia a los lobbies. En su discurso en el recinto, Raúl Alfonsín había hecho referencia explícita al tema. Así lo reflejó la crónica de Clarín: “A Alfonsín le llovieron elogios cuando destacó “la valentía de Duhalde frente a los lobbies”.126 Con la ley aprobada, le pedí a Jorge Remes que la explicara en una conferencia de prensa. Le sugerí que la organizara en la Casa Rosada para darle mayor atracción y magnitud. Los periodistas volvieron sobre el tema de los lobbies durante la rueda con Remes. Siempre según Clarín: “El ministro
admitió
que
recibió
llamados telefónicos de
las
empresas españolas (bancos y privatizadas) a raíz de las medidas que iba a tomar el Gobierno, pero hizo una salvedad: “Al ministro de Economía español lo atendí por cortesía. Pero a otros no. Conozco de las presiones y sé cuando se puede o no atender el teléfono”.127
125
La Nación, “El Senado sancionó la devaluación del peso”, lunes 7 de enero de 2002. En http://www.lanacion.com.ar/364792 126
Clarín, “El Senado puso fin al uno a uno y respaldó el nuevo programa”, 07/01/2002. En: http://www.clarin.com/diario/2002/01/07/p-334374.htm 127
Clarín, “Empieza otra economía: Anoche se votó la Ley que puso fin a 11 años de Convertibilidad y devaluó el peso”, 07/01/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/01/07/e00215.htm
261
Esa noche lo vi por televisión. Estuvo medido, sereno y muy claro. Entonces me aflojé y creo que fue la primera vez que me sentí alegre en esos días.
262
CAPITULO XIV LA INJUSTICIA DISTRIBUTIVA
“Mi compromiso a partir de hoy, es terminar con un modelo agotado que ha sumido en la desesperación a la enorme mayoría de nuestro pueblo para sentar las bases de un nuevo modelo capaz de recuperar la producción, el trabajo de los argentinos, su mercado interno y promover una más justa distribución de la riqueza”.
263
El peronismo y la Justicia Social Al definir el nuevo rumbo para la Argentina puse de relieve un aspecto que es constitutivo del mismo. Dije ante la Asamblea Legislativa: “Mi compromiso a partir de hoy, es terminar con un modelo agotado que ha sumido en la desesperación a la enorme mayoría de nuestro pueblo para sentar las bases de un nuevo modelo capaz de recuperar la producción, el trabajo de los argentinos, su mercado interno y promover una más justa distribución de la riqueza”. Ese párrafo condensa mi formación y mis convicciones justicialistas. El peronismo se concibe a sí mismo como una herramienta política al servicio de la reivindicación de las grandes mayorías. Como el factor transformador de la realidad que permita el ascenso social de las masas trabajadoras y empobrecidas del país. De esa concepción ningún peronista puede apartarse. La realidad circunscribe, desde ya, el campo de acción de un gobernante, pero su tarea no debe resignar los principios de su doctrina. Por eso, una mayor justicia en nuestra sociedad era y es una bandera esencial del peronismo, más aún a la luz de la involución que en esa materia vivimos en las últimas décadas. Los cambios profundos que comenzamos a introducir con nuestra nueva política económica produjeron consecuencias en todos los órdenes. Mi mayor preocupación, a comienzos de 2002, era el alza de los precios que afectaba fuertemente a quienes más habían sufrido la crisis: los trabajadores, los pobres y los indigentes. En aquellos meses en que vivimos una verdadera economía de guerra, mi tarea era paliar lo más posible los efectos del derrumbe. Y, al mismo tiempo, advertía que en el fondo de esa realidad coyuntural subyacía –y subyace aún- el más grave problema que afrontamos en la Argentina y en toda América Latina: la injusta distribución de la riqueza. Nuestro país, que había sido el que había registrado en toda la región los más altos índices de justicia distributiva desde la década del cincuenta, mostraba luego de un cuarto de siglo de retroceso el más crudo rostro de la inequidad. En mayo de 2002, cuando comenzamos a ver los primeros 264
signos de la recuperación, registramos uno de los más altos índices de desigualdad retributiva: el 10% mejor remunerado ganaba 30 veces más que el 10% con ingresos mínimos. Después de cinco años de crecimiento ininterrumpido, esa brecha apenas ha cedido unas décimas.128 Para el peronismo, la justicia social se asienta sobre una justa distribución de la riqueza. Recordemos las permanentes referencias de Juan Domingo Perón a que la economía debía velar para que el reparto de la renta garantizara el cincuenta por ciento para el trabajo y el cincuenta por ciento para el capital. Este mecanismo distributivo impedía la realidad que hoy vivimos: trabajadores pobres, con salarios que no alcanzan a superar la línea de la pobreza. Y aún por debajo de ellos, millones de trabajadores en negro (las cifras oscilan en torno del 50% de la masa laboral activa). Proliferan, además, trabajos temporales mal retribuidos, “contratos basura”, sistema de changas, con salarios de indigencia. A todo ello se ha agregado, de manera creciente en los últimos años, el trabajo infantil. Como una muestra de la involución, vemos menores trabajando en las zafras, en los talleres clandestinos urbanos y en las calles vendiendo baratijas o pidiendo limosna.
Los derechos humanos comienzan con el desayuno Aún cuando nos ceñimos en este libro a los primeros cuatro meses de mi gobierno, las referencias a datos posteriores a esa fecha son imprescindibles para efectuar una comparación que ilumine mejor este tema. La asignación del subsidio para los jefes y jefas de hogar desocupados fue, en abril de 2002, de 150 pesos. ¿Por qué? ¿Fue una decisión arbitraria? ¿O fue dictada por las estrecheces del presupuesto con que contábamos? ¿O fue fruto de alguna negociación? De ninguna manera. Adopté el criterio de otorgar a cada familia, como mínimo, una suma que estuviera por encima de la línea de indigencia, que en aquel 128
Clarín, “Mejoró la distribución del ingreso y se achicó la brecha entre ricos y pobres”, 6 de octubre de 2006. En http://www.clarin.com/diario/2006/10/06/elpais/p-01401.htm
265
momento era de 103 pesos,129 y que garantizara mínimamente el derecho a la alimentación. Ese criterio ha sido abandonado, puesto que a fines de 2006 la línea de indigencia se situaba en 403,25 pesos, mientras que el subsidio se mantiene en los 150 pesos desde hace más de cuatro años. 130 Sin desconocer los esfuerzos que se hacen, debemos actuar con más energía y rapidez ante el subdesarrollo humano. La dirigencia argentina se ha desentendido de este drama y se niega a bucear en sus causas más profundas. Esa actitud hasta podría resultar comprensible en sectores de la derecha liberal que expresa a un grupo minoritario y privilegiado. Pero es inconcebible en el partido que agita históricamente las banderas de la justicia social, que está seriamente comprometido a responder a esta zona de falla, que junto con el problema de la inseguridad, es el que más inquieta al pueblo argentino. El justicialismo, que a mediados del siglo pasado creó el sistema más justo de distribución de la renta, anticipándose en años a los países de Europa, en los ’90 fue el protagonista del más crudo retroceso y pérdida de valor del trabajo. Ahora que la crisis comienza lentamente a ceder, con las heridas en proceso de curación, la dirigencia peronista debe ponerse a la altura de las circunstancias. Es su deber retomar la lucha por la justicia distributiva y hacer de ella nuevamente el centro de su accionar y militancia. En efecto, el peronismo no es nada si resigna la lucha por la Justicia Social, pues ella hace a su esencia. Las grandes conquistas obtenidas por los trabajadores en nuestro país en la década que va de 1946 a 1955 han ido perdiendo fuerza de aplicación y algunas de ellas han desaparecido en el proceso abierto en 1976. Fue un corpus de derechos obreros, elaborado incluso con anterioridad a su vigencia en Europa. Sin embargo, como si
129
Clarín, “En el Gran Buenos Aires es pobre el 51,7% de los habitantes”, 21/02/2002; y “Subió fuerte la pobreza”, 09/04/2002,. En http://www.clarin.com/diario/2002/02/21/p-349354.htm y http://www.clarin.com/diario/2002/04/09/e-01302.htm , respectivamente. 130
Clarín, “Una familia tipo necesitó $ 879,07 en noviembre para no ser pobre”, 07/12/2006. En http://www.clarin.com/diario/2006/12/07/um/m-01323749.htm
266
fuese algo ajeno, ese período de pérdida de la dignidad laboral no despertó la rebeldía de la dirigencia argentina. Estamos, pues, ante la opción de continuar con la indiferencia por la suerte de las grandes mayorías populares, sosteniendo la teoría del derrame, esperando vanamente que el mero crecimiento de las variables de la economía llegue algún día a los asalariados y pobres del país. O asumimos que la política debe ocuparse de la injusticia.
El derecho a una renta básica En la base del Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados estaba el rechazo a un modelo elitista de sociedad que se caracterizaba por la existencia
de
algunos
sectores
con
derechos
plenos
y
de
otros
marginados, carentes de los mismos. Esa iniciativa se compadecía con una doctrina que –si bien tiene antecedentes históricos remotos- comenzó a afianzarse en la década del setenta en Europa y otros países, que intentaban paliar los efectos de la desocupación. Según el criterio adoptado para aplicarla y, según los países que la han ejecutado, recibe denominaciones variadas: renta garantizada, ingreso garantizado, ingreso básico, salario social, dividendo social, subsidio universal (allocation universel), renta básica, renta básica garantizada, etc.131 El periodista y escritor español José Antonio Perez132 señala que en Europa se inicia la ejecución de este derecho en “los años setenta, cuando comenzaron a notarse significativamente los efectos del paro estructural producido por los cambios tecnológicos. Ya en los años ochenta, un amplio grupo de investigadores sociales pertenecientes a trece países europeos crearon la Red Europea de Ingreso Básico, conocida por el acrónimo BIEN (Basic Income Europe Network) con sede en la Universidad de Lovaina. Un 131
Más información en http://www.ingresociudadano.org/
132
Pérez, José Antonio. “Un antídoto contra la rebelión”, en http://www.attacmadrid.org/d/1/un_antidoto_contra_la_rebelion.htm
267
grupo similar, el Centro de Estudios para el Ingreso de los Ciudadanos (Basic Income Research Group), fue creado en Londres, como así también la Association pour l'Instauration d'un Revenue d'Existence (AIRE) francesa”. Para
el
economista
español
José
Iglesias
Fernández,133
el
fundamento del salario ciudadano está en “el vínculo indisoluble entre el derecho a una renta y el derecho al trabajo. Es decir, cada ciudadano debe tener el derecho a un nivel de vida normal. Pero, al mismo tiempo, cada persona debe tener la posibilidad (el derecho y el deber) de suministrar a la sociedad el trabajo-equivalente de lo que él consume: el derecho de ganarse la vida y el derecho de no depender para su subsistencia de la buena voluntad de los que deciden en materias económicas o de subsidios. Esta unidad indisoluble entre el derecho a un ingreso y el derecho al trabajo es la base de la propia ciudadanía”. Esos criterios adoptados en Europa y otros países (Canadá, Cuba, Alaska) intentan amortiguar el efecto de la desocupación estructural de sus sociedades, caracterizadas por una calidad de vida muy superior a la que se registra entre nosotros y en la región. Se diría que los dos aspectos que he señalado: la distribución del ingreso y la asignación de una renta básica, constituyen una preocupación central de la política de aquellos países. Además de la medición permanente de estas variables en cada país de Europa, la UE realiza la suya, que es tomada como referencia del conjunto. Cada variación del índice motiva debates, publicación de artículos, interpelaciones parlamentarias, etc. Un contraste absoluto con la negación que al respecto caracteriza a nuestra dirigencia latinoamericana.
El trabajo, fuente de dignidad y ética colectiva Las urgencias de la coyuntura no deben obturar nuestra visión de este fenómeno complejo y crucial para el futuro del país. El proceso que 133
Ver en http://www.rentabasica.net/
268
llevará a la Argentina a recuperar para vastas mayorías la dignidad tiene un primer desafío, que es la inclusión de la extendida marginalidad estructural. Y, a la par, poner en marcha una gran movilización por el trabajo. Porque, pese a las especulaciones de muchos sociólogos, el valor del trabajo en los países occidentales ocupa una dimensión existencial. Es un factor determinante y hasta primordial de la persona. No sólo un bien de intercambio. “Dime que haces y te diré quien eres”, tiene aún hoy, desde los tiempos del Imperio Romano, plena vigencia. El trabajo es una expresión muy importante del ser. El drama del desocupado y de la pobreza es que el no-ser de la desocupación o de los trabajos-basura, afectan a todo nuestro orden cultural. Una enorme cantidad de personas que sufrieron de lleno el impacto de la crisis ya perdieron, a su pesar, el respeto por la cultura del trabajo. Integra una masa abúlica, descreída, desvalorizada. Quiere decir esto que, más allá del problema económico del vocablo renta o renta laboral, estamos ante un problema de magnitud mayor, cultural, educativo, moral. La noción de familia, de paz social, de participación política, de democracia, están directamente unidas a una sociedad en que ser y trabajo, persona y función social, se identifican. El valor “trabajo” pierde su prestigio al no ser una solución vital integral como lo fue en la Argentina en la mayor parte del siglo XX. Muchos
pensadores
modernos
como
André
Gorz
y
Jean
Baudrillard,134 trataron de imaginar posibilidades para transformar el trabajo en un factor menos determinante en nuestra vida (trabajos temporarios y cambiantes, personalización casi artesanal, producción y consumismo decreciente de energía y de materias, formas de producción que rompan con la actual razón económica, crecimiento cero, “trabajar menos, consumir mejor”, sustituir el supuesto placer a través de las cosas por los placeres de la vida no natural y cultural). No viene al caso
134
Gorz, André. Miserias del presente, riqueza de lo posible. Paidós, Buenos Aires, 1998. Baudrillard, Jean, Critica de la economía política del signo, Ed. Siglo XXI, México, 1974.
269
extenderse sobre estas posibilidades aún remotas. Pero lo evidente es que, hasta ahora, no hay un modelo viable y serio que nos permita sustituir el trabajo como centro existencial del desarrollo y presencia del individuo en la sociedad. En suma, la reconquista del trabajo digno es un punto central del nuevo rumbo que inauguramos en 2002. Sin este componente esencial no superaremos los problemas de la exclusión y el futuro nacional seguirá siendo muy incierto. La educación jugará un papel de enorme importancia en la inserción argentina dentro del paradigma laboral que las nuevas tecnologías diseñan a nivel mundial.
270
CAPÍTULO XV LOS QUE SE OPONIAN AL CAMBIO
271
Hacer el “trabajo sucio” Frente al estado de conmoción que vivía el país, estaba presente en las dirigencias –y muy fuertemente- la tentación de “patear” las grandes decisiones para adelante o, bien, jugar para “la tribuna”. Muchos dirigentes con quienes conversaba en aquellas horas tenían esa actitud. Sostenían que se podía esperar que, por alguna razón, –mágica o de ayuda externa, una suerte de ataque de solidaridad del mundo hacia la Argentina- la situación fuera normalizándose dentro de los cauces institucionales, sin necesidad de tocar la convertibilidad y el modelo, lo que era antipopular a todas luces. Ese pensamiento no tenía otro destino que el de seguir postergando la cirugía mayor que había que efectuar. ¿Qué otra cosa había hecho De la Rúa, sino tomar sol en la cubierta del Titanic a la espera de una solución mágica (blindaje, megacanje)? No podíamos seguir tropezando con la misma piedra, reiterando los errores del pasado. “La locura consiste en hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes”, escribió Albert Einstein. Esa locura se había apoderado de la dirigencia argentina. Nosotros resolvimos enfrentar las cosas a partir de la decisión de fondo, que era cambiar de raíz el modelo. Frente a esa decisión madre debíamos elegir y ejecutar –con la mayor responsabilidad que nos fuera posible- las medidas imprescindibles para enfrentar el derrumbe, aún a sabiendas de que nuestras decisiones no serían bien miradas en las encuestas. Nos habían pedido que asumiéramos los destinos del país para hacer el “trabajo sucio”, el que no luce,
sin temores ni demoras; ese trabajo
que no nos daría en el corto plazo apoyos ni reconocimientos. Si hubiera sido posible en aquellas circunstancias tomar medidas del agrado de todos, entre aplausos, en vez de estar rodeado de cacerolas e insultos, no me hubiesen convocado a mí. En esas circunstancias ideales habría muchos haciendo cola para entrar a la Rosada. En las condiciones
272
concretas del país real, no había ninguno dispuesto a sacrificar una vida apacible. Nicolás Maquiavelo sostiene que no hay peor misión que la del transformador. Al principio de su tarea, costosa y difícil, que lo lleva a enfrentar poderosos intereses, lo único que aparece son los perjuicios de los que se beneficiaban con la anterior realidad y los costos de la nueva situación que se desea imponer. Los beneficiarios del nuevo orden no perciben que obtendrán más adelante sus réditos, que recién aparecen mucho después. Por eso los transformadores deben tener una gran fortaleza espiritual y política, porque saben que no van a cosechar lo que sembraron. Hacen lo que deben hacer, no lo que les conviene, evidentemente. Con
Jorge
Remes
y
los
integrantes
del
equipo
económico
comentábamos a diario las reacciones y ataques ante nuestra tarea. Èramos optimistas y suponíamos que superadas las primeras críticas locales e internacionales, encontraríamos comprensión si lográbamos hacer entender claramente dónde estábamos parados y los peligros de no tomar esas medidas. De hecho, los gobiernos de los países desarrollados no criticaron la devaluación ni el programa macroeconómico, ya que nuestras decisiones les sonaban sensatas y no diferían de las que habían tomado otras naciones que atravesaron situaciones parecidas. De manera que nosotros –como he sostenido en otros pasajes de este trabajo- optamos por el sinceramiento. Si se quiere solucionar un problema, lo primero es verlo, admitirlo. Eso constituye el primer paso para superarlo. Negarse a enfrentar la verdad, que fue lo que pasó desde la segunda mitad de los noventa hasta el derrumbe del 2001, fue una de las causas centrales del drama que vivíamos, agravado por la sensación de engaño que envolvía a la población. El engaño venía de arriba hacia abajo. La indignación con los políticos y el descrédito de las instituciones estaban ligados a la actitud negadora y mentirosa de las dirigencias. 273
Hoy, todos pueden ver que no había opción menos costosa que nos permitiera comenzar a salir del infierno y que sentara las bases de un futuro de crecimiento sostenido y sin sobresaltos. Por eso, los análisis críticos de las medidas adoptadas en aquellos días de comienzos de 2002, como sostiene Jorge Remes: “Deben hacerse apreciando el contexto político, social y económico existente en enero de 2002 y lo que hubiera ocurrido de no haberse actuado como se actuó”.135 En aquél momento, los críticos no ofrecían alternativas, como vimos, ni
explicaban
a
la
gente
qué
podía
suceder
si
manteníamos
la
convertibilidad a pesar de que el mercado ya había devaluado nuestro peso. Al pasar los años, frente a los resultados, han optado por ese deporte nacional al que somos tan afectos: el olvido. Hoy siguen opinando acerca del ser y la nada sin haber efectuado jamás la menor autocrítica por sus errores y conspiraciones del pasado. Al cumplirse los primeros cuatro años de los primeros anuncios de nuestro programa económico, el 5 de enero, el diario Infobae publicaba una nota que comenzaba contrastando aquella realidad, con la de 2006: “Enero 5 de 2001. Corralito y bancos cerrados; declaración del default más grande de la historia mundial; caos social; cuatro años ininterrumpidos de recesión económica; u$s 8.000 M de reservas en el Banco Central, y pedidos de liquidación de importaciones por u$s 5.000 millones. Este
país dejó
la convertibilidad, el modelo
económico que durante diez años ató la moneda local al dólar norteamericano, en su último día de vida. “Enero
5
de
2006.
Sistema
financiero
en
plena
función;
reestructuración de la deuda pública; crecimiento ininterrumpido de la economía desde febrero de 2002 (30% acumulado hasta la fecha); 50% de aumento de la actividad industrial en el mismo período; dos millones de trabajadores incorporados al mercado laboral, y cancelación total de la deuda con el Fondo Monetario
135
Ibídem Jorge Remes.
274
Internacional (FMI). Esa es la economía argentina con un tipo de cambio competitivo”.136 En general, nuestros críticos no veían, en medio del caos de aquellas horas, el alcance de las medidas que estábamos tomando. No imaginaban siquiera lo que iba a suceder. El desdén con que se referían a mi gobierno mostraba una clara
soberbia que no
podía sino
provenir
de
un
pensamiento ignorante de la importancia de sustentar la economía de un país en la producción y el trabajo. Esto que parece de perogrullo es, sin embargo, una miopía que atraviesa a ciertos sectores formados en la ortodoxia “for export” de los Consensos de Washington.
Los vaivenes de la dirigencia Mientras recordaba los apoyos y embestidas que recibí al poner en marcha el nuevo rumbo económico, rememoré una escena vivida en la Quinta de Olivos. Una mañana calurosa vino a verme temprano el entonces embajador argentino en España, Abel Posse. Paseamos por el sector arbolado de los jardines mientras conversábamos. Comentamos la marcha de la relación con el gobierno español que, por supuesto, defendía los intereses de sus empresas. En un momento de la charla, Posse aludió a la soledad del poder, pero no a esa soledad de la que siempre se habla. El se refería con exclusividad a las críticas surgidas no bien tomamos las primeras medidas y a la falta de respuesta de la dirigencia. - Presidente, a usted lo pusieron en la Casa Rosada y ahora están todos
parados
en
la
vereda
del
Banco
Nación,
mirando
distraídamente como si fueran turistas japoneses. No se refería sólo a que los beneficiarios de la década del noventa no se quedarían quietos. También aludía a los dirigentes políticos, a mis compañeros y a los de la oposición que callaban ante la actitud del
136
Infobae, “Otro país a cuatro años del colapso de la Convertibilidad”, por Horacio Riggi, 5/01/2006, pág. 6. Ver en www.presidenciaduhalde.com.ar
275
establishment. Con la devaluación y la pesificación asimétrica había comenzado la pelea de fondo. El primero en “saltar” fue el propio Carlos Menem, desde su dorado autoexilio chileno. En un documento de tres carillas sentenciaba que “a partir de ahora es necesario prever un agravamiento de la crisis argentina”. La explicación que daba del profundo cambio que estábamos iniciando en el país, en las condiciones que conocemos, era un delirio: “Las estructuras partidarias bonaerenses han tomado el poder de la Argentina. El objetivo de duhaldistas y alfonsinistas fue evitar realizar un ajuste de 2.000 millones de dólares sobre un presupuesto provincial de 10.000 millones. Por ello impulsaron deliberadamente la devaluación”. En una declaración a la prensa me había tratado de inepto137 y al día siguiente se retractaba en lo personal pero no en lo político: “Si es que me excedí en mis expresiones, pido disculpas. Pero en lo que no me excedí es en la crítica al hecho de haber salido de la convertibilidad, pero todavía se está a tiempo de llegar a un proceso de dolarización".138 Otros gobernadores justicialistas que eran potenciales candidatos a presidente sostenían posiciones diversas. José Manuel De la Sota, de Córdoba, compartía conmigo el criterio de la pesificación de la economía. Carlos Ruckauf hablaba de una tercera moneda. Gracias a su Patacón, en la Provincia de Buenos Aires, se contuvo en gran medida la crisis. Y Carlos Reutemann, de Santa Fe, prefería una devaluación paulatina hasta confluir con el real brasilero. Adolfo Rodríguez Saa no propuso alternativas pero criticó las medidas. Dijo que la devaluación y la pesificación eran “la política más nefasta para la economía argentina".139
137
La Nación, “Duras críticas de Menem a Duhalde”, 9/01/2002. En www.lanacion.com.ar/archivo/nota.asp?nota_id=365376&origen=acumulado&acumulado_id 138
Radio Diez, entrevista a Carlos Menem desde Santiago de Chile, 18/01/2002.
139
Clarín, “Dos presidentes por la vuelta”, 24/4/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/04/25/p-378142.htm
276
Néstor Kirchner se oponía a la devaluación y coincidía con la postura de Terragno de implementar una canasta de monedas. 140
El
senador radical la había explicado en su intervención en el Senado cuando se debatió la Ley de Emergencia Económica. Me interesó su visión, al punto que le pedí que me visitara y vino a verme a Olivos donde hablamos largamente sobre el tema. De todos modos, la decisión de devaluar ya estaba tomada. Mi idea de siempre fue que la Argentina necesitaba salir de una vez por todas del “financierismo” que la estaba asfixiando y volver a la economía real, la de la producción y el trabajo. Un tipo de cambio competitivo era vital para eso, pero en verdad, mi decisión de devaluar fue un acto de sinceramiento, pues firmé el acta de defunción de la convertibilidad, que previamente el mercado había matado. Por su parte, el ARI de Elisa Carrió, así como otras fuerzas menores de izquierda, se opusieron a las medidas económicas adoptadas e incluso convocaron a “escraches” y manifestaciones ante los bancos.
La miopía vernácula Hemos
visto
que
algunos
periodistas
y
la
mayoría
de
los
economistas con micrófono y subvención de los banqueros, se pararon de inmediato en la vereda de enfrente a la del gobierno. En general, todos habían estado felices con la política económica del menemismo. Jamás se había escrito acerca de la discrecionalidad, de que esa política favoreciera al gran capital concentrado y fuera excluyendo progresivamente a millones
de
argentinos.
Ahora
que
esa
realidad
se
daba
vuelta,
comenzaban a ver la discrecionalidad de mi política que favorecía a... los empresarios locales.
