Matador - David Guymer

August 15, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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LAS AVENTURAS DE GOTREK Y FÉLIX  

MATADOR LIBRO 2  

GOTREK Y FÉLIX MATADOR

En un abrir y cerrar de ojos, el Sediento de Sangre se situó junto a Gotrek, le envolvió la cabeza con una mano descomunal y tiró de ella para levantarle la cara de la cubierta. Kolya estaba convencido de que nada impedirı́a que el demonio cumpliera su promesa: cascar el crá neo del Matador como si fuera un huevo y devorar devorar sus sesos. Pero entonces una sombra cruzó el rostro del demonio, que soltó a Gotrek e hizo rechinar los dientes como un perro al que le negaran un hueso. Retrocedió para envolverse con las alas y gruñ ó de frustració n. —No —aseveró con una voz má s comedida cuando volvió a ser el prı́ncipe ncipe demonio Be’lakor quien hablaba con ella—. Es tu destino morir a manos de alguien aú aú n má má s poderoso que yo. —No aceptaré ningú n destino —replicó Gotrek con un gruñ ido, blandiendo el hacha.

 

El mundo se muere, pero ha sido así desde el advenimiento adv enimiento de los Dioses del Caos. Durante más años de los que pueden contarse, los Poderess Malignos han codiciado el reino mortal. En Podere multitud de ocasiones han intentado apoderarse de él, y sus paladines han comandado vastas hordas que se han adentrado en los territorios de hombres, elfos y enanos. Pero siempre fueron derrotados. Hasta ahora. El Rey de los Tres Ojos Tres ataca. Conde eltodos Imperio llamas,  Archaon el Elegido, a la cabeza los en ejér ejércitos citos malignos, ha emprendido la marcha al sur con el in de reclamar lo que le corresponde por derecho natural. Así da comienzo la Era del Caos. Middenheim, uno de los pocos bastiones que quedan a humanos, enanos y elfos, es su objetivo, pues en las profundidades de la imponente roca sobre la que se alza la ciudad se halla sepultada un arma antiquísima que proporcionar proporcionará áa  Archaon su victoria deinitiva. deinitiva. La última esperanza recae en un puñado de héroes. Con el gran vórtice hendido, los vientos de la magia han salido libres y cada uno de ellos ha encontrado una hueste mortal. Sólo el poder de esos «Encarnados» puede evitar el cataclismo que Archaon se propone provocar. Pero esos héroes están desperdigados, y aunque se consiga reunirlos, no parece posible que sean capaces de colaborar juntos. Lejos de la tormenta que se avecina, Gotrek Gurnisson y Félix Jaeger recorren las ruinas del Imperio junto con un variopinto ejército en busca de la familia de Félix. Sus acciones en estos tiempos oscuros son tan heroicas como lo fueron en sus legendarios viajes, pero palabras y actos que ya no tienen vuelta atrás han destruido su amistad. Y el destino de Gotrek está cerca.

 

Es el Fin de los Tiempos.

 

Si se encuentra este diario, si se ganó ganó la guerra, recué́ rdese recue rdese lo siguiente: aquı́ yace  yace un Matador. Fé́ lix Fe lix Jaeger, Mis viajes con Gotrek  (iné  (iné dito) dito)

 

PRIMERA PARTE

LA REDENCIÓN A LOS OJOS DE MIS ANTEPASADOS PRINCIPIOS DE LA PRIMAVERA DE 2527

 

CAPÍTULO UNO El Que Cambia Se rumoreaba que hasta los dioses habı́ an an acudido a la defensa de Altdorf, pero ni siquiera Taal podı́ a echar una mano en este rincó n del Gran—¡Estamos Bosque de Hochland. condenados! —exclamó con un aullido Markus Weissman, hasta que su voz se quebró y se convirtió en un sonido truncado má s en medio del estré pito de pezuñ as hendidas y alaridos humanos. Los hombres de su unidad siguieron presionando desde cada lado, y é l podı́ a oler su sudor y la mugre en sus libreas verdes y rojas; podı́a sentir el temblor de sus cuerpos que se prolongaba a las lanzas mientras recuperaban la formació n schiltron en la cima de la colina y levantaban los escudos. Un hombre bestia partió de un porrazo un escudo y se produjo una explosió n de astillas, seguida de los gritos de terror, hasta que un par de hombres consiguieron juntarse para empujar a la criatura y cerrar la brecha en la formació formació n. —¡Sangre de Hochland! —bramó el sargento Sierck. Tenı́ a el jubó n desgarrado en un hombro. Llevaba la capa reversible con el lado verde hacia dentro y el rojo hacia fuera para disimular la sangre que convertı́a en una má scara truculenta su cara, la barba e incluso los dientes mientras arengaba a los hombres. —¡Estamos condenados! —exclamó de nuevo Markus con un sollozo a la vez que clavaba a ciegas la lanza en el cuello de un hombre bestia. El monstruo con cabeza de cabra soltó un balido y se desplomó de espaldas, todavı́a con la punta de la lanza alojada en la garganta. Markus soltó el asta del arma con un grito y a duras penas consiguió desenvainar la katzbalger, la espada de hoja corta con la que apenas estaba familiarizado infanterı́ a imperial. y que representaba el ú ltimo recurso de la

 

Paralizado, examinó brevemente la hoja barata y llena de impurezas y le pareció pareció muy apropiada. Una lanza pasó por encima del hombro de Markus y atravesó el ojo de un hombre bestia, que se tambaleó alocadamente y se ensartó en la espada de Markus. Una bilis caliente y fé tida le impregnó la mano y le salpicó las botas. Le recordó los luidos que solı́ a ver encharcando los en campos un detalle de sus importante: vecinos en la la é poca bestia de parició destripada n; la escena estuvo era emitiendo igual salvo un balido ensordecedor hasta que la lanza de otro hombre la espetó por la boca. Asqueado, Markus extrajo la espada del cuerpo del animal moribundo y lo empujó con el escudo. El hombre bestia dio una sacudida y cayó rodando por la pendiente. Markus se encontró de pronto sin un oponente delante. Quiso tomar una bocanada del aire cargado y acre y sintió como si sus costillas fueran un torno alrededor de los pulmones. ¡No podı́ a respirar! La imperiosa necesidad de oxı́ ggeno eno lo llevó a quitarse el casco abollado de la cabeza; lo dejó caer. El viento alpino se iltró alegremente a travé s de su barba. Sin el estorbo del protector de mejillas del casco, Markus pudo ver la horda de hombres bestia en toda su espantosa extensió n. condenados. Estaban El claro rocoso que el general Von Baersdorf habı́ a escogido para enfrentarse a los hombres bestia que los venı́an an hostigando desde Hergig medı́a casi una legua de largo y aproximadamente una cuarta parte de esa distancia de ancho, y en su extremo norte el suelo ascendı́ a en una pendiente constante hasta formar la pequeñ a colina sobre la que estaban ahora. Y en toda esa extensió n no habı́ a un palmo de roca que no estuviera ocupado por una docena de bulliciosos monstruos. Los arqueros y los jinetes que Von Baersdorf se habı́ a apresurado a desplegar para defender los carros con cañ ones y los suministros de la columna habı́an an sido aniquilados y ahora los despojos se habı́ an an convertido en hombres vez en cuando revoloteaba un un jiró hervidero n rojo por de encima de losbestia. carros De saqueados, que no era otra cosa que los restos del estandarte del general del que sus asesinos se habı́ an an apropiado para exhibirlo como un trofeo. En medio del caos llegaban con debilidad los gritos de mujeres y niñ os. Markus llevó la vista má s allá del corazó n mutilado de la retaguardia de la columna, hacia el borde meridional del claro. Un asediado cı́rrculo culo de alabarderos mantenı́ a a distancia a los hombres bestia mientras los aterrorizados carreteros trataban de formar con los vehı́culos culos un cı́rculo rculo defensivo defensivo alrededor de las familias de los soldados. Bajo una nube de humo que ocultaba la parte superior de los carros, los afamados pistoleros de Hochland repartı́ an an muerte con sus atronadoras armas de fuego por encima de las cabezas de los alabarderos.

 

Una nota grave, larga y que hizo vibrar los huesos retumbó por encima del fragor infernal. El guerrero del Caos se alzaba, sobre las bestias que le servı́ an, an, como un icono para todos los impı́ os, os, lanqueado por hombres del norte a lomos de robustos y malhumorados ponis. Los hombres del norte tenı́an an los musculosos cuerpos cubiertos de extrañ os e otros instrumentos, inquietantes tatuajespero y portaban ni siquiera toda como clasegrupo de estandartes, podı́ an an competir gongsen y tamañ o ni en presencia con su paladı́ n, n, cuya pesada armadura era del oscuro color azul del cielo del norte y estaba recorrida por unas runas blancas como el hielo que, si bien Markus era incapaz de leerlas, poseı́an an el signiicado ú ltimo de la muerte. Desde el yelmo sellado, dos discos de fuego de bruja brillaban con el frı́ o desprecio de los inmortales hacia sus dominios terrenales, y su lento avance era la abertura de un pozo, de unas grandes fauces, de una sima donde resonaban los pasos de la condenació condenació n. Parecı́a estar buscando algo. O a alguien. Markus gimió gimió de pa pá́ nico. EE l era un granjero, no un guerrero. Cuando los soldados de Hergig habı́an an pasado por su tierra de camino a Wolfenburgo, é l deberı́ a haberse quedado casa. Mejorhabı́ morir donde lo habı́an an hecho su esposa y su bebé . ¿Porenqué Ostland a corrido mejor suerte que la provincia vecina? Alzó los ojos llenos de lá grimas al cielo, con una imprecació imprecació n a los dioses dentro del pecho. Incluso el cielo estaba herido, y los bancos de deshilachadas nubes matinales mostraban las cicatrices de los cometas que seguı́ an an cayendo todavı́a a pesar de los meses que habı́ aan n transcurrido desde la destrucció n de Morrslieb. ¿Qué clase de refugio podrı́ a hallarse en Wolfenburgo o incluso en Middenheim cuando ni siquiera los cielos eran un lugar seguro? Habı́ a… a… Una mano agarró con una fuerza no exenta de delicadeza a Markus y tiró de é l para sacarlo de la primera lı́ n nea ea de la formació n. Ernst  Höller le encasquetó el inú tilcampo casco encima las orejas y Markus de oı́r con tanta nitidez y su visual sederedujo. Hö ller lo miródejó con una expresió n de preocupació n en el rostro arrugado y rubicundo. Habı́a sido zapatero, el mejor que podı́ a permitirse un granjero con sus ingresos, y Markus aú aú n calzaba unas botas suyas. —¡Mira! —bramó Höller, señ alando el tramo del bosque que se extendı́ a en el extremo oriental del campo de batalla. Destrozado moral y fı́sicamente, sicamente, Markus apenas si fue capaz de hacer lo que le pedı́ an. an. Cuando se volvió volvió , vio que las lechas segaban por la espalda las ilas de hombres bestia que corrı́ an an a la carga y dejaban un campo de muerte con forma de medialuna en el que irrumpió una masa de soldados rugiendo desde la linde del bosque, enarbolando contaban espadas, mazas, con escudos, alabardas aunque y martillos. no habı́ a dos Algunos del mismo hombres colortambié ni con n

 

igual motivo; mientras que otros arremetı́an an contra el enemigo empuñ ando dos hachas y con un furor arrebatado. Su atuendo habı́ a sufrido de manera similar los estragos de la guerra. Markus distinguió los colores de Ostland, Talabheim y otros que debı́an an de pertenecer a provincias provinc ias mucho má má s lejanas porque no los reconoció reconoció . Y estaban todos mezclados. Markus se quedó mirando a un desgreñ ado hombre barbudo y negros que de Ostland blandı́ayun unhacha ajironado y llevaba jubó npuestos de color losburdeos. pantalones El guerrero blancos bloqueó el hachazo de un hombre bestia con su arma y luego lo derribó de un golpe con el escudo. El ú nico uniforme que era comú n en aquel ejé rcito tenı́a los colores marró n y rojo: sangre, herrumbre y barro del bosque. Uno de los recié n llegados parecı́ a má s có modo que el resto con su lamentable estado, y a pesar de la batalla que seguı́ a retumbando a su alrededor, Markus no fue capaz de apartar la mirada de é l. Se trataba de un hombre alto, vestido con una cota de malla de aspecto resistente pero con evidente desgaste y una capa roja hecha un andrajo. Una corona de pelo rubio iluminaba su cabeza y despedı́ a un brillo dorado a la mortecina luz de la mañ ana que conseguı́ a traspasar las nubes. Blandı́ a una ornada espada larga con la destreza de un caballero ducho en torneos y se deslizaba entre los hombres bestia como si é stos tuvieran las pezuñ as recubiertas de plomo, gritando palabras de á nimo a los que lo acompañ aban. Sorprendentemente, estos hombres parecı́ aan n luchar con má s iereza y un poco mejor cuando é l pasaba junto a ellos. —¿Quié n dice que en el norte no hay hé roes? —preguntó Höller. Markus volvió a mirar y sintió una inyecció n de á nimo cuando vio que el hombre de la capa roja se interponı́ a de un salto entre un soldado con aspecto de derrotado y los tres hombres bestia que lo acosaban. Uno de ellos cayó al momento; luego el segundo. Mientras contemplaba los movimientos de la espada rú nica del hombre, Markus pensó inmediato en los poderosos colmillos rú La nicos, peroHochland el Azote de los de Goblins de Hochland habı́ a desaparecido. propia habı́a desaparecido. El tercer hombre bestia luchó como si los dioses estuvieran observá ndolo mientras se apiñ aban a su alrededor má s criaturas monstruosas. Markus no pudo verlo, pero justo cuando parecı́a que el hombre estaba a punto de sucumbir, fueron los hombres bestia los que gritaron y trozos de cuerpos monstruosos los que volaron por los aires, como si acabara de estallar una bomba debajo de ellos. Una ensangrentada cresta de brillante pelo rojo surgió de la carnicerı́aa,, y el enano má s grande y ensangrentado que los ojos de Markus habı́aan n visto jamá s se abalanzó de pronto sobre el tumulto de hombres bestia, como un embravecido embravecido minotauro blandiendo un hacha. —¡Manteneos irmes! —bramó —bramó Sierck.

 

Markus achacó en un principio el momento de laqueza de sus camaradas a la visió n de aquel enano enloquecido, pero entonces advirtió la verdadera causa y se puso a temblar, mientras la fugaz esperanza que lo habı́ a alentado se evaporaba. Ernst Hö ller agarró con fuerza el escudo y gimió gimió . No era un tiempo para los hombres; eran dı́ as as de leyendas y de destinos, reanudar las de grandes dioses encarnados luchas del pasado. en seres mortales con el objetivo de Era el Fin de los Tiempos. Y el guerrero del Caos habı́ a coronado la colina. Fé lix Jaeger luchaba rodeado por un amasijo de iguras y de sonidos. Estaba cercado por una tapia de gritos y de carnicerı́ a, a, y la sola acció n de respirar le dejaba un resabio de menudillos crudos en la lengua. El estruendo del choque de las espadas reverberaba como el martilleo de un herrero en la forja. Estaba tan hecho polvo y tenı́a a sus oponentes tan pegados que habı́a renunciado al elegante manejo de la espada que habı́ a cultivado en su juventud. Ahora repartı́ a patadas, punzadas y porrazos con la hoja, ndose porcomo el instinto y empleando todos los trucos habı́aguiá acumulado cicatrices a lo largo de las dos dé sucios cadas que llevaba encadenado a la sombra del Matador. Una espada oxidada se deslizó a travé s de los jirones de su capa de lana de Sudenland y le golpeó en el omoplato. La armadura amortiguó la fuerza del impacto, pero el reciente morató n que tenı́ a en esa zona del cuerpo no le dejó ninguna duda de que le habı́ an an dado. Apretó los dientes del dolor, levantó la espada para parar el golpe de una hoja ancha y la desvió con una maniobra que le dejó el cuerpo entumecido; esperó a que las vibraciones del impacto se propagaran por sus extremidades y propinó un rodillazo en el riñ ó n al gor con cabeza de toro. Una lecha pasó silbando a escasos centı́metros metros de la cara de Fé lix, a quien el dolor en la espalda perdió elno equilibrio coartó para y se embestir metió de con llenoelen hombro la trayectoria al hombre de un bestia, hachazo que dirigido a un espadachı́ n que Fé lix tenı́ a a su derecha. La sangre roció la larga y descuidada barba de Fé lix y le pintó una careta caliente en la mitad derecha del rostro. El otro soldado, cubierto con un maltrecho chaleco de malla de anillas y un jubó n de color burdeos y dorado rebozado de barro, se quedó mirando a Fé lix con asombro, como si Sigmar en persona acabara de aparecer para castigar a sus enemigos. Fé lix habrı́ a estado encantado de presentar al soldado la profusamente decorada empuñ adura con forma de cabeza de dragó n de la espada Karaghul   , pero otro hombre bestia surgió de inmediato del tumulto con una alabarda. Fé lix le asestó un golpe con la parte plana de la hoja y le

 

hendió el tó rax con el golpe de retorno. Cuando se volvió a mirar, el soldado habı́a desaparecido; al parecer, la lucha los habı́ a alejado. Fé lix estaba demasiado mayor para aquello; má s que demasiado. Tenı́a las articulaciones de un caballo de guerra viejo y aú n le dolı́ an an de la batalla anterior con una partida de guerra kurgan en las ruinas de un puesto invernal de guardabosques. A raı́ z de ese incidente habı́ an an llegado bosque eran a la conclusió demasiado n de peligrosos que incluso para los la marcha caminosdesecundarios un ejé rcito. del Se dejó llevar por los mú sculos entumecidos, parando golpes mecá nicamente. Creı́ a bastante probable que morirı́ a en los siguientes diez minutos, o quince, tal vez, si los hombres que le rodeaban eran capaces de recordar lo que habı́ a intentado enseñ arles durante la instrucció n. Fé lix aplaudió mentalmente su capacidad para ver el lado bueno de las cosas en las peores situaciones mientras echaba un ra rá́ pido pido vistazo al tumulto buscando al guerrero del Caos. Sabı́ a por experiencia (¡y có mo odiaba haberse convertido en una autoridad en la materia!) que los ejé rcitos del Caos, tal vez en este sentido só lo superados por los de los pieles verdes, depositaban toda su conianza en la fuerza y la personalidad de sus lı́ deres. deres. Si consiguiera acabar con el guerrero del Caos… Una hilera de carros, como los restos de un naufragio varados en la playa, se alzaba desde el tumulto donde Fé lix habı́ a atisbado por ú ltima vez la armadura de color azul oscuro del paladı́ n. n. No habı́ a ni rastro de é l ni de su camarilla de portadores de iconos y de mú sicos, pero Fé lix estaba seguro de que el guerrero seguı́a allı́. Llevó la vista un poco má s allá , donde unos pocos lanceros, o picas (estaba demasiado lejos para saberlo con certeza), con el uniforme de Hochland defendı́ an an la colina de una marea aparentemente ininita de rabiosos hombres bestia, en lo que estaba destinado a ser lo ú ltimo que harı́ an an en la vida aquellos soldados a menos que alguien lo remediara. El hecho que ese alguien que ser una vez muy má s Fé lix Jaeger, poeta, de propagandista e insótuviera lito vagabundo, le hizo poca gracia. Un estruendo ensordecedor hizo que devolviera toda la atenció n a la lucha má s inmediata. Un gigantesco kislevita habı́ a bloqueado con el hacha el golpe de su oponente y ahora medı́ a la fuerza de sus bı́ ceps ceps con los del hombre bestia. Fé Fé lix lix vio a otro hombre corneado y pisoteado por una bestia. Desde algú n lugar del amasijo de cuerpos llegó un grito que sonó como un balido. Fé lix pensó que aquello parecı́a parecı́ a má s una trifulca de taberna que una batalla; estaba asistiendo a una forma de violencia desatada y sin tapujos para la que las feroces bestias del Caos estaban sobradamente preparadas. preparadas. al kislevita —¡Manteneos y abatió juntos! a su—gritó inopinado Fé lix,oponente que echó por a correr la espalda—. para ayudar No

