Memorial - Pedro Fabro

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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PEDRO FABRO

Memorial Introducción de José García de Castro Valdés, SJ Traducido y anotado por J. H. Amadeo, SJ y M. Á. Fiorito, Sj

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© Ediciones Diego de Torres, 1983 San Miguel, Buenos Aires (Argentina) © Ediciones Mensajero, 2014 Grupo de Comunicación Loyola Sancho de Azpeitia 2, bajo 48014 Bilbao – España Tfno.: +34 944 470 358 / Fax: +34 944 472 630 [email protected] / www.mensajero.com Diseño de cubierta: María José Casanova Edición Digital ISBN: 978-84-271-3654-0

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INTRODUCCIÓN: PEDRO FABRO (Villaret [Saboya] 1506 – Roma 1546) El 13 de diciembre de 2013, de manera un tanto repentina y sorprendente, el papa Francisco canonizaba en Roma al beato Pedro Fabro Perissin, 467 años después de su muerte. Un jesuita de la «primera generación», que, pese a ser compañero muy cercano a san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier, ha venido pasando silenciosamente desapercibido, tanto para teólogos e historiadores del carisma ignaciano como para amigos y conocidos de la Compañía de Jesús.

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1. CANONIZACIÓN Y SANTIDAD DE PEDRO FABRO 1.1. La canonización equivalente El acto de la canonización no se realizó, como suele ser habitual, en el seno de una solemne celebración litúrgica, sino que tuvo lugar en una audiencia privada del papa Francisco con el cardenal Angelo Amato, el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos. Esta manera de elevar a un fiel cristiano a los altares se llama «canonización equivalente» (equipollens canonizatio). El papa, por la autoridad que tiene, extiende a la Iglesia universal el culto y la liturgia de un beato/a, una vez que se han verificado y comprobado las condiciones establecidas por el papa Benedicto XIV (1714-1758) en su obra De servorum Dei beatificatione et de beatorum canonizatione[1]. Estas condiciones son: culto público llevado a cabo histórica e ininterrumpidamente, fama de santidad e intervención milagrosa y virtudes heroicas o, en su caso, el martirio. La canonización acontece, por tanto, por la formulación de una sentencia que no sigue la fórmula habitual, sino a través de un decreto que obliga a toda la Iglesia a venerar a este siervo de Dios con el culto reservado a los santos canonizados. No era la primera vez que el papa Francisco canonizaba así a un beato o beata. Ya lo había hecho poco más de dos meses antes, el 9 de octubre, con la beata Ángela de Foligno. También se sirvieron de esta fórmula sus inmediatos predecesores: Benedicto XVI canonizó a Hildegarda de Bingen (10 de mayo de 2012); Juan Pablo II, a Juan de Fiésole, el Beato Angélico (3 de octubre de 1982); y Juan XXIII, a Gregorio Barbarigo (26 de mayo de 1960)[2]. Pocos meses después de la canonización de Pedro Fabro, el papa repetía esta fórmula, al canonizar el 3 de abril de 2014 al también jesuita José de Anchieta[3].

1.2. La fama de santidad Fabro había sido beatificado en 1872 por el papa Pío IX[4], trescientos veintiséis años después de su muerte. En algunas de las charlas, conferencias o retiros inspirados en la persona de Pedro Fabro que me tocó pronunciar o animar por diversos puntos de España y parte del extranjero, la pregunta acerca de la canonización del saboyano no tardaba en aparecer: «¿Por qué no lo han hecho santo?». Aunque solía llevar una respuesta preparada, reconozco que no sabía muy bien qué decir. La vida y los escritos de Fabro, así como el bien que ofreció generosamente a sus primeros compañeros, a la primera Compañía de Jesús, a la Iglesia en la gran crisis del siglo XVI y a todo aquel que se cruzaba en su camino, eran fundamento suficiente como para ver en él, sencillamente, a un hombre de Dios, habitado por el Espíritu y en muy estrecha amistad con Cristo. Esto 5

lo transparentaba, lo transmitía abiertamente. Sus cartas y su Memorial dan testimonio de esta vida espiritual profunda que se dejaba entrever en sus conversaciones y en su testimonio de vida, así como en la praxis de la caridad que espontáneamente ejercía. Disponemos de abundante documentación que da testimonio de la fama de santidad que este jesuita dejó entre aquellos que lo conocieron[5]. Algunos de los testigos de su Saboya natal lo recuerdan en 1596 como «le sainct père Pierre Faber […] personnage sainct» [6]. «El R.P. Faber ha sido tenido siempre en gran reputación de santidad y los habitantes de Villaret, cuando lo veían pasar, se arrodillaban delante de él pidiéndole la bendición y después de su muerte siempre ha sido tenido por santo» (800)[7]. Testigo del proceso moderno, en julio de 1869 un sacerdote de la diócesis de Annecy testifica que había oído hablar por el país de la «gran fama de santidad del P. Lefévre [Fabro]», así como de la existencia de una capilla, comenzada hacia 1600 y erigida muy cerca de la casa donde nació, dedicada a los apóstoles Pedro, Pablo y Bartolomé y en memoria de Pedro Fabro[8]. La capilla tenía un altar consagrado por san Francisco de Sales; devotos fieles la visitaban con frecuencia[9], incluso en peregrinación (721), y era conocida y visitada por la mayor parte de los obispos de la diócesis (725). Otros testigos reconocen su propia devoción por Fabro y la veneración de que es objeto en el país[10]. La tradición oral mantuvo esta devoción «viva y ferviente»; los habitantes de Villaret que iban a trabajar al campo siempre comenzaban su jornada con una oración en la capilla de Fabro, arrodillados y encomendándole el trabajo del día (853). El proceso de beatificación incluye también testimonios de milagros de curación y de otro tipo. Así, «testificamos que una cantidad de prodigios, sobre todo de curaciones milagrosas, han sido atribuidas en todo momento a la protección del beato implorado en la capilla» (854). Curaciones como la de Rose Perillat-Charlat, que fue sanada de una enfermedad en el vientre (713), o la de una tía suya, Jeanne Faber (777). También la de un testigo curado de una enfermedad de los ojos que le hacía temer que podía quedarse ciego (784), o el testimonio de la recuperación de una niña de dos años y medio que cayó en una hoguera y se quemó la cara y parte del costado derecho (789)[11]. Un hombre es curado de una grave caída de un caballo (790) o una mujer «rescatada» de un estado muy próximo a la muerte, ante el cual los médicos habían ya abandonado la esperanza de una posible recuperación (798). La purificación de las aguas amargas de una fuente conocida después como «Beato Fabro», cuyas aguas nunca dejaban de manar, es uno de los temas recurrentes en los interrogatorios a testigos (718-719, 726)[12].

1.3. Otra propuesta de santidad La persona de Pedro Fabro vino a compartir historia con otras grandes personalidades que el tiempo posterior, por muy diversas razones (unas muy divinas, otras más humanas), fue agrandando, exaltando, santificando. La primera de estas figuras fue, sin 6

duda, Ignacio de Loyola. En su persona coincidían el peregrino, el fundador, el líder, el contrarreformista, el místico de la amistad interna con Cristo y de las visiones sobrenaturales en la Eucaristía. La figura de Ignacio, digamos que se desbordó a sí misma, hasta el punto de ser sacada de su contexto natural, «su» Compañía. Los jesuitas que siguieron a Ignacio comenzaron a generar tal halo y atmósfera de santidad en torno a su vida y su legado que tengo para mí que ni el mismo Ignacio se reconocería entre tanta exaltación. Era una santidad deseada y, en parte, también necesitada en el discurrir histórico de la institución. Junto con Ignacio encontramos a Francisco Javier. En este navarro universal queda representada la santidad de la misión, del envío, del «heme aquí»; la santidad del celo por las almas y su salvación, de la urgencia por el Reino. Es el santo del corazón encendido, que nunca se extingue. Hombre de hazañas casi sobrehumanas, de la entrega absoluta en infinitas caminatas por tierras extrañas y hostiles… hasta caer exhausto, hasta morir. Imitable, sí, pero modelo inalcanzable; inspirador de tantos proyectos misioneros y mediador en tantas conversiones al catolicismo, su santidad se desprendía espontáneamente de sus empresas. Y junto a ellos, Francisco de Borja, el duque de Gandía. Es la espiritualidad de la renuncia al mundo, a sus (vana)glorias. Encarna una opción por Cristo que en verdad lo deja todo. Es la espiritualidad de la conversión radical, de la austeridad y la pobreza que la acompañan; la espiritualidad del estar en el mundo, en sus políticas y economías, pero sin ser del mundo, siendo solo para Dios. Una espiritualidad de una ascética constante, como memoria, tal vez, de los tiempos pasados «en el mundo». A los ojos del siglo XVI, una conversión como la del Duque solo podía venir de Dios. Seguir Su llamada renunciando a su ducado de Gandía era ya adquirir gran reputación de santidad. Muy cercano y querido por estas tres grandes figuras de la Iglesia y de la primera Compañía de Jesús, encontramos al humilde Fabro. Sin el protagonismo fundacional de Ignacio, ni la impronta misionera de Javier, ni las raíces nobles y señoriales de Borja. Sin cargos de alta gestión ni redes de contactos político-sociales. Sin escenarios ni plataformas para una oratoria brillante o conmovedora. Con Fabro la Compañía se vivía a sí misma como «mínima», en la mística del silencio o de la conversación «en voz baja». En Fabro, todo lo infinito del Misterio y la experiencia de Dios aconteció en el discurrir de lo sencillo y lo cotidiano, viviendo el instante como «descendido de arriba», como lo que el Espíritu Santo pide aquí y ahora a cada uno. Es la santidad tan difícil de lo escondido, de la puerta cerrada del alma, donde se descubre el silencio como Presencia y el yo es, sin más, instalado y ajustado al margen del mundo. Sencillamente, otra propuesta de santidad en una institución que no paraba de desarrollarse y de crecer, tan metida, por otra parte, en las estructuras mundanas y visibles de la historia. Con esta documentación sobre la mesa, parece claro que la vida y el testimonio de Pedro Fabro cumplen los requisitos que la «canonización equivalente» demanda. El papa Francisco, movido también por un conocimiento previo de la figura de Fabro y, tal vez, 7

por una devoción personal a su vida de jesuita y compañero de Jesús, contribuyó así a volver la mirada hacia el santo saboyano para lo que realmente importa, «reflectir para sacar provecho».

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2. PEDRO FABRO EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS DE NUESTROS DÍAS ¿Cómo ha estado presente Fabro en la vida de la Compañía de Jesús contemporánea? ¿Cuándo, cómo y por qué los jesuitas han mirado a Fabro para explicar o alentar algunas de sus acciones, iniciativas o proyectos apostólicos? Podemos echar un vistazo a los escritos oficiales de los últimos Padres Generales para valorar la ausencia / presencia de Fabro en esta peregrinación de la Compañía.

2.1. El P. Pedro Arrupe (1965-1983) El P. Pedro Arrupe, Superior General entre 1965 y 1983, fue uno de los grandes renovadores de la vida religiosa en la Iglesia del posconcilio. Impulsó con energía y creatividad un movimiento de renovación espiritual en la Compañía de Jesús, favoreciendo una vuelta a las frescas aguas de las fuentes del carisma ignaciano. Muchos de sus discursos y alocuciones sobre la espiritualidad o el impulso misionero del instituto se fundamentan en textos de los primeros jesuitas, en los que tienen una presencia muy significativa, por encima de los demás, Ignacio de Loyola (Autobiografía, Ejercicios, cartas, Constituciones), Jerónimo Nadal (pláticas y cartas) y Diego Laínez (pláticas y cartas). También es fácil tropezarse con citas o alusiones a las Deliberaciones de los primeros compañeros en Roma (1539) o a la Fórmula del Instituto. Pero si, más que al fundamento carismático del instituto, miramos al corazón de Arrupe y a sus «santos privados», como diría Fabro, descubrimos que el General se sintió inspirado por tres grandes figuras de nuestra tradición, los tres grandes vocacionados y, digamos así, «enormes» misioneros: «Abraham, Pablo y Javier han sido para mí de permanente inspiración […] ideal del tercer grado de humildad ignaciana» [13]. En algunos de sus grandes discursos programáticos[14], Arrupe va fundamentando sus reflexiones apoyándose sobre todo en los escritos de Nadal, más teólogo y sistemático que el santo saboyano, quien, por otra parte, no aparece en los textos[15]. Tampoco se descubre a Fabro en otros artículos donde el mismo título del escrito invitaría a encontrarlo, como es el caso de «La sencillez de vida (29.XII.73)» y sobre todo en «Notas sobre el modo de dar los Ejercicios hoy (VI.78)», «Sobre la disponibilidad (19.X.77)» o «San Francisco de Borja (30.IX.72)» [16]. Fabro, del que no tenemos grandes escritos legislativos ni magisteriales, no se encuentra entre los primeros jesuitas inspiradores del pensamiento ignaciano de Arrupe, quien ha dirigido su mirada más atentamente hacia el legado de otros compañeros del saboyano, como su buen amigo Laínez o el mallorquín Nadal. 9

2.2. El P. Peter Hans Kolvenbach (1983-2008) Resulta interesante notar cómo la Compañía de Jesús ha ido poco a poco, a lo largo de sus últimos años, haciendo un lugar a Pedro Fabro. El P. Kolvenbach, Superior General de los jesuitas (1983-2008), recurre a Fabro en diversas ocasiones. En primer lugar, para destacar su función en el grupo de compañeros de París y su presencia relevante como sacerdote, el primero, en la ceremonia de los votos de Montmartre (París) del 15 de agosto de 1534[17]. El testimonio del saboyano sirve también para ilustrar la dimensión sacerdotal de la vocación de todo jesuita; en su Memorial, Fabro describe el hecho de «hacerse sacerdote» como «la gracia de estar enteramente consagrado a Él solo», de estar «dedicado por entero a su servicio» [18]. Muy próximo al tema del sacerdocio está el de la Eucaristía, y ahí encontramos de nuevo a Fabro convencido del «sentido apostólico de la comunión diaria», que anima a entregarse del todo en todas las cosas como Dios hace con cada uno de nosotros en el Sacramento[19]. Kolvenbach mira a Fabro para destacar sus buenas aptitudes para la cura personalis, «para ayudar a muchos a consolarlos, sacarlos de varios males, librarlos, fortificarlos, administrarles luz…», y como quien supo utilizar los Ejercicios para «ayudar a todos a descubrir su vocación y misión personal en la vía de su Criador y Señor» [20]. Fabro, primer jesuita comprometido con el diálogo ecuménico, inspira y alienta diversos encuentros contemporáneos sobre ecumenismo: «Los primeros compañeros estuvieron en contacto con esta división [de los cristianos]. Basta para ello recordar las misiones del bienaventurado Pedro Fabro en Alemania y los consejos que nos dejó escritos un poco antes de su muerte». En ambos casos se traen a colación las preciosas y tan actuales pautas que Fabro envía a Laínez indicando «cómo deben conducirse los jesuitas en relación a los protestantes, subrayando la necesidad de la caridad y la conversión personal» [21]. Fabro inspira también la misión de los jesuitas con sus compañeros laicos: «Sabemos que fundó en Parma una fraternidad de laicos a la que llamó “Compañía del Santo Nombre de Jesús”. Sus integrantes compartían las prácticas religiosas, instruían en la doctrina cristiana a los ignorantes y cuidaban de los pobres y los condenados a muerte» [22]. En fin, en la misma fiesta de Pedro Fabro (2 de agosto), Kolvenbach lo presenta a la comunidad como modelo de la palabra y la conversación, como peregrino infatigable, humilde, disponible, con amplitud de miras y horizontes[23].

2.3. El P. Adolfo Nicolás (2008-)

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Cuatro días después de que el papa Francisco canonizase a Pedro Fabro, el P. General de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, escribía una carta dirigida a toda la Compañía titulada «Con motivo de la canonización de Pedro Fabro, SJ» (17 de diciembre de 2013, original en español). La fecha de la carta venía a coincidir con el cumpleaños del Santo Padre. El documento, además de presentar brevemente a la persona en su contexto histórico y en su misión apostólica, ofrece un retrato espiritual con el que se favorece también una relectura contemporánea de su carisma. Por lo que puede deducirse del escrito, parece que una de las intenciones del P. General es aproximar al primer compañero de Ignacio a nuestro mundo de hoy y así, desprendiéndose de lo más accidental propio de cada época, favorecer un descenso hacia lo verdaderamente espiritual, trans-epocal o transcultural de la experiencia de Fabro como creyente y como jesuita. En poco más de tres páginas, el P. General va entrelazando sabiamente elementos histórico-textuales, antropológicos y teológico-espirituales del nuevo santo para ofrecernos un retrato cercano y profundo. Arraigada en las fuentes del siglo XVI y a las puertas del año del bicentenario de la restauración de la Compañía (1814), la carta del P. Nicolás busca provocar una «restauración dinámica, personal y societaria» en la vida de los jesuitas para, de la mano de Fabro, ayudarnos a «permanecer compañeros en Su Compañía». En definitiva, el P. Nicolás se pregunta: «¿Qué continúa enseñándonos “Maestro Fabro” casi cuatrocientos setenta años después de su muerte?». En Fabro descubrimos al místico en la historia y en el mundo. Sin hogar propio y siempre en camino, el corazón de Fabro permanecía arraigado en Cristo, su único Maestro: «redentor, consolador, vivificador, iluminador, ayudador, libertador, misericordioso y clemente. De ese Jesús quiero ser servidor» [M 151][24]. Con Jesús en el centro, todo momento y circunstancia es para Fabro posibilidad para el encuentro con Dios. Vivió aquello del apóstol: «orad incesantemente» (1 Ts 5,17). Con Fabro se actualiza la atención y el cuidado propios de un hermano mayor que supo tejer la amistad y el afecto entre aquellos primeros compañeros. Así se mantiene encendida la llama de la preocupación, el interés y el cariño mutuo que fortalece los vínculos entre los «amigos en el Señor» al tiempo que fecunda la misión. El P. General retoma la imagen sugerente de la Congregación General 35: el fuego que había prendido en el corazón de Fabro «comenzaba a encender otros fuegos» [25], favoreciendo así la conservación y el aumento del edificio de la Compañía de Jesús. Fabro es «vocación de cuidado y atención al cuerpo de la Compañía». Algo tan cotidiano como la palabra y la conversación aparecen como medios privilegiados para el despertar de la experiencia religiosa. Fabro emerge como Maestro de retórica de lo divino: «tuvo la más encantadora suavidad y gracia que he visto en mi vida para tratar y conversar con las gentes», comenta su compañero Simón Rodrigues, pues «de cualquier cosa y sin escandalizar a nadie sacaba materia para tratar y hablar de 11

Dios» [26]; no es extraño, por lo tanto, que fuera Fabro el elegido para acudir a los encuentros y los coloquios con los protestantes en Alemania. Este trato y conversación con frecuencia discurrían por el camino de los Ejercicios; según Ignacio, Fabro era quien mejor los daba[27], tenía un don especial para favorecer el encuentro entre el Criador y la criatura que pretenden los Ejercicios [Ej 15]. Fabro es «vocación de diálogo y apertura incondicional». Con su propia vida, Fabro «encarnó la mística del discurrir tan propia de los primeros jesuitas», dispuestos a acudir «sin tergiversaciones ni excusas, a cualquier parte del mundo adonde nos quieran enviar», tal y como inmortalizaron en su primer documento inspirador y normativo, su Fórmula del Instituto. Por Jesús, él mismo escribe, «he cambiado de casa muchas veces» [M 286]. Fabro vivió hasta el final la disponibilidad generosa y la obediencia amorosa que Ignacio deseaba y que la Iglesia esperaba de sus compañeros: «seré un peregrino por todas partes a las que me conduzca la voluntad de Dios mientras viva» [28]. Fabro es «vocación de disponibilidad obediente y entrega fiducial».

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3. EL PAPA FRANCISCO Y PEDRO FABRO Jorge Mario Bergoglio, antes de ser elegido papa, ya había mostrado cierta afición por el beato Fabro. Siendo provincial de la provincia jesuítica de Argentina (1973-1979) promovió la edición del Memorial de Fabro encargándosela a dos especialistas de su país, muy probablemente convencido de que el conocimiento de Fabro podría dinamizar espiritualmente la vida religiosa de los jesuitas de su provincia[29].

3.1. Referencias a Pedro Fabro Leyendo alguno de los escritos del papa Francisco encontramos a Fabro aquí y allá. Algunas veces de manera explícita, otras más inspiradora. Lo incluye en alguna de sus reflexiones para ilustrar la experiencia del discernimiento, con la sensibilidad exquisita que Fabro tenía para captar e interpretar el movimiento de espíritus[30]; para ayudar a conocer también la posible falsa motivación que puede mover a un acto bueno[31] o para conocer el verdadero espíritu que habita en las almas que ya están en el servicio de Dios nuestro Señor, proponiéndoles cosas difíciles[32]. Unos días después de la canonización, el papa Francisco presidió la Eucaristía en el día de la fiesta del Nombre de Jesús (3 de enero de 2014) en la iglesia del Gesù de los jesuitas de Roma. El nombre de «Compañía de Jesús» fue muy importante para los primeros jesuitas, y de manera especial para san Ignacio; esta fiesta del 3 de enero está llena de significado y es muy solemne para los jesuitas. Una parte de su homilía se centró en el talante espiritual de Fabro[33]. Se refirió al nuevo santo como un hombre inquieto y de grandes deseos, a través de los cuales aprendió a buscar y a hallar la voluntad de Dios. Esta búsqueda incesante le despertaba y mantenía siempre en una inquietud apostólica que le llevaba a evangelizar con valentía: «sin inquietud somos estériles». Hombre modesto, sensible, de profunda vida interior y dotado con el don de entablar amistad con personas de todo tipo, movido por el verdadero y profundo deseo de dilatarse en Dios, Fabro estaba totalmente centrado en Él. Fue esta manera de estar en Dios la que le posibilitaba vivir en obediencia moviéndose por toda Europa para anunciar el evangelio «con dulzura, con fraternidad y con amor». Fue devorado por el intenso deseo de comunicar al Señor. Desde otra perspectiva y de manera más distendida, propia del género periodístico, el papa Francisco habló de su devoción y admiración por Pedro Fabro en la entrevista concedida los días 19, 23 y 29 de agosto al P. Antonio Spadaro SJ, director de la revista La Civiltà Cattolica, y publicada pocos días después en español en la revista Razón y Fe[34]. Fueron algo más de seis horas de conversación sobre diversos temas, entre ellos el nuevo santo jesuita. «¿Qué le llama tanto la atención de Fabro?» pregunta el 13

periodista. «El diálogo con todos, aun con los más lejanos y con los adversarios; su piedad sencilla, cierta probable ingenuidad, su disponibilidad inmediata, su atento discernimiento interior, el ser un hombre de grandes y fuertes decisiones que hacía compatible con ser dulce, dulce…». Spadaro, según va escuchando las características personales del jesuita favorito del papa, comenta: «Comprendo hasta qué punto esta figura haya constituido para él un verdadero modelo de vida». En fin, el papa se acuerda también de Pedro Fabro en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium del 24 de noviembre de 2013. Al hablar del «acompañamiento personal de los procesos de crecimiento», se refiere a la necesidad de dar tiempo y tener paciencia con las personas, las situaciones, los procesos de maduración: «Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: “El tiempo es el mensajero de Dios”» [35].

3.2. Entonces, ¿por qué le gusta tanto san Pedro Fabro al papa Francisco? Reconozco que la pregunta es un poco atrevida, y todavía lo es un poco más aventurarse a dar una respuesta. Sin embargo, al leer algunos de los escritos de nuestro papa y leer entre líneas parte de su vida y de su «modo de proceder», todo ello desde una «perspectiva fabriana», van emergiendo temas, palabras, gestos… en los que resulta fácil reconocer una silenciosa presencia del estilo y talante de Fabro. ¿Podemos apuntar breve y modestamente alguno de ellos? – En primer lugar, Fabro fue un testigo más que un maestro. Es cierto que tras sus estudios en París había alcanzado la categoría de «Maestro» y así le llamaban a veces sus compañeros, «Maestro Fabro»; es cierto también que durante su etapa en Roma pronunció algunas lecciones de teología en presencia del papa Paulo III y también es verdad que, aunque no pudo llegar, pues falleció pocas semanas antes, había sido llamado a participar en el concilio de Trento, lo cual habla de la altura teológica y académica de Fabro. Pero no fue esa su principal misión o tarea en la Iglesia. Su vida, que se fue dando a los demás a través de la conversación y sus ministerios, fue un permanente testimonio de la presencia de Dios entre nosotros[36]. – Es un testigo de vida interior. Lo cual en Fabro se concreta en presencia y atención a los deseos («la respiración del corazón», dirá el papa) y su posterior discernimiento. El testigo tiene algo que comunicar porque lo ha recibido y vivido; es alguien que habla desde la experiencia de haberse encontrado con Dios, desde el conocimiento interno del Señor Jesús. Bergoglio introduce en el corazón de la antropología jesuítica el lenguaje de Dios, que actúa provocando una atmósfera de deseos, y su posterior hermenéutica para descubrir en ellos 14

Su voluntad. El conocimiento de sí mismo y la familiaridad con el movimiento interno de las mociones es parte irrenunciable de la vida espiritual del jesuita[37], algo que testimonia el Memorial en cada uno de sus párrafos. – Fabro es el testigo que transmite un estilo creíble en sencillez y pobreza. Un peregrino ligero de equipaje, felizmente anclado en su alegre austeridad. Un peregrino que llega al corazón de los demás con suavidad y dulzura. Yo creo que estas dos parejas de términos se reclaman mutuamente cuando se viven con armonía. Cuando la pobreza va configurando el corazón se manifiesta en sencillez de vida y en una austeridad alegre y profética. Fabro optó por la pobreza y la pobreza habitó en él, espiritual y materialmente. Es dato evidente que no necesita de investigación alguna comprobar lo bien que se encuentra el papa en contextos y lenguajes sencillos, en gestos proféticos de austeridad alegre, en signos en cuanto tal pequeños, sí, pero enormes en trascendencia, signos de pobreza que apuntan hacia Algo o Alguien «más allá» de sí mismos. La pobreza en Fabro hacía desprender esa suavidad y dulzura en el trato que los interlocutores notaban, apreciaban… y hasta se contagiaban de ella. Aunque parezca extraño, la dulzura como sensación y experiencia espiritualmística está bastante presente en Ignacio de Loyola; se refiere a ella para aludir a momentos de especial intimidad con el Señor[38], que sin duda Fabro experimentaba. «Por esto podía ir, en espíritu de obediencia, a menudo incluso a pie, a cualquier lugar de Europa, a dialogar con todos con dulzura y a anunciar el Evangelio. […] El Evangelio se anuncia con dulzura, con fraternidad, con amor» [39]. El lenguaje del discurso teológico se enriquece con el lenguaje del gesto de ternura que se expresa a través de la sonrisa, la mirada, la caricia, el teléfono, el beso, la escucha paciente… que el papa Francisco utiliza como semántica y sintaxis del, llamémosle así, «corazón teológico». – Fabro fue un testigo abierto a todos, dispuesto a tender manos y construir puentes sin detenerse en condicionantes siempre penúltimos, como la lengua, la raza, la cultura o la religión. La fecunda presencia de Fabro por las encendidas tierras de Alemania (Espira, Worms, Ratisbona o Colonia) da fe de su interés por mantener viva la relación con los protestantes y dialogar respetuosamente con ellos hasta «amarlos in caritate». Ricos y pobres, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres, católicos y no católicos encontraban siempre en Fabro un interlocutor dispuesto a ayudarlos a aproximarse a Dios[40]. Hoy la Iglesia tiene otras fronteras, tan encendidas o más que aquellas del siglo XVI. En la figura del papa Francisco, como ya venía haciendo también en sus predecesores, el Espíritu Santo «estira» a la Iglesia, la hace dar de sí insospechadamente, ensanchándola más allá de sus fronteras dogmáticamente católicas para ofrecer la mano y tender los puentes necesarios de amistad y reconciliación. 15

– Fabro encarna también el valor de la escucha. Tal vez la clave del éxito de sus conversaciones espirituales residía en su capacidad de escuchar, «que es más que oír», como dice el papa. «¡Escuchar para hacer posible el diálogo verdadero hoy!… Estás llamado a dialogar» [41]. Una capacidad de empatizar con la situación interna del otro, «hacerse cargo del otro», para intentar ofrecerle la orientación, el consejo más apropiado, la palabra oportuna en su camino hacia Dios[42]. – Fabro fue un testigo, un sacerdote piadoso. La piedad, nos dice el papa, es el fundamento de la teología, es su «valor religioso fundante». Fabro encarna esta síntesis, a veces difícil de encontrar, entre saber teológico, práctica pastoral y vida de piedad. Como puede verse en su Memorial, Fabro asume con naturalidad las prácticas piadosas de la cultura de su tiempo y, tal vez influido por el fuerte rechazo de los protestantes a muchas de ellas, las vive con mayor intensidad y devoción. «Nuestra teología debe ser piadosa si quiere ser fundante, si pretende dejarse fundar por el Señor» [43]. – La vida interior de Fabro se verificaba sobre todo en la exigencia objetiva y visible de una disponibilidad obediente. Fue uno de los primeros jesuitas que más directamente experimentó ese rasgo tan constitutivo de la Compañía de Jesús con el que se abre su Fórmula del Instituto: «ir inmediatamente, en cuanto estará de nuestra parte, sin tergiversaciones ni excusas, a cualquier parte del mundo adonde nos quieran enviar, o a los turcos o a cualesquiera otros infieles, aun a aquellas partes que llaman Indias, o a otras tierras de herejes, cismáticos o fieles cristianos» [44]. A veces nos preguntan a los jesuitas, con más curiosidad que acierto, cómo puede vivir un papa jesuita el voto de obediencia al papa. Yo creo que el papa Francisco va demostrando una obediencia fiel al Espíritu Santo. Sus gestos y sus palabras revelan una fina observación de los «signos de los tiempos» para interpretarlos pneumatológicamente, según eso que llamamos discernimiento… y actuar en consecuencia. Actuar. Es el reflejo de la obediencia del pontífice a la Iglesia y en la Iglesia, que reclama una perseverante escucha del Pueblo de Dios para servirle en sus necesidades. – En fin, Fabro fue también un apóstol creativo. Supo adaptar todo aquello que recibió en París, el saber teológico, la vida espiritual de los Ejercicios y las conversaciones, a las circunstancias, contextos y destinatarios tan distintos que se fue encontrando, sin minusvalorar ninguno de ellos: la corte, la cárcel, los hospitales, la academia, los niños, la parroquia, el albergue… y en todos ellos la fecundidad de su palabra y de su vida[45]. ¿Acaso no viene sorprendiéndonos el papa Francisco con su gran capacidad de comunicación (verbal y gestual), adaptándose delicadamente a cada interlocutor, haciéndose «todo a todos»?

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La decisión del papa Francisco de canonizar a Fabro nos invita a dirigir la mirada hacia este reservado saboyano para intentar conocerle más internamente y así, ayudados por el Espíritu, sentirnos alentados y confortados por su particular manera de entender su relación de amistad con Jesús, fuente de su vitalidad apostólica. Pero vayamos, por fin, a Fabro. Tenía 23 años cuando, en el mismo curso académico en que se licenciaba en Artes por la Universidad de París, vino a coincidir con un estudiante atípico, ya maduro, muy inquieto espiritualmente y enamorado de Jesús de Nazaret: Ignacio de Loyola. Corría el año del Señor de 1529. Por aquel entonces, Fabro no podía siquiera sospechar las consecuencias que para su vida iban a tener aquellas primeras conversaciones sobre lo humano y lo divino que dos inquietas personalidades compartían, sentían y gustaban: «Que la divina clemencia me conceda la gracia de recordar y valorar los beneficios que Dios nuestro Señor me concedió entonces por medio de este hombre» [M 9].

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4. LA VIDA DE PEDRO FABRO 4.1. «La gracia del bautismo y ser educado…» (Saboya, 1506) Pedro Fabro Perissin nació en Villareto (Saboya) el 13 de abril de 1506. Muy probablemente recibió el bautismo en la parroquia de Saint Jean des Six, a la que pertenecía su pueblo. Fabro era un apellido muy común en la zona, hasta el punto de que una de los testigos en el proceso de beatificación, al ser preguntada si por apellidarse «Fabro» era pariente del sacerdote jesuita, responde: «No, casi todas las familias del dicho pueblo de Villaret se apellidan Fabro» [46]. Su llegada a París suponía para él la culminación de todo un proceso intelectual y afectivo no exento de dificultades. Había llegado a la Sorbona, centro del conocimiento universitario de la Europa de entonces, con el deseo de dar cauce a una profunda inquietud intelectual que desde niño venía alimentando: «A los doce años sentí deseos de estudiar. No podía soportar ser pastor y quedarme en el mundo como deseaban mis padres. Me harté de llorar para que me concedieran ir a la escuela, a lo cual accedieron contra sus propias intenciones» [M3][47]. Efectivamente, sus padres Louis Fabro y Marie Perissin contaban con que su espabilado hijo Pedro pudiera continuar con los negocios de la familia, principalmente de comercio de lana y ganado bovino. Sus «buenos padres eran católicos y muy piadosos. Eran labradores con suficientes bienes temporales como para proporcionarme los medios necesarios para la salud de mi ánima» [M1][48]. Según cuenta uno de los testigos del proceso de beatificación, parece ser que su madre tuvo un papel muy importante en la educación religiosa de Pedro, enseñándole los principios de la fe cristiana[49]. Pero Fabro parece que tenía claro lo que no quería ser: «El Señor quiso que para nada fuera yo más inútil, ni a nada más opuesto, que para dedicarme a los negocios del mundo» [M3]. No sabemos mucho más de su familia. En los procesos de beatificación aparece en algún momento su hermano Luis[50]. Para convencer a sus padres, además del llanto insistente, el joven Pedro contó con el apoyo de un reconocido maestro de La Roche, a escasos kilómetros de su primera escuela de Thones[51], donde había aprendido a leer y escribir: Pedro Veillardo. Era un sacerdote querido y respetado por su vida intachable y sus dotes pedagógicas[52]. «De vida fervorosamente ejemplar […]; todo su empeño era formar a la juventud en el santo y casto temor de Dios» [M3]. Tuvo a Fabro bajo su tutela durante once años, tiempo más que suficiente para captar las cualidades de su alumno y ofrecer a su familia las recomendaciones oportunas para que le favoreciesen continuar estudios. Gramática, retórica, los clásicos griegos y latinos… tiempo bien aprovechado que puso los cimientos necesarios para acceder al mundo universitario sin miedo al fracaso. Y junto a la piadosa academia de Veillard, el retiro y el silencio de la cartuja venían también moldeando la 18

personalidad del joven Pedro. Un tío paterno, Dom Mamert Favre, había sido prior hasta su muerte en 1522; entonces le sucedió otro tío suyo, hermano de su madre, Claudio Perissin, con quien parece que tuvo una afectuosa relación; a él va dirigida la única carta del epistolario de Fabro escrita en francés, enviada desde Maguncia en mayo de 1543[53]. Claudio lo animó y apoyó en su proyecto con destino a París.

4.2. «Salí de mi patria y me fui a París» (1525) Pietas et eruditio Con unos trescientos mil habitantes, la capital del Sena era una de las ciudades más grandes de Europa, en vigorosa transformación[54]. Su prestigioso campus universitario contaba con algo más de cuatro mil estudiantes de muy diversas nacionalidades, que se acomodaban entre los cincuenta colegios y residencias de la universidad[55]. Pedro entraba en París en 1525, con diecinueve años. Era un joven de mediana estatura, de presencia varonil y hermosa, cabello y barba de color rubio claro. Su carácter, abierto y desembarazado. Un poco tímido en los grandes espacios, pero locuaz y buen conversador en contextos pequeños y sencillos. Sensible, con altos y bajos de ánimo, en ocasiones dubitativo. Su personalidad suave, amistosa y buena ejercía en todos los que trataban con él una atracción maravillosa[56]. Al llegar, se instaló primero en el estricto colegio de Montaigu, por el que también habría de pasar pocos años después Íñigo de Loyola (1528-1529)[57], pero al cabo de pocos meses decidió trasladarse al de Santa Bárbara, de orientación más abierta y talante humanista y regido por el portugués Diego de Gouvea. En Santa Bárbara encontró un hábitat desde el cual asimilar el pensamiento filosófico y teológico de la época en el espíritu de la pietas et eruditio, con el cual empatizaron profundamente los primeros jesuitas. La pietas venía inspirada por el espíritu de la devotio moderna, que hacía de la vida de Jesús y de la contemplación de sus misterios uno de los pilares básicos de la experiencia espiritual. La Vita Christi de Ludolpho de Saxonia, el Rosetum exercitiorum spiritualium de Juan Mombaer o la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis ayudaban a generar una atmósfera de piedad, a cuya luz se recibían e interpretaban los contenidos teológicos propios de la eruditio[58]. En el interior de este saboyano convivían agitadamente su inquietud intelectual de adolescente, una firme decisión de estudiar y una enorme confusión de ideas acerca de la orientación definitiva de su futuro: «Unas veces me sentía inclinado al matrimonio, otras quería ser médico o abogado, o regente o doctor en teología. A veces quería también ser clérigo sin grado o monje» [M14][59]. Cuando, en octubre de 1529, Ignacio se asentó en Santa Bárbara después de haber pasado por el hospital de Saint Jacques y el colegio de

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Montaigu, fue a parar a una habitación del tercer piso, el llamado “paraíso”, a la misma que ocupaban desde 1525 Pedro Fabro y Francisco Javier.

El encuentro con Ignacio En su Memorial reconocerá que la conversación con Ignacio iba poniendo orden en su mundo interno, hasta llegar a tomar la decisión de sumarse al proyecto, todavía tan abierto, liderado por el de Loyola. «Que la divina clemencia me conceda la gracia de recordar y valorar los beneficios que Dios nuestro Señor me concedió entonces por medio de este hombre» [M 9]. «Compartíamos la misma mesa y la misma bolsa» y así, poco a poco, llegaron a tener «los mismos deseos y el mismo querer» [M8]. Y es que las horas parecían no dar de sí: «porque cuando comenzaban a hablar de cosas espirituales se embebían en la plática de tal manera que se olvidaban de Aristóteles y de su lógica y su filosofía, como los que estaban ocupados en otra más alta que la suya» [60]. Fabro atravesó también una temporada de intensos escrúpulos y fuertes turbulencias en su vida espiritual. Confió su mente y su corazón a Ignacio, quien acertó a acompañarlo con paciencia y delicadeza, desde su propia y dolorosa experiencia en su época de Manresa[61]. «Lo primero y principal es que me ayudó a entender mi conciencia, mis tentaciones y escrúpulos que me habían durado tanto tiempo, sin entender nada, ni encontrar el camino de la paz» [M9].

Los Ejercicios Espirituales Ignacio fue guiando sabiamente a su compañero hasta el momento en que lo vio preparado para hacer los Ejercicios Espirituales, a comienzos de 1534, nada menos que cuatro años y cuatro meses después de haberse saludado por primera vez[62]. Esta experiencia, que Fabro vivió con gran intensidad, supuso para él un «punto de no retorno». «Fabro hizo los ejercicios en el arrabal de Saint Jacques, en un tiempo en que se atravesaba el río Sena con carretas por estar helado […] y cuando el Padre [Ignacio] examinó a Fabro, halló que ya hacía seis días completos que no comía nada y que dormía en camisa sobre las barras que le trajeron para hacer fuego, que nunca había encendido, y que hacía las meditaciones sobre la nieve en un patio. Ignacio, después de haber rezado sobre el tema, volvió donde Fabro a encenderle el fuego y a prepararle algo de comer» [63].

Los primeros compañeros En torno a Ignacio, Fabro y Javier se fue configurando un pequeño grupo de compañeros, todos alumnos de la Facultad de Teología, que compartían inquietudes parecidas y fueron entrando, poco a poco, en conversación con Ignacio. Se trataba de 20

tres españoles, Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Nicolás de Bobadilla, y un portugués, Simón Rodrigues. Los dos primeros ya habían pasado por Alcalá de Henares, donde habían oído hablar de Íñigo, de su estilo de vida, su propuesta espiritual y sus conversaciones. En parte atraídos por el deseo de conocerle, decidieron continuar sus estudios en París, a donde llegaron en 1533. Laínez procedía de Almazán, un pueblo de la provincia de Soria. Descendía de cristianos nuevos y tenía un ingenio y una capacidad intelectual por encima de la media[64]. Compañero y buen amigo suyo, el toledano Alfonso Salmerón, nacido en 1515, era el más joven del grupo, con gran inclinación hacia los estudios y la exégesis bíblica[65]. Pocos meses después llegaba también a París el palentino Nicolás Alonso, de Bobadilla (actualmente Boadilla) del Camino, nacido en 1509. Tras estudiar humanidades y lenguas clásicas en Valladolid y Alcalá, había completado estudios de teología en la Sorbona[66]. Por su parte, Simón Rodrigues ya había llegado a la capital parisina en 1527, becado por Juan III de Portugal. Conocía «de lejos» a Ignacio, pero no entablaron una relación seria hasta 1533. Fueron los compañeros y amigos de Fabro. Todos hicieron los Ejercicios bajo la orientación de Ignacio en diferentes momentos entre 1533 y 1534, y para todos ellos supuso reorientar sus vidas hacia el nuevo horizonte que el de Loyola proponía[67]. Este proyecto quedó sellado con la celebración de la liturgia en una capilla de las afueras de París, en Montmartre (Mons Martyrium). Fue en una misa presidida por Pedro Fabro, entonces el único sacerdote del grupo; en ella, ante Jesús-Eucaristía, uno a uno, en voz alta, fueron pronunciando sus votos de ir a Jerusalén «y gastar sus vidas en provecho de las ánimas; y si no consiguiesen permiso para quedarse en Jerusalén, volver a Roma y presentarse al Vicario de Cristo, para que los emplease en lo que juzgase ser de más gloria de Dios y utilidad de las almas» [68]. Simón Rodrigues recuerda que «el Padre Fabro, volviendo al altar, antes de comulgar, hizo el mismo voto con voz alta y clara, de forma que todos pudieran oírlo» [69]. Era el 15 de agosto de 1534[70].

Pedro Fabro, «hermano mayor» El grupo quedaba así «empistado» para más allá de París. Un futuro abierto, cargado de incertidumbres, pero con un proyecto al fin y al cabo, que mantendría unidos a aquellos siete jóvenes universitarios. Por delante, un deseo encendido y una determinación arraigada. Un grupo diverso, multicultural para aquella época. Personalidades muy distintas pero un sentimiento y un horizonte común. Antes de abandonar la universidad, tenían que terminar los estudios. Ignacio fue el primero en dejar París. Poco después de haber recibido el diploma de Maestro en Artes (14 de marzo de 1535), se despidió de sus compañeros y a principios de abril salía hacia Azpeitia (Guipúzcoa), su tierra natal. Los seis amigos quedaban en París completando sus estudios y con «el buen Maestro Pedro Fabro como hermano mayor» [71]. En ausencia de Ignacio, Fabro fue reconocido como líder de un grupo que seguía creciendo 21

en cohesión, ilusión y número. «El primero de los hijos que perseveraron» o «primogenitum fratrem» [72] son expresiones que los primeros jesuitas empleaban para referirse a esta «primacía» de Fabro que, más allá de lo temporal, aludía también a una autoridad moral y a un respeto amoroso: el de mayor edad, el que más había convivido y compartido con Ignacio, el que mejor había asimilado el método de los Ejercicios… Fabro estuvo a cargo del grupo un año y diez meses, hasta el 8 de enero de 1537, día en que llegaron a Venecia para encontrarse con Ignacio. Durante este tiempo, por medio de la conversación y de los Ejercicios Espirituales, ganó para esta incipiente compañía tres nuevos compañeros: Claudio Jayo, Juan Codure y Pascasio Broët[73]. Fabro ya conocía al también saboyano Jayo[74]. En junio de 1533, Fabro había abandonado París para ir a su tierra a solucionar asuntos de familia; permaneció con su padre unos siete meses[75]. Allí será recordado como alguien siempre activo, ya sea rezando, confesando o visitando a los enfermos[76]. Nacido en 1504, Claudio era un poco mayor que Fabro; también había sido alumno de Pedro Veillardo en La Roche y por aquel tiempo dirigía un colegio en la ciudad de Faverges. Tras unas primeras conversaciones con Fabro, Claudio Jayo se decidió a ir a terminar estudios en París. Se instaló en el colegio de Santa Bárbara e hizo los Ejercicios con su amigo Pedro en noviembre de 1534, «en los que progresó mucho en las cosas de Dios», y al terminar pidió ser agregado al grupo de los de Montmartre. Un proceso parecido siguieron los dos restantes. Pascasio Broët era, después de Ignacio, el mayor del grupo, pues había nacido en 1500 en Bertrancourt, Picardía. Sacerdote desde 1524 y tras diez años de trabajo en su patria, viajó a París para terminar sus estudios. Se hospedó en el colegio de Calvi, donde ya vivía Bobadilla. Conoció a Fabro e hizo con él los Ejercicios, para terminar sumándose al grupo. Por su parte, Codure se hospedó en el Colegio de Lisieux, muy próximo a Santa Bárbara, para seguir clases de filosofía y teología. Hizo también los Ejercicios con Fabro y culminó su proceso de incorporación al grupo uniéndose a la celebración de los votos de Montmartre el 15 de agosto de 1536. Codure murió en Roma el 29 de agosto de 1541; era el primero de estos diez jesuitas que pasaba a la casa del Padre. «Por los frutos los conoceréis». Vistos los resultados, Fabro cumplió su papel y cuidó bien del grupo, lo «conservó y aumentó». La clave estaba en Jesús, no en Ignacio. Cada uno de ellos tenía puesta «toda su esperanza y fortaleza en Dios» e «igual que se había determinado en su vocación independientemente de la decisión de los otros, así también cada uno de ellos había decidido en su corazón con gran firmeza “poner la mano en el arado, sin mirar hacia atrás” aunque todos los otros faltasen» [77].

4.3. Hacia Venecia (noviembre de 1536)

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Parecía que no ponían los pies sobre la tierra Finalizados sus estudios, decidieron partir hacia Venecia el 15 de noviembre de 1536, adelantando en más de dos meses la fecha prevista[78]; la guerra que se veía venir entre el rey de Francia Francisco I y el emperador Carlos V así lo aconsejaba[79]. Al enterarse uno de los doctores de la Facultad de Teología de que Fabro dejaba la universidad, reaccionó con energía para impedir su marcha. Argumentó diciendo que abandonaba París bajo pecado mortal, pues se trataba de una decisión que implicaba dejar de hacer mucho bien a las ánimas en la universidad para inclinarse por otra con resultado incierto; estaba incluso dispuesto a organizar un ayuntamiento de profesores para discutir y probar lo que decía. Fabro, sin embargo, se mantuvo firme, pues «Dios había determinado otra cosa» [80]. Se despidieron de París en dos grupos, con cuatro o cinco días por medio y con el acuerdo de reencontrarse en Meaux, a unos 45 kilómetros[81]. Los que partieron en el segundo grupo acabaron de recoger sus cosas y las repartieron entre los pobres. Iban ligeros de equipaje. Rodrigues portaba una Biblia y Bobadilla, un fajo de papeles con apuntes de exégesis bíblica y notas teológicas, mientras que Fabro llevaba un misal[82]. Podemos imaginarnos a aquel grupo de jóvenes ilusionados «vestidos con hábitos talares, ya usados, al modo de los estudiantes de París, con bordones en las manos y sombreros en la cabeza. Cada uno llevaba una bolsa de cuero colgada al cuello y echada a un costado del cuerpo […] Llevaban el rosario colgado al cuello, a la vista de todos» [83]. Durante el camino dedicaban un tiempo a su oración y meditación personal, a cantar los salmos y cada día uno de los tres sacerdotes (C. Jayo, P. Broët y P. Fabro) celebraba la Eucaristía. «Al entrar de la posada –escribe Laínez–, la prima cosa era hacer un poco de oración, haciendo gracias a nuestro Señor de los beneficios recibidos; y otro poco de oración al salir» [84]. Lo que sí recuerda Rodrigues era la alegría de aquellos jóvenes: «salieron de París entregados y confiados en la gracia y providencia de Dios, con tanto alborozo y gozo espiritual que parecía que no ponían los pies sobre la tierra» [85].

Todo les parecía poco En unos once o doce días podrían haber abandonado suelo francés. «Los padres caminaban por nieves y entre herejes, con grandes fríos […] cubiertos de nieve» [86]. 520 kilómetros separaban París de Estrasburgo. La reconstrucción que del viaje hace Schurhammer atribuye a estos peregrinos jornadas de unos 50 kilómetros diarios[87]. Tres días más emplearon en andar los 130 que les faltaban hasta Basilea, donde «muy cansados y destrozados del camino, fríos y nieves, se detuvieron unos tres días» [88]. La ciudad era ya totalmente protestante. En su catedral estaban enterrados Zwinglio, Ecolampadio y Erasmo de Rotterdam, quien había compartido con estos peregrinos profesores, doctrina e incluso colegio (Monteagudo) en el campus de la Sorbona. 23

Tras este merecido descanso continuaron camino hacia Constanza. Había mucha nieve, no sabían alemán ni las gentes de los pueblos el latín. Antes de llegar se perdieron varias veces. Costanza había apostatado de la fe católica hacía varios años. Entre 1528 y 1530 se produjeron numerosos actos contra la fe católica: altares, imágenes y estatuas fueron suprimidos y destrozados, se profanó la catedral y se suprimió la misa; se prohibió a los vecinos acudir a otros pueblos para oírla. Sin duda llenos de pena ante el panorama que estaban contemplando, los peregrinos rodearon por la orilla norte el lago de Constanza y continuaron hacia su destino por el Vorarlberg[89]. La situación era complicada, difícil, pero la memoria de Rodrigues permanecía llena de entusiasmo: «con gran alegría y gozo de sus almas se exponían a todos los peligros […] y todo les parecía poco» [90]. Después de no pocas disputas con protestantes, siguiendo el valle del Rin, se adentraban en territorio católico. Siguieron muy probablemente la ruta que la mayoría de los peregrinos que iban a Venecia acostumbraban a tomar: Bregenz, Feldkirch, donde estarían a mitad de diciembre y todavía a unos 500 kilómetros de su destino final, y el Arlberg. Pasaron las Navidades en el Tirol alemán. Desde Bolzano continuaron hasta Trento, donde comenzaba la región italiana y ya había camino directo hacia Venecia. Desde Bassano, por Castelfranco y Mestre, llegaron a Venecia el ocho de enero de 1537. No podría sospechar Fabro que el largo y costoso viaje que acababa de terminar, con casi 31 años, era solo el comienzo de lo que le esperaba en su corta vida de futuro jesuita. «Soy un peregrino […] un peregrino como mis padres; seré un peregrino por todas partes a las que me conduzca la bondad de Dios mientras viva» [91]. Pocos meses antes había escrito en su Memorial: «desde que me conozco, por él solo he cambiado de casa muchas veces. […]. Con frecuencia estuve en hospitales, donde la limpieza brillaba por su ausencia y muchas veces en pésimas posadas. He tenido que aguantar el frío en lugares en que, fuera del techo de la casa, un poco de heno o paja, no había otra cosa. He dormido no pocas veces a la intemperie». Pero en todo momento y circunstancia una mirada contemplativa y providencialista venía a interpretarlo todo: «Sea bendito por los siglos quien me protegió a mí y a todos aquellos que estaban en la misma o diferente situación que yo» [92].

4.4. «Con gran consolación…» servir a los pobres: en Venecia (enero de 1537) Al llegar se reunieron con Ignacio, «con gran alegría por ambas partes», «mucho consolándose unos con otros» [93]. Desde su llegada a Venecia, a finales de 1535, Ignacio había aprovechado para ampliar un poco sus estudios de teología de manera privada y para dar los Ejercicios a gente notable de la ciudad. Se hospedaba en la casa de un «hombre docto y bueno» que ya lo había acogido en sus anteriores pasos por Venecia, al 24

ir y volver de Tierra Santa en mayo de 1523 y enero de 1524: Andrea Lipomani, que se convertirá en uno de los importantes benefactores de la futura Compañía de Jesús. Entre las numerosas relaciones que estableció Ignacio en la ciudad, destaca la entablada con un sacerdote malagueño llamado Diego de Hoces, quien, tras haber realizado los Ejercicios con Ignacio, decidió unirse al grupo[94]. Como los barcos hacia Tierra Santa no partían hasta junio o julio, los compañeros disponían de poco más de seis meses en la Ciudad de los Canales. De nuevo emergía la pregunta: «Quid agendum?», ¿qué hemos de hacer? Decidieron dispersarse en dos grupos de cinco para hospedarse en dos hospitales de Venecia: en San Juan y San Pablo, al norte de la ciudad, y en el conocido como de los Incurables, al sur. Salmerón, Rodrigues y Hoces fueron al primero, mientras que Fabro fue con Javier y Laínez a este último, localizado al sur del Gran Canal[95]. Ignacio permaneció en la casa de Lipomani completando estudios; visitaba con frecuencia a sus compañeros y estos también acudían a su habitación para conversar con él. El Hospital de los Incurables era en 1537 un gran complejo con capacidad como para unas quinientas personas, fruto de una progresiva expansión a partir de una humilde fundación de dos señoras acomodadas, Maria Malipiero y Marina Grimani. Todo comenzó cuando en 1522 estas dos piadosas señoras alquilaron una habitación para acoger a tres mujeres que padecían la enfermedad de la sífilis. Con el paso del tiempo, esta pequeña iniciativa se convirtió en una institución de beneficencia que acogía también a niños huérfanos y mujeres que habían abandonado la prostitución. Pero ¿a qué se dedicaban estos universitarios de París en los hospitales? Maestro Fabro se ocupaba especialmente en confesiones de los pobres[96]; los otros, en los servicios corporales, los «officios baxos y húmiles» que más tarde explicitarán las Constituciones. Simón Rodrigues inmortalizó la escena en un párrafo tan directo como edificante: «En estos hospitales servían los padres haciendo las camas, limpiando y barriendo todo lo que estaba sucio, lavando los orinales en que los pobres hacían sus necesidades, y también les daban de comer a su tiempo y a los que morían les hacían las sepulturas y los enterraban. Esto lo hacían de día y de noche […] y tenían especial cuidado de tratar de Dios con aquellos pobres y de ayudar a sus almas en aquello que les parecía que tenían más necesidad» [97].

4.5. «De puerta en puerta…» hacia Roma (marzo de 1537) Fabro estará con sus compañeros en Venecia poco más de dos meses. El 16 de marzo salen para Roma. Tampoco Ignacio irá esta vez con el grupo; se queda en casa de Lipomani[98]. A los nueve de París se les han sumado el ya mencionado Hoces y otros dos nuevos compañeros, Antonio Arias y Landívar[99]. Eran, por lo tanto, doce. 25

Realizaron el viaje de manera similar al anterior[100]: en pobreza, pidiendo limosna «de puerta en puerta», en ocasiones con adversidades notables, «el agua algunas veces hasta los pechos y sin comer sino un poco de pan, yendo con todo ello alegres y cantando salmos» [101]. Diez días después de haberse despedido de Ignacio en Venecia, entraban en la Ciudad Eterna por la Porta del Popolo. Se hospedaron en los hospitales nacionales. Fabro, con sus compañeros franceses, en el de San Luigi dei Francesi[102]. La Semana Santa ya había comenzado y los compañeros decidieron realizar la «visita de las Siete Iglesias». Como veremos al referirnos a su obra, el Memorial, y tal vez influenciado por lo que ya había presenciado en diversos sitios al atravesar la Alemania protestante, Fabro mostró especial devoción por templos, símbolos, imágenes y objetos litúrgicos. Podemos imaginarnos a este devoto peregrino de iglesia en iglesia, por un recorrido de unas ocho horas de duración, rezando en estos lugares tan relevantes de la tradición cristiana[103].

Que Su Santidad nos dé su bendición Por medio del Dr. Ortiz consiguieron audiencia con el Sumo Pontífice, quien los recibió en el castillo de Sant’Angelo el 3 de abril. Paulo III los escuchó disputar sobre cuestiones teológicas y quedó muy satisfecho de su competencia teológica y de sus personas. Además de concederles la licencia para ir a Jerusalén y para ordenarse de sacerdotes, los ayudó con sesenta escudos[104]. El documento está expedido por el penitenciario mayor, cardenal Pucci, y dirigido nominalmente a Pedro Fabro: «El Maestro Pedro Fabro, clérigo de la diócesis de Ginebra, accidentalmente residente en Roma, […] ha expresado su deseo de peregrinar al sepulcro del Señor […] pidió que se le permitiera a él y a sus doce compañeros», para concluir: «todo se les otorgó graciosamente y sin derechos de Cancillería, porque el solicitante está en la Curia y es pobre» [105]. Logrados los objetivos de su viaje, los peregrinos emprendieron a comienzos de mayo el camino de regreso a Venecia. No hay información sobre qué ruta pudieron seguir. Tal vez la misma que a la ida, que ya les era conocida, o tal vez por la ruta del interior, por Florencia, Bolonia y Padua, para evitar los pasos de los ríos. Tal vez unos tomaron una ruta y otros, otra. Dos de ellos, Landívar y Arias, habían dejado el grupo en Roma sin dejar rastro de sí. Lo que sí sabemos es que caminaban «a pie y mendigando» y que el 31 de mayo estaban presentes en la procesión del Corpus de Venecia.

4.6. «Somos de la Compañía de Jesús» (Venecia – Vicenza, 1537) De regreso en Venecia, volvieron a hospedarse en los hospitales. La sencillez de estos albergues de pobres y peregrinos les parecía más confortable que los lujos de la corte. En medio de sus tareas entre pobres y enfermos, procuraban prepararse para las órdenes, 26

que recibieron, los que no eran sacerdotes, el día de san Juan Bautista, 24 de junio. El obispo de Arbe, Vicenzo Nigusanti, les impuso las manos con gran consolación: «en su vida había hecho ordenación con tanta consolación o satisfacción suya» [106]. Ahora tocaba prepararse para la celebración de las primeras misas y para ello era conveniente tomar cierta distancia de Venecia y de tantas personas que habían ido conociendo en los últimos meses. Por eso acordaron separarse y distribuirse por diversas ciudades del norte de Italia[107]. Fabro fue con Ignacio y con Laínez a Vicenza[108], donde continuaron disfrutando de su estimada pobreza: «se recogieron en un monasterio fuera de la ciudad, el cual había sido destruido en tiempo de guerra y estaba desamparado, sin puertas y sin ventanas[109]. Los padres llevaron allí un poco de paja y se echaban en ella para dormir. Durante el día, pedían limosna de puerta en puerta» [110]. Tal monasterio era San Pedro de Vivarolo, donde permanecieron cuarenta días, dedicados en su mayor parte a la oración y a la predicación[111]. No sabemos el día exacto en que Ignacio y Fabro se acercaron[112] a Bassano para visitar a Simón Rodrigues, que estaba enfermo, y según cuenta él mismo, próximo a la muerte. Ignacio también estaba «enfermo de fiebre» pero «andaba tan fuerte que Fabro, su compañero, no le podía seguir». Al ver a Ignacio y a Fabro, Simón «se consoló mucho y sanó pronto» [113]; recuperado Rodrigues, los dos compañeros regresaron a Vicenza. Al terminar este tiempo, Ignacio convocó a todos los compañeros en Vicenza, donde volvieron a deliberar sobre su futuro. Aunque el pasaje a Jerusalén se veía cada vez más distante, no perdían la esperanza de embarcarse algún día. En Vicenza los recién ordenados celebraron las primeras misas, excepto Ignacio, que lo haría meses después en Roma, la noche de Navidad de 1538[114]. «Deliberamos de repartirnos por diversas universidades de Italia, por ver si nuestro Señor se dignase de llamar algún estudiante a nuestro instituto» [115], pero, antes de dispersarse de nuevo, a alguno de ellos se le ocurrió preguntar: «¿Qué hemos de responder si alguien nos pregunta “qué congregación era esta suya”?». Estos jóvenes tenían ya una cierta conciencia de grupo, de comunidad, de societas. Desear tener un nombre implica profundizar en su compromiso. De nuevo «comenzaron a darse a la oración y pensar qué nombre sería más conveniente, y visto que no tenían cabeza ninguna entre sí, ni otro prepósito sino a Jesucristo, a quien solo deseaban servir, parecióles que tomasen nombre del que tenían por cabeza, diciéndose la Compañía de Jesús» [116].

4.7. «Y pasamos por muchas pruebas» (Roma, 1537) Fabro formó grupo de nuevo con Ignacio y con Laínez y viajaron a Roma. Era a finales de octubre de 1537. A unas 16 millas de la entrada de la ciudad, tuvo Ignacio una 27

experiencia, que ha venido conociéndose como «la visión de La Storta», de la cual comenta Câmara: «vio tan claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo» [117]; Laínez lo recordará veintidós años después en una de sus charlas a los jesuitas de Roma sobre el «Examen y las Constituciones de la Compañía». Parece que Ignacio tuvo esa experiencia al recibir la comunión «o de Maestro Pietro Fabro, o de mí», puesto que ellos dos se turnaban cada día para presidir la Eucaristía[118]. En Roma se hospedaron en la villa de Quirino Garzoni, cerca de la Plaza de España. Fabro «leía», hoy diríamos «enseñaba», en la Sapiencia sobre diversos libros y temas de la Sagrada Escritura, mientras que Laínez lo hacía sobre «cosas escolásticas». También dieron Ejercicios a gente importante de la ciudad[119], que se aficionó mucho a estos maestros de París, y a no pocos muchachos jóvenes, algunos de los cuales ingresaron después en la Compañía de Jesús. No podían confesar ni predicar, pues todavía no tenían las licencias, que les fueron concedidas el 3 de mayo de 1538, pero, una vez logradas, se distribuyeron por diferentes iglesias de Roma; Fabro predicaba en San Lorenzo in Damaso. Pasada la Cuaresma, el grupo volvió a reunirse en Roma. Era abril de 1538. Comenzaba un tiempo recio. Entraron en conflicto teológico con un grupo de luteranos que acusaba a los maestros de París y a sus Ejercicios de alumbrados y heterodoxos. Todo ello lo resume Fabro en una breve sentencia: «Y pasamos por muchas pruebas» [M 18]. En palabras de Ignacio, se trataba de la más recia persecución que jamás había padecido[120]. Todo empezó porque Fabro y Laínez acudieron a las concurridas predicaciones de fray Agustín de Piamonte, prior de San Agustín de Pavía, reconocido fraile y gran orador. Los teólogos de París captaron pronto su desviada doctrina, abiertamente protestante, acerca de la predestinación, la gracia y la sola fe. El agustino, lejos de reconocer sus errores, contraatacó acusando a Ignacio y sus compañeros de luteranos disfrazados, huidos de la Inquisición y muchas otras cosas[121]. Ignacio desplegó todos los medios a su alcance para salir con razón y dignidad de toda esta cadena de acusaciones: «nunca quiso consentir –comenta Polanco–, vista la infamia de Roma y de otros muchos lugares, de donde decían ser fugitivos […] y determinó ir al papa» para que sentenciase públicamente a favor de la inocencia de Ignacio y sus compañeros. El 18 de noviembre de 1538, seis meses después del inicio de este lío, el gobernador de Roma, Benedetto Conversini, firmaba la sentencia absolutoria. Y mientras tanto, ¿qué pasaba con la posible peregrinación a Jerusalén? El Mediterráneo era uno de los lugares más inseguros de Occidente. Barbarroja había abandonado Constantinopla con doscientos sesenta navíos; los ejércitos aliados cristianos respondían convocando un ejército de sesenta mil hombres. La situación impedía, sin duda, pensar en el despliegue de velas de las naves de peregrinos. Los compañeros, dando cumplimiento a lo prometido en Montmartre (15 de agosto de 1534), pidieron 28

audiencia al papa y se ofrecieron para ir en misión a donde el Santo Padre los enviase. Paulo III aceptó el ofrecimiento y les informó de que se serviría de ellos. Ahora se imponía clarificar lo que querían como grupo. Si el papa empezaba a dispersarlos por diversas partes de Italia, de Europa o de las Indias, ¿deberían permanecer unidos, «tener algún vínculo de unión», dice Polanco, de alguna forma institucionalizada? En caso afirmativo, ¿dicha institución debería estar organizada de manera que uno de ellos fuera el Superior a quien todos habrían de obedecer? Estas fueron las cuestiones que pensaron y consideraron durante los meses de abril a junio de 1539[122]. Conservamos, a modo de Acta, las conclusiones de aquel tiempo de deliberación en común[123] redactadas en latín por Antonio Estrada (al menos, la copia que conservamos). Durante unos cuarenta días realizaron un ejercicio de discernimiento, de búsqueda de la voluntad de Dios en común: durante la jornada trabajaban en sus acostumbrados ministerios, y a última hora del día ponían en común lo que habían pensado y sentido durante la jornada acerca del tema concreto propuesto. Para evitar influencias de unos sobre otros y no interferir la acción de Dios en el corazón de cada uno, decidieron además no hablar entre ellos de ese tema durante el día. La primera conclusión fue clara: «sin discrepar ninguno, deliberamos primero – afirma Laínez– en que sería bien procurar de hacer una compañía que durase» [124]. Y la segunda: «después de muchas noches conferirlo se determinaron finalmente que convenía hacer obediencia a uno de ellos […] pero que nada sin la confirmación y aprobación de la Sede Apostólica se hiciese». El tres de mayo se aprobaron otros once puntos[125] y entre el 24 de mayo y el 24 de junio deliberaron acerca de otros tres[126]; además, un punto aceptado por todos sin discusión fue el del nombre de la institución: Compañía de Jesús. Después de cierto, y muy probablemente incómodo, impasse, el grupo empezaba a ver más o menos claro algo de su futuro. Pero comenzaba la dispersión. El Cardenal de Parma – Piacenza había pedido insistentemente al papa dos «preti riformati»; los mismos compañeros enviaron a Laínez y Fabro, que partieron el veinte de junio. Otros miembros del grupo fueron poco a poco abandonando Roma: Coduri fue a Velletri; Bobadilla, a Ferrara.

4.8. «Otra gracia que no olvidaré nunca» (Parma – Worms – Ratisbona, 1539-1541) En Parma trabajaron con confesiones, predicaciones y dando los Ejercicios, fruto de los cuales ganaron a no pocos jóvenes para la Compañía de Jesús[127]. Pero no sería Parma, ni mucho menos, el destino final de Fabro. Paulo III tenía interés en que el Dr. Ortiz acudiera a Worms para un coloquio con los protestantes convocado por Carlos V y Fabro acudirá con él. Poco más de cuatro meses había durado el paso de Fabro por la ciudad italiana. Llegaron a Worms el 25 de octubre[128]. Con el paso de los días, Fabro va 29

comprobando con cierta pena que las posiciones de católicos y protestantes, lejos de acercarse, van distanciándose cada vez más; le duele ver cómo algunos de los teólogos católicos deciden pasar al bando protestante. Le hubiera gustado hablar y conversar con Felipe Melanchton, pero el mismo Fabro reconoce que por no interrumpir el proceso y ritmo del encuentro no se atrevió a proponerlo[129]. Con todo, «el Espíritu Santo me inspiraba también cómo debía orar por el pueblo alemán» [M 20]. Desde Worms envía a Roma su voto para la elección de General: «Acerca del primer prepósito a quien hayamos de dar voto de obediencia, yo doy mi voz a Íñigo y en su ausencia por muerte (cosa que no pase), a Maestro Javier» [130]. Pero el Emperador no estaba contento con la marcha del coloquio y para poder asistir decidió trasladarlo a Ratisbona. Fabro sale hacia la nueva sede el 14 de enero de 1541; de camino se detiene en Espira unos quince días[131]. No descansa: conversaciones, Ejercicios espirituales… «Muchos caballeros principales ya me son ofrecidos para confesarse conmigo y darme algunas horas» [132]. El encuentro de Ratisbona se inauguró el 5 de abril, en un acto presidido por el Emperador. Disputaban por la parte católica Juan Eck, Julio Pflug y Juan Gropper y por la protestante, Felipe Melanchton, Martin Bucer y Juan Pistorius. Abordaron los grandes temas del dogma: el pecado original, la fe y las obras, la justificación, la Eucaristía, la penitencia, el matrimonio, la extremaunción, la jerarquía en la Iglesia. Fabro hablaba más con Eck, quien, por otra parte, le parecía el teólogo más recio. Pero no hubo acuerdo ninguno. También dedicó gran parte del tiempo a las confesiones, conversaciones y a dar los Ejercicios: «Tanto me han cargado ahora en confesiones personas a las cuales yo no sabía poder resistir, que ha sido menester dejar mis ejercitantes y no poder aceptar muchos otros que querían comenzar» [133]. Curiosamente, su relación con el bando contrario es nula: «Con los protestantes no tengo ninguna conversación» [134]. En este tiempo, Fabro hizo su profesión solemne en la iglesia de Nuestra Señora de Ratisbona, «llamada la Capilla Vieja». «Se me concedió otra gracia que no olvidaré nunca […] hice los votos solemnes de profeso […] Los votos son de pobreza, castidad y obediencia al Prepósito General de la Compañía de Jesús. Se añade un cuarto voto por el que prometemos todos los profesos obediencia especial al Sumo Pontífice para ir a las misiones que él quiera confiarnos» [M 23][135].

4.9. «Raíz y fundamento» (España, 1541-1542) El día 27 de julio, después de tres meses y veinticuatro días de conversaciones estériles[136], salía con el Dr. Ortiz hacia España. Cruzaron Saboya, «mi patria», y atravesaron Francia. Allí los detuvieron y encarcelaron durante una semana. Lo más 30

interesante de este asunto es la muestra que Fabro da de su capacidad de conversación y convicción: «se nos concedió el favor de poder conversar con ellos [con quienes les habían detenido] y de hacer fruto en sus almas. Hasta el que hacía de jefe se confesó conmigo» [M 24]. Se inicia una nueva etapa en la vida de Fabro. Diez meses por tierras españolas antes de regresar al corazón de la Reforma. Son meses de nuevos contactos, relaciones, apostolados: Zaragoza, Medinaceli, Guadalajara, Madrid, Galapagar. Disponemos de ocho cartas en las que Fabro va contando a Ignacio y sus compañeros de Roma sus actividades por España[137]: el encuentro con los jerónimos de Zaragoza o los canónigos de la Seo; el bachiller Gutiérrez, de Almazán y gran admirador de Laínez; Beatriz Ramírez y Mencía de Benavente, conocidas de Ignacio desde sus tiempos de Alcalá; Gaspar de Quiroga, entonces Vicario General en Alcalá; el arzobispo de Toledo, Juan Pardo de Tavera… Son tiempos de recuerdos, de conversaciones, de hablar de la Compañía, de dar los Ejercicios, de ir estableciendo contactos y también de ocuparse de los más pequeños: «Aquí en Galapagar comencé a enseñar los mandamientos cada día a las dos horas después de comer, tañendo para ello la campana de la iglesia. El número ordinario de los pequeños será de cien, entre niños y niñas […] las fiestas vienen el doble». Fabro se sorprende de tanto bien que se hace con esta tarea: «El fruto es tal que hasta ahora no entendía con peso de interior estimación cuánto bien sea esta nuestra profesión de enseñar los mandamientos» [138]. A los mayores los instruye con predicaciones y a los sacerdotes y gente que ve con mayor formación, a través de los Ejercicios[139]. Fueron semanas fecundas, sin duda muy consoladoras para Fabro, pero la obediencia lo reclamaba de nuevo. El 16 de enero de 1542 recibía a través del Sr. Nuncio, Juan Poggio, una carta del cardenal Farnesio con instrucciones bastante claras: «Su Santidad me ha mandado que os escriba y encomiende en virtud de la santa obediencia de su parte que, recibida esta, os pongáis luego en camino, vía Espira, para hallar al dicho obispo [el obispo de Módena, Juan Morone] lo más presto posible» [140]. El Dr. Ortiz hizo lo que pudo por retener a Fabro en Madrid. Escribió al cardenal Farnesio aceptando la partida de Fabro, pero lamentándose: «No puedo dejar de tener muy grande sentimiento, porque aunque, dondequiera que estuviere el Padre Maestro Fabro, sé que hará futo en servicio de nuestro Señor, pero el que ha hecho acá es muy grande y yo le esperaba después mucho mayor». Se atreve incluso a proponerle lo bueno que sería que Fabro fundara en España una casa «con muchas personas letradas de buena vida» que pudieran después ser enviadas por muchas partes. Para el Dr. Ortiz, Fabro era «la raíz y el fundamento» del edificio que ya se estaba construyendo en Madrid, algo más valioso que mandarle ahora «ir a Alemania, pues había otros –piensa Ortiz– que pudiesen ir allá» [141]. 31

Pero los argumentos no acabaron de convencer. El 1 de marzo Fabro ya está en Barcelona tras unos días de numerosas y fecundas conversaciones en Ocaña y Toledo. Recuerda con especial cariño su paso por Almazán «por cumplir con algo de lo mucho que yo debo a mi hermano Mtro. Laynez». Confesó a su padre, Juan, y pudo encontrarse con su madre, María, y dos de sus hermanas. En Barcelona se hospeda en casa del señor Virrey, marqués de Lombay, «que está muy aficionado a todos nosotros, así como la señora marquesa, su mujer» [142]. Francisco de Borja tuvo enorme afecto por Fabro. Se volverán a encontrar cuatro años después, también en Barcelona. No cabe duda de que Fabro ejerció una gran influencia para orientar la vocación de Borja a la Compañía una vez muerta su esposa, Leonor de Castro, el 27 de marzo de 1546.

4.10. «No me falta mies» (Espira – Maguncia, 1542-1543) Pero Fabro continúa su peregrinación. El 16 de abril escribe desde Espira, a donde había llegado dos días antes y donde habrá de permanecer durante casi 6 meses[143], hasta que reciba instrucciones para pasar a Maguncia. El viaje no fue fácil[144]. Mientras tanto, Fabro sigue su silenciosa manera de intentar contener la Reforma a través de la conversión interna de la Iglesia. Dar los Ejercicios a gente influyente puede tener un efecto multiplicador insospechado: el Vicario General de Espira, Jorge Musbach; Otto Trusches de Waldburg, futuro cardenal; los capellanes de las infantas… Celebra misas y da limosnas en un hospital, crece mucho la devoción del pueblo, cesan las murmuraciones del clero… «así que gracias a Dios nuestro Señor –comenta Fabro– no me falta mies en que ocuparme» [145]. En octubre de 1542, Fabro se desplaza a Maguncia[146]. El cardenal de esta ciudad desea que asista al Concilio pese a que «yo –dice Fabro– he mostrado mi poca suficiencia para cosa de tanta importancia». En su nueva residencia continuará sus acostumbrados ministerios de conversaciones y Ejercicios espirituales; entre sus destinatarios, esta vez, están dos obispos: Miguel Hending y monseñor Nemburgo. El primero de ellos será precisamente su sustituto en la ida al Concilio. El cardenal ha cambiado de opinión con respecto a su destino y prefiere mantener a Fabro realizando su tarea de «reformador espiritual» ad intra de la Iglesia. Junto con los Ejercicios, ofrece instrucciones o pláticas sobre los salmos y predica los domingos. Pero uno de sus interlocutores más relevantes será sin duda un joven inquieto, muy listo y en búsqueda, que se desplazará desde Colonia a Maguncia para hacer los Ejercicios con Fabro, el holandés Pedro Canisio (1521-1597). El método espiritual sabia y magistralmente utilizado tuvo sus consecuencias[147]. Poco después de hacer los Ejercicios, el 8 de mayo de 1543, al cumplir los veintidós años, Canisio entraba en la Compañía de Jesús. El afecto y la admiración del holandés por Fabro durará toda la vida: «Jamás he visto ni he oído a un teólogo más sabio y profundo o a un hombre de una 32

virtud tan radiante y manifiesta», escribe a un «amigo desconocido» no identificado. «La victoria más importante de Fabro en Alemania fue, sin duda, ganar a Canisio para la Compañía», comenta el P. Polanco, primer historiador de aquella joven y mínima institución[148]. Tras varias conversaciones con Canisio y algún intercambio epistolar con los cartujos de Colonia, Fabro fija su mirada en esta ciudad como destinataria de sus futuras tareas apostólicas. Según le escribe a su tío Claudio Perissin[149], el prior de la cartuja coloniense le ha expresado el deseo de que Fabro acuda a aquella ciudad, donde hay gran necesidad de reforma[150]. Gerardo Kalkbrenner captó pronto el talante y el espíritu del saboyano: «Se halla en Maguncia un varón de gran santidad. Se llama Maestro Fabro. Teólogo por París. Da a las personas de buena voluntad que se le presentan, ciertos ejercicios especiales con los cuales alcanzan en pocos días verdadero conocimiento de sí y de sus pecados, don de lágrimas, verdadera y profunda conversión». Y añade: «en verdad que semejante tesoro, aun a las Indias sería razón de irlo a buscar. Espero que antes de morir, me conceda Dios conocer a este hombre de Dios, tan particular amigo suyo» [151]. Entre el cartujo y el jesuita brotará una amistad que irá dando sus frutos apostólicos para el bien de la ciudad alemana. De Certeau llega a afirmar que «la vida de Fabro está jalonada de amistades cartujanas»; fueron los cartujos quienes lo iniciaron en la vida espiritual, lo animaron a continuar seriamente con sus estudios y le abrieron las puertas de la cartuja de Vauvert[152]; es posible que ya desde niño y como por ósmosis Fabro fuera viviendo a su manera la virginitas mentis y la puritas cordis. Esta amistad y esta empatía con los cartujos de Colonia no era improvisada, venía de muy atrás[153]. En Colonia, Fabro tuvo también ocasión de desplegar sus habilidades políticas y gestoras en el delicado asunto de la regeneración católica de una ciudad cada vez más afectada por la doctrina protestante. La situación implicaba nada menos que al arzobispo Hermann von Wied, sospechoso de herejía. Informes de la Universidad, cartas entre el nuncio Juan Poggio y el emperador Carlos V, encargos delicados que pasan por Fabro y que sabe manejar con prudencia y discreción. Estaba satisfecho: «mis asuntos particulares van mejor que en ningún otro sitio de Alemania», escribirá al obispo Juan Morone[154].

4.11. «Llorando y muriendo por esta gente de acá» (Colonia – Amberes, 1543-1544)

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Pero esta satisfacción de nuevo le durará poco. La disponibilidad llama otra vez a su puerta. Ignacio ve conveniente que «baje» a Portugal para asistir al matrimonio entre la infanta María, hija de Juan III de Portugal, y el príncipe Felipe de España; Fabro, tal vez por acostumbrado, ya está dispuesto, pero la ciudad de Colonia, al igual que pasó en Madrid, se resiste a perder a uno de los grandes animadores de la fe y de las comunidades católicas y pide al nuncio Poggio que retenga al Maestro de París[155]. El nuncio reaccionó, y todavía casi dos meses después Fabro hace ver a Ignacio el conflicto en que se encuentra: por una parte tira de él la obediencia jesuítica que le envía a Portugal, pero por otra, la que viene de Su Santidad a través del nuncio, que le llevaría a permanecer en Colonia. Fabro desea ser honesto: «Yo digo todo esto, no porque yo esté en mi alma decantado a una parte más que a otra, sino porque V. R. sepa lo que pasa tan secretamente por allá [Roma]» [156]. Al final, acabó imponiéndose la obediencia al General de la Compañía. A finales de setiembre de 1543 tenemos a Fabro camino de Amberes. Su intención era embarcarse allí con destino a Lisboa. Pero una vez más la vida misma se impone. En Lovaina cae enfermo, de «una enfermedad prolija y grave de calenturas», comenta el P. Araoz, en la que Fabro da testimonio de su paciencia y buen conformar: «nos ha predicado la paciencia con su mucho padecer […] soportando alegremente muchos dolores en su cuerpo […] Es grande el fruto que por gracia de Dios nuestro Señor ha hecho en esta tierra por su enfermedad» [157]. La falta de salud lo va a retener en Lovaina mucho más tiempo del previsto y así, de los tres meses largos que pasó en esta ciudad, dos de ellos estuvo enfermo[158]. Con todo, trabajó en la formación de los novicios jesuitas, con los estudiantes universitarios e hizo especial relación con Francisco Estrada, uno de los jóvenes operarios, gran predicador de la primera Compañía de Jesús. Allí, bajo la sombra de Fabro, consolidó su retórica[159]. En Lovaina conoció también a Cornelio Wishaben, joven sacerdote asiduo a los sermones de Estrada. La amistad con Fabro le animó a pedir ser admitido en la Compañía. Cuando años más tarde (febrero de 1547) se funda la primera comunidad de jesuitas en Lovaina, será en la antigua casa de Wishaben[160]. La labor de Fabro fue fecunda. El 8 de enero de 1544 salían para embarcar en Amberes doce jóvenes que iban a empezar su formación jesuítica en Portugal. Un grupo diverso y plural, reflejo de lo que fue desde sus orígenes, y viene siendo en la actualidad, la Compañía de Jesús. Fabro escribe al entonces provincial de Portugal, su compañero y amigo Simón Rodrigues, que estos candidatos a la Compañía tienen que hacer los Ejercicios; todavía no están formados y «por eso será menester trabajar aún más con ellos, para que se dispongan enteramente para perseverar». También le pide que le envíe algunos portugueses para que «con su ejemplo se enciendan mejor los fríos de por estas partes» [161]. Fabro llega a Colonia el 22 de enero de 1544. Le acompañan dos jóvenes: Emiliano Loyola[162], sobrino de san Ignacio, y Lamberto de Castro. Durante los casi seis meses 34

que permanecerá en la ciudad alemana, continúa con empeño trabajando por la ortodoxia católica y por la reforma interna de la Iglesia; todavía el mismo arzobispo se mueve en aguas turbias y ambigüedades doctrinales que el teólogo de París comunica al nuncio, J. Poggio. Fabro, predica con fruto: «en mi auditorio concurren los estudiantes de la universidad, clérigos, canónigos, algunos doctores en leyes, algunos licenciados en teología, algunos cónsules de la ciudad». De estas predicaciones recuerda Canisio: «pronunció frecuentemente muchos sermones en latín, transidos de admirable piedad, no solo en los monasterios, también en la academia». Fabro tenía sus lugares preferidos para la oración y el retiro, como el recinto sagrado que hay en Colonia, en el templo de Santa Úrsula, que llaman la cámara dorada, «donde igual que en Maguncia, recibió mientras celebraba notables ilustraciones de las cosas sagradas, que a veces comunicó a los nuestros» [163]. Dedicó mucho tiempo a las confesiones, a través de las cuales no poca gente vuelve a «verdadera resurrección y reconocimiento de sus errores», y al acompañamiento espiritual[164]. Pero su proyecto más querido por tierras de Alemania era dejar fundada por allá la Compañía, «es poner alguna raíz para nuestra Compañía en Alemania». Así nace la primera comunidad jesuítica en Colonia, integrada por Fabro y el pequeño grupo de estudiantes que están por allá, mantenidos por los cartujos y por dos señoras principales de la ciudad[165].

4.12. «Amor fraternal y obediente humildad» (Portugal y España, 15441546) Pero el momento de su partida tenía que llegar. Ya en marzo escribía a Ignacio: «Todavía estoy suspenso, no sabiendo si mañana recibiré cartas vuestras que me mandarán ir a España, o no». Tuvieron que pasar cuatro meses y dos días para que por fin Fabro volviera a Amberes para embarcase, esta vez sí, hacia Lisboa. No debió de resultarle fácil; se había comprometido profundamente con su misión en Alemania y se sintió alcanzado en su corazón: «El celo que tengo sobre esta nación y el amor que nuestro Señor me da para ella […] Querría que la mitad de la Compañía estuviese por acá dando voces, rezando, y llorando y muriendo cada día por esta gente de acá» [166]. El 24 de agosto de 1544 Fabro llegaba a Lisboa; le estaba esperando el P. Antonio Araoz, uno de los jesuitas más influyentes de la Compañía de Jesús en la península ibérica. De Lisboa continúa hacia Évora, a la corte de Juan III. El monarca, que ya había oído hablar de la virtud de Fabro, le recibe con «mucha honra y particulares señales de contentamiento» [167]. Fabro no puede menos que agradecerle el trato y la generosidad con la que el rey ha venido favoreciendo y tratando el asentamiento de la Compañía en su reino. Poco después se detiene en el colegio de Coimbra, el principal centro de formación de la Compañía en Portugal. El P. Simón Rodrigues era el Superior de la 35

comunidad y poco después de esta «visita» de Fabro, el 25 de octubre de 1546, fue nombrado provincial; en torno a su persona y su peculiar manera de gestionar situaciones e instituciones se fue desarrollando uno de los conflictos personales e institucionales más preocupantes, y también más tristes, de los primeros tiempos de la orden[168]. El nueve de enero de 1545 escribe a Ignacio un pequeño informe sobre esta institución, de la que ya empezaban a llegar noticias y rumores a Roma. Su primera impresión es positiva: «hay amor fraternal, hay obediente humildad», para concluir que es un colegio ordenado «a la manera que me parece desea V.R». Con todo, reconoce que su impresión es limitada: «A mí todo me podrá parecer oro lo que a otro parecerá lodo. El Espíritu Santo nos rija siempre a todos» [169]. Aun así, algo debió de notar Fabro cuando dejó escrito un atinado documento «sobre la obediencia» como virtud estructural en la vocación de los jesuitas. Este texto contiene algunos de los elementos que dos años y medio después Ignacio y su secretario Polanco incluirán en la conocida carta «Sobre la perfección», que dirigirán también a los estudiantes de Coimbra, verdadero tratado teológico-espiritual sobre esta virtud de la obediencia, pilar fundamental de la nueva orden de la Compañía de Jesús. Fabro ya comentaba: «la obediencia ha de ser ciega y la ejecución y contemplación de ella se ha de considerar con ojos claros y desapasionados de toda afección sensual y del mundo […] abnegando en nosotros mismos todo propio querer, poder, sentir y propia voluntad y parecer, sometiéndonos del todo al querer, sentir, poder, voluntad y parecer de nuestros mayores» [170]. Hablaba por experiencia. El veinte de enero de ese mismo año, Fabro deja tierras portuguesas para dirigirse con Araoz hacia Valladolid. En nueva misión «diplomática», ahora tocaba entablar relaciones con el emperador Carlos V y con su entorno, así como con los obispos españoles; era importante conseguir su afecto y su apoyo para un fructífero asentamiento de la Compañía en sus territorios. Confiando en sus «armas apostólicas» (conversación, confesión y Ejercicios), Fabro va preparando el camino: «no hay obispo con quien hable que no desee tener jesuitas en su diócesis» [171]. Poco después, el ocho de mayo, se desplaza a Madrid donde tiene la ocasión de conversar con las infantas María y Juana, para después regresar a Valladolid[172]. De nuevo conversaciones y confesiones, trabajo también en hospitales y cárceles y una intensa actividad epistolar, pues Fabro no descuida los asuntos que han ido surgiendo en lugares por los que ha ido pasando[173]. «Lo que nuestro Señor ha hecho por ministerio del P. Mtro. Fabro, porque va allá, casi no lo querría decir; mas creed, hermano mío, que es notablemente notable, y que está en muy alta opinión de todos; y él es tal, que si lo supieseis por experiencia, como este pobre que queda sin tal Fabro, daríais gracias a nuestro Señor porque os lo dejara ver; es un alma llena de misericordias, del que es Padre de ellas y Dios de toda consolación» [174]. El doce de julio de 1545 una triste noticia conmocionaba a las cortes española y portuguesa. La princesa María, hija de Juan III de Portugal y esposa del príncipe Felipe, 36

moría cuatro días después de dar a luz a su hijo Carlos. La reacción de Fabro no se hace esperar, uniéndose al sentimiento de tristeza en Castilla: «¡Quién pudiese escribir las lágrimas que están en esta corte y en esta villa de Valladolid!». Al día siguiente escribe una cercana carta de consuelo y esperanza al monarca: «de ser ella pasada al Padre celestial, no hay que dubitar ni que temer», y le recuerda cómo su hija se preparó para el tránsito definitivo, así como la cualificada presencia que la acompañó en sus últimos momentos. La presencia de la muerte es una ocasión privilegiada para alzar los ojos al cielo: «Bendito sea el Señor que da la razón sobre la carne, y su Espíritu Santo, paracleto sobre toda razón, sin el cual ninguna persona jamás podría conformarse con el parecer y con la voluntad de nuestro inmenso Dios, justo y misericordioso en todas sus obras y permisiones» [175]. El paso por Valladolid fue para Fabro una etapa de intenso ministerio espiritual, de conversación y acompañamiento: «nunca en ninguna parte, entrando en la cuenta París, Roma y Parma, tuve conocimiento con tantas personas para en cuanto la conversación espiritual como aquí en Valladolid» [176]. Era uno de sus puntos más fuertes, el arte de conversar: «nunca he oído –comenta Pedro Canisio– que salga de sus labios, ni en la conversación ordinaria, ni en las conversaciones íntimas, ni cuando está a la mesa, nada que no redunde en honra de Dios e inspire devoción» [177]. Pero además del carisma, Fabro busca también la institución como manera de hacer perdurable el Espíritu en la historia. Al partir de Valladolid deja allí a tres jóvenes para echar a andar un colegio[178]. Acompañando uno de los «traslados de la corte», su próxima estación será Madrid[179] y desde ahí impulsará la fundación del colegio de Alcalá de Henares. Cuenta con el jesuita adecuado para llevar el proyecto «in situ», Francisco Villanueva[180], al que se unirá poco después Pedro Sevillano.

