Medardo Angel Silva

July 12, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Contenidos Artículos Medardo Ángel Silva

1

Primeros poemas

2 3

Serenata (Silva)

4

Las florestas de oro

5

Espera

6

Horas confidenciales

7

Cuando se es aún joven

9

Con ese traje azul

9

Fragmentos (Silva)

10

Rondel

11

Canción de los quince años

11

A flor de labios

12 13

Oración de Nochebuena

14

Poesías escogidas

15

Epístola (Medardo Ángel Silva)

16

La máscara irónica

17

La profesión literaria

17

A los poetas de mi tierra

18

Hacia la luz lejana

20

Aniversario (Silva)

21

Canción de tedio Danse d'Anitra

23 25

El alma en los labios

25

El encuentro

26

El precepto

27

La fuente triste

28

La extraña visita

30

Lamentación del melancólico

31

Lo tardío

32

Se va con algo mío

33

Soneto (Silva, 2)

33

Ernesto Noboa y Caamaño

34

 

Arturo Borja

35

La flauta de ónix

36

A Misteria

37

Dos viajes

38

Era un sueño

38

Idilio estival

39

(Lola, para que cante yo todos tus tesoros...)

40

Soñación

41

El árbol del bien y del mal

41

La investidura

43

Al Angelus

47

Crepúsculo de Asia

48

Hora santa

49

La respuesta

50

Junto al mar

51

Vesper marino

52

La muerte perfumada Intermezzo

53 54

Preces de la tarde

55

Estancias: I

56

Estancias: II

56

Feuille d'album

57

Estancias: IV

57

Estancias: V

58

En provincia

58

Estancias: VII

59

Estancias: VIII Estancias: IX

59 60

Sueño en el jardín

60

Estancias: XI

61

Estancias: XII

61

Estancias: XIII

62

Velada del sábado

63

Estancias: XV

63

Estancias: XVI

64

Estancias: XVII

64

Estancias: XVIII

65

Estancias: XIX

65

 

Estancias: XX

66

Estancias: XXI

66

Estancias: XXII

67

Detalle nocturno

67

Estancias: XXIV

68

Estancias: XXV

68

Estancias: XXVI

69

Estancias: XXVII

69

Estancias: XXVIII

70

Estancias: XXIX

70

Estancias: XXX

71

Estancias: XXXI

71

Estancias: XXXII

72

Estancias: XXXIII

72

Convalecencia

73

Estancias: XXXV

73

El templo Tapiz

74 75

Votos

76

Velada

77

Sin razón

78

Citeres

79

Pretérita

80

Hoja de álbum

81

Romanza de los ojos

82

Voces en la sombra

82

Amada Philosophia

83 84

Estampas románticas: I

85

Estampas románticas: II

85

Estampas románticas: III

86

Estampas románticas: IV

87

Estampas románticas: V

87

Estampas románticas: VI

88

Divagaciones sentimentales: I

89

Divagaciones sentimentales: II

89

Divagaciones sentimentales: III

90

Divagaciones sentimentales: IV

91

 

Divagaciones sentimentales: V

91

Otras estampas románticas: I

92

Otras estampas románticas: II

92

Otras estampas románticas: III

93

Otras estampas románticas: IV

93

Balada del infante loco

94

Balada de la melancolía otoñal

95

Reminiscencia griega

96

Reminiscencia siglo XVIII

97

Envío (Silva)

98

Amanecer cordial

98

Danza oriental

99

Revelación (Silva)

100

Un cuento

101

La primera estrella

102

Amanecer

103

La libertadora Fiesta cromática en el mar

103 104

La emperatriz

106

Aparición (Silva)

107

El tesoro

108

Las hadas (Silva)

108

Ofrenda a la Muerte

109

El cazador

110

Las alas rotas

111

De Profundis Clamavi

111

Inter Umbra Poema de la carne

112 113

Soneto de otoño

114

El viajero y la sombra

115

El alba de Jesús

116

La noche (Silva)

116

Fin

117

Referencias Fuentes y contribuyentes del artículo

118

Fuentes de imagen, Licencias y contribuyentes

121

 

Licencias de artículos Licencia

122

 

Medardo Ángel Silva

1

Medardo Ángel Silva Ficha de: Medardo Ángel Silva Medardo Ángel Silva (8 de junio de 1898 - 10 de  junio de 1919) Poeta ecuatoriano.

Véase también... Sus obras literarias

Biografía

Citas

Índice de autores Todas las obras originales de Medardo Ángel Silva se encuentran en dominio público , pues sus derechos de autor han expirado. Esto  Esto es aplicable en los Estados Unidos y en los demás países donde el derecho de autor se extiende hasta 70 años tras la muerte del autor. Las traducciones de sus obras pueden no estar en dominio público.  Recuerda que algunos países tienen términos de

copyright mayores a 70 años. Por favor, consulta las leyes de derechos de autor de tu país antes de hacer uso de este material.

Obras Versos • • • •

Pri Prime meros ros poe poema mass (1914 (1914-1 -191 915) 5) El árbo árboll del del bien bien y del del mal mal (1918 (1918)) Tr Trom ompe peta tass de de ooro ro ( Poesías  Poesías) Po Poesí esías as esc escog ogid idas as (19 (1926 26))

Prosas • Marí Maríaa Jesú Jesúss ( Novela  Novela, 1919) • La másc máscar araa iiró róni nica ca ( Ensayos  Ensayos)

 

Medardo Ángel Silva

2

Poesías sueltas Ordenadas alfabéticamente. Se indica en cursiva el primer verso.

• • • • •

Aniv Aniver ersa sari rioo (¡Hoy cumpliré veinte años: amargura sin nombre ) Ca Canc nció iónn de de tedi tedioo (¡Oh, vida inútil, vida triste) Dans Dansee dd''Anit Anitra ra (Va ligera, va pálida, va fina) El alm almaa eenn llos os lab labio ioss (Cuando de nuestro amor la llama apasionada) El enc ncue uent ntro ro ( Nos  Nos volvemos a ver, amada amada de otros días)

• • • • • • • • •

El precepto ( Deja  Deja la plaza pública al fariseo, deja) Epístola ( Hermano,  Hermano, que a la diestra del padre padre Verlaine moras) La fu fuen ente te tris triste te ( Al  Al par te implora y te mima) La ex extr trañ añaa vis visit itaa ( Por  Por la noche la Muerte las alcobas alcobas visita) Lament Lamentaci ación ón del melanc melancóli ólico co ( No  No alegra la sabiduría) Lo tardío ( Madre:  Madre: la vida triste y enferma que me has dado) Or Orac ació iónn de de Noc Noche hebu buen enaa ( Infante-Dios:  Infante-Dios: el pálido bardo meditabundo) Se va co conn aalg lgoo mío mío (Se va con algo mío la tarde que se aleja ) Soneto ( Llamé  Llamé a tu corazón  y no me has respondido ) …



Primeros poemas Primeros poemas de

Medardo Ángel Silva Índice Añoranzas Serenata Las florestas de oro Espera Horas confidenciales Cuando se es aún joven Con ese traje azul Fragmentos Rondel Canción de los quince años A flor de labios (1914-1915)

 

3

Y fue en Versailles, en la dorada fiesta  —¡oh eglógica pastora deliciosa! —  —

que te ofrendé mi amor en una rosa, al arrullo sonoro de la orquesta. El alma al sueño de la dicha, presta, abrevió su existencia dolorosa al pronunciar tus labios la amorosa confesión pasional, en la floresta... Todo volvióse para mí risueña: la luz, el lago, el parque y las canciones de la fontana que arrulló mi ensueño. Y cabe los perfumes de las frondas, renacieron mis blancas ilusiones bajo la seda de tus crenchas blondas.  Regresar a Primeros poemas

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Serenata (Silva)

Serenata (Silva) Es el bardo que dijo en romance galano la legendaria historia del paladín audaz que a las moriscas gentes abatió con su mano que fue timbre y orgullo del valor castellano, que de vencer a un mundo, se dijera capaz. El que al pie de la reja de tu ventana gótica. entona la vibrante, y amorosa canción, que en su pecho ha nacido, como una flor erótica como una roja rosa, perfumada y exótica, para que tú la pongas, en tu ducal blasón. ¡On blonda Castellana!... ¡Mi Castellana blonda! estrella de mis noches de pena y aflicción, por quien el bardo amante, bajo la ojiva ronda, sufriendo una incurable herida, roja y honda, que tus ojos le hicieron en pleno corazón... ¡On blonda Castellana, que en los torneos galantes aclamaron la Reina de Belleza sin par, los bravos fijosdalgos, los de los tiempos de antes, los de la espada al cinto, los del porte elegante, que por una sonrisa se dejaban matar. Reina y Señora mía, por quien mil trovadores entonan sus rondeles, bajo del ventanal; Reina, por tu belleza, de las fragantes flores que para Ti, despiden embriagantes olores, perfumando la estancia de tu mansión feudal; por Ti, canta la fuente del parque cristalina su canción, melodiosa serenata de amor, y el ramaje verdoso entreteje una fina labor, y así proteje tu frente alabastrina para que no la hiera de Febo el resplandor. Por ti, los paladines a tu beldad rendidos, hacen lujo en la liza, de valor sin igual, que ante tus pies, se postran: vencedor y vencido, pues Tú, sola eres Reina, pues por Ti ha perdido su corazón y su alma, toda la Corte Real. Por tu blancura, celos padece el Marqués Lirio, y diamantes y perlas se han negado a brillar

4

 

Serenata (Silva)

5

en nuestro pecho, porque, han sufrido el martirio de ver, que ante tus ojos, eran cual blanco cirio, que quisiese a dos soles, con su brillo igualar. Y yo, bardo de raza, de los viejos troveros que a la luz de la luna, cantaban su canción, y que por su Señora, cruzaban los aceros, y en la caza, servíanles de fieles halconeros recibiendo por pago, de ellas el corazón; Os doy el alma entera, ¡Mi Reina, mi Señora! os doy mi alma entera, mi alma de Trovador, pobre alma vagabunda, que serlo a Vos adora... pero, si la rehusares, matadme mi Señora, matadme con tus ojos:quiero morir de amor!  Regresar a Primeros poemas

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Las florestas de oro La Ninfa Contemplaron los silfos su escultura tras el sedoso vuelo del ramaje, en la quietud solemne del paisaje de rara, mitológica hermosura. En su concha de plata, en la espesura escanció el dulce néctar del salvaje manantial, y dormida en el boscaje Selene la encontró radiante y pura... A las luces miríficas del astro un erótico ensueño parecía en su blancura tersa de alabastro; y ceñida la frente con los lauros de Diana, huyó por la floresta umbría en la grupa de helénicos centauros!  Regresar a Primeros poemas

 

Las florestas de oro

6

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Espera I Bajo el oro del sol, sedeña y pura vendrás para curar mis hondos males, trayendo en mil redomas, orientales bálsamos de consuelo y de ventura. Ungirás mi dolor con tu hermosura, y con tus dedos finos y liliales; derramarás en mí los manantiales que guardas, de Piedad y de Dulzura Al arrumbar feliz a mi ribera, Tú serás en mis campos, Primavera, y flor y aroma en mi jardín desierto. Y en una noche tibia y perfumada rodará por la alfombra empurpurada, el negro monstruo de mis penas, muerto. II En vano te he esperado, cada Aurora, mudos los labios, triste el pensamiento, me sorprendió mirando el pulimiento de los senderos blancos, ¡Mi Señora!... En vano te he esperado, hora tras hora; me falta ya el valor... y hasta el aliento, y cada vez más desgarrante siento el puñal del dolor que me devora... ... Ya nunca has de venir?... Nunca en tus labios que son de todas las caricias sabios, apagaré mi sed de peregrino?... ¡Oh, voz nefasta que mi ensueño trunca! sólo el eco repite, en el camino inmensamente triste: Nunca!... Nunca!...  Regresar a Primeros poemas

 

Espera

7

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Horas confidenciales "...Cuando en alta noche tranquila, sobre las teclas tu mano blanca." (?)

La Luna -osa de platadeshoja ya, su tesoro sobre los frondajes de oro del jardín azur y plata; la fuente, su serenata, abandona a los Cefiros; y los profundos zafiros que enjoyan tu banca mano, tiemblan, en lo albo del piano, del que arrancas mil suspiros...! Cual respondiendo a la queja de Wagner, nocturno viento, con melancólico acento, en los sauzales se queja; mi Pesimismo se aleja al compás de tus arpegios; y brillantes florilegios de ritmos pueblan las frondas que visten lunares blondas de plata y encajes regios...! El suave lied Wagneriano evoca dulces visiones, Walkyrias y sugestiones de un cerebro wagneriano; y al arrullo de tu piano desfilan en el jardín, sobre el Lago, Lohengrin, y, por el fino arenal -aúreo, cual oro de Rhincustodias del Saint Greal...! Tu faz luce, purpurina, tal turbación deliciosa,

 

Horas confidenciales

8

que hace florezca la rosa de tu rubor, purpurinas; muebe sus pétalos, fina, la ardiente for de tu boca tu manecita equívoca con facilidad bien cruel; y las notas de papel te danzan pavana loca... Sobre el teclado Glacial tu aturdida mano rueda, cual mariposa de seda sobre un frondaje gracial; y en la atmósfera nupcial de la alba noche aromática, grave, serena, hierática, tu noble belleza copio, como en vagos sueños de opio brillantes de pompa asiática...! Dulce hermana de las Hadas! al conjuro de tu acento, lejos viaja el pensamiento por País de Sueños y Hadas; y en las frondas encantadas del jardín de las Estrellas, ha de cortar las más bellas, ante el asombro del Astro, para decorar con ellas tu garganta de Alabastro.  Regresar a Primeros poemas

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Cuando se es aún joven

9

Cuando se es aún joven Cuando se es aún joven y se ha sufrido tanto que lloran nuestras almas vejeces prematuras, tienen los tristes ojos humedades de llanto y hay en los corazones, fríos de sepulturas... Cuando en los horizontes oscuros de la Vida surge la interrogante sombra de la Quimera, y se abre la sangrienta rosa de alguna herida y se llora en silencio la muerta Primavera; entonces ¡ay!, entonces, nuestra alma pecadora solloza en la tristeza de los jardines rojos; ¡oh, Señor Jesucristo, que tenga en la última hora una mano piadosa que me cierre los ojos!...  Regresar a Primeros poemas

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Con ese traje azul Con ese traje azul de seda clara constelada de pájaros de nieve, tiene la gracia de tu cuerpo leve, fragilidad de nube... Por la rara palidez ambarina de tu cara la luna todas sus blancuras llueve. Tal es de dulce tu mirada aleve que inmola, sin sentirlo, sobre su ara... Tu traje a las rodillas, tu peluca languideciente en la rosada nuca, llenan de primavera los jardines. Y el paso de querub con que resbalas hace pensar que te salieron alas para asombrar a todos los jazmines.  Regresar a Primeros poemas

 

Con ese traje azul

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Fragmentos (Silva) Pero hasta que se apaguen las húmedas pupilas de este loco muchacho que te dice sus versos, rimarán en tu gloria sus más dulces canciones los líricos bulbules que cantan en mi huerto! Quizás nunca regreses, o cuando tú retornes, mi corazón, inmóvil, duerma su último sueño, el que velan los sauces, como madres llorosas, y las lunas doradas sobre los cementerios... Las estrellas se miran sobre el lago dormido cual pálidos nenúfares en las azules aguas; de una nocturna paz mi corazón se llena de recuerdos floridos y visiones románticas... De sueños imposibles y todas esas cosas que llevan los poetas en el fondo del alma y que surgen de pronto con aquellos perfumes de las rosas difuntas y las novias lejanas!  Regresar a Primeros poemas

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Rondel

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Rondel Bailas: grácil y fino, sobre la alfombra, tu cuerpo adolescente rápido rueda; y el alma siente anhelos de ser tu sombra para morir besando tu pie de seda. Lo rojo de tu veste la muerte incita y el beso que en tus labios suspenso queda roba el aire oloroso que fresco agita tu cabello ondulante de nardo y seda... Mi espíritu doliente sigue los trazos de tu planta que un albo lirio remeda tus mejillas enciende sus rojos rasos y el corazón quisiera ser mil pedazos para que lo triture tu pie de seda!  Regresar a Primeros poemas

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Canción de los quince años Son los quince abriles como quince rosas con rocíos claros de maga alegría. Corazón que tiene, cual las mariposas alas de azul y oro de la fantasía! Cada frase tiene la gracia de un verso; olor a jazmines el cabello efluvia, y compendían ese fragmento universo las flores, el ave, la muñeca rubia... Son los quince abriles como quince rosas divinas, robadas a un albo bouquet; tener un anhelo de imposibles cosas y ruborizarse sin saber por qué...  Regresar a Primeros poemas

 

Canción de los quince años

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A flor de labios Mi musa: toda ingenua, por ser joven, se yergue melodiosa sobre un plinto. Gusta de los jazmines que la arroben y de los novilunios de jacintos. Tiene los cisnes del Ensueño, bienes azules de los cielos y las nubes; un jardín otoñal para Jiménez, y para Nervo un coro de querubes. Y ama el éxtasis: palabras y martirios, las letanías, el celeste coro; tiene para María blancos lirios, y para Pedro, las trompetas de oro!  Regresar a Primeros poemas