 

luché is por vuestra cuenta. No os batá is en duelos individuales. Permaneced junto a vuestros amigos y coniad en ellos. —¡Jaeger! —vitoreó alguien con el fervor patrió tico de un grito de batalla. El kislevita repitió el grito con el marcado acento de su lengua materna y Fé lix se encontró de repente rodeado por un grupo de hombres Una mezcla que coreaban de iraa pleno y de pulmó pulmo pudoŕ n su proporcionó nombre. a Fé lix la fuerza necesaria para clavar Karaghul   en el cuello de un hombre bestia. El Caos que habı́a arrasado Kislev y el Imperio habı́ a reducido a escombros ciudades enteras y destruido ambas naciones, y los hombres que habı́aan n quedado eran unos brutos aguerridos, piedras oscuras que se habı́aan n quedado en el tamiz, separadas de la harina má s civilizada, y por alguna razó n veı́ an an en Fé lix a un lı́ der. der. Pero é l no era distinto: un hombre intentando regresar a casa para reunirse con su familia. No habı́a salvado a uno solo de ellos del Caos; simplemente los habı́ a juntado y les habı́a indicado una direcció direcció n. Altdorf. Desterró de su cabeza los dolorosos recuerdos relacionados con su hogar y su decisió n de abandonarlo cuando un fornido hombre bestia vestido con un jubó n rojo de cuero y un yelmo con visera se abrió paso a travé s de la horda por el lado ciego de Fé lix enarbolando un hacha de guerra. Fé lix calculó que habı́ an an pasado cinco minutos. Siempre se habı́a considerado un optimista. La bestia con el hacha se frenó en seco a un palmo de éé l y comenzó comenzó a toser sangre que salpicó salpicó la cara de Fé Fé lix. lix. —El humano está conmigo —aseveró una voz que sonó como una bota de hierro frotada contra un cartı́lago lago de hombre bestia. El hombre bestia manoteó dé bilmente el aire mientras sus pezuñ as se despegaban del suelo, todavı́ a con el hacha de metal estelar de Gotrek hundido en la base del espinazo. El Matador, como si levantar por encima de la cabeza un gor adulto cubierto de pesada armadura fuera algo que estarı́a con encantado de cortados repetir durante el dı́ a, a, esbozó una sonrisa maliciosa los labios y llenostodo de ampollas. Cada vez que el monstruo agitaba una pezuñ a para intentar golpearle la enorme cresta de pelo de color naranja le rociaba de sangre el cuero cabelludo. —¿Es que tenemos que detenernos cada vez que nos topamos con un animalito desamparado? —dijo Gotrek. El brillo rojo de las runas de su hacha atravesaron la carne del hombre bestia y cubrió el cuerpo hinchado y tatuado del enano como si fuera un manto descolorido. Los pliegues de tejido cicatricial que cubrı́aan n la cuenca vacı́ a de su ojo se llenaron de sombras pú pú rpura—. Juré Juré llevarte llevarte a ti de vuelta con la peque, humano, no a todos los hombres y enanos que encontremos entre Praag y Talabheim.

 

Fé lix hizo rechinar los dientes, adoptó una posició n de guardia con la espada y dio la espalda al implacable enano. El solo hecho de mirar al que habı́a sido su amigo le revolvı́a las tripas. Las manos del Matador estaban manchadas de sangre, y Fé lix sabı́ a que no se las limpiarı́ a por muchos hombres bestia que matara. Un juramento lo ataba a Gotrek, y esta vez ni siquiera era suyo. Si se encontraba ahora en esta situació n no congé se debı́ nita adea los la estupidez enanos y propiciada a un sentido por deellaalcohol, obligació sino n completamente a la terquedad erró neo. —¿Has visto a dó nde ha ido el guerrero del Caos? —preguntó Fé lix al cabo, con la voz tensa. —Eres exasperante, humano. ¿Có mo voy a mantenerte a salvo si te lanzas de cabeza a una horda de bestias para buscar a un paladı́ n de los Poderes Oscuros? —Frustrante, ¿verdad? A la espalda de Fé lix se produjo un sonido como de acero saliendo de un cuerpo hú hú medo seguido de un ruido seco. —¿Qué́ ha sido eso? —¿Que —Nada. Fé lix, aprovechando que a Gotrek Gurnisson lo rodeaba inevitablemente la muerte durante una batalla, se limpió de nuevo la sangre de los ojos y examinó el grupo de lanceros de Hochland sitiados en la colina. Estaba convencido de haber visto que el guerrero del Caos se dirigı́a hacia ellos. Ya estaba a punto de compartir ese pensamiento con Gotrek cuando oyó oyó lo que sonó sonó como el grito de un nin niñ̃ o procedente del lado opuesto. Se volvió rá pidamente hacia allı́ , con Kat y un difuso sentimiento paternal en la cabeza, y sus ojos se posaron en una lejana y tenue neblina de astas de pica y humo de pó lvora. Sus dedos apretaron la empuñ adura de la espada y se le clavó en la carne el anillo de oro que llevaba en el anular. Se volvió a mirar a Gotrek y le dolió má s que un puñ etazo en el estó́ —¿Qué esto mago tener rselo. ? que pedı́rselo. —Creo que hay familias allı́ . Gotrek soltó un buido. ¿Diversió n, burla? Fé lix nunca sabı́ a decirlo ni dedicaba el tiempo necesario a relexionar relexionar sobre el enano. —Si no vas tú iré yo. La expresió expresió n del enano se endureció endureció . —¿Y perderte de vista para que persigas a un guerrero del Caos? Por mi juramento, humano, que yo no iré . —Ya sabes có mo son los guerreros del Caos. Se lanzará contra ti en cuanto… ¿Gotrek, te aburro? Gotrek se tapó la boca abierta por el bostezo con una mano del no tamañ conocerlo o de untan jamó bien, n yFé sacudió lix habrı́ la acabeza juradocon quelos el enano ojos somnolientos. estaba cansado. De

 

La cadena dorada que pendı́ a desde la nariz del Matador hasta la oreja tintineó mientras deslizaba un dedo pulgar por el ilo del hacha de acero meteó meteó rico hasta que le brotó brotó una gota de sangre. —Conozco el procedimiento, humano. Só Só lo indı́ came came dó dó nde está está . —¡Empujad! —rugió el sargento Sierck—. ¡Empujad como empujaron vuestras malditas madres! Todos a una,delosloslanceros el del desaiante alarido de guerra hombresde queHochland acababanrepitieron de aparecer bosque y empujaron. Los hombres bestia bramaron y aporrearon los escudos de los soldados, y por un momento impusieron su fuerza, pero poco a poco la disciplina de los hombres de Hochland los obligó a retroceder colina abajo. A pesar del terror que atenazaba a Markus Weissman, hasta el punto de que le temblaban los brazos, el granjero siguió empujando hasta que se le saltaron las lá grimas de los ojos. Habrı́ a huido de haber tenido la ocasió n, pero estaban rodeados. Ahora habı́ a esperanza, un paladı́n n,, y lo ú nico que tenı́ an an que hacer era luchar con un poco má s de denuedo para llegar hasta é l. Incluso ese dé bil rayo de esperanza resultaba deslumbrante. deslumbrante . Con lademasiado visió n poblada de pequeñ os destellos, Markus echó un vistazo por encima del escudo y atisbó que el enano del hacha y el espadachı́n de la capa roja se separaban, y casi sintió sintió el impacto cuando el enano se precipitó sobre la masa de hombres bestia como si fuera una piedra catapultada. ¡Cargaba en la direcció n equivocada! ¿Por qué el enano se alejaba de ellos? Markus vio luego que el espadachı́n espadachı́ n proseguı́a su avance hacia su posició n y que el pavoroso guerrero que aú n estaba en la base de la colina se detenı́ a y se volvı́a a mirar la agitació n que se habı́ a producido en su lanco. El demonio con la armadura desvió la mirada del grupo de Markus para dirigirla hacia el enano, y el granjero sintió como si le hubieran quitado un gran peso de encima. ¡El hombre y el enano iban a salvarlos! Pero entonces el guerrero del Caos se volvió de nuevo hacia ellos, levantó indolentemente una mano recubierta por un guantelete y la mantuvoo alzada mientras surgı́a de ella una cegadora llama negra. mantuv Fé lix sintió un cosquilleó en la nuca y le recorrió un escalofrı́ o. Estuvo a punto de no detener un golpe asestado por un hombre bestia con una tintineante cota de malla que consiguió arañ arle el brazo con la espada. Fé lix estaba familiarizado con los pasmosos obsequios con que los Poderes Malignos eran capaces de bendecir a sus favoritos, pero tales regalos solı́aan n circunscribirse a lo prosaico: tentá culos, cuernos, musculatura, hojas má s letales. Con el desasosiego recorrié ndole el cuerpo como derretido, engañ ó tajo a la bestia de la espada con una inta y lohielo destripó con Fé unlixdiestro descendente; mientras

 

recuperaba la postura, el monstruo se derrumbó sobre un cañ ó n vuelto del revé s y se partió el hocico chato de verraco. Esta zona del campo de batalla estaba cubierto de los restos de lo que parecı́a un convoy de artillerı́ a. a. El suelo estaba sembrado de cañ ones de bronce y de acero, como ataú des en espera de ser enterrados. Fé lix lamentó que aquellas poderosas armas hubieran acabado contrario,destruidas la batallaantes podrı́incluso a haber detranscurrido haber podidode seruna disparadas; manera de muy lo distinta. Los carros destrozados que salpicaban el terreno como si hubieran caı́do do directamente del cielo no permitı́ aan n a Fé lix ver al guerrero del Caos, pero tampoco lo necesitaba. Acumulaba suiciente experiencia con hechiceros como para reconocer el malestar que le revolvı́ a el estó mago. La sempiterna buena fortuna de Fé lix habı́ a puesto ante é l a un guerrero del Caos bendecido con tal vez el ú nico obsequio contra el que no poseı́ a los medios para defenderse. Fé lix besó el anillo de Kat y rezó́ pidiendo un milagro. rezo ¿Dó́ nde estaba Max cuando le necesitaba? ¿Do Markus sintiódel sintió quedorso el intestino se le enroscaba como una serpiente. erizó el vello de las manos como si de repente hiciera unSe frı́leo nocturno, y un escalofrı́o lo recorrió desde la cabeza hasta los pies. El guerrero del Caos se habı́ a convertido en un faro, una llameante columna negra que alcanzaba el cielo atormentado y cubrı́ a las hordas de hombres bestia desplegadas debajo con una sombra titilante. Markus nunca habı́a sido demasiado cumplidor con sus plegarias, pero ahora mismo, a pesar de que los dioses le habı́ an an fallado en la defensa de su hogar, no se le ocurrı́ aan n otras alternativas. Buscó con la mirada al hé roe de la capa roja y un brazo rodeó el suyo. —Que Sigmar nos proteja —dijo Ernst Höller. —Que se apiade de nosotros —masculló —masculló Markus. nube—¡Aguantad! de aliento que —bramó le rebujaba Sierck,el agitando torso. La latemperatura espada a travé continuaba s de la cayendo en picado, y la voz del soldado profesional denotaba preocupació n. Eso perturbó a Markus casi tanto como el mismo hechicero—. ¡Demostré ¡Demostré mosles mosles que el Impe…! Nunca concluyó la frase. Su espada enarbolada se prendió con fuego negro como si hubiera sido alcanzada por un rayo. En ese repentino destello, Markus vio los huesos del sargento silueteados contra la masa gris de mú sculos y carne que se retorcı́ a. a. Los hombres situados a ambos lados de Sierck se pusieron a gritar cuando la ceniza comenzó a caer sobre las partes descubiertas de sus cuerpos y a prender sus ropas. Uno de ellos cayo cayó́ de un porrazo propinado por un hombre bestia con gesto triunfal, pero lo ú nico que pudo hacer Markus fue mirar paralizado por el terror. Una

 

repugnante onda recorrió los restos carbonizados de Sierck y su pecho comenzó́ a hincharse. comenzo Markus se recuperó del estupor y, llevado por alguna clase de instinto, tiró de su amigo Hö ller para colocá rselo detrá s y movió el escudo que estaba orientado hacia los hombres bestia para ponerlo de frente a su antiguo sargento. Un tentá culo ané mico recorrido por ventosas curtido y surgió surgio y pú as ́ por atravesó su espalda. el escudo de madera, el chaleco de cuero —¡Estamos condenados! —gritó Markus justo antes de que un revoltijo de extremidades prensiles hiciera añ icos su compañ ı́ a. a. Una explosió n hizo volar la cumbre de la colina. La distancia y el fragor del combate má s pró ximo hicieron que la escena transcurriera en un silencio inquietante, y Fé lix la observó como si el tiempo se hubiera ralentizado mientras el monstruo con tentá tentá culos culos era reabsorbido por el Reino del Caos y se desataba una lluvia de fragmentos de cuerpos. Fé lix maldijo para sı́ y   y levantó un brazo para protegerse de lo que parecı́ a un pulmó n humano que se estrelló contra su antebrazo; sintió ná useas. El hombre bestia má s pró ximo a é l no mostró tanta preocupació n ni tuvo tanta suerte, y locontra que parecı́ a una cabeza equina con un yelmo cuernos impactó la parte superior de su crá neo como si fueracon un proyectil de mortero. Se intensiicó el estré pito producido por los despojos que caı́an an del cielo. Fé lix gritó para que los hombres que habı́ a a su alrededor se pusieran a resguardo y luego se lanzó de cabeza entre las ruedas de un carro de artillerı́aa.. Se estremeció cuando algo pesado y que no le importó no identiicar se estrelló contra las tablas encima de su cabeza, y a continuació n se oyó un repiqueteo de huesos, como si fueran las cuentas desprendidas de un collar. Una aciaga imagen de vé rtebras cruzó́ la mente de Fé cruzo Fé lix lix y las arcadas volvieron volvieron a acometerlo con fuerza. «¿Qué le está pasando al mundo?», se preguntó . Despué s de tantos añ pero os de lo que peregrinaje, estaba viviendo Fé lix se habı́ ahora a habituado era excesivo. a losEstaba peoresenfermo horrores,y cansado, y lo ú nico que querı́ a era que todo se parase. Por ené sima vez se preguntó si habı́ a hecho lo correcto al acudir en ayuda de aquellos desconocidos cuando podrı́ an an haber seguido su camino con total tranquilidad. Pero é ste no era el Imperio que é l recordaba ni el que é l aú n albergaba la esperanza de que fuera restaurado. No iba a discutir que su ausencia podı́ a haberle otorgado una visió n romá ntica de su patria, pero só lo habı́ a actuado como lo habrı́a hecho cualquier ser humano decente, ya fuera de Ind o del Imperio. El tamborileo sobre el armazó n del carro fue perdiendo intensidad hasta convertirse en un esporá dico golpeteo. Fé lix respiró hondo y salió a gatas por el lado má má s lejano.

 

La escena apocalı́ptica ptica que le aguardaba no habrı́ a desentonado en las corrompidas llanuras de los Desiertos del Caos. Por todas partes habı́ a restos de carros y de má quinas de guerra imperiales, cubiertos por cadá veres y salpicados de pedazos de carne sanguinolenta. Todo, incluso el aire, estaba recubierto por una pá tina rosada que iba oscurecié ndose hasta adquirir un color carmesı́   en la cumbre con forma dede la hongo. colina, Un desde fragor donde de combate se alzabaresonaba una pá lida esporá nubedicamente de humo entre los restos, pero por lo demá s reinaba una calma apabullante, casi un silencio de estupefacció estupefacció n. Fé lix, tumbado bocabajo en el suelo, se arrastró por las rocas resbaladizas por la sangre y se puso de rodillas. Estaba rodeado por cuerpos, la mayorı́ mayorı́a humanos, ataviados con oscuros tabardos de cuero que los identiicaban como ingenieros de una de las facultades de Artillerı́a de la provincia, si bien Fé lix no conocı́ a lo suiciente las diversas instituciones del Imperio dedicadas a la ingenierı́a para saber con certeza a cuá cuá l de ellas pertenecı́ an. an. Supuso que eso daba igual; si no era un lugar borrado de la faz de la tierra serı́a otro. El cadá ver que tenı́a justo enfrente estaba a medio devorar, y de la sanguinolenta herida en el vientre se derramaban los intestinos. Cen Ceñ̃ ida al cinturó n del cuerpo habı́ a una pistola de cañ ó n largo. Era evidente que el soldado habı́ a muerto sin tener siquiera la ocasió n de sacar el arma. Fé lix se dijo que debı́ a tomá rselo como una especia de acto de misericordia y sin pensá rselo dos veces cogió el arma del cuerpo. Un añ o sobreviviendo en los pá ramos de Kislev y del Imperio invadidos por el Caos le habı́ a enseñ ado a no perder el tiempo. Poseı́ do do por un repentino ataque de melancolı́ aa,, apretó la mano alrededor de la culata de nogal y recorrió el grabado del cañ ó n con el dedo pulgar: el sello del fabricante, quizá . Fé lix se preguntó dó nde estarı́ a. a. ¿Seguirı́a en pie su ciudad? ¿Seguirı́a vivo? Se sacudió la sensació n de desesperanza y se metió la pistola por debajo de los pantalones, apretada contra la cadera opuesta a la de la vaina de la ni espada. No de vioponerse balas ni pó lvoraenpor ninguna parte, ni tenı́ a el tiempo las ganas a hurgar los bolsillos empapados en sangre del ingeniero. Se puso de pie. La determinació determinació n de matar al guerrero del Caos se habı́ a convertido en una obsesió n que le consumı́ a por dentro. Si se hubiera parado a relexionarr sobre ello tal vez su resolució relexiona resolució n habrı́ a laqueado, pero ahora mismo le dominaba la necesidad de destruir al hombre (a la encarnació n del mal) capaz de causar una devastació n como aqué lla. No hizo el menor caso a las protestas de su esto estó́ mago y regresó regresó al carro; apoyó una mano sobre la pringosa capa que recubrı́ a las tablas de madera y se encaramó encaramó a éé l.l. El cañ ó n chato de un mortero yacı́ a sobre el eje, atado con cuerdas y parcialmente tapado por una lona. Fé lixan acercó prestary atenció n al ruido de chapoteo que hacı́ ansesus botasa éall sin caminar

 

aprovechó la posició n elevada para contemplar por primera vez en condiciones el campo de batalla. La zona que rodeaba la colina habı́ a sido paciicada sangrientamente. Hombres bestia yacı́ aan n en torno a la cima en cı́ rculos rculos concé ntricos, como si fueran los á rboles derribados por un meteoro. En las proximidades de Fé lix, hombres que de tan manchados de sangre acomo mirar estaban la escena parecı́ conaan nexpresió cadá veres n horrorizada. comenzaban Féalixlevantarse plantó la del botasuelo sobre y el cañ ó n y se echó la capa hacia atrá s para descubrirse el hombro. Seguramente componı́a una igura imponente, pero no se le ocurrı́a otra manera de llamar la atenció atenció n. —¡Buscad a vuestros capitanes y reagrupaos junto al bosque! — bramó Fé lix, bajando el tono de la voz como habı́ a aprendido de su é poca (que ahora le parecı́ a de otra vida) de estudiante de arte dramá tico—. ¡Y no olvidé is manteneros siempre juntos! Fé lix dirigió la vista al sur, donde continuaba librá ndose una cruenta batalla, mientras los soldados, aturdidos por la explosió n, se alejaban de los carros destruidos siguiendo sus instrucciones. Al parecer, la retaguardia del ejé rcito de Hochland habı́ a conseguido empujar los carros hasta formar con ellos un cı́ rculo rculo defensivo. De las altas paredes de madera de los vehı́culos culos colgaban escudos, y estaban sembradas de lanzas. El zumbido de lechas y proyectiles era constante, y el rugido las armas de fuego estallaba esporá dicamente como un trueno sobre la carnicerı́ a. a. La punta de la cresta de Gotrek se agitaba con vehemencia en medio del tumulto. Fé lix vio una unidad de kossars kossars con  con largos abrigos abiertos que corrı́ an an en su ayuda con hachas y jabalinas y sospechó que se trataba má s de un acto por la supervivencia que por valor. De todas las situaciones suicidas en las que Fé lix se habı́a metido siguiendo a Gotrek, en la mitad de las ocasiones lo habı́a hecho ú nicamente porque la alternativa (la posibilidad de afrontarlas separado del Matador) le habı́ a parecido en cierto Diomodo con peor. su objetivo tras una breve bú squeda. El guerrero del Caos no tenı́a posibilidad de mantenerse oculto ni siquiera en medio de aquel grado de anarquı́ a. a. Su guardia de honor montada hacı́a un disonante barullo con los tambores, los gongs y los retumbantes cuernos. El oscuro paladı́ n se encaminaba directamente hacia Gotrek, y Fé lix tuvo la tentació n de dejar que la naturaleza siguiera su curso. Y lo habrı́a hecho con gusto de no ser por la gente atrapada dentro del cı́rculo rculo de carros. No querı́ a ni imaginar la devastació n que el guerrero del Caos era capaz de causar en ellos y no podı́ a coniar en que a Gotrek le importara lo suiciente para ayudarlos. El mismo impulso que una vez lo habı́ a llevado a introducirse en un castillo infestado de zombis a la ı́ nima nima carro, probabilidad encontrar a Kat todavı́ a viva leaferrá hizo ndose saltar al siguiente que habı́dea