4.13. «Tantas peregrinaciones y destierros míos» (Roma – ¿Trento?, 1546) Así, mientras Fabro está en plena actividad por el centro de la península, el papa indica a Ignacio su deseo de que otro jesuita acuda al Concilio de Trento. Después de una cuidadosa deliberación en Roma[181], deciden que sea el Mtro. Fabro. Aunque débil de salud para emprender este nuevo viaje, su vocación de disponibilidad y obediencia mantiene vivo el ánimo del misionero saboyano. «Nuestro Señor se sirva y se contente de todo y sea alabado por la misericordia que su divina Majestad nos ha hecho poniéndonos en obediencia aprobada por la Santa Sede. De otra manera yo no podría ni ser ni parecer constante en mis cosas viéndose tantas peregrinaciones y destierros míos». Es la última carta que sale de Madrid para el P. Simón Rodrigues y el último contacto que se producía entre estos dos fundadores de la Compañía de Jesús. «Yo no 37

despediré vuestra memoria de mi ánima, ni la de vuestra mies o grey». A Fabro le gustaría tener tiempo para despedirse de todos y cada uno, pero no es posible: «mejor podréis hacer vos en persona», comenta mientras le pide que se acuerden en sus oraciones «de mí y de este concilio» [182]. El veinte de abril de 1546 sale de Madrid. En sus cartas va dando noticia de su paso por Honrubia y por Requena, aprovechando lo que puede para predicar y confesar. «En la entrada del reino de Valencia sentí alguna lacrimosa consolación». Tiene la oportunidad de desplazarse a Gandía y hacer una breve visita, desde el domingo dos de mayo hasta el miércoles cinco. Allí conversa con el duque, Francisco de Borja, y con él «fuimos a poner las primeras piedras del colegio con cierta bendición que yo solemnicé con siete salmos» [183]. Fabro suele ser bastante parco cuando habla de sí mismo. Más expresivo fue el P. Andrés de Oviedo al contar con todo detalle esta ceremonia de la primera piedra del colegio, recreando la escena con cariño y devoción, siguiendo casi fílmicamente los gestos y movimientos del P. Fabro[184]. Fueron tan solo dos jornadas en Gandía, dedicadas «casi la totalidad al Duque y, parte, a las religiosas» del convento de Santa Clara, cuya superiora era sor Francisca de Jesús, tía de Borja, y al que pertenecían nada menos que cinco de sus hermanas. Fabro partió, como acostumbraba, «muy contento y dejando a todos muy contentos». El paso de Fabro por Gandía debió de impactar al Duque. Pocos días después comenzaba los ejercicios espirituales bajo la dirección del P. Andrés de Oviedo y fue el día veintidós de mayo cuando hizo voto privado de entrar en la Compañía de Jesús[185]. Parece que culminaba así un proceso iniciado años atrás, podemos decir en 1542, desde su primer encuentro con Fabro, «su auténtico consejero espiritual en los momentos decisivos antes de dar el paso definitivo. Fabro sí que dejó huella en la espiritualidad de Borja» [186]. Dos meses después, el veintiuno de junio, ya está en Barcelona, donde se detiene tanto por razones de salud[187] como por la falta de navegación para Roma: «y no se hallando galeras, me pienso poner en un bergantín que va hasta muy cerca de Roma. Nuestro Señor lo ordene como él fuere mejor servido. Entre tanto, no se pierde del todo el tiempo». Fabro se encuentra con personas conocidas y queridas para Ignacio de sus anteriores estancias en Barcelona en 1523 y 1525. Aunque habían pasado más de veinte años, permanecían muy vivos en la memoria los recuerdos de aquel peregrino. Aprovecha para conversar, predicar y confesar; colabora con un orfanato promovido por conocidos bienhechores, sin olvidar uno de los ministerios importantes de los primeros jesuitas: la reforma de monasterios. Escribe a Ignacio ya tarde («ahora son las diez de la noche») y sin tiempo para confirmar alguna otra información: «me dicen que el correo está de prisa para partirse esta noche […] por ser tanto de noche y peligro de que se quede la carta, no me puedo informar al presente» [188]. 38

4.14. El concilio definitivo (Roma, 1 de agosto de 1546) El 17 de julio Fabro llegaba a Roma «muy sano por gracia del Señor». Habían pasado casi siete años y un mes desde aquel 20 de junio de 1539 en que abandonaba Roma con Laínez, camino de su primera misión en Parma. Ahora Ignacio ve oportuno que descanse bien hasta que pasen los calores y «que se recree algunos días después de haber estado malo en Barcelona en tantos caminos y en tal tiempo» [189]. Fabro aprovecha para reponerse y mantener vivos sus contactos. Su última carta aparece fechada el veintitrés de julio y va dirigida a Laínez, ya en Trento. Le informa de la muerte de su padre, Juan Laínez, así como del fallecimiento de otros conocidos, el Padre Hermes y el estudiante Cornelio Wischavaeo. También le hace llegar otras cartas que le han ido entregando por diversos lugares por los que ha pasado: Toledo, Valencia, Barcelona. Todo termina donde todo empieza: «El Espíritu Santo y el sentir de todos los santos Padres, que se son hallados en los concilios pasados sea con vosotros y con cuantos tienen crédito en ese santo concilio tridentino. Amén» [190]. Pero este andariego peregrino estaba llegando a un punto límite y ya no se iba a recuperar de sus fiebres. Después de ocho primeros días en Roma «visitando y siendo visitado en espiritual regocijo de todos los suyos», pasó otros ocho días gravemente enfermo. Así quedó escrito: «el primero de agosto, domingo y día de S. Pedro, siendo confesado y comulgado, y tomando la extrema unción, al mediodía, presentes muchos amigos en el Señor y la compañía, con muchos signos de la vida pasada y de la que esperaba eterna, dio el ánima a su Criador y Señor» [191]. Era el segundo de los diez compañeros de París que pasaba a la casa del Padre[192]. Fabro fue enterrado «a los pies del altar de Nuestra Señora de la Estrada, a donde está el santísimo Sacramento, junto con el Mtro. Juan Coduri y otros padres de la Compañía» [193]. La noticia de la muerte de Fabro empieza a conocerse por Europa. Laínez y Salmerón, que tanto esperaban a su «hermano mayor» en Trento, escriben a Simón Rodrigues: «Maestro Fabro se halla en otro mejor concilio, porque pasó de esta vida el primero de agosto», mientras que Diego Mirón comparte su «desolación y tristeza» con Doménech[194]. El que fue uno de los grandes apóstoles de la compleja Alemania del XVI no puede menos que sentir la ausencia de Fabro: «Aunque propiamente no debería llorar la muerte de mi querido Padre Pedro Fabro, debo confesar que ha sido para mí muy amarga, de manera que el dolor que siento arranca de mí tristes quejas. Ayudad a mi debilidad con vuestras oraciones». Y en su Testamento espiritual, casi cincuenta años después de la muerte de su Padre para la Compañía, recuerda Canisio: «el buenísimo de Fabro era uno de aquellos diez primeros padres que por su ciencia y virtud y maestros de pobreza, sustentaban poderosamente, como columnas fundamentales el edificio de esta Compañía» [195]. 39

El espíritu de Fabro seguía muy presente: el P. Andrés de Oviedo pide a los jesuitas de Roma que enciendan una vela ante la tumba de Fabro por los jesuitas de Gandía; en alguna ocasión, desde las Indias, Francisco Javier se encomienda «tomando primeramente por valedora la beata ánima del Padre Fabro, junto a todas las demás que en la vida fueron de la Compañía» [196].

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5. LA OBRA DE PEDRO FABRO Fabro vivió poco tiempo como jesuita, apenas siete años. Los miles de kilómetros que recorrió por Europa le obligaban a permanecer desinstalado, preparándose siempre para alguna nueva misión en algún inesperado destino. Sin oficina ni despacho cerca, sin libros ni bibliotecas a mano. Por eso disponemos hoy de pocos textos escritos por el mismo Fabro[197]. A la espera de que puedan aparecer nuevos documentos, la obra de Fabro está recogida en el volumen 48 de la preciosa colección de Monumenta Historica Societatis Iesu[198], donde aparecen crítica y cuidadosamente editados todos los documentos de la primera Compañía de Jesús y su primera expansión misionera. Ya antes, el P. José María Vélez había editado un primer volumen con las cartas de Fabro en español[199].

5.1. Las cartas En este volumen[200], después del Praefatio (V-XV) y de la Recensio codicum (XVIIXXIII), encontramos en primer lugar 148 documentos presentados por riguroso orden cronológico que abarcan desde el «Testimonio del subdiaconado de Fabro» (París, 28 de febrero de 1534) hasta la carta de Fernando de Avendaño a Fabro (Madrid, 12 de agosto de 1546), escrita, como se ve, once días después de la muerte del santo saboyano. Estos 148 documentos incluyen cartas escritas por Pedro Fabro, cartas escritas a Pedro Fabro (34), algunas instrucciones, así como algunos otros documentos directamente relacionados con él[201]. Sigue a continuación un apéndice de veintiún documentos más (441-488), con algunas cartas de/a Pedro Fabro de más tardía aparición o con algunos otros textos de la época. Las cartas están escritas en español, latín e italiano, las tres lenguas principales para la comunicación entre los primeros jesuitas[202]. Encontramos también una escrita en francés a su tío materno Claudio Perisin[203]. Fabro utiliza el español para la correspondencia con Roma (Ignacio de Loyola y su equipo de secretaría[204]), así como para comunicarse con sus compañeros jesuitas españoles: Diego Laínez (3)[205], Antonio Araoz (1), Nicolás Bobadilla (3), o portugueses: Simón Rodrigues (5), Martín de Santa Cruz (9). Además de en la documentación oficial (testimonios, patentes) y comunicación con nuncios (Juan Poggio), obispos o cardenales (Juan Morone), el latín aparece en su correspondencia con sus compañeros y amigos de Alemania: Pedro Canisio (7), Cornelio Wishaven, Leonardo Kessel (1), los cartujos de Colonia (4), Wandelina van den Berg (1), mientras que los escasos textos italianos los encontramos en su carta a sus amigos de Parma, con consejos o avisos prácticos sobre la vida espiritual que les envía el 7 de setiembre de 1540. 41

5.2. El Memorial Pero su obra más conocida y editada es el Memorial. Con este nombre conocemos unos apuntes redactados por Pedro Fabro en los que, siguiendo el orden de los días, va anotando sus sentimientos, pensamientos o mociones espirituales. Comenzó su redacción en Espira, el 15 de junio de 1542, y la terminó el 20 de enero de 1546; el texto abarca, por lo tanto, tres años, siete meses y cinco días. La distribución del texto a lo largo del tiempo es muy desigual. La mayor parte, 362 párrafos, pertenece a los trece meses comprendidos entre junio de 1542 y julio de 1543[206]. Sabemos por qué comenzó a escribir: «El año de 1542, en la octava del Corpus, sentí un vehemente deseo de ponerme a hacer inmediatamente lo que, hasta entonces, había descuidado por negligencia y pereza, a saber, comenzar a anotar, para recordarlos siempre, los dones espirituales que me ha concedido el Señor» [207]. Pero ignoramos por qué dejó de escribir, pues las últimas anotaciones de enero del 46 no aluden a un posible final de la redacción ni ofrecen pista alguna sobre su inmediata interrupción[208]. Tal vez esa finalidad que el mismo Fabro concede a sus apuntes, «para recordarlos siempre», haya otorgado al texto su título, Memorial, por el que han optado las sucesivas ediciones y traducciones[209] a las diversas lenguas europeas. La última edición anotada en español lleva por título En el corazón de la Reforma. «Recuerdos espirituales» del Beato Pedro Fabro, S.J.[210].

El sentir en la palabra: el texto No conservamos el original manuscrito de Pedro Fabro. Tampoco sabemos con certeza en qué lengua lo iba escribiendo. Vista la espontaneidad con la que en sus cartas utiliza y mezcla el latín y el español, resulta legítimo y coherente pensar que hiciera lo mismo en un texto de carácter espontáneo y privado como son sus «recuerdos o apuntes espirituales». Los autores de la edición de Monumenta Historica SJ dan noticia de doce textos del Memorial, de los cuales el designado como Mem I, texto latino, es el que siguen como texto base para su edición[211], si bien reconocen que en algún momento pueden tomar algún fragmento de los otros códices para completar el texto[212]. Gran parte del Mem II está redactado en español y contribuye en gran medida a la reconstrucción y fijación del texto. Al tratarse de un texto Hispanicum (H), hizo sospechar a algún estudioso si Fabro podría haber redactado su texto en la lengua de Cervantes; a juzgar por el buen uso que hace en sus cartas, se trata de una posibilidad considerable[213].

El Espíritu en el sentir: el contenido

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Se trata de apuntes, de notas espirituales ordenadas cronológicamente, en las que Pedro Fabro va expresando lo que considera más significativo de su vida interior, su vida espiritual. No hay un argumento o un hilo conductor que una todos los párrafos. Muchos de ellos podrían tener significado por sí mismos; pero la suma de todos ofrece un retrato, una radiografía del alma del santo jesuita[214]. El mundo interno de Fabro es muy rico en personajes, en experiencias, en deseos, en sentimientos, en pensamientos, en devociones, en intenciones; es un espíritu polícromo y polifónico. Adentrarse en el mundo interno de Fabro es introducirse suavemente (intro-ducere) en experiencias religiosas, místicas aquí y allá, ahora y después de manera insospechada e inesperada, precisamente por esa facilidad y don que Fabro tenía para realizar interpretaciones religiosas de aquello que cotidianamente va pasando. Con la mirada y con los sentidos internos de Fabro, el mundo de todos los días y la historia de cada momento se nos revelan con una sorprendente profundidad, la que se abre para mostrar la Vida Espiritual que todo lo habita y todo lo llena. Fabro, bien podríamos decir hoy, vive conectado a la Vida divina, unido a ella como el sarmiento a la vid. Desde esta savia que corre por las venas de su estructura antropológica, sus pensamientos, sus deseos, sus decisiones y sus acciones están condicionados y hasta en ocasiones determinados por su amistad con Jesucristo y por su libertad, que en todo busca vivir el horizonte del Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales y la máxima de la «mayor gloria de Dios».

El manantial de la experiencia ¿De dónde le viene a Fabro esta capacidad de «observación teologal» del mundo, de ver y sentir lo-que-pasa como experiencia religiosa? No cabe duda de que aquellas conversaciones espirituales con Ignacio y sus compañeros durante su etapa parisina, así como la experiencia de los Ejercicios a comienzos de 1534, configuraron el corazón de Fabro. Tal vez fue allí donde aprendió a leer personal y «reflectivamente» [215] la Sagrada Escritura, como «un texto para mí», como Maestra que ilumina e interpreta acciones cotidianas.

Al Padre por la Palabra del Hijo La Palabra de Dios, y de manera especial los misterios de la vida de Cristo, es la primera fuente de la vida espiritual de Fabro. Desde la Anunciación [M 414-415] hasta la Ascensión [M 305-306], el lector del Memorial va encontrándose con numerosos pasajes de la vida de Jesús que van desplegando en él su energía transformadora: la Navidad [M 193.227], los Reyes Magos [M 43.62], los Pastores [M 43] y los Santos inocentes [M 227], Jesús perdido en el Templo [M 376-377], la vida oculta [M 189] y la vida pública de Jesús [M 435], la mujer encorvada [M 185], Juan Bautista [M 36.104], el ciego [M 62], la Pasión y la Cruz [M 96.122.144], la Resurrección [M 425][216]. Entrar en el 43

mundo interno de Fabro es una pedagogía mistagógica, una manera de entrar en el conocimiento interno de Cristo permitiendo que su vida vaya informando la propia vida.

Tradición, imágenes, símbolos Esta dimensión subjetiva de acceder al Misterio de Dios a través de la vida del Hijo se ve enriquecida con la afirmación de la presencia del Espíritu en la objetividad de mediaciones históricas y visibles. Tal vez condicionado por el rechazo explícito de todas estas mediaciones que la nueva corriente teológico-espiritual de la Reforma protestante manifestaba[217], Fabro las mira y las siente, las re-conoce, también como fuente de vida espiritual y de camino para el encuentro con Dios. Desde aquella ceremonia en la capilla de los Mártires, a las afueras de París (Montmartre, 15 de agosto de 1534), la misa y cada uno de los elementos que la configuran han pasado a formar parte irrenunciable de la espiritualidad de aquel grupo de «amigos en el Señor». La misa es para Fabro lugar privilegiado de oración [M 187], de intimidad con Cristo [M 225.257], de devoción [M 257][218], de intercesión [M 99.123.196]. Pequeños gestos arraigados en la tradición, como la señal de la cruz, «signo este que no he de omitir» [M 58], o fórmulas oracionales clásicas como «Señor, ten piedad» [M 84], el Padre nuestro [M 74] o el «Alma de Cristo» [M 271] son incorporadas con espontaneidad a su oración personal[219]. Otras muchas cosas que le entran por los sentidos son reinterpretadas por el corazón y constituidas en mediación históricoespiritual: las ceremonias, la iluminación, el órgano, el canto, las reliquias, los ornamentos, los candelabros, las velas… «todo esto me daba tal devoción que yo no sabría explicar» [M 87]. Al entrar en contacto con el agua bendita, pide a Dios que todo cuanto ella contiene «se me aplicase como lavado del alma, aspersión de bendiciones y defensa contra mis enemigos invisibles» [M 349]. Pero la presencia de Dios trasciende los muros del templo y cuanto acontece en ellos. Muy probablemente durante los muchos días que Fabro pasó a la intemperie, en camino, en contacto directo con la naturaleza, aprendió a descubrir el fundamento espiritual y la condición de creatura del mundo en el que vivía. «Todas las criaturas sirven de utilidad, consolación, remedio a todas las necesidades del hombre: el sol iluminando, el agua refrescando, el fuego calentando» [M 86]. Evoca, sin duda, la «contemplación para alcanzar amor», el último de los ejercicios propuestos por Ignacio en sus Ejercicios Espirituales para ayudar al ejercitante a vivir en la presencia de Dios. Así mismo, el paso de las estaciones del año le ayuda a contemplar los diversos «estados o estaciones» por los que pasa el alma, desde el silencio de la semilla en invierno hasta el otoño espiritual, la época de la recogida de los frutos [M 206].

Oración en coloquio y diálogo

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Pero Fabro no está solo en su relación con Dios. El Memorial es testimonio de la apertura de su experiencia en un doble sentido: una experiencia abierta a numerosos interlocutores y una experiencia abierta a numerosos beneficiarios. En sus coloquios espirituales, Fabro entra en relación con numerosos personajes del mundo celeste. Dios nuestro Señor, «infinito por encima de toda capacidad e inteligencia creada» [M 16]; la Santísima Trinidad, «lo más digno que se puede pensar y creer» [M 317]; Jesucristo «redentor, consolador, vivificador, iluminador, ayudador, libertador, misericordioso y clemente» [M 151][220]. Y después de Cristo, María: «no hay nada más provechoso que la meditación de la vida y de los hechos de la bienaventurada Virgen María» [M 110] [221]. En numerosas ocasiones son los ángeles los que transmiten e introducen en «las cosas de Dios», colaboradores infatigables del Espíritu Santo [M 103], y los que tienen la misión de proteger y cuidar a aquellos que se les encomiendan[222]. Y con ellos, los santos, las vírgenes y los mártires. Al entrar en una ciudad siente devoción al encomendarse a los santos y santas patronos del territorio y rezar por sus habitantes, y está convencido de la energía constructiva que surge de la amistad con ellos: «mucho más puede una sola persona para mejorar el mundo con la ayuda de san Lorenzo que con el favor del Emperador» [M 74][223]. No se olvida Fabro de sus «santos privados», entre los que incluye a fray Juan de Parçu, fray Juan de Borjoeis y a su antiguo maestro y pedagogo, Pedro Veillardo, personas conocidas que «aunque no están canonizados yo los tengo por santos» [M 28]. Pero hablábamos también de la apertura de la oración de Fabro hacia numerosos beneficiarios. Efectivamente, son muchos los que son alcanzados por la anchura y profundidad de su amistad con Dios; la oración de Fabro es universal, no excluye a nadie. Orar por algo o por alguien es ya una manera de empezar a transformar el mundo. Fabro ora por la Iglesia, por el papa [M 358] y sus obispos [M 215] y por los religiosos [M 389]. Ora por la mínima Compañía de Jesús, para la que desea «un nacimiento en buenos deseos de santidad y de justicia» [M 196][224]; ora por los herejes y los perseguidores («El Espíritu Santo me inspiraba cómo debía orar por el pueblo alemán» [M 20]) y, más allá de sus fronteras, encomienda «a los judíos, a los turcos, a los paganos, a los herejes» [M 151][225]. Ora también por las víctimas de los desastres naturales, por quienes «habían perdido sus casas y sus bienes a causa de las inundaciones» [M 393-394][226].

La presencia ignaciana en la espiritualidad de Fabro Todo este mundo interno al que brevemente nos estamos aproximando tiene una inspiración y una orientación determinadas. A la hora de pensar y de sentir su experiencia religiosa, Fabro no podía prescindir de todo aquello que había recibido a través de las conversaciones espirituales con Ignacio y, sobre todo, a través de sus Ejercicios 45

Espirituales. Aquellas experiencias marcaron su modo de comprender, interpretar y expresar su relación con Dios. Ignacio le había ofrecido un método, un camino de acceso al Misterio construido según unos elementos orgánica y sistemáticamente relacionados: principio y fundamento, misericordia, rey eternal, conocimiento interno, seguimiento, discernimiento, servicio, amor. Leer el Memorial de Fabro es ir encontrándose con los Ejercicios Espirituales presentes en la vida ordinaria. Fabro va haciendo lecturas de lo que le acontece a la luz y con el lenguaje del método ignaciano. «Adora, alma mía, al Padre celestial, sirviéndolo con todas tus fuerzas» [M 1], «Dios es lo primero y lo principal» [M 63] son algunas de sus expresiones, que personalizan el horizonte último de la experiencia propuesta en los Ejercicios [23]. Fabro quiere vivir ordenado internamente según la voluntad de Dios y «no morir» hasta conseguirlo: «¡Qué feliz sería quien pudiera saber lo que cada día le pide el Señor!» [M 398][227]. Pero Fabro es lúcido con su propia realidad, limitada y pecadora, que en ocasiones percibe distante del ideal que tiene delante. Una «cruz de tres brazos, muy pesada» refleja las tres dimensiones de su desorden: su inconstancia para la santidad, sus defectos en las obras de caridad con el prójimo y la falta de devoción en las cosas que «miran directamente a Dios y a sus santos» [M 241]. Con todo, Fabro no puede dejar de sorprenderse al comprobar que «rara vez o nunca he sentido que el Espíritu Santo me reprenda o amenace con los castigos merecidos» [M 299]. Por eso puede seguir adelante en el seguimiento de Cristo, como un siervo que desea ser recibido en la corte de un gran príncipe. El párrafo [225] refleja hasta qué punto Fabro había asimilado la meditación del Rey Eternal de los Ejercicios [91-98]: el siervo no ha de buscar ni ha de querer «otro consuelo que no proceda de Él y sea dado por Él y que termine en Él». De los Ejercicios ha ido asimilando diferentes modos de orar, que le favorecen mantenerse en la presencia de Dios en momentos y circunstancias muy diversos. Ya vimos cómo se sirve de la imaginación (la «vista imaginativa» de la que habla Ignacio en los Ejercicios) para orar con los misterios de la vida de Cristo[228]. Incorpora también la «aplicación de sentidos», apelando a la sensibilidad interior para favorecer una experiencia más cercana de Cristo: «compadécete siempre de mí –ora Fabro– y aparta de mí todos los males que me impidan verte, oírte, gustarte, sentirte, tocarte, tenerte…» [M 187]. Otras veces ora considerando «el significado de las palabras», según propone Ignacio en el «segundo modo de orar» de los Ejercicios [252]: «se me concedió que debía poner siempre empeño en las palabras que pronunciaba, para penetrar más en su significado» [M 172]. Pero esta vida en la presencia de Dios se transparenta cuando Fabro manifiesta su afinidad con la «contemplación para alcanzar amor» que cierra el proceso de los Ejercicios Espirituales [Ej 230-237], una contemplación que dirige la mirada del creyente hacia la profundidad de lo que es:

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«Ojalá sintamos lo que él trabaja en nosotros, bien en el cuerpo o en el espíritu […] ojalá que por fin veamos que es él quien obra todo en nosotros y por quien actúan todas las cosas y en quien subsisten todas» [M 245][229].

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6. CARTA DE FRANCISCO DE SALES SOBRE PEDRO FABRO (10 DE ENERO DE 1612 Carta de Francisco de Sales[230] al R. P. Nicolás Polliens, de la Compañía del nombre de Jesús. En Chambéry[231] Mi Reverendo Padre. Hace ya bastante tiempo que os debo el libro[232] de la santa vida de nuestro beato Pedro Fabro[233]; he sido consciente de que no me he atrevido a hacer que se transcribiese, porque cuando Ud. me lo envió se refirió a él como una cosa que estaba reservada para el uso interno de vuestra Compañía. Sin embargo, me hubiera gustado mucho tener una copia de una historia tan piadosa y de un santo al que por tantas razones estoy y debo estar aficionado, porque es cierto que yo no tengo la memoria llena de los detalles de lo que he leído, sino más bien un recuerdo general. Pero quiero creer que la Compañía, al fin y al cabo, se decidirá a no hacer menos honor a este primer compañero de su fundador, de lo que ha hecho a otros[234]. Que si bien su vida, por haber sido corta en un tiempo[235] en el que uno no cae en la cuenta exactamente de todo, no puede suministrar tanta información a la historia como las vidas de otros, sin embargo, lo que su historia nos ofrezca será la miel y el azúcar de devoción. El buen señor Fabro, nuestro médico en este pueblo, ha podido encontrar después en Reposoir una carta de este bienaventurado Pedro, escrita de su mano, con la que yo he sido consolado de ver y besar. En fin, yo os agradezco humildemente por la amistosa comunicación que a él le ha placido hacerme, y os suplico que me mantengáis siempre en vuestras oraciones, porque desde todo mi corazón, yo soy, mi R. Padre, vuestro humilde, muy aficionado hermano y servidor. Francisco, obispo de Ginebra

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7. AGRADECIMIENTOS Deseo cerrar esta breve introducción a la persona y la obra de san Pedro Fabro como a él le gustaría que se hiciera, dando gracias. Hemos de dar gracias a Dios por la presencia de san Pedro Fabro en la compleja Europa del siglo XVI que le tocó vivir; gracias a Pedro Fabro por haberse fiado de Dios a través del proyecto que Ignacio le propuso en su plena juventud y con toda su vida por delante. Gracias al papa Francisco por fijarse en Pedro Fabro y proponerlo a toda la Iglesia como un modelo y camino para estar más cerca de Dios. Bondad, diálogo y reconciliación son sin duda ámbitos de la vida cristiana que pueden verse muy enriquecidos en nuestros días si nos dejamos alcanzar por Fabro. Agradezco a mi compañero y amigo Ernesto Postigo por haber leído con cuidado y cariño el texto y ofrecerme valiosas sugerencias para mejorarlo. Gracias a D. David Lomas Pastor y D. Ángel Suárez Mingo, párrocos de Galapagar (1957-1960; 19651977); a D. Juan Daniel Alcorlo San José, párroco del Galapagar de hoy; a D. Eladio López Yaven, sacerdote; a D. Juan Ayuso Águeda, D. Rafael Crespo Fragua y D. Antonio de Castro Sanz, vecinos y parroquianos de Galapagar, por mantener el recuerdo y viva en la memoria la presencia de Pedro Fabro por nuestra geografía.

JOSÉ GARCÍA DE CASTRO VALDÉS, SJ

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8. BIBLIOGRAFÍA Ediciones del Memorial En latín: Memoriale Petri Fabri, en MHSI vol. 48, Madrid 1914, 489-696. En alemán: Memoriale. Das geistliche Tagebuch des ersten Jesuiten in Deutschland (Peter Henrici ed.), Johannes Verlag, Einsiedeln-Freiburg i.Br. 1989. En español: En el corazón de la Reforma. «Recuerdos espirituales» del Beato Pedro Fabro, S.J. (A. Alburquerque, ed.), Mensajero–Sal Terrae, Colección Manresa nº 21, Bilbao–Santander 2000. En francés: Bienhereux Pierre Favre: Mémorial (M. de Certeau, ed.), Christus, Paris 1960. En inglés: The Memoriale (E. Murphy, ed.), St. Louis 1996. En italiano: Memorie Spirituali (G. Mellinato, ed.), Milano 1990. En portugués: Memorial (A. Cardoso, ed.), São Paulo 1995.

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PRESENTACIÓN PRESENTAMOS un clásico de la espiritualidad de la Compañía de Jesús: el «Memorial de algunos buenos deseos y buenos pensamientos del Padre Maestro Pedro Fabro».

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1. EL HOMBRE EXTERIOR El beato Pedro Fabro fue, en la fundación de la Compañía de Jesús, el primer «compañero» de san Ignacio de Loyola –es decir, el primero en ser llamado a la idea y en convencerse de ella–, y el primer sacerdote en esta orden eminentemente presbiteral. Nacido en 1506 y muerto en 1546, comienza temprano sus correrías apostólicas: en 1539 –año en que los primeros «compañeros» deliberan solicitar al papa la fundación de la Compañía de Jesús–, es enviado a Parma y sus alrededores, en Italia, desde donde el año siguiente –1540– es enviado a Alemania. Aquí recorre varias de las ciudades más importantes en las que se celebran «dietas» y «coloquios» en donde el emperador Carlos V trata de lograr la paz religiosa. Y el año siguiente –1541– es enviado a España, pasando por su país natal, la Saboya. Ese año y el siguiente –1542– se queda en las principales ciudades españolas, desde donde es enviado nuevamente a Alemania, esta vez a las ciudades que eran como la «frontera» entre el catolicismo y el protestantismo, cada vez más fuerte en ese país. A fines de 1543 es llamado por san Ignacio a Portugal. Para hacer este viaje por mar, va a Bélgica, donde se queda medio año, mientras el nuncio del papa en Alemania tramita con este que lo haga quedar allí. Mientras espera la respuesta del papa, funda la Compañía de Jesús en Bélgica, recibiendo a los primeros novicios y estudiantes, entre ellos el que luego será san Pedro Canisio, apóstol de Alemania. A mediados del año siguiente –1544– sale finalmente de Alemania rumbo a Portugal; y en 1545 pasa a España con el objeto de asentar la Compañía de Jesús en la corte del príncipe Felipe, regente en el reino español. En abril de 1546 es llamado por el papa para participar en el Concilio de Trento, llegando a Roma el 17 de julio de ese mismo año, para morir –en brazos de san Ignacio– el 1 de agosto, día en que la Iglesia celebra la fiesta de san Pedro, liberado de sus cadenas por un ángel (cf. Hch 12,3-17). En poco más de siete años –desde junio de 1539 a agosto de 1546– este hombre ha recorrido Europa, la mayor parte de las veces con «misiones» pontificias concretas, sobre todo en Alemania; y ha fundado la Compañía de Jesús en tres países: Alemania, Bélgica y España.

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2. EL HOMBRE INTERIOR Hombre de profunda vida interior, Fabro vivió esta absorbente actividad exterior desde Dios: de él se puede decir, como de su maestro en el espíritu –san Ignacio– que fue «un contemplativo en la acción» (cf. Monumenta Nadal, IV, 651). Hombre, además, pacífico en su exterior y que sembraba a su alrededor la paz, era un luchador en su interior. Ambos rasgos se manifiestan en su Memorial. Veámoslo por separado. Y primero, su oración: una de las palabras que más se leen en su Memorial es «deseos»: es un «varón de deseos» (cf. Dn 9,23, según la Vulgata). Con razón los primeros editores titularon la obra «Memorial de algunos buenos deseos y buenos pensamientos del Padre Maestro Pedro Fabro». Además, uno de los principales encantos del Memorial es ver cómo todas las circunstancias de la vida (apostolado, viajes, preocupaciones, amistades… y aun negligencias) se transforman para Fabro en materia de oración. Fabro saca partido incluso de sus distracciones en la oración: un día –nos dice– «diciendo el oficio y arreglando el reloj, me vino al pensamiento pedir a Dios gracia con que me arreglase y ordenase para orar bien, porque a él le es más fácil ordenarme a mí, que a mí ordenar o arreglar con mis manos cualquier cosa material. De aquí tomé ocasión de reprenderme a mí mismo porque hasta ahora frecuentemente, cuando debía estar atento y arreglado y ordenado en mis oraciones y buenas meditaciones, me distraía a tocar, o a ver, o arreglar alguna otra cosa sin necesidad, a pesar de que todo mi cuidado por entonces debía ser arreglarme y componerme para hacer bien la obra que tenía entre manos, o en mi lengua, o en mi pensamiento…» (Memorial, n. 249). Otra característica notable del Memorial es ser un diálogo casi continuo no solo con Dios (la Trinidad, y Jesucristo, de un modo especial), sino también con la Virgen, los santos y los ángeles; realmente Fabro podía decir –junto con san Pablo– que «somos ciudadanos del cielo» (cf. Flp 3,20). Pasemos ya al segundo rasgo de la vida interior de Fabro: su espíritu de lucha. Su lucha comienza muy temprano, y lo lleva, en París –en el año 1530–, a ponerse en las manos expertas de san Ignacio, quien le dio a entender «…las tentaciones y escrúpulos que me tenían tanto tiempo aprisionado, sin saber entender ni encontrar el camino para poder hallar reposo. Los escrúpulos –continúa diciéndonos– eran sobre el temor de no haber en mucho tiempo confesado bien mis pecados (…) Las tentaciones que entonces sentía eran sobre malas y feas imaginaciones de las cosas carnales, por sugestión del espíritu de fornicación, el cual ya entonces –en París– no conocía por espíritu, sino por letras y doctrina» (Memorial, n. 9).

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Es una lucha que dura hasta el final de su vida: en enero de 1546, último año de su vida –y última anotación en su Memorial– advierte que en esos días «se renovaban mis defectos (…) Conocí además en estos días, con la experiencia de mis tentaciones, que tengo necesidad de mucha gracia…» (Memorial, n. 443). Es una lucha interior que no cede en desmedro de su protagonista, sino más bien en su alabanza: la gracia que él nos dice que necesitaba, y «mucha…», le fue concedida abundantemente. Como él nos lo advierte de sí mismo, «casi nunca has tenido notable tentación, en la cual no hayas sido consolado no solamente con el claro conocimiento, mas también por vía del espíritu contrario a las tristezas, o temores, o desánimos, o aficiones de prosperidad desordenada, dándote nuestro Señor tan claro conocimiento y tan verdadero sentimiento para remedio del espíritu de fornicación y medios para la pureza y limpieza de la carne y del espíritu…» (Memorial, n. 30). El Memorial de Fabro es un testimonio, de la primera página hasta la última, de la verdad de aquella regla de discreción ignaciana, según la cual «el enemigo de natura humana, rodeando mira en torno… y por donde nos halla más flacos y necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos» (EE 327). Pero también de aquella frase paulina: «mi fuerza –la del Señor– se muestra perfecta en la flaqueza –de Fabro–» (cf. 2 Cor 12,9). *** En ambos rasgos –el de la oración y el de la lucha espiritual– se manifiesta el discípulo eximio, formado en la escuela de los Ejercicios Espirituales (recordemos la controversia, que ya pertenece a la historia, entre «unionistas» y «eleccionistas»), y el maestro consumado en el arte de darlos: después de la muerte de Fabro –en febrero de 1555– san Ignacio dijo de él que, «de los que conocía en la Compañía, el primer lugar en darlos –los Ejercicios– tuvo el P. Fabro…» (Memorial del P. Cámara, n. 226, en Fontes Narrativi, 1, 658). Muchos otros rasgos se advierten en Fabro a través de su Memorial; dejamos al lector atento el gusto de descubrirlos por sí mismo.

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3. EL TEXTO No ha llegado hasta nosotros –o, mejor, aún no ha sido encontrado, pero no debemos desesperar de hallarlo alguna vez, perdido en algún archivo– el texto original del Memorial del beato Fabro, sino diversas copias manuscritas, de diversa longitud y en dos lenguas: castellano y latín. Los autores que en diversas lenguas modernas han publicado hasta el presente el Memorial del beato Fabro han usado, ya una, ya otra «copia», y en más de un caso han usado más de una. Nosotros hemos preferido atenernos –en cuanto al contenido y al sentido– a las dos copias publicadas críticamente por Monumenta Historica Societatis Iesu, una latina – más completa– y la otra castellana –incompleta, con solo los ciento ochenta primeros números aproximadamente–. La copia latina es la más completa de todas las existentes, y tiene detalles que nos hacen pensar que es más «original» que otras –original propiamente dicho no es ninguna, como ya hemos visto antes–: por ejemplo, siendo escrita en latín, tiene algunas frases escritas en castellano (cf. Memorial, nn. 237, 315…, 412). Ahora bien, sabemos que el beato Fabro podía hablar y escribir en castellano –su lengua materna era francés saboyano–; pero, sea en sus cartas, sea en sus predicaciones, lo mezclaba con el latín cuando quería ser más exacto, o cuando la frase le brotaba del corazón. Por eso hemos pensado que el original del Memorial –obra más del corazón– pudo ser latino, una de cuyas copias sería el texto publicado por Monumenta Historica Societatis Iesu.

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4. LA TRADUCCIÓN La traducción castellana que ofrecemos tiene como base la edición realizada por J. M. Vélez, mejorada y publicada por J. M. March (Casulleras, Barcelona, 1922). En ella los editores han transcrito la copia antigua castellana, y han traducido del latín los restantes números –que son la mayoría– (ambas copias, la castellana y la latina, son las editadas, como hemos dicho precedentemente, por Monumenta Historica Societatis Iesu). Esta edición –la primera castellana– tiene muchas deficiencias; pero, por otra parte, no valía la pena intentar una traducción enteramente nueva. Hemos optado por corregir la versión de Vélez March donde hemos notado errores o falta de precisión con respecto al texto latino antes mencionado. También hemos procurado aligerar el texto, tanto de la antigua copia castellana de Monumenta como de la traducción. En algunos casos, hemos traducido nuevamente frases enteras. En los casos en que el latín resultaba oscuro, hemos recurrido a la edición francesa de M. de Certeau (Desclée, París 1960).

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5. LAS NOTAS DEL TEXTO Hemos optado por poner abundantes notas –aunque breves– al texto del beato Fabro, a medida que su traducción nos las inspiraba. Y con mucha frecuencia, remitimos de una nota a otra, de modo que algunos temas pueden ser seguidos a través de las «notas» al pie de página. El texto del Memorial hubiera merecido un comentario más extenso, como el realizado, a modo de introducción, por De Certeau en la edición francesa; pero «lo mejor es enemigo de lo bueno». Creemos, además, que todo «clásico» es inagotable, y que es suficientemente bueno ponerlo cuanto antes en manos del lector, ayudando a este con algunas breves notas al pie de página y respetando el texto, no apartándolo de él con largas introducciones. J. H. AMADEO, SJ, y M. Á. FIORITO, SJ (San Miguel, 1982)

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MEMORIAL de algunos buenos deseos y buenos pensamientos del Padre Maestro Pedro Fabro

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INTRODUCCIÓN

ESPIRA Bendice, ánima mía[236], al Señor y no te olvides de todos sus dones: él redime tu vida de la muerte y te corona con su misericordia y bondad; sacia de bienes tu deseo, después de haberte perdonado y cotidianamente perdonarte todas tus iniquidades: y sana tus debilidades, dándote la esperanza que tu juventud será renovada cual la del águila[237]. Confiesa siempre, ánima mía, y nunca quieras olvidar las muchas mercedes que nuestro señor Jesucristo te ha hecho y te va haciendo de momento en momento, por intercesión de su bendita madre, nuestra Señora, de todos los santos y santas del cielo, de los que ruegan por ti en la Iglesia católica, vivos y muertos. Adora, ánima mía, al Padre celestial, honrándole siempre y sirviéndole con todo su poder, saber y querer; el cual con su bendito amor tan misericordiosamente te ayuda y va fortificando. Adora al Redentor tuyo, Jesucristo nuestro Señor el cual, como verdadero camino verdad y vida[238], por su sola gracia te enseña y te ilumina. Adora la persona de tu glorificador, el Espíritu Santo paráclito, el cual con su benigna comunicación va disponiendo tu cuerpo, tu alma y tu espíritu para ser limpio y recto, en todo bueno[239].

15 de junio de 1542 En el año 1542, el día de la octava del Cuerpo de Cristo nuestro Señor, me entró un señalado deseo[240] de hacer de aquí en adelante lo que hasta ahora había dejado por sola mi negligencia y pereza; es, a saber, de comenzar a escribir para mi memoria algunas gracias espirituales de las que nuestro Señor de su mano me diera, ora sea como aviso para mejor orar o contemplar, ora sea para discernir o actuar, ora sea para cualquier otro provecho espiritual. Antes de comenzar a hablar del futuro, me parecía bien notar algunas cosas de mi vida pasada hasta aquí, según me acuerdo haberlas sentido con algún notable hacimiento de gracias, de contrición, o de compasión, o de otro espiritual sentimiento del Espíritu Santo, o por aviso de mi buen ángel.

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RESUMEN DE LA VIDA PASADA (1506-1542) 1506 1 La primera merced que yo he notado con acción de gracias fue que nuestro Señor, en el año 1506, en los días de Pascua, me hizo entrar en el mundo[241]; dando gracia para que fuese bautizado y criado por buenos y muy católicos y píos padres labradores, suficientes en bienes temporales para poderme ayudar a tener buenos medios para salvar mi ánima conforme al porqué yo soy criado. 2 Los cuales padres de tal manera me criaron en el temor de Dios nuestro Señor que luego de niño comencé a ser consciente de mis acciones y, lo que es un signo de una mayor gracia preveniente, hacia la edad de siete años, me sentí algunas veces movido a afectos de devoción. De tal manera que, desde ese momento, parecía que el Señor y esposo de mi ánima quería tomar posesión de mí en lo más profundo de mí mismo. ¡Ojalá me hubiese dado cuenta! ¡Ojalá entonces hubiese sabido introducirlo y seguirlo y nunca ser separado de él!

1516 3 Hacia los diez años, sentí un deseo de estudiar; pero, siendo pastor y destinado al mundo de mis padres, no podía reposar sino que lloraba por querer ir a la escuela. Y así se vieron forzados mis padres a enviarme a la escuela, contra su intención. Y cuando vieron el fruto y el notable progreso, tanto en el entender como en el recordar, que yo hacía, no pudieron impedir que siguiese mis estudios; permitiendo también Dios nuestro Señor que para nada fuera menos idóneo y que tuviera menos gusto que para los asuntos del mundo. La escuela a donde yo fui tenía por maestro a Pedro Velliard, que era persona de santa doctrina, no solamente de vida católica sino también de ferventísima santidad. De tal manera que los poetas y autores[242] que leía, parecían que fueran evangélicos[243], porque todo lo aplicaba a formar a la juventud en el santo y puro temor de Dios. El lugar donde él estaba –y donde está ahora enterrado– se llama La Roche, a tres leguas de la aldea donde yo nací, que se llama Villaret, en el Gran Bornand, en la diócesis de Ginebra, la cual era entonces toda muy católica.

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1518 4 Con la doctrina y el ejemplo de vida de este tal preceptor, crecíamos todos los discípulos en el temor de Dios nuestro Señor. Y así, cuando yo tenía alrededor de doce años, tuve unos impulsos para ofrecerme al servicio de Dios nuestro Señor; y tanto que un día vine con grande alegría a un campo –pues era tiempo de vacaciones y yo ayudaba a ratos como pastor– y, teniendo grandes deseos de pureza, prometí a Dios nuestro Señor guardar castidad para siempre. ¡Oh misericordia de Dios que andabas conmigo y que ya desde entonces me querías tomar! Ah, Señor, desde entonces, ¿por qué no te conocí bien? Oh Espíritu Santo, ¿por qué desde entonces no supe separarme de todo para buscarte y entrar en tu escuela, pues tú me convidabas y me prevenías con tales bendiciones? Todavía tú me tomaste y me marcaste con el sello de tu temor; que si tú permitieras que me fuera quitado este sello como los demás bienes de tu gracia, ¿no habría yo llegado a ser como Sodoma y Gomorra?

1517-1525 5 Nueve años estuve en dicha escuela, creciendo en edad y en ciencia y también en sabiduría[244], aunque no en todo ese tiempo en bondad y en castidad de mis ojos. De manera que en esto hay mucho que reconocer y dar gracias; y también en dolerse y arrepentirse de corazón por los pecados que, cada día naciendo para algunos y creciendo en ellos, cometía contra mi Señor; y cometiera muchos más si su divina bondad no permitiera que se diera en mi ánima su temor continuo y un inmoderado deseo de saber y aprender letras: y así por este impulso me sacó nuestro Señor de la patria, donde no había modo para que entera y efectivamente le hubiese de servir en el futuro. Bendito seáis vos, Señor, para siempre de una tan gran merced que me hicisteis, queriéndome sacar de mi carne y de mi naturaleza tan corrupta y tan contraria a mi espíritu y tan baja para subir al conocimiento y sentimiento de vuestra majestad y de todos mis pecados.

1525 6 En el año 1525, a los diecinueve años de edad, salí de mi tierra y vine a París. Acuérdate, ánima mía, de las espuelas espirituales que tu Señor te había ya echado en tu conciencia por vía de su temor, que eran unos escrúpulos y remordimientos de conciencia, con los cuales el demonio comenzaba a atormentarte, y que te hubieran hecho buscar a tu creador, si por ti no fueras tan rudo. Y sin estos escrúpulos por ventura Íñigo no te pudiera penetrar, ni tú tener deseo de su ayuda, así como acaeció después. 64

1529 7 En el año 1529, de edad 23, a 10 de enero, me recibí de bachiller en Artes y en pasada la Pascua, de licenciado bajo el Mº Juan de la Peña, al presente doctor en Medicina. Plegue a la divina bondad darme grata memoria para reconocer sus mercedes corporales y espirituales, que me hizo por varios medios en estos tres años y medio, dando un tal regente para mí y tal compañía, como yo hallé en su cámara, sobre todo de M.º Francisco Javier, uno de la Compañía de Jesucristo. 8 En este año vino Íñigo a estar en el colegio de Santa Bárbara, en la misma cámara que nosotros, queriendo entrar en el curso de las Artes por el san Remigio siguiente[245], el cual curso había de tomar nuestro regente. Bendita sea para siempre jamás tal dicha así ordenada de la suma providencia para mi bien y salvación; porque después de ordenado por mano suya que yo hubiese de enseñar al santo hombre[246], siguióseme la conversación suya exterior y después interior y después el vivir juntos y ser uno los dos en la cámara, uno en la mesa, y uno en la bolsa. Y finalmente vino él a ser mi maestro en las cosas espirituales, dándome modo para subir al conocimiento de la divina voluntad y de mí mismo[247] y así llegamos a ser una misma cosa en deseos y voluntad y propósito firme de querer tomar esta vida, que ahora llevamos los que somos o alguna vez serán de esta Compañía, de la cual yo no soy digno. 9 Plegue a la divina clemencia darme gracia de acordarme bien y de ponderar las mercedes que en ese tiempo y por medio de este hombre me hizo nuestro Señor; y primeramente dándome a entender mi conciencia y las tentaciones y escrúpulos que me tenían tanto tiempo aprisionado, sin saber entender, ni encontrar el camino para poder hallar reposo. Los escrúpulos eran sobre el temor de no haber en mucho tiempo confesado bien mis pecados; y estaba tan atormentado de ellos, que por hallar remedio me fuera a un desierto para siempre comer yerbas y raíces. Las tentaciones que entonces sentía eran sobre malas y feas imaginaciones de las cosas carnales, por sugestión del espíritu de fornicación, el cual yo entonces no conocía por espíritu, sino por letras y doctrina. 10 Segundo, me dio consejo de confesarme generalmente con el doctor Castro, y de confesar y comulgar en adelante cada semana, dándome para ayuda de ello el examen cotidiano de la conciencia[248], sin quererme poner en otros ejercicios por entonces, aunque nuestro Señor me daba cumplido deseo para ellos. Cerca de cuatro años pasamos de esta manera en tal conversación y como una misma cosa, tomando asimismo conversación con otros, y aprovechando yo en espíritu cada día, así acerca de otros como acerca de mí mismo. Pasaba mi ánima por muchos 65

fuegos y aguas[249] de tentaciones, como fue por algunos años y casi hasta que saliese de París, de vanagloria[250], en la cual me dio nuestro Señor gran conocimiento de mí mismo y de mis faltas, permitiendo que en estas me abatiese y angustiase demasiadamente[251], para remedio de mi vanagloria; y así por su sola gracia me dio en esta materia mucha paz. 11 También sobre la gula pasé otros muchos combates, y nunca supe alcanzar paz hasta el tiempo de los ejercicios, donde yo estuve seis días sin comer ni beber cosa de esta vida, sino una vez comulgando, donde se suele dar un poco de vino con el sacramento[252]. Otras tentaciones también de mucha perturbación pasé sobre el contemplar los defectos de otros, y sospecharlos y juzgarlos[253], donde tampoco me faltó la gracia del consolador y maestro, que me disponía en los primeros grados de la caridad del prójimo. Tuve en este tiempo y hasta salir de París, escrúpulos sobre muchas imperfecciones que nadie sospechaba. 12 Y así de varios modos me enseñó nuestro Señor, remediándome de tantas tristezas que de allí me venían, que no podría recordar como corresponde. Podría decir que nunca me vino angustia ni ansiedad, escrúpulo, duda, temor, ni otro mal espíritu, que yo pudiese sentir notablemente, sin que juntamente, o a lo menos después de algunos días, yo no hallase el verdadero remedio en Dios nuestro Señor, dando él gracia para pedir y buscar y clamar por ella[254]. En esto se encierran innumerables gracias de conocimientos y sentimientos de varios espíritus, que yo conocía mejor de día en día[255]. Pues Dios nuestro Señor me daba tales aguijones[256] que ya no me dejaron ser tibio. En otras palabras –como dije– nunca permitió el Señor que me engañara en el juzgar y discernir los malos espíritus y en el sentir las cosas propias o las divinas o las del prójimo, sino que siempre y en el momento oportuno me libraba con las inspiraciones de los santos ángeles y del Espíritu Santo. 13 Hacia el fin de estos cuatro años, o cerca de ellos, acaeció que hallándome ya muy fuerte en solo Dios nuestro Señor sobre los propósitos que ya había tomado y perseverando en ellos más de dos años, es a saber, de querer seguir al dicho Íñigo en vida pobre, no esperando ya sino el fin de mis estudios y los suyos, así como de M.º Francisco y de los que además se allegaban a nuestro propósito, en este tiempo partí para hacer una visita a mi familia, donde estuve unos siete meses; y vivía aún mi padre, y mi madre ya era muerta. 14 En el año 1534, a los 28 años, yo volví a París para acabar el estudio de Teología, tomé los Ejercicios y me ordené de todas órdenes, aunque no fuese venida la letra del

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título[257]; y dije mi primera misa el día de santa María Magdalena, abogada mía y de todos los otros pecadores y pecadoras. En este capítulo se encierran innúmeras mercedes, que nuestro Señor hizo a mi ánima, llamándola para tan grande oficio y dándome gracia para que en todo fuese por él solo y no con ninguna mundana intención de alcanzar honra o bienes temporales, donde antes, esto es, hasta haber fijado mi intención por el modo de vida que Dios me dio por Íñigo, siempre había andado muy confuso y agitado de muchos vientos, cuándo queriendo ser casado[258], cuándo queriendo ser médico, cuándo legista, cuándo regentar, cuándo doctor en Teología, cuándo clérigo sin beneficio[259] y también algunas veces queriendo ser fraile. Yo era zarandeado por estos vientos, según que predomina uno u otro elemento[260], es decir, según que reinaba una afección y otra; de las cuales nuestro Señor librándome, como es dicho, con los consuelos de su espíritu, me hizo determinar a ser sacerdote[261], dedicado por entero a una vocación tan ardua y perfecta. Nunca estaré a la altura de tal tarea y tan digna de ser agradecida por mí con cuantos trabajos pudiera de mi alma y de mi cuerpo.

15 de agosto de 1534 15 En este mismo año, día de santa María de Agosto, todos nosotros que entonces ya teníamos una misma determinación y habíamos hecho los Ejercicios, si no fuese maestro Francisco, que aún no los había hecho, aunque él estuviese en la misma determinación, fuimos a Nuestra Señora de Montmartre, cerca de París, para hacer cada uno el voto de ir a Jerusalén para el tiempo señalado[262]. Y volviendo, de ponerse en la obediencia del pontífice romano[263]. Y así mismo de comenzar el día asignado de dejar cada uno parientes y redes[264], excepto el viático. Los que para ello nos hallamos esta primera vez: Íñigo, maestro Francisco, yo Fabro, maestro Bobadilla, maestro Laínez, maestro Salmerón, maestro Simón; Jayo no era aún venido a París; y maestro Juan, y Pascasio[265], no eran aún ganados. Asimismo los dos años siguientes, en el mismo día de nuestra Señora de Agosto, íbamos todos al mismo lugar a reconfirmar los dichos propósitos[266], para los cuales cada vez hallábamos mucho aumento espiritual; y en el último año se hallaron los otros tres; es a saber, maestro Jayo, maestro Juan Coduri, maestro Pascasio Broet.

1536 16 En el año 1536 para el quince de noviembre, partimos de París los nueve juntos, es decir, todos los susodichos, excepto maestro Íñigo, el cual era partido primero, es decir 67

año y medio antes para Venecia[267], donde él nos esperaba. Llegamos a Venecia después de Navidad; en el cual viaje Dios nuestro Señor nos comunicó tantas mercedes que no se podrían escribir. Íbamos a pie pasando por Lorena y por Alemania, donde estaban ya muchas ciudades luteranas o zuinglianas, como Basilea, Constanza, etc.; asimismo era invierno muy frío y profundo, tiempo de guerras entre Francia y España. Pero el Señor nos sacó y nos preservó de tales peligros. Llegados todos a Venecia buenos y alegres en espíritu[268], nos alojamos en hospitales de peregrinos; es decir, cuatro en el Hospital de San Juan y San Pablo y cinco en el hospital de los incurables, esperando que viniese la Cuaresma para ir a Roma a tomar licencia del papa Paulo III para poder ir a Jerusalén.

1537 17 En el año de 1537, después de Pascua, tomando la susodicha licencia, fuimos para pasar a Jerusalén, y no pudiendo aquella vez, nos repartimos en diversos lugares por querer estar unos tres meses solitarios sin tener otra preocupación, y también porque así mejor se preparasen aquellos que no eran sacerdotes, disponiéndose para tan alto ministerio[269]. Íñigo y yo y maestro Laínez estuvimos en Vicenza; maestro Francisco con Salmerón a doce millas de Padua; maestro Juan y el Bachiller[270] en Treviso; maestro Jayo y maestro Simón en Basán; Bobadilla y Pascasio en Verona. Pasado este tiempo nos llamaron a Roma y fuimos allá los tres que estábamos en Vicenza. Era el mes de octubre.

1538 18 En el año 1538, viniendo todos los compañeros a Roma y viendo que tampoco se hacía camino para pasar este año a Jerusalén, tomamos licencia de predicadores apostólicos para predicar por todas partes y para oír confesiones, etc. El breve nos lo hizo el cardenal de Nápoles que entonces era legado en Roma. La fecha fue mayo. Plega a nuestro Señor que yo sepa reconocer lo que me cabe de tantas mercedes que en común nos hizo nuestro Señor. Todo este año tuvimos muchas contradicciones a todos nuestros propósitos y pasamos por tantos fuegos de pruebas[271] sobre todo a causa de la averiguación que procurábamos se hiciese sobre nosotros y que se hizo finalmente, a pesar del fuerte apoyo que tenían los contrarios. Asimismo fue señalada merced, y casi la fundamental para toda la Compañía, que ese mismo año, después de dada la sentencia de nuestra absolución, presentándonos en holocausto al sumo pontífice Paulo III para que mirase en qué nosotros podríamos servir a Cristo nuestro Señor para edificación de cuantos están debajo del poder de la sede 68

apostólica, en perpetua pobreza y aparejados de ir con su obediencia también a los extremos de la India. Nuestro Señor quiso que nos aceptase y se holgase de nuestros propósitos, por donde seré yo obligado siempre y cada uno de los otros a dar gracias al Señor de la mies de la universal Iglesia, es decir, Jesucristo nuestro Señor, el cual tuvo por bien querer declarar por voz de su vicario en la Tierra (que es la vocación más manifiesta), cómo se quería servir de nosotros para siempre[272].

1539 19 En el mes de mayo de 1539, maestro Laínez y yo, por mandato de su santidad, partimos de Roma para Parma, con el cardenal de San Ángel donde estuvimos hasta septiembre del año 1540. Acuérdate, ánima mía, de las mercedes que allá recibiste, obrando tanto fruto en este sitio por medio de nosotros y del padre Jerónimo Doménech. El fruto digo, por vía de las predicaciones, confesiones y ejercicios[273], y también de lo que se hizo en Sisa. Asimismo en tu enfermedad, que duró casi tres meses, comenzando el 25 de abril de 1540, en la cual enfermedad tú sabes, y no podrás olvidar, el mucho fruto espiritual, que tú podías hacer conforme al conocimiento que nuestro Señor te daba para hacerte fructificar en espíritu[274]. Acuérdate de lo mucho que tú deberás siempre a toda la casa de don Laurencio y de don Máximo, los cuales te tuvieron en su casa. Acuérdate, en especial manera, de la ocasión que de allí sacaste para nunca perder la devoción de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y antes de san Juan Bautista, y de nuestra Señora de la Visitación, a las cuales fiestas tú debes tal deuda que nunca se te ha de olvidar.

1540 20 En este mismo año de 1540, yo partí por mandado de su santidad con el doctor Ortiz a España, el cual, siendo llamado por mandado del emperador me llevó consigo a esta Alemania, a los coloquios de Worms, donde llegamos a 24 de octubre. Acuérdate, ánima mía, de cómo ese mismo día te dio nuestro Señor una señalada y muy notable devoción, que habías de tomar y debías continuar hasta tu muerte. Se trata de la vida de Cristo y de nuestra Señora, comenzando aquel día por vía de las horas canónicas a recordar en especial cada día de los que ha tenido Cristo nuestro Señor, desde que se encarnó hasta la ascensión, y asimismo los de nuestra Señora desde que fue concebida hasta su muerte. También te has de acordar de la mucha esperanza que recibiste para poderlo todo acabar antes de tu muerte. Acuérdate de cómo en Worms, nuestro Señor te dio tan señaladas consolaciones en tus oraciones y te dio tanto conocimiento para hallar modos de orar, modos de dar 69

gracias a Dios nuestro Señor, y modos de pedir diversas gracias para ti, para los vivos y para los muertos. Asimismo en especial de las oraciones que el Espíritu Santo te sugería en favor de los alemanes. En este año se instituyó y se confirmó la bula de nuestra Compañía de Jesucristo nuestro Señor.

1541 21 En el año de 1541, en enero, partimos para Ratisbona, donde se hizo la Dieta imperial. En el camino tuviste grandes consolaciones en oraciones y contemplaciones, y se te ofrecieron muchos y nuevos modos y nuevas materias de orar en el camino. Por ejemplo, llegando, o viendo, u oyendo hablar de algún lugar, tomaste modo de rogar a nuestro Señor que te diese gracia para que el arcángel de ese señorío nos fuese propicio con todos los ángeles custodios de sus habitantes; más, que aquel verdadero custodio y pastor, Jesucristo, que estaba en la iglesia de ese lugar, los ayudase y tuviese especial cuidado de todas las necesidades que tenían todas las personas del tal lugar. Por ejemplo, los pecadores que estaban en el artículo de la muerte, las almas de los difuntos, los desolados y en cualquiera manera atribulados, etc. Cuando pasaba por los montes, campos o viñas, se me ofrecían muchas maneras de orar por la multiplicación de estos bienes y de dar gracias en lugar de sus dueños o de pedir perdón por ellos, que no saben reconocer en espíritu tales beneficios ni la mano de donde proceden. Asimismo invocaba a los santos que tenían cuidado de aquellos lugares, rogándoles que quisiesen hacer lo que no saben tales habitantes, así en demandar perdón como en dar gracias por ellos y en pedir lo que los mismos necesitan[275]. 22 En este mismo año, estando en Ratisbona recibí otras mercedes: primeramente por causa de que me dio gracia nuestro Señor de obrar cosas señaladas en su servicio, sobre todo en confesiones de muchos caballeros de la corte del emperador y de mi príncipe, el duque de Saboya, el cual me quiso elegir por su confesor. En esas confesiones se hizo mucho fruto y mucho se sembró para otro mayor fruto que de allí nació. Asimismo en ejercicios de personas principales, así de españoles e italianos, como alemanes de mucha importancia, de donde se ha seguido todo lo bueno que se ha hecho después en Alemania. Asimismo otras mercedes muy notables para mi propio aumento espiritual las recibí de manos del Espíritu Santo, tomando algunas nuevas maneras de orar o contemplar en adelante, o confirmándome con más conocimiento y gusto en las que ya tengo, como es por ejemplo con las letanías y los misterios de Cristo y la doctrina cristiana[276] para pedir diversas gracias a propósito de cada cosa de esas, o pedir perdón por vía de esas tres maneras, o dar gracias a nuestro Señor por esas tres vías. También discurriendo lo 70

mismo sobre las tres potencias, los cinco sentidos, todas las principales partes del cuerpo, los bienes temporales recibidos; y como lo puedo hacer por mí, asimismo puedo hacerlo todo por alguna persona viva o muerta, aplicando la misa para que las dichas cosas tengan mejor su efecto. Asimismo había hallado allí en Ratisbona un libro de la bienaventurada virgen santa Gertrudis, en el cual se ponen algunas especiales devociones que ella, cuando vivía, había sentido crecer cada día, de donde yo tomé muchas formas de hacer oración y muchas ayudas[277].

9 de julio de 1541 23 En este mismo año me hizo nuestro Señor la señalada merced que en la octava de la visitación de nuestra Señora yo hiciese los votos solemnes de mi profesión, enviándolos al maestro Ignacio, que era elegido por prepósito. Yo la hice esta profesión en Ratisbona en el altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora, que es llamada la Antigua Capilla, con mucha consolación espiritual y fortificación de mi alma en abnegación de los bienes ya abnegados, de los placeres de la carne ya dejados, y en humildad, que consiste en someter y abnegar del todo su propia voluntad; para todo esto recibí nueva fortaleza y nuevo conocimiento y sentimientos grandes de buena voluntad. Los votos son de castidad, de pobreza, de obediencia al prepósito de la Compañía, y otro voto para la obediencia que prometemos todos al sumo pontífice cuanto a las misiones. Hice la profesión delante del santísimo sacramento, al comulgar, en la forma siguiente: Yo, Pedro Fabro, prometo y hago voto a Dios nuestro Señor y a nuestra Señora y a todos los santos del cielo de guardar perpetua castidad (con su ayuda) y perpetua pobreza y perpetua obediencia al prepósito de la Compañía de Jesucristo. Asimismo de guardar perpetua obediencia al sumo pontífice, en las misiones; y todo esto prometo guardar conforme a las constituciones de la dicha Compañía y su regla[278]. Así hice esta profesión; y porque es verdad, de nuevo la hago a Dios nuestro Señor y a nuestra Señora y a vos el maestro Ignacio de Loyola, como quien está en lugar de Jesucristo en la dicha Compañía y prepósito, yo lo firmo de mi mano a los nueve de julio de 1541. Pedro Fabro[279].

Verano de 1541 24 En este mismo año, a los 27 de julio, partimos de Ratisbona el doctor Ortiz y yo con su familia, pasando por mi tierra y por Francia donde fuimos detenidos y encarcelados por unos siete días. Es bien que nunca olvides la mucha merced que nos hizo nuestro Señor, librándonos con tanta gracia de los que nos detenían, y dándonos tanta gracia para 71

conversar con ellos, aprovechándoles a sus propias almas. Hasta el mismo capitán quiso confesarse y se confesó conmigo: y así sucedió que nuestra cordialidad, que nuestro Señor nos daba para con todo el mundo, no se hiciera cautiva, ni ofuscada y perturbada para estos soldados. Yo con todo tuve allí algunas tentaciones de desconfianza y de temor que no saldríamos presto y sin mucha costa del doctor; en las cuales recibí también su contraria y medicinal consolación, en toda buena esperanza de casi todo cuanto acaeció en nuestra liberación.

19 de noviembre de 1541 25 En el día de santa Isabel, reina de Hungría, yo tuve mucha devoción, ofreciéndoseme ocho personas, con el deseo que yo las tomase muy de veras en mi memoria para rogar por ellas, no mirando sus defectos; es a saber, por el sumo pontífice, por el emperador, por el rey de Francia, por el rey de Inglaterra, por Lutero, por el turco, por Bucero, por Felipe Melanchton. Su ocasión fue sentir yo en mi ánima cómo tales personas eran muy juzgadas por muchos; de donde me nacía una cierta compasión que venía con buen espíritu[280]. 26 Este mismo día de santa Isabel yo prometí a Cristo nuestro Señor e hice voto de nunca tomar cosa por vía de confesiones, de misas, de predicaciones, y de nunca vivir por vía de renta, aunque se me ofreciese para tomarla de modo que yo pudiese recibirla con buena conciencia; y este es el voto del cual es menester mucho acordarme, reconociéndolo por un señalado beneficio de Cristo nuestro Señor, el cual me va ayudando de esta manera guardar mejor mi voto de pobreza.

21 de noviembre de 1541 27 En el día de la Presentación, con ayuda del espíritu de toda santidad y perfecta castidad y para mejor guardar mi voto de castidad, nuestro Señor me dio un cierto sentimiento de una especial reverencia a aquella purísima niña, nuestra Señora; por testimonio y memoria de la cual reverencia yo propuse de abstenerme para siempre jamás de allegar mi rostro a cualquier niño o niña por ninguna, aunque lícita, intención y no solamente a otras personas de mayor edad.

Otoño de 1541 28 En este mismo año, entrando en España, tuve muy señaladas devociones y espirituales sentimientos sobre el invocar los principados, arcángeles, ángeles custodios y 72

santos de España; y tomé en especial mucha devoción a san Narciso, que está en Gerona; a santa Eulalia, que está en Barcelona; a Nuestra Señora de Monserrat, a Nuestra Señora del Pilar, a Santiago, a san Isidoro, a san Ildefonso, a los mártires Justo y Pastor, a Nuestra Señora de Guadalupe, a santa Engracia en Zaragoza, etc. rogándoles a todos quisiesen aceptar mi ida a España y ayudarme con sus oraciones para hacer algún buen fruto, así como se hizo, creo por sus intercesiones más que por mi diligencia. Y así propuse hacer en cualquier reino y principado; es decir, encomendarme a los principados angélicos, arcángeles y ángeles custodios, y a los santos, que yo pudiese saber ser principalmente honrados en tal provincia o señorío. Y de aquí me quedó más confirmada la devoción de algunos santos, que por Italia se celebran, de los cuales tengo más datos en mi breviario romano y de otros que en Alemania he visto que se celebran, en especial de los tres reyes y de las once mil vírgenes, particularmente de santa Úrsula y de santa Pinosa, cuya cabeza con la misma saeta con mis ojos he visto en un monasterio de san Benito. Asimismo de san Sevolto en Nuremberg, de san Maximino en Tréveris, etc. También en Francia tengo tomada devoción a santa Genoveva y a san Marcelo, obispo de París, cuyos cuerpos están en la ciudad para su gran patrocinio. De san Dionisio Areopagita, cuyo cuerpo está en san Dionisio de Francia. Asimismo en Narbona, san Paulo Sergio. Asimismo en Marsella santa María Magdalena, Marta su hermana, y san Lázaro. En Saboya tengo devoción, que es menester no perderla, a san Bruno, fundador de la Cartuja; a san Amando, que está en Nantua, cerca del cual nos prendieron. A fray Juan de Parcu y a fray Juan de Borgois y mi preceptor, maestro Pedro Velliard, los cuales, aunque no están canonizados, los tengo por santos. Asimismo a san Claudio, que es santo canonizado. Otros muchos santos iba notando en este tiempo, y tomándolos por abogados, proponía nunca olvidarlos, sino tenerles en mucha memoria, invocándoles por mí y por los vivos y muertos, en especial de los que viven o han muerto en los lugares donde los tales santos murieron, nacieron o conversaron, sea en Europa, sea en África, o sea en Asia o en cualquier isla[281]. En las tales devociones yo he sentido mucho gusto y mucho espíritu para seguirlas y crecer en ellas, invocando algunas veces los apóstoles y otros santos, que iban haciendo fruto en diversas partes del universo mundo, para que tengan especial cuidado de nuestra Compañía y de todas las ánimas que están en tales tierras o regiones donde ejercieron su caridad. De esto me voy aprovechando cada vez que quiero rogar en especial por algún lugar o reino, recurriendo al auxilio de aquellos santos y ángeles, que han tenido y tienen especial cuidado de las tales almas de los vivos o de los muertos[282]. 29 En este tiempo, o antes, comencé una devoción, que nuestro Señor me dio, para recitar mejor mis horas canónicas; es decir que entre salmo v salmo, yo, para ser 73

renovado a nuevo espíritu, rezase esta breve oración, que había sacado del evangelio: Padre celestial, dame tu espíritu[283], en lo cual yo he sentido muchos y diversos provechos. Otra devoción tomé asimismo como preludio a cada una de las siete horas canónicas, queriendo aplicarlas a algunas cosas especialmente dignas de que advirtamos en ellas; esto es, decir diez veces Jesús, María, al principio de cada hora, para que yo tenga ocasión de acordarme de diez cosas; es a saber, la primera, de la honra de Dios nuestro Señor; la segunda, de la gloria de sus santos; la tercera, de los buenos, para que crezcan en cualquier buen intento que tengan en aquella hora; cuarta, de los que están en aquella hora en pecado mortal, que les aproveche el tal oficio, que no perseveren en su pecado, sino que se conviertan; quinta, de las cosas de la fe católica, para que vayan adelante; sexta, de las cosas de la paz universal, entre los príncipes católicos y cristianos; séptima, de las personas que en aquella hora están en alguna tribulación corporal; octava, de las personas que en aquella hora están en alguna tribulación o aflicción espiritual; nona, de las personas que están para morir; décima, de las almas del purgatorio para que en aquella hora, y en la hora que responde al oficio que yo rezo entonces, tengan alivio de sus penas y trabajos. 30 Nota aquí, ánima mía, cómo nuestro Señor te ha sacado de tantas perturbaciones de espíritu y angustias, de tantas tentaciones[284] que tú tenías sobre tus defectos, sobre las agitaciones del espíritu de fornicación y sobre tus negligencias en hacer fruto. Acuérdate de los conocimientos tan claros que tú has recibido de las causas de tales tentaciones. Acuérdate de cómo casi nunca has tenido notable tentación, en la cual no hayas sido consolado no solamente con el claro conocimiento, mas también por vía del espíritu contrario a las tristezas, o temores, o desánimos, o aficiones de prosperidad desordenada, dándote nuestro Señor tan claro conocimiento y tan verdaderos sentimientos para remedio del espíritu de fornicación y medios para la pureza y limpieza de la carne y del espíritu[285], asimismo dando tantos remedios contra el mundo y su espíritu, y contra los malignos espíritus. Recibiste de Dios nuestro Señor grandes deseos con esperanza de ser morada del Espíritu Santo y para que los malos espíritus no habitasen en los espíritus vitales o animales de tu cuerpo; para la cual cosa yo solía hacer varios discursos[286] sobre las potencias, los sentidos, los miembros principales de todo el cuerpo, etc., rogando a nuestro Señor que del todo me quisiese limpiar. También sobre la virtud de la sobriedad, castidad y diligencia, y por otra parte de la humildad, paciencia y caridad, he tenido muchos dones en conocimiento y sentimiento, dándome nuestro Señor muchas oraciones para ellas con muchos sentimientos de fe y esperanza. Él sea bendito para siempre jamás. Amén. 31 Sobre la doctrina católica conforme a la Iglesia romana he tenido innúmeras visitaciones y asimismo sobre las constituciones, vidas, órdenes, ceremonias, obras pías, 74

peregrinaciones, votos y ayunos, culto de los santos y santas, de los ángeles, de nuestra Señora, de las ánimas del purgatorio, etc.[287], sintiendo en todo mucho espíritu y mucha devoción y aprobación de ellas.

Enero de 1542 32 En el año 1542, en el mes de enero, yo partí de España volviendo a Alemania por mandato de su santidad; en el cual viaje nuestro Señor me hizo innumerables mercedes, sobre todo cumpliendo el principal deseo temporal que yo sentía, que era darme alguna compañía que fuese en su servicio, que fueron los padres Juan y Álvaro Alfonso. Asimismo por el largo y peligroso camino, guardándonos de todos los males temporales contra toda esperanza humana, como de ladrones en Cataluña, de prisiones en Francia, de soldados en Suiza al salir de Saboya, de herejes en Alemania. También de enfermedades, siendo algunos tan flacos; y lo más importante de todo, guardándonos de tentaciones divisivas, es decir, del espíritu de división[288]. 33 Muchos sentimientos de amor y esperanza sobre los herejes y sobre todo el mundo me dio nuestro Señor en ese camino y ya antes me había dado. En especial me dio una devoción para que yo la continuase hasta la muerte con fe y esperanza y caridad, acerca del bien de siete ciudades[289]. A saber: Wittemberg en Sajonia y la principal ciudad de Sarmacia, aunque yo no sepa el nombre; Ginebra en el ducado de Saboya; Constantinopla en Grecia; Antioquía, asimismo en Grecia; Jerusalén y Alejandría en África. Esto lo propuse tener siempre en mi memoria con la esperanza de que yo o alguno de la Compañía de Jesucristo finalmente habría de decir misa en todas esas ciudades[290].

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ANOTACIONES DEL AÑO 1542

ESPIRA 15 de junio 34 El día de la octava de Corpus Christi, deseando entrar en conversación con el deán de Espira para ayudarlo en ejercicios espirituales, y no pudiendo aún hacer lo que yo quisiera con la obra, sino con la oración, me vino una cierta devoción no sentida antes; es a saber, de rogar primero a su Padre celestial como quien le granjea primero; segundo, de rogar a su Madre y Señora la madre de Jesús; tercero a su maestro y como pedagogo, que es el ángel custodio; cuarto, a los santos y santas que le tienen especial afición espiritual, como hermanos y hermanas. Esta me parecía buena manera para entrar en amistad de cualquier persona; por tanto se me ofrecía de rezar por la primera dicha persona el Padre Nuestro; por la segunda, el Ave María; por la tercera, el Dios, que con orden admirable, etc.; por la cuarta, oh Señor, que todos tus santos, etc. También se me ofrecía como cosa muy necesaria para tener cualquier persona benévola (allende de las otras cosas que se pueden hacer por vía de obras) ser muy devoto de todos los ángeles custodios, los cuales nos pueden preparar las personas de muchas maneras y reprimir la violencia y tentaciones de los enemigos. 35 Nota aquí, ánima mía y recuerda cómo en el pasado nuestro Señor te ha dado mucho conocimiento sobre las tentaciones y molestias de los demonios, por donde ciertas veces hiciste oraciones y discursos por vía de los santos o de los misterios de Cristo, o de la doctrina cristiana, o de los miembros de tu cuerpo, para pedir gracia contra los enemigos, en especial contra el espíritu de fornicación, para que su poder no habite más en ti, sino que sea echado de todos los lugares ocupados por el espíritu vital o animal de tu cuerpo[291]; asimismo de tu inteligencia, memoria y voluntad, asimismo de los lugares donde estés. Y esto lo rogabas con mucha devoción de espíritu y con mucha esperanza que así hubiese de ser antes de tu muerte. Para ello te sugería el Espíritu Santo que tú rogases mucho a su divina bondad y limpieza que habitase en tu cuerpo, como en templo suyo[292], y en tu espíritu. Asimismo que los ángeles pudiesen hallar morada corporal en los espíritus de tu cuerpo, expeliendo los enemigos. Para esta limpieza hallabas mucha esperanza, tomando determinación (como ya de mucho tiempo habías hecho) de querer guardar mucha templanza en el comer y beber, y modestia en todos los actos exteriores, viendo que es cosa muy necesaria para que los malos espíritus no tengan tanto poder en

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habitar y mover tu carne ni tu espíritu, si hallan tu corazón no gravado de la comida ni de la bebida[293]. Bendice por tanto, ánima mía, al Señor por el gran deseo que te ha dado sobre el querer con tanta eficacia esta santidad del cuerpo y limpieza del espíritu, y de que te haya dado tanto tiempo a sentir las espuelas que eran necesarias para esta virtud de castidad de carne y de espíritu con esperanza de alcanzarla. En mi propio ángel también, teniéndole especial devoción, he sentido muchas ayudas, rogándole que me defendiese de mi mal espíritu y en especial del espíritu de fornicación[294].

24 de junio 36 En el día de san Juan Bautista tuve y sentí en mi espíritu un notable sentimiento de su grandeza y reverencial majestad; y sentí gran dolor espiritual de que en esta Alemania no se hiciese tanta cuenta de él, por medio de su solemnidad, como en otras partes. Por tanto deseé con mucho afecto poder mover a los que tienen la autoridad de la prelatura espiritual a que se haga más solemnidad de esta fiesta.

26 de junio 37 El día de los santos Juan y Pablo tuve conocimiento y aviso de una cierta ayuda para mejor rezar el oficio[295], que era que la persona notase cuatro cosas, como límites y términos para no querer salir de ellas en el tiempo del oficio. La primera era el lugar donde se reza; la segunda, las personas o santos de quienes se trata en esa oración; la tercera, las palabras, y la cuarta, los gestos que entran en el oficio. Y esto es útil para el comienzo del oficio para mejor rechazar a los recuerdos, pensamientos, impresiones o deseos, que están circunstanciados por otros lugares, por otras personas, por otras pláticas y obras que ocurrieren, y asimismo de esos tiempos. Asimismo noté otra ayuda, la cual muchas veces antes había probado ser muy provechosa para lo mismo: que antes de decir el oficio tú prevengas cada parte principal del tal oficio y hora por sí, con gran deseo de clavarte en ellas, como quien se dijese a sí mismo: tú has de rezar primero tal salmo, segundo tal otro, tercero tal, etc.; y con esta consideración entrar en el oficio. Asimismo después de acabado el oficio, procurar que el espíritu, a lo menos con el deseo no salga, sino que persevere cuanto más pudiere en la reflexión, no saliendo todo el hombre fuera[296]. Y también aprovecha mucho que el hombre cuando hace otras cosas, así antes del rezar como después, procure salir muchas veces y lo que más que pueda concentrarse 77

pensando y deseando lo que es a propósito del oficio por venir o el ya pasado; porque quien nunca tiene deseo de rezar bien, sino cuando sobreviene el tiempo destinado, claro es que, si no por milagro, no tendrá devoción sólida. Por tanto es muy necesario que el hombre tenga sus tiempos para rezar determinadamente asignados y los ponga muchas veces en su memoria y en su deseo con temor perseverante de no fallar; y después de dicho, con dolor perseverante (si hubiera fallado) de que no lo haya bien dicho; de manera que aquel dolor dure sin interrumpirse hasta el ejercicio siguiente. Y sea tu dolor no solamente por causa de las distracciones que te displacen, más finalmente que proceda del amor y afecto a las palabras de Dios, y a las materias de la oración. Muchos se duelen de no tener devoción en la oración; y es la causa de su dolor no tanto el amor de la misma oración, es decir, de Dios y de sus santos y de las palabras de la misma oración, cuanto el odio y el temor de los pensamientos que distraen y de los deseos de otras cosas temporales y necesarias, o de cosas malas o inútiles o, si buenas, que no hacen al caso. Sin embargo, es esta vía buena para el amor, el cual, cuando se ha alcanzado, hace a todos desear tener atención a las cosas mismas, y no solo atención de la mente, sino también intención de afecto por Dios mismo y por las palabras y obras del mismo Dios, que hay en el tal oficio; y esto aunque no se sienta distracción a cosas extrañas[297]. 38 En este mismo tiempo, que era en la octava de san Juan Bautista, noté una cosa que es muy necesaria para ordenar sus cosas, sus deseos y cuidados, y en suma para ordenar lo íntimo de su vida, para tener quietud en sus quehaceres espirituales y corporales; y fue a propósito de aquella autoridad de Cristo, «No os preocupéis del mañana» [298] y era que en los deseos y cuidados del espíritu es muy conveniente no preocuparse del mañana, en cuanto fuere posible, sino que el hombre ordene de tal manera sus horas y tiempo de un día que no se deje derramar a pensar o tener cuidado con gozo o tristeza de lo que después ha de suceder; porque repartiendo su ánima a pensar tantas cosas y de tan lejos, no es posible hacer bien lo que es presente, ni mirarlo con la perfección que no se podrá, no teniendo el espíritu tan derramado. Se me ofreció otra petición para presentarla a la Santísima Trinidad y fue que me diese gracia que, cuando yo tuviese algún deseo bueno o alguna buena obra o contemplación, etc., todas mis tres potencias concurriesen siempre a la tal cosa, y no que la una impida a la otra; al contrario en el mal, que cuando acaeciese la una desmandarse, nunca las otras le concurriesen sino que la impidiesen.

2 de julio 39 En el día de la Visitación de nuestra Señora, a propósito de la humildad que debemos a nuestros mayores y es bien que tengamos a todas las creaturas por amor de Dios 78

nuestro Señor, vínome un buen sentimiento sobre la humildad de nuestra Señora, la cual fue a servir a su parienta santa Isabel, humillándose a ella mirando cómo ella era madre del precursor de Cristo nuestro Señor. Aquí tuve muy gran deseo en mi espíritu de que todos aquellos que en alguna manera están en obediencia, se ejercitasen hasta alcanzar perfecta humildad y paciencia y caridad para soportar y honrar a sus mayores, buenos y malos, teniendo el ojo y el afecto solamente a lo que es bueno y no mirando lo que es malo; y cuanto más el superior pareciese no ser bueno en su grado, tanto más el inferior se hiciese perfecto en el suyo, que es ser siervo diligente, obediente y fiel por temor y amor de Dios nuestro Señor. Así merecerían los que de tal manera se irían haciendo servidores gratos a Dios, tener finalmente buenos señores; y no después que también ellos son salidos de su estado de servidores, pues ni el mal superior merece que el Señor le dé mejores súbditos, ni el súbdito rebelde merece buenos superiores. 40 Un día, dentro de la octava de la Visitación de la Virgen María, sentí algunos profundos deseos en los que pedía a Dios Padre que aunque yo sea indigno, fuese él para mí de un modo especial Padre, de suerte que me haga hijo suyo obediente y reconocido. Al Hijo Señor nuestro, le pedía que tuviese a bien ser mi Señor y hacer con su gracia que en adelante sea yo su siervo con todo temor. Al Espíritu Santo pedía que sea mi maestro y me enseñe a ser su discípulo. Y para alcanzar esto, con grande devoción imploraba el auxilio e intercesión de la escogida hija de Dios Padre, esclava y madre de Cristo, y discípula del Espíritu Santo, que fue la Virgen María, a la cual fácil es alcanzar de Dios todo lo dicho. También deseaba que ella misma me enseñase el modo verdadero de ser hijo y de ser siervo y de ser discípulo a ejemplo suyo, y también porque ella sabe cómo Jesucristo ha sido su hijo y su siervo y discípulo, y así sabrá cómo él ha sido humilde, cual conviene en cada uno de sus tres estados. 41 Asimismo más adelante, ampliando esta materia, conocí que sería muy necesario que se predicase tal cosa, porque cuando los súbditos fuesen inducidos al grado de su verdadera obediencia, humildad, acatamiento, reverencia, etc., de sus mayores, nuestro Señor se aplacaría y les daría los pastores según su corazón[299]. Al contrario se puede decir que quien no está dispuesto a reconocer el bien, no merece tenerlo; y quien no es aún hecho siervo, no merece que se le dé amo cuya bondad él sepa o pueda gozar. De aquí se ha de esperar que cuando los súbditos, o a lo menos los mejores, hubieren alcanzado tal humildad, paciencia y caridad que les baste para honrar, servir, acatar, tolerar cualquier superior suyo, por malo que sea, sin perder la buena voluntad, sino antes creciendo siempre en ella con determinación de perseverar así hasta la muerte, entonces se podrá tener más esperanza que nuestro Señor se haya de mover a dar otros mejores y no por el contrario; es a saber, por ver los malos ir adelante de mal en peor acerca de tal obediencia. 79

Un día dentro de la octava de la Visitación de la Virgen María[300] sentí grandes deseos respecto de algunas gracias, las que ya antes había pedido de algún modo dentro del tiempo de la Pentecostés precedente. Estos deseos eran que Dios Padre, curador mío, se dignara por gracia espiritual ser mi padre, haciendo que yo fuese hijo; y que Jesucristo, redentor, me hiciese siervo suyo y fuese mi Señor; y que el Espíritu Santo fuese mi maestro en todas las cosas, enseñándome y haciéndome ser verdadero discípulo suyo. Sentí también un deseo respecto de la Virgen Madre, señora y abogada, por el cual le pedía que se dignase enseñarme de modo que pudiese ser hijo del Padre, siervo de Jesucristo y discípulo del Espíritu Santo, dado que ella misma fuese hija del Altísimo y sierva de Jesucristo y ahora madre, y verdadera discípula del Espíritu Santo, el cual siempre la santificó y enseñó y dirigió en todas las cosas. 41a Honra, venera y haz acatamiento a tus mayores, especialmente a los superiores; ni solo a tus mayores, sino a todos los que por su poder, o autoridad, o doctrina, o virtud o edad están sobre ti. Hállanse aún muchos que a sus padres y superiores tienen afecto de amor, y les obedecen, y les socorren en las necesidades; mas pocos que de lo íntimo de sus ánimas los honren y de veras los reverencien[301]. Ama tú a todos tus prójimos, y a todos en cuanto puedas haz bien; mas en especial para con los mayores has de tener aquellos afectos de veneración, honor, modestia y todos los demás que sirven para rectamente ordenar los súbditos con los superiores; asimismo con los iguales mostrándoles siempre afectos de fraterna caridad. Pero con los menores sé benévolo, benigno y fácil, como amigo de los que son de su condición, y anda a buscar a los menores y últimos; así sucederá que abajándote tú mismo hasta el último de los hombres, que es Cristo crucificado, arrastres a todos a que también se abajen. Apetece ser reprendido de cualquiera persona, ya sea superior a ti, ya inferior, bien esté a tu derecha, bien a tu izquierda; asimismo en cualquier tiempo, ora estés alegre, ora triste, ora fervoroso, ora frío, en cualquier imperfección o defecto tuyo, verdadero o aparente, ni seas tú el que imponga al reprensor el modo que ha de tener en reprenderte, sino desea que guarde aquel modo que más te pueda afligir[302]. Uno me significó que deseaba ser de mí reprendido tan claramente como yo lo soy de él mismo. Al cual pensé dar esta respuesta, a saber, que pues entre nosotros las represiones no han de ser de cosas directamente desagradables a Dios, sino solo del modo de hablar, o de conversar, o de otras maneras de haberse para con los hombres, es difícil, para mí, peregrino en todo, reprender y enmendar en tales cosas a los que no hacen regla suya de mi juicio y opinión. Diré yo fácilmente: esto no me gusta, o me desplace, o no me parece bien, mas se me responderá que no son regla buena mi juicio y voluntad, antes por el contrario querrán seguir los modos de sentir de su patria, y temerán más desagradar a muchos, como a ellos les parecerá, que no a mí solo: y así sucederá que seré impedido de poder y de atreverme a reprender a los tales. 80

Otra cosa es con mis inferiores, que en las cosas que son buenas o indiferentes tienen por regla mi voluntad y mi juicio, y que están dispuestos a someterse a su superior, aunque imperfecto, queriendo negarse a sí mismos en todo. Esto no lo hice yo así una vez cuando estaba en París y me mandaba algunas cosas el padre Ignacio; al cual solía yo responder que no sufría el uso común algunas de las cosas que a él le parecían oportunas. Esto proponía yo dentro de mí para responder al dicho hermano, si bien no lo hice por entender que debajo de tales palabras había no solo tentación y flaqueza de espíritu, sino también falsedad[303]. Cualquiera que en verdadera obediencia desea militar debajo del poder de otro, póngase a sí entero y todos sus actos y todo el modo de ellos debajo del beneplácito y juicio de su superior; mídase con la medida de aquel a quien se ha entregado para ser de él juzgado y enseñado; y tenga en poco agradar a todos los demás hombres o parecer algo, si al juicio y arbitrio de él no agradare en Cristo Jesús nuestro Señor. Dióseme aquí a conocer quién soy yo y he sido hasta ahora, débil en aguantar las represiones. Porque las represiones de mis superiores demasiadas veces me han sido ocasión de revolverme con soberbia, como menos humilde, menos sumiso; y al contrario las correcciones de mis inferiores naturales me han abatido demasiado. Deme Dios la gracia de guardar en todas las cosas el modo y grado que me corresponde, es a saber, que ni me derribe mal el inferior, ni me levante mal el superior. Deme Dios estar más atento a mi enmienda que al modo y palabras del que me reprende[304]. Quien en sí no tiene o no halla de donde contentarse, fácilmente sucumbe bajo el peso de la represión; más el que en sí mismo tiene o cree que tiene de donde contentarse, presto se contenta a sí mismo de las represiones. De aquí es que debes cautamente reprender a los que de sí mismo están descontentos, porque se abaten demasiado, si no son bien amonestados; y al contrario los que de sí están contentos más fácilmente sufren las represiones. Por tanto de una manera te has de haber con el melancólico o flemático, y de otra con el colérico o sanguíneo[305]; más esfuérzate tú en no ser ni colérico ni sanguíneo cuanto al consentimiento, ni flemático o melancólico, conforme a aquello: vir sapiens dominabitur astris. Hácese esto con la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual en sí mismo y por sí mismo y de sí mismo perfecciona nuestras naturalezas. 42 Asimismo, otro día dentro del mismo tiempo de la Visitación, al comenzar el acostumbrado discurso de los misterios de la vida de Cristo, sobre la Anunciación, en la cual consideraba que la bienaventurada Virgen se ofrecía a sí misma toda entera para esclava del Redentor, me vinieron grandes y óptimos deseos de que en cualquiera cosa que haya de hacer, primero tenga recta intención por gracia de una cierta anunciación[306], y asimismo que todas las mujeres, antes de concebir, dirijan su intención a todas las buenas obras que Dios ha de pretender en sus hijos o hijas; y del 81

mismo modo de los padres corporales y de los espirituales que tienen hijos espirituales o discípulos que les son obedientes. Deseaba además que cuantas cosas veo ahora que me aprovechan de mis buenas obras, o de los trabajos, o de los estudios pasados, fuesen como si yo las hubiese ordenado todas desde el principio de mi vida a la utilidad de estos alemanes[307]. 43 Al contemplar la Visitación, considerando la gracia de la Virgen, la cual tanto agradaba al Altísimo que hasta pudo alcanzar la santificación de Juan Bautista, deseaba que la misma Virgen se dignase visitar mi alma y mi cuerpo y cuanto ahí hay de bueno, y alcanzar que sea santificado y sea grato a Dios y si algo hay impuro, que sea limpio. Sobre el lugar que habla de los pastores, que vinieron a Jesús recién nacido, demandaba esta gracia: que se dignase el Señor corregirme enteramente y elevarme a cosas más altas, como corrigió a los pastores, cuyos deseos eran de cosas bajas y conforme a ellas sus pensamientos más así como con los pastores deseaba ser elevado en mi espíritu, con los magos al contrario intensamente deseaba ser abajado y humillado en mi corazón y en mis deseos[308]. 44 El mismo día en la misa, considerando que Dios es compasivo y misericordioso y que atiende al trabajo y al dolor, y asimismo que todas las cosas le son presentes, rogábale que se dignase tener piedad de esta nación alemana y compadecerse de ella, como si ya ella estuviese padeciendo los males todos que la amenazan, si no vuelve a la fe católica y a la devoción de la religión romana.

9 de julio 45 En la octava de la Visitación, considerando que era aquel el día en que un año antes había hecho mi profesión, tuve gran devoción sobre mis votos, pidiendo gracia a Dios Padre para perseverar y para ir continuamente creciendo en castidad, con la cual debe mi carne reedificarse y hacerse fuerte contra sus propias fragilidades, que se echan de ver principalmente en sus concupiscencias carnales. Al Hijo encomendaba el cuidado de mi obediencia, puesto caso que él mismo me hizo obediente hasta la muerte. Al Espíritu Santo encomendaba mi voto de pobreza, rogándole que de tal manera me quiera siempre mantener en el afecto de la pobreza, que nunca deje el efecto de ella. Asimismo rogaba que mis tres potencias fuesen siempre creciendo en el conocimiento, memoria y afecciones conforme a los dichos votos, y que para eso el Padre influyese poder en cada una de ellas, teniendo especial cuidado de mi memoria; el Hijo que influyese sabiduría y luz a cada una de ellas, en especial teniendo cuidado del entendimiento; el Espíritu Santo que inspirase sus dones a cada una y especialmente tomando cuidado de la voluntad. A la Santísima Trinidad que es una en su esencia, 82

rogaba que recibiese mi corazón en su unidad[309], derramando los atributos personales en las tres potencias. A nuestra Señora rogaba que ella fuese abogada para todo, siendo ella tan verdadero dechado de la virginidad, de la obediencia y de la pobreza, teniendo la carne purísima, el alma limpísima, el espíritu santísimo; siendo hecha cada una de estas gracias con tanto poder de la divina virtud y con tanto saber y con tanta bondad que cada una bastaría para mantener las otras dos en su limpieza propia; porque la carne, tan perfectamente limpia, bastaría para que ninguna suciedad pudiese ni supiese allegarse al alma ni al espíritu; y asimismo un espíritu lleno de dones, que bastaría a abstraer el alma de tal manera que ni en ella ni en su carne pudiese entrar cosa no purísima; asimismo el alma con tanta perfección que bastaría para dar lustre al espíritu y a la carne[310].

15 de julio 46 En el día de la dispersión de los apóstoles[311] tuve unos grandes deseos de que la tal fiesta fuese en gran veneración y universal. En la oración tuve grandes consideraciones y deseos de que todos los apóstoles siguiesen a Jesucristo hasta mi casa, porque sabrían mejor honrarle, ministrarle, entender su voluntad y sus pláticas y palabras, excusándome a mí que no sé bien hacer semejantes oficios. También se me ofrecieron muchas peticiones en favor de mis hermanos dispersos.