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13

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Ni siquiera lo conocí. Pero que leerlo es música oírlo, y de en su persuasiva, penetrante, son de confidencia nos retiene, más atentos al donde un alma a la lasvoz, estrofas. Mientras su cantoun aéreo tiembla en el silencio, el peso verdadero de sus palabras desciende en nosotros como en secreto, a los recónditos pozos del alma, donde se ocultan las últimas lágrimas, esas que nunca brotan ojos afuera y que ninguna felicidad agotaría jamás. Su precoz sentido de la vida, su triste presciencia del amor, de que su poesía está embebida toda, tal dejo tienen de esa amargura anterior y superior a todas nuestras vicisitudes, que alguna gota caída como al azar en un verso basta para dejarnos impregnados de pensativa melancolía. ¿Es otro el toque infalible de la poesía? Nunca lo vi. Pero de entre los poetas de mi tierra, que por entonces alzaban el orgullo de sus veinte años como un racimo de embriagueces a ellos solos reservadas, sólo en él se reconocía el signo del predestinado. Marcado estaba para un sino de gloria y duelo. Tris les Saturniens doivent souffrir et tels mourir...

como en el poema verleniano. ¡La muerte! Ya la veréis cómo pasa y repasa, cómo revuela leda y se posa, familiar y meditabunda, en esos sus poemas fúnebres que parecen estremecerse al soplo del misterio con un murmullo de frondas nocturnas. Ya la oiréis cómo canta y llora, en ciertos versos tan cargados de desesperanza agorera, que se doblegan como negras ramas agobiadas de frutos letales. ¡La muerte! Fue su única novia en el alma. De su boca cinérea, el poeta niño esperaba el inasible beso con un cansancio de siglos. Ella le tentaba y se le esquivaba, con doble y alterna promesa. Hasta que él  —¡a los veintiún años! —  — adelantose a la cita. Con su propia mano se cortó la vida como una vid marchita, y la ofrendó aun triste amor, o quién sabe a qué poder oscuro de la tierra o del ideal. Otro poeta, compatriota suyo, su hermano en angustia y en sueños, que le precedió, lo llamaba sin duda de los adentros, como un guía dedálico. El ejemplo de Arturito Borja, que una clara mañana allá en Quito, también se segó a sí mismo en la misma flor de su lozanía, ejerció indiscutiblemente un atractivo y aun a los demás, la ilusión de una suficiente sinceridad. Agitábalos líricamente un caos de aspiraciones estético-voluptuosas. Mas un solo anhelo brotaba en ellos como de fuente inexhausta: ¡salir del cerco de montañas, salir de ese rincón del mundo al mundo del arte, de la pasión y la aventura literarias! Recitaban por todas partes como una antífona un nostálgico soneto del poeta más puro y mejor de entre ellos, del doliente, fino y tan querido Ernesto Noboa Caamaño, el soneto de la partida sin rumbo cierto, del desorbitado afán. —  — La literatura más exclusiva, la modernísima poesía, la sombría magia de la morfina, eran para ellos modo de expatriarse, de perder contacto con los demás y con la realidad, de segregarse del medio tenido por irremisiblemente inferior y bárbaro, y de barbarie sin prestigio alguno, pues la ya inventariada o inventada por literatura civilizadas érales más de su agrado que las obras maestras de la cultura clásica, por lo demás ignoradas o preteridas con juvenil desenfado. A la verdadm en todas las ciudades de Hispanoamérica, la misma

 

Oración de Nochebuena

Oración de Nochebuena Infante-Dios: el pálido bardo meditabundo canta el advenimiento del divino tesoro, y, ante quien da su vida al corazón del mundo, ofrenda su plegaria -su mirra, incienso y oro-. No por el que celebra la gloria de tu pascua entre rubios hervores de cálido champaña, ni por el alma frívola, ni por la boca de ascua en que el sofisma teje sutil hebra de araña... Por los huérfanos niños, los de padres ignotos, que esperan el presente real en la ventana, y sólo nieve encuentran en sus zapatos rotos, a la rosada luz de la nueva mañana; por esas pobres vírgenes que consume la anemia, víctimas inocentes de paternales vicios; y por los melenudos hijos de la Bohemia en quienes ha ejercido Saturno maleficios; por la novia que espera y espera eternamente, la cimera de Orlando, el plumón de Amadís o la voz de Romeo, hasta que un día siente que un fúnebre enlutado la lleva dulcemente, en su barquilla de ébano, a un remoto país; Por los meditabundos hijos de la Sophia, los hermanos de Fausto, que huyendo del contacto mundanal, se lanzaron a la tiniebla fría del Ser y del No-Ser, y sin luz y sin guía perdiéronse en la noche suprema de lo Abstracto; y por los vagabundos y por los atorrantes que jamás conocieron la familiar dulzura, por esos ignorados y tristes comediantes de la tragicomedia de la Malaventura. Por el que en dolorosas horas de su vigilia toma por salvación el puñal o el veneno y por el trotamundos sin pan y sin familia, que inmoló a los sentidos cuanto en él era bueno; por esos cuyos nombres son de marca de ludibrio -almas patibularias, lívidos criminales-, por esos cuya marcha de atroz desequilibrio

14

 

Oración de Nochebuena

15

acompañan los siete Pecados Capitales; y por el Metafísico incansable que sufre de un obsesor problema el torcedor eterno, que es peor que llevar la esclavina de azufre que Satanás ofrece al malo en el Infierno; Señor, y, sobre todo, por el triste Poeta, en cuyo pecho vibra la perenne armonía, por ese mago, dueño de la virtud secreta de hacer de sus dolores luz, sueño y melodía; por ellos mi oración llena de mansedumbre, por ellos mirra, incienso y oro mis cantos den... Vuelve tus ojos puros a aquella muchedumbre y ábreles el tesoro de tus gracias. ¡Amén!

Poesías escogidas de Poesías escogidas

Medardo Ángel Silva Índice Prólogo de Gonzalo Zaldumbide Oración de Nochebuena Nochebuena Epístolaa Epístol Soneto A una triste Actitud   Actitud El retorno En el umbral de la noche noch e El mendigo Él La muerte enmascarada enmascarada El alma presa  presa  El reloj El ingrato Fragmento inédito de La  La divina comedia  La sombra de una lágrima lágrima Fantasía nocturna La extraña visita A un poeta Tras mi irónica máscara Salutación

 

Poesías escogidas

16 Y es una tristeza más en mi tristeza Se va con algo mío Voces Diálogo Trova Palabras de otoño  Danse d'Anitra  El precepto El encuentro Después Por la ruta verdadera Aniversario El alma en los labios La fuente triste Lamentación del melancólico (1926)

Epístola (Medardo Ángel Silva)  Al espíritu de Arturo Borja Borja

Hermano, que a la diestra del padre Verlaine moras y por siglos contemplas las eternas auroras y la gloria del Paracleto, un mensaje doliente mi cítara te envía, en el cuello de nieve de la alondra del día, cuyo pico humedecen las mieles del Himeto. Ya no se oye la voz de la siringa agreste, ni el vuelo de palomas rasga el vuelo celeste, ni el traficante escucha la flauta del Panida; los augures predicen la extinción de la raza: Sagitario hacia el Cisne con su flecha amenaza; pronto será la estirpe del Arcade extinguida. Sobre el mar, del que un día olímpico deseo hizo surgir, como una perla rosa, el cuerpo de Afrodita victoriosa, hoy, sólo de Mercurio se ha visto el caduceo. Los sacerdotes jóvenes del melodioso rito que han consultado el áureo libro de lo Infinito y escuchado la música de las constelaciones, recibieron los dardos de arqueros mercenarios; y los viejos cruzados se yerguen solitarios en el azul, lo mismo que mudos torreones.

 

Epístola (Medardo Ángel Silva)

17

Tú, que ves la increada luz del alba que ciega, tú que probaste el agua de la Hipocrene griega, ruega al Supremo Numen por la estirpe de Pan, Mientras Zoilo sonríe, en la sombra conspira. Tal la postrera fase que solloza la Lira, Nuestros dioses se van. Nuestros dioses se van.

La máscara irónica La máscara irónica de

Medardo Ángel Silva Índice La profesión literaria A los poetas de mi tierra Hacia la luz lejana

La profesión literaria La profesión literaria que tú sueñas camino de gloria, es muy dura, joven iniciado. Ante, todo, la gente se preocupa mucho, por eso que llaman la «Escuela» del escritor. Si escribes con la serena unción de Fray Luis, la gloriosa frescura del vino añejo del Marqués de Santillana o la pureza del hondo Jorge Manrique, te llamarán desenterrador de momias y encarnizante; si lo haces con la ingenua sencillez de los primitivos, sin oropeles, sin floreos retóricos ni mitologías de similor, serás un pobre bárbaro; si amas las modernas ondulaciones del Ritmo y pones tu alma melodiosa en áureos versos de melífero dulzor, que tengan el vago encanto de una tarde nórdica vestida de bruma, te dirán decadente y serás víctima de cuanto Hermosilla roe, zancajos de rimador. Al comienzo de tu labor literaria te llamarán los cofrades ya ensayados por el sacro óleo del Tiempo, «esperanzas de futuras glorias»; pero tienes que resignarte a ser una esperanza vitalicia: si sospechan que puedes hacer tambalear sus tronos de pontífices, te lapidarán... Para gozar de los favores del público tienes que despersonalizarte, que ingresar al rebaño, que pensar en armonía con la comunidad: nadie te perdonará la irreverencia de permanecer de pie cuando todos rastrean, y el triunfo es, casi siempre, de los que tienen las más flexibles espinas dorsales: para obtenerlo debes inscribirte en las muchas cofradías del elogio mutuo, en que se reciben y dispensan títulos literarios. Si vas hacia la muchedumbre a darle, como Cristo, el pan de tu carne y el vino de tu sangre, en tus versos, dirán que mendigas los aplausos de la ignara turba y que estás sediento de glorias de plaza pública; si te encierras en tu yo, como en la torre inaccesible del conde de Vigny, desdeñoso de las modas literarias y de la réclame en boga, te tacharán de ególatra y se hará el vacío a tu alrededor. Los «queridos compañeros», serán tus más fieles detractores. Eso no significa que se abstengan de elogiarte cuando tú puedas pagar el elogio en igual y más valiosa moneda...

 

La profesión literaria

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En tan áspero camino irás dejando trozos de tu alma y cuando llegues a la anhelada cumbre -si llegas- serás un prematuro envejecido y los laureles de tu corona te punzarán las sienes como si fueran espinas. Pero, lo más probable, es que mueras poco menos que desapercibido; tu defunción la anunciará, entre un aviso de específico yanqui y un suelto de crónica, el diario de que fuiste «asiduo colaborador»: aquello será el epílogo de la tragicomedia de tu vida, y debes agradecer -en ultratumba- al Director, que haya suprimido la inserción del réclame de una fábrica de embutidos para dar cabida a tu óbito. Por lo demás, si te abstienes en tu propósito, ten la seguridad de que, soñador incurable, poseso de una santa locura, has de morir con los ojos deslumbrados por la luz de tus sueños imposibles, fijos en la cima ideal donde sonríe aquella divina proxeneta que se llama Gloria.  Regresar a La máscara irónica

A los poetas de mi tierra Por muchos soles, por mucha sucesión de lunas, han resonado nuestras voces en la sacra sella de Apolo, Nuestro Señor; el discorde concierto de las liras, de las arpas, de las trompas, de las guzlas ha volado, como bandada armónica de pájaros líricos, bajo nuestro divino cielo de impar belleza, a las cuatro direcciones del infinito. Mas, casi siempre, advirtiose en nuestro canto el eco velado de lejanas voces maestras y extrañas sugestiones guiaron los dedos que tan sabiamente despertaban esas amables músicas, sometidas a pautas ajenas. ¿Os Eran extintas, las fastuosas fiestas de las soirées de las palatinas elegancias, el Grand Trianon, de lasacordáis? aristocracias las sonrisas deVersalles, las marquesas Pompadours, los minuets y las gavotas ritmadas a unbazar aire cortesano de Scarlatti o Couperin, los cabellos empolvados que copiaban las cornucopias de oro, las siluetas casi aéreas de exquisitas languideces que Watteau, Fragonard o Creuzo aprisionaron, con toda su vaporosa gracia, en telas admirables. ¿Os acordáis? Eran los boscajes de bellorita húmeda, en las tardes rosalinas, las desnudas rondas, los tibios muslos de Calixto, las siete cañas -oh, adorable Sirinx! del dios-sátiro, las armoniosas caderas de Hermafrodito, el rapto de las ninfas, la cuadriga radiosa del hijo de Hiperión, los venustos cuellos, los lirados brazos de ebúrnea morbidez, los galopantes centauros: toda la fábula amable del pueblo selecto; de la Hélade dulce de Palas Atenea, al Musageta y Afrodita. ¿Os acordáis? Era el Oriente de las ensoñaciones: las reinas impúdicas, temblorosas de febriles deseos bajo las túnicas consteladas de pedrería, los cuerpos reales macerados en perfumes, las balanceantes caravanas, los tetrarcas nutridos de crueles voluptuosidades, la humareda aromática de los pebeteros, las rizadas barbas de los tiarados príncipes de Assur y Nínive, de los rajás de las mil y una nochescas Indias, de los magnates de los fabulosos califatos. Y los remotos países del sol naciente: las niñas pálidas, de ojos oblicuos y pies increíbles, los cornígeros cascos de los samurais, las visiones de Ou-ta-ma-ro, las sugerentes figuras de O-ku-say, el cerezo florido de los parques minúsculos, rodeando las pagodas parecidas a tazas de porcelana en el misterio de la tierra legendaria que oyó a Confucio las prédicas vespertinas; las ondulosas espirales de humo de la buena droga que da la paz, la serenidad espiritual, la sabiduría. Todo el Mito: en cortejo interminable del Ayer legendario; la teoría ingenua o espantable, trágica o sonriente de la Fábula. Y fuimos, como niños deslumbrados, recogiendo en nuestras pupilas cándidas, de hombres sin pasado, las visiones del museo de las gracias difuntas, de los poderes dormidos en seculares sueños. Y donde el Tiempo díjonos: ¡Adora! inclinamos piadosos las cervices. Y donde dijo: ¡Arrodíllate y reza! doblamos las rodillas. Venite adoremus, clamábamos, en el umbral de la Historia, a las sombras empalidecidas de los dioses difuntos. Y el pedestal de todos los ídolos, y las peanas de todos los iconos, supieron de nuestros ósculos.

 

A los poetas de mi tierra

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Más, la voz áurea de los nuevos clarines anuncia, amigos, el santo advenimiento de todos los días. Heme de retorno del Archipiélago que recorrí en la trirreme del orfebre de  Los trofeos; de retorno de la Hélade a que guiome el marmóreo Leconte; del país de los arrozales y los yamenes que visité con Téophile, «mago perfecto de las Letras»; de la Thulé brumosa, poblada de ligeras sombras de almas, a do fui en el  yatch ligero del sibilino Stéphane de la Herodiade; del Versalles diciochesco del galante satanida, nuestro padre Verlaine... Y tienen mis labios el sabor amargo de las heces de todos los vinos y el Hada Curiosidad ya no me sonríe tentadora; porque llevo el alma triste del fin de todas las fiestas carnales. Pero hay, Hermanos, una divina ventura que tentar. Os hablo en nombre del ancho azul que auspicia nuestros alados sueños; en nombre de nuestras selvas, donde florece el prodigio, y de nuestros bosques en continuo parto de maravillas; en en nombre de nuestros nuestros ríos, que ciñen plateados anillos al dorso desigual del Colombino Continente; en nombre de las espesuras fragantes que respiran aromas tan intensos que son un placer doloroso para los sentidos exasperados; en nombre de los nidos musicales en que los pájaros se columpian tal un ramillete de trinos; en nombre del Cotopaxi, mirador de los Andes, y del Chimborazo, que sintió en la testa nívea el pie del sublime Simón, padre de Naciones; y del Pichincha, donde la espada fúlgida del héroe escribió, con la sangre de un efebo mártir, la última página de la  Ilíada libertadora. Nuestro pasado es Palenke, Utlatán, Imbaya y la antigua Quito. Bolívar supera mil veces al deiforme Aquiles; Sucre es más que el raptor de Helena; Calderón vale Ayax. No es el Taigeto más bello que el monte patrio cuya elegancia gótica se yergue como un altar de la enorme Basílica de mármol níveo de los Andes; ni la vetusta pirámide de Cheops tiene mayor prestigio de belleza que el inmenso Cotopaxi, monstruoso diamante pulido en cono por un celeste artífice; ni eres -Oh, Ganges, estremecido por los avatares de las viejas razas de las oscuras teogonías- lo que nuestro armonioso río oriental, ese místico Amazonas que se encrespa sobre triclinio de oro, como el azteca emperador en su lecho flamígero. Nuestros son las venusinas palomas, los cóndores de acerado pico y garra corva y el águila emblemática, golada de armiño, que asciende en ansias de abanicar el sol; nuestros los elásticos tigres de no menos gracia flexible que los que siguieron al carro de Baco, en su retorno de las Indias, en los mitológicos desfiles dionisíacos; y los esbeltos corceles de piel corruscante y alígero galope; y las mariposas, miniaturas del iris, con toda la gama cromática temblándoles en el peluche, espolvoreado de sol, o brillante de luna, de sus alitas frágiles. Que el sol de América desvanezca, en una esfumación de incoloras nubes, los pálidos fantasmas del cortejo de los pretéritos siglos. Y sea el nuestro el idioma divina del eterno Dolor, del Amor eterno. Y cantemos nuestros cielos, más pródigos de astros, más millonarios millona rios de constelaciones constelaciones que los lejanos cielos nórdicos; nuestro sol, que es más sol que los empalidecidos astros de las islas de las heladas brumas; nuestros árboles -enormes liras que pulsa el Beethoven iracundo del huracán, el suspiroso Chopin del viento del crepúsculo, el susurrante Schumann de la brisa de la mañana. Cantemos -rapsodas y líridas- las hazañas de aquellos que fatigaron a las alas de la Victoria y para cuya grandeza es paupérrimo el bravo idioma de Castilla, este prócer idioma, sonoro como el rebote de las lanzas de los escudos broncíneos de los conquistadores. Cantemos la faz rosada de nuestra Aurora y el rostro dulcísimo, velado por una tristeza innominable, de nuestro Crepúsculo; y el Mediodía en que el éter vibrante hace un halo de oro a cada cosa; y nuestra Noche, rubia reina que arrastra, por las salas del infinito, su larga túnica bordada de perlas y diamantes. Cantemos las rutas desconocidas del Futuro; cantemos al Futuro, intacto vientre en que se incuban los brillantes destinos del porvenir. Y bajo el azul baldaquino en que escriben los astros su pitagórico abecedario de signos luminosos, resuene la sonora orquesta, que canta la espléndida apoteosis de la Raza hija del sol, de los antiguos capitanes progenitores de la Libertad del Continente, de los artistas, de los profetas, de los mártires, de los conductores de pueblos y los cazadores de hombres: de Calderón, de Olmedo, de Rocafuerte, de Llona y de Montalvo.  Regresar a La máscara irónica