 

perdido la rueda posterior izquierda y estaba inclinado casi en perpendicular al suelo; pero esta vez la supericie pringosa jugó a favor de Fé lix y consiguió mantener el equilibrio con un simple balanceo de los brazos. Bajó Bajó de un salto. Un hombre bestia cargó de inmediato hacia é l con la intenció n de embestirlo con sus cuernos de toro. Fé lix lo engañ ó con una inta y la Fé criatura lix echóse arompió correr la hacia crisma el siguiente contra elcarro, duro chasis que apenas de madera era undel amasijo carro. de maderas destrozadas sobre ruedas. Se estremeció cuando sintió una punzada de dolor en la espalda magullada; sujetó la espada cerca del pecho y miró miró a su alrededor parapetado detra detrás de los hierros retorcidos de la estructura del vehı́culo. culo. Tenı́a al guerrero del Caos a una veintena de pasos de distancia, pero caminaba en sentido contrario a é l. Era tan alto que sus hombros quedaban a la misma altura que la de los jinetes que lo acompañ aban sobre sus monturas, y su armadura del color de la dulcamara resplandecı́a en medio de los cuerpos tatuados de sus seguidores como una vela solitaria que se llevara hacia las profundidades del bosque. Fé lix habı́a llegado al ú ltimo parapeto, pero aú n no coniaba en sus posibilidades para enfrentarse a tantos guerreros de aspecto imponente y a un paladı́n de los Poderes Oscuros. Si pudiera actuar rá́ pido, ra pido, si pudiera cogerlo por sorpresa… Fé lix se obligó a desterrar esas ideas, pues no iba a sacar nada provechoso si seguı́a ese camino. Se habı́a enfrentado a los vá stagos del Caos en má má s de una ocasió ocasió n y salvo una vez, en la que por pura suerte éé l y Ulrika habı́ aan n derrotado a Aekold Helbrass, nunca habı́ a salido ganando. Un guerrero no salı́a victorioso de la competició n con el resto de sus iguales y sobrevivı́a varias dé cadas de disputas para convertirse en un paladı́n del Caos a menos que poseyera una fuerza muy superior a la de Fé lix Jaeger. Fé lix maldijo para sı́  y  y empuñ ó la espada de una manera má s práun ctica quemortal. como estaba hacié ndolo hasta ahora, preparado para asestar golpe Hasta allı́ habı́  habı́a llegado. —¡Tı́oo!! Fé lix se volvió hacia el origen del grito y, como siempre, cuando vio a su sobrino con la armadura de escamas de color maril y blandiendo el pesado sable de la caballerı́ a gospodar pensó por un momento que estaba ante un fantasma. Intentó Intentó tranquilizarse. No era un espectro que le apeteciera volver a ver. Gustav Jaeger estaba rodeando un carro situado a cierta distancia detrá s de Fé lix y un poco a la derecha. El vehı́ culo culo yacı́a de tal manera que le permitı́ a a Fé lix ver a los antiguos miembros de la compañ ı́ a libre, fuertemente armados cubiertos de losCuando pies a llegó la cabeza la armadura, desilando detrá sy de su sobrino. a la por rueda

 

delantera, Gustav miró a su alrededor, proirió una maldició n y se echó hacia atrá s. —Dime que no está está s pensando lo que creo que está está s pensando. Fé lix optó por no responder. Un millar de leguas de mugre se habı́an an acumulado bajo las escamas de la armadura de Gustav como la tierra debajo de las uñ uñ as de un sepulturero. sepulturero. De la negra piel de lobo con la mental que seque envolvı́ Fé lixa hizo los hombros del armamento sobresalı́del a una enemigo, lecha que, só lotras podı́elarepaso haber sido disparada desde su propio bando. Gustav llevaba la larga cabellera rubia recogida en una coleta con una tira de tela negra. Tenı́ a una de las manos vendada rudimentariamente, perro aferraba su estrafalaria arma con irmeza. No era el mismo arrogante hijo de papá que habı́ a salido de Badenhof. Ya se habı́a ganado la arrogancia por mé mé ritos ritos propios. —¿Tú y tus hombres no deberı́ais ais estar protegiendo el lanco derecho? —preguntó Fé lix. —Quizá́ no te hayas percatado, pero no tenemos lanco derecho. De —Quiza todos modos tengo el presentimiento de que está s a punto de hacer algo rayano en la heroicidad. Fé lix meneó la cabeza. ¿Por qué Gustav siempre tenı́ a que convertir todo en un melodrama? Mientras consideraba consideraba sus opciones, un kislevita ataviado con un abrigo de cá ñ amo lleno de remiendos, engalanado con cintas y con botones de vivos colores, recorrió la lı́ nea nea de soldados con el cuerpo encorvado y el arco tendido ante sı́ , en cuyos extremos corvos revoloteaban borlas. Gustav y el resto retrocedieron, y Kolya se colocó en posició n; una lecha apareció de la nada en su mano y la situó en el arco. Su abrigo carecı́ a de mangas (la primavera en el Imperio era demasiado calurosa para los hombres «civilizados») y los mú sculos de sus brazos desnudos se tensaron tanto como la cuerda del arco. Apuntó a la espalda del guerrero del Caos, se relajo relajó́ e hizo descender el arco. —Dispara de una vez —dijo Gustav—. No te recrees. Kolya aspiró por la boca y el aire entro a travé s de los huecos de su dentadura. —¿A una armadura del Caos? ¿Desde esta distancia? Si vas a cazar un oso con un palo, el palo deberı́ a ser muy largo y ailado, ¿verdad? ¿verdad? —Te crees que todas esas cosas que dices te hacen parecer inteligente, ¿verdad? —dijo Gustav. —Es la sabidurı́a del oblast  , , amigo Gustav. —Bueno, pues a mı́ me  me parece que te lo inventas sobre la marcha. —Eso me harı́a aú aú n má má s inteligente, ¿no? —¿No deberı́as as estar al lado de Gotrek? —preguntó Fé lix, interrumpiendo la discusió n y con un ojo puesto en el guerrero del Caos. —Hace falta algo que un puñ—el adoantiguo de bestias para se acabar con de el  zabójka  zabójka ,  , Imperio. Y simá losconsiguen lancero encogió

 

hombros con indiferencia—, tal vez é l preiera que yo no lo vea. Fé́ lix Fe lix frunció frunció el ceñ ceñ o. Se dijo que las deiciencias profesionales profesionales como cronista del kislevita no eran asunto suyo, aun ası́  no  no pudo evitar que le molestaran un poco. Sacó la pistola sin pensar. «Muy largo y muy ailado». Sabı́a por experiencia que la ciencia del Imperio distaba mucho de los fabulosos artefactos de destrucció destrucció n de los enanos, pero en cualquier situació apostarı́ por por una lo pistola hecha incluso contra una armadura del nCaos. Una apena tanto bien que no estuviera estuvier a cargada. —¿Alguien de vosotros sabe usar una de éé stas? stas? —Pá samela —dijo Gustav. Fé lix la arrojó por encima de la cabeza hacia su sobrino, quien la cazó́ al vuelo con la mano sana. cazo —¿Dó nde está Max? —preguntó Kolya mientras Gustav examinaba el cañ cañ ó n de la pistola y la recá recá mara. mara. «Una buena pregunta», pensó pensó Fé Fé lix. lix. Max los habı́ a sacado a todos de Praag prá cticamente é l solo en la demostració n má s asombrosa de poder de un solo ser que Fé lix habı́ a visto jamá s, pero desde entonces no habı́a vuelto a ser el mismo. Fé lix oteó de nuevo el campo de batalla asomado por encima de la pared del carro destrozado. El guerrero del Caos y su sé quito seguı́ an an alejá ndose e iban saliendo del radio de alcance de las armas. Max habrı́ a despojado de la armadura pieza a pieza a aquel hechicero y luego habrı́ a destruido lo que quiera que quedara debajo. —¡Ten! Fé lix se volvió a mirar atrá s justo cuando Gustav le lanzaba la pistola. El lanzamiento salió largo y obligó a Fé lix a salir de detrá s de su parapeto para cogerla. Soltó un suspiro de alivio cuando el arma no se disparó ni se le escapó de las manos. Tal vez estas armas modernas fueran poderosas, pero de lo que no cabı́ a duda era de su temperamento. Levantó el arma empuñ ada con ambas manos, cuidá ndose de no mantener completamente rı́ gidas gidas las articulaciones para no llevarse del un Caos. culatazo dispararaunypoco. avanzó con rapidez hacia el guerrero Tenı́cuando a que acercarse Apuntó siguiendo la trayectoria del cañ ó n. El corazó n le aporreaba el pecho. Siempre habı́ a tenido buena punterı́a. a. Pero só lo disponı́a de un tiro. El cabo Herschel Mann, el ú ltimo oicial de Hergig, acometió la cabeza herida de un hombre bestia con la punta de su escudo de lá grima y dejó salir todo su pá nico apenas contenido con un rugido. Tenı́ a la garganta irritada del humo que habı́ a aspirado y de los bramidos con los que habı́a repartido ó rdenes. Alzó el escudo abollado y lo golpeó una vez con la empuñ adura de la espada. Ni siquiera é l oyó con claridad el ruido. El humo de la pó lvora le taponaba la nariz y los oı́ dos. En el

 

interior del cı́ rculo rculo de carros, atestado de gente, la mayorı́ a herida y gritando, lotaba un aire abrasador y cargado de azufre. Herschel trató trató de convencerse de que aun ası́  era  era preferible a lo que habı́a fuera. Era un hombre sencillo, el hijo de un leñ ador sin má s ambició n que una casa en el distrito de los oiciales, una pensió n modesta tras la jubilació n y un puñ ado de nietos que lo vieran morir de viejo. Tambié n sabı́ quean imaginació imaginacio ́ n era limitada.esa Susvirtud, superiores familias nobles le ahabı́ ansuelogiado con frecuencia que de le habı́a resultado muy ú til mientras las ciudades sucumbı́ aan n una detrá s de otra al avance imparable del Caos. Pero ni siquiera é l se libraba de hacerse preguntas. ¿Có́ mo era capaz Sigmar de permitir que estuviera ocurriendo esto? ¿Co Uno de los carros se tambaleó , como golpeado por la porra de un gigante, y los soldados de Hochland y los hombres bestia que estaban luchando sobre é l salieron disparados. Astillas y esquirlas volaron en todas direcciones, y Herschel comprendió que los que estaban luchando al otro lado del cı́rculo rculo de vehı́culos culos se habı́an an hartado de intentar superar el obstá culo por arriba y habı́ an an decidido atravesarlo sin má s. El carro se partió por la mitad y se desparramaron fragmentos de madera como si fueran las crines de caballo del relleno de un almohadó n desgarrado. Los hombres caı́ an an de rodillas sin poder respirar. Herschel, tosiendo, alzó la espada y el escudo. No habı́ a llegado a formar la familia a la que siempre habı́ a dado tanta importancia, pero estaba dispuesto a dar la vida por sus hombres. Lo que quiera que estuviese viniendo hacia ellos no podı́ a ser peor que lo signiicarı́ a el fracaso. El inal. Un par de hombres bestia atravesaron la nube de astillas a la carga, con los ojos desorbitados y espumajeando por la boca. Sin tiempo para reaccionar, Herschel vio destellar un hacha monstruosa y el primer hombre desplomó con un previo tajo en alasque piernas; el segundo lanzóla un balidobestia de pásenico en el instante el hacha le hendiera espalda. Herschel Mann bajó el escudo y contempló boquiabierto có mo un enano de aspecto horrendo pisoteaba el cadá ver del hombre bestia, cuyas vé rtebras crujieron de una manera horripilante, y luego remataba despiadadamentee a su compañ despiadadament compañ ero, que trataba de huir a gatas. El enano era una masa ibrosa de abultados mú sculos, cubierta de cicatrices y atroces tatuajes y encorvada por el peso descomunal de su hacha. Una cresta de pelo teñ ido se alzaba desde su cabeza afeitada hasta superar la altura de un hombre. La mirada de Herschel se cruzó cruzó con la del úú nico ojo del enano con la intenció n de darle las gracias de todo corazó n en su nombre y en el de sus hombres, pero algocicatricial, hizo que secomo quedara mudo. El otro ojo del enano era un nudo de tejido si algú n terror indescriptible le

 

hubiera arrancado la vista. Era como mirar el cañ ó n de un arma de fuego. Pero el ojo sano era peor. Herschel habrı́ a podido enterrar cadá́ veres cada veres con má má s sentimiento en la mirada. El enano sopesó el hacha mientras paseaba la mirada por el grupo de supervivientes; frunció los labios en una expresió n que só lo podı́ podı́aa interpretarse como de decepció n y a continuació n gruñ ó y regresó a la lucha. Fé lix entornó los ojos y trató de concentrarse en su objetivo, pero cuanta má s atenció n ponı́ aa,, má s empeñ ada en distraerse parecı́ a su cabeza. Vio a Kat y la casa que habı́ an an compartido con su hermano en Altdorf. No habı́a sido feliz en ella, pero con la perspectiva que le daba el tiempo, pensó que quizá deberı́ a haberlo sido. Su hija, porque por alguna razó n que no sabı́ a explicarse habı́a decidido que era una niñ a, ya deberı́a tener un añ o. Intentó imaginá rsela, pero se dio cuenta de que era incapaz de hacerlo. Sabı́ a en lo má má s profundo de su corazó corazó n que Kat, Otto, Annabella y todas las personas que habı́a dejado en Altdorf, si no habı́an an muerto, por lo menos habı́ an an desaparecido para siempre de su vida. Este guerrero del Caos en particular tenı́ ninguna responsabilidad personalmente en ese hecho, peronoa Fé lix,a hundido como estaba hasta los tobillos en vı́ sceras sceras y sangre y apuntá apuntá ndole ndole con la pistola al peto de la armadura, le parecı́ a un candidato tan idó neo como cualquier otro para cobrarse una pequeñ a compensació n por todas sus desgracias. Un hombre del norte tocó el gong con un mazo y el sonido reverberante se alzó por encima del fragor de la lucha y de los gritos. El caballo que montaba resopló cuando le gritó algo que Fé lix, de tan absorto que estaba, no acertó a descifrar. Se concentró en la respiració n para borrar de la cabeza toda distracció n, tal como habı́ a observado que hacı́ an an los tiradores importante. experimentados, Brotaron e incluso gotas Kat de sudor con el quearco se interpusieron antes de un entre disparo la palma de su mano y la tallada culata de nogal. Un disparo. Todo se reducı́a a eso. Lo má s probable era que despué s el sé quito al completo del guerrero del Caos cargara contra é l, a menos que los hombres de Gustav llegaran antes a su posició n. Desterró ese pensamiento. Lo que ocurriera despué s ya parecı́a carecer de importancia. Ante la mirada atenta de Fé lix, la oscura armadura del color de la dulcamara perdió nitidez y se convirtió en una musculatura amoratada, y las runas brillantes como estrellas y las pú as metá licas se retorcieron hasta adquirir el aspecto de tatuajes. Fé lix odiaba lo que habı́ a hecho de é l el tiempo que le habı́ a tocado vivir. Pero lo peor de todo era que tenı́a la certeza de que no tenı́ a que haber sido ası́ .

 

—Maldito seas, Gotrek Gurnisson —masculló —masculló . Y a continuació continuació n disparó disparó .

 

CAPÍTULO DOS Sombras —¿Otra vez metié ndote en peleas, Fé lix? Como no vayas con cuidado cualquier dı́a alguien saldrá saldrá herido. con cuidado, madre —replicó condealborozo lix,a só lo—Siempre fugazmentevoy perturbado por la insistente certeza que no Fé tenı́ ningú n asunto que atender en Altdorf ese plomizo dı́ a de primavera. Arrojó una moneda de plata al conductor y bajó del carruaje descubierto. Se estremeció y se apretó las costillas cuando sus pies se posaron en el suelo adoquinado. La úú ltima batalla le habı́ a dejado maltrecho, por mucho que se empeñ empeñ ara en restarle importancia. Por lo tanto le extrañ extrañ aba no recordar apenas nada de ella. Creı́a recordar el disparo atronador de una pistola y que a continuació n se le echaba encima una docena de hombres que lo doblaban en tamañ o. Esbozó una sonrisa forzada. Quienquiera que hubiera sido su úú ltimo oponente, era evidente que habı́ a sido un bellaco desvergonzado de la peor calañ a, y esperaba haberle dado una buena lecció n de conducta honorable; sin embargo, el cará cter fragmentario de los recuerdos que conservaba del episodio no le permitı́ a estar seguro de haberlo logrado. El cochero se despidió de é l con un ostensible gesto de agradecimientoo por su generosidad y con un latigazo puso en marcha el agradecimient vehı́cculo ulo para enilar por la (só lo ahora reparaba en ello) desierta avenida Befehlshaber. A cualquier hora de un dı́ a normal habrı́a estado atestada de vendedores ambulantes y de comerciantes, y los acaudalados transeú ntes que la transitaban habrı́ an an asistido a la eterna competició n de extravagancia que mantenı́ an an las vetustas fachadas de piedra. Sin embargo, ahora no se daba el caso. Fé lix se sacudió la ambiguadesensació n deal desasosiego y se volviódehacia su madre, que estaba pie, sola, principio del camino entrada a la casa,

