Melissa Hill - Hay Algo Que Deberias Saber
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Melissa Hill SOÑANDO DESPIERTAS
HAY ALGO QUE DEBERÍAS SABER MELISSA HILL
CAPÍTULO 1 La báscula reposaba de forma amenazadora en el suelo del cuarto de baño, desafiando a Jenny a disipar sus temores. Subió y notó cómo se le secaba la garganta mientras observaba el vaivén de la pequeña aguja hasta detenerse en un punto fijo. Setenta y dos kilos y medio. ¡Setenta y dos kilos y medio! ¿De dónde diablos había salido el medio? No se había saltado el Slendertone ni el Air-Glider en toda la semana. Bueno, quizá no toda la semana, admitió, pero sí la mayor parte; en todo caso, recordaba con toda claridad haberse perdido un capítulo de su serie favorita el lunes por la noche por haber alargado más de la cuenta su «tabla de ejercicios». Y, a pesar de sus esfuerzos, no había perdido ni un solo gramo, de hecho, incluso había ganado medio kilo. ¿Cómo podía ser, si su horóscopo para ese mes predecía sin lugar a dudas que iba a adelgazar para la boda? «Los sacrificios que hagas entre ahora y agosto, te llevarán a vencer de una vez por todas la larga lucha que has mantenido contigo misma.» ¿No era obvio para todo el mundo que «sacrificios» significaba dejar el chocolate y las patatas al ajo, y que la «larga lucha» era su eterna batalla contra la báscula? Entonces, ¿de dónde había salido el medio kilo? De repente, se le ocurrió algo que hizo que lo comprendiera todo. Retención de líquidos; probablemente se trataba de retención de líquidos. Su amiga Karen, que era delgada como un palillo, a veces se quejaba de que la ropa le quedaba ajustada debido a eso. Esa idea reconfortó a Jenny. No había ganado peso en absoluto. Tenía que ser retención de líquidos. Oyó silbar a Mike abajo, en la cocina. No era capaz de entender cómo su prometido podía tener tanta energía por las mañanas. Nunca lo había visto remolonear entre las sábanas para regresar a la gloria del sueño; para no abrir las compuertas al mundo exterior. Ese día, a Jenny le habría encantado quedarse en la cama un poquito más, y, de hecho, si Mike no hubiera insistido en que se levantara, seguramente habría dormido hasta la hora de comer, lo que habría significado perder la mitad del día. Qué lástima que el examen fuera a ser tan pronto, pensó suspirando, mientras se aclaraba el champú bajo la ducha. Tenía que avanzar mucho trabajo y, cuanto antes se pusiera manos a la obra, mejor. No había
posibilidades de ser ascendida a agente hipotecaria del Banco Alliance Trust si no pasaba esa prueba. Y, puesto que la fecha de la misma estaba tan cercana, no le quedaba más remedio que recuperar el tiempo perdido y rezar para que lo que consiguiera memorizar fuera suficiente. Además, Mike le había hecho el favor de cambiar sus planes para que ella pudiera dedicar el día a estudiar. Se envolvió el pelo con una toalla antes de reunirse con él en la cocina. Su novio le sirvió una taza de té caliente y un plato con una tostada cubierta de mantequilla, y la besó delicadamente en la frente. —¿Ya te has despertado, Ricitos de Oro? —bromeó. Jenny frunció el cejo. —Querida —prosiguió Mike—, ahora entiendo por qué decidí casarme contigo; tienes la frente más bonita del mundo. Me acaba de iluminar el día. Jenny mordió la tostada, hizo una mueca de asco y la devolvió al plato. —¡Puaaj! ¿Qué es esto? —¿Qué es qué? —preguntó él mirándola perplejo. —La tostada. ¿Qué has puesto en la tostada? —Ah, mantequilla —le contestó con aire despreocupado—. ¿Por qué? —¡Mantequilla!... —repitió ella arrastrando la palabra con asombro —. Mike, sabes que estos días estoy comiendo productos bajos en calorías. No puedes ponerme en la tostada mantequilla de verdad, ni nada que se le parezca, cuando estoy a dieta. ¡Lo sabes muy bien! —Bajos en calorías, ¿eh? —replicó divertido—. Como las patatas Lays, supongo. Jenny se quedó momentáneamente sin respuesta. —Eso es diferente. Lo que como los fines de semana no cuenta, al menos por el momento. —Ah —dijo Mike tratando de contener la risa—. Da lo mismo, Jen, no tienes por qué torturarte con las dietas. Sabes que me gustas tal como eres. Se irguió por encima de la barra a la que estaban sentados y le dio un beso en la cabeza. Ella le devolvió una mirada incrédula. —Mike, he llevado ropa de la talla cuarenta y cuatro la mayor parte de mi vida adulta y hasta ahora no me había molestado, pero esta vez estoy
convencida, realmente convencida, de que voy a caber en ese vestido talla cuarenta que me espera en el armario. —¿Así que realmente convencida? —Absolutamente. —De acuerdo. Entonces, ¿dónde tienes escondidos los productos bajos en calorías? —¿Qué? —Te estás comiendo la tostada con mantequilla que te he preparado. —Lo sé. Pero eso es porque... porque tengo un poco de prisa. ¿Ya no te acuerdas de todo lo que tengo que hacer hoy? No me da tiempo a prepararme otra tostada y... ¡Deja de reírte de mí! Pero incluso ella, muy a su pesar, no se pudo aguantar la risa, aunque justo entonces recordó lo que se le venía encima. —Oh, no sabes con qué gusto les daría una patada a todos estos libros. Mira qué día tan bonito para pasarlo fuera. Desvió la mirada hacia la ventana para contemplar con melancolía el despejado cielo de febrero. —Cuando empieces, te sentirás mejor, ya lo sabes. —Mike retiró su plato y se sirvió más té—. Y en dos semanas habrá terminado todo; entonces podrás olvidarte del asunto. —Sí, sólo que ése es precisamente el problema —se quejó—. ¡Que sólo me quedan dos semanas! Oh, ¿por qué no le habré dedicado más horas antes? Me siento como una completa idiota por haber perdido tanto tiempo. Cogió uno de los volúmenes que reposaban encima de la mesa y se quedó mirándolo, deseando que de alguna forma misteriosa, la información que contenía se trasladara a su memoria por sí sola. La distrajo momentáneamente un ejemplar de la revista Hola que encontró bajo el montón de libros. En la portada, había una foto de Liz Hurley llegando al estreno de alguna película con uno de sus característicos vestidos ajustados, de pronunciado escote y con un corte lateral que le llegaba hasta el muslo. Jenny miró el vientre de la actriz. No podía comprender que el vientre de nadie pudiera ser tan plano. Era casi imposible; ¿qué había de la retención de líquidos y todo eso? Para verse así, aquella mujer tenía que llevar como mínimo una de esas fajas que lo
sujetan todo. —Jen, te sentirás mejor cuando te pongas a ello —repitió Mike intentando animarla—. Probablemente, gran parte del material del examen ya te sea familiar. ¿No has estado trabajando unos meses con Conor? Se te deben de haber quedado las cosas más importantes. —Tienes razón, pero no me esforcé demasiado por aprender lo más pesado como lo de la propiedad legal, el registro catastral y cosas por el estilo. Si no me sé todo eso, es obvio que no podré obtener el título de agente hipotecaria. Podría dedicarme a aprobar hipotecas a diestra y siniestra sin llevar a cabo el debido análisis de cada caso. ¿Te imaginas? — dijo, justo antes de morderse el labio. Mike sonrió como queriendo tranquilizarla, y le tomó una mano entre las suyas. —No te preocupes por esto, Hamilton. Eres perfectamente capaz de hacerlo. No hay nadie mejor que tú para el puesto y, además, los del banco te apoyan, así que todo está de tu parte. Aprovecha hoy la paz y tranquilidad para estudiar y mañana por la noche salimos a tomar algo para relajarnos. ¿Qué te parece? Jenny asintió. El tenía razón. No había motivos para temer la prueba. No se despegaría de los libros. Era el hecho de pensar en todo lo que tenía que estudiar lo que la desanimaba. Pero debía aprovechar el día. —Estaba pensando —prosiguió Mike—, que, si no te importa, invitaré al chico nuevo y a su pareja, si es que tiene pareja, a reunirse con nosotros mañana por la noche. Aún no he tenido oportunidad de conocerlo fuera del trabajo. ¿Te parece bien? Jenny se sirvió otra tostada. —Ningún problema —contestó—. Ya empiezo a estar impaciente por conocer a ese prodigio. ¿Qué tal es? Su novio sacudió la cabeza en señal de admiración. —Es una pasada, Jenny, y creo que va a ser muy bueno para InTech. Después de tanto tiempo trabajando en Estados Unidos, tiene mucha experiencia en marketing, y ya sabes lo negado que soy yo para eso. Ella dejó escapar una risita. Mike era un excelente prográmador, pero a pesar de haber diseñado programas para algunas de las firmas más prestigiosas de Irlanda, no era vendedor. Nuevas compañías se estaban estableciendo en el país, y especialmente en Dublín, debido a la creciente demanda en informática, y la compañía de su prometido necesitaba a la
persona adecuada para promocionar sus productos, porque el mercado se estaba saturando con gran rapidez. Hacía tiempo que Mike y sus compañeros intentaban encontrar a alguien que conociera el sector de arriba abajo, y ese chico nuevo parecía pertenecer a una especie en extinción: muy buen programador y a la vez capaz de llevar adelante el marketing y las ventas. —No tiene un peló de tonto —añadió Mike—. Nos llevó tiempo negociar un contrato decente, pero valió la pena. Él no acepta un sueldo bajo y comisiones, como el resto de nosotros. Stephen lo tomó por un gallito. Jenny puso los ojos en blanco. —Stephen es así. Apuesto a que estaba molesto porque no estabais contratando a una pelirroja encantadora con un escote y una figura irresistibles. Mike se rió de la acertada evaluación que ella había hecho del carácter de su socio. —Pero ahora en serio, ese chico es un hueso duro de roer. Ya ha tenido algún pequeño encontronazo con Frank. El pobre diablo, todo el rato lo llama Roñan, no consigue acordarse de su nombre, y el otro no lo soporta. «No hay más que una ene en mi nombre. Es Roan, no Ro-n-an» — lo imitaba Mike haciendo aspavientos. Jenny se quedó parada con la tostada a medio camino de la boca, y el corazón empezó a palpitarle con fuerza. —¿Cómo dices que se llama? —Roan. No es un nombre muy corriente, ¿verdad? Antes de ahora, yo nunca había conocido a ninguno. Creo que dijo que es de los alrededores de Kildare, de Monasterevin. Jenny tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para intentar parecer calmada. Se quedó sin habla; por un momento, le pareció que no podía respirar. ¡Dios mío! Era casi imposible, pero... ¿y si era él? —Yo conocí a un chico llamado Roan hace unos años, cuando vivía con Karen —murmuró, rogando por no parecer demasiado alterada, aunque incluso le temblaban las manos—. Roan Williams. Me pregunto si podría tratarse del mismo tipo. Al parecer, Mike no había adverado su nerviosismo. —Sí, Williams, ése es su apellido. ¿No te parece gracioso? Es bien verdad que el mundo es un pañuelo, especialmente en este país. ¿Lo
conocías bien? Ella sonrió de forma hipócrita mientras intentaba tragarse el bocado que tenía en la boca. Notó el regusto del engaño: —No muy bien —contestó de forma casi automática, porque tenía la mente en otro lugar. No daba crédito. Roan Williams había vuelto a Irlanda. ¿Cómo podría mirarlo a los ojos? ¿Debería contárselo a Mike? No, todavía no. Necesitaba algo más de tiempo para reflexionar sobre el asunto y decidir qué paso dar a continuación. La voz de su prometido interrumpió sus pensamientos: —Jen, ¿me has oído? Digo que quizá deberíamos ir a la ciudad mañana por la noche. ¿Qué dices? Ella no podía dejar de mirarlo medio pasmada. Mike se levantó y despeinó sus rizos, que seguían húmedos. —Cariño, pareces ausente. Creía que ya te habías despertado. Jenny se limitó a mirarlo. —De acuerdo, de acuerdo —dijo él alzando las manos—. Es obvio que hoy no estás en muy buena forma, así que creo que te dejaré sola. Ahora, me voy a pelear con el tráfico dublinés y, cuando vuelva por la tarde, me fingiré un cliente y podrás contarme todo lo que debo hacer para asegurar la casa de mis sueños, ¿te parece bien? —preguntó mientras vaciaba su taza y la dejaba en el fregadero. Luego le dio un leve beso en la nariz. En ese momento, ella se sintió fatal y, tirando de él hacia sí, lo besó profundamente en la boca. —Perdona, cariño, tengo un humor de perros. No sé cómo puedes aguantarme. Mike adoptó un tono más serio: —Jennifer, tampoco yo sé cómo te aguanto, pero a partir de agosto estaré unido a ti para siempre, así que supongo que tendré que llevarlo lo mejor que pueda. —¡Lárgate mientras puedas, mocoso! —exclamó ella y él se escabulló riendo por la puerta. —Ah, por cierto —dijo, asomando la cabeza—. Hoy volveré un poco más tarde; lo digo porque no hace falta que prepares cena muy temprano. —¿Estás seguro que no quieres que te acompañe a casa de Rachel?
—preguntó distraída. El rechazó la sugerencia con la mano. —Lo tengo todo previsto. Saldré del trabajo a las cuatro, así podré cruzar la ciudad antes de que el tráfico se ponga imposible. Ojalá mi hermana consiguiera una casa por aquí cerca, así me ahorraría los viajes. En fin, nos vemos más tarde. Jenny asintió y esbozó una sonrisa, pero fue un alivio verlo marchar. Permaneció aún mucho tiempo sentada a la mesa de la cocina después de oír cómo se cerraba la puerta de la calle. ¿Cómo se sentiría si volviera a ver a Roan? Cuando volviera a verlo, se corrigió. Ella y Mike solían salir con los chicos de InTech, por lo que sus caminos estaban destinados a cruzarse tarde o temprano. Tenía que pasar. Justo cuando todo iba tan bien con Mike, Roan Williams tenía que volver a su vida, a sus vidas. Aunque le pesaba el alma, Jenny se levantó, despejó la mesa y dejó los platos sucios en el fregadero. Abrió la nevera y miró dentro. Se pasó un buen rato contemplando las estanterías y luego cerró la puerta sin acordarse de por qué la había abierto. Puso los platos en remojo en el fregadero y a continuación guardó la botella de detergente. Se acercó a la ventana de la cocina y miró hacia el pequeño jardín trasero. Luego, apoyando la cabeza en el cristal, Jenny finalmente sucumbió a las lágrimas.
CAPÍTULO 2 Karen Cassidy miró el reloj y aceleró el paso calle abajo, por Grafton Street, maldiciendo la hora que era. Si no se apresuraba, llegaría tarde a su cita. Eran casi las nueve, y aún tenía que encontrar el sitio. De repente, apartándose el negro pelo de la cara, se detuvo frente al escaparate de Pamela Scott porque algo le llamó la atención. Aquel vestido rosa y lila atado a la nuca, sería estupendo para la boda de Jenny. ¡Qué lástima que ya tuviera uno! Bueno, igualmente podía comprarlo, decidió Karen. Con todo lo que estaba pasando últimamente, bien merecía darse algún capricho. Siguió andando de prisa hacia College Green y, justo cuando llegó al paso de peatones que daba al Trinity College, oyó la melodía del himno nacional irlandés procedente de su bolso. Cuando el semáforo se puso en verde, en vez de cruzar la calle, ella seguía batallando para encontrar el móvil. ¡Condenados trastos! ¿Por qué el interior de los bolsos era siempre de color negro? Sin duda para que, cuando se necesitara buscar algo en ellos, fuera imposible encontrarlo. Tendría mucho más sentido, pensó Karen irritada, que el forro fuera de un color más claro que el resto del bolso. De ese modo, se evitarían escenas como la que en ese mismo momento estaba protagonizando en mitad de la calle. Pero por lo visto nadie parecía tener ni una pizca de sentido común. —Ah, aquí está —dijo en voz alta, sin prestar atención a las miradas curiosas de los transeúntes. Se acercó a la entrada del gran edificio del Banco de Irlanda para responder a la llamada, pero de repente, el móvil dejó de sonar. —¡Mierda! —exclamó, lanzando una mirada de rabia a un hombre que la observaba con manifiesta admiración. Estaba a punto de devolver el teléfono al bolso cuando sonó un bip. Leyó el mensaje de texto, que era de Jenny. «Por favor, llámame a casa en cuanto recibas este mensaje.» Su amiga tendría que esperar, pensó Karen, guardando el aparato mientras seguía andando por Dame Street. Ahora seguro que llegaba tarde. Caminaba calle arriba lo más rápido posible, mientras intentaba encontrar la dirección que llevaba escrita en la palma de la mano. Finalmente, se detuvo delante de un edificio en cuya entrada había una gran placa de metal que rezaba, STEVENSON Y DONNELLY ABOGADOS. Al fin. Karen apretó el timbre del interfono y, segundos más tarde, estaba dentro del edificio. La recepciónista le sonrió.
—¿Señorita Cassidy? Ella asintió. —El señor Donnelly la espera. —Y le señaló una de las puertas situadas detrás de la recepción—. ¿Le apetece un café? —Sí, me encantaría, gracias. Karen le devolvió la sonrisa mientras se quitaba el abrigo y llamaba a la maciza puerta de madera. —Adelante, por favor. Abrió la puerta y un hombre mayor y serio asintió amablemente. Estaba sentado tras un gran escritorio de roble repleto de gruesos libros y pilas de papeles. «Y yo que me consideraba desordenada», se dijo Karen. Típico de los abogados. Por suerte, por teléfono le había parecido que John Donnelly sabía lo que se llevaba entre manos. —¿Cómo estás, Karen? Me alegro de que por fin nos conozcamos en persona. Por favor, toma asiento. Y, con un gesto, le indicó el cómodo sillón de piel situado frente al escritorio. —Siento mucho llegar tarde, señor Donnelly. He tenido algún problemilla para encontrar el sitio. El hombre no pareció darle demasiada importancia. —No pasa nada, querida. ¿Linda te ha ofrecido café? En ese mismo instante, apareció la recepcionista con una bandeja, y Karen aceptó agradecida una taza de lo que olía a café intenso, y una pasta de té. —Gracias, Linda. —Donnelly sonrió a la chica y, acto seguido, se recostó en la silla—. Ahora, Karen, debemos ponernos manos a la obra. Sé que ya discutimos el caso de forma detallada por teléfono, pero quiero repasarlo todo contigo una vez más; tan sólo para estar seguro de haberlo entendido bien. ¿Dónde está la propiedad? ¿En Harold Cross, dijiste? Ella asintió. —Harold Cross Crescent número veintidós A. Es una casa con dos habitaciones, y la compramos hace tan sólo tres años. —¿Y tenéis una hipoteca? —Sí. De hecho la hipoteca es la raíz del problema. No conozco muy bien mis derechos en materia legal. La hipoteca nunca estuvo a mi nombre, porque en su momento no pensé que eso fuera importante. —Ya veo. Entonces, ¿en el documento sólo figura el nombre del señor Quinn?
—Exactamente —respondió Karen en voz baja. —Pero tú has contribuido financieramente al pago de la misma. —Oh, ya lo creo. Cada cual tenía su cuenta por separado, pero mantenemos, quiero decir manteníamos, otra cuenta conjunta para las facturas de casa y los plazos de la hipoteca. —Bien, eso es un comienzo. Entiendo que tienes extractos bancarios que pueden demostrar tu contribución a la cuenta desde la cual se hacían los pagos de la hipoteca. Y que el señor Quinn no discute el hecho de que tú aportaste dinero para ese fin, ¿no es así? —No, que yo sepa no. Es sólo... —Karen estaba nerviosa—. La casa siempre fue de Shane, ¿verdad? Legalmente, quiero decir. Lo que pagué, ¿no me da derecho a nada? —El nombre del señor Quinn figura en la hipoteca, pero en realidad, es el banco quien posee la propiedad hasta que se complete el pago del crédito. Aunque los dos hayáis contribuido, y aunque la hipoteca esté solamente a nombre del señor Quinn, ninguno de vosotros tiene pleno derecho sobre la casa hasta que el crédito sea devuelto al banco. No obstante, debo advertirte que es muy probable que el juez se decante a favor del señor Quinn. ¡Dios, hablaba de manera tan imparcial sobre el tema! ¿No se daba cuenta de lo duro que era para ella estar discutiendo todo aquello con un absoluto desconocido? Supuso que su problema no significaba nada para él. Tan sólo estaba haciendo su trabajo, y en éste no cabía la compasión. Ella le había pedido consejo y allí estaba, aconsejándola. ¿Qué esperaba? ¿Un cálido abrazo, palabras de consuelo y una caja de kleenex? —Verá —dijo ella—, por el momento no tengo a donde ir, así que sigo viviendo en la casa. El señor Quinn preguntó... —¿preguntó? Eso sí que era quedarse corta—... si podía mudarme, y así proceder a venderla. Pero yo no quiero irme. Por eso estoy decidida a llevar el caso a los tribunales, para ver si tengo derecho a quedarme allí. Ha sido mi hogar durante estos últimos años y no quiero volver a vivir de alquiler otra vez, no ahora, después... de todo. Se dio cuenta de que, mientras hablaba, Donnelly iba tomando notas en un bloc. Como mínimo, a ella le parecía que escribía. Quizá sólo estuviese haciendo garabatos; tal vez lo estaba aburriendo. Probablemente debía de estar acostumbrado a llevar casos más interesantes, como gente que tropezaba en su puesto de trabajo y demandaba a la empresa por un
tobillo roto, o cosas por el estilo. O bien divorcios. Debía de haber montones de éstos, en vista de que en Irlanda ya era posible divorciarse. Su caso le debía de resultar tremendamente aburrido. Donnelly permaneció callado unos momentos, y luego le preguntó: —¿Has hablado detenidamente con el señor Quinn sobre esto? —Hemos hablado unas cuantas veces, pero sólo a través de nuestros respectivos abogados. El mío, me refiero al anterior a usted, creyó que debíamos llegar a un acuerdo entre nosotros. Pero ahora mismo, el señor Quinn y yo tenemos una relación bastante tensa. Él no cree que yo tenga ningún derecho. Por eso estoy hoy aquí con usted. Karen estaba asombrada de la imagen de cordialidad que había dado al describir el conflicto. ¡Si él supiera! —Ya entiendo —prosiguió Donnelly—. Bueno, tal como están las cosas, parece que no te queda más remedio que ir a juicio. Sin embargo, considérate afortunada de que el señor Quinn haya dejado que te quedaras hasta ahora en la casa; por lo que cuentas, imagino que estará ya impaciente por pasar página y que todo acabe cuanto antes. Karen estaba que echaba humo. ¿Por qué se ponía de su lado? ¡«Impaciente por pasar página»! Había sonado como si ella no fuera nada, sólo un obstáculo pasajero. ¿Qué había de sus sentimientos? Ella también quería pasar página, pero si no hacía nada respecto al asunto de la hipoteca, estaba acabada. No podía ser que no tuviese derecho a nada. Ella también había pagado su parte de la casa, ¿no era eso lo que había dicho el propio Donnelly hacía un rato? El abogado vio su expresión y sonrió de forma amistosa. —Karen, por favor, no me interpretes mal. Me hago una idea de todo lo que debes de haber pasado este último año, y tienes toda mi simpatía. No sé nada de tu relación con el señor Quinn y, en realidad, eso no tiene nada que ver con esta situación. Tan sólo estamos repasando las opciones que tienes, pero debes tener presente una cosa, y es que cuanto antes se solucione este asunto, mejor para los dos; tanto para ti como para el señor Quinn. Ten en cuenta que él te va a presionar para que solventéis todo esto sin necesidad de ir a juicio. Karen asintió. ¡Era horrible! Como mínimo, en un matrimonio cada uno conoce sus derechos legales. Pero en una situación como aquélla, sin estar casados, bueno, todo era mucho más confuso. ¿Cómo habían llegado a ese punto?, se preguntó. A Shane le encantaba aquella casa, y los dos se
habían divertido tanto, comprando muebles y decorándola. «¡Alto ahí! —se dijo a sí misma—. No empieces a ponerte sentimental ahora; concéntrate en lo que debes hacer.» Se animó un poco. —Entiendo que debe analizarlo desde todos los ángulos, señor Donnelly, y siento si parezco un poco... —intentó buscar la palabra adecuada—, crispada. Pero nunca antes había pasado por algo similar y, para serle sincera, lo encuentro todo un poco desalentador. —Bajó la cabeza y levantó la vista, mirándolo a través de sus pestañas negras—. Supongo que nunca consideré que algo así pudiese llegar a suceder. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta. —Karen, sé que todo esto debe de ser muy difícil para ti — respondió el hombre en tono cordial—, pero ahora debes examinar tus alternativas con cautela. Por favor, antes de ir a juicio, reflexiona un poco más sobre la posibilidad de llegar a un acuerdo con el señor Quinn. Porque vosotros no estabais casados, y la casa nunca estuvo a tu nombre, así que me temo que no lo tengas muy bien. »Por lo que respecta al contenido de la vivienda, bueno, eso es algo que tendréis que solucionar entre vosotros, porque, a no ser que hayas guardado las facturas de todas y cada una de las cosas que comprasteis, es muy difícil determinar la propiedad legal de los electrodomésticos, de los muebles... La joven asintió. Donnelly se incorporó y la miró con expresión pensativa. —¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto, Karen? Es mi obligación decirte que no creo que puedas conseguir ni siquiera la mitad de la casa. La ley no te es favorable. No pareció sorprendida. —No es la primera persona, ni por supuesto el primer abogado que me lo dice, señor Donnelly, pero me lo debo a mí misma y estoy decidida a que nadie me quite lo que es mío, al menos no sin luchar. El hombre dejó el bolígrafo y el bloc. —De acuerdo pues. Espero que lo podamos solucionar cuanto antes. Hablaré con el abogado del señor Quinn y me pondré en contacto contigo tan pronto como se confirme la fecha del juicio. Karen se levantó y le tendió la mano para despedirse. —Gracias. Y gracias también por aceptar el caso. Su respuesta
afirmativa significa mucho para mí. Estos últimos meses no he tenido mucha suerte con los abogados. —Sé bienvenida, Karen, prometo que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte. Mi difunto socio, el señor Stevenson, era un buen amigo de tu padre, así que será mejor que no te decepcione. —Sonrió y le estrechó la mano afectuosamente—. Ya tienes mi tarjeta. Si necesitas consejo sobre cualquier cosa, por favor, llámame. —Lo haré, gracias de nuevo. Cuando la muchacha se fue, Donnelly pensó en la determinación que reflejaban sus ojos negros. Pensativo, volvió a sentarse tras su escritorio. Lo que le pasaba a Karen, se estaba convirtiendo en algo muy común. Muchísimas parejas estaban comprando casas antes de casarse sin pensar en sus derechos legales individuales si algo ocurría. Pobre chica. Obviamente, estaba decidida a llevar el asunto tan lejos como pudiera. Y, a pesar de los amplios conocimientos en derecho del señor Donnelly y de la poca esperanza que él sabía que había en esos casos, el hombre deseó que Karen Cassidy ganase.
CAPÍTULO 3 Marie la hermana de Shane, miraba alrededor de la pequeña cocina torciendo el gesto en señal de disgusto. —No es precisamente lo que se suele decir una ama de casa, ¿verdad? —dijo echando una ojeada a las bolsas de té usadas y dejadas sobre la mesa, la mancha de mantequilla, las migas de pan, el espagueti seco pegado en la pared de encima de los fogones y la pila de platos sucios del fregadero. —No, la limpieza no ha sido nunca el punto fuerte de Karen — convino su hermano abriendo la nevera y retrocediendo rápidamente al llegarle el fuerte tufo de algún alimento pasado. —Espero que el agente inmobiliario se dé prisa en llegar. ¿Qué pasa si ella vuelve? Marie no quería permanecer allí más tiempo del necesario. De hecho, se sentía mal por haberse dejado llevar por la curiosidad, e ido a aquel sitio que ahora la echaba para atrás. La casa era una verdadera pocilga. —Relájate, Marie, Karen no sale del trabajo hasta las cinco como mínimo. Y su oficina queda a más de cuarenta minutos de aquí andando o quince en autobús. —Miró a su alrededor y frunció el cejo—. Esto está hecho un completo caos, ¿verdad? Supongo que será mejor que vaya arriba a los dormitorios, y compruebe si se ven algo mejor. —No tardarás mucho, ¿no? —dijo su hermana—. Ya es casi la hora de comer, y quisiera ir un rato a la ciudad después de que hayamos terminado con esto. Marie entró en el salón y se desplomó en el sofá de dos plazas, entre los desordenados cojines de colores. En realidad, era una bonita habitación. La ventana constituía un elemento precioso, y hacía que la estancia pareciera más grande. A pesar de la falta de armonía en el estilo de los muebles y de aquella espantosa alfombra. Si la casa fuera suya, reemplazaría el parquet de madera de pino barato por auténtico roble y haría repintar las paredes de un color decente, cualquier cosa que no fuera aquel naranja vulgar. ¿Y cojines lila en un sofá color amarillo trigo? ¡La chica no tenía ni una pizca de buen gusto! Marie cogió una revista de la
mesa y empezó a hojearla distraída. Sin embargo, acabó tan enfrascada mirando la sección de moda, que no oyó cómo se abría la puerta de la calle. Sin embargo, sí la oyó cerrarse y, sobresaltada, se puso en pie de un salto. —Hola —saludó Jenny, sorprendida al encontrarse frente a una mujer rubia a la que no conocía—. No sabía que hubiese nadie en casa. — Le tendió la mano—. Soy Jenny Hamilton, una amiga de Karen. Ella está a punto de llegar; se ha parado un momento en la tienda, a comprar unas cuantas cosas. Espero no haberte asustado. Me ha dado las llaves. —Jenny se las mostró con un gesto de disculpa. —Mi hermano está arriba. Voy a buscarle —dijo Marie, empezando a subir la escalera. Pero él ya estaba bajando. —Hola, Jenny, ¿cómo estás? No te veía desde... —Estoy bien, gracias —lo cortó la joven en cuanto el hombre llegó a su lado—. No sabía que estarías hoy aquí. —Y a continuación, añadió intencionadamente—: Y no creo que Karen lo sepa tampoco. —Bueno —dijo él—, tenía que recoger algunas cosas. —Hizo un gesto con la cabeza hacia su hermana—. Recuerdas a Marie, ¿no? Jenny se dio la vuelta y estudió a la mujer con manifiesta sorpresa. La hermana de Shane. No la había reconocido en absoluto. Estaba convencida de que la última vez que habían coincidido tenía el pelo oscuro. Ahora se la veía completamente distinta. —¿Podemos irnos ya, por favor? —preguntó Marie, ignorando a Jenny—. No creo que pueda soportar este olor mucho más tiempo, y la falda se me ha quedado hecha un asco después de sentarme en ese sofá. Es obvio que la funda nunca se ha lavado. Jenny examinó la falda color crema de la mujer en busca de signos del daño causado por el sofá, pero no pudo ver nada. Qué cara tan dura; Karen se pondría furiosa. Estaba segura de que su amiga no tenía ni idea de que estuviesen allí. ¡Y traerse con él a semejante arpía! Si Jenny hubiera reconocido a Marie no habría sido tan simpática con ella al entrar y verla allí. ¿Cómo se atrevían? El hombre miró su reloj. —Supongo que será mejor que nos vayamos. Me alegra verte de nuevo, Jenny. —Estoy segura de que a Karen le gustaría veros a los dos antes de que os vayáis —replicó ella, disfrutando de la tensión ambiente. —No puede ser, tenemos que irnos; nos esperan en otra parte. Dile
que... Se oyó un portazo, y todos pudieron oír cómo una voz gritaba desde el recibidor: —¡Me lo puedes decir tú mismo! Karen pasó apresuradamente por delante de ellos, cargada con la compra. Dejó las bolsas en el suelo, en mitad de la habitación, y, volviéndose hacia ambos, puso los brazos en jarras y prosiguió: —¿Qué diablos está pasando y cómo has entrado? —A ver, Karen, cálmate —empezó él—. Es nuestra casa. Así que, como bien sabes, Marie y yo tenemos tanto o más derecho que tú a estar aquí. —Bueno, pues tengo noticias para vosotros, los Quinn. Según mi abogado, no tenéis más derecho que yo sobre esta casa. Yo también he pagado mi parte, lo que significa —añadió con ojos furibundos— que tengo todo el derecho a deciros ¡que hagáis el puñetero favor de largaros de aquí! Era mentira, pero a Karen le encantó ver cómo los dos hermanos abrían los ojos al oír mencionar al abogado. —¿Por qué has tenido que hacerlo a mis espaldas? —continuó—. ¿Por qué no me dijiste que ibas a traerla contigo para que echase una ojeada? Pero ése no es tu estilo, ¿verdad? Tú no puedes dar la cara; nunca has podido. A escondidas y sigilosamente, ésa es tu manera de hacer las cosas, ¿no es así? —Creo que será mejor que os vayáis los dos —dijo Jenny quedamente, sintiendo que debía intentar calmar los ánimos. Marie la miró un segundo. No podía estar segura, pero le pareció que la mujer estaba disfrutando con el enfrentamiento. Justo entonces, Marie se dirigió a Karen: —¡Perdone la señora marquesa! Pero ¿cómo te atreves a hablarle así? Tienes suerte de que te haya dejado quedarte aquí tanto tiempo. Si de mí dependiera... —No acabó la frase, sino que dijo—: Bueno, como mínimo, ahora que vamos a ir a juicio no tardaremos mucho en deshacernos de ti, al fin. Miraba a Karen como si se tratara de una mierda de perro pegada a sus zapatos Dunnes . Jenny sabía que eran Dunnes porque ella tenía unos iguales que le habían dejado los talones depellejados. —Abandona, Karen —concluyó Marie—. Sabes que no tienes la {1}
más mínima posibilidad. Jenny era consciente de que su amiga estaba haciendo un esfuerzo para no agredir físicamente a aquella mujer. No lo haría. Karen era mejor que eso. —¡Vaya, Marie!, veo que has aprendido a formar una frase, — contestó al fin con un tono de voz lleno de sarcasmo—. ¿Acaso tu hermanito te ha estado enseñando algunas palabras nuevas? ¡Debes de llevar años practicando esta conversación! —Mira, Karen —intervino él dirigiéndose al recibidor y descolgando su chaqueta del perchero—, no hay razón para que la tomes con ella, ya nos íbamos. Justo entonces, sonó el timbre, y, cuando Karen abrió la puerta, Jenny notó cómo Marie se ponía extremadamente nerviosa. —Hola, soy Patrick Ryan, de Ryan, Mitchell y Asociados —dijo el hombre de aspecto afable que esperaba de pie en el umbral—. Tengo una cita con el señor Quinn, para lo de la tasación. —¡Tasación! —Karen se dio la vuelta para mirar a ambos hermanos a la cara—. ¿Habéis pedido una tasación de mi vivienda sin mi permiso? ¿Cómo osáis? ¿Cómo os atrevéis a intentar vender la casa sin mi consentimiento, par de bastardos? El agente inmobiliario los miraba con una expresión como de estar deseando que aterrizara un grupo de alienígenas, lo subieran a bordo de su nave y se lo llevaran a donde fuera, a cualquier sitio menos a aquél. —Ejem, quizá ahora no sea el mejor momento... —empezó a decir. —Tiene toda la maldita razón, no es el mejor momento —gruñó Karen—. Lo siento mucho, pero parece que el señor Quinn le ha hecho perder el tiempo. No habrá tasación de esta propiedad, ni hoy ni por mucho tiempo, no mientras yo siga aquí. —Ya veremos cuánto tiempo será eso —siseó Marie, deslizándose hacia afuera y mirando la cara demudada del agente inmobiliario, que se había alejado de la puerta, inseguro sobre qué hacer a continuación. Finalmente, decidió refugiarse en la seguridad de su Volvo aparcado un poco más abajo, en la misma calle. Cuando los dos hermanos Quinn estuvieron también fuera de la casa, Jenny cerró la puerta tras ellos y se dirigió al salón. Karen estaba sentada en el sofá, abrazada a uno de sus cojines lila y dorados, de los que estaba tan orgullosa. Las lágrimas le resbalaban por las
mejillas. —Estúpidos cretinos —dijo, mientras Jenny tomaba asiento a su lado y la rodeaba con un brazo—. ¿Cómo se atreven a venir aquí a mis espaldas? Nunca me habría enterado de no haberme cogido hoy el día de fiesta. Y quizá no sea la primera vez, puede que hayan venido antes miles de veces, y yo sin saberlo. —Furiosa, lanzó un cojín al otro lado de la habitación—. ¿Por qué tiene que hacerlo a mis espaldas, y por qué trae con él a esa anoréxica, disléxica y tonta rubia teñida? A pesar de sus lágrimas, Karen se rió abiertamente, al ver cómo Jenny intentaba reprimir su sonrisa ante la descripción de Marie. —No sé por qué lloro. Ya he derramado suficientes lágrimas por este asunto. Es sólo que no esperaba encontrármelos aquí al llegar. —Se enderezó y se secó los ojos; estaba decidida a dejar de llorar como fuera. —No puedo creer que no la haya reconocido —comentó Jenny por su parte—. He entrado y me he presentado creyendo que era una amiga tuya del trabajo. Tendría que haberme dado cuenta de quién era en cuanto se ha mostrado tan antipática conmigo. Ha sido muy bueno cuando la has tratado de tonta para arriba. Entonces, Karen esbozó una ancha sonrisa. — Sí, ¿has visto la cara que ha puesto? Eso por creer que podía meterse conmigo. —Bueno, ¡quién mejor que tú para ponerla en su sitio, Cassidy! — Me pregunto si habrán estado mucho rato por aquí —comentó ella, secándose los ojos con el jersey—. Y, cómo no, la casa tenía que estar en este estado deplorable. Esta mañana llegaba tarde a la cita con el abogado y no he tenido tiempo de limpiar. —Resopló—. ¡Típico! Justo el día en que los Quinn deciden venir de visita. Dios, ¡necesito un cigarrillo! —Han tenido la cara dura de venir sin avisarte, no lo olvides. —Lo sé, Jen. Es sólo que no les quiero dar más pretextos para echarme. —Inspiró profundamente—. Pero John Donnelly, el abogado con el que me he reunido esta mañana, ha decidido aceptar el caso y llevarlo a los tribunales. ¿Te acuerdas que te conté que había hablado con él por teléfono sobre el asunto? Jenny asintió. —Había olvidado que lo veías hoy. ¿Qué más te ha dicho? —Te lo cuento con una taza de té y una magdalena de chocolate. Y, diciéndolo, se levantó del sofá, cogió las bolsas de la compra y se dirigió a la cocina. Colocó las cosas en los armarios y luego puso agua a
hervir al mismo tiempo que, de forma ausente, despegaba el espagueti seco que, no se sabía cómo, había terminado enganchado en la pared. Luego llamó a Jenny. —Primero tú tienes que contarme por qué estabas tan nerviosa cuando me has llamado antes por teléfono, y por qué has venido aquí en vez de estar estudiando, como se supone que deberías estar haciendo. A su amiga le dio un vuelco el corazón al oírla. Con toda la conmoción que habían vivido hacía escasos minutos casi se había olvidado de su problema. Ahora que estaba allí, no estaba segura de poder explicárselo a Karen, de modo que intentó quitarle importancia. —Mira, en realidad no es nada. Ya tienes bastante con lo tuyo. Dime, ¿qué te ha dicho el abogado? —¡No empieces, Hamilton! Sé que te ocurre algo. ¿Os habéis peleado con Mike? —preguntó cogiendo un trocito de chocolate del recubrimiento de una de las magdalenas y metiéndoselo en la boca—. Por mí no te preocupes. No quiero malgastar ni un segundo más hablando de esta lamentable situación. ¡Venga, sácalo! —La cuestión es que... —Jenny se sentó a la desordenada mesa de la cocina y, de forma distraída, empezó a dar vueltas al azucarero—. La cuestión es que... Karen, creo que Roan Williams ha vuelto. La otra, de inmediato, dejó de desmenuzar su magdalena. —¿Ha vuelto? —repitió—. ¿Quieres decir que ha regresado a Irlanda, a Dublín? Jenny asintió, sin dejar de mirar fijamente la mesa que tenía delante. —Pero ¿cómo lo sabes? —preguntó Karen con prudencia—. ¿Lo has visto? ¿Se ha puesto en contacto contigo? ¿Qué quieres decir con que crees que ha vuelto? —Ha vuelto a Dublín y ha aceptado un empleo en InTech. Ante la expresión de escepticismo de su amiga, Jenny continuó: —Mike ha dicho su nombre esta mañana. Ya sabes lo desesperados que estaban por encontrar a alguien que se encargara de las ventas y el marketing. Bueno, pues por lo visto, el bueno de Roan es el hombre adecuado. —Pero ¿estás segura? Quiero decir, ¿cómo sabes que es él en realidad? Oh, mierda —exclamó al comprenderlo—. Mike no sabe quién es, ¿verdad? Roan no le ha dicho nada, ¿no es así?
—No, no; no creo que Roan sepa que Mike tiene que ver conmigo. De todos modos —miró a lo lejos y los ojos se le llenaron de lágrimas—, dudo mucho que haya pensado en mí ni un segundo desde que se marchó. —Jenny, ¿estás absolutamente segura de que es él? Sé que «Roan» no es un nombre común, pero debe de haber más personas en Dublín con ese nombre. —¿Y con el mismo apellido y que sean de Kildare? Karen se estremeció. —De acuerdo, definitivamente es él. —Vertió agua hirviendo en la tetera y la tapó de nuevo. Luego miró a Jenny, y dudó un segundo antes de seguir hablando—. Mira, no quiero sonar dura, pero tú y Roan... bueno, eso pasó hace mucho tiempo. Que haya vuelto, no debería significar nada para ti. Fue hace años. A Jenny las lágrimas le caían a raudales y Karen vio que estaba temblando. Le pasó un brazo por encima de los hombros para reconfortarla. —¡Venga, Jen!, no me dirás que aún sientes algo por él. Ahora tienes a Mike, ¡uno de los mejores hombres que existen! Te vas a casar con él dentro de pocos meses y... —No es lo que crees, Karen, y... bueno, ya sé que debería habértelo contado antes. A decir verdad, no sé muy bien por dónde empezar, pero... —Continúa —dijo la otra, tomando asiento junto a ella, sorprendida por la reacción de Jenny ante el regreso de su antiguo amor. Ésta tomó un sorbo de té humeante y miró a Karen fijamente a los ojos. El líquido caliente le quemó la garganta al tragar, pero no le importó. —Es tan sólo que... sólo que... Karen, creo que lo he estropeado todo. En cuato a Roan y a mí... bueno, hay algo que deberías saber, algo que debería haberte contado hace mucho tiempo.
CAPÍTULO 4 Cuatro años antes
Karen emitió un gemido al ver la larga cola de gente que esperaba en la escalera, delante de la casa. —¡Maldita sea! —exclamó disgustada—. ¡En todas partes es el mismo cuento! ¿Cómo lo hacen para llegar tan rápido? Jenny sacó el diario del bolso y examinó la página que habían pintarrajeado con rotulador rojo cuando estuvieron mirando los anuncios de pisos en alquiler. —Aquí dice que las visitas son de cinco a siete y sólo son las... ¿qué? —Miró su reloj—. ¡Las cuatro! ¡Aún falta una hora para que llegue el propietario! Va a ser imposible, Karen. Mira cuánta gente delante de nosotras, seguro que uno de ellos se lo queda antes de que tengamos siquiera la oportunidad de verlo. —Pero ¿qué otra cosa podemos hacer? Tenemos que vivir en alguna parte. A ver, echemos otro vistazo al diario. Jenny le pasó el arrugado periódico de la tarde, una especie de biblia para el buscador de pisos de Dublín, particularmente en Rathmines, donde se encontraban en ese momento. El diario no tenía muy buen aspecto, pensó. Habían estado esperando mucho rato a la puerta de otro piso, en Ranelagh, y cuando finalmente apareció el propietario, les dijo al grupo de potenciales e impacientes inquilinos que la vivienda ya había sido alquilada. Era una pérdida de tiempo; así podían pasar días y días. Más tarde, Jenny tendría que coger el autobús que la llevaría de vuelta a Kilkenny. Y, después de otra desafortunada jornada buscando piso sin encontrarlo, todo apuntaba a que Karen tendría que seguir durmiendo en el sofá de su amigo Gerry. Habían vivido la misma situación toda la semana pasada, y el tiempo pasaba volando. Jenny creía que no les costaría mucho encontrar algo. No esperaba que fuera tan difícil. Desde que había vuelto de Australia, hacía unas semanas, estaba muy impaciente por instalarse en Dublín. En el departamento de personal del banco Alliance Trust habían estado encantados de que hubiese vuelto a su antiguo puesto de trabajo, que
había dejado para pasar un año recorriendo Australia con una mochila al hombro. Finalmente, Jenny y su por entonces novio, Paul, se habían quedado allí casi dieciocho meses, bastante más tiempo del que permitía su visado. Jenny volvió a Irlanda después de romper con Paul. El banco le comunicó que no podían colocarla en la sucursal que tenían cerca de su casa, en Kilkenny, y que sólo podían ofrecerle un puesto en una de las de Dublín. A ella no le importó. Si algo deseaba, era un cambio. Sería difícil volver a casa, y vivir y trabajar en la pequeña ciudad de Kilkenny, donde tanto ella como Karen habían crecido. Se alegró mucho cuando su amiga le sugirió la posibilidad de buscar piso juntas en algún lugar de Dublín. Karen había estado compartiendo piso con otros tres, pero al parecer uno de ellos, Gerry, había decidido mudarse con su novia, y Karen no se llevaba bien con las otras chicas. —¡Prefiero vivir en un iglú antes que quedarme sin Gerry en esa casa con esas maniáticas! —le había asegurado a Jenny—. Son tan exasperadamente ordenadas. ¡Si me olvido una bolsita de té en el fregadero, me hacen sentir como si hubiera cometido un pecado mortal! Y cualquiera creería que los platos sucios desaparecen si no se lavan al momento. Karen y Jenny nunca habían perdido el contacto y, desde el regreso de esta última, la relación se había fortalecido aún más. Ahora que Jenny había vuelto, estaba impaciente por empezar una nueva vida y olvidar todo lo relacionado con Australia... y con Paul. En tres semanas, empezaría a trabajar en la sucursal de Dun Laoghaire del Alliance Trust, y antes esperaba haber encontrado piso. Karen trabajaba como ayudante del director de personal en Acorn Fidelity, una de las compañías de seguros más grandes de Irlanda, situada en Rathmines, cerca de Portobello Bridge. Hasta que no encontraran casa, vivía con su ex compañero Gerry en su nuevo piso. Al principio, a Jenny le pareció que era un acuerdo un tanto extraño, pero por lo visto Karen y la novia de Gerry, Tessa, eran a su vez muy amigas. —Espera un segundo, aquí hay uno que no hemos marcado —dijo Karen—. Sólo hay un teléfono, pero por el número diría que tiene que estar por aquí cerca. Mira, empieza por cuatro, nueve, seis. Es el prefijo de Rathmines, ¿verdad? —Hay una cabina al final de la calle —exclamó Jenny—. ¿Por qué no llamamos y lo averiguamos? Quedarnos aquí no tiene sentido. —Se
volvió a mirar el número creciente de gente de aspecto cansado, reunida en la calle, todos llevando el consabido diario. La cabina estaba libre, y Jenny empezó a cantarle el número a Karen mientras ésta marcaba con atención. —Hola, llamaba por el piso anunciado en el diario —dijo cuando le contestaron. Luego hubo una pausa—. ¿Sí? —Sonrió y le hizo una seña de OK a su amiga—. ¿Leinster Square? Sí, sé dónde queda. Antes de que Karen se lo contara, Jenny empezó ya a experimentar un hormigueo en el estómago. Sonaba bien. —En unos minutos estamos allí. Un millón de gracias. —Y colgó —. Es aquí, en Rathmines, y ha salido en el diario de hoy por equivocación. El propietario no quería enseñarlo hasta la semana que viene porque lo está redecorando, pero ahora está allí, y dice que si vamos antes de un cuarto de hora, nos dejará echar una ojeada. Las chicas cogieron un taxi y, en cinco minutos, se plantaron frente a la casa en Leinster Square. Karen apretó el interfono expectante. —No se ve nada mal —dijo Jenny, examinando las frescas, húmedas y obviamente bien atendidas flores a ambos lados de la entrada —. Y que lo esté redecorando también es una buena señal. Impaciente, Karen apretó por segunda vez el interfono y, justo al levantar el dedo, una voz grave y masculina contestó y les abrió la puerta con una sonrisa. —Hola, debes de ser la chica con la que he estado hablando ahora mismo por teléfono, ¿no es así? —Sí, ésa soy yo —asintió Karen con entusiasmo. Por lo menos era agradable, cosa que, pensó Jenny, suponía un abismo respecto a los demás propietarios con los que se habían topado hasta entonces, todos ellos individuos hoscos y nada conversadores. Karen había hecho muchos esfuerzos por entablar conversación con alguno de ellos, pero siempre recibía un gruñido como respuesta, eso con suerte. En cambio, aquel hombre de pelo liso y ojos azul intenso, tenía un aspecto muy simpático. —¿Eso que oigo es acento irlandés del campo? —preguntó cuando cruzaban el recibidor en dirección al piso de arriba. —Así es.Yo soy Karen, y ella es Jenny. Las dos somos de la misma zona, de Kilkenny. —Ah, pues ¡prácticamente somos vecinos! Yo soy de Waterford;
no queda muy lejos de Kilkenny. El propietario abrió la puerta azul oscuro del último piso del edificio. —Esta es la vivienda. Como podéis ver, los muebles están amontonados porque estoy pintando, pero estoy seguro que podéis haceros una idea general. Una de las habitaciones está allí y la otra un poco más allá, en la misma dirección, junto al cuarto de baño. Echad un buen vistazo, no os preocupéis por mí. —Y se fue al piso de abajo, dejando a las dos chicas solas en el salón. Jenny y Karen se miraron ilusionadas. —Karen, esto está a años luz de lo que hemos visto hasta ahora. ¡Y una habitación para cada una! —Jenny entró en el pequeño cuarto de baño, bien iluminado y revestido de azulejos azules y verdes. —Se ve todo muy limpio, ¿no crees? —comentó Karen abriendo los armarios de la cocina y examinando su profundidad. La cocina y el salón estaban juntos, pero así y todo eran muy espaciosos. —Creo que deberíamos quedárnoslo. Está un poco por encima de nuestro presupuesto, pero estoy segura de que nos las apañaremos. ¿Qué te parece? —Entonces Jenny se sintió un poco culpable. Quizá a Karen no le importase compartir habitación si eso hacía que el precio resultase más barato. Jenny en cambio había compartido una habitación asquerosa con otras tres chicas en Sídney, justo antes de volver de Australia, y estaba desesperada por un poco de intimidad. Karen sonrió. —¡Por supuesto que nos lo quedamos! Voy abajo a preguntar cuándo podemos mudarnos. —¡Estupendo! —Jenny palmoteo con gran alegría mientras inspeccionaba el salón. Una vez instaladas, quedaría precioso. Podían comprar algunas plantas, y quizá una alfombra para poner en medio de la habitación. Y aquel maravilloso grabado de Ayers Rock que había traído consigo de Australia quedaría perfecto en la pared del fondo, y podían colgar también otros chismes de sus viajes. Karen y el propietario entraron en el salón. —Podéis mudaros este fin de semana no, al otro, si os parece bien —les comunicó el hombre, que les dijo que se llamaba Frank—. Todavía tengo que acabar de pintar las habitaciones, pero para entonces estarán terminadas. También voy a poner una moqueta en el cuarto de enfrente, de manera que el sitio estará listo e impecable para cuando os mudéis. {2}
—Muchísimas gracias por dejar que lo viésemos nosotras primero; le estamos profundamente agradecidas —dijo Karen—. Es tan difícil encontrar un lugar decente hoy en día. —Bueno, si os soy sincero, yo estoy encantado de haber encontrado a unas chicas tan agradables y responsables como vosotras. Los últimos inquilinos que tuve lo dejaron todo hecho polvo. Era un grupo de chicos. Tampoco es que todos los muchachos sean malos —añadió—; de hecho, hay unos en el piso de abajo que ya llevan aquí unos años y nunca me han causado ningún problema. Jenny y Karen pagaron un depósito y acordaron pasar durante la semana siguiente a recoger las llaves. —Es un piso muy bonito, ¿no crees? —comentó Jenny con entusiasmo mientras se dirigían a la calle. —¡Es perfecto! Y está cerca de todo —convino Karen—. El centro comercial queda justo al otro lado de la calle, y el bar donde siempre nos reunimos nos queda de paso, con lo cual ¡ahora mismo vamos a tomar una cerveza para celebrarlo! Cogió a Jenny del brazo y ambas se encaminaron, felices y contentas, hacia Rathmines Road. —¿Cómo es que no te has ido a vivir con Shane? —preguntó Jenny cuando ya estaban cómodamente sentadas en el bar Boland. Temía que Karen se arrepintiera de haber sugerido compartir piso con ella en vez de mudarse con su novio, con el que llevaba once meses saliendo. Su amiga se encogió de hombros. —Nunca nos lo hemos planteado. El está bien donde está; comparte piso con unos cuantos amigos justo al final de la calle, en Rathgar. Además, creo que habríamos acabado matándonos. Por desgracia, Shane es de los que lavan la taza de té antes de que hayas acabado de tomar el último sorbo. Así que puedes imaginar cómo sería vivir juntos. En fin, ¿por qué lo preguntas? —Supongo que tengo miedo de que te arrepientas de habérmelo propuesto. Después de todo, fue una decisión no muy meditada. —Por mi parte sí está meditada —aseguró Karen abriendo una bolsa de cacahuetes—. Me alegré mucho cuando anunciaste que venías a trabajar a Dublín. Era el momento perfecto. Gracias a Dios que Tessa y Gerry han dejado que me quedara con ellos hasta que encontráramos un sitio para las dos. Te propongo una cosa —dijo de pronto abriendo los ojos
entusiasmada—. ¿Por qué no te quedas con nosotros esta noche en vez de volver a casa? —Pero yo no puedo... —empezó Jenny. —Claro que puedes. A ellos no les importará nada. —Karen se sentía especialmente expansiva después de la tercera botella de Budweiser —.Tessa me ha comentado millones de veces que deberías quedarte en vez de hacer todo el camino de vuelta. No es un sitio lujoso, y tendrás que dormir en el sofá, pero ella y Gerry estarán encantados de que te quedes. De hecho, Tessa se muere de ganas de conocerte. —¿Estás segura de que no habrá ningún problema? —preguntó Jenny disfrutando de la bebida y de la excitación de haber encontrado piso. No tenía ganas de recorrer el trayecto en autobús de vuelta a Kilkenny. Si algo quería, era celebrar el comienzo de su nueva vida en Rathmines. —Ninguno en absoluto, te lo prometo —sentenció Karen. Acto seguido, miró su reloj—. Tessa es enfermera, y esta semana acaba el turno a media tarde, así que ahora ya debe de estar en casa. En efecto, estaba en casa, y tan pronto como Jenny vio su cálida sonrisa de bienvenida y el piso limpio y agradable, supo que se iban a llevar bien, a pesar de que la chica estaba casi tan delgada como Kate Moss. Llevaba unos diminutos vaqueros azules y un jersey fucsia con capucha que seguramente había comprado en una tienda para niños. Descalza, y de no más de metro y medio, Tessa parecía minúscula a su lado; un pequeño y delicado arbusto al lado del grande y torpe roble que era Jenny. —Pasad las dos y sentaos. Jenny, ¿cómo estás? Encantada de conocerte al fin —dijo Tessa con su acento del oeste de Cork. Entonces se sonrojó y se pasó la mano por el cabello rubio, que llevaba cortado a lo chico—. No te escandalices por mi aspecto. Karen, ¿por qué no me avisaste de que ibas a traer a Jenny? Me habría cambiado de ropa en vez de aparecer así, como una vieja desaliñada. Jenny sonrió. Tessa era una de esas personas que se veía elegante sin tener que hacer ningún esfuerzo, pero su humildad hizo que le gustara aún más. —Espero que no te importe que aparezca en tu puerta de esta manera —empezó a decir. —En absoluto —negó Tessa con un movimiento de mano—. No sé
cuántas veces le he dicho a Karen: «No envíes a la pobre chica a casa cuando puede quedarse aquí tanto como quiera». Además —añadió, guiñándole un ojo—, después de aguantar las manías de ésta durante las últimas semanas, creo que podría aguantar las de cualquiera. Karen apoyó las manos en las caderas fingiendo estar enfadada. —Vaya, estupendo. Pues mira, Tessa, si realmente lo sientes así, creo que me comeré yo sólita el chocolate que he comprado para todas. —¡Oh, Kit-Kat! —chilló Tessa—. ¡Rápido, reparte ahora mismo! —Y hemos encontrado un piso, así que pronto me perderás de vista y tendrás a Gerry para ti sólita —añadió Karen, escondiendo la barra de chocolate a la espalda. —¿Habéis encontrado casa? Eso es genial —exclamó la otra—. ¿Dónde? ¿Cómo es? Voy a poner agua a hervir y mientras, vosotras dos podéis empezar a contármelo todo. Siguieron a Tessa a la diminuta cocina situada a la derecha del salón. —No te asustes por el estado del piso, Jenny. No siempre está así. Estaba a punto de organizado todo para preparar la cena. Jenny se rió. —He pasado casi dos años entrando y saliendo de hoteles asquerosos y de pisos abarrotados. Créeme, ¡este sitio es un palacio! —Ah, es verdad, estuviste en Australia. ¿Cómo es? A mí me encantaría ir, pero a Gerry no le interesa en absoluto. —¿Qué es lo que a Gerry no le interesa? —preguntó una voz grave desde la puerta. Jenny levantó la mirada y vio entrar en la cocina a un chico sonriente, de metro ochenta. Se acercó a Tessa y le dio un beso en la mejilla. Jenny se quedó sin aliento. ¡Era tan guapo...! Con aquel pelo rubio y la piel bronceada, podría pasar por Brad Pitt. Aunque a decir verdad, parecía un millón de veces más sofisticado, con su traje azul oscuro, corbata turquesa y gafas de carey. —Gerry, no te he oído entrar. Esta es Jenny, ella y Karen han encontrado piso. —Así que eres la pobre desgraciada que va a tener que aguantar a Cassidy. —Le sonrió abiertamente tendiéndole la mano—. Espero que sepas dónde te estás metiendo. —Más o menos me hago una idea. —Jenny miró a Karen de reojo —. La conozco desde que ambas llevábamos pañales.
Gerry se rió entre dientes. —Entonces ya debes de saber que es perder el tiempo intentar tener la casa ordenada cuando el ciclón Karen anda cerca. La aludida hizo una mueca, pero prefirió no decir nada al respecto. —¿Qué hay para cenar? —le preguntó a Tessa, cambiando de tema —. Pollo a la milanesa —anticipó Gerry antes de que su novia pudiera contestar. A continuación, miró a Jenny y puso los ojos en blanco—. Has viajado por toda Australia, pero puedo garantizarte que nunca has probado nada igual. —No le hagas caso —refunfuñó Tessa, intentando golpear a Gerry con el trapo de cocina—. El pollo a la milanesa es mi especialidad, se trata de pollo acompañado con tagliatelle y champiñones. Y, claro, como este grandullón del norte de Dublín creció comiendo col y patatas, no está acostumbrado a los «platos internacionales». —Ah, ¿así que en el agreste Cork os alimentáis de comida italiana? —replicó él con ironía. Esta vez, Tessa le dio en toda la nariz y Gerry gritó de dolor, retirándose al salón. Ella puso los brazos en jarras. —Esto lo pondrá en su sitio, y esperemos que sirva para cerrarle la boca durante un rato. Ahora pongámonos manos a la obra, Jenny, tú puedes poner la mesa y, Karen, abre esa botella de vino. Con un poco de suerte, disfrazará el sabor de la cena. Jenny sonrió cuando Tessa le señaló el cajón de los cubiertos. Silos amigos de Karen eran todos así, la vida en Dublín podía ser muy interesante.
La semana siguiente, fueron a recoger las llaves de su nuevo piso, y la madre de Jenny les echó una mano para trasladar sus cosas. —Ahora recuerda, señorita —peroraba Eileen Hamilton—, tuviste mucha suerte de que el banco se mostrara tan generoso contigo y te admitiesen de nuevo. Te han dado una segunda oportunidad, así que aprovéchala al máximo en vez de irte de picos pardos por la ciudad cada noche. —Mamá, tengo veintiocho años y no soy estúpida. No vamos a estar saliendo cada noche, sólo la mayor parte. —Jenny sonrió, los ojos azules le brillaban con picardía.
—No se preocupe, señora Hamilton. Yo me aseguraré de que mantenga los pies en el suelo. Todo saldrá bien. Me encargaré de vigilarla —la tranquilizó Karen, haciéndole a Jenny un guiño casi imperceptible. —Lo sé, Karen. Estoy encantada de que vaya a vivir contigo. Siempre has sido muy buena para calmarla. Jenny puede ser un poco excitable, y con lo de excitable me quedo corta. —Mamá, no soy una niña. Soy perfectamente capaz de obrar con sensatez, y ¡lo sabes! —protestó su hija con incredulidad. —Sé que eres capaz, cariño. Por eso dejaste un trabajo buenísimo para irte a pulular por Australia detrás de ese tiparraco de Lyons —replicó la mujer con desagrado. Jenny miró a su amiga y, frustrada, puso los ojos en blanco. Karen le sonrió, pero al mismo tiempo sintió una leve punzada en el estómago. Como mínimo, Jenny podía decir que sus padres se preocupaban por ella. Los de ella, Clara y Jonathan, vivían en Tenerife, donde tenían un negocio de organización de tours colectivos por los campos de golf. Seguían teniendo su casa en Kilkenny pero iban a Irlanda en contadas ocasiones, y Karen sólo los veía si decidía ir a visitarlos en Navidad y tal vez una o dos veces durante el verano. Era hija única, y como ya tenía su propia vida en Dublín, los Cassidy hacía tiempo que se habían desentendido de sus obligaciones paternas. —¿Necesitas darte una ducha antes de que salgamos? —le preguntó a Jenny mientras se peinaba el pelo, largo y negro, frente al espejo situado encima de la repisa de la chimenea. La madre de Jenny se había marchado hacía unas horas, y ya tenían en la casa la mayor parte de sus cosas. —¿Quieres decir que vamos a salir? —preguntó la otra medio ausente. Estaba absorta mirando una serie de la tele especialmente divertida. —Bueno, es nuestra primera noche aquí, y va a venir Shane. Tenemos que salir a celebrarlo. —¡Genial, entonces! —Jenny se levantó de un brinco y se fue a su habitación. Shane llegó muy puntual, media hora más tarde. —Muy bonito —dijo, echando una ojeada al acogedor salón que las chicas habían planeado decorar en los próximos días—. Es bastante espacioso, ¿no? —Miró el gran sofá de tres plazas y el sillón que había enfrente de la chimenea. Una barra lo bastante larga como para desayunar
separaba la zona de la cocina del resto de la estancia. El propietario había cambiado alguno de los electrodomésticos y las chicas tenían una nevera nueva y una tetera reluciente. Una hilera de armarios cubría la pared de encima de los fogones. —¿Entiendo que todos estos recuerdos son de Australia? —Shane se refería a la señal de tráfico de «Peligro. Canguros en los próximos 200 km» que Jenny había colgado en la pared, y al grabado de Ayers Rock. Karen asintió desde su habitación: —A Jenny le encanta ese grabado. Le recuerda sus tiempos de trotamundos. Ha salido de la ducha hace poco; pronto estará lista. —Tengo ganas de verla —comentó Shane al mismo tiempo que arrugaba la frente—. ¿Qué es ese chirrido que se oye? Karen dejó escapar una risita tonta. —Ese chirrido es el cede de números uno de música disco que Jenny está escuchando mientras se arregla para salir. Shane puso los ojos en blanco. —Oh, no, ¡otra fan de la música disco! Apuesto a que ella y Tessa se llevan de maravilla. Ella se rió entre dientes. —También le gusta bastante Joe Dolan, el que vuelve loca a Tessa. Las dos están ya intentando convencerme para que vayamos a verlo la próxima vez que toquen en Dublín. —Tessa era una ferviente fan del cantante de la banda irlandesa, y nunca dejaba pasar la oportunidad de ir a verlo tocar, aunque a Gerry no le hiciera mucha gracia. La joven terminó de pintarse los labios frente al espejo. —Vaya, estás muy guapa —dijo Shane admirativo al ver aparecer por fin a Karen. Esta llevaba unos pantalones de cuero negro con una camiseta rojo intenso atada al cuello. Completaban el conjunto unos pequeños aros plateados que contrastaban con su melena negra y le daban un aspecto informal y sexy—. Esta noche vamos de fiesta, ¿no? —bromeó el hombre, tirando de ella para que se acercara. —Eso espero —le contestó, dándole un beso—. Sé que Jenny quiere pasarlo bien; es la primera noche de sábado que pasa en Dublín. —Ah, hablando del rey de Roma —dijo Shane cuando Jenny entró en el salón con un conjunto que a Karen la hizo sentir poco arreglada y sosa. Su amiga se había recogido la melena rubia dejando sueltos unos cuantos mechones que le enmarcaban la cara, de rasgos preciosos. Ese
peinado hacía que resaltaran sus carnosos labios y sus grandes ojos almendrados. Se había puesto una camiseta lila con un dibujo rosado y dorado en el centro y unos pendientes dorados muy favorecedores. Karen pensó que con muy poco esfuerzo a Jenny se la veía sensacional y exótica. Decididamente, tenía muy buen gusto, lo que hacía que la gente se volviese a su paso. Shane le tendió la mano. —¿Cómo estás, Jen? Soy Shane Quinn, el tipo inocente del que seguro que Karen ha estado despotricando. —Encantada de conocerte —contestó ella soltando una carcajada mientras le estrechaba la mano. Era obvio que se trataba de un buen tipo, pero difícilmente nadie podría pensar que fuera inocente. Llevaba unos pantalones militares y una camiseta ancha de algún equipo de rugbi; su constitución larguirucha lo hacía parecer una torre al lado de Karen. Tenía el pelo negro, y lo llevaba corto y peinado hacia atrás, al parecer, para disimular que empezaba a clarearle en la coronilla. Pese a ello, resultaba fácil entender por qué a Karen le gustaba. Por alguna razón, las pecas que como gotitas de lluvia le cubrían las mejillas, los ojos agudos verdes y la sonrisa traviesa lo hacían terriblemente atractivo. La noche fue inolvidable. Karen, Jenny y Shane se encontraron con Tessa y Gerry en el bar Rody Boland, donde un compañero de piso y amigo de Shane, Aidan, se unió más tarde al grupo. Karen temió que los que no se conocían se sintieran un poco inhibidos, por lo que se encargó de charlar alegremente con todos y ganarse así su confianza con su dicharachera y contagiosa alegría. Fue bueno ver disfrutar a Jenny. Esa salida probablemente le hizo recuperar un poco la confianza en sí misma después de la ruptura con Paul. Karen había descubierto de forma casi accidental la razón por la cual Jenny había roto con su ex. Desde que había vuelto, había hablado de él muy poco, y teniendo en cuenta que ella y Paul habían estado saliendo durante bastante tiempo, era natural que Karen sintiera curiosidad. Una tarde, Jenny sacó el tema un poco de pasada. —El quería quedarse y yo quería irme, así de simple —comentó—. Tuvimos una fuerte pelea durante el viaje a Cairns, y decidí irme sola a Sídney antes de volver a casa. —¿No fue Tasha a visitarte en Cairns? —preguntó Karen
refiriéndose a una amiga común de su ciudad natal, que había coincidido con Jenny durante el viaje. Esta asintió pero no profundizó más en el tema. —¿Y ella qué hizo, volvió a Sídney contigo? —No, se quedó con Paul —contestó la otra. —¿Qué? ¿Por qué iba a quedarse con Paul? Jenny sonrió. —Quiero decir que se quedó con Paul. Karen se sentó muy erguida en la silla. —¡Maldita perra! ¡Me preguntaba por qué no había sabido nada de ella! ¿Quién se ha creído que es? Y por lo que respecta a Paul Lyons, bueno, mejor que no acuda a mí si está en un aprieto, o, cuando termine con él, acabará siendo la mitad de hombre de lo que es. Jenny soltó una risa sofocada ante la reacción de su amiga. —Gracias, pero las cosas están bien como están. De hecho, no me importa mucho. Paul y yo estábamos tomando caminos distintos desde hacía tiempo y Tasha sólo fue la gota que colmó el vaso, por decirlo de alguna manera. Resumiendo, me dio la energía para dejar de vagar sin rumbo, así que volví a Dublín a «pensar en mi futuro», como diría mi madre. —Entonces, ¿no estás resentida con Paul? —No, no me importa. Además, no hace mucho, al poco de llegar, fui a consultar a mi vidente, ya sabes, sólo para ver qué tipo de vida me espera y todo eso. Y Karen, estuvo fantástica. Acertó con todo lo de Paul y lo de la separación; sabía que había estado fuera y... —Déjame adivinar, te dijo que recientemente habías pasado por una etapa difícil, pero que las cosas se arreglarían y te irías de viaje —dijo Karen en tono sarcástico. Nunca había podido entender cómo Jenny, una chica supuestamente inteligente, de veinte y tantos, fuera tan crédula con los temas de adivinación. Además, siempre acudía a la misma vidente, la misma que a lo largo de los años le había predicho las notas de la universidad, el herpes de su madre y el embarazo de su perra Lucy. El hecho de que aquella mujer que se hacía llamar vidente viviese en su misma ciudad, estuviese al tanto de las preferencias de Jenny por sus estudios, oyera los constantes chismorreos sobre la salud de su madre y supiera que su perra Lucy se había escapado de casa de los Hamilton un fin de semana, no habían conseguido destruir la elevada opinión que Jenny
tenía de la señora Crowley y sus así llamadas «predicciones». Jenny hizo una mueca. —No es eso. Por extraño que parezca, esa vez fue muy precisa. —Jenny, ella sabía que habías estado viajando con Paul y que habías vuelto a casa sin él. No hace falta ser un genio para darse cuenta de la «sorprendente revelación». Su amiga se cruzó de brazos, enfurruñada. —Sólo porque tú seas cínica y desconfiada por naturaleza no significa que el resto de nosotros no podamos tener fe en ella —dijo. Karen suspiró y levantó las manos en signo de derrota. —Bueno, bueno, entonces cuéntame las increíbles predicciones que madame Crowley te hizo esa vez. —De acuerdo, no fue tan precisa pero... «Vaya, esto es una sorpresa», pensó Karen. —Dijo que encontraría a alguien especial antes de finales de este año, y también dijo que ese chico, que tendría el pelo de «un color similar al mío», sería el amor de mi vida. ¿Te lo puedes creer? Dijo exactamente que sería el amor de mi vida. —¿En serio? —preguntó la otra en tono cansino. —Así es como lo expresó. Dijo que lo encontraría en un momento en que estuviese distraída y que tendríamos «altibajos» a lo largo de nuestra relación, pero seríamos capaces de superar todas las dificultades que se nos presentasen, hasta que al final nada podría separarnos. Su amiga no pudo reprimir una sonrisa. —Piénsalo, Karen. ¿Y si se cumple? —preguntó la otra, con sus ojos azules muy abiertos por la emoción—. ¿Y si estuviera ahora aquí, en Dublín? El fin de año está a la vuelta de la esquina, ¡así que debo de estar a punto de toparme con él!
CAPÍTULO 5 — ¿Estás nerviosa? —preguntó Karen, al ver que Jenny intentaba alisarse el pelo por décima vez consecutiva. Había que reconocer que, esa mañana, a su amiga se la veía muy elegante; llevaba una chaqueta morada a conjunto con una falda larga hasta los tobillos. Karen pensó que los colores cálidos resaltaban sus rasgos. —Supongo que un poco —contestó Jenny, que al final había optado por apartarse el pelo de la cara recogiéndoselo con una pinza. Frunció el cejo al ver su reflejo—. No sé... ¿no se me ve un poco despeinada? ¡Oh, cómo me gustaría tener el pelo liso! Karen rió con la boca llena de cereales. —¿Te das cuenta de que todas las mujeres del mundo pagarían una fortuna por tener tus rizos? En serio, Jen, nunca te había visto así. Me encanta ese traje; el look de ejecutiva te va como anillo al dedo, y lo sabes. Ya podía ser así, pensó Jenny. El traje le había costado un dineral. Pero cuanto más lo miraba, menos profesional se sentía. Dentro de poco, los miles de mariposas que notaba en el estómago empezarían a salirle por la boca. Deseaba que ya hubiera pasado el primer día, porque luego, con un poco de suerte, las cosas serían más fáciles. Sabía que la sucursal de Dun Laoghaire del banco Alliance Trust era muy grande, y siempre estaba atestada. Tenía la esperanza de que sus futuros compañeros no estuvieran demasiado atareados para conocer al nuevo miembro de la plantilla. Respiró profundamente. —Está bien, ¡me voy! ¡Deséame suerte! Karen se levantó de la silla y le dio un abrazo para reconfortarla. —Todo irá bien, Jen. No es que no sepas de qué va el trabajo. Estoy segura de que una vez hayas empezado, lo irás recordando todo. También pasaste un tiempo trabajando en un banco en Sídney, ¿no es así? —Sí. Y ya lo sé, son sólo los nervios del primer día, después se me pasará. Cogió el bolso y se miró al espejo por última vez. Luego se fue a la parada del autobús que la llevaría al centro de la ciudad, donde cogería un tren DART hasta Dun Laoghaire. Karen se fue del piso unos veinte minutos más tarde, y recorrió a pie el corto camino que la separaba del edificio de Acorn Fidelity. Se estrechó en la cintura el lazo de la gabardina porque la brisa de {3}
la mañana era fría y le venía de cara. Era principios de septiembre, pero ya se notaba cómo cada día refrescaba un poco más. Pronto tendría que coger el autobús para ir a trabajar. Eso haría reír a Shane. El estaba empleado en Viking Engineering, una compañía de ingeniería civil situada en la parte norte, y tenía que coger dos transportes al día para llegar al trabajo, mientras que, por suerte, ella podía llegar a Acorn Fidelity andando. Deseaba que Shane se comprase ya ese coche del que tanto hablaba. De esa manera, le sería mucho más fácil desplazarse, aunque —Karen dudó al pensar en el endiablado tráfico de la ciudad— quizá no. Sacó la tarjeta identificativa que le daba acceso a su edificio y atravesó la lujosa recepción de Acorn Fidelity. Pamela, la recepcionista, la detuvo cuando pasó por delante de ella. —Catherine Mitchell no ha venido hoy porque está enferma, y tenía tres entrevistas esta mañana que te tocará hacer a ti. La primera te está esperando fuera de tu despacho. ¡Genial!, pensó Karen. ¡Era demasiado pedir que una mañana de lunes fuese tranquila! Esas entrevistas deberían haberse pospuesto, ella ya tenía suficiente trabajo como para encima entrevistar a los candidatos para gestión de personal. Pero por supuesto, la pequeña Miss Eficiencia lo tenía todo programado. Desde el primer día en que Karen entró a trabajar en Acorn Fidelity, y de eso hacía ya casi tres años, ella y Pamela no se soportaban, aunque ninguna de las dos supiera por qué. Catherine Mitchell, la jefa de Karen, lo llamó «un evidente conflicto entre personalidades parecidas». Ella no estaba de acuerdo. —Bueno —le dijo seca a Pamela—. ¿Algo más, ya puestos? —Pues sí, de hecho sí —sonrió la chica radiante de felicidad, satisfecha por la irritación de Karen—. Tengo ocho mensajes telefónicos para ti y otros trece para Catherine. He supuesto que podrías encargarte de ellos cuando hayas terminado con las entrevistas. —Sí —contestó Karen apretando los dientes—, supongo que podría.
Más tarde, en casa, Jenny llegó y cerró la puerta con tal energía que Karen levantó la vista desconcertada. —¡Vaya panda de cabrones! —exclamó tirando las llaves sobre la
barra del desayuno. Era muy extraño que Jenny dijese palabrotas, así que Karen dedujo que su primer día habría sido especialmente malo. —¿Qué ha pasado? —preguntó, calibrando de paso el lamentable aspecto de su amiga—. Estás espantosa. En efecto, Jenny estaba sudorosa, el pelo se le había soltado de la pinza y una serie de rizos enmarañados le cubría la cara. Parecia muy diferente a la profesional segura de sí misma que había salido del piso aquella misma mañana. —La han atracado —dijo una voz masculina. Hasta entonces Karen no descubrió la presencia de un chico corpulento y atractivo detrás de Jenny. Llevaba traje, y bajo el brazo izquierdo sujetaba un ordenador portátil metido en su funda. Tenía el pelo negro, corto y bien peinado, y sus ojos también eran negros, de un marrón chocolate intenso que hacía resaltar aún más su tono de piel dorado. Se le insinuaba una leve sombra de la barba en el mentón, y Karen pensó que se trataba de ese tipo de hombres que siempre tienen un poco de barba, independientemente de cuan a menudo se afeiten. —Al bajar del autobús, en la parada de enfrente del centro comercial, un grupo de mocosos le han arrancado el bolso de un tirón y se han largado corriendo —explicó aquel atractivo hombre—. Yo estaba allí, y ambos hemos corrido tras ellos, pero ya era demasiado tarde. He estado a punto de atraparlos, pero se han escondido en alguno de los edificios del final de la calle. Está muy enfadada. —Y diciendo eso, miró a Jenny con aspecto preocupado. —Jen, cariño —dijo Karen, que entonces ya empezaba a hacerse una idea de lo que había pasado—. ¿Te han robado mucho dinero? ¿Has cancelado las tarjetas de crédito? —No había cogido las tarjetas y no llevaba mucho dinero en el monedero. Pero ¿te acuerdas de aquel nuevo pintalabios color cereza que compré la semana pasada? ¿El que se suponía que permanecía inalterable aunque te pasaras el día bebiendo café? Bueno, pues lo llevaba en el bolso, y además me había costado una fortuna. —A continuación, añadió abatida —: También el bolso costaba una fortuna. —Mira, siéntate y relájate. ¿Queréis té frío? Acabo de preparar una jarra. Ambos asintieron y Karen les sirvió dos vasos, uno a su amiga y el
otro a su salvador. Mientras les daba la bebida, negó con la cabeza en señal de disgusto. —Quizá deberías llamar a la policía; como mínimo tal vez puedan devolverte el bolso. —Probablemente sería una pérdida de tiempo —dijo Jenny desanimada—. La policía no puede hacer nada. Esto es un caso menor, y, como no llevaba mucho dinero ni siquiera creo que se molesten en buscar el bolso. El joven, hasta entonces anónimo para Karen, se rió entre dientes. —Dudo mucho que entiendan la importancia del lápiz de labios permanente —comentó. Jenny le dirigió una tímida sonrisa. —Pero no deberíamos permitir que se salgan con la suya — exclamó Karen con los brazos en jarras—. ¡Es indignante! Como alguno de ellos se me cruce por delante... Su amiga la interrumpió: —Cálmate, Karen. No hay por qué ponerse así. Por lo menos no me han sacado un cuchillo o algo por el estilo; sólo he perdido un bolso. Creo que lo peor ha sido el susto que me han dado. Tomó un sorbo de té y entonces, de repente, exclamó: —Vaya, lo siento, se me ha olvidado presentaros. —Y agitando los brazos, señaló al joven—. Karen, éste es Roan Williams, Sir Galahad de incógnito. El sonrió mostrando una dentadura blanca y, mientras se estrechaban la mano, Karen se fijó en que tenía un diente un poco torcido. Jenny por su parte miró fijamente a Roan. —Aprecio muchísimo que me hayas ayudado de esta manera —le dijo en tono afable—. No tenías por qué involucrarte. —Claro que tenía por qué —la contradijo con una sonrisa—. Creo que es horrible que la gente no se inmute cuando pasa algo así. Karen observó con interés la conversación entre los dos. Era obvio que, salvador o no salvador, a su amiga le gustaba enormemente el tipo. Roan bebió un poco de té y miró alrededor de la habitación. —Es un piso muy bonito, mucho más bonito que el mío. —¿Dónde vives? —inquirió Karen en beneficio de Jenny. —Por el canal, cerca de Ranelagh. Comparto una casa con tres chicos más que dicen ser de por algún sitio de Monaghan, pero por cómo se comportan, se diría que han sido criados entre los orangutanes del zoo de {4}
Dublín. La semana pasada, encontré un plato de algo vagamente parecido a unos espaguetis a la boloñesa debajo de uno de los armarios. Parecía llevar allí varias semanas. —Estoy intentando averiguar de dónde es tu acento —lo interrumpió Jenny pensativa—. No eres de Dublín, ¿verdad? El soltó una risita. —No, has acertado. Soy de Kildare, pero llevo mucho tiempo viviendo en Dublín; primero por la universidad y luego por el trabajo — dijo, señalando el portátil que descansaba entre sus pies. —Roan, ¿quieres más té? —intervino Karen llenando de agua la tetera. —No, gracias. De hecho iba a buscar algo de comida cuando esta damisela en apuros se cruzó en mi camino. —Le guiñó el ojo a Jenny—. ¿Estás segura de que estás bien? Ella lo miró a través de la espesa capa de rímel que llevaba en las pestañas. —Estoy bien. Ha sido más el susto que otra cosa. Creo que si hubiera estado más atenta... —Su voz se fue apagando, como si de repente estuviera recordando algo, luego prosiguió—: Si hubiera estado más atenta, habría agarrado bien el bolso y nada de esto habría ocurrido. Gracias de nuevo, aprecio mucho tu ayuda. —No ha sido nada —contestó, obsequiándolas de nuevo con su sonrisa deslumbrante (aunque ligeramente torcida) mientras se encaminaba hacia la puerta—. Con suerte, algún otro día nos volveremos a encontrar. Cuando Jenny hubo cerrado la puerta y estuvo segura de que se había marchado, soltó un agudo grito de excitación. —Karen, ¡tiene que ser él! —exclamó, palmoteando con entusiasmo—. ¡Tiene que ser el tipo del que me habló la vidente! ¿Recuerdas que supuestamente debíamos de encontrarnos en «un momento en que estuviese distraída»? Bueno, pues lo estaba mientras bajaba de ese autobús, y es demasiada casualidad que me asaltaran y justo él estuviese ahí para ayudarme. Su amiga no hizo ningún esfuerzo para ocultar su escepticismo. —Jenny, por favor, no me digas que te tragaste esa tontería. Además, creía que el pelo de tu hombre sería «de un color similar al tuyo», ¡y el de este chico era más negro que un traje de luto! —Bueno, no puede predecirlo todo con tanta exactitud —replicó la
otra malhumorada—. Por otra parte, aún puede ser del mismo color que el mío; quiero decir, que siempre puedo teñirme el pelo de negro, ¿no? —Jenny Hamilton, eres incorregible —concluyó Karen sacudiendo la cabeza con una sonrisa—. No puedes ir por la vida intentando que esa supuesta predicción se ajuste a cada hombre con el que te topes entre ahora y Navidad. Las cosas no funcionan así. —Eso lo veremos —contestó su amiga, confiada—. Además, creo que una chica puede permitirse soñar, y pensar que si el destino ha querido juntarnos hoy, el mismo destino se encargará de que volvamos a encontrarnos. Después de todo, no nos hemos dado el número de teléfono, ni nada por el estilo. Y, por otra parte, tienes que reconocer que está para comérselo. Karen cogió un cuchillo y empezó a cortar zanahorias en pequeñas rodajas. En efecto, estaba para comérselo, pero ¿realmente se podría confiar en un hombre tan atractivo?, pensó con preocupación.
El miércoles siguiente por la noche, el bar Boland estaba atestado. Jenny vio a Gerry hacerle un gesto con la mano desde el final del bar y ella y Karen lucharon contra la multitud para conseguir llegar hasta él. —¡Hola, Jen! —Tessa le indicó con un gesto que se sentara a su lado—. Shane nos estaba contando lo que te pasó el otro día. ¿Cómo te sientes ahora que ya ha pasado todo? Al contestar, en su sonrisa había un algo de tristeza. —No estoy mal; fue sólo el susto del momento. Afortunadamente, no se llevaron mucho. —Se quitó el abrigo y saludó a los demás. —Esos mocosos —exclamó Tessa—. Vuelves a casa después de tu primer día de trabajo, y un montón de vagos que no mueven el culo para nada, van y te roban. Dan ganas de vomitar. —¿Llamaste a la policía? —preguntó Gerry. —Puse la denuncia, pero no creo que sirva para nada. —Le dio las gracias a Karen cuando ésta le pasó una botella de Budweiser. —¿No les cuentas lo del gentil caballero que te rescató? —le preguntó ésta con una abierta sonrisa. La otra soltó una carcajada y les explicó a Tessa y a Gerry, de forma un tanto emocionada, las circunstancias de su encuentro con Roan. —Es el hombre más sexy que jamás he visto fuera de la televisión
—finalizó de forma concluyente. —Me pregunto si volverás a verle —comentó Tessa. Entonces giró la silla para poder ver la pantalla de televisión situada en la pared—. Oh, mirad, el partido ya ha empezado. —¿Quién juega? —inquirió Karen mirando a su vez la pantalla. Shane se llevó las manos a la cabeza desesperado. —«¿Quién juega?» Karen, ¿ves esos chicos con una camiseta verde y unos pantalones cortos blancos, que van todo el rato corriendo como locos por el campo? Bueno pues, lo creas o no, son la selección irlandesa. —Ah, bien por ellos —dijo ella encogiéndose de hombros y, a continuación, volvió a su Budweiser. —Jenny, ¿cómo va el trabajo? —preguntó Tessa sin despegar la vista del televisor—. ¿Te has adaptado bien? —Sí, muy bien, en realidad mucho mejor de lo que esperaba. En su primer día en el Alliance Trust de Dun Laoghaire, la jefa de personal, Marión, le dijo que, para que se fuera familiarizando con el funcionamiento del banco, habían pensado que las primeras semanas trabajase en el área de contabilidad del primer piso. A continuación, conoció a Olivia, la ayudante del director de la sucursal, que le pareció una persona amigable y de trato fácil. Esta fue la encargada de presentarle al resto del personal, informándola previamente de sus manías y temperamentos (cosa que Jenny apreció mucho). Le pareció que, en general, la mayoría de sus compañeros eran simpáticos, habladores, y mostraban interés en escuchar sus experiencias por Australia, por las que le preguntaban con toda naturalidad. Gerry fue a por otra ronda de bebidas y patatas, y lo dejó todo sobre la mesa. Karen refunfuñó, pero no pudo resistirse a comer. —Realmente, necesito empezar pronto una dieta, la cintura de estos pantalones empieza a apretarme. —Bueno, si tú necesitas ponerte a dieta, yo necesito gafas —rió Jenny. Tessa se sumó a la conversación. —Chicas, ni caso de esas dietas que están tan de moda del doctor Tal y el doctor Cual. Las he probado todas, y ninguna es tan eficaz como mi régimen de los pantalones blancos. —¿Tu qué? —preguntó Jenny con interés. —Vamos, continúa; explícale tu famosa dieta de los pantalones
blancos —intervino Karen con voz cansina. —Bueno, es muy simple —empezó Tessa—. Tengo unos pantalones blancos que me van justo a la medida. Me los pruebo varias veces al mes, como mínimo una vez, y mejor si es después de una comida particularmente copiosa. Si cuando me los pongo detecto un ligero embutimiento sea donde sea, son treinta minutos de caminata al día y ni una tableta de chocolate hasta que me vuelvan a quedar perfectos. Gerry se rió a carcajadas detrás de ella. —Tessa Sullivan, eres una mentirosa. Nunca has sido capaz de dejar el chocolate. La aludida chasqueó la lengua en señal de desaprobación, e ignoró a su novio. —¡No le hagas caso, Jen! Si lo pruebas, te darás cuenta de que de verdad funciona. —Eso es perfecto si tienes unos pantalones blancos que te quedan bien, o si puedes arreglártelas para caminar media hora al día —rió Karen —. De todas formas, yo no podría dejar el chocolate. Creo que estamos biológicamente programados para ingerir esa delicia de forma regular. —Es verdad —asintió Jenny—. Mi padre me contó una vez que, cuando era pequeño, su madre lo regañaba por atracarse de caramelos, luego, cuando era adolescente, temía que con los dulces le salieran granos, y ahora que es mayor no puede comer lo que le apetece por culpa del colesterol. Dice que es una batalla que nadie puede ganar, así que, ¿por qué preocuparse? Deberíamos olvidar las dietas y disfrutar de la comida mientras podamos. —Quizá sí —convino Tessa con una sonrisa de oreja a oreja—. Pero ¡apuesto a que tu padre nunca tuvo que caber en unos pantalones blancos! —Nada más decir eso, desvió su atención hacia el televisor—. ¡Oh, arbitro, ha sido una falta clarísima! ¡Tarjeta! Shane rió y sacudió la cabeza. —Tessa, que a pesar de ser una chica mona que se pone vestiditos con volantes y sombra de ojos, tengas una opinión tan clara sobre el pie izquierdo de Michael Owen nunca deja de sorprenderme. —Shane, como en principio pareces un tipo inteligente, el hecho de que puedas soltar un comentario así de sexista nunca deja de sorprenderme —replicó ella, encendiendo un cigarrillo con exasperación—. Por la manera en que habláis de fútbol se diría que se trata de algún tipo de
ciencia aeroespacial. ¿Y cuándo ha sido la última vez que me has visto llevar un vestidito con volantes? —Oh, por favor... no me vais a hacer actuar de moderadora en vuestras disputas de fútbol otra vez, ¿no? —preguntó Karen sacudiendo la cabeza de forma cansina—. Shane, déjala estar, ¿quieres? La súplica fue ahogada por un coro de gritos porque, justo entonces, acababan de pitar un penalti a favor del equipo irlandés. Todas las conversaciones quedaron suspendidas mientras un jugador de la selección avanzaba para chutar la pelota. Cuando ésta golpeó la red, todo el bar estalló al unísono en un estruendo de aplausos y alegría. Jenny estaba en mitad de la celebración cuando notó un golpecito en el hombro. Le dio un vuelco el corazón al ver a Roan Williams agachado junto a su taburete. Él le sonrió, y, al hacerlo, ella descubrió que se le hacían unos pequeños hoyuelos en las mejillas. —Hola de nuevo —dijo Roan—. Acabo de entrar y, al veros aquí sentados, he pensado que estaría bien preguntar si mi dama estaba ya mejor. —Hola —lo saludó Jenny a la vez sonriendo con satisfacción—. Coge un taburete y siéntate. Entusiasmada, hizo sitio para que se aposentara a su lado. Iba vestido de manera informal: con téjanos, una camiseta blanca, botas Timberland y una chaqueta de piel color marrón claro. Jenny pensó que esa noche estaba aún más sexy que el otro día. El joven saludó a Karen, y entonces Jen se lo presentó a los demás. Cuando Roan estrechó la mano de Aidan, éste se lo quedó mirando con curiosidad. —Oye, tu cara me resulta familiar, creo que nos hemos visto antes —comentó. Roan se encogió de hombros. —Bueno, normalmente vengo por aquí, quizá por eso te sueno. Pero Aidan frunció el cejo y negó con la cabeza. —No lo creo. Estoy seguro de que te conozco de algún otro sitio. ¿Ibas a la Universidad de Dublín, quizá? —Me temo que no, y tú a mí no me suenas de nada. Me debes de confundir con alguien. Tengo una cara bastante corriente. —Y soltó una breve carcajada. —Puede ser. —El otro se encogió de hombros y volvió a su
cerveza. Roan desvió rápidamente su atención hacia Jenny. —¿Cómo estás después de la aventura del otro día?... y más importante aún, ¿conseguiste reemplazar el lápiz de labios maravilloso? Ella se rió. —¡No, todavía no! Pero gracias de nuevo por ayudarme. De lo contrario no sé qué habría hecho. —Ningún problema. Escucha, Jenny, estoy con unos amigos en la otra parte del bar y debo volver con ellos. ¿Te veré luego? Se le hizo un nudo en el estómago. Claro, probablemente estaba con alguien; con alguien de sexo femenino. Un hombre tan atractivo, casi seguro que tenía que tener pareja. —Vale, nos vemos luego, y gracias otra vez —dijo ella sonriendo para ocultar su disgusto. —Vaya, es guapísimo —exclamó Tessa siguiendo a Roan con la mirada mientras éste desaparecía entre la multitud—. Y además tiene un bonito trasero. —Eh, te he oído —soltó Gerry. —No te preocupes, cariño, sabes que el tuyo es insuperable. ¡Mi novio tiene el mejor trasero del mundo! Shane le dio un codazo a Gerry. —Eso debe de ser gracias a la dieta del pantalón blanco, ¿no? Tessa rió entre dientes. El partido acabó con una merecida victoria del equipo irlandés, lo que dio pie a otra ronda de celebración en el bar. Rápidamente, apareció un dj, y, en cuestión de minutos, empezó a poner discos, aprovechando que el ambiente estaba animado. —Me siento un poco mareada —dijo Jenny después de su quinta Budweiser—. Y eso que aún es temprano. Aidan se terminó su cerveza y, con un resuelto ademán, dejó el vaso sobre la mesa. —Me gustaría quedarme un poco más, pero mañana tengo que levantarme temprano; me toca trabajar. Ya nos veremos otro día. —A continuación, se puso la chaqueta y se fue. Entonces, Jenny se dirigió a Karen. —'¿Trabajar? ¿Acaso Aidan es médico o algo así? —No, es bombero. Trabaja en Tallaght. —¡Bombero! —Jenny estaba impresionada.