140
Página/12, “Se está priorizando a los bancos sobre la gente”, 20/01/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-1021-2002-01-20.html
277
Recitadores vernáculos del catecismo neocolonial, aceptaban que, más allá de sus preferencias e intereses, se abría una perspectiva nueva para el país, ahora en manos de quienes generan riqueza y trabajo. Ellos, en todo momento, negaron la importancia del sector económico transable. A sus ojos, nosotros éramos populistas, no teníamos rumbo ni, peor aún, destino. “La salida de la convertibilidad fue desordenada, y discrecional la decisión de a quien favorecer. Los intocables son los políticos que viven del gasto público”, sentenció Néstor Scibona, a quien ya hemos mencionado antes, el 20 de enero desde su columna de La Nación.141 “Desordenada” era su manera de decir que no estaba de acuerdo, sin expresarlo frontalmente. ¿Qué esperaba en aquél momento? ¿Que antes de adoptar las medidas diéramos un seminario en la UBA para ir ajustando el programa, mientras el país terminaba de arder? Respecto del gasto público, Scibona también debió tener, al menos, olfato para detectar lo que mi gobierno haría al respecto, ya que escribía sin consultar a los protagonistas (Remes, Todesca). Por su parte, Joaquín Morales Solá sostenía a mediados de febrero: “Duhalde
profundiza
su
imagen
populista
y
dirigista
al
autoproclamarse defensor de las empresas argentinas”.142 En realidad, el conocido periodista deslizaba en sus calificativos su desacuerdo con el programa económico. Efectivamente, mi política estaba destinada a defender a las empresas nacionales. El listado de “opinólogos” que en aquellos días, pronunciaron los más disparatados desatinos, es interminable. En páginas anteriores he citado a varios de ellos. Veamos otras muestras de lo que he dado en llamar “miopía vernácula”:
141
La Nación, “Una guerra entre ortodoxos y licuadores”, por Néstor Scibona, 20/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/367929 142
La Nación, Un país acosado por las contradicciones”, Por Joaquín Morales Solá, 10/02/2002. En http://www.lanacion.com.ar/373012
278
Ante la devaluación, el consultor de Lehman Brothers, Joaquín Cottani escribía: “La culpa no la tiene la convertibilidad sino la política fiscal”. Y ante la pesificación de la economía, señalaba: “La Argentina debe dolarizar como en Ecuador”143. ¿Qué le recomienda Cottani hoy a Ecuador, sólo sostenido por los precios del petróleo y que no sabe cómo salir de la trampa dolarizadora? En idéntica sintonía, Alfredo Canavese sostenía: “La devaluación sólo sirvió para trasladar a la sociedad el peso del ajuste. La economía se dirige
a
una
dolarización
espontánea.
Hay
que
reconsiderar
la
convertibilidad”. Semejante desatino, seguramente, ha escapado a la consideración del jurado de la Fundación Konex, que le otorgó en 2006 el Diploma al Mérito.144 En una columna titulada “Perdido en los lugares comunes”, Luis Secco, segundo de la consultora de Miguel Angel Broda y asesor de la SIDE durante la gestión de Fernando De Santibáñes, expresaba el 17 de febrero: “Reina estado de confusión en el gobierno. (…) Desprecia el ahorro externo (…); reniega del mundo y al mismo tiempo no hace nada en pos de un sector público mucho más austero y mucho más eficiente.”145
Toda la culpa a las provincias Roberto Cachanosky, que ha hecho de la economía un ejercicio ideológico antes que de rigor técnico, y quien nos tenía acostumbrados a
143
La Nación, “No hay que volver a los 80”, por Joaquín Cottani, 06/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/364470 144
La Nación, “Repensando las virtudes de la convertibilidad”, por Alfredo Canavese, 17/02/2002. En http://www.lanacion.com.ar/374601 145
La Nación, “Perdidos en lugares comunes, Por Luis R. Secco, 17/02/2002. En http://www.lanacion.com.ar/374665
279
sus semanales apariciones televisivas y radiales, el 5 de enero seguía defendiendo el uno a uno, ya inexistente: “A los políticos les resulta incómoda la convertibilidad porque no les permite emitir moneda y financiar el gasto público. El gobierno no va a poder sostener otra moneda”146. ¡El gasto público, la muletilla de todos los voceros del poder financiero! La parálisis de nuestra producción, la quiebra industrial, la gran exclusión, ¿eran también consecuencia de que a los políticos les gustaba emitir? Cachanosky, desde sus reiteradas columnas de opinión, jamás hizo referencia al papel demoledor del endeudamiento generado por la privatización del sistema jubilatorio, que tan tenazmente defendió. Recordará el lector que, hacia el fin del gobierno de la Alianza, Domingo Cavallo acusaba a los gobernadores de que el déficit fiscal de las provincias hacía insostenible la situación. Intentaba de ese modo lograr un mayor ajuste a costa de “exportar” la crisis del modelo a las provincias y convencer al FMI de ese argumento. De hecho, una de las primeras exigencias que el Fondo intentó imponernos, sin éxito, fue el ajuste provincial. Los primeros “consejos” del FMI estaban dirigidos a achicar el gasto en las provincias. Sus funcionarios llegaron a plantear que, para eso, debíamos
reducir
las
plantas
de
empleados
públicos
-nacionales,
provinciales y municipales. En total, recomendaban, debíamos dejar en la calle 400 mil agentes públicos. No entendían algo elemental para cualquier economista medianamente observador: que el rápido aumento de
los
ingresos
provenientes
de
la
actividad
valorada
a
pesos
“devaluados” con gastos congelados, produciría –como lo hizo- una rápida mejoría de la situación fiscal en todo el país. Tampoco entendían que enviar a 400 mil familias a la desocupación hubiera desatado la guerra civil en la Argentina. Sus funcionarios, como
146
La Nación, "Una ley que nos hace retroceder 30 años", por Roberto Cachanosky, 05/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/364276
280
nuestros exégetas de los Consensos de Washington, no entendían el país y menos les importaba su destino. De todas aquellas opiniones que circularon acerca de las políticas que adoptamos, quedó un registro memorable en Cash, el suplemento económico del diario Página/12. Se trata del artículo “Ni cuadrada”, escrito por Roberto Navarro en octubre de 2002. “El 2002 no fue un buen año para los economistas mediáticos. Algunos desnudaron sus falencias técnicas; otros jugaron a la profecía autocumplida; casi todos confiaron en la legendaria mala memoria argentina. ¡No contaban con el suplemento Cash!”, concluía aquella nota que ha sido muy tenida en cuenta por autores e investigadores de aquel período de la Argentina.147
Un escrache de Página/12 Ese documento periodístico es de enorme valor para desmitificar tanta charlatanería que hoy seguimos escuchando. Ya hemos mencionado a consultores, columnistas y opinólogos en general que pretendían disfrazar su oposición al gobierno con juicios aparentemente científicos. Veamos algunos párrafos de Navarro, que echan por tierra la prédica de aquellos “chantanómicos”, como él los calificara. "Sólo quedará uno de cada tres bancos. El 6 de abril, en una reunión con empresarios, el economista y candidato a presidente Ricardo López Murphy vaticinó quiebras y cierres masivos de entidades. Página/12 publicó esa temeraria frase al otro día. Así, el efímero ministro de Economía
de
la
Alianza
colaboró
para
que
muchos
ahorristas
permanecieran en estado de pánico. Pero su premonición no se cumplió: sobre 100 bancos, sólo cerraron tres; otros tres extranjeros dejaron el
147
Página/12, Suplemento Cash, Roberto Navarro, “Ni Cuadrada”, 27/10/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/index-2002-10-27.html
281
país, pero esas entidades fueron absorbidas por la banca nacional. Fue un error grosero de LM”. En este tono, a la vez testimonial e irónico, Navarro “escracha” en su nota a Miguel A. Broda, Jorge Avila, Manuel Solanet, Pedro Pou, Orlando Ferreres, Joaquin Cottani, Jorge Vasconselos, Alberto Ades y otros. Ante tantas expresiones equivocadas y malintencionadas, Navarro se pregunta: “Errores de diagnóstico. Mala praxis. Confusión. Operaciones políticas. Defensa de intereses sectoriales. ¿Cómo llamarlo? Durante los primeros seis meses del año, los diarios se inundaron de presagios de catástrofe vertidos por economistas mediáticos. Ahora que el dólar se frenó, la inflación se detuvo y la actividad comienza a mostrar un tímido repunte, es buen momento para revisar declaraciones pasadas y verificar si tan reputados profesionales saben en serio o pertenecen a la categoría de economistas denominada “chantanómicos”. Cash realizó un minucioso trabajo de archivo sobre las declaraciones realizadas por 15 economistas de distintas extracciones durante los primeros meses del año. Varios de ellos suenan frecuentemente como candidatos a ministros. Sólo tres se acercaron a lo que iba a suceder en el país. El resto hizo un papelón. El artículo recuerda una declaración de Manuel Solanet al diario Infobae - “Sin ninguna duda habrá una inflación de tres dígitos anuales”para afirmar de inmediato: “En ese momento, el último índice de precios conocido era el de abril, que había dado un 10,4 por ciento de suba. Cinco días después de las declaraciones del economista, el Indec anunció que en mayo la inflación se había desacelerado al 4 por ciento. Más adelante, vuelve a citar a Solanet: “El sistema financiero se va a quedar con pocos o ningún depósito; van a pasar muchos años antes de que un argentino vuelva a hacer un plazo fijo en el país”. La realidad era muy distinta, como lo señalaba el propio Navarro: “Entre junio y septiembre se realizaron plazos fijos nuevos, con plata fuera del corralito, por 2080 millones de pesos”.
282
Después de mencionar a
Broda y su afirmación de que si no se
acordaba rápidamente con el FMI “no se logrará un tipo de cambio que evite la hiperinflación”, Navarro se ocupa de “otro que no se privó de vaticinar huracanes… el ex presidente del Banco Central, Pedro Pou. El 20 de enero pronosticó: “Las condiciones para una política monetaria independiente no están dadas. Sus beneficios son ilusorios y las modificaciones al tipo de cambio son desestabilizadores políticos. A medida que aumente el dólar libre, los efectos patrimoniales de la devaluación amenazan con desintegrar la Nación”. El artículo recuerda también otras expresiones desafortunadas, e inconvenientes por la situación de fragilidad que vivía el país, y que desnudaban la tarea de los representantes del establishment financiero por mantener el statu quo al preanunciar cataclismos que nunca se produjeron. Veamos: “Orlando Ferreres presagió: ‘Con un dólar a 3,60 pesos la inflación va a superar largamente el 100 por ciento’”. “Jorge Vasconselos dio a conocer la estimación de la Fundación Mediterránea: ‘La inflación anual va a superar el 80 por ciento’”. “Cottani, escribió en La Nación el 6 de enero: ‘Lo único que Argentina
puede
hacer
hoy
es
dolarizar.
Cualquier
otro
esquema
monetario o cambiario está condenado a fracasar’”. “Luis Secco apoyó la misma tesis, pero de manera menos terminante: ‘Para la Argentina, en las actuales circunstancias, es prácticamente imposible pensar siquiera en tener una moneda’”. “Alberto Ades presagió tempestades: ‘No es difícil pronosticar una cotización del dólar cercana a los 6 pesos para fin de año’”.148
También el progresismo en contra
148
Ibídem.
283
Es claro que con el cambio afectamos a un sector que no estaba dispuesto a resignarse. Tanto ellos como Cavallo y su equipo, apostaban a nuestro fracaso para poder decir después que los echamos y que no los habíamos dejado terminar su tarea. Pensaban en volver como salvadores, tras nuestro fracaso, para dolarizar completamente la economía. A esa gente se sumaba Carlos Menem por derecha, Elisa Carrió por izquierda y hasta algunos periodistas del ala “progresista” de los medios. Uno de los blancos preferidos de ese sector era lo que ellos llamaban con total desprecio “el duhalde-alfonsinismo”, acuerdo que posibilitó que las cosas se hiciesen en el marco de la ley y del fortalecimiento del poder institucional.
Esa
coincidencia
de
objetivos,
por
encima
de
las
conveniencias menores y de las apetencias personales, contribuyó a abrir un nuevo rumbo en la Patria. No obstante, todavía hay necios e ignorantes que siguen criticando ese acuerdo. Con otros argumentos pero con una porfía que le impedía ver en qué dirección nos movíamos, actuaban algunos dirigentes, entre ellos la fundadora del ARI Elisa Carrió. En una entrevista que concedió a Página/12 sostenía que mi gobierno era de “extrema debilidad”. Y agregaba que estaba entonces a merced de “los lobbies devaluacionistas de las grandes empresas (que) lo encarcelan y consiguen la devaluación y la licuación de pasivos más espectacular de la historia”. Y remataba: “A esto
se
le
suma
el
pacto
que
realizaron
los
pesificadores
y
devaluacionistas”.149 En otro pasaje de ese reportaje, Carrió puso de manifiesto su escepticismo acerca de mi capacidad personal y política para comandar el cambio y de la necesidad de que me fuera lo antes posible. Este es el diálogo con el periodista Felipe Yapur, publicado el 10 de febrero de 2002: - ¿Le cree realmente a Duhalde cuando habla del fin del modelo y la alianza con el sector productivo?
149
Página/12, “Elisa Carrió ve elecciones a mediano plazo”, 10/02/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-1738-2002-02-10.html
284
- Es muy difícil que cambien el modelo los mismos que lo articularon políticamente.
Porque
el
nivel
de
compromisos
y
relaciones
finalmente los hacen regresar al pasado. El pasado los condena por la forma de hacer política y por sus vinculaciones empresariales y financieras. - Por lo tanto, lo mejor que puede pasar es que el presidente llame a elecciones. - Si, y creo que vamos a ello, pero me hubiera gustado que fuera de manera más ordenada. Yo no quiero que se haga de manera caótica, porque el llamado a elecciones será la decisión más inteligente y moderada. Porque si no se soluciona el problema institucional mucho menos se resolverá el problema económico y social.150 En la misma línea, el columnista de Página/12, Mario Wainfeld, escribía también ese día: “Una fenomenal licuación de pasivos benefició al “partido de la producción” en detrimento ostensible e inconfeso de otros sectores: los asalariados, la clase media, los desocupados”.151 Más allá de los serios errores de interpretación de lo que efectivamente estábamos haciendo, convertidos con el tiempo en simples mentiras, en esa afirmación de Wainfeld aparece uno de los componentes ideológicos centrales del progresismo: el desprecio hacia el empresariado nacional. Que se entienda bien. El empresariado nacional no son las grandes empresas a las que muchos periodistas progresistas estigmatizan. El empresariado nacional al que protegí en ese momento y defenderé siempre, son las cientos de miles de pequeñas y medianas empresas que dan trabajo a millones de argentinos, que invierten sin crédito, que resistieron el huracán neocolonial y que habrían desaparecido si no las hubiéramos ayudado.
150
Ibídem.
151
Página/12, “La manía de no tocar a los ganadores”, Por Mario Wainfeld, 10/02/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-1726-2002-02-10.html
285
Wainfeld, para quien era “el demonio”, tampoco tenía palabras de comprensión para el conductor técnico de las transformaciones, el ministro de Economía: “Remes vive preso de una cárcel ideológica que lo enfeuda con el status quo y limita su inventiva hasta el paroxismo. (...) Si el desempeño de Jorge Remes remite a un deja vu152 qué decir del de José Ignacio de Mendiguren. Un ministro de sector, cuya única función ostensible fue un lobby descomunal ni siquiera maquillado con alguna propuesta productiva”. Evidentemente, el 2002 no fue un buen año para los economistas mediáticos y algunos periodistas metidos a pronosticadores.
152
En el mismo artículo, Wainfeld lo comparaba con José Luis Machinea.
286
CAPITULO XVII MI TRIBUNA, UN PROGRAMA DE RADIO
287
Conversando con el Presidente ¿Cómo hacer frente a esa usina comunicacional de los dolarizadotes y opositores a nuestra política? En esos momentos, hubiese sido ingenuo pensar que, porque estaba investido de los atributos presidenciales, podía acceder con facilidad a la cabeza y el corazón del pueblo argentino. No olvidemos que se desconfiaba de todos los políticos. ¿Por qué iba, entonces, a esperar credibilidad? Sin embargo, debía hacer el esfuerzo de llegar con mi mensaje a todos mis compatriotas. Así nació el programa “Conversando con el Presidente”, en Radio Nacional, cuya primera emisión salió al aire el sábado 26 de enero, a las 10 de la mañana.153 Como se trataba de la primera entrega, había sido grabado la tarde anterior en un estudio que los técnicos de la emisora habían improvisado en una sala del área presidencial de la residencia de Olivos. Los muchachos debieron trabajar mucho para acondicionar el “estudio”, para aislarlo de ruidos que provenían de los vehículos que se acercaban o de los cantos de los pájaros, y lograr la mejor calidad. La idea del equipo de comunicación era que el estilo del programa debía diferenciarse claramente del resto de la programación periodística de las radios. Su ritmo debía ser más pausado. Eso era esencial. El “ruido” que ensordecía cada mañana a la gente con un comentario tras otro, con noticias, opiniones de las más diversas, todas formuladas aceleradamente y sin conclusiones claras, debía contrastar con el clima de nuestro programa. Esa fue la razón por la que al comienzo, mi interlocutor, que presentaba los temas y formulaba las preguntas, fue Rubén Stella, ese gran actor que me acompañó en las “duras” y hasta el fin de mi mandato como Secretario de Cultura de la Nación. Esa mañana discutimos acerca de los contenidos del programa. Éramos tres o cuatro, tomando café en mi despacho del área presidencial de la Quinta. Hacía mucho calor y el contraste entre el aire acondicionado y el exterior era muy grande. Yo quería caminar por el parque para
153
Ver en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
288
discutir el orden temático del programa. Salimos y nos sentamos a la sombra de un hermoso aromo que está frente a uno de los quinchos. Mis colaboradores sólo aguantaron quince o veinte minutos al aire libre. Debimos regresar al confort del interior. Eran, como el nuevo grupo del Indio Solari, fundamentalistas del aire acondicionado. Coincidíamos en que el primer programa debía explicar por qué lo hacíamos, pero inmediatamente, hablar del rumbo que mi gobierno se había impuesto. Rumbo, rumbo, rumbo, esa era la consigna. Y tratar de explicarle a la audiencia qué significaban las medidas que habíamos tomado, con un lenguaje llano y comprensible. Porque es verdad aquello que sostenía don Arturo Jauretche: cuando algo no se entiende en economía es porque hay gato encerrado. Voy a reproducir algunos párrafos de los tres primeros programas, porque dan cuenta mejor que cualquier otro testimonio de cuáles eran mis preocupaciones centrales y reflejan, además, el clima social y político imperante en aquél verano de 2002. Demás está decir que el resto de los medios de comunicación se hacían eco del programa. Las radios y los canales de noticias reproducían algunos de mis dichos durante todo el día de emisión y la prensa gráfica publicaba notas importantes al día siguiente. De esa manera, mi objetivo de llegar con mi mensaje a la gente comenzaba a lograrse. Comunicación directa con la gente El sábado 26 de enero debí explicar la razón del programa, ya que no
había
costumbre
en
nuestro
país
de
que
los
presidentes
se
comunicaran de ese modo con el pueblo. “La idea es registrar los avances y también los retrocesos, porque todos los gobiernos tienen cosas positivas y negativas”, empecé y después amplié: “Yo quiero empezar a hablar tres veces por semana con ustedes, contarles cómo veo la situación del país, cómo podemos seguir avanzando, algunas cosas que me tienen incómodo como, por 289
ejemplo, algunos comentarios de que el Gobierno no tiene claridad, que da marchas, que da contramarchas, que no tiene plan, que nos falta rumbo. Y yo quiero decirles que esto del rumbo es lo único que ningún argentino debe pensar que no tenemos claro. Tenemos un rumbo y la gente debe saberlo: el rumbo que tenemos es la Argentina productiva. Así que es un tema al que voy a volver recurrentemente porque es central que sepamos hacia dónde vamos”.154 Ahí estaba, desde el inicio, mi preocupación planteada: “Y ¿qué estamos intentando hacer?”, preguntaba y respondía: “Un gran cambio, pero sin sangre y sin sobresaltos”. Y ahí quedaba planteada mi otra preocupación: la pacificación. Esa era una suerte de introducción, de “toma de contacto”, con la audiencia. De inmediato comencé a desarrollar los temas que me había propuesto. Había escrito algunos borradores, a modo de ayuda memoria y eso me ordenaba las ideas. Sin preguntas ni interrupciones, expuse a los argentinos: “Mucha gente habla de que Argentina fue saqueada. Hoy les va mal a todos: les va mal a los trabajadores, a los que se han quedado sin trabajo, por supuesto, a los comerciantes, a los productores, a los profesionales, a la gente de la cultura.(…) “Todos los modelos exitosos en el mundo en este nuevo orden económico, son los que defienden los intereses permanentes de la Nación y, además, donde el sector político está trabajando junto con los empresarios y los trabajadores para ir al mundo al vender sus productos y para crecer. Ningún país, absolutamente ninguno, supera crisis como la nuestra si no es trabajando más, produciendo más y exportando más”.155
Condenados al éxito 154
Ibídem.
155
Ibídem.
290
Más adelante, ante la pregunta de una oyente, volví sobre el tema una vez más. Este párrafo pone de manifiesto la certeza que yo tenía acerca de cómo irían a desenvolverse las cosas en el país si manteníamos firme el timón del barco que empezábamos a conducir: “En la Argentina que yo propongo el rumbo que hemos fijado es innegociable: la Argentina productiva. Esa es la verdadera solución. Es decir, cuando Argentina, en vez de producir los cereales que produce produzca el doble, que puede ser en dos años y medio; cuando nuevamente la construcción, que se ha paralizado, comience a funcionar; cuando empecemos a producir zapatos como lo hacíamos hace veinte años y que hoy no producimos; cuando cada rama de la actividad ya sea desde la siderúrgica a la del cuero o la de la madera comience a funcionar, ésa va a ser en definitiva la solución”.156 Ahí hablaba de dos años y medio, de mediados de 2004. En muchos casos me equivoqué a favor del país: crecimos más veloz y sostenidamente de lo que yo mismo imaginaba. Quisiera que el lector ponga atención en mis afirmaciones de fines de enero porque, en ese momento, cierta prensa me trataba como a un loco. Yo había leído un magnífico reportaje en el que el sociólogo y pensador brasilero Helio Jaguaribe afirmaba que la Argentina “está condenada al éxito”. Lo decía en momentos en que más profundamente habíamos caído en el pozo.
No era una expresión para halagarnos ni
levantar nuestro ánimo; era y es su profunda convicción en las potencialidades del país y de su pueblo. Me gustó la expresión y, citando a Jaguaribe, la repetí ante periodistas argentinos. Aún hoy se siguen haciendo chistes sobre esa frase.
Abordar todos los temas
156
Ibídem.
291
La emisión del primer programa causó impacto. Tuvo muchas repercusiones y recibí las más variadas opiniones. La más rica experiencia fue leer los numerosos mensajes que llegaban de los oyentes y, con el correr del tiempo, las cartas que la gente enviaba a Radio Nacional. Además de pedidos de ayuda y voces de aliento, me hacían conocer sus pareceres. Se esperaba mucho de nosotros. Había un gran desánimo en el pueblo, pero no había muerto la esperanza de la salida. No quería un programa complaciente, Yo quería abordar todos los temas que preocupaban a la gente y dar mis respuestas. El asunto del corralito fue uno de ellos. El tema de los ahorros era algo que debía reiterar, porque estábamos adoptando medidas de flexibilización y había mucha confusión entre las personas, causadas a veces por la actitud desleal de los bancos: “Otra cosa que tuvimos que hacer fue flexibilizar el maldito "corralito" que heredamos y que nosotros tenemos que ir con mucho cuidado desactivando esa bomba. Porque si esa bomba explota no solamente no va a cobrar un peso la gente que confió en el sistema bancario argentino, sino que es muy posible que todo nuestro proceso productivo también sufra un retroceso de años”. Por supuesto puse énfasis en hablar de la actitud del sistema financiero porque, como dije,
estaba jugando deslealmente y pretendía
hacer fracasar nuestra política: “¿Qué más puedo decirles de estos días? Bueno, quejarme también de los bancos. Los bancos les dieron un tratamiento vergonzoso a sus clientes. Eso el Gobierno no lo va a tolerar más. Los bancos que no sigan las reglas de flexibilización serán sancionados severamente y la próxima semana, si siguen tratando mal a la gente, ya van a tener novedades nuestras”.157 Igualmente, había entonces mucha preocupación en la sociedad por lo que iría a ocurrir con las tarifas de los servicios públicos, luego de la 157
Ibídem.
292
pesificación de la economía, de manera que ese fue otro aspecto importante que abordé: “Otro tema de estos pocos días que hace que estamos y que mucha gente no lo sabe: hemos decidido que las empresas concesionarias de servicios públicos, que ganaron mucha plata en la Argentina -y lo hemos decidido por ley- no puedan dolarizar sus tarifas. Para que le quede claro a la gente: la luz, el teléfono, el gas y el agua no vamos a permitir que aumenten, seguirán pagando lo mismo en moneda nacional”.158 Siguiendo mi intención de explicitar una y otra vez los objetivos que nos habíamos planteado, hablé de la política social, que tampoco había logrado tener buena prensa,. “Hemos concretado un Plan Alimentario, que es un derecho humano básico, uno de los más básicos derechos que es el de comer, y que pueda contemplarse en esta emergencia. En definitiva, no es lo que queremos hacer. Cuando Argentina trabaje y cuando tengamos la Argentina productiva, no vamos a tener necesidad de llevarle alimento a la gente. Pero lo que es más importante, y esto es un reclamo que vienen haciendo todos los sectores sociales, es darles a todas las familias que no tienen ningún ingreso -pero a todas-, al jefe o jefa de familia, un salario mensual para trabajo y/o capacitación. Este es realmente un reclamo muy viejo y es el principio de un Gobierno que quiere redistribuir el ingreso para que sea un poco más justo con los sectores postergados”.159 La última cuestión que abordé en aquél primer programa estuvo vinculada a las manifestaciones sociales que tenían lugar en las calles de la Capital Federal y de otras provincias. Era para mi preocupante que esas movilizaciones no se salieran de madre, que no fueran infiltradas por grupos violentos. En un bosque tan seco, una pequeña chispa podía
158
Ibídem.
