Me Lo Has Dado Todo Sophie Saint-Rose J

August 24, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Me lo has dado todo  

Sophie Saint Rose

 

 

Capítulo 1  

 —Querida,  —Quer ida, disimula disi mula un poco po co —dijo —dij o su madr ma dree antes de beber beb er de su copa co pa de champán—. Es Es evidente que par pareces eces desesperada. desesper ada. Fulminó a su madre con sus ojos azul violáceo. —Me has enseñado bien, madre. Cumpliré con la misión que me encomendaste cuando me trajiste al mundo. No debes preocuparte. Steffani Arden sonrió irónica, sin que se le notara ni una sola arruga. Para tener cincuenta años, aparentaba treinta. De hecho, quien no las conocía, pensaba que eran hermanas. Pues eran iguales. Iguales en todo, excepto en una cosa y eso torturaba a Rebeca desde hacía años.  —No me m e preo pr eocupa. cupa. Has Has aprendido apr endido de la mejo m ejor. r.  —Eso es cier ci erto. to. Nadie como co mo tú para par a venderte vender te al mejo me jorr postor po stor.. El ojo de su madre tembló y Rebeca ignorándola se alejó de ella, porque al final terminarían discutiendo como siempre sobre el mismo tema.

 

Ignorando las miradas de varios hombres, supo que esa noche estaba perfecta. Su vestido de gasa entallado, aparentaba que no llevaba nada debajo, y sus pequeños cristales hacían que cada movimiento hicieran resaltar su maravillosa figura. Figura que esculpía durante dos horas en el gimnasio todos los días desde los catorce años para estar perfecta. Bebió de su copa acercándose al enorme enor me ventanal ventanal que mostraba Nueva Nueva Y Yor orkk iluminado y miró mir ó al exterio ext erior, r, pero ella no se fijó en eso, sino en su reflejo y en las miradas mir adas posadas posadas en ella. Vio que un mechón rubio de su impecable recogido rozaba la mejilla ocultando la única tara que tenía. Una pequeña cicatriz debajo del ojo, obsequio del segundo marido de su madre. De cuando había llorado con cuatro años, porque el día de Navidad no había encontrado debajo del impresio impr esionant nantee árbol árbo l la muñeca que querí quería. a. Esa fue la única vez que que vio a su madre realmente furiosa y cogió a su hija entre sus brazos como una leona, antes de salir de aquel piso. Por supuesto no lo denunció, pero se encargó de sacar a su marido mar ido todo lo que podía. Desafor Desafortu tunada nadament mentee su estilo de vida era er a caro y llegó el tercer marido. Ese había sido un buen hombre, pero desgraciadamente murió. El cuarto, para su alivio, la pilló en la universidad y ya no tuvo que soportarlo. Pero desafortunadamente su aspecto hacía que no la tomaran en serio. Después de esforzarse muchísimo en la universidad para sacar un expediente decente, todavía recordaba la mirada socarrona que tenía el hombre que la recibió en su primera entrevista de trabajo. Se burló de ella mientras se humillaba suplicando aquel trabajo de becaria en una empresa que

 

no llegaba ni a la suela de los zapatos a la mayoría de las empresas de sus amistades. amista des. La miró con desprecio viendo viendo su traje de firma fir ma que costaba costaba más de lo que él ganaba en seis meses y le dijo con sorna —No espere nuestra llamada. Y así fue en una entrevista tras otra. Nadie la ayudó a encontrar trabajo y después de dos años mantenida por su madre, se dio por vencida. Así que había llegado allí. A la caza de un marido como habían hecho su madre y su abuela antes de ella. No sería difícil conseguir un marido rico que las mantuviera. Lo difícil era conseguir un marido que no la hiciera vomitar con sólo pensar que le pusiera la mano encima. Lo único malo era que no tenían mucho tiempo. El alquiler de su piso vencía en dos meses y vivían de la compensación del último marido de su madre. Después de tres años, estaban casi sin fondos. Su madre había sido muy clara. Necesitaba que colaborara y si era lista l ista,, encontr encontr aría a un marido que las mantuviera mantuviera a ambas de por vida. Sólo tenía que conseguir enamorarle antes de la boda, para que le diera vergüenza pensar siquiera en un acuerdo prematrimonial. Bebió de su copa y al tragar, vio a través del cristal llegar a la fiesta a dos hombres vestidos de smoking, que saludaban a los anfitriones como si se conocieran desde hacía tiempo. Si les conocían, era que tenían dinero. Los Forrester no se relacionaba fuera de determ det erminada inada escala social.  —Te veo muy sola so la —dijo —dij o un hombr ho mbree acer ac ercándo cándose se y apoyando apo yando la mano en el crista cr istal. l.

 

Levant Lev antóó una de sus finas cejas, sin dejar dejar de mir ar a uno de los hombres hombr es que acababan de llegar, sin hacerle ningún caso al tipo que tenía al lado. Era realmente guapísimo y muy alto. Perfecto para ella que media uno setenta. Además, estaba muy moreno de pelo y piel. Pero lo que la volvió loca, fue su sonrisa. Tenía una sonrisa irónica que le dijo que era un hombre muy seguro de sí mismo.  —¿Quier  —¿Qui eres es otra o tra?? Volvió la vista hacia el pesado y le reconoció enseguida. —¿Eres Carter Willis, verdad? El tenista. Nada de deportistas. Se volvían locos con el dinero. En cuando su carrera se acababa, se quedaban sin un dólar. Y a pesar de lo que decía su madre, ella quería que su matrimonio funcionara. Era lo que más deseaba. Casarse por amor. O al menos por un deseo arrollador, que la hiciera olvidarse de su horr hor r ible objetiv objetivo. o. Llevar Llevar la mejor mejo r vida que que pudiera. pudiera.  —Exacto, bonita. boni ta. Soy Carter Car ter Willis. Willi s. —Sonr ió co como mo en las fotos fo tos publicitarias y la verdad es que era atractivo, pero no soportaría levantarse todos los lo s días con esa sonrisa sonr isa estúpida estúpida al al lado. —Te —Te traigo otra copa. co pa. Entrecerró sus preciosos ojos violetas. —Sí, hazme el favor. Me apetece —mintió sin que se le notara. Sólo quería que el moreno viera que alguien que era un playboy estaba interesado en ella—. Gracias. —Sonrió como una niña niña buena buena y el tipo tipo casi sale corr co rr iendo.

 

Mirando sobre sobr e su hombro como si estuviera estuviera distraída, pasó pasó la l a vist vistaa por el salón y cuando sus ojos pasaron por el moreno viendo que los tenía claros, no se detuvo, sino que pasó de largo como si no hubiera visto nada que le interesara. Pudo sentir su mirada en ella en ese mismo instante y como si estuviera est uviera aburrida, aburr ida, volvió a mirar mir ar por po r la ventana. ventana.  —Aquí tienes, pr precio eciosa. sa. —Carter —Car ter le entreg entr egóó la copa co pa de champán. —  ¿Cómo te llamas?  —Rebeca —respo —r espondió ndió encantador encantado r amente.  —Un nombr nom bree precio pr ecioso so..  —Gracias  —Gr acias,, eres er es muy m uy amable. amabl e.  —No te había habí a visto vis to nunca. ¿Eres ¿Er es amig am igaa de los l os For r ester? ester ?  —Mi madre madr e y Daisy so sonn íntimas íntim as desde hace años. año s. De hecho, hecho , fui al colegioo con Stella. colegi Stella. Carter se echó a reír. —No conozca a la mitad de los que has dicho. A mí sólo sól o me invitan a estas estas cosas por dar un poco de glamour. glamo ur. Ese tío tío no sabía lo que era el glamour g lamour ni aunque aunque lo tuviera delante. delante.  —Nena, siento sien to lleg l legar ar tarde. tar de. Sorprendida miró hacia atrás y vio a su moreno sonriendo encantadoramente. Maliciosa por la jugada, bebió de su copa y él se acercó besándola en la mejilla, haciendo que su corazón saltara al oler su colonia. —  ¿Estás ¿Est ás enfadada?

 

 —Un poco. poc o. ¿Conoces ¿Cono ces a Carter Car ter Willis? Willi s? —preg —pr eguntó untó r ecuperando ecuper ando el aliento.  —Por supuesto. supuesto . —Alar —Alargg ó la l a mano y se la l a estrechó estr echó a Car Carter, ter, que parecía par ecía decepcionado. —Soy un admirador. Paolo Viotti. Disimuló su sorpresa, sor presa, porque por que sabía sabía de sobra quién era. Y era r ealment ealmentee el premio gordo go rdo.. No se podía creer la suerte que que tenía. tenía. No se le podía escapar. escapar.  —He o ído hablar de usted —dijo —dij o Carter Car ter con co n admir admi r ación—. ació n—. Me han dicho que su último último barco es excepcional. excepcional.  —Buque. —Su cor r ección ecci ón le dejaba en evidencia evi dencia ante ella, ell a, pero per o Rebeca lo pasó por alto, aparentando estar aburrida y mirando a su alrededor. —Y sí, es excepcional. El buque más grande de la historia.  —Me han dicho que ya no hay plazas plaz as disponi dis ponibles bles para par a el pr imer ime r viaje. viaj e.  —Y le han dicho bien. —Miró —Mir ó a Rebeca. —Cara, —Car a, ¿vamos ¿vamo s a saludar salu dar a Stella? Creo que acaba de llegar.  —Está en París… Par ís… —dijo —d ijo iró ir ó nica mir m irándo ándolo lo a los lo s oojo jos—. s—. Caro. Caro . Eso pareció hacerle gracia y Carter no se dio cuenta que pasaban de él mientras no dejaban de mirarse. Empezó a ponerse nerviosa porque esos ojos grises le decían claramente que quería que pasara la noche con él. Algo realmente excitante. Y tentador. Muy tentador.  —¿No cr cree ee que podr po dría ía conseg co nseguir uirme me un pasaj pasaje? e? Pagar Pag aréé lo que sea —  continuóó diciendo Carter como continu co mo si nada.

 

 —Lo siento, siento , pero per o só sólo lo me queda una suite y es para par a mí. mí . —Cogió —Cog ió a Rebeca de la cintura y la alejó un par de pasos. —Pero si hay alguna cancelación, canc elación, mi secretaria se pondrá en cont co ntact actoo con usted usted..  —Gracias  —Gr acias,, amigo ami go.. Divertida se dejó llevar sintiendo la mano en su cintura, mientras su cadera rozaba con la suya al caminar. Era algo demasiado íntimo para el primer contacto, pero no pudo evitarlo. —Si hubiera esa cancelación, no le llamarías.  —No. Yo no me encargo encar go de esas cosas co sas —le susurr susur r ó al oí oído do—. —. Pero Per o por ti haría una excepción. excepción. Sonrióó detenién Sonri deteniéndose dose y dándose la vuelta vuelta para mirarle mir arle de frent fr ente. e. —Crees —Crees que porque eres atractivo, rico y medianamente inteligente, lo tienes todo ganado, ¿verdad ¿ver dad?? Paolo se echó a reír. r eír. —Algo —Algo así. Dios, era fascinante y se quedaría embobada mirándole toda la noche.  —Pues yo también soy so y atractiva, atr activa, r ica y medianamente medi anamente intelige inteli gente, nte, así que estamos empatados.  —Entonces tendré tendr é que esfor esf or zarme. zar me.  —¿Y cuál es tu objetivo obj etivo??  —¿Pasarlo  —¿Pasar lo bien? Eso le hizo gracia a Rebeca y se rió sin poder evitarlo. Le encantaría

 

pasarlo bien con él, pero no estaba allí para eso. Él era su objetivo y lo conseguiría. —Buenas noches, señor Viotti. Páselo bien. Se estaba volviendo cuando la cogió del codo deteniéndola. —No sé cómo te llamas, llamas, cara.  —Rebeca. Los ojos oj os de Paolo brillaro brill aron. n. —¿Y eres como co mo ella, Rebeca Rebeca?? Se tensó interiormente al darse cuenta de lo que quería decir, pero aun así pregunt pr eguntóó haciéndose haciéndose la tonta tonta —¿Qué quieres decir?  —¿Eres  —¿Er es fr ía y calcul ca lculado adorr a igual ig ual que la l a de la película? pelí cula? Esa pregunta la ofendió, pero al fin y al cabo era cierto que Rebeca había sido así. Se había casado Maximilian de Winter sin amarle, únicamente por lo que podía ofrecerle. Le había sido infiel, aparentando ser la esposa perfecta perf ecta ante ante todos. todo s. Y había sido dañina hasta la muerte. muer te. El paralelismo era tan exacto, que palideció y soltó su brazo mirándole fríamente. —Buona notte, signor Viotti.  —Buona notte, no tte, bella. Sintió su intensa mirada mientras se alejaba yendo hacia su madre, que simulaba hablar con una conocida hasta que llegó a su lado. En cuando la mujer, de la que no recordaba el nombre, se alejó, Steffani la miró a los ojos.  —¿Vio  —¿V iotti? tti?  —Demasiado  —Demasi ado listo li sto —susurr —susur r ó intentando calmar calm arse—. se—. Me ha calado calad o

 

desdee el principio. desd pri ncipio.  —No eres er es tan descuidada. descui dada. Sólo Só lo te está tanteando. Se ha sentido atraído atr aído hacia ti desde que entró en la sala.  —No sé por po r qué tuviste que poner po nerme me ese es e estúpido nombr no mbre. e.  —¿Acaso no te gusta? gus ta? A mí me encanta. Mi niñer a se ll llamaba amaba así. Siempre me ha gustado gustado ese nom nombre. bre. Miró a su madre con sorpresa y ella sonrió irónica. —Ya sé por dónde vas. Nunca Nunca me lo habías contado.  —El paralel par alelism ismoo con co n la pelíc pe lícula… ula… Su madre la cogió por la muñeca para que la mirara a los ojos. —No eres como ella. Nunca dejes que nadie te haga de menos. Jamás. ¿Me has entendido? Vio en sus ojos lo que había visto aquel día que la cogió en brazos y la sacó de aquel piso y se dio cuenta de algo... Que su madre era una superviviente en un mundo de tiburones y quería que ella estuviera preparada.  —¿Crees  —¿Cr ees que ello ell o s no nos utilizan? utili zan? Hasta que llleg legaa la siguiente sig uiente y pasan pas an página. pág ina. Una más bella y joven por la que te dan la patada. —dijo sin demostrar que estaba enfadada—. Tienes que ser más lista que yo, hija. Tienes que ser más lista que ellos. Yo cometí el error de enamorarme de tu padre, ¿y de qué me sirvió? ¿De qué te sirvió a ti? Una pensión compensatoria y a por la siguiente rubia. Tienes cinco hermanos que ni conoces y que no han mostrado interés

 

por ti jamás. Y en cuanto cumpliste los dieciocho, sus abogados se pusieron en contacto con nosotros para decir que se cerraba el grifo. —Sonrió con desprr ecio. —No desp —No merecen que te sienta sientass mal po porr ellos. Los buit buitrr es son ellos, ello s, no nosotras. Nosotras sólo nos mantenemos mantenemos a flote.  —Nunca me habías ha bías hablado así. A veces te muestr m uestras as tan fr ía al r especto, especto , que… —Steffani algo pálida bebió de su copa y Rebeca se dio cuenta que la frase que le había dicho antes le había dolido. —Mamá…  —Ahoraa no.—Muy seria  —Ahor ser ia dejó la copa co pa sobr so bree la bandeja del camar ero er o que pasaba a su lado y fue a penas imperceptible que su mano temblaba. Rebeca Reb eca se sintió sintió fatal. fatal. Odiaba Odiaba hacer aquello, pero per o no tenía derecho a criticar a su madre cuando ella había disfrutado disfrutado de todo lo que hhabía abía conseguido con sus matrimonios.  —Soy una hipócr hipó crita, ita, ¿verdad? ¿ver dad? Su madre la miró sorprendida y se echó a reír al darse cuenta de lo que quería decir. Acarició su mejilla con cariño. —Me encantaría tener todo el dinero del mundo mundo para que vivieras tranquila toda toda la vida. Pero Pero no lo ten tengo go.. —  Suspiró decepcionada. —Y ya no soy como tú. Me costará un poquito el siguiente. Rebeca se echó a reír atrayendo varias miradas sin darse cuenta. —  Mentiro Men tirosa. sa. Antes Antes de que que me dé cuenta, me vestir vestirás ás de dama de honor hono r otra otr a vez.  —Esta vez ir ás de viol vi oleta. eta.

 

Rió sin poder evitarlo y miró a su alrededor distraída. Al encontrarse con Paolo tras ella perdió la sonrisa. —¿No nos presentas, Rebeca? —El tono en el que que dijo su nombre nombr e la estremeció estremeció..  —Steffani Arden, Arde n, Paolo Pao lo Viotti io tti —dijo mir mi r ando a su madr m adree de rreo eojo jo,, que sonrió sonr ió agr agradab adablement lementee dándole dándole la mano. Paolo se agachó para par a besársela como todo un caballero caballero y su madre se sonrojó sonro jó de gusto.  —Hija, como co mo en el siglo sig lo pasado —dijo —dij o im impr presio esionada, nada, aunque ya no le impresionaba impresio naba nada. nada.  —Todo un dandi —dijo —dij o con co n ironí ir oníaa cogi co giendo endo un canapé de salm salmón ón y metiéndoselo metién doselo en la boca para no tener que hablar.  —¿De qué parte par te de It Itali aliaa es usted? —preg —pr eguntó untó su madr madree advirtiéndo advir tiéndola la con la mirada.  —De Manhattan. —Su madre madr e se echó a r eír de maner a encantador encantado r a. —  Pero mis padres son de Nápoles y varios de los negocios de la familia están allí.  —He oído oí do que su navier navi eraa está teniendo mucho éxito. éxito .  —Sobr e todo los lo s barco bar coss de transpo tr ansporr te a Asia.  —No sea modesto. mo desto. Me han dicho que constr co nstruye uye barco bar coss par paraa medio medi o mundo. Sus astiller astilleros os son so n los más m ás grande gr andess de Eur Eur opa.  —Veo  —V eo que está muy bien infor info r mada —dijo —dij o mir ando con co n sor so r na a Rebeca.

 

 —Oh… —Su madre madr e hizo un gesto ge sto deli delicado cado con co n la mano sin darle dar le importancia. —Todo el mundo está enterado. Rebeca, ¿ese no es Carter Willis?  —Sí, mamá. m amá.  —Oh, déjame déjam e ir a saludar le —dijo —dij o aparentando apar entando estar emocio emo cionada—. nada—. Me encanta. Los dejó solos a propósito y ambos vieron cómo se acercaba al tenista interrumpiendo su conversación para hablar con él. Ni tenía ni idea de que hablaría con él, pero parecía que el hombre hom bre estaba estaba encant encantado ado con co n su atención. atención.  —Os par pa r ecéis mucho —dijo —dij o Paolo Paol o acercándo acer cándose se pelig pel igrr osamente. os amente.  —¿No me m e digas? dig as? Como no respondió, le miró a la cara y él preguntó —¿Soy el primero?  —¿A qué te refi r efier eres? es?  —¿Te has casado ca sado alguna alg una vez?  —No. —No entendía a dónde quería quer ía ll lleg egar ar y no pudo disi disimula mularr su sorpresa por la pregunta. —Soy soltera. ¿A qué viene esa pregunta? Él sonrió encantadoramente y se acercó para susurrarle al oído —Me muero por acostarme contigo. —Rebeca se estremeció por sus palabras y el roce de su aliento. —Pero supongo que para hacerlo, tengo que poner un anillo en tu dedo, porque tú no eres una mujer que da nada sin recibir algo a cambio.

 

Eso sí que la sorprendió sor prendió y se apartó apartó para arrear ar rearle le un tor torta tazo zo con fuerza.  —¡Mamá!  —¡M amá! ¡Nos vamo vam o s! Steffani se volvió asombrada por su grito, como casi todos los demás, y Paolo se echó a reír cuando la vio coger el bajo del vestido e ir hacia la puerta sin molestarse en esperarla. ¿Qué se creía? ¡Ni que fuera una puta! ¡Se acostaría con él con y sin anillo! Sería imbécil. Diciéndole eso, sólo quería demostrar que conocía su juego y que no le hacía ninguna gracia. Pulsó el botón del ascensor. Él la siguió apoyando el hombro en el marco de la puerta, mirándola con ironía. —Bella, no te enfades. Era una pregunta.  —¡Deja de llam l lamar arme me bella, bell a, iitaliano taliano de poca po ca monta! m onta! ¡Eres ¡Er es de Manhattan! Manhattan! Paolo se echó a reír. r eír. —Per —Per o con co n mi familia hablo en italiano, italiano, bella. Apretó los dientes porque sólo quería fastidiarla y pulsó el botón de nuevo. ¿Dónde coño estaba el ascensor?  —Disculpe,  —Discul pe, señor seño r Viotti io tti —dijo —dij o su madr m adree intentando salir sali r de la casa con co n las estolas de piel en la mano—. Cariño, no te has despedido de…  —Segur  —Seg uroo que lo has hecho tú por po r las do dos. s. —Se metió en el ascensor ascenso r y levantó la barbilla orgullosa y sonrió antes de decir —Sí, voy a casarme con un hombre muy m uy rico y seré la l a esposa perfecta hasta hasta pa pasarme sarme al siguient sig uiente. e. —Su madre jadeó asombrada. —¡Y hasta puede que haya más! —Paolo se tensó enderezándose y mirándola fríamente. —¡Así la respuesta a tu pregunta es sí! Soy como Rebeca. Rebeca.

 

Mientras las puertas se cerraban se retaron con la mirada y ella no perdió la sonrisa sonr isa hasta hasta que desapareció desapareció de su vista. vista.

 

 

Capítulo 2  

Su madre y ella se quedaron en silencio escuchando la musiquilla del hilo musical. Rebeca la miró de reojo y vio que todavía estaba con la boca abierta. Aunque no tardaría en reaccionar.  —¿Estás loca? lo ca? —gr —g r itó a los lo s cuatro cuatr o vientos. viento s. Ahíí estaba. Ah estaba. Rebec Rebecaa abrió la boca para par a explicarse, pero su madre siguió sig uió gritando —¡Acabas de arruinarnos la vida! ¡Todo el mundo se enterará de esto! ¿Crees que va a callarse ese italiano de pacotilla?  —No exager exag eres. es.  —¿Que no exager exag ere? e? ¡No ¡No s acabas de meter en un lí líoo de prim pr imer era! a! ¡Te acabas de de colgar colg ar un cartel al cuello cuello que dice que er er es un unaa cazafortunas! cazafor tunas! —Su madre estaba pálida y Rebeca se preocupó, pero como siguió gritando, no pudo meter baza. —¡Qué vergüenza! ¡Seremos señaladas por todas nuestras amistades! Nos excluir excluirán án de sus reuniones. ¡Ser ¡Seréé uuna na pair pairaa social! —gritó —gr itó eso antes de caerse en redondo a su lado y Rebeca estiró el cuello mirando hacia

 

ella. Hasta desmayada estaba preciosa rodeada de seda roja.  —¿Mamá? ¿Va ¿Va en ser se r io? io ? —Preo —Pr eocupada cupada se agachó ag achó cuando las puertas puer tas se abrieron y le dio unas palmaditas en la mejilla. —Mamá, si esto es como cuando le pediste pediste el Mercedes a tu tercer marido, mar ido, no tiene gracia. gr acia. ¡Mamá! ¡Mamá! —  Le dio una palmada más fuerte.  —¿Ocur r e algo alg o ? —preg —pr eguntó untó el por tero vestido con co n li libr brea ea negr neg r a agachándose agachánd ose para impedir i mpedir que se cerraran cerr aran las puertas.  —¡Se ha desmayado desmaya do!! ¿Está ciego cieg o ? ¡Llame a una u na ambulancia ambul ancia!! El portero salió corriendo y se arrodilló al lado de su madre que seguía sin sentido. —¡Mamá, despierta de una vez! —Se agachó a su lado y susurróó —Te va a ver todo el mund susurr m undoo y se te ven las bragas. Esa era la prueba definitiva definitiva y su madr madr e no abrió los oojos. jos. Pálida Pálida le tocó el pulso, pero no se lo l o encontr encontr aba con los nervios. —¡M —¡Mamá, no me asustes! asustes! Las puertas se cerraron sin darse cuenta mientras intentaba despertarla. Cuando se abrieron en otra planta ella estaba a punto de llorar y su madre abrió los ojos. ojo s. Suspiró Suspiró de alivio. —Mamá, —Mamá, ¿estás ¿estás bien?  —¿Qué ha pasado? pasado ? —Se llevó lle vó la mano a la cabeza. —Me he clavado clavad o una hor horquilla. quilla.  —¡Te has desmayado desm ayado!! —gr itó acusador acusado r a. Ento Ento nces ssee echó a llo ll o r ar y la abrazó con fuerza—. ¡No me hagas esto de nuevo! ¿Qué voy a hacer sin ti?  —Evidentemente no casar te con co n un r ico. ico . ¡Termi ¡Ter minar narías ías como co mo la esposa espo sa

 

de un carnice carnicero ro de barr barr io! Se echó a reír sin poder evitarlo y se alejó para mirarla a los ojos. —  Te quiero. Steffani se emocionó. —Y yo a ti, cariño. Eres lo único bueno que tengo en la vida. —La besó en la mejilla y alargó la mano. —Ayúdame a levantarme. La puso puso en pie y todavía con el susto susto en el cuerpo cuer po le dijo —Segur —Seguroo que está la ambulancia abajo. —Pulsó el botón del bajo.  —¿La ambulancia? ambul ancia? ¿Estás loca? lo ca? Se iba a negar a ir al hospital y la miró a los ojos. —Piensa que de esa manera podemos dar otra versión de lo que ha ocurrido, mamá. El italiano, con sus maliciosas insinuaciones, te llevó a un colapso nervioso. Ese hombre no tiene cor corazón. azón. Su madre entrecerró los ojos entendiendo y antes de darse cuenta estaba tumbada en el suelo de nuevo. Cuando llegaron al hall el portero estaba hablando con co n los de la ambulancia. —¡Aquí! —¡Aquí! Se ha ido el ascensor. Se acercar acercaron on a toda prisa y se arrodillar arr odillaron on al lado de su madre. —¿Qué ha ocurrido? ocurr ido?  —¡Se ha desmayado desmaya do de repente! r epente! —dijo muy ner viosa. vio sa.  —¿Se encontra enco ntraba ba mal? mal ?  —¿Mamá?

 

 —No sé —dijo —dij o aparentando apar entando estar e star confusa. co nfusa.  —Una camill cami lla, a, James Jame s —dijo —dij o el que debía ser el doctor doc tor sacando un tensiómetro.  —En ese momento mo mento se abrió abr ió la puerta puer ta del o tro ascensor ascenso r y unos conocidos conocid os de los Forrest Forr ester er las viero vieron. n.  —Oh, ¿está ¿e stá bien, seño s eñorr a Arden? Ar den?  —¿Quién  —¿Qui én me habla? ha bla?  —Es la seño s eñorr a Smithson, Smi thson, mamá. m amá. Juegas Jueg as con co n ella ell a al br idge. idg e.  —¿Matilda? La mujer impresionada impr esionada asintió. asintió. —¿Qué ha ha ocurri ocur rido? do?  —Ese italiano itali ano nos no s alteró alter ó un poco, poc o, per peroo par parecía ecía estar bien —dijo —dij o mientras el médico le tomaba la tensión—. ¿Está bien?  —Tiene la l a tensión tensió n muy alta. al ta. Me la llevo ll evo..  —Oh, Dios Dio s mío m ío —dijo —dij o la mujer m ujer apoyándo apo yándose se en ssuu mar ido—. ido —. Pobr Pobrecita. ecita. Rebeca ni la escuchó, por que ahí se asustó de veras. ver as. —¿Mu —¿Muyy alta?  —No es nada. No te preo pr eocupes cupes —dijo —di jo su madr mad r e. La mujer cogió a Rebeca del brazo. —Deja pasar a los sanitarios, querida. Muy nerviosa vio cómo la subían a la camilla y Matilda preguntó —  ¿Qué le ha dicho el señor Viotti?

 

 —¡Ese estúpido! estúpido ! —dijo —dij o furio fur iosa—. sa—. ¡Ha ¡Ha insi insinuado nuado que somo so moss muj mujer eres es que se venden venden al mejor postor! —La conocida de su madre madr e jadeó tapándose tapándose la mano con la boca. —¡Yo, que ni me he casado! ¡Mi madre se ha enfadado muchísimo!  —Comoo es lóg  —Com ló g ico —dijo —dij o el señor seño r Smithson Smithso n ofendido of endido—. —. ¿Cómo ¿Cóm o se atreve? ¡Ahora entiendo el bofetón!  —Me ha dicho que quería quer ía llevar lle varme me a su cama, pero per o que seg segur uroo que debía poner ponerme me un anillo en el dedo para eso. eso . La mujer volvió a jadear y miró hacia su madre. —Pobrecita. Qué disgusto.  —Mamá… —Preo —Pr eocupada cupada por po r ella ell a le cogi co gióó la mano mientr mi entras as el enfermeroo empujaba la camilla. enfermer  —No es nada. Estaré bien bi en en un santiamén. santi amén.  —¿Quier  —¿Qui eres es que te llevem l levemos os al hospital? hos pital? Tenemos Tenemo s la li limusi musina na fuer fuera. a. —  Se ofreció el señor Smithson.  —¿No puedo ir con co n ella? ell a? —le pr preg eguntó untó al médico médi co..  —Lo siento s iento,, señor seño r ita. Sólo perso per sonal nal médico m édico.. Nor Nor mas del hospital. ho spital.  —Nosotro  —Noso tross nos no s encarga encar gamo moss —dijo —dij o Matil Matilda da fir memente—. mem ente—. ¿A qué hospital la llevan?  —Al Monte Sinaí. Sinaí .

 

 —Mamá, te sigo. sig o.  —Sí, pero per o no te pongas pong as nervio ner viosa. sa. Estoy bien —lo dijo dij o como co mo si se estuviera muriendo y los tres se quedaron mirando las puertas de la ambulancia ambulan cia preocupa preo cupados dos mientras se alejaba con la sirena. sir ena.  —Oh, Dios. Dio s.  —Vamo  —V amos, s, querida. quer ida. Enseguida Enseg uida estar es taremo emoss allí. al lí. Dejó que Matilda la cogiera por los hombros y la guió hasta la puerta de la limusina. lim usina. Sentada ante ellos se apretaba las manos nerviosa. —Pobrecita. No debes preocuparte. Tu madre es joven. Seguro que ha sido el disgusto.  —Sí —susur —sus urrr ó mi mirr ando por po r la ventana.  —No tienes tiene s más famil fam ilia, ia, ¿ver ¿ve r dad?  —No, ella ell a es lo único que tengo. tengo . —Y era er a verdad. ver dad. Só Sólo lo se tenían la una a la otra o tra y aunque aunque a veces discutían discutían ccon on ferocidad, fer ocidad, se querían con locura. lo cura. Los Smithson Smithson se miraron mirar on y se cogieron cogier on de la mano. Cuando llegaron al hospital, ella salió de la limusina dándoles las gracias gr acias precipitadament precipitadamente, e, olvidándose de ellos ello s casi de inmediat i nmediato. o.  —Pobr ecita, está angustiada, ang ustiada, Geor Geo r g e —dijo —dij o Matil Matilda da mi mientr entras as su marido cerraba la puerta—. Es increíble que Paolo se haya atrevido a hablar así de ellas.

 

Su marido apretó los labios disgustado. —Debería moderarse en sus comentarios. A veces es muy brusco. Pero de todas maneras, esta vez se ha pasado. pasad o. Ver Ver a esa pobre mujer tirada en el ascensor, me ha dejado mal cuerpo cuerpo.. Matilda le miró de reojo. —¡Conozco a Steffani desde hace muchos años y lo que le ha ocurr ido es que ha tenido tenido mala suerte con sus matri matrimonio monios! s! Es injusto. Su primer marido le fue infiel y le dio una pensión para la niña de r isa. ¡El segundo segundo pegaba a la niña! niña! —Su marido mari do abrió los ojos oj os como platos platos y su mujer se acercó para susurrar —El día de Navidad tuvo que irse de casa después de que pegara a la niña. Se fueron en pijama.  —¿Y qué le ocur o currr ió con co n el tercer ter cero? o?  —¿No te acuer acue r das? Se mur m urió ió de un infar inf arto to en la l a ofic o ficina. ina.  —Ah, sí.  —¿Y el último úl timo?? Era Er a Arden, Ar den, así que ya le l e cono co noces. ces. Su marido asintió asintió entrecer entrecerrr ando ando los l os ojos. o jos. —M —Menu enudo do sinverg sinvergüenz üenza. a.  —Exacto. ¿Eso no es tener mala mal a suerte? suer te?  —¡Está claro clar o que Paolo Pao lo no sabe de lo l o que habla! habla !  —¡Alguien  —¡Algui en deber ía dejar de jarle le las cosas co sas bien bi en clar cl aras, as, mi m i aamo morr ! ¡N ¡Noo puede iirr por ahí difamando difamando a esas pobres mujeres! mujer es! El matrimonio se fue alterando y George le dijo al chofer —Vuelve a llevarnos a Park Avenue. Regresamos a la fiesta.

 

 

Se pasó cuatro horas sentada en la sala de espera y recibió muchas llamadas al móvil, pero no contestó. No estaba de ánimos para hablar con nadie. Había sido algo injusta al hablar así de Paolo, pero no podía desaprovechar la oportunidad de limpiar su nombre y seguro que su madre estaba de acuerdo. Decidió olvidarlo, porque ya no merecía la pena amargarse por haber perdido la oportunidad de cazarle. Había muchos peces en el mar. Desgraciadamente un pez tan gordo como ese, sería muy difícil de encontrar. Sobre todo, porque le encantada todo de él. Excepto su carácter. Y ese era un punto pun to demasiado demasiado impor im porta tant ntee como para pasarlo por alto. Se abrió la puerta sacándola de sus pensamientos y cuando el médico, que debía tener unos cuarenta años la miró, carraspeó acercándose. —  ¿Señor ¿Señ orita ita Arden?  —Roger.  —Rog er. Arden se s e apelli apel lida da mi madr e.  —Oh, disculpe. discul pe. No debe pr preo eocupar cuparse. se. Su tensión tensió n se ha estabil estabilizado izado y puede llevársela a casa.  —¿Peroo no es preo  —¿Per pr eocupante cupante que le haya subi subido do tanto?  —Le he pr preg eguntado untado si está bajo mucho estrés estr és y me ha contestado co ntestado que últimamente sí. —A Rebeca se le cortó el aliento. —De todas maneras, quiero que se haga unos controles de tensión durante unos días. Me ha dicho que se

 

los hará su médico. Él considerará si debe tomar medicación para controlar su tensión después de dicho seguimiento.  —¿Entonces está bien? ¿Me la puedo llevar lle var a casa? El doctor sonrió. sonr ió. —Sí, que descanse descanse..  —Gracias  —Gr acias.. —Se pasó la mano por la frente fr ente preo pr eocupada. cupada. ¿Situación ¿Situació n de estrés? ¿Le estaba ocultando algo? Volvió a sentarse en la silla sin darse cuenta que el doctor la miraba. Se acercó a Rebeca y volvió a carraspear. Sorprendida le miró. —¿Algo más? ¿Mee ocult ¿M o cultaa algo? algo ?  —No, no. Tranquil Tr anquilaa no es eso e so.. —Carr aspeó mir mi r ando a su alrededo alr ededor. r. —  ¿Le gustaría gustaría salir a cenar un día de estos? Rebeca parpadeó mirándole y desgraciadamente no era su estilo en absoluto. Es más, estaba algo calvo. Nada comparable al pelo de Paolo. —  Perdone, doctor…  —Roper .  —Roper.  —Doctorr Roper.  —Docto Roper . Lo siento, sien to, per o estoy muy m uy ocupada. o cupada. El hombre se sonrojó sonr ojó forzand for zandoo una sonrisa. sonr isa. —Tenía —Tenía que que intent intentarlo arlo..  —¿Porr qué no lo intenta con  —¿Po co n la chica c hica de r ecepció ecepci ó n que no le qui quita ta ojo? oj o? Disimulando el doctor volvió la cara y carraspeó de nuevo cuando la chica del otro lado del mostrador agachó la mirada sonrojándose. —Vaya,

 

gracias.  —De nada. ¿Mi ¿Mi madr m adre? e?  —Enseguida  —Enseg uida la l a sacar án. En ese momento su madre salió en una silla de ruedas, hablando animadamente con el enfermero que reía encantado. A toda prisa se acercó a ella. —Mamá, ¿estás bien?  —Claroo que sí. Estoy muy o r g ullosa  —Clar ullo sa de ti. Aprovechaste Apro vechaste el momento mo mento exacto para decir las palabras apropiadas. —Se levantó de la silla. —Gracias.  —De nada, señor seño r a Arden Ar den —contestó —co ntestó el e l enfermer enfer meroo sonr so nriendo iendo de or o r eja a oreja. or eja. Al parecer lo l o había conqu conquistad istado. o. Su madre la cogió por el brazo despidiéndose de todo el mundo con la mano. —Mamá…  —Cariño  —Car iño,, hay que ser se r agr ag r adable.  —¡Déjate de r o llo llos! s! —Se acercó acer có a un taxi y abrió abr ió la puerta. puer ta. —¡Qué es eso que te estresa y que no me has contado!  —Bastante tienes con co n buscar candidato para par a que yo te presio pr esione ne —dijo molesta mo lesta sentándose sentándose en el taxi.  —¡Mamá,  —¡M amá, no me o cultes cosas! co sas! Siempr Siem pree que lo haces, acaba en divorcio.  —Pues ninguna ning una de d e las l as dos do s está casada, así que no va a aacabar cabar así. —Le

 

dio su dirección en la tercera avenida al chofer. —No ocurre nada. Tenía que decir algo al doctor para par a explicar explicar el desmayo.  —Es que te desmayaste, desma yaste, mamá. mam á. —Entrecer —Entrec errr ó los lo s o jos. jo s. —Lo voy a averiguar. Tú sólo te pr pr eocupas por el dinero o por mí. Y est estoy oy bien, así que es un pro problema blema de de diner diner o. Steffani miró por la ventanilla. —Hace una noche preciosa de primavera, ¿no crees?  —¿Ahoraa te pones  —¿Ahor po nes mística m ística??  —Hija, disfr di sfruta uta de la vida. vi da.  —Oh, Dios… Dio s… tienes tie nes alg a lgoo gr ave y no me lo ha quer ido decir el médico médi co.. ¿Se lo has prohibido? pro hibido?  —No. Estoy bien. bie n. En ese momento le sonó el móvil a su madre y lo sacó a toda prisa sonriendo. —¡Lisa, qué sorpresa! —Le guiñó un ojo. —No, ya estoy bien. Ha sido el susto nada más. Mi pobre Rebeca está aún pálida del disgusto. Creía que era algo grave, gr ave, mi niña. —Hubo —Hubo un silencio mient m ientras ras escuchaba escuchaba a su amiga. —  ¿Cómo te has enterado de eso? —preguntó aparentando sorpresa—. Sí, es cierto, ciert o, pero… pero … Vaya, al parecer los Smithson no habían perdido el tiempo. —Lisa, no quiero que esto salga de entre nosotras, ¿de acuerdo? Seguro que tuvo un mal día para decir algo así a mi preciosa hija. ¿Que él ha dicho que había

 

reconocido que se casaría con un hombre rico? Asombrada miró a su madre a los ojos. —Bueno, es que siempre está r odeada de ellos. ellos. Lo difícil sería ser ía que se casara casara con uno pobre, po bre, ¿no cr crees? ees? Se lo dijo enfadada. Yo estaba delante. Ya sabes cómo es Rebeca. A veces tiene mal carácter. —Jadeó —Jadeó indignada indig nada,, pero su madre se echó a reír. r eír. — —Ese Ese es otro de sus encantos, que no se muerde la lengua. Estaba enfadada con él. ¿El bofetón? Claro que sí. Se lo merecía después de lo que dijo. Ni quiero hablar sobre ello porque por que me pongo nerviosa de nuevo. Sí, queri querida… da… estamos estamos a punto de llegar a casa. Reposo. Te llamo mañana. Sí, tenemos que quedar para tomar un té. Chao, chao. Su madre colgó el teléfono metiéndolo en su bolsito de noche. —Está muerto —dijo satisfecha—. Lisa está que trina. Ya sabes que ella ha estado casadaa tres veces y le ha fastid casad fastidiado iado el co coment mentario ario como si se lo hubiera hubiera dicho a ella directamente.  —¿Hay alguien alg uien en Manhattan que no se haya casado c asado var varias ias ve veces? ces? Su madre sonrió. —De esto se va a acordar mucho tiempo, te lo aseguro.  —Eso espero. esper o. Ya Ya que no puedo casarme casar me con co n él, que sufra. sufr a.  —Bien dicho di cho,, cariño car iño.. Recibi Recibirr á su mer m erecido ecido..

 

 

Capítulo 3  

A la mañana siguiente Rebeca se levantó tarde y cuando salió de la habitación poniéndose una bata de seda rosa, fue hasta la escalera para detenerse en seco al ver en su salón a Paolo sentado tranquilamente con una taza de café en la mano mientras leía el Times. Descalza fue hasta el primer escalón, cuando él levantó la vista. Su pelo caía hasta la mitad de su espalda y sin maquillar estaba realmente preciosa. Paolo suspiró cerrando el periódico y dejándolo sobre la mesa de cristal. —  Buenos días, nena.  —¿Qué haces ha ces aquí? aquí ?  —Después de lo que ocur oc urrr ió ayer, lo meno menoss que podí podíaa hacer era er a venir de visita. ¿Cómo se encuentr encuentr a tu madre?  —¿No se ha levantado todavía? todaví a? —Miró —Mir ó hacia la cocina. co cina. —¿Dónde —¿ Dónde está Clara?

 

En ese momento salió de la cocina la mujer interna que tenían contratada desde el último divorcio y esta sonrió al verla levantada. —¿El desayuno, señorita?  —Sí, gr g r acias. acias . ¿Se ha levantado mi madre? madr e?  —No, seño s eñorr ita. Sin preocuparse por Paolo, volvió a subir las escaleras y fue hasta la habitación de su madre al final del pasillo. Acercó el oído a la puerta para escuchar el sonido de la televisión y abrió la puerta lentamente para ver a su madre en la cama todavía todavía dormida. dor mida. No eran las once, o nce, así así que cerró cerr ó la puerta puer ta de de nuevo. Tomó aire, porque al parecer tenía que enfrentarse a Paolo ella sola. Bueno, podía con él. Apartó el cabello con un golpe seco y fue hasta las escaleras de nuevo. Volvió a bajar sin que le quitara la vista de encima. —Está descansando. Será la medicación.  —¿Y tú también te has medicado medi cado?? —pr eguntó eg untó iróni ir ónico co mir mi r ando el r eloj elo j  —. ¿O acostumbr aco stumbras as a levantar l evantarte te a las diez y media medi a de la l a mañana? mañana ?  —Pues no. Suelo levantarme levantar me a las ocho. oc ho. Per Peroo como co mo no te impor impo r ta a la horaa que me levantó, hor levantó, da igual ig ual mi r espuest espuesta. a.  —Menudo numer ito que montasteis mo ntasteis ayer —dijo —dij o levantándose levantándo se par paraa enfrentarl enfrenta rla—. a—. ¡Tuve ¡Tuve que que sopor sopo r ta tarr cómo un montón de mujeres casi me linchan en la maldita maldi ta fiesta!