—¡Otra más no! —exclamó Shane exasperado—. ¿Qué tienen los bomberos que hacen que las mujeres se vuelvan locas por ellos? Eso de que son grandes héroes no es más que un tópico. Mi abuelo tiene ochenta años y está mucho más cuadrado que Aidan. —No es tan sólo su físico —explicó Jenny arrobada—. Es sobre todo el hecho de que arriesgan sus vidas para salvar las de otros. No creo que sea comparable con los médicos o las enfermeras, perdona Tessa, porque éstos en realidad no tienen nada que perder. Lo que define a los bomberos es que son valientes. —¡Sí, hombre, valientes! Por lo que sé, Aidan se pasa la mayor parte del tiempo jugando a póquer en la central. ¡Eso cuando no está recogiendo garitos que se han quedado atrapados en un árbol! Karen le dio un fuerte codazo en las costillas. —¡Vale, vale! —rectificó él de inmediato—. Me he inventado la última parte, el trabajo no tiene nada que ver con eso. ¡Es un héroe, es un héroe! Los demás rieron. —¿A quién le apetece un poco de marcha? —Tessa saltó del taburete y meneó las caderas al ritmo del último éxito de U2. Al poco, Karen y Jenny la siguieron, y las tres chicas se lanzaron a bailar alegremente alrededor de la mesa, mientras Gerry y Shane hacían por ignorarlas y pasar desapercibidos. Al cabo de un rato, Jen vio aparecer de nuevo a Roan. Este la miró y sonrió. —Hola —lo saludó ella con una insinuante sonrisa. Se le había disipado un poco el efecto de la bebida, pero se sentía eufórica por el baile y tenía ganas de coquetear. —Me gusta cómo te mueves —comentó él. —Entonces, ¿por qué no te apuntas? —No, yo no —le contestó, negando con la cabeza al tiempo que sonreía—. Tengo una reputación que mantener. —¿Cuál? —rió ella—. ¿La de viejecito aburrido? —Más bien la de tío serio y guay. Los dos se rieron. A medida que hablaban, Jenny se iba sintiendo más y más cómoda. Primero charlaron de cosas sin importancia, y luego intercambiaron información sobre sus vidas. Roan le dijo que trabajaba en
Euramax, una compañía de informática situada en el centro de la ciudad, y que llevaba casi cinco años viviendo en Dublín. —He estado pensando en comprarme un piso y dejar de ir de fiesta todo el tiempo, pero es que me encanta salir —dijo—, y, por otra parte, no me siento preparado para asumir la responsabilidad de endeudarme para toda la vida. Trabajar ya es bastante duro, si encima no pudiera divertirme un par de noches a la semana y relajarme, creo que me volvería loco, cosa que no podría hacer si estuviera obligado a pagar una hipoteca. —Sé de qué hablas —asintió Jenny—. Pensaba que trabajar en el Cock and Bull de Sídney era el no va más, pero no tiene nada que ver con cómo se trabaja aquí. —Siempre quise ir allí, a Australia quiero decir, no al Cock and Bull. Pero empecé a trabajar en cuanto acabé la universidad, y luego ya nunca he encontrado el momento para viajar. —Al principio es apasionante, el ritmo de vida es completamente distinto, mucho más relajado, pero me alegro de haber vuelto a casa. —Yo también me alegro —dijo él con un susurro. En ese momento, Jenny supo que había dicho lo que sentía. De repente, el rostro de él se acercó al suyo y ella tembló de placer. —Qué pedazo de partido, ¿eh, Roan? —interrumpió de pronto Shane rompiendo la magia del momento. Mientras ambos se enfrascaban en una conversación sobre sus equipos de fútbol favoritos, Jenny intentaba entender lo que acababa de pasar. Si Shane no los hubiera interrumpido, estaba casi segura de que Roan la hubiera besado. Al regresar a la mesa, Karen refunfuñó: —¡Shane, ya basta de fútbol por esta noche, por favor! Además, creo que ya va siendo hora de que nos vayamos a casa. No olvides que por la mañana tenemos trabajo. ¿Te vienes, Jen, o vas a quedarte un rato más? —A continuación, Karen se despidió de Tessa y de Gerry, que ya estaban dirigiéndose hacia la salida. Jenny miró a Roan y éste sonrió. —Id tirando —dijo—, creo que me quedaré un poco más. —No te preocupes —añadió Roan dirigiéndose a Karen—, más tarde la acompañaré a casa. Todos se fueron. —Voy a ver si puedo conseguir bebida antes de que cierren la barra —dijo—. ¿Quieres algo? {5}
—¿Por qué no? —contestó ella, levantando el vaso y tratando de evitar un hipo desafiante. Roan volvió con los vasos y los dejó encima de la mesa. Después de otras tres copas, se fueron. Al salir, Jenny dio las gracias a cada uno de los empleados; avanzaba tambaleándose, mientras Roan y uno de los porteros la sujetaban. —Eres muuuuuuuy amable —le dijo al portero, que tenía una cara muy seria e intentaba ayudarla a salir—. No esperaba que la gente en Dublín fuera taaaaan amable, pero todo el mundo es muuuuuy amable. —A partir de aquí ya me ocupo yo de ella, colega, muchas gracias —comentó Roan una vez en la calle, sonriéndole al portero a modo de disculpa. —Bueno, Jenny, hora de llevarte a casa. ¡Vaya, estás fatal! No pudo reprimir la risa cuando la vio tropezar contra la pared, y empezar luego a hacer malabarismos para intentar mantener el equilibrio. —Estoy muy cansada. —Jenny bostezó sin dejar de andar—. Quiero mi cama; ahora. —¡Un momento! No andes tan rápido —dijo él rodeándola con el brazo y tratando de sujetarla para que no se cayera. —Eres muy amable, Roan... ¿no te lo habían dicho nunca? — preguntó gangosa al tiempo que lo miraba—. También tienes unos ojos muy bonitos. Y un bonito pelo. Y eres muy sexy. ¡Ups! —Se llevó la mano a la boca avergonzada—. ¡No debería haber dicho eso! No quiero alimentar tu ego. El sonrió. —Jenny, también al portero le has dicho que tenía un pelo precioso, y el hombre era más calvo que una bola de billar. Creo que lo que me digas esta noche no te lo voy a tener en cuenta. Ella rió y pronto llegaron a Leinster Square. —¡Ya hemos llegado! —anunció gritando cuando estuvieron frente a la puerta de entrada—. ¿Quieres subir? —Subida al escalón, sus ojos quedaban aún por debajo de los de él. Roan dudó un momento. —No, Jenny —susurró—, parece que todo el mundo está durmiendo. Pero gracias de todas formas. ¿Podrás subir la escalera? —Sí, estaré bien. Sólo espera a que encuentre las llaves. —Hurgó en el bolso buscándolas, hasta que se dio cuenta de que ya las tenía en la
mano—. Ups... ¡las tengo aquí! —Esbozó una sonrisa de oreja a oreja, y cuando intentaba abrir el portal, se le cayó el llavero al suelo. Roan se agachó a recogerlo y, cuando iba a dárselo, ella se lo agarró de forma impulsiva y lo besó apasionadamente en los labios. Inmediatamente, él la apartó, y ella, al darse cuenta de lo que acababa de hacer, casi se murió de vergüenza. —Oh, Dios mío, Roan, lo siento mucho. No sé lo que me ha pasado, yo... Pero antes de que siguiera hablando, él la acalló estrechándola entre sus brazos y besándola con intensidad. Cuando Roan la empujó contra la puerta y empezó a besarle el cuello, Jenny se le abrazó. Gimió quedamente al notar sus manos deslizándose por debajo de su ropa, y se le cortó la respiración al sentir su lengua. No podía creer que lo hubiera besado de esa manera. ¡No era su estilo! Después de todo, acababa de conocerlo. Entonces, de repente, Roan se detuvo y se apartó. —Lo siento —dijo—, no debería estar haciendo esto. —Se mesó los cabellos y la miró—. Ambos hemos bebido demasiado, ¿no crees? Confundida, ella intentó no mirarlo a los ojos, y se abrochó la chaqueta. —Tienes razón, es culpa mía. Lo lamento. —Se volvió rápidamente y esa vez abrió a la primera. —Jenny, espera, podemos... No llegó a oír el resto de la frase porque cerró la puerta de golpe. ¡Qué horror! Esperaba que Karen estuviese ya dormida porque se veía incapaz de contarle nada. ¿En qué estaría pensando? ¿Por qué había tenido que actuar como una tonta? ¿Por qué había tenido que emborracharse tanto? Una vez en el piso, pasó de puntillas por delante de la habitación de su amiga para dirigirse hacia la cocina. Mientras bebía un vaso de agua, miró su reflejo en el espejo del salón. Tenía un aspecto deplorable, con el pelo enmarañado, las mejillas enrojecidas y el rímel corrido. Se le veía un círculo negro debajo de cada ojo. ¡Claro que Roan la había apartado! Se lavó la cara, se metió en la cama y se encogió de vergüenza al recordar lo que había sucedido. ¿Cómo podría volver a mirarlo?
CAPÍTULO 6 Al día siguiente Jenny volvió a casa agotada después del trabajo. Cuando llegó, su resaca sólo empezaba a mejorar. No había tocado la comida en todo el día y sólo deseaba pasarse el resto de la tarde tirada en el sofá. Al entrar en el piso, lo que vio la dejó atónita. Encima de la barra de la cocina había el ramo de rosas rojas más grande que hubiese visto nunca. —Bienvenida a casa —dijo Karen desde el sofá esbozando una ancha sonrisa—. Le gustas a alguien; ahí encima hay dos docenas. —¿Quieres decir que son para mí? —gritó Jenny entusiasmada—. He pensado que quizá te las había enviado Shane. —¿Has perdido el juicio? Shane Quinn ni siquiera sabe lo que son las rosas. Abre el sobre, ¿no? Me muero de ganas de saber quién te las manda, aunque puedo imaginármelo. Siento lo de anoche. Me asusté. ¿Una cena mañana lo arreglaría? Te recojo a las ocho. Besos, Roan. —Oh, Dios mío —dijo Jenny llevándose la mano a la boca—. ¡No me lo puedo creer! Quiere que vaya a cenar con él mañana por la noche. —Parece muy impaciente. ¿Qué pasó ayer? Jenny le contó muy animada lo que había sucedido la noche anterior. —Y yo que creía que lo había estropeado todo echándome encima de esa manera. —Pues parece evidente que no —contestó Karen—. Te defiende de los ladrones, te envía rosas caras, te quiere llevar a cenar... Parece que sir Galahad se está convirtiendo en Míster Romántico, ¿no crees?
A la noche siguiente, Roan llamó al interfono a las ocho en punto. —¿Estoy bien? —le preguntó Jenny a Karen en un momento de ansiedad respecto a la ropa que debía ponerse. —Estás estupenda —la calmó ella, envidiando el estilo de su amiga. Esa noche, Jenny se había puesto tacones, una falda de gasa color
lila con volantes, y, a conjunto con la falda, una camiseta atada a la nuca, con unas delicadas lentejuelas alrededor del cuello que resaltaban su generoso escote. Karen pensó que el conjunto era perfecto para la ocasión: ni demasiado arreglado ni demasiado informal. Además, Jenny siempre llevaba perfectamente el hecho de estar un poco rellenita. Roan tampoco se veía nada mal, pensó al verlo entrar. Con unos pantalones negros y una camisa de lino oscura de manga corta. La cena fue muy animada. Fueron a un restaurante chino del centro de la ciudad, y, desde que se sentaron, no dejaron de hablar como si fueran viejos amigos que se hubiesen vuelto a encontrar después de una larga ausencia. Jenny habló con confianza sobre ella; le contó cómo era su familia, cómo había sido su vida en Kilkenny y su relación de amistad con Karen. Supo que el padre de Roan era médico, y que quería que su hijo mayor siguiera sus pasos en la elección de carrera. Sin embargo, Roan no lo había hecho, a diferencia de su hermano menor, Christian, que estaba estudiando medicina en el Trinity College. Su madre en cambio se había dedicado a la casa, y su carrera había consistido en ocuparse de los tres hombres de su vida. —Creo que a ella le gustaría que volviese a casa —comentó Roan — probablemente porque quiere controlar lo que hago, o porque quiere casarme. Pero yo no me veo viviendo allí otra vez. Aquí fuera me esperan muchas cosas, ¿sabes? Jenny asintió. —En parte, yo me fui a Australia porque mi madre se oponía a ello. Tenemos una relación extraña, a veces discutimos tanto que no puedo creer que compartamos los mismos genes. Sin embargo no ocurre lo mismo con mi padre, con él es otra historia. —Y sonrió orgullosa al pensar en Jim Hamilton—. El me perdonaría hasta que matara a alguien e incluso me ayudaría a hacerlo, si fuera necesario. Roan rió entre dientes. —¿Quieres postre? —preguntó haciéndole señas al camarero. Ella aceptó, aliviada de que no fuera de uno de esos tipos obsesionado con cada bocado que ella se llevaba a la boca. Su ex, Paul, la hacía sentir como el Monstruo de las Galletas cada vez que salían a comer fuera, y eso que se conocían desde pequeños, y que estaba al corriente de su eterna batalla contra la báscula.
«Jenny, no pidas el agridulce, que lleva mucha mantequilla» o «¿De verdad quieres esa cantidad de arroz frito?». Nunca la dejaba pedir postre, aunque él se comiera tan contento delante de ella su plátano flambeado bañado en crema. Jenny no entendía cómo había podido estar con Paul tanto tiempo. Miró disimuladamente a Roan, sentado al otro lado de la mesa, estudiando el menú. Estaba especialmente atractivo esa noche, pensó. Tenía unas pestañas largas y negras, y un rostro muy masculino con una boca muy sexy. Se estremeció al recordar lo que se sentía al ser besada por esa boca. Al entrar en el restaurante, Jenny se dio cuenta de que la gente los miraba. Se debían de preguntar qué hacía alguien como él con una chica tan poco atractiva como ella. Al pensar eso, se llenó la copa. Al cabo de un momento, llegaron los postres y Jen, entusiasmada, comió con apetito el sorbete de pina que había pedido, complacida al ver que él hacía lo mismo. Terminaron la cena con té y chocolatinas de menta, y, al acabar, Roan pidió la cuenta. —Dividimos la cuenta, ¿no? —dijo él tan tranquilo—. Después de todo, creo que has comido casi el doble que yo. Jenny se quedó atónita. No sabía muy bien cómo tomarse el comentario, pero esperaba que se tratara de una broma. ¿No se suponía que era él quien había tenido la idea de llevarla a cenar? A pesar de ello, estaba en su derecho de querer que pagasen a medias. El restaurante era caro, y habían comido en abundancia. Por otro lado, las mujeres no podían ir pidiendo ser tratadas con igualdad y luego esperar que ellos se hicieran cargo de todo, ¿no? ¿O sí? Jenny no era una feminista radical, le gustaba un poco de galantería de vez en cuando, pero claro, Roan no podía saberlo. Además, se había gastado ya una fortuna en rosas. —Claro —dijo, cogiendo su monedero—. ¿Cuánto te debo? A continuación, Roan se encargó de llamar un taxi, y ella se sentó con gusto a su lado, en el asiento de atrás; se sentía aliviada porque no tendría que andar todo el camino de vuelta a Rathmines con sus tacones de aguja. Sonrió cuando, de repente, la mano de Roan se posó en su muslo. —¿Quieres venir a casa conmigo esta noche? —murmuró él, con su tibio aliento pegado a su cuello, haciéndola estremecer de la cabeza hasta los dedos de los pies. Era tan sexy... Al llegar, Jenny prácticamente le lanzó al taxista el importe de la carrera, tan impaciente estaba por llegar al piso y estar a solas con Roan.
Sin embargo, a pesar de su excitación, se quedó asombrada al ver el estado de la vivienda. El montón de platos sucios, tazas de café y cartones de comida vacíos que había en la cocina avergonzaría a un adolescente. También había varias prendas de ropa tiradas sobre el sofá, tantas que Jenny no podía encontrar un espacio para sentarse. —Perdona el caos. —Roan hizo una mueca—. En general no está así, pero uno de mis compañeros aloja temporalmente a su hermano, que duerme en el sofá. Fuera de aquí, no hay mucho espacio para sus cosas. Solemos hacer turnos para limpiar la cocina, pero... —Se le fue apagando la voz porque la situación lo tenía exasperado. Jen entendía perfectamente su irritación. Aunque no hacía mucho tiempo que compartía piso con Karen, ya se había dado cuenta de que ella y su amiga no tenían la misma idea respecto al orden y la limpieza. Karen era caótica en extremo; tiraba de cualquier manera los zapatos y la ropa en su habitación y dejaba esparcidos por el baño los estuches de maquillaje y las cremas faciales que no utilizaba. Sin embargo, a pesar de su desorden, de alguna extraña manera Karen se organizaba, porque, considerando el estado de su habitación, Jenny no podía entender cómo su amiga se las arreglaba para salir a la calle con zapatos del mismo par, por no mencionar los calcetines. Al parecer, Roan compartía su problema, pensó, recordando que ya había mencionado ese asunto el día en que se conocieron. Acto seguido, él mostró su sonrisa espléndida y sensual, con aquellos hoyuelos en las mejillas, y a partir de ese momento, la apariencia del piso pasó a un segundo e insignificante plano. Cruzó la sala, cogió a Jenny entre sus brazos, y se la acercó, besándola suavemente al principio, pero más y más intensamente al tiempo que la pasión aumentaba. Inmediatamente, ella sintió cómo el placer le recorría el cuerpo. Lo besó a su vez, le desabrochó la camisa y deslizó las manos por sus anchos pectorales, sintiendo sus firmes músculos. —Quédate conmigo esta noche —le pidió Roan con ardor, cuando se detuvo un momento para respirar. A continuación, empezó a darle pequeños besos en el cuello, justo en el punto más sensible, debajo de la oreja, y Jen se quedó sin aliento. No necesitaba que la persuadiera más.
A la mañana siguiente, mientras estaba echada en el sofá, mirando
la televisión, Karen oyó girar la llave del piso. Al levantar los ojos, vio a una desaliñada pero feliz Jenny entrar por la puerta. —¡Vaya, vaya! —bromeó—. ¡Alguien lo ha pasado muy bien esta noche! Su amiga sonrió tímidamente y puso agua a calentar. —Lo he pasado muy bien, la cena fue maravillosa; él es maravilloso. Karen estaba contenta por ella. —¿Así que vais a volver a veros? La otra asintió. —Hemos quedado en encontrarnos en el bar mañana por la noche. ¿Cómo te ha ido a ti con Shane? Karen resopló. —Discutimos. Bueno, debo admitir que discutí. Él normalmente se queda ahí sentado, sin decir nada y fingiendo que no me escucha, pero al final se marchó. —Nada serio, espero. Su amiga se mostró despreocupada. —Bah, sólo una típica velada con Shane Quinn. Dejémoslo estar. Cuéntame qué pasó con Roan. Debe de haber sido una noche apasionada, ¡estás radiante! Jenny no pudo evitar sonreír. ¿Apasionada? Sí, Karen tenía razón. Si lo pensaba detenidamente, en efecto, había sido apasionada. Al principio, la decepcionó un poco ver que todo había ido tan rápido, pero ¿no debía tomárselo como un cumplido? Al fin y al cabo, era la primera vez, y Roan la deseaba tanto que no había podido aguantarse. Además, al terminar se mostró tan afectuoso, tan cariñoso y atento... A Jenny le encantó la manera en que la acercó a él y la tuvo acurrucada contra su cuerpo durante toda la noche. Paul en la vida habría hecho algo así. Y, lo más importante, habría una segunda vez. Se sirvió una taza de té y se sentó con Karen en el sofá. —Bueno, si no sales con Roan esta noche, ¿te apetece ver una película conmigo? —le preguntó ésta. —Estupendo —contestó Jenny, ya que le apetecía muchísimo la idea de una noche tranquila—. ¿Qué te gustaría ver? —Algo del tipo Atracción fatal —contestó Karen, con un brillo perverso en los ojos—. Después de la noche que pasé ayer, ¡estoy en disposición de cocer vivo a cualquier animal!
CAPÍTULO 7 Una noche, tomándose una cerveza en el bar Boland, Jenny no podía entender cómo aquella pelirroja ordinaria y chillona, de risa exasperante, que tenía sentada frente a ella, podía ser la hermana del amigo de Shane. Aidan era muy dulce; y Lydia en cambio, estaba lejos de serlo, de hecho sería más fácil relacionarla con los limones. La chica se había mostrado maleducada y odiosa desde el momento mismo en que llegó, rechazando todos los intentos de Jenny de mostrarse simpática, y coqueteando descaradamente con los amigos de Aidan delante de sus novias. Cuando llegó y se sentó con ellos, por el cejo fruncido de Karen, Jen dedujo que ambas no se tenían la más mínima simpatía. —Lydia y Shane tuvieron una aventurilla hace tiempo —le explicó Tessa a Jenny cuando Lydia no la oía. —No llegó ni a una aventurilla, de hecho fue tan sólo un rollo de una noche —aclaró Karen—, pero como se atreva a mirarlo aunque sea de reojo, se va a enterar. Como era de esperar, al cabo de pocos segundos, la chica empezó a coquetear con Shane; le puso una mano en la rodilla mientras flirteaba con él desvergonzadamente. Karen hizo lo que pudo para fingir que no lo había visto, pero Jenny sabía que era cuestión de tiempo que explotara. Si lo haría contra Lydia o contra Shane, aún estaba por ver. —Todavía no puedo entender por qué Shane se acostó con ella —le dijo Karen a Jenny—. Fue antes de que empezáramos a salir, de hecho, justo antes de que nos conociéramos, pero al parecer ella nunca me ha perdonado que metiera las narices en sus asuntos. Creo que piensa que, si yo no hubiera aparecido, Shane sería todo suyo. —Bueno, cuando uno se emborracha, la belleza pasa a un segundo plano, y creo recordar que Shane había bebido bastante la noche en que se fue a casa con esa chica detestable —intervino Tessa. Jenny gruñó para sus adentros. Esperaba que Lydia no empezara a utilizar sus encantos con Roan. Nunca había sabido cómo manejar esa clase de asuntos. A Karen no le importaba, ella y Shane llevaban tanto tiempo juntos que Karen no tenía de qué preocuparse, aun cuando Lydia intentase llamar la atención de él de forma desesperada; sin embargo, Jenny sabía que ella no podría soportarlo. De momento, las cosas marchaban bien entre ellos. Una tarde, poco
después de su primera cita, Roan se presentó en el piso con una tímida sonrisa y otro gran ramo de rosas. Desde entonces, habían estado durmiendo juntos casi cada noche. En la cama, había todavía poca «intensidad», pero Jenny no culpaba de ello a Roan. Ella no se había acostado con demasiados chicos, dado que había pasado mucho tiempo con Paul. Cada persona era diferente, y, al parecer, Roan no necesitaba muchos preliminares para ponerse a tono. Tampoco era culpa suya que siempre terminara tan rápido. Jenny se dijo a sí misma que era cuestión de tiempo, y de acostumbrarse al hecho de que no todo el mundo se demoraba tanto como Paul haciendo el amor. Además, una vez que ella y Roan supieran mejor lo que les gustaba a cada uno, seguramente las cosas mejorarían. Mientras estaba pensando en eso, Roan volvió a la mesa con otra ronda de bebidas. Se sentó en un taburete vacío al lado de Jenny, le dedicó una de sus sonrisas con hoyuelos y le puso una mano en la rodilla. —¡Roan Williams! —gritó entonces Lydia—. ¿Cómo tú por aquí? Roan la miró, y Jenny vio cómo se sonrojaba ligeramente al reconocer a la chica. —Hola, Lydia —saludó quedamente. —¿Dónde está Siobhan? —preguntó ella, mirando por encima de su hombro, como si tuviera a la misteriosa Siobhan escondida detrás de él—. No la veo desde hace mucho. ¿Ya habéis decidido la fecha? El corazón de Jenny empezó a latirle con mucha fuerza en el pecho y, de repente, se quedó sin aliento. ¿Decidido la fecha? —Ejem, ya no salimos juntos —explicó él de forma decididamente incómoda. Lydia abrió los ojos con incredulidad. —¿En serio? Yo creía que lo vuestro era amor verdadero. ¿Recuerdas la última vez que os encontré juntos en tu casa? Acababas de declararte, después de un fin de semana fuera, ¿no es así? Un romántico fin de semana en París. Por el tono de Lydia, resultaba evidente que ésta estaba disfrutando al compartir esa información con el resto del grupo, lo mismo que al ver que Jenny no tenía ni idea de quién era la tal Siobhan. —¡Eso es! —exclamó Aidan—. Sabía que te había visto en alguna otra parte. Te vi esa vez que fui a buscar a Lydia a casa de su novio, ¿cómo se llamaba? —Miró a Lydia para que lo ayudara, pero luego se acordó por
sí solo—. Mark, eso es. Tú eres el tipo que salía con su hermana. Jenny se esforzó en adoptar un aire despreocupado, pero por dentro estaba como un flan. ¿Seguía Roan teniendo relaciones con alguien? —Rompimos al cabo de poco tiempo —dijo él en voz baja—. Ninguno de los dos nos sentíamos preparados para casarnos. Aun así, seguimos siendo amigos. —¿Dejaste escapar a un bombón como Siobhan después de ocho años de relación? —Lydia se mostraba escéptica—. No puedo creer que no me haya enterado de nada hasta ahora. —Bueno, sea como sea, hemos terminado. —Vació su vaso de cerveza de un trago y se levantó—. ¿Alguien quiere otra copa? Obviamente, estaba ansioso por cambiar de tema, pensó Jenny. Bueno, era comprensible. Si ella hubiera roto con alguien después de ocho años, tampoco le gustaría hablar del asunto. Era normal que no le hubiera dicho nada. Aún debía de sentirse herido. —Tendrías que ver a Siobhan —prosiguió Lydia dirigiéndose a ella —. Es absolutamente maravillosa. Es modelo, ¿sabes? Siempre está viajando, a Londres, Milán y sitios así. Tiene una figura espléndida, gasta la talla treinta y seis; estoy segura: Roan debe de tener el corazón roto. —Estoy segura —contestó Jenny, haciendo lo posible por suavizar su tono. —Especialmente después de ocho años —continuó Lydia, entusiasmada con el tema—. Por lo visto, salían juntos desde que iban a la escuela, y todo el mundo creía que se casarían. Por supuesto —dijo en tono conspiratorio—, Roan siempre estaba dispuesto a pasar un buen rato, y no sé cuántas veces yo misma he tenido que rechazarlo. —Soltó una risita coqueta—. Pero no podía dejar que se me acercara, no podía hacerle eso a Siobhan. Y, además, por entonces, yo estaba saliendo con su hermano, y todo habría sido demasiado raro. Jenny se atragantó. ¡Aquella chica era completamente idiota! — Jen, ¿me acompañas al servicio? —preguntó Karen de repente—. Quiero que me dejes otra vez ese pintalabios de antes. Jenny se levantó agradecida, y siguió a su amiga hacia el final del bar, dejando a Lydia disgustada por haber perdido su audiencia. —Uf, gracias, Karen... Creía que nunca se callaría —comentó con alivio, comprobando su reflejo en el espejo. La otra no dijo nada. Jenny la miró.
—No la crees, ¿no? ¿No creerás que Roan estaba comprometido? Karen se encogió de hombros. —Al parecer, Lydia sabe mucho de él, más de lo que sabemos el resto de nosotros, y recuerdo que, no hace mucho, ella estaba saliendo con un chico llamado Mark, de Kildare. —Pero ¿por qué iba a mentirme? Está claro que si estuviera comprometido no estaría organizando citas y acostándose con otras mujeres, ¿no te parece? —Ten cuidado. Es lo único que te puedo decir. —De hecho, no creo que eso sea lo único que puedes decir — replicó Jenny, comprobando que tenía razón al ver que su amiga no la miraba a los ojos—. El no te gusta, ¿verdad? Ya he notado que no estás precisamente efusiva cuando viene a visitarme al piso. Karen hizo una mueca. —No sé, Jen, sé que te gusta muchísimo, pero hay algo en él que hace que desconfíe. La otra la miró. —Bueno, muchas gracias, Karen, pero creo que tengo bastante intuición como para juzgar el carácter de la gente, y sé que Roan es un chico decente. Además, si quisiera tu opinión ya te habría preguntado, ¿no crees? Y una vez dicho esto, cogió su bolso y salió del baño, dejando a Karen sola, con la boca abierta. —¿Nos podemos ir ahora mismo? —le preguntó Jenny a Roan en cuanto llegó a la mesa, impaciente por perder de vista cuanto antes a la odiosa Lydia. Malditos fueran Karen y todos, pensó. Roan era un chico encantador, y si no se daban cuenta, ellos se lo perdían. Roan asintió y terminó su bebida de un trago. Cuando salieron del bar, le cogió la mano. —Siento que te hayas enterado de esta manera, Jenny —dijo—. Iba a contártelo, es sólo... es sólo que no sabía cómo te lo ibas a tomar. Para algunas personas, estas cosas significan mucho, y supongo... supongo que tenía miedo de perderte. Sus palabras la emocionaron. Hasta hacía bien poco, ella misma había estado metida en una relación larga, y no por eso había estado mareándolo con sus asuntos con Paul, ¿no era así? ¿No tenía todo el mundo un pasado? Además, pensó, con su aspecto, lo raro sería que Roan no hubiese tenido una colección de ex novias guapísimas.
—Olvídalo —lo tranquilizó—. No importa. No te sientas forzado a contarme nada. Tu pasado es sólo cosa tuya. Y le apretó la mano mientras se encaminaban hacia la parada de taxis de la acera de enfrente. Pasaría la noche con él. Karen podía creer lo que quisiera, pero para Jenny, Roan estaba diciendo la verdad. Su amiga no le conocía tan bien como ella. Eso era todo.
CAPÍTULO 8 Karen cerró la carpeta que tenía entre manos y se recostó en la silla. —Bueno, Courtney, hasta ahora he estado haciendo yo las preguntas, ¿hay algo que quieras saber sobre Acorn Fidelity? Por el bien de su creciente migraña, deseaba que Courtney O'Connor, la bonita chica con una supuesta educación media a la que estaba entrevistando para un puesto de atención telefónica en Acorn Fidelity, no fuese otra de esas excitables adolescentes que parlotean sin parar, fingiendo saber de qué hablan. Aunque, a juzgar por su apariencia, probablemente haría las preguntas estándares: «¿Cuánto tiempo lleva funcionando la empresa?» y «¿Hay oportunidades de ascender?». Pero en vez de eso, la chica se encogió de hombros y preguntó: —Bueno, ¿y cómo son aquí los hombres? —¿Perdona? —Karen se quedó tan sorprendida por la pregunta que por un segundo olvidó por completo que tenía migraña. —Verás, yo y mi amiga, Lisa Butler, ella también tiene una entrevista aquí mañana, nos hemos enterado de que, al parecer, en atención telefónica están trabajando muchos chicos interesantes. ¿Es eso cierto? Karen se libró de ella en un abrir y cerrar de ojos. Sonrió al volver a su oficina. ¡Muchos chicos interesantes! Probablemente, Courtney tenía razón, había muchísimos chicos atractivos trabajando en atención telefónica, pero Karen estaba bastante segura de que al responsable de esa sección no le haría ninguna gracia que contratara a una Britney Spears, cuyo único objetivo fuera charlar con sus compañeros de trabajo. Comprobó su agenda, la pequeña Miss Coqueta era su última entrevista de la mañana, y no tenía nada anotado para la tarde. Estaba de suerte, pensó, porque no creía poder aguantar mucho más. Llamó a recepción. —Pamela, no voy a volver después de comer. ¿Puedes guardar hasta mañana cualquier recado que tengas para mí, por favor? Confiaba en haber sonado como que iba a estar ocupada en algún sitio por cuestiones de trabajo, en vez de en casa, cuidando su migraña. Salió a la fría y refrescante tarde. Era finales de noviembre, lo que significaba que pronto, ella y Catherine Mitchell estarían organizando la fiesta de Navidad de Acorn Fidelity. Karen tenía que reducir la cantidad de comida basura que había estado comiendo últimamente si quería caber en alguno de sus vestidos de fiesta. Espaldas al descubierto y michelines no
eran una buena combinación. Shane era un adicto al chocolate, y últimamente ambos se pasaban el rato picando frente al televisor. La televisión por cable era una maldición. Karen suspiró. Hacía días que no veía mucho a Jenny. Su amiga pasaba la mayor parte del tiempo con Roan, normalmente en el bar o en el piso de él. Frunció el cejo al pensarlo. Roan Williams no le gustaba demasiado. El hecho de que hubiera estado comprometido fue un poco sorprendente, pero él y Jenny parecían bastante felices. De todos modos, Roan era un tipo raro. Cuando llamaba preguntando por Jenny, a Karen se le hacía difícil mantener una conversación con él. Contestaba con monosílabos, y se lo notaba todo el rato incómodo y ansioso por dar la charla por terminada. Karen se encogió de hombros. Puede que hubiese gente que, simplemente, era así. Mientras cruzaba Portobello Bridge en dirección a Rathmines, caminaba ausente, preocupada por su amiga y por lo mucho que ésta había cambiado últimamente. Era difícil que Jenny y Roan salieran con ellos. Jen incluso había dejado de acudir al concierto que esperaba con tantas ganas junto con Tessa antes de liarse con Roan. Karen deseaba no haberle dicho nada sobre él aquella noche en el bar. Shane le había advertido que no metiera las narices en el asunto, pero ella no le había escuchado. —Yo creo que es un chico bastante simpático —le había dicho él después—. No hay razón para creer que esté mintiendo o engañando a Jenny. —Tú careces de intuición femenina —gruñó Karen—. Y el hecho de que le guste sentarse y discutir durante horas de fútbol contigo es más que suficiente para que te parezca un gran tipo. —Vamos, dale una oportunidad. Si empiezas a abrir la boca más de la cuenta, acabarás perdiendo a Jenny como amiga. Y, además, quizá te estás equivocando. Karen se encogió de hombros. Quizá Shane tenía razón. Por otra parte, era verdad que a veces tendía a proteger demasiado a Jen, quizá porque siempre lo había hecho, y estaba acostumbrada a ello. Se sintió un poco caprichosa y decidió entrar en el Swan Centre a comprarse algo para comer antes de ir a casa; quizá un sandwich vegetal o alguna cosa sana. Hizo un gran esfuerzo para no dejarse llevar por el apetecible olor a patatas fritas que salía de la tienda de al lado. Mientras se acercaba al mostrador de la tienda de comestibles, {6}
Karen oyó una risa masculina que le reslutaba familiar, y que venía de uno de los pasillos de detrás de ella. —¡Eh, coge también crema de leche! ¡Te lo puedes pasar muy bien con eso! Karen, sorprendida, miró hacia el pasillo. ¿Qué hacían Roan y Jenny allí a aquella hora? Ambos deberían estar trabajando. Pero al fijarse bien en la pareja que tenía detrás, se dio cuenta de que la compañante de Roan no era Jenny. Se trataba de una chica guapa, alta y esbelta, y que a Karen le recordó un poco a la cantante Alanis Morrisette, con su mismo pelo largo, negro y brillante. Roan permanecía a su lado mientras ella cogía productos lácteos de la nevera. En ese momento levantó la mirada y la vio. —Hola, Karen, ¿cómo estás? —y le sonrió. Ella no le devolvió la sonrisa. ¿A qué demonios estaba jugando?, pensó frunciendo el cejo mientras se le acercaban. Roan le presentó a la chica. —Esta es Alison, una amiga de la facultad. Alison, te presento a Karen, una amiga de Rathmines —rió. Karen se fijó en la manera en que la joven se comportaba con Roan, como tratando de demostrar hasta qué punto era «amiga». —Creía que a esta hora estarías trabajando —contestó fríamente. —Bah, todavía me quedan unos cuantos días de vacaciones. Aunque podría decir lo mismo de ti. —Y se rió, golpeándola en el brazo de forma juguetona—. Holgazaneando, ¿eh? Karen lo miró disgustada. ¿Por qué de repente se mostraba tan simpático? ¡En general, no conseguía arrancarle más de dos palabras seguidas! Cogió su cesta con intención de irse. —Estoy segura de que a Jenny le gustaría conocerte, Alison —dijo, dirigiéndose a la chica pero mirándolo a él directamente a los ojos—. Ella también es muy buena amiga de Roan. Cuando se volvió y echó a andar por el pasillo en dirección a la caja, se puso roja de indignación, incapaz de creer lo que acababa de presenciar. ¡El muy imbécil ni siquiera había tenido la decencia de mostrarse incómodo porque lo hubiesen pillado! Era obvio que estaba saliendo con aquella chica a espaldas de Jenny. Desde el comienzo, sus sospechas habían sido correctas. No se podía confiar en Roan en absoluto.
¿Cómo diablos iba a decírselo a Jenny?
CAPÍTULO 9 —¿Qué te parece? —le preguntó Barry Ferguson—, Jenny, ¿crees que podrás encargarte de ello? Ella se sobresaltó. —Lo siento, Barry, estaba despistada, ¿qué decías? —Te preguntaba si te ves capaz de ocuparte del cambio de divisa a partir de esta semana. Sé que no llevas mucho tiempo aquí, pero Frankie nos deja la semana que viene, y necesito que alguien ocupe su puesto. —Claro que sí, ningún problema —dijo Jenny, sonriéndole al director de la sucursal—. En Sídney, pasé un tiempo trabajando con moneda extranjera en un banco. Quizá vaya un poco despacio los primeros días, pero a medida que pase el tiempo mejoraré. En la sucursal del Alliance Trust de Dun Laoghaire había más trabajo del que Jenny había imaginado. Parecía como si la mayor parte, por no decir todos los negocios locales, tuvieran allí sus cuentas corrientes. Y casi todos se comportaban como si ellos fueran los únicos clientes; cada uno más importante que el resto. Jenny estaba un poco desilusionada por lo mal que la trataban algunas personas. No sabía por qué, pero siempre había asumido que la gente, tanto los clientes como los miembros de la plantilla, de las oficinas del Alliance Trust de Dublín, serían excepcionalmente bien educados y civilizados. En su pueblo, en Kilkenny, conocía personalmente a la mayoría de los clientes, así que allí no era necesario ser demasiado formal. Pero el primer día que trabajó en la recepción de su sucursal en Dublín fue suficiente para echar abajo sus expectativas. Jenny no podía creer la manera en que algunos de los clientes le gritaban por teléfono, exigiendo hablar inmediatamente con tal o cual persona, y sin paciencia para aguardar más de unos segundos. Olivia, la asistente personal de Barry Ferguson, se había reído mucho cuando ella le contó todo esto. —Jenny, pronto te darás cuenta de que la gran mayoría son como una manada de lobos, especialmente el día en que tienen que pagar los salarios. —Rió de nuevo—. Espera a trabajar en el piso de abajo. ¡Estos, a quienes no ves la cara, son auténticos ángeles en comparación! Bueno, parecía que iba a descubrirlo antes de lo que esperaba. Hasta
entonces, se había sentido a gusto trabajando allí. Desde el primer día, en el comedor de los trabajadores, todos procuraron que se sintiera bienvenida, y la ayudaron a adaptarse. Oyó que Barry decía: —Lo harás bien, Jenny. Tengo muchas esperanzas puestas en ti. Hasta ahora, todos estamos muy impresionados por la manera en que te has adaptado. El otro día, oí cómo hablabas con Violet Madigan por teléfono, y ella es dura de roer, eso si tiene un buen día. ¡No sé cuántas veces me ha colgado el teléfono incluso a mí! —Le guiñó un ojo y Jenny ocultó una sonrisa—. Creo que serás capaz de arreglártelas. Te pondremos al lado de Brendan Burke y, si tropiezas con algún problema, él te ayudará. Olivia asomó la cabeza por la puerta de la oficina de Barry para decirle que había llegado su cita de las diez, y Jenny se dispuso a marcharse. —Gracias, Barry, espero no defraudarte —dijo mientras abandonaba el despacho. —De nada. No hay mejor mujer para el puesto. —Inmediatamente, el director desvió su atención hacia su cita: el propietario de una gran agencia de empleo de Dun Laoghaire—. ¡Kevin, cómo estás! ¡Pasa, pasa! —exclamó Barry pasando un brazo alrededor de los hombros de Kevin O'Leary y guiándolo hacia el interior de su oficina—. No te veo desde que me metiste esa pelota en el hoyo doce, en el campo de golf de Druid Glen. Ese día me diste una buena paliza, tendremos que organizar la revancha. Al cerrarse la puerta del despacho de Barry, Olivia vio que Jenny tenía una expresión de desconcierto, y puso los ojos en blanco. —Lo sé —dijo, abriendo el cajón del archivador—. A veces puede ser tan engreído, especialmente con sus clientes. Aun así, es un buen director, uno de los mejores con los que he trabajado. —Entonces sólo espero estar a la altura de sus expectativas. Quiere que empiece en el mostrador de cambio de divisa la semana que viene. —Me preguntaba cuándo te lo encargarían —comentó Olivia, sentada frente al ordenador y a punto de ponerse los cascos—. Faltará un agente de cambio cuando Frankie se vaya, y Navidad está a la vuelta de la esquina. Pero todo irá bien, una vez te acostumbres, no es difícil. —Creo que lo que más me echa para atrás son todas esas colas que se forman. En la oficina de cambio de mi pueblo nunca teníamos tanto trabajo.
—Al principio, deja que sean los demás los que se preocupen de las colas, tú sólo concéntrate en el cliente que tienes delante, nada más. Sonó el teléfono y la joven contestó rápidamente: —ATB Dun Laoghaire, ¿en qué puedo ayudarle? Jenny regresó a su mesa. Era fácil trabajar con Olivia; con suerte, los del piso de abajo serían igual. Echaría de menos la paz y tranquilidad de la sección de cuentas; la planta principal era, en sus mejores días, frenética. Aunque de algo le había servido su corto período en cuentas: ahora conocía a la mayoría de los clientes más importantes, y sabía que tendría que tomar precauciones extras al tratar con alguno de ellos. Además, había podido conocer bastante bien al equipo directivo de Dun Laoghaire. El propio Barry Ferguson le había dicho que su puerta siempre estaría abierta, y que acudiese a él si surgía algún problema. Era un buen cambio, comparado con su antiguo director del Alliance Trust de Kilkenny, que siempre se había comportado como un ogro, y trataba a sus trabajadores poco mejor que a los esclavos. Miró el reloj. Era casi la hora de comer. Se preguntó qué estaría haciendo Roan en aquellos momentos. Probablemente alterando una línea de código Java, o algo igual de incomprensible. Jenny apenas sabía cómo utilizar la mitad de las prestaciones de su ordenador, por no hablar de programar cualquier cosa; sin embargo, a Roan parecía gustarle su trabajo. Sintió un pequeño estremecimiento de placer al pensar en él. Aún le costaba creer que se hubiesen conocido apenas hacía unas semanas, era como si llevaran juntos desde siempre. Si Karen dejara de actuar de esa forma tan extraña, pensó, frunciendo el cejo... Jenny le había contado la situación de Roan con su ex novia miles de veces, pero su amiga seguía desconfiando de él. —¿Por qué no te habló de ella desde el principio? ¿Estás segura de que sabía que tarde o temprano saldría a la luz? —le había dicho Karen. —Me contó que no estaba seguro de cómo iba a ir nuestra relación, ni si funcionaría. No quería hacerme cargar con algo tan pesado desde tan pronto. —Os acostasteis en la primera cita, Jen, ¿qué quieres decir con que no sabía si funcionaría? —Karen, soy adulta. Me gusta Roan y estoy bastante segura de que yo le gusto a él. ¿Por qué tienes tantos problemas con eso? —No quiero que te haga daño, eso es todo.
—Bueno, aprecio que te preocupes por mí, pero por favor, trata de recordar que ya no soy aquella niña gordita con la que se metía todo el mundo en el recreo —dijo Jenny con calma—. Ahora quizá siga siendo algo gordita, pero ya no estamos en la escuela, y estoy más que preparada para defenderme por mí misma. —Aunque te parezca extraño, Jen, yo creía que nuestra amistad se basaba en algo más que en rescatarte a la hora del recreo —replicó Karen —. Pensaba que éramos buenas amigas. Y las buenas amigas se dan buenos consejos. —¡Me hace feliz! ¿Por qué no puedes aceptar eso? Sí, la hacía muy feliz. Además, podía comprender por qué había roto con su ex novia. Si Roan pensaba que él y Siobhan eran demasiado jóvenes para casarse, había sido valiente por su parte tomar una decisión antes de que fuera demasiado tarde. Roan le había contado que, después de comprometerse, Siobhan no hacía más que hablar de vestidos de novia, flores y discursos para leer en la iglesia, mientras que a él el asunto se le hacía una montaña, y entonces se dio cuenta de que todavía no estaba preparado para algo tan serio. Quiso aplazar la boda un par de años, pero Siobhan no estuvo de acuerdo y discutieron. —No queríamos las mismas cosas, Jen —le había dicho Roan—. Fue muy duro, porque habíamos estado juntos mucho tiempo. Pero ella quería que abandonara mi vida en Dublín y que consiguiera un trabajo en Kildare; y una casa y una hipoteca... No podía entender que me gusta lo que hago. Estábamos en ondas completamente distintas. Desde ese momento, Jenny decidió que ella no sería como Siobhan. Nunca le pediría a Roan que dejara nada por ella. No sería tan egoísta. Karen y los demás no lo comprendían, y era una pena, porque eso quería decir que ella y Roan no pasaban mucho tiempo con Tessa, Aidan, Gerry y el resto del grupo. Aun así, mientras se tuvieran el uno al otro, lo demás no importaba. Jenny cogió el archivo que tenía que mecanografiar, encendió el dictáfono y empezó a teclear.
Más tarde, ese mismo día, Karen estaba cortando pimiento y cebolla para preparar la cena. —Hoy me he encontrado con Roan —comentó de forma
despreocupada. —Lo sé —replicó Jenny, levantando la vista de la revista que estaba leyendo—. Me lo ha dicho por teléfono, y también que has reaccionado de forma muy extraña. ¿Qué pasa, Karen? Es obvio que no te gusta, pero ¿no podrías tratarlo al menos con educación? Karen se quedó desconcertada. ¡El muy listillo había telefoneado a Jenny después de verla a ella! Obviamente, estaba cubriéndose las espaldas. —He reaccionado raro por una razón. Estaba con esa chica, y ellos... —¡Dios santo, Karen, es una amiga de la universidad! ¿Es que ahora no le está permitido tener amigos? ¿Es eso? En serio, ¡esta situación me empieza a cansar! —Dejó la revista y se levantó para encararse con Karen—. ¿Por qué sigues soltando indirectas? ¡No es justo! ¡Yo no me comporto de la misma manera contigo y con Shane! Karen notó cómo la rabia crecía en su interior. ¿Por qué Jenny no podía darse cuenta de que Roan era un oportunista? —Tú no has visto a Shane paseándose por Rathmines con una cualquiera, ¿no es así? —Mira, Karen, ¡ya tengo bastante de este asunto! Roan no ha hecho nada malo, pero tú te comportas como si fuese una especie de criminal. —¡No has visto lo que yo! Estaban bromeando y riendo y... —Vale, y que estuviese bromeando y riendo con otra chica significa automáticamente que me está engañando. ¿Es lo que intentas decir? —Bueno... no exactamente, pero... —Pero ¿qué? —Yo sólo quiero evitar que te haga daño. Tiene un pasado y... —Karen se fue callando y miró a Jenny con una muda súplica en los ojos. —¿Un pasado? ¡Por Dios santo, hemos discutido esto una y otra vez! De acuerdo, estaba comprometido y no funcionó. ¿No tiene derecho a pasar página? Yo también tengo un pasado. No puedo entender cuál es el gran problema. Karen se quedó en silencio. —Bueno, ¿no tienes nada más que decir? —insistió la otra, enfadada. Su amiga inspiró profundamente.
—Jen, ¿de verdad crees que todo ha terminado entre Roan y esa Siobhan, su novia de ocho años? —¡Naturalmente que lo creo! Si Shane te contara algo así, tú también le creerías, ¿no es así? —Pero Shane es diferente y... —¡Oh, Karen, por el amor de Dios! —Jenny fue a coger su abrigo del perchero de la puerta. —¿Adonde vas? —¡Fuera de aquí! ¡Donde pueda obtener un poco de paz, y no tenga que oír hablar sobre Roan una y otra vez como si fuera una especie de comadreja! —Estaba en la puerta, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Karen cortó un pimiento de forma furiosa. —De acuerdo, ¡que lo pases bien! Pero Jenny, has cambiado mucho en las últimas semanas. Lo único que haces es quedar con Roan, Roan, Roan. No me preguntas nada sobre mi vida ni me cuentas nada de la tuya. Incluso has dejado de salir con nosotros y... —¿Salir con vosotros? ¿Por qué debería querer hacerlo si lo único que oigo es «Cuidado, Jenny. Tiene un pasado, Jenny»? ¿Por qué diablos tengo que aguantar eso? Se volvió y dio un fuerte portazo al salir. Karen se quedó paralizada por el estruendo. Ambas habían discutido en contadísimas ocasiones; era una antigua broma entre ellas el hecho de que era imposible discutir con Jenny. Fue hacia la ventana y la vio alejarse con paso decidido. Shane la había avisado de que no se entrometiera en sus asuntos, pero ¿cómo podía quedarse sentada esperando que la hirieran? Jen apenas conocía a ese chico, pero se había convencido de que era el amor de su vida sólo porque una estúpida vidente se lo había «predicho». Y, obviamente, Roan la tenía comiendo de la palma de su mano. —Está bien, si eso es lo que quiere, ¡dejaré que cometa sus propios errores! —soltó Karen con vehemencia, dando la espalda a la ventana y volviendo a la cocina. Cogió de nuevo el cuchillo e intentó no tratar a la desafortunada cebolla como si fuera la cabeza de Roan Williams. Había hecho cuanto estaba en su mano para advertir a Jenny, así que no acudiera a ella llorando más tarde si las cosas empezaban a ir mal. ¡Por lo que a ella respectaba, en
adelante, Jenny y Roan podían irse a la porra!
CAPÍTULO 10 Karen se arrimó a Shane. La colosal pantalla de la sala uno del cine Savoy era sin duda su lugar favorito de la ciudad para ver una película, aparte de que ambos eran grandes fans del agente 007. —Será mejor que vaya a por más M&M's —dijo Shane sonriendo, con la boca llena de palomitas. —¡Oh, no! —exclamó Karen, siguiendo su mirada y comprobando que prácticamente se había terminado el paquete ella sola—. ¡Soy una glotona! —Te gusta el chocolate, eso nadie lo discute —contestó él con una sonrisa de oreja a oreja, y luego se levantó para ir al bar—. Vuelvo en un minuto. Karen miró su reloj al mismo tiempo que se relajaba en el cómodo asiento. Con suerte, pronto empezarían los tráileres y después podrían ver a James Bond en acción combatiendo contra los inevitables malos. Mientras esperaba que volviera Shane, observaba a la gente acomodarse en sus asientos. Al cabo de un rato, hizo una mueca de disgusto al ver a alguien tres filas por delante de ellos. Una chica se levantó para dejar pasar a otra pareja y, al hacerlo, Karen la reconoció: Jessie Kavanagh. Era raro que fuera a ninguna parte sin su mejor amiga, lo que significaba que... —Oh, Shane, para ya, que me entran agujetas de tanto reír —oyó decir a Lydia Reilly con entusiasmo—. Estamos sentadas ahí delante... ¡Oh!, no me había dado cuenta de que estabas con alguien —añadió al ver a Karen. —Hola, Lydia —saludó ésta en tono cordial. «¡No me había dado cuenta de que estabas con alguien!» ¿Y qué si no lo estuviera, niñata estúpida? —Bueno... te veo luego, Shane, y gracias por las palomitas —sonrió Lydia ignorando a Karen de forma deliberada y, pavoneándose, se dirigió hacia la fila donde estaba sentada su amiga. —¡Puta! —gruñó Karen. —¿Quién? ¿Lydia? —Shane se quedó un momento desconcertado —. Pero si es muy legal. Karen estaba fastidiada. —¿Legal? —espetó, petulante—. ¿Es que no te das cuenta de cómo te trata? Siempre coqueteando contigo. «Gracias por las palomitas, Shane»
—imitó, moviendo los hombros con afectación. —¿Cómo me trata? —Shane parecía divertido—. Karen, sólo porque a ti no te guste Lydia no significa que a mí no deba gustarme. Es la hermana de Aidan, la conozco hace mucho más tiempo que a ti. Me he topado con ella en el bar y hemos enttado juntos en la sala. ¿Dónde está el gran problema? —El gran problema es... oh, olvídalo, los tráileres están a punto de empezar —contestó Karen malhumorada, al tiempo que se apagaban las luces y estallaba la música en los altavoces. Ella sabía que lo que Lydia hiciera no tenía que afectarle, pero le molestaba mucho que Shane no se diera cuenta de que coqueteaba con él. —Te dejo comer otro paquete de M&M's sólo si me perdonas — dijo Shane, con cara compungida y haciéndole el avión con una bolsa de chocolatinas. Muy a su pesar, a Karen se le escapó una risita tonta. El la rodeó con el brazo y ella, contenta, dejó que la acurrucara. Tenía razón, pensó. No tenía por qué dejar que los encantos de Lydia Reilly la pusieran de mal humor y le estropeasen la noche. Se dispuso a gozar del increíble James Bond y pronto olvidó todos los pensamientos sobre Lydia. Casi dos horas más tarde, cuando terminó la película, ella y Shane salieron del cine, que estaba en la calle O'Connell. —¿Qué te ha parecido? —preguntó Shane. —¡Estupenda! —sonrió Karen mientras se ponía la chaqueta y echaban a andar animadamente calle abajo—. Hacía tiempo que no veía una película tan buena de James Bond. Shane, en serio, deberíamos hacer un esfuerzo para ir al cine más a menudo. Lo he pasado muy bien esta noche. El no dijo nada, y ella bajó de la acera para parar un taxi, aunque sin éxito. Siguieron andando hasta que Shane se detuvo en medio de la calle para dar una patada a un cartón de hamburguesa vacío y así apartarlo de su camino. —Tengo que hablar contigo sobre un asunto —dijo en tono serio. —¿Qué es, Shane, no puede esperar? Estoy intentando conseguir que nos lleven a casa, ¡hey, aquí! —le gritó al taxista, moviendo los brazos de forma furiosa mientras éste se alejaba. —Karen, olvídalo. No hay ninguna esperanza de que podamos pillar
uno aquí; demasiada gente esperando. Empecemos a andar. —Le cogió la mano y tiró de ella hacia O'Connell Bridge. Karen caminaba a su lado de mala gana. —Shane, no me apetece hacer a pie todo el camino de vuelta a Rathmines. Si esperamos un poco, seguro que tarde o temprano podremos coger un taxi. Shane se detuvo. —Mira, Karen, no quería hablar de ello esta noche, pero... tengo que contarte algo. Ella se detuvo a su lado en el puente porque de pronto se dio cuenta de su incomodidad. Frunció el cejo. ¿Qué demonios le pasaba? —Adelante, entonces, sácalo. —Bueno, ya sabes que no estoy muy contento de trabajar en Viking Engineering —empezó. —¿Y? —Karen se asomó al puente y miró hacia abajo, al agua turbia del río Liffey. ¿Adonde quería ir a parar? Sabía que no estaba muy contento en su trabajo. Había conseguido el empleo poco después de terminar la carrera y, en los últimos años, había ido llegando a la conclusión de que Viking Engineering era una compañía demasiado pequeña para asegurarle el tipo de contrato que él quería. Recientemente, Viking se había presentado a concurso para la construcción de una nueva sede en Croke Park, y Shane sabía perfectamente que una compañía tan pequeña no tenía la más mínima esperanza al lado de las grandes. Sus sospechas se confirmaron cuando ganó el contrato otra compañía mayor y decididamente mucho mejor. No era la primera vez que sucedía: la compañía más grande y más reconocida casi siempre se quedaba el trabajo. —La cosa es —continuó Shane— que mi hermano Jack, ¿recuerdas que te dije que es arquitecto? Bueno, pues conoce a alguien, que conoce a alguien de una gran compañía de ingeniería alemana y, al parecer, están buscando a gente irlandesa con experiencia. —¡Genial! ¿Y ese chico puede conseguirte una entrevista? No quería mirarla a los ojos. —Ya hice la entrevista. Mandaron a un representante la semana pasada... y me han ofrecido el empleo. —¡Eso es genial, Shane! ¿Cuánto vas a ganar? —se entusiasmó Karen abrazándolo. En las últimas semanas lo había notado un poco distraído, pero era muy propio de él no decir nada hasta que todo estuviera
bien atado. Shane le dijo lo que iba a cobrar, y luego prosiguió entusiasmado: —Es increíble, Karen. Se trata de una compañía multinacional supergrande y lo que me están ofreciendo es impensable para alguien con mi experiencia. Pero aun así, quieren que trabaje con el equipo de diseño de la enorme planta depuradora de aguas que tienen en proyecto. Será alucinante. Cuando estaba en la universidad, trabajar en algo así era lo que siempre había soñado. —Perfecto, ¿y dónde la van a construir? —preguntó—. Creía que por aquí teníamos muchas depuradoras. La mirada soñadora desapareció de sus ojos, y Shane se puso serio de nuevo. —Eso es de lo que quiero hablar contigo, Karen. El proyecto... la compañía está en Francfort. Ella cerró los ojos. —Quieres decir... Shane, ¿no me estarás diciendo que estás pensando en irte a trabajar a Alemania? El rehuía su mirada. —No sólo lo estoy pensando, Karen. Ya he aceptado el puesto; quieren que empiece el mes que viene. Un círculo de emociones se apoderó de ella mientras trataba de entender lo que Shane acababa de decirle, pero la rabia fue con mucho la más poderosa. —¿Cuánto hace que sabes esto? —preguntó finalmente. —Hace un tiempo, cariño —contesto él con suavidad, cogiéndole la mano—. Es que no sabía cómo decírtelo. Y te lo he dicho esta noche porque... bueno, porque no puedo guardármelo por más tiempo. Karen no sabía qué pensar. Shane, su Shane, estaba haciendo las maletas y trasladándose a Alemania. Así de fácil. ¿Cómo podía haber tomado una decisión como aquélla sin comentárselo? —Venga, vamos a Bewley a tomar un café o algo, allí podremos hablarlo mejor —propuso él. Ella lo miró arisca. —Shane, no creo que haya nada de que hablar. Te vas a Alemania a empezar una nueva vida, eso es todo. No entiendo por qué deberías querer hablar conmigo sobre el asunto. Al parecer, ya has tomado una decisión. —¡Claro que tenemos que hablarlo! —exclamó él—. Por supuesto que he pensado en cómo esto podría afectarnos a ti y a mí y... —¿Podría afectarnos? ¿Te has vuelto loco, Shane? ¡Pues claro que
nos afectará! ¡Obviamente, tú y yo hemos terminado! —¿Terminado? ¿De qué estás hablando? Yo había pensado que quizá podríamos... —¿Qué, viajar de aquí para allá? ¿Intentar mantener una relación a distancia? —Se abrochó el abrigo y se lo ajustó al cuerpo—. Olvídalo, Shane. Nunca funcionaría. Ninguno de los dos sería capaz de hacerlo funcionar. —¿Qué? ¿Me estás diciendo que estás dispuesta a dejar esta relación, esta maldita buena relación que tenemos, sólo porque ya no voy a vivir a una calle de tu casa? —Sí —contestó ella escueta—, y eres tú quien ha tomado la decisión, no yo. La miró extrañado. —Karen, no quieres siquiera considerar la posibilidad de que quizá seamos capaces de hacerlo, ¿no es así? ¿Eso qué dice de ti? Ella caminaba en círculos alrededor de él, con los ojos destellantes de rabia. —¡Tienes una cara dura increíble, Shane Quinn! Esta noche vas y me cuentas que, de repente, te vas a trabajar a Alemania, ¡el mes que viene! Ni siquiera te molestaste en hacerme saber que algo así estaba en la trastienda. ¿Cómo diablos esperabas que reaccionara? Dio media vuelta y echó a andar. Él la siguió en silencio.
En Westmoreland Street consiguió parar un taxi y ambos subieron al coche, cada cual absorto en sus pensamientos. Karen estaba tan enfadada que ni siquiera se acordó de decirle al taxista adonde iban. No esperaba algo así. Creía que su relación marchaba bien; pensaba que Shane la incluiría en sus planes, o que, al menos, los discutirían. Allí estaba ella, pensando que eran felices juntos, mientras que, durante todo aquel tiempo, él había estado planeando despegar hacia Alemania sin contar con ella para nada. Estaba claro que él no se había tomado la relación muy en serio. Podían construir un ideal sobre seguir juntos a distancia, pero sólo serían palabras. No había mucho que pudiesen hacer. Karen sabía que no podría disfrutar de él en el día a día, y que no tardarían en empezar a hacer cada uno su propia vida por separado. Como mínimo, podía ser realista en ese
punto. Miró a Shane de reojo; estaba sentado en silencio, observando la calle a través del cristal mientras el taxi se acercaba a Rathmines. Probablemente, se sentía culpable por no habérselo contado antes, pero aun así, eso no afectaba a su decisión: él se iba y, para ella, eso era el final. No tenía ninguna intención de hacer promesas que no podría cumplir. Cuando el taxi cruzó el puente de Portobello, Karen le pidió al conductor que parara en Leinster Square. Shane, que vivía más lejos, cerca de Rathgar, la miró con una expresión llena de dolor y disgusto. —¿No podemos ni siquiera hablar de ello, Karen? —Shane, no veo a qué nos llevaría hacerlo —contestó ella abruptamente—. Tú has tomado tu decisión, eso es todo. —Por Dios, no seas tan cabezota —le pidió con voz entrecortada cuando el taxi giraba hacia Leinster Square—. Eso no es «todo», y por supuesto lo tenemos que hablar. Karen observó cómo el taxista se acomodaba el espejo retrovisor para poder contemplar mejor la pelea de la pareja en el asiento de atrás. Cuando el taxi estaba a punto de llegar a su vivienda, se enderezó y dijo: —Shane, buena suerte en Alemania. Espero que tengas una vida fantástica. Y usted —prosiguió, dirigiéndose al conductor—, ¡debería preocuparse de sus malditos asuntos! El pobre hombre se quedó un poco cortado. Después de que el taxi parase frente al portal, Karen le dio al chófer el dinero de mala gana, y, sin decirle nada más a Shane, cerró de un portazo y con paso firme se encaminó hacia su casa. Mientras veía cómo el coche se alejaba, se debatía contra un senümiento contradictorio de enfado y tristeza. «Basta», se dijo a sí misma. No tenía que ablandarse. Shane había tomado su decisión, ella sólo tenía que reponerse y seguir adelante. Echó un vistazo a la ventana del piso y vio que la luz del salón estaba encendida. Miró el reloj. Eran casi las diez; era raro que Jenny estuviera en casa a esa hora, ya que, normalmente, entre semana se quedaba con Roan. Deseó que él no estuviera allí. Precisamente esa noche Karen no estaba de humor para mantener una sincopada y escueta conversación con ninguno de los dos. Al entrar en la vivienda, se quitó el abrigo y lo dejó en su
habitación antes de ir a ver quién había en el salón. Cuando abrió la puerta de éste, lo que vio hizo que todos sus sentimientos hacia Shane se borraran por completo de su mente.
Jenny pensaba que el día no iba a terminar nunca. Odiaba que el banco estuviera abierto hasta tan tarde los jueves, pues siempre se formaban colas infinitas de clientes que querían cobrar los cheques del sueldo o retirar dinero para el fin de semana. Ella no estaba de humor para un día tan ocupado, y la mayóría de sus clientes estaban nerviosos. Una mujer la había amenazado con quejarse a su jefe por haberse mostrado suspicaz y pedirle algún documento identificativo antes de darle el dinero del cheque de la Seguridad Social. —Tengo derecho a cobrar —le espetó la mujer a la defensiva—. ¿Quién te crees que eres, diciéndome que no? Jenny refunfuñó para sus adentros, harta de haber tenido la misma conversación ya con varias personas en lo que llevaba de dia. Intentaba explicar al cliente que en realidad era la Seguridad Social, y no el banco, la que insistía en la identificación. La mujer no llevaba ningún documento encima y, ante la negativa de Jenny a pagarle, le arrebató el cheque a través de la ventanilla, se dio media vuelta y se encaminó hacia el piso de arriba, donde estaba la oficina de Barry. Ella sabía que si la mujer presentaba una queja, el director le explicaría que había actuado correctamente al haber denegado el cobro del cheque sin una identificación válida. Pero por otra parte, odiaba esas escenas. Esa fue la primera de muchas personas, cliente tras cliente, que parecían tener un problema u otro con ella. Era como si adivinaran que esa tarde estaba impaciente por irse más temprano. Otra mujer, por ejemplo, la había regañado por no sonreír mientras contaba su dinero extranjero. —Sé que debe de ser duro para ti estar cambiando dinero para los que nos vamos de vacaciones mientras tú te quedas aquí sin moverte —le había dicho—, pero como mínimo podrías disimular. Esa cuenta tenía razón, Jenny estaba malhumorada, tenía la mente en otra parte, en concreto en la visita que tenía con el médico cuando saliera de trabajar.
Por fin, a las cuatro en punto se cerraron las puertas de la entrada principal y la sucursal quedó vacía de clientes. Durante la siguiente media hora, el único sonido que se oyó en la sala fue el zumbido de las cajas registradoras mientras cada cual cerraba las cuentas del día. Jenny hizo el balance de las divisas y en quince minutos había acabado. A continuación, miró con impaciencia a los demás cajeros, deseando que también ellos terminaran pronto, para así poder llegar a tiempo a su cita con el médico. Entonces oyó a alguien lamentarse: —No me lo puedo creer —exclamaba Joyce Ryan, la cajera que trabajaba justo al lado de ella, una chica que a Jenny no le gustaba. Era engreída y antipática y, según Olivia, había conseguido el trabajo en Alliance Trust no por su brillante curriculum sino porque su tío era el director de la sucursal del condado del sur de Dublín. Joyce apretaba frenética las teclas de su caja. —¡Creo que me faltan ochocientos euros! Jenny hizo una mueca. Eso significaba que todos tendrían que quedarse; hasta que Joyce consiguiera cuadrar su balance. Bueno, si la ayudaba acabarían antes. —Enséñame tus registros, te echaré una mano —se ofreció Jenny abriéndose paso hacia la chica que, nerviosa, revisaba sus números. —Mis registros están bien, gracias —contestó Joyce echándole una mirada defensiva. —Tranquila —intervino Brendan—. Sólo quiere ayudarte. Así, todos podremos irnos de aquí cuanto antes. Te debes de haber equivocado en algo que quizá se te pasa por alto. Jenny revisó los datos, y los comparó con los del ordenador. —Aquí está —dijo, señalando el error de forma casi inmediata—. Has apuntado cuatrocientos euros en esta cuenta como ingreso en vez de como reintegro. Le has dado al cliente cuatrocientos euros, por otra parte, le has ingresado otros cuatrocientos en su cuenta. Eso explica que te falten ochocientos. Si retrocedes la transacción y luego anotas correctamente el reintegro, los totales deberían cuadrar. —Enséñame eso —dijo Joyce, agarrando bruscamente el registro y cotejándolo con su ordenador. —Tiene razón. —Brendan estaba mirando la pantalla por encima de su hombro—. Ahora ya podemos irnos a casa. ¡Bien hecho, Jenny! Pocos minutos más tarde, Jen se despidió de los demás y se fue
arriba, a buscar su chaqueta. Miró al reloj mientras caminaba a paso ligero, calle arriba. Eran casi las cinco y cuarto, y tenía la visita a las cinco en punto. Mientras esperaba, sentada en la sala de espera del consultorio, intentó concentrarse en la revista que sostenía entre sus manos, pero no pudo. Tenía ganas de entrar ya en la consulta y averiguar qué era lo que le pasaba. —¿Jenny Hamilton? —llamó educadamente la recepcionista—. El doctor Reilly la atenderá ahora. Su despacho está al final del pasillo: la última puerta a la izquierda. Mientras se acercaba a la consulta, a Jenny le temblaban las piernas. El doctor Reilly levantó la mirada cuando la oyó entrar. —Hola, Jenny. Gracias por venir hoy. Se agarró las manos y las estrechó con fuerza mientras permanecía de pie en la entrada. —¿Qué me pasa, doctor? Este la invitó a entrar. —Jenny, por favor, pasa y siéntate. No te preocupes, no te ocurre nada serio —la tranquilizó—. Sólo necesito hacerte un par de preguntas. Al oír sus palabras, los pensamientos de Jenny se aceleraron. ¿Que no se preocupase? Eso significaba que algo malo le pasaba, pero ¿qué? Menos de media hora más tarde, Jenny salió aturdida de la lujosa consulta. El doctor Reilly había sido muy amable con ella, aunque debía admitir que un poco distante mientras le explicaba la situación. Notó cómo se le acumulaban las lágrimas en los ojos y trató de aguantárselas. No quería llorar, no allí, en la calle, delante de todo el mundo. Se dirigió apresuradamente hacia el paseo marítimo justo a tiempo de ver partir un DART de la estación. Un cartel luminoso advertía que no habría otro tren por lo menos hasta al cabo de veinte minutos. Jen trató de permanecer tranquila. Caminó hacia la terminal de los ferrys y entró en el bar a tomarse algo caliente. Aunque la tarde era templada, se notaba fría por dentro. Sosteniendo el vaso de cartón con ambas manos, fue a dar un paseo por el muelle de Dun Laoghaire. Como los días empezaban a alargarse, aún había luz, y el muelle estaba lleno de gente que paseaba a sus perros, que hacía footing o, para ponerla aún peor, de parejas que paseaban cogidas de la mano. Miró cómo un chico besaba tiernamente a su novia en la frente y la estrechaba entre
sus brazos mientras ambos contemplaban el puerto y el horizonte. Jenny se sintió totalmente fuera de lugar. Todos parecían tan contentos y despreocupados, explicándose sus cosas en una tarde fresca de primavera. ¿Acaso era la única que sufría? No era justo. Regresó a la estación de tren y esta vez sí llegó a tiempo de cogerlo. Mientras el convoy se desplazaba por la costa en dirección a la ciudad, Jenny pensó que nunca antes se había sentido tan sola. No iba a decirle nada a Roan; todavía no. No estaba segura de cómo reaccionaría. Tampoco había nadie en el trabajo en quien pudiera confiar. Ella y Olivia se habían hecho buenas amigas en los últimos meses y a menudo le había explicado lo que sentía por Roan, así como el hecho de que a Karen no le gustaba. ¿Qué diría esta última si se enteraba de su situación? No podía contárselo, eso estaba claro. Ni siquiera sabría por dónde empezar. Le resultaba raro, porque ella y Karen difícilmente tenían secretos la una para la otra, pero en los últimos meses se habían distanciado mucho. Jenny sabía que debido a su relación con Roan. Aunque le dolía admitirlo, últimamente daba vueltas a la idea de que quizá Karen había hecho bien en advertirla. El tren se detuvo en la estación de Pearse Street, Jenny bajó y salió a la calle de forma apresurada. Le dolía el corazón; levantó el brazo para parar a un taxi y, afortunadamente, uno se acercó al bordillo casi al momento. —Rathmines, por favor —le dijo al conductor, que contestó con un gruñido. Mejor, pensó al sentarse en el asiento de atrás. No estaba de humor para charlas. Mientras miraba la calle a través del cristal, Jenny seguía repasando lo que el médico le había dicho. Cuanto más pensaba en ello, peor se sentía. A pesar de todos sus esfuerzos por permanecer tranquila, notó un nudo en la garganta, y pronto se le escaparon unas silenciosas lágrimas. Miró hacia afuera, procurando que el conductor no la viese llorar. Pensaría que era una transtornada. Una vez llegó al piso, entró y subió apresuradamente la escalera. Al rememorar las palabras del médico, tan claramente como si aún lo tuviera delante, más lágrimas acudieron a sus ojos. Jenny se hundió en el sofá y, durante lo que le pareció una eternidad, lloró como si el corazón estuviera a punto de rompérsele.
CAPÍTULO 11 Karen cruzó la puerta a toda prisa. —Jen! ¿Qué te pasa? —Abrazó a su amiga y entonces ésta volvió a llorar con más intensidad. ¿Qué diablos estaba pasando?, se preguntó Karen. Jenny tenía aspecto de llevar días llorando sin parar! —Jen, me estás asustando, ¡dímelo, por favor! Ha ocurrido algo entre tú y Roan, ¿es eso? Al ver que la otra asentía, incapaz de hablar debido al llanto, Karen continuó: —¿Os habéis peleado, cariño? ¿Qué te ha hecho? Jenny se incorporó y se enjugó las lágrimas. Tenía el pelo empapado en llanto y sudor y los mechones le caían por la cara. —Hoy he ido al médico... hip... y me he enterado... me he enterado de que... ¡hip!—El hipo le impedía completar la frase. Karen se quedó helada y la abrazó con fuerza. —Oh, cariño, ya entiendo. Estas últimas semanas he tenido el presentimiento de que algo andaba mal; sospechaba que podía ser esto, pero... «Oh, no —se dijo a sí misma—. Eso no; no a Jenny.» —El médico debe de haber pensado que soy una golfa —prosiguió Jen—. Oh, ¡es culpa mía, Karen! Pensaba que, al estar tomando la pildora, no pasaría nada si no utilizaba condón. —Pero la pildora no es cien por cien efectiva, cariño... creía que lo sabías —la interrumpió Karen esbozando una sonrisa afectuosa. Jenny parecía desconectada. —No es en absoluto efectiva, Karen, no en este caso... ¿De qué estás hablando? —Entonces se dio cuenta, y se llevó la mano a la boca. —Mira, Jen, no pasa nada, estoy aquí para ayudarte —le susurró la otra—. Y si quieres, te acompañaré a decírselo a tus padres. Jenny sonrió con la boca ladeada. —Creo que no quiero contarles nada de esto a mis padres. No estoy embarazada, Karen. Es lo que piensas, ¿no es así? Pues no es nada de eso,
gracias a Dios. Pero... —Su voz se fue apagando mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas—. He cogido algún tipo de... enfermedad, y me debe de haber contagiado Roan. Una enfermedad venérea. —Y desvió la vista, muerta de vergüenza. Karen se quedó mirándola boquiabierta. Intentó decir algo, pero estuvo mucho rato sin que se le ocurrieran las palabras adecuadas. —¿Qué? —susurró finalmente—. Bueno, ¿qué tipo de contagio? Si no me lo quieres decir lo entenderé pero... ¿es algo serio, Jenny? No será... —Es gonorrea, Karen. He estado teniendo algunos problemas, así que decidí ir al médico a que me hiciera unas pruebas, y hoy me ha llamado y me ha dado los resultados. No pensaba... quiero decir, no tenía ni idea de que algo así pudiera existir. ¡Me doy asco a mí misma! —Oh, Jen, pobrecita. —Fue todo lo que Karen pudo decir mientras la abrazaba de nuevo, aunque por dentro ardía de rabia. «¡Será desgraciado! ¡Será inútil y desgraciado! ¿Cómo se atreve?» Mataría a Roan Williams en cuanto pudiera ponerle las manos encima. Lo sabía. Finalmente se había destapado, y ¡de qué manera! Pobre Jenny, no merecía algo así. Nadie lo merecía. Le gustaría verlo cogido por... —Aún no le he dicho nada sobre el asunto. Supongo que tendré que hacerlo, pero no sé qué dirá. ¡Dios, me siento tan sucia, Karen! —No te atrevas a echarte la culpa de esto, ¡tú no eres la que está sucia! ¡Será cabrón! ¡Lo sabía! —Su tono se suavizó al ver la expresión dolida de Jenny—. Cariño, por favor, no creas que estoy orgullosa por esto, no lo estoy, y ten por seguro que no voy a recordarte que te lo advertí. Pero ahora, incluso tú debes admitir que Roan no es un tipo en quien se pueda confiar. Quiero decir que, obviamente, ha estado llevando una doble vida: una contigo y la otra con Dios sabe quién. ¿O si no qué? Tienes que descubrir quién es, por tu propio bien. —Últimamente sospechaba que las cosas no marchaban muy bien. Aunque esto me lo confirma. —Jenny sonrió con tristeza—. ¡Qué manera de descubrir que tu novio te ha estado engañando! Karen volvió a abrazarla. —No te preocupes, Jen, estarás mucho mejor sin ese imbécil que juega a dos bandas. Juro por Dios que si lo veo lo mato! Muy a su pesar, Jenny tuvo que reírse de la vehemencia de su amiga. —En parte echaba de menos que me defendieras, Cassidy. —Se
apartó el pelo de la cara—. Sé que ha sido difícil para ti morderte la lengua respecto a él, pero debes entender que yo estaba demasiado ilusionada como para hacerte caso. Debería haber sabido que decías todas esas cosas para ayudarme. Lo siento mucho, Karen. Ésta inspiró hondo, y las dos se quedaron mirándose un momento antes de estallar en carcajadas. —Vaya par —dijo Karen luego, negando con la cabeza—. Ambas descubrimos la misma noche que nuestros hombres son unos completos y absolutos idiotas. Jenny, sorprendida, se incorporó rápidamente. —¿Qué quieres decir? ¿Qué te ha hecho Shane? Karen le contó la decisión de éste de irse a vivir a Alemania, y entonces le tocó a Jenny consolar a su amiga. —¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Karen después. Jen se había animado considerablemente desde que le había explicado a Karen su problema. —Bueno, no tengo ningunas ganas, pero supongo que debo enfrentarme a él. —¿Y? —insistió la otra, con la esperanza de que Jenny tuviese previsto librarse de aquella rata de cloaca. ¡Tenía que hacerlo! —Y mandaré a Roan exactamente donde tiene que estar. No necesito a alguien así, Karen. No puedo creer que me haya tragado todas las mentiras que me debe de haber estado contando. ¿Recuerdas que en Navidad se suponía que tenía que venir conmigo a casa de mis padres para conocerlos, y luego se rajó porque dijo tener fiebre? Le creí, pero seguramente eso también era una mentira. Karen asintió con comprensión. —Pero ¿por qué no me di cuenta antes? —prosiguió Jen. Y a continuación se contestó a sí misma—: Había señales desde el principio pero me limité a ignorarlas porque quería creer que Roan era el amor de mi vida. Karen se calló. No quería volver a empezar con el tema. —De acuerdo —dijo a continuación animada, saltando del sofá y cogiendo dos copas de vino del armario—. Después de todo esto, creo que nos merecemos una copa. Jenny le hizo un signo de OK. —Karen, ¿estás absolutamente segura de que tú y Shane habéis
terminado? —preguntó mientras la otra buscaba el abridor en el cajón—. Después de todo, estará sólo a una o dos horas de avión. Una relación a larga distancia quizá no sea tan difícil como crees. Karen negó decididamente con la cabeza. —No, él ha tomado esta decisión sin consultarme, así que ¿por qué debería ser yo la comprensiva? Como si esto no fuera a repercutir para nada en nuestra relación de pareja —dijo con tono cansino, poniendo los ojos en blanco—. En serio, ¿has escuchado alguna vez tantas tonterías? Jenny se encogió de hombros. —Pero ¿crees que es inteligente tomar una decisión de forma tan tajante? Tú y Shane hace ya una buena temporada que estáis juntos. —Eso es exactamente lo que yo digo. Si la relación significara algo para él no lo habría decidido tan a la ligera, ¿o sí? En fin, no quiero hablar ni pensar más en ello. —Llenó las copas hasta rebosar y, despacio, le pasó una a Jenny con cuidado de no verter nada—. ¿Y qué hay de lo tuyo? Tiene cura, ¿no? Quiero decir... ¿no te afectará de forma indefinida ni nada de eso? Jen negó con la cabeza. —Al parecer, lo han pillado a tiempo, y según el doctor Reilly es bastante fácil de curar. Me ha dado unos antibióticos y me ha dicho que me abstenga de practicar sexo una temporada, lo que no será un problema. Así que, con suerte, me curaré pronto. Eso era un alivio, pensó Karen para sí misma. Había leído bastante sobre enfermedades de transmisión sexual en las revistas y sabía que algunas, si no se detectaban, podían ser muy peligrosas. Estaba contenta de que pese a la vergüenza, Jenny hubiera ido al médico. Y ahora, incluso ella estaba dispuesta a admitir que Roan no era el chico adecuado. De la manera en que estaban yendo las cosas, y ahora que habían derribado el muro que las separaba, Karen pensó que ella y Jenny volverían pronto a la normalidad. Tenía ganas de que eso pasara. Podrían reírse juntas, como en los viejos tiempos. Quedarían con Tessa para salir las tres y pasar una loca y desenfrenada noche de chicas en la ciudad. Y Roan Williams y Shane Quinn se podían ir a paseo.
—Roan, tenemos un pequeño problema. —Jenny trataba de que le dejaran de temblar las manos.
—¿Qué ocurre, Jen? Kevin me ha dicho que habías llamado. Hoy he tenido que trabajar hasta tarde, perdona. Roan fue a darle un beso en los labios, pero ella se apartó con presteza. Él retrocedió, sorprendido. —Como te he dicho, tenemos un pequeño problema. Hace unos días fui al médico y... —¡Vaya! No me digas que tenemos ese tipo de problema —la interrumpió él—. Creía que estabas tomando la pildora. —Jenny se estremeció al observar su reacción, pero él, al ver su cara, suavizó el tono —: No es eso, ¿no, cariño? No estás embarazada, ¿verdad? Porque nosotros aún somos jóvenes y... —No estoy embarazada. Su expresión se relajó visiblemente. —Pero al parecer, me has contagiado una enfermedad venérea. — Jenny se sorprendió de la serenidad con que le habló, aunque por dentro estuviera temblando. —¿Que te he contagiado?, ¿qué? ¿Yo? ¿De qué estás hablando? — espetó Roan, desencajado. —Al parecer, se trata de gonorrea. Por fin lo había dicho. Esperó a ver su reacción. Dio media vuelta y se pasó las manos por el pelo, espeso y negro. Cuando se volvió de nuevo hacia ella, se lo veía profundamente horrorizado. —¡Dios mío! No creerás... ¡Dios mío! ¿Crees que te lo he contagiado yo? Jenny, ¿cómo puedes pensar algo así? —Bueno, ¿quién puede haber sido si no, Roan? Espero que no estés sugiriendo... ¿Cómo te atreves? ¡No voy por ahí acostándome con cualquiera, ¿sabes?! Jenny lo miró furibunda. Karen ya le había advertido que quizá él saliera con ésas, pero hasta aquel momento ella no había creído que Roan pudiera caer tan bajo. —No, no, no es eso lo que quiero decir; en absoluto —dijo, tapándose la cara con las manos—. Sé que no vas con cualquiera. Confío en ti, Jenny. Tú no me engañarías —la miró sin pestañear—, de la misma manera que yo no te engañaría a ti. ¿Estás segura de que no puedes haber cogido esta cosa de otra manera? Jenny se quedó desconcertada.
—¿De qué estás hablando? Naturalmente que no, me lo has contagiado tú. ¿Qué estás diciendo? No te entiendo. —Bueno, ¿y qué hay de tu novio de Australia? No quiero que me malinterpretes pero... ¿no me dijiste que te había estado engañando? —Bueno, sí, pero... —Jenny se hundió en el sofá, ya no estaba segura de nada. Roan parecía muy dolido por la sugerencia, y se mostraba muy firme al decir que él no la había engañado. Supuso que cabía la posibilidad de que se lo hubiera contagiado Paul. El médico le había dicho que esas cosas podían permanecer latentes por algún tiempo, y que no había manera de saber cuánto hacía que lo tenía. De hecho, pensándolo bien, llevaba tiempo ignorando los síntomas antes de ir a que la examinaran. El problema era que no podía recordar exactamente cuándo habían empezado esos síntomas. —No había pensado en esa posibilidad —admitió en voz baja. Roan se arrodilló frente a ella, y le cogió ambas manos entre las suyas. —Piénsalo, Jen. ¿Cómo podrías haberlo cogido si no? Tú y yo tenemos una relación seria. No hay nadie más. —La rodeó con los brazos y la estrechó contra su cuerpo. —Oh, no sé qué pensar —gritó, devolviéndole tímidamente el abrazo—. Creía que quizá tú habías estado, ya sabes... No estaba segura. —Chis, está bien. Lo entiendo —susurró Roan—, pero hace meses que estamos juntos, y eres la única persona con quien he estado desde Siobhan. Por favor, créeme. —Le acarició los pómulos con el pulgar, secándole las lágrimas—. No haría nada que pudiera herirte. Tienes que confiar en mí. Jenny se sintió aliviada y, al ver el dolor y el sufrimiento en sus ojos, supo que se había equivocado. ¿Cómo podía haber dudado de él de esa manera? ¡Y qué estúpido por su parte asumir automáticamente que era él quien le había sido infiel, cuando tema la certeza de que Paul sí lo había sido! ¡Era una desconfiada! —Lo siento mucho. Debes de pensar que soy un monstruo, acusándote de esta manera. —Lo miró llena de remordimiento. —No, no pasa nada. Entiendo que debe de haber sido traumático para ti. Me preguntaba por qué no me decías nada últimamente. Pobre...
¿cómo te encuentras? ¿Te has puesto en tratamiento? La profunda preocupación que vio en él la hizo sentirse como una idiota. Allí estaba, preocupándose por ella, después de que lo hubiese acusado de esa manera. —Me curaré, pero... —Jenny sonrió con timidez—, pero tú también tienes que tratarte. Roan, no sé qué debes de pensar de mí. Debería haber confiado en ti, debería haber hablado contigo antes de acusarte, y... Él la tomó de nuevo entre sus brazos. —Está bien mientras tengas presente que yo no te haría algo así. — La miró directamente a los ojos—. Lo sabes, ¿no? Ella le sonrió con ternura. —No te culparé si decides que no quieres volver a verme nunca más. —No seas tonta. Tan sólo ha sido un pequeño malentendido. Pero ahora supongo que debemos portarnos bien por un tiempo, verdad. Jenny asintió y lo besó en la nariz. —¿Por qué no vas al baño, te arreglas un poco y nos vamos a tomar una cerveza a algún sitio, a ver si nos relajamos? —propuso él. Acto seguido, se palpó los bolsillos de los téjanos y dijo—: El problema es que no hay manera de que encuentre mi cartera por ningún lado... —Oh, tranquilo, ¡ya me encargo yo! —ofreció Jenny de inmediato, encantada. —¿Estás segura? Tiene que estar por aquí, en alguna parte, pero... —No hay problema, Roan. Lo mínimo que puedo hacer después de la escena que te he montado es invitarte a unas copas. —Bueno, si estás segura... —Y esbozó una sonrisa irresistible. Jenny fue al cuarto de baño y se lavó la cara, contenta de que las cosas volvieran a la normalidad. Al salir del piso y empezar a caminar calle abajo, Roan la rodeó con el brazo y le sonrió. Ella se estremeció con una mezcla de alivio y placer. Se sentía muy afortunada de contar con su comprensión. Al fin y al cabo, ella, en su lugar, se habría quedado hecha polvo. Recordó lo que la vidente le había dicho sobre los «altibajos» que experimentarían a lo largo de su relación. Pero ¿acaso no había dicho también que conseguirían superarlos? Deseó que no surgieran más problemas porque, de haberlos, no estaba segura de poderlo soportar. «No debo preocuparme», pensó cuando llegaron al bar Lo principal
era que habían sido capaces de solucionar las cosas Se habían reconciliado. Se prometió a sí misma que pasarían una gran noche juntos y que, durante el fin de semana, le propondría ir a cenar y no dejaría que sacara la cartera. Se lo debía, después de todo lo que le había hecho pasar.
CAPÍTULO 12 —¿Cómo puede estar tan ciega Tessa? —gruñó Karen—. Parecía tan segura de que iba a terminar con él. ¡No puedo creer que se dejara convencer! Miró la transitada O'Connell Street a través del cristal de la cafetería. Era el sábado siguiente por la tarde, y el centro de la ciudad estaba abarrotado de gente que iba de compras, así como de turistas. Se sintió mal al traicionar la confidencia de Jenny y explicarle a Tessa la situación en que aquélla se encontraba, pero estaba tan molesta con su amiga que tenía que contárselo a alguien. Al ser enfermera, quizá Tessa pudiese aportar un poco de luz sobre el asunto. ¿Cómo podía Roan salirse siempre con la suya? , Cuando Jenny volvió de su supuesta confrontación, Karen supo por su cara que no había cortado con él, tal como había planeado. —Había asumido demasiado rápido que fue él —le dijo Jen en respuesta a su pregunta de cómo le había ido el encuentro. Karen saltó del sofá incrédula. —¿Rápido? ¿Qué estás diciendo? ¡Por Dios! Mira lo que hizo. —Dice que no fue él —contestó Jenny quedamente, evitando mirarla a los ojos. Para Karen era muy difícil de creer. —Jen, precisamente por eso a estas enfermedades se las llama de transmisión sexual. ¿Cómo cree Roan que lo cogiste? —Le echó una mirada suspicaz cuando se le ocurrió el posible porqué—. ¿No se habrá atrevido a decirte que lo has pillado de algún otro? Su amiga la miró implorante. —Cree que Paul podría habérmelo pasado. Dice que él nunca me sería infiel. —¡Qué! —Karen estaba atónita—. ¿Cómo se las ha arreglado para inventarse tamaña bajeza? ¡Paul y tú hace meses que rompisteis! ¿Cómo han podido tardar tanto en manifestarse los síntomas? Jenny se estremeció. —Ya hace tiempo que los tenía, pero fui aplazando la visita al médico; esperaba que las cosas mejoraran por sí solas. Roan tiene razón,
podría haber sido Paul perfectamente. Karen negó con la cabeza. —No me lo creo, Jen. Suena un poco pillado por los pelos. Y tú misma dijiste que tenías algunas dudas sobre él antes de que esto pasara. —Sí, pero quizá me equivoqué, la noticia me hizo exagerar las cosas. Deberías haber visto su cara cuando se lo dije... Estaba tan disgustado. Me sentí tremendamente culpable de haberlo acusado sin hablar antes con él... Vuelvo a estar muy enamorada. Karen no sabía qué decir. Tenía ganas de coger a Jenny y sacudirla hasta que se diera cuenta de su error. Obviamente, sus intenciones de deshacerse de Roan habían quedado reducidas a nada. El muy listo sabía exactamente cómo engatusarla. ¿Qué le pasaba a su amiga? ¿Por qué se empeñaba en cerrar los ojos hasta el punto de no ver lo que estaba sucediendo en realidad? —Soy incapaz de entenderlo —le dijo a Tessa. Esta se recostó en la silla. —¿Y qué puedes hacer? Si ella ha decidido creer lo que él le ha dicho, tú no tienes que intervenir. Al fin y al cabo, ya es mayorcita. — Tomó un sorbo del capuccino—. Pero debo admitir que Jenny me sorprende. Ahora entiendo perfectamente qué quieren decir con lo de que el amor es ciego. Karen puso los ojos en blanco. —«Ceguera» es la maldita palabra. En serio, Tessa, ¿qué le pasa? ¿Será que es muy bueno fingiendo? La otra reflexionó. —Bueno, quizá tenga algo que ver con esa vidente... —¡Menuda locura! ¿Cómo puede alguien mayor de diez años creerse todas esas tonterías? —Un momento, Karen —replicó Tessa con tono sereno—. Tú eres una persona escéptica por naturaleza, pero Jenny no lo es. Ella depositó su fe en esa mujer en un momento de su vida en que se sentía insegura y tenía miedo. Acababa de romper con Paul, había vuelto de Australia, y ¿qué le esperaba? No estaba segura de nada, es normal que estuviera asustada. Supongo que necesitaba saber qué le deparaba el futuro para así tener alguna esperanza, por así decirlo. Karen seguía negando con la cabeza. —Vamos, Tessa, nadie sabe lo que va a traer el futuro, y menos todos esos condenados videntes. Y, si así fuera, ¿por qué entonces no están
todos apostando a los caballos o comprando lotería, en vez de dedicarse a jugar con los sentimientos de la gente? —Sea como fuere, ése no es el problema, ¿no crees? —contestó Tessa—. A veces pueden aportar algo de confianza a la gente, incluso darles algo por lo que luchar. No es tan malo, Karen; no es peor que leer el horóscopo, ¡cosa que tú haces a diario! —Pero eso es diferente. ¡Yo no creo ciegamente en lo que dice el periódico! ¡Hay un millón de Aries! Lo que pasa, pasa, y cada uno de nosotros tiene que tomar sus propias decisiones. —Exasperada, Karen se pasó las manos por el pelo—. Jenny está con Roan porque está convencida de que es el amor de su vida, y yo creo que es una mentira como una catedral. Tessa le dio un bocado a su cruasán. —¿Nunca has pensado que quizá siga con él porque le desea y quiere creer que le está diciendo la verdad? La otra se encogió de hombros. —Supongo que es una posibilidad. Pero aun así, no creo que él le esté diciendo la verdad. Estoy segura de que es un mentiroso, un estafador, un cabrón. —¿Cómo? —¿Cómo, qué? —Has dicho que estás segura. ¿Cómo lo sabes? —insistió Tessa, cruzándose de brazos. —Bueno, ya te conté que lo vi esa vez con esa chica en el centro comercial. —¡Ah! ¿Y lo estaban haciendo en el suelo, en el pasillo de la fruta y la verdura o algo así? —preguntó la otra con un brillo irónico en los ojos. —No, pero... —Entonces, ¿cómo sabes que no era tan sólo una amiga? Además, ¿no cabe la posibilidad de que Jenny en efecto pueda haber cogido esa cosa de su ex novio? Algunas enfermedades venéreas son asintomáticas. Karen enarcó una ceja. —¿Puede decir eso en lengua común, por favor, enfermera? —Bueno, no estoy diciendo que en realidad fuera esto lo que sucediera, pero cabe la posibilidad de que Paul la contagiara en algún momento del año pasado sin que ella se enterara. Finalmente, va al médico quejándose de pequeños síntomas, le hacen pruebas y lo descubren. —¿Podría realmente ser una posibilidad?
—¿Por qué no? —Tessa se encogió de hombros—. Las mujeres tenemos tendencia a ignorar este tipo de cosas, yo lo veo continuamente. Karen, dale un respiro al pobre chico e intenta aceptar la posibilidad de que estés equivocada. La otra pensó que Shane le había dicho exactamente lo mismo. ¿Podía estar equivocada sobre Roan? No lo sabía. Lo único que sabía era que, si no dejaba de pensar en la situación de Jenny, su cabeza estallaría tarde o temprano. Dios sabía que ella tenía sus propios problemas. Shane se iba a marchar al cabo de pocas semanas. Karen no le había visto desde la noche del cine y él no se había puesto en contacto con ella. Estaba sorprendida. No era típico de Shane mostrarse resentido o enfurruñarse. Debía admitir que le echaba de menos. Pero ¿qué podía hacer? Iba a irse a Alemania y ella iba a quedarse, fin de la historia. De ese modo todo sería mucho más fácil. Aun así, Karen no podía ignorar el dolor que sentía en la boca del estómago cuando pensaba en él. —¿Has visto a Shane últimamente? —le preguntó a Tessa, tratando de adoptar un tono despreocupado. Tessa se estaba llevando la taza a la boca y, al oír eso, se detuvo. — Me preguntaba cuándo ibas a sacar el tema. —¿Qué quieres decir? Todo ha terminado entre nosotros. —Como mínimo, podrías hablar con él. Está muy disgustado,¿sabes, Karen? Ésta notó cómo el corazón le latía con fuerza en el pecho. —¿Te ha dicho algo? Tessa negó con la cabeza. —A mí no... a Gerry. Está muy preocupado por todo lo que está pasando. Ahora no sabe si ha tomado la decisión correcta o no. Deberías hablar con él, Karen. No estás siendo justa. —¡Espera un segundo! No fui yo quien decidió coger las maletas y largarse a Alemania de esta manera, ¿no es así? —No, pero creo que deberíais hablar sobre ello antes de que se vaya. Tú misma dijiste que no le diste la oportunidad de explicarse. Karen se mordió el labio. Estaba desesperada por ver a Shane antes de que se fuera, pero ella no iba a dar el primer paso. Tessa le leyó el pensamiento. —Teme a llamarte, cree que lo mandarás a freír espárragos. Ya sabes cómo es, Karen, no sabe cómo enfocarlo.
Su amiga sintió una oleada de rabia al recordar su última conversación. —Oh, ya veo. Sin duda esperaba que yo dijera: «¡Estupendo, Shane! ¡Como tú quieras! ¡Iré a visitarte todos los fines de semana!». —No es eso. —Tessa tuvo que disimular una sonrisa ante la obstinación de la otra—. El no cree que el hecho de que se vaya tenga que significar que dais por terminada vuestra relación. Piensa mucho en ti, ¿sabes? Gerry dice que nunca antes lo había visto tan preocupado. ¡Debes de ser muy buena en la cama! Karen se rió. —Me enfadé tanto con él esa noche, Tessa... Había tomado la decisión sin decirme ni pío, y luego esperaba que me lo tomara bien. Fue injusto por su parte esperar que yo no reaccionara de esa manera. Después de todo, hacía mucho tiempo que él lo sabía y me lo había ocultado. Tessa intentó calmarla. —Ahora no es momento de ser tan testaruda. Se va dentro de pocas semanas. Habla con él con la cabeza despejada. E intentad decidir si queréis o no seguir juntos. Karen negó incrédula. —¿Sabes que hablas muy bien para ser una mujer de Cork? Tessa le hizo una mueca burlona. —Aun así, entiendo lo que quieres decir —continuó Karen—. Creo que me gustaría hablar con Shane, pero con todo lo que le está pasando a Jenny he estado un poco distraída. —¿Por qué no lo llamas luego? —sugirió Tessa—. Estará encantado de verte, Karen, sé que lo estará. —De acuerdo, ¡me has convencido! Cualquier cosa con tal de que me dejes en paz. —Se terminó su cruasán, satisfecha con la decisión que había tomado. Quizá fuera a verle. No había razón para continuar así. Tessa apartó su taza y se levantó. —Vamos, aún no he comprado nada ¡y hoy estoy de humor para derrochar un poco de dinero! Karen cogió el bolso y siguió a su amiga a la transitada calle; se preguntó por qué siempre acababan yendo de compras al centro los sábados por la tarde, cuando todo el mundo tenía la misma idea. Se abrieron paso entre el gentío de Grafton Street. Después de haber charlado y comido, Karen se sentía mucho mejor.
—¡Oh, mira ese vestido, es genial, Karen! —Tessa se había detenido enfrente de Top Shop, y señalaba el escaparate—. ¡Vamos, tengo que probármelo! Permanecía de pie, fuera de los probadores, mientras Tessa se pavoneaba con el vestido, que era muy delicado y le quedaba estupendamente, con su supuesta talla treinta y seis, una talla que a Karen no le entraría ni en un millón de años. Tessa era adorable. Una Ally McBeal con mucho que decir. No había nada en la tienda que a Karen pudiese irle bien, pensó, examinando una estrecha camiseta sin hombros que sólo podría taparle un pecho. Le pidió a Tessa que después la acompañara al Jigsaw o al Principies. ¡Como mínimo, allí encontraría tallas normales!
Más tarde, Karen se despidió de una Tessa feliz, después de una saludable tarde de compras. Decidió pasar por el piso a cambiarse antes de llamar a Shane. Ahora que estaba decidida, no había razón para retrasar las cosas. Tendrían una larga y amistosa charla y quizá después pudiesen ir a tomar una cerveza al bar, así se aseguraba de que no volverían a discutir. «Quién sabe, tal vez el hecho de que se mude no sea tan malo, después de todo», pensó. Podía ser que un descanso les fuera bien... La ausencia hacía que se ablandara el corazón y todo eso. Como le había dicho Tessa, debía dejar de actuar como una niña consentida y empezar a prestarle a Shane algún apoyo. Después de todo, razonó Karen, no podía haber sido una decisión fácil para él: dejar a todos sus amigos y a su familia para empezar de nuevo en un país completamente distinto. Iba a arreglar las cosas y a hacerle saber que se teman el uno al otro para ayudarse. En vez de coger el autobús hacia Rathgar, donde vivía Shane, prefirió recorrer a pie la corta distancia y disfrutar de la puesta de sol. Al verse esquivar con destreza el ajetreo que la rodeaba, se maravilló de lo rápido que se había adaptado a Dublín y a la vida de ciudad. Le gustaba el hecho de poder coger un bus y plantarse en el centro de la ciudad en veinte minutos. No podía concebir la idea de vivir en otro sitio. Rathmines lo tenía todo: bares, tiendas, restaurantes y, lo más
importante, buenos amigos y grandes recuerdos. Definitivamente, Shane iba a echar de menos todo aquello. Tenía muchas ganas de verle. Ella y Shane muy pocas veces habían pasado una noche separados desde que empezaron a salir, y ya hacía casi dos semanas desde que discutieron. El hecho de ignorarse era absurdo; tenían que solucionar pronto las cosas, y no esperar a que fuera demasiado tarde. Justo antes de girar por la calle de Shane, en Cowper Downs, Karen se detuvo en la tienda de la esquina a comprar un paquete de bastoncitos de chocolate como bandera de paz. O como un chantaje, pensó, riendo para sí mientras le pagaba al vendedor. Bajó los escalones del piso de Shane, que era un semisótano, y dio unos fuertes golpes en la puerta. El timbre hacía años que estaba estropeado. Nadie abría. Llamó con fuerza otra vez y, al ver que seguían sin abrir, atisbo por la ventana, en busca de señales de vida. Entonces oyó a alguien arrastrando los pies hacia la entrada. Shane abrió la puerta en bóxers y con los ojos medio cerrados, mientras intentaba protegerse de la luz del sol para ver algo. —Hola —dijo Karen con timidez, un poco desconcertada. Ahora que estaba allí, no sabía qué decirle. Debía de haberlo despertado, porque tenía muy mal aspecto. Además, el aliento le olía a alcohol. Al final, Shane la reconoció. —Oh, Karen, ¿qué estás haciendo tú aquí? —Hablaba de manera confusa y tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa. Ella se molestó un poco. Para tratarse de alguien que estaba tan deprimido por su ruptura no parecía muy contento de verla. —¿Puedo pasar, Shane? He pensado que deberíamos hablar. Hace mucho que no nos vemos. Él se rascó la cabeza y miró a su alrededor. Permanecía de pie en la puerta, y se movía de un lado a otro del umbral, arrastrando los pies, como si no supiera muy bien qué hacer. —No creo que sea una buena idea, Karen. ¿Podemos quedar más tarde o algo así? Ella advirtió su mirada vidriosa y al momento se dio cuenta de por qué estaba actuando de una forma tan extraña.