159
Ibídem.
293
provocar un incendio de consecuencias inimaginables. Eso lo sabíamos todos, pero era mi responsabilidad hablarle al pueblo: “El país ha vivido protestas en las calles, algunas legítimas, algunas no tan legítimas, pacíficas unas, violentas otras. Entiendo el sufrimiento y el sentimiento popular, pero cuidado, porque nuestro dolor no puede generar una tragedia aún mayor. Le pido a la gente que tenga mucho cuidado; le pido que obremos con mucho tino, que sepan que este Gobierno está protegiendo los intereses por los cuales se movilizan; reitero, los estamos protegiendo. “Quiero decirles también, respecto de este clamor que veo en la calle, porque conozco la calle, se lo quiero decir a la gente, que desde diciembre no está aquel gobierno que necesitaba que el pueblo hiciera barullo para escucharlo y así tampoco lo escuchaba. Tengo muy en claro cuál es el problema de la gente y le pido un poco de comprensión. Y le digo con mucha sinceridad y no exento de preocupación que únicamente si nos ordenamos, únicamente si actuamos con mucha prudencia todos, estos deseos del Presidente, que son los deseos de los argentinos, de tener una Argentina más justa, una Argentina normal, una Argentina que no sea vista por el mundo como un bicho raro, lo vamos a lograr pero de esa manera. “Los países no toleran la anarquía, no caigamos en la tentación de creer que los temas se solucionan haciendo líos o barullos; se solucionan cuando tienen un gobierno, como pretende ser mi Gobierno, atento a las necesidades de la gente y seguro que vamos a solucionar los problemas si nos ponemos todos de acuerdo y si nos damos cuenta de que los argentinos necesitamos de un proyecto que nos incluya a todos”.160 En el programa siguiente volví sobre los mismos temas, ampliando puntos de vista y dando nueva información. Aludí a mis conversaciones con los sectores sociales representativos de los trabajadores y los desocupados. 160
Ibídem.
294
Hablé
de
implementar
la
política
rápidamente:
social los
que
planes
estábamos para
comenzando
desocupados,
el
a
Plan
Alimentario, la provisión de elementos a los hospitales que estaban sin insumos, un programa de ayuda a la primera infancia y el pago de las becas estudiantiles para los chicos que cursaban la secundaria. Los primeros pesos que el Estado juntaba iban para esos planes, y la gente debía saberlo.
Transmitir mis convicciones A partir de la repercusión de la primera emisión del programa supe que mi mensaje había llegado a sectores humildes de la población. Al día siguiente, varios dirigentes de municipios del Gran Buenos Aires me hicieron saber que el enorme sistema informal de radios que se escuchan en las barriadas populares habían sido un vehículo eficaz para multiplicar mi palabra. Entonces, en la siguiente emisión aproveché para enviarle a ese sector un mensaje: “Quiero pedirles acá -yo siempre pido, soy como cura de barrio, siempre pido a la gente- que envíen los chicos al colegio, que no los dejen solos en la calle, yo sé que la situación es brava pero en estos momentos tan difíciles la familia tiene que hacer ese esfuerzo, se los pido porque realmente es muy importante”.161 La prensa no valoraba este tipo de mensajes, que fueron comunes en mi programa. Esperaba definiciones de política económica, algunos anuncios, que también los había, pero yo había decidido que en mi propio espacio debía privilegiar la comunicación que nunca lograría a través de las coberturas que los medios hacían de mis expresiones y mensajes. Mis colaboradores marcaban en una ayuda memoria los temas que, por su trascendencia, no debía obviar. De mi parte, destacaba las cuestiones que sabía que el pueblo valoraba y también asumía una actitud 161
Ibídem.
295
didáctica, si se quiere, que contribuyera a que los sectores menos informados comprendieran qué hacía su gobierno y por qué. Un ejemplo. En una de las emisiones, una oyente indignada con el FMI, preguntó: - Presidente, usted dijo que no iba a aceptar presiones del Fondo Monetario ni de ninguna potencia extranjera, pero sus ministros viajan a Estados Unidos y siguen negociando con el Fondo ¿A quién le creo? - Son dos cosas distintas- respondí. -Cuando uno dice no aceptar las presiones del capital extranjero se está refiriendo a lo que debe hacer cualquier presidente de un país digno. Uno no puede aceptar presiones. Por ejemplo, yo no podría aceptar presiones de las empresas de servicios públicos concesionadas que han aplicado tarifas excesivas, no podría aceptar presiones de las empresas petroleras, que han ganado y quiero que sigan ganando pero que tienen que aportar parte de sus ganancias al Tesoro Nacional. Con el Fondo Monetario Internacional, del cual somos socios, no es que no vamos a soportar presiones, vamos a ir con nuestro plan, con nuestro programa. El problema que hemos tenido por años es que hemos ido sin plan sustentable, y cuando uno va sin un plan sustentable, el Fondo le aplica el mismo remedio
a enfermos que
tienen distintas enfermedades Toda la plata que entró, decenas de miles de millones durante los últimos años, usted no la ve en las empresas nacionales, no la ve en producción, esa plata se fue, se fue de la Argentina.
La política debe regir la economía En el capítulo anterior vimos el esfuerzo de economistas y consultores del establishment financiero por torcernos el brazo. En realidad, además de los intereses que ellos defendían, no aceptaban un cambio muy profundo que de hecho estábamos impulsando en el país. Ya 296
no eran más ellos quienes efectivamente gobernaban ante la impasibilidad de los políticos. Ahora gobernaban los políticos y los economistas del gobierno –hombres muy capacitados, serios y muy reconocidos- cumplían con eficacia su función técnica. Pero las grandes líneas las daba la política. Recuerde el lector que si, aun hoy, “política” le suena a mala palabra, en aquel momento que estoy refiriendo era prácticamente impronunciable. Pero yo no podía aceptarlo, porque mi función también era recuperar la política como herramienta de transformación. Que la política debía cambiar, era
absolutamente
cierto. Pero
aceptar
la
descalificación de los voceros del poder financiero hubiera sido un gesto de cobardía oportunista inaceptable. Al respecto, voy a citar algunos párrafos de mi programa. ”Hoy quiero hablar de política. La palabra política sé que a alguna gente le cae mal, pero quiero que se entienda que sin política absolutamente ningún país sale de las crisis. La política bien entendida es una de las más importantes, las más meritorias de las actividades que puede realizar un ser humano cuando es entendida en el sentido de brindarse hacia los demás. La política es la que siempre debe regir la economía, en estos últimos años parecía que la economía regía la política y así nos fue. Es decir, economistas convertidos en políticos y muchos de esos economistas empleados de los grandes intereses del capital concentrado, que opinaban por ellos y por sus intereses, y también así nos fue.162 De la misma forma que veía esencial reformular el rol de la política, también observaba como una manifestación importante del pueblo sus expresiones callejeras. Una sociedad que casi durante un cuarto de siglo soportó en silencio la caída de su nivel de vida, al tocar fondo despertó. Los aires del cambio nunca son absolutamente limpios y puros cuando comienzan a soplar. Levantan tierra, impurezas, pero son imprescindibles para despejar el panorama y abrir un nuevo capítulo para el país. Lo dije con todas las letras en un pasaje de una de las emisiones radiales:
162
Ibídem.
297
“Los países son infinitos; no mueren. Estamos pasando por una situación
difícil
y
me
toca
a
mí
ser
el
presidente
de
la
transición”.(…)“¿Qué es esto de la transición? Es el presidente que está entre un ciclo histórico que termina con una política e instituciones de todo tipo y el nacimiento de una Argentina nueva, con una nueva organización política e institucional, es decir absolutamente diferente. Ese es el valor de la tarea que yo puedo desarrollar y lo hago sin ninguna especulación; yo no voy a ser candidato a nada. Lo que quiero es que mi país, mi querida Argentina, nuestra querida Argentina, pueda salir de esta situación. Por eso veo con simpatía los movimientos de esta Argentina viva que no se resigna a morir, tanto en las asambleas que se hacen en las calles, los vecinos que marchan. Tantas veces he hablado de esto como una energía de los argentinos que se está expresando en la idea de cambio. Así como por derecha se veían mal mis preferencias por los sectores más populares y sus manifestaciones, por izquierda no se reconocía tal prioridad y algunos grupos minoritarios apostaban, más que al cambio, al caos. En el mismo programa que vengo citando, dije. “Primero está la responsabilidad de impulsar cambios, que son deseados por todos, pero que no van de ninguna manera a sentirse todos contentos ni felices; el egoísmo propio del hombre se expresa también en las organizaciones, se expresa en todos lados, y aquí debemos entender que en esta situación de crisis los que más deben pagar son los que se beneficiaron con el modelo anterior, que fue enriqueciendo a pocos y empobreciendo a muchos. Pero esto no es una tarea fácil, esto es una tarea que requiere decisiones concretas que comenzaremos a tomar desde ahora y tenemos que hacerlo respetando, por supuesto, la institucionalidad. Los que creen que un presidente puede reformar las cosas no respetando la institucionalidad se equivocan. Debo decirles a quienes se están movilizando en todo el país, que ahí pueden nacer como están 298
anunciando por los medios, por los diarios, nuevos liderazgos. Pero es necesario saber que esos liderazgos que pueden estar creciendo opuestos a lo anterior, deben tener un tiempo de maduración, y es el tiempo, precisamente de la etapa de transición que a mí me toca gobernar.163 Esa era mi respuesta a quienes, como he dicho, preferían la anarquía al cambio en paz. Ahora bien, había también ciertos dirigentes que por apetencias personales o por una incomprensión cabal del clima social que vivíamos, generaban situaciones contrarias a mi gobierno con el argumento de pedir elecciones inmediatas. A ellos me referí también en mi programa. “Hay quienes creen que la solución es buscar otro gobierno de transición, y andan con cartelitos para que llamemos a elecciones. ¿Para qué, para que haya otro gobierno de transición? Porque, seguramente, no va a ser la gente que se está movilizando la que pueda participar en 60 días o 90 días de ningún proceso electoral. Deben
crecer,
deben
organizarse.
Dicen
que
los
canales
tradicionales están agotados, yo digo que los que están agotados no son
los
canales;
empresarios,
en
muchos
todo
caso
sindicalistas
muchos son
los
políticos, que
muchos
pueden
estar
agotados, no los canales democráticos que en todas partes del mundo son similares”. Expliqué en esa oportunidad que siempre uno puede hundirse más, y que el caos y la violencia que algunos proponían era descender otro escalón: “Quiero que esta transición sea ordenada, y el orden al que me refiero no es el que se logra con tanques, con bayonetas, con bombas molotovs tampoco tiradas al otro lado. El orden es otra cosa. El orden es realmente darnos cuenta que tenemos un destino común y que tenemos que trabajar tesoneramente”.164
163
Ibídem.
164
Ibídem.
299
¿Recordamos con claridad el estado de ánimo que imperaba entre nosotros en aquellas horas? Nos desgarrábamos como sociedad. Nuestras heridas personales se expresaban como reclamos airados a escala sectorial. A veces unos contra otros. A esas circunstancias me referí en varias oportunidades porque era el entorno en que debía tomar las medidas e intentar ser justo con todos. “Estaba comentando días pasados los legítimos reclamos de nuestra sociedad y ponía un ejemplo, que es el ejemplo clásico del Rey Salomón, de esas dos mujeres que reclamaban para sí la propiedad de un hijo. Las dos reclamaban y decían que el hijo era de ellas. Entonces el Rey Salomón llamó a ambas mujeres y les dijo: Como las dos dicen que es hijo de ustedes vamos a cortarlo por la mitad, vamos a matarlo y le vamos a dar mitad a cada una. Una de las mujeres se quedó callada, no dijo nada; la otra desesperadamente se tiró al suelo y se puso a llorar diciendo que no, que se lo entregara a la otra mujer, que ella no quería la mitad de un cuerpo. Entonces el Rey Salomón dijo: entréguenle el hijo a la mujer que está llorando, esa es la madre, a la que le importa la vida de su hijo. (…) No podemos desgarrar a la Argentina con los reclamos y con los intereses de cada uno. Lo mismo que la historia de Salomón y las dos mujeres, no la podemos desgarrar. Tenemos que darnos cuenta que por encima de los reclamos, de los intereses de cada uno, de cada sector, de cada partido, de cada marcha, de cada asamblea, tenemos que cuidar la vida. Si amamos a la patria realmente tenemos que cuidar entre todos la paz, si queremos a la patria realmente tenemos que cuidar la unión entre nosotros”.165 A la distancia, aquél programa radial mostró la naturaleza del debate que se nos impuso. Algunos de sus aspectos centrales siguen vigentes, pues las cuestiones que lo motivan continúan irresueltas.
165
Ibídem.
300
CAPÍTULO XVII ARGENTINA Y EL MUNDO
301
Advertencia
de
Juan
Pablo
II:
peligra
la
estabilidad
democrática A partir del primer día de vigencia de la liberalización total del régimen cambiario, el 11 de febrero de 2002, la cotización del peso pasó a ser una de mis principales preocupaciones, junto con el impacto inflacionario. Al día siguiente se retomaron oficialmente las conversaciones con el Fondo. Jorge Remes viajó a Washington para iniciar las negociaciones, con una entrevista con su titular, Horst Köhler. El objetivo era obtener una ayuda del organismo que para nosotros era vital. Ya recordaremos cómo nuestra intransigencia ante los disparates de ese organismo demoró el acuerdo once meses. Fue la negociación más larga y ríspida que se haya hecho con el FMI. Al mismo tiempo, comenzó un período muy difícil para mi gobierno y para la Argentina. Una mañana muy calurosa y pesada, que amenazaba con tormentas y lluvias fuertes, leía los diarios en Olivos y me encontré con la referencia del Papa Juan Pablo II a la crisis de nuestro país. Decía Su Santidad que estaba “en peligro la estabilidad democrática”. Esa frase se llevó la portada de los diarios y me sirvió para reconfirmarme de qué manera éramos mirados en el exterior. Me dolían las manifestaciones hirientes que se formulaban sobre nuestro país. En cambio, el mensaje del Papa fue reconfortante porque era portador de solidaridad y comprensión hacia nuestra Patria. Un nutrido grupo de obispos argentinos le informó al Papa sobre la situación durante una entrevista en Roma. En su discurso, el Papa mostró que tenía una visión acertada de lo que vivíamos y mostró su preocupación por “la profunda crisis social y económica que afecta a toda la sociedad, que pone en peligro la estabilidad democrática y la solidez de las instituciones públicas, con consecuencias que van más allá de las propias fronteras patrias”.166 166
Clarín, “El Papa advierte que peligra la estabilidad democrática”. 13/02/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/02/13/e-00301.htm
302
A
su
juicio,
había
que
buscar
las
causas
en
“las
trágicas
consecuencias del egoísmo insolidario, las conductas corruptas que muchos denuncian, la imprevisión y mala administración de los bienes de la Nación”. El documento era extenso y aludía a las protestas sociales, los saqueos, la violencia, y, por supuesto, el empobrecimiento de la sociedad. El mismo día que el Papa entregó ese documento a los obispos argentinos, en Buenos Aires yo me reunía con la Mesa de Diálogo, a la que Su Santidad también hizo referencia: “La misión de la Iglesia es de orden puramente religioso, pero ello no impide que ofrezca su colaboración para favorecer el diálogo nacional entre todos los responsables, a fin de que cada uno pueda cooperar activamente para la superación de la crisis”.167 Era un mensaje, reitero, reconfortante. El Papa apoyaba nuestra política de diálogo. Sin embargo, algunos lo sesgaron para intentar darle un sentido meramente crítico y desalentador. Cuando escuché y leí esas reacciones me indigné. Aproveché el siguiente programa de Radio Nacional para expresar mi coincidencia absoluta con el mensaje de Juan Pablo II. Karol Woytyla fue uno de los papas más destacados de la historia de la Iglesia Católica en razón de que era un gran humanista, un patriota polaco y un defensor de la causa de los trabajadores. Todas esas virtudes le daban una mirada sutil, inteligente y, a la vez, piadosa sobre nuestra situación. Era verdad que había una fuerte tendencia anárquica en la Argentina, una actitud de suma irresponsabilidad de algunos dirigentes, grupos económicos, políticos y periodísticos que ponían en riesgo, como afirmó Su Santidad, la continuidad institucional. En el programa de Radio Nacional del jueves 14 de febrero, subrayé la apelación del sumo Pontífice a la dirigencia argentina:
167
La Nación, “Peligra la democracia argentina, dijo el Papa”, 13/02/2002. En http://www.lanacion.com.ar/373784
303
“Yo advierto que permanentemente hay dirigentes políticos y algunos
pocos
comunicadores
sociales
que
están
sembrando
semillas de odio y eso es muy peligroso en los momentos que vivimos. Tengo la convicción que vamos a salir de esta crisis en que nos encontramos muy rápidamente, pero necesitamos que se entienda su gravedad y el Papa tiene razón”. A pesar de que en el mundo nos veían con ojos muy críticos, encontramos en muchos una solidaridad que mostraba comprensión hacia nuestra realidad. ¡Afuera había quienes actuaban con más mesura y compromiso que muchos de aquí adentro! Basta con recorrer los registros mediáticos de aquellos días tormentosos.
Estrategia para un país aislado Hemos dicho que los observadores extranjeros daban muy pocas chances a la recuperación argentina. Veían al país sumido en la anarquía de bancos cerrados y amurallados, acosados por los ahorristas; las calles tomadas por continuas movilizaciones; las escenas de violencia que conmovían a los telespectadores de todo el mundo; y, a la par, para los líderes resultaba algo inexplicable que el Congreso nacional celebrara con algarabía la declaración formal del default. La pregunta que todos se hacían era si nuestro país tenía voluntad de respetar los compromisos internacionales y si deseaba reinsertarse en la comunidad mundial y los organismos donde ella se nuclea. Ante ese panorama era evidente que la enorme tarea que teníamos por delante era reconstruir la imagen del país. Debíamos dar cuenta de las causas que llevaron a la cesación de pagos y, sobre todo, transmitir la voluntad de mi gobierno de respetar los compromisos. Para eso, necesitábamos elaborar una estrategia en materia de política exterior, que era tan importante en esos primeros días como apaciguar los ánimos
304
exaltados de la población y tomar medidas de fondo en materia económica y social. Fue una gran labor, inteligente, constante y agotadora de la Cancillería, de su titular, Carlos Ruckauf, y del equipo político que lo acompañó, incluidos varios embajadores que ocupaban destinos clave para esa estrategia que elaboramos. “La incorporación del ex gobernador bonaerense Carlos Ruckauf al frente de la Cancillería tuvo el evidente propósito de remontar esta pendiente y reconstituir el poder institucional del Estado en su dimensión externa”, editorializaba Clarín en su edición del 9 de enero de 2002.168 Además de la descripción sintética que he hecho, debemos recordar que no pasábamos por un buen momento con nuestros vecinos del MERCOSUR, en virtud de una política exterior que miraba con más atención hacia los Estados Unidos que hacia nuestros socios del mercado común. En aquél momento, la estupidez intelectual de algunos analistas quería hacernos creer que no debíamos “juntarnos” con los pobres del barrio, sino con los ricos del norte. Por lo demás, se había incentivado una desconfianza inexplicable hacia Brasil y, como si eso fuera poco, las cuestiones macroeconómicas dificultaban el comercio y mantenían al MERCOSUR estancado. La primera decisión que tomé fue comenzar a trabajar la relación con Brasil y recomponer los lazos con nuestros socios y vecinos. Y, a la par, mirar hacia el mundo desarrollado, que era quien podía también ayudarnos a salir del derrumbe. El mismo editorial citado de Clarín mostraba esa actividad que iniciamos de inmediato: “La recomposición de las relaciones exteriores, tanto en todo lo referido a los organismos financieros internacionales como en los vínculos diplomáticos con los principales gobiernos del mundo, fue una de las primeras iniciativas del nuevo gobierno”.169
168
Clarín, Editorial: “Recomposición de las relaciones exteriores, 09/01/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/01/09/o-02001.htm 169
Ibídem.
305
El primer viaje del canciller fue a Brasil. Previamente, el gobernador De la Sota, que había sido embajador en ese país y mantenía excelentes relaciones con sus líderes políticos, se ocupó de allanarle el camino a Ruckauf. De inmediato el gobierno del presidente Cardoso puso a disposición de Argentina facilidades que fueron de enorme ayuda. Y posteriormente, antes de fin de enero, el canciller inició gestiones en Estados Unidos ante el gobierno y los organismos internacionales con sede en Washington. Buscábamos que el gobierno norteamericano levantara ciertas restricciones a nuestras exportaciones. Era importante el comercio, pero era fundamental también una señal de confianza de esa naturaleza. Antes, a mediados de mes, los cancilleres de los países del MERCOSUR –miembros plenos y asociados- se reunieron en Buenos Aires y emitieron un claro mensaje de apoyo a la Argentina. La chilena Soledad Alvear, ministra del presidente Ricardo Lagos, declaró a la prensa nacional que “Argentina demostró que fue capaz de encontrar una solución a la crisis política dentro de los cauces institucionales”. Y respecto de mi presencia en la reunión celebrada en Buenos Aires, dijo que “el presidente Duhalde nos mostró su firme convicción de que Argentina tiene capacidad de salir de esta situación”.170 En efecto, todo ese tiempo el cuerpo diplomático y los funcionarios de la Cancillería se dedicaron a mostrar la certeza del gobierno de que era posible la salida del país a partir de la recuperación de su potencialidad productiva. Recuerdo que en cada reunión, en cada charla, reiterábamos que era nuestra voluntad más firme retornar a una economía normal, donde las instituciones funcionaran y que la manera de volver a hacer frente a nuestros compromisos internacionales era producir. De hecho, había situaciones difíciles con algunos países. Nuestros importadores estaban incapacitados para pagar sus deudas y el gobierno igualmente imposibilitado de ayudarlos. Allí contamos con la ayuda de las autoridades de esas naciones que mostraron comprensión hacia nuestra situación, particularmente nuestros vecinos. 170
Clarín, Economía: “El Mercosur le otorgó un blindaje político a Duhalde”, 14/01/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/01/14/e-01001.htm
306
Si queríamos mostrar seriedad, debíamos actuar con seriedad. Y eso se hizo. Al margen de la larga pulseada con el FMI, la rápida recuperación del aparato productivo obró como una evidencia de que el gobierno concretaba con hechos sus palabras pronunciadas en la intimidad de las charlas. Pero en la primera y segunda semanas de enero de 2002, por más fe que tuviéramos, la recuperación era casi una utopía. Recuerdo que en esos días mantuve permanente contacto con Ruckauf y con Amadeo –que también tenía buenas relaciones a nivel internacional- y les manifestaba que el frente externo era tan importante como el interno.
Los amigos Este tema fue motivo de conversación con el entonces canciller alemán, Gerhard Schröder, que nos visitó el 14 de febrero de aquél mismo año. Fue el primer mandatario de uno de los países del G7 que vino después del derrumbe de fin de 2001. Era una señal importante e implicaba un fuerte apoyo para recuperar la confianza internacional. Le comenté que, como político y gobernante, la reconstrucción de su nación después de la Segunda Guerra Mundial había sido un ejemplo permanente. En el discurso de la recepción que le ofrecimos, reiteré aspectos de la conversación privada que mantuvimos momentos antes: “Como usted bien sabe, señor Canciller, el resurgimiento de Alemania no fue un milagro. No hay milagro posible si no se cuenta con el trabajo y el tesón de todo un pueblo”. Por esa causa, expresé: “El pueblo alemán que usted representa seguramente puede comprender bien la situación actual de la Argentina”.171
171
Palabras de Eduardo Duhalde en la cena de recepción al Canciller de la República Federal de Alemania, Gerhard Schröder. En http://www.presidenciaduhalde.com.ar
307
Esa recepción fue una comida que se realizó en Olivos. El canciller alemán había llegado hacía unas horas al país con una delegación empresarial muy importante. Recuerdo que sus primeros comentarios fueron que esperaban encontrar una ciudad “en guerra”: cubiertas ardiendo en las calles, las avenidas cortadas por airados manifestantes, cacerolazos, saqueos y todo lo que habían visto en Alemania por las cadenas internacionales de TV. Se sorprendieron porque nada de eso sucedía. La ciudad estaba en calma. Decían sorprendidos, durante la comida, que la comitiva se había desplazado por Buenos Aires sin inconvenientes. Algunos
empresarios
argentinos
que
habíamos
invitado,
me
comentaron después que sus colegas alemanes tenían dudas acerca de que
yo
pudiera
terminar
mi mandato. Veían una
gran fragilidad
institucional y, aunque querían que nos fuera bien con el nuevo programa económico, mantenían reservas hacia la posibilidad de nuestra superación de la crisis. Mientras tanto, para quienes nos visitaban por primera vez, la ciudad fue una enorme sorpresa. Estaban deslumbrados por esta “misteriosa Buenos Aires”, que los atrapó con su música e intensa vida cultural. La delegación que acompañaba a Schröder trajo varios temas en la agenda, algunos de los cuales constituían una señal muy positiva. Por ejemplo, la gestión que Alemania haría para que la Unión Europea nos ampliara en 28 mil toneladas la Cuota Hilton para la exportación de carnes. Con la visita, los diarios volvieron a menear el conflicto con la empresa Siemens que reclamaba una indemnización, luego de que se le rescindiera el contrato para confeccionar los Documentos Nacionales de Identidad (DNI). En ningún momento interpreté, como hicieron algunos, que el pedido alemán constituyera una presión o una injerencia. Sé que el Estado alemán es lobbista de sus empresas y no lo veo mal. Le dije a Schröder en 308
aquella oportunidad que íbamos a resolver amistosamente ese problema sin necesidad de convertirlo en un conflicto mayor. En una charla a solas, con la única presencia del intérprete, analizamos la ayuda que nosotros le reclamábamos al G7 y al FMI. En ese momento, el equipo económico consideraba posible y necesario obtener fondos frescos del organismo internacional. Yo le di mi opinión personal: - No creo que el Fondo esté dispuesto a ayudarnos. Argumentan sus funcionarios, según me han informado, que no tenemos un programa sustentable y nos piden que insistamos en las políticas de ajustes que nos fundieron. Nosotros queremos que comprendan que la única manera de salir que tiene Argentina es que la dejen respirar y que todos apostemos a que arranque su aparato productivo. Detrás de eso podemos conversar lo que sea. Schröder se mostró comprensivo. Acordamos en que lo lógico era que nosotros fuéramos demostrando, poco a poco, nuestra capacidad de recuperación y que el Fondo debía ayudarnos en la misma medida. El canciller alemán se expresó con claridad al día siguiente, ante la prensa nacional y, de paso, envió un mensaje hacia el Fondo Monetario: “Creo que lo que se debería hacer es empezar realizando las medidas iniciadas, paso a paso, y prestar al mismo tiempo este apoyo y la asistencia también paso a paso. Tenemos que evitar que se produzca un círculo vicioso, que por una parte se diga que se requiere un saneamiento completo antes de prestar ayuda y por el otro se espere esta ayuda para tomar medidas”. Esa metodología fue la que le propuse a Horst Köhler en la entrevista que mantuvimos en Monterrey, cuando viajé días después para participar de la Cumbre Iberoamericana. Por supuesto, los funcionarios del FMI tenían otra idea y otras intenciones para con Argentina y mi gobierno. El viernes 15 terminó esa visita que dejó una pequeña luz de esperanza en nuestros ánimos. Mi buen humor duraría poquito. Esa noche hubo una nueva marcha del sector inmobiliario en torno de la Quinta de Olivos.