17 de julio 47 En el día de san Alejo tuve una consideración, estando en el discurso de los misterios de Jesucristo, y en la consideración de los tres reyes, con gran deseo de que la peregrinación del padre Juan[312] fuese en reconocimiento de la peregrinación que hicieron los tres reyes para venir a adorar a Cristo y que era razonable que ellos fuesen visitados en sus reliquias, pues habían hecho tal honra a nuestro Señor. De aquí se me ofrecieron unas memorias sobre la peregrinación de san Alejo, de Santiago, de san Roque, de Jesucristo, de nuestra Señora, de los apóstoles, etc., y de todas tomaba yo esperanza de que estas serían muy aceptadas a nuestro Señor y a todos los santos, sobre todo en estos tiempos y en estas partes, donde ya tan pocas peregrinaciones se hacen por las herejías que le quitan la estimación y precio tan importante a semejantes obras. 48 Un día entrando en la memoria de la Anunciación y ofreciéndoseme un deseo de que yo tuviese nuevas de mis compañeros[313], conocí cómo placería mucho a nuestro Señor 83

que a veces tuviese todas mis tristezas y amarguras sobre tres cosas o alguna de ellas: 1.º por conocer y por no temer no ser grato delante de nuestro Señor y sus santos por mis imperfecciones y propios defectos; 2.° por estimarme lejos de nuestro Señor; 3.° por temer ser infructuoso, considerando el poco fruto que un hombre por sí mismo puede hacer. De aquí me venía gran deseo, primero, de que nuestra Señora me favoreciese haciéndome grato a nuestro Señor, ella que era llena de gracia; segundo, que pues el Señor fue siempre con ella, que hiciese de tal manera que él no estuviese tan lejos de mí; tercero, que pues ella es bendita entre todas las mujeres, que yo merezca no estar entre los hombres malditos; cuarto, pues es bendito el fruto de su vientre, me conceda gracia de hacer algún buen fruto en servicio de Cristo nuestro Señor[314]. 49 Un día, cuando el padre Juan quería comenzar su peregrinación a Colonia, tuve unos grandes deseos de que su peregrinación fuese muy acepta a Dios nuestro Señor y a su madre, y a los ángeles, y a todos los santos, en especial a los tres reyes y a santa Úrsula con toda su compañía, para provecho del mismo padre Juan, para la pacificación de los tumultos de las guerras, para la serenidad del tiempo, para la recompensa del bien que España ha recibido a causa de las muchas buenas peregrinaciones que en ella han hecho los alemanes en el pasado, visitando Santiago, nuestra Señora de Monserrat, de Guadalupe, etc.[315]. También para que las rutas sean protegidas de los ladrones y de los restantes peligros; además para aplacar a nuestro Señor y a sus santos por las ofensas que se han hecho de unos años acá al vituperar las peregrinaciones, así como las otras santas y pías obras de penitencia y honra de Dios y de sus santos, y obras de cualquier piedad. Asimismo se me ofrecía una profunda moción espiritual, que me llevaba a estimar en mucho, cualquiera buena obra hecha por solo Dios nuestro Señor y a gloria de sus santos. 50 También me venía gran sentimiento de dolor por ver cómo las obras de los santos ya no se contemplaban, ni se ponderaban, tampoco las obras de la vida de Jesucristo y de su santa pasión. En especial me dolía que las pasiones y martirios de los santos no se mirasen con mucha atención, habiendo sido ellos tan preciosos y aceptos a Dios nuestro Señor. Aquí noté cuatro puntos de donde, entre otros, se puede ver si la obra es de estimar. Primero es mirar qué es lo que se hace, por ejemplo, si tiende al honor de Dios, a la gloria de los santos, o a hacer penitencia en utilidad de uno mismo o del prójimo; segundo, por qué se hace la obra, mirando el fin e intención del que obra; tercero, con qué espíritu se hace, es decir, si es por temor servil o bien por el filial, o por amor de Dios o del prójimo, o por algún afecto religioso y verdadero que mueve a la voluntad[316], o bien una legítima exigencia de la conciencia, a la cual se somete la voluntad, etc.; cuarto, mirar la aceptación divina, tan liberal, tan buena y tan 84

misericordiosa, que tiene en cuenta la pena y la tristeza[317], pues de él se dice que honrará a los que sirvan a su Hijo Jesucristo[318], y también quiere que el mismo Cristo sea el gran ángel que lleva el incensario de oro, como el único capaz de dar valor a nuestras buenas obras[319].

21 de julio 51 El día de santa Práxedes, discurriendo por los misterios de la vida de Cristo, me vinieron unas peticiones de gracias, pidiendo a Dios nuestro Señor que por los méritos de la Anunciación, Encarnación, Visitación, etc., nos diese vías y modos de alabarle, de honrarle, de pensarle y conocerle, de recordarle, de quererle, amarle y desearle, y de servirle, y de quererle ver, oír, oler, gustar y palpar; todo esto por medio de Jesucristo, conforme a los medios y ordenaciones de su santa Iglesia, a la doctrina católica, los santos sacramentos, a la invocación de sus santos, a la memoria de las obras buenas, hechas por las almas del purgatorio. Otro deseo sentí en la misa, es a saber, de que todo bien que yo hubiese de hacer, o pensar, u ordenar, etc., fuese por medio del buen espíritu y no por medio del malo. De allí vine a pensar cómo nuestro Señor no debe de tener por bien de reformar algunas cosas de la Iglesia según el modo de los herejes; porque ellos, aunque muchas cosas, así como también los demonios dicen verdad, no la dicen con el espíritu de la verdad, que es el Espíritu Santo[320]. Después de la misa, no sintiendo en mí aquel gusto espiritual que yo quisiera[321], me vino otro buen deseo de que nuestro Señor Jesucristo tuviese por bien visitarme ocultamente, remediando mis defectos ocultos del entender y memorar, del querer y del sentir. Asimismo dando las virtudes ocultas y los dones sobre los cuales yo nunca suelo pensar, teniendo por ventura más necesidades de ellos que no de los que yo siento me faltan. 52 Otro deseo había tenido antes, es a saber, que nuestro Señor me diese gracia de saberme haber acerca de hablar las cosas, que yo he sentido con algún buen espíritu para mí o para otros; porque muchas cosas suelo hablar o escribir o hacer, sin buscar el espíritu[322] con el cual yo antes había sentido aquellas cosas: quiero decir, por ejemplo, que alguna vez hablo alguna cosa con cierto espíritu alegre y familiar, con regocijo exterior, la cual yo había sentido con espíritu de compunción, con algunas lágrimas espirituales; de donde aprovecha menos al que oye, porque no la digo con tan buen espíritu como aquel con que la había recibido. Pedía pues al Señor que se dignara darme gracia de modo que el mismo espíritu sea en el origen y en la realización de la obra, en la palabra o en el escrito, según fueron 85

concebidos. Esto sucederá cuando el mismo espíritu fuere en el afecto, en el pensamiento, en la palabra o en la obra. De aquí yo concluía que era necesario imitar al Doctor y Maestro[323] en el modo con que habla, de manera que, si fuere posible, convendría que si el Espíritu Santo nos diese a sentir o entender algo con lágrimas, que, al hablarlo, procurásemos hablarlo o escribirlo con lágrimas, deseando edificar al oyente, como el Espíritu nos edificó a nosotros mismos, enseñándonos tal cosa o haciéndola sentir. De allí me vino alguna especial inteligencia de aquel paso: Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto[324] y de aquel otro: movido por el Espíritu, vino al templo[325] donde se nota un especial sentimiento del espíritu que lleva la persona y la mueve a hablar, u obrar, no quedándose la persona en su humano y propio sentir.

25 de julio 53 Un día, que fue el de Santiago, hallándome (entrando en la misa) atado por todas mis imperfecciones, y diciendo el verso ¿por qué he de andar triste mientras me aflige mi enemigo?[326], me vino una inteligencia, como en forma de pregunta diciéndome el espíritu bueno: ¿por qué te entristeces por las aflicciones de tu enemigo, pues él no te da tristeza, sino porque tú no andas conforme a su voluntad? Razón tendrías de entristecerte si nuestro Señor te afligiese, pensando que él te aflige por no estar conforme a su divina voluntad. 54 En este mismo día me vino lo que otras veces había sentido[327], es a saber, cómo es menester, para mejor prepararse a encontrar el espíritu, que el hombre tenga su primera intención dirigida a las cosas de Dios nuestro Señor y por lo que el hombre de ellas se aprovecha, no teniendo su mira principal (como hasta aquí hacía las más de las veces), al remedio de las perturbaciones y tristezas o tentaciones[328], porque quien busca a Dios nuestro Señor y a sus cosas solo y principalmente por hallar remedio contra las tentaciones y tristezas, no buscando la devoción inmediatamente por sí misma, aquel está pronto en sí y dispuesto para no preocuparse mucho de la devoción si no tuviese aflicciones; y esto es buscar el amor por el temor de las imperfecciones y miserias, y el sentimiento bueno y espiritual para no sentir lo que es malo. Por tanto justa y misericordiosamente te da nuestro Señor o permite tales perturbaciones a sus tiempos, dado que eres tan desconfiado de las cosas suyas, para que tú no seas tibio y ocioso, teniendo estímulos y espuelas para ir adelante sin cesar hasta que tu reposo sea en Dios nuestro Señor. Y así no te vas a contentar, aunque no sintieses ninguna perturbación, ni tentación, ni sentimiento de malicia, vanidad o imperfección, como hacen los tibios y todos los que tienen sus ojos mirando en que no caigan, siendo negligentes de progresar en el camino del Señor, los cuales tendrán por suficiente 86

felicidad espiritual el estar seguros de no caer, aunque muchos vean un camino para subir. No quieras, pues, contentarte con no bajar ni decrecer, o no retroceder, sino dispón en tu corazón subidas[329], aumentos y progresos en las cosas interiores, no por temor de bajar, retroceder o caer, sino por amor de la santidad; ni solo porque los tales pensamientos te puedan defender de los pensamientos malos. Ten deseo y sed de sentir las cosas espirituales, no por cuanto son remedios contra los afectos malos o vanos, sino por lo que en sí tienen. Así finalmente acaecerá que llegues a amar a Dios solamente por el mismo Dios. Por tanto deja cuanto es vano e inútil, cuánto más lo que es pecado, como impedimentos que estorban la entrada a Dios, y la vista de Dios y el descanso en el mismo Dios, y su compañía[330].

29 de julio 55 El día de santa Marta, virgen, la que hospedó a nuestro Señor Jesucristo, haciendo oración por el ánima de la señora Tulia, de cuya muerte había tenido aviso, y asimismo de la muerte de la señora Antonia, que había estado al servicio de la marquesa de Pescara, hallé gran devoción y muchos discursos espirituales acerca de ellas; y leyendo ciertas oraciones que se suelen decir en la Iglesia por los difuntos, en las cuales se encomiendan también los cuerpos sepultados, sentí un grande espíritu hacia semejantes religiosas recomendaciones de los cuerpos. Me venía además a la mente con un santo afecto de fe algunas grandes y buenas consideraciones que deseaba se hiciesen, ahora más que nunca, sobre las sepulturas de los fieles difuntos católicos, aunque fuese cierto que están sus almas en los cielos; porque sentía que a Dios agradan las oraciones que se hacen por la resurrección de tales cuerpos. Asimismo que de la dicha sepultura se podía tomar ocasión de considerar aquella suma sabiduría, que ha de hacer tan admirable resurrección y que este mismo polvo que se ve ahora, sea un cuerpo tan hermoso para gloria de cada uno de nosotros. Pueden darse gracias a Dios, a vista de las tales reliquias de los cuerpos, porque tantos bienes ha obrado Dios sirviéndose de aquellos instrumentos, que ahora son como nada y están debajo de la tierra. Con estas y semejantes consideraciones son convidados los cristianos no solo a acordarse de los espíritus de los mismos difuntos para dar gracias a Dios, si ya están en el cielo, o alcanzarles remisión, si están en el purgatorio, sino también para que en ellos mismos crezca y se dilate la fe en este artículo de la resurrección de la carne.

2 de agosto

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56 En el día de la dedicación de la bienaventurada Virgen María de la Porciúncula, que es la solemnidad de nuestra Señora de los Ángeles, tuve muchos sentimientos espirituales, y sentí mucha devoción a este efecto, a saber, que acabasen ya de ser dedicadas al Señor mi alma y mi cuerpo para templos vivos suyos, en que se reciban y se conserven los espirituales dones de Dios. Tuve además un deseo vehemente de que todas las cosas que hasta ahora en hechos, palabras o santas inspiraciones han emanado de Dios y sido ordenadas por él, sean por mí y por todos advertidas con grande consideración y atención. Y también que cuantas cosas tenemos en la Iglesia ordenadas por nuestros santos y píos predecesores, sean del mismo modo consideradas con acciones de gracia y con temor de que como a indignos no sean arrebatadas. 57 Di también gracias a Dios en la misa, como antes había propuesto, por todas las correcciones públicas que hasta ahora ha hecho Dios o permitido que se hagan a los pueblos, o provincias, o personas, para enmienda de sus vidas; y me dolía de que tales cosas no fuesen advertidas, como son, por ejemplo, las pestes, terremotos, inundaciones, guerras, sequías excesivas, y otros semejantes males temporales en los cuales debían reconocer al juez altísimo y temible, que de esa suerte nos pone delante la memoria de nuestros novísimos, queriendo que volvamos al camino de la penitencia para que recibamos los dones de su bondad y misericordia; y viendo que se ha apartado de nosotros la memoria de su primera y humilde venida, nos pone delante de los ojos la segunda. Quiere asimismo en esos tiempos imprimirnos el temor del juicio y la venida del reino de su majestad, viendo que despreciamos y no recibimos su evangelio. 58 Quise en ese día notar y traer a mi memoria cómo cada noche me debo persignar con gran atención conforme a la inteligencia que para hacerlo me dio el Señor hace tiempo. Asimismo decir aquellos versículos: Dignare me laudare te, Virgo sacrata, da mihi virtutem contra hostes tuos, que son los enemigos de la fe y humildad, de la castidad y pureza, de la mansedumbre y caridad. Además procul recedant somnia (…) noctem quietam et finem perfectum (…) hostem repellas longius pacemque dones protinus[331]. Deberé, además, no omitir aquel Padre Nuestro y Ave María y Credo siguiendo y procurando aquel espíritu que tantas veces se me ha dado para esto; esto lo haré después de la letanía acostumbrada y después del examen de la conciencia y después de ordenar todas las cosas que debo prevenir para el día siguiente. Asimismo por la mañana, después de lavarme y disponerme a trabajar, no debo dejar de decir, después de persignarme, parte los mismos versículos, parte otros, según que lo pida el tiempo, y además el Padre Nuestro, Ave María y Credo. 59 El mismo día sobre aquellas palabras: Todo lugar que pise la planta de tu pie será tuyo[332], considerando que los santos padres[333] fueron primero peregrinos en la Tierra, que después fue propia de ellos, concebía en buen espíritu una grande esperanza de que 88

vendrán el reino espiritual y la herencia del Señor, en los que ahora somos peregrinos[334] por nuestros deseos y pensamientos.

3 de agosto 60 El día de la invención de san Esteban, protomártir, considerando aquellos cuerpos que se encontraron juntos[335]; comencé por un devoto deseo de rogar a nuestro Señor que me quiera conceder el ver con mis ojos los cuerpos gloriosos de los santos cuyas reliquias he visto, y generalmente de todos los bienaventurados. 61 Una vez diciendo el oficio, como sintiese algunas distracciones y desease que me fuesen quitadas, tuve en mí la respuesta que otras muchas veces había tenido[336], a saber, que debía haberme esforzado fuera del tiempo de oración a conocer las causas de las distracciones, con deseo de descansar en su tiempo, para merecer o gozar de la lectura de la palabra de Dios al tiempo de oración. Del mismo modo en la misa, como desease adorar con devoción el cuerpo de Cristo, conocí que falto en que, fuera de aquel tiempo, no me suelo ejercitar en tales deseos; y por esto acaece que no merezco entonces otra gracia, pero ni aun aquella que quisiera entonces y deseara, que es conocer y sentir lo que hago. Es esto como si uno antes de la comida no tuviese cuidado de conservar y procurar el apetito de comer; y con todo, estando a la mesa, se quejase de que no tiene apetito; o como acaecería si uno tuviese que recibir algunos preciosos licores que a una hora determinada se deben dar en casa de alguna persona a los que lleven vasos limpios y los presenten, y esta persona no se acordase de lavar su vaso hasta cuando viniese el tiempo de dar su vaso, sino que entonces comenzase a lavarlo, y entre tanto se pasase la oportunidad de recibir el tal licor: así le sería menester esperar a otra vez, y entretanto no ensuciar su vaso, sino guardarlo así y aparejarlo mejor para tomar el tal licor en su tiempo[337]. 62 Doliéndome una vez mucho porque yo no podía adorar a Jesucristo como los tres reyes, ni llorar como la Magdalena, ni merecer oír muchas palabras consolatorias que Jesucristo ha dicho a muchas personas, etc., me vino la respuesta diciendo que yo no había hecho aquella vez aquella preparación que habían hecho los tres Reyes Magos, que eran partidos abandonando tantas propiedades, dejando sus patrias y todos sus bienes hasta el ofrecimiento, etc. y así me venía noticia sobre la disposición en que estaban aquellas otras personas, a las cuales Jesucristo hacía semejantes gracias; y veía muy claro cómo mucho holgara de oír aquellas palabras: tus pecados te son perdonados[338]; más aún aquellas, hoy estarás conmigo en el Paraíso[339], no considerando cuán lejos estoy de la disposición, en la cual se hallaban las tales personas, y cómo nunca he deseado de veras hallarme donde estaba el buen ladrón entonces, es decir, en una cruz, ni en un acto 89

semejante a aquel que hizo la Magdalena entrando de aquella manera en el convite para llorar. Cuando yo hubiere sentido un semejante trabajo por mi ceguedad espiritual cual había sentido el ciego corporalmente por la suya, podrá ser que, no me faltando la fe, alcanzase la gracia de la vista espiritual. Y así de otras enfermedades espirituales, comparándolas con las corporales, a las cuales remediaba y cada día suele remediar Cristo nuestro Señor, que considera los dolores y trabajos de los que padecen y se compadecen y tiene en cuenta su fe[340], viendo con los ojos de su piedad y sintiendo con sus entrañas de caridad las necesidades de todos.

5 de agosto 63 El día de nuestra Señora de las Nieves conocí que nuestro Señor por algunos días pasados me había mantenido un continuo descontentamiento por no hallar devoción en mis oraciones y meditaciones, conservándome, sobre todos otros deseos temporales, el deseo de hallar la que me parecía mucha merced, es a saber, no entrar en mí otros habituales descontentamientos o deseos, que me quitasen el dicho deseo de hallar devoción para mi alma en Dios nuestro Señor. Porque en esto veía que nuestro Señor comenzaba a hacerme gracia de ordenar mi alma de tal manera que los primeros deseos de mi corazón fuesen en lo que es principal y primero, es a saber, que de una vez se asienten en el primer lugar los cuidados perfectos del hablar a Dios nuestro Señor en la propia alma por medio de los principales ejercicios que el hombre tiene, que son los inmediatos para buscar y hallar a Dios nuestro Señor es, a saber, la oración y contemplación, y sobre todo la misa[341].

6 de agosto 64 El día de la Transfiguración, estaba muy triste por no hallar devoción, y me consolé mucho conociendo cómo tal tristeza duraba ya por muchos días, y que ningún otro deseo ni tristeza me había podido sacar y extraer aquella anterior de lo íntimo de mi corazón, así como casi siempre solía acaecer que, hallándome apenado o en algún deseo inmediato de hallar a Dios nuestro Señor, luego me dejaba penetrar de algún otro deseo o tristeza. Por ejemplo, respecto de la edificación del prójimo; o de tener algunas buenas nuevas, o señales del servicio de Dios nuestro Señor en bien de nuestros prójimos; o entristeciéndome por algunas tentaciones causadas por mis pecados e imperfecciones. Y así acaecía que las tales tristezas me sacaban la mejor, que era la que tiende directamente hacia Dios. Por tanto me ha parecido claramente en este día que nuestro Señor, tanta mayor merced me hacía cuanto más me dejaba en esta tristeza[342] y este deseo de

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hallarle, y cuanto más se iba dilatando y creciendo en latitud, longitud y profundidad, sin dejarla perder por medio de otra más inferior. 65 Notaba también aquí una gracia de mucho peso para mi alma; nunca había hallado mi corazón tan por encima de los otros deseos y penas que me solían venir sobre el próspero y adverso provecho de las ánimas que por medio mío se debería haber hecho; y cuando yo hallaba alguna abundancia en tal materia, me consolaba, así como en la adversidad me desconsolaba. Ahora me parecía que ninguna prosperidad en tal materia me podría consolar, si nuestro Señor no me diese alguna abundancia en la devoción que va derecho hacia él y sus santos, etc. Tampoco me puede al presente penetrar la tristeza que sería de lo poco que se me ofrece hacer. 66 Bendito sea el Señor el cual tiene tan infinitas vías para llevarnos poco a poco a su perfecto conocimiento y amor a quienes somos incapaces de llegar de un salto. Pero han de preceder tantos géneros de temores, de desabrimientos, de rechazos y de repugnancias sobre las cosas más bajas, en las cuales no se halla paz, aunque sean medios para subir al amor del Señor y entrar en él del todo; que entrado en él, el hombre entrará y saldrá y encontrará pasto[343] dentro y fuera. De modo que habiendo hallado este otro camino que comienza del amor, podrá volver a su país[344], del que había venido por el camino del temor y de muchos peligros para llegar a adquirir el amor sumo de Dios. Antes de obtener este amor, solo podía elevarse y mirar hacia arriba; pero, cuando ha entrado en el amor cordial de Dios, podrá crecer siempre en él, penetrando cada día más en el mismo Dios; y podrá asimismo con más seguridad bajar a los prójimos para verlos, oírlos, etc. 67 Denos Dios tal caridad a mí y a todos mis hermanos, y a todos los vivientes, hombres y mujeres. Porque confieso que de esa caridad estoy aún muy lejos; de esa, digo, es decir, de tanta; pues no tengo conciencia de estar fuera de toda caridad como ni de estar fuera de la gracia de Cristo nuestro Señor. Pero uno es el modo de estar en Cristo en cuanto es él vía, otro en cuanto es verdad, otro en cuanto es vida[345]; y una es la que se llama vía purgativa, otra la que se llama iluminativa, y otra la que le dicen perfectiva; como unos son los incipientes, otros los proficientes y otros los perfectos; aunque pueden todos estar en caridad; pero una cosa es también, por decirlo así, estar en caridad, otra vivir en caridad, y otra ser movido en caridad[346]. Los incipientes tienen caridad en cuanto tienen conocimiento y odio de los pecados; los proficientes la tienen bajo el nombre de inteligencia y deseo de cosas divinas, es a saber, de las virtudes cristianas, en las cuales cada día desean subir y crecer, etc.; mas los perfectos la tienen y experimentan en los que propiamente significa su nombre, es decir,

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en cuanto se mueven ya por amor a buscar el conocimiento de Dios y de su voluntad, para hacerla de todos los modos que les son posibles. En los primeros, pues, la caridad hace que aborrezcan los pecados para lanzarlos; en los segundos, que deseen las virtudes y se esfuercen en alcanzarlas; y en los últimos hace que procuren crecer en el conocimiento inmediato del mismo Dios y que cuanto hagan, o digan, o piensen, todo proceda del amor como de principio propio; no de otra suerte que los mismos incipientes para todas sus buenas obras tienen por primer principio el odio, del pecado, y los proficientes el deseo de las virtudes de que pueden ser adornados. Los primeros, esto es los incipientes, andan solícitos en despojarse de sí mismos y del hombre viejo; los proficientes quieren en cierta manera vestirse para las obras de cada día; más los perfectos, procuran aparecer cubiertos de la vestidura nupcial. Se ha de notar, sin embargo, que en cada uno de estos tres géneros de hombres se dan los tres órdenes; de suerte que podemos también decir que entre los perfectos hay unos que son incipientes, otros proficientes y otros perfectos; y así en su modo se puede decir de los otros dos géneros; porque en cualquier género de estos hay principio y medio y fin.

7 de agosto 68 El día que celebraba la fiesta del santo patriarca Domingo, al comulgar en la misa, tuve un gran deseo con estas palabras: Ojalá que todo mi interior, especialmente el corazón, de tal manera se rindiese a Cristo que entra en mí, dejándole un lugar en el centro del corazón; por el contrario los vicios todos y las imperfecciones de tal manera huyan a la vista de él, como se derrite la cera delante del fuego[347]. Antes de la misa, haciendo el acostumbrado discurso por los misterios de Cristo, me fue dado este gran sentimiento, que por intercesión de santo Domingo pidiese gracias acerca de los misterios en conformidad con lo que en cada misterio sintió, mientras vivía, y entendió el mismo santo Domingo, cuando contemplaba aquellos misterios. Le rogaba, pues, que intercediese por mí con Cristo anunciado, con Cristo visitador, nacido, etc. 69 El mismo día, yendo por los barrios y no teniendo alegría sobre las cosas que se me ofrecían a la vista, antes bien distracciones y tentaciones de vanos y malos pensamientos, de donde se seguía tristeza, tuve en mí esta respuesta: tú no debes entristecerte porque no hallas paz en las cosas vanas, sino que debes de eso gozarte con hacimiento de gracias. Más bien conviene que te entristezcas de no hallar paz y completa consolación en las oraciones y en los ejercicios divinos y en aquella conversación en los cielos. Muchos en verdad se hallan contigo que no serían muy solícitos de la conversación en los cielos[348], si hallaran más fácil la paz en la conversación que se ve en el mundo. Estén, pues, los ojos del alma y los oídos y la atención de todos los sentidos hacia las 92

cosas celestiales, donde ni la vista puede ver cosa que no edifique y consuele, ni el oído oír, etc. Aquí por el contrario luego verías, si desenvueltamente quisieras mirar todo lo que pasa, cosas malas, pongo por caso obras y gestos de hombres; luego oirías palabras vanas, o escandalosas: aquí no ves sino cosas de burla, de placer, de juego y torpes; nada serio, nada grave, nada que redunde en alabanza de Dios, sino que las burlas y las risas y hasta los mismos movimientos son en cosas pésimas[349]. Quienquiera, pues, que de esas cosas se sintiere apartar por varias tentaciones y en cierto modo arrastrar a la meditación y deseo de las celestiales, ese tal dé gracias a Dios, que no le quiere dejar que emplee su pensamiento en cosas perniciosas ni aun vanas, ni que esté ocioso y desocupado. 70 En la fiesta de los santos mártires Ciriaco, Largo y Esmaragdo, tuve un deseo grande de que nuestro Señor me quisiese conceder por los méritos de su vida, muerte, pasión y gloria, que la misa valiese eficazmente a los muertos del purgatorio, tanto como si yo la ofreciese con todos los buenos deseos, oraciones, suspiros, angustias, reconocimientos, etc., que cada alma del purgatorio necesita para sí misma, no pudiéndose aprovechar de ellos para remedio de sí misma. Esto que digo era un deseo[350] que tenía de que nuestro Señor me diese a sentir por cada una de ellas, en cuanto es posible, tanto cuanto ellas mismas sienten en conocimiento de sus pecados, y de las mercedes del Señor; y no pudiendo ni mereciendo yo tal gracia, que el sacrificio la supliese y la intercesión de los santos del cielo, en particular de los que se celebraban aquel día. 71 En este día me vino asimismo memoria de una cosa que muchas veces he sentido, es a saber, cómo es cosa muy eficaz y muy a propósito para las almas del purgatorio que, haciendo oración a Jesucristo por ellas, se las represente mucho y se le ofrezca aquella caridad y compasión de la cual salía aquella palabra: hoy estarás conmigo en el paraíso[351]; porque la alma fiel del purgatorio, bien puede ser (a lo menos cuanto a muchas de ellas) más necesitada que el buen ladrón estando en la cruz a quien se dirigieron aquellas palabras. Y en general es bueno tener en cuenta todas aquellas siete palabras que él dijo estando en la cruz; que también las almas del purgatorio dicen semejantes palabras, rogando por sus enemigos que han dejado en el mundo[352], rogando por sus amigos y deudos para que sean favorecidos, de modo que su ausencia sea suplida en ellos[353]; doliéndose sobre sus tan increíbles males y tormentos[354], teniendo continuamente abiertas las entrañas de caridad para hacer cualquiera merced si ellas pudiesen[355]; teniendo continua sed espiritual[356] del bien de todas las almas de por acá y de cada una de sus compañeras, etc.; querrían asimismo siempre poder decir todo está cumplido[357]; y finalmente ser libradas de las manos y poderes de aquellos torturadores infernales para entrar en el poder y gozo del omnipotente Padre, eterno y glorioso[358].

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9 de agosto 72 En la vigilia de san Lorenzo que era día de san Román, mártir, antes de la misa me vino deseo de pedir gracia contra todas las distracciones, de modo que pidiese al Señor gracia de poder ser dueño y gobernador de mis pensamientos y deseos; porque estaba entonces bastante distraído. Y así hallé gracia bastante grande al hacer la meditación acostumbrada, y especialmente cuando pedí tal gracia por lo que Cristo padeció, cuando su alma estaba triste y en agonía, y cuando decía en la cruz, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?[359]. Para alcanzar aún mayor gracia, se me ofreció pedirla por aquella sacratísima gracia de Cristo en la unión hipostática. En la misa, al querer comulgar, con gran devoción demandaba al Señor que se dignase volverse hacia mí, y recibirme, y perdonarme mis pecados, y comer conmigo[360]. Cuando hube acabado la misa y lo que sigue a la misa, viniendo por un barrio a casa, sentí gracia bastante grande en recordar por menudo la dicha misa y reflexionar rumiando cada una de sus partes[361] y asimismo se me daba mayor ánimo para renovar la memoria de los ejercicios hechos en cosas espirituales; y rogaba al Señor que, a la manera que me acontece tantas veces distraerme con la memoria y reflexión de otros ejercicios, y negocios, y acciones, o de palabras y pensamientos de algunas cosas que no tienden inmediatamente a Dios, así también me acontezca en las oraciones y contemplaciones espirituales; es decir, que pueda volver a ellas con fuerza y con cierta vehemente adhesión. Y esto espero que será cuando mis afectos y obras estén tan ordenados cuanto desordenados están ahora en lo que es apegarse demasiado y aficionarse a las cosas, que no son de aquellas que se deben amar de todo corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda las fuerzas y en todo lugar y tiempo. Porque mientras este afecto, en que consiste la verdadera caridad, no poseyese toda la voluntad y todo el espíritu en todo lugar y siempre, no alcanzarán las otras cosas la tranquilidad del orden, es decir, la paz, ni sin perturbación alguna el entendimiento, la memoria y la voluntad y todo lo demás. Pero esto será en la patria de los bienaventurados, a la cual cada día vamos subiendo. 73 En esta misma vigilia de san Lorenzo, después de completas, llegó el padre Juan volviendo de su peregrinación de Colonia, de la cual vuelta nuestro Señor sacó tal consolación espiritual para mí, cual nunca en mi vida sentí por nuevas ningunas semejantes. Sobre todo que nuestro Señor me guardó de entrar en conmoción de espíritu por el regocijo y por los deseos de hablar y oír nuevas espirituales, como antes solía sentir, de modo que me quitaban la devoción cuyo objeto inmediato en la oración o contemplación era Dios nuestro Señor. Aquí yo sentí mi alma entrar más adelante en nuestro Señor con unos profundos hacimientos de gracias, reposando quietísimamente en ellos sin bajarme a aquella conmoción de comunicar con el peregrino venido[362]; así que 94

me pareció que nuestro Señor por sí mismo con sus santos me hacía fiesta sobre esta venida y de otra mayor y mejor manera sin ninguna comparación con la que me pudiera haber acaecido de la presencia del padre Juan y de las pláticas de la prosperidad espiritual de su viaje. El discurso que me dio nuestro Señor para dar las gracias fue por vía de las letanías, rogando al Padre que bendijese a su Hijo y al Espíritu Santo, y que el Hijo bendijese al Padre y al Espíritu Santo, y el Espíritu Santo que bendijese al Padre y al Hijo. Asimismo rogaba a nuestra Señora diese gracias por esta merced a toda la Trinidad y que la Trinidad la bendijese por todos los favores que por su intercesión se nos comunican. De esta misma manera procedía en los otros, conforme al espíritu que me guiaba. Rogaba asimismo por todas las personas que le habían hecho algún bien de cualquier manera, y por los que algún mal le hubiesen hecho; en especial daba también gracias a los tres Reyes Magos y a santa Úrsula y a santa Pinosa con todas las demás. 74 El día de san Lorenzo por la mañana, asimismo hice el discurso de los misterios sobre el dar gracias en cada parte conforme a la materia. Tuve también un grande e inexplicable deseo de que la misa supliese y valiese por su eficaz aplicación en lugar de todos los trabajos que yo tomase en buscar todos los calendarios de todos los obispados para honrar en particular y nominatim todos los santos y santas que se hallan en ellos, los cuales santos son unas obras tan señaladas de las manos de nuestro Señor. Sentí también mucha fe sobre toda la ayuda que nuestro Señor nunca dejará de hacerme y a toda la Compañía por medio de sus santos, ejemplificándose la cosa como dijese: mucho más puede hacer una sola persona convirtiendo todo el mundo para el bien con solo la ayuda de san Lorenzo que con la del solo emperador. En aquel versículo sentí también mucho espíritu: Sé tú mi apoyo y seré salvo y sin cesar tendré en vista tus preceptos[363]. Sobre el Padre Nuestro en la misa, diciendo el pan nuestro de cada día dánosle hoy, me vino un deseo íntimo de que el Padre celestial me diese a sentir cómo él mismo da el pan a mi alma y cuerpo. Yo decía: Señor, hacedme sentir con confianza cómo vos me dais este pan, que es vuestro Hijo. En el mismo día tuve asimismo el buen deseo de poderme siempre acordar de encomendarme a Dios nuestro Señor y de hacerle todas mis súplicas, tomando por medianeros ante Cristo nuestro, Señor y Redentor, y por ayudas, el favor del Espíritu Santo, nuestra Señora, mi buen ángel y el santo ocurrente en tal día.

11 de agosto

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75 En el día de san Tiburcio y santa Susana, considerando cómo san Tiburcio reprendía con tanto espíritu a aquel Torcuato porque él seguía los deleites de su carne y se gloriaba en ella, y con ella quisiese agradar a otros, sobre todo a mujeres, me vino un deseo de rogarle muchas veces al dicho san Tiburcio para que él me impetrase con sus oraciones gracia perfecta de nunca querer agradarme a mí mismo, ni gloriarme en mí mismo, ni querer complacer a otros, sino a Dios: es necesario comparecer ante su rostro, de modo que solo complazcamos a él y a sus santos que están en la gloria. 76 Para el Memento, antes de ir a la misa, se me ofrecieron las personas que habían sido más favorables al padre Juan en su peregrinación[364] donde tuve mucha devoción rogando a nuestro Señor que a cada una de estas personas ayudase conforme a sus obras, pero usando de su liberalidad y misericordia. Ponderaba también las obras y palabras y las benevolencias interiores, es decir cómo los unos haciéndole limosna habrían bien obrado acerca de él, otros guiándole por su camino, otros hablándole con suavidad y enseñando, otros haciéndole fiesta; y así se me ofrecían diversos buenos deseos para estas personas. 77 Y no menos rogaba por aquellos en los cuales no había hallado sino rigor y desabrimiento, pareciéndome que nuestro Señor quiere que semejantes personas se muestren a las veces y sean conocidas, sobre todo de quienes tienen caridad, porque después rueguen por ellos, dándoles el ejemplo de su humildad y paciencia para su edificación, así como ellos les muestran la prueba de la justicia que cada santo tiene. Por tanto quiso nuestro Señor Jesucristo que la mayor crueldad que nunca se hizo fuese sobre él mismo, por ser él quien mejor podía soportar y rogar más eficazmente por ellos, considerando que ellos habían menester del ejemplo de la mayor humildad, paciencia y caridad que jamás se hallase. Por tanto sería siempre mejor que los pésimos se hallasen muy cerca de los óptimos, porque cada uno mejor se pudiese aprovechar con el otro, guardando siempre el bueno su regla, que es en cuanto contra sí sintiese mayor rigor de justicia, en tanto él sea más generoso en bondad y misericordia. 78 Haciendo oración en una cierta capilla de san Juan, en donde yo había acabado la misa, y rogando por aquella casa, me vino un gran deseo de que todo aquello que yo deseaba para aquella casa y para las personas de ella, por misericordia de Dios nuestro Señor aconteciese a todas las casas y personas de toda la ciudad, y que nuestro Señor por su piedad así lo aceptase como si yo estuviese en cada casa[365]. 79 Asimismo tuve algún hacimiento de gracias en estos términos: reconociendo los beneficios de Dios nuestro Señor, es a saber, dándole gracias por todas las obras y palabras y el espíritu que se nombran en la creación; asimismo por todas las obras y palabras y espíritu que se expresan en nuestra redención; y finalmente por todas las 96

obras, palabras y espíritu de la glorificación, en particular de todas aquellas que me han sido dadas a conocer y sentir para mi provecho y mi consolación, etc.[366]. 80 En este mismo día noté cómo muchas veces había tenido gran devoción, haciendo alguna oración por mí, o por vivos, o por muertos, de que nuestro Señor Dios todopoderoso la quisiese aceptar de modo que tuviese el mismo afecto como si el mismo nuestro redentor Jesucristo las rezase, o nuestra Señora, o tal santo, o las almas del purgatorio; y para ello me venía devoción de decir misa, la cual es de tanto valor en sí misma, por la víctima y el sacrificio que en ella se ofrece, que ninguna cosa justa podremos pedir que no sea posible alcanzar por medio de este sacrificio hecho en la cruz; sobre todo dando nuestro Señor la fe conveniente para ello con alguna señalada confianza.

12 de agosto 81 El día de santa Clara, en la misa, sintiendo alguna distracción de parte del deseo, es a saber, viniéndome algún deseo de edificar los asistentes, y para ello viniéndome otro deseo de hallar devoción para el tal afecto, así como muchas veces en el pasado me ha sucedido a veces sin conocer la tentación, otras veces conociéndola, pero no sabiendo quitar el tal afecto por ser más arraigado que ahora, donde hay más lucha contra tales imperfecciones. En este día pensando en esto, hallé gracia del Señor para no consentir a tales sentimientos que eran imperfecciones (que culpa de pecado no sabría en ello conocer) y aprendí cómo es menester procurar que la devoción y el inmediato conocimiento con afectuoso sentimiento de las cosas de Dios nuestro Señor (sobre todo de él mismo y de sus dones gratuitos, por los cuales el hombre es hecho más grato a su creador) no se deben desear sino a gloria suya y propia perfección y propia edificación; porque ellos no son cosas ordenadas para el prójimo como son otras gracias gratis dadas[367].

13 de agosto 82 El domingo infra octavam de san Lorenzo tuve unos notables sentimientos de espíritu diciendo maitines dominicales; y así rogué muy afectuosamente a la Santísima Trinidad por la gloria de la resurrección de Cristo nuestro Señor (pues ese día se celebra la Santísima Trinidad), que quisiese darme especial gracia para todos los oficios dominicales; y que del domingo me naciese alguna ayuda para todos los otros oficios de las ferias y de los santos de la semana. Asimismo hice esto en la misa en el principio, medio y fin. 97

83 Y en este mismo día tuve asimismo memoria de algunos puntos sentidos otras veces, ya olvidados, los cuales son de notar. Era, por ejemplo, que yo rogase y desease con mucha esperanza que nuestro Señor por su bondad y paciencia quiera suplir todos mis defectos en tal manera, que las confusiones (que a menudo me vinieron merecidamente por mis muchas negligencias) no me vengan, sino tanto cuanto sea a gloria suya y salvación del prójimo; y que los espíritus malos no tengan, por mi culpa, poder sobre los hombres que sienten mis defectos y los ven de modo que caigan en la cuenta ellos y los sientan como contra la gloria de Dios nuestro Señor y el daño del prójimo. Nota aquí, ánima mía, cómo tú has tenido manifiestamente tantos defectos e imperfecciones en tantas partes delante de hombres malos y buenos; los cuales defectos no han sido mirados ni notados en rigor de justicia. Por tanto debes más a Dios tu Señor, el cual por sí y por medio de las oraciones de sus santos y ministerio de sus ángeles no permite que tus cosas sean tomadas a mala parte ni juzgadas en rigor de justicia, sobre todo conociendo muy a las claras cuántas cosas tú has hecho o dicho en el pasado que se podían y debían tomar a mala parte y todavía no se ha hecho caso de ellas, ni han quedado en la memoria. 84 En este mismo día me vino un deseo espiritual de que nuestro Señor me hiciese sentir el Gloria a Dios en las alturas dominical, el Señor, ten piedad, etc., dándome un espíritu conveniente al día dominical, es decir, del mismo Señor.

14 de agosto 85 En la vigilia de nuestra Señora de Agosto, diciendo el oficio de san Hipólito y sus compañeros, llegando a lo de la santa Concordia, cuyo cuerpo fue echado en las cloacas y sacado por aquel san Ireneo, cloacario, lo que fue de mucha consolación de san Justino, sacerdote, yo tuve un gran sentimiento de compunción, considerando que aquel, en su oficio, hacía cosa tan santa y en tanto servicio de Dios nuestro Señor. De donde me vino otro gran sentimiento mirando mi inutilidad; y así rogué con mucha angustia a la madre de nuestro Señor, que es un fruto suyo perfecto, me alcanzase gracia de poder y saber servir con perfecta voluntad a su Hijo en este mi oficio sacerdotal, pues aquel en su oficio tan bajo y vil halló coyuntura de hacer cosa de tanto momento en servicio de nuestro Señor[368]. Asimismo rogaba por todos los que tienen una tarea, cualquiera sea su estado, para que nuestro Señor les diese gracia de hallar ocasión, entre las otras obras que hacen, que pudiesen hacer alguna en puro loor de nuestro Señor o inmediato provecho de su alma, o en clara utilidad, consolación verdadera, o remedio de una necesidad de su prójimo, o vivo, o muerto, etc.

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86 Asimismo, sobre el salmo Benedicite y Laudate, de laudes[369], yo sentí gran compunción, dándome a entender y sentir cómo todas las criaturas sirven efectivamente de utilidad, de consolación, de remedio, etc. en las necesidades de los hombres: el sol alumbrando, la agua refrigerando, el fuego dando calor, etc.; y yo no hacía nada de notable provecho ni en su gloria (teniendo espíritu de tan poca devoción), ni en su servicio, que es la tarea del hombre. El discurso de los misterios fue pensar cómo nuestra Señora vería frutos tan notables de Dios en la Anunciación, Visitación, Nacimiento, viendo los pastores alzados a tanto conocimiento, entendiendo el misterio de la circuncisión, viendo los reyes tan humillados, etc.[370]; y así le rogaba que finalmente me alcanzase gracia de hacer algún fruto como siervo de su Hijo con algún efecto y con afecto de fe, esperanza y caridad. Y estando en este tal deseo, parecióme que había en mi interior la esperanza como de uno que, para entrar en servicio de un gran señor, está durante años sirviendo a los servidores y probándose delante de ellos, espera hasta que le parezca al Señor admitirlo por servidor suyo, declarando su voluntad para ello. Con esto me contenía humillándome a la voluntad de Cristo nuestro Señor, el cual solo sabe el orden de nuestras necesidades y conveniencias para nuestra salvación. 87 En las primeras vísperas de la Asunción hallé mucha devoción, estando en la iglesia catedral de nuestra Señora de Espira, de manera que todas las ceremonias, todas las luces, los órganos, el cantar, la honra de las reliquias y ornamentos me daban tanta devoción que yo no lo sabría explicar. Con aquel espíritu yo bendecía al que las candelas había puesto y encendido, a quien las había ordenado, a quien había dejado renta para ello, asimismo a los órganos y al organista, y a los fundadores[371], etc. Asimismo a todos los ornamentos que yo veía para el culto divino, y a los cantores, al canto y a los niños que cantaban. Asimismo a los relicarios y a los que las reliquias buscaron, o hallándolas las decoraron, etc. En suma, digo, que con aquel espíritu yo estimaba más la mínima de las dichas y semejantes obras hechas con fe católica y simple, que no mil grados de aquella fe ociosa[372], la cual tanto magnificaban los que no sienten bien de la Iglesia jerárquica. Sentía asimismo mucha misericordia y bondad en Dios nuestro Señor por todas y cualquier persona de aquellas que ponen algo de lo suyo para este culto exterior de Dios nuestro Señor y de sus santos, sea poniendo el trabajo de sus manos, sea poniendo sus dineros, sea ordenando con sus palabras, o de otra manera.

15 de agosto 88 El día de nuestra Señora, en el tiempo en que rezaba maitines, no oyendo los que se decían; y también en la misa que dije en el templo, etc., siempre estuve del todo en mí mismo sin ninguna agitación de espíritu ni bueno ni malo. Por eso sentía mi propia 99

fragilidad y peso en el rezar y en el estar atento, aunque me pareció después (estando todavía de la misma manera) que mi propio ser no estaba ya tan bajo y decaído, tan incontinente y desconcertado como otras veces, cuando de esta manera me dejaba Dios nuestro Señor, privado de espíritu exterior y en mí mismo, pero con la suficiencia de su gracia. Plega a Cristo nuestro Señor darme gracia para que yo cada día vaya creciendo en ser vaso más capaz, más continente y más limpio, que esté preparado, en sí mismo, para no admitir los malos espíritus, y para recibir los buenos. Aquí me acordé y noté que hace casi un año siempre en las fiestas principales yo me he hallado sin devoción; digo sin devoción, que procediese por moción interna del espíritu, que nos suele cambiar de nuestro propio ser en otro mejor, obscureciendo con su asistencia lo que es en nosotros. Y me parece ser gran merced de Cristo nuestro Señor, que el hombre se halle muchas veces como quien vive en sí mismo con la gracia esencial, para que mejor conozca y sepa distinguir el propio espíritu que tiene en su común ser, y el ser que tiene en el espíritu ocasional, sea bueno o malo; y es de mucha importancia para conocer y discernir[373] bien asimismo el buen espíritu y el malo, saber entender y sentir en sí los altos y los bajos en cada uno de esos seres, y también el aumento o disminución que puede suceder en cada una de estas tres maneras de vida que sentimos acaecer en nosotros: de las cuales la primera es aquella en la cual, entendiéndolo bien, no excluyendo la gracia de Dios: vivo yo, solo yo; la segunda, vivo yo, ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí; y la tercera, vivo yo, ya no yo, sino el pecado que vive en mí o el mal espíritu que reina en los malos[374]. 89 Después de la misa, dando gracias a Dios nuestro Señor y a nuestra Señora por su intercesión, consideraba la perfección que tuvo siempre nuestra Señora en su propia naturaleza, considerándola siempre bajo la continua y actual moción del Espíritu Santo, aunque creo no siempre del mismo modo. Aunque siempre fue llena de gracia y el Señor estuvo con ella, y fue bendita sobre todos, pudo con todo suceder que no fuese tocada siempre con el mismo fervor del Espíritu Santo, y la misma consolación; y que quedase en ella lugar para la perfectísima humildad, y para el hambre y la sed de agradar siempre más al Altísimo, y para el temor de no ser tan útil, como Dios lo quería, etc.[375]. Entonces rogábale me alcanzase gracia para que en mí yo pudiese ser robustecido, rehecho y reformado por la gracia de Dios; porque después, acaeciendo la privación muy justa y necesaria de aquella actual moción y cooperación sensible del Espíritu Santo, no me hubiese tan presto de derramar, y perder los dones divinos, ni ser tan negligente, tan carnal, y tan poco vigilante en el espíritu para las cosas espirituales. Plega la divina bondad de tal manera confirmarme en su gracia esencial, que cada día quede más fuerte y sabio y mejor obrar el bien cuando se me sustrajere lo que es ocasional, y que tales hábitos se hagan en mi cuerpo, en mi alma y en mi espíritu, con los cuales yo pueda progresar en su gracia cuando cesa el fervor espiritual.

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90 El día siguiente a la Asunción, en el cual hice conmemoración de san Roque, y propuse hacerla cada año en tal día (que así se hace en París en los carmelitas), tuve gran devoción y sentí profundamente aquellas palabras Mariam santificans, Mariam gubernans, Mariam coronans, del Gloria in excelsis Deo[376] y así rogaba con mucha devoción, fe y esperanza a nuestra Señora que me quisiese alcanzar la santidad y limpieza de castidad y sobriedad, y toda pureza de cuerpo y espíritu; segundo, gracia con la cual pueda regirme y ordenar mi vida en el servicio de Cristo su Hijo; tercero, que en este mundo me alcanzase la paz en todas las virtudes y la gloria en el otro. 91 Queriendo asimismo adorar con devoción el Cuerpo de Cristo nuestro Señor, que estaba en el altar delante de mí, acordéme cómo nuestra Señora, estando sobre todos los coros angélicos, sería aquella que mejor honra y sirve a la divina Majestad de cuantas puras criaturas son hechas de la mano del Altísimo. Por eso su favor para con los hombres es mucho mayor y superior que el de ningún ángel ni serafín. Porque ella no solamente goza y reina sobre todas las criaturas, mas también magnifica, y alaba, y sirve sobre todas ellas a su Hijo y a la Santísima Trinidad, como señora, reina, madre, abogada, que procura y solicita la renovación de todas las criaturas, que no están al cabo de su perfección esencial y accidental, procurando a los mortales cada día nuevos dones de gracia, de paz, de gloria, y a los bienaventurados nuevos regalos de gloria accidental.

19 de agosto[377] 94 En el día de san Luis, confesor y obispo, tuve gran devoción, pensando entre otras cosas aplicar la misa por todas las negligencias que he cometido acerca del ponderar y notar con ojos abiertos y atentos los bienes que se me ofrecen cada día por medio de las obras de Dios nuestro Señor y por medio de sus palabras interiores y exteriores, y además por medio de su propio cuerpo y persona, que cada día tengo en mis manos y delante de mis propios ojos. De aquí se me siguió una muy clara inteligencia y muy grande deseo digno de ser siempre en mi ánima, sobre aquel versículo, Abre mis ojos para que contemple las maravillas de tu ley[378]. Asimismo, a propósito de una cierta admiración mía muy cotidiana sobre la mutación del ánima triste en ánima alegre, por estar algunas veces considerando la verdad de mis defectos y otras veces las misericordias de Dios nuestro Señor, yo tuve en el ofertorio una inteligencia de aquella sentencia, Mi verdad y mi misericordia irán con él[379], que me consoló; como quien me dijera que nuestro Señor a ratos usa de su verdad, mostrando su justicia, y a ratos usa de las señales de su misericordia; y en estas dos cosas va ejercitando a sus servidores.

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20 de agosto 92 En el día de san Bernardo tuve muchísima devoción en la misa y muchas lágrimas, considerando la disminución de la honra del santísimo sacramento, que proviene de las tibiezas de la vida cristiana y finalmente de la disuasión que hacen los que del todo salen de la Iglesia. Asimismo, considerando el daño que les hacen a las almas del purgatorio estas malas opiniones. También consideré después cómo se siguen tantas irreverencias a todas las cosas religiosas y a los prelados; asimismo las murmuraciones de unos prójimos contra otros, y cómo ya ninguno puede sufrir al otro, si no hace lo que le gusta. 93 En este mismo día tuve gran sentimiento de devoción en ofrecerme a san Bernardo, rogándole que me quiera aceptar por su discípulo, dado que él tan íntegramente hubiese agradado a la Virgen María.

22 de agosto 95 El día de la octava de nuestra Señora de la Asunción, tuve unas buenas memorias sobre la pasión de Cristo, las cuales me fueron eficaces medios para hallar devoción en mi oficio y en mis acostumbradas oraciones y meditaciones, sobre todo aquel paso Mi alma está triste, etc.[380], Pase de mí esta copa[381], ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?, etc.[382], Mujer, ahí tienes a tu hijo, etc.[383], Padre, en tus manos, etc.[384]. Y así me vino una inteligencia a propósito de la Asunción[385], que por medio de las compasiones que tuvo nuestra Señora sobre la pasión de su Hijo (siendo la tal pasión la vía perfecta y derecha para subir al cielo), ella fue asunta sobre todos los coros de los ángeles. Así me parecía conveniente medio, para subir a la contemplación de la gloriosa Asunción, contemplar la pasión de su Hijo y la compasión de la madre. 96 En la misa tuve una cierta consideración a propósito de lo que se hace antes de consagrar, y después de la consagración hasta la comunión, y lo que se hace después; que son tres cosas. Digo que yo tuve una memoria con abundancia del buen espíritu, que fuese bien elegir tres tiempos acerca de Cristo. El uno, antes de la Encarnación; el segundo, durante su vida en este mundo; el tercero, después de su Ascensión. Asimismo de nuestra Señora, lo que padeció hasta que concibió a su Hijo; segundo, desde allí hasta la muerte y ascensión de su Hijo; tercero, después que su Hijo subió a los cielos hasta la muerte de ella. Y de esto me vinieron unos avisos para recibir algunos buenos deseos que se me comunicasen nuevas gracias para mejor conocer y amar a Cristo nuestro Señor, por la intercesión de su madre; y esto a propósito de lo que yo he dicho en la misa, donde quería que se me diesen dones de los que son a propósito del tiempo que precede 102

a la Encarnación, que recordaba en esa parte de la misa que va hasta la consagración; segundo, dones que fuesen al propósito de lo que es en Cristo desde la Encarnación hasta la Pasión, que recordaba en esa parte de la misa desde la consagración hasta la comunión; tercero, todo cuanto es a propósito de lo que es desde la Pasión hasta el día del juicio. 97 Asimismo, a propósito de la devoción que tengo a nuestra Señora, deseaba que todos los años nuestro Señor, conforme a los tiempos que son entre fiesta y fiesta de nuestra Señora, me diese gracia, de acuerdo a las gracias de las cuales estaba llena nuestra Señora, tomando un tiempo desde la concepción suya hasta que le fue anunciado el Hijo de Dios, que debería ser de continuas preparaciones para al final poder decir realmente: He aquí la esclava del Señor[386], ya hecha tabernáculo del Altísimo, etc.; otro tiempo desde allí hasta la muerte del Hijo, que fue tiempo de su compasión; tercero, desde allí hasta la Asunción, tornando después al principio, etc.[387], de modo que nuestro Señor me diese la gracia de sentir a Cristo presente, por verdadera compasión e imitación, y después la gracia de sentir su ausencia con santos deseos de seguirle a la gloria después de haber cumplido aquí su santa voluntad. 98 En el mismo día de la octava de la Asunción, asimismo a propósito de pensar cómo la pasión de Cristo y la compasión de nuestra Señora sean como escala para subir directamente a la Ascensión y a la Asunción, yo tuve gran devoción, ofreciendo estos conocimientos altos y bajos de todos los bajos y altos, con deseo que en el porvenir nuestro Señor me diese gracia de nunca tener tristeza ni alegría, sino según que Cristo se alegró y entristeció con su madre[388].

24 de agosto 99 El día de san Bartolomé apliqué la misa, entre otras cosas, por todos los trabajos que al presente tuviesen algunos y cualesquiera hermanos míos, o amigos, etc.; trabajos, digo, no solamente los presentes más también los pasados y por venir; para que sea el tal sacrificio un suplemento en la debida acción de gracias, y para demandar perdón, y para las gracias que se deben buscar por medio de las tales tribulaciones. 100 Asimismo tuve una devoción y deseo sobre cosa posible, es a saber, que yo estuviese en presencia de todos los mártires para poder decir sobre cada uno de ellos: Que te escuche el Señor el día del peligro. Que cumpla el deseo de tu corazón y que dé éxito a todos tus planes. Que el Señor te conceda todo lo que pides y que le agraden todos tus sacrificios[389]. Todo esto tuve con buen sentimiento de espíritu.

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101 El mismo día, cuando yo quería decir completas, y viéndome muy triste y amargo en mi ánima, porque todo ese día, y aún desde las vísperas del día anterior, yo había estado muy agitado, renovándose unas viejas enfermedades mías y flaquezas, y pareciéndome que en tal día no quisiera haber sentido tantas agitaciones sino del buen espíritu, ni distracciones en mi oficio de rezar, etc., vínome una consolación según la cual por ventura quería nuestro Señor que en semejantes días yo me hallase más bajo y más cercano de mis viejas llagas, para que los santos de ese día las vean y tengan especial cuidado de rogar a Dios nuestro Señor que me saque de tales imperfecciones. Y es cierto que desde más de un año a esta parte, casi siempre en las mayores fiestas, me encontré fuera de aquel espíritu en el cual está la devoción, la paz, las lágrimas, etc.[390]. Así que en esto tuve grande esperanza y de veras rogaba a nuestro Señor que así fuese para que no solamente su majestad, mas su madre, los apóstoles, san Juan Bautista, santa Ana, la Magdalena y otros santos tuviesen conocimiento por este camino de mis necesidades espirituales[391].

25 de agosto 102 El día de san Luis, rey de Francia, tuve mucha devoción aplicando la misa en nombre del cardenal por quien había de decir misa, queriendo satisfacer en su nombre a cuanto él puede deber, a la honra de este santo y al bien de todo el reino de Francia, en el cual son hechos tantos bienes y perdonados tantos pecados, y al presente hay tantas necesidades corporales y espirituales; digo que yo la apliqué por él y por toda la Francia pasada y presente y por venir con todos sus reyes, condes y duques y otros señoríos, señores y arzobispados, obispados, abadías, parroquias, universidades de estudios, ciudades de cualquier condición; y sobre este discurso hallé mucha devoción, deseando que nuestro Señor lo concediese, mencionando que deseaba que lo mismo se realizase en todos los otros reinos[392]. 103 Un domingo diciendo mi oficio, advertí algunas palabras de los salmos, en especial aquellas: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza; y también, Señor, mi roca, mi alcázar, mi liberador; Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo, mi fuerza salvadora, mi baluarte[393]. Y ponderaba esas palabras con fe y esperanza en el Señor y con gran deseo de amarle. Después, considerando que la fragilidad humana es mayor y su corrupción más fácil y la disolución del cuerpo es más rápida que la de otros cuerpos, considerando asimismo que el alma es tan ciega y el espíritu tan perverso en sí mismo para juzgar sus necesidades y lo que es menester para buscar los remedios de su carne y de su alma, es decir del alma y de la carne de su cuerpo, en el cual vive, etc., vínome mucha devoción, ofreciéndoseme rogar al Padre todopoderoso para que tuviese compasión de mi carne y 104

de mi cuerpo y que la fortificase y santificase; al Hijo encomendando también el alma para que la quisiese alumbrar y santificar; asimismo al Espíritu Santo encomendando el espíritu para que quisiese hacerlo de tal manera bueno que nunca se olvidase de su oficio en favor del alma. Por alma entendiendo la parte sensitiva juntamente con la porción inferior de la razón que naturalmente raciocina y discurre acerca de lo que por los sentidos se percibe; mas por espíritu aquella porción superior que se ocupa de las cosas divinas, recibiendo por medio el Espíritu Santo, de los ángeles y asimismo de la fe, que es por la predicación[394], sus raciocinios, y sus deseos y afectos, etc.[395]. Rogué también al Hijo que todo lo que he dicho me lo concediese al recibir su Cuerpo preciosísimo, su alma y divinidad existentes en el sacramento.

29 de agosto 104 El día de san Juan degollado, hallándome algo distraído y viendo la dificultad que es volver en sí, tuve mucha devoción pensando cómo en el santísimo sacramento está propiamente la gracia para volver en sí, el cual siempre quiere entrar en nosotros, guiándonos y conduciéndonos a la conversión de nuestro corazón para que siguiéndole, entremos cada día más y más hacia lo profundo de nuestras entrañas[396]. A san Juan Bautista rogaba que siendo él la voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor[397], me enseñase el modo de preparar tal vía al Señor. 105 Desea, pues, de nosotros Cristo estas dos cosas principalmente: que aprovechemos en levantar nuestro espíritu al cielo, y que entremos y penetremos dentro de nosotros mismos hasta que encontremos que Dios está en nosotros, porque en otra parte no se ha de buscar el reino de Dios nuestro Señor, sino dentro de nosotros mismos y en los cielos[398]. Cristo fue levantado en la cruz y al fin subió a los cielos para traernos a sí mismo[399]; y se dio a sí mismo en el sacramento para alimento de nuestra alma para que tuviéramos camino por el cual le trajéramos a él hasta nosotros, conforme a aquello: vendremos a él y haremos morada en él[400] y conforme a lo otro: si alguno abre, cenaré con él[401]. 106 Mientras rezaba el oficio de santa Sabina, mártir, vínome devoción de tener al mismo tiempo memoria, en todas las horas[402], de santa Serapia, virgen y mártir, la cual, teniendo conversación en casa de santa Sabina, la convirtió.

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107 El mismo día, considerando cómo los pecados, no solamente carnales, sino casi todos se hacen con mucha aplicación del espíritu, pensando sobre las materias de ellos, hablando, mirando, oyendo, etc., tuve un discurso para rogar a nuestro Señor que quisiese impedir los malignos espíritus, para que no tentasen tanto a los hombres, que sobre la gula hoy en día hay tanta plática de palabras y más de pensamientos y de afectos, de los que resulta ese estar, por decirlo así, comiendo aun con el espíritu; y así respecto de otras cosas del cuerpo, aun lícitas, en las cuales ponen los hombres toda su alma, como si con el alimento del cuerpo y la provisión de las cosas, que él necesita, quisieran alimentar también el alma y proveerla de lo necesario; siendo así que debe tener otro alimento y no deleitarse en esas cosas en que se deleita el cuerpo. De aquí proviene que en estos tiempos los sensuales hacen más graves sus pecados porque aplican demasiado a ellos el espíritu y sumergen su alma en las inmundicias de su cuerpo. Y aun los mismos casados manchan el lícito tálamo con excesos y torpezas, buscando saciar los deseos del alma al mismo tiempo que los de la carne, de lo cual viene luego el excesivo desvío y apartamiento de las cosas divinas. 108 Por esto no puede ya el espíritu hallar su alimento adecuado. Fuera mejor traer el cuerpo hasta el sentimiento del alimento espiritual de su alma y espíritu, de tal suerte que cuando viéremos alguna obra de Dios, u oyéremos sus palabras, o con nuestras manos tocáremos algunas cosas santas, se fuese el espíritu entero hacia todas esas cosas y arrastrase consigo la parte sensitiva del alma a la percepción de aquellas mismas cosas. Porque esto es en verdad salir uno de sí mismo a los pastos[403]. Verdad es que esto no se puede hacer bien, mientras no llevemos todo a nuestro interior, es decir, mientras no estemos totalmente recogidos en nuestro interior, dispuestos a vivir allí; lo cual conseguiremos cuando nos esforcemos tanto que de todo punto estemos apartados de los sentimientos sensuales. Menester es, por lo tanto, pedir a Dios que de tal manera nos levante al cielo y a la contemplación de todas las cosas puramente espirituales, de modo que todas las otras vengan al fin a hacerse en nosotros en cierta manera espirituales y se capten en un modo espiritual; y esto es mucho mejor que si se nos diera una cierta gracia del Espíritu Santo, con la que sintiésemos estas cosas de acá abajo santa, pero en cierto modo sensiblemente. 109 Levanta, pues, ya tu alma a aquello, en que nada hay que con los sentidos se pueda percibir; como es, por ejemplo, la divinidad de Cristo, que es la del Padre y la del Espíritu Santo. Busca a Dios donde ninguna otra cosa puede hallarse más que Dios; esto es, en sí mismo. Después de Dios, así considerado en su divina naturaleza y personas, busca a Cristo hombre más en el cielo que en la Tierra; después busca a la bienaventurada Virgen, y en Cristo y en la Virgen más el alma que el cuerpo. Después de la Virgen corpórea sean los espíritus angélicos y las otras almas de los bienaventurados que están en los cielos. 106

Por estas cosas, y con el orden dicho, se ha de ir buscando a nuestro Padre en los cielos y se le ha de hablar, dado que en sí mismo no podamos hallarle ni imaginarle. Pero en la Tierra, cuando quieras que tu conversación sea en el Señor y no sepas levantarte a las cosas del cielo, si tu consideración es de lo ya pasado, contempla primeramente a Cristo, y todas sus palabras y todas las de la Escritura sacra y contémplale también crucificado; pero si es de lo futuro, contémplale cómo bajará cuando venga al juicio. 110 Y así consiguientemente retrocediendo por toda la vida de Cristo, si se busca el modo de que adelante nuestro espíritu en perfecciones. Después de Cristo ninguna mejor conversación que la que se ocupa en la vida y hechos de la beatísima Virgen María; porque en ninguna otra parte hallarás más eficaz ejemplo de padecer con Cristo, de seguirle y de servirle, etc. Después de la Virgen vienen los santos, los mártires, los eremitas y los demás que abandonaron el mundo y despreciaron los bienes de este siglo, en los cuales se halla también a Dios y tanto más cuanto en vida fueron más santos y más espirituales. Después de estos hombres vienen las otras obras de Dios, de creación, y de redención y todas las otras en que hay algo que considerar que sirva para edificarnos. En tiempos de angustias se aprovecha uno de ambos modos; esto es, considerando las penas que pasó Cristo y los males eternos y considerando también la resurrección y la gloria; pero en tiempos de prosperidad, aprovecha más la consideración de la pasión y de todo lo que nos humilla[404]. 111 El mismo día de santa Sabina, considerando a Cristo nuestro Señor bajo las especies del pan y del vino, me vino un cierto sentimiento muy bueno cómo su infinita bondad quería tomar el oficio del pan y del vino material y su forma, para alimentar nuestras almas y reformar nuestros cuerpos en vista a una existencia mejor que la que puede causar el pan material o el vino.

1 de septiembre 112 En el día de san Gil, abad, después de hacer una plática a ciertas personas que habían de comulgar, y después de acabada la misa, me fue dado un gran espíritu con deseo de predicar, como otras muchas veces antes de ahora se me ha dado. Y así propuse entonces, con mayor firmeza que antes, trabajar cuanto pudiese en Alemania para poder predicar o enseñar[405]; porque si no resultarían grandes inconvenientes de tan grande y tan largo silencio. Sentí también entonces que convenía en adelante atender mejor a obedecer al espíritu que me excita a fervor en las obras de la palabra del Señor, cuales son las pláticas particulares y sermones públicos, etc., no solo en la Iglesia delante de mucha gente, sino 107

también en otras reuniones de hombres o en las casas, o fuera de ellas, aunque sean pocos los que me puedan oír[406], y asimismo en las mesas en presencia de los príncipes y magnates. 113 En la dominica primera de septiembre, aplicando mis discursos y en especial el discurso de los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo en sufragio del alma de cierto difunto, que era el doctor de Cornibus, teólogo parisino, cuya muerte me había sido entonces anunciada, y por el cual iba yo a decir misa, sentí gran devoción en tal discurso, pidiendo perdón en nombre suyo en cada uno de los misterios, con grande conocimiento de que no había imitado al mismo Cristo, ni a los que a Cristo servían y obedecían, en adorarle, reconocerle, oírle, compadecerle y pedirle gracias y todo lo necesario. Poníanseme también aquí delante aquellas otras cosas en que el dicho difunto pudo haber pecado y faltado a la perfección que hubiese podido alcanzar. Por ejemplo, pedía perdón por todo aquello en que por ventura delinquió acerca de su obediencia, pobreza y castidad; porque era fraile de san Francisco. Asimismo por los defectos en el enseñar, pues era doctor y predicador. Igualmente de la curiosidad y deseo superfluo de saber. Asimismo de la vanagloria que suele perseguir a hombres tan grandes[407]. Y en aquel lugar de la misa en que se hace memoria de los difuntos, es a saber, en el tiempo que me detenía en el Memento con bastante grande elevación de mi ánimo, se me ofreció rogar al Padre celestial que tuviese a bien ser glorificado en aquella alma, y asimismo al Hijo y al Espíritu Santo y a la bienaventurada Virgen María que se dignasen admitir la misma alma a la jerarquía de los doctores laureados, conforme aquella promesa, que los que fueren doctos y enseñaren a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad[408].

27 de septiembre 114 En el día de los santos Cosme y Damián sentí ciertos deseos grandes e íntimos con respecto a la veneración del santísimo sacramento y de los santos que están en el cielo, y a la veneración y culto que se ha de dar a las imágenes y reliquias de los santos; y había querido de buena gana poder estar siempre delante del santísimo sacramento en cuantas partes se guarda en Alemania, y lo mismo delante de cualquier imagen de Cristo o de la Virgen, madre de Dios, o de cualquier santo o santa. El cual deseo porque no se puede cumplir[409], rogaba al Señor que por medio de nuestros ángeles custodios supliese nuestros defectos en este culto y los defectos de otros, de manera que lo que deberían hacer las personas, se haga por los ángeles que las guardan.

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115 Además, considerando, y también con alguna elevación de mi alma, que Cristo sentado a la diestra de Dios Padre ve también con los ojos de su humanidad todo lo que hay debajo del sol, tantas obras de ingratitud y de malicia, tantas blasfemias contra Dios, etc., sentí una cierta admiración de tanta paciencia y bondad de Cristo, que tan poderoso es en el cielo y en la Tierra; y del mismo modo consideraba lo que significa crucificar al Cordero mortal y descuidar al que ya reina y triunfa en el cielo. Y así, en su paciencia, aquel que ya vive y reina, parece distribuir el bien en proporción del mal con que se le responde.

29 de septiembre 116 En el día de san Miguel Arcángel, tuve muchas contemplaciones y afecciones llenas de piedad a propósito de él y de todos los ángeles. Diciendo el oficio, tuve un gran deseo[410] que los ángeles alabasen a nuestro Señor cada vez que se dicen tales palabras, como quienes las sienten y entienden mejor; y así también deseaba que hiciesen los santos, no solamente los que se nombran en las oraciones, mas todos; y que el rezar mío, palabras y pensamientos, les fuesen siempre ocasión de alabar a nuestro Señor, o hacerle gracia, o de pedirle gracias por nosotros; y que por mi inadvertencia no dejen ellos de notar las buenas palabras que con mi lengua sean proferidas, y así los gestos o señales que se hacen por Dios, aunque muchas veces en sola la fe de la Iglesia, o en la fe personal, aunque solo sea la habitual[411]. 117 En el ofertorio de la misa tuve cierto deseo que fuese aplicada y supliese a gloria de san Miguel y de todo su ejército, como si ellos hubieran en este mundo, tomando un cuerpo, imitado perfectísimamente a Jesucristo, y para merecimiento mío y de otros vivos, como si tuviésemos el poder y saber de los ángeles para haber alabado hasta aquí a Cristo, acá y en la gloria, como debemos. Así que yo holgara que por la gracia de Dios se me hiciera posible ser vicario por acá en muchos trabajos en nombre de los ángeles y que ellos me excusasen en lo que yo debo a la honra de aquella divina majestad, a quien miles de millares sirven y miríadas de miríadas asisten[412]. Pero bien sentía que a mí me bastaría servir y honrar y alabar a Cristo en cuanto consideraba el modo como vivió en el mundo, contentándose con tan poco y dejando acá sus vicarios a los que quien escucha, a él escucha[413]; dejando también pobres de quienes dijo: cuanto hicisteis a uno de estos más pequeños, a mí me lo hicisteis[414].

30 de septiembre

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118 El día de san Jerónimo recibí un aviso especial para tener el favor de él y de los otros santos, de cuantos el hombre se puede acordar, y esto es muy valioso para una ayuda eficaz. El aviso era que tomase mucha devoción a aquel ángel que lo custodió en este mundo; y así de todos los otros ángeles custodios de todos los santos; y así se puede pedir a estos ángeles o comunicarse con ellos en espíritu con fe lo mismo que a los santos. En el tiempo de mi oficio, sentí mucha devoción, considerando cómo los ángeles y los santos pueden tomar ocasión de aquellas palabras para alabar a Dios y ayudarnos a obtener lo que pedimos; y así sentí que era cosa muy provechosa rogarles con devoción que quieran ayudar a contemplar y alabar a Dios, viéndoles así como él es. También aprovecha que el hombre tenga el deseo que ellos suplan en cada cosa por nosotros y excusen con sus lenguas beatificadas nuestros defectos. 119 Hallé asimismo un gran deseo[415] y un holgarme que los santos del cielo tengan ahora el modo, y el poder, y el saber, y el querer para hacer y compensar lo que acá no quisieron, o no supieron, o no pudieron acerca de las cosas divinas y de los prójimos, tanto vivos como difuntos. Y aquí tuve un cierto deseo de poder expresar por obra o por palabras exteriores o de cualquier modo que pueda ser manifiesto a cada santo y a cada ángel todas las cosas que nuestro Señor ha hecho, y todas las palabras que nos ha enviado hasta el momento, para que cada santo pudiese de esta manera reconocerlas todas y en ellas ver a su glorificador para su mayor gloria accidental, la cual puede ser aumentada por nuestro intermedio, dado que podemos ser para ellos causa de su mayor gloria accidental[416]. 120 Aquí noté también una cierta devoción que yo he hallado a causa del crucifijo en la iglesia de Santa Cruz de Maguncia, y de aquellas otras imágenes, las cuales, y sobre todo dicho crucifijo, dieron sangre cuando aquel perdido cortó la cabeza al tal crucifijo e hirió tan malamente las otras, de donde me penetró una cierta y casi continua consideración de aquel grado de bondad divina que es dar y desparramar su sangre en beneficio del pecador que lo ofende. Así después de muerto, la dio al pobre ciego Longinos, que fue alumbrado por ella[417]. Y así me parece que, haciendo tantas necedades y cometiendo tantas obras de ingratitud y de malicia contra mi Señor, él, dado que tiene esa herida, no hace sino darme gracia para que me aproveche de la sangre derramada. Y así acontece en este mundo, donde haciéndose tantas blasfemias contra la honra de Cristo y de sus santos, no cesa su divina bondad de derramar señales de la sangre de su amor a los tantos que le hieren, permitiendo que le den tantos golpes para que al fin dando alguno muy abominable (pues otro remedio ya no hay para muchos), entremos

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dentro de nosotros y sintamos nuestra crueldad y hallemos la sangre más pura para sanar nuestra ánima[418]. 121 Haciendo estas consideraciones acerca de la sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, sentí la gran fuerza de la misma cristiana mansedumbre que Cristo con sus palabras y con sus obras perfectas nos enseñó[419], porque no hay vía más eficaz contra la crueldad, contra la ira y contra todo aquello que es opuesto a la caridad, como el ser manso, sin resistir a ningún golpe, sino al contrario recibiéndolos todos con benignidad y mansedumbre de ánimo, permitir al que nos hiere que haga cuanto quiera. Pues de otro modo nunca, y de este al fin llegará a quebrársele y ablandársele el corazón, viendo tu paciencia y tu entrañable bondad. ¡Oh, duro de mí y excesivamente cruel y tardo en creer y oír a Jesucristo, mi Señor, que tantas veces en vano derramó por mí el agua de sus lágrimas y tantas veces su sangre! 122 ¡Oh, alma mía miserable y demasiado cruel! ¿Por qué en cuanto tuviste inteligencia de ellas no te ablandaron aquellas lágrimas, que en cuanto entró en el mundo y comenzó a sentir esta mortal vida, al punto derramó Cristo por ti?[420]. Pues por ti salió del Padre celestial para este mundo, y comenzó con lágrimas a dar muestras de sentir las miserias y males de esta vida; y tú viendo esto no te conmoviste, sino que aguardaste a que derramara sangre; y he aquí que, niño de ocho días, al ser circuncidado, derramó lágrimas y con ellas sangre, y tú ni así te ablandaste. ¿Por qué esto? Por ventura porque era todavía niño y no te mostraba allí más que el dolor de su carne y de su cuerpo; y por eso esperaste que se manifestasen los sentimientos internos de tu Dios. Mira, pues, sus lágrimas. Para ti, y por ti, y sobre ti se derramó aquella agua; ¿por qué, pues, no te mueves? ¿Qué esperas? Espero, dirás, y he esperado mayores movimientos de mi Dios para moverme yo mismo y sentir mejor. ¡Oh, ánima digna de compasión y de llanto que tan dura eres! Ve, pues, y advierte las lágrimas que vierte el Señor por la futura destrucción y la ingratitud suma de Jerusalén[421]; y las que en la cruz, al exhalar su espíritu derramó[422]. Y, si esto no es bastante, o deseas más el derramamiento de sangre que el de lágrimas del Señor, mira el sudor de sangre, en que las dos cosas estaban juntas y mezcladas[423]; ve, además, la sangre que de todas las extremidades de su cuerpo corre por causa de las ataduras, de los golpes, de los azotes y de la coronación; y esto por ti y como si fueras tú el único de los hombres[424]. Y si aun estas demostraciones no te mueven, llega hasta las venas y considera cómo en la cruz quedaron por ti completamente vacías de la más pura sangre del Cordero inmolado. 111

Y si aún todo esto no basta, toma la sangre purísima por una parte, y por la otra el agua que manó del costado del Señor y con Longinos sana tu alma[425]; y no quieras experimentar señales mayores de la divina bondad en los sufrimientos de su humanidad, porque después de todo esto, Cristo resucitado de los muertos ya no vuelve a padecer.

3 de octubre 123 La víspera de la fiesta de san Francisco, al celebrar el oficio atrasado de un mártir, al cual mucho tiempo hace que tengo gran devoción, apliqué el sacrificio de la misa por mis parientes vivos y difuntos, y por cuantos de nuestra casa familiar han procedido, y a continuación por todas las familias de mis hermanos, que están en la Compañía de Jesucristo. Y cuando esto hacía me vino una grande y devota memoria de aquellos a quienes naturalmente estamos obligados, como son nuestros parientes. Y de aquí parecíame que sería muy bueno invocar a los ángeles custodios de las dichas familias, a los que son ahora, a los que fueron, y a los que serán; e invocar además a los santos y santas, después de la bienaventurada Virgen María, que han tenido, tienen y tendrán cuidado de nuestras mismas familias: a ellos después de Dios se han de rendir gracias, y por ellos se han de pedir excusas de todos los pecados que por las tales familias se han cometido hasta ahora, y sin limitarse a los innumerables beneficios recibidos; y por ellos se han de esperar las diferentes gracias y beneficios que ahora han menester o habrán después. Deseaba también del fondo de mi ánima que por la virtud de aquel singular sacrificio, pudiese yo ser perdonado de cuantas culpas haya contraído, por no haber ayudado a mis hermanos cuanto pude oportunamente orando y rogando, dando gracias y suplicando por ellos y por todos a quienes ellos están obligados. 124 Después de la comunión sentí gran deseo, como lo había sentido el día antes al hacer lo mismo, de que Cristo, a quien acababa de recibir, me encerrase a mí todo consigo dentro de mí mismo, para cohabitar y cooperar con él en la reedificación, reparación, etc., de mí mismo[426]. Pedía además que él, en quien hay infinitos modos de ser, por lo menos accidentales[427], se dignase renovar en mí el mismo ser mío, y mi vivir, y mi obrar, para que de un modo nuevo me halle en orden a él y en orden a todas las otras cosas, y de un modo nuevo viva, y de un modo también nuevo me haya en todas mis obras, de tal manera que él, que es el único que tiene el ser y el vivir y el obrar por sí inmutablemente, me mude cada día en mejor.

4 de octubre

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125 El día de san Francisco, entre otros buenos deseos que en las oraciones y meditaciones sentí, lo que principalmente deseé y con bastante espiritual y religioso afecto pedí a Dios, fue que por virtud del sacrificio de la misa me concediese que san Francisco y cualquier otro santo se acordase en adelante de mí; y esto con tanta eficacia como si a cada uno de ellos en el artículo de su muerte yo con el corazón dolorido se lo hubiera pedido con estas palabras: acuérdate de mí cuando llegares al reino de Cristo[428]. 126 El mismo día, como pensase algo sobre el modo de orar bien y sobre algunos modos de bien obrar y también de qué manera los buenos deseos de la oración son como caminos que disponen a las buenas obras, y al contrario las buenas obras como caminos para los buenos deseos[429], advertí aquí y con claridad sentí que quien en espíritu busca a Dios en obras buenas, ese mejor lo encuentra después en la oración, que no lo encontraría si lo buscara primero en la oración para después hallarle en las obras, como se hace con frecuencia. Quien busca y halla el espíritu de Cristo en las buenas obras, adelanta más sólidamente que quien eso mismo negocia solo en la oración; y esto es así porque quien tiene a Cristo en la obra y quien lo tiene en la oración, están frecuentemente el uno respecto del otro, como el que tiene a Cristo en el efecto y el que lo tiene en el afecto. Preciso es, pues, hacer fuerza y pelear principalmente en quebrantarte y mortificarte, en vencerte y disponerte a recibir todo bien por medio de las buenas obras. Porque de aquí muchas veces experimentarás que esta es la mejor preparación para la oración mental. Debe tu vida de tal manera haberse con Marta y María, de tal modo esforzarse a la oración y pías obras y finalmente de tal arte unirse la activa y la contemplativa que, si te ejercitares en la una, no por lo que ella en sí es (como frecuentemente sucede), sino como medio para llegar a la otra, es decir, si procurares oración como medio para bien obrar, o al contrario el bien obrar como medio para la oración, digo que cuando estas dos cosas, ordenadas la una a la otra, creyeras deber procurar, será lo mejor (hablando más en universal) que ordenes todas tus oraciones al tesoro de las buenas obras que no al revés, es decir, que dirijas todas tus obras a hacer tesoros por medio de tus oraciones. Otra cosa sería en el que lleva una vida puramente contemplativa, cuyo fin es ejercitarse en acumular tesoros de divino conocimiento y amor, para quien no es menester demandar tan universales gracias como las que necesitan los que se ocupan en la acción[430]. 127 Porque estos, como tienen muchas funciones y responsabilidades y tienen muchas cosas sobre sí, y cerca de sí, y dentro de sí, y delante y detrás, a derecha y a izquierda, etc., para todo lo cual necesitan de diversas virtudes en el obrar. Siguiese de aquí que en muchas virtudes deben perfeccionarse; de lo contrario decrecerán. Necesitan cierto grado 113

de paciencia, otro de humildad, otro de caridad, otro de las demás virtudes en orden a los pobres, o a los enfermos, o a los pecadores, o a los perseguidores, etc.; y en otro orden a sus inferiores o a sus superiores; y según que son diversas las ocasiones en que se encuentran, así son también diversos los grados que han menester de las virtudes dichas y de otras. Y por esto es fácil que estos en sus obras vean en sí muchas necesidades, las cuales demandan divinas virtudes y unciones e infusiones varias de los dones de Dios; ni solo para sí sino para los prójimos en cuyo bien trabajan; a los cuales para auxiliarles y ayudarles hemos menester muchas luces espirituales, y ojos, y oídos, y los demás sentidos; ni bastan estos, sino que hace falta además fortaleza, piedad, liberalidad, diligencia, y otras varias virtudes del ánimo y del cuerpo, de las cuales si careciéremos, fácilmente se harían ver estos dos inconvenientes, a saber, uno de nuestra parte, que seremos defectuosos, y otro de parte de los prójimos, a quienes se sirve y se provee no bien sino de muchos modos mal, o al menos no tan bien. 128 A este fin, pues, deben más ordinariamente dirigirse nuestras oraciones, a la perfección de las obras, y no al contrario las obras a la oración. Esto he dicho en general y considerando el fin de una vida mixta al modo dicho; pues en especial y más particularmente hablando, no puede menos de suceder que muchas veces oremos al intento de algunas buenas obras, y al contrario muchas veces obremos muchas cosas para alcanzar algún fin de algunas oraciones. Mas se debe poner empeño no solo en hacer bien y aun muy bien las cosas puramente espirituales, cuales son la oración y contemplación mental y afectiva, sino que con todas las fuerzas se ha de trabajar para que se halle el mismo espíritu aun en las operaciones externas, y en las oraciones vocales, y hasta en las conversaciones particulares o en las predicaciones que se hacen públicamente al pueblo[431]. Es verdad que se pueden hacer muchas obras y decir muchas palabras, y esto con facilidad, sin moción alguna del espíritu; sobre todo cuando las obras que hay que hacer o las palabras que hay que decir no contradicen a alguna propia inclinación, innata o adquirida, o a la propia costumbre, o a la propia voluntad (porque en estas a ojos vistas se ve y claramente se muestra la necesidad del espíritu); sin embargo, universalmente hay que procurar espíritu para entender y para con más prontitud querer aquel bien que en las tales acciones existe, sobre todo en las que he dicho ser más difíciles y contrarias al hombre viejo; las cuales, así como requieren mayor espíritu del que procedan, así cuando se hacen, adquiriese por ellas mayor espíritu que por las otras que no nos son tan contrarias. Y de aquellas mucho mejor entenderás qué es lo que en el hombre hay y por qué causa necesite del espíritu de Dios que no de estas otras que con facilidad se hacen y sin contradicción. Y lo mismo acaece en la oración mental y afectuosa, porque necesita aquel mismo espíritu, actual y especial, sin el cual divaga del todo la mente y no alcanza el fin propuesto de la oración.

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129 A este propósito de las obras, se puede notar que hay tres clases de obras en que principalmente nos conviene ejercitarnos: unas que dicen relación a nosotros mismos, otras al prójimo, otras al mismo Dios. A nosotros mismos se refieren, por ejemplo, las obras de penitencia que consisten en la propia mortificación y abnegación, castigo y suplicio, como son los ayunos, peregrinaciones, vigilias, el despojarse de algunas comodidades temporales y aun de las riquezas y todo lo demás a este tenor que da fatiga al cuerpo y domina la voluntad en las cosas propias. Al prójimo, cuantas cosas le ayudan, consuelan, alivian, etc., como las limosnas, y todo lo demás que pertenece al cuidado de su cuerpo y de su espíritu. A Dios directamente pertenece (aunque a él también todas las cosas dichas se enderezan) lo que al honor y culto suyo y de sus cosas y de las de sus santos toca, como las ofrendas, el ornato de los templos, el decoro de los sacramentos, el gasto de las luces, etc. En la primera clase de estos tres modos distintos de obras, te dispones a ti mismo y en cierta manera te pones enfrente de ti para alcanzar victoria de ti. En la segunda clase te haces hombre útil al prójimo. Más en la tercera te muestras piadoso para con Dios y para con las cosas sagradas y santas. La primera puede también en cierto modo decirse que atiende a las obras de penitencia, la segunda a las obras de caridad y la tercera a las obras de piedad; sin embargo, todas con verdad pueden llamarse obras de penitencia y todas obras de caridad, y todas obras de piedad[432].

Octubre 130 Cierto día, estaba para celebrar la misa en el templo de Santa Cruz por los bienhechores y fundadores difuntos, y en general por toda la ciudad de Espira (la misa que iba a decir era de la Santa Cruz, porque hay allí una cruz que en tiempos pasados, cuando era muy venerada, por virtud divina y para avivar la fe y excitar la devoción y aun por la misma fe que en muchos había entonces[433], obró muchos milagros. En aquel momento me dio el Señor un muy buen espíritu y gran sentimiento de devoción a esa cruz para venerarla, y en general a todo estandarte y a toda señal de la cruz. Porque percibía con fe y confianza la admirable virtud que la cruz tiene contra los demonios, y por eso deseaba que pudiese tener siempre y actualmente la cruz, aun la material, reinado en mi mente, pero espiritualmente por fe y esperanza; y lo mismo deseaba del agua bendita y de toda cosa santificada con alguna palabra de Dios o señalada con alguna señal de la cruz, y lo mismo de las imágenes del Crucificado, y de la bienaventurada Virgen, y de los santos, y de las reliquias de los cuerpos de los santos, y cosas semejantes. 131 Y así deseaba que fuese posible que todo lo que constituye materialmente una iglesia, entera y con todo lo que en ella se ve que toca a la piedad, estuviese 115

espiritualmente encerrada dentro de mi alma, y siempre y actualmente se mantuviese dentro de mí y yo estuviere dentro de ella en mi espíritu, mirando allí todo lo sobredicho con fe y devoción, y en especial el Cuerpo del Señor allí guardado, donde hay grandísima abundancia de todas las virtudes, por estar allí corporalmente Cristo y su mismo Cuerpo, que es habitación corporal y verdadero templo de toda la divina virtud y de toda la plenitud de la divinidad. Aquí veía claramente y sentía con el espíritu que Cristo no solo quiere que lo aprehendamos en la fe, y con confianza de su protección, sino también que aprehendamos con la inteligencia y hasta con las manos las cosas que de él mismo reciben virtud, y que conforme a la fe y piedad de los creyentes por beneplácito de Dios se nos han preparado para llevarnos a él, el cual a ellas nos inclina dando devoción y pío afecto y fe a los humildes y sencillos; y esta fe no la daría si no fuese para honor suyo y provecho nuestro[434]. 132 Porque sucede algunas veces que nos hace el mismo Señor sentir y experimentar alguna virtud suya por medio de las cosas santas, sin pensarlo nosotros y cuando aún no tenernos fe en las tales cosas; de tal suerte que nos viene a la memoria aquello: este lugar, o esta cosa es santa[435] y yo no lo sabía[436]. Pero después se excita la devoción y la fe, cuando vemos lo que primero obra Dios sin nosotros, o sin nuestra fe. Y así se ve claramente que honra el mismo Dios por sí estas cosas, y que no solo por sí, sino también por estas cosas nos comunica su virtud, y que no todo depende en sus principios de nuestra fe[437]. ¡Oh, si pudieses, ánima mía, entender y comprender (ya que meter esas cosas mismas dentro del alma no podemos), no solo el nombre[438] de Jesucristo Señor nuestro, en el cual está la plenitud de la salvación, sino aun el nombre de esa realidad que es la Virgen María, madre de Dios! ¡Con qué sólido gozo te gozarías! ¡Oh, si llegases a sentir el nombre de la cruz con la señal de ella! ¡Oh, si el nombre de Pedro, junto con la misma realidad, lo pudieses tener espiritualmente sobre tu corazón! En verdad sentirías varias virtudes de la divinidad, que en tales realidades y nombres están encerradas; porque si llevases en ti su amor y su imagen, otro serías delante de Dios y de los santos ángeles de Dios y de los otros santos, y otro aparecerías a los demonios y malignos espíritus, que no sin razón tanto se esfuerzan en hacer que sean borrados de la memoria de los hombres todos los símbolos sagrados, santificados y verdaderos. Por esto esperan que, quitados de en medio todas estas cosas, se podrá llegar a quitar la memoria del mismo Cristo y de su nombre. 133 Crece, pues, ánima mía, en venerar con devoción todas las cosas sagradas y santificadas y de cualquier modo señaladas con la señal de la cruz. Ejercítate cada día más en la contemplación de tales cosas. Con fe y confianza de la divina virtud, que aún en tales cosas asiste, imprímelas en tu corazón, clávalas y píntalas en él hasta que se te 116

abra el camino a la fuente de que manan tales aguas y tales arroyos tan santos. Mas cuando te sea concedido beber algo de las fuentes del mismo Salvador[439], guárdate de despreciar, o mejor, ten cuidado de apreciar cuanto puedas, los arroyos que de la madre de Dios y de los santos vienen y los de las otras gracias, que como he dicho, manan de las demás cosas. Porque no se te concede el agua de la fuente y principio, como si en los arroyos no hubiese abundante y más de lo que mereces y puedes beber, sino para que mejor puedas alabar la fuente, no solo por lo que en ella hay, sino también por tantas y tan varias corrientes que de ella vienen, y por tantos ríos de aguas divinas y vivas que la experiencia de lo que en tu espíritu sientes te ha enseñado que manan y fluyen de aquella fuente[440].

Octubre [441] 134 Cierto día, pensando y recordando a cierto propósito aquellas palabras de Cristo: les será arrebatado el novio y pueden acaso los amigos del esposo ponerse tristes mientras el esposo está con ellos[442], se me ofreció con un movimiento de piedad de mi espíritu hacia Cristo una muy grande admiración, por la cual, a modo de exclamación, decía al mismo Cristo: ¡Oh Señor! ¿Qué es esto que en orden a tus discípulos te llamas esposo, como con quien se gocen ellos al modo que se gozan los amigos del esposo mientras está con ellos; y sin embargo, tú, en orden a ti mismo, no vives en delicias como esposo, sino más bien como siervo de todos, y en orden a todos te has como el más pequeño, como el postrero e ínfimo? Tú trabajas, tú sudas, tú eres vituperado y despreciado hasta el punto de ser condenado y padecer muerte de cruz. Tú, digo, trabajas, Señor mío, para que los tuyos descansen; tú estás triste, para que los tuyos se alegren; y finalmente quieres morir para que resuciten ellos. Verdaderamente que esto es semejante a lo que dijo el poeta: Sic vos, non vobis, vellera fertis, oves. Sic vos, non vobis, mellificatis, apes. Sic vos, non vobis, nidificatis, aves, etc.[443] porque tú para otros eras esposo, para ti cruz continua; fuiste esposo para los demás, y ellos para ti fueron carga, cruces y tormentos. Sea tu nombre, que es Jesús, bendito. Amén. Y alabado y exaltado por los siglos. Amén.