—¡Shane, estás bebido! Son las siete y media de la tarde, ¡por Dios santo! ¿Qué has hecho, te has pasado todo el día en el bar? —Karen, tú ya no puedes decirme lo que debo hacer, todo se ha acabado entre nosotros. Tú misma lo dijiste y... —Cariño, sólo fue una discusión estúpida. Me quedé muy desconcertada cuando me dijiste que ya tenías decidido lo de Alemania... Me pilló por sorpresa, eso es todo. Supongo que no fui capaz de digerirlo, pero no es para tanto. Ahora apártate y déjame entrar para que podamos arreglar las cosas. —Karen... de verdad que no es buena idea —repitió él incómodo. Entonces, de repente, ella sospechó el motivo de su cautela. —Quita de en medio —le espetó, apartándolo con brusquedad y metiéndose en el piso. —Karen, ¿qué estás haciendo aquí? —ronroneó Lydia Reilly como un gato que hubiera acabado de ganar una ración de leche diaria durante toda su vida. Estaba tumbada en el sofá, y sólo llevaba puesta una camiseta de U2 que era de Shane. De hecho, Karen sabía que era suya porque se la había regalado ella misma en Navidad. Lydia sonrió satisfecha, obviamente contenta al ver la expresión de profunda incredulidad de Karen. Ésta estaba tan atónita que era incapaz de pronunciar una sola palabra. Por el momento. Shane palideció visiblemente. —Karen, sé que esto tiene mal aspecto, pero no hay nada. Estaba bebido... No sabía que tú... —Levantó las manos con un gesto de desesperación. Ella se volvió hacia él con los ojos centelleantes y las mejillas rojas de furia. —No has tardado mucho, ¿verdad? Y aquí venía yo sintiendo pena por ti y pensando que de alguna manera te había fallado, cuando lo más probable es que todo el tiempo hayas estado jodiéndote a esta zorra. — Miró fijamente las medias de Lydia, que colgaban de una silla. La aludida se levantó y puso los brazos en jarras. —¿Cómo te atreves a hablarle de ese modo? —empezó—. ¡Y no creas que puedes aparecer así por las buenas y empezar a insultarme, foca estúpida! Karen se acercó a ella, y le dedicó una mirada tan furibunda, que la
otra retrocedió. —Escucha, maldita zorra, haz el favor de cerrar esa sucia y mal maquillada boquita que tienes. Eres una puta desesperada que no puede conseguir un hombre sobrio y por eso tiene que acostarse con borrachos detestables como él. Y en cuanto a ti —prosiguió, clavándole a Shane un dedo en el pecho—, sólo estoy tremendamente disgustada por haber perdido tanto tiempo con alguien tan estúpido. ¡Dios sabe que no valió la pena! ¡Por lo que a mí respecta, estáis hechos el uno para el otro, y ambos podéis tiraros juntos por el puente al Gran Canal! Una vez dicho esto, salió corriendo por la puerta, subió los peldaños y echó a andar calle abajo; le temblaba todo el cuerpo de rabia y sorpresa. Apenas oyó que Shane la llamaba. ¡El muy bastardo! ¿Cómo había podido hacerle algo así? Después de todo el tiempo que habían estado juntos. Karen intentó seguir caminando, pero su cuerpo se estremecía de rabia. Se metió en una callejuela; no quería volver a la transitada Rathgar Road en el estado en que se encontraba. Al darse cuenta de que todavía llevaba en la mano el chocolate que había comprado para Shane, empezó a maldecir en voz alta y lo lanzó con tanta fuerza, que aterrizó en el jardín de alguien. Por alguna razón, eso le pareció divertido y empezó a reírse a carcajadas, aunque al cabo de unos segundos rompió a llorar. Se secó las lágrimas con las mangas del jersey y, mientras lo hacía, vio acercarse a Shane, vestido sólo con una camiseta, unos bóxers y unas botas sin calcetines. —Por favor, Karen, hablemos. Lo siento mucho, no quería no era yo mismo. No ha pasado nada. ¡Por favor! —Tenía lágrimas en los ojos mientras se acercaba a ella. —No me toques. No te atrevas a tocarme, ¡cabrón! —Encorvó los hombros, dio media vuelta y echó a andar a paso rápido por la calle para alejarse de él. Shane la siguió, gritándole: —¡Karen, por favor! ¡Deja que te lo explique! —¿Explicarme? —Se detuvo y le dirigió una dura mirada—. Explicar ¿qué? Oh, déjame adivinar. Tú y esa pequeña zorra sólo estabais intercambiando ropa, ¿es eso? ¡Shane, eres patético, increíblemente patético! —Empezó a alejarse de nuevo. —Lo sé, Karen. Sé que he sido un completo idiota. Mira, Lydia
estaba en el bar. Yo había bebido demasiado y... —¡Oh, no te atrevas! —Karen levantó un dedo—. No creas que tengo ningún interés en escuchar cómo esa jodida cerda se te acercó. ¿Qué intentas hacer, Shane? ¿Empeorar las cosas? ¡Porque eso es exactamente lo que estás haciendo! —Karen, te prometo que no pasó nada. —Mira, ¡déjame en paz! —rugió, sin importarle quién la oía—. No quiero escucharlo, Shane, y, para serte sincera, no me importa una mierda. Lo que tienes que hacer ahora es ocuparte de tus asuntos, y eso no tiene nada que ver conmigo. Así que ya te puedes largar a Alemania o irte al infierno. Si quieres a mí ambas cosas me parecen bien. Shane intentó seguirla de nuevo, pero finalmente decidió que era inútil. En mitad de la calle y apenas vestido como estaba, vio cómo algunos transeúntes lo miraban con una abierta expresión de regocijo. Karen tenía razón, pensó. Era jodidamente patético. Volvió al piso, donde vio a Lydia todavía tumbada en el sofá, bebiendo otra lata de Budweiser del pack que habían comprado hacía un rato. Levantó la vista y sonrió engreída el verlo entrar. —Hey, espero no haber causado muchos problemas. Shane se pasó ambas manos por el pelo con gesto de desesperación. —Lydia, mira... ¿te puedes marchar, por favor? Necesito estar un rato solo. —Eh, ¿qué te pasa? —Se levantó y le rodeó el cuello con los brazos —. Sea lo que sea, estoy segura de que puedo hacer que lo olvides, ¿no crees? —Y soltó una risita tonta, acariciándole la oreja. Él la apartó. —Olvídalo, ¿quieres? Lo siento, pero ha sido un error. Nunca debería haberte besado... —Oh, vamos, Shane, ¡ahora no me vengas con ésas! —Lydia estaba de mal humor—. Tú tenías tantas ganas como yo, o incluso más, por lo que me parece recordar. —Volvió a acercársele—. Mira, olvídala y continuemos donde lo dejamos. —¡Lydia, por favor! Vete, ¿vale? —gritó Shane. La chica se estremeció un poco, pero no dijo nada. Cuando se disponía a irse de la sala, Shane le dijo: —Lo siento, Lydia. No es culpa tuya. Tú no pediste verte envuelta en todo esto. —Ella asomó la cabeza por la puerta—. Creo que es mejor
que por ahora lo olvidemos todo, ¿de acuerdo? —prosiguió él. La muchacha asintió, temblándole el labio inferior. —Amigos, ¿de acuerdo? Sé que también me estoy portando mal contigo, y lo siento. Lo que ha pasado ha sido un gran error. Amo a Karen, y he sido un completo idiota. Lo lamento muchísimo. Lydia no dijo nada. Fue al cuarto de baño, donde se vistió rápidamente; luego se marchó dando un portazo. Shane se dejó caer en el sofá y hundió la cabeza entre las manos Lo había estropeado todo. Karen nunca lo perdonaría; ahora probablemente la había perdido para siempre. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? ¿Qué diablos se suponía que tenía que hacer?
CAPÍTULO 13 Temblaba furiosa cuando llegó a casa. No oyó ningún ruido dentro del piso, así que pensó que Jenny no debía de haber llegado. Deseaba que no estuviera. No sabía si tendría fuerzas para contarle a nadie lo que le había pasado. ¿Cómo podía haber sido tan idiota? Había estado dándole consejos a Jen sobre su vida amorosa y acusando a Roan de estar engañándola, sin tener ni idea de que a quien debería haber estado vigilando era a su novio. Una y otra vez, acudía a su mente la escena que había presenciado en el piso de Shane, y podía ver con toda claridad cómo aquella estúpida zorra de Lydia disfrutaba al ver su reacción. Dios, la muy puta debió de sentir que le había tocado la lotería cuando vio a Karen en la puerta. Nunca sabría por qué no la había cogido y la había estrangulado allí mismo. Y por lo que se refería a Shane, ésa era otra historia. Karen ignoraba que pudiese llegar a acumular tanto odio y resentimiento contra alguien y a la vez sentirse tan herida y engañada. Debía admitir que, hasta entonces, no se había dado cuenta de que sus sentimientos hacia Shane fuesen tan fuertes. Cuando los vio juntos, fue como si el corazón se le hubiera caído al suelo. Karen sacudía la cabeza mientras notaba cómo las lágrimas acudían de nuevo a sus ojos. Pero no iba a volver a llorar; otra vez no. Cuando finalmente abrió la puerta de la sala, vio a Jenny y Roan sentados en silencio, uno en cada punta de la habitación. Ninguno de los dos la miró, y ella, con la cabeza gacha, dijo un hola en voz baja y se fue rápidamente a su habitación. Se tumbó un rato en la cama, y luego, al cabo de unos minutos, se sentó y se secó los ojos con la punta del edredón. Después de reflexionar, se levantó y fue a mirarse en el espejo. Se secó las lágrimas y se maquilló ligeramente para intentar disimular sus mejillas y sus ojos enrojecidos. Le resultó muy difícil, pero de alguna manera se las arregló para parecer normal cuando entró en el salón, unos minutos después. —Jenny, me voy un rato. Te veré luego.
Su amiga asintió distraída. —Hasta luego, Roan. —En seguida Karen lamentó haberle dicho nada, porque apenas obtuvo un gruñido como respuesta. Poco después, recorría con paso seguro Rathmines Road, sintiéndose mucho mejor ahora que sabía lo que iba a hacer. Normalmente, algunas chicas de la oficina quedaban para tomar algo los sábados por la noche en el Turk Head. Esa noche, Karen iba a unirse a ellas, ¡y se iba a recuperar y lo iba a pasar de fábula!
—Roan, esto es estúpido. No entiendo por qué te enfadas tanto. — Jenny se levantó para ir a sentarse a su lado en el sofá—. No estaba insinuando nada, sólo preguntaba. —Estabas insinuando que yo no pago mis deudas, Jenny —contestó él ofendido, con los brazos cruzados y sin querer mirarla. —Eso no es lo que he dicho. Es sólo que este mes ando un poco justa de dinero y te he preguntado si podrías devolverme algo de lo que te dejé, eso es todo —dijo nerviosa. Roan se había enfadado; no debería haber dicho nada. Odiaba cuando se enfurruñaba de esa manera. Llevaba casi una hora allí, sentado sin decirle ni una sola palabra. —Vamos, Roan. Olvida que lo he dicho, ¿de acuerdo? No pasa nada. Ya arreglaré con Karen lo del alquiler. Silencio. —De acuerdo, de acuerdo, ¡lo siento! ¡No sé qué más quieres que te diga! —Volvió a apartarse de su lado. ¡Se estaba comportando de una manera muy infantil! —Me gusta ver cómo valoras el hecho de que te vaya a llevar una semana de vacaciones —espetó él resentido. Jenny se quedó anonadada. Aquello había sido un golpe bajo. Roan le había dicho hacía unos días que a principios de junio la llevaría una semana de vacaciones a Venecia. Aunque estaba entusiasmada con la idea de ir a un sitio tan romántico con él, y la tranquilizaba comprobar que su relación no se había visto afectada por sus «acusaciones», Jenny pensó que, de haber podido escoger, habría preferido que le devolviera el dinero que le había prestado. —¡Muy bien! —dijo al poco rato. Para su sorpresa, sintió que ahora era ella la que se estaba enfadando—. Roan, muchísimas gracias por
planear esas vacaciones. La cosa es —continuó— que no esperaba que me devolvieras el dinero de esa manera, y que yo le debo a Karen el alquiler de las tres últimas semanas. El la miró incrédulo. —Vamos, Jenny, para empezar, tú tienes un supertrabajo en el banco. ¡Seguramente no estás al borde de la quiebra! —Bueno, obviamente no has visto mi nómina, Roan, porque de lo contrario sabrías que lo que gano no es como para lanzar cohetes. —¡De acuerdo! —gritó—. Te devolveré tu maldito dinero. Pero me sorprendes, Jenny —prosiguió bajando el tono de voz—, no creía que fueras de esta manera. —¿De qué manera? ¿A qué te refieres, Roan? Te he prestado más de quinientos euros en los últimos meses ¡y sigo sin ver un céntimo! No soy el banco de Irlanda, ¿sabes? Los sobresaltó el zumbido del interfono. Jenny dio un salto y fue a contestar rápidamente. —Jenny, soy yo. ¿Está bien? ¡Déjame entrar, necesito hablar con ella! —¿Tessa? ¿Por quién preguntas? ¿De qué estás hablando? —Mira, tú sólo déjame entrar, ¿de acuerdo? —¡Sí, sí! —Dejó la puerta entreabierta y colgó el interfono. ¿Qué pasaba ese día que todo el mundo parecía estar cabreado? ¡Karen había llegado poco antes con una cara que parecía que tuviese que partir a la guerra! ¿Y ahora, qué problema tenía Tessa? Esta irrumpió en el salón, jadeante después de subir corriendo la escalera. —¿Se encuentra bien, Jenny? Gerry acaba de contármelo... Oh, ¡será estúpido! ¡Le mataré! ¿Está bien? —Tessa, por favor, cálmate un poco. ¿Qué ocurre? La otra hizo una pausa para recuperar el aliento. —Se trata de Shane. Karen ha ido a su piso para intentar arreglar las cosas con él y lo ha pillado con Lydia. ¿Aún no ha vuelto a casa? Dios, espero que esté bien. Jenny se la quedó mirando sin saber qué decir. ¿Por qué Karen no le había contado nada? —Ha salido, Tessa —fue lo único que pudo contestar—. Hace unos quince minutos que se ha ido. —¿Qué? ¿Has dejado que se fuera sola en ese estado? Jenny miró a
Roan. —No lo sabía, no me ha dicho nada. Parecía disgustada por algo, pero nosotros estábamos en medio de una discusión y no he tenido ocasión de preguntarle... Tessa puso los ojos en blanco. —Jen, ¡despierta! ¡Karen es tu mejor amiga, y tu estás tan metida en tu relación con este guaperas —lanzó a Roan una mirada despectiva— que ni siquiera te das cuenta de cuándo está destrozada! Ahora, mueve el culo y échame una mano para buscarla, ¿vale? Sin una palabra, Roan se levantó, cogió su chaqueta y se encaminó hacia la puerta. —Mira, mejor que me vaya —le dijo a Jenny—. Ya he aguantado suficiente porquería por hoy. Nos veremos más tarde. Ella se lo quedó mirando boquiabierta mientras desaparecía por la escalera, a continuación se volvió hacia Tessa, que la estaba mirando furibunda. —¿Y bien? ¿Adonde ha dicho que iba? —le preguntó ésta—. ¿Hace mucho que se ha ido? —Mira, ¡no sé de qué va el asunto, Tessa! Karen no me ha dicho nada. Sólo ha asomado un momento la cabeza por el salón, luego se ha ido a su cuarto y al final me ha dicho que salía. ¿Cómo se supone que puedo adivinar lo que le pasa? No leo la mente, ¿sabes? —Tienes razón. Tienes razón. Lo siento, Jen. No es culpa tuya. — Tessa empezó a caminar arriba y abajo por la sala—. Es sólo que debe de estar en estado de choque. Y Shane está fatal... Ha intentado ir tras ella, pero Karen lo ha rechazado y... Jenny intentaba asimilarlo todo. ¡Por lo visto, su amiga había pillado a su novio con la espantosa hermana de Aidan! ¿Qué estaba haciendo con ella? Sabía que Karen estaba un poco diferente con él pero ¡eso era imperdonable! —Tessa —empezó—, seguro que Karen habrá ido a dar una vuelta. Le servirá para calmarse un poco y quizá luego vea las cosas más claras. Es inútil ir a buscarla para traerla de vuelta a casa. Estar fuera le hará bien. —¿Estás segura? ¿Qué pasa si comete alguna estupidez? —Tessa no parecía convencida. —Mira, Tessa, conozco a Karen. Esta es su manera de afrontarlo. Nunca ha sido de las que se sientan a despotricar con otra gente. Se las
apañará, y hablará con nosotras cuando se sienta bien y preparada para ello. Tessa asintió compungida. —Supongo que tienes razón; la conoces y supongo que sabes de lo que estás hablando. Siento haberos gritado a ti y a Roan. Me he comportado como una perfecta metomentodo. —Sólo estabas preocupada por Karen, pero ella volverá cuando esté lista para hablar, hasta ese momento, nosotras sólo podemos esperar. — Jenny puso agua a calentar—. Ahora, ¿quieres sentarte y quitarte el abrigo? —sugirió—. Prepararé una taza de té y entonces podrás contarme exactamente lo que ha pasado. ¿Dices que has hablado con Shane? Tessa se sentó en un taburete alto y apoyó la cabeza, en las manos, con los codos en la barra de la cocina. —Sí, ha venido a casa en un estado lamentable, buscando a Gerry. Por suerte, Aidan no estaba por allí... Normalmente, se queda a cenar con nosotros los sábados, después de que él y Gerry terminen su entrenamiento de fútbol. No sé a quién habría matado antes, si a Shane o a Lydia. Aidan es muy protector con su hermana, Dios sabe por qué, ¡porque creo que somos el resto de nosotros quienes debemos protegernos de ella! —Buscó el paquete de cigarrillos en el bolso—. ¿Te importa? —preguntó encendiendo un Marlboro Light. Jenny negó con la cabeza. —¿Y por qué estaba Shane tan disgustado? Quiero decir, es obvio que sabía lo que estaba haciendo, ¿era sólo porque había sido descubierto? Tessa exhaló una nube de humo. —Bueno, después de que Karen lo dejase, Shane se ha pasado todo el tiempo dándole a la botella. —Dio otra calada al cigarrillo—. No esperaba que ella terminara la relación de esa manera, y se tomó muy mal cuando no quiso ni hablar con él. —Sí, así es Karen. Puede ser muy tozuda. —Lo sé —estuvo de acuerdo Tessa—. Intentamos decírselo a Shane, pero no nos quiso escuchar. Nunca lo había visto en tan mal estado; desde entonces, ha estado saliendo y tomando cerveza casi todas las noches. —No tenía ni idea de que estaba tan mal —dijo Jenny—. Y creo que Karen tampoco. ¿Por qué no le hizo saber cómo se sentía? Tessa se encogió de hombros. —A saber. Tal vez pensó que no valía la pena. Ya sabes cómo es Karen, cuando se le mete algo en la cabeza, ni siquiera los poderes de Uri
Geller podrían hacerla cambiar de opinión. Quizá tenía la esperanza de que entrara en razón y fuese a visitarlo antes de que se fuera; desde luego, así fue, sólo que en mal momento. —Pero ¿dónde encaja Lydia en todo esto? Tessa cerró los ojos con disgusto al oír el nombre de la otra chica. —Ya sabes cómo es. Seguramente debía de estar rondando por allí. Es de lo peor. Apuesto que esperó a que Shane estuviera suficientemente borracho para echársele encima. —Pero eso, como se suele decir, es cosa de dos. Shane no es inocente. —Ya, pero él creía que la relación con Karen había terminado. Necesitaba un poco de cariño, y está claro que Lydia estuvo encantada de dárselo. El problema ha sido que, esta misma tarde, yo he convencido a Karen de que hiciera las paces con él. Digamos que ha escogido el momento equivocado. —Cogió una galleta que Jenny le ofrecía y le dio un mordisco—. Gracias. El caso es que ahora me siento como si todo fuera culpa mía. No debería haberla convencido de que fuera a verle sin avisar. Pero no sabía que Shane estaría bebiendo a esa hora del el día y por supuesto no sabía que estaría con esa zorra. —Negó con la cabeza y miró a Jenny apesadumbrada. —No te eches la culpa. Es una pena que no hubiesen intentado arreglar antes las cosas. —Eso mismo digo yo. Además, ahora que Karen ha desaparecido sin dejar rastro y Shane se va a ir pronto, parece verdaderamente difícil que puedan arreglar nada. —Es una pena —suspiró Jenny—. Sé que tenían una actitud como de que su relación no iba muy en serio, pero se llevaban francamente bien. Para mí, hacían muy buena pareja. —Y para mí. Pero ahora Shane ha metido la pata hasta el fondo. Jenny reflexionó durante unos segundos. —No estoy de acuerdo con lo que ha hecho, pero aun así, Shane me da un poco de pena. Fue Karen quien terminó con él, eso es así. Y ha sido una desafortunada coincidencia el hecho de que ella cambiara de opinión cuando ya era demasiado tarde. —Sé lo que quieres decir —afirmo Tessa asintiendo con la cabeza —. Pero eso no significará gran cosa para Karen. —No. Ahora las cosas ya están muy estropeadas —comentó Jenny {7}
pensativa—. Apuesto a que Lydia debe de estar encantada de haber presenciado la escena. —Estoy segura de que esa maldita disfrutó al ser pillada con Shane de esa manera. Dios, ¡me gustaría poderle dar una buena bofetada! — exclamó Tessa con vehemencia dando un puñetazo en la barra. —También a mí —aseguró Jenny en voz baja—. También a mí.
Roan pateó furioso una lata de CocaCola para apartarla de su camino mientras caminaba calle abajo. ¡Mujeres! ¿Por qué siempre tenían que ser tan complicadas? Claro que iba a devolverle a Jenny el dinero que le había prestado, no era ningún aprovechado. Para empezar, sólo se lo había pedido porque le faltaba para pagar el alquiler, y últimamente, en el trabajo, no le dejaban hacer muchas horas extras. Pero de haber sabido que le caería semejante bronca, nunca le habría pedido ni un céntimo. ¡Menuda ingratitud! Allí estaba Jenny discutiendo de dinero, cuando él la había invitado a ir a Venecia, ¡el viaje romántico por antonomasia! Cualquier chica habría estado encantada de tener una oportunidad como ésa. De hecho, el viaje no iba a costarle nada, pero eso Jenny no tenía por qué saberlo. Haber ganado ese concurso de Today FM había sido una especie de bendición, aunque se equivocara de semana. Lo que él quería era el viaje a Barcelona, pero ese premio lo habían dado la semana anterior. A Roan le habría encantado ir a esa ciudad porque, una vez allí, quizá él y Jenny habrían podido acudir a ver un partido de fútbol al Camp Nou. Pese a todo, tal vez no había sido mala cosa que al final le hubiera tocado el viaje romántico a Venecia. Jenny se quedó encantada, y dijo que siempre había querido ir a Italia. Estaba realmente contento por ella. Se merecía un regalo especial después de todo lo que había pasado últimamente. Lo de la gonorrea lo había dejado un poco mal; no era justo que la pobre Jenny acabase cogiendo algo así. Cuando se lo dijo, Roan supo que tenía que hacer algo con sus devaneos. Si volvía a tener tentaciones (aunque estaba seguro de que no) tendría que asegurarse de ponerse siempre condón.
A pesar de todo, tuvo suerte de salir bien librado. Afortunadamente, Jenny se creyó que pudiese habérselo contagiado ese Paul. Al fin y al cabo, su chico de Australia no iba a enterarse. Se sintió mal por mentirle a Jenny, pero no la quería perder, y había estado a punto. Estaba tan afectada por todo ese asunto, que a Roan casi se le rompió el corazón. Por suerte, también se había creído lo de Siobhan. A él casi le dio un ataque cuando la tal Lydia empezó a hablar de ello. Estaba claro que no podía contarle a Jenny que en realidad había sido Siobhan quien había decidido dejarle al descubrir sus mentiras. Bueno, a decir verdad, Roan y ella no habían roto de forma definitiva, sino que seguían viéndose de vez en cuando, aunque era más un hábito que otra cosa. Y últimamente Siobhan se había vuelto un poco quejica. Roan deseaba tener más fuerza de voluntad con las mujeres, pero había tantas ahí fuera, ¡que era imposible estar sólo con una! Sin embargo, esa vez estaba decidido a intentarlo. Jenny era una gran chica, lo pasaban bien juntos, y, además, era un buen partido. Por otro lado, parecía preocuparse verdaderamente por él. Y lo mejor de todo: no le daba mucho la lata con que hiciera esto o lo otro, como hacía Siobhan. Sí, definitivamente, iba a cambiar su comportamiento. No iba a tener más líos a espaldas de Jenny, e iba a dejar de coquetear con las chicas del trabajo. Mientras tanto, mejor que les diera algo de dinero a los chicos del piso antes de que lo echaran a patadas. Incluso Kevin, su colega, se había mostrado muy frío con él en las últimas semanas: ¡y había llegado a insinuar que quizá pudiese pagar el alquiler si dejaba de beber tanto! ¡Menuda cara! Claro, como el papá y la mamá de Kevin estaban forrados y tenían sus caballos y su lujosa casa en Monaghan... Su niño nunca tendría que preocuparse por el dinero, eso estaba claro. Fuera como fuese, le devolvería el dinero a Jenny, se pondría al día con el alquiler y todo volvería a la normalidad. Por el momento, iría a tomarse una cervecita, dado que no tenía nada más que hacer. Tal vez llamase a Quinn, que también estaba en dique seco, para ver si quería acompañarlo. Su Karen era mucho más dura de pelar que Jenny. Un auténtico bicho. Una lástima, porque tenía un cuerpazo. Roan frunció el cejo. Odiaba pelearse con Jenny, pero con suerte todo se calmaría pronto. Quizá la llevase a cenar, para acelerar las cosas.
Por lo general, ella era una chica alegre y él detestaba que se enfurruñase. Salir la animaría, y así pronto podrían estar bien. Más tranquilo, Roan empezó a silbar animadamente mientras seguía caminando.
CAPÍTULO 14 —Humm, ¡Ésto es el paraíso! —exclamó Tessa metiéndose una cucharada de pastel de chocolate en la boca—. Lo de la cena ha sido una gran idea. Ni siquiera puedo recordar cuándo fue la última vez que salí con Gerry. Era viernes por la noche y Jenny había reservado mesa en el Luigi Malone, uno de los restaurantes más famosos de Temple Bar. Las tres chicas acababan de abrir la tercera botella de Chianti y se lo estaban pasando estupendamente. Karen sonrió. —Gracias, Jen. Sé que lo has hecho para intentar animarme —dijo alzando su copa para brindar—, y, créeme, funciona a la perfección. —Aunque es una pena que no pudiéramos conseguir esas entradas para el concierto —comentó Tessa frustrada, mordiéndose el labio. Karen disimuló una sonrisa. Sabía que, cuando Jenny le propuso a Tessa una noche de chicas, ésta le sugirió entusiasmada que fueran a ver a su ídolo, Joe Dolan, y su banda, que actuaban en la ciudad. Jenny atajó el asunto con rapidez diciéndole pesarosa que había oído en la radio que todas las entradas se habían vendido al momento. No era verdad, pero estaba muy poco dispuesta —lo mismo que Karen— a ir al concierto. La pobre Tessa se llevó una desilusión. Sin embargo, para Karen y Jenny fue un alivio. —Es una lástima que las vendieran todas tan rápido. —Tessa lanzó una mirada melancólica a su plato. «Gracias a Dios», le susurró Karen a Jenny, en silencio mientras hacían lo posible por aguantarse la risa. Karen estaba pasándolo realmente bien esa noche. Salir con Tessa y con Jenny la había animado y, después de todo lo que había sucedido hacía poco, necesitaba un poco de alegría. La noche en que se unió a las chicas del trabajo, acabó emborrachándose de forma estúpida. Todavía se avergonzaba al pensar en ello. Ese día no les contó a sus compañeras lo que le acababa de pasar con Shane; no quería que nadie supiera cómo la había herido ese cretino. Shane se iba la semana siguiente, ¿y qué? Ya estaba más que harta de Shane Quinn. El y Lydia estaban hechos el uno para el otro, y ahora
nada les impedía pasárselo bien juntos. —¿Después iremos a tomar algo a algún sitio? —le preguntó a Jenny, que ya empezaba a mostrar señales de que estaba bebida. —Claro —afirmó ésta pidiendo la cuenta—. Los bares no saben lo que les espera cuando salgamos de aquí, ¿verdad, Tessa? La aludida asintió con la cabeza con entusiasmo y, poco después, las tres chicas se encaminaban hacia un bar musical de moda que quedaba cerca de allí. Karen vio cómo Jenny coqueteaba desvergonzadamente con el camarero al pedir una ronda de bebidas. Su amiga también parecía estar disfrutando la noche; la verdad es que, por una vez, era una gozada verla de fiesta sin Roan. Aunque últimamente, pensó Karen, éste se había comportado como un perfecto caballero y, de hecho, el otro día ambos habían podido mantener una conversación en condiciones. Mientras esperaba que Jenny acabara de arreglarse, Roan se sentó en el salón y charló con Karen sobre la película que ella estaba mirando. Nunca habría etiquetado a Roan como del tipo romántico, y casi se cayó del sofá cuando él le dijo que Pretty Woman siempre había sido una de sus películas favoritas. Se preguntó si se identificaría con Richard Gere, aunque lo más probable era que le gustase Julia Roberts. Desde que había descubierto que su relación amorosa con Shane había sido un completo fracaso, Karen quería olvidar su anterior desconfianza hacia Roan, por lo que decidió intentar ser un poco más amable con él. Y hablando de ser amable, podría serlo extraordinariamente con un chico alto y rubio que le sonreía desde el otro lado de la sala. Sí señor, se dijo a sí misma, lo podría ser. Ella le devolvió la sonrisa y, en cuestión de segundos, él se abrió paso entre la gente hasta llegar a su lado. —Hola —dijo mirando a Karen. —¡Hola! —contestó ella sonriendo mientras Jenny y Tessa los miraban con interés. —Iba a decir algo sobre padres, y ladrones, y estrellas —dijo—, pero algo me dice que no eres el tipo de chica que se deja engatusar por una charla sensiblera. —Estás en lo cierto. Pero ¿acaso no es este mismo giro otro tipo de estrategia para engatusar? El levantó las manos en señal de rendición. —De acuerdo, me has pillado. ¿Debo irme mientras aún esté a
tiempo...? Sonrió levemente, y Karen notó que tenía la inusual combinación de ojos marrones y pelo rubio. No, no quería que aquel chico se fuera, en absoluto. —¿Y qué, has venido con amigos? —preguntó, dedicándole una miradita coqueta a través de sus negras pestañas. —Sí, estamos ahí sentados, ¿os gustaría uniros a nosotros? — Señaló un pequeño grupo que había detrás de él y que de alguna manera se las habían apañado para conseguir una mesa en un sitio genial. Karen miró a Tessa y a Jenny, y ambas se encogieron de hombros aceptando. —¡Abrid paso! —dijo entonces con entusiasmo guiñándole un ojo a sus amigas y siguiendo al chico a través del bar. Él les presentó a los demás y Karen pronto descubrió que se llamaba Charlie, y que no era de Wicklow, y que, junto con sus compañeros, habían ido a Dublín a celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Se alojaban en el Hotel Conrad aquella noche. —Humm, el Conrad, muy elegante —comentó Karen terminándose la botella de cerveza de un trago. —Si queréis, después podemos ir al bar del hotel a tomar algo — sugirió Charlie, incapaz de apartar la mirada de ella—. Aquí están a punto de cerrar, y allí aún nos servirían algo. —¡Vamos pues! —aceptó Tessa, que andaba ya bastante bebida pero aun así quería tomar unas cuantas copas más y continuar la noche. Después de pasarse cuarenta minutos esperando en la parada de taxis de Dame Street, el pequeño grupo decidió finalmente ir al hotel andando. Jenny se tambaleaba sobre sus tacones de aguja, apoyándose en la igualmente borracha y bamboleante Tessa. —¡No seré capaz de llegar con estos zapatos! —se quejó. Uno de los amigos de Charlie, Brian, se arrodilló frente a ella. —Yo te llevaré en brazos —dijo. —¿Estás seguro de que podrás conmigo? No soy Kate Moss, ¿sabes? —rió Jenny rodeándole el cuello con los brazos. —Soy un musculoso granjero de Wicklow. Tipos como yo pueden con veinte Kate Mosses —soltó, remedando un marcado acento de campo, al tiempo que alzaba a Jenny del suelo. —Bueno, bien, si realmente puedes —le contestó ella riendo
mientras Brian la llevaba por Grafton Street, y seguía hasta llegar a Saint Stephen Green, donde tuvo que bajarla. —Tu amiga lo lleva muy bien, ¿no? —le comentó Charlie a Karen —. Las chicas de su talla normalmente están muy preocupadas por su peso. —Así es —asintió ella orgullosa—. Es un buen ejemplo a seguir. Creo que yo estoy más preocupada por mi peso que Jenny. —Pues no deberías, estás estupenda. —Y diciendo eso, se inclinó hacia adelante y la besó en los labios. Karen lo apartó de inmediato. —Lo siento —dijo él con sinceridad—. Lo siento si he ido muy rápido. Pero creía que tú... Ella suspiró ruidosamente. Era amable, era guapo y era divertido. Pero no era Shane. —Lo siento mucho, Charlie. Yo también lo creía, pero acabo de salir de una relación y... —Se encogió de hombros. El joven sonrió. —No pasa nada. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad; una chica tan guapa como tú no podía estar interesada en un tipo como yo. No te preocupes —dijo cogiéndola de la mano y acelerando el paso para alcanzar a los demás—. Vamos, tomemos algo y pasémoslo bien. Sin más complicaciones, ¿de acuerdo? —De acuerdo —contestó ella dejando que Charlie la condujera calle abajo, y aliviada de que no se lo hubiera tomado mal. Tenía que estar loca. Cualquier chica tenía que estar loca si rechazaba a alguien como él. Pero era demasiado pronto. No importaba lo que Shane hubiera hecho, no importaba lo mucho que la hubiese herido, Karen era lo suficientemente realista como para saber que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera olvidarle. Pero mientras tanto, y para ayudarla a seguir adelante, un poco de diversión no estaba mal.
—¿Qué es esto? —preguntó Karen sorprendida pocos días después. —No estoy segura. Estaba en el suelo cuando he vuelto del trabajo —contestó Jenny—. Alguien debe de haberlo echado por debajo de la puerta. No le gustaba mentirle a su amiga, pero no podía decirle que Shane había dejado la nota de camino al aeropuerto. Se habría puesto furiosa. Aún estaba dolida por lo que había pasado, e insistía en que no quería volver a
verlo nunca más. Hasta el momento, se había negado a responder a ninguna de sus llamadas y no quería hablar con él en absoluto. Para no arriesgarse a que Karen lanzase su cólera contra ella al saber que había hablado con Shane el día anterior, cuando Karen estaba en casa de Tessa, Jenny prefirió callarse. El se iba a Alemania aquella misma mañana. —Si tan sólo dejara que le contase que no pasó nada, Jen —le había dicho, todavía visiblemente angustiado—, pero no quiere escucharme. No deja que me explique... —Shane, está muy dolida. Para ella fue terrible encontraros juntos. Quizá no pasó nada, pero aun así... —Lo sé, lo sé... Fui tan estúpido. ¡Sólo deseo hablar con ella! ¿Crees que estaría bien que pasara por casa de Tessa antes de irme? ¿Qué opinas? —No creo que sea muy buena idea, Shane —contestó ella con delicadeza. No estaba nada segura de cómo reaccionaría Karen si él se le acercaba. —De acuerdo pues... —Se levantó y sacó algo del bolsillo trasero de los pantalones—. Supongo que no me queda más alternativa que dejar esto aquí. —Y le dio a Jenny un sobre pequeño y blanco dirigido a Karen —. Aunque no quiera escucharme, quizá pueda explicarme por escrito. Jenny cogió la carta y prometió hacérsela llegar a Karen. En aquellos momentos, Karen la sostenía entre las manos, y se quedó mirándola unos segundos antes de abrirla. —Espero que no sea de ese cerdo mentiroso —dijo con vehemencia, aunque Jenny se dio cuenta de que le despertaba interés. —¿Por qué no vas a tu habitación y la lees en privado? —le sugirió, haciéndose la despistada mientras lavaba los platos. Karen así lo hizo. Una vez en su cuarto, se sentó en la cama y abrió el sobre con cuidado. Le latía el corazón mientras lo hacía. ¿Sería de Shane? Y si lo era, ¿qué podía esperar? ¿Sería algo bueno o malo? No lo sabía. Karen había pasado muchas noches sin poder dormir: echándose, levantándose y dando vueltas, intentando sacarse la imagen de Lydia y Shane de la cabeza. No había pensado en otra cosa en aquellos últimos días. No se sentía con ánimos de hablarlo con nadie; no quería que nadie supiera cómo aquel bastardo la había herido. Abrió la carta y empezó a leer.
La leyó y releyó varias veces, y luego volvió al salón. Jenny la miró con curiosidad. —¿Y bien? Su amiga puso los ojos en blanco. —Sólo siente pena de sí mismo —dijo despectiva aunque con los ojos brillantes. Le tendió la carta a Jenny, que la leyó y, cuando terminó de hacerlo, estaba casi a punto de llorar. —Oh, Karen, está sufriendo de verdad. Debes intentar ponerte en contacto con él. —Sólo porque ahora me venga con esta basura sentimentaloide no significa que vaya a volver corriendo a sus brazos —contestó ella decidida —. Por lo que a mí respecta, eso es todo. Ahí dice que merezco algo mejor, y tiene razón: me merezco algo mejor. Jenny negó con la cabeza al tiempo que le devolvía la nota. —A veces no te entiendo. Quiero decir, este chico te dice todo lo que cualquier chica querría oír y... Bueno, después de todo —dijo bajando el tono—, antes de que se fuera con Lydia, tú le habías dejado. Karen se sentó en el sofá y cruzó los brazos con una postura desafiante. —Eso no tiene nada que ver, Jen, ¡y tú lo sabes! ¿Cómo te sentirías si Roan se fuera con la primera que encontrara y tú los pillaras a los dos juntos? ¡No es divertido, te lo aseguro! —Pero ellos no se acostaron, ¿no es así? —insistió, incapaz de entender la actitud de su amiga. Ella sabía lo duro que debía de haber sido para Shane escribir aquella carta. Karen era demasiado obstinada para su propio bien. El pobre chico se había disculpado y ni siquiera eso era suficiente para ella. De hecho, pensó Jenny, en parte Karen era culpable. Vale, ambos habían cometido errores, pero obviamente aún sentían cosas el uno por el otro, así que ¿qué más daba? Las dos amigas permanecieron un buen rato en silencio, hasta que Karen se levantó y estiró los brazos por encima de la cabeza. —¡Olvídalo! —dijo—. No quiero hablar más de ello. Sea como sea, se ha ido, así que todo se ha acabado. ¿Cómo os va a ti y a Roan? — Cambió de tema—. ¿Estáis mejor después de la discusión sobre el dinero? Jenny sonrió. —Estamos bien, aunque últimamente no le he visto mucho. Está
haciendo muchas horas extras en el trabajo para poder pagar el viaje. Claro que entonces ¡lo tendré para mí sólita toda una semana! Karen sonrió. Desde hacía un tiempo se sentía más relajada con Roan, especialmente desde que descubrió a Shane con Lydia. —Claro, dentro de nada os vais ya a Venecia. Os hará bien estar unos días de vacaciones; debes de tener muchas ganas, ¿no? Jenny las tenía. El fin de semana anterior, Roan había estado hablando por los codos sobre el viaje, y haciendo planes de dónde podían ir y qué podían hacer cuando llegaran a la ciudad. Un día, la llevó a cenar y prometió devolverle todo el dinero que le debía en cuanto cobrara a fin de mes, cosa que, pensándolo bien, debería haber sido el fin de semana anterior. Pero claro, no lo había visto desde entonces; ella había salido con las chicas el viernes por la noche, y él con Kevin la noche del sábado. Le apetecía muchísimo pasar un tiempo con él a solas, y sabía que también Roan necesitaba un descanso, con todo el trabajo extra que estaba haciendo. —Sí, tengo muchas ganas —contestó—. Será genial poder pasar más tiempo a solas. Y estoy pensando —dijo, guiñándole un ojo—, que esta situación en que nos encontramos, ambas sin hombre, puede jugar a nuestro favor. Podríamos llamar a Tessa, y salir otra noche las tres solas. —¿Sin hombres? Me parece estupendo —replicó Karen frotándose las manos con regocijo—. ¡Últimamente he tenido tantos problemas con el sexo opuesto, que se me han quitado las ganas de todo! Y dicho esto, rompió la carta de Shane y la tiró despreocupadamente a la basura.
CAPÍTULO 15 Jenny examinó el contenido de su armario y se preguntó qué debería meter en la maleta. No estaba segura de qué clima haría en Venecia en esa época del año. Lo más normal era que hiciera calor, ¿acaso Italia no era un país caluroso? Ella y Roan se iban ya al día siguiente. Aquellas vacaciones serían una especie de celebración para él, porque, esa misma semana, una firma americana había comprado la compañía para la que trabajaba. Con ese cambio no sólo iba a ganar más dinero, sino que, al parecer, lo transferirían a otro departamento donde tendría la oportunidad de trabajar en lo que él llamaba «algo serio». Quizá debería pasarse por el Swan Centre y comprarse algo de ropa, pensó. Sin embargo, iba justa de dinero, y tendría que gastar también durante el viaje. ¡No iba a dejar que Roan lo pagara todo! Sería mejor dejar las compras para otro momento y tirar con lo que tenía. Por suerte, se había cogido mucha ropa de verano la última vez que había estado en casa de sus padres. No obstante, aún dudaba sobre qué debería llevar. En la «maleta práctica» de la que siempre hablaban las revistas, parecía fácil, pero no lo era tanto por una razón: no estaba segura de si cenarían en restaurantes formales o bien en pizzerías. ¿Y si iban a visitar algún museo? Necesitaría ropa cómoda para andar por la ciudad y prendas más de vestir para salir por la noche. Quizá la «maleta práctica» sólo funcionase para chicas como Tessa, que era tan delgada que casi todo su equipaje le cabría en el bolsillo trasero, pero Jenny más bien necesitaría un vagón de carga. Llamaría a Roan para preguntarle. Entonces podría decidir de una vez por todas. Bajó a la cabina telefónica y marcó el número de su piso. Kevin contestó al primer tono. —Hola, Kevin, soy Jenny, ¿está Roan por ahí? —Hola, Jenny, ¿qué tal todo? No, no está aquí. Se ha ido unos días a casa de su familia, en Kildare, a... humm, recoger algunas cosas. ¿Cómo estás? —Muy bien, Kev, con muchas ganas de ir de viaje. Estaba haciendo la maleta.
—Ah, ya, ya. —Kevin parecía incómodo—. ¿Quieres el número de su casa, Jenny? Probablemente lo encuentres allí ahora. —Eso sería genial. —De acuerdo, espera un momento. Oyó a Kevin trastear mientras buscaba el número. Segundos más tarde, volvió al teléfono y se lo dijo. Jenny se lo escribió en el dorso de la mano. —Bueno, gracias de nuevo. Nos veremos pronto. ¡Adiós! —se despidió contenta. Probablemente, Roan había reservado el viaje mientras estaba en su casa, en Kildare, y había tenido que ir a la agencia de allí a recoger los billetes. Jenny decidió que era mejor llamar a su casa y enterarse de cuándo iba a volver, o, si a él le resultaba más práctico, podían quedar directamente en el aeropuerto. Marcó el número que Kevin le había dado y esperó a que contestaran. Entonces, una amable voz femenina dijo: —Joan Williams al habla, ¿dígame? —Hola, señora Williams. ¿Podría hablar con Roan, por favor? — preguntó Jenny con amabilidad. —¿Con Roan? Oh, me temo que no está. Se ha ido hace poco. ¿Quieres que le dé algún recado? «Qué pena», pensó Jenny. Se le había vuelto a escapar. —Sí, si no le importa. ¿Puede decirle que ha llamado Jenny, por favor? —Al mencionar su nombre, esperó oír algún signo de reconocimiento—. Jenny Hamilton. Llamo desde Dublín. —¿Jenny? Sí, se lo diré. Debes de ser una amiga del trabajo, ¿no es así? A ella le dio un vuelco el corazón. La señora Williams no sabía quién era. Su nombre no le decía nada. Quizá Roan no le hubiese hablado de su novia de Dublín, pero seguramente sí le habría dicho que se iba de vacaciones. Iba a decir algo cuando la señora Williams continuó: —Está muy contento estos últimos días —comentó, sin darse cuenta del silencio de Jenny—. Supongo que está encantado con la venta de la empresa. Como tú debes de estarlo, me imagino. —Bueno, yo no trabajo con él, de hecho, yo... —Oh, perdona, encanto —rió afectuosamente—, últimamente no me aclaro, tiene tantas amigas... Entre las de aquí y las de Dublín, casi no se le puede seguir la pista. En fin —continuó—, se han ido hacia Dublín hace poco. Van a quedarse en algún hotel cerca del aeropuerto esta noche
porque mañana el vuelo sale muy temprano. Venecia, ¿te imaginas? No sé de dónde ha sacado Roan el romanticismo, porque lo que es su padre, no tiene ni una pizca. A Jenny se le disparó el corazón. Roan estaba de camino hacia Dublín y había reservado un hotel para que pasaran la noche. ¡Qué sorpresa más agradable! —Bueno, de hecho por eso lo llamaba —dijo Jenny—. Me preguntaba a qué hora era el vuelo. —Oh, ¿irás a buscarlos al aeropuerto cuando vuelvan, encanto? Estaba preocupada por eso, porque Siobhan tiene que dejar el coche en el taller. ¿Siobhan? Roan no le había mencionado que siguieran en contacto. Aunque, por supuesto, tenían derecho a seguir siendo amigos, pensó. ¿Acaso no habían crecido juntos en la misma ciudad y se conocían desde hacía años? Era natural que Siobhan lo llevase de vuelta a Dublín si le venía de paso. Qué pena que el coche de la chica no estuviera disponible cuando volvieran, pensó Jenny. No le habría importado nada ver a Siobhan para saber cómo era su predecesora. La voz de la señora Williams interrumpió sus pensamientos: —Tendrías que haber visto a Siobhan anoche; está hecha toda una mujer. Creo que nunca la había visto tan contenta. Y mira que ella viaja de aquí para allá a todas horas. Pero aun así, supongo que es diferente cuando no tienes que hacerlo por trabajo. En fin, ambos se merecen este viaje. Ella trabaja tanto, que pueden verse muy poco, y también Roan pasa muchas horas en la oficina... ¿Ambos? Jenny sintió que le fallaban las piernas y el pánico hizo que se le acelerara la respiración. Por un segundo, se preguntó si se habría equivocado de número. ¿Roan se iba a llevar a Siobhan a Venecia con él? Le pareció oír la voz de la señora Williams, pero no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Tal vez lo había entendido mal. O, quizá, la señora Williams lo había entendido mal. Eso era, pensó Jenny rápidamente. Acaso Roan no le había contado a su madre que había roto con Siobhan. La mujer parecía estar muy orgullosa de la chica, y Roan podía haber pensado que se lo tomaría mal. —¿Hola?, ¿sigues ahí, encanto? Jenny agarró fuerte el auricular.
—Sí, señora Williams, sigo aquí. Lo siento, alguien me ha interrumpido. ¿Qué decía sobre las vacaciones? —Oh, sólo que con todo lo que ese par estaban metiendo ayer por la noche en la maleta, dudo que el equipaje les quepa en el avión, ¡por no decir en tu coche! —rió sonoramente—. Roan reganaba a Siobhan por llevarse demasiada ropa. Por la manera en que discutían, cualquiera habría jurado que ya estaban casado, Jenny se quedó como si la hubieran golpeado en la cabeza, mientras la señora Williams continuaba: ¡Es muy curioso! Llevan tanto tiempo juntos ¡que ya parecen un viejo matrimonio!
CAPÍTULO 16 —¿Oué diablos? —Karen miró con suspicacia a la persona que estaba de pie frente a ella, en el portal de entrada—. ¿Qué estás haciendo tú aquí? —¿Puedo subir un momento, Karen? —preguntó Shane retorciendo con nerviosismo un pañuelo de papel que llevaba en la mano. —No estoy segura... —Por favor, de verdad necesito hablar contigo. —Levantó la mirada y, tenía una expresión tan afligida, que ella vaciló. Se apartó y le hizo una señal para que entrara. Cuando él pasó por su lado, Karen reconoció el aroma a Obsession, la loción para después del afeitado que le era tan familiar; su favorita. Trató de calmarse mientras subía la escalera detrás de Shane. El corazón le latía con fuerza, y apenas podía respirar. Estaba sola en el piso. La pobre Jenny, tras descubrir que Roan se había largado a Venecia con su supuesta ex prometida, se había ido unos días a casa de sus padres. —¿Qué quieres, Shane? —le preguntó, cuando ambos estuvieron en la vivienda—. ¿Por qué no estás en Alemania? No le indicó que se sentara, así que él no se atrevió a hacerlo. —¿Te dio Jenny mi carta? —preguntó dubitativo. Karen se encogió de hombros con expresión desafiante. —No sé qué esperabas con eso, Shane. No he cambiado de parecer, si es lo que quieres saber. —Pero ¿crees lo que te dije que pasó ese día con Lydia? —Nunca sabré la verdad, ¿no es así? Pero espero que no hayas venido aquí con intención de que te perdone y buscando un final feliz porque no lo conseguirás. Ese día quedó todo dicho, Shane. Lydia debía estar encantada... —Lydia no estaba encantada —la interrumpió él rotundo—. Ella no lo preparó todo para que tú aparecieras, ¿sabes? Karen suspiró. —Tampoco me habría sorprendido que lo hiciera. —Piensa lo que quieras, pero ¿te has parado a considerar por un
momento la posibilidad de que Lydia también pueda sentirse herida por todo este asunto? Aquello era demasiado. ¿Cómo se atrevía a ir a su casa y defenderla a ella? —¿Y crees que me importa? —dijo, mirándolo de frente—. ¿Crees que dedico ni un segundo a preocuparme por los sentimientos de tu ligue? —Sé bien que no te importa. Pero a mí sí. Lydia no tiene nada que ver, no fue justo por mi parte hacer lo que hice. A ella le gustaba y yo me aproveché de la situación. —Guárdate los detalles, Shane. No tengo ningún interés en saber lo «que le hiciste a ella» ese día. Shane sacudió la cabeza negando enérgicamente. —Oh, sabes de sobra que entre nosotros no pasó nada, pero eres demasiado obstinada para admitirlo. No pondrás un poco de tu parte, ¿verdad que no, Karen? Ella puso los brazos en jarras. —¿Por qué diablos debería hacerlo? ¿Has venido aquí creyendo que correría hacia a ti con los brazos abiertos? Porque si pensabas eso, estabas muy equivocado. No es tan simple. —Karen notaba cómo le temblaban las manos mientras hablaba. Le resultaba tan difícil tener a Shane tan cerca y aun así no poder perdonarle... Era demasiado duro. Aunque sabía que si ese día se hubiera acostado con Lydia, lo habría admitido. Mentir no era su estilo. ¿Qué debía hacer ella ahora? No iba a volver con él tan fácilmente. ¿Y qué había de Alemania... por qué no estaba...? —¿Quieres casarte conmigo, Karen? —preguntó Shane de repente. Se quedó mirándolo boquiabierta. —¿Qué has dicho? El se le acercó y, cogiéndole las manos, la miró profundamente a los ojos. —Ya me has oído, y lo digo en serio. Te quiero y quiero casarme contigo. Para mí eres la persona más importante del mundo y me di cuenta cuando te perdí. —Mientras ella permanecía en silencio, Shane continuaba —: Fui a Alemania y empecé el nuevo trabajo, encontré un piso, hice algunos amigos, ya sabes, todo el lote. Karen sonrió a su pesar por la forma en que él se explicaba. Animado porque su expresión parecía más relajada, Shane continuó: —Todo iba fenomenal. El trabajo es estupendo, y la vida social es
como estar aquí en casa; allí hay muchos chicos irlandeses. No tuve ningún problema para adaptarme, pero... —Pero ¿qué? —lo interrumpió Karen, retirando las manos y llevándoselas a las caderas—. Déjame adivinar —prosiguió con mala idea antes de pararse a reflexionar—, echabas tanto de menos a Lydia que tuviste que volver, ¿es eso? Entonces vio algo en sus ojos que hizo que se arrepintiera de sus palabras. Shane la miró como si le hubiese dado una bofetada, e incluso retrocedió. —¿Cuál es el verdadero problema, Karen? —preguntó, y ella percibió en su voz como si algo se hubiera roto en su interior—. ¿Por qué actúas de esta manera? He sido honesto contigo desde el principio. Es verdad que hemos tenido nuestros altibajos... No —negó acto seguido enfadado mientras sacudía un dedo—, retiro lo último. Hemos tenido un problema, todo lo demás ha sido estupendo mientras salíamos, pero ¡tú estás empeñada en que soy un cabrón! Te he dicho una y otra vez que entre Lydia y yo no pasó nada. Nunca jamás te he sido infiel. Cometí un error estúpido al no hablar contigo sobre los planes que tenía de irme a Alemania, pero he vuelto. ¡He dejado el estúpido trabajo por ti y todo eso no te basta! Por Dios, ¿qué más quieres de mí? —Shane caminaba arriba y abajo, mesándose los cabellos—. No tengo nada que hacer, ¿no es eso? No importa lo que diga o haga, no tengo nada que hacer —repitió. Karen no sabía qué pensar. Nunca había visto a Shane tan enfadado. Normalmente, en las discusiones, a la que había que calmar era a ella; siempre era Shane quien apaciguaba las cosas. La que Karen estaba viviendo ahora, no era una experiencia muy agradable. Se lo veía acalorado, y con los puños tan apretados que temía que diese un puñetazo a la pared. —Mira, lo siento —dijo ella—. Me ha sorprendido verte aquí, supongo que sólo es mi manera de devolverte lo que me hiciste. —Se encogió de hombros otra vez—. Por favor, continúa con lo que decías... sobre Alemania y todo eso. Pero Shane parecía haber perdido la paciencia con ella. —No importa —dijo apartándose y encaminándose hacia la puerta —. Olvida lo que he dicho. Olvídalo todo de cabo a rabo. —Abrió la puerta y estaba a punto de cruzarla cuando se detuvo y se volvió a mirar a Karen con una expresión cansada y triste—. Creo que ya tengo tu respuesta.
Salió y empezó a bajar la escalera. Karen se quedó sola en el piso, confundida, intentando averiguar lo que sentía. ¡Él se le había declarado! ¡Y lo único que ella era capaz de hacer era seguir en sus trece e insultarlo! Corrió hacia la puerta y lo alcanzó en el rellano del segundo piso. —¡Shane, espera! El se detuvo y la miró desde donde estaba con una expresión indescifrable. —¿Sí, Karen? —suspiró. —¿Qué has querido decir? Aún no te he dado una respuesta — comenzó indignada—. ¡No puedes declararte a alguien y luego decirle que lo olvide todo! Como mínimo tienes que esperar a que te contesten. Se miraron durante lo que pareció una eternidad. Entonces, para sorpresa de ella, vio que Shane sonreía. —Eres una maldita testaruda, ¿verdad? —dijo negando con la cabeza sin dejar de sonreír, al mismo tiempo que empezaba a subir la escalera—. Siempre tienes que decir la última palabra, tengas o no razón. —No siempre tengo que decir la última palabra —replicó ella a la defensiva. —Bueno, ¿vas a disculparte? —¿Por qué? —¡Hazlo por una vez! Karen esbozó una rápida sonrisa pero no se disculpó. El meneó la cabeza y sonrió. —No sé qué voy a hacer contigo, Karen Cassidy. —Eso, ¿qué vas a hacer conmigo? —tuvo tiempo de decir antes de que Shane la tomara entre sus brazos y la besara. —Te lo enseñaré. Y levantándola en brazos la llevó al piso de arriba, a su habitación, dando una patada a la ropa y zapatos que Karen tenía apilados y que en esos momentos suponían un estorbo. Dejándola con cuidado en la cama, la besó apasionadamente. Luego hicieron el amor con tanta intensidad que Karen pensó que en parte había valido la pena todo el tiempo que habían pasado separados. Poco más tarde, descansaban bajo las sábanas, con los cuerpos entrelazados. Shane miró a Karen y sonrió. Entonces se le iluminaron los ojos,
como si de repente hubiera recordado algo. Apartó las sábanas rápidamente, saltó fuera de la cama y se puso de rodillas. Ella lo miraba con gran regocijo, un poco sorprendida. Shane le cogió las manos. —Karen, por segunda vez, ¿quieres casarte conmigo? Lágrimas de felicidad inundaron los ojos de la joven. —Bueno, ¿cuál es tu respuesta, Cassidy? —preguntó él con impaciencia. Esta vez, Karen no vaciló. —La respuesta es sí, Shane —dijo riendo entre dientes—. ¿Cómo podría decir que no a una declaración como ésta?
—¡Oh, es una noticia fantástica! —dijo Jenny con auténtico entusiasmo. Una excitada Karen acababa de llamarla—. No puedo creer que Shane haya vuelto de Alemania para declararse. ¡Qué romántico! —Bueno, no fue exactamente romántico, Jen —explicó Karen riendo—. Primero discutimos un poco; se lo puse muy difícil antes de decirle que sí. —Típico —comentó la otra con una sonrisa de oreja a oreja—. Eres una mujer difícil, Karen. Pobre Shane, lo que le espera. —¿Pobre Shane? Traidora. ¿Y yo no te doy pena? No sabía si llamarte o no. Sé lo que debes de estar pasando en estos momentos y no estaba segura... —¿Estás loca? Si no me lo cuentas te mato. Esto es un bombazo. Y, para serte sincera, es lo que necesito. —¿Cómo te sientes? —Mucho mejor, creo. —Bien. Bueno, vuelve cuando quieras y tengas ganas. El sábado probablemente vaya a casa de Shane, si no, estaré aquí, en el piso. Llámame cuando decidas volver, ¿de acuerdo? Su amiga asintió olvidando que Karen no podía verla. —Gracias por llamar. Y dale mi enhorabuena también a Shane. Pronto tendremos que celebrarlo. Jenny intentó sonar más animada de lo que estaba. Aunque se sentía muy feliz por Karen, experimentaba también un poquito de envidia. En realidad, era la misma historia de siempre. Su vida amorosa era un desastre, mientras que la de Karen no podía ser mejor. Su amiga estaba en lo más alto mientras que ella estaba tan abajo que pensó que quizá sacaría
un pie por algún lugar de Australia. Aun así, estaba muy contenta por Karen. Había hecho frente a la ruptura con Shane de forma muy valiente. Había llorado un poco, luego se había tomado tiempo para estar sola para, a continuación, seguir adelante con su vida. No se había metido en un agujero, y no había querido cavar más hondo, ni apartarse de todo. No era la primera vez que Jenny deseaba poseer un poco de su fuerza. Los últimos días habían sido una completa pesadilla; no había dormido bien en toda la semana. Su padre había intentado saber por qué su hija no estaba trabajando, pero su madre la ayudó, porque estaba al tanto de lo del viaje, y obviamente imaginó lo que había pasado. Jenny había mentido al decirle a Karen que se encontraba mejor. Estaba todo el rato como atontada, sin salir de la confusión y la desilusión que había experimentado desde que Roan se fue a Venecia sin ella. En realidad, pensó mientras colgaba el teléfono, apenas había dejado de llorar desde ese día. Como no tenía nada más que hacer que pensar en la situación y autocompadecerse, le era imposible detener las lágrimas. Jenny pensó que, con la cantidad de líquido que había salido de sus ojos, se podría solucionar la sequía de por lo menos la mitad del continente africano. Lentamente, fue al piso de arriba, a su habitación, con la esperanza de poder dormir un rato. Horas después seguía tumbada en la cama con los ojos bien abiertos. Demasiados pensamientos rondaban por su cabeza. ¿Por qué había tenido que liarlo todo de esa manera? Roan la quería, ¿no era así? A pesar de todas las acusaciones que le había hecho y a pesar de que pensara que ella no confiaba en él. ¿Por qué entonces eso no era bastante para ella?, se preguntó Jenny. ¿Qué más quería? Pensó en Roan y Siobhan juntos en Venecia. ¿Estarían en la cama, en esos momentos? ¿Le estaría haciendo Roan el amor a Siobhan como se lo había hecho tantas veces a ella? ¿Era mejor el sexo con Siobhan? Claro que debía de serlo, se dijo, agolpándosele de nuevo las lágrimas en los ojos. Venecia era uno de los lugares más románticos del mundo. Probablemente, estuvieran haciéndolo como conejos, como ellos al principio, antes de que ella perdiera el juicio y empezara a comportarse como una especie de novia histérica y paranoica. Esa vez que vio Atracción
fatal con Karen, la película debía de haberla afectado inconscientemente, y si no eso, estaba claro que algo lo había hecho, no cabía duda. ¿Por qué había sido tan estúpida? Si no hubiera insistido tanto en que le devolviera el dinero, si no hubiera sido una desagradecida, no se encontraría en esa situación. Naturalmente, él había preferido llevarse de viaje a otra; a una que apreciara la idea y el esfuerzo que había hecho. Había sido injusta con él desde el principio, primero acusándolo de contagiarle la gonorrea y luego ¡prácticamente recriminándole las vacaciones! ¿Por qué a veces tenía que ser tan tonta? Se tumbó boca abajo buscando estar más cómoda. Estaba enferma de tanto torturarse. Anhelaba tanto que Roan apareciera, la estrechara entre sus brazos y le dijera que todo se iba a arreglar, que aquello había sido una gran equivocación y que Siobhan no significaba nada para él. Jenny negó con la cabeza con violencia. ¿Por qué no desaparecían todos los pensamientos? Estaba harta de imaginar situaciones; harta de hacerse preguntas. Todo era culpa suya, por liar las cosas con sus acusaciones y sus quejas sobre el dinero. Se sentó y examinó su reflejo en el espejo durante mucho, mucho rato. Tenía el pelo pegado a la cara, mugriento y sin brillo; la piel se le veía sensible y enrojecida de tanto llorar. Su aspecto no podía ser peor aunque se lo propusiera. Lydia le había dicho que Siobhan era alta y espectacular, con una figura perfecta. La chica era modelo, por Dios santo, ¡probablemente era mucho más que perfecta! Jenny suspiró. Siobhan y Roan debían de hacer muy buena pareja: la pareja perfecta. Por las calles, o, mejor dicho, por los canales donde ahora debían de estar los dos, la gente se preguntaría si eran actores de Hollywood o algo por el estilo. Jenny examinó y criticó una vez más su reflejo. ¿Por qué Roan iba a querer una novia fea, gordita y quejica cuando podía tener a alguien como Siobhan?
CAPÍTULO 17 —¿Qué crees que debería ponerme?, la chaqueta de punto o la otra? —le preguntó Karen a Jenny. Ella y Shane se iban a Kilrigh, donde habían quedado con la madre de Shane y, aunque le había dicho a Jen que no estaba nerviosa, tenía que admitir que sí lo estaba. —La de punto —contestó su amiga sin dudarlo—. La otra es demasiado... de oficina o algo así. —¿Oficina? ¿Qué quieres decir? —preguntó Karen mientras miraba en el espejo. La chaqueta de punto negra quedaba mejor con el vestido que llevaba, y entendía lo que Jenny quería decir. Quería parecer elegante pero no demasiado formal. El vestido era elegante, y la chaqueta de punto hacía que el conjunto se viera informal y cómodo; justamente la imagen que quería proyectar ante la señora Quinn. —No sé por qué estoy tan preocupada por todo esto —dijo, intentando encontrar un zapato concreto entre los amontonados al fondo del armario—. Ya estamos comprometidos, no es como si tuviera que pasar una prueba. —Encontró el zapato que estaba buscando y le quitó el polvo con un pañuelo de papel. —Es una especie de test mutuo, ¿no? Después de todo, ella va a ser tu suegra —contestó Jenny con seriedad, plenamente consciente del nerviosismo de su amiga y haciendo lo posible para no reírse—. Si no le gustas, puede hacer que tu vida sea un infierno. Habrás leído sobre estas cosas. —Bueno, si no le gusto es cosa suya —replicó Karen en tono despreocupado, examinando con atención su maquillaje. ¿Se había puesto demasiado rímel? Jenny se echó sobre la cama con un ataque de risa. —Estoy bromeando, ¡tonta! Claro que le gustarás, ¿por qué no debería ser así? —Oh, deja de ponerme nerviosa. —De acuerdo, lo siento y lo admito, estoy intentando ponerte nerviosa —reconoció Jenny tumbada en la cama, con las manos bajo la cabeza—. Todo saldrá bien. Shane es bastante normal, así que seguramente su madre también lo sea.
—Eso hay que verlo. Volvieron al salón a esperar a Shane. —¿Qué vas a hacer este fin de semana? —le preguntó Karen a Jenny—. ¿Estarás bien aquí sola? —Sí —contestó ella con la cara iluminada—. Voy a seguir tu ejemplo; no volveré a llorar por un hombre. Tengo la nueva novela de Patricia Scanlan y una tarrina gigante de helado para pasar la noche. Mañana he quedado con Tessa en la ciudad, para ir de compras. —Muy bien, Jen, eso es lo que quería oír —dijo Karen aunque en el fondo estuviera preocupada. Jenny se había comportado de forma demasiado enérgica desde que había vuelto de Kilkenny, el día anterior. Karen sabía que Roan iba a volver de Venecia esa misma mañana pero su amiga no lo había mencionado en absoluto. Sospechó que sólo intentaba adoptar una actitud valiente. Era imposible que se lo hubiese quitado de la cabeza en tan pocos días. Fuera, en la calle, se oyó un par de veces el claxon de un coche. —Bueno, ése es Shane —dijo Karen de pie, al lado de la ventana, mirando hacia la calle, donde vio a su novio con su nuevo Opel Astra de segunda mano—. Nos vemos pronto, Jen, deséame suerte, ¿vale? — Comprobó una vez más su reflejo y luego salió disparada escaleras abajo. —No te preocupes. Todo irá bien —gritó Jenny desde el rellano. Acto seguido, entró y se desplomó en el sofá, mirando el reloj. Roan llegaría en menos de una hora.
Roan pagó las flores y se guardó el cambio en el bolsillo. Tenía que pensar de prisa. Probablemente, Jenny iba a matarlo y, para ser honesto, tendría toda la razón. Pero ¿qué podía hacer? Siobhan había vuelto a casa antes de lo previsto porque le habían cancelado una cita, y lo había llamado muy excitada por lo del viaje. La madre de Roan le había contado a la suya que él había ganado el concurso, y de repente, se vio atrapado. Tenía que ir a Venecia con Siobhan. No era fácil, ni barato, pensó enfurruñado, cambiar el nombre de un pasajero con tan poco tiempo. Y después de todo el jaleo, lamentaba no haber ido con Jenny. Con ella lo pasaba muy bien, y pocas veces se quejaba, como hacía Siobhan constantemente. Frunció el cejo. Siobhan había sido una compañera difícil
durante el viaje. No había apreciado éste tanto como él esperaba. De hecho, se había comportado como si se lo debiera. Era verdad que últimamente no habían pasado mucho tiempo juntos, pero eso era más por culpa de ella que de Roan. ¿Qué podía hacer él si su novia estaba tan solicitada que nunca paraba en Irlanda? Se estaba planteando seriamente terminar con ella. Kevin le había dado una desagradable sorpresa al decirle que Jenny estaba al corriente de todo. Al parecer, ella había llamado al piso, y el estúpido de Kevin le había dado el teléfono de su casa. —No sabía qué decirle a la pobre chica, estaba tan contenta porque se iba contigo de viaje... —le dijo Kevin—. Y tú por ahí, pasándolo bien, y sin intención de decirle que no iba a ir. Ya estoy harto, Roan. No volveré a salvarte el culo. No quiso ni escuchar lo que Roan le contó y apenas le había dirigido la palabra desde entonces. Esa chica con la que Kevin estaba saliendo, Andrea, estaba causando muchos problemas entre ellos, no cabía duda. A Roan le recordaba a Karen, por la manera de comportarse: siempre tan susceptible. Con todos sus malhumores y pataletas tenía a su amigo bien atrapado. Kev había cambiado, pensó, sacudiendo la cabeza. Sólo porque él quisiera frenar y quedarse con sólo una mujer, eso no significaba que todo el mundo tuviese que hacer lo mismo. Ya habría tiempo para eso. Y él le había salvado el culo a su amigo muchísimas veces a lo largo de los años. Por suerte, tenía una buena historia, pero si Jenny lo perdonaba, como Roan esperaba que hiciera, las cosas podrían ponerse difíciles si Kevin no colaboraba. Frunció el cejo. Tal vez había llegado el momento de decirle adiós a Siobhan, aunque fuese por una temporada. Por ahora, procuraría que Jenny volviera a su lado, después ya podría volver a prestar atención a Siobhan. Como siempre, ella volvería con él. Con eso no habría ningún problema. Roan apretó el timbre del piso de Jenny. Esta le abrió sin preguntar por el interfono. Cuando la vio de pie en lo alto de la escalera, con los brazos cruzados, pensó que calmarla quizá no iba a ser tan fácil como había imaginado. Tendría que ir con mucho cuidado. —Hola —dijo él ofreciéndole las flores y dándole un beso en la mejilla. —¿Qué significa «hola»? Si crees que un ramo de flores de
supermercado va a borrarlo todo, será mejor que lo pienses dos veces antes de entrar. —Eso había estado bien, se dijo a sí misma; era exactamente lo que Karen habría dicho. «Hazte la dura y no le perdones si no te da una muy buena razón»—. ¿Lo habéis pasado bien en Venecia? —preguntó, dando media vuelta con los brazos aún cruzados. —Ha estado bien —contestó él—. Aunque te he echado de menos. Jenny se volvió sorprendida. —¿Que me has echado de menos a mí ¿Y de dónde has sacado tiempo para eso, Roan? Creía que entre los brazos de Siobhan ya no te haría falta nada más. —Sentía cómo le temblaban las manos mientras hablaba. No era buena señal, iba a sucumbir demasiado pronto. Tenía serias intenciones de comportarse con frialdad, y de no perdonarlo, pero ahora que lo tenía allí delante, era muy difícil. —¿Siobhan? ¿De qué estás hablando? —preguntó él con un tono que sonó como si lo que estaba oyendo realmente lo sorprendiera. —Siobhan, tu supuesta ex novia, la que te has llevado a Venecia en mi lugar. —¿Qué? No he ido con Siobhan, ¿quién te ha dicho eso? —replicó él con gesto de incredulidad—. Ella me llevó al aeropuerto, nada más. Jenny se detuvo. Eso era exactamente lo que ella había pensado en su momento. ¿Cabía la posibilidad de que hubiera estado en lo cierto, que Siobhan sólo lo hubiese acompañado a Dublín y no que se hubiese ido de viaje con él? —¿Cómo? Entonces, ¿con quién has ido? —He ido solo, obviamente. Jenny, no me creerás capaz de algo así, ¿no? —Tu madre dijo... —Oh, Dios mío, Jen, mi madre no da pie con bola. Ella te dio su versión de los hechos, eso es todo. Le he dicho millones de veces que Siobhan y yo hemos terminado, pero no quiere aceptarlo. Ella y la señora Hennessey, la madre de Siobhan, están siempre intentando que volvamos. —Pero ¿por qué dijo que os comportabais como un viejo matrimonio? —Hace eso todo el tiempo. Cuando llamaste, interpretó acertadamente que estaba saliendo contigo, y quiso apartarte de mi camino por miedo a que lo nuestro pudiera ir en serio. Obviamente funcionó. — Empezó a andar con furia arriba y abajo de la habitación.
Jenny no sabía qué pensar. Había perdido un poco los nervios. Cuando Roan la había llamado por teléfono antes de ir, sonaba tranquilo, como si nada hubiera pasado. Y luego había aparecido con un ramo de flores y una gran sonrisa. ¿Qué estaba pasando? ¿Era posible que la señora Williams le hubiera menudo? Pero hacer algo así era demasiado cruel; intentar que volviera a salir con Siobhan. Ninguna madre perjudicaría a su hijo, ¿no es cierto? Sin embargo, Roan parecía estar diciendo la verdad respecto a que había ido solo a Venecia. —Y ¿por qué diablos tenías que ir solo a Venecia? ¿No se suponía que yo iba a acompañarte? —preguntó confusa. El se dejó caer sentado en el sofá. —Estaba enfadado contigo. Cuando te vi con ese chico... —¿Qué chico? —preguntó. ¿De qué estaba hablando? —El chico ese de Grafton Street. Yo había ido a la ciudad a tomar algunas cervezas con los chicos, y cuando salíamos de Bruxelles, te vi pasar por la calle, riéndote, en brazos de un chico. Me sentí absolutamente humillado, te lo aseguro. —¿Qué? —Al principio Jenny no sabía a qué se refería. Entonces recordó. La noche que salió de marcha con las chicas. El amigo de Charlie, Brian, la había llevado en brazos por la calle. ¡Roan los había visto! —Pero ¡eso no era nada! Esa noche salí con Karen y Tessa, sólo lo estábamos pasando bien. Un chico empezó a charlar con Karen, y su amigo... —¿Ligó contigo? —terminó Roan rápidamente—. Sé cómo funciona, Jen, y sé lo que vi. Parecía que lo estuvieras pasando en grande. ¿Tienes idea de la vergüenza que pasé? Todos mis amigos lo vieron, ya te lo puedes imaginar. Ella intentó aclararse las ideas. La mente le iba a mil por hora. —¿Así que te fuiste a Venecia sin mí porque querías vengarte? ¿Por qué diablos no hablaste conmigo, o, como mínimo, me lo echaste en cara? Tenía que procurar no mirarla a los ojos. —Estaba enfadado contigo, Jen. Organicé este viaje para los dos y tú no parecías demasiado entusiasmada. Sólo me decías que te devolviera el dinero que te debía, cosa que habría hecho, por supuesto... —Roan se levantó y se metió la mano en el bolsillo—. Aquí tienes una parte. —Y diciéndolo, arrojó un rollo de billetes a la barra de la cocina—. Cuando tuvimos esa discusión, me sentí muy mal y decidí que intentaría
compensarte llevándote a cenar a un buen sitio. Te dije que te lo devolvería a finales de mes pero ni siquiera con eso parecías contenta. Sabía que estabas enfadada, pero... —Así que cuando me viste esa noche en Grafton Street fue como la última gota... —Jenny se sentó en un taburete, con la culpa recorriéndole el cuerpo. ¿Por qué se había comportado de esa manera con el amigo de Charlie? Debería haber sido más prudente. Naturalmente, Roan se había hecho una idea equivocada. ¿No la habría impresionado a ella verlo a él llevando en brazos a una desconocida? —Exacto —contestó—. Admito que fue estúpido por mi parte no llamarte, tengo tendencia a enfurruñarme, y lo siento. Pero se acercaba el viaje, tenía los billetes y debía usar como mínimo uno de ellos. Así que decidí ir solo y, una vez allí, pensar sobre lo nuestro y sobre qué hacer cuando volviera. «"¿Pensar sobre lo nuestro?" Oh, no —se dijo Jenny—, ahora sí que lo he estropeado todo.» No era su intención montarle una bronca con el dinero. Sólo quería mostrarse firme y aquello era lo que había pasado. Cuando pensó en todas las cosas que le había echado en cara y en lo sucedido, no podía culpar a Roan de estar enfadado con ella. —Mira, de verdad siento lo que ha pasado —le dijo—. Sé que no debería haber actuado como lo hice, y puedo entender que no tuvieras ganas de ir de viaje conmigo. Pero cuando llamé a tu madre y me contó todo eso sobre Siobhan... no sabía qué pensar. Ponte en mi lugar, ¿qué habrías pensado? —¡Ponte tú en mi lugar, Jenny! ¿Qué habrías pensado tú? Un día me acusas de acostarme con otras chicas y contagiarte una enfermedad venérea. Intento animarte y organizo un viaje romántico, por no mencionar carísimo, para los dos, y a la semana siguiente me estás gritando y quejándote de que no te he devuelto el dinero que me prestaste; y, como guinda del pastel, poco después te veo por la calle en brazos de un extraño. ¡Me cansé, Jenny! He hecho todo lo posible para que confies en mí, pero no lo he conseguido. Y no he hecho nada malo. —Se sentó y hundió la cabeza entre las manos—. ¡Te he echado tanto de menos mientras estaba en Venecia, y ahora vuelvo y me encuentro con esto! ¿Qué quieres de mí? Ella se sentó a su lado y, tímidamente, apoyó la cabeza en su hombro. —Lo siento, Roan, de verdad. No sabía qué pensar, ni en quién
confiar. Sé que no me comporté bien con lo del dinero y el viaje. Ahora lo sé. Confío en ti. Es sólo que a veces pasan cosas y... El la apartó y se levantó. —Mira, olvidémoslo. Olvidémoslo todo. Siempre he tratado de ser honesto contigo, pero ya estoy harto. Si no puedes confiar en mí, entonces estoy perdiendo el tiempo. —Se encaminó hacia la puerta y entonces se volvió hacia ella—. Es una pena, porque me importas de verdad, Jenny. — La miró un momento y luego abrió la puerta—. Me aseguraré de que a finales de esta semana te llegue el resto del dinero. —¡Espera, Roan, por favor! —dijo ella con lágrimas en los ojos. Todo aquello era horrible. ¿Qué había hecho?—. No quiero perderte. Por favor, no te vayas... Corrió a sus brazos y, justo después de besarlo, a Jenny le pareció ver una chispa de algo en sus ojos, ¿alivio, quizá? Daba igual. Ella y Roan volvían a estar juntos. Eso era lo único que importaba. Había algunas cosas que tendrían que hablar, pero podían esperar. Notó cómo sus brazos la acercaban a él y el beso se hizo más intenso, más pasional. Caminaron abrazados hacia la habitación y allí se tumbaron en la cama. Mientras él la besaba, Jenny sintió cómo todas las dudas y el sufrimiento se desvanecían. Iba a arreglar las cosas con Roan y a asegurarse de que la relación funcionaba. Era afortunada de que no la hubiese dejado ya, con todas sus acusaciones y recriminaciones. Pero ya era suficiente, decidió Jenny. A partir de ese momento, ella se encargaría de que todo fuera perfecto. Después de todo, ¿no había demostrado una y otra vez que era sincero?
CAPÍTULO 18 Shane miró a Karen con sorpresa cuando ésta entró y cerró con fuerza la puerta del salón tras ella. Estaban en el piso de él, donde habían decidido pasar la noche al regresar de Rathrigh. —¿Qué te pasa? —le preguntó al ver su expresión indignada. —Mejor que no dejes que Roan Williams se me acerque durante una temporada —contestó enfadada—, o que Dios me perdone, pero acabaré haciéndole daño. La que acaba de llamar es Jenny. Y no te lo vas a creer, pero ha vuelto a tragarse todas sus mentiras. Shane estaba confuso. —¿Qué mentiras? —Oh, el maldito Roan se ha inventado un cuento sobre por qué se fue a Venecia sin ella y Jenny se ha creído cada palabra que ha salido de su boca. ¿Qué es lo que no funciona con ella? —Cariño, Roan no es tan malo —intentó tranquilizarla Shane—. Aidan y yo nos lo encontramos en el pub la otra noche y nos invitó a una cerveza para celebrarlo. Nos reímos mucho, y animó enormemente a Aidan. A principios de semana, Aidan había estado deprimido a causa de un fuego que había ayudado a apagar. Su unidad había salvado a tres niños de una casa de dos pisos que se estaba quemando, pero desafortunadamente no pudieron hacer nada por los padres. Más tarde, Aidan encontró los dos cuerpos carbonizados, tumbados y abrazados debajo de la cama. Como era lógico, el incidente lo había afectado profundamente, y Shane había insistido en que salieran a tomar algo, para intentar que no le diera demasiadas vueltas al asunto. —¿Que no es tan malo? ¿Sólo porque os invitó a cerveza? —dijo Karen—. Venga, Shane, reconócelo, el chico es una serpiente. —No estoy de acuerdo contigo —contestó él con tranquilidad—. Yo creo que es buen chico y no sé qué tienes en su contra. De acuerdo, puede que sea un poco machito, pero eso no es un crimen, ¿no? —¿No sabes qué tengo en su contra...? —Karen estaba asombrada —. ¿Es que soy la única que se da cuenta de lo que pasa? —¿Qué es lo que pasa, según tú? —¡La gran farsa que está representando! Por Dios santo, si se ve de lejos que es un hipócrita, y que a Jenny le está tomando el pelo.
Shane negó con la cabeza. —Karen, ya te aconsejé que no te entrometieras. La relación de Jenny es cosa suya. ¿Cómo te sentaría a ti si ella empezara a cuestionar tu relación conmigo? ¿No te sentirías un poco resentida? —Quizá sí pero ¡como mínimo escucharía lo que tuviese que decirme! En cambio a Jenny le entra por una oreja y le sale por la otra; eso sí, todo lo que sale de la boca de ese mentiroso es artículo de fe. Esto acabará mal, Shane. Te lo garantizo. —Bueno, si así fuera, asegúrate de que no eres tú quien causa el daño. Jenny ya es mayor, Karen, no necesita que la cuides. Estoy seguro de que sabe lo que hace. —Puede ser. Pero me alegro de no tener que pasar la noche en la casa. No me haría responsable de mis actos. Shane dejó el diario que estaba leyendo. —Hablando de casas, ¿qué opinas de lo que dijo mi madre? Ella se encogió de hombros. —Supongo que buscar un piso no nos hará ningún mal. La madre de Shane, Nellie, había sugerido que estaría bien que empezaran a buscar un piso. —Tenéis que aprovechar ahora, si esperáis mucho más, van a subir los precios —dijo con aquel tono mandón que Karen se dio cuenta que adoptaba cuando se dirigía a cualquiera de sus hijos. Nellie Quinn parecía una mujer agradable, y se había mostrado muy atenta y simpática con ella durante todo el fin de semana. No obstante, resultaba fácil darse cuenta de que la mujer quería mantener un cierto control sobre el futuro de Shane, aunque pensó que no la podía culpar por ello. Sólo porque sus padres se hubiesen desentendido de ella, no significaba que la familia de Shane tuviera que seguir la misma tónica con sus hijos. Nada más llegar, Nellie la abrazó y le dijo: «¡Así que tú eres la razón por la que Shane ha dejado el trabajo en Alemania!». En ese momento, Karen se lo tomó a broma, pero por la noche se preguntaba si la mujer no sentiría un poco de resentimiento, ya que por su culpa, su hijo no había aprovechado la oportunidad que le había brindado su hermano Jack. Este había llegado de Londres a pasar el fin de semana con su familia, así que también estaba en la casa. A Karen le pareció más bien
serio y antipático. Apenas le dirigió la palabra durante toda su visita, pero aunque hubiese querido hacerlo, no habría encontrado el momento, pensó con sarcasmo. Aquélla era una casa de locos. Shane ya le había advertido que Paddy, el perro de la familia, siempre estaba intentando montar las piernas de las visitas; y en efecto, Paddy hizo precisamente lo que se esperaba de él. Pero Shane no le había dicho nada de los niños. Su hermana, Marie, fue de visita a la granja con los pequeños, y aunque sólo tenía tres —un niño de cinco años y dos niñas menores que él— para Karen fue como estar atrapada en Disneylandia. Era como si los crios estuvieran en todas partes a la vez: el niño chillaba sin parar, una de las niñas le pedía a Karen que peinara su muñeca Barbie y a ella con un peine pegajoso y sudado; luego gritos y más gritos cuando el niño decidió llamar la atención metiendo a la Barbie de su hermana en el microondas. Cuando abandonaron la casa de los Quinn, Karen estaba más convencida que nunca de que no quería tener hijos. No le gustaban mucho los niños, pero su experiencia con los sobrinos de Shane no sólo metió su débil instinto maternal en un ataúd, sino que lo blindó con acero. Y ello a pesar del habitual «espera-espera-a-que-tú-tengas-hijos» pronunciado por la desafortunada madre de los tres gremlins. —Tienes toda la vida por delante —le había dicho ésta mientras hacía malabarismos para evitar que el niño metiera a la niña debajo de la mesa auxiliar. Y luego—: Ya sabes, están en esa edad en que necesitan moverse. Quizá una buena patada en el culo ayudaría a que se comportaran, pensó Karen, pero se guardó el consejo. Sonrió a Marie comprensiva. Era obvio que la pobre chica no tenía ni una pizca de control sobre ninguno de sus alborotados retoños. No, se dijo a sí misma mientras el niño chillaba tan fuerte que creyó que le iba a reventar los tímpanos, ella nunca iba a tener hijos. Sin embargo, no podía estar segura de si Shane pensaba lo mismo. Parecía encantado con sus sobrinos, levantándolos de uno en uno y haciéndoles volar por encima de su cabeza fingiendo que eran aviones. En casa de los Quinn, los decibelios no parecían afectar a nadie más. En medio de todo eso, la madre de Shane, Nellie, había sugerido durante la cena que Shane y Karen podían empezar a buscar piso. Y
mientras lo decía, iba metiendo una cuchara en un plato de papilla, luego la movía gesticulando, delante de la nariz de Karen. —He visto uno subiendo por John Corbally —le dijo a Shane, y fue entonces cuando Karen se dio cuenta, horrorizada, de que Nellie estaba hablando de algún sitio de por allí—. Deberíais ir a preguntar. —Oh, habíamos pensado instalarnos en Dublín —saltó ella antes de que Shane pudiese decir nada. En realidad, no habían hablado sobre dónde iban a vivir, en realidad no habían hecho ningún otro plan más que comprometerse—, pero para Karen estaba fuera de discusión que no irían a vivir al salvaje Meath. Se sintió aliviada cuando vio que él estaba de acuerdo. —No, mamá, preferimos buscar algo en Dublín. Los dos tenemos buenos trabajos allí. —Yo puedo conseguirle a Karen un trabajo en las oficinas del ayuntamiento —intervino Marie—. Mi marido trabajaba en el consejo del condado —le explicó a ésta con orgullo. Karen estaba tan sorprendida que fue incapaz de decir nada. ¿Que ella dejase su trabajo en Acorn Fidelity, un puesto por el que había tenido que trabajar tan duro, ¡para coger un miserable empleo en el ayuntamiento!? ¿Cómo se atrevían a organizarle la vida? —Gracias, Marie, pero Karen está contenta donde está, ¿verdad, cariño? —contestó Shane rápidamente, notando la mirada de horror en la cara de su prometida—. En fin, ya hemos empezado a buscar sitio en Dublín. —Mordió el bollo relleno de mantequilla y bebió a continuación un sorbo de té, dando la conversación por finalizada. Después de oír eso, Karen se relajó. Era evidente por cómo se comportaba Shane que su familia debía de ser así de entrometida, y si había mentido había sido tan sólo para que se callaran. Pero la visita dejó a Karen un poco alterada. Los Quinn parecían muy interesados por saber lo que hacían unos y otros con sus vidas, mientras que sus padres siempre habían dejado en manos de Karen decidir qué quería hacer con la suya. Cuando ella y Jenny 'eran menores de edad, solían escabullirse de sus casas por la ventana de la habitación y se escapaban a la discoteca local. Una noche, las pilló un entrometido que disfrutó contándoselo todo a las familias Hamilton y Cassidy. Mientras que a Jenny le cayó una buena bronca y estuvo castigada un mes sin salir, Jonathan y Clara Cassidy se limitaron a encogerse de
hombros y luego preguntaron: «¿Por qué no nos dijiste que querías salir? No nos habría importado». Por aquel entonces, Jenny pensó que los padres de Karen eran los «más enrollados de la ciudad», y lo mismo pensaba Karen, hasta que se dio cuenta de que la cuestión era que estaban tan ocupados con sus propias vidas que no les importaba lo que su única hija hiciera con la suya. Como resultado Karen había crecido siendo independiente, y era algo que valoraba mucho. No toleraría que sus padres se entrometieran ahora en su vida, de la misma manera que a ellos no les gustaría que ella lo hiciera en la suya. Naturalmente, habían estado encantados con el anuncio de su compromiso, pero no tenían intenciones de dejar su negocio en Tenerife, «ni para ver el anillo», como le dijo un día Jenny preguntándose por qué los padres de Karen no iban a Dublín. Ella y Shane tenían previsto ir a visitarlos ese año, y para ellos sería demasiado pedir que viajasen a Irlanda sólo para felicitarlos. Las cosas en la familia Quinn eran muy diferentes. —¿Estaba Jack enfadado contigo por haber dejado el trabajo de Alemania? —le preguntó Karen. Shane se encogió de hombros. —Supongo que estaba un poco ofendido por eso, sí. Después de todo, él fue quien movió los hilos desde el principio para que yo pudiera obtener ese empleo. Tienes que entender que, en mi familia, Jack es más como un padre que un hermano mayor. Supongo que, de alguna manera, asumió el papel de mi padre. —El hombre había muerto de un ataque al corazón cuando Shane tenía diez años. Al conocer a Jack, Karen ya había sospechado por su conducta y por la manera en que sus otros hermanos lo reverenciaban, que era considerado como una figura paterna en aquella casa. Shane sólo le confirmó lo que ella había intuido. —En fin, en cuanto al piso —cambió él de tema—, hablaré con un chico que conocí en la universidad y que trabaja en una inmobiliaria. Le pediré que esté atento y que intente encontrarnos algo por la zona, ¿qué te parece? Karen hizo una mueca. —Shane, ¿crees que podremos pagar algo por aquí? Los precios de las casas están por las nubes. —Bueno, sé que tú prefieres no tener que desplazarte para ir al trabajo. A mí en cambio no me importa; con este trabajo, igualmente tengo
que viajar de un lado a otro. Desde que había vuelto de Alemania, Shane había conseguido un empleo en McCann Engineering, una firma de ingeniería civil antigua y sólida. En aquellos momentos, estaba integrado en el equipo que diseñaba un proyecto para construir un segundo puente de peaje en la autopista M50. La compañía tenía las oficinas en la ciudad, pero Shane colaboraba en varios proyectos que requerían que se desplazase. —De todas maneras —continuó—, me gusta vivir en Dublín. Somos felices aquí, nuestros amigos están aquí, así que, ¿por qué no? —Bueno, supongo que por mirar no se pierde nada —dijo Karen, encantada de que Shane pensara lo mismo que ella—, y como no tenemos prisa, podemos esperar hasta que salga al mercado algo decente. Además, lo de tu amigo es muy buena cosa. —Genial. —Shane la rodeó con los brazos—. Mañana llamaré a Steve. Estará encantado de ayudarnos. —¿Te vienes a la ciudad conmigo o no? —preguntó Karen con impaciencia—. Le tengo que comprar a Shane un regalo de cumpleaños, así que, si vienes, mueve el trasero. Jenny llevaba los últimos diez minutos contándole a Karen lo de Roan y sus patéticas excusas, y ésta no se sentía capaz de soportarlo más. No entendía cómo era que le había perdonado lo de Venecia, pero tenía que reconocer que a su amiga se la veía en plena forma, así que no iba a decir nada. Jenny levantó las manos. —Vale, vale, ¡capto el mensaje! —Rió entre dientes—. Lo siento, Karen, debería conseguirme un perro o un gato con los que charlar hasta vaciar el contenido de mi corazón. —¡Fuera, ya! —ordenó la otra fingiendo seriedad, al tiempo que cerraba la puerta con llave—. Sólo ten cuidado, Jenny, eso es todo. Sé que ya te he dicho esto antes, pero asegúrate de que sabes lo que haces, ¿de acuerdo? —Así lo haré, señora. —Jenny le hizo una reverencia burlona y, antes de coger el autobús hacia el centro, pasaron por casa de Tessa a recogerla. Dos horas más tarde, y tras la infructuosa búsqueda del regalo de Shane, las chicas decidieron descansar de la locura de un sábado en Grafton Street.
—¿Y un juego de PlayStation, o algo así? —sugirió Jenny cuando se sentaron a una mesa en el Kylemore; en el centro comercial Saint Stephen Green—. ¿No le gusta todo eso de Tomb Raider? Karen puso los ojos en blanco. —No me lo recuerdes. Esa Lara Croft acompleja a cualquier mujer. ¿Has visto qué tipazo? Jenny rió. —¿Que si lo he visto? Hay un cartel de ella enorme colgado en el piso de Roan. —Dio un mordisco a su pastel de crema. —¿Qué tipazo ni qué demonios? —exclamó Tessa—. Es una imagen generada por ordenador, por Dios santo. Imaginad, excitarse por unos cuantos gigabytes. Gerry está igual, nunca me había topado con algo tan estúpido en toda mi vida. —Bueno, como que me llamo Karen que no va a haber ningún cartel de ella en nuestra nueva casa —dijo, poniéndose una cucharadita de azúcar en el té. —¿Qué nueva casa? —preguntó Jenny al instante. Karen tardó un segundo en darse cuenta de lo que acababa de decir. —Oh, Jen, lo siento, se me ha escapado. No te lo quería decir hasta que hubiese algo concreto pero... Shane y yo estamos pensando en comprarnos un piso. —¡Oh! —Era evidente que la había cogido por sorpresa. —Pero de todas formas aún falta tiempo —añadió Karen con rapidez—. Quiero decir, que no voy a dejarte en la estacada, ni nada parecido. Es sólo que hemos decidido buscar un sitio para nosotros antes de casarnos. Lo siento. Jenny hizo un gesto con la mano quitándole importancia. —No te preocupes. Es normal que queráis vivir juntos. Ya lo pensé cuando os comprometisteis. No hay razón para que los dos estéis pagando alquiler por separado, ¿no crees? Sería tirar el dinero. —Sonrió a Karen, que permanecía allí callada con una expresión compungida—. No pongas esa cara, estoy bien, de verdad. —¿Seguro que no te importa? —Karen se sentía fatal. Tenía previsto contárselo a Jenny, pero nunca encontraba el momento—. Como te digo, no será hasta dentro de un tiempo. —¿Dónde tenéis pensado mirar? —intervino Tessa. —Queríamos algo por Rathgar o por Terenure. La otra la miró.
—¿Te das cuenta de que, por cualquiera de esas dos zonas, os costará una pequeña fortuna? —preguntó. —Bueno, no buscamos necesariamente una casa, quizá sólo un apartamento o bien un dúplex. Lo que salga. —Karen tomó otro sorbo de té. No quería contarles que ya había salido algo. Se había puesto en venta un bloque de apartamentos de obra nueva en el barrio de Terenure, y ella y Shane iban a visitar uno la siguiente semana. Probablemente, la cosa no saliera, se dijo a sí misma. No quería que Jenny pensara que estaba todo hecho sin que ella le hubiese comentado nada. Al fin y al cabo, cuando Karen se mudara, su amiga tendría que buscar a alguien para compartir el piso de Leinster Square. —Yo creo que es genial —exclamó Jenny con entusiasmo—. ¡Imagínate, tener tu propia casa en Dublín, Karen! —Lo genial es estar con un hombre que ha dicho que quiere casarse contigo —comentó Tessa con aire melancólico—. No me malinterpretes, Karen, sabes que estoy muy contenta por vosotros, pero no hay manera de que Gerry se espabile. Le he lanzado muchas indirectas desde que vosotros dos os comprometisteis, y me extraña que aún no haya hecho nada al respecto. Karen le guiñó un ojo. —Puede que incluso paséis por delante de nosotros. Hemos decidido que no vamos a fijar fecha para la boda hasta después de encontrar la casa, y eso puede tardar años. —Se comió el último trozo de su donut y se limpió los labios con la servilleta—. Y comprometerse significa conocer al resto de la familia, cosa que no es muy divertida, te lo aseguro. A Jenny se le escapó una risita, porque Karen ya le había contado la historia de los monstruitos. —Dile a Tessa cómo se llaman los niños —la urgió divertida. Karen puso los ojos en blanco. —Sé que trabajaste en la sección de maternidad, así que probablemente hayas oído cosas mucho peores, pero los sobrinos de Shane tienen los nombres más extraños que he oído nunca. —Suéltalo. —Tessa se inclinó hacia adelante. —El nombre del mayor es... vas a ver... ¡Keanu! Casi me caigo de la silla cuando la hermana de Shane empezó a llamarlo. —Karen intentó imitar lo mejor posible un acento de campo—. ¡Keanu, Keanu, te estoy avisando, deja en paz a Honty, deja de empujarla!