“Queremos
trabajar”,
pedían
sus
carteles.
Sus
referentes 309
declaraban que permanecerían apostados en Olivos hasta que se reactivara el sector de la construcción. Yo pensaba: Esto es una ironía. Queremos lo mismo. ¿Qué otra cosa puedo decirles más que lo que me paso repitiendo todo el día?: apostamos todo a la reactivación de la producción. En ocasión del primer viaje de Carlos Ruckauf a los Estados Unidos – al que ya me referí- y que luego continuó por Italia y España, él pudo percibir grandes recelos y reservas de Washington que, sin embargo, no se tradujeron en trabas a nuestras peticiones de apoyo ante el G-7. Al término de cada contacto que hacía el canciller, me llamaba para comentarme los detalles. Yo le había pedido, sin que importara la diferencia horaria, que se comunicara para mantenerme al tanto. Un día sonó el teléfono a las 4 de la madrugada y la guardia de Olivos no se animaba a despertarme. Ruckauf tuvo que ponerse firme para que me pasaran la comunicación: - Eduardo, ¿te despierto? - Me acabo de dormir- recuerdo que le contesté. Eran las 4 de la mañana. -¿Dónde estás? - En Roma. Los tanos están muy bien con nosotros. Acabo de tener un desayuno con un grupo de ministros. Nos van a ayudar. Tengo una jornada completa hoy aquí, con parlamentarios del gobierno y de la oposición. - Avisame cuando terminés. ¿Y los españoles? -
Mañana
estoy
llegando
a
Madrid.
Por
las
conversaciones
telefónicas que he mantenido con el embajador, voy a tener una muy buena agenda. Aznar me va a recibir. Esto se repetía por aquellos días en cada movimiento de Ruckauf. De esas giras obteníamos comprensión y solidaridad con la situación planteada por nuestro país, pero también opiniones duras que luego me repetirían a mí en persona. Entre los amigos del país debo mencionar también al Rey Juan Carlos de España y al Jefe de Gobierno José María Aznar. A pesar de que 310
las empresas españolas radicadas en nuestro país se quejaban de nuestra política, ellos no perdieron la ecuanimidad y, por el contrario, abogaron por Argentina ante los miembros del G7 y otras autoridades europeas. El Rey, con quien me comunicaba telefónicamente, se ofreció desde el comienzo mismo de mi mandato para gestionar comprensión y apoyo al país ante la comunidad internacional. Y con Aznar mantuve frecuentes conversaciones, algunas duras, pero siempre francas.
Los hermanos Para el lunes 18 de febrero se había convocado la Cumbre Presidencial del MERCOSUR. A nuestro país le tocaba la presidencia pro témpore del bloque, que yo había asumido de manera inédita en enero. Esa cumbre debía haberse realizado en la segunda quincena de diciembre, pero en aquel momento, en medio de la debacle, se decidió postergarla. Así fue como quedé a cargo, de hecho, de la titularidad del bloque, aún sin que la cumbre se hubiese realizado. Como no podíamos postergarla más y debíamos, además, dar una señal de normalidad hacia fuera y dentro del país, insistí en reunirla para esa fecha. Desde que había asumido, he dicho que mantenía contacto con muchos presidentes de nuestra región. Entre ellos, Fernando Henrique Cardoso, uno de mis interlocutores más asiduos y predispuestos. Quiero recordar que en ese momento, por causa de la crisis –que repercutía en todos los países del MERCOSUR, pero sobre todo en Uruguay y Paraguaydebíamos impulsar una agenda de revitalización del MERCOSUR. Dentro de mi estrategia para obtener apoyos para Argentina, decidimos empezar por los hermanos más próximos. Pero
además
teníamos,
en
particular
con
Brasil,
cuestiones
específicas para solucionar en la relación bilateral. Ello implicaba de parte de la nación hermana algunos esfuerzos que iban a significar una gran ayuda para nosotros. 311
Los técnicos de nuestras cancillerías trabajaban en una nueva política automotriz para el bloque, pero no se zanjarían allí las cosas. Por esa razón, el presidente brasilero me ofreció venir antes a Buenos Aires, para charlar largo y tendido acerca de nuestra crisis y buscar las soluciones a las diferencias bilaterales. Como se trataba de tener tiempo antes de la Cumbre del MERCOSUR y de dar una señal inequívoca de apoyo, Fernando Henrique propuso alojarse como mi huésped, en la Quinta de Olivos. Sigo valorando el gesto de este amigo, que en aquél momento me conmovió. Lo conversamos con Chiche y mis hijos aquél fin de semana. Destacábamos la generosidad de ese hombre, uno de los más lúcidos intelectuales latinoamericanos y el mandatario de una de las grandes naciones del mundo. Encontraba de pronto afuera un alimento espiritual tan fuerte como el que me resultaba difícil hallar aquí. En la política argentina predominaba aún la desesperación y la incertidumbre, cuando no la indiferencia o la desidia. Fernando Henrique llegó a Buenos Aires con una delegación de ministros, pero vino a Olivos sólo con su canciller, Celso Lafer. A mí me acompañaban Carlos Ruckauf y Eduardo Amadeo. El mandatario brasilero se instaló en el chalet de invitados y luego comimos en el quincho. Para agasajarlo y distender la velada, le había pedido al secretario de Cultura, Rubén Stella, que nos enviara un grupo de tango. De modo que escuchamos
música,
aplaudimos
a
una
pareja
que
bailaba
maravillosamente, hablamos de política internacional, de nuestras familias y hasta de fútbol, pero dejamos la charla política para la mañana siguiente. Temprano, a las 7 de aquel lunes, aprovechamos una mañana aún fresca para caminar solos por el gran parque de Olivos. Pasamos revista a la cuestión argentina. Cardoso, que se había convertido en un lobbista de nuestro país, insistiría ante presidentes europeos y el Departamento de Estado de los Estados Unidos para que nos ayudaran en la relación con el Fondo. Le conté la idea que habíamos conversado con Schröder de ir paso 312
a paso y le pareció correcta. Él insistía en que la actitud del gobierno norteamericano era esencial. Si verdaderamente quería ayudarnos, el FMI se avendría a discutir las condiciones que nosotros planteábamos y podría desembolsar algún préstamo. Le confesé mis prevenciones al respecto. Le dije lo que pensaba y aún sostengo: en las declaraciones de George Bush (h) estaba todo bien (“Argentina es un amigo, no lo dejaremos solo”), pero los juicios de sus funcionarios llegaban incluso al nivel de la grosería. En mi fuero íntimo estaba preparado a “vivir sin el Fondo”, pero todo indicaba que necesitábamos de ese organismo internacional, aunque más no fuese para evitar otro elemento de incertidumbre que nos alejara de una rápida recuperación. Hablamos también de la crisis argentina. Él tenía una mirada lúcida y conocedora de nuestra realidad. Me dijo que el modelo de los años ‘90 había acabado con Menem; que la devaluación saldría bien porque nos ponía en mejores condiciones ante el panorama internacional. Sabíamos que la ayuda del Fondo garantizaría el control del tipo de cambio y evitaría el proceso inflacionario, pero yo le dije que tenía fe en que el motor productivo que era el agro en ese momento, nos ayudaría antes que el FMI. En la charla, que duró algo más de dos horas, analizamos los procesos históricos de nuestras naciones, la perspectiva mundial actual y coincidimos en que al MERCOSUR lo había estancado la Convertibilidad. Era evidente que políticas monetarias tan disímiles en el bloque eran un impedimento para avanzar. En su castellano casi perfecto, me dijo que yo tenía la posibilidad de empezar una nueva etapa en la Argentina, pese a las dificultades o, tal vez, gracias a ellas. Los momentos de convulsión suelen ser propicios para encarar reformas profundas que en épocas de normalidad no se consuman porque imperan intereses cruzados de toda índole. Acordamos impulsar con fuerza al MERCOSUR. Teníamos que reanimarlo con voluntad y decisión política desde los presidentes y 313
entonces los técnicos podrían avanzar más rápidamente. Luego, en la reunión de esa mañana con los otros mandatarios, coincidimos en que el bloque era “nuestro lugar en el mundo”. Al finalizar nuestra charla, Cardoso insistió en que a pesar de las dificultades y la actitud del FMI, no estancáramos las negociaciones de nuestra parte. Estaba claro, dijo, que todos los mandatarios con los que él había hablado insistieron en que no habría ayuda “bilateral”, sino a través del Fondo. Entendí que ese era un mensaje político importante. Fue así, precisamente, que manejamos las cosas a lo largo de casi un año en nuestra relación con los burócratas de ese organismo. La reunión del MERCOSUR, que celebramos en Olivos, se convirtió en una señal fuerte de apoyo para el país y constituyó, en la opinión de la mayoría, la vuelta de Argentina a la normalidad económica.172 Después de muchos años, en ese foro comenzó a hablarse otro lenguaje. En declaraciones a la prensa, el presidente Cardoso tuvo palabras muy duras hacia el FMI. Criticó la actitud que nos exigía mayores sacrificios y que condicionaba nuestra política. Esos gestos de amistad aún permanecen vivos en mí. Hay que destacar también que una actitud similar tuvo el presidente chileno, Ricardo Lagos, otro de mis permanentes interlocutores. A partir de aquellas circunstancias lo conocí mejor. Es un gran intelectual, una persona de una fina sensibilidad y poseedor de una visión clara del acontecer mundial. Esos valores han determinado que, entre los líderes latinoamericanos, Lagos se haya ganado un lugar de respeto y privilegio. Él también se ofreció para actuar de lobbista argentino, y de hecho lo hizo ante las naciones de mayor peso en las decisiones internacionales. De igual modo, en aquella etapa, los argentinos debemos mucho a la
labor
de
Enrique
Iglesias.
Desde
la
presidencia
del
Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), con el peso del reconocimiento internacional a su capacidad y trayectoria, este amigo oriental batalló por la Argentina ante los otros organismos de crédito y sus contactos en los 172
Clarín, “Los líderes del Mercosur piden apoyo para Argentina”, 19/02/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/02/19/p-01401.htm
314
Estados Unidos de Norteamérica y en Europa. En cada aparición pública, Enrique brindó su apoyo decidido a nuestro programa económico y pidió sistemáticamente al Fondo comprensión hacia nuestra situación. Pocos días antes de concluir mi mandato, hicimos una ceremonia en Olivos a la que invité a toda la dirigencia política e institucional del país, para rendirle homenaje. Enrique es un hombre tan querido que no faltó nadie al acto en que le impusimos como reconocimiento la Orden del Libertador San Martín en el grado de Gran Cruz. Aquel 12 de mayo estuvieron los gobernadores, los jefes de los bloques parlamentarios, representantes
de
los
organismos
multilaterales,
líderes
políticos,
empresariales y sindicales. Destaqué en mis breves palabras ese hecho: “En ningún caso que recuerde una condecoración ha tenido este marco que tiene que ver con el sentimiento que hoy nos reúne”. Sostuve aquél día, que recuerdo con nitidez, que la de Enrique fue, al comienzo de mi gobierno, una voz solitaria de aliento y apoyo. Esa voz -expresé- se alzaba frente a “un coro que nos lastimaba, un coro que del árbol
caído
quería
hacer
leña
-un
país
en
default-;
decía
que
irremediablemente Argentina se hundía, que no teníamos salida y hasta llegó a decirse que el nuestro era un país insignificante y que nunca iba a salir de la insignificancia” En aquellos primeros meses de 2002, su voz “se alzaba y nos decía que había que resistir el temporal porque Argentina es un gran país -cosa que habíamos olvidado- y que si trabajábamos las cosas iban a salir bien”.173
La dura lucha contra la incomprensión
173
Del acto de entrega de las Insignias de la Orden del Libertador San Martín en El Grado de Gran Cruz al Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Enrique Iglesias. Residencia Presidencial de Olivos, 12/05/2003. En http://www.presidenciaduhalde.com.ar
315
Yo había obtenido muestras de apoyo de la comunidad política, pero las mismas se diluían rápidamente en el frenesí de los acontecimientos. Ese clima interno que nos acosaba, de un lado, y el frente externo hegemonizado por la conflictiva relación con el Fondo, por el otro, era un juego de pinzas que debíamos impedir que nos inmovilizara. Jugábamos con dos tableros simultáneos, pero las movidas en uno de ellos repercutían en las del otro y viceversa. Con la necesidad de trabajar el frente externo, viajé a Monterrey el 20 de marzo para participar de la Cumbre Iberoamericana, a la que asistirían personajes que podían desarrollar un papel importante si se decidían a dar una mano a la Argentina. Con ellos debía hablar. Además, estarían los máximos burócratas del Fondo y la prensa argentina estaba ávida por conocer y difundir los resultados de esos contactos. Nos jugábamos mucho en ese viaje. Desde el hotel Holliday Inn de Monterrey hablaba constantemente con Buenos Aires. Las noticias de los diarios no podían ser peores: el dólar había perforado el techo de los tres pesos por primera vez. La inflación crecía y había hecho subir casi un 10 por ciento el valor de la canasta básica y eso, cada vez que ocurría, enviaba más y más gente bajo la línea de la pobreza y la indigencia.174 Frente a eso, nosotros íbamos armados de nuestra convicción de que estábamos en el camino correcto. Sólo podíamos exhibir nuestra voluntad de hacer todos los sacrificios necesarios, pero sin caer en las demandas inaceptables del FMI. Era casi imposible que pudiéramos obtener la comprensión de nuestros interlocutores. Yo estaba dispuesto a hacer todo el esfuerzo para convencerlos, pero sabía de antemano que íbamos a jugar de visitante, con toda la presión sobre nosotros y que sería casi imposible volvernos con un empate. En
Monterrey
y
en
los
días
previos,
algunos
colaboradores
fantaseaban con una reunión a solas entre George W. Bush y yo. Después, se conformaban con una foto de los dos. Yo les dije claramente 174
La Nación, “El dólar marcó un nuevo récord y superó los $3 para la venta”; 22/03/2002. En http://www.lanacion.com.ar/382821
316
que se dejaran de embromar. Si Bush tenía ganas de hablar, lo haría, pero no iba a acceder ante nuestra insistencia. Y fue así. Hubo una foto de todos los presidentes y nada más. En cambio, todo lo contrario ocurrió en esa oportunidad con José María Aznar. Ya habíamos acordado en encontrarnos y conversar detenidamente. Nos conocimos unos años antes, en oportunidad de una visita suya a la Argentina, cuando era candidato presidencial por el Partido Popular y no había ganado aún su primera elección española. Yo era gobernador de Buenos Aires y convinimos un encuentro en la quinta que tenía en San Vicente. Vino con un par de funcionarios de la embajada española y yo lo esperé con Chiche. El español es un fanático del paddle (además del Real Madrid) y por entonces se jugaba mucho más entre nosotros, de manera que estábamos en buen estado físico. Cuando llegaron, después de los saludos, nos fuimos directamente a la canchita de fútbol. José María jugaba como si lo estuviera haciendo por el campeonato del mundo, a “cara de perro”. Perdía allí su estilo medido y formal, que siempre ha transmitido. Se enojaba cuando erraba un tanto, gesticulaba cuando lo ganaba. Más allá del resultado –por supuesto que no perdonamos y les ganamos, aunque él difícilmente lo admita- nos divertimos y se creó una relación franca y de camaradería. Digo franca porque ese es el estilo que adoptamos: hablar con sinceridad. De modo que en Monterrey fue muy importante la reunión con él. Yo sabía que nos ayudaría, aunque ambos éramos concientes de que teníamos un pensamiento político distinto. Coincidíamos en muchos aspectos en la
lectura
de
la
política
internacional,
pero
también
disentíamos en otros de importancia. Pero eso no incidió en su actitud solidaria. La charla, tal como la recuerdo, fue de las más duras y francas. Aunque es doloroso escuchar palabras crudas, quedé y sigo agradecido a José María por su sinceridad. Le expliqué el proceso de la Argentina. Le aclaré que habíamos prolongado el remedio para la hiperinflación (la 317
convertibilidad) mucho más de lo debido, que Menem y luego De la Rúa no quisieron aceptar esa realidad para no enfrentar el vínculo atávico que el “uno a uno” había creado con los argentinos. Así terminamos en la peor de las crisis. Le dije que me había caído la brasa en las manos y que ahora intentaba reconstruir el poder del país para evitar la anarquía y comenzar una salida ordenada. Le expliqué también que el problema lo teníamos con el Fondo Monetario, que había establecido la estrategia de ponernos renovados impedimentos a medida que íbamos alcanzando metas pautadas. Aznar fue duro y directo. Sostuvo que el FMI no nos iba a aflojar porque nos tenía desconfianza. Pensaba que nuestra costumbre de repartir culpas a los otros sin aceptar las nuestras generaba aún más desconfianza y rechazo. Rememoró la guerra civil española, lo que significó para su país, y el tiempo que les había llevado para recuperarse. En fin, se manifestó mi amigo y me dijo que sabía que me la estaba jugando y que eso merecía apoyo. Recuerdo que hizo hincapié en que abandonáramos el pensamiento mágico de que sólo íbamos a salir porque contábamos con abundantes recursos naturales y humanos. Sentenció que íbamos a necesitar mucho sacrificio y nos recomendó hablar a calzón quitado con la gente del Fondo. Fue duro escuchar aquellas palabras, pero coincidía con mucho de lo que Aznar me dijo en esa reunión. Creía, y lo sigo sosteniendo, que en la sociedad argentina hay una tendencia al pensamiento mágico y poca convicción de que el esfuerzo sostenido pueda darnos los frutos que esperamos.
318
CAPITULO XVIII LA INTERMINABLE PULSEADA CON EL FMI
319
La larga negociación con el FMI A pesar de que en mi fuero íntimo tenía profundas dudas de que la gente del Fondo tuviera una actitud de comprensión hacia nosotros, hice todo lo posible para lograr un acuerdo que ayudara a ordenar la compleja situación de nuestras finanzas. A partir del 12 de febrero, como señalé antes, se reanudaron las conversaciones al llegar a Buenos Aires una misión del organismo. En términos generales, el Fondo se negó durante toda la negociación a otorgarnos créditos frescos; sólo aceptaba negociar la reanudación de los desembolsos de préstamos ya comprometidos y la reprogramación de nuestros pagos de intereses de créditos con vencimientos cercanos. Las condiciones macroeconómicas que pretendían imponernos eran inaceptables. Lo que ellos llamaban reformas estructurales eran ajustes cuyos resultados hubiesen llevado a la quiebra definitiva del orden institucional. Cuando pedían un plan sustentable, en realidad exigían un conjunto de medidas monstruosas. El plan sustentable era un Frankestein, construido con injertos ajenos a la realidad argentina, que solamente produciría nuevos muertos. Nosotros no teníamos una actitud ideologista, sino pragmática. Intentamos dar respuesta positiva a algunas demandas del FMI que no resultaban desatinadas ni dañinas para el país, pero no aceptamos otras que sí lo eran. La realidad mostró que pudimos vivir un largo y difícil año sin necesidad de un acuerdo con el Fondo, pero el hecho de mantener el diálogo y la negociación con el organismo financiero, con todo el desgaste que supuso, fue necesario. Cortar el diálogo nos hubiese llevado a un aislamiento político total. Nuestros amigos –Aznar, Cardoso, Lagos, Iglesias, entre otros- nos pedían que mantuviéramos los canales abiertos. Existía, además, una cuestión no menor, que era la reacción que podrían haber adoptado los mercados si los puentes se hubiesen roto. La
320
sensibilidad en este tema era tan alta que sin duda hubiesen sobreactuado sus respuestas a un fracaso del diálogo, dañando aún más a la Argentina. Otro factor vinculado al anterior era la cuestión objetiva de las deudas pendientes con el FMI y otros organismos multilaterales. La Argentina no podía declarar un segundo default sin generar otra corrida interna que arruinase todo lo que con mucho esfuerzo conseguíamos día a día, paso a paso. Por último, ya he explicado cómo los analistas locales seguían de cerca nuestro vínculo con el Fondo. Por lo tanto, más allá de las ventajas puramente económicas que ya he señalado, mantener la negociación contribuía a recuperar para mi gobierno la confianza interna. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió en Asia y en Rusia en los ’90, nuestra negociación no aceptó las propuestas delirantes que se nos formularon, y nuestra estrategia finalmente se evidenció como correcta. La aprobación del Presupuesto 2002, que incorporaba un pacto de coparticipación federal con las provincias para disminuir el déficit fiscal fue, en tal sentido, un gesto y además una decisión sana que ayudó a evitar defasajes en el programa económico y a evitar una mayor inflación. Hubo, también, otras medidas que íbamos impulsando para mostrar nuestra buena voluntad, pero nuestros límites eran claros e inamovibles. No aceptamos el disparate de echar 400 mil empleados públicos. No dejamos flotar el tipo de cambio libremente, a merced de la especulación desestabilizadora del “mercado”. No suprimimos las retenciones. No seguimos el consejo de “achicar” el gasto e implementamos los programas sociales. No levantamos el corralito, porque era, como vimos, imposible. Dijimos no a todas las medidas irrazonables que pretendieron imponernos.
El origen del FMI y su actitud dual con Argentina Hubo una cuestión que el Fondo reiteró hasta el cansancio y que los voceros locales del capital financiero se hicieron eco: la demanda de un 321
programa sustentable. En ello residía la hipocresía de sus burócratas. Desde Martínez de Hoz en adelante, que comenzó la política del endeudamiento sistemático, pero sobre todo a partir de la convertibilidad, el Fondo tuvo una conducta sumamente reprochable y contraria a su propia razón de existencia. La creación del FMI responde a iniciativas e inspiración del gran economista inglés –el más destacado del siglo pasado- John Maynard Keynes. Después de la Segunda Guerra, Keynes demostró que la sobrevaluación del tipo de cambio fue la causa del endeudamiento alemán, que provocó su gran crisis y la aparición del nacionalsocialismo como fuerza hegemónica, con Hitler a la cabeza. Su razonamiento sostiene que el tipo de cambio sobrevaluado provoca la falta de competitividad de la producción y, acompañado por déficit,
no
sólo
comercial
sino
esencialmente
fiscal,
conduce
al
endeudamiento que, a la corta o la larga, se vuelve imposible de pagar. Ese círculo vicioso describía la situación de los años ‘20, en una Alemania gobernada por la socialdemocracia. Para tornar más competitiva la economía, la receta utilizada fue la baja de los salarios obreros en medio de una economía recesiva y con alta desocupación. En ese clima social alterado, Hitler planteó no pagar la deuda y ofreció pleno empleo a los trabajadores alemanes. A través de una fuerte política armamentista, en sólo un año, cumplió su promesa llenando de obreros las fábricas de armas y adquirió un reconocimiento y liderazgo popular que le permitió erigirse en el führer de un pueblo que recuperaba su autoestima, junto con el trabajo. Al finalizar la guerra, las atrocidades nazis llevaron a adoptar medidas preventivas. Las ideas e iniciativas de Keynes iban, pues, en esa dirección, a crear un organismo mundial que estuviera atento a las vicisitudes económicas de los países miembros para actuar en reaseguro de su buen desempeño macroeconómico y, de ese modo, contribuir a garantizar la paz mundial, evitando los ciclos y las crisis. El economista inglés llegó, incluso, a plantear un organismo con mayores atribuciones y más 322
democrático,
un
Banco
Central
mundial,
pero
Estados
Unidos
de
Norteamérica no estaba dispuesto a compartir el liderazgo que recién había adquirido y se optó por un organismo de menor jerarquía. De modo que la razón de ser del FMI era velar para que los países miembros no cayesen en políticas que sobrevaluaran su tipo de cambio, que mantuviesen un déficit fiscal alto y, por consiguiente, un excesivo endeudamiento. La pregunta que surge de inmediato es: ¿Cuál es la razón por la que con
la
Argentina
el
Fondo
Monetario
Internacional
tuvo
un
comportamiento absolutamente contrario a lo que le dicta su carta orgánica? Repasemos. En la década del ‘90, después de instaurada la convertibilidad y, sobre todo, a partir de 1993, nuestro país comenzó a tener una economía no competitiva; la desocupación fue en aumento; la brecha entre ricos y pobres se amplió; la distribución de la riqueza se hizo más y más injusta. Tuvimos un déficit fiscal que necesitó financiarse con un endeudamiento creciente. Disminuyeron las exportaciones y crecieron las importaciones lo que infló el déficit comercial. Hubo una gran evasión y elusión impositivas y baja recaudación. Se agravaron paulatinamente la pauperización de los sectores medios y la exclusión social. Por primera vez en nuestra historia empezamos a contabilizar una categoría que no conocíamos: la de los “nuevos pobres”, familias trabajadoras de clase media que por desempleo o bajos salarios cayeron por debajo de la línea de la pobreza. En ese panorama, ¿cómo es posible que los informes de los delegados del FMI fueran tan favorables para el país, al punto que determinaron una política de “mano suelta” del organismo para con la Argentina? El mecanismo que utiliza el FMI para otorgar fondos frescos o financiar endeudamiento es analizar el comportamiento de la economía del país solicitante, a partir de los informes de sus delegados.