 

empequeñ ecida por las enormes batientes negras de hierro de la puerta empequeñ abierta que se alzaban a cada lado de ella. Fé lix albergaba la terrible sospecha de que su madre salı́ a a recibirlo de esa manera cada vez que se interrumpı́ an an las clases de la universidad por la festividad de Sigmarzeit. Detrá s de ella, el camino estaba en penumbra. Fé lix apenas distinguı́ a la casa, de la que apenas apreciaba su silueta negra un cielo oculto detra detrá de una ila tras otra de arces conrecortada las ramassobre desnudas, que se mecı́ ań s con an un suave murmullo, como ofendidas por la mirada, al mismo tiempo fuera de lugar y familiar, de Fé lix. «Ya no está n aquı́»»,, dijo una voz de su subconsciente que le resultó espantosamente familiar. Sonaba como si perteneciera a una persona mayor y con un tono hastiado y autoritario, pero no cabı́ a duda de que era suya. La casa destelló , y lo que hasta entonces habı́ a sido una simple silueta adquirió un aspecto degradado, mientras los á rboles se hinchaban y se llenaban de frutos infestados de moscas. En cada uno de ellos habı́a una igura enferma, cruciicada y retorcida de dolor. El cielo crepitó y se desgarró , y el semblante de un demonio corpulento y lleno de pus asomó desde el horizonte gorjeando, complacido con su propia degradació n. Su aparició n apenas duró un minuto, y tras desvanecerse, las tinieblas regresaron regresaron a la casa. Su madre lo abrazó con afecto y Fé lix, a pesar de la incomodidad que le generaba el gesto, la abrazó como si hiciera varias dé cadas que no la veı́a en lugar del par de meses que debı́ an an de haber transcurrido desde la ú ltima vez que se veı́ an. an. La mujer lo besó en la mejilla y luego lo apartó de sı́   para limpiarle con el dedo la marca de carmı́ n que le habı́a dejado en la tez. Lo miró con una sonrisa amarga que hizo má s profundos los surcos de las patas de gallo en los á ngulos de sus ojos. El color plateado habı́ a sustituido en gran medida al dorado de su cabello, que llevaba recogido en un moñ o. Fé lix reconoció sus propios ojos azules y su fuerte mandı́ bello ula en los de de su no haberse dado cuenta debula antes quemadre. ella… Le Depareció que ellaextrañ ¿qué ?o No podı́a recordarlo. Se habı́ a quedado pasmado ante su apariencia de fragilidad. —¡Renata! —gritó desde la casa una voz que Fé lix reconoció y no reconoció a la misma vez; en cierta manera le recordaba a la de su padre, pero le aterró de una manera como nunca lo habı́ a hecho su progenitor. Era profunda, oscura y solemne como la muerte—. Deja en paz al muchacho y vuelve aquı́ conmigo.  conmigo. No deberı́ as as estar fuera tú tú sola. —¿Va todo… bien? —preguntó Fé lix. Oyó un ruido sordo, como de una pisada en el camino de entrada a la casa. Los arces se habı́ an an acercado y la brisa mecı́ a sus ramas, o al menos eso pensaba Fé lix que eran, pues con demasiada frecuencia le parecı́ afurú n má s bieny extremidades humanas retorcié ndose, llenas de an nculos

 

empapadas en sangre y pus. Las sombras se cerraron y é l retrocedió —. No tienes buen aspecto, madre. Tal vez deberı́ a llevarte al… —La imagen de una mujer demasiado joven tendida inmó vil sobre un lecho bajo sı́m mbolos bolos de palomas y de corazones sangrantes le colmó la cabeza —. Al templo de Shallya. Su madre suspiró . —Ya es contrariarlo demasiado tarde, lix. de El tan amomal aú nhumor. me necesita y no es conveniente cuandoFéestá ¿Qué era lo que le perturbaba tanto de la elecció n de las palabras que habı́a hecho su madre? Las batientes de hierro de la puerta parecieron crecer a medida que Fé lix retrocedı́a, a, y las puntas se combaron para coninar a su madre bajo un enorme arco negro. Desde el camino de entrada a la casa llegaron unas sombras que se desplegaron a lo largo del contorno del arco. Una igura que era inconfundiblemente humana y aun ası́  apenas   apenas estaba deinida apareció en torno al arco. Los á rboles extendieron las ramas por los muros de la casa de su padre y se retorcieron alrededor de la tenebrosa aparició n para formar unos cuernos corvos que surgı́ an an de su demonı́ aca aca cabeza, y lo que dio la impresió n de ser unas alas se desplegaron desplegaro n en su espalda. Fé lix aú n podı́a ver a su madre en el interior de la forma tenebrosa, pero el contacto con la igura parecı́ a haberla afectado de algú n modo, pues su aspecto cambiaba. A veces parecı́ a un hombre de gran estatura, ataviado con una holgada tú nica blanca, que se mantenı́ a en pie ayudado por un bá culo con la cabeza de una serpiente. Otras veces tenı́a el aspecto de una mujer sabia ungol, vestida con resplandeciente seda negra y el cabello blanco como la luz de la luna que escapaba de debajo de la capucha. —Tú … no eres mi madre —dijo Fé lix—. Ella murió . —Todo el mundo muere, Fé lix —replicó la aparició n—. Incluso yo. Y sospecho que tambié n tú , aunque tu destino aguarda oculto en un lugarFéque ni siquiera ojoshacia pueden lix tendió una mis mano ellaver. al mismo tiempo que echaba un vistazo por encima del hombro con la certeza de que encontrarı́ a a su compañ̃ ero, pero éé ste compan ste no estaba. La oscuridad reaccionó reaccionó a su pá pá nico nico con carcajadas. —Todo el mundo muere… La lluvia le golpeteaba los pá rpados. Gruñ ó y su viejo cuerpo le dio la bienvenida en su vuelta a un mundo de dolor. Las moscas le zumbaban en los oı́ dos. dos. El monó tono estré pito de carros siendo reducidos a fragmentos que podı́an an transportarse resonaba entre las rocas y los á rboles de alrededor. En la boca tenı́ a el regusto de la lluvia recié n caı́da. da. La supericie sobre la que yacı́ a era irregular y su contorno recordaba inquietantemente al de un cuerpo humano. Cambió de

 

postura en medio de un aluvió n de crujidos, explosiones y estrellas de colores en el reverso de los pá rpados. Un brazo embutido en cuero se deslizó debajo de é l y Fé lix tuvo ná useas. Habrı́ a preferido no tener que hacerlo, pero abrió los ojos y vio a Gustav. La lluvia formaba un tenue halo en torno a su armadura de escamas de color maril y é l tenı́ a la cara manchada de sangre y con una expresió n de preocupació n que desaparecio desapareció deocurrido? un plumazo en cuanto advirtio advirtió́ que Fé Fé lix lix despertaba. —¿Qué́ ́ ha —¿Que —Hemos vuelto a Altdorf. ¿No lo recuerdas? —respondió Gustav—. Konigplatz estaba atestada por una multitud que agitaba banderas y coreaba tu nombre. El castillo Reikguard te recibió recibió como a un hé hé roe roe con una salva de veintiú veintiú n disparos y una compañ compañ ı́ a de caballeros de pegasos bretonianos realizó una exhibició n aé rea en tu honor. Luego, naturalmente, el emperador Karl Franz te nombró elector de Ostermark con una entusiasta aprobació n general y fuimos a celebrarlo con cerveza y pasteles a La Rosa y el Espino. Por desgracia, a tu amigo enano no se le ocurrió nada mejor que desaiar entonces al emperador y a Ludwig Schwarzhelm a una competició n de cabezazos, y a partir de ese momento las cosas se pusieron feas. Quizá é sa sea la razó n de que te duela la cabeza. Deseó́ que só Deseo só lo fuera la cabeza. —No tiene gracia. —Ya, supongo que no la tiene. —Gustav inspiró hondo y soltó el aire con un suspiro. Bajó la mirada al cuerpo aú n tendido en el suelo de Fé lix—. Pero enfrentarse solo a un paladı́ n del Caos y a todo su sé quito durante algo má s de medio minuto, hasta que Kolya y yo te rescatamos, no manchará tu reputació n. Personalmente opino que tienes tanto derecho a reclamar el colmillo rú rú nico de Ostermark como el que má má ss.. Fé lix gruñ ó para sı́ . Si bien estaba rodeado de hombres que sabı́ an an que má s les valı́ a no referirse a é l como «mi señ or», estaba hasta la coronilla de las estrafalarias historias sobre el heroı́ smo smo que habı́ a demostrado ante lashabı́ mismas fauces del mal. a defender el vado en el Era cierto que a ayudado a Gotrek Choika contra la manada de hombres bestia mientras el ejé rcito cruzaba el rı́oo,, pero el Matador habı́a hecho la mayor parte del trabajo, y lo que Fé lix recordaba con má s viveza de aquel dı́a era el frı́o que habı́a sentido despué s. Y sı́ , por supuesto, habı́ a derrotado y matado a un ogro mutante que habı́ a irrumpido en el campamento desde el oblast   , pero la bestia no estaba en sus cabales a causa del agua contaminada por piedra de disformidad que habı́a bebido en Kislev y prá́ cticamente pra cticamente ya estaba muerta cuando Fé Fé llix ix se enfrentó enfrentó a ella, aunque nadie parecı́a dispuesto a escucharlo cuando lo contaba. En respuesta a las pesquisas iniciales de Fé lix a propó sito del origen de esasehistorias, habı́ a sugerido socarronamente que probablemente probablement todos habı́Gustav aan n leı́do dle o su libro.

 

—¿Vas a levantarte o qué ? —dijo Gustav, tamborileando con los dedos en la empuñ empuñ adura del largo sable gospodar que sujetaba con aire profesional y rascá ndose como tenı́ a por costumbre las cicatrices de los dos oriicios del cuello—. Han escapado un buen nú mero de hombres bestia que nos pondrı́ an an en un serio aprieto si decidieran regresar, y su paladı́n no estaba en tan mal estado como cabrı́ a esperar dadas las circunstancias. Fé lix se puso rı́ggido ido e intentó levantarse, pero un espantoso chorro de dolor en estado lı́ q quido uido luyó por sus piernas y tuvo que reprimir un alarido. Un calambre muscular, só lo eso, aunque «só lo» le parecı́ a una palabra demasiado trillada para referirse a algo que le causaba un sufrimiento tan atroz. ¿Dó nde habı́an an quedado los dı́ as as en los que acababa una batalla como si nada y por la tarde ya estaba listo para otra? Ahora se sentı́a como si tuviera los tendones reforzados con clavos de acero y dudaba que fuera capaz de levantar la espada si un dragó n aparecı́a de repente desde el bosque. Renunció con un jadeo a seguir haciendo esfuerzos y se dio unas palmadas en el muslo. —Ayú dame. Gustav pronunció un par de frases escogidas del lé xico de los muelles de Altdorf mientras se agachaba para coger un pie de Fé lix; volvió a levantarse con la pierna estirada de su tı́ o entre las manos y apoyó todo su peso sobre ella. Fé lix lanzó un grito ahogado ante la repentina punzada de dolor, pero lo sofocó casi de inmediato. Sintió có mo se le tensaban y se le relajaban los ligamentos y casi gimió en voz alta de alivio. —¿De verdad aú n tienes metida en la cabeza la idea de volver a alistarte cuando regresemos a Altdorf? —preguntó —preguntó Gustav. Gustav. —Tendrá n que encerrarme en el Reiksfang para impedı́ rmelo. rmelo. Gustav cambió de pierna y empujó hasta que a Fé lix se le nubló la vista. Terribles visiones de su hogar en llamas e invadido por demonios purulentos se hicieron añ icos dentro de su cabeza cuando le crujió una obstrucció obstruccio ́ n cartilaginosa en laHoy pantorrilla. Se le harı́ a largo el viaje. en dı́ a, a, cualquier camino secundario era una autopista para un ejé rcito del Caos y los bosques estaban infestados de hombres bestia y de cosas peores. Fé lix habı́ a llevado a su compañ ı́a de supervivientes hasta aquel lugar en el interior de Talabecland evitando incluso los senderos de los cazadores en la medida de lo posible, pero cada vez era má s difı́ cil cil esquivar los encuentros casuales como éé sste te ahora que estaban tan cerca del corazó corazó n del Imperio. Descubrió con sorpresa que eso no le inquietaba. Lo cierto era que no era poco el temor que le generaba pensar en lo que podrı́ an an encontrar en Altdorf. No habı́a visto un solo pueblo ni una sola ciudad en pie desde que habı́ a partido de Badenhof con destino a Kislev hacı́ a ya dos añ os.

 

Pero si era venganza lo que Altdorf necesitaba, la ciudad encontrarı́a a Fé Fé llix ix Jaeger capacitado y dispuesto a llevarla a cabo. Gustav soltó la pierna de Fé lix y retrocedió . Fé lix se incorporó y tendió una mano suplicante que su sobrino tomó diligentemente y agarró con má s fuerza de la que era estrictamente necesaria para ayudarlo a levantarse. Su sobrino era todo lo quedaba ahora.ocurrido al Imperio, Fé lix Con independencia deque lo que le hubiera habı́a alcanzado esa edad a la que era imposible abstraerse al hecho de que le quedaba por delante menos tiempo del que habı́ a vivido ya. Má s que su propio destino, era el de Gustav el que le preocupaba, y la clase de mundo que podrı́ a legarle. A é l y a Kat y a la niñ a. Si aú n estaban vivas. viv as. Eso era lo úú nico que hacı́ a que siguiera adelante. Gustav sostuvo a su tı́o sujetá ndolo lojamente por el codo y dio un paso atrá s para que Fé lix tuviera una visió n franca del paisaje que se extendı́ a a su espalda. Fé lix se tapó la boca con una mano y el hedor estuvo a punto de hacerle vomitar. Hasta el borde del bosque se extendı́ a un campo recié n sembrado de cadá veres, y hombres con el semblante demacrado y envueltos en capas embarradas avanzaban entre los cuerpos de hombres y bestias como jornaleros que recolectaran judı́ as. as. El viento soplaba en gé lidas rachas que agitaban el mar de á rboles y transportaban el rumor de los truenos desde el cielo de carbó n del norte. La frı́ a brisa le congeló la sangre que circulaba por las venas de su cara y le puso la carne de gallina. Se ciñ ó la capa alrededor del cuerpo y sintió un escalofrı́ o. o. Ahı́ fuera habı́a algo: una sombra que lo seguı́ a incansablemente adondequiera que fuera. Un grito dé bil procedente de la linde del bosque lo arrancó de su ensimismamiento. Ya habı́a desenfundado a medias la espada cuando vio aparecer en el claro, a la carrera, con unosCorrı́ pantalones le iban un poco grandesayun unkossar  abrigo  vestido desabrochado. a de un que modo extrañ o, levantando mucho las rodillas y pisoteando los charcos, riendo a mandı́bula bula batiente y enarbolando por encima de la cabeza lo que parecı́a ser el pellejo de cerveza de un hombre bestia y perseguido por sus compañ eros. «Só lo es un kislevita», pensó Fé lix, y relajó la mano alrededor de la empuñ empuñ adura de la espada. El pelotó n pasó cerca de Gotrek, que estaba contemplando có mo desmontaban los vehı́culos culos de las fuerzas de Hochlander, y el Matador se frotó con el puñ o el ojo con gesto cansado y les gritó algo a cada uno de ellos cuando pasaron ante é l. Soltó un gruñ ido de impaciencia y se volvió hacia una cuadrilla de leñ adores de Ostland que habı́ an an tenido el descaro de levantar los las ojosalborotadas de la tareacarcajadas que estaban realizando sonreı́r cuando oyeron de los kossars  y. kossars

 

Gotrek, refunfuñ ando, se abrió paso entre un par de leñ adores, levantó la antiquı́sima sima hacha rú nica y redujo a astillas el carro en el tiempo que los hombres de Ostland tardaron en embozarse la cara con las capas negras. Fé lix frunció el ceñ o. Sus sentimientos hacia su antiguo compañ ero eran contradictorios. Habı́an an discutido a menudo, y demasiado tiempo con la dispar personalidad otro como siempre ú nica compañ habı́a generado no pocos conlictos.del Y sin embargo habı́ an anı́ aevitado llegar a las manos o entrar en el libro de los agravios de un tercero. Pes Pesee a ello, no habı́ a habido ningú n momento en el que Fé lix no hubiera temido al Matador. Ahora Fé lix apenas podı́a mirar al enano sin ver las vidas que habı́a arrebatado y sin sentir algo má s que un ligero miedo. ¿Gotrek le tenı́a má s aprecio que a Hammnir o a Snorri? Fé lix sabı́ a que nunca se atreverı́a a preguntá rselo, pero sospechaba que conocı́ a la respuesta. A in de cuentas, éé l só só lo era una persona, un humano. Dormirı́a mejor cuando el Matador cumpliera su juramento y pudieran volver a separar sus caminos. Sacudió la cabeza mientras seguı́a con la mirada a Gotrek, que enilaba con determinació n hacia otro vehı́culo. culo. Si pensaba que era malo estar atado por un juramento a la bú squeda del destino del enano era porque jamá s se habı́ a parado a pensar en las consecuencias que tendrı́ a ser el objeto de uno de los malditos juramentos del Matador. —¡Señ̃ or Jaeger! —¡Sen Un soldado con unas correas de acero y de cuero reblandecido en algunas partes por la lluvia, cubierto con una capa de color tierra, fue directo hacia Fé lix a travé s del campo alfombrado de cadá veres. Por la librea blanca y negra y la ajada charretera dorada de los hombros se deducı́a que habı́a sido sargento de un regimiento de Ostland. El hombre dejó a la vista un cabello corto y erizado cuando se quitó el yelmo y le saludó saludó marcialmente. —No se dirige a mı́   —le susurró Gustav a Fé lix al oı́ do do con cierta aspereza en la —Kolya mevoz. envı́a para informarle de que ha dado por terminada la persecució n de la partida de guerra —dijo el hombre de Ostland—. Ha apostado centinelas en el bosque, pero no quiere alejarse demasiado del grueso de la fuerza. —De acuerdo, sargento —replicó Fé lix, que no pasó por alto corresponderle con su mejor imitació n del saludo militar. El hombre de Ostland pareció complacido y volvió a saludarlo de una manera má s vehemente si cabe, y luego partió con paso brioso pisando los charcos entre las rocas en direcció n a una reducida columna de caballos y de carros tirados por hombres que comenzaba a adentrarse lentamente en el claro; caminando penosamente a su lado, o colgados y a punto de caerse de ellos, iban familias enteras de campesinos.