8 de octubre 135 Otro día, que era domingo por la mañana, como me distrajese al decir el oficio y por esto pidiese el auxilio de Dios y de la bienaventurada Virgen, me fue dado tener bastantes ratos buenos de clara devoción y respuestas varias, que me exhortaban a desear que 117

continuase aquel espíritu bueno, que entonces me asistía, y más aún a que procurase una mayor interiorización de ese buen espíritu, según que me acercaba más al fin del oficio. Esta interiorización es como un ser atraído hacia dentro, y la hace Dios cuando se lo pedimos y de todas maneras nos esforzamos en entender mejor las palabras santas y en hacer que echen ellas sus raíces en nosotros e impriman su virtud fecundante. Porque cualquiera palabra que sale de la boca de Dios, es verdadera semilla de Dios, que en cierto modo y cuanto es de su parte produce y engendra en nosotros al mismo Dios[444]. Cuanto a las horas canónicas deseaba también en ellas ir creciendo y tanto más cuanto me acercaba más al fin. Consideraba de qué manera Cristo, según que más se aproximaba al fin de su vida, así padecía más y eran mayores los tormentos que se le daban; y por esto sentía que era menester ir creciendo en la devoción de las horas, de suerte que cuando hubiera llegado a la hora de nona, se pudiese sentir la violencia de la muerte y último suspiro de Jesucristo que acaeció en la hora nona[445].

9 de octubre 136 El día de san Dionisio Areopagita y de sus compañeros, hallé mucha devoción en suplicarles que se dignasen alcanzarme alguna gracia que venga del Padre celestial, otra de su Hijo, y otra del Espíritu Santo; y asimismo otra de la bienaventurada Virgen, y así de los otros santos, sobre todo de algunos más especiales, por cuyos nombres iba discurriendo[446]. Pedía además al mismo san Dionisio un auxilio especial, rogándole que me alcanzase para mi corazón el comenzar a sentir en las palabras el temor de Dios, o el amor, o cualquier otra virtud de que yo pueda tener necesidad. Asimismo pedía alguna gracia para mis ojos, y para el sentido del oído, y el del tacto, y el del gusto, y el del olfato. Sentí además un nuevo deseo de que el santísimo sacramento, entrando en mi estómago, alimentase el alma de mi cuerpo, y la nutriese, como el alimento material de pan y vino alimenta y nutre mi carne y el cuerpo que ella anima[447].

10 de octubre 137 El día de san Cerbonio, confesor y pontífice, pensando en el proceso de la vida y muerte de Jesucristo Señor nuestro, me vinieron a la mente algunos coloquios con cierta ternura de espíritu en los cuales decía: ¡Oh, Jesucristo! tu muerte sea mi vida y en tu muerte sepa yo hallar la vida mía; sean tus trabajos mi descanso, tu debilidad humana mi fortaleza, tu confusión mi gloria, tu pasión mis delicias, tu tristeza mi gozo, en tu humillación esté mi exaltación, y en suma en tus males mis bienes todos. Pues tú, Señor

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mío, reparaste mi vida que a la muerte tendía sin remedio, y destruiste la muerte, que parecía iba a durar para siempre y no ser jamás desatada.

11 de octubre 138 El día que celebré[448] el oficio de san Marcos, papa y confesor, hallé muchos y muy buenos deseos; y entre otras cosas deseaba que cuantos deseos tuvo mientras vivió el bienaventurado san Marcos de la salvación no solo de los alemanes, sino de todos los fieles, se cumpliesen en nuestros tiempos. Lo mismo rogaba también que sucediese con todos los deseos de todos los otros santos para que así por fin más universalmente se cumpla aquello que se dice: tú le has otorgado el deseo de su corazón, etc.[449], viéndose cumplidos no solo los deseos que ahora en la gloria tiene cada uno de los santos, sino también cualesquiera otros píos y santos que en vida tuvo para honra de Dios y salvación de las almas. 139 El mismo día, al ir a celebrar la misa, tuve un deseo de que Dios se dignase aceptar tal sacrificio para tanto fruto espiritual en esta ciudad de Espira, cuanto haría yo con mis compañeros, si en ella perseveráramos desde ahora hasta la muerte; el cual deseo (lo mismo que otros semejantes) aunque no se haya de cumplir, según que yo lo entiendo y quiero[450], sin embargo, no es nulo delante de Dios de quien emana y es sugerido en su espíritu. 140 Después de la misa, repasando el modo cómo me había habido en ella, me pareció dignísimo de advertir que con empeño pidiese a Dios que me diese memoria y me la aumentase para recordar cualquier ejercicio espiritual pasado, y esto por los méritos de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, que es en lo que más debemos ejercitar la memoria; segundo, que se me diese un entendimiento atento al ejercicio presente; y tercero, una voluntad llena de buenos deseos para los ejercicios futuros. Entiendo esto, no como si se separasen las tres potencias en semejantes actos, sino porque a los pasados mira la memoria, a los presentes el entendimiento, y a los futuros el deseo[451].

12 de octubre 141 Al día siguiente, diciendo el oficio de san Esteban, papa y mártir[452], cuya cabeza se guarda en la iglesia de Espira, sentí grandes deseos, con grande fe y esperanza de que se han de cumplir; a saber, que el mismo san Esteban, papa, se dignase ser el primero que nos abriese alguna puerta[453] para las cosas espirituales. Estos deseos exponía con estos términos, según que se me ofrecían: beatísimo padre y en verdad santísimo, haz con tus 119

oraciones que se abra camino a esta obra en que me debo yo ocupar, como si dijese: no basta que yo me abra y me disponga para las obras que son en provecho de la mies de Cristo sino que es menester además que se me abran las mismas obras y se dispongan por la gracia de Dios. 142 Al comulgar en la misa, tuve con gran devoción otro deseo, y conforme a él pedía que aquel santísimo sacramento se dignase hacerme instrumento suyo obediente, y asimismo de su madre, y de todos y cada uno de los ángeles y de todos los santos y de todas las almas del purgatorio, y de cada uno de los vivos; para que con este instrumento cada uno de ellos pueda disponer de mí a su voluntad. Y de este modo me ofrecí hoy a todos. Haga Cristo que pueda cumplir lo que he ofrecido, que pueda ser de todos, y no solo ser sino vivir y obrar con todos y por todos o en lugar de todos los dichos para honra de Dios y salvación de todos los vivos y muertos.

13 de octubre 143 El día de los siete hermanos de la Orden de los Menores, estando diciendo misa y sintiendo en ella un cierto temor de que mi ánimo no perdiese la luz de la caridad ni se estrechase, sino que se ensanchase en deseos respecto de algunas personas, de las cuales me venían a la memoria algunos defectos, recibí esta respuesta que dentro de mí me decía: teme más bien que el Señor, a quien delante de ti ves, no te cierre el corazón a su alegría, y que no se estreche tu corazón para contigo mismo y tus cosas; porque si permanecieres tú ensanchado con Dios y Dios contigo, será cosa fácil que todas las cosas se te muestren abiertas respecto de ti y tú lo estés respecto de ellas. Procura por tanto una devoción verdadera hacia Dios y hacia sus santos y fácilmente hallarás lo que hace al caso para tu prójimo, cualquiera que él sea, amigo o enemigo. Mas si hubiese ahora algo que hayas de hacer o decir para reconciliarte con tu prójimo, entonces eso sería lo que primero debería hacerse y como medio para conseguir la reconciliación con Dios conforme a aquello: Si un hermano tuyo tiene algo contra ti, etc.[454]. Pero más arriba se trata de los sentimientos que provienen de sola aprehensión de la mente y del afecto del espíritu, donde basta la mudanza del ánimo y consiguientemente se requiere solo la reconciliación espiritual; como acaece en varias amarguras que es preciso quitar de nuestros corazones para que la caridad tenga consigo sentimientos de benignidad, paciencia, aguante y no sienta irritación ninguna, ni pierda la fe en las personas, ni siquiera la esperanza[455], que no falta cuando existe el espíritu principal, santo, recto y bueno, con el cual al punto hay devoción, y con la devoción todos los otros bienes que he dicho, y en especial el ensanchamiento del corazón hacia todas las cosas y todos los hombres, y se quita el error, que en el entendimiento había causado de algunos pensamientos malos o, aunque fuesen verdaderos, conformes solo a la razón humana y propuestos por el mal espíritu[456]; y se quita también el error, que 120

había en la voluntad causado por los sentimientos no buenos o al menos imperfectos, que quitaban la paz. 144 Por tanto es preciso tener cuidado de no buscar la victoria de estos males con la fuga, es decir, alejándose de esas cosas o personas, por razón de las cuales se produce tal cambio del espíritu y de la mente; antes bien debemos aproximarnos a ellas, imitando a Cristo, que de tal manera se aproximó a los que le hacían mal, que aun después de recibir de ellos la muerte, atravesado con una lanza, derramó sobre Longinos su sangre[457], lo cual es señal evidentísima de la caridad que siempre tiene Cristo con sus enemigos. De manera que cuanto más estos avanzaban en el odio, queriendo arrojar de sí a Cristo y quitar la virtud de Cristo, tanto más el mismo Jesús avanzaba en el amor, no huyendo ni apartándose a sí mismo con el cuerpo o con el espíritu, sino entregándose todo a ellos y enteramente, dando su carne al que le hería y vertiendo su sangre para curarle; y esto no solo cuando estaba vivo, sino aún después de muerto. De este modo quiso Cristo abrirse todo a todos sus enemigos.

MAGUNCIA 22 de octubre 145 Un domingo del mes de octubre, que fue el 22 del mismo mes de este año 1542, y en el día precedente, que había sido de santa Úrsula y sus compañeras, hallé en la presencia del Señor este consejo, y me determiné a cumplirlo; que fue, obedecer a la voluntad del arzobispo de Maguncia, que me había significado querer que en nombre suyo fuese con otros teólogos suyos al concilio, que en Trento se había de celebrar, empezando el 1 de noviembre. Sobre este negocio yo había tenido varios espíritus y varias tristezas antes de que me resolviese; pero de todas me liberó el Señor por virtud de la santa y ciega obediencia[458] a la que no toca mirar ni a la propia insuficiencia, ni a la grandeza y peso de los negocios que se mandan. Por tanto cualquiera cosa que viniese de esta deliberación mía, o más bien obediencia, todo ello, digo, si fuese bueno, se ha de referir a todas las once mil vírgenes después de la Santísima Trinidad y después de Cristo resucitado y de la bienaventurada Virgen María. 146 El mismo día por la mañana, al decir las horas canónicas, como me llevasen mis distracciones al negocio dicho (del concilio) y a ciertas respuestas que debía dar al obispo sufragáneo[459], tuve algunas claras enseñanzas de que no convenía en el oficio dar entrada a otros espíritus, sino a los que son conformes a las palabras y a la letra del mismo oficio, y que en tal tiempo no se deben acoger inteligencias algunas de otras 121

cosas, palabras o negocios cualesquiera; de suerte que esté todo el hombre allí donde está la lengua, diciendo las preces divinas. Es verdad que Dios permite que se nos ofrezcan en tal tiempo varios espíritus y varias inteligencias de muchas cosas y aun varios temores; pero nosotros debemos buscar el espíritu principal para descansar en él, debemos apegarnos a las palabras, a los conceptos, voluntades y deseos, que según la materia propuesta se allegan más a Dios; para que se eche de ver si amamos y tememos a Dios solo y sobre todas las cosas y con el afecto principal; porque entonces se conoce mucho más la intención de nuestro amor y de cualquier otro religioso afecto nuestro hacia Dios, cuando hay varios vientos de deseos del corazón y de intenciones nuestras. Cuando, pues, en tiempo del oficio te vieres bien dispuesto cuanto al espíritu y cuanto al entendimiento para predicar o para alguna otra conversación, al punto te acuerdes que te has salido de la disposición que es necesaria para rezar el oficio y para que tú hagas lo que se refiere a Dios[460]. Haga Jesús, en su bondad infinita, que según sean las cosas y las conversaciones y las palabras en que de varios modos y en varios tiempos nos es forzoso ocuparnos, así tengamos el espíritu que es menester y las intenciones de nuestros ánimos, todo bien ordenado, para que no nos confundamos en la distribución de nuestras obras y palabras, ni de nuestros pensamientos y deseos. 147 Cierto día, en este mes de octubre, hallándome en un pueblecito fortificado en la casa de un señor de Espira, y levantándome a media noche a la oración, vine a dar en unos coloquios con Dios y con la bienaventurada Virgen y los santos por aquel pueblo, cuanto a los vivos y cuanto a los difuntos; y esto con grande devoción y muchas lágrimas. Y el discurso, que entonces se me daba, era reconocer universalmente todos los beneficios que reparaba haber recibido aquel pueblo; pidiendo perdón en nombre de todos, dando gracias por todo, y pidiendo también varias gracias; y me dolía de las faltas de ellos. Deseaba que cuanto Dios allí, o por sí, o por sus santos, ha obrado y todavía ha de obrar, fuese reconocido[461]. Decía yo: ¡Oh Señor Jesucristo! ¿Quién ha reconocido tu bondad, la cual ha hecho que aquí haya tantos bienes temporales; que aquí tanto tiempo haya permanecido el sacramento de la Eucaristía y los demás sacramentos y las palabras y los ritos de la doctrina cristiana? Perdonad, Señor, que aquí no se piense tanto en esas cosas; que no se pidan, que no sean honradas. Perdonad, Señor, que las almas del purgatorio, no estén en la memoria de estos tanto cuanto ellas han menester. Conservad, Señor, a este pueblo todos estos bienes, y no quieras poner tus ojos en sus ignorancias, negligencias e ingratitud, sino en Cristo Redentor y en los santos ángeles y santas ánimas, que todas esas cosas las reconocen por nosotros. En este recuerdo así de los beneficios como de los pecados que hasta ahora en estos lugares se hubiesen cometido, yo incluía los frutos de la tierra, la paz temporal, la fe católica, los templos, las imágenes, la administración de los sacramentos y los mismos sacramentos, el agua bendita, las reliquias de los cuerpos santos, los depósitos de los huesos de los muertos, etc., y el haber por tanto tiempo tenido sucesión de señores temporales, que los mantuviesen en la paz, y el haber tenido sacerdotes y obispos y 122

predicadores. Deseábales muchos bienes mejores, es a saber, que conozcan todo esto y conozcan el bien que tienen en su Dios y en Cristo Jesús, encarnado, nacido, circuncidado, muerto, etc.; en la Virgen María, en los ángeles y santos, en las cosas sagradas, en los muertos que están en el purgatorio, en las escrituras, etc.

25 de octubre 148 El día de los santos Crisanto y Daría, por la mañana, antes de empezar el oficio del día, hallé gran devoción ofreciéndome a mí y todos mis trabajos, que hasta la muerte he de hacer bien o he de padecer a cambio de todos los grados y aun partículas de virtudes que a mí o a otro cualquiera en cualquier tiempo y en cualquier lugar del mundo han de ser necesarias o útiles para gloria de Dios y de los santos y salud de mi alma y de los prójimos. 149 Y en esto, con gran claridad de los méritos de Cristo, invocaba su gracia, con la que mereció para todos y para cada uno, aun de los meramente posibles, todas y cada una de las cosas que son necesarias o convenientes a las almas (y con mayor abundancia de lo que se puede decir) para llegar a la salud en esta vida y a la gloria en la patria. Él, sin embargo, ni con su voluntad absoluta ni con la ordenación de la voluntad que se dice signi [462] no quiere que todos esos méritos a todos se apliquen. Rogaba, pues, al Señor que por sus méritos se dignasen concederme a mí y también a cada uno de mis compañeros esta gracia, que todo yo, en cuanto soy nacido en Cristo, y todas mis obras, las que son buenas por su gracia, se dignase él aceptarlas como si todas estuviesen actualmente dirigidas y preordenadas a cualquier necesidad mía posible y futura y de cualquiera otro en cualquier parte del mundo que esté; y asimismo de cada una de las virtudes y dones de Dios a mí o a cualquier prójimo convenientes. Y me fue dado atraer hacia el mundo los méritos de la vida y la pasión de Jesucristo que con sus actos, aun cuando todavía era mortal, actualmente y con su infinito poder se extendía con toda suficiencia a la salud de cada alma. Sentí además bastante dolor por no haber buscado y trabajado, desde el comienzo de mi vida, en preparar, al menos virtualmente, lo que se me da hoy; y daba gracias al mismo Hijo de Dios porque con perpetua caridad pretendió él para mí y tuvo intención de darme los bienes que ahora recibo, y que todos sus trabajos y los dolores que en su humanidad padeció, y todo cuanto obró, por mí y para todo mi bien, lo hizo y a esto lo ordenó. Sea él, pues, bendito, etc. 150 Aquí me vino a la memoria cierto deseo que otras veces había tenido y que solía ser en forma optativa, de esta suerte: Ojalá yo por Cristo hubiese sido siervo de Adán, de Abrahán, de David, etc., y finalmente de la misma Virgen María, que le concibió, dio a luz y alimentó. Igualmente de los sucesores de los apóstoles y de todos los pontífices, de 123

san Pedro y sus sucesores[463] hasta Paulo III, que ahora es y debajo del cual estamos, y así en adelante; pero este deseo mío de haber querido servir a tantos por amor de Cristo, Señor mío, era de las dos maneras siguientes, a saber: que considerando aun sola su humanidad, quería haber servido a todos los padres de quienes procede él según la carne[464], y esto en oficios y ministerios corporales; mas a los padres del Nuevo Testamento, que sirvieron a Cristo y que en cierto modo nos le engendraron en los ministerios espirituales, desearía haber prestado todo servicio en cosas espirituales.

26 de octubre 151 El día de san Evaristo, papa y mártir, habiéndome levantado hacia las tres después de medianoche, hallé mucha devoción con buena voluntad y muchos piadosos deseos, que me eran sugeridos para orar por las necesidades de los prójimos, haciendo general conmemoración de los cristianos, de los judíos, de los turcos y de los gentiles, y asimismo de los herejes y de los difuntos. Poníanseme delante varias aflicciones de los hombres, enfermedades, pecados, obstinaciones, desesperaciones, llantos, calamidades, hambres, pestes, angustias, etc., por las cuales pensaba en Cristo como redentor, en Cristo como consolador, en Cristo como Señor y Dios; al cual oraba, conforme a la significación de tales hombres, que a todos se dignase socorrer y auxiliar. Y aquí también deseé y pedí con gran devoción y movido de un nuevo sentimiento que por fin se me conceda ser siervo y ministro de Cristo consolador, de Cristo ayudador, de Cristo salvador, de Cristo médico, libertador, enriquecedor, fortificador, etc. Paréceme así que yo también por medio de él puedo ayudar a muchos, consolarlos, sacarlos de varios males, librarlos, fortificarlos, administrarles luz, no solo espiritual sino aun (si con el favor de Dios puede uno atreverse y presumir tanto) corporal, y todas las otras cosas que son propias de la caridad hacia el alma y el cuerpo de cada uno de los prójimos. 152 Y advierte aquí[465] que, como otras muchas veces te era concebido presumir (no fiando en ti ni en tus méritos sino en Cristo) muchas cosas que no podrían hacerse naturalmente sino por milagro, como sería sanar los enfermos, iluminar a los ciegos, curar los leprosos, echar los demonios de los cuerpos y consolar a algunos en la muerte de los suyos. A todas estas cosas se extendía, sin vanidad de espíritu, tu deseo por la visitación que el Espíritu Santo hacía a tu alma, para que estas y semejantes cosas desease y (aunque esto era otras veces con más vivo espíritu y mayor fe) las esperase; pues otras muchas veces me ha acaecido hallar mayor fe respecto de estos imposibles, pero jamás sin que se me diera a sentir, por la caridad, que estas santas acciones permitirían responder a alguna posible necesidad o consolación del prójimo o a la gloria de Dios[466]. Pues de tal fe, aunque no sea sino como un grano, y de la caridad, suele 124

nacer también confianza sin temeridad ni presunción; y de lo contrario no sería fácil que se halle una fe que aproveche a la salud del mismo operante: aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si no tengo caridad, nada me aprovecha[467]. Menester es, pues, que la fe, que ha de obrar grandes cosas en favor del prójimo, nazca en cierta manera y sea despertada por la caridad para con el prójimo, con la que se extienda y en cierto modo se abarque la necesidad del prójimo, su utilidad, consolación, etc., sin otro afecto que el de la pura caridad. Lo cual acaece más en los casos de extrema necesidad de los prójimos, porque la imperfección humana no tan fácilmente comprende ni siente necesidades pequeñas o molestias como sabe pesar sus propios pequeños intereses. Además el amador de la gloria de Dios, que con la gracia del Espíritu Santo pesa las cosas que son de Dios y vivamente las aprehende, ese más fácilmente alcanza la fe, por gracia del mismo Espíritu, con la cual pueda, cuando sea menester, hacer grandes cosas en alabanza de Dios. Asimismo en las necesidades propias (sobre todo en las extremas, y que aprietan el corazón hasta lo último de la aflicción) es fácil hallar fe, por la cual, contra toda humana esperanza, puedes alcanzar alguna gracia para tu alma y aun para tu cuerpo, como sería el librarte de algún mal o alcanzar algún bien de que tuvieres necesidad, y que no supieras de qué otra manera se puede obtener, etc. 153 Más en esto es sumamente necesario que no se ame el hombre por sí mismo, sino que esté ya todo ordenado a la gloria de Dios, a la salvación de la propia alma y al bien del prójimo. Busca, pues, en todas las cosas el carisma mejor, que es la caridad, y ejercítate y progresa en ella continuamente, sin contentarte con solo lo que es necesario para tu salvación o la de tu prójimo. Pues haciendo esto y tendiendo así a la perfección, te será fácil alcanzar otras gracias no necesarias, pero abundantes para bien tuyo y de los prójimos, cuales son la fe y la esperanza respecto de grandes cosas, etc. Pide gracia para las cosas más pequeñas y la hallarás también para hacer las más grandes, para creerlas y esperarlas. Pon atención en las cosas mínimas y pésalas y estímalas para obrarlas, y el Señor te dará otras mayores. Extiéndete y derrámate todo a las cosas que con una pequeña gracia de Dios puedes hacer, y te dará el Señor una grande gracia con la que puedas aun lo que está sobre ti. Muchos hay, como fuiste tú frecuentemente, que con ansiedad piden gracias para ejecutar las obras buenas más universales, y entretanto omiten las particulares para las cuales habría sido fácil hallar gracia. 154 Muchos piensan en las cosas que son casi imposibles, y entretanto no tienen cuidado de las obras de sus manos. Por esto se te propone la fe bajo la figura de un grano de mostaza[468] y la caridad como el primero y mayor mandamiento[469], porque es menester que, con lo poco que 125

tengas de conocimiento y fe en tu entendimiento, crezcas en afecto que no sea ocioso, de manera que no quieras estar siempre aprendiendo y siempre creciendo con el entendimiento, dejando de crecer con la voluntad que es operativa. Si no tienes más que un talento de conocimiento y de fe, trabaja con él y gana hasta que por este camino tengas dos talentos. Guárdate de enterrarlo, ni digas que quieres, antes de ponerte a la obra, tener dos talentos de conocimiento. Porque es menester, como ya he dicho, con aquel único talento, negociando y trabajando, ganar el segundo, etc. No quieras dejar el ejercicio de las obras presentes y de las que están cerca de ti, por la contemplación ociosa de obras futuras y de las que aún están lejos de ti. 155 Buenos son los deseos, con tal que vengan de Dios y sean por él y en él y para él; y así sucede que en la oración muchas veces deseamos aun las cosas que no han de existir y las que son sobre nuestras fuerzas y las que es naturalmente imposible que sucedan; y estos deseos no desagradan a Dios, de quien son inspirados, a quien se ordenan y en cuyo espíritu se sienten; antes al contrario, de esa manera nos excita el mismo Dios a la fe, a la esperanza y a la caridad no solo interna, sino a la que se manifiesta en obras. No pocas veces nos hace desear las cosas sumas, creerlas y esperarlas; unas veces para que al menos las más comunes las ejecutemos sin pereza ni desconfianza. 156 Acontece muchas veces que tú, mirando a ti mismo y a lo que exteriormente se ve, crees que nada puedes, nada sabes, y ninguna esperanza puedes tener respecto de tus prójimos. Mas el Señor, llevándote en su espíritu a lo contrario, te muestra innumerables cosas que en su presencia parecen fáciles de hacerse, y da además esperanza y todo buen afecto hacia muchas más cosas que ni siquiera todos los hombres podrían hacer, para que así te animes a trabajar y no desesperes de todo. Sin embargo, hay un modo de conocer en el buen espíritu que algunas cosas son posibles, y otro modo de conocer, sugerido por el espíritu contrario, es decir, el tuyo propio o el del ángel malo, como si realmente fueran a suceder. Acaece una cosa semejante pero con sentido contrario, representándose como probables males e inconvenientes, que no sucederán, y otros como futuros, que no lo serán; y esto porque ahí fácilmente puede encontrarse un espíritu malo, y no solo malo sino mentiroso[470]. Mas lo que el espíritu del Señor dijere que ha de suceder, sucederá y siempre; como no sea en aquellas cosas que se dicen de futuro contingente, porque depende de las mudanzas de algunas causas dotadas de libre albedrío. 157 Sin embargo, debemos tener cuidado que lo que se nos muestra como posible delante de Dios, pero sin alguna determinación de tiempo, no lo tomemos como cosa que ha de existir en nuestro tiempo y siglo. Muchas veces movido del espíritu del Señor, verás una persona o ciudad, u otra cosa o negocio, etc., bajo un aspecto bueno y hermoso, de modo que fácilmente esperarás acerca de la tal cosa o persona un gran fruto o un suceso muy feliz, aunque por otra parte esté en sí misma casi perdida; y al revés, 126

cuando te agitare el espíritu contrario, esto es, el malo, desesperarás enteramente de la tal cosa y te parecerá que ves ya su ruina. En el primer espíritu, es decir, en el bueno, cree que agrada a Dios que venga aquella cosa a tal estado, aunque no haya de llegar a él, porque no tiene la voluntad divina instrumentos, cuales quisiera tener, para obrar y hacer en la cosa misma lo que tú ves y crees y esperas y deseas con aquel espíritu bueno. 158 No quieras, por tanto, dar crédito a aquellos espíritus malos que te pintan malos resultados y malas formas de las cosas, y te pronostican malos estados de ellas; porque cuales son en sí aquellos malos espíritus, tales nos pintan las cosas que quieren ellos y desean que vayan muy mal. Antes bien, procura hacerte instrumento del buen espíritu que te muestra tal estado de las cosas y tales condiciones de ellas cuales él desea y de su parte está preparado a procurar. Mas si alguna vez, como puede suceder, te sugiere el espíritu justo algún deseo, o esperanza, o aun evidencia de la ruina espiritual de algunas ciudades, pueblos o personas, etc., y te pareciere que es esa la voluntad de Dios, todavía entonces habrías de procurar otro espíritu cuanto al efecto que en ti tal inspiración ha de hacer, con el cual puedas buscar la misericordia de Dios y creer que aquella otra no es voluntad de Dios absoluta sino condicionada; ni por eso habrías de desistir de hacer lo que pudieres, ni desesperar, aunque tuvieses palabra de Dios que te dijese: ese se ha de condenar. Pues dice Dios no solo en nosotros, sino aun en las Escrituras, muchas cosas absolutamente, las cuales sin embargo (por las condiciones variables de las mismas cosas) no quiere absolutamente.

27 de octubre 159 En la vigilia de los apóstoles Simón y Judas, habiéndome levantado en el silencio de la noche a la oración, sentí mucha inspiración para que procurase y pusiese todo empeño en que los pobres enfermos que andan vagando por la ciudad de Maguncia, sean recogidos y recibidos en algún hospital en donde sean curados y estén bien. Aquí sentí también claramente muchas negligencias mías y olvidos y descuidos para con algunos pobres apestados, que hace tiempo vi y algunas veces ayudé, mas con negligencia y flojedad. Pues aunque entonces estaba falto de medios, pude sin embargo procurar que otros los socorriesen. Podía, mendigando de puerta en puerta, haberles conseguido algún alivio mayor del que tenían; podía haberme presentado a los prelados de los lugares, a los médicos y cirujanos, a los señores y magistrados de las ciudades, donde aquellos enfermos y otros semejantes lo pasaban mal[471]. Asimismo aquí me sentía movido a rogar de todo corazón a las almas de aquellos enfermos, y en general de todos los que en esta vida han tenido que sufrir, que se dignen ahora ser abogados de los pobres enfermos que en esta ciudad de Maguncia y en otras

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partes aún viven, y que me alcancen de Dios alguna nueva gracia para ayudar a semejantes pobres.

28 de octubre 160 El día de los apóstoles Simón y Judas tuve después de la misa mucha consolación en algunos coloquios y meditaciones, que inmediatamente se referían al mismo Dios, unas veces al Padre, otras al Hijo y otras al Espíritu Santo y aun a la humanidad de Jesucristo nuestro Señor. Y en estos discursos, oraciones, súplicas y acciones de gracias[472], sentía más sólida consolación que en las que se refieren a la salud del prójimo y aun a la invocación de los santos. Aunque en estas dos últimas cosas suelo más frecuentemente hasta ahora ser visitado de Dios nuestro Señor, que no en las que inmediatamente se dirigen al conocimiento y amor de él mismo; y harto es para mí que un Dios y Señor tan grande se me comunique por medio de sus santos y en ellos, para provecho mío y salvación de los prójimos. En el amor del prójimo, soy tanto más remiso en obrar cuanto más nimio en el afecto; de donde proviene que tanto más sufro y soy atormentado de varios deseos y afectos respecto de la salvación de los prójimos y su aprovechamiento, cuanto más lejos me hallo de trabajar lo que sería menester en aquello que yo puedo hacer. Y así acontece que en las obras externas demasiadas veces falte, y en los deseos y afectos de mi alma sobreabunde. 161 Dios buenísimo y grandísimo[473] lo ordene todo y lo enderece y lo componga y ajuste conforme al beneplácito de su voluntad, y haga que yo no solo averigüe quien es él, sino qué es lo que él quiere que yo haga. Pues él es infinito, infinito por encima de toda capacidad e inteligencia creada, infinito por debajo de todo lo que ella no puede alcanzar, infinito más abajo que las profundidades a las que puede descender, infinito por delante de toda creatura, infinito después de toda creatura, e infinito dentro de lo más hondo de toda creatura, etc. Y esto lo es en su sustancia. Mas en su voluntad preceptiva es tan humilde y tan limitado y circunspecto que nada manda, como de necesidad, que supere las fuerzas del hombre a quien lo manda, por débil que sea, ayudado de la gracia del mismo Dios que está siempre a la mano, y de la cual puede disponer más que de sí mismo. Y nada quiere con fuerza de precepto y obligación que no esté dentro de las mismas fuerzas y aun por debajo de ellas, y dentro de los límites del poder que el hombre tiene sobre lo que está debajo, delante o detrás de él.

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Débese, pues, por solo esto alabar mucho a Dios, que siendo en sí por todas partes infinito e inmenso, se contenta sin embargo de esta virtud nuestra de todas partes limitada y medida, y para todo nos da gracia y favor; y esto sin obligarnos de necesidad a apurar todas las fuerzas de nuestro poder, nuestro conocimiento y nuestra voluntad. Sea él bendito por los siglos de los siglos. Amén[474].

29 de octubre 162 El domingo, después de la fiesta de los santos Simón y Judas, después de cierta perplejidad que se había apoderado de mi espíritu, y cuando ya me hallaba bastante libre de ella y restituido a la serenidad del buen espíritu, sentí estas palabras de consuelo: el que supo quitarte el temor de esos males, supo también, e igualmente podía, alejar de ti los mismos males de que provinieron aquellos temores y ansiedades de ánimo; y el que puede dar por sí buena esperanza[475] en medio de las adversidades, sabe dar la cosa misma a la que tiende la tal esperanza. Sea, pues, él bendito, que tiene tanto poder sobre las cosas mismas que nos son contrarias, cuanto para mitigar las perturbaciones de nuestros espíritus; y para quien no es más difícil hacerte alcanzar prospérrimos resultados que darte la esperanza de ellos.

1 de noviembre 163 En la fiesta de Todos los Santos tuve gran deseo de que como aquí en la Tierra se hace fiesta y conmemoración solemne de todos los ciudadanos celestiales, así en el cielo se haga en tal día conmemoración solemne (con misericordia y clemencia) de todos los habitantes de este mundo y especialmente de los pecadores. De suerte que nadie haya en el mundo ni en el purgatorio, de quien en este día no se haga en el cielo memoria por parte de los mismos santos, y asimismo de las almas que están en el purgatorio; y tanto más que cada santo puede en aquel espejo divino ver y recordar a cada uno de los que están en la Tierra.

2 de noviembre 164 El día de las Ánimas[476], al decir la misa y ya desde que me preparaba a ella, tuve gran devoción, desde el principio hasta el fin, y cual nunca antes en semejante día había sentido, hacia los difuntos; y hacíalo todo el espíritu que me movía a compasión de los difuntos. Allí fue el derramar lágrimas en abundancia, pues pensaba en mis padres y parientes, en mis hermanos que han muerto en la Compañía[477], en los bienhechores, en 129

los padres de todos mis hermanos, y asimismo se me ofrecían en general todos aquellos que han sido encomendados a la bienaventurada Virgen María y a otros muchos santos de mi más peculiar devoción, y a los ángeles, los cuales desean también en especial tener algunos peculiares amigos en esta vida en que estamos en estado de merecer. 165 Tuve también un sentimiento con buena humildad de mi espíritu, con el cual me consolaba en parte, como con una respuesta sobre la continua sed y hambre que tengo de poder servir a Cristo, imitándole en salvar almas. Las palabras que con este sentimiento me venían, eran a este tenor: puesto que tú no eres digno de servir a Cristo, Señor de los que dominan[478], y puesto que no mereces ocuparte en la mies de las almas, reconfórtate al menos con lo que puedas hacer por Cristo, poniéndote a servir a otro Señor menor que él; pongo por caso, puedes dedicarte a honrar a algún santo privado[479], o puedes servir a las almas que son atormentadas en el purgatorio; y este es gran negocio, pues a él solo en otros tiempos se dedicaban algunos. 166. El mismo día, es decir, el de las Ánimas, habiendo rezado nona, inmediatamente después de comer, sentí gran devoción con varias noticias de una santa ilustración acerca de una división de los hombres, que en general pueden reducirse a cinco. De los cuales el primero, del todo perfecto, es el celestial, completamente bienaventurado; el segundo, el de las ánimas que están en el purgatorio afligidas de grandísimos dolores y detenidas allí por un tiempo determinado en grandísimos tormentos; el tercero es el de las almas que están en el limbo, es decir, las de los niños que murieron con el pecado original y están privados de todos los bienes que por Cristo pueden conseguir los cristianos, aunque en ninguno de sus sentidos, ni internos ni externos, sean atormentados ni lo hayan de ser jamás; el cuarto, el de los condenados a las penas del infierno, los cuales sin remedio y de todas maneras padecen y por siempre padecerán; el quinto, es el de los que están en este mundo y van caminando entre la esperanza de la vida del cielo y del temor de la del infierno, que en sí mismos tienen con qué remediarse y salvarse, y en sí mismos también con qué condenarse; esto de sí mismos, y lo otro de la gracia divina[480], que está tan en nosotros y tan nuestra es y aun más que cualquiera voluntad propia nuestra. Considerando, pues, estos cinco grupos sentí varios afectos principalmente respecto de las ánimas que están en el purgatorio y de los que aún viven en este siglo[481]. 167 Sentí aquí también grandes deseos de que por nosotros oren los santos que tanto pueden en su gloria; y asimismo que oren también por nosotros las ánimas que están en el purgatorio, con sus gemidos y contriciones, que por otra parte a ellas de nada les aprovechan, las cuales, si aún estuviesen en cuerpos mortales podrían merecer en un instante los bienes celestiales. Y por esto pueden valer mucho, y más de lo que se puede decir, para nosotros, que creemos y no pisoteamos las cosas santas[482], sino que 130

muchísimo las apreciamos en la fe …prueba de las realidades que no se ven[483]. Haga Jesús que entren a su presencia por nosotros aquellos gemidos[484]. Sentí también aquí que sería muy bueno invocar el auxilio de las ánimas del purgatorio para con Dios, a fin de que se les conceda verdadero conocimiento y verdadero sentimiento de los pecados, diligencia en el bien obrar, afán de hacer frutos de penitencia, etc., y en general todas aquellas gracias por cuyo defecto ellas padecen tantas penas.

3 de noviembre 168 Al día siguiente al de la Ánimas de los fieles difuntos, por la mañana advertí muchas cosas que se me ofrecieron sobre cierta inteligencia de la desnudez de mi alma y de mi espíritu, y por eso, pedí con bastante buena devoción del afecto y del entendimiento que el Señor, por intercesión de todos los santos, se dignase vestirme con un vestido de pureza, inocencia, castidad y limpieza contra todos los calores de las suciedades y manchas de la lujuria[485] y con un vestido de fervor en el amor suyo y del prójimo contra todos los fríos de los males que de afuera amenazan a causa de la malicia humana y aun de cualesquiera adversidades. 169 Asimismo de la desnudez de las almas que están en el purgatorio tuve un conocimiento bastante claro, que me enseñaba que debo ponderar aquellas penas más de lo que hasta ahora he hecho, para compadecerme de las mismas ánimas, las cuales puede decirse que están muy desnudas, entre otras muchas cosas por esta, que cuantos males padecen, los padecen en su propio espíritu y alma, desnudos del cuerpo. Porque así como el alma, mejor siente el verdadero consuelo separada que unida al cuerpo, si todavía no está este glorificado, así el alma que padece fuera de su cuerpo, el cual por esto aún no es del todo miserable, más padece desnuda que si estuviera en su cuerpo mortal, si este aún no ha caído en su estado de total miseria. Pues más profundo es y mucho más íntimo el dolor que directamente penetra el alma y el espíritu que el que a ellos llega mediante el cuerpo; porque el cuerpo mortal y los mismos sentidos detienen y desvían algunas de las penas corporales y aun de las espirituales que se reciben por medio de los órganos o de las potencias del alma, sumergidas en el cuerpo; de suerte que no tan de veras se sienten por el alma, como cuando sin auxilio del cuerpo y fuera del cuerpo le vienen. 170 Noté también que ha de tener el hombre gran cuidado de no dejarse penetrar de aquellos vientos fríos que nacen de la atenta consideración de los defectos ajenos[486]. Porque con esos vientos frecuentemente acaece perderse la esperanza de la salvación del prójimo y la buena opinión de él y la confianza en él y el amor y caridad. Menester es 131

con el calor del espíritu superar estos males, no solo en cuanto están en nuestra mente, sino también, si posible fuera, en cuanto están en el mismo prójimo, para que con el bien se destruya el mal[487], ni por males que tenga se ha de dejar de tratar con él y de preocuparse. Y para esto sería sumamente necesario, en semejantes casos, no considerar la cosa en sí misma, sino en Dios a través de los signos de su beneplácito[488]. Porque quien más bien contempla y siente estas cosas defectuosas y llenas de males tal como son en sí mismas, ese tal pronto se turba, presto se enfría, luego desespera de hacer fruto y se abate hasta huir con acidia y tristeza. Y aun fácilmente se engaña, fácilmente juzga de las cosas echándolas a la peor parte, pronto se llena de sospechas, etc.[489]. 171 Otro día, dentro de la octava de Todos los Santos, comencé a sentir un deseo nuevo y bastante vivo de extenderme en todas las cosas a lo que está delante, olvidando lo que queda atrás[490]; por ejemplo, que cuando ejercitare alguna obra, o dijere, o pensare, o deseare algo, la intención de mi mente y voluntad se esfuercen, y tiendan hacia lo que me falta y es mejor, más alto, más útil y más grato a Dios[491]. 172 Diciendo el oficio de aquel día y celebrando la misa, se me dio también en parte que acerca del sentido de las palabras que iba diciendo, me esforzase siempre a más atención y más sentimiento[492] con temor de que mi alma y mi espíritu se distrajesen a otras cosas y no trabajasen por el contrario en sacar mayor y mejor provecho. 173 Aquí también advertí cuán frecuentemente nos aprovecha no sentir gran devoción; porque es preciso que aprendamos a obrar con pequeña gracia, o para decirlo de otro modo, a cooperar a una pequeña gracia de Dios, para que tenga lugar de ejercitarse lo que hay en nosotros y procede de nosotros[493]. Así que quiere Dios muchas veces que ayudado poco de la gracia te esfuerces al menos en conservar algún buen deseo o algún buen impulso de tu intención de ejecutar alguna obra o hacer algún fruto espiritual. Da también algunas veces temor bueno; y el mantenerlo suele ser frecuentemente mejor que algunos fervores de grande devoción[494]. Conviene, pues, que no estimemos en mucho solo la devoción, sino también el deseo y trabajo de buscarla y hasta el dolor de no tenerla; en lo cual, como es muy buena semilla, hay que ir creciendo hasta que llegue el fruto y la cosecha. Bueno es, por lo tanto, que ande el espíritu así buscando, pidiendo y llamando, aunque esto lo haga con pequeño sentimiento de devoción. Porque andando de este modo, se camina y se arrojan semillas con dificultad y lágrimas[495]; se camina, digo, hacia Dios mismo; mas cuando se tiene ya la gavilla de la devoción y consolación, entonces en cierto modo se vuelve y se sale del mismo Dios consolador, a quien buscando se ha hallado.

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174 Y aquel dicho de san Pablo, que no somos nosotros capaces por nosotros mismos, ni siquiera de pensar[496], no significa que nosotros nada podamos como por nosotros mismos, sino que dice que no nos bastamos para algún bien semejante. Porque es menester que Dios preceda y acompañe y siga eso mismo que de nosotros como de nosotros es, aunque esto último no baste; y así es que a Dios, aun en las cosas mínimas, hay que atribuir la suficiencia. Pero se requiere nuestro trabajo que coopere a la gracia de Dios y de la gracia de Dios reciba su suficiencia aun en la primera aprehensión del bien que hay que hacer. Nadie, pues, diga que no puede siempre obrar el bien y en todas partes; porque aunque nuestra suficiencia nos venga de Dios, con todo no debe aguardarse como si no estuviese en nosotros. Por el contrario, está en nosotros, aunque no venga de nosotros, porque la gracia está a la puerta llamando siempre[497]; y por consecuencia siempre y en todas partes nos previene y espera a que colaboremos con él con lo que está en nosotros (dado en la creación misma) y por otros medios[498].

5 de noviembre 175 El día quinto dentro de la octava de la misma fiesta de Todos los Santos, por la mañana, cuando me hubiese puesto a orar y contemplar, como tengo costumbre cada día, sobre el discurso de la vida de Cristo, sentí gran devoción respecto a los santos ángeles, a los santos y a las ánimas del purgatorio. Y rogaba a los ángeles que alguna vez fueron custodios de todos los santos y de todas las ánimas del purgatorio, que me fuesen propicios por los méritos de Cristo. También les pedía ser liberado de toda la malignidad de esos espíritus malos a quienes fue permitido que pusiesen a prueba a los santos y a las ánimas; porque sentía un poco cuán duro fuera caer en el poder de tales ángeles malos. 176 Supliqué también con gran devoción a Cristo mismo, considerando que se sujetó a las potestades externas del mal ángel de Herodes, de Arquelao, de Anás, de Caifás, de Pilatos y del otro Herodes, y de los demás que exteriormente le dieron pena; y asimismo de Satanás tentador, que con una grandísima violencia externa le tentó en el desierto, sobre el pináculo del templo y en la cumbre del monte[499], queriendo moverle a cosas que son de la carne, de la soberbia y de la avaricia. Deseaba, pues, por gracia de tan grande humildad de Cristo, que fuese posible que de aquí en adelante no tuviesen los demonios y malos ángeles poder en mi interior; sino antes bien, a no ser que otra cosa convenga, en mi exterior. Y aquí me venía a la mente cómo los demonios por mano de los hombres, con los azotes, los clavos y las demás cosas externas, tuvieron poder de atormentar a Cristo, mas no con pensamientos u otras malas sugestiones que pudiesen provocar al mal la carne o el espíritu. Y del mismo modo se me ocurría cómo la bienaventurada Virgen y muchos santos, y aún todos, han tenido aflicciones externas, más no así todos internas; aunque 133

algunos santos y santas (jamás, sin embargo, la Virgen María) fueron algunas veces, y aun muchas, interiormente tentados cerca de los placeres del mundo y de sus penas y dolores (de las aflicciones hablo y de los sentimientos de placer que se causan por ministerio de los malos espíritus). La bienaventurada Virgen María sintió tristezas grandes, conforme a aquello: y a ti misma una espada te atravesará el alma[500].

13 de noviembre 177 En el día que se enterró a don Bartolomé de Monzón, que fue a los 13 de noviembre, en la villa de la Baja Ingelheim, a dos leguas cerca de Maguncia, me entristecí pensando algunas de mis negligencias cometidas acerca de su cuidado, pareciéndome que yo no había hecho nada por él; y en esto tuve una respuesta diciendo que era cosa buena[501] cuando la persona pasa adelante con la voluntad a cualquier buena obra suya y no que la voluntad quede cansada y agravada por sus obras. Asimismo sentí otra enseñanza, considerando algunas repugnancias que suelen acaecer a los que se ejercitan en obras de caridad con los enfermos, y especialmente pobres, por los peligros de los contagios, de los hedores y de las otras molestias, que podrían hacer que cayese uno en tales o en otros males[502]. Y la enseñanza es que quien en estas, o en otras cualesquiera obras se ejercita por solo Cristo, debe estar en tal disposición de ánimo que en cualesquiera de estas buenas obras y donde quiera que esté, tenga voluntad gustosa de acabar su vida. 178 Asimismo aquí, como buscase yo alguna causa de devoción y de acción de gracias en que el dicho canónigo don Bartolomé hubiese muerto pasada la media noche del domingo, esto es, cerca de las dos, me ocurrió, para tener buenas esperanzas, que el dicho señor había tenido (y esto yo de cierto lo sabía por su modo de acabar y por su compañero) una grande y continua devoción, desde hacía muchos años, por san Miguel Arcángel, al cual con otros muchos ángeles está en verdad dedicado por muchas iglesias el lunes con cierta especial conmemoración[503]. Gozábame, pues, de que en tal día hubiese fallecido y con esto me consolaba. 179 Otro día, celebrando la misa y siendo en ella mi principal intención por nuestro padre Álvaro, que el día anterior había partido para Lovaina[504], teniendo en mis manos, si bien indigno, el dignísimo sacramento de la eucaristía, reconocí el gran beneficio de Dios para conmigo, que hasta entonces no había conocido y que se mostraba en haberme dejado mi cuerpo para que sirviese de instrumento al alma y con el cual me pueda ayudar para reverenciar de muchos modos al mismo Cristo y a su Padre.

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Sin el cuerpo, podría fácilmente suceder que hiciera yo mucho mal, de que ahora estoy lejos por la razón que no obedece el cuerpo al alma a la primera intimación de esta, ni están sujetos a aquellos primeros impulsos e ímpetus de esta. Rogaba, pues, a Cristo que se dignase concederme esta gracia a mí y a todos mis amigos y a otros, que no eche mi espíritu de este cuerpo, hasta que mi alma esté bien dispuesta para merecer ser recibida en manos de Dios todopoderoso. Porque ¿cómo podría resistir a los malos espíritus, si estuviera abierta a ellos y en su presencia, privada del cuerpo en que ahora se esconde? y ¿quién la impediría que no anduviese vagando demasiado, si ni su propio cuerpo ni otro espíritu le estorbase la ejecución de los movimientos de su voluntad? Estaría ahora en Roma, ahora en España, ahora en su patria con sus padres, ahora en otra parte[505]. Bueno es por lo tanto al alma misma y necesario hallarse detenida en el cuerpo, y que no pueda, sino por medio de él, obrar[506]. Sea pues bendito Dios, que dispone todo suavemente.

25 de noviembre 180 En el día de santa Catalina de Alejandría, tuve un singular conocimiento cómo me aprovecharía mucho, para mejor rezar mi oficio divino, hacer cuenta que durante la buena atención a las palabras de Dios nuestro Señor, el mismo Dios cuida de ti respecto de otros negocios y obras tuyas; y por esto no debes permitir que entonces te distraigas a ningunas obras, por buenas que sean y pías, no sea que estorbes al mismo Dios que esté él atento y cuidadoso. 181 Advertí también cuánto convendría que, cuando tú rezas tu oficio, considerases por una parte que tienes a Dios presente y a su buen ángel, que pesa y nota exactísimamente todo tu aprovechamiento y todo tu trabajo; y por otra parte al hombre enemigo[507], es decir, al espíritu malo, que lleva cuenta de cualquier falta que cometas, para poder alguna vez acusarte[508].

28 de noviembre 182 La víspera de san Saturnino, celebrando el oficio de san Cesáreo mártir, que me había quedado atrasado[509], hallé gran sentimiento de devoción sobre san Cesáreo mártir, aunque nada tenía propio de su vida o martirio. Entonces por primera vez se me dio a entender espiritualmente, que sería bueno, cuando ocurre la fiesta de un santo cualquiera, tomar acerca de tal santo una contemplación, que tuviese, además de los tres preludios acostumbrados, cinco puntos.

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El primero, dar gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo porque a tal santo o santa lo predestinó desde toda la eternidad, y luego lo eligió, llamó y justificó y engrandeció y finalmente glorificó[510]. El segundo punto sería dar gracias a la bienaventurada Virgen, al bienaventurado san Miguel y al ángel de aquel santo y a todos los santos, hombres y mujeres, que con sus oraciones o de otros modos cualesquiera para con Dios le ayudaron a salvarse. El tercero, orar a Dios y al mismo santo por todas las almas de los difuntos y de los vivos que fueron y son devotos de tal santo. El cuarto, considerando cuán bueno es que así suceda, pedir a Dios que nos conserve aquella doctrina y escritos con los cuales podamos tener memoria de algunas palabras y aun acciones que aquel santo, mientras vivió, ejecutó para edificación nuestra. El quinto, considerar cuán bueno y cuán útil es o sería que las reliquias del cuerpo del tal santo o santa se conserven o se conservasen en todo o en parte y con suma veneración se guardasen. Quien en estos puntos no hallase materia para ejercitar el entendimiento, ejercite la voluntad de su corazón en desear que todas estas cosas sean así y cada vez más y mejor se hagan[511].

29 de noviembre 183 El día de san Saturnino, que era vigilia de san Andrés apóstol, queriendo decir misa, me fue dado pedir con buen ánimo las cosas que se siguen, a saber, al Padre celestial, la gracia y cuantas cosas necesita mi memoria; al Hijo, cuanto necesita mi entendimiento, y al Espíritu Santo lo que necesita mi voluntad. De esta suerte encomendaba a la Santísima Trinidad mis tres potencias. Encomendaba además mi alma al alma misma de Cristo, mi Señor y Salvador, y por fin todo mi compuesto y aquel que se llama hombre, al mismo Cristo hecho hombre por nosotros. 184 Aquí, además, con un singular deseo espiritual y con especial conocimiento de mi (si vale la palabra) reptilidad, y de la bajeza de mi espíritu, pedía gracia con que se levantase mi alma, y que de aquí adelante no esté, como suele, inclinada hacia abajo y a estas cosas bajas en fuerza de su debilidad, sino que, por gracia de Jesucristo, se enderecen para poder crecer y levantar los ojos a lo que está arriba. Para esto se me ocurrió lo que ya otras muchas veces se me había ocurrido, a saber, que es bueno hacerme devoto de aquella santa mujer, que por Cristo fue librada del espíritu de debilidad, que la impedía que aun corporalmente pudiese mirar hacia arriba, y que en cuanto fue librada, pudo[512]. Hice, pues, este día un propósito, más firme que los 136

que había hecho antes, de tener de aquí adelante en mi memoria a Cristo cuando obraba tal milagro y a la misma mujer cuando tal gracia recibía; porque ayuda mucho, que según lo exijan nuestras necesidades, consideremos a Cristo como si estuviese administrando aquellas gracias que, mientras vivió esta vida mortal, administraba. 185 Ayuda también no poco invocar a los que tales gracias recibieron, para que al mismo Señor pidan por nosotros y nos alcancen parecidos bienes y aun los mismos. No es, pues, contra la piedad, sino conforme a la piedad, la doctrina que enseña ser cosa pía invocar especialmente a algunos santos para conseguir algunas gracias así para el espíritu como para el cuerpo[513]. Porque si bien Dios todo igualmente lo puede hacer por sí o por cualquier santo, o aun por cualquier otro, no quiere sin embargo hacerlo todo por un solo medio.

1 de diciembre 186 El día de san Eloy, obispo y confesor, yo hallé verdadera devoción multiplicando algunas invocaciones[514] para que él me alcanzase algunas gracias de nuestro Señor, sobre todo las que fuesen a propósito de aquellas dos palabras que hay en la oración del Común de los Confesores, en la que pedimos se nos aumente devoción y salvación[515], las cuales dos palabras mejor que de costumbre las sentí en la misa de san Eloy. Después de la misa, al hacer cierta petición, hallé aun más devoción. La forma de la petición que a Dios hice era esta: que se dignase poner los ojos, no en los méritos o deméritos míos, ni en la frialdad de mis buenos deseos, sino en mis necesidades, pobrezas, miserias, y en las cosas que me pueden ser útiles. 187 En la misma misa me fue dado hacer uso de esta fórmula: Señor mío Jesucristo, aparta de mí todo mal y toda imperfección que pueda impedir que los ojos de tu humanidad me miren, que tus oídos oigan mis palabras, que tu olfato no se retire de mí por mis hedores, tu gusto por mis insipideces y tu tacto por mi frialdad mala y el calor malo, y sequedad nimia y humedad. En suma, suplícote, Señor mío, que quites de mí cuanto me divide, separa y aleja de ti, y a ti de mí; quita todo lo que me hace inmundo, lo que me vuelve seco, lo que me pone rígido, torcido, enfermo, indigno de ser visitado por ti, corregido por ti, reprendido por ti, y de que me hables, de que comuniques conmigo y me ames y me quieras bien. Compadécete de mí, Señor, y compadécete siempre de mí y aparta de mí todos los males que me impiden verte, oírte, gustarte, olerte, tocarte, temerte, acordarme de ti, entenderte, esperar en ti, amarte, poseerte, tenerte presente, y en parte gozar de ti[516]. Y lo que de ti, Señor mío, y de tu divinidad y humanidad deseo, ruégote que al menos se me conceda en toda palabra que procede de

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tu boca[517]. Porque me bastaría que las palabras de Jesucristo, mi Señor, en mí permanecieran y yo de todos modos las sintiese.

30 de noviembre – 5 de diciembre 188 En los días de san Andrés apóstol y de la dominica primera del Adviento y de santa Bárbara, y de san Eloy, que ocurre el primero de diciembre, hasta el día de san Sabas, abad[518]; comencé a sentir una gracia que antes nunca había sentido. Y esta gracia de Dios para conmigo se echaba de ver en esto: que hasta ahora en las distracciones que tengo en la oración, tanto aquellas que me apartan de los pensamientos y sentimientos buenos (de estos raras veces me distraigo), como aquellas que me sacan del ocio del espíritu y me hacen estar sin fruto…[519] Noté, pues, esta diferencia entre lo que aquellos días comenzó a ser y lo que antes era más frecuente: cuando me distraía, me solía sacar de mi distracción y meterme, por así decirlo, dentro de mí mismo, más que un motor interno, uno externo y que venía de fuera; de fuera, digo, como es por ejemplo la fuerza de las tentaciones que provienen de los malos pensamientos; que si de estas cosas no hubiese sido azotado, muchas veces no habría vuelto, ni siquiera habría pedido gracia para volver a mi corazón; y asimismo el remordimiento de la conciencia, y el temor, y finalmente muchas represiones que se ofrecían a mi entendimiento y me angustiaban cuando estaba distraído; de todas las cuales cosas se causaba en mí un dolor que me aguijoneaba para que procurase devoción y el remedio de las distracciones. Esto, pues, era lo más ordinario en mí y lo que yo más advertía; y sin embargo no me faltaban deseos, ni dejaba de pedir al Señor que me hiciese esta gracia que ahora empecé a sentir que se me daba en parte, a saber, que este ser llamada hacia atrás mi alma, cuando se apartase de lo que la tiene en paz, naciese de dentro de ella, y esta vuelta le saliese de las entrañas y del corazón[520]. Y esto fue lo que más que nunca noté estos días; porque advertí muchas veces, cuando de la paz de mi espíritu me distraía a alguna cosa contraria, advertí que el volver en mí y entrar de nuevo dentro de mí tenía su principio dentro de mí. Grande por lo tanto fue la devoción que hallé, aplicando para obtener esta gracia el discurso de la vida de Cristo, el cual empezó también a entrar dentro de nosotros por medios internos, cuando preservó a su madre de toda culpa de pecado original, y cuando en las entrañas de ella se hizo hombre y visitó a Juan en las de la suya, dejando para el fin el crecer en el exterior[521]. 189 Noté aquí que a la manera que Cristo, en los treinta años próximamente que vivió antes de comenzar a enseñar al mundo con palabras, nos enseñó con obras; así es menester que el mundo atienda a sí propio con cuidado para perfeccionarse en sí

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mismo[522]; de suerte que primero que todo aprenda a imitar aquellas acciones de Cristo, que obró cuando aún estaba escondido en el vientre y no usaba de su humanidad, entendiendo, recordando, deseando, viendo, oyendo, gustando, oliendo y tocando experimentalmente. Débese también considerar para imitarle, que primero quiso tener el uso de la vista y de los otros sentidos externos que el uso experimental del verdadero raciocinio humano; que además quiso antes oír que ejercitar la palabra; antes quiso estar sujeto que dominar; ser discípulo que maestro (ser, digo, y no solo llamarse), ser gobernado que gobernar, etc.

5 de diciembre 190 Este día de san Sabas, abad, queriendo decir misa por mi confesor, sentí una gran memoria y la gracia de una grande y desacostumbrada gratitud a todos los confesores que en mi vida he tenido, y asimismo a quien me bautizó, a quien me confirmó, a los que me dieron las sagradas órdenes y en general cualesquiera sacramentos. Tuve también una general memoria de todos mis preceptores, y en suma de todos aquellos por cuyo ministerio me ha venido alguna gracia de Dios, ya sea de palabra, o por signos, o de cualquier otra manera. Y lo mismo hice en nombre de todos mis hermanos, deseando en esta parte, por nuestra fe en Jesucristo, hacer las veces de ellos, así como en muchas cosas hacen ellos mis veces, y en muchas delante de Dios me excusan, como miembro de miembro[523]; pues así como Dios por ventura me comunica a mí algunas cosas, o dándomelas a entender, o moviéndome a hacer gracias por ellas, que a todos los demás no comunica, así al contrario, habrá muchísimas cosas que otros conocen, de que yo jamás he tenido pensamiento. Tuve también gran deseo de la salvación de todos aquellos que alguna vez me han comunicado o los sacramentos, como he dicho, o cualesquiera otros dones de Dios y cualesquiera bienes. Deseaba, pues, que el mismo Dios se dignase hacerlos ministros de su gloria para conmigo, y de los bienes celestiales, a todos aquellos que ha querido sean ministros de su gracia y de bienes temporales. Me fue también dado que con buen sentimiento de humildad deseara se me concediese esta otra petición, es a saber: que por gracia y misericordia de Jesucristo puedan todos ellos ser mis bienhechores gloriosos, aquellos que fueron mis bienhechores generosos en esta vida; y que yo merezca estar con una especie de gloriosa servidumbre sujeto a todos aquellos a quienes de cualquier modo estuve sujeto en esta vida con la servidumbre que se da en el estado de gracia. Amén.

8 de diciembre 139

191 En los días de la solemnidad de la concepción purísima de la Virgen María, sentí una nueva solidez y estabilidad de corazón y de todo mi interior, de donde veía resultar que entraban menos dentro de mí las olas de las tentaciones que de fuera venían. No sentí grande devoción de parte de pensamientos que me moviesen a grandes alteraciones y sentimientos vivos de devoción; pero tampoco sentí, como de costumbre, que entrasen en mí pensamientos del inmundo y mal espíritu; porque el sujeto mismo estaba, por gracia de Dios, de un modo nuevo que yo no entiendo, solidificado en sí y hecho estable. Es como si dijera uno que su casa se había consolidado o en el cimiento, o en las paredes y columnas o en las demás partes de la estructura, aunque el ornamento de ella no hubiese aumentado. Otras muchas veces he sentido en mí fervores provocados por mociones e inspiraciones buenas y santas, y con todo al mismo tiempo sentía ciertas grandísimas debilidades y la inestabilidad del propio sujeto[524]. Haga Cristo, buenísimo y santo de los santos, por intercesión de su Madre y de todos los ángeles y santos del cielo, que cada día se renueven ambas cosas en mí, es decir, mi sujeto y el ornato de él, y se disminuyan sus imperfecciones. Ojalá se renueve el mismo ser, el mismo vivir, el mismo sentir, y en fin el mismo poder, y luego las cualidades y cualesquiera santos accidentes de que el sujeto necesita para la eterna y celeste vida y que agradan a Dios. 192 En el mismo tiempo de la fiesta de la Concepción, noté acerca de mis lecciones[525] que me encontraba en cierta manera con mayor luz dentro de mí y como sacado en parte de mi propia nativa confusión y falta de claridad, y asimismo que mi memoria era más capaz y retentiva, y que ya no me turbaba como antes solía. Ojalá que estos sean principios de este otro bien, que por fin pueda alguna vez salir de mis tinieblas a aquella luz inaccesible[526]. Y del profundo de mi propia confusión y debilidad y flaqueza a aquella clarísima vida, llena de toda fortaleza y de toda solidez[527]. Sabe Dios la cantidad y calidad de mi ser y de mi poder, sabe también mis deformidades propias, mis manchas y todos los otros malos y vilísimos accidentes. Mas la bienaventurada Virgen María, madre nuestra y abogada, toda hermosa y toda inmaculada por dentro y por fuera, es poderosa con el Padre, y con el Hijo, y con el Espíritu Santo para alcanzarme con sus oraciones gracia, con que lo interior de mi sujeto se reforme, y aun para que se pinte y se revista de santos accidentes. Así sea, así sea. Al fin, lo que fuere dimanará del poder del Padre, será administrado por la sabiduría del Hijo, y dado en la bondad del Espíritu Santo. Así sea, así sea[528].

25 de diciembre 193 En la sacratísima noche en que nació Jesucristo nuestro Señor, hallándome en los maitines en la iglesia catedral a la vista de las reliquias y diciendo los nocturnos de 140

maitines, sentí gran devoción y grande efusión de lágrimas desde el principio hasta el fin. Penetráronme muchísimo aquellas palabras del profeta Jeremías[529] que se leen allí en el primer nocturno. Se me dieron también grandes deseos, con los cuales de todo corazón ansiaba poder nacer de Dios y no de la sangre, ni del deseo de carne, ni del deseo de hombre[530]. 194 Deseé también con conocimiento de causa y bien dispuesto que nacieran aquella noche algunos buenos y eficaces medios y remedios contra los males de nuestro siglo. Sentí también un gusto profundo a fin de nacer a toda obra buena que sirva para el bien de mi alma, o para honor de Dios, o para el bien del prójimo. Lo cual se haría si me diere el Señor espíritu en el cual y por el cual me dirigiese yo a mí mismo completamente y me ordenase a cada una de semejantes obras buenas, imitándole a él, que para cada uno fue todo concebido, y para cada uno nacido y muerto, etc. De este modo debemos vivir en espíritu lo que nos resta de vida, y hacer todas nuestras obras para bien del prójimo y alabanza de Dios, pues basta y sobra que el tiempo pasado lo hayamos empleado en vivir para nosotros y nuestras comodidades temporales, como sí para nosotros solos hubiéramos nacido. 195 Advierte que tres son las cosas que han concurrido a nuestro nacimiento corporal: la materia aquella de sangre de que somos formados; segundo, la voluntad de la carne y el deseo de los padres que nos engendraron; tercero, la otra voluntad que los padres tuvieron de que sus hijos fuesen ricos en este mundo, por la cual voluntad muchas veces apetece engendrar hijos. Por tanto quien de nuevo debe nacer, debe nacer de Dios mismo, cuya naturaleza es perfectísima y la voluntad rectísima y santísima; de tal manera vivir que no se deje llevar de la inclinación de su naturaleza corrompida que de la sangre tiene, ni debe ya moverse conforme al apetito carnal, ni conforme a aquellos movimientos de la voluntad, que son humanos y de hombre de este mundo. Y estos son los frutos, de los que se han de tomar las señales del verdadero nacimiento; es decir, del nacimiento que es de Dios[531]. 196 La primera misa, a saber, la de la medianoche, la apliqué cuanto de mi intención dependió, por nuestra Compañía, a la cual con ansia deseaba una natividad o nacimiento de todos buenos deseos y de toda santidad y justicia delante de Dios, y que naciese cada uno de ella para todo el mundo. Esta misa la dije en la catedral. La segunda, en el monasterio de las carmelitas por el nacimiento espiritual de todos los bienes en el obispado de Maguncia y en toda la región del Rin, que me estaba encomendada. La tercera, en la iglesia de Nuestra Señora de las Gradas, donde tuve ocasión de meditar sobre la solemnidad del parto de la misma santísima Virgen. Esta misa la dije 141

porque nacieran remedios que necesitan estos calamitosos tiempos; es decir, por la paz entre los príncipes cristianos, por la extirpación de las herejías y por todos los otros bienes universales. 197 En la primera misa, como me sintiese enteramente frío antes de la comunión, y me doliese de que en mí no estuviese mejor dispuesta mi habitación, me sobrevino un movimiento del espíritu bastante vivo en que, con un sentimiento interno de devoción que llegó hasta las lágrimas, tuve esta respuesta: que Jesucristo venía al establo, y que, si estuvieras fervorosísimo, no verías aquí la humanidad de tu Señor, porque, espiritualmente, corresponderías menos a la definición de un establo. Consoléme, pues, con el mismo Señor porque se dignase venir a una casa tan fría. Yo quería que estuviese mi casa muy adornada para consolarme con ella; pero vi en qué condiciones estaba el Señor alojado y con esto me consolé. Ojalá se me conceda de aquí en adelante que ya no pueda ver en mí aquel modo, aquella forma, aquella disposición que quisiera yo tener para con el mismo mi Dios y mi Jesús, o su Madre, o sus santos. Ojalá, mientras esto por justa causa se me niegue, se me conceda ver y sentir la disposición, forma y modo en que está él para conmigo. 198 Hasta ahora yo siempre he puesto más empeño en procurar ornato con que presentarme a Dios y a sus santos, que en procurar un conocimiento tal que me hiciese sentir cuál es el ornato de ellos, cuando ponen en mí sus ojos, o me aman, o me sufren, o me ayudan. Yo siempre he buscado revestirme de devoción y otros cualesquiera aderezos, con que pudiese atraerlos a ellos, es decir, a Dios, y a los santos, hacia mí y hacerme amable a ellos y agradable; pero no he buscado también cómo ir hacia ellos, lo cual sería muy fácil dado que podía contemplar los bienes que en sí tienen y con los cuales son en sí tan amables y agradables. Denme el Padre todopoderoso y el Hijo y el Espíritu Santo gracia para que sepa y pueda y quiera procurar y pedir a un mismo tiempo estas dos cosas; a saber, ser amado de Dios y de sus santos y amar a Dios y a sus santos. De aquí en adelante más cuidado he de poner en lo que es mejor y más generoso y que yo menos he hecho, es a saber, más querer amar que ser amado[532]. Y por esto he de buscar con más diligencias aquellas señales que me puedan mostrar que amo, que no las que me muestran que soy amado. Y estas señales serán los trabajos por Cristo y por el prójimo, conforme a aquello que dijo Cristo a san Pedro: ¿me amas más que estos?; apacienta mis ovejas[533]. Atiende, pues, a ser primero Pedro, para que después seas Juan, el cual es más amado y en quien está la gracia. Hasta ahora has querido ser primero Juan y después Pedro. Esto escribía el día de san Esteban después de haber dicho las vísperas de san Juan Evangelista.

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27 de diciembre 199 El día de san Juan Evangelista dije la misa por algunas necesidades espirituales y contra ciertos fríos de los espíritus malignos, que muchas veces me ponen en tal disposición respecto de algunos de mis prójimos y a ellos respecto de mí, que no sabemos sufrirnos los unos a los otros y corregirnos. Y en esto hallé bastante gran devoción y gran esperanza contra las molestias de los demonios, que son causa de que los hombres unos a otros cierren sus corazones, y a veces de que no sepa el uno soportar al otro, o cuando no haya que soportarle, no sepa o no quiera corregirle, sino más bien quiera alejarse de él, agitado de aquel espíritu de división[534]. 200 Aquí de todo corazón rogaba a los ángeles custodios de los hombres y a todos los demás, que con Cristo se dignasen nacer en nosotros, y lo mismo a los santos de Dios, hombres y mujeres, y a las almas que reinan en el cielo. Y lo mismo deseaba, de cuantos aún están en esta vida, que naciese cada uno de ellos para provecho y salvación propia y de todos sus prójimos; esto es, que ahora comenzase animosamente a ordenarse a sí todo y referirse a la utilidad de todos los prójimos, primero espiritual y después aun la corporal. 201 En la misa, al leer las palabras que hablan del amor de Jesús a Juan[535], sentí un gran deseo de amar y honrar al mismo Juan, entendiendo que en esto se hace una cosa agradable al mismo Señor, al cual quien quiere amar, debe también amar todo cuanto ama él, y ante todo la salvación y espiritual vida y consuelo y alimento de las almas, esto es de las ovejas de él y de los corderos, conforme a la recomendación que él mismo hizo a Pedro, a quien por tercera vez había preguntado: ¿me amas?[536]. 202 En estos días de Navidad[537], este solo bien, encaminado a nacer yo espiritualmente, me parece que conseguí, a saber: desear con una solicitud nueva hallar señales del amor de Dios y de Cristo y de sus cosas, que me hagan en adelante pensar más, desear más, y con más gusto hablar y elegir todo lo que es de Dios. Hasta ahora he andado yo muy solícito en procurar aquellos sentimientos de los cuales puede tomarse algún indicio de ser uno amado de Dios y de sus santos; pues lo que más quería entender era cómo se habían respecto de mí. Y esto no es malo; antes es lo primero que ocurre a los que caminan hacia Dios, o por decirlo mejor, tratan de hacerse a Dios propicio. Porque no se ha de suponer inmediatamente a los principios y mucho menos antes del principio de nuestra conversión, o con fe cierta (como algunos malamente opinan) se ha de creer que el mismo Dios y su Cristo y toda aquella celestial compañía están respecto de nosotros aplacadísimos y nada enojados; pero ni aun cuando estén aplacados cuanto a lo que es amenazarnos con penas eternas, se ha de pensar que por consiguiente tampoco nos 143

amenazan ya con obras ningunas laboriosas de penitencia; habiendo dicho de Pablo, aun después de escogido para vaso de elección: yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre[538]. 203 Solemos pues, no procediendo mal, en los principios de nuestro vivir bien, andar principalmente solícitos de contentar en nosotros mismos a Dios preparándole habitación corporal y espiritual, en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu. Hay sin embargo un cierto tiempo (cual sea, sola la unción del Espíritu Santo a cada uno de los que van rectamente aprovechando se lo enseña), en el que se nos concede y se nos exige que no tan principal y primariamente queramos y procuremos ser amados de Dios, sino que nuestro principal empeño debe ser amarle a él, esto es, que no andemos averiguando cómo se ha respecto de nosotros, sino cómo se ha él en sí y en las otras cosas, y qué es lo que en las cosas absolutamente le agrada o desagrada a él. Aquello primero, que hemos dicho, era traer a Dios hasta nosotros; más esto otro es llevarnos a nosotros mismos hasta Dios. En aquello primero buscamos que él se acuerde y tenga cuidado de nosotros, mas en esto segundo procuramos acordarnos de él y poner toda nuestra solicitud en lo que a él agrada. En el primer procedimiento consiste la vida de perfeccionarse en nosotros el temor verdadero y la reverencia filial; en el segundo, la de la perfección de la caridad. Denos, pues, Dios, a mí y a todos, los dos pies sobre los que nos debemos de apoyar cuando caminamos por esta escala que nos conduce a Dios: verdadero temor y verdadero amor. Hasta ahora me parece que el temor ha sido en mí el pie derecho y el amor el izquierdo. Ahora ya deseo que el amor sea el derecho y el principal, y el temor vaya siendo el izquierdo y menos principal. Y ojalá sea aun ahora nacido y en esto crezca hasta llegar a ser varón perfecto[539].

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ANOTACIONES DEL AÑO 1543

ASCHAFFENBURG 1 de enero 204 El día de la circuncisión de nuestro Señor Jesucristo y en las primeras vísperas de él, en la iglesia mayor de Aschaffenburg, hallé gran devoción en oír las vísperas y ver el ornato de este templo; me vinieron grandes deseos sobre la renovación del año, no solo para mí en particular sino para todo el mundo y sobre varias cosas, como eran, por ejemplo, la paz, la firmeza y restauración de la fe católica, el culto divino. Por la mañana, en la misa, sentí con un vivo espíritu cuán bueno es y cuánto hace para la paz ser de Dios solo aprobados y de él solo vistos cuando se nos hace algún bien. 205 Advertí también que Cristo no quiso tener su nombre de Jesús en presencia de la comunidad de los judíos antes de derramar la sangre. Y por esto me parecía que se le debía suplicar muy encarecidamente que, a fin de que merezcamos tener algún buen nombre debajo de él, nos dé gracia con la que sea en nosotros circuncidado cuanto no aprovecha para fruto perfecto. No busquemos, pues, en esta vida nombre ninguno que no caiga bajo el nombre de Jesús, es decir, Salvador. Pues el que busca el nombre de padre y no para tener cuidado con la salvación de los hijos, no hace bien; y así de maestro, pastor, señor, obispo, procurador, rey, caudillo, emperador y otros nombres, los cuales todos tienen su significación comprendida debajo de la significación del nombre de Jesús[540]. 206 Aquí tuve un buen deseo y fue de que haya este año en mi alma espiritualmente cuatro estaciones; a saber, un invierno espiritual para que las semillas divinas echadas en la tierra de mi alma se desarrollen y puedan echar raíces; segundo, una espiritual primavera, para que esta tierra mía pueda germinar bien sus frutos; tercero, un espiritual verano para que puedan madurar los frutos y hacer una mies muy buena; y cuarto, un espiritual otoño en que los frutos maduros se puedan recoger y en los graneros de Dios juntarse y guardarse para que no se pierdan. 207 Deseé, además, que por gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual en prenda del pacto obediencial con Dios Padre, sufrió en su carne la circuncisión y en la misma carne al fin la muerte, se me conceda alguna verdadera circuncisión de mi espíritu hecha por el Espíritu Santo en prenda y arras de mi amor perpetuo a Jesucristo y del suyo a mí[541]. 145

208 En tiempo de vísperas, viendo con mis ojos la modestia que se veía pintada en una imagen de la Virgen María, sentí en algún modo de cuánto valor es aquella gracia de Dios que hace que uno ponga todo su conato en agradar a solo Dios y tener y retener toda su gracia, como quien no quiere, por medio de una comunicación abierta y desenvuelta de sí mismo, atraer a ninguno de los mortales a que le ame o en él piense. Pues de un modo semejante toda la hermosura de María es interior y escondida en Dios[542].

2-3 de enero 209 El día de la octava de san Esteban, dije misa en la capilla del arzobispo de Maguncia, que por mí estuvo adornada, como en días solemnes, de todas sus reliquias y tesoros. Al siguiente día, que fue el de la octava de san Juan, celebré en otra capilla, que es del mismo arzobispo y está en la iglesia mayor, la cual capilla también estaba adornada como en días solemnes[543]. Al llegar al altar en estos lugares tan adornados, me hallé con muy poca devoción dentro de mí. Al contrario, me puse en el altar con una sequedad completa y así estuve allí y así me retiré; de donde resultó, por gracia de Jesucristo crucificado, que completamente se enfriase en mí todo apetito que yo tuviera de procurarme, para alcanzar devoción y hallar mejor a Cristo crucificado, tantos y tan grandes medios exteriores. Porque acaece frecuentemente, como me acaeció a mí aquí, que, cuando uno halla mayor favor en los hombres, esté más destituido de todo favor con Cristo y con el espíritu de Cristo[544]. 210 Sentí aquí en mi alma una especie de fuga de los favores humanos y de la gracia que puede uno tener con los magnates, viendo que es medio más eficaz, para tener la gracia de Dios, ser desamparado y ponerse muy cerca de Cristo puesto en la cruz. Así que todo humano favor, si alguno hay que buscar, o cuando se ofrece aceptar, debe uno referirlo y dirigirlo a la edificación de los prójimos y no a sí mismo; puesto que sin ningún favor mejor puede ser hallado el Jesús de nuestras almas. 211 Preciso es, pues, siempre tender y con el ánimo inclinarse hacia aquella parte del camino que lleva a la cruz. Porque Cristo crucificado es el verdadero camino para la gloria de nuestra alma y de nuestro cuerpo; ni solo camino sino también verdad y vida[545]. Por tanto, cuando para ti trabajares y tu propia edificación y verdadera consolación buscares, o tu propio aprovechamiento, mira que resistas siempre a la gracia humana y favores de los hombres, echando mano de las cosas ínfimas, esto es, de las que son propias de la cruz.

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Otros habrá que hasta cierto grado por medio de la externa hermosura, poder y bondad, que se les pone delante, mejor aprovechen para dar gracias a Dios y mejor acaso se muevan a glorificar a Dios todopoderoso y de todas suertes infinito. Pero es menester al fin (si ya desde el principio no se ha hecho) que vengamos a aquella cruz en que estuvo pendiente nuestra salud. Porque en Cristo crucificado está nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección. Las cuales tres cosas por su orden preceden a la gloria que en los cielos nos aguarda; y esta misma gloria es por Cristo y de Cristo y en Cristo glorificado. 212 Hay que buscar, pues, primero la virtud de Cristo crucificado, y después la virtud de Cristo glorioso, y no al contrario. Aquella virtud estuvo en querer Cristo de su voluntad morir y padecer cuanto quisieron hacerle padecer sus enemigos; y por ella fue destruida nuestra muerte, que principalmente se afirmaba y aun se afirma y en cierto modo se construye por el temor de los sufrimientos y de morir. Solo él, verdaderamente, destruyó y en cierto modo redujo la muerte a la nada, porque solo él de su voluntad tomó un cuerpo por nosotros, y por nosotros lo expuso a los tormentos y a la muerte para dejarlo[546]. Así nosotros con el mismo pensamiento y con semejante voluntad debemos amarnos; esto es, debemos voluntariamente ofrecernos a los tormentos y a la muerte para destruir el cuerpo del pecado[547], para que al fin hallemos el cuerpo de gracia y gloria de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor, en quien es preciso se halle el ser de nuestro espíritu, y su vivir, y su morir[548].

6 de enero 213 El día de la Epifanía del Señor, que es la fiesta de los reyes, sentí grandes consolaciones espirituales; y primeramente en el acostumbrado discurso de mis letanías en que todo procuré traerlo a que todos los santos se dignasen adorar en mi nombre a Dios todopoderoso y a su Cristo, Jesús, Señor nuestro. Aquí, con sentimiento de mi alma, deseé que todos los movimientos exteriores de mi cuerpo y todas las mociones que se dirigen a Dios, sean siempre aceptos al mismo Dios, aun cuando el corazón, y aun el mismo espíritu, que es más independiente de la carne, no sepan algunas veces levantarse hacia arriba. Sentí aquí una cierta compasión por las afrentas que Jesucristo nuestro Señor padeció en su vida hasta la muerte; tan al revés del homenaje que recibió de los tres reyes[549]. 214 Y aquí tuve un cierto deseo que me fuese concedida la gracia de nunca gozarme sino en Dios o en el prójimo y nunca entristecerme por mis incomodidades temporales, sino solo por aquellas que son de mis prójimos o se refieren al mismo Dios. Y tuve muy

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buena estimación y ponderé las buenas obras de varias personas, que o en mí, o en otros, o en Dios se ocupan, trabajando de cualquier modo que sea. 215 Tuve también un gran deseo, mientras estaba en la misa, que se cantaba en el altar de los tres reyes; y era que se me diese gracia de dejar detrás de mí varias memorias, aun externas, de Dios y de sus santos; o que si ha de borrarse esta memoria en estas partes, yo primero deje de estar en la memoria de los vivos y en este mundo. Porque ¿qué habría para mí en la Tierra (me parecía a mí), si no hubiera en ella memoria de Dios y de sus santos? Estas cosas me ocurrían con ocasión de las imágenes de los santos y de las pinturas exteriores de los misterios de Cristo, que entonces y otras veces siempre me han sugerido varios recuerdos e inteligencias de las cosas santas. Y por estas cosas crecía en mí el amor y reverencia hacia el reverendísimo señor Alberto, arzobispo y príncipe de Maguncia, que tanto cuidado en toda su vida ha tenido y tiene con las reliquias de los santos y el recuerdo de ellos que han de ser conservados y transmitidos a los venideros; la cual exterior memoria tanto es más necesaria cuanto menos la aprecian los hombres y están más fríos. Porque cuando esto sucede, si las imágenes y demás objetos, que son como muestra y figura de las realidades y las personas divinas no estuvieran muy adornadas, sería fácil que llegaran los hombres a despreciarlo todo. Porque ¿cómo no se despreciarían facilísimamente todas las cosas sagradas si, sin dignidad y decoro, fuesen tratadas, siendo así que se desprecian casi del todo, aun cuando se administran con el mayor ornato? 216 En la misa tuve un gran deseo de que el padre Álvaro, que está en Colonia, pueda tener especial memoria de hacer mis veces delante de los cuerpos de los tres reyes, que allí se conservan; y no solo de hacer mis veces, sino también las de todos mis compañeros. Lo mismo sentía y deseaba que hicieran todos los otros que están en lugares donde se veneran santos que entre nosotros están en tanta veneración.

7 de enero 217 El domingo infraoctava de la Epifanía apliqué la misa, entre otras cosas, para que fuese sacrificio y oblación de acción de gracias, por las que yo debo y nunca he hecho bastantemente ni podría suficientemente hacer por los varios dones de fe y humildad de espíritu que a mí, como a los otros católicos, se han infundido, no solo a petición mía, sino también a ruegos de toda la Iglesia y por la fe de ella. 218 Reparé aquí y sentí de qué manera los que se apartan de la Iglesia comienzan primero a entibiarse en las obras y en los ejercicios que versan sobre las gracias de Dios y sus diferentes dones, y por consiguiente a tener en poco y no apreciar todo aquello que 148

no entienden haber alcanzado por su propio juicio. De aquí viene que comiencen a buscar las razones de su fe y de su esperanza, poniéndolo todo en duda, con la cual arrojan de sí lo que el Espíritu Santo les había infundido, y pierden la fe verdadera que estaba fundada en la fe católica y en la comunión de los santos. Y cuando han arrojado estos dones comienzan ellos mismos a procurarse una fe suya propia, fundada en su juicio propio. Porque buscan razones y las examinan, cada uno por sí mismo; buscan además las Escrituras y la interpretación de ellas y juzgan del sentido; y de este modo forman su propia fe, o más bien sus opiniones y sus errores[550]. 219 Mas cuando quieren atraer a alguno a sus errores, lo primero que como principio y base procuran de él es que deponga toda pasión[551] (pasión llaman ellos cuando uno se adhiere firmemente, y como conviene a un verdadero católico cristiano, al parecer y dictamen de la Iglesia y a la autoridad de los doctores de la misma Iglesia). Y ¿qué otra cosa es dejar un hombre esa pasión al modo que la dejan ellos, sino arrojar y de propia voluntad perder la fe católica y la simplicidad y humildad del entendimiento cautivo en obsequio de la fe?[552]. De esta santa y necesaria cautividad cuando han sacado al hombre, le piden que se eche a buscar su fe y de ordinario la busque solo en las Escrituras y en la razón, sin aplicar otro juez que el propio arbitrio de cada uno. Cuando en estas investigaciones advierte alguno que, o ha perdido ya, o poco a poco va perdiendo la fe que antes tenía, le dicen que la fe hay que pedirla a Dios y que a Dios hay que pedir también el juicio para juzgar bien uno por sí mismo de las Escrituras y de lo demás; pues es la fe don de Dios y no ha sido acordada a todos, y cosas semejantes, que aun cuando sean verdaderísimas, con este sentido y en este lugar no hacen a la edificación. Pues aquí convendría más reconocer que son dones estos que puede uno de su voluntad malgastar y perder. Así que el que por su voluntad perdió la fe, que antes tenía cuando juraba en las palabras y en el sentido de la Iglesia católica y no había aún renunciado a los doctores católicos, ese no debe extrañarse al ver que por otras vías, las de su propio juicio, busca la fe y no la halla; y no debe echar la culpa a Dios de que no se la quiere dar. Porque a cada uno la quiere dar, mas no al que quiere vivir fuera de la Iglesia, donde no hay salud, ni vida, ni verdadera resurrección. Muchos y varios sentimientos y varios dones de gracia tiene cada uno de los fieles católicos cristianos; pero si quisiere por sí averiguar la razón de cada uno de esos sentimientos y dones y las Escrituras o palabras sagradas en que se apoyan, y averiguadas quisiere juzgarlas por sí, se hará daño de varias maneras. 220 Había recibido Eva[553] un excelente don de gracia para creer la palabra del precepto de Dios, que por la palabra de Adán le había sido comunicada; mas en cuanto prestó oído atento a la pregunta de la serpiente que le demandaba por qué les había Dios impuesto aquel precepto, etc., mientras ella averiguaba la razón del precepto para responder a quien ni podía edificarse ni edificar, como son casi todos los herejes, perdió 149

el don de la fe. Y, esto hecho, fue fácil engañarse y persuadirse a hacer lo que hizo; y de este modo la que, sin ejercitar su razón sino por la gracia que se le infundió con la palabra de Adán; había recibido la fe de que en cualquier hora que comiese moriría, poniéndose a racionar y usar de su propio juicio, recibió el error que consistía en creer que comiendo la misma fruta alcanzaría las dotes de los dioses inmortales y la ciencia del bien y del mal[554]. 221 Débense, pues, reconocer con muchas acciones de gracias los dones que tenemos y recibimos de la gracia de Dios sin nuestro propio juicio y aun sin pedirlos nosotros ni entenderlos. Como sucedió en el bautismo, en la fe de la Iglesia y de nuestros padres, infundiéndosenos las semillas de la fe católica y ortodoxa, y de la esperanza y caridad y demás virtudes; y lo mismo en los otros sacramentos, en los cuales se nos dan las gracias, no según la medida de nuestro entendimiento, ni según la inteligencia y sentimiento que tenemos de la forma y materia de los mismos sacramentos, sino más de lo que pedimos y más aún de lo que sabemos pensar y desear. 222 Si de alguno fueres preguntado, que ni puede edificarte, ni puede o no quiere edificarse con lo que tú le digas, con ese tal ni te pongas a hablar, sino huye y apártate de él como de una serpiente o escorpión; no quieras responder a sus preguntas, porque si respondes bien, no se edificará, y si mal, no te enseñará ni instruirá[555]. 223 El mismo día, estando en la misa y teniendo en mis manos el preciosísimo Cuerpo del Señor, tuve un cierto vivo conocimiento de lo que es estar en la presencia del sacramento de la verdad, y de aquella sagrada señal que en sí contiene toda verdad y toda bondad; al cual sacramento no conviene llegar sino después de mucho limpiarse y examinarse. Porque el que se llega sin haber hecho su reconciliación ante aquel que es vicario de Cristo en el foro de la penitencia, ese hallará su sentencia en el comer y beber el alimento de salud[556]. 224 Toma ejemplo de uno a quien se hubiera dado, en nombre de un príncipe terreno, orden de destierro por algún delito con que incurrió en la ira del príncipe; si despreciada la orden, no quisiese hacer caso de ella ni alejarse hasta reconciliarse con su príncipe, y aun pasase más adelante añadiendo, a esta su soberbia, el querer llegar a la presencia del príncipe, claro es que recibirá su sentencia, si así sin reconciliarse se presenta y sin retractarse y pedir perdón del delito pasado; porque aquel delito, como una cosa fétida y de muchas suertes repugnante, el príncipe no lo quiere delante de sí, sino que lo echen lejos, pero aquel hombre soberbio más y más procura, cuanto más se acerca, que esté a la vista del príncipe: aquel delito suyo y aquel hedor. Semejante a este es el que cargado de hedores de sus pecados, por los que había sido desterrado de la gracia de Dios, se presenta sin reconciliarse a la vista de Jesucristo a 150

quien recibe. Esto es como si a uno se le dijera: quítame de delante tal cosa que hiede, porque no quiero ni verla; y él se llegase más cerca y quisiese no solo que lo viera sino que lo tocase besándolo. Este virtualmente dice: sé que no puedes sufrir el verme, pero yo quiero que me beses; sé, Señor mío, que no puedes aguantar la vista de mi exterior, pero yo quiero que entres hasta mi interior, de donde es el hedor y la inmundicia, etc.

9 de enero 225 El tercer día, infraoctava de la Epifanía del Señor, me vinieron a la memoria unos discursos que antes había tenido acerca del orden de sucesión de algunas gracias que hace tiempo entendí que se deben buscar y pedir conforme al orden de mis letanías. Esto fue por medio de una comparación tomada de uno que debiera ser criado de algún grandísimo príncipe[557], y cuyas cualidades podían ser anotadas por este orden: Primero, y ante todo, que pueda, sepa y quiera servir; y conforme a estas tres cosas se pueden entender aquellas tres que pedimos a la Trinidad de las personas divinas, a saber, que podamos, sepamos y queramos servir a Jesucristo nuestro Señor. Segundo, el que ha de servir como criado, ha de tener alguna gracia, porque de lo contrario se echará de ver que es inepto; y esta gracia principalmente se ve y se saca de la virtud de la humildad, y conforme a esto pedimos a la bienaventurada Virgen María, ya que ella es y fue siempre toda llena de gracia, que nos la alcance a nosotros para que puedan todos nuestros obsequios agradar a Dios y a sus santos. En tercer lugar se requiere que el tal criado sea diligente y apto para servir; conforme a esto desearemos que los ángeles, que son espíritus servidores[558] nos alcancen esta aptitud y diligencia en el servir. Lo cuarto, es menester que el tal criado sea amigo de la decencia y de todo ornato, para que nada se ofrezca al paso de su Señor que le ofenda la vista; vivirá por lo tanto cuidadoso siempre y deseando que esté todo decente y bien preparado; y conforme a esta semejanza, suplicaremos a los patriarcas y profetas que intercedan por nosotros para que podamos preparar los caminos del Señor, como buenos precursores de Cristo. Lo quinto, es preciso que el criado esté pronto a seguir la corte a donde quiera que fuere; y así nosotros, como los apóstoles, procuraremos la gracia de seguir a nuestro Señor a donde a él le plazca. Sexto, es propio de un criado de cámara estar atentísimo a cada una de las palabras de su señor; y según esto pediremos a los discípulos que intercedan por nosotros para que podamos ser verdaderos discípulos de Cristo y atentos oyentes suyos y de todos los santos.