 

Hacia la luz lejana

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Hacia la luz lejana Hasta el retiro donde, en laboriosas vigilias, cincelo, con paciente amor de orífice mis gemadas custodias, mis cálices, combados armónicamente, como la cadera de Calixto, mis joyantes copones -para contener el vino purpúreo de mi corazón, en la celeste misa diaria celebrada en la silla del Arte- me llega vuestra voz, vuestra fina voz colmada de juvenil ternura, anunciando que, una vez más, la falange apolínea se lanza, a golpes de ala de Pegaso y Clavileño, como nuevos cruzados, a la conquista de la jerosilimitana ciudad de la Gloria, donde erige sus cúpulas, de mórbidas curvaturas de senos jóvenes, la catedral del Verso. Y vuestra pura voz de adolescentes líricos, trae a mi juventud, inclinada en gesto meditativo, la visión intacta de aquellas horas primeras de la iniciación, cuando paseaba por los claustros del Colegio mi gesto indolente de prematuro melancólico y desmadejaba, en el Gimnasio, mis melenas de tinta, anubarradas en mi frente donde los ensueños recién nacidos ensayaban su vuelo, con las débiles alas de las estrofas primogénitas. No es, en verdad, la hora propicia para que el Cisne -símbolo de la Belleza Pura- fíe al eco de los bosques dormidos la música, llorosa o letífica, de sus crepusculares cantos; Calibán atisba en la sombra espesa; y los soñadores inútilmente esperan ver salir, con el nuevo sol de la mañana, al invicto Caballero, al loco divino, que esgrimiendo «la lanza en ristre todo corazón», liberte a la Princesa Poesía prisionera, por malsines y follones, en hermética torre de almenado castillo inaccesible. Pero, vosotros, jóvenes amigos, tenéis la fe -que derribó las murallas de la ciudad de Jericó, según el texto de los sagrados libros, y que salva al héroe, al místico y al santo: ella os salve. Vosotros venís escudados de primaveras, millonarios de entusiasmo, vibrantes de anhelos fervorosos, sonrientes y alocados y canoros, como una bandada de gorriones; sois, en los labios de la Patria envejecida, paupérrima y desangrada, como una luminosa sonrisa prometedora; os nutrís de conocimiento y aún no tenéis el corazón envenenado por los vinos ponzoñosos de los viñedos de la Vida. Cantad, cantad como carillones de oro que estremece la brisa de Primavera; decid los cantos nuevos, las nuevas palabras reveladoras; marchad de espaldas a la sombra, en armonioso grupo, unánimes, como los efebos dionisíacos de las metopas, como las canéforas de los bajos relieves, o las vírgenes de rostros magnolinos en la procesión de las Grandes Panateneas; y, como la divinidad helénica, cortadle a la trágica Medusa del Odio la cabeza horripilante y clavadla en el bronce argentino de vuestros escudos. Que sea vuestra guía la Atenea Promakos, que, desde la áurea colina, presidió los destinos de la metrópoli griega y señalaba a las generaciones de hombres sabios y bellos la ruta solar -el camino de la gloria hacia el Futuro- con el extremo chispeante de su lanza de oro. El espíritu de Ariel presida, con su invisible, pero cierta presencia, vuestra lírica guerra; sed altos, sed nobles, sed puros; haceos diamantinos, por la claridad y la firmeza, y acordaos que las almas excelentes, como las piedras preciosas, deben multiplicar en infinitas irradiaciones, la luz que reciben. Grabad en vuestros blasones, como divisa, el alejandrino de Rubén: Adelante, en el vasto azur; siempre adelante. Y, si el amigo que estas frases os dice, tiene algún sitio en vuestros corazones, puros de la purísima claridad del alba, sólo os ruega que le recordéis con cariño como a un hermano mayor, como aquel que, liberado ya de las disciplinas paternales, añora el cordial fuego de la casona familiar y vuelve los ojos nostálgicos al dulce asilo de sueños primeros, allí donde escuchó, en horas de revelación, ¡la voz de miel de la sirena del Ideal! ¡Que Apolo y las nuevas fraternas inspiradoras os asistan!  Regresar a La máscara irónica

 

Aniversario (Silva)

Aniversario (Silva) Hoy cumpliré veinte años: Amargura sin nombre de dejar de ser niño y empezar a ser hombre; de razonar con lógica y proceder según los Sanchos, profesores del sentido común. Me son duros mis años y apenas si son veinteahora se envejece tan prematuramente; se vive tan de prisa, pronto se va tan lejos que repentinamente nos encontramos viejos en frente de las sombras, de espaldas a la aurora y solos con la esfinge siempre interrogadora. ¡Oh madrugadas rosas, olientes a campiña y a flor virgen; entonces estaba el alma niña y el canto de la boca fluía de repente y el reír sin motivo era cosa corriente! Iba a la escuela por el más largo camino tras dejar soñoliento la sábana de lino y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga sólo al pensarlo ahora; aquel San Luis Gonzaga de pupilas azules y rubia cabellera que velaba los sueños desde la cabecera. Aunque íbamos despacio, al fin la callejuela acababa y estábamos enfrente de la escuela con el "Mantilla" bien oculto bajo el brazo y haciendo en el umbral mucho más lento el paso, y entonces era el ver la calle más bonita, más de oro el sol, más fresca la alegre mañanita. Y después, en el aula con qué mirada inquieta se observaban las huellas rojas de la palmeta sonriendo , no sin cierto medroso escalofrío, de la calva del dómine y su ceño sombrío. Pero, ¿quién atendía a las explicaciones? Hay tanto que observar en los negros rincones y, además, es mejor contemplar los gorriones en los nidos, seguir el áureo derrotero de un rayito de sol o el girar bullanguero de un insecto vestido de seda rubia o una mosca de vellos de oro y alas de color de luna.

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Aniversario (Silva) El sol es el amigo más bueno de la infancia; nos miente tantas cosas bellas a la distancia, tiene un brillar tan lindo de onza nueva! Reparte tan bien su oro que nadie se queda sin su parte; y por él no atendíamos a las explicaciones. Ese brujo Aladino evocaba visiones de las mil y una noches -de las mil maravillasy beodas de sueño nuestras almas sencillas sin pensar, extendían sus manos suplicantes como quien busca a tientas puñados de brillantes. Oh, los líricos tiempos de la gorra y la blusa y de la cabellera rebelde que rehúsa la armonía de aquellos peinados maternales, cuando íbamos vestidos de ropa nueva a Misa dominical, y pese a los serios rituales, al ver al monaguillo soltábamos la risa. Oh, los juegos con novias de traje a las rodillas, los besos inocentes que se dan a hurtadillas a la bebé amorosa de diez o doce años, y los sedeños roces de los rizos castaños y las rimas primeras y las cartas primeras que motivan insomnios y producen ojeras. ¡Adolescencia mía! te llevas tantas cosas, ¡que dudo si ha de darme la juventud más rosas!, ¡y siento como nunca la tristeza sin nombre, de dejar de ser niño y empezar a ser hombre! Hoy no es la adolescente mirada y risa franca sino el cansado gesto de precoz amargura, y está el alma, que fuera una paloma blanca, triste de tantos sueños y de tanta lectura...!

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Canción de tedio

Canción de tedio ¡Oh, vida inútil, vida triste, que no sabemos en qué emplear! Nos cansa todo lo que existe por conocido y por vulgar. ¡Nuestro mal no tiene remedio y por siempre vamos a sufrir la cruel mordedura del tedio y la ignominia de vivir! ¡Frívolos labios de mujeres nos brindan su hechizo fatal! ¡Infeliz del que oyó en Citeres la voz del Pecado Mortal! Vuelan las almas amorosas hacia los ojos de abenuz, e igual a incautas mariposas queman sus alas en la luz. Pero no tienta al alma mía dulce mirar o labio pulcro… Yo pienso en el tercero día de permanencia en el sepulcro. Tras de los éxtasis risueños con lunas y aves en la brisa, se deshacen nuestros ensueños como palacios de ceniza. Tened de amor el alma llena y perderéis en la aventura: eso es hacer casa en la arena, como nos dice la escritura. Invariable, sólo el fastidio; siempre es el viejo spleen eterno. El negro lago del suicidio es la antesala del Infierno. Idealiza, ten el anhelo del águila o de las gaviotas; ya volverás al duro suelo, Ícaro con las alas rotas… Un palimpsesto es nuestra vida:

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Canción de tedio

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Dios en él borra, escribe, altera … mas la última hoja es conocida: una cruz y una calavera… Señor, cual Goethe no te pido la luz celeste con que asombras: dame la noche del olvido: yo quiero sombras, sombras, sombras… ¡Estoy sediento, no de humano consuelo, para mi aflicción: quiero en el lirio de tu mano abandonar mi corazón! ¡Como una inútil alimaña que se arroja lejos de sí, anhelo arrancarme la entraña que palpita dentro de mí! Y con aquella calma fría del que un principio no ve, iré a buscar mi paz sombría no importa a dónde…, pero iré.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Danse d'Anitra

Danse d'Anitra  A Juan Verdesoto

Va ligera, va pálida, va fina, cual si una alada esencia poseyera. Dios mío, esta adorable danzarina se va a morir, se va a morir ... se muere. Tan aérea, tan leve, tan divina, se ignora si danzar o volar quiere; y se torna su cuerpo un ala fina, cual si el soplo de Dios lo sostuviere. Sollozan perla a perla cristalina las flautas en ambiguo miserere ... Las arpas lloran y la guzla trina ... ¡Sostened a la leve danzarina, porque se va a morir... porque se muere!

El alma en los labios  Para mi amada

Cuando de nuestro amor la llama apasionada dentro de tu pecho amante contemples extinguida, ya que sólo por ti la vida me es amada, el día en que me faltes me arrancaré la vida. Porque mi pensamiento, lleno de este cariño que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo, Lejos de tus pupilas es triste como un niño que se duerme soñando en tu acento de arrullo. Para envolverte en besos quisiera ser el viento y quisiera ser todo lo que tu mano toca; ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento, para poder estar más cerca de tu boca. Vivo de tu palabra, y eternamente espero llamarte mía, como quien espera un tesoro. lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero y, besando tus cartas, ingenuamente lloro. Perdona que no tenga palabras con que pueda decirte la inefable pasión que me devora; para expresar mi amor solamente me queda

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El alma en los labios rasgarme el pecho, amada, y en tus manos de seda ¡Dejar mi palpitante corazón que te adora!

El encuentro Nos volvemos a ver, amada de otros días, casualmente: la vida tiene sus ironías y nos une, un instante, para que recordemos nuestras horas de abril que perdidas tenemos. Tal vez ni me conoces: el tiempo ha transcurrido tan veloz (la mujer es propensa al olvido) y quizás ni recuerdes dónde estuvo alojado tu corazón, por nuevos huéspedes ocupado. ¡Cuándo ibas a pensar que en este hombre sombrío hallaras al que un tiempo llamaste amado mío: que esta boca, reseca de beber amargura, fuera la que probaron tus labios con hartura, y que a ese que nombrabas mi dueño... vida mía... diga Señor y Usted... ¿Verdad que es ironía? Los dos somos distintos: tú llevas traje largo, yo cambié mi sonrisa con un rictus amargo; después de los dieciocho pienso de otra manera: ya no creo en la Gloria, probable o venidera; eso sí: sigo haciendo mis versos cada día. Yo no puedo llorar, pero mi poesía llora por mí; ¡son dulces y tienen tal encanto las tristezas rimadas, los dolores en canto! Yo creo que las penas algo valen si de ellas conseguimos hacer unas páginas bellas... ¿Soy yo mismo, soy yo, el que te amaba antaño quién te ve indiferente?... Fue deplorable engaño el bautizar eterno al frágil amor nuestro, cuando el Tiempo, en la sombra, sonreía siniestro. ¡Ay! Nuestro corazón es el mar. ¿Quién augura el color de sus ondas en el alba futura? ¿Caprichos?... ¿Veleidades?... ¡Bah!... quizás el encanto está en la alternativa de carcajada y llanto, estar hoy en un sitio y mañana estar lejos, y verse en nuevas almas como en nuevos espejos...,

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El encuentro ¡Ah!, cabecita loca, alma pueril y vana que eternizar pretendes la abrileña mañana y detener el tiempo con tu manita leve: ¡ni con todos tus soles fundirás esta nieve!... Y bien, ¡adiós! me vuelvo a mi sombra, a mi oscuro cuchitril de poeta, donde vivo seguro de que nadie me quite mi dolor, donde puedo soñar, llorar un poco, sin que me asalte el miedo de ser cursi... Tú, sigue haciendo la existencia menos amarga, con tu adorable presencia, al prendista tu esposo... Me voy antes que hiele (tu marta cibellina reta a los fríos, huele a Dame en noir tu cuerpo tibiecito...). ¡Ah! chiquilla ¿qué tiene si nos marcháramos los dos a mi boardilla?

El precepto Deja la plaza pública al fariseo, deja la calle al necio y tú enciérrate, alma mía, y que sólo la lira interprete tu queja y conozca el secreto de tu melancolía. En los brazos del Tiempo la juventud se aleja, pero su aroma nos embriaga todavía y la empañada luna del Recuerdo refleja las arrugas del rostro que adoramos un día. Y todo por vivir la vida tan de prisa, por el fugaz encanto de aquella loca risa, alegre como un son de campanas pascuales, por el beso enigmático de la boca florida, por el árbol maligno cuyas pomas fatales de empozoñadas mieles envenenan la Vida.

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La fuente triste

La fuente triste I Al par te implora y te mima en mi canto, mi tristeza: te solloza cada rima y cada estrofa te besa. II Dices que no tienen motivo mis penas, pues las lloro mías cuando son ajenas... ¡Ay!, ese es mi encanto: llorar por aquellos que no vierten llanto. III Como Dios me ha dado don de melodía en música pongo mi melancolía: que el llanto mejor es ése que recuerda con dulce rumor. IV Cuando mi tributo reclames —¡oh, Muerte! —  — dulce reina mía, ¿qué podré ofrecerte...? ¿Te daré mis alas...? ¡Ay!, pero mis alas mancharon de cieno las pasiones malas. ¿Te daré mi llanto...? Mi llanto, bien sé, como lo prodigo, que ni eso tendré. Mas, como algo puedes, te dará mi amor lo único que tengo propio: mi dolor. V Ya me ofrezcan rosas o me den espinas yo bendigo siempre tus manos divinas. Corazón del que ama es como la rosa: perfuma la mano de quien lo destroza. VI Hora en que te conocí, hora de Anunciación, hora azul en que cantaba la alondra de la Ilusión; hora de armiño y de seda sobre la que Dios bordó tu monograma y el mío

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La fuente triste en el telar del Amor. VII El mundo jugó en mis sueños, la Mujer con mi corazón y la llama de mi fe, pura, sopló Satán y la apagó. Y, pues, Mundo, Demonio y Carne en mi alma vertieron su hiel, cuando venga por mí la Muerte poca cosa tendré que hacer. VIII En vano es que tu clara risa de oro me intente consolar... y, aunque lo pueda, hoy mi tristeza es mi único tesoro y, si tú me la quitas, ¿qué me queda...? IX No despiertes sorprendida de que amanezca a tal hora: se ha adelantado la Aurora para mirarte dormida. X Fuera el mayor embeleso de mi réproba alma loca ir al Edén de tu boca por el camino del beso. XI Tan levemente resbalas sobre la asiática alfombra que mi ternura se asombra de no mirarte las alas. XII Por tu desdén se convierte toda caricia en herida y tu mirada es la vida... pero a mí me da la Muerte. XIII La enfermedad que yo tengo mi corazón sólo sabe; como él nunca la dirá,

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La fuente triste nunca ha de saberla nadie. La sabe el claro de luna y el parque gris: ¡preguntadles...! La sabe el viento que pulsa las liras crepusculares... Mis versos la están diciendo y no la comprende nadie... La enfermedad que yo tengo en silencio ha de matarme. XIV Mi corazón goza en tus pupilas de noche inerte la dulzura de la muerte en un abismo de luz.