 

Fé lix dio un ú ltimo apretó n de manos a su sobrino, posó la mano sobre la hombrera de su armadura perlada de lluvia y lo apartó suavemente. Con independencia de cualesquiera que fueran sus sentimientos, aquellas gentes (cuya desesperació n saltaba a la vista) lo admiraban; necesitaban un hé roe, y mientras las fuerzas se lo permitieran, Fe Féllix ix estaba dispuesto a interpretar ese papel. —¿A dó nde vas? —preguntó Gustav. —respondió Fé lix, señ alando —A ver si averiguo dó nde estamos con la cabeza la colina en cuya cima los pobres y condenados soldados de Hochlander habı́an an luchado hasta que cayó el ú ltimo de ellos. Trozos de carne inidentiicables destellaban bajo la lluvia. Era como si un proyectil de mortero hubiera hecho saltar por los aires el carro de un carnicero. La cima de la colina estaba desierta, como era de esperar, pero a Fé lix le pareció vislumbrar fugazmente una igura oscura recortada sobre los nubarrones del cielo encima de la cumbre. Un escalofrı́ o le recorrió el cuerpo cuando por un momento le dominó el convencimiento, conv encimiento, absolutamente irracional, de que aquella igura estaba espiá ndolo en representació n de la oscuridad que percibı́ a en el bosque. Esa sensació n desapareció en menos de lo que le duró un temblor, como tambié n lo hizo la igura, y Fé lix deseó que ambos sucesos no estuvieran estuvieran relacionados. Pero reconoció en la igura a Max Schreiber. Un crujido de cartı́lagos lagos acompañ ó a Fé lix mientras ascendı́ a la colina. La sangre salı́a despedida bajo sus pies. A medida que se alejaba del epicentro de la carnicerı́ a encontraba hombres y hombres bestia en mayor o menor grado enteros que yacı́an an unos cruzados sobre otros, creando la impresió impresió n de seguir luchando aun despué despué s de sufrir diversas mutilaciones y de morir. Fé lix se tapó la boca, no tanto por el hedor como por el mal sabor. Las moscas revoloteaban en torno a é l, tal vez confundié condeuntanta cadámuerte, ver, y lose cierto queManoteó en lo máels profundo de su ser, ndolo rodeado sentı́era a uno. aire para espantar los insectos zumbadores, má s por costumbre que por un convencimiento conv encimiento de que nada de lo que Fé Fé lix lix Jaeger hiciera cambiarı́ a un á pice pice las cosas. —¿Está s ahı́, Max? —preguntó sin saber muy bien por qué lo hacı́ a con un susurro ni por qué qué el corazó corazó n le latı́ a con tanta fuerza. Llegó no sin esfuerzo a la cima e hizo una mueca. Hizo un giro completo; la carne resplandecı́ a en torno a é l y la lluvia horadaba los charcos de sangre. Los á rboles se extendı́ an an desde el claro en todas direcciones, susurrando y abatidos por la lluvia. Fé lix pensó que el Imperio era lo má s parecido a una fortaleza de los enanos. Los hombres que habı́an an tenido la suerte de visitar las fortalezas ancestrales de los enanos só lo habı́ aan n visto los brillantes salones de audiencia del otro

 

lado de las puertas de las montañ as, pero los recintos se extendı́ an an mucho má s en las profundidades oscuras de la tierra. El Imperio era la misma cosa; la ú nica diferencia era que sus profundidades se hallaban ocultas debajo de enmarañ adas enredaderas en lugar de piedra. Era una nació n extensa, y quizá , en una é poca anterior, extraordinaria, pero si se le quitaban los caminos, las embarcaciones, el Imperio se convertı́a en una imaginar. tierra má s tenebrosa y vasta que lo que ni siquiera Fé lix habrı́ a podido Eso hacı́a que las proezas de Sigmar y de sus descendientes adquirieran un cariz má s estimulante. Ellos habı́ an an sido hé roes en una é poca de leyendas, de modo que las hazañ as de Fé lix no les llegaban ni a la suela de los zapatos. Escudriñ ó el horizonte en direcció n norte a travé s de la grisá cea cortina de lluvia y atisbó unas manchas que identiicó como montañ as, pero no era posible. Proyectaban su sombra sobre la carretera que unı́ a Bechafen con Talabheim, y en Talabheim no habı́a montañ montañ as. —¿Max? Una sensació n de alivio no exenta de culpabilidad lo recorrió cuando se convenció de que el mago no estaba allı́. allı́ . Dio media vuelta para emprender el descenso y vio que en el claro se habı́an an reunido un par de centenares de hombres y media docena de carros. Paseó la mirada por la extensió n interminable de bosque y oteó de nuevo las neblinosas montañ as en el norte. Rezó para que no se hubieran perdido. —El Fin de los Tiempos está está cerca, Fé Fé lix. lix. Fé lix se estremeció al oı́r la voz que le habló a su espalda y se le heló la sangre en las venas. Nada deseaba má s en este mundo que no tener que darse la vuelta y mirar a la cara al hombre que se dirigı́ a a é l. Abrió los puñ os y se tomó un momento para reunir el valor necesario para volverse. La lluvia chafaba la capucha contra la cara del viejo mago y añ adı́ a brillo a sus pá lidas hasta las muñ que de se apoyaba sobre un manos, sencillodesnudas bá culo de madera de ecas, tejo. con La las tú nica magı́ster, ster, en el pasado de suntuosos maril y oro, ahora exhibı́ a la misma palidez que la piel del mago. Fé lix, valié ndose má s de la memoria que de los desvaı́ d dos os hilos, trazó con la mirada los sı́ mbolos mbolos geomá nticos minuciosamente bordados y las serpientes enroscadas que se devoraban a ellas mismas. —Ya me habı́a dado cuenta —repuso Fé lix, tratando de adoptar un tono despreocupado y fracasando miserablemente en el intento. El cautiverio a merced del Rey Troll habı́ a pasado factura al mago, pero su extrañ o estado no habı́ a hecho má má s que empeorar desde Praag, y a Fé Fé lix lix le partı́a el corazó n ver al ú ltimo de sus viejos amigos en un estado tan lamentable, Max escapaba a sus posibilidades (y de las de cualquiera) depero ayudar.

 

Max miró a Fé lix de una manera que traspasaba. El blanco de sus ojos muy abiertos estaba oscuro y su mirada clavada en algo lejano, en un reino del horror que só só lo éé l podı́ a ver. —La luna del Caos se hace pedazos y cae de los cielos en forma de tormenta ı́gnea gnea de corrupció n y de muerte. La isla de los Muertos se revela y la poderosa Ulthuan se hunde en el océ ano mientras su frı́ a hermana gemela ante alasotras Siervas de Khorne. Viejashueste certezas desaparecen paratitubea dejar paso nuevas y la mayor de demonios desde los ú ltimos dı́ as as de Aenarion se congrega en los rincones de mi mente. Tú tienes los ojos cerrados y apenas percibes nada, Fé lix. Nada. Si por lo menos pudieras ver aunque fuera una fracció n de lo que yo tengo que… —No somos unos crı́ oos, s, Max. He estado en el Gran Bastió n de Catai. He visto los antiguos zigurats en las junglas de las Tierras del Sur. Sé que el Caos está en todas partes. Pero precisamente é sa es la razó n por la que tenemos que luchar. Max agachó agachó la cabeza. —No entiendes nada en absoluto. —Tú Tú podrı́ podr ı́ aass haber detenido esto —replicó Fé lix tras un momento de silencio, con la cabeza gacha y mirá ndose el pie que deslizaba adelante y atrá s entre los despojos sanguinolentos de hombres y bestias—. Aquel hechicero no era rival para el Max que yo conocı́ a. a. —Relexioné sobre ello. El mago se echó a reı́ r para sorpresa de Fé lix. Era una risa té trica, de la clase que só lo estaba al alcance de un hombre que habı́ a dado la ú ltima bendició n a amigos que precisaban un sanador de las habilidades de Max Schreiber. —De verdad espero por el bien de todos que encontraras algunas de las respuestas que buscabas. —Las encontré . Algunas. Y supe que esta batalla era demasiado poca cosa para ti o para Gotrek. Vosotros tené is un destino, Fé lix —se apresuró a decir Max cuando viounimos que Fé lix comenzaba a darse vuelta —. Lo pensé la primera vez que nuestras fuerzas para la matar al dragó n Skjalandir, y ahora, pese a que no soy ni la sombra de lo que era, lo sé . No fue la casualidad lo que unió nuestros caminos entonces ni ahora es el orgullo desmedido lo que me lleva a buscar en el destino la explicació n para nuestra reunió n. Fé lix intentó sostenerle la mirada, pero no pudo y sus miradas resbalaron; los mundos que habitaban cada una de ellas eran inmiscibles como el aceite y el agua. Fé lix sintió un escalofrı́ o y se enjugó́ la lluvia del cuello, estremecido hasta el tué enjugo tué tano tano por las palabras del mago y enfadado consigo mismo por permitir que le afectaran tanto. Su destino, como tal, le pertenecı́ a exclusivamente a é l y a nadie má s. La idea de que un ser incognoscible pudiera haberle hecho «eso»

 

lo enfurecı́a má s incluso que la pé rdida del control de su vida en sı́  que implicaba la aceptació aceptació n de la existencia de esa interferencia. interferencia. —De todos modos no es una reunió n completa, ¿no crees? Faltan algunos. —Estamos los que tienen que estar. Un repentino ataque de ira hizo que le temblaran los labios y que se le deslizara la mano por propia voluntad hacia la empuñ adura de la espada. Snorri. Ulrika. ¡Có́ mo se atrevı́aa!! ¡Co La lluvia caı́a sobre la capucha de Max mientras el mago mantenı́ a la mirada perdida. Fé lix suspiró y retiró la mano de la espada. A in de cuentas no era culpa de Max. Estaba enfermo; era un hombre con una herida infectada. EE l no habı́ a elegido ser ası́. —Deberı́as as irte —dijo entre dientes Max, señ alando con la cabeza el pie de la colina. En el claro llano má s cercano, entre la colina y la linde del bosque, un grupo de hombres desarmados, mujeres e incluso niñ os estaba montando una improvisada tienda de campañ a sobre la parte trasera de un carro sin techo. Fé lix vio que Gotrek y un puñ ado de hombres enilaban hacia ellos con evidente interé interé ss.. —El comandante de Hochlander es portador de malas noticias. Tu sobrino acaba de conocerlas y ha convocado una reunió n de capitanes de guerra. Un escalofrı́o de desasosiego recorrió recorrió la espalda de Fé Fé llix. ix. —¿Có́ mo puedes saberlo? —¿Co Max suspiró . Dio la impresió n de que cerraba los ojos, pero el color ceniciento de sus ojos y de su piel, ambos ocultos bajo la capucha, impedı́a estar seguro de nada. —Renuncio a algunos poderes por elecció n, aun ası́   consiguen introducir la os. fuerza sus visiones a travé s de mis ojos cerrados e invaden mispor sueñ Fé lix giró sobre los talones, con el corazó n aporreá ndole el pecho. Buscó con la mirada a Gustav en medio del batiburrillo de uniformes embarrados reunidos bajo la lluvia. Distinguió Distinguió a un puñ puñ ado de soldados de Hochlander con sus uniformes rojos y verdes, pero no hallo halló́ ni rastro de su sobrino. —Te aconsejo que te des prisa —dijo Max con la serenidad de una brisa pasajera—. Gotrek Gurnisson está a punto de recibir malas noticias. La lluvia tamborileaba sobre las hojas de las ramas que se alzaban por encima de la solemne comitiva funeraria mientras avanzaba penosamente hacia el sur, consumada la inesperada derrota. Khamgiin

 

el Ultimo, la antojadiza lanza del Camino de Plata, intentó no prestar atenció n a la lluvia y volver a sumirse en la inconsciencia. El dolor de la herida en la espalda era espantoso, peor incluso que los sacriicios de los rituales a los que lo habı́ a sometido su padre durante las pruebas que marcaban su paso a la madurez. El dolor só lo era un sentimiento, una debilidad como la piedad o el afecto. Eso se dijo, pero el insistente golpeteo deSeñ la ̃lluvia sobredel suCaos, armadura le exigı́ a mayor atenció n. ¡Por el Sen or Oscuro qué qué dolor! Abrió los ojos y pestañ eó repetidamente para desterrar las imá genes de tortura, sadismo y demonios andró ginos de su cabeza. ¿Eran sueñ os o recuerdos? Resultaba difı́ cil cil saberlo; habı́a tenido una vida larga y llena de sufrimientos, tanto antes de haberse puesto la armadura de Tzeentch como despué s. Dejó a un lado el pasado y se ijó en el paisaje de alrededor. Por encima de é l se alzaban altos á rboles que fragmentaba la pá lida luz en exiguas porciones de luz y de sombras. La lluvia pasaba entre las hojas de sus altas ramas con un leve rumor. Khamgiin se dio cuenta, mientras observaba la suave agitació n de los ramajes, que yacı́a sobre alguna clase de camilla y que estaba en movimiento. Sus hombres caminaban a ambos lados de é l. Marchaban con lentitud, con las cabezas gachas y los hombros caı́ dos. dos. Los hombres de las tribus estaban cubiertos de sangre y llevaban las armaduras maltrechas. Cuatro de los má s fuertes cargaban sobre sus hombros el escudo sobre el que lo transportaban. A pesar de su tamañ o y de su peso, y de la fatiga que evidenciaban sus rostros, rostros, transportaban la carga sin aparente esfuerzo. Los hombres de las tribus no eran como el resto de los hombres. Pese a todas las dé cadas que Khamgiin llevaba recorriendo la estepa, enfrentá enfrentá ndose ndose a hobgoblins, ogros y cosas peores con el ú nico objetivo de sobrevivir para otro dı́ a de batallas, nunca habı́a sentido un orgullo mayor por el coraje de su pueblo. —Temay —dijo con un hilo de voz dirigié ndose al guerrero de gran estatura tenı́a ay su El hombre conseda, un abrigo escamas que de hierro dederecha. cuero cosidas sobreiba unvestido manto de sobrede el que llevaba puesto un chaleco tambié n de seda. Toda su cabeza estaba afeitada salvo por un mechó n recogido en un moñ o. En la mejilla exhibı́a un intrincado tatuaje de un á guila guila con las alas desplegadas. El guerrero no le respondió , y Khamgiin giró la cabeza dé bilmente para volverse volverse hacia la izquierda. —Khidu, ¿quié ¿quié n me ha hecho esto? ¿Ha sido éé l? l? Siguió sin obtener respuesta. Los hombres continuaban caminando como si fueran muertos que se dirigieran al inframundo. Khamgiin intentó recordar los ú ltimos instantes de la batalla, pero dentro de su cabeza só lo encontró un caos de gritos y de fuego. Habı́ an sufrido una derrota jamáSı́s , habrı́ esperadoalgo. en una tierrahabı́ tana apacible.aplastante Excepto porcomo el enano. ahoraarecordaba El enano

 

sido un rival digno de Khamgiin. Luego se habı́a producido una explosió n ensordecedora y… Se estremeció cuando el recuerdo llegó con una insoportable punzada de dolor entre los omoplatos. Intentó abrir la boca y la encontró seca como la Gran Estepa, pero consiguió despegar los labios y mover la lengua. —¿Murió el guerrero? ¿El Señ or Oscuro logró convertir en un má́ rtir ma r—No, tir a suUUenemigo? ltimo. Fracasaste, como yo predije. Siguiendo la comitiva marchaba, con el gesto abatido como una viuda, una mujer vestida de negro y con la cabeza cubierta por una capucha tambié n negra. Khamgiin supuso, por el encorvamiento de la espalda y los mechones de cabello cano que asomaban por debajo de la capucha, que era una anciana, pero la inmortalidad ponı́ a en cuarentena tales conclusiones y su voz sonaba con la claridad del chillido de alerta de un á guila. Habı́ a algo en su presencia que provocó en Khamgiin un estremecimiento sepulcral. Se volvió hacia sus hombres, pero é stos continuaban caminando como si no se hubieran percatado de la presencia de é l ni de la de ella. Cerró con fuerza los ojos hasta que sintió un chispazo de fuerza en su interior. Só lo era un sueñ o, o tal vez una visió n como é sas en las que Nergü i aseguraba ver el futuro, provocada por la pé rdida de sangre y el dolor. —Vencı́  a Gorgoth el Coloso en un combate a vida o muerte que duró ocho dı́as as con sus noches. Aniquilé las numerosas hordas de Hobgobla Khan y metı́ en  en vereda a las bestias del Shirokij. Soy el UU ltimo de Khagash-Fé l. Yo no fracaso. —Al Señ or Oscuro no le importa tu sacriicio. No le sirven los juramentos ni los hechos. No desea tu devoció devoció n. La mujer sacudió la cabeza de un modo imperceptible hacia un lado. En el lugar que señ alaba, entre los á rboles, corrı́ a una igura espectral. ¡El enano! Khamgiin distinguió la relumbrante cresta anaranjada entre musculado la corteza cuerpo hú meda. Los anazul, su monstruosamente eran de tatuajes un translúque cidocubrı́ coloran a veces indistinguible de los verticilos y de las ramas de detrá s. El espectro del enano corrı́ a en silencio, abrié ndose paso a travé s de enemigos que Khamgiin no acertaba a ver. El enano desapareció detrá s de un áá rbol rbol que, durante el breve lapso de tiempo que el enano tardo tardó́ en reaparecer por el otro lado, se transformó en una gruesa columna con aristas rectas que se alzaba hasta un techo abovedado en el que runas doradas destellaban como estrellas sangrantes. Khamgiin vio en ellas algo que le recordó las historias que le contaba su padre de los tiempos en los que las tribus habı́ an an vivido subyugados por los enanos del Caos de Zharr. La columna volvió a transformarse en un á rbol sin darle tiempo a desarrollar pensamientos el enanodel apareció detrá de é l acompañ ado poresos un hombre. Era unyhombre Imperiodecon unas

 

capa roja y que blandı́ a lo que parecı́ a una poderosa espada má gica. Khamgiin no reconoció al humano, pero el hormigueo que sintió en la espalda dolorida parecı́ a querer decirle que debı́ a saber quié quié n era. —¿Qué estoy viendo? —Lo mismo que veo yo —respondió la mujer. Khamgiin se incorporó apoyado sobre los codos y un escalofrı́ o le recorrio recorrió —Yá eltecuerpo. habı́a visto en mis sueñ os. Tú fuiste quien me mostró las tribus que se dirigı́ an an al oeste para hacer la guerra con el Imperio. ¿Quié́ n eres? ¿Quie La mujer bajó ligeramente la cabeza al mismo tiempo que se llevaba las manos a la capucha para descubrirse la cabeza. Khamgiin dejó escapar un grito ahogado a pesar de su cará cter devoto. La piel de la mujer era una extrañ a mezcla de luz y de oscuridad, como una tiza frotada. Sin embargo, sus labios eran de un negro azabache, como lo eran los pequeñ os cuernos que asomaban por encima de su cabello cano. No obstante, lo má s desconcertante de todo eran sus ojos, cuyo color cambiaba constantemente, como una vela tras un vidrio de colores, profecı́ as asyque Khamgiin podrı́ an an elevar tuvo laa un certeza hombre dehasta que las en alturas ellos sederelejaban los dioses si era capaz de interpretarlas sin sucumbir a la locura. —Soy una sierva. Yo observo y sigo. Mi nombre no pasará a la historia. Khamgiin se esforzó por ijar la mirada en sus ojos, y con un repentino terror se dio cuenta de que se formaba una oscuridad en torno a ella. No se trataba del simple vacı́ o dejado por la desaparició n del mundo mortal, sino de una «cosa» con una voluntad cruel y una determinació n atroz. Antes de que la bruja desapareciera del todo vio su contorno plateado, rodeado por un halo con cuernos y oscuro, vasto, de una antigü edad incalculable y con una capacidad para odiar que dejó al guerrero del Caos temblando y empequen empequeñ̃ ecido. —Las tinieblas se ciernen sobre mı́  —dijo  —dijo Khamgiin con los dientes apretados. —No só só lo sobre ti —repuso la voz de la mujer desde las sombras.

 

CAPÍTULO TRES Malas noticias El puñ o golpeó al cabo de Hochland como una maza y los nudillos crujieron casi al unı́sono sono al chocar contra el peto de la armadura. El soldado salió volando espaldas la ymesa se habı́ a improvisado condeuna tabla yy se un estrelló par de contra barriles, los que mapas saltaron por los aires como las plumas de un ave de caza abatida de un arcabuzazo. —¡Mentiroso! —rugió Gotrek, que atravesó con paso furibundo el destrozo para levantar al semiinconsciente soldado con un puñ o que era como una repisa de hierro. A pesar de que medı́ a casi dos palmos menos que todos los demá demá s presentes, el Matador imponı́a su presencia en la tienda de campañ a que se habı́ a montado como puesto de mando gracias a su impresionante musculatura y a su mala actitud. Una brillante capa de humedad recubrı́ a su abultado brazo, y la lluvia le habı́a limpiado la sangre y la suciedad incrustadas hasta el punto de que asesina susen sinuosos el soldado, tatuajes con suparecı́ ú nicoaan nojorecié inyectado n hechos. de sangre—. Clavó una¿Esperas mirada que me crea todas esas chorradas sobre dioses y demonios? Otro soldado, vestido con una sobreveste roja y verde con las mangas desgarradas y una camisa de malla hizo añ icos contra la espalda del enano uno de los cajones vacı́ os os que se habı́an an dispuesto como asientos. Gotrek soltó un gruñ ido, se tambaleó y se sacudió las astillas de los hombros. Agarró Agarró al soldado grogui y lo zzarandeo arandeó́ . —¡No te oigo, humano! —¡Sué ltalo, Gotrek! —ordenó Fé lix, que entró en la tienda dejando fuera la lluvia con paso vacilante, con las mejillas rojas tras la carrera y la espada desenvainada, justo cuando el Matador armaba el brazo para asestar otro puñ etazo. Al mismo tiempo, una serie de crujidos y de chasquidos reveló que estaban cebá ndose y amartillá ndose pistolas y arcabuces.