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Séptimo, es también condición necesaria que el tal criado sea siempre cauto en no ofender a ninguno de los que en la corte viven, antes bien procure ser a todos de provecho y a nadie nocivo, para que nadie jamás pueda de él llevar quejas a su señor; y según esto pediremos la gracia de los santos inocentes[559], para no dañar, escandalizar o desanimar a nadie. Octavo, requiérese también que el tal criado esté dispuesto a padecer, aun hasta la muerte, por la honra y por los intereses de su señor, y para defenderle, cuando sea justa defensa, y salvarle; y según esto invocaremos a los mártires para que nos alcancen la virtud de la paciencia, con la que podamos estar prontos a sufrir cualesquiera tribulaciones por nuestro Señor Jesucristo, es decir, por su honor, y por hacer su voluntad. La nona condición que debe tener el criado es que siempre y en todas partes hable bien de su señor, queriendo dilatar la fama y nombre de él; conforme a esto invocaremos a los confesores de Cristo para que por sus oraciones podamos siempre y en todas partes alabar y engrandecer de todas maneras a Jesucristo nuestro Señor. La décima condición puede ser que el tal criado huya diligentemente y evite todos los placeres y recreaciones, los lugares, conversaciones, y todo lo demás que le pueda estorbar el cumplimiento exacto de la voluntad de su señor; a esta condición acomodaremos la invocación de los santos monjes y ermitaños que renunciaron a todo lo que les podía ser agradable, para poder cumplir lo que les había sido mostrado ser voluntad de su Señor. La undécima es que tal criado procure por todos los medios estar limpio en sí y adornado para poder ser amado de su señor; y conforme a esto invocaremos el auxilio de las vírgenes sagradas que solo a Cristo su esposo de todas maneras procuran agradar. La duodécima, que si llega a ser amado y promovido al oficio de privado de su señor, tenga cuidado de serle fiel y no abusar de su amor, sino corresponder a él; conforme a esto, invocaremos a las santas que guardaron fidelidad en el matrimonio. La decimotercera condición es que, cuando el criado está fuera de la presencia de su señor y bienhechor, y más aún si por algún tiempo estuviera apartado de él, no le pierda la voluntad ni se vaya a buscar consuelos que pronto lo apartarían del cuidado de volver, como debe, a su señor; de aquí sacaremos el modo de la última petición, en la cual pediremos el auxilio de las viudas y de las que guardaron continencia, para que nos alcancen la gracia de no buscar otra consolación que la divina; antes bien, cuando no se nos diere gozar de nuestro Señor siempre y en todas partes, queramos más llorar y pasar tristezas por su ausencia que no volvernos hacia otro deleite alguno, que no nos venga enviado de él, suministrado por él, y terminado en él. Amén, amén. 226 Otro día[560], dentro de esta misma octava de la Epifanía del Señor, sentí un buen espíritu que me hacía admirar la gracia de Dios, que ha hecho que yo vea treinta y siete 152

veces estas fiestas de Navidad y Epifanía[561]; y así discurría por los otros días festivos, que en tantos años pasados han amanecido para mí; y yo tan poco fruto de ellos he sacado y nunca he sido bastante agradecido que reconociera al menos la benignidad de Dios, a la cual se debe que estos y semejantes bienes tantas veces se hayan repetido en mí estos treinta y siete años ya pasados, y a vuelta de los tiempos se me hayan puesto delante de los ojos, para que de tales bienes sacase mi provecho, y lo que los años anteriores hubiese descuidado lo pudiese resarcir con las gracias que de nuevo se me daban. Aquí, pues, daba gracias y reconocía mi ingratitud y mi descuido, negligencia e irreflexión. Bendito sea Dios que me ha concedido conocer esto y haga él que de aquí en adelante pueda yo ir creciendo en todo conocimiento santo de Cristo, manifestado y tantas veces y de tantos modos a nosotros declarado. Por esta clemencia de Dios para conmigo y por sus abundantes misericordias para con todo el género humano, y por mis negligencias y la de todos los mortales en reconocer todo esto, ofrecí el sacrificio de alabanza y propiación en holocausto y hostia por los pecados[562]. Dígnese Dios Padre aceptarlo. 227 Después de maitines, yendo a decir misa, sentí una viva inteligencia sobre el Niño nacido y dado a nosotros[563]. Pues advertía que él en aquellos principios hizo obras de su divinidad, porque aún no estaba apto para las de la humanidad, siendo niño y sin fuerzas. Advertí, también cómo él, con su divinidad, había entonces atraído a sí los pastores, cuyo espíritu estaba muy distante de conocer tan grande divinidad y tan escondida en la carne; y además los Magos, que si en espíritu e ingenio no eran groseros, pero según lo humano y lo carnal estaban, por su grandeza, muy distantes de Cristo niño y pequeño; en tercer lugar, cómo los niños inocentes fueron de él llamados al martirio sin ninguna obra de ellos. Suplicaba a Jesucristo, que de estos modos se mostró y manifestó a los que tan lejos estaban de él, que no podían por sí mismos buscarlo, que se digne aceptar cualesquiera sufragios y obras buenas que se hacen en nombre de aquellos que por sí no saben ni pueden procurarse la salvación, que está en él. De este modo se me daba espíritu para orar por todos los párvulos, aun los que están en el útero materno, que por sí no saben orar ni obrar por su salvación, o de reconocer los bienes dados o que se les han de dar por Jesucristo Señor nuestro. 228 Después de la misa me vinieron a la mente varios y saludables modos por los cuales se nos dio Jesús a nosotros y nos lo dio el Padre. Pues se nos dio para medicina, comida, bebida, hostia, médico, sacerdote, reparador, y en suma para vida del cuerpo y del alma, y para muerte y resurrección, y finalmente, lo que es aún más grave, se nos dio para que por nosotros fuese muerto y se le hiciese cuanto quisieren los hombres malos. Aquí, pues, de todo corazón me dolía de que yo hasta ahora de ninguna manera me he dado a

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él bastante bien, para que de mí haga lo que quiera o quisiere o por mi vida o por mi muerte[564]. Suplicábale, pues, que comenzase a servirse de mí y de todas mis obras de cuantos modos le parezca para su gloria, para provecho de mis prójimos y salvación de mi alma; y que cuanto él me da a mí y a todos los demás o ha dado, o diere a querer, pensar o sentir, nos dé alguna vez acabarlo antes de la muerte, conforme al orden de su voluntad y sabiduría.

MAGUNCIA 15 de enero 229 Después de la fiesta de la Epifanía, el 15 de enero en que celebré la fiesta del sacratísimo nombre de Jesús, hallé bastante grande devoción y afectos varios hacia este melifluo[565] nombre. Dije entonces la misa por toda la Compañía nuestra, porque lleva el nombre de Compañía de Jesucristo, nuestro Señor. En estos días comencé a hallar un especial auxilio para reducir mi corazón al camino derecho cuando se ha de orar; y consistió este auxilio en una singular memoria y presencia de Cristo pendiente de la cruz y diciendo aquellas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo[566]; Perdónalos[567]; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?[568]; Hoy estarás conmigo en el paraíso[569]; Padre, en tus manos pongo mi espíritu[570]; Tengo sed[571], etc. Sentía, pues, al pensar en tales palabras y considerar a Cristo pendiente de la cruz, que mi corazón, con un movimiento sensible, se tranquilizaba y llegaba a un reposo más seguro, y que era elevado a la atención de las palabras de mi oficio[572]. 230 Por estos días vino del sumo pontífice la bula del jubileo, y conforme al tenor de ella me dispuse a recibir la gracia que en la dicha bula se expresaba, para lo cual me dio el Señor varios grados de fe y esperanza acerca de tales bienes espirituales. Pedía al Señor que me concediese gracia con la cual me fuese posible que cualesquiera bienes de mi alma he alguna vez enajenado, vendido, perdido, puedan volver a mí. Y este deseo lo sacaba del jubileo judaico, figura del nuestro, en el cual cada uno volvía a poseer los bienes de su tierra que de cualquiera manera hubiese enajenado[573]. Viniéronme además al alma varios afectos sobre mi reconciliación con Dios. Deseaba que todas las culpas, ora fuesen contraídas por ignorancia, ora por culpable fragilidad o por malicia, o por inmundicia, o por ingratitud, o finalmente por cualquiera mancha de mi alma, espíritu, o cuerpo, se borrasen, de suerte que ya no quedase en mí 154

cosa que a Dios, a su Madre y a los santos ofendiese. Asimismo sobre las penas temporales en que he incurrido, deseaba con varios afectos que se hiciese una reconciliación perfecta entre mí y Dios y sus santos. Además que ningún mal público quede ya en el mundo por causa de mis pecados; porque sucede muchas veces y aun casi siempre, que los males universales, como son pestes, guerras, hambre, etc., vienen por los pecados que muchos hombres amontonan, de suerte que cada uno de estos hombres es en parte causa de semejantes males[574].

20 de enero 231 El sábado antes de la dominica de septuagésima, por la noche, estando haciendo oración y pidiendo que se me perdonasen todas mis malas obras, y principalmente suplicando que no permita jamás Dios que por mis deméritos pasados caiga yo en ningún pecado[575], sentí grande consolación, entendiendo en cierto modo el gozo que tendría uno que hubiese conseguido aplacar a Dios, a su Madre y a los santos, y a quien con algunas señales, aun pequeñísimas, le mostrasen ellos que estaban aplacados. Parecíame que dentro de mí veía algunas palabras de Cristo y de la Virgen y de algunos santos de mi especial devoción; pero este sentimiento era más de las tales palabras como posibles que como presentes, como serían las palabras con que uno dijese: ¡oh, si sintieses que te hablaba tal santo amigo, etc![576].

21 de enero 232 El día de santa Inés, virgen gloriosa y mártir, pensando y sintiendo varias necesidades de los hombres mortales para las cuales muchísimos no tienen remedio más que en Dios por medio de Cristo y de sus santos, sentí un gran deseo que los santos que ya están en los cielos, se dignen rogar y disculparnos cada uno en especial por los que en su patria están en trabajos y por las almas de sus paisanos. Ofreciendo a este fin la misa, rogaba también al Padre celestial que cuantas veces nombráramos a su Hijo, es decir, Jesús, se digne volver los ojos a cuantos necesitan algo para salvarse, bien en este mundo, bien en el purgatorio; asimismo que se acuerde siempre de todos los méritos del mismo Jesús y de todos los deseos que él mismo, mientras estuvo en esta vida mortal, tuvo de la salvación de los hombres. 233 Hoy, como me viniese una vez a la mente que llegaba el tiempo en que podría ser que nos faltase lo que toca a las necesidades de la vida, sentí un grande y vivo deseo de no tener nada en el presente; y así, de lo íntimo de mi corazón, supliqué a Cristo, que ante mis ojos en el altar estaba, que si fuese su voluntad y beneplácito[577], 155

perpetuamente, es decir, mientras estuviere en esta mortal vida, no se me pase año en que una vez al menos no me suceda, conforme a este deseo, algo de lo que he pedido; es a saber que cada año me vea privado de todas las cosas presentes, y me halle realmente sin tener nada de lo que toca en ese momento a la vida para mí y para cualesquiera otros. La cual gracia, que yo tendría por grande, si no me viniese de parte de las cosas mismas, que se me dé a entender si será del agrado de Dios que yo haga voto de seguir tal regla en cuanto de mí dependa, a saber, que conseguiré este mismo efecto, privándome una vez al año de todas las cosas que tuviere, ejercitando así en la obra la pobreza actual y verdadera. La voluntad de hacerlo ya desde mucho tiempo la tengo, por la gracia de Dios. Ojalá que el mismo Dios me dé a conocer, en todo, lo que conviene para alabanza suya y para que en todo se haga su voluntad, buena, benévola y perfecta[578]. 234 El dicho deseo miraba no tanto a mi persona cuanto, suponiendo que fuésemos muchos en la misma familia o casa, a otros[579]. Pues por mí ya hace tiempo que me dio el Señor a sentir voluntad de mendigar por mí mismo de puerta en puerta, en cualquier parte del mundo que me hallase, lo que hubiere de comer; la cual voluntad mía, así como todas las demás que tocan a la abnegación y humillación y a cuanto es propio de la virtud y de la gracia, ojalá vayan en mí siempre creciendo y tan bien como si siempre actual y directamente de ellas hiciese uso, puesto que no siempre se me concederá de hecho usar de ellas. Porque hay muchos que si alguna vez pierden la costumbre de la pobreza actual y mendicidad y de los otros santos actos de la cruz de Cristo, fácilmente pierden el afecto mismo al ejercicio de tales actos. Débese, pues, rogar a Jesucristo crucificado que por ningún ejercicio nos apartemos o nos retraigamos, ni siquiera acortemos el paso en la carrera que debemos siempre hacer, hacia la cruz y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Porque quien hacia allí camina, a su salvación camina, a la verdadera vida y verdadera resurrección. Al contrario de los amadores de esta vida temporal que van por caminos difíciles y llenos de peligros.

23 de enero 235 En la fiesta de santa Emerenciana, virgen, entendí la causa por qué debe mi alma bendecir a Jesucristo, Dios y Señor, que en tal día atrajo a sí aquella mártir y virgen, aunque todavía era catecúmena. Sus oraciones creo fueron las que hicieron que sintiese grande y mucha devoción tanto al decir el oficio, como en la misa; en la cual misa me fue dada abundante consolación con derramamiento de muchas lágrimas. Aquí principalmente, deseé que tuviese el Señor memoria, juntamente con nuestro sacrificio, de aquel que por Jesucristo le fue en tal día ofrecido en la persona de la bienaventurada Emerenciana. Rogaba además al mismo Dios, después de la misa, que no se acordase de los pecados de aquellos hombres que apedrearon a la santa. Y así sentí que es bueno delante 156

de Dios, que cada día, cuando por medio de Cristo se ofrece la memoria de los mártires y de los otros santos, le representemos las buenas obras y méritos de los tales santos, para que a vista de ellos pueda ser Dios aplacado respecto de nosotros, que nada semejante hacemos por nosotros mismos, rogándole al mismo tiempo que no quiera acordarse de las iniquidades y malicias de los que actuaron contra los mismos santos. 236 En este día, como en un instante de verdadera consolación espiritual me viniese el deseo de que semejante consolación fuese comunicada a cierta persona y a todos, de repente me vino otro deseo que decía: ¡ojalá que tú pudieses gustar y participar las consolaciones que te quisiera comunicar Jesús, o aquella de que con gusto te haría participante la bienaventurada virgen y mártir Emerenciana! Asimismo tuve aquí un sentimiento vivo, y en mí nuevo, por estas palabras: ¡ojalá, Dios mío, que pudiese yo distintamente conocer en todas mis obras tu voluntad! Esa sería para mí vida suavísima, etc.[580].

2 de febrero 237 El día de la Purificación de Nuestra Señora recibí mucho conocimiento sobre el evangelio y mucha devoción sobre el oficio de la bendición de las candelas. Tuve gran deseo de no morir hasta que conozca bien a Jesucristo y le vea en mi alma pacificándola del todo contra todas las impugnaciones, librándola de todos los peligros, alumbrándola internamente en todas las cosas de su servicio y dándole gloria contra todas sus confusiones, tristezas y turbaciones[581]. 238 Este día, también de muchas maneras sentí las miserias de mis imperfecciones y defectos y en especial de aquellos defectos en que caigo en las cosas que tengo que hacer. Así que solo esto me sirvió de algún consuelo de mi espíritu contra tales tristezas, que veía que Dios me era propicio, a quien si yo tuviere y sintiere en mí, él hará que yo sea lo que puedo y debo ser[582]. Sentí, además, en este día un gozo al considerarme como desnudo y falto de espíritu, porque así la bienaventurada Virgen María tendría ocasión de compadecerse de mí, viendo lo que me faltaba[583]. 239 También en este día propuse en mi corazón repetir frecuentemente esta oración: Señor Dios omnipotente, dame gracia en el momento de la muerte, de tener aquella paz que resulta de la visión de tu salvación, de la luz de todas las gentes y de la gloria de tu pueblo cristiano. Lo cual sucederá cuando se conozca perfectamente a Cristo como salvador, como iluminador y como glorificador[584]. 157

240 Un día, poco después de la Purificación de la Virgen María, sentí de lo íntimo de mí las palabras de aquella sentencia de Cristo, en que dice al que deja al padre y madre, etc., que poseerá la vida eterna[585]. Este día, sobre cierta indagación mía interna acerca de la cuenta que hemos de dar del tiempo, sentí claramente cuán exacta ha de ser la que nos ha de pedir Dios, es decir, el único que nos puede dar el tiempo. Otro cualquiera puede pedirnos cuenta de algunas cosas que él mismo nos haya confiado. Pero Dios nos la ha de pedir hasta del tiempo[586], (que nadie puede dar ni prolongar a otro) del mismo modo que de todas las otras cosas que nos ha dado.

4 o 5 de febrero 241 Cerca de los días de Carnestolendas sentí un gran peso de tristezas, que procedían de mis humanas imperfecciones, y no ya de las mismas imperfecciones, sino más bien de la consideración de ellas; la cual consideración me era sugerida, según mi antigua costumbre, no por mi espíritu principal, sino por el humano y propio mío o por aquel que se me ha dado para abofetearme y ejercitarme. Así, pues, fui en este tiempo muy remiso en las buenas obras, distraído y apartado de las vivas e íntimas inteligencias y sentimientos de las cosas de arriba. Por consiguiente casi en solo esto sentía consuelo, que esta me parecía a mí mi cruz, ya muy de antiguo conocida, a saber, una cruz que casi siempre tiene tres partes: una que sale de lo más hondo de mí cuando contemplo en mi carne tanta inconstancia respecto de la santidad; la segunda, de parte de lo que está alrededor de mí, a mi derecha y a mi izquierda, cuando veo mis defectos en las obras de caridad para con el prójimo; y la tercera de la parte superior, que es producida por el conocimiento de mi falta de devoción y de mi alejamiento de las cosas que inmediatamente miran a Dios y a sus santos. La consideración humana de estos tres males ha puesto hace ya mucho tiempo sobre mis hombros una cruz de tres brazos, que frecuentemente siento que pesa grandemente. ¡Ojalá pueda yo llevar otra cruz mía que agradaría más a Dios, a saber, grandes y continuos trabajos por amor y en alabanza de Dios, para santificarme a mí mismo y para salvar a mis prójimos! Respecto de Dios, subiendo siempre; respecto de mí, bajando siempre; y respecto de los prójimos dilatándome cada día a la diestra y a la siniestra y alargando mis manos al trabajo. Mas porque esta cruz no la llevo con diligencia, tengo que sufrir y sentir en mi espíritu la otra[587].

6 de febrero

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242 En la fiesta de santa Dorotea, virgen y mártir, experimenté un gran deseo de la salvación de los prójimos afligidos o de cualquier manera necesitados. Y por esto rogué a Dios de lo más íntimo que abriese el corazón de todos los que sufren, de suerte que puedan ellos mismos invocarle y pedirle que tenga misericordia de las miserias de ellos; y aquí sentí dolor de ver que son muchos los que de muchos modos sufren y no saben representar sus miserias a Dios y a los santos, sino siempre recurren a remedios humanos y temporales en los que no se halla bienestar. Derramemos, pues, en su presencia las aflicciones de nuestros corazones, porque él considera el trabajo y el dolor[588], los pesa y del todo sabe estimar cuáles y cuántos son.

9 de febrero 243 En la festividad de santa Apolonia, hallé bastante devoción, aplicando la misa por aquella persona, cualquiera que sea en este mundo, que tiene mayores deseos de ser ayudada de las oraciones de la Iglesia. Deseé también que fuese libertada de las penas del purgatorio aquella alma, cualquiera que sea, que con más justicia que todas se puede quejar de mí y con mayor derecho exigir mis oraciones. 244 En este mismo día de santa Apolonia me acordé de que, cuando era pequeño, solía leer cierta oración de esta santísima virgen, la que había comenzado a rezar por el dolor de muelas, de que después nunca he padecido. Daba, pues, gracias a esta virgen, que con facilidad pudo alcanzarme que me conservase sano en esto, y le pedía que en adelante por su intercesión y sus méritos delante de Cristo pudiésemos yo y cada uno de mis hermanos mantenernos libres de estos y de todos los otros males[589]. Rogaba, además, a esta misma santa, que ella orase por nosotros a los otros santos y a cada uno de ellos que conforme al oficio que de Cristo tienen en el cuidado de los fieles, nos alcanzase no solo las virtudes y la salud de nuestros espíritus, sino también en particular las buenas cualidades y la curación y conservación de los cuerpos y de las partes de ellos. Deseaba, pues, que uno cualquiera me alcanzase, por ejemplo, la humildad, teniendo de mí acerca de ella un cuidado continuo; otro la paciencia; otro la salud del cuerpo en esta cosa o en la otra[590], etc. Y de este modo me extendía por mi salud, discurriendo hasta las cosas más menudas con espíritu de santa piedad, y con sencilla fe y buena esperanza, etc. 245 Dénos Dios, que a nosotros y a todas las cosas creó, gracia con que por medio de su espíritu podamos reconocer los dones que nos ha hecho, y reconociéndolos darle gracias. ¡Ojalá sintiésemos lo que él obra en nosotros ora en el cuerpo, ora en el espíritu, y esto o por sí inmediatamente o por sus ministros! ¡Ojalá, por fin, alguna vez le veamos a él que 159

es y que obra todo en nosotros, y por quien todas las cosas son y se mueven, y en quien todas son![591]. Pero a esta causa hay que venir por las ramas que de ella brotan, y a este sumo principio y causa de todas las cosas por las causas mediatas; hasta el primer mediador e intermediario por los intermediarios mediatos; al sumo y primer mediador se llega por medios que hay entre él y nosotros; y hasta el fin primero, término y forma de todas las cosas por los otros fines mediatos y por las formas mediatas. El primero a quo, es el Padre; el primero per quem, el Hijo; el primero in quo, el Espíritu Santo. Esto es: el Padre por quien todo ser ha sido creado; el Hijo por medio de quien se hace todo; y el Espíritu Santo en quien todo llega a su perfección. Todo lo cual debe entenderse atributivamente, porque el único principio de todas las cosas creadas, hechas y perfeccionadas es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, del cual único principio procedieron todas, y por él son todas administradas, y en él subsisten todas[592]; el cual sea bendito por los siglos de los siglos. Amén.

10 de febrero 246 En la fiesta de la bienaventurada Escolástica, virgen, celebré misa de ella y la apliqué por mí; y advertí y sentí que es necesarísimo y convenientísimo que en semejantes fiestas de santas vírgenes se procuren las gracias que hacen a la propia perfección. Porque las mismas santas vírgenes, que pusieron su mayor afán en trabajar por edificar en sí mismas un templo santo por el Espíritu Santo, y quisieron hacerse vasos de santidad para agradar a su esposo, Jesucristo, a quien se habían consagrado, lo que más desean es que en nosotros mismos nos adornemos, y que, en toda santidad y justicia, libres de las manchas que ofenden los divinos ojos, agrademos a nuestro Dios. De donde resulta que andan solícitas estas vírgenes en nuestro favor, cuando tales gracias pedimos poniéndolas a ellas por intercesoras. 247 Es también conveniente invocar a los otros santos, a cada uno según su orden y según la especie de méritos y gracias en que fueron hechos grandes por Dios en esta vida, y por las que consiguieron la gloria sempiterna en Cristo Jesús, Señor de ellos y nuestro[593]. Porque Dios no quita este orden de sus santos, que está en que cada uno quiera que Dios se comunique a todos, como se comunicó a él; mas cada uno fue por distinto camino mientras vivió, ni estuvieron todos dotados de iguales gracias, ni quiso Dios que todos en las mismas obras buenas y santos ejercicios fuesen adiestrados. ¿Por qué, pues, no ha de estar bien que cada santo quiera que sea Dios conocido y alabado de aquel modo que le fue a él concedido alabarle y conocerle?; y ¿por qué no ha de querer que aquellas obras buenas en que él halló a Dios, sean utilizadas al menos entre algunos de los que en esta vida los invocan? 160

11 de febrero 248 El primer domingo de Cuaresma, como desease y pidiese a Dios que lanzase lejos de mí a todos mis enemigos, recibí esta respuesta, que decía: procura tú que Dios te eleve por encima del lugar de tus enemigos; tu habitación no es esta; este es el lugar de tus enemigos. 249 Este mismo día, diciendo el oficio y arreglado el reloj sin necesidad, me vino al pensamiento pedir a Dios gracia con que me arreglase y ordenase para orar bien; porque le es a él más fácil ordenarme a mí, que a mí ordenar o arreglar con mis manos cualquiera cosa material[594]. De aquí tomé ocasión de reprenderme a mí mismo porque, hasta ahora, demasiado frecuentemente, cuando debía estar atento y arreglado y ordenado en mis oraciones y buenas meditaciones, me distraía a tocar, o a ver, o a arreglar alguna otra cosa sin necesidad, a pesar de que todo mi cuidado por entonces debía ser arreglarme y componerme para hacer bien la obra que tenía entre manos, o en mi lengua, o en mis pensamientos. Porque entonces se hacen muy bien estos buenos ejercicios, cuando por todo el hombre se hacen y con el concurso de todas las potencias necesarias[595]; y cuando todo el hombre está en ello, fácil es de creer que no falta el buen ángel, y cuando este asiste, no está lejos el Espíritu Santo, es decir, Dios, que ayude a perfeccionar lo que hacemos.

12 de febrero 250 El día en que tuve que celebrar la fiesta trasladada de la bienaventurada Martina, virgen y mártir[596], con ocasión de las lecciones de ella[597], concebí gran fe que dicha santa tiene mucho poder con los santos ángeles, y mucho contra los ángeles malos, cuyos templos en presencia de ella no podían tenerse en pie ni los mismos ídolos de los demonios. Formé, pues, en la misa un gran propósito de invocarla contra los espíritus malignos, y propuse además tener cuenta de este deseo todos los lunes, en los cuales suelo hacer especial memoria de los ángeles buenos[598]. Porque así como ayuda invocar a los ángeles buenos y serles devotos, así también ayudará en tal día especialmente pedir gracia y auxilio de Dios y de los mismos ángeles contra los malos espíritus, que de tantos modos nos agitan, engañan y pierden. 251 Ojalá, pues, me asista siempre el favor de esta virgen bienaventurada, cuya fiesta celebré hoy, lunes, después de la dominica de Cuaresma, para que todos los lunes 161

renueve esta memoria, no solo de los ángeles buenos (cosa que mucho tiempo ha que vengo haciendo), sino aun de los malos para su mal. Esto segundo nunca antes lo había sentido tan íntimamente. Sea bendito aquel de quien y aquel por quien y aquel en quien tales sentimientos y tales noticias recibimos[599].

14 de febrero 252 El día de san Valentín, mártir, que fue el 14 de febrero, se separó de nosotros Esteban[600] para ir a Roma. Con ocasión de su partida, sentí gran devoción de invocar a su buen ángel y a los otros por él. Sentí también un buen espíritu considerando cómo su ángel bueno hacía morada tanto tiempo en nuestra familia, sin que yo lo conociera, y ahora, cuanto al lugar, se separaba de nosotros. Sentí también pena de no haberle ayudado cuanto habría podido en la guarda de aquel joven, siendo así que el mismo ángel le había hecho humilde conmigo y le había conservado obediente a mí, no permitiendo que su mal espíritu me causara las molestias que yo hubiera merecido[601]. 253 Aquí, haciendo muchas consideraciones sobre el oficio de los ángeles para con los hombres, sentí con claridad qué necesario es que el Espíritu Santo, todo lo contiene en sí perfectísimamente[602], haga que nuestras almas se unan íntimamente a sus ángeles, y con la infusión de sus dones las gobierne. Preciso es, pues, rogar a Cristo que conserve en nosotros su espíritu, sin cuya operación ni los ángeles buenos bastarían para gobernar nuestros espíritus. Porque sin la moción divina se vería que todas las otras palabras no tienen eficacia para penetrar hasta lo más íntimo de nuestro ser. Ciertamente, es viva la Palabra de Dios, y eficaz y más cortante que espada de dos filos, que discierne los espíritus y los pensamientos del corazón hasta las fronteras de la carne y del espíritu y hasta la médula[603]. Esto tiene la palabra divina, si por el Espíritu Santo es enseñada y sugerida[604]. Para concebir mayor esperanza contra todos los peligros de los caminos, sentí aquí un gran deseo que muchos buenos y pacientes peregrinasen por ellos, cuya paciencia y oraciones alcancen de Dios gracia para los que después de ellos hubiesen de partir y peregrinar[605]. 254 Este día, después de la misa, habiendo considerado la diversidad de espíritus que muchas veces me han agitado y me hicieron cambiar de opinión cuanto a la posibilidad de hacer fruto en Alemania, que no hay que hacer caso en manera alguna a las palabras de aquel espíritu que todo lo hace imposible y siempre trae inconvenientes, sino más bien a las palabras y sentimientos de aquel que muestra posibilidad y da ánimo; aunque 162

también hemos de tener cuidado de no correr demasiado a la derecha. En una palabra, hay que tener discreción, para mantenernos en medio entre la derecha y la izquierda, de suerte que ni en nuestra buena esperanza se mezcle un exceso vano, ni en nuestro miedo una aflictiva cortedad. Pero si no nos es posible no inclinarnos más a esta parte que a la otra, más seguro es y menos peligroso caminar y esperar como en los tiempos de grande ánimo, que no dejarnos encerrar en el cerco de la tristeza, donde suele haber errores mil, y mil engaños, y mil laberintos de una amargura que brota hacia afuera[606]. Quien conociere el espíritu de abundancia y sus palabras, y el que tienta y turba y las suyas, ese podrá de ambas partes sacar enseñanzas. Porque debe tomarse y retenerse, y cuando se hubiere perdido, buscarse el espíritu de abundancia; y se ha de conservar aquella alegría y consuelo y aliento y tranquilidad, y todas las otras disposiciones que acompañan al afecto bueno, y a ellas hay siempre que volver para que más firmemente se arraiguen. Mas no así hay que tomar todas las palabras que se ofrecieren; pues podrían mezclarse algunas falsas, porque hasta el mal espíritu puede vestirse con la apariencia de ángel de luz[607]. Con el contrario espíritu y sus palabras de un modo contrario hay que proceder. El espíritu mismo malo cuanto a todos sus sentimientos hay que lanzarlo y huir de él; no así todas sus palabras, porque muchas podrías tomar para guardarte de muchas cosas y por ellas hacerte en los negocios humanos más prudente, pues muchas serán verdaderas y útiles si luego son informadas del otro[608]. 255 El día que celebré el oficio trasladado de san Higinio, papa y mártir[609], al ir a decir misa por el sumo pontífice Paulo III, me vino al pensamiento una buena consideración sobre la bondad de Jesucristo, y fue esta: que ha sido tan liberal que se comunicó a sí mismo enteramente de maneras tan varias, no solo a los buenos y agradecidos sino también a los malos; puesto que en la cena se comunicó aun al que lo había de entregar. Era, pues, aquí advertido que, como Cristo se me comunica a mí todos los días cuando celebro, y está dispuesto a comunicárseme de todas otras maneras en la oración y demás pías obras, yo también me debo comunicar a él, en todas maneras y entregarme a él, y no solo a él, sino por él a todos mis prójimos, buenos y malos; comunicarme, digo, hablándoles, enseñándoles, haciéndoles bien, trabajando por ellos, padeciendo, y cuanto a ellos pueda aprovechar, abriéndome todo a todos para su consuelo, y finalmente a todos distribuyéndome todo y todas mis cosas. Así sea, así sea[610]. 256 El día que me tocó celebrar la fiesta de la bienaventurada Brígida, virgen, tuve acerca del procurar la salvación de las almas muchos sentimientos que me atormentaban cuando me acordaba de que en esta provincia hay tantas iglesias parroquiales católicas, que no tienen ningún pastor particular, ni siquiera un sacerdote digno o indigno.

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Asimismo recibí mucho afecto espiritual considerando cómo santa Brígida fue mujer de tantos deseos de la salud de las almas, cuales manifiestan sus escritos y las oraciones que nos ha dejado[611]. Aquí hallé gracia con que pude de corazón dar gracias a Dios por todos los beneficios que, mediante 1a misma santa Brígida, hasta ahora ha hecho y hace a la Iglesia. 257 El día que celebré el oficio atrasado de san Gilberto, confesor[612], en la misa hallé muchísima devoción a las ánimas de los difuntos y grandes sentimientos de compasión por ellas, de tal suerte que en toda la misa no me faltaron lágrimas. Antes de la misa había deseado con bastante eficacia, en cuanto de mí dependía, poder entrar en comunión con Cristo. Allí, pues, en la misa, sentí que una buena parte de este entrar en comunión con Cristo está en sentir lo que sintió él en su pasión, no solo en su cuerpo sino en el alma, la cual padeció dolor por los peligros eternos que a las almas amenazan, y no solo por los eternos sino por los peligros de las penas temporales, especialmente las del purgatorio. Estas palabras dichas no me fueron sugeridas como nuevas en cuanto al entendimiento ni en cuanto a la memoria, sino que el sentimiento de ellas me fue nuevo y desacostumbrado[613].

22 de febrero 258 El día de la cátedra de san Pedro, estando en misa, y sintiendo las acostumbradas amarguras proceden de mis imperfecciones, recibí respuesta con un sentimiento bastante bueno, y fue que no debía tener en tanto aquellas imperfecciones ni hacer de ellas tanto caso como solía; porque despreciándolas, pueden fácilmente desvanecerse; y porque sucede muchas veces que el solo estarlas contemplando me hace ser imperfecto en aquel modo[614]. 259 El día que celebré la fiesta de santa Genoveva, virgen, y patrona de París, como se me ofreciesen dificultades acerca de la enmienda de las almas, dificultades, digo, que no dependían de mí, me sentía apoderar de un cierto tedio y perturbación que me estorbaba tener la buena esperanza que siempre he tenido. Pues para quitarme esta tristeza[615] me fue dado considerar y sentir las cosas siguientes: Primero, que no debo fácilmente permitir que me distraigan a otras obras de las que me tocan a mí y en que ya estoy ocupado. Segundo, que no debo llevar tan lejos mi humana y propia solicitud.

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Tercero, que en las obras que tengo entre manos es donde debo emplear todas mis fuerzas. Cuarto, que en estas obras de caridad debo proceder, como quien por esto solo que está haciendo quisiera abrirse camino para lo demás. Los impedimentos, pues, y defectos que de mí y de lo que está en mi mano han de proceder, deben quitarse, para que crezca la esperanza de hacer fruto.

1 de marzo 260 El día que celebré la fiesta de los ángeles de la guarda, que es el 10 de marzo, tuve gran devoción, principalmente en la misa, que dije por nuestra Compañía, rogando al Señor que se dignase cercarla y amurallarla con la angélica defensa de los santos espíritus como con una cerca fortísima, dándosela a ellos a guardar. 261 El día que celebré el oficio y misa de san Bruno, padre de los cartujos, sentí grandes y vivos deseos de la restauración de aquella orden y de todas las otras órdenes de monjes y de ermitaños, y a esta causa apliqué la misa por nuestra Compañía, con gran deseo de que, conforme a la voluntad de Dios y de Jesucristo, y con el favor de todos los santos patriarcas de todas las órdenes, pueda trabajar y hacer algo para la reforma de tales institutos y de todos los demás que son conformes a la ordenación, aprobación y concesión de la Iglesia romana. 262 Aquí sentí gran deseo de que se hallen muchos que quieran humillarse por Cristo hasta las más pequeñas obras, es a saber que de tal modo se ejerciten en las cosas espirituales, que en espíritu estén prontos a hacer el oficio de cocineros para remediar los muchos defectos y evitar los muchos pecados de los eclesiásticos que no tienen criados dispuestos a todo[616]. Deseaba también que se puedan hallar muchos a quienes parezca ganancia gloriosa ayudar a los sacerdotes cuando celebran y responderles con devoción. Así sea, así sea. 263 Este día advertí que es útil a todo hombre que se acuerden de él los justos cuando en caridad y con sincero espíritu hacen oración a Dios; y por esto grandemente deseaba que los santos que están siempre delante de Dios se acuerden de mí en los deseos que en la gloria tienen. 264 Tuve también algunos deseos a propósito del modo que están todas las cosas creadas en Cristo; porque si cuanto hay en Dios es Dios mismo, no puede menos de ser que lo que hay en Cristo en cuanto a su humanidad, sea hermosísimo, y por esto es muy de desear y pedir que se digne admitirnos a su memoria, para que, en ella estando, 165

agrademos a Dios, y de aquí nazca en nosotros el amor con que podamos eternamente contemplar y a nuestra vez amar al mismo Dios y a Jesucristo Señor nuestro. 265 Sobre el cuidado de nuestra Compañía, que siempre tengo según me es dado por el Señor, tuve un deseo que otras muchas veces me ha sido sugerido con grande devoción. Deseaba, pues, que pueda alguna vez suceder que nuestra Compañía crezca en número y virtudes por la cantidad y la cualidad espiritual de sus miembros, de tal suerte que pueda por fin restaurar las ruinas que ahora vemos de todas las religiones y las que en breve hemos de ver, si Dios no lo aparta de nosotros. Para esta restauración deseaba que se hallasen innumerables personas seculares y eclesiásticas que, dejadas todas las cosas, se quieran ofrecer a toda obediencia que según la Iglesia romana sea ordenada[617]; de los cuales pudiesen elegirse y probarse unos para una religión y otros para otra. Conceda Jesús que esto se haga, y dé personas que puedan examinar los espíritus[618] no solo cuáles son de Dios, sino de entre ellos cuáles son para un orden, cuáles para otro, y cuáles para los demás estados. Dé Jesús personas tan universalmente católicas en fe, en esperanza, caridad, y de espíritu tan universalmente dilatado para la restauración de todos los antiguos estados en la Iglesia, que puedan así llenarse todos los monasterios y todas sus celdas; y por último, lo que en razón de fin es lo primero, que todos los entendimientos de todos los hombres, las memorias, las voluntades, los corazones y los cuerpos puedan ser santificados y perfectos en Cristo Jesús. 266 Otro cierto día, al celebrar el oficio de san Roque, confesor, tuve algunos sentimientos sobre la utilidad y verdad y necesidad del culto externo de Cristo y de sus santos[619]. De donde provino que tuve un gran dolor de que en estos tiempos se desprecien tanto las ceremonias externas y ritos de la santa Iglesia, que tan necesarios son para mantener a los hombres en humildad, en concordia, en caridad, y finalmente en toda santidad de la religión. Porque si el Antiguo Testamento tenía tanta variedad de sacrificios de animales irracionales y de las otras cosas ceremoniales, que en la carne se consumaban, y que todas se habían de cumplir en el cuerpo real de Jesucristo y en el místico, ¿por ventura será contra la divina voluntad, que en el Nuevo Testamento tengamos ceremonias y culto externo respecto del cuerpo del mismo Señor nuestro y de sus santos? Porque las ceremonias del Antiguo Testamento, hablando en general, eran figuras de otras ceremonias, esto es, de las que había de haber en el Nuevo Testamento. Mas las ceremonias del Nuevo Testamento contienen en sí solo lo que es espiritual. Además, el Antiguo Testamento fue una sombra no solo del espíritu de Cristo sino también del santo cuerpo de Cristo. Por medio, pues, de los ritos corporales del Nuevo Testamento, cumplimos lo que había sido figurado para honrar la santidad de Cristo dotado de un cuerpo, e imitar al mismo Cristo no solo en el espíritu sino en el cuerpo; porque nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. Ellos ofrecían carne de animales, nosotros 166

ofrecemos el cuerpo de Cristo. Ellos lavaban la carne de sus cuerpos con agua material, para que nosotros entendamos que hay que lavar nuestro hombre viejo con agua espiritual. Nosotros, pues, tenemos un culto externo que se ejercita con ciertas cosas sensibles, como complemento de la antigua ley y de las figuras de ella, no ya para figurar otra cosa que en esta vida debamos esperar. Tenemos además culto interno por medio de las palabras de Dios, de Cristo y de la Iglesia, y asimismo por medio del Espíritu Santo. Así que los que ningún cuidado tienen del culto externo, no entienden la humanidad de Cristo, ni tienen cuidado de aquella santidad que debe ser de nuestros cuerpos y de nuestra carne. Tiene además la nueva ley, algunas ceremonias que son vislumbres de algunas cosas que pertenecen al culto que a Dios hemos de dar en la gloria del cielo.

12 de marzo 267 El día de san Gregorio, confesor, sumo pontífice y doctor de la Iglesia, sentí algunos buenos y vivos impulsos de dar gracias a Dios de que aquel tan gran doctor y pontífice nos haya dejado, más que los otros doctores todos, aquella doctrina que se debe tener sobre las ánimas del purgatorio. Porque si no hubiera aquel doctor hablado tan claramente de muchísimas cosas acerca del purgatorio y que tocan al alivio de los difuntos, fácil habría sido que en nuestros tiempos fueran aun más los que no creyeran en cosas tan piadosas. Sea, pues, bendito Dios que a tan gran doctor divinamente instruyó sobre esta obra de piedad para las ánimas, y en él les dio tan grande abogado después de Cristo nuestro Señor[620] para su purificación. Aquí tomé esta resolución, de acordarme, más que lo he hecho hasta ahora, de este santo papa, cuando me acuerde de los difuntos; y no solo acordarme de él, sino predicarle, para que así suceda que los devotos de este santo lo sean de los difuntos, y al contrario los que son devotos de los difuntos se acuerden, al tratar el negocio de ellos, de invocar el auxilio de este pontífice.

23 de marzo 268 El día santo de la pasión del Señor, advertí y sentí lo siguiente: primeramente, advertí que en toda la Cuaresma estuve agitado de varios movimientos de pensamientos y espíritus; en los cuales movimientos me parecía que se renovaban las llagas de mis miserias e imperfecciones, y por esto, aunque quisiera, con todo no sabía sentir dolor sino por mí, y por mis hijos[621], es decir, las imperfecciones de mí mismo y de mis obras, que se ordenan a Cristo, o al prójimo, o a mí mismo. Mi espíritu estaba todo distraído de aquellas cosas en que de muy atrás sabía que estaba su paz. Mas la carne estaba toda en aquello en que desde los primeros años ha encontrado su muerte e

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inquietud[622]. Pues parecía que habían vuelto a revivir los desórdenes de mis acciones y la pesadez e ignorancia, y finalmente todos los malos sentimientos míos, que pensaba estar ya casi muertos, pareció que en esta cuaresma volvían a renacer. Con razón, pues, me dolía; con razón anduve triste y afligido[623] entre tantos movimientos que maltrataban mi espíritu y mi alma y mi cuerpo. 269 Pues cuando llegó este día de la pasión del Señor y comencé a repasar estas cosas, aconteció, no sin que se confortase mi espíritu, que sentí que todo esto me había sido útil. Porque este día y este tiempo, día y tiempo es de la pasión de Jesucristo; tiempo, digo, en que se recuerdan las llagas que Cristo recibió en su cuerpo, sus aflicciones, su muerte, sus afrentas, ignominias, oprobios. Sería, pues, conveniente que todas mis llagas espirituales y las huellas de mis debilidades, aún no bien sanadas, se curasen ahora que se renueva la memoria de la pasión y méritos de Cristo. 270 De aquí resultó que por gracia de Dios pidiera yo con buen ánimo al Señor, por Jesucristo crucificado y muerto, gracia con que se puedan curar tantas y tan grandes enfermedades mías. Suplicaba que la virtud de la sangre del Señor derramada hasta la tierra purificase mis sangres, de que deseo verme libre, cuando repito: Líbrame de mis sangres, Dios, Dios de mi salvación[624]. Pedía que la virtud del cuerpo de Cristo puesto en el sepulcro ayudase las debilidades de mi carne y de mi cuerpo. Pedía además al alma de Cristo, que separada de su cuerpo bajó a los infiernos, que santificase mi espíritu y mi alma, lanzando de ella toda la virtud y poder de que me parece ha estado hasta ahora animada para pecar; es decir, inclinada por mí mismo a malos sentimientos. Para esto, pues, el mismo día, viernes, propuse ofrecer el sacrificio de la misa, que el sábado siguiente había de decir[625], para alcanzar de Dios la gracia de una buena contrición y reedificación de mí mismo, y esto por el mérito que Cristo Jesús adquirió en la destrucción, de su santo templo; y una tal destrucción, que toda su sangre fue derramada y allí quedó, y su cuerpo en otra parte y su alma en otra, hasta la resurrección. 271 Aquí comencé a desear con una especial devoción y consideración, ser más devoto de aquella oración que dice: Alma de Cristo, santifícame; Cuerpo de Cristo, sálvame; Sangre de Cristo, embriágame; Agua del costado de Cristo, lávame, etc. Especialmente me movió un singular conocimiento de la bienaventuranza y virtud del alma de Cristo apartada del cuerpo y unida a la divinidad, cual la veían los santos padres, que estaban en el limbo, y aun los que estaban en el purgatorio, cuando bajó a los infiernos. Considerando también el cuerpo exánime de Cristo en el sepulcro, unido sin embargo a la divinidad, tuve un gran deseo que me hizo pedir ser en cierto modo verdaderamente privado de toda fuerza de pecar, de vanidad y de error, y alcanzar gracia de ser vivificado de Dios por Jesucristo nuestro Señor, que resucitó de los muertos. 168

24 de marzo 272 El sábado, vigilia de la Pascua, hallé algunas muy buenas consideraciones acerca de aquellos dos artículos de la fe: padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos. Asimismo me fue dado conforme a esto desear padecer algo por Cristo, llevar mi cruz cada día, morir al pecado y al mundo, ser sepultado con privación de todo sentido de esta vida temporal, y resucitar con novedad de espíritu y de carne y ser conducido conforme al espíritu de Cristo Señor nuestro, que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación[626], para que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia de Cristo[627]; y de tal suerte vivamos que ya no muramos reincidiendo en los pecados, ni permitamos que la muerte del pecado se enseñoree más de nosotros porque Cristo, una vez resucitado ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él[628].

25 de marzo 273 El santo día de la resurrección del Señor sentí una desacostumbrada consolación en la misa, pero sin sensible devoción, que deseaba con demasiada frecuencia, para satisfacción propia y aun para edificación de otros[629]. Y esto, con cierto apetito en que me buscaba a mí mismo, o por lo menos me sentía movido a desear con algún apetito desordenado en cuanto a la intensidad del deseo que en mí se levantaba. 274 Sentí aquí cierta admiración con bastante claro conocimiento, considerando la glorificación de toda la humanidad de Cristo unida a la divinidad. Porque admirable es que un cuerpo humano unido a la divinidad sea instrumento para todas las acciones corporales y aún parece más admirable que aquel principio del cuerpo, que es el alma racional, esté unido inmediatamente a la divinidad. Porque cualquier acto de la vida sensible y racional es acto de un cuerpo físico, orgánico, unido a la deidad omnipotente. Y el mismo espíritu humano es decir, la misma alma en cuanto se ocupa en las cosas eternas y espirituales mucho mayor puede aparecer si se le considera unido con Dios todopoderoso y de él en todas maneras movido y dirigido[630]. 275 Aquí me fue dado pedir a Dios de todo corazón por Jesucristo, que resucitó de entre los muertos, que por gracia suya suceda alguna vez que mi cuerpo y mi alma y mi espíritu sean glorificados para alabanza de él mismo, de quien, y por quien y en quien es toda gracia y gloria y no solo todo mi bien natural.

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Deseé aquí también que todos los cuerpos de los hombres y sus almas y espíritus, que por naturaleza dada por Dios son tan capacísimos vasos, puedan ser llenos de gracias y de gloria por el desborde de aquel sumo vaso, que es la humanidad de Cristo, en que está la plenitud toda de la Divinidad. Ojalá, pues, que por esta humanidad seamos también nosotros llenos de abundancia que está en Cristo. 276 Hacía también aplicación de las cuatro dotes del cuerpo de Cristo glorificado para pedir ciertas dotes para mi espíritu; a saber que haga su gracia que yo para todas las obras buenas que tengo que hacer y para todos los males que tengo que soportar, sea en adelante más ágil, más sutil, más iluminado y claro, y sienta menos los males, que es hacerse impasible[631].

26 de marzo 277 El lunes de Pascua, después de haber dicho los maitines, volví a caer en mi acostumbrada cruz, que es entristecerme por estas tres causas: la primera, por no sentir, como lo deseaba, señales del divino amor hacia mí; segunda, por sentir en mí, más de lo que quisiera, señales del viejo Adán; tercera, porque no puedo hacer el fruto que deseo cuanto al bien de los prójimos. Pues en estas tres cosas se contienen casi todas las aflicciones de mi espíritu, y por eso creo que de ellas se forma mi cruz[632]. 278 Pues bien, en este día, habiendo distinguido estos tres elementos, sentí como que dentro de mí me respondían, diciéndome: tú ciertamente has deseado que te bajen de la cruz antes de estar muerto, mas Cristo en su cruz murió. ¿Por qué, pues, no comenzarás a querer morir en esa misma cruz tuya? Pero tú solamente quisieras ser reprendido y enmendado para poder ser renovado en la misma vida. Y esa vivificación de tu espíritu, cuanto a las consolaciones accidentales, que son las únicas que hasta ahora percibes y sientes, consistió en la alegría que recibías de sentirte devoto para con Dios y no tan mal inclinado en lo que en ti hay del viejo Adán, y de ver algún fruto de tus manos del que puedas comer tú y los que ven tus obras buenas. Mas ahora has de desear morir a esa vida tuya, porque es demasiado inconstante y mudable. 279 Pero a esa vida no podrás morir bien sino por muerte de cruz, contraria a esa vida; la cual muerte de cruz está en las tres cosas siguientes: Primera, que de corazón estés como dormido para enteramente no desear de tu propia voluntad sentir ninguna devoción accidental. Segunda, que no te quieras turbar, aunque todo tu hombre viejo, cuan grande ha sido alguna vez, se levante en ti removiendo sus raíces y concupiscencias que están más acá del pecado mortal o del venial[633]. 170

Y tercera, que no te conmuevas, si no ves tú en tus manos fruto alguno de tus obras externas, ni lo ven otros, que están mirándote y examinándote para imitarte o para gozar del bien que haces, o aquellos que con malicia te observan para calumniarte, o bien aquellos que te desprecian. Cuando con esta muerte hubieres muerto en la cruz y públicamente (en la medida que depende de tu deseo); y cuando estuvieres como sepultado, no haciendo cuenta de si te mira cualquier hombre, o te observa, o sospecha de ti, o te desprecia y ni aun de si hace caso de ti, entonces se te dará siquiera desear y empezar alguna nueva forma de consolación de tu espíritu, de la cual sentirás una nueva vida por la resurrección del cuerpo, del alma y del espíritu. Y de esta vida, cuya raíz y el mismo fruto y aun las hojas, y ramas, y flores, no serán de la misma condición (que las de la vida que ahora tienes) sino más constantes, permaneciendo cada una de esas cosas en su propio estado. 280 Tú hasta ahora te consolabas más con que fuese grande el árbol que nace de la gracia divina, que no con la raíz de él, en que está la virtud principalísima; a las ramas atendías, a las hojas, flores y fruto; mas porque es grandísima la mutabilidad con que todas esas cosas tienden a la perfección, resulta que en ellas no puede haber segura y firme consolación. No quieras buscar la raíz de este árbol por aquellos frutos, sino más bien los frutos y todo lo demás por la raíz. Busca permanecer y de día en día arraigarte más y más junto a las raíces de este árbol; y no tanto busques que permanezca el fruto de ella en ti; porque no es el fruto el camino por donde se llega a la gloria de este árbol, sino la raíz. Aplica, pues, a la raíz todo tu poder, porque al fin se ha de mostrar esa raíz glorificada; no de otra suerte que comenzó a mostrarse glorificada, cuando bajó a los infiernos el alma de Cristo, verdadera raíz creada, que llegó a ser el fruto glorioso más excelente de todas las creaturas racionales. Y así, este árbol está del revés, la raíz en lo más alto y los frutos todos debajo de sí, e influyendo su virtud de arriba abajo. 281 En los bienes futuros de la gloria de Dios, esto es, en los celestiales, se verá que el fruto mismo, que es la raíz verdadera glorificada, ser mejor que todo el cuerpo del árbol, porque es condición de aquella vida bienaventurada que en lo que por esencia es mejor, mayores frutos y mayores accidentes se coloquen. Mas no así en esta vida miserable, la cual exige que lo que es mejor esté más cubierto de trabajos, más escondido, como sucede a la raíz, la cual aunque esencialmente sea mejor, no tiene sin embargo mejores accidentes sino más imperfectos. Si, pues, buscas frutos, busca los de la otra vida, pero de suerte que no quieras primero sentir los accidentes de tales frutos, que los accidentes de estas santas raíces, que después de todo han de ser glorificados y convertidos en frutos[634].

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1 de abril 282 Otro día, dentro de esta octava de Pascua, cuando comencé a morar en la casa que había tomado en alquiler, tuve varios sentimientos de mi alma y espíritu respecto del desear que mi entrada en aquella nueva habitación fuese próspera. Allí, en cada uno de los aposentos y piezas de la casa dije de rodillas aquella oración: Te suplicamos, Señor, que visites esta habitación, y apartes lejos de ella todas las acechanzas del enemigo; habiten en ella tus santos ángeles que nos guarden en paz y que tu bendición permanezca siempre en nosotros. Por Cristo nuestro Señor[635]. Esto hice con verdadera devoción, sintiendo que era conveniente y bueno hacerlo cuando por primera vez entramos a morar en algún lugar. 283 Invoqué también a los ángeles buenos, que tienen a su cuidado los vecinos de esta casa; y sentí que esto también es conveniente y bueno, cuando, como nosotros entonces, se pasa uno a una nueva vecindad. Asimismo haciendo oración, deseaba que no puedan hacernos daño, ni a mí ni a los que conmigo han de vivir, los espíritus malos de nuestros vecinos[636]; y en especial el espíritu de fornicación que no hay duda que está con las rameras y los hombres deshonestos y demás personas dadas a torpezas, cuales he oído que hay en esta vecindad. 284 Invoqué, además, a santa Otilia, a san Iodoco y a santa Lucía, a quienes está dedicada la capilla próxima a la casa que tomé en arriendo. Donde sentí varios golpes de dolor de espíritu, viendo dicha capilla tan destruida y en cierta manera ensuciada por los pecados torpes de los transeúntes. Y de aquí nació que sintiese grandes deseos de que fuese reparada, y se resucitase en ella el culto divino a aquellos santos, de quienes no hay ya en aquella capilla memoria devota alguna ni recuerdo de devoción hacia ellos, siendo así que en otro tiempo fue muy grande la devoción y la fe en su patrocinio. Celebré misa y la apliqué para remedio de los pecados que se han cometido, haciendo que faltase este culto, y al mismo tiempo para que pueda renovarse y repararse. Plega a Dios por intercesión de estos santos y de todos los demás darme esta gracia, que pueda alguna vez hacer algo para tal reparación así en lo que es visible y manifiesto como en lo que es espiritual. 285 Aquel mismo día al anochecer, cuando por primera vez hube de dormir en aquella casa, y cuando sintiese no sé qué mudanza corporal y no sé qué miseria en mi cuerpo, de la que nacía una cierta tristeza en el espíritu[637], comencé a rogar al Señor que me concediese que el aire de la casa fuese saludable o, si fuese otra su voluntad, que me diese cualquier contagio que me conviniese. Mas para los prójimos, esto es, para el dueño de la casa y para todos los vecinos, de corazón pedí toda salubridad del aire y que toda la vecindad fuese defendida de enfermedades y de todo mal, y finalmente que mi 172

venida a ellos pueda ser de todos modos y a todos los vecinos próspera y fausta. Deseé asimismo a esta casa que la preservase del fuego y de los demás males, que nunca sino con justas causas suele Dios enviar o permitir[638]. 286 Y en esta materia lo único que me fue dado pensar, y con hacimiento de gracias, fue que me he hospedado en tantas y tan diversas partes en todo el tiempo de mi vida, harto andariega e inestable, aunque creo por voluntad de Dios, pues por él solo, desde que me conozco, he cambiado tantas veces de morada. Considerando, pues, tanta variedad de hospedajes (que no fue o porque buscase mayor comodidad para mi cuerpo o porque huyese de las incomodidades), daba gracias a Dios de que nunca hasta ahora me ha sucedido a causa de tales mudanzas, o morirme, o enfermarme, o sentirme mal; y sin embargo no pude menos de ser que muchas veces me haya tocado estar en lugares infectos o expuestos a varios peligros para el cuerpo. Porque muchas veces estuve en hospitales poco aseados[639], aun más veces en posadas de malísima habitación, alguna vez también con mucho frío, y algunas otras donde, fuera del techo y paja o heno, no había nada, y aun me ha acaecido dormir al raso. Pues bien, el que en todas estas cosas y en las demás semejantes a estas, o no semejantes, me conservó, sea el mismo bendito por los siglos de los siglos. Por estas cosas daba gracias a Dios, esperando que en esta nueva habitación no me había de faltar, y cuando él quisiese asistirme permitiendo que yo muera, no por eso me querrá menos bien el que es Señor de la vida y de la muerte; ni le deberé yo menos por la salud de mi cuerpo que por los otros bienes que de su mano hasta ahora he recibido. 287 Aquí también oré por todos aquellos a quienes tocó hasta ahora o tocará en adelante posar o vivir en cualquiera de los lugares en que alguna vez me recogí, o fui recogido para posar, vivir o morar. Mi Dios, que estas y semejantes cosas me dio a sentir, pensar y desear, se digne cumplirlas todas conforme a su palabra y al sentido de su santo espíritu, mas no a la letra de mis propios pensamientos ni según el sentido del propio espíritu[640]. 288 El mismo día, escribiendo a la señora condesa de Monfort y al señor vicario in spiritualibus del reverendísimo obispo de Espira, entendí algunas cosas y por primera vez sentí acerca de la resurrección, que no me había acaecido antes advertir. Fueron estas enseñanzas deducidas de que nuestras almas han de ser primero bienaventuradas fuera de sus cuerpos, al modo que Cristo antes apareció bienaventurado en su espíritu que glorificado en el cuerpo. Pues considerando que nuestra alma puede ser y de hecho será bienaventurada sin el cuerpo, esto es, fuera del cuerpo, más fácilmente tenemos en poco los cuerpos, y mejor sentirnos que no somos deudores de la carne para vivir según la voluntad de la misma[641]. Más claramente conocemos que no hay que cuidar tanto como se cuida de las necesidades del cuerpo[642], porque no nos es el cuerpo tan 173

necesario, como parece que creemos, según es el trabajo que por la carne pasamos, como si sin él no pudiéremos ser o dichosos o desgraciados. Siendo así que sucede lo uno y lo otro, es a saber, que algunos son bienaventurados en su alma y no por el cuerpo, o en el cuerpo; y al contrario otros son desgraciados e infelices aun antes de volver a recobrar sus cuerpos. Haga, pues, Jesús, que murió primero, y antes de resucitar de entre los muertos hizo bienaventurados a los santos y patriarcas, que aprendamos por fin a vivir la vida del espíritu separado del cuerpo, a vivir no aquella vida miserable que consiste en hacer mal uso de nuestro entendimiento, memoria y voluntad, sino la contraria, que se percibe por las tres potencias del alma misma, memoria, entendimiento y voluntad.

23 de abril 289 El día de san Jorge, mártir, diciendo misa en la iglesia de San Cristóbal y haciendo conmemoración de una persona recientemente difunta, pues se celebraba solemnemente el día primero de su entierro, yo sentí un gran consuelo con cierta viva aprehensión de la glorificación de las almas, que por Cristo se ha de hacer. Particularmente sentía aquella liberalidad de Cristo que muestra a los suyos respecto de las obras que hicieron, premiando a cada uno conforme a sus obras, que fueron hechas en la fe de él[643]. Porque no podrá menos de ser grandísimo el premio de cualquier obra hecha en gracia; pero de las que no fueron hechas en gracia de Cristo ninguna cuenta tendrá Dios en aquel lugar y tiempo; porque las ha de pesar y estimar el omnipotente mismo conforme a la caridad y liberalidad de su humanidad y premiarlas con la infinita potencia de su divinidad. Y como Cristo es infinitamente humilde, es imposible que se olvide de obra ninguna hecha en gracia por mínima que sea; y como al mismo tiempo es infinitamente rico, no puede menos de premiar munificentísimamente. 290 Aquí sentí un verdadero dolor de que en estos tiempos tanto se hable contra las buenas obras, y casi no se hace mención de los premios de esas buenas obras; de donde se sigue que ni se teme el castigo de las malas. Así se quita la esperanza de hallar lo que en lágrimas se siembra[644], y se quita también el miedo de cada uno de los pecados, porque no parece que corresponde pena a tal pecado. 291 En suma, cuando no se tiene en cuenta lo que en bien o en mal hacen los hombres corporalmente, quítase también el conocimiento de la humanidad divina que se mostró en la Encarnación, para que se operase nuestra salud humanamente por Cristo, Dios y hombre, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos y examinar lo que cada uno ha hecho en su cuerpo; y esto lo ha de hacer en aquella humanidad en que fue visto subir al cielo, conforme a aquello: así vendrá tal como le habéis visto subir al cielo[645]. Así, 174

pues, cuanta gratitud humana y favor y liberalidad se puede concebir en los hombres mortales para con sus criados y operarios, tanta se debe creer que hay eminentísimamente en Cristo. 292 Porque es claro que un príncipe mortal puede admirablemente consolar a uno de sus más ínfimos criados con solo tener en cuenta las obras de él, de tal manera que el tal criado se sienta con grande gozo suyo arrebatado de admiración de tanto caso como su príncipe hace de sus obras, que él por otra parte tenía en nada. ¿Por qué, pues, tan mal se nos trata que no se ensalza en Cristo semejante condición humana, sino la divina, de su humanidad? O ¿por qué se han de dejar estas y semejantes comparaciones entre Dios y el hombre, si no deja él la carne nuestra que tomó? Quiso él ser semejante a nosotros corporalmente, hecho siervo de aquel a quien era igual, para que nosotros en la vileza de nuestro natural creyésemos más fácilmente la semejanza con Dios que nos había sido prometida; y así tendríamos más cuenta con estas cosas teniendo un Dios y Señor hecho hombre, a quien honramos como a Dios, y a quien debemos servir no solo espiritualmente, como a espíritu, sino también corporalmente, como a Señor nuestro, encarnado y hecho hombre semejante a nosotros, cuanto a la naturaleza en que padeció primero y ahora reina sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso. La cual naturaleza nuestra, así por Dios exaltada, es menester que veneremos en santidad y justicia[646], viendo que ella es perfecto instrumento de la divinidad para la obra de nuestra redención, nuestra vocación, justificación, santificación y glorificación, y que es templo de toda la divinidad. 293 El primer ángel no quiso descender debajo de esta naturaleza, para descender debajo de sí por humildad; pero ni aun quiso sujetarse al altísimo, sino que quiso por su propia virtud entrar en el gozo y gloria del Señor, su Dios. Fuele propuesto el misterio que desde toda la eternidad había sido ordenado, esto es, la humildad del Hijo de Dios con que desde toda la eternidad quiso y decretó hacerse hombre, y de este modo humillarse debajo de aquel que desde toda la eternidad le engendró igual a sí. Lucifer se fue por encima de sí, porque no quiso humillarse debajo de Dios humanado, que es Cristo, de sumo hecho mínimo. Así que aquel no queriendo con la fe y gracia, en que había sido creado, humillarse hasta ponerse debajo de esta naturaleza que debía Dios asumir, fue despojado de la gracia de su fe, y se fue por encima de sí, diciendo: subiré y me asemejaré al Altísimo[647]. La cual subida fue su ruina y su caída[648].

25 de abril 294 El día de san Marcos Evangelista, por la mañana, antes de decir misa, sentí un espíritu que me llevaba hacia abajo. Luego me entró tristeza por aquel movimiento y tuve pena hasta derramar lágrimas de que en mi carne hubiese aún ocasión de semejantes 175

agitaciones y de que pudiese asirla aquel espíritu de quien es propio mover nuestro espíritu hacia atrás y nuestra carne hacia abajo. Pedí, pues, al Señor con espíritu de compunción lo que otras muchas veces he entendido ser remedio verdadero de tales tentaciones, a saber, que se me dé gracia con la cual esté siempre vuelto hacia aquellos bienes que están delante de mí y sobre mí, y que (si hay que tener dolor como es menester) sea mi compunción más por la falta de las virtudes que echo de menos en mí, que por las faltas cometidas por complicidad con los sentimientos de pecado[649]; es decir, que los deseos de la perfección de tal manera me ocupen en adquirirla o en buscarla, que no quede lugar a la memoria de las cosas que hacia abajo o hacia atrás me llevan. 295 Asimismo entendí aquí claramente, como otras muchísimas veces, cuán necesario es que a fuerza de desear conocer y sentir las cosas de Dios, entendamos los varios grados que todavía no poseemos, ya sea de un conocimiento aún no percibido, ya sea de una volición de dichas cosas; para que, así entendidos, estemos en continuo movimiento hacia aquellos bienes que debemos alcanzar o pacíficamente poseer; no porque queramos en eso descansar, sino para de este modo procurar asegurar los grados por donde hemos de subir. Y se ha de adelantar de tres maneras, conforme a tres modos de las virtudes. Primero, cuanto a las cosas que tocan al conocimiento de Dios y a los afectos que a Dios directamente se encaminan. Segundo, cuanto a lo que directamente toca a nuestra perfección. Y tercero, cuanto a lo que toca al prójimo. Porque es claro que cada día necesitamos nuevos conocimientos y renovados afectos sobre el provecho de nuestros prójimos y sus necesidades espirituales y aun corporales. Y de todas estas cosas resulta nuestra perfección, aunque nosotros no debamos por ellas pretender nuestra misma perfección, sino desearla y ordenarla al mismo Dios y por Dios al mismo prójimo. 296 Mas porque en nuestra propia perfección se incluye el que nos despojemos del hombre viejo y no solo que nos vistamos del nuevo[650], por eso, queramos o no queramos, y porque es conveniente, ha de haber tentaciones y estímulos en el espíritu y en la carne; y no solo tentaciones y estímulos que nos excitan y aguijonean hacia lo que es propio de las virtudes y de la paz, sino también de las que nos conducen a la muerte y al pecado. Porque de otra suerte no sabríamos ver la arena nuestra en que tenemos que edificar; no habiéndose acabado pero ni aun podido labrarse en nosotros la piedra, que es Cristo[651], mientras del hombre viejo no nos hubiéramos desnudado. Preciso es, pues, llevar esto en paciencia; pero reforzar lo que arriba se ha dicho, es decir, debemos esforzarnos con todo nuestro poder hacia lo que falta, y sufrir, mientras lo permita el Señor, los aguijones del pecado.

297 …Mas como estas cosas no se observan así[652], tampoco hay que cuidar de 176

297 …Mas como estas cosas no se observan así[652], tampoco hay que cuidar de semejantes distinciones de los términos porque son nuevas y no usadas de los doctores positivos y aun de los escolásticos. Pero hay que tener grandísimo cuidado de no apartarnos del modo común de hablar de los doctores católicos, ni hay que multiplicar el lenguaje de las cosas, sobre todo sagradas, al paso que se multiplica el espíritu; puesto que sabemos que una misma letra admite varios sentidos. Y si cada uno se empeñara en hacer escritos y escribir libros conforme a los términos de sus conceptos, habría, como ya hay, infinitas sectas de doctrina, infinitos modos de definir las cosas, aun las sagradas, y de dividirlas y distinguirlas. Menester es, pues, que traigamos no las Escrituras, ya aprobadas, a nuestros términos, sino nuestros términos a ellas. Y todo sentimiento espiritual y todo espíritu, que no pueda reducirse a los términos aprobados en la doctrina de la Iglesia católica, debe ser rechazado[653].

26 de abril 298 El día de los santos mártires y pontífices Cleto y Marcelino, después de haber dicho los maitines, hallé una gran devoción en considerar la misericordia de Cristo, que hizo que el sumo pontífice Marcelino, que por temor de la muerte una vez se convirtió al culto de los ídolos, volviese al punto en sí con valor de cristianísimo mártir, y así recibiese el galardón y corona de mártir, etc. 299 Aquí me fue dado un buen espíritu con que deploré las varias veces que he retrocedido, mirado atrás, y vuéltome atrás, las cuales nunca bastantemente había deplorado. Asimismo comencé a admirarme de una o misericordia o justicia de Dios para conmigo[654], que consistió en que o rara vez o ninguna he sentido que su santo espíritu me arguyese, me amenazase los castigos merecidos, o me echase en cara mis pecados y defectos; sino ha hecho que las represiones que ordinariamente he oído y sentido contra mí hasta ahora, han sido o por mi propia conciencia, o por espíritu que se me ha dado para mi ejercicio[655]. Así que por esto se me ha dado pedir de todo corazón y querer procurar esta gracia del mismo Altísimo, a saber, que en adelante pueda sentir sus palabras y los arrepentimientos, que nacen de su espíritu, por mis pecados. Para esto decía: Señor Dios mío, hasta ahora parece que has guardado silencio sobre mis pecados pasados y aun sobre mis defectos e imperfecciones presentes. Paréceme que hasta ahora no has dicho palabra ninguna por boca de tu espíritu a mi ánima y a mi corazón en materia de pecados, siendo así que de muchas maneras me has enseñado a hacer el bien y seguir tus consejos. Comienza, pues, desde el principio y de un modo nuevo, esto es, inmediatamente por tu espíritu, sugiéreme palabras y sentimientos de verdadera y 177

perfecta contrición; mueve por tu espíritu mi alma a deplorar mis pecados, como por otros espíritus le has hecho hasta aquí deplorarlos[656]. Este deseo lo sentí, no con ocasión de hallarme gravado de pecados, o porque sintiera remorderme la conciencia, como si no estuviera bastante apaciguada y quieta, sino porque sentía en mí aquel más elevado espíritu de Dios, en el cual deseaba otra vez desde el principio renovarme a un nuevo sentimiento acerca de mis pecados y del conocimiento del mismo Dios a quien había ofendido[657].

28 de abril 300 Otro día, visitando a maestro Pedro el de Gueldres[658], que se estaba ejercitando conforme al modo de nuestros Ejercicios, tuve algunos argumentos de grande evidencia, con los cuales más claramente que nunca entendí cuantísimo importa, para discernir los espíritus, o atender a los pensamientos y hablas interiores o al mismo espíritu que por los deseos y afectos, por la fortaleza del ánimo o la debilidad, por la tranquilidad o inquietud, por la alegría o tristeza y semejantes afecciones espirituales se suele manifestar. Porque por estas cosas en verdad que se puede juzgar más fácilmente del alma y de sus huéspedes que por los mismos pensamientos[659]. 301 Algunos, aun con muchas y distintas contemplaciones y oraciones de los Ejercicios Espirituales, apenas pueden entender la variedad de los diversos espíritus, sino que siempre parece que los mueve un mismo espíritu, aunque en esto haya más y menos. Pues bien, para provocar esta distinción es eficacísimo medio la proposición de la elección de vida y estado, y luego en cada estado los varios grados de caminar a la perfección; y en general, cuanto le propusieras cosas más altas, o para obrar, o esperar, o creer, o amar, para aplicarse a ellas afectiva y efectivamente, tanto con mayor facilidad le darás materia en la que se provoque la diferencia del espíritu bueno y del malo. 302 Asimismo hay algunos, especialmente gente piadosa y por mucho tiempo ejercitada en devoción y dejada de pecados, en quienes se reconoce el mal espíritu porque no tienen ni pensamientos que excedan los límites de la verdad y bondad, ni afectos manifiestamente desordenados[660]. A estos, sin embargo, por santos que sean, si los indujeres a examinarse en algún grado de vida y conducta más perfecta, dentro de su estado, si es inmutable, o en otro estado más perfecto, fácilmente se echarán de ver el uno y el otro espíritu, es a saber: el que da fortaleza y el que debilita, el que ilumina y el que ofusca, el que justifica y el que mancha, es decir el bueno y el contrario del bueno[661].

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29 de abril 303 En la dominica quinta después de Pascua, noté algunas cosas cuyo orden y razón me habían sido con bastante claridad mostradas el viernes precedente; y eran a propósito de las cosas, que en cada uno de los coloquios de los Ejercicios se suelen pedir, o se podrían convenientemente pedir conforme a la diferencia de las cuatro semanas y a la cuádruple distinción de las materias de los Ejercicios. En la primera semana, recta y convenientemente conforme a la materia de los pecados, se piden aquellas tres gracias, a saber, verdadero conocimiento y contrición de todos los pecados de la vida pasada y esta es la primera; la segunda, conocimiento del desorden de la misma vida; la tercera, conocimiento y propósito de una verdadera enmienda y una verdadera ordenación de la vida para en adelante[662]. En la segunda semana, conforme al fin de las contemplaciones sobre la vida de Cristo, que es conocerle para imitarle[663], se ponen bastante razonablemente estas tres gracias en los coloquios (hablo siempre de los tres coloquios principales, a la Virgen, a Cristo y al Padre)[664]: abnegación de sí, la primera; la segunda, desprecio perfecto del mundo; la tercera, amor perfecto del servicio de Cristo nuestro Señor[665]. Porque muchos hay a quienes parece que sienten bien de Cristo y aman su persona, a los cuales sin embargo no les agradan suficientemente los trabajos en que consiste el servir a Cristo. Y estos, por consiguiente, a menudo y no sin consuelo piensan muchas cosas de Cristo y de sus virtudes y perfecciones; pero entre tanto nada o poco piensan en aquellas varias obras en que desea Cristo que se ocupen sus siervos y le sigan, para que donde estuvo él estén ellos[666], que después han de estar donde él ahora está. En la tercera semana, que trata de la pasión, me parece que bastante a propósito se ponen aquellas tres gracias acomodadas a la materia, a saber, la primera, compadecer a Cristo cuanto a los tormentos de su cuerpo; la segunda, compadecer a Cristo cuanto a la pobreza y carencia de todas las cosas propias; la tercera, compadecerle cuanto a las afrentas e ignominias[667]. Porque hay muchos que no saben sentir en su propio espíritu, y menos aún estar prontos a sentir en su propio cuerpo, esta diversidad de males, padeciendo con Cristo. En la cuarta semana, convenientemente a la materia de la resurrección, cuyo fin es conocer a Cristo glorioso y glorificador, pónense aquellas tres gracias que en general abarcan los más excelentes bienes. La primera, amor de Dios y de Cristo; la segunda, gozo perfecto en Cristo solo; la tercera, paz verdadera, que tampoco puede hallarse sino en Cristo[668].

2 de mayo 179

304 En la vigilia de la Ascensión del Señor como según mi costumbre, me turbase y desolase considerando algunos males generales, en los que me parece se menoscaba el servicio de Cristo no solo en general sino aun en las cosas particulares que tengo que hacer, sentí alguna confortación espiritual con lo contrario, y en aquella confortación al punto me sentí consolado. Y aquí se me dio a ver que no se debe menos huir de las consolaciones que se fundan en acontecimientos puramente accidentales, o también en prosperidades posibles de las cosas espirituales, que de las desolaciones contrarias. Digo, cuanto al extremo, que suele muchas veces ser excesivo, y teniendo cuenta con la verdadera estabilidad del corazón[669] que de ambos modos se impide, es decir, por la tristeza vana y por la alegría vana, y algunas veces más por la alegría; si bien más ayude para bien obrar la alegría (aun aquella a que se añade algo de vanidad espiritual) que la tristeza mezclada con algo de turbación que frustra. La cual turbación suele tener origen en el mal espíritu, aunque suela terminar en el bueno; del mismo modo que la alegría suele nacer del espíritu bueno y muchas veces termina en el malo. Porque así como el espíritu bueno suele las tristezas tornar argumentos para atraernos a lo que es sólido y bueno, con que verdaderamente nos consuele, aniquilada la falsa o vana alegría, así también suele el enemigo tomar ocasión de las alegrías para arrastrar a un gozo vano, al que se siga después tristeza. Evítense, pues, es decir, obsérvense los extremos de estos excesos, o sus principios, o sus fines, para que se conozcan los espíritus que sugieren y promueven y encaminan a un término u otro tales movimientos del ánima e impulsos espirituales[670].

3 de mayo 305 El día de la Ascensión tuve una buena inteligencia de lo que es buscar a Dios y a Cristo fuera y por encima de toda creatura y querer conocerle en sí mismo. Así también me fue dado entender algunas diferencias y sentirlas en mi espíritu sobre el entender o conocer la creatura sin Dios, la creatura en el mismo Dios, a Dios en la misma creatura, y a Dios, abstracción hecha de la creatura. Porque esta es la verdadera subida de la mente y del espíritu, que por el conocimiento de las creaturas y el afecto a las mismas, subamos a conocer y amar al Creador, sin pararnos de modo alguno en solo las creaturas. 306 Segundo, se ha de llegar al Creador por lo menos en cuanto existe, vive y obra en las creaturas; pero ni allí hay que pararse sino que se ha de buscar a Dios en sí mismo y separado y por encima y fuera de toda creatura y, abajo de toda creatura, aunque él no es extraño a creatura alguna. Después vendrá el conocer en él mismo todas las creaturas mucho más perfectamente que si se conocieran en sí mismas, y aun más perfectamente de lo que en sí mismas existieron. 180

Ojalá que venga pronto la hora en que ninguna creatura vea y ame sin Dios, o más bien que en todas las cosas vea yo a Dios y le ame, o al menos le tema; y de aquí se me abra camino para conocerle en sí mismo y en él todas las cosas, a fin de que sea él para mí en todas las cosas y por toda la eternidad. 307 Para subir por estos grados, hay que esforzarse en que Cristo, que es camino y verdad y vida, se halle en el centro de mi corazón, debajo, es decir, dentro de mí; y luego le halle sobre mí por medio de mi entendimiento, y fuera de mí por medio de mis sentidos. Para esto hay que pedir que el Padre, que se dice estar arriba, dé el poder; el Hijo, que, en cierto modo, por razón de su humanidad, se puede decir fuera, dé la sabiduría; y el Espíritu Santo, que hasta cierto punto puede decirse que está abajo, es decir dentro de nosotros, dé la bondad. Pues de otra suerte, ni nuestro interior podrá abrirse para que el corazón limpio vea dentro a Dios; ni la parte superior de nosotros podrá alzarse a lo invisible de Dios, que está sobre todas las cosas; ni nuestros miembros mortificarse[671] para que se sienta aquel que está fuera de todo y sobre todo[672].

4 de mayo 308 El día después de la Ascensión, como se celebrase la fiesta de la Santísima Cruz, dije misa en la iglesia que se llama de la Santa Cruz, extramuros de la ciudad de Maguncia, donde se conserva la memoria de aquellos insignes milagros que en otro tiempo sucedieron[673]; uno de los cuales fue el del crucifijo aquel, que allí se guarda y que se halló en el Rin flotando y subiendo contra la corriente del agua; el otro el de otro crucifijo que allí también hasta ahora está, el cual herido por un burlador y cortada la cabeza, derramó sangre, la cual hasta hoy clarísimamente se ve que corrió por la imagen. Habiendo, pues, celebrado aquí, tuve una notabilísima devoción y sentí gran dolor de que tales milagros han sido ya olvidados de los hombres; y por esto rogaba al Señor que me diese un espíritu con que en nombre de todos pueda yo reconocer tales beneficios suyos y que reciba él los sentimientos míos como si fuesen de todos los de nuestra Compañía y de cuantas personas he conocido alguna vez, y como si todos ofreciesen este sacrificio en alabanza y acciones de gracias y propiciación por estos y todos los otros semejantes grandísimos beneficios divinos. Hice también aquí voto de volver a la misma iglesia, otra vez, antes que me vaya de Alemania para poder celebrar en el altar del primer crucifijo, esto es, del que flotaba sobre el agua e iba contra la corriente.

8 de mayo

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309 En la fiesta de la aparición de san Miguel Arcángel se me ocurrieron algunas notables acciones de gracias a Dios por los beneficios hechos a los mismos ángeles. En particular reconocía por un gran beneficio que los ángeles nunca han estado cercados de las flaquezas de los cuerpos humanos, como están nuestras almas sumergidas y en derredor atadas dentro de los calabozos de sus cuerpos, de donde nace en ellas tanta diversidad y hasta contrariedad de afectos que frecuentemente las combaten y solicitan al mal, que no pueden sentir aquellas simples naturalezas[674]. Es también de grande utilidad para el bien de los mismos ángeles no tener esta duplicidad y multiplicidad en obrar, y por esto dentro de ellos no ha habido guerras, ni aun antes de ser confirmados en el bien. 310 Mas en nosotros hay tan grande variedad que, aun cuando alguna parte parezca buena, muchas de las otras tienden al mal. Pues ni al entendimiento acompaña enseguida la voluntad plena, ni al contrario a la voluntad el entendimiento; y el mismo sentido demasiado frecuentemente tira hacia otra parte de a donde le llama su apetito racional. Y de aquí resulta que no en un punto se hace todo el hombre bueno y recto, cuando alguna parte de él es buena y recta. Sin embargo se me dio aquí también a conocer que se han hecho al hombre grandes beneficios en esto, que esté tan dividido en obrar, tan intermitente y aun mudable. Porque de aquí proviene que aunque una parte de él haya sido apresada del mal y hasta inficionada, sin embargo no por eso está todo el hombre inmediatamente perdido; y asimismo, que aunque por algún tiempo esté todo él perdido, pero como es mudable y flexible, no se pierda para toda la eternidad. A veces parece la sensibilidad toda inficionada, y sin embargo la razón misma y el espíritu, contradiciendo, no se corrompan. 311 Y estas cosas no podían tener lugar en los ángeles aun antes de que fuesen confirmados en gracia. Por lo cual grande era el peligro que tenían de caer con los demás ángeles apóstatas. Porque en cuanto se abrazasen al mal, en aquel momento por razón de su simplicidad habría quedado su naturaleza toda inficionada, ni habría habido lugar para que consintiendo una de sus partes, no consintiese alguna otra; sino que era menester que al momento toda la naturaleza fuese penetrada del bien o toda ella llena e inficionada del mal. Yo pues, por lo que a mí toca, ya que soy tan inclinado al mal y estoy cercado de tantas cosas que me pueden manchar de parte de la carne, del mundo y de todos los malos espíritus, me gozo de que mi naturaleza no sea tan simple. Porque si simple fuera, demasiado deprisa sucedería ser mi ánima toda penetrada de algún mal espíritu, y consiguientemente quedar toda infecta. Mas ahora, aunque penetre algún mal espíritu, por ejemplo en mi carne, o en mi entendimiento, o en el apetito y lo demás, no por eso inmediatamente soy todo malo; porque podría no querer tales males y con mi voluntad resistiendo contradecirlos.

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Cierto es que desearía verme penetrado todo y totalmente del bueno y del mejor espíritu, y ser de él muy bien dispuesto, y para esto ser respecto del tal buen espíritu enteramente simple y una cosa continua y en sí inmutable; pero ya que me acometen los espíritus del mal[675] y los pecados que me cercan por doquier, de los cuales hay peligro de ser alcanzado, entonces quiero más hallarme sin esa simplicidad y no ser por naturaleza tan estable e inmutable; porque sería demasiado el peligro que correría de inficionarme todo en un momento, y si cayera, que fuese mi caída irreparable. 312 Bendito, pues, nuestro Señor Jesucristo encarnado y muerto, por quien fuimos hechos tan múltiples y variables mientras vivimos entre los males que nos sobrevienen; mas por gracia de quien sucederá al fin que lleguemos a la omnímoda simplicidad e inmutabilidad: los buenos en los bienes del cielo, y los condenados por el contrario en los males; es decir, que los santos totalmente serán penetrados del mismo sumo bien, a quien por toda la eternidad estarán unidos; y los malos, de la miseria misma de la iniquidad, a la cual asimismo estarán juntos por toda la eternidad.

13 de mayo 313 El santo día de Pentecostés tuve algunos vivos deseos hacia Dios para que me diera por el espíritu entender y querer las cosas espiritualmente. Pedía un ser espiritual, un vivir espiritual, un sentir espiritual, y el mismo raciocinar espiritual. Sobre las cuales palabras tuve gran afecto. Veía asimismo una grandísima diferencia que hay entre las conmociones divinas que puede haber en un hombre cuanto al espíritu vital y las que puede haber cuanto al espíritu animal, y las que puede haber cuanto al espíritu racional[676]; y lo mismo cuando consideraba lo que importa sentir una cosa en la carne o sentirla en el espíritu; ser en carne o ser en espíritu; vivir en carne o vivir en espíritu. Aquí también me fue dado con muchas súplicas pedir la gracia del Espíritu Santo para que en adelante mi ser, vivir y sentir pueda traspasarse al mismo espíritu, para que el negocio de la salvación de mi alma se realice en aquellas profundidades que están manifiestas al Espíritu Santo, y para que me pueda ver libre de sentir lo carnal y corporal corporalmente; esto es, para hablar así, por pensamientos o mociones corporales y carnales; y esto en la misma carne o en el mismo cuerpo. Porque entonces se sienten las cosas en verdad, cuando se alcanzan con el espíritu racional, en especial cuando ellas son espirituales y sugeridas por el Espíritu Santo. 314 Aquí, además, advertí el modo con que tantas veces he sentido las cosas carnales carnalmente y en la carne. Porque algunas veces acontece esto así: que lo carnal por acción de la carne se siente en ella; otras por obra del mal espíritu se siente en la carne; y 183

otras por la acción del mismo mal espíritu se siente lo carnal en el mismo espíritu vital, o animal, o aun en el racional del hombre mismo. Pueden también las cosas espirituales ser aprehendidas a veces bastante carnalmente, con espíritu bastante carnal, del mismo modo que acaece entenderse y sentirse lo corporal espiritualmente. Débese, pues, orar muchísimo al Espíritu Santo que se digne moderar en nosotros todo espíritu, tanto aquel en el que se nos suministra la vida y aquel en que se causa la sensación, como aquel porque se procuran los afectos y pensamientos[677]; y que esto se haga mientras viene aquel tiempo y aquella felicidad en que veremos a Dios y será todo en todas las cosas[678]. 315 Otro día, dentro de la octava de Pentecostés, sentí gran devoción en algunos discursos en que pedía los dones del Espíritu Santo, considerando qué es lo que quiere decir don del espíritu del entendimiento, del espíritu de sabiduría, del espíritu de temor, de ciencia, consejo, piedad y fortaleza. Asimismo me venía un cierto modo de orar al Espíritu Santo, por cuanto él procede del Padre, y por cuanto procede del Hijo[679]. Asimismo en cuenta es director y santificador del alma de Cristo, y aún más en cuanto es él de quien mismo Cristo fue concebido; ítem en cuanto es él quien enriquece a la Virgen María, a los ángeles, profetas, apóstoles, mártires, confesores, monjes, vírgenes, castos y viudas, etc.; asimismo en cuanto es él destructor de los influjos de los demonios; y en suma en cuanto es quien todo lo llena, en quien son todas las cosas, en quien todas viven, y en quien de todos modos buenos se mueven[680]. Sentí que era gran cosa y grandísima gracia tener el favor de tan grande y tan intrínseco principio, medio y fin de todas las cosas. 316 Hice también algunas oraciones bastante buenas al Espíritu Santo, deseando tener en él mi patrocinio y amparo, más aún, mi mismo ser y vivir y sentir y racionar de un modo contrario a los espíritus malignos, es decir, contra cualesquiera malos influjos que ellos pueden y quieren hacernos, como son malos pensamientos, malos afectos, ocultas fuerzas, malignidades y alientos para que más profundamente podamos obrar y sentir el mal. Porque son muchas las cosas que los malos espíritus pueden hacer en los mismos cuerpos, y contra ellas nos defiende el Espíritu Santo por sí y por los espíritus angélicos[681].

20 de mayo 317 El día de la sobreexcelsa y santísima Trinidad, tuve gran deseo de que se celebrase su fiesta con más solemnidad[682], puesto que abraza tres personas, las cuales son lo más digno que se puede pensar y creer. 184

Hice también algunas súplicas en que pedía que todas mis fuerzas y todo mi poder fuesen por el Padre robustecidos; que toda mi luz y claridad y orden y composición y arte, fuesen por el Hijo dirigidas, lanzado todo lo contrario; y que todos mis afectos, deseos, apetitos, inclinaciones y formas accidentales fuesen por el Espíritu Santo purificadas, lanzados todos los malos influjos de la carne y del espíritu. 318 Como considerase y con la fe bastante bien entendiese cómo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo está de todas maneras fuera de todo, y dentro de todo, es decir, debajo y a través de todo, y de todos modos, sentí buena devoción demandando que él mismo se dignase darme gracia de buscarle de todas maneras y hallarle. Aquí advertí también y sentí cómo Dios se dice omnipotente, esto es, tan grande que puede dar el ser[683] a todo lo que por sí puede ser o de cualquier otra manera posible, corporal o espiritual, y para decirlo más en general, sustancial o accidental, de un modo simple o por composición. Aquí tuve un cierto discurso acerca del orden que hay de las cosas imperfectas a las más perfectas; en el cual orden se me ofrecía, primero, todos los accidentes cuya perfección se puede colegir y clasificar de la de los sujetos, a que de su naturaleza han de estar unidos; segundo, la materia de las cosas corporales; tercero, las formas sustanciales de los seres inanimados corruptibles; cuarto, las formas de los cielos; quinto, las formas corruptibles de los seres animados, como plantas y brutos animales; sexto, los compuestos inanimados y aun los vegetales corruptibles; séptimo, los compuestos celestes, esto es, los mismos cielos corporales; octavo, los animales brutos; nono, las almas racionales; décimo, el hombre mismo; undécimo, el ángel. Y sobre todo esto Dios siempre bendito, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y uno en substancia de toda suerte perfectísima.

22 de mayo 319 El martes después de la fiesta de la Santísima Trinidad, al ir a rezar maitines, sentí una gracia que nunca antes había tan evidentemente experimentado, aunque muchas veces me fue dado el desearla. Consistía dicha gracia en que con más firmeza y estabilidad que de costumbre mi espíritu era elevado a la vista de Dios que está en los cielos. Otras muchas veces sentía mayor devoción con entender las palabras o con alguna moción del espíritu que compungía mi alma o de cualquier modo la ponía devota. Mas ahora fue una cierta elevación de lo más alto de mi entendimiento, con la cual se me daba percibir la presencia de Dios tal como está morando en su templo del cielo; y así comencé a desear y aun a hacer absoluto propósito que de aquí adelante he de querer buscar que se aumente esta gracia para decir cualesquiera oraciones mías vocales o

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mentales. Algo difícil me parecía esta tensión de la mente hacia el mismo Dios; pero tengo buena esperanza de que la gracia confortará mi alma. 320 Más fácil me parecía poder fijar la mente al tiempo de la oración o en el Crucificado, como si estuviera delante de mí, o en la Virgen Madre, o en alguno de los santos, que en Dios como está en el cielo. Aquí noté que es muy necesario que quien ora mental o vocalmente tenga en cuenta estas tres cosas: primera, que la persona misma a quien se dirige la oración se coloque en cierto modo en la memoria; segunda, la significación de las palabras que se tomen para orar; tercera, espíritu con que se sientan todas las cosas afectivamente. Así que para una oración perfecta se ha de tener en la memoria el trono de la majestad de Dios Padre, y hasta él se ha de elevar la memoria misma; en el entendimiento se habrá de tener una ilustración de la sabiduría del Hijo, por quien todo se entiende; y en la voluntad del corazón al Espíritu Santo, sin el cual nada se siente íntimamente. Dennos Dios y Jesucristo gracia de poder llegar a esto, creciendo cada día. Entretanto habremos de esforzarnos por partes, comenzando por apuntar a lo más grande y a lo más alto para que así, en lo no tan alto, mejor podamos aprovechar. Esto me pareció en estos días que era conveniente; y asimismo me pareció que hasta ahora nunca había ejercitado la parte más alta de mi alma, es decir, lo más subido de mi entendimiento para elevarme de este modo en alto; sino que por el contrario la había tenido siempre toda vuelta y dirigida hacia lo más bajo, es decir toda replegada y encorvada hacia la consideración de las flaquezas de mi carne y de mi espíritu[684]. 321 Y la inteligencia que tuve en esta materia (que fue en este martes después de la fiesta de la Trinidad), debe reconocerse como bajada de la misma Santísima Trinidad y como reliquias de aquella fiesta, que he de guardar profundísimamente en mi alma. Y por esto con derecho justísimo debes determinarte a referir todo el aprovechamiento de cada año al día de la Santísima Trinidad, y poner en él el principio de la cuenta de los frutos, que en cada año has recogido, y el fin de todos los provechos de tu alma, y de la edificación de tu templo, que debes preparar para habitación santa y morada eterna de esta Santísima Trinidad, a la cual como a término se encaminan todas las solemnidades de los misterios de Cristo ordenadas por la Iglesia y todas las solemnidades de los días festivos y domingos de todo el año.