—Dile por qué se llama Honty —la animó Jenny con lágrimas en los ojos de tanto reír. Aunque ya había oído antes la historia y nunca había visto a la mujer, la idea que se había hecho de la futura cuñada de Karen la hacía partirse de risa. —Por Pocahontas —explicó la otra inexpresiva, intentando mantener una expresión seria—. Honty viene de Pocahontas. La mujer le puso a la pobre niña el nombre de un dibujo de Disney. —Eso no es tan raro... —sonrió Tessa—. Yo me he topado con alguna que otra Pocahontas en su momento. Cuando estrenaron esa película, hace unos años, yo estaba en el hospital de maternidad de Holles Street, y allí llamaron así a varias niñas. —¿Lo dices en serio? —preguntó Jenny. Tessa asintió. —Sí, pero el mejor que he oído nunca es Hembra. —¿Cómo? —Bueno, es un poco una leyenda urbana de los hospitales, pero estoy segura de que debe de haber algo de verdad —explicó Tessa—. Al parecer, una mujer dio a luz a una niña, y todavía no tenía nombre para ella. Cuando la enfermera se llevó a la pequeña a la habitación a la mañana siguiente, la madre echó un vistazo a la etiqueta rosa que le habían puesto a la niña en la muñeca y dijo: «Hembra Kelly. Me gusta, es un gran nombre para una niña». —¡No puede ser! —exclamó Jenny. Tessa asintió sonriendo. —No sé si es verdad, pero creedme, todo es posible. —Y yo que creía que Keanu y Pocahontas Byrne eran horribles — farfulló Karen mientras tomaba otro sorbo de té. Gracias a Dios que a Jenny parecía no importarle que se mudara, pensó, observando a su amiga reírse con Tessa. Quizá tuviese previsto quedarse el piso para ella sola. Sin embargo, el alquiler era caro para una persona, y sería absurdo no aprovechar la habitación extra. «Ya basta», se regañó a sí misma. No tenía por qué preocuparse de lo que decidiera hacer Jenny. Como mínimo, el tema del traslado estaba ya sobre la mesa. Aunque Shane y ella iban a empezar su búsqueda la semana siguiente, quizá tardaran mucho en mudarse, no había que anticiparse.
CAPÍTULO 19 Karen y Shane miraban desanimados el apartamento que les estaban mostrando. —Es un poco pequeño —le dijo Shane al agente inmobiliario. «Un poco» era quedarse corto, pensó Karen. Era como una caja de zapatos. ¿Cómo podían esperar que nadie quisiera vivir allí? —Puede parecer pequeño pero el arquitecto ha aprovechado el espacio de forma asombrosa —contestó el agente, un hombre que a Karen no le gustó desde el primer momento. Aunque a duras penas se lo podía llamar hombre, pensó con una sonrisa. Parecía que acabase de salir del instituto. Por otra parte, había sido bastante maleducado con Shane cuando éste le preguntó el precio. —¿El precio? —le había dicho en tono molesto y afectado, y con un acento del sur de Dublín que a Karen le resultó desagradable—. Estos apartamentos volarán cuando se subasten. Están en una zona privilegiada, como estoy seguro de que ya sabéis. Por lo que respecta a este tipo de propiedades, el precio no significa nada. —¿Así que ha aprovechado de forma asombrosa el espacio? — repitió Shane mirando a Karen y asintiendo mientras se dirigían hacia la salida. Ella siguió su mirada y vio que las puertas del salón y de las habitaciones todavía no estaban colocadas, cosa que, obviamente, daba una impresión de mayor amplitud. Cuando pusieran las puertas, no habría sitio ni para un sofá de dos plazas. El piso de Leinster Square era más grande que aquel «apartamento de lujo excepcionalmente espacioso y decorado con mucho gusto», como decía el folleto de la agencia inmobiliaria. —Si esto es con lo que vamos a encontrarnos, creo que esta búsqueda va a ser una pesadilla —dijo Karen más tarde, cuando entraron a comer algo en el bar más próximo. Esa misma tarde iban a visitar otro piso por allí cerca. —Creo que debe de ser cuestión de la zona, cariño —dijo Shane comiendo su carne asada con apetito—. Los pisos de por aquí nunca van a ser baratos. —Aun así, no quiero vivir fuera de Dublín. ¿Y tú? —preguntó ella
—. Odio tener que perder un montón de horas al día yendo de un sitio para otro. Tampoco quiero instalarme en algo que parece la casita del perro. —No te impacientes, Karen. Aún no hemos llegado a ese punto. De todas formas —dijo con un destello en los ojos—, tengo un as escondido en la manga. —¿A qué te refieres? —Bueno, ¿sabes que, con nuestros sueldos, la hipoteca que nos ofrecen es muy baja? Pues Jack conoce a un tipo que puede darnos más dinero. —¿Tu hermano Jack? ¿Cómo es eso? —Conoce a alguien que trabaja como asesor inmobiliario en una de las empresas constructoras de por aquí. Jack posee una casa en Meath que ahora tiene alquilada y dice que va a poner esa casa como aval por el dinero extra que necesitemos. Lo que significa que podemos pedir una hipoteca más elevada que la que nos ofrecían en el banco. Las restricciones salariales seguirían vigentes, pero al haber una garantía, el tipo puede arreglárselas con su empresa constructora para darnos una hipoteca mejor. Karen estaba sorprendida. —¿Tu hermano haría eso por nosotros? ¿Por qué? Shane se encogió de hombros. —Jack sabe cómo está el asunto de la vivienda por aquí, y lo difícil que es conseguir algo decente. Además, él ya tiene su propio apartamento en Londres y esa otra casa de su propiedad en Meath. Para él no significa nada. El único riesgo al que se expone es que nosotros pudiésemos fallar en los pagos, y sabe que eso no pasará. McCann paga muy bien y me van a ir subiendo el sueldo cada año, aparte de las bonificaciones. Por otra parte, tú tienes un trabajo estable en Acorn Fidelity. Karen se quedó reflexionando. Aquello era muy generoso por parte de Jack. —¿Y cómo llegó a esta idea? —preguntó. —Este tipo de cosas se hacen mucho en Inglaterra, aunque normalmente son los padres quienes ponen la casa familiar como aval para sus hijos. Pronto empezará a pasar aquí. Nuestra generación no puede pagar las hipotecas de otra manera. —Entonces, ¿lo tienes más o menos claro? Shane pinchó unas judías verdes en el tenedor. —Más o menos. Primero tenemos que encontrar el sitio pero contar
con eso nos da un poco de ventaja sobre los demás, ¿no crees? —sonrió. —¡Claro! Shane, es fantástico. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Se encogió de hombros. —No estaba muy seguro de qué tipo de precios encontraríamos. Pero después de visitar ese cuchitril, ya veo que cualquier cosa más o menos decente nos costará más de lo que el banco nos ofrece. Se trataba de una gran noticia, pensó Karen, terminándose el sandwich. La oferta de Jack les daría un margen de acción en cuanto al precio. Tendrían que organizar una escapada a Londres para darle las gracias de forma adecuada. Después de todo, apenas conocía a Karen, y en cambio allí estaba, ofreciéndoles las escrituras de su propiedad como garantía. Así que Jack tenía su propia casa en Meath y un apartamento en Londres, y eso siendo un hombre soltero ¡de sólo treinta y tantos! ¡Debía de estar forrado! —Son casi las dos —dijo Shane de repente apartando el plato—. Mejor que vayamos tirando hacia ese otro piso, a ver cómo es. Quién sabe —añadió, guiñándole un ojo a Karen mientras pagaba la cuenta—. ¡Puede que sea la casa de nuestros sueños!
—Estaba lejos de serlo —le dijo Karen malhumorada a Jenny cuando más tarde volvió a Leinster Square—. ¡El sitio era un absoluto desastre! Tendríamos que pagar lo que nos pedían y gastar mucho más para hacerlo habitable. ¡Era tan deprimente! —Por lo que dices lo parece —contestó Jenny comprensiva—. ¿Por qué no empezáis mirando fuera de Terenure? Esa siempre ha sido una zona cara. Quizá un poco más lejos de la ciudad tendríais más posibilidades. —Bueno, realmente el problema no es el dinero, Jen... —Y Karen le contó lo de la oferta de Jack—. Sólo queremos algún sitio que sea un poco espacioso y que no necesite muchas reformas. De verdad, nunca imaginé que encontrar una casa fuera tan estresante. En ese momento, sonó el timbre y Jenny corrió a coger el interfono. —Hola —dijo sin aliento, y apretó el botón para dejar entrar a quien había llamado. Karen puso los ojos en blanco. —Entiendo que es tu chico. Ella asintió.
—Espero que no te importe, Karen, pero hemos alquilado una película. ¿Quieres verla con nosotros? —Oh, Jen, ¡ojalá me hubieses avisado! Quería ver «Expediente X». Dan la segunda parte de un episodio doble que estoy siguiendo. Segundos más tarde, Roan apareció en el rellano con una película y un pack de seis cervezas Carlsberg, y se comportó como si Karen no estuviera en la habitación. Desde el viaje a Venecia, se había roto la tregua que había entre ellos, y otra vez volaban cuchillos. —He conseguido la nueva peli de Vin Diesel. Ha salido hoy mismo y se ve que es genial —dijo. —¿Qué? ¡Creía que ibas a coger Titanic! ¡Sabes que aún no la he visto! —Lo sé, pero me siento incapaz de sentarme tres horas a ver esa porquería sentimentaloide. Vamos, Jen, esa peli es de chicas, y ya sabes cómo soy. —Esbozó una sonrisa ladeada y Jenny cedió inmediatamente. «Sí, todos sabemos exactamente cómo eres», dijo Karen para sí misma con amargura. ¡Menuda cara! Había pensado en ir a casa de Shane, pero ahora iba a quedarse allí. Si se apuntaba a ver la película con ellos fastidaría a Roan; por otra parte, podía decirle a Shane que le grabara «Expediente X». ¡Que se aguantase Roan! Ella pagaba la mitad del alquiler, ¿por qué debería hacerle la vida fácil al señor guaperas? —¡Estupendo! Me encanta Vin Diesel —le sonrió Karen con dulzura. Luego echó un vistazo a las cervezas—. ¿Nos has traído cervezas? —No sabía que fuera a haber alguien más aparte de Jenny — contestó él, maleducado. —No importa —intervino ésta cogiendo las cervezas y guardándolas en la nevera—. Miraremos la película después de «Expediente X». —Tranquila —dijo Karen con un suspiro—. Podéis ponerla ya si queréis. —¿Estás segura? —preguntó Jen agradecida—. Esperamos si quieres. —No sé cómo a nadie le pueden gustar ese montón de estupideces —comentó Roan desagradable—. Toda esa porquería sobre extraterrestres corriendo de aquí para allá... Me parece bastante penoso, la verdad. Aunque la pelirroja no está mal —añadió. Jenny deseaba que se abriera la Tierra y se la tragase.
Sonrió, haciendo un evidente esfuerzo para que la situación se suavizara. —¿Tú qué sabrás, Roan? Quiero decir, ¡no hay más que ver la película que has traído! El gruñó, pero no dijo nada, y a continuación se hundió en el sofá. Para disgusto de Karen, se desató los zapatos, se los quitó y los dejó en medio de la alfombra. Jenny cambió el canal de la tele, metió la película y se sentó a su lado. Apretó play y, mientras miraban los tráilers, la habitación permaneció en silencio. —¿Jen, quieres tomar una cerveza antes de que empiece? — preguntó Roan inclinándose hacia adelante y diciéndole algo al oído. Karen pensó que nunca se había topado con alguien tan descaradamente maleducado. Jenny saltó del sofá. —Claro, ¿Karen, quieres algo? Ella negó con la cabeza. —No, gracias, Jen. Y si quiero algo, ya me levantaré a cogerlo yo misma. —Miró a Roan, pero si éste se había dado cuenta de la indirecta, no hizo ningún comentario. Cuando ya llevaban media hora de película, Karen se levantó para ir al baño. Estaba a punto de volver al salón cuando oyó el final de la conversación que Roan y Jenny estaban teniendo obviamente sobre ella. —Sólo quiero que se vaya, así podré tenerte para mí solo —decía Roan en voz no muy baja—. ¿Por qué no se va ya con Quinn? Sería mucho mejor para todos. —Roan, déjalo ya, ¿quieres? —contestaba Jenny en voz baja—. Éste es aún su piso. Tiene derecho a estar aquí todo el tiempo que quiera. Tendremos que esperar a que ella quiera irse. —¡Claro que tendréis que esperar! —los interrumpió Karen, abriendo de golpe la puerta, incapaz de contener la furia. ¡El muy bastardo! ¿Cómo se atrevía a hablar de ella de esa manera? Miró a Jenny, que la miraba a ella, luego a Roan y de nuevo a ella sin saber qué decir. —¿Qué pasa, Jenny? ¿Qué tramáis? ¿Por qué a mis espaldas? — Karen, tranquilízate. No estamos tramando nada. Es sólo... —Vaciló. No estaba segura de qué decirle a su amiga, enfadada como estaba.
Roan terminó la frase por ella con brusquedad: —Jen y yo estamos planeando vivir juntos y como vosotros estáis buscando casa, habíamos pensando que quizá me cederías el puesto en este piso. —Manifiestamente aburrido por el asunto, se volvió a mirar la tele, dejando que Jenny se encargara de las consecuencias. Karen los miró incrédula. —No me lo puedo creer. Jenny, ¿por qué no dices algo? —Lo siento, Karen —balbuceó la otra incómoda—, pero esto no es lo que parece. Quiero decir, que la solución más obvia es que Roan se mude aquí después de que tú te vayas. Yo no podré arreglármelas para pagar sola el alquiler. —Entonces, ¿por qué no me habías dicho nada? ¿Por qué tanto secretismo? —Karen no podía evitar sentirse molesta con ella, y Jen, obviamente, lamentaba no habérselo comentado. Si ella y Roan estaban planeando vivir juntos, ¿por qué no se lo había dicho? —No quería que te sintieras presionada. No hay ninguna prisa en que te mudes —contestó Jenny. Y miró a Roan buscando un apoyo que no encontró—. Mira, no le hagas caso. Estamos bien como estamos. Tenemos la intención de esperar lo que haga falta hasta que tú y Shane encontréis un lugar para vivir. No hay ninguna prisa, ¿verdad, Roan? —Y esa vez le dio un enérgico codazo. —No, no hay ninguna prisa, Karen —dijo él alargando las palabras de forma sarcástica, sin apartar en ningún momento la mirada de la pantalla del televisor—. Tómate todo el tiempo que necesites. —Y añadió en voz baja—: Lo harás igualmente. Jenny lo miró horrorizada por su comportamiento, pero incapaz de decir nada. Karen no se iba a callar. —Tú, mírame a la cara —empezó a decir, dispuesta a poner de una vez por todas a aquel ignorante en el lugar que le correspondía—. Ya es hora de que oigas unas cuantas verdades sobre esta casa, Williams. Yo... — Karen se detuvo al verla expresión de horror en la cara de Jenny. No era justo para ella; su amiga no tenía la culpa de que Roan Williams fuera escoria. Respiró hondo e intentó no perder la calma—. Me voy a la cama —dijo, y recogiendo sus zapatillas, salió con presteza por la puerta. —Espera un segundo. —Jenny se levantó del sofá y la siguió. Las dos chicas se encontraron en el pasillo.
—No sé qué decir sobre todo este asunto, Karen. Lo siento mucho. Sé que soporta mucha presión últimamente en el trabajo, y... y uno de los chicos de su piso no está pagando su parte. Todos tienen que poner más dinero para el alquiler. No es nada personal. Karen sacudió la cabeza. ¿Que soportaba mucha presión? ¡Sí, seguro! —Jen, ha sido un maleducado, así de simple —replicó, sin importarle que él pudiera oírla—. No sé cómo lo soportas. —Ha bebido un poco, eso es todo. Estará arrepentido por la mañana, cuando recuerde lo que dijo. No creas que quiero deshacerme de ti. Roan se mudará cuando tú te hayas ido, no antes, ¿de acuerdo? —Alargó las manos y sujetó a Karen por los brazos—. Por favor, no te enfades conmigo. Karen vio la expresión de tristeza de Jen e inmediatamente se sintió culpable. —Ven aquí, tonta —dijo, dándole un abrazo—. De todas formas, nunca podría estar enfadada contigo mucho rato.
CAPÍTULO 20 Algunas semanas después, Jenny visitó a Karen y a Shane en su nueva casa. Habían ultimado la compra unos días antes, y se mudaron inmediatamente, porque los antiguos propietarios vivían en el extranjero desde antes de la venta. Habían dado instrucciones a la agencia inmobiliaria de que se vendiera rápido, y Karen y Shane fueron los primeros en visitarla. El agente inmobiliario amigo de Shane los había avisado en seguida, y se la quedaron de inmediato, a pesar de que estaba un poco por encima de su presupuesto; sin embargo, ambos estuvieron de acuerdo en que valía la pena. Estaba situada en Harold Cross, lo que tanto para Karen como para Shane era un lugar perfecto, con relación a sus respectivos trabajos. Era una casita baja de dos habitaciones, mucho más espaciosa que todo lo que habían visto hasta entonces, como le explicó Karen a Jenny justo después de haberla visitado. —Es preciosa, Karen —dijo su amiga, contemplando el salón con verdadero entusiasmo. Había un gran ventanal que daba a un jardín bastante grande, cosa que no era inusual en la mayor parte de casas georgianas de Dublín, pero muy raro de encontrar en una propiedad pequeña y moderna como aquélla. La ventana le daba carácter al salón, a pesar del horroroso papel de líneas ondulantes de la pared y de la moqueta demasiado cargada de geometrías. Jenny siguió a Karen al piso de arriba para ver las habitaciones. La de matrimonio tenía armarios de puerta corredera con espejos, y Karen abrió una de las puertas para que su amiga pudiera examinarlo. —Estas cosas están especialmente diseñadas para gente como yo — dijo eufórica, señalando la colección de zapatos y la pila de ropa amontonada dentro del armario—. No tengo que mantenerlo todo ordenado y doblado porque... —cerró rápidamente la puerta—, ¡el desorden desaparece en un abrir y cerrar de ojos! Jenny se rió mirando la expresión de Karen reflejada en el espejo. Se la veía radiante de felicidad con su nueva casa, y con motivo. —Tienes toda la razón. Este tipo de cosas tienen que haber sido diseñadas para, o por, gente como tú.
Echó un rápido vistazo a la otra habitación, que a juzgar por el papel infantil de la pared, seguramente era la habitación del hijo de los antiguos propietarios. —Tendrás que hacer algunas reformas en ésta —comentó Jenny asintiendo frente a los dibujos de dinosaurios—. Sé que te gusta el lila, pero ¡esto es demasiado! Karen se rió. —Lo sé. Aunque por el momento no hay prisa. Probablemente la utilicemos como trastero y luego ya la decoraremos como la habitación de invitados. —Oh, no me digas, una habitación de invitados —Jenny remedó un acento pijo—. Hola, ¿os gustaría quedaros en mi habitación de invitados? No puedo asegurar que no tengáis que escalar un montón de ropa y zapatos, pero ¡al final encontraréis la cama! —se burló mientras Karen hacía como que la empujaba escaleras abajo. —¿De qué os reíais? —preguntó Shane cuando se unieron a él en la cocina, donde estaba ocupado limpiando el interior de los armarios. —Del orgullo hogareño de tu futura esposa... —contestó Jenny con una risita, sentándose a la pequeña mesa de la cocina. La estancia era pequeña, pero todo quedaba muy a mano, pensó mirando a su alrededor. Había muchos armarios y el suelo había sido recubierto con unas poco corrientes pero atractivas baldosas color pizarra. Los muebles eran antiguos, aunque ya pensaban cambiarlos cuando Shane tuviera tiempo. En la pared, justo por encima de la encimera y los fogones, había unos azulejos con dibujos de jazmines que a Jenny le gustaron mucho. —Dile a ese Williams que se deje caer por aquí algún sábado —le pidió Shane. La otra noche, en el bar, prometió que me echaría una mano para poner el suelo de parquet. ¿Roan, poniendo un suelo de parquet? Jenny se quedó boquiabierta. Debía de estar muy bebido para decirle algo así a Shane. Pero estaba contenta de que los dos se llevaran bien; eso a menudo ayudaba a disipar la tensión existente entre Roan y Karen, especialmente cuando salían juntos todo el grupo. —Todavía no tenemos lavadora, ni secadora, así que iremos a la tienda de electrodomésticos Curry el sábado, ¿verdad, cariño? —dijo Karen, guiñándole un ojo a Jenny.
Shane gruñó mientras enjuagaba en el fregadero el trapo que estaba utilizando. —Eso es lo que más detesto. Está muy bien comprarse una casa, Jenny, pero no sabía que tendría que empezar a dar vueltas por ahí buscando cosas para llenarla. —Es lo que tiene la vida hogareña, ahora ya no tienes escapatoria —contestó ella riendo mientras Karen le ofrecía una taza de café recién hecho. —¿Qué dices? ¿Cómo que no hay escapatoria? —replicó Shane sonriéndole a Karen con picardía—. Quizá todavía no se ha secado la tinta del contrato de la hipoteca. Karen le dio con el trapo de cocina. —¡No te quejes tanto! ¡Deberías estar contento de que hayamos podido conseguir esta casa! Jenny los miró con envidia. Se los veía muy felices; y eran muy afortunados. Imaginaba cómo sería tener una casa como aquélla y toda la vida por delante. Le encantaría que algún día Roan y ella pudieran hacer lo mismo. Sólo hacía unas semanas que vivían juntos, él se había mudado justo después de que su amiga y Shane cerraran la compra de la casa y se trasladaran. Hasta entonces, la cosa había funcionado bastante bien. A Jenny le gustaba volver del trabajo y encontrar a Roan en casa. A veces, incluso había preparado la cena. Tenía que admitir que, hasta el momento, el único inconveniente era que él se negaba a compartir otras tareas domésticas. No se dignaba coger una escoba o una gamuza; por no mencionar limpiar el baño. Karen era desordenada, pero como mínimo cumplía con su parte de la limpieza. Empezaba a anochecer más pronto, y lo último que Jenny quería hacer cuando llegaba al piso desde Dun Laoghaire era limpiar. Habría preferido mil veces tumbarse en el sofá frente al televisor. Pero si no hacía un esfuerzo, la casa acabaría hecha un absoluto desastre, como el anterior piso de Roan. Claro que él trabajaba mucho más duro que ella, y a menudo durante más horas. Desde que la compañía americana había comprado Euramax, le había dicho a Jenny que en la vida había trabajado tan duro. Evanston Technologies, una compañía americana ubicada en Nueva York, había comprado Euramax para aprovechar el perfil de la plantilla cualificada que ésta tenía, y la reducción de impuestos ofrecida por la IDA a las {8}
compañías extranjeras. La empresa esperaba plena dedicación, lo que significaba llegar temprano al trabajo por la mañana y quedarse hasta tarde por la noche si había que cerrar un proyecto. La verdad era que no podía esperar que hiciera algo en el piso, reflexionó Jenny. Después de todo, ya tenía bastante con lo suyo. Esa noche, ni siquiera había llegado aún porque tenía que trabajar hasta tarde. Y luego estaba lo de sus antiguos compañeros de piso. Al parecer había algún tipo de problema con el alquiler que les debía. Jenny no estaba muy al corriente del asunto, pero Roan no podía darle dinero a ella hasta que eso se solucionara. Más adelante lo haría, por supuesto, pero por el momento las cosas estaban un poco en el aire. —Coge una galleta, Jenny. —Shane le acercó un plato lleno de galletas Digestive de chocolate. —Gracias. Oye, ahora que tenéis el tema de la casa solucionado, ¿habéis pensado en la boda? —¡Bah! Hay mucho tiempo para eso —contestó Karen haciendo un ademán con la mano como quitándole importancia—. Este año tenemos que comprar muchas cosas para la casa, y no podemos permitirnos el gasto de un casamiento. A no ser que nos escapemos y lo hagamos en secreto, eso saldría más barato. Ponle otro año o dos, luego ya veremos qué pasa. Shane puso los ojos en blanco y se quejó: —Sólo de pensar en ello... ¡Imagínate, tanto dinero para un solo día! No entiendo cómo la gente puede hacerlo. —Nosotras conocemos a una chica que se gastó casi doce mil euros —comentó Jenny—. ¿Te acuerdas de Francés Kiely, Karen? —¡Es verdad! —exclamó ésta—. Se casó hace unos años, e invitó prácticamente a todo el pueblo a la boda. El vestido era como de aristócrata, ¡creo que él solo ya le costó cinco mil euros! Era muy bonito, lástima de la novia —rió entre dientes. —Bueno, no valió la pena tanto gasto. Se separaron hace unos meses. Creo que Francés ha vuelto a casa de mamá y papá Kiely. —¡Estás bromeando! —Karen abrió mucho los ojos—. ¡No me había enterado! ¿Qué pasó? La otra se encogió de hombros. —Al parecer, el marido, que según la señora Kiely era «un superexitoso financiero», se había convertido en un defraudador. Los de Hacienda lo pillaron por no pagar impuestos, y se quedó sin un duro.
Francés no soportó el escándalo y volvió corriendo a los brazos de mami. —Una buena esposa —comentó Shane en tono irónico—. ¿Qué hay de lo de «en la riqueza y en la pobreza»? A Jenny se le escapó una risita. —De hecho, Francés fue por ahí recordándole a todo el que quisiera escucharla, que ellos habían escrito sus propios votos para la ceremonia, y que ese voto en particular no estaba incluido. ¡Dice que ella no había prometido nada al respecto! —Hizo bien en cubrirse las espaldas y dejarse las puertas abiertas —sonrió Karen. — ¡Ya vale, las dos! —Shane se tapó los oídos—. Jenny, no le metas ideas en la cabeza. Ya las tiene bastante malas ella sola. «No creas que voy a aceptar todo eso de respetar y obedecer» —dijo imitando a Karen—. ¡Puedes creer que me dijo eso la noche en que me declaré! Karen se rió. —¡Vamos, Shane, que no vivimos en la Edad Media! Todas esas cosas me ponen enferma. Eres tú y no yo quien debería obedecer. —Lo despeinó—. Ahora, date prisa en acabar con esos armarios para que por lo menos podamos utilizar la cocina. El hizo un saludo militar burlándose de ella. —A sus órdenes, mi coronel, ¡ahora mismo! ¿Ves lo que tengo que aguantar, Jenny? Y eso que sólo llevamos aquí unos días. ¿Cómo será cuando llevemos años? —Tienes mucha suerte —le dijo Jenny a Karen más tarde mientras se ponía el abrigo—. Shane es un cachorrito. Su amiga sonrió. —Supongo que sí que tengo suerte. Pero he estado a punto de matarte cuando has sacado lo de la boda. Últimamente, ha sido un poco motivo de discusión entre nosotros. —¿A qué te refieres? —Bueno, Shane piensa como tú. Cree que ahora que tenemos la casa deberíamos hacer planes para lo del matrimonio, pero yo quiero dejarlo para más adelante. —Pero ¿por qué? ¿Por qué aceptaste el compromiso si no quieres casarte? —Sí quiero casarme, pero no ahora mismo. Las mensualidades de la hipoteca son muy altas y me gustaría conseguir una promoción en Acorn. Quiero mayor estabilidad económica, y tampoco quiero dejar de
salir para poder ahorrar para la boda. Además tenemos que hacer unas cuantas reformas en la casa... creo que aún no estamos listos. —Quizá habéis encontrado la casa antes de lo que esperabais — reflexionó Jenny—. Y ¿sabe Shane lo que piensas? —Hemos hablado de ello, y él no ve por qué tenemos que esperar. Dice que las cosas no son fáciles para nadie cuando se empieza, y no entiende por qué no podemos casarnos ya. Ahora sólo nos faltaría tener que empezar a ahorrar para la boda, Jen, probablemente no podríamos salir ni un día. Somos demasiado jóvenes para llevar una vida tan doméstica. Además, esto es como estar casados, ¿cuál es la diferencia? Su amiga sacudió la cabeza. —Puede que tengas razón, pero tendrás que explicarle muy bien lo que piensas. Si vas retrasando la boda, Shane creerá que ya no deseas casarte con él. —Lo sé, lo sé. Es sólo que no sé cómo abordar el asunto ahora mismo. Esperaré a que estemos instalados y luego hablaremos. —Deberías. Esto no es justo para Shane. —Prometo que lo haré. Pero tú no vuelvas a mencionar el asunto cuando esté él delante, ¿vale? Jenny sonrió y asintió con la cabeza. —Ahora me tengo que ir. Hablamos durante la semana. Mientras caminaba calle abajo, por Kenilworth Road hacia Rathmines, Jenny no podía dejar de pensar en lo que Karen le había dicho. Ella se cambiaría por su amiga sin dudarlo un instante: una casa nueva y preciosa; un novio comprometido y devoto; y unos románticos planes de boda. Aun así, pensó que a ella misma no le estaban yendo tan mal las cosas. Tenía un novio guapísimo al que tenía locamente enamorado, y estaban viviendo juntos. ¿Quién sabía lo que pasaría más adelante? Jenny aceleró el paso, y fue tarareando una canción mientras se encaminaba hacia su casa.
Barry Ferguson, director del Alliance Trust de Dun Laoghaire, estudió por un momento el papel que tenía delante, y luego lo dejó encima de la mesa de Marión. —¿A quién crees que deberíamos promocionar? —le preguntó.
—Bueno, Brendan y Robyn llevan más tiempo aquí que el resto, así que, atendiendo a la antigüedad, ellos deberían ser los siguientes — comentó la jefa de administración de la sucursal. —Pero ¿no estás muy segura? —dijo Barry estudiando su expresión. Marión negó con la cabeza. —Brendan lo hace bien, como sabes es un buen trabajador; Robyn en cambio no es muy de fiar. Ha faltado muchos días durante los últimos tiempos y nos ha dejado unas cuantas veces en la estacada, teniendo que cubrir sus ausencias. No creo que ascenderla beneficie a nadie. Para ella, esto es sólo un trabajo, estoy segura de que no tiene aspiraciones de desarrollar una verdadera carrera profesional en la banca. —Y ¿has pensado en alguien? Todos los demás entraron a trabajar al mismo tiempo, tras la última selección de personal. Tenemos la oportunidad de promocionar a dos personas, Marión, y debemos aprovecharla. Esta sucursal tiene demasiados empleados júnior y no los suficientes sénior. —Lo sé. Y cuando Olivia deje su puesto, a principios del año que viene, sólo contaremos con tres sénior en la plantilla. —¿Qué recomiendas entonces? La mujer se recostó en la silla y cruzó las piernas. No estaba segura de cómo iba a reaccionar Barry, pero fuera como fuese, iba a decirlo. —He hablado con Brendan y no tendría ningún problema. Se siente satisfecho en la caja, y no quiere más responsabilidades. Sugiero que ascendamos a Jenny Hamilton. —¿A Jenny? Pero ¡si acaba de llegar como quien dice! —Lo sé, Barry, pero sus resultados son excelentes. Tiene mucha experiencia, trabajó en Kilkenny y luego en un banco en Australia. Como sabes, estuvo en cambio de divisas poco después de que empezara y puedo asegurarte que es una de las cajeras más eficientes que hemos tenido. Su trabajo es excelente. Creo que nunca se ha topado con una diferencia al hacer balance de caja y es muy eficaz despejando colas; eso por no mencionar toda la ayuda que presta a los demás. —Tienes razón, lo he visto en los informes. Y sus captaciones de pensiones y seguros nos han puesto los primeros del distrito en ventas. Pero no veo que esté preparada para ser promocionada, Marión. Ésta se encogió de hombros.
—Conoce a la mayoría de los clientes personalmente porque estuvo aquí arriba, trabajando con Olivia. Y los clientes la conocen a ella y les cae bien. Es muy trabajadora, Barry. Para serte sincera, no se me ocurre nadie más a quien podamos ascender. El director se tocó la barbilla y ponderó la idea. —¿Estás segura de que a Brendan no le importa? —En absoluto. Al contrario, cree que es una gran idea. —Bueno. Me gusta Brendan, y no quisiera que pensase que estábamos olvidándonos de él. —Está contento con su sueldo. Es joven, Barry. Trabaja durante la semana para poder salir los fines de semana. Sigue viviendo en casa de sus padres, y no quiere, ni necesita, correr, como él mismo dijo. El hombre asintió aprobando lo que ella decía. —¿Y le has dicho algo a Jenny? —Antes quería saber qué pensabas tú. —Por mí está bien. Aunque es un poco inusual, porque no lleva aquí ni un año. —Pero ha estado mucho más tiempo en el banco. Mira, la oficina del distrito nos está brindando la oportunidad de promocionar a alguien. Si nos ofrece esa posibilidad, ¿por qué no aceptarla? —Cogió el bolígrafo y anotó algo—. Aunque siento perder a Olivia. Quería empezar a prepararla para préstamos. Pero lo entiendo, el sueldo que cobra aquí no puede competir con el de esas nuevas compañías electrónicas. Ése es un problema que vamos a tener a partir de ahora. —No te preocupes. Ya lo solucionaremos —contestó Barry en un tono por el que Marión supo que sería ella quien tendría que solucionarlo. Ser la jefa de administración de la sucursal significaba que era responsable de la plantilla y del funcionamiento diario del banco. De hecho, se encargaba de organizado casi todo. Barry nunca tenía que preocuparse de quién cubriría el puesto de cambio de divisas a mediados de julio, cuando la cajera que podría hacerlo se pusiera enferma; o la mesa de atención al cliente cuando empezara el nuevo curso y uno de cada dos clientes quisiera abrir una cuenta de estudiante. No era fácil. La perspectiva de promocionar a dos de sus empleados júnior le evitaría a Marión muchos quebraderos de cabeza. La promoción suponía responsabilidad, y, generalmente, los júnior no podían hacerse cargo de préstamos y cuentas. Cuantos más sénior hubiera en la sucursal, más
facilidades para ella. Barry miró su reloj: una señal para que Marión diera la reunión por terminada. —De acuerdo, lo dejo en tus manos. Habla con Jenny sobre el asunto y a ver qué opina. Subráyale lo importante que es para ella que aproveche esta oportunidad. —Se levantó—. No vendré esta tarde; tengo una reunión con Jimmy Fitz, de FitzGeraldPress. Si hay algo urgente, pásaselo a Mick, ¿de acuerdo? —Claro. —Marión cogió su carpeta—. Disfruta el partido —dijo con una sonrisa antes de cerrar la puerta. Barry sonrió para sí mismo mientras se ponía la chaqueta. A Marión no se le escapaba nada. Sabía muy bien que iba a encontrarse con Jimmy FitzGerald en el campo de golf. Aun así, era de buena pasta y él nunca olvidaría las veces que lo había cubierto. Una vez, después de que Wexford ganara la final irlandesa, Barry no acudió a la reunión del fin de semana, y el director del distrito se presentó por sorpresa en la sucursal el lunes siguiente por la mañana. Aunque, en el campo de golf, no todo consistía en pasarlo bien, como quizá pensaba Marión. Algunos clientes sólo se interesaban por el banco después de un par de partidos. Con gente como Jimmy Fitz, no se podía negociar nada en la oficina. Por otra parte, un poco de aire fresco le haría bien para descansar del estrés que suponía ser el director de una sucursal tan concurrida como era Dun Laoghaire. A veces, deseaba haber acabado trabajando en una de esas tranquilas sucursales de pueblo. Eso sí habría sido una vida fácil.
CAPÍTULO 21 —Jenny, ¡Gerry se meha declarado! ¡Nos casamos a finales de este año! —chilló con entusiasmo Tessa al teléfono. —Eso es fantástico —contestó ella—. ¡Estoy muy contenta por ti! ¿Cómo fue? —Se declaró de forma inesperada, aunque yo ya sabía que el tema estaba sobre la mesa, ¿recuerdas que te dije que pensaba que quizá me lo propondría por mi cumpleaños, el mes pasado? Bueno, fuimos a cenar el fin de semana, una cena normal de fin de semana, ¡y me sorprendió por completo! —¡Qué buena noticia! ¿Cómo es el anillo? ¿Lo escogió él mismo? —¡No se atrevería! Iremos juntos a la ciudad el jueves por la tarde, ¡así que aún no es del todo oficial, supongo! —exclamó con una risita—. En fin, hemos pensado que el viernes por la noche podríamos reunimos todos para celebrarlo. He reservado una mesa en Temple Bar para cenar y luego iremos de capas. ¿Qué te parece? —No me lo perdería para nada del mundo —contestó Jenny cariñosamente—. ¿A qué hora? —Bueno, podríamos encontrarnos fuera alrededor de las ocho. ¿Os va bien a ti y a Roan? De todos modos, llevaré el móvil, si surge cualquier cosa puedes llamarme. —No, esa hora nos va bien. Allí estaremos. Felicita a Gerry de mi parte, ¿lo harás? No puedo esperar a ver el anillo. —¡Yo tampoco! Nos vemos el viernes. Tengo que hacer unas cuantas llamadas más. Tessa colgó y Jenny subió despacio la escalera. ¡Otra! Toda la gente que conocía parecía estar comprometiéndose últimamente. Olivia había anunciado su compromiso hacía unos meses; su novio se le había declarado durante las vacaciones. Y una amiga de su hermana, la semana anterior. ¿Había algo en el aire? Primero Karen, luego Olivia y ahora Tessa. ¿Por qué todas sus amigas estaban planeando su futuro con su pareja y ella estaba en una relación que, al menos por el momento, parecía estancada en la rutina?
La cosa empezó a ponerse un poco tensa desde que la ascendieron de categoría, reflexionó Jenny. No podía creer que la hubiesen promocionado tan rápidamente. Primero al cambio de divisas, ¡y ahora le habían ofrecido ser sénior de banca! Todo había pasado tan rápido, que no había tenido tiempo de considerar lo que significaría. Si hubiera sabido lo difícil que iba a resultarle, quizá nunca habría aceptado. Tal como estaban yendo las cosas, había días en que no sabía si iba o volvía del trabajo. Cuando aceptó el puesto, Marión la sacó de su cometido de cambio de divisas y prácticamente la arrojó a atención al cliente, con poca —por no decir ninguna— experiencia en ese campo. Fue una verdadera pesadilla. Tenían tanto trabajo que Amy, que normalmente atendía esa sección, no tenía tiempo de contestar las preguntas que Jenny le hacía, ni de ayudarla cuando se encontraba en un apuro. Esta descubrió rápidamente que atención al cliente era muy diferente a trabajar tras el mostrador de cambio de divisas. Un día llegó incluso a salir llorando del banco. Algo así no le había ocurrido nunca, Jenny rara vez dejaba que el trabajo la absorbiera de ese modo. Luego pasó un corto período sola en la sección de cuentas, donde, tras unas pocas horas de formación, esperaban que se hiciera cargo de las cuentas de algunos de los clientes más importantes de la sucursal. Jenny no había sido consciente de lo agotador que iba a ser todo. Por un lado, tenía que aprender en qué consistían sus tareas diarias, y por otro, tenía que responder a las llamadas de los clientes, cosa que era estresante, porque tenía la sensación de que llamaba uno cada dos segundos. En el tren de vuelta a casa, por la tarde, Jenny apenas podía mantener los ojos abiertos. Y en medio de esta situación Marión le comunicó que iban a formarla para ocupar el puesto de Olivia, que se ocupaba de préstamos. ¿Cómo podía Jenny pasar de ser una simple cajera a estar concediendo préstamos en menos de doce meses? Pero no podía comentar nada de eso con Marión. Después de todo, era ella quien estaba detrás de todo el asunto; había sido quien la había propuesto para que la promocionaran. No podía empezar a lloriquearle y a quejarse justo ahora. Por otra parte, era consciente de que su promoción se debía más a que faltaban trabajadores veteranos en la plantilla que a otra cosa: ¿acaso no se daban cuenta de que la estaban bombardeando con demasiada información? Jenny emitió un gemido cuando vio a Roan durmiendo en el sofá, mientras los platos sucios se amontonaban en el fregadero. ¿No podía
hacer el esfuerzo de ayudarla, ni que fuera por una vez? Las cosas no funcionaban muy bien entre ellos últimamente, reflexionó, fregando los platos bajo el grifo. El no parecía comprender la presión a la que estaba sometida, ni entendía por qué insistía tanto en que le echara una mano con la limpieza. Seguía diciendo que trabajaba muy duro como para llegar a casa y ponerse a hacer «cosas de mujeres», como él las llamaba. Al cabo de poco tiempo de convivir con él, Jenny había descubierto que Roan no había limpiado en la vida. ¡Tenía suerte de no haber nacido en casa de los Hamilton! Sus hermanos, Eric y Thomas, habían sido bien educados por su madre; y ahora sabrían desde hacerse la cama hasta cocinar lo que fuera. Roan emitió un quejido, obviamente porque debía de considerrar que estaba haciendo mucho ruido. «Te aguantas», pensó Jenny tirando las sobras de los platos a la basura con más entusiasmo del estrictamente necesario. —¿Tienes que hacer tanto ruido? —gruñó él. —No, no tengo que hacer tanto ruido, pero quizá quieras fregar tú, para variar —replicó, mostrándole la botella de jabón. —Por favor, no empieces, Jenny. He tenido un día terrible — contestó mirando al techo—. La compañía de seguros está presionándonos, y debemos tenerlo todo terminado para antes de finales de mes. Ya tengo bastante estrés en el trabajo como para aguantar más cuando llego a casa. Algo se quebró dentro de Jenny. Ya estaba harta de Roan y de su supuesto estrés. Se volvió para plantarle cara con una expresión de desprecio. —Mira, perdona, pero tú no eres el único que está bajo presión en el trabajo, ¿sabes? Y no me basta con eso, sino que luego tengo que volver a esta pocilga y limpiar lo que tú ensucias... —Jesús, no sé por qué es tan urgente fregar los malditos platos, ¡quita de ahí! —Saltó del sofá y le dio un codazo para apartarla del fregadero—. Siempre protestando —murmuró. —Roan Williams, no estoy siempre protestando —replicó ella—, y aunque así fuera, no me dejas otra opción. Ensucias tanto como yo, y esperas que limpie tu parte, ¿por qué? ¡No soy tu esclava, ¿sabes?! —¿Qué? ¿De qué vas? ¿Acaso no hice yo la compra la semana pasada? —El agua salpicó fuera del fregadero mientras restregaba la sartén con violencia—. Además, el piso no está tan sucio; debes de tener algún
tipo de obsesión con la limpieza o algo así. —¿Que no está tan sucio? Claro, ¡porque yo me encargo de que no lo esté! —Jenny se iba enfadando más y más a cada segundo que pasaba. Roan echó un montón de cubiertos en el agua y entonces se volvió para mirarla. —No sé qué te pasa últimamente. Desde que te dieron ese maldito cargo se te han subido mucho los humos. —¿Qué? Pero ¿qué dices? —¡La verdad! Actúas como si te creyeras muy lista, ¿crees que puedes mandarme, como haces con todos en tu trabajo? Pues mira, te diré una cosa, ¡a mí no vas a tratarme como si fuera uno de los calzonazos de tu oficina! Jenny abrió la boca pero se sintió incapaz de decir nada. No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo se atrevía a acusarla de mandona cuando sólo pedía un poco de ayuda con la limpieza? —Roan, estás siendo muy injusto. Rara vez te pido ayuda, sólo cuando estoy muy cansada. Y esta noche estoy muy cansada. Llegar y encontrarte roncando en el sofá no ayuda a que me mejore el ánimo, ¿sabes? —Mira, Jenny, ya he aguantado bastante tus cambios de humor últimamente. No sé qué te está pasando, pero ya no eres divertida. Es como si hubieras envejecido veinte años desde que te subieron de categoría. —La miró con desdén—. Has cambiado. Ella le devolvió una mirada furtiva. —¿Qué diablos significa eso? —Oh, venga, te vistes como una profesora anticuada, casi nunca te maquillas, y no te has preocupado de teñirte desde hace mucho tiempo. ¡Es como vivir con mi madre! Tampoco has hecho demasiado esfuerzo para quitarte de encima esos kilos de más. A Jenny se le paró el corazón. ¿Cómo podía decirle esas cosas? Cuando vio su expresión, Roan suavizó el tono: —Lo siento, Jen. No quería herirte. Te he hablado de esa manera porque estoy cansado y tú estás llamándome vago. —Fue al salón y tiró de ella hacia sí—. No te quiero hacer daño, cariño, sólo digo estas cosas por tu propio bien. Mientras él la abrazaba, Jenny miró detrás de Roan para ver su reflejo en el espejo que había encima de la chimenea. Quizá tenía razón.
Había estado tan ocupada intentando llegar a todo en el trabajo y volvía tan cansada, que ni siquiera se preocupaba de su aspecto. Había ido aplazando la visita a la peluquería. Y, definitivamente, tenía razón respecto al aumento de peso. Había caído en el mal hábito de comprar comida rápida para cenar en vez de prepararse cena. Estaba siempre tan cansada... Roan le había dicho algunas verdades, por duro que resultara escucharlas. Ahora entendía por qué él había perdido interés en el sexo últimamente. Al principio, se arrancaban la ropa en cuanto podían, pero desde hacía un tiempo, ya era mucho si lo hacían una vez a la semana. Quizá todo fuese por su culpa, se dijo Jenny. Después de todo, Roan también trabajaba duro y, aun así, seguía siendo el de siempre. Él la estrechó con fuerza una vez más, y cuando la besó delicadamente en la frente, ella se tranquilizó. —Lo siento de veras, Jen. Pero yo también estoy bajo presión, intentando acostumbrarme a los nuevos métodos de trabajo. ¿Por qué no te sientas y pones un rato los pies en alto mientras yo termino con esto y luego te preparo una taza de té, de acuerdo? Dudó un momento. —Yo también lo siento. Debe de ser difícil convivir conmigo últimamente. —Está bien, muñeca. —Dio unos golpecitos a los cojines del sofá —. Venga, siéntate y relájate. Ella lo miró agradecida. —¿Estás seguro? Estoy verdaderamente hecha polvo, Roan; no dejaré pasar la oportunidad de poder sentarme un minuto. «Luego me pondré el chándal y me iré a hacer footing un buen rato», pensó, preguntándose si algún salón de belleza de Dun Laoghaire estaría abierto cuando saliera de trabajar al día siguiente. Se iba a asegurar de estar estupenda para la fiesta de compromiso de Tessa del viernes por la noche. Su amiga siempre estaba fenomenal. Probablemente por esa razón, estaba a punto de que le regalasen un anillo de compromiso, reflexionó con abatimiento.
Roan cambiaba de canal, intentando decidir qué mirar. Finalmente, se decidió por Eurosport. En ese momento, apareció Jenny vestida con un chándal y anunció que se iba a correr. Bueno, pensó, como mínimo, sus comentarios habían surtido
efecto. Jenny había ganado un poco de peso, eso era cierto, aunque no tanto como para que se notara. Se lo había dicho sólo porque se había refunfuñado de aquella manera. Aun así, últimamente no había hecho ningún esfuerzo para verse bien, y era su deber decirle esas cosas. Después de todo, esperaba lo mismo de ella en caso de que él descuidara su aspecto. Se tocó la barbilla. Era poco probable. Si por un minuto creía que estaba engordando, ¡se pondría manos a la obra a la velocidad del rayo! No cabía la más mínima posibilidad de que terminara con una barriga cervecera y una papada como las de su padre. No podía evitar reírse de Jenny cuando ésta le decía la mucha presión que estaba soportando en el banco. No tenía ni idea de lo que significaba estar bajo presión. Desde que a él lo habían cambiado de departamento, el trabajo era mucho más duro de lo que había esperado. Le pagaban muy bien, eso era verdad, y los beneficios eran insuperables, pero le costaba sangre, sudor y lágrimas. Su jefe, McNamara, era un auténtico déspota, ¡los tendría trabajando todas las horas del día si pudiera! Aun así, la gente del trabajo era simpática. Todos los chicos del equipo tenían más o menos su edad, y siempre les apetecía ir al bar a tomar una cerveza el viernes por la noche. Por no mencionar a las chicas. ¡Dios! Tuvo que pellizcarse el primer día que entró en la oficina. Había una en concreto, Cara, que parecía extranjera, y de pelo largo y rizado, unos seductores ojos negros y unas piernas largas y esbeltas. Todos los de la oficina estaban convencidos de que se ponía minifaldas y tacones altos sólo para atormentarlos. ¡Era una muñeca muy sexy! Hasta entonces, Roan había resistido sus encantos. Hasta entonces. Había intentado portarse bien desde que se mudó a vivir con Jenny, y así dar una oportunidad a la relación. La verdad era que, después de lo que pasó con el viaje a Venecia, se había sentido muy culpable. Le había hecho mucho daño y no quería volver a hacérselo. Pero últimamente, pensó Roan, cambiando otra vez de canal, últimamente las cosas no estaban funcionando entre ellos. Lo tenía un poco abandonado. Sólo lo había intentado una vez, la pasada noche, pero Jenny le había dicho que tenía que levantarse temprano por una reunión o algo por el estilo. No podía recordar la última vez que se dieron un buen revolcón. Más valía que solucionara sus problemas o a él no le quedaría más remedio que empezar a buscar en alguna otra parte. Al fin y al cabo, no eran una pareja casada de mediana edad; a su edad, ¡deberían estar
haciéndolo todas las noches! Roan se hundió en el sofá, cerró los ojos y empezó a imaginar cómo sería acostarse con alguien como Cara. Casi podía notar su pelo sedoso acariciándole el pecho; y aquellas largas piernas entrelazadas con las suyas. Sonrió. Si alguna vez se le presentaba la ocasión, le iba a echar el polvo de su vida.
CAPÍTULO 22 Tessa abrazó a Karen y a Shane con entusiasmo cuando entraron en el restaurante, en Temple Bar. —¿Qué os parece? ¿No es precioso? —dijo, enseñándoles orgullosa el gran solitario en forma de almendra que llevaba en el dedo anular—. Gerry quería comprar uno más pequeño, pero en cuanto lo vi, supe que éste era el mío. —Es fabuloso —contestó Karen probándoselo, al tiempo que se preguntaba cómo se las apañaba Gerry para poderse permitir un anillo tan caro con lo que ganaba. El de ella, se veía pequeño en comparación. Aunque no era que eso importara, pensó, mirando a Shane con ternura. ¡Ni siquiera le habría importado que le hubiera dado, al estilo Homer Simpson, un aro de cebolla! Saludó a los demás. Estaban sentados a la barra, con unas chicas que Karen no reconoció. Probablemente, pensó, serían compañeras de trabajo de Tessa. —¿Dónde están Jenny y Roan? —preguntó esta última mirando con impaciencia hacia la puerta—. Ya estamos todos y creía que vendrían con vosotros. —No preguntes —respondió Karen con sequedad. Tessa arqueó una ceja. —¿Otra vez hay problemas en el paraíso? —Eso no tiene nada de paraíso, al menos en los últimos tiempos. Quedamos en que los pasaríamos a buscar con el taxi y, cuando llegamos allí, Jenny bajó al portal y nos dijo que fuéramos tirando, que Roan todavía no había vuelto del trabajo y que vendrían más tarde. —Sacudió la cabeza—. Era obvio que estaba mintiendo. Apuesto a que él estaba arriba, y que estaban discutiendo. —Últimamente discuten mucho, ¿no? —preguntó Tessa—. Desde que se fueron a vivir juntos, quiero decir. Karen encendió un cigarrillo, con la esperanza de que no estuviera prohibido fumar. —Jenny está pasando una mala época. —Prendió una cerilla y dio una honda calada al cigarrillo—. Soporta mucha presión en el trabajo y Roan, por lo que veo, no la ayuda demasiado. —Hace muchísimo que no veo a Jenny. Por eso tengo tantas ganas
de que vengan esta noche; creo que a ella le hará bien. —Ya veremos —contestó Karen—, pero me sorprendería que viésemos a Roan. Después de todo, no es que haga muchos esfuerzos con los amigos de Jenny, ¿no crees? —Dímelo a mí. No me ha dirigido más de dos palabras desde el día en que le dije que se marchara. ¿Recuerdas? El día ese en que tú te fuiste a casa a buscar... —Tessa inclinó la cabeza señalando a Shane. —¡No me lo recuerdes! —pidió la otra, y le guiñó un ojo a Shane cuando éste se abría paso para sentarse a su lado. —¿De qué estáis charlando vosotras dos? —preguntó rodeándole a Karen la cintura con el brazo—. De vestidos de novia, supongo. —En absoluto —contestó ella escueta tomando un trago de vino. Tessa la miró, como dudando si decirlo o no. —Nos estábamos preguntando si Jenny y Roan iban a venir — explicó finalmente mirando su reloj—. La mesa pronto estará lista. —Bueno, ahí tienes la respuesta —dijo Shane señalando la puerta por la que acababa de entrar Jenny, con aspecto agobiado. —Te dije que él no vendría —murmuró Karen en voz baja mientras su amiga se acercaba a ellos. —¡Hola a todos! —saludó Jen. No tenía buen aspecto, pensó Karen, observándola mientras Tessa le mostraba su anillo de compromiso. Para una ocasión como aquélla, la antigua Jenny se habría puesto de punta en blanco. Ahora, en cambio, llevaba una camiseta larga y negra, unos pantalones negros y muy poco maquillaje; por otra parte, su pelo parecía más claro de lo habitual. Mientras los acompañaban a la mesa, Karen se preguntó si habría cambiado de peluquera. Al tomar asiento, Jenny le sonrió desde el otro lado de la mesa. —Antes de que preguntes, no sé dónde está. Aún no ha vuelto del trabajo, y no he podido contactar con él. Odia los teléfonos móviles. —Jen, no es cosa mía. —Karen bajó la mirada para leer el menú, e intentó morderse la lengua. ¡Típico de Roan! Probablemente se había escabullido en el último momento dejando a Jenny plantada otra vez. ¡Era para matarlo! —Jenny, te veo diferente, ¿te has cortado el pelo? ¡Au! —Shane recibió una patada de Karen en la espinilla y Jenny se puso un poco roja. —Lo sé, lo llevo horrible —dijo tocándose la cabeza—. Me compré
uno de esos kits para teñirse en casa y me lo hice ayer yo misma. Normalmente voy a la peluquería, por eso me veis un poco rara. —Y sonrió tímidamente mirando a los demás que estaban sentados a la mesa. —No, no. Quería decir que te queda bien. —Shane se sintió aliviado al ver aparecer a la camarera para tomar nota. —No es muy normal en ti hacer este tipo de cosas, Jen —intervino Tessa intentando aligerar la situación—, pero te digo una cosa, para tratarse de un kit de esos, no te queda mal. Karen se sintió fatal por Jenny, se la veía turbada. Había tenido que recurrir a un tinte casero obviamente porque no podía permitirse ir a la peluquería. Y probablemente por la misma razón no se había comprado nada nuevo para esa noche. Pensándolo bien, ¡hacía mucho, mucho tiempo que no le veía nada nuevo! ¡Maldita fuera, aquel caradura debía de seguir sin pagar su parte del alquiler, y Jenny tenía que poner la diferencia! ¡Le debería una fortuna! Su amiga no estuvo especialmente animada durante la cena. A Karen le pareció como si tuviera la mente en otro sitio. Probablemente, preguntándose dónde estaría el mierda de Roan, pensó con amargura. Cuando estaban escogiendo los postres, Tessa anunció que quería ir de copas por Temple Bar. Y propuso empezar por el Buskers. Shane gruñó: —La última vez que fui a ese sitio, acabaron echándome. Karen lo miró con curiosidad. —¿Por qué? ¿Qué hiciste? —Ya me acuerdo —se rió Aidan desde el otro lado de la mesa—. Se quedó dormido en el retrete. Lo echaron porque eran casi las tres de la mañana, e iban a limpiar. Algún pobre desgraciado tuvo que trepar por encima de la puerta para despertarlo. ¡Imagínate el panorama: Quinn roncando con los pantalones en los tobillos! El aludido se moría de vergüenza, mientras todos los demás se reían a carcajadas. —Humm... Eso no lo sabía —dijo Karen, fingiendo estar seria—. ¿Qué otra cosa no sé sobre tus travesuras cuando te emborrachas? —Hoy pórtate bien, Shane, por favor —lo regañó Tessa observando la sonrisa picara de ésta—. No quiero que metas a mi prometido en ningún lío. —Es que eres una mala influencia, Shane Quinn —prosiguió Karen sin dejar de reír—. Será mejor que cuide de ti esta noche, nunca se sabe
qué puedes acabar haciendo.
CAPÍTULO 23 Jenny con aire melancólico, observaba a las dos parejas que caminaban delante de ella cogidos de la mano. Eran muy afortunados, pensó, sin dejar de mirarlos. Shane rodeó a Karen con el brazo y le dio un beso en la cabeza. Y por lo que parecía, Tessa y Gerry eran muy felices, con un futuro prometedor. Verlos juntos hacía que aún se sintiera peor por lo de Roan. A principios de semana, le había avisado de que iban a salir, y él le dijo que iría, pero ¿dónde estaba? Le había dicho que iban un poco retrasados con el proyecto, sin embargo, ¿estarían trabajando hasta tan tarde un viernes por la noche? Aunque, al parecer, su jefe era una especie de déspota, y quizá no había tenido más remedio que quedarse. Pero en ese caso podría haberla avisado. Tessa estaba muy guapa esa noche, pensó, admirando a su amiga, que, bajo una chaqueta de piel de imitación, llevaba un vestido de gasa color plateado, descubierto en la espalda. No se le veía ni un michelín y, para tratarse de un vestido tan ceñido, eso era casi una proeza, pensó Jenny con envidia. Si ella se pusiera un vestido como aquél, la gente pensaría que estaba embarazada. Y es que había engordado tanto... Por lo menos, la camiseta negra le escondía el abultado vientre. Roan estaba en lo cierto. Tenía que intentar perder unos kilos. Era curioso que Jenny nunca antes se hubiera preocupado realmente por el peso; quizá era la edad. Una vez leyó en una revista que, al hacerse mayor, se iba engordando cada año algunos kilos porque los músculos del cuerpo empezaban a debilitarse. Eso debía de ser lo que le estaba pasando a ella. Tendría que cuidarse. Después de todo, sólo tenía veintiocho años. Si no ponía remedio, ¡cuando cumpliera los treinta estaría hecha una bola! —¡Vamos, chicos, entremos aquí a tomar algo! —Tessa les hizo señas a todos para que la siguieran dentro del bar, que estaba hasta los topes de gente. La zona de Temple Bar siempre estaba abarrotada, especialmente los viernes por la noche. Jenny fue a por una copa y, al verse reflejada en el espejo de detrás de la barra, hizo una mueca. ¡Tenía el pelo hecho un desastre! No volvería
a usar uno de esos productos nunca más. Le había teñido las raíces, pero también le había secado el cabello, cosa que hacía que los rizos le quedaran enmarañados. No conseguiría que la cogieran en ninguna peluquería de Dun Laoghaire ni pagando una fortuna. —Jen, aquí! —sonrió Karen dando una palmadita a la silla que tenía al lado. —Este bar está a tope, ¿no? —comentó ella dejando la bebida encima de la mesa—. Hemos tenido suerte de poder sentarnos. —Ni que lo digas. —Karen encendió otro cigarrillo—. Tessa ha corrido hacia la mesa en cuanto ha visto que se marchaba un grupo de chicas. ¿Has visto cómo iban? Parecía que celebraran una despedida de soltera. —Tessa será la siguiente —contestó Jenny—. Estoy asombrada de que Gerry y ella se casen tan pronto. Noviembre está a la vuelta de la esquina. —Así es, pero al parecer lo tiene todo prácticamente organizado. Una vez que él se lo propuso, ha sido visto y no visto. Jenny miró a Karen con aire pensativo. —Y tú, ¿ya le has dicho algo a Shane? La otra negó con la cabeza. —No. Aunque debería hacerlo pronto. No deja de lanzar indirectas, y está empezando a preocuparme. Jenny rió. —A veces no te entiendo en absoluto. Normalmente, las mujeres se mueren por organizar los preparativos de la boda, ¡no al revés! Karen puso los ojos en blanco. —Para serte sincera, la idea de organizado todo: el hotel, la lista de los invitados... no me hace ninguna gracia. Por no mencionar el hecho de encontrar el vestido perfecto. Es suficiente como para que a cualquiera se le pasen las ganas de casarse. —A mí no —replicó Jen—. Daría lo que fuera por estar ahora en tu lugar. La otra no dijo nada. Tessa se acercó a la mesa poniéndose la chaqueta. —Bueno, venga las dos. Acabad que nos vamos. —¿Ya? —exclamaron al unísono—. Pero ¡si acabamos de encontrar una mesa! —Hey, que estamos yendo de copas, y aún nos quedan otros diez bares para visitar. ¡Vamos!
—¿Cómo será la noche en que tengamos que celebrar una despedida de soltera? —rió Jenny mientras se encaminaba hacia la puerta delante de Karen. No pudieron recorrer diez bares, como Tessa quería, porque, al poco rato, Gerry ya no aguantaba más. Los chicos habían estado tomando un chupito de Southern Comfort en cada bar, y cuando llegaron al quinto, Gerry se derrumbó. —No me lo puedo creer —exclamó Tessa, que sólo entonces empezaba a achisparse, mientras su prometido tenía la cabeza apoyada sobre una de las mesas—. Tendré que llevármelo pronto, no aguantará mucho más. ¡Y esta noche yo quería ir a bailar! —Tranquila. Ya me ocupo de él —dijo Shane—. Mañana tengo que trabajar media jornada, así que no pensaba quedarme hasta muy tarde. —¡Oh, no! —se lamentó Tessa—. Karen, tú te quedas, ¿no? —Claro que me quedo. Yo no tengo que levantarme pronto mañana —dijo, abrazando a Shane—. No te importa, ¿verdad? —No, y tal como está la cosa, será mejor que me vaya mientras pueda. ¡No quiero terminar esta noche en el Copper Face! Jenny volvió a la mesa un poco tambaleante. —Aidan me ha hecho tragar un chupito de tequila, ¡qué asco! —Sacó la lengua en señal de repugnancia—. ¿Quién se viene al Copper Face? —preguntó acto seguido. —¡Yo no! Me marcho —contestó Shane poniéndose en pie. Le dio un beso rápido de despedida a Karen y, tras algunas dificultades, finalmente pudo despegar a Gerry de la silla. Tessa los miró mientras se marchaban y luego se frotó las manos con regocijo. —Bueno, ahora puedo desmelenarme. ¿Quién se apunta a otra ronda? —exclamó, corriendo hacia la barra como una niña suelta en una tienda de caramelos. Horas más tarde, Jenny, Karen, Tessa y el resto del grupo, agotados, se fueron a la discoteca. —¡Au! ¡Estos zapatos me están matando! —se quejó Tessa mientras dejaba el abrigo en el guardarropa—. No sé por qué hemos tenido que venir andando. ¡Deberíamos haber cogido un taxi! —¿Ah, sí? ¿Y quién quería ver los escaparates de las tiendas? — replicó Karen riendo. Tras unas cuantas rondas, a Tessa se le había ocurrido la descabellada idea de que tenía que empezar a buscar el vestido {9}
de novia, y había arrastrado a Jenny, a Karen y a sus otras amigas, Katie y Caroline, al escaparate de una tienda de novias de Grafton Street. Luego, se fueron andando desde allí a Copper Face Jack, donde habían quedado en encontrarse con Aidan y los demás. —¿Distingues a alguien? —gritó Karen, estirando el cuello para ver la pista de baile mientras se abría paso hacia la barra abarrotada de gente. —Si están aquí, la pista de baile sería el último lugar donde los encontrarías —contestó Tessa antes de empezar a tararear el remix dance de una canción de U2—. Son hombres, ¿recuerdas? —Puede que estén en el bar del piso de arriba —gritó Jenny intentando que la oyeran por encima de la música. —De todos modos, vamos a pedir algo de beber. ¡Oh, gracias! — dijo Tessa con una amable sonrisa, dirigiéndose al chico que se había apartado para dejarla pasar delante de él en la cola de la barra. Karen puso los ojos en blanco en dirección a Jenny mientras ambas observaban cómo Tessa le lanzaba miraditas al camarero, intentando llamar su atención. Era un viejo truco: intentaba darle pena al chico poniendo cara de no haber roto nunca un plato. Funcionó, el joven la atendió en un santiamén, pasando de todos los demás. Con las bebidas en la mano, las chicas se encaminaron hacia donde estaban Katie y Caroline, cerca de la pista de baile. —Parece como si esto se estuviera transformando en una fiesta de chicas —comentó Tessa, buscando inútilmente a los demás—. Oooh, escuchad, ¡me encanta esta canción! ¡Vamos! —cogió a Karen y a Jenny de la mano, y prácticamente las arrastró a la pista. —No, yo me quedaré aquí con las bebidas —se resistió Jenny dejando asombradas al resto de las chicas. —Pero ¡si te encanta esta música! —exclamó Karen. —No, id vosotras... en serio. Jen miró cómo las chicas exhibían sus encantos en la abarrotada pista de baile. No sabía muy bien por qué, pero de repente le había desaparecido toda la euforia. Lo último que quería en aquellos momentos era estar allí. La gente y el ruido la molestaban. Incluso la bebida parecía haber dejado de hacerle efecto. Debía de ser por la caminata, pensó. El aire fresco le había quitado la borrachera. Miró amenazante a una chica alta con tacones, que se tambaleaba a su lado, y que casi la tiró al suelo.
—¡Eh, mira por dónde andas! —le dijo, sintiéndose más y más molesta e incómoda a cada minuto que pasaba. Pocas canciones después, las chicas volvieron de bailar, riendo y sudadas debido al ejercicio. Jenny se preguntó por qué todas parecían estar susurrándose cosas entre ellas. Se sintió otra vez irritada, y de hecho estaba a punto de decirles que se iba cuando empezó a sonar otra canción. Entonces se dio cuenta de por qué estaban susurrando. —¡Es tu favorita! —exclamó Karen—. Le hemos pedido al dj que te la pusiera. En teoría, tenía que haber dicho a quién está dedicada, pero debe de haberlo olvidado. Venga, ¡tienes que salir a bailar ahora mismo! —y quitándole el vaso de la mano, se lo pasó a Katie, que era una fan del grunge y se negaba a bailar nada remotamente parecido a la música pop. A Jenny no le quedó más remedio que seguir a las chicas a la pista de baile. Jen, Karen y Tessa se cogieron del brazo con la intención de hacerse hueco para poder moverse. Mientras bailaban, Jenny cantaba a pleno pulmón. Ya se sentía mucho mejor, pensó. Estaba empezando a disfrutar de verdad, cuando, al final de la pista, vio algo que rompió su mundo en mil pedazos.
Roan no podía creer su suerte. La Mujer de Hielo finalmente se había soltado, ¡y de qué manera! Sabía que el resto de los chicos se morían de envidia al verlo con Cara, especialmente Pete Brennan. ¡Su expresión no tenía desperdicio! Pete había convencido a todos, incluso a sí mismo, de que Cara estaba loca por él, y había hecho una apuesta con Mark Dignan sobre que se liaría con ella esa misma noche. Bueno, Pete podía ser bueno con las mujeres, pero no tanto, pensó Roan. Esa misma tarde, todos se habían llevado una sorpresa cuando ella se apuntó a ir al bar. Normalmente, Cara no se dignaba salir con sus compañeros de trabajo, siempre era como si tuviera algo mejor que hacer. A las demás chicas de la oficina les caía mal, consideraban que se daba muchos aires, y por eso siempre la estaban criticando a sus espaldas. —Esta Cara Stephens se cree muy especial, con sus trajes de Prada y sus zapatos Gucci —murmuró la recepcionista, Lynne Jenkins una mañana, después de que Cara hubiera recogido sus mensajes sin ni siquiera darle las gracias. Poco después, Cara volvió a la recepción y, frunciendo el cejo, le
devolvió a Lynne un papel. —Esto es totalmente ilegible —dijo secamente—. No tiene mucho sentido que tomes nota de mis mensajes si después no puedo descifrar quién me los ha dejado. Ah, y dicho sea de paso, Lynne, el traje es de Next y los zapatos son de Dunnes, ¿vale? A la chica se le puso la cara y el cuello del color de la remolacha mientras Cara fijaba en ella una mirada capaz de cortar diamantes. No se le ocurrió ninguna respuesta, y la otra dio media vuelta sobre sus tacones Dunnes y se fue, con la cabeza erguida. De hecho, Cara era fría y antipática también con los hombres de la oficina, con la notable excepción de Pete Brennan, con quien solía trabajar. Roan nunca había colaborado con ella en un proyecto, y por eso creía que tenía pocas posibilidades. Se contentaba por tanto con mirar sus largas piernas y su cuerpo perfecto cuando pasaba por delante de su mesa. Pete siempre estaba dando la lata con que él le gustaba a Cara, pero Roan no acababa de verlo. Cara no era el tipo de chica que coquetearía en la oficina. Tenía mucha más clase que eso. Siempre parecía tenerlo todo controlado y que nada la perturbaba. Incluso cuando McNamara la presionaba para terminar un proyecto, ella mantenía la compostura, sin estresarse por nada. Su constante y considerable frialdad hacia el resto de sus compañeros de trabajo había hecho que se ganara el sobrenombre de «Mujer de Hielo». Mark Dignan le había explicado todo eso a Roan pocos días después de que éste se uniera al equipo. La chica nunca iba a tomar algo con ellos, le dijo, ni siquiera en Navidad. —Viene a la cena para hacer acto de presencia, pero en cuanto retiran los platos, se va. Roan se sintió interesado por ella desde el principio; todo hombre con sangre en las venas se sentiría atraído por su figura, por no mencionar el hecho de que era fría, distante y no le dedicaba ningún tipo de atención. Y Roan no estaba acostumbrado a que las mujeres pasaran de él. Esa noche en el bar se había soltado un poco. La semana había sido de locura, y todos los del equipo habían trabajado como posesos para conseguir acabar a tiempo el proyecto de la compañía de seguros Second Direct. La oficina estalló de alegría cuando McNamara anunció que los invitaba a todos a tomar algo al terminar. —A ti también, Cara —le dijo—. Esta vez no te escapas; todos
merecemos celebrar que hemos terminado, después de la semana tan terrible que hemos pasado. Para sorpresa de Roan, la joven aceptó, y en el bar se tomó copa de vino tras copa de vino como si fuese a haber una inminente escasez de uva. Pete Brennan se había apostado cincuenta euros con Roan y Mark a que Cara terminaría invitándolo a su casa al final de la noche. Eso fue para Roan una especie de desafío. Justo en ese momento, decidió que iba a borrar aquella estúpida sonrisa de la cara de su compañero. Los encantos de Pete Brennan no tenían ni punto de comparación con los suyos cuando se trataba de conquistar a una muñeca. Lo iba a noquear. Cuando Roan empezó a hablarle en el bar, Cara se mostró un poco desconfiada; él puso en marcha sus métodos: halagó su apariencia, se mostró profundamente interesado en todo lo que ella decía... A menudo, eso le bastaba para que muchas chicas cayeran rendidas a sus pies. Con ella no fue así. Le resultó muy difícil que se soltara. Hasta que Roan no sacó el tema del trabajo, no se animó la conversación. A Cara se le iluminaron los ojos cuando empezó a hablarle entusiasmada de Evanston Corporation. Entonces, poco a poco, a medida que avanzaba la noche y se iban vaciando las copas, los cumplidos de Roan y sus indirectas finalmente empezaron a surtir efecto. Pete se puso furioso cuando se dio cuenta de lo que Roan tramaba. Intentó muchas veces unirse a la conversación, pero el otro, muy experimentado en monopolizar la atención de una mujer, no le daba cancha. Incluso Roan se quedó sorprendido cuando, un rato después, Cara decidió ir de fiesta con ellos. Mark había insistido en que fuesen al Copper Faced Jack, «el mejor garito de Dublín», porque allí podría conseguir «un poco de acción». Roan cogió a Cara de la mano mientras caminaban con los demás hacia Stephen is Green, y ella no le rechazó. Antes de llegar a la discoteca, de repente, Cara empujó a Roan a un portal y lo besó en la boca con urgencia. El quedó totalmente descolocado de que ella diera el primer paso. Después de todo, no estaba muy seguro de si él iba a dar ninguno, era más una cuestión de cabrear a Pete Brennan, dejarle el ego por los suelos y ganar la apuesta. Tenía que pensar en Jenny. Su relación se había salvado por los
pelos ya demasiadas veces. Aun así, se debatía consigo mismo. Cara tenía un cuerpo como para tentar a cualquier hombre: soltero o casado. Y, de todos modos, Jenny no iba a darse cuenta. Estaba tan metida en el trabajo últimamente que apenas le dedicaba tiempo. Y si ella descubriera que había estado besuqueando a una chica, difícilmente podría culparlo por haber buscado un poco de afecto en otro sitio. Fuera como fuese, no se enteraría. Lo más seguro era que estuviese en casa, sentada frente al televisor, hecha polvo debido al trabajo. Se había pasado la semana repitiéndole lo agotada que estaba. No había la menor posibilidad de que saliera de juerga esa noche. La discoteca estaba abarrotada y tan pronto como entró, Roan se dio cuenta de que no estaba de humor para discotecas. —¿Quieres que salgamos de aquí? —le preguntó Cara haciéndose oír por encima de la música—. Está muy lleno. Roan la miró durante un instante, inseguro sobre lo que quería hacer. Sería lo más fácil del mundo ir con ella a algún sitio, tener lo que estaba seguro que sería un sexo fantástico, y luego volver al piso con Jenny. Lo más probable era que la encontrase durmiendo y que no sospechara nada. Roan dudaba, no sabía muy bien por qué. Después de todo, pensó, mirando por encima del hombro hacia la barra, donde estaban los demás, si no se iba con Cara quedaría como un estúpido. Pero ¿era eso realmente importante? Justo entonces, una de las canciones favoritas de Jenny empezó a sonar por los altavoces. Cara, al parecer frustrada porque no había contestado a su pregunta, lo acercó hacia ella y lo besó con urgencia, esperando que eso le aclarara las ideas. Rápidamente, Roan se separó de ella. Era suficiente, pensó. No iba a seguir con aquello, oír aquella canción era sin ninguna duda algún tipo de señal. Estaba a punto de decirle a Cara que se iba a casa solo, cuando vio a Jenny mirándolo aturdida y desconcertada desde la pista.
CAPÍTULO 24 —Es la última personas a quien quiero ver hoy —susurró Jenny al teléfono. Confiaba en que Barry Ferguson, que se acercaba al archivador que quedaba justo al lado de la oficina de Jenny, no oyera su conversación con Jackie, la recepcionista. De ninguna manera aprobaría que ella se negase a reunirse con Robbie Courtney. Robbie, hijo de Dan Courtney, un hotelero local, tenía varias cuentas de inversión en la sucursal. Es decir, se trataba de un colega de golf y de un «amigo muy cercano» de Barry. —¿Puedes pedirle que venga otro día, Jackie? —prosiguió Jenny en voz baja—. Ahora estoy hasta el cuello, y con Conor enfermo, no tengo un minuto que perder. —De acuerdo —contestó Jackie secamente, cortando la conversación. Jenny negó con la cabeza mientras colgaba el teléfono. La chica estaba molesta porque ahora sería ella quien tendría que hacer frente a la cólera de Robbie Courtney por el hecho de que Jenny no quisiera atenderle. Bueno, no había nada que pudiera hacer al respecto, pensó, volviendo a la pantalla del ordenador. Bastante tenía con su trabajo como para tener que preocuparse por los enfados de adolescentes malcriadas. Hacía una semana que Conor estaba enfermo y, sin él, el trabajo parecía no tener fin. Miró el reloj de la esquina del ordenador. Era casi la hora de comer. Karen estaba en Dun Laoghaire, visitando a un familiar en el hospital de Saint Michael. Habían quedado en encontrarse para almorzar juntas en un pequeño café del paseo marítimo. Jenny tenía muchísimas ganas de que llegara la hora. No veía a su amiga tanto como le gustaría desde que se mudó de Rathmines a Dun Laoghaire, hacía ya casi seis meses. A Karen le pareció una locura que hiciera las maletas y dejara a todos sus amigos casi en seguida de romper con Roan. —Estarás lejos y sola, Jen —le había dicho—. Necesitarás amigos a tu alrededor que te ayuden a pasar por esto. Pero ella se mostró firme. No quería quedarse sola en el piso que había compartido con Roan; contenía demasiados recuerdos. El hecho de que, poco después, el propietario subiera el alquiler
hizo que acabara de decidirse. No necesitaba un apartamento de dos habitaciones; y no quería alquilar un sombrío cuarto en un piso de estudiantes. Encontró una vivienda espaciosa, con vistas al puerto de Dun Laoghaire, perfecta para ella, y abandonó Rathmines sin mirar atrás. Necesitaba soledad y mucho tiempo para pensar en todo lo que le había pasado. No habría soportado quedarse en Rathmines; aparte de que sabía que, si seguía allí, fácilmente caería de nuevo en brazos de Roan. Por su bien y por su propia salud mental, Jenny era consciente de que necesitaba mantenerse lo más lejos posible de él. Al principio pasaba muchas noches fuera, en el balcón, mirando el mar, los barcos de pesca y los ferrys entrando y saliendo del puerto, mientras su mente reproducía las palabras que Roan había pronunciado, todas las mentiras que le había contado durante todo el tiempo que pasaron juntos. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Jenny se hacía esa pregunta una y otra vez. Recordaba todas las veces que la había decepcionado en el pasado; todas las patéticas excusas que le había dado. Y aun así, deseaba que Roan la abrazara y le dijera que había cometido un terrible error; que todo era un horroroso malentendido y que sólo la amaba a ella. De forma no muy sorprendente, él ya había intentado contarle todo eso después de que ella lo pillara con las manos en la masa con esa chica. Jenny la reconoció: era una de sus compañeras de trabajo de Evanston. Ambas se habían conocido brevemente en la fiesta de Navidad que organizó Roan. Entonces Jenny pensó que era muy reservada. Quizá por eso lo era. Quizá ella y Roan hacía mucho tiempo que se veían a sus espaldas. Hasta esa noche, no era consciente de cuánto dolor se podía llegar a sentir. Era como si tuviese a Roan clavado muy hondo, y, desde ahí dentro, él le hubiera cogido el corazón y se lo hubiera retorcido. Al verlos juntos, se sintió mareada y enferma, pero aun así, no podía creer que fuera Roan hasta que él levantó la vista y la vio mirándolos. Ésa fue la última vez que se vieron, pensó Jenny sin dejar de teclear mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Había salido corriendo de la discoteca hacia casa sin pararse ni a coger aire. Después de eso, Karen se mostró dura como una roca. Se aseguró de que Roan se mantuviera lejos del piso y lejos de Jenny, que, apagada, se
negaba a verlo, aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Sabía que, si lo miraba a los ojos, cabía la posibilidad de que cayese otra vez en sus excusas. Por su propio bien no podía dejar que eso sucediera; no otra vez. Karen puso una cama para Jenny en su propia casa, y supervisó cuando Roan fue al piso a recoger sus cosas. Tampoco se mordió la lengua al decirle a ella lo que pensaba de él, pensó Jenny haciendo una mueca al recordar su conversación con una Karen particularmente bruta. Roan la había llamado muchas veces al trabajo para «explicárselo todo»; en esas ocasiones le decía que la quería, pero Jenny se mantuvo firme. Se había negado en redondo a quedar con él, a escuchar sus explicaciones. Al final, le pidió a la recepcionista que no le pasara sus llamadas. Había sido muy difícil no verlo ni dejar que se explicara pero Jenny sabía que si no resistía entonces nunca lo haría. Le llevó meses de introspección darse cuenta de lo mala que había sido su relación. Irse de Rathmines y poner distancia entre ella y Roan le dio el tiempo y el espacio que necesitaba para verlo todo con claridad. Aun así, el tiempo transcurrido no había hecho desaparecer su amor por él. Era algo de lo que no podía prescindir. Todavía no. Cogió un archivo y lo estudió ausente. Por la manera en que se había comportado después de la ruptura, era un milagro que no hubiera perdido su trabajo en el banco. Después de unas cuantas semanas paseándose como una zombie, incapaz de concentrarse en nada, un día Barry la llamó a su despacho. —Eres una trabajadora excelente, Jenny, pero últimamente has cometido muchos errores, y Marión me ha dicho que has tenido muchos problemas para concentrarte en la formación —dijo en tono «puedo ayudarte»—. Si necesitas hablar de cualquier cosa que te preocupe, por favor, no dudes en decírnoslo a mí o a Marión. No somos estúpidos, es obvio que hay algo serio que te preocupa, y no queremos que afecte a tu carrera con nosotros. —Sonrió y le dio unas paternales palmaditas en la mano. Jenny estaba avergonzada. En aquel mismo instante decidió sobreponerse y guardar su tristeza para cuando estuviera fuera del trabajo. Sabía que Barry tenía buenas intenciones; sin embargo, la conversación había sido terriblemente embarazosa. Marión asomó la cabeza por la puerta de la oficina.
—Jenny, ya es más de la una, será mejor que vayas a comer. Levantó la vista, sobresaltada. Con sus meditaciones, no se había dado cuenta de que ya había pasado media hora, y había llegado el momento de su cita con Karen. Cogió el bolso y el abrigo, fue al piso de abajo y salió al fresco día de septiembre un poco apresurada; impaciente por escuchar las nuevas de su amiga.
Karen gruñó y apartó el plato. Estaba comiendo con Jenny en Ginois, un café italiano cercano al paseo marítimo. Sorprendentemente, considerando la hora del día y la calidad del menú, el lugar estaba tranquilo. Karen, que había pedido bruschetta, hizo un esfuerzo por terminarse el inmenso plato de ensalada italiana. —La semana pasada me compré un vestido maravilloso en Ben de Lisi para la boda de Tessa. Es muy ajustado y, si sigo así, ¡nunca podré ponérmelo! ¿Recibiste tu invitación? Jenny tomó un sorbo de agua mineral y asintió: —Me llegó la semana pasada. A juzgar por la elegante invitación, diría que será algo de categoría. —¡De categoría no es la palabra! —la contradijo Karen—. Creo sinceramente que pretende superar a la realeza, con ese vestido de novia y los anillos de boda que ha encargado. Aunque ¡no sé de dónde va a sacar los tronos! Jenny sonrió. —Deberías ver la cantidad de revistas de novias que se ha comprado —continuó Karen—. A estas alturas, juraría que Gerry ya debe de estar hasta la coronilla de la boda. ¡Tessa está poseída! —Oh, bueno, en dos meses habrá pasado todo. —Jenny se metió un tomate cherry en la boca—. Tengo muchas ganas de que llegue el día. No he pasado una noche decente desde hace mucho. Karen miró a su amiga con preocupación. —Deberías salir con nosotros más a menudo. No puede ser bueno que pases tanto tiempo sola. —Karen, no empieces. Hablas como si estuviera a miles de kilómetros de distancia. En fin, estoy bien como estoy, de verdad. Lo estoy superando; ya estoy mucho mejor.
Karen no estaba convencida. No podía creer el cambio que había experimentado Jenny en los últimos meses. Estaba delgada, y se la veía demacrada; la ropa prácticamente le colgaba del cuerpo, porque había perdido muchos kilos. Además, tenía ojeras, y no parecía preocuparse mucho por disimularlas con maquillaje. Su amiga se comportaba como una persona completamente distinta de la alegre, vibrante y glamurosa joven que había compartido piso con Karen hacía casi un año y medio. Desde que se mudó a aquel nuevo apartamento, grande y vacío, Jenny no se había mantenido tan en contacto como a Karen le hubiera gustado. No podía recordar la última vez que salieron de juerga las dos juntas. Quizá debería intentar organizar algo. Era como si Jen le estuviera leyendo el pensamiento, porque sonrió y le dijo: —No me mires así, Karen. Estoy bien, de verdad. —Lo sé, pero me gustaría que vinieras a visitarnos más a menudo, eso es todo. Shane siempre pregunta por ti. —Debería ir a ver lo que has hecho con la casa. ¿Ya terminasteis con las habitaciones? —¿Tú qué crees? —Karen pareció momentáneamente avergonzada. —No me digas que no habéis hecho nada desde entonces — exclamó Jenny abriendo los ojos sorprendida. La otra hizo una mueca. —Ya sabes cómo soy, Jen. Me encanta empezar las cosas, pero luego me aburro fácilmente. —Pero es tu casa, Karen, ¡no puedes tener un montón de habitaciones inacabadas! ¿Qué piensa Shane? Su amiga bufó. —Es igual o peor que yo. Se le metió en la cabeza que sería capaz de cambiar él solo los azulejos de alrededor de la bañera y le pidió ayuda a un chico del trabajo, uno de esos cortadores de azulejos. —Puso los ojos en blanco y soltó una risita—. Deberías haber oído las maldiciones que salieron del cuarto de baño. —Pero ¿lo hizo? —preguntó Jenny, incapaz de aguantarse la risa. —¡Qué va! Tuve que pedirle que llamara a un profesional para que arreglara aquel desastre. Costó una fortuna, pero no podíamos dejarlo como estaba: la mitad azul oscuro y la otra mitad amarilla. ¡Parecía una bandera del GAA Tipperary! Como mínimo, ahora nadie puede decir que el baño esté a medio terminar. {10}
—Desde luego... —comentó Jenny sacudiendo la cabeza con preocupación—, estáis hechos el uno para el otro; teníais que terminar juntos. —Sí, lástima de su familia —soltó Karen con sarcasmo. —¿A qué te refieres? Creía que tú y la señora Quinn os llevavais muy bien. Karen hizo un gesto negativo con la cabeza. —Sí, con Nellie nos llevamos bien a veces, al que no puedo soportar es al hermano. ¿Recuerdas a Jack, su hermano mayor, el que vive en Londres y nos avaló la hipoteca? Jenny asintió. —Bueno —continuó Karen—, pues se está comportando como un imbécil desde entonces. Shane se arrepiente de haberle pedido el favor. —No lo entiendo. Creía que él se había ofrecido a ayudaros —dijo Jen frunciendo el cejo. —Yo también. Sin embargo, por lo visto fue idea de Nellie. Al principio él no estaba de acuerdo, pero creo que su madre lo hizo sentirse culpable. Ya sabes que tiene dos casas y mucho dinero, en cambio el pobre Shane estaba empezando desde cero. —Pidió un té al camarero—. Estuvo en su casa de Meath hace dos semanas y fuimos a visitarle. No lo había visto desde que lo conocí, y quería darle las gracias en persona por lo que hizo. Gran error. —¿Por qué? ¿Qué pasó? —preguntó la otra inclinándose hacia adelante. —Se comportó como un completo idiota. Todo el rato estuvo haciendo comentarios irónicos sobre el empleo de Shane. Dijo que estaría muchísimo mejor si se hubiera quedado en Alemania. Más o menos, insinuaba que el trabajo que ahora tiene no es lo bastante bueno, y que tal vez tendría problemas para pagar las mensualidades. Deberías haberle oído, Jen. Fuimos a un bar, y no dejaba de mirar a Shane cada vez que éste se pedía una cerveza. Era como si su hermano estuviera yendo de juerga todos los días de la semana ¡sin importarle un comino la amortización de la hipoteca! —¡Eso es terrible! —exclamó Jenny—. Pobre Shane, ¡se debe de sentir fatal! Como si alguno de los dos hubiera dejado de pagar la hipoteca... Además, ambos tenéis un buen trabajo. —Bueno, ahora ya no podemos hacer nada. Si por mí fuera, le diría
a ese cretino que se quedara con su maldito aval y que ya nos las apañaríamos. Pero tenemos la hipoteca, y la casa, de modo que... —Se fue apagando. Ya en silencio, se echó una cucharada de azúcar en el té. —¿Habéis hecho algún plan para la boda? —preguntó Jenny cambiando de tema. —Bueno, ¿recuerdas que tuve por fin aquella pequeña charla con Shane sobre el asunto? El sigue sin entender cómo me siento, pero como mínimo últimamente no me presiona tanto para que fije una fecha. Ya veremos qué pasa después de la boda de Tessa. ¡Quizá eso me haga ver las cosas de otra manera! —le guiñó un ojo y se llevó la taza a la boca. —¡Entiendo que no vas a encargar tu vestido de boda a un diseñador! —comentó Jenny con picardía. —¡Ni hablar! —replicó la otra y se echó a reír—. ¡Esas cosas no están hechas para mí! —Miró el reloj de pared que había encima del mostrador del café—. Creo que dentro de un rato voy a ir de compras. Así aprovecharé al máximo mi día libre. —Yo también necesitaré pronto un día libre si quiero tener algo que ponerme para la boda de Tessa —dijo Jenny—. No puedo recordar la última vez que fui a comprar ropa. Karen vio su mirada ausente; parecía perdida en sus pensamientos. Probablemente estuviese recordando la última vez que había podido comprarse ropa nueva, pensó su amiga con amargura. Sabía que Jenny iba justa de dinero, después de todo lo que le prestó a Roan y que éste nunca le devolvió. Por no mencionar que le subieron el precio del alquiler del piso de Rathmines, y que Jenny tuvo que pagarlo sola hasta que se fue. Suspiró profundamente. Debería decirle algo. —Mira, Jen, no sé si debería decirte esto o no, pero... La otra levantó la cabeza de golpe. —¿Decirme qué? Su amiga cogió aire. —No sé si Roan se ha puesto en contacto contigo últimamente, o si te ha llamado al trabajo, pero... —Observó que a Jenny se le nublaban los ojos al oír mencionar su nombre. Obviamente, no sabía nada del asunto. Quizá ese bastardo la había dejado en paz de una vez por todas—. Bueno, creo que va a mudarse a Estados Unidos a finales de mes. Karen vio cómo Jenny se estremecía ligeramente.
—Oh... ya veo —contestó con voz apagada—. ¿Cómo, cómo lo sabes? —Se encontró con Shane en la ciudad hace un tiempo. Ya sabes que ellos dos siempre se llevaron bien. —Karen tuvo que resistir las ganas de añadir que era incapaz de entender cómo Shane podía sentir la más mínima simpatía por aquel mentiroso, cretino y embustero—. En fin —continuó—, fueron a tomar una cerveza, y Roan le contó que él y algunos de sus compañeros de la oficina de Dublín iban a ser trasladados de forma voluntaria a Evanston de Nueva York, para realizar un proyecto desde allí. —¿Con ella? —preguntó Jenny con un hilo de voz, esquivando aún su mirada. —No —contestó Karen—. Roan le dijo a Shane que esa noche fue un gran error. No sé si lo dijo porque sabía que Shane vendría a contármelo, y que yo no tardaría en decírtelo a ti. Al parecer, ella tiene un hijo de dos años. Quizá Roan no quería jugar a ser papá. Karen se hubiese dado de bofetadas cuando vio la mueca de dolor de su amiga. —Jen, lo siento —añadió con delicadeza—. No quería ser tan insensible; es que a veces no puedo aguantarme. Perdóname. Jenny cambió de expresión. —No te preocupes, sé cómo te sientes, y tienes razón. Aunque aún me duela hablar de él. —Le brillaban los ojos—. ¿Le dijo a Shane cuánto tiempo iba a estar fuera? —No estoy muy segura. Por lo que Shane me contó, entendí que en principio sería por unos meses, pero que luego quizá se quedara más tiempo, dependiendo de cómo le fueran allí las cosas. Karen la miró con expresión preocupada. Jenny estaba muy triste. No estaba bien, todo lo contrario. —Lo lamento, Jen. Tenía que decírtelo, me parecía que deberías saberlo. Créeme, me gustaría habértelo ocultado hasta que se hubiera ido, pero ¿qué clase de amiga sería entonces? No habría sido justo por mi parte no contártelo. Sólo en el caso de que quieras... —¿Qué? —preguntó Jenny con sequedad—. ¿En caso de que quisiera decirle adiós? —En su cara apareció una mirada firme y convencida. Entonces irguió la espalda—. Karen, Roan Williams hace tiempo que se despidió de mí. Como es lógico, es un golpe enterarme que va a salir de mi vida de manera definitiva, pero es para bien; además, no
debería importarme, y no me importa. Lo he superado. —Bien, Jen, me alegro mucho —contestó ella con tranquilidad—. Pero ¿no crees entonces que es hora de que vuelvas a vivir tu vida de nuevo? No tienes por qué esconderte aquí de esta manera, sola. —Estoy bien, Karen. Ya te lo he dicho. Mira, aprecio mucho que me lo digas, estás en tu derecho, pero estoy bien, de verdad. Fue un golpe duro, pero ya ha pasado. —Se levantó y cogió el bolso de debajo de la silla —. Tengo que estar de vuelta en el trabajo dentro de unos minutos, así que será mejor que me vaya —concluyó secamente. —Te acompaño. Se terminó el té, que para entonces ya se había enfriado. Cogió el bolso y la chaqueta y corrió fuera, detrás de su amiga, que prácticamente corría calle arriba. —Eh, ¿no me vas a esperar? ¡No puedo caminar tan rápido con estos malditos tacones! —Lo siento. —Jenny aminoró el paso, pero cuando Karen la alcanzó, volvió la cara. Karen se dio cuenta al momento de que tenía las mejillas llenas de lágrimas. —Oh, cariño —dijo comprensiva—, ven aquí. —La rodeó con los brazos y la apretó contra ella, mientras Jenny no dejaba de llorar en su hombro. Le acarició la cabeza—. Tranquila, Jen, todo va a salir bien.
CAPÍTULO 25 Más tarde, ese mismo día, Karen batallaba para entrar por la puerta con todas las bolsas de las compras que había hecho en Dun Laoghaire. Se detuvo a medio camino al ver el estado del salón. De acuerdo que éste nunca se veía del todo ordenado, pero ese día parecía como si hubieran soltado por lo menos a veinte cachorros de Scotex. Había un rollo de papel higiénico deshecho y mojado encima de la mesa auxiliar del salón: la mesa de pino mexicana que Jenny les había regalado cuando inauguraron la casa. Esa mesa ahora parecía un cuadro de Picasso, cubierta como estaba de manchas de pintura de todos los colores. Había unas huellas de manos de color verde y azul en la pared de al lado del televisor, e incluso en la pantalla. Karen observó que las huellas eran pequeñas huellas de niño. Estaba intentando comprender lo que pasaba cuando de repente se le ocurrió: ¡Keanu y la maldita Pocahontas Byrne! —¡Hola, cariño! —Un sonriente Shane asomó la cabeza por la puerta de la cocina—. ¡Has vuelto temprano! —Shane, ¿qué diablos está pasando aquí? —preguntó incrédula, contemplando el desastre que tenía delante. —¡Hola, Karen! —Reconoció la voz de la hermana de Shane, Marie, que estaba en la cocina, sentada con él. A Karen le daba incluso miedo asomar la cabeza por la puerta, por si sus hijos estaban también allí, con sus tácticas guerrilleras. Sin embargo, de alguna manera el desastre se había detenido en la mesa de la cocina, que estaba cubierta de patatas chip desmenuzadas, medio masticadas y aplastadas, eso sin mencionar el ketchup. De no haber adivinado lo que era, Karen hubiera jurado que Keanu estaba practicándole una operación a corazón abierto a su hamburguesa, ya que todo estaba cubierto de color rojo: su plato, la mesa... mientras Honty hundía tan contenta la cabeza de lo que parecía una muñeca nueva en el bote de mayonesa. La pequeña daba lametones al pelo de su Barbie antes de volver a meterle la cabeza en el bote. El bebé, que por alguna extraña razón llevaba el ordinario nombre de Mary —a su madre se le habrían acabado las ideas, pensó Karen—, parecía tranquilo, sentado en el regazo de Marie. Shane estaba charlando con su
hermana, y ninguno de ellos parecía darse cuenta del desastre que los rodeaba. Al entrar Karen, Marie levantó la vista. —Karen, espero que no te importe, pero Shane ha dicho que no te importaría quedarte esta noche con los niños, Frank y yo vamos a ver una obra de teatro en Dublín y mi madre ha pensado que os iría bien hacer un poco de práctica. —Le dio un golpecito a Shane y le guiñó un ojo—. Ya sabéis, para cuando os decidáis a dar el paso y tener a ese sobrino o sobrina que estamos esperando. «¡Oh, Dios mío!» Karen se había quedado muda de la sorpresa, sólo podía repetir las mismas palabras en su cabeza una y otra vez: «¿Quedarnos a estos tres? ¿En qué estaría pensando Shane?». —Shane, ¿podemos hablar un momento, por favor? —dijo finalmente. El levantó la cabeza rápidamente al percibir la frialdad de su tono de voz. —¿Qué? —preguntó cuando estuvieron en la habitación de al lado, donde Marie no podía oírlos. —¿Qué? ¿Qué significa qué? —Karen estaba furiosa—. ¿Por qué le has dicho que nos quedaríamos con los niños? Shane se encogió de hombros. —Pensé que, por una noche, estaría bien darles un descanso a Marie y a Frank. Salen muy pocas veces solos. Además, cuando mi madre me dijo lo de la obra en el Red Cow Inn, y que Marie tenía muchas ganas de verla, pensé que sería una oportunidad perfecta para que les echáramos una mano. Entonces Karen comprendió cómo se debe de sentir un pez en una pecera. Abría y cerraba la boca, pero de ella no salía palabra alguna. Al parecer, Shane lo tenía todo decidido. —He despejado la habitación para que Marie y Frank puedan pasar la noche aquí cuando vuelvan —prosiguió, interpretando el silencio de Karen como una afirmación—. Así aprovecharán para ir a tomar algo, en vez de tener que conducir de vuelta a Rathrigh. Podemos coger los cojines del sofá y que Keanu y Honty duerman en el suelo de nuestra habitación. Marie ha traído una cuna para Mary, así que no habrá ningún problema... ¿Qué? ¿Por qué me miras con esa cara? Karen estaba furiosa. —Shane, ¿no se te ocurrió preguntar si yo estaba de acuerdo con
todo esto? ¡Yo también vivo aquí, y no me apetece pasar la noche corriendo detrás de tres niños malcriados! —Chis, Karen, ¿quieres bajar la voz? —suplicó Shane, susurrando por temor a que los oyera su hermana—. Sé que pueden ser un poco estresantes, pero... —Un poco estresantes, ¿estás bromeando? —murmuró ella—. Mira cómo ha quedado el salón, ¡por no hablar de la cocina! —Negó con la cabeza—. ¿No se te ocurrió preguntarme qué pensaba yo? Shane parecía dolido. —Son mi familia, Karen. Ahora que tenemos un lugar para nosotros puedo verlos más a menudo que cuando vivía en el piso. Obviamente, allí no podía invitarlos, ya sabes que estaba hecho una pocilga. —Por lo que decidiste invitarlos aquí, a nuestra casa, y dejar que la destrozaran. Shane, ¡mira a tu alrededor! ¡Es como si se hubiera producido una catástrofe! —No es tan grave —dijo, siguiendo su mirada alrededor de la habitación—. El papel higiénico se puede recoger, y estoy seguro de que la pintura es acuarela, así que podemos limpiarla y... —Shane, es... quiero decir era una mesa de madera de pino mexicana —lo interrumpió Karen. Aunque a Jenny le había dicho que no había hecho ningún esfuerzo en decorar la casa, en realidad sí lo había hecho, y estaba contenta con el resultado. Había sido horrible llegar y comprobar que todo se había ido a pique—. Será imposible limpiarla. No está barnizada. La pintura no saldrá nunca, además, quizá también hayan utilizado espráis, ¡bonito pero destructivo! Lo que tu hermana debería aplicar a esos niños es un poco de ¡control! Shane retrocedió. —Estás hablando de mi familia, Karen —dijo en tono serio. Al ver que había herido sus sentimientos, Karen se sintió culpable al instante. —Tienes razón, tienes razón —afirmó en tono apagado—. Lo siento, pero es que no estoy acostumbrada a tener niños por aquí. —Ya lo sé, pero a mí me gusta que vengan. Y, como te he dicho, no tengo muchas oportunidades de pasar un rato con ellos. Sólo quería hacerle un favor a Marie esta noche, Karen. Ella se mordió la lengua. —Bueno, supongo que está bien, pero es sólo que... bueno... sólo
que no sé qué hacer. No les tendré que dar el pecho ni nada de eso, ¿no? — Había visto a Marie hacerlo en una ocasión con Mary y se había quedado horrorizada. Shane parpadeó asombrado. —Realmente no tienes ni idea de niños, ¿verdad? Todo saldrá bien, no muerden. Karen sonrió débilmente. —¿Estás seguro? ¡Keanu parece un poco peligroso! Shane le pasó un brazo por encima de los hombros. —Ven a la cocina y te prepararé una deliciosa taza de té. Quizá Marie pueda explicarte algunos trucos sobre el cuidado de los niños — añadió con intención. Karen lo siguió con el corazón golpeándole en el pecho. Sabía que, horrorizada o no, tenía que pasar por aquello. Puede que no fuese tan malo; quizá los niños se agotarían con tanta actividad. Tal vez no tuviese que hacer nada. Le sonrió ligeramente a Marie, que le ofreció sostener a la niña. —¡Di hola a la tía Karen! —canturreó. Karen se puso tensa en cuanto tuvo a la niña en sus brazos. ¿La estaba aguantando bien? Parecía estar retorciéndose mucho y de forma extraña, quizá le estaba haciendo daño. Se sentó y, con torpeza, se apoyó a la pequeña en el regazo. Levantó la vista al notar que Shane la observaba. La cara de su prometido expresaba una absoluta gratitud y, al darse cuenta de ello, se le ablandó el corazón. Saldría adelante, decidió, aunque fuera por Shane.