 

Rebeca Reb eca se cruzó de brazos. —¿No —¿No me digas? Quizás deberías co cont ntrr olar lo que dices dices y cómo lo dices. Creo que será ser á una buena buena lección lección para el futuro futuro..  —¿Tú me vas a dar leccione lecci ones? s?  —Ni me atrever atre vería. ía. ¿Ahora ¿Ahor a te impor im por taría tar ía irte? ir te? Quier Quie r o desayunar y me r evuelves evuelves el estómag estómago. o.  —De esto te vas a acor aco r dar. Si querías quer ías un enemi enemigg o, no has elegido eleg ido al más apropiado, cara.  —¡Qué no me llam l lames es cara! car a! Él levantó una ceja y dio un paso amenazante hacia ella. —Arréglalo o te las verás conmigo. conmigo .  —Piérdete.  —Piér dete.  —Tú lo l o has querido quer ido.. Yo Yo no he h e iniciado ini ciado esta gguer uerrr a.  —No me m e amenaces. amena ces. Él sonrió irónico. —Va a ser divertido. —Alargó una mano y le acarició la mejilla cor tá tándole ndole el aliento. aliento. —Luego —Luego no llor es con el resultado.  —No tengo ni idea de lo que dices. dices . —Apartó —Apar tó la cara car a como co mo si le repugnara su contacto, cuando era todo lo contrario, y Paolo entrecerró los ojos.  —Yaa te enterar  —Y enter arás. ás. —Fue hasta la puerta puer ta y la abrió abr ió,, pero per o en lug lugar ar de largarse, dijo mirándola sobre su hombro —Por cierto, ayer estaba algo

 

enfadado y llamé a un amigo que se entera de todo. Fue interesante que me dijera, que tu madre le había pedido un crédito bancario de un millón de dólares. dólar es. —R —Rebec ebecaa no pudo disimular su sorpr so rpresa esa y él sonrió. sonrió . —¿No —¿No lo sabías? Quería poner sus joyas como aval y por supuesto este amigo le dijo que tenía que pensarlo. Igual lo piensa más de la cuenta.  —Serás  —Ser ás cerdo cer do —dijo —dij o r abiosa abio sa apretando apr etando los lo s puños puños—. —. ¡No necesitamo necesi tamoss ese dinero! ¡Díselo ¡Díselo a ese amigo amig o tuyo tuyo tan indiscreto!  —Bien. Se lo diré. dir é. —Riendo por lo bajo salió sali ó del piso y fuer fueraa de sí subió los lo s escalones de nuevo nuevo dispuesta dispuesta a dejar dejar las cosas claras con co n su madre. Abrió la puerta de la habitación y se acercó a la cama. Al ver a su madre dormida, parecía tan frágil, que la rabia la recorrió de nuevo. Nunca había considerado a su madre frágil sino todo lo contrario. Lo que demostraba que desde que tenían problemas económicos, las cosas habían cambiado bastante. Cogió el mando de la televisión y la apagó antes de sentarse a su lado intentando no ser brusca con ella. —Mamá… —La tocó del hombro suavement suav ementee y Steffani Steffani abrió los ojos ojo s sonriendo. sonr iendo.  —Buenos días, hija. hij a. ¿Ya ¿Ya son so n las doce? doc e?  —No. Pero Per o tenemo tenem o s que hablar habl ar de algo. alg o. Ha venido Viotti. io tti. Su madre se incorporó apoyándose en sus manos. —¿Cómo que ha venido Viotti? ¿Qué quería?  —Está enfadado por tener a la mitad mi tad de mujer muj eres es con co n po poder der de

 

Manhattan en su contra.  —¿No me digas? dig as? —Satisfecha —Satisfec ha sonr so nrió ió.. —Me alegr aleg r o. Así se demuestra demues tra la amistad.  —Quier  —Qui eree que lo l o ar arrr eglem eg lemos os..  —Sí, ya. Y yo quiero quier o un multimi mul timill llona onarr io, io , pero per o las opcio opc iones nes están algo alg o escasas. No pudo evitar sonreír al escucharla. —Ya caerá alguno y esta vez será muy atractivo.  —Claroo que  —Clar q ue sí.  —Nos ha declar ado la guer g uerrr a. St Steffani effani parpadeó so sorr prendida. —¿Es —¿Es broma? br oma?  —No. Al parecer par ecer este italiano itali ano tiene mal carácter car ácter y ha empeza empezado do por paralizar el crédit cr éditoo que habías pedido. pedido.  —¡No puede hacer eso! eso ! —gritó —gr itó hor ho r r or izada—. izada— . ¡No ¡No tenemos tenemo s diner o!  —¿Porr qué no me lo has contado?  —¿Po co ntado? —La r abia dio paso a la preocupa preo cupación ción al ver que había había perdido perdido algo alg o de color colo r en la cara.  —¡Porque  —¡Por que no es asunto tuyo! Siempr Siem pree te he cuidado, cuida do, ¿no es ci cier erto? to? Sí, siempre la había cuidado. Le había dado todo lo que cualquier niña podía necesitar y más.  —Por eso insististe insi stiste en que debía debí a colabo co laborr ar, ¿no es cier ci erto? to?

 

 —Si hubier a tenido más tiempo… tiempo … Pero Per o las deudas empiezan empi ezan a acumularse y necesitamos efectivo. La casa de los Hamptons no se venderá lo bastante rápido.  —No, mamá. m amá. ¡La casa de la l a abuela no!  —¿Qué quier qui eres es que haga? hag a?  —Vender  —V enderemo emoss alguna al gunass joyas jo yas —respo —r espondió ndió tom tomando ando la inici i niciativa—. ativa—. Y se acabaron las compras.  —¡No puedes r epetir vestido! vestido ! ¡¡Se Se darán dar án cuenta!  —Me pondr é los lo s tuyos. El vintage vintag e está de mo moda da y tenemo tenemoss la misma mi sma talla.  —¡No irás ir ás de tempor tempo r ada! Dios, Dios , empezar empez arán án a mur m urmur murar. ar.  —Ni se dar án cuenta. Déjam Déjamelo elo a mí. mí . Se miraron a los ojos. —No quería apurarte para que te decidieras por el primero.  —Pues ya no hay tiempo. tiempo . Con lo que se tarda en o r g anizar una boda tardaremos en rentabilizarlo al menos cuatro meses. Eso si encuentro a alguien.  —¿Con tu estilo y tu belleza? bell eza? Hija, Hij a, los lo s tienes babeando y tú no les haces ni caso. Es interesante que por el primero que has mostrado interés, sea ese italiano. —Rebeca apartó la mirada avergonzada. —Te gusta, ¿verdad?

 

 —Me atrae físicam fís icamente. ente.  —Eso ya es mucho —susurr —susur r ó pensativa—. Muestra mucho inter interés és por ti, ¿no ¿no crees?  —Quier  —Qui eree acostar aco starse se conmi co nmigg o. Eso ya lo sabes.  —Sí, pero per o un hombr ho mbree como co mo él tiene que tener muchas mujer muj eres es esperando. —Ab —Abri rióó los ojos ojo s como platos. platos. —Es —Es un cazador. cazador.  —¿Comoo noso  —¿Com no sotras tras?? —preg —pr eguntó untó diver di vertida. tida.  —Exacto. A Rebeca se le puso un nudo en el estómago viendo como su madre se levantaba e iba hasta su agenda. —Le atrae lo que se le resiste, así que si te resistes lo suficiente, puede que aun tengas una oportunidad, aunque conozca nuestras intenciones.  —Mamá, no ser seráá fácil f ácil.. No es e s maleabl m aleable. e. —Se sentó en la l a cama ca ma viéndola viéndo la pasar las hojas. —¿Qué buscas?  —El númer núm eroo de tu padre. padr e. Se quedó de piedra escuchándola. —¿Es broma? ¿Para qué lo quieres?  —Voy  —V oy a pedir le diner di nero. o. Necesitamos Necesitam os tiempo. tiempo .  —¡No! Su madre la fulminó con la mirada. —¡Claro que sí! ¡Te lo debe! ¡Le voy a decir que tienes un novio que tiene mucho dinero y que necesitamos

 

efectivo efect ivo para par a no quedar mal con co n su familia! Atónita vio cómo cogía el teléfono inalámbrico y empezaba a marcar.  —¡Mamá,  —¡M amá, no quiero quier o ar arrr astrar astr arme me con co n papá! ¡Si ni siquier siqui eraa me pagó pag ó la universidad!  —Por que no le pedí nada por or gullo gul lo.. Ya va siendo hor ho r a de que colabore un poco y se cómo provocarle para que lo haga. Silencio. —Su madre forzó una sonrisa para que se le notara en la voz que estaba alegre. —  ¿Michael? ¿M ichael? —Se —Se echó a reír. r eír. —¿Te —¿Te sorprende sorpr ende oír mi voz? Cariño, Cari ño, hacía mucho que no hablábamos. Sí, seis años. —Sus ojos indicaban que tenía ganas de pegarle cuatro gritos. —Oh, está muy bien. Terminó la carrera de económicas y hasta hizo un Master con un expediente brillante. —Rebeca apretó los dientes sentándose en la cama a escuchar. —¿Quieres hablar con ella? Está aquí al lado. —Negó con la cabeza rápidamente, pero su madre alargó el teléfono. Como no lo cogía, lo alargó de nuevo ordenándole con la mirada que ni se le ocurri ocur riera era r echazarle. echazarle. Resignada Resignada se puso puso el teléfono al oído oído.. —Hola, —Hola, papá. papá.  —Hola,  —Hol a, pr precio eciosa. sa. —La voz g r ave de su padr padree la emocio emo cionó nó por po r que hacía tres años que no hablaba con él. —Me alegra que me hayáis llamado. El viernes vier nes vvoy oy a ir a Nueva Nueva Yor k. ¿Te gustaría gustar ía que cenáramos cenáram os juntos? —La sorpresa de Rebeca fue evidente y su madre dio un paso hacia ella, sentándose a su lado para escuchar.  —¿Ocur r e algo? alg o? ¿Estás bien? —preg —pr eguntó untó sin si n poder po der evitarlo evitar lo..

 

 —Sí, estoy bien. Pero Per o me gustar gus taría ía verte. ver te. Hace mucho tiempo. tiempo . —Su madre frunció el entrecejo.  —Sí, hace mucho tiempo. tiempo . —Miró —Mir ó a su madr madree que asintió. asintió . —Por supuest supu estoo que me gustaría cenar cont co ntigo igo.. Su padre padre suspiró aliviado. —Bueno, —Bueno, ahora dime por qué me ha llamado Steffani. ¿Qué quiere? —La última pregunta la hizo divertido.  —Pues verás… ver ás… Su madre le arrebató el teléfono. —¿Michael? Tenemos un problema. ¡No, ¡N o, no está enferma, enfer ma, pero tiene novio! novio ! —dijo exaltada—. Oh, ya te lo contará co ntará cuando cuan do la veas —dijo —dijo or orgullo gullosa—. sa—. ¡Un pretendien pretendiente te de primera! primer a! Guapo, Guapo, rico r ico y un empresario de éxito. No podrás ponerle ninguna pega. ¿Compromiso? No, todavía no se han comprometido. —Hizo una mueca. —Pero están enamorados y no tardará demasiado. ¿Quién es? —Rebeca la miró con horror antes de escucharle. —Paolo Viotti. El armador.  —¡Mamá!  —¡M amá! —Se levantó como co mo un r esor eso r te con co n g anas de matarla. matar la. ¡Su padre conocía a todo el mundo! Steffani sonrió irónica. —Sí, cariño. ¿A que estás contento? Es un hombre como los que ya no quedan y está enamoradísimo de la niña. —Ahí venía el hachazo. Lo veía en sus ojos. —Lo que ocurre es que estoy baja de fondos y la niña no puede vestir como corresponde con un hombre de su estatus. El otro día la criticaron porque llevaba un vestido mío. ¿Recuerdas

 

aquel rojo de Valentino que me compraste en Viena? —Era una auténtica bruja.  —La niña justifi j ustificándo cándose, se, dijo di jo que era er a un vintage vi ntage y que a ella el la le l e encantaba. Pero Per o ya sabes cómo son las malas lenguas. Necesitamos algo de dinero para que no quede mal frente a Paolo. —La miró maliciosa. —Con un millón llegaremos hasta la boda. Por cierto… —Se echó a reír. —Por supuesto que la pagaras tú, cariño. Como corresponde al padre de la novia. —La miró sorprendida. —¿El viernes? ¿Quieres que vaya vaya a cenar con ella y con co n Paolo? Rebeca se golpeó la frente dejándose caer sobre la cama. —No sé si estará Paolo, con el nuevo buque está muy ocupado. Espera. Hija, ¿crees que Paolo podrá cenar el viernes con nosotros? —Levantó la cabeza del colchón mirándola mir ándola como si estuviera estuviera mal de la cabeza. cabeza.  —Puede, mamá. m amá. No lo l o sé. Su madre sonrió encantada y se puso el teléfono al oído. —No lo sabe. Tendrá que hablar con él. Por si puede venir, reservaré para los cuatro, ¿o viene tu esposa? ¿Cómo se llamaba? ¿Rose? Oh, no me digas… es una pena. Pensaba que al final te quedabas con esta, pero no ha podido ser. Que estás soltero… —Miró a su hija y supo que estaba tramando un plan. —Bueno, enseguida llegará alguien que te robe el corazón de nuevo. Cariño, tengo que dejarte. Tengo Tengo hora hor a para el masajista. Sí… —dijo —dijo con ironía—, ir onía—, otro beso para ti también. Se lo daré dar é de tu parte. Colgó el teléfono y suspiró tirándolo sobre sobr e la cama. —Ya —Ya está está..

 

 —¿Yaa está? ¿Cómo  —¿Y ¿Cóm o se te ha o curr cur r ido decir le que mi novio novi o es Paolo Pao lo?? Como se entere de que es mentira, mentira, me muero de la vergüenza. Steffani chasqueó la lengua. —¿Yo qué sabía que querría conocerle? —  Disimulando, Disimulan do, se quitó una imaginaria imaginar ia hebra de la manga m anga del camisón.  —¿Y si alg al g uien le l e dice que no somo so moss novio no vios? s?  —¿Has visto alguna alg una vez que alguien alg uien le llevar lle varaa la contra co ntrarr ia a tu padr pa dre? e?  —preg  —pr eguntó untó mali m alicio ciosa. sa.  —Tú.  —Exacto. Si Michael Roger Rog er dice algo, alg o, se co convier nvierte te en ver dad. Es así de simple.  —¡Lo has hecho he cho a propó pr opósito sito!! —Su madre madr e se hizo hi zo la lloc oca. a. —¡Mamá! —¡Mamá!  —Segur  —Seg uroo que tu italiano itali ano no sabe quién es tu padr padre. e. —Se echó a r eír eír.. —  Se va a llevar la sorpresa sor presa de su vida cuando cuando se entere.  —Quier  —Qui eres es que el r umor umo r cor co r r a por po r la ciudad. ci udad.  —No. El rumo r umorr lo voy vo y a expandir expandi r yo con co n unas llam l lamadas. adas.  —¡Déjate de tonter tonterías ías,, mamá! mam á! ¡Paolo ¡Pao lo no se va a sentir presio pr esionado nado!! ¡No es un hombr hombree que se se deje presionar!  —Eso ya lo veremo ver emos. s. De todas maner as, Michael no se va a quedar en Nueva York. Apuesto que no se quedará ni una semana, que es lo que se suelen durar sus visitas. visitas.

 

 —¿Cómoo sabes tú cuánto se queda nor  —¿Cóm no r mal malmente? mente? —Uy, —Uy, uy, all allíí había gato encerrado. Y cuando su madre desvío la vista, lo entendió todo. —¿Te ves con papá?  —¡No!  —¿Cómoo que  —¿Cóm q ue no? no ?  —Bueno. —Se sonr so nroj ojóó intensamente. intensam ente. —No —No últimamente. últim amente.  —¡Explícate por po r favor, favo r, que me estás poniendo po niendo de los lo s nervio ner vios! s! —Se sentó de golpe. —¿No serás su amante? —Su madre carraspeó. —¡Mamá!  —Hemo s tenido algunos  —Hemos alg unos encuentro encuentr o s, pero per o fue hace mucho. mucho . —Como —Com o si nada, se levantó para ir hasta el vestidor y eligió un vestido en color azul intenso que ni siquiera había estrenado. Rebeca se levantó de la cama y se acercó a ella mientras buscaba su r opa inter inter ior. —¿Te —¿Te podrías explicar un poco más?  —Le he sido si do infiel infi el a mi m i segundo se gundo y tercer ter cer mar marido ido con co n él. ¿Contenta?  —¿Y el cuar cua r to?  —No, con co n el cuarto cuar to no, por po r que ya se había ido a Londres Londr es con co n esa estir est irada. ada. —Mir —Miróó sus zapatos zapatos y eligió elig ió unos en color beige.  —Mamá, los lo s negr neg r os con co n el cintur c inturón ón negr neg r o de Her Hermes. mes.  —Sí, tienes r azón. azó n. —Dejó los lo s zapatos para par a coge co gerr los lo s o tro tros. s. —Pero —Per o no es ser infiel, i nfiel, infiel. Fue mi primer marido. mari do. Esas Esas cosas pasan. pasan.

 

 —¿Esas cosas co sas pasan? —Una idea id ea se s e le l e cr c r uzó po porr la cabeza. —¿Por —¿Po r eso se alejó papá? Su madre suspiró y se volvió a mirarla. —¡Tampoco es que estuviera mucho antes! ¡Te iba a buscar al instituto y pasaba un par de horas contigo cada tres meses! En eso tenía razón. Cuando su padre vivía en Nueva York, nunca le había hecho demasiado caso. Pero siempre le había extrañado que alguien tan rico cortara el grifo en cuanto cumplió los dieciocho. —Se enfadó contigo, ¿verdad? Su madre se sonrojó y apretó los labios. —Estaba saliendo con la inglesa y nos encontramos en una fiesta. Me dijo que la dejaría, si volvía con él. Le dije que no.  —¡Mamá!  —¡M amá! ¡Siempre ¡Siempr e has estado enamor enamo r ada de él y te sseg eguías uías aco acostando stando en su cama! ¿Por qué le rechazaste?  —Por o r gullo gul lo,, supong supo ngo. o. Jeff ya me estaba cor co r tejando y pensaba que sería más feliz con él. Michael se fue de Nueva York y una semana después llamaron los abogados para cerrar anular definitivamente tu manutención. Tres meses después me casé con Jeff. —Suspiró sentándose en la otomana que había en el centro del vestidor. —Me da la sensación que desde que me dejó siempre ha habido parejas entre nosotros. Cuando yo no estaba casada, lo estaba él y viceversa. Ese fue el único momento después de trece años en que

 

los dos do s estábamos estábamos solteros. soltero s. Me dio miedo mi edo a que volviera a hacerme daño.  —Casarse  —Casar se con co n otro o tro er eraa más m ás segu se gurr o para par a tus se sentimi ntimientos entos y él enfadado, enfadado , te quitó quitó el único dinero seguro que tenías tenías para mantenerte. mantenerte.  —¡Para mantenerno mantener nos! s! ¡Eso pr precipi ecipito to mi matrimo matr imonio nio con co n Jeff Jeff!! —dijo —dij o ofendida.  —¿No te estaría estar ía oblig obl igando ando a que volvier vol vieras as co conn él? —Su madre madr e se sonrojó sonr ojó dándole dándole la l a razón. razó n. —¡Y —¡Y se alejó de mí!  —Eso no fue culpa mía. mí a. Yo nunca le negué neg ué verte. ver te. Pero Per o seg segur uroo que estaba avergonzado de su comportamiento. ¡Y es para avergonzarse! ¡Lo que hubiera entre nosotros, no tenía por qué afectarte a ti! Eso también me enfadó y por eso no le he llamado en tanto tanto tiempo.  —Tres  —Tr es años. año s. ¿Por ¿Po r qué le llamaste lla maste hace tres tre s años? año s? No me lo habías dicho.  —No le l e llame ll ame yo. yo . Me Me llamo ll amo él.  —¿Porr qué?  —¿Po  —Tuvieroo n que oper  —Tuvier ope r ar arle le del cor co r azón azó n y quer quería ía hablar conmi co nmigo go.. —  Forzó una una sonrisa. Rebeca vio cómo iba hacia la habitación. —Mamá, ¿no sería cuando me dijiste que ibas a un viaje con tus amigas y tardaste un mes en volver?  —¡Pues sí!

 

 —¡Fuiste a cuidar cuida r le! ¿Y su mujer muj er??  —Estaban separado separ ados. s. —Levantó la bar barbil billa. la. —No pienso disculpar discul parme me por ir a cuidar cuidar a alguien a quien quien siempre he qu querido erido..  —¡Por eso Jeff se divor di vor ció de ti! Porque Por que se enteró, enter ó, ¿ver ¿verdad? dad?  —Pues sí. sí . Estaba alucinada. Sus padres habían tenido una relación durante años. ¿Y ella? ¡Ella en la inopia! ino pia!  —¿Le amas? ama s? Su madre, que estaba estaba colocando el vestido sobre sobr e la cama para que no se arrugara, se enderezó. —¿Amarle? Le quise con locura. Los cuatro años que pasé con él, fueron los mejores de mi vida. Pero al parecer no se puede tener todo. Se cruzó esa rubia y cedió a la tentación, rompiéndome el corazón. Me pidió perdón mil veces, veces, pero mi or orgullo gullo impidió que le perdonara. Le Le saqu saquéé lo que pude en el divorcio, que no fue mucho por el maldito contrato prematrimo nial, y luego vino todo lo demás. prematrimonial,  —¿Te arr ar r epientes?  —¿De qué?  —¿De no haberle haber le per donado do nado?? Se miraron mirar on a los lo s ojos ojo s y los de su madre se empañaro empañaron. n. Sin ser capaz de de hablar asintió. —Sí que me arrepiento. Siempre pensaré qué hubiera ocurrido si le hubiera perdonado. Tú hubieras tenido otra vida. Una vida mucho mejor.

 

Y yo seguramente hubiera sido más feliz. Pero esa pared que siempre habrá entre nosotros…  —No conseg co nseguiste uiste traspasar tr aspasar la.  —No. Por eso voy a darte dar te un consejo co nsejo.. Si te enamor enamo r as de tu ma marr ido, ido , dale otra opor o portu tunidad nidad.. No No más, m ás, porque por que despué despuéss te toma toma por po r el pito del sereno. Pero si está arrepen arr epentido tido y te suplica suplica que que le perdones, un error err or lo comete cualquiera. cualquiera.  —¿Y por qué no te apli aplicas cas el cuento? —preg —pr eguntó untó iróni ir ónica. ca. Al ver la mirada decidida de su madre jadeó. —¿Ahora? ¡Mamá! ¡Nos acabas de meter en un lío de primera! ¿Crees que si papá se entera, no pensará que te has burlado de él para par a que te te diera el dinero? diner o?  —¡Confesarr é en cuanto le haya cazado de nuevo!  —¡Confesa nuevo ! ¡N ¡Noo seas pesada! He conseguido el millón, ¿no?  —¿Y por qué no se lo pediste antes?  —¡No tenía una excusa! exc usa! Ahor Ahoraa la tengo. teng o. ¡Antes ¡Antes no tenías no novio vio!!  —Ni ahor aho r a lo tengo. tengo .  —¡No seas pesada! —En ese momento mo mento sonó so nó el móvil mó vil de su madre madr e y chilló nerviosa. ner viosa. —Empiez —Empiezaa la ronda. r onda.  —¿Qué r onda? onda ?  —Yaa verás.  —Y ver ás. —Miró —Mir ó la pantalla antes de sonr so nreír eír encantada. —Daisy, ¿cómo estás, estás, queri querida? da? Una Una fiesta fiesta maravillosa, mar avillosa, como siempre.

 

Parpadeó asombrada viendo a su madre sentarse ante el tocador y coger el cepillo de las cejas para pasárselo por ellas mientras escuchaba. —  Oh, no debes preocuparte. Sí que me altere un poco, pero después de pensarlo durante toda la noche, he llegado a la conclusión que un ataque tan gratuito tenía que tener una razón. Tiene que estar loco por mi niña para atacarla así. Como vio que no le hacía caso… —Se echó a reír. —Igual que cuando te levantan la falda en la guardería. Sí, tiene que ser eso. Ya conoces a mi Rebeca… Reb eca… —La miró mir ó por el espejo espejo y le guiñó un ojo, oj o, haciéndola haciéndola sonreír sonr eír por po r lo manipuladora que era. —Cuesta llamar su atención. Supongo que se sentiría fr frust ustrado rado y la atacó. atacó. Pero Pero recibió un buen buen bofetón, ¿no ¿no crees? cr ees? —S —See echó a reír. r eír.  —Oh, sí… sí … ha venido veni do esta mañana a casa par pa r a atacar de nuevo. nuevo . Sí, al parecer par ecer no se da por vencido, el pobrecito. ¿Dónde están los hombres que regalan flores para conquistar a una mujer? Cómo han cambiado los tiempos. ¡Daisy, estamos desfasadas! —Se estuvo riendo un rato y Rebeca suspiró yendo hacia la puerta.  —¿Que dijo dij o que era er a precio pr eciosa, sa, per o que se veía a la legua leg ua que quer que r ía cazar a un buen marido? —preguntó su madre indignada deteniéndola—. Yo sólo quiero un hombre que ame a mi niña, Daisy Daisy.. ¿Qué ¿Qué madre no querría querr ía eso para su hija y si tiene dinero, mucho mejor? ¿O no quieres tú eso para Stella? —Ahí había acertadoo de pleno, porque la señor acertad señoraa Forr ester ester quería un yerno de primera. primer a. Decidió irse a desayunar porque le daba la sensación que aquella conversación sería muy larga, pues tendrían que despellejar a media fiesta antes de colgar. Media hora después estaba leyendo un artículo en la sección de

 

economía, cuando la puerta abatible abatible de la cocina se abr abrió ió de golpe, go lpe, dan dando do paso a su madre que seguía en camisón. —¡Lo he conseguido!  —¿El qué? —pr — preg eguntó untó asom as ombr brada. ada.  —¡Dos entradas entr adas para par a la Ópera Óper a de esta noche! noc he! ¡Y Paolo Pao lo está invitado! invitado ! ¡Enn el mismo palco! ¡E  —¡Mamá,  —¡M amá, pensar pe nsaráá que está hecho a pr propó opósito sito!!  —No, por que a él van a decir le que está invitado invi tado para par a li limar mar asper asperezas. ezas.  —Jadeó ll llevándo evándose se la mano al pecho. pecho . —¿Qué te vas a pone ponerr ? ¡Tiene que ser arrebatador!  —Nada de compr co mpras as —dijo —dij o mir mi r ando el perió per iódico dico de nuevo nuevo,, disimulando su nerviosismo por verle otra vez—. Algo encontraré en tu vestidor.  —¡Yaa lo tengo!  —¡Y tengo ! El Dior negr neg r o. Su madre salió de nuevo y su asistenta soltó una risita. Divertida la miró mientras secaba una fuente. —Al parecer ese hombretón irá esta noche. ¿Estáá nerviosa, ¿Est ner viosa, señorita? señor ita?  —Sí. —Bajó la voz vo z —Pero —Per o no se lo digas dig as a mi madre. madr e. Se supone supo ne que no tengo tengo que ponerme nerviosa. nervio sa.  —Me gusta ese es e ho hombr mbre. e. —Clara —Clar a asintió asi ntió.. —Me —Me gusta g usta mucho mucho..  —A ti y a todas. to das.

 

La doncella se echó a reír. —Tiene razón, señorita. Pero este me da buena espina.  —Puede, ya ver emos. emo s.

 

 

Capítulo 4  

Su vestido negro entallado hasta las rodillas, tenía una pequeña cola que quedab quedabaa preciosa precio sa cuando cuando caminaba. Con su cab cabello ello rubio en un primor oso recogido, que dejaba varios rizos cayendo por su espalda, entró en el Metropolitan acompañada de su madre, vestida con un impresionante vestido de noche en verde botella, saludando a sus conocidos. Su madre no había escatimado en ponerse su mejor collar para la ocasión. Regalo de su padre en su primer aniver aniver sario, sario , tenía tenía esmeraldas y r ubíes que que destacaba destacabann con el vestido. vestido. Sin embargo, Rebeca no llevaba ninguna joya, pues su escote de barco no favorecía favor ecía los adornos. ador nos. Además, Además, el vestido vestido parecía discreto visto visto desd desdee delante, delante, pero por detrás, dejaba al descubierto toda la espalda con un escote que acaba en pico como el final de la falda.  —Estás pr eciosa. ecio sa. Es cier c ierto to lo de los l os vestido vestidos. s. Tenemos Tenemo s que r eciclar ecicl arlo los, s, porque ese quitándole las mangas abombadas, ha quedado perfecto. Nadie diría que tiene veinte años. —Su madre cogió una copa de champán, pero ella se la

 

quitó de la mano sorprendiéndola. —¡El doctor ha dicho que estoy bien!  —Me da igual. ig ual. Y en cuanto termi ter minemo nemoss aquí, aquí , nos no s vam vamoo s a casa. c asa. Hoy no has descansado mucho.  —Yaa me he quitado el peso de encima  —Y encim a después de hablar con co n Michael. Estoy bien. Pero no cogió otra copa relajándola. Rebeca miró a su alrededor y disimuló una cara de horror cuando vio a Percival Jones tras ella. La perseguía desde que llevaba coletas de manera implacable.  —Peroo si está  —Per e stá aquí la l a mujer muj er más bell be llaa de Nueva Yor Yor k.  —Perci,  —Per ci, déjal dé jalaa en paz. La alteras alter as —dijo —di jo su madr e diver tida.  —Eso es que dentro dentr o de nada caer á y ya no sabe cómo có mo r esistir esis tirse. se.  —No te lo tengas tan creído cr eído,, pijo pij o for f or r ado. ado . Perci se echó a reír a carcajadas. —Por eso quiero casarme contigo, porque por que me pones pones en mi sitio.  —Guapo,, r ico e intelige  —Guapo inteli gente. nte. Lo tienes todo. todo . ¿Po ¿Porr qué no me dejas en paz?  —Estoy enamor enamo r ado de ti desde los lo s quince años. año s. Algún día no me rechazarás.  —Somoo s amig  —Som ami g os —dijo —dij o mir mi r ando sus o jos jo s neg negrr os antes de mir ar hacia arriba para ver que sus rizos castaños estaban algo despeinados como si

 

aquello le diera absolutamente igual. Y realmente le daba igual. Sin darse cuenta alargó la mano y se la pasó por el cabello, haciéndole sonreír. —Sería como casarme con mi primo. —Hizo una mueca de asco que a Perci volvió a hacerle gracia.  —Sí, es una pena. —Su madr e suspir suspi r ó decepci decepciona onada. da. —Serías —Ser ías un marido mari do estupendo estupendo para mi niña.  —Steffani,, puedo quedarme  —Steffani quedar me contig co ntigoo . La cara de horror de su madre la hizo reír. Perci siempre insistía, pero estaba segura que si algún día le decía que sí a su proposición de matrimonio, saldría sald ría corriendo. cor riendo.  —¿Con

quién

has

venido? venido ?

—preg —pr eguntó untó

Perci Per ci

acercándo acer cándose se

peligrosamente intentándolo de nuevo—. Ven a mi palco. Echaré a todos los invitados para que disfrutemos de una velada tú y yo solos.  —Pues…  —Quer ida, ya estáis aquí —dijo  —Querida, —di jo Daisy tras tr as ellas. el las. Perci se volvió dejando ver a los Forrester y a Paolo, que no tenía precisamente buena cara. De hecho, parecía furioso.  —Los For r ester —dijo Perci Per ci como co mo si fuer f ueran an la famili fami liaa Monster.  —Aparta  —Apar ta Per ci —Daisy se acercó acer có para par a darle dar le un beso en la mejill mej illaa a su amiga, antes de besar a Rebeca, que sin darse cuenta miró a Paolo a los ojos.  —Me alegr aleg r o que hayáis hayái s podido po dido venir. venir .

 

 —¿Una encerr encer r ona? ona ? —preg —pr eguntó untó ella ell a como co mo si no supier a nada haciendo haciend o reír a su anfitriona.  —Algoo así. Perci,  —Alg Per ci, ¿co ¿ conoc noces es a Paolo Pao lo Viotti? io tti?  —¿Hay alguien alg uien que no lo conoz co nozca? ca? —Como —Co mo si estuviera estuvier a aburr abur r ido mir mi r ó a Rebeca. —Pasa de estos viejales y ven conmigo, mi vida. —Se puso como un tomate cuando la cogió por la cintura, pegándola a él mientras Daisy se reía.  —Yoo te haré  —Y har é feliz. fel iz.  —Perci,  —Per ci, déjal déjalaa en paz. Serás Ser ás pesado. pesado . —Su madre madr e le arr ar r eó con co n el e l bol bolso so de mano en el hombro. Le robó un beso antes de soltarla y aún más colorada siseó —Adiós, Perci.  —¿Te envío el anillo ani llo que ya te he compr co mprado ado?? Daisy jadeó. —¿Qué anillo?  —Uno pr precio ecioso so.. Mi joyer jo yeroo me lo mostr mo stróó una vez cuando vino a traerme uno de mis relojes r elojes y me dije que tenía tenía que ser para mi m i Rebe Rebeca. ca. Seguro que era una monstruosidad con la que se le caería el dedo.  —¿Le has compr co mprado ado un anill ani lloo de compr co mprom omiso iso?? —preg —pr eguntó untó Pao Paolo lo muy serio entrando entrando en la conversación.  —Tengo que estar pr prepar eparado ado.. Algún día me dirá dir á que sí y yo la convertiré en la mujer más feliz de todo Manhattan.

 

 —No lo l o dudo. d udo. —Paolo —Pao lo la mir m iróó con co n desprecio despr ecio levantando una ceja. ceja .  —Sé lo que quiero quier o y quiero quier o a Rebeca Roger Rog er desde que me tir tiróó a la cabeza su libro de geometría. —La cogió de la mano y le besó el dorso r epetidas epetidas veces veces subiendo subiendo por su brazo como com o en los dibujos animados. Rebeca no puedo evitar reír. Siempre que le hacía eso, le entraba la risa y él lo sabía. —Déjalo ya, Perci.  —Mi amor, amo r, hoy ho y estás tan bella bell a que tengo teng o que qu e sacar te una foto. fo to. Daisy se echó a reír. r eír. —Cuando —Cuando se lo cuente cuente a Stella… Perci puso el móvil ante ellos para sacarse un selfi y antes de pulsar el botón bot ón le robó ro bó otro beso. beso. Paolo le puso una mano en el hombro a su amigo y Perci se volvió con una sonrisa. —Creo —Creo que la he oído decirte que lo dejaras. ¿Está ¿Estáss sor do? Daisy abrió los ojos como platos antes de mirar a Steffani, que tampoco tampoco salía de su asombr asombro. o.  —¿Qué pasa? ¿Te molesta? mo lesta? —Perci —Per ci se soltó so ltó y se enfr enfrentó entó a él. —  ¿Acaso te gusta mi chica?  —¿Perci?  —¿Per ci? —preg —pr eguntó untó abocho abo chorr nada—. ¿Por qué no te vas a dar una vuelta? Su amigo estir estiróó la chaquet chaquetaa del smoking sin quitar quitar la vista de en encima cima a Paolo, que no se sentía nada intimidado. —Porque tú me lo pides, que si no…

 

Se acercó a ella y la besó en la mejilla antes de besar a su madre y a Daisy Da isy.. —A —A ti no te beso —dijo al señor Forrester For rester haciéndole haciéndole reír. r eír. Cuando su amigo se alejó, ella disimuló bebiendo de su copa. —Este Perci… —dijo Daisy divertida.  —Me parece par ece que se s e toma tom a demasiada dema siadass liber li bertades. tades. Todos miraron a Paolo y molesta porque se metía donde no le llamaba nadie, dijo —Es un buen amigo de nuestras familias. Nos conocemos desde niños. Íbamos al mismo colegio y a mí no me ha molestado. No sé por qué te molesta a ti.  —No, si no me molesta. mo lesta. Pero Per o me dio la sensación sensaci ón de que te sentías abochornada.  —Oh, nuestro nuestr o Perci Per ci no lo hace con co n mal maldad. dad. Lleva enamor enamo r ado de Rebeca toda la vida —dijo su madre cogiendo una copa de champán. Rebeca sin pensar se la volvió a quitar de la mano y se la dio a Daisy sin preguntar. pr eguntar. —¡Hija! —¡Hija!  —Nada de alcoho alc ohol.l.  —¿Acaso tomas tom as medicació medi caciónn después de lo de ayer? ayer ? —preg —pr eguntó untó Daisy preocupa preo cupada da apartando apartando un ri rizo zo pelirr ojo de su ceja.  —Estoy bien. Es que Rebeca se llevó ll evó un susto. susto . ¿Sabes? El viernes vier nes vamos a cenar con Michael. Michael.  —¿Vaa a venir  —¿V veni r a Nueva Yor Yor k?

 

Ellas se pusieron a hablar y Paolo, que no le quitaba la vista de encima, se acercó. acercó . —¿Te —¿Te molestaba o no?  —Es difíci dif ícill de explicar expl icar.. Es Es un amig am igoo y…  —Entiendo.. —Bebió de su copa  —Entiendo co pa sin dejar de o bser bservar varla. la. Eso la puso nerviosa. —Así que te apellidas Roger. Uy, uy…  —Pues sí. sí .  —¿Michael Roger Rog er es tu padre? padr e?  —¿Le cono co noces? ces? —Le mir mi r ó a los lo s oj ojos os.. Err Er r or. or . Eso Esoss oj ojos os eran er an par paraa mor ir irse se y per per día el hilo de sus pensamien pensamientos. tos.  —¿Eso es que sí? s í?  —¿Qué? Su madre le pellizcó el trasero sobresaltándola y la miró asombrada, haciendo que Paolo reprimiera una sonrisa antes de beber, para coger la copa de champán de su mano y colocarlas en una bandeja. —¿Subimos? Va a empezar. —Sin preguntar la cogió por el brazo. Los Forrester y su madre subiendo tras ellos, sonrieron como si guardaran un secreto.  —Si tu padre padr e es Roge Ro ger, r, ¿por ¿po r qué…  —Ni se te ocur oc urrr a. —Se tensó deteniéndose deteniéndo se para par a mir mi r arle. ar le. —Ni se te ocurra interrogarme sobre mi vida. No tienes ningún derecho. Y te aconsejo

 

que dejes a mi padre fuera de esto.  —Muy bien. Entre tú y yo —lo dijo de tal maner a que le altero alter o la respiración, pero afortunadamente consiguió disimularlo para seguir subiendo las escaleras. Cuando llegaron al palco, las mujeres se sentaron delante y los hombres detrás. Miró disimuladamente sobre su hombro y vio que lo tenía detrás. Eso la puso aún más nerviosa, porque sería consciente de su presencia durante toda la representación. ¿Se debería haber echado más perfume? Se mordió el labio inferior mirando el teatro y su madre le dio los prismáticos, pero ella los r echazó. echazó.  —¿Eres  —¿Er es afici af icioo nada? Se volvió para ver su cara tan cerca que se inclinó hacia atrás para mirarle a los ojos sin bizquear. —Pues la verdad es que sí. Vengo mucho.  —¿Cuál es tu favor favo r ita?  —La Bohème. Bohèm e. —Sonr — Sonr ió sin pode poderr evitarlo evitar lo.. —A ti segur seg uroo que te gusta gus ta mucho más esta.  —Otelo es una de mis favor favo r itas.  —Me lo imag ima g inaba. Él miró sus labios y la temperatura de su cuerpo subió varios grados, aunque Paolo se enderezó para mirar el teatro. Afortunadamente reaccionó girándose de nuevo para mirar al frente, pero no pudo evitar pasar la lengua

 

por sus labios en un gesto nervioso, que la hizo jurar por lo bajo. Tenía que parecer indiferente y lo estaba haciendo fatal. Al mirar en frente, vio a Perci saludándola saludá ndola con la mano.  —No se da por po r vencido, vencido , ¿verdad? ¿ver dad? El aliento de Paolo en su oreja la estremeció y respondió sin volverse algo molesta porque la tomar tomaraa por sorpr so rpresa. esa. —Siemp —Siempre re puedo contar contar con co n él.  —¿Un último r ecurso ecur so??  —¿Crees  —¿Cr ees que lo l o necesito? necesi to? Él rió por lo bajo. bajo . —No, —No, cara. Tú no lo necesitas. necesitas.  —Pues eso. eso .  —Tu perfume per fume es delici del icioo so. so . Le miró sorprendida. —¿Vas a estar así toda la noche?  —¿Así cómo có mo?? —Parecía —Par ecía a punto de r eírse eír se de ella. el la.  —¡Así! ¡Sabes ¡Sabes perfectame per fectamente nte cómo! cóm o!  —¿Te pongo po ngo nervio ner viosa? sa? Una mujer m ujer como co mo tú, debe estar prepar pr eparada ada para par a todo, cara. Esas palabras le dolieron y sus ojos lo demostraron sin darse cuenta antes de volver la cabeza furiosa por dejar que le afectaran sus palabras. Al mirar al frente, Perci entrecerró los ojos interrogándola con la mirada. Ella forzó una sonrisa antes de girarse al escenario, pues se empezaron a apagar

 

las luces. Intentó relajarse porque terminaría pegándole otro tortazo y el espectáculo serían ellos de nuevo. En ese momento le tiraría del palco si pudiera. Empezó la obra e intentó concentrarse, pero saber que lo tenía detrás, la hacía estar en tensión continua. Estaba deseando que terminara el primer acto y echó un vistazo a Perci, que sólo la miraba a ella como si estuviera preocupado por algo. Entonces lo sintió. La caricia en uno de los mechones que caían sobre su espalda y el ligero roce del dorso de su dedo, fue apenas imperceptible. Y si hubiera estado pendiente de la obra, ni se hubiera dado cuenta cuen ta.. Pero Pero no estaba estaba pendient pendientee de la obra obr a y ese roce r oce provocó pr ovocó una reacción en ella que no esperaba. Fue como si todo su cuerpo reaccionara a su contacto deseando más. Cerró los ojos disfrutándolo y rezando porque lo hiciera de nuevo, nuev o, pero per o después después se dio cuenta cuenta que que jamás tendrí tendríaa algo con ese hombre hom bre pues pues la despreciaba. despreciaba. Abri Ab rióó los l os ojos o jos just j ustoo cuando se cerr aba el telón telón y aplaudió levantándose levantándose deseando salir de allí. Tenía emociones encontradas y al mirar a Perci, él asintió asint ió saliendo de su palco ignor ig norando ando a sus invitados. invitados. Rebeca forzó una sonrisa y le dijo a Daisy —Gracias por invitarnos, estáá siendo maravillosa. est maravillo sa.  —Querida,  —Quer ida, siéntate. Nos traer tra erán án algo alg o aquí. Odio Odi o bajar de nuevo nuevo.. Siempre está lleno de gente.