24 de mayo 322 En la festividad del sacratísimo sacramento del Cuerpo de Jesucristo, Señor nuestro, tuve varias inteligencias sobre el celebrar su fiesta, y sobre el adorarle y recibirle. En la procesión en que era llevado, me sentí de varios modos tocado y movido a devoción, 186

viendo cuántas cosas se empleaban en el ornato y solemnidad de aquella procesión. Me gozaba de que concurriesen tantos hombres, de tantas maneras ocupados en alabar a Cristo. En suma me sentía aficionar muchísimo a este culto externo, en el cual todos los hombres pueden poner algo o de sus obras, o de sus haciendas, o de los afectos de su alma, o aun de los gestos de su cuerpo. En el cual culto además pueden todos los sentidos ejercitarse corporalmente, servir todas las artes mecánicas, trabajar los miembros de los cuerpos humanos y emplearse útilmente. Allí puede haber cantos de voces humanas, e instrumentos varios construidos por manos de hombres. Para este culto traen los campesinos yerbas y ramas, hechas con ellas guirnaldas; y en él también de varios modos se ocupan los artesanos. Y así resulta que todos, absolutamente todos los hombres, pueden servir a Cristo corporalmente y emplear sus miembros todos en obsequio de aquel de quien los recibieron[685]. 323 El mismo día sentí gran devoción y buen espíritu para ofrecerme todo al culto de Cristo. Ofrecía mi memoria, mi entendimiento, mi voluntad y los cinco sentidos exteriores y todo lo demás que hay en mí[686]; ofrecía todas estas cosas para glorificarle y venerarle; en segundo lugar también para servirle y obedecerle, santificándome, etc.; y en tercer lugar para que por él pueda yo ejercitarme y gastarme en utilidad del prójimo por amor de ellos[687]. 324 Se me daba también desear con todas las partes de mi alma y cuerpo imitar a Cristo corporalmente en estas dos cosas, a saber: en que me pueda gastar y consumir todo en hacer buenas obras por él; y segundo, que pueda todo yo y cada parte mía ejercitarme en padecer al modo que él en todos sus miembros por mí y por todos padeció hasta morir en la cruz.

31 de mayo 325 El día de la octava de la misma festividad me fue dado, con grandísima devoción y angustia por mis defectos, demandar gracia con la que se pueda hacer que de aquí adelante se me perdonen todas las penas de los pecados que provienen de los malos hábitos propios o de las inclinaciones y demás tentaciones originadas de las propias concupiscencias[688]. 326 Sentí, además, en cierta manera, cuán admirablemente quiere Cristo excitar a la Iglesia, su esposa, con ocasión de tan grande y admirable sacramento de su cuerpo y de su sangre. Porque creyendo que debajo de aquellas especies sensibles está el cuerpo de Cristo y además su sangre, nos ejercitamos en la fe de cosas que no se ven[689]; pues creemos 187

que allí está la presencia real y verdadera del cuerpo de Cristo debajo de las especies de pan, y creemos lo que allí está por concomitancia y por transustanciación del pan; y lo mismo creemos que bajo las especies del vino está la sangre; y que con ella por concomitancia están el cuerpo y alma y toda la plenitud de la divinidad; y lo mismo creemos de la transustanciación. Nos ejercitamos, además, en actos con que de varios modos damos culto a este sacramento; no solo en espíritu y dentro de nosotros por la fe y devoción, sino además en los actos de latría, como si estuviese él visiblemente en aquel lugar[690]. Tercero, nos ejercitamos en nuestra santificación usando de tal alimento para sustentación de nuestra alma, fortificación, iluminación, consolación, omnímoda percepción de los tesoros celestiales, etc. 327 Son, por lo tanto, harto desgraciados los que no quieren hacer a este sacramento el honor que harían a la propia persona corporal de Cristo. Porque lo que se nos ha dejado a nosotros no es inferior a lo que se dio en la cena a los apóstoles. Y a ellos se dio el cuerpo que poco después iba a ser entregado y crucificado; no se les dio muerto, porque no estaba muerto el cuerpo de Cristo cuando fue entregado, sino vivo; ni había muerto ya cuando le crucificaban, sino que vivía.

10 de junio 328 El domingo cuarto después de Pentecostés, yendo a misa, me fue dado pedir gracia de que pueda mi alma y mi espíritu defenderse de los malos espíritus de los demonios y aun de los malos espíritus de los hombres. Y aquí advertí que muchas veces hasta ahora me han sobrevenido turbaciones y grandísimas desolaciones con la consideración de los malos espíritus de los hombres; esto es, de la contemplación del mal ánimo de los hombres, que se me ponía delante con varias sospechas, imaginando que los mismos hombres movidos del espíritu malo ponían asechanzas a mi alma y a mi espíritu y con ánimo dañado ponían la mira en mis pobrezas espirituales y humanas. Y en verdad sentía gran debilidad para luchar contra estos malos ánimos que imaginaba; de tal suerte que me parecía más leve que todos los hombres empleasen sus fuerzas corporales en perseguir mi cuerpo, que si uno solo por su espíritu malo se empeñase en perseguir las flaquezas de mi alma. Pedía, pues, protección para mi alma; y aquí entendía muchas cosas de las persecuciones que en nosotros padecemos causadas por los malos espíritus de los demonios y de los hombres[691]. 329 Aquí, asimismo, noté y ponderé el tormento que tan de continuo siento desde que conocí a Alemania, por las apostasías de esta nación. Plega a Dios impedir que no suceda 188

en realidad lo que tantas veces en mi espíritu se me ha representado, no en verdad con buen espíritu, sino más bien por espíritu de desconfianza, que de tantos modos hasta ahora me ha vejado, tirando principalmente a que desesperase enteramente de hacer fruto y echase a huir primero en mi ánimo, y después desease salir de esta región del Rin que me ha sido encomendada. Ojalá que la tibieza de los hombres malos, verdaderos o imaginados, la frialdad, malicia, y deficiencias dejen de invadir mi alma y espíritu, que por otra parte son en sí mismos bastante pobres, tibios, fríos y deficientes. Ojalá cese ya esta mutabilidad mía, que tantas veces ha hecho que ahora me parezca todo excesivamente próspero o que va a prosperar, y luego al contrario todo perdido o que se va a perder[692]. 330 No sucedería esto, si no supiera yo tanto de las causas y principios de que se engendran los males o se aumentan. Mas en estudiar esas causas y principios y en oír de ellos fui nimio, así como en pensar sobre ellos conmigo mismo. Con nimiedad, además, he meditado en la fuerza de los pecados y en el proceso de errar y caer. Y sobre el de esta ciencia ha añadido trabajo la experiencia de flaquezas y defectos ajenos. De donde ha provenido que he pasado por alto muchas cosas pertenecientes a las virtudes y otros bienes que Dios ha sembrado en los hombres; los cuales bienes, si con sencillos ojos y no malos se considerasen, se hallaría mayor paz; y si, cuando tales bienes se hallaren, se fomentasen, mayor sería el fruto[693].

21 de junio 331 En la fiesta de san Albano, mártir, que se celebra en Maguncia el día veintiuno de junio, celebré la misa en el altar mayor de la iglesia de san Albano, estando expuestas sobre el altar varias reliquias de cuerpos santos, además de la caja que contiene el cuerpo del mismo beatísimo mártir. Tuve allí mucha devoción, considerando las peregrinaciones tan largas de aquel mártir y que había venido en tiempo de los arrianos a morir por los maguntinos. 332 Con esto me animaba y cobré buena esperanza de hacer fruto en tiempo de estas herejías luteranas, que han derribado casi toda esta Alemania; las cuales herejías no son otra cosa que un apartarse de la Iglesia católica para que, puesto cada uno fuera de la disciplina de su madre, haga impunemente y crea y hable lo que quisiere; de suerte que se puede con verdad decir que los herejes de estos tiempos son maestros de separación y retroceso[694]. Plega a Dios dar hombres de sentido contrario, que con obras y palabras enseñen la verdadera unión, la vuelta a la disciplina de la Iglesia, y el progreso en todas las virtudes cristianas. 189

24 de junio 333 El día de san Juan Bautista, antes de la misa, sentí gran devoción en la que pedía gracia de ordenarme a mí mismo y todos mis negocios y ejercicios y lo que toca a mi espíritu. Deseaba en mi primer lugar ser grato y acepto a mi Dios por gracia de nuestro Señor Jesucristo; en segundo lugar, que pueda dignamente cumplir lo que corresponde a un sacerdote, como es orar, decir misa, meditar, etc.; en tercer lugar, que las ocupaciones que tengo con los prójimos las pueda hacer conforme a la disposición de la divina voluntad; y esto, ya sean aquellos ministerios u ocupaciones con los de mi casa, ya con cualesquiera otros; en cuarto lugar, pedía gracia especial para dirigir a todos aquellos que alguna vez hayan de ser instruidos por mí[695]. 334 Aquí considerando que san Juan Bautista fue modelo de penitencia y quien con el dedo señaló a Cristo, sentí algunas cosas que mucho ayudan a entender la doctrina de los Ejercicios que versan sobre los pecados; por ejemplo, cómo es menester allí averiguar qué cosa es hacer penitencia, y no desear enseguida tener aquella compunción de lágrimas, sino saber el modo de procurarla probando varios modos de hacer penitencia externa; aunque el fin deba ser aquella misma compunción de corazón hasta llegar a lágrimas de amargura. Porque muchos se duelen de no tener compunción de corazón, los cuales no tienen aún paciencia para probar lo que sea compunción de carne; quisieran estos sentir tormento en su alma y no quieren atormentar su carne. 335 Mas Dios difiere muchas veces los dones más perfectos y los mismos fines del aprovechamiento, para que entre tanto aprendamos a hallar los dones menores y los medios para aquellos fines. Algunos nada desean más que sentimientos espirituales, es decir, del alma misma, los cuales quisieran experimentarlos sensiblemente; y sin embargo de ninguna otra cosa necesitan más que de paciencia, o de alguna otra virtud, que no saben ellos o no sienten que les falta. Pero lo que Dios principalísimamente quiere es que poseamos nuestras almas; y estas no se pueden poseer sino por la paciencia, según aquello: en vuestra paciencia, poseeréis vuestras almas[696]. Pues el que no posee su alma propia por la paciencia, ¿cómo será justo que posea a Dios por consolación sensible?[697].

26 de junio 336 El día de los santos mártires Juan y Pablo, por la mañana, después de levantarme, sentí una notable gracia para preparar mi corazón a decir el oficio y para no admitir extraños afectos, es decir, ni tristezas de otras cosas ni alegrías. Estaba, pues, mientras 190

me vestía y hacía cuanto necesito hacer antes de decir el oficio, todo recogido en solo este deseo, de orar bien, atentamente y con devoción[698]; y fue esto en modo que sentí que de este deseo me entraba en el corazón un afecto bastante bueno, esto es, temor de no poderme mantener en aquella disposición. Esta buena disposición me duró hasta después de la misa, con deseo de poder siempre seguir igual camino. 337 Advertí aquí ser bueno que nuestro corazón esté siempre en cierta tristeza por verse privado de la divina asistencia y de la ilustración especial que se suele sentir en una devoción actual, o bien en la confortación por la divina presencia. Porque en esto parece que hay un perpetuo ejercicio de poder sentir qué será al fin verse alguno privado de la visión y gozo divinos, o poseerlos; de las cuales cosas una es la verdadera condenación y la otra la plenitud de la gloria. 338 Dije este día la misa por el alma de aquel devotísimo y docto varón Lanspergio, de la orden de los cartujos, cuyo favor deseé. Y en la misma misa, al hacer memoria de los difuntos, sentí que debe ser para mayor gloria de los difuntos, sentí que debe de ser para mayor gloria de Dios y de sus santos sacar un alma de las penas del purgatorio. 339 Entendí también que este librar un alma redunda en gran ventaja de los vivos. Porque en el purgatorio parece que está aquella alma en cierto modo atada, que no puede negociar nuestra salvación y la gloria de Dios[699], mas los bienaventurados, después que están en los cielos, muchísimo procuran que en los mismos cielos sea más y más glorificado Dios y su Cristo con todos los conciudadanos de él; y al mismo tiempo procuran que en la Tierra se muestre la gracia de Dios por Jesucristo para la paz de las almas de los vivos; las cuales dos cosas son conformes a aquel himno de los ángeles: Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres[700]. 340 Otro día, dentro de la octava de san Juan[701], mientras oía la confesión general de cierta persona, recibí un gran conocimiento de lo que es hacer misericordia a los prójimos vivos y difuntos; y fue así que pensando estas cosas, comencé a derramar lágrimas, y a pesar de ellas atendía a la confesión de mi penitente. Entendí también, discurriendo en esto, cuán eficaz medio es para conseguir que sea Dios misericordioso con nosotros el hacer nosotros misericordia, y cuán fácil es hacer que Dios nos dé sus dones gratis, si gratis nos damos a nosotros mismos y nuestras cosas; es decir, que si en las obras de misericordia corporales fuésemos misericordiosos, se nos haría también Dios misericordioso en ellas y aun en las espirituales. 341 Pero más eficazmente merecemos de Dios la misericordia espiritual si nos ejercitamos en obras de misericordia espirituales. De aquí es que muchos muy ocupados para orar, a veces no hallan lo que quisieran para consuelo de su espíritu, porque no son 191

misericordiosos espiritualmente con sus prójimos. Y al contrario hay algunos tan ocupados en la salud de los prójimos puramente por Dios, los cuales aunque poco lo procuren, hallan a Dios grandemente propicio con ellos, no solo cuanto a remitirles y perdonarles sus pecados, sino cuanto a concederles varios dones divinos[702]. Con esto, pues, me vino un gran impulso de exhortar a todos a tener mayor cuidado de las obras de misericordia; y asimismo que si alguno quisiere tener a Dios muy propicio y que no atienda al rigor de la justicia, debe ser él propicio y benigno con todos y no demasiado justo o austero.

29 de junio 342 El día de los apóstoles Pedro y Pablo, dije misa por un cierto amigo, y me fue dado esperar para él de la misericordia de Dios y por intercesión de la Virgen y de estos apóstoles algunas cosas que me parecían muy necesarias. Asimismo en el discurso de los misterios de la vida de Cristo, considerando atentamente el derramamiento de su sangre y todo lo que procedía de sus tormentos y operaciones, oré de este modo: Señor, Dios todopoderoso, ruégote por los méritos de aquella sangre derramada hasta la Tierra, que quieras conceder la gracia que pido para la tal persona, para que así no se pierda esa abundancia, que aún no está, por decirlo así, aprovechada. Porque me imaginaba algunas gotas de sangre y algunos trabajos particulares de algunos miembros de Cristo y asimismo algunas palabras particulares, o hechos, o aun signos, o pasiones, o sudores o hambre, o sed, o sus deseos humanos, etc., y decía a Dios Padre más o menos así: Estas cosas, oh Dios mío, ninguno todavía ha pedido que se le apliquen a él en particular para medicina suya o salvación; aplíquense, pues, a esto que pido, para que no se pueda decir que no han servido de nada, puesto que habrán obrado tan buena obra. 343 Pues muchas de sus palabras no llegaron a entrar en los oídos del alma de nadie y por ventura ni aun en los del cuerpo, y aún son más las que fueron oídas y no entendidas; y aún muchas más las que fueron entendidas y no percibidas en lo íntimo del corazón; y otras muchas fueron percibidas y sentidas del corazón y no puestas por obra[703]. Y es oficio de los apóstoles y discípulos de Cristo, y de los que los siguen que cuanto es de Cristo y cuanto viene de él, y por él, y en él, y de él, y que a él toca y lo que para su gloria fue ordenado por el Padre, y así de otras cosas, ellos diligentísimamente lo busquen, lo piensen, sientan, imiten, engrandezcan, difundan, etc., para que de aquí resulte que no se pierda lo que para nuestra salvación fue hecho.

30 de junio 192

344 El día de la conmemoración de san Pablo tuve un buen pensamiento para sentir de qué modo la deformidad de nuestra alma ofende los ojos de su Creador[704]; su hedor el olfato; su amargura el gusto; su excesiva frialdad y calor el tacto. La deformidad y fealdad se echa de ver sobre todo en las inmundicias de la lujuria y pecados carnales, es decir, en los que se cometen por amor de la carne propia o ajena. El hedor y olor malo se conoce del mal nombre y mala fama. Porque el hombre, cuya vida es escandalosa, no solo se dice que hiede a los hombres buenos, sino aun al mismo Dios, y mucho antes a Dios, porque es el que antes ve y más cosas y mejor que los hombres. La amargura e insipidez que al gusto divino desagradan, se echa de ver en la ira, soberbia, envidia y perversos odios. El tacto divino se ofende con la acedia, que hace a los hombres fríos para las buenas obras, y con la concupiscencia de bienes temporales, que es avaricia. 345 Pruébese, pues, el hombre en sus sentidos internos, y verá fácilmente que ofende los ojos de su alma la deformidad de las inmundicias corporales y de sus suciedades de lujuria y de gula. Sentirá también su hedor, si piensa en que se tiene de él mala opinión; y así hasta a sí propio olerá mal. Si advirtiere además su ira, o cólera, o envidia, o soberbia, al punto se amargará, esto es, se sentirá o amargo, o insípido; o insípido por la soberbia, amargo por las otras pasiones de ira o envidia. Y cuando sintiere su acedia o avaricia, enseguida percibirá que se lastima el tacto de su espíritu con la demasiada frialdad, que le hace no saber aficionarse a lo bueno, o con el calor, que verá le imposibilita para arrancarse de los cuidados de las cosas temporales o del amor de ellas. Sentirá también las otras dos cualidades del tacto, a saber, la demasiada molicie o blandura, que le detiene en la inacción, y la dureza demasiada, que impide le penetren las cosas divinas[705]. Pruébese, pues, el hombre[706], especialmente el que quisiere comer el pan del cielo, que es sustento y vida de toda el alma y del cuerpo, y recreación y glorificación de todos los sentidos. Nosotros, por nuestra parte, debemos esforzarnos en llegar a hacernos manjar de Cristo y alimento que pueda él digerir, y digerido asimilarlo a su cuerpo místico, haciéndonos varones perfectos y vigorosos y útiles miembros del mismo cuerpo místico. Y por esto hemos mucho de cuidar no causar repugnancia a ninguno de los sentidos de Cristo.

3 de julio 346 En los días de la solemnidad de la Visitación[707], tuve una vez un gran deseo de tener la gracia de poder conocer en sus obras cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta[708]. Por eso tuve entonces gran consolación de que se me hubiese abierto el entendimiento en cierto negocio para entender el modo que debía guardar. 193

4 de julio 347 El día de la dedicación de la catedral de Maguncia tuve gran devoción en que todo lo que pedía, o sentía, o por lo que daba gracias, lo hacía en nombre y como en persona de los que tengo especialmente en mi memoria. Veneraba, verbi gratia, a Cristo por mí mismo y como si representase a mis hermanos[709], amigos, parientes, etc. Asimismo veneraba las reliquias de los santos expuestas en el altar, y lo hacía también en nombre de otros, especialmente de los que sé que tendrían gusto en poder asistir delante de las mismas reliquias. Deseaba también de todo corazón que los santos que están en el cielo adorasen, honrasen y glorificasen a Dios y en nombre mío y de todos nosotros le diesen gracias con el espíritu que ya poseen.

5 de julio 348 La víspera de la octava de los apóstoles Pedro y Pablo, al anochecer, sentí muchos deseos buenos por mí, por mis compañeros, por mis padres, y en general por muchos otros que me venían a la mente. Sentí, además, un grande y vivo deseo, en que pedía al Señor que se dignase aceptar estos deseos, como si aquellos mismos, por quienes yo los sentía, los sintiesen y conforme a ellos pidiesen. Asimismo que en esta parte me hiciese vicario de Cristo especialmente en la misa que me proponía decir.

6 de julio 349 El día de la octava, habiendo entrado en la iglesia, tuve gran devoción al tomar agua bendita, y pedí a Dios Padre que cuanta bendición y santidad y virtud tiene aquel agua, se me aplicase a mí para lavar mi alma y para derramar en ella la bendición y para defenderla contra mis enemigos invisibles. 350 Además, habiéndome vuelto a un crucifijo para adorar a Cristo, sentí también una grande inteligencia sobre la utilidad de las imágenes, que por esto (como entonces por primera vez sentí) son representativas de las personas, porque de nuevo nos las hacen presentes. Supliqué, pues, con gran devoción a Dios Padre que se dignase aplicarme a mí esta gracia de la presencia de Cristo y hacerle presente a mi alma conforme a esta virtud representativa que tienen las imágenes de los santos para con los fieles, que piadosa y católicamente creen[710]. Lo mismo también se confirmaba en mí cuando me volvía a la imagen de la Virgen, y con la vista de ella deseaba que la bienaventurada Virgen se hiciese lo más presente posible a mi alma.

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351 En el lugar mismo en que estaba, esto es, en el templo, deseaba con devoción que se me diese mayor virtud de orar conforme a lo que Dios tiene prometido de que allí serán los fieles especialmente oídos. En suma, sentí aquí que es grande la virtud de todas estas cosas para los que creen, no solo por la piedad de su fe, sino también y principalmente por ordenación de Dios y por sus palabras y por el sentido de la santa madre Iglesia. 352 Puesto delante del sacramento y de rodillas humillado[711], sentí gran devoción considerando que está allí realmente el Cuerpo de Cristo y por consiguiente que está toda la Trinidad de un cierto modo maravilloso[712], distinto de aquel con que está en otras cosas y otros lugares. Porque otras cosas, como las imágenes, el agua bendita, los templos, hacen que esté presente Cristo, o los santos y virtudes espirituales, de un modo espiritual; mas este sacramento hace que esté presente Cristo y toda la virtud de Dios realmente debajo de aquellas especies[713]. Sea el nombre del Señor bendito. 353 El mismo día de la octava de los apóstoles, acordándome de las gracias y beneficios de Dios, me acaeció sentir en mi alma una especie de queja que nunca había sentido. Porque me parecía, por gracia de Dios, que de muchos modos se había hecho abundancia y paz en mi interior, mas que yo respondía mal a la gracia de Dios con mi exterior, es decir, con obras de caridad. En otros tiempos[714] yo no sentía mis defectos ni internos ni externos; y lo mismo era de la gracia de Dios, que entonces ni dentro ni fuera de mí experimentaba, es decir, ni por mis obras externas ni por las internas. Después sucedió que se me diese gracia y concediese el procurar la paz de la gracia; y entonces solo me quejaba de mi interior que parecía insensible, siendo así que el cuerpo y la mente sentían los trabajos. Por fin llegué a un cúmulo mayor de gracias de Dios, de manera que ya me parece que descanso demasiado en mi Dios y en la caridad del prójimo, pero que falto en la ejecución y en el empleo de tantos y tan grandes talentos. Plega a Dios que no halle demasiado pronto tanta paz en mí mismo por lo que toca a las malas inclinaciones, frialdades, etc.; demasiado pronto, digo, es a saber, antes de estar en todas suertes ejercitado en vencerme y en esa batalla que en el propio cuerpo se da contra los demonios y para apagar los malos influjos. 354 Otro día, dentro de la misma octava de la Visitación, como se me ofreciesen varias necesidades de los hombres, penurias, angustias, tribulaciones, adversidades, calamidades, etc., me sentí penetrado de un gran deseo de poder perseverar en la consideración de las miserias de los vivos y de los muertos y de poder orar siempre por ellos, como que, a ejemplo de Moisés[715], sostuviera las manos levantadas mientras otros pelean, o padecen, o algo bueno pretenden con empeño para lo cual necesitan el 195

auxilio de otros. Para alcanzar esta gracia ofrecí a Dios el sacrificio de la misa; en la cual cuando llegué a las palabras: Orad por mí, hermanos[716], sentí un gran deseo de que los que me rodeaban rogasen por mí, con ánimo atento; y como esto no se hace por muchos diligentemente, por esto se me dio una buena devoción para desear que los ángeles de la guarda de las personas que me rodeaban, rogasen por mí, supliendo la falta de los que les están encomendados. 355 El mismo día, con bastante claridad, sentí y conocí que los que quieren dilatarse en Dios y elevarse, extenderse, consolarse y aumentarse, deben primero ejercitarse bien en lo que está en ellos, esto es, en su carne y en su espíritu restringirse, refrenarse, humillarse, angustiarse, llorar y empequeñecerse, etc. Porque de la mortificación de la propia carne[717] y abnegación del propio espíritu se pasa a la posesión de Dios. Pues hay que entrar por la puerta estrecha; la cual puerta estrecha, si se considera en cada uno, es esa vía por donde se va al corazón; y el que se convierte al corazón, entra en la verdad y en la vida. Porque es el corazón en el hombre lo primero que es animado por nuestra alma y lo último que es abandonado. Preciso, es, por lo tanto, que poco a poco con toda nuestra alma sensitiva y racional nos repleguemos a nuestro corazón, para que allí recogidos y allí unidos[718] de allí pasemos a la vida indivisible y espiritual que nos está escondida en Dios con Cristo[719].

9 de julio 356 En el día de la octava de la visitación de la bienaventurada Virgen María, de nuevo reconocí la gracia que en tal día se me hizo de haber profesado el modo de vivir, que es según el instituto de la Compañía de Jesucristo; y con una viva inteligencia supliqué se me conceda la gracia de ir en todo creciendo conforme a los votos de este instituto: que por el voto de castidad me pueda al fin hallar limpio y lavado mi cuerpo en agua limpia; por el voto de pobreza pueda verme libre de todas ambiciones mundanas y principalmente de la ambición de poseer; por el voto de obediencia pueda hacerme instrumento apto para ejecutar toda obra buena con diligencia. Haga, pues, Jesús, que sea limpio y despojado y fiel en todo oficio que se me ha encomendado o se me ha de encomendar; limpio, digo, en mi cuerpo y en lo exterior de mi alma; despojado en lo íntimo de mi espíritu; y fiel en las obras.

13 de julio

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357 El día de san Anacleto, papa y mártir, al ir a celebrar la misa, y habiendo por esto de ir al monasterio de los religiosos de san Agustín, hice una consideración para ayuda de la intención que tenía de celebrar la misa a petición del prior de aquel convento. La consideración fue que lo que iba a hacer en nombre del prior, lo hiciera como por un discípulo de san Agustín. Y de aquí me vino a la mente y deseé que cuanto alguna vez pueda hacer por el prior de algún convento, todo lo haya de hacer como por un discípulo del primer fundador de aquella orden, por ejemplo, de san Agustín, de san Francisco, de santo Domingo, Benito, Bernardo, y lo mismo de las monjas. Pero si lo hubiese de hacer por alguno de los demás religiosos, se haya de hacer y haya de ser aceptado por Dios, como hecho por un discípulo del discípulo, o por un hermano del discípulo de aquel santo. Mas respecto de los generales de aquellas órdenes, deseaba haberme como si fuesen, lo que realmente son, vicarios de tales santos, y como si fuesen los mismos santos. 358 Cuanto a los obispos me ocurría una cosa semejante; y así deseaba tener al obispo de Roma, que es el sumo pontífice, como a vicario de la persona de Cristo, su sucesor y lugarteniente; y a los demás obispos como vicarios de los demás apóstoles de Cristo y como si fuesen los mismos apóstoles de Cristo; a los sacerdotes como si fuesen los discípulos del mismo Cristo, pues también son ellos vicarios de aquellos discípulos de él. A los diáconos y demás ministros de la Iglesia como a discípulos de los apóstoles y de los discípulos de Cristo. Porque los diáconos de ahora son como sucesores y vicarios de los discípulos de los apóstoles. Así que el sumo pontífice debe ser de mí y de los demás cristianos respetado como si fuese la persona de Cristo encarnado, en cuanto el mismo Cristo es cabeza de la Iglesia[720], y sacerdote, y príncipe de los pastores[721], de cuya plenitud todos hemos recibido[722], y administrador de las gracias, dones y bienes todos del Nuevo Testamento. 359 Cuanto al emperador del imperio cristiano, debe ser respetado y temido como ministro de Dios altísimo, cuanto a la justicia[723]; y como brazo de la potencia de Cristo, en cuanto Cristo es Señor de los que dominan[724]. Mas porque todas las cosas están sujetas a los pies de Cristo[725], aunque todavía quedan muchos por sujetarse actualmente, y porque a Cristo se ha dado todo poder, ya sea en el cielo, ya en la Tierra[726], de aquí es que sin la autoridad del vicario de Cristo, que es el sumo pontífice, no puede haber emperador alguno cristiano. Dos, pues, son ahora los que representan en cierto modo a Cristo: el sumo pontífice y el sumo rey, esto es, el emperador romano. Aquel representa a Cristo sacerdote, profeta, y pontífice y pastor, y ministro de toda sagrada dispensación; este a Cristo, rey y dominador y que tiene poder de gobernar con vara de hierro[727]. Mas como esta potestad, que ya era suya, la conquistó Cristo con un nuevo título por su pasión y 197

obediencia, síguese de aquí que debe estar sujeta al pontificado de Cristo. Además de esto debe decirse, aunque no pueda comprenderse, que el sumo pontífice es en lugar de Cristo administrador de la misericordia y gracia de Dios, y de los ocultos juicios que tienen por objeto las almas; y el emperador lo es de la justicia de Dios. Aquel en cierto modo representa a Cristo humilde, que vivió en carne y murió; este a Cristo omnipotente, que resucitó y reina en el cielo y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y al siglo por el fuego. 360 Otro día, como sintiese separarme de la oración, me vino a la mente pedir el auxilio de la gracia de Dios; y para alcanzar esto mejor, se me ofrecía que Cristo Jesús, Señor nuestro, mientras estuvo en esta vida mortal, vivió siempre separado de la gloria celestial en cuanto al cuerpo, que desde el instante de su concepción fue capaz de gloria ni tuvo en sí obstáculo alguno, ni mancha, ni contraria disposición por la que debiera primero morir; sino que hubiese podido ser glorificado, y recibir las dotes corporales de gloria que después recibió, y como apareció en la transfiguración, etc. Suplicaba, pues, que por el mérito y gracia de esta separación de la gloria de Jesucristo se me diese remedio contra las distracciones de mi espíritu; y en esto hallé grandes alientos. Asimismo aquí me ocurrieron varias consideraciones acerca de la bienaventurada Virgen María, ella también separada no de la gracia, de que estuvo siempre llena, sino de la gloria de su cuerpo y de su alma, siendo así que ningún impedimento tenía nacido de pecado original ni actual; así también estuvo separada de la vista de aquel Salvador, que después concibió ella misma y parió y alimentó; tuvo además otras muchas privaciones, aunque estas no puedan llamarse propiamente privaciones, porque no son cosas que primero se tienen y luego se pierden o se van, sino que son unas tardanzas, que detenían a Cristo cuanto al cuerpo, y a la Virgen cuanto al cuerpo y al alma, y les retrasaban la consecución de aquella perfecta gloria de Dios. Y a la misma Virgen y a muchos o casi todos los santos se retardó el cumplimiento de algunas cosas que con anhelo deseaban; de donde provenía que no estuvieran satisfechos no lo pudieran estar mientras no les apareciera la gloria de Dios. 361 Otra vez, es a saber, el día en que celebraba el oficio de los santos mártires Proceso y Martiniano, tuve una bastante provechosa consideración acerca de las cinco llagas de Cristo; y esto me vino mirando una imagen del mismo crucificado. Consideraba, pues, las llagas de las manos y de los pies, como que me avisaban que debemos muchísimo insistir en ir aprovechando en buenas obras y en buenos deseos, de suerte que trabajemos con las obras y con los afectos. Asimismo que seamos diligentes y no temamos lo que hay que padecer en andar y viajar por nuestros pies; sino que más bien vivamos de manera que al cabo se vean en nuestras manos y nuestros pies las huellas de trabajos, como dice san Pablo de todo su cuerpo: llevo sobre mi cuerpo las señales del Señor[728].

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362 Acerca de la llaga del costado noté que esta llaga fue hecha después de muerto Cristo, para que consumadas todas las cosas[729] y acumulados ya todos los méritos de Cristo, se derramase en nosotros aquella sangre y agua[730], que llevase consigo el precio consumado de los méritos de Cristo; y al mismo tiempo para enseñarnos que si no estuviéremos muertos, no podremos gustar aquellos dones internos que tocan a la salud perfecta del corazón. Primeramente, pues, nos fueron abiertas las fuentes de los tesoros de las manos y de los pies antes de la muerte; y después la del tesoro del costado derecho y entrañas.

COLONIA – LOVAINA Octubre de 1543 – enero de 1544 363 Por este tiempo recibí precepto de obediencia en virtud del cual me fue preciso ir de Colonia a Portugal. Preparéme a la partida en el mes de septiembre. Llegué a Amberes y como no pudiese navegar volví a Lovaina y caí enfermo de tercianas que me detuvieron cerca de dos meses[731]. 364 Cierto día, estando enfermo y sintiéndome árido en mi espíritu y pareciéndome estar alejado de Dios, se me ofreció una consolación en la inteligencia de aquellas palabras: estaré con él en la tribulación[732]. El día siguiente, queriendo dormir (porque había dormido poco durante siete días a causa de la enfermedad), comencé a pensar y a rumiar aquello: en paz… yo me acuesto y me duermo[733]. Al día siguiente, como me doliese la cabeza, y me sintiese pesado por la enfermedad, comencé a pensar en la cabeza de Cristo cercada de espinas; y compungido en esto hasta derramar muchas lágrimas, me fue dado desear que mi cabeza se pegase a la cabeza de Cristo y con aquellas espinas se punzase.

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ANOTACIONES DE LOS AÑOS 1544 A 1546

LOVAINA 1 de enero 365 El día de la circuncisión del Señor, que fue el primero del año 1544, con mucha devoción sentí que por nosotros había recibido Cristo el sello de la circuncisión y de este modo había querido ser tenido por uno del pueblo de los judíos. Y asimismo que había querido tomar un nombre entre los hombres. De esto me nació un gran deseo con que pedía a Dios estas dos cosas, a saber: primera, que en este día pudiese recibir en mi alma por gracia de Dios alguna señal de verdadera circuncisión, por la cual pudiese ya ser contado en el número de los hombres del pueblo de Dios; y segunda, que desde este momento se pueda inscribir mi nombre en el libro de la vida.

COLONIA Enero de 1544 366 Después de la fiesta de los reyes de este año, fui retraído de mi comenzado viaje a Portugal y volví a Colonia, enviando a Portugal a Francisco de Estrada, maestro Andrés de Oviedo, padre Juan de Aragón y otros nueve que en Lovaina habíamos ganado para el Señor por gracia de Jesús; los cuales fueron maestro Pedro Fabro de Halis, maestro Hermes, maestro Juan, maestro Maximiliano, Leonardo, maestro Santiago, maestro Daniel, Tomás y el pequeño Cornelio[734]. 367 Y volviendo a Colonia, llevé conmigo al maestro Lamberto y a Millán, y alquilada casa en Colonia, estuve en ella hasta el mes de julio, donde prediqué en latín en la escuela de Artes todos los domingos y demás fiestas, sin contar las predicaciones extraordinarias. Dejé al fin allí al padre Álvaro y con él otros nueve escolares de nuestra Compañía, a los cuales haga allí Jesús buen fundamento de su Compañía[735].

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368 De allí partí, recibida una nueva orden en que se me mandaba que fuese a Portugal conforme a la voluntad del rey. Partí, pues, el doce de julio y llevé conmigo siete cabezas de los santos cuerpos de las once mil vírgenes, con otras muchas sagradas reliquias que me dieron en Colonia. Una de las cabezas me fue dada por el convento de los cartujos de Colonia; otra por el convento de las monjas de san Maximino de la misma ciudad; otra, que era pequeña, por el convento de las Damas Blancas. Otras dos me fueron dadas por el convento de san Miguel. La sexta me vino de la iglesia parroquial de santa Columba. El padre Alfonso Álvaro me confió la séptima para doña Leonora Mascareñas, la cual la había recibido en regalo de una santa mujer de Colonia. Llegué a Lisboa el día de san Bartolomé, apóstol[736].

COIMBRA 6 de enero de 1545 369 El día de los tres reyes del año 1545, estas cosas se me ocurrieron para predicar[737]. Jesucristo, entre otras razones porque quiso ocultarse en cuerpo de hombre, fue que aprendiesen los hombres a mostrarse a sí mismos cuáles y de cuánto valor eran para con él. Quiso también por esta causa esconder debajo de carne los tesoros de su sabiduría y ciencia divina[738], para darnos ocasión de gastar los tesoros que de su majestad hemos recibido. Y así hizo que los tres Reyes Magos y los demás siervos suyos abriesen sus tesoros al ver la pobreza de su Señor. En suma, mientras esconde su poder, hace que los ángeles bajen a la Tierra a declararlo; mientras esconde su limpieza, queriendo ser bautizado de Juan, mueve él mismo al Padre a que lo ponga de manifiesto diciendo: Este es mi hijo amado[739]. Asimismo en las bodas, cuando rehúsa mostrar su caridad, abre él mismo los tesoros de su madre, que dice: no tienen vino[740], y que con esto le obliga antes de su hora a manifestar su gloria. Aquí tienes las tres apariciones o manifestaciones que celebra hoy la Iglesia. 370 Los magos ofrecieron a Cristo niño oro, como queriendo aliviar su pobreza, confesando que de él reciben todo el poder. Ofrecen incienso en olor de suavidad[741], como queriendo confortarle el ánima y espíritu, creyendo sin embargo y dando testimonio de que no pueden de otro, sino de él, alcanzarse los buenos deseos y el buen entendimiento. Ofrecen, por último, mirra, con deseo de que no vea corrupción[742]

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aquel cuerpo de niño, por cuya pasión se ha de obtener la gloria de los cuerpos y la incorrupción. Al pasar los magos por Jerusalén parecía que se exponían a sí y a Cristo a un gran peligro; lo cual no hay que atribuirlo a la estrella que en eso no los guiaba. Y aunque para muchísimo bien suyo y de todo el mundo fue esta visita de Jerusalén, con todo por otro camino se les dice que vuelvan a su tierra[743]. 371 Aquí sentí en mi ánimo una cierta dificultad y dureza que me impedía el gozo y devoción de tan santa y sublime solemnidad. Sobre todo lo cual tuve en mí mismo esta respuesta: Es el día de los tres reyes y de la adoración del verdadero rey. Sufre, pues, esta dificultad y molestia, sabiendo que así mejor verás si eres rey de ti mismo o no; porque poca cosa es regirse a sí mismo y vencer cuando con la devoción estamos puestos junto a Cristo; mas la verdadera victoria y el verdadero y poderoso gobierno de sí se conoce, cuando parece que está ausente nuestro rey, que suele hacer por nosotros nuestras guerras[744] hasta hacernos reyes a nosotros mismos. 372 Lo que se dice: Todos ellos vendrán de Sabá y todos los reyes lo adorarán y todas las gentes lo servirán[745], se ha de entender como salido de la abundancia de esperanza que tenían los profetas y del espíritu que en ellos hablaba; el cual espíritu quiere que todos los hombres se salven[746] y a todos dio un mediador suficiente y medios. Puede también entenderse así, que si tan grandes reyes se sometieron a Cristo, justo sería esperar lo mismo de los otros sus iguales, y aun de los mayores, y mucho más de los menores.

10 de enero 373 El sábado infraoctava de la Epifanía, estando oyendo confesiones, consideré cómo el confesor debe tener cuidado no solo del alma que se le somete para ser instruida, reprendida, corregida y perfeccionada, sino debe también procurar que por medio de los penitentes llegue algún subsidio y gracia, por ejemplo, a los difuntos, a los pecadores y a los demás que pueden estar en alguna necesidad o del cuerpo o del espíritu. Pues a los tales fácilmente se les puede socorrer por medio de oraciones, memorias y limosnas que inspire la piedad de los penitentes. Sea, pues, el confesor como un procurador bueno y fiel dispensador[747], estimando en mucho que se le sometan tantas y tan ricas voluntades de los penitentes y en cierto modo tesoros que para muchísimas cosas pueden servir.

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374 El domingo infraoctava de la Epifanía, pierden de su presencia a Cristo sus padres, los cuales sin embargo le buscan con ánimo angustiado entre los parientes y conocidos donde no le hallan; y luego en Jerusalén, donde se había quedado; en tercer lugar lo encuentran en el templo sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles[748]. En cuarto lugar, después de hallado, lo llevan consigo y a su obediencia. 375 Asimismo guarda Cristo este orden en las cosas que en este año duodécimo de su vida nos enseña: a saber, primero, quiere ausentarse de sus padres según la carne para cumplir la voluntad de su Padre celestial; segundo, quiere ser buscado por sus padres; tercero, ser hallado, y esto en el templo en medio de los doctores; cuarto, ser de nuevo tomado por ellos para sujetarse a ellos; quinto, descender junto con ellos, aunque pequeños; sexto, habitar en Nazaret, que se interpreta flor; séptimo, estarles sujeto[749]. 376 Sus padres se vuelven a su vida habitual y a sus trabajos, en cuanto han concluido y terminado los días de la solemnidad. Mas Cristo tiene a veces negocios demasiado grandes para que se puedan concluir como habitualmente. Por eso debemos trabajar en no mirar demasiado a la común costumbre, retirándonos corporalmente de las cosas divinas, porque si en esos deberes divinos hemos quedado nosotros satisfechos, por ventura no lo ha quedado Dios; y así no debemos retirarnos sin haber antes averiguado si está Cristo dispuesto a descender con nosotros o no; y puesto caso de que él quiera que por más tiempo le obsequiemos allí, quedémonos por su Padre y por él, que desea que aún nos quedemos. Y queramos más ser abandonados de nuestros parientes y conocidos que abandonar a Cristo. 377 Los doctos y prudentes tengan a este niño de doce años sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles[750], ante los ojos en todas las cosas y no quieran saber más de lo que conviene saber[751]; ténganle también en esa humilde forma y edad los herejes, para que oigan y pregunten a los doctores de la Iglesia, sentándose en medio de ellos y permaneciendo quietos. 378 Cristo Señor nuestro, en el vientre de la Virgen, como en la raíz del árbol, moró por nueve meses. Desde la Natividad hasta los doce años moró como en el tronco del árbol. De los doce a los treinta años moró en la flor, hecho él mismo flor; piadosamente se ha de creer que después, en su madurez, habitó en el fruto, para fruto de nuestra salvación. Si contigo llevases al niño Jesús al templo y al lugar de la visión de paz[752], si con diligencia le buscases donde quiera que te hubiera dejado, o donde, sin saberlo tú, se hubiese él quedado; fácil será que baje contigo a ti mismo, y que more en las espirituales flores de niñez de tu espíritu, y finalmente te sea sujeto en todo cuanto deseares, dispuesto a hacer tu voluntad, la cual alguna vez hiciste que te sirviera en tus iniquidades. 203

13 de enero 379 En la octava de la Epifanía, como hubiese tomado por tema de mi sermón: Juan ve a Jesús venir hacia él[753], y estando para decir misa, fui tocado por un gran deseo de poder ver en la misa y sentir en mi corazón a Jesús, que en el sacramento iba a venir. Conocía claramente que con demasiada frecuencia ha venido a mí sin que yo le viera venir. Supliqué a Dios, a la Virgen y algunos santos que a mí y a todos mis hermanos y a cuantos hayan de comulgar, se nos permita ver a Jesús que a nosotros viene; y consiguientemente venerarle como conviene, y disponernos con alguna preparación digna para recibirle. Asimismo mientras me revestía, consideré y me exhorté a mí mismo a procurar aquella compostura que debe tener quien a Jesús ve que viene hacia él. 380 Pero Juan estuvo avisado, y abriendo sus ojos ve a Jesús venir hacia él[754]. Así Pedro le vio en alguna parte, cuando dijo: Apártate de mí, que soy un pecador[755]. Y asimismo santa Isabel tuvo una visita, en parte y no del todo semejante, cuando dijo: ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?[756]. Pero María, madre de Dios, entonces principalísimamente vio a Jesús que venía a ella, cuando dijo: He aquí la esclava del Señor[757]. 381 A Jesús retuvo su madre sujeto en larga obediencia hasta los treinta años; y lo mismo pueden en cierto modo hacer los que con mucha solicitud y temor le veneran; como la esposa tiene al esposo sujeto con su grande amor, que le hace no poder estar ausente de su presencia mucho tiempo. 382 Jesús, saliendo de la sujeción de sus padres para ser bautizado por Juan, enseña que es menester que los que dejan un género de oficio, no lo hagan movidos del deseo de buscar la libertad de la carne, como suelen los que mudan una obediencia más estrecha por otra más laxa, sino más bien de subir a cosas más duras. Pues Cristo dejó la servidumbre de sus padres para pasar en cierto modo a la escuela de Juan, siervo suyo. No busca señores más honrados que sus padres, ni verse libre de toda servidumbre el que desea ser siervo de todos[758]. 383 Porque sale a la luz para ponerse a disposición de cuantos quieran salvarse. Véanle, pues, todos los mortales y recíbanle cuando a ellos viene. Sálganle al encuentro[759] para recibir la gracia del cordero inmaculado[760], dado en rescate; la gracia de aquel que toma sobre sí y borra los pecados del mundo[761]. Comience asimismo a abrir ya los ojos para ver a Jesús que viene a él, no ya a justificarle como antes, sino a juzgarle. Tras nosotros viene ahora en mucha paciencia el que aún antes de que nosotros fuésemos, era digno de ser buscado. A la puerta está hace ya tiempo y llama[762] nuestro Salvador ignorado de 204

nosotros. Salgámosle, pues, al encuentro, para que no nos halle dormidos[763], ya que demasiado tiempo no le hemos conocido. 384 Aquí me sentí movido a desear grandemente que, donde quiera que se administre el sacramento de la eucaristía a los laicos, al principio cuando se muestra, es decir, cuando el sacerdote, teniendo la hostia en la mano, se vuelve a los que van a comulgar, se dijesen inteligiblemente todas estas palabras: Ve Juan a Jesús que viene hacia él y dice: He aquí el cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo[764].

14 de enero 385 El día después de la octava de la Epifanía, como me hubiesen ocurrido aún algunas cosas acerca de que Jesús juez se nos aproxima y viene, me vinieron a la mente aquellos preparativos del juicio universal, es decir, las guerras y sediciones, los terremotos, las pestes y hambres[765], que en varios lugares cada día se experimentan y acaecen. Asimismo aquellas otras cosas más universales que aún no se han visto, como son la consternación de las gentes en la Tierra por la confusión que causará el ruido del mar y de sus ondas[766]; el oscurecerse el sol y la luna[767] y conmoverse las fuerzas de los cielos[768], con las otras cosas espantosas en el cielo[769] y aparición de la señal del Hijo del hombre[770], las cuales serán de manera que se quedarán los hombres yertos por el temor y la ansiedad[771]. Considerando, pues, la violencia y tremendos efectos de todas estas señales, no pude menos de desear con lágrimas, para mí y para todas las almas, así de cristianos como de todos los demás habitantes del orbe presentes y futuros, de desear, digo, a todos un ánimo vigilante y temeroso de Dios juez. 386 El furor de la guerra, cuando se hace fuerte en alguna ciudad, en gran manera conturba los corazones; no de otra suerte la durísima hambre, cuando llega hasta desolar enteramente un pueblo grande, causa gran conmoción en los ánimos de todos; e igualmente los temblores de tierra y las pestilencias suelen llenar el ánimo de terror. Pero mucho más y con más fuerza conturbarán a los mortales las cosas que son más universales, como la consternación de las gentes y el sonido de las olas del mar totalmente confundido y los terrores del cielo cuando se sientan. Pues porque todas estas cosas son terribles para los que tienen los corazones demasiado abiertos a los cuidados de esta vida u oprimidos de la embriaguez o de la crápula[772], síguese de aquí que deben los hombres tener gran vigilancia[773] y solicitud respecto de aquel último día de nuestro Señor Jesucristo al que han de preceder como preparativos tantas tribulaciones. 205

387 Aquí me vinieron a la memoria aquellas palabras del capítulo 21 de san Lucas: Estad en vela, pues, orando en todo tiempo, para que seáis dignos de escapar a todas estas cosas que vendrán y de estar de pie delante del Hijo del hombre[774]. Para esto me pareció buena la oración siguiente, que desearía dijesen todos los cristianos cada día privada y públicamente: Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, que nos ordenaste velar y orar[775] en todo tiempo para que podamos evitar todos los males que han de preceder a tu tremendo juicio, y dignamente estar en la presencia del Hijo del hombre; óyenos, te rogamos, cuando eso mismo con temor y confianza te pedimos, y haz que aquel día nos halle a todos nosotros preparados. Que vives y reinas con Dios Padre en unión del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

15 de enero 388 Una vez[776], diciendo misa por mis hermanos e hijos espirituales, vínome aquello del apóstol[777]: los padres deben atesorar para los hijos[778]; donde sentí un gran deseo de poder acumular algún tesoro espiritual, que en otro tiempo haya de servir para consuelo de ellos; y esto a imitación de aquel que se hizo arca de todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios[779]. Concebí buena esperanza, porque nuestros santos padres (a condición de que seamos verdaderos hijos suyos) acumularon para nosotros muchos tesoros, no solo en los cielos, de dones de gloria, sino también en la Tierra, de dones de gracia. Con esto deben consolarse los que viviendo bajo la dirección de estos padres, ejercitan bien y por obediencia cualquier ministerio; en el cual ministerio, aunque no tengan completa ocasión de atesorar por sí y para sí en lo espiritual, saben sin embargo que tienen reservado un gran tesoro en poder de aquellos padres, cuyas veces hacen los que son sus superiores, y aun en poder de estos mismos superiores, cuando son buenos. 389 Los mismos superiores, por su parte, cualquiera que sea la familia a cuya cabeza estén, deben principalísimamente atender a atesorar para todos los hijos que Cristo ha puesto debajo de ellos, haciéndose ante todo, ellos mismos, tesoros espirituales. En general también conviene que los que cosechan bienes temporales, que de algún modo para ellos acumularon y reservaron otros, siembren para estos bienes espirituales y se los reserven. Porque perderían su trabajo los que a las personas espirituales atesoran bienes temporales, si al fin no hallaran que aquellas personas espirituales les han reunido y reservado un tesoro espiritual. Lo mismo diría de todos los que a Cristo sirven en oficios menores y más viles respecto de los que sirven en mayores y más honrosos. Porque es menester que los que han entrado a la parte de los trabajos y dolores, entren 206

también a la del descanso y consolación. A este propósito hace lo que a todos los santos ha de decir Cristo: Entra en el gozo de tu Señor[780], esto es, tú que entraste en los trabajos y pasiones del mismo Señor tuyo.

16 de enero 390 El día de los santos cinco mártires del Orden de los Menores, a saber, Berardo, Pedro, Acurcio, Adyuto y Otón, hallándome presente a los divinos oficios en la iglesia de Santa Cruz de Coimbra, donde están los cuerpos de dichos mártires, me sentí movido de un gran sentimiento de compasión hacia aquellos en general que están en evidentísimo peligro de condenarse. Veníanme a la mente Lutero, el rey de Inglaterra y el Turco con algunos otros[781]. 391 Y consideraba la piedad de Dios, que hace que tanto tiempo vivan tales hombres, así como otros muchos pecadores, de los cuales el primero soy yo[782]. Mas entendí una cosa, que fácilmente pueden tomarse para juzgarme a mí y a otros semejantes a mí; a saber, que puede ser que Dios no solo dé a los tales tiempo de hacer penitencia esperando su conversión, la cual por sí podrían verificar con la ayuda del mismo Dios, sino que además aguarde a que alguno quiera orar por ellos o trabajar en la conversión de ellos. Y fácil es que dé tiempo de hacer penitencia a este turco Solimán[783]; para ver si hay alguno, entre nosotros los cristianos, que quiera ir en su socorro antes que muera. Nosotros, pues, a los que se ha dado la potestad de predicar y enseñar, debemos mirar bien que muchos no perezcan por culpa nuestra y negligencia. Debemos preocuparnos con temor por todos aquellos que Dios nos depara para que los instruyamos y los amonestemos sobre su salvación. Muchos en todas partes nos aguardan; démonos, pues, prisa a crecer para todos y a estar bien preparados. 392 La sangre de muchos mártires nos convida a aquellas naciones en las cuales y por cuya salvación ellos murieron. Ojalá, pues, que por fin alguna vez algunos de nuestra Compañía tengan ocasión y ánimo de visitar a aquellos marroquíes, por cuya salvación se sembraron a sí propios estos cinco mártires. Porque ellos eran palabras vivas de Dios y de Cristo; y por esto, no pudiendo hallar tierra que recibiera las palabras del evangelio ellos mismos, como granos escogidos, quisieron morir[784] para que de aquí, si aún no se ha cosechado el fruto, lo puedan alguna vez cosechar algunos verdaderos operarios de Cristo.

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20 de enero 393 El día de los santos mártires Fabián y Sebastián, en el cual tiempo había en Coimbra una grande inundación de agua, que de muchas maneras hacía daño no solo a las mieses de la tierra que brotaban, sino a las casas y muebles de ellas, celebré la misa por un cierto monje difunto que Martín de Santa Cruz[785] me había recomendado como varón santo; y con este motivo se me dio una grande devoción de librar ánimas de difuntos. Asimismo un cierto sentimiento nuevo e inteligencia espiritual, acerca de los que allí por faltas mínimas son detenidos y a quienes falta poco para ser del todo felices. Porque imaginaba que las almas sucesivamente y poco a poco iban entrando en la vida bienaventurada y participando de la felicidad. Lo cual se ha de entender de la bienaventuranza accidental, porque la esencial es la posesión toda entera y perfecta de la vida que no ha de tener fin, y un estado perfecto con la acumulación de todos los bienes. 394 Aquí, además, recibí una grande esperanza de que serenaría el tiempo; cosa desde hacía muchos días ansiosamente deseada y pedida. Este sentimiento me vino cuando rogaba al Señor que se dignase tener piedad de los pobres, cuyas casas, u otros cualesquiera bienes suyos con la inundación se perdían. Y le rogaba que tuviese piedad de los pobres, como si todos aquellos bienes perteneciesen a personas tan pías y devotas como había sido aquel santo monje, por cuya ánima celebraba, o como si todos perteneciesen a los santos que están en los cielos. 395 Entonces me vinieron a la memoria ciertos deseos de algunos santos, con lo cual sentí que debemos poner gran empeño no solo en cumplir las voluntades de Dios, sino también las que consta haber inspirado a sus santos. Y deseé además muchísimo otra cosa, a saber, que nosotros mismos, que ahora vivimos, procuremos cumplir los unos los deseos santos de los otros, que tocan al honor de Dios, como son los de la salvación de las almas y los del aprovechamiento espiritual de nosotros mismos. 396 De aquí resultó que me fue dado un cierto piadoso atrevimiento de pedir a Dios que se cumplan algunos deseos míos, que son también suyos, acerca de la conversión de Alemania y acerca de la reducción de otras naciones a la fe y a la vida cristiana y perfecta disciplina. Dé Dios mismo que se hagan las cosas que él nos da piadosamente a desear, y lleve a cabo estas obras, que concibe se pueden hacer por sus criaturas[786].

21 de enero 397 El día de la gloriosa virgen y mártir Inés, la intención que tuve al celebrar fue que se digne Dios enriquecer con un privilegio especial a nuestra Compañía. El privilegio es este, 208

que los pecados que han cometido los que han entrado o han de entrar en la Compañía, no sean imputados a la misma Compañía. Hablo en primer lugar de los pecados cometidos antes del ingreso, y luego de todos los demás. Esto pedí porque había sentido un piadoso temor de que, por los pecados de los que estamos o han de estar en la Compañía, haya ella de prosperar menos; principalmente que entran muchos que de muchas maneras han ofendido a Dios gravemente. No quieras, pues, oh buen Jesús, imputar a la santa comunidad estos pecados particulares de cada uno de nosotros. Sálganos mal todo aquello que contra tu honor, o la salvación de las ánimas nuestras, o las ajenas intentáremos. Mas en las cosas que fueren buenas y edificativas, oh Dios, te ruego no te acuerdes de nuestras muchas iniquidades[787]. Y si te pareciere que suframos el castigo, pasando afrentas, tribulaciones corporales o pobrezas, por lo menos no permitas que seamos castigados con estos azotes que sueles dar, cuando permites que en pena de sus pecados caigan los míseros en otros pecados y engaños[788]. Lejos, Dios y Señor, estén esas penas de los pecados, lejos estén de esta tu familia tiernecita. Estas cosas se me ocurrieron con ocasión de haberme determinado a orar especialmente por algunos de los nuestros[789], cuyas confesiones generales (y son muchas) había oído.

ÉVORA 2 de febrero 398 En la fiesta de la Purificación sentí un grande y vivo deseo de no morir antes de que en mi alma esté, todo lo que a Dios se refiere, ordenado y compuesto[790]. Deseé ver antes la paz de mi alma que su separación del cuerpo, y antes gustar la vida que es el Salvador, que no la muerte; y conocer la verdadera luz de la vida, primero que entrar en las tinieblas de la muerte; y antes de morir[791], la gloria de la Iglesia de Cristo y de nuestra Compañía. Deseé además se me diese la gracia de no dejar pasar día ninguno sin algún notable fruto. Porque Dios da la vida para que obremos la salvación, y fija para cada día alguna buena obra. Excita, pues, oh Dios, deseos en mí, no solo de lo que es menester cumplir al fin de la vida, sino también de lo que se ha de concluir cada día. ¡Oh, cuán feliz sería quien pudiese saber lo que cada día quiere el Señor de él!

3 de febrero

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399 En la fiesta de san Blas, una cabeza de las once mil vírgenes que yo había dado al maestro Simón[792] para el colegio de Coimbra, fue llevada a Coimbra. Plega a Dios que sea allí devotamente venerada y se conserve hasta la resurrección de aquella virgen y de todos los cuerpos humanos.

20 de febrero 400 El viernes después de Ceniza tuve un gran deseo de que no pierda nuestra Compañía nada por decir el oficio romano[793]. Pues temía una cosa que suele suceder, y es que los nuestros no abusen, dado que no están obligados a muchos ni largos oficios vocales. Para esto, pues, celebré la misa, con el deseo de que lo que hiciéramos de menos con oficios vocales, o por los vivos o por los difuntos, lo suplamos con las obras y con meditar de corazón; lo cual será fácil a los que aman a Dios y al prójimo, y por medio de sermones, de confesiones y exhortaciones privadas, así como con los ejercicios mentales de oración pueden ayudar a los vivos y a los difuntos, representando las necesidades de estos a muchos fieles y avivando continuamente la memoria de ellos en sí mismos. Si de esto no fuésemos capaces, valdría más que se nos impusieran más oficios vocales y no se nos dejase tanto tiempo libre para las otras obras y oraciones. Nadie, pues, haga mal uso del tiempo. Ayudemos a los vivos primeramente en toda clase de necesidades espirituales y después también en las corporales. Ayudemos también a los difuntos, llevando vivamente impresas en la memoria sus necesidades, y exhortando a otros, ya sean penitentes, ya oyentes, ya personas cualesquiera que traten con nosotros, a que hagan lo mismo. Procuremos además que otros muchos hagan en esto nuestras veces, es a saber, oren vocalmente lo que nosotros no podemos.

21 de febrero 401 El sábado después de Ceniza, como me hubiese recogido a orar en cuanto acabé de comer, acabada la oración, me vino a la memoria la aflicción de cierta persona que me había abierto su corazón; y como empezase a discurrir por varias contrariedades y aflicciones, que por causa de lo temporal padece una gran parte de los hombres, sentí en mi alma cierta compunción con lágrimas de verme que vivo en este mundo sin ninguna contrariedad. Porque todos los demás que hay en el mundo, a lo que a mí me parecía, sufren varias molestias; mas yo no hallo quien me contraríe. Verdad es, ciertamente, que está muy libre de tribulaciones carnales y temporales quien ni tiene ni quiere cosas visibles sino solo las eternas. Pero me daba pena no padecer más, siquiera por esas cosas invisibles. Porque así como los mundanos por adquirir, conservar y aumentar las cosas visibles padecen mucho y hallan muchos enemigos visibles, así es menester que los que

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se ocupan en cosas espirituales, para adquirirlas, conservarlas y multiplicarlas, padezcan mucho y pesadamente de enemigos invisibles. 402 En la tarde del mismo día, al salir del palacio del rey[794], me sucedió encontrarme a la vista de una multitud de caballos y caballeros, que se habían reunido a recibir a un cierto jefe militar; y por esto, como a un grandísimo y nobilísimo espectáculo, se había juntado mucha gente. Me aparté, pues, de tan gran turba y tan grande estrépito a una iglesia vecina, donde, como sintiese un poco de curiosidad de salir y ver lo mismo de que me había apartado, puse los ojos en una imagen de Cristo crucificado, y al punto cesó aquel movimiento de mi alma; y así di gracias a mi Dios con lágrimas por haberme concedido ver su imagen, y sentí que esto era un verdadero y reconfortante espectáculo; es, a saber, renovar la memoria de cuando Dios quiso vestirse de carne y desnudarse luego de ella delante de todo el pueblo entre dos ladrones. 403 Dirijan, pues, acá su vista cuantos sienten deseos de ver lo que está fuera de ellos; y sanen aquí los insaciables apetitos de los ojos y de los oídos y de los demás sentidos. Y si aún no puedes llegar a esto, que en tales cosas descansen, sigue procurándolo; que mejor es el mero deseo y laboriosa curiosidad de este espectáculo que la vista ocular y goce de todos los espectáculos visibles temporales y mundanos; pues aunque no le fuese permitido a María entrar dentro del monumento santo, no cesará por eso de estar fuera llorando junto al monumento[795].

24 de febrero 404 El día de san Matías apóstol yo presenté al rey de Portugal y a la reina las dos cabezas de las once mil; es, a saber, al rey la que hube del convento de los cartujos de Colonia, y a la reina aquella que me dieron las monjas del convento de san Maximino. Asimismo les di sendos huesos grandes de los cuatro que me dieron los canónigos de san Gereón, los cuales huesos son de los soldados de san Gereón; al príncipe de Portugal di un hueso de las once mil vírgenes. Plega al Redentor y Señor de todos los santos darles gracias para que las tales reliquias sepan y quieran honradamente conservar y mandar conservar hasta el día en que todos hemos de resucitar; asimismo, para que se sepan aprovechar del favor celestial de los tales santos para en todas partes conseguir el favor de los espíritus de aquellos, cuyos cuerpos han de venerar en la Tierra. Yo les dije que de mi parte no sabía cómo honrarlas mejor que poniéndolas en manos de sus altezas; y sus altezas me las hicieron poner dentro de una caja y deponerlas en el oratorio de la reina[796].

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25 de febrero 405 El miércoles después del domingo lnvocavit[797] dirigí mis acostumbradas letanías para que a mí y a todos mis hermanos nos sirviesen para un especial y deseable provecho. Pues en mí había nacido un nuevo deseo de pedir gracia para hacer bien todas aquellas obras de las cuales yo y los demás hemos de dar especial cuenta; es a saber, para ordenar bien mis acciones de cada día, para examinar bien mi conciencia, para decir nuestras horas canónicas, para hacer una buena y dolorosa confesión auricular, para celebrar las misas, para recibir la comunión, para administrar los sacramentos, para tratar como es debido la palabra de Dios así en público como en privado, para en todas partes conversar santamente con hombres y mujeres. Porque estas son siete clases de obras, que para hacerlas con perfección cada día hay que pedir gracia a Dios y a sus santos. Por esta razón a esto reduje todas las gracias que en mis letanías suelo pedir, aplicando a lo mismo la misa del día siguiente a dicho miércoles.

VALLADOLID 18-19 de marzo 406 El día 4 de marzo el licenciado Araoz[798] y yo, alcanzada por fin licencia del rey de Portugal, salimos de Évora, y el día de san Gregorio[799], llegamos a Salamanca. Y el día 18, en que se celebra la fiesta de san Gabriel, a Valladolid; y así sucedió, favoreciéndonos y guiándonos Dios, que se cumpliese aquella obediencia en que se me prescribía que de Colonia fuese a Portugal, de donde me enviaría el rey a Valladolid[800]. Sea bendito Dios que siempre y en todas partes hizo feliz el camino de tan larga peregrinación.

20 de marzo 407 La víspera de san Benito, abad, por la noche, antes de acostarme, me dio una devoción, con lágrimas, de encomendarme a Dios, a la bienaventurada Virgen, y a las jerarquías de los santos, y les rogué que me acordasen una noche feliz. Y también rogué una noche apacible para los difuntos que están en el purgatorio, y también para todos aquellos que en esta vida padecen dolores y trabajos. Pedía, además, para todos los que están en pecado o actualmente lo cometen, compunción, conforme a aquello: lavaré mi lecho cada noche, y regaré mi cama con mis lágrimas[801].

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408 Además, como oyese a algunos demasiado alegres y habladores que en los aposentos vecinos proferían palabras disolutas, comencé a sentir pena de que tan mal se dispusieran al sueño de la noche. Y dije esta oración: visita, Señor, te rogamos, estas habitaciones y todas las demás en que moran hombres; y lejos de ellas arroja todas las asechanzas de todos los enemigos visibles e invisibles. Moren en ellas tus santos ángeles, que a nosotros y a todos los demás nos guarden en paz por Cristo Señor nuestro[802]. 409 Sucede a veces que pensemos en bienes y favores que conforme a nuestra posibilidad nos tocan o nos pueden sobrevenir; otras veces, al contrario, que pensemos en males que nos pueden amenazar. En la primera disposición, hemos de cuidar de no engreírnos demasiado; y en la segunda, de no abatirnos más de lo que conviene. Sabe nuestro buen espíritu aplicar cada uno de estos tiempos al remedio del otro, esto es; remedia la abundancia con la escasez y esta con aquella. Pero el mal espíritu de las dos cosas pretende sacar daño, es a saber, de la abundancia hinchazón y presunción y de la escasez pusilanimidad y decaimiento del buen ánimo[803].

21 de marzo 410 El día de san Benito apliqué la misa especialmente en favor de nuestra Compañía, rogando a aquel santo patriarca Benito se digne, como piadoso y poderoso Padre en Cristo, protegerla y defenderla. Defenderla, digo, contra todos los espíritus de fornicación, contra todos los espíritus de este mundo, y contra los espíritus de iniquidades[804] y malicias; y protegerla de todo error, de toda ignorancia mala y de todo pecado. 411[805]

23 o 24 de marzo 412 Otra vez, como hubiese ido a palacio, a oír un sermón en la capilla del príncipe[806], me sucedió que no me dejaron entrar, porque no me conocía el portero; y así estuve algún tiempo en la puerta, donde me acordé de que muchas veces había permitido entrasen en mi ánimo varios pensamientos malos y varios espíritus inicuos, y a Jesús y sus palabras, y a su espíritu les había hecho llamar a la puerta[807] y esperar en ella. Pensaba también cómo Cristo había sido recibido tan mal en todas partes del mundo[808]. Oré también por mí y por aquel portero, para que nos hiciese Dios gracia de no tener que estar mucho tiempo purgando y esperando a las puertas del paraíso. Asimismo me 213

ocurrieron allí otras muchas cosas con que me compungí mucho; de donde resultó crecerme el amor de aquel portero, que fue causa de esta devoción. 413 Deseaba además muchísimo que ninguno de los que han de ser de nuestra Compañía pueda sufrir jamás daño ninguno de semejantes repulsas y aun mayores, cual suele acontecer a los soberbios e impacientes[809].

25 de marzo 414 El día de la santísima Anunciación de la Virgen, Madre de Dios, me ocurrieron muchas cosas para desear algunas buenas anunciaciones, es decir, buenas nuevas de mi salvación. Deseaba que llegase el día en que pueda ser asegurado de alcanzar la vida eterna; y tenía por bienaventurado al que con probabilidad sabe que ha hallado gracia delante de Dios, que está Dios con él, que ha hallado él alguna bendición entre los hombres, y que las obras que hace son aceptas a Dios[810]. Y así, desdichados son aquellos cuyo primer cuidado es si están en gracia de algún hombre mortal, y en qué disposición está tal hombre respecto de ellos; los que desean además muchísimo saber qué bienes recibirán; y finalmente los que se gozan excesivamente de saber que sus obras y sus oficios o servicios agradan a sus señores. 415 Aquí, considerando que en tal día Cristo se encarnó y por consiguiente comenzó de hecho y en realidad de verdad el principio de nuestra salud, supliqué al Señor que nos conceda comenzar de hecho y con las obras lo que hasta ahora ha estado solo en nuestros deseos. Sea ahora, oh Dios mío, el principio de la conversión de mis deseos y afectos hacia las obras y el efecto. Dios desde toda la eternidad hizo propiciación[811] a Jesucristo; pero hasta este día el Verbo no se hizo carne. Hoy se ha hecho carne el concebido del Padre[812]; todo lo que es concebido en nosotros debe también llegar a ser obra y realidad bendita o fruto bendito. Concédanos Dios en cada una de nuestras palabras y acciones en que nos ocupamos y ejercitamos, que comencemos ahora a aprovechar de un modo nuevo. 416-419[813]

2 de abril 420 El día de la cena del Señor sentí bastante gozo de que Jesucristo haya querido dejar a los apóstoles y a nosotros todos no solamente el ejemplo de todas las buenas obras, que corporalmente había hecho, sino también su mismo cuerpo por el cual había 214

realizado todas estas acciones y en el cual debía padecer la muerte. Desdichados nosotros los cristianos, si teniendo por alimento y bebida lo que fue instrumento de que se sirvió la divinidad, no logramos ser operarios industriosos.

3 de abril 421 El Viernes Santo, oyendo las confesiones de algunos jóvenes y niños pequeños, que pertenecían a la casa[814] de un señor, mi penitente, me vinieron algunos pensamientos de orgullo, y un espíritu me decía interiormente: ¿acaso viniste aquí para ocuparte de estos niños? ¿No sería mejor estar en un lugar donde pudieses oír las confesiones de algunas personas serias? Pero, cuando tomé la determinación (si le agradase a Dios) de trabajar toda mi vida en estos ministerios que este espíritu consideraba como particularmente viles y pequeños, me vino una gran firmeza en espíritu de humildad, y descubrí mejor que nunca el valor de aquellas obras que se hacen con una intención recta por los más pequeños, por los despreciados y los abyectos según el mundo[815]. 422 Levántense también allí piedras[816] para señalar solamente los bienes escondidos para los pequeños, sino también los que se abren para aquellos que se ocupan de estos mismos pequeños, y que se hacen a sí mismos pequeños[817]. Por esto deseé por mi parte y tuve por cosa muy preciosa poder solamente instruir a los rudos, a los niños, a los pobres y principalmente a los más abandonados. Porque aunque nos parezca que alcanzamos mayor fruto cultivando las personas grandes del siglo, sin embargo suele Dios conceder mayor fruto a los trabajos que se hacen con los pequeños, puesto que él dice: lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis[818]. Y es cierto que él aprecia más lo que se hace por alguno que está completamente abandonado, que si empleases el mismo trabajo en provecho del emperador. Así que, hermano carísimo, como el pobre está confiado al cuidado de Dios, haz cuenta que está dejado a tu cuidado para que le ayudes, no habiendo otro que lo haga. 423 Otra vez sentí tristeza, considerando que no hago obra ninguna grande, y por esto me tenía por el más infeliz de mis compañeros[819]. Ciertamente no es inconveniente el ser llevado a tener tal opinión de nosotros. Sin embargo, el Señor muy clemente y compasivo[820] y su espíritu paráclito suelen socorrernos en tales miserias. Sepa por lo tanto quien padece tales cosas que Dios en esto es admirable: suele a veces añadir de lo suyo a las cosas y a las obras más pequeñas. Por tanto, cuanto más uno se una a él, más abundante es la bendición que recibirán nuestros trabajos que proceden de él y al cual se conforman. 215

No admires, pues, la calidad y la grandeza de la obra visible, sino la calidad y la grandeza del poder de donde procede. Prefiere estar lleno de gracia, y hacer grandemente obras pequeñas, que no crecer en ti mismo y hacer débilmente obras grandes. Más duran y más edifican las obras mínimas hechas con una gran bendición de gracia, que acciones importantes con poca gracia. 424 Aquellas palabras Pueblo mío, qué te hice[821], que se dicen para invitarnos a adorar la cruz de Cristo, me tocaron y penetraron en el corazón. Sentí, más vivamente que hasta entonces lo había hecho, las palabras con que Jesucristo se lamenta que su viña se le haya hecho amarga; que el pueblo lo haya pospuesto a Barrabás; que le haya atado a la columna para flagelarlo después que con una columna de fuego le alumbró en el desierto; que haya dado vinagre a quien por él hizo brotar agua para beber de la piedra. Y consideraba que todas estas cosas se decían manifiestamente para mí.

5 de abril 425 El día de la resurrección del Señor sentí que comenzaba a elevarme un poco por encima de mí mismo hacia Cristo, deseoso y feliz que toda consolación tuviese su causa en él. Hasta ahora me he entristecido y alegrado demasiado con los bienes y males que sentía en mí mismo. Ojalá pueda en adelante verme mejor y estimarme por el precio de mi redención más que por las obras y mudanzas mías accidentales. Ojalá pueda elevarme hasta temer más mi perdición, porque fui comprado con la preciosa sangre de Cristo, que por el peligro que hay de que mi alma, en cuanto mía, sufra las penas infernales y sea excluida de la compañía de los que alaban a Dios. Ojalá en adelante haga yo consistir mi verdadera ganancia en que muera cada día[822], para que Cristo sea para mí el vivir y la vida, la salud y la paz y también el gozo. 426 El hombre apenas para mientes en cómo Dios se ha habido con él en todas sus obras, en la creación, la redención y la glorificación; casi nunca o rara vez el hombre mira a esto, siendo así que en las cosas humanas casi no hay nadie que no se busque a sí mismo en todas las obras de los hombres, esto es, que no esté atento al lugar que tiene en sus pensamientos, en sus recuerdos y en sus designios. Mira pues a aquel que te mira en todas tus obras, y deja de querer ser mirado por los hombres en tus acciones. 427 Vemos en estos tiempos y veremos después que se enfría la caridad de muchos[823], porque pocos son los que ejercitan gratis las obras de misericordia espirituales, o que se apliquen a ellas con aquel ánimo que quiere el apóstol, cuando dice: La caridad es benigna, es paciente, etc.[824]. Los mismos que presiden a las obras de caridad, son poco pacientes, poco benignos, poco creen o esperan, no pueden sufrir molestia alguna, 216

ni compadecerse de corazón de las imperfecciones ajenas. De donde resulta que muchos, tanto en la administración eclesiástica como en la civil, suprimen los abusos, movidos más de impaciencia glacial y celo amargo de la justicia, que por el fervor que inspira la caridad misma. Tenga, pues, la caridad todas las condiciones que enumera el apóstol y entonces no se enfriará. 428 Una vez, estando en una casa, me vino a la mente lo que había oído decir a algunos en Portugal: que teníamos que desconfiar de algunas personas. No lo hemos hecho hasta ahora, ni lo haremos, dado que sabemos que son los más fieles defensores de la sana doctrina católica, enemigos de todos los que no caminan en la verdad de la enseñanza y del juicio. Con todo, en este lugar sentí una gran devoción en rogar al Señor que no permita jamás que por ellos o por cualquier otro se levante tempestad alguna sobre la Compañía, contra la voluntad del Señor. Deseaba haber hecho esto en todos los lugares, casas, palacios, ciudades y regiones, en los cuales haya yo estado, para que de tal lugar o gente no surja ninguna adversidad contra la voluntad de Dios, ya sea contra nosotros o contra cualquiera que camina rectamente en la vía del Señor[825]. 429 Un día aguardaba a un joven, que había prometido venir a confesarse, y ya dos veces me había engañado. Esperándolo y sintiendo alguna tristeza de ánimo, porque me pareció haber perdido inútilmente seis horas, recibí gran consolación de Dios, por cuyo honor lo había hecho. Y me vino a la mente esta consideración: si tú gastas por amor de Dios muchas horas aguardando a la puerta de los señores y de los príncipes, y no sientes molestia, sabiendo que de Dios has de recibir el premio, ¿por qué te contritas cuando alguno de estos pequeños[826] de Cristo te hace esperar un poco? Por ventura, ¿porque este es menos que los otros, no te lo premiará Dios? ¿Cuántas veces haces tú aguardar a Cristo a la puerta de tu corazón[827], y después pretendes que no se canse, que no se arrepienta de lo hecho, que no se irrite, que no se impaciente, que contra ti no se amargue? Haz, pues, lo mismo con respecto a sus pequeños; haz tú lo que sabes que él haría si su humanidad estuviese aquí presente y visible en su carne. Aquí me volvía aquella devoción frecuente, que me dio el Señor para con cada una de las almas, y volvía también la voluntad de sufrir y de trabajar de todas maneras por ellas, no solamente de manera universal y general (lo que es menos trabajoso y más honorífico), sino por cada una en particular, imitando a aquél que pertenece entero a cada una de las almas, y que vivió toda su vida y padeció y murió por cada una de ellas.

16 de abril

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430 El día 16 de abril, di una de las cabezas de las reliquias de las once mil vírgenes, a don Felipe, príncipe de España, hijo de Carlos, emperador y rey de las Españas; en cuyo ofrecimiento sentí mucho que, a pesar del deseo de hace tiempo, no hubiese podido hacer que aquellas dos cabezas fuesen dadas simultáneamente y se conservasen juntas hasta la muerte de uno de ellos, esto es, del príncipe o de la princesa. Quiera Dios concederme el ver un día estas dos cabezas depositadas en una misma urna; y más aún, que por la intercesión de las once mil vírgenes el príncipe, con la princesa su esposa, puedan permanecer en una paz perpetua y en la unidad del vínculo de la verdadera caridad y amor[828].

30 de abril 431 El último día de abril, fiesta de santa Catalina de Sena, dije la misa por el feliz éxito de este tan deseado Concilio de Trento[829]. Para esto encontré un oficio apropiado, de acuerdo al rito de esta iglesia de Valladolid. Rogué que se dignase el Señor proveer a los intereses de su Iglesia mediante este concilio. Se me representaban las necesidades de los pecadores que más fácilmente se convertirán si fuesen reformados los ministros de la palabra de Dios y de los sacramentos; además las necesidades de todos los atribulados, para los cuales será de gran utilidad que la caridad, hoy enfriada, reencuentre su vigor. Se me representaban por ejemplo los enfermos como esperando el auxilio; los difuntos, cuyos piadosos deseos ahora son defraudados, y que se atormentan viendo que los ministros de la Iglesia y los herederos dejados por ellos no cumplen rectamente sus oficios. De este modo se me representaban, para desearlos, otros muchos bienes que se pueden esperar de este concilio. 432 Hallándome un día con el ánimo muy caído y humillado por ciertas molestias y amarguras, que nacían de la falta de verdadera caridad fraterna y de humildad con los que reprenden, levanté la mente a Dios y todo me pareció nonada. Y conocí que es un buen remedio para mí en semejantes casos la sola elevación de la mente; porque cuanto más levantada en alto está la mente, ninguna de las saetas que se arrojan contra ella pueden lastimarla y no se sienten. Estas cosas mínimas, ya sean palabras, ya sean saetas, no pueden alcanzar al espíritu ni elevarse hasta él cuando de esta manera está elevado hacia Dios, a cuya tienda no se acercará ninguna plaga[830]. Levanta, pues, tu mente sin demora, en cuanto alguna cosa terrena, ya sea palabra, ya sea acción, alcance a tu espíritu; ya sea para una alegría humana, ya sea para una vana tristeza. Y este deseo me vino al considerar el misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. Si con él ascendiéramos nosotros, nos levantaríamos sobre todas las cosas terrenas, ahora en espíritu, y a su tiempo también con el cuerpo y según nuestros sentidos externos. 218

MADRID 8 de mayo 433 El día de la aparición de san Miguel Arcángel llegué de Valladolid a Madrid, a donde vine a visitar varios señores y amigos en Cristo. Por el camino se me ofreció instruir a un anciano de aquellos a quienes los españoles llaman romeros. También me fue dado consolar a una señora, que estaba grandemente desolada, que me abrió toda su ánima. En las posadas siempre se me daba inspiración para edificar en la doctrina y en la exhortación. Y con esto me pareció cosa buena, ante Cristo y su corte, dejar en todas las posadas y casas en donde nos acaezca alojarnos, vestigios de buena y santa conversación. En todas partes algo se ha de edificar y en todas partes algo se ha de plantar o recoger[831]; porque somos deudores de todos los hombres[832] en todo estado y en todo lugar, así como el Señor de quien somos cooperadores[833], nos asiste y nos conforta en todo lugar. 434 Y aquí reconocí muchas negligencias mías cometidas en mis varios y múltiples viajes y principalmente cuanto al enseñar, corregir y consolar, que yo debí haber hecho con las personas que trataban conmigo o que yo había visto durante el viaje. Y nada debería acaecer en vano ante nuestra vista o nuestro conocimiento, porque Jesucristo nuestro Señor no ha permitido que nada se pierda, ni siguiera el hecho de ver las cosas o de oír las voces; ni fue en vano que atravesara determinados lugares, que haya mirado a algunos hombres, que haya querido estar en la tierra, en el mar, en las casas, en los caminos, entre los hombres, solo; ni tampoco fue en vano el estar sentado, caminar, comer, dormir. No permitamos nosotros que se pierda la ocasión que nos acerca a cualquiera que pase o que veamos; y mucho menos si de alguna manera fuésemos llevados a comer o a convivir con ellos. 435 Noté un remedio muy eficaz contra las tentaciones carnales que suelen a veces venir, cuando uno entra en una posada o casa donde hay concurso de hombres y mujeres de todas clases. En cuanto se entra en tales lugares, no solamente se diga presto Paz a esta casa, etc.[834], sino se muestre claramente que nosotros hacemos profesión de piedad y verdad para edificación. Y se comience enseguida a hablar con los interlocutores cosas de edificación; y de este modo se cerrará el camino a sugestiones malas. Algunos religiosos se dejan vencer de esta diabólica tentación, que es ocultar su profesión de religión, y los vecinos se atreven más a manifestar y expresar su impureza. Temen sin duda los tales religiosos que la clara manifestación de su doctrina o piedad impida a los demás mostrar su corrupción. Tú obra de manera que nadie se atreva a expresar ante ti o en tu presencia los propósitos de su mal espíritu para pecar. 219

14 de mayo 436 En la fiesta de la Ascensión del Señor, revolviendo en la mente aquel dicho del apóstol: Cuando yo era niño, hablaba como niño, etc.[835]se me presentaron muchas cosas para desear un ascenso espiritual: es decir, para pasar de niño a hombre perfecto y de quien está tirado entre sentimientos y gustos de abajo, a aquel que es ciudadano del cielo[836]. Yo oraba para que desapareciese de mí todo lo pasajero y que lo eterno creciese en estima y valor. Deseaba ser menos afectado de lo que ven los ojos de la carne y de esta manera elevarme con los sentidos interiores para que las realidades espirituales pudiesen mover y tocar eficazmente mi espíritu.

VALLADOLID 23 de mayo 437 Un día que volvía de Galapagar a Valladolid, me vino la devoción de orar por cada uno de los lugares por donde pasaba rezando un Padre Nuestro y un Ave María, y considerando las varias necesidades que allí podía haber, dando gracias y demandando las gracias de que hubiese necesidad. Extendí después esta devoción a todos los lugares donde yo o algunos otros de la Compañía solemos morar, y a este fin apliqué al día siguiente la misa, para que por los méritos de la pasión de Cristo hallasen ayuda aquellos a quienes nosotros no podíamos ayudar. 438 Una vez, al decir el oficio, recitando aquello del salmista, donde dice: Por eso se convertirá aquí mi pueblo y encontrará días de abundancia[837], sentí en mí un gran dolor por no haberme convertido de veras a Dios y por no haber empleado bien ni un día ni una hora. Ojalá y de nuevo ojalá que de aquí adelante se hallen en mí días llenos de buenas obras y ojalá desaparezcan de mi vida todos los ocios y las acciones vanas. Amén[838].

8-12 de julio 439 La víspera de la octava de la Visitación de la bienaventurada Virgen María, a las doce y cuarto, la princesa doña María, hija del rey de Portugal, parió, y al siguiente día yo celebré la misa de la Visitación, haciendo memoria de la Natividad de Cristo, de la Virgen María y de san Juan Bautista, como había ya hecho el día anterior; y deseé que el 220

infante recién nacido fuese de estos tres personajes celestiales bendecido. En esto sentí gran devoción. Después, el 12 del mismo mes de julio, hacia las cuatro después del mediodía, la princesa murió; cuya alma descanse en santa paz.

14 de septiembre 440 El día de la exaltación de la Santa Cruz, yendo yo a decir misa, una persona me detuvo diciendo que quería confesarse y limpiar el ánima de pecados. Y yo le respondí que deseaba ser escoba del Señor para barrer su conciencia, y acá comenzó en mí un deseo de ser o de llegar ser y ser llamado la escoba de Cristo[839]. Y aquí me vinieron a la mente varias interpretaciones sobre esta expresión, con las cuales deseaba ser asimilado a la escoba que sirve para limpiar las casas, porque quedo siempre miserable y sucio limpiando a los demás, y porque contraigo diversas suciedades al ser para los otros, con la ayuda de Cristo, instrumento de su progreso. Yo veía también con qué facilidad me gastaba como las escobas, y sin embargo hallé gran devoción en ofrecerme a Cristo como escoba de su casa, para barrer las moradas espirituales. 441 Deseaba asimismo que toda nuestra Compañía fuese por Dios destinada para que Cristo, que posee tantos instrumentos preclaros en su casa, que es la Iglesia, se dignase en nuestros tiempos comenzar a limpiar su casa y quisiese tener a bien tomarnos y utilizarnos a nosotros y a todos los futuros miembros de la Compañía como instrumentos más burdos y hechos para esto, como las escobas. Y a este fin ofrecí la misa de la Santa Cruz, deseando que también en los cielos merezca ser y tener el nombre de gloriosa escoba de Cristo, después de haber cumplido el oficio de una escoba vilísima, del cual no soy digno.

20 de enero 442 El día de san Fabián y Sebastián, hallándome con una persona que tenía necesidad de consuelo, esto solo me vino a la mente para confortar su espíritu: las tribulaciones espirituales que sufren todos los hombres provienen del temor demasiado de reducirse a un estado semejante a aquel a que se redujo Cristo, la bienaventurada Virgen, el buen ladrón o su discípulo; y lo que más les turba es llegar al estado que le cupo a Cristo en la cruz. Pero en cualquiera tribulación espiritual o temporal conviene hacer esta distinción. Algunos temen que no les venga justamente la pena del buen ladrón; otros temen verse reducidos injustamente al estado de Cristo en la cruz; otros no temen por sí sino por 221

aquellos a quienes aman, como fue la bienaventurada Virgen Madre de Dios; otros temen por aquellos de quienes son amados, como el amado discípulo, que estaba con la Madre al pie de la cruz de Cristo, de quien era amado. Ténganse, pues, presentes en nuestras tribulaciones estas cuatro personas: Cristo pendiente en la cruz, el buen ladrón atado a la cruz, la bienaventurada Virgen María de pie junto a la cruz y san Juan Evangelista. Celebré la misa suplicando a estos santos mártires que me alcanzasen luz y conocimiento acerca de las tribulaciones y adversidades de toda nuestra Compañía. 443 En los primeros días de este nuevo año, sentí que se renovaban mis defectos; y la nueva experiencia que tenía me llevaba a una enmienda nueva. Y conocí tener necesidad de un nuevo modo de recogimiento y que para esto debía cambiar de actitud en lo externo y estar más recogido y más unificado, si quiero encontrar y retener al espíritu del Señor que santifica, endereza y conforta. Sobre todo me persuadí que tenía necesidad de mayor soledad y silencio. Conocí además en estos días, con la experiencia de las tentaciones, que tengo necesidad de mucha gracia para armarme contra los sentimientos de pobreza y contra los varios temores de indigencia y de penuria.

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APÉNDICE EL BEATO FABRO EN GALAPAGAR 81541) NACIÓ Fabro en 1506, en Villaret, parroquia de San Juan de Sixt, del ducado de Saboya. Hacia los diez años, dice en su Memorial, siente en sí el deseo de estudiar. Pero sus padres, que le necesitan para guardar las ovejas, se resistían a dejarle ir a la escuela. Interviene su tío Don Mamerto Fabro, que era prior de la Cartuja de Reposoir. Enterado de lo que pasaba, hizo saber a su hermano: «Oponerte a los estudios del niño sería oponerte a los designios de Dios». Pedro obtiene el beneplácito para marcharse a Thones. Cuando hubo aprendido en Thones todo cuanto allí se podía aprender, dirige su vida por otro camino. En el término de Borne, bastante más allá de las gargantas de Entremont, en la Roche, un sacerdote que había llegado de Clues, el maestro Pedro Velliard, le recibe entre sus discípulos. Cuando tiene diecinueve años, por consejo de un primo suyo, cartujo de Reposoir –don Mamerto había fallecido–, Pedro Fabro marcha a París, adonde atraía la Sorbona desde todos los puntos de Europa gran multitud de estudiantes. Se hospeda en el Colegio de Santa Bárbara, compartiendo aposento a medias con otro. El compañero que compartió con él su aposento era un joven español: Francisco Javier. Muy pronto fueron amigos. Bachiller en artes en enero de 1530, acababa de recibir la licenciatura en tiempo de Pascua cuando otro español llega al Colegio de Santa Bárbara: es Ignacio de Loyola. Del grupo de los siete que se formó inmediatamente en torno a Ignacio, es el único de lengua francesa, aunque no del reino de Francia; cinco eran españoles; el otro, portugués. Sin duda era el más adelantado en las ciencias sagradas, ya que fue el primer ministro de aquella comunidad que recibió la ordenación sacerdotal, en 1534. El papa Paulo III le encarga la cátedra de Sagrada Escritura en la Sapiencia (de noviembre de 1537 a mayo de 1539). En octubre de 1540 se encamina hacia el Rhin. Es teólogo del consejero imperial Ortiz (natural de Galapagar) en la corte del príncipe Carlos V, donde existían muchas envidias e intrigas.

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Se encuentra en Ratisbona cuando recibe la orden de Ignacio de Loyola de marchar a España con el fin de establecer la orden. Atraviesa en compañía de Ortiz (en julio de 1541) Baviera, el Tirol y los cantones suizos. Luego entra en Francia, desciende el Valle del Ródano y, por Barcelona, Zaragoza y Alcalá, llega a Madrid. En España predica sin conocer el descanso, sobre todo en pequeñas localidades: en Galapagar (pueblo de Ortiz) lo hará todos los días durante más de un mes; así se lo comunica a Ignacio en una carta el 4 de noviembre de 1541. El 22 de diciembre, Alejandro Farnese «por mandato del Papa» envía a Pedro Fabro la orden de partir para Espira. Y Fabro, después de cinco meses en España, tiene que volver a Alemania. Pasa seis meses en Espira. Al comienzo del invierno, la amistad del cardenal Alberto de Brandeburgo le lleva a Maguncia. Aquí es donde conquista al que será más tarde doctor de la Iglesia, san Pedro Canisio. Nuevamente juzga Ignacio de Loyola que es necesario en la Península Ibérica, empezando por Portugal. No obstante, Paulo III le hace quedarse en Colonia. Por fin Ignacio puede conseguir que Fabro salga para Lisboa (el 24 de agosto de 1544); luego llega a Évora, donde evangeliza a la corte, y a Coimbra, donde consigue treinta apóstoles, algunos de los cuales sucederán a Francisco Javier en la India y en el Japón. Viaja por segunda vez a España el 12 de marzo de 1545. Siguiendo al futuro Felipe II, para en Valladolid y luego en Madrid; su apostolado llega a Salamanca, Toledo, Galapagar, Alcalá, Illescas, Oca y otros lugares. Estando internado en el hospital del Campo del Rey (Madrid), recibe una carta de Roma el 17 de febrero de 1546, llamándole por orden de Paulo III para el Concilio de Trento. Llega a Roma muy delicado. Y el día en que la Iglesia festeja a San Pedro libertado de las cadenas por un ángel, muere en Roma.

