La piedra de Emet Mayt Descargo: Xena, la Princesa Guerrera, Gabrielle, Eva y todos los demás personajes que han aparecido en la serie de televisión Xena, la Princesa Guerrera, así como los nombres, títulos y el trasfondo son propiedad exclusiva de MCA/Universal y Renaissance Pictures. No se ha pretendido infringir ningún derecho de autor al escribir este fanfic. Todos los demás personajes, la idea para el relato y el relato mismo son propiedad exclusiva de la autora. Este relato no se puede vender ni usar para obtener beneficio económico alguno. Sólo se pueden hacer copias de este relato para uso particular y deben incluir todas las renuncias y avisos de derechos de autor. Antecedentes: Esta historia hace alguna referencia a hechos que tuvieron lugar en mis otras historas, Silencios y La cámara. No es necesario que leáis esas historias antes de leer La piedra de Emet. Comentarios: Siempre se agradecen, los buenos y los no tan buenos. Subtexto: Esta historia describe una relación amorosa entre dos mujeres. Si sois menores de 18 años o si para vosotros es ilegal leer este texto, no continuéis. Se agradecen comentarios:
[email protected]. Título srcinal: The Emeth Stone. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2010
1 Oyó el grito de advertencia de Andre y se torció hacia la izquierda en el momento en que un sai pasó volando junto a su brazo y se clavó en el hombro de uno de los hombres de Maligno. Al volverse vio su srcen: una figura vestida de blanco y del color del sol. No había manera de conocer la identidad del guerrero, pues llevaba la cara tapada. La lucha continuó y, como los superaban a razón de tres a se uno, la ayuda delbuscó desconocido fue al bien recibida. Cuando de los hombres de Maligno hubo retirado, con la vista desconocido. Ahora el queúltimo tenía los dos sais en las manos, el desconocido se los sujetó a las botas claras que protegían su carne del fuego de las arenas del desierto. Se empezó a alejar, rumbo a una yegua que esperaba. —¡Espera! —llamó, pero fue en vano. El desconocido se marchó a caballo sin decir palabra. Andre se detuvo detrás de ella. —¿Quién será ésa? —¿Ésa? ¿Estás seguro de que es una mujer? —Sí, estoy seguro. Tú, morena hermana mía, tienes una protectora misteriosa. Llega, lucha por ti y luego se marcha en silencio. Me pregunto qué quiere. —¿Crees que lo sabe? —Si lo supiera, ¿por qué no te lo diría? Vamos, volvamos al campamento. Padre estará preocupado.
—Andre, quiero ver a Compreda. —Venga ya. Sólo dice tonterías. Es más una loca que una sabia. —Lo sé, pero si consiguiera averiguar qué es cierto de todo el galimatías que suelta... —Está bien. Pero después de ver a padre. El viejo se preocupa. Se quedó mirando al guapo hombre que tenía delante. —¿Es padre el que se preocupa o es Lasa? —Un hombre casado como yo no tiene prisa por volver con su esposa. La de pelo negro sonrió. —En el poco tiempo que hace que nos conocemos, lo único que sé con absoluta certeza es que quieres a Lasa más que a tu vida. —Eres una romántica. —No hay debilidad en el amor, sólo fuerza. —¿Lo dices por experiencia? Se quedó parada, turbada. —No lo sé, pero algo me dice que es cierto. Andre le pasó un brazo reconfortante a su hermana por la cintura. —Algún día recordarás. Ella apoyó la cabeza en su hombro. —Estoy cansada, Andre. Preocupado, abrazó a la hermosa mujer que no había tardado en convertirse en una amiga de confianza. —Ven, regresemos antes de que se haga de noche. Ninguno de los dos sabía que el ojo atento de la desconocida los observaba. Compreda dijo con cautela: —Os digo que... Andre intervino rápidamente: —Anciana, no queremos oír tus supersticiones. La vidente miró a la mujer a quien habían puesto el nombre de Ravin.
—Puede que tú, joven, no quieras, pero creo que tu hermana tiene otra opinión. Hija, el chico es tan... Andre protestó: —¡Chico! —Sin ánimo de ofender. A mi edad sois todos unos niños. Anda, sal a jugar con tu espada. Andre avanzó un paso hacia la vieja. —Se me está agotando la paciencia. Ella dijo con calma, sin percibir ninguna amenaza: —Motivo de más para que te marches. Su hermana le rogó suavemente: —Andre, no pasa nada. Andre se volvió, con un temor palpable en su actitud. —Aquí tienes una vida. No dejes que sus palabras destruyan... Compreda interrumpió: —¡Basta ya! Andre apartó la lona de la tienda y salió. Compreda reflexionó sobre lo mucho que había cambiado el joven desde la llegada de la morena. El hecho de que la aceptara inmediatamente como hermana dejaba al descubierto la dolorosa profundidad de una trágica pérdida que ahora era algo más fácil de soportar. Dios había sido misericordioso. —Quería a su hermana. No está dispuesto a perderte a ti también. —Lo sé. Yo siento lo mismo. —¿Tenías un hermano? —No lo sé. Andre tiene algo que me conmueve profundamente. No quiero decepcionarlo. —Puede que lo hagas cuando averigües tu nombre. —¿Tú lo sabes? —No, hija. No veo con tanta claridad. —¿Qué ves? La anciana se acercó y se sentó frente a la morena. Cogió la mano de la joven entre las suyas. —Eres guerrera. Eso no es ningún secreto. Pero lo que no todos saben, salvo los que están más cerca de ti, como Andre, es que tienes un corazón tierno. Lo que sólo yo sé es que tu corazón ha
sido herido, ha conocido la oscuridad, pero se salvó gracias al amor. El amor de la persona a quien amas. —¿La persona a quien amo? —Sí, la persona a quien amas te salvó una vez y la persona a quien amas volverá a salvarte. —¿Cómo lo sabes? —¿Cómo se saben las cosas? Eres fuerte y sabia, Ravin, pero sin tu nombre, sin saber de dónde vienes, quién es tu gente, estás disminuida. Sin la persona a quien amas a tu lado, estás incompleta. ¿No lo notas? —Sé que sin mi nombre me siento como si hubiera una vida fuera de mi alcance. —En mi sueño, recuperas tu nombre cuando, en secreto, entregas tu corazón a la persona que amas. Ravin se echó a reír. —¿En secreto? ¿Qué voy a hacer, plantarme en el umbral de mi tienda tapada con un velo rogando el privilegio de un beso a todo el que pase, sin saber si el siguiente puede ser mi verdad? Riéndose con ella, Compreda meneó la cabeza. —No, hija, lo sabrás, y no será algo tan sencillo como un beso. Pensativa, Ravin preguntó: —¿Cómo lo sabré? ¿Me voy a enamorar de nuevo? Compreda dijo enigmática: —Hay distintas clases de amor. No te refrenes por falta de imaginación. Sonriendo, Ravin abrazó a la anciana vidente. —Creo que eres tú la que necesita refrenar su imaginación. Apartándose de la alegre joven, Compreda cambió de tono: —Alguien te ha hecho esto. Alguien que sabía que al separarte de la persona a quien amas impediría que cumplieras tu destino. Ravin, haz caso de lo que te digo. No hay mayor poder que el amor. Compreda se marchó arrastrando un poco los ancianos pies. Ravin reflexionó sobre lo último que había dicho. Le resultaba familiar. No había nada dentro de ella que quisiera discutir con la sabia: que había conocido la pérdida; que su corazón conocía la oscuridad y que el amor la había salvado, un amor, una persona amada que superaba lo imaginable. Tenía muchas preguntas, pero la más acuciante era por qué. ¿Por qué querría alguien apartarla de su destino? Andre paseaba de lado a lado delante de su padre. —Esa mujer está loca. Padre, díselo. Todos lo sabemos. Le damos comida, refugio, pero ninguno de nosotros se cree lo que dice Compreda.
Su padre miró a los hermanos. Se sentía al mismo tiempo bendecido y maldito. —Ravin, Andre tiene razón al dudar de los consejos de Compreda. —Yo no he dicho que la haya creído. —Pero no descartas la posibilidad. —Decevis notaba los límites de su poder como patriarca de la tribu. No le gustaba la sensación que lo oprimía, recordándole que formaba parte de la humanidad, no de Dios. —No sé quién soy. Quiero creer que algún día lo sabré. Andre no pudo disimular su miedo. —¿No te basta con ser parte de nosotros? —Andre, por favor. —Ravin se acercó a su hermano y le puso una mano en el pecho—. Sabes lo que siento. Os quiero a padre y a ti y no tengo intención de dejaros. —Se volvió hacia Decevis—. Padre, tú sabes lo agradecida que estoy. Decevis respondió con ternura: —Sí, hija, lo sé. No nos traicionas buscando tu identidad. Te prometí que te ayudaría como me fuese posible. Ahora dime, ¿qué es lo que necesitas? Agradecida, Ravin se postró a los pies de Decevis. —No pido nada más que seguir viviendo aquí como hija tuya. La visión de Compreda, sus consejos, me sirven para estar abierta a las posibilidades. Mi corazón vivirá aquí con vosotros a menos que os hartéis de mí y me expulséis. —Eso lo dudo, hija. Eres la única que ha conseguido controlar a Andre. Su esposa no puede. Como protesta, Andre no pudo evitar intervenir. —¿Habéis acabado? ¿Podemos pasar a un tema más urgente? —Por supuesto, chico. ¿Qué te preocupa? Para Andre, cuando Decevis lo llamaba “chico” sólo le transmitía amor. Transmitía una historia entre padre e hijo, entre maestro y aprendiz. Y aunque Andre se presentaba como hombre y guerrero ante el patriarca, al contrario de lo que le ocurría cuando lo decía Compreda, por dentro se regodeaba en el hecho de que en esta familia de tres él siempre sería “el chico”. —Los ladrones siguen esquilmando nuestros rebaños. Tenemos que pastorear con espadas, además de cayados. Decevis se mostró firme. —Haced lo acariciaba que sea necesario. nos vanEla legado robar nuestros vida.no—Siguió hablando mientras le el pelo aNo Ravin—: de fuerzamedios de estadetribu va a terminar con vuestra generación.
Los bandidos, los que aún podían, se batieron en retirada. Ravin se volvió hacia su misteriosa protectora. Las separaban más de veinte pasos. A través de la tela sólo se veían los penetrantes ojos verdes. —No te vayas. La figura volvió a enfundar los sais que tenía en la mano en las vainas de las botas, dio la espalda al combate y echó a andar. —Te ruego que no me dejes. —El tono de Ravin traicionaba su desesperación—. Déjame ver tu cara, o al menos dime cómo te llamas. —La desconocida se detuvo, con la cabeza gacha. Ravin sintió que podía estar cediendo, que por fin podía haber una conexión más allá de la lucha común. Por el este llegaron tres jinetes al mando de Andre. Éste llamó a Ravin al tiempo que detenía el caballo ante ella. Desmontó de un salto. —¿Estás bien? A Ravin le costó apartar la vista de la desconocida, temerosa de que como en el caso de una aparición fuera a desaparecer de inmediato. Dijo, sin disimular su enfado: —Sí, estoy bien. Maligno se está acostumbrando a robarnos. Andre se volvió hacia la desconocida. Lo único que vio fue su espalda. —¡Oye, tú! ¿Quieres mostrarte? La desconocida decidió que había llegado el momento de revelarse. Alzó una mano para soltarse el turbante. Su pelo rubio, su tez clara y sus ojos verdes le daban una delicada belleza. Andre se sintió inesperadamente reconfortado por su aspecto. Ravin, a su vez, se quedó cautivada. Sintió que le daba un vuelco el corazón, pero no se fió del motivo. ¿Era simplemente el hecho de ver a la mujer, como había adivinado Andre, que se ocultaba tras la ropa, el hecho de haber desvelado un misterio, o había algo más? La joven no expresaba nada. Andre fue el primero en hablar. Su tono era autoritario. —Me llamo Andre, hijo de Decevis. Estás sin permiso en las tierras de mi tribu. Ravin posó la mano en el brazo de su hermano. —Andre, sólo nos ha ayudado. Andre percibió la afinidad de Ravin con la desconocida. —Cierto, ¿pero por qué razón? La desconocida se dirigió sólo a la mujer: —Por el bien supremo. Ravin fijamente desconocida. Andre se tranquilizó mientras seguía hablando por la tribu demiró Decevis, comoalelacorrespondía. —Ésa es una noble causa. ¿Estás haciendo una cruzada? La desconocida tomó la medida al guapo hombre.
—No, estoy viviendo mi destino. Andre se sintió intrigado. —Está bien que tu destino te haya traído hasta aquí. ¿Quieres comer con nosotros? La respuesta de la desconocida fue respetuosamente reacia. —No, gracias. Esto no se lo esperaba Andre. —¿Estás destinada a estar sola? Su dolor le daba motivos para ser cauta con lo que decía. No iba a revelar la verdad. —Hubo un tiempo en que creía que no. Ahora ya no lo sé. Andre afirmó: —Te ofrecemos nuestra hospitalidad. —Y yo os lo agradezco, pero tengo que cerciorarme de que mi propio campamento está a salvo de los bandidos. Ravin no pudo evitar intervenir. Quería obtener una información muy concreta. —Entonces, ¿estás sola? A la desconocida se le estaba partiendo el corazón. No podía imaginar un destino peor que ser invisible para la persona amada. —Cuidaos. —Esto, dicho con compasión, mitigó el insulto que sintieron los hermanos cuando la desconocida se dio la vuelta y se alejó de ellos. Andre se volvió hacia Ravin. —Es extraño, hermana. Estaba seguro de que quería algo de nosotros. Ravin seguía con la mirada fija en la desconocida mientras ésta se montaba en su yegua. —Sea lo que sea lo que está buscando, puede que nosotros no podamos dárselo. —En nuestras tierras, el agua potable y una buena comida bajo una tienda fresca suponen el paraíso. Le hemos ofrecido el paraíso y no ha querido aceptarlo. —Tal vez es una mística y desea la soledad. Poniéndole a Ravin la mano en el hombro, Andre instó amablemente a su hermana a regresar al campamento. —Sería la primera mística que conozco que tiene la habilidad de una guerrera. Somos una tribu hospitalaria. Eso lo sabe todo el mundo. Ravin echó a andar junto a su hermano.
—Sí, eso lo puedo jurar. Rescatáis a los perdidos. Andre se volvió hacia Ravin. Se sentía intrigado. —¿Tú crees que está perdida? Ravin se detuvo y se volvió para mirar el lugar donde antes estaba la desconocida. —Creo que busca algo... o a alguien. Andre sonrió. —¿Quieres rescatarla? —Es lo que se le da bien a nuestra familia. —Sí, efectivamente. Y es de sabios hacerlo. Lo siguiente que dijo Ravin fue una respetuosa petición. —Entonces, ¿no te parece mal si le llevo comida y agua? Andre no quería desanimar a su hermana. —Si consigues encontrarla. Ravin no disimuló su entusiasmo. —Me resultará fácil seguirle el rastro. Andre se echó a reír. —Sabes hacer muchas cosas, hermana mía. El rastreo no fue demasiado difícil. La desconocida había encontrado el sendero que cruzaba las colinas. Había subido a lo alto,Ravin dondeadivinó los árboles la protegían del viento y desde donde podía ver a todo el que se acercara. en qué meseta había instalado la desconocida su campamento. Eligió un camino alternativo para conservar el anonimato. Subió más alto para ver el campamento sin impedimento. Era pequeño y eficaz. Había una fogata, la yegua estaba bien cepillada y la desconocida estaba sentada en una peña contemplando el desolado valle del este. Esta desconocida era una belleza para la vista, pero no había consuelo en su misterio, sólo una atenta intriga. Ravin se acercó con cautela. Había visto luchar a la joven guerrera. En su forma de combatir había un matiz difícil de definir, una mezcla de rabia, pena y temeridad. Fuera lo que fuese lo que le había sucedido a la mujer sin nombre, había hecho que estuviera dispuesta a sacrificar su vida por el bien supremo, un bien que perseguía y encontraba en aquellos a quienes no conocía. Ravin no comprendía qué había provocado tal ahínco en la joven guerrera. Quería comprenderlo. —Hola. La desconocida miró a su visitante, a quien no había invitado, pero a quien esperaba. No dijo nada.
Ravin se sintió incómoda con el silencio. Intentó aliviar la tensión con una delicada muestra de humor. —Deberías tener cuidado. Podría traer una espada en lugar de una cesta con comida. —Sabía que eras tú. —No había arrogancia en el tono tierno de la desconocida—. No te tendría miedo ni aunque tuvieras una espada en la mano. Ravin se quedó desconcertada al oír eso. ¿Cómo había sabido la desconocida que era ella y por qué no tenía miedo? ¿Era orgullo o le producía confianza? —Puede que te pida que te expliques en otro momento. —Algunas cosas no se pueden explicar. —No respondiste a Andre. ¿Tienes nombre? La desconocida guardó silencio. Le costaba hablar con la mujer que tenía delante. Ravin decidió empezar de nuevo. —Yo me llamo Ravin. La desconocida estaba atenta. —Ravin. Es un nombre interesante. —Padre dijo que el color de mi pelo y la agudeza de mis ojos le recordaban a un cuervo. Ravin es una forma antigua de ese nombre. No se le ocurría otro que ponerme. —Debes de haber sido una niña impresionante. El rostro de Ravin se ensombreció visiblemente. —Nadie sabe qué clase de niña fui ni qué clase de vida he llevado hasta hace seis lunas. —¿Qué quieres decir? —He perdido mi nombre y todos los recuerdos de mi vida. Padre me encontró y me dio su protección. —¿No recuerdas nada? —A veces surge algo que me resulta familiar. Ciertas frases e imágenes. —Pero pareces feliz. Ravin no se esperaba esta observación por parte de la desconocida. La felicidad era algo que rara vez se planteaba. —Sí, soy feliz. —Levantó la vista, hablando pensativa, más para sí misma que para la desconocida—: Pero luego llega la noche. Me gusta mirar las estrellas, aunque cuando lo hago me siento incompleta. Compreda, la vidente de nuestra tribu, me dice que tengo a una persona amada. No recordar a la persona que amas...
La desconocida se quedó desconcertada. —Yo creía que Andre... Ravin sonrió de oreja a oreja. —¿Andre? ¡No! A Lasa, su esposa, no le haría la menor gracia. De todas formas, el corazón de Andre le pertenece a ella por encima de cualquiera. Para mí es un hermano. Ravin se dio cuenta de repente de todo lo que le había revelado ya a la desconocida. Le había contado más de lo que pretendía. ¿Por qué buscaba a la joven? ¿Por qué le salían las confesiones con tanta facilidad? —Dime cómo te llamas. —Fue una petición humilde. La desconocida respondió sin vacilar. —Gabrielle. —¿Y de dónde eres, Gabrielle? —De Grecia, de un pueblecito llamado Potedaia. —Eso está muy lejos de aquí. ¿Qué te trae a los límites del desierto? —Como he dicho, estoy siguiendo mi destino. —Sí, por el bien supremo. ¿No es una vida solitaria? —Sé quién soy. Sé en qué creo. ¿Qué hay que sea más importante? —Podría discutírtelo, pero antes de hacerlo, dime, ¿en qué crees? —En el amor. —¿Y en la amistad? ¿La amistad que te hemos ofrecido Andre y yo? —No era el momento adecuado para aceptar vuestra invitación. —¿Y ahora es un buen momento? Te ofrezco fruta, queso, pan y vino dulce. —Yo no tengo nada que ofrecerte a cambio. —Sí que tienes. Me basta con una buena hoguera y conversación. Es decir, si te animas a decir más de dos palabras cuidadosamente pensadas. Gabrielle esbozó una sonrisa agridulce. —En otra época tenía fama de ser buena bardo. —¿En serio? Cuéntame la historia de tu vida, Gabrielle. La comida era buena, la compañía mejor. Gabrielle empezó a permitirse estar relajada, menos temerosa de traicionar la verdad. Ravin vio cómo aparecía tangiblemente la personalidad de Gabrielle a medida que transcurría la velada. La noche cayó a su alrededor. Con ella, una dulce
intimidad las cubrió a las dos como una manta cálida. Gabrielle tenía cuidado de no pedir demasiado. Ravin se puso a hablar de la hermana de Andre. Gabrielle advirtió la incertidumbre con que lo hacía. Ravin elegía las palabras con cuidado, como si un error fuera a costarle caro. —Se llamaba Lea. Era terca y bella. Su pasión era la tribu. Al faltar su madre, se aseguraba de que las familias estuvieran bien, de que todos los niños estuvieran bien atendidos. Era sabia para sus años y muy respetada como mediadora. A padre y a Andre les recuerdo a ella, aunque ninguno de los dos lo ha dicho. Lo vi en sus ojos desde el principio. Como si no fuese yo la que estaba allí. Como si hubiera un fantasma a mi lado o detrás de mí. Tardé unos ciclos de la luna en averiguar su historia y comprender. No sabía quién era yo misma, pero sí sabía que no era Lea. Deberías haber visto la cara que puso padre la primera vez que blandí una espada y demostré que era capaz de usarla, o la primera vez que monté en el semental de Andre. Me sentía atrapada y necesitaba quemar esa fiebre cabalgando largo rato enfrentada a la arena del desierto. Cabalgar, luchar, usar mi espada, buscar trucos para salir con bien de un combate son cosas que me salen de forma natural. Pero me refreno. Ésta es la tribu de padre y Andre es su único heredero. Me he esforzado por respetar su autoridad sin perderme aún más a mí misma. —Ravin hizo una pausa y se quedó mirando el fuego. Gabrielle estaba hipnotizada por la visión. Era tan familiar. Lo ajeno era su incapacidad para reconfortar a su amada. El fuego chisporroteó y Ravin salió de su trance—. No puedo comentarle estas cosas a nadie dentro de la tribu. Gabrielle dijo: —Comprendo que no puedas. —Quiero formar parte de ellos, sentir que éste es mi sitio. Tengo una buena vida. Puede que no sea tan emocionante como la tuya... Gabrielle interrumpió con un suspiro: —Las emociones están sobrevaloradas. Yo anhelo la paz. Una vida tranquila. —Puedes tenerla. —Tal vez algún día. Ahora no es el momento. —¿Cómo sabrás cuándo ha llegado el momento? —No lo sé. Algo ocurrirá que me lo dirá. —Bueno, pues con esa esperanza, creo que será mejor que vuelva. No me sorprendería que Andre hubiera enviado una partida en mi busca. Ravin se puso a recoger la cesta. Gabrielle no se animó a ayudarla. No quería la separación. Levantándose ante Gabrielle, Ravin proclamó su satisfacción: —Pues ya está. Gabrielle miró a la mujer. —Gracias. Ravin ofreció la mano a Gabrielle. Ésta la cogió y dejó que la levantara.