 

 —Voy  —V oy al tocado to cador. r.  —¿Qué quier qui eres es tomar to mar?? —preg —pr eguntó untó Paolo Pao lo con co n ironí ir onía—. a—. ¿Champán?  —No, gr g r acias —respo —r espondió ndió sin mir m irar arle. le.  —Rebeca, ¿estás ¿es tás bien? Cariño Car iño,, pareces par eces alg al g o pálida. páli da.  —Estoy bien —respo —r espondió ndió a su madre madr e que no se había levantado—. levantado —. Enseguida vuelvo. No miró a Paolo al salir y en el pasillo se encontró con Perci, que muy serio ignoró a sus amigos, que eran muchos, para ir directamente hacia ella.  —¿Qué pasa? pa sa? ¿Ese tío tí o se ha pasado pas ado contig co ntigo? o?  —No.—Aver  —No.—A vergo gonzada nzada mir mi r ó a su alr ededor. ededo r.  —No me mientas. mi entas. Me han dicho de lo que te acusó ayer noche no che en la casa de los Forrester. ¿Qué haces ahí? Ven conmigo. —La cogió por el brazo para llevarla al hueco de una puerta que estaba libre de gente.  —No es nada. Es que me he ag a g obiado obi ado un poco po co..  —¿Es cier ci erto to que te dijo di jo eso? eso ? Se sonrojó porque era cierto. —Bueno, ¿al fin y al cabo no soy así? Tengo Ten go que casarme casarme como com o todas.  —Si fueras fuer as una cazafor cazafo r tunas, te hubier hubieras as casado conmig co nmigoo co conn dieciocho. —Sonr —Sonrió ió intent intentando ando quitar quitar hierro hierr o al asunto. asunto.  —Cierto.  —Cier to.

 

 —Olvida  —Ol vida a ese tipo y ven conmi co nmigg o al a l palco pal co.. No No s diver tir tiremo emos. s.  —Han planeado esto para par a que lime l imemo moss asper ezas.  —Ese tío lo que quiere quier e es echarte echar te un po polvo lvo,, per peroo no se va a casar contigo, Rebeca Rebeca —dijo con desprecio desprecio..  —¿Y tú cómo cóm o lo sabes? —pr eguntó eg untó alg al g o mo m o lesta. Sus inteligentes inteligentes ojos ojo s se entrecerraro entrecerr aron. n. —Te —Te gusta gusta..  —Claroo que  —Clar q ue me gusta. g usta. Habr Habría ía que ser ciega cieg a para par a que no me gustar g ustara. a.  —¡Es un tiburón, tibur ón, Rebeca! ¡Te destro destr o zará zar á y después te dejar á en la cuneta! Se le cortó el aliento porque estaba convencido. —¿Sabes algo que …?  —¿Rebeca? Se volvió para ver a Paolo tras ella y miraba muy tenso a Perci. —  Suéltala. Perci soltó su brazo enderezándose. —¿Acaso crees que es tuya?  —Es más mía que tuya. Eso está claro clar o , y co como mo te vuelva a ver tocándole tocánd ole un pelo, te par par to la cara. car a. —Cogió —Cogió a Rebeca Rebeca de la mano y tiró tir ó de ella hacia el palco de nuevo. Asombrada ni pudo abrir la boca. —Ni se te ocurra decir una palabra. —Furioso se detuvo para mirarla a los ojos. —¿Sales del palco para encontrarte encontrar te con él?  —Sí. —Le r etó con co n la mir mi r ada y Paolo Paol o apretó apr etó las mandíbulas. mandí bulas. —Es mi

 

amigo y siempre lo será.  —¡Ese no quier qui eree ser tu amigo amig o !  —¿Y a ti qué te impo im porr ta? Déjame en paz. —Iba a entrar entr ar en el palco cuando cuan do él la cogió co gió por la muñeca dete deteniénd niéndola. ola.  —No sé a qué estás jugando jug ando.. He venido esta noche no che con co n intenció intenciónn de olvidar lo de ayer, pero me da la sensación que me estás tomando el pelo —  dijo furioso.  —No, a lo que tú venías er eraa a burlar bur larte te de mí y a echar un pol polvo vo de paso. —Soltó su muñeca fulminándole con la mirada. —¿Acaso crees que estoy desesperada?  —Al parecer par ecer necesitas necesi tas liquidez li quidez —di —dijo jo con co n desprecio despr ecio..  —No so soyy una puta. ¿Qué pensabas hacer? hacer ? ¿Dejar un puñado de billetes bil letes al lado de la cama? —dijo totalmente descompuesta porque tuviera ese concepto de ella. Entró en el palco sonriendo fríamente, pero su madre se levantó en el acto. Le hizo un gesto para que se sentara. Se sentó a su lado y su madre le susurró discretamente —¿Qué te ha dicho?  —Déjalo.. —Apr  —Déjalo —Apretó etó sus s us manos mano s sobr so bree sus pier pi ernas nas agachando ag achando la mir m irada. ada. Su madre cubrió sus manos con la suya dándole ánimos y volvió a susurrarle —Levanta la barbilla y sonríe. Que no vea que te ha afectado. Durante el segundo acto le dio vueltas al asunto y lo que más la

 

sorprendió de sus pensamientos, fue que lo que realmente le había dolido, era que no llegaría a tener nada con él. Si en algún momento quería tener una relación con ella, Rebeca no podría, porque Paolo siempre pensaría si en el fondo se habría casado con él por el dinero. Y le pondría el contrato prematrimonial delante antes de entregarle siquiera el anillo de compromiso. Y no iba a firmar un contrato prematrimonial como había hecho su madre, para después encontrar encontrarse se con una pensión ridícula r idícula para sus hijos, hijo s, sin nada que la respaldara. No iba a cometer el mismo error que ella. Estiró el cuello sin darse cuenta tomando una resolución. Aquello se había acabado. Ya vería cómo lo solucionaba con su padre. Lo hablarían en la cena. Encontraría a otro candidato y si se empeñaba, ya le devolvería el dinero que estaba segura que ya había transfer transferido. ido.

 

 

Capítulo 5  

Cuando terminó el segundo acto Rebeca miró a su madre que sonrió.  —Cariño  —Car iño,, vamos vamo s a estir esti r ar las pier pi ernas. nas. Daisy parpadeó sorprendida, pero aun así se levantó como ellas dispuesta dispue sta a acompañar acompañar las. P Por or supuest supuestoo no se podían po dían negar. Ni miró mir ó a Paolo al salir.  —¿Qué ha ocur oc urrr ido, ido , querida? quer ida? —preg —pr eguntó untó Daisy preo pr eocupada—. cupada—. Paolo Pao lo parece molesto.  —No nos no s entendemos. entendemo s. Eso es todo. todo .  —Oh, qué pena. —Daisy mir mi r ó a Steffani. Steffani . —Segur —Seg uroo que a Michael le hubiera gustado mucho. Es un hombre como ya no quedan.  —Bueno, lo hemos hemo s intentado —dijo —dij o su madre madr e sin darle dar le impor im por tancia—. Mi niña es joven para preocuparse por un hombr hombree u otro.  —Claroo que sí. Tendrá  —Clar Tendr á muchos mucho s pretendientes. pr etendientes. Oh, mir a. Allí hay

 

alguien muy interesante. Ambas miraron al final del pasillo donde un hombre rubio de la estatura de Rebeca hablaba con un matrimonio haciéndoles reír. —¿Sabéis quién es?  —No —respo —r espondier ndieron on ambas a la vez.  —Es Steve Tempelton. Tempel ton.  —¿El hereder her ederoo de los lo s hoteles? ho teles? —Su madr m adree le dio un codazo co dazo,, per peroo ell ellaa ni se inmutó.  —Sí, es encantador. encantado r. —Bajó la l a voz vo z acercándo acer cándose se —Y no tiene novia. no via. Claro que no tenía tenía novia. Er Er a gay. Miró ir ó a las mujeres mujer es incrédula porque por que ellas no se hubieran dado cuenta cuenta y se echó echó a reír r eír sin poder evitarlo. evitarlo . Steve Tempelton se volvió y Daisy le saludó. Aún sonriendo le dio un par de besos en la mejilla cuando cuando les present pr esentaro aron. n.  —¿Cómoo que madre  —¿Cóm madr e e hija? hij a? ¡Si parecen par ecen gemel ge melas! as! —Su madre madr e sonr so nrió ió encantada con el cumplido. Aunque el comentario de que parecía que tenía la edad de su madre, era poco halagador para Rebeca, sonrió relajándose por primer a vez en toda toda la noche.  —Siempr  —Siem pree tan amable, am able, Steve —dijo —dij o Daisy encantada—. e ncantada—. ¿No cono c onocías cías a Rebeca? Se volvió hacia ella con una sonrisa en la cara mirándola de arriba abajo con sus ojitos castaños. —Claro que sí. Pero tengo que disimular para

 

r ecibir dos besos de nuevo. nuevo. —Todas —Todas se echaro echaronn a reír.  —¿Nos conoc co nocíam íamos os?? —preg —pr eguntó untó sor so r prendida. pr endida.  —Una vez me diste una auténtica paliza pali za jugando jug ando al tenis en el club, pero ni te acuerdas. acuerdas. Le miró a la cara pensando en ello, porque casi siempre jugaba con conocidos. —¿Y eso cuándo fue más o menos?  —Hace unos tres años. año s. Estabas con co n unas amiga ami gass y en nuestro nuestr o gr upo faltaba uno para un pequeño torneo. Te levantaste de la mesa como una princesa y dijiste, acabemos con esto. Tengo cita en la peluquería en tres horas.  —Steve se echó a reír r eír a carcajada car cajadas. s. —Nos dio di o un repaso r epaso a lo loss tres tr es que tuvimo tuvimoss agujetas una semana.  —Ni me acuer a cuerdo do.. Les Les pegó peg ó r epasos epaso s a vario var ioss al mes. mes . Todos rieron y sonó la señal para volver al palco. Steve la cogió de la mano. —Me ha encantado volver a verte. ¿Quedamos en el club mañana y me das otro otro repaso?  —¿Has mejor mej or ado? ado ? Tengo Teng o que practicar pr acticar mi r evés. Stevee rió Stev r ió.. —Har —Haréé lo que pueda. ¿A las diez?  —Vale,  —V ale, así podr po dréé entrenar entre narme me prim pr imer eroo y como co mo estaré estar é agotada, ag otada, estaremo est aremoss a la par.  —Entonces perfecto per fecto..

 

Se despidió de las demás, que satisfechas como gallinas cluecas, la miraron orgullosa. —Tienes una cita con Steve. Es estupendo —dijo su amiga entrr ando en el palco y elevando la barbilla ent barbill a molest mol estaa con Paolo, Paolo , que hablaba hablaba con su marido—. Tenía que haberle invitado a él. Paolo levantó una ceja y cuando Rebeca se sentó ante él le susurró al oído —¿Esta —¿Estamos mos en guerr g uerraa de nuevo? nuevo? Rebeca no contestó ignorándole y él suspiró. —Nena, yo…  —Cariño  —Car iño,, empieza empi eza —dijo —dij o su madre madr e interr inter r umpiéndo umpi éndolo lo antes de fulminarle con la mirada— mir ada—.. ¿Le ¿Le gust g ustaa la función, señor Viotti?  —No mucho m ucho,, la ver ve r dad.  —Me alegr aleg r o . Rebeca reprimió una sonrisa y cuando miró a Perci, él asintió como si supiera lo que pensaba. En cuanto acabó el cuarto acto, un hombre entró en el palco con un gran ramo de rosas rojas y todas se levantaron impresionadas. —Cariño... —  dijo Daisy mirando a su marido, que tenía cara de que no sabía de qué iba aquello. Paolo se levantó lentamente y se cruzó de brazos. El mozo del teatro pregunt preg untóó —¿Rebec —¿Rebecaa Roger ?  —Soy yo. —Se volvió vol vió hacia Perci, Per ci, que le lanzó un beso antes de guiñarle un ojo. Se echó a reír cogiendo el impresionante ramo, porque

 

siempre tenía ese tipo de detalles con ella si la veía triste o enfadada. Varias personas del teatro miraron hacia ellos y aplaudieron antes de que algunos miembross del elenco salieran tras el te miembro telón lón y empezaran a cantar cantar el cumpleañ cumpleaños os feliz. A Rebeca se le cortó el aliento mientras su madre se tapaba la boca impresionada. Cuando terminaron, todo el teatro aplaudió y Rebeca emocionada emocio nada miró mir ó a Perci vocalizando la palabra palabra Gr acias. Su amigo le guiñó un ojo sentándose de nuevo mientras un amigo le palmeabaa el hombro. palmeab hombro .  —Este chico es un amo a mor. r. A veces es e s un poco po co pesado, pesado , pero per o siem siempr pree te da estas maravillosas sorpresas.  —Sí —susur —sus urrr ó sentándo sentándose se y acar aca r iciando ici ando un pétalo. pétalo .  —¿Es tu cumpleaño cum pleaños? s? —preg —pr eguntó untó Paolo Paol o tras tra s ella ell a poniéndo po niéndole le la piel de gallina.  —Es dentro dentr o de siete si ete minutos minuto s —respo —r espondió ndió su ma madr dree molesta. mo lesta.  —Pues felic fe licidades idades adelantadas. adela ntadas.  —Gracias  —Gr acias.. —Enderezó —Ender ezó la espalda espal da pensando en dónde dó nde poner po ner aquella aquell a monstruosidad de ramo.  —¿Me permi per mite, te, señor seño r ita? Se lo g uardar uar daremo emoss hasta el final de la representación.  —Oh, gr g r acias. acias .  —Hay otra otr a cosa co sa que no ha visto —dijo —dij o el chico algo alg o preo pr eocupado cupado

 

mirando al frente.  —¿Otraa cosa?  —¿Otr co sa? —Se levantó de nuevo mir ando el r amo y entonce entoncess lo vio. Una Una de las rosas r osas era er a de mentir mentiraa y se le cortó co rtó el aliento. —No —No se atrevería.  —No lo l o abr a bras as —dijo —dij o Daisy preo pr eocupada—. cupada—. Pobrecito Pobr ecito.. Sin darse cuenta miró a Paolo, que estaba muy tenso. —Vamos, nena. Abre tu regalo —dijo con ironía. Molesta entrecerró los ojos y sacó la rosa de mentira para abrir la flor de terciopelo rojo. Se echó a reír a carcajadas cuando vio un centavo. Se volvió hacia Perci, Perci, que se echó a reír r eír de nuevo. nuevo.  —¿Un centavo? ¿Es un secr eto entre entr e voso vo sotro tros? s? —dijo —di jo Paolo Pao lo levantando una ceja.  —Pues sí. sí . —Dio —Dio las gr acias acia s al chico y se sentó de nuevo en su ssitio itio con co n su centavo en la mano.  —Cariño  —Car iño,, ¿qué sig si g nifica? nifi ca? No nos dejes con co n la intri i ntriga ga..  —Una vez le dije, dij e, para par a quitármel quitár meloo de encim encima, a, que me casar casaría ía con co n él cuándo fuera pobre —dijo divertida—. ¡Y él me contestó al menos le dejara un centavo! Yo le pregunté que para qué lo quería y él me dijo, “Algo tengo que ofrecerte. No se empieza un matrimonio con las manos vacías”—Acarició el centavo entre sus dedos. —Teníamos quince años. Es increíble que se acuerde de esto.  —Eso es que te quiere. quier e. Qué bonito bo nito —dijo —dij o Daisy—. Me da algo alg o de pena.

 

 —Si algún al gún día le l e dijer dij eraa que sí. sí . Saldría Saldr ía despavo des pavorr ido ido..  —¿Cómoo estás  —¿Cóm e stás tan segur seg ura? a? —preg —pr eguntó untó Paolo Pao lo cabreado cabr eado..  —Lo sé. s é. Esto Esto se ha conver co nvertido tido en una costumbr co stumbree para par a él.  —Estás jugando jug ando con co n sus sentimiento sentim ientos. s. —Todos —Todo s le mir aron ar on como co mo si fuera idiota y Paolo se enfadó. —Debería ser más clara con él, para quitárselo de encima.  —Esto se s e acabó —dijo —dij o su madr mad r e levantándose leva ntándose—. —. Daisy, Daisy, lo siento. sien to.  —No te pr eocupes. eo cupes. Lo entiendo perfectame per fectamente. nte. —Fulminó —Fulmi nó a Pao Paolo lo con co n la mirada mir ada mientras mientras que el señor Forrester For rester chasqueaba chasqueaba la lengua. Su madre se enfrentó a él y le mir mi r ó con co n despr despr ecio ante antess de decir —Una pena. Una auténtica pena. Ahora tendré que hablar con Michael para solucionar estee embrollo. est embro llo. Rebeca, Rebeca, nos vamos. Rebeca pasó ante él sin mirarle, pero Paolo la sujetó del brazo volviéndola. —¿Qué —¿Qué ha querido decir?  —Nada —contestó —co ntestó mir m irando ando su pajar paj arita—. ita—. Buenas noches. noche s. Él no respondió. r espondió. Simplement Simplementee la observó obser vó alejarse. alejar se. Su madre caminaba a su lado muy tiesa por el pasillo vacío. —Creo que nuestro italiano ha quedado descartado. No me gusta lo que he visto. —  Como no respondía continuó hasta las escaleras y empezaron a bajar. —En lugar de intentar enamorarte, ha estado todo el tiempo con esa cara de vinagre y diciéndote lo que debes hacer como si fuera tu padre. Parecía celoso por la

 

atención de Perci, pero después te ha soltado todas esas indirectas como si fuera culpa tuya. ¡Todo el mundo sabe que le has dado calabazas mil veces! Es casi un juego entre vosotros. vosotro s. Cogió las rosas de manos del mozo del teatro sonriendo y su madre le dio una propina diciéndole que por favor, le diera las gracias al elenco por aquella maravillosa sorpresa. Distraída se volvió y vio a Paolo observándola desde arriba, con las manos en los bolsillos del pantalón del smoking. Se sintió excitada y molesta a la vez recordando lo que le había dicho a Perci sobree que era más suya que sobr que de su amigo y se giró gir ó saliendo del Met. Met.  —Menudo descar des caro. o. ¿Le has visto? vi sto?  —Sí, mamá mam á —dijo —dij o entrando entr ando en unos uno s de los lo s taxis que esperaban esper aban a los lo s asistentes a la Ópera—. No quiero hablar de él. Su madre la miró asombrada. —Estás afectada. Como si… ¡Oh, no! ¡Ni hablar!  —¡Ya ha pasado!  —¡Ya pasa do!  —¿Te he enseñado todo lo que sé y te has enamor enamo r ado de él? —Parecía —Par ecía incrédula. —¿Es —¿Es que no has aprendido nada de lo que me ha ocurr ido a mí?  —De todas maner m aneras, as, da ig i g ual, ¿no cr crees? ees? ¡Él nunca me m e quer querrr á!  —Claroo que sí. ¡Si dejar  —Clar de jaras as de compo co mporr tarte tar te como co mo un animal anim al herido her ido y le enfrentaras, enfrenta ras, se enamoraría enamorar ía hasta el tuéta tuétano! no! ¿Qué te ocurre? ocurr e?  —¡No lo sé! ¿De acuerdo? acuer do? Cada vez que dice di ce algo al go que me hace daño… daño …

 

 —¡Te he instruido instr uido para par a eso! eso ! ¡Te he enseñado a dejar en evidencia evidenci a a aquel que quisiera hacerte daño! —La cogió del brazo para que la mirara. —  ¡Eres hija de Michael Roger! ¡Nadie se burla de nosotros! ¡Ya verás cuando se lo cuente cuente a tu padre!  —¿Ahoraa le vas a contar  —¿Ahor co ntar mis mi s probl pr oblemas emas a papá? —Enfadada la enfrentó. —¡No creo que seas la más adecuada para darme consejos, cuando tú llevas enamorada enamor ada de él treinta años!  —¡Precisam  —¡Prec isamente ente por po r eso! eso ! ¡Porque ¡Por que he pasado por eso eso!! Tenía que haberme dado cuenta por tu reacción de ayer. ¡Tenía que haberme dado cuenta!  —¡Déjalo ya! ¡Eso ¡Eso está acabado! acabado !  —Claroo que se ha acabado  —Clar aca bado —dijo —dij o furio fur iosa—. sa—. Te dije dij e desde des de que eras er as una adolescente, que jamás te casaras enamorada. Eso complica las cosas. Puede que después te enamores, como me ocurrió a mí, porque la convivencia hace que sea casi inevitable. Per Peroo jamás j amás antes.  —Oh, Dios. Dio s. —Se pasó la mano por la frente. fr ente. —Me sie siento nto como co mo un sser er horrible.  —Creo  —Cr eo que necesitas necesi tas ver algo alg o para par a darte dar te cuenta de lo que hablo hablo.. —Le dio una dirección dir ección al taxista en Little Little Italy. Italy.  —¿A dónde vamos? vamo s?  —No te pr preo eocupes. cupes. Enseguida Enseg uida te darás dar ás cuenta de lo que dig digo. o. No necesitaremos nece sitaremos ni bajarnos del taxi. Ad Además, emás, no quiero avergonzarla. avergo nzarla.

 

 —¿Aver  —¿A vergo gonzar nzarla? la?  —Cuando veas lo que te voy vo y a enseñar, enseñar , te darás dar ás cuenta de lo que el amor puede puede hacerle a una mujer de nuestra nuestra posición. po sición. El taxi se detuvo donde le indicó su madre y le hizo un gesto con la cabeza para que mirara por la ventanilla que estaba a su lado. Rebeca se giró y vio a una pequeña cafetería donde una mujer de la edad de su madre estaba tras el mostrador dando a un cliente una bolsa del papel. Siguió mirando el local, pero su mirada volvió a la mujer, abriendo los ojos como platos al reconocerla. Aunque sin maquillar y peinar, era casi un milagro. —¡Es Tiffany!  —Exacto. La miró asombrada. —¿Qué le ha ocurrido? ¡Pensaba que se había trasladado a Texas!  —¿A Texas? Es lo que le dijo dij o a todo el mundo. mundo . Su mar marido ido la dejó por otra después de llevar diez años a tratamiento intentando tener un hijo y cuando llegó a casa, la llave no entraba en la cerradura. Ni le dejó recoger su ropa. Se la enviaron por mensajero después de que la nueva amiguita de su marido, le robara hasta los bolsos de firma. Pudo comprarse esa cafetería después del divorcio y eso fue porque yo la ayudé a pagar al abogado hasta que cobró. —La cogió de la barbilla para que la mirara. —Tú eres hija de tu padre y él no permitiría eso. ¿Pero sabes el dolor que pasó Tiffany cuando la

 

dejó tirada?  —¿Lo que sentiste tú? A su madre se le cortó el aliento. —¿Siempre he querido evitar eso y ahoraa me vienes ahor vienes con que te has enamorado enamor ado de él? Ni Ni hablar. Ni hablar, hablar, ¿me oyes? ¡Cortaremo ¡Cortaremoss esto esto de raíz! r aíz!  —¡Yaa lo he cor  —¡Y co r tado yo! yo ! ¡¡El El tema está es tá zanjado! zanjado !  —Más te vale. Si hubiera hubier a sabido esto, nunca hubiéramo hubiér amoss venido esta noche.  —¡Creí a que podía  —¡Creía po día contro co ntrolar larlo lo!!  —Es evidente que no, no , por po r que si fuera fuer a así, le hubieras hubier as dicho cuatro cuatr o cosas a ese … a ese… ¡Arg ¡Argg! g! Rebeca sonrió sin poder evitarlo. —No te alteres o te dará otro amacuco.  —Muy gracio gr aciosa. sa.  —Se acabó, acabó , ¿de acuer do? Para Par a mí, mí , como co mo si no existier existie r a.  —Ahoraa tendré  —Ahor tendr é que hablar habl ar con co n tu padre padr e del tema y me m e echará echar á la bronc br onca. a.  —Pobr ecita. Como si te impo i mporr tara. tara .  —Al menos meno s nos r econcil eco nciliar iaremo emoss y las r econcil eco nciliaci iacione oness eran er an extraordinarias.  —¡Mamá,  —¡M amá, qué asco! asco !

 

 —¿Cómoo cr  —¿Cóm c r ees que lleg l legaste aste a este mundo? m undo?  —¡Sí, pero per o es algo al go que una hija hi ja no quiere quier e saber !  —Estás muy gr g r uñona. uño na.  —Mierda,  —Mier da, tengo hambre. hambr e.  —Siempr  —Siem pree te entra entr a el hambre hambr e cuando estás preo pr eocupada cupada y no es bueno para tu dieta. dieta.  —Ni que estuvier estuvie r a go g o r da.  —Nosotra  —Noso trass no engor eng or damos damo s —dijo —dij o ofendi o fendida da pagando pag ando al taxista. taxis ta. Cuando se bajaron del taxi, Rebeca se cambió de brazo las flores y se quedó de piedra al ver a Paolo que salía de su portal. Debía haber salido del teatro detrás de ellas y se detuvo al verlas. Su madre se tensó mirándola de reojo y Rebeca caminó hacia el portal ignorándolo igno rándolo.. —Cara, —Cara, ¿podemos hablar? Steffani iba a decir algo, pero ella la advirtió con la mirada. Exasperada cogió sus flores y entró en el portal obviamente enfadada. Rebeca se volvió hacia él intentando parecer despreocupada.   —Mira, no soy una persona que se ande por las ramas. Me atraes mucho y me muero por acostarme contigo, pero jamás me casaré con una mujer como tú. Se podía decir más alto, pero no más claro, así que ella se volvió y

 

Paolo la cogió de la cintura pegándola a él. —No puedes ser mi esposa, pero podemos disfrut disfr utar ar de lo que tenemos. tenemos.  —No tengo teng o nada de malo m alo —dijo —dij o or gullo gul losa sa levantando l evantando la bar billa. bil la. Él la besó en el cuello y acarició su oreja con su mejilla estremeciéndola. —Podemos estar juntos.  —No, no podemo po demos. s. —Se apartó apar tó de él y sin mi mirr ar atrás atr ás entró entr ó en su portal sintiendo que era la cosa más difícil que había hecho en su vida.

 

 

Capítulo 6  

Entró en el Il Ristorante llevando un vestido de encaje rosa. Sabía que a su padre le gustaba el rosa, así que se lo había puesto para él. Se acercó al maître y le pregunt pr eguntóó —¿Mi padre padre ha llegado?  —Hace cinco minutos. minuto s. Y su madre madr e también, señor seño r ita Roger. Rog er. Acompáñeme. Vaya, quería estar unos minutos a solas con su padre para explicar lo que había había ocurr ocur r ido antes de que que llegar a ella. Ahor Ahoraa ent entendía endía por qué su madre le había dicho que tenía tenía una cita cita primer pr imeroo y que se encontr encontr arían allí. allí . Segur Seguroo que había ido a verle verl e a su hotel. Resignada siguió al maître hasta la mesa y sonrió a su padre, que se levantó asombrado en cuanto la vio. No le extrañaba nada. Hacía siete años que no se veían en persona. perso na.  —Dioss mío,  —Dio mí o, es idéntica a ti a tu edad. —Su padre padr e la abrazó abr azó sorprendiénd sor prendiéndola ola y Rebeca Rebeca forzó una sonrisa. sonr isa.

 

 —Michael, no fuerces fuer ces las cosas co sas —le advirtió advir tió Steffani antes de beber de su copa de vino.  —Lo siento —dijo —dij o su padre padr e avergo aver gonzado nzado—. —. Es lóg ló g ico que estés enfadada conmigo después de lo que ha pasado. Rebeca Reb eca se sentó sentó en el banco forrado for rado de piel, dejando dejando el bolso a su lado.  —No estoy es toy enfadada. enf adada.  —No mientas, m ientas, hija. hi ja. Está furio fur iosa. sa.  —No, en ser s erio io no estoy enfadada —dijo —dij o mi mirr ando los lo s oojo joss ve verr des de su su padre—. Al fin y al cabo, para lo que te veía antes… —Su padre se sonrojó intensamente.  —Uy,, uy, uy.  —Uy uy. Ho Ho y está de uñas, Michael.  —Tenemoss que tener una conver  —Tenemo co nversaci sación, ón, pero per o no ser seráá aquí —dij —dijoo su padre muy serio.  —Me lo imag im aginaba. inaba. —Cogió —Cog ió la car ca r ta y la abr ió. ió .  —Espera,  —Esper a, cariño car iño.. Tu Tu padre padr e va a dar te una sor so r presa. pr esa.  —El r egalo eg alo de g r aduación aduació n llega lle ga muy tarde tar de —dijo distraída distr aída leyendo la carta.  —¿Y el de cumpl c umpleaño eaños? s? Levantó la vista hacia su padre. —Creo que después de no regalarme nada en más de veinte años, también está de más. —Dejó la carta a un lado y

 

apoyó los codos en la mesa mirándolo fijamente. Su pelo castaño tenía unas canas que no le sentaban mal y parecía tener buen aspecto. ¿Cómo era posible que le tuviera cariño a un hombre que no conocía y que le había hecho tanto daño? Par Par ecía dolido. —Mira, —Mira, has sido un ppadre adre horr hor r ible. No vamos a negarlo. negarl o. No contestabas a mis llamadas cuando era pequeña y si lo hacías sólo pasabas conmigo media hora como mucho, porque estabas muy ocupado con tu nueva familia o tu trabajo. No conozco a mis hermanos y porque discutiste con mamá, me dejaste sin pagarme la universidad. Es para avergonzarse cuando a ti te te sobra sobr a el dinero. Pero no es el dinero lo que más me dolió. dolió . Sino que no me has llamado para preocuparte por mí ni una sola vez. —Su madre apretó los labios bebiendo de su copa y mirando de reojo a su exmarido. —Pero como soy una mujer adulta y ya no te necesito, quiero empezar de cero. Es así de simple. Sé que le has dado el dinero a mamá y te lo agradezco, pero más por ella que por mí.  —Lo sé s é —dijo —dij o su padre padr e sor so r pr prendiéndo endiéndola. la.  —¿Lo sabes? —Su padre padr e levantó la vista sobr so bree su cabeza. —Oh, aquí llega mi sorpresa. sor presa. Ella miró sobre su hombro y se quedó helada al ver a Paolo. Atónita miróó a su madre que debía mir debía tener tener la misma cara que Rebeca Rebeca en ese momento.  —Michael, no sabía que íbamos íbam os a comer co mer acompañado aco mpañadoss —dijo —dij o muy tenso tenso en cuant cuantoo llego a la mesa.

 

 —¿Os conoc co nocéis? éis? —preg —pr eguntar untaron on ambas a la vez co conn los lo s oj ojoo s co como mo platos.  —Siéntate, Paolo Pao lo —dijo —dij o su padre padr e empezando empez ando a diver tir tirse. se. Paolo se sentó a su lado en el banco y para que sus caderas no se rozaran, Rebeca movió su trasero a un lado, pero él aprovechó para ponerse cómodo. Le fulminó con la mirada y su padre se echó a reír. —Para ser novios, no parecéis quereros demasiado.  —Michael… —le — le advir advi r tió su madr ma dre. e.  —Esper a, cariño  —Espera, car iño.. Enseguida Enseg uida te enterar enter arás ás de todo todo.. —Su padre padr e suspir suspi r ó cogiendo su copa de agua. —Hija, te preguntarás qué hace Paolo aquí y la razón es simple. Puede que no te haya visto en siete años, pero eso no significa que no supiera lo que ocurría en tu vida. Me sentí muy orgulloso cuando ter ter minaste minaste la carrer car reraa y tus intent intentos os para par a conseguir trabajo. Debo Debo reconocer r econocer que insististe, pero no podía permitir que trabajaras de becaria en cualquier empresa de tercera. Mi Mi her heredera edera no. La copa de su madr madr e se estrell estrellóó sobre so bre el plato cuando la dejó caer, pero ni se dieron cuenta. Sobre todo Rebeca, que sentía que su corazón se le iba a salir del pecho. Michael sonrió. —Por supuesto hasta que eso ocurra, van a pasar unos cuantos cuantos años. Steffani asintió vehementemente. —Pero aunque tu madre me ha explicado lo ocurrido estos días… —La miró con cariño. —Decidí hacer unas

 

llamadas para cerciorarme. —Se echó a reír divertido. —Steffani como siempre había exager exagerado… ado…  —Qué bien bi en me conoc co noces, es, amor am or.. Rebeca levantó una ceja mirando a su madre, que levantó la barbilla orgullosa como si pasara de su opinión. —Pero la imaginación de Steffani me dio una idea. Mi niña no tendrá la experiencia necesar necesar ia para encargarse encarg arse de mi imperio. Necesita un marido adecuado para dirigirlo. —Y miró a Paolo que se tensó a su lado. lado . — —Y Y tú eres per perfecto. fecto. En En eso Steffani tenía razón. r azón. Paolo se levantó. —Si me disculpáis… esta conversación no me interesa. Increíble. ¡Hasta la rechazaba forrada! ¡Aquello era el colmo! Miró a su padre con los ojos entrecerrados y Michael sonrió sin darle importancia. —  Paolo… Su amigo se detuvo para volverse lentamente. —¿Estás seguro que no quieres pensártelo?  —Segur  —Seg urísi ísimo mo.. —Miró —Mir ó de r eojo eo jo a Rebeca. —Ya —Ya he sido muy clar o con co n tu hija hija y no puedo puedo casarme con ella.  —Segur  —Seg uroo que le of ofrr eciste o tra cosa co sa —dijo su padre padr e fríam fr íamente ente tensándole—. ¿Crees que soy idiota? ¿Crees que voy a dejar que cualquiera trate a mi hija como lo has hecho tú? Puede que no haya estado presente en su educación, pero lleva mi apellido y deberías tener más cuidado con lo que

 

dices. —Le —Le señaló el asiento. asi ento. —Siéntat —Siéntate, e, esto te interesa. i nteresa. Paolo se sentó muy tenso a su lado. —Puede que interpretara mal las señales,, pero para señales par a mí era obvio que quer quer ía cazar cazar un marido mari do rico. r ico. Michael se echó a reír y acarició la barbilla de Steffani, que sonrió orgullosa. —Sí, quería cazar un marido muy rico.  —Entonces no sé por po r qué te ofendes. of endes. Su padre suspiró. —¿Crees que no conocía a mi esposa? ¿Y a mi suegra? Sabía cómo iba a educar a mi hija y por eso no interferí. Son mujeres fuertes que salen a flote siempre. No quería una hija mimada, que siempre consiguiera lo que quería. Por eso cuando ese hijo de puta le marcó la cara a mi hija no las ayudé. Eso le dio una lección a la niña y a la madre. La lección se la di tres años después cuando le dejé en la ruina.  —¿Es una advertencia? adver tencia? —La voz de Paolo Pao lo indicaba indi caba que no estaba para par a bromas.  —¿Le dejaste deja ste en la r uina? —pr eguntó eg untó Rebeca encantada. enc antada. Michael miró fijamente a Paolo y ella entendió por qué era tan bueno en su trabajo. —Es así de simple. Tienes un contrato pendiente con el gobierno para construir cuatro fragatas que se puede suspender con el cambio de gobierno.  —Puedo sobr so brevivi evivirr sin esas es as fr agatas. ag atas.  —Claroo que sí. Pero  —Clar Per o con co n lo que no puedes sobr so brevivi evivirr es con co n la mala mal a

 

publicidad. Uno de tus cargueros ha tenido un accidente camino a Australia hace dos meses y antes de ayer perdiste todo un cargamento por un temporal. Tengo amigos en la prensa a los que les encantan ese tipo de historias. Sobre todo de lo que más se hablará es si ese nuevo buque del que ya has hecho publicidad, es lo suficientemente seguro o es otro Titanic en potencia. Igual no encuent encu entras ras violinista que se embarque contigo para esa última melo melodía. día. Paolo apretó los labios furioso fur ioso.. —Esa —Esa publicida publicidadd pasará.  —Por supuesto, supuesto , pero per o a costa co sta de cuántos millo mil lones. nes. —Metió la mano dentrr o de su chaqueta del traje. —Aquí dent —Aquí tienes la previsió pr evisiónn que me he molestado mo lestado en hacer para que no pierdas el tiempo. Abrió la hoja y mostró una cifra que a Rebeca Reb eca casi la mareó. mareó . Doscientos Doscientos millones. millo nes. Perdería doscientos doscientos millo millones. nes. —Y esto sólo es una previsión a la baja, porque no hemos incluido los cargamentos que perderéis cuando tus proveedores cambien de transporte. —  Dejó De jó caer la l a hoja sobre su plato plato y el camarero camarer o se acercó.  —¿Saben ya lo l o que quier en los lo s señor seño r es? Michael hizo un gesto con la mano y el camarero se alejó discretamente.  —Cariño  —Car iño,, me has dejado encantada —dijo —dij o su madre madr e sonr so nriendo iendo maliciosa mirando a Paolo—. ¿A que ahora mi hija ya no te parece tan mal partido?  —Esa no es la cuestión. cuestió n. No puedo casarme casar me con co n ell ellaa por que estoy

 

comprometido. Esa bomba la dejó de piedra y le miró mir ó asombrada. aso mbrada. —¿Y comprometido compr ometido con otra querías acostarte conmigo?  —No lo entiendes. —La fulminó fulm inó con co n la mir ada. —Es un matrimo matr imonio nio concertado desde hace años.  —Con una italiana, itali ana, imag im agino ino —dijo —dij o Michael casi al bor de de la r isa—. Pues ya lo estás arreglando. Mi hija se casará… el veinte de mayo. Me gusta esa fecha. Y tú vas a estar en la Iglesia, porque lo que te he dicho es sólo el principio. Tengo diez asesores que se encargan de hundir empresas a tiempo completo. Los pondré a los diez a trabajar en esto exclusivamente hasta que consiga mi objetivo.  —Papá…

—dijo —dij o

muy

decepcio decepci o nada

con co n

Paolo—, Paol o—,

si

está

comprometido, comprometid o, no le quiero quiero.. Paolo la miró sorprendido. —¡Perdona, pero yo tampoco te quiero! Creo que eso ha quedado quedado claro. claro .  —¡Pues eso! eso ! Michael sonrió al ver cómo se miraban comiéndose con los ojos y Steffani le dio un golpecito con la punta del pie haciéndole reaccionar. —La decisión está tomada—Miró a su hija. —Te casarás con él. No hay más que hablar. Asombrada vio que llamaba al camarero que estaba esperando y pedía

 

una ensalada y una lubina a la plancha. Su madre pidió lo mismo y cuando el camarero los miró esperando su pedido, ella no sabía qué decir. Todo aquello se le estaba yendo de las manos y no sólo a ella. Al mirar de reojo a Paolo, se dio cuenta que él tampoco sabía qué decir al respecto y ella lo entendía. Le estaban poniendo entre la espada y la pared sin ningún remordimiento, pero si era sincera, no lo sentía en absoluto por su novia. Su padre se lo estaba poniendo en bandeja y no iba a ser tan tonta como para rechazarlo. Había que ser práctica. Esa decisión no la tomaba con el corazón, que también estaba dandoo saltos dand saltos de alegr aleg r ía. Sino Sino que pensándolo pensándolo fríament fr íamente, e, era lo mejor. Él era un empresario de éxito y ella sería su mujer perfecta. Ya se daría cuenta que era lo mejor. Decidió mantener la boca cerrada porque su padre se las estaba arreglando muy bien.  —Traig  —Tr aigaa lo mismo mis mo para par a todos todo s —dijo —dij o Pao Paolo lo enfadado. enfadado . Cuando el camarero se alejó, su supuesto futuro marido la miró con sus fríos frío s ojos oj os gr g r ises. —¿No —¿No tienes nada nada que decir? decir?  —Claroo que  —Clar q ue sí. ¿Quier ¿Qui eres es ir i r de smoki sm oking? ng? Sus padres se echaron a reír a carcajadas mientras que él la miraba como si quisiera desintegrarla. Lo que le animó a decirle —¿Quieres que finja quee no es lo corr ecto? qu ecto?  —¡Quieroo que digas  —¡Quier dig as la verdad! ver dad!  —Pues la verdad ver dad es que hasta ayer yo era er a perfecta per fecta para par a ser tu espo esposa sa y

 

lo sabes, pero resulta que hoy eres tú el marido perfecto para mí. —Miró a su padre. —¿Cuánto —¿Cuánto me va a tocar? tocar ?  —¿En total? total ? —Asintió divertida diver tida por po r que le l e daba abso a bsolutamente lutamente iigua gual.l. —  Entrr e activos Ent activos y pasivos unos tres mil. A Rebeca se le cayó la mandíbula antes de mirar a su madre que había palidecido.. —¿Mamá? palidecido —¿Mamá? ¿Estás bien? A su madre se le llenaron los ojos de lágrimas y se levantó de golpe para ir hacia el aseo lleván ll evándose dose la servilleta ser villeta en la mano. Preo Preocup cupada ada se levant levantóó entendiendo lo que estaba sintiendo. Ella había estado muy preocupada por el dinero cuando él tenía tanto.  —Hija, siéntate. s iéntate. Hablar Hablar é con co n ella ell a después —dijo —dij o Michael Micha el pr eocupado eo cupado..  —¿Ahoraa tomas  —¿Ahor tom as las decisio decis iones? nes? —preg —pr eguntó untó sin poder pode r evitar evitarlo lo—. —. ¿Ahora? Michael Mic hael se sonrojó. sonro jó. —Int —Intent entoo arreg ar reglarl larlo. o. No queriendo discutir delante de Paolo, se sentó de nuevo enfadada. Estee sonrió Est sonr ió divertido. —Bonit —Bonitaa familia, cara. car a.  —Segur  —Seg uroo que q ue la tuya es muy distinta di stinta —dijo —dij o co c o n bur burla. la.  —Pues sí. Mis padres padr es llevan ll evan casados casado s cuarenta cuar enta años año s y fue un matrimonio concertado.  —Pues este también está concer co ncertado tado —repli —r eplicó có ella—. ell a—. Y te agr ag r adecería adecer ía otra actitu actitud. d. Ni que te te obligaran oblig aran a casarte casar te con un ogr o.