La extraña visita Por la noche la Muerte las alcobas visita donde dormimos nuestros apetitos bestiales y, buen vendimiador, los frutos escogita de sus vendimias eternales. Una vez a mí lado llegó calladamente y, cual si fuera un miembro próximo de la familia, me acarició las manos y me besó la frente; y yo comprendí todo... Y, desde esa vigilia, ella marcha conmigo y se acuesta en mí lecho y su mirar oscuro toda mi vida abarca... ¿No ves, por mi actitud, que estoy como en acecho del rumor con que boga su misteriosa barca?

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Lamentación del melancólico

Lamentación del melancólico No alegra la sabiduría... No alegra la sabiduría, porque la pena es conocer y causa la melancolía nuestra sola razón de ser. El prurito de analizar nos ha perdido, y el huracán del anhelar lanzó nuestra nave en el Mar desconocido... En la actitud del que ya nada espera... ¡En la actitud del que ya nada espera nos embriagamos de teorías vagas, soñando hacer brotar la Primavera de la infección de nuestras propias llagas!... ¡Señor, contra tu Ley pecado habemos y, en vez del alma dulce que nos diste, en el día final te ofreceremos un corazón leproso, viejo y triste!... Dulce Jesús, comprendo... Dulce Jesús, comprendo: toda sabiduría que de ti nos aleja causa nuestra amargura, y nuestras alas débiles sobre la tierra oscura, se agitan vanamente hacia el eterno día. ¡Nuestra mentira, nuestra verdad: cuánta ironía, ante el amor que pasa y el dolor que perdura, hasta venir la Reina cuya región sombría empieza donde acaba todo lo que no dura!... Yo también como tú, por piedades divinas, tengo mi cruz y tengo mi corona de espinas, una sed infinita que mitigar no puedo. Y como tú, sollozo, Jesús crucificado: Padre mío: ¿por qué me habéis abandonado? Sufro tanto..., estoy solo, Señor..., y tengo miedo.

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Lo tardío

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Lo tardío Madre: la vida triste y enferma que me has dado no vale los dolores que ha costado; no vale tu sufrir intenso, madre mía, este brote de llanto y de melancolía! ¡Ay! ¿Por qué no expiró el fruto de tu amor, así como agonizan tantos frutos en flor? ¿Por qué, cuando soñaba mis sueños infantiles, en la cuna, a la sombra de las gasas sutiles, de un ángulo del cuarto no salió una serpiente que, al ceñir sus anillos a mi cuello inocente, con la flexible gracia de una mujer querida, me hubiera libertado del horror de la vida...? Más valiera no ser a este vivir de llanto, a este amasar con lágrimas el pan de nuestro canto, al lento laborar del dolor exquisito del alma ebria de luz y enferma de Infinito!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Se va con algo mío

Se va con algo mío Se va con algo mío la tarde que se aleja; mi dolor de vivir es un dolor de amar; y al son de la garúa, en la antigua calleja, me invade un infinito deseo de llorar. Que son cosas de niño, me dices; quién me diera tener una perenne inconsciencia infantil; ser del reino del día y de la primavera, del ruiseñor que canta y del alba de Abril. ¡Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro, ser suave; —  — trino, perfume o canto, crepúsculo o aurora — como la flor que aroma la vida y no lo sabe, como el astro que alumbra las noches y lo ignora!

Soneto (Silva, 2) Llamé a tu corazón… y no me has respondido … Pedí a drogas fatales sus mentiras piadosas … ¡En vano! Contra ti nada puede el olvido: ¡he de seguir esclavo a tus plantas gloriosas! Invoqué en mi vigilia la imagen de la Muerte y del Werther germano, el recuerdo suicida… ¡Y todo inútilmente! ¡El temor de perderte siempre ha podido más que mi horror a la vida! Bien puedes sonreír y sentirte dichosa: el águila a tus plantas se ha vuelto mariposa; Dalila le ha cortado a Sansón los cabellos; mi alma es un pedestal de tu cuerpo exquisito; y las alas, que fueron para el vuelo infinito, ¡como alfombra de plumas están a tus pies bellos!

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Ernesto Noboa y Caamaño

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Ernesto Noboa y Caamaño Ficha de: Ernesto Noboa y Caamaño Ernesto Noboa y Caamaño (Guayaquil, 1891 - Quito, 1927) Poeta ecuatoriano.

Véase también... Sus obras literarias

Biografía

Índice de autores

Todas las obras originales de Ernesto Noboa y Caamaño se encuentran en  dominio público , pues sus  Esto es aplicable en los Estados Unidos y en los demás países donde el derechos de autor han expirado. Esto derecho de autor se extiende hasta 70 años tras la muerte del autor. Las traducciones de sus obras pueden no estar en dominio público.  Recuerda que algunos países tienen términos de

copyright mayores a 70 años. Por favor, consulta las leyes de derechos de autor de tu país antes de hacer uso de este material.

Obras • Roma Romanz nzaa de la lass Hora Horass (192 (1922) 2)

 

Arturo Borja

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Arturo Borja Ficha de: Arturo Borja Arturo Borja (1892 - 15 de octubre de 1912) Poeta ecuatoriano.

Véase también... Sus obras literarias

Biografía

Índice de autores Todas las obras originales de Arturo Borja se encuentran en dominio público. Esto es aplicable en todo el   mundo debido a que falleció hace más de 100 años. Las traducciones de sus obras pueden no estar en dominio público.

Poesías • La flauta de ónix (1920) Poesías inéditas o incompletas Ordenadas alfabéticamente. Se indica en cursiva el primer verso.

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A Mi Misteria (¡Oh, cómo te miraban las tinieblas) Dos vviiajes ( Mes  Mes de alegrías. Brisas de aromas) Er Eraa un su sueño  Era  (Era un sueño muy dulce y lejano...) Idil Idilio io est stiv ivaal (Vistió mi juventud oro y brocado) Lola, Lola, para para que cant cantee yo todos todos tus tus tesoros tesoros... ... ( Lola,  Lola, para que cante yo todos tus tesoros tesoros) Soñación ( Pálida,  Pálida, en la penumbra de un fugitivo ensueño ensueño)

 

La flauta de ónix

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La flauta de ónix La flauta de ónix de

Arturo Borja Índice Epístola Vas Lacrimae Por el camino de las quimeras Rosa lírica Mi juventud se torna grave... Melancolía, madre mía A Lola Guarderas de Cabrera Visión lejana Primavera mística y lunar Voy a entrar al olvido Memento musical Bajo la tarde Madre locura Para mí tu recuerdo En el blanco cementerio C. Chaminade Aria galante Mujer de bruma Poemas Ciprés en la tumba de Arturo Borja Ofrenda de rosas Feliz tú, hermano mío (1920)

 

A Misteria

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A Misteria ¡Oh, cómo te miraban las tinieblas, cuando ciñendo el nudo de tu abrazo a mi garganta, mientras yo espoleaba el formidable ijar de aquel caballo, cruzábamos la selva temblorosa llevando nuestro horror bajo los astros! Era una selva larga, toda negra: la selva dolorosa cuyos gajos echaban sangre al golpe de las hachas, como los miembros de un molusco extraño. Era una selva larga, toda triste, y en sus sombras reinaba nuestro espanto. El espumante potro galopaba mojando de sudor su cansancio, y ya hacía mil años que corría por aquel bosque lúgubre. ¡Mil años! Y aquel bosque era largo, largo y triste, y en sus sombras reinaba nuestro espanto. Y era tu abrazo como un nudo de horca y eran glaciales témpanos tus labios, y eran agrios alambres mis tendones, y eran zarpas retráctiles mis manos, y era el enorme potro un viento negro furioso en su carrera de mil años. Caímos a un abismo tan profundo que allí no había Dios: montes lejanos levantaban sus cúspides, casqueadas de nieve, bajo el brillo de los astros, [1] [1] A causa del suicidio suicidio del poeta, poeta, el poema ha ha quedado para para siempre incon inconcluso. cluso.

 

Dos viajes

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Dos viajes Mes de alegría. Brisas de aromas y melodías tuvo al llegar; galas variadas las mariposas, pureza el fuego, grandeza el mar; y esas lágrimas que no son tristes, ¡la mocedad! Mes de tristeza. La calavera tuvo el misterio en su mirar; monotonía los arenales, fin presto el humo, pena el llegar; y esa sonrisa que no es alegre, ¡la ancianidad!

Era un sueño Era un sueño muy dulce y lejano... En la verde y floreada alameda con la vaga tristeza de un piano se juntaba el frúfré de tu seda. El camino era largo; las flores, se inclinaban, la luna dormía, despertaban mis locos amores de una vieja y letal atonía. ¡Oh, qué larga, qué triste avenida! y ninguno pensaba en el viaje, yo llevaba tu mano cogida bajo el claro lunar del paisaje. Entonaba un dulcísimo anhelo en mi ser su florida cantata... [1] [1] El resto de la hoja que que conten contenía ía al poema fue arr arrancad ancado. o.

 

Idilio estival

Idilio estival I Vistió mi juventud oro y brocado. En su copa de púrpura embozada, la mano sobre el pomo cincelado de su sutil y florentina espada, la blanca pluma del chambergo al viento, al luar de las noches estivales bajo la esbelta ojiva de un convento mustió sus primeros madrigales. Y hubo una faz seráfica y radiosa que tras la floreada vidriera le escuchaba llorando silenciosa. Y hubo una escala lírica tejida con hilos de la rubia cabellera ante las plantas de Jesús caída. II Sobre el jardín deshoja el mediodía su guirnalda de púrpura y de oro, mientras eleva el surtidor sonoro sus penachos de viva pedrería. Fermenta el aire la embriaguez del vino. Entre los labios la palabra muere de pereza, y al sol el nardo adquiere un acre olor a sexo femenino. Arde el jardín en la estival hoguera y en su gran pebetero se consume todo el aroma de la Primavera. Y en su jardín de carne solitario quema en él la Vida su perfume como en las brazas de un gran incensario. III ¡Alma, que vienes a mis reinos, llega desnuda de cualquier mortal empeño, y en holocausto de mi amor entrega el virginal perfume de tu ensueño! Vendrás a mis alcázares de oro por los largos caminos visionarios.

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Idilio estival Te conduce una estrella, y un tesoro de gemas portas en tus dromedarios. Mi lámpara encendí, pero aún no miro fulgir el aúreo velo que te viste en medio de las sombras nocturnales. Mas ya en las brisas del jardín aspiro el perfume de nardos con que ungiste tu cuerpo para nuestros esponsales. IV Cuando tiendo mis brazos a tu cuello [1] [1] A causa del suicidio suicidio del poeta, poeta, el poema ha ha quedado para para siempre incon inconcluso. cluso.

(Lola, para que cante yo todos tus tesoros...) Lola, para que cante yo todos tus tesoros necesito el aperitivo que regenera, las lejanías glaucas de una feraz pradera y el geométrico ritmo de los antiguos coros... La pedrería exótica, los esmaltes, los oros que prestigian la gracia de tu helénica pose serán en mis versos desusados, y no se sentirán palpitantes desechando decoros. Y así, pido una venia para este pordiosero de belleza, siguiendo los cortesanos ritos: Yo, que vivo soñando, no siento que me muero... Quiero decir un verso pulido y diamantino todo el prestigio helénico[1] [1] A causa del suicidio suicidio del poeta, poeta, el poema ha ha quedado para para siempre incon inconcluso. cluso.

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Soñación

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Soñación Pálida, en la penumbra de un fugitivo ensueño, igual que un lirio triste al claror de la luna, te miré en una noche, desnudando el sedeño ropaje coronado por tu melena bruna. Me acerqué... Desflorando mi boca tu risueño pudor (¡oh, primavera!), te quise y fuiste mía. Tus esquivas caricias son sólo un loco sueño que ahuyenta lo brumoso de mi melancolía. Y aquel sueño de aquella fugaz noche —la sola — noche que en mi bohemia tiene aroma de amores en un sabio nepente que aloja mis dolores trayéndome entre nardos la mística corona del alma de tu carne, y brillando felina infinita y enorme: tu mirada divina. Enero 1904

El árbol del bien y del mal El árbol del bien y del mal de

Medardo Ángel Silva Índice La investidura (1915) Las voces inefables (1915-1916) Al Angelus Angelus Crepúsculo de Asia Hora santa La respuesta Junto al mar Vesper marino La muerte perfumada Intermezzo Preces de la tarde Estancias (1914)

 

El árbol del bien y del mal

42 I - II - III - IV - V VI - VII - VIII - IX - X XI - XII - XIII - XIV - XIV - XV XVI - XVII - XVIII - XIX XIX - XX XXI - XXII - XXIII - XXIV - XXV XXVI - XXVII - XXVIII - XXIX - XXX XXXI - XXXII - XXXIII - XXXIV - XXXV Libro de amor (1915-1917) El templo Tapiz Votos Velada Sin razón Citeres Pretérita Hoja de álbum álbum Romanza de los ojos ojos Voces en la sombra Amada Philosophia Estampas románticas (1915) I - II - III - IV - V - VI Divagaciones sentimentales (1915-1916) I - II - III - IV - V Otras estampas románticas (1916) I - II - III - IV Baladas, reminiscencias y otros poemas (1916-1917) Balada del infante loco infante loco Balada de la melancolía otoñal melancolía otoñal Reminiscencia griega griega Reminiscencia siglo XVIII XVIII Envío Amanecer cordial Danza oriental Revelación Revelac ión Un cuento La primera estrella Amanecer La libertadora Fiesta cromática en el mar La emperatriz

 

El árbol del bien y del mal

43 Aparición Suspiria de Profundis  Profundis  (1917) El tesoro Las hadas El cazador Ofrenda a la Muerte Las alas rotas De Profundis Clamavi Inter Umbra Poema de la carne Soneto de Otoño El viajero y la sombra El alba de Jesús Lo tardío La noche Canción de tedio Fin (1918)

La investidura Si, inspirado por Hari, tu espíritu se deleita con la voluptuosidad literaria, si el arte de los  juegos de amor suscita tu curiosidad, curiosidad, entonces, escucha, suaves, fáciles, adorables, esta serie de palabras...  JAYADEVA (El Gita-Govinda) —

Fue en un poniente mágico de púrpura y oros: con música de brisas en los pinos sonoros, rítmicas desfilaban las horas, al ocaso, tal una ronda griega cincelada en un vaso; un terciopelo verde parecía la pampa y el cromo era lo mismo que una eglógica estampa. Escuchaban los valles la Palabra Infinita con que Él habla a las cosas: a las humildes yerbas, a las rosas, al león de aceradas zarpas y al Viento que sacude la orgullosa floresta y dirige en las sombras la polífona orquesta del bosque, en un concierto de medio millón de arpas... ¿Cómo me hallé de súbito en la selva —que fuera, por lóbrega y sin rutas, hermana de la obscura

 

La investidura selva que Dante viera —? Yo no sé. Como un niño temblaba de pavura; en mis carnes hundía sus ventosas el Miedo, tal un informe pulpo. Llegaba hasta mi oído un confuso remedo de llanto, de blasfemia y de rugido. Mil insectos charlaban en gangosos dialectos, y al desplegar la seda de sus galas, piedras preciosas con alas eran en la penumbra los insectos. Flexibles bayaferas fingían las exóticas flores, de cuyos pétalos obscuros se exhalaba un aliento de fragancias narcóticas que a las bestias sumían en ensueños impuros. En el ambiente Cálido, como un remordimiento, se escuchaba el reptar de invisibles gusanos;  —un rumor de fermento,

que a las bestias sumían en ensueños impuros. Las lianas se envolvían a los troncos macizos, desplegando en sus curvas femeniles hechizos, dando a sus movimientos perversas inflexiones y simulando, en torpes convulsiones, los lúbricos espasmos del Deleite... Y eso, a una lumbre lívida de lámpara de aceite, tomaba ante mis ojos aspectos inauditos cuando, como un relámpago miré pasar tropeles confusos y oí los rudos gritos con que azuzaban en el bosque oculto sus ágiles lebreles los manes de la Envidia y el Insulto... Pero triunfó mi espíritu en la artera emboscada y arrojé, como un lirio sobre un agua estancada, sobre ellos la silente piedad de una mirada. Y, tal un Amadís de la moderna Gesta seguí, bajo el asombro mudo de la floresta... ¡Oh! Entonces contemplaron mis ojos extasiados la sacra maravilla del rostro de la Diosa y viéronla mis locos sentidos prosternados con la diadema augusta sobre la frente rosa.