—De nada, y gracias por la conversación. Sabes escuchar. Todavía tengo la sensación de que me queda mucho que averiguar sobre ti. Espero que me des la oportunidad de hablar contigo de nuevo. Gabrielle asintió con un gesto seco. —Me apetece mucho. —Cuídate, Gabrielle. —Tú también. —Gabrielle se trabó con sus propias palabras. No podía pronunciar el nombre de la mujer. Ansiaba algo más que el contacto de su mano. —Padre, ¿quieres aconsejarme? —Hija mía, esta tal Gabrielle es griega. Los griegos son infieles. Hay que poner en duda sus costumbres. —Decevis hizo hincapié en sus siguientes palabras—: Nuestras sospechas están justificadas. —Era evidente para Decevis que Ravin no se sentía satisfecha—. Hija, ¿qué es lo que te preocupa? ¿Qué te ha dicho? —No es nada que haya dicho. Es que no comprendo por qué me ha ayudado poniendo en peligro su propia vida. —¿Se lo has preguntado? —Dijo que ella era así. —Eso es admirable. Pero te lo vuelvo a advertir. Los griegos no son personas morales. No se puede confiar en ellos. Puede que tenga un motivo oculto que ninguno de nosotros es capaz de ver. —Tendré cuidado. —Sé que lo tendrás. Ravin hizo unadesde pausa. La tanto conversación deseaba hacer hacía tiempo? había ido bien. ¿Se atrevía a plantear la pregunta que —Padre, ¿me hablas de Lea? El humor de Decevis cambió visiblemente. Ravin supo que no era para bien. —Padre, sé que es doloroso. —¡No, Ravin, no lo sabes! ¡No lo sabes y rezo para que jamás sufras el dolor de perder a un hijo! —Padre, hay tanto misterio en torno a ella. —Porque mi dolor y el dolor de nuestra tribu siguen siendo demasiado hondos. —Pero a lo mejor te ayudaría hablar de Lea. ¿No te ayudaría a llorarla? Decevis gritó sin controlar la rabia:
—¡No necesito tu ayuda ni la de nadie para llorar a mi hija! Ravin se sintió humillada al ver el tormento de Decevis. —Perdóname, padre. —Se inclinó ante él y salió de su tienda. Ravin había estado callada durante la mayor parte del trayecto. Gabrielle deseaba saber en qué estaba pensando su acompañante. —¿En qué piensas? Ravin contestó sin vacilar: —Estaba pensando en ti. Sigo sin comprender por qué estás aquí. Gabrielle miró hacia delante. —He viajado y he visto mucho mundo. Eso me ha enseñado mucho. Lecciones que no creo que hubiera aprendido si me hubiera quedado en casa. —Cuéntame. —Ravin, no somos tan distintos. Las personas tienen dioses distintos, reyes y reinas distintos, héroes distintos, pero todos somos sólo personas que intentan vivir bien. —Y tú estás decidida a ayudar a otros a vivir bien. Ése es tu bien supremo. —No es mi bien supremo. Es el de todos nosotros. Alguien me lo enseñó hace mucho tiempo. —Así que has tenido un maestro. —Más de uno. Siguieron cabalgando, de nuevo en silencio. Ravin se planteó si podía permitirse la libertad de expresar sus ideas sin censura. Sabía que corría un riesgo. Y sin embargo, al cabo de un rato, decidió pensar en voz alta. —Ha habido una persona especial en tu vida. Gabrielle tuvo cuidado con su respuesta. —Sí. —¿Por qué no te casaste con él? El dolor de Gabrielle se agudizó, pero habló con tono tranquilo: —A mi marido lo mataron poco después de casarnos. Ravin no se esperaba tal explicación. —Lo siento. Fue afortunado de tener tu amor. —Gabrielle no respondió. Ravin sintió su propia pena—. No pretendo tomarme tu pérdida a la ligera, pero creo que has tenido suerte de conocer a tu amado. —Sus palabras fueron recibidas de nuevo con el silencio. Ravin tuvo miedo de haber ofendido de verdad a su acompañante—. ¿Gabrielle?
Gabrielle se dirigió más a su propio corazón que a Ravin. —Yo quería a Pérdicas. Tuvimos un breve amor juvenil y lo recordaré como algo precioso hasta el día en que me muera, pero él no era... Hubo alguien más en mi vida, mi alma gemela, mi amor. Ravin percibió que ahora iban a cambiar de dirección. No sólo en su corto trayecto, sino en la conversación. Gabrielle no había dicho el nombre de su amor, ni había indicado en absoluto que sus palabras fuesen una invitación. El momento de compartir recuerdos dolorosos había pasado. Ravin quería saber más, pero éste no era el momento. Al cabo de un rato de silencio que le sirvió para poner en orden sus ideas, decidió dar un giro a la conversación. —He intentado hablar con padre sobre Lea, pero le cuesta. No logro imaginarme lo que siente... al haber perdido a una hija. Gabrielle se encogió. La espada de la ignorancia tenía doble filo. La mujer que tenía al lado no sabía nada de sus penas respectivas. —Yo sé lo que supone haber perdido a mi hija. Esto volvió a pillar a Ravin por sorpresa. Se preguntó cuánto dolor había sufrido la joven y si era este dolor lo que le daba una sabiduría que iba más allá de sus años. —Lo siento. Entonces lo comprenderás. —Puedo intentarlo. Esperanza estuvo conmigo muy poco tiempo. Le fallé. Es una carga que de la que un padre nunca puede librarse. —La querías. —Con todo mi corazón. Pero el amor no garantiza que las personas no se hagan daño o se fallen mutuamente. —Déjame ver. —Ravin se había arañado el brazo con unos matorrales. —No es nada. —Eres... —Gabrielle se controló antes de terminar la idea. —¿Soy cómo? —preguntó Ravin en broma. La respuesta fue una regañina. —Estás sangrando. Eso es sangre. Ravin asintió. —Muy bien. Gabrielle sacó una venda de su morral. Ravin comentó lo evidente: —Estás preparada.
El humor de Gabrielle todavía no había hecho acto de presencia. —He visto muchas heridas a lo largo de mi vida. —No te apartas al verla. —Ravin especificó—: La sangre. —Hago lo que debo hacer. —La vida de un guerrero... El tono de Gabrielle se volvió solemne: —Ha habido ocasiones en que, mirara donde mirase, lo único que veía era sangre. Hasta el cielo estaba rojo. Ravin se sentía genuinamente desconcertada. —¿Por qué sigues? Gabrielle terminó de sujetar la venda. —Nunca habidocon unalos lucha en la que no fuesehaciendo necesaria.eraNolosiempre he estado de ha acuerdo métodos, perohaya sabíaparticipado que lo queque estábamos mejor que podíamos hacer. —¿Podíamos? —He luchado al lado de otros. —Deseosa de cambiar de tema, Gabrielle anunció animadamente—: ¡Ya está! —Gracias. Gabrielle observó el paisaje. —¿Por qué me has traído aquí? —Es que hay muy buenas vistas de las tierras de alrededor. —Ravin tomó aliento haciendo acopio de valor. Al mismo tiempo se preguntó por qué le costaba tanto hallar las palabras—. Para serte sincera, quería pasar un rato a solas contigo. Para conocerte mejor. —¿Por qué? —¿Es que tiene que haber una razón? —No lo sé. He conocido a gente y, desde las primeras palabras o la primera mirada, he sabido que no quería saber nada de ellos, y luego he conocido a otros que no tardaban en parecerme viejos amigos. —Has viajado por muchas tierras y has conocido a muchas personas distintas. —Ravin, no quiero parecer arrogante, pero cuando se vive en el camino, éste pierde su atractivo. Es lo que he hecho y lo que seguiré haciendo, pero no finjo que es más de lo que es. —Pero tampoco es menos. Perdóname, pero no parece que tengas muchas ganas de marcharte.
—Ahora mismo supongo que no. —Pues quédate. —¿Por qué? ¿Para qué? Ravin no logró controlarse. —Por mí. Por una amistad. Gabrielle guardó silencio. —Lamento parecer presuntuosa. Es que pensaba que a lo mejor no querías estar totalmente sola en la vida. Y me parecía que tenías buena opinión de mí. Quédate un tiempo. —He perdido a muchos amigos. Ravin estaba decidida. —Yo he perdido mi pasado, pero eso no me va a impedir crearme una vida. —Hay cosas que no sabes de mí. De lo que me ha traído hasta aquí. —Y no estás preparada para compartirlas conmigo. Lo sé. —¿Y cuando lo haga? Ravin ofreció una promesa sincera: —Te escucharé. Gabrielle no estaba convencida. —Tu padre preferiría verme marchar. —Desconfía de todos extranjeros. Parece tener ideastus muy fijas sobre los griegos. — Ravin sonrió para quitarloshierro a sus palabras—. Poneunas en duda motivos y tu moralidad. —No me sorprende. Decidiendo cambiar de tema y pasar a otro más agradable, Ravin preguntó a la joven guerrera: —Dime, los griegos hacen juegos de habilidad, ¿verdad? Gabrielle respondió con ligera desconfianza. —Sí. —Vamos a hacer una fiesta para celebrar nuestra buena suerte. Habrá muchos concursos de habilidad. Tú montas muytebien a caballo y manejas tus armas como una maestra. Seguro que hay un concurso en el que gustaría participar. Gabrielle dijo con falso titubeo: —Es posible.
Ravin respondió con una sonrisa sardónica: —Hay alguno en el que se tiene que participar con un compañero. Gabrielle estaba disfrutando del momento: —Ya. —¿Te lo pensarás? Conocedora de su respuesta, pero sin querer darla todavía, contestó con tono dubitativo: —Me lo pensaré. Andre estaba al lado de Gabrielle. —Se lo está tomando muy en serio. —Ya lo creo. Se ha empeñado en que practiquemos. —Está decidida a vencernos a mí y a Jóel. —Eso es lo que pasa por meterte con ella. —Todavía estoy aprendiendo. Es toda una mujer, esta hermana mía. —Sí que lo es. —¿Así que la admiras? —Sí, Andre, la admiro. —Ella también tiene muy buena opinión de ti. Ravin parece más feliz desde que llegaste. Necesitaba un amigo, aunque a veces me entran celos del tiempo que pasáis juntas. —Gabrielle miró a Andre a los ojos—. Tranquila. Yo tengo a Lasa y a mis propios amigos. —Hizo una pausa y luego sonrió de oreja a oreja—. Gabrielle, no sé cómo voy a soportar perder ante dos mujeres. Gabrielle sonrió igual que él. —Veremos si hoy recibes una nueva lección. —¿No vas a tener piedad de mí? —Tanta como Ravin. —Pues tengo motivos sobrados para preocuparme. Ravin se acercó a los dos con cara de pocos amigos. —Gabrielle, estamos a punto de iniciar la carrera, ¿y tú te dedicas a hacer migas con la competencia? —Andre me estaba rogando piedad.
Andre protestó: —¡Yo no he hecho tal cosa! —Hermano mío, todos los espectadores se apiadarán de ti mientras adquieres un nuevo concepto de humildad. El cuerno del juez sonó indicando el inicio. Ravin no disimuló su emoción: —¡Nos toca! Gabrielle miró a Andre. —Es tu hermana. Andre respondió riendo: —¡Sí, pero por adopción! Las normas de la carrera eran bien sencillas. Un relevo en el que cada pareja llevaba una vara con un la bandera equipo, que pasar un miembro la pareja otro. Laelcarrera era trayectode ensulínea rectaque conhabía una zona bien de señalada hacia de la mitad paraal realizar pase. Cuanto mejor se realizara el pase, más oportunidades tenía el caballo de no perder velocidad. Gabrielle y Ravin habían decidido que debía empezar Gabrielle. Dado que Jóel también empezaba por su pareja, Ravin y Andre correrían el uno contra el otro hasta la meta. Todos los corredores, un total de nueve equipos, se acercaron. Teran, el juez de salida, indicó a los jinetes que ocuparan sus puestos. Gabrielle sujetaba su bandera con una mano mientras controlaba a su yegua. Sonó el cuerno y empezó la carrera. Ravin esperaba atenta al momento adecuado para galopar al lado de su compañera. Sintió la descarga de adrenalina al ver que Gabrielle se acercaba. —Vamos, vamos. Andre le gritó: —Tu amiga lo hace bien. Ravin le gritó a su vez: —Presta atención, Andre. A lo mejor aprendes algo. Gabrielle, Jóel y dos más se iban acercando. Sus respectivos compañeros se prepararon. Cuando los caballos llegaron a la zona de pase, las cuatro parejas de jinetes cabalgaron codo con codo. Ravin no apartaba la mirada de Gabrielle. Gabrielle miró a Ravin a su vez y luego gritó: —¡Tuyo! Ante el pasmo deque Ravin, Gabrielle le lanzó lacon bandera. Pormás instinto, Ravin ladeatrapó siguió adelante, dejando los demás se debatieran un pase convencional mano ya mano. Jóel y Andre completaron su pase con éxito. Andre azuzó a su semental. Aunque montaba el caballo más veloz del territorio, no pudo reducir la distancia que lo separaba de su hermana. Ravin cruzó la línea de llegada con dos cuerpos de ventaja. Ravin redujo el paso de su caballo y
trotó de regreso a la línea de llegada para recibir el vino del premio que la aguardaba. Gabrielle azuzó suavemente a su yegua para reunirse con ella. —¡Hermana! ¿Qué clase de pase ha sido ése? Ravin se volvió para mirar a Andre, que se acercaba. —Yo diría que un pase eficaz. —Yo no te lo he enseñado. —Se me acaba de ocurrir. —¡Hemos ganado! Ravin se volvió hacia Gabrielle, que ya estaba a su lado. —Andre estaba admirando nuestra nueva técnica de pase. Ha sido muy sorprendente. Gabrielle sonrió. —Nunca se sabe qué va a suceder. —Bueno, no puedo decir que no estuviera advertido. Que disfrutéis del vino, pero no dejéis que se os suba a la cabeza. —¿El vino o la victoria? —dijo Ravin riendo. —Las dos cosas, hermana mía. Ravin se volvió hacia su compañera. No lograba disimular su alegría. —Bien hecho, Gabrielle. Pero la próxima vez, te agradecería que me avisaras con tiempo... —Pero Ravin, si te he avisado con tiempo de sobra. —Gabrielle gozaba de la conversación. Le recordaba a otra época de su vida. —¿Más vino? —ofreció Ravin. Gabrielle lo rechazó con cortesía. —No, gracias. —Ha sido un buen día. Una buena carrera, buen vino, buena compañía. —Creo que estás como una cuba. Ravin se echó a reír alegremente. —Es posible. —¿Qué te hace tanta gracia? —Me he portado tan bien desde que padre me encontró.
—Y... —No soy una niña, y desde luego no soy su hija, pero me importa que padre se sienta orgulloso de mí. Me refreno mucho. No te haces idea. Gabrielle contempló a Ravin. Estaba asombrosamente bella a la luz de los faroles. Llevaba una túnica azul clara. Llevaba el largo pelo negro suelto y su sonrisa era dulce y libre de toda preocupación. Hacía una noche cálida y estaban disfrutando del premio de la carrera en la intimidad de la tienda de Ravin. Gabrielle se imaginaba muy bien cuánto del espíritu libre de Xena seguía agitándose en el interior de Ravin y lo difícil que le debía de resultar a veces obedecer a Decevis. Gabrielle nunca había visto u oído a Ravin mostrar la menor falta de respeto hacia el patriarca de la tribu. Había poco que discutir. Decevis dirigía bien a su tribu, aunque tendía a una dureza inesperada. No perdonaba la más mínima infracción de la ley de su dios. Parecía temer que hacer tal cosa fuese una muestra de debilidad. Los castigos eran rayanos en la crueldad. Eran duros, con la intención de inculcar disciplina y promover la obediencia. Como hija adoptiva de Decevis, Ravin tenía mucho cuidado con lo que hacía. También vigilaba a Gabrielle. Ésta no tardó en caer en la cuenta de que Ravin sólo intentaba evitar una infracción accidental del protocolo por parte de su nueva amiga. Decevis no aceptaba como excusa el desconocimiento de la ley a la hora de pronunciar sentencia, cosa que varios extranjeros habían averiguado dolorosamente. Pero ahora estaban en la tienda de Ravin y las normas estaban al otro lado de la lona. —¿Gabrielle? —Sí, Ravin. —Gabrielle se sentía como si estuviera entreteniendo a una niña tierna. —No estoy borracha de vino, ¿sabes? —¿No? —No. —Ravin se acercó más a Gabrielle y le cogió la mano. La sensación fue repentina e inesperadamente terrorífica, pero atractiva. Ravin se sentía atraída por ella. Se concentró en su mano, que sujetaba la de Gabrielle. ¿Qué era lo que sentía? Desde el principio, Gabrielle había mantenido las distancias físicas con Ravin. El contacto era demasiado difícil, dada la verdad que ocultaba y el control mantener. Ravin sey quedó inmóvil. Levantó vista mirar a Gabrielle. Losque ojosnecesitaba de esmeralda de Gabrielle el mechón de pelo rubiolaque le para caía sobre la frente aumentaron la confusión de Ravin. Ésta soltó la mano—. Perdona. Gabrielle había luchado por conservar la serenidad todo este rato. —¿El qué? —Estoy borracha —dijo Ravin, más para sí misma que para su acompañante, buscando una fugaz seguridad—. Tengo que estar borracha. La confusión de Ravin era tangible. Gabrielle vio cómo la mujer fuerte y apasionada se metía en un caparazón. Ésta no era Xena. Gabrielle deseaba reconfortar a Ravin, pero sabía que acercarse a ella físicamente sería un gran riesgo. El contacto físico había causado la reacción. —Estoy cansada, Gabrielle. —Pues te dejo para que puedas dormir.
Ravin se había incorporado y se abrazó a sus propias piernas. Sus ojos observaban a Gabrielle mientras ésta se levantaba y preparaba su morral. Gabrielle volvió los ojos hacia Ravin, sin saber qué iba a ver. Vio a Ravin, a Xena, en pleno estado de vulnerabilidad. Cómo deseó en ese momento demostrarle su amor, pero en cambio intentó tranquilizarla. —Descansa un poco. Ravin asintió. —Lo haré. Cuando Gabrielle apartó la lona de la entrada de la tienda, Ravin la llamó. Gabrielle se volvió. Ravin parecía temblar. Gabrielle no lo pudo soportar. Dejó caer su morral y corrió hasta su amada. —¿Qué te ocurre? —Al tocarte, he sentido... Gabrielle alzó la mano y acarició el pelo de Ravin. —¿Qué has sentido? El contacto. El tacto de Gabrielle. Algo se rompió dentro de Ravin. Sabía que estaba a punto de perder el control. La fiebre que ardía en su interior en ocasiones y que la impulsaba a galopar con su caballo hasta el agotamiento se alzaba deprisa. No lo entendía. Sabía visceralmente que era su pasado, que luchaba por salir a la superficie. Por mucho que agradeciera saberlo, lo reprimió, porque sabía que su ferocidad tenía el poder de consumirla. —Gabrielle, por favor, déjame. Gabrielle se echó hacia atrás sobre los talones. —¿Ravin? —¡Vete! —La palabra estalló con la fuerza plena de una violenta tormenta. Xena había vuelto, la Xena que jamás permitiría que se viera su vulnerabilidad. Gabrielle se levantó y se marchó sin decir palabra. En el exterior, en medio de la noche, respiró hondo. Pronto. Pronto llegaría el momento de confesar la verdad. La anciana levantó su bastón y golpeó la lona al tiempo que exclamaba: —¿Hay alguien ahí? Si estás, asómate. Gabrielle había dormido mal. Se levantó y abrió la entrada de la tienda. Cuando sus ojos se acostumbraron al sol de la mañana avanzada, consiguió enfocar a una anciana. Antes de poder decir nada, la mujer habló: —¿Tú eres la extranjera? —Soy Gabrielle. —Yo soy Compreda. Ravin te ha hablado de mí. Gabrielle intentó concentrar la mente.