 

 —Me oblig obl igan an a casar casa r me con co n una mujer muj er que yo no quier o. Punto.  —Claroo —dijo  —Clar —dij o con co n burla—. bur la—. Pero Per o tu empresa empr esa es lo más impor im por tante, ¿¿aa que sí? —Paolo se tensó mientras su padre disfrutaba con su disputa. —Es cierto que todos sois iguales —dijo con desprecio—. Mi madre me enseñó muy bien cómo pensáis. pensáis.  —Sí, te enseñó muy bien a ser una mujer muj er flor flo r ero er o . Per o yo quier quieroo una mujer. —Esa frase provocó que se le retorciera el estómago y cuando vio su ensalada delante, no fue capaz de coger el tenedor.  —Mi hija hij a es licencia li cenciada da en empresar empr esarial iales, es, es e s intelig i nteligente ente y muy m uy atractiva. atr activa. Dudo que esa mujer que han elegido para ti, le llegue ni a la suela de los zapatos zapa tos —dijo su padre ofendido.  —Es perfecta per fecta y pr precio eciosa sa —dijo —dij o r etorciendo etor ciendo el cuchillo cuchil lo en la herida—. her ida—. ¡Y sabe cuándo mantenerse callada, cal lada, que es lo que no sabe hacer tu hija!  —Entonces ella ell a sí que es una mujer muj er flor flo r ero er o —sentenció su padr padree con co n inteligencia—. inte ligencia—. ¿Esa mujer va a heredar her edar un imperio? imper io?  —Con el curr cur r iculum icul um que tiene tu famili fam ilia, a, dudo mucho que sig sigamo amoss casados cuando tú estires la pata. Michael se echó a reír. —Cierto, eso puede pasar. Pero te enamorarás de ella y no querrás querr ás soltarla.  —Más bien me m e enamor enamo r ar aréé de la l a empr esa, quier qui eres es decir. deci r. Rebeca se llevó una mano al vientre y jamás entendió mejor a su

 

madre, que en ese momento. Ninguno de los dos la quería. Su padre sólo deseaba a alguien que llevara sus negocios y Paolo se casaría con ella por lo mismo. Era horrible que considerara siquiera casarse con él, pero algo en su interior le decía que debía intentarlo. Tienes que ser más lista que ellos. Esa frase de su madre le rondaba por la cabeza una y otra vez. Esa era su oportunidad. La oportunidad de las dos. Si era lista, saldría de esa multimillonaria. multimillonari a. Y si tenía una suerte suerte inmensa, Paolo se enamor enamoraría aría de ella. Michael vio como forzaba una sonrisa y asintió como si le diera el visto bueno.  —Tú decides de cides.. Pero atente a las cons c onsecuenci ecuencias as si dices que no. no .  —¿Crees  —¿Cr ees que voy vo y a poner pone r a mi empresa empr esa en pelig peli g r o por un capricho capr icho tuyo?  —No, so sobr bree todo por que sabes que hablo en serio ser io y la r ecompensa eco mpensa sería demasiado grande. g rande. ¿No es cierto?  —Qui eroo g ar  —Quier arantías. antías. A Rebeca se le cortó el aliento al ver cómo negociaba. Al parecer está dispuesto a pasar por alto que se despertaría a su lado todos los días y lo grande que tenía la boca, con tal de obtener un pedazo del pastel.  —Un veinte por ciento será ser á traspasado tras pasado a nombr nom bree de Rebeca en el momento en que se firme el acta matrimonial, con la condición de que seas tú quien tome las decisiones en la junta de accionistas. Así te irás haciendo a la

 

empresa. —Se metió el tenedor en la boca mirando a Paolo y esperando su respuesta.  —¿Y qué gano g ano yo de esto? esto ? Todo será ser á suyo. suyo .  —Tú ganas ga nas no perder per der tu empresa empr esa y mi miss contactos. co ntactos. Por supuesto en lugar de tres fragatas, presionaré a cierto amigo para que sean seis y un destructor. Saldrás beneficiado. No te preocupes. Su madre se acercó ya recompuesta con una sonrisa en la cara y se sentó en silencio. Se miraron a los ojos comprendiéndose y Rebeca apretó los labios al ver su disgusto.  —Y si me dais un nieto, nieto , el r ecibir ecibi r á un diez por po r ciento ciento.. A mi hija hij a no le volverá a faltar de nada jamás.  —¿Y si me m e deja ella? ell a? Su madre la miró atónita al darse cuenta de lo que estaban hablando.  —Te quedarás quedar ás sin nada. Y te pegar peg aréé una patada en el culo por gilipollas, gili pollas, porque por que eso eso significará sig nificará que no la has tr tr at atado ado como debes. debes. La cara de Paolo indicaba que iba a hacer lo que le diera la gana y Michael hizo una mueca antes de seguir comiendo. Madre e hija se miraron y su madre le cogió la mano por debajo de la mesa dándole ánimos. Rebeca forzó una sonrisa como si no le diera importancia.  —Tendréé que irme  —Tendr ir me a Italia a ar arrr eglar eg lar cier tas cosas co sas —dijo —dij o Paolo Pao lo

 

fríamente—. No volveré hasta la boda. Michael sonrió. —Espero que en la boda pongas mejor cara. Al menos para la fotos. Paolo sonrió con ironía. —Tranquilo, para todos seré el yerno perfecto. ¿No ¿No es lo que quier quier es? Asombrada miró a Paolo. —¿Y tú decías que yo me vendía al mejor postor? Michael se tensó con fuerza al igual que Paolo. —¿Crees que voy a dejar que por un capricho de tu padre, todo por lo que ha luchado mi familia se ponga en riesgo? No, bonita. Si tengo que cargar contigo el resto de mi vida, lo haré. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí y como dice tu padre, eres preciosa y estás forrada.  —No te pases, Paolo Paol o —dijo —dij o Michael al ver que Rebeca palidecía pali decía—. —. Creo que es un trato trato vent ventajoso ajoso para los lo s dos. No No creo cr eo que tu moral sea superio superiorr a la nuestr nuestr a. Si lo crees así, eres er es un hipócrita.  —Tienes r azón. azó n. Somo Som o s iguales ig uales.. —Paolo —Paol o se levantó dejando la servilleta. —Tengo mucho que hacer. Si me disculpáis… —Se iba a ir, pero se detuvo mirándola. —Supongo que organizarás una boda por todo lo alto, pero hazme el favor de que al menos no nos digamos votos que no serían sinceros por ninguna de las dos partes. Mi secreta secr etarr io se pondrá en cont co ntact actoo cont co ntigo igo.. Con esa frase estaba dejando claro que su relación hasta la boda iba a

 

ser lo más distante posible. Quería dejarla en evidencia. En lugar de un noviazgo como esperaría todo el mundo, quería dejar claro a todos porqué se casabaa con ella. Por casab Por conveniencia conveniencia por ambas partes. Miró a su padre padre a los ojos. o jos. —Tranquila, —Tranquila, cambiará de opinión.  —Me da la sensació sensaci ó n que ese hombr hom bree nos no s va a crear cr ear pro pr o blem blemas as —dijo su madre muy tensa—. Cuando te conté lo que había pasado, no creía que tomarías esta resolución.  —¡Mamá!  —¡M amá!  —¡Tenía que contár co ntárselo selo!! Ya nos había ingr ing r esado el dinero. diner o. No sabía cómo explicárselo explicárselo y se lo tuve que que conta contarr todo. Avergonzada verg onzada porque por que su padr padr e supiera que había pensado pensado en casarse con un hombre por su dinero dinero desvió la mirada. mir ada. —¡Ni —¡Ni se te te ocurr a avergonzarte! avergo nzarte! —  dijo su padre muy serio—. Lo hacías para que tu madre y tú estuvierais seguras.  —¡Si nos no s hubier as ayudado esto no habría habr ía pasado pas ado!! Si no …  —Hija… —Su madre madr e negó neg ó con co n la cabeza. —No es tiempo para par a recriminaciones. —Furiosa miró su ensalada y empezó a comer. —Cuando se estresa, est resa, come. co me. Michael sonrió. —Bien, está algo delgada. A los italianos les gustan rotundas. Rebeca se atragantó y tosiendo se llevó la servilleta a la boca. Con los

 

ojoss llenos de lágrimas ojo lágr imas le mir miró. ó. —¿De —¿De qué qué le conoces?  —Yaa co  —Y c o nocía noc ía a su s u padr e cuando vivía viví a aquí. a quí. Ahor a vive vi ve eenn Nápoles. Nápo les. Me ha invitado a su villa en varias ocasiones, pero nunca he ido —dijo divertido  —. Aho Ahorr a puede que tenga teng a oopo porr tunidad de conoc co nocer erla. la.  —¿No sabías s abías que estaba compr co mprom ometido etido?? Su padre bebió de su copa de agua y Steffani soltó una risita. —Serás malo.  —Es una mujer muj er de clase clas e alta de la ciudad. Como Com o tú en versió ver siónn itali italiana ana más o menos.  —Sí, pero per o al parecer par ecer ella ell a es más digna dig na que yo. —Moles —Molesta ta cog co g ió la ensaladaa de Paolo ensalad Paolo y sus padres padres abrieron abrier on los lo s ojos ojo s como platos. platos. —¿Qué? —¿Qué?  —Nada, lueg l uegoo lo quemar ás en el e l g imnasio im nasio de casa c asa —dijo —dij o su madre madr e sin s in darle importancia. —Está celosa.  —¡No es e s cier to! ¿Cóm ¿ Cómoo voy a estar celosa celo sa de esa mosquita mo squita muerta muer ta que debe decir a todo sí amo? amo ?  —Bien dicho di cho,, hija. hi ja. Como Com o he dicho di cho antes, no te lleg ll egaa ni a la l a suela sue la de los l os zapatos.  —No me m e hagas hag as la l a pelota pelo ta —gr uñó pinchando la ens ensalada alada de nuevo, nuevo , pero per o no llegó lleg ó a met m etérselo érselo en la boca dudando dudando en si pregunt preg untar ar algo algo,, sintiéndose sintiéndose muy incómoda. Michael sonrió. —Sé que estás enfadada. Es lógico y no quiero que te

 

reprimas.  —¿Qué tienen ti enen ello ell o s que no tenga yo? yo ? Su madre la miró con pena y su padre le cogió la mano para que no interviniera. —Nada, cielo. No tienen nada que tú no tengas. Tus hermanos vivían conmigo y parecía que tú nunca me necesitabas y cuanto más mayor te hacías, más te alejabas. Cuando me enfadé con tu madre, pensaba que no me echarías de menos porque nunca he estado ahí para ti.  —Dejé de llam l lamar ar por po r que nunca tenías tenía s tiemp tiempoo par p araa mí. mí .  —Lo sé. s é. Soy el único culpable culpabl e de lo l o que ha pasado pasa do y lo asumo asumo..  —La empr esa no compensa co mpensa un padre padr e ausente.  —¿Y qué lo compensa co mpensarr ía?  —Un padre padr e presente. pr esente. Michael sonrió emocionado y su madre reprimió las lágrimas. —Muy bien. Un padre es lo que seré a partir de ahora.  —Peroo Michael, tus otro  —Per o tross hijo hij o s…  —El pequeño tiene dieciséis dieci séis años. año s. Me han sali salido do los lo s niños niño s más caprichosos del mundo. Cubriré sus necesidades de por vida, pero no puedo confiarles la empresa. Un lote de acciones es lo que recibirá cada uno. Tampoco Tamp oco quiero dejarles dejar les desamparados. desamparados. —La —La miró mir ó a los lo s ojos. ojo s. —Has —Has hecho hecho un trabajo estupendo estupendo con nuestra nuestra niña y siempre siempr e te est estaré aré agradecid agr adecido. o.

 

Su madre asintió emocionada. emo cionada. —Gracias.  —Gracias  —Gr acias a ti.  —¡Eh, que lo he hecho yo todo! todo ! Sus padres se rieron mientras le servían el segundo. El resto de la cena fue muy agradable. Sobre todo porque su madre se ilusionó con la boda y no paró de hablar sobre lo que siempre había soñado para la boda de su única hija. Cuando dijo que quería a unos gaiteros escoceses ante la puerta de la Iglesia, Rebeca se plantó y decidió tomar cartas en el asunto. Michael se echó a reír cuando se pusieron a discutir del tema y se conformó confor mó con veinte veinte violinistas dentro dentro de la Iglesia. Iglesia.  —Van  —V an a ser unos uno s meses muy largo lar goss —dij —dijoo Rebeca pasando la cucharil cuch arilla la por el bol de crista cr istall de su postre que ya había había volado.

 

 

Capítulo 7  

A una semana de la boda todo estaba preparado y cuando Rebeca entró en su piso, gimió al ver que habían llegado una montaña de regalos a los que debía enviar enviar la tarjeta de agradec agr adecimiento. imiento.  —Cariño  —Car iño,, ¿ya estás aquí?  —Sí —respo —r espondió ndió a su padre padr e levantando la vista y dejando el traje tra je de novia que había había ido a recoger recog er en el respald r espaldoo del sofá antes de de acercarse y darle un beso beso en la mejilla. meji lla.  —Ven,  —V en, fir fi r ma esto. es to.  —¿Qué es? —Se sentó a su lado en el sofá so fá y co cogi gióó los lo s papeles haciéndole hacién dole reír. r eír.  —¿No te fías fí as de mí? m í?  —Claroo que sí.  —Clar s í. Sólo Só lo tengo que leer l eer lo que ffir irmo mo.. No quer r ás que en un futuro me quede sin blanca, ¿verdad?

 

 —Así me m e gusta. g usta. Cuando lo leyó levantó una ceja ofendida. —Un contrato prematrimonial.  —Exacto. Tengo que pr proteg oteger er tus acciones accio nes y Paol Paoloo su empr empresa. esa. Puede alegar que él él la dirige dir ige y sacarte hasta hasta los higadillos. Nunca había estado de acuerdo en firmar esos documentos para protegerse, pero ahora todo era distinto. Dejó los papeles sobre la mesa y se levantóó sorprendiénd levant sor prendiéndole. ole. —¿No —¿No piensas piensas firmar? fir mar?  —Esper a que lo piense.  —Espera piense .  —Rebeca, ni se te ocur o currr a. Si no fir mas esto, no hay trato. trato . —Apretó —Apr etó los lo s labios poniendo las manos en la cintura mirándole a los ojos. —Él no se casará si no lo firmas. Si lo vuestro no funciona, cada uno por su lado con lo que tenía antes del matrimonio.  —Matrimoo nio —dijo  —Matrim —dij o pensativa antes de sonr so nreír eír iró ir ó nica—. Ni siqui siquier eraa me ha llamado en todos estos meses. Podría casarme con Mauricio, porque le conozco mucho más.  —Es simpático sim pático ese secr se cretar etario io suyo. suyo . Está Está teniendo una pataleta.  —¿Pataleta? ¡Si ni siqui s iquier eraa sé dónde dó nde voy vo y a vivir vi vir!! No se ha mol m olestado estado ni en decirm decirmee si viviremos viviremo s en su casa casa o…  —Rebeca, ¿me estás diciendo dici endo que no te quier es casar casar?? Por que eso ahora es imposible y lo sabes. Él ha dejado a su prometida por este

 

matrimonio. Todo está preparado y su familia está llegando de Italia para la boda, como nuestros invitados de fuera de Nueva York. ¿En serio te lo estás pensando en este momento? Avergonzada agachó la mirada. —¿Sabes? Cuando hablé con mamá de buscar un marido rico que nos mantuviera, nunca me habría imaginado que encontraría a Paolo. Pero me he dado cuenta que me odia. Nunca pensé que mi marido me odiaría.  —Creías  —Cr eías que estaría estar ía enamor enamo r ado de ti y tendrías tendr ías la boda perfecta. per fecta. Los problemas pro blemas si surgían, surg ían, vendrían vendrían después. después.  —Exacto. Pero Per o con co n Paolo Pao lo los lo s pr probl oblemas emas están presentes pr esentes incluso incl uso antes. De hecho, hecho, cuando cuando lo conocí empezamos a discutir a los lo s cinco minutos.  —Te desea des ea y está fur f urio ioso so por todo lo que ha ocur oc urrr ido ido,, per o después de unos días conviviendo conviviendo contigo, todo se suavizar suavizar á.  —¿Tú cr crees? ees? —pr eguntó eg untó esper es peranzada. anzada.  —¿Porr qué crees  —¿Po cr ees que no aparece? apar ece? Por Po r que quier e seguir seg uir enfadado enfadado.. Lo pensó unos minutos y puede que tuviera razón. Al fin y al cabo era hombre. Se acercó y cogió su bolígrafo de oro antes de firmar donde él le indicó.  —¿Y mamá? mam á?  —De compr com pras. as. Le miró con co n horror horr or haciéndole haciéndole reír. r eír. —¡Papá —¡Papá,, nos va a arr uinar!

 

 —Déjala disfr disf r utar un poco po co..  —¡Un poco! poco ! ¡¡Ni Ni quier o mir ar el extracto extr acto de la tarjeta tar jeta de cr édito! édito ! En ese momento entró en casa la aludida cargada de bolsas y cuando vio la mir m irada ada de su hija, hija, casi corr cor r ió hacia la escalera. —¡M —¡Mamá!  —¡Ahoraa no puedo detenerme!  —¡Ahor detener me!  —¡Como sigas sig as así así,, te quito la tarjeta! tar jeta!  —¡Seráss roñ  —¡Será r oñica! ica!  —¡Vas  —¡V as a acabar ac abar con co n ese mil m illó lónn antes de tres tr es semanas! sem anas!  —¡Papá me dará dar á o tro! tro ! —gr —g r itó entr entrando ando en su habitació habitaciónn dejándoles dejándo les pasmados. Se volvió vol vió hacia él. —¿Ves? —¿Ves?  —Muy bien, hablar habl aréé con co n ella. ell a. Pero es que me m e siento si ento culpable cul pable por po r lo que hice …  —¡Se acabó! acabó ! ¡¡Si Si te ha per perdon donado ado,, te ha perdo per donado nado!!  —¡Seráss mala!  —¡Será mal a! —gritó —gr itó su madr ma dree asomándo aso mándose—. se—. ¡Déjam ¡Déjamee vivir vivi r !  —¡Estás loca! lo ca! ¿Qué has compr co mprado ado??  —Soy la madr m adree de la l a novia. no via. ¡Tengo que estar perfecta! per fecta!  —¡No, la per pe r fecta tengo teng o que ser yo! yo ! Michael se echó a reír y se acercó a su hija abrazándola por los hombros hombr os para par a pegarla a él y darle un beso en la frente.

 

En ese momento le sonó el teléfono a Rebeca y corrió hasta el bolso, pues la organizadora tenía un problema con una mesa. Descolgó sin mirar. —  ¿Cristine?  —No soy so y Cristine. Cr istine. Frunció el ceño al escuchar una voz masculina que no conocía. —  ¿Quién es?  —Soy tu novio novi o —dijo —dij o con co n sor so r na.  —Ah, ¿el desapar des aparecido ecido??  —¿Tienes más de uno? uno ?  —Desgr aciadamente aciada mente no. no . Sus padres padres se la quedaro quedaronn mirando mir ando intr intr igados.  —Sí, segur seg uroo que me cambiar cambi arías ías con co n gusto. g usto. Ig Igual ual te do doyy una un a sor so r presa pr esa y no me present pr esento. o.  —Allá tú. Quedar ías como co mo un sinver sinve r güenza güe nza ante todos, todo s, po porr que yo vo voyy a estar allí. —Sus padres asintieron. —¿Me llamabas por algo o solo para ponerme nerviosa antes de la boda?  —¿Nervio  —¿Ner viosa sa a ti? Si tienes nervio ner vioss de acero. acer o. —Eso par pareció eció diver tir tirle le y Rebeca se tranquilizó. Puede que su padre tuviera razón. —No, te llamo para decirte que esta noche cenamos a las siete con mi familia en el Plaza. Se quedó quedó de piedra. —¿Pero —¿Pero me avisas ahora? ahor a?

 

 —¿No es suficiente? sufi ciente? Quedan Q uedan cuatro cuatr o hor as par paraa la cena. c ena. Pues no, no era er a suficient suficiente. e. Este Este hombre hombr e era er a increíble  —Esta noche noc he es mi despedida despedi da de solter so ltera. a. Se lo dije dij e a Mauricio Mauri cio,, que tiene mi agenda.  —No le consulto co nsulto a Mauricio Mauri cio si ceno con co n mi famil fam ilia. ia. Están en Nueva York y quieren conocerte —dijo de malas maneras—. Si quieres ven y sino pues no vengas. Me da igual. —Colgó el teléfono sin despedirse siquiera y ella apretó los labios l abios pensando pensando en ello dejando dejando el teléfono sobre so bre la mesa.  —¿Qué ocur o currr e, hija? hij a? —preg —pr eguntó untó su madr m adree acer acercándo cándose. se.  —Quier  —Qui eree pr presentar esentarme me a su famili fami liaa esta noche. no che. Creía Cr eía que me los lo s presentaría en la cena de ensayo dado su falta de interés. Su madr madr e se mordió el labio inferior inferio r mir m irando ando a Michael, Michael, que apretó apretó los puños al darse cuenta que sólo quería fastidiarla. —No vayas. Vete a tu despedida de soltera como tenías previsto desde hace semanas.  —No puede hacer eso —dijo —dij o su madr m adre—. e—. Su ffami amilia lia lo ver veráá co como mo una afrenta.  —Y sus amig ami g as se sentirán sentir án o fendidas. fendi das. Encima ha ll llamado amado ahor aho r a, para par a que no se pudiera anular nada. Lo ha hecho a propósito. Además, su familia ya nos odia. ¿Crees que no les ha contado la razón de este matrimonio? Irá a la cena para para que intent intenten en humillarla, por que a nosotros nosotro s no se nos ha invitad invitado. o.  —No, sól s óloo me ha invitado i nvitado a mí —susurr —susur r ó Rebeca.

 

 —Yaa sé lo que vamos  —Y vamo s a hacer —dijo —dij o su madre—. madr e—. ¿A qué hor ho r a es la cena?  —A las siete.  —Michael llama ll ama al Plaza y r eserva eser va una mesa en un saló salónn para par a veinte comensales. Las chicas pueden cenar allí y después salís desde el Plaza hacia la despedida en cuanto cuanto acabe la cena.  —¡Pero ya teníamos teníam os r eservado eser vado en otro o tro sitio sitio!! Su padre levantó la mano. —No pasa nada. No debes preocuparte por eso. Rebeca Reb eca se enfadó, enfadó, por que para para solucionarlo solucionar lo su pad padrr e ten tendría dría que pagar una cantidad indecente de dinero y sus amigas se sentirían defraudadas. —Voy a llamar a Stella. Stella.  —Eso,, ella  —Eso ell a te ayudará ayudar á a salir sal ir del paso. pas o. No te disg di sgustes. ustes.  —Me da la sensaci se nsación ón que va a intentar i ntentar fastidi f astidiar arlo lo todo. todo . Michael, que estaba de espaldas hablando por teléfono se tensó, pero siguió con la conversación.  —Ven,  —V en, vamos vamo s a comer co mer algo alg o . —Su madre madr e la cogi co gióó po porr el brazo br azo.. —  Seguro que no has comido nada en todo el día con tanto ajetreo. Y después nos r eiremos eiremo s un poco poco abriendo los lo s regalos r egalos que te han han enviado enviado hoy. hoy.  —Ni eso me va a animar. anim ar.

 

 —Claroo que  —Clar q ue sí. ¿Recuerdas ¿Recuer das tus car cajadas cajada s con co n lo loss payasos payas os de cristal cr istal??  

Con el corazón encogido fue hasta el restaurante, porque su prometido ni se había molestado en ir a buscarla. Había llamado a Mauricio porque él no le cogía el teléfono y le había dicho que tenía una reunión importante y que no podía ir a recogerla. Era humillante la manera en que la trataba. Pero no tenía más opción que seguir adelante o quedar en ridículo ante todos sus conocidos. Sonrió al maître esperando que estuviera perfecta con el vestido verde agua que se había había puesto puesto para la ocasión  —Buenas noches, no ches, señor se ñor ita.  —Mi prom pr ometido etido ha reser r eservado vado una mesa. mes a. Vio Viotti. tti.  —Oh sí, sí , casi todos todo s han lleg l legado ado.. Pase por aquí. Siguió al hombre mirando a su alrededor buscando a Paolo, pero no le vio en ningún sitio y cuando el hombre se detuvo, apartándose y mostrándole con la mano la mesa, casi le da un infarto. Al menos treinta personas que parecían salidas de una película de Visconti, la miraban con el ceño fruncido como si fuera una casquivan casquivana. a. Un hombre igualito a Paolo pero con más años, se levantó de la cabecera cabe cera y muy serio se acercó a ella recor r ecorrr iendo la enorme enorm e mesa. —Tú debes debes ser Rebeca Rebeca —dijo fr íamente. íamente.

 

 —Sí. ¿Es usted Pier o Viotti? io tti? —Sonr ió alar g ando la mano m ano.. —Encantada. —Encantada. Mi padre me ha hablado mucho de usted. Dice que tiene una villa preciosa en Nápoles.  —Pues no sé cómo có mo lo sabe, por que no la conoc co noce. e. —Rebeca cerr cer r ó la mano dejándola caer y se sonrojó por el corte. Vio a dos mujeres tras él, que también se habían levantado. —Ella es mi esposa Rosa y mi madre Aurora.  —Mucho gusto. gu sto. —Incómo —Incóm o da ni lo loca ca iba a intentar darles dar les la mano cuando estaba segura que la rechazarían sin dudar. Alargó dos bolsas que tenía preparadas para ellas. —Mi madre les envía este presente. Es una costumbre de nuestra familia, que las mujeres de la familia lleven un detalle igual. También se hace con las damas de honor. Espero que les guste. El padre de Paolo Pao lo se tensó. —¿Y —¿Y el de las demás?  —¿Las demás? demás ? —Confundida —Co nfundida le mir mi r ó a los l os o jos jo s y se dio cuenta que no eran grises como los de su hijo sino de un castaño oscuro. —Paolo es hijo único.  —Peroo tiene pr  —Per prim imas. as. —Señaló con co n la mano la mesa y Rebeca vio que varioss murmuraban vario murmur aban sin quitarle quitarle ojo. o jo. —Son —Son familia.  —Sí, per o no famili fam iliaa dir ecta. ¿Entiende? ¿Entiende? Piero chasqueó la lengua y Rebeca sonrió a las mujeres. —Espero que les guste. —Aunque viendo la ropa que llevaba la abuela, vestida rigurosamente de negro, y con su cabello cano en un moño en la nuca, lo

 

dudaba. La madre de Paolo era distinta. Clásica pero más o menos a la moda, llevaba su pelo castaño cortado a la altura de la barbilla. Aunque el vestido azul claro que llevaba, su madre no se lo pondría ni muerta. Pero no estaba mal del todo. Vio como las mujeres sacaban las cajitas de Tiffany de las bolsas y las abrían.  —Gracias  —Gr acias Rebeca es muy bonito boni to —dij —dijoo la madre madr e sonr so nriendo iendo suavemente y mirándola a los ojos—. De un gusto exquisito.  —¿Una llave? ll ave? —preg —pr eguntó untó la l a abuela extrañada. extra ñada.  —Es una llave ll ave de o r o y diamantes, diam antes, abuela —dijo —dij o Rosa demostr demo strando ando que de eso entendía—. Está de moda. Es para colgar al cuello.  —¿Una llave? ll ave? ¿Per qué una llave? lla ve? ¿Qué sentido tiene? —La mujer muj er taladró con sus ojos grises a Rebeca. —¿La chiave de qué? Pensóó deprisa. —De Pens —De mi corazón. cor azón. La abuela asintió entrecerrando los ojos. —Bene. Bene.  —¿Dónde está e stá Paolo Pao lo?? —preg —pr eguntó untó alg al g o ner n ervio viosa sa po porr sus mir m iradas. adas.  —Tenía una r eunión eunió n de trabajo trab ajo —dijo —dij o su padr padre—. e—. ¿Acaso no te lo había dicho?  —Sí, per o pensé que ya estaría estar ía aquí. aquí .  —Mientrass tanto te pr  —Mientra presentar esentaremo emoss —dijo —dij o Rosa amablemente—. amabl emente—. Ven. Empezaremos por el final.

 

No tardó ni cinco minutos en presentarle a toda la mesa, de los que no recordaba el nombre de casi ninguno después de medio minuto. Cuando terminó, Rosa le indicó su sitio al otro lado de la mesa y se sentó allí sola forzando una sonrisa. A su lado estaba sentado un tío de Paolo llamado Gencio, pero no hablaba una palabra de inglés. Frente a ella había una mujer morena que la miraba como si fuera un insecto. Todos se pusieron a hablar entre ellos en voz alta para entenderse y mordiéndose el labio inferior miró hacia la puerta impaciente. Casi salta de la silla al ver a Paolo después de tanto tiempo. Estaba guapísimo con un elegante traje azul y una camisa blanca acompañadaa de una corbata roja. acompañad ro ja. Paolo llegó y en lugar de saludarla, pasó toda la mesa sonriendo a los demás antes de besar a su abuela en la mejilla y a su madre. Le dio la mano a su padre que le dijo algo en italiano y Paolo asintió recorriendo la mesa de nuevo hasta donde estaba ella, sentándose en la cabecera sin saludarla, sacando su móvil del bolsillo interio interiorr de la chaque chaqueta ta..  —Paolo  —Pao lo… … Él la miró como si estuviera sorprendido de verla. —Ah, pero has venido.  —Pues sí. —Sonr ojada oj ada por po r que toda la mesa les mir mi r aba susurr susur r ó —Al menos salúdame. salúdame.  —Tienes r azón. azó n. No tengo perdón. per dón. —Sonr ió levantándose levantándo se y la besó en

 

la frente como como si fuera su prima. Uno de ellos que no llegó a ver, le preguntó algo en italiano a Paolo, que por supuesto ella no llegó a entender y su prometido le respondió de la misma manera sin preocuparse en traducirle. En cuanto les sirvieron la cena, que su novio ya había encargado, sí que se sintió como una mujer florero y se dijo que si quería querí a ent enterar erarse se de algo en el futuro futuro,, debía ap aprender render su lengua. Una Una patada en la espinilla la sobresaltó y soltó un quejido tocándose la rodilla. Paolo la miró como si hubiera hecho algo malo y se acercó a ella. —¿Qué ocurre? ¿Te aburres?  —No, clar o que no. —For zó una sonr so nrisa isa mir mi r ando al frente fr ente viendo como la morena sonreía maliciosa. ¡Aquella puta le había dado una patada! Cogió a Paolo del antebrazo interrumpiéndolo de nuevo y se acercó a él. —¿Quién es esa mujer que está a tu tu lado?  —Mi prima pr ima Julia. Juli a. Trabaja Trabaj a para par a mí en la ofici o ficina na de Nápoles. Nápo les.  —Ah. —Sonr ió a Paolo Pao lo,, que la mir mi r ó extrañado extr añado antes de seguir seg uir hablando hablan do ignor ig norándola ándola de nuevo. nuevo.  —¿No tienes tie nes famil fam iliar iares es que trabajen tr abajen contig co ntigoo aquí? Paolo exasperado respondió r espondió —Sí.  —¿Y dónde están?  —En sus casas con co n sus famil fam ilias. ias. Ellos Ell os ya lles es han vi visto. sto. Esta es una cena para que te conozcan a ti.

 

Rebeca se echó a reír y todos la miraron. —Pero si no me hablan. ¿Cómo me van a conocer si sólo hablas tú y lo haces en italiano para que no me entere de nada? —Recibió otra patada de la primita y la fulminó con la mirada. —Vuelve a darme otra patada y te arranco la cabeza.  —¡Rebeca, discúlpate discúl pate ahor aho r a mismo mi smo!! Rebeca se levantó sonriendo a todo el mundo y gritó —¡Un placer conoceros! ¡Pero ahora me voy a mi despedida de soltera! ¡Buona notte a tutto!  —Eso no era er a lo l o que quer ía gr itar, sino que se s e lar l argg aba a cog co g erse er se un buen pedo pedo,, para olvidar o lvidar al déspota de su su novio. Per Per o obviamen o bviamente te eso eso no podía decirlo allí. Varios sonrieron de oreja a oreja y Paolo se levantó furioso. —Ni se te ocurra irte ahora. ¡No hemos terminado el primero! Le fulminó con la mirada. —Lo que querías era joderme la despedida de soltera, pero no lo vas a conseguir. Que pases buena noche. —Le dio un rápido beso en los labios sorprendiéndolo y salió de allí con la cabeza muy alta.. Aquel alta Aquel beso beso r obado le supo a glor g lor ia.

 

 

Capítulo 8  

Las chicas gritaron en cuanto la vieron llegar. Ellas aún se estaban sentando y corrieron hacia Rebeca haciéndola reír. Le colocaron un enorme pene de plástico en la cabeza y la hicieron sentarse en la cabecera de la mesa ro rodea deada da de regalos.  —Te has libr li brado ado,, ¿eh? —preg —pr eguntó untó Stella colo co locándo cándole le una banda sobr so bree su hombro, hombr o, que ponía “La novia más cachonda del univ universo erso”. ”.  —Tengo un novio no vio muy compr co mprensivo ensivo.. Stella se echó a reír. —Eso significa que tiene un cabreo de primera. Olvidas que le conozco. —Se colocó la tiara que ponía dama de honor principal princip al sobre sus rizos pelirrojos. pelirro jos.  —Necesito una copita co pita de vino vi no..  —¡Mar  —¡M archando chando!! La cena fue divertidísima, porque los camareros, todos muy cachas,

 

iban únicamente con una pajarita negra y pantalones del mismo color. Se rieron mucho con los regalos y cuando terminó de abrirlos, tenía una amplia gama de vibrador vibradores es y ropa ro pa interior interior imposible. imposible. Cuando Cu ando acabaro acabaronn la cena, aparecier aparecieron on dos chicos vest vestidos idos de bomberos bomber os y todas algo pasadas de copas de vino, disfrutaron de su striptease. Salían r iéndose del hotel cuando cuando se encontraron encontraro n en el hall con los Viotti al completo. Stella y Rebeca se detuvieron en seco para ver a su prometido fulminándola con la mirada con los brazos en jarras. Rebeca chilló de alegría corriendo hacia él y tirándosele encima. —Me vienes de perlas —dijo cuando él la sujetó por el trasero para sujetarla, sujetarla, mientras su aburr aburr ida familia la miraba mir aba atónita. atónita.  —¿No me m e digas? dig as? ¿Estás bor bo r r acha?  —No. Mañana puede, pero per o todavía todaví a no —dij —dijoo sonr so nriendo iendo—. —. Tienes que llevarte unas cositas. —Le guiñó un ojo maliciosa y varias amigas dejaron las bolsas de los regalos a su lado. —¿Me harás el favor, mi amor? —Los ojos de Paolo brillaron. —Vamos, sé bueno. Sino tendré que pasar por casa antes de seguir la fiesta. fiesta.  —Nena, no bebas más. m ás.  —Claroo que  —Clar q ue sí. Es mi despedida. despedi da. Paolo no pudo evitar evitar sonreír so nreír y miró a Stella. Stella. —¿La —¿La contro controlarás? larás? Su amiga hipó antes antes de conte contesta starr —Claro —Claro,, yo cont co ntrr olo olo..  —Miedo me dais. —La mir ó a los lo s ojos oj os.. Rebeca sonr so nrió ió emocio emo cionada nada

 

porque se preocupara por ella.  —¿Te veré ver é mañana? mañana ?  —Pao lo,, estáis llamando  —Paolo lla mando la atenció atenci ó n —dijo —dij o Piero Pier o acer a cercándo cándose. se. Paolo perdió la sonrisa dejándola en el suelo lentamente y Stella gritó  —¡Eh, que están pr prom ometido etidos! s! No es un delito deli to besarse besar se en público. públic o. Amig Amiga, a, pégale un morreo a tu hombre y vámonos a celebrarlo. Rebeca soltó una risita. —Ella sí que está borracha. —Se acercó a él y le dio un suave beso en los labios antes de apartarse y decir —No mires en las bolsas. Es Es sor presa. Cogió a Stella Stella del brazo y riendo r iendo como niñas salier salieron on del hotel.  

Al día siguiente el olor a café llegó hasta ella y se arrastró fuera de la cama para tropezar con uno de sus zapatos. Al verse en el espejo, chasqueó la lengua porque aún estaba vestida. Gimió llevándose las manos a la cabeza y se dio cuenta que se había clavado las puntitas de la diadema mientras dormía. Ni sabía cómo había llegado a casa. La cara de Perci riendo apareció en su cabeza, pero chasqueó la lengua de nuevo negándolo. No podía haber tenido la mala suerte de encontrárselo en su despedida despedida de soltera. Salió de la habitación necesitando un zumo porque tenía la boca seca y caminó hacia la escalera, encontrando a varias personas en el salón que

 

levantaron la mirada hacia ella cuando la oyeron gemir. Con una mano en la sien, utilizó la otra para cogerse a la barandilla y bajar las escaleras mirándoles. —¿Qué hacéis todos aquí? ¿Ha pasado algo?  —¡Algo!! —gritó  —¡Algo —gr itó Paolo Paol o levantándose levantándo se del sofá so fá ffur urio ioso so—. —. ¡¡Dímel Dímeloo tú!  —Shusss —gim —g imió ió cerr cer r ando los lo s ojo o jos. s.  —Todavíaa está bor  —Todaví bo r r acha —dijo —di jo Pier Pieroo co conn desprecio despr ecio—. —. ¿Por esta mujer muj er has dejado dejado a Helena? Helena? No me lo puedo puedo creer.  —Hija… —Su madr m adree se acer ac ercó có pr preo eocupada. cupada. —¿Qué has hecho? hecho ?  —Nada. He He estado de despedida despedi da de solter so ltera. a.  —¿Entonces por po r qué dice el per iódico ió dico que te has casado cas ado co conn Perci? Per ci? Ella se echó a reír. —¿Qué dices mamá?  —¡Esto! ¡Esto dice! —Paolo —Pao lo levantó el perió per iódico dico donde salí salíaa una foto fo to de ella con Perci bailando muy acaramelados. Asombrada se acercó y le arrebató el periódico. En él se decía que Perci estaba tan enamorado de ella que se la había llevado a las Vegas para casarse. —¡Esto es mentira! ¡No me separé de mis amigas en toda la noche!  —¡A mí m í no me mientas! mi entas! ¡Te viero vier o n con co n él! ¡Y te trajo tra jo él a casa a las siete de de la mañana! ¡Os vio el portero po rtero!!  —¿Me trajo traj o él?  —Madre mía. mí a. No No se acuer da —dijo —dij o su padre padr e atónito. atóni to.

 

 —Esto es una vergüe ver güenza. nza. —Piero —Pier o mir mi r ó a Paolo. Paol o. —Vámo —Vámono nos, s, hijo hijo.. Nadie Na die te culpará culpará por po r anular anular la boda.  —¿Rebeca? Impotente le miró a los ojos. —No sé lo que ha pasado. Tiene que ser mentira.  —¡Pero no lo sabes! No podía mentir. No cuando estaban tan cerca de la boda. ¿Y si de verdad estaba estaba casada casada con Perci? Lo había echado echado todo por po r la bor borda. da. En ese momento llamaron al timbre y Clara fue a abrir. Cuando vieron a Perci Perci al ot o tro lado lado con una sonrisa de oreja a oreja, Paolo Paolo juró por lo bajo y fue hacia él cogiéndolo por las solapas del traje, antes de pegarle un puñetazo que lo sacó de la casa de nuevo.  —¡Paolo!  —¡Paol o! Intentaron separarlos, pero Perci le dio un puñetazo a Paolo cuando le tenían tenían agarr agarrado ado entre entre sus padres. —¡E —¡Err a mía! —gr —gritó itó Perci sorpr so rprendié endiéndoles ndoles a todos—. ¡Tenía ¡Tenía que intentar intentarlo lo!!  —Dioss mío,  —Dio mío , ¿qué ¿ qué estás diciendo dici endo?? —preg —pr eguntó untó Steffani atónita—. atóni ta—. Nunca ha sido tuya. tuya.  —Perci,  —Per ci, ¿nos ¿ nos hemos hemo s casado? casa do? —preg —pr eguntó untó sin si n aliento. ali ento.  —¿Y si fuer f ueraa así? así ?