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La investidura Tenía en sus pupilas toda sabiduría, de sus manos brotaban los designios eternos, como un ave en su nido la sagrada Harmonía residía en sus labios. ¡Su mirada vertía luz en los tenebrosos ventisqueros internos! ¡Oh, celeste prodigio! De fulgores solares tejió el Supremo Numen su inmaculada veste. Sus senos palpitaban como tranquilos mares de pentélico mármol. ¡Oh, prodigio celeste! Y en el aire sutil su acento indescriptible, su voz, como no oyeran nunca oídos mortales, vibró tal un milagro de dulzura imposible en un triunfal repique de sonoros cristales: "Lírico adolescente, ve a cumplir tus empeños; que tu espíritu sea una candente pira; musicaliza tus ensueños; sé divino por el alto don de la Lira. En el rosado cáliz que aúreas mieles rebosa da de beber a tu alma sedienta de ideales; ¡Psiquis es una mariposa que, al revolar, se posa sobre la carne rosada de las rosas carnales! Sé ingenuo, como el agua de las puras cisternas o el remanso que copia todo el celestecielo; y así verás triunfar la aurora de tu anhelo y será tuyo el reino de las cosas eternas. Y salvarás las duras verdades metafóricas del hondo abismo de Ti mismo y escucharás las claras músicas pitagóricas desde la noche de tu abismo... La fuente de Hipocrene surte dentro de ti; duerme Pan en el pecho noble del adanida auscúltate en la sombra, mírate, lee en Ti; ¡como en un libro abierto de Verdad y de Vida! ¡Calla al interrogante del Porvenir que ofusca, yérguete alto y sereno en la gracia del día rosa; y, en toda cosa, eternamente busca la Harmonía, la Harmonía, la Harmonía...!"

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La investidura

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Así dijo la Diosa... En éxtasis devoto mi espíritu escuchó la divina enseñanza... Al levantar los ojos, miré el encanto roto; la visión se esfumaba en la azul lontananza. La selva parecía un corazón inmenso, los dulces frutos de oro lloraban ambrosía, respiraba la Tierra un como leve incienso. ¡Yo estaba de Ti lleno, augusta Poesía! Entre los arabescos de las ramas floridas en que el rocío era un diamantino lloro, estaban las estrellas esparcidas como un reguero de átomos de oro. ¡Y, al estrellar sus ímpetus en rocas, para delectación de la floresta, el río completaba aquella orquesta de ramajes, de brisas y de bocas...! La absorta muchedumbre desde entonces me ha visto  —los ojos encendidos por la sagrada fiebre,

la frente coronada de espinas como Cristo, las manos temblorosas de melenudo orfebre — desdeñando las fútiles cosas del Universo, consagrar mi existencia al apolíneo rito; así tiene mi vida la harmonía de un verso y es rítmico sollozo lo que naciera grito. E indiferencia al Tiempo y al Dolor peregrina por la ignorada senda mi espíritu romero, mientras, en la asechanza en la sombra asesina, ¡vanamente me envía sus flechas el Arquero!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Al Angelus

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Al Angelus Atravesó la obscura galería... Al Angelus... llamaban al rosario... la religiosa voz del campanario vibraba en la quietud de la Abadía. En sus manos de nácar oprimía el viejo Kempis o el Devocionario... La luz de un aceitoso lampadario delató su presencia en la crujía... Se vio palidecer su faz de nardo hablaba de Eloísa y Abelardo el llanto que la fuente diluía. Y la Sor que en el mundo fue princesa, inclinando la pálida cabeza, atravesó la obscura galería.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Crepúsculo de Asia

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Crepúsculo de Asia Vírgenes rosas inclinaron hacia tus cabellos la red de sus pistilos al beso de los astros, intranquilos, por tus pupilas húmedas de gracia. Tal una araña que a la luz espacia las traidoras urdimbres de sus hilos, se proyectó la sombra de los tilos en tu balcón de vieja aristocracia... Trémulas al prodigio de tu encanto, como anegadas en celeste llanto te contemplaron las estrellas fijas. ¡Y era un triunfo de reinas diademadas en las Mil y Una Noches perfumadas del mundo sideral de tus sortijas!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Hora santa

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Hora santa Los espejos de límpida mirada con una voluptuosa complacencia copiaban tu imperial magnificencia de blondes y de seda perfumada. Las bujías de ardiente llamarada, en el salón de asiática opulencia, fingían, circundando tu presencia, los ojos de una fiera hipnotizada... Un llanto largo y musical vertía Chopin en una rara melodía... huyeron ritmos como sueños vanos... Flotó un perfume de yacentes lilas... ¡y ante la inmensidad de tus pupilas dejé mi corazón entre tus manos!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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La respuesta

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La respuesta Muda a mis ruegos, impasible y fría, en el sofá de rojo terciopelo un pálido jazmín hecho de hielo tu enigmático rostro parecía. La hostia solar, en roja eucaristía, se ocultaba en el mar; y, al dulce cielo, el divino Chopin su desconsuelo en un sollozo trémulo decía. Y cuando, por oír esa palabra que eternos lutos o venturas labra, te hablé de tu desdén y mi agonía, con ademán de reina mancillada me clavaste el puñal de tu mirada, muda a mis ruegos, impasible y fría.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Junto al mar

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Junto al mar Una anemia de lirios otoñales se deshojaba en la amplitud marina y la vibrátil onda cantarina recitaba exquisitos madrigales. Y era que en un arpegio de cristales elogiaba tus gracias de Infantina y tu perfil de emperatriz latina nimbado de fulgores ideales. De pronto se borraron los confines; un eco de lejanos burcelines rasgó los terciopelos de la bruma. Y soñando en tus manos irreales en las arenas deshojó la espuma una anemia de lirios otoñales.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Vesper marino

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Vesper marino Rugió el lascivo mar a la manera de un sátiro de barbas temblorosas, al poner tu presencia en la ribera su gracia peculiar sobre las cosas. Joyas raras y sedas olorosas prestigiaban tu dulce primavera y al deshojarse tus palabras era cual si estuvieran deshojando rosas. Hubo un silencio de éxtasis en todo... el mar violento suspiró a su modo... lloraron en la niebla las esquillas... Y me halló de rodillas el Poniente viendo abrirse los astros dulcemente en el cielo otoñal de tus pupilas.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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La muerte perfumada

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La muerte perfumada Convaleciente de aquel mal extraño, para el que sólo tú sabes la cura, como un fugado de la sepultura me vio la tarde, fantasmal huraño. Segó mis dichas la Malaventura como inocente y cándido rebaño y bajo la hoz de antiguo desengaño agonizaba mi fugaz ventura... Cual destrenzada cabellera cana la llovizna ondeó tras la ventana... Y aquella tarde pálida y caduca sentí en mi dulce postración inerte la bella tentación de darme muerte tejiéndome un cordel con tu peluca.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Intermezzo

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Intermezzo La seda de tus lánguidas pestañas a proteger tus ojos descendía, ante la encantadora bicromía de las aristocráticas arañas. Un solemne mutismo de campañas al Vesper nuestras almas invadía; y, de súbito habló la melodía con un dulzor de pastoriles cañas... Para escucharla, se detuvo el viento... a la maga caricia de su acento, vibró tu carne de escultura, viva; la noche se durmió en tu cabellera y besando las lilas de tu ojera, se perfumó una lágrima furtiva.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Preces de la tarde

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Preces de la tarde Tules de nieblas sobre las campañas velaban los contornos de la quinta y ascendía, en la tarde de aúrea tinta, la égloga suspirante de las cañas. Desenrrollaba su monstruosa cinta la negra procesión de las montañas y evocaba el temblor de tus pestañas nuestra felicidad por siempre extinta. Entre las sombras, un gemir de esquilas anunciaba las horas dolorosas... vagaron por el prado tus pupilas... Y, a punto de elevar sus oraciones, tus labios se encendieron con las rosas divinas de las Transfiguraciones.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: I

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Estancias: I Nota: Poema número I de El árbol del bien y del mal

Aquella dulce tarde pasaste ante mi vista soberbia, en el decoro de tu vestido rosa; inefable, irreal, melodiosa, imprevista, como si abandonara su plinto alguna diosa. Y perfumando la hora de lilas, te perdiste al fondo de la calle, cual tras una áurea gasa... mis ojos te seguían, ¡con la mirada triste que lanza un moribundo a la salud que pasa!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: II Nota: Poema número II de El árbol del bien y del mal

Se han unido la hora, el piano y tu cuerpo para hacerme morir de nostalgias fragantes.  JUAN RAMON JIMENEZ  JIMENEZ 

¡Qué rosas de armonía deshojas a la tarde, cuando sobre las teclas -lirios blancos y negrosinsinúan tus manos, en un lírico alarde, las finas carcajadas de los locos allegros! La agonía del sol pone de oro la estancia... los verdinegros árboles son vagamente rojos... y, desde el corazón -búcaro de fragancia¡sube un dulzor de lágrimas que hace nublar los ojos!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Feuille d'album

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Feuille d'album Nota: Poema número III de El árbol del bien y del mal

Tienes esa elegancia lánguida y exquisita de las pálidas vírgenes que pintó Burne Jones; y así pasas, como una visión prerrafaelita, por los parques floridos de mis vagas canciones... Y si el cielo azulado tu mirar extasia cuando el poniente riega sus fantásticas flores; eres como esos ángeles, que alabando a María, se ven en los retablos de los viejos pintores!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: IV Nota: Poema número IV de El árbol del bien y del mal

Se abren tus dos pupilas como dos precipicios por los que ruedan almas al sueño y a la nada, (Mujer, dame a probar tus dulces maleficios; ¡húndeme el luminoso puñal de tu mirada!...). Surgen tus manos breves, lánguidas y perdidas, como lirios carnales, de las batistas claras... (Yo pienso que gustoso te daría mil vidas, para que con tus manos finas me las quitaras!)  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: V

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Estancias: V Nota: Poema número V de El árbol del bien y del mal

De la gasa inconsútil de tu rosa batista surges, vibrante, en una danza de bayaderas, (¡Te juro que en la corte del gran Tetrarca hubieras obtenido la roja cabeza del Bautista!...) Bailas... y el blanco sátiro, que decora la estancia, sonríe desde el ángulo, coronado de viña... (Y mientras me conmueve tu mirada de niña, estremece mi carne tu lasciva fragancia...)  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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En provincia Nota: Poema número VI de El árbol del bien y del mal

 En province, dans la largueur matutinale G. RODENBACK 

Dulzuras maternales de la hora matutina... bajo cielos que evocan los caprichos de Goya, mueven los frescos árboles su ropa esmeraldina que el sol de primavera fastuosamente enjoya... Suenan voces de niños... cristales de agua clara... trina el mirlo... en la calle, cruje la diligencia... En esta hora parece que del azul bajara una sedosa lluvia de paz y de inocencia...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: VII

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Estancias: VII Nota: Poema número VII de El árbol del bien y del mal

Señor, no ha recorrido mi planta ni siquiera la mitad de la senda, de que habló el Florentino y estoy en plena sombra y voy a la manera del niño que en un bosque no conoce el camino. De profundis clamaré, pastor de corazones, da a mi alma el fuego que hizo de la hetaira una santa; renueva los milagros de las resurrecciones; espero, como Lázaro, que me digas: ¡Levanta!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: VIII Nota: Poema número VIII de El árbol del bien y del mal

 Mon âme est un beau lac solitaire qui tremble...  ALBERT SAMAIN 

Ni una ansia, ni un anhelo, ni siquiera un deseo, agitan este lago crepuscular de mi alma. Mis labios están húmedos del agua del Letheo. La muerte me anticipa su don mejor: la calma. De todas las pasiones llevo apagado el fuego, no soy sino una sobra de todo lo que he sido buscando en las tinieblas, igual a un niño ciego, ¡el mágico sendero que conduce al olvido!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: IX

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Estancias: IX Nota: Poema número IX de El árbol del bien y del mal

Horas de intimidad y secreta armonía... en la paz melodiosa de las tibias estancias son nuestros corazones, ebrios de melodía, dos rosas que confunden en una sus fragancias... ¡Qué lejos está el Mundo de nosotros, qué lejos la existencia liviana!... (Las luces amarillas de las arañas doran el piano y los espejos...)  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Sueño en el jardín Nota: Poema número X de

 El árbol del bien y del mal

Inmóvil duerme el agua del estanque aceituna bajo las melodiosas cúpulas florecidas, y, como Ofelia en Hamlet, va el cuerpo de la luna, inerte, sobre el lecho de las ondas dormidas... Las dos... soñando en Ella, por la avenida voy... mis brazos la presienten y mi labio la nombra... ¡Inútil idealismo! ¡si únicamente soy una sombra que busca las huellas de otras sombras!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XI

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Estancias: XI Nota: Poema número XI de El árbol del bien y del mal

Ven, muerte adorable y balsámica WALT WHITMAN 

Esposa Inevitable, dulce Hermana Tornera, que al llevarnos dormidos en tu regazo blando nos das la clave de lo que dijo la Quimera y en voz baja respondes a nuestros cómo y cuándo, apenas si fulgura mi lámpara encendida, derroché mis tesoros como una reina loca, me adelanté a la cita, y, al margen de la vida, ha dos siglos que espero los besos de tu boca!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XII Nota: Poema número XII de El árbol del bien y del mal

Sur votre seine laissez rouler ma tête.  PAUL VERLAINE 

Deja sobre tu seno que caiga mi cabeza, como un mundo cargado de recuerdos sombríos; y dime la palabra santa y única, esa palabra que consuela mis perennes hastíos... O, mejor, calla... deja que en el silencio blando de la extinguida tarde, sobre divanes rojos, ¡me sienta agonizar lentamente mirando cómo se llenan de astros los cielos y tus ojos!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

Estancias: XII

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Estancias: XIII Nota: Poema número XIII de El árbol del bien y del mal

Por donde ella pasaba la tragedia surgía; tenía la belleza de una predestinada, y una noche de otoño febril aparecía en sus ojos inmensos y oscuros retratada... Y fue bajo el auspicio del padrino Saturno que deshojé a sus plantas mi juventud florida... ¡desde entonces padezco de este mal taciturno que hace una noche eterna del alba de mi vida!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Velada del sábado

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Velada del sábado Nota: Poema número XIV de El árbol del bien y del mal

Marcha la luna trágica entre nubes de gasa... sin que nadie las toque se han cerrado las puertas... El miedo, como un lobo, pasea por la casa... se pronuncian los nombres de personas ya muertas... El abuelo las lámparas, por vez octava, prende... se iluminan, de súbito, semblantes aturdidos... Es la hora en que atraviesa las alcobas el duende que despierta, llorando, a los niños dormidos...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XV Nota: Poema número XV de El árbol del bien y del mal

Como el aire se aroma con tu carne bendita, mi corazón comprende por el lugar que pasas omnipotente como la divina Afrodita, entre la ola sutil de flores y de gasas. Y al mirarte parece que miro a Anadyomena, pues, como ella, al influjo de tu mirar, fascinas; -sembradora impasible de mi angustia y mi pena, por quien mi alma es un Cristo coronado de espinas! Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XVI

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Estancias: XVI Nota: Poema número XVI de El árbol del bien y del mal

Hastíos otoñales... ya nada me entusiasma de cuanto me causara infantiles asombros y así voy por la vida, cual pálido fantasma que atraviesa las calles de una ciudad de escombros. Y mi alma, que creía la Primavera eterna al emprender sus locas y dulces romerías, hoy ve, como un leproso aislado en su caverna, podrirse lentamente los frutos de sus días!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XVII Nota: Poema número XVII de El árbol del bien y del mal

Para los que llevamos, como un puñal sutil, dentro del alma una ponzoña para los que miramos nuestra ilusión de abril hecha una mísera carroña; inútilmente suena tu pandero de histrión -¡o, vida frívola y banal!¡si no es de nuestros labios la divina canción primaveral y matinal!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XVIII

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Estancias: XVIII Nota: Poema número XVIII de El árbol del bien y del mal

Amor, di ¿qué senderos se gozan con tu paso? ¿cuáles los reyes magos a que sirves de guía?... ¿qué rubicunda aurora, que sonrosado ocaso vio tu carro de fuego en el triunfo del día?... ¡Ah! ¡Si tu alba luciera para mi noche oscura! ¡Si mis rosas abrieran temblorosas a verte! ¡Se endulzaría el hondo cáliz de mi amargura con el néctar con que haces tan amable la Muerte!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XIX Nota: Poema número XIX de El árbol del bien y del mal

Bendigo el sufrimiento que viene de tu mano y el vértigo radiante en que tu voz me sume. Mi amor es para ti como un jardín lejano, que a una alcoba de reina envuelve en su perfume. Y eternamente oirás en tus noches sin calma mi sombría plegaria que, rugiendo, te invoca: al precio de mi sangre y al precio de mi alma, ¡véndeme la limosna de un beso de tu boca!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XX

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Estancias: XX Nota: Poema número XX de El árbol del bien y del mal

-¡Qué lejos aquel tímido y dulce adolescente de este vicioso pálido, triste de haber pecado!... -Tomó del árbol malo la flor concupiscente y el corazón se ha envenenado!...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXI Nota: Poema número XXI de El árbol del bien y del mal

-¿Y la luz verdadera?... ¿Y la absoluta paz?... ¿Y la cifra segura de la Sabiduría?... -Da tregua al Tiempo, iluso corazón, ¡ya entrarás al gran silencio donde llegaremos un día!...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXII

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Estancias: XXII Nota: Poema número XXII de El árbol del bien y del mal

 En loor a Juan Ramón Jiménez.