—Compreda. Sí. —Tenemos que hablar. Ven a dar un paseo conmigo. —¿Ahora? —¿Se te ocurre un momento mejor? —Ahora mismo, creo que no sé nada. —Oh, sabes la verdad y por eso debemos conocernos. Compreda había conseguido hacerse con toda la atención de Gabrielle. Caminaban por el sendero solitario. Compreda mantenía un paso regular apoyándose en su bastón. —Dime por qué has venido aquí. Quiero la verdad, no lo que les has contado a Ravin o a Decevis. —Estaba buscando a alguien. —Y la has encontrado, ¿no? Gabrielle contempló el rostro ajado de la anciana. Decidió confiar en ella. —Sí, es cierto. —Pero ella no te conoce. —No. —¿Y qué vas a hacer al respecto? Gabrielle dijo con seguridad: —Le voy a contar la verdad. —¿Cuándo? —Cuando me parezca el momento adecuado. La preocupación de Compreda no se calmó. —Ravin está mal. Hoy ha venido a verme. Cuéntame qué ocurrió anoche entre vosotras dos. —Nada, en realidad. Ella bebió demasiado vino. Se acercó a mí y me cogió la mano. Fue entonces cuando cambió. Parecía asustada y confusa y entonces me dijo que me marchara. —Un contactoenfísico. ser muysepoderoso. hablé un momento conla Xena antesOh, de que sesimple transformara Ravin.Puede —Gabrielle detuvo enYo seco. Compreda se dio vuelta—. sí, lo sé. Una loca como yo no olvida fácilmente cómo ver. —Compreda avanzó los pasos necesarios para colocarse al lado de Gabrielle. Puso la mano en la espalda de Gabrielle para llevarla hacia delante—. Por lo que sé, el resto de la tribu sólo ve a Ravin. Xena siente cierta debilidad por los sabios del mundo.
—En mi tribu había una sanadora que nos cuidó bien a las dos. —Me alegro de que tu sanadora diera un buen ejemplo. Como he dicho, Xena y yo hablamos un momento. Me enteré de tu nombre y supe que compartíais un vínculo especial. ¿Es tan fuerte como me dijo Xena? —Sí. —Muy bien. Ésta puede ser una época difícil. ¿Tienes la fuerza suficiente para aguantar? —Xena y yo hemos soportado muchas cosas. —Con esto volverás a poner a prueba la fe que tenéis la una en la otra y la que tienes tú en ti misma. Te lo advierto, Gabrielle. No estás en Grecia. Aquí no se acepta el amor entre dos mujeres. Te vas a enfrentar no sólo a la pérdida de memoria de Xena, vas a enfrentarte a las costumbres de su tribu de adopción. —¿Por qué has acudido a mí? —Porque Xena ha salvado a mi gente y no debería perder la vida por ello. Ya sabes cómo son los hombres, juegan a ser políticos y líderes, pero nosotras, las mujeres, cambiamos el mundo día a día, a vida,familias, dando a cuidando luz, enseñando, curando, trabajando los campos, un hogar paravida nuestras de nuestros templos. Los en hombres están creando demasiado ciegos para ver la verdad de la vida que los rodea cada día. Hago esto porque es lo que hago. Es el único camino que tengo. ¿Comprendes? —Sí, comprendo. Xena tiene su camino y yo tengo el mío. —Y la gloria es que podéis ser fieles a vosotras mismas sin dejar por ello de seros fieles la una a la otra, ¿verdad? —Sí. Gabrielle llevaba ya un tiempo observando a Xena como Ravin. La pregunta que se hacía a sí misma era si Xena era la misma mujer al haber perdido sus recuerdos. Era difícil contestar la preguntapersona. con objetividad. Al principio respuesta fue unlos sí tajante. Ravin y Xena eran un la misma Lo único que tenía quesuhacer era reavivar recuerdos de Xena. Habría deseo, una necesidad subyacente dentro de su amada de conocerse como la persona que era. Pero en realidad, Gabrielle tenía dudas. Dudaba de que Ravin fuese Xena. Se miraba a sí misma y sabía que la persona que era había llegado a ser gracias a las experiencias de toda su vida. Era la jovencita de Potedaia, la amiga y luego amada de Xena. Había viajado a tierras lejanas y había aprendido a base de vivir en culturas distintas de la suya, o simplemente a base de observarlas. Había sido la esposa de Pérdicas, la joven reina de las amazonas, la madre de Esperanza; había visto a su propia hija maligna morir a manos de su nieto monstruoso; había intentado seguir las enseñanzas del profeta Eli, había experimentado la muerte por crucifixión, había visto las maravillas del paraíso y había probado la fruta del infierno, había huido de la ira de los dioses olímpicos como protectora de Eva, y había reanudado su reinado sobre la nación amazona cuando ésta se encontraba bajo asedio. Si le quitaran cualquiera de esos recuerdos, no sería la misma mujer. Si le quitaran su amor, el amor que había sido el cimiento de su ser durante los últimos largos años, ¿quién sería? Ravin tenía la fuerza física de Xena, aunque Gabrielle dudaba de que Ravin conociera el grado completo de su capacidad. Ravin también poseía la capacidad innata de evaluar críticamente a las personas. Había demostrado respeto por la vida. A las personas más débiles o menos hábiles
les ofrecía cuidados y ayuda, aunque no ponía en práctica sus considerables conocimientos como sanadora. Pero había algo más. A Gabrielle le preocupaba la falta de seguridad en sí misma que tenía Ravin. Había aceptado la comunidad de la tribu y había permitido que ésta subsumiera su identidad de un modo que Xena jamás habría permitido. Ravin no quería estar totalmente sola. Xena lo haría para conservar su integridad, aunque eso le costara la vida. Ahí estaba la diferencia. Xena sabía que nunca podría volver a casa por completo. Los pecados de su pasado se interponían siempre entre ese sueño y ella. Era un sueño que sólo podía vivir en el estado de amnesia que ahora experimentaba. Gabrielle se preguntaba si, de tener la oportunidad, Xena habría escogido alguna vez el sueño. Creía que no. Recordaba que una vez las Parcas le dieron a Xena esa misma oportunidad y que ella la rechazó. De modo que lo que ahora había ocurrido no podía ser una decisión consciente. ¿O acaso Xena había cambiado de idea después de todo lo que había sucedido desde el ofrecimiento de las Parcas? Si eso era cierto, habría optado por olvidar el amor que se tenían y también a Eva. Habría olvidado todo el bien realizado a lo largo de los años. No, Gabrielle no iba a aceptar que la pérdida de memoria y una vida nueva fuesen elección de Xena. Gabrielle recordaba su propia decisión de conservar sus recuerdos. Podría haber olvidado cómo traicionó a Xena a cambio de olvidar a su familia, sus amigos, sus amores. Ese precio era demasiado alto. Xena había tenido la esperanza de que Gabrielle tomara la decisión que tomó, pero no interfirió en esa decisión. Y por ello, Gabrielle sabía que, aunque ella deseara lo contrario, Ravin, sin los recuerdos de Xena,claro nunca Xena.que También sabía no queesperaría Xena nunca elegiría convertirse en Ravin. Gabrielle tenía lo sería que tenía hacer. Xena menos de ella. —Mi amor. Ravin se quedó profundamente estremecida por la conciencia de algo imposible e inaceptable. Gabrielle no estaba sola. Se levantó de donde estaba sentada. Se plantó ante Gabrielle. —¿Qué dices? Gabrielle levantó la vista hacia Ravin, encontrándose con su mirada. —Sólo lo que me has preguntado. —¿Por qué iba a venir tu amor al desierto? —No lo sé muy bien. Nos separamos mientras ayudábamos a una aldea a luchar contra un señor de la guerra. Esperé y luego emprendí la búsqueda. Averigüé que una caravana había pasado por allí y que alguien que coincidía con la descripción de mi amor iba con ellos. De modo que seguí el rastro y me trajo hasta aquí. —¿Por qué no me contaste esto antes? —Tenía mis razones. —Muchos extranjeros pasan por nuestras tierras. ¿Qué aspecto tiene tu amor? —El tuyo. Ravin retrocedió un paso como si la hubiera abofeteado. —No te conozco. —Se volvió para regresar por el camino, para volver por donde había venido. Lo que Gabrielle decía no podía ser cierto. Se consideraba una abominación a ojos de la tribu, a
ojos del dios de la tribu. Esto no podía ser cierto y, si lo era, era la gracia de dios lo que le había permitido abandonar su vida anterior. Gabrielle se quedó mirando y esperando con paciencia. La alta guerrera había detenido su marcha. Gabrielle sólo podía imaginarse la batalla que se estaba librando en su interior. Al cabo de unos instantes, Gabrielle, decepcionada, vio cómo la mujer llamada Ravin echaba a andar de nuevo para alejarse del campamento. —Vieja. —La voz de la guerrera exigía reconocimiento. Compreda respondió con interés. —Ravin. —¿Qué clase de hechizo has tramado? Compreda se tomó la acusación con calma. —¿A qué te refieres, hija? —La extranjera, Gabrielle. Ha dicho que ella es mi amada. —¿Y qué dice tu corazón? Ravin no se esperaba la apacible pregunta. —No puede ser ella. —¿Eso ha dicho tu corazón? La rabia de la voz de Ravin no había cedido. —No. Yo digo que no puede ser ella. —¿Por qué no? —Porque ella... de pérdida de Ravin a hacerse más intensa Ravin sabía que —La no sesensación podía confiar en la lealtad de empezó Compreda. Ésta nunca se habíay titubeó. sentido sujeta a la ley. —¿Hija? Ravin retrocedió. —Debo hablar con padre. Compreda se recostó en su silla. Lo que había estado esperando había ocurrido. Deseó poder sentirse satisfecha con el desafío de Gabrielle, pero sabía que no iba a ser tan fácil. Todavía quedaban demasiados peligros que superar antes de que se pudiera hacer justicia. Decevis escuchó para a su darse hija atentamente. estaba preparado por vencido.Sus temores se estaban haciendo realidad, pero aún no —La griega dice mentiras. Te advertí de que no te hicieras amiga suya. Haz caso de mi advertencia, hija. Lo que esta mujer dice es maligno. —Decevis alargó la mano y cogió la de
Ravin—. No hay mal alguno en ti. No le permitiré que te haga creer que has sido capaz de tal corrupción. Ravin sintió una profunda pena. —Padre, ¿cómo puede estar tan mal el amor? Decevis no quería enredarse con la pregunta de Ravin y decidió pasarla por alto. —Es contra natura. El mayor anhelo de Ravin se liberó de las considerables ataduras que ella misma se había impuesto. —¿Quién soy, padre? Decevis confió en el peso de su autoridad incontestada. —Eres mi hija. Eso es lo único que necesitas saber. Ravin habló con el corazón: —Quiero más. Decevis se mantuvo firme. —Si ser la hija de Decevis no es suficiente... —Por favor, compréndelo —suplicó Ravin. —Eres tú quien debe comprender. Debes elegir quién quieres ser. Mi hija o la ramera de Gabrielle. Ravin se quedó horrorizada por la forma en que Decevis presentaba las cosas. Le ofrecía únicamente los extremos de su moralidad. Ella sabía que la persona que era entraba dentro de lo desconocido. —Discúlpame, padre. No pretendía molestarte. —Ravin se dio la vuelta deseando no haber acudido a Decevis en busca de ayuda. Cuando estaba a punto de marcharse, se detuvo al oír su nombre. Se volvió de nuevo hacia el patriarca. Éste había recuperado su majestuosidad. —¿Has leído los pergaminos de Gabrielle? —No, señor. —Yo tengo copias. —Señaló un baúl situado cerca de los pies de Ravin—. Están en ese baúl. Cógelos y léelos. Decide tú misma si eres la mujer griega que Gabrielle desea que seas. Andre insistió: —Tus insinuaciones son inaceptables. Gabrielle conservó la calma. —¿Para quién, para ti o para Ravin?
—Para la naturaleza. Los hombres y las mujeres fueron creados los unos para los otros. —Eso es cierto, pero no es la única verdad. Platón contaba la historia de cómo la humanidad fue en un tiempo hombre y mujer, hombre y hombre, y mujer y mujer. Separados por los dioses, se convirtieron en almas divididas destinadas a buscar y encontrar a sus correspondientes mitades. Xena y yo somos almas gemelas. —Platón, un griego, cómo no. La llamas por otro nombre. La mujer a quien conocías ya no existe. Estás empeñada en echar a perder la vida de Ravin. Gabrielle se mostró decidida: —Debería saber quién es. Andre se mostró igual de apasionado: —Ya lo sabe. Es decisión suya. Ella misma ha dicho que está contenta. ¿Por qué tienes que arruinar su paz? —La verdad no es fácil. —Sí, tienes razón. ¿Y no eres tú la que no acepta la verdad de tu pérdida? —Mientras Xena siga viva. —Pero ahí es donde te equivocas. Que a Ravin la encontráramos en el desierto no quiere decir que sea tu Xena. —Andre —interrumpió la voz fuerte y controlada. Andre y Gabrielle se volvieron y vieron a la mujer de quien hablaban. Ésta preguntó a su hermano: —¿Qué haces? Andre se acercó a su hermana. —Padre me lo ha dicho. Hay que acabar con esta locura. El tono de Ravin dejó ver su enfado: —¿Así que quieres salvarme de Gabrielle? Creía que te fiabas de mi criterio. —Y me fío. —Andre posó la mirada en Gabrielle—. Pero no me fío de los griegos. Ravin expresó su miedo disfrazado de desafío: —¿Y cómo sabes que yo no soy griega? Andre no cedió. —Eres quien quieras ser y, a menos que hayas decidido otra cosa, eres miembro de nuestra tribu. Ravin se consoló con la declaración de Andre.
—Estoy de acuerdo. Por favor, déjanos, hermano. Regresaré al campamento dentro de una marca. Andre se volvió hacia Gabrielle. Habló en voz tan baja que sólo ella lo oyó: —Ojalá nuestras diferencias no existieran, porque te respeto. Pero escúchame bien. Lucharé hasta el último aliento para impedir que hagas daño a mi hermana. Gabrielle asintió. Ella también respetaba al joven. Sólo podía admirar su devoción. Ravin esperó a que Andre hubiera dejado el campamento. Se volvió hacia Gabrielle, convencida de lo que debía hacer. —Gabrielle, yo no soy la mujer a quien llamas Xena, y aunque lo fuese, no tengo ningún motivo para volver a ser ella. Padre me ha enseñado los pergaminos. La vida de Xena es una vida de violencia y muerte. Si no fuese por los ladrones de Maligno, no tendría motivo para alzar una espada. ¿Por qué quieres que me convierta en ese monstruo? —Xena, tú no eres un monstruo. —Dime, ¿qué es lo que más deseas para mí? Gabrielle sabía la respuesta sin necesidad de pensársela. —Que encuentres la paz. —Estoy en paz. —¿Sí? —Gabrielle no pudo disimular su incredulidad. —Lo estaba antes de que llegaras. Déjame en paz, Gabrielle. Gabrielle se desanimó. —¿Cómo puedo? ¿Y nuestro amor? Ravin dijo tajantemente: —El amor del que hablas está mal. Gabrielle se quedó atónita. Xena no podría haber dicho nada más doloroso. Ravin continuó: —Lo que estás haciendo no tiene nada que ver conmigo. Se trata de ti. De lo que tú quieres. Gabrielle miró a su amada y supo que lo que decía era, en parte, cierto. Su vida se había hecho inseparable de la de Xena. Su camino estaba con Xena. Podía aceptar la muerte de Xena, pero no podía aceptar que Xena no quisiera tener nada que ver con ella. La mujer que tenía delante decía una verdad que Gabrielle no deseaba aceptar. Ravin estaba convencida de que su Xena había muerto y que seguiría muerta para ella. Ravin aguardó una respuesta. Observó cómo se producía un cambio. Los ojos brillantes y sinceros de la joven se apagaron. Una sombra, como una nube que se tragara al sol, se apoderó de ella, dejando una pálida angustia.
Gabrielle no sabía cómo luchar. No sabía qué podía decir para recuperar su importancia en la vida de la otra. ¿Cómo convences a alguien para que te ame cuando te ha dicho que no te ama y no lo quiere hacer, que la mera idea de ese amor le resulta ofensiva, que el murmullo antes constante del amor ya no late en su corazón? Desesperada, se rindió. —Lo siento. He hecho mal en intentar cambiarte. El cambio sólo se produce si tu corazón lo desea. Ravin sintió una lástima cada vez mayor. Por fin había ganado la discusión, pero no sentía satisfacción alguna. —¿Dónde irás? La pérdida y la confusión de Gabrielle eran tangibles. —No lo sé. —¿Te irás a casa? Gabrielle respondió como siempre lo había hecho: —Mi hogar está con... —Se le apagó la voz. No pudo completar la idea. Seguía siendo cierta en su corazón, pero laestá vidaEva. se la había negado—. A Grecia. Mi hermana y mi sobrina viven en Potedaia, y además —¿Quién es Eva? —La quiero como si fuese mi propia hija. Es la hija de Xena. Ravin tuvo que hacer un esfuerzo para conservar el equilibrio. Pero no quiso ceder. —Me alegro de que no vayas a estar sola. —Xe... Ravin. Sólo tengo una cosa que pedirte. Ravin se mostró cauta. —¿El qué? —¿Puedo...? —Gabrielle abrió los brazos—. ¿Despedirme? Ravin se acercó y estrechó a la joven entre sus brazos. Gabrielle había luchado a su lado. Había sido una buena amiga durante el tiempo que habían compartido. Pedir un abrazo no era gran cosa. Gabrielle la abrazó estrechamente, notando la fuerza de su amada. El dolor era agudo y profundo. Respiró hondo y se apartó. —Jamás te olvidaré. Ravin se había preparado. Se había hecho inmune a todo sentimiento. —Ni yo a ti. Buen viaje.
Gabrielle se dio la vuelta y se alejó. Ravin se quedó allí en silencio observando cómo la silueta de la joven guerrera desaparecía más allá de las dunas mientras los brillantes colores de la puesta del sol inundaban el cielo. Gabrielle viajó hasta el anochecer. Una serie de cavernas le prometía refugio. Vio una luz que salía de una de ellas. Al acercarse se dio cuenta de que la luz emanaba de una antorcha encendida. Tras atar a su yegua, se detuvo en el umbral de la caverna. En la pared había grabada una inscripción en un idioma que desconocía. Gabrielle esperaba que fuese una invitación y no una advertencia. Sacó la antorcha de su soporte y se adentró en la caverna. La cueva daba paso a una gran cámara. En cada uno de sus seis rincones ardían antorchas alegremente. Gabrielle reconoció el espacio como un templo. En el centro había un altar y sobre el altar una piedra, un hexágono perfecto. La piedra tenía una altura de tres dedos, con grabados pulcros y bien marcados del mismo alfabeto que había visto en la entrada. Sospechó que su srcen se remontaba a un antiguo culto. Gabrielle alargó la mano para tocar la piedra. —¡No! Gabrielle apartó la mano, se volvió y vio a una mujer en uno de los rincones de la cámara. —No pretendía asustarte, pero la piedra de Emet es implacable, a menos que sea algo más que la curiosidad lo que te lleva a tocarla y estés buscando su poder. La mujer, se fijó Gabrielle, era unos cuantos años mayor que ella. Era alta y delgada. Llevaba una túnica verde que caía en suaves pliegues sobre su cuerpo. Sus ojos eran de un profundo tono de almendra, su voz suave y tranquilizadora. Gabrielle se dio cuenta de que ni había oído ni percibido la llegada de la mujer. —No, no sé qué lugar es éste. —Un antiguo templo de una época que muchos han olvidado o desean olvidar. —¿Y esto? —Gabrielle señaló la piedra de Emet. La mujer se acercó. —Algunos lo consideran un regalo de nuestro dios.pero Otros consideran piedra de Emet tiene el poder de conceder un ruego, nolosiempre comouna unomaldición. se imaginaLa el ruego. Gabrielle se quedó desconcertada por lo que decía la mujer. —No comprendo. La mujer continuó con un deseo sincero de hacer claro lo que estaba oscuro. —Uno puede rogar no volver a pasar hambre nunca más y encontrar la muerte antes de desear su próxima comida. —Entonces hizo una pregunta a la joven desconocida que tenía delante—: El ruego ha sido concedido, ¿no es así? Gabrielle lo entendió entonces. —Ya veo. La mujer sonrió porque se dio cuenta de que la desconocida lo entendía de verdad.