323
Sin excepción, desde el punto de vista técnico, el personal del Fondo es altamente capacitado. Es cierto que a partir de los años setenta, la “ola” conservadora mundial que se venía, en el área de la formación académica económica, se hizo antikeynesiana. Bajo el espíritu de esa ola se formaron los técnicos que actuaron en la década del ‘90. En nuestro caso, Domingo Cavallo, Roque Fernández y la mayoría de quienes tuvieron en sus manos los destinos económicos del país, hicieron posgrados
en
aquellas
universidades
norteamericanas
fuertemente
impregnadas de las corrientes contrarias al pensamiento del inspirador del FMI. De hecho, en la mayoría de ellas se encuentra un denominador común: la idea de que el tipo de cambio es irrelevante en el proceso de crecimiento de los países.
Los informes del Fondo ocultaban la realidad Como sea, los informes de los delegados del Fondo que iban de Buenos
Aires
a
enmascaramiento
Washington, de
nuestra
llevaban
una
altísima
realidad
económica
y
dosis social
de y
recomendaban, invariablemente, satisfacer la demanda argentina de fondos y financiamiento. En esa época se negociaron acuerdos que jamás se cumplieron. Eran casi un puro formalismo, porque de ambos lados se sabía que no se alcanzarían las metas fijadas. A la inversa, los números de nuestra economía fueron cada vez peores. Una vez más, pregunto: ¿Qué determinó que la Argentina fuera adoptada como “modelo mundial” por su política de reformas y que el propio Fondo brindara su tribuna de alcance planetario al entonces presidente Carlos Menem, en un gesto totalmente inusual, poco tiempo antes de que éste terminara su segundo mandato? Marcelo Bonelli apunta a la conducta del organismo en su libro ya mencionado175:
175
Ibídem Bonelli, op. Cit.
324
“Contradictorio proceder del FMI, sólo interesado en facilitar los beneficios de los negocios de las corporaciones internacionales, principalmente financieras y de servicios”. Bonelli relata aquél momento
que
coronaba una década de
aplicación de las políticas del Consenso de Washington en el país. Cuenta en unas páginas muy atractivas y reveladoras aquella incursión de Menem por la sede del organismo que lo había convertido en el niño mimado. “Era el 6 de octubre de 1998. Los mercados internacionales estaban en llamas y en esa jornada el riojano iba a lograr que el Fondo Monetario lo presentase en Washington como el líder a imitar por los países emergentes, sacudidos por la inestabilidad de los mercados y la pérdida de valor de sus monedas. La imagen de Menem de esa jornada –en el estrado de la Asamblea Anual
del
Fondo
compartiendo
cartelera
con
Bill
Clinton
y
Camdessus- se convertiría en todo un símbolo para la historia económica moderna de la Argentina. Quedó expuesta frente al mundo la adhesión a rajatabla del gobierno menemista a las propuestas que lideraron las ideas económicas de la década del noventa y que terminaron en un estrepitoso fracaso. También dejaría en evidencia la corresponsabilidad del FMI con ese modelo que hundió a la economía en la recesión y que un par de años después haría estallar a la sociedad argentina”. La respuesta al interrogante formulado más arriba hay que buscarla, ya no en “errores técnicos” del Fondo, si no en la política de desnacionalización
y
entrega
ejecutada
por
Menem.
Ya
vimos
el
porcentaje argentino dentro del total de las privatizaciones que se ejecutaron en el mundo. Eso nos muestra cuáles fueron las prioridades del Fondo en la Argentina. A la vez, como también lo padecimos en carne propia durante mi gobierno, el Fondo se erigió en defensor de los intereses del capital financiero que operaba en el país. La privatización del sistema previsional, gran parte del cual recayó en manos de bancos extranjerizados, es, pues, 325
otra parte de la respuesta a nuestro interrogante acerca de la actitud del FMI. Ese fue otro gran negocio que el país ha pagado con déficit fiscal y endeudamiento. Y hay un tercer factor que, a mi juicio, contabilizaría a la hora de encontrar las respuestas al hecho de que el Fondo haya ido, con nosotros, en contra de sus propios principios: el desarme y desguace del Proyecto Cóndor. Además de haber sido ejecutor ejemplar de los Consensos de Washington, esta cuestión política también sumó razones. El desarrollo de tecnologías de punta en materia nuclear provenía de la década del cincuenta y la Fuerza Aérea fue, junto a la Comisión Nacional de Energía Atómica, el ámbito de esas actividades. Allí surgió el Proyecto Cóndor, la elaboración de un misil de más de mil kilómetros de alcance, con capacidad para cargar una ojiva nuclear o química. El proyecto tuvo dos enemigos declarados: Israel y Gran Bretaña, los dos socios más íntimos de la política exterior norteamericana. Israel por temor a que pudiésemos vender tecnología a algún país árabe. Los ingleses porque el misil, hipotéticamente, estaría al alcance de las Islas Malvinas. En este caso, a la seguridad militar se sumaba un hecho económico: el presupuesto de defensa de Malvinas era altísimo. A partir de 1990 comenzó la presión norteamericana sobre el gobierno de Menem para desactivar el programa. A mediados de aquél año, el jefe de la Fuerza Aérea, brigadier José Juliá, recibió en Washington el mensaje de que ese Proyecto argentino era “un serio obstáculo en la cooperación militar entre los EEUU y Argentina”. El interlocutor del aviador era Reginald Bartholomew, encargado de temas de seguridad de aquél país. Menem empezó, de modo secreto, a paralizar el proyecto y ordenó a la Fuerza Aérea abandonarlo definitivamente. Hasta ese momento, todo se hizo de manera absolutamente reservada. Al año siguiente, después de rodeos y dilaciones, luego de la asunción de Cavallo como Ministro de Economía y de que el FMI destacara un nuevo delegado ante la Argentina,
326
esta vez un economista inglés, se archivó definitivamente el proyecto y las partes ya desarrolladas se embarcaron con destino a los EEUU. Es lógico pensar que Argentina haya logrado un generoso y fluido financiamiento del Fondo y del Banco Mundial en aquellos años, gracias a aquellos “gestos”.
La autocrítica que no fue tal Vuelvo ahora a aquella agotadora estadía en Monterrey, en marzo de 2002. No referiré detalles de las maratónicas entrevistas que mantuve. Ya lo ha hecho Eduardo Amadeo en la publicación que hemos mencionado, que es precisamente un racconto minucioso de nuestra “batalla” con el FMI, como él la denominó176. Amadeo, quien fuera mi vocero al inicio de la gestión y luego embajador argentino ante los EEUU, dio cuenta de mi entrevista con el titular del Fondo, Horst Köhler, con tanta precisión que me evita volver sobre el tema.177 Sólo voy a referirme aquí a mis sentimientos. Personalmente, del contenido de aquél desayuno con Köhler y otros funcionarios del FMI que lo acompañaban, guardo un recuerdo muy vago. Para memorizar algunas cosas he recurrido a Amadeo. Sí puedo asegurar que su personalidad no me impresionó para nada, como ocurrió con otras figuras que conocí en aquella época. No tuve un solo punto de coincidencia con él, salvo el hecho de que la situación Argentina que estábamos viviendo era un problema común de mi gobierno y del Fondo. Era una manera elegante de hacerle saber mi opinión de que él y sus antecesores no podían lavarse las manos y sacarse de encima la corresponsabilidad que les cabía. Mis acompañantes en aquel viaje, Ruckauf, Jorge Remes y Amadeo, trabajaron a destajo para preparar los briefs de las reuniones. Casi no
176
Ibídem Amadeo (2003)
177
Ibídem Amadeo (2003). Págs. 133-138.
327
dormíamos. Mil ideas cruzaban por mi cabeza. Hablaba constantemente con Buenos Aires. Pasaba revista a otros temas. Mi atención no se detenía. Imposible dormir. El desayuno con el titular del FMI, en un lugar incómodo -al menos yo lo estaba- transcurrió como lo temía y como la puesta en escena lo indicaba: Köhler y compañía de un lado de la larga mesa y nosotros del otro. No hubo comprensión hacia nuestra situación. Ahora, a la distancia, hasta podría reprocharme cierta ingenuidad. A pesar de mis desconfianzas todavía abrigaba alguna esperanza de que el drama argentino los conmoviera y entendieran nuestra postura. Nosotros éramos tal vez “los peores”, los peronistas, los populistas. Tenía razón Aznar: no les merecíamos ninguna confianza. Y además no les aceptábamos sus imposiciones. Pasamos de ser los alumnos ejemplares a ser los malos de la película. Sin
embargo,
fuimos
-en
muchísimos
años-
los
únicos
que
cumplimos con lo que nos comprometíamos. Cuando dijimos que íbamos a acordar con las provincias una disminución del déficit fiscal, lo hicimos. Cuando apostábamos a que el dólar se iría estabilizando gracias a la “flotación
sucia”
que
habíamos
adoptado,
lo
logramos.
Cuando
retrucábamos a los desestabilizadores sosteniendo que la inflación no se descontrolaría, la razón estuvo de nuestro lado. Un año entero les pagamos con esfuerzos los intereses de la deuda que se negaban sistemáticamente a renegociar. Nos trataron todo el tiempo como a enemigos. Vuelve a mi memoria la frase del periodista norteamericano Greg Palast, quien había denunciado en una oportunidad los “acuerdos secretos” del FMI con los países a los que prestaba asistencia para que vendieran sus activos. Analizando nuestra situación en una entrevista radial, dijo: “Y esto sucedió porque Argentina empezó a fines de los ‘80, por órdenes del FMI y del Banco Mundial a vender todos sus activos
328
públicos. Me refiero a cosas que nosotros ni locos haríamos en EEUU, como vender el sistema de agua potable.178 Tal cual. Un país serio no enajena alegremente sus servicios y bienes públicos. Esta pulseada con el FMI se extendió hasta el fin de mi mandato. Mis charlas con sus funcionarios siguieron siendo igualmente duras y nuestros negociadores debieron soportar muchas impertinencias, pero, después de tantos años, la Argentina se comportaba con dignidad. También en esta materia se abría un nuevo rumbo para el país.
178
De la entrevista realizada a Greg Palast, Periodista de la BBC y el London Observer, por Alex Jones en su programa de radio emitido por la Genesis Comunications Network de los Estados Unidos, 04/03/2002 En http://www.infowars.com/palast.htm y traducción de http://www.geocities.com/mediodeintercambio/palast
329
TERCERA PARTE COMIENZA LA RECUPERACION
330
CAPÍTULO XIX EL GOBIERNO RINDE CUENTAS
331
Unos conspiran, otros movilizan El 1° de marzo de 2002 debía inaugurar el período de sesiones ordinarias del Congreso. Apenas habían pasado sesenta días desde que había asumido el gobierno. A la gente le daba la impresión de que el tiempo transcurrido era mayor y a mi me sucedía lo mismo. ¡Tantas cosas habían pasado! El clima imperante, ya lo he dicho, era de gran tensión, al punto que algunos legisladores, entre ellos el doctor Raúl Alfonsín, me habían recomendado no ir al Parlamento y enviar mi mensaje por escrito, como en alguna oportunidad lo hiciera Hipólito Yrigoyen. Sin embargo, estaba allí con la intención de reafirmar nuestro rumbo y dar un mensaje esperanzado y realista. Mis colaboradores de siempre en la elaboración de los discursos prepararon algunos borradores que tenían un racconto minucioso de esos dos
meses.
Aludían
a
las
feroces
críticas
y
operaciones
de
desestabilización que habíamos tolerado y que seguíamos padeciendo. Los convoqué 48 horas antes a Olivos para trabajar en paz, al terminar las maratónicas jornadas de audiencias y reuniones. Cuidé de que no me interrumpieran para definir el discurso ese mismo atardecer. Volví a mi costumbre de reiterar una y mil veces, cuando es necesario, las ideas centrales que se quieren transmitir. Y tomé la decisión de eludir todo comentario acerca de la actitud de quienes pronosticaban catástrofes. No quería un discurso contestatario. Mi convicción de que íbamos por el rumbo correcto debía ser reafirmada y para eso ordenamos un eje discursivo basado en los tres puntos básicos que había anunciado al asumir. Sobre la base de ese orden, daríamos cuenta de las realizaciones más importantes. Mientras
trabajábamos,
algunos
dirigentes
del
peronismo
bonaerense me insistían en movilizar compañeros hacia la Plaza de los Dos Congresos en la mañana de la Asamblea Legislativa. Un intento similar habían hecho en enero, como ya hemos visto, pero les había pedido que los suspendieran porque iba a ser interpretado como un acto 332
confrontativo. En esta oportunidad no tenía argumentos contrarios a los esgrimidos: “Hay mucha gente en los barrios que está indignada por los ataques que recibe permanentemente el gobierno y quieren ofrecer su apoyo a tu gestión y a vos. Son peronistas, Eduardo, y sienten como propio a este gobierno”. Así, el viernes 1° de marzo unas veinte mil personas se movilizaron para escuchar el discurso a través de parlantes que se colocaron en el frente del edificio del Congreso. Vinieron con banderas argentinas y con algunos carteles críticos hacia los bancos y las empresas privatizadas. Esa noche, marcharon hacia la Plaza de Mayo unos pocos miles de militantes de partidos de izquierda, ahorristas con cacerolas y alguna columna del gremio docente bonaerense. La manifestación, crítica hacia las medidas económicas que habíamos tomado, fue, sin embargo, mucho menor que las anteriores y transcurrió sin incidentes. Aquellos dirigentes de izquierda reunían los mismos vicios históricos de sus antepasados. Nunca pudieron discriminar, por su naturaleza intrínseca, un gobierno popular de otro que no lo es; nunca se pusieron del lado de los intereses nacionales y siempre terminaron utilizando los mismos criterios que la derecha más reaccionaria. En aquellos días de 2002, su miopía les impedía ver que éramos nosotros quienes estábamos terminando con lo que ellos criticaban e insultaban, esto es, la patria financiera y el privilegio del poder económico concentrado. La realidad era que nos atacaban por izquierda, mientras los poderosos lo hacían por derecha. La única diferencia era que unos conspiraban, los otros marchaban. Todos en contra del gobierno. Hago esta breve referencia a esa actitud consuetudinaria de una izquierda sin arraigo, porque en los días finales de diciembre de 2001 y primeros de 2002 se dio el fenómeno de las asambleas populares, expresión ciertamente anárquica pero con un fundamento indudable de necesidad de participación de vastos sectores sociales urbanos, con un aceptable nivel educativo y económico. Esas asambleas, que empezaron 333
siendo una muestra del grado de repudio hacia la política profesional y de búsqueda de canales de expresión, duraron un suspiro, como la cinta de la serie “Misión Imposible”. Murieron al poco tiempo asfixiadas por la enajenación de esa militancia izquierdista, dogmática e intemperante, cuya esencia marginal le impide comprender el alma del pueblo. Por formación ideológica y por sus prácticas extremistas, estos grupos son profundamente antidemocráticos.
Clima enrarecido El discurso ante la Asamblea Legislativa se produjo en medio de un clima enrarecido. Nosotros habíamos conmovido los cimientos con nuestra nueva política económica y sufríamos las reacciones de los que perdían el control y el privilegio. No podíamos dar respuesta a la cuestión del corralito. El dólar seguía subiendo, al igual que los precios. La divisa norteamericana llegó en febrero a los 2,40 pesos y la inflación al 8%, aunque lo que más aumentaba eran los alimentos. La pobreza alcanzaba al 35% de los argentinos según el INDEC. El FMI pretendía imponernos sus dislates y nos presionaba. Las petroleras subían el precio de los combustibles. Estábamos enfrascados en una difícil negociación con las provincias por la Ley de Presupuesto, que tocaba los temas de la coparticipación; recién el día anterior a la Asamblea Legislativa se llegó a un acuerdo fiscal. No sabíamos si íbamos a poder pagar los salarios y en 13 provincias no comenzarían las clases por paros docentes. En ese contexto, con sesenta días de dormir unas pocas horas diarias, volví entonces a reiterar los ejes de mi gobierno. Ese discurso es una muestra de mi inveterado optimismo y de la certeza que siempre me acompañó: el rumbo productivo que estábamos imprimiendo, bajo cualquier circunstancia, era el único que podía salvarnos. Algunos
siguen
entendiendo
aquel
programa
económico
de
comienzos de 2002 como una respuesta al derrumbe, como medidas de 334
emergencia tomadas por la gravedad de la situación. Nada más lejos de la realidad y de mi voluntad. Ese era y sigue siendo el programa necesario para la Argentina. El carácter contingente de algunas medidas de entonces puede llevar a engaño. La pesificación asimétrica fue, en efecto, una decisión contingente, pero lo que la impulsaba era la concepción de que debemos ser
lo
más
justos
posible
con
todos
los
sectores.
Esa
idea
es
absolutamente contraria a las imperantes en los noventa. La realidad nos muestra que hay sectores empresariales que prefieren la protección estatal antes que adaptarse a la competencia. Nos muestra
también
que
muchos
empresarios
que
quebraron
son
inmensamente ricos y tienen sus bienes en el exterior. Pero todo eso no justifica
la
desprotección
lisa
y
llana
del
capital
nacional.
La
extranjerización de las empresas públicas y privadas fue un error fatal que seguiremos pagando por mucho tiempo. En mi mente estaban esos temas cuando presenté mi informe al Parlamento.
Acuerdo Federal para la Reforma Política Volví sobre el primer eje anunciado al asumir: “reconstruir el poder político e institucional de la Nación”. Y expliqué: Este camino debemos transitarlo en medio de una formidable crisis de representatividad. El pueblo no confía en los políticos ni en sus representantes. El pueblo no se siente interpretado por su dirigencias sindicales o empresariales y desconfía también de la Justicia. Tan grave como esto es que se ha perdido la confianza en el seno mismo de la comunidad.” La emergencia era una oportunidad para plantear y resolver problemas, a la vez que la fragilidad de una gestión de transición institucional choca con dificultades que un gobierno legítimo con apoyo popular no tiene. Sin embargo, en apenas 60 días, habíamos comenzado a 335
trabajar en las reformas aludidas y así lo expresé en mi discurso: “El primer paso en esa dirección fue la firma del histórico Acuerdo Federal para la Reforma del Sistema Político Argentino por parte del Gobierno Nacional y las provincias. De este acto trascendente participaron también organizaciones no gubernamentales como Conciencia, la fundación Konrad Adenauer,
Poder
Ciudadano,
Transparencia
Internacional,
Foro
Transparencia y Compromiso Ciudadano entre otras”. Ya en ese momento planteé un viejo tema de preocupación al que me he referido extensamente en mi trabajo sobre la Comunidad Sudamericana179: el fracaso del sistema presidencialista en América Latina y la necesidad de un cambio. Por eso dije en mi discurso: “Hemos aceptado la responsabilidad de iniciar un nuevo ciclo que debe estar signado por instituciones totalmente renovadas y legitimadas. Deberemos entonces decidir si queremos continuar con el sistema presidencial actual o si la sociedad prefiere un sistema parlamentario como el que rige en países de la Unión Europea, Canadá y otras naciones. Decidir también qué parlamento queremos tener; si seguimos con elecciones cada dos años o si es preferible que sean cada cuatro, para evitar el exceso que nos lleva a vivir prácticamente en campaña electoral. Pero mientras debatimos esos temas, limitamos las campañas electorales a 30 días y hemos resuelto la reforma del Sistema Nacional Electoral para facilitar la participación de candidatos independientes y terminar con las listas sábanas”. Respecto de la recuperación del poder institucional, reivindiqué la importancia de la política de consensos, que se instrumentaba a través del Diálogo Argentino: “En los primeros 45 días de trabajo, participaron del diálogo
más
de
mil
personas
pertenecientes
a
un
centenar
de
organizaciones políticas, sindicales, empresariales, financieras, de la educación, de la cultura, de la salud y de distintos sectores de la sociedad”.
179
Duhalde, Eduardo. Comunidad Sudamericana: logros y desafíos de la integración. Buenos Aires, Planeta, 2006.
336
Pobreza material, pobreza cultural Más adelante, aludí al segundo eje de gobierno: “garantizar la paz social”. Enumeré allí los datos de la pobreza, indigencia, la brecha entre ricos y pobres, la desocupación y planteé particularmente la situación de la clase media empobrecida, cuyas consecuencias seguimos padeciendo en materia social y más aún cultural. La clase media argentina, con un nivel de ingreso y de vida alto en relación con nuestra región, producía los profesionales, técnicos y creadores que modelaron el perfil cultural de la Nación. Altos índices de lectura de diarios y libros, gran producción cultural y, esencialmente, la idea del progreso a través de la educación y la cultura. El discurso resumió: “Si hubo algo que durante décadas distinguió a la Argentina fue la existencia de su clase media, -culta, progresista, cosmopolita- y la movilidad social ascendente. Enumeré luego las políticas sociales para la emergencia y puse de manifiesto lo que para mí constituía el gran trabajo que debíamos realizar: “Hoy tenemos el inmenso desafío de reconstruir nuestro capital social cuyos componentes esenciales son: la capacidad asociativa de un pueblo para construir un proyecto común, la confianza entre los miembros de una misma comunidad y entre sus instituciones y representantes; la ética de comportamiento del conjunto de la sociedad y la conciencia cívica de la población, es decir su valoración de vivir en democracia y de aspirar a mejorar las condiciones de su existencia”. Actualmente se sigue reclamando a la Argentina el mejoramiento de su calidad institucional. Quienes lo hacen, y de buena fe, tienen razón. Estamos lejos de alcanzar niveles aceptables en ese sentido. Sin embargo, esto merece un análisis más pormenorizado. Como lo puse de manifiesto en el párrafo citado de aquél discurso del 1° de marzo de 2002, hay una serie de componentes que se construyen en un marco de estabilidad, con 337
un mejoramiento continuado de las condiciones económicas de la sociedad y con la paulatina superación de la exclusión. Todo eso proviene de las condiciones que permiten el crecimiento productivo sostenido y una distribución justa de la riqueza. Pero hay cuestiones que sólo se pueden alcanzar a partir de una labor política docente, con medidas de corto, mediano y largo plazo. Cuando apunté a la pauperización de los sectores medios argentinos no me referí solamente a su situación económica, sino también a la cuestión cultural. Ese sector degradado por la crisis económica y de valores,
despreciado
por
un
Estado
que
históricamente
lo
había
promocionado, dejó un vacío que ningún otro pudo llenar. La Argentina, aún
recuperándose,
lee
menos
y
tiene
proporcionalmente
menos
espectadores de teatro y de cine, por citar sólo un par de ejemplos. Pero vuelvo a un concepto cultural formador de nuestra esencia: la clase media impulsaba la movilidad social ascendente que llevó al país a figurar entre los primeros del mundo. Hoy ese ideal no ha sido todavía reconstruido y es vital para recuperar otros componentes de la calidad institucional. Desde ya que la discontinuidad de las reformas políticas e institucionales, los problemas de una Justicia que aún no ha recuperado la credibilidad de la sociedad, la inseguridad en esa materia, son factores que van en contra de aquel objetivo. Pero hay, como digo, otros de orden cultural que deben ser promocionados por el Estado y las instituciones culturales. En el discurso mostré la magnitud de esa labor: “Esta es una inmensa tarea que excede en su realización los límites de este Gobierno de transición y cambio, es el horizonte que nos trazamos para terminar con una etapa sombría en materia social y para recuperar la fe en un futuro con justicia. No es lo mismo el sufrimiento de la agonía, que el dolor esperanzado del parto de una nueva Nación”.
338
Atender la deuda social En aquél momento ya habíamos anunciado el plan Jefas y Jefes como subsidios a la desocupación, que eran, en verdad, subsidios a la desesperación. Como lo hacía en el programa de radio o en los contactos periodísticos, expuse la situación del Estado tal como era y de modo elíptico aludí a las retenciones que más adelante aplicaríamos. “En estos momentos el Estado no tiene posibilidades materiales de dar respuesta a todos los reclamos sectoriales al mismo tiempo. Por eso mismo, es preciso fijar un orden de prioridades para que los costos de la crisis no vuelvan a recaer sobre los sectores más vulnerables. En primer lugar, los recortes presupuestarios no afectarán el gasto social. En segundo lugar, los recursos del Estado se aplicarán de acuerdo con las siguientes prioridades: primero, los jubilados; luego los programas sociales para atender a los más desamparados; siguiendo después con todas las obligaciones de pago de salarios, comenzando por los que ganan menos. (…) “Nos toca gobernar el período más difícil. Cada negociación es una lucha, cada injusticia un dolor y aún así todavía hay quienes se resisten a dejar de ganar los altísimos márgenes de beneficios que obtuvieron durante años. A todos ellos le estamos pidiendo una actitud solidaria, una contribución efectiva y estamos convencidos que lo van a hacer. Deben entender que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”. Y en aquél momento hubo un hecho que puse de manifiesto en el discurso, que fue la colaboración militar con las tareas de ayuda a los más desamparados. En mi entorno había desconfianza sobre mi actitud positiva en el tema. Aludían a la mala imagen del sector, por la herencia del golpe militar del ‘76. Me pareció ridículo el argumento. Y hoy estoy convencido que la ayuda que los militares nos dieron para atender la emergencia fue importantísima y hay que destacarlo. Dije entonces: 339
“Quiero señalar que la emergencia social reclama la participación activa de las Fuerzas Armadas Argentinas. Su organización medios y la actitud de servicio de sus miembros, las convierten en un instrumento necesario frente a la crisis. Nuestras Fuerzas Armadas pueden participar en la elaboración, transporte y distribución de alimentos y en la prestación de asistencia sanitaria. Pueden brindar ayuda a las zonas inundadas y contribuir al tránsito de la producción en esas áreas. Son tareas que de ninguna manera modifican la misión esencial de las Fuerzas Armadas, que es garantizar de modo permanente la unidad, soberanía e independencia, protegiendo los intereses de la nación y la vida de sus habitantes. “Tomando las palabras del Papa Paulo VI al clausurar el Concilio Vaticano II podemos decir que en la batalla contra la crisis nadie está excluido, nadie está ajeno, nadie está lejano”.