Príncipe de las Arias fragantes como rosas y el verso con fulgor de estrella vespertina, a cuyo beso se abren las madreselvas rosas del jardín interior, ebrio de luz divina; A tu voz se despiertan yo no sé qué dulzuras, venidas de ignorados países de consuelo y desciende, a la noche de las almas impuras, una paz de campiña, de alma blanca y de cielo!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Detalle nocturno Nota: Poema número XXIII de El árbol del bien y del mal

Un gato, grave y frío, sobre el vecino alero, en yo no sé qué fina meditación se pierde, contemplando la rosa de la luna de enero con la viva esmeralda de su pupila verde. Inclinada la testa como un Platón ideólogo e inmóvil, en hipótesis magníficas se abstrae... y sólo turba el hondo silencio del monólogo ¡la canción olorosa que alguna brisa trae!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXIV

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Estancias: XXIV Nota: Poema número XXIV de El árbol del bien y del mal

Rosas blancas deshojan los blancos surtidores; al caer, el ocaso los pétalos irisa y la fuente del Término coronado de flores modula un canto igual a una nerviosa risa... Yo, como un habitante pálido de otra vida -Lázaro espiritual- marcho con lento paso... ¡y las fuentes parecen en la tarde dormida mujeres cuyas voces son de seda y de raso!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXV Nota: Poema número XXV de  El árbol del bien y del mal

Mi espíritu es un cofre del que tienes las llaves -¡Oh, incógnita Adorada, mi Pasión y mi Musa! Ya inútilmente espero tus dulces ojos graves y siento que me acecha en las sombras la Intrusa, Pero mi alma -jilguero que canta indiferente a la angustia del tiempo y al dolor de la Vidate esperará, lo mismo que una virgen prudente, con la devota lámpara de su amor encendida.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXVI

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Estancias: XXVI Nota: Poema número XXVI de El árbol del bien y del mal

Dime que todo ha sido la sombra de un mal sueño, que en la tiniebla actual palpita el alba pura, que puede retornar el minuto abrileño, las extinguidas horas colmadas de dulzura; que nuestro amor es Lázaro, que aguardando su día espera tu palabra para olvidar su fosa, que sobre este dolor y esta melancolía arrojará la aurora su risa luminosa.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXVII Nota: Poema número XXVII de El árbol del bien y del mal

Al pasar la carroza dorada de la vida, implorando extendí la mano suplicante; ella me vio lo mismo que una reina ofendida y se perdió en la sombra de la noche fragante. Y fue para volver: en su carroza de oro, sonriéronme sus ojos impuros de esmeralda, pero yo conocía qué vale su tesoro; ¡la miré indiferente y le volví la espalda!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXVIII

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Estancias: XXVIII Nota: Poema número XXVIII de El árbol del bien y del mal

No dicen los inviernos que no haya primavera; en la noche más negra palpita el alba pura: lo sabio es esperar; es fuerte quien espera -buen sembrador- velando la cosecha futura. Las horas en su danza llevan tan loca prisa, que a la risa y el llanto ofrecen pronto fin: feliz quien pueda ver con la misma sonrisa la serpiente del bosque y el lirio del jardín.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXIX Nota: Poema número XXIX de El árbol del bien y del mal

Ignorado viajero que una mañana triste, sobre la tierra-madre, para siempre dormiste el eterno cansancio de tus días fatales: hoy que la primavera nos devuelve su trino de pájaro, su sol y sus rosas nupciales, siento que algo de ti me hace dulce el camino, me da sombra en el árbol y miel en los panales.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXX

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Estancias: XXX Nota: Poema número XXX de  El árbol del bien y del mal

Bien haces, rey; bien haces, pordiosero, tu rol; y tú también poeta; y los demás... ¡comparsas! -Perfectos figurantes de un extraño Guiñol: ¡somos polichinelas de las divinas farsas!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXXI Nota: Poema número XXXI de El árbol del bien y del mal

Releyendo mis versos, una tarde dorada, -versos donde contuvo mi pena su alaridoimpasible a mi viejo dolor, no sentí nada... Y comprendí el encanto del alma volandera -¡Árbol sonoro y libre, por cada Primavera de musicales hojas nuevamente vestido!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXXII

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Estancias: XXXII Nota: Poema número XXXII de El árbol del bien y del mal

Por inasible adoro la gala de los cielos... ¡Señor, jamás permitas que goce mis anhelos, que nunca satisfaga la sed que me devora! Lo amargo es el hastío de los sueños hallados, el corazón ahíto de los bienes gozados que se pregunta: ¿qué voy a pedir ahora?...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXXIII Nota: Poema número XXXIII de El árbol del bien y del mal

En tanto que la carne adormécese ahíta el ángel interior gime sus desconsuelos. -¿Todo esto es el amor?... ¡Oh, miseria infinita de la carne!... ¡Dolor de la verdad sin velos!... Y Psiquis -revestida de luz resplandeciente, con ojos parecidos a las piedras preciosas-, hacia los cielos puros agita dulcemente, con un celeste ritmo, las alas armoniosas...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Convalecencia

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Convalecencia Nota: Poema número XXXIV de El árbol del bien y del mal

Es como un lento y triste retornar a la vida... y es el inevitable cansancio de volver del borde de la negra playa desconocida, donde mueren tus olas, ¡oh, río del No-ser! Y el alma, que creía mirar la aurora eterna, vuelve, cual un iluso viajero macilento que fue a calmar su sed a lejana cisterna, equivocó el camino... y ¡torna más sediento!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estancias: XXXV Nota: Poema número XXXV de El árbol del bien y del mal

En vano, como niños que velan su tesoro, del amor nuestras almas, temerosas, guardamos... ¡Ay! presto nos descubren sus grandes ojos de oro y, malhechor divino, roba lo que ocultamos... Nutrimos su existencia con nuestra propia vida y sus labios, que vierten sensuales embelesos,  juntan en una mezcla la caricia y herida herida el sabor de la sangre al sabor de los huesos.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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El templo

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El templo  A Miguel Ángel Granado y Guarnizo Guarnizo

I Oh Deidad impasible por quien blasfemo y oro: tu alma es como un palacio de mármol, bello y frío, con plafones de cedros y altivas puertas de oro, solemne y armonioso, como un templo vacío. En diáfanos ponientes hay la gracia de un vuelo, de leves sedas blancas, de cisnes y palomas; y, entre las columnatas, elevan hasta el cielo sus espiras sensuales humaredas de aromas. La luz de un sol eterno, que sólo igualaría el tibio resplandor que velan tus pestañas, su claridad celeste difunde noche y día... A las puertas de tu alma mi amor está llamando... y el eco de su voz, se pierde en las montañas... y, cual si comprendiera, ¡el Sol se va ocultando! II Llamé a tu corazón… y no me has respondido … Pedí a drogas fatales sus mentiras piadosas … ¡En vano! Contra ti nada puede el olvido: ¡he de seguir esclavo a tus plantas gloriosas! Invoqué en mi vigilia la imagen de la Muerte y del Werther germano, el recuerdo suicida… ¡Y todo inútilmente! ¡El temor de perderte siempre ha podido más que mi horror a la vida! Bien puedes sonreír y sentirte dichosa: el águila a tus plantas se ha vuelto mariposa; Dalila le ha cortado a Sansón los cabellos; mi alma es un pedestal de tu cuerpo exquisito; y las alas, que fueron para el vuelo infinito, ¡como alfombra de plumas están a tus pies bellos!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

El templo

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Tapiz Los húmedos myosotis de tus ojos sugieren claros lienzos primitivos con arcángeles músicos de hinojos y santas de los góticos motivos. Copiaron esos místicos sonrojos los ingenuos maestros primitivos y dieron los myosotis de tus ojos a sus Evangelistas pensativos... Virgen de las polícromas vidrieras, los zahumerios y los lampadarios: velan tus sueños todas mis quimeras y, ante el cortejo de tus primaveras, dan su mirra y olor mis incensarios.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Votos

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Votos Al verte, sin pensar, se dice ¡Ave María...! Y pues es tuyo el reino de la estrella y la rosa y está en tu corazón la sacra Poesía por gracia de una antigua virtud maravillosa; que suenen tiorbas y arpas; y Psalmo y Letanía se digan en tu elogio; que la lira y la rosa y el ciego ruiseñor, al expirar el día, unánimes saluden tu aparición gloriosa. Que con voz auroral de fuente diamantina, y con luz vesperal de estrella cristalina y con apasionada voz de brisas y mares. Cielo y Tierra consagren tu venusino imperio... ¡O sonaré en tu gloria mi místico salterio en otro salomónico Cantar de los Cantares!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Velada

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Velada Tú —cuyo amor ha sido como un lecho de plumas para mi corazón, en las difuntas horas o como un sol de invierno que ha dorado mis brumas — ángel anunciador de las nuevas auroras, mientras la lluvia pone su vaho en las vidrieras, hablemos en voz baja de los muertos queridos, y se abrirán las rosas de las falsas primaveras a la débil penumbra de los sueños huídos... Es nuestra alma lo mismo que una estancia desierta, de polvosas molduras, de raso desteñido y de espejos que copian una imagen ya muerta; por ella los recuerdos dejan sus sepulturas y en la alcoba sin nadie, ¡sus blancas vestiduras vierten un suave olor de ultratumba y olvido!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Sin razón

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Sin razón Dime —¿qué filtro da tu boca en su divino beso cruento, que hace vibrar mi carne loca como a la débil hoja el viento? ¿Con qué fórmula cabalística mis penas rindes dulcemente, cual la celeste Rosa Mística hace inclinar a la serpiente? Di —¿dónde ocultas el secreto de esta maga fascinación? ¿Algún venusino amuleto me ha ligado a tu corazón? En vano quiero descifrar la causa de mi rendimiento; como la luna sobre el mar luz móvil es mi pensamiento... En tus leves manos estruja mi espíritu sin voluntad: ¡eres la playa a do me empuja la ola de la Fatalidad!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Citeres

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Citeres Con el frú-frú sedoso de femenil enagua deshilaba en la costa sus encajes el agua... ¡Oh, la isla melodiosa! surgía de las ondas como una enorme rosa primaveral, o el cuerpo de la niña; era la voluptuosa isla donde vendimia Amor su roja viña... ¡Oh, ingenuas albas! ¡Oh, inocencias! Era en la frescura de la Primavera blanca de lirios opulentos. Sobre el mar azul marchaba mi galera. Sonaba el viento sus eolias flautas y daba el mar su fragancia salobre que fue el incienso de los argonautas. Y sonó entonces el erótico llanto de las oceánides, en las rubias arenas soplaban caracoles rosados las sirenas; se cerraron los párpados por el influjo hipnótico... ¡Y el triunfo fue de las sirenas...! Al fin, dejé esas playas... (Descendía la noche Ulises, en la sombra, me daba su reproche...) Blancos miembros desnudos de mujeres, quedaban en la playa fragante; y teñidos de sangre vi sus brazos menudos al temblor luminoso de una estrella distante... Me incorporé... (Mordía en mis carros el frío...) Y miré un corazón palpitando en sus manos; llevé mi mano al pecho... y lo encontré vacío... ¡Y seguí, oyendo el ritmo de los astros lejanos...!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Pretérita

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Pretérita Te había soñado hija de un antiguo mar grave, en un negro castillo cerca del Rhin azul; unánimes al ritmo de tu sonrisa suave charlaban las alondras en fresco abedul. Tu perfumada sombra cantaban los poetas (eran los bellos días de Erec y Parsifal) y tus ojos velados cual obscuras violetas causaron la locura de un príncipe feudal. Los nelumbos abrían a tus leves contactos... A ti vagaban trémulos cisnes estupefactos si tus pupilas de oro volvías al jardín... Los nardos deliraban con tu cutis de azalia y un pajecillo rubio que llegara de Italia mirándote impasible, se suicidó en el Rhin.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Hoja de álbum

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Hoja de álbum Atraviesas la vida como un jirón de bruma  —tan exquisita y tan crepuscular —  —

celeste y vaporosa, con levedad de espuma o de aroma lunar. No basta el verso diáfano para tu gracia suma, ni la cadencia rítmica del misterioso mar, ni el trino de la alondra que sonrosa su pluma en el parque de sol y aroma de azahar. Es tuyo el melodioso imperio de la Aurora: el grupo de los cisnes que el estanque decora canta el advenimiento de tu azul primavera; la noche se detiene, al umbral del ocaso, por la embriaguez de olores que da tu cabellera... ¡Y el corazón del mundo late bajo tu paso!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Romanza de los ojos

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Romanza de los ojos Cálido estío de tus grandes ojos. Negras flores, en selvas encantadas, que abre la reina de los claros ojos, el alba de las manos sonrosadas. Lámpara astral de tus miradas puras. Pálida luz de sol convaleciente que cuida, bajo sus dos alas puras, un rubio serafín adolescente... Otoño triste de tus ojos dulces. Crepúsculos de seda y pedrería que cierra el soplo de tus labios dulces tu sacra hemana la Virgen María.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Voces en la sombra  Al espíritu lírico de Abraham Valdelomar  Valdelomar 

Está en el bosque, sonrosada, la luna de la madrugada. El negro bosque rememora lo que miró desde la aurora: Se recuerda, temblando, una hoja del lobo y Caperuzita Roja; del aúreo son del olifante del Rey de barbas de diamante habla la eufónica espesura donde claro eso perdura; cuenta el césped que fuera alfombra al paso de una leve sombra, y al ligero trote lascivo del dios de las patas de chivo,,, De una polífona armonía se puebla la selva sombría... Mas cuando dice una voz: "Ella,

 

Voces en la sombra

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la Diosa, el Ídolo ha pasado..." pensando en su blancor de estrella el negro bosque se ha callado...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Amada ¡El duro son de hierro tornaré melodía para cantar tus ojos! —violetas luminosas — la noche de tu negra cabellera y el día de tu sonrisa, pura más que las puras rosas. Tú vienes con el alba y con la primavera espiritual, con toda la belleza que existe, con el olor de lirio azul de la pradera y con la alondra alegre y con la estrella triste. La historia de mi alma es la del peregrino que extraviado una noche en un largo camino pidió al cielo una luz... y apareció la luna; pues, estaba de un viejo dolor convaleciente, y llegaste lo mismo que una aurora naciente, en el momento amargo y en la hora oportuna.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Philosophia

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Philosophia Al borde de la vida sentémonos, ¡oh Mía! y miremos correr las horas pasajeras; ¡dulce es el sol fugaz!, bendigamos el día y confiemos en El que hizo las primaveras. Comamos nuestro pan, bebamos nuestro vino y reciba el Señor nuestra diaria alabanza: podrá ser duro el golpe del adverso Destino pero quedan las alan: ¡nos queda la Esperanza! Dejemos el camino a los que tienen prisa; a nosotros nos basta un beso, una sonrisa... El tesoro mental pródigamente damos y no guardamos nada porque nada tenemos... Y menos nos inquieta el saber donde vamos pues el Amor nos dice que juntos marcharemos...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estampas románticas: I

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Estampas románticas: I Cuando en el clave lloran los antiguos motivos  —esas pavantes gráciles, aquellas pastorelas —

en la aúrea cornucopia se ven rostros furtivos y se aspiran fragancias de olvidadas esquelas. Todo el noble Pasado secular y doliente, duerme entre seda y púrpura en la estancia fastuosa y su alma delicada y exquisita se siente vagar en el silencio como una mariposa... Esos vasos de Sevres... esos perfumes viejos... hasta el reloj inmóvil en la negra consola evocan tanto... ¡A veces se mira en los espejos una Infanta que pasa con su traje de cola!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estampas románticas: II El paisaje es de fábula... de ensueño... hasta la luna suscita la ilusión de mágicos países... El jardín encantado, cuando suena la una, entre el perfume de almas ve mil espectros grises. Como un niño extraviado, mi pesar errabundo va por otras edades doradas y distintas... (El jardín no parece ya un jardín de este mundo irreal, sin la voz de sus fuentes extintas...) Tapiz descolorido de grandes rosas rojas y magnolias nevadas, es la triste alameda... y el alma ultrasensible, al caer de las hojas, cree oír el rumor de tu enagua de seda.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

Estampas románticas: II

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Estampas románticas: III Encanto mustio, frío encanto versallesco del budoir... Empañado cristal de las arañas... Del celeste plafond, donde se admira un fresco de Mignar, cuelgan aúreos hilos de telarañas... Pende, ya desdorado, de la pared desnuda el espejo que viera el mohín de Madama, mientras algún abate decía un epigrama casi mordiendo el raso de su oreja menuda... El elegante osario del lindo tiempo ido, hoy parece la estancia de esfumados aromas, donde es tal el silencio que se escucha el ruido que hacen, al taladrar los muebles, las carcomas...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estampas románticas: IV