 

 —¡Te has apro apr o vechado de ella! ell a! —gritó —gr itó Paolo Pao lo..  —¡Maldi  —¡M aldito to cabró cabr ó n, tuviste que aparecer apar ecer tú y ni siquier siqui eraa la quieres! quier es! ¿Crees que soy idiota? ¡Sólo la utilizas! ¡Ni siquiera la has visto en meses! Paolo se gir g iróó hacia ella y preguntó —¿Se —¿Se lo has dicho tú? tú?  —No lo l o sé s é —respo —r espondió ndió angustiada. ang ustiada.  —¡Yaa está bien! —gr  —¡Y —g r itó Michael furio fur ioso so señal señalando ando a Percival Per cival—. —. ¿Os habéis habé is casado? ¿Sí o no?  —¡No! ¡Pero tendría tendr ía que haber lo hecho hecho!! —dijo furio fur ioso so—. —. ¡Y ¡Yoo sí que llaa quiero! —Intentó acercarse a Rebeca, pero Paolo le empujó por el pecho tirándolo contra la pared. Perci se echó a reír. —¿Tienes miedo a que se arrepienta?  —¡Entér  —¡Ent érate ate bien bi en capullo capull o , no te acer a cerques ques a ella! ell a! ¡Se va a casar conmi co nmigg o el sábado!  —Esta será ser á la últim últimaa vez que te lo pida —dijo —dij o Perci Per ci mir mi r ándola ándo la a los lo s ojos—. Ven conmigo. Te quiero. Te he querido siempre. Los ojos de Rebeca se llenaron de lágrimas, dándole una pena horrible porque por que al fin y al cabo cabo siempre siempr e habían habían sido amigos. amig os. —Lo —Lo sient si ento. o. Percival cerró los ojos como si el dolor fuera intenso y salió del piso cerrando cerr ando de un por porta tazo zo dejando un denso denso silencio tras él. Rebeca llorando corrió a las escaleras, subiéndolas de dos en dos y encerr rándose en su habitación. ence habitación. Que Que lo arr eglaran eglar an ellos. Al Al fin y al cabo, era er a un

 

asunto de negocios. Ella no pintaba nada. Se tiró en la cama y abrazó la almohada. La puerta se abrió de nuevo y dijo —Mamá déjame sola.  —¡Levántatee de la  —¡Levántat l a cama! cam a! Se sentó para ver a Paolo a los pies de su cama y estaba furioso. —¡A mí no me hables así! ¡Yo ¡Yo no tengo la l a culpa de lo que ha pasado!  —¡Claroo que sí!  —¡Clar sí ! Si hubieras hubier as sido si do tajante con co n él, esto e sto no habría habr ía ocur o currr ido. ido . No quiero ni pensar en lo que hiciste ayer, para que hoy se presentara aquí como si tuviera derecho. —Rebeca palideció porque ese pensamiento también había pasado por su cabeza. La miró con desprecio. —Mírate. ¡Ni siquiera has sido capaz de desvestirte al llegar! ¿Y tú eras la esposa perfecta para mí? ¡Esto es intolerable!  —¡Era mi despedida despedi da de solter so ltera! a! —dijo —dij o humilla humi llada, da, aunque sabía que tenía razón. Les había puesto en evidencia con su comportamiento y eso no debía pasar pasar jamás. Él se tensó con ganas de pegarle cuatro gritos. —Tienes quince minutos para bajar a intentar calmar a mis padres, comportándote como la mujer que les he dicho que eras, para convencerles que el matrimonio concertado no funcionaría conmigo. Si no lo consigues, esto se acabó. Yo he cumplido mi parte. —Fue hasta la puerta y salió dando un portazo. Se levantó todo lo deprisa que pudo y tirando la ropa en el suelo del baño, se metió en la ducha con el agua fría. Tenía un dolor de cabeza horrible

 

y ganas de llorar, pero se secó a toda prisa antes de ir al vestidor únicamente con la toalla. Su madre estaba sentada en su cama con las piernas cruzadas, mirándose las uñas como si nada. Suspiró cuando levantó la vista y vio en sus ojoss que estaba ojo estaba furiosa.  —Lo sé. s é. No No hace falta fa lta que me m e eches la bron br onca ca tú también.  —No pienso decir nada. Ya Ya er eres es mayor mayo r cita para par a saber lo que te juegas jueg as  —siseó  —sis eó levantándo levantándose se y acercándo acer cándose se a ella—. ell a—. Per o lo que sí te voy a decir, decir , es que tienes en tu mano todo lo que siempre has deseado. Tienes el hombre que querías y la empresa de tu padre. Si te casas el sábado con él, puede que tengas suerte y tu matrimonio dure. Y si no es así, tendrás la empresa de tu padre para no tener que casarte de nuevo jamás si no quieres. Pero sólo si te casas el sábado. Creo que no te das cuenta hasta qué punto has metido la pata, porque estás a punto de perderlo todo y acabar como yo. —Acarició la cicatriz de su pómulo. —En tus manos está arreglar este desastre antes de que tu padre, que por cierto está furioso, furioso , decida decida echar echar se atrás. atrás. Rebeca asintió sin ser capaz de decir una sola palabra y entró en el vestidor para ponerse una ropa interior color carne y un vestido rosa con unos zapatos nude. Como no le daba tiempo a secarse el cabello se hizo una raya al medio y se enrosco la melena en un rodete en la nuca. Estaba de moda y cuando cuan do se mir ó al espejo, vio que iba perfecto con el vestido. vestido. Se maquilló maquilló más que normalmente, para disimular su mal aspecto y se echó el perfume que le gustabaa a Paolo. gustab Paolo .

 

Dos minutos después bajó las escaleras escuchando los gritos de su suegro, que cuando se volvió, se quedó sin palabras viéndola bajar. Su madre sonrió irónica al ver que parecía tan calmada y relajada como toda una dama. Paolo sentado en el sofá, la miraba con desconfianza mientras que Rosa sonreía asintiendo. A Rebeca le preocupó su padre, que observándola de pie ante Piero, parecía furioso. Cuando llegó abajo dijo —Lo siento. Quiero disculparme con todos porque mi comportamiento ha sido intolerable. Lo único que puedo decir, es que me dejé llevar y me uní a la fiesta, pero realmente no es excusa para alguien de mi posición. —Rebeca miró a su padre a los ojos reprimiendo las lágrimas. —Siento haberte defraudado. Te puedo asegurar que lo que más me pesa es haberte defraudado a ti. Su padre relajó el semblante. —Niña, una juerga nos la hemos corrido todos. Y er eraa tu despedida despedida de soltera. sol tera. Tampoco es par a tanto. tanto.  —No es excusa. —Se apretó apr etó las manos mano s mir mi r ando a Piero Pier o tími tímidamente. damente.  —Me disculpo discul po con co n su famili fam iliaa por la verg ver g üenza que les he hecho pasar. Entiendo que quieran suspender la boda. Su suegro se tensó mirando a Paolo, que suspiró levantándose y acercándose hasta colocarse delante de ella, mientras se cerraba la chaqueta del traje gris gr is claro que llevaba. llevaba.  —Mírame,  —Mír ame, car c ara. a.

 

Ella levantó la vista hasta que le miró a los ojos. —No volverás a hablar con él nunca más. ¿Me entiendes? Ese hombre sólo quiere crear problemas y esto se acaba aquí. Se mordió la lengua para decir que al menos Perci la quería, pero aún así asintió. —Como la prensa está abajo, vamos a salir como si nada y sin contestar preguntas, vamos a ir de compras como cualquier pareja normal. ¿Dee acuerdo? ¿D acuerdo ? Los ojos de Rebeca brillaron porque pensaba pasar tiempo con ella. —  ¿Y qué vamos a comprar? compr ar? Tenemos de todo.  —No, de todo no. —La cogi co gióó de la mano y fue hacia ha cia llaa puerta puer ta haciendo suspirar del alivio a todos. Michael Mic hael sonrió mirando mir ando a Piero. Piero . —Ha —Hacen cen una una pareja maravillosa. mar avillosa.  —Tienes r azón, azó n, pero per o ella ell a aún es muy m uy joven. jo ven.  —Tiene veinticinco veintici nco años. año s. Te asegur aseg uroo que siem siempr pree es muy r espo esponsable nsable..  —Steffani defendió defendi ó a su hija. hij a. —Pero —Per o se ha encar encarga gado do sola so la de todo lo de la boda y creo que en su despedida se ha soltado demasiado. Paolo no la ha ayudado nada. Piero y Rosa se sonrojaron mirándose. —Sí que parece demasiado duro con la niña —dijo su esposa—. Casi no le habla y siempre parece enfadado con ella. Si ha querido casarse con Rebeca, debe haber una razón, pero mi hijo se contiene contiene mucho mucho con co n ella.

 

 —¿Qué quier qui eres es decir, deci r, Rosa? Ro sa?  —Conozco  —Cono zco a mi hijo hij o y si no llega lle gann a sujetarle, sujetar le, a ese muchacho muchac ho le hubiera molido a palos. Estaba fuera de sí. Y mira a Rebeca de una manera a veces… —Rosa sonrió. —A Helena nunca la ha mirado así.  —Se siente sie nte atraído atra ído por po r ella. ell a. Es lógi ló gico co,, es precio pr eciosa. sa. Pero un matrimo matr imonio nio se basa en algo más. —Piero se giró hacia Michael. —Confío en que Rebeca sepa lo que hace, porque mi hijo no tiene paciencia. Ha estado a punto de suspender la boda. Teníais que haberle visto cuando vio la foto desayunando con nosotros nosotr os en el hotel.  —Lo sé. Y estoy segur seg uroo que alg a lgoo así no vol volver veráá a pasar. Puede que sea s ea oven, pero mi hija sabe cuál cuál es su responsab r esponsabilidad. ilidad. Lo hará bien.  

Mientras tanto ella estaba mirando de reojo a su prometido en el ascensor. No le había soltado la mano y le dijo —¿Me perdonas?  —Te dije dij e que no bebier as más. má s.  —¿No te has embo emborr r achado nunca? Él la miró. mir ó. —Te —Te aseguro que yo yo nunca he he salido en los periódicos. peri ódicos.  —Entonces te he ganado ga nado —dijo —dij o intentando hacer ha cerse se la gr aciosa. acio sa.  —Nena…

 

 —Lo sé. No te enfades. enfades . —Le apretó apr etó la mano para par a iintentar ntentar animar anim arle le y él suspiró como si no pudiera con co n ella. —Ser —Ser é buena. buena.  —Estoy r ecibiendo ecibi endo pr presio esiones nes por po r muchos mucho s flanco fl ancos. s. No No añadas aún más. Se abrió la puerta y Rebeca pensó que hablaba de sus padres. Cuando pasara la boda todo iría mejor y Paolo podría relajarse. Al salir del portal un grupo de periodistas les esperaba, pero Paolo sonriendo contestó a las pregunt preg untas as como si le hiciera gr g r acia el asunt asunto. o.  —¿Qué opina o pina de la l a noche no che loca lo ca de su pr ometida? om etida?  —Las noches no ches locas, lo cas, las pasa conmi co nmigg o —dijo entrando entra ndo en la li limusi musina na que les esperaba. Cuando Cu ando cerró cerr ó la puerta, el coche salió al tráfico y ella preguntó —¿Qué noches locas hemos pasad pasadoo tú y yo?  —Mejorr contestar  —Mejo co ntestar eso que la ver v erdad, dad, ¿no crees? cr ees?  —¿Has visto las bolsas bo lsas?? —preg —pr eguntó untó malici mal icios osaa intentando r elajar elaj ar el ambiente.  —No. Decepcionada dejó caer los hombros. —¿Y qué vamos a comprar? No he traído traído el bolso.  —No lo l o necesi n ecesitas. tas.  —¿No me m e vas a dar una pista?

 

 —Te darás dar ás cuenta ensegui ense guida. da.  —¿Qué has ha s hecho estos meses? meses ? La miró al notar que parecía resentida. —Arreglar los problemas que tú y tu tu familia me habéis habéis ocasionado o casionado por el capricho de tu padre. padre.  —Tú también tam bién sales s ales g anando. anando . No No seas hipó hi pócr crita. ita.  —¿Ganando?  —¿Ganan do?  —Claro.  —Clar o. Me tienes a mí. m í.  —No está es tá claro clar o que qu e gane g ane algo al go con co n eso. eso . Jadeó indignada y decidió no hablarle más. Cuando el coche se detuvo ante Tiffany suspiró —Venimos a por más llaves.  —Exacto. Has hecho un feo a mi famili fam ilia. a.  —A esa tal Julia J ulia no le reg r egalo alo nada.  —¡Rebeca! Se levantó el vestido mostrando su rodilla. —¡Mira lo que me ha hecho! Tenía un morado en la espinilla y cuando Paolo se lo vio, apretó los labios antes antes de decir —¿Seguro que no te hhas as caído borracha? bor racha?  —Te dije dij e que me m e pegó peg ó bajo la mesa. m esa.  —Y no te creo cr eo.. Salió del coche dejándola allí indignada y le siguió con ganas de

 

pegarle cuatro gritos, pero después de lo que había pasado, salió como una dama forzando una sonrisa. Él la cogió por la cintura llevándola hacia la puerta. Rebeca Rebeca iba a decir decir algo, algo , pero decidió que lo descubri descubriera era él. Cuando estaban ante el mostrador de los colgantes, el hombre que la había atendido en sus regalos de compromiso se acercó a toda prisa. —  Señor Señ orita ita Rog Roger, er, es un placer volver a verla.  —Gracias  —Gr acias,, John. Jo hn. Mi Mi prom pr ometido etido se ha quer ido pasar por po r aquí.  —Esperoo que los  —Esper lo s reg r egalo aloss a las l as damas dam as hayan sido s ido un éxito. éxito .  —A mis mi s damas dama s les le s ha encantado. encantado . Precios Preci osas. as.  —No ha habido suficientes sufi cientes —dijo —dij o Paolo Paol o tomando tom ando el contro co ntroll de la conversación. El pobre hombre le miró confundido. —¿Y eso? Siete para las damas de honor, dos para las madres y uno para la abuela. Diez en total.  —Sí, pero per o mi famil fam ilia ia es más extensa. Necesitamos Necesitamo s doce doc e más para par a mis primas. —Molesto miró a su alrededor. —¿Las tiene en el almacén? John levantó una ceja mirando a Rebeca. —No se lo ha explicado.  —Lo he intentado, pero per o no me ha dado da do tiempo. tiempo .  —Señorr Viotti,  —Seño io tti, ¿ha visto vis to el r egalo eg alo??  —No —dijo —di jo sin dar da r le impo i mporr tancia. Rebeca Reb eca apretó los l os labios disgust disg ustada. ada.

 

 —Pues la señor seño r ita Rebeca no quería quer ía un r eg egalo alo cualquier cualqui eraa para par a las damas más importantes de la fiesta y eligió algo especial. —John sacó un cuaderno cuad erno del mostrador, abriéndolo abr iéndolo par paraa ver ante ellos ellos el diseño de la llave. —  Es apenas imperceptible para que las damas se lo pusieran en cualquier momento, pero en el diseño de la parte de arriba de la llave, donde van los diamantes, si se fija f ija hay una R y una P entr entr elazadas. Paolo entrecerró los ojos viendo el diseño. —Son únicas. Nadie más tendrá tendrá algo así y fuer fuer on hechas hechas por encar encar go. go . Tardaro Tardaronn dos meses en acabar acabar las l as diez. Su prometido la miró. —Al parecer te has tomado muchas molestias con los regalos.  —Quería  —Quer ía que fueran fuer an especiales especi ales —dijo —dij o sonr so nroj ojándo ándose. se. Se emocio emo cionó nó cogiéndolo por el antebrazo—. ¿Quieres ver las alianzas? —Miró a John. —  ¿Yaa están li ¿Y listas? stas?  —Lleg aroo n ayer. Se va a volver  —Llegar vo lver loca. lo ca. Se alejó y Paolo se pasó la mano por el cabello. —Tendremos que comprar compr ar a las demás cualqu cualquier ier otra. o tra.  —No.  —¿Cómoo que  —¿Cóm q ue no? no ?  —No, por que es un r egalo eg alo a las más alleg all egadas. adas. No voy a ofender of ender a las damas que que sí son so n especiales especiales en mi boda, bo da, regaland reg alandoo llaves a todo el mund m undo. o. N No. o.

 

Además, es un regalo mío y no tuyo. No tienes derecho a decirme cómo debo hacerlo. He regalado a quien para mí era especial en mi boda. Haber hecho tú los regalos. Paolo puso los ojos en blanco, pero cerró la boca y Rebeca sonrió porque sabía que había ganado la batalla. Cuando John regresó, les puso una bandeja delante cubierta con terciopelo negro. Quitó el paño para mostrar dos anillos en platino y Rebeca cogió el suyo viendo el trabajo de trabajo de grabado rodeado de minúsculos diamantes que hacían sobresaltar la leyenda grabada. —Mira, Paolo. ¿A que es bonito? Paolo frunció el ceño cogiéndolo y leyendo lo que decía. “Señora Viotti”  —Por dentro dentr o pone po ne la fecha —dijo —dij o John—. Jo hn—. Nunca había hecho unas alianzas con el nombre de casada en el exterior. Y los diamantes realzándolo le dan un toque exquisito. Puede que tenga muchísimos encargos futuros gracias a la idea de su prom pr ometida. etida. Es una detallista. detallista. Paolo cogió su alianza que era algo más discreta. —A ti no te he puesto diamantes. —Se echó a reír. —Parecerías un rapero en la sala de juntas.  —Y tampo tampoco co podía podí a poner po ner Señor Viotti io tti cuando era er a obvio o bvio.. Su prom pr ometida etida se lo pensó mucho porque usted es muy discreto vistiendo, así que decidió poner sus iniciales entrelazadas grabadas discretamente en el exterior y en el

 

interr ior su fecha de inte de matrimonio. matrimo nio. —John le miró dudoso dudoso.. —¿Le —¿Le gusta? gusta?  —Pruébatelo  —Pr uébatelo.. Espero Esper o haber acertado acer tado con co n la talla que me envió Mauricio —dijo algo nerviosa.  —¿No da mala mal a suerte? suer te? El joyero joyer o se echó a r eír. —No. —No. Póngasela sin miedo. Rebeca se lo cogió de la mano y sonriendo tímidamente se lo puso en el dedo. Al levantar la vista le miró a los ojos. —¿Te queda bien?  —Me acostumbr acos tumbrar aréé a llevar ll evarla. la.  —Sí, a muchos mucho s caballer caball eroo s les cuesta al princi pr incipio pio —dijo John—. Jo hn—. Señorita, pruébese la suya. Ella la iba a coger, pero Paolo fue más rápido y avergonzada extendió la mano. Al sentir como la alianza subía por su dedo se sintió maravillosamente a su lado y estaba convencida de que lo que necesitaban era tiempo. tiemp o. Tiempo Tiempo para par a conocerse. conocer se.  —Es pr precio eciosa, sa, ¿verdad? ¿ver dad? —dijo —dij o mir mi r ando su mano mano,, do donde nde la palabr a Viotti resaltaba entre el contraste de los diamantes y su piel. Él cogió su mano levantándosela para verlo bien. —A este anillo le falta algo. algo .  —¿Qué? —preg —pr eguntó untó preo pr eocupada—. cupada—. ¿Se me ha olvi o lvidado dado algo? alg o?  —No, se me m e ha olvidado ol vidado a mí. m í. —Se gir g iróó hacia John. Jo hn. —¿Usted sabe qué

 

es?  —Un anillo anill o de compr co mproo miso mi so.. Rebeca se sonrojó intensamente porque no se había esperado eso y cuando tres hombres de Tiffany llegaron con dos bandejas cada uno, dejándolas ante ella y mostrando una cantidad de anillos increíble, miró a Paolo maliciosa. —¿Me —¿Me estás estás pidiendo matrimonio? matrimo nio? La cogió por la cintura cintura pegándola a él. —¿Me —¿Me dirías dirí as que sí? Se acercó a su oído y susurró —Eres el pez más gordo que he encontrado. encont rado. ¿Cómo te voy a rechazar? Él la miró mir ó a la l a cara sonriendo. so nriendo. —Exact —Exacto. o. Ahor Ahoraa elige uno.  —Prefi  —Pr efier eroo un beso —dijo —dij o abrazándo abr azándole le por po r el cuell cue llo. o. Los ojos de Paolo brillaron. —¿Un beso por un diamante? Sales perdiendo.  —Es que hay beso bes o s y besos. beso s. Y alguno alg unoss no tienen pr precio ecio.. Paolo le miró los labios, haciendo que su corazón latiera acelerado emocionada porque la iba a besar. Se acercó lentamente provocando que vibraran cada una de sus células y cuando rozó sus labios fue como si algo estallara entre ellos. La besó profundamente entrando en su boca, haciéndole olvidar dónde se encontraba. Abrazándose a él, disfrutó de las caricias de su lengua, que le robaron el sentido. Fue el beso más maravilloso de su vida y cuando Paolo se apartó, aún disfrutaba de las sensaciones de sus labios sobre

 

los suyos como si todavía la besara. Abrió los ojos acariciando su nuca deseando que aquello no acabara jamás y Paolo carraspeó haciendo reír a quienes les observaban. Roja de vergüenza dijo —No ha estado mal. Sin soltar su cintura, Paolo sonrió girándose hacia John que sonreía satisfecho. sat isfecho. —Al —Al parecer no me libro li bro..  —No, seño s eñor. r. No se libr l ibra. a. Emocionada miró las bandejas y Paolo cogió un solitario en talla rectangular. Era sencillo. Estaba montado en platino y tenía un diseño que le encantaba. —¿Te gusta este?  —Cariño  —Car iño,, ese e se es… ¡Sí! —Extendió la mano mientr mi entras as Paolo Paol o se r eía y él se lo puso en el dedo al lado del de casada. Quedaban perfectos uno al lado del otro.  —Van  —V an a cr crear ear más moda. mo da. Elegir Eleg ir el anillo anil lo de compr co mprom omiso iso co conn el de casada —dijo John encantado—. ¿Le gusta, señorita?  —Lo ha elegido eleg ido él. Para Par a mí no hay otro o tro mejo mej o r —dijo sin darse dar se cuenta, observando su mano.  —Déjeme que se lo l o s envuelva. envuel va. Ella gimió quitándoselos quitándoselos para dejarlo dejarloss sobr sobree la ban bandeja deja y Paolo Paolo hizo lo mismo antes antes de coger el de compromiso compr omiso.. —Este —Este puedes puedes ponértelo, cara.  —Me encanta salir sal ir de co compr mpras as contigo co ntigo —dij —dijoo viendo como co mo se lo l o ponía poní a de nuevo.

 

Paolo asintió asintió divertido. —Eso —Eso ya lo veo.  —Peroo lo mejo  —Per mej o r ha sido el beso. bes o.  —Si te por po r tas bien, el e l día dí a de la boda te daré dar é otro o tro..  —Ja, ja. j a. Ahora Ahor a tendremo tendr emoss que ir a compr co mprar ar o tra cosa co sa que aún no tengo tengo..  —Quedamos  —Quedam os para par a comer co mer con co n la famil fam ilia ia —dijo —dij o mir mi r ando su r eloj elo j de platino—. plat ino—. Pero Pero todavía todavía tenemos tenemos tiempo. tiempo. ¿Qué quieres comprar com prar??  —Ahoraa soy  —Ahor so y yo la que te va a sor so r pr prender. ender.

 

 

Capítulo 9  

Sentado en el exclusivo salón miraba a su alrededor aburrido. —Nena, llegaremos tarde. tarde.  —Espera.  —Esper a. Me Me lo l o han enviado envi ado de París Par ís y quier o que te gguste. uste. Sino tendré tendr é quee comprar otra cosa. qu  —¿Es un vestido? vestido ? ¿No ser s eráá el de novia? no via?  —¿Cómoo va  —¿Cóm v a a ser el de novia? novi a? Ya Ya está. Una mujer abrió la cortina de terciopelo rosa y dejó ver a Rebeca con un sujetador de encaje totalmente transparente a juego con las braguitas y un ligueroo hecho liguer hecho a mano con co n el mismo encaje, encaje, que sujeta sujetaba ba unas unas medias que eran un primor.  —¿Qué o pinas? —Se volvió vol vió para par a que viera vier a que sus nalg nalgas as estaban al aire y Paolo carraspeó revolviéndose en el asiento. Maliciosa le miró sobre su hombro. hombr o. —¿Es —¿Es demasiado para la noche de bodas?

 

La mujer reprimió una risita antes de decir —Siempre puede escoger uno de esos fantásticos camisones de seda.  —¿Eso es lo que vas a llevar ll evar debajo del vestido? vestido ? —preg —pr eguntó untó con co n voz ronca. Se volvió hacia él. —Sí, está hecho a medida para que esté lo más cómoda posible. Él volvió a carraspear antes de decirle a la mujer. —¿Nos puede dejar solos?  —No. —A Paolo Pao lo no se le llevaba lle vaba la contra co ntrarr ia y pudo ver que esa respuesta le había sentado fatal. —Espere a la boda, caballero. Su novio volvió la mir mirada ada hacia hacia ella. —¿Lo —¿Lo tienen en más colo colores? res?  —Por supuesto. supuesto .  —Lo quier qui eroo en todos. todo s.  —Eso es que le l e gusta. g usta. La mujer levantó la barbilla. —Me lo imaginaba. Paolo se levantó y la rodeó mirándola de arriba abajo antes de susurrarle al oído —Eres malvada.  —Gracias  —Gr acias.. —Se volvió vol vió y le dio un beso r ápido en los lo s labio labi o s antes de entrr ar de nuevo ent nuevo en el vestuari vestuario. o.  —¿Tienes más so sorr pr presas esas así? as í? —pr eguntó eg untó él al otro o tro lado lado..

 

 —Alguna  —Alg una me queda.  —Por cier to. Sí que mir m iréé en las la s bolsas bo lsas y no vas a necesitar nec esitar nada de eso. es o. A ella se le cortó el aliento desabrochándose el sujetador. —¿Tú crees?  —Estoy seg s egur uroo .  

Cuando salió del vestuario, vio a Paolo hablando con la encargada de la exclusiva tienda tienda de ropa ro pa interio interior. r. Aparent Aparentement ementee era er a un piso lujoso lujoso,, pero es que absolutamente todo se hacía a mano en París y allí sólo se hacían las pruebas. Se acercó a él y Paolo la cogió distraído por la cintura. —Muy bien. ¿Se lo enviarán a casa?  —Por supuesto, supuesto , señor seño r Viotti. io tti.  —Buenos días. La llevó hasta la puerta y sonriendo ella le preguntó —Por cierto, ¿vamos a vivir en tu casa?  —De momento mo mento sí. —La mir ó co conn hor ho r r or. or . —¿No —¿No querr quer r ás otra o tra casa?  —No cono co nozco zco la tuya. tuya..... per o segur seg uroo que estará estar á bien. Mauricio Mauri cio me ha dicho que está en Park Avenue.  —Sí, tienes tiene s seis sei s dor do r mitor mito r ios io s y tresci tr escientos entos metr metros os cuadrado cuadr ados. s.  —Es más que suficiente sufi ciente para par a dos. do s.

 

La miró de reojo. —Ese es otro tema que quería tratar. Nada de embarazos de momento hasta que haya algo de estabilidad.  —De acuerdo. acuer do. Me parece par ece bien. bie n.  —¿No vas a discutir dis cutir?? Tu padre padr e quier e nietos. nieto s.  —Peroo este es nuestro  —Per nues tro matrimo matr imonio nio.. Paolo asintió apretando los labios y Rebeca tuvo un mal presentimiento, porque parecía que intentaba disimular que lo que le había dicho le l e había molestado. mo lestado. —¿Estás —¿Estás bien?  —Claro.  —Clar o. Vamo Vamos, s, que nos no s esper an para par a comer co mer..  

El resto de la semana Rebeca vivió el noviazgo perfecto. Paolo se mostró mucho más atento atento con ella, pendien pendiente te de los detalles detalles previos a la boda. Incluso se rumoreó en los periódicos, que ahora que casi la había perdido, no le quitaba quitaba ojo por si acaso se arrepent ar repentía ía de casarse con el italiano. Ante la puerta de la iglesia con el ramo de rosas blancas en la mano, tomaba aire mientras su padre a su lado intentaba calmarla. —Estás preciosa y todo es perfecto. perf ecto. Disfr Disfruta uta de tu tu día. Asintió mirando la organizadora y abrió las puertas justo cuando se inició la marcha nupcial. Las damas de honor, que habían entrado un minuto

antes, estaban en la escalinata mostrando sus preciosos vestidos verde agua y

 

frente a ellas al otro lado estaban los siete hombres que las acompañaban. Su prometid pro metidoo estaba estaba en medio esperándola y Rebeca Rebeca sonrió sonr ió empeza empezando ndo a caminar por el pasillo lentament lentamente. e. Era una imagen digna de ver. Su vestido en corte princesa, tenía un corpiño ajustado con un tul entrecruzado en dos colores de blanco que formaban una V. Los tirantes apenas eran dos tiras de tul que se volvían a cruzar en su espalda y desde allí salían, haciendo una cola que llegaba al suelo como si fuera un velo. Su falda del mismo material, la hacía parecer una princesa, pero era vaporosa y etérea. Su cabello recogido en un trenzado complicadísimo que había llevado horas, había quedado magnífico y estaba r ealmente ealmente preciosa. Paolo sonrió cogiendo su mano, pero no la miró a los ojos volviéndose hacia el sacerdote que les esperaba. La ceremonia fue preciosa y cuando llegó el momento de poner los anillos, él cogió el suyo de la bandeja de plata poniéndoselo en el dedo mientras decía que la amaría y la protegería en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separara. A Rebeca se le puso un nudo en el estómago porque cuando le llegó el turno, Paolo la miró a los ojos y no había ternura en ellos. De hecho, en ellos no había nada. nada.  —Hija, cog c ogee el anil a nillo lo.. Cogió su anillo y se lo puso en el dedo recitando la misma frase,

 

esperando que estu estuviera viera tan frío por los nervios. ner vios. Cuand Cuandoo llegó ll egó el moment mom entoo del beso, él la cogió por la cintura y le dio un beso de película que a Rebeca la dejó fría. Se había esperado un beso como el que le dio en la joyería, pero aquel beso era simplemente fachada. Cuando Cu ando salieron saliero n de la Iglesia y se subieron al coche, parecía estar estar bien.  —¿Te gusta g usta el vestido ve stido?? —preg —pr eguntó untó riendo r iendo..  —Estás precio pr eciosa. sa. Pero Per o eso ya lo sabes.  —Sí, lo l o sé. Paolo sonrió so nrió ir irónicament ónicamentee y le cogió la mano. —Cas —Casii ya está. está.  —Ahoraa a diver  —Ahor dive r tirno tir nos. s. Él apretó sus dedos entre su mano para que le mirara. —Espero que esta vez te controles con la bebida. Rebeca Reb eca se sonrojó sonr ojó.. —Sí, —Sí, por supuest supuesto. o. Paolo asintió mirando al frente, pero había muchísimo tráfico a esas horas. Ella soltó su mano para abrir el mueble bar y sacó un paquete que su organizadora se había encargado de poner allí.  —Felicidade  —Feli cidadess —dijo —dij o deseando que le gustar gus tara. a.  —¿Y esto?  —Es tu reg r egalo alo de bodas. bo das. Ábrelo Ábrel o —dijo — dijo impaciente. im paciente. Como si no tuviera ninguna gana, rasgó el papel para ver un estuche

 

cuadrado cuad rado de piel roja. r oja. Paolo elevó una ceja levantando levantando la tapa y mostrando un Cartier montado mo ntado en en platino platino de diseño exclusivo. No hizo un gesto y R Rebeca ebeca tuvo que poner todo de su parte para no perder la sonrisa. —Si no te gusta, lo sientoo porque sient po rque no puedes devolverl devolverlo. o.  —Sí me g usta, pero per o ya tengo este y estoy acostumbr aco stumbrado ado a él. ¿Por ¿Po r qué no se puede devolver devolver??  —Está gr abado —dijo —dij o mir ando al fr f r ente. Él miró el interior del reloj y vio que en la parte de atrás estaban sus iniciales entrelazadas encima de la marca. —Te estás aficionando a esto, ¿verdad? —dijo con sorna—. Como Rebeca. Espero que no encuentre esto en todo en la casa. ¿No habrás bordado un montón de toallas con nuestras iniciales?  —Pensaba que te gustar gus taría. ía. Pero Per o no te preo pr eocupes. cupes. No he bor dado ninguna toalla. Él cerró la caja con un golpe seco y lo dejó a su lado como si fuera un r eloj que hubiera hubiera comprado co mprado en un mer mer cadillo cualquier cualquier a. Seguro que su r ecién estrenado est renado marido mar ido estaba pensad pensadoo que el dinero se lo había había dado su padre, pero Rebeca había gastado todos los ahorros de su asignación para comprarlo. De hecho, hasta había vendido un bolso de marca que le había regalado su madre hacía años en su cumpleaños, para comprarlo ella misma. Y era un bolso que le encantaba. Estaba Estaba claro clar o que no tenía que haber haberse se molestado mo lestado tanto. tanto.

 

 —Yoo no te he compr  —Y co mprado ado nada.  —No esper es peraba aba nada. Lo he hecho por po r que me apetecía. Su marido apretó los labios y le cogió la mano. —Siento no ser tan efusivo como tú. Intentemos pasarlo bien en la fiesta. ¿De acuerdo, cara? Al fin y al cabo, es nuestra boda. Lo dijo como si no hubiera hubiera otro o tro remed r emedio. io.  —Sí. —Le mir ó sonr so nriendo iendo.. —¿A dónde dó nde me llevas l levas de luna de miel? mi el? Paolo miró hacia la ventanilla. —Ya hemos llegado. Rebeca Reb eca entr entr ecerró ecerr ó los l os oojos jos porque po rque no le había contestado. contestado. N Noo lo l o habían hablado, hablad o, por que Mauricio Mauricio le había dicho dicho que Paolo se encar encar garía gar ía de la luna de miel. Y ya se lo había preguntado varias veces, pero siempre esquivaba la respuesta. La cogió de la mano y la sacó suavemente. Como no veía el escalón con el voluminoso vestido, se echó a reír cogiéndose de su brazo para tantear con el pie antes de subir subir a la acera. —Si me caigo. caigo . ¿M ¿Me rrecoger ecogerás? ás?  —Puede. Si estoy e stoy cerca cer ca lo l o intentaré intentar é —dijo —di jo co como mo si nada saludando s aludando con co n un abrazo a Piero que acababa de llegar, pero esas palabras le indicaron a Rebeca Reb eca que que jamás debía esperar esperar nada de de él y se le rompió r ompió el corazón. cor azón.  

Se comportaron como todos los recién casados. Rieron con los

discursos, se sacaron sacaro n millones millo nes de fotos y bailaron después de de cortar cor tar la tarta. Su

 

madre hablaba con todos orgullosa y su padre se emocionó cuando bailó con él. Podría ser la l a boda perfecta excep excepto to por una cosa, su novio. novio. Cuando ella estaba bailando con Piero, que en esa semana se había soltado un poco con Rebeca, su padre subió al escenario y cogió el micro deteniendo la música.  —Estoy encantado de que todos todo s mis mi s amigo ami goss y los lo s ami amigo goss de los lo s Viotti io tti estén esta noche aquí celebrando la unión de nuestros hijos. —Los invitados aplaudiero aplaud ieronn y él sonrió sonr ió deteniénd deteniéndose ose para par a mirar mir ar a su alrededor. —¿ —¿Dónde Dónde está está Paolo? Rebeca miró a su alrededor y rió cuando lo vio llegar hasta ella cogiéndola cog iéndola por la cintura. cintura. Mir Miraro aronn a su padre padre que continuó continuó —Todos pensarían pensarían que esta boda me ha llevado a la ruina. Desde aquí quiero decir a mis accionistas que no se pongan a temblar todavía. —Miró a los novios con cariño mientras todos se reían. —Y quiero comunicar que desde hoy Paolo será mi mano derecha para continuar mi legado. Estoy seguro que llevará su tar tar ea incluso incluso mejor mejo r que yo. Piero miró sorprendido a su hijo, que sonreía irónicamente como durante toda la celebración. Mientras su padre seguía hablando, su marido la abrazó por la cintura, pero en cuanto terminó, Piero le dijo algo al oído a su hijo alejándolo alejándolo de ella hacia el exterio exteriorr del salón. Rebec Rebecaa haciendo haciendo que se iba a la suite, suite, le hizo un gesto a su madre madr e que se acercó acercó a toda prisa.

 

 —¿Necesitas ayuda? a yuda?  —Ven.  —V en. Necesito una coar co artada. tada. —Su madre madr e sin si n entender nada la l a sigui si guióó y cuando cuan do salieron salier on del salón se escondieron escondiero n tras una esquina esquina par par a oír.  —Ahoraa lo entiendo todo.  —Ahor todo .  —¿Creías  —¿Cr eías que le haría har ía eso a Helena sin r azón? azó n? Me encomendas enco mendaste te la empresa y no solo la he mejorado. Este matrimonio será muy ventajoso para nosotros.  —¿Y Rebeca?  —Si crees cr ees que ella ell a no sabe lo que ocur oc urrr e, estás equivocado equivo cado.. Ella lo planeó todo. A Rebeca se le cortó el aliento al escuchar el odio en su voz. —Me ha manipulado a mí y a manipulado a su padre para que amenazara la empresa que tú levantaste. He hecho lo que tenía que hacer. Protegernos y salir de esto con beneficios como co mo me enseñaste. enseñaste.  —Me da la sensació sensaci ó n que todo esto te va a estallar estall ar en la cara, car a, po porr que Rebeca está enamor ada de ti. ¿Qué ocurr ocur r ir iráá cuando cuando se dé cuenta cuenta de que que tú tú no la quieres? Paolo se echó a reír. r eír. —Ella —Ella ya ha conseguido lo que quería. quería. U Unn marido mar ido rico que puede llevar la empresa que ha conseguido de papá. Es una arpía de primera, que de estar a punto de acabar en la calle, ha conseguido con su madre ser la futura heredera de una de las empresas más importantes de los

 

Estados Unidos. Me necesitaba y me consiguió. Tú ves una joven atractiva y yo veo una zorra zor ra int i nteresada eresada que sólo piensa en ella misma. Su madre cerró los ojos para no ver el dolor de su hija. —Me mantendré casado con ella para proteger a nuestro grupo, pero se aburrirá dentro de poco de mí y como la zorra de su madre tarde o temprano pedirá el divorcio. Su padre no podrá tomar represalias porque será ella la que se divorcie. Yo habré cumplido con mi parte y me casaré con Helena. —Rebeca tragó saliva intentando quitar el nudo que tenía en la garganta.  —¿Y cómo có mo vas a conseg co nseguir uir eso? eso ?  —No te aburr abur r iré ir é co conn los lo s detalles. detall es. Simplemente Simple mente lo l o har h aré. é. Piero apretó los puños mirando a su hijo. —Puede que pienses que Rebeca no te quiere, pero creo que estás equivocado y tú la deseas. Lo sé, a mí no puedes engañarme. ¿Por qué no lo intentas?  —¿Con esa zor zo r r a manipulado mani puladorr a? Me da asco sólo só lo pensar en pasar el r esto esto de mi vida con una mujer mujer así. Su madre la cogió por los hombros llevándola hacia los ascensores. —  Ni se te ocurra ocur ra llorar llo rar —susurr —susurr ó metiéndola metiéndola en el ascensor. ascensor. Pálida se llevó una mano al vientre apoyándose en la pared. —Dios mío, mamá. Me odia. —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Pensaba que se estaba acostumbrando a mí.  —¡No podías po días esperar esper ar que un hombr ho mbree com c omoo él, se dejar a manipul m anipular ar por

 

nadie! ¡Espabila, hija! ¡Hace una semana estaba furioso! Ya me parecía a mí raro ese cambio de actitud de repente, cuando en semanas ni se ha dignado a aparecer. ¡Es muy listo y temía que después de lo que había pasado con Perci, le dejaras mal ante toda la ciudad! El novio abandonado a una semana de la boda. No podía tolerarlo. Lo hizo por orgullo —dijo su madre con rabia—. ¡Todos son iguales! ¡Te lo dije! —La cogió por el brazo llevándola hasta su suitee y cerrando suit cerr ando de un por porta tazo. zo.  —Dioss mío,  —Dio mí o, mamá. mam á. —Las lágr lág r imas im as cayeron cayer on sin pod poder er evitarlas evitar las y Steffani la abrazó. —¿Y ahora qué hago?  —¿Qué haces? Hacerte Hacer te la tonta. A ver hasta dónde llega lle ga.. Cr Cree ee que tú manipulaste a tu padre y que le has convencido de que necesitas a Paolo. No hay nada que puedas hacer para hacerle cambiar de opinión a no ser que te conozca. —La cogió por los hombros. —Sabías que estaba enfadado hace una semana y estabas dispuesta a intentarlo. Haber escuchado su opinión de ti, no deberí debe ríaa hacerte cambiar cambiar de opinión.  —No me m e dará dar á una opo o porr tunidad. Le has escuchado. escuchado .  —Lo que no tienes que hacer, es darte dar te por vencida. Mírate. Mír ate. ¡Te has casado con él! Hace dos meses creías que eso sería imposible. Terminará amándote. Sólo tiene que pasar tiempo contigo y lo hará. Estoy convencida.  —¿Y si no lo consig co nsigoo ? Su madre suspiró mirándola a los ojos. —Si no lo consigues sufrirás,

 

pero al menos lo habrás intentado. No como yo, que me di por vencida. —Le acarició la mejilla limpiando sus lágrimas. —Estás casada con el hombre que amas. Date tiempo.