ÁNGEL SUÁREZ MINGO (1938-1980) CURA PÁRROCO DE GALAPAGAR

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Notas [1] Sobre la beatificación de los siervos de Dios y la canonización de los beatos, Città del Vaticano 2011, libro IV, cap. 41, nº 1. [2] Otros santos fueron declarados de este modo desde el tiempo de Benedicto XIV en adelante. León XII inscribió en esta lista a san Pedro Damián; Pío IX, a san Bonifacio, apóstol de Alemania; León XIII hizo cuatro canonizaciones equivalentes: san Cirilo y san Metodio (1880), san Agustín de Cantorbery, san Juan Damasceno y san Beda el Venerable; Pío XI agregó a san Alberto Magno el 16 de diciembre de 1931 y Pío XII, a santa Margarita de Hungría. [3] Nacido en 1534 en Santa Cruz de Tenerife, es conocido como «el apóstol del Brasil», hacia donde partió desde Lisboa en 1553. Fundador de las ciudades de São Paulo y de Rio de Janeiro, entregó su vida entre los indios, realizando todo tipo de trabajos. Fue autor de la primera gramática de la lengua tupí y de dos grandes obras latinas: De gestis Mendis de Saa y De Beata Virgine Dei Matre Maria. Murió en 1597 (cf. M. MOUT INHO, «Anchieta, José», en Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús I, Roma-Madrid 2001, 157158). [4] Tres años antes, el 23 de junio de 1869, en tiempos del mismo Pío IX, se había aprobado el culto al venerable siervo de Dios padre Pedro Fabro (Monumenta Fabri, Madrid 1914, 697ss; a partir de ahora MF). [5] Las páginas 696-838 («Processus») de MF recogen la documentación sobre el proceso de beatificación de Pedro Fabro. [6] MF 776. [7] A partir de ahora, los números entre paréntesis de las líneas que siguen se refieren a MF. [8] Un testimonio tardío comenta que la capilla fue edificada unos doce o quince años después de la muerte del «saint ou bienhereux Pierre Favre» (catorce años después, según MF 818); la misma tradición ha afirmado siempre que «fue construida por los padres del beato sobre las ruinas y en el mismo sitio de la casa donde había nacido el dicho beato Pedro Fabro». La capilla fue destruida en tiempos de la Revolución Francesa, en 1793, y reconstruida por la familia en 1826 (MF 852; fecha: 20 de enero de 1872). [9] Ibid. 711: «une grande réputation de sainteté»; «cum opinione sanctitatis migravit e vita» (717). Sobre la capilla como lugar de peregrinación y de devoción, conocida como «la chapelle de St. Pierre du Villaret» (781), véase también en 720, 779 y 801. [10] Sobre la devoción a Fabro, entre otras referencias, véase 720, 723 y 734. [11] La madre encomendó la salud de su hija a «Pierre du Villaret» e, interrogada sobre a qué «Pierre» se refería, respondió «que había oído hablar de un san Pierre de este lugar de Villaret, que era jesuita» y que a este encomendó la salud de su hija (789). [12] Los procesos incluyen también testimonios de otras personas, que ignoran las respuestas a la mayor parte de las preguntas propuestas (sesión 6, 728-730). [13] P. ARRUPE, «En sus bodas de oro en la Compañía (15.I.77)», en La identidad del jesuita en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santander 1981, 538. [14] P. ARRUPE, «El modo nuestro de proceder (18.I.79)», en La identidad, 49-82; «La misión apostólica, clave del carisma ignaciano (7.IX.74)», en La identidad, 105-124. [15] Cf. C. COUPEAU, «Nadal y Arrupe, intérpretes del carisma ignaciano e inspiradores de su práctica»: Manresa 79 (2007), 325-338, especialmente el punto 3, «Nadal en los escritos de Arrupe». [16] P. ARRUPE, La identidad, 161-172; 231-236; 239-246; 504-509, respectivamente. Fabro encarna el espíritu de sencillez, según Ignacio era el que mejor daba los Ejercicios, demostró una disponibilidad absoluta en su vida y fue el jesuita que más influyó en la vida de Francisco de Borja. [17] P.-H. KOLVENBACH, «En el 450 aniversario de los votos de Montmartre (31.VII.84)» y «Sentido eucarístico del voto de Montmartre (31.VII.84)», en Selección de escritos I, Provincia de España, Madrid 1992, 33 y

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652 respectivamente. [18] P.-H. KOLVENBACH, «En el 450 aniversario de la aprobación de la Fórmula del Instituto por el papa Paulo III (Loyola, 26.IX.90)», Ibid. 255. [19] P.-H. KOLVENBACH, «Sobre la Eucaristía», en Selección II, Provincia de España, Madrid 2007, 98-99 y 102, con citas de diversas cartas de Fabro. [20] P.-H. KOLVENBACH, «Celebración del año jubilar (6.I.05)» y «A los Superiores mayores», en Selección II, 84 y 187 respectivamente. [21] P.-H. KOLVENBACH, «A los jesuitas ecumenistas reunidos en Chantilly (23.VI.86)» y «Sobre el espíritu que debe animar nuestro trabajo ecuménico (Oxford, 14.VII.85)», en Selección I, 151-154 (cit. 151) y 472-478 (cit. 474) respectivamente. P. ARRUPE ya se había detenido en este tema: «El ecumenismo, dimensión de todo apostolado», en La Iglesia de hoy y del futuro, Sal Terrae, Santander 1982, 199-206, aunque sin estas referencias a la primera Compañía. [22] P.-H. KOLVENBACH, «Discurso a los laicos. Colegio Nuestra Señora del Recuerdo (Madrid, 3.XII.99)», en Selección II, 460-468, cit. 462. [23] P.-H. KOLVENBACH, «En la fiesta del beato Pedro Fabro y peregrinación de la familia ignaciana a Lourdes (Lourdes, 2.VIII.2006)», en Selección II, 682-685. [24] Memorial de Pedro Fabro. Edición en Monumenta Historica Societatis Iesu, Monumenta Fabri, Madrid 1914, 489-696 (texto latino). Edición española: En el corazón de la Reforma. Recuerdos espirituales del beato Pedro Fabro (A. Alburquerque, ed.), Mensajero – Sal Terrae, Col. Manresa nº 21, Bilbao – Santander 2000; muy completa también M. de CERT EAU (ed.), Mémorial, DDB – Christus, Paris 1960. Abreviamos [M] más número de párrafo. [25] CONGREGACIÓN GENERAL 35 DE LA COMPAÑÍA DE J ESÚS , «Un fuego que enciende otros fuegos. Redescubrir nuestro carisma», Decreto 2, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2008, 73-102. [26] Epistolae PP. Paschasii Broëti, Claudi Jaji, Joannis Coduri et Simonis Rodericii, Madrid 1971, 453. [27] Después ponía en la lista a Alfonso Salmerón, Francisco Villanueva y a Jerónimo Doménech. [28] Fabro a Doña Wandelina van den Berg (Colonia, febrero de 1544), MF 255. [29] P. FABRO, Memorial (M. A. Fiorito / J. H. Amadeo, eds.), Diego de Torres, Buenos Aires 1983, 365 pp., que reproducimos en este libro. [30] «En estos casos hay movimiento de espíritus. Cf. Beato FABRO, Memorial [300-302]», en (Jorge Mario BERGOGLIO, SJ) PAPA FRANCISCO, Reflexiones espirituales sobre la Vida Apostólica, Mensajero, Bilbao 2013, 56; (antes en Ediciones Diego de Torres, Buenos Aires, 1987). [31] Como la reforma de la Iglesia a partir de las ideas o principios de los protestantes, planteamiento que Fabro rechaza, Ibid. 119, n.1. [32] «… porque en la respuesta que den se manifestará el verdadero espíritu que tienen» (Ibid. 184; Memorial [300-330]). [33]

La homilía en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papa-francesco_ 20140103_omelia-santissimo-nome-gesu.html

[34] La entrevista en castellano en www.razonyfe.org; versión impresa en: «Papa Francisco: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”»: Razón y Fe 1380, vol. 268 (oct. 2013), 249-276 (traducción de Luis López-Yarto SJ). Original italiano en La Civiltà Cattolica 3918 (set. 2013). [35] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium [171]. La exhortación no ofrece la referencia de la fuente. Una relectura del documento del papa desde una perspectiva ignaciana en: M. DA FRANÇA MIRANDA, «A Alegria do Evangelho em ótica inaciana»: Itaici 96 (2014), 17-33. [36] «Nuestro pueblo está cansado de tantas palabras. No necesita tantos maestros, sino testigos», Jorge M. BERGOGLIO, El verdadero poder es el SERVICIO, Publicaciones claretianas, Madrid 2013, 16. [37] «11. Hombres de deseos» y «12. Hacerse cargo de los deseos», BERGOGLIO / PAPA FRANCISCO, Reflexiones espirituales…, 63-77; «16. Formación en el conocimiento de sí mismo», Ibid., 95-108. Una pequeña

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«radiografía del deseo» de Fabro en: J. GARCÍA Santander 20132, 88-93.

DE

CAST RO, Pedro Fabro. La cuarta dimensión, Sal Terrae,

[38] Como se refleja en el Diario espiritual con los términos dulce, dulzura, dulcesa [28.30.32.44.105] y se propone al ejercitante en los Ejercicios [124]: «suavidad y dulzura de la divinidad», al contemplar el misterio del nacimiento de Jesús en Belén. [39] PAPA FRANCISCO, Homilía (Il Gesù, Roma, 3 de enero de 2014). El papa destacó también la cita de Evangelii Nuntiandi «conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (EN [80]) en: En Él solo la esperanza, BAC, Madrid 2013, 80. [40] BERGOGLIO: «Si en algo debería ser experto todo catequista es en su capacidad de acogida, de hacerse cargo del otro, de ocuparse de que nadie quede al margen del camino» (Ibid., 25-26). [41] BERGOGLIO, Ibid., 45.48. [42] «Sensible y lúcido, este hombre estaba hecho para comprender a los otros y para reconocer en ellos esta Acción única en su fuente y en su fin» (DE CERT EAU, Mémorial, «Introduction», 10). [43] J ORGE M. BERGOGLIO (PAPA FRANCISCO), En Él solo la esperanza, 21-22. [44] Fórmula del Instituto o Fórmula de vida (vivendi) [4], en Obras completas de san Ignacio de Loyola, BAC, Madrid 1982, 437. [45] BERGOGLIO / PAPA FRANCISCO, «14. Creatividad», en Reflexiones espirituales…, 84-88; cf. también 266-268. [46] MF 802. [47] «parce qu’il s’affligeoit fort de ce qu’onne le mandoit estudier» (MF 800). [48] «gentes de bien, católicos de buena fama y reputación» (MF 796). [49] MF 799, testigo nº 15. [50] MF 791.793.795. [51] «A tres leguas de Villareto, en el Gran Bornand, donde yo nací. Pertenece a la diócesis de Ginebra, bastante católica toda ella, por entonces» [M3]. [52] Recordado como «santo huomo» (carta de Luis Coudreto a Francisco de Borja, 18 de diciembre de 1566, MF 482); «reputé pour sainct» (MF 774); «Petrum Veillardi, piumque sacerdotem», Ibid., 804. Cf. 799. [53] MF 201-205. [54] Ph. LÉCRIVAIN, «Paris», en Diccionario de Espiritualidad Ignaciana II, Mensajero-Sal Terrae, Colección Manresa nº 38, Bilbao-Santander 2007, 1413-1417. Más ampliamente en Paris au temps d’Ignace de Loyola (1528-1535), Éditions Facultés Jésuites de Paris, Paris 2006. [55] G. SCHURHAMMER , Francisco Javier. Su vida y su tiempo I, Mensajero, Bilbao 1992, 97-190; J. K. FARGE, «The University of Paris in the time of Ignatius of Loyola», en Ignacio de Loyola y su tiempo (J. Plazaola, ed.), Mensajero-Universidad de Deusto, Bilbao 1992, 221-243; J. IT URRIOZ, «Íñigo de Loyola, universitario», en Ignacio de Loyola, Magister Artium en París. 1528-1535, Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones – Caja Guipúzcoa de San Sebastián, San Sebastián 1991, 379-404. [56] Tomado de SCHURHAMMER I, 140 y nota 19, que sigue los testimonios de canonización. [57] También, entre otros, Erasmo y Vives. El Roterodamo es generoso en críticas a Montaigu, como se lee en uno de sus diálogos: «-¿De dónde vienes?, le pregunta con lástima. –Vengo del colegio de Monteagudo. – Entonces vienes seguramente lleno de sabiduría. –Al revés; lleno de piojos» (SCHURHAMMER I, 163, con descripción demoledora en 166-167). Véase también I. RODRÍGUEZ-GRAHIT , «Ignace de Loyola et le Collège de Montaigu. L’influence de Standonck sur Ignace»: Bibliothèque d’Humanisme et Renaissance 20 (1958), 388-401. [58] «Y es que Fabro integraba con naturalidad pietas et eruditio, un fondo teológico profundo en una forma espiritual sabia y discreta que le permitía expresar el gesto adecuado o “pronunciar la palabra oportuna”»: P. Adolfo NICOLÁS , «Carta con motivo de la canonización de Pedro Fabro SJ (17.XII.13)».

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[59] Parece que Fabro se sentía atraído por todos los estímulos académicos de su entorno, pues eran precisamente cuatro facultades las que configuraban la universidad parisina: Teología, Filosofía, Derecho y Medicina. [60] P. de RIBADENEIRA, «De actis Patris nostri Ignatii», en Fontes Narrativi de S. Ignatio de Loyola II, Roma 1951, 384-385 (en adelante: FN). [61] «Mas en esto, vino a tener muchos trabajos de escrúpulos; […] le tornaban los escrúpulos; […] no hallaba ningún remedio para sus escrúpulos» (IGNACIO DE LOYOLA, Autobiografía [22 y 23], en Obras completas, BAC, Madrid 1981, 104-105). [62] Puede verse DE CERT EAU, Mémorial, «Introduction. 2. La règle ignatienne», 15-18. [63] L. GONÇALVES DA CÂMARA, Recuerdos espirituales. El Memorial de Luis Gonçalves da Câmara, MensajeroSal Terrae, Colección Manresa nº 7, Bilbao-Santander 1992, 305. [64] Pueden verse los tres estudios recientes del libro Diego Laínez (1512-1565). Jesuita y teólogo del Concilio, Mensajero-Sal Terrae, Colección Manresa nº 50, Bilbao-Santander 2013: R. Mª SANZ DE DIEGO, «Diego Laínez: su entorno cultural y su primera amistad con Ignacio de Loyola», 17-53; J. BURRIEZA, «Diego Laínez: la Compañía de Jesús más allá de Ignacio de Loyola», 55-99; S. MADRIGAL, «La participación de Maestro Laínez en el Concilio de Trento (1548-1563)», 101-157. [65] W. BANGERT , Claude Jay and Alfonso Salmerón. Two early Jesuits, Loyola University Press, Chicago 1985; U. PARENT E, «Alfonso Salmerón (1515-1585)»: AHSI 59 (1990), 279-293. También en Diccionario de Espiritualidad Ignaciana II, 1598-1603. [66] U. PARENT E, «Nicolás de Bobadilla (1509-1590)»: AHSI 59 (1990), 323-344; también en Diccionario de Espiritualidad Ignaciana I, 238-241. [67] Sobre el origen y gestación de este primer grupo de compañeros puede verse: J. GARCÍA primeros de París: amistad, carisma y pauta»: Manresa 78 (2006), 253-275.

DE

CAST RO, «Los

[68] Autobiografía [85]. [69] SIMÓN RODRIGUES , Origen y progreso de la Compañía de Jesús (E. J. Alonso Romo, ed.), Mensajero-Sal Terrae, Colección Manresa nº 35, Bilbao-Santander 2005, 58. [70] Ph. LÉCRIVAIN, «Montmartre», en Diccionario de Espiritualidad Ignaciana II, 1287-1291. Fabro hace una breve alusión en su Memorial [15]. [71] La expresión es de Laínez en una larga carta al Secretario de la Compañía, Juan Alfonso de Polanco, escrita desde Bolonia en 1547 y editada en FN I, Roma 1943, 104 y más recientemente, a cargo de A. Alburquerque, en Diego Laínez, primer biógrafo de San Ignacio, Mensajero-Sal Terrae, Colección Manresa nº 33, Bilbao-Santander 2005. [72] J. A. de POLANCO, «Sumario Hispánico», FN II, 182 y J. NADAL, «Apologia contra censuram», FN II, Roma 1951, 80. «Primogenitus fuit Magister Petrus Faber» sentencia Polanco al comienzo de su Chronicon Societatis Iesu I, Madrid 1894, 48. [73] Sobre estos tres desconocidos primeros compañeros puede verse J. PADBERG, «The Three Forgotten Founders of the Society of Jesus»: Studies in the Spirituality of Jesuits 29/2 (March 1997). Más brevemente, J. GARCÍA DE CAST RO en Diccionario de Espiritualidad Ignaciana: «Broët, Pascasio» I, 246250; «Codure, Juan» I, 329-331; «Jayo, Claudio» II, 1054-1061. [74] A treinta kilómetros del hogar de Fabro estaba, en la Alta Saboya, en el valle de Giffre, la aldea parroquial de Mieussy. La familia de Jayo vivía en el caserío de Vulliets (SCHURHAMMER I, 339). [75] «Fui a visitar a mis parientes y estuve siete meses con mi padre, que aún vivía. Mi madre ya había muerto» [M13]. [76] Testimonio de la Depositio quinta: «Il estoit tousiours en action, tant à prier Dieu, à confesser, qu’ à visiter les mallades» (MF 777). [77] Simón RODRIGUES , Origen y progreso…, [21] 60-61. [78] En un primer momento pensaron partir el 25 de enero de 1537.

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[79] Dado que Ignacio, que estaba por España, no realizó este viaje con los compañeros, sus historiadores y biógrafos apenas se preocuparon de este capítulo de la vida del grupo. Tenemos el interesante relato de Simón Rodrigues y la minuciosa y rigurosa investigación de G. O. SCHURHAMMER , Francisco Javier I, «En pleno invierno alemán», 361-385, con todo tipo de detalles. Fabro, en cambio, ofrece muy poca información en su Memorial: «Íbamos a pie… Fue un invierno especialmente frío…» [40]. [80] SCHURHAMMER I, 353, quien lo toma de RODRIGUES [23] 61-62. [81] No sabemos quiénes viajaron en el primer grupo y quiénes en el segundo. Fabro da por hecho que viajaron todos juntos: «salimos de París los nueve dichos» [M 16]. [82] Este misal fue utilizado «con permiso del P. Provincial» por el P. Martín Hernández, fallecido en Navalcarnero a sus 67 años en 1596; se quemó en 1931 en el incendio de la Casa Profesa de Madrid de la calle Isabel, esquina con la calle de la Flor (SCHURHAMMER I, 362, n. 5). [83] RODRIGUES [26], 63. [84] D. LAÍNEZ, «Epístola al P. Polanco» (Bolonia, 16 de junio de 1547), FN I, Roma 1943, 107-108. Rodrigues recuerda que al llegar rezaban para dar gracias y al abandonar la posada para pedir un buen viaje, siempre de rodillas [32]. [85] RODRIGUES [26], 63. [86] Ibid. [37], 70. [87] «Podemos conjeturar –dice el historiador alemán– que hicieron noche en Meaux, Château-Thierry, Épernay, Grandes Loges?, Sainte Menehould, Verdun, Metz, Saint-Nicolas-du-Port, Blamont, Zabern y Estrasburgo» (I, 370, n. 44). [88] RODRIGUES [36-38], 70. LAÍNEZ recuerda que «nos llovió casi cada día por Francia; y venimos sobre la nieve por todo el camino de Alemania» (Epístola, cit. 108). [89] Antes pasaron por una ciudad o villa de la que Rodrigues comenta «no me acuerdo de su nombre» [41], 74. SCHURHAMMER la localiza: «solo puede ser Lindau, que entonces era totalmente protestante» (I, 381, n. 100). [90] RODRIGUES [37] 70. [91] Carta de Pedro Fabro a doña Wandelina van den Berg (Colonia, febrero [¿?] de 1544), MF 255. [92] Memorial [286], 1 de abril de 1543. [93] BOBADILLA 615; LAÍNEZ, Epístola, FN I, 190. [94] Sabemos poco de este personaje: cf. SCHURHAMMER I, 393-394, y más ampliamente W. SOTO ART UÑEDO , «Diego de Hoces: el discípulo andaluz de Íñigo de Loyola»: Isla de Arriarán VI (1995), 309-324. Hoces acudió a los Ejercicios bien pertrechado de sus libros de ortodoxa teología, pues conocía la cierta fama de alumbrados, o al menos sospechosos, que Ignacio y sus compañeros tenían; de poco le sirvieron. [95] No sabemos cómo se distribuyeron el resto de los compañeros: Jayo, Codure, Broët y Bobadilla. [96] Coinciden los testimonios: LAÍNEZ, Epístola [35] 110, POLANCO, Sumario [66] 190, RODRIGUES [43] 76. [97] RODRIGUES [42] 76. Añade también algunos actos de «heroísmo» que Maestro Francisco Javier realizaba en el cuidado y atención a los enfermos. Tanto marcó a los compañeros esta experiencia de los hospitales que fue introducida en el «Examen general» que se antepone a las Constituciones: «sirviendo en los hospitales a todos, enfermos y sanos […] por más se abajar y humillar» [Co 66]. [98] POLANCO (Sumario [66] 191) nos explica por qué: «porque se recelaba que su presencia no ofendiese a algunas personas de manera, que no tenían de él, como pensaba, buen concepto, donde redundase daño o contradicción a los otros; como eran el Cardenal Teatino [Juan Pedro Caraffa] y el doctor Ortiz, que le había sido contrario en París el uno y el otro en Venecia». [99] Son dos personajes desconocidos en este primer grupo. Arias ya era sacerdote cuando en 1537 se une al grupo en Venecia. Había estudiado teología en París. Viajó con el grupo a Roma, pero no regresó. Murió en 1560. Landívar, navarro que había pasado también por París como sirviente de Francisco Javier, se sumó al grupo en Venecia.

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[100] SCHURHAMMER (I, 405-420) reproduce el itinerario con todo detalle: en barca hasta Chioggia; de ahí hasta Le Fornaci, en la desembocadura del gran Po. Continuaron hasta Magnavacca, donde hicieron noche para seguir hasta Rávena (112 kms.), a donde llegaron el 18 de marzo; allí se repartieron por varios hospitales para pasar la noche. De Rávena partieron en pequeños grupos de tres en veleros hasta Ancona para continuar después hasta Loreto. Tolentino, Trevi, Spoleto, Terni, Narni, Borghetto… para entrar en Roma por la Porta del Popolo. [101] POLANCO, Sumario [67] 191. [102] Francisco I había incorporado la Saboya a Francia, lo cual permitía a Fabro y a Jayo hospedarse en este hospital. El Hospital de los Españoles era el de San Giacomo degli Spagnuoli y el de los portugueses, Sant’Antonio dei Portoghesi. [103] Las Siete Iglesias son: San Pedro del Vaticano, San Pablo Extramuros, San Sebastián, San Juan de Letrán, Santa Cruz en Jerusalén, San Lorenzo Extramuros y Santa María la Mayor. [104] Otros cortesanos, «especialmente españoles», también los ayudaron con dinero. Al final reunieron la cantidad de 210 escudos, suficiente para pasar los doce a Jerusalén. Por medio de una cédula, y para no llevarlo con ellos durante el viaje, enviaron el dinero a Venecia. Rodrigues añade que, al ver que no podían pasar a Jerusalén, devolvieron el dinero al papa, «de lo cual quedó muy admirado y edificado» (cf. POLANCO, Sumario [68] 192 y RODRIGUES [59] 89). [105] El texto completo está editado en MF, 9-11. Traducido del latín en SCHURHAMMER I, 437. [106] El 10 de junio recibieron las órdenes menores; el 15, el subdiaconado; el 17, el diaconado; y el 24, el presbiterado, menos Salmerón por ser todavía demasiado joven. [107] RODRIGUES ([61] 90) dice: «Mediante sorteo se repartieron de la siguiente manera…». Otros grupos fueron: Bobadilla y Broët a Verona; Codure y Hoces a Treviso; Javier y Salmerón a Monselice; Jayo y Rodrigues a Bassano. [108] Otros grupos fueron: Bobadilla y Broët, a Verona; Codure y Hoces, a Treviso; Javier y Salmerón, a Monselice; Jayo y Rodrigues, a Bassano. [109] «De noche cerraban las ventanas con unos trozos de ladrillos viejos y de día los quitaban para tener luz. La puerta siempre estaba abierta, porque no tenían con qué poder cerrarla» (RODRIGUES [64] 92). [110] RODRIGUES [61] 90. La limosna, dice Laínez, daba para poco, «alguna vez un poco de butiro [mantequilla] o de olio» (Epístola [42], 120). Polanco, siguiendo de cerca a Laínez, comenta que alcanzaba para un poco de pan, pero no para vino y mucho menos para carne (Sumario [71] 193). [111] CÂMARA, en la Autobiografía [95], escribe: «no atendiendo más que a la oración». Polanco introduce la predicación: «empezaron a predicar por las plazas en diversos lugares…», Sumario [71] (193). [112] RODRIGUES ([62] 91) habla de dieciocho millas, mientras que POLANCO escribe treinta (Sumario [72] 194). En su cronología sobre la vida de san Ignacio, IPARRAGUIRRE sitúa este viaje de Ignacio y Fabro a finales de agosto (cf. Obras completas, BAC, Madrid 1982, 44). [113] Este pasaje en Autobiografía [95]. [114] Al no poder viajar a Tierra Santa, no pudo celebrarla en el mismo Belén, como había sido su deseo. [115] LAÍNEZ, Epístola [42] 120. [116] POLANCO, Sumario [86] 204. [117] Los dos compañeros de Ignacio allí presentes omiten cualquier referencia a esta importante experiencia de Ignacio, tanto FABRO [M 17-18] como LAÍNEZ, Epístola [78] 196. Muy buen comentario de Herbert ALPHONSO, «La Storta», en Diccionario de Espiritualidad Ignaciana II, 1091-1101. [118] D. LAÍNEZ, «Adhortationes in Librum Examinis. Lectio prima», FN II, Roma 1951, 133. [119] POLANCO cita al Dr. Ortiz, Lactancio Ptolomeo, Dr. López, Cardenal Contarini (Sumario [78] 196). Muy completa relación en E. GARCÍA HERNÁN, Ignacio de Loyola, Taurus, Madrid 2013, 276-281. [120] Con detalle en Epp I, 137-144: Ignacio a Isabel Roser (Roma, 19 de diciembre de 1538). Puede verse GARCÍA HERNÁN, 286-300.

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[121] Todo este proceso, en el que sin duda Fabro estuvo muy implicado, lo recoge minuciosamente SCHURHAMMER I, 546-556. Fuentes importantes son LAÍNEZ (Epístola [53], 132) y POLANCO (Sumario, 201203), que se refieren a «un cierto fray Agustín de Piamonte» o a «un predicador de San Agustín». La Autobiografía [98] se refiere a Miguel Landívar primero, y a Mudarra y Barreda después. GARCÍA HERNÁN sitúa novedosamente estas «predicaciones luteranas» de Mainardi y las consiguientes «denuncias» de Fabro y Laínez en Siena y Vicenza en 1537. [122] Según SCHURHAMMER , Laínez, Polanco, Bobadilla y Ribadeneira sitúan erróneamente estas deliberaciones en 1538. Recientemente, GARCÍA HERNÁN, frente al historiador alemán, vuelve a dar la razón a los primeros testimonios (Ignacio de Loyola 297.304). [123] Monumenta Constitutionum I, Roma 1967, 1-7. [124] LAÍNEZ, Epístola [49] 128; POLANCO, Sumario [88] 205. [125] Sobre el voto de obediencia al papa, sobre la instrucción a los niños, algunos criterios sobre la misión y el envío… [126] Sobre el Superior General, sobre las casas o iglesias para habitar y algo sobre el recibir o dimitir novicios. [127] Jerónimo Doménech, Juan Bautista Viola, Elpidio Ugoleto, los hermanos Palmio (Benedetto y Francesco) y Antonio Criminali, primer mártir de la Compañía de Jesús en la India. [128] Sobre las estancias de Fabro en Alemania y su participación e influencia en los diálogos y coloquios con los protestantes puede verse S. MADRIGAL, «Pedro Fabro y los comienzos de la Reforma católica en Alemania», en Eclesialidad, Reforma y Misión, San Pablo-U.P. Comillas, Madrid 2008, 171-208. [129] Sobre lo acontecido en Worms, puede verse la larga carta que escribió a Ignacio el 27 de diciembre de 1540 (MF 44-51). Conservamos tres cartas escritas desde Worms, los documentos número 20, 21 y 22 de MF. [130] MF 51. [131] Fabro escribió en esos quince días tres cartas a Roma (docs. 24-26 de MF), los días 25 y 27 de enero y 5 de febrero. [132] Quedó en dar los Ejercicios nada menos que a Juan Cocleo, uno de los grandes teólogos católicos del momento, y al decano de la iglesia mayor de Bormatia (Worms); el obispo de Worms promete hacerlos en Ratisbona (MF 63-64.67.70). [133] Fabro a Ignacio de Loyola y Pedro Codacio (Ratisbona, 20 de abril de 1541) (MF 87-92, cit. 89). [134] Fabro a los mismos, (Ratisbona, 3 de mayo de 1541) MF 97. [135] Con la fórmula de los votos a continuación. El texto latino en MF 117. [136] El mismo Lutero, ausente de la dieta, escribía a Melanchton: «la ira de Dios ha caído sobre ellos […] Regresad lo más pronto posible, que ahí perdéis para bien del diablo el trabajo, el tiempo y el dinero» (ALBURQUERQUE, 49). [137] Son los documentos 42-50 de Monumenta Fabri, que abarcan desde el 27 de octubre de 1541, una carta escrita desde Madrid, hasta el 1 de marzo de 1542, desde Barcelona. [138] Carta a Ignacio de Loyola (Galapagar, 17 de noviembre de 1541), MF 136. [139] Ibid. 138-139. [140] MF 140-141. La carta lleva fecha del 22 de diciembre. [141] Pedro Ortiz al cardenal Farnesio (Madrid, 15 de enero de 1542. MF 442-443). [142] Se trata de Francisco de Borja y Leonor de Castro (MF 154). [143] De esta etapa conservamos nueve cartas (documentos 52-60 de MF, 158-185). La primera lleva fecha del 16 de abril de 1542 y la última, del 28 de setiembre del mismo año. [144] «… una vía tan larga y al presente en diversas partes tan llena de grandes peligros; peligros de ladrones, peligros de herejes, peligros de soldados, peligros de grandes pestilencias que reinan en las ciudades por

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donde hemos pasado, máxime en Alemania»… pero por todo ello Fabro agradece a Dios nuestro Señor, «Salvator noster et spes nostra» (MF 159). [145] MF 174 y 165, respectivamente. [146] Conservamos diez cartas de esta etapa de Fabro en Maguncia, los documentos 61-70 (MF 185-213), que cubren el período desde finales de noviembre de 1542 hasta el 10 de julio de 1543. [147] «Apenas soy capaz de ponderar lo mucho que los Ejercicios Espirituales han cambiado mi alma […] me siento robustecido y como transformado por completo en otro hombre» (P. CANISIO, Epistulae et acta I (O. Braunsberger, ed.), Freiburg 1896, 77). [148] Chronicon I, 115. [149] Era prior de la cartuja de Reposoir desde 1522, «hombre de piedad singular, eximia lucidez y sabio para el gobierno por naturaleza y gracia», MF doc. 67, 201-205 (Maguncia, 28 de mayo de 1543, original francés). [150] Se trata de Gerardo Kalkbrenner Hammontano. Fabro le había escrito ampliamente el 12 de abril de 1543 (MF 194-200, original latino). [151] G. Kalkbrenner al prior de la cartuja de Tréveris (Colonia, 31 de mayo de 1543), MF 447-448. [152] DE CERT EAU, Mémorial, «Introduction», 28-29. [153] A. FALKNER , «Cartuja», en Diccionario de Espiritualidad Ignaciana I, 306-311. [154] Colonia, 3 de setiembre de 1543, MF 220. [155] «Lo pedimos para que siga ayudando a mantener la puridad de la fe de la república coloniense que está siendo muy solicitada. […] Importa mucho que este hombre muy estimado en las altas esferas permanezca aquí para que con su incomparable sabiduría eche una mano a los colonienses que vacilan y para que siga ayudando a quienes desean beneficiarse de sus consejos y Ejercicios» (ciudadanos de Colonia a Juan Poggio (Colonia, 7 de setiembre de 1543), MF 451-452, tomado de ALBURQUERQUE 73). [156] Fabro hace ver a Ignacio su actitud de indiferencia ante la misión, pero al mismo tiempo su planteamiento es claro: «si en las cartas que tiene monseñor Poggio hubiere clara voz de Su Santidad, yo no podré hacer menos que quedarme acá, hasta tener respuesta de V.R.». Y le pide a Ignacio que, por favor, le escriba ofreciéndole la resolución a este conflicto (Lovaina, 6 de diciembre de 1543, MF 229). [157] Epistolae Mixtae I, 153: Andrés Oviedo a Ignacio de Loyola (Lovaina, 7 de diciembre de 1543). Fabro está viviendo lo que más adelante legislarán las Constituciones de la Compañía: «debe cada uno de la Compañía esforzarse y procurar que Dios nuestro Señor sea en él glorificado y servido y los próximos edificados, a lo menos en el ejemplo de su paciencia y fortaleza, con fe viva y esperanza» [Co 595]. [158] Conocemos la actividad de Fabro en Lovaina por algunas de las cartas conservadas: MF docs. 74-77, 222232 y, en apéndice, 455-464. [159] Fabro «le facilitaba los esquemas de lo que había de predicar» (ALBURQUERQUE 75); «ex materia et punctis doctrinae, quae a P. Fabro subministrabantur» (MF 458). [160] Cornelio será el primer superior de aquel incipiente colegio. Más tarde, en julio de 1547, fue destinado a Roma para suceder a san Ignacio en el cargo de maestro de novicios, tarea que continuó en Mesina. Murió en 1559; sobre su vocación, MF 449-451. [161] Fabro a Simón Rodrigues (Lovaina, 8 de enero de 1544, MF 231). Más detalles sobre los componentes de este grupo en la carta siguiente a Francisco Javier (MF, 232-236). [162] «Ha hecho en esta casa que tenemos alquilada muchas buenas obras en edificación de los de por acá, y al presente va a disputar con los lógicos, no se hallando ninguno en las disputas tan suficiente como él» (Fabro a Ignacio de Loyola, 10 de marzo de 1544, MF 256). [163] Canisio a Ribadeneira (Innsbruck, entre 1573 y 1576) en San PEDRO CANISIO, Autobiografía y otros escritos (B. Hernández Montes, ed.), Mensajero-Sal Terrae, Colección Manresa nº 31, Bilbao-Santander 2004, 148. [164] Destaca el discernimiento de dos señoras principales de la ciudad que sienten vocación hacia la vida religiosa (Fabro a Francisco Javier, Colonia, 10 de mayo de 1544, MF 262-265).

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[165] «Los jesuitas no habrían podido abrir su residencia en Colonia en 1544 sin el apoyo económico de la Cartuja de Santa Bárbara de Colonia, el monasterio más rico de la ciudad» (A. FALKNER , «Cartuja», 309). [166] Fabro a Ignacio de Loyola (Colonia, 10 de marzo de 1544, MF 256-257). El mismo sentimiento experimentó Javier en la India: «Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los [centros de] estudios de esas partes [Europa] dando gritos, como hombre que ha perdido el juicio; y principalmente a la Universidad de París, diciendo en la Sorbona a los que tienen más letras que voluntad para disponerse a fructificar con ellas: ¡Cuántas almas dejan de ir a la gloria y se pierden por la negligencia de ellos!…» (carta desde Cochín, 15 de enero de 1544). [167] «Patris Fabris adventus in Portugalliam», MF 467-468 (24 de agosto de 1544, sin autor ni destinatario, original portugués). [168] Acusaciones, sospechas… hasta un juicio. Brevemente en E.J. ALONSO ROMO (ed.), Simón Rodrigues. Origen y progreso… 24-28. Más extensamente en J. VAZ DE CARBALHO, «The Rehabilitation of Simon Rodrigues», en The Mercurian Project. Forming Jesuit Culture 1573-1580, Institutum Historicum Societatis Iesu, Roma 2014, 421-436. [169] Fabro a Ignacio de Loyola (Coimbra, 9 de enero de 1545, MF 297-300). [170] El escrito de Fabro en MF, 284-287. La carta de Ignacio y Polanco en Epistolae et Instructiones I, 495451 (BAC [1981], 717-727). [171] ALBURQUERQUE 82. Cf. Fabro a Ignacio de Loyola (Valladolid, 14 de abril de 1545, MF 323-325). [172] «… les hizo algunas pláticas [a las infantas] y les preguntaba lo que se había platicado y respondían. La infanta María, que es la mayor, dice que le dijo a la despedida, que rogase a nuestro Señor la hiciese tal cual la Compañía le desea» (A. Araoz a Ignacio de Loyola, Valladolid, 29 de junio de 1545, Epistolae Mixtae I, 224). [173] Conservamos ocho documentos (MF 106-109.112.118.119.122) en los que Fabro va acompañando temas ya tratados con Juan III de Portugal, Simón Rodrigues, Martín de Santacruz. El seguimiento que hacía de los temas de Alemania, especialmente de Colonia, puede verse en ALBURQUERQUE 87-90. [174] Así se expresa Antonio Araoz en carta (Madrid, 3 de mayo de 1546) a Bartolomé Ferrão, secretario de la Compañía (Epistolae Mixtae I, 271). [175] Fabro a Juan III de Portugal (Valladolid, 13 de julio de 1545, MF 333-336, cit. 335). «El padre provincial de Santo Domingo nunca le ha faltado, el cual es persona de la cual no se puede decir loor que menor sea que de un santo» (Ibid., 334). [176] Fabro a Simón Rodrigues (Valladolid, 11 de setiembre de 1545, MF 365). [177] Carta a un amigo, en SAN PEDRO CANISIO, Autobiografía…, 139. [178] Diego Méndez, Juan González y Hermes Poën. De ellos da cierta noticia Araoz (Epistolae Mixtae I, 275; ALBURQUERQUE 85, nota 287). [179] «La corte se partirá presto para Madrid, y yo con ella como cortesano, habiendo mandado el príncipe que nos aposentemos allá» (MF 368). [180] A. VERDOY, «El Jesuita Padre Francisco Villanueva (1509-1557). Prototipo de un nuevo apóstol en la Reforma de la Castilla Católica»: Manresa 68 (1996), 405-428. [181] Ignacio mandó que los de la casa de Roma orasen durante tres días «mirando y encomendando a Dios nuestro Señor si sería su mayor servicio la venida de Fabro o no». Ignacio también votó a favor, aunque parecía que le echaba un poco para atrás la larga distancia y la dureza del camino. Con todo, «todos juzgaron unanimiter ser su venida más a gloria de su divina Majestad» (B. Ferrão a Simón Rodrigues, Roma, 7 de agosto de 1546; Epistolae I, 402). [182] Fabro a Simón Rodrigues (Madrid, 7 de abril de 1546, MF 419-421). [183] Fabro a Antonio Araoz (Valencia, 10 de mayo de 1546, MF 422-426). [184] Andrés de Oviedo a Simón Rodrigues (Gandía, 24 de mayo de 1546), Monumenta Broetii…, 785-787.

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[185] Lo recuerda en su Diario espiritual veinte años después: «Ihs a 22 de mayo de 1566 […] que se cumplieron veinte años que hice los votos de la Compañía por gracia del Señor» (SAN FRANCISCO DE BORJA, Diario Espiritual (1564-1570) (M. Ruiz Jurado, ed.), Mensajero-Sal Terrae, Colección Manresa nº 17, Bilbao-Santander 1997, 279). [186] M. RUIZ J URADO, «La entrada del Duque de Gandía en la Compañía de Jesús»: Manresa 44 (1972), 122144, con todo detalle. [187] «En Barcelona está al presente convaleciendo de unas fiebres que ha tenido. Misericordias son que el Señor hace a Barcelona» (Araoz a Ignacio de Loyola, Madrid, 20 de junio de 1546; Epistolae Mixtae I, 289). [188] «La obra de los niños está comenzada y tenemos ya seis vestidos de blanco, que es mucha edificación. La señora doña Guiomar Gralla los ha vestido» (Fabro a Ignacio de Loyola, Barcelona, 21 de junio de 1546, MF 433). Cf. Chronicon I, 191. [189] Ignacio a Laínez y Salmerón (Roma, 20 de julio de 1546; Epistolae I, 400-401). [190] Fabro a Diego Laínez (Roma, 23 de julio de 1546, MF 434-437). [191] «Petri Fabri mors» (Roma, 1 de agosto de 1546, MF 481-482). [192] Juan Codure había fallecido, también en Roma, el 29 de agosto de 1541. [193] Diego de Eguía a N. de Eguía (Roma, 5 de febrero de 1551; Epistolae Mixtae II, Madrid 1899, 499). [194] D. Laínez y A. Salmerón a Simón Rodrigues (Trento, finales de agosto de 1546; Monumenta Lainez I, 51) y D. Mirón a J. Doménech (Valencia, 15 de setiembre de 1546; Epistolae Mixtae I, 303). [195] Pedro Canisio, Testamento espiritual (Braunsberger I, 223); cf. MF 814. [196] Andrés de Oviedo a Ignacio de Loyola (Gandía, 26 de enero de 1547; Epistolae Mixtae I, 335); Francisco Javier a su hermano (Epistolae Xaverii I, Roma 1944, 393). [197] Una tabla muy ilustrativa con detallada clasificación de los textos en D. BERT RAND, Pierre Favre. Un portrait, Lessius, Bruxelles 2007, 175. [198] Sobre el origen, historia, estructura y contenido de Monumenta, puede verse: R. DANIELUK, «Monumenta Historica Societatis Iesu. Uno sguardo di insieme sulla collana»: AHSI (2012/I), 249-271. [199] Cartas y otros escritos del B.P. Fabro, primer compañero de San Ignacio de Loyola, tomo I, Bilbao 1894. [200] Fabri Monumenta. Beati Petri Fabri primi sacerdotis e Societate Jesu Epistolae, Memoriale et Processus, en Monumenta Historica Societatis Iesu, vol. 48, Madrid 1914, 944 páginas. [201] Entre otros, testimonios de subdiaconado y diaconado (docs. 1 y 2), testimonio de su Magisterio y sus estudios (docs. 4 y 5), su voto a Ignacio de Loyola para General de la Compañía (doc. 21). [202] 97 en español, 45 en latín, 5 en italiano y una en francés. [203] Maguncia, 28 de mayo de 1543, MF 201. [204] Este equipo fue bastante inestable hasta mediados de 1547, cuando el jesuita burgalés Juan Alfonso de Polanco (1517-1576) fue designado como Secretario de la Compañía de Jesús. Hasta su llegada a la curia general pasaron por el cargo Francisco Javier, Pedro Codacio y Bartolomé Ferrão. Ignacio es el principal destinatario de sus cartas (48); otras cinco son de Ignacio a Fabro. [205] Entre paréntesis el número de cartas, enviadas o recibidas. [206] El 81.7%; el Memorial consta de 443 párrafos. [207] El Memorial se remonta a la familia y a los primeros años de infancia y adolescencia de Fabro. Parece ser que el 15 de junio de ese 1542 Fabro echa la vista atrás y redacta los treinta y tres primeros párrafos de su texto (ALBURQUERQUE, 111-132; MF 489-507). [208] Solo aluden a la mucha necesidad que Fabro experimenta de la gracia de Dios «para combatir los sentimientos contra la pobreza, contra los vanos temores de indigencia y de penuria» [M 443]; son sus últimas palabras.

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[209] Puede verse la bibliografía al final del libro con las ediciones del Memorial en diferentes lenguas europeas. La edición francesa identifica estos «dones espirituales» con los «deseos y los buenos pensamientos del Padre Maestro Pedro Fabro» (París 1959; Michel de Certeau, ed.). [210] Edición que venimos manejando (ALBURQUERQUE, Bilbao-Santander 2000). [211] MF, XIX-XXII, XIX. Breve descripción de estos códices, tomada de MF, en ALBURQUERQUE, 109-110. El texto latino del Memorial en las páginas 489-696. [212] «in diverso loco, a variis apographis inserantur, ut suo loco notamus» (MF XX). [213] Otros textos son: Mem III: biblioteca del conde de Mac-Carthy; Mem IV: Bruselas, Archivo de la provincia Flandro-Belga de la Compañía de Jesús; Mem V: Milán, Biblioteca pública de Brera; Mem VI: Lisboa, Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, texto incompleto con la primera parte en castellano; Mem VII: Bruselas, Museo de los Bolandistas, texto latino; Mem VIII: Salamanca, Biblioteca de la Universidad, texto incompleto con la primera parte en castellano; Mem IX y X: Lisboa, Biblioteca pública; Mem XI: Alcalá de Henares; Mem XII: Tréveris, Biblioteca pública (cf. MF XXI-XXII). [214] «Una pneumatografía, es decir, una historia de la experiencia del Espíritu Santo en el interior de Pedro Fabro» (J. GARCÍA DE CAST RO, La cuarta dimensión, 12). [215] El verbo reflectir, un tanto extraño para nosotros hoy, es frecuente en los Ejercicios Espirituales. Ignacio lo sitúa al final del itinerario de la oración del ejercitante y, a través de él, le pide que se apropie del misterio que acaba de contemplar, es decir, que con la luz del Espíritu alcance conclusiones que toquen y transformen su vida haciéndola más cristiana: «reflectir [reflictiendo] para sacar provecho» es la expresión de Ignacio [Ej 107.108.114.115.116…]. Puede verse A. CHÉRCOLES , «Reflectir», en Diccionario de Espiritualidad Ignaciana II, 1544-1546. [216] Los textos, con breve comentario, en J. GARCÍA DE CAST RO, La cuarta dimensión, 53-64. [217] Los primeros compañeros ya lo habían experimentado en su viaje de París a Venecia. Veían cómo los protestantes enterraban a sus difuntos «sin cruz y sin antorcha ni velas ni oraciones»; «manos, pies y cabezas de imágenes de santos que los herejes habían destruido» (SIMÓN RODRIGUES , Origen…, [38] 71 y [41] 74). [218] «Durante toda la misa no me abandonaron las lágrimas» (14 de febrero de 1543). [219] «Tuve grandes deseos de rezar con más devoción aquella oración: Alma de Cristo, santifícame» (23 de marzo de 1543). [220] La experiencia espiritual de Fabro tiene un marcado carácter cristocéntrico [M 68.137.228.307]. [221] [M 27.45.85.86.91.192]. Cf. La cuarta dimensión, 45-48. [222] Fabro tuvo gran devoción por los ángeles custodios: [M 21.28.34.35. 114.123.354] [223] La cuarta dimensión, 50-52. [224] Ora por el buen ser de la Compañía [M 260], por la paz dentro de sus muros [M 428], por sus difuntos [M 165], por los familiares y amigos [M 59]. [225] Sin olvidarse de Lutero, Melanchton, el rey de Inglaterra, el Turco [M 25.390]. [226] Se refiere a las víctimas de las inundaciones de Coimbra «el día de los santos mártires Fabián y Sebastián», que refleja en su Memorial el 20 de enero de 1545 [M 393]. [227] Véase [M 317], que encarna también el espíritu de la llamada «oración preparatoria» de los Ejercicios [46]. [228] Pueden verse también las imágenes del príncipe [M 224], el árbol [M 280.378] o la escoba de Cristo [M 440-441]. [229] Con otras palabras, pero con sentido muy parecido, en [86.94.140.203]. [230] Francisco de Sales fue saboyano, como Pedro Fabro. Nació en Thrones en 1567. En 1602 fue nombrado obispo de Ginebra. Junto con santa Juana de Chantal fundó la Orden de la Visitación. Murió en Lyon en 1622. «San Francisco de Sales promovió más que nadie la devoción al jesuita saboyano con la palabra y con la pluma» (GARCÍA-VILLOSLADA, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, 697).

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[231] En MF 803, 10 de enero de 1612. La carta da testimonio del enorme aprecio que el obispo de Ginebra tenía por Pedro Fabro. [232] Se refiere al Memorial. [233] Nótense los adjetivos que utiliza: «saincte vie de notre bienhereux Pierre Faber», en una fecha en la que ni Ignacio de Loyola ni Francisco Javier habían sido aún canonizados. [234] Ignacio de Loyola había sido beatificado el 3 de diciembre de 1609 por Paulo V; Francisco Javier en 1619 también por Paulo V. Fabro tendrá que esperar doscientos sesenta y tres años tras Ignacio, hasta el 5 de septiembre de 1872, fecha en que será beatificado por Pío IX. [235] Fabro murió a los 40 años. Desde que se fundó la Compañía de Jesús (27 de septiembre de 1540 por la bula Regimini Militantis Ecclesiae de Paulo III) hasta su muerte, el 1 de agosto de 1546, no pasaron siquiera seis años. [236] Hemos preferido no traducir «ánima» por «alma» porque pensamos que la primera forma expresa mejor a todo el hombre: como san Ignacio que, en sus Ejercicios Espirituales, habla indiferentemente del «ánima» (EE 326) o de la «persona que se ejercita» (EE 325). [237] Cf. Sal 103,1-5, que el beato escribe de memoria cambiando algunas palabras y añadiendo otras. [238] Cf. Jn 14,6. [239] Se inspira en 2 Col 13,13, saludo trinitario del apóstol al final de la carta, que Fabro acababa de leer en el oficio de la Trinidad. En este sitio (como en otros en que se refiere a la experiencia espiritual) Fabro sustituye el binomio cuerpo-alma (de los filósofos), por el trinomio cuerpo-alma-espíritu (cf. 1 Tes 5,23): el espíritu designaría, como en san Pablo (cf. Rom 5,5), el principio divino de la nueva vida en Cristo, o mejor, la parte más elevada del hombre (más elevada que el cuerpo y que el alma), abierta a la influencia del Espíritu (cf. Rom 1,9). [240] Dice «me entró…» aludiendo, en el lenguaje ignaciano, al «pensamiento que viene de fuera…» (EE 32); aquí al buen espíritu. [241] El lunes de Pascua, 13 de abril. [242] Los «clásicos» que entonces se usaban en la escuela, todos paganos. [243] O sea, católicos. [244] Cf. Lc 2,52. [245] El 1 de octubre, día en que se inaugura el curso en la Universidad de París. [246] A Ignacio. [247] Es una descripción, densa y bien lograda, de los Ejercicios Espirituales, en la que el conocimiento propio es medio para el objetivo final, que es el conocimiento de la voluntad de Dios (EE 1): conociéndose a sí mismo, puede uno «quitar de sí todas las afecciones desordenadas…» y así «buscar y hallar –con la ayuda de Dios– la voluntad divina (…) para la salud del ánima». [248] El examen de conciencia, ordenado a la confesión frecuente y a la recepción de la eucaristía, es el objetivo mínimo de los Ejercicios (EE 18); y es la mejor manera de preparar un ejercitante para que haga los Ejercicios completos o «de mes» (EE 20), como en su momento los hará Fabro (cf. más adelante, n. [= número] 14). Este no era una de esas personas «más rudas y sin letras…», como dice la anotación 18; pero sus escrúpulos lo hacían «de poco sujeto o de poca capacidad natural…», como dice la misma anotación. [249] Cf. Sal 66,12. [250] Puede ser la que nace de haber vencido las mismas tentaciones: como dicen los monjes del desierto, este es el «pecado capital» peor, porque se alimenta en la lucha y en la victoria contra los otros (cf. CASIANO, Colaciones, Colación V, cap. X; Instituciones, libro XI, cap. VII). [251] El tema de las faltas propias es frecuente en el Memorial: es tal vez una consecuencia del «ensimismamiento», propio de Fabro (cf. nota 40) y de su pesimismo innato (cf. nota 458). Será una de las cruces que lo acompañarán toda la vida (cf. nota 379).

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[252] Se podía tomar un poco de vino después de haber comulgado. Después de Ignacio, que estuvo en completo ayuno una semana entera (cf. Autobiografía n. 25), Fabro es quien casi lo alcanza durante sus Ejercicios, pues estuvo seis días sin comer ni beber. Más adelante, comparando Ignacio la manera de hacer los Ejercicios los primeros «compañeros» con la manera de hacerlos en Roma, diría que «ahora ya no valía nada, hablando del rigor con que se daban los Ejercicios al principio. Fabro hizo los Ejercicios y aunque el padre (Ignacio) tenía esta advertencia de mirar en los labios –del ejercitante– si se pegaban, para conocer si no comía el que se ejercitaba, cuando examinó a Fabro halló que ya había seis días naturales que no comía ninguna cosa (…) Como el padre supo esto, le dijo: “Yo pienso cierto que vos no habéis pecado en esto, antes habéis merecido mucho; yo volveré dentro de una hora a vos, y os diré lo que habéis de hacer”. Y así se fue el padre a una iglesia cercana a hacer oración; y su deseo era que Fabro estuviese tanto tiempo sin comer, cuanto el mismo padre (Ignacio) había estado, para lo cual faltaba poco. Más aunque esto deseaba, no se atrevió el padre a consentirlo después de hecha oración; y así volvió a hacerle (…) de comer» (cf. Memorial del P. Cámara, FN, I, 704-705, n. 305). [253] A Fabro le preocupaban tanto los defectos propios como los ajenos –aquellos más que estos– (cf. nota 16): veremos más adelante cómo advierte que por «la atenta consideración de los defectos ajenos (…) acaece perderse la esperanza de la salvación del prójimo, y la buena opinión de él y la confianza en él y el amor y la caridad» (cf. nota 251). [254] Cf. Lc 11,9. [255] Dijimos más arriba (cf. nota 13), que Ignacio lo preparaba a Fabro para los Ejercicios de mes haciéndole practicar cotidianamente el examen de conciencia, ordenado a la confesión frecuente y a la recepción regular de la Eucaristía. Vemos ahora que el fruto de esta práctica es el don o carisma de la discreción de espíritus. Con razón pues ha dicho la congregación general 32 de la Compañía de Jesús (decreto 11, n. 38) que «el medio (…) para que continuamente nos rija el espíritu de discreción espiritual lo tenemos a mano en la práctica cotidiana del examen de conciencia». [256] Sin duda alusión al «aguijón a mi carne», de 2 Col 12,7. [257] El «título» necesario para la ordenación: fue ordenado «en título de su patrimonio» (Mon. Fabro, 3): señal de que entonces tenía algún bien. Más adelante, en Venecia, los demás «compañeros» se ordenarían «en título de pobreza». [258] Podremos apreciar mejor lo «confuso y agitado…» que se hallaba por aquel entonces Fabro, si recordamos la promesa de castidad que había hecho a los doce años (ver más arriba, n. 4). [259] Late aquí el ideal de un sacerdocio ejercido en pobreza; ideal que movía a otros contemporáneos en la universidad de París. [260] Cf. Jds 12-13. [261] La idea del sacerdocio era central en la vocación de Fabro, el primer «compañero» del grupo, y en la de los demás, que liderados por san Ignacio, participaban del mismo ideal: de ahí que la orden que luego fundaran fuera, como diría Fabro (cf. Mon. Fabro, 119), «la Compañía de los sacerdotes de Jesús». [262] Tiempo «señalado», sea de común acuerdo, sea por las circunstancias, interpretadas como signos de Dios en los signos de los tiempos. [263] Según este testimonio de Fabro, no tenían intención de quedarse en Tierra Santa, sino que la intención última, ya vigente en París, era «ponerse a obediencia del pontífice romano». Parece que esa no era la opinión común a todos, y por eso dejaron, para decidirlo, al momento en que estuvieran en Tierra Santa. Fabro, que escribe varios años después, cuando ya el asunto estaba decidido, no expresa la ambigüedad del voto de Montmartre. [264] Cf. Mt 4,18-22, uno de los textos evangélicos clásicos sobre la vocación apostólica. [265] Juan Coduri y Pascasio Broet. Más arriba, Francisco Javier y Simón Rodríguez. [266] No buscaban la «confirmación»; como se dice en lenguaje ignaciano de los Ejercicios, sino meramente volver a renovar sus votos; y siempre experimentaban nuevas confirmaciones del Señor, manifestadas en el «mucho aumento espiritual». La confirmación ignaciana se ha de buscar después de haber creído hallar la voluntad de Dios y antes de ponerla en práctica (cf. EE 183 y 188); y ellos, al hacer los votos, ya habían puesto en práctica su decisión. De esta primera experiencia de París nace la costumbre, establecida en la

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Compañía de Jesús, que los que han hecho sus primeros votos los renueven periódicamente (antes de los definitivos), buscando el «mucho aumento espiritual», como lo experimentaron entonces los primeros «compañeros». [267] Pasando por España, pues «los médicos (de París) decían que no le quedaba otro remedio (para la enfermedad que lo aquejaba en aquel tiempo) que el aire natal (…). Además, los compañeros le aconsejaban lo mismo y le hicieron grandes instancias (…). Al fin, el peregrino –Ignacio– se dejó persuadir por sus compañeros, y también porque los españoles de entre ellos tenían algunos asuntos que él podía despachar (si iba a España) y lo que se acordó fue que, después que él (en su tierra natal) se encontrase bien, fuese a despachar los asuntos de los compañeros (en sus respectivas tierras natales), y después se dirigiese (solo) a Venecia y esperase allí a los compañeros (que debían venir directamente de París)…» (Autobiografía, n. 85). [268] Llegaron el 8 de enero de 1537, después de un viaje a pie de dos meses, por regiones inhóspitas y en pleno invierno, como acaba de decir, y pasando por países en guerra. [269] Aquí nos da a entender Fabro que la dispersión por diversos lugares de los alrededores «por querer estar tres meses solitarios…», se debió a una preparación inmediata para la ordenación sacerdotal. Pero no parece haber sido esta la razón, porque ya por entonces todos eran sacerdotes, sino la preparación inmediata para la celebración de la primera misa. A no ser que se trate de dos «dispersiones», la una antes del 24 de junio (fecha de la ordenación sacerdotal en Venecia) y la otra después de esa fecha; pero no existen constancias escritas de la que sería la primera «dispersión». Por su parte Ignacio, en su Autobiografía (n. 94) dice que «aquel año no había naves que fuesen a Levante, porque los venecianos habían roto con los turcos. Y así ellos, viendo que se alejaba la esperanza de pasar a Jerusalén, se dividieron por el Véneto con intención de esperar el año que habían determinado…», y todo esto lo narra Ignacio después de haber dicho (n. 93) que «en Venecia se ordenaron de misa los que no estaban ordenados…». Según el testimonio, pues, de Ignacio, la «dispersión» por los alrededores de Venecia fue posterior a la ordenación; y solo pudo haber servido para que los neosacerdotes (mientras esperaban su partida a Jerusalén) se prepararan para la celebración de la primera misa (que parece que todos querían celebrar en Jerusalén). [270] Diego de Hoces. [271] Es una reminiscencia de Sal 66,12, que ya había hecho con anterioridad (cf. n. 10). El Memorial está lleno de estas reminiscencias bíblicas: hay que leer con atención si se quiere caer en la cuenta de ellas (son muchas veces citas implícitas). [272] Es la confirmación eclesial, de la cual los primeros «compañeros» han hablado en su Deliberación de 1539, sometiendo todo lo que entonces tratan a la aprobación de la Santa Sede: «en todas las cosas que se han dicho y en las que en adelante se dirán, queremos que se entiendan de tal suerte que nada absolutamente afirmemos por nuestro capricho y propio espíritu, sino solamente lo que el Señor –sea lo que fuere– nos inspirare (confirmación personal) y la sede apostólica confirmare y aprobare (confirmación eclesial)» (cf. Mon. Ign. Const, 1,3-4, n. 3). [273] Son los tres ministerios que ejercieron en Parma. Del último de ellos testimonia Laínez, en una carta a Ignacio, el 2 de junio de 1540, que «los Ejercicios día a día crecen. Muchos de los que los han hecho los dan a otros, quien a diez, quien a catorce y como es cumplida una nidada, comienzan otra, de modo que vemos a los hijos de nuestros hijos, hasta la tercera y la cuarta generación» (cf. Mon. Laínez, 1,4). Es una característica llamativa en la historia de los Ejercicios Espirituales: en aquellos primeros tiempos, era común que los que hacían Ejercicios con grande fruto de sus ánimas, los daban a otros sin ningún empacho. [274] Fabro contrapone el fruto espiritual que podía hacer, al malestar corporal que por entonces padecía: Dios obra en el apóstol enfermo, aún mejor que en el lleno de salud, si aquel se pone en manos del Espíritu. [275] Veremos más adelante que Fabro tenía tendencia natural a ensimismarse, deteniendo demasiado la mirada en la consideración de sus propias imperfecciones (p.ej., n. 241); y el Espíritu lo lleva a salir de sí, pensando en los ángeles y en los santos y recurriendo a ellos en favor de los prójimos que encontraba en su camino. «El enemigo de natura humana –nos dice san Ignacio (EE 327)–, o por donde nos halla más flacos y necesitados (en este caso, la tendencia al ensimismamiento y a mirar demasiado las propias imperfecciones) (…) por allí nos bate y procura tomarnos»; y, por el contrario, el buen espíritu allí mismo nos ayuda (en este caso, a salir de sí y a pensar en Dios y en el prójimo).

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[276] Fabro se refiere a la doctrina cristiana, pequeño manual o catecismo de los niños que tanto recomendaba a sus dirigidos: «procura tener para tu uso y en lengua a tu alcance, ese librito que algunos católicos llaman doctrina cristiana, y otros catecismo de los niños y en el que están escritas todas esas cosas como son los doce artículos de la fe, los diez preceptos del decálogo, los cuatro preceptos de la Iglesia (…) y donde también están los pecados mortales (es decir, los siete u ocho pecados capitales), los cinco sentidos corporales, las obras de misericordia corporales…, etc., etc». (cf. Mon. Fabro, 122, donde se describe más por extenso el contenido de este librito). Hay que tener en cuenta que por entonces no abundaban los libros impresos, en los cuales se pudiera hacer lectura espiritual; hoy, en cambio, cuando abundan, han perdido muchas veces la solidez de doctrina, propia de los libros «clásicos» como el que aquí recomienda Fabro a sus dirigidos espirituales. [277] Recordemos que, estando en París –en sus estudios– Fabro había crecido –mientras Ignacio lo preparaba para sus Ejercicios de mes– en el discernimiento de los espíritus (ver más arriba, nota 20). Ahora, estando en Alemania –en sus viajes apostólicos–, crece en la oración. Son los dos pilares sobre los que se apoya la espiritualidad de los Ejercicios: la oración y el discernimiento de espíritus (o como también se dice, la unión con Dios y la elección). De aquí que la lectura del Memorial de Fabro nos pueda hacer crecer en ambos aspectos fundamentales de la vida espiritual ignaciana. [278] La «regla» a la que aquí hace referencia Fabro es a la fórmula o bula de aprobación de la Compañía de Jesús, del año 1540. [279] Esta fórmula no es reproducción textual de la que hizo Fabro (Mon. Fabro, 117-118), sino recuerdo, un año después de haber pronunciado sus votos. Así se explican algunas diferencias: en ambas, sin embargo, ocupa el primer lugar el voto de castidad, peculiar preocupación de Fabro, como veremos más abajo (cf. nota 59). No nos debe extrañar que aquí diga que los votos los hace «a Dios nuestro Señor, a nuestra Señora ya todo los santos del cielo…»: está pensando en la ayuda que espera de ellos, de la que enseguida hablará. Más exacta es, en este sentido, la verdadera fórmula de los votos, en la que estos se hacen «a Dios nuestro Señor, delante de tu Virgen Madre y de toda la curia celestial y del reverendo padre Ignacio de Loyola, que en la Compañía de Jesús tiene el lugar de Dios…» (Mon. Fabro, 117). [280] Más adelante (cf. nota 546), volverá a sentir, en el día de algunos mártires, los mismos deseos de la salvación de mucha más gente, relacionada con esos mártires. Aquí anota, como causa de la paciencia de Dios con tantos pecadores, el darnos tiempo a nosotros para que intercedamos por ellos (cf. 1 Tim 2,1-8). [281] Las «islas», viejo tema literario, representan, en el mapa del siglo XVI, todo el resto de tierra habitada, descubierta o todavía desconocida, fuera de las tres partes clásicas del mundo (Europa, África y Asia). [282] Fabro establece una relación estrecha entre los santos y los lugares por donde pasaba en sus viajes apostólicos; y entre los lugares y las personas que los habitaban. La oración era, pues, apostólica, propia de un «contemplativo a la vez en la acción» (frase con la que Nadal caracterizaba la oración ignaciana): en último término, en el origen de la oración de Fabro siempre están los prójimos que encuentran en su largo y frecuente caminar; ni estos prójimos que encuentra son solo los vivos, sino también los difuntos: como dijimos más arriba (cf. nota 40), Fabro trata de salir de sí mismo pensando en sus prójimos (…) y en todos los ángeles y santos que tenían alguna relación con ellos. [283] Cf. Lc 11,13. Este es uno de los consejos que bajo el título de «Algunos capítulos sobre la fe y las costumbres» estaba por aquel entonces escribiendo Fabro, en beneficio de sus dirigidos espirituales (cf. Mon. Fabro, 124). [284] Después de los largos párrafos sobre la oración, Fabro pasa al capítulo de las tentaciones, y a la vez de las gracias contrarias: una especie de meditación de las Dos Banderas, ya no en Ejercicios (EE 136-147), sino en su vida cotidiana. Como lo advertimos antes (cf. nota 42), el Memorial es el testimonio del crecimiento y profundización de Fabro en los dos pilares fundamentales de la espiritualidad ignaciana: la oración y la discreción. [285] Fabro distingue aquí entre conocimiento y sentimiento: el conocimiento permite conocer la tentación mientras que el sentimiento mueve a buscar los medios. [286] Estos «discursos» son mencionados en varios sitios del Memorial (cf. nn. 21, 22, 47, 68, 86, 113, 175, 342, etc.) sobre diversos temas: los misterios de la vida de Cristo, las grandes verdades de la fe (cf. n. 35), las personas de la Trinidad (cf. n. 160), los santos (cf. nn. 73, 136, etc.). Los llama «discursos» tal vez por

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la misma razón que san Ignacio cuando hace que el ejercitante se detenga, en «el segundo ejercicio» de la primera semana (EE 60) «discurriendo por todas las creaturas (…) los ángeles…, los santos, los cielos, sol, luna, estrellas y elementos…»; es una manera de considerar, pasando de una creatura a otra (o de un «misterio» a otro, o de una verdad a otra, etc. etc.), «con crecido afecto», como allí mismo, dice san Ignacio. Como veremos luego (cf. nota 279), puede ser que estos «discursos» asuman la forma de una «letanía». [287] Son los puntos controvertidos con el protestantismo de aquellos tiempos y los que enumeran las «reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener» (EE 352-362). [288] Fabro considera como la mayor de las gracias recibidas en ese viaje con los padres Juan y Álvaro, capellanes hasta ese momento de las infantas de España, el haber sido guardado de «las tentaciones divisivas, es decir, del espíritu de división». Esta caracterización del mal espíritu como «espíritu de división» se debe a la caracterización del buen espíritu como «espíritu de unión» (cf. Jn 15,12 y 13,34). Poco más arriba, al hablar de la Compañía que encontró en los padres Juan y Álvaro durante este viaje, manifiesta sus grandes deseos de vivir en comunidad, él que por sus tantas misiones debió vivir en continuo peregrinar sin «compañeros» jesuitas. [289] El leitmotiv de las ciudades o lugares, así como el de sus santos protectores y el de sus habitantes (sobre todo los pecadores), se encuentra con frecuencia en el Memorial, ya separados –como en este número y en otros–, ya juntos (cf. n. 21). La oración de Fabro partía de la realidad que le rodeaba y en ella se inspiraba (entendiendo por «realidad» también la del «cielo», con los ángeles que acompañan a todo hombre en su vida terrena). A momentos, como en este número, las ciudades se eligen según su importancia en el gran combate de las fuerzas del mal contra la Iglesia: Wittenberg, sede del luteranismo; Kiev o Moscú, capital del nuevo imperio ortodoxo: Ginebra, centro del calvinismo, y finalmente, los antiguos patriarcados cristianos, en poder por entonces de los musulmanes. Fabro vive en las fronteras de la fe con una especial preocupación –que se ve en otros lugares del Memorial– por el mundo musulmán. [290] Hasta aquí el resumen de la vida pasada. A partir de este día, 15 de junio, decide «hacer de aquí en adelante lo que hasta ahora había dejado de hacer por sola mi negligencia y pereza; es a saber, de comenzar a escribir para mi memoria…» (cf. Introducción); e irá escribiendo sus sentimientos (salvo raras excepciones) el mismo día en que los tiene. [291] Para entender lo que aquí y en otros sitios nos dice Fabro (por ejemplo, nn. 30, 313-314) de los «espíritus vitales o animales…», tendríamos que conocer mejor la fisiología del cuerpo humano, tal cual entonces se enseñaba en las escuelas teológicas. Más importante es notar la profundidad de la lucha de los espíritus –el bueno y el malo– que penetraba no solo el macrocosmos visible sino también el microcosmos del cuerpo humano («espíritus vitales o animales») y del alma (memoria, inteligencia, voluntad). [292] Cf. 1 Cor 6,19, texto repetido por Fabro como afirmaci6n de la presencia del Espíritu en el cuerpo humano como en su templo. [293] Cf. Lc 21,34. [294] De los pecados capitales, el de la lujuria o fornicación fue una constante preocupación de Fabro, objeto de sus exámenes de conciencia y motivo de sus repetidas peticiones para poder vencerlo: de niño, hizo voto de castidad (n. 3); en París, las tentaciones y escrúpulos más violentos eran por la impureza; de los tres votos jesuitas, el de castidad ocupaba el primer lugar (n. 23); en sus propósitos, llegaba hasta la delicadeza de «abstenerme para siempre jamás de allegar mi rostro a cualquier niño o niña por ninguna, aún lícita, intención, y no solamente a las otras personas de mayor edad» (n. 27). [295] Son como «adiciones» que los Ejercicios señalan para los días en que la persona se «ejercita», y que aquí Fabro experimenta ser útiles para el rezo del Oficio Divino –o, como hoy se dice, la Liturgia de las Horas–. No son «adiciones» teóricas, sino «prácticas», encontradas en repetidas experiencias personales y que aquí propone, no en general y para todos, sino para él mismo, que ha experimentado la ayuda encontrada en ellas: como en los Ejercicios, son «adiciones» que se han de usar «tanto (…) cuanto le ayudan» (EE 23) a cada uno a rezar mejor su Oficio Divino (cf. nota 102). [296] En todo este párrafo la idea principal consiste en hacer del tiempo del oficio o parte del mismo, el «lugar sagrado» que haga las veces del coro monástico: este es el lugar de la plegaria, separado del lugar profano,

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que aquí es sustituido –para un hombre que ni tiene ni puede tener coro– por el «tiempo sagrado», separado del tiempo profano. [297] No basta, para hacer oración, la atención de la mente, sino que se requiere la intención del afecto o corazón: por eso los Ejercicios nos dicen que «en los actos de la voluntad, cuando hablamos vocal o mentalmente con Dios nuestro Señor o con sus santos, se requiere de nuestra parte mayor reverencia que cuando usamos del entendimiento entendiendo» (EE n. 3). [298] Cf. Mt 6,34. [299] Cf. Jr 3,15. Estos tres números (nn. 39-41) se refieren a las relaciones entre superiores (buenos o malos) y súbditos (buenos o malos). [300] Esta segunda parte del n. 41 es casi el n. 40: parece que por esta razón otros editores han prescindido de ella, Nosotros en cambio la hemos traducido, porque la hemos encontrado en el ejemplar latino de Monumenta Historica Societatis Iesu; que es fundamentalmente nuestro ejemplar-base. [301] Desde este párrafo hasta el final del n. 41, lo hemos tomado de la edición castellana: aunque no está aquí en nuestro ejemplar-base –el texto latino de Monumenta Historica Societatis Iesu– (véase más adelante los nn. 411, 416-419) contiene consideraciones valiosas sobre las reprensiones que se reciben de superiores, iguales e inferiores, a la vez que completa lo dicho más arriba (cf. nota 64) sobre el amor a los superiores. [302] Fabro manifiesta aquí su «deseo de más…», que caracteriza la espiritualidad ignaciana (cf. Const. 101103), Y que lo lleva a recomendarse a sí mismo el desear, cuando es reprendido, que el reprensor guarde, en el reprenderlo, «aquel modo que más te pueda afligir»; y esto es más que el meramente aceptarlo. El hombre espiritual tiene siempre ante sí esta doble posibilidad como dice san Ignacio en el directorio autógrafo de sus Ejercicios Espirituales (cf. Obras completas, Madrid, 1977, 298, n. 23: «La primera, siendo igual servicio divino y sin ofensa suya ni daño del prójimo, desea injurias y oprobios y ser rebajado en todo por Cristo (…) o bien estar dispuesto a sufrir pacientemente cualquier cosa semejante que le suceda». Y Fabro escoge la primera posibilidad: «desea (…) aquel modo –de la reprensión– que más le pueda afligir». [303] Notemos cómo hace aquí Fabro su discernimiento de espíritus: descubre, en la respuesta que pensaba darle a quien «deseaba ser de mí reprendido tan claramente como lo soy de él mismo», «tentación y flaqueza de espíritu». ¿Por qué? La «tentación» está en la «imaginación» que le hacía «imaginar» lo que el otro le iba a responder cuando fuera reprendido por él; y la «flaqueza de espíritu», en el motivo que tenía para excusarse y no hacer lo que se le pedía. En ese momento, no tenía por qué «imaginarse» que el otro no iba luego a aceptar la reprensión que con tanta buena voluntad pedía; y el temor –señal de «flaqueza…»– le hacía «imaginarse» una respuesta adversa. [304] Esta distinción entre el contenido y el modo de la reprensión es también fruto de la «discreción» que, en su sentido fundamental, consiste en «distinguir» aspectos de la realidad que nos toca vivir: en este caso podemos, gracias a esta «discreción», aceptar el contenido y prescindir –sin afirmar ni negar– el modo de la reprensión. En otros términos, aceptar lo que viene de Dios y no hacer caso de lo que puede venir del hombre o del mal espíritu. [305] A principios de septiembre del año anterior, 1541, Ignacio escribía una «instrucción» para los padres Broet y Salmerón, en misión pontificia a Escocia: y en ella hacía consideraciones similares –aunque más generales– sobre la manera de tratar a los coléricos o flemáticos, a los tentados y tristes, etc. (Obras completas, Madrid, 1977, carta 14, 678-679). [306] La rectitud de intención busca, en toda acción humana, prestarse a la acción de Dios, como se prestó la Virgen en la Anunciación. Según esto, sería nuestra respuesta a un llamado de Dios (a una «anunciación»), al que se seguirían frutos apostólicos (el «nacimiento»). [307] Notemos el poder que para Fabro tiene la oración de deseos: puede hacer como si todo el pasado hubiera sido ordenado, por él, en beneficio de los alemanes (…) siendo así que entonces no pensaba aún en el bien de los alemanes. En otros términos, tiene una especie de retroactividad: lo que no ha sido deseado antes, puede deseárselo ahora. En otras palabras, el deseo se «sale del tiempo». [308] Los hechos de la vida de Cristo (Anunciación, Visitación, etc.) son «misterios» cuya gracia se actualiza en la Liturgia y, mediante esta, en la vida de Fabro: son a la vez historia de Jesús, celebraciones comunitarias de la Iglesia, y gracias personales de Fabro.

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[309] A la circumincesión de las personas en la unidad de la esencia divina corresponde la circumincesión de las facultades humanas en la unidad del corazón: así como la memoria, la inteligencia y la voluntad son la imagen de la Trinidad en el hombre, el corazón es la imagen de su unidad. [310] Como hemos dicho más arriba (cf. nota 4), Fabro sustituye el binomio cuerpo-alma de los filósofos, por el trinomio cuerpo-alma-espíritu de los espirituales; y en este trinomio, el espíritu designaría el principio divino de la nueva vida en Cristo, o mejor, la parte más elevada del hombre, abierta a la influencia del Espíritu. Hay, sin embargo, comunicación entre estas tres partes del hombre, de modo que la limpieza de la una redunde en las otras. Más adelante intentará una rápida descripción del alma y del espíritu (cf. nota 160). [311] Esta fiesta conmemoraba la «dispersión» de los apóstoles después de la Ascensión. Era pues especialmente apta para inspirar sentimientos a uno que, como Fabro, se sabía miembro de una comunidad de jesuitas dispersos: la primera decisión que tomaron, en Roma, los diez «primeros compañeros», fue la de estar de tal manera unidos entre nosotros y ligados en un solo cuerpo, que ninguna dispersión corporal, por grande que fuera, nos separara…» (cf. Mon. Ignaciana, Constituciones, 1,3, n. 3). [312] El padre Juan (cf. nota 53) era uno de los dos capellanes de las infantas de España que habían acompañado a Fabro en su viaje a Alemania, con deseo de ser de la Compañía de Jesús. Su peregrinación era una de las «pruebas» que, por un mes por lo menos, debían hacer los candidatos de la nueva orden: una de las «determinaciones» del año 1539, tomadas en la primera «deliberación» de los «compañeros» era que «los que han de ser admitidos, deben, antes de ingresar en el año de probación (o noviciado), emplear tres meses en los Ejercicios Espirituales, en una peregrinación, y en el servicio de los pobres de los hospitales o en otro lugar…» (cf.; Mon. Ign. Const. 1,12, n. 9). Más adelante se precisará (cf. Const. 67) que la peregrinación se ha de hacer «sin dineros; antes a sus tiempos pidiendo por las puertas (…) porque se pueda avezar a mal comer y a mal dormir; asimismo porque dejando toda su esperanza que podría tener en dineros o en otras cosas creadas, la ponga enteramente (…) en su Creador y Señor…». La peregrinación era una de las «costumbres» de la época y se hacía a los santuarios y lugares donde estaban las reliquias de los santos (cf. nota 80) y fue una de las manifestaciones de «la religiosidad popular» que las herejías de aquel tiempo combatieron (cf. EE 358: «alabar reliquias (…) estaciones, peregrinaciones, indulgencias, perdonanzas, cruzadas y candelas encendidas en las iglesias»). [313] Por aquel entonces todos los «compañeros» que estaban fuera de Roma debían escribir a Ignacio, dándole noticias de lo que hacían; y a su vez recibían, de Roma, noticias de los demás. Más de una vez se queja Fabro en sus cartas, de no recibir estas noticias a pesar de que él (dentro de las posibilidades que le dejaban sus frecuentes viajes) no dejaba nunca de escribir. Esto puede deberse, más que a negligencia de Ignacio, que le daba mucha importancia a esta frecuente comunicación epistolar, centralizada en Roma (cf. Const. 673-675), a la dificultad de encontrar correos seguros para Alemania, muy infestada de enemigos de Roma y de todo lo «romano». [314] Es un modo de orar, el segundo en el libro de los Ejercicios (EE 252) «contemplando (en cuatro puntos) la significación de cada palabra (o frase)…» del Ave María. [315] Las grandes peregrinaciones eran, en aquel entonces, fenómenos internacionales, en los que Fabro veía «signos» de una unidad cristiana, superior a la división política y religiosa de las naciones de Europa (cf. nota 77). [316] El texto latino habla del «dictamen recto de la razón», como anterior y distinto de la voluntad, de modo que el primero pueda ser erróneo sin que lo sea la segunda. Se trata, pues, del juicio práctico de la conciencia. [317] Cf. Sal 10,14. [318] Cf. Jn 12,26. [319] Fabro sigue una interpretación, vigente en aquel entonces, según la cual el «ángel» de Ap 8,3 es el mismo Cristo; pero de modo que Cristo no presente a Dios Padre las oraciones sino las obras de los fieles. [320] Fabro distingue, con mucha discreción (véase más arriba nota 69), entre la verdad que se dice y el espíritu con que se dice. Los herejes como los demonios (cf. Mc 1,24-25), dicen muchas veces la verdad; pero el espíritu que los mueve a decirlas no es el bueno, porque, por ejemplo, es un «espíritu de división» (cf. nota 53). En otras palabras, la tentación se vale de un «bien» –que es la verdad– para hacernos «mal»; y por eso debemos lanzar, a la vez, la verdad y el espíritu que se vale de ella, hasta que la misma verdad no nos venga con un buen espíritu.

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[321] Fabro está sin gusto espiritual y aún puede ser que desolado (EE 317); pero la gracia puede aún seguir trabajando ocultamente, y mejor que si lo hiciera respondiendo a sus peticiones explícitas (cf. EE 324: la gracia «suficiente» es, para san Ignacio, no la gracia que en teología se llamaba así, sino la gracia que no se siente, pero se tiene). [322] No se trata de simular un espíritu que no se tiene, sino de buscarlo cuando se quiere hablar y obrar con el prójimo, de modo que sea el mismo espíritu aquel con que se recibió una gracia y con el que se la comunica al prójimo. De esto habla en todo este número. [323] Este doctor y maestro es, por lo que a continuación dice, el Espíritu Santo. [324] Cf. Mt 4,1. [325] Cf. Lc 2,27. [326] Es una de las frases tomada del salmo 43, que el sacerdote decía antes de la última reforma litúrgica, al subir al altar para celebrar la misa. Fabro se la aplica a sí mismo, de acuerdo al principio de la contrariedad que caracteriza las reglas del discernimiento de espíritus: «en las personas que van intensamente purgando sus pecados… es propio del mal espíritu morder, tristar y poner impedimentos inquietando con falsas razones para que no pase adelante…» (EE 315); o sea, que la tristeza causada por el mal espíritu es señal que la persona va «de bien en mejor subiendo…» (Ibídem). [327] Así por ejemplo el 26 de junio (cf. n. 37), y el 17 de julio (cf. n. 48). [328] Esta es otra de las muestras de la discreción de Fabro que sabe distinguir (cf. nota 68) entre buscar «las cosas de Dios nuestro Señor por lo que está en ellas», y buscar el «remedio de las perturbaciones»: nuestra intención, nos dice Fabro, debe ir, en las consolaciones, a lo primero primariamente, y no a lo segundo, aunque se den ambas cosas a la vez. La razón la da más adelante: caso contrario, solo se preocuparía de las consolaciones cuando está afligido; o sea, buscada «el amor por el temor de las imperfecciones y miserias, y el sentimiento bueno espiritual para no sentir lo que es malo». O sea, su intención no sería la mejor (cf. nota 67). [329] Cf. Sal 84,6: es uno de los salmos «graduales» o de las subidas (a Jerusalén) que los peregrinos recitaban durante su marcha a la ciudad santa. [330] Fabro reconoce aquí un progreso en su vida espiritual: pasa, del desear las consolaciones porque le evitan los estados anímicos negativos, al desearlas por sí mismas y por Dios y porque le llevan a subir, a aumentar y a progresar en la vida espiritual. Volvemos a encontrar aquí cómo Fabro «sale de sí mismo» –contra su tendencia natural a «ensimismarse» (cf. nota 40)– y se centra en Dios. [331] Hemos preferido dejar los latines porque pertenecen a himnos del antiguo oficio: vísperas de la Virgen, completas, Veni Creator. [332] Cf. Dt 11,24. [333] Es decir, los justos del Antiguo Testamento (cf. nn. 271, 288…). [334] Cf. Heb 11,13-16. [335] El segundo «nocturno» del día de san Esteban –en el oficio antiguo (cf. nota 362)– recordaba el hallazgo de los cuerpos de san Esteban, Gamaliel, Nicodemo y Abibas. [336] El día 26 de junio, por ejemplo (cf. nota 60). [337] Rasgo ignaciano: en los Ejercicios, se atribuye importancia a las «adiciones para mejor hacer los Ejercicios y para mejor hallar lo que (se) desea» (EE 73 ss.) y a los «preámbulos» de cada hora de oración (EE 49), con que cada una de estas comienza. [338] Cf. Mt 9,2. [339] Cf. Lc 23,43: es una frase que Fabro repite con frecuencia (por ejemplo, n. 71). [340] Cf. Sal 10,14. [341] Así como «el mayor y el primer mandamiento» es «amarás al Señor, tu Dios» (cf. Mt 22,37-38), así los principales ejercicios son los que se refieren directamente a Dios: «la oración y contemplación, y sobre todo la misa». Esta valoración de la oración no es propia solamente de uno que tiene vida contemplativa, sino

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también de uno que, como Fabro, tiene vida activa. En fin, es propia de todo cristiano que sabe, por el evangelio, cuál es «el mayor y el primer mandamiento…». [342] Según esto hay varias tristezas, todas buenas; pero una, la que se siente cuando se experimenta a Dios ausente, es la mejor de todas. Hay, pues, que tratar de no perderla, distrayéndose con las otras tristezas de menor calidad (cf. n. 65), que no miran directamente a Dios, sino a uno mismo (sus imperfecciones) o al prójimo (su edificación). Más adelante distinguirá entre dos «cruces», una de las cuales es mejor que la otra (cf. n. 241). Notemos finalmente que la tristeza (o desolación o «cruz») puede dar, en la fe, origen a una consolación o a una gracia mayor que aquella (cf. n. 173, etc.). [343] Cf. Jn 10,9 (cf. nota 168). Cuando se alcanza el amor a Dios, se encuentra «pasto» tanto en el mundo interior como en el exterior, pues ambos le pertenecen a Dios, convirtiéndose en el lugar de una permanente intimidad con él (cf. nota 136). [344] Cf. Mt 2,12. [345] Cf. Jn 14,6. [346] Cf. Hch 17,28. [347] Cf. Sal 68,13. [348] Cf. Flp 3,20. [349] El contraste entre el espectáculo del mundo y el espectáculo del cielo es un estimulante para el apóstol, tanto para san Ignacio (EE 106) como para Fabro (cf. nn. 402-403): aquí uno hace más deseable al otro. [350] Habíamos visto (cf. nota 72) que los deseos de Fabro se «salen del tiempo», y tienen una cierta retroactividad. Ahora vemos que se apropian «todos los buenos deseos, oraciones, suspiros, angustias, reconocimientos, etc., «de cada alma del purgatorio…». La oración de deseos no tiene límites: es, por así decirlo, capaz de todo, «omnipotente» como Dios a quien se recurre. [351] Cf. Lc 23,43. [352] Cf. Lc 23,24. [353] Cf. Jn 19,26-27. [354] Cf. Lc 23,43. [355] Cf. Mt 27,46 y Mc 15,34. [356] Cf. Jn 19,28. [357] Cf. Jn 19,30. [358] Cf. Lc 23,46. [359] Cf. Mc 15,34. [360] Cf. Ap 3,20, texto frecuentemente citado por Fabro (cf. nota 166). [361] La memoria o repetición era considerada, por los autores espirituales, como una cierta «rumia». Es una de las características de la oración que enseñan los Ejercicios, donde son tan frecuentes las «repeticiones»: en la primera semana, parece que, entre cinco días, se ponen dos días de repetición (EE 62 y 64); en la segunda semana, las repeticiones son, entre cinco horas diarias, tres –antes de la elección– o cuatro –durante la elección–, porque los temas que se dan son respectivamente dos o uno para las cinco horas diarias de oración; en la tercera semana, las repeticiones se ponen al final, una vez contemplada toda la pasión (EE 209). Más aún, dentro de cada hora de oración, la tercera adición (EE 73), la oración preparatoria y los preámbulos son siempre los mismos (EE 49), así como el Padre nuestro final. [362] El padre Juan parece haber llegado en tiempo del «gran silencio» que en las casas religiosas de entonces se guardaba después de las completas del oficio divino. Fabro siente el deseo de hablar y comunicarse con él; pero prevalece el respeto del «gran silencio», y el Señor le confirma la decisión dándole una consolación mayor que la que él podía imaginar que tendría al comunicarse con el P. Juan. [363] Sal 119,117.

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[364] El P. Juan le habría contado su peregrinación en detalle; y Fabro toma ocasión de cada detalle para dar gracias a Dios y para interceder por las personas que lo habían tratado bien durante la peregrinación, y también por quienes lo habían tratado con rigor. Esto segundo no es sino el cumplimiento del mandato del Señor, de rogar aún por los enemigos (cf. Mt 5,44). Como Fabro dirá enseguida, ve una manifestación de la especial providencia que Dios tiene con los malos, haciendo que se manifiesten tales ante los buenos, para que estos rueguen luego por aquellos. De aquí sacará, como consecuencia, que «sería mejor que los pésimos se hallen muy cerca de los óptimos, porque cada uno se pudiese aprovechar con el otro»: el pésimo, por la oración del óptimo, y este por sufrir con paciencia a aquel. [365] La presencia en un lugar (en este caso, la capilla de una casa particular. convento u hospital) le inspira a Fabro el deseo del bien de las personas que habitan en ese lugar: así como el deseo se «sale del tiempo (cf. nota 72) y salta todos los límites (cf. nota 115), así se «sale del espacio»: es a la vez particular y universal. [366] El esquema mental de Fabro es «ternario»: creación, redención, glorificación; y en cada una de estas, las palabras, las obras y el espíritu. Este esquema responde a las tres facultades del hombre (memoria, inteligencia, voluntad) y a las tres personas de la Trinidad. [367] Distingue aquí entre las gracias gratis datas, en beneficio del prójimo, y la gracia inmediatamente destinada a nuestra santificación. En este último ámbito se da la intimidad con Dios, fuera de toda preocupación propiamente apostólica. Esto no quiere decir que esta intimidad, manifestada más allá de la intención de la persona, no pueda, de hecho, edificar al prójimo presente. Lo que aquí quiere excluir Fabro es la intención personal de edificar, porque la considera, si no un pecado, sí una imperfección que mancha la intimidad con Dios. [368] La grandeza de la acción de un cloaquero es evidente que no depende de la grandeza de este oficio, sino de la gracia de Dios que lo mueve a actuar. Esto le hace pensar a Fabro que, sin la gracia del mismo Dios no podrá hacer gran cosa, por grande que sea su oficio sacerdotal. La buena obra, cualquiera sea el oficio de quien la obre, es un don de Dios, como fue don del Espíritu Santo el nacimiento, en María, del Hijo. [369] El Benidicite es el cántico de los tres jóvenes (Dn 3,57-88). El Laudate agrupaba entonces los salmos 148150, con los que terminaba el oficio cotidiano de laudes. [370] Reconocer la acción de Dios en las creaturas, es ser «simul in actione contemplativus», como Nadal decía de todo jesuita, por gracia especial concedida a san Ignacio, fundador (cf. Mon. Nadal, V, 162-163, nn. 8182). [371] Los que habían dejado una fundación o capital, con cuyas rentas se mantenían el órgano y el organista. En todo este número (y en muchos otros, cf. nn. 402-403), Fabro hace lo que llamaríamos una «lectura espiritual» de los acontecimientos que vive: se eleva, de los acontecimientos, a Dios, presente en todos ellos; y su espíritu se llena de sentimientos espirituales a propósito de esos acontecimientos. Diríamos que la vida, como la Escritura, tiene sus mensajes –sus sentidos espirituales– para un lector atento como Fabro (cf. nota 108). [372] Fe sin obras, uno de los temas de la controversia con los protestantes de entonces, que denigraban las ceremonias religiosas que los Ejercicios dicen que deben ser alabadas (EE 358-360): reliquias, ornamentos, candelas… Lutero, por ejemplo, no excluía toda obra, pero sí las ceremonias que aquí dan tanta devoción a Fabro (cf. nota 247). [373] Enuncia aquí Fabro un principio del discernimiento de espíritus, según el cual se conoce mejor el bueno o el mal espíritu, si se conoce uno mismo en el propio ser. Y la razón es que entonces se lo puede comparar con el que se tiene bajo la acción del bueno o del mal espíritu; y la comparación ayuda al discernimiento del uno y del otro. Por eso no es, para Fabro, un mal lamentable el estar en el propio ser y sin devoción –pero «con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta»– (EE 320) sino un bien para quien quiera aprender a discernir el bueno y el mal espíritu. [374] Cf. Gál 2,20. Fabro completa esta «vida en Cristo» de Pablo con las otras dos vidas: la una en uno mismo y la otra bajo el influjo del mal espíritu (cf. Rom 7,17). Puede ser el mismo «presupuesto» de los Ejercicios: «presupongo ser en mí tres pensamientos, es a saber, uno propio mío (…) y otros dos que vienen de fuera, el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo» (EE 32). La única diferencia sería que un texto, el ignaciano, habla de «pensamiento» (en un sentido, tomado del lenguaje espiritual de los monjes del desierto, más rico que el actual), y el otro texto, el de Fabro, de «vida en…».