—Me llamo Cala. Soy la guardiana de este templo. Eres bien recibida si buscas refugio. Gabrielle agradeció la invitación. —Sí, gracias. Sólo por esta noche. Cala optó por no reprimir su propia curiosidad. —¿Puedo preguntarte hacia dónde te diriges? Gabrielle se lo pensó. El presente había quedado relegado a un lado mientras buscaba refugio. Titubeó. —No lo sé. —Luego dio una respuesta rutinaria—: De vuelta a casa, a Grecia. —¿De vuelta? ¿Has estado en nuestras tierras? —Sí. He estado acampada cerca de la tribu de Decevis. —Decevis. —Cala dejó que el nombre flotara un momento entre ellas—. ¿Has llegado a conocer a su gente? A Gabrielle le costaba mantener la conversación, pero contestó a pesar del dolor y la confusión. —He conocido a su hijo y su hija. Cala precisó: —¿A la nueva hija, a Ravin? —Sí. —Gabrielle empezaba a tener esperanzas de averiguar más cosas sobre Ravin. —Es impresionante. —¿La conoces? —Sólo ¿Puedo de fama.preguntarte —Cala miró atentamente voz—. cómo te llamas?a la desconocida. Tenía una sospecha a la que no dio Gabrielle lamentó su propia falta de cortesía. —Perdona, me llamo Gabrielle. —Se está haciendo tarde, Gabrielle. Puedes acomodar a tu yegua en una cueva de al lado. No le pasará nada. —Gracias. Gabrielle se quedó mirando en silencio mientras Cala se daba la vuelta y la dejaba sola en el templo. Clavó los ojos en el espacio que había ocupado la figura de Cala. Gabrielle no sabía cuánto tiemposuhabía pasado hastacansada que consiguió desprenderse su mirada vacía. Era todas la fatiga lo que exigía atención. Estaba y deseaba reposar. Aldepoco, Gabrielle apagó las antorchas menos una y se tumbó para descansar. Tardó en dormirse. El recuerdo del día se repetía sin cesar en su mente. Xena, Ravin, despidiéndola, rechazando su amor, afirmando que su amor estaba mal. El sueño no detuvo sus pensamientos. Los acontecimientos del día se fueron hundiendo cada vez más en su mente y su corazón. Su alma empezó a desgarrarse. Lo
que antes era parte de ella exigía liberarse, clavando brutalmente un cuchillo en su esencia, condenando su amor. —¡No! —gritó Gabrielle una y otra vez—. ¡No! —El desgarro la abrumó al sufrir el dolor de un corte en el corazón—. Me duele. —Apretó los brazos sobre su corazón mientras luchaba por respirar. El impacto del rechazo de Xena se había suavizado y en su ausencia se alzaba la angustia descarnada y herida de haber sido despedida por su amada. Oía la voz de Xena, su belleza resonante que la despojaba de su esperanza. Gabrielle se puso en pie. Quería correr, huir de la imagen y de los sonidos que convergían sobre ella. Sus bordes afilados y ardientes le hacían heridas dentro de la herida. No quería sufrir más. Se levantó y al tambalearse sin dirección se fue acercando al centro de la cámara. Su pena seguía rebosando sus límites. Cegada por sus propias lágrimas, no reconocía dónde estaba, aunque todavía salía luz de la única antorcha encendida. Alzó la mano para sujetarse y cuando la bajó, la posó sobre la piedra de Emet. —¿Dónde está? —La he metido en una cámara contigua por su propia seguridad. —Ojalá lo hubieras hecho antes. —Anciana, no me sermonees. Le advertí del poder de la piedra. —Cala no podía disimular su compasión—. No puedo creer que esto haya sido intencionado. Entraron en la pequeña cámara. Gabrielle estaba tumbada en un camastro. A su lado había una silla, el único otro mueble de la estancia. Compreda se acercó y se sentó en la silla. Estaba profundamente apenada. Puso la mano sobre la mejilla de Gabrielle. Ésta alzó su propia mano y cubrió la de Compreda. Gabrielle notó la suave piel ajada y se consoló con ella. Compreda hizo la preocupante pregunta: —¿Por qué le habrá hecho esto Dios? Cala estaba desconcertada. —¿Qué fue lo que rogó? —Por lo que ella misma dice, la joven siente poco respeto por los dioses. No hubo ningún ruego. —Siempre hay un ruego. Incluso en el corazón de aquellos que no creen existe un deseo de encontrar un principio o un final y, en contadas ocasiones, una continuación de lo que se tiene. Compreda se enfureció. —No se merecía esto. —Tú y yo sabemos mejor que nadie que conceptos como “justo” son irrelevantes. Así es la vida. —Cala, puede que tengas razón, pero me da igual. —Anciana, por eso he enviado a buscarte. Eres la única que conozco dispuesta a enfrentarse a un acto de Dios. —Tienes un fino sentido del humor, Cala.
—¿Qué se puede hacer? —Primero tengo que ver a Ravin. El genio de la vidente no estaba dispuesto a tolerar más indulgencias. —Tú no eres Xena. Ella no era una cobarde. Habría dado su vida por Gabrielle sin dudarlo un instante. Ravin se esforzó por conservar la serenidad bajo el ataque verbal de Compreda. —¿Y tú cómo lo sabes? —Por las leyendas. —¿Es que las leyendas...? Interrumpiéndola, Compreda siguió adelante: —Las leyendas proceden de las propias palabras de Gabrielle. Son una generación anteriores a ti y a por Gabrielle. esti.que Gabrielle las creara para su propio provecho. Cantaba la canción de Xena su amorNopor —Por Xena. Tú misma has dicho que yo no soy Xena. La vidente la retó: —¿Es que no tienes compasión? Atormentada por la discusión implacable, Ravin preguntó con agresividad: —¿Por qué has venido a mí? Gabrielle se ha ido. Va de camino a Grecia. Compreda se calló. Su silencio resultaba incómodo. Cuando por fin habló, lo hizo con rencor: —¿De camino? ¡Jamás regresará a Grecia! Ravin se quedó atónita. Se veía acusada de un crimen del que no tenía conocimiento. —¿Qué quieres decir? —Te llevaré con ella. Ravin no tardó en darse cuenta de que Compreda la llevaba a las cavernas del templo. Había oído hablar de ellas, pero Decevis le había prohibido poner un pie en ellas. La orden del patriarca siempre le había resultado desconcertante, porque el templo era un lugar de culto a su dios. Ravin había pensado en más de una ocasión que visitar el templo habría sido beneficioso para ella. Se debatía con la fe de Decevis, con el concepto mismo de un dios omnisciente y omnipotente. leyes delledios más poco que alcomprender. dios mismo.SuLas leyes eran un concepto gobierno y deAceptaba moralidadlas que a ella costaba preocupación siempre era de la aplicación de esas leyes. Dado que le correspondía a Decevis juzgar las infracciones y aplicar el castigo, le costaba aceptar la disparidad que veía entre la supuesta misericordia de dios durante los actos de devoción y la severidad de la sabiduría de dios demostrada en la práctica a través de Decevis.
Las dos cruzaron la caverna principal del templo hasta el lugar donde estaba alojada Gabrielle. Una antorcha iluminaba la estancia. Gabrielle estaba sentada en el camastro. Tenía una manta sobre los hombros. Estaba abrazada a sus rodillas, pegadas al pecho. Estaba inmóvil. Sus ojos de esmeralda eran dos pizarras vacías. Ravin se enfureció. —¿Quién le ha hecho esto? Contrariamente a su propio y reciente estallido, Compreda contestó con fría calma: —Nadie. Ha tocado la piedra de Emet. —¿Emet? —La palabra procede de la tribu hebrea. Significa verdad, fidelidad. La piedra tiene el poder de reflejar el corazón de uno sobre su esencia corpórea. Ravin dio un paso hacia Gabrielle. —No lo entiendo. —Hablamos de un antiguo proverbio: “Que ni la misericordia ni la verdad te abandonen: átalas alrededor de tu cuello, escríbelas en la tableta de tu corazón”. Cuando Gabrielle posó su mano sobre la piedra, la verdad de su corazón salió a la superficie. Estoy convencida de que su deseo era separarse de los sentidos de la vida. Ya no hay nada que pueda ver u oír y que pueda hacerle daño. Ravin no daba crédito. —Estás diciendo que ella ha pedido esto. —Ser sorda y ciega, no. No oír ni ver jamás su tormento, sí. Dios actúa de formas que los meros mortales no podemos comprender. Nunca hay manera de saber qué ocurrirá si posas la mano sobre la piedra de Emet, sólo que se hará tu voluntad según la sabiduría de Dios. Alargando la mano, Ravin se detuvo y se volvió hacia la vidente. —¿Nota si alguien la toca? Compreda se permitió sentir esperanza. —Sí, ¿por qué lo preguntas? Ravin se acercó a Gabrielle y se arrodilló delante de ella. Tocó con delicadeza la mano de Gabrielle. Ésta levantó la cabeza con interés. Éste no era el tacto frío de una anciana. Era cálido, de una vida más joven pero distinta de la que la había encontrado. Ravin apretó la mano de Gabrielle para tranquilizarla. Ravin hizo un juramento: —Cuidaré de ella, pero no puedo ayudarla. —Volvió a posar la mirada en la vidente—. Por lo que tú misma has dicho, Compreda, la mujer que podía rogar a Dios ya no existe.
Exasperada, Compreda espetó: —Te dejo con Gabrielle y con tu mezquina conciencia. Gabrielle se aferró a la sensación del nuevo contacto y esperó sin saber qué iba a salir de él. Se había despertado en la oscuridad y el silencio. Había hecho un esfuerzo por recordar dónde estaba. El templo. La pena implacable. Todo había cesado. Había perdido el conocimiento. No sabía qué le había pasado ni por qué. Una mano amable la tocó. Al principio se apartó asustada, pero la mano la ayudó a levantarse y la llevó hasta donde ahora estaba. Era un camastro colocado contra la pared de piedra. Tenía un pequeño espacio que era su mundo. Recordó una época en que se vio encerrada en una cámara por el señor de la guerra Draxis. Donde la oscuridad había sido uno de sus métodos para intentar doblegarla. Se acordó de una herida previa por la cual perdió el oído y la capacidad de hablar y tenía que luchar por comunicarse. Era como si ambas pérdidas se hubieran unido en una sola. Todavía conservaba la voz, tenía tacto y olía el aroma mohoso de la caverna mezclado con el aroma del incienso encendido. No tenía control. Estaba a merced de otros. Aceptó la pérdida inmediata con una resignación inesperada. ¿Qué más podían quitarle? Había perdido a Xena. Había perdido toda su independencia. Su conexión con el mundo se había cortado. El contacto le volvió la palma de la mano hacia arriba. Notó que un dedo trazaba marcas suaves sobre ella. Notó una repetición. No captó el significado hasta la tercera repetición. Gabrielle pidió: —Otra vez. Escríbelo otra vez. ¿Necesitas algo? Sí que necesitaba algo, pero no era nada que se pudiera dar fácilmente. Replicó: —No, gracias. Estarás atendida. Gabrielle ladeó la cabeza dándose por enterada y luego se echó hacia atrás. Las letras griegas eran su conexión. Sintió alivio deQuiso que elconocer griego afuese un idioma conocido por bastantes de los miembros de la tribu de Decevis. su benefactor. —¿Quién eres? Cala. Gabrielle se sintió confusa. Creía que era Cala quien la había encontrado y que ésta era una presencia distinta. —¿Quién me ha encontrado? Yo. Gabrielle mano de que su benefactora suya.dePor el tacto una mano másenvolvió grande ylamás fuerte la suya, concon los la callos alguien quecomprobó manejaba que una era espada. Conocía esta mano íntimamente. Ravin estaba empeñada en conservar el anonimato. Gabrielle no la desafiaría. Decevis estaba furioso.
—¡Qué haces con esa mujer! Ravin se mantuvo firme. —Ayudarla. Le estoy dando la misma hospitalidad que tú me diste a mí. —Nada bueno saldrá de eso. —Padre, no esperaba oírte decir una cosa así. —Esto ha ido demasiado lejos. Te prohíbo que la vuelvas a ver. Enviaré a otra persona a ayudarla. —Eso no tiene sentido. ¿Por qué no puedo ayudar a Gabrielle? Golpeando la mesa que tenía delante con el puño, exclamó: —No voy a perder a una segunda hija. Algo se hizo evidente para Ravin. —Hay algo que no me estás contando. Decevis no hizo caso de Ravin. —Haré que esa mujer se marche. —Si lo haces, me iré con ella. —Ravin hizo una pausa, tratando desesperadamente de contener sus emociones—. Padre, temes perderme. Te aseguro que me perderás si intentas que me quede aquí con mentiras o amenazas. —Eras una hija obediente antes de que llegara Gabrielle. —No pretendo faltarte al respeto. ¿Acaso está mal preguntar cuál es la verdad? Padre, te lo suplico, ¿cuál es la verdad? —Mi verdad es lo único que necesitas. Ravin no se dio por vencida. —No quiero tu verdad ni la verdad de Gabrielle. Quiero mi propia verdad. ¿Cómo me convertí en tu hija? Decevis la rechazó. —Si no me quieres, déjame. —Padre... El dolor de Decevis era abrasador. —¡Vete! Vete con los demonios que atormentan esta tierra.
Ravin se dio la vuelta y salió de la tienda del patriarca. La pena y la rabia le atenazaban el pecho. Regresó a su tienda. Sus ojos recorrieron cada rincón. No sabía qué estaba buscando. Ojalá una sola de sus pertenencias le dijera lo que debía hacer. Fue hasta un baúl de tamaño mediano y se arrodilló delante. Al abrir la tapa, sus ojos se posaron en una bolsita. Sabía que dentro había dos piedras, una piedra azul y una piedra verde que no tenían valor real. No tenían el más mínimo valor salvo para la mujer que había sido en otro tiempo. Le habían dicho que la bolsita había estado atada a su cinturón. La abrió y se echó las piedras en la palma de la mano. Tan ligeras, y sin embargo, cargaban con el peso de su pasado. Mirándose al espejo, sostuvo la piedra azul cerca de su ojo. ¿Era ésa la conexión? Y la piedra verde. ¿Era un símbolo de los ojos de su amor, unos ojos verdes y cautivadores como los de Gabrielle? Gabrielle averiguó que tenía tres cuidadoras, Cala, Compreda y, por último, Ravin de incógnito. Había poca cosa que se pudiera hacer por ella. Estaba alimentada. Compreda la lavaba. Cala le ofrecía pacientemente palabras de consuelo en la palma de la mano. Ravin se interesaba por sus necesidades, pero nada más. Por un cambio en el aire de la caverna Gabrielle notó la presencia que entraba en la cámara. También notó la incomodidad de sentirse observada. Esperó pacientemente una señal más clara de que no estaba sola. No hubo ninguna. De modo que habló: —¿Quién está ahí? Ravin estaba ante Gabrielle. Su rabia no se había calmado. La dureza de Decevis era intolerable. Se negaba a visitar a Gabrielle para ver lo que le había hecho su dios. Ravin se puso a dar vueltas de un lado a otro, furiosa con el mundo que había causado el dolor y la pena que habían afectado a Gabrielle. Gabrielle alargó la mano. —Por favor, ¿quién eres? Ravin se apartó. Cala estaba en el umbral. Ravin exigió, más que pidió: —Dile que estás aquí. Cala habló suavemente mientras se acercaba a Gabrielle: —¿Dónde está tu corazón, Ravin? —Colocando su mano sobre la de Gabrielle, preguntó—: ¿Por qué tienes tanto miedo de Gabrielle? —¿Cómo puedes mirarla, a una mujer que estaba tan viva, sin...? Cala interrumpió a Ravin mientras escribía su nombre en la palma de la mano de Gabrielle: —¿Acaso das únicamente a las personas que están enteras y te apartas de cualquier cosa que te recuerde las pérdidas de la vida? —Yo no soy así. He ayudado a todas las personas de la tribu que han estado necesitadas. —¿Entonces sólo Gabrielle te atormenta el alma? —Cala echó el pelo de Gabrielle a un lado—. Ahora va a descansar. —Cala se levantó y se puso al lado de Ravin—. Tengo cosas que hacer. ¿Vas a estar cerca o tengo que llamar a alguien para que esté con ella?
Ravin se mostró desafiante. Nadie podía atreverse a suponer que la conocía. —Me quedo. La respuesta de Cala fue igual de firme: —Bien. El sueño de Xena la había calmado. Una mezcla de momentos íntimos compartidos, de pequeños gestos que las unían. El tapiz de imágenes empezó a deshilacharse, a desgarrarse y arder, tanto por dentro como por los lados. La tela se hacía jirones, desintegrándose, y ella no podía impedirlo. —¡No! —gritó Gabrielle dormida. Despierta de golpe, seguía en la oscuridad. Alzó el puño para luchar por salir de esa oscuridad. Su puño fue recibido por una mano que detuvo su impulso. Levantó el otro brazo como protesta, pero notó que otra mano le sujetaba el brazo al cuerpo—. ¡No! —Fue un grito cansado. Más bien una rendición. Agachó la cabeza y la hundió en el pecho de la otra persona. Dejó paso a las lágrimas y su miedo se transformó. En ese momento era la encarnación de su absoluta vulnerabilidad y dependencia. Ravin estrechó a Gabrielle. Se acabó la lucha. Gabrielle sintió los fuertes brazos que la rodeaban. Se hundió en el abrazo. Olía a la otra. Era el olor de Xena. Sus palabras brotaron como una súplica—. Ayúdame. Por favor, ayúdame. Ravin oyó la súplica y estrechó a Gabrielle con más fuerza. Esta mujer creía que Ravin era su amada. Esta mujer había recorrido el desierto buscándola. Esta mujer, famosa por sus dotes como narradora, que había inmortalizado la búsqueda de la redención realizada por Xena, esta mujer suplicaba por su vida como si Ravin pudiera dársela, como si Ravin fuese la misma Princesa Guerrera. Gabrielle seguía llorando. Ravin abrazó a Gabrielle con ternura pero con firmeza. No la iba a soltar. Compreda encontró a Gabrielle dormida en brazos de Ravin. Ésta no había dormido. Volvió la cabeza hacia la vidente que se acercaba y esperó. Compreda no la defraudó: —Me alegro de que puedas darle consuelo. Uno se podría confundir y pensar que te importa. —No te debo ninguna explicación. —¿Vas a seguir fingiendo que no la amas? Ravin empezó a soltarse con cuidado de Gabrielle. Se levantó y se quedó al lado de la joven. No había motivo alguno para seguir luchando con su corazón. Sin apartar la mirada, Ravin pronunció las palabras que se le exigían. Fue una oración, callada por el asombro en cuanto cobró voz: —Sí que la amo. La guerrera y la vidente se quedaron en silencio, embelesadas ambas por la joven dormida. Compreda interrumpió su contemplación. —Hay una solución para ti y para ella. Ravin se sobresaltó por la esperanza que se le brindaba. —Continúa.
—La piedra de Emet. Su corazón debe querer cambiar. Si albergas alguna incertidumbre sobre lo que siente Gabrielle, te arriesgas a un resultado que no será como a ti te gustaría. Podría destruirla aún más. Ravin se acercó al umbral de la cueva, colocando la mano sobre la fría pared de roca, el contacto de la carne con la piedra. Se fijó en su mano, con una sensación muy distinta al tacto de Gabrielle. Se enfrentaba a la promesa de la nada. Le asustaba pensar que la calidez que sentía de Gabrielle fuese siempre recibida en el anonimato. ¿Por qué no podía marcharse? ¿Por qué tenía esta sensación de responsabilidad? ¿Podía creer en el amor de Gabrielle como prueba de su propia identidad? Si era cierto, si ella era Xena, ¿estaría dispuesta a sacrificar todo lo que ahora tenía tanto valor para ella? ¿Acaso lo desconocido era mucho más rico? ¿Qué podía ser más rico que la paz que su actual hogar le proporcionaba? En palabras de la propia Gabrielle, la lucha de Xena por redimirse era constante. ¿Podía el amor de una mujer compensar el regreso cierto a un estado de pesar incesante? —Me pides que renuncie a todo lo que conozco por ella. —No es cierto. Colocar la mano de Gabrielle sobre la piedra de Emet le dará una segunda oportunidad de alcanzar su destino. —¿De qué le servirá si no tiene a Xena? Morirá de pena. —Sabes que no. Te tiene a ti. Te he observado con ella. Perdida en sus reflexiones, Ravin miró a Compreda en busca de seguridad. —¿El poder de la piedra de Emet la cambiará aunque lo que crea sea mentira? —La mentira es tuya, no de Gabrielle. Cuando su mano se pose sobre la piedra, su corazón creerá que eres suya. Ravin contuvo su impaciencia. El empeño de Compreda en que ella era la Princesa Guerrera era constante y no se podía hacer nada al respecto. —Como Xena. Ésa es la mentira. —Dime, ¿qué mayor crueldad existe que perder dos veces a la persona amada? Ten cuidado. Serás su destrucción si haces que te pierda otra vez. —Compreda escrutó el espeso silencio que había entre ellas. Se estaban desarrollando dos conversaciones. La vidente se preguntaba si alguien las oía—. Ravin, si es cierto que no eres Xena, ¿por qué no puedes permitir que Gabrielle te ame? —Eso sería otra mentira. Aunque me quisiera por mí misma, no podemos estar juntas. Va en contra de las leyes de la tribu. —No le has hecho ninguna promesa. Si su corazón anhela conocerte, será fiel a quien eres y a quien serás con ella con el paso de los ciclos de la luna. ¿Es que no quieres que sepa que puede amar a otra persona? —No ama a otra persona. Sigue amándome a mí. Y para ella, yo soy Xena. —Es cierto que sigue amándote a ti. —Compreda decidió abandonar su razonamiento y emplear una táctica distinta. Suspiró—. Está bien. Ravin, acepto tu verdad. La piedra de Emet revelará la sabiduría de Dios. Cómo lo haga, estoy segura de que no podemos ni imaginarlo. Confía en que Dios se manifestará con su poder. Tus propias palabras reflejan la verdad confusa de Gabrielle.