Proteger y promover el trabajo nacional Y, finalmente, llegué al tercer eje básico anunciado al asumir el gobierno: “sentar las bases de un nuevo proyecto nacional, fundado en la producción y el trabajo, en la recuperación de los mercados, interno y externo, y en la promoción de una justa distribución de la riqueza y de un desarrollo humano sustentable”. Los párrafos esenciales de aquel discurso en esta materia resumen mi pensamiento de manera exacta. Transcribiré algunos de ellos, porque expresan mi pensamiento de entonces y de hoy. “Hoy no voy a detenerme en una descripción de lo que sucedió en las últimas décadas. Sus resultados están a la vista. Desaparecieron no sólo las empresas, sino ramas enteras de la industria; se desarticuló el aparato productivo y el desempleo alcanzó niveles nunca
registrados
en
nuestro
país.”
(…)
“Todo
esto
es 340
absolutamente incompatible con el funcionamiento de una sociedad normal.” “La situación en que quedó la Argentina es tan compleja que, más que hablar de una crisis, debiéramos hablar de varias superpuestas, entre ellas la crisis fiscal explotó hacia fines del año pasado cuando debió sincerarse el fracaso rotundo de aquellas viejas políticas y la Argentina se vio obligada a declarar la imposibilidad de pago de la deuda pública en los términos en que estaba programada.” (…) “Eso llevó a otra crisis con consecuencia inmediata de la anterior y que seguimos sufriendo: la pérdida de todo financiamiento para el sector público y privado y la obligación de manejarnos con presupuestos muy ajustados.” (…) “La crisis fiscal era la consecuencia lógica de las políticas recesivas de los últimos cuatro años. Y al mismo tiempo, producto de esta crisis fiscal, fue la gran corrida bancaria que implicó la pérdida de 20 mil millones de dólares de reservas y que desembocó en el llamado “corralito” financiero, impuesto por el ex ministro Cavallo y el ex presidente De la Rúa.” (…) “Este “corralito” es la máxima expresión de la ruptura de un contrato esencial para cualquier sociedad; el que protege la propiedad, el que promueve el ahorro,
fruto
del
trabajo,
y
el
que
alimenta
la
confianza
imprescindible en las relaciones humanas y sociales.” Hoy sabemos que las medidas que habíamos adoptado provocaron el comienzo del proceso de crecimiento de la economía a partir de ese mes de marzo de 2002, como lo muestran las cifras del INDEC. En el momento en que yo hablaba ante los legisladores no había frutos aún para exhibir, sólo mi convicción, mi fe en el país, frente a un clima generalizado de escepticismo. Obsérvese este párrafo de aquel mensaje: “En 45 días de funcionamiento de esta nueva política económica numerosos sectores, esencialmente los vinculados a la exportación y a la sustitución de importaciones, han comenzado a dar signos de recuperación. Esto se traducirá en un importante aumento de las exportaciones y en un crecimiento del Producto Bruto del 5 por 341
ciento para el año próximo.” (…) “La adopción de un tipo de cambio flexible y la pesificación de la economía modifican los precios relativos y abren un horizonte de rentabilidad que permitirá recuperar la dinámica del crecimiento, basada en una estructura productiva más diversificada y con mejor inserción internacional.” (…) “Esta decisión no es coyuntural. Es un objetivo estratégico del gobierno argentino. Una decisión vital para la suerte de millones de familias
trabajadoras.
O
defendíamos
y
protegíamos
a
los
industriales, productores, comerciantes y emprendedores chicos, medianos y grandes, sobrevivientes del caos recesivo, o los condenábamos a la desaparición.” (…) “Quienes criticaron y critican esta decisión del gobierno argentino tuvieron su oportunidad para actuar y fundieron la Patria. Nosotros hemos decidido dar su oportunidad a los creadores de riqueza y generadores de trabajo.” Ya he dicho que la dictadura de 1976 y el pragmatismo irreflexivo que impuso la etapa neocolonial clausuraron el debate de los grandes temas nacionales, y la dirigencia terminó acostumbrándose a actuar sin pensar. Revalorizo aquel discurso del 1º de marzo de 2002 porque fue la mayor invitación que hice a una dirigencia adormecida para volver a reavivar el nervio del debate, que nos regrese nuevamente a pensar en grande: “Esta crisis que nos tiene paralizados desde hace varios años puede ser, paradójicamente, la gran oportunidad para el cambio, para volver a creer en nosotros mismos y para cortar el ciclo de la decadencia. ¿Por dónde comenzar? Sin dudas por un profundo cambio cultural, de mentalidad, de actitud y de expectativas que den marco a un nuevo modelo económico. A continuación hay que rescatar la mejor tradición productiva argentina que consiste en convertir la cultura del trabajo en motor del desarrollo. Esa tradición existió en el país en distintas etapas y siempre estuvo presente en el ideario de las fuerzas políticas que marcaron etapas importantes en la historia nacional. La generación del 80, el ciclo de Hipólito 342
Yrigoyen, el Justicialismo de Juan Perón y el Desarrollismo de Arturo Frondizi, para citar los más claros ejemplos. (…) “Hace 98 años la Argentina atravesaba una crisis económica y política que admite cierto paralelismo con la actual. En 1903 Carlos Pellegrini escribió que el poder de una nación se mide por sus riquezas y éstas no dependen sólo de ventajas naturales sino principalmente de la importancia del trabajo nacional. Fomentar y proteger el trabajo, representado por la industria, no sólo es el derecho sino el deber de toda la Nación”, decía en esta misma Asamblea Legislativa, Carlos Pellegrini en 1903. Desde entonces está planteada la idea de que la industria, el campo, el trabajo y el mercado interno, son pilares claves para construir el poder y la riqueza de un país y su presencia en el mundo. Es lo que llamamos la Argentina productiva, querer volver a ser la gran protagonista de la transformación que nos devuelva la voluntad de ser una gran Nación. Debemos ser capaces de elaborar una identidad productiva propia y redefinir la relación entre el mercado, el Estado y la sociedad civil, a partir de las instituciones, la producción y los valores culturales. Una tarea, sin duda, de largo aliento, pero que ya hemos comenzado”.180
Ministerio de la Producción: herramienta del crecimiento Aproveché ese discurso, también, para dar cuenta de algunas medidas que se habían puesto en marcha en medio de tantas dificultades para incentivar la producción. En primer término, la creación de un ministerio específico, que era la primera vez en la historia argentina que existía a nivel nacional. Es una verdadera tara argentina no crear un ámbito específico de trabajo en la materia de la cual vive todo el país, esto es, su producción. Si miramos alrededor, en el mundo, veremos
180
Mensaje a la Asamblea Legislativa, 01/03/2002. Ver texto completo en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
343
ministerios de la producción, de agricultura y ganadería, de pesca, de minería, etc. Ese 1° de marzo destaqué algunas medidas concretas y la creación de ese Ministerio: “He creado un Ministerio de la Producción que se dedica a generar las políticas de Estado que aseguren las condiciones para que actúe la empresa privada. Ha adoptado un conjunto de iniciativas estratégicas que potencian las diversas áreas de la realidad productiva.” (…) “Por primera vez en la historia, en conjunto con los ministros de la Producción de todas las provincias, se está elaborando un plan estratégico productivo nacional, un programa verdaderamente
federal
que
define
políticas
de
Estado
perdurables.(…) “Se reglamentó y puso en marcha la factura de crédito y los fideicomisos productivos destinados fundamentalmente a facilitar el acceso al financiamiento para las PyMES. Igualmente se está trabajando en el desarrollo de las cadenas productivas, tanto sectoriales como regionales, con vistas a garantizar el valor agregado
nacional.”
(…)
“Y
lanzamos
el
plan
de
compras
gubernamentales que desde ahora se hará a proveedores argentinos y que es más conocido con el Compre Nacional.”
Proyectarnos al mundo En
ese
discurso
ante
la
Asamblea,
puse
de
manifiesto
mi
preocupación por la política exterior. En verdad, en ese tema ya veníamos trabajando desde los primeros días de gobierno. Fue el caso de la misión comercial conjunta con empresarios brasileros a China, a finales de enero de 2002. No sabíamos si íbamos a llegar a fin de mes y ya enviábamos al exterior una misión al exterior. El sábado 26, después de preparar mi primer programa para Radio Nacional, estábamos en Olivos con algunos colaboradores, entre ellos el 344
Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el Ministro de la Producción, José de Mendiguren. Con la vehemencia que lo caracteriza, el Vasco nos contaba que estaba avanzada la organización de la misión conjunta entre empresarios y gobierno del Brasil y la Argentina. El destino era China. Era la primera vez que los dos países iban a salir al mundo juntos para abrir un mercado tan importante, además. De paso, aquella visita inició el camino de otras, que han significado a la postre que hayamos triplicado las exportaciones hacia aquel país. Quiero decir que esa iniciativa, de la que se burlaron algunos periodistas locales, tenía lugar en medio del caos y de la locura de esos días. No bien de Mendiguren me la había comentado, lo impulsé. Le prometí que juntaríamos unos pesos –que no teníamos- para ayudarlo en la misión a China. Él había arreglado que los empresarios se pagarían sus propios gastos. Capitanich me trajo algunos temas a consideración y después comentamos un artículo publicado por el Wall Street Journal en esos días: era verdaderamente repudiable y estaba indignado. Cada cable al respecto que llegaba me lo leía. Cuando decidí escribir este libro, lo llamé y le pregunté si tenía aquél cable o si lo podía conseguir. El título rezaba así: “Argentina no merece ni la esperanza de ayuda”. Por supuesto, criticaba nuestra política económica, pronosticaba el fin de las inversiones extranjeras en el país y la salida de las compañías telefónicas y petroleras: “Un país que se comporta como lo está haciendo Argentina no merece ni la esperanza de recibir ayuda internacional. Merece ser desterrado de los mercados de capitales de toda clase, privados y oficiales. (...) Si Argentina quiere seguir el camino de Haití, es su problema, aunque es una tragedia para su población. Pero, a menos que vuelva a respetar los derechos de propiedad y el imperio de la
345
ley, Argentina merece ser tratada como cualquier otra república bananera”.181 Este artículo llevaba la firma de Mary O’Grady, una columnista recurrente en atacar a la Argentina con argumentos parecidos –y errores iguales- que los economistas ya citados. Esas profecías económicas acerca de la Argentina eran meras acciones políticas que sólo buscaban enrarecer el clima social y sacar provecho económico circunstancial. El delicado equilibrio de las relaciones entre los países, la fragilidad de los cuerpos sociales, los esfuerzos de los pueblos por avanzar, son cosas que para ellos no existen. Sólo importa el negocio. Sólo la ganancia. Es lo que Marechal llamaba “el hombrecito económico”. El daño que esos comentarios hacían al país era evidente. Y siguieron durante mucho tiempo, a la par de las críticas incorrectas y desmedidas de funcionarios norteamericanos y del FMI. Debimos convivir con esas manifestaciones durante muchos meses. Para compensar, todos los países latinoamericanos nos apoyaron permanentemente. El caso de Brasil –ya he hablado del impulso que dimos al MERCOSUR con Cardoso en la Cumbre de Olivos- fue paradigmático. Hubo ayuda concreta y desde entonces, a pesar de las diferencias que permanentemente se ponen en evidencia por intereses industriales específicos, hay una mirada común hacia el mundo, sus complejidades, intereses y feroz competencia. Cuando adoptamos las primeras medidas económicas, cuando no aumentábamos las tarifas de servicios públicos que era el pedido de las privatizadas, nos acusaban de cerrarnos ante el mundo. Nada más lejos de la realidad y de nuestra concepción. Aumentamos el comercio de granos y carnes. Iniciamos un proceso exportador industrial después de muchos
años,
que
sigue
creciendo
permanentemente.
Tenemos
negociaciones en marcha con China, Rusia, india, la Liga Arabe, Africa del Sur, Europa.
181
The Wall Street Journal, “Argentina no merece ni la esperanza de ayuda”, por Mary Anastasia O’ Grady, 24/01/2002. Citado en La Nación, "Merece ser tratada como una república bananera", 24/01/2002. En http://www.lanacion.com.ar/368986
346
Nunca antes la Argentina ha estado tan abierta al mundo como ahora, a partir del modelo implementado en 2002. Más del 90% de nuestro comercio con toda Sudamérica está liberado. Con los Estados Unidos de Norteamérica hay un porcentaje menor, pero también muy alto. Lo que ha cambiado desde 2002 es que hay un proyecto nacional productivo, hay una clara defensa de los intereses permanentes de la Nación, y políticas específicas consecuentes.
347
CAPÍTULO XX LA CRISIS DE ABRIL Y LOS CAMBIOS DE GABINETE
348
Fue evidente que, en la medida en que la recuperación de la economía comenzaba a manifestar
signos claros, las fuerzas que
intentaban restaurar el orden económico anterior decidieron desatar la embestida final, con el objetivo de hacer caer al gobierno y reinstalar el proyecto dolarizador que -como hemos visto- tenía tantos mentores y voceros. Para ello, centraban sus críticas en aquellas áreas ministeriales que habían motorizado el nuevo rumbo económico, haciendo blanco en Jorge Remes y José Ignacio de Mendiguren, y en Jorge Capitanich, que por sus funciones de Jefe de Gabinete se había encargado de su difusión y defensa. El clima político se fue haciendo cada vez más denso hasta el punto que muchos dirigentes y sectores que se habían mostrado aliados del gobierno comenzaron a expresar sus dudas, fruto de la confusión reinante. En medio de ese panorama hostil intenté expresar mis convicciones profundas sobre la salida cierta del país. De la misma manera que cuando afirmé que el 9 de julio celebraríamos el fin de la recesión, mis expresiones optimistas fundadas en los hechos eran tomadas en broma y descalificadas. En el primer trimestre del año se había frenado efectivamente la caída de la actividad y en el segundo comenzó la lenta recuperación. Pero en esos días de abril de 2002 la acción corrosiva de los dolarizadores era más fuerte que la prédica de mi gobierno. Para tener una referencia a ese clima hostil, he recurrido a una brevísima cronología confeccionada en base a la repercusión mediática de los hechos que condujeron a la crisis ministerial durante aquél período febril: 182
Abril Lunes 1: Llega hoy el FMI y pide más ajuste en las provincias. YPF subió el gasoil 4%. Martes 2: Los fondos buitres analizan ir por las deudas en el exterior de las empresas argentinas, para quedarse con éstas. FMI vuelve a exigir la eliminación de las cuasimonedas provinciales. Anuncian aumentos las 182
La cronología de los 510 días de gestión puede consultarse en http://presidenciaduhalde.com.ar
349
prepagas, los celulares y la TV por cable. Contra las retenciones: El campo amenaza con un paro. Crecen los rumores de una reedición de la convertibilidad. Miércoles 3: Continúa la suba de precios de combustibles. Aumentan también la carne y otros alimentos. FMI denuncia incumplimiento del Pacto Fiscal. Un juez ordenó a cinco bancos la devolución de los depósitos de doscientos ahorristas. Jueves 4: Mientras el gobierno anuncia la fecha de pago del Plan Jefes y Jefas–“Desde ahora, ninguna familia sin ingresos”, rezaba el aviso institucional, en los Estados Unidos hablan de inseguridad jurídica y fragilidad de las instituciones argentinas. Legisladores del PJ ponen condiciones para tratar los proyectos enviados desde el Ejecutivo. Viernes 5: FMI exige un déficit consolidado, mientras el gobierno definió el aumento de las retenciones. Los empresarios expresan su preocupación por la demora en la firma del acuerdo con el FMI. El Senado aprobó el Pacto Fiscal que el Presidente firmó con los gobernadores. También consignan que el Gobierno intenta apurar el trámite legislativo que derogue las jubilaciones de privilegio. Sábado 6: Duhalde recibió respaldo y también reclamos de la UCR. Continúa la suba de precios. YPF aumenta otro 5% el precio de los combustibles. Los banqueros expresan su malestar por la disposición del gobierno respecto de la devolución de los depósitos. El Presidente dijo que el FMI tiene que entender que algunas reformas deben esperar. Respuesta del FMI: no habrá plata fresca para la Argentina. Domingo 7: Los diarios del domingo interpretan que el gobierno “no logra superar las trabas en el Parlamento”. Los analistas no creen en la reactivación de la economía y son escépticos en relación a un acuerdo con el FMI. “Ven” cambios en el gabinete. Se vuelve a hablar de la fragilidad del gobierno. Lunes 8: Regresa a la Argentina el jefe de misión del FMI, Anoop Singh y presiona a las provincias para que ajusten 3.000 millones. Eso significaría echar la mitad de los empleados públicos o bajar los salarios y eliminar el aguinaldo. La Corte Suprema impugna a la Comisión de Juicio Político de Diputados. Martes 9: Se especula abiertamente con posibles cambios en el Gabinete. Se anuncia un paro nacional de trenes desde la medianoche y por 24 horas. El goteo del corralito por fallos de primera instancia supera ya los 8000 millones de pesos. Enfrentamientos en la city porteña entre manifestantes y la policía, sin heridos y con detenidos. Se anuncia que los despidos de personal ascendieron a 170.000 durante el primer trimestre del año. Según un estudio privado, en Capital y Gran Buenos Aires, la mitad de la población está por debajo de la línea de pobreza. En desacuerdo con las retenciones, deja su cargo el secretario de Agricultura, Miguel Paulón. Miércoles 10: Según estudio privado, el 94 por ciento de la gente considera la disparada de la inflación como el mayor peligro. Movilizaciones de desocupados en reclamo de alimentos en las puertas de supermercados de Capital y Gran Buenos Aires. Esso vuelve a aumentar el gasoil. Las empresas presionan para que se aumenten las tarifas eléctricas. Presión de la banca internacional: dicen que Argentina rompió todas las reglas de juego. Jueves 11: Anoop Singh, presentó a la prensa el listado de condiciones que su organismo exige que se cumplan antes de destrabar la ayuda 350
financiera que reclama el Gobierno: eliminación del déficit fiscal, control de la emisión de dinero y bonos, normalización del sistema financiero con paulatina liberación del corralito y restablecimiento de la confianza de los inversores, con cambios a las leyes de Subversión Económica y de Quiebras. Hubo manifestaciones contra el ajuste de hipotecas y prendas por el CER, y convocan a una marcha nacional hacia Buenos Aires. La Unión Argentina de inquilinos reclamó por la indexación de los alquileres. Viernes 12: En medio de la cosecha gruesa, falta gasoil y cobran sobreprecios. Desplazamiento de Chávez de la presidencia de Venezuela, tras 3 años de gobierno constitucional. Duhalde viaja a Costa Rica para participar de la XVI Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del Grupo de Rio y buscar apoyos. “A la vaca argentina se le terminó la leche”, dijo Chiche ante el plenario de la OEA en Washington. Sábado 13: Duhalde calificó de "golpe de Estado" la destitución de Chávez. Dijo que Argentina no reconoce al nuevo gobierno. El FMI exige una garantía de cumplimiento a las provincias. En medio del desabastecimiento de gasoil, los combustibles siguen subiendo. El gobierno busca evitar el pase masivo de empresas a sus acreedores. El incesante goteo por el corralito presiona sobre el dólar. Domingo 14: Ante la falta de “gestos de grandeza” de los distintos sectores, la Iglesia amenaza con retirarse del Diálogo Argentino. Crisis en las provincias (Entre Ríos, Chubut y Catamarca). Buenos Aires no descarta recortes salariales y eliminación del aguinaldo. Lunes 15: La jubilación en crisis: En un año, desertaron 400 mil autónomos y 900 mil empleados en relación de dependencia. Sectores políticos cuestionan al ministro Remes. Las empresas eléctricas amenazan con cortes y apagones para lograr aumento de tarifas. El Banco Mundial cuestiona los planes sociales. Martes16: La CGT presiona al gobierno por aumento de salarios. El FMI vuelve a la carga por el aumento de ajuste fiscal y la libre flotación del dólar. Fuerte aumento de los precios: el 48% de los empresarios le teme a la posibilidad de hiperinflación. Las empresas piden aumento de la tarifas de gas. Miércoles 17: Los medios muestran el clima enrarecido que se vive en el país: crecen los cuestionamientos al equipo económico y al ministro de la Producción; escasez de gasoil; aumentos de precios en indumentaria y otros rubros; paro de camioneros; anuncio de nuevo paro de trenes; reducción de servicios de transporte colectivo de pasajeros. Se aleja la posibilidad del acuerdo con el Fondo. Debilidad del gobierno de Duhalde. Jueves 18: Kohler, titular del FMI: “la Argentina deberá probar una medicina amarga”. Mientras el goteo atenta contra el programa económico, el equipo de Remes propone devolver con un bono los amparos contra el corralito. Nuevas protestas y movilizaciones de ahorristas y deudores. Anuncian un paro de petroleros y un lock-out patronal de las empresas de colectivos. Crisis en las provincias: empleados públicos toman en San Juan la Legislatura. Fuertes protestas en La Plata, Córdoba, Chubut, Neuquén y Catamarca. Marchas de desocupados exigen comida. Viernes 19: El presidente dijo que “la Argentina no dirá que sí a todo lo que pide el FMI”. En USA, Jorge Remes Lenicov pide al Fondo mayor comprensión y en la City porteña crecen los rumores de la caída del equipo económico. El dólar vuelve a superar los 3 pesos. El campo anuncia 351
un paro de una semana. Paro de colectivos. Después de San Juan, nuevos incidentes en Jujuy y Chubut. Preocupación por la tensión social. Sábado 20: Feriado bancario y cambiario hasta que una ley cierre el corralito. Temor en la city por el futuro económico del país. El FMI vuelve a correr el arco: sin fecha para el acuerdo. El Fondo exige que cada provincia firme un compromiso individual. Según Remes, puede llevar meses. El Banco Mundial no dará un préstamo ya acordado. Crecen las versiones del alejamiento de Remes y de Mendiguren y del retiro de la Iglesia de la Mesa de Diálogo. En el Congreso se anticipa la oposición al plan de Remes para contener el goteo del corralito. Domingo 21: Plenario de obispos delibera en San Miguel. Analizan si la Iglesia sigue acompañando al gobierno. Mayor presión política contra los ministros de Economía y Producción. El secretario del Tesoro norteamericano dijo que el problema argentino no es económico sino de liderazgo político. Así, apura a Duhalde para que cumpla con el FMI. Lunes 22: El FMI reclama un nuevo acuerdo nación-provincias, mientras Duhalde dice que “sin acuerdo con el Fondo, todo se hará más difícil”. En el Congreso cuestionan a Remes y su equipo: no se aprobaría el programa económico. Rumores de crisis ministerial enrarecen más el clima político. Se habla del fracaso del gobierno y de la necesidad de frenar la inflación. Martes 23: Rechazo parlamentario al plan económico, mientras los ahorristas y otros manifestantes rodean el Congreso. Hay malestar con el curso económico. El feriado bancario y cambiario obliga a un plan especial para pagar jubilaciones y salarios. Duhalde adelantó que el viernes tendrán que reabrir los bancos, con o sin acuerdo de “bonificación de depósitos”. La Iglesia reclama respuestas ejemplares que recreen la confianza del pueblo. Son incesantes los rumores de la caída del equipo económico y del adelantamiento de elecciones. Se especula con la caída del gobierno. Miércoles 24: Se desata la crisis de Gabinete. Renuncian Jorge Remes, Jorge Capitanich y José Ignacio de Mendiguren. El gobierno busca el apoyo de los gobernadores y el Parlamento. Se incrementan los rumores de adelantamiento de elecciones y de convocatoria a una nueva Asamblea Legislativa. En Olivos se dan cita los gobernadores, jefes parlamentarios, dirigentes de la CGT oficial y disidente y líderes empresariales para debatir el rumbo económico y los sucesores de los ministros renunciantes. El Congreso sigue rodeado por manifestantes. Jueves 25: Intensas negociaciones para superar la crisis. El gobierno busca “aire”, dicen los medios. Duhalde y los gobernadores provinciales firman un acuerdo de 14 puntos. Carrió pide elecciones. Se anuncia una gran marcha piquetera. La CGT disidente contra el acuerdo con el FMI. Lunes 26: La marcha piquetera pide nuevamente “que se vayan todos”. El dólar alcanza los $3,50. Duhalde le ofrece el Ministerio de Economía a Roberto Lavagna, quien asume al día siguiente. El Parlamento aprueba la Ley “antigoteo” y así se supera la crisis ministerial. Hugo Moyano cuestiona la negociación con el FMI.