—Estaba muerta de miedo —le dijo Karen a Tessa al día siguiente por la tarde—. No sabía qué hacer con ellos. La otra disimuló una sonrisa. —¿Qué quieres decir con que estabas muerta de miedo? Sólo son niños, ¡por Dios santo! Estaban sentadas en el sofá de Tessa, a punto de acabarse entre las dos una botella de vino y hojeando revistas de boda. —No sé, es difícil de explicar. Es sólo... es sólo que no sabía qué decirles, ni siquiera sabía cómo hablarles. A mí no me sale esa voz de niño pequeño que a veces utiliza la gente; de hecho, hablando así me sentiría
como una tonta. ¡Estoy segura de que ellos sabrían que los estaba engañando! Tessa se echó a reír. —Entonces no tienes planeado tener uno pronto, deduzco. —¿Sabes qué, Tessa? En realidad soy incapaz de imaginarme con un niño. Creo que sería una madre horrible. No estoy acostumbrada a estar con ellos, ni a tratarlos. Los sobrinos de Shane, bueno, son una experiencia nueva para mí. Para serte sincera, me asustan; no tanto los niños, como la idea de tenerlos. Su amiga hizo con la mano un ademán de despreocupación. —No seas tonta. Para todo el mundo es diferente con sus niños. Y, por lo que has dicho antes, esos sobrinos no es que sean unos angelitos, ¿no es así? —No, pero —Karen exhaló profundamente— Tessa, para ser honesta, tengo que reconocer que la idea de tener hijos me horroriza, y no creo que eso vaya a cambiar. —Hizo una mueca—. Además, no sé qué debo hacer ante las indirectas que me lanzan los familiares de Shane sobre formar una familia. —¿Qué opina Shane? —En realidad no lo sé. Sabe que los niños no me encantan, pero... —Se encogió de hombros. Tessa parecía pensativa. —¿Dices que la familia de Shane siempre te lanza indirectas? —Sí, especialmente su madre. —¿Y te llevas bien con ella, lo suficiente como para decirle lo que sientes? —Posiblemente. Nellie y yo nos llevamos bien, aunque a veces me molesta cuando viene a visitarnos; de hecho, me molesta cada vez que nos visita. Siempre parece encontrar algún defecto. —¿Qué quieres decir? Karen se irguió. —Bueno, por ejemplo, un día, cogió el plumero y empezó a pasarlo por el techo. Dijo que había visto algunas telarañas. —¿Cómo? —Tessa arqueó una ceja. —En otra ocasión, salió del baño y nos dijo que las toallas empezaban a oler mal. Eso no sería tan grave si antes, ese mismo día, no hubiera discutido con Shane precisamente porque no recoge las toallas después de ducharse. Y, claro, su querida madre tuvo que fijarse en ellas. Tessa hizo una mueca. —Es un poco descarado por su parte decirte eso, ¿no? —Sí, y si al menos yo tuviera la culpa, pero es que ni eso. En fin,
tampoco creo que tenga malas intenciones, sólo trata de ayudar. —Puede, pero no creo que yo soportara que la madre de Gerry me dijera lo que tengo que hacer en mi casa; si es que algún día consigo tener una, claro. —Oh, ¿cómo va el tema de la construcción? —preguntó Karen. —De hecho, no muy mal. Ya han puesto el techo, y mi padre está esperando a que venga el yesero. Tessa y Gerry habían decidido que, una vez casados, se irían a vivir al pueblo de Tessa, al oeste de Cork. Actualmente, su padre estaba supervisando la construcción de lo que tarde o temprano sería su nuevo hogar. Gerry, que trabajaba diseñando webs, estaba planeando crear su propia empresa y trabajar desde casa. Tessa pensaba solicitar un puesto de enfermera en un hospital cercano y, con su amplia experiencia, no tendría muchos problemas en que se lo dieran. Karen la echaría de menos cuando se fuera. Con Jenny retirada del mundo en Dun Laoghaire y Tessa viviendo en Cork, todos los amigos de Karen parecían estar desapareciendo. —Ah, ayer vi a Jenny —dijo, cambiando de tema. Tessa palmoteo contenta. —Tengo que ir a visitarla. ¿Cómo está? Karen hizo una mueca. —Mejor, pero creo que le dolió un poco que le dijera que Roan se va. —Oh, entonces, ¿él no se ha puesto en contacto con ella? La otra negó con la cabeza. —Gracias a Dios. Quizá se le ha desarrollado una conciencia, y ha decidido dejarla en paz. O puede que, simplemente, la haya olvidado. ¡Rata de cloaca! Tessa tomó aire. —Me lo encontré un día en la ciudad —comentó—. Y parecía muy deprimido. —Me alegro —espetó Karen—. Ella ha estado deprimida mucho tiempo, así que, ¿qué hay de malo en que sufra él un poco? En fin... —dijo cogiéndole un cigarro a Tessa, pues se había olvidado el tabaco—. Y ¿ahora qué le pasa? ¿Lamenta que ella descubriera cómo es en realidad? ¿Es eso? Tessa la miró.
—¿No crees que en ocasiones has sido demasiado dura con él? —¿Qué? ¡No puedes hablar en serio! Tú estabas allí esa noche; tú viste lo que pasó, lo que hizo. Viste cómo Jenny se hundía. ¿Qué quieres decir con que he sido demasiado dura con ese cretino? —Tranquilízate, eso no es lo que quiero decir. Sé que Roan hizo mal al hacerle eso a Jenny, pero pienso que se da cuenta de ello. Y que realmente le importa. Karen dejó el vaso sobre la mesa y se cruzó de brazos. —Eres como Shane, él también cree que es una bellísima persona. Dime una cosa, Tessa, ¿tú perdonarías que Gerry te tratara como Roan trató a Jenny? —No, pero... —Como sabía que estaba librando una batalla perdida, Tessa lo dejó correr—. Lo más probable es que tengas razón. Es sólo que parecía realmente arrepentido de lo que pasó, y estaba muy interesado en saber cómo estaba Jenny. Karen bufó. —Probablemente se estaría preguntando si ya se había calmado lo suficiente como para volver a practicar con ella sus malas artes. Tessa no pudo evitar reír. —Karen, hazme un favor, ¿quieres? A lo largo de la vida, ve recordándome periódicamente que jamás debo tenerte como enemiga. Karen soltó una risita. —Lo sé, soy una bruja. Pero Tessa, tú no has visto ni la mitad de cosas que yo de lo que ha pasado en esa relación. Cuando Jenny regresó de Australia estaba tan llena de vida, tan feliz: confiaba en sí misma. En cambio ayer... —sacudió la cabeza—. No sé, era difícil de creer que estuviera hablando con la misma persona. La ha trastornado, Tessa; la ha dejado realmente destrozada. Creo que ella confió demasiado en él, como también confió demasiado en la predicción de aquella vidente, hasta que fue completamente incapaz de darse cuenta de que todo era un error. —¿Crees que lo superará? ¿Tarde o temprano, quiero decir? — preguntó la otra. Karen asintió sin dudarlo. —Lo superará, siempre que ese bastardo se mantenga alejado de su vida y ella no vuelva a verlo nunca más.
CAPÍTULO 26 Jenny no podía creerlo. ¿Cómo había podido sucederle algo así? Ocurrió el mismo día en que Karen le dijo que Roan se iba a Nueva York. Esa fue la última vez que estuvo trabajando en la caja comercial, estaba segura. Barry se paseaba de un lado al otro de la oficina, frente a ella. —¡No puedo creer que hayas hecho algo así, Jenny! ¿Qué diablos te ocurre últimamente? ¡Ni siquiera un becario haría algo tan estúpido! —Barry, no entiendo cómo pudo pasar. —Jenny, con miedo a encontrarse con sus ojos, miraba a su regazo—. No me di cuenta. Nunca había visto al director tan enfadado, y no era agradable de ver. Estaba rojo y furioso, y con un destello en los ojos que daba miedo. —¡No te diste cuenta! ¡Eso espero, Jenny! Supongo que no es que vayas dándole billetes a los clientes porque te apetece, ¿no crees? Ella se estremeció al oír sus palabras. No podía creer lo que había hecho. La tarde después de comer con Karen, Marión le pidió que cubriera el puesto de la caja comercial porque una de las chicas se había puesto enferma. Los jueves abrían hasta tarde, y era uno de los días más duros de la semana, así que necesitaban cobertura extra. Era la última cosa que Jenny quería hacer, porque sus sentimientos la tenían confusa. Recordaba que le había costado horrores concentrarse en nada después de saber que Roan abandonaba el país, con toda seguridad para bien de todos. La caja comercial era una área restringida, separada de los cajeros corrientes y allí, normalmente, se manejaban grandes sumas de dinero. Los cajeros que trabajaban en esa zona recibían y entregaban elevadas cantidades, por lo general a empresas que pagaban los salarios de sus trabajadores semanalmente en efectivo. Jenny recordaba que esa tarde había sido especialmente agitada, porque había ido mucha gente, y cometió un error: se despistó y dio más dinero del que recibió. Olvidó el contador del seguro de la caja y, cuando éste se bloqueó, por fuerza tuvo que esperar unos minutos antes de poder rellenar el cajón de los billetes. Uno de los directores de una empresa local llegó con muchas prisas; quería retirar dinero en metálico de su cuenta. Jenny se sintió tan presionada y agobiada por su impaciencia, que le dio un fajo de billetes falsos junto con el resto de efectivo. Ese fajo de billetes era uno que el banco tenía por motivos de
seguridad, por ejemplo, por si había un atraco. A la caja donde se guardaba, se la solía llamar la «bomba», porque, después de un robo, el rollo de billetes falsos explotaba, dejando manchas de tinta en las manos del ladrón, en su ropa y, con suerte —desde el punto de vista del banco—, en el resto de los billetes robados, convirtiéndolos en inservibles. Jenny había dado los billetes bomba a un importante cliente del banco. Este llamó a Barry muy furioso a la mañana siguiente. Ella no se había enterado hasta ese momento, ya que el viernes no fue a trabajar aduciendo que estaba enferma y había faltado también dos días de la semana siguiente. La noticia de que Roan se iba había sido un choque emocional para ella. Sabía que necesitaba tiempo para pensar y decidir si quería ponerse o no en contacto con él antes de que se marchara. —¿Qué crees que tengo que hacer ahora, Jenny? —le espetó Barry —. ¿Cómo se supone que debo calmar a un hombre al que hemos estropeado un traje Armani de resultas de tu estupidez? ¡Por no mencionar el hecho de que sigue con las manos teñidas de azul casi una semana después! Tenía que viajar fuera del país esa misma tarde para asistir a una reunión y tuvo que cancelarla. ¡Dijo que no podía encontrarse con nadie, y menos con un cliente importante, en ese estado! —Barry, no sé qué decir. Fue un error, lo siento, de verdad, lo siento. Estaba terriblemente arrepentida; sin embargo, la imagen de aquel importante hombre de negocios (cosa que sin lugar a dudas debía de ser) cubierto de tinta azul resultaba muy cómica. ¡No podía dejar de imaginar su cara cuando le explotaron los billetes! Jenny se mordió la lengua, intentando que no se le escapara la risa. Barry no estaba para bromas. El director se recostó en la silla, se cruzó de brazos y exhaló aire sonoramente. Jenny notó que empezaba a estar menos rojo. —Bueno, supongo que lo hecho, hecho está —dijo ya con un tono de voz normal—. Ahora no hay nada que podamos hacer ninguno de nosotros; tan sólo intentar disculparnos lo mejor posible. Es un cliente de peso, ¿sabes?. Su compañía tiene una calificación de crédito excelente, y él tiene inversiones personales, una pensión y un seguro de vida con nosotros. No podemos permitirnos perderlo como cliente. Jenny asintió. —Yo hablaré con él, Barry. Puede que ahora ya se haya calmado un
poco. ¿Dices que es el director de InTech? —Michael Kennedy. Nunca le he visto en persona, normalmente trata con mi ayudante. Barry cogió el archivo de la compañía de la mesa, lo estudió un momento y después lo cerró de golpe antes de dárselo a Jenny. —Aquí encontrarás los detalles para contactar con él. Te sugiero que le escribas una carta pidiéndole perdón y tal vez también podrías llamarlo a la oficina. Mímalo, mándale flores o algo, no sé, demuéstrale que no es costumbre del banco tener a imbéciles tras el mostrador. —La despachó con un gesto de la mano—. Vamos, vuelve a tu oficina. Sé que no lo hiciste a propósito, pero de ahora en adelante, si no estás bien tómate el día libre, ¿de acuerdo? —Hizo una mueca—. Ahora tengo que encargarme de comprarle un maldito traje nuevo. Por desgracia, no hay lavandería que pueda limpiar esa tinta azul. Jenny no dijo nada más. Se levantó y se encaminó hacia la puerta con muchas ganas de salir de allí y alejarse de Barry. Cuando estaba enfadado, lo mejor era apartarse de su camino, en especial si, para empezar, uno era la causa de su enfado. Sin embargo, Jenny percibió un pequeño destello de diversión en sus ojos cuando, mientras se iba, él le preguntó: —Jen, ¿por una de esas casualidades, no sabrás si en Arnott tienen trajes de Armani?
Una mañana, casi dos semanas después de que Jenny le hubiese mandado una cesta de presentes exageradamente caros, recibió la visita de Michael Kennedy. Debido al episodio de la bomba, Jenny se había hecho famosa en toda la red del Alliance Trust. La historia se contaba con regocijo una y otra vez por todo el distrito, y no era de extrañar que, cada vez que se explicaba, se fuera exagerando más y más. Incluso trabajadores de otras sucursales del país se enteraron de la anécdota. En cuanto a los compañeros de Jenny en Dun Laoghaire, no dejaban de tomarle el pelo sin piedad. —¿Te sientes un poco triste esta mañana, Jen? —le preguntó Brendan con descaro una mañana en la sala de los empleados, poco después del episodio. Aunque no quería, ella no pudo evitar echarse a reír. —Creo que nunca podré comprarme un traje Armani —añadió {11}
Brian Keyes siguiendo con la broma—. Los precios son la bomba de caros. Todos se rieron a carcajadas cuando Brian y Declan chocaron las manos, encantados por su ingenio. A Jenny la divertían esas bromas; hacía que olvidara que Roan se había ido a Estados Unidos hacía una semana. Karen había estado en contacto con ella, atenta a si hablaba con él antes de que se fuera. No lo había hecho, y ahora estaba resignándose al hecho de que difícilmente volvería a ver u oír hablar de Roan Williams. La idea no la turbó tanto como esperaba. Tan sólo significaba que ahora, muchos meses después de romper, por fin podría seguir adelante con su vida, en vez de continuar escondiéndose. A partir de ese momento, todo sería más fácil para ella, porque ya no correría el riesgo de encontrárselo nunca más. Dublín era una ciudad relativamente pequeña, y mientras él estuviera allí, era bastante probable que, tarde o temprano, sus caminos se hubiesen cruzado. Jenny siempre pensaba que no podría soportarlo. Así era mucho mejor. Quizá ahora pudiese empezar a olvidar a Roan Williams de una vez por todas. Katrina, una joven en prácticas que trabajaba en la planta baja, telefoneó al despacho de Jenny para avisarla de la inminente llegada de Kennedy. —Jenny, Jenny, ese tío al que le diste la bomba quería saber dónde estabas. Le he dicho que en tu despacho, y ahora está subiendo, y... —Está bien, Katrina. Gracias por avisarme —contestó ella con rapidez, intentando parecer más calmada de lo que estaba. Cuando colgó el teléfono casi temblaba. ¡Kennedy estaba allí! ¿Qué le iba a decir? Le había mandado una carta muy larga y había telefoneado a su oficina varias veces para disculparse y, sin embargo, para su disgusto, el señorito no se había molestado en devolverle las llamadas. Su secretaria parecía saber quién era ella, y obviamente conocía la razón de sus llamadas, porque se había mostrado altiva y despectiva al teléfono. Jenny tuvo la certera impresión de que una carta pidiendo disculpas y una cesta con vino y chocolate no serían suficientes para apaciguar al pomposo director de InTech. Se levantó y se dirigió hacia la sala de espera. Un hombre corpulento de unos cincuenta y tantos años estaba sentado en el sofá, hojeando la revista Banking News. Levantó la vista cuando Jenny se acercó. Ella intentó que no se le notaran los nervios en la voz al hablar.
—¿Señor Kennedy? Hola, soy Jenny Hamilton, encantada de conocerle finalmente. —Sonrió con nerviosismo y le tendió la mano. El hombre pareció dudar un momento y luego se la estrechó con expresión un tanto confusa. A Jenny le sorprendió su aspecto. Con aquel traje marrón, no parecía el típico ejecutivo. ¿Dónde estaba la ropa del famoso modisto? Era incapaz de recordar que lo hubiese atendido aquel día. Y es que habían tenido tanto trabajo, que podría haber tenido delante a George Clooney y ni se habría enterado. —¿Tienes mi caja? —preguntó él con un fuerte acento de Wicklow —. Estoy esperando mi caja. Jenny lo miró con la mente en blanco, ¿a qué se refería el señor Kennedy? En ese momento, Marión apareció en el piso de arriba con una caja de seguridad en los brazos. —Señor Kennedy, puede utilizar esta habitación si quiere —le dijo al hombre, y le indicó la sala que estaba justo detrás de ella—. Cierre la puerta para tener algo de privacidad. Yo vuelvo en diez minutos para devolver la caja a su lugar, ¿de acuerdo? El miró a Marión y luego a Jenny. A continuación, cogió la caja, se metió en la habitación y cerró la puerta tras él. —¡Oh, gracias a Dios! —Jenny se llevó las manos al pecho y le sonrió a Marión con agradecimiento—. Katrina debe de haberlo entendido mal. Me ha dicho que Kennedy de InTech me estaba buscando. ¡Debe de haberse confundido de nombre! No me apetece nada encontrármelo cara a cara. —No, de hecho su recepcionista no ha entendido mal —dijo una voz grave detrás de ellas. Tanto Marión como Jenny se volvieron para ver al alto, rubio y notablemente atractivo joven que apareció al final de la escalera. Se acercó y le dio la mano a Jenny. —Oh..., encantada de conocerle —tartamudeó ella—. Mi despacho está justo aquí. Por favor, pase. Ella lo siguió y, antes de cerrar la puerta, le hizo una mueca a Marión, que claramente lo estaba pasando en grande. ¿Podía ser peor? ¡Ahora Kennedy la había pillado hablando de él a sus espaldas! —Antes que nada, señorita Hamilton, tengo que darle las gracias por la fantástica cesta que nos envió. Fue un detalle, estuvimos todos
encantados. —¿Ah, sí? El placer es mío —contestó ella sin saber qué pensar. Recordó haber atendido a aquel chico el fatídico día, pero hasta entonces no había sabido quién era. Después de todo, ¡era muy joven! Barry la había despistado al decirle que era el director de InTech. Jenny había estado intentando recordar a un hombre mucho mayor. Kennedy se sentó y dejó su cartera en el suelo, frente a él. —Sé que ha llamado muchas veces a la oficina, siento mucho no haberle devuelto las llamadas, pero no tuve oportunidad. Volví de Estados Unidos ayer por la mañana. —Oh. —Su secretaria no se había molestado en decírselo. Quería presentarle sus disculpas y zanjar el asunto, pero ahora que lo tenía allí no sabía qué decirle. Kennedy sonrió al otro lado de la mesa y, al hacerlo, Jenny no pudo evitar pensar en lo atractivo que era. «Detente —se advirtió —, ¡este chico puede hacerte perder el trabajo!» —Señorita Hamilton —empezó él. —Por favor, llámeme Jenny. —De acuerdo, Jenny. Mira, la razón por la que he venido a verte es porque no quiero que te preocupes más por la «situación». Entiendo que sólo fue un error y estoy seguro de que son cosas que pasan. —Pero no debería haber pasado —objetó ella avergonzada—. Un error como ése nunca debería haber sucedido. Soy una cajera con mucha experiencia, pero no estaba concentrada, y debería haberlo estado. Si un miembro joven de la plantilla hubiera hecho algo así, habría sido suficiente para que... —Mira, olvídalo —la interrumpió él con delicadeza—. Me desahogué con tu jefe después del incidente, pero lo hice porque tuve que cancelar una reunión, y era una de esas importantes. Seguro que te he metido en muchos problemas. Jenny trató de esbozar una sonrisa mientras sacudía la cabeza. —El panorama no era muy alentador en la oficina, eso se lo aseguro. —Yo tampoco estaba muy contento, créeme —dijo riendo—. ¡Esa tinta me pringó entero! Hice lo que pude para intentar quitarla de la ropa. Finalmente, salió al meter el traje en la lavadora, aunque debo admitir que lo hice al cabo de una semana. Jenny hizo una mueca.
—Debió de ser terrible. Oh, lo siento de verdad, señor Kennedy. Si hay algo que pueda decir o hacer para que me perdone, por favor, dígamelo. —Sinceramente, Jenny, no hay ningún problema. Ya ha pasado. Hay cosas mucho peores en la vida, te lo aseguro. —Sonrió otra vez, y sus ojos azules se iluminaron de alegría. Ella no podía creer lo bien que se estaba tomando el asunto. Y eso que le daba terror encontrarse con él; Barry lo había pintado como un monstruo. Se preguntó si Kennedy había vuelto a hablar con el director desde el día del incidente. Fue como si le leyera el pensamiento, y al recoger su cartera, dijo: —He pasado por aquí porque estaba por la zona y quería disculparme por no haber respondido a tus llamadas. Estoy seguro de que tienes mucho trabajo, y yo la verdad es que tengo un poco de prisa. De todos modos, me pregunto si tu jefe tendría un momento para reunirse conmigo. Quiero tranquilizarlo respecto a la cancelación de la cuenta; al principio, por teléfono, lo amenacé con que iba a llevarme el dinero de aquí. —Reprimió una risita y se apartó el pelo que le había caído sobre un ojo—. Debo admitir que disfruté con esa conversación. Eso es lo que se supone que tienes que hacer, ¿no? Asustar al director de tu banco, para que después te dé lo que le pidas. Nunca se sabe, quizá después de todo esta situación me sirva de algo algún día. Jenny sonrió y se levantó para acompañarlo hasta la puerta. Le dio la mano otra vez. —Jenny, ha sido un placer conocerte. Tengo que asegurarme de que el señor Ferguson no te descuenta el traje de tu salario. Por un momento se preocupó. No había pensado en esa posibilidad. Mierda, Barry no esperaría que ella pagara el traje, ¿no? Le estrechó la mano y volvió a disculparse. Kennedy se encogió de hombros y le hizo un gesto de quitar importancia. —Por favor, olvídalo. Ya ha pasado y nadie ha salido herido —dijo mientras se acercaba la puerta. Seguro que Barry había estado intentando escuchar la conversación, porque cuando Jenny abrió, estaba fuera del despacho. Tan pronto como vio a Mike, se volvió todo sonrisas. —Michael Kennedy, ¿cómo estás? ¡Pasa, que charlaremos un rato! ¡Espero que Jenny ya te lo haya contado todo! Jenny, ¿por qué no le traes
al señor Kennedy una taza de café? Y ya puestos, podrías aprovechar y pasar por la tienda de la esquina a comprar unos donuts o algo así. Barry estrechaba enérgicamente la mano de Mike. —No, no — contestó el joven sonriéndole a Jenny—. Lo siento, pero no tengo tiempo de tomar café. Desaparecieron dentro del despacho del director. Jenny volvió al suyo, y no pudo evitar soltar un suspiro de alivio. ¡Gracias a Dios que ya había pasado todo! Había sido espantoso. Pero Kennedy había sido muy correcto. ¡Hasta se disculpó por no haber contestado a las llamadas! Aún no podía creer lo joven que era. Debía de tener unos treinta y tantos, treinta y cinco como mucho. Bien por él, pensó. Obviamente, debía de ser muy bueno en lo que hacía, pues InTech era uno de los negocios de software más dinámico y emergente del momento. La semana anterior había visto un artículo sobre ellos en la revista Business andFinance. A Jenny le pareció divertido que él le guiñase un ojo con gesto conspirativo antes de desaparecer en el despacho de Barry. Mike Kennedy parecía saber muy bien cómo tratar a alguien como su jefe.
CAPÍTULO 27 Hacía un día despejado, bonito y sorprendentemente soleado para ser noviembre. Como el otoño había sido relativamente cálido, muchos de los árboles que rodeaban la pequeña iglesia aún conservaban muchas de sus hojas doradas, cosa que añadía belleza al paisaje otoñal. —No puedo creer la suerte que tiene con el clima —dijo Karen, esforzándose por comportarse como una mujercita cuando salió del coche de Shane con sus altos tacones. Se quedó de pie erguida, se colocó bien el sombrero y miró al cielo preocupada—. ¡Ni en junio tendríamos un día como éste! —Este lugar es precioso, ¿no crees? —comentó Jenny observando lo que la rodeaba. La iglesia del pueblo era la más pequeña que había visto nunca, y lo parecía aún más bajo el roble y las hayas que la rodeaban y se inclinaban sobre su tejado. Era un lugar muy bonito para casarse, pensó. Karen, Shane y Jenny habían viajado desde Dublín temprano por la mañana. Shane se había quedado cautivado por el paisaje que habían visto durante el camino. Como él había nacido en un lugar relativamente llano de la comarca de Meath, y no había ido más lejos de Kildare, las montañas escarpadas del oeste de Cork le encantaron. Durante el trayecto, Jenny no sabría decir qué era peor: que Shane condujera sin ninguna concentración o que lo hiciera Karen. Esta circulaba como una posesa, a casi cien kilómetros por hora por carreteras secundarias y con viento, tocando el claxon para que cada tractor o conductor lento que se encontraban se apartase de su camino. Jenny estaba segura de que, tarde o temprano, el coche iba a salirse de la carretera, porque se acercaba mucho al andén. Pasó el resto del viaje con los ojos cerrados, convencida de que si miraba el paisaje que pasaba a toda velocidad por la ventana iba a vomitar. Experimentó algo más que alivio cuando, finalmente, Karen aparcó el coche al lado de la iglesia; el Astra, para su sorpresa, seguía de una pieza. Llegaban un poco tarde, y los tres corrieron para buscar sus asientos. Cuando entraron, el organista había empezado ya a tocar la marcha nupcial. Poco después, las damas de honor comenzaron a dirigirse hacia el altar sonriendo a todo el mundo y, muy obviamente, pensó Jenny,
intentando no partirse de risa. Las hermanas de Tessa tenían dieciséis años, eran gemelas e iban vestidas de color rojo teja, color que contrastaba con su piel morena. Los vestidos eran sin tirantes y alrededor de las caderas tenían unos bordados dorados; las largas faldas de raso se arrastraban ligeramente por el suelo. Las chicas llevaban el pelo, largo y negro, recogido con hojas doradas y frambuesas. Jenny pensó que su aspecto, junto con la época del año y el ambiente rural, era despampanante. Tessa iba detrás de ellas. Vestía un traje de novia de raso color marfil, y su padre le daba el brazo con orgullo. —Es todo muy pijo, ¿no? —susurró Karen, lo suficientemente alto como para que la oyeran por encima de la música; de hecho, tan fuerte que algunas personas que estaban dos o tres bancos por delante de ellos se volvieron a mirarla. Soltó una risita mientras Shane le daba un codazo. Jenny pensó que Tessa estaba preciosa con su vestido Vera Wang. Desde que ella la viera por última vez, le había crecido el pelo, que llevaba rizado y recogido en la cabeza; unos pocos mechones que le caían hacia la cara y una corona dorada completaban el efecto de «princesa de cuento de hadas». Inclinó la cabeza hacia su padre, éste le susurró algo al oído y Jenny vio cómo los ojos de su amiga brillaban mientras se encaminaban al altar. El señor Sullivan miraba a su hija con tanto orgullo y amor, que Jen sintió que los ojos empezaban a llenársele de lágrimas. Mientras los contemplaba dirigirse hacia el altar, comprendió por primera vez por qué tanta gente lloraba en las bodas. La mágica atmósfera de la pequeña iglesia era casi etérea. Incluso Karen estaba un poco emocionada, pensó, cuando vio que ésta le daba la mano a Shane mientras los novios pronunciaban sus votos. La celebración iba a tener lugar en un hotel no muy lejano del pueblo. Cuando llegaron allí, Shane vio a Aidan con una chica —una antigua compañera de colegio— sentados en el bar. Jenny no los había visto en la iglesia, y, a juzgar por los vasos vacíos frente a ellos, se habían perdido la ceremonia. —No hemos podido encontrar el maldito lugar —explicó Aidan levantando las manos con desesperación—. ¡Debo de haber preguntado la dirección a unas diez personas, pero no he podido entender ni una palabra de lo que me decían! Es todo «chico» esto y «chico» lo otro, ¡y no me aclaraba!
—Bueno, como mínimo lo has intentado —rió Shane—. No ha estado mal, sólo ha durado una hora. Creía que sería más aburrida. —¡Para mí ha sido muy larga! —exclamó Gerry acercándose a ellos. Estaba muy apuesto con su traje de novio—. Pensaba que nunca ibais a dejar de cantar. —¡Gerry, felicidades tío! —Aidan se levantó y le dio unas palmaditas en la espalda—. ¿Dónde está la novia? —Dando vueltas, charlando con todo el mundo, ya sabes —sonrió él con orgullo mientras el camarero le daba una cerveza—. Me moría de ganas de que llegara el día, ¡salud! —Todos brindaron al unísono. —Ha sido una ceremonia muy bonita, ¿no crees? —comentó Jenny, que estaba sentada a la mesa que daba a la ventana, al lado de Karen—. Seguro que al verla te habrá dado ganas de casarte tú. La otra se encogió de hombros y se sirvió un vodka con CocaCola light. —Supongo que sí. Aunque creo que lo de la calesa ha sido un poco exagerado —rió—. Imagínanos a mí y a Shane paseando con un caballo y un carro por la calle principal de Dublín, ¡se hablaría de nosotros durante meses! Jenny soltó una carcajada. —A la pobre Nora Cronin le daría un infarto. Tessa parecía encantada con el paseo, pero no creo que Gerry lo haya pasado tan bien. Parecía un poco tenso cuando ha llegado. —Sí, ¿has visto que nada más llegar ha ido corriendo a pedirse una Guiness? ¡Nunca he visto a un hombre que necesitara tan desesperadamente una cerveza! Las dos se reían tanto que no se percataron de que alguien se había acercado a su mesa. —Hola, Jenny. Esta levantó los ojos y, cuando vio quién era, sintió que se ruborizaba. Mike Kennedy estaba frente a ella, y estaba guapísimo con su esmoquin. ¿Qué estaba haciendo él en la boda de Tessa y Gerry? ¿Y por qué el hecho de verlo hizo que de repente se le trabara la lengua? —Mike, humm, ¿cómo estás? —consiguió decir. Por el rabillo del ojo vio que Karen lo miraba con interés. —Muy bien, gracias. Vaya sorpresa, no esperaba encontrar a nadie conocido por aquí. ¡Hola! —saludó entonces, dirigiéndose a Karen.
—Oh, perdona. Soy una maleducada. Karen, éste es Mike Kennedy. Es un cliente del banco. Mike, Karen Cassidy. —Hola —saludó ella a su vez en tono coqueto tendiéndole la mano —. Encantada de conocerte. ¿De qué conoces a Tessa y Gerry? —preguntó. Justo entonces, una mujer alta, pelirroja, con un vestido muy corto y con las piernas más largas que Jenny hubiese visto nunca, apareció al lado de Mike y le tiró con impaciencia del brazo. —Mike, ¡necesito una bebida ahora mismo! Acabo de encontrarme con Sandra Thompson y casi me ha matado de aburrimiento contándome todas las travesuras de su último niño. Creía que nunca me iba a librar de ella. —Dio media vuelta y avanzó, apartando a la muchedumbre del bar. Estuvo incluso a punto de tirar a Aidan de su taburete. Jenny vio cómo éste la miraba de arriba abajo mientras ella pedía las bebidas al camarero. No lo culpaba. Era una chica despampanante. —Mejor que me vaya —dijo Mike señalando a su compañera—. ¿Queréis que os traiga algo del bar? Jenny negó con la cabeza y sonrió. —Estamos servidas. Pero gracias de todas formas. Karen esperó a que estuviera a una distancia prudente para volverse hacia su amiga. —¿Quién es ése? —preguntó, abriendo los ojos con interés—. ¡Qué monumento! ¡Entiendo que te hayas ruborizado! —Oh, no, ¿tanto se me ha notado? —exclamó Jenny sintiéndose avergonzada de nuevo—. Se me trababa la lengua, no se me ocurría nada que decirle. Es ese del que te hablé, el que acabó lleno de tinta azul. —¡Es ése! —casi gritó Karen incrédula—. Tenía la impresión de que era uno de esos tipos encorbatados, ¡no un Adonis con un cuerpazo! Jen se rió. —Bueno, su mujer, o su novia, o lo que sea, está hecha para él, y además parece lista. —Echó un vistazo a la mujer, justo cuando ésta cruzaba sus largas piernas tras sentarse a una mesa al otro lado de la sala. Observó a los hombres de la fiesta, a todos estuvo a punto de caérseles la baba cuando la chica expuso su pronunciado escote al inclinarse hacia adelante para que Mike le encendiera el cigarrillo. —Está bien, desde luego es muy atractiva —confirmó Karen siguiendo la mirada de su amiga—. Pero con ese vestido resulta fácil, ¿no crees? —Torció la nariz al mirar el vestido fucsia, corto y ceñido, que
resaltaba todas sus curvas. Al cabo de más o menos una hora, se sentaron en el salón del banquete. Jenny echó un vistazo a su alrededor; estaba deslumbrada. Realmente, Tessa no había escatimado en nada. El centro de cada mesa estaba decorado con un ramo de globos de helio en forma de corazón de colores dorado y rojo, y dos enormes globos en forma de novia y novio oscilaban por detrás de la mesa de Tessa y Gerry. —Tengo que admitir que me gusta la idea de los globos —comentó Karen sentándose al lado de Jenny—. Eso es algo que no me importaría copiar en nuestra boda. ¿Qué opinas? —Le dio un golpecito a Shane—. Creo que hace que el ambiente no sea tan recargado, ¿no crees? El asintió ligeramente, y se volvió al instante para seguir la conversación que estaba manteniendo con Aidan. —¿Os importa que nos unamos a vosotros? —dijo una voz femenina detrás de Jenny—. Es que no conocemos a nadie y he visto que antes Mike estaba hablando con vosotras dos. La pelirroja echó un vistazo alarmado a su alrededor, entonces le susurró a Karen con aire conspirativo: —La verdad es que no quiero que la que no sabe hablar de otra cosa que de niños me vuelva a atrapar. —Claro —contestó Karen automáticamente, haciendo sitio a su lado para que se sentaran ella y su compañero Mike Kennedy. La chica, que se llamaba Rachel, sonrió, se sentó y empezó a aplicarse una gruesa capa de pintalabios rojo brillante. Karen presentó a Rachel a los demás de la mesa. —¿Dónde está Mike? —le preguntó luego. —Sigue en el bar, charlando con un hombre mayor al que acaba de conocer. —Puso los ojos en blanco—. Ahora me arrepiento de haberlo traído conmigo; no sirve de nada. Le pedí que me ayudara a encontrar al hombre de mis sueños y ¿qué hace? ¡Charlar con viejos pensionistas! — Bajó el tono de voz y echó un vistazo a su alrededor—. ¿Hay por casualidad en esta mesa algún hombre decente que esté soltero? Karen rió. —Me temo que en esta mesa no —le aclaró—. Bueno, allí tienes a Aidan, pero creo que no está por la labor. Así que dices que no estás con Mike.
Rachel la miró como si se hubiera vuelto loca. —¿Con Mike? No, ¿qué dices? Pero ¡si es mi hermano! Oh, no, ¿no habrás pensado de verdad que estaba con él? Pocos minutos más tarde, éste apareció en la mesa. —Lo siento mucho —dijo frunciendo el cejo en dirección a Rachel —. Mi hermana suele ser un poco... directa. —No pasa nada —contestó Jenny sonriendo al ver que se sentaba a su lado—. Sois más que bienvenidos a acompañarnos. —¿De qué conoces a los novios? —preguntó Karen—. ¿Sois parientes? Mike negó con la cabeza. —En realidad yo no los conozco de nada —afirmó—. Rachel hizo las prácticas de enfermera con Tessa y me pidió que viniera con ella. Está convencida de que aquí encontrará un novio y me ha liado para que la acompañe. —Puso los ojos en blanco. —Hace casi tres años que no veo a Tessa, pero seguimos en contacto. Después de obtener el título, yo me fui a trabajar a Londres — explicó Rachel apartándose el pelo detrás de la oreja mientras extendía mantequilla en una tostada—. ¡De hecho, no puedo creer que se haya casado! Eso me hace sentir vieja. —¿Vieja? —preguntó Jenny—. No puedes tener más de veinticuatro o veinticinco años. —Veintisiete —contestó la chica con aire triste—, y, por desgracia, sigo soltera. —Sacudió la cabeza con desánimo y luego añadió con una sonrisa—: Ese hombre de allí es bastante guapo. Un poco mayor, pero ¡estoy segura de que eso no sería un problema! —asintió mirando en dirección a la mesa de los novios. Jenny siguió la dirección de su mirada y se rió a carcajadas. —¡Ese es el padre de Tessa! —¡Oh! No le había reconocido, claro, si acabo de verlo en la iglesia. —Rachel se avergonzó un poco—. ¡No creo que a la señora Sullivan le gustase mucho que intentara ligarme a su marido en la boda de su hija! Todos rieron. —Nosotros somos amigos de Tessa, de Dublín —la informó Karen —. Yo compartía piso con Gerry antes de que se fuera a vivir con Tessa. Este es mi prometido, Shane —añadió dándole un codazo. El asintió en su
dirección, con la boca llena de ensalada. —Bien, otra comprometida, eso significa más hombres para mí. ¿Y tú estás con alguien? —preguntó la chica señalando a Jenny con el tenedor. Esta, incómoda cambió de postura. —Bueno, yo acabo de salir de una relación —contestó deseando que Rachel no le hubiera preguntado—. Se fue a vivir a América hace ya un tiempo. —Rachel, ¿por qué tienes que meter la nariz en todas partes? —la reprendió Mike notando la incomodidad de Jenny—. No puedes ir por ahí preguntando cosas personales a gente a la que acabas de conocer. Jenny sonrió para reducir la tensión. —No, no pasa nada, Rachel, en serio. Es sólo que terminó mal, y a veces se me hace difícil hablar de ello. —Lo siento. —La joven parecía avergonzada—. Mike tiene razón. No debería ser tan fisgona. Es que a veces me siento como si fuera la única chica de mi edad que sigue soltera. Es un alivio encontrar a alguien que no está comprometido, o casado o planeando alguna de ambas cosas. —Sonrió —. Quizá pudiésemos ir juntas a cazar a un hombre. —Estoy seguro de que Jenny no está tan desesperada como tú, Rachel —la interrumpió Mike irritado—. ¿No puedes dejar de molestarla? Su hermana le hizo una mueca. —No sé por qué le pido que venga a ningún lado conmigo —dijo luego volviéndose hacia Karen—. ¡Es tan estricto...! De verdad. Y eso no es nada, te diré que... Mike puso los ojos en blanco disculpándose con Jenny por su hermana, al tiempo que Rachel seguía su conversación con Karen. —De verdad, lo siento si te ha molestado. A veces parece que tenga diez años. Ella hizo un gesto con la mano quitándole importancia y tomó un sorbo de vino. —No pasa nada, de verdad. Me parece muy simpática, y me alegra que os hayáis sentado con nosotros. Al principio, cuando estabais en el bar, pensamos que erais pareja. Él rió con timidez. —¡Por favor! ¡Es mi hermana! ¡La quiero muchísimo, pero alguien como Rachel es radicalmente opuesta al tipo de chica que me gusta! Jenny se encontró reflexionando sobre cuál sería ese tipo de chica;
luego se detuvo. ¿Estaba loca? Mike era un cliente, y ya lo había pasado bastante mal con motivo del incidente. —Bueno, ¿sabes si Barry Ferguson acabó solucionando lo del traje? —preguntó, impaciente por dar por zanjado el asunto que había propiciado su primer encuentro. —¿Solucionado? —Mike frunció el cejo. Luego cayó en la cuenta —. Ah, el famoso traje de Armani. —Se rió entre dientes al recordar algo —. Prométeme que no vas a decir nada... —Le hizo señas de que se acercara y Jenny sintió cómo se estremecía al notar su respiración contra su oído—. Mi supuesto traje de diseño me costó ciento cincuenta euros en Next —susurró. Luego se echó para atrás y soltó una carcajada al ver la cara de sorpresa de ella—. Bueno, tengo que guardar las apariencias con el director del banco, ¿no crees? Pero no te preocupes, algún día le contaré la verdad —añadió con una sonrisa—. No me supe contener y cargué contra él. De hecho, hasta fue divertido; creí que el pobre hombre iba a estallar. —¡Para mí no fue nada divertido! —rió a su vez Jenny—. Nunca conseguiré que lo olviden. ¡Soy el hazmerreír de todo el banco! Mientras ella y Mike se reían juntos, notó cómo Karen los miraba con atención desde el otro lado de la mesa. Cuando fue al servicio, después del segundo plato, sabía que era cuestión de segundos que Karen apareciera. Estaba en lo cierto. —Es guapísimo —exclamó su amiga sintiendo que el efecto del vodka todavía no se le había pasado—. ¡Y le gustas! —No conoce a nadie más, eso es todo —replicó ella rechazando la idea al tiempo que se retocaba el maquillaje en el espejo. —Nop —Karen no pronunciaba muy bien las palabras—. Rachel dice que antes, cuando te ha encontrado en el bar, no ha parado de hablar de ti. —Eso es por lo que pasó en el trabajo. No me sorprende que le contara el incidente. Lo más probable es que le dijera: «Ésa es la idiota aquella del banco», y ya está. —Humm, como quieras. Pero a ti también te gusta, ¿no es así? —la desafió. —¡Karen, es un cliente! —Jen, no eres doctora! ¿Acaso hay reglas bancadas sobre salir con clientes fuera del horario de trabajo? Ella se encogió de hombros. —No lo creo —contestó Karen en su lugar—. Ve y pásatelo bien,
Jen, te lo mereces. Está bastante claro que le gustas. No te ha quitado el ojo de encima en todo el rato, lo que me recuerda que —añadió mirándose al espejo— es una pena, porque incluso a mí me gusta. ¡Mira esto! ¡El maldito sombrero me ha dejado el pelo completamente aplastado! —Sacó un cepillo de su bolso y empezó a peinarse. —¡Karen Cassidy, estás comprometida! —Estoy bromeando. No cambiaría a Shane por nada del mundo. En serio. En cambio tú —añadió con cierta melancolía— quizá es hora de que vuelvas a divertirte. Has estado encerrada, apartada de todo duíante meses; eso no puede ser bueno para ti. Y él es... bueno, Roan ha desaparecido del mapa, ¿no es así? Jenny asintió, la combinación del vino y del supuesto interés de Mike Kennedy la pusieron eufórica. —Tienes razón. Y hasta ahora ha sido un gran día. —Le guiñó un ojo con picardía al reflejo de Karen—. De acuerdo, me has convencido. Ya es hora de coquetear un poco. —¡Buena chica! —Karen palmoteo—. Ésa es la Jenny que todos conocemos y queremos. —¿Se me ve bien? —Estás fantástica —contestó su amiga con entusiasmo; no quería bajarle la moral diciéndole que el verde del vestido no quedaba bien con su color de piel. Sin embargo, se la veía alegre y segura. Sin lugar a dudas, salir y disfrutar le había hecho bien—. Y el pelo se te ve más fuerte desde que te lo cortaste. Karen elogió el peinado dejen, más corto y escalado; también el tinte se veía más luminoso. —En fin, quizá nos estamos emocionando y Mike esté saliendo con alguien; no sabemos nada de él —reflexionó Jenny en voz alta. Karen sacudió la cabeza. —Rachel habría dicho algo. Sinceramente, ¡no he podido abrir la boca en todo el rato! Es muy divertida, ¿no te parece? —El pobre Aidan no ha dejado de mirarla desde que se ha sentado a la mesa. —¿En serio? No lo he notado, tendré que presentarlos. Ya va siendo hora de que Aidan se busque una mujer. Hace mucho tiempo que no tiene una relación seria. —¡Bueno, Rachel estará contenta, a juzgar por lo que ha dicho antes! —Entonces los sacaré de su estado desgraciado haciendo que
hablen. ¿Quién sabe? —comentó Karen encaminándose hacia el salón del banquete—. ¡La boda de Tessa y Gerry puede que dé muchos frutos! Poco después de que terminaran de comer, empezaron los discursos. El padre de Tessa, visiblemente nervioso, pronunció un parlamento corto pero muy bonito sobre lo orgulloso y feliz que estaba con su hija mayor y su nuevo marido. Poco después, Gerry, acalorado, se levantó, y todos lo animaron con ovaciones. El discurso de la boda había sido una broma recurrente entre él y sus amigos, y todos sabían que estaba aterrorizado con la idea de hablar delante de todo el mundo. Le temblaban las manos cuando cogió el micrófono. —Eh, gracias a todos por haber venido —empezó a decir, temblándole la voz mientras intentaba leer sus notas. Pero cuando terminó de hablar, todas y cada una de las mujeres del salón, incluida Tessa, tenían lágrimas en los ojos. Hasta algún hombre parecía afectado por sus palabras. Fue el discurso más romántico y conmovedor que Jenny había escuchado nunca y, cuando vio a Gerry sentarse y cogerle la mano a Tessa, envidió a su amiga enormemente. —No creía que Burkie sintiera de ese modo —comentó un Shane de ojos húmedos. Se volvió y fingió sonarse la nariz—. Después de esto, todas las mujeres desearían que se hubiera casado con ellas. Mira, incluso esa camarera amargada no deja de sonreírle. —Ha sido increíble. —Jenny se secó ligeramente los ojos con un pañuelo—. Las cosas que ha dicho sobre Tessa y la manera en que la miraba, parecía que el salón estuviera vacío. Y eso era quedarse corta, pensó. Se dio cuenta de que, en todo el tiempo que ella y Roan habían estado juntos, él nunca la había mirado así, y probablemente, nunca lo haría. Miró a Tessa, en la mesa nupcial; había estado muy contenta y sonriente durante todo el día; todo el mundo podía ver lo inmensamente feliz que era. Toda la preocupación que Jenny y Karen habían sentido sobre que la boda acabara convirtiéndose para su amiga sólo en una especie de espectáculo ahora se revelaba inútil y Jenny comprendía la motivación de Tessa. Ella tan sólo había querido disfrutar el día más especial de su vida, y que todos lo recordaran. Cuando vio cómo le brillaban los ojos de contento, no pudo evitar sentir una cierta tristeza por sí misma. Debía de ser maravilloso ser tan feliz, saber que la persona a la que amas te devuelve ese amor con sencillez y sin cuestionamientos. Tenía
que ser el mejor sentimiento del mundo, pensó. De repente, se sintió terriblemente desgraciada, con el temor de no poder experimentar nunca algo semejante. —¿En qué piensas? —oyó que le preguntaba Mike cuando éste volvió del bar. Ella levantó la vista y sonrió, cogiendo la copa de vino que él le ofrecía. —Estaba pensando en todo lo que ha dicho Gerry, sobre cómo conoció a Tessa y supo que era la mujer de su vida, y que sabe que quiere estar con ella para siempre. ¿Cómo puede estar seguro? —reflexionó en voz alta—. ¿Cómo puede alguien estar seguro de algo así? —Para serte sincero, no creo que nadie pueda estarlo. —Mike se sentó y acercó su silla—. En un día así, las emociones siempre están a flor de piel, especialmente con los discursos. La gente suele decir muchas cosas y hacer muchas promesas que quizá después no puedan cumplir. —Se encogió de hombros con desinterés. —¿Qué quieres decir? —Bueno, es imposible saber cómo irán las cosas, eso es todo. — Tomó un sorbo de su cerveza. —Es como si tuvieras una visión muy negativa del matrimonio — dijo ella, un poco recelosa por su actitud cínica—. Estoy segura de que Gerry sentía de verdad cada palabra que hoy ha pronunciado. —Claro que sí, lo sentía todo, hoy —replicó Mike con serenidad—. Está muy bien hacer promesas en un día tan especial, pero es lo que pasa después lo que cuenta, créeme; las palabras pueden olvidarse rápidamente. Parecía tan seguro, que Jenny prefirió cambiar de tema. Tomó un sorbo de vino y miró al otro lado de la mesa, hacia Rachel y Karen, que estaban charlando animadamente. —¿Sigue Rachel trabajando en Londres? —preguntó por preguntar. El negó con la cabeza. —No, se ha mudado hace unos meses. Ahora trabaja en la maternidad y se quedará conmigo hasta que encuentre un sitio donde vivir. —Puso los ojos en blanco—. Ya está tardando en encontrarlo, créeme. Rachel es una de las personas más desorganizadas y desordenadas del mundo. A veces, pienso cómo es posible que hayamos crecido bajo el mismo techo. —Entonces se rió—. Todavía me cuesta creer que Rachel haya terminando siendo enfermera. Es un desastre, no entiendo cómo
alguien con dos dedos de frente puede encargarle a mi hermana pequeña una guardia de hospital. ¡Imagínate confiar en ella para que te dé la medicación! Jenny se rió. —¡Es normal que sigas viéndola como a tu hermanita pequeña, incapaz de hacer nada de «mayores»! A mí me pasa lo mismo con mis hermanos. Pero Rachel no hubiera aprobado su carrera si fuera tan mala. Apuesto a que es muy buena en su trabajo. —Advirtió que Rachel movía los brazos animadamente mientras charlaba con Karen y Shane. Parecía el tipo de enfermera ideal para los pacientes: muy simpática y conversadora. Probablemente, todos la adoraban. —Puede. Pero te digo una cosa, nunca me verás en el hospital si Rachel está al mando. ¡Prefiero morirme de dolor a dejar que se me acerque! Ambos rieron. Luego, mientras la camarera limpiaba la mesa, se quedaron en silencio. Jenny se puso las manos en el estómago y se dejó resbalar un poco en la silla. —Gracias a Dios que se lo lleva. Ver comida me hacía sentir el doble de llena de lo que estoy. —¿Te apetece dar un paseo? —le preguntó él echándose hacia atrás en la silla y disimulando un bostezo—. Después de comer tanto me siento embutido, aparte que por aquí el paisaje es muy bonito. —Buena idea. —Jenny cogió el bolso y el chai—. Me apetece estirar un poco las piernas. El aire se había enfriado, porque empezaba a anochecer. Jenny se puso el ligero chai en los hombros y se lo ciñó al cuerpo. Se estremeció. —Hace un poco de frío —comentó Mike—. ¿Quieres que lo dejemos? —No, en absoluto, ya iré entrando en calor mientras andamos — contestó. Para su sorpresa, se dio cuenta de que, congelada o no, le apetecía estar a solas con él. Caminaron juntos un momento, charlando amigablemente sobre los acontecimientos del día. Jenny no sabía muy bien por qué, pero al cabo de un rato se encontró dirigiendo la conversación hacia lo que le había comentado antes sobre Gerry. —Tengo curiosidad por lo que has dicho antes sobre el matrimonio.
¿Qué tienes en contra? —preguntó sin tapujos. Notó que él se ponía un poco rígido a su lado y sospechó que había sido demasiado directa. Se habría dado de bofetadas. —Lo siento, Mike, olvídalo... —Pero entonces, se dio cuenta de repente de lo que pasaba—. ¿Estás casado, no es así? —preguntó, mirándolo directamente a los ojos. Al principio, él no dijo nada y, de forma inexplicable, Jenny se sintió muy disgustada al pensar que había acertado. —Estaba casado —reconoció al fin—, pero ya no lo estoy. —¡Oh! —Quería saber más, pero al mismo tiempo no quería parecer una fisgona. ¿Sería viudo? ¿Qué habría pasado? —Estoy divorciado —dijo respondiendo a la pregunta que ella no formuló—. Hace dos años ya. —¡Oh! —repitió Jenny. —No te preocupes —prosiguió, percibiendo su malestar—. Fue hace mucho. Pero la experiencia me ha vuelto un poco cínico sobre el matrimonio y las promesas nupciales. Jenny asintió. Probablemente su esposa lo abandonó, o lo engañó, pensó. —Me lo imagino. Perdona. Ahora me siento fatal. No quería parecer una fisgona. Quiero decir que apenas te conozco... —Olvídalo, Jenny. De verdad. Pero siguió sintiéndose mal. ¿Por qué había tenido que ser tan directa? Seguro que estaría pensando que era una bruja metomentodo. —¿Y? —continuó él con una sonrisa—. Ojo por ojo. Antes has dicho que acabas de salir de una relación seria. ¿Cuál es tu historia? Jenny estaba tan agradecida de que no se hubiera molestado, que no le importó la pregunta. —No hay ninguna historia y no era algo serio, al menos para él — añadió con una risita nerviosa—. Al final de la relación lo pillé engañándome, pero estoy bastante segura de que fue así desde el principio y durante todo el tiempo que pasamos juntos. Es sólo que yo no lo quería admitir. Para su sorpresa, al pronunciar esas palabras se sintió liberada. Por fin podía admitir en voz alta, no sólo para sí misma, sino también ante un perfecto desconocido, que su relación había sido una farsa. —Sé que quizá esto te suene un poco a tópico —dijo Mike
mirándola de reojo—, pero fuera quien fuese, debía de tratarse de un completo idiota. No me cabe en la cabeza que alguien pueda sentir la necesidad de engañar, y menos si tenía una relación con alguien como tú. Jenny se rió. —Tienes razón, ¡es un tópico horrible! Pero gracias. Es bonito escucharlo de todas formas. Estuvieron charlando un buen rato y ella descubrió que estaba en lo cierto sobre que su esposa lo había abandonado. —Habíamos estado juntos muchos años antes de casarnos. Yo estudiaba en Londres y nos conocimos en la universidad —le contó—. ¡De hecho, lo creas o no, Rebecca era una de mis profesoras! «Durante los primeros años de nuestro matrimonio, vivimos en Londres; allí creé InTech, eso fue no mucho después de casarnos. Al principio fue muy difícil, yo apenas aparecía por casa y aguantaba mucha presión en el trabajo. Supongo que Becky se aburrió. Dejó su trabajo cuando nos casamos y, al parecer, deseaba que formásemos una familia en seguida. Fue algo estúpido, realmente; te puedes imaginar que podríamos haberlo resuelto antes, pero nunca hablamos de ello. Yo creía que Rebecca sabía que el negocio era para mí la principal prioridad; al menos durante un tiempo. Discutíamos mucho, sobre todo por mi trabajo... —¿No querías niños hasta que el negocio estuviera levantado y funcionando? —preguntó Jenny—. Eso me parece bastante razonable. Mike asintió: —Yo también pensaba así, pero Rebecca es un poco mayor que yo, y creo que, de alguna forma, su reloj biológico estaba contando las horas. —Miró con tristeza al horizonte por un momento y luego continuó—: Estaba empeñada en quedarse embarazada, lo quisiera yo o no. Un día descubrí de forma accidental que había dejado de tomar la pildora. Me puse furioso. No estaba preparado para tener una familia. Un niño supondría para mí muchos más problemas de los que ya soportaba, piensa que estaba intentando que la empresa saliera adelante; sin embargo, Becky no lo entendía. Lo hablamos una y otra vez y, finalmente, ella estuvo de acuerdo en que esperásemos unos cuantos años, como mínimo hasta que yo estuviera seguro de que InTech sería viable. Cuando digo que estuvo de acuerdo, quiero decir de mala gana —añadió—. Y entonces... entonces no pasó mucho tiempo antes de que las cosas se pusieran muy difíciles entre nosotros.
Jenny imaginaba el final de la historia. —¿Ella se resentía de tener que esperar y tú te fuiste alejando? —Algo así —respondió—. En fin, para acortar la historia, acabó dejándome por otro. Lo dijo de una manera que Jenny entendió que Mike, a pesar de lo que dijese, aún estaba muy dolido por lo que pasó. —¿Cuánto tiempo estuvisteis casados? —Cuatro años —contestó—. Es extraño, ¿no crees? Estuvimos juntos muchos años antes de casarnos, y luego todo terminó así. No dijo nada más y caminaron juntos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. —Será mejor que volvamos —dijo él finalmente—. Pronto empezará a tocar la banda. —¡Oh, lo había olvidado! —Jenny miró el reloj y abrió los ojos con alegría—. ¡La gran sorpresa! —¿Qué sorpresa? —preguntó Mike sin aliento, intentando seguirla, mientras ella se encaminaba rápidamente hacia el hotel. —Nunca dirías quién ha conseguido Gerry que venga a tocar esta noche —comentó con excitación—. ¡No puedo esperar a ver la cara de Tessa! ¡Rápido, antes de que nos lo perdamos! Acababan de entrar en el salón cuando la voz del responsable del hotel retumbó en el altavoz. —Señores y señoras, esta noche tenemos algo muy especial. Es algo excepcional, sin embargo, comprendemos que Gerry Burke haya removido cielo y tierra para hacerle este regalo de bodas a la señora Burke. Jenny vio que, de repente, Tessa levantaba la vista, interrumpía la conversación que estaba teniendo con los invitados y echaba un vistazo a su alrededor, confusa e insegura sobre lo que debía esperar. Gerry, al otro lado del salón, le guiñó el ojo. —¡Ya verás cuando oiga lo que es! —exclamó Jenny con entusiasmo, volviendo a la mesa. El hombre continuó: Sin más dilación, especialmente llegado para la señora Burke que tengo entendido que es una de sus mayores fans estoy encantado de presentarles al único, al incomparable, ¡Joe Dolan.
CAPÍTULO 28 Shane dió contra los pies de Karen con el aspirador. En vano trataba de aspirar la moqueta que ella tenía debajo. —¿Vas a moverte? ¡Llegarán de un momento a otro! Karen pasó una página de la revista que estaba leyendo, y le echó una mirada amenazadora. —Shane Quinn, si hubiera sabido que eras tan gruñón, nunca me habría ido a vivir contigo, por no mencionar el hecho de haberme prometido. Sinceramente —bromeó—, eres peor que una ama de casa, pasando el plumero por todas partes. Si no te conociera tan bien, pensaría que eras gay. —Le dio un golpecito en la pierna de forma juguetona. —Oh, vamos, Karen. Haz un pequeño esfuerzo, ¿vale? Tenemos visitas, estoy intentando que la casa se vea un poco decente y lo único que tú haces es quedarte ahí sentada y molestarme. —Poniéndose serio, le dio un trapo y una botella de limpiacristales y le dijo—: Venga, deja las revistas, mueve el culo y limpia la mesa auxiliar. —¡De acuerdo, mami! —Desganada, Karen se levantó del sofá y miró el reloj de la repisa de la chimenea—. Shane, sólo son las dos. Mike y Jenny no llegarán hasta dentro de una hora como mínimo, y ya sabes lo puntuales que son Tessa y Gerry. Relájate. Justo entonces, sonó el timbre de la puerta. —¡Vaya! —Shane la apartó de su camino y fue a responder al interfono—. No deben de haber encontrado tanto tráfico como creían. Karen, sorprendida, sacudió la cabeza. Shane parecía de verdad nervioso con la visita de Mike y Jenny. Obviamente, estaba intentando impresionar a Mike Kennedy. Aunque no quisiera admitirlo, Shane le había tomado afecto el día de la boda. Karen pensó que sabía exactamente por qué. Mike era un acérrimo seguidor del Liverpool, y Shane, después de pasar años aguantando las bromitas de los seguidores del Manchester United, estaba encantado de haber encontrado por fin a alguien con quien compartir su afición por el fútbol y por el mismo equipo. Por no mencionar el hecho de que Mike tenía pases dobles para Anfield para toda la temporada. Karen oyó un grito en la puerta.
—¡Hola, chicos! Fue hacia allá y vio a Tessa. Estaba muy morena y emocionada, abrazando a Shane mientras Gerry estaba plantado a su lado como un espectador. —¡Señor y señora Burke! —dijo ella besando a Gerry en la mejilla —. ¡Bienvenidos a casa! ¿Cómo os ha ido por Bali? —Oh, Karen —exclamó Tessa eufórica—, ¡no te lo vas a creer! Es el lugar más bonito que he visto nunca. El hotel era fabuloso, y el clima... creía que me iba a cocer allí mismo. —Bueno, como mínimo has tomado el sol. ¡Creía que los recién casados en luna de miel no pasaban tanto rato fuera de la habitación como para conseguir un moreno así! —No te preocupes, hubo tiempo para todo —rió Tessa mientras se encaminaba hacia la cocina—. Aprovechamos el tiempo al máximo, ¿no es así, Gerry? —añadió con un guiño. El se puso colorado y se sentó a la mesa de la cocina. —Ya te lo contaré más tarde —susurró Tessa mientras Karen la miraba con curiosidad—. Y bueno —prosiguió—, ¿alguna novedad? ¿Qué nos hemos perdido mientras estábamos en el paraíso? —Bueno, ya sabes lo de Jenny y el encantador Mike Kennedy. Te lo dije por teléfono. —Sí, pero no me explicaste los detalles. Yo sólo lo vi un segundo o dos en la boda. Ni siquiera sabía que era el hermano de Rachel. ¿Qué tal es? Shane gruñó. —Ya está, ha llegado la hora del cotilleo. Vamos, Gerry —cogió un par de cervezas de la nevera—, creo que será mejor que vayamos al salón y nos pongamos cómodos, así dejamos que estas dos charlen en paz. —Me parece perfecto. —Gerry lo siguió fuera de la cocina. Karen abrió una botella de chardonnay, cogió un par de copas de vino del armario y le pasó una a Tessa. —Por lo que veo, parece un chico estupendo. Además, parece estar loco por ella. —¿Y eso es bueno o malo? —preguntó Tessa frunciendo el cejo—. Sé que ya ha pasado un tiempo, pero ¿Jenny está preparada para empezar una relación? Karen asintió.
—Para serte sincera, yo pensaba lo mismo. Aun así, tu boda era exactamente lo que necesitaba. Fue una buena excusa para que saliera y empezara a vivir otra vez. —¿Cuál es la historia? Es mayor que nosotros, ¿no es así? —Treinta y cinco. Está divorciado y se ve que su esposa lo dejó por algún otro. Me gustaría ver con quién está ella ahora si pudo dejar a un bombón como ése. Tessa soltó una risita. —Quizá no sea muy bueno en la cama. —Bueno, comparado con Roan Williams, debe de ser fabuloso — contestó Karen con amargura—. Hace poco, Jenny me contó que, hacia al final de la relación, pasaron mucho tiempo sin sexo. —¿Qué? —Tessa dejó la copa en la mesa—. Por la manera en que Roan se comportaba, cualquiera juraría que como amante era un regalo de los dioses. —Quizá lo fuera... para todo el mundo menos para Jenny. La otra negó con la cabeza. —Me sentí tan mal por ella, por lo que pasó esa noche. Creía que no lo iba a superar nunca. ¿Cómo pudo estar tanto tiempo colgada de ese tipo? —Supongo que darse cuenta era más difícil para ella que para nosotros —contestó Karen—. Estaba enamorada, quizá, de alguna manera, sigue estándolo. Pero lo principal es que ahora Roan ha desaparecido de su vida y, por otro lado, creo que lo que tiene con Mike le será beneficioso. —Bueno, imagino que es bueno que él haya tenido una mala experiencia en su relación, con el divorcio y todo eso —comentó Tessa—. ¿Crees que pueden ir en serio? —No sé si hay algo entre ellos. Lo que sí sé es que han pasado mucho tiempo juntos desde tu boda, y parece que se llevan muy bien. — Tomó un sorbo de vino—. Debo admitir que, después de lo que pasó, pensaba que Jenny no saldría con nadie en mucho tiempo. Sin embargo, al conocer a Mike he entendido por qué le gusta. Es un chico estupendo; completamente distinto al cretino de Roan. Tessa se rió al oír eso. —Realmente lo odiabas, ¿eh? —Desde el primer día —confirmó la otra con firmeza—. Me esforcé tanto como pude por Jenny, pero siempre hubo algo en él que, no
sé, me hacía dudar. Era un tipo muy guapo, eso no lo niego, pero era un Casanova. Aún no me hago a la idea de cómo podía llevarse tan bien con Shane. —A Gerry tampoco le caía mal —dijo Tessa—, pero cuando le hizo esa mala pasada a Jenny, cambió de opinión. Cuando se lo conté, quería ir a buscarlo. —Gerry es un encanto, ¿no reaccionó también así esa vez con lo de Shane y Lydia? Tessa frunció el cejo intentando hacer memoria. —Sí, pero eso fue muy distinto. Esa vez la culpable era Lydia. La muy zorra. —Estoy de acuerdo —convino Karen con vehemencia, levantando la copa y brindando con Tessa. Rió entre dientes—. He oído que se quedó atónita al saber que no estaba invitada a la boda. —No pensábamos invitarla por nada del mundo. Lo más probable es que hubiera acabado montando una escena o algo por el estilo. ¡Cualquier cosa con tal de robarme protagonismo! Karen entrechocó la copa con la de su amiga. —¡Que Dios proteja a quien se atreva a robarle el protagonismo a Tessa Sullivan! —dijo riendo. —Ahora es señora Tessa Burke, gracias —dijo Tessa fingiendo un tono relamido, con la nariz levantada y mostrándole a Karen su anillo de casada. —¡Me suena tan raro! —comentó ésta—. Me va a resultar difícil acostumbrarme. —¡No tan raro como Karen Quinn! Dejó de reír al ver que su amiga cambiaba de repente la expresión y se ponía seria. —Eh, ¿va todo bien? —dijo Tessa, tocando con delicadeza el brazo de Karen. —Oh, no lo sé, Tessa —suspiró la otra mirando fijamente dentro de la copa—. La cosa es que, últimamente, la familia de Shane está empeorando mucho. —¿Quieres decir los niños? ¿Siguen volviéndote loca? —No es sólo eso, y créeme, eso ya es bastante malo en sí mismo — respondió, poniendo los ojos en blanco—. Marie estuvo aquí con ellos el pasado fin de semana, y no dejó de insistir en que fijáramos una fecha e
hiciéramos «lo que debíamos». No paraba de decir lo bueno que es disfrutar de los niños cuando son pequeños, y que Shane y yo deberíamos «irnos preparando». ¡Agh! ¡Me dieron ganas de estrangularla! —Vio que Tessa la miraba con sorna—. Sé que puede parecer divertido, pero no lo es, créeme. Si estuvieras en mi lugar, estarías exactamente igual que yo. —Lo que no puedo entender es por qué dejas que te diga todo eso —replicó su amiga—. No te imagino callada. Normalmente no te cortas en decir lo que piensas. Y, si ése es el caso, sería la primera vez desde que te conozco. —Ya, pero es la familia de Shane, ¿no lo entiendes? No puedo enviarlos a freír espárragos. —Aun así —insistió Tessa reflexiva—, me sorprende que no digas nada. —No es sólo eso, Tessa. —Karen volvió a suspirar—. ¿Recuerdas que te hablé de Jack, su hermano que vive en Inglaterra? Pues bueno, ha pasado bastante tiempo aquí últimamente. Es arquitecto, y está trabajando en algún proyecto en las afueras de Sandymount. —Ya, y no te cae bien. —Creo que es un engreído, por decirlo de forma delicada — contestó—. En fin, que siempre que está en Dublín se queda en nuestra casa, nos guste o no. —Ya veo —asintió Tessa—. Y a ti ese trato no te hace particularmente feliz. —Ése es el problema —se quejó ella con irritación—. Nunca nos avisa. Sólo se presenta en la puerta con su maleta cuando le da la gana. Nunca llama, sino que da por sentado que estaremos encantados de acogerlo. —¿Y qué opina Shane sobre el tema? Karen miró hacia la puerta de la cocina y bajó el tono de voz: —Ahí radica el problema. Shane no quiere decirle nada porque Jack «se ha portado tan bien con nosotros». ¡Es como si pensara que, dado que nos ayudó con el aval de la hipoteca, tiene derecho a habitación gratuita! ¿Te lo puedes creer? —Tenía la cara roja de indignación—. ¡La cuestión es que esto me está volviendo loca! Necesito mi privacidad, Tessa, y no me gusta que los familiares de Shane aparezcan en la puerta cuando les apetezca. Su madre lo hizo también otro fin de semana. Decidió que después de ir de compras le apetecía una taza de té, ¡así que se presentó sin avisarnos y sin
ni siquiera enterarse de si estábamos aquí o no! Me deja con un sentimiento de frustración, porque ésta es nuestra casa y nuestra hipoteca; nosotros somos los que estamos pagando la cuota. ¡No veo que el bueno de Jack nos pague ni una pequeña parte de los mil euros que le damos al banco cada mes! ¡Dios, es como formar parte de la mafia o algo así! —Chis, cálmate —dijo Tessa con suavidad—. No querrás que Shane te oiga. —¿Sabes qué?, llegados a este punto, ya no me importa que me oiga o no. —Karen llenó de nuevo su copa y bebió un buen trago—. Es demasiado bueno. —¿Lo habéis hablado entre vosotros? ¿Le has comentado que no te sientes cómoda teniendo a Jack rondando por aquí cada vez que le apetezca? —No hay manera —contestó ella con sequedad—. Aunque se lo dijera, nada cambiaría. Para él, Jack es su maravilloso hermano mayor. Lo que yo piense no importa. —Karen, tendrás que hacer un esfuerzo y tratar de arreglar pronto este asunto. Si ahora la situación te tiene descontenta, ¿cómo serán las cosas cuando tú y Shane estéis casados? Ya sé que dicen que te casas con él y no con su familia, pero en tu caso no parece que sea así. —Lo sé —contestó la otra levantándose—. He estado tratando de que nos sentáramos y hablar todo esto con calma. Pero ya sabes cómo somos los dos, cualquier problema que tenemos, sólo sabemos solucionarlo con una gran bronca. —Hizo una mueca—. Si acabáramos peleándonos, me temo que diría cosas de las que después me puedo arrepentir: como por ejemplo insultar a los Quinn. —Bueno, asegúrate de que no llegas a ese punto. Id a cenar algún día y entonces saca el tema. —Sonrió—. Ni siquiera tú te atreverías a montar una escena en un lugar «civilizado». ¿Qué opinas? —Puede —Karen no parecía muy convencida—. De todas formas, estoy harta de hablar de mis desgracias. Con eso no hago más que deprimirnos a las dos. —Es verdad —contestó Tessa fingiendo un bostezo. Entonces sonrió—. En serio, Karen, soluciónalo. No te hará bien ir aguantando. Todo acabará mucho peor si no le pones remedio. Karen saludó militarmente. —De acuerdo, señora Burke, lo prometo. Voy a tratar de organizar
una salida el fin de semana que viene. Miró el reloj y cogió su copa. —Venga, vamos con los chicos. Jenny y Mike estarán a punto de llegar y tú y Gerry podéis contarnos lo bonito que es Bali.
—Hay algo que he estado preguntándome desde el día de la boda — dijo Mike volviéndose hacia Gerry, que estaba sentado en el sillón de al lado de él—. ¿Cómo diablos te las arreglaste para que Joe Dolan fuese allí? —¿No querrás decir por qué diablos? —rió Karen. El vino ya empezaba a surtir efecto. De hecho, ella y Tessa parecían estar manteniendo un mano a mano con la bebida: cuando llegaron Jenny y Mike, ya se habían acabado una segunda botella de vino. Jenny estaba radiante esa noche, pensó Karen. Obviamente, pasar ratos con Mike le había hecho mucho bien. No había parado de sonreír desde que cruzó la puerta. —Por qué, eso me pregunto yo también —añadió Shane guiñándole un ojo a Tessa. —¡Oh, vamos! —Ésta le dio un codazo en las costillas—. Incluso vosotros tenéis que admitir que fue una noche absolutamente fantástica. Todo el mundo bailó. —Mi tía Molly es una gran fan suya —explicó Gerry respondiendo a la pregunta de Mike—. Lo conoce bien y me ayudó a arreglarlo. —Te debió de costar una fortuna —comentó Mike sacudiendo la cabeza con admiración. —No, la fecha le iba bien. Tenía un concierto en la ciudad esa misma noche, así que estuvo de acuerdo en pasarse una hora para hacerle un favor a Molly. Aunque le pagué algo y le di un trozo de pastel de boda —añadió con un guiño. —Creo que fue espectacular —intervino Jenny, que estaba cómodamente sentada al lado de Mike, en el sofá—. Deberías haberte visto la cara, Tessa, ¡estabas para una foto! ¡Creo que nunca te había visto tan sorprendida! Tessa miró a Gerry con ternura. —El mérito es de mi maridito. Hizo que ese día todo fuese perfecto. —Cuéntanos qué tal la luna de miel, Tessa —pidió Jenny—. ¿Fue maravillosa?
—¡Oh, por supuesto! —Tessa le guiñó un ojo—. ¡Fue absolutamente maravillosa! —¡Oh, no quiero decir eso! —protestó ella sonrojada, al darse cuenta de que su pregunta había sido involuntariamente ambigua—, quiero decir el lugar, ¿cómo era? —Es en verdad un sitio asombroso, ¿verdad, Gerry? Debo admitir que, cuando después de viajar diez horas hasta Bangkok, bajé del avión para coger otro de cuatro horas más hasta Bali, lo último que me importaba era cómo sería el paisaje; sólo quería dormir una semana. Y entonces... —Entonces fuimos al hotel —terminó Gerry. —¡Chicas, era el lugar más maravilloso que he visto en la vida! — exclamó Tessa—. Me dije, Dios mío, así es como deben de vivir las estrellas. Nunca olvidaré esa primera impresión al entrar en el vestíbulo. —¿Dónde os alojasteis? —preguntó Mike cogiendo un puñado de cacahuetes de un bol que había encima de la mesa baja. —En el Hilton —contestó Gerry—. Era todo muy exótico. Había estatuas orientales y fuentes por todas partes... Además, el interior del edificio era espectacular. Las puertas, las paredes... había relieves dorados por todos lados. —El paraíso —añadió Tessa—. Era como estar solos en una isla; como si fuésemos Robinson Crusoe. El hotel tenía su playa y casi no había nadie más. —Tienes razón, suena a paraíso —comentó Shane pensativo. Entonces se volvió hacia Karen y le preguntó—: ¿Adonde iremos nosotros de luna de miel, amor mío? Jenny soltó un pequeño chillido de emoción. —¿Significa eso lo que yo creo que significa? ¿Ya habéis concretado una fecha? —quiso saber. Karen sacudió la cabeza y miró a Tessa. —No, Jen —respondió en voz baja—, todavía no. Shane sólo está pensando en voz alta, ¿no es así? —Creo que se está replanteando el hecho de casarse conmigo — bromeó él, aunque su sonrisa no se reflejó en sus ojos. —Qué pena. No me importaría pasar otro día cómo ése. Lo pasé realmente bien en vuestra boda. —Ya lo creo que lo pasaste bien —rió Tessa, intentando cambiar de tema para así ayudar a Karen. Jenny pilló la indirecta y sonrió.
—Bueno, estuvo todo bien —prosiguió mirando a Mike de reojo —, menos el hecho de toparme con este chico, que desde entonces no ha dejado de atormentarme. Me sigue a todas partes y no me deja sola... — Mike la pellizcó y ella dio un grito. Karen fue a la cocina a por más bebida y Tessa la acompañó. —¿Y ese par? —preguntó, con los ojos muy abiertos y cogiendo otra botella de vino de la nevera. Karen asintió con suficiencia, cruzando los brazos. —Te lo dije, ¿recuerdas? Es como si estuvieran hechos el uno para el otro. —Pero ¡es fantástico! —exclamó Tessa—. Eso significa que ha olvidado a Roan de una vez por todas, ¿no crees? Además, tiene suerte, ¡Mike es un trozo de pan! Debo admitir que no te creí cuando dijiste que volvía a ser la misma de siempre. —¿Has notado que no ha dejado de sonreír desde que ha cruzado la puerta? —Karen estaba peleándose con el abridor. —¿Quién no ha dejado de sonreír? —preguntó Jenny entrando en la cocina. —Tú y el delicioso señor Kennedy. —Karen le pasó la botella de vino recién abierta—. Coge otra copa del armario y sentémonos aquí un rato. Tessa se muere de ganas de que le cuentes todos los cotilleos. —No hay cotilleos —contestó Jenny ruborizada—. Sólo somos amigos, eso es todo. —¡Está mintiendo, señorita Hamilton! —exclamó Tessa—. ¡He visto cómo os mirabais! ¡No me vengas con el cuento de «sólo amigos»! —De verdad, eso es todo. Lo pasamos bien juntos y disfruto mucho estando con él, pero no estoy interesada en Mike de esa manera. —No estás interesada... pero ¿acaso tú no eres una mujer? ¿Qué hay en él que no te guste, por Dios santo? ¡Es guapísimo! —Entre nosotros no hay nada de eso. Es sólo un amigo. —¿Estás segura de que Mike siente lo mismo? —preguntó Karen —. Porque a mí me parece que él está más que colgado. Jen sacudió la cabeza. —Definitivamente, no. Sigue enamorado de Rebecca, su esposa, bueno, su ex esposa. Creo que por eso nos llevamos tan bien; no hay expectativas, ni presión, ni nada por el estilo. —¿Y qué sientes ahora hacia Roan? —quiso saber Tessa.
—Para serte sincera, durante estas últimas semanas apenas he pensado en él. No me miréis así, ¡lo digo en serio! —añadió con una sonrisa—. Si ahora miro atrás, veo que no era una persona adecuada para mí; al fin, estoy empezando a darme cuenta de ello. —Bueno, creo que eso es genial —la animó Tessa dándole una palmadita en el hombro—. No ha debido de ser fácil para ti. —Desde luego que no —intervino Karen—. De todos modos, bien por ti, Jenny Hamilton, que no pasas mucho tiempo sin la compañía de un hombre guapo. La otra abrió los ojos con desesperación. —Pero ¿acaso no has escuchado ni una palabra de lo que te he dicho, Karen? Con Mike no es lo que piensas. —Claro que no, yo te creo —afirmó Tessa con sarcasmo. Karen levantó su copa. —Chicas, creo que es hora de que brindemos. —¿Por qué? —preguntó Jenny. —Por nosotras —propuso—. Primero por Tessa, ¡la nueva señora Burke! Las tres chicas entrechocaron las copas. —Y luego por Jenny ¡y su nuevo príncipe azul! Esta última sonrió mientras volvían a brindar. Ella y Tessa se quedaron con las copas alzadas, mientras Karen había bebido ya un buen sorbo de vino. —¿Y qué hay de tí? —preguntó Jenny sorprendida, esperando que su amiga brindara por su futura boda. —Sí —contestó Karen con mirada triste mientras dejaba la copa en la mesa—, eso, ¿qué hay de mí?
CAPÍTULO 29 Jenny estudió la lista de nombres que le había pasado Marión. Se trataba de una serie de personas que tenían la cuenta al descubierto, y se estremeció al comprobar que había sido ella quien había autorizado el crédito a la mayoría de esos clientes. Perfecto, pensó. Un montón de cartas de «cuenta al descubierto» para escribir, además de todo lo que tenía que hacer ese día. Tenía que ser más dura con esas personas, pensó, haciendo una mueca mientras repasaba la lista. No era la primera vez que esos nombres aparecían en el informe. Se sobresaltó al oír el timbre. —Jenny, línea dos. —Gracias, Jackie. ¿Quién es? —Pero se quedó con la palabra en la boca, pues la recepcionista ya había colgado. Negó con la cabeza mientras cogía el teléfono. ¡Aquella chica era tan brusca...! Nunca le decía quién la llamaba. Conociéndola, quizá esa llamada ni siquiera fuese para ella. —Hola, habla con Jenny Hamilton —dijo amablemente. Al otro lado del teléfono, una voz agitada dijo: —Quisiera que, por favor, alguien me contara por qué hace un rato no me han aceptado la tarjeta de crédito en Brown Thomas. ¡Hace casi treinta años que soy clienta de ese banco, y no estoy dispuesta a aguantar este tipo de comportamiento! Mi vecino estaba a mi lado y, créame, nunca me había sentido tan avergonzada delante de nadie... Jenny hizo una mueca mientras la mujer continuaba. Tenía razón, esa llamada no era para ella. La autorización del gasto era cosa del servicio de tarjetas de crédito, de manera que Jackie debería haberles pasado a ellos la llamada. No le quedó más remedio que interrumpir a la dienta en mitad de su discurso: —Lo siento mucho, señora... se han equivocado de extensión... ¿Puede esperar un segundo, por favor? —¿Esperar? ¡¿Esperar?! ¡He estado esperando los últimos diez minutos! —Su voz, aguda, amenazaba con volverse histérica—. Y ahora escúchame, jovencita. No aceptaré más evasivas, ni dejaré que me pasen con otra persona que tampoco sepa lo que se hace. Quiero que telefonees ahora mismo a Brown Thomas para explicarle la situación. Y además
quiero que me mandéis hoy mismo una carta pidiendo disculpas, firmada personalmente por el director del banco. ¡Es una vergüenza! Puede que tuviera la cuenta un poco al descubierto, pero... Jenny gruñó por dentro mientras la mujer seguía hablando en aquel tono tan fastidioso. Por cómo sonaba, veía que tendría que solucionar el problema allí mismo y sin dilación. O, al paso que llevaba, pronto estaría amenazando con demandar al banco. Una rápida llamada al servicio de tarjetas de crédito la informó de que la cuenta estaba algo más que «un poco al descubierto» y, además, ni siquiera era dienta de la sucursal de Jenny. Después de escucharla despotricar sobre la regulación del banco y sobre cómo «hasta los perros de la calle pueden conseguir tarjetas de crédito», Jenny logró apaciguarla asegurándole que «reevaluarían su petición de crédito». Gruñó al colgar el teléfono. Tendría que pedirle a Marión que hablara seriamente con Jackie. A saber dónde iban a parar todas sus llamadas. Segundos después, volvió a sonar el timbre. —Jen ¡en la línea tres dicen que han estado esperando una eternidad! Y que no podían esperar más, así que al final he anotado su número, ¿puedes llamarlos? Jen tuvo unas ganas terribles de mandar a Jackie a freír espárragos; sin embargo, prefirió callar. Perder los nervios no la ayudaría en nada. Cuando Jackie le pasó el número de teléfono, reconoció al instante el número privado de Mike. Este contestó al segundo tono. Al oír su voz, Jenny sintió que una sensación agradable la inundaba por entero. —Hola, Mike, soy yo —dijo. —¡Eh, ya era hora! Ella sabía que, mientras hablaba, estaba sonriendo. —Creía que ibas a dejarme esperando para siempre. —Lo siento... no ha sido culpa mía —se disculpó recostándose en la silla, preparándose para charlar un buen rato—. Ha sido otra vez la despistada de Jackie. Mike se rió. —Me lo imaginaba. —Había escuchado las historias que Jenny contaba sobre la recepcionista del banco—. ¿Con quién te ha pasado? —No lo quieras saber —respondió—. Da igual, ¿cómo estás? ¿Llamas para charlar o es que el director de compañía de software más joven y emergente tiene un problema económico?
—Ja, muy gracioso. Aunque después del día que he pasado, podría ser. Escucha, no puedo entretenerme, debo pedirte un favor. —Dispara. —Mientras escuchaba, Jenny empezó a hacer garabatos en los postit amarillos. —Esta tarde voy a ir a visitar algunas casas en Blackrock y me preguntaba si podrías acompañarme y echar un vistazo conmigo... así me das tu opinión. Desde que se mudó a Irlanda tras el divorcio, Mike estaba viviendo en lo que llamaba «su piso de soltero», un dúplex en Shankill, y estaba ansioso por trasladarse a un sitio más cercano a la ciudad y a las oficinas de la compañía, que estaban en Sandyford Industrial Estate. Ante la alarmante subida de los precios de las casas en todo el país — especialmente en Dublín—, y el creciente éxito de la compañía, Mike pensó que había llegado la hora de comprarse un piso. Hasta entonces, había estado mirando por los alrededores de Cabinteely y Dun Laoghaire, pero Jenny sabía que estaba mucho más interesado en Blackrock, porque eso quedaba más cerca de la ciudad y de las oficinas de InTech. —Ya lo creo. Me encantará ver cómo viven los afortunados — bromeó ella, pues Blackrock era uno de los barrios más caros de Dublín—. Termino a las cinco, ¿a qué hora quieres que quedemos? —Si te apetece, te paso a recoger por el trabajo y nos vamos directos desde allí. Podríamos ir a comer algo después. A no ser que quieras pasar antes por casa. —No, está bien. Te veré luego entonces. —¡Es fantástico! —exclamó él—. Sabes lo mucho que aprecio tu gusto exquisito y que valoro tu opinión, Jennifer —continuó, con un afectado y altivo acento del sur de Dublín, totalmente contrario a su carácter honesto, y sin nada que ver con el acento de la zona norte donde él había nacido. —Está bien, está bien, ya me lo dirás más tarde —contestó riendo. Cuando colgó el teléfono, sintió que tenía ganas de que llegara ya la hora de irse. Después de un día como aquél, pensó, echando un vistazo al montón de archivos que tenía encima de la mesa y que todavía no había mirado, le iría bien distraerse. Por otra parte, Mike era muy divertido. Jenny cogió un dossier, conectó el dictáfono y empezó a dictar la primera de las cartas que tenía que enviar ese día a los clientes con cuentas al descubierto.
Poco después de las cinco, estaba fuera de la sucursal, nerviosa, mirando a un lado y a otro de la calle. Sonrió al ver el coche de Mike. Nunca dejaba de sorprenderla que condujera uno de esos pequeños Smart cuando podría permitirse un Audi o un Mercedes. Sin embargo, pensó, ése era su estilo. Le había dicho que no tenía ningún interés en poseer grandes coches, que sólo necesitaba «espacio para él y su portátil». Distraída, Jenny se preguntó si iba a aplicar el mismo criterio a la compra de la casa. Abrió la puerta del coche y le llegó el aroma de su loción para después del afeitado. —¡Vaya! ¿Tienes una cita esta noche o algo así? —bromeó ella sentándose en el asiento del copiloto—. ¿Qué te ha pasado con la botella de la loción? —¿Te gusta? —Fingió un aire distinguido—. La mujer de la tienda me dijo que con este perfume todas iban a caer rendidas a mis pies. Ahora no recuerdo el nombre de la marca, pero creo que se llama algo así como Packie. —Caerán, pero desmayadas —le aseguró ella riendo—, y creo que te refieres a Paco Rabanne. —Hummm. Nunca te fies de una mujer que adivina a qué hueles — dijo al arrancar el coche. —¿Dónde están las casas? —preguntó Jenny para hacerse una idea de cuánto atasco encontrarían—. Has dicho Blackrock, pero no exactamente dónde. —El agente inmobiliario nos enseñará dos casas, una en la avenida Newtownpark y otra en primera línea de mar. —La de la avenida Newtownpark te quedaría cerca de la oficina — comentó ella, que conocía bien la zona. —Así es, pero la que está en primera línea de mar suena muy bien. Le he echado un vistazo por Internet y creo que me he enamorado. —Pero si ni siquiera la has visto por dentro. Puede que esté hecha una pena. —Por eso te llevo conmigo —dijo él sin tapujos—. Necesito que me ayudes a mantener los pies en la Tierra. Voy a fingir que eres mi novia, así que, si al visitar cualquiera de las dos casas me emociono demasiado, tú haz como si no estuvieras interesada. De esa manera, el agente inmobiliario puede que regatee el precio conmigo. De lo contrario, lo más probable es que me convenzan allí mismo para firmar la compra. No me
fío de mí mismo. Soy muy malo para estas cosas. Fue Rebecca quien tuvo que negociar la venta de nuestra casa de Inglaterra porque yo acepté la primera oferta que nos hicieron. —Mike Kennedy, ¡no me creo una palabra de lo que dices! ¿Eres capaz de comprar y vender en nombre de Irlanda y pierdes la confianza en ti mismo delante de un agente inmobiliario? —No bromeo, es verdad. Soy inútil para estas cosas —insistió girando hacia Rock Road—. Fallo cuando me siento bajo presión. Por eso tengo a Frank para ocuparse de las ventas y del marketing de InTech. Puedo diseñar cualquier tipo de software, pero cuando llega la hora de promocionarlo y venderlo, la pifio. Frank no me deja entrar en la oficina cuando está negociando un contrato. Jenny asintió, porque se dio cuenta de que estaba hablando en serio. ¿Quién lo hubiera dicho? Mike la quería como salvaguarda por si acaso caía en manos del agente. —Te tomas el trabajo tan en serio porque lo sientes muy tuyo, supongo. —Exactamente. Apuesto a que nunca habías pensado en mí como un tipo emocional, ¿eh? —No, siempre te vi más bien como un niño que se enfadaba porque le habían estropeado su precioso traje. Fingió estar indignado. —¡Qué mala eres! Mira que te dejo aquí tirada y me voy a recoger a otra rubia de piernas largas para que me acompañe. —Gracias, nunca me habían dicho que tuviera las piernas largas. — Jenny se apartó el pelo de forma exagerada y sonrió. —Se suponía que era un insulto —dijo él dando un golpe al volante como señal de frustración. Finalmente, aparcaron delante de una casa de dos plantas, de ladrillo rojo y con enorme un letrero fuera que decía: EN VENTA. —¿Es ésta? —preguntó Jenny saliendo del coche. A primera vista, la casa no parecía gran cosa. El jardín estaba descuidado y la mala hierba crecía al borde del camino, que también estaba en bastante mal estado. Era obvio que la habían descuidado durante años. A Jenny le recordó las viviendas de Rathmines, casas convertidas en pisos con el fin de que el propietario pudiera cobrar más alquileres. Pocos minutos más tarde, el agente inmobiliario confirmó sus
sospechas al explicarles que precisamente se trataba de eso. La construcción había sido dividida en cuatro pequeños estudios, y el propietario no se había ocupado de mantenerla en buenas condiciones. —No invirtió mucho en cuidarla —comentó el hombre con entusiasmo—, pero tiene mucho potencial. En todo caso, potencial para ser demolida, pensó Jenny observando las zonas cubiertas de moho que había en las baldosas grises, así como las paredes color diarrea de la cocina. Aquel sitio necesitaría años de trabajo para que fuera mínimamente habitable. La madera de las ventanas estaba podrida, y tendrían que derribar los tabiques. No podía entender que nadie pudiese aceptar tener tantos problemas, eso por no hablar del precio. Después de todo, Mike estaba buscando un lugar para vivir, y no un pasatiempo de por vida. —Es muy diferente de la impresión que me dio al verla por Internet. —Hizo una mueca. Más tarde, ambos estaban hambrientos, y decidieron ir a cenar al restaurante Blake, en Stillorgan. —Así, ¿qué opinas? —le preguntó él en cuanto hubo pedido el bistec más grande que encontró en el menú. —Humm, no creo que yo pueda comerme un bistec tan grande. Creo que pediré el lomo —dijo Jenny devolviéndole el menú al camarero y relajándose en la silla. —No hablo de la comida, tonta, me refiero a las casas, ¿qué opinas? Jenny se encogió de hombros. —Para serte sincera, no me ha impresionado ninguna de las dos. — Sonrió al camarero, que acababa de traer una copa de vino para ella y una botella de Budweiser para Mike—. Ambas necesitan demasiado trabajo para el precio que piden. Casi se había desmayado de la sorpresa cuando Mike le había dicho el precio de la primera casa. Jenny se preguntó cómo diablos iba a poder pagar cada mes lo que sin duda sería una hipoteca descomunal. Sin embargo, también era cierto que, con el dinero que tenía y con una compañía exitosa a sus espaldas, lo más probable era que Mike no tuviera que preocuparse por algo así. —Sé a qué te refieres —dijo, haciendo una mueca—. ¡El salón de la segunda casa recordaba a los de los años sesenta; uno de esos que se utilizaban para grabar pelis pomo de bajo presupuesto! —Rió al Ver que
Jenny enarcaba una ceja—. Ahora en serio, no quiero comprar nada que requiera tanto trabajo, porque no tengo tiempo, y, más importante todavía, no me apetece empezar a arrancar papeles y pintar paredes. —Pasó el dedo por la botella de cerveza intentando cazar las gotas de condensación que iban resbalando. —¿Hay algo que hayas visto hasta ahora que te haya gustado? Él negó con la cabeza. —No, no hasta ahora. Son o demasiado grandes o demasiado pequeñas. —No encuentras la «casa de tus sueños» —bromeó ella—. Y yo que creía que era la única Ricitos de Oro. —¡Eh! Cuidado con lo que dices o vas a pagar la cuenta esta noche —dijo amenazándola con el tenedor. —Prometo que seré buena, Papá Oso —replicó ella. Entonces se dio cuenta de que se estaba divirtiendo, de hecho, pensó, lo difícil era no pasarlo bien con Mike. Cuando quedaban —y debía admitir que últimamente había sido en bastantes ocasiones—, siempre tenían algo de que hablar y, las más de las veces, algo de que reírse. Mientras pensaba, iba intentando pinchar en vano la ensalada de su plato. —¿Tienes planes para el fin de semana? —preguntó él con aire despreocupado. Con la boca llena de lechuga, Jenny negó con la cabeza. —Pues no. Pensaba ir a Kilkenny, a visitar a mi familia, pero mi madre y mi padre están de viaje, y mis hermanos pequeños quieren la casa para ellos solos. —Puso los ojos en blanco—. Lo más probable es que estén planeando alguna fiesta loca y, claro, lo último que quieren es que su aburrida hermana mayor les estropee la fiesta. —Bueno, pues si no tienes ningún otro plan... —Antes de que terminara de hablar, su móvil empezó a sonar de forma escandalosa. Consciente de las malas miradas que recibió de los demás comensales, Mike contestó con rapidez al segundo tono. —¿Hola? Ah, hola, Becky —contestó con naturalidad y con una sonrisa de oreja a oreja al oír quién lo llamaba. Jenny sintió una pequeña punzada en el estómago. ¿Becky? ¡Sabía que habían terminado bien, pero no tan bien! Mike parecía encantado de estar recibiendo una llamada de su ex esposa. Mientras jugaba con la comida, trataba de no escuchar de qué se reía tanto.