 

 

Capítulo Capítu lo 10  

Cuando volvieron a la fiesta, tuvo que disimular y cuando Paolo llegó hastaa ella, la cogió hast cog ió de la mano fruncien fr unciendo do el ceño. —¿Has —¿Has llor ado?  —Me he emocio emo cionado nado un poco po co con co n el discur di scurso so de papá. Él chasqueó la lengua llevándola a la pista de baile, donde la cantante estaba est aba interpr interpreta etando ndo una canción de Barbra St Strr eisand. eisand. La La cogió cog ió por la cintu cintura ra y ella le miró a los ojos abrazando su cuello. —¿Te lo has pasado bien? —  preguntó intentando que hablara con ella.  —No ha estado e stado nada mal. mal . Mi Mi ffami amili liaa se ha diver di vertido tido mucho mucho..  —Sí, como co mo si se cr creyer eyeran an que estás locamente lo camente enamor enamo r ado de mí, ¿verdad?  —No esperar esper arías ías que les contar co ntaraa la verdad. ver dad. Par Paraa ellos ell os ha sido un r omance meteór meteórico ico y quiero que sigan sigan pensando pensando eso.  —Por supuesto. supuesto . De otra o tra maner a podr po drían ían pensar que te has vendido por

 

tu empresa. —Él entrecerró los ojos. —Tranquilo, cariño. No se enterarán por mí. Eso Eso te lo juro. jur o.  —Me lo imag im aginaba. inaba.  —Así que te agr ag r adecería adecer ía que me cor co r r espondier espo ndieras as de la misma mi sma maner a. Estee ha sido un trato que no te Est tenía nía que haber haber salido de nuestro nuestro círculo, círculo , pero has decidido ser sincero con tu padre. Espero que no vuelva a pasar. —Él se tensó y Rebeca sonrió acariciando su nuca. —Te he oído. No soy una zorra manipuladora. Ya te darás cuenta que si aquí alguien ha sido manipulada, esa he sido yo. Pero mientras tanto, te pido respeto porque soy tu mujer. ¿Crees que podrás hacerlo? Él la miró a los ojos aun enrojecidos por las lágrimas y apretó los labios. Rebeca sonrió radiante. —Sonríe, cariño. Estamos recién casados y nuestro matrimonio durará hasta que la muerte nos separe. ¿No has oído al sacerdote? ¿Tienes ¿Tienes que escuch escucharlo arlo otra vez?  —Le escuché es cuché perfectame per fectamente, nte, pero per o ya que lo has oído oí do todo y nos no s hemo he moss dejado de fingimientos, te habrás habrás dado cuenta cuenta que no pienso colabor ar a partir de ahora.  —Sí, me ha quedado clar o. Y que te quede a ti esto, yo no me r indo fácilmente. —Le besó en los labios con pasión y él no tuvo más remedio que corresponderla. Los invitados vitorearon y cuando ella separó sus labios, la cogió cog ió en brazos. Ya Ya era hora hor a de irse. ir se. Como si estuviera estuviera locament lo camentee enamorada, enamor ada,

 

abrazó su cuello mientras los lo s invitados invitados se despedían. despedían. Al Al salir, su m madre adre la mir m iróó a los ojos ojo s asintiendo asintiendo y ella le lanzó un beso. En lugar de llevarla hacia la limusina, fue hasta los ascensores. —¿A dónde vamos?  —A esa suite s uite que tu padre padr e ha paga pa gado do —dijo —dij o con co n la voz r o nca del deseo. deseo . Puedee que no la sopor Pued sopo r ta tarr a, pero la deseaba deseaba y ella iba a aprovech apro vechar ar todo lo que tenía en su mano para llegar hasta su corazón. Cuando salieron del ascensor, la dejó en el suelo ante la puerta de la suite y ella levantó el vestido mostrando la liga lig a donde llevaba la tarjeta. tarjeta. Su marido levantó la ceja antes de cogerla y pasarla por la ranura. La puerta se abrió y ella la empujó con el trasero cogiéndole de las solapas del smoking.  —Al parecer par ecer esta parte par te del matrim matr imoo nio no te desagr desag r ada —dijo mirándole mir ándole a los ojos oj os tirando de él hacia la ha habita bitación. ción.  —Es una ventaja que no pienso desaprove desapr ovechar. char. —La cogi co gióó por la cintura sentándola sobre el tocador de estilo francés. A Rebeca se le cortó el aliento cuando levantó su falda dejando ver sus piernas cubiertas por las medias blancas hasta el muslo y cogiéndola por el interior de las rodillas, le abrió las piernas colocánd colo cándose ose entre ellas antes antes de atr atr apar su boca saboreándola con deseo. Ella gimió de la sorpresa cuando su mano acarició la piel de su muslo hasta llegar a su sexo y la acarició por encima de sus braguitas

 

haciéndola hacién dola temblar de deseo. La La cogió cog ió por las caderas levantándola levantándola de nuevo nuevo y Rebeca gritó en su boca cuando apretó sus glúteos antes de tumbarla atravesada sobre la cama. Sin apartar sus bocas y besándose ansiosos, intentaban tocarse. Él apartó su boca antes de mirar hacia abajo y se apartó para coger sus braguitas bajándoselas a toda prisa para sacárselas. Se quitó la chaqueta del smoking mirándola mientras ella se giraba boca abajo y susurraba susurr aba —Desabróchame. —Desabróchame.  —Después. Rebeca chilló sorprendida cuando la cogió por las caderas elevándola y le acarició los glúteos. No se esperó sentir su sexo acariciando el suyo de arriba abajo y gimió arqueando el cuello hacia atrás por el placer que la recorrió de arriba abajo. —Ahora sí que serás mi esposa —dijo él con desprecio antes de entrar en ella de una sola estocada haciéndola gritar. Rebeca apretó los párpados con fuerza al igual que los puños por el dolor que la traspasó haciendo temblar todo su cuerpo. Pero él no pareció darse cuenta, porque salió de ella para volver a entrar con fuerza antes de jadear susurrando  —Joder,  —Jo der, estás es tás tan estrecha estr echa que es una tortura tor tura.. Rebeca Reb eca enterró enterró la cara en la colcha intent intentand andoo no llor ar y sopor so porta tando ndo el dolor. Intentó relajarse recibiendo sus fuertes embestidas, cuando le escuchó gemir dando dando un último empujón con fuerza fuer za que a ella ya no no le l e dolió ta tant nto. o. Él se apartó respirando agitadamente antes de entrar en el baño. — 

 

Nena, ponte las bragas que nos vamos. Totalmente decepcionada con su primera vez, se levantó temblorosa y vio las l as braguita brag uitass en el suelo. Se estaba estaba agachando agachando a r ecogerlas, ecoger las, cuando cuando él salió del baño y recogió la chaqueta del smoking del suelo. Una gotita de sangre cayó al suelo sobre la alfombra sin que ella se diera cuenta y él se detuvo en seco viéndola subirse subir se las br braguitas. aguitas. —Cara, —Cara, estás sangr sangrando. ando.  —¿Porr dónde?  —¿Po dó nde? ¿Por la nariz? nar iz? —Fue hasta el espejo espej o del tocado tocadorr levantando la barbilla y cuando se miró frunció el ceño. —No, no estoy sangrando.  —Rebeca, ¿eras ¿er as virg vir g en? —preg —pr eguntó untó furio fur ioso so tir tirando ando la chaqueta sobr so bree la cama. Rebec Rebecaa se sonrojó sonr ojó poniéndose nerviosa por que parecía parecía fuera fuer a de sí. Al Al darse cuenta que la había asustado la señaló el baño. —¡Lávate! —dijo como si le diera asco. Los ojos de Rebeca se llenaron de lágrimas y corrió hacia el baño cerrando cerr ando de un un portazo. Intentó calmarse, pero todo estaba saliendo tan mal que no pudo. Afortunadamente en la suite había de todo para poder asearse y cuando terminó, tiró las braguitas a la basura. Salió del baño sin mirarle y fue hasta la maleta que había llevado su madre con cosas que pudiera necesitar. Afortunadament Afortunad amentee había ropa ro pa interio interiorr limpia y se la puso dándole la espalda.  —¿Estás lista? li sta? —preg —pr eguntó untó tras tr as ella el la sobr s obr esal esaltándol tándola. a.

 

Rebeca forzó una sonrisa y se volvió asintiendo, porque no se sentía capaz de hablar. Habían sido mil emociones en pocas horas y necesitaba tiempo para asimilarlas.  —Vamo  —V amos. s. El coche co che nos no s esper a. Sin mirarle mirar le fue hacia hacia la puerta y la abri abrióó par paraa salir con él detrás. detrás. Ahor Ahoraa sí que no parecían una pareja de recién casados. Salieron del hotel en silencio y sentados en la limusina no se dirigieron una sola palabra. El brillo de las farolas hicieron que se fijara en sus anillos. Al agachar la mirada, vio el apellido Viotti en su anillo y una lágrima cayó sobre él. Parpadeó girando la cabeza hacia la carretera. No tenía ni idea de a dónde iban, igual que en su matrimonio.  

No debería haberla sorprendido que la llevara a su casa. Cuando entraron en su piso de Park Avenue ella susurró —No hay luna de miel, ¿verdad?  —¿Acaso no has celebr ado bastante este matrim matr imon onio io?? —preg —pr eguntó untó cerrando cerr ando de un un portazo. Ella caminó por el hall para entrar en el inmenso salón que tenía tenía cuatr cuatr o sofás en beige. Paolo Paolo entr entr ó tras tr as ella y le dijo —La —Lass habitaciones habitaciones a la izquierda. La cocina a la derecha. No entres en mi despacho cuando estoy trabajando y

 

por favor no satures satures el vestidor. vestidor. Fue hacia la cocina dejándola sola y sintiendo que las piernas le temblaban fue hacia la izquierda entrando en un pasillo muy ancho. Había varias puertas y abrió la primera. Una habitación de invitados. Ya no lo soportaba más, al menos por ese día, así que cerró la puerta suavemente y fue hasta la cama tumbándose de lado, dando la espalda a la puerta. Una lágrima rodó por su nariz y se dijo que era estúpida por querer cuentos de hadas que no existían. ¡Su madre se lo había dicho mil veces! Cuando una hora después la puerta se abrió suavemente, simuló estar dormida. Él se quedó observándola varios segundos, pero al final cerró la puerta. Rebeca abrazó su almohada y susurró —Sólo tienes que descansar. Mañana volverás a ser tú y podrás enfrentarte a esto.  

A la mañana siguiente se despertó temprano. Debían ser las seis de la mañana y descalza salió con su vestido de novia abriendo las puertas hasta que llegó a la del fondo que estaba entornada. Sus maletas estaban nada más abrir la puerta y vio que ni se habían habían molestado ni en colgar colg ar su ropa. ro pa. Sacó una de las maletass al pasillo sin hacer ruido. maleta r uido. A través de un espejo espejo podía ver a su marido mar ido durmiendo en la cama y no quería despertarle. Abrió la maleta en el pasillo y sacó su ropa para correr. Eso le vendría

 

bien. Intentó quitarse el vestido llevando los brazos atrás, pero no podía desabrr ocharse todos los botones, así que fue hasta desab hasta la cocina y de la isla central central cogió cog ió un cuchillo del sopor so porte te.. Lleván Llevándolo dolo hacia atrás, atrás, rasgó r asgó la delicada tela tela de arriba abajo dejándolo caer al suelo. Dejó el cuchillo sobre la encimera pisando su precioso vestido al salir. Cuando regresó a la habitación donde había dormido, se quitó la ropa interior y se puso sus leggins y la camiseta de deporte sin impor ta tarr le no llevar sujetador. Se puso puso sus zapa zapatillas tillas y salió de allí queriend qu eriendoo r espirar espirar aire fresc fr esco. o. Corriendo por Central Park como si la vida le fuera en ello, se preguntó si merecía la pena amar a un hombre así. Pero recordó su beso en la oyería y se dijo a sí misma que por un beso así, merecía la pena intentarlo. Puede que estuviera enamorada de un espejismo y que todo aquello fuera en vano, pero si volvía a besarla así otra vez, aunque sólo fuera una vez, merecería la pena. Pero no iba a dejar que la pisoteara. No sabía dónde había perdido el control contro l de su vida, pero lo l o iba a recuperar.  

Cuando volvió a casa el portero tuvo que llamar porque no la conocía. Sudorosa y hecha un desastre, entró en el ascensor cuando su marido dio permiso para que subiera. Aquello Aquello era er a humillante. humillante. Intentando que la tensión no volviera de nuevo, movió la cabeza de un

 

lado a otro, pero cuando vio a su marido en cuanto se abrieron las puertas con cara de querer pegarle cuatro gr gritos, itos, se dio cuenta cuenta que nnoo lo conseguiría. conseguir ía. Dios, estaba est aba buenísimo buenísimo sólo con el pantalón pantalón del pijama.  —¿Dónde has ha s estado? estado ?  —Haciendo fo fooo ting. ¿No se nota? no ta? —Pasó ante él par pa r a ir hacia la puer pue r ta.  —¡Al menos meno s podr po drías ías haber avisado! avisa do!  —¿Paraa qué? Si a ti te impor  —¿Par impo r ta una mier mie r da lo que hag haga. a. —Entró en la habitación habit ación donde había había dormido dorm ido el día anterio anteriorr cerrando cerr ando la puer puer ta ta.. Su marido la abrió de malos modos. —¡Est —¡Estaa no es tu habit habitación! ación!  —Comoo decías que no querías  —Com quer ías mi r o pa en tu vestidor, vestido r, creo cr eo que es mejor que la tenga tenga aquí. Él se acercó y la cogió por la nuca acercándola. —¡Eres mi mujer y dormirás dormir ás en mi cama! cama!  —¿Es parte par te de d e tu plan pl an para par a que pida el divor divo r cio? cio ? —preg —pr eguntó untó divertida diver tida  —. ¿Qué más m ás te da dónde duerma? duer ma? Si quier qui eres es un polvo po lvo,, esper a que m mee bajo baj o los lo s pantalones. Él palideció dando un paso atrás, pero la cogió por la muñeca y tiró de ella hacia la habitación principal. Rebeca se dejó llevar mirándole con desprecio y cuando la tiró sobre la cama le miró con ironía. —¿Prefieres que sea aquí? Vale. —Se quitó la camiseta mostrando su torso húmedo de sudor. — 

Me da igual.

 

Paolo dio un paso hacia ella mirando sus pezones endurecidos antes de mirarla a los ojos. —Soy una zorra manipuladora, pero te la pongo dura, ¿verdad? —dijo sin poder evitarlo por la rabia que la recorría. Retándolo con la mirada, alargó la mano y le acarició entre las piernas y él se acercó a ella cogiéndola por el cabello para elevar su cara antes de besarla como si estuviera est uviera desesperado desesperado por po r sentir sentirla. la. Ella acarició su tor torso so mient mi entrr as que la mano libre de Paolo agarraba su pecho acunándolo con pasión. Rebeca gimió en su boca dejando que la tumbara y sintió un placer exquisito cuando sus pechos se rozaron con su torso. Paolo apartó su boca para besar su cuello y ella arqueó la espalda guiándose guiándose por su instint instinto. o. Aquello Aquello era er a lo más maravilloso mar avilloso que había había sentido jamás y cuando sus labios atraparon su pezón, gritó de placer. Las manos de Paolo bajaron sus mallas y besándola en el vientre, tiró de ellas con fuerza al final, dejándola expuesta ante él. Acarició sus muslos y la besó entre las piernas. Fue como si un rayo la traspasara e intentó apartarse, pero él la sujetóó por las caderas con fuerza, sujet fuer za, tor tortu turándola rándola de placer hasta hasta que Paolo chupó su clítoris, provocando en ella un orgasmo increíble que alargó sin dejar de acariciarla. Cuando se tumbó sobre ella, Rebeca aun atontada de placer le acarició los hombro ho mbross y él la besó en el lóbulo de la oreja or eja antes antes de entrar entrar suavement suavementee en su interior. Fue tan maravilloso que clavó sus uñas en él necesitando más.  —Eso es, nena. Disfruta. Disfr uta. —Siguió —Sig uió mo moviéndo viéndose se suavem suavemente ente en su

interior. La tensión la estaba volviendo loca y él se apoyó en las palmas de las

 

manos, entrando en ella profundamente. Rebeca lloriqueó y Paolo entró con más fuerza en ella, perdiendo el control hasta que el placer los traspasó a ambos. Paolo se dejó caer a su lado y cuando ella se recuperó le miró de reojo.  —Me voy a juga j ugarr al tenis. tenis . ¿Vienes ¿Vienes?? Él la miró sorprendido. sor prendido. —¡Si —¡Si acabas acabas de de venir venir de correr! corr er!  —¿Tienes un plan mejo m ejorr ? La miró con deseo y Rebeca se echó a reír antes de que la besara de nuevo.  

Se pasar pasar on el domingo en la cama y aunque aunque él no habló habló mucho, Reb Rebeca eca se sentía feliz porque le daba la sensación de que habían superado un escollo. Habría Ha bría más m ás problemas, pro blemas, pero pero ta también mbién los superarían. superar ían. Ahor Ahoraa est estaba aba segura. El lunes estaba desayunando en bata, cuando él entró en la cocina ya vestido con traje. Rebeca con las piernas cruzadas sobre la silla de enfrente mientrr as leía el periódico, mient perió dico, se metió la tostad tostadaa en la boca.  —Señor,  —Seño r, ¿quier e el desayuno? desayuno ? —preg —pr eguntó untó su asistenta asis tenta que acababa de llegar y que aún no se había puesto su uniforme—. La señora ya está desayunando.

 —¿La señor seño r a no me ha hecho he cho el desayuno des ayuno a mí mí??

 

 —Cariño  —Car iño,, si te empeñas te doy una tostada tos tada —comentó —co mentó distraída distr aída leyendo l eyendo un artículo muy interesante.  —Esper aréé los  —Esperar lo s huevo huevoss con co n beicon. beico n. —Él fue a sentarse sentar se y levantó una ceja para que quitara quitara los pies. Suspirando los bajó para volver a subirlos cuando él se sentó a su lado. Paolo tiró de la hoja del periódico per iódico.. —Paolo, —Paolo, te has levantad levantadoo muy pesa pesado. do. La sirvienta soltó una risita. —Cara, leo el periódico en el desayuno. Tú tienes todo el día.  —¡No tengo todo el día! dí a! Está bien. Te doy… esto. esto . —L —Lee tendió la mitad. m itad.  —¿Hoy no vas a cor co r r er er??  —Voy  —V oy al gim g imnasio nasio —Exasperada —Exasper ada levantó le vantó la l a vista. vis ta. —¿Quier —¿Qui eres es hablar habl ar??  —No. Era curio cur iosidad. sidad.  —Tengo un prepar pr eparado adorr físico fís ico tres veces por po r sema semana. na. Él bajó su periódico per iódico fr fruncie unciendo ndo el ceño. —¿Qué —¿Qué has dicho?  —Pues eso. eso . —Mali —Malicio ciosa sa continuó co ntinuó —Peter tiene un cuer po… Uff.  —¿Uff? ¡Mejor ¡Mejo r sale saless a cor co r r er er!! ¡Sale ¡Sale más m ás barato! bar ato!  —No sé de qué te pr preo eocupas. cupas. Hasta ahor aho r a no me ha tocado un pelo, pelo , ¿no? Él gruñó moviendo el periódico de mala manera, para enderezarlo usto cuando Teresa les ponía el plato delante a los dos.

 

 —Mmm. Tiene una pinta estupenda. —Bajó las piernas pier nas del r egazo eg azo de su marido mari do e impaciente impaciente cogió el tenedor. tenedor.  —La señor seño r a tiene buen apetito. a petito. Me gusta.  —Gracias  —Gr acias —respo —r espondió ndió después de traga tra gar. r. En ese momento sonó su móvil y lo cogió de la mesa para mirar quien le mandaba un mensaje pues todo el mundo debía pensar que estaba de luna de miel. Era un número que no conocía, pero igual era algo relacionado con los proveed pro veedor ores es de la boda, así que lo abrió. abri ó. Dejó Dejó de masticar al leer l eer “Puta, “Puta, esto esto lo vas a pagar pagar””  —¿Quién  —¿Qui én es?  —Oh, nada —contestó —co ntestó dejando el teléfono teléfo no sobr so bree la mesa después de borrarlo—. Del banco. Tengo la cuenta temblando. Su marido puso los ojos en blanco y continuó comiendo, pero ella se dio cuenta que su comentario le había molestado. Pues que se fuera acostumbrando. No podía vivir del aire. Al ver su reloj le preguntó —Cariño, ¿dónde está el Cartier? La miró como si no supiera de que estaba hablando y frunció el ceño.  —¿Cómoo que dónde  —¿Cóm dó nde está el Cartier Car tier?? En la limus l imusina. ina. Se llevó la mano al pecho levantándose de la silla. —¿Has dejado un reloj carísimo en la limusina? ¡Ese coche se iba después de llevarnos al hotel!

¿O no te diste cuenta que el que nos trajo hasta aquí era tu chofer? —Asustada

 

porque el reloj no estaba asegurado, cogió el móvil para llamar a la organizadora de la boda.  —Tr anquila,  —Tranquil a, cara. car a. Apar Aparecer ecerá. á.  —¡Mee he gastado  —¡M ga stado todos todo s mis mi s ahor aho r r os en ese r eloj! elo j! —gr —g r itó furio fur iosa sa tirando el móvil sobre la mesa—. ¡Pero veo que te da igual! ¡Encuéntralo tú si lo quieres, aunque aunque seguro que lo apreciará apreciar á más el chófer chófer!! Teresa apretó los labios viéndola salir y Paolo tiró el tenedor sobre el platoo antes plat antes de gritar gr itar —¡Seguro —¡Seguro que sí!  —¡Por cier to, quier qui eroo mi asignació asig nación! n!  —¡Estoy segur seg uroo de ello! ell o!  

Y así se pasaban todos los días. Discutiendo por el día y haciendo el amor apasionadamente de noche. Por supuesto el reloj no apareció, para disgusto de Rebeca. Ante todos aparentaban tener un matrimonio normal, pero siempre había algo que la hacía estallar a ella por un desprecio de su querido marido. Había llegado a un punto que ya no se cortaba. En privado le soltaba cuatrr o gri cuat g ritos tos y si estaban estaban en público público esperaba a llegar a casa. Tres semanas después estaba en la salita viendo una película, cuando le escuchó escuc hó llegar lleg ar a casa. Por supuest supuestoo no fue a saludarla, saludarla, eso sería demostrar demostr ar que

estaba inter interesado esado en si estaba bien bien y no lo l o hacía nunca.

 

Con el pie en alto sobre la mesa de centro, cogió una patata frita de la bolsa y para su sorpresa su marido apareció con unos papeles en la mano. Mir iróó su tobillo vendado vendado y sonrió ir irónico. ónico. —¿Te —¿Te lo has hecho hecho corri cor riendo? endo?  —Algoo así. ¿Cómo  —Alg ¿Cóm o estás en casa cas a tan pronto pr onto??  —Tenemoss una cena en Boston.  —Tenemo Bos ton. El avión avió n lleg ll egaa en dos do s hor ho r as.  —No puedo ir. Tengo Teng o un esguince. esg uince. —Se metió un montó m ontónn de patatas en la boca y él la fulminó con la mirada. mir ada.  —Claroo que  —Clar q ue irás. ir ás. ¡Po ¡Po nte zapato bajo baj o o lo que quier quie r as, per o eeste ste neg negoc ocio io es de tu empresa, no de la mí mía! a! ¡Mu ¡Mueve eve el culo de ahí! Retándole con la mirada se metió un puñado de patatas en la boca y él se acercó arrebatándole la bolsa de la mano. —¡Levántate!  —Tengo un esguince. esg uince. Él miró su pie. —¡Si ni siquiera está hinchado! ¿Cómo te lo has hecho? Se encogió de hombros. —Una loca que casi me atropella al venir hacia casa desde el parque. No puedo apoyar el talón. —Alargó los dedos y cogió la bolsa de patatas. —Gracias por tu comprensión y preocupación, cariño —dijo con sorna sor na..  —Esto er a lo que me faltaba fal taba —dijo saliendo sali endo de la sali s alita ta de mal humor. humo r. En ese momento le llegó otro mensaje y ella miró hacia la puerta antes de coger el teléfono de la mesa y leerlo. “Te has librado, zorra. Pero la

de coger el teléfono de la mesa y leerlo. Te has librado, zorra. Pero la próxima pró xima vez no tendr tendr ás esa suerte”

 

 —¿Qué lees? l ees? Se sobresaltó al oír la voz de su marido y levantó la vista. —Nada. Un mensaje de mi esteticista. esteticista.  —¿Y cuál es del dr ama? ¿No puede depilar depil arte te las cejas? ce jas?  —Las ingles. ing les. —Tiró —Tir ó el móvi m óvill a su s u lado. lado . —¿Querías —¿Quer ías algo? alg o?  —Yaa que no puedes venir,  —Y venir , aprove apr ovechar charéé y me quedaré quedar é un par de días para arreg ar reglar lar unos temas. —Él —Él frunció fr unció el ceño. —¿Segur —¿Seguroo que estás bien? bien?  —¿Te impor im por ta? Me pierdo pier do la películ pel ícula. a.  —Perdo  —Per done, ne, milady. mi lady. —Salió —Sali ó de la habitación habitació n furio fur ioso so.. —¡ —¡Adió Adiós! s! Ella apretó apretó los lo s labios y susurr susurróó —Adiós. —Adiós. Se preguntaba por qué no le había dicho nada a su marido, pero si era sincera consigo misma, pensaba que él tenía algo que ver en el asunto. Al principio había pensado que había sido Perci, pero no se lo podía creer. Le conocía demasiado bien para pensar que él pudiera ser tan cruel como para enviarle esos mensajes tan tan hirientes. Era cierto cier to que estaba estaba dolido, pero ta también mbién era cierto que la quería y que nunca le haría daño a propósito. Igual debería haberse casado con él. Le daba la sensación que al menos la haría reír. Como poco le demostraría continuamente que la quería, que era algo que en su matrimonio brillaba por su ausencia. No, Perci no era quien le mandaba esos mensajes.

Seguro que era su marido para que huyera de su matrimonio. Estaba

 

intentando intimidarla. Porque eso era en lo único que no dudaba. Los mensajes estaban relacionados con su matrimonio. Había que tener en cuenta que había empezado a recibir los mensajes después de casarse y Rebeca no tenía dudas al respecto. No tenía enemigos. Bueno, quizás sus hermanos, pero dudaba que hicieran algo así. No se lo había contado a nadie, porque sus padres se preocupa preo cuparí rían. an. Y su marido, marido , si no era el responsable, no la creería. cr eería. Si ni siquiera creía que tenía un esguince. Se le cortó el aliento mirándose el pie y cogió el móvil de nuevo para leer el mensaje. ¡Habían intentado matarla! ¡Eso significaba el mensaje! Recordó cómo había sido. Estaba esperando para cruzar y cuando el semáfor semá foroo detuvo detuvo a los lo s coches, coches, cruzó el semáforo corr iendo iendo para no reduc reducir ir el ritmo y en ese momento un coche se saltó el semáforo casi llevándosela por delante. Le pareció ver a una mujer morena al volante, pero no estaba segura. Varias personas la ayudaron a levantarse y se dio cuenta que se había lesionado el pie al no no poder posar el talón. Quien le había enviado el mensaje o había visto lo ocurrido o lo había provocado. pro vocado. Ahor Ahoraa sólo te tenía nía que descub descubri rirr quién er er a. Se levantó a toda prisa esperando que Paolo aun estuviera duchándose y cojeando, haciéndose un daño horrible, llegó a la habitación. Al escuchar el ruido de la ducha, buscó su móvil y lo vio sobre el aparador. Lo cogió

pasando el dedo para desbloquearlo y miró en sus mensajes. No enviaba

 

mensajes. Entonces abrió su WhatsApp y se le cortó el aliento al ver que tenía uno sin leer de Helena. ¡Esa zorra seguía enviándole mensajes! Lo abrió sin cortarse cor tarse y vio que el el último ponía “Ti amo”. ¡No necesitaba saber italiano para entender lo que decía! Intentó leer los demás, pero pero no entendió entendió ni papa. Las clases clases de italiano italiano se hicieron hicier on prior pr ior itarias. Escuchó como se cerraba el grifo y cerró la aplicación dejando el móvil en su sitio, antes de salir de la habitación. Pero cuando estaba en el pasillo, se detuvo en seco. ¿Y si era er a su ex la que le estaba tocando tocando las narices? nar ices? Volvió justo cuando Paolo salía del baño con una toalla en las caderas.  —¿Has cambiado cambi ado de opinió o pinión? n?  —¿Cómoo es  —¿Cóm e s Helena? Él se detuvo volviéndose volvi éndose lentamente. —¿Perdó —¿Perdón? n?  —¿Cómoo es? No me r efier  —¿Cóm efie r o a su carácter, car ácter, aunque también es importa impor tant ntee en este caso, sino físicament físicamente. e. ¿Es ¿Es rubia o mor ena?  —No voy vo y a hablar habl ar de ella ell a contigo co ntigo.. Al ver que la ignoraba, Rebeca apretó los labios antes de decir sin pensar —Han intentado intentado matarme. matar me. Paolo la miró como si estuviera loca. —Si esto es para que no vaya a Boston…

  Me han enviado mensajes mens ajes al móvil mó vil y lo de esta mañana ha sido intencionado, inte ncionado, Paolo. Paolo .

 

La miró a los ojos. ojo s. —Ens —Enséñame éñame los mensajes.  —Sóloo puedo enseñarte  —Sól enseñar te el de hoy por que… —Vio —Vio que entraba entr aba en el vestido ignorándola. —¡No estoy mintiendo!  —Mira,  —Mir a, si esto es una de tus tretas para par a intentar que mi instinto protector salga a la luz, descubriendo de repente que estoy locamente enamorado de ti, vete olvidándote porque eso no pasará —dijo cogiendo una camisa sin mirarla mir arla siquiera—. No pasará nunca. Ella también empezaba a pensar lo mismo y se alejó del vestidor porque bastante tenía, como para que él le hundiera la moral. Ni se despidió al irse ir se media hora despué después. s. Bueno, había que ser estúpida para decirle algo así, cuando se mensajeaba con su ex aún. Estaba claro que esa mujer siempre estaría entre ellos. O mejor mejo r dicho era er a ella la que estaba estaba entr entr e Paolo y Helena. Helena.

 

 

Capítulo 11  

Se pasó una semana deprimida casi sin salir de casa, sin recibir una sola llamada de su marido. Únicamente fue el sábado a comer a casa de sus padres y lo hizo por que su madre amenazó con ir a comer a la suya. suya. Estaba leyendo un libro sentada en el sofá cuando se abrió la puerta y su marido entr entr ó dejando la maleta al lado de la puerta.  —Hola,  —Hol a, ¿qué tal el viaje? vi aje?  —¡Vamoss a dejar algo  —¡Vamo alg o clar o de una vez! —dijo —dij o aún enfadado enfadado—. —. Te aconsejo que dejes a Helena Helena al margen marg en de nuest nuestra ra relació relaciónn porque por que sino esto va a ser un infierno, ¿me has entendid entendido? o? Rebeca tragó saliva viendo en sus ojos cómo la defendía ante la bruja de su mujer, que se había había atrevido a mancillar su nombre.  —¡Bastantee ha sufrido  —¡Bastant sufr ido ya por tu culpa, como co mo para par a que encim encimaa intentes

perjudicarla! ¡Jamás vuelvas a hablar de ella! ¡Jamás!

 

Asintió mirando sus ojos y sintiéndose mil veces peor que cinco minutos antes, se levantó del sofá suspirando. —Me voy a la cama.  —¡Oh, por po r Dios! Dios ! Me Me revuelve r evuelve las tripas tr ipas que ahor aho r a te hagas hag as la l a víctima. víctim a. La rabia la recorrió. —Si era tan perfecta, ¿por qué te casarse conmigo?? ¡De conmigo ¡Deberías berías haber luchado luchado por ella!  —¡Sabes que no me disteis di steis opció o pción! n! ¡No ¡No te hagas hag as la l a inocente! ino cente!  —La inocente. ino cente. ¡Tienes r azón, azó n, no era er a inocente! ino cente! ¡Supe en aquel r estaurante estaurante que no eras mío! mío ! —Sus —Sus ojos ojo s se llenaro llenaronn de lágrimas. lágr imas. —¡Querías —¡Querías acostarte conmigo, pero era una zorra que sólo quería conseguir un marido rico! ¡Pero las cosas cambiaron! ¡Mi padre me dio la oportunidad de tenerlo todo y no la rechacé! ¿Acaso ¿Acaso yo no te tengo ngo el derecho de tenerlo tenerlo todo? Paolo palideció. palideció. —Car —Car a… Horr orizada or izada dio dio un paso atrás. —¡N —¡Nii se te ocurra ocurr a sentir sentir pena por mí! —  gritó desgarrada antes de salir corriendo hacia la habitación donde había dormido la primera noche y encerrarse en ella. Su marido no la molestó en toda la noche, lo que la deprimió aún más porque le importaba tan poco que ni quería consolarla. Se pasó media noche llorando y media noche pensando en qué hacer y cuando Paolo se fue a trabajar a la mañana siguiente, escuchó como le decía a Teresa que no la molestara porque necesitaba descansar. Sentada en la cama, se dijo que si no la

quería que se aguantara. Él había aceptado el trato y continuaría casado con

 

ella hasta que Rebeca quisiera. Que se atuviera a las consecuencias como estaba haciendo ella. Aunque estaba agotada, fue hasta el gimnasio para despejarse un poco. Al salir un par de horas después se sentía mucho mejor, porque durante ese tiempo no había pensado en sus problemas. Entonces vio el coche en la acera de enfrente. Era un BMW gris, pero lo que le llamó la atención fue la mujer mor ena qque ue estaba estaba dent dentro ro y cómo la l a miraba. mir aba. Como si llaa odiara. Rebeca se giró para caminar por la acera y cuando llegó a la esquina, miró disimuladamente, suspirando de alivio cuando vio que no la seguía. El coche continuaba continuaba frente al gimnasio. g imnasio.  —Te estás volvie vo lviendo ndo loca lo ca —dijo —dij o para par a sí volvié vo lviéndo ndose se par paraa caminar cami nar hacia casa. Esa noche tenían una gala benéfica y cuando Paolo llegó a casa, se la encontró encont ró maquillándose maquillándose en ropa r opa interior ante ante el espejo del baño.  —Te he llamado ll amado esta tarde tar de —dijo —dij o él obser o bservándo vándola. la.  —¿De verdad? ver dad? No lo he o ído —respo —r espondió ndió indifer indi ferente ente cogi co giendo endo el perfilador de labios y pasándoselo por el labio superior. Le miró a través del espejo—. ¿Era importante?  —¿Estás bien? Ella no contestó cogiendo la barra de labios y pasándosela por los

labios dos veces. Cuando terminó, se volvió para salir del baño. —Claro, soy

 

más dura de lo que parezco. Cogió el vestido de noche negro que llevaría para la gala y sin mirarle metió las piernas en él ajustándoselo al pecho. Paolo se acercó subiéndole la cremalleraa de la espalda. cremaller espalda. —Sobre lo de ayer… ayer…  —Déjalo,, ¿quieres?  —Déjalo ¿quier es? —preg —pr eguntó untó con co n despr desprecio ecio alejándo alej ándose—. se—. No hace falta que simules que te importan mis sentimientos. Tienes media hora para prepararte preparar te.. —Cogió —Cogió su bolso de noche y empezó empezó a meter sus cosas. Ent Entrr ó en el baño y cogió la barra de labios. —Por cierto, he decidido que me voy a ir quince días a los Hamptons. Me largo mañana. Supongo que no tendrás nada que decir y que será un alivio perderme de vista. —Paolo apretó los labios. —  Pero no esperes una separación, porque eso no va a pasar. —Sonrió falsamente mirándole a los ojos. —Tú aceptaste esto y tendrás que aguantarte como yo. Pued Puedoo sopor so porta tarr un marido como tú. tú. Mi Mi madre madr e me ha entrenado entrenado bien.  —Eso siempr siem pree lo he tenido clar o .  —Perfecto  —Per fecto.. Cogió el perfume y se lo echó en el cuello mirándose al espejo del tocador. Paolo vio sus anillos de compromiso y de casada sobre el mueble. —  ¿Noo te pones los anillos? ¿N anillo s?  —Eso ya está un poco po co pasado de moda, mo da, ¿no crees? cr ees? No tengo por po r qué llevarloss siempre. llevarlo siempr e. Te Te lo puedes puedes quitar quitar también. también. No me impor i mporta ta..

 —Entiendo..  —Entiendo

 

Le miró divertida. —No, Paolo… no entiendes una mierda. Por eso hemos llegado ll egado hasta hasta aquí. Molesta salió de la habitación Molesta habitación cog cogiendo iendo el bolso y decidió decidió esperar en la terraza. Necesitaba esos días fuera de su órbita para relajarse y continuar adelante. Lo conseguiría. Se moría de vergüenza por lo que había pasado la noche interio interior, r, mostrando mo strando lo dolida que estaba. estaba. Eso no volvería a pasar. Fueron a la fiesta sin hablarse y cuando intentó tocarla al salir de la limusina, ella se las apañó para que no la rozara siquiera. Después de dos minutos a su lado, se las arregló para alejarse de él, charlando con desconocidos. Cuando vio a Perci al fondo de la fiesta observándola mientras bebía una copa de champán, ella sonrió. Perci desvió la mirada como si estuviera avergonzado de su comportamiento. Rebeca no podía dejar que pensara que había hecho algo mal. Sorteando a los presentes se acercó a él. Su amigo se enderezó separándose de la pared donde estaba apoyado. —¿No me saludas?  —Después del numerito numer ito en casa de tus padres, padr es, no sé ni cómo có mo me hablas. habl as. Casi me cargo tu matrimonio. Ella sonrió dando un paso hacia él. —Lo que dijiste fue precioso y si alguien tiene que estar avergonzada soy yo por no haber aprendido a quererte como tú a mí.

A Perci se le cortó el aliento. —Rebeca…

 

 —No pasar pas aráá nunca y lo l o sabes. ¿Por ¿Po r qué insististe? insi stiste?  —Estaba enfadado con co n él. No te merece. mer ece. —Rebeca se echó a r eír y cogió su copa de champán bebiéndosela de golpe. —Cuidado cielo, tu marido no ha puesto puesto buena buena cara al vernos juntos. juntos.  —Pues es una pena. —Se acercó acer có y le dio un beso en la mejill mej illaa para par a susurrar a su oído —No me dejes. Tienes que seguir siendo mi amigo. Siempre has sido un pesado pesado y ahor a te echo echo de menos. Perci la miró sorprendido. —¿Qué ocurre? ¿Tienes problemas con el italiano? Negó con la cabeza desviando la mirada. —¡Si tengo el marido perfecto para mí! No digas locuras. lo curas. —Cogió —Cogió otra copa co pa de champán champán y le dio un sorbito. sor bito. —Per —Per ci, ¿puedes ¿puedes guardar un secreto?  —Claroo que  —Clar q ue sí. Le miró sus ojos negros antes de susurrar —Si algún día me pasara algo,, júrame algo júr ame que investigar investigarán án a Helena. Helena. Recue Recuerr da ese nombre. nombr e. Perci la cogió por el brazo cuando se volvía. —¿De qué diablos hablas?  —¿Rebeca? Se volvió sonriendo radiante. —Si está aquí mi marido. —Se echó a r eír mir m irando ando a Per Per ci. —Es que que no puede puede vivir sin mí.

Su amigo les observaba confundido y Rebeca le guiñó un ojo

 

alejándose. Paolo y ella no se hablaron en toda la noche, pero él no dejaba de observarla. Seguramente por si bebía de más y se le iba la lengua. Cuando él se acercó y le dijo que se iban a casa, puso morritos antes de decir —¿Tan pronto?  —Rebeca, nos no s vamos vam os —dijo —dij o muy tenso. tenso . Chasqueando la lengua se volvió despidiéndose de sus conocidos. Salieron en silencio y en la limusina se mantuvieron igual hasta que él estalló  —¡Mee prom  —¡M pr ometiste etiste que no hablar ías nunca n unca más con co n ese tipo! tipo !  —Se pr prom ometen eten tantas cosas… co sas… Qué absurdo absur do,, ¿ver ¿verdad? dad? —Al ver que habían llegado, salió del coche y sin esperarle fue hasta el portal, donde el portero de noche le abrió la puerta dándole las buenas noches llevándose la mano a la gorra. gor ra. Su marido entró en el ascensor después que ella y pulsó el botón del át ático ico de malas maneras. —¡L —¡Las as pro promesas mesas son para par a cumplirlas! Ella se echó a reír. —¿Como cuando tú prometiste todo eso ante el cura? No me hagas hagas rreír. eír.  —Al parecer par ecer quieres quier es discutir. dis cutir.  —Pues no tengo un interés inter és especial espec ial en eso, eso , la ve verr dad. Me Me agotas. ag otas.  —Ahoraa te agoto  —Ahor ag oto.. Al Al par ecer so soyy un mar ido hor r ible. ibl e. Ella le miró con desprecio saliendo del ascensor. —Pues sí. Ahora que

lo dices…

 

Paolo sacó las llaves y abrió la puerta dejándola pasar y Rebeca para provocarle dejó el bolso en la mesa del hall antes de entrar en el salón y dirigirse al mueble bar donde se sirvió un whisky. Se dio la vuelta con el vaso de cristal tallado en la mano y Paolo se tensó. —¿Ahora te llevo a la bebida?  —Puede ser. ser . Nunca Nunca me m e había habí a embo em borr r achado hasta cono co nocer certe. te. —Se —Se echó a reír. —En realidad no había hecho muchas cosas hasta que te conocí, ¿verdad? Caminó ante el enorme ventanal quedando a unos metros de él. —No me había comprometido, ni casado, nunca me habían rechazado, nunca me había embor emborrachado, rachado, nunca nunca me habían hecho hecho el amor …  —Estás bor bo r r acha.  —Y nunca me habían acusado de eso tampoco tampo co.. Ni de ser una zo zorr r a avariciosa. —Suspiró exageradamente. —Han sido unos meses muy intensos.  —¡Te aconsejo acons ejo que te vayas a la l a cam cama! a!  —Claroo que  —Clar q ue sí. En cuanto me m e tome tom e esto, esto , me ir i r é a la cama.  —¡Déjalo ya, Rebeca! Los ojos oj os de Rebeca Rebeca brillaron brillar on de furia. furi a. —¿Quieres que lo deje? ¿El qu qué? é? ¡Dilo! ¡D ilo! ¡Al ¡Al menos sé sincero y di que quieres estar estar con ella! —gritó —gr itó fuera de sí antes ant es de que el vent ventanal anal estallara estallara y sorpr so rprendid endidaa mirara mir ara a Paolo a los ojos, ojo s, antes antes de que el vaso cayera de su mano estrellándose en el suelo y la herida que tenía

en su pecho pecho empezara empezara a sangrar sangr ar con co n fuerza.

 

Paolo palideció corriendo hacia ella, pero Rebeca cayó de rodillas. —  Nena… —La cogió por la cintura antes de que cayera al suelo. —Te pondrás bien —dijo desesperado sacando el móvil de la chaqueta chaqueta.. Rebeca sonrió y susurró sintiendo que se ahogaba —Ella tampoco vivió mucho. —Su marido gritaba al teléfono y ella cerró los ojos susurrando  —Comoo Rebeca. Pero  —Com Per o al menos meno s a ella ell a la l a amaban. am aban. Todos Todo s la l a am amaban, aban, excepto e xcepto su marido. —Tosió y la sangre salió de su boca. Le costaba respirar y abrió los ojos. ojo s. Sonr Sonrió ió sintiendo sintiendo que le abandonaban abandonaban las fuerzas. Paolo la cogió en brazos llevándola hacia la puerta. —Resiste, precios pr eciosa. a. Ya Ya llegan. lleg an.  —Ahoraa ya puedes casarte  —Ahor casar te con co n ella. ell a. —Le miró mir ó a los lo s ojo o joss y una lág l ágrr ima im a cayó por su sien. Al intentar respirar, notó que le faltaba el aire y tosió salpicándole de sangre. Su respiración silbó un par de veces y Rebeca agarró su camisa desespe desesperr ada por porque que el el aire air e llegara. llegar a.  —¡Respira!  —¡Respir a! —gr itó Paolo Paol o abrazándo abr azándola la a él—. ¡Respira, ¡Respir a, Rebeca! —  Cuando la apartó, su cabeza cayó hacia atrás y la miró atónito. —¡Rebeca!  

Rebeca creía que cuando alguien se moría, se llegaba a un sitio maravilloso donde todo era paz y nada te afectaba. Pero ella sufría y no sólo

por el dolor de su cuerpo, sino porque una y otra vez veía a Paolo en algún

 

momento de los que habían compartido desde que se habían casado. Y muy pocos de esos moment mo mentos os eran er an buenos. buenos. Se movió inquieta intentando pensar en otra cosa y afortunadamente su mentee le dio un respiro. ment respir o. Igual Igual sí se había muerto después después de todo. Un dolor dolo r hor ho r ri rible ble en el pecho pecho hizo que abri abriera era los lo s ojos ojo s y cuando cuando var var ias personas se acercaron a ella se dio cuenta que no podía hablar. Gritaban a su alrededor y la angustia la recorrió. Aterrorizada vio a su madre llorando, pero alguien de blanco se puso delante. Un hombre la miró a los ojos y pudo entender que se pondría bien. Esas palabras palabras fueron fuero n un alivio, porque por que incr incr eíblemente eíblemente le creyó. cr eyó.  

Fue la voz de ese hombre la que hizo que se despertara y forzó a sus párpados a abrir abri r se. El hombre hombr e que debía debía tener tener la edad de su ppadre adre sonrió so nrió.. Para Para ser Dios era muy joven. Aunque igual no era Dios y estaba confundida. Intentó sonreír. Había que llevarse bien con el jefe. El hombre tocó su boca y sintió que le sacaban algo de ella. Qué paraíso más raro. Se sentía como pesada, como drogada. ¿A ver si no se había muerto y solo estaba estaba pensando pensando tonterías? tonterías?  —¿Cómoo te encuentr  —¿Cóm enc uentras? as? Dime Dim e tu nombr nom bre. e.