Al posar su mano en la piedra de Emet, Gabrielle saldrá de su oscuridad. Ésa será la nueva verdad de Gabrielle. Gabrielle se agitó. Notó una mano en la frente. —¿Quién es? La mano cogió la suya y escribió en la palma. Ravin. Por fin, Ravin se identificaba. —Hola —fue la suave respuesta de Gabrielle. Ravin siguió escribiendo. Tu mano otra vez en la piedra de Emet. Gabrielle se quedó callada. La piedra le había hecho esto. Ravin percibió la desconfianza de Gabrielle. Reza para ver y oír el mundo como antes. El silencio de Gabrielle continuó. Yo estaré contigo. Ravin estrechó la mano de Gabrielle entre las suyas, incitando a la mujer a consentir. ¿Era, ha sido siempre tan fácil? ¿Volver y pedir que esto se invierta? Gabrielle se preguntó por qué la habían hecho esperar. —Debe de haber un riesgo. Ravin había estado observando atentamente la expresión de Gabrielle. Estaba segura de que podía leer los pensamientos de Gabrielle. Ravin volvió a la palma de la mano de Gabrielle. Nunca se sabe, fue su respuesta. Gabrielle había sentido que lo había perdido todo antes de colocar sin querer la mano en la piedra. Pero no era cierto. Había más que perder. Ahora tenía a Ravin a su lado insistiéndole para que confiara en aquello que le había quitado tanto. Que se atreviera a albergar la esperanza de que podía volver a vivir. se leseguía daba una segunda Nada había cambiado desde que su mano¿Cómo tocó la viviría piedra.siXena creyendo queoportunidad? era Ravin. Pero se había producido un cambio. Ravin había cambiado. Gabrielle no sabía hasta qué punto. —Llévame a la piedra. Ravin bajó la cabeza y soltó un sonoro suspiro. —Gracias. Ayudó a Gabrielle a levantarse y luego la guió hasta la cámara de la piedra de Emet. Se detuvieron ante la piedra. Ravin sintió un miedo creciente. No había dónde escapar ni forma alguna de obtener consuelo. Debía tener fe. Oyó que otros se acercaban. Eran Cala y Compreda. Intercambiaron miradas. Ravin dijo: —Con vosotras como testigos, que Dios se apiade de nuestras almas. Escribió en la palma de la mano de Gabrielle: ¿Lista? —Sí.
Ravin situó la mano de Gabrielle encima de la piedra y le dio un golpecito para indicarle que estaba en posición. Gabrielle volvió sus ojos sin vista hacia Ravin. —Ravin, pase lo que pase, gracias por intentar ayudarme. Ravin sintió que su propio deseo crecía en su interior. No podía perder a Gabrielle por una mujer muerta desde hacía tiempo pero reflejada dentro de ella. Ravin fijó la mirada en Gabrielle mientras ésta bajaba despacio la mano. En el momento mismo en que la mano de Gabrielle tocó la piedra, Ravin, por un repentino impulso desesperado, colocó su propia mano sobre la piedra. Ravin levantó la mano. ¿Qué había hecho? Cala y Compreda guardaban silencio. Gabrielle tenía los ojos cerrados. Se abrazó a sí misma. Su cuerpo empezó a mecerse a medida que una marea de emociones se alzaba dentro de ella. Abrió los ojos y se encontró con la mirada expectante y compasiva de Ravin. La propia mirada de Gabrielle estaba clavada en la mujer que tenía delante. Ravin alargó la mano hacia ella. Gabrielle retrocedió. Gabrielle estaba muy angustiada. —Lo siento muchísimo. Ravin intentó consolarla. —¿El qué? No has hecho nada malo. —Creía con todo mi corazón que eras Xena. Lo que te he hecho pasar es imperdonable. Ravin no daba crédito al cambio de Gabrielle. Compreda interrumpió el silencio. —Eso no importa. Lo que importa es que has vuelto entera a este mundo. Las lágrimas silenciosas se derramaron en torrente mientras Gabrielle sentía la repentina acometida de su pérdida. Nadie comentó nada mientras presenciaban el fin de la esperanza de la mujer de encontrar a Xena. La piedra de Emet había hecho un corte rápido en el corazón de Gabrielle, que sangraba de nuevo. —Me siento débil. —Eso es normal. Cala, lleva a Gabrielle de nuevo a su cámara. Gabrielle, seguiremos hablando cuando hayas descansado. Gabrielle no se opuso a la vidente y se dejó acompañar. Ravin seguía inmersa en su propia confusión. Rompió la quietud de la estancia con un fuerte golpe de la mano contra la columna de piedra. —¿Qué ha pasado? Compreda se mostró implacable en su valoración. —¿Acaso no es evidente? Ve y oye. Ravin contraatacó: —Pero ya no ve a Xena en mí.
—¿No es eso lo que tú querías? Gabrielle ya no te reconoce como a la persona que amaba. Ve a la mujer llamada Ravin, la mujer en la que te has convertido desde que te uniste a la tribu de Decevis. Ahora Gabrielle llorará a Xena. Sólo has empezado a ver lo que la pérdida de Xena supondrá para ella. El caos interno de Ravin fue en aumento. —Esto es una locura. Compreda insistió en la verdad. —Ravin, tú no tienes motivo para lamentar la pérdida de Xena. El recuerdo de Gabrielle del tiempo pasado contigo... —¡Yo no soy Xena! —El recuerdo de Gabrielle del tiempo pasado contigo, del tiempo que ha pasado desde que llegó a nuestras tierras, será independiente. Su recuerdo del tiempo que pasó con Xena es y seguirá siendo ajeno a ti. Sólo Xena tiene la capacidad de comprender la pena de Gabrielle, pues sería una pena tan profunda como la que habría sentido ella si hubiera perdido a Gabrielle. —Si eso fuese cierto, no se me partiría el corazón por ella como se me está partiendo ahora. —Se te parte el corazón por compasión hacia una desconocida, no hacia una persona amada. Eres una niña a la hora de comprender el dolor de los vivos. Y seguirás siendo una niña en la vida mientras te niegues a aceptar la verdad. —¿Qué estás diciendo? —Estoy diciendo que tu mano ha tocado la piedra de Emet y ha sido tu deseo de no cambiar, junto con el deseo de Gabrielle de conocer a su cuidadora, lo que ha dado este resultado. Si hubieras expresado la verdad de tu corazón, estoy segura de que Dios le habría concedido a Gabrielle recuperar a Xena. Pero no había ninguna Xena que recuperar, puesto que tú estás decidida a no reivindicar tu linaje. —¡Vidente! Compreda exigió ser escuchada. —Me has hecho una pregunta y vas a oír mi respuesta. Sigues dando la espalda a tu propio nombre. —¡No voy a discutir contigo! Ravin y Compreda se enfrentaron en silencio. En ese silencio compartido su actitud no podría haber sido más distinta. Ravin notaba los rápidos latidos de su corazón. Ojalá su poder liberara a su corazón de la carne. Por su parte, Compreda aprovechó el momento para controlar sus emociones. Recuperó una serenidad perfecta. Ravin sintió su derrota. Se dirigió a la vidente, incapaz de disimular su remordimiento: —¿Y ahora qué va a pasar? Compreda sabía que no le correspondía a ella perdonar a Ravin. Ésta debía cargar con las consecuencias de sus actos.
—La vida seguirá. Nadie puede saber lo que traerá. Cala ayudó a Gabrielle a regresar a su cama. —Lamento muchísimo tu pérdida. —¿Por qué me ha engañado Ravin? —No comprendo. —Después de que pusiera mi mano sobre la piedra de Emet, vino a mí haciéndose pasar por ti. —Sí, es cierto. Sólo ella sabe lo que albergaba su corazón. —Pensé... —¿Sí? —Pensé que eso demostraba que me amaba. Que era Xena y que lo sabía a pesar de la pérdida de memoria. —Ravin tiene un corazón tierno. Su engaño no debería echar a perder su generosidad hacia ti. —Yo la amaba por pasar el tiempo conmigo... —¿Eso es cierto? ¿Era amor o simple gratitud por sus cuidados? —Ahora mismo no sé nada. —Pronto recuperarás las fuerzas y serás libre de decidir qué es lo que sientes por Ravin. El cuerpo de Gabrielle se estremeció. —He perdido a Xena. —Estoy segura de que Compreda te aconsejará que sigas llorándola. —¿Llorándola? ¿Y cómo vivo? —Puede que Ravin no sea Xena. Puede que nunca sea tu alma gemela, pero sí que siente algo muy fuerte por ti y podría ser una amiga para ti. No es necesario que estés sola, Gabrielle. Eres demasiado joven para estar sola. —¿Y tú me dices esto? Cala, tú has elegido estar sola. —Mi historia no es la tuya. Tampoco mis decisiones. Gabrielle miró más allá de Cala hacia la zona donde habían dejado a Compreda y Ravin. Cala tomó nota. —Será mejor que duermas. Tienes tiempo. Confía en la vida, Gabrielle. Gabrielle volvió a mirar a la joven sabia.
—Que confíe en la vida. En el bien supremo. ¿Por qué esas sencillas palabras tienen tanto significado? —Porque vivir es sencillo. Sólo nos hace falta mirar el mundo que nos rodea para ver que nacemos, vivimos y luego morimos. Lo que nos hace humanos es que también amamos y deseamos ser amados. Y que los que no conocen el amor, odian o hacen daño a los demás. Si nos aferramos a las verdades sencillas, tendremos claro nuestro viaje. Si permitimos que el mundo nos confunda, caemos en el centro de un laberinto oscuro que no deja pasar la luz del día. —Verdades sencillas... —Eso es, efectivamente, lo que sale de la piedra de Emet, las verdades sencillas. Pero basta por ahora. Debes dormir. Gabrielle posó la cabeza en la almohada blanda y fresca que había sido un consuelo para ella en la oscuridad y cerró los ojos. En su imaginación vio la imagen de Xena de pie ante ella. Al verla sintió consuelo y pena a partes iguales. El agotamiento emocional de Gabrielle la sumió en un sueño profundo. Su conexión con Xena se había cortado. Había sido su salvación y ahora no había nada. Tenía la capacidad de ver y oír. Se sentía agradecida por ello. Ahora podía elegir una vida para sí misma, pero sería una vida sin Xena. Había experimentado queXena. creyóElser la muerte de Xena en los inicios de su amistad. Desde su unión, había muertolocon dolor de la muerte nunca había sido tan implacable. No lograba comprender cómo había podido creer que Ravin era Xena. ¿Hasta tal punto había deseado que su amada estuviera con ella que había vivido una ilusión? La ilusión se había hecho añicos. Aunque Xena pudiera estar efectivamente muerta, siempre viviría en el recuerdo de Gabrielle. Xena siempre estaría en su corazón y Gabrielle siempre sabría que había encontrado y abrazado a su alma gemela. Eso jamás se lo podría quitar nadie. Ravin estaba sentada velando a Gabrielle. De vez en cuando oía a Gabrielle pronunciar el nombre de Xena. Cada vez que lo hacía era como una puñalada para Ravin. También lo eran las palabras de Compreda cuando le dijo que no tenía modo alguno de calibrar la profundidad de la pérdida de Gabrielle. ¿Podía consolar sin conocimiento? Cala tocó a Ravin en los hombros. —Necesitas descansar. Yo me quedo con ella. —No, me quedo yo. Cala no dijo nada, pero tampoco se movió del sitio. Ravin confesó: —No sé por qué lo he hecho. Cala miró a la atribulada mujer. Le daría consejo, pero no iba a ser cómplice de la perpetuación de una mentira. —Sí que lo sabes. —No quería perderla. —Gabrielle ha perdido a Xena. Lo que tú has perdido es incluso más importante. Me dais pena las dos.
Ravin miró a Cala. La expresión de Cala era claramente amable. En sus palabras no había habido la menor malicia. —Estaré cerca si me necesitas. —Gracias. Gabrielle salió apaciblemente del sueño. Se puso de lado y vio la sonrisa de Ravin. Gabrielle susurró: —Hola. —Buenos días. —¿Es de día? He perdido la noción del tiempo. —Es media mañana. ¿Tienes hambre? Gabrielle tuvo que pararse a reflexionar. No tenía sensación de hambre, sólo de continua fatiga. —Tal vez más tarde. —Te vendría bien salir a que te dé un poco el sol. Gabrielle se incorporó y se abrazó a sus piernas. —¿Por qué? Ravin sintió miedo. —¿Por qué qué, Gabrielle? —Hay tantas cosas que no comprendo, que no tienen sentido para mí. Como por qué estás aquí. No nos despedimos en muy buenos términos. —Soy tu amiga. ¿Qué otra cosa podía hacer? —Qué equivocada estaba contigo. —Me halagaba recordarte a Xena. —No tenías muy buena opinión de ella. —Sólo porque querías que fuese ella y yo no soy Xena. Si me ves como a Ravin, no siento la necesidad de... —Ravin se detuvo. Lo que quería decir era muy sencillo, pero muy difícil—. Te debo una disculpa. Fui muy dura contigo. —Hace casi un año que no la veo. ¿Por qué estoy ahora tan segura de que ha muerto? Ravin guardó silencio. Compreda entró en la estancia. —Bien, estás despierta. ¿Cómo estás, niña? —No lo sé.
—Entonces puede que lo mejor es que te quedes con nosotros. Éste no es el momento de tomar decisiones importantes. Gabrielle miró a Ravin. —¿Eso sería prudente? Ravin dijo suavemente: —Por favor, quédate. Gabrielle respondió: —¿Y Decevis? —Yo me ocupo de mi padre y de Andre. Aquí eres bienvenida. Gabrielle, me gustaría que te quedaras. La repetida invitación de Ravin disminuyó las dudas de Gabrielle. Asintió. —Está bien. Por ahora. A la mañana siguiente Ravin entró en las cavernas del templo. Avanzó más hacia el interior del corazón de la montaña. Encontró a Gabrielle acurrucada en un rincón con una vela como toda luz. La antorcha de Ravin ahogó la escasa luz de la vela. Ravin se detuvo ante la mujer a quien consideraba su tutelada. Gabrielle levantó la mirada. Su voz sonaba ronca. —Ravin. —Cala me ha dicho dónde encontrarte. Gabrielle apartó la vista. —¿Vas a seguir buscándola? —Xena está muerta. —¿Cómo puedes estar tan segura? Gabrielle sostuvo la mirada de Ravin con la suya. —Siempre tuvimos una conexión. Yo sentía su presencia por muy lejos que estuviéramos la una de la otra. Sentí... creí sentirla contigo. Ahora ya no está. Sólo siento vacío por dentro. —No puedes quedarte aquí consumiéndote. —Ravin se detuvo, buscando un modo de llegar a Gabrielle—. No puedes decirme que eso es lo que Xena habría querido para ti. No es posible, si te amaba como decías que lo hacía. Ella sólo querría tu felicidad. Todavía eres joven y la vida tiene mucho que ofrecerte. Gabrielle se enfureció. Apretó la mandíbula y trató de contener el llanto. —¡Basta! No me digas que no la llore. No me digas que debería estar agradecida por estar viva. No me digas lo que habría querido Xena. Tú no lo sabes. No tienes ningún derecho.
Ravin guardó silencio y aceptó la rabia de Gabrielle. Había hecho mal en hablar. Había querido ayudar, quitarle el dolor a Gabrielle, pero ahora le quedaba claro que no podía. —Lo siento. A Gabrielle le pudo la fatiga. Su espíritu se hundió en su interior. Su cuerpo se sujetaba sólo gracias a las frías paredes de piedra de la cámara. Sus lágrimas siguieron cayendo en silencio al tiempo que apartaba la mirada de Ravin para contemplar la nada, sin ver nada. Su mente era un vacío completo de oscuridad, hasta que sintió el calor de la mano de Ravin sobre la suya. Fue una sensación agradable. Se llevó por delante un pequeño fragmento de su soledad. Ravin proporcionó a Gabrielle una tienda de buen tamaño y todos los enseres necesarios para crear un hogar confortable. Era un lujo comparado con aquello a lo que estaba acostumbrada. Gabrielle escogió un lugar a un corto paseo de distancia de la tribu. Había ocasiones, durante lo más profundo de su pena, en que el llanto parecía interminable. Tener intimidad para poder derramar sus lágrimas era importante para ella. Había otras ocasiones de reposo. Ocasiones en que la acariciaba una dulce calma. Entre sus provisiones había pergaminos en blanco y tinta. Los tenía encima de una mesa, siempre visibles y al alcance. Compreda y Cala eran sus confidentes y escuchaban pacientemente, pues sabían que no tenían nada que decir ni que hacer salvo estar a su lado, para presenciar su pena. El tiempo que pasaba con Ravin era distinto. Ravin la iba animando delicadamente a volver al mundo. Al principio daban paseos. Luego Gabrielle el otiempo ayudando a Ravin en diversas, pastoreounhasta el trabajo conpasaba el cuero el cuidado de los caballos. En tareas este día, cuando desde se iba aelcelebrar motivo de festejo, Gabrielle optó por ayudar a otras mujeres de la tribu en la tarea comunitaria de cocinar. Ravin se apoyó en el graderío improvisado donde se estaba asando un cordero y horneando pan. —Huele que alimenta. Gabrielle siguió con su tarea de cortar verduras y echarlas en una olla de caldo en ebullición. —Me han dicho que no eres bien recibida en la cocina. Dime, los daños que has causado, ¿eran intencionados para no tener que volver a la cocina o de verdad eres una inepta? Ravin confesó: —Podría haberme esforzado más. Maraka, la cocinera jefa, intervino: —Una buena cocinera debe tener paciencia. Ravin pensó que con más fuego se conseguía un asado más rápido. No me gusta la carne quemada por fuera y cruda por dentro. Las otras mujeres se echaron a reír. Gabrielle intercambió una sonrisa con Ravin. No había pasado un solo día desde que Gabrielle tocó la piedra de Emet en que no hubiera visto a Ravin aunque sólo fuese un momento. Había acabado por desear verla. Ravin se había convertido en parte de su vida. Las colinas norte no se parecían en nada al desierto del sur.para La tierra de laslas colinas buena fruta ydelverdura, hierbas y especias. Proporcionaban pasto las ovejas, cabras,daba los camellos y los caballos. Las aguas iban crecidas o no dependiendo de la estación. Los veranos eran calurosos. La vida se hacía más lenta en esta época, como ocurría en Grecia. No era una vida fácil. Vivir en tribus daba los medios necesarios para llevar una buena vida compartiendo
tareas, por duras que fuesen, proporcionando compañía en las épocas de abundancia y de escasez. Esquilaban a las ovejas. La lana virgen era la materia prima para hacer ropa y alfombras. Tejer era una tarea constante. Se usaban tintes vegetales para los alegres colores que llevaban. Gabrielle había llegado a dominar la aguja para trabajar el cuero, para hacerse la ropa y para curar heridas. Le gustaba observar el arte con que se llevaba a cabo esta tarea común. —¿Quieres aprender a tejer y bordar? Gabrielle miró a Ravin, que estaba a pocos pasos de distancia. —Sé un poco. A lo mejor aprendo más. —Cada alfombra cuenta la historia de la mujer que la ha tejido. Cada símbolo que ves tiene un significado. —Sí, ya lo sé. Conozco a los bereberes, y ellos me enseñaron el significado de algunos de sus símbolos. El mal de ojo, la protección de la pared, las lágrimas que se convierten en una barrera para la pena. Los símbolos que representan los tatuajes de su tribu y su familia. —¡Conoces a losque bereberes! has tú, tenido una vida para ser tan joven. Cuesta imaginar exista unaGabrielle, mujer como y mucho menosextraordinaria que alguien pueda conocerla. Gabrielle murmuró: —A veces a mí me cuesta creer la vida que he tenido. Pero sé que ha sido todo bien real. —¿Cambiarías algo de ella? —Ravin lamentó la pregunta en cuanto la hubo hecho. —Lamento algunas cosas. ¿No haber perdido a Xena? No lo sé. Creo que es peligroso manipular el destino. Las cosas ocurren por una razón. Eso tengo que creerlo. ¿En qué crees tú, Ravin? Ravin se quedó desconcertada por la pregunta. Respondió repitiendo la pregunta. —¿En qué creo yo? Creo en el momento que estoy viviendo. —¿Y el futuro? —Nadie sabe qué deparará el futuro. No puedo creer en lo que todavía está por venir. —Hay una promesa en el futuro. —Sí, y esa promesa es un misterio para todos menos para Dios. Gabrielle advirtió la rara mención de Ravin a un dios gobernante. —Tu tribu tiene fuertes creencias religiosas. —Sí, así es. Y yo acato sus leyes. Gabrielle, aunque yo nunca te pediría que creyeras en nuestro dios, debes, como yo, acatar sus leyes mientras estés con nosotros. —Así que crees en el dios de Decevis.