 

Una hilera de hombres, enfundados en uniformes y con equipo que eran cada uno de su padre y de su madre, hincaron una rodilla en el suelo y apuntaron al exaltado Matador con las armas de fuego por encima de los cajones vueltos del reve revé́ s. s. —¡Apuntad! —bramó Gustav con una ligereza que estaba fuera de lugar y una expresió expresió n severa en la que se atisbaba una sonrisa. Como en el caso de todosbatalla, los demá s, aúa nlano habı́pegada a tenidoallarostro ocasiópor n de tras la reciente y tenı́ coleta la asearse lluvia y la armadura salpicada de hú medas manchas rojas. Parecı́ a un salteador de caminos recié n bajado del escenario en el que se representara una obra de teatro de Tarradasch y de sufrir un altercado con demonios de virtudes femeninas y corrupta justicia imperial. A Fé lix le recordó a Ulrika má má s de lo que le habrı́ a gustado. —¿Vas a dejar que me disparen, humano? —preguntó con un bronco gruñ gruñ ido Gotrek, sin despegar los ojos del cabo de Hochland pero dirigié́ ndose dirigie ndose sin ningú ningú n gé gé nero nero de dudas a Fé Fé llix. ix. «No me tientes», pensó Fé lix, pero apretó los dientes y no abrió la boca. mandı́ Nobula, bula, obstante, pues se Gotrek volvió adebió mirarlopercatarse ijamente. Fé delixlanotensió relajónundeá pice su la mano en torno a la empuñ adura de la espada, y el Matador inalmente soltó soltó al soldado. El cuerpo laxo del cabo se derrumbo derrumbó́ con un estré pito de huesos sobre la pila de mapas desparramados y Fé lix temió por un momento que Gotrek le propinara una ú ltima patada en las costillas, pero el Matador dio media vuelta y se dirigió con paso furioso a un rincó n de la tienda sin decir nada má s. Una vez allı́ , cogió un cajó n de madera y se sentó sentó en éé l con los brazos cruzados sobre el voluminoso torso. Fé lix se relajó . Los arcabuceros y los pistoleros dejaron caer los hombros con evidente alivio. Fé lix envainó la espada e hizo una indicació n con la mano a la manada de sargentos de la compañ ı́ a que habı́a llegado la conclusió n de queenuna retiradade tá ctica bajo la lluvia torrencial era apreferible a cruzarse el camino Gotrek Gurnisson. Sacudió la cabeza con gesto cansado mientras los hombres volvı́ an an a poner los asientos en su sitio, arreglaban la mesa y ordenaban los mapas que habı́aan n caı́do do al suelo. Un tipo insultantemente jov joven, en, con los ojos asustados y envuelto en una bata de lana empapada en sangre y vı́sceras sceras (un aprendiz de cirujano que habı́a recibido las enseñ anzas de su mentor durante dos meses, hasta que los ejé rcitos del Elegido aplastaron su regimiento) aplicó una compresa mugrienta en la frente del soldado inconsciente. Fé lix aprovechó la pausa para examinar el interior del rudimentario puesto de mando, pues no se podı́a caliicar de otra manera. lluvia aporreaba la lona que setrasero habı́ a tendido entre cargado los paloscon de dos La estandartes y el compartimento de un carro

 

barriles, toneles y sacos, la mayorı́ a de ellos vacı́os. os. Durante su vida anterior como vehı́ culo culo para transportar minerales de una calidad inferior a la de los enanos por el camino de Kadrin hasta los menos exigentes mercados de Osterwald, Bechafen y la ciudad de Kislev, habı́ a pertenecido al viejo Lorin Lanarksson y a su hijo Lyndun. Ambos estaban ahora sentados a la intemperie en el pescante, regodeá ndose en su miseria como só lo eran capaces dosen enanos en trasera mutua compañ ı́aa.. Un solitario farol que colgabadedehacer un palo la parte del carro oscilaba con el viento. Un kossar  demacrado  demacrado y un hombretó hombretó n calvo y con el sucio uniforme negro y blanco de Ostland cogieron el tablero de la «mesa» cada uno por un extremo y volvieron a colocarlo encima de los dos barriles. Cuando se percataron de que Fé lix los observaba, le dedicaron un saludo militar que é l les devolvió mientras suspiraba para sı́ . El sargento kossar   comprobó la estabilidad de la mesa con un suave y pomposo meneo antes de declararla apta para volver a recibir los mapas. En torno a la mesa se reunieron hombres con los uniformes de las distintas provincias hombros cubiertos del con norte las y hombreras del este del Imperio doradas y de con sus los lacerados jubones, sujetando en las manos pergaminos empapados. Cada uno de ellos (a quienes Fé lix, cuya paciencia para la diversidad provincial de la jerarquı́ a militar era má s escasa que la lana de su capa, habı́ a designado sargentos) estaba al mando de una compañ ı́ a integrada por entre cinco y veinticinco hombres, todas ellas formadas a medida que los hombres se habı́aan n unido a Fé lix y a Gotrek durante su larga caminata hacia el oeste. Sobre la mesa se habı́ aan n desplegado los mapas unos a continuació n de otros y se habı́ aan n situado unos pisapapeles estraté gicamente en las esquinas, de tal manera que en conjunto formaran un mapa completo del Imperio. Las zonas que se sabı́ a (o se rumoreaba) que habı́an an sido conquistadas el Caos se habı́ an an rellenado conserias unos dudas dibujossobre a lá piz de monstruospor espantosos que generaban a Fé lix la salud mental del dibujante. Aun sin la añ adidura de ese elemento perturbador de cosecha propia la visió n de los mapas resultaba inquietante. Las ú nicas partes limpias del mapa estaban en el sur, y eso só lo era porque no tenı́aan n noticias de lo que estaba pasando allı́ . Los demonios cabriolaban sobre los sı́mbolos mbolos amurallados de Bechafen y Osterwald, llenaban las zonas arboladas de Ostland y Ostermark y rozaban los lı́mites mites de la misma Talabheim. Un enorme monstruo con tentá culos se adentraba en el Mar de las Garras como si estuviera arrastrando arrastr ando Erengrad hacia el agua, y unas barcas esbozadas con cuatro trazos y atestadas de horrores furiosos amenazaban el delta de Marienburgo.

 

Fé lix llegó a la conclusió n de que se le deberı́ a prohibir a quienquiera que fuera el autor de aquellos dibujos volver a acercarse a un lá lá piz piz o a un trozo de papel. —Tienes el don de la oportunidad de Ursun con sus ataques de ira —dijo Kolya, que estaba matando el tiempo apoyado contra la puerta trasera del vehı́culo, culo, mascando una mezcla local de hierbas comestibles y tabaco de sabor acre—.  podrı́ haber matado a ese hombre. —Recué rdameacre—. Zabójka luego Zabójka podrı́ que te dé las agracias por tu ayuda —replicó Fé lix. El kislevita frunció los labios, ladeó ligeramente la cabeza, como si escuchara la lluvia, y se encogió encogió de hombros. —No te molestes. El soldado de Hochland gimió al tragar el chorrito de agua que cayó de un trozo de tela empapado cuando el joven cirujano lo exprimió sobre su boca. Fé lix se agachó a su lado. El cabo tenı́a una larga melena de pelo negro, aplastado tras pasar todo el dı́a constreñ ido por el yelmo, y la barba veteada de canas y dividida por una cicatriz que partı́ a de la comisura izquierda de sus labios herrumbre y le recorrı́ teñ ı́ aan n adetoda color la parduzco mejilla deelese peto lado. de El subarro, armadura; la sangre por otro y la lado tan ajada que en algunas zonas presentaba má s muescas que una moneda mordisqueada. La formidable abolladura que le habı́ a dejado debajo del cuello el puñ o de Gotrek no era ni de lejos lo peor de su aspecto. Sobre el hombro de la guerrera acolchada sobrevivı́a una desvaı́da da charretera broncı́nea, nea, y un singular avambrazo de cuero le colgaba del brazo sujeto ú nicamente mediante una correa. El cabo miró dé́ bilmente de bilmente a Fé Fé lix lix y le saludó saludó , lo que produjo a é ste una leve irritació irritació n. —Cabo Herschel Mann, mi señ or, de la milicia ciudadana de Hergig. A su servicio. Fé́ lix Fe lix enarcó enarcó una ceja y sonrió sonrió al desplomado soldado. —Descanse, cabo. —Sı́, señ or —farfulló el hombre. —Me gustarı́a disculparme en nombre de mi… amigo —dijo Fé lix, y echó un vistazo en direcció n a Gotrek, quien le devolvió una mirada cortante como el ilo de un diamante—. Te aseguro que se comporta de la misma manera con todo el mundo. El hombre tomó tomó otro sorbito de agua y tragó tragó con nerviosismo. —Lo siento, mi señ or. Me preguntó si tenı́ a noticias de Altdorf y le respondı́   que sı́ , que las tenı́ aa.. Algunos de los hombres que está n conmigo estaban destinados a los regimientos de Reikland acuartelados en los campos de la periferia cuando… la caı́da. da. Fé lix sintió de pronto que no podı́a respirar y su corazó n pareció negarse a latir. —¿La caı́d daa de qué ? —preguntó Gustav.

 

—De Altdorf —respondió el cabo Mann—. La caı́ da da de Altdorf, mis señ ores. La sargentos que no habı́aan n llegado a tiempo para oı́ r la noticia con Gotrek prorrumpieron en gritos de negació n. La mayorı́ a de ellos habı́an an sido soldados rasos que habı́ an an servido en regimientos destinados en las tierras interiores del Imperio o, en el caso del contingente kislevita, al otro lado puesto de su frontera. Fé lix dudaba queeso ni siquiera la mitad de ellos hubiera los pies en Altdorf, pero daba igual. Se trataba de la sede del poder imperial, donde se encontraban las instituciones má s eminentes del Imperio y los regimientos má s condecorados; aunque algo anticuado, era el centro cultural. No habı́ a sido conquistada y era inconquistable. Era Altdorf. Fé lix se quedó mirando largamente al maltrecho soldado sin llegar a asimilar del todo sus palabras. Sintió que le quitaban de una patada el taburete que sostenı́a su corazó n y que la soga se apretaba en torno a su cuello. Las manifestaciones de incredulidad de sus hombres se convirtieron en un coro plañ idero que sonaba de fondo. En el fondo, ciudadelas Fé lix siempre de Reikland habı́a sabido resistirı́ que an an contra ni siquiera las fuerzas las máque s importantes habı́ a visto con sus propios ojos marchar hacia ellas. Se habı́a preparado mentalmente para este momento, pero recibir ahora la conirmació n supuso un golpe emocional que le dolió como un puñ etazo en el estó mago. Se llevó llevó la mano izquierda a los ojos. La luz del farol se relejó relejó en las aristas de su anillo facetado, que destellaron como lá lá ggrimas rimas efı́ meras meras de oro eté reo. «No.» Se obligó a tragar saliva y luego alzó la mirada. Volvió a estallar un barullo de voces encolerizadas y asustadas. Se volvió con una expresió n angustiada hacia el rincó n donde estaba sentado Gotrek, con los brazos cruzados y rodeado de sillas vacı́aas, s, y advirtió una gravedad en su rostro que no le gustó nada. En la sien del enano palpitaba una abultada vena azul, y cuerpo parecı́ a hincharse segú n apretaba las manos contra los enormes bı́ ceps ceps y miraba ijamente la lluvia a travé s de Fé lix. En direcció n oeste… hacia Altdorf. Volver a Altdorf y reunir a Fé lix y a Kat (y con ello tal vez la expiació n de alguna culpa personal) habı́ a sido el inquebrantable objetivo de Gotrek durante todo un añ o. Fé lix, asolado por sus propias preocupaciones y dudas, jamá s se habı́ a parado a considerar có mo reaccionarı́a al fracaso su antiguo camarada. —Patrañ as —dijo Gotrek con una voz que habrı́ a sido capaz de pulverizar grava—. No te ha contado el resto. Airmó que el maldito Sigmar regresó , luchó y perdió . Y dijo má s, por si acaso todavı́ a tienes sitio en Dioses. la cabeza para oı́ rhumanas má s tonterı́ as asnunca —gruñ ó Gotrek, furia—. Chorradas como habı́ a oı́do. do. hecho una

 

—¿Y el emperador? —preguntó Gustav, alzando la voz por encima del alboroto. —A salvo, por lo que sé —respondió Mann, aliviado por poder compartir con la gente que los habı́ a rescatado una noticia positiva—. El viejo rey de Bretonia acudió en su ayuda. —Miró con nerviosismo a Gotrek—. Y tambié tambié n lo hicieron los mismı́ simos simos dioses. puñ ado de hombres se hizo sobre el pecho la señ al de Sigmar y la deUn Ulric. Kolya recibió la airmació n con una risita iró nica. —A nosotros tampoco nos irı́ a mal su ayuda. —¿La de los bretonianos o la de los dioses? —masculló Gustav. Una sonrisa amarga escindió escindió su má má scara scara de preocupació preocupació n. Kolya se encogió de hombros. —Me da igual con tal de que traigan los caballos. El sargento kossar   situado junto a la mesa se echó a reı́ r estruendosamente, y el de Ostlander que estaba enfrente de é l fulminó con la mirada a los dos kislevitas. Ellos habı́ aan n perdido su patria hacı́ a muchos meses, pero la mayorı́ mayorı́a de los hombres reunidos en la tienda de campan campañ limitó ã abajar acababan la cabeza; de recibir una parte la noticia de éde l estaba la pe pé́ rdida rdida decidido de la asuya. no volver Fé Fé llix ix sea levantarla levantar la nunca má má s. s. Altdorf habı́a sido algo má s que un sı́ mbolo mbolo lejano. Habı́ a signiicado la esperanza. La esperanza a la que se habı́ a aferrado. —Deberı́amos amos dirigirnos al sur —dijo Gustav, que inspiró hondo para recuperar la serenidad y avanzó avanzó con paso irme hasta la mesa para posar un dedo sobre una de las zonas má s despejadas del mapa—. Propongo que vayamos a Averheim. El camino es largo, pero nos alejaremos de la vanguardia de las incursiones del Caos por el norte y por el este. El emperador tiene que reunir sus fuerzas en alguna parte, y Averheim me parece el lugar má s probable. —¿Cuá nto nos alejaremos exactamente? —preguntó un hombre delgado y de porte noble, enfundado en una armadura de cuero y con un peto de acero que presentaba una abolladura en el lado derecho, a la altura del pecho. Echada sobre el hombro del otro lado llevaba una banda de color burdeos. —¿Dó nde estamos, por cierto? —inquirió otro hombre, é ste con aspecto de guarda forestal y con un arco desencordado colgado del hombro, al mismo tiempo que se inclinaba sobre los mapas. —Estamos junto al camino de Talabec. A un par de dı́ as as de viaje de Talabheim. —Gotrek tensó tensó los mú mú sculos de los brazos cruzados sobre el torso y refunfuñ ó —. Eso, claro, si nos ponemos en marcha en algú n momento. —¿Talabheim…? —¿T alabheim…? —empezo ́ a decir Mann, pero la mirada asesina de Gotrek cortó de raı́z la—empezó posibilidad de continuar la frase.

 

El Matador continuó sentado con gesto ceñ udo, pero algo que percibió́ en el rostro del cabo Hochland le hizo compadecerse de eé́ l muy percibio a su pesar. —Escupe lo que tengas que decir antes de que te lo impida una hemorragia nasal… Otra vez. —De nuevo le pido disculpas, señ or enano, pero nada de Talabheim. Por suerte, porque tambié n ha caı́ d do. o. Está usted en Hochland. —¡Bah! —exclamó Gotrek, que se levantó como un resorte y plantó un pie en el suelo. La brusquedad del movimiento hizo tintinear la cadena prendida de su nariz—. ¡Si no estamos en Talabecland, yo soy un hombre áá rbol! rbol! —Vi montañ as desde la colina, Gotrek —dijo Fé lix en voz baja. No querı́a comenzar otra discusió n con el Matador, pero no se podı́ a negar la evidencia de una montañ montañ a. Y en realidad, ¿qué ¿qué má má s daba eso ahora? Altdorf habı́a caı́do. do. —En Talabecland no hay montañ as, humano —repuso Fé lix como si eso zanjara la cuestió cuestió n. brazo —Mi doblado señ or,por si elme codo permite y Fé lixun se momento. lo tomó para —El ayudarlo cabo Mann a levantarse. alzó el El hombre se tambaleó apoyado contra é l y le roció con el hedor a sudor de varios dı́ as as y a mugre adherida a la armadura. Se acercó a la mesa y apretó un dedo sucio contra los mapas, justo encima de un sı́m mbolo bolo con cuernos de toro y rodeado por dos murallas paralelas en medio de una áá rida rida cadena montañ montañ osa. —Llevá bamos unos cinco dı́ as as siguiendo la carretera principal que pasa al norte de Hergig en direcció n a Wolfenburgo. Como ya he dicho, Talabheim cayó hace dos otoñ os tras seis meses de asedio. Hergig habı́ a aguantado hasta ahora porque el camino principal no pasa por la ciudad. —¿Qué cambió ? —preguntó Gustav. —Un Señ or de la Guerra llamado… —Los labios de Mann se contorsionaron al pronunciar el nombre extranjero—. Khagash-Fé l. Me han dicho que signiica «medio ogro», porque tiene la estatura y la fuerza de cinco hombres. —¿Eso es todo? —inquirió —inquirió Gotrek con un gruñ gruñ ido. —Fue é l quien abrió una brecha en la muralla de Hergig —se apresuró a replicar Mann, ponié ndose a la defensiva. —Una muralla de construcció construcció n cuestionable, sin duda. —A mı́ me   me huele a un destino extraordinario —masculló Kolya, con la boca llena por una bola de hierbas masticadas. —¿Me atormentas a propó sito con lo que se me niega, cronista? No obtendré mi destino hasta que el humano esté a salvo en Altdorf y al lado de la peque.