 —No… —Tosió —Tos ió por que sentía la gar ga r g anta como co mo la li lija. ja. Cuando se

 

r epuso epuso pregunt pr eguntóó —¿No sabe sabe cómo me llamo? llamo ?  —Sí, sé cómo có mo te llamas, lla mas, pero per o quiero quier o que me lo digas dig as tú.  —Ah. Rebeca.  —Rebeca, ¿qué más? m ás?  —Rebeca Roger. Rog er.  —¿Estás segur seg ura? a?  —Oh, ¿Me tienen apuntada a puntada co conn el apell ape llido ido de casada? casad a? Es Vio Viotti. tti. El hombre hombr e se cruzó cr uzó de brazos. br azos. —¿Dónde —¿Dónde estás? estás? Ella miró mir ó a su alreded alr ededor. or. Todo era er a tan blanco. blanco. —¿En —¿En el cielo?  —Estás en el Monte Sinaí, Sinaí , Rebeca —dijo —dij o r eprimi epr imiendo endo la r isa. Rebeca miró a su alrededor antes de mirar sus ojos. —¿Esto le pasa mucho?  —Alguna  —Alg una que otra o tra vez.  —¿Y mi madre? madr e?  —Están todos todo s fuera. fuer a. Pero Per o quería quer ía ahor aho r r arles ar les más sufr imi imiento. ento. Han sido s ido unos días algo duros dur os para ella y tu padre. padre. No le pasó desapercibido que no había mencionado a Paolo. —¿Puedo verles?  —Antes va a pasar la po poli licía. cía.

 —¿La polic po licía? ía?

 

 —Quier  —Qui eren en hacerte hacer te unas preg pr eguntas. untas. Una enfermera entró en la habitación con una bolsa en la mano. Se acercó a ella por el otro lado de la cama, cama, colocándole algo en el gotero gotero.. Al ver ver que Rebeca se despistaba, el hombre la tocó en el brazo. —¿Crees que estás lo bastante lucida? No quiero quitarte más sedación para que no te duela el pecho.  —Estoy bien. bi en. Él se acercó a la puerta y la abrió haciendo un gesto con la mano. Una mujer con un traje marrón de pantalón con una camisa blanca, sonrió acercándose con un block en la mano. —¿Señora Viotti? Soy la teniente White. ¿Le puedo hacer unas preguntas?  —Sí.  —Cuando se compr co mprom ometió etió con co n su marido mar ido,, ¿sabí ¿sabíaa que estaba comprometidoo con otra mujer? comprometid  —Sí. Helena. No No sé su apell ape llido ido..  —No se pr preo eocupe cupe por po r eso. eso . ¿Recibió amenazas amenaz as al móvil mó vil??  —Sí.  —¿Cuántas?  —No lo l o sé. s é. Unas Unas cincuenta. ci ncuenta.  —¿Advirtió  —¿Advir tió a su mar m arido ido de ello ell o ?

Miró de reojo al doctor, que la observaba como un halcón. —Sí. Le

 

dije que había recibido amenazas y que habían intentado matarme.  —¿Qué hizo hi zo él?  —Nada. No No me cr eyó. eyó .  —¿Porr qué?  —¿Po  —Me intentaron intentar on atrope atr opella llarr y cr creí eí ver a una mujer muj er tras el vo volante. lante. Así que pensé en Helena y se lo conté. ¿A qué viene esto?  —¿Cómoo se  —¿Cóm s e lleva ll eva con co n su mar m arido ido?? Se acaban de casar, casar , ¿no es cier ci erto? to? Aquello le daba muy mala espina y tuvo un mal presentimiento. —¿A qué viene esa pregunta? ¿Dónde está Paolo?  —Su marido mar ido está detenido, detenido , al igual ig ual que Helena Por to y el hombr hom bree al que contrataron para dispararla cuando llegara a casa y que su marido tuviera coartada.  —¿Peroo qué dice?  —¿Per dice ?  —Hemo s encontra  —Hemos enco ntrado do vario var ioss mensajes mensa jes entre entr e su marido mar ido y su ex prometid pro metidaa en los que se puede puede ver una relación r elación demasiado estrecha para para habe haberr r oto hace unos unos meses.  —Teniente… —dijo —dij o el doctor doc tor al ver que Rebeca había palidecido pali decido—. —. Debe De be irse. ir se.  —Una preg pr egunta unta más. Si usted muer m uere, e, ¿quién ¿quié n se benefici benef iciaa de ello el lo??

Rebeca parpadeó. parpadeó . —Nadie. —Nadie.

 

 —El veinte vei nte por ciento de su empr em presa esa está es tá a su nombr no mbre. e.  —¡Pero volver vo lvería ía a mano m anoss de mi padre padr e en caso de fall f allecim ecimiento iento!! ¡Paolo no se beneficiaría! La puerta puerta se abrió y su padr padr e entró entró en la sala fulminando fulminando con co n la mirada mir ada a la policía. po licía. —¡Salg —¡Salgaa de aquí!  —Papá, ¿qué ocur o currr e?  —¡Que esa zor zo r r a ha implic im plicado ado a Paolo Paol o y aho ahorr a esta trepa tre pa quiere quier e encerrarlo!  —¿Ellaa le ha implicado  —¿Ell impl icado?? —Asombr —Asom brada ada vio có cómo mo su madr madree entraba entr aba en la habitación habitación y se echaba echaba a llorar llo rar al verla despierta.  —¡Fuera de aquí todos! todo s! —or denó el doctor do ctor..  —Yoo só  —Y sólo lo hago hag o mi trabajo tra bajo.. Y usted debería deber ía estar agr ag r adecido de que alguien cuide de los intereses de su hija. —Sonrió asqueada. —Aunque como sabemos, a usted sus intereses le han dado igual hasta hace bien poco, ¿no es cierto?  —Largg o de aquí —r espondió  —Lar espo ndió su padre padr e muy tenso. tenso .  —¿Qué quier qui eree decir deci r ? —preg —pr eguntó untó ella el la per diendo los lo s nervio ner vios. s. La policía la miró. —¿No se ha preguntado por qué su padre apareció de repente después de siete años sin saber de él? —Pálida miró a Michael que

apretó los puños. —El timo del siglo, eso es lo que quería. Aparentó que todo seguía igual cuando su empresa debe millones. ¿Qué hacer? Pues cuando

 

recibió la llamada de su madre diciendo que salía con Viotti, él acudió corriendo siguiendo el olor del dinero. Tenía que hacer algo para salvar su empresa y le tendió el cebo amenazando a su marido para que cediera a sus exigencias. Era la única baza que le quedaba. Su marido se dio cuenta de la situación de inmediato en cuanto se hizo cargo de los negocios e intentó librarse librar se de todo. Librar Librarse se de usted, usted, de la empresa pues las acciones volverían volver ían a su padre y así podría podr ía regr r egresar esar con co n su Helena, Helena, que que es una pieza de cuidado. cuidado.  —Mi padre padr e venía a verme ver me antes de enterar enter arse se de lo de Paolo Pao lo.. Lo r ecuerdo ecuerdo muy bien. Me invito invito a cenar primero. primer o.  —Por supuesto. supuesto . Por que tenía una cita aquí con co n sus abog abo g ados ado s par paraa liquidar parte de la empresa. Pero tuvo que suspenderlo porque sino todo saldría a la luz. Decidió esperar unos meses. Esas fueron sus palabras al consejo de accionistas. accionistas. Atónita At ónita miró mir ó a su padre. —Por —Por eso querías querí as que la boda se celebrara tan pronto.  —Hija, no lo entiendes. Sus ojos se llenaron llenaro n de lágrimas. lágr imas. —Nu —Nunca nca me has querido querido.. Todo Todo lo has hecho por la maldita empresa. Me hiciste creer que la empresa sería mía para que picara, picara, ¿no es cierto? cier to? Angustiado intentó acercarse, pero el médico se interpuso. Desgarrada

de dolo dolorr mir m iróó a su madre. —Tú lo sabías.

 

Steffani se cubrió la cara con las manos llorando con fuerza y Rebeca cerró los ojos horrorizada por lo que eso implicaba. —No quiero veros más. A ninguno ninguno..  —¡Hija! —gritó —gr itó angustiada ang ustiada su madre. madr e.  —¡Fuera o llamo ll amo a segur seg uridad! idad! —dijo —dij o el médico m édico antes de or o r denarle denar le al algg o a la enfermera, enfermer a, que sacó sacó una jeringuilla jering uilla de la bata bata acercándose a su gotero. gotero . Sus padres salieron de la habitación y cuando iba a salir la teniente le dijo —Espere. —La —La mujer la mir mi r ó. —Por —Por favor, cierre cierr e la puerta. puerta.  —¡Señoraa Vio  —¡Señor Viotti, tti, ya está bien! —pro —pr o testó el médico médi co..  —Quier  —Qui eroo enterar enter arme me bien de todo. todo . —La polic po licía ía se acercó acer có.. —¿Está segura que mi marido está implicado? —A nadie le pasó desapercibido la angustia de su voz y el doctor cogió la jeringuilla de la mano de la enfermera y se acercó acercó al gotero. g otero.  —Lo siento, siento , pero per o su actitud en toda esta histor histo r ia es r ealmente ealm ente sospechosa. Según las declaraciones de todos los implicados, él no quería casarse antes de la propuesta. ¿No es cierto?  —Sí —dijo —di jo r o ta de dolo dol o r.  —Sé por po r su secretar secr etaria ia que él tuvo co conoc nocim imiento iento del estado de las empresas Roger dos días después de casarse. ¿A usted no le comentó nada?

Negó con la cabeza. —Eso es bueno, ¿no cree? Debería habérmelo echado echa do en cara.

 

 —¿El prim pr imer er mensaje mensa je lo l o r ecibió ecibi ó ese día? dí a? La miró sorprendida. —Sí, pero estábamos desayunando. Él todavía no había ido al trabajo… La mujer entrecerró los ojos. —¿Está segura? Hemos sacado el resumen de sus mensajes de móvil y creo que el mensaje fue hecho por la mañana,, pero no recue mañana r ecuerr do ahora ahor a exactament exactamentee la hora. hor a.  —Estoy segur seg ura. a. Estábamos Estábamo s desayunando desayunando.. Fue el prim pr imer er día que co conoc nocíí a Teresa, la asistenta, y le dije a Paolo que era un mensaje del banco. Ella lo recordará porque discutimos por el Cartier que le regalé.  —¿Porr qué discutió  —¿Po disc utió por el Cartier Car tier?? —preg —pr eguntó untó ella ell a apuntando en la libreta.  —Fue mi r egalo eg alo de bodas. boda s. Se lo dejó en la li limusi musina na que nos llevaba lle vaba desde la Iglesia hasta el hotel. Me enfadé porque yo me había gastado todo el dinero que tenía ahorrado para comprarle ese regalo. —Ni se dio cuenta que llor aba. —Es exclusivo exclusivo y va grabado g rabado con co n nuestr nuestr as iniciales.  —¿Y se lo dejó olvidado ol vidado?? Ella apartó la mir ada. —No —No le l e impor ta taba ba nada nada lo que yo le regalar r egalara. a. No lo apreció en absoluto. Lo tiró a un lado del asiento como si no fuera nada para él. La mujer la miró con pena y cuando Rebeca volvió a mirarla preguntó

 —¿Cree  —¿Cr ee que eso es o puede ayudarle? ayudar le?

 

 —Lo investigar investig aré, é, pero per o desde ya le digo dig o que lo tiene difícil difí cil.. —Miró —Mir ó de r eojo al doctor. —Ha —Hace ce unos días su marido se fue a Boston. Boston.  —Sí, yo tenía un esguince esg uince por el intento de atro atr o pell pelloo y no pude acompañarle.  —Su mar ido se alojó alo jó en el mismo mi smo ho hotel tel que la señor seño r ita Por to. —A Rebeca Reb eca se le cor cortó tó el aliento aliento y cerr ó los lo s ojos ojo s como si con eso intentara intentara deten detener er el dolor. dolo r. —Lo —Lo siento.  —No lo sienta —dijo —dij o con co n la voz cong co ngestio estionada—. nada—. Da igual. ig ual. —For zó una sonrisa. —Siempre he sabido que no me quería. Cuando antes de irse a Boston le dije lo de las amenazas, me respondió que lo decía para llamar su atención y dejar mal a Helena. Es un actor de primera.  —Las pr pruebas uebas contra co ntra ella ell a so sonn aplastantes. Pero Per o contra co ntra él son so n todas circunstanciales. Los mensajes de WhatsApp no son determinantes para la acusación y seguramente saldrá bajo fianza antes de que nos demos cuenta. Deme De me algo para par a retenerl retenerle. e.  —No se s e me m e ocur o currr e nada. —Sus ojo o joss se cerr cer r aron ar on sin poder pode r evitar evitarlo lo y se forzó for zó a abrirlos. abrir los. —Ah —Ahor oraa no puedo puedo pensar. pensar.  —Dejaréé que descanse.  —Dejar desca nse.  —Por favor, favo r, deje a mi paciente r ecuperar ecuper arse se unos uno s días antes de volver vo lver.. Se lo ruego r uego por po r su salud. Ha esta estado do a punto punto de mori mo rir. r.

 —No se pr preo eocupe, cupe, intentaré intentar é no molestar mo lestar de nuevo hasta que hag hagaa la

 

declaración.  —Gracias  —Gr acias —dijo ella ell a dejándose dejándo se llevar lle var por el sueño—. sueño —. Gracias Gr acias por decirme la verdad aunque duela.  —Por cier to, debe darle dar le las gr acias a sus ami amigo gos. s. Per Percival cival Jones Jo nes nos llevó en la dirección correcta desde el principio y al enterarse que era la ex de su marido, mari do, estaba estaba seguro segur o que él estaba estaba implicado.  —Siempr  —Siem pree ha sido si do un amigo ami go —dijo —dij o intentando r etener las lág l ágrr imas. ima s. Ambos salieron de la habitación y la teniente vio que la familia continuaba en el pasillo. Su madre estaba llorando mientras el señor Roger abrazaba a su ex.  —Encantador —dijo —dij o la teniente con co n desprecio despr ecio antes de meter el block blo ck en el bolsillo de la chaqueta mostrando su pistola—. ¿Cómo está la paciente?  —Está fuer f ueraa de peligr peli gr o . La bala ba la le traspasó tra spasó el pulmó pulm ó n, per peroo es joven jo ven y estaba sana. Se repondrá totalmente. ¿Es necesario que haya un policía en la puerta?  —¿Usted qué cr cree? ee? —preg —pr eguntó untó con co n iron ir onía—. ía—. Estos buitres buitr es pueden tirarse sobre mi único testigo y no pienso arriesgarme. No la quiero sola con nadie de la familia. Y si aparece su marido, no se le permitirá la entrada a la habitación bajo ningún concepto.  —Estaba en ur urgg encias ese día, ¿sabe? Tenía a mi m i sobr so brina ina allí all í por po r que ssee

había roto un brazo y estaba de guardia cuando me avisaron. Bajé a urgencias

 

y le vi llegar. Estaba descompuesto y su camisa del smoking llena de sangre. Ese hombre parecía desesperado porque creía que estaba muerta. Al verle, cualquiera hubiera pensado que era un hombre enamorado que estaba muerto de miedo miedo por si su mujer mujer se moría. mor ía. La teniente se tensó. —¿Me está diciendo que su actitud no era fría ni distante?  —¿Fría?  —¿Fr ía? Estaba al a l bor de de un ataque de ner nervio vios. s. De hecho, hecho , una de las enfermeras tuvo que sentarse a hablar con él unos minutos para tranquilizarlo, diciendoo que su mujer estaba siendo diciend siendo atendida. atendida. Lo vi con co n mis propios pr opios ojos. ojo s.  —¿Y cuando le dijer di jeroo n que estaba en buenas bue nas mano m anos, s, se calm c almóó ?  —Sí. Algo Alg o sí. Al menos meno s se quedó sentado un r ato. Po Porr cur curio iosidad sidad entré entr é en el box donde intentaban salvarle la vida a la señora Viotti y cuando vi que era de mi especialidad me hice car car go y me la llevé a quiró quirófano. fano. La tenien teniente te asintió asintió mordiéndose mo rdiéndose el labio inferior. infer ior. —¿Sabe —¿Sabe el nombre nombr e de esa enfermera? Me da la sensación que esto está tomando otro giro y me gustaría hablar con ella.

 

 

Capítulo Capítu lo 12  

Estaba sola en su habitación como en los últimos cuatro días, mirando hacia la pared de en frente sumida en sus pensamientos. No quería ver a nadie. Estaba tan destrozada, que el dolor de su interior era muy superior al de su herida. Algo había cambiado en ella. No sabía muy bien qué era, pero lo notaba. Como si la frialdad hubiera entrado en su pecho y le rodeara el corazón. No volvió a llorar. Cuando se despertó al día siguiente de haber hablado con la policía, se dijo que llorando no solucionaba nada y ahora por muchas ganas que tuviera, no le salía una sola lágrima. Tenía que hacer planes y lo que más deseaba en ese momento, era vengarse de todos. Deseaba que sintieran su dolor y destrozarles la vida como se la habían destrozado a ella. También quería desaparecer, pero algo en su interior decía que debía enfrentarse a todo en lugar de huir. ¿Perder todo lo que había conseguido? Ni

hablar. Tenía el veinte por ciento de una empresa en ruinas y nada más. Pero

 

algo podía hacer. No se iba a esconder. Aprovecharía lo que le había pasado en su beneficio como le había enseñado su madre y sobreviviría a eso también, pensóó con pens co n rabia apret apr etando ando los puños. Les odiaba. Les odiaba a todos. A su padre por haberla utilizado. A su madre por anteponer el amor de su vida a su propia hija y a Paolo por no haberl habe rlaa apoyado y preferir prefer irla la a ella. Les Les odiaba a todos y les haría pagar.  

Vestida con un abrigo de Chanel en rosa a juego con su vestido, entró en la sala de juntas acompañada de sus abogados. No miró a Paolo hasta que se sentóó fr ent sent entee a él dejando dejando el bolso sobre sobr e la mesa.  —Buenos días —saludó a todos todo s mir mi r ando fríam fr íamente ente a su mar ido sin sentir nada. Era sorprendente después de todo lo que había ocurrido, que al mirar a la persona que había amado, no sintiera nada. Le daba la sensación que tendría que acostumbrarse a eso también, como a la cicatriz que tenía en el pecho. Su marido parecía más delgado y tenía ojeras. Sonrió irónica porque al parecer toda la presión le estaba pasando factura. Dos meses con la prensa encima, acusado de intentar asesinar a su mujer, para que después se retiraran los cargo car goss y ahor ahoraa el divor divorcio, cio, no debían ser plato de bbuen uen gusto. Pero po porr ella

podía morir mor irse. se. Es más, más, le beneficiaría beneficiaría por el acuerdo acuerdo prematrimo prematrimonial. nial. Como si

 

estuviera est uviera aburrida aburr ida de mirarle, mir arle, se volvió vo lvió hacia su abogado. abog ado. —¿Emp —¿Empezamos? ezamos? No tengo tengo todo el día.  —Rebeca… La voz de su marido la tensó y le miró demostrando todo lo que le odiaba.  —Señorr Viotti,  —Seño io tti, absténgase absténg ase de dir di r igir ig irse se a m mii cliente. cli ente. Recuerde Recuer de que tiene una orden de alejamiento y estamos aquí únicamente para solucionar el divorcio.  —Orden  —Or den de alejami alej amiento ento que no tiene ninguna ning una base. Mi cliente cli ente no ha sido acusado de nada —alegó —alegó su abogado—. Esa Esa or den pu puede ede ser r evocada en cualquier cualqu ier momento y usted usted lo sabe.  —Peroo sigue  —Per sig ue vigente, vig ente, así que por po r favor favo r vayamo vayamoss al gr ano. ano . —Su abogado sacó una carpeta de su maletín y su acompañante buscó en la carpeta unos papeles papeles que colocó ante ante su marido. mari do.  —¿Qué es eso? es o? —preg —pr eguntó untó él é l a su aboga abo gado, do, que llos os cog co g ió r ápidamente ápidam ente antes ant es de leerlos. leerlo s.  —¿Es bro br o ma? No va a fir fi r mar esto.  —¿Cree  —¿Cr ee que tengo cara car a de br broo mear ? Treinta Tr einta mill mi llone ones. s. Fir Fi r me para par a que podamos irnos ir nos a casa. casa.

 —¿Me pides treinta tre inta millo mil lones? nes? —Paolo —Pao lo la mi mirr aba asombr aso mbrado ado.. —Car —Cara, a, no te voy a dar ni un centavo. centavo. No No voy vo y a firmar fir mar eso.

 

 —¡Le he dicho que no hable con co n mi cliente! cli ente! ¡Y ¡Y deber debería ía pens pensar ar mucho lo que dice, porque le recuerdo que su relación extramarital ha sido de dominio público! ¡Ha sido detenido por mantener una relación con la persona que ha intent inte ntado ado matar a su mujer! Tiene cicatri cicatrices ces de por vida y no sólo só lo físicas, sino también psicológicas por todo lo que ha ocurrido. Le aconsejo que firme, porque por que si quiere quiere entrar en guerr g uerra, a, no creo que el el juez sea tan tan benévolo. benévolo.  —¡Yoo no he hecho nada! —gr itó Pao  —¡Y Paolo lo levantándose levantándo se y dando un puñetazo en la mesa que sobresaltó a Rebeca por su violencia. Asustada rodó la silla alejándose y Paolo palideció. —Nena, te juro que yo no he participado en esto.  —¡Esto es inaudito! inaudi to! —gr itó su aboga abo gado do mie mientra ntrass el aboga abo gado do de Paolo Pao lo se levantaba levantaba cogiéndole del brazo. br azo.  —Paolo  —Pao lo,, siéntate. si éntate. Él no le hacía caso mientras los dos se miraban a los ojos. —Nunca he querido hacerte daño. Esa frase la tensó con fuerza. —Mientes. Has querido hacerme daño desde que me conociste en la fiesta de los Forrester y me decías esas cosas tan horribles. Paolo palideció. —Creía que eras diferente. Me he dado cuenta de que no eres er es así en absoluto. Lo Lo siento. siento.

Ella levantó levantó la barbilla sin que esas palabras palabras la l a afectaran. afectaran. —Fir —Firma ma para

 

que pueda pueda perderte de vista, vista, Paolo. No juegues conmigo, conmig o, porque po rque si me llevas a uicio, subiré al estrado y contaré con pelos y señales todo nuestro matrimonio. Paolo se sentó sentó en el sillón mir m irándola ándola atónito atónito y Rebeca Rebeca sonrió encanta encantada da por haberle hecho daño. —Sí, desde esa conversación con tu padre en el Plaza, hasta cómo me trataste cuando te diste cuenta que era virgen. ¿Quieres que cuente cómo leí en tu móvil que Helena decía que te amaba el día que intentó matarme con el coche? ¿Cómo te fuiste a Boston después de contarte mis sospechas y te encontraste con ella para concretar vuestro plan? La opinión pública no lo sabe, ¿verdad?  —No me m e encontré enco ntré con co n ella. ell a. Rebeca se echó a reír poniéndoles los pelos de punta. —¿Crees que me importa a estas alturas? Firma los papeles antes de que pierda la paciencia, Paolo.  —No. Rebeca miró a su marido y al bajar la vista vio que llevaba la alianza puesta. Le miró con desprecio. —Me das asco. ¿Te atreves a ponerte la alianza en mi presenc pr esencia? ia?  —No hables con co n él —le aconsejó aco nsejó su abo abogg ado—. ado —. Intenta sacarte sacar te de tus casillas. —Suspirando miró a la parte contraria. —Me da la sensación que no

llegaremos a un acuerdo.

 

 —No —dijo —di jo su aboga abo gado do muy ser se r io—. io —. Mi Mi cliente cl iente no quiere quier e el divor di vor cio cio.. Rebeca se echó a reír sorprendiéndolos a todos y se levantó cogiendo el bolso. bolso . —¿H —¿Has as oído, oído , Henry? Henry? No quiere el divor cio. Su abogado se levantó mirándola como si la adorara. —Ya entrará en razón. —Cogió los papeles mirando a Paolo, pero él sólo observaba a su mujer como co mo si no la conociera. co nociera. —No —No se ponga po nga en contact contactoo con co n mi cliente bajo bajo ningún concepto. No la siga, no la llame. Como vuelva a enterarme de que la persigue por Nueva York, le meto un paquete que se caga. —Miró a su abogado. —Y esa orden de alejamiento seguirá vigente de por vida a este paso. No vaya de listo conmigo, porque tengo pruebas de sobra para meterlo en chirona por acoso. Les aconsejo que revisen el acuerdo con detenimiento. La cláusula cláusu la veintiocho veintiocho seguro que les interesa. interesa.  —Rebeca, sólo só lo quiero quier o hablar contigo co ntigo —dijo Paolo Paol o levantándose levantándo se de nuevo. Su todavía esposa se volvió graciosamente sonriendo como cuando la conoció y a Paolo se le cortó el aliento al ver que giraba la cabeza observándole. Sus preciosos ojos violetas estaban vacíos de sentimientos y desesperado dio un paso hacia ella. —Por favor. Cinco minutos.  —No r uegues ueg ues —dijo —dij o ella ell a con co n desprecio despr ecio—. —. Me gustabas gus tabas más cuando ibas de duro. Ahora eres patético. Deben ser los treinta millones, que te están bajando los humos. Te aconsejo que firmes antes de que sean cincuenta.

Su abogado se acercó a ella y poniendo la mano en su espalda sonrió

 

diciéndole algo al oído. Rebeca se echó a reír saliendo de allí y Paolo apretó los puños.  —No se la ve muy afectada con co n lo o cur currr ido —dijo —dij o su abog abo g ado mirándole preocupado. Paolo le fulminó con la mirada. —Esa no es Rebeca. ¡Es una mujer vacía, que que sólo busca vengarse vengarse de todos!  —Pues esa mujer muje r vacía va a llenar ll enarse se los lo s bolsi bo lsillo lloss co contig ntigoo —dijo —dij o muy serio su amigo—. Esto es grave, Paolo. —Abrió el documento y señaló la cláusula veintiocho. —Tienen el reloj. Paolo pasándose la mano por su pelo negro le miró sin comprender. —  ¿Quéé reloj? ¿Qu r eloj?  —El que te compr co mpróó tu esposa espo sa para par a la boda —dijo —dij o con co n ironí ir oníaa reclinándose en el sillón—. Ese por el que vendió hasta un bolso a una amiga discretamente para poder comprártelo. Ese que tiraste en la limusina el día de tu boda boda como si fuera una baratija, cuando cuando costó cien mil dólares. dó lares. A Paolo se le cor tó el aliento. —No —No lo l o tiré como com o una baratija. Lo Lo dejé a mi lado y se me olvidó ol vidó en el coche.  —¡Conmigo  —¡Conmi go no disimul disi mules! es! —gr itó furio fur ioso so—. —. ¡¡Quer Querías ías demo de mostr strar arle le que no te importa impor taba ba nada nada y la despreciaste despreciaste como a su regalo! reg alo! ¡Or ¡Organizó ganizó la bo boda da de los sueños de cualquier mujer y tú, en cuanto saliste de la Iglesia, la

despreciaste! —Se levantó cogiendo el acuerdo para mostrárselo. —Pues

 

ahora tienen el reloj y lo han encontrado en una casa de empeños. ¿Adivina quién lo empeñó? Paolo cogió cog ió los papeles papeles y leyó la cláusula quedánd quedándose ose de piedra. —Eso es imposible.  —¡Esa es la pr prueba ueba que necesita necesi ta la policí pol icíaa para par a meter meterte te en la cárcel, cár cel, Paolo! ¿Cómo iba a conseguir el sicario de Helena el reloj, si no se lo habías dado tú? tú? ¡Fue ¡Fue el pago por po r el trabajo! Paolo se quedó pensando un momento, arrugando los papeles entre sus manos y los tiró sobre la mesa antes de ir hacia la puerta. —¿A dónde vas ahora?  —¡A Nápoles! Nápol es!  

Rebeca estaba sentada en el salón de los Forrester charlando con Stella sobree cómo se encontraba, sobr encontraba, cuando cuando le sonó el móvil. mó vil. Era su abogado.  —Disculpa,  —Discul pa, pero per o tengo que contestar. co ntestar.  —Por supuesto. supuesto . Vo Vo y a ver cómo có mo va la comi co mida. da. —Su amiga ami ga se levantó para dejarla sola y ella cont co ntest estóó al teléfono. teléfono.  —¿Diga?  —¿Dig a?

 —Rebeca, necesito neces ito que vengas veng as al despacho cuanto antes. a ntes.

 

 —¿Tiene que ser ahor aho r a? Tengo una comi co mida da en unos uno s minutos mi nutos —dij —dijoo aburrida aburr ida del tema. tema. Esta Estaba ba más que harta de todo todo y sólo quería ser libre.  —Tienes que venir. veni r. Está aquí tu mar m arido ido y hay algo al go que te inter interesa esa saber. s aber. Como tu abogado, te recomiendo que vengas de inmediato, porque va a salir una noticia en la l a prensa pr ensa que te puede afectar. afectar. Rebeca se tensó. —Voy para allá. Se levantó de inmediato y le dio rabia estar en vaqueros y camiseta, pero no tenía más remedio que ir así. No tenía tenía tiempo tiempo para par a pasarse por casa. Stella salió de la cocina sonriendo, pero perdió la sonrisa al verla tan seria. —¿Qué —¿Qué ocurre? ocurr e?  —Tengo que ir al despacho de mi abo aboga gado do de inmediato inm ediato.. Lo siento mucho.  —No te pr preo eocupes. cupes. Quedar emos emo s o tro día. —La acompañó aco mpañó hasta la puerta. —Piensa lo de venirte con nosotros a Aspen. Lo pasaremos bien y te vendrá estupendamente estupendamente salir de Nueva Yor Yor k. Se dieron dos besos. —Eres estupenda.  —Por cier to, Per ci va a celebr ar su cumpleaño cumpl eañoss este sábado sába do.. ¿V ¿Vas as a ir ir?  —Claro,  —Clar o, necesito necesi to desmelenar desm elenar me.  —Entonces nos vemos vemo s allí. al lí.

 —Te llamo ll amo.. Dale Dale un beso a tus padres padr es de mi m i par te.

 

Se iba a volver, pero Stella la cogió por el brazo. —No me ha dado tiempo a decírtelo, porque no sabía cómo abordar el tema, pero tu madre está destrozada. Estuvo ingresada una semana, ¿lo sabías? Rebeca se tensó. tensó. —No. No No lo sabía.  —Tuvo una cr crisi isiss nervio ner viosa sa cuando salió sali ó en la prensa pr ensa que ell ellos os habían sido los responsables de tu estado crítico. Tú acababas de salir del hospital y nadie quiso decirte nada. Lo está pasando muy mal y tu padre está muy preocupado. No se separa de ella.  —Pues se tienen ti enen el uno al otro o tro —dijo —dij o fríam fr íamente—. ente—. No No me m e necesitan. necesi tan. St Stella, ella, que era de las pocas personas que sabía sabíann lo ocurr ido al iigual gual que Percival, pues se habían implicado en la investigación, asintió soltando su brazo. —Espero —Espero que lo del abogado abog ado no sea nada nada y que puedas puedas acabar acabar con esto.  —Y yo. yo . No No sabes cuánto c uánto lo l o deseo. deseo . Librar Libra r me de todo de una m maldi aldita ta vez.  

Rebeca salió del ascensor y fue directamente hasta el despacho de su abogado. Su secretaria ya debía haberse ido a comer, así que fue hasta la puerta de caoba y llamó. La puerta se abrió y Henry sonrió dando un paso atrás. Paolo y su abogado estaban sentados en unas sillas ante la mesa y parecían muy relajados. Su marido se levantó en cuanto la vio y Rebeca entró en el

despacho.

 

 —¿A qué viene esto?  —Pasa y siéntate, si éntate, cara. car a. Que Paolo estuviera tan animado, no era buena señal. Henry le puso la mano en la parte baja de la espalda y su marido no perdió detalle tensándose antes ant es de mirar mir ar a su abogado, que ttambién ambién había había visto el gest g esto. o.  —Ven  —V en por aquí. —Su abog abo g ado la ll llevó evó hasta una sil silla la lo bastante alejada de ellos y se quedó a su lado.  —No tienes que pr proteg oteger erla la de nosotr nos otros os —dijo —dij o el aboga abo gado do de Paolo Pao lo molesto—. Ni Ni que fuéramos a saltar saltar sobre sobr e ella.  —Mejorr evitar exabruptos  —Mejo exabr uptos como co mo los lo s de la l a última últim a vez.  —¡La orden or den de alejam al ejamiento iento ha sido r evocada! evo cada! Esto es indigna indi gnante. nte.  —¿De verdad? ver dad? —Que Paolo Pao lo pudiera pudier a acercar acer carse se a ella, ell a, no le gustaba gus taba nada.. —¿Podrá nada —¿Podrá entrar en el piso?  —No, Rebeca. El juez te ha dado la casa a ti hasta en la separació separ aciónn definitiva. Paolo apretó los labios. En ese momento la habían cogido con la guardia baja y se notaba. No iba bien vestida como acostumbraba y estaba casi sin maquillar. Parecía muy frágil con su melena suelta, mirando a su abogado como si necesitara su apoyo. ¿Pero cómo se iba a apoyar en él, si nunca había

estado ahí para ella?  —Greg  —Gr eg,, termina ter mina de una vez —dijo —dij o fríam fr íamente ente sin quitar la vista de

 

encima a su mujer.  —Pues debido a esa cláusula cláus ula veintiocho veintio cho estamos estamo s aquí. Mi cliente cli ente no podía comprender cómo ese reloj había sido empeñado por el sicario de Helena, cuando él no se lo había dado. Rebeca suspiró decepcionada. —¿Estamos aquí por eso?  —Cara,  —Car a, escúchano escúcha noss un momento mo mento,, por po r favor. favo r. Su esposa buscó la mirada de su abogado, que asintió. Paolo apretó los puños mientras su abogado continuaba —Así hemos descubierto qué ocurrió con el reloj.  —¿No me m e diga? dig a? —preg —pr eguntó untó ella el la con co n aburr abur r imiento im iento..  —Cuando salier sali eron on de la limusina lim usina estaba allí. all í. Sobr e el asiento. asie nto. La organizadora de la boda estaba allí a su llegada y su personal siempre revisa los coches antes de dejar que los chóferes se vayan. Es muy habitual que las novias se dejen algo en el coche de camino al restaurante. Guantes y esas cosas. Así que se revisan siempre. La ayudante de la organizadora encontró el reloj y se lo dio a su jefa, que a su vez se lo entregó al padre del novio. —  Rebeca miró a los ojos a Paolo que sonrió satisfecho. —El padre del novio se lo entr entr egó a su esposa y esta… esta…  —¿Esto no se acaba nunca? —preg —pr eguntó untó ácida. áci da.

  Enseguida Enseg uida acabamo ac abamoss

repli r eplicó có Paolo Pao lo..

 —Su madre madr e se lo dio con co n un montón mo ntón de r eg egalo aloss a vario var ioss famil fam iliar iares es

 

para que los metieran en el coche. Ahí llegamos al meollo del asunto. Esos familiares familiar es eran una pr pr ima y su madre. Rebeca Reb eca entrecerr entrecerróó los lo s ojos. ojo s. —Julia. Paolo sonrió. —Exacto. La mejor amiga de Helena. Julia se lo dio a Helena riéndose e intentando provocar un conflicto porque era tu regalo. Y Helena He lena lo utilizó para vengarse y que tu tu propio regalo reg alo provocar pr ovocaraa tu muerte.  —Muy poético poé tico.. —Se levantó dejándolo dejándo loss atónitos. atóni tos. —¿Has fir mado los lo s papeles?  —¡Intento  —¡I ntento demos dem ostrar trar te que yo no tengo nada que ver en el aasunto! sunto!  —Esto lo único que me demuestra, demues tra, es que ni te molestaste mo lestaste en ll llamar amar a la organizadora de la boda para saber qué había ocurrido con el reloj. —Paolo palideció. palidec ió. —Per —Per o da igual. Sólo Sólo quiero mis treinta millones millo nes y perderte de vista. vista. ¿Todavía no te has dado cuenta? No quiero verte más. Me repugna tu presencia. De mis padres ya me he librado, pero tú insiste e insistes. ¿Para qué? ¿Qué crees que vas vas a conseguir? conseguir ?  —Quier  —Qui eroo que vuelvas vuelva s conmi co nmigo go.. Rebeca parpadeó atónita. ¡No podía hablar en serio! Se echó a reír en su cara y se volvió a sentar. Levantó la mano intentando dejar de reírse. —  Espera que enseguida se me pasa. —Siguió riendo mientras Paolo se tensaba ofendido. Cuando se calmó, le miró sonriendo y se levantó acercándose a él.

Levantó su mano y le acarició su mejilla mirándole a los ojos. —Al final

 

mamá tenía tenía razón. r azón. Te Te has enamorado enamor ado de mí.  —Nena… Ella bajó su mano por su cuello hasta el nudo de la corbata. —Creía que no sucedería suceder ía nunca. L Loo deseaba tanto… tanto…  —Podemo  —Pode moss estar juntos junto s de nuevo. nuevo . Empezar de cero cer o .  —Empezar de cero. cer o. —Se volvi vo lvióó justo cuando él intentó tocar la y divertida se acercó a su abogado acariciando su torso por encima de su camisa, mirando a su marido maliciosa. —Mírale, Paolo. No es tan rico como tú, pero en la cama es una fiera. —Henry la cogió por la cintura pegándola a él. Paolo dio un paso hacia ellos, pero su abogado le cogió por los brazos impidiéndole acercarse. Rebeca rió maliciosa. —¿Duele? —Se acercó al cuello de Henry y le dio un beso antes de pasar la lengua por su mandíbula. —  Díselo, Díse lo, cariño… car iño… ¿qué va va a ocurrir ocurr ir en cuant cuantoo fir me los papeles?  —Nos casar c asaremo emos. s.  —¡Eso no va a pasar pasa r ! —gritó —gr itó Paolo Paol o furio fur ioso so intentando soltar so ltarse. se. Rebeca se echó a reír separándose de su abogado. —Claro que sí. Y si no es Henry, será otro. Soy una zorra avariciosa, ¿recuerdas? Paso de un hombre a otro y no tengo sentimientos. Manipulo a los hombres. ¿Sabes que Perci me ha pedido matrimonio matrimo nio de nuevo? Puede Puede que que sea el ter ter cero. cero .

A Paolo se le cortó el aliento.

Esta no eres tú. Estás dolida y sólo

quieres hacerme daño.

 

 —¡Exacto! —gr itó ella ell a sin perder per der la sonr so nrisa—. isa—. ¡Estoy convencida co nvencida de que si Dios me ha dado la oportunidad de volver, es para veros sufrir uno tras otro mientr mientr as me río en vuest vuestrr a cara!  —Oh, Dios —dijo —dij o Greg Gr eg so soltando ltando a Paolo Paol o que se había quedado de piedra—. Vámonos Vámonos Paolo.  —¡No! Paolo se acercó cogiéndola por los brazos. —¡No me acosté con ella! ¡Ni siquiera la vi en Boston! ¡No estuve involucrado en eso, cielo! Tienes que creerme.  —Suelte a mi m i clienta cl ienta —dijo —dij o el aboga abo gado do acercándo acer cándose. se.  —Te creo cr eo —dijo —dij o dejándolo dejándo loss a todo todoss de piedra—. piedr a—. Pero Per o lo que no te perdonaré nunca, es que no me creyeras. Que no te molestaras ni en preocuparte. Que la defendieras ante mí. Y ese error no lo cometeré nunca más. Me aseguraré de que mi siguiente marido esté locamente enamorado de mí antes antes de casarme —añadió —añadió fr íamente—. íamente—. Así podré sangrarle sangr arle en el divorcio. divorcio . Paolo dejó caer los brazos y Rebeca sonrió acercándose a la puerta. —  Firma o no. Me Me da igual. Conseguir Conseguiréé lo que quiero quiero.. Salió dejando un denso silencio y Greg miró a su cliente. —Está decidida, Paolo. Firma los papeles y olvídate.

Henry sonrió.

Sí, termine con esto de una vez.

Paolo le fulminó con la mirada. —¡Nunca será tuya, idiota! Tiene a

 

hombres hombr es mucho mucho más ricos r icos que tú tú esperando. esperando. Su abogado se echó a reír sentándose en su sillón tranquilamente. —Lo sé. Pero pienso hacer lo que haga falta para que sea mi esposa. He visto como retorcida de dolor, no movía un gesto mientras daba declaración ante la policía. Lo que ha pasado volvería loca a cualquiera, al darse cuenta que todos los que amabas te han traicionado o te han utilizado. Pero ella es una superr viviente supe viviente y os va a destrozar a todos.  —¡Treinta  —¡Trei nta millo mil lones nes no son so n nada para par a mí! mí ! Henry sonrió. —Ella no quiere el dinero. Ha conseguido doscientos millones millo nes con la venta venta de las acciones de su padre.  —No podía po día tocar to car las accio a cciones nes sin si n mi consentimi co nsentimiento. ento.  —Con el consentimi co nsentimiento ento de su padr padree sí. Y lo ha dado par paraa que ell ellaa no escribieraa un libro contándolo escribier contándolo todo. A usted usted le verá ret r etor orcerse cerse de dolor dolo r cuando cuando anuncie su próximo compromiso. Sea conmigo o con otro. Le verá retorcerse a lo largo de los años por los rumores de los que no conseguirá liberarse nunca sin su colaboración. Le acaba de dar otra baza para hacerle daño y la utilizará.  —Eso ya lo veremo ver emos. s. Henry se echó a reír. — ¿Cree que podrá convencerla? Es muy ingenuo. Está rota de dolor. No siente nada ni con usted, ni conmigo. No me he

acostado con ella y usted ha reaccionado como si le traspasara de dolor.