—Tengo mis dudas. En la vida que llevaba antes de llegar aquí es posible que haya tenido un dios distinto. —O ningún dios. —¿Como tú? —Yo creo en el amor. —La Afrodita de los griegos. —La considero una amiga, pero no la adoro. Ravin sonrió. —Gabrielle, me dejas sin palabras. Gabrielle no estaba satisfecha. —Tu tribu no habría aprobado el amor que Xena y yo compartíamos. —Creen que el amor tiene el propósito de engendrar hijos. —Ésa es una visión estrecha del amor. ¿Y si una pareja no puede tener hijos? —El hombre puede tomar otra esposa. El primer matrimonio se consideraría un error. —¿Y el amor? —Gabrielle, la mayoría de los matrimonios son acordados. Los dos acaban queriéndose. —Eso no es lo que ha ocurrido entre Andre y Lasa. —Se conocían desde niños. Se hicieron tan íntimos que a nadie se le habría ocurrido separarlos. —Y si no tienen hijos, ¿Andre tomaría otra esposa? —¿Para tener un hijo, un heredero? Estaría en su derecho. Es lo que se esperaría de él, dada su posición. Yo creo que el amor de Lasa por Andre es tan fuerte que querría que tuviera un hijo. —A mí me parece triste estar unido a otro sin amor. —¿Tú te casaste por amor? —Sí. —Y deseabas hijos. Gabrielle contestó con tono apagado. Su dolor nunca la abandonaba. —Sí. —¿Te habrías casado sin la promesa de tener hijos? Su respuesta fue igual de contundente.
—¡Sí! Y más adelante, mi amor por Xena no tenía necesidad de estar sujeto a los hijos, pero cuando nació Eva, eso sólo demostró que un padre es algo más que la persona que concibe a un niño. —Eva. Dijiste que era como una hija para ti. ¿De quién era hija? —Creía que te había dicho que es hija de Xena. —Me refiero a que Xena buscó más allá de tu amor para tener una hija. —No, Eva fue un regalo para Xena del dios de Eli. —Nunca he leído ese pergamino. —Nunca lo escribí para que lo leyeran otros. El nacimiento de Eva provocó el crepúsculo de los dioses olímpicos. Ravin, no cometas el error de creer que nos conoces a Xena o a mí o lo que compartíamos porque has leído los pergaminos. Ni son todo lo que he escrito, ni he escrito todo lo que he vivido. Ravin se sintió reprendida y no estaba segura de merecerlo. Se había acercado a Gabrielle sin ninguna intención específica. La conversación se había vuelto demasiado seria demasiado deprisa para su gusto. —Tendré presente tu advertencia. Ahora tengo que volver al trabajo. Gabrielle se quedó mirando a Ravin mientras ésta se dirigía al corral. No le gustaba que nadie hiciera suposiciones sobre quién era ella ni sobre Xena. También le costaba entender que Ravin aceptara las costumbres de la tribu sin mayores protestas. No sabía por qué, pero se esperaba más de Ravin. Ravin se puso a cepillar al semental de Andre. El esfuerzo era reconfortante para los dos. Sabía que en su vida anterior había sido una consumada caballista. Su habilidad para domar al corcel más salvaje era formidable. El trabajo con los caballos era un medio de tocar su propio misterio. Intentaba no darle muchas vueltas a su pasado perdido. Al principio, no había nada más que su pasado. Pronto aprendió que no podía obligar a sus recuerdos a salir a la superficie. Lo que sí podía hacer intentarLos hacer muchasla cosas distintas dóndetodo había la espera de era despertar. caballos, espada, trabajary elvercuero, estohabilidades le salía condormidas facilidad,a y por eso había llegado a la conclusión de que era parte de ella. Sonrió al recordar su intento en la cocina. No fue un éxito. Cuando se sentía perdida, volvía a sí misma haciendo cosas, no pensando. —Perdona. Ravin levantó la mirada y se encontró a Gabrielle en la entrada del corral. —¿El qué? —He sido dura contigo hace un momento. —Da igual. —No, no da igual. —¿Y si me dices por qué?
Gabrielle titubeó. —Si te digo que tengo miedo, te enfadarás conmigo. Ravin dejó de cepillar al caballo. Volcó toda su atención en Gabrielle. —Te escucho. Gabrielle respiró hondo. Tal vez una vez pronunciadas, las palabras aligerarían el peso del aire que respiraba. —Me gustaría que pusieras en duda las costumbres de tu tribu más a menudo. Era una afirmación bien sencilla. Y sin embargo, para Ravin estar unida a la tribu era una lucha constante. Ante ella se presentaba el esfuerzo diario de Ravin por grabar y mantener dentro de su inseguro corazón algún tipo de identidad propia que pudiera tener. Sus reflexiones internas abarcaban muchos ciclos de la luna. Era un proceso interminable. La respuesta de Ravin manifestó aquellas conclusiones de las que estaba más segura. —Gabrielle, no creas que sabes quién soy a base de juzgar lo que hago. Como tus pergaminos, eso no refleja la historia completa. Ojalá ésta fuese mi tribu, pero no lo es. La mayor parte del tiempo me siento como uno de esos extranjeros de los que tanto desconfía mi padre. Vivo con la tribu,quién perosoy. siento quehay nunca soyque de me verdad parte de ella.quién No porque seadecirle bien acogida, sino por Y sí, cosas perturban, ¿pero soy yonopara a esta gente que haga las cosas de otro modo? ¿Quién soy yo para poner en tela de juicio tradiciones que se han transmitido de generación en generación? Tú has viajado por tierras extranjeras. ¿Intentaste cambiar las costumbres de la gente? Gabrielle empezaba a comprender a la mujer que tenía delante. —Sólo si se estaba causando un gran mal. —¿Y aquí ves un gran mal? —No. —Yo tampoco. Gabrielle deseaba una declaración más osada por parte de Ravin. —Pero si sientes que éste no es tu sitio, ¿por qué te quedas? Ravin nunca se había planteado en serio la posibilidad de marcharse. —Porque es la única familia que tengo. Al oír esto, la irritación de Gabrielle se manifestó sin cortapisas. —Eso no lo sabes. Con cada frase que intercambiaban veía aumentar la pasión de Gabrielle. que su amiga quería algo de ella, peroRavin no lograba en absoluto comprender qué era. Ravin notaba —¿Así que preferirías que me dedicara a vagar por el mundo en busca de lo que aquí se me ofrece?
Gabrielle se mostró implacable. —¿Y qué tienes aquí? Ravin agradecía lo que le había dado su nueva vida. —Personas que me necesitan. A Andre. Y a mi padre, que da a su manera. Eso es más de lo que algunas personas pueden llegar a imaginar tener en su vida. —Podrías tener más. —No es propio de mí esperar más de lo que se me da. —Eso es porque no sabes lo que te estás perdiendo. Si lo supieras, lo buscarías. Ravin se quedó mirando el cepillo que sujetaba. —No quiero discutir contigo. Gabrielle sintió una profunda pena. ¿Qué estaba intentando hacer? En el fondo de su corazón, lo sabía y lamentaba perseguir a una mujer que no existía, sino que había muerto y nunca volvería disfrazada de otra. Quería que Ravin fuese más como Xena y, sin embargo, sabía que sólo había una Xena y que Xena la esperaba en alguna parte del otro lado. —Perdona. Ravin le sonrió con dulzura. —Otra vez. —Supongo que es que deseo que quieras las mismas cosas que yo. —¿Por qué es eso tan importante? —Porque tal vez entonces no me sentiría tan sola. —No estás sola, Gabrielle. A pesar de nuestras diferencias, yo soy tu amiga. “Que quieras las mismas cosas que yo”. Las palabras de Gabrielle no habían abandonado a Ravin. Querer las mismas cosas es el principio de compartir la vida. Ravin se había esforzado mucho por despojarse de los deseos en su vida. Deseaba su identidad, un amor, liberarse de las leyes más restrictivas de la tribu. No había forma de encontrar la felicidad en esos anhelos constantes. Ahora Gabrielle había vuelto a sacar los anhelos de Ravin a la superficie. Eran más intensos porque ya no serían sólo para Ravin, también serían para Gabrielle. —Estás muy callada. Ravin se volvió hacia su acompañante. Gabrielle continuó: —Más que de costumbre. —He estado pensando. Gabrielle guardó silencio mientras seguían caminando hacia la tienda de Decevis.
—Estaba intentando imaginarme qué querría ahora una mujer que ha tenido la vida que has tenido tú. Habían pasado tres lunas. Ravin había pasado con Gabrielle todo el tiempo que Gabrielle le había permitido. Ravin sabía que amaba a la mujer, pero también sabía que el duelo de Gabrielle por Xena no había terminado en absoluto. Con todo, la joven guerrera parecía más relajada y sonreía dulcemente ante las cosas buenas de la vida, ya fuese la risa de un niño o un enfrentamiento verbal entre Ravin y Andre. Las noches siempre eran difíciles. Cada noche Gabrielle se levantaba de su sitio y daba las buenas noches a la compañía antes de encaminarse a su campamento aparte. Ravin sentía su propia soledad aumentada por la de Gabrielle. Deseaba que las cosas fuesen distintas entre ellas, pero vacilaba. Valoraba su propia intimidad, por lo que era muy respetuosa con las necesidades de los demás. Esta noche era una conmemoración agridulce. Hacía un año que Decevis había encontrado a Ravin. Aunque quería a su padre y su hermano adoptivos, no podía evitar preguntarse qué clase de vida había dejado atrás. Y además estaba el secreto que sólo conocían Cala, Compreda y ella misma. La tensión entre Decevis y ella había cedido. Ya no se hablaba de Xena. Hablar de ella sólo habría hecho daño a Gabrielle. Ravin tenía sueños, algunos buenos y alegres, otros terroríficos por su violencia y su sorprendente emoción, y acababa preguntándose si en verdad era Xena. Los sueños parecían ir en aumento cuanto más cerca se sentía de Gabrielle. Ésta rara vez mencionaba a su amada. Ravin no sabía qué hacer. Deseaba poder confirmar que los sueños no eran más que obra de su imaginación. Sólo Gabrielle sabía si lo eran o no. Gabrielle disfrutó de la cena y la conversación. Decevis había invitado a la celebración a cinco de sus consejeros de confianza junto con sus esposas y a Andre y Lasa. Con el tiempo, Decevis, si no había llegado a aceptar la presencia de Gabrielle, por lo menos se había resignado a que la amiga de su hija debía ser tratada con respeto. La velada transcurrió rápidamente con buena comida, vino e historias. Entre Andre y Ravin había surgido un concurso de relatos. Cada uno elaboraba historias sobre los errores cometidos por el otro. Todos estaban de buen humor. Gabrielle observó cómo durante la competición Ravin y Andre habían documentado la riqueza de su relación. Era el turno de Andre, que contó la historia de una desconocida, maestra de los sais, que había acudido al rescate de Ravin. Ésta lo corrigió insertando la palabra “ayuda”. Andre sabía desde el principio que se trataba de una mujer, pero no, Ravin creía que era un hombre, aunque de estatura bastante corta. Andre hizo esta descripción consuunhistoria. gesto respetuoso y una maliciosalepara Ravin. Andre continuó con Contó que hacia RavinGabrielle se imaginaba quesonrisa el desconocido arrebataría el corazón. Al oír semejante absurdo todos se echaron a reír, salvo Ravin y Gabrielle, que intercambiaron una sonrisa privada. Gabrielle decidió que era un buen momento para despedirse. Dio las gracias a Decevis por su hospitalidad y se puso en pie. Ravin no quería darle las buenas noches todavía y se ofreció a acompañar a Gabrielle hasta su campamento, ofrecimiento que Gabrielle aceptó. La noche era cálida y ambas amigas caminaban en silencio sumidas en sus propias reflexiones. Su camino estaba iluminado la luna creciente. Llegaron al campamento de Gabrielle demasiado pronto para Ravin. No se sentía preparada, pero sabía que esta noche diría lo que llevaba en el corazón. La despedida de Gabrielle llegó primero. —Ha sido una velada agradable. Por favor, vuelve a decirle a Decevis de mi parte que me ha gustado mucho que me incluyera. Ravin sonrió. Su tono fue tierno.
—Mi padre sabe que te has convertido en alguien muy importante para mí. Gabrielle sintió una seguridad en Ravin que era más fuerte de lo que había visto hasta el momento. —Pues entonces debería darte las gracias a ti también. Ravin negó con la cabeza. —No lo hagas. Invitarte ha sido un detalle egoísta por mi parte. Gabrielle, no sé cuándo o si alguna vez llegará el momento adecuado para decirte lo que siento. Espero que me escuches ahora y que me pares si te causo dolor. La vida le había enseñado a Gabrielle a no retrasar las cosas incluso con la promesa de un mañana, pues ese día podía no llegar nunca. —Sea lo que sea, dilo ya. Con permiso para hablar con libertad, Ravin sintió alivio e intranquilidad a partes iguales. Para poner en orden sus ideas retrocedió dos pasos, creando un espacio para que entraran sus palabras, un espacio que Gabrielle tendría para sí misma. —Esta noche me ha recordado que aquí me he creado una buena vida. Mi padre, Andre y Lasa son mi familia, y la tribu es mi comunidad. Tengo la sensación de que éste es mi sitio y de que soy útil. Tengo tantas cosas. También tengo mi verdad, que no puedo negar. En mi pasado tenía otra vida y no sé qué dejé atrás en esa vida. Estoy presa de un misterio. Gabrielle, te miro. Has tenido en poco tiempo una vida muy intensa. Te trajo hasta nuestras tierras. Has amado por completo y has perdido ese amor. Sé que siempre habrá una parte de ti que nadie podrá tener porque se la entregaste a Xena. Respeto y admiro tu amor por ella. Así pues, tenemos en común nuestra capacidad incompleta para dar. Pero tal y como somos tenemos mucho que darnos la una a la otra. Gabrielle, yo te amo. Me da igual lo que opinen Decevis o la tribu. Sólo sé que quiero estar contigo. Hace un año que empezó mi nueva vida. Ese comienzo escapó a mi control. Hoy, quiero al menos crear una parte de mi vida que sea mía, que exprese quién soy. Te amo y rezo para que algún día tú puedas llegar a amarme. Ravin noRavin teníahabló más de palabras. le habíandeagotado. Gabrielle había escuchado atentamente. Cuando Xena, laSesensación soledad de Gabrielle aumentó, pero luego vino la declaración de amor. Ravin la amaba. En cierto modo, esto no sorprendía a Gabrielle, porque sabía que ella había acabado amando a Ravin. No era el amor que sentía por Xena. Ravin tenía razón, Gabrielle no esperaba que un amor así volviera a producirse. Ravin la amaba y ella amaba a Ravin. Hacía más de un año que Xena y ella habían acabado separadas. Habían pasado tres lunas desde que la sensación de una conexión viva se había roto. ¿Cuándo empieza una nueva vida? ¿Cómo empieza una nueva vida? ¿Acaso no había empezado ya? ¿Acaso no había optado por una nueva vida cuando optó por aceptar la hospitalidad de Ravin y vivir con la tribu como una igual? ¿No había sido ése el momento, el momento en que supo que regresar a Grecia y todos los recuerdos asociados a esa tierra era imposible? Ravin estaba ante ella. Una amiga a quien había llegado poco a poco a querer como a una amiga, como más que a una amiga. Gabrielle avanzó para cubrir el espacio que Ravin le había dado y cogió la mano de Ravin con la suya. Gabrielle Se puso de puntillas y besó a Ravin con cierto titubeo. Ravin respondió con la misma cautela. susurró: —Y yo te amo a ti, Ravin. Ravin no disimuló su sorpresa.
—¿En serio? Gabrielle sonrió al echarse hacia atrás de nuevo para poder ver a Ravin con más claridad. —Sí, en serio. Ravin estrechó a Gabrielle por completo entre sus brazos. —Soy una mujer feliz. —Sin el menor deseo de contener su alegría, Ravin levantó a Gabrielle por los aires y dio vueltas con ella. Gabrielle se echó a reír mientras flotaba en el deleite del momento. Ravin bajó a Gabrielle. Su mano se posó en la mejilla de Gabrielle cuando su alegría se transformó en pasión contenida. Ravin respiró hondo. Estaba concentrada por completo en su compañera—. Gabrielle, te amaré como desees ser amada, cuando estés preparada para aceptar mi amor. Gabrielle sabía perfectamente a qué se refería Ravin y compartía la intensidad del deseo. En ese momento no quería otra cosa más que alargar los brazos y aferrar a Ravin. Ella también se sentía feliz y no quería perder la felicidad poniendo en duda la fuerza de sus emociones. Gabrielle cogió las manos de Ravin y las besó. —Entonces esta noche será nuestra juntas. le soltó unaelmano, se volvió y condujo a Ravin tirando de primera la otra alnoche interior de su—Gabrielle tienda. Mirando hacia farol de aceite, le dijo a Ravin—: Ayúdame. Ravin se metió la mano en el bolsillo para sacar pedernal. Gabrielle levantó el cristal y Ravin golpeó el pedernal y encendió la mecha. Girando una palanca, Gabrielle subió la llama del farol para que iluminara con moderación. Luego llevó a Ravin hasta su cama con almohadas en la cabeza y mantas al pie. Ravin la siguió sin pensar en nada, sin desear nada más en su vida que Gabrielle. Sin decir palabra, Gabrielle se apoderó de los labios de Ravin con los suyos. Ravin se puso a explorar a Gabrielle con paciencia, soltando cierres, apartando la ropa de Gabrielle. Y Gabrielle hizo lo mismo con Ravin. Estaban en magnífica armonía. Aunque no intercambiaban palabras, los sonidos de su placer brotaban libremente, cuando una le decía a la otra que fuese más allá, que se metiera más profundamente dentro de la otra. Gabrielle rodó hasta colocarse a horcajadas encima de Ravin. Gabrielle miró larga y atentamente a la mujer con la que estaba y sintió unasobre familiaridad, de quelosestar juntas eraconfirmar lo correcto y estaba bien. Puso la mano el corazónundeconocimiento Ravin para sentir latidos, para que este momento de su vida no era un sueño. Ravin alzó las manos hasta los hombros de Gabrielle y luego las bajó tiernamente hasta sus pechos. —Eres preciosa. —Las roncas palabras de Ravin resonaron en el interior de la tienda. Gabrielle se sintió preciosa. Quería, necesitaba sentir una parte de la vida fuera de sí misma. Echó su cuerpo por completo encima del de Ravin. Siguieron haciendo el amor. Ravin notaba que el cuerpo de Gabrielle se tensaba con cada caricia. Gabrielle agarraba a Ravin con fuerza, con la cabeza apoyada en el pliegue del cuello de Ravin. Sus gemidos se aceleraron y luego gritó por el orgasmo. Ravin sintió los espasmos. Sintió una extraordinaria satisfacción por haber sido capaz de llegar a Gabrielle de una forma tan completa. Su satisfacción se convirtió en preocupación al darse cuenta de que Gabrielle se había echado a llorar. Ravin la abrazó con ternura y esperó. El orgasmo había sido completo dejó abierta profunda vulnerabilidad. Gabrielle no podía ni quería contener el llanto. ySelasentía a salvo aenuna brazos de Ravin. De nuevo, esa sensación de algo familiar. Algo familiar que era Xena. En otro tiempo había creído que Ravin era Xena. Ahora aceptaba que eso no era cierto. ¿El amor familiar era simplemente amor? Gabrielle notó que los brazos de Ravin la estrechaban dulcemente. Estaba a salvo en este amor, a salvo para sentir la pena por la pérdida de un amor distinto. No podía pensar más allá de la siguiente
bocanada de aire. Se quedó dormida en una oscuridad más profunda y misteriosa que la noche. Ravin notó que la respiración de Gabrielle se hacía más pausada y que su cuerpo se quedaba quieto. Al poco, Gabrielle se quedó dormida. Ya tendrían tiempo para hablar. Éste no era el momento. Ravin se sentía esperanzada. En su búsqueda de claridad, Gabrielle entró en el templo. Sentía que su confusión se hacía más fuerte con cada hora que pasaba. Su intimidad con Ravin estaba demasiado cerca de sus experiencias con Xena. Xena y ella habían tardado en disfrutar de su mutua relación física. Ella había acudido a Xena temerosa de su incapacidad para dar placer a la guerrera. Xena era una maestra paciente que jamás hacía que Gabrielle se sintiera como una principiante. Cada unión era un nuevo descubrimiento de cómo se podía dar y recibir placer. Con el paso de los años cada una se aprendió el cuerpo de la otra como si fuese el suyo. El cuerpo recuerda. Se hacían el amor la una a la otra a menudo sin pensar. Simplemente sabían cómo. El cuerpo recuerda. Gabrielle sentía una ola de recuerdo con Ravin y se fiaba más del recuerdo que de lo que conocía con la mente. Y de ahí la confusión. Lo que sabía y lo que sentía ya no eran lo mismo. La división era enloquecedora. El templo había sido el lugar donde por dos veces su vida se había visto alterada, una por accidente, la otra guiada por Ravin. La piedra de Emet sacaba a la luz una verdad definida por un dios al que no conocía más que por sus medios para alcanzar un fin del que ella desconfiaba. Gabrielle acabó plantada ante la piedra de Emet preguntándose cuál era el fin que su mano sobre la piedra había sacado a la luz. La primera vez ya no quería ver ni oír lo que le causaba dolor y el resultado fue la ceguera y la sordera. La segunda vez quería que su vida siguiera quién era elsudios cuidadora. las facultades ante ella estaba Ravin,adelante, no Xena.quería ¿Perosaber le había dado el medioRecuperó para alcanzar el fin quey sólo ahora había descubierto? ¿El cuerpo recordaba? ¿Le había dado su cuerpo la verdad? ¿Había fuerzas luchando contra esta realidad, la suya que le decía que la que había estado esta noche entre sus brazos era Xena, y la de otro, alguien a quien ella no conocía, que se empeñaba en asegurar que se trataba de Ravin? Gabrielle alargó la mano hacia la piedra de Emet sin el deseo de tocarla, pero deseando poder extraerle la verdad. Le resultaba una némesis desconcertante. —¿Cuál es la verdad? —Volvió a bajar la mano al costado. Sabía que tenía que haber un modo de vencer sus dudas. Alguien tenía la respuesta, alguien que se negaba a hablar. La voz llegó desde un rincón alejado. —Me alivia que hayas apartado la mano. —Era Cala. —Tu dios no es de fiar. —Existe una sabiduría más allá de nuestra comprensión. Hay que tener fe. —Esta noche no. —¿Qué te trae aquí, Gabrielle? Se hizo un silencio entre las dos mientras Gabrielle reflexionaba sobre lo que iba a decir. —Cala, confío en ti. Sé que te importa mi bienestar. Cala respondió con una leve inclinación. Gabrielle continuó: —Esta noche Ravin me ha dicho que me ama. —¿Sí?