 

Fé lix oyó las inapropiadas carcajadas y descubrió con asombro que salı́an an de é l, funestas y nacidas de la desesperació n; lentamente, como estaba muriendo su mundo. —¿Has oı́d doo algo de lo que se ha dicho aquı́, Gotrek? Altdorf ya no existe. Kat ya no existe. El Imperio ya no existe —dijo, alzando paulatinamente la voz y enfatizando cada una de las pé rdidas con una palmada al aire. y proteger, humano —airmó Gotrek con un timbre de —Aguantar voz cavernoso—. cavernoso—. Mantenerse siempre en pie hasta que Gazul te hienda. Fé lix tardó unos segundos en caer en la cuenta de que Gotrek estaba recitando las ú ltimas lı́ neas neas del juramento mediante el cual é l y Kat se habı́an an convertido en marido y mujer. Se habı́ an an desposado bajo las oscuras piedras del color del rubı́  del  del templo de Grimmir en KarakKadrin, y un Matador no pronunciaba a la ligera el nombre de Gazul, guardiá n de los honrosos muertos. La amargura de Fé lix se manifestó en un borboteo de carcajadas cuando extendió los brazos como si quisiera abarcar la oscuridad que los envolvı́aa.. Cada vez era má s fá cil. Las fronteras del Imperio se estrechaban como una soga alrededor de sus estaba cuellos. cerca,Era al otro muylado fá cildeabrazar esa puerta, la creencia bajo la lluvia. de que el inal de todo —Nos han hendido, Gotrek. Los ejé rcitos del Caos marchan por nuestros caminos, está n acuartelados en nuestras ciudades y ahora en Altdorf. —Fé lix se agarró un mechó n de pelo, como si quisiera arrancarse las canas—. Estamos acabados. —Cobarde. —¿Cobarde yo? —espetó —espetó Fé Fé lix lix con una furia desatada—. ¿Qué ¿Qué tiene de valiente negar la realidad? ¡Ya es hora de abandonar esa maldita tozudez y reconocer lo que está está ocurriendo! —Algunos mantenemos los juramentos que hemos prometido, humano. Fé lix apretó los puñ os y dijo con los dientes apretados: —¡Yo nunca rompı́ el  el juramento que te hice! —Ya, claro —resopló Gotrek—. Lo cumpliste al pie de la letra. —¿Qué́ insinú —¿Que insinú as? Gotrek hizo un gesto desdeñ oso con la mano y soltó un gruñ ido. Se volvió a mirar al cabo Mann, que habı́ a estado observando la discusió n con una expresió n de creciente terror. —Descartando la opció n de que esté is en connivencia con los Poderes Oscuros, ¿qué esperabais encontrar en Wolfenburgo? —Na… nada, la verdad, señ or enano. Pretendı́ amos amos seguir la carretera principal hasta allı́ , luego desviarnos hacia las Montañ as Centrales y rodearlas por el oeste hasta Middenheim. Una decena de hombres pueden defender la Fauschlag contra un millar. Archaon ya ha intentado ha fracasado; Altdorf allı́ perdida, es de la úahora. nica gran ciudad quetomarla aguanta.y Todo el mundocon se dirigirá  a partir  a

 

En el ú nico ojo de Gotrek apareció un brillo peligroso, como el de un enano con un juramento que mantener. —No —dijo Fé lix—, rotundamente no. Es un viaje de varios meses o má s, y sin ninguna garantı́ a de que en Middenheim encontremos algo má s que las hordas de Archaon esperando ante ella. —«Eso si tenemos suerte», pensó pensó , pero recordó recordó la posició posició n que ocupaba entre los hombres que tenı́Por a enuna torno y decidió n—. Es una locura. vez anoé l me parece reservarse mal el planesa de opinió Gustav. Nunca he estado en Averheim. Quizá el emperador se dirija allı́ . Y tal vez reciba la ayuda de los enanos; despué s de todo, no está lejos de las fortalezas de las Montañ Montañ as del Fin del Mundo. Los hombres prorrumpieron en un murmullo de aprobació n; en parte, sospechó Fé lix, porque la idea partı́a de é l, pero tambié n porque el úú nico enano que la mayorı́ mayorı́ a de ellos habı́a visto en su vida era Gotrek, y tener las espaldas cubiertas por un puñ puñ ado de Matadores era una idea tan atractiva como debı́a ser exasperante. Lo que no sabı́ an an era que Gotrek era un individuo excepcional, incluso entre los de su raza. El Matador mostró su desacuerdo con la idea con un gruñ ido al que Fé lix«Esesasintió es latentado manera dede recibir mantener con unlaaplauso moralsarcá alta stico. en el Fin de los Tiempos.» —¿Y por qué rodear las Montañ as Centrales cuando se pueden atravesar? La voz dé bil como un susurro de Lorin atrajo hacia é l la atenció n de todos los presentes. El barbiluengo insertó con mano temblorosa el bastó n entre el suelo del carro y el dintel de la puerta. El bastó n, de madera maciza, estaba recubierto de hierro y coronado por una empuñ adura con forma de martillo, de manera que en otras manos que no fueran las suyas habrı́a sido un arma bastante eicaz. El anciano y frá gil enano era ancho como dos hombres, pero estaba demacrado en un grado que Fé lix no habı́ a visto jamá s en alguien de su raza fuera de la sitiada fortaleza de los enanos de Karag-Dum. Bajo los dos ojos vidriosos le colgaban sendas bolsas hinchadas y rosadas. Desde una mejilla hasta la sien le ascendı́a una zigzagueante cicatriz en la que aú n se apreciaba lo atroz del mordisco y la inexperiencia de quien habı́ a cosido la herida. En ese lado de la cara no le crecı́ a la barba, salvo en un par de mechones ralos y quebradizos como un cı́ rculo rculo de humo expulsado a la lluvia, y lo cierto era que parecı́ an an realzar la pipa corta de madera que sostenı́a lojamente entre los labios. La pipa estaba vacı́a y apagada, pero tanto Lorin como su hijo le habı́an an asegurado a Fé lix que les gustaba recordar el sabor del tabaco. Al barbiluengo comenzó a temblarle el labio inferior a causa de la atenció n recibida y se aferró con fuerza al bastó n para mantener el equilibrio.

 

—Hay un camino. Gotrek, tú lo conoces: el camino de nuestros antepasados, a prueba de la astucia para encontrarlo de cualquier hombre o bestia. —¿Te reieres al camino subterrá neo? —preguntó Fé lix, apretando los puñ os para tranquilizarse y apartando con determinació n la mirada de Gotrek para evitar perder de nuevo los estribos. esas Gotrek montañcon as no fortalezas de loscomo enanos, humano,una ası́ que —En no —dijo unhay tono de hartazgo, si retomara vieja discusió n—. Y ya te lo he repetido una docena de veces, Lanarksson, lo de esos mı́ sseros eros picos só lo son leyendas, historias que no sirven para nada má s que para sacarle el oro a un enano en las tabernas. —No estoy hablando de minerales ni de piedras preciosas, como bien sabes, Gotrek. —¡Bah! Fé lix echó un vistazo al mapa. Nunca habı́ a estado en las Montañ as Centrales, ni, para ser sinceros, habı́ a sentido jamá s ganas de hacerlo. Ninguna criatura vengativa las habitaba ni corrı́ an an rumores de que en despó sus cumbres tico desde hubiera decadentes barones castillos. ladrones Simple quey ejercieran llanamenteun no poder habı́ a nada en aquellas montañ as, a menos que se estuvieran buscando interminables extensiones de roca cubiertas de nieve durante todo el añ̃ o. Incluso en las Montañ an Montañ as Grises habı́ a minerales suicientes para un puñ ado de clanes de enanos ebrios de cerveza, pero Fé lix habı́ a oı́do do a Gotrek hablar sobre los enanos grises con el mismo tono desdeñ oso que empleaba al referirse a los humanos. —Entonces, ¿qué se supone que hay exactamente en esas montañ as? —preguntó Gustav. —Cuentos de hadas má s viejos que tu Imperio —respondió Gotrek, y resopló con socarronerı́ aa—. —. Má s viejos que el nuestro incluso, si eres lo bastante idiota para creerlos. A Fé lix se le puso la carne de gallina. Se decı́ a que el fragmentado imperio de los enanos tenı́ a una antigü edad de casi diez mil añ os. La intuició́ n le decı́ a que un mito no perduraba tanto en el tiempo a menos intuicio que contuviera un gramo de verdad, y las leyendas antiguas de los enanos eran exactamente la clase de cosas que Fé lix preferı́ a evitar. Evocaban imá genes de cumbres altı́ simas simas y abismos insondables, de dioses con el corazó n de piedra y de armas rú nicas capaces de destruir montañ̃ as y dividir continentes. montan Por ené sima vez echó de menos a Max. No entendı́ a en qué se basaba Gotrek para poner tantos reparos, pues allı́  donde   donde se mirara se veı́a cumplirse una profecı́ a o reaparecer mitos olvidados. Incluso estando todavı́a en Kislev, hasta los oı́ dos dos de Fé lix habı́an an llegado rumores que Sigmar se habı́a alzado y estaba luchando contra las hordas dede demonios en Ostermark.

 

Sin embargo, Fé Fé lix lix habı́ a recorrido de punta a punta Ostermark, y si lo que vio era todo lo que podı́ a hacerse, incluso con la participació n de Sigmar, no se le ocurrı́a quié quié n má má s podrı́ a ayudarlos ahora. Gotrek se acarició acarició la barba con aire pensativo. pensativo. —He dicho que en las montañ as no hay fortalezas de los enanos, pero hubo una hace tiempo, hace miles de añ os. Y ya cobije o no otras cosas, lo que es que habrá tú neles—insistió en su interior. —¿Y esosestúindudable neles llevan a Middenheim? Gustav, que se ganó una mirada irritada del Matador. —Son los caminos secretos de los enanos —respondió Gotrek—. El humano, mi cronista, Lanarksson y Lyndun pueden acompañ arme. Los demá s ya nos habé is retrasado bastante. —Recorrió con la mirada la tienda sin un atisbo de cordialidad—. Desde este momento sois libres para hacer lo que os dé la gana. Un murmullo de desconcierto se extendió por la reunió n. Kolya enarcó las cejas como si no hubiera estado prestando atenció n a lo que se habı́a dicho hasta entonces. —Bueno… —comenzó a decir Lorin, a quien le temblaba la mejilla con bastócontracciones n, cuya base denerviosas madera maciza a pesar repicaba de quecontra aferraba la puerta—. con fuerza Dadas el las circunstancias, estoy seguro de que podemos hacer una excepció n. Puesto que nos enfrentamos al in del mundo, estoy convencido de que Grimnir entenderá entenderá que… —¡Deberı́a haber dejado que aquel chucho del Caos le diera un par de mordiscos má s a tu cabeza, Lanarksson! ¿Has olvidado lo que signiica ser un enano? Al barbiluengo le tembló tembló el labio. Gotrek siempre habı́ a sido un tipo severo, pero Fé lix no recordaba haberlo visto comportarse con una crueldad tan deliberada. El enano que ahora tenı́ a delante no era el mismo que aqué l al que habı́ a hecho un juramento de amistad regado con cerveza en una taberna de Altdorf muchos añ os atrá s. El Matador estaba amargado y atormentado, tanto por los horrores que habı́ a presenciado como por los que habı́ a perpetrado é l mismo, y las tinieblas se habı́aan n posado sobre é l como lo habı́ an an hecho sobre el mundo que le rodeaba. Ahora echaba la vista atrá s y le parecı́ a mentira que hubiera habido un tiempo en el que Gotrek fue alguien tolerante, pero habı́a ocurrido de verdad: habı́ an an disfrutado bebiendo cerveza juntos y fumando, en algunas ocasiones habı́ a llegado a hacer alguna broma e incluso habı́ a sonreı́do do con alguna ocurrencia de Fé lix; habı́ a disfrutado de la buena comida y habı́ a compartido la pasió n de todos los enanos por el oro y las viejas deudas. Era como si todo eso hubiera desaparecido y só lo quedara el duro nú́ cleo de hierro. nu El Matador.

 

—¿Vas a condenar a la muerte a todos estos hombres? —dijo Fé lix, furioso de nuevo, antes incluso de darse cuenta de que estaba hablando —. Y si insistieran en venir, ¿qué harı́ as? as? ¿Los matarı́ as? as? ¿Matarı́as as a mi propio sobrino? ¡Qué ¡Qué se podrı́ a esperar de un matahermanos! —¿Qué me has llamado? —espetó con tono amenazador Gotrek, encará ndose con Fé lix. —¡Sé queLlevo lo has demasiado oı́ do do perfectamente! lix a lasobre cara del Matador—. tiempo —replicó oyendo Fé hablar la superioridad del sentido del oı́do do de los enanos. Un residuo de sentido comú comú n instó instó a Fé Fé llix ix a que no siguiera por ahı́ , pero se sentı́ a como si se acabara de romper un dique dentro de é l. Gotrek habı́a matado a Snorri, el que mejor corazó corazó n tenı́ a de todos ellos. No habı́aan n hablado de ese tema desde Praag. Fé lix habı́ a intentado no pensar en ello. Ni siquiera Gustav o sus hombres habı́ an an necesitado una explicació n y todos habı́ an an ingido que nunca habı́ a ocurrido (ademá s de que tenı́an an sus propios motivos para olvidar esos acontecimientos). A veces Fé lix podı́ a creer durante varias horas seguidas que nunca habı́a pasado, pero entonces volvı́ a a oı́r el crujido de huesos partidos botas, ydelalarealidad dentro cabeza yregresaba a ver la sangre con toda corriendo su fuerza. por laFénieve lix habı́ entre a sido sus incapaz de encararse con el Matador entonces y desde ese momento le corroı́a el sentimiento de culpa, de modo que no estaba dispuesto a permitir que ocurriera lo mismo con Gustav, con Max ni con nadie. —Aquı́  el ú nico cobarde que hay eres tú , Gotrek. Eres terco, cabezó n y puedes correr a hundir la cabeza en las Montañ as Centrales si eso es lo que quieres, pero Gustav y yo llevaremos a nuestros hombres a Averheim. Gotrek le clavó clavó una mirada glacial. —¿Es tu decisió decisió n? Fé́ lix Fe lix dejó dejó salir el aire por la boca y asintio asintió́ con la cabeza. —Es nuestra decisió n, Gotrek, la de todos. Nada de lo que digas podrá convencerme para que abandone a estos hombres. —¿Nada? —Nada. —De acuerdo. Pues vayamos al grano. El impacto en el centro de la cara de Fé lix produjo un crujido y é ste retrocedió tambaleá ndose. Oyó lo que le pareció la acció n de desenfundar una pistola, pero perfectamente podrı́ a haber sido el sonido de los nudillos de Gotrek al partirle la mandı́ bula. bula. La incredulidad se apoderó de é l. ¡Gotrek le habı́ a golpeado! Nunca antes el Matador le habı́ a pegado. Las extremidades se le volvieron de gelatina cuando intentó desenvainar la espada, y vio las iguras difuminadas de dos Matadores que hacı́ an an crujir los nudillos justo en el momento previo a saltar por los aires.

 

Lo ú ltimo que pensó antes de impactar contra el suelo fue que estaba cayendo. Ya no tuvo tiempo de pensar nada má s, pues habı́ a perdido el conocimiento.

 

CAPÍTULO CUATRO Medio-Ogro Las llamas se alzaron bajo la lluvia, crepitando con furia como fogatas de rituales de sacriicio de dos metros y medio de altura. Ocho de esas hogueras formaban rde culoesaquemuralla cercaba parte de la plaza adoquinada. Al otro un ladocı́ rculo de una fuego se extendı́ a un rugiente mar de cabezas de bestias y yelmos puntiagudos, de trofeos enarbolados y de ondeantes estandartes. A pesar de que se oı́ an an centenares de voces, só só lo ocho individuos individuos eran visibles desde el interior del cı́rrculo culo de fuego: guerreros ataviados con sus mejores galas, con el arrojo y la convicció n necesarios para apoyar a un paladı́ n en oposició n a otro, formaban dos semicı́ rculos. rculos. Cada uno de ellos empuñ aba un arma. Los dos combatientes estaban desarmados. Khagash-Fé l deambuló por el margen de su lado del cı́ rculo con pasos de gigante. De sus anchos hombros caı́ a con holgura una armadura agrietada y antigua, compuesta por un arné s de negras y abolladas de sin acero cubiertas por yrunas desvaı́ dcolas as y rostros de placas demonios vidainfernal, en los ojos. Dos largas desgreñ adasdas de empapado pelo gris caı́an an por encima de ambas hombreras, y la barba cenicienta llegaba hasta la falda de la armadura. Khagash-Fé l la llevaba recogida en gruesas trenzas, al estilo de los traicantes de esclavos enanos que dominaban las tierras y la civilizació n de la estepa oriental. Estudió con su ojo bueno al rival que lo habı́ habı́aa retado. EE ste carecı́a de pá pá rpados, rpados, era blanco como la leche y ciego, devastado por los sucesivos sucesiv os anillos de la runa de esclavo superpuestos que le marcaban el costado izquierdo de la cara. El otro dormı́ a en el lecho de carne de su frente, y parecı́a un reguero de tenue luz del color del zairo que corriera por la parte superior de su rostro. Buhruk Toro de Destrucció n imitó sus movimientos con el descaro arrogante de un guerrero que triplicaba el peso de su rival y de su cuarteto de seguidores. Enormes, entremetidas placas de hierro y

 

bronce con pinchos repicaban con estré pito mientras el minotauro se movı́a, a, y tres crá neos con runas grabadas oscilaban colgadas de su cintura mediante sendas cadenas. En su gran cabeza, embutida en un negro yelmo de hierro con articuladas protecciones para las mejillas, brillaban con voracidad dos ojos como rubı́ ees. s. Desde detrá s de las protecciones para las mejillas surgı́ an an un par de cuernos corvos recubiertos de cuchillas dede acero. aliento caliente salı́ expelido de su hocico y empañ aba el aro lató nElque le perforaba las afosas nasales, y la angulosa marca de Khorne se enrojecı́ a fugazmente mientras el metal que la rodeaba se enfriaba. —Soy Buhruk, Toro de Destrucció n de Kislev —espetó con un buido el minotauro, pronunciando cada una de las palabras con un bramido que hizo que las llamas de los braseros se estremecieran y temblaran—. Sus pezuñ as son sus cenizas. Su sangre es la suya. Su manada sigue a Khagash-F Khagash-Feél porque quiere má má s guerra. —El minotauro dio una patada al suelo con una pezuñ a revestida de lató n y hasta el ú ltimo de sus abultados mú sculos se tensó convertido en un nudo de furia, y bramó hasta que el suelo pareció agrietarse—. ¡Má s guerra! ¿Dó nde ¿Dó Khagash-Fé está está n sus l miró crá crá neos? neos? a Buhruk ¿Dó ¿Dó nde con está está cara la victoria? de pocos amigos, con la má scara de imperturbabilidad tı́ p pica ica de los pueblos esteparios. Alzó alto en el cielo el brazo derecho y la lluvia corrió por su escariicado avambrazo. Su mano, al igual que su rostro, no estaba cubierta por la armadura, y la mostró a la multitud como si se tratara de una reliquia. La vejez lo habı́ a llenado de manchas amarillas y estaba cubierta de desvaı́dos dos tatuajes tribales que ahora parecı́an an simples moratones. moratones. —Soy Khagash-Fé l, y ya me conoces. —Su voz presentaba las mismas grietas que su armadura, abismales como el inierno que aguardaba a este mundo, y se abrió paso a travé s del martilleo de la lluvia como un escudo con los bordes cortantes para que todos la oyeran y pudieran dar testimonio de lo que decı́ a—. a—. Con esta mano derroté a Bzharrak el Negro y lideré el levantamiento ante las Puertas de Zharr. Fui yo quien tomó la iniciativa en las Montañ as de los Lamentos y quien acabó con Gullgor Tripa Tronante y sumó sus tierras a las nuestras. —Bajó el brazo y barrió el aire con é l para abarcar todo el cı́rculo, rculo, señ alando los rostros en penumbra que se atisbaban má s allá de la luz de las antorchas—. Fui yo quien os aportó el poder de los Grandes Dioses, quien os concedió la libertad y luego la gloria. Somos un pueblo unido, y nos aguarda una gloria inimaginable en los dı́ as as venideros. Só lo el tamborileo de la lluvia sobre las piedras y el siseo de las llamas azotadas por la tormenta rompieron el silencio reverencial que provocaron prov ocaron sus palabras, hasta que estalló estalló la atronadora y jadeante risa de Toro de Destrucció n.