Hay que apretar los dientes
352
En la segunda semana de febrero de 2002, como quedó dicho, se retomaron las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional. Desde ese momento, como una línea que atravesó los días y los meses, esa negociación tiñó toda la realidad política y económica de la Argentina. A punto tal que el mes que va desde mi viaje a Monterrey hasta el recambio ministerial de fines de abril, los contactos entre el gobierno y el Fondo fueron desencadenando una crisis dentro de la crisis que, sumados a otros hechos y acciones de opositores al gobierno, como ya veremos, puede considerarse como una verdadera conspiración. El vínculo con el Fondo generaba contradicciones en el gobierno y, más aún, en el peronismo, que era mi sostén político. Hay que tener presente que siempre el justicialismo anidó reservas hacia ese organismo. Cualquier dirigente de mi movimiento recordará estas palabras de Perón, dichas en una reunión de gobernadores, en febrero de 1952, cuando se mencionaba la posibilidad de que el país solicitara un préstamo al FMI: “Vamos a conquistar la riqueza con nuestro trabajo y, si es menester, con nuestro sacrificio, pero no recurriremos al usurero. Ese camino lo conocen todos muy bien. ¡Pobre del que cae en manos del usurero! Pobre del país que cae en manos de los actuales usureros, porque
esos
le
sacan
no
solo
el dinero, sino
la
independencia, la libertad y la dignidad”. Sin embargo, las cosas habían cambiado en el mundo en las cinco décadas que pasaron entre aquellas afirmaciones de Perón y el comienzo del nuevo siglo. La Argentina debía mantener esa negociación con el FMI, a pesar de las pretensiones irracionales de sus funcionarios. Las opiniones acerca del vínculo con este organismo y del tipo de negociación que debíamos mantener estaban divididas, pues, tanto en el justicialismo como en otros sectores políticos. Y en esas contradicciones se montaban algunos sectores para generar conflictos políticos que debilitaran aún más a mi gobierno. Clarín reproducía una confesión hecha por el delegado del FMI ante la Argentina,
353
Anoop Singh: “He oído en la Argentina a gente importante que me aconsejó que no ayudemos a este gobierno”.183 Esa gente importante eran banqueros, directivos de las empresas privatizadas, gerentes de empresas multinacionales, en fin, los voceros del establishment. Ellos, ya vimos las evidencias, intentaron todo el tiempo modificar el rumbo de mi gobierno y, al no lograrlo, buscaron debilitarlo y voltearlo. Se movían con agilidad y generaban situaciones complicadísimas para nosotros, como ocurrió en ese abril fatídico. A mi regreso de Monterrey me esperaban nuevos problemas, que se sumaban a los que traía en la valija. Capitanich me recibió con un informe de las cuestiones para atender y de los comentarios y opiniones que recogía en sus charlas con legisladores y empresarios. Miraban con un ojo las negociaciones con el Fondo y especulaban qué hacer con nosotros, si apoyarnos o patearnos. Hasta circulaba la versión de que algunos parlamentarios me plantearían la opción de volver a recurrir a la convertibilidad para frenar lo que consideraban inevitable. Cuando terminó su rosario de pálidas, le pregunté: - ¿Y qué les decís cuando te vienen con esas cosas? - ¿Y qué les voy a decir? Que tenemos un camino, que vamos a seguir con nuestro rumbo. Les digo lo mismo que a los periodistas: hay que apretar los dientes y tirar para adelante. Con el telón de fondo de la relación tirante con el FMI, mi preocupación estaba en el alza de los precios y en la cotización del dólar. Era una mezcla peligrosa para el programa del gobierno y, mucho más, para la tensa situación social que vivíamos. A fines de marzo, en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, un grupo grande de vecinos, con un tractor, había intentado romper el ingreso a un supermercado y saquearlo. Hubo represión policial y heridos. Cada cosa de ese tipo nos ponía los pelos de punta por el riesgo de que se propagasen. Así, volvía loco al Secretario de Seguridad: 183
Clarín, Panorama Político “El camino al acuerdo es dramático e incierto”, por Eduardo van der Kooy. 24/03/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/03/24/o-02415.htm
354
- ¿Hablaste con el gobernador? - Si, Presidente. - Me dice el ministro del Interior que hay mal clima. - Si, pero no me piden la Gendarmería. Yo se las ofrecí. - ¿Y acá, cómo están las cosas? - Por la información que tengo, tranquilas. - ¿Pero tranquilas, tranquilas? - Sí, Presidente. - ¿Quién queda con el contacto con Entre Ríos? - El ministro del Interior. - Bueno, mantenete al tanto con él. Quiero estar informado. - Si, Presidente. En esos días, también, habían aumentado los precios de los combustibles, algo más del 5% y el problema residía, esencialmente, en el gasoil. Las empresas de transporte colectivo de pasajeros pedían el aumento del boleto y no podíamos otorgárselo. La gente apenas conseguía reunir las monedas necesarias para viajar al trabajo. - Eduardo, la gente ya va al trabajo a pie. Encima no le vamos a aumentar el boleto- me dijo Chiche. Para presionar, pero también por ahorro, las empresas comenzaron a suspender los servicios a partir de las diez de la noche. Todo eso sumaba a un clima de tensión muy alta. Me lo confirmaban los intendentes del Gran Buenos Aires. Pero, insisto, el aumento de los precios de la canasta básica comenzó a ser la más seria preocupación. En la última semana de marzo el dólar había superado la barrera de los tres pesos y alcanzó, en una jornada, los 4,10 pesos. La televisión informaba permanentemente sobre el alza de los precios y flotaba la sensación de que en cualquier momento podría dispararse un proceso hiperinflacionario. En el espíritu de los argentinos ese fantasma es muy desestabilizador, por el recuerdo de los días finales del gobierno de Alfonsín, aún fresco. 355
Entonces decidí hablar con la prensa y dedicar una emisión del programa de Radio Nacional al tema, en el que dije: “El gobierno mantiene reuniones permanentes con las asociaciones de consumidores y con la Secretaría de Comercio para ir insistiendo en que los precios deben bajar y estamos tomando las medidas que la ley nos permite para ir estabilizándolos en valores razonables”. Y luego agregué: “Cuando el dólar pasa la barrera de los 3 pesos y salta hacia los 4, se produce una conmoción que no está justificada”. Era así. No había razón para que los precios, cuyos insumos eran locales, actuaran a la par del dólar. Insistí en que el dólar bajaría y todo volvería a la normalidad. El caso de Concepción del Uruguay se dio también en otras provincias e, incluso, en algunos sitios del Gran Buenos Aires, como yo lo temía. Eran pequeños intentos, controlados, pero que daban la pauta de la situación tan tensa que se vivía. Y de ella sacaban partido los especuladores. Alerté a mis ministros que el tema central era para mí la inflación. Juan Pablo Cafiero, que era vicejefe de Gabinete, había participado de las negociaciones con empresas para contener el alza de los precios. Me comunicó algunos avances y también me habló de incumplimientos. Le dije entonces que hiciera público esos temas. El último sábado de marzo hizo declaraciones a la prensa. “Algunos
bancos,
sobre
todo
extranjeros,
son
los
que
han
presionado sobre el dólar para generar la estampida. No han sido esas colas de gente buscando cuidar su ahorro, defendiéndolo”.184 También
responsabilizó
de
la
subida
del
dólar
a
“algunos
exportadores que no liquidaron sus divisas generando mayor tensión y especulación”.Y fue más a fondo: sostuvo que ese mismo sector de la especulación financiera “sigue teniendo mucho peso en el FMI y perjudica al país”. 184
La Nación on line, “Cafiero: el dólar se disparó ‘por la presión de algunos bancos’”, 30/03/2002. En http://www.lanacion.com.ar/384880
356
En relación con el aumento injustificado de los precios, Cafiero dio el ejemplo de los laboratorios que no habían cumplido su compromiso de mantener fijos los valores de la canasta de medicamentos básicos. “Así como hay algunos que cumplen, hay otros que no”. Los
diarios
sensacionalismo.
de Pero,
aquellos aún
así,
días el
reflejaban cúmulo
de
ese
proceso
conflictos
sin
políticos,
económicos y sociales daba la impresión de estar al borde de una nueva crisis institucional. En una nota de opinión, el columnista de Clarín Julio Blanck, sostenía: “Al fin, el mayor logro de Duhalde es haber reconstituido el necesario lugar de autoridad que dejó vacante De la Rúa. Y quizá su empresa más heroica sea llegar al 2003 para entregarle –si no el poder al menos el mando- a un presidente elegido por la gente. Si el desmadre de la economía o la explosión social no lo eyectan antes de la Casa Rosada, quizás algún día pueda reclamar el mérito de haber timoneado estos meses tremendos y los que sobrevendrán, de un país quebrado y una sociedad al borde de la disgregación.” 185 Aquel fue el momento de mi presidencia en que más debí esforzarme por mantener la calma y sostener el rumbo. Mi sensación era que en cualquier momento el proceso podía salirse de madre. De nada valía denunciar la labor de los desestabilizadores. Había que derrotarlos en el campo de la política. Lo cierto es que después de tres meses de enormes esfuerzos y trabajo, debíamos utilizar toda nuestra energía en sostener al gobierno, acosado por los adversarios. También Horacio Verbitsky fue, desde Página/12, un permanente crítico de las medidas del gobierno, con ese ingrediente antiperonista que tiñe su mirada de la realidad de un país cuya pertenencia política sigue siendo mayoritariamente peronista. El domingo 31 de marzo escribió:
185
Clarín, “Duhalde, de aquel desafío inicial a esta realidad amarga” por Julio Blank, 31/03/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/03/31/e-00401.htm
357
“El tironeo entre medidas recesivas e inflacionarias castiga a dos puntas a los sectores más débiles. En esas condiciones, lo único que Duhalde podrá festejar el 9 de julio es haber llegado a esa fecha al frente del gobierno”.186 Esos juicios, si se los confronta con los datos de la realidad de aquel momento -y ni hablar con la evolución posterior- se revelan como errores, fruto de la falta de rigor y del prejuicio ideológico y, aún más, de la constante búsqueda del conflicto como modo de hacer política. Verbitsky pretende que se puede construir poder desde la permanente apelación a la destrucción del enemigo, y es un triste ejemplo de un discurso periodístico extemporáneo para un sistema de pluralidad y democracia.
Los cuestionamientos de la Iglesia A esa realidad convulsionada, se unieron varios hechos, además, que actuaron como nafta para el fuego. En los primeros días de abril se hizo patente que aplicaríamos retenciones al agro y a la industria. Hubo, en tal sentido, una ardua negociación que fracasó y nos llevó a adoptar esa medida. En el seno de la Mesa del Diálogo Argentino, los representantes de los exportadores agrícolas ofrecían, a modo de “limosna”, sumas que no eran suficientes para atender la demanda de los programas sociales que habíamos lanzado. De nuestra parte, nos comprometimos a que el dinero que ingresara por ese concepto no tendría otro destino más que el de atender el Plan Jefas y Jefes. Sin embargo, no se llegó a un acuerdo. Como algunos miembros de la Iglesia habían intermediado en esa negociación, reprocharon públicamente al gobierno la imposición de las retenciones, cometiendo un serio error, porque sin ellas, no hubiésemos tenido política social.
186
Página/12, “El año verde”, por Horacio Verbitsky. 31/03/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-3415-2002-03-31.html
358
Esas retenciones fueron, finalmente, del 20% para los cultivos tradicionales como la soja, el trigo, el maíz y el girasol. Y las manufacturas tributarían el 10%. Otras materias primas tendrían retenciones de entre el 5 y el 10%. La reacción de algunos medios, que se solidarizaron con los exportadores, fue muy negativa para el gobierno. Lo mismo sucedió, desde ya, con las entidades representativas del agro. Y, como dije antes, hasta la Iglesia, que tenía una actitud positiva hacia el gobierno y el diálogo, reprobó esa medida. Los medios se hicieron eco de las iniciativas críticas de los tres obispos integrantes de la Mesa del Diálogo en el sentido de apurar la concreción de algunos acuerdos sectoriales que se habían alcanzado en tres meses de trabajo.187 En todos esos días circulaban comentarios en torno de la actitud eclesiástica de distanciarse de mi gobierno. Esa quita de apoyo, no explícita, pero que adquirió estado público, podía debilitarme. El fin de semana del 20 y 21 de abril se reunió un centenar de obispos en San Miguel y evaluaron la marcha del Diálogo. Sus representantes buscaban alcanzar nuevos logros para evitar que la Iglesia se retirase de ese ámbito que yo consideraba de enorme importancia. Si bien era verdad, como sostenían los obispos, que algunos acuerdos no fueron motorizados en el Congreso o por las partes que los había suscripto, también era cierto que el Poder Ejecutivo había puesto en marcha una serie de iniciativas que se habían consensuado en ese ámbito. Los obispos sabían que el fracaso del Diálogo era mi propio fracaso, porque el primer acto político de mi gobierno había sido convocarlos y pedirles ayuda para impulsar un sistema de acuerdos que abarcara a todos los sectores de la vida nacional. De todos modos, desde el punto de vista de la sucesión de hechos políticos negativos que se suscitaban, la actitud cuestionadora de la Iglesia era leída como el retiro del apoyo a mi gobierno. 187
Documento de la Mesa del Diálogo Argentino, 07/03/2002. Ver en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
359
Los ataques al equipo económico El equipo económico había elaborado un plan para el canje de los depósitos a plazo fijo por bonos de deuda pública en pesos, con vencimientos a cinco y diez años y con la garantía del Estado que finalmente no fue aprobado por el Congreso. Eso significó un duro golpe que derivó en la renuncia de Jorge Remes. Fue el disparador de un proceso signado por la presión de los lobbies, el FMI, el establishment local y la falta de apoyo parlamentario. A ese tema se sumaron las constantes versiones de que fracasarían las negociaciones con las provincias por el acuerdo fiscal. En verdad, en ese momento ya se había firmado ese acuerdo, pero lo que dijeron nuestros detractores al día siguiente era que no se iba a cumplir. El FMI pedía un nuevo ajuste de mil millones de pesos que debía recaer en las provincias. En verdad, el tema del déficit de nuestras provincias había sido durante mucho tiempo la justificación del derrumbe de la convertibilidad. Lo cierto es que ese déficit era mucho menor al de la Nación, que era la verdadera causa del gran endeudamiento del país. La lucha contra las provincias la había iniciado el dúo De la RúaCavallo y constituía un caballito de batalla del Fondo. A la par, injustamente, se le adjudicaba a Jorge Remes demasiada permeabilidad a las exigencias de los burócratas de ese organismo. En esos días, el propio enviado del FMI, Anoop Singh, había dado una conferencia de prensa en una oficina que el Ministerio de Economía le había prestado para trabajar, como gesto de buena voluntad. Se había manifestado en términos duros respecto del ajuste de las provincias. Recuerdo que mis ministros debieron hablar con gobernadores y legisladores para tranquilizarlos. A mi me irritó muchísimo la actitud irresponsable del hombre del Fondo, que se había cortado solo y había llamado a la prensa en terreno ajeno. Hubo varios momentos en que las 360
actitudes de esos burócratas me llevaron al hartazgo. Aquella fue una de ellas. Singh, además, se había movido como político en campaña. Había hablado con algunos ministros del gabinete, pero también con conocidos consultores de los bancos, con banqueros y hasta con el obispo Jorge Casaretto, que era uno de los miembros de la Mesa del Diálogo. De cada reunión surgía el consabido runrún y el delegado del Fondo iba confirmando su imagen negativa del gobierno. En una columna de opinión, el periodista Mario Wainfeld escribió al respecto: “Singh también conversó con un grupo de grandes banqueros que le pintaron el cuadro de una dictadura populista, le hablaron de su temor ante la presencia popular en las calles y se quejaron amargamente por el hecho de que muchos de ellos se encuentran investigados por distintos jueces”188. Es imposible reproducir aquí el cúmulo de versiones que circulaban permanentemente y que enrarecían el clima político. Las cosas llegaron hasta el punto de que circuló el rumor de que algunos dirigentes allegados a mi me habían sugerido intervenir la Provincia de Buenos Aires. En una columna dominical, Eduardo Van der Kooy dio cuenta de esa locura. Decía que lo habían hecho para que yo diera una muestra de poder y de alineamiento indudable con las demandas del Fondo: “Pero si aquellos consejos existieron siquiera una vez, hay certeza de que Eduardo Duhalde los desoyó. “Es un disparate. Solá es uno de los dirigentes que más debe cuidar el peronismo” 189. Poco antes ya habían empezado a circular rumores acerca de cambios en el gabinete. Es evidente que cuando esas versiones se echan a rodar, sin que aparezcan fuentes más o menos reales, es porque lo que se
188
Página/12, “De la pasteurización al derrame”, por Mario Wainfeld, 31/03/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-3418-2002-03-31.html 189
Clarín, “Con viejos problemas y con nuevas intrigas”, por Eduardo Van der Kooy. 14/04/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/04/14/o-02415.htm
361
busca es provocar esas mudanzas o desestabilizar al gobierno, que para el caso es lo mismo. Si bien es cierto que siempre los medios especularon con un supuesto enfrentamiento entre Remes y de Mendiguren, en esos días se acrecentaron en la prensa los comentarios al respecto. Se criticaba duramente
al
Ministro
de
la
Producción
y
se
presentaban
otros
enfrentamientos. El propio Van der Kooy llegó a escribir en su comentario de Clarín, que “ese desmembramiento de la gestión oficial replantea la necesidad de una recomposición del elenco ministerial”190. Todos esos rumores se asentaban en el hecho de que el dólar había llegado a perforar el techo de los 4 pesos a finales de marzo. Sobre la base de las diversas opiniones que se expresaban -y que yo escuchabaacerca de los mecanismos para controlar a la divisa norteamericana, se tejía la novela de los enfrentamientos internos y de mi retiro de apoyo a Jorge Remes. No fue así en absoluto, como después se vio. Ya abordaré la causa de la renuncia de mi ministro de Economía, que lamenté muchísimo por el respeto profesional que tengo hacia él y por nuestra larga relación de compañerismo y afecto. Vuelvo a afirmar aquí que en aquél momento y hasta el último día Jorge contó con mi total apoyo. Yo escuchaba a todo el mundo, como bien se decía, pero la palabra decisiva la tenía siempre el ministro de Economía, como sucedió después con su sucesor, Roberto Lavagna. El equipo económico sostenía que no habría hiperinflación porque no se emitía moneda, porque no había suba de salarios considerables y porque ya en marzo había un control del déficit mayor del que el gobierno había esperado. Remes y su equipo tenían razón. No habría entonces ni disparada del dólar ni hiperinflación. Pero existía el temor de cualquier manera y eso contagiaba el ánimo de los distintos sectores.
190
Clarín, “Una tregua, cuando se presagiaba lo peor”, por Eduardo Van der Kooy, 31/03/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/03/31/o-02015.htm
362
Optimistas y pesimistas Había dirigentes y hasta algún miembro de mi gabinete que estaban ganados por un fuerte pesimismo. Y, sin quererlo, en sus charlas de café, en off de record con la prensa, transmitían ese estado de ánimo. Algunos de ellos me adjudicaban, incluso, sus propias dudas y su visión negra de las cosas. Tuve dudas en muchos momentos, analizaba a fondo cada medida, cada decisión, pero jamás vi negro el panorama del país. Mis temores se ceñían en torno de la situación social tan deteriorada. Pero cuando adoptamos las medidas básicas del programa económico, dejando flotar el dólar y con el Banco Central interviniendo para controlarlo, hicimos la apuesta más fuerte a una salida ordenada y a una devaluación competitiva. En esos aspectos, yo estaba seguro y convencido de que el aparato productivo iba a responder. Eran, desde ya, lógicos los temores cuando se producían desbordes como el de finales de marzo, pero eso no puso nunca en duda el rumbo que habíamos tomado. Ironizando aquellos estados de ánimo de algunos hombres cercanos a mí, Mario Wainfeld, en Página 12, hablaba de “pasteurización”: “La pasteurización es una tendencia inexorable en el gobierno de Eduardo Duhalde. Algunos días los protagonistas, ateridos de frío, sólo se preguntan cuántos días de vida les quedan. Horas después, ciertos “éxitos” les hacen tomar calor, recobrar ínfulas, agrandarse. Entonces son momentos de ganar posiciones internas, imaginarse escenarios exitosos y hasta fantasear con las elecciones de 2003”191. Algunos periodistas me contaban aquellas charlas en los despachos y pasillos de la Casa Rosada con funcionarios al borde de un ataque de nervios cuando el dólar pasaba los 4 pesos o cuando nos avisaban de algún desborde en algún sitio de la República: 191
Página/12, “De la pasteurización al derrame”, Por Mario Wainfeld, 31/03/2002. En http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-3418-2002-03-31.html
363
- Todo mal, todo mal. El Presidente está débil. Los gobernadores nos dejaron solos, los legisladores no nos acompañan, los banqueros nos manejan el dólar. Todo mal. El país se va a la lona. O sonrientes y distendidos, cuando tres o cuatro días más tarde el dólar había bajado cincuenta centavos: - Los gobernadores van a firmar el acuerdo. Los legisladores van a sacar las leyes. Y chau recesión, ya empezamos a crecer. La Argentina es un país bárbaro, cuando creemos en nosotros mismos.
No nos tenían fe En aquellos días la palabra que circulaba permanentemente para agregar leña al fuego era confianza. Se decía que en el exterior no se confiaba en el gobierno. La falta de confianza, lamentablemente, era hacia el país. Y si a eso se agregaba el condimento de que el gobierno era conducido por un peronista, entonces la cosa era peor. La falta de confianza era un tema de orden político, no algo circunstancial o propio de los desaguisados de los últimos años. Cuando se hablaba de falta de confianza se hacía alusión a la opinión del gobierno norteamericano, esencialmente, y de la gente del FMI. Los analistas miraban las causas y aludían a la corrupción de la era menemista, al jubileo por la declaración del default a cargo de Rodríguez Saa, o los desmanejos de Domingo Cavallo asumiendo compromisos que jamás cumplió. Para ser riguroso, por cierto, habría que remontarse aún más
lejos,
porque
nuestra
relación
con
los
Estados
Unidos
de
Norteamérica no ha sido buena desde mucho antes. Desde el vínculo estrecho que el país tuvo con Gran Bretaña, los EEUU comenzaron a mirarnos con recelo y eso ya ocurría a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Los gobiernos populares argentinos del siglo pasado fueron de matriz “antiimperialista”, esto es, no comulgaron con la política de dominio que implementaba aquél país. 364
Yrigoyen condenó la invasión yanqui a Santo Domingo; Perón se enfrentó con Braden, el embajador norteamericano que fue a ojos vistas el líder de la entente política que lo enfrentó en las urnas en 1946. Estados Unidos fue un aliado incondicional de Gran Bretaña en la guerra de Malvinas. Hay innumerables muestras de diferencias serias y profundas a lo largo de nuestro vínculo diplomático con los Estados Unidos. Esas cuestiones acaecidas en los últimos años, sumadas al panorama de quiebre de todos los contratos en el país, agravaron la histórica desconfianza norteamericana hacia la Argentina. Por otra parte, ya hemos comentado también la tradicional incapacidad de políticos, historiadores y analistas norteamericanos y europeos para comprender la naturaleza del peronismo y, en general, de los movimientos nacionales de los países en desarrollo. Pocos estudiosos han logrado una aproximación a estos fenómenos, diferentes de las prácticas políticas corrientes en aquellas naciones. Utilizan la palabreja “populista”, con fuerte carga peyorativa, porque no pueden dar cuenta de la complejidad de un movimiento popular que no es socialista y que sin embargo hace de la justicia social su razón esencial de existencia.
Repercusiones en el extranjero Los acontecimientos que vivíamos eran seguidos de cerca por la prensa extranjera, que daba cuenta la debilidad del gobierno, lo que añadía un mayor dramatismo aún a la situación. A partir del 23 de abril, en que renunció Jorge Remes, una sucesión de artículos aparecidos en diversos
diarios
europeos
y
norteamericanos
alimentó
el
clima
conspirativo local, aún cuando el recambio ministerial y la firma del documento de los 14 puntos, como veremos, constituían las señales de la superación de la grave crisis de ese mes.
365
El 24 de aquél mes, el influyente New York Times sostenía que "parece que el futuro político de Duhalde está ahora en las manos de los 24 gobernadores provinciales, especialmente de los 14 que pertenecen, como él, al partido peronista", pues –sostenía el periódico- "el poder real en este país está en las manos de los gobernadores, no del presidente". Y añadía: "Remes y especialmente sus esfuerzos para negociar un acuerdo con el Fondo Monetario han sido impopulares con los gobernadores, a quienes el Fondo ha exhortado reiteradamente recortar el gasto como una condición para nuevos préstamos".192 Ese mismo día otro de los importantes diarios norteamericanos, The Washington Post, analizaba la situación argentina y enfatizaba que: "la Nación
puede
enfrentar
pronto
mayores
colapsos
bancarios.
Las
renuncias, junto con renovadas protestas a gran escala contra el gobierno, aumentaron la preocupación de que Duhalde podría verse forzado a llamar a elecciones anticipadas".
193
Y en España, mientras el diario El Mundo titulaba su nota dedicada a la Argentina: "Miles de argentinos cercan la sede del Parlamento y la residencia de Duhalde"194, su colega El País analizaba la renuncia de Remes: "el arquitecto del plan que devaluó el peso argentino en enero pasado y el principal artífice de las negociaciones inconclusas con el FMI, supone un duro golpe para el presidente, que se enfrenta a una grave crisis política que se suma al abismo económico en el que se encuentra el
192
The New York Times, “Argentina's President Suffers Double Blow”, 24/04/2002. En http://select.nytimes.com/gst/abstract.html?res=F30C12F93D5A0C778EDDAD0894DA404482&sho wabstract=1 193
The Washington Post, “Key Economic Aides In Argentina Quit As Plan Stalls”, por Anthony Faiola, 24/04/2002. En http://pqasb.pqarchiver.com/washingtonpost/access/115619627.html?dids=115619627:11561962 7&FMT=ABS&FMTS=ABS:FT&fmac=&date=Apr+24%2C+2002&author=Anthony+Faiola&desc=Key +Economic+Aides+In+Argentina+Quit+As+Plan+Stalls 194
El Mundo, “Miles de argentinos cercan la sede del Parlamento y la residencia de Duhalde”, 23/04/2002. En http://www.elmundo.es/elmundo/2002/04/23/economia/1019593477.html
366
país".195 El País concluía: "con la crisis desatada, será difícil que Argentina llegue a un acuerdo con el FMI en la primera quincena de mayo". Entre el 25 y el 27 de abril las repercusiones de la crisis fueron aún mayores. El semanario británico The Economist sintetizó sobre el país: "está mirando el abismo político y económico y esta vez parece probable que caiga en él".