—¡Ya me lo imagino!, Beck. Es típico de ti, pobre... —Él siguió charlando unos cuantos minutos más, hasta que al final aseguró que lo «arreglaría todo», y que ya hablarían al día siguiente. Jenny deseó haber podido oír lo que le decía Becky. ¿Qué tenía él que solucionar? Pero aún más preocupante, ¿por qué, si estaban divorciados, tenía él que arreglar nada? En ese momento, se moría de curiosidad. Mike dejó de nuevo el teléfono encima de la mesa. —Lo siento. Normalmente, desconecto el maldito aparato después del trabajo. En fin, ¿de qué estábamos hablando? —Me preguntabas si hacía algo este fin de semana —apuntó ella en voz queda. —Ah, sí. Bueno, tengo que ver más casas el sábado, así que, si no tienes planes... ¿te apetece venir a verlas conmigo? Jenny sonrió, en ese momento se sintía feliz como una niña de volver a ser el centro de su atención. —De acuerdo, pero ¡sólo si me prometes que después me acompañarás a comprar! Necesito encontrar algo para Karen; pronto será su cumpleaños, y ella me regaló una lámpara preciosa para el apartamento cuando me mudé. De hecho —dijo, pensando que la idea de volver a salir con Mike la hacía más feliz de lo que estaba dispuesta a admitir—, ahora que lo pienso, me puedes ser muy útil. —Útil —repitió él de manera inexpresiva, con el mentón apoyado en una mano y mirando a Jenny—. A lo largo de mi vida me han descrito de muchas formas, inteligente, divertido, sexy, guapo, pero... ¿útil? Eso es nuevo. Se le escapó una risita. —Lo siento... Pero ahora en serio; creo que voy a comprarle un reproductor de DVD. A Karen le encanta coleccionar películas y series de la tele. Algo así sería perfecto para ella. Y como tú eres un lumbreras de la tecnología y todo eso, podrías serme útil... para elegir el DVD, quiero decir. Jenny sintió que empezaba a ruborizarse, y tartamudeó el resto de la frase. Mike sonreía como si supiera perfectamente lo que le estaba ocurriendo. Quizá había coqueteado demasiado con él, diciéndole todo eso de los ricitos de oro. En general, Jenny no se comportaba así. Estaba tan segura de que sólo le gustaba como amigo, pero...
Miró a Mike avergonzada, y vio que estaba entretenido removiendo con el tenedor los restos de la comida. Levantó el plato y, por un momento, Jenny pensó que iba a lamerlo; pero luego él pareció meditarlo mejor. —Oye, esto estaba buenísimo —dijo Mike pidiendo la cuenta—. Muy bueno, podría comerme otro y volver a por más. —¿Siempre comes con tanto entusiasmo? —le preguntó ella, que no pudo evitar pensar que si disfrutaba tanto con la comida, cómo sería en la cama. Las revistas que Karen solía comprar siempre decían que esos dos temas estaban relacionados. Mientras se encaminaban hacia el aparcamiento, se dio cuenta de que no podía dejar de sonreír al pensarlo. Pocos minutos más tarde, Mike aparcaba frente al edificio de Jenny. Al parar, dejó el motor en marcha y ella se sintió muy sola al pensar en volver a su apartamento vacío. No estaba segura de qué era exactamente, pero sabía que esa noche algo había cambiado en su relación. Aún recordaba con claridad la punzada de celos que había sentido cuando oyó a Mike charlar de forma tan amistosa con su ex esposa. De repente, Jenny se sintió posesiva con Mike y no quiso que la noche terminara. Se preguntó rápidamente si debía pedirle que subiera un rato, sin embargo, como ya habían hecho planes para el sábado siguiente, no era muy lógico que ahora lo invitara. Sintiéndose estúpida y un poco irritada por su propia indecisión, Jenny abrió la puerta del coche y salió. —Nos vemos el sábado, entonces —canturreó animadamente. —Tengo ganas de que llegue —contestó él con una sonrisa. Al alejarse, Jenny se dio cuenta de que también ella estaba sonriendo.
CAPÍTULO 30 Karen aceleró el paso desde la parada del autobús hasta su casa, luchando contra el viento y el paraguas, porque estaba lloviendo a cántaros. Metió la llave en la cerradura, entró y cerró de un portazo tras de ella, aliviada porque por fin había llegado. Se quitó la chaqueta empapada y se secó las gotas de lluvia de las medias. Un baño, eso era lo que deseaba después del día que había pasado. Un baño caliente con aceite de lavanda y muchas burbujas, decidió, pensando que eso la haría entrar en calor. Pero antes, necesitaba comer algo. —Por favor, por favor, que haya algo en la nevera —suplicó en voz alta a nadie en particular. Por suerte, al fondo del congelador había una lasaña congelada. ¡Perfecto! Eso sólo tardaría diez minutos en hacerse en el microondas. Se estaba muriendo de hambre, y no tenía humor para, a las ocho de un viernes, ponerse a cocinar. Shane había salido con sus compañeros de trabajo, que iban a celebrar la despedida de alguien, y para ello no necesitaban a Karen. Puso en marcha el microondas y subió la escalera con los pies húmedos en dirección al cuarto de baño. Cogió una toalla limpia, fue a su habitación y se puso una camiseta y unos pantalones de chándal; estuvo tentada de, en vez de eso, ponerse el albornoz, pero luego pensó que era mejor dejarlo para después del baño. Pocos minutos después, volvió abajo para vigilar la lasaña. Estaba un poco demasiado hecha y tenía una textura gomosa, pero qué diablos. Se encogió de hombros. La dejó caer en el plato y, como lo hizo sin cuidado, la salsa de tomate lo salpicó todo. Fue al salón, que estaba particularmente desordenado, incluso más de lo normal. Los diarios del día anterior estaban tirados por encima del sofá y la mesa de centro estaba llena de ceniceros rebosantes de colillas, vasos vacíos y bolsas de patatas chips. En el suelo, al lado de la butaca de Shane, había un plato de fideos resecos, unas zapatillas de deporte, un forro polar y un ejemplar de aquel mes de la revista New Woman. Sacudió la cabeza, y apartó los diarios hasta hacer un hueco para sentarse. Shane era genial para poner orden, sin embargo, últimamente había estado haciendo horas extras y, cuando llegaba a casa, no servía más que para desplomarse en el sofá, donde se quedaba una hora y a veces más, y luego se iba a la cama. No podía culparle. También podía limpiarlo ella más tarde, pensó, o quizá la mañana
siguiente. Esa noche, lo único que deseaba era bañarse y luego tirarse en el sofá, con su mullido albornoz, una botella de vino, una gran bolsa de patatas y Graham Norton en la tele. Cualquier cosa menos el «Late Late Show». Se terminó la lasaña y, tras dejar el plato sucio encima de la mesa de centro, junto al resto de sobras de la noche anterior, se fue arriba a darse un baño. Pocos minutos más tarde, sintió cómo la fatiga de su cuerpo desaparecía: cerró los ojos y se hundió en la bañera, entre las espumosas burbujas. Estaba sonriendo felizmente cuando oyó que sonaba el teléfono. Ni siquiera pestañeó. Dejaría que sonara, pensó; nada ni nadie podría sacarla de la bañera. No después de haber hecho dos horas extras en la oficina un viernes por la tarde, intentando arreglar el follón que su ayudante había organizado con los sueldos, y después de quedarse empapada tras luchar contra el viento y la lluvia, y haber hecho de pie todo el viaje de vuelta en autobús. Ni hablar. Se hundió hasta que el agua le cubrió las orejas, de manera que no podía oír el timbre del teléfono. Veinte minutos más tarde se sentía rejuvenecida, aunque un poco arrugada. Se secó y se puso aquel albornoz que tanto le gustaba, porque, aparte de ser suave y largo, tenía bordadas unas estrellas amarillas y unas lunas azules muy bonitas. Había sido un regalo de Navidad de Shane, y a Karen le encantaba. Se preguntó si él llegaría tarde esa noche. No importaba, pensó, envolviéndose el pelo con una toalla y aplicándose crema en la cara. Podían quedarse en la cama todo el tiempo que quisieran por la mañana. A Karen le gustaban los sábados por la mañana casi tanto como los viernes por la noche. Ella y Shane podían levantarse cuando quisieran, quizá se quedaran durmiendo, o practicasen un poco de sexo y, luego, pasaran el día holgazaneando por la casa, leyendo el diario y mirando los resultados del fútbol en el canal Sky Sports. Recorrió el pasillo hacia su habitación en busca de unas zapatillas, antes de bajar. Mientras estaba arriba, le pareció oír un ligero crujido y un leve movimiento en el piso de abajo. Miró la hora en el despertador. Marcaba las diez y media, lo que significaba... Karen era de esas personas que se engañan a sí mismas con el despertador, y lo ponía más tarde para levantarse más temprano. Hizo un cálculo rápido. Si no se equivocaba, aún no eran las diez, lo que significaba que Shane había decidido volver antes. {12}
Salió de la habitación y echó un vistazo al montón de toallas húmedas que había tiradas por el suelo. Gruñó. ¡Más desorden! Bueno, eso también tendría que esperar al día siguiente, decidió sin vacilar. De todas formas, eran para lavar, así que, llegados a ese punto, no importaba si estaban en el suelo o en la cesta de la ropa sucia de la cocina. Se calzó las zapatillas, y se metió un peine en el bolsillo antes de bajar la escalera. Esperaba que Shane hubiera tenido la briliante idea de comprar pizza, o una bolsa de patatas de vuelta a casa. Estaba claro que ella no iba a cocinar nada a esas horas de la noche, y él casi siempre tenía hambre después de beber. Entonces tuvo que parpadear dos veces para dar crédito a lo que veía. No era a Shane a quien tenía delante sino a Nellie Quinn, entretenida y feliz ordenando el salón, recogiendo los diarios y vaciando los ceniceros en una bolsa de basura. —¡Nellie!, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó incrédula—. ¿Está Shane contigo? —Ah, hola, Karen —contestó la mujer en tono despreocupado, desprendiendo los fideos del plato de Shane para tirarlos a la basura—. Creía que no había nadie. He llamado hace cosa de media hora para avisar de que estaba en camino. He venido de compras a la ciudad y, como el día se ha puesto tan feo, he pensado que era mejor que pasara la noche aquí. «Ha pensado que era mejor que pasara la noche aquí...» ¡Menuda cara! Entonces a Karen se le ocurrió otra cosa. —Nellie, ¿cómo has entrado? —preguntó, sin poder evitar un cierto tono de irritación mientras se imaginaba a Nellie saltando por la ventana de la parte trasera. —Tengo una llave —contestó ella, al parecer extrañada y, al decirlo, la sacó del bolsillo y se la mostró a Karen, como si ésta nunca hubiera visto una—. Le pedí a Shane que me diera una copia, sólo para que, cuando vengamos por aquí y vosotros no estéis, podamos entrar. Es mejor que quedarse tirado en la calle, como esta noche, por ejemplo. Es mucho más práctico. De lo contrario, ahora estaría fuera, bajo la lluvia. Sin inmutarse por el visible enfado de Karen, la mujer volvió a ponerse manos a la obra como si no pasara nada; como si fuera lo más normal del mundo estar limpiando el salón de su hijo. —No deberíais dejar que los fideos se secaran en el plato toda la
noche, ¿sabes? —comentó como sin darse cuenta de que Karen estaba a punto de explotar—. Ahora es casi imposible despegarlos. Tendré que dejarlos en remojo toda la noche. —Nellie —dijo Karen apretando los dientes—, limpiaré yo mañana. No tienes por qué preocuparte por nada. —Pero ¿por qué mañana, cariño, si puedes hacerlo hoy? —contestó ella con dulzura, aunque le vibraba un poco la voz. Karen cruzó la habitación y, sin reflexionar siquiera, cogió con brusquedad la bolsa de basura que la mujer sujetaba. —Mira, Nellie, no te lo tomes mal —dijo, intentando mantener la calma—, pero no es asunto tuyo cuándo y si ordeno mi propia casa. Si quiero que esté ordenada, estará ordenada, y si quiero dejarla desordenada, entonces la dejaré desordenada. Nellie la miraba como si le hubiera echado encima un cubo de agua fría. —¡Bueno! —exclamó ofendida—. Si hubiera sabido que te sentaría tan mal que te echase una mano, no me habría molestado. —Tomó asiento en el borde del sofá con cautela, como si al hacerlo se fuera a manchar con los restos de comida del día anterior. Karen apretó los dientes mientras la mujer continuaba: —Hay un montón de platos en el fregadero, y había pensado que podría ahorrarte el esfuerzo de hacerlo tú. Después de todo, es obvio que tienes algún tipo de aversión hacia la limpieza doméstica. Sin embargo — continuó mientras Karen batallaba consigo misma para no sacudir a aquella mujer—, es verdad que no es cosa mía decidir cómo tienes que tener tu casa o vivir tu vida. —Y se quedó mirando fijamente la revista que había en el suelo, delante de ella. Karen, horrorizada, se dio cuenta de que estaba abierta por un artículo que Shane había estado leyendo con gran interés la noche anterior: se titulaba «La eyaculación femenina, ¿también podemos corrernos?». —Aun así —añadió Nellie con firmeza, puesto que, obviamente, no había terminado—, mi hijo también vive aquí, y no me gusta que lo haga entre tanta suciedad. —¿Suciedad? ¿Suciedad? ¡Deberías haber visitado el antiguo piso de Shane, entonces sabrías lo que es suciedad, Nellie Quinn! —exclamó Karen con los ojos echando chispas—. ¿Cómo te atreves a llamarme sucia? No hay absolutamente nada malo en cómo tengo esta casa, considerando
que trabajo todo el día, y no tengo tiempo para fregar cada pequeña mancha o gota que cae al suelo. Y me sienta muy mal que hayas venido aquí a decirme lo que tengo que hacer. ¡Me parece un atrevimiento! —Si no fuera por mí, cariño, ni siquiera tendrías una casa que limpiar —replicó la mujer con un tono de voz admirablemente calmado, cosa que puso a Karen todavía más furiosa—. No olvides que fui yo quien hizo que Jack os ayudara con la hipoteca de esta casa. Karen apretó con fuerza los puños. ¡No podía creer lo que estaba oyendo! Trató de tranquilizarse antes de decir algo de lo que realmente pudiera arrepentirse. Casi podía oír la voz de su padre dentro de su cabeza, diciéndole que «contara hasta diez»; siempre le repetía eso mismo cuando era pequeña y veía que perdía los nervios. Sintió que el pulso se le aceleraba de rabia mientras hacía todo lo posible para no insultar a la madre de Shane. No era la primera vez que Nellie criticaba la limpieza de Karen. Durante una de sus visitas, se la encontró barriendo el suelo, y comentando que «con este color linóleo, habría que barrer cada día, y no sólo una vez a la semana». Y, en otra de sus visitas, había descolgado las cortinas de la sala tras decirle a Karen que había que «lavarlas y plancharlas lo antes posible». Esa vez se puso muy furiosa, pero aun así, por alguna razón, Karen no le mencionó a Shane el incidente. Aunque esta vez era obvio que entre ella y Nellie volaban cuchillos. La idea de que entrara en la casa y tomara el mando de esa manera la poma ciega de rabia. Iba a matar a Shane por haberle dado una llave a su madre. No quería que la familia de él se paseara por la casa cuando les viniera en gana. ¡Karen no dejaría que su propia familia hiciera eso! ¿Y si algún domingo por la tarde los pillaban a ella y a Shane haciendo el amor en el suelo?, se preguntó. Bueno, hacía tiempo que no lo hacían, pero ésa no era la cuestión. Nunca podría volver a sentirse relajada en su propia casa, pues los familiares de Shane podían llegar en cualquier momento. Era una situación descabellada; debía acabar con aquello en seguida. Tendría que solucionarlo con Shane cuando éste volviera a casa. Mientras tanto, supuso que tendría que apaciguar las cosas con Nellie; de lo contrario, pronto estarían tirándose de los pelos. Trató de hablar en un tono conciliador: —Nellie, mira, lo siento. Sé que sólo intentas ayudar. Y por otra parte, la casa no suele estar tan desordenada. Pero esta semana he tenido
que trabajar mucho, acabo de llegar hace poco y, para serte sincera, la última cosa que deseaba era recibir visitas, ya sabes a qué me refiero — añadió rápidamente, mientras Nellie se hacía la ofendida, puesto que la había tratado de visita—. Ahora, lejos de pensar en ponerme a limpiar como una desesperada, lo único que quería hacer era relajarme. Me ha sorprendido encontrarte aquí, eso es todo —dijo con voz suave—. Deja los platos donde están, yo tiraré los diarios y podemos tomar una taza de té, ¿de acuerdo? La mujer asintió sin decir nada. Karen empezó a recoger las revistas y los diarios y los tiró a la bolsa de la basura. Luego fue a la cocina a poner agua a hervir, y allí vio que todos los armarios estaban abiertos y que Nellie había cogido todos los platos, bandejas y cubiertos que tenían, y los había puesto en remojo con agua caliente. Karen experimentó otro acceso de rabia. Estaba claro que la madre de Shane había querido dejar la «sucia» cocina impoluta mientras tenía la casa para ella sola. Karen bufó mientras llenaba la tetera de agua. Su cocina no estaba sucia. Ni ella tampoco. Puede que estuviera desordenada, pero no sucia. Ya hacía mucho que no vivía con sus padres como para saber cuidar de sí misma. Si no era lo bastante buena para la señora Quinn o su querido hijo, ¡Shane y ella tendrían que plantearse las cosas! De repente, sintió que estaba muy disgustada con él. ¿Por qué no podía decirle a su familia que se ocuparan de sus propios asuntos y los dejaran a ellos dos en paz? Notó cómo las lágrimas le escocían en los ojos mientras cogía la caja de bolsitas de té (la caja, no un sofisticado recipiente) del armario. Le había parecido fantástico que Shane y ella pudiesen tener su propia casa y planear un futuro juntos; sin embargo, todo se estaba convirtiendo en una pesadilla. El hecho de que la entrometida familia Quinn se interpusiera en su relación, que cualquiera de ellos pudiera cruzar la puerta cuando quisiera, que no dejaran de insistir en que tuvieran hijos o en que fijaran una fecha para la boda era demasiado. Lo único que lograban con eso era dificultar su relación con Shane. Karen estaba segura de que no iba a casarse con él si eso significaba compartir sus vidas con su familia. Tendrían que solucionar eso antes de plantearse fijar una fecha. Jenny y Tessa estaban absolutamente de acuerdo. Debía sentarse a hablar con Shane del asunto y contarle cómo se sentía, si no quería que su relación estallara en pedazos. Volvió al salón con una taza de té para Nellie y una botella de vino
para ella, pensando que si la mujer hacía algún comentario sobre el vino, no estaba segura de que no se lo tirase por encima. Sin embargo, parecía que habían llegado a una tregua, porque su futura suegra estaba sentada frente al televisor, disfrutando del programa «Late Late Show». Karen le pasó la taza de té y forzó una sonrisa. Era lo último que le faltaba para darse cuenta de que sus planes para esa noche se habían ido al traste. Era imposible que pudiera ver a Graham Norton estando Nellie allí. Karen pensó que, con su buena suerte, esa noche Graham entrevistaría a mujeres que orinaban dentro de copas de brandy y fumaban cigarrillos por la vagina, ¡o peor! No creyó que a Nellie le interesara mucho todo eso. Miró el reloj. Con un poco de suerte, Shane no llegaría muy tarde, y así no tendría que soportar a su madre ella sola mucho más tiempo. —¿No tendrás algunas galletitas para acompañar el té, querida? — preguntó Nellie sonriendo beatíficamente—. Es de buena educación ofrecer unas galletitas con el té. Maldita fuera la mujer, se dijo Karen levantándose otra vez del sofá. ¿Es que esa noche no iba a poder relajarse? Bueno, ya estaba harta. Le daría a Nellie sus galletitas y luego se iría a la cama. Ya hablaría con Shane por la mañana. Esta vez, estaba convencida de que iba a soltárselo todo. Muy convencida. Sin lugar a dudas.
A la mañana siguiente, un ruido despertó a Karen. ¿Qué estaba haciendo Shane dando golpes en la cocina tan temprano un sábado por la mañana? Miró atontada el reloj de la mesilla. ¡Las ocho y media! ¡Lo que en realidad significaba que eran las ocho en punto! Entonces notó que algo se movía a su lado, en la cama. Obviamente, no era Shane quien estaba haciendo todo ese ruido, pues él seguía durmiendo. Karen ni siquiera le había oído llegar la noche anterior. Entonces se incorporó en la cama y se acordó. ¡Nellie! —¡Shane!, despierta, vamos, despierta —dijo, dándole codazos no muy cariñosos en las costillas. —¿Qué? ¿Qué hora es? —preguntó él adormilado, con los ojos entreabiertos. —Las ocho en punto de la mañana —siseó ella. No daba crédito, ahora Nellie también estaba intentando acabar con sus preciosos sábados
por la mañana. ¿Por qué no se limitaba a largarse a su casa? —Humm. Huele como si estuviera cocinando —observó Shane, que ya estaba del todo despierto, sentado en la cama y husmeando. —Por el amor de Dios, ¿qué está cocinando a estas horas un sábado por la mañana? —preguntó Karen, temerosa de lo que estuviese haciendo Nellie. ¿Acaso la noche anterior no le había dicho que dejara de entrometerse? —Tranquila, Karen... no hay para tanto. Sé que es temprano, pero mamá siempre se levanta pronto, no importa qué día de la semana sea. — Apartó el edredón y saltó de la cama—. Ah... ¡esto es genial! —exclamó, mientras se ponía unos téjanos y una camiseta—. Hace años que no como una de las frituras de mi madre, ¡y tengo un hambre canina! — Restregándose las manos con entusiasmo, se fue directo abajo sin prestar una pizca de atención a la indignación de Karen. Ésta se hundió en la cama y se tapó la cabeza con el edredón. Que Shane se fuera a almorzar con su mami, bufó. Pero a ella nadie la levantaría de la cama a esa hora inhumana. Cerró los ojos e intentó volverse a dormir. Pocos minutos más tarde, oyó que Nellie gritaba desde el piso de abajo. —¡Karen, querida, deja de hacerte la remolona y date prisa! ¡Tu desayuno ya está casi listo! Ella se incorporó de golpe en la cama. ¡Nellie Quinn le estaba dando órdenes como si ella tuviera diez años! ¡Y por si fuera poco, en su propia casa! Bueno, ya podía ir gritando, pensaba quedarse en la cama todo el tiempo que quisiera. Entonces, oyó pasos en la escalera y acto seguido, Shane asomó la cabeza por la puerta de la habitación. —Karen —dijo con alegría—, tendrías que ver cómo ha quedado el piso de abajo, ¡parece un palacio! Mi madre debe de haber estado pasando el aspirador y limpiando el polvo desde las seis de la mañana. Ahora no tendremos que hacer nada durante el fin de semana, ¿no te parece maravilloso? Ella reprimió el impulso de tirar la almohada contra su cara estúpida y sonriente. ¿Por qué lo que hacía Nellie no le molestaba o, peor aún, por qué no podía ver que a ella sí le molestaba? ¿Acaso Shane no se sentía propietario de la casa? ¿O para él era perfectamente razonable que su madre pudiera llegar y cambiar las cosas de sitio a voluntad?
—Shane, no voy a levantarme hasta que se vaya, ¿de acuerdo? — dijo malhumorada, dejando caer la cabeza sobre la almohada. —¿Qué? —Shane parecía atónito—. Pero ahora ya estás despierta, y nos ha preparado el desayuno. —No me importa. —Le dio la espalda y se quedó mirando la pared —. No creo que esté bien que tu madre merodee por nuestra casa como si fuera suya y, desde luego, no creo que esté bien que le hayas dado una llave sin antes consultármelo. —¿Qué? Y ¿cómo se supone que puede entrar si nosotros no estamos? —preguntó él sin entender nada. Karen se sentó y se volvió de cara a él, con los ojos echando chispas. —¿Por qué debería tener que entrar cuando no hay nadie, Shane? ¡Esta es nuestra casa, no una pensión para cuando tus familiares vienen a Dublín! —la voz le temblaba de rabia. —No sé por qué estás tan irritada —dijo él bajando el tono de voz y mirando hacia la puerta, temeroso de que Nellie pudiera oírlos—. De hecho, parece que últimamentete te irritas por cualquier cosa; siempre te estás quejando por algo, ¿qué diablos te pasa? Karen estaba furiosa. No podía creer que Shane intentara darle la vuelta al asunto. Le hablaba como si fuese ella quien hubiese perdido el juicio. —Que te jodan, Shane —fue lo único que se le ocurrió como respuesta—. ¡Y a tu madre también! —¡Ya voy! —gritó Shane volviéndose hacia la puerta—. Sea cual sea tu problema, Karen, será mejor que lo soluciones pronto. ¡No sé qué te ocurre últimamente! No se atrevió ni a dar un portazo, pensó Karen con amargura cuando él salió. Tenía demasiado miedo de disgustar a su querida mami. De repente, tuvo necesidad de ir al baño. Salió de la cama, abrió la puerta y anduvo de puntillas por el pasillo. Podía oír con claridad a Nellie hablando con Shane. Le decía que había tenido que salir a comprar salchichas y bacón porque en la nevera no había nada. —¡Y sólo un resto de leche! —se quejaba—. ¡No puedo entender cómo los jóvenes podéis vivir así, Shane! Karen cerró la puerta del baño en un intento de dejar de oír la risa molesta y aguda de Nellie. Mientras estaba sentada en el retrete, recordó
que la noche anterior había dejado las toallas y la ropa tiradas en el suelo, y vio que ya no estaban. El lavabo se veía limpio y los grifos estaban relucientes. ¡Nellie había estado por todas partes! ¿Cómo lo había hecho?, se preguntó. ¿Acaso había esperado a que se durmiera para meterse por todas las habitaciones de la casa con un trapo y una botella de desinfectante? ¿Qué debía hacer ahora? No podía ir abajo y encararse con Nellie delante de Shane. Eso sólo lo obligaría a él a tomar partido por una u otra y, a decir verdad, Karen no estaba muy segura de que en ese momento se decantara por ella. Tampoco sería justo ponerle en una posición en que tuviera que decidir, pensó mientras volvía a la habitación. Después de todo, estaba muy unido a su madre, se lo había dicho bastantes veces. Entonces, ¿qué podía hacer? No podía dejar que esa mujer les arrebatara sus vidas de esa manera. Aturdida, Karen se puso unos téjanos y un forro polar. No había razón para que se escondiera en su habitación, tenía que bajar y hacer un esfuerzo por mostrarse simpática, aunque fuera sólo por Shane. —¡Buenos días, Karen! —exclamó Nellie casi cantando de alegría cuando ella se unió a la acogedora escena familiar de la cocina—. ¿O debería decir «buenas tardes»? Shane la miró y le guiñó un ojo, obviamente contento de ver que se había levantado y que estaba haciendo un esfuerzo. Nellie cogió un plato con comida que había dejado encima de la parrilla para que no se enfriara y lo puso en la mesa, dándole prisas a Karen para que se lo comiera. Aquello era demasiado, pensó Karen, intentando no mostrar su enfado. Le estaban dando órdenes en su propia casa y, además, de momento, no había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Con expresión de desaliento, miró a Shane, sentado al otro lado de la mesa, rogando que notara que algo no andaba bien; pero no, el niño de mamá estaba disfrutando de su tercera tostada. En realidad, ni siquiera se había inmutado por la situación, pensó, removiendo la comida en el plato. Cuando oyó que Nellie le volvía a meter prisa para que «comiera antes de que se enfriara», Karen creyó que estaba dentro de una especie de pesadilla de la que no podía despertar.
CAPÍTULO 31 Jenny examinó su reflejo con mirada crítica hasta que, al final, llegó a la conclusión de que estaba guapa. El día anterior había ido a la peluquería para cortarse un poco las puntas y retocarse las mechas, y ahora se le veía un pelo brillante y saludable. Llevaba una camiseta negra, con un dibujo dorado de tipo oriental en el pecho, y unos pantalones pirata color crema que se había comprado la semana anterior en Brown Thomas. Unas botas negras forradas de lana completaban el conjunto. Las botas también eran nuevas. En las recientes semanas, Jenny había redescubierto su pasión por ir de compras. De hecho, pensó, echándose un poco de perfume Contradiction en las muñecas, que había redescubierto su pasión por mucho más que ir de compras. Aunque meses atrás no estaba contenta con su independencia, ahora sentía que la estaba disfrutando. Tenía su propio apartamento, un trabajo gratificante y buenos amigos. Lo único que le faltaba era un hombre, pensó riendo para sí misma mientras se ponía un aro en cada oreja. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien, y, además, ese día le apetecía enormemente salir con Mike. Llevaba toda la semana esperando que llegara el día. Sonó el timbre y Jenny corrió hacia el interfono para contestar. —¡Soy yo! —anunció Mike en tono grave y enigmático para hacerse el interesante. —¡Llegas pronto! Aún no estoy lista, tendrás que subir y esperar. Cuando le abrió la puerta de arriba, Mike echó la cabeza hacia atrás y aulló. —Pero qué sexy y atrevida te has puesto. ¿Tienes una cita o algo así? —bromeó. Ella le hizo una mueca, volvió a su habitación y continuó arreglándose, secretamente contenta por el cumplido. A Mike tampoco se lo veía nada mal, pensó. Era la primera vez que lo veía sin traje, y los pantalones anchos con aquella camiseta le sentaban muy bien; parecía más informal, más relajado, y, Jenny tuvo que reconocerlo, bastante sexy. —Estos apartamentos parecen más pequeños por fuera —comentó él.
A través del espejo, Jenny vio que estaba examinando el salón con interés. Entonces cayó en la cuenta de que era la primera vez que iba a su casa. —Sí, en realidad es el lugar más espacioso en el que he vivido... aunque también se refleja en el precio —comentó, preguntándose si debía enseñarle la casa. Pero al momento desechó la idea. Eso significaría entrar en la habitación y, tan pronto como viese el montón de ropa que tenía encima de la cama, se daría cuenta de que había hecho un notable esfuerzo para estar guapa para la cita e impresionarle. Pero no era el caso, se dijo Jenny mientras se ponía brillo de labios. Minutos después, seguía a Mike por la escalera hasta la calle. Hacía una mañana soleada, aunque bastante fría; era marzo pero no se podía decir que la temperatura fuese primaveral. Los narcisos y los tulipanes habían brotado a ambos lados de la entrada de su edificio, y esas flores le hicieron recordar las flores que su padre cuidaba en casa y pensar que hacía semanas que no iba a visitarlos. —¡Qué día más bonito! —exclamó, siguiendo la mirada de Mike hacia el muelle. Yates y barcos estaban amarrados en el puerto, y el agua brillaba con el reflejo de los rayos de sol. —Ya lo creo —asintió él. Entonces se volvió y la miró pensativo—. ¿Sabes qué? Creo que es demasiado bonito como para pasarlo mirando aburridas casas de segunda mano. —¿Qué quieres decir? —preguntó Jenny sintiéndose un poco disgustada por el hecho de cambiar de planes—. ¿Quieres cancelar las visitas? —La mayor parte, sí —afirmó decidido cogiéndola por el brazo—. Puedo hacer eso en otro momento, ahora hagamos algo más interesante, como coger el tranvía hacia Howth o caminar por Killiney Hill, ¿qué te parece? —Genial, pero ¿no habías concertado ya las citas para visitar hoy las casas? —insistió Jenny, con la mente dividida: una parte de ella tenía muchas ganas de hacer algo «interesante» con Mike, pero por otro lado, no estaba segura de si debía demostrarlo o no. Además, tenía que comprar el regalo de cumpleaños de Karen. Bueno, siempre podía ir al centro algún día durante la semana, al salir del trabajo. Antes de que tuviera tiempo de decir nada más, Mike ya estaba telefoneando. —Hola, ¿señor Peters?, soy Mike Kennedy. No, hoy no podré
acudir a la cita, me ha surgido un contratiempo. Tendremos que dejarlo para otro día... Sí... de acuerdo, hablamos pronto. Guardó el teléfono y le sonrió. —Bueno, ¡esto ya está solucionado! Y mientras hablaba por teléfono se me ha ocurrido una idea... ¿has estado alguna vez en Brittas Bay? Jenny no había estado, así que se metió en el pequeño Smart amarillo de Mike y ambos se encaminaron hacia la costa de Wicklow. Por entonces, ya habían olvidado todo lo relacionado con las casas. Como todavía era temprano, se detuvieron a desayunar en un café de Ashford muy acogedor. Mike le dijo que en su apartamento sólo cocinaba en contadas ocasiones. —Supone mucho tiempo y esfuerzo hacerlo para mí solo —explicó —, aunque a veces como por dos o tres. —Ya lo he notado —replicó Jenny al observar que se había metido dos trozos de salchicha y uno de pudín en la boca. —Rebecca solía enfadarse por eso —continuó, tomando un sorbo de té para tragarse la comida—. Como cocinaba abundantes cenas para mí, ella siempre acababa comiendo más de la cuenta. Al ver que ese recuerdo le hacía sonreír, Jenny sintió un aguijonazo de celos. Mike siempre hablaba de ella, comentando cosas que ella hacía o que a Rebecca le gustaba hacer. Por su comportamiento era fácil deducir que aún seguía sintiendo algo fuerte por su ex esposa. Supuso que no se olvida tan fácilmente a alguien con quien se ha estado casado. Por el contrario, era muy raro que ella hablase de Roan; de hecho, sólo lo había hecho en la boda de Tessa. Mike sabía que alguien había herido a Jenny y al parecer eso era cuanto necesitaba saber. Nunca la había presionado para que se lo contara, y Jenny apreciaba el gesto. Porque, aunque a medida que pasaba el tiempo las cosas se iban enfriando, el dolor seguía ahí; no tan fuerte, pero ahí de todas formas. Mike pagó la cuenta y continuaron el viaje. En veinte minutos llegaron a Brittas Bay. Jenny se entusiasmó al ver las espectaculares y enormes dunas de arena fina y blanca de la playa. —¡Esto es fantástico! —exclamó con admiración mientras la brisa fresca hacía ondear sus rizos rubios—. No esperaba algo así, Mike. Esta playa parece sacada de un folleto de vacaciones en el mar Mediterráneo. Jenny estaba acostumbrada a las playas oscuras y de piedras del
sudeste, por lo que le costaba imaginar que la costa este pudiese tener un aspecto tan distinto. —Es una pena que la temperatura no sea también la de allí —rió Mike y le ofreció la mano—. Venga, vamos a dar un paseo. Embriagada de placer, Jenny le cogió la mano y caminaron juntos hacia la playa casi desierta. Una vez allí, Mike no pudo resistir la tentación de tocar el agua con los pies descalzos. Jenny no era tan aventurera aunque, de todos modos, lamentó llevar sus nuevas botas de tacón. Miró cómo Mike se remangaba los pantalones hasta la rodilla y se metía en el mar. Le pidió que la acompañara, y Jenny se inclinó para tocar el agua. —¡Yo no me mojo los pies ni por todo el oro del mundo! ¡Está helada! —exclamó haciendo una mueca cuando aquel frío inesperado le entumeció los dedos. Mike se rió y volvió junto a ella. Caminaron el uno al lado del otro, contentos y felices. Jenny pensó que era una de las mañanas de sábado más bonita que hubiese pasado nunca. Aunque en la playa hacía fresco, el cielo estaba completamente despejado, y se podía notar el calor del sol en la espalda. —No puedo creer que no haya estado aquí antes —comentó, maravillada por lo que veía a su alrededor—. Nunca he sido muy aficionada a la costa, ni siquiera de pequeña, pero esto es fantástico. —Me gusta que lo disfrutes —contestó él con una gran sonrisa. Jenny era muy consciente del hecho de que Mike seguía cogiéndole la mano—. También hay unas playas preciosas en dirección a Wexford que estoy seguro que te gustarán —continuó—. Deberíamos continuar en esa dirección y así aprovechar el día, ¿qué dices? Ella asintió con energía. La idea de tener una aventura sin haberla planeado hacía que la disfrutara el doble. Más tarde, esa misma noche, tras haber visitado muchas playas y lugares preciosos de la costa este, Mike sugirió que podían ir a cenar a la ciudad de Wexford. —Hay un hotel encantador en las afueras. Allí es donde me alojo normalmente cuando debo hacer negocios por esta zona —explicó—, o bien podemos buscar un restaurante que nos guste en la ciudad, si lo prefieres. Jenny le contestó que no le importaba ir a un sitio u otro mientras se apresuraran. No sabía si era por la excitación del día o debido al aire de
mar que había respirado, pero estaba hambrienta. Mike se decantó por el hotel, y pronto estuvieron cómodamente sentados, disfrutando del primer plato. —Tienes que probar esto tú también —dijo Jenny acercándole a Mike, que había pedido brie frito, un plato con pan de ajo—. De lo contrario, no querrás que vaya contigo en el coche de vuelta a casa. —De acuerdo —asintió él cogiendo una rebanada y llevándosela a la boca, claramente contento de poder comer más. —¡Serás tragón! —bromeó ella sorprendida por lo que podía llamarse la «pasión» de Mike Kennedy por la comida—. Dime, Mike — empezó, tomando un trago de un delicioso vino de California—, ¿siempre comes tan rápido? —¡Sí! —exclamó él cogiendo otro trozo de pan de ajo, como para ilustrar su afirmación—. En mi familia éramos cinco, y cuando era la hora de comer, cada uno tenía que espabilarse. Si no comías rápido, no comías. Tan simple como eso. Jenny rió entre clientes. —Suena como una novela de Dickens. —Dios, no, no quiero decir que fuéramos pobres, sino que a la hora de comer éramos unos salvajes. Incluso ahora, cuando nos juntamos por Navidad o cuando sea, sigue siendo así. Y Rachel es igual o peor que los chicos. —Se recostó en la silla—. Deberías venir alguna vez y comprobar en persona lo que te estoy diciendo. —Ah, no, gracias —se negó ella—. ¡Creo que con lo que he presenciado ya me hago una idea; con un Kennedy es suficiente! —Y señaló los platos vacíos frente a ellos. Incluso se había acabado la ensalada. Mike se encogió de hombros. —Me gusta comer y no me avergüenza reconocerlo. —Lo que no puedo entender es dónde lo escondes; estás tan delgado... —Creo que es porque siempre tengo mucho trabajo. Aparte de la preocupación por mantener la empresa a flote. Al menos hasta ahora. Probablemente algún día podré relajarme. Ah, y hablando de salvajes — indicó la botella de vino casi vacía—, te está gustando el vino, ¿no es así? Jenny tomó otro sorbo y se enjugó los labios. —Es un gran vino. Es una pena que tengas que conducir de vuelta,
de lo contrario también tú podrías tomar un poco. —Miró el reloj y luego lo miró a él sorprendida—. Mike, ¡no me había dado cuenta de la hora que es! ¡Son casi las nueve! Claro que tema tanta hambre. Él asintió. —Cuesta creerlo, ¿verdad? Llegaremos a Dublín muy tarde. Debió de ser efecto del vino, porque las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerse a pensar en lo que decía. —Y ¿por qué no nos quedamos? Quiero decir que así podemos relajarnos los dos y tomar alguna copa, y no tendrías que preocuparte por conducir. Al decirle eso, notó cómo se ruborizaba. «Por favor, que no lo malinterprete», rogó en silencio. —Gran idea —aceptó Mike con alegría—. Cuando hayamos terminado, pediré dos habitaciones en recepción. Jenny extendió salsa de menta por encima del cordero Wicklow. Estaba contenta de haberlo sugerido, y de que Mike no pareciera haberla malinterpretado. Había sido un día muy largo y estaba cansada. La idea de pasar un rato relajada, tomando unas copas en el bar del hotel, en vez de coger el coche y tener que regresar a Dublín, le apetecía muchísimo. Como si quisiera disfrutar en seguida de su nueva libertad, Mike se sirvió una generosa cantidad de vino en la copa y pidió otra botella. El camarero estaba a punto de abrirla cuando sonó con estridencia el móvil de Mike. —Ah, un mensaje de texto, ¡alguien me persigue! —dijo, buscando el teléfono en los bolsillos de la chaqueta. —Nunca podré acostumbrarme a estas cosas —comentó ella—. Todo eso de acortar las palabras no puede ser muy bueno para la lengua. Estoy segura de que al final no seremos capaces de hablar como es debido. Levantó la mirada al ver que Mike no contestaba. Se estaba riendo quedamente leyendo el contenido del mensaje. —¿Qué es tan divertido? —preguntó sintiendo como si algo hubiese irrumpido en su agradable cena. —Es de Becky —rió él repasando otra vez el mensaje—. Es una broma estúpida, mira, échale un vistazo. —Y le pasó el teléfono. Jenny leyó el mensaje, esbozó una sonrisa de mala gana y le devolvió el teléfono. —¿Y bien? —preguntó él de buen humor—. ¿Lo has entendido?
Jenny no lo había entendido. No había entendido la broma y, desde luego, no entendía la relación tan estrecha que Mike aún matenía con su ex mujer. Apartó el plato porque, de repente, se le habían esfumado el apetito y el buen humor. —No sabía que tú y Rebecca os llevaseis tan bien considerando... —empezó a decir incapaz de mirarlo a los ojos. —¿Considerando? —Considerando las razones de vuestra ruptura. Quiero decir... —tartamudeó—, quiero decir, por la manera en que te dejó por otro... — Al ver que a él se le ensombrecía el semblante, prefirió no continuar. —Jenny —le dijo él con un cierto tono de advertencia en la voz—, durante los últimos meses, tú y yo nos hemos hecho buenos amigos, pero no tienes ni idea de lo que estás hablando. Los motivos que hicieron que se rompiera mi matrimonio no fueron tan sencillos como crees. —Bebió de su copa—. Tanto Rebecca como yo lo pasamos muy mal hacia el final. Créeme, yo tampoco fui ningún santo. El hecho de dedicarme tan por completo a mi trabajo y no ocuparme de ella no fue muy encomiable. —Mike —lo interrumpió Jenny, molesta consigo misma por haber abierto la boca—, lo siento mucho, sólo era un comentario. De verdad que no quería entrometerme. El negó con la cabeza. —Probablemente es culpa mía. Te hice creer que fui el que salió malparado, pero no sabes lo que Rebecca significa para mí; después de lo que hemos vivido juntos, siento que soy lo bastante adulto como para tener amistad con ella. No le reprocho nada, Becky siempre fue y sigue siendo una de mis mejores amigas. Incluso me llevo bien con Graham, su nueva pareja. —Sonrió—. Adivino lo que estás pensando —continuó al ver que Jenny hacía un esfuerzo para que no se le notara lo asombrada que estaba —, pero no hay ninguna razón para amargarme o para retorcerme de dolor por eso. Estoy contento de que haya encontrado la felicidad con otra persona; lo estoy de verdad. Aún la quiero, pero no de esa manera, ya no. A Jenny le pareció que tenía los ojos sospechosamente brillantes y resolvió cambiar de tema. ¿Cómo podía haber sido tan frivola? Lo más probable era que Mike y su ex mujer hubieran pasado por un infierno y, aun así, hacían el esfuerzo de mantener su amistad a flote. Era una actitud muy noble y madura; una actitud adulta. Pensó que ella había quedado como una adolescente malcriada al sacar el tema de esa manera. Negó con
la cabeza. —Mira, Mike, no sabes cuánto lo siento. En serio que no quería... En un abrir y cerrar de ojos, él se puso de buen humor. —Jenny, de verdad, no te preocupes. Olvídalo. Ahora —dijo apartando el plato vacío con una sonrisa—, ¿querrás postre? —Ni hablar —contestó ella llevándose una mano al estómago. Por otro lado, estaba contenta de que el momento incómodo hubiera pasado—. Si como algo más explotaré. —No se hable más, entonces. Pero no te iría mal poner un poco de carne en esos huesos. AUy McBeal es una gorda a tu lado, muchacha. Jenny se rió, sentía que recuperaba el buen humor. —¡No intentes justificar tu glotonería forzándome a comer! En serio —insistió, negando con la cabeza al camarero, que estaba esperando a que se decidieran—; no puedo comer ni un bocado más. —Bueno, bueno. Pues yo tampoco tomaré postre —decidió, levantándose de la mesa—. ¿Por qué no me esperas en el bar y yo mientras veo si puedo resolver lo de las habitaciones para esta noche? Jenny lo miró alejarse con paso decidido hacia la puerta doble de la recepción y volvió a pensar en su comportamiento. ¿Qué le pasaba últimamente? ¿Se sentía celosa de la relación de Rebecca y Mike? No eran más que amigos, así que ¿dónde estaba el problema? —Ya está arreglado —le comunicó Mike reuniéndose con ella en el bar—. Estamos en el tercer piso, frente a frente. Tengo que reconocer — añadió mirando su reloj y bostezando— que estoy un poco destrozado después de todo lo que hemos hecho, y de haber comido tanto. No creo que aguante mucho esta noche. —Te entiendo —asintió Jenny—. ¡Yo me siento como si hubiera comido para toda la semana! Él se sentó a su lado en el cómodo sofá. Para ser sábado por la noche, el lugar parecía muy tranquilo. Aparte de un pequeño grupo de gente sentada a la barra, que estaba mirando un programa de deportes en la televisión, y algunas parejas diseminadas por las distintas mesas, el lugar estaba prácticamente vacío. La combinación de comida, vino y el viaje le estaba pasando factura. Tema a Mike sentado muy cerca de ella; Jenny sólo tema que dejar caer la cabeza con suavidad para apoyarse en su pecho. Deseaba irse a la
cama. Él sonrió cansado. —¿Estás pensando en lo mismo que yo? Ella asintió con los párpados casi cerrados. —Si tiene que ver con la cama, definitivamente, sí. Mike se incorporó. —Jenny Hamilton!, ¿te me estás insinuando? Al levantar la vista, vio que Mike la miraba con los ojos brillantes de buen humor. Entonces, su expresión cambió y se puso muy serio. Debió de verlo en su mirada, porque Jenny no pudo evitar hacer lo que hizo a continuación. Le pasó un brazo por el cuello, acercó su cabeza hacia ella y le dio un leve beso en la boca. Mike se echó un poco hacia atrás y la miró interrogativo. Justo en ese momento ella le dio otro beso, contestando sin palabras a su pregunta. Esa vez él la siguió en el beso y, a medida que éste se hacía más intenso, el deseo de Jenny iba en aumento. Entonces, recordó dónde estaban. —Mike —dijo, abriendo los ojos y echando un vistazo a su alrededor avergonzada. —¿Estás bien? —preguntó él sin aliento, sentándose erguido—. Lo siento, ha sido por mi culpa, no debería... —No, tonto —lo interrumpió con una sonrisa, rodeando su cuerpo con los brazos—. Quiero decir que no tengo intención de ofrecer espectáculo a toda esta gente. En cuestión de segundos estaban arriba, en la habitación de él. Jenny no estaba muy segura de por qué había hecho lo que había hecho en el bar; no obstante, no tenía ninguna duda de que deseaba a Mike Kennedy. Era absurdo que siguiera negándoselo a sí misma. Debía admitir que, probablemente, había mucho más que una amistad entre ellos dos desde el principio. Mike era apasionado y extraordinariamente hábil. Hicieron el amor por primera vez con una ferocidad que a ambos los dejó sorprendidos. Jenny estaba incluso un poco abrumada por su deseo. La segunda vez la cosa fue más tierna, y cariñosa y, por primera vez con alguien, mucho más divertida. Con Mike, todo eran caricias, bromas y risas, no una carrera hacia la línea de meta, como con Roan. Más tarde, mientras descansaba entre sus brazos, se quedó dormida. No se despertó hasta la mañana siguiente, al notar que él le daba un beso en la punta de la nariz.
Lo miró y sonrió. —Buenos días —dijo avergonzada. —Hola —contestó él besándola con suavidad en la boca. Luego, poco a poco, empezaron a hacer el amor lenta y sensualmente. Se quedaron dormidos de nuevo, aunque ya fuera de día. Eran las once cuando Mike insistió en que estaba hambriento y que no podía esperar ni un segundo más para desayunar. Si hacía falta, iría incluso a buscar desayuno a la ciudad, dijo. —¡Típico! —exclamó Jenny, que estaba sentada en la cama con los brazos cruzados y una mueca petulante—. ¡Tú y tu maldito estómago! Mike rió y le dio una patada por debajo de las sábanas. —¡Vamos, mujer! No creerás que un hombre puede pasar una noche y la mañana siguiente así sin algún tipo de sustento, ¿no? —Bueno, supongo que mereces algo por la actuación —bromeó. —¡Más te vale! —Mike la arrastró hacia sí y la besó con intensidad —. Y —añadió, con una mirada seria—, será mejor que te vayas acostumbrando. Jenny lo miró, sin saber muy bien qué decir. Confiaba en que esas palabras fueran verdad. Desde luego, parecía que pudiera ser el principio de algo duradero, pero no estaba muy segura de qué sentía Mike respecto a empezar otra relación. Esperaba que las cosas no se pusieran difíciles entre ellos si él decidía que no quería. Aunque, pensó Jenny, ella tampoco estaba tan segura. Hasta ese momento, siempre había negado sentir algo hacia Mike, pero últimamente sus sentimientos habían cambiado. Si él quería, a ella no le importaría dar una oportunidad a la relación. Fue como si Mike le hubiera leído el pensamiento. —Estoy contento de que haya pasado esto, Jenny —dijo, mientras buscaba sus calzoncillos dentro de la cama—. Ya debes de saber que me gustas desde hace mucho tiempo. Ella se echó a reír. ¡Diciendo eso, Mike parecía más un párvulo que un hombre de treinta y cinco años divorciado! Entonces se dio cuenta de que esa honestidad infantil y su buen carácter eran las cosas de él que más le gustaban. No tenía que preocuparse de que surgiera ningún tipo de tensión entre ellos. Mike no pondría en juego lo que le interesaba. —Yo también estoy contenta —dijo—, pero ha sido inesperado. No sé qué me pasó anoche en el bar. —Eres una mujer agresiva, tiraste de mí y me arrastraste hasta aquí
delante de toda aquella gente. Esquivó el golpe que Jenny intentó darle con la almohada. —Ya te enseñaré yo lo que es una mujer agresiva —dijo, arrastrándolo de vuelta a la cama y besándolo con decisión.
CAPÍTULO 32 Karen estaba sentada, mirando la pantalla del ordenador. Por más que lo intentara, no había manera de que se concentrara. El fin de semana había sido un desastre y Shane y ella apenas se hablaban. Nellie Quinn no se fue de su casa hasta el sábado por la noche y, por entonces, Karen estaba más que harta. Arremetió contra Shane tan pronto como su madre salió por la puerta, sin ni siquiera importarle que la mujer pudiera oírla. Pero él parecía no entender su punto de vista. —¿Qué problema hay en que le haya dado una llave? Ella es mi madre, por Dios santo, no podría dejar que se quedara fuera, bajo el viento y la lluvia. —Shane, ¡ésta es nuestra casa! ¡Soy una persona a la que le gusta tener privacidad, no puedo soportar todas esas interferencias y las críticas sobre mi manera de cuidar la casa, sobre la decoración, o sobre el hecho de que deba tener hijos! —¿De qué diablos estás hablando? —preguntó él con un tono de voz deliberadamente tranquilo. —¡Oh, vamos! —gritó ella—. ¡No me digas que no te has dado cuenta! Todas esas indirectas del tipo: «¿Cuándo vais a fijar una fecha, Karen? No querrás ser demasiado mayor para el primero, ¿verdad, Karen? Tu reloj biológico está en marcha, Karen?». Dios santo, ¡me hacen sentir como una especie de coneja! —Exasperada, se recostó en la silla de la cocina con la cara roja. —Bueno, quizá tengan un poco de razón —aventuró él con cuidado —. ¿Cuándo vamos a fijar una fecha? Te lo he mencionado millones de veces desde que nos mudamos y sigues evitando tocar el tema. ¿Qué ocurre? —No obtuvo ninguna respuesta—. Te he hecho una pregunta — insistió Shane empezando a enfadarse—. ¿Qué ocurre? No podía mirarlo a la cara. No sabía qué decir. El no lo comprendía, no podía entender lo mucho que la afectaba que su familia se entrometiera en sus vidas de esa manera. Intentaban controlarlo todo, desde la hipoteca hasta la casa y la boda, todo. Naturalmente que ella quería hacer planes para el futuro, pero un futuro para ellos dos solos. Sólo Karen y Shane,
nadie más. —Lo siento, Shane —fue lo único que pudo decir—. Ya no estoy tan segura. Se arrepintió de sus palabras tan pronto como las hubo pronunciado. La expresión de él era de puro dolor. Karen pensó que nunca lo había visto tan dolido. Shane salió de la cocina y, poco después, Karen oyó cerrarse de un portazo la puerta de entrada.
En su despacho, Karen dio un respingo cuando, de repente, sonó el teléfono. Era Mark King, de la sede central, quería saber si ya había encontrado a alguien para que sustituyera temporalmente a su ayudante personal. Melanie, su ayudante actual, cogía la baja por maternidad al mes siguiente. La chica sólo tenía veintitrés años, pensó Karen sacando el archivo de personal de un cajón de su escritorio. ¿Tendría idea de cómo le iba a cambiar la vida después de tener al bebé? Pensó que era bastante improbable que Melanie regresara al trabajo, por lo que ya había entrevistado a las candidatas con esa idea en mente. Le ahorraría trabajo extra cuando, una vez que Melanie anunciara que no iba a volver, tuviera que buscar a alguien indefinido para el puesto. Era mucho suponer, Karen era consciente de ello, pero estaba bastante segura de su intuición, pues en la compañía se repetía una y otra vez el mismo patrón. Descubrió lo rápidamente que se desechaban muchas ambiciones y carreras profesionales cuando un niño aparecía en escena. Muchas mujeres volvían al trabajo, claro, pero Karen no las veía con la misma energía y entusiasmo para triunfar. El trabajo pasaba a ser una necesidad, un medio para un fin, una manera de pagar la hipoteca, por no mencionar a la canguro y la guardería. Años de esforzado sacrificio se echaban por la borda por esa cosita pequeña que había venido a ocupar su lugar. Karen no iba a dejar que le ocurriera lo mismo. Le gustaba su trabajo, se había esforzado mucho para estar donde estaba, y no iba a dejar que Shane y su familia de entrometidos la presionaran para empezar a tener niños y abandonarlo todo. Quizá algún día pudiesen tener hijos, pero no antes de que ambos estuvieran preparados para ello. Después de todo, si alguno de los dos dejaba el trabajo por una larga temporada, andarían muy justos de dinero. Nellie Quinn tendría que esperar un poco más para ver a
su precioso nieto. Qué pena que Jack no encontrara una mujer, así desviaría un poco la atención de ella y Shane. Suspiró. Estaba cansada de sentirse tan malhumorada y deprimida. No podía recordar la última vez que había sido capaz de relajarse de verdad y de disfrutar un poco. La situación con la familia de Shane la tenía siempre obsesionada, desde que se levantaba por la mañana, hasta que se acostaba por la noche. Tumbada en la oscuridad, al lado de Shane, no podía dejar de darle vueltas al asunto: se imaginaba teniendo interminables conversaciones con Nellie. De hecho, podía notar cómo se le iba formando un nudo de ansiedad y frustración. No podía continuar así. Descolgó el teléfono y marcó el número del trabajo de Jenny. El siguiente jueves por la tarde, al salir del trabajo, Karen cogió el autobús hasta Dawson Street y luego recortó a pie el resto del camino hasta la estación de Pearse Street. Mientras se acercaba al edificio que quedaba al otro lado de la calle, vio a Jenny esperándola fuera. —¡Vaya, estás guapísima! —exclamó Karen cuando su amiga cruzó el paso de cebra para ir a su encuentro—. Has engordado un poco, ¿no? —Karen, ¿de verdad crees que eso es algún tipo de piropo? — preguntó Jenny intentando fingirse ofendida, no obstante, tenía un destello en los ojos que indicaba que el comentario no la había afectado. —Lo es en tu caso. En los últimos meses habías perdido mucho peso, así que creo que es bueno ver que vuelves a ser tú, y que vuelves a tener un poco de color en las mejillas. La otra hizo una mueca. —¿Qué tal todo? —preguntó mirando a Karen preocupada, saltaba a la vista que algo preocupaba a su amiga. Llevaba mucho maquillaje y, aun así, no conseguía disimular las ojeras, ni su aspecto demacrado. Parecía que llevara sin dormir una semana. —Te lo cuento después —contestó Karen con un deje de tristeza, no quería entrar en detalles mientras andaba por la calle—. Vamos a algún sitio que esté bien, a comer algo. Hoy he comido muy temprano y estoy bastante hambrienta. Decidieron ir al Pasta Fresca, una pequeña pizzería cerca de Grafton Street. —Dime, ¿cómo te va la vida? —se apresuró a preguntar Karen tan pronto como estuvieron cómodamente sentadas a una mesa para dos, con una botella de vino blanco entre ellas—. Por teléfono me has dicho que
tienes algo que contarme, y no has dejado de sonreír desde que nos hemos encontrado. A Jenny la sonrisa se le ensanchó, como si hubiera estado esperando que Karen le hiciera exactamente esa pregunta. —Bueno —juntó las manos—, es Mike; en realidad Mike y yo... Karen, entendió a la perfección lo que intentaba decirle. —Tú y Mike Kennedy finalmente estáis juntos, ¡eso es maravilloso, Jenny! ¡Cuéntame, cuándo, dónde, todo! —Bueno... se suponía que iba a ayudarlo a buscar una casa este fin de semana pasado y... Karen se inclinó para prestar atención mientras Jenny le explicaba lo que habían hecho el anterior fin de semana. Estaba contentísima por su amiga, y, al mismo tiempo, se sentía aún más desanimada por su situación con Shane. ¿Por qué sería que, cuando ella era feliz, Jenny estaba pasando un infierno con Roan, y ahora que Jenny había encontrado la felicidad con alguien, era ella la que tenía problemas? Parecía una crueldad. Mientras Jenny pasaba un fin de semana fantástico con Mike, Karen y Shane dormían en habitaciones separadas y aún seguían igual. La noche anterior, Shane había vuelto a casa pasadas las diez. Apenas pronunció una palabra al entrar y se fue directo a la cocina a prepararse una taza de té y un sandwich. Poco después, se acostó en la cama de la habitación donde tenían los trastos. Karen esperaba que pudiesen hablar con calma sobre la situación, pero hasta ese momento no había surgido la oportunidad. Habían tenido discusiones estúpidas durante su relación, pensó, pero ésa era sin duda la peor. Shane no soportaba estar enfadado mucho tiempo, y normalmente era él quien daba el primer paso. No obstante, esa vez parecía decidido a no hacerlo. Esa vez, tendría que ser ella quien hiciera el esfuerzo. —Estoy muy contenta por ti, Jen —dijo—. Sabes que siempre he creído que Mike es un chico estupendo. Desde el primer día en que lo conocí en la boda, supe que se sentía atraído por ti. —¡Eso es lo que él me dijo! —exclamó Jenny, como si esa idea a ella nunca se le hubiera ocurrido—. Sólo intento no emocionarme demasiado, por si acaso las cosas se estropean. ¿Sabes qué?, ayer me mandó dos docenas de rosas al trabajo. —Soltó una risita de emoción, pero al cabo de un segundo cambió de expresión y se puso seria.
—¿Qué pasa?— le preguntó Karen. —Bueno, hace mucho tiempo que dejé de tomar la pildora, ya sabes cuánto la odio, me hace sentir hinchada y... Su amiga la miró fijamente con expresión preocupada. —Por favor, dime que esa noche usasteis algún otro tipo de anticonceptivos. —No lo pensé... —¡Oh, Jenny! —Lo sé, lo sé, soy estúpida, soy lo peor. Pero tomé la pildora del día después tan pronto como pude conseguir una, así que no tiene por qué pasar nada. —Hizo una mueca de disgusto—. Me moriré si lo estropeo todo antes de empezar. Quiero decir, no estoy completamente segura de lo que él siente por mí. —Jen, Mike es un buen tipo. Por lo que sé de él, no es de esa clase de hombres que dan el paso si no lo tienen claro, y más aún después del divorcio. No se parece en nada a aquel tipo, si es eso lo que temes. Jenny desvió la mirada cuando la oyó mencionar a Roan. —No es eso, aunque supongo que sí que me pasó por la cabeza. Ahora sé que Roan era un inmaduro que, probablemente, no hubiera movido un dedo por mí, pero al principio no lo sabía. —Aunque el resto de nosotros teníamos nuestras sospechas —le recordó Karen con delicadeza. Jenny asintió. —Tienes razón. Mi instinto femenino me dice que Mike es el hombre perfecto y que no tiene nada que ver con Roan. Pero al mismo tiempo, no puedes estar segura al cien por cien. —Claro. Pero Jen, no dejes que eso te frene. Por lo que dices, entiendo que Mike está loco por ti. Disfrútalo mientras dure. Se recostó en la silla cuando llegó la camarera con un plato de espaguetis a la boloñesa para Jenny y una pizza Hawaiana para ella. —Lo haré —sonrió su amiga al tiempo que intentaba enrollar sin éxito los espaguetis en el tenedor—. No podía esperar a contártelo. ¡Desde el fin de semana me siento como si estuviera en una nube! —¿Has vuelto a verlo desde entonces? —No, pero me llama constantemente, y mañana por la noche vendrá a cenar a mi apartamento. Será raro, ¿sabes? Me había convencido a mí misma de que no lo quería más que como amigo. Y, de repente, la otra noche, todo cambió.
Karen esbozó una media sonrisa. Quería mostrarse más entusiasmada y, sin embargo, cada palabra quejen pronunciaba la hacía sentirse más y más abatida por lo de Shane. Jenny dejó el tenedor. —Karen, lo siento. Yo estoy aquí sin parar de hablar sobre Mike y yo, y lo maravilloso que es todo, y ni siquiera te he preguntado qué tal van las cosas con Shane. ¿Habéis podido arreglarlo? Karen le había contado por teléfono que ella y Shane habían discutido. —No. Y antes de que pudiera darse cuenta de que estaba llorando, las lágrimas le empezaron a resbalar por las mejillas. Furiosa consigo misma, se las secó rápidamente con la servilleta. —Oh, Karen, ¿qué ocurre? —preguntó Jen angustiada por no haberse dado cuenta antes de que su amiga estaba mal. —No sé lo que nos está pasando. —Karen aspiró por la nariz y tomó un trago de vino—. Hace días que no hablamos. Está enfadado conmigo porque me atreví a cuestionar que le hubiera dado la llave de casa a su madre, y ésta se presentó el viernes, mientras yo estaba en la bañera, y empezó a limpiarlo todo y a criticarme y... ¡oh, estoy harta de todos, Jenny! Las lágrimas caían de sus ojos ya libremente, y Karen agarraba tan fuerte la servilleta que se le pusieron los nudillos blancos. —Chis, chis, relájate —susurró Jenny—. Mira, ¿por qué no vamos a tomar algo a algún lugar agradable? Allí podrás contarme lo que ha pasado. La otra asintió. Pocos minutos después, estaban sentadas en un bar cercano y tranquilo que hacía esquina, y Karen le contó con detalle lo sucedido el fin de semana, así como toda una serie de ejemplos de cómo Nellie Quinn interfería en sus vidas. —La cosa es, Jen, que a veces no estoy muy segura de si es un problema que me he montado yo sola. En realidad, Shane cree que ése es el caso. Sé que de vez en cuando puedo ser un poco susceptible, pero ¡no lo puedo soportar! ¡De verdad que no puedo! —Claro que no eres tú —contestó su amiga—. Ninguna mujer sobre la capa de la Tierra aguantaría algo así. Shane se equivocó mucho al darle la llave a su madre sin consultarlo antes contigo. Ahora puede entrar
en la casa en cualquier momento. —Eso es exactamente lo que yo pienso —afirmó Karen—, pero Shane parece creer que todo es muy razonable. Lo que yo piense aparentemente no le importa. Jen negó con la cabeza. —No es típico de él ser tan desconsiderado respecto a tus sentimientos. ¿Habéis discutido mucho últimamente? —Mucho es quedarse corto —replicó Karen escueta—. Pero siempre por lo mismo, ¡su maldita familia! Desearía que desde un principio las cosas hubieran sido distintas. Ya te conté cómo es Jack, pero ahora parece que todo el resto de la familia quisiera entrar también en escena. —Bueno, ya noté que pasaba algo ese día en tu casa, con Tessa y Gerry; resultaba difícil no verlo. Karen agachó la cabeza. —Hay más. Sigue presionándome para que fijemos una fecha para la boda. Como ya te he dicho antes, no tengo ninguna intención de casarme para que entonces todos los Quinn empiecen de inmediato a darme la lata con lo de tener hijos. ¡Nellie está decidida a que le dé un nieto! —Rió con amargura—. ¿Te lo puedes creer? ¿A mi edad? Bueno, le he dicho a Shane que, por mi parte, nos casaremos cuando estemos bien y preparados, no antes. Lo que está claro es que no lo haremos para contentar a los Quinn. Jenny estaba perpleja. —Karen, ¿puedo hacerte una pregunta? —Claro, ¿qué? —Bueno, estás todo el rato diciendo lo que quieren los Quinn y, por otro lado, lo que tú no quieres... Pero ¿le has preguntado a Shane lo que quiere él? —¿A qué te refieres? —Bueno, corrígeme si me equivoco, pero el año pasado te pidió matrimonio y dijo: «¿Quieres casarte conmigo?», no: «¿Te casarás conmigo y luego serás mi máquina de procrear?», ¿no es así? —Pero las dos cosas van juntas, Jenny. Según Nellie Quinn, ¡debería tener un hijo ni más ni menos que nueve meses después de la noche de bodas! —A eso es a lo que voy. Dices: «Según Nellie Quinn, esto o lo otro». ¿Acaso Shane te ha pedido que en cuanto os caséis dejes tu carrera y
empieces a cuidar niños? —No, pero... —Pero nada, Karen. No puedes pensar con claridad y estás mezclando las cosas. Hace tiempo que conozco a Shane y creo que es un chico razonable. No me pega que, una vez casados, insista en que dejes el trabajo para tener hijos. Además, de ese modo, difícilmente podríais permitiros pagar la hipoteca. —Se irguió y miró a su amiga directamente a los ojos—. Me apuesto lo que quieras a que no has hablado con él del asunto. —¡Claro que lo he hablado! —contestó la otra con indignación—, le he dicho que, con todos los esfuerzos que he tenido que hacer para llegar donde estoy, no pienso abandonar mi trabajo por nada del mundo; y mucho menos para quedarme en casa cambiando pañales y mirando a Jerry Springer. ¡Eso lo sabe! —Karen, ¿quieres escuchar lo que estás diciendo? —exclamó Jenny empezando a enfadarse—. Afirmas una y otra vez lo que no quieres hacer, pero ¡no dejas de repetir lo mismo! ¿Nunca se te ha pasado por la cabeza que Shane sólo quiera casarse contigo? ¿Acaso él te ha dicho que espere tener ese hijo del que habla su madre? Sé sincera conmigo, ¿lo ha hecho? Karen lo pensó por un momento. —No, de hecho directamente no ha dicho nada por el estilo. Pero sé que eso es lo que quiere, Jen. Adora a los niños. Siempre está jugando con sus sobrinos y... —Karen, ya sé que no soy la persona indicada para hablar de relaciones pero no puedes casarte con alguien con quien no puedas mantener una conversación sobre estos temas. Mira, desde mi punto de vista, Shane no puede entender tu resentimiento hacia su familia porque no se da cuenta de la presión a la que te están sometiendo. Sí —añadió con vehemencia al ver que la expresión de su amiga se tensaba—, tú eres tu peor enemiga. Si te sientas y le explicas de forma calmada lo que de verdad sientes, apuesto a que lo vas a dejar muy sorprendido. —No lo creo, Jen. El ya sabe cómo me siento... —Karen —la interrumpió la otra en tono tranquilo—, prométemelo. —¿Qué? —Por favor, prométemelo. Promete que irás a casa y hablarás con Shane. Olvida a Nellie y a los Quinn; limítate a averiguar lo que é l piensa {13}
sobre el tema. Es la única manera de poder solucionarlo de una vez por todas. Karen asintió levemente con la cabeza. En parte, estaba de acuerdo con lo que Jen quería decirle. Después de todo, ella y Shane nunca habían hablado de si o cuándo tendrían niños después de la boda. Su amiga tenía razón. Cuando hablaban, Shane siempre parecía perder los nervios al tocarse el tema de su familia. Quizá, como había dicho Jen, debía averiguar de una vez por todas lo que él opinaba. Pero ¿y si decía que sí? ¿Que sí, que esperaba poder formar una familia lo antes posible? ¿Qué haría entonces? ¿Significaría eso el final de su relación?
Cuando volvió a casa, después de haber mantenido esa conversación con Jenny en un bar cercano a la estación de Pearse Street, y tras haber cogido un taxi que la llevó de regreso, encontró a Shane medio adormilado en el sofá, mirando la tele. Aunque la había oído entrar, no apartó la mirada de la pantalla del televisor. Karen se quitó la chaqueta y la colgó en la entrada, y a continuación se sentó a su lado en el sofá. —Shane, tenemos que hablar. —Lo sé —dijo él, sin retirar la vista de la pantalla. Ella se volvió para mirarlo a la cara, sin saber por dónde empezar. —Mira, Shane, últimamente he estado muy preocupada por varias cosas y, para ser honesta, creo que lo he descargado contigo. —¿Puedes volver a repetirlo? —contestó aún sin mirarla. «Tranquila —se dijo Karen—. Mantente calmada, no te aceleres.» —Lo sé y lo siento. No es culpa tuya, y no debería haberme desahogado contigo. La cuestión es que, cuando me pides que fijemos una fecha para la boda, bueno, me quedo helada. —No importa —replicó él cogiendo un diario de la mesa de centro y empezando a hojearlo distraídamente—. Creo que lo muestro se ha acabado, Karen. Ella se sintió como si le hubieran dado una fortísima patada en el estómago. —¿Qué quieres decir? —¿Qué quiero decir? —repitió imitando su voz—. Que hemos terminado, finito, kaput, como quieras llamarlo.
—Shane... —se acercó para tocarlo. —Olvídalo. —Se levantó y parecía alterado—. Ya he tenido más que suficiente, Karen. Cuando nos prometimos y encontramos esta casa, era el hombre más feliz del mundo. Pero ¡has cambiado! Ya nada te satisface. Últimamente, me he estado dejando la piel trabajando horas extras siempre que he podido. Estaba planeando darte una sorpresa, llevarte de vacaciones a algún sitio; lo que fuera con tal de animarte. Pero estoy perdiendo el tiempo, ¿no es así? Tú no tienes ninguna intención de casarte conmigo. ¿Crees que no lo he notado? Cada vez que yo o cualquier otra persona menciona el tema, reaccionas como si te estuviera quemando. Ella se asustó. —Shane, lo siento. Pero si dejas que me explique... —Mira, por lo que a mí respecta, sólo puede haber una explicación: has dejado de quererme, Karen. Por no mencionar el hecho de que parece que estés llevando a cabo algún tipo de vendetta contra de mi familia. —Oh, por Dios santo, Shane, ¿qué esperabas? —No pudo aguantar más—. ¿Cómo te sentirías si mi padre estuviera cuestionándote continuamente cómo has pintado las puertas o has colocado la moqueta de esta casa? Nada de lo que hago parece ser bastante bueno para tu madre. No sé qué tiene en mi contra, pero... —¿Estás oyendo lo que dices? —la interrumpió él llevándose las manos a la cabeza exasperado—. ¿Qué tiene que ver mi madre en todo esto? Karen tomó aire, apoyó la espalda en el sofá y entrelazó los dedos sobre el regazo. —Mira, sé que estás enfadado conmigo, y puedo entender por qué. Pero tú no sabes lo que me ha estado rondando por la cabeza últimamente. He estado preocupada y... —Eso mismo; no sé lo que te está rondando por la cabeza. Vale, entonces, cuéntamelo, ¿por qué no lo sueltas? ¿Por qué no me explicas de una vez por todas lo que te pasa? Porque lo único que sé es que yo no puedo seguir así, con tantas discusiones y silencios, y durmiendo en habitaciones separadas. ¡Me estoy volviendo loco! —¿Puedes sentarte, por favor? —le pidió, indicándole el sitio a su lado. Shane se relajó un poco. Ella tomó aire.
—Quizá no te vaya a gustar lo que tengo que decirte, pero por favor, Shane, no me interrumpas. Si no lo digo ahora, quizá ya nunca lo haga. De acuerdo, dispara. Se lo veía aún muy enfadado, aunque parecía no estar tan nervioso. —De acuerdo. Cuando nos comprometimos y, después de ir a visitar a tu madre a su casa, más o menos al cabo de un par de semanas, tuve una conversación con Marie. No le presté mucha atención en ese momento, pero luego la he ido recordando una y otra vez. —Shane la miró desconcertado, pero no dijo nada—. Tu hermana me dijo que estaban esperando otro niño, y que estaban muy contentos, y que tu madre creía que ni tú ni Jack ibais a casaros. Me preguntó entonces que cuándo teníamos previsto hacerlo tú y yo, y formar una familia. Como sabes, retrasamos lo de la boda porque queríamos tener el asunto de la casa arreglado. Así que le dije eso. —Karen hizo una pausa antes de proseguir —: Al cabo de muy poco tiempo, Jack anunció que nos ayudaría a conseguir la hipoteca. Yo entonces tuve la impresión de que tu familia estaba intentando ponernos las cosas fáciles, para que así pudiéramos tener hijos lo antes posible. —Pero ¡eso no es así en absoluto! —gritó él, incapaz de mantener su promesa de no interrumpir—. Jack nos hizo un gran favor, ¿por qué no quieres darte cuenta de eso? —Por favor, Shane, déjame terminar, ¿de acuerdo? —Vale, continúa —accedió él en tono cansino. —Al cabo de poco de mudarnos aquí, empezamos a ver mucho más a menudo a tu madre y al resto de tu familia. Parecía como si siempre estuvieran entrando y saliendo por una razón u otra. Y para mí era como si dijeran: «Bueno, os hemos solucionado el tema de la casa, ahora apresuraos a tener niños». No me mires así, Shane, sólo te estoy contando cómo me sentía. —Vio que sacudía la cabeza de un lado a otro, pero se mantuvo callado—. A la vez, tú seguías pidiéndome que fijáramos una fecha para la boda y yo pensaba: «No tengo intenciones de dejar mi trabajo, que me gusta mucho, sólo por tener a la familia Quinn contenta con sus niños». Para mí, casarme ha pasado a significar abandonar una vida que me gusta, para empezar una que no quiero. —Lo siento, Karen, pero te tengo que interrumpir —dijo Shane serio—. ¿Por qué nunca me has preguntado lo que yo pensaba sobre el
tema? Sé que Marie puede ser un poco pesada con el tema de los niños, después de todo, ella tiene tres, pero ¿qué te ha hecho pensar que yo querría que dejaras tu trabajo una vez casados? Karen se sintió un poco más animada. ¿Era posible que Jen tuviera razón? —Estoy trabajando lo más que puedo, cariño. Si sólo trabajara uno de los dos no podríamos pagar esta casa, ¿no crees? —Se acercó a ella y la rodeó con el brazo—. Karen, realmente me habría gustado que me hubieras dicho todo esto antes. No tenía ni idea de que te sentías así. Pensaba que habías cambiado de opinión sobre la boda y que no me lo querías decir. —Bueno, supongo que, de alguna manera, he cambiado de opinión —dijo, sintiéndose más aliviada al notar sus brazos en torno a ella. Shane prosiguió: —Tener una familia no es algo que me quite el sueño, te lo puedo asegurar. Sólo quiero que nos casemos y que, ante todo, disfrutemos de la vida juntos. Si decidimos tener hijos y cuándo será decisión nuestra y de nadie más. —¿Estás seguro? —preguntó ella, que no se atrevía a creérselo. —Claro que sí —le contestó, dándole un beso en la frente—. No te preocupes por lo que digan mi madre y Marie; ellas sólo conocen el casarse y tener hijos. Marie, aparte de estar en la granja, no ha trabajado nunca, y mi madre tampoco. No deberías haber permitido que te afectaran tanto sus comentarios. —Supongo —contestó Karen mordiéndose el labio—. Y siento las discusiones sobre tu familia, Shane. No quiero que pienses que tengo algo en contra de ellos, porque no es así. Pero siempre he sentido que, de alguna manera, no me miran con buenos ojos. —Mira, hablaré con mamá y le diré que se asegure de que Marie deja de hablar de niños, ¿de acuerdo? Karen asintió, aliviada. No podía creer que hubiera podido aguantar esa situación durante tanto tiempo, y que hubiera hecho a Shane responsable sin ni siquiera averiguar cómo se sentía él realmente. Él la rodeó con los brazos y la abrazó con fuerza. Te quiero, y nada ni nadie va a cambiar eso. ¿Me crees? Ella asintió. De acuerdo. Entonces, te pregunto por tercera vez, Karen Cassidy,
¿quieres casarte conmigo?
CAPÍTULO 33 Tessa chilló excitada al otro lado del teléfono. —¿Y ya lo tenéis todo reservado, la iglesia, las flores, el vestido, todo? —Todo excepto el vestido —contestó Karen orgullosa. Ahora que ya estaba todo arreglado. Empezaba a tener ganas de que llegara el día de la boda. Había pasado la última media hora al teléfono, hablando con Tessa, explicándole todo lo que había pasado. Asimismo la puso al corriente de la fecha que habían acordado con Shane. —El quince de junio, apúntalo en la agenda. Me temo que no será en la iglesia, sino en el registro civil. —Oh. —Tessa sonó desilusionada—. Pero ¿qué hay de tu vestido, las flores, las damas de honor y todo eso? ¿No lo echarás de menos? Karen rió. —Tessa, el registro civil también se puede decorar con flores. ¡No vamos a casarnos en el Templo de la Muerte! —Ah, bueno —respondió su amiga—. Es que nunca he ido a una boda en el registro civil. No tengo ni idea de cómo será, eso es todo. —Estará bien. Te puedo asegurar que ni Shane ni yo bailaremos alrededor de un fuego con las caras pintadas con sangre pagana. Y no te preocupes, puedes vestirte de punta en blanco con algún vestido ajustado, si es eso lo que te preocupa. Tessa soltó una risita. —A estas alturas, no podría ponerme ni un vestido normal. Karen meneó la cabeza, divertida. —¿Porque has engordado? No te noté nada la última vez que estuviste aquí. Conociendo a Tessa, seguro que aparecería en la boda ataviada con algún vestido supersexy que haría parecer recatada a Liz Hurley. —No precisamente —contestó en tono coqueto. —¿No precisamente? ¿Qué quieres decir con eso? —Entonces cayó en la cuenta—. ¡Oh, Dios mío! Tessa, no me estarás diciendo lo que creo que me estás diciendo, ¿no es así? La otra se rió.
—Estoy casi de cinco meses. —¡Cinco meses! Pero entonces ya lo sabías cuando vinisteis con Gerry después de la luna de miel, ¿por qué no me lo dijiste? Pudo imaginarse a Tessa encogiéndose de hombros. —Si recuerdas, por aquel entonces estabas bastante molesta porque los Quinn no dejaban de hablarte de niños. Puede que hubieras explotado si te lo soltaba. No me pareció bien contártelo entonces, así que le dije a Gerry que mantuviera la boca cerrada. —¡Oh, no, ahora me siento fatal! Debías de estar muriéndote de ganas de decírnoslo. Hizo memoria y recordó que, en realidad, había sido ella quien se había bebido casi toda la botella de vino esa noche. —Bueno, como sabes, nunca he sido muy buena guardando secretos. Hemos calculado la fecha y parece ser que me quedé embarazada pocas semanas antes de la boda, ¿te lo puedes creer? —Así que no lo teníais lo que se dice planeado, ¿no? —¡Qué va! Fui al médico poco después de la luna de miel sin sospechar nada. Como te puedes imaginar, me quedé un poco sorprendida. Pero ahora los dos estamos contentos de que haya pasado. —Oh, me alegro mucho por ti. Espera a que se lo cuente a Jenny, ¡estará encantada! —¿Cómo está? Su gran romance sigue viento en popa, espero. —Eso parece —asintió Karen recordando que Tessa y Jen no se habían visto recientemente—. Deberías verla, estas últimas semanas está radiante. —Y también debe de estar emocionada por ser tu dama de honor, supongo. Karen se quedó un momento en silencio. Se había preguntado si Tessa se sentiría un poco molesta por el hecho de que no le hubiese propuesto serlo a ella. No tema hermanas y, al ser Jenny su amiga de infancia, obviamente la escogió a ella. —Sí. Espero que no te importe que se lo haya pedido a Jen, Tessa. Somos amigas desde pequeñas y... —¿ Quieres dejar de decir tonterías? —No parecía molestarle en absoluto—. No esperaba que escogieras a otra persona. De todos modos — refunfuñó—, en junio estaré como una vaca y a punto de parir en cualquier momento.
—¿Para cuándo lo esperas? —preguntó Karen que, de repente, temió que Tessa se pusiera de parto en su boda. —Finales de julio, así que tranquila, estás a salvo. —Bueno. Debo admitir que por un segundo me he preocupado un poco. —Sí, lo he notado —contestó la otra, y ambas rieron—. Estoy contenta de que hayas llamado. Dios sabe que necesito escuchar buenas noticias. La semana pasada fuimos a ver la casa y, por lo visto, se va a retrasar, así que todavía no podemos mudarnos. —Están tardando mucho en acabarla, ¿no? —preguntó, al recordar que Tessa y Gerry habían comentado que querían trasladarse hacia fin de año, y ahora ya estaba terminando marzo. —No me lo menciones —se quejó su amiga—. Tenemos muchos problemas con el permiso de obras, aparte de que creo que tendremos que cambiar el plano de la casa. Estoy furiosa porque ya me había hecho a la idea de que la fachada fuera de piedra, para darle un aspecto rústico, ¿sabes?, pero se ve que ahora el ayuntamiento no lo permite. No se puede «seguir construyendo casas de aspecto rústico» o alguna tontería de ésas. —Qué lástima —comentó Karen—. Aun así, estoy segura de que, cuando esté terminada y decorada, será fabulosa. —No tengo ni idea. Cuando llegue el niño iremos justos de dinero, y si además tengo que dejar el trabajo... —¿Vas a dejar de trabajar cuando nazca el niño? —preguntó Karen extrañada; dudaba que Tessa pudiera aguantar sólo con la compañía del bebé. —En absoluto, ¿estás loca? Unos cuantos meses de pañales y biberones para mí serán más que suficientes; después de eso, puedo dejarlo con mi madre. Afortunadamente, no tengo que preocuparme de encontrar una canguro por allí. —Supongo que está bien que tu madre quiera echarte una mano. —Humm... mejor dicho tomar el mando. Pero en fin, hablando de padres, ¿cómo están las cosas con la simpática Nellie? Karen puso los ojos en blanco. —Bueno, desde que Shane y yo tuvimos nuestra pequeña charla, no la he visto ni la mitad de veces que antes. —«Gracias a Dios», se dijo a sí misma—. Aunque Jack sigue pasándose por aquí. —Creía que vivía en Londres —comentó Tessa—. ¿Por qué pasa
tanto tiempo en Dublín? —Buena pregunta. Sé que tiene negocios en la ciudad, pero está viniendo más o menos cada dos semanas. Parece raro, ¿verdad? —Quizá está saliendo con alguien de aquí y no quiere que nadie lo sepa —sugirió Tessa—. Me habías dicho que no tenía novia. Karen se irguió en la silla; estaba sorprendida. —¿Sabes?, puede que tengas razón. Eso explicaría por qué no se va a Meath con Nellie. —¿Cuántos años tiene, treinta y tres o algo así? —preguntó Tessa —. Me parece un poco mayor para irle ocultando las novias a mami. —Depende de quién sea la novia. —Oh. —Tessa lo entendió inmediatamente—. ¿Crees que puede que sea homosexual? —Alguna vez lo he pensado, aunque no sé por qué. Hay algo en él que me transmite esa sensación. Y el hecho de que nunca haya tenido una relación seria, al menos por lo que Shane sabe. Por otra parte, la familia parece haber abandonado la idea de que Jack vaya a proporcionar un heredero para el imperio de los Quinn. —¿Imperio? —Bueno, las cuatro hectáreas de terreno de la granja —rió Karen —. No creo que a Nellie le gustase mucho descubrir que uno de sus pequeños es gay. —¿En esta época sorprendida? —Tessa parecía horrorizada por la idea. —Estamos hablando de una mujer de sesenta años que es granjera en el salvaje Meath, Tessa. No es lo que se dice una asidua de The Georges, ¿sabes? Karen soltó una carcajada al imaginarse a Nellie Quinn tomando una copa en uno de los bares gays más famosos de Dublín. —Pobre Jack —dijo Tessa sintiendo simpatía por él. —Nada de «pobre Jack»; si quiere tener un ligue ilícito que lo tenga en otra parte. —No creerás que se lleva a alguien a tu casa, ¿no? —Por su bien espero que no, sea chico o chica —exclamó Karen—, pero si de verdad está saliendo con alguien, eso significa que va a pasar más tiempo en Dublín. En fin, no pienso comentar nada de esto con él, no sea que meta la pata. Ahora Shane y yo nos llevamos de maravilla, así que
tan sólo voy a preocuparme de mis asuntos. —¡Vaya novedad! —se burló Tessa. Tenía la razón, reflexionó Karen después de colgar. Pero por lo que a ella concernía, Jack podía hacer lo que quisiera siempre y cuando no se interpusiera entre ella y Shane. Acababa de dejar el teléfono cuando volvió a sonar. —¿Karen?, soy Nellie Quinn —dijo una voz aguda al otro lado de la línea. Ella maldijo en silencio. ¡Hablando del rey de Roma...! —Hola, Nellie, ¿cómo estás? —preguntó con simpatía, haciendo un esfuerzo por parecer educada—. Shane aún no ha vuelto del trabajo, si es que querías hablar con él. —En realidad, es contigo con quien quiero hablar. —La oyó respirar hondo. Karen gruñó para sus adentros. ¿Y ahora qué pasaba? —El fin de semana pasado, Shane me contó que habíais fijado la fecha de la boda. Debo añadir que ya era hora, pero dice que la ceremonia tendrá lugar en una especie de oficina municipal de Kilkenny. ¿Es eso cierto? —Sí, lo es, Nellie. Ya había pensado que a la mujer no le haría gracia que se casaran en el registro civil, pero por su tono, era como si fueran a hacerlo en un club de striptease o en un burdel. Nellie volvió a respirar. —Karen, no quiero meterme en vuestros asuntos, pero no creo que un lugar así sea adecuado para casarse. ¿Por qué no podéis tener una boda normal, en una iglesia, como todo el mundo? No sé si a ti de pequeña te enseñaron a creer en Dios, pero a Shane sí le enseñamos, y... —¿En serio? —la interrumpió ella, molesta por el tono con que se refirió a su educación—. ¿Y cuándo fue la última vez que Shane fue a la iglesia, Nellie? —Puedes hacer esa misma pregunta a todas las parejas de vuestra edad, querida —contemporizó la mujer—, y eso no les impide casarse en la casa del Señor. Después de todo, ¿dónde ibais a encontrar un lugar más bonito? En el registro las fotografías serán muy feas. —Nellie, con todos mis respetos, Shane y yo no nos casamos para tener unas bonitas fotografías de boda. —La voz de Karen sonaba decidida
—. Tampoco tenemos ningún interés en encender unas velas en el altar, o recitar una serie de plegarias sólo porque el lugar sea bonito. Había discutido eso mismo una docena de veces con las chicas del trabajo, además de hacía unos minutos con Tessa y otro día con Jenny. Todo el mundo, con la excepción de sus padres, se había quedado horrorizado con la idea de que fuese una ceremonia civil. No podían entender que ella y Shane no quisieran casarse por la Iglesia. Karen casi podía ver la expresión furiosa de Nellie al otro lado de la línea telefónica. —Bueno, ¡simplemente, no lo acepto! —gritó la madre de Shane abandonando por completo su anterior tono apacible—. No me gusta que la gente me pare por la calle y me pregunte por qué mi hijo no puede casarse en la casa del Señor. ¿Puedes, por favor, decirle a Shane que me llame cuando llegue? —Así lo haré —contestó seca y, sin añadir nada más, colgó el teléfono. Más tarde, cuando Shane llegó a casa, le dio el recado de que Nellie había dicho que la llamara, pero no le dio ninguna pista sobre su conversación. Como era un buen hijo, Shane telefoneó en cuanto acabó de cenar. Miró los platos en el fregadero y empezó a lavarlos; minutos después, Shane entró en la cocina riéndose a carcajadas. —Mamá se está volviendo loca —comentó con una sonrisa—. Hoy, una mujer de las Hijas de María la ha parado por la calle y le ha preguntado si era verdad que su hijo pequeño se casaba con una refugiada o algo por el estilo, porque, claro, como no podían casarse por la Iglesia. Me he partido de risa cuando me lo ha dicho. —Oh, madre mía —exclamó Karen con una sonrisa mientras llenaba de agua la tetera—. Antes me he preguntado a qué se refería con lo de que la gente la paraba por la calle. ¿Qué le has dicho? —Bueno —contestó él plantándosele delante y rodeándola con los brazos—, le he dicho que le diga a la gente que no se meta en los asuntos de los demás, y que, si realmente tienen tanto interés por saber, ¡que les diga que me caso con una americana rica que tiene tantos ex maridos que deja corta a Liz Taylor! Eso les dará algo de que hablar. —Shane, a ti te parece bien todo esto, ¿verdad? Quiero decir, ¿estás seguro de estar haciendo lo correcto? —De repente, Karen se sentía culpable. Quizá deberían hacer lo que todo el mundo esperaba que hicieran,
y así no tener que dar tantas explicaciones. Shane no tenía ninguna duda. —¿Qué te dije, cariño? Es nuestra boda, y mientras seamos felices, mamá puede decir lo que quiera. No es asunto de ella. —Pero ¿y si se le ocurre hacernos boicot, o algo por el estilo? Nadie quiere que eso ocurra. —Déjala —replicó Shane—. Si le preocupa más lo que digan los vecinos que nuestra felicidad, entonces tiene un problema. —Le dio un beso en la frente—. Mira, con lo que me costó que fijáramos una fecha, ahora no tengo ninguna intención de cambiar nada, sólo para hacer feliz a mi madre. —¿Estás seguro? —insistió ella, dudosa. Lo único que deseaba era que Nellie los dejara en paz, y hacer sus propios planes de la boda, sin tener que escuchar quejas y lamentos sobre cada detalle. Conociendo a la mujer, desarrollaría algún tipo de alergia a las orquídeas (que eran las flores que Karen había escogido para la ceremonia), o tendría algún tipo de aversión al cordero del banquete. De momento, ya se había metido con la ceremonia, y Dios sabía que ya tenían bastantes preocupaciones intentando organizarlo todo, como para aguantar encima la presión de una suegra complicada. Ella y Shane acababan de pasar una etapa difícil y, la verdad, no era el mejor momento para que su madre pusiera más obstáculos. Por desgracia, Karen ya había sido testigo de que Nellie Quinn podía ser terriblemente persuasiva y siempre acababa logrando que las cosas se hicieran a su manera.
CAPÍTULO 34 —¡Salud! —Jenny sonrió a Mike cuando brindaron. Había cocinado cena para él en su apartamento para celebrar que la oferta que había hecho por una vivienda en Blackrock había sido aceptada ese mismo día por la mañana. Jenny había ido con él a verla, y estaba de acuerdo en que aquella casa de cuatro habitaciones y estilo años treinta era ideal para Mike. La habían rehabilitado hacía poco y le habían añadido un desván, sin embargo, los propietarios decidieron mantener el aspecto original de la fachada. Además, para satisfacción de Mike, el interior era moderno y con estilo. La casa estaba situada cerca de una de las carreteras principales, y no estaba lejos del pueblo de Blackrock. El hecho de que estuviera rodeada por un jardín y escondida tras olmos y hayas, le daba un extra de privacidad. Mike se enamoró al instante; hasta tal punto, que se dejó arrastrar a una puja de ofertas con otros interesados, y al final acabó pagando bastante más del precio estipulado. Esperaba tenerlo todo acabado en pocas semanas y poderse mudar. —Estoy impaciente por trasladarme —comento con aire soñador, recostándose en el sofá y poniéndose una mano bajo la nuca—. Estaba seguro de que la pareja inglesa iba a hacer una oferta más alta. Gracias a Dios que no lo han hecho, habría tenido que conseguirme un segundo trabajo para poder pagar el precio. Jenny rió. —Eh, ¡corta el rollo! Recuerda dónde tienes tus cuentas bancadas. Mike hizo una mueca. —Había olvidado que puedes ver mis cuentas. Humm... quizá debería cambiar de banco. —No te atrevas —lo amenazó ella—. Ya tengo bastante con aguantar las malas vibraciones con Barry. Tengo la sensación de que piensa que el hecho de que salgamos plantea algún tipo de conflicto de intereses. —¿Y es así? —Por un momento, Mike pareció preocupado. —¡Qué va! —Se sirvió una copa de champán—. Por lo que sé, no hay nada en mi contrato que diga que no puedo salir con los clientes ricos y poderosos. Aunque —añadió con una sonrisa picara—, nunca antes me
había pasado. —Agachó la cabeza justo a tiempo para esquivar el cojín—. Eh, cuidado, casi me tiras la copa. —Lo siento. —Mike trataba de parecer avergonzado. Entonces, de repente, se irguió—. ¿Tienes planes para este fin de semana? Ella negó con la cabeza. —¿Por qué, estabas pensando en llevarme a algún sitio romántico? —No precisamente —contestó él poniéndose serio. Es sólo... —dudó—. Bueno, Rebecca va a venir a la ciudad, le he contado lo nuestro y, bueno, le gustaría conocerte. —Oh. A Jenny no se le ocurría qué decir. Rebecca. Aunque tuviera mucha curiosidad por la ex de Mike, la última cosa que le apetecía era ver a aquella mujer cara a cara. ¿Qué diablos se dirían? ¿Y por qué estaba ella tan interesada en conocerla? ¿Quería darle su visto bueno? Desde ese día en Wexford, Jenny y Mike apenas habían pasado una noche separados. Habían salido a tomar unas copas con los empleados de InTech hacía poco y él la había presentado a todos sus compañeros como su «pareja». Jenny se había acobardado un poco al principio, pero luego se fue dando cuenta de forma gradual de que estaba muy emocionada con la idea de tener una relación en serio con Mike, y de ser importante para él. Era maravilloso no angustiarse preguntándose si estaba o no realmente interesado en ella; ni por si iba a aburrirse y se iba a marchar, o cosas por el estilo que había sentido estando con Roan. Con Mike todo, incluido sus sentimientos, era transparente, y él esperaba lo mismo de Jenny. Y ahora quería presentarle a su ex esposa. Qué civilizado. Ella no estaba muy segura de por qué, pero no le gustaba esa mujer. Después de todo, y según lo veía Jenny, Rebecca había decidido dejar a Mike cuando él no estuvo de acuerdo con lo que ella le pidió, en vez de apoyarlo en su proyecto de montar la empresa. Y, para echar más sal en la herida, había tenido dos niños con su posterior marido, Graham. De nuevo, Jen se preguntó por qué diablos Mike seguía siendo amigo de ella después de todo lo que le había hecho. Aunque, a decir verdad, él era un trozo de pan. No podía imaginarlo enfadado con nadie, al menos no por mucho tiempo; aunque le había oído decir a Ken, que era quien llevaba sus cuentas en el banco, que era duro de pelar para los negocios. —Bueno, ¿qué opinas? —preguntó Mike haciéndola volver al
presente—. Graham es gales, y vienen para ver el partido de rugbi de Lansdowne. Rebecca ha pensado que sería un momento perfecto para quedar los cuatro. —¿Un partido de rugbi? ¿No será un poco ruidoso? Mike se rió. —No, podríamos quedar con ellos después, en algún sitio. —De acuerdo. Jenny pensó que era mejor decir que sí antes de que Mike se diera cuenta de sus dudas. —¡Fantástico! Te gustará, Jen. Creo que las dos os llevaréis muy bien. Becky es una persona muy agradable. Ella forzó una sonrisa mientras tomaba un sorbo del champán, que ya estaba tibio. Entonces recordó un artículo que había leído hacía poco en Cosmo sobre lo que se llamaba la «ex ideal». La moraleja de la historia parecía ser que no existía tal cosa. La mayoría de las ex esposas eran posesivas con sus ex maridos, independientemente de su personalidad. Esperaba que no fuera cierto, porque ella pronto tendría que conocer a una.