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[375] Es una reflexión teológica de Fabro, sobre la vida de la Virgen en la humildad propia de una creatura: llena de gracia (cf. Lc 1,28), no deja de experimentar los grados diversos de esta gracia y las consiguientes tentaciones. Es una manera de aproximar la vida de los santos, por grandes que sean (en este caso, la Madre del Señor) a nuestra vida, con sus altibajos y luchas de gracias y tentaciones (cf. nota 153). [376] Es un Gloria peculiar de una misa de la Virgen que entonces estaba en uso, y que Fabro acaba de recitar. Termina con esta triple invocación: Porque tú solo eres santo, que santificas a María; porque tú solo eres Señor, que gobiernas a María; porque tú solo eres Altísimo; que glorificas a María. [377] El n. 94, correspondiente al día 19 de agosto, debe ser antepuesto al n. 92, que corresponde al día siguiente, 20 de agosto. [378] Cf. Sal 119,18. [379] Cf. Sal 89,25. Se confirma lo que vimos antes (cf. nota 107) acerca de una tristeza buena a propósito de los propios pecados e imperfecciones; la que san Pablo llama «tristeza según Dios» (cf. 2 Co 7,10-11), causada en nosotros por la verdad de nuestra situación y que nos lleva al arrepentimiento. No es la tristeza que produce «la muerte» (ibídem). [380] Cf. Mt 26,38. [381] Cf. Mt 26,39. [382] Cf. Mc 15,34. [383] Cf. Jn 19,26. [384] Cf. Lc 23,46. [385] Con esta expresión Fabro nos da a entender que la gracia le hizo comprender la relación entre la compasión que la Virgen tuvo por la pasión de su Hijo, y su asunción. [386] Cf. Lc 1,38. [387] Es decir, al principio del año litúrgico, Fabro sigue, en su oración, el ciclo litúrgico de la Iglesia, repitiendo –característica ignaciana de su oración (cf. nota 126)– los misterios de la Virgen en su relación con los del Señor. [388] Fabro advierte que sus propias consolaciones y desolaciones son gracias que lo asocian a los anonadamientos y elevaciones de Cristo. Reproducen en su vida lo esencial de la vida de Cristo. De esta manera lo episódico adquiere sentido: a través de la experiencia espiritual personal, se revela la ley de toda vida religiosa, según la cual esta es «lucha» o alternancia de consolaciones y desolaciones (cf. EE 318-324). Véase lo que dijimos en la nota 140. [389] Cf. Sal 20,2.5.7 y 4. [390] Estos términos recuerdan sumariamente la descripción –más extensa y detallada– de la consolación en el libro de los Ejercicios (EE 316). Ya había hablado de la ausencia de la consolación en las grandes fiestas (cf. nota 138): pero entonces no se había hallado, como ahora, «más bajo y más cercano de las viejas llagas». [391] En este número del Memorial se cumple a la perfección el dicho paulino: «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom 8,28). Aquí ha intervenido para que Fabro sepa sacar consolación de un estado de ánimo «triste y amargo y (…) muy agitado (…) (por la renovación de) unas viejas enfermedades mías y flaquezas…» (cf. nota 107). [392] Es un «discurso» sobre un objeto de petición que se dilata en el tiempo y en el espacio, y que abarca pasado, presente y futuro y todos los reinos de la tierra. Los deseos de Fabro, como hemos visto con anterioridad, no tienen límites (cf. nota 115), y son «omnipotentes» como el Dios ante el cual se presentan. [393] Cf. Sal 18,2-3, que formaba parte del oficio dominical. [394] Cf. Rom 10,17. [395] Ya hemos visto más arriba (cf. nota 75) que Fabro sustituye, el binomio cuerpo-alma de los filósofos, por el trinomio cuerpo (o carne) –alma-espíritu de los autores espirituales. Aquí intenta una rápida descripción del alma y del espíritu.

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[396] La vida espiritual es interior; y, en este sentido, su principal enemigo es la distracción, que nos saca de nosotros mismos. De aquí la importancia que para nuestra vida espiritual tiene la sagrada comunión, que nos muestra el camino para entrar dentro de nosotros mismos y estar en nuestro corazón (cf. nota 191). [397] Cf. Lc 3,4. [398] Completa aquí la concepción de la vida espiritual añadiendo, al movimiento hacia dentro de uno mismo (cf. nota 161), el movimiento hacia arriba, hacia el cielo. El primero es el aspecto inmanente de la vida espiritual; y el segundo, el trascendente. Ambos aspectos se fundamentan –termina diciendo Fabro– en el reino de Dios, que está «dentro de nosotros mismos y en los cielos». [399] Cf. Jn 12,32. Para san Juan, la elevación de Cristo en la cruz es signo de su glorificación, y se expresa con el mismo término que la elevación a los cielos, a la diestra del Padre. [400] Cf. Jn 14,23. [401] Cf. Ap 3,20 (cf. nota 125). [402] Se refiere a las horas del Oficio Divino de ese día. [403] Cf. Jn 10,9 (cf. nota 108). [404] La segunda parte del consejo (lo que hay que hacer en tiempo de consolación) se parece al consejo ignaciano (EE 324: «el que está consolado procure humillarse y bajarse…»); no así la primera parte del consejo, referido al tiempo de «desolación», que es original de Fabro. [405] Apreciaremos mejor lo heroico de este propósito, si recordamos que Fabro no tenía la elocuencia que entonces tanto se apreciaba, ni podía predicar sino en latín y en castellano, este menos conocido que el primero en toda Alemania. En abril del año anterior, 1541, Fabro escribía a Ignacio desde Alemania que no predicaba «para no perder la autoridad que por vía de confesiones y conversaciones cada día alcanzo con los grandes. Y habiendo amenazado a muchos con esta condicional, que si otros no predicasen, después de estas fiestas yo predicaría, han ordenado los tres predicadores de su majestad (…) no dejar pasar fiesta ni domingo sin sermón» (Mon. Fabro, 9). «No era este apóstol –nos dice un biógrafo– un arrebatador de multitudes. Sea por falta de dones naturales, debilidad de voz y pulmones, tos frecuente, sea también por la dificultad de utilizar lenguas extranjeras en países en que sus estancias eran interrumpidas a cada instante (se sabe en particular que jamás llegó a hablar bien el alemán), el hecho es que Fabro jamás fue tentado de vanidad cuanto a sus éxitos de orador. Lo declara netamente en muchas ocasiones. Aún delante de los españoles, de quienes había aprendido –imperfectamente, es verdad– a manejar su lengua de oro, no se arriesga a predicar…» (cf. J. GUIT TON, El Beato Fabro, primer compañero de Ignacio de Loyola, Bilbao, 1944, 171-172). Por eso decíamos al comienzo de esta nota que sus pocas condiciones de predicador hacen que valoremos más el mérito de este «deseo de predicar, como otras muchas veces antes de ahora se me ha dado; y así propuse entonces, con mayor firmeza que antes, trabajar cuanto pudiese en Alemania para poder predicar o leer…». [406] Esta dificultad de ser oído puede deberse, como vimos en la nota anterior, a que la voz de Fabro era débil. [407] El recuerdo que Fabro tenía de este teólogo parisino, que había sido su profesor no parece ser bueno; pero esto lo mueve a pedir más en detalle por él. Notemos que advierte el defecto de «la curiosidad y deseo superfluo de saber…»: será más adelante (cf. nota 319) el que, a su juicio, facilitará el progreso de la herejía entre los débiles en la fe. [408] Cf. Dn 12,3, según la Vulgata. [409] Como vemos, Fabro no se arredra ante los deseos que no se pueden cumplir (cf. nota 130), sino que se presenta con ellos ante Dios («porque ninguna cosa es imposible para Dios», cf. Lc 1,37), Y busca la manera de poder satisfacerlos: en este caso, recurriendo a los ángeles custodios. [410] Nueva forma de la oración de deseos que caracteriza a Fabro (cf. nota anterior): esta vez se la hace acompañando el rezo del oficio. [411] Es una fe real, que se da aún en el rezo inadvertido del oficio divino: sea la fe de la Iglesia, en cuyo nombre se lo reza, sea la que consiste en el hábito personal de la fe. [412] Cf. Dn 7,10 en la Vulgata.

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[413] Cf. Lc 10,16: Cristo está en el superior. [414] Cf. Mt 25,40: Cristo está en el pobre. Es el deber de caridad que, junto con el deber de obediencia (véase nota anterior), atrae sobre todo a Fabro, quien ve a Cristo tanto en el superior como en el pobre. [415] Otra forma de los deseos que caracterizan el modo de orar de Fabro (cf. nota 175). [416] Fabro ve, además de la gloria accidental de los santos por nuestro recurso a ellos, otra, más rebuscada: consistiría en que los santos pueden ver la obra de Dios, su glorificador, en nosotros, dado que nosotros la expresamos con obras, con palabras y de cualquier otro modo. [417] Según la tradición, Longinos era un soldado romano que veía poco, y que recobró perfectamente su vista al contacto con la sangre de Cristo, brotada de su costado abierto por la misma lanza de Longinos (cf. nota 190). Fabro ve este hecho como un símbolo del amor de Cristo por los pecadores, por quienes ha derramado su sangre, o la vuelve a derramar en sus imágenes para lograr su conversión. [418] Un extremo llama al otro extremo: la violencia abominable de la ofensa revela mejor la grandeza del amor de Cristo, dispuesto a perdonar (cf. Rom 5,20, «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia»). Ya con anterioridad ha expuesto la misma idea (cf. nn. 77 y 115). [419] Luego de la consideración apostólica, la personal sobre el mismo tema del dolor que padeció por nosotros Cristo: es un ejemplo de humildad y paciencia que Fabro puede imitar ante los prójimos que lo ofenden. Esta larga meditación (nn. 120-122) versa sobre las lágrimas y la sangre derramadas por Cristo en los días de su vida mortal, antes de su resurrección, a partir de la cual ya no puede sufrir más. [420] Ya desde su mismo nacimiento, comenzó Cristo a padecer por nosotros: «mirar y considerar lo que hacen – nos dice san Ignacio (EE 116)– (…) para que el Señor sea nacido (…) y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, y de calor y de frío (…) morir en cruz». La devoción de Fabro a la infancia del Señor se une con la de su cruz: no es una devoción «sensiblera», sino «fuerte», como conviene a un apóstol que ha hecho los Ejercicios ignacianos. [421] Cf. Lc 19,41. [422] Los evangelios no dicen que Cristo haya llorado al morir en cruz: es una consideración que algunos autores espirituales de entonces hacían, aplicando a ese momento el texto de Heb 5,7 («con poderoso clamor y lágrimas»). [423] Cf. Lc 22,44. [424] Cf. EE 197: «sexto punto (…) considerar cómo todo esto padece por mis pecados». Y también poco antes, en la petición propia de las contemplaciones de la Pasión: «demandar (…) dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión» (EE 193). La última consideración de Fabro («como si fueras tú el único de los hombres») está implícita en el texto ignaciano de los Ejercicios. [425] Cf. Jn 19,34: ya dijimos (cf. nota 182) que el episodio de Longinos no está en el evangelio, sino en la tradición espiritual. [426] Es una reflexión sobre la importancia que la comunión tiene para la vida espiritual (cf. nota 161). [427] Cristo, por su presencia y acción en el mundo, adquiere relaciones «accidentales» con todas las cosas, comprendidas así en él. Fabro quisiera que su propia vida, definida por sus relaciones con el mundo, se viera renovada por la participación de esta multiplicidad, contenida en la humanidad de Cristo Dios. [428] Cf. Lc 23,42. [429] Fabro dedica estos números (nn. 126-128) a las relaciones que se dan entre la oración y la acción; y propone el ideal de lo que él llamaba «vida mixta» (cf. nota 135), en que la oración se ordena a la acción, y donde la mejor manera de encontrar a Dios en la oración es la de buscarlo previamente en la acción (cf. n. 341). Es lo que Nadal llamaba «el círculo de la oración y la acción» (cf. M. NICOLAU, Jerónimo Nadal, Madrid, 1949, 323-326). Y que explicaba con términos diversos a los de Fabro. [430] Fabro continúa con el tema de las relaciones entre la oración y la acción, y añade, a la importancia ya explicada de la acción para la oración, la importancia que la oración tiene para un hombre activo (cf. nota 106), como medio para la acción: este debe buscar –decía antes– a Dios en la acción, para luego encontrarlo mejor en la oración; ahora añade que debe ordenar todas sus oraciones a conseguir las gracias y virtudes que

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necesita en su acción, sobre todo, como dirá a continuación, si es una acción contraria «a alguna inclinación del ánimo, innata o adquirida, o a la propia costumbre o a la propia voluntad». [431] San Ignacio deseaba ver este espíritu «en los de la Compañía: que no hallen (si es posible) menos devoción en cualquier obra de caridad y obediencia que en la oración o meditación; pues no deben hacer alguna cosa sino por amor y servicio de Dios nuestro Señor y en aquello se debe hallar cada uno más contento que le es mandado, pues entonces no puede dudar que se conforma con la voluntad de Dios nuestro Señor» (Carta 67, n. 6, en Obras completas, BAC, Madrid, 1977, 810). [432] Ya hemos visto, a propósito de las obras de Dios, el esquema «ternario» (cf. nota 131). Ahora el mismo esquema aparece respecto de nuestras obras para con nosotros mismos, para con el prójimo y para con Dios. Aquí, sin embargo, la distinción no es tan tajante porque, finalmente, «todas con verdad pueden llamarse obras de penitencia, y todas obras de caridad, y todas obras de piedad». [433] Como en los milagros del evangelio, se requiere la fe para que se hagan; y a la vez la fe aumenta con estos. Esto segundo es lo que aquí experimenta Fabro, al recordar los muchos milagros que había obrado, en el pasado, la santa cruz de Espira. [434] En estos cuatro números (nn. 130-133) Fabro se sitúa en medio de la controversia luterana, que negaba la mediación de lo sacramental, el culto de las imágenes, etc. Aquí se oponen dos maneras de concebir el cristianismo, de las que él expone la propia, que es –como él mismo dice– la misma «fe de los humildes y sencillos», dada por Dios a todos «para honor suyo y provecho nuestro». Añadamos que Fabro es un espiritual y está escribiendo apuntes espirituales; pero ni como hombre ni como teólogo puede olvidar las controversias teológicas de su tiempo, y no puede dejar de tenerlas en cuenta en su Memorial (cf. nota 137). [435] Cf. Éx 3,5. [436] Cf. Gn 28,16. [437] Afirmación contraria a la «luteranizante» (cf. nota 199), que decía que todo comenzaba con la fe. [438] El nombre es como un «sacramental», que hace presente a la persona en el espíritu de quien lo pronuncia con fe (cf. nota 305). [439] Cf. Is 12,3. [440] Las devociones particulares no ceden en desmedro del mismo Dios, quien –análogamente al agua de la fuente en los arroyos– de hace presente en ellas. [441] El 6 o 7 de octubre. [442] Cf. Mt 9,15. [443] Son unos versos del poeta pagano Virgilio, que Fabro recuerda al pensar y ponderar el altruismo de Cristo. La idea es la siguiente: así que vosotros hacéis, no para vosotros, diversas cosas. [444] Cf. Is 55,11; 1 Pe 1,23. [445] La hora nona (según el cómputo romano, las tres de la tarde) era la hora de la muerte de Cristo en la cruz. [446] A modo de una letanía. La estructura de esta, con una invocación variada y otra constante, se presta a mantener un deseo o petición durante largo tiempo. Por eso tal vez Fabro, «varón de deseo» (cf. Dn 9,23, según la Vulgata), usa tanto en sus oraciones la estructura letánica (cf. nota 279). [447] Fabro recuerda aquí una leyenda, según la cual nuestro Señor en persona habría traído la comunión a san Dionisio, estando este en la cárcel en espera del último suplicio. [448] La fiesta de san Marcos, papa y confesor, se celebra el 4 de octubre. Se trata, pues, de un oficio «diferido», como acostumbraba hacer Fabro cuando no podía celebrar a un santo en el día de su fiesta (cf. nota 274). [449] Cf. Sal 21,3. [450] El deseo de Fabro supone que él y sus compañeros se van a quedar en Espira hasta el momento de su muerte, lo cual no es verosímil; pero el deseo es bueno, por ser inspirado por Dios, como lo nota en el hecho de que le hace bien tenerlo. Como diría san Ignacio, es un deseo que lo «ayuda»; y esto es señal del buen espíritu (cf. EE 315 y passim). Acerca de los deseos de Fabro, cf. nota 174.

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[451] Fabro explica cómo entiende él la «meditación con las tres potencias» (EE 45): las potencias del alma se distinguen por sus objetos, que son los pasados para la memoria, los presentes para el entendimiento, y los futuros para la voluntad. La oración abarca esos tres «tiempos»: el «pasado» que se recuerda, el «presente» que se vive, y el «futuro» que se desea. Es una manera de integrar la oración y la vida. [452] La fiesta de san Esteban, papa y mártir, se tendría que haber celebrado el 2 de agosto: se trata, pues, de un oficio «diferido» (cf. notas 213 y 274). [453] Cf. Col 4,3. [454] Cf. Mt 5,23. [455] Cf. 1 Cor 13,4-7. [456] Ya hemos visto que, además de la verdad, hay que atender el espíritu que nos la sugiere: no hay que hacer caso a toda verdad, sino solo a la inspirada por el buen espíritu (cf. nota 85). [457] Acerca de Longinos, cf. nota 190. [458] San Ignacio en los Ejercicios propone tres tiempos de «buena y sana elección» (EE 175-177), a los que Fabro, fuera de Ejercicios, añade un «cuarto»: el de la obediencia ciega. Hay que tener en cuenta que, para san Ignacio, hay dos maneras de obediencia ciega: la una, obedeciendo a «ojos cerrados», como aquí lo hace Fabro: y la otra, «sintiendo razones o inconvenientes cerca la cosa mandada, con humildad representar al superior (…) para después con ánimo quieto seguir la vía que le será mostrada o mandada» (Carta 17, Obras completas, BAC, Madrid, 1977, 683). La representación no va contra la obediencia, si se la entiende como una «instancia» más en el proceso de la obediencia, y si se siente que finalmente hay que obedecer. Fabro aquí no representa nada ante el arzobispo, porque siente que, más allá de toda la variedad de espíritus que en ese momento le mueven, el Espíritu le pide que obedezca sin representar. Notemos finalmente que Fabro considera como superior suyo al arzobispo: no lo es en el orden privado pero sí en el orden pastoral. [459] El obispo sufragáneo de Maguncia le había pedido que le diera los Ejercicios, como efectivamente se los dará luego. [460] No le basta a Fabro que un pensamiento sea bueno en sí o en cualquier otro momento sino que busca que lo sea en ese momento para él: y, mientras está rezando el Oficio divino, es bueno para él estar todo intento en lo que está haciendo, haciendo propias las oraciones que en ese momento reza; tanto respecto de las palabras como de los conceptos y de los deseos y afectos. Es el cumplimiento del antiguo adagio latino –que la espiritualidad monacal había hecho propio– del age quod agis (haz lo que haces). [461] Fabro le da aquí importancia al reconocimiento de las gracias, hasta el punto de desear reconocer todos los beneficios recibidos por el pueblo donde en ese momento está: como dirá san Ignacio en una carta de ese mismo año, 1542, escrita a Rodríguez, «la ingratitud (…) (es) cosa de las más dignas de ser abominada (…) y, por el contrario, el conocimiento y gratitud de los bienes y dones recibidos (…) (es) estimado y amado, así en el cielo como en la Tierra…» (cf. carta 15, Obras completas, BAC, Madrid, 1977, 680). Fabro, en su Memorial, además de la oración de deseos (cf. nota 215), abunda en la oración de acción de gracias. [462] Son las dos voluntades, que los teólogos consideran en Dios, la una absoluta que también llaman «voluntas beneplaciti» (su voluntad eterna, en sí misma) y la otra que llaman «voluntas signi» (la manifestada en sus mandamientos, prohibiciones o consejos): la primera siempre se cumple, no así la segunda, que está condicionada a ciertas circunstancias que pueden no darse (cf. n. 158). [463] Otro de los deseos «imposibles», tan frecuentes en el Memorial, pues miran a un pasado que no volverá a darse (cf. nota 174): ya hemos visto que Fabro los acepta porque le parece por el bien que le hacen, inspirados por Dios (cf. nota 215). [464] Cf. Rom 9,5. [465] Aquí comienzan (nn. 152-158) unas largas consideraciones de Fabro sobre las relaciones entre lo posible y lo real, presentes en los deseos de que está lleno el Memorial (cf. nota 215). Podríamos decir que su primera parte (nn. 152-155) se centra en la fe y en la caridad, actuantes en los deseos de Fabro; y su segunda parte (156-158), en la acción contraria de los dos espíritus, el bueno y el malo, a propósito de los deseos y temores que Fabro experimenta.

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[466] Es interesante notar que Fabro tiene más fe y esperanza al desear lo imposible; y esta sería la señal de que estos deseos le vienen de Dios (cf. nota 215). Eso sí, se trata de un imposible relacionado con el bien del prójimo o la gloria de Dios. [467] Cf. 1 Co 13,2. [468] Cf. Mt 17,20. [469] Cf. Mt 22,38. [470] Cf. Jn 8,44. No todo deseo es bueno. Fabro, hombre discreto, lo sabe y da en estos párrafos (156-158) las señales –algunas– de los deseos que provienen del que «es mentiroso y padre de la mentira» (cf. nota 230). [471] Es un deseo de «más…», que podría hacerle mal a Fabro, al sentirlo ahora, una vez pasada la ocasión de ayudar a tanta gente; pero que a él le hace bien (cf. nota 215) porque le mueve, como dirá a continuación, a rezar «de todo corazón a las almas de aquellos enfermos (a quienes él no ayudó en su momento) (…) que se dignen ahora ser abogados de los pobres enfermos que (…) aún viven, y que me alcancen de Dios alguna nueva gracia para ayudar (ahora) a semejantes pobres». [472] Cf. 1 Tim 2,1. [473] Literalmente, «Deus Optimus Maximus», epíteto que el humanismo pagano aplicaba a Júpiter y que el humanismo cristiano del siglo XVI trasladaba a Dios, como único merecedor de tal título. [474] El n. 161 es una hermosa meditación sobre el contraste entre la infinitud de Dios en su «sustancia» y la «humildad» de su voluntad, que se acomoda a la debilidad humana, y nunca le pide más de lo que ella, con su gracia, podrá: «nada quiere (Dios) (…) que no esté dentro de las mismas fuerzas (del hombre) y aun debajo de ellas…» (cf. nota 245). [475] Cf. Sab 12,19. [476] Es el nombre con que se designa también el día de los Fieles Difuntos, 2 de noviembre. [477] Siempre que Fabro escribe de sus «hermanos», quiere decir los «compañeros de Jesús», miembros de su nueva familia, la Compañía de Jesús. Hasta ese momento (año 1542) habían muerto el bachiller Diego de Hoces y el maestro Juan Coduri. [478] Cf. Ap 17,14. [479] Santo «privado» parece ser aquel que no está en el catálogo de los santos, pero es considerado por Fabro como habiendo alcanzado el cielo, y que él conoció en vida: véase los que cita en el n. 28. Son, por otra parte, los que la Iglesia festeja en la festividad de Todos los Santos, que Fabro acaba de celebrar. [480] Es una idea frecuente en Fabro: la desconfianza en sí mismo, y la confianza en la gracia de Dios, «que está tan en nosotros y es tan nuestra y aún más que cualquier voluntad propia nuestra». Ya ha dicho antes (cf. n. 161) que deben «darse muchas alabanzas a Dios (…), que (…) se contenta (…) de esta virtud nuestra por todas partes limitada y medida, y para todo nos da gracia y favor…». [481] La personalidad apostólica de Fabro distingue, entre las cinco categorías o grupos de personas, aquellos dos por los cuales aún puede hacer algo: el que está en el purgatorio y el que vive aún «en este siglo». [482] Fabro piensa en un contexto de lucha contra el protestantismo (cf. nota 202), que «pisoteaba las cosas santas…» (cf. Heb 10,29), negándose a creerlas. Y «las cosas santas» son, en este caso, los dogmas contenidos en las fiestas litúrgicas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos. [483] Cf. Heb 11,1. [484] Cf. Sal 79,11, Introito de la misa por varios mártires, y que Fabro aplica a las ánimas del purgatorio: para él, como acaba de decir, «las ánimas que están en el purgatorio, con sus gemidos y contriciones, que por otra parte a ellas de nada les aprovechan (…) pueden valer mucho, y más de lo que se puede decir, para nosotros, que creemos…». Véase sin embargo, más adelante en el n. 339 (cf. nota 464). [485] Una de las preocupaciones más constantes de Fabro ha sido siempre la castidad y sus pecados contrarios (cf. nota 59). [486] Fabro habla con frecuencia (cf. nota 18) del mal que le hace «la atenta consideración de los defectos ajenos»: como aquí dice, «acaece perderse la esperanza de la salvación del prójimo, y la buena opinión de él,

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y la confianza en él y el amor y la caridad»; motivos todos que le disuaden de caer en esa «atenta consideración…», sin negar por esto que se los pueda a veces advertir, y aún que esto sea necesario para ayudar a corregirlos. De la reconciliación con los prójimos ha hablado en los nn. 143-144. [487] Cf. Rom 12,21. [488] Como nuestros propios defectos, los ajenos deben ser como un «despertador» que nos recuerda a Dios, «rico para todos los que lo invocan» (cf. Rom 12,21). Acerca de la «voluntas beneplaciti», contrapuesta a la «voluntas signi», véase nota 227. [489] Después de haber enumerado lo que se pierde –esperanza, confianza, amor y caridad–, Fabro enumera lo que se consigue al considerar los defectos –propios o ajenos– en sí mismos y no en Dios, «rico en misericordia» (cf. Ef 2,4). Llama la atención –y lo deberíamos tener en cuenta– que vea, a esta consideración mala de los defectos, como causa de la acidia y la tristeza, los vicios capitales que, junto con el de la ira, los monjes consideraban muy peligrosos en la vida espiritual (cf. CASIANO, Instituciones, libros 8 a 10). [490] Cf. Flp 3,13. Con frecuencia Fabro habla de extenderse (véase nota siguiente): nn. 171, 211, 437, etc. [491] Es otra de las manifestaciones del deseo de «más…», característica de la espiritualidad ignaciana (EE 23) y de la del Memorial (cf. nota 67). Otra de sus expresiones, en Fabro, es el «extenderse» (véase nota anterior). [492] Es un modo de rezar, que Fabro recomienda: el de hacerse propias las palabras que se rezan, con todas sus ideas y sentimientos (cf. nota 225). San Ignacio lo ha también practicado (cf. Diario Espiritual nn. 54,114115), llamándolo el «apropiar» –reflexivamente– las oraciones de la misa; o sea, el hacerlas propias al rezarlas. [493] Idea similar a la del libro de los Ejercicios cuando da, como una de las causas de la desolación (equivalentemente, de la menor devoción), el «probarnos para cuánto somos y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias (o sea, dejados más a nosotros mismos)» (EE 322). [494] Así como hay tristezas buenas (cf. nota 144), también hay temores buenos, e incluso mejores que la devoción. [495] El final de este número es una interpretación espiritual del Sal 126,5-6. [496] Cf. 2 Cor 3,5. [497] Cf. Ap 3,20 (cf. nota 166). [498] En este número Fabro trata de explicar el misterio del lazo estrechísimo entre la acción divina y la humana. Cuando Jeremías dice: «si vuelves porque yo te haga volver…» (Jr. 15,19), la misma frase podría traducirse así: «si vuelves, yo te haré volver…». Es la misma idea, pero insistiendo más claramente en la buena voluntad del hombre que hace posible la acción de Dios en él. A la inversa, el hombre debe reconocer que si Dios no actúa en él, nada puede (cf. Jr 31,18). [499] Son las tres tentaciones de Jesús, según el orden de Mt 4,3-10. [500] Cf. Lc 2,35. [501] Se trata nuevamente de una tristeza buena, una «tristeza según Dios», como dice san Pablo (cf. 2 Co 7,10), que «produce firme arrepentimiento para la salvación» y que no es «la tristeza del mundo (que) produce la muerte» (cf. nota 144). Entre todas estas tristezas buenas, Fabro considera aquí como mejor la causada por no haber hecho más (cf. nota 236): se ha hecho algo, pero se pudo, absolutamente hablando, hacer más; y esta posibilidad (y no el mero hecho pasado, pecaminoso, que no se ha dado) despierta en él un verdadero arrepentimiento. [502] Esta consideración se la suscita a Fabro lo que ese día ve en el hospital en que ha sido cuidado su amigo canónigo y en el que este ha muerto: los hospitales de entonces no eran limpios como los de ahora. En otras palabras, el peligro de contagiarse y morir era bien real. [503] El lunes, aún hoy, se dedica a la celebración de la misa votiva por los ángeles. Respecto del arcángel san Miguel, su culto estaba especialmente extendido en la Alemania de entonces. Todo esto da lugar a que Fabro

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vea un «signo» bienhechor en la coincidencia entre la devoción del canónigo y el día de su muerte. [504] El P. Álvaro Alfonso había sido, junto con el P. Juan (cf. nota 53), capellán de las infantas de España; y había seguido a Fabro hacia Alemania, con intención de hacerse jesuita. Había ya hecho la peregrinación a Colonia, propia de los candidatos a la Compañía (cf. nota 77). Y ahora se dirigía a Lovaina para juntarse con otros estudiantes jesuitas que venían de París, a continuar sus estudios en Flandes. [505] Son los tres lugares que se vinculaban más con Fabro: Roma, donde vivía el papa y estaba la cabeza de la Compañía; España, donde había trabajado con tanto gusto, y dejado tantos amigos espirituales; y la patria, que había visitado dos veces en su vida. [506] Todo este n. 179 está dedicado al cuerpo humano, como beneficio de Dios para el alma: es, para esta, un lugar de tentaciones (cf. nota 56); pero a la vez es una fuente de gracias, a lo menos en el sentido del mal que le impide hacer (cf. nota 439). [507] Cf. Mt 13,28. [508] Satán es, en la Escritura, el «acusador» de los hombres (cf. Job 1,9-11), mientras que Cristo es nuestro «abogado» (cf. 1 Jn 2,1). [509] Sobre los oficios «atrasados» de Fabro, véase nota 217: como consecuencia de la reforma del santoral, en un mismo día se celebraba más de un santo; y Fabro no quería perder ninguna de sus devociones a los santos, y por eso difería algunos de sus oficios. [510] Cf. Rom 8,30. [511] Son los dos modos fundamentales de orar, válidos según las circunstancias: uno, más «meditativo»; y otro, más «afectivo». Al principio, se dan en ese orden, porque la «meditación» prepara el camino al «afecto» (cf. EE 50: «y así consequenter discurrir más en particular con el entendimiento, y consequenter moviendo más los afectos con la voluntad»); pero luego se disminuye el trabajo del entendimiento a lo esencial, y se pasa casi directamente al trabajo de la voluntad. [512] Cf. Lc 13,11-13. [513] Fabro piensa aquí en la actitud luterana contra estas «especializaciones» que consideraban supersticiosas y como limitativas del poder de Dios y de la suficiencia de su acción. A Fabro le interesa, en su Memorial, lo que hace a la vida espiritual; pero no puede olvidar la teología de su tiempo y las controversias con los luteranos (cf. nota 247). [514] A modo de «letanías» (cf. nota 211). Fabro es un espiritual que recurre mucho a la oración vocal (oficio, misa…); y que así como suele hacer «discursos» sobre los misterios de Cristo y otros temas (cf. nota 51), así hace «letanías» con breves invocaciones; pero creemos que esta última estructura es también la de lo que él llama con frecuencia «discursos». [515] Lo que tiende hacia Dios y lo que viene de él; o lo que se eleva hacia él y lo que desciende de él. Las dos palabras forman parte de la misa del Común de los Confesores. [516] Es como una «letanía» (cf. nota 279), que sigue los sentidos del cuerpo y las potencias del alma humana (cf. EE 246-248), en sus relaciones con Jesucristo y de Jesucristo con él. Acerca del «ver a Jesús», cf. nn. 379-384, donde desarrolla más el sentido de la vista en sus relaciones con el Señor. [517] Cf. Is 55,11. [518] Es el período que va del 30 de noviembre (san Andrés) al 5 de diciembre (san Sabas). [519] En el texto latino parece que la frase anterior fuera un anacoluto, cosa no extraña en unos apuntes espirituales. Por eso hemos preferido poner en este sitio «puntos suspensivos», dejando inconclusa la frase, y en punto aparte continuar con la frase siguiente. [520] Fabro comienza distinguiendo dos tipos de distracciones; y luego habla de las dos maneras de salir de ellas. En cuanto a lo primero –las dos distracciones–, una distracción lo aparta de los buenos pensamientos y afectos (es la que con menos frecuencia le sucede), y la otra lo saca del ocio con Dios. Respecto de las dos maneras de salir de la distracción, una es por algo extrínseco –la tentación, que le hace recurrir a Dios–, y otra es por algo intrínseco, que le sale de las entrañas y del corazón. Ya se ve que esta segunda manera es más perfecta (cf. nota 93), y es la que experimenta estos días. Se nota aquí un gran progreso en la

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consideraci6n de las distracciones, si se la compara con una anterior, mucho más breve y menos matizada (cf. nota 161). [521] Fabro formula aquí la ley del crecimiento espiritual: comienza de dentro y se manifiesta enseguida fuera, en las obras (el «nacimiento» sigue a la «concepción»). [522] Esto no es individualismo, contrario al principio cristiano de la caridad para con el prójimo, sino consecuencia de lo dicho en el párrafo anterior (cf. nota anterior): si el crecimiento espiritual comienza desde dentro, comienza desde dentro de nosotros mismos. Diríamos que es el principio de toda vida interior fundada en el evangelio (aquí, en el ejemplo de Cristo). [523] Cf. 1 Cor 12,27, según la Vulgata. [524] Este párrafo nos recuerda el n. 88, en que nos hablaba de tres «vidas»: la mía, la de Cristo en mí, y la del pecado –o mal espíritu en mí–. Por tanto, es otra expresión del «presupuesto» ignaciano del discernimiento de espíritus (EE 32): «presupongo ser tres pensamientos en mí, es a saber, uno propio mío, y otros dos que vienen de fuera, el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo» (cf. nota 139). Con todo, Fabro es más explícito respecto de lo «propio mío…», que él llama «sujeto», distinguiendo en este el mismo sujeto de su ornato, su inestabilidad de su estabilidad, etc. [525] Son las «lecciones sacras» o conferencias, que Fabro dio en Maguncia por orden del arzobispo de dicha ciudad (cf. Mon. Fabro, 189). [526] Cf. 1 Tim 6,16. [527] El progreso experimentado en la acción apostólica –mayor claridad, mejor memoria, etc.– le hace desear un progreso en la vida interior: como ha dicho más arriba (cf. nota 286), este es primero y más importante que aquel. [528] Es frecuente que Fabro use en el Memorial, expresiones peculiares según se trate de la acción del Padre, o del Hijo o del Espíritu Santo (cf. nota 357), de modo que resplandezca mejor la Trinidad de las personas en la unidad de la divinidad. [529] El texto debiera decir Isaías. [530] Cf. Jn 1,13. [531] Es una meditación del texto bíblico de la nota anterior, para explicar las señales del verdadero nacimiento espiritual, que es de Dios. [532] Otra vez es el deseo de lo «mejor y más generoso» lo que mueve a Fabro (cf. nota 257): en este caso, es mejor «amar que ser amado» (es más altruista y menos egoísta). De ahí que, como dirá a continuación, busca «con más diligencias aquellas señales que me puedan mostrar que amo, que no las que me muestran que soy amado. Y estas señales son los trabajos…», porque, como dice san Ignacio, «el amor se debe poner más en las obras…» (EE 230). [533] Cf. Jn 21,15-17. [534] Ya hemos visto (cf. nota 53) cómo Fabro caracteriza al mal espíritu como «espíritu de división». Sobre la necesaria reconciliación con los prójimos, cf. nota 251. [535] Cf. Jn 21,20: «al discípulo a quien Jesús amaba». [536] Cf. Jn 21,15-17. [537] Recapitulación de todo lo conseguido en estos días de Navidad, en orden a un nuevo nacimiento: lo hecho hasta acá (querer ser amado) no es malo; pero es mejor lo que ahora se le ofrece (querer amar). Es típico del deseo de «más…» que dijimos caracterizar la espiritualidad de Fabro (cf. nota 297), el tener por objeto dos cosas buenas, entre las que Fabro escoge, ayudado por una gracia de ese momento, la que es mejor: como los Ejercicios de san Ignacio, que siempre nos proponen una elección entre cosas que «sean indiferentes o buenas en sí, y que militen dentro de la santa madre Iglesia jerárquica, y no malas ni repugnantes a ella» (EE 170). [538] Cf. Hch 9,16.

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[539] Cf. Ef 4,13. Aquí terminan estas consideraciones de Fabro, experimentadas en el día de Navidad, sobre el «magis» ignaciano como «ambiente», pero no como «criterio» de elección: bueno es tanto el temor filial como el amor (cf. EE 370, e incluso el temor servil); y es la gracia de Dios la que, en cada momento o etapa de nuestra vida, nos dice lo que quiere de nosotros. [540] Ya hemos visto con anterioridad las consideraciones de Fabro sobre el nombre como «sacramental» (cf. nota 203): ahora se trata no solo del nombre Jesús (Salvador), sino de todos los que este implica (Padre, Maestro, Pastor…), y cuyo ejercicio supone una participación en la misión de salvación, contenida en el nombre de Jesús (si no se da este ejercicio, no conviene usar el nombre). [541] La circuncisión, signo y sello de la Antigua Alianza, es, a partir de Jesucristo y como «circuncisión del corazón» (cf. Jr 4,4), signo y sello de la nueva: inaugurada en la circuncisión del Señor, fue consumada en su cruz. [542] Pensamiento tal vez suscitado por el favor que el arzobispo de Maguncia le manifestaba a Fabro (cf. nota 308), quien lo visitaba en su residencia habitual (Aschaffenburg). La última frase sobre la Virgen puede estar inspirada en Col 3,3 («oculta») y en Sal 45,14 («interior»). [543] El arzobispo de Maguncia le demostraba su favor haciendo que dijera misa en sus capillas, adornadas como en los días solemnes, con todas las reliquias de los santos. [544] Completa el pensamiento del n. 208. [545] Cf. Jn 14,6. [546] En otras ocasiones Fabro ha meditado sobre la importancia de la cruz de Cristo y sobre nuestra participación en la misma (cf. nn. 95-98…). Notemos que la Navidad del Señor está, para Fabro, iluminada por la cruz: señal de la seriedad de su devoción a Jesús Niño (cf. nota 185). [547] Cf. Rom 6,6. [548] Cf. Hch 17, 28. [549] Es frecuente que a Fabro lo conmuevan los contrastes (cf. notas 183, 239…). [550] Este n. 218 contiene observaciones muy sagaces de Fabro sobre el origen del apartamiento de la Iglesia en aquel entonces: «los que (hoy) se apartan de la Iglesia comienzan primero a entibiarse en las obras…». No es, pues, el comienzo, la falta de fe, sino la falta de práctica de vida cristiana lo que los lleva a la pérdida de la fe. Véase la carta del mismo Fabro a Laínez, escrita tres años después sobre la manera de tratar a los herejes de entonces (cf. Mon. Fabro, 399-402). En los números siguientes (nn. 219-222), Fabro explica de cuán diversa manera procede un hereje para ganar a alguien a su falsa fe: comienza por debilitar la fe y no la práctica de la vida cristiana. [551] Debe ser una palabra muy usada por los herejes en sus diálogos con los católicos (cf. nota 278). [552] Cf. 2 Cor 10,5 y Rom 1,5. Fabro, comentarista de san Pablo en sus lecciones sacras, debió usar mucho las cartas del apóstol en sus controversias con los herejes de entonces. [553] El paralelismo entre el pecado de la herejía y el de Eva no debía pertenecer a la controversia, sino a los Ejercicios que Fabro daba a tanta gente que podía haber sido influida por las conversaciones con los luteranos de entonces: caería dentro de «la meditación del «segundo pecado» o «pecado de Adán y Eva» (EE 51). [554] El pecado de Eva, como el de quien se dejaba seducir por las palabras de los luteranos de entonces, consistiría en una cierta «curiosidad intelectual»: Fabro, que es un intelectual, se muestra desconfiado respecto de este «vicio» (cf. nota 172). [555] En los nn. 219-222, Fabro completa su pensamiento, iniciado en el n. 218, sobre la herejía: el término a donde se llega es el mismo, pero el origen es diverso en los primeros herejes que en los siguientes; y había que conocer uno y otro, si se quería «combatir» con éxito a las herejías de entonces (cf. nota 315). [556] Cf. 1 Cor 11,27. Véase el concilio tridentino, sesión XIII, canon 7. [557] Fabro continuará en este número con la misma parábola –más bien alegoría– del príncipe presentada en el número anterior: antes la usaba para ponderar a un mal siervo, y ahora, a uno bueno.

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[558] Cf. Heb 1,14. [559] Los santos inocentes son el modelo de no haber ofendido a nadie (no estaban en edad para hacerlo): diríamos que es el sentido etimológico de la palabra «inocente». [560] Podría ser el 10 de enero, si se sitúa entre el 11 y el 14 del mismo mes el viaje de Fabro desde Aschaffenburg a Maguncia, pues el 15 ya está en esta última ciudad (cf. n. 229). [561] Fabro había nacido en Pascua de 1506 (cf. nota 6). [562] Cf. Heb 10,26. [563] Reminiscencia del «Introito» de la misa de Navidad (cf. Is 9,6). [564] Cf. Flp 1,20. [565] Es un epíteto que después de san Bernardo se hizo tradicional. [566] Cf. Jn 19,26. [567] Cf. Lc 23,14. [568] Cf. Mt 27,46. [569] Cf. Lc 23,43. [570] Cf. Lc 23,46. [571] Cf. Jn 19,28. [572] Una de las preocupaciones de Fabro era, en el rezo de las oraciones vocales (misa, oficio…) atender a las palabras que decía y hacerlas propias (cf. nota 225 y 257). [573] En el jubileo judío, cada uno recobraba su propiedad y volvía a su familia (cf. Lv 25): era una vuelta de todas las cosas al estado anterior. [574] El tema de la explicación de las calamidades públicas por los pecados personales, era uno de los preferidos de la predicación de entonces: había solidaridad en los pecados, en los castigos de los mismos, y en la participación de lo que por todos y cada uno sufrió el Señor en la cruz. [575] El castigo de los pecados que Fabro más temía era caer en nuevos pecados. [576] Otra forma de deseo, que caracteriza la oración de Fabro: como si sonara que escucha lo que desea oír de la boca de otro (cf. nota 228). [577] En el n. 223 trata de la pobreza personal, no solo «en espíritu» (cf. Mt 5,3), sino actual, que no es para todos sin distinción, sino para aquellos a quienes Dios nuestro Señor se la pide con una voluntad explícita (EE 147). El religioso hace voto de aceptarla, si Dios nuestro Señor así lo quiere, y de tratar de experimentarla, viviendo pobremente, o sea según las condiciones de la gente modesta de la región. La voluntad de Dios, como aquí dice Fabro, se puede manifestar en las circunstancias de la vida (los acontecimientos pueden ser signos de Dios, (cf. nota 27), o en una experiencia interna. Incluso el voto de padecer, una vez en la vida, la necesidad extrema, requiere, como aquí lo dice Fabro, una voluntad expresa del Señor. [578] Cf. Rom 12,2. [579] Fabro pasa a hablar de la pobreza en comunidad, o pobreza de los otros que están bajo la propia responsabilidad. Y aquí afirma la relación estrecha entre la pobreza actual y la pobreza «en espíritu»: si se pierde «la costumbre de la pobreza actual (…) fácilmente (…) (se pierde) el afecto mismo al ejercicio de tales actos». Un año después (febrero y marzo de 1544) san Ignacio deliberará sobre la pobreza comunitaria de la Compañía de Jesús, y decidirá, como luego se pondrá en la fórmula del lnstituto de 1550, que no haya rentas en las casas profesas, ni siquiera para sus iglesias; y lo que lo moverá a esta decisión es el deseo de una mayor pobreza actual, como la que aquí experimenta Fabro. [580] Fabro pasa, de una consolación «devocional», propia de un contemplativo, a la consolación de un hombre activo: hacer en todas sus obras la voluntad de Dios. [581] Este número está, en la edición latina del Memorial, en castellano: podría ser argumento para pensar que el texto latino no es traducción, sino copia de un original perdido (cf. nota 444).

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[582] Una tristeza, que pudo terminar mal, termina bien (cf. nota 266): los propios defectos lo llevan a Dios (cf. nota 253), que puede disminuirlos o quitarlos, si así le pareciere bien; y si no, puede hacer, con su gracia, que no hagan daño al prójimo, sino bien (cf. 2 Cor 12,9). [583] Lo que vale de la misericordia infinita de Dios, vale de la piedad de sus santos, en especial de la Virgen María. [584] Reminiscencia del cántico de Simeón, que ya había meditado en el n. 237. [585] Cf. Mt 19,29. [586] Una de las preocupaciones de Fabro, sobre todo al final de su vida, será el empleo religioso del tiempo (cf. nota 593). [587] Son dos tipos de cruces, ambas que pueden ser buenas, pero una siempre mejor que la otra. La primera cruz nace de un ensimismamiento (cf. nota 40), y puede estar inspirada tanto por el propio espíritu como por el malo (en este segundo caso es mala, mientras que en el primer caso puede ser buena, si nos lleva a Dios, cf. notas 251 y 254). La segunda cruz, siempre es inspirada por el «espíritu principal» o buen espíritu, y es la mejor cruz. Notemos además que Fabro recurre, como principio de discernimiento, al principio ignaciano de los tres «pensamientos» (EE 32), para poder discernir cuál cruz es buena para él (cf. nota 289). Notemos finalmente el progreso espiritual que esta doble consideración de la cruz supone en Fabro (cf. Mon. Fabro. 181-182, carta a Laínez de agosto de 1542). [588] Cf. Sal 10,14. [589] El martirio de santa Apolonia comenzó con que el verdugo le rompió, con el puño o con una maza, los dientes; por eso era invocada por los que, como Fabro cuando chico, sufrían de los dientes. Fabro le agradece aquí el haber estado siempre después de aquella ocasión, libre de este mal. [590] Fabro es un espiritual que no se olvida de su cuerpo (cf. nota 271): recurre a los santos por su salud, y se la agradece. No creemos, sin embargo, que pensara en la salud del cuerpo por ella misma, sino como medio necesario para su apostolado en bien de sus prójimos: como decía san Ignacio, «con el cuerpo sano podréis hacer mucho, con él enfermo no sé qué podréis. El cuerpo bueno en gran manera ayuda para hacer mucho mal y mucho bien: mucho mal, a los que tienen la voluntad depravada y hábitos malos; mucho bien, a los que tienen la voluntad toda aplicada a Dios nuestro Señor, y acostumbrada en buenos hábitos» (cf. carta 6, Obras Completas, BAC, Madrid, 1977, 664). [591] Cf. Hch 17,28. [592] De esta manera se respeta la unidad de la esencia divina en la Trinidad de las personas (cf. nota 293). Fabro se inspira, al usar estas expresiones, en Rom 11,36: «de él y por él y para él son todas las cosas, ¡a él la gloria por los siglos! Amén» (cf. nn. 317-318). [593] Esta especialización de los santos, que los luteranos no admitían (cf. nota 384), se basa, para Fabro, en que cada uno quiere «que Dios se comunique a todos como se comunicó a él (…) Cada uno fue por distinto camino mientras vivió, ni estuvieron todos dotados de iguales gracias (…) ¿Por qué, pues, no ha de estar bien que cada santo quiera que Dios sea conocido y alabado de aquel modo que le fue a él concedido alabarle y conocerle…?». [594] Fabro saca, de la misma materia de la distracción –el arreglo del reloj–, la manera de volver a Dios: le pide que lo arregle a él para la oración. Y enseguida generaliza, acordándose de todas sus distracciones en sus oraciones (cf. nota 285). [595] Es la razón del adagio de los monjes, «age quod agis» (haz lo que haces): estar todo en lo que se hace y no dividido (cf. nota 225). Y enseguida completa lo dicho con la consideración que allí también estarán el buen ángel y el Espíritu, «es decir, Dios, que ayude a perfeccionar lo que hacemos». [596] Se celebraba normalmente el 30 de enero (cf. nota 274) [597] El oficio de entonces tenía, en el segundo nocturno de los maitines, la vida del santo que ese día se celebraba (cf. nota 100). [598] El lunes era un día dedicado a la memoria de los ángeles (cf. nota 268).

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[599] Se refiere a Dios, uno en tres personas, a cada una de las cuales atribuye –por atribución impropia– algo en especial: «el Padre, de quien todo ha sido creado; el Hijo, por medio de quien se hace todo; y el Espíritu Santo, en quien todo llega a su perfección. Todo lo cual debe entenderse atributivamente, porque el único principio de todas las cosas (…) es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, del cual principio único procedieron todas las cosas, y por él son administradas, y en él subsisten todas…» (cf. nota 357). [600] Joven de Espira, candidato a la Compañía de Jesús, ganado por Fabro y que lo acompañaba en sus viajes. [601] Parece ser otra aplicación de lo que había dicho antes, a propósito de los súbditos y los superiores: Fabro había dicho que un mal súbdito se merece un mal superior y viceversa (cf. n. 41); y ahora añade que las tentaciones de los súbditos pueden dañar a los superiores (como también podría ser a la inversa). En otras palabras más sencillas, el mal espíritu es contagioso. [602] Cf. Sab 1,7. [603] Cf. Heb 4,12. El texto es citado libremente (con cambio de orden de los versículos; o sea, de memoria), y en él se cambia «sentimientos» por «espíritus»: señal de la preocupación de Fabro por el discernimiento ignaciano de los espíritus (que también consiste en el discernimiento de los sentimientos). [604] Cf. Jn 14,26. [605] Referencia a las peregrinaciones, tan frecuentes en aquel tiempo (cf. nota 80). [606] Fabro vuelve a hablar de la tristeza mala, que causa el mal espíritu (cf. n. 53). Y nos previene contra ella, porque en ella suelen darse «errores mil y mil engaños y mil laberintos de una amargura que brota hacia afuera». Por algo los monjes la consideraban, a esa tristeza, uno de los pecados capitales más peligrosos (cf. nota 254). [607] Cf. 2 Cor 11,14 (EE 332). Aquí nos previene Fabro de no aceptar todas «las palabras» que se nos ofrecieren cuando estamos con buen espíritu, «porque hasta el mal espíritu puede vestirse con la apariencia de ángel de luz»; así como a continuación explicará que, cuando estamos con mal espíritu, no todas sus «palabras» han de ser rechazadas, pues «muchas serán verdaderas y pueden servir si luego son informadas del otro espíritu». Completa, pues, lo que en otro sitio nos había dicho de la necesidad de distinguir el «espíritu» y «la verdad» de lo que cada espíritu nos inspira (cf. nota 221). [608] Fabro completa, en todo este n. 254, lo que con anterioridad nos había expuesto sobre las señales del mal espíritu (cf. nota 235), añadiendo las señales del bueno. Pero a la vez nos previene contra el mal espíritu que puede hacernos ir «demasiado a la derecha». No podemos pretender resumir la riqueza de estas observaciones. Dejamos que el lector la aprecie por sí mismo; y para eso le recomendamos una lectura repetida y reposada de este texto (como, por lo demás, hay que hacerlo siempre con el Memorial). Cf. nota 568. [609] Este oficio se celebraba normalmente el día 1 de febrero, día que estaba dedicado a san Ignacio de Antioquía. Por eso, como el de santa Brígida a continuación, debe ser diferida su celebración (cf. nota 274). [610] Este n. 255 está dedicado a la meditación sobre la comunión sacramental o comunicación con el Señor, que le hace pensar en su comunicación con los prójimos «buenos y malos». [611] Fabro confunde a santa Brígida de Irlanda con la de Suecia: esta es la que tenía escritos y oraciones en los que manifestaba grandes deseos de la salvación de las almas. [612] Su oficio se celebraba el 4 de febrero (cf. nota 274). [613] Esta distinción entre «palabra» y «sentimiento» es similar a la expuesta más arriba entre «palabra» y «espíritu» o entre «verdad» y «espíritu» (cf. nota 372). Es una de las muestras de la discreción de Fabro que sabe distinguir (es el primer sentido que tiene la palabra «discernir»; cf. nota 69) distintos aspectos de la experiencia interior. [614] Una de las «cruces» de Fabro consiste en la consideración de sus propios defectos (cf. nota 352): ya había dado una solución, que era recordar a Dios «rico en misericordia» (cf. nota 347); y ahora da otra, que consiste en disuadimos de considerarlos, porque «el solo estarlas contemplando –las propias imperfecciones– me hace ser imperfecto en aquel modo» (o sea, mantiene en mí esas imperfecciones). [615] Esta tristeza mala (cf. nota 371) sería el brazo horizontal de la «cruz» de la que acabamos de hablar en la nota anterior. Es la tristeza causada por las dificultades que él encuentra en los prójimos de parte de ellos

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mismos y no de sí mismo: hay que prescindir de aquellas y solo ocuparse en estas. [616] Lo que Fabro parece querer decir es que estos eclesiásticos, al no tener sirvientes varones, tomaban mujeres que podían ser para ellos ocasión de pecado. [617] La «obediencia que según la Iglesia romana sea ordenada» es la vida religiosa, caracterizada por ese voto. [618] El problema de las vocaciones requiere, para su recta solución, la existencia de «padres espirituales» que sepan «examinar los espíritus» y –como decía san Ignacio– «ayudar a discernir los efectos del buen espíritu y del malo» (cf. «Directorio autógrafo», en Obras completas, BAC, Madrid, 1977, 298, n. 19). Pero no basta esto cuando se trata de las vocaciones, sino que además se requiere que sepan discernir qué vida religiosa pide Dios en concreto a cada, uno (ibídem, 298, n. 22). Para esto segundo, Fabro requiere, en el padre espiritual, «un espíritu (…) universalmente dilatado», que no se limite a conseguir vocaciones para una sola congregación religiosa (ni siquiera –si fuere religioso–, para la propia). [619] Es uno de los temas de la controversia con los luteranos (cf. nota 278), y de él se ocupa en este párrafo, recurriendo a la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. [620] Cf. 1 Jn 2,1. [621] Cf. Lc 23,28. [622] Se refiere, a lo que parece, a tentaciones contra la castidad, contra las que tuvo que luchar ya desde muy temprano (cf. nota 59). [623] Reminiscencia del Sal 43,2, que recitaba al comienzo de la misa. [624] Cf. Sal 51,16, que en la Vulgata ponía «sangres» en lugar de sangre: puede ser un símbolo de diversos y varios pecados. [625] El Viernes Santo no hay misa. [626] Cf. Rom 4,25. [627] Cf. 1 Pe 2,24. [628] Cf. Rom 6,9. [629] Sobre la edificación del prójimo, véase nota 132. [630] Sobre el esquema ternario en Fabro, cf. nota 131: y sobre el mismo esquema en el hombre, cf. nota 75. Aquí además intenta una descripción del espíritu como «el alma racional en cuanto se ocupa abstractamente en las cosas eternas y espirituales». [631] Todos estos números –del n. 268 al n. 276– han sido una meditación sobre el cuerpo de Cristo, muerto, sepultado, resucitado y glorioso; y abarcan desde el Viernes Santo hasta el Domingo de Pascua. [632] En los nn. 241 y 277-278, se nota un doble progreso espiritual con respecto a esa cruz «muy de antiguo conocida» (n. 241) o «mi acostumbrada cruz» (n. 275), que es descrita en forma parecida en ambos lugares. Esa cruz no es mala, pero hay «otra cruz mía que agradaría más a Dios» (n. 241). El progreso no está entonces en eliminarla, sino en trascenderla, y en que no cause tristezas malas. En el n. 241, la cruz «de antiguo conocida» aparece como el resultado de volverse sobre sí (cf. nota 40) y constatar sus deficiencias. La «otra» debe provenir de un salir de sí y es causada por «los grandes y continuos trabajos por amor y alabanza de Dios, para santificarme a mí mismo y para salvar a los prójimos» (n. 241). Es una «dilatación» de sí, un salir de sí para el servicio. Hay además una mayor connotación que en los nn. 277-278. En estos el progreso se manifiesta por una purificación más interior, en algún modo más pasiva, en un asumir sus limitaciones y todos los despojos. En suma, no solo ser «castigado y corregido» (n. 278), como Pilato quiso hacer con Jesús, y bajar de la cruz antes de haber muerto en ella con Jesús, sino morir en ella, muriendo así a una vida terrena. Esta profundización le lleva a continuación a la imagen de la raíz del árbol donde debe buscar el vigor, el poder, la estabilidad. El despojo para el servicio se encuentra en el principio y fundamento de los Ejercicios (EE 23). [633] Precisión antiprotestante (cf. nota 278): la concupiscencia no es pecado, aunque sea su raíz. [634] En los nn. 277-279 había hablado de su vida bajo la imagen de una cruz; en los números siguientes (nn. 280-281), habla de lo mismo bajo la imagen de un árbol, con raíces, tronco y ramas con sus frutos: el

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progreso se nota ahora en preferir la raíz, que está oculta en esta vida, pero que se manifestará en la otra, como verdadero «fruto» del árbol. [635] Oración final de las completas. [636] Los vecinos no vivían bien; y en toda la vecindad había casas de mala vida: por eso, como Fabro dice a continuación, él pedía protección contra «el espíritu de la fornicación que no hay duda que está en las rameras y los hombres deshonestos y demás personas dadas a torpezas, cuales he oído que hay en esta vecindad». [637] Acerca de Fabro y el espíritu de fornicación, véase nn. 9, 30, 35…, y nota 59. [638] Los incendios eran frecuentes en las casas de Alemania, porque estaban construidas con madera. Acerca de «los demás males que nunca sin justas causas suele Dios enviar o permitir», véase nota 339. [639] En los hospitales de entonces no solo se hospedaba a enfermos, sino de noche también a viajeros de paso por esa ciudad, sobre todo los más pobres, que no podían pagarse una posada. Los primeros jesuitas adoptaban a veces este modo de hospedaje, sea por necesidad y pobreza, sea por humildad. [640] Fabro desea que Dios escuche sus oraciones, no según el tenor de sus palabras y según su propio espíritu, sino «conforme (…) al sentido de su santo Espíritu»: nuestro Padre sabe lo que necesitamos mejor que nosotros mismos (cf. Mt 6,8); pero esto no nos dispensa de pedir «según el sentido del propio espíritu». [641] Cf. Rom 8,12. [642] Completa una consideración que había hecho con anterioridad (cf. nota 355), sobre el propio cuerpo: ahora considera la no necesidad del cuerpo para la felicidad o la desdicha del alma y del espíritu. [643] Fabro entra, en los nn. 289-292, en la controversia antiprotestante (cf. nota 278). [644] Cf. Sal 126,5. [645] Cf. Hch 1,11. [646] Cf. Lc 1,75. [647] Cf. Is 14,14. La gracia de la fe se pierde cuando no se cree en Dios que se manifiesta a través del hombre. De la misma manera Fabro había notado (cf. n. 220) que Eva había perdido la gracia de la fe al rehusar creer el precepto que le venía por medio de Adán, o que al católico le sucedía lo mismo al desconfiar de las revelaciones eclesiales de Dios (cf. n. 219). Es el rechazo de toda mediación en orden a la fe, que caracteriza la herejía protestante (cf. 275). [648] Todos estos números (nn. 289-293) son una larga meditación de Fabro sobre la humanidad de Cristo, con sus consecuencias para el mérito de nuestras obras humanas. [649] Esta consideración es similar a la que Fabro había hecho con anterioridad sobre las dos «cruces» suyas (cf. nota 397). [650] Cf. Col 3,9-10. [651] Cf. Mt 7,24-27. [652] Esta observación termina un desarrollo cuyo comienzo falta. Parece que Fabro ha examinado algunas ideas nuevas (cf. nota 398), y ha constatado que no se expresan en un lenguaje tradicional y eclesial. [653] Fabro demuestra su amor a la tradición, haciendo de ella un criterio para el discernimiento de la verdad: «todo sentimiento espiritual (…) que no pueda reducirse a los términos aprobados por la Iglesia católica, debe ser rechazado». [654] Puede ser que Fabro considere el sentido bíblico de la justicia, que es lo mismo que la salvación y que, por tanto, no difiere de la misericordia de Dios. [655] Cf. 2 Cor 12,7. [656] Puede ser que Fabro se refiera a la diferencia que los Ejercicios ponen entre el remordimiento del buen espíritu (EE 314) y el «morder y tristar…», propio del mal espíritu (EE 315). Aparentemente, en ambos casos se deploran los pecados; pero hay un mundo de diferencia entre uno y otro caso: en el primero, se

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trata de una tristeza que lleva a la vida, mientras que en el segundo de una que lleva a la muerte (cf. nota 266). [657] Puede ser que Fabro vea más profundo, y distinga entre el remordimiento que Dios produce en nosotros por medio de la conciencia (como dice EE 314: «el sendérese de la razón»), y el que produce inmediatamente, por ser él quien es. [658] Se trata del que luego será san Pedro Canisio, apóstol de Alemania: había conocido a Fabro por medio del P. Álvaro Alfonso (cf. nota 269), y había venido a Maguncia a hacer los Ejercicios Espirituales bajo su dirección. Por lo que a continuación dice Fabro, debía estar en ese momento en tiempo de elección. [659] En general, las reglas ignacianas «para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que en el ánima se causan…» (EE 313) están redactadas teniendo en cuenta sobre todo las «mociones» y no tanto los «pensamientos» (o ideas); o sea, tienen en cuenta más bien el criterio «afectivo» y no el «intelectual». Por eso aquí advierte Fabro que «por estas cosas –los afectos– (…) se puede juzgar más fácilmente del ánima y de sus huéspedes que por los meros pensamientos». Puede ser que esta distinción –o discreción (cf. nota 69)– entre pensamientos y afectos sea similar a una anterior, entre palabras y espíritus (cf. nota 372). [660] Aquí Fabro considera, como de mal espíritu, el no tener «ni pensamientos que excedan los límites de la verdad y bondad, ni afectos manifiestamente desordenados». San Ignacio, en Ejercicios, dice que uno que está así, de modo que «no le vienen algunas mociones espirituales en su ánima, así como consolaciones y desolaciones, ni es agitado de varios espíritus, mucho le debe interrogar –el que le da los Ejercicios– , sobre los Ejercicios, si los hace, a sus tiempos destinados y cómo…» (EE 6), que es equivalente a decir –como Fabro– que tiene mal espíritu. [661] Ya había hablado Fabro con anterioridad del «más…», característica de la espiritualidad ignaciana (cf. nota 297). Ahora nos presenta el «más…», propuesto por el que da los Ejercicios a quien los hace, como el ambiente mejor para hacer elección, porque «cuanto uno se pone delante cosas más altas (…) tanto con mayor facilidad le darás materia en la que se provoque la diferencia del espíritu bueno y del malo»; y, mediante el discernimiento de esa diferencia, podrá elegir «con asaz claridad» (EE 176) lo que Dios quiere de él. No es, pues, el «más…» el criterio para elegir (cf. nota 304) sino su ambiente, dentro del cual a veces se elegirá lo que es «menos…», no por serlo, sino porque es voluntad de Dios para el que elige, (el «más…» en concreto para cada uno, no siempre coincide con el «más…» en abstracto y en general). [662] Cf. EE 63: la tercera gracia es diversa a la que hace pedir san Ignacio en este momento de los Ejercicios. [663] Cf. EE 104: «conocimiento interno del Señor (…) para que más le ame y le siga». [664] El triple coloquio a la Madre, al Hijo y al Padre aparece propiamente en la meditación de las Dos Banderas (EE 147); y a partir de esta meditación, se ha de repetir en todas las horas siguientes, por lo menos hasta la tercera semana inclusive (cf. EE 199). Pero no es contra la intención de san Ignacio el adelantarlo (cf. EE 109). [665] Las dos primeras gracias, indicadas por Fabro –abnegación de sí mismo y desprecio del mundo– podrían corresponder a las propuestas por san Ignacio –pobreza y oprobios (EE 147)–; pero la tercera gracia es original de Fabro, aunque responde a todo el contexto de los Ejercicios. [666] Cf. Jn 12,26. [667] La primera gracia de Fabro coincide prácticamente con la primera que hace pedir san Ignacio (cf. EE 203); pero las otras dos no coinciden sino con el «espíritu» del texto ignaciano. Con ellas parece que Fabro quiere salir al paso de una falsa interpretación del texto de los Ejercicios, según la cual la imitación de Cristo en su pasión sería meramente «afectiva» y no «efectiva»; y para ello toma nuevamente las gracias indicadas en la meditación de las Dos Banderas (como por otra parte también lo hace implícitamente san Ignacio, según EE 199 al final). [668] Este tríptico de gracias propuesto por Fabro, no se encuentra en san Ignacio (a no ser la segunda, la de la alegría, en EE 221; y la primera, en la contemplación «para alcanzar amor», EE 230-237). Pero está dentro de la mentalidad de Fabro, que procede de ordinario según un «esquema ternario» (cf. nota 197), y dentro también del objetivo de la cuarta semana. [669] Ya antes había hablado de la estabilidad del corazón, cuando no siente ni «grande devoción de parte de pensamientos que me moviesen a grandes alteraciones y sentimientos vivos de devoción, pero tampoco (…)

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pensamientos del inmundo y mal espíritu» en lo accidental (nota 289). [670] En este n. 304 juzga de los espíritus, no solo comparando sus efectos –de tristeza o alegría–, sino también refiriéndolos a la estabilidad del corazón: es una discreción en materia «más sutil», como san Ignacio llama a la discreción de la segunda semana (cf. EE 9), en que el mal espíritu nos puede tentar «debajo de especie de bien» (cf. EE 10). [671] Cf. Col 3,5. [672] En estos números (nn. 305-307) Fabro distingue cuatro consideraciones –más que cuatro etapas– en el conocimiento de la creatura y de Dios; o sea, «conocer la creatura sin Dios, la creatura en el mismo Dios, a Dios en la misma creatura, y a Dios, abstracción hecha de la creatura»; y de estas cuatro consideraciones, la primera –«conocer la creatura sin Dios»– hay que evitarla; y la cuarta –conocer «a Dios abstracción hecha de la creatura»– es aquella a la que hay que tender, sin descuidar por eso las dos anteriores. [673] Ya había hablado con anterioridad (cf. nota 198) de los milagros de la otra santa cruz, la de Espira. [674] Completa, en este n. 309, unas consideraciones que había hecho sobre el cuerpo, primero positivamente (cf. nota 269), y luego negativamente (cf. nota 407). En los números siguientes (nn. 310-312), vuelve a considerar las ventajas que para el alma tiene el estar en un cuerpo y el estar dividida en el obrar: «en nosotros hay tan gran variedad que, aun cuando alguna parte parezca buena, muchas de las otras tienden al mal (…) Sin embargo, se me dio aquí también a conocer que se han hecho al hombre grandes beneficios en esto, que esté tan dividido en el obrar (…) Porque de aquí proviene que aunque una parte de él haya sido apresada por el mal e inficionada, sin embargo no por esto está todo el hombre inmediatamente perdido; y asimismo, aunque por algún tiempo esté todo él perdido, pero como es mudable y flexible, no se pierda para toda la eternidad». Y por eso termina dando gracias a «nuestro Señor Jesucristo encarnado y muerto, por quien fuimos hechos tan múltiples y variables mientras vivimos entre los males que nos sobrevienen». Como vemos, Fabro sabe encontrar beneficios de Dios aun en las limitaciones de nuestra naturaleza humana. [675] Cf. Ef 6,12. [676] Acerca de estos tres «espíritus» –vital, animal, racional– véase nota 56. La riqueza del vocabulario de Fabro está al servicio de la profundidad de su pensamiento. [677] Nos volvemos a encontrar con los tres «espíritus» –el vital, el animal y el racional– (véase nota anterior), que aquí describe sumariamente. [678] Cf. 1 Cor 15,28. [679] El comienzo de este párrafo está en castellano en nuestro texto-base latino. Podría ser señal de que es copia –y no traducción– de un texto original (cf. nota 346). [680] Cf. Hch 17,28. [681] En estos nn. 313-316, escritos durante la fiesta de Pentecostés y su octava, se pueden apreciar los sentimientos de devoción de Fabro hacia el Espíritu Santo y sus dones (uno de los cuales es el de la sabiduría, dentro del cual se suele colocar el discernimiento de los espíritus). [682] Muy posteriormente, bajo Pío X, se cumplió este deseo de Fabro. La devoción a la Trinidad, de la que se ocupa en los nn. 317-321, es relevante en el Memorial (cf. nota 364). [683] En el sentido que la frase tenía en la teología escolástica de entonces, de crear; y a continuación describe a todos los seres creados por Dios, enumerando las diversas categorías de la filosofía escolástica (existente o posible, corporal o espiritual, etc.). [684] En este martes después de la fiesta de la Trinidad, la oración de Fabro experimenta un gran progreso, descrito en los nn. 319-321: «hasta ahora –dice– nunca había ejercitado la parte más alta de mi alma, es decir, lo más subido de mi entendimiento para elevarme de este modo en alto; sino que por el contrario la había tenido siempre toda vuelta y dirigida hacia lo más bajo, es decir toda replegada y encorvada hacia la consideración de las flaquezas de mi carne y de mi espíritu». Por esto último, creemos que este progreso en la vida de oración está relacionado con el progreso experimentado con anterioridad en la consideración de sus «cruces» (cf. nota 397). [685] Es una defensa del culto externo, en el cual se puede emplear todo el hombre y todos los hombres (cf. nota 384).

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[686] Cf. EE 234. [687] Del culto litúrgico externo pasa como insensiblemente al que consiste en el apostolado en bien de los prójimos: todo servicio de Cristo es «culto». [688] Fabro pide ser librado de «todas las penas de los pecados que provienen de los malos hábitos propios…»: o sea, de los pecados, pena de los pecados cometidos con anterioridad (cf. nota 340). [689] Cf. Heb 11,1. [690] Tema de la controversia con los protestantes (cf. nota 398). [691] Fabro completa en este n. 328, lo dicho con anterioridad (cf. nota 371) acerca de los efectos del mal espíritu: ahora considera a este no solo en él mismo, sino también en los prójimos. [692] Resumiendo, diríamos que señala, como característica del mal espíritu, un mal uso de la imaginación (cf. nota 68), que hace que «ahora me parezca todo excesivamente próspero o que va a prosperar, y luego al contrario todo perdido o que se va a perder»: y esto segundo lo lleva, como dice poco más arriba, «a (…) que desesperase enteramente de hacer fruto (en Alemania) y echase a huir primero en mi ánimo, y después desease salir de esta región del Rin que me ha sido encomendada». Tres meses después, en septiembre, será llamado por la obediencia –y no por el mal espíritu– fuera de Alemania, rumbo a Portugal. [693] Acabamos de señalar, como característica del mal espíritu, un mal uso de la imaginación. Ahora vemos que este uso es malo porque se vale de un defecto o debilidad de Fabro: su pesimismo, con el que –dice– «he meditado en la fuerza de los pecados y en el proceso de errar y caer; y sobre esta ciencia ha añadido trabajo la experiencia –siempre pesimista– de flaquezas y defectos ajenos». Y no es extraño que la tentación se base en este pesimismo de Fabro, porque –como dice san Ignacio– «el enemigo de natura humana (…) por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos» (EE 327; cf. nota 40). [694] Aquí Fabro insinúa una relación entre el espíritu del mal, que es «espíritu de división» (cf. nota 299) y «los herejes de estos tiempos (que) son maestros de separación…». [695] Fabro tenía el carisma de la dirección espiritual, y lo ejercía tanto en las conversaciones privadas, como en la confesión sacramental y en los Ejercicios Espirituales (de estas tres actividades habla con frecuencia en sus cartas, sobre todo las escritas a san Ignacio, para darle cuenta de sus ministerios): había sin duda recibido este carisma por medio de san Ignacio, cuando este lo dirigió en París y lo curó de los escrúpulos (cf. nota 20), y llegó a tener tal maestría que san Ignacio, «hablando de los Ejercicios, decía que, de los que conocía en la Compañía, el primer lugar en darlos tuvo el P. Fabro…» (Memorial de Cámara, n. 226, FN, 1, 658). [696] Cf. Lc 21,19. [697] En este n. 335 pondera la importancia de la «paciencia», después de haber ponderado, en el número anterior (n. 334), la importancia de la «penitencia externa». ¿Qué relación ve Fabro entre ambas? Creemos que es que en una y otra el hombre se manifiesta «señor de sí» (cf. EE 216): en la penitencia, domina su cuerpo; y en la paciencia, domina su espíritu y soporta con valentía la carencia de consolación sensible. [698] Reminiscencia de la oración con que comenzaba el oficio en aquel entonces, en la que se pedía poder rezarlo «atente et devote». [699] Fabro, al decir ahora que «en el purgatorio parece que (…) (el) alma está en cierto modo atada, que no puede negociar nuestra salvación…», parece contradecir lo que con anterioridad había dicho, que «las ánimas del purgatorio, con sus gemidos y contradicciones, que por otra parte a ellas de nada aprovechan (…) pueden valer mucho, y más de lo que se puede decir para nosotros, que creemos…» (cf. nota 249). [700] Cf. Lc 2,14. [701] El 27 o el 28 de junio, pues el n. 336 ha sido escrito el 26 de junio, y el n. 342 el 29 del mismo mes. [702] Véase lo que el mismo Fabro ha dicho más arriba, acerca de las relaciones entre la acción y la oración (cf. nota 195). [703] Es el proceso de la meditación ignaciana (cf. EE 50 y passim): primero, la memoria que escucha las palabras; luego la inteligencia que reflexiona sobre ellas; después, el afecto que las siente interiormente, en el

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corazón. Terminado el proceso de la oración, viene el momento de poner por obra lo meditado. [704] Se trata, como a continuación se advierte al hablar de los sentidos (espirituales) del Creador, de este encarnado. [705] Es una aplicación de los sentidos (espirituales), que comienza por considerar el ejercicio de esos sentidos en Cristo, para pasar luego a los propios. Los pecados de que aquí trata –y sobre los que hace su aplicación de sentidos (cf. EE 121-126)– son los capitales, que san Ignacio llama también «mortales» (cf. EE 244). [706] Cf. 1 Cor 11,28. [707] La Visitación se celebraba el 2 de julio: por tanto, como el n. 348 ha sido escrito el 5 del mismo mes, los nn. 346-347 corresponden al 3 y 4. [708] Cf. Rom 12,2. [709] Llama hermanos a los «compañeros» de la Compañía de Jesús. [710] Las imágenes son como sacramentales, que hacen presentes a las personas que representan. [711] Debe ser durante una visita al Santísimo Sacramento, porque durante la misa el sacerdote en ningún momento se pone de rodillas. [712] Como decía san Ignacio, «en Jesús nuestro Salvador y Redentor, es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, un solo Dios nuestro Creador y Señor» (cf. MIgn. Epp. XII, 667). [713] Es la diferencia entre un sacramento y los sacramentales (cf. nota 475). [714] En una breve visión retrospectiva de su vida, Fabro distingue tres etapas de interiorización orientadas hacia la vida apostólica. [715] Cf. Éx 17,11. [716] Esta oración, que el sacerdote dirigía a los fieles presentes, les pedía que orasen «para que este sacrificio mío y vuestro sea aceptable ante Dios». [717] Ya hemos notado con anterioridad la preferencia de Fabro por la penitencia (cf. nota 462). [718] Sobre el corazón como centro de la unidad del hombre, cf. nota 74. [719] Cf. Col 3,3. [720] Cf. Col 1,18. [721] Cf. 1 Pe 5,4. [722] Jn 1,16. [723] Cf. Rom 13,4. [724] Cf. Ap 19,16. [725] Cf. 1 Cor 15,27. [726] Cf. Mt 28,18. [727] Cf. Ap 19,15. [728] Cf. Gál 6,17. [729] Cf. Jn 19,28. 30. [730] Cf. Jn 19,34. [731] Este n. 363, redactado en un estilo «periodístico», sin ninguna consideración espiritual –como es obvia en un Memorial de gracias (cf. Introducción)–, parece haber sido añadido por otra mano, para explicar las siguientes observaciones espirituales (enfermedades, etc.). [732] Cf. Sal 91,15. [733] Cf. Sal 4,9. [734] Casi lo mismo se puede decir de estos nn. 366-368 que lo que se dijo del n. 363 (cf. nota 496).

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[735] La preocupación de Fabro al dejar, por obediencia, Alemania, era la naciente Compañía de Jesús que quedaba en este país tan agitado por las herejías. [736] El 24 de agosto de 1544 (cf. Mon. Fabro, 467). [737] En adelante, cambia, a momentos, el estilo del Memorial: contiene en lugar de notas íntimas, como hasta este momento, notas sobre los apostolados (predicaciones, confesiones, etc.). [738] Cf. Col 2,3. [739] Cf. Mt 3,17. [740] Cf. Jn 2,3. [741] Cf. EE 5,2. [742] Cf. Sal 16,10. [743] Cf. Mt 2,12. [744] Cf. 1 Sam 8,20. [745] Cf. Is 60,6: texto que forma parte de la primera lectura del día. [746] Cf. 1 Tim 2,4. [747] Cf. Lc 12,42. [748] Cf. Lc 2,46. [749] Cf. Lc 2,51. [750] Cf. Lc 2,46. [751] Cf. Rom 12,3. [752] Es la interpretación clásica de la palabra «Jerusalén». [753] Cf. Jn 1,29. [754] Cf. ibídem. [755] Cf. Lc 5,8. [756] Cf. Lc 1,43. [757] Cf. Lc 1,38. [758] Cf. Mt 20,28. En esos días Fabro escribía –o había acabado de escribir– una instrucción sobre el tema de la obediencia, dirigida a los de Coimbra (cf. Mon. Fabro, 284-287). [759] Cf. Mt 25,6: [760] Cf. 1 Pe 1,19. [761] Cf. Jn 1,29. [762] Cf. Ap 3,20. [763] Cf. Mt 25,6. [764] Cf. Jn 1,29. La última parte del texto ya se decía entonces, al menos en algunos países; pero lo que Fabro sobre todo desea es que se diga la primera parte. [765] Cf. Mt 24,7. [766] Cf. Lc 21,25. [767] Cf. Mt 24,29. [768] Cf. Lc 21,26. [769] Cf. Lc 21,11. [770] Cf. Mt 24,30.

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[771] Cf. Lc 21,26. [772] Cf. Lc 21,34. [773] Cf. Lc 21,36. [774] Cf. Ibídem. [775] Cf. Mt 26,41. [776] Este día es el 15 de enero, porque el n. 387 lo escribió el 14 del mismo mes, y el n. 389 el 16. [777] Esta primera frase del texto está en castellano (cf. nota 444). [778] Cf. 2 Cor 12,14. [779] Cf. Col 2,3. [780] Cf. Mt 25,21. [781] Cf. nota 45, donde Fabro también da, como razón de la paciencia de Dios, el dar tiempo para que roguemos por estos «que están en evidentísimo peligro de condenarse». Ahora añade otra razón, que está en la misma línea del amor al prójimo: «para ver si hay alguno, entre nosotros los cristianos, que quiera ir en su socorro antes que muera». [782] Cf. 1 Tim 1,15. [783] Fabro, que en ese momento está tan cerca del mundo musulmán, manifiesta de un modo particular su preocupación por la conversión de Solimán (cf. nota 54). [784] Cf. Jn 12,14. [785] Era el rector del colegio de Coimbra, visitado en ese momento por Fabro. [786] Vuelve a hacerse presente (nn. 395-396) la oración de deseos, tan frecuente en la primera parte del Memorial (cf. nota 115). [787] Cf. Sal 79,8. [788] Con anterioridad (cf. nota 334) Fabro había hablado del castigo del pecado que consiste en pecar nuevamente. [789] Los primeros jesuitas llamaban «nuestros» a todos los miembros de la orden. [790] Alusión al viejo Simeón, del evangelio de ese día (cf. Lc 2,26). [791] La muerte es el leitmotiv de la última parte del Memorial. [792] El P. Simón Rodríguez, uno de los «compañeros» de S. Ignacio que, con este, había fundado la Compañía de Jesús, y que entonces se encargaba del gobierno de los nuestros (cf. nota 554) en Portugal. [793] Era un oficio más breve, redactado por el cardenal Quiñones, y que la Compañía de Jesús había pedido poder usar en lugar del tradicional, más largo y engorroso para quien, como el jesuita, estaba en medio de las tares apostólicas que le ocupaban casi todo el tiempo. Este breviario duró hasta el Concilio de Trento. [794] Juan III de Portugal. [795] Cf. Jn 20,11. [796] Todo este n. 404 está redactado en castellano (cf. nota 444), salvo la penúltima frase, que está en latín (y que parece, por tanto, ser una cita). El uso del castellano en este punto del Memorial puede deberse a ser el idioma que Fabro acababa de usar con los reyes. [797] El introito de la misa de ese domingo, primera de Cuaresma, comenzaba con esa palabra. [798] Antonio de Araoz, pariente de Ignacio, había sido el primer jesuita en hacer su profesión después de los diez «primeros compañeros». Estando en Nápoles en sus ministerios ordinarios, había sido llamado a Roma y enviado hacia Portugal, para encontrarse aquí con Fabro y acompañarlo a España, donde ambos, desde la corte del rey de España, debían ayudar al establecimiento de la Compañía en ese reino. Había llegado a Lisboa antes que Fabro, comenzando sus ministerios –sobre todo de predicador– en la corte del rey de Portugal y en las ciudades de los alrededores; y había sido tan apreciado por el rey de Portugal, Juan III –

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como luego Fabro, cuando llegó– que tuvo dificultad en conseguir la licencia para seguir hacia España. Finalmente ambos, como aquí dice el Memorial, consiguieron la licencia del rey de Portugal y pudieron seguir su viaje hacia España, donde ambos trabajaron eficazmente para el establecimiento de la Compañía de Jesús en este reino. [799] El 12 de marzo. [800] El plan primitivo de san Ignacio era que Fabro acompañara a la infanta, hija de Juan III que debía ir a España para casarse –como así lo hizo– con el príncipe Felipe II. Pero tardó tanto en poder hacer el viaje Fabro de Alemania a Portugal, que cuando llegó a Lisboa ya se había ido la infanta hacia España. En cuanto a Araoz, el plan primitivo parece que fue que se quedara en Portugal para suplir a Simón Rodríguez, a quien san Ignacio quería hacer venir a Roma; pero luego, dificultado el viaje de Rodríguez, Araoz parece que decidió acompañar a Fabro hacia España. [801] Cf. Sal 6,7: pertenecía al rezo de las completas, antes de la reforma del oficio romano por parte de Pío X. [802] Es una glosa de la oración final de las completas (cf. nota 400). [803] Véase más arriba, n. 254, consideraciones similares sobre la «discreción, para mantenernos en medio entre la derecha y la izquierda, de modo que ni en nuestra esperanza se mezcle un exceso vano, ni en nuestro miedo una aflictiva cortedad». Como casi un mes después, el 15 de abril de este mismo año, 1545, escribirá Fabro a san Ignacio, «las mayores tentaciones que al presente siento son en el imaginar desfavores posibles en el espíritu de la falsedad (…) Otras veces es tanta la abundancia del espíritu de esperanza contraria, que es tacha y otra tentación. Así ando entre la esperanza y el miedo, por no estar firme en lo que no se muda jamás» (cf. Mon. Fabro, 324). Respecto de «la verdadera estabilidad, que de ambos modos se impide, es decir, por la tristeza vana y por la alegría vana, y algunas veces más por la alegría…», véase el n. 304 (cf. nota 435). [804] Cf. Ef 6,12. [805] Ya hemos puesto este número 411 en los dos primeros párrafos del n. 41a (cf. nota 66), que termina así: «a todos a que también se abajen». [806] El príncipe Felipe, entonces regente del reino y que luego sería Felipe II, rey de España. [807] Cf. Ap 3,20. [808] Cf. Jn 1,10-11. [809] La continuación de este n. 413, la hemos puesto en el n. 41a, séptimo párrafo, que comienza así: «Cualquiera que en verdadera obediencia…». [810] Comentario de la primera parte del Ave María. [811] Cf. Rom 3,25. [812] Cf. Jn 1,14. [813] Estos números los hemos transcrito más arriba, en el n. 41a, a partir del tercer párrafo («Uno me significó…») hasta el final de este número («perfecciona nuestras naturalezas»). [814] Eran hijos de gente que estaba al servicio de la casa. [815] En la primera fórmula del Instituto, de 1540, y que estaba en ese momento vigente, se decía así: «tengan por especialmente encomendada la instrucción de los niños y de la gente ruda en la doctrina cristiana (…) Muy necesario es que el prepósito (general) y sus consejeros cuiden con especial vigilancia de este ministerio, pues (…) hay peligro de que los nuestros; cuanto fueren quizás más doctos, más rehúsen este trabajo como menos brillante a primera vista, siendo así que no hay ninguno tan útil, ya para la edificación del prójimo, ya para que los nuestros ejerciten juntamente las virtudes de la caridad y humildad» (fórmula del Instituto, n. 5). En la fórmula del año 1550, se quitó todo este párrafo porque se consideró mejor no entrar en tanto detalle en un documento pontificio. [816] Se refiere a las piedras que se alzaban en el Antiguo Testamento, para señalar el lugar de una manifestación divina (cf. Gn 26,25…). [817] Cf. Mt 18,3.

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[818] Cf. Mt 25,40. [819] La primera generación de los jesuitas, de la que formaba parte Fabro. [820] Cf. Sal 86,15. [821] Cf. Miq 6,3: texto de los improperios del Viernes Santo, que hoy se dicen durante la adoración de la cruz, en la misa de los presantificados. [822] Cf. 1 Cor 15,31. [823] Cf. Mt 24,12. [824] Cf. 1 Cor 13,4. [825] Cf. Gál 2,14; Eclo 51,20. [826] Cf. Mt 25,50. [827] Cf. Ap 3,20. [828] Cf. Col 3,14. [829] La apertura de este concilio había sido fijada primero para el 15 de marzo, luego se la retrasó para el 3 de mayo, y finalmente tuvo lugar el 13 de diciembre del mismo año, 1545. [830] Cf. Sal 91,10. [831] Cf. 1 Cor 3,6-8. [832] Cf. Rom 1,14. [833] Cf. 1 Cor 3,9. [834] Cf. Lc 10,5. [835] Cf. 1 Cor 13,11. [836] Cf. Flp 3,20. [837] Cf. Sal 73,10 según la Vulgata. En este lugar se trata de los impíos; pero Fabro se aplica a sí mismo estas palabras, sacándolas de contexto. [838] Cf. n. 434. La preocupación por aprovechar bien su tiempo se presenta con frecuencia en esta última parte del Memorial. El 2 de marzo de este año había escrito Fabro a san Ignacio: «Una vez más lo digo: rogad al Señor, para que su divina majestad me dé gracia de no perder tiempo, sino que yo pueda y sepa y quiera ordenar todos los momentos de mi vida conforme a su santa voluntad» (cf. Mon. Fabro, 313). [839] La escoba, como símbolo de la penitencia, era tradicional en la Biblia y en la liturgia: los santos padres la usaban con este sentido, comentando el texto de Lc 15,8.

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Índice Portada Créditos INTRODUCCIÓN: PEDRO FABRO (Villaret [Saboya] 1506 – Roma 1546) 1. Canonización y santidad de Pedro Fabro 1.1. La canonización equivalente 1.2. La fama de santidad 1.3. Otra propuesta de santidad 2. Pedro Fabro en la Compañía de Jesús de nuestros días 2.1. El P. Pedro Arrupe (1965-1983) 2.2. El P. Peter Hans Kolvenbach (1983-2008) 2.3. El P. Adolfo Nicolás (2008-) 3. El papa Francisco y Pedro Fabro 3.1. Referencias a Pedro Fabro 3.2. Entonces, ¿por qué le gusta tanto san Pedro Fabro al papa Francisco? 4. La vida de Pedro Fabro 4.1. «La gracia del bautismo y ser educado…» (Saboya, 1506) 4.2. «Salí de mi patria y me fui a París» (1525) Pietas et eruditio El encuentro con Ignacio Los Ejercicios Espirituales Los primeros compañeros Pedro Fabro, «hermano mayor» 4.3. Hacia Venecia (noviembre de 1536) Parecía que no ponían los pies sobre la tierra Todo les parecía poco 4.4. «Con gran consolación…» servir a los pobres: en Venecia (enero de 1537) 4.5. «De puerta en puerta…» hacia Roma (marzo de 1537) Que Su Santidad nos dé su bendición 4.6. «Somos de la Compañía de Jesús» (Venecia – Vicenza, 1537) 4.7. «Y pasamos por muchas pruebas» (Roma, 1537) 4.8. «Otra gracia que no olvidaré nunca» (Parma – Worms – Ratisbona, 269

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1539-1541)

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4.9. «Raíz y fundamento» (España, 1541-1542) 4.10. «No me falta mies» (Espira – Maguncia, 1542-1543) 4.11. «Llorando y muriendo por esta gente de acá» (Colonia – Amberes, 1543-1544) 4.12. «Amor fraternal y obediente humildad» (Portugal y España, 15441546) 4.13. «Tantas peregrinaciones y destierros míos» (Roma – ¿Trento?, 1546) 4.14. El concilio definitivo (Roma, 1 de agosto de 1546) 5. LA OBRA DE PEDRO FABRO 5.1. Las cartas 5.2. El Memorial El sentir en la palabra: el texto El Espíritu en el sentir: el contenido El manantial de la experiencia Al Padre por la Palabra del Hijo Tradición, imágenes, símbolos Oración en coloquio y diálogo La presencia ignaciana en la espiritualidad de Fabro 6. CARTA DE FRANCISCO DE SALES SOBRE PEDRO FABRO (10 DE ENERO DE 1612 7. AGRADECIMIENTOS 8. BIBLIOGRAFÍA Ediciones del Memorial Estudios sobre Pedro Fabro Otra bibliografía

PRESENTACIÓN 1. 2. 3. 4. 5.

30 32 33 35 37 39 41 41 42 42 42 43 43 44 44 45 48 49 50 50 50 51

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El hombre exterior El hombre interior El texto La traducción Las notas del texto

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MEMORIAL de algunos buenos deseos y buenos pensamientos del Padre Maestro Pedro Fabro Introducción

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15 de junio de 1542 Resumen de la vida pasada (1506-1542) 1506 1516 1518 1517-1525 1525 1529 15 de agosto de 1534 1536 1537 1538 1539 1540 1541 9 de julio de 1541 Verano de 1541 19 de noviembre de 1541 21 de noviembre de 1541 Otoño de 1541 Enero de 1542 Anotaciones del año 1542 Espira 15 de junio 24 de junio 26 de junio 2 de julio 9 de julio 15 de julio 17 de julio 21 de julio 25 de julio 29 de julio 2 de agosto 3 de agosto 271

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5 de agosto 6 de agosto 7 de agosto 9 de agosto 11 de agosto 12 de agosto 13 de agosto 14 de agosto 15 de agosto 19 de agosto[377] 20 de agosto 22 de agosto 24 de agosto 25 de agosto 29 de agosto 1 de septiembre 27 de septiembre 29 de septiembre 30 de septiembre 3 de octubre 4 de octubre Octubre Octubre[441] 8 de octubre 9 de octubre 10 de octubre 11 de octubre 12 de octubre 13 de octubre Maguncia 22 de octubre 25 de octubre 26 de octubre 27 de octubre 28 de octubre

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29 de octubre 1 de noviembre 2 de noviembre 3 de noviembre 5 de noviembre 13 de noviembre 25 de noviembre 28 de noviembre 29 de noviembre 1 de diciembre 30 de noviembre – 5 de diciembre 5 de diciembre 8 de diciembre 25 de diciembre 27 de diciembre Anotaciones del año 1543 Aschaffenburg 1 de enero 2-3 de enero 6 de enero 7 de enero 9 de enero Maguncia 15 de enero 20 de enero 21 de enero 23 de enero 2 de febrero 4 o 5 de febrero 6 de febrero 9 de febrero 10 de febrero 11 de febrero 12 de febrero 14 de febrero 22 de febrero 273

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1 de marzo 12 de marzo 23 de marzo 24 de marzo 25 de marzo 26 de marzo 1 de abril 23 de abril 25 de abril 26 de abril 28 de abril 29 de abril 2 de mayo 3 de mayo 4 de mayo 8 de mayo 13 de mayo 20 de mayo 22 de mayo 24 de mayo 31 de mayo 10 de junio 21 de junio 24 de junio 26 de junio 29 de junio 30 de junio 3 de julio 4 de julio 5 de julio 6 de julio 9 de julio 13 de julio COLONIA – LOVAINA Octubre de 1543 – enero de 1544

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Anotaciones de los años 1544 a 1546

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Lovaina 1 de enero Colonia Enero de 1544 COIMBRA 6 de enero de 1545 10 de enero 11 de enero 13 de enero 14 de enero 15 de enero 16 de enero 20 de enero 21 de enero ÉVORA 2 de febrero 3 de febrero 20 de febrero 21 de febrero 24 de febrero 25 de febrero Valladolid 18-19 de marzo 20 de marzo 21 de marzo 23 o 24 de marzo 25 de marzo 2 de abril 3 de abril 5 de abril 16 de abril 30 de abril MADRID 8 de mayo

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14 de mayo VALLADOLID 23 de mayo 8-12 de julio 14 de septiembre 20 de enero

220 220 220 220 221 221

APÉNDICE EL BEATO FABRO EN GALAPAGAR 81541) Notas

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