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Estampas románticas: IV En este parque antiguo —¡que tanto se parece, por su abono y paz al jardín de mi vida! — el pájaro que canta, la flor que se estremece nos hablan dulcemente de una edad extinguida. Sobre todo hay un sitio —donde un Eros de piedra dispara eternamente sus flechas diamantinas — en que huelen a carne las hojas de la yedra y se ven dulces nombres en las viejas encinas... Y, a la anémica luz del crepúsculo lila, se yerguen vagas formas de una época lejana... ¡Y la blanca teoría fantástica desfila como el ceremonioso ritmo de una pavana!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Estampas románticas: V Por las salas azules, melancólicamente, va la luna arrastrando sus vestidos de novia, al desplegar las brisas, en los parques floridos, con un rumor de seda, las alas temlorosas... Bajo el claro de luna, enigmático y triste, diseña en el azul de la noche armoniosa, un castillo que se alza sobre el feudo de antaño, las finas esbelteces de su silueta gótica... Y a las doce, al regar sus azahares el astro, se esparce una fragancia de leyendas remotas... y se escuchan los pasos furtivos de las dueñas... y un rechinar de goznes de ventanas musgosas...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

Estampas románticas: V

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Estampas románticas: VI  Mayo en el Huerto y en el cielo...  ARTURO BORJA

Las rosas del crepúsculo de la tarde de Mayo, como una fresca lluvia —rosadas, amatistas — descienden a las casas... el sol en un desmayo de lumbres, idealiza las flotantes batistas... Voces que hacen pensar en magnolias y armiños conmueven el fastuoso silencio de las salas... Las horas, perfumadas de inocencias de niños, pasan sobre la frente con dulce roce de alas... Sobre los sueños puros de nueva primavera, un júbilo de bronces en el aire se espacia... Y la brisa errabunda parece que dijera:  —Dios te salve, María, llena eres de gracia...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Divagaciones sentimentales: I

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Divagaciones sentimentales: I Vida de la ciudad: el tedio cotidiano, los dulces sueños muertos y el corazón partido; vida exterior y hueca, vida falsa, ¡océano en que mi alma es igual a un esquife perdido! No, dadme el reino puro del Silencio exquisito, la Soledad de blancos pensamientos florida y la torre interior abierta a lo Infinito más allá del Dolor, del Tiempo y de la Vida. Donde mi corazón —urna de melodía — vierta en un verso triste su lírico tesoro; y duerma en tu regazo —¡oh, sacra Poesía! —  — ¡frente al lirio, a la estrella, al tibio ocaso de oro!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Divagaciones sentimentales: II ¡Sirena, cómo turba tu voz engañadora! ¡cómo haces dulce el lloro y agradable el tormento! fontana cristalina del parque de la aurora, que nunca has de apagar la viva sed que siento. Atalanta, que alegras con tus labios risueños mis neuróticas noches de muchacho enfermizo; Esfinge, que te yergues frente a mis locos sueños; Arcángel, que me niegas la entrada al Paraíso... Por la Nada huye el Tiempo en su carro triunfante  —¿quién podrá detener el curso de lo Eterno? —

¡Abre, divina dueña, la puerta de diamante: no importa que tu alcázar llame cielo al infierno!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

Divagaciones sentimentales: II

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Divagaciones sentimentales: III Princesa de los ojos floridos y románticos, que vierten una suave luz purificadora, por quien deshojo todos los lirios de mis cánticos y hay en mis negras noches resplandores de aurora. Sé que tus manos leves no estrecharán las mías, ni probarán mis labios lo dulce de tu boca; que por el lago azul de mis melancolías no pasará tu esquife blanco de reina loca; y, sin embargo, te amo desesperadamente y como un ciego voy tras tus amadas huellas; o elevo mis canciones, ¡como un niño demente que alza las manos para alcanzar las estrellas!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Divagaciones sentimentales: IV

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Divagaciones sentimentales: IV Toda mi inútil gloria no vale lo que el oro de tu risa o un rayo de tu mirar profundo. Mujer, carne de nardos y de estrellas, tesoro celeste que ilumina la conciencia del mundo. Tú, que haces florecer jazmines en el lodo y siendo fuente humana das el divino verso, tienes por arma el llanto, la risa, el beso, todo lo fragante y lo puro que tiene el Universo... Mujer, Diosa o Esfinge, mi corazón quisiera ser una roja acelfa a tu seno prendida, ¡que tu boca —rosado vampiro — me sorbiera la nostálgica y pura fragancia de mi vida!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Divagaciones sentimentales: V Como esos monjes pálidos de que hablan las leyendas, espectros de las negras crujías conventuales, yo quiero abandonar las escabrosas sendas en que urde el Mal sus siete laberintos fatales. Encerraré en un claustro mi dolor exquisito y a solas con mis sueños cultivaré mis rosas; mi alma será un espejo que copie lo Infinito más allá del humano límite de las cosas... Tal ha de ser mi vida de paz... Hasta que un día en la devota celda, me encuentren los Hermanos moribundo a los pies de la Virgen María, ¡teniendo tu amarillo retrato entre mis manos!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

Divagaciones sentimentales: V

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Otras estampas románticas: I Daba el heno cortado su olor y su frescura y el sonámbulo río su monótona música. Iba en el cielo azul, como una reina impúdica, la luna sonrosada, soñolienta y desnuda. La sombra de las ramas, en las aguas obscuras,  jugaba azul y triste, sus mil danzas confusas; y, luminosa escarcha, arrojaba la luna su polvillo de plata sobre las rosas húmedas.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Otras estampas románticas: II Como una sombra fría bajo la niebla lila... el sol es peso triste, sin color, que se mira entre las aguas palúdicas, entre flores podridas. Como el agudo llanto de una niña se oye la voz lejana del río que tirita... tiemblan las hojas de oro al respirar la brisa su congelado soplo sobre la tierra lívida... danzan llamas alegres en todas las cocinas... y aúlla a las cerradas puertas de la alquería, el viento, como un lobo con hambre y sin guarida.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

Otras estampas románticas: II

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Otras estampas románticas: III Fantasmas blancos en los miradores y llanto de los pianos a las estrellas, sones que apagan las cortinas y los tapices; roces de largos trajes; leves como de apariciones, temblando en los espejos amarillos; rumores que expiran como la luz del horizonte... Y son cosas de sueño melodías informes sonando en Penumbrosos laberintos; y voces de lo Desconocido que llegan con la Noche.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Otras estampas románticas: IV La noche es un suspiro azul que tiembla sobre el obscuro sueño de la Tierra. El parque es un silencio perfumado... aletea, como un pájaro herido, torpe, la brisa negra. Se corta la palabra de la fuente, reseca en la taza de piedra. Se va a acabar la vida... soñolientas las hojas cabecean. Y cae sobre el alma la tristeza igual que sobre un muerto, un puñado de tierra.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

Otras estampas románticas: IV

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Balada del infante loco  A José María Egas M.

El pálido Infante una extraña locura tenía, el pálido Infante poseer una estrella quería... Para curar su mal, el Rey hizo venir de un imperio lejano a la Infanta más bella, pero, el Príncipe, al ver sus ojos de zafir, se acordó de la estrella... Amarga era su vida hasta que, una mañana  —sin criados ni mastines,

el gerifalte al puño — lo vio pasar la gente cortesana; se dijo que iba a cazar a la selva cercana... No retornó jamás a sus jardines... Y Carmín, el buen paje que persiguió su huella, hallóle muerto frente al mar sonoro: en sus ojos azules se miraba la estrella como una lágrima de oro...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Balada de la melancolía otoñal

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Balada de la melancolía otoñal  A E. Bustamante y Ballivian

Ya en la otoñal y hermosa alameda vuelan los últimos cálices de oro y en tus nerviosas pestañas de seda queda temblando una lágrima de oro. El surtidor su romanza masculla, siempre más triste en la noche cercana,  —Dime, Princesa, la historia que arrulla

y hace olvidemos la Muerte cercana. Dime la vieja leyenda harmoniosa que habla de aquella Princesa difunta: así pondremos mortaja de rosa a la divina esperanza difunta... Pálido amor que los sueños enlutas, torna el mirar a la luz de la vida: viene a nosotros por místicas rutas la barca negra del mar de Ultra-Vida. ¡Tú que obstinadas las albas esperas, entre tus sedas, tus rosas, tus joyas! Mas, no vendrá la Anunciada que esperas cuando la aurora derrama sus joyas... Hacia la noche voló nuestro sueño  —blanca hipsipila con alas de gloria —

¡pero en el claro jardín del Ensueño velan las puras estrellas su gloria!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Reminiscencia griega

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Reminiscencia griega  A Wenceslao Pareja

Pan recobró su otoñal caramillo y hace vibrar la dorada floresta y es en un claro del bosque amarillo danza rosada de ninfas en fiesta. Sombras desnudas temblando en la brisa siempre más fina, más suave, más leve, mientras el agua la imagen precisa de piernas rosas y cuerpos de nieve. De lo más negro del bosque fragante, como la sangre se va de la herida, fluye la voz pastoril y galante del armonioso instrumento panida. Suave se riza la yerba menuda bajo el jazmín de los pies nacarados y va borrando la danza desnuda la sombra gris de los sueños pasados... ¡Y es un dolor armonioso, una angustia imprecisible, una amargura ambigua ver tan lejana la dulce edad mustia y la belleza de esta tarde antigua...!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Reminiscencia siglo XVIII

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Reminiscencia siglo XVIII Vaga el olor por la antigua vereda, donde marmóreo Sileno retoza, del dieciochesco vestido de seda en la ducal y dorada carroza. Erán Trianón y la Arcadia —artificio que hizo más suaves las ásperas horas — el pastorial y bucólico vicio de las divinas marquesas pastoras. Eran los iris, las joyas temblantes y las espumas de los surtidores: la sombra azul en los kioskos galantes y el sonreír de los lindos Amores. Eran los mórbidos brazos de lira, inclinaciones de blancas pelucas y Pompadour y la cruel Lindamira y los lunares en las rubias nucas. Ardiente roce de la mano cauta y acariciante boca diminuta... Era el idilio al sonar de la flauta del verde fauno de la barba hirsuta... ¡Oh, siglo lindo! —amarilla viñeta, rasos, perfumes, risas, terciopelos, —  — que tuvo un viejo y galante poeta: Pablo Verlaine que se encuentra en los cielos.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Envío (Silva)

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Envío (Silva) Apolinada a las voces lejanas de la siringa del fauno sonoro ponen oído las musas hermanas en el dormido crepúsculo de oro. Un manantial melodioso de lloro tiembla en la flauta de risas paganas, Apolonida a las voces lejanas de la siringa del fauno sonoro.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Amanecer cordial

 A Aurelio Falconí 

Ah, no abras la ventana todavía, ¡es tan vulgar el sol...! La luz incierta conviene tanto a mi melancolía... Me fastidia el rumor con que despierta la gran ciudad... ¡Es tan vulgar el día...! Y ¿para qué la luz...? En la discreta penumbra de la alcoba hay otro día dormido en tus pupilas de violeta... Un beso más para mi boca inquieta... ¡Y no abras la ventana todavía...!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Danza oriental

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Danza oriental  A Víctor Hugo Escala

Danza la danza caprichosa... (¿Tórtola...?) ¿Salomé...? Y tras el fino velo rosa sonríe Astarté. En el crepúsculo amatista llena la gracia del jardín Bablbul saluda la imprevista danza... ¡Salve Mahanaím...! Panderos y timbalería. Kaleidoscopio es el pie rosa vibrante de harmonía (Tórtola y Samolé). Es Occidente y es el Asia, pálida y desnuda, si bien se mira esa su gracia es un don de Buda. Acompaña a sus deliciosas maneras rituales, un desplegar de alas fastuosas, de pavos reales. Como a compás de una rapsodia mueve las túnicas brillantes; son su custodia ceremoniosos elefantes. Junta a los graves ademanes burla de los labios; y saben más que los brahamanes esos labios sabios. Hipnotizados la ven los siete vicios —siete leopardos — Y, en cada mano, mueren dos sedientos nardos.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

Danza oriental

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Revelación (Silva) Erraba por la orilla del malecón desierto, interpretando el ritmo de la onda bulliciosa. Las brisas matinales aromaban el puerto, el alba despeinaba su cabellera rosa. Y, al rumor apagado de la ronca sonata, sentí una sangre nueva circular por mis venas, sangre bermeja digna de un corazón pirata, o de un moderno Ulises, pescador de sirenas. Y ansié el himno que rugen los piélagos amargos, los sueños que impulsaron a los marinos Argos, la luz que el albo encaje de las espumas dora... Un Yo nuevo del fondo de mi pecho surgía, ¡y algo de mi alma loca de aventuras partía en un esquife de oro con rumbo hacia la Aurora!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Un cuento

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Un cuento Está Lisete, la Infantina, cerca del mar, escuchando la sonatina crepuscular. Y una azafata dice: Dueña te contaré una leyenda, alba risueña, que yo me sé. Responde la niña con leve, dulce mohín, y ya impaciente mueve el breve, rojo chapín.  —El viejo Rey de la Isla de Oro

poseía un rubio y cándido tesoro  —luz y ambrosía —. Y ese divino tesoro era una hija linda; celosa estaba la Primavera de la Princesa Rosalinda. Mil Príncipes iban a verla y enloquecían apenas su faz color de perla rosa veían... Pero la niña era curiosa y, cierta vez, quiso mirar la espuma que el Alba sonrosa del viejo mar. Y sola fuese hasta la orilla... mejor no fuera, porque al mirar tal maravilla en la ribera, robósela un monstruo marino y Poseidón guardó a la niña en submarino terreón. ¡Y cuando la negra mar delira,

 

Un cuento

102 se pone a llorar, como una vaga y dulce lira crepuscular!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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La primera estrella ' Subió la Infanta a la terraza, a la sombra del abedul, y delataron su presencia mariposas de alas de tul. Irguió columnas de diamante el melodioso surtidor, soñanado serle blanda alfombra agonizó más de una flor. Para poder en sus pestañas de seda rubia, se asilar el crepúsculo tembloroso prolongaba su agonizar. De pronto, rasgando su seno, como una flecha de marfil hacia el azur, leve suspiro dejó su cárcel princesil. Tomó el mensaje perfumado adolescente serafín y lo prendió como una estrella, en una nube de carmín.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Amanecer

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Amanecer ¡El Día...! Y una vez más el vocablo snoro hace rodar, sobre la faz sombría de la Noche, la gran lágrima de oro. ¡FIAT LUX...! Y la divina algarabía que predice las horas bellas truena bajo la cúpula dorada y apaga con su soplo las últimas estrellas... Y todo es una claridad rosada que anuncia el Día... ¡El Día...!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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La libertadora  A M. E. Castillo y Castillo

Desde mi torre de marfil miro la vida que discurre. Mi alma romántica y sutil suspira, sonríe y se aburre. Hay un jardín de negras rosas, hay un jardín de blancos lirios: son mis tristezas negras rosas, mis ilusiones blancos lirios. A veces en el aire azul, solloza el viento un miserere, huye un ave de alas de tul: es algún lirio que se muere. Y tantos son los que se han muerto, calladamente, uno por uno, que el jardín va a quedar desierto y pronto no ha de haber ninguno. Ya queda de mi Primavera sólo un olor a rosa seca...