Jenny se pasó la mayor parte del sábado por la tarde delante del espejo de su habitación, intentando decidir qué llevar esa noche. No tema ni la más remota idea de qué ponerse. Quería dar la impresión de que tenía estilo, pero al mismo tiempo, no quería parecer demasiado agresiva. No quería que fuese algo demasiado a la moda, porque eso resaltaría el hecho de que era diez años más joven que la ex mujer de Mike y no quería quedar como una estúpida adolescente. Tampoco quería llevar tacones altos porque Mike no estaba seguro de si pasearían o no por la ciudad, y no era cuestión de tener que esperar luego dos horas hasta conseguir un taxi para volver a casa. Jenny en la vida se había preocupado tanto por su aspecto. ¡Nunca había tardado tanto rato en decidir qué ponerse! Estaba completamente insegura de la imagen que quería proyectar. En general, sabía de forma instintiva cómo vestirse: los trajes para la oficina, la ropa más informal y desenfadada para ir de bares, elegante pero a la moda para fiestas en ocasiones especiales. Y luego estaba el problema de qué iba a hacer con el pelo. Últimamente se lo había dejado crecer mucho y ya le llegaba por debajo de los hombros. Si se lo dejaba suelto, la primera impresión que se llevaría Rebecca
sería la de que era la típica niña rubia loca por pescar a un rico divorciado. Si se lo recogía, parecería demasiado seria o demasiado arreglada, según la ropa que se pusiera. Cosa que llevaba a Jenny de vuelta al punto de partida. Esa vez necesitaba consejo, pensó, descartando una falda de gasa que había encima de como mínimo otras veinte prendas, todas amontonadas sobre la cama. Iba descalza y sin sujetador, con sólo las braguitas, y así se dirigió al teléfono para hacer una llamada. —Tessa, soy Jenny. ¡Necesito que me aconsejes y necesito que lo hagas rápido! Más tarde, cuando Mike la recogió en un taxi, Jenny se sentía mucho más segura. Hizo caso a Tessa y se puso su jersey negro de cachemir sin mangas, con una chaqueta corta y roja de piel, pantalones negros y anchos, y unos zapatos negros con correa y un poco altos. Tessa había insistido en que no debía salir con tacones de menos de siete centímetros. —Te dará confianza —insistió—. No hay nada mejor que el sonido de unos tacones altos contra el suelo para que te sientas fenomenal con lo que llevas puesto. Con el negro no te puedes equivocar, y, por otra parte no hace ningún daño enseñar un poco de carne. Jenny se sintió mucho más tranquila después de la llamada y, como siempre, Tessa tenía razón. Nadie la superaba en gusto para vestir. El pelo rubio de Jenny siempre resaltaba mucho con colores oscuros, y para la ocasión se lo había recogido como le había sugerido Tessa, dejándose algunos mechones sueltos detrás las orejas, para darle un aire más informal. A Mike parecía haberle gustado, pensó recordando su apreciativo silbido cuando entró en el taxi. Pero no tenía ganada ni la mitad de la batalla. A pesar de que Tessa le había asegurado que iba a «dejarlos a todos sin aliento», Jenny no se sentía del todo segura sobre esa noche. ¿Qué pasaría si Rebecca era del tipo intelectual y todos empezaban a discutir de política? Ella no era tonta, pero no se interesaba por la política, ni tampoco tenía opiniones especialmente fundadas sobre el gobierno de coalición o los partidos de la oposición. Podía llevar bien una conversación de economía o de negocios, pero si la sacaban de ahí... —¿Estás bien? Te veo muy callada. —Mike la cogió del brazo. Jenny sonrió. —Supongo que me siento un poco nerviosa por lo de esta noche, no
sé qué esperar. —De verdad, Jen, no tienes de qué preocuparte. Rebecca y Graham son muy normales. Sé que os llevaréis muy bien. —Eso espero. ¿Dónde hemos quedado? —Están en el Jury, en Christchurch, les dije que nos encontraríamos en el bar, y una vez allí podemos decidir adonde ir. —Oh, probablemente acabemos en algún lugar de Temple Bar, está allí mismo. —Puede. Pero Becky y Graham no son de los que les gusta ir de copas. —Oh. Obviamente, Mike le había recordado la diferencia de edad entre ella y los otros. De repente, Jenny se sintió muy tonta. Se recostó en el asiento y no abrió la boca durante el resto del viaje. Notó que Mike también estaba extrañamente callado. Quizá también estuviese nervioso por ir a presentar a su nueva mujer más joven. Poco después el taxi paró delante del Jury Inn. Mientras Mike caminaba frente ella, Jenny respiró profundamente. Miró hacia el bar a su izquierda y vio a una mujer un poco redondita que, sontiente los estaba saludando. ¿Rebecca? Jenny volvió a respirar profundamente, esta vez con alivio. Aquella mujer no tenía en absoluto aspecto amenazador. Pero Mike continuó andando y se acercó al bar, hacia una pelirroja elegante que estaba allí sentada. —¡Becky, hola, estás fantástica! —Mike la abrazó dándole dos besos en las mejillas. Rebecca le devolvió el abrazo con entusiasmo. —Y tú debes de ser Jenny —dijo con voz grave—. Yo soy Rebecca, encantada de conocerte al fin. —Y le sonrió agradable mientras le daba la mano. —¿Dónde está Graham? —preguntó Mike echando un vistazo alrededor. —No muy lejos —contestó una voz con acento gales que provenía de detrás de ellos. Se acercó a Mike y le dio una fuerte palmada en la espalda—. ¿Cómo va todo? —Bien, bien. Tienes buen aspecto; se te notan todas esas horas que te pasas jugando al golf. —¡Bueno, como bien sabes, cualquier excusa es buena para perder
de vista a Becky! —Muchas gracias —replicó ésta con incredulidad—. Le estás dando a Jenny una terrible impresión de mí. —Sólo bromeaba. —Graham la cogió por la cintura y sonrió a Jenny. —Hola, preciosa —saludó—. Jenny, ¿no? Yo soy Graham, encantado de conocerte. Ella le dio la mano, y al momento le cayó bien. Lo más probable es que se debiera al acento, pensó, o al hecho de que le recordaba un poco a Kevin Keegan cuando era joven. Aun así, no podía olvidar que ése era el chico que se había ido con la esposa de Mike. Aunque, a decir verdad, éste no parecía guardarle ningún rencor. Ambos estaban charlando como si fueran amigos de toda la vida. Mike pidió las bebidas y los cuatro se sentaron a una mesa tranquila del pequeño pero acogedor bar del hotel. Mientras los otros tres charlaban entre sí, Jenny observó que, aunque Rebecca no era una belleza canónica, tenía algo que la hacía muy sexy. En otras palabras, podía ver por qué Mike se había enamorado de ella. Al menos Jenny llevaba el conjunto más bonito, pensó ésta mirando el conjunto de Rebecca con un ligero sentimiento de triunfo. La mujer llevaba una falda larga, negra y ajustada y un jersey con cuello de pico de un color que chocaba de forma espantosa con el del pelo. Aun así, transmitía un aire que sugería que no le importaba lo más mínimo lo que llevaba puesto. Jenny decidió que sería mejor hacer algún esfuerzo para entrar en la conversación. —Así que los dos vivís en Gales, ¿no es así? —preguntó. Rebecca se rió. —Dios, no, ¡vivimos en el centro de Londres! No podría vivir tan lejos, en el campo. Graham puso los ojos en blanco. —¡Lo dices como si Gales quedara en el culo del mundo! Pobre Becky que no puede sobrevivir si no tiene sus tiendas a pocos metros de la puerta de casa, ¿no es así, cariño? —Sí, para comprar comida como mínimo —contestó ella con una mueca—. Por desgracia, Jenny, soy una cocinera terrible. —Doy fe —soltó Mike de repente y todos rieron. —¡Que alguien me ayude! ¡Ahora se están uniendo contra mí! {14}
—Rebecca le lanzó a Jenny una mirada de desesperación. Esta rió, aún un poco asombrada de la estrecha relación que Mike tenía con ellos y, para su sorpresa, notó que ella misma empezaba a sentirse cada vez más relajada en su compañía. A decir verdad, no esperaba que fueran tan simpáticos. Rebecca y Graham no paraban de contar cosas, de hecho, a Jenny se le hacía difícil meter baza. Resultó que Graham trabajaba también en software, de manera que no pasó mucho rato antes de que ambos hombres se enfrascaran en una conversación de negocios. Rebecca puso los ojos en blanco y se inclinó hacia Jenny con actitud conspiradora. —Están en su mundo, Jenny, ¿es sólo a mí o esta conversación sobre ordenadores también te aburre a ti profundamente? Es igual, ya basta de hablar de trabajo —dijo antes de que Jenny pudiera responder. Se frotó las manos con entusiasmo—. No vas a creer lo que he conseguido hoy en la ciudad; tienes que venir a la habitación para que lo veas. Había olvidado lo maravilloso que es ir de compras en Dublín, ¡aquí tenéis Debenhams! {15}
Más tarde, esa misma noche, tumbada en la oscuridad al lado de Mike, Jenny repasaba en silencio los detalles del encuentro. Estaba muy contenta de que hubiera salido bien. Mike tenía razón, tanto Rebecca como Graham eran gente muy normal. Becky, al percibir el nerviosismo de Jenny, había hecho todo lo posible para que se sintiera cómoda. —Sé que te debe de parecer extraño que Mike y yo tengamos tan buena relación —le dijo cuando él y Graham no podían oírla—, pero nos conocemos desde hace mucho, mucho tiempo, y hemos vivido muchas cosas juntos. —Sonrió y apoyó una mano en el brazo de Jenny—. Fue muy duro, pero afortunadamente lo solucionamos todo y conseguimos ser amigos después del divorcio. ¡Aunque tardamos un tiempo! Jenny asintió, no estaba muy segura de qué responder. —Creo que lo que intento decirte y, por favor, no te lo tomes a mal... —miró a Jenny con afabilidad—, es que puedo imaginar lo duro que debe de haber sido para ti venir aquí esta noche. Yo me sentiría igual, si tuviera que quedar con la terrible ex esposa. Miró al otro lado de la mesa, a Mike y Graham, que estaban absortos en los resultados de rugbi que estaban dando por la tele. —Las cosas ya empezaron a ir mal al principio de casarnos. Al
final, aunque no puedo decir que la situación fuera fácil, éramos más hermano y hermana que marido y mujer, y estoy segura de que Mike estará de acuerdo con eso. Entonces conocí a Graham y... —Por favor —la interrumpió Jenny— no te sientas obligada a contarme esto, Rebecca. Al fin y al cabo no es de mi incumbencia. —Creo que sí lo es —replicó la otra con firmeza—. Sé que Mike siente algo muy profundo por ti y temo que nuestra relación de amistad pueda resultarte incómoda. Sólo quiero que sepas que no soy una amenaza para ti, y nunca lo seré. Sigo queriendo a Mike, pero sólo como amigo, y sé que él siente lo mismo por mí. Cada uno tiene ahora su propia vida. ¿Sabes que Graham y yo tenemos dos niñas pequeñas? —Se le iluminó la cara al mencionar a sus hijas, y entonces Jenny se dio cuenta de lo importante que debía ser para Rebecca tener una familia; tan importante que acabó destruyendo su matrimonio. —Sí, Mike me lo mencionó. —Seguramente nos casaremos el año que viene, ¡si podemos encontrar un momento! Es tan difícil organizarse cuando tienes a dos pequeñas como las nuestras. ¡Rosie y Robyn son sólo unas niñas pero a veces...! —Puso los ojos en blanco—. En fin, que estuve absolutamente encantada cuando Mike me contó que finalmente estabais juntos. —Le dio un pequeño codazo a Jenny—. Espero que no te importe, pero ya me había hablado mucho de ti antes de que empezarais a salir. Ella sonrió al oír eso. —Tendréis que venir a Londres a visitarnos alguna vez. Puedo llevarte a Fulham, por allí hay unas tiendas fantásticas y... Jenny sonrió en la penumbra. Rebecca era toda una mujer. Ella misma no sabía cómo reaccionaría si tuviera que conocer a la nueva novia de su ex. A Jenny le resultaba raro poder mantener la amistad con sus ex; después de todo, no había más que ver cómo acabó con Roan. No le había visto desde hacía más de un año. Costaba creer que el año anterior por esas fechas estuviese hecha polvo y aún colgada de aquel bastardo. No sabía cómo reaccionaría si se lo encontrara. A decir verdad, le daba un poco de miedo, ¡por no mencionar lo incómodo que sería! Aun así, pensó, poniéndose de lado y acurrucándose junto a Mike en la cama, ella estaba en Dublín y Roan en Nueva York, no tenía que preocuparse por toparse con él en la calle.
CAPÍTULO 35 Aterrada Karen echó un vistazo a su reflejo. Frunció el cejo al ver que Jenny estaba riéndose a carcajadas fuera del probador. —¡Es horrible! —exclamó, intentando meterse la pesada prenda por la cabeza sin conseguirlo. Estaban comprando el vestido de boda de Karen, y Jenny la había convencido de que se probara uno que podría ser descrito como el más grande, con más volantes, pomposo y con pinta de «merengue» que Karen había visto nunca. —Estarás guapísima —había insistido Jenny. Ella no estaba convencida, pero aun así se probó el vestido sólo para contentar a su amiga. De lo contrario, Jen se pasaría el día dándole la lata. Odiaba tener que andar buscando por todas las tiendas el «vestido perfecto». Le habría gustado entrar en una tienda de vestidos de novia y coger uno del montón. A una dependienta casi le da algo cuando Karen le anunció la fecha de la boda. —¿Junio? ¿Quieres decir junio, dentro de doce meses? —le preguntó con los ojos abiertos por la sorpresa. —No —contestó ella secamente—. Quiero decir junio, dentro de seis semanas. —Pero... pero —farfulló la chica— ¡nuestros vestidos se encargan como mínimo con un año de antelación! Primero tienes que escoger el vestido y, claro, eso lleva su tiempo; hasta que no estás segura de que has encontrado el vestido perfecto para ti. —Lo dijo en tono reverencial, como si fuera algo así como escoger marido—. Luego necesitarás que te tomen medidas, que te hagan el vestido y, después siempre hay que hacer ajustes... Karen no se quedó a escuchar el resto de tonterías que la dependienta tenía que decir. Bajó la escalera y salió de la tienda tan rápido como pudo, con Jenny siguiéndola de cerca. —Por Dios santo, ¡es sólo un vestido! ¡Por la manera en que hablan de él, cualquiera diría que es una maldita obra de arte! Jen, ¿qué voy a hacer? ¡Nunca voy a encontrar un vestido decente! Fue a causa de su desesperación por lo que Karen se dejó convencer para probarse un vestido como aquél, en vez de uno normal, como ella
buscaba. —Tienes razón. ¡Es absolutamente horrendo! —exclamó Jenny llevándose una mano a la boca e intentando parar de reírse. Con él puesto, parecía la protagonista de un anuncio de una nueva marca de algodón de azúcar—. Pareces una... una... —¡Parece una princesa! ¡Querida, tiene que ser éste! ¡Te queda de fábula! Oh, espera, voy a buscar un velo. ¡Espérame aquí! —Y la dependienta, una mujer mayor se marchó entusiasmada. —Jen! —susurró Karen—. Sácame de esta cosa, ¡rápido! Jenny tenía un ataque de risa y apenas podía desabrocharle los botones. Karen, impaciente, se quitó el vestido por la cabeza con brusquedad, se vistió y salió corriendo del probador, casi tropezando con otra futura novia, que se contemplaba frente al espejo de fuera de los probadores, con un vestido igual de espantoso. Una mujer, obviamente la madre de la chica, le estaba colocando con mucho cuidado una diadema en la cabeza; ambas estaban llorando a lágrima viva, emocionadas por la espléndida visión del satén y el encaje. —Yo también lloraría si tuviera que llevar un vestido como ése en mi boda —susurró Karen y, ella y Jenny se apresuraron a salir de la tienda, riendo a carcajadas. Casi dos horas más tarde, exhaustas después de bregar con la muchedumbre del sábado por la tarde y todavía sin el vestido perfecto para Karen, las dos chicas consiguieron una mesa libre en el Bewley, que a esa hora estaba abarrotado. —Mira, no te preocupes —dijo Jenny comiendo un trozo de merengue que había pedido junto con una taza de chocolate caliente—. Aún te queda mucho tiempo para buscar, antes de la boda. —Jen, es inútil. No he visto absolutamente nada que me guste y ni siquiera hemos empezado a buscar un vestido de dama de honor para ti. ¿Qué pasará si no encuentro algo a tiempo? —¡Claro que lo encontrarás! Yo te ayudaré en todo lo que pueda. — Dejó la taza y miró a Karen pensativa—. Se me acaba de ocurrir una idea... Hemos estado mirando en las mismas tiendas y en los mismos sitios todo el tiempo, ¿por qué no vamos a otra parte, como Belfast, por ejemplo? —¿Belfast? ¿Te refieres al Belfast del norte de Irlanda? Jenny asintió con entusiasmo.
—¿Por qué no? Dicen que las tiendas de allí son excelentes, tanto como las de cualquier ciudad inglesa. Rebecca dijo... —¿Rebecca? ¿La famosa ex? —preguntó Karen. —Ah, no te lo conté, ¿no? —Jenny sonrió—. Nos conocimos el fin de semana pasado. Es fantástica. —¿Fantástica? ¿Qué quieres decir con que es fantástica? ¡Es su ex, por Dios santo! —Lo sé, eso mismo pensé yo —contestó su amiga apoyando los codos en la mesa—, pero es realmente estupenda, de hecho, no podría serlo más. La otra meneó la cabeza; estaba maravillada. —Eso es genial, Jen. Para serte sincera, estaba un poco preocupada por el asunto. Yo no sé qué haría si estuviera en tu lugar. —Tengo que admitir que al principio estaba bastante preocupada por su existencia, no obstante, después de conocerla personalmente he visto muy claro que lo de ella y Mike está más que superado. Nos entendimos muy bien. —¿Sabes? Estoy muy orgullosa de ti, Jen. Has hecho un gran cambio desde el año pasado. Su amiga se encogió de hombros ligeramente ruborizada. —Supongo que sí, ¿tú crees? —Ya lo creo —afirmó Karen acabándose su taza de chocolate caüente—. Cambiando de tema, creo que lo de Belfast es una gran idea. ¿Te va bien el fin de semana que viene? Yo podría conducir. —Karen no llegó a ver la cara de terror de Jenny—. Oh, no, no puedo. Shane tiene que dejar el coche en revisión y tú aún no puedes conducir tanto. Supongo que tendremos que ir en tren. —¡En tren, genial! —exclamó ella intentando que no se le notara el alivio. Por suerte, se había librado de tener que ir casi tres horas en un coche con Karen. Aunque, por la manera en que su amiga conducía, seguramente habrían llegado en dos horas. Hacía poco que Jenny se había comprado un coche de segunda mano y, por entonces, estaba yendo a la autoescuela. Podía conducir por los alrededores de Dun Laoghaire, y quizá por la ciudad de vez en cuando, pero sabía que no podía hacer un viaje tan largo. Era una especie de bendición que Shane tuviera que pasar la revisión del coche, pensó abriéndose paso entre la gente y siguiendo a Karen a la calle.
CAPÍTULO 36 Karen miró el reloj. Estaba impaciente por salir de la oficina. Ese día le pareció el más largo que hubiese vivido nunca en el trabajo. Por suerte quedaban ya pocas semanas para la boda y, entonces, ella y Shane volarían a Tailandia, donde pasarían dos benditas semanas bajo el sol abrasador (si tenían suerte y hacía sol). De hecho, ambos necesitaban un descanso. Shane había estado haciendo muchas horas extras en el trabajo últimamente. A veces no llegaba a casa hasta que ella ya hacía rato que se había acostado. De resultas de ello, solía estar irritable. Su boda no iba a suponer mucho gasto pero, aun así, Shane había insistido en que lo pagasen todo ellos solos: el hotel, las flores, la luna de miel... sin tener que recurrir a nadie. Por eso estaba trabajando todas esas horas de más. Karen miró otra vez el reloj por ver si se había producido algún milagro y las agujas indicaban ya las cinco en punto. No hubo suerte. Tenía muchas ganas de ir a Belfast con Jenny ese fin de semana. Con suerte, allí podrían encontrar algo medio decente para su boda. Seguramente, habría algo que le gustara. Si no encontraba un vestido de novia en Belfast, Karen temía que tuviese que empezar a pensar en llevar traje. No quería llegar a ese extremo. Y odiaría salir así en las fotos de boda. Por otra parte, debido a su complexión, cada vez le resultaba más difícil encontrar un vestido que le quedara bien. Esas eran las ventajas de tener mucho pecho. No podía entender por qué había tantas mujeres obsesionadas con tener unos pechos grandes. Según su propia experiencia eso no suponía más que problemas. Desde sus días de uniforme en la escuela, hasta ahora, con la búsqueda del vestido blanco, los pechos de Karen se interponían en su camino. Aunque a Shane le gustaba tal como era, y eso era lo más importante. Sin embargo, como últimamente casi no paraba por casa, llevaban tiempo sin hacer el amor. Karen se preguntaba si el hecho de casarse afectaría mucho a su vida sexual. Tendría que consultárselo a Tessa, aunque quizá ella no fuera la persona idolea a la que preguntar en esos momentos. Su amiga engordaba por minutos; de hecho, la última vez que Karen habló con ella, Tessa estaba terriblemente deprimida al respecto. —¿Qué pasará si después no puedo perder peso? —preguntó llorosa
—. ¡No saldré nunca más a la calle! Karen fue incapaz de convencerla de lo contrario. Sonrió para sus adentros tratando de imaginar a Tessa como madre. Probablemente sería maravillosa, sin contar con que su experiencia como enfermera la ayudaría. Karen se preguntaba si ella sería algún día capaz de plantearse seriamente tener hijos. No le apetecía lo más mínimo, y oír a Tessa decir que se pasaba «todo el día y toda la noche» con malestar («quien dijo que sólo se sentía malestar por las mañanas nos estaba tomando el pelo») no contribuía ni a que contemplara la posibilidad. Nunca se le habría ocurrido practicar sexo sin protección como había hecho Jenny esa vez con Mike en Wexford. ¡Había tenido mucha suerte de que no hubiera consecuencia! Decidió hacer una llamada rápida a Shane antes de irse de la oficina. Sin duda, él estaría aún en el trabajo, sudando tinta con los planos de un puente nuevo o algo por el estilo. Karen repiqueteaba con las uñas en la mesa mientras esperaba que la pusieran con su departamento. —Lo siento, Karen, se ha ido hace media hora. ¿Quieres que le deje un mensaje...? —preguntó la recepcionista. Ella frunció el cejo. Estaba segura de que Shane le había dicho que esa tarde iba a quedarse trabajando hasta tarde. Se encogió de hombros. Debía de haber cambiado de planes. —No, gracias, Stephanie. Ya le veré en casa. Adiós. Qué suerte tan inesperada, pensó Karen sonriendo mientras apagaba el ordenador. Una noche relajada frente al televisor, ellos dos solos, era exactamente lo que el uno y el otro necesitaban. Hacía mucho tiempo que no se dedicaban un rato a ellos mismos.
Poco después de las cinco y media, Aidan oyó que sonaba la alarma. Se levantó rápidamente, dejando las cartas y la partida de póquer que había estado jugando con Donal Ryan, su compañero del cuerpo de bomberos. Noel Flanagan salió corriendo de la habitación con un télex blanco en la mano. —Un AT en la salida sur de la M50 —gritó por encima de las cabezas de los otros bomberos, que corrieron a cambiarse—, una persona está atrapada; alguien ha informado de que hay dos vehículos, ¡venga, chicos, moveos!
«Un AT», se dijo Aidan, mientras se cambiaba rápidamente y se ponía el uniforme. Los accidentes de tránsito eran lo peor. Además, por el tono de Flanagan, la cosa era seria. Se colocó el casco y siguió a los demás hacia el coche de bomberos. —Aidan, ¿puedes ir en el siguiente coche? —le pidió John Cullinane, el jefe de la estación—. Aquí ya vamos seis. Aidan asintió y se dirigió hacia el segundo coche. Al pasar junto a la máquina que utilizarían, se le removió el estómago. Odiaba esa máquina y para lo que servía. Odiaba el sonido del metal chirriante. La utilizaban para abrir un agujero lo bastante grande y seguro como para poder sacar a la víctima de un accidente del amasijo de hierros. Esa era la parte del trabajo que Aidan más detestaba. Los dos coches de bomberos salieron de prisa de la estación, con las sirenas sonando y se abrieron paso a través del tráfico de hora punta para llegar cuanto antes al lugar del accidente. Desde su posición en el coche que iba por delante, el jefe de la estación enviaba órdenes por radio a la unidad de Aidan. —Colin y Tony, perímetro. Aidan y Donal, airbags. Como decían las instrucciones, Colin y Tony serían los responsables de acordonar el lugar del accidente para asegurarse de que el equipo de rescate y los médicos tenían suficiente espacio para llevar a cabo su trabajo. Y dado que a él y a Donal se les había asignado el airbag, Aidan sabía que, al menos uno de los coches, había volcado del lado del conductor durante, o después del accidente. Los airbags de los bomberos se utilizaban para volver a poner el coche derecho y que, así, el equipo de rescate pudiese tener acceso a las víctimas. La ambulancia y la policía ya habían llegado. Cuando paró el coche, Aidan y Donal saltaron e, inmediatamente, cogieron los airbags y los desplegaron mientras uno de los jefes de bomberos los dirigía hacia el primer vehículo. Aidan corrió hacia el coche aplastado. Aun antes de llegar, se le hizo un nudo en la garganta. —Dios mío —le susurró a Donal con voz ronca—, yo conozco ese coche.
Tessa decidió pasar a ver a la señora Cleary una vez más, antes de irse a casa.
—¿Cómo se siente ahora? —le preguntó a la mujer mayor, que todo el día se había estado quejando de un fuerte dolor de cabeza. —No tan mal —dijo la señora Cleary en voz baja—. Creo que esas pastillas que me has dado me han hecho efecto. Tessa dio una palmada y exclamó: —Pero qué flores tan bonitas. ¿Quién se las ha mandado? La señora Cleary tomó aire. —La sinvergüenza de mi hija. Lo de las flores estaría bien si además me llamara para ver cómo estoy, pero por lo visto eso le supone demasiado esfuerzo. Tessa asintió comprensiva. Había hablado una vez con la hija de la señora Cleary, y con una vez fue suficiente. En esa ocasión, la mujer trató al personal del hospital como si fueran esclavos que debieran dedicarse tan sólo a su madre. La mujer se había roto la cadera al caerse de una silla a la que se había subido para cambiar una bombilla. Si su hija no hubiera estado tan absorta en sí misma y hubiese ido a visitarla de vez en cuando, el incidente nunca habría ocurrido. Pero, aun así, trató a las enfermeras como si ellas fuesen las culpables de que se hubiese fundido la bombilla. —Te echaré de menos cuando te vayas —le dijo la mujer mayor—. ¿Cuándo te mudas a Cork? —La semana que viene —contestó Tessa. Tenía muchas ganas. Una casa nueva, un trabajo nuevo y un bebé nuevo: el comienzo de una nueva vida para ella y Gerry. Se despidió de la hermana que se quedaba de guardia, salió del hospital, encendió el walkman y se dirigió hacia la parada de autobús de Donnybrook Road. Recorrió el dial un rato, intentando captar la emisora Today FM. Hacía mucho frío, pensó temblando y envolviéndose bien en el jersey. Tenía previsto volver andando a casa, pero si se quedaba en la calle mucho más rato, acabaría congelada. Típico del verano irlandés. Mientras esperaba en la parada, escuchó el boletín informativo de las cinco y media. Al parecer, había habido un accidente muy grave en la autopista hacía poco. Tessa volvió a temblar, pero esta vez no de frío. Odiaba escuchar ese tipo de cosas, siempre se preguntaba si algún conocido estaría implicado en el accidente. Y además, Gerry volvía a casa por la M50. Tessa sacó el teléfono móvil del bolso y marcó rápidamente el número de su marido.
Jenny vio que Barry apagaba la luz de su oficina. Miró el reloj. Eran las cinco cuarenta y cinco pasadas. Hora de dejar lo que estaba haciendo y volver a casa. Casa. Recordó una conversación reciente que había mantenido con Mike. Ella se quejaba de que el precio del alquiler de su apartamento era muy alto, y que el propietario la había informado de que iba a aumentarlo y le había preguntado si tenía intención de renovar el contrato. En el banco le iban muy bien las cosas. En pocas semanas quedaría libre un puesto de directivo y Marión ya le había sugerido a Barry que ella era la candidata ideal. A veces, Jenny pensaba que Marión se preocupaba más de su carrera que por ascender ella misma. Barry, el director de la sucursal, estaba de acuerdo en que Jenny se lo merecía. Así pues, si volvía a ser promocionada, apenas notaría el incremento del alquiler. De hecho, pensó, podría incluso empezar a pensar en comprarse un sitio de propiedad. Le gustaba vivir en Dun Laoghaire, y más en concreto, le gustaría hacerlo en la parte sur de la ciudad. Pero ella no podía ni soñar con comprarse una casa en esa zona, como Mike había hecho, incluso con su trabajo en el banco, nunca le concederían una hipoteca tan elevada. Mientras hablaban de todo esto con Mike, Jenny tuvo la impresión —aunque él no dijo nada en concreto— de que le gustaría que ella fuera a vivir con él. Pensar en ello no la asustaba, pero aun así, Jenny pensaba que le iba a costar abandonar su independencia y su nuevo sentimiento de libertad tan recientemente adquirido. ¿Estaba preparada para algo así? ¿Estaba lista para comprometerse de nuevo y hacerlo, sin llevar a cuestas el peso de su anterior relación, o de anteriores relaciones incluso? ¿Sería Mike su pareja ideal? Jenny sonrió para sus adentros al recordar la predicción de la señora Crowley. Esa vez, encajaban todas las piezas. Quizá ella y Mike deberían hablar seriamente sobre su relación y sobre lo que esperaban de ella. Lo llamaría para ver si le parecía bien que se pasara por su casa más tarde esa misma noche. No se habían visto desde mediados de la semana anterior. Jenny le había pedido que se mantuviera alejado de ella hasta que se le pasara un virus estomacal del que acabó recuperándose durante el fin de semana. Por un momento, temió no estar bien para acompañar a Karen a Belfast a buscar el vestido. Marcó el
número privado de Mike en la oficina, lo oyó sonar unos momentos y, luego, la llamada fue desviada a recepción. —Hola, Ciara, soy Jenny Hamilton. Quería hablar con Mike —dijo cuando la recepcionista contestó. —El señor Kennedy no trabajaba hoy aquí —la informó la chica en tono relamido—. Pensaba que te lo habría dicho. —Pues no, no me lo dijo —contestó Jenny sin tapujos—. ¿Dónde está trabajando entonces? —En la oficina de un cliente —la informó Alison—. En uno de los polígonos industriales de la M50.
CAPÍTULO 37 Karen estaba sentada frente al televisor, haciendo zapping entre dos series con el mando. No seguía ninguna de las dos y no había ninguna razón para que empezara esa noche. La mayoría de los personajes parecían pasarse todo el rato en el pub local, lanzando miradas maliciosas a los demás. Oyó que el estómago le rugía de hambre y se preguntó qué diablos estaría haciendo Shane. Le había dejado un mensaje en el móvil diciéndole que, de vuelta a casa, comprase comida china para cenar, y estaba deseando que llegase ya, porque estaba tan hambrienta que no creía que pudiese aguantar más. Pensar en pollo con pimientos verdes y salsa de soja le hacía la boca agua. Esperaba que Shane hubiera oído su mensaje pidiéndole que comprase también rollitos de primavera y gambas rebozadas. Una de las series acabó con otro vecino enfadado, o malhumorado, por algo. Oh, qué diablos, pensó, iba a picar algo. Una rebanada de pan la ayudaría a aguantar hasta que llegara Shane, pensó, dirigiéndose a la cocina. Encontró sólo un pan de molde tan viejo, que si quedaba aún algo de pan, éste era inidentificable bajo la capa de moho. Minutos más tarde, Karen seguía buscando algo comestible en el congelador que, por cierto, aún no habían descongelado nunca. Entonces sonó el timbre de la puerta. Genial, pensó irritada. Sólo los malditos Quinn se presentarían en su casa sin avisar. O eso, o era otro más que quería preguntarle alguna dirección. Como vivían en la esquina de una calle transitada, se encontraban bastantes veces con ese problema; de hecho, no podían contar las ocasiones en que los habían molestado por la noche, preguntando hacia dónde quedaba Terenure. Karen se encaminó descalza hacia la puerta. Al abrir vio a Aidan de pie delante de ella, con una cara muy pálida. —Aidan, ¡hola! —exclamó de buen humor—. Hace tiempo que no te veo. Si buscas a Shane, aún no ha llegado... —Karen, cariño —la cortó él. Entró en el vestíbulo y le cogió ambas manos—. Karen... ha habido un accidente. —¿Un accidente? ¿Dónde, en el cruce? —dijo, mirando hacia la
calle. —Por favor, Karen, siéntate un momento —le pidió Aidan, y entonces se sintió invadida por el pánico, porque se dio cuenta de que con él había otra persona esperando, e iba de uniforme. El coche de la policía estaba aparcado un poco más abajo, y las luces emitían flashes azules que iluminaban las caras expectantes de la pequeña muchedumbre que se había congregado en el jardín. Esa gente estaba allí esperando a ver de qué iba el drama. Karen notó que el pánico le recorría todo el cuerpo, desde los dedos de los pies hasta la garganta. El estómago se había convertido en una piedra a causa del miedo y el corazón le latía muy fuerte contra el pecho. —¿Un accidente? ¿Qué puedo hacer por ti, Aidan? ¿Estás herido? No tengo gasas por aquí, ni nada, si eso es lo que quieres, pero... —Karen... —Quiero decir, no soy enfermera ni nada parecido, ni siquiera sé nada de primeros auxilios. A quien estás buscando en realidad es a Tessa, ¿me equivoco? Pero ella no está aquí, claro que no, probablemente esté trabajando. Bueno, supongo que lo mejor será llamar a una ambulancia. —Karen, por favor... siéntate. A Aidan las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Cuando fue a cogerle las manos, ella se apartó de él como si se hubiera quemado. —Aidan, ¡basta ya, por favor! ¡No sé por qué estás haciendo esto! Si es una broma, ¡te aseguro que no es gracioso! No tiene maldita gracia, ¿vale? ¿Por qué estás intentando asustarme de esta manera? ¡Oh, Dios! De repente, mareada por el pánico, Karen perdió el equilibrio y se tambaleó contra la puerta. Sabía lo que iba a decirle, lo sabía antes de que hubiese abierto la boca. Su expresión lo decía todo, no tenía que pronunciarlo. Esperaba que no lo hiciera, porque no sería capaz de soportar esas palabras dichas en voz alta. —No sufrió, cariño —dijo Aidan con la voz oprimida por la angustia. Volvió a acercarse a ella y, esa vez, Karen se dejó llevar hasta el sofá. Acto seguido, él se sentó a su lado sosteniéndola con delicadeza entre sus brazos—. Fue una colisión frontal. Volvía de inspeccionar una obra y a un conductor que iba en dirección norte por la autopista, al parecer, se le reventó una rueda cuando circulaba a ciento cincuenta kilómetros por hora. Saltó la mediana e invadió el carril contrario, por donde venía Shane.
Murió al instante, no sufrió. Karen permanecía muda. —Lo siento mucho, cariño —susurró Aidan apoyando la cabeza en la de ella. Las lágrimas que derramaba humedecían el pelo de Karen, que se mecía hacia adelante y hacia atrás entre sus brazos, con la mirada perdida. —No —dijo finalmente con actitud desafiante—. No, Aidan, te equivocas. Tienes que estar equivocado, no puede ser él; no debía de ser Shane. Aidan se volvió para mirarla a la cara. —Karen... —No, en serio, piénsalo —dijo subiendo el tono de voz mientras sacudía la cabeza de lado a lado—. Estaba recogiendo la comida para llevar, ¡probablemente esté en el restaurante mientras hablamos! No era Shane, ¡te lo digo! —Karen... —Aidan, ¿no crees que deberías haberte asegurado, antes de venir aquí a decirme eso y dejarme tan preocupada? ¡Lo mínimo que podrías haber hecho era asegurarte! Él sacudió la cabeza con las lágrimas cayendo en silencio de sus ojos. Entonces miró hacia atrás, en dirección al policía, pidiéndole ayuda. El hombre se acercó a Karen y le puso la mano en el hombro. —Lo siento, señorita Cassidy. Sé lo difícil que debe de ser esto para usted, pero su prometido ya ha sido identificado por los bomberos. —¿Qué quiere decir? —preguntó Karen en voz baja—. ¿Qué quiere decir con «identificado», Aidan, qué quiere decir? —imploró. Éste se enjugó el llanto. —Llamaron a mi unidad para acudir al lugar del accidente. Y yo le vi, Karen. Era Shane; nos ha dejado. Lo siento muchísimo, pero nos ha dejado. Y al decirlo, rompió en llanto de nuevo.
Nos ha dejado... nos ha dejado... nos ha dejado. Las palabras de Aidan resonaban en su cabeza desde hacía horas, como si fueran algún tipo de mantra. Apenas podía recordar lo que había pasado después. Vagamente se acordaba de que había cogido el teléfono y había llamado a Nellie para
decirle, de forma calmada, que su hijo menor había muerto ese día en una colisión frontal en la M50, justo cuando la mujer, y el resto del país, estaban cenando tranquilamente. No podía recordar los sollozos de Nellie al otro lado de la línea, ni las histéricas acusaciones a Karen diciéndole que era ella quien lo había forzado a hacer tantas horas extras, por lo que Shane debía de estar tan cansado que no iría concentrado. Tampoco se podía acordar de cuándo habían llegado Jenny y Mike, ni entendía por qué no la dejaban en paz de una vez por todas. Nos ha dejado. Shane nos ha dejado. Su Shane. ¿Por qué él? ¿Por qué no ella? Ella era la que merecía morir en ese accidente, no Shane. Él no le haría daño ni a una mosca. Todo el tiempo que habían pasado discutiendo sobre la boda; todo el tiempo que habían perdido discutiendo sobre cosas estúpidas; todo el tiempo que ella había perdido quejándose de su familia. Karen daría cualquier cosa con tal de que le devolvieran ese tiempo. Habría dado lo que fuera para que alguien sacara una varita mágica, le devolviera todo eso y terminara con esa pesadilla. ¿Por qué? ¿Por qué alguien dejaría que algo así sucediera? ¿Estaba Dios castigándola porque no había ido a la iglesia desde hacía más de doce años? ¿La estaba castigando porque no iba a casarse en su Iglesia? ¿O tan sólo porque era una retorcida, amargada y resentida que no quería compartir a Shane con nadie más? No se había callado que su familia no le caía bien. ¿Era ése el castigo por querer tenerlo para ella sola? Karen no podía encontrar respuestas. Lo único que sabía era que Shane nunca más iba a abrazarla; ella nunca iba a despertar en la cama, con él a su lado; y su boca nunca más iba a recibir sus besos. No iban a volver a reírse juntos; ni a compartir un momento de felicidad o de tristeza. Ya no podrían hacer todas las cosas que habían planeado para después de la boda, como visitar Las Vegas o Nueva York, como siempre había querido Shane; o Roma y París, como quería Karen. No habría boda, no habría una nueva vida juntos, no habría nada. Nada. Nos ha dejado.
CAPÍTULO 38 Dese el otro lado de la sala, y con creciente preocupación, Jenny observaba a Karen, una solitaria figura hundida en la butaca que quedaba frente al televisor. Apenas había pronunciado dos palabras desde que el policía se fue de la casa, y parecía no darse cuenta de que a medida que avanzaba la noche, iban llegando más y más amigos. Aidan, todavía destrozado, estaba sentado en la cocina, con Gerry, a su vez profundamente afectado. Jenny sabía que Karen estaba en estado de choque, pero la asustaba por lo terriblemente introvertida y aislada que estaba en ese momento. Cogió un pañuelo de una caja que había en la mesa y se sonó la nariz sin apartar la vista de su amiga, que seguía mirando el televisor y parecía no ser consciente de que había gente a su alrededor. Jenny deseó que Nellie Quinn no apareciera por allí, al menos por esa noche; que le diese a Karen una tregua antes del funeral. Hacía un rato había tenido que arrancarle el teléfono de las manos, al oír que Nellie sollozaba y despotricaba desde el otro lado de la línea. Sabía que sólo era una reacción ante la noticia de la muerte de su hijo, pero lo último que Karen necesitaba en aquellos momento eran recriminaciones y enfrentamientos con la familia de Shane. Después de eso, Karen no había dicho nada más, se había limitado a sentarse en la butaca —en la butaca de Shane— y envolverse bien con un jersey. Le ofrecieron café, té y la animaron para que hablase, pero ella rechazó todos los intentos con una leve sacudida de cabeza. Jenny no se había sentido tan inútil en toda su vida. No podía hacerse idea de lo que Karen estaba sintiendo en aquellos momentos. La extrema magnitud de lo que había ocurrido tenía que ser completamente abrumadora, y su manera de enfrentarlo, por lo menos hasta entonces, era permanecer callada y fingir que no había pasado nada, que aquello no eral real. Su amiga se levantó de la butaca. —Me voy a la cama —anunció en tono suave, dirigiéndose hacia el piso de arriba. —¿Quieres que...? —Las palabras de Jenny se apagaron al ver que Mike negaba con la cabeza.
—Déjala, Jen. Probablemente, necesite estar a solas. Jenny sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. —No sé qué decirle, Mike. No sé qué hacer. ¿Cómo puedo ayudarla? —No puedes —contestó él sin tapujos—. Sólo déjala, déjala sufrir en paz. Ella asintió. —No puedo creer que todo esto esté pasando. Quiero decir, iban a casarse el mes que viene. ¿Cómo ha podido suceder? No es justo. —No lo sé. Nunca es justo en ninguna circunstancia, cariño — comentó Mike suspirando y cogiéndole la mano—. Lo único que puedes hacer es estar cuando Karen te necesite, y ser su amiga, como siempre. —Me destroza pensar en ella y en Aidan. Imagínate; a él lo llamaron para intervenir en el accidente que segó la vida de su mejor amigo... Después de descubrir que Shane estaba muerto, Aidan insistió en acompañar a su jefe y al policía a la casa de Harold Cross. Aunque tenía el corazón roto, no quería que otra persona le diera a Karen la noticia. Aunque el protocolo estipulaba que tenía que ser el jefe de la estación de bomberos o un miembro de la policía quien informara a los familiares, el jefe de Aidan hizo la vista gorda ante las circunstancias. El conductor del coche que había causado el accidente también había muerto. Jenny sabía que, en algún lugar del país, había otras personas tan conmocionadas como ellos. —Imagino lo duro que habrá sido para Aidan, pero como mínimo, Karen ha tenido a su lado a alguien a quien conocía —dijo Mike—. Imagínate lo que habría sido si el policía hubiera aparecido con esas noticias y le hubiera pedido a Karen que identificara el cuerpo. Jenny asintió, suspirando con tristeza. —Es como una pesadilla, y además así, tan de repente. ¿Cómo podrá superar esto, Mike? —No será fácil, necesitará gente a su alrededor. ¿Dónde están sus padres? ¿Dijiste que vivían en el extranjero? —En Tenerife, sí. Me pregunto si alguien los habrá informado. Tendrán que venir para el funeral. Por lo que Jenny sabía, las únicas personas con las que Karen había hablado esa noche eran los Quinn. Aidan la había llamado a ella poco después de darle la noticia a Karen. Jen decidió que lo primero que haría
por la mañana sería contactar con Jonathan y Clara Cassidy, para que pudiesen reservar vuelo. —Mira, sé que probablemente no es el mejor momento para pensar en esto, pero ¿qué pasará ahora con Karen, con la casa, quiero decir? — preguntó Mike. —Bueno, ahora es su casa, ¿no? —No estoy tan seguro, Jen. Ella y Shane no se casaron. ¿Recuerdas que bromeaban sobre que la hipoteca estaba sólo a nombre de él? Y como su hermano fue el avalista, es decir el responsable subsidiario de la deuda y de todo lo que firmó Shane, me parece que Karen tiene pocos o ningún derecho sobre la casa una vez muerto él. —¿Qué? Entonces, ¿quién lo tiene? —Jenny estaba aturdida. Mike respiró profundamente. —El pariente más cercano.
Esa misma noche, se sentaron junto a Aidan y el compañero de trabajo de Shane, Tony. El primero seguía conmocionado por la repentina muerte de su mejor amigo. Jenny decidió quedarse a dormir en la casa para estar cerca de Karen por la mañana, cuando quizá ésta necesitara a su amiga. No había vuelto a aparecer desde que se había ido a su habitación. Jenny confiaba en que pudiese dormir un poco. Ella también había intentado dormir, en el sofá, cuando Aidan y los demás se fueron a casa y Mike partió hacia la oficina, pues había insistido en quedarse con ella. Jenny sentía que nada de aquello era real, hasta que Tessa llegó y le dio un ejemplar del diario de la mañana. Un gran titular anunciaba que Shane y el otro conductor eran el número de víctimas ochenta y seis y ochenta y siete en accidentes de tráfico en Irlanda en lo que llevaban de año. Bajo el titular había una gran fotografía en color del coche en el que Shane había muerto, tan doblado y retorcido que apenas era reconocible. —¿Cómo está? —preguntó Tessa dándole un fuerte abrazo a Jenny. Esta negó con la cabeza. —Estoy preocupada por ella. No ha salido de su habitación, ni ha abierto la boca desde anoche. —Dios mío. Probablemente esté en estado de choque.
—Supongo, pero me gustaría que hiciera algo como llorar, gritar, pegar patadas a las paredes, ¡algo! —Lo más seguro es que lo esté haciendo, al menos en su mente — intervino Gerry quedamente, entrando detrás de su esposa—. Estas cosas cada uno se las toma de forma distinta, Jen. Algunos expresan el dolor abiertamente, sollozando y llorando como tú esperas; otros, como Karen, sólo quieren apartarse de todo y de todos. ¿Quién puede reprochárselo? —Lo sé, lo sé. Sólo quisiera poder hacer algo por ella —dijo Jenny llenando la tetera—. No sé cuántas veces me he acercado hoy a la habitación, pero sigue sin querer hablar. Oyó que sonaba el teléfono y se fue al recibidor a contestar, dejando a Tessa y a Gerry sentados en silencio a la mesa de la cocina. Era Nellie Quinn, para anunciar que se habían hecho los preparativos para llevar a Shane del hospital al lugar donde lo enterrarían en Rafhrigh a la mañana siguiente. Por lo visto, Jack lo había organizado todo. Jenny fue consciente de que no habían consultado o incluido a Karen en los preparativos, pero a juzgar por lo que había oído sobre los Quinn, eso no la sorprendió. Y quizá Karen no quería que la incluyeran. Llamó a los demás para decírselo y luego subió a informar a Karen. Dio unos golpecitos en la puerta. Nadie contestó. No se oía el más mínimo movimiento. Abrió la puerta y se encontró con la habitación totalmente a oscuras y Karen echada en la cama, con los ojos abiertos, mirando el techo. —No iré al funeral —fue todo lo que dijo. —Karen, cariño... —No iré, Jenny —repitió, convencida—. Te he oído hablar por teléfono. Sé que es mañana, y no iré. No intentes convencerme de lo contrario porque perderás el tiempo. Y dicho esto, se volvió de costado, dándole la espalda a Jenny. Ésta se sentó y puso una mano en el hombro de su amiga. —No tengo ni idea de cómo te sientes, Karen. Ni siquiera puedo imaginármelo, y por supuesto, eres libre de decidir lo que quieres hacer, pero ¿no crees que a Shane le parecería importante que fueras? —No —contestó simplemente. —Sé que ha sido un golpe terrible, pero... —No, ¡no sabes nada! —gritó Karen dándose media vuelta para mirarla a la cara, con mirada furibunda—. ¡No tienes ni la más remota
idea, Jenny! ¿Sabes lo que hice ayer por la mañana cuando Shane se iba al trabajo? Yo todavía estaba en la cama cuando vino a darme un beso de despedida, y me quejé y lo aparté, molesta porque me había despertado. ¡Imagínatelo! ¡Era la última vez que me daba un beso y yo me aparté porque soy tan condenadamente vaga que me enfadé con él! La última vez. —Pero era imposible que lo supieras... —Jenny sabía que era una pérdida de tiempo. —Y luego, ayer por la noche, le dejé un mensaje en el teléfono móvil. Le dije: «¡Date prisa, me estoy muriendo de hambre, no te olvides de los rollitos de primavera!». ¿Te lo puedes creer? ¡No te olvides de los rollitos de primavera! ¡Eso fue lo último que le dije! ¡No le dije que lo amaba, que le echaba de menos o que era lo más importante del mundo para mí! ¡Dije algo estúpido y trivial! —Golpeó la cama con el puño. —Karen, no sabías lo que iba a pasar... —intentó tranquilizarla su amiga. —¡Y mientras él estaba aplastado debajo el coche, quizá incluso con vida pidiendo ayuda, yo estaba aquí sentada, enfadada con él porque llegaba tarde, y preocupada por la maldita cena! ¿En qué clase de persona me convierte esto, Jenny? ¿En qué clase? ¿Por qué soy yo la que sigue aquí y él es quien se ha ido? ¿Qué sentido tiene esto? —No es así como funciona, cariño —dijo finalmente Jenny. Durante todo ese rato, Karen había estado llorando; las lágrimas cayéndole a raudales por las mejillas. —Pensar que he malgastado el tiempo intentando retrasar la boda, resentida con su familia y haciéndolo infeliz. Bueno, he conseguido lo que quería, ¿no es así? Ahora no habrá boda. ¡Nunca habrá una boda porque yo fui demasiado egoísta! —Nunca le hiciste infeliz, Karen, eres demasiado dura contigo misma. Sencillamente, lo mismo podrías haber sido tú como yo, como cualquiera. Que no te carcoma la culpa, ya bastante tienes. Si empiezas a culparte por lo que ha pasado, puede que acabes deseando haber muerto con él en el accidente. —Desearía haber muerto. —Karen se hundió entre los cojines. Luego volvió a tumbarse boca arriba, secándose las lágrimas con la funda del edredón—. Ahora no tengo nada, Jenny, nada ni a nadie. Shane era mi vida, mi futuro. ¿Por dónde empiezo ahora? —Lo primero que puedes hacer es ir al funeral. Estoy segura, no,
completamente convencida, de que Shane habría querido que fueras en vez de quedarte aquí, sufriendo tú sola. Necesitas rodearte de gente, Karen. Es importante. Es lo correcto. Mientras se escuchaba aconsejar así a su amiga, se preguntaba si ella misma creía lo que estaba diciendo. No podía imaginar cómo se sentiría si alguien a quien amaba hubiera sido arrancado de su vida de esa manera. Puede que Karen tuviera razón al querer quedarse encerrada; así estaría lejos de las palabras de consuelo vacías y de los repetitivos tópicos de ayuda que sin duda recibiría en el funeral. ¿Quién sabía si ir al funeral y dar la cara era lo correcto? —Mira —dijo finalmente con calma— si realmente no quieres ir, entonces me quedaré aquí contigo. No digas nada —añadió viendo que Karen se movía—, de ninguna manera te voy a dejar sola. Me quedaré en el piso de abajo, y si quieres hablar, hablamos, pero nadie te forzará a hacer algo que no quieras. Karen asintió con los ojos llenos de lágrimas. —Gracias, no me veo capaz de vestirme, ir allí y mirar a toda esa gente a la cara. Ni siquiera conozco a la mayoría. Tampoco quiero ver a los Quinn. Ya me odian bastante, y no me digas que no, porque me enteré de todo lo que Nellie me dijo anoche. —No olvides que ella también estaba en estado de choque, Karen. Era su hijo. —Puede que tuviera razón en algunas cosas. A Shane se lo puse difícil y se lo hice pasar mal, ¿sabes? —Karen, tú y él estabais hechos el uno para el otro. Discutíais más que cualquier otra pareja que yo haya conocido, pero os queríais de verdad. Lo siento, pero no tienes por qué asumir el papel de mala. Tú no forzaste a Shane a trabajar hasta tan tarde, ni a hacer nada que él no quisiera hacer. Además, estaba volviendo a casa temprano, ¿no es así? —Karen hizo una mueca de dolor—. Si esto hubiera pasado mientras iba de camino a Kilrigh, ¿no crees que Nellie Quinn se hubiera culpado a sí misma porque su hijo estaba yendo a visitarla? No te tomes a pecho lo que te dijo ayer, Karen. Estaba destrozada, igual que tú lo estás ahora. Probablemente también tenga sus propios remordimientos. Todo el mundo debe de tenerlos cuando no tienen la oportunidad de despedirse de forma adecuada. Karen se sentó y se apoyó en la almohada, con la cara roja y bañada en lágrimas.
—¿Te quedarás conmigo mañana, Jen? —preguntó con voz desvalida. Su amiga puso una mano encima de las suyas. —Estaré todo el tiempo que me necesites.
CAPÍTULO 39 Según la predicción iba a ser el día más cálido de mayo en Irlanda desde hacía quince años, y las temperaturas iban a alcanzar los veinticinco grados al mediodía en el centro del país. Eso, según la radio del taxi. No obstante, el conductor insistía en decirle a su pasajero que no se podía confiar en las predicciones meteorológicas, en especial en aquel país. El sol aún no había logrado atravesar el manto de bruma de la mañana, y eso hizo que Roan no pudiera ver todavía su tierra. Pensó que, teniendo en cuenta que el aeropuerto de Dublín era completamente invisible desde el cielo, el piloto había hecho un aterrizaje excelente. Una vieja señal de carretera informó a Roan que quedaban otras veinte millas para llegar a Rathmines. Era extraño y, sin embargo, especialmente reconfortante, que los viejos mojones blanco y negros de la carretera indicaran la distancia en millas en vez de en kilómetros. Era una señal de que lo tradicional seguía dominando el campo de Irlanda. No había visto ningún mojón verde y blanco que señalara los kilómetros desde que tomaron la N3. No es que en Estados Unidos hubiera viajado por muchas carreteras, de hecho, se había aventurado a salir de la ciudad en contadas ocasiones. Con lo emocionante que le había parecido que sería la ciudad cuando vio los famosos rascacielos de Manhattan por primera vez, tras aterrizar en el JFK. Luego, Roan pronto se dio cuenta de que vivir en Nueva York, con una muchedumbre de chicos irlandeses, no sería tan diferente de vivir en Rathmines. Su objetivo era ganar suficiente dinero como para poder pagarse un apartamento para él solo en Manhattan, Chinatown, The Village, cualquiera de esos sitios le iría bien. Estaba en camino de conseguir ese objetivo; de hecho, a las 9.30 de la noche, cuando abrió el mail de Aidan contándole lo del accidente de Shane, todavía estaba en la oficina. Había estado trabajando en el proceso de depuración de un programa informático de almacenamiento de datos que la compañía había diseñado para una editorial de Nueva York. Era una tarea importante, y, en principio, Roan había sido trasladado desde las oficinas de Dublín para supervisar las últimas fases del proyecto y, asimismo, para asegurarse de
que el sistema estaba acabado en la fecha prevista. Habían surgido algunas dificultades en el programa y por eso Roan se había quedado ese día hasta tarde. Sabía que un buen resultado significaría un paso importante para hacer cosas más interesantes. Estaba convencido de que después de terminar el proyecto, se quedaría en las oficinas de Nueva York y, si las cosas salían tal como él esperaba, sería el primero de la lista para obtener una promoción. Por primera vez en su vida, Roan sabía exactamente lo que quería. La noticia de la muerte de Shane le había afectado. No es que tuvieran una relación especialmente cercana —Roan nunca había mantenido una relación demasiado cercana con nadie—, pero para su sorpresa, Shane y Aidan habían hecho un especial esfuerzo para mantener el contacto con él desde que dejó Dublín. No pasaba una semana sin que charlaran por Internet, o sin que al abrir el correo lo recibiera alguna broma trillada enviada por uno de los dos. Ninguno de sus otros así llamados compañeros se había molestado ni siquiera en telefonear para ver cómo estaba. Por alguna razón, se había creado la ilusión de que todos estarían muertos de envidia por su nuevo trabajo en la gran ciudad y, de alguna manera, había creído que lo bombardearían a peticiones para visitarlo. Para ser sincero, se moría de ganas de que alguien fuera a verlo. Pero nadie lo había hecho. Roan no podía creer que algo así lo preocupara. Él no era dado a mantener el contacto con la gente, pero al cabo de un tiempo, se dio cuenta de que apreciaba el interés y el esfuerzo de Aidan y Shane. Era importante para él que alguien de su país se preocupara por lo que hacía con su vida. Y ahora el pobre Shane había muerto. Después de leer el mail de Aidan, y todavía impresionado por la noticia, telefoneó para preguntar sobre el funeral. Sabía que a Aidan lo había sorprendido un poco que volviera a Irlanda para el servicio, pero cuando Roan supo la noticia, no lo dudó ni un segundo. Siempre había sentido un gran respeto por Shane, y, por lo que parecía, el pobre Aidan estaba completamente destrozado. Lo mínimo que podía hacer era ir y darle el pésame a la familia. También se sentía apenado por Karen. Dios sabía que los dos nunca se llevaron bien, no obstante, tenía que ser muy duro para ella perder a su prometido de esa manera. —¿Alguna idea de hacia adonde tenemos que ir, chico? —preguntó el taxista interrumpiendo sus pensamientos. Habían parado en un cruce, y
allí no se veía ninguna señal de Kilrigh ni, por supuesto, de ningún otro sitio. Al igual que Roan, el taxista desconocía las carreteras secundarias del condado de Meath. —No estoy muy seguro. Se cambió de sitio para poder echar un vistazo por la ventana. La carretera asfaltada por la que estaban viajando parecía proseguir a la izquierda por un estrecho y descuidado sendero que, en su opinión, no era más que un camino de carro. La alternativa era una carretera igual de estrecha, con gravilla a los márgenes. Ambas eran igualmente desalentadoras, y no parecían llevar a ningún sitio que quedara cerca de la civilización. El sol estaba ya muy alto en el cielo y Roan dedujo que debían de ser las diez o las diez y media. Aidan le había dicho que la misa era a las once en punto. En ese momento, todo indicaba que iba a llegar tarde.
Tessa cogió la mano de Gerry y se la apretó con fuerza. El olor a incienso impregnaba el aire, señal de que era hora de trasladar el féretro de la pequeña iglesia al cementerio. Después de que la familia de Shane se levantara del banco, el pequeño grupo de amigos siguió al sacerdote, a los monaguillos y a otros asistentes a la ceremonia, por el pasillo, hacia afuera, donde brillaba el sol. El día era magnífico, pensó Tessa. Ya hacía calor, pero considerando que el país seguía empapado por la lluvia que no había dejado de caer durante las anteriores semanas e incluso durante ese mismo fin de semana pasado, el hecho de que el sol brillara espléndido en un cielo despejado era desconcertante. Parecía como si se estuviera burlando de las trágicas circunstancias que los habían llevado a todos ellos allí. Seguramente, pensó, en alguna otra iglesia del país habría alguna mujer ilusionada porque se casaba ese mismo día, una mujer que se habría pasado toda la semana deseando y rezando para que hiciera ese sol. Mientras caminaba lentamente a través del cementerio, miró a Mike y le dedicó una leve sonrisa. Había ido al funeral sin Jenny, y parecía un poco perdido entre todos ellos. Tessa pensó que entendía por qué Karen había sido incapaz de ir al entierro, no obstante, no estaba segura de que estuviera haciendo lo correcto. Dar sepultura a un ser querido formaba parte importante del proceso de duelo, lo sabía de primera mano, porque en el
hospital conocía a muchas personas que habían perdido a alguien. Intentando mantenerse al margen, Karen sólo estaba retrasando lo inevitable. Sabía que su decisión no había sido muy bien acogida por la familia Quinn. Después de enterarse de que Karen no estaría presente en la ceremonia, Marie Quinn, la hermana mayor de Shane, se había mostrado escandalizada. Dejando a un lado su aflicción por un momento, empezó a despotricar contra Karen. —No sé ni por qué me sorprendo —había dicho cuando Jenny llamó a la casa de los Quinn para informarles de la decisión de Karen—. Muy propio de esa chica, ¡egoísta hasta al final! ¡Dios me perdone, pero la única cosa positiva de todo esto, es que no formará parte de esta familia! Era una mujer odiosa, pensó Tessa. Cuando la noche anterior velaron el cuerpo, se había mostrado irrespetuosa con su hermano. Se había pasado el rato charlando y cotilleando con las demás mujeres como si estuvieran en una feria campestre, pero luego, tan pronto como apareció el sacerdote para darle la bendición, se puso a llorar y a lamentarse como un animal. Tessa no ponía en duda que quisiera a su hermano, no obstante, para Marie, el funeral parecía ser más un evento social en el que ella era el centro de atención, que el trágico y doloroso acto que era. Resultaba terrible pensarlo, especialmente en aquellas circunstancias, pero Tessa sintió que Karen estaría mejor sin los Quinn. La procesión fúnebre se detuvo y la muchedumbre empezó a reunirse en pequeños grupos alrededor de la tumba. A Nellie, que se veía profundamente afectada, la sostenían la hermana de Shane por un lado y por el otro un hombre alto y con bigote de complexión fuerte, que Tessa pensó que sería Jack, el hermano mayor. Colocaron las flores junto al ataúd y el sacerdote empezó a rezar. En ese momento, Tessa percibió un movimiento entre la multitud. Con Jenny dos pasos detrás de ella, una Karen de aspecto terriblemente frágil —con la cara pálida y las lágrimas resbalándole por las mejillas— se abrió paso entre la gente. Cuando llegó al lado del féretro se puso de rodillas y, con la punta de los dedos, tocó por instante la tapa. Luego, agachada al borde de la tumba, bajó la cabeza y empezó a sollozar calladamente. Era una imagen desgarradora; Tessa no pudo contener las lágrimas por la pena que sentía hacia su amiga.
CAPÍTULO 40 Depués del servicio, la recepción del funeral tuvo lugar en Mulligan, el único bar de Rathrigh, donde se sirvieron bebidas y aperitivos. —Me alegra mucho que hayas podido convencerla —le comentó Aidan a Jenny—. Todos estábamos seguros de que no vendría. —No he tenido que hacer nada —contestó Jen—. Ayer por la noche, nada hubiera podido arrastrarla hasta aquí. No obstante, esta mañana, cuando se ha levantado, algo había cambiado. Me ha dicho que se había pasado toda la noche dándole vueltas y que quería despedirse de la forma adecuada. Miró hacia Karen, que estaba sentada en la otra esquina del bar conversando con Gerry quedamente. —Entonces, ¿Mike no va a volver? —preguntó Tessa tomando un trago de agua mineral y, al mismo tiempo, intentando evitar el humo del cigarro de Aidan—. He visto que se marchaba muy pronto. Jenny asintió. —Se siente fatal por haber tenido que irse corriendo de esta manera, pero debe volar a Londres y ahora que todo ha terminado, no tiene sentido que se quede aquí. Tessa vio que la mirada de Jenny se posaba en su marido. —Mike se ha portado muy bien con Gerry, ¿sabes? No sé cómo lo hace, pero tiene la capacidad de decir lo correcto en el momento adecuado; especialmente en una situación como ésta. Era verdad, pensó Jenny. Mike tenía un don especial. Normalmente, la gente que no forma parte de un grupo de amigos no tiene ni la más remota idea de cómo reaccionar frente a una tragedia semejante y, por lo general, recurren a los supuestamente reconfortantes pero vacíos tópicos. Sin embargo, Mike no era de ese tipo de personas. Había sido un puntal para todos a lo largo de esas últimas horas, y en especial para los hombres: había pasado largos ratos charlando con Aidan, que aún estaba intentando asimilar la tragedia, y la noche anterior, se quedó hablando con Gerry hasta altas horas de la madrugada. Cuando llegara a Londres estaría destrozado. Jenny deseó que pudiera dormir un poco antes de la reunión.
Desde que Karen esa mañana había decidido asistir al funeral parecía habérsele levantado un poco el ánimo, pero Jenny podía ver en la cara de su amiga que la tensión sólo estaba empezando a emerger. La llevaría de vuelta a Dublín tan pronto como se le presentara la ocasión, pero mientras tanto, el hecho de haber salido de la casa le haría bien; era bueno que pudiera compartir su pena con sus amigos. Especialmente, porque no podía contar con ningún miembro de la familia de Shane, o de la suya. Jenny todavía se sentía dolida por la conversación que había mantenido con la señora Cassidy el día anterior. —Lo siento, querida, pero es totalmente imposible que podamos llegar a tiempo para el funeral. Jonathan tiene una importante reserva de unos americanos para esta semana y, bueno, como teníamos que dejar el mes de junio libre para la boda y todo eso. No podemos cambiarlo todo con tan poca antelación. Dile a Karen que la queremos mucho, y que le mandaremos flores. ¡Que le mandarían flores! Ahora entendía por qué su madre siempre era reacia a quedar con Clara y Jonathan Cassidy cuando éstos vivían en Kilkenny. Jenny sabía que los padres de Karen eran gente ocupada, pero ¿qué tipo de padres dejarían sola a su única hija en un momento como ése? —Voy a pedir otra Coca-Cola. ¿Alguien quiere tomar algo? —preguntó, vaciando el contenido de su vaso de un trago. Tessa y Aidan negaron con la cabeza. Jack Quinn la abordó cuando iba de camino a la barra. —Eres Jenny, ¿verdad? —preguntó—. Sólo quería pedirte disculpas por el comportamiento de mi hermana cuando le dijiste que Karen no asistiría al funeral. Estaba destrozada; todos lo estamos. Ella asintió. —Lo entiendo, y estoy segura de que Karen también. —Marie puede ser un poco —buscó la palabra adecuada— difícil a veces. Pero no es nada personal. —No pasa nada, de verdad. Estoy segura de que Karen no se lo tomará en cuenta —insistió Jenny con una sonrisa apaciguadora. Como mínimo Jack tenía la decencia de disculparse; sabía que su hermana se había pasado con lo que había dicho respecto a Karen. Por el rabillo del ojo, Jenny vio que Nellie Quinn se acercaba a la mesa de su amiga. —Bueno, gracias por venir, Jenny —continuó Jack—. Shane me
habló muchas veces de ti, y sé que erais buenos amigos. El hombre se alejó y, cuando lo hizo, Jenny se quedó sin respiración. La cabeza empezó a darle vueltas mientras el resto del mundo estaba parado. Roan Williams estaba apoyado de manera informal en la barra, a su izquierda; estaba charlando con un hombre de traje negro al que Jenny no reconoció. Se le hizo un nudo en el estómago y empezó el corazón a latirle a lo que parecían ser mil pulsaciones por minuto. ¿Qué estaba haciendo Roan allí? No, no podía ser él, era sólo alguien que se le parecía. Estaba cansada y su mente le estaba jugando una mala pasada. Desvío la vista, sacudió la cabeza ligeramente y luego miró otra vez. Sí, ¡definitivamente, era él! Oyó que el camarero le preguntaba qué quería, de modo que no le quedó más remedio que recomponerse mientras seguía luchando contra la impresión. «Oh, deja de ser tan tonta», se dijo a sí misma. ¿Y qué que Roan estuviera allí? No había para tanto, ¿no? Pero había sido tan inesperado verlo así, de repente, después de tanto tiempo. Pagó al camarero y, temblando, se dirigió de vuelta a la mesa. Entonces tomó un trago tan grande, que casi se tragó un cubito de hielo. —Veo que has visto a Roan —susurró Tessa con cautela para que los demás no la oyeran. Jenny asintió, intentando hacer lo posible por adoptar un aire despreocupado. —No sabía que hubiese vuelto de Estados Unidos, ¿tú lo sabías? Tessa sacudió la cabeza. —No, pero lo he visto antes; estaba al fondo de la iglesia mientras salíamos. —Se inclinó hacia ella y susurró—: ¿Cómo te sientes? —¿Yo? Oh, estoy bien, perfectamente. Ha sido un poco inesperado, pero... Se detuvo cuando Roan se acercó a la mesa y los saludó a todos con un ligero movimiento de cabeza. Aidan, que estaba sentado de espaldas a la barra, se volvió sorprendido cuando le tocó el hombro. Entonces se levantó y ambos se dieron palmadas en la espalda. —¿Cómo estás, Roan? Gracias por venir —dijo Aidan efusivo. Jenny intentó desviar la vista, pero no lo consiguió. Por encima del hombro de Aidan, él la miraba fijamente, con aquellos profundos ojos negros que una vez conoció tan bien.
—Hola, chicos, ¿cómo estáis? —Cogió un taburete y se sentó en el espacio que quedaba entre Jenny y Aidan. Ella, incómoda, se apartó un poco—. Jenny, ha pasado mucho tiempo. ¿Qué tal te va? —preguntó sonriente mientras tomaba un trago de cerveza. A ella se le pusieron los pelos de punta por su actitud. ¿Cómo podía hablarle como si fuera cualquier otra persona del grupo, como si nada hubiera pasado entre ellos? Quería gritarle: «¿Qué tal me va? Oh, muy bien, ¡Roan! Me rompiste el corazón y prácticamente arruinaste mi vida, pero ahora mismo estoy bien, perfectamente bien. ¡Gracias por preguntar!». —Muy bien, gracias, ¿y a ti? —fue lo único que dijo, esforzándose por mantener un tono de voz calmado, aunque el corazón parecía que fuera a salírsele del pecho. «¡También yo soy capaz de jugar a este juego, cretino!» —Bien, bien. No me puedo quejar. «¡Me alegro por ti!» Al notar la incomodidad de Jenny, Tessa cambió de tema preguntándole a Roan cuándo había vuelto a Irlanda. Cuando les dijo que había volado a Dublín ese mismo día para asistir al funeral, y que se marchaba de vuelta a Estados Unidos al día siguiente, Jenny trató de parecer desinteresada. Era una visita breve, explicó; probablemente no tendría tiempo ni para visitar a su familia. Jenny digirió esa información con una mezcla de alivio y enfado. Procuraba fingir que no le importaba, pero ver a Roan allí, después de tanto tiempo, hizo que le volvieran todos los recuerdos. Los meses de soledad que había pasado, con el corazón roto y su autoestima por los suelos, preguntándose qué necesidad había de haberla engañado tanto tiempo, preguntándose por qué no había sido suficiente para él. Jenny necesitaba saber. Tenía que saber por qué. No debería estar sintiendo eso, no cuando tema la vida encarrilada de nuevo, y cuando además estaba Mike. Mike, que Jenny sabía que haría por ella lo que fuera, que había sido honesto desde el principio, y que nunca la trataría como la había tratado Roan. En fin, pensó, viendo que Karen se acercaba a ellos, fuera como fuese, aquél no era el día indicado para revisitar el pasado. —Jen, espero que no te importe, pero los Quinn me han preguntado si quiero ir con ellos a su casa. Tienen algunas cosas de Shane que Nellie
quiere darme. —¿Quieres que te acompañe? Karen se hundió en una silla que había junto a Jenny. —No, vete a casa si quieres. En realidad no me apetece ir ahora, pero lo más probable es que no tenga otra oportunidad. Después de todo, ya nada me une a ellos, ¿no es así? —Por un momento, se le quedó la mirada perdida y los ojos le brillaron—. Puede que pase la noche allí, pero si no es así, estoy segura de que Jack o alguien me acompañará más tarde a casa. Tú vete a tu casa cuando esto acabe. Hace días que no has pasado por allí y sé que has dormido menos que yo. Jen sonrió y le dio a su amiga una palmadita en la mano. —¿Estás segura? —preguntó, puesto que no le gustaba mucho la idea de dejarla sola con los Quinn. Confiaba en que Marie supiera comportarse, porque con todo lo que había pasado, Karen tenía más que suficiente. Por otra parte, quizá ésa sería la oportunidad de que su amiga y Nellie pudieran olvidar el pasado. —Lo estoy. Supongo que todos se irán pronto... aunque veo que Gerry está disfrutando de la cerveza —le comentó a Tessa. Esta miró hacia el otro lado del bar, donde estaba sentado su marido, que sujetaba una cerveza Guinness a medio terminar en una mano y tenía una por empezar en la mesa, frente a él. —Creo que, después de esto, todos necesitamos relajarnos — comentó Tessa—. Ya sabes que yo odiaba el hecho de que, en este país, todo el mundo se fuera corriendo al bar después de un funeral. Siempre me había parecido irrespetuoso. Pero después de lo que ha pasado, puedo entender que la gente necesite evadirse; eso, de alguna manera los devuelve a la normalidad. Vio la mueca de dolor de Karen, y Tessa se quiso morir. —Oh, lo siento, cariño. Sé que tendrá que pasar mucho tiempo antes de que las cosas vuelvan a la normalidad. He hablado sin pensar. —No, está bien —dijo Karen levantándose—. Para serte sincera, hoy me ha resultado mucho más fácil de lo que esperaba. Sé que puede sonar extraño, pero de alguna manera, me alegro de haber venido. Gracias a las dos. Aprecio mucho vuestra ayuda. —Karen, sabes que estaremos a tu disposición siempre que lo necesites —ofreció Tessa abrazándola cariñosamente—. Por como veo las cosas, supongo que nos quedaremos aquí un buen rato más. Nos vemos
mañana. Tessa y Gerry habían planeado pasar la noche en Harold Cross, para que Karen no se quedara sola. —¿Tenéis llave? —le preguntó Karen. —Sí, no te preocupes por nosotros. Nellie Quinn te está haciendo señas, debe de estar lista para marcharse. Karen abrazó a Jenny y a Tessa otra vez, y fue a reunirse con los Quinn, que estaban esperándola en la puerta. —Yo también me voy a ir —comentó Jenny con un bostezo—. Karen tenía razón. Apenas he dormido, y estoy muy agotada. —Pero ¿estás segura de que estás en condiciones de conducir? — preguntó Tessa. —Seguro, de verdad. Dile adiós a Gerry de mi parte, ¿de acuerdo? —Miró a su alrededor para despedirse de los demás; no obstante, parecía que todos se habían marchado. Tampoco pudo ver a Roan por ningún lado. Notó una extraña sensación de vacío cuando abandonó el bar y echó a andar hacia el pequeño aparcamiento de coches que había detrás del edificio. Por alguna razón, siempre había imaginado que cuando se encontrara cara a cara con Roan todo sería muy diferente a como había sido. Había pasado muchas noches elaborando gran variedad de escenas en su mente. En una, Roan estaba lleno de remordimientos y le rogaba que volviera con él, porque se había dado cuenta de lo mucho que la quería y de lo mucho que había perdido. En otra, ella le gritaba preguntándole por qué, ¿por qué le había hecho tanto daño? Y, entonces, se abrazaban, o quizá se iba cada uno por su lado. Pero no había ocurrido nada por el estilo. Jenny arrancó el motor con la visión borrosa y los ojos llenos de lágrimas, y se dirigió a la salida del aparcamiento para alejarse de Rathrigh. Había llegado ya a la salida cuando vio una figura alta que corría detrás del coche. —¿Qué quieres? —Bajó la ventana, pero no podía verle. Roan empezó a decir algo, se detuvo y se llevó ambas manos a los bolsillos. Entonces dijo: —Te he visto marchar y sólo quería... En ese momento, Aidan salió del bar y se encaminó hacia el aparcamiento. —Por Dios santo, entra —espetó Jenny con impaciencia. No sabía
muy bien por qué, pero no quería que los vieran juntos. Roan obedeció, y Jenny arrancó el coche dirigiéndose hacia la calle principal; sus pensamientos iban a mucha más velocidad que el cuentakilómetros. Ninguno de los dos dijo nada hasta que hubieron salido del pueblo. —¿Dónde vas a pasar la noche? ¿Puedo llevarte? —preguntó ella, ansiosa por romper el silencio y desconcertada por su proximidad. —Me alojo en el Skylon, cerca del aeropuerto. Te agradecería mucho que me Llevaras. De lo contrario, buscaré un taxi por aquí. —Ningún problema. Jenny condujo durante lo que le pareció una eternidad sin decir nada más. Alterada y nerviosa, condujo mucho más rápido de lo que normalmente se permitía a sí misma, y menos por aquellas carreteras tan estrechas y tortuosas. Era muy consciente de su presencia; de la familiaridad de su olor. Estaba guapo, pensó. Cuando llegaron a la calle principal de Dublín, Roan finalmente dijo algo: —¿Qué tal te va? —preguntó, lo mismo que en Rathrigh, aunque, a decir verdad, esa vez de manera más delicada, con un poco más de sentimiento. —Bien —contestó ella, tratando de que no se le alterase el tono de voz—. No esperaba encontrarte allí hoy. Sabía que tú y Shane seguíais en el contacto, pero no sabía que fuerais tan amigos. —Shane era un buen tipo —contestó él con un leve acento americano—. Me dio su dirección de correo electrónico antes de que me fuera y solíamos escribirnos. Con Aidan también. Me sentía bastante solo al principio. Nueva York es muy grande, y no conocía a mucha gente en la oficina. Durante las primeras semanas, la compañía me pagaba un hotel, hasta que pudiese encontrar un sitio para mí solo. —¿Acaso Cara Stephens no se fue también para allá? —preguntó Jenny amargamente, antes de poder reprimirse—. Estoy segura de que te habría hecho compañía. Mierda, ¿por qué había dicho eso? Ahora él sabría que aún le importaba. Roan respiró profundamente. —No fue lo que crees, Jenny. Nunca hubo nada entre Cara y yo. —Oh, ya veo, esa noche lo imaginé todo, ¿no es así? Imaginé que la estabas abrazando en una discoteca.
Cuando agarró el cambio de marchas para poner quinta, Jenny notó que le sudaban mucho las manos. —Jen, ésta es la tazón por la que te he ido a buscar al aparcamiento. Sé que sigues enfadada conmigo, y estás en tu derecho. Mira, aparca y vamos a alguna parte donde podamos hablar tranquilos, no de esta manera. Estás demasiado exaltada. Por favor, reduce la velocidad o, de lo contrario, conseguirás que nos matemos los dos —añadió, dándose cuenta en ese instante de que, en vistas del día que era, el comentario había sido de muy mal gusto. Satisfecha porque después de todo ese tiempo era ella quien lo hacía sentir incómodo a él, Jenny dejó de apretar el acelerador y redujo la velocidad. Necesitaban hablar, había dicho Roan. Tranquilamente. Quizá entonces, pensó, pudiese obtener algunas respuestas, aunque una parte de sí misma no estaba muy segura de si quería o no escucharlas. Unos cuantos kilómetros más adelante, cerca de Balbriggan, Jenny paró el coche en una pequeña área de picnic situada en una zona de descanso, al lado de la carretera. Aunque ya no era hora de merendar, algunas familias que habían ido de picnic seguían allí, sentadas a las mesas de madera; sin duda aprovechando al máximo el inesperado buen día y las preciosas vistas de la bahía de Dublín. Jenny y Roan se sentaron en el banco vacío que les quedaba más cerca. —Ahora que estás aquí, no estoy muy seguro de qué tengo que decirte —empezó a decir él tímidamente—. He ensayado esta conversación miles de veces en mi cabeza, y ahora no sé por dónde empezar. Por una vez, Roan realmente parecía un poco inseguro, pensó. Pero no iba a dejarse ablandar por esa actitud de niño desvalido. Esa vez no. —¿Qué te parece empezar con un «Jenny, siento haberte mentido. Siento haberte engañado y siento haberte tratado como una mierda durante todo el tiempo que duró nuestra relación»? Ese sería un buen comienzo, Roan. Notó que su voz estaba cargada de amargura, bastante más de la que había imaginado. —Tienes razón, ¿sabes? Eso no te lo discuto. —Giró la cabeza hacia ella, pero Jenny tema la mirada fija en un punto lejano del mar—. Lo siento, Jenny. Siento todo lo que pasó. Merecías algo mejor. —Sí —contestó ella—. Merecía algo mejor. Me dijiste que me
amabas; estábamos viviendo juntos, ¡por Dios santo! Y aun así me engañaste y me mentiste todo el tiempo. ¿Por qué? Si no me amabas, ¿por qué no te limitabas a terminar la relación? Roan meneó la cabeza. —Jenny, sinceramente, no sé por qué. Cuando dije que te amaba, pensaba que lo sentía, en ese momento lo creía, pero si miro atrás, supongo que no tema ni la más remota idea de lo que estaba diciendo. —Oh. Así pues, no la amaba. Después de todo, nunca la había amado. Como mínimo, ahora Jenny lo sabía con certeza. —Mira, Jen, tienes razón al decir que te engañé y te mentí. Y a día de hoy, aún no sé por qué lo hice. Las chicas siempre me han perseguido, y a veces era incapaz de controlarme. Sé que suena patético, pero era verdad. —Como Cara, supongo —susurró Jenny, mientras sentía que se le entumecía todo el cuerpo. Aunque ella ya había averiguado todo eso tiempo atrás, y, de alguna manera, lo había aceptado, aún le resultaba muy difícil escucharle. Roan nunca la había amado de verdad. —Sí, como Cara. Pero esa noche no sucedió lo que tú piensas. Sé que no me creerás, pero esa noche tuve una crisis de conciencia. Sabía que Cara me deseaba, pero en un momento dado pensé «¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Qué sentido tiene?». Cara no me importaba; ninguna de ellas me importaba. Lo único que hacía era hacerme daño y hacértelo a ti, por no mencionar el hecho de arruinar cualquier posibilidad de tener una relación medio decente. Jenny podía sentir cómo las lágrimas empezaban a agolpársele en los ojos, y deseó no llorar. Todo estaba volviendo, todos los viejos sentimientos, las heridas, la traición, la humillación. Por aquel entonces, ella había llegado a creer que tenían algo más que una relación medio decente. Mientras Jenny ponía todo su corazón y su alma en hacer que funcionara, Roan hizo todo lo que pudo para hacerla pedazos; dejándola de paso a ella hecha pedazos en el proceso. —Lo siento, Jenny—dijo finalmente—. De verdad. Sé que te esforzaste al máximo, y que yo no sabía lo afortunado que era de tener a alguien como tú. Hasta que me mudé, no me di cuenta de qué pocas eran las personas que realmente se preocupaban por mí. Vi que no tenía a nadie en quien confiar; que con mi egoísmo los había alejado a todos. Creía que todo el mundo o, al menos los que se hacían llamar mis amigos, estarían
realmente impresionados por mi nueva vida en Manhattan. Pensaba que todos estarían haciendo cola para venir a visitarme. Pero al cabo de unos meses, me di cuenta de que a nadie le importaba una mierda. Llamo a mi madre de vez en cuando, y, si ella quiere algo, me llama. Pero eso es todo. Por lo que se refiere a todo el mundo, como si estuviera muriéndome en algún lugar del Bronx. —¿Y qué hay de la gente con la que trabajas? —preguntó ella—. En Evanston debes haber hecho amigos. Roan sacudió la cabeza. —Trabajo con ellos, Jenny, pero no los conozco de verdad. Los americanos son diferentes de nosotros, son mucho más independientes. No les parece necesario saberlo todo de todo el mundo. Tienen su propia vida fuera del trabajo. Mira, no estoy intentando que sientas pena por mí, es sólo que he tenido mucho tiempo para reflexionar y para pensar en mi comportamiento; no sólo hacia ti, sino hacia todo el mundo. Pronto me di cuenta de que no contaba con nadie, que no había nadie a quien me pudiera confiar. No podía contarle a nadie que allí lo estaba pasando tan mal. «Entonces, un día, encontré la dirección de correo electrónico de Shane en mi cartera y le envié un mail breve preguntándole cómo estaba. Me contestó al día siguiente. —Miró con tristeza hacia el mar—. Siempre lo había pasado muy bien con Aidan, así que al cabo de un tiempo también le escribí a él. No pasaba una semana sin que nos mandáramos algo. Y con ellos me resultó fácil reconocer que lo estaba pasando mal, aunque Shane ya se había dado cuenta, porque, por decirlo así, había leído entre líneas. —¿Y por eso acudiste al funeral? Roan asintió. —Tenía que despedirme de él. Nos habíamos hecho amigos, más amigos de lo que puedas imaginar. Confiaba en él y él confiaba en mí. Sabía que últimamente había pasado épocas difíciles, porque no acababan de fijar la fecha de la boda. Creo que temía que Karen se estuviese arrepintiendo y lo fuese a cancelar todo. Jenny se quedó muy sorprendida al oír eso. Estaba segura de que Karen no tema ni idea de que Roan y Shane hubiesen hecho amistad hasta tal punto. Estaba convencida de que, de saberlo, se lo habría mencionado. —¿De verdad estabas tan mal? —inquirió Jenny, preguntándose por qué se había quedado en Nueva York si las cosas le habían ido tan mal. —Al principio sí, pero al cabo de un tiempo conseguí un sitio para
vivir, bueno, una casa compartida en Yonkers, con unos chicos irlandeses. —Sacudió la cabeza impresionado—. Hablando de vivir lejos de casa, Jen. Estar allí es como estar en Rathmines. Yonkers es el barrio donde vive la mayoría de los irlandeses. En una tienda que queda cerca de mi casa, puedes comprar salchichas Galtee para desayunar, y Jacob's Cream Crackers. Incluso tienen todos los diarios irlandeses. Yo compro el Letnster Post cada semana. —Rió y se relajó un poco—. Supongo que todo eso me ayudó a adaptarme. Entonces, conocí a alguien. Jenny no dijo nada. Tema el presentimiento de que llegarían a ese punto. —Se llama Kelly —continuó Roan—. Es americana, pero le dice a todo el mundo que es irlandesaamericana, ¡aunque nunca ha salido de la ciudad! Trabaja como operadora de radio para el departamento de policía de Nueva York. —Antes de continuar, sonrió ante la expresión de Jenny—. Sé lo que estás pensando, pero no fue así como nos conocimos. En Nueva York no me he metido en ningún lío, de hecho, todo lo contrario. El trabajo me va muy bien, y estoy a punto de ser ascendido. Ella escuchaba en silencio. Era increíble, pensó. Roan tema otra vida; una vida completamente distinta de la que habían compartido. Y parecía feliz con esa vida, y con su nuevo amor. Lo había superado. Y ahora allí estaba, disculpándose, intentando dar explicaciones y pidiendo que lo perdonara, para así poder volver con la conciencia tranquila a su maravillosa nueva vida, con su maravillosa nueva novia. —Yo también he encontrado a alguien —soltó dándose cuenta en ese mismo instante de que lo había dicho tanto para esconder sus propios sentimientos como para atacarlo a él. Quería que el hecho lo afectara, incluso quizá que se pusiera celoso. —Me alegro. Te lo mereces, Jen —dijo en cambio. Y entonces sonrió, con aquella luminosa sonrisa suya; aquella genuina sonrisa que mostraba los pequeños hoyuelos a cada lado de su boca. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Jenny lo había visto sonreír así. Hacia el final de su relación, él rara vez le ofrecía una; de hecho, rara vez sonreía a nadie. ¿Lo había hecho tan infeliz?, se preguntó. Roan soltó una corta carcajada. —No me creerás, pero hablé sobre ti con Shane poco antes de marcharme, y le pedí que no te perdiera de vista. —Se estremeció—. Muy arrogante por mi parte, lo sé; debería haberme dado cuenta de que te
recuperarías sin necesidad de ayuda. —No fue tan fácil, Roan. —No lo dudo ni por un segundo —contestó él—. Quería decirte que me iba para no volver, pero por entonces, ¿cuánto tiempo había pasado, cinco, seis meses desde que no nos veíamos? Shane me aconsejó que no lo hiciera. Me dijo que ya lo habías superado, y que era mejor que te dejara en paz. —Tenía razón, así fue —afirmó ella con una sonrisa. —Quise coger el teléfono y llamarte muchísimas veces, Jenny. Fui un bastardo, ahora lo sé. Pero créeme cuando te digo que tú no temas ninguna culpa de mi estúpido comportamiento. Siempre había sido igual: con Siobhan, con todo el mundo. —Cuéntame sobre Siobhan —pidió ella con valentía aunque, a decir verdad, no quería escuchar lo que ya sabía que iba a contarle. Roan suspiró. —Supongo que si estamos siendo honestos debería contártelo todo. Esa noche en el bar, Lydia Reilly estaba en lo cierto: Siobhan y yo estábamos comprometidos. A Jenny se le hundió el mundo. Había creído que no podía sentirse peor y, sin embargo, con esas palabras, fue como si Roan le hubiera arrancado el corazón y se lo hubiera vendido a un par de chinos para que jugasen con él una final de pimpón. Dejó que continuara. —Estuvimos juntos hasta mucho tiempo después de eso, de hecho, estuvimos juntos hasta después del viaje a Venecia. Es hija de un criador de sementales que posee cuarenta hectáreas de terreno, y salíamos juntos desde el instituto. —Dijo eso avergonzado, mirando al césped—. Era con quien pensaba casarme algún día. Aun así, después del viaje a Venecia, creo que me descubrió; se dio cuenta de que le había estado tomando el pelo en Dublín, que siempre la había estado engañando. —Y me estabas haciendo lo mismo a mí. ¿Por qué? ¿Qué ganabas con eso? Hacer algo así era sólo una crueldad, ¡para las dos! Jenny recordó con toda claridad el profundo dolor que había sentido el día en que la madre de él le dijo que se había ido a Venecia con Siobhan. Entonces, sospechó que todavía seguían juntos, que nunca habían roto, pero en lo más profundo de su corazón, todo el tiempo había sabido la verdad. —Lo sé, y lo siento. Se suponía que ese fin de semana, Siobhan tenía que estar fuera, grabando un anuncio, y que no podría ir. De manera
que te lo pregunté a ti. Entonces, ella se enteró de que había ganado el concurso y canceló el anuncio para venirse de viaje conmigo. No sabía qué hacer. Entonces tú y yo discutimos y... —¿Concurso? ¿Ganaste el viaje en un maldito concurso? —gritó Jenny. Furiosa, se puso en pie de un salto levantándose del banco de madera, sin importarle un comino lo que pensara la gente. Aquella confesión había sido demasiado para ella. Desde su punto de vista, Roan era un mentiroso, era peor que una sabandija, pero ¡eso! ¿Cómo podía alguien llegar a ser tan hipócrita? —Jenny... —¡Olvídalo! —exclamó, rebuscando las llaves del coche en el bolso—. Ya es suficiente, Roan. ¡No quiero escuchar ni una sola palabra más! —Ciega de rabia, pasó junto a un grupo de adolescentes que estaban sentados en el banco de al lado. Éstos habían presenciado la escena con interés, contentos con el inesperado entretenimiento que aquella mujer loca y su noviogallina les estaban ofreciendo—. ¡Me voy de aquí, y no creas que vas a venir conmigo! Ya puedes empezar a espabilarte para llegar a Dublín. ¡Es lo menos que te mereces, jodido desgraciado! Roan se quedó sorprendido. No recordaba que Jenny hubiese usado ese tipo de lenguaje alguna vez. La siguió al coche, junto al cual ella estaba llorando e intentando meter la llave en la puerta del conductor. —Jenny, lo siento. Realmente lo siento. —Trató de calmarla con voz suave. Entonces, se le acercó y la rodeó con el brazo. Se dio la vuelta quedando de cara a él, las lágrimas resbalándole por las mejillas. —¿Sabes cuánta mierda tuve que soportar el año pasado, intentando comprenderlo todo, preguntándome qué hice mal? ¡Pensaba que era yo, que tenía que ser yo, que no era lo suficientemente atractiva para ti, que estaba demasiado gorda, que era un desastre en la cama, que no era bastante para ti! ¡Que no te satisfacía! ¿Tienes alguna idea? —Chis, Jen, tranquila. —Y todo ese tiempo preguntándome si me estabas engañando o no; intentando hacer todo lo posible para que fueras feliz; y tú vas y me dices que no era la única engañada. ¡Ni siquiera era la principal! Sólo era la otra mujer. ¡Siobhan te había dejado, de manera que recurrías a la opción B! —No era así, Jenny. Me importabas mucho, todavía me importas. —Claramente confundido, Roan se pasó la mano por el pelo—. Mira,
cuando Siobhan y yo rompimos, estaba convencido de que iba a dar una oportunidad seria a lo nuestro, y por un tiempo las cosas fueron bien, éramos felices. Pero no sé, creo que caímos en una especie de rutina. No estaba satisfecho con mi vida, Jen, y no sabía por qué. Pero ahora lo sé, ahora me doy cuenta de que he pasado la mayor parte de mi existencia utilizando a los demás, esperando que ellos me hicieran feliz, mientras que yo no daba nada a cambio. —Se acercó a ella—. Ven aquí, por favor. Le cogió y la estrechó entre sus brazos. Por dentro, Jenny sintió que otra vez se le rompía el corazón. —¿Tienes alguna idea, Roan...? —empezó a decir, sollozando de forma desconsolada contra su pecho—. ¿Alguna vez te diste cuenta de lo mucho que te amé?
CAPÍTULO 41 Más tarde Jenny llevó a Roan al hotel. Ambos pasaron en silencio la mayor parte del resto del viaje y había tensión en el ambiente. Él había cambiado, pensó mirándolo de reojo mientras se acercaban a la entrada del Skylon. Derrumbarse delante de él de esa manera había sido terriblemente embarazoso, pero aun así, él parecía entender, y la estrechó entre sus brazos largo rato, sin decir nada, mientras ella lloraba. Luego, asumió la total responsabilidad del fracaso de su relación, y admitió que había sido despiadado con sus sentimientos, por no mencionar con su salud. Por ello, dijo, lo sentía muchísimo. Había sido toda una sorpresa para Jenny. Nunca antes, a lo largo de su relación, había aceptado la culpa de nada. Apreció su sinceridad, aunque aún no sabía qué sentir hacia ese nuevo, mejorado y, obviamente, mucho más maduro, Roan Williams. Mientras conducía hacia el hotel, Jenny se dio cuenta de que había habido un momento que le resultaba difícil sacarse de la cabeza. Cuando la abrazó, Jenny sintió la casi irreal sensación de estar en sus brazos de nuevo, inmersa en aquel olor familiar. En aquellos momentos, Roan la había mirado a los ojos con una expresión extraña, y Jenny tuvo casi la seguridad de que la iba a besar. Se quedaron así, mirándose fijamente, durante lo que pareció una eternidad. Acto seguido, Jenny apartó la vista, el momento pasó, y poco después ambos regresaron al coche. Ahora no sabía qué pensar. Lo único que sabía era que nunca antes se había sentido tan cansada; esa difícil y emotiva conversación la había dejado agotada. Por no mencionar el hecho de que llevaba días sin apenas dormir. Paró frente a la entrada del hotel con el motor en marcha. Roan salió. —Son casi las siete —dijo él mirando su reloj de pulsera, que Jenny advirtió que parecía un lujoso Tag Heuer. Obviamente, no había mentido sobre que le iban bien las cosas en Nueva York. —¿Quieres entrar un rato? Quizá aún nos den algo de cenar. Yo estoy hambriento, y estoy seguro de que tú también debes de estarlo. Carraspeó. Jenny se dio cuenta de que estaba nervioso.
Miró aquellos ojos oscuros e intensos, y, una vez más, vio algo en ellos, algo que no estaba segura de querer ver. ¿Era sólo nostalgia ese extraño sentimiento que ahora sentían? Jenny ya no lo sabía. Después de su conversación, las reglas habían cambiado. Ella creía que el hecho de escuchar, de comprender los motivos por los que Roan le había hecho tanto daño, le bastaría. Después de eso, podría seguir con su vida y dejar atrás todo ese dolor y esa añoranza. Pero entonces se dio cuenta de que había algo a medias, algo quedaba pendiente entre ellos. Lo podía sentir, y estaba segura de que él también. El corazón de Jenny empezó a latir con fuerza, y notó que comenzaba a humedecérsele la frente. —Estoy, estoy muy cansada —dijo rápidamente, con miedo a encontrar de nuevo su mirada. —Sí... Supongo que quieres volver a casa. ¿Sigues viviendo en Dun Laoghaire? Asintió, incapaz de levantar la vista del salpicadero, queriendo mirarle, tocarle y sin atreverse a hacerlo. Hubo una pausa muy cargada. —Ejem, gracias por acompañarme —dijo Roan. Jenny, por el rabillo del ojo, notaba que la miraba, que quería que ella levantara la vista. Pero si se encontraba una vez con sus ojos, no sabía qué iba a pasar. Sintió que la envolvía una sensación de pánico. —De nada. Agarró el volante tan fuerte como pudo. —Bueno, supongo que ya nos veremos. —A Roan le costaba hablar. Ella asintió, aún con miedo a mirarlo, con miedo a decir algo más. Podía notar cómo la tensión que había entre ellos estaba a punto de estallar. Metió la primera para convencerse a sí misma de que pronto se iría; necesitaba irse de allí cuanto antes. Roan vaciló durante lo que pareció una eternidad, aunque, en realidad, fueran sólo dos segundos. Entonces cerró con suavidad la puerta del acompañante. Jenny apretó el acelerador sin siquiera mirar por el retrovisor, temía que, al mirar, viera su cara, y entonces seguro que no vacilaría en volver. Tenía que irse de allí; y rápido. Se le aceleró el corazón. «No mires atrás. No mires atrás», se repetía a sí misma. Pero cuando detuvo el coche a la salida del hotel, que daba a la calle Drumcondra, no lo pudo evitar. Fue como si una extraña fuerza invisible se hubiera apoderado de ella. Miró y vio a Roan aún de pie,
mirándola desde la entrada del hotel con una extraña expresión en la cara. No lo pudo resistir. Reculó marcha atrás hasta llegar a la entrada, con el sentido de la orientación completamente trastornado. Cuando vio que Roan se acercaba corriendo hacia ella, estuvo a punto de chocar contra un Mondeo que estaba aparcado en la esquina. Dejó el coche en lo que probablemente era un espacio reservado, pero no le importó; eso estaba muy lejos de importarle. Salió del coche y, dando un portazo, se lanzó a los brazos de Roan y lo abrazó con tanta fuerza como si su vida dependiera de ello. Se besaron con pasión, sin importarles que pudiesen verlos; sin importarles las consecuencias que aquello podía traer. Jenny sabía que quería, no, necesitaba estar con él una vez más, tan sólo una vez más. Roan se separó por un momento. Se tapó la cara con las manos y luego la miró directamente a los ojos, en los que Jenny pudo ver reflejada la pasión. —¿Estás segura de esto? —preguntó. Ella asintió sin decir nada; sin querer romper el hechizo. «Tan sólo una vez más.»