 

Acabará con usted antes de que se dé cuenta. Encontrará cómo hacerle más daño y lo hará. Firme los papeles y deje que se vaya.  —¡Vámonos,  —¡Vámono s, Gr eg! eg ! Su abogado salió con él del despacho y cuando entraron en el ascensor su amigo susurró susurr ó —Joder, —Jo der, se me han han puesto puesto de corbat cor bata. a.  —Se le pasar pa sará. á.  —Es capaz de poner pone r te cachondo cacho ndo con co n una mir mi r ada, antes de destro destr o zarte zar te con esa boquita. —Paolo le miró como si quisiera matarlo. —Eh, estoy felizmentee casado, pero tienes felizment tienes que reconocerlo recono cerlo.. No No habrá tío que se le r esista. esista.  —Tengo que detenerla. detener la. Ahora Ahor a hará har á lo que hag hagaa falta fal ta para par a buscar al siguiente con con tal de ponerme celoso. celoso .  —¡Lo que tienes que demostr demo strar arle le es que estás loco lo co por ell ellaa de una odida vez! ¡Y que la amas más que a nada! ¿Crees que ser serás ás capaz de hacerlo hacerlo?? Él entrecerr entrecerróó los lo s ojos. ojo s. —No —No lo sé, per per o me voy a dejar la piel.  —Así no tendrá que arr ar r ancártela ancár tela a tiras. tir as.

 

 

Capítulo Capítu lo 13  

Se miró al espejo y pasó las manos por sus rizos rubios antes de sacar su barra de labios y pasársela por el labio inferior. Stella se puso a su lado sonriendo y le dio un golpecito en la cadera moviéndola. Se echó a reír al ver como se le había salido el labial embadurnándole casi hasta la mejilla.  —Ja, ja. Muy maduro madur o —dijo cogi co giendo endo unos pañuelo pañueloss de papel para par a limpiarse.  —Estás demasiado demas iado g uapa. Así Así está e stá mucho mejo mej o r.  —Esquiar me sienta bien. Debe ser tanto aire air e fresco fr esco.. —Se termi ter minó nó de limpiar la comisura de la boca y la miró. —Por cierto, ¿cuándo llegan los demás? Pensaba que llegarían para la cena.  —Ha nevado mucho en Nueva Yor k y no han po podido dido salir. sali r. Vendrán endr án

mañana. De todas maneras, quedan más de dos semanas para Navidad y hay

 

tiempo para que lleguen. Me encantan las Navidades aquí. Navidades en familia. Ella apretó los labios metiendo el labial en el bolso y su amiga se dio cuenta de lo que había dicho. —Tú eres mi familia también.  —Da ig i g ual. Te estoy muy agr ag r adecida por aco acogg erme er me en estas fiestas. fie stas. Es patético no tener a nadie.  —No digas dig as eso. eso . Nos cono co nocemo cemoss de toda la vida. Eres Er es parte par te de la familia Forrester. Mis padres están encantados de tenerte aquí. Venga, nada de deprimirte, que esos chicos tan guapos están esperando para tomar un ponche con nosotras. Cuando salieron el bar estaba vacío. Asombradas miraron de un lado a otro, pero no estaban ni los camareros. La estancia imitaba a un enorme salón de casa con una gran gr an chimene chimenea, a, pero no había un alma. —¿No —¿No habr habr án cerrado cerr ado dejándonos aquí? —Sus botas resonaron sobre el suelo de madera para ir hacia la puerta puer ta y ver que estaba abierta. —Pues —Pues no.  —Qué r ar aroo . —Su amiga amig a se acer ac ercó có a la bar ba r r a. —¿Ho —¿Ho la? Entonces Ent onces una camarer camarer a salió vestida vestida de blanco, blanco, con co n un log logoo en el jersey que a Regina le cortó el aliento. —Buenas noches.  —Disculpa,  —Discul pa, ¿dónde ¿dó nde se ha ido todo el mundo? mundo ? —preg —pr eguntó untó su ami amigg a—.

¿Haa ocurrido algo? ¿H  —No. Este local lo cal eestá stá reser r eservado vado esta noche. no che.

 

 —Ah, bueno. bueno . Nos iremo ir emoss a otro o tro sitio a to tomar mar un ponche. po nche. —Stella fue a por su abrigo de piel y su gorro, deteniéndose en seco porque ella no se había movido sin dejar de mirar esa R y esa P entrelazadas. —¿Rebeca? Se acercó a la camarera y dijo fríamente —Dile a Paolo que no sé lo que trama, trama, pero per o no le va a funcionar.  —Se lo diré, dir é, señor seño r a Vio iotti tti —dijo —di jo demostr demo strando ando que sabía de que estaba hablando—. hablan do—. Pero Pero no tienen por qué irse. ¿Quieren ese ponche ponche?? Se lo serviré. servir é. Su amiga atónita atónita vio cómo se ponía el gor r o de piel antes antes de poner ponerse se el abrigoo sobre abrig so bre el mono mo no térmico. térmico . —¿De —¿De qué va va esto? esto?  —Ni idea, pero per o vámonos vámo nos de aquí. —Sonr ió a la chica falsame fal samente. nte. —  Bonito jersey.  —Gracias  —Gr acias.. St Stella ella cor corri rióó tras ella y le pregunt preg untóó —¿Ese no no era er a el diseño de la bboda? oda?  —Sí. —Caminó furio fur iosa sa so sobr bree la nieve y se detuvo en seco cuando al levantar la vista vio toda la montaña iluminada con su diseño de las iniciales. No sabía cuántas personas debían estar allí arriba con faroles, pero era precioso verlo desde desde allí. Por eso había alquilado alquilado el local.  —Dioss mío…  —Dio mí o… Qué rom r omántico ántico.. Mir Mira, a, se mueven. m ueven. Y efectivamente se movieron hasta que las palabras estuvieron

formadas.  —Lo siento. siento . Y más que lo vas a sentir se ntir —siseó —sise ó yendo hacia el coche—. co che—.

 

¿Nos vamos a casa?  —¿No quier qui eres es ver si ponen po nen algo alg o más?  —No me m e interesa. inter esa. Stella se sentó a su lado sin dejar de mirar a la montaña y Rebeca arrancó el motor furiosa. Ahora se mostraba romántico. Ahora que ya no le quería. Salieron del pueblo en sentido contrario a la pista de esquí iluminada y subieron una montaña. Afortunadamente el cuatro por cuatro estaba preparado para ese tiempo. Con precaución aparcó ante la casa y cuando se bajaron ella gimió porque todavía se veía el “Lo siento” en la montaña. Desde allí se veía el pueblo pueb lo y las vistas eran increíbles. Se volvió hacia su amiga y al no verla, pensó que había entrado en la casa.  —¿Stella? ¡Mi ¡Mi ponche ponc he no lo cargue car guess mucho mucho!! —gr —g r itó subiendo los lo s escalones de madera madera del por che. La casa estaba hecha con enormes troncos. Era una maravilla. En el suelo, en medio del gigante gi gantesco sco salón, saló n, el fuego estaba rodeado de piedras como los antiguos fuegos indios. Todo estaba puesto con mucho gusto, como no podía ser de otra manera. Cerró la puerta y se quitó la cazadora y las botas.

Frunció el ceño al no ver las botas de su amiga en la entrada.

¿Stella? ¡Tu

madre se va a cabrear como se entere de que vas por la casa con las botas

 

llenas de nieve! Y ella también de paso. No le gustaba ir descalza por la casa y que por algo de nieve, se le mojaran los calcetines. Era una costumbre que había tenido su madre cuando iban allí de vacaciones y la odiaba. Fue hasta la cocina y vio una tarjeta sobre la encimera inmaculadamente limpia. Tenía en sus iniciales de casada casada en letras doradas dor adas y furiosa furio sa cogió la tar tar jeta abriéndola para leer.   Querida Rebeca   Somos amigas desde hace muchos años y lo que he visto últimamente me ha preocupado bastante. Esta no eres tú. Mi amiga era la persona más generosa que conozco y sabía perdonar. Lo demostró cuando perdonó a su padre después de no verle en siete años y perdonaba el comportamiento de su madre continuamente. A mí me gustaba esa amiga y quiero que vuelva, por eso hago esto. Espero que mi amiga vuelva y me perdone algún día.   Te quiere Stella Ste lla Forrester

   —Stella, ¿a qué viene vi ene esto? esto ? —preg —pr eguntó untó en voz vo z alta rreleyéndo eleyéndola. la.

El sonido del motor del coche hizo que abriera los ojos como platos antes de dejar caer la tarjeta y salir corriendo hacia la puerta. Sus calcetines

 

resbalaron en el impecable suelo de madera, pero consiguió mantener el equilibrio para correr hacia la puerta. Se detuvo en seco al ver a Paolo ante la entrr ada vest ent vestido ido con unos vaquer vaquer os y un grueso gr ueso jersey negro. negr o. El pánico la invadió de repente y corrió rodeando el salón para salir por la puerta de detrás de la escalera. Tiró del pomo con fuerza varias veces, pero estaba estaba cerr cerr ada.  —Cara,  —Car a, no te pong pongas as nervio ner viosa sa —dijo —dij o él levantando las manos—. mano s—. Es para que entr entr es en razón. razó n. Rebeca se volvió y le vio a unos metros. Ella tenía el teléfono en el abrigo, así que caminó alejándose de él y rodeando el fuego, corrió hasta su abrigo metiendo las manos dentro de los bolsillos y no estaba. ¡Le habían robado el teléfono!  —Tu compo co mporr tamiento con co n Percival Per cival la semana sema na pasada, pas ada, volvi vo lviendo endo a salir sa lir en la prensa después de otra de vuestras salidas locas, hizo que Stella se diera cuenta que esto no podía seguir así. Y tu madre está muy disgustada. Que no quieras cogerle el teléfono desde hace meses y que rechaces verla una y otra vez, no me parece sano. —Rebeca entrecerró los ojos al ver como se sentaba en el sofá. —He hablado con un psicólogo de esto y me ha dicho que tu reacción es normal, pero ya va siendo hora que vuelvas a ser tú. Así que he tomado la resolución de dejarte aquí encerrada lejos de todo, excepto de mí,

hasta que te te des cuenta de que tu tu actitud actitud sólo sól o te perjudica a ti.

 

¡Tendría cara! Puso las manos en jarras y él sonrió mirándola de arriba abajo. —Cara, estás cada día más preciosa.  —¡Muér  —¡M uérete! ete!  —Eso te apenaría apenar ía mucho m ucho..  —¡Te puedo asegur aseg urar ar que no lo sentiría sentir ía en absoluto abso luto!! ¡Así ¡Así sería ser ía viuda! ¡Las viudas son mucho más atractivas! Paolo se echó a reír y sorprendentemente su corazón saltó en su pecho. Ella palideció porque era lo primero que sentía desde el horrible día que la teniente White entró en su habitación. Paolo al ver su cara, se levantó perdiendo la sonrisa. —Rebeca, no pasa nada. Con rabia corrió hacia la escalera y él gritó —¡Nena, ten cuidado! ¡Te vas a r esbalar esbalar ! Entró en su habitación y cerró de un portazo. Asombrada vio que la llave había desaparecido. Preocupada corrió hacia su armario y buscó unas botas. Caminaría hasta el pueblo y desde allí llamaría a su abogado. No tenía botas. De hecho, su ropa de esquiar había desaparecido y no podía salir vestida vestida con ropa r opa de calle con la l a temperatura temperatura que hacía. La puerta se abrió lentamente. —Veinte días tú y yo solos. ¿No te hace ilusión? En este momento, Stella debe estar camino de Nueva York en mi avión

y se encargará de decir a todos que necesitabas estar un tiempo sola. A nadie le parecerá raro r aro después después de lo ocurr o currido, ido, que necesit necesites es tiempo tiempo para ti.

 

Ya no lloo sopor tó más. —¿H —¿Has as firmado fir mado los lo s papeles?  —¿Tú qué crees? cr ees? Dijiste Dij iste que no me libr l ibrar aría ía de ti, ¿te acuer das, car a? —  Rebeca perdió todo el color de la cara. —Que tu madre te había enseñado a sopor ta tarr un marido mar ido como yo y es lo que vas vas a hacer. hacer.  —Y tú dijiste diji ste que conseg co nseguir uirías ías que pidier pidi eraa el divor divo r cio. cio . ¡Pues ¡Pues fír fí r malo mal o de una maldita vez!  —He cambiado cambi ado de opini o pinión. ón.  —¡Mir  —¡M ira, a, lo mismo mi smo que yo! yo ! ¡¡Fir Firma ma los l os papeles! papele s!  —He hecho muchas cosas co sas mal desde que te cono co nocí cí y no vo voyy a hacer otra firmando esos papeles. Me da igual que me hayas llevado a juicio. Te vas a arrepentir antes de que se dicte la sentencia de divorcio.  —¿Tú cr crees? ees? —pr eguntó eg untó con co n burla. bur la. Paolo entrecerró los ojos. —Preciosa, ¿no tienes calor con ese equipo térmico? Te dejaré unos minutos para que te cambies. No me gustaría que te acaloraras, porque el médico no va a venir hasta aquí y tendrás que soportar mis cuidados.  —¡Que te den! Él sonrió dejándola sola y a toda prisa miró en el armario. Había calcetines. Así que se puso varios pares y después se puso las zapatillas de

deporte. Llegaría abajo con ellas. Se Se puso tres jerséis jer séis encima del mono y abr abrió ió la ventana. Al sacar la cabeza al exterior tembló de frío. —Mierda. —Sacó una

 

pierna al tejadillo, posando el pie sobre la nieve antes de sacar el resto del cuerpo. En cuan cuanto to sus pies sopor ta taro ronn su peso, la nieve empezó empezó a r esbala esbalarr por el tejadillo y chilló al caer de culo, resbalando tejado abajo. Chilló cuando cayó sobre un montón de nieve. Estaba blanda, no había problema, pensó tumbada boca abajo. Se puso de rodillas mirando hacia arriba. Una buena caída.  —¿Un choco cho colate late caliente? cali ente? —Se volvió vo lvió para par a ver a su pesadi pesadill llaa en el porche con dos tazas en la mano y Rebeca se levantó disimulando mientras se limpiaba la nieve del mono. —¿Ibas a dar un paseo?  —Sí —dijo —dij o antes de salir sali r cor co r r iendo hacia el camino cami no.. Estaba acostumbrada a correr y si iba por donde había nieve, no resbalaría con el hielo. Mir Miróó hacia atrás atrás para ver que su marido corr co rr ía tras ella.  —¡Rebeca, no te acer ac erques ques tanto al bor de! —gr —gritó itó aceler acele r ando el r itmo. itmo . Estaba en forma el muy cabrito, pero ella también. Estaban llegando a la primera curva cuando escuchó un grito y se volvió para ver que había desaparecido. Rebeca dejó de correr y se volvió desconfiando. —¿Paolo? —  Como las luces de la casa ya estaban alejadas, estaba oscuro y preocupada dio un paso hacia arriba. —¿Paolo? —Entrecerró los ojos mirando hacia la caída de la montaña. ¡No podía dejar aquel idiota allí tirado! ¡Se congelaría antes de que llegara la ayuda! Caminó hasta el principio de la curva, que era donde le

había visto por última vez. —¡Paolo, no tiene gracia!

 

Volvió a bajar varios pasos y decidió adentrarse en la colina. Bajó un pie con cuidado y después el otro, sujetándose con las manos al borde de la cuneta, cuando algo la cogió por el tobillo tirando de ella, haciéndola gritar mientras resbalaba sobre la nieve. Paolo se tumbó sobre su cuerpo inmovilizándola.  —¡Seráss idiota!  —¡Será idio ta! —Él se echó a r eír cog co g iendo sus manos mano s y colocándoselas sobre la cabeza. Ella pudo verle cuando sus ojos se acostumbrar acostumbr aron on a falta fal ta de luz. —¡Suéltame! —¡Suéltame!  —¿Te por po r tarás tar ás bien? bie n?  —¡Mee lar gar  —¡M ga r é en cuanto pueda!  —Muy bien. Me Me vas a obli o bliga garr a tomar tom ar medidas medi das desesper dese speradas. adas. Antes de entender qué quería decir, la besó como si estuviera hambriento. Devoraba sus labios y Rebeca intentó gritar. Paolo cogió su nuca impidiendo que se apartara y entró en su boca saboreándola. Intentó no sentir nada, de verdad que lo intentó, pero cuando sus labios se apartaron brevemente para besar sus labios como si la adorara, Rebeca gimió buscando su boca enlazando sus lenguas y provocando que ella se olvidara de todo, excepto de sentir sent ir aquel aquel calor que recorrí recor ríaa su vientr vientr e y que casi casi había olvidado. Paolo se apartó de golpe para mirarla a los ojos y ella le arreó un

tortazo. tor tazo.

¡Idio ¡Idiota! ta!

Volvió a besarla antes de apartarse levantándose. De pie ante ella dijo

 

con voz ronca —¿Vienes o te llevo? Furiosa porque su cuerpo la había traicionado, le dio una patada en la espinilla antes de gatear hacia arriba por la colina. Chilló cuando sintió que la cogía por la cintura elevándola y antes de darse cuenta estaban en la carretera. La dejó en el suelo y cogió su muñeca tirando de ella hacia la casa. —  ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Te ¡Te denunciaré a la l a policía! pol icía!  —No lo l o har h arás. ás. ¡Por ¡Por que me quier qui eres! es! Jadeó ofendida. —¿Estás loco?  —He estado un poco po co ciego, cieg o, pero per o se me ha pasado. pasado .  —¡Yaa no te quiero  —¡Y quier o ! —gritó —gr itó impotente im potente intentando soltar so ltarse. se. Él se volvió muy serio. —Pues conseguiré que me quieras de nuevo. Puedo hacerlo. Si conseguiste enamorarte de mí cuando te traté tan mal, no te costará enamorarte enamor arte del que soy norm normalment almente. e. Ella se quedó sin palabras al ver que lo decía realmente convencido de ello y se dejó llevar a regañadientes hasta la casa. Cuando subieron los escalones, él miró las tazas de chocolate. —Vaya, esto ya no se puede beber. Ven cara, que te preparo otro. otro . Atónita dejó que la metiera en la casa y cerró la puerta con llave de nuevo. Paolo sonrió yendo hacia la cocina dejándola allí de pie. ¿Quién rayos

era ese hombre? Porque no se parecía en nada a su marido. Intrigada fue hasta la cocina y vio que echaba chocolate instantáneo con leche en dos tazas antes

 

de meterlas en el microondas. En casa no había movido un dedo nunca y mucho menos le había preparado nada. Entrecerró los ojos cuando sacó unas galletas de de uno uno de los armari ar marios. os.  —Conoces  —Cono ces muy m uy bien esta es ta cocina coci na —dijo —dij o con co n desconfia desco nfianza. nza.  —Llevo aquí dos do s días. Te vi ll lleg egar ar esta mañana, pero per o co como mo comprenderás, no me acerqué a saludarte. Stella tenía que venir contigo para que no desconfiaras y para arreglar la casa decidimos que os fuerais a esquiar y dierais una vuelta. ¿Te gustaron las luces en la montaña? Fueron idea mía. Para darte la bienvenida. —Cuando regresó al microondas, ella vio el reloj que llevaba llevaba y apr apr et etóó los l os labios. labio s.  —¿De dónde lo has sacado sac ado?? —gr —g r itó perdiendo per diendo los lo s nervio ner vios. s.  —De casa.  —¿Has entrado entr ado en mi casa?  —Es mi casa. Nuestra casa. No me costó co stó encontra enco ntrarr lo. lo . Lo tenías en la mesilla de noche. no che.  —¡Devuélvemeloo !  —¡Devuélvemel  —¿Porr qué, si es mío?  —¿Po mí o? Tú me lo r egalas eg alaste. te. Por Po r cier to, sien siento to no haber tenido cuidado con él. —Le tendió la taza y rabiosa le dio un manotazo tirando la taza al suelo.

Él suspiró llevando su taza a sus labios y bebiendo. Con ganas de matarle, salió de la cocina y subió a su habitación. Cerró la ventana, porque no

 

dudaba que en ese momento estaría atento por si volvía escapar por la ventana. Así que empezó a quitarse ropa. Cuando iba a abrir los enganches del mono, miró con desconfianza la puerta y entró en el baño, que afortunadamente tenía pestillo. Se desnudó y abrió el agua de la bañera. Al volverse para coger el cepillo de dientes, vio las toallas y se le cortó el aliento al ver sus iniciales bordada bor dadass en ellas en dorado. —Maldit —Malditoo chiflado —susurró —susurr ó tocando el bor dado y pasando su dedo por po r la P. P. Meneó la cabeza respirando hondo y se cepilló los dientes. Su mirada fue hasta las toallas varias veces mientras movía el cepillo de un lado a otro dentro de su boca. Escupió en el lavabo y la mirarse en el espejo, sus ojos fueron hasta la cicatriz que tenía sobre el pecho derecho. Cerró los ojos porque su pecho había quedado horrible. Siempre había estado orgullosa de sus pechos, porque aunque eran pequeños, eran firmes y bonitos, pero ahora esa cicatriz cortaba su pecho a unos cinco centímetros encima de su pezón. El cirujano plástico le dijo que se lo podía mejorar si se aumentaba las mamás, pero todavía todavía no estaba prepar preparada ada par par a eso. Se metió metió en la bañera suspirando y cerró cerr ó los lo s ojo ojos. s. Llamaron a la puerta y Regina se tensó. —¡Déjame en paz!  —Tu madre madr e está al teléfono. teléfo no. ¿Quier ¿Qui eres es hablar habl ar con co n ella? ell a?  —¡Que os o s den!

 —Steffani,, ahor  —Steffani aho r a está en el baño. baño . Necesita algo alg o de tiempo. tiempo . Ahora Ahor a está

 

algo enfadada conmigo. —Se echó a reír mientras se alejaba. —Sí, se le pasará. Furiosa Furio sa cogió cogi ó el gel y la esponja. Hala, Hala, ya le había jodido el baño. baño. ¡¡Ese Ese hombre era imposible! Cuando salió de la bañera, se puso la bata que tenía detrás de la puerta y abrió la puerta dispuesta a la batalla, pero se quedó de pie en la puerta al ver que no estaba allí. Con curiosidad salió de la habitación y pasó por las otras habitaciones. Se quedó helada al ver que la habitación principal tenía varias velas y la chimenea estaba encendida. Una botella de champán estaba en la cubitera sobre la mesilla de noche con dos copas de champán, pero lo que la dejó aún más sorprendida fue la cama. Los almohadones tenían sus iniciales grabadas como en la película. Aquello empezaba a tomar un cariz psicópata que le puso los pelos de punta. La puerta del baño se abrió y Paolo salió con una toalla en las caderas, secándose el cabello con otra. Se detuvo en cuanto la vio. —Cara, no te quedes en la puerta. ¿Quieres una copa de champán?  —¿Qué estás e stás haciendo haci endo?? —gr —g r itó furio fur iosa sa  —He pensado que deberíam deber íamos os tener esa luna de miel mi el que te negué. neg ué. Se acercó a la botella y la sacó de la cubitera secándola con la toalla, que tiró al baño antes de abrirla con movimientos expertos. Le sirvió una copa y se la acercó con co n la suya suya en la otra mano.

 —El alco al coho holl me m e sienta si enta mal, mal , ¿recuer ¿r ecuerdas? das?

 

 —No te sienta si enta tan mal. ¿Brindam ¿Br indamos os??  —Por supuesto —dijo —dij o iró ir ó nica cogi co giendo endo la copa co pa co conn brusquedad—. br usquedad—. ¿Por qué quieres brindar? ¡Ya lo sé! Brindemos por esto. —Se abrió la bata mostrando la cicatriz. Paolo se tensó al verla. —¡Por el tiro que me abrió los ojos! —Bebió de la copa y cuando la terminó, se la tendió. —¡Gracias por la copa! ¡Cuando necesite un polvo, que era lo que pretendías, te avisaré! Fue hasta su habitación cerrando de un portazo y se metió en la cama cubriéndose con el edredón. En cuanto durmiera un par de horas, se largaría de allí. Después de todas las actividades del día y la carrera, además de la copa de champán, champán, hicieron hiciero n que sus ojos se fueran fuer an cerrando cerr ando poco a poco.

 

 

Capítulo Capítu lo 14  

Soñaba que que calor del fuego bañaba bañaba su cuerpo cuerpo y una mano acariciaba su muslo hasta llegar a su rodilla, para después volver a subir hasta su cadera. Y lentamente esa mano subió hasta su pecho, acunándolo con ternura. Ella gimió girándose hacia él deseando sentirle. Los ojos grises de Paolo la miraron y acercó su cara a ella susurr susurr and andoo —Mi amor… Se sobresaltó sentándose de golpe y con la respiración agitada miró a su alrededor, gri g rita tando ndo de fr frust ustrr ación cuando cuando se dio cuent cuentaa que era un sueño. La puerta se abrió de golpe y Paolo encendió la luz asustado. —  ¿Rebeca?  —¡Estás desnudo! desnudo !  —¡Estaba dormi dor mido! do!  —¡En casa siempr sie mpree dor do r mías mí as con co n el pantaló pa ntalónn del pijam pi jama! a!

 —Eso er eraa cuando no quería quer ía sexo, sexo , que era er a casi nunca. —Se sentó a su

 

lado y le apartó la melena del cuello. —Cielo, ¿has tenido una pesadilla? No te preocupes, pr eocupes, estoy aquí. —Ese era el problem pr oblema. a. —Quítate —Quítate la bata, bata, está está húmeda.  —Serás  —Ser ás perver per vertido tido —dijo —dij o mo m o lesta dándole dándo le un mano m anotazo. tazo.  —¿Con qué soñabas? so ñabas? —preg —pr eguntó untó mir mi r ando sus pezo pezones nes endurecido endur ecidoss a través de la bata de seda. A Rebeca se le cortó el aliento cuando alargó la mano metiéndola entre las solapas de su bata y acarició su pecho con suavidad. —  Preciosa, estás excitada.  —Estaba soñando so ñando con co n otro o tro.. Los ojos de Paolo brillaron y apretó su pezón entre sus dedos. —¿De verdad? —La besó en el cuello. —¿Y te hacía disfrutar? —Apartó su bata dejando su hombro al descubierto para besarlo hasta llegar de nuevo hasta su cuello. Sonrió contra su piel porque ella no había contestado y acarició su pecho de nuevo mirándola a la cara. Rebeca tenía los ojos cerrados y se mor día el labio inferio inferior. r. Entonces Entonces él susur susur ró —Está —Estáss preciosa, precio sa, mi amor. Rebeca abrió los ojos y se miraron con deseo. Él apretó la mano sobre su pecho pecho antes antes de tumbarla tumbarla sobre so bre la cama y besarla con ternura. ternur a.  —No puedo —susurr —susur r ó destr d estroz ozándo ándose se a sí s í mism m isma. a. Paolo la miró mir ó a los ojos o jos y asintió asintió tumbánd tumbándose ose a su lado. Cuando Cuando se ta tapó pó con el edredón, edr edón, ella se puso de costado, pero él no se largaba. lar gaba. —¿Qué —¿Qué haces? haces?

 —Dor mir contig  —Dormir co ntigoo . Por si tienes tie nes más m ás pesadill pesad illas. as. Lo dijo como si tal cosa y Rebeca no supo qué decir. La verdad es que

 

desde que se había despertado, no estaba en sus cabales. Su cuerpo le deseaba más que a nada, pero su mente le decía que ni se le ocurriera acostarse con él. Que debía echarle a patadas. Desgraciadamente ganó su mente y entrecerró los ojos antes de levantarse de mala manera y coger el edredón furiosa para salir de allí dejándole en pelotas sobre la cama, porque sabía que en una pelea directa ganaría él. Como estaba convencida de que la seguiría a cualquier habitación habit ación de la casa, empezó empezó a bajar las escaleras y se tumbó tumbó sobre so bre el enor me sofá. Desgraciadamente el fuego estaba encendido y le recordó el sueño que había tenido. Furiosa le dio la espalda al fuego mirando hacia el respaldo del sofá.  —Precio  —Pr eciosa, sa, te vas a asar —dijo —dij o él diver di vertido tido desde ar r iba.  —¡Y tú vas a cog co g er una pulmoní pulm onía! a! La risa de Paolo Paolo alejándose, alejándose, la hizo gruñir gr uñir y como por suerte la ddejó ejó en paz, después de dar mil vueltas destapándose del todo, al final se quedó dormida.  

Un sonido insistente la despertó y parpadeó mirando el techo de madera a través de la neblina. Confundida se sentó en el sofá mirando a su

alrededor, hasta que se dio cuenta donde estaba. Se levantó mirando las ventanas que estaban cerradas, pensando en cómo la niebla había entrado en la

 

casa, hasta que el olor a quemado le indicó que la casa estaba ardiendo en algún sitio. Asustada miró el edredón, pero ni se acercaba al fuego y por allí no había llamas. Invadiéndola el pánico, corrió escaleras arriba hasta las habitaciones y gritó al ver que las velas habían incendiado las cortinas. Paolo estaba tumbado sobre la cama y corrió hasta él saltando sobre la cama. —  ¡Paolo, despierta! Cogió uno de los almohadones y se acercó con cuidado golpeando las cortinas, pero así era imposible. Paolo la cogió por la cintura sacándola de la habitación. —¡Quédate aquí! Corrió hasta un armario y cogió un extintor volviendo a la habitación. Tiró de la anilla antes de esparcir el producto sobre la cortina, extinguiendo el fuego r ápidament ápidamente. e. Paolo suspiró mirando el desastre. Las vigas que rodeaban las cortinas se habían oscurecido y al ser troncos enteros, Rebeca no se quería ni imaginar lo que costaría la reforma. A Daisy le iba a dar algo cuando se enterará. ¡Y todo por las puñeteras puñeteras velitas! velitas! Él se volvió y frunció el ceño al ver que su bata tenía un trozo quemado. —Nena, ¿te ¿te has quemado?

 —¿Qué? Se miró y vio el trozo de tela quemado en la manga. Paolo se acercó y

 

cogiéndola por la muñeca apartó la manga a toda prisa. Suspiró de alivio. —  No te ha llegado a tocar.  —¡No! ¡Te hubiera hubier a tocado a ti si no te hubier a despertado! desper tado! ¡Duer ¡Duermes mes como una marmota! ¡Mira lo que has hecho! —gritó furiosa—. ¡Les has quemadoo la casa a los Forr ester! quemad ester! Paolo sonrió y de repente la abrazó con fuerza. Rebeca sin poder evitarlo le abrazó por la cintura apoyando la mejilla en su pecho. —Yo también me he asustado, cara. Al verte al lado del fuego casi me da algo.  —¿Y si te hubier hubi eraa pasado algo? alg o? —Tembló —Tembl ó entre entr e sus br azo azos. s.  —Estoy bien. bi en. Y tú también. Sólo Sól o la habitació ha bitaciónn ha sufr suf r ido daños daño s y es esoo se puede arreglar. Bufó contra su pecho mientras él acariciaba su espalda. Segundos después sintió que algo presionaba en su vientre y entrecerró los ojos apartándose apartán dose de golpe. go lpe. —¡Serás —¡Serás guarro guar ro!! Paolo se echó a reír. —Preciosa, es que hace mucho tiempo que no estoy contigo y te quiero. Te necesito. A Rebeca se le cortó el aliento y sus ojos se llenaron de lágrimas. —  ¿Me quieres? Paolo perdió la sonrisa y dio un paso hacia ella. —Estoy intentando que

te des cuenta que para mí eres lo más importante.  —¿Ahoraa soy  —¿Ahor so y lo más impo i mporr tante?

 

 —No quer ía r econo eco nocer cer que te quería. quer ía. Si no te llega lleg a a pasar pasa r eso eso,, no sé lloo que hubiera hubiera pasado entre nosotros, noso tros, pero per o te juro que jamás en la vida he tenido tenido tanto miedo de perder a alguien como a ti y estar detenido sin saber tu estado, sin saber si estabas bien, fue realmente horrible. ¡Y no voy a firmar el divorcio!  —¡Sí que lo vas a fir f irmar mar!! Él entrecerró los ojos. —¡Mira, no te quiero presionar porque es el primer día, pero pero no me provoques, pro voques, Rebeca! Rebeca!  —¡Sí, ya empiezas empi ezas a sacar s acar tu carácter car ácter!! ¡Ya ¡Ya m mee extrañaba extr añaba a mi m i ese Paolo Pao lo tan sensible que hace chocolates!  —¡Es que eres er es muy cabezota! cabezo ta! ¡Y ¡Ya no sé cómo có mo decir te que te quiero quier o !  —¡Pues deja de intentarlo intentar lo por que sólo só lo consig co nsigues ues quemar quem ar casas! casas ! Se tiraron el uno sobre el otro besándose como posesos y Paolo la cogió por los glúteos pegándola a su sexo. Ambos gimieron de placer y su marido abrió su bata rasgándola para besar sus pechos. Rebeca cerró los ojos enterrando los dedos entre sus cabellos mientras él seguía bajando hasta que besó su ombligo. Paolo acarició con su mejilla su vientre susurrando con voz r onca. —Ha —Ha llegado el momento, nena. Se incorporó cogiéndola en brazos para tumbarla sobre la cama. Paolo

cogió cog ió sus manos colocánd colo cándolas olas sobre so bre su cabeza, besánd besándola ola en el cuello antes de mirarla mir arla a los ojos. o jos. —Vas —Vas a ser mi m i esposa y vas a darme un hijo.

 

Los ojos de Rebeca brillaron. —¿Un hijo? —Él entró en ella lentamente haciéndola suspirar y la besó suavemente en los labios entrelazando sus dedos. Entró en su ser hasta el fondo. —Dime que sí, mi amor. Dime que me quieres y que me perdonas. Por favor, Rebeca. Danos una oportunidad. Esas palabras le hicieron recordar las palabras de su madre. Si hubiera perdonado a su padre, sus vidas hubieran sido tan distintas. Y le amaba, nunca había dejado de quererle y por eso estaba tan dolida. Pero algo dentro de ella seguía reteniéndola. —No tengas miedo, preciosa. No te fallaré otra vez. —Se acercó y la besó apasionadamente apasionadamente intenta intentando ndo borrar bor rar sus miedos. Paolo se separó y Rebeca vio en sus ojos que estaba desesperado. Desesperado por ella y su corazón latió con fuerza como hacía meses que no lo hacía. Podía sufrir toda la vida vida o estar con él y arri ar riesgar esgarse se a vivir. Le miró a los ojos ojo s y susurró susurr ó —Yo —Yo ta también mbién te necesit necesito. o. Él cerró los ojos como si fueran las palabras más maravillosas del mundo y una lágrima cayó por la mejilla de Rebeca al darse cuenta en ese momento lo mal que él lo había pasado. Paolo abrió los ojos y sonrió apretando sus manos. —Te quiero, mi vida. Te haré feliz. Rebeca movió sus caderas debajo de él. —Pues ámame. Sólo necesito

eso.

 

 

Epílogo  

Rebeca escuchó como se abría la puerta de casa y salió de la habitación corriendo para saludar a su marido. Se detuvo en seco perdiendo la sonrisa cuando vio a su madre sacando la llave de la puerta con su padre detrás. Al mirar el llavero se dio cuenta que era el de Paolo. Un regalo suyo con sus iniciales inicial es en plateado. —Ya —Ya veo. Mi marido mar ido me ha tendido una trampa. tr ampa. Su madre forzó una sonrisa pasando al interior. —Ha dicho que te encerremos en casa hasta que cedas. Que eso funciona. Miró a su padre a los ojos y este desvió la mirada avergonzado. —  ¡Mírame! ¡Al menos ten las agallas para mirarme a la cara si quieres que te perdone!  —No fue f ue como co mo piensas. piensa s.  —¡Claroo que sí!  —¡Clar s í! ¡Aprove ¡Apr ovechaste chaste que había conoc co nocido ido a Pao Paolo lo par paraa que te

sacara las castañas castañas del fuego!

 

 —Tenía que salvar s alvar la empresa. empr esa. ¿No lo entiendes? Conozco Cono zco a tu mar ido y sabía que era la persona indicada para mantenerla a flote. ¡Yo ya no tengo fuerzas para ello! Podía entende entenderl rlo, o, pero per o que no hubiera sido sincero con ella le dolía. —  Tenías Ten ías que habér habér melo dicho.  —Fue culpa cul pa mía m ía —dijo —dij o su madr m adre—. e—. No quer ía que te sintier si ntieras as utilizada util izada y le dije que se callara. Su padre sonrió satisfecho. —Y ha salido bien. Las acciones vuelven a subir. No No tenías que haber vendido. vendido .  —¿Y qué más me da, si ya tengo todo lo que quier quieroo ? —Se encogi enco gióó de hombros y se sentó en el sofá sin invitarles, mirándoles de arriba abajo. Su madree estaba más delgada. madr delg ada. —¿Estás —¿Estás bien?  —Sí, cariño car iño.. —Como —Com o si nada fue a sentarse sentar se con co n ell ella. a. —Lo he pasado un poco mal, m al, pero sabes que que supero cualquier cualquier cosa. Tenía Tenía miedo de perderte perder te..  —¿Qué me m e vas a per p erder der?? ¿Acaso no te sales siempr siem pree con co n la tuya? Michael se echó a reír mientras Steffani se sonrojaba. —Pues sí.  —¿Entonces a qué viene tanto teatro? teatro ? —Miró —Mir ó a su padr padre. e. —¿Y —¿Yaa te ha convencido?  —¿Paraa qué?  —¿Par

 —Paraa que te cases con  —Par co n ella. ell a.

 

 —¡Rebeca! —exclamó —exclam ó su madre madr e o fendida antes de susur susurrr ar —Hija, cierra la boca. Su padre se quitó el abrigo sentándose ante ellas. —Se hace de rogar.  —Yaa sabes lo que signi  —Y si gnific fica. a. Quiere Quier e un anillo ani llo muy car o.  —Seráá posibl  —Ser po sible. e. Rebeca Reb eca sonrió sonr ió sin poder evitarlo evitarlo.. Le Le encantab encantabaa fastidiarl fastidiarlaa y su madre madr e la abrazó con fuerza. —Mi niña…  —Te quier o, mamá. mam á.  —Lo sé. s é. Su padre carr car r aspeó. —Yo —Yo también te quiero. quier o. Michael emocionado miró a su alrededor y Rebeca se levantó apartándose de su madre para abrazarle también. —No vuelvas a hacerlo.  —De acuerdo. acuer do. A partir par tir de ahor aho r a te lo contar co ntaréé todo. todo .  —Estupendo. —Se incor inco r por po r ó diciendo dici endo —¿Dónde está mi marido mar ido?? —  Sus padres se miraron y Rebeca puso los brazos en jarras. —¿Qué? ¿Pasa algo?  —No —respo —r espondier ndieron on los lo s dos do s a la l a vez negando neg ando con co n la cabeza. c abeza. Ella entrecerró los ojos. —Venga, soltarlo ya. Nada de secretos,

¿recordáis?  —Es que no queremo quer emoss estro estr o pear nada. —Su madre madr e mir mi r ó a su padr padree

 

para que se callara.  —¡Mamá!  —¡M amá!  —No es cosa co sa nuestra. nuestr a. Lo descubrir descubr irás ás cuando ll lleg egue. ue. Emocionada junto junto las manos. —¿Me —¿Me ha comprado compr ado un regalo? r egalo?  —Mmm.  —Oh, qué mono. mo no. ¿Qué podr á ser? ser ? En Navidad me ll llenó enó de r egalo eg aloss y sólo ha pasado una semana. —Se mordió el labio inferior. —¿Es una sorpresa? sor presa? —Los dos asint asintiero ieronn y dio dos saltitos saltitos encantada. encantada. —¿P —¿Por or fin de año?  —Vol  —V olvier vieron on a asentir. —Esta noche no che va a ser especi especial. al. Yo Yo también le tengo una sorpresa.  —¿Qué so sorr pr presa? esa? —Su madre madr e mir mi r ó de r eojo eo jo a su padr padre, e, que se r evolvió incómodo incómo do en la silla. —Igual —Igual deber deber ías esperar esperar a otro día pa parr a dársela, cariño.  —¿Po r qué dices…?  —¿Por dice s…? La puerta de casa se abrió de repente y a Rebeca se le cayó la mandíbula al pecho al ver a toda la familia Viotti entrando en la casa. Atónita vio cómo se acercaban uno por uno pegando gritos y dándole un montón de besos en las mejillas. Piero se acercó con una sonrisa de oreja a oreja y la besó en ambas mejillas efusivamente. —Me alegro de que estés bien. Tienes

muy buen aspecto.  —Suegrr o, qué so  —Sueg sorr pr presa. esa. —Incrédula —Incré dula mir mi r ó a sus padr padres, es, que se

 

levantaban a saludar mientras un montón de italianos invadían su piso. Rosa apareció a su lado con un panettone. —Feliz Navidad y Prospero año nuevo.  —Felizz Navidad.  —Feli Un hombre que no conocía, ni que había visto nunca, la cogió por los hombros plantándole un beso en la boca. Y atontada al separarse, vio a su marido mari do ante ella. ella.  —Francesco  —Fr ancesco,, no te pases —dijo —dij o divertido diver tido apartándol apar tándolee mientr mi entras as los lo s demás se reían.  —Cariño  —Car iño,, has vuelto a casa. ca sa. —Le cogi co gióó de llaa mano m ano y tir ó de él hasta la la cocina. coci na. —¿Qué es esto?  —Cara,  —Car a, querían quer ían pasar pas ar el año nuevo con co n noso no sotro tros. s.  —¡Un tío tío que no conoz co nozco co me ha metido m etido la leng l engua ua hasta la l a campanil campa nilla! la!  —¡Es Fr Francesco ancesco!! Estuvo en la boda. bo da. —La cogi co gióó por la cintura cintur a pegándola a él. —¿No te alegras de tenerles en casa? Estaban deseando venir para comprobar que estabas bien. Después de lo ocurrido, se sentían culpables por apoyar a Helena. Y lo de Julia también fue un mazazo en la familia.  —Lo entiendo, entiendo , ¿pero ¿per o er eraa necesario necesar io tan pro pr o nto? Acabamo Acabamoss de volver vol ver y quería pasar esta noche noche contigo. —Le —Le miró a los ojos. o jos. —Los —Los tres solos. so los.

Paolo movió la cabeza de un lado a otro. —Te prometo que lo pasarás bien. —Le dio un beso de tornillo y salió de la cocina. —¡Sacar el champán!

 

Ella gruñó apoyando la mano en la encimera decepcionada, cuando la puerta se abrió de golpe go lpe y Paolo la miró mir ó intensamen intensamente. te. —¿Has —¿Has dicho los lo s tres? Rebeca sonrió y Paolo gritó de alegría cogiéndola por la cintura. —  ¡Voy a ser padre! —Riendo la besó en los labios mientras sus familias les felicitaban desde la puerta. Se miraron a los ojos y él susurró —Te quiero, cara. Cada día me haces más feliz.  —Yoo también te quiero,  —Y quier o, mi amor. amo r. Me Me lo has dado todo. todo .  

FIN  

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que tiene entre sus éxitos “Huir del amor” o “Esa no soy yo”. Próximamente publicará “Róbame el corazón” cor azón” y “Miedo “Miedo a perderte perder te”. ”. Si quieres conocer todas sus obras en formato Kindle, sólo tienes que escribir su nombre en el buscador de Amazon. Tienes más de noventa para elegir.

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