 

La libertadora

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Y mi alma espera, espera, espera, hilando sueños de su rueca. Espera oír en el confín, al dulce final de su suerte, la voz aguda del clarín de la Muerte. Caerán las duras cadenas, se abrirá la puerta de hierro: y, entre un perfume de azucenas, ¡el alma saldrá de su encierro!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Fiesta cromática en el mar Desgranamiento de rubíes y crujidos de seda rosa, romper de gasas carmesíes y de púrpura temblorosa. Ópalos, granas y berilos en las ondas aurirrizadas, que a las rocas de duros filos dejan de luces consteladas. Sobre los riscos y peñones se diría que alguien hubiera volcado las constelaciones o prendido la Primavera. El mar, al aúreo mediodía, es un tapiz de reina asiática; en él vibra la sinfonía, la gran sinfonía cromática. Materialízase un utópico cuento leído en las Mil y Una; sobre el divino mar del trópico pasa en su carro la Fortuna. La móvil onda dice: ¡Vida! con femenil volubidad;

 

Fiesta cromática en el mar

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del cielo la comba inmedida, serena; dice: ¡Eternidad! El pobre espíritu suspenso, estático y turbado está frente a las olas y al inmenso absoluto del Más Allá... Ya el rojo es pálido... las olas toman un tinte turquí... Y ya son mustias amapolas las que eran rosas de rubí... Pronto esta fantasmagoría irá en la noche a fenecer y será luego, su agonía un divino palidecer. Y en el crepúsculo marino, sobre el azul plafond astral, ¡pondrá una estrella su perlino punto final!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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La emperatriz

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La emperatriz  A César E. Arroyo

Mueven al aire rosa sus alas los pavones... Huella la Emperatriz la escalera de jade y su traje de luna y aúreas constelaciones de un aroma inefable los jardines invade. Sus ojos de luz tibia y de mirada sabia hacen palidecer astros y pedrerías; su carne macerada en ungüentos de Arabia, de nardo ungieron siete noches y siete días. Lagrimea una estrella en el cielo escarlata... Reza el ángel del éxtasis su faz de terciopelo y un anhelo infinito su corazón dilata... (Enlazan alma y cuelo pensamientos humanos... y en los sus diáfanos ojos se ve pasar un vuelo de vagamundos ibis havia reino).  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Aparición (Silva)

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Aparición (Silva) Lloraba perlas la fonta harmónica las dalias descubrían sus sonrojos, cuando pasó triunfal y salomónica la Emperetriz de los celestes ojos. Tornaba en mi divino clavileño de una excursión solar hollando abrojos; y me sonrió en un éxtasis de ensueño, la Emperatriz de los celestes ojos. Rimaba un grillo su sonata abstrusa, agria a la luz de los ponientes rojos. Y era Diosa y Esfinge, Lira y Musa, la Emperatriz de los celestes ojos. Iba hacia su blancura de alabastro cuando me victimaron sus enojos... Y se desvaneció en la luz del astro la Emperatriz de los celestes ojos.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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El tesoro

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El tesoro Con nuestras propias manos temblorosas tejemos nuestro bien y nuestro mal; ¡y deshojamos nuestras propias rosas como en un juego trágico y banal...! Y depués, al mirar el alma pobre, es la angustia y desesperación de ver trocado en monedas de cobre todo el oro de nuestro corazón...  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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LasLashadas (Silva) hadas que tejían mis ensueños, en la dulzura de mi abril en flor, las hadas que tejían mis ensueños dulces, abandonaron su labor... En cortas primaveras y risueños días celestes de mi abril en flor, fui pródigo del oro de mis sueños con generoso gesto sembrador... Mujer, rosas canción, sonrisa franca, todo se fue con la mañana blanca... El Odio abrió la herida carmesí... ¡Canción mujer, sonrisa blanca, rosas, cifré mi vida en tan livianas cosas que, por mi futileza, la perdí!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Ofrenda a la Muerte

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Ofrenda a la Muerte Muda nodriza, llave de nuestros cautiverios, ¿oh, Tú, que a nuestro lado vas con paso de sombra, Emperatriz maldita de los negros imperios, cuál es la talismánica palabra que te nombra? Punta sellada, muro donde expiran sin eco de la humillada tribu las interrogaciones, así como no turba la tos de pecho hueco la perenne armonía de las constelaciones. Yo cantaré en mis odas tu rostro de mentira, tu cuerpo melodioso como un brazo de lira, tus plantas que han hollado Erebos y Letheos; y la serena gracia de tu mirar florido que ahoga nuestras almas exentas de deseos, en un mar de silencio, de quietud y de olvido.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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El cazador

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El cazador  A Luis G. Urbina

Satán es cazador furtivo en la celeste selva donde divaga el místico redil y, como un joven sátiro, en la dulzura agreste, suena la tentación de su flauta sutil. ¡Ay, del que oyera el canto del Malo!, quien oyera la perversa sirena del Pecado Mortal, ni rasgando su carne poseída pudiera extirpar la ponzoña del hechizo fatal. ¡Y bien lo sabes tú, melodiosa alma mía, alondra cantarina en la clara harmonía del bosque donde pulsan los Coros sus laúdes, tú, que del cazador en las manos lascivas, en las velludas manos, viste llevar cautivas a las siete palomas de tus siete virtudes!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Las alas rotas

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Las alas rotas En antiguas orgías cuerpos y almas servimos a los siete lobeznos de los siete pecados; la vid de la Locura de sus negros racimos; exprimió en nuestras bocas los vinos condenados. Pálidas majestades sombrías y ojerosas, lánguidos oficiantes de pintadas mejillas se vieron coronados de nuestras frescas rosas y en la Misa del Mal doblamos las rodillas... ¡Y acabadado el festín –al ensayar el vuelo hacia el puro Ideal –  –como heridas gaviotas las almas descendieron al putrefacto suelo, asfixiadas de luz y con las alas rotas!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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De Profundis Clamavi Señor, ved nuestras almas, en sus duros encierros donde no hacen la luz vagas filosofías, vírgenes arrojadas desnudas a los perros cuando apenas se encienden las rosas de sus días. En vano no hemos buscado, por diversos caminos, la ruta azul que lleva a la ideal Bizancio... Y hoy vamos hacia el puerto de tus brazos divinos, pobres de voluntad y exangües de cansancio... A idolatrías locas nuestro amor ofrendamos, cuando Placer y Vida creímos infinitos... Y hoy, a tus pies, aquellos despojos arrojamos, atados con la cinta de los sueños marchitos.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

 

De Profundis Clamavi

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Inter Umbra ¡Cómo estás en tu negro calabozo de arcilla, en vigilia perenne sepulta, oh, alma mía!, ¡en el fango del mundo hincada la rodilla, tú que eres toda luz y gracia y harmonía! ¡Gota azul de la sangre divina de los astros, que el Destino virtió en un ánfora pobre! ¡Arquitectura eximia de oros y alabastros hundida para siempre en el mar salobre...! En el confín rosado ya se anuncia la hora... Gabriel mueve sus alas en el campo celeste... ¡vuelve desde tu noche a la límpida aurora y que sepan los astros el color de tu veste!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Poema de la carne

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Poema de la carne ¡Carne del asesino, maldita podredumbre que pende de las horcas en fúnebres racimos y muestra a las pupilas de ávida muchedumbre la malévola herencia que todos recibimos...! ¡Oh, carne de los mártires, Gloria in excelsis Deo, que de nuestro Rey Cristo son divinas cosechas! ¡Oh, labios siempre abiertos al consuelo de un Creo! ¡Divina vestidura traspasada de flechas..! ¡Oh, carne de las vírgenes que la inocencia armiña, nieve, azucena, estrella, lirio, polar campiña donde no puso Amor a la llama de su planta! ¡Hostia, carne de Dios para la cena mística, y que, por el milagro de la gracia eucarística, a nuestra carne inmunda une su carne santa!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Soneto de otoño

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Soneto de otoño  A Amado Nervo

¡De nuevo son las rosas de Octubre, Otoño mío...! Han escondido el sol en una cueva obscura... y los pálidos dedos del inmortal Hastío estrujan –rosa seca –mi pasada ventura. ¡Lacerante recuerdo de la extinta dulzura que torna vanamente al corazón vacío...! Perdimos el sendero y la noche perdura  –¡la noche! –  –y aún no brilla tu luminar, ¡Dios mío!

Los años son guirnalda florecida  –pensamos –  –una fiesta es nuestra vida...

E hicimos una fiesta de toda ella... Pero sonó el Destino inexorable su hora y el brusco despertar nos anunció la aurora verdadera, la aurora sin flor y sin estrella.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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El viajero y la sombra

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El viajero y la sombra  A Ernesto Noboa y Caamaño

A los que hemos mirado –en una noche horrenda – a nuestra cabecera la faz de la Ignorancia, puesto que comprendimos, se nos cayó la venda y tenemos la ciencia de la sonrisa helada. Y vimos –presentimos más –  –la cosa estupenda y la tiniebla en que se hundirá nuestra nada y la noche absoluta en la perdida senda sin amores, sin albas, sin fin de la jornada. No obstante, cautelosos, en nuestra ceguedad, vamos hacia la fuente de Piedad y Verdad... ¡Pero el mayor suplicio es ignorar el puerto y, en la tormenta hostil que nuestro sueño enluta, al ser como un navío, cuyo piloto muerto y aferrado al timón, no puede darle ruta!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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El alba de Jesús

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El alba de Jesús Señor, en mí me busco y no me encuentro... ¿Dónde la claridad del nuevo día cuya luz inmortal fulgura dentro del corazón sin pena ni alegría? Tú eres la paz, y yo soy la contienda; tú eres la luz, la noche va conmigo... Mis ojos, ciegos por la negra venda, no distinguen amigo ni enemigo... ¡Pero una voz en mi interior te nombra y dulcemente hacia tu fin me lleva, porque tú estás en mí como en la sombra la luz celeste de la aurora nueva!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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La noche (Silva) Mi corazón solloza en su prisión sombría y endulza, suspirando, la noche de su encierro; mi alma es un ave lírica de un parque de Harmonía cuyas almas, cautivas, golpean contra el hierro. Señor: ¿no saldrá mi alma de su prisión obscura...? ¿Nunca veré el celeste país que me ofreciste...? Ansío paz, la paz que tu evangelio augura... ¡Tan grande es mi cansancio de todo lo que existe!  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Fin

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Fin Cuando la noche negra amenaza la Tierra el buho abre los ojos, la paloma los cierra; así suena mi júbilo su caracol sonoro con la fragante risa de la mañana de oro; y, en las anubarradas noches de duelo y llanto, como una alondra tímida, enmudece mi canto.  Regresar a El árbol del bien y del del mal 

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Fuentes y contribuyentes del artículo

Fuentes y contribuyentes del artículo Medardo Ángel Silva  Silva  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=540 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=540463 463 Contribuyentes: Freddy eduardo, Kazjako, LadyInGrey, 2 ediciones anónimas Primeros poemas  poemas  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=489261 89261 Contribuyentes: Freddy eduardo   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=49965 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4996588 Contribuyentes: Freddy eduardo Serenata (Silva)  (Silva)  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=48 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487379 7379 Contribuyentes: Freddy eduardo Las florestas de oro  oro  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4873 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487392 92 Contribuyentes: Freddy eduardo Espera   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487 Espera http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487391 391 Contribuyentes: Freddy eduardo Horas confidenciales  confidenciales  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=489 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=489221 221 Contribuyentes: Freddy eduardo Cuando se es aún joven  joven  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4892 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=489243 43 Contribuyentes: Freddy eduardo Con ese traje azul  azul  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=48 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487381 7381 Contribuyentes: Freddy eduardo Fragmentos (Silva)  (Silva)  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=48738 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4873833 Contribuyentes: Freddy eduardo Rondel  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487 Rondel  http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487410 410 Contribuyentes: Freddy eduardo Canción de los quince años  años   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4874 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487411 11 Contribuyentes: Freddy eduardo A flor de labios  labios  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4892 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=489253 53 Contribuyentes: Freddy eduardo   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=55373 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=5537311 Contribuyentes: Freddy eduardo, 1 ediciones anónimas Oración de Nochebuena  Nochebuena  Fuente: http://es.wikisource. http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=20 org/w/index.php?oldid=204353 4353 Contribuyentes: 1 ediciones anónimas Poesías escogidas  escogidas  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=553 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=553087 087 Contribuyentes: Freddy eduardo Epístola (Medardo Ángel Silva)  Silva)  Fuente: http://es.wikisource.o http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=536 rg/w/index.php?oldid=536284 284 Contribuyentes: Freddy eduardo, Kazjako, LadyInGrey La máscara irónica  irónica  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=20 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=204343 4343 Contribuyentes: Freddy eduardo La profesión literaria  literaria  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=204 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=204335 335 Contribuyentes: Freddy eduardo A los poetas de mi tierra  tierra   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=204 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=204340 340 Contribuyentes: Freddy eduardo Hacia la luz lejana  lejana  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=2043 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=204342 42 Contribuyentes: Freddy eduardo Aniversario (Silva)  (Silva)  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=203 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=203545 545 Contribuyentes: Freddy eduardo Canción de tedio  tedio  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3516 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351684 84 Contribuyentes: Freddy eduardo Danse d'Anitra  d'Anitra  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=2043 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=204347 47 Contribuyentes: Freddy eduardo El alma en los labios  labios  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=546 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=546200 200 Contribuyentes: Aleator, Freddy eduardo, 4 ediciones anónimas El encuentro  encuentro  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=2043 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=204348 48 Contribuyentes: Freddy eduardo El precepto  precepto  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=203 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=203559 559 Contribuyentes: Freddy eduardo La fuente triste  triste  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=2669 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=266952 52 Contribuyentes: Freddy eduardo La extraña visita  visita  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=20 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=203556 3556 Contribuyentes: Freddy eduardo Lamentación del melancólico  melancólico  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=499 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=499749 749 Contribuyentes: Freddy eduardo, 1 ediciones anónimas Lo tardío  tardío  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=35168 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3516800 Contribuyentes: Freddy eduardo Se va con algo mío  mío   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=524 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=524447 447 Contribuyentes: Freddy eduardo Soneto (Silva, 2)  2)  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=536 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=536271 271 Contribuyentes: Freddy eduardo Ernesto Noboa y Caamaño  Caamaño   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=522 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=522436 436 Contribuyentes: Caronte10, Freddy eduardo Arturo Borja  Borja  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=5488 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=548830 30 Contribuyentes: Freddy eduardo, Julio Durán Borja, Shooke, 2 ediciones anónimas La flauta de ónix  ónix  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=487079 079 Contribuyentes: Escudero, Freddy eduardo A Misteria  Misteria  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=46 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=467139 7139 Contribuyentes: Freddy eduardo Dos viajes  viajes  Fuente: http://es.wikisource.org/ http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3473 w/index.php?oldid=347377 77 Contribuyentes: Freddy eduardo Era un sueño  sueño  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3474 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=347474 74 Contribuyentes: Freddy eduardo Idilio estival  estival  Fuente: http://es.wikisource.o http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=350 rg/w/index.php?oldid=350244 244 Contribuyentes: Freddy eduardo (Lola, para que cante yo todos tus tesoros...)  tesoros...)  Fuente: http://es.wikisou http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=35 rce.org/w/index.php?oldid=352072 2072 Contribuyentes: Freddy eduardo Soñación  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3474 Soñación  http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=347428 28 Contribuyentes: Freddy eduardo El árbol del bien y del mal  mal   Fuente: http://es.wikisource. http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=55 org/w/index.php?oldid=555524 5524 Contribuyentes: Freddy eduardo, 1 ediciones anónimas La investidura  investidura  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=39140 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3914055 Contribuyentes: Freddy eduardo, Taba1964 Al Angelus  Angelus  Fuente: http://es.wikisource.o http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=391 rg/w/index.php?oldid=391401 401 Contribuyentes: Freddy eduardo Crepúsculo de Asia  Asia  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=35 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351695 1695 Contribuyentes: Freddy eduardo Hora santa  santa  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3516 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351698 98 Contribuyentes: Freddy eduardo La respuesta  respuesta  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351702 702 Contribuyentes: Freddy eduardo

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Junto al mar  mar  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=35170 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3517033 Contribuyentes: Freddy eduardo

 

Fuentes y contribuyentes del artículo Vesper marino  marino  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=35 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351713 1713 Contribuyentes: Freddy eduardo La muerte perfumada  perfumada  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=35 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351720 1720 Contribuyentes: Freddy eduardo Intermezzo  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351 Intermezzo  http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351723 723 Contribuyentes: Freddy eduardo Preces de la tarde  tarde  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=351727 727 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: I  I  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401519 519 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: II  II  Fuente: http://es.wikisource.org/ http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40152 w/index.php?oldid=4015200 Contribuyentes: Freddy eduardo Feuille d'album  d'album  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401563 563 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: IV  IV  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401525 1525 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: V  V  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4015 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401526 26 Contribuyentes: Freddy eduardo En provincia  provincia  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401565 1565 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: VII  VII  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4015 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401528 28 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: VIII  VIII  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401529 1529 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: IX  IX  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401531 1531 Contribuyentes: Freddy eduardo Sueño en el jardín  jardín  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401561 1561 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XI  XI  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401533 1533 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XII  XII  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4015 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401534 34 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XIII  XIII  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401535 1535 Contribuyentes: Freddy eduardo Velada del sábado  sábado  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401567 567 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XV  XV  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401537 537 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XVI  XVI  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401538 01538 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XVII  XVII  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401539 539 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XVIII  XVIII  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401540 1540 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XIX  XIX  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401541 01541 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XX  XX  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401542 542 Contribuyentes: Freddy eduardo Estancias: XXI  XXI  Fuente: 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Velada http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=378188 188 Contribuyentes: Freddy eduardo Sin razón  razón  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3828 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=382891 91 Contribuyentes: Freddy eduardo Citeres   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3829 Citeres http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=382915 15 Contribuyentes: Freddy eduardo Pretérita   Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=38 Pretérita http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=382923 2923 Contribuyentes: Freddy eduardo Hoja de álbum  álbum  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3829 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=382930 30 Contribuyentes: Freddy eduardo Romanza de los ojos  ojos  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=3829 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=382937 37 Contribuyentes: Freddy eduardo Voces en la sombra  sombra  Fuente: http://es.wikisource.org/ 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Philosophia  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=382 Philosophia  http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=382945 945 Contribuyentes: Freddy eduardo

 

Fuentes y contribuyentes del artículo Estampas románticas: I  I  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40108 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4010855 Contribuyentes: Freddy eduardo Estampas románticas: II  II  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401096 096 Contribuyentes: Freddy eduardo Estampas románticas: III  III  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401130 1130 Contribuyentes: Freddy eduardo Estampas románticas: IV  IV  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4011 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401128 28 Contribuyentes: Freddy eduardo Estampas románticas: V  V  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=40 http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=401127 1127 Contribuyentes: Freddy eduardo Estampas románticas: VI  VI  Fuente: http://es.wikisource.org/w/index.php?oldid=4011 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