—Sí, así es. Y yo le he dicho a Ravin que la amo, y es cierto. —Gabrielle siguió hablando con creciente seguridad—. Amo a Ravin. Tiene todas las cualidades que yo valoro. Es honorable, tierna, apasionada, afectuosa. Tiene una gran capacidad para el amor. Necesita dar amor tanto como necesita recibirlo. Cuando pienso en ello, me doy cuenta de que Ravin tiene muchas de las mismas cualidades que tenía Xena. Hasta sus habilidades como guerrera. Cala tuvo cuidado con su respuesta. —Sí, comprendo que Ravin haya cautivado tu corazón. —Xena me enseñó que hay veces en que se tiene que indagar con mucho esfuerzo para encontrar la verdad, que la verdad está por debajo de la superficie, igual que un lago bajo una capa de hielo. En última instancia, uno tiene que fiarse de sí mismo. Ravin es Xena. Nadie puede convencerme de lo contrario. Si yo no soy más fuerte que tu dios, entonces la verdad de tu dios y mi verdad son la misma. —¿Y qué ocurre con la verdad de Ravin? Su mano tocó la piedra de Emet junto con la tuya. Gabrielle se quedó sorprendida. —No lo sabía. Cala habló como una maestra. —Debes aceptar que Ravin tiene su verdad. Cuando dos manos tocan la piedra juntas, nuestro dios elige. Gabrielle se sintió inquieta y a la vez animada por la explicación de Cala. —La elección puede acabar en una mentira. ¿Cómo va a ser si no, cuando existen dos deseos opuestos? —No estoy de acuerdo. Si tú tienes la capacidad de reconocer a Ravin como Xena, entonces Ravin también debe tener la capacidad de reconocerse a sí misma como Xena. Gabrielle se dio cuenta de que existía una posibilidad de recuperar la vida de Xena. —Aquí está pasando algo más. Algo que no tiene que ver con Xena ni conmigo. Lo que hizo que Xena se perdiera en un principio. Tú sabes qué ocurrió. —Yo no estaba aquí entonces. —¡Ocurrió aquí! Fue la piedra de Emet. Cala titubeó. —Sólo tengo sospechas. —Dímelas. —Gabrielle, tengo mis motivos para no hablar. Lo siento. —Cala se dio la vuelta. Gabrielle suplicó: —No te vayas.
—Éste no es el momento. —Cala dejó a Gabrielle sola en la cámara del templo. Gabrielle conocía a Cala lo suficiente como para saber que no serviría de nada seguir discutiendo. Con todo, tenía sus propias sospechas y sabía dónde buscar más información. Ravin se despertó con los brazos vacíos. Se volvió en busca de Gabrielle y no encontró nada. Llamó a Gabrielle, pero el silencio fue su única respuesta. La confianza de Ravin se tambaleó. Se vistió y recorrió la zona. Cargada con una sensación de fracaso, regresó a su propia tienda sin saber qué depararía el día. Gabrielle salió del templo y caminó a la luz del amanecer. Este nuevo día estaba lleno de promesa. Tenía que hacer las cosas con cuidado. Decevis tenía un interés por Xena que por ahora no deseaba perturbar. Los rayos del sol, ambarinos y rojos como la sangre, colocaron ante ella el asombro de la vida. Había olvidado su belleza. Con cada paso sentía una fe inmensa en sí misma y en Ravin, que volvería a ser Xena, eso lo juraba. Gabrielle aguardó la respuesta de Compreda. —Eres una joven inteligente. —Y tú eres la astuta sabia en quien Ravin confía. —¿Y por eso acudes a mí? —Tú ves lo que otros no ven. Algunos te llaman loca. Yo creo que eres vidente. Creo que tienes el don. —Algunos lo llamarían maldición. —¿Como la piedra de Emet? Compreda, mi vida era más fácil cuando vivía en Potedaia. He pagado un precio por lo que he aprendido. Siempre se paga un precio por el conocimiento. —Hablas de algo más que el conocimiento. Hablas de sabiduría. Gabrielle, lo que me pides es muy serio. —No te hizo pido algo que que me digas nada que yo no sepa ya. Sólo dime si tengo razón. Ravin es Xena. Decevis provocó el cambio. —Sí y no. Gabrielle sintió el alivio que se produce cuando uno ve confirmadas sus sospechas. —Explícate. —Xena llegó a nuestras tierras al frente de una caravana que había caído en una emboscada de los hombres de Maligno. Dos estaban gravemente heridos y necesitaban su atención constante como sanadora. Gabrielle sonrió con orgullo. Compreda continuó: —Decevis estaba agradecido y ofreció a Xena su hospitalidad. Ella dijo que no podía quedarse más de dos días. Tenía que volver en busca de su compañera. —Compreda hizo un gesto de asentimiento a Gabrielle—. De ti. Te quiere mucho. —Sí, es cierto.
—Decevis le contó a Xena la historia de la desaparición de Lea. La convenció de que había una fuerza del mal en el templo de la piedra de Emet y le rogó su ayuda para conquistarla. —Pero sólo está Cala. —Cala vino a nosotros sólo después de que Lea desapareciera. —¿Y Decevis no sospechó de Cala? —¿Por qué iba a hacerlo? Recela de ella, pero nada más. Decevis debió de convencer a Xena para pusiera la mano sobre la piedra de Emet sólo después de hacer que deseara el regreso de Lea. Fuera lo que fuese lo que Xena tuviera en el corazón, en el momento en que estaba segura de que iba a tocar el mal, le arrebató la memoria. Gabrielle sabía que en el interior de Xena siempre había un profundo anhelo de redención. Eliminar el daño que había causado, sustituir el mal por amor era lo único que sabía hacer. Pero eso no bastaba para explicar el cambio. —Decevis sabía que la piedra de Emet no era maligna. Compreda dijo con rencor: —Lo cierto es que no sólo mintió a Xena, sino que blasfemó contra nuestro dios. —¿Por qué le daría vuestro dios a Xena en sustitución de la hija que había perdido? —Cada día se enfrenta al tormento de no ver en Ravin ni a la hija que tenía ni a la hija que deseaba. Cada vez que respira tiene miedo de volver a perder a una hija. —Vuestro dios juega con la vida de las personas. ¿Por qué tenía que pagar Xena el precio? ¿Por qué he tenido que perderla? —Recuerda, el deseo de Xena fue parte de esto, igual que tu deseo fue parte de tu pérdida. —Dos verdades hacen mentira.esHe Dos deseos sinceros y eluna resultado unahablado mentira.con Cala. Dos manos sobre la piedra de Emet. —Debes tener fe en que hay una razón que escapa a nuestra comprensión. —¡No! No puedo aceptar eso. Cala y tú podéis creer en vuestro dios, pero yo he aprendido que los dioses tienen tantos defectos como los que creen en ellos. —Los dioses griegos tenían un propósito que cumplir, que era reflejar la esencia de la humanidad. El del nuestro es mantenernos unidos como nación alzándonos por encima de nuestras limitaciones. —Muy bien. Entonces Xena y yo nos alzaremos por encima del engaño que se ha creado. Compreda agarró la mano de Gabrielle. —Ravin debe estar convencida y tú no eres la que debe hacerlo. En esto debes fiarte de mí. Ravin debe acudir a ti si hay alguna posibilidad de que la Xena que existía antes de que tocara la piedra de Emet regrese a ti.
Gabrielle se detuvo ante la tienda de Ravin. Por Andre sabía que Ravin había salido a pastorear con el rebaño de ovejas del norte. No se esperaba que volviera hasta el anochecer. Andre se había mostrado comunicativo y afable. Gabrielle estaba segura de que Ravin no había compartido con él los acontecimientos de la noche anterior. —Ravin, ¿puedo entrar? Soy Gabrielle. —No hubo respuesta. Gabrielle respiró hondo antes de echar a un lado el faldón de entrada. Se adentró en la escasa luz. Ravin estaba de pie de espaldas a ella. Gabrielle se fijó en que la mano de Ravin sujetaba con fuerza un pilar de sustentación lateral. Esperó a recibir una señal de bienvenida o de reconocimiento, pero Ravin siguió inmóvil. Gabrielle avanzó un paso—. Te debo una disculpa y una explicación. —No me debes nada. —El tono de Ravin era apagado. —Yo creo que sí. Anoche, contigo, sentí cosas que no sentía desde hacía mucho tiempo. Estaba confusa y necesitaba tiempo para pensar... y sentir. Necesitaba saber que esos sentimientos eran por ti y sólo por ti. Mi amor por ti es más profundo aún de lo que pensaba. Ravin se volvió hacia Gabrielle. Durante todo el día había mantenido una discusión constante consigo misma. ¿Había hecho daño a Gabrielle? ¿La había decepcionado? ¿El amor expresado no era suficiente para las intimidades que habían compartido? ¿Tendrían que haber esperado? Ravin había conservado una tenue llamita de esperanza, pero daba poca luz en la oscuridad. La pérdida la envolvía. Se había planteado ir en busca de Gabrielle, pero decidió que como la joven guerrera dejado, tenía quea ser Gabrielle regresara su propia voluntad. No era el orgullolalohabía que había mantenido Ravin dentro quien de su tienda. Erapor miedo al rechazo. Gabrielle esperó en el silencio de Ravin hasta que no pudo soportarlo más. Avanzando otro paso hacia su amada, suplicó dulcemente: —Ravin, por favor, di algo. Enfádate al verme, pero por favor, no te quedes callada. Ravin no había notado la duración de su propio silencio. Al mirar en su interior, el tiempo no tenía medida. —Lo siento. —La voz de Ravin era un susurro mientras intentaba volver a Gabrielle—. No sabía qué esperar de ti. —Todo. Espéralo todo. —¿Estás segura? —Sí. Decide tú cuánto deseas de mí, cuándo y dónde y allí estaré. Tienes mi palabra. Ravin se acercó a Gabrielle y posó la mano en la mejilla de su amante. Gabrielle agarró la mano. Éste era el gesto de Xena. Era todo tan familiar. Era real. La sensación atravesó el engaño y Xena apareció en toda su gloria. —¿Siempre? Gabrielle se echó a reír. Era la palabra de Xena. Era la promesa que le hacía Xena. Gabrielle abrazó a Ravin y dijo con un susurro ronco y apasionado: —Siempre. Ravin levantó a Gabrielle entre sus brazos. —Vamos a tener una vida estupenda juntas.
Gabrielle siguió riendo. Conocía la verdad. Ya habían tenido una vida estupenda. —Sí, sin duda. Ravin colocó a Gabrielle con delicadeza en su cama. —Si Decevis no da su aprobación, es posible que tengamos que dejar la tribu. Gabrielle cogió la mano de Ravin. —¿Estás segura de que estás preparada para renunciar a tu hogar por mí? —Tú serás mi hogar. —Y tú el mío. Sí, el cuerpo recuerda. Gabrielle hizo el amor a Ravin. Dio placer a su amada de formas que sorprendieron a su compañera. Gabrielle conocía el cuerpo de Ravin más íntimamente que la propia Ravin. Sí, el cuerpo recuerda. Con cada reacción positiva, Gabrielle iba más allá. No bastaba ni con un orgasmo ni con dos. —Gabrielle, ¿es que no hay límites? Rodeando el pecho de Ravin con la mano, Gabrielle se limitó a decir la verdad: —No parece que los hayamos encontrado aún. —Para. Apoyándose en el codo, Gabrielle preguntó: —¿Por qué? —Porque quiero hacerte el amor. —Todavía no. —¿Por qué no? —Porque quiero mirarte tal y como estás ahora. —¿Te agrada? —Ya lo creo. Ravin suspiró. —Jamás soñé que este día acabaría así. —Ravin, tendremos muchos más, te lo prometo. —Por la mañana, se lo diré a Decevis. Gabrielle contempló los ojos de zafiro de Ravin. Compreda podía tener razón. Era posible que le correspondiera a Ravin, a Xena, acudir a ella.
La entrevista de Ravin con Decevis no fue bien. Acusó a Gabrielle de seducir y corromper a Ravin con sus costumbres griegas. Cuando Ravin preguntó si Decevis la iba a desterrar, Decevis se quedó callado. Ravin aguardó una respuesta. —No, no voy a perder a una segunda hija. —Gracias, padre. Decevis sujetó su vara con las dos manos, tratando de sacar fuerzas de ella. —Sólo te pido una cosa. —Si es posible. —No me avergüences. Te pido discreción. Ravin se inclinó respetuosamente. —Hablaré con Gabrielle. Decevis se enfureció. —No, hija, esto te lo pido a ti. La respuesta de Ravin fue firme. —Hablaré con Gabrielle, padre. Ravin salió de la tienda de Decevis con entusiasmo. Por primera vez en su relación, no había permitido que él organizara su vida. Su vida era, efectivamente, independiente de la tribu y de él. Sintió una euforia repentina. Cuántas expectativas había intentado satisfacer. Algunas expresadas, otras no. Algunas impuestas por una ley ajena a ella, otras impuestas internamente por ella misma a causa del miedo y la incertidumbre. Era más fácil defender los rebaños contra los ladrones que protegerse a sí misma de este tipo distinto de latrocinio. Su autonomía se había visto coartada y ella había sido cómplice voluntaria. Por un amor, un amor que estaba profundamente convencida fuerzas de quepara era exigir un regalo para ella, un regalo quequesería un crimen rechazar, había encontrado su libertad de elegir un bien era cierto para ella. Tras escuchar las condiciones de Decevis, Gabrielle no tuvo nada que objetar. De hecho, prefería mantener su campamento aparte. Así era menos probable que nadie observara sus idas y venidas. —Está bien, Ravin. Ravin se había esperado otra cosa. —¿No te opones? —No, Decevis está siendo generoso. Ravin no se sentía tan agradecida. —Se niega a reconocernos como lo hace con Andre y Lasa.
Gabrielle sabía lo que era importante para ella. Contar con la aprobación de Decevis carecía de importancia. —Me da igual. Lo único que me importa es estar contigo. —Sin la aprobación de Decevis, la tribu no nos aceptará. —Decevis es un solo hombre. Por lo que me han contado, antes de desaparecer, Lea tenía influencia con la tribu. No podemos ejercer influencia si no estamos aquí. Con tiempo y paciencia, todo es posible. Ravin percibió en estas palabras un tono hiriente y no sabía si ésa había sido la intención de Gabrielle. —Pues ya está. Gabrielle asumió labores de pastora para contribuir a la prosperidad de la tribu. A menudo cuidaba a solas de los rebaños, pues Ravin tenía otros deberes. Gabrielle agradecía la soledad. Se había preguntado a menudo cómo y cuándo tendrían Xena y ella una vida apacible. En muchos sentidos, que el precio fuesen los recuerdos de Xena tenía lógica. Puesta a elegir, no le cabía duda de que prefería a Xena antes que a Ravin. Echaba en falta la historia que compartían. Las palabrasel significado que no hacía falta decir.y un Laslugar palabras se decían y que en su sencillez transmitían de un tiempo que lasque afectaban profundamente y que jamás olvidarían. Echaba en falta los recuerdos compartidos de Cirene, Lila, sus familias y amigos, que en su mayoría ya habían pasado al otro lado. La vida pastoril en la que sólo debía preocuparse por las ovejas a las que cuidaba y no por la brutalidad de un señor de la guerra la llevaba a sopesar el bien supremo y el lugar que ocupaba en su vida. Xena y ella habían contribuido a grandes rasgos y con enfrentamientos decisivos. Juntas habían cambiado el curso de la historia desde Chin hasta Egipto pasando por Roma. Esta época de descanso les venía bien. La pregunta era, como lo había sido en otros momentos de reposo del pasado, cuánto tiempo iba a durar. El sol se estaba poniendo y había refrescado. Veía su propio aliento cada vez que lo exhalaba. Se quedaría toda la noche cerca del rebaño. La hoguera que iba alimentando le proporcionaba un calor sentirse externo tan que bien no podía el calor Pensaba que no debería por elcompetir giro queconhabía dadoque su sentía vida, por perodentro. una vez aceptadas las condiciones, las limitaciones de su vida con Ravin, no podía evitar sentirse agradecida. Las ovejas no se habían movido, pero Gabrielle notó una presencia. Se puso en pie con la vara preparada. Sus agudos sentidos continuaban avisándola de que alguien se acercaba. Y entonces oyó la voz conocida. —¿Gabrielle? —¿Ravin? —Sí. De las sombras la luna apareció Llevaba un morral. Al vara caminar sudócil. vara para apoyar sus pasos.deGabrielle pensó queRavin. era raro ver a Xena usar una para usaba algo tan —Tenía la esperanza de que quisieras compañía esta noche. Gabrielle sonrió.
—Sin duda tendré más calor. —¿Es eso todo lo que soy para ti? Una manta te serviría igual. Gabrielle se hundió en el abrazo de Ravin. —Tú me das otro tipo de calor. Ravin estrechó a Gabrielle. —Pues he hecho bien en venir. Se acomodaron cerca del fuego. Gabrielle, inmersa en sus propios pensamientos, se apoyaba en Ravin sin decir nada. Ravin había esperado algo de conversación. No parecían hablar como cuando se conocieron. Echaba en falta las palabras de Gabrielle, las historias que tejía. Tener a alguien considerada una gran bardo y que estuviera tan silenciosa hacía que se sintiera timada. —Estás muy callada esta noche. Gabrielle contestó suavemente: —Estoy contenta. —¿Y qué hace que te sientas contenta, Gabrielle? Gabrielle se pegó más a Ravin, cogiendo una de sus manos entre las suyas. —La quietud de la noche, la seguridad del rebaño, el calor del fuego. —Miró a su amada—. Tú. —¿Habías sentido ya esté contento? Gabrielle volvió a fijarse en el fuego. Había incontables veladas como ésta cuando sólo estaban Xena y ella, cuando no había batallas a la espera de ser libradas, y simplemente disfrutaban de estar juntas. Contestó a Ravin con tono distante. —Sí. —Ya no hablas mucho del pasado. —Porque estoy viviendo en el presente contigo. —Si hay algo que desee saber... —Puedes preguntarme cualquier cosa. Ravin reflexionó. No quería preguntar. Se sentía como si estuviera entrometiéndose en un pasado que no tenía derecho a conocer. Si lo tuviera, Gabrielle lo compartiría sin más. Se esforzó por determinar cuál era la carga más pesada, el silencio o la necesidad de acudir a Gabrielle con una pregunta. —¿Piensas a menudo en Xena? Gabrielle asimiló la pregunta. ¿Cómo podía responder sin hacer daño a Ravin? Sabía que tenía que ser sincera a toda costa.