CAPÍTULO 42 Cocina de Karen. En la actualidad. —¿Así que te acostaste de nuevo con Roan y no has dicho nada durante todo este tiempo? —preguntó Karen. Al terminar de contar la historia, Jenny miró a su amiga con nerviosismo, rezando para que Karen comprendiera. Dejó hecha migas la madalena que no había probado. —¡Por Dios santísimo, Jenny! ¿Por qué no me lo dijiste? Ella se llevó las manos al regazo. —Intenté decírtelo, pero nunca encontraba el momento adecuado. Acababas de enterrar a Shane, y me sentía avergonzada. Fue un día muy emocional y, para serte franca, en ese momento sentí como si te estuviera traicionando. Tenía miedo de que creyeras que sólo pensaba en mí misma. Pero no era así, Karen. No esperaba que volviera. —No importa qué día era, Jenny. Sólo estoy molesta porque otra vez dejaste que se saliera con la suya. Sólo pensar en cómo te trató... —Había otra razón por la que decidí no decir nada. No quería tener que pasar otra vez por lo mismo contigo y con Tessa. Y tema miedo de que Mike se enterara. Pero esa vez fue diferente; él era diferente. Lo sacamos todo, y luego Roan volvió a Nueva York y yo seguí con mi vida. Creíamos que nunca íbamos a volver a vernos. —¿Así que decidiste enrollarte con él por los viejos tiempos? — preguntó Karen con sarcasmo. Al darse cuenta de que el comentario había herido a su amiga, se disculpó—: Lo siento, Jen, es sólo que es un poco chocante escuchar todo esto ahora, cuando ninguno de nosotros tenía ni la más remota idea. —Pero de alguna manera tienes razón —dijo Jenny—. Desde ese día no he vuelto a tener dudas. Me di cuenta de que Mike era a quien quería, a quien realmente amaba. Hasta entonces no había estado segura; seguía estancada en el pasado. Pero al volver a ver a Roan, pude seguir adelante. Antes no había sido capaz, no completamente. —Se mordió el labio—. Sé que puede ser difícil de entender, pero después de esa noche, estoy convencida de que quiero pasar el resto de mi vida con Mike. Todavía lo estoy.
—Por eso os comprometisteis luego tan rápido —recordó Karen. —Sí, en parte sí, aunque también fue por otros motivos. Lo cierto es que, después de eso, me dediqué en cuerpo y alma a que la relación funcionara. Creo que Mike se dio cuenta de que algo había cambiado. Sabía que Roan había asistido al funeral ese día, aunque no conocía la historia, claro. Quizá pensó que ya estaba preparada para seguir con nuestras vidas y por eso se declaró. Y tema razón. Estaba preparada para seguir adelante y dejar a Roan atrás. Karen se quedó un momento en silencio. —Pero las cosas no son tan fáciles, ¿no es así? —dijo—. Hay más, ¿verdad? De lo contrario, no estarías preocupada, no estarías aquí. —Miró atentamente a Jenny para observar su reacción, y la expresión de angustia de su amiga habló por sí sola—. ¿Tengo razón? Jenny asintió, sus ojos traicionaban sus sentimientos y batallaba para no llorar. —Oh, Jenny, ¿sigues teniendo dudas? —preguntó Karen con delicadeza. —No, al menos eso creo. —¿Vas a decírselo? —No estoy segura. Pero ahora que Roan ha vuelto y que va a trabajar con Mike, tarde o temprano uno de ellos va a hacer la conexión. Y ya sabes que salimos mucho con los de InTech. Estoy segura de que un día u otro nos encontraremos. Karen sacudió la cabeza. —Jen, ¿te das cuenta de lo que significa lo que hiciste? Deberías haber dicho algo por entonces, si no a Mike, como mínimo a mí. —Lo sé y, créeme, era mi intención, pero con todo lo que estaba ocurriendo, nunca encontraba el momento. Tú ya tenías bastante con tus problemas como para que yo te cargara con más cosas. Karen exhaló ruidosamente. No podía creer que después de todo aquel tiempo, Jenny hubiera caído una vez más bajo el hechizo de Roan Williams justo cuando empezaban a funcionarle bien las cosas. Mike era una buena persona, no se merecía nada aquello y, obviamente, Jenny no le había contado nada, de lo contrario no estaría tan preocupada por la vuelta de Roan a Dublín. Ni siquiera ella había sospechado nada, no sabía que Jenny y Roan hubieran hablado ese día. En el funeral, estaba tan ida, que ni lo había visto; por no saber, no
sabía que hubiese asistido; fue Tessa quien se lo dijo luego. Pero según ésta, Roan no se quedó mucho rato, al contrario, se fue temprano hacia Dublín, donde iba a pasar la noche. Obviamente, ella tampoco tenía ni la más remota idea de lo que había pasado. Y no hacía falta decirlo, desde entonces, Karen había tenido sus altibajos. Jenny tenía razón, nunca había habido un momento bueno para contárselo. Encima, unas semanas después del funeral de Shane, justo cuando Karen estaba intentando recuperarse, ocurrió algo que volvió a desestabilizarla. Recibió una llamada de su abogado, del abogado de Shane, pidiéndole que se pasara por su despacho para «hablar» sobre los bienes del difunto. Karen aprovechó para visitar a los Quinn de camino al despacho de Kearney y Asociados, en Navan; sin embargo, cuando llamó a la puerta de la granja, nadie contestó. Pronto descubrió por qué. Cuando llegó al despacho del abogado, y para su sorpresa, Jack y Nellie Quinn estaban sentados en una lujosa sala de espera enmoquetada. Nellie habló poco mientras esperaban, y su tono fue seco, incómodo, y lo que dijo no tenía mucho sentido. Jack se limitó a quedarse callado, con expresión distante, como si apenas se hubiese apercibido de la presencia de Karen. Ésta ya entonces debería haber sospechado algo, debería haberse dado cuenta de que algo no andaba bien. Pero ni en sus más terribles pesadillas habría podido imaginar lo que se le venía encima. Todavía podía oír la queda voz de Jim Kearney explicándole que, como Shane no había dejado ningún testamento, y como él y Karen no estaban casados, la parte de la casa de Harold Cross que pertenecía a Shane pasaba ahora a su familiar más cercano: su madre. Karen escuchaba con incredulidad mientras el abogado, amablemente, le contaba que la propiedad había sido registrada a nombre de Shane, y que ahora pasaba a estar registrada a nombre de Nellie Quinn. Como Jack era el avalista de la hipoteca, participaba también del interés legal de la propiedad. ¿Estaría de acuerdo Karen en vender su parte a los Quinn? Todo había sido surrealista, Nellie dándole golpecitos en la mano y diciéndole que no esperaban que tomara una decisión en ese momento, que podía volver a casa y pensarlo. ¿A casa? ¿No acababan de decirle que ya no tenía casa? Nunca había considerado las implicaciones legales de la muerte de
Shane; nunca había pensado en nada más que en el sobrecogedor vacío que había dejado en su vida tras el accidente. Alguna vez se había preguntado cómo seguiría pagando la hipoteca ella sola, pero había asumido que el seguro de Shane cubriría su parte. Entonces recordó que Aidan le había aconsejado que se pusiera en contacto con un abogado para averiguar lo que tenía que hacer, pero Karen estaba tan ocupada intentando sobrevivir día a día sin Shane, que no volvió a pensar en ello. La pilló por sorpresa, del mismo modo que un día que se vio con fuerzas para decidir qué hacer con las cosas de Shane, abrió el armario y un montón de ropa de él cayó encima sin esperarlo. Su olor seguía tan dolorosamente presente en los jerséis y camisetas que cayeron al suelo, que Karen se sintió arrastrada por una intensa oleada de sufrimiento. Entonces se enfadó, igual que en aquellos momentos sentada en aquel despacho, con ganas de gritarles a todos, deseando que Shane no hubiese muerto, deseando que aún estuviera allí con ella y que no tuviera que volver a sufrir todo ese dolor. Pero el sufrimiento sólo acababa de empezar. Tiempo después, Jack Quinn le comunicó claramente que tenían intención de vender la casa de Harold Cross. Le daba a Karen un par de meses para que se buscara la vida y le dijo que le devolverían lo que ella había pagado de hipoteca. No se le ocurrió que Karen pudiera resistirse. Fue la puñalada en la espalda que ésta necesitaba. Desde entonces, dejó a un lado temporalmente el dolor y se preparó para la misión de salvar su casa. De repente, tenía algo por lo que luchar. Por nada del mundo iba a hacer las maletas y abandonar su casa; la casa que había compartido con Shane. No tan fácilmente al menos. Después de unos pocos intentos fallidos, su padre la puso en contacto con un buen abogado de Dublín, y, como Karen había sabido justo esa mañana, ella y Jack Quinn iban a enfrentarse ante un tribunal. No, pensó Karen, volviendo al presente, Jenny no había tenido ninguna oportunidad de contarle lo de Roan aunque hubiese querido. —Tendrás que contárselo a Mike, Jen. Podría ser muy perjudicial que se enterara de otra forma. Fuiste muy ilusa al pensar que podrías salir de ésta sin decir nada. —Lo sé. Pero no pensé, Karen. Intenté convencerme a mí misma de que no importaba. Además, de la manera en que ocurrió todo... No tuve fuerzas para decírselo a Mike. Él y yo éramos felices, estábamos
empezando una nueva vida, y no veía por qué tema que contárselo. Estaba casi segura de que no volvería a ver a Roan. Si se lo hubiera explicado entonces, Mike no lo habría entendido. —¿Y qué te hace pensar que lo vaya a entender ahora? Jenny hundió la cara entre las manos y dijo: —Tendré que confiar en ello, ¿no te parece?
Más tarde, Jenny iba conduciendo por el paseo marítimo hacia Blackrock; apenas notaba la actividad y el tráfico que la rodeaban. Aunque por la mañana el cielo estaba despejado, terminó siendo un día gris, lo que se averna totalmente con su humor. Cuando pasó por Booterstown miró hacia la bahía de Dublín y recordó la noche en que Mike se le había declarado. Fue no mucho después del funeral de Shane. Los dos habían ido a pasear por Sandymount Strand y Mike no paraba de bromear sobre el clía que habían pasado juntos en Brittas Bay: el día en que ella no quiso mojarse los pies, el primer día que se besaron. Jenny se quitó las medias y los zapatos, y corrió hacia el agua para demostrarle lo equivocado que estaba, y que, esa vez, no tema ningún problema en mojarse los pies. Mike la siguió. Los dos pasaron el rato corriendo y salpicándose hasta que acabaron empapados. Luego, exhaustos, se sentaron riendo en la arena. Mike miró serio a Jenny, que estaba boca arriba, y, de repente, le preguntó si quería casarse con él. Fue tan inesperado, y a la vez totalmente oportuno. Jenny dijo que sí sin ningún tipo de vacilación. Ya se había sacado a Roan de la cabeza. A quien quería era a Mike, así de simple. Sabía que su amor por ella era profundo; hacía tiempo que lo sabía. Él no tenía que temer nada del pasado de Jenny, y ésta era consciente de que ella no tema que temer nada del de él. Cuando pocos días después llamaron a Rebecca para anunciarle que se casaban, ella y Graham estuvieron absolutamente encantados, como todo el mundo: los padres de Jenny, los de Mike, y todos sus amigos, incluidos Tessa y Gerry, que tenían sus propios motivos de celebración, puesto que Tessa estaba a punto de dar a luz un niño. Jenny vaciló antes de contárselo a Karen; era muy consciente de que la noticia iba a remover los recuerdos de su propio compromiso. Pero
su amiga se alegró mucho por ellos; sabía que la muerte de Shane había tenido un profundo efecto sobre la relación de Jenny y Mike, aunque no de la manera que ella creía. El día que estaban escogiendo el anillo, Mike le dijo a Jenny: —Sabía que volvería a casarme algún día, pero tenía la intención de tomármelo con mucha calma, no quería precipitarme. Sin embargo, después del accidente, todo cambió. De repente, me puse en el lugar de Karen y me pregunté cómo me sentiría si tú desaparecieras. Así que decidí que no iba a perder más tiempo, Jenny; decidí que te iba a pedir que fueras parte de mi vida. Si quería pasar contigo el resto de mi existencia, ése era un buen momento para empezar. Porque nadie sabe cuánto tiempo va a estar en el mundo. El resto de nuestras vidas... puede ser cualquier cosa, ¿me entiendes? Jenny lo entendía. Poco después de que se comprometieran, dejó su apartamento y se trasladó a la casa de Mike, en Blackrock. Por entonces, la ascendieron en el banco, y ella y Mike dedicaban la mayor parte de su tiempo y dinero a redecorar la casa y hacerla suya. Empezaron a hacer planes para la boda y fijaron una fecha provisional para la primavera siguiente. Las cosas le iban mejor que nunca, y Jenny no creía que nada pudiera interponerse en esa felicidad. Había superado el pasado. Puso el intermitente derecho, cruzó la calle principal y giró para entrar en su casa. Salió del coche y se detuvo un segundo antes de meter la llave en la cerradura.
CAPÍTULO 43 —¡Ya hemos llegado! —gritó Mike alegre mientras entraba en la cocina donde Jenny había permanecido sentada durante la última hora, esperando nerviosa a que regresaran. Levantó la vista hacia él y, aunque sentía un peso en el corazón, no pudo evitar sonreír. —¡Mira, Holly, aquí está mami! —le dijo Mike a la pequeña que llevaba en brazos. La cara de la niña se iluminó al verla, y extendió los brazos indicando que quería que la cogiera. —¡Hola, cariño! —saludó ella, tomando a su hija en brazos—. ¿Lo has pasado bien con la tía Rachel? Espero que no le haya dado muchos problemas. Mike, ¿qué te ha dicho Rachel? —Ha estado bien —la tranquilizó él—. Dice que ha dormido casi hasta la hora de comer, y que ha pasado el resto de la tarde mirando los Teletubbies. No me gusta mucho la idea de que nuestra hija mire la tele desde tan pequeña, pero no le he dicho nada a Rachel. Probablemente, se ofendería y no querría volver a quedársela. Mike se descolgó de un hombro la bolsa de Holly y del otro la cartera del ordenador. Luego se inclinó para besar a Jenny en los labios. —¿Has conseguido hacer todo lo que querías? —preguntó. Por un segundo, ella no entendió de qué le estaba hablando. Entonces se acordó; se suponía que tenía que pasarse el día estudiando para el examen de hipotecas. La hermana de Mike, Rachel, se había ofrecido a quedarse con su sobrina, de manera que Jenny pudiera tener el día libre. —He hecho todo lo que he podido —contestó ella. Como mínimo, era una respuesta que se acercaba a la verdad. Prácticamente no había hecho nada; no había podido parar de pensar en lo que Mike le había contado a la hora del desayuno. —Debes de estar destrozada, pobrecita —dijo él—. Yo odiaba estudiar. Tras pasar horas intentando entenderlo todo, siempre acababa agotado. ¿Por qué no vas a mirar la tele un rato? Yo me encargo de Holly y preparo algo de cena. Le quitó el abrigo a la niña y la sentó en su trona. Luego le dio su osito de peluche preferido, que llevaba en la bolsa. La pequeña empezó a jugar alegremente con él, golpeándolo contra la bandeja de plástico que
tenía delante. —No, estoy bien, de verdad. Iba a empezar a preparar yo la cena — contestó Jenny. Se levantó de la mesa y cogió algunas zanahorias de la cesta de vegetales que estaba al lado del fregadero—. Tú ve a ducharte. —¿Estás segura? —preguntó Mike con gratitud, mientras cogía un tetrabrik de zumo de naranja de la nevera y bebía directamente del envase —. Para serte sincero, ha sido un día duro. No ha sido agradable tener que pelearme con el tráfico durante todo el camino de vuelta desde la otra punta de la ciudad. No sé cómo la gente soporta hacer eso ni un día a la semana, ¡por no hablar de cada día! Rachel vivía en Phibsboro, cerca del hospital de maternidad donde trabajaba como enfermera. Desde su oficina, en Sandyford, Mike había tenido que atravesar el centro de la ciudad para recoger a Holly en casa de Rachel y luego volver a su casa en Blackrock. Había salido pronto de la oficina porque la congestión de tráfico estaba casi garantizada, y aun así, el trayecto le había llevado casi dos horas. —En fin —continuó él—, te he llamado antes para ver cómo estabas, pero debías de estar tan enfrascada en tus libros que ni siquiera has contestado. Jenny pensó rápido. No le podía decir que había pasado el día en casa de Karen. —Sí —mintió—. Lo oí pero dejó de sonar cuando fui a contestar. Lo siento. Jenny se odió a sí misma por mentirle, y se odió todavía más por haberle fallado. Mike no notó que pasase nada. Le hizo cosquillas a Holly y ésta soltó una risita alegre, disfrutando la atención que le dispensaba su padre. —Oh —dijo Mike mirando hacia el techo, como si acabase de recordar algo—, he reservado una mesa para cuatro para mañana por la noche en el nuevo restaurante oriental de Killiney. Le he preguntado a Rachel y me ha dicho que estaría encantada de venir a ocuparse de su sobrina preferida. ¿Recuerdas que esta mañana te he dicho que estaba planeando invitar a cenar al chico nuevo, Roan Williams? Jenny asintió. No entendía cómo no le preguntaba qué le pasaba. Estaba segura de que se podían oír los acelerados latidos de su corazón. —Creo que se traerá a su novia, ¿o era su esposa? —reflexionó Mike—. No estoy muy seguro. Pero lo pasaremos bien, Jen. Desde que
empezó, no he tenido ocasión de conocerlo, y quiero que la relación empiece con buen pie. Después de todo, será el encargado de que todo funcione mientras yo estoy fuera por la boda. —Sonrió—. En fin, creo que ambos nos merecemos salir una noche. Sé que has estado soportando mucha presión con los exámenes, así que debemos divertirnos un poco. Jenny intentó relajarse cuando él se le acercó y la rodeó con los brazos, acariciándole el cuello. —Deberías ponerte ese vestido tan precioso que te compraste para el bautizo. ¡Estoy seguro de que el chico se quedará impresionado si te ve con él! Confundiendo su silencio con el cansancio de un duro día de estudio, Mike le dio un beso en la mejilla y se fue escaleras arriba tarareando una canción. Ella se estremeció. No podía hacerlo; no podía continuar fingiendo. Tenía que contárselo esa misma noche.
Jenny tragó saliva y le cogió ambas manos. —Ante todo, quiero que sepas que nunca planeé esto... Nunca planeé mentir, ni tampoco engañarte. Las cosas han sucedido así. —¿Engañarme? —rió Mike con nerviosismo—. Jen, ¿de qué estás hablando? Oye, estás temblando, ¿qué te pasa? Más tarde, esa misma noche, después de acostar a Holly, Jenny decidió que aquél era el mejor momento para hablar con Mike. El inminente encuentro con Roan no permitía retrasarlo más. En ese instante se dio cuenta de que no podía seguir viviendo con la culpa. —Mike, lo que te voy a contar te va a doler mucho. Lo más probable es que cambie la idea que tienes de mí, sin embargo, es algo que deberías saber. Jenny le apretó las manos con fuerza, deseando ser capaz de contárselo todo; deseando tener las suficientes fuerzas para hacerlo; deseando que nunca hubiera sucedido. —Ese nuevo chico que has contratado en InTech, Roan Williams, es mi ex, Mike, el que se fue a vivir a América, al que intentaba olvidar cuando te conocí. Esperó con ansiedad su respuesta. —Bueno —dijo Mike con cautela—, ¿y por qué es tan importante?
Eso fue hace mucho tiempo, Jen. ¿No seguirás sintiendo algo por él? Ella tragó con dificultad. —Hay más. Te conté que lo vi cuando apareció de forma inesperada en el funeral de Shane. No nos habíamos visto desde bueno, desde antes de que se fuera a Estados Unidos. —Sí, me acuerdo —contestó, esperando a que continuara. —Como puedes imaginar, verle otra vez me puso mal, me removió sentimientos —explicó pendiente de su reacción—. Habíamos dejado muchas cosas a medias cuando nos separamos. Mike no dijo nada, y Jenny prosiguió: —Ese día, me fui del bar poco después de que Karen se fuera con los Quinn. Estaba agotada. Demasiadas emociones, y días sin apenas dormir. Debo admitir que me dolió que él no pareciera afectado por el hecho de volver a verme. Mike asintió lentamente. —Bueno, puedo entender eso. Debió de ser una especie de anticlímax encontrártelo de nuevo. Supongo que fue duro ver que él estaba tan tranquilo mientras que tú habías pasado tanto tiempo intentando olvidarle. Eso me lo imaginé cuando me dijiste que había estado allí. —Exactamente —confirmó Jenny, aliviada de que él comprendiera cómo se sentía—. No estoy muy segura de lo que esperaba, pero supongo que pensé que por lo menos podría hacer un esfuerzo para hablar conmigo y aclarar las cosas, en vez de comportarse como si entre nosotros no hubiera pasado nada. Estaba enfadada con él, y todavía más enfadada conmigo misma por esperar que hubiera cambiado, o que se sintiera mal por lo que me había hecho. Pero me equivocaba. No te lo conté, pero al salir del bar, Roan me siguió al coche. Y entonces le explicó lo que pasó luego: las disculpas de Roan y lo disgustada que se había quedado después de oírlas. —Pero esto no es ninguna novedad —le hizo notar Mike—. Quiero decir, no sabía que habías hablado con él, pero me contaste que ya habías enterrado su fantasma. Debo admitir que no me di cuenta de lo afectada que estabas por todo ese asunto, y es verdad que no me contaste que lo llevaste de vuelta a Dublín, pero ¿importa mucho eso ahora? No soy el tipo de persona que pudiese tomar represalias con Roan, si es eso lo que temes. Bueno, admito que la situación es un poco extraña desde el punto de vista social, pero ¿acaso nosotros no estamos por encima de ese tipo de cosas?
Al ver que Jenny no lo miraba a los ojos, Mike supo que la historia no se acababa ahí. —¿Qué? ¡Oh, por favor, no me digas que sigues enamorada de él, Jenny! ¿Es eso lo que tratas de decirme? Ella siguió sin decir nada, incapaz de encontrar las palabras adecuadas, mientras él la miraba perplejo. —¡Por Dios, Jenny! Pronto nos casaremos, tenemos una hija. Somos felices, ¿no es así? ¿No es así? Jenny vio que su expresión cambiaba de una inicial preocupación a estar confuso, perplejo y, finalmente, seriamente dolido. Deseaba tocarlo, pero temía perder el control sobre sus emociones si lo hacía. —¿Por qué no me lo contaste? —continuó Mike con voz ronca—. No tema ni idea de que todavía le amaras. —Sacudió la cabeza intentando detener las lágrimas que se le acumulaban en los ojos—. Si es a él a quien siempre has querido, si nunca le has olvidado realmente, ¿por qué aceptaste casarte conmigo? ¡Di algo, por Dios santo! A Jenny le temblaba la voz al hablar. Intentaba luchar contra las lágrimas, que brotaban mucho más rápido que sus palabras, pero entonces se dio cuenta de que habría más lágrimas, muchas más lágrimas tras esa noche. —No, Mike, no es eso. No estaba... no estoy enamorada de él. Es a ti a quien amo, más que a nadie en el mundo, tienes que creerme. Es sólo... nunca debería... oh, Mike, ¡lo he estropeado todo! Jenny se cubrió la cara con las manos y sollozó, tema miedo de continuar, miedo de contarle el resto, sabía que la verdad los destruiría a ambos. —¿Qué? ¿Qué has estropeado? ¡Por favor, Jenny, dímelo! Mike sonaba asustado. Quería saber, pero al mismo tiempo no quería. Jenny no lo podía mirar a la cara, sabía que los ojos de él reflejarían su propia pena. —Mike, lo siento mucho —empezó quedamente—. Cometí un error terrible; nunca debería haberte hecho esto, habérnoslo hecho a los dos. Pero cuando me di cuenta, incluso antes de sospecharlo, ya era demasiado tarde. No creía que volviese a verlo de nuevo. Pero ahora que ha vuelto y formará parte de nuestras vidas, tienes que saber la verdad, mereces saber la verdad.
Mike entrelazó los dedos con los suyos. —Jen, sea lo que sea, podemos superarlo. Ya hemos pasado muchas cosas juntos, ¿no crees? Quizá lo que tienes es miedo a la boda; después de todo no queda mucho tiempo y... —¡Ya basta, no lo entiendes! —Jenny subió el tono debido a su frustración. Estaba desesperada por soltarlo todo, era como si diciéndolo en voz alta pudiese deshacerse del sentimiento de culpa—. Quería habértelo contado antes, no sabes cuántas veces intenté decírtelo, pero... oh, Dios. —Se detuvo y respiró hondo—. Holly... no es tu hija, Mike..., es hija de Roan.
CAPÍTULO 44 Holly estaba contenta, sentada en su trona, mientras su madre le preparaba su desayuno favorito. Por suerte, pensó Jenny, mirando cómo su hija gorjeaba felizmente, Holly ignoraba que Mike, el hombre al que durante su corta vida había estado llamando papá, hacía días que había hecho las maletas y se había ido de casa y de sus vidas. —Si no fuera por el amor que siento por nuestra hija, quiero decir tu hija —había dicho, con los ojos brillantes por el dolor de tener que corregirse—, serías tú quien estaría haciendo las maletas esta noche. Puedes quedarte aquí hasta que encuentres otro sitio; un lugar decente donde tú y Holly podáis vivir. Es lo mínimo que puedes hacer por ella después de haberle mentido desde que nació. —Mike, por favor —le había suplicado ella, aterrada al ver que no le iba a dar la oportunidad de explicarse—, no puedes irte así, de esta manera. —¿Por qué no? En esta relación, me parece que puedo hacer lo que me dé la gana. ¡Como hiciste tú! Jenny agachó la cabeza. —Tenemos que hablar de eso. Tienes que saber que lo que hice esa noche no tiene nada que ver con nosotros dos, nada que ver con lo que siento por ti; sólo era algo que necesitaba para sacarlo de mi vida. Mike la miró escandalizado por lo que oía. —Bien, ¡bien por ti, Jenny! ¡Estoy muy contento de que lo consiguieras! ¡Quizá la próxima vez que necesites sacar algo de tu vida terminemos con otro niño! El comentario le dolió y se sintió avergonzada de sí misma. La culpa la había estado consumiendo desde hacía tanto tiempo, había tenido tantas ganas de desenterrar la verdad, que no había reflexionado cabalmente sobre cómo reaccionaría él, ni en qué pasaría después. —Mike, por favor, trata de entender... —¡Entender! —exclamó casi gritando. Luego recordó que Holly estaba durmiendo en la habitación del otro lado del pasillo—. ¿Entender? —repitió bajando el tono—. Lo que no entiendo es por qué, después de
todo este tiempo, ahora decides contarme la verdad. —Tenía que hacerlo —contestó simplemente—. La culpa me estaba devorando desde que descubrí que Holly no era hija tuya. Te quiero demasiado como para seguir mintiéndote por más tiempo. Mike parpadeó al escucharla. Era como si hubiese envejecido diez años: tenía un aspecto abatido y cansado cuando se sentó en la cama dándole la espalda a Jenny, incapaz de mirarla. —¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cómo has podido mentir de esta manera, fingir que eras feliz, fingir que estabas tan contenta como yo cuando nació Holly? ¿Cómo has podido cuando sabías desde el principio que estábamos viviendo una mentira? —No fue así. No lo sabía. Al principio ni siquiera se me había ocurrido. Pensaba que era tuya; con el tiempo me di cuenta... pero entonces ya era demasiado tarde. ¿Te acuerdas de cuando el doctor Clohessy nos informó de que estaba embarazada? —preguntó, intentando hacerle comprender, hacerle saber que nunca había planeado engañarle, que no tuvo más remedio que hacer lo que hizo. Mike asintió lentamente. Ese día él experimentó una enorme alegría. La reacción de Jenny no fue tan eufórica. ¿Cómo podía estar embarazada? Se lo preguntó al médico, después de que éste les diera la noticia, justo unas semanas después de que anunciaran el compromiso. Había estado tomando la pildora sin saltarse ni un día desde que ella y Mike habían empezado a tener relaciones. El doctor Clohessy empezó a recitar las estadísticas sobre la efectividad de la pildora, antes de que un Mike radiante le recordara a Jenny que había tenido un virus estomacal poco después del accidente de Shane. El médico confirmó que lo más probable era que la enfermedad hubiera influido en el efecto de los anticonceptivos, especialmente si había vomitado. Fue en ese momento, sentada en la consulta del doctor Clohessy al lado de Mike, cuando Jenny se dio cuenta por primera vez de que cabía la posibilidad de que Mike no fuera el padre del bebé. La idea la aterrorizó; nunca en toda su vida se había quedado tan petrificada como en aquel momento. —Te prometo, Mike... te prometo que nunca antes se me había ocurrido pensar que el bebé pudiera no ser tuyo. ¿Recuerdas que más tarde comentaste que estaba muy callada y te dije que era porque estaba
digiriendo la noticia? Era verdad. Estaba dándole vueltas a todo e intentando aceptar la realidad. ¿Qué podía hacer? Nunca te había visto tan emocionado. De ninguna manera podía decírtelo entonces. —Podrías haber dicho algo —la contradijo él con brusquedad. —Mike, ¡no me dejaste alternativa! En poco tiempo lo sabían todos: tu madre, mis padres, todos. Antes siquiera de que pudiera hacerme a la idea, se lo habías contado a todo el mundo. ¿Cómo podía decir algo entonces? Sus padres estaban exultantes, y la madre de Mike, que al principio se quedó un poco sorprendida, luego también estuvo encantada. —Te prometo que no tenía ni idea, ni la más remota idea. Descubrir que estaba embarazada era la última cosa que esperaba. No me había encontrado muy bien, pero esa posibilidad ni siquiera se me había ocurrido. Y como mi regla es muy irregular, no me di cuenta. Aunque debería haberse dado cuenta; debería haberlo sabido. Pero por aquel entonces, en su vida estaban pasando muchas cosas. Ella y Mike habían empezado a planear la boda, y a ella la habían ascendido en el trabajo, y estaba esforzándose mucho para demostrar que se lo merecía. Jenny atribuyó su malestar al estrés, en cambio Mike estaba bastante preocupado por sus recurrentes dolores de cabeza, su tez pálida y su persistente falta de energía, puesto que su padre tuvo síntomas similares y acabó muriendo de un tumor cerebral hacía años. Insistió en que fuera a hacerse unas pruebas, y fueron juntos a ver al doctor Clohessy. Si hubiera descubierto la noticia ella sola, Jenny se decía que le habría confesado a Mike la infidelidad; le habría dicho que cabía la posibilidad de que él no fuera el padre. Irónicamente, nunca se le había dado bien mentir; no se sentía a gusto con el engaño. Sin lugar a dudas, pensó Jenny, le habría contado la verdad a Mike y habría afrontado las acusaciones y los reproches, dejar que fuera él quien decidiera si quería o no continuar con la relación. Era lo mínimo que podía hacer. Y si él la hubiera dejado, entonces habría tenido a Holly ella sola. Le habría costado mucho, pero Jenny estaba convencida de que eso sería lo que habría hecho de haber tenido la oportunidad. —Por otra parte —le dijo a Mike—, era muy posible que tú fueras el padre. Sólo me había acostado con Roan una vez, mientras que había pasado contigo casi todas las noches. —Hablaba quedamente, consciente del efecto de sus palabras—. Mike, era muy improbable que de una sola
noche con otra persona me quedase embarazada, ¿no lo ves? Aunque no podía mirarlo a la cara, Jenny oía sus callados sollozos. Se sentó a su lado en la cama. —Lo siento, Mike. Tomé decisiones estúpidas, decisiones que ahora no puedo cambiar, y no sabes cuánto me gustaría poder hacerlo. Pero créeme cuando te digo que nada de esto fue deliberado. Intenta ponerte en mi lugar. No podía hacer otra cosa. Nunca jamás pretendí hacerte daño o quise engañarte con Holly. Tienes que creerme. El no dijo nada; sólo continuó mirando fijamente la alfombra. —Era tan feliz... —susurró. —Lo sé. —No, no lo sabes, Jenny. ¡No sabes nada! —levantó el tono de voz, y su cuerpo temblaba mientras hablaba—. Me has hecho sentir un tonto, ¡y lo único que sabes hacer es decirme que no era tu intención! Explícame una cosa, ¿por qué ahora, después de todo este tiempo, has tenido que contármelo? ¿Por qué has decidido echar a perder nuestro pequeño mundo feliz? ¿Por qué has dejado que la barca naufragara? Ella desvió la mirada. —Porque él ha vuelto —contestó finalmente—. Y creo que siempre supe, muy dentro de mí, que la verdad tenía que salir a la luz. Cuando esta mañana me has dicho que iba a trabajar para ti, me he dado cuenta de que no podía esconderme más. Era demasiada coincidencia. Piénsalo, es como si el destino me estuviera pasando cuentas o algo así. Es mi castigo, Mike. Alguien en alguna parte me está haciendo pagar por lo que os hice a ti y a Holly. El se secó los ojos. —Supongo que ahora el plan es irte con él y representar el papel de familia feliz, ¿no es eso? —No. Todavía no he decidido si quiero contárselo o no. —Ah, ya veo —replicó con los nudillos blancos de tanto como apretaba los puños—. Por lo que sea, te has visto obligada a contarme la verdad a mí, a arruinar mi vida, pero a él vas a ponerle las cosas fáciles, ¿no es así? ¡Bueno, pues que te jodan, Jenny! Se levantó enfadado y metió sus cosas en una maleta, arrugando y apilando la ropa. —Él también merece saber la verdad, ¿no crees? Después de todo,
¡es el padre de Holly! Y al decir eso, incapaz de controlar por más tiempo sus emociones, Mike se derrumbó y empezó a sollozar de forma incontrolada. Jenny se acercó, con intención de abrazarlo, de pedirle perdón, de intentar hacer que todo volviera a funcionar. Pero cuando la apartó, ella se dio cuenta de que con él las cosas nunca volverían a funcionar. Lo que le había dicho era la verdad: aún no había decidido si se lo contaría o no a Roan. Pero ésa no era la cuestión. Su vuelta había sido el catalizador que había ayudado a Jenny a liberarse de la culpa que la consumía a diario desde que descubrió que sus miedos sobre la paternidad de Holly se habían hecho realidad. Eso fue no mucho después de que la niña naciera. Un día, Jenny vio a Holly mirar con perplejidad el móvil que colgaba encima de su cuna, y lo hizo con la misma expresión que ella recordaba que tenía Roan cuando se quedaba asombrado mirando algo. Además, a medida que crecía, se le iban oscureciendo la piel y el pelo, mientras que ella y Mike eran ambos rubios. Sin embargo, había heredado los ojos azul claro de Jenny y eso pareció ser suficiente para que nadie sospechara nada, incluido Mike. Extrañamente, Holly parecía tener sin embargo el buen carácter de Mike. Casi nunca se mostraba gruñona o problemática; más bien todo lo contrario. Era una niña especialmente buena, siempre sonreía e incluso reía cuando alguien le decía cosas. Le encantaba llamar la atención de la gente, pero a diferencia de la mayoría de los crios con los que jenny se había topado, no se quejaba o enfurruñaba si no la recibía. A menudo, cuando la sacaba a dar una vuelta, completos desconocidos la habían parado por la calle, cautivados por la radiante sonrisa y la risita de felicidad de Holly. —Tiene los hoyuelos más bonitos que he visto —le dijo una mujer mayor un día, mientras se inclinaba a admirar a la pequeña en su cochecito. A Jenny la afectó tanto ese comentario, que se fue de allí apresurada, sin decir nada, dejando a la mujer mirándola sorprendida, y murmurando apesadumbrada que la pobre niña tenía una madre muy maleducada. Jenny se quedó en silencio, con la mirada perdida, mientras Mike terminaba de recoger sus cosas. Cogió la maleta y unas bolsas y, sin mirarla, salió de la habitación al pasillo. Entonces vaciló un momento, soltó el equipaje y fue hacia la habitación de Holly para darle un beso en la frente mientras dormía. Cuando salió del cuarto de la niña, Jenny vio el profundo dolor en su rostro y sintió como si se le fuera a partir el corazón.
—Intentaré... que podamos irnos de aquí lo antes posible —dijo, con miedo de mirarlo a los ojos, desesperada por tocarlo. Mike cogió la maleta y las bolsas y se dirigió hacia la entrada. —Tómate tu tiempo. No quiero que Holly acabe en cualquier piso lóbrego —contestó con una mirada más dura que una piedra. Ella le preguntó dónde pensaba ir, pero Mike no le contestó; le dijo solamente que, cuando encontrara un lugar donde vivir con Holly, le dejara un mensaje en la oficina. Y se fue de la casa sin añadir nada y sin mirar atrás. Jenny se quedó allí mucho rato, con la puerta abierta, intentando convencerse de que aquello no era real, deseando que no estuviera pasando. Desde entonces, no había sabido nada más de él. Se había acabado; y ambos lo sabían. Pero ¿acaso esperaba otra cosa? Un olor a quemado la devolvió a la realidad. Miró los fogones y comprobó con desmayo que la leche que había estado calentando para Holly había hervido derramándose. Verdaderamente deprimida, Jenny se sentó a la mesa de la cocina y apoyó la cabeza entre las manos. Mike se había ido. Todo había terminado. Con sus mentiras, ella había destruido su relación. Había confiado en que, cuando se calmara y hubiera tenido tiempo de reflexionar sobre el asunto, tal vez reconsiderara su decisión; quizá fuera capaz de perdonarla; que pudiese incluso intentar entenderla. Pero sabía que no debía permitirse ninguna falsa esperanza. Simplemente, no había tal esperanza. Lo llamaría al día siguiente para decirle que ella y Holly dejarían la casa aquel fin de semana. A pesar de que Jenny se había resistido aduciendo que ya tema bastantes problemas con el juicio, Karen insistió en que se fueran a vivir con ella hasta que encontraran otro sitio. —Además —dijo su amiga con buen humor—, ¡cuantos más vivamos aquí, más difícil será que nos echen! Jenny aceptó a regañadientes; lo hizo sólo porque quería irse de la casa de Mike. Ya se había sentido bastante mal al seguir viviendo allí después de que él se fuera. Pronto tendría que encontrar un sitio definitivo para ella y empezar una nueva vida; una vida como madre soltera. Pero a pesar de la angustia, del dolor y la desesperación que sentía desde que él la había dejado, Jenny experimentaba a la vez un sentimiento de alivio; alivio de la pesada carga que había tenido que soportar; alivio
por el hecho de no tener que seguir viviendo una mentira. Como mínimo, aunque no supiese lo que les esperaba a ella y a su hija, al fin podía empezar a vivir en paz consigo misma, y esa idea la tranquilizaba. Inquieta, la pequeña Holly miraba a su madre desde el otro lado de la habitación, pendiente de su talante melancólico y de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. —¡Pa-pá! —dijo, golpeando alegremente la bandeja de plástico con la cuchara; intentando animar a su madre y recitando la única palabra que sus cuerdas vocales de trece meses le permitían pronunciar: «¡Pa-pá! ¡Papá! ¡Pa-pá!».
CAPÍTULO 45 Karen echó un vistazo al salón, intentando mirarlo a través de los ojos de otra persona: de un posible comprador. Era acogedor y familiar, las cortinas color terracota combinaban muy bien con el suelo de madera de pino. Shane habría estado muy orgulloso de la casa, Karen sabía que ésa era su habitación preferida. Recordó sus maldiciones el día que había intentado poner el suelo de madera, convencido de que podía hacerlo sin la ayuda de nadie. Terminarlo le llevó muchas más horas de las dos que le había asegurado que tardaría el vendedor en la tienda, por no mencionar las horas adicionales que tardó en lijar y barnizar la madera; sin embargo, para Shane fue una satisfacción poder decirle a todo el mundo que lo había hecho él mismo sin «ningún problema». A Karen le sorprendió que a Shane le gustase tanto el bricolaje. Después del suelo, emprendió la tarea de cambiar los muebles de la cocina, con un poco de ayuda de Aidan, cuyo padre era carpintero. Entre los dos modernizaron la cocina en un abrir y cerrar de ojos: arrancaron las horribles puertas color vino y los marcos blancos, y las sustituyeron por unas de madera de arce brillante con pomos cromados y pusieron además una sólida encimera de granito. Habitación tras habitación y con un entusiasmo contagioso, Shane fue transformando la aburrida decoración de la casa de Harold Cross Crescent. Desaparecieron el papel verde con motivos florales de la pared, las moquetas con figuras geométricas y las deslucidas puertas blancas. Karen y él optaron por los acabados de madera y los colores cálidos: rojos intensos, dorados y terracota. El resultado fue increíble. Karen sabía que si la casa se poma a la venta se la quitarían de las manos en cuestión de días, y por un precio considerablemente alto que supondría para el vendedor casi una fortuna. Pero por el momento la casa no se pondría a la venta: no si ella podía evitarlo. Los Quinn no pondrían sus mugrientas y egoístas manos sobre la casa de Shane, no sin antes librar una batalla a muerte. O, pensó Karen, restándole dramatismo, no sin ir antes a juicio. El abogado le había telefoneado esa misma mañana para decirle que ya habían acordado la fecha. Ella y Jack Quinn se enfrentarían ante un juez el 18 de
febrero. Karen estaba decidida a ganar. Gente a la que ella no conocía muy bien, como compañeros del trabajo, su jefe o su vecina —una mujer un tanto esnob que nunca se había dignado a hablar con Karen o Shane antes de la muerte de éste—, le decían que estaba haciéndolo muy bien, que estaba haciendo lo correcto yendo a trabajar tan pronto después del funeral, que lo estaba llevando de forma «admirable». Incluso su madre la había felicitado por su capacidad de seguir adelante. La señora Cassidy se lo había dicho unas semanas después del funeral, cuando ella y su padre por fin pudieron abandonar su negocio para hacerle una visita; el mismo fin de semana que tenían planeado pasar en Dublín para asistir a su boda. Karen los mandó temprano de vuelta a Tenerife, frustrada por las constantes quejas de su madre acerca de que el clima soleado le había dañado la piel: «¿No ves, Karen, todas las arrugas que, de repente, me han salido en la cara?». Clara Cassidy nunca había sido muy maternal, y ella no esperaba que hubiera cambiado. Pero, por otra parte, se preguntaba cómo una madre podía ser tan egoísta e inconsciente ante el dolor de una hija. Tras pasarun par de días con ella, Karen literalmente tuvo que controlarse para no darle un bofetón y estaba casi segura de que lo hubiera hecho de no haber estado Aidan con ellas en la casa. Aidan se había portado maravillosamente, en especial los meses que siguieron a la muerte de Shane, cuando todos los demás, incapaces de serle de ayuda, la dejaron en paz y regresaron a sus vidas, esperando recobrar así en parte la normalidad. El fue quien se encargó de cancelar los preparativos de la boda y la luna de miel, evitándole a Karen realizar esas dolorosas llamadas. Jenny y Mike estuvieron a su lado siempre que ella necesitaba hablar con alguien, o un hombro en el que llorar, y Tessa no dejaba de llamar, animándola a hacerles una visita a ella y Gerry en Cork. El día que hubiese tenido que celebrarse la boda, ambas parejas insistieron en que pasara el día con ellos, esperando mantener así su mente ocupada, pero Karen no se veía capaz de pasarse el día fingiendo. Sabía que el 15 de junio, el día que tenía que haber sido el más feliz de su vida, estaría para siempre asociado con la tristeza, la pérdida y el remordimiento. Ella y Jenny nunca fueron a Belfast para su fin de semana de compras, así que, como mínimo, no tema un vestido de novia para recordarle con cruel ironía todo lo que había perdido.
Quizá las cosas serían más fáciles con el tiempo. La gente no dejaba de repetírselo, pero ¿cómo lo sabían? Aidan era el único que parecía comprender, el único que no le decía que debía superarlo, que más adelante sería más fácil, que tema que seguir con su vida. Unidos por la mutua pérdida, tanto ella como Aidan sentían que tendría que pasar mucho tiempo antes de que cualquiera de ellos pudiera superarlo, si es que lo conseguían alguna vez. Ese sentimiento compartido y la pena que los unía, hizo que ambos pudiesen ayudarse el uno al otro. Y Karen le estaba muy agradecida. Le agradecía profundamente que la entendiera cada vez que lo llamaba llorando en mitad de la noche porque se sentía sola y vulnerable, en general después de despertar de una pesadilla; que, a diferencia de los demás, respetase su deseo de permanecer sola el día de la boda, y que, cuando lo llamó esa noche, la dejase soltarlo todo mientras él, en silencio, la dejaba llorar durante mucho rato. Karen sabía que, sin el otro, ambos habrían estado perdidos. No obstante, Aidan se opuso a la decisión de Karen de enfrentarse a la familia Quinn por la posesión de la casa. —Karen, me he informado y, en casos así, la ley es muy clara. No eres el familiar más cercano de Shane y nunca lo serás. No puedes luchar contra esa realidad —le dijo un día, después de que el caso fue rechazado por otro abogado. Pero nada de lo que pudiera decirle nadie podría detenerla. Karen iba a luchar contra Jack Quinn e iba a ganar.
Esa noche llegó Jenny, nerviosa, cansada, y aplastada bajo el peso de sus problemas y de las bolsas con las cosas de Holly. —No he querido dejar nada allí —le explicó, viendo cómo Karen echaba un vistazo al maletero abierto del Fiat Punto, que contenía varias maletas y un montón de bolsas negras de basura con las posesiones de Jenny. —¿Le dijiste a Mike que venías aquí? —le preguntó ella tratando de ignorar a Holly, que le abría los brazos pidiendo que le desabrochara el cinturón de la sillita del coche. Holly era uno de los pocos bebés a los que Karen no temía, pero no llegaba a tanto como para cogerla y abrazarla—. Bueno, ya entraré yo las bolsas, ¿por qué no te encargas tú de Holly? —
sugirió. Jenny le pasó las bolsas que llevaba colgadas con una mirada de agradecimiento. Se secó el sudor de la frente y se encargó de soltar a Holly, cosa nada fácil. —Mike estaba en una reunión cuando llamé, así que dejé un mensaje en el contestador —le explicó Jenny—. En parte mejor, porque así no he tenido que hablar con él directamente. Holly, ¡deja de quejarte! Alison, la recepcionista, quien obviamente no reconoció mi voz, aparte de que tampoco le dije quién era, me informó de que el señor Williams podía coger las llamadas de Mike y me preguntó si quería hablar con él. —Puso los ojos en blanco—. Me habría partido de risa, de no ser porque no tiene ninguna gracia. Karen asintió comprensiva; a Jenny se le habían puesto las cosas difíciles. También lo debían de ser para Mike, que tenía que seguir trabajando con Roan tras haber descubierto quién era, y lo que había pasado. Más tarde, después de que Jenny hubiera dejado sus cosas en la habitación de invitados y de que Holly se hubiera quedado pacíficamente dormida en su cuna, Karen abrió una botella de vino y ambas se sentaron en el salón. —¿Cómo te sientes? —le preguntó, sirviéndole una copa de Chablis. —Para serte sincera, mejor de lo que esperaba —contestó Jenny—. Tenía muchas ganas de irme de allí. Muchísimas gracias por dejar que nos quedemos aquí contigo. Su amiga hizo un gesto quitándole importancia. —Sois muy bienvenidas, ¡desafortunadamente, no puedo añadir que podéis quedaros tanto tiempo como queráis! ¿Te dije que ya se había fijado la fecha del juicio? La otra asintió. —De manera que estás convencida de llevar la cosa adelante, ¿no es así? —Absolutamente —contestó Karen en un tono que no admitía réplica—. Ya te lo comenté, incluso si mis posibilidades son una entre un millón, no voy a dejar que los Quinn crean que pueden pisarme de esta manera. —Pero ¿qué ocurrirá si el jurado se decanta por Jack Quinn? Esa es
la ley, ¿no? Que tú, como pareja de hecho, no tienes derechos. Karen suspiró. —Jen, por favor, no trates de convencerme de que abandone. No tomé la decisión a la ligera, y lo sabes. Tardé mucho en llevar el caso a juicio. —Sí, lo sé. Y sé lo importante que es para ti esta casa. Pero ¿no crees que la situación es...? —Se detuvo al pensar que, si continuaba, su amiga se pondría hecha una furia—. Es sólo que me da miedo que te hagan daño —dijo con delicadeza—. Los Quinn no te aprecian, y no sabes qué pueden decir de ti, o qué tipo de cosas pueden sacar a la luz. Los ataques personales son la mejor arma que tienen para que le caigas mal al jurado. Karen soltó una carcajada. —Has visto demasiadas películas. Sé lo que me hago, Jen. Incómoda, su amiga cambió de postura. Ella y Karen habían mantenido esa misma conversación muchas veces, y a esas alturas, Jenny ya sabía que Karen discutiría a gritos cualquier otro punto de vista. Temía que estuviera cometiendo un grave error llevando a la familia de Shane ante un tribunal. No tema ninguna posibilidad de ganar, y los Quinn lo sabían, su abogado lo sabía y el abogado de ella lo sabía. La única persona que parecía no saberlo, o que no quería admitirlo, era Karen. Jenny creía que todo el asunto iba a terminar en un mar de lágrimas y con una considerable factura de ambos abogados. Y, desde luego, Karen no podía pagarlo; a duras penas podía pagar la hipoteca. Tal como estaban las cosas, casi la totalidad de su salario se la llevaban las mensualidades. —¿Qué piensa Aidan? —preguntó con cautela. Karen suspiró. —Quiere que abandone, que lo olvide; como tú. —No es eso, Karen. Sabes que te ayudaré en todo lo que haga falta. Tanto él como yo sabes que te apoyaremos en todos los pasos que des, es sólo que no estamos tan convencidos como tú de que ésta sea la mejor manera de hacer las cosas. —¿Y qué se supone que tengo que hacer, Jenny? —dijo Karen, con las mejillas rojas de irritación—. ¿Adonde se supone que debo ir? Ésta es mi casa, nuestra casa, de Shane y mía. Trabajó mucho para poder dar la entrada y sacrificó muchas cosas para cumplir con las cuotas. Ya sabes que no lo temamos fácil. ¡No puede ser que todo fuera en vano! Mientras hablaba, se le encendieron los ojos de rabia. —Tú misma
lo viste el otro día, cuando vino con el agente inmobiliario. Jack Quinn quiere vender; la casa no le importa nada, no le importa Shane ni lo que él hubiera querido. Sólo quiere sacar provecho, ¡más dinero para sumarlo a la pequeña fortuna que ya tiene en el banco! ¡No le importa una mierda, Jenny! Se secó los ojos con presteza y de una forma que, en caso de que hubiera habido alguna lágrima, ésta hubiese desaparecido con prontitud, consciente de lo que le convenía. Jenny deseó no haber dicho nada. Era, y siempre había sido, un tema peliagudo; desde el mismo momento en que Karen se enteró de las intenciones de los Quinn de vender la casa y decidió impedirlo por todos los medios. Mike le había comentado a Jenny en más de una ocasión que su amiga no tenía ninguna posibilidad. Dado que ni la casa ni la hipoteca habían estado nunca a su nombre, no tenía absolutamente ningún derecho sobre la propiedad; sólo podría recuperar el dinero que había pagado hasta entonces. Ciertamente, podía alegar que ella había contribuido económicamente a la decoración y las mejoras, cosa que incrementaba el valor de la casa, pero tal como estaban subiendo últimamente los precios de la vivienda en Dublín, sería difícil demostrarlo, o fijar una cantidad determinada. Y como además Jack Quinn había avalado la hipoteca, todo estaba a su favor. Sin decir nada más, y esperando a que Karen se calmara un poco, Jenny cogió la botella de vino y volvió a llenar las copas. —Lo siento —dijo Karen al cabo de poco en tono suave. Jenny sonrió. —No seas tonta. Tienes todo el derecho a estar enfadada, y lo sabes. Todos lo estamos, créeme —añadió haciendo una mueca. Karen se cogió un mechón de pelo y empezó a retorcerlo entre los dedos. —Sé que sólo intentas ayudar, Jen, pero ¿no podríamos cambiar de tema? Ésta sabía que era lo mejor. Había creído, deseado, que Karen cambiase de opinión. Pero había olvidado lo terca que su amiga podía llegar a ser. Sonó el teléfono fijo del pasillo y Karen se levantó para cogerlo. Segundos más tarde, descolgó el inalámbrico y regresó al salón. Una vez
allí, arqueó una ceja en dirección a Jenny mientras escuchaba lo que quien fuera que estuviera al otro lado de la línea le estuviese diciendo. —Ahora está aquí —dijo, mirando a Jen, que la observó curiosa, intrigada por saber quién la llamaba. Karen se encogió de hombros al pasarle el teléfono. —¿Sí? —preguntó Jenny con curiosidad. —¿Jenny? Hola, soy Rebecca. Espero que no te moleste que te llame ahí. Rachel me dio el número. —Rebecca... oh, hola, ¿cómo estás? —Se había quedado completamente descolocada. ¿Por qué la ex de Mike la llamaba a casa de Karen? Y, más importante aún, ¿cómo sabía Rebecca que ella estaba allí? Su tono la delató, porque en ese mismo instante, Rebecca contestó a sus preguntas. —Mira, Jenny, Mike me contó lo que pasó. La humillación la quemaba por dentro como el fuego quema el papel. ¿Cómo podía habérselo contado a ella tan pronto? —¿Te lo ha contado? —preguntó con la voz conmovida. —Sí, pero no te llamo por eso. No voy a juzgarte, ni voy a tomar partido por nadie, créeme; probablemente, yo en tu lugar habría hecho lo mismo. Después de todo, tú no sabías... —¿En mi lugar habrías hecho lo mismo? ¿Quieres decir que te lo contó todo? —Jenny notó cómo la sangre le subía a la cabeza; creyó que se iba a desmayar allí mismo. Traición, rabia y disgusto se daban la mano en su interior mientras trataba de entender por qué Mike lo había hecho. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo se atrevía a humillarlas a ella y a Holly de esa manera? Sabía que Mike se había llevado una gran decepción, y que se sentía traicionado, pero ¿acaso tenía que ir explicándolo por todas partes? No parecía propio del Mike que ella conocía. Lo peor de todo fue darse cuenta de que Mike estaba decidido a salir de sus vidas, no sólo de la suya sino también de la de Holly: a salir de ellas por completo. Esperaba que quizá quisiera seguir viendo a la pequeña por el bien de la niña. Había sido una débil esperanza, pero a pesar de todo una esperanza. La verdad era que había sido su padre desde el día en que nació, había estado junto a Jenny durante las quince horas que duró el parto, e incluso le había cortado el cordón umbilical. Sabía que estaba siendo egoísta al asumir que él tal vez quisiera no perder el contacto con Holly, pero ella había sido su mundo. No podía amarla más de lo que la
había amado, o eso creía Jenny, porque, por lo visto, ahora iba a dejar que la pequeña sufriera por las acciones de ella; aparte de ir revelando por ahí la verdad sobre su padre a cualquiera que estuviera interesado en saberla. Eso demostraba un lado insensible y cruel que Jenny nunca pensó que Mike tuviera. Rebecca continuó: —Sólo llamaba porque he pensado que te estarías preguntando dónde está Mike y si está bien. Me imagino que probablemente no te habrá llamado para decírtelo pero está con Rachel. No te preocupes —añadió, leyéndole a Jenny el pensamiento—, él no le habría dicho nada a nadie, pero ya conoces a Rachel; no deja de preguntar hasta que consigue arrancarle a uno cualquier secreto. En realidad, ha sido ella quien me lo ha contado. De todas formas, cariño, sólo quería que supieras que pienso en ti, y decirte que no te preocupes, al final todo se arreglará. Jenny apenas recordaba haberse despedido de ella .porque la cabeza empezó a darle vueltas antes de colgar el teléfono. —¿Qué quería? —preguntó Karen, intrigada por la parte de conversación que había oído. —Sinceramente, no lo sé —contestó Jenny con los ojos abiertos de asombro—. Ha sido una de las conversaciones más extrañas que he tenido nunca. Por lo que puedo deducir, Mike le contó a Rebecca que habíamos roto y ella me ha llamado para decirme que él está bien y que al final todo se arreglará. ¿Qué te parece? ¡Debía de estar drogada o algo!
CAPÍTULO 46 Hacía un día caluroso pero sin sol. Éste estaba cubierto por un denso manto negro que amenazaba lluvia. A medida que iba subiendo la colina, Karen notó que el aire se volvía más pesado y que se le hacía difícil respirar. Era un día especialmente húmedo, aunque quizá se lo parecía por estar allí. No iba muy a menudo al cementerio; no sentía la necesidad de hacerlo porque sabía que Shane siempre estaba con ella. Pero en ese momento, Karen quería preguntarle algo. Vio que los Quinn habían hecho erigir una enorme placa de mármol negro en la cabecera de la tumba. En ella habían hecho grabar en oro el nombre de Shane y la fecha de su nacimiento y de su muerte, bajo una inscripción similar en la que se leía el nombre de su padre, Patrick Quinn. Karen sólo había estado allí dos veces, una cuando el funeral, y la otra el año anterior, cuando se cumplió un año de su muerte; sin embargo, por la apariencia de la lápida y de las inscripciones, parecía una adquisición reciente que se sumaba a las centenares, sino miles de otras lápidas del cementerio. Sacó del bolso el pequeño regalo que había llevado —un osito vestido con un diminuto jersey del Liverpool—, y lo dejó junto a la lápida. Sonrió. Shane se habría reído mucho con eso. —En lo que llevamos de año, aún no han ganado nada, cariño; pero se los ve mejorar en cada partido —dijo, hablando con él—. Mike dice que tienen grandes jugadores, así que es cuestión de tiempo. Michael Owen ya no está lesionado y está marcandomuchos goles; desafortunadamente, los del Manchester lo están haciendo mejor que nadie. Quizá el año que viene. Karen soltó una risita y luego adoptó una expresión seria. Tragó saliva. —Shane, tengo un dilema y necesito tu consejo. Este asunto entre tu hermano y yo se va a resolver la semana que viene. Sé que te dije que iba a seguir adelante, que iba a luchar hasta al final, pero ya no sé si estoy haciendo lo correcto. —Se mordió el labio—. Estoy cansada. Quiero decir, apenas puedo dormir por las noches dándole vueltas al asunto. Y me paso el día enfadada, no sólo con tu madre y con Jack, ¡sino con todo el mundo!
Últimamente, cualquier cosa me afecta, incluso lo más insignificante. Por otra parte, sé que la gente piensa que estoy obsesionada con lo de la casa, hasta el punto de que no pueden sacar el tema sin que me ponga furiosa. Todos dicen que voy a perder, que no tengo esperanza alguna de ganar, pero no entienden que tengo que intentarlo; tengo que intentarlo por ti, ¿no crees? Intentó imaginar su cara frente a ella, pero notaba que cada vez le resultaba más difícil hacerlo. No era que le hubiera olvidado, era sólo que le costaba mucho ver a Shane con precisión. La idea la aterraba. —Es sólo, oh, Dios, esto es tan duro, es sólo que ya no estoy segura de si estoy haciendo lo correcto, cariño. Me cuesta mucho llegar a fin de mes, ya sabes que administrarse nunca ha sido mi fuerte. Me resulta difícil seguir pagando esa hipoteca yo sola. Sé lo importante que era la casa para ti; también lo es para mí, pero Shane, no sé si tengo fuerzas para seguir luchando por ella. Se agachó al lado de la tumba e inclinó la cabeza hacia la lápida mientras sus lágrimas caían sobre el frío mármol. —Sé que habrías querido que lo intentara; y lo haré, si así lo deseas. Pero házmelo saber de alguna manera: dime cómo seguir. Por favor, Shane, ¿lo harás? Porque no sé qué tengo que hacer. ¡Estoy haciendo todo lo que puedo para preservar tu memoria, pero es tan duro! Karen dio un salto, asustada, al oír un sonido detrás de ella. Se volvió y vio a una mujer con un pañuelo atado a la cabeza al lado de otra tumba situada a unos nueve metros de distancia. La mujer volvió a estornudar con la cabeza agachada y cubriéndose la boca con un pañuelo. Al parecer no se había dado cuenta de la presencia de Karen. Ésta exhaló aire. La inesperada interrupción la había calmado un poco. Se volvió de nuevo hacia la tumba. —Será mejor que me vaya, amor mío —dijo con ternura—. Parece que va a llover. Echó un vistazo al cielo que ya estaba casi totalmente cubierto de nubes, unas nubes negras que iban a soltar una lluvia torrencial. Karen se cubrió los hombros con la chaqueta y volvió apresuradamente al coche. Estaba buscando las llaves en el bolso cuando empezaron a caer unos goterones. Como era incapaz de encontrar las llaves, se quedó empapada en cuestión de segundos, y cuando se dio cuenta
de que durante todo ese tiempo habían estado colgando del contacto, maldijo para sus adentros. El coche no estaba cerrado, de modo que se quitó la empapada chaqueta de cuero y la echó en el asiento trasero antes de entrar. Por suerte, en el coche había un forro polar. Para entrar un poco en calor, Karen se lo puso, y luego miró al cielo con desconsuelo, observando el interminable manto de nubes cargadas de lluvia. No había ni un solo claro a la vista. A su pesar, soltó una risita. Si se suponía que aquello era una señal de Shane, pensó dándole al contacto, se sentía más confundida que nunca. —Gracias, Marión, aprecio mucho tu ayuda, nos vemos pronto. Jenny colgó el teléfono. —Dice que me tome todo el tiempo que necesite, y que puedo hacer el examen dentro de unos pocos meses —le explicó a Karen, que estaba esforzándose por no parecer incómoda dándole de comer a Holly. Esta, consciente de su incomodidad, y disfrutando abiertamente, reía y sacudía la cabeza de un lado a otro cada vez que Karen le acercaba la cuchara a la boca. —Esto, Jen, creo que no tiene hambre —le dijo a su amiga, deseando secretamente que la relevase en la tarea. Jenny parecía distraída. —¿Qué? Oh, a veces puede ser un poco quisquillosa. Continúa intentándolo. Al final se lo comerá. Karen no podía estar segura, pero casi juraría que Holly le había guiñado un ojo. Volvió a intentarlo con renovados ánimos, pero fue en vano. Finalmente, dejó el plato de comida en la mesa de la cocina y se cruzó de brazos. En cuanto la vio hacerlo, Holly empezó a llorar. —Oh, ya entiendo —dijo Karen con una sonrisa burlona—. No te gusta que la pelota esté en campo contrario, ¿no es así? Bueno, señorita, pues lo que sirve para uno sirve para otro. Ahora no comerás hasta que yo tenga ganas de darte de comer. Holly la miró con los ojos muy abiertos. —¡Karen!, es sólo un bebé. ¡No te entiende! —Ah, eso es lo que pretenden, Jen. Quieren hacernos creer que son desvalidos e inocentes, para poder salirse siempre con la suya. Te apuesto lo que quieras a que es sólo una táctica, y que se enteran perfectamente de todo. Somos nosotros quienes no nos enteramos de nada. —Oh, dame eso, tonta —exclamó Jenny sonriendo—. Dios nos
ampare si alguna vez tienes niños. —Bueno, si los tuviera no dejaría que me tomaran el pelo —le aseguró—. No me creo nada de todo ese teatro que hacen. Jenny asintió dándole la razón con sorna. —Estoy segura de que serían unos niños muy bien educados; unos niños modelo. Y antes de que cumplieran los dos años, lo más probable es que ya fueran capaces de mantener largas conversaciones, de cambiarse ellos mismos los pañales y comer por sí solos, porque mamá no permitiría que le tomasen el pelo. Te digo una cosa, Karen, estoy impaciente por conocer a esos niños. Su amiga se rió. —Bueno, pues creo que tendrás que esperar mucho. Ni siquiera hay un papá a la vista. —¿Qué me dices de Aidan? —preguntó Jenny con cautela—. Estáis muy unidos. Karen sintió que se ruborizaba. —Aidan es un buen amigo. —¿Y? —¿Y qué? No estaría bien. Me sentiría como si estuviese traicionando a Shane. Jenny estuvo a punto de soltar un discurso sobre el hecho de que Shane querría que ella fuera feliz, pero ya había metido la pata muchas veces. No quería arriesgarse a que Karen se lo tomara mal, no ahora que parecía estar mejor, después de haber ido el otro día al cementerio. —Sé lo que estás pensando —dijo Karen—, y una parte de mí sabe que podría ir en esa dirección. Pero antes hay muchas cosas que arreglar. Ahora no me vería capaz de empezar a salir con alguien, con todas las complicaciones que eso conlleva. —¿Y qué piensa Aidan? Karen se ruborizó de nuevo. —Sé que siente algo por mí, pero no estoy segura. Ya veremos qué sucede. Quizá no haya nada; quizá es sólo que lo que hemos pasado juntos nos ha unido. —Es una buena razón —comentó Jenny, pensando en lo maravilloso que sería que Karen recuperase una vida normal. Por lo que a ella respectaba, su amiga ya había sufrido bastante. Nunca dejaría de amar a Shane, nunca le olvidaría, pero eso no significaba apartarse de la vida y
del amor para siempre. Quizá, Aidan fuera el único capaz de entender que Karen, aunque nunca dejaría de pensar en Shane, al menos podía seguir adelante. Qué pena, pensó Jenny, que no abandonara esa obsesión que tema con la casa. Karen volvió a darle de comer a Holly, que esa vez abrió la boca sin quejarse. —¿Lo ves? Te dije que daría resultado —exclamó con una sonrisa triunfal—. Tu pequeña aprende muy rápido. Sabe que no le puede tomar el pelo a Karen Cassidy, ¡domesticadora profesional de crios! —Serás tonta —se rió Jenny llenando de agua el fregadero para lavar los platos—. Tan pronto como terminemos, voy a llevarme a Holly a dar una vuelta por Dun Laoghaire; hoy hemos quedado con el agente inmobiliario. Es el mismo tipo que le vendió la casa de Blackrock a Mike, ¡así que espero que se acuerde de mí! En fin, si todo va bien, pronto dejaremos de molestarte. —Ya te dije que para mí no es ninguna molestia —contestó Karen con una sonrisa—. Me gusta teneros por aquí. Después de todo, no sabría qué hacer si cada día no tropezara con algún juguete de Holly en la escalera y, definitivamente, no podría vivir sin mi dosis diaria de Teletubbies. ¡Eh, que estaba bromeando! Con un ataque de risa, trataba de esquivar la espuma que Jenny le tiraba. Holly soltó un chillido de alegría; era obvio que estaba contenta de ver jugar a su madre. —En serio, podéis quedaros tanto tiempo como queráis. Bueno, mientras yo siga aquí —añadió rápidamente. Jenny le dio un fuerte abrazo. —Gracias. No sé qué habría hecho sin ti. No podía quedarme en nuestra... quiero decir, en casa de Mike más tiempo. Karen se levantó y cogió un trapo de cocina del armario que había debajo del fregadero. —¿Cómo te sientes últimamente? —preguntó cogiendo un puñado de cubiertos y secando cada uno de ellos por separado antes de guardarlos en el cajón. Su amiga se encogió de hombros. —Es un poco extraño, la verdad, y sé que puede resultarte difícil de entender, pero me siento liberada. No puedo decir que esté orgullosa de lo que pasó, no obstante, de alguna manera estoy contenta por el hecho de
haber sido honesta. —¿Has decidido ya si vas a contárselo a Roan? Jenny dejó lo que estaba haciendo y levantó la vista. —Todavía no he tomado una decisión al respecto, pero no, no creo que vaya a decírselo. Además, ése nunca fue el problema. El problema era que tenía que liberarme de la mentira. Karen vaciló. —Jen, espero que no te moleste que te lo diga, pero en ese caso, creo que fue un poco injusto por tu parte contarle la verdad a Mike. Todo parece un poco inútil si no lo completas contándoselo a Roan. Quiero decir, ¿por qué hacer daño a Mike y dejar a Holly sin padre? ¿Por qué abrir la boca? Jenny se encogió de hombros. —Tuve que hacerlo; tuve que contárselo. ¿Qué tipo de relación habría tenido con Mike si no se lo hubiera dicho? —Ya, pero ahora te has quedado sin ninguna relación, ¿no es así? Lo has sacrificado todo por un pequeño detalle. —Para mí no es un pequeño detalle; nunca lo ha sido. No podía seguir viviendo con eso mucho más tiempo: siempre asustada por si alguien sospechaba algo. Tú misma puedes ver lo diferente que es Holly de Mike y de mí. Tarde o temprano habría salido a la luz, Karen. La vuelta de Roan me dio el empujón que necesitaba. —¿Y nada de esto tiene que ver con él? ¿Ni siquiera una milésima parte? —preguntó su amiga, impaciente por que Jenny le contestara a esa pregunta en particular. La otra sacudió la cabeza de lado a lado, negando con firmeza, y sonrió cuando vio que Holly la estaba imitando desde su trona, al otro lado de la cocina. —Ni siquiera una milésima parte. Olvidé a Roan hace mucho tiempo. Ya no significa nada para mí. Y cualquier cosa que pudiera sentir por él, no se aproxima en absoluto a lo que siento por Mike. El es, bueno, él era, el único para mí. No creo que sea posible amar a alguien más de lo que yo le amo, Karen. —Los ojos le brillaban por las lágrimas contenidas —. Y fue precisamente por esa razón por lo que tuve que contárselo. Sé que ahora debe de estar pasándolo muy mal, pero creo que a la larga agradecerá que le dijera la verdad. Como mínimo ahora puede escoger si quiere desentenderse de mí o vivir conmigo aceptando las consecuencias.
Imagínate si lo hubiera descubierto después de casarnos. ¿Acaso eso no sería mucho peor? Karen asintió. —Quizá tengas razón. Aunque me da pena por él. Te quiere tanto. —Ya no, y tendremos que vivir con ello —replicó Jenny—. Es igual, estaremos bien, ¿no es así, Holly? La pequeña contestó con una sonrisa y movió con alegría las manos en el aire. Karen terminó de ordenar los cubiertos y puso agua a hervir para preparar té. Entonces se detuvo y puso los brazos en jarras. —De acuerdo —empezó, exhalando sonoramente—, tengo que decirte algo. —¿Qué? —Jenny la miró seria desde el otro lado de la cocina, donde estaba quitándole a Holly el babero sucio de la cena. Karen se quedó callada un momento, y luego dijo: —Aidan ha quedado con Roan unas cuantas veces desde que ha vuelto de América. —¡Oh!, no le habrá dicho nada, ¿no? —No, no creo que Aidan sepa siquiera que Mike y Roan trabajan de lo mismo, por no hablar en la misma compañía. Qué más da, Jen, después de todo este tiempo, lo más probable es que Aidan ni se acuerde de que tú y Roan salisteis juntos. Ya sabes cómo son los hombres. Su amiga asintió en silencio, preguntándose qué seguiría a continuación. Karen tomó aire. —Por lo que sé, Roan se casó en algún momento del año pasado con una chica americana que conoció allí. Tienen un bebé de siete meses, un chico, creo. —Esperó a ver la reacción de Jenny, pero no notó nada—. Se trasladaron a Irlanda por dos motivos: uno, porque la compañía de Estados Unidos estaba en declive; y dos, porque su mujer no quería que el niño creciera en una gran ciudad. Roan tanteó a las empresas de aquí y acabó trabajando para InTech. —Vaya —fue lo único que Jenny pudo decir. Roan casado... ¡y con un niño! —¿Acaso esto no hace que te arrepientas de habérselo contado todo a Mike? —No —contestó Jenny con un movimiento seco de cabeza.
—¿No? —repitió Karen—. ¿Cómo que no? Tal vez todo esto se podría haber evitado si hubieras sabido que Roan tiene una pequeña familia, ¿no es así? Quiero decir, él ya no es una alternativa para ti. —Ya te he dicho antes que no lo hice por Roan; fue por mí. Yo, y mi culpa. Lo que acabas de decirme tan sólo hace que no quiera contarle nunca lo de Holly. Admito que me lo estaba pensando, pero ahora veo que tiene su propia vida, con una esposa y un niño que lo necesitan. Estoy segura de que serán más felices sin esta preocupación. —Jen, a veces eres muy rara. Sigo sin entender por qué hiciste lo que hiciste, pero parece que lo llevas muy bien. Su amiga se encogió de hombros. —Yo todavía no diría eso. Pero lo haré, tarde o temprano.
CAPÍTULO 47 Después de comer, cuando Jenny se marchó hacia Dun Laoghaire, Karen decidió pasar una tranquila tarde de lectura. Estaba cómodamente sentada en el sofá, en chándal, leyendo el último libro de John Grisham; tema los pies encima de la mesa y medio paquete de galletas a su lado, cuando sonó el timbre de la puerta. Pensó que sería Jenny, que volvía antes porque el agente no se había presentado, o quizá porque el piso no le había gustado. Karen dejó escapar un suspiro exagerado, esperando que su amiga la oyera y se riese. Pero al abrir la puerta, se llevó la sorpresa de su vida. Allí, de pie en la puerta y con aspecto de sentirse incómoda, estaba Nellie Quinn. —Hola, Karen —dijo la mujer en voz baja, casi con timidez, pensó la joven—. ¿Puedo entrar un momento? —¿Eh? Sí, claro. Karen estaba tan sorprendida de verla, que se olvidó el papel amenazante que representaba normalmente cuando tenía tratos con cualquier miembro de la familia Quinn. Ella y Nellie no habían hablado cara a cara desde hacía un año. Se apartó para dejarla pasar y, en ese mismo instante, deseó no haberlo hecho. Como de costumbre, siempre que un miembro de la familia Quinn aparecía por el piso, éste estaba como si hubiese pasado un huracán. Jenny había dejado un montón de ropa recién lavada de Holly en un brazo del sofá, en la mesa auxiliar había un par de tazas sucias, y el suelo estaba cubierto de juguetes que Jenny había insistido en que recogería ella cuando volviera de Dun Laoghaire. Por primera vez, Nellie no hizo ningún comentario sobre el desorden y Karen pensó que parecía demasiado preocupada como para darse cuenta de que había casi dos centímetros de polvo encima del televisor. —Karen, me gustaría hablar contigo sobre ese asumo del miércoles —empezó Nellie refiriéndose al juicio. En ese instante, ella notó que se le aguzaban los sentidos y se le erizaba el pelo. —Adelante —dijo, adoptando una postura defensiva, con los brazos
cruzados. —¿Te importa que nos sentemos? —preguntó la mujer, mirando con aspecto cansado hacia el sofá. Karen se sentó frente a ella en el sillón, y esperó, aún con los brazos cruzados. —En realidad no sé por dónde empezar —dijo Nellie—. Supongo que sólo quiero pedirte perdón. ¿Perdón? La palabra retumbó por el cerebro de Karen. Era la última cosa que esperaba oír de Nellie Quinn, «perdón». —Siento la manera en que te he tratado desde... bueno, desde que perdimos al pobre Shane. A Karen se le aceleraron los pensamientos, pero al mismo tiempo tema la mente agotada. ¿Qué pretendía Nellie? ¿Se trataba de algún tipo de truco para convencerla? —Verás, Karen, no entendimos... bueno, yo no entendí por lo que estabas pasando. Tú y yo nunca nos habíamos llevado bien, incluso cuando Shane vivía. De alguna manera, siempre te vi como una niña mimada jugando a tener una casa con mi hijo. —Espera, detente un minuto... —empezó ella, pero Nellie la interrumpió con un rápido movimiento de cabeza. —Lo siento, no quería que sonara así. Lo que quiero decir es que por aquel entonces, sólo veía lo que quería ver. Shane era mi hijo pequeño y supongo que debo admitir que era mi favorito. Jack era, y sigue siendo, muy independiente, y Marie, bueno, ya sabes, las chicas son diferentes. — Nellie se quitó las gafas y esbozó una sonrisa que le suavizó los rasgos e hizo desaparecer a la estricta mujer siempre a punto de reprender a alguien —. No es que Shane fuera un niño de mamá —continuó—. Es sólo que me costaba imaginármelo con una esposa y con responsabilidades. Sé que había tenido varias novias, como cualquier chico joven, pero cuando te conoció, supe que las cosas serían diferentes. Eras con quien él quería pasar el resto de su vida y eso, para ser sincera, me rompió el corazón. —Y soltó una pequeña carcajada. Karen no sabía si sentirse insultada o emocionada por ese último comentario. —Karen, sé que te será difícil de entender pero nunca había imaginado a Shane con una chica como tú. No te lo tomes a mal —dijo levantando una mano para pedirle silencio—. Lo que quiero decir es que
siempre imaginé a Shane con una chica tranquila y dócil, temerosa de decir lo que pensaba. Pero tú no eras así. No te importaba decir lo que pensabas y nunca nos engañaste sobre tus sentimientos hacia el matrimonio o el hecho de tener hijos. Lo tenías todo, una buena educación, tu propia carrera profesional y una mente fuerte. Para serte completamente sincera, creo que me sentía amenazada. De hecho, no pasó mucho tiempo antes de que nuestra relación se convirtiera en una lucha entre tú y yo. Siempre eras tú contra nosotros: la familia de Shane. Le di muchas vueltas al asunto y no entendía lo que pasaba; sin embargo, ahora creo que lo sé. No te gustará oír esto, pero me recuerdas a mí cuando era joven. Sin poderse contener, Karen dejó escapar un soplido. —Oh, sé lo que estás pensando —prosiguió la mujer—, pero es así. Ambas somos tan testarudas que podríamos hacer perder los nervios al Dalái Lama. —Rió, y Karen no pudo evitar sonreír—. Y eso no lo podía tolerar. No podía tolerar que alguien fuese mejor que yo, especialmente con Shane. Sé que no soy la única madre que se lleva mal con su nuera, estoy segura de que se han escrito muchos libros sobre el tema. —Nellie hizo una pausa—. Pero cuando murió Shane no te ayudé, Karen, y debería haberlo hecho. Por alguna razón, nunca fui capaz de imaginar que estabas sufriendo tanto como yo, incluso tal vez más, porque perdiste al hombre con el que te ibas a casar, mientras que yo perdí a mi hijo. Nunca pensé que pudieras estar pasándolo tan mal como yo, y me enfadé y disgusté cuando supe que no querías ir al funeral. No era capaz de ponerme en tu lugar, aunque debería haberlo hecho, porque yo sé lo que fue perder a Patrick. — Le brillaban los ojos mientras miraba la habitación sin fijar la vista en nada en particular. »La muerte de Patrick se llevó una parte de mí. ¡Si él estuviera ahora aquí, lo más probable es que dijera que lástima que esa parte no hubiese sido mi lengua venenosa! —Esbozó una ligera sonrisa—. En fin, con el paso del tiempo, tú y yo construimos un muro entre nosotras y, tras la muerte de Shane y con todo el asunto de la casa, el muro se ha ido haciendo más grueso y más fuerte. Karen asintió, se había quedado sin palabras, aún se preguntaba adonde llevaría todo aquello. —Karen, el otro día, mientras tú estabas visitando la tumba de Shane, yo estaba en el cementerio —dijo Nellie lentamente. Vio que una sombra cruzaba la cara de Karen, pero continuó al ver que ésta no decía
nada—. Voy mucho por altí. Es un paseo muy bonito y me resulta relajante; una pausa en el trabajo de la granja, especialmente si Keanu está por allí. Rió al ver la expresión de sorpresa de Karen. —¿Piensas que no sé que es un pequeño malcriado? Y empeora con el tiempo. En fin, una buena amiga mía está enterrada al otro lado del camino, y me dije que le haría una pequeña visita antes de ir a ver a Patrick y a Shane. Estaba a medio rosario cuando te vi aparecer. Sabía que no me habías visto, y me acerqué con intenciones de decirte cuatro cosas por dignarte por fin visitarle; ya sé que no vas mucho. —Pero ¡eso no significa que no me acuerde de él! —soltó Karen, incapaz de permanecer en silencio por más tiempo. —Lo sé, cariño —la tranquilizó Nellie—. Lo descubrí al oírte hablar con él. No era mi intención espiar, pero estoy contenta de haberlo hecho, porque fue entonces cuando abrí los ojos, cuando me di cuenta de que le habías amado tanto, si no más, que cualquiera de nosotros. Nellie volvió a quitarse las gafas y se enjugó delicadamente los ojos con un pañuelo. Karen la miró con una expresión de profunda incredulidad. —¿Cómo podías no saber eso? —le espetó casi gritando—. ¿Cómo podías no saber que estaba sufriendo tanto como el resto de vosotros, y que aún estoy sufriendo? —Chis, déjame terminar, por favor. Karen se apoyó rígidamente en el sofá. —Todo este tiempo, he estado convencida de que estabas luchando por quedarte con la casa tan sólo porque, de alguna manera, querías vengarte de nosotros. Creía que estabas decidida a llegar hasta el final sólo para evitar que nosotros nos acercáramos a ella. Cambié de idea cuando oí lo que decías el otro día, porque entonces me di cuenta de la razón por la cual estás haciendo lo que haces. Estás intentando guardar su recuerdo, ¿no es así, Karen? Tan sólo estás intentando preservar lo único que te queda de él. Nellie se inclinó y cogió una de las manos de Karen entre las suyas. Ésta desvió la vista; le brillaban los ojos por las lágrimas contenidas. —Pero cariño, eso no funcionará... Shane se ha ido. Sólo hay un lugar donde puedas guardar sus recuerdos: un lugar donde estará a salvo, y es en tu corazón. —Le apretó la mano con fuerza—. Al principio de que
Patrick muriese, no dejaba que nadie se acercara a sus cosas. No dejaba que se deshicieran de nada suyo, ya sabes que la gente te fuerza a hacer ese tipo de cosas. Te dicen que es por tu bien, que así será más fácil, pero ¿qué sabrán ellos? ¿Cómo saben que así será más fácil? No saben qué se siente, cómo te sientes cuando algo te ha dejado partida en dos, se ha llevado una mitad de ti y ha hecho que tengas que arreglártelas sola con la otra mitad que te queda. Al morir Shane, dejé que te las arreglaras sola. Debería haberte ayudado. Y debería haber entendido lo que estabas pasando, porque yo también lo pasé. Karen seguía sentada en el sofá, sin decir nada; le temblaba todo el cuerpo mientras intentaba contener los sollozos. Cuando no pudo reprimir más el llanto, Nellie se le acercó y la abrazó, y ambas estuvieron llorando juntas mucho rato, finalmente compartiendo el dolor que sentían. —Lo siento —dijo Karen—. Yo también he hecho algo parecido. Para serte sincera, cuando murió Shane, no me importaron tus sentimientos. Estaba demasiado concentrada en mí misma, decidida a mantenerte alejada de la casa. Nellie hizo un gesto con la mano para restarle importancia. —Vaya par; a cuál peor. Llegados a este punto, no hay razón para lamentarse. Lo hecho, hecho está; ambas cometimos errores estúpidos. Se quedaron en silencio hasta que, al cabo de un rato, Nellie sonrió y le dio un golpecito en la mano. —Prepara una taza de té, así podremos hablar sobre el asunto de la casa y ver si somos capaces de solucionarlo entre nosotras. Karen se levantó e hizo lo que le había pedido. Entonces, mientras se dirigía hacia la cocina, oyó que Nellie soltaba uno de sus típicos comentarios: —¿Vas a limpiar todo esto —preguntó—, o me lo vas a dejar a mí, como siempre? Se volvió con rabia, pero entonces dejó escapar un suspiro de alivio al ver que la mujer le guiñaba un ojo y sonreía.
CAPÍTULO 48 Jenny miraba con desesperación el mapa de Dublín mientras intentaba no escuchar el la-la-la de Holly, que seguía una canción de los Steps que sonaba en la radio. Holly era una gran fan de ellos y, por lo que parecía, pensó Jenny, tenía serias aspiraciones de llegar a ser una estrella del pop cuando fuera mayor. —King's Green, King's Lawn, ¿dónde mierda está King's Terrace? —preguntó en voz alta, con impaciencia. En ese mismo instante, se llevó la mano a la boca. Menuda madre. Se iba a dar de bofetadas si la siguiente palabra de Holly era «mierda». Al final encontró la calle que buscaba, que por lo que Jenny vio en el mapa estaba más cerca de Seapoint que de Dun Laoghaire. Allí era donde tenía que encontrarse con el agente inmobiliario para visitar el apartamento de dos habitaciones que, posiblemente, acabaría siendo su nueva casa. Condujo por entre las estrechas callejuelas, giró a la izquierda como indicaba el mapa y, pocos minutos después, vio un bloque de tres pisos. El escondido cartel verde y blanco que había colgado de la pared de ladrillos, le confirmó a Jenny que, en efecto, había llegado a King's Terrace. Miró el reloj. Eran las tres menos veinte, diez minutos tarde, y al agente inmobiliario no se lo veía por ningún lado. —¡Genial! —exclamó para nadie en particular. Holly rió con alegría desde el asiento de atrás—. Oh, debes de pensar que esto es divertido, bichito, pero si mami no encuentra pronto un lugar donde podamos vivir, quizá tengamos que dar todos tus juguetes a las monjas de San Vicente de Paúl. Entonces, Holly se quedó en silencio, y Jenny empezó a buscar en el bolso el teléfono del agente inmobiliario. Estaba segura de que había metido el número en el billetero. ¿O tal vez lo había puesto en la guantera, por si acaso? —¡Pa-pá! ¡Pa-pá! —gritó Holly moviendo los brazos arriba y abajo —. ¡Pa-pá! —Papá no está aquí, cariño —contestó ella distraída, mientras continuaba su búsqueda. Frustrada, se desabrochó el cinturón, para así tener más libertad de movimiento y poder buscar bajo el asiento del
acompañante. Al oír unos golpes en la ventana de su lado, Jenny pegó un salto, dándose un golpe contra el techo del coche. —¡Dios mío! —dijo al ver quién estaba allí. Bajó la ventana. —No, no soy Dios —le contradijo Mike—. Siento decepcionarte. —Desvió la mirada hacia el asiento de atrás—. Hola, pequeña, ¿cómo es que estás hoy tan guapa? El pensamiento de Jenny se aceleró como si fuese en un coche de Fórmula Uno. ¿Qué estaba haciendo Mike allí? ¿Cómo sabía que iban a ir? ¿Qué quería? Entonces le sobrevino el pánico al pensar que quizá estaba allí para arrebatarle a Holly. —Vaya coincidencia —comentó Jenny intentando permanecer tranquila— ¿Tienes a algún cliente por esta zona? Era improbable, pero algunos de los clientes de Mike teman las oficinas escondidas en barrios mucho peores que aquél. —No, he venido para veros a las dos —dijo, apoyando un brazo en el techo del coche—. Creo que tenemos que hablar. —Oh. A Jenny no se le ocurría nada que decir una vez Mike hubo abierto la puerta del acompañante y se hubo sentado a su lado. Él se dio la vuelta de nuevo y cogió la mano de Holly. Asustada por el interés que mostraba por la niña, Jenny preguntó: —¿Qué es lo que quieres? Mike respiró profundamente. —¿Podemos ir a algún otro sitio? No quiero hablar aquí. Quizá pudiésemos dar un paseo por el muelle. ¿Has traído el cochecito? Eso era, pensó Jenny. ¡Iba a convencerla de ir al puerto y luego saldría corriendo con el cochecito y cogería el primer ferry para Inglaterra! —No lo he traído —mintió. —¿Qué te pasa, Jenny, no confías en mí? —preguntó con una sonrisa amenazadora. Jenny se sintió muy asustada. Pero luego, Mike cambió de expresión y se echó a reír. —Lo siento —se disculpó—, pero tu rostro te delata. Resulta muy fácil ver lo que está pasando por esa cabecita tuya de imaginación desbordada. Has pensado que me iba a escapar con Holly, ¿verdad? —No, no es eso —negó ella, aunque la delataban sus mejillas ruborizadas—. Sólo intento averiguar qué estás haciendo aquí, eso es todo.
Tienes que admitir, Mike, que es un poco raro que nos encontremos en este sitio, de esta manera. —No tiene nada de raro. Yo lo preparé todo. —¿Qué? —Lo preparé. El agente inmobiliario tema que cancelar la cita de hoy y, al parecer, había perdido tu número de teléfono, pero te recordaba de cuando compramos la casa. Tema mi número de móvil en los archivos, así que me llamó a mí y yo le dije que te daría el mensaje. De modo que aquí estoy. —¿Has hecho todo este camino un viernes por la tarde para darme el mensaje cara a cara? ¿Por qué no me llamaste a casa de Karen? —Porque quería verte —contestó con seriedad—. Tenemos que hablar. Pensé que ésta sería la oportunidad perfecta. Jenny no dijo nada. —Mira, vamos a dar un paseo con Holly por algún sitio, si no por el muelle, por algún lugar más tranquilo. ¿Qué dices? Asintió, preguntándose qué iba a pasar. Se alejó del desvencijado edificio de King's Terrace y condujo unos minutos hasta llegar al parque The People, que no quedaba lejos del centro de Dun Laoghaire. Con Holly bien sujeta en el cochecito y Jenny llevándolo, los tres caminaron tranquilamente por el parque. —Cuando me contaste lo de Roan, no entendí nada —empezó Mike —. No entendí por qué me habías mentido por tanto tiempo y luego, de repente, habías destruido todo lo que habíamos construido explicándome la verdad. Durante las últimas semanas, no sé cuántas veces he rememorado esa conversación. —Se detuvo por un momento—. Pero hubo una cosa que dijiste que se me quedó clavada en la mente: «Te amo demasiado como para seguirte mintiendo». En ese momento, Jen, eso no significaba nada para mí. Quiero decir, ¿cómo podías decir que me querías y luego destrozar todo lo que yo amaba? —Tuve que hacerlo —dijo ella—. La culpa me había estado torturando y consumiendo demasiado tiempo, y no podía seguir viviendo de esa manera. Debería habértelo contado al principio, lo sé, pero la cosa se alargaba y alargaba, y además, ni siquiera estaba segura de que Roan fuera el padre y... —No cabe duda de que lo es —la interrumpió él deteniéndose para mirarla—. Debería haberme dado cuenta, y debería haberte dicho una cosa
hace mucho tiempo. A Jenny se le abrieron los ojos. —¿Qué? ¿Qué deberías haberme dicho? ¿De qué estás hablando, Mike? Él se sentó con aire abatido en un banco que quedaba cerca, mientras Jenny prefería quedarse de pie a su lado. —Podría haberte ahorrado todas esas preocupaciones, toda la culpa y confusión si hubiera sido honesto contigo desde el principio —dijo. —¿Qué quieres decir? —insistió ella, nerviosa. Mike suspiró. —Cuando descubrimos que estabas embarazada y yo empecé a saltar de alegría como un toro desbocado, ¿recuerdas que me preguntaste por qué estaba tan feliz cuando con Rebecca nunca había querido tener hijos? Jenny asintió. El bajó la cabeza. —No fue así. No es que yo no quisiera tenerlos, Jenny. La verdad es que no podía. Ella se quedó boquiabierta por la sorpresa. —No podía... no puedo tener hijos —continuó Mike en voz baja—. Es verdad que quería esperar hasta que InTech funcionara y, de hecho, Rebecca estuvo de acuerdo en aguardar hasta que yo creyera que era el momento oportuno. Finalmente, decidimos intentarlo. Eso duró más de un año y medio, y al final fuimos a que nos hicieran pruebas. Los médicos pronto descubrieron que tenía una cantidad muy reducida de esperma y que los espermatozoides tenían poca fuerza. Me dijeron que las posibilidades de tener un hijo eran muy pocas, incluso con fecundación in vitro. Aun así, intentamos esto último, pero no hubo suerte. —Se detuvo un momento, y luego continuó con voz ronca—: Al principio, Rebecca se lo tomó bien. Me apoyaba con mi «problema» y decidimos hacer todo lo posible, intentar lo que fuera para que se quedara embarazada. Pero al final, la presión pudo con los dos. Ella empezó a culparme por haber querido esperar. Creía que, de no haberlo hecho, ella habría sido más joven y las posibilidades habrían sido más altas. Finalmente, su amargura y mi sentimiento de culpa acabaron por separarnos. Jenny escuchaba en silencio, las lágrimas le resbalaban quedamente
por las mejillas. —Si te lo hubiera contado al principio, cuando nos comprometimos, si hubiera sido honesto contigo, entonces tú no tendrías que haber mentido, y cuando te quedaste embarazada la verdad habría sido obvia para todos. Pero me entusiasmé demasiado al oír lo de tu embarazo. Pensé que, por algún milagro, o rareza de la naturaleza, había podido hacer aquello de lo que los médicos no me creían capaz. —Oh, Mike... —Lo siento —dijo él—. Siento no habértelo contado. Merecías saberlo tanto como yo merecía saber la verdad sobre Holly. Rebecca insistió mucho en que fuera sincero contigo desde el principio de la relación. ¿Recuerdas que tuvo una reacción extraña al saber que estabas embarazada? Fue porque sabía que las posibilidades de que yo fuera el padre eran muy remotas. Estaba informada sobre estas cosas, conocía los porcentajes y sabía de sobra lo que nos habían dicho los médicos. De inmediato se dio cuenta de que había algo raro. Pero yo creí de forma ingenua que era una especie de milagro. —Entonces, ¿Rebecca siempre supo que no eras el padre de HoUy? Ahora adquiría sentido lo que Rebecca le había comentado la otra noche al teléfono. «No te estoy juzgando. Probablemente, yo en tu lugar habría hecho lo mismo...» Jenny sintió que todo le daba vueltas, como si el suelo se levantara. Rebecca siempre lo había sabido. —Quería hablar contigo para preguntarte si tenías algún ligue, pero yo no dejé que lo hiciera. Estaba furioso con ella por creer que estabas haciendo algo malo, me negaba a pensar que pudieras haber hecho algo así. Por lo que a mí respecta, yo era el señor Superesperma que desafiaba las estadísticas, ¡un milagro médico! —Esbozó una sonrisa torcida y miró hacia el mar. Jenny miró a Holly, la cabeza le iba a mil por hora. Intentó comprender qué sentía, si rabia, dolor, decepción, o qué. Pero sabía que no era nada de eso. Ambos permanecieron en silencio durante lo que pareció una eternidad. Entonces, Mike se atrevió a cogerle la mano. Holly balbuceó y él la miró con ternura. —No le hemos dado un buen comienzo, ¿no crees? —dijo él con delicadeza—. Los cimientos de nuestra relación estaban llenos de
mentiras. —Eso no es verdad —replicó ella negando con la cabeza—. Nos queríamos, ¿no es así? Cometí un error estúpido y el destino me dio la espalda de forma cruel. Tú querías creer tanto en algo que tenías miedo de afrontar la verdad. No hay nada malo en eso, Mike. —Sí, sí lo hay —la contradijo él con firmeza—. Nunca debería haberte pedido que te casaras conmigo sin explicártelo. Ese fue mi primer error. Dios sabe que en mi interior algo me decía que una cosa así podría acabar con el matrimonio antes de que empezara. —Creíste estar haciendo lo correcto, supongo. —Y entiendo que también tú creíste estar haciéndolo. Ella asintió, y se volvieron a quedar en silencio. —¿Qué vamos a hacer? —preguntó Jenny al cabo de un rato. El suspiró. —Entiendo que no se lo has contado a Roan. Jenny negó con la cabeza. —No lo he visto raro en el trabajo. Por otro lado, sigue impaciente por conocerte, así que es obvio que no tiene ni idea de quién eres. Para serte sincero, no le dije que ya te conocía. —Muy a su pesar, Mike esbozó una pequeña sonrisa. Ella se encogió de hombros. —No tendría sentido que se lo dijera. Por lo que sé, ahora tiene su propia vida. —Ah, ¿sabes lo de Kelly? —Me lo contó Karen. ¿La has conocido? Asintió. —Parece una buena chica, aunque, bueno, un poco sargento. De hecho, me da un poco de pena por él. —No me digas —sonrió Jenny. Mike empezó a acariciarle la mano. —Mira, Jen, no sé cómo te has tomado lo que te he dicho hoy, tampoco te pido que decidas ahora mismo pero... Ella se puso seria. —Mike, Holly necesita gente a su alrededor en quien pueda confiar. —Sí. —Miró a lo lejos con aire melancólico. —Gente con la que pueda contar para lo que sea. —Claro —convino él soltándole la mano y bajando la cabeza. —Supongo... —dijo Jenny con un destello en los ojos—. Supongo que siempre podríamos subastarla en Internet y ver si así lográbamos encontrar para ella ese tipo de gente.
Mike abrió los ojos por un segundo, y luego esbozó una amplia sonrisa. —Por Dios, Jen, por un momento me has asustado. —¿Estás loco? No quería asustarte. —Ven aquí. —¿Adonde? —Aquí. Mike la abrazó por la cintura y la acercó hacia él. —Vale —dijo ella, y se inclinó hacia adelante esperando un beso. —¡Vale! —repitió Holly. Sorprendidos, ambos la miraron. La pequeña sonreía con alegría, y palmoteaba contenta.
{1}
Cadena de supermecados. (N. de la t.)
En Australia, macizo montañoso considerado una de las maravillas del mundo. (N. de la t.) {2}
Dublin Area Transit. Tren de cercanías que une Dublín con las afueras. (N. de la t.) {3}
Uno de los caballeros de la Mesa Redonda en la corte del Rey Arturo. (N. de la t.) {4}
{5}
Cadena de restaurantes . (N. de la t.)
{6}
Centro comercial de Dublín. (N. de la t.)
{7}
Personaje televisivo, conocido por sus poderes psíquicos. (N. de la t.)
Industrial Development Agency. Agencia de inversiones irlandesas. (N. de la t) {8}
{9}
Tipo de whisky aromatizado con especias. (N. dela t.)
{10}
Club de fútbol irlandés. (N. de la t.)
{11}
En inglés, blue, “azul”, significa también “tristeza, triste”. (N. de la t.)
{12}
Actor, comediante y presentador irlandés. (N. de la t.)
{13}
Presentador de un programa que se emite por las mañanas. (N. de la t.)
Jugador de fútbol inglés. Actualmente es el manager del Newcastle United. (N. de la t.) {14}
{15}
Cadena de centros comerciales. (N. de la t.)
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