196
Una vez más, The New York Times volvía sobre la crisis. Según su criterio, mi gobierno estaba "pendiendo de un hilo". Señaló en su nota del 25 de abril, haciéndose eco de nuestros opositores que "muchos de los críticos locales de Duhalde arguyen que el acuerdo con los gobernadores es meramente una invención para posponer decisiones dificultosas o al menos para desplazarlas desde el débil gobierno federal hacia las provincias".
197
También El País de España, ese día, reiteró sus análisis de nuestra crisis: "Nadie ve una salida. Argentina vive sobre el vacío. Probablemente, tras la dimisión de Remes, Duhalde esté ante su última oportunidad. Si vuelve a fracasar -y están presentes todos los ingredientes para ello- será inevitable
adelantar
irrespirable".
las
elecciones,
en
un
clima
social
y
político
198
Nadie en el exterior apostaba al acuerdo con el FMI, que era considerado en esos días como condición central para que Argentina saliera de la crisis. En ese sentido, The Washington Post fue el más claro. El 25 de abril, su corresponsal en Buenos Aires opinaba que "muchos aquí están convencidos que el fracaso de Remes (…) es lo mejor que pudo
195
El País, “El Gobierno de Argentina dimite en bloque por el fracaso del plan de canje de bonos”, 24/04/2002. En http://www.elpais.com/articulo/portada/Gobierno/Argentina/dimite/bloque/fracaso/plan/canje/bon os/elpepipri/20020424elpepipor_9/Tes 196 The Economist, “Argentina's gloomy Outlook”, 25/04/2002. En http://www.economist.com/world/la/displaystory.cfm?story_id=E1_TTDTVTD 197
The New York Times, “Argentine Leader Scrambles to Find His Way Out of a Mess”, por Larry Rohter, 25/04/2002. En http://select.nytimes.com/gst/abstract.html?res=F20A16F73F5A0C768EDDAD0894DA404482 198
El País, “Duhalde reúne a la dirección peronista para atajar la crisis”, 25/04/2002. En http://www.elpais.com/articulo/portada/Duhalde/reune/direccion/peronista/atajar/crisis/elpepipri/2 0020425elpepipor_10/Tes
367
haberle pasado al país. Argentina, según estos observadores, debe darse cuenta finalmente que tiene que jugar sola -como si el FMI no existiera".199 Otro diario muy influyente en el mundo, el Financial Times interpretó que la renuncia de Remes Lenicov "ha señalado el comienzo de una nueva -y potencialmente incluso más caótica- fase en la crisis del país", Y agregó: "el tiempo se está agotando. A menos que Duhalde pueda hacer un progreso rápido y convincente, debería renunciar y llamar a elecciones". Según el periódico financiero "dos temas están en el corazón de los problemas recientes de la Argentina. El gobierno carece de un plan fiscal y monetario coherente y creíble que permitiría hacer un uso razonable de fondos de ayuda internacionales. Y el sistema bancario se está desintegrando lentamente, en parte como resultado del constante cambio de reglas acerca del impacto de la devaluación sobre los activos y pasivos de los bancos".
200
En otro artículo, el mismo diario señalaba que "el FMI y el grupo G7 de
naciones
más
industrializadas
están
vigilando
para
ver
si
la
profundamente desacreditada clase política argentina puede implementar las reformas que han prometido".
201
Más leña al fuego
199
The Washington Post, “Argentina's Message On Reforms Ambiguous”, por Anthony Faiola, 25/04/2002. En http://pqasb.pqarchiver.com/washingtonpost/access/115874532.html?dids=115874532:11587453 2&FMT=ABS&FMTS=ABS:FT&fmac=&date=Apr+25%2C+2002&author=Anthony+Faiola&desc=Arg entina%27s+Message+On+Reforms+Ambiguous 200
Financial Times, “Duhalde's test”, 29/04/2002. En http://search.ft.com/searchArticle?queryText=Remes+Lenicov&y=8&javascriptEnabled=true&id=0 20429001287&x=10 201
Financial Times, “Argentina on the road to ruin: With support, the country could just save itself from a hyperinflationary meltdown. But there is little hope of it doing so”, por Martin Wolf, 01/05/2002. En http://search.ft.com/searchArticle?page=13&queryText=Remes+Lenicov&y=8&javascriptEnabled= true&id=020501001425&x=10
368
Pero volvamos a la segunda quincena de abril. En los días previos al desenlace de la crisis ministerial habían comenzado a sucederse hechos, manifestaciones
y
declaraciones,
que
tenían
invariablemente
signo
negativo para el gobierno e influían en el tono general del tratamiento que la prensa hacía de los acontecimientos. Todo lo que sucedía era motivo de dudas acerca de la continuidad de la gestión. Yo mismo consideraba que sin el apoyo explícito de quienes debían sostener al gobierno era imposible seguir. No pensé en renunciar, pero tenía conciencia de que mi desempeño estaba atado a la actitud que adoptaran quienes me habían ungido. En la tercera semana de abril el FMI volvió a “correr el arco”, como graficaba la prensa su actitud de no ayudar a la Argentina. Jorge Remes había viajado a Washington y se había encontrado con una nueva dilación. Hubo, en cambio, un anuncio de Horst Köhler de que a mediados de mayo llegaría a Buenos aires una misión para negociar una carta de intención. Relativamente, era una buena noticia, de esas que duraban apenas un suspiro. El organismo, tal su táctica negociadora, minimizaba nuestros primeros logros y a la vez nos presentaba, cada vez, nuevas exigencias. Quería que el compromiso de las provincias de sostener la política de disminución del déficit fiscal fuera suscripto por cada uno de los mandatarios y sus legislaturas. Eso llevaba tiempo y una enorme tarea. Había que revisar detenidamente los números de cada provincia y, paralelamente, acordar los apoyos que el Estado nacional les brindaría. En concreto, llevábamos dos meses de conversaciones y sólo recibíamos promesas y exigencias y nosotros necesitábamos algo de dinero fresco para ayudar a la consolidación del programa económico. En medio de rumores vinculados a la falta de apoyo de los líderes justicialistas a mi gobierno, se produjeron cuestionamientos de las organizaciones gremiales y de la propia Iglesia. Como vimos, la prensa especulaba con que los obispos reunidos en San Miguel nos darían un portazo, retirándose de la Mesa del Diálogo. "Se
369
apostó todo a la devaluación, pero sin un plan que hiciera que el esfuerzo valiera la pena", le dijo un obispo a Clarín.202 Eran críticas que se ponían en boca de “voceros del Episcopado”, pero en verdad correspondían a las más altas jerarquías de ese cuerpo. Las opiniones estaban divididas. Había dignatarios que exculpaban al Poder Ejecutivo y cargaban en el Congreso toda la responsabilidad por la falta de concreción de los acuerdos alcanzados en la Mesa del Diálogo. Otros, en cambio, planteaban directamente que el gobierno no merecía el apoyo ni el esfuerzo mediador de la Iglesia. Casi al unísono, la CGT disidente, comandada entonces por Hugo Moyano, amenazó también con abandonar la Mesa del Diálogo y cuestionó la negociación del gobierno con el FMI, sin contemplación hacia un gobierno que defendía en las condiciones más adversas la dignidad nacional. La prensa registró ese cambio de actitud del secretario general de la CGT disidente en los últimos días de abril: “El salto a la oposición de Moyano —quien hasta hace días participó de las reuniones en la quinta Olivos— se completó con un rechazo de elevados tonos a la política económica, al acuerdo firmado con los gobernadores en Olivos.”203 Más moderada, pero igualmente crítica, la CGT “oficial”, como se llamaba al sector que acataba la conducción de Rodolfo Daer, había llamado a un paro contra la política “del ministro Remes Lenicov”, que luego levantó ante el recambio ministerial. Sin embargo, me “exigía” que “con urgencia” definiera “cuál será la política económica que (el gobierno) va a implementar de ahora en más”204. Cuestionamientos del movimiento obrero era lo que menos podía esperar, pues siempre sentí que esa era, junto con la dirigencia política de la Provincia de Buenos Aires, la base de sustentación del nuevo rumbo que comenzábamos a implementar. Pero la acción desestabilizadora de 202
Clarín, “Desvelado por la crisis, el plenario de obispos delibera en San Miguel”, 21/04/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/04/21/p-376360.htm 203 Clarín, “Moyano se aleja del Diálogo Social”, 27/04/2002. En http://www.clarin.com/diario/2002/04/27/p-379218.htm 204
Ibídem.
370
nuestros enemigos calaba hondo y generaban una enorme confusión. A mis adversarios les decían que yo arreglaría de cualquier manera con el FMI, aún sacrificando nuevamente al país. Y a nuestros aliados externos e internos que esperaban un rápido acuerdo con el Fondo, les decían que era inminente mi ruptura de las negociaciones y el aislamiento definitivo del país.
Los 14 puntos y la reafirmación del rumbo Al mismo tiempo que los dirigentes gremiales criticaban al gobierno por la actitud ante el FMI, otros me adjudicaban la decisión de romper definitivamente
la
relación
con
el
organismo.
El
lunes
22,
dije
públicamente que sin el acuerdo con el Fondo todo se haría más difícil, con la idea de desalentar aquel rumor. En verdad, como lo manifesté anteriormente, me agotaban y rebelaban esas maniobras dilatorias y sus impertinencias para con el país, pero jamás pensé en cortar relaciones, por las razones estratégicas que ya planteé en el Capítulo XVIII. Al regreso del Ministro de Economía a Buenos Aires se precipitaron los sucesos que lo llevaron finalmente a tomar la decisión de renunciar. La razón esencial fue la falta de apoyo del Congreso y los gobernadores al proyecto de ley de bonos que había elaborado para resolver el problema de los ahorristas. Se había hecho un paquete con otras medidas, que el Congreso “abrió” para tratar los temas por separado. Era un preanuncio de su rechazo al proyecto de ley que hacía obligatorio el canje de los depósitos a plazo fijo en dólares por bonos de deuda pública en pesos, con vencimientos a cinco y diez años y con la garantía del Estado. Comenzaron
horas
difíciles.
Noches
de
vigilia,
reuniones
interminables y plenas de tensión. Yo presidía reuniones simultáneas en Olivos. Hablaba en privado con cada uno de los dirigentes. Escuchaba la opinión de los especialistas. Pero mis enemigos tampoco se quedaban de brazos cruzados. Sé perfectamente que algunos gobernadores y líderes 371
parlamentarios eran “operados” por personeros del establishment local. Salían de Olivos con una idea y volvían al rato con otra. El martes 23 de abril, por la noche, convoqué a un grupo grande de gobernadores para analizar la situación y buscar un consenso que nos permitiera seguir adelante. En mi fuero más íntimo pensaba que los líderes políticos tenían una responsabilidad ante el estado de cosas que no debían sacarse de encima. Mi gobierno hacía los mayores esfuerzos por encaminar las cosas y muchos de ellos nos criticaban por lo bajo, expresaban esas críticas en off a periodistas y otros fragoteaban abiertamente. Algunos me criticaban por lo que entendían excesivas deliberaciones. No entendían que, ante la gravedad de la situación y la debilidad objetiva del gobierno, era necesario usar toda la paciencia del mundo para acercar posiciones, escuchar y madurar ideas y hacer sentir a todos que eran importantes en la difícil tarea de sostener la democracia. Esa reunión se interrumpió en la madrugada y continuó durante toda la jornada del 24, en Olivos. El resultado fue satisfactorio y significó un logro enorme para el gobierno: la firma conjunta con los gobernadores de un documento de 14 puntos que constituiría la confirmación del rumbo que habíamos adoptado. El documento resumía las líneas básicas del programa que había elaborado Jorge Remes y que veníamos aplicando. Hice incluir, también, un punto vinculado con el lanzamiento del programa social –el Plan Jefas y Jefes- que los mandatarios provinciales no conocían aún en profundidad. El Acuerdo se fundó en los siguientes puntos: 1. 2. 3. 4. 5. 6.
Se cumplirá con los compromisos con los organismos internacionales. En 15 días se deberá llegar a un acuerdo bilateral con cada una de las provincias sobre la reducción de gastos. En 90 días se redactará una nueva ley de coparticipación de impuestos. Se propiciará una política fiscal que mantenga equilibrio. Se garantizará a los ahorristas sus depósitos mediante mecanismos parlamentarios. Se garantizará el restablecimiento del sistema financiero.
372
7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14.
Se instrumentará un acuerdo de responsabilidad fiscal entre la Nación, las provincias y los municipios. Propiciará la reforma impositiva. Se modificará la ley de quiebras. Se derogará la ley de subversión económica. Se buscará repatriar capitales argentinos en el exterior para inversiones destinadas a la producción. Se alentará inversiones para exportaciones. Se asegurará el completo cumplimiento de la reforma política. Se implementarán planes de empleo para generar puestos efectivos de trabajo.
Este consenso de emergencia terminó constituyéndose en una suerte de plataforma de gobierno que mantuvimos hasta el fin de mi mandato. Permitió, además, la aprobación de lo que se dio en llamar la ley antigoteo o ley tapón, que postergaba la ejecución de los amparos favorables de la justicia al retiro de los depósitos hasta no haber sentencia firme de un tribunal superior. Acordó también la reforma del régimen de quiebras y, más adelante, la derogación de la Ley de Subversión Económica.205 Como se ve, el diálogo y la negociación habían dado sus frutos. Quedó demostrado una vez más que las herramientas que nos brinda la democracia son aptas aún en los peores momentos de una crisis. Por el contrario, la historia muestra que cuando se apeló al autoritarismo nos fue mal.
El cambio de ministros Ese acuerdo con los gobernadores y el Parlamento, que puso fin al estado conspirativo de abril, fortaleció el rumbo y brindó respaldo a mi gobierno, a pesar de la renuncia de algunos de mis más apreciados colaboradores. Quienes más habían hecho para defender el programa económico, que ahora se reafirmaba, y quienes más habían tenido que soportar los
205
Ver documento del acuerdo y texto completo de las leyes en http://www.presidenciaduhalde.com.ar
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embates del establishment en los peores momentos, eran los que se iban: Jorge Remes Lenicov, José Ignacio de Mendiguren y Jorge Capitanich. Con su salida del gobierno, descomprimieron la situación política y me dieron el oxígeno necesario para encarar la nueva etapa. El acuerdo político con las provincias y el Parlamento fue, paradójicamente el triunfo de ellos, porque significó la reafirmación del rumbo por el que tanto habían trabajado. Ellos pagaron el precio de estar en la primera línea de fuego de un Gabinete que me ayudó a promover los cambios que habían empezado
a
producirse
y
que,
como
vimos,
afectaban
intereses
poderosos. Hubo hacia ellos mucha incomprensión. De tantos analistas y dirigentes
políticos
privadamente,
y
algunos
empresariales me
han
que
los
confesado,
a
atacaron
pública
posteriori,
que
y se
equivocaron. Esas opiniones ya no valen. Valen los hechos y la realidad de la Argentina de los últimos cuatro años. A la renuncia de Remes siguió la asunción de Roberto Lavagna, con quien se inició una brillante etapa de esta larga y difícil transición. Su llegada al gobierno desde la representación argentina ante la Unión Europea, en Bruselas, fue motivo de muchas especulaciones y un proceso lleno de vicisitudes. A Jorge Capitanich lo reemplazó Alfredo Atanasof, que venía del Ministerio de Trabajo; a él, a su vez, lo relevó Graciela Camaño, quien tuvo un gran desempeño; y el lugar de José Ignacio de Mendiguren, en el Ministerio de la Producción, lo ocupó Aníbal Fernández. Las bases esenciales del nuevo rumbo que permitió que Argentina fuera saliendo del abismo y se recuperara hasta alcanzar el record de más cuatro años de crecimiento sostenido, se plantaron en los primeros 100 días de gobierno y se debe, en gran medida, a aquellos ministros. Como señalé al iniciar este trabajo, quise concluir la primera parte de esta crónica con este recambio ministerial, como un justo homenaje a la gran labor que esos hombres cumplieron. A partir de ese momento y fortalecido políticamente el gobierno, íbamos a enfrentar un cúmulo de dramas y dificultades que la realidad nos 374
imponía. Lucharíamos largos meses con la incomprensión del Fondo Monetario Internacional y su falta de apoyos concretos. Desarrollaríamos una titánica tarea para intentar paliar la situación de millones de familias que habían sido las más golpeadas por el derrumbe. Impulsaríamos desde el Estado medidas de fomento y apoyo para el despegue del aparato productivo. En fin, trabajamos para ir llevando el barco hacia aguas más calmas que permitieran crear un clima adecuado para garantizar la sucesión institucional a través del llamado a elecciones nacionales. En esa labor, el nuevo elenco ministerial asumido a fines de abril y comienzos de mayo desempeñó una labor tan encomiable como la de su antecesor.
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INDICE DE NOMBRES Ades, Alberto (2) Agosti, Orlando R. (3) Albrisi, César (1) Alchourón, Guillermo (1) Alende, Oscar (1) Alessandro, Darío (2) Alfonsín, Raúl (17) Allende, Alfredo (1) Alvarez, Chacho (9) Alvarez, Juan José (11) Alvear, Soledad (1) Amadeo, Eduardo (13) Angulo Barturén, Carmelo Aramburu, Pedro Eugenio (1) Arano, Roberto (1) Arcuri, Antonio (1) Artana, Daniel (1) Asís, Jorge (2) Atanasof, Alfredo (6) Aurelio, Julio (1) Avila, Jorge (2) Aznar, José María Barbano, Walter (1) Barry, Lisandro (3) Bartholomew, Reginald (1) Baudrillard, Jean (1) Bauzá, Eduardo (1) Bein, Miguel (1) Bergez, Mariano (2) Bigo, Antoine (1) Blanck, Julio (1) Blejer, Mario (4) Bonasso, Miguel (2) Bonelli, Marcelo (5) Bosquet, Michel (1) Braden, Spruille (1) Brinzoni, Ricardo (2) Broda, Miguel Angel (4) Brovida, Nilda (1) Brown, Carlos (1) Bush, George (1) Bush, George W. (4) Buzzi, Eduardo (1) Cachanosky, Roberto (3) Cafiero, Antonio (4) Cafiero, Juan Pablo (4) Camaño, Eduardo (16) Camaño, Graciela (2) Camdessus, Michel (2) Canavese, Alfredo (1) Capisano, Carlos (1) Capitanich, Jorge (10) Cárdenas, Emilio (6) Cardoso, Fernando Enrique (8) Carrió, Elisa (10) Casaretto, Jorge (1) 376
Castellani, Carlos (1) Castillo, Ramón (1) Castro, Alicia (1) Castro, Fidel (1) Cavallero, Héctor (1) Cavallo, Domingo (50) Chiesa, Dardo (1) Chodos, Gregorio (1) Clinton, Bill (1) Colazo, Jorge (1) Colombo, Chrystian (2) Cottani, Joaquín (6) Da Silva, Luiz Inacio “Lula” (5) Daer, Rodolfo (1) De Anchorena, Juan (1) De Borbón, Felipe (1) De Borbón, Juan Carlos (2) De Gennaro, Víctor (1) De la Rúa, Fernando (66) De la Sota, José Manuel (1) De Mendiguren, Ignacio (17) De Santibáñes, Fernando (1) Di Natale, Martín (2) Doga, Nélida (2) Dornbusch, Rudiger (2) Einstein, Albert (1) Espósito, Aldo (1) Fernández, Alberto (2) Fernández, Aníbal (3) Fernández, Roque (2) Ferrer, Dardo (1) Ferreres, Orlando (4) Fortabat, Amalia (1) Frigeri, Rodolfo (1) Frigerio, Mario (1) Frondizi, Arturo (4) Fujii, Gerardo (2) Gabrielli, Rodolfo (4) García, Alan (1) Garré, Nilda (1) Gelbard, José Bar (1) Giannettasio Graciela (2) Gioja, José Luis (3) González de Duhalde, Chiche (32) González Fraga, Javier (2) González García, Ginés (2) González Oro, Oscar (1) González, Erman (1) González, Felipe (1) Gorz, André (1) Grondona, Mariano (1) Grosso, Carlos (1) Guevara, Che (1) Haime, Hugo (1) Herrera, Manuel (1) Hitler, Adolf (1) Ibarra, Aníbal (1) Ibarra, Vilma (1) 377
Iglesias Fernández, José (1) Iglesias, Enrique (3) Iglesias, Herminio (1) Illia, Arturo (6) Insfrán, Gildo (2) Iribarne, Alberto (1) Irigoyen, Hipólito (4) Jaguaribe, Helio (2) Jaunarena, Horacio (4) Juárez, Gerardo (1) Juliá, José (1) Justo, Agustín P. (1) Karlic, Estanislao (1) Keynes, John Maynard (2) Kirchner, Néstor (8) Köhler, Horst (6) Kosteki, Maximiliano (1) Krieger Vasena, Adalbert (1) Laborda, Fernando (2) Lacoste, Pedro (2) Lafer, Celso (1) Lagos, Ricardo (4) Lamacchia, Raul (1) Lamberto, Oscar (6) Lavagna, Roberto (5) Lazzari, Gustavo (1) Legrand, Mirtha (1) Lemme, Alicia (1) Lerrik, Adam (1) Levin, Hugo (1) Llambías, Mario (1) López Murphy, Ricardo (4) Luder, Italo (1) Lusich, Ruben (1) Maccarone, Roque (1) Machinea, José Luis Macri, Florencia (1) Macri, Mauricio (1) Maquiavelo, Nicolás (1) Marechal, Leopoldo (2) Marijuán, Guillermo (1) Martínez de Hoz, José Alfredo (4) Massa, Sergio (1) Massera, Emilio E. (3) Matzkin, Jorge (1) Maza, Angel (1) Mc Karthy, César (1) McIntire, John (1) Meltzer, Allan (1) Menem, Carlos Saúl (46) Menem, Eduardo (1) Mestre, Ramón (1) Mora y Araujo, Manuel (1) Morales Solá, Joaquín (5) Moravek, Juan (1) Mosse, Carlos (1) Moyano, Hugo (4) Mugnolo, Juan Carlos (1) 378
Navarro, Roberto (2) Nazareno, Julio (1) Neri, Aldo (3) Onganía, Juan Carlos (2) Oñativia, Arturo Ortiz, Roberto (1) Otero, Gerardo (1) Paladini, Roberto (1) Palast, Greg (2) Pampuro, José (2) Peirano, Miguel (1) Pellegrini, Carlos Pérez, José Antonio (1) Perón, Eva (1) Perón, Isabel Martínez de (1) Perón, Juan Domingo (25) Petras, James (2) Piekarz, Julio (1) Pignanelli, Aldo (1) Piñeyro Iñiguez, Carlos (1) Poli, Federico (1) Posse, Abel (4) Posse, Melchor (1) Pou, Pedro (3) Prat Gay, Alfonso (2) Puerta, Ramón (24) Quintana, Liliana (1) Quiroga, Facundo (1) Rapanelli, Néstor (2) Recalde, Héctor (1) Redrado, Martín (4) Remes Lenicov, Jorge (53) Reutemann, Carlos (3) Reviglio, Víctor (1) Rial, Osvaldo (1) Rimbaud, Arthur (1) Rockefeller, John D. (2) Rodríguez Saá, Adolfo (37) Roggero, Humberto (5) Roig, Miguel Angel (2) Romero, Juan Carlos (1) Roosevelt, Franklin D. (2) Ruckauf, Carlos (25) Ruesga, Santos (2) Ruibal, Raúl (1) Sacerdote, Manuel (2) Sala, Osvaldo (1) Santillán, Darío (1) Sarghini, Jorge (2) Schröder, Gerhard (3) Scibona, Néstor (4) Scioli, Daniel (6) Sendra (1) Serrat, Joan Manuel (1) Servini de Cubría, María Romilda (2) Shakira (1) Simonetta, Martín (1) Singh, Anoop (3) 379
Solá, Felipe (3) Solanet, Manuel Soria, Carlos (1) Stella, Joaquín (1) Sturzenegger, Adolfo (1) Tanzi, Vito (2) Timmerman, Jacobo (1) Todesca, Jorge (3) Toma, Miguel Angel (2) Tomada, Carlos (1) Uriburu José Félix (1) Urtubey, Juan Manuel (1) Van der Kooy, Eduardo (6) Vanossi, Jorge (3) Vasconselos, Jorge (1) Vázquez, Alberto (1) Verbitsky, Horacio (1) Verdi, Luis (1) Vernet, José María (1) Videla, Jorge R (3) Wainfeld, Mario (5) Walsh, Patricia (1) Werthein, Adrián (1) Woytyla, Karol (5) Yapur, Felipe (1) Zlotnik, Claudio (2) Zuppi, Alberto (1) SIGLAS/ABREVIATURAS ANSES (Administración Nacional de la Seguridad Social) BID (Banco Interamericano de Desarrollo) BM (Banco Mundial) CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) CER (Coeficiente de Estabilización de Referencia) EPH (Encuesta Permanente de Hogares) FMI (Fondo Monetario Internacional) IDEA (Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina IED (Inversión Extranjera Directa) INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) MERCOSUR (Mercado Común del Sur) PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires) SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado) UIA (Unión Industrial Argentina) EMPRESAS E INSTITUCIONES Aresco Bunge y Born Compromiso Ciudadano Conciencia Diálogo Argentino Federación Agraria Foro Transparencia Fundación Konrad Adenauer Fundación Mediterránea Gallup 380
Goldman Sachs JP Morgan Lehman Brothers Moody´s Poder Ciudadano Techint Transparencia Internacional Unión Industrial Argentina MEDIOS DE COMUNICACIÓN Ambito Financiero Clarín El Mundo El Día El País Financial Times Infobae La Nación Liberation New York Times Newsweek Página/12 The Economist Wall Street Journal
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