—A veces. —¿En momentos como éste? —Sí. —¿Con quién estás ahora mismo? ¿Conmigo o con ella? Gabrielle no podía decir “con ambas”. Sabía que Ravin era quien estaba con ella en este momento y por eso contestó: —Contigo. —¿Estarías callada con ella? Gabrielle sonrió. —Sí. Ella nunca fue muy dada a hablar. Con el tiempo yo fui hablando menos porque no había necesidad de llenar el silencio. Acabé estando cómoda con su silencio. Pero al mismo tiempo, si había cosas que decir, las decíamos por muy difícil que pudiera resultarnos. Xena aprendió, las dos aprendimos, a compartir lo que nos gustaba y lo que no, nuestras esperanzas y nuestros temores. Eso hizo posible que estuviéramos juntas. —¿Querrías lo mismo de mí? —Sí. Ravin reflexionó. Tomó una decisión. —Echo de menos tus historias. Al principio de nuestra amistad, me contabas muchas historias de tu vida. Gabrielle no quería, no podía, revivir su vida con Ravin. —Te contaba las historias porque creía que eras Xena y quería que recordaras. He aceptado mi error. EsaTú parte de mi pertenece únicamente a Xena. —Gabrielle clavódar losyojos de Ravin—. dijiste quevida las dos teníamos nuestra capacidad incompleta para que en esolos sería suficiente. No me pidas más, Ravin. No te puedo dar mi pasado. Te puedo dar esta noche y mis mañanas. Eso tiene que ser suficiente. Ravin agachó la mirada. ¿Cómo podía explicar que su petición encerraba algo más? Había empezado a sentir una duda creciente y esperaba que oír cosas sobre Xena la ayudara. Antes había estado convencida de que nunca podría haber bondad suficiente en Xena para equilibrar la balanza de su maldad. La justicia siempre pesaba en contra de la vida de Xena. Pero había una nota discordante en ese convencimiento. Ella amaba a la persona que la causaba. ¿Cómo era posible que una persona como Gabrielle hubiera estado tan entregada a Xena durante tantos años si la Princesa Guerrera no hubiera tenido cualidades positivas? Y había algo más que alimentaba su confusión. En ese preciso momento, en su forma de abrazar a Gabrielle, en su silencio, se sentía completa de una manera que era incapaz de expresar con palabras. Xena era el alma gemela Juntas ¿Cómo formaban convencida de era queposible lo que ella sentía erade esaGabrielle. misma unidad. erauna eso unidad. posible Ravin si ella estaba no era Xena? ¿Cómo a menos que Gabrielle sintiera lo mismo? Si se tratara de un instante fugaz mientras hacían el amor o incluso junto al calor de esta fogata habría sido más fácil de aceptar. Pero no era así. Era constante y con cada día que pasaba se hacía más fuerte. Cada palabra, cada gesto, cada caricia, incluso cada momento de silencio reforzaba la unión. Los recuerdos de Ravin retrocedieron al
momento en que puso su mano sobre la piedra de Emet. No sabía qué había rogado Gabrielle. Nunca se lo había preguntado. ¿Qué había rogado ella? ¿Qué había albergado en su propio corazón? Quería que Gabrielle la conociera como Ravin. Quería verse libre de la ilusión de Xena. ¿Y si el ruego hubiera sido distinto? ¿Y si hubiera rogado conocerse a sí misma como la persona que era aceptando las consecuencias de la verdad? ¿Hasta qué punto habría sido distinta su vida si no hubiera rechazado el argumento de Compreda de que ella era Xena? ¿Quién estaría en brazos de Gabrielle en este momento si el ruego hubiera sido distinto? Gabrielle se acercó y dio un beso a Ravin en la mejilla. —Te amo. Por favor, que sepas que te amo. Ravin alzó los ojos y miró a Gabrielle. “Pero quién soy” fueron las palabras que se le quedaron atravesadas en la garganta. Las palabras que no podía pronunciar. En cambio, a Ravin se le escurrió una lágrima del ojo mientras le sostenía la mirada a Gabrielle. Sonrió porque sabía que a pesar de todo lo que no iba bien entre ellas, eso era cierto, Gabrielle la amaba. —Y ése es el milagro de mi vida. —Ravin besó a Gabrielle, regodeándose en la ternura que había entre ellas. Gabrielle se quedó dormida en brazos de Ravin. Para las dos fue algo bueno y satisfactorio, y sin embargo, incompleto. Ravin entró en la tienda de Decevis. Éste estaba sentado en el sillón de madera de cedro intrincadamente talladadeque correspondía al patriarca. Andre estabadea la su máxima lado. Ambos habían recibido una petición Ravin para reunirse a hablar de un asunto importancia. Ravin recorrió con la mirada la tienda que había supuesto un hogar para ella. Ya sentía su pérdida. Se acercó a los dos hombres sabiendo que lo que estaba a punto de hacer iba a ser doloroso, pero era inevitable. Sonrió a Andre, aferrándose el convencimiento de que desconocía lo que había hecho su padre. Lo que iba a oír sería una sorpresa para él. Deseó poder suavizar el golpe. Se volvió hacia Decevis. Su talante cambió. En su caso le costaba más perdonar. —Decevis. Andre. —Hermana, ¿a qué viene tanta formalidad? Decevis se movió inquieto en su asiento. —Me llamo Xena de Anfípolis. Sus palabras dejaron petrificados a los dos hombres. Andre intervino, tratando de controlar la rabia: —Ravin, eso no tiene la menor gracia. Ravin se mantuvo tranquila. Su voz fue firme y directa: —Decevis te lo explicará. Decevis notó la mirada de Andre al tiempo que oía su petición: —¿Padre? Decevis se puso a la defensiva. Su tono no fue el de un padre cariñoso con su hija. —No sé de qué estás hablando.
A Ravin se le agotó la paciencia con el hombre al que había llamado padre. Optó por subir las apuestas. —Primero Lea, luego yo. Explícaselo a tu hijo. Andre se sentía cada vez más confuso. Se volvió de cara a su padre. —¿Lea? Decevis pasó al ataque. —Es Gabrielle. Le ha envenenado la mente a tu hermana. —Gabrielle no sabe que estoy aquí. Me avergüenza confesar que he usado la piedra de Emet con la misma falsedad que tú. Andre se hartó de seguir esperando. —Uno de los dos me va a explicar qué está pasando aquí. Decevis guardó silencio. Ravin habló directamente al patriarca: —Te doy una oportunidad más para que hables. Yo es posible que no te haga justicia, puesto que sólo puedo imaginarme por qué has hecho lo que has hecho. Decevis agarró su vara y se puso en pie. —Sabía que llegaría este día. Que Dios me perdone. —Ahora mismo creo que tu dios es de lo que menos te tienes que preocupar. Tienes una hija, un hijo y una tribu ante los que responder. Decevis se quedó confuso al oír a Xena mencionar a Lea. —¿Una hija? —¿Cómo convenciste a Lea para que pusiera su mano sobre la piedra de Emet? Decevis se apartó unos pasos de los otros dos. Estaba demasiado cerca de su juicio. —Hice un trato con ella. Siempre estábamos discutiendo y yo quería acabar con eso. No estaba bien que la tribu acudiera a ella en busca de consejo. Ravin acusó al patriarca: —La envidiabas. —Sí, envidiaba el amor de mi propia hija por su pueblo y el amor de éste por ella. Le dije que pusiera la mano en la piedra expresando con claridad el deseo de su corazón, y así lo hizo. —Pero tú hiciste algo más. —Sí, puse mi mano encima de la suya sobre la piedra. Mi ruego fue sencillo. Quería que los vínculos de Lea con la tribu quedaran cortados.
—Y así la perdiste. —Sí. Me desmayé. Cuando volví en mí, no pude encontrarla por ninguna parte. —Y tuviste que vivir con el hecho de que había desaparecido por tu culpa. Decevis era ahora un hombre viejo y derrotado. —No podía. Ningún padre que quiera a sus hijos podría vivir con esa verdad. Ravin continuó guiando la confesión. —Me usaste. —Te convencí de que tenías que poner la mano en la piedra para llamar al espíritu maléfico que nos había arrebatado a Lea. —Pero tenías que asegurarte de que mi corazón y mi alma estaban preparados, para conseguir lo que querías. —Habíamos hablado mucho. Tú eras una leyenda de la que habíamos oído hablar. Una que yo sabía que habían era cierta a causa tus anteriores por nuestras tierras. Los habías pergaminos de Gabrielle llegado hastadenosotros, por loviajes que sabía que en otro tiempo sido una señora de la guerra que causó una gran destrucción. Te insté a que por tu propia protección hablaras de tu remordimiento. Confesaste que si pudieras deshacer el daño, lo harías, que ahora dedicabas tu vida al bien supremo. Te aconsejé que tuvieras presentes esas ideas en tu mente mientras tocabas la piedra. Cuando tu mano se posó sobre la piedra, yo puse la mía encima. Andre intervino en voz baja: —¿Y qué pediste? —Quería una hija. Ravin completó la historia: —Debí de desear que se me quitara de encima la carga de mi pasado. Y por eso perdí la memoria por completo de quién era, al igual que todos los de tu tribu, y así tuviste a una mujer a la que podías decidir adoptar como hija tuya. Decevis pronunció la confirmación definitiva: —Sí. Ravin se volvió hacia Andre. —Todo habría permanecido así si Gabrielle no me hubiera encontrado. Lo siento, Andre, pero tenías que oír la verdad de boca de tu padre, no por mí. Andre estaba claramente afectado. —Por supuesto. —Os dejo para que habléis. Tengo que hacer otra cosa.
Andre traicionó un temor: —¿Te volveré a ver? —Sí. No me marcharé sin despedirme. Ravin sintió que se le partía el corazón. Quería a este hombre como a un hermano. Esperaba no perder el recuerdo del cariño que habían compartido. Salió de la tienda a la creciente oscuridad del ocaso. Sólo entonces empezó a temblar. Había convencido a Decevis de que conocía lo que sólo era una sospecha. Ya tenía la respuesta a su pregunta implacable. Ella era Xena. Ravin también sabía que no era Xena. Seguiría siendo Ravin a menos que regresara a la piedra de Emet. Pero eso no garantizaba que fuese a recuperar su vida. Gabrielle no la conocía como a la persona que era. Incluso habiendo renovado su identidad como Xena, sabía que su vida y su amor seguirían incompletos si no podía compartir su totalidad con Gabrielle. Gabrielle la amaba como a Ravin, aunque no como había amado a Xena. Ravin sabía que era a la vez Ravin y Xena. Sabía que, de una forma irónica, Gabrielle se había enamorado de ella dos veces. Ravin todavía poseía la esencia de Xena, pero sin saber cómo se había formado esa esencia. Se preguntó si era necesario saber qué la había convertido en la mujer que era. Se consideraba a sí misma como una escultura cincelada por la vida. Muchos de los golpes se recibían con dolor. Para Gabrielle, Xena era noble y buena. Lo que Gabrielle valoraba de ella iba acompañado conocimiento de todo contra lo que su había superar. Del conocimiento también de que del a veces todavía luchaba ladotenido más que oscuro. El amor de Gabrielle resultaba aún más inestimable porque amaba a Xena por completo. De hecho, se podía ver en ello todavía más amor, porque no se producía gracias a la ausencia de lo difícil, sino que aceptaba lo difícil como parte de la humanidad de Xena. Así pues, ¿la recuperación de sus recuerdos, incluidos los más atormentados, sería bien recibida? Parecía que Xena había acabado por aceptar la vida sin aliviar su remordimiento. Parecía encontrar un modo de que sus malas acciones alimentaran el bien que estaba decidida a vivir. Ravin reconocía que su entrega al bien supremo podía estar debilitada sin los recuerdos. O tal vez su entrega se manifestaba simplemente de otra manera. Ravin no tenía las respuestas a todas sus preguntas. Sabía que nunca las tendría. Sólo podía intentar alcanzar la verdad y eso quería decir que debía volver a aceptar en su vida todo lo que era. Estaba la promesa del amor de Gabrielle, pero sabía que tenía que volver a ser completa incluso sin esa promesa. Podía convertirse en Xena y que Gabrielle siempre la conociera como Ravin. Sería doloroso, pero aceptaría el amor de Gabrielle fuera cual fuese la forma en quea pudiera dárselo. el último Gabrielle había un tenido experiencias que la habían cambiado ella también. NoEn puede haberaño, amor si éste exige mundo estático, una pareja inmutable. El viento soplaba racheado entre las tiendas y sacó a Ravin de sus reflexiones. Sí, tenía que hacer una cosa. Gabrielle se encontraba en la cámara de la piedra de Emet. —¿Por qué me has traído aquí? Ravin buscó las palabras adecuadas. —Necesito hacerte una pregunta y necesito que me digas la verdad por muy difícil que a ti te resulte decirla o a mí oírla. —Lo intentaré. Ravin continuó: —Si pudieras elegir, ¿elegirías estar con Xena en vez de conmigo?
Gabrielle protestó: —No puedes pedirme... Ravin insistió: —Sí que puedo. —¿Por qué? —Porque debo saber la verdad. Gabrielle declaró lo evidente: —Xena y yo éramos almas gemelas. Ravin la azuzó: —Pues dilo. —¡Maldita seas! Sí, volvería con Xena. Ravin tomó aliento con fuerza. —¿Confías en mí, Gabrielle? —Sí. —Pues pon la mano sobre la piedra de Emet. —¿Qué? —Gabrielle se esperaba la petición, pero sabía que tenía que seguir protestando. Ravin no podía sospechar que ella conocía la verdad. —Una última vez. Hazlo sabiendo que Xena siempre será el amor de tu vida. Aférrate a esa única idea. —¿Por qué voy a hacer eso? He aceptado la pérdida. ¿Por qué tienes que...? —Gabrielle, he averiguado la verdad sobre mí misma. Decevis usó la piedra de Emet para sus propios fines. Puedo recuperar mi nombre, mi vida, colocando mi mano sobre la piedra. Lo que compartimos es importante para mí. Es posible que sea lo único en lo que creo. Cuando levante mi mano de la piedra, quiero que la tuya me la esté sujetando. Y si soy para siempre tu amor, pero no tu amada, me alegraré de saberlo. —Sigo sin comprender por qué tengo que poner la mano en la piedra. —Porque se te ha arrebatado la verdad. —¿Cómo? —No puedo darte más explicaciones. No lo hagas por mí. Hazlo por ti. Gabrielle se apartó. Estaban cerca del momento del triunfo. Lo sabía, pero también sabía que había un riesgo. Colocar la mano en la piedra le daba a Ravin la oportunidad de recuperar sus recuerdos como Xena. A pesar del poder de la piedra, Gabrielle estaba convencida de que Ravin
era Xena. Pero incluso con ese convencimiento, luchaba constantemente por despojarla del velo que era la personalidad de Ravin. Al colocar la mano en la piedra, Gabrielle sabía que podía volver a estar completa. Ravin sólo sería un recuerdo. Gabrielle también quería recuperar su vida. Para resultar convincente, dudó antes de responder. —Está bien. Lo haré. —Bien. —alargó la mano. Gabrielle puso su propia palma encima de ella—. ¿Preparada? Gabrielle asintió. —Preparada. Posaron las manos sobre la piedra. Ravin deseó su verdad. Gabrielle hizo lo mismo. Los ruegos fueron así de sencillos. Una sensación de calor las atravesó de parte a parte. Gabrielle retrocedió. Xena tuvo miedo. —¿Gabrielle? El velo había desparecido. Para Gabrielle, su amada estaba ante ella. —¿Quién eres? Xena notó la incertidumbre de Gabrielle. Ravin había previsto una manera muy simple de demostrar la verdad. La guerrera alcanzó su bolsita de cuero y sacó dos piedras, azul y verde. —Hace mucho tiempo, tú y yo estábamos nadando en un lago apartado en Grecia. Yo me quedé junto a un manantial caliente mientras tú buceabas en la charca más honda. Viniste a mí y me diste estas piedras. Te recordaban al color de nuestros ojos. En ese momento deseaste poder darme un zafiro en lugar de la piedra azul. Yo te dije que había tenido zafiros y que no significaban nada para mí. Estas piedras sí me las iba a quedar, y desde entonces no me he separado de ellas. Gabrielle nunca le había contado esa historia a nadie. Se acercó a Xena y posó la mano en la mejilla de su amada. Xena la cubrió con su mano y susurró: —Lamento haber tardado tanto en volver contigo. Gabrielle abrazó a la guerrera al tiempo que pronunciaba su nombre. Cala entró en la cámara. —Así que está hecho. Xena se acercó a la joven sabia. —Decevis le ha confesado la verdad a Andre. Cala se entristeció. Xena continuó: —¿No crees que ya es hora de que vuelvas con Andre? Te ha echado muchísimo de menos. Lea se quedó sorprendida.
—¿Lo sabes? Gabrielle miró a Xena y luego a Lea. —Me di cuenta de que eras Lea cuando Compreda me contó la historia de cómo engañó Decevis a Xena. Xena fue ahora la sorprendida. —¿Sabías lo que había hecho Decevis? Gabrielle sonrió. —Sí, pero sólo después de que tú y yo nos uniéramos. Acudí a Lea y a Comprenda con mis sospechas. Ya había intentado convencerte una vez de que eras Xena. No lo iba a intentar de nuevo. —Tenemos mucho de que hablar. —Sí, así es. Xena se volvió de nuevo hacia Lea. —Yo me lo imaginé después de que Decevis me contara su historia. Él no sabe quién eres, ¿verdad? Lea lo confirmó: —No, pero cada vez que me ve, le resulta muy doloroso. Por eso no viene al templo. Gabrielle intervino: —¿No habéis sufrido los dos ya bastante? Lea respondió: —Es posible. Yo tendría que haber entendido mejor lo que preocupaba a mi padre. No excuso lo que nos hizo a Xena y a mí. Durante el tiempo que he pasado en el templo, he visto cómo la verdad adopta muchas formas y cómo nuestra incapacidad de ver la verdad desde sus diversas facetas nos mantiene separados. Caminaban la una al lado de la otra. Su viaje de vuelta a Grecia iba a ser largo. Xena agradecía el tiempo que iba a pasar a solas con Gabrielle. Realmente tenían mucho de que hablar. Iba a echar de menos la vida que se había creado con la tribu. Sobre todo, iba a echar de menos a Andre. Tras recuperar la memoria, se dio cuenta de lo parecidos que le resultaban Andre y su propio hermano Liceus. Estaba bien que Andre celebrara el regreso de Lea al tiempo que sentía la pérdida de Ravin. Xena le aseguró que nunca perdería a Ravin de verdad porque tanto ella como todos sus recuerdos vivían dentro de ella. El vínculo siempre estaría allí. Xena cogió a Gabrielle de la mano. —Te enamoraste de Ravin. —Y Ravin se enamoró de mí.
—Tú siempre fuiste tú. —Y Ravin siempre fuiste tú. —Eso no lo sabías. Dijiste que siempre habría una parte de ti que sólo podría tener Xena. Gabrielle se detuvo y agarró la mano de Xena con firmeza, deteniéndola también. —¿He hecho algo por lo que se me deba perdonar? Xena percibió el ardor de Gabrielle. Esto no eran bromas alegres, sino un temor que había salido claramente a la superficie exigiendo su atención. Xena lamentó profundamente haber hecho la broma. Dijo con ternura: —No. A Gabrielle le tembló la voz: —¿Estás segura? Xena se acercó a Gabrielle. —Tú me amas. Siempre me he sentido humilde ante tu amor. A veces todavía me siento tan sobrecogida por él que no sé qué hacer ni qué decirte para expresarte lo que significa para mí tener tu amor. Lamento si he hecho una broma con ello. —Y tú has llegado a amar a la campesina de Potedaia. ¿Cómo crees que me siento yo por eso? Xena la corrigió con una sonrisa: —A la Bardo Batalladora de Potedaia. —Las dos hemos crecido y cambiado. —Y tú has estado conmigo a cada momento. Gabrielle soltó en broma: —Porque no podías librarte de mí. —Nunca he querido. Gabrielle disfrutaba con sus bromas, pero no quería pasar por alto lo difícil. —Xena, todavía tienes remordimientos. Xena se hizo eco de la idea: —¿Y tú no? Gabrielle miró a su amada a los ojos. Compartían el dolor. —Sí. —Gabrielle, las cosas que lamentamos son parte de lo que nos convierte en lo que somos.
Gabrielle añadió: —Nuestro dolor también. Pero no podemos huir de él, ¿verdad? —No, no podemos. Perdemos mucho de nosotras mismas si lo hacemos. Además, es lo que hace que lo bueno resulte tan estupendo. Es lo que hace que estar contigo aquí mismo, en este momento, sea lo mejor que me puede dar la vida. Gabrielle apretó la mano de Xena mientras continuaban su viaje, conociendo la verdad de quiénes eran y lo que compartían.
FIN