 

—Toma las armas, Buhruk, si confı́ as as en que puedes encontrar la hueste de Archaon antes que yo. De lo contario abandona ahora mismo este cı́rculo rculo y no vuelvas a desaiarme. Buhruk le respondió con un buido feroz y luego giró el cuello. Las cuchillas que coronaban sus cuernos despidieron un brillo dorado la luz del fuego. —Medio-Hombre y lampiñ o. Toro de Destrucció n no necesita armas. Pero esesla pequeñ tradició tradicioó n… Sin despegar de Khagash-Fé l las dos cuentas que tenı́ a por ojos, el minotauro volvio volvió́ la cabeza hacia sus seguidores. E stos consistı́an an en tres hombres bestia de constitució n fuerte, vestidos con unos trajes que no eran de su talla pero ligeramente ornados con franjas de cintas de acero, y faldas de malla hasta las cernejas. Abrochadas alrededor del cuello llevaban unas pieles de animales. En la oscuridad habrı́ a sido fá cil confundirlos con unos lanceros alados de Kislev. El cuarto era un guerrero del Caos con un siniestro peto negro recorrido por cı́rculos rculos de pinchos, grabados de lató n y unos cuantos ganchos truculentos de los que colgaban partes de cuerpo y trozos de pergamino. Khagash-Fé l tenı́aabajo su mando centenares de guerreros leales como é l y desconocı́ el nombre de é sea en concreto, pero recordaba que se trataba de un hombre de la manada del Imperio y que habı́ a sido un eminente paladı́n por derecho propio hasta que Khagash-Fé l lo habı́ a aplastado y se habı́ a apropiado de sus hombres. Sus costumbres y su forma de pensar resultaban extrañ os para un hombre de la estepa. Al parecer, en el Imperio un señ or daba por descontada la lealtad de sus guerreros, que se la profesaban sin rechistar. Entre las tribus, un señ or podı́ a comprar la lealtad de los guerreros má s fuertes con regalos y gloria. Y lo que era aplicable a los hombres tambié tambié n lo era a los dioses, aunque a mayor escala. Uno de los enormes hombres bestia se estiró para entregar a Buhruk una gigantesca maza con pinchos que é ste tomó y blandió sin esfuerzo aparente en su monstruosa mano. Una sonrisa llevó al lı́ mite mite la capacidad de autocontrol de KhagashFé l. El zumbido de energı́a demonı́aca aca le saturaba las tripas y el ardor guerrero le recorrió las venas como los acueductos de fuego que alimentaban la desolació n de Zharr. En momentos ası́  era   era cuando uno sentı́a la conexió n con el Caos. Un hombre podı́ a obtener placer de matar, de llevar a cabo una carnicerı́ a y de la iesta que la seguı́ a. a. Era una majaderı́a llevar una vida vacı́ a prescindiendo de los obsequios de todos los dioses y aceptando só só lo los de uno. El Ojo de Katchar se abrió abrió en su frente. Un murmullo de terror y de asombro se propagó entre los guerreros que observaban la escena, y se extendió convertido en el profundo bostezo del tiempo mientras ééhasta ste ste parecı́ a detenerse de Khagash-Fé l, quien podı́a distinguir la ú ltima lenguaalrededor de fuego

 

que se alzaba desde las antorchas y la má s minú scula gota de lluvia que se fragmentaba en microscó picas y brillantes partı́ culas culas de agua al impactar contra el yelmo de Buhruk. En contraste con la colosal igura casi inmó vil del minotauro, en torno a é l danzaban unas sombras de color sepia que representaban un batiburrillo inconexo de acciones, reacciones y posibilidades. Khagash-Fé l notó có mo se le aceleraba el corazó n. Hasta La la má s fugaz e incoherente visió n deldefuturo resultaba embriagadora. tentació n de continuar mirando, averiguar má s, siempre estaba presente, pero la reprimió con su fuerza de voluntad. Ver todo lo que el Ojo tenı́a para mostrarle lo conducirı́a a la locura. Esa profecı́a era propiedad exclusiva de los dioses. Khagash-Fé l extendió una mano en demanda de un arma mientras absorbı́a todo lo que podı́ a sobre el má s probable desarrollo de los acontecimientos inminentes. Su mano se movió hacia los hombres de las tribus con las armaduras de escamas de cuero como si estuviera sumergido en agua. De las ocho armas que le ofrecieron eligio eligió́ un hacha, y por un instante el futuro perdió toda su incertidumbre y se volvió claro. Entonces el Ojo de Katchar se cerró . Khagash-Fé l pestañ eó para recuperarse del momento de desorientació n: la al sensació n demientras limitacióel n que invariablemente le sobrevenı́ a al regresar presente mundo recuperaba su ritmo y su color habituales. Levanto Levantó el hacha. —Acepto tu desafı́o, o, Buhruk. El minotauro sacudió la cabeza como si estuviera bregando contra una posesió n demonı́ aaca, ca, y luego lanzó un bramido y cargó hacia Khagash-Fé l con los cuernos por delante. Khagash-Fé l contempló la igura de Toro de Destrucció n, que se cernı́a sobre é l y expandı́ a su inmenso torso para descargar un mazazo con el que pretendı́ a hacer trizas el crá crá n neo eo del paladı́ n de un solo golpe. Exactamentee como habı́a previsto. Exactament Khagash-Fé l hundió la cabeza de su hacha en el estó mago desprotegido de Toro de Destrucció n y el golpe arrancó un estertó reo resuello de aire putrefacto del minotauro, que hincó una rodilla en el suelo. Khagash-Fé l dio un paso lateral, giró el hacha para empuñ arla cabeza abajo y sajó con ella la protecció n para la mejilla del minotauro. El costado del yelmo de Buhruk se convirtió en una fuente de sangre y de chispas metá licas. Khagash-Fé l se colocó detrá s del minotauro y levantoó el hacha por encima de la cabeza para éé xtasis levant xtasis de la multitud. Buhruk se levantó lentamente y se volvió , limpiá ndose el hocico sangriento con la muñ muñ eca. —Has cometido la estupidez de provocar a Toro de Destrucció n, Medio-Hombre. Voy a romperte los huesos y a beberme sus jugos. Khagash-Fé l le invitó a cumplir su amenaza con un gesto con el hacha. Nada complacı́a má má s a los dioses que la teatralidad.

 

El minotauro emitió un aullido de furia primaria y fue hacia é l, desgarrando el aire con golpes arrebatados como si fueran un aluvió n de cohetes. Khagash-Fé l los esquivó y los bloqueó , siempre adelantá ndose a cada mazazo, y cada vez que Buhruk hacı́ a una pausa en su ataque para recuperar el aliento, Khagash-Fé l aprovechaba la ocasió n para contraatacar, y con su hacha abrı́ a cortes supericiales de los que brotaba sangre que del regaba los de adoquines del suelo. má Loss aullidos procedentes delfresca otro lado cı́ rculo rculo fuego expresaban rabia con cada nuevo derramamiento de sangre. El Ojo de Katchar no podı́ a desvelar todas las posibilidades, pero Khagash-Fé l se habı́a convertido en un experto en separar lo improbable de lo má s probable; sobre todo cuando tenı́ a enfrente un ariete como Buhruk Toro de Destrucció n. El torso del minotauro se hinchó como si estuvieran apretá ndole la cintura y su maza descendió por el aire como un meteorito. KhagashFé l hizo el ademá n de echarse a un lado, pero entonces gruñ ó . Habı́ a llegado el momento de que Toro de Destrucció n y sus seguidores vieran a quié n habı́ an an desaiado, ası́   que levantó una mano para cubrirse la cabeza;a la mazauna delrodilla minotauro impactó la palma abiertatrizas y lo obligó clavar en el suelo. Loscontra adoquines se hicieron debajo de é l y los fragmentos de piedra rebotaron en las armaduras de los dos guerreros. El bramido de victoria de Buhruk se tornó en un buido de incredulidad cuando se disipó la nube de polvo y Khagash-Fé l apareció ante sus ojos vivo y sin un rasguñ o, sujetando irmemente con una mano la maza del minotauro. Khagash-Fé l giró el mango del arma y lanzó por los aires a Buhruk de una patada en el estó mago mientras se levantaba. Khagash-Fé l notó có mo comenzaba a latirle con fuerza el corazó n dentro del pecho, y casi podı́ a oı́r el errá tico aporreo retumbando debajo del peto de su armadura. Con una disciplina forjada a lo largo de los siglos, mantuvo el gesto fé rreo, como si fuera una má scara de acero infernal, mientras lexionaba los dedos anillados. Por dentro se estremeció estremeció , pues lo cierto era que el golpe le habı́ a dolido. —Tu propio dios me preiere a mı́   antes que a ti, Toro de Destrucció n. Ningú n arma de fuego ni nacida del fuego puede hacerme dañ o. Las llamas de las antorchas danzaron agitadas por los tumultuosos rugidos que le aclamaron. —¡Otra! —bramó Buhruk, extendiendo una mano hacia sus seguidores para que le dieran un arma; cualquier arma. El guerrero del Caos de negra armadura estuvo má s rá pido que las bestias que tenı́a al lado, partió su lanza y arrojó la mitad con la punta de acero al interior del cı́ rrculo. culo. Buhruk la cazó al vuelo con un puñ o inmensodey, la blandié ndola como siamenazante, fuera una lanza corta, tiempo la alzó que por encima cabeza en actitud al mismo

 

enarbolaba la maza como si ambas armas formaran parte de una monstruosa má quina de guerra poseı́ da da por el demonio. Los hombres bestia que observaban desde las sombras aullaron como lobos hambrientos y acallaron los chilidos de los hombres de las tribus que abucheaban aquella transgresió transgresió n de la ancestral tradició tradició n del desafı́ o. o. Khagash-Fé l retrocedió con cautela. El Ojo de Katchar ya le habı́a mostrado lo sus queseguidores estaba ocurriendo. Arrojó el hacha fuera delfavorita. cı́ rculo, se volvió hacia y pidió con voz tronante su arma —Sö̈ nö —So nö gch, una espada. Un guerrero de gran estatura, cubierto con una loriga y un yelmo có nico de cuero con un penacho de crin de caballo, acató la orden. Cuando la espada salió volando de la mano de su Sö nö gch, Khagash-Fé l reparó en una quinta igura que se habı́ a sumado al grupo de sus seguidores. El tiempo pareció detenerse de nuevo, como si el Ojo de Katchar volviera a mostrarle el futuro. La espada quedó suspendida en el aire como si estuviera encerrada en un bloque de cristal. Al lado de Sö nö gch, chamáun n, Nergü i, era un festival de color con su larga tú nica azul que el imitaba plumaje. Plumas de á guila, dientes de animales y piedras preciosas brillaban a la luz de las antorchas. Docenas de collares de cuentas adornaban su cuello y sus hombros enjutos. Un elaborado tocado de plumas le protegı́ a las curtidas facciones de la lluvia y de las antorchas. Só lo sus penetrantes ojos de color á mbar brillaban en la penumbra de su rostro; y por un breve momento se cruzaron con los de Khagash-Fé l. Nergü i hizo un gesto de negació n moviendo la cabeza de un modo tan sutil que ni siquiera hizo sonar las campanillas cosidas a las «plumas» de seda de su tú tú nica. La espada entró entró volando en el cı́ rculo rculo con una lentitud celestial. Khamgiin. Khagash-Fé l comenzó a sentir un martilleo insistente dentro de la cabeza. El crujido de su avambrazo izquierdo delató delató el hinchamiento de su bı́cceps eps cuando apretó los puñ os; unos puñ os que estaban adquiriendo un oscuro color rojo como el magma. De las articulaciones de la armadura, allı́  donde  donde las gotas de lluvia entraban en contacto con su piel, salı́a despedido vapor. Su úú ltimo vá vá stago stago estaba muerto. Khagash-Fé l abrió la boca como si fuera a proferir un grito, pero de ella no salió má s que un zumbido extrañ o y hueco, como el de un enjambre de avispas enloquecidas encerradas en un tarro. Notó una opresió n creciente en el estó mago, como una arcada, só lo que mucho má s intensa y dotada de una voluntad propia contra la que era inú til luchar. Todo su cuerpo despedı́ a vapor mientras se le desencajaba la mandı́bula bula con un atronador crujido y se le abrı́a la boca un poco má má ss..

 

La espada llegó a é l y Khagash-Fé l la desvió de un manotazo y la envió́ al suelo. envio Todo recupero su deinició n. Buhruk bramó un nuevo desafı́ o y enarboló la lanza al mismo tiempo que Khagash-Fé l por in lanzaba su propio grito de desafı́ o, o, un rugido que le salió de las entrañ as y surgió de su mandı́bula mandı́ bula desencajada como un enjambre de moscas y pestilentes. Toro de Destrucció n agitó la maza ante el abotagadas enjambre con la misma efectividad que si tratara de detener la propagació n de un fuego descontrolado con una escoba, y un segundo despué s estaba cubierto por las moscas. El minotauro gritó como si estuvieran consumié ndolo las llamas y se revolvió con frenesı́ recubierto   recubierto por una segunda piel de criaturas que chillaban estridentemente, hasta que dio un par de pasos tambaleantes y inalmente se desplomó desplomó de bruces. Al impactar contra el suelo, su titá nico cuerpo estalló en pedazos; gruesos huesos y lá minas de armadura se amontonaron sobre los adoquines y toda el á rea del cı́rculo rculo se llenó llenó de pú pú tridos cuerpos quitinosos. Khagash-Fé l inspiró hondo y movió la mandı́ bula bula hasta que consiguió de nuevo. fulgor de su furia se apagó que só lo quedóencajarla una pequeñ a llamaElresidual, como las ascuas trashasta un fuego infernal. —¿Alguien má má s quiere desaiarme? Hombres y caballos atestaban el camino de la estrecha calle y no se oı́a oı́ a má s que el crujido de las armaduras de piel de toro reblandecidas por la lluvia y las risas de la ebriedad. Khagash-Fé l y Nergü i recibı́ an an a su paso las ovaciones por su victoria. Los zuecos de hueso del chamá n repiqueteaban en los adoquines, y las cintas de empapada seda azul que componı́an an su tú nica se arrastraban por el caudaloso rı́ o de excrementos que corrı́a por un sumidero situado en el centro de la calle. Una rata del tamañ o de un zorro y cubierta de ampollas se escabulló desde un portal chapoteó enlalacalzada corriente. Las fachadas con entramado de madera queylanqueaban adoquinada estaban cubiertas con toscos dibujos de espı́rritus itus de la estepa: Katchar, el á guila que todo lo ve; Khorû ne, el caballo de guerra; Nhorg, el cuervo carroñ ero y heraldo de la pestilencia; Silnaar, el sabueso, el juerguista… O los má s recientes sı́ mbolos mbolos de los Grandes Dioses que representaban. Otros muros habı́an an sido derribados y yacı́an an convertidos en pilas de escombros sobre las que niñ os sarnosos formaban tribus que luchaban con el in de obtener el aplauso de sus mayores. La paja de los techos se habı́a destinado a los caballos. Tiendas de campañ a confeccionadas con cuero de caballo protegı́ an an de la lluvia en medio de las ruinas: monó tonas estructuras con forma có nica, recubiertas con pieles y pellejos, ijadas a los escombros mediante piquetas de hueso.

 

Incluso estando entre los muros de la civilizació n que habı́ an an arrasado tras cruzar montañ as, las tribus preferı́ an an las comodidades de sus tiendas. En otro momento habrı́a resultado có có mico. Khagash-Fé l eniló hacia un ediicio de piedra que habı́ a perdido la fachada y de cuyo tejado só lo quedaba el esquelé tico armazó n de vigas de madera; a travé s de é l entraba la lluvia hasta los hombres encorvados los tonas yunques humeantes que habı́ a debajo,eldonde retumbaban sobre las monó notas de los martillos golpeando duro hierro. Una serpentina de chispas salió disparada a travé s del hueco de la pared desmoronada, chisporroteando de manera intermitente, mientras un herrero con la piel cubierta de tatuajes apretaba la espada que sujetaba con ambas manos contra la rueda de ailar. —¿Qué́ tal, Darhyk? —¿Que El herrero alzó alzó la cabeza y sonrió sonrió al oı́ r su cavernosa voz. La cabeza, afeitada salvo por una coleta de pelo negro que se enrollaba en torno a su cuello para que no le estorbara mientras trabajaba, relumbraba con una mezcla de agua de lluvia y de sudor. Una marca similar a la que Khagash-Fé l exhibı́a en el rostro (que los habı́ a identiicado como propiedad de las acerı́ as de as le habı́a devastado media cara. Los tatuajes tribales deZharr-Naggrund) su torso se contorsionaron cuando apartó la espada de la rueda y la sostuvo ante los ojos tapados por una apretada venda negra. Recorrió con los dedos, a ciegas, el suave y curvilı́neo neo ilo. —Es una buena hoja, Señ or de la Guerra. ¡Lo que darı́ a por poder verla! —No serı́aass el primero. Y lo que quiera que fuera que dieras, ella te lo arrebatarı́a. a. Y no serı́ a lo ú nico. El herrero suspiró y bajó la relumbrante hoja hasta situarla a un pelo de la rueda de piedra giratoria. Nergü Nergü i se volvió volvió con determinació determinació n hacia la calle y sacudio sacudió́ los hombros con vehemencia. —De modo que es una dama real —dijo Darhyk—. Yo en tu lugar habrı́a dejado que bailara con Toro de Destrucció n. —Ildezegtei Ildezegtei no  no se rebaja a esos jueguecitos. Ademá s, tampoco me habrı́a perdonado que interrumpiera sus servicios. —De todos modos los dioses ven tu victoria —dijo Darhyk, que se besó la yema del dedo y se la llevó al corazó n. Luego señ aló al norte, en direcció́ n al hogar de los Grandes Dioses—. Ahora rezo por tu hijo. direccio Khagash-Fé l miró a Darhyk con el gesto pé treo. —Los dioses prestan poca atenció n a mis plegarias, viejo amigo. Dudo que atiendan las tuyas. —Claro, Señ or de la Guerra —se apresuró a responder Darhyk, que volvió a presionar la hoja contra la piedra de ailar con un grito de entusiasmo que sonó casi de placer. —Por aquı́  —murmuró Nergü i con alivio cuando se alejaron del taller del herrero.

 

Habı́a guerreros por todas partes: cantando, bebiendo, arrojando huesos, dá ndose un festı́n alrededor de grandes hogueras encendidas en hoyos cavados en los adoquines, luchando… Cualquier cosa que los ayudara a hacer má s llevaderas las largas semanas mientras los exploradores explorad ores buscaban el rastro de los ejé ejé rcitos rcitos del Imperio y se pasaba a la siguiente fase de la guerra. De vez en cuando los acompañ aban algunos hombres bestia, pero mucho que eran el Findemasiado de los Tiempos los hubiera unido, la ancestral razapor y los hombres distintos como para mezclarse, y las manadas se mantenı́an an en su mayor parte en el interior del bosque, al otro lado de las murallas. Khagash-Fé l habı́a llegado a odiar aquellos bosques con toda su alma. Para é l eran un territorio extrañ o, ajeno. A veces los veı́ a como una muralla alrededor de la ciudad concebida para retenerlos a é l y a sus jinetes guerreros en lugar de impedir la entrada de invasores. Desde los ediicios má s altos de la ciudad parecı́ an an extenderse hasta el ininito, y no sorprendı́a que ni siquiera las interminables legiones de Archaon desaparecieran en ellos sin dejar rastro. Habı́ a dı́as as en los que resultaba muy sencillo pensar que no existı́ a nada má s que bosque, que el mundo otro lado lı́mites mites ya habı́ a sucumbido Reino del Caos y quealeste puñ pun ̃ adode de sus piedras azotadas por la lluvia eraaltodo lo que quedaba. Los dioses lo habı́ an an guiado hasta allı́ . Lo habı́ an an sacado de la batalla con las fuerzas de Greasus Diente de Oro y lo habı́ an an convocado en aquel lugar tan extrañ o; y no aceptaba la idea de que los dioses hubieran llamado al poderoso Khagash-Fé l sin una buena razó n. Ojalá le enviasen una señ señ al, una pista de la extraordinaria extraordinaria tarea que habı́ a ido a desempeñ desempeñ ar allı́  y  y de dó dó nde tendrı́a lugar. Sin embargo, lo úú nico que habı́ an an hecho era arrebatarle a su hijo. Y si las tribus no partı́ an an pronto de aquel lugar para emprender nuevas conquistas, Buhruk Toro de Destrucció n no serı́ a el ú ltimo paladı́n que morirı́ a a sus manos. Despué s de caminar alrededor de media hora entre ruinas y miseria llegaron a una pequeñ o campo cubierto de maleza cercado en tres de sus cuatro lados por unos altos ediicios de piedra con las azoteas rudimentariamente almenadas. Los hombres del Imperio (soldados de Hochlander) habı́ an an librado allı́  la   la ú ltima batalla: grupos de lanceros y alabarderos bloqueaban el camino y el campo mientras sus temibles riles largos escupı́an an fuego desde las terrazas de los alrededores. Habı́a habido allı́  balas de paja y dianas circulares sostenidas por medio de puntales de madera; habı́ a sido un campo de entrenamiento donde los hombres practicaban sus habilidades en la lucha. Pero eso ya formaba parte de la historia. Ahora era el reino de Nergü i, un lugar con un pie en el estribo de la ú ltima cabalgada. Allı́  era adonde los chamanes llevaban a los heridos y a los enfermos.

 

Era un lugar donde Khagash-Fé Khagash-Fé ll,, bendecido por los dioses, no habı́ a tenido motivo para visitar antes. Nergü̈ i se levantó Nergu levantó la tú tú nica para evitar que tocara el suelo sue lo y avanzó avanzó penosamente por el lodazal en el que las sucesivas lluvias y las bestias de guerra hambrientas habı́ aan n convertido la hierba. Hacı́ a tiempo que habı́aan n desaparecido de allı́  las dianas y los hombres de paja, sustituidos por con un otras, nú mero tiendas de campañ conectadas unas cada incontable una de ellas de lo suicientemente grandea como para albergar en su interior varias cá maras separadas por gruesas paredes de pieles. A diferencia de las tiendas de los guerreros, má s funcionales, é stas eran de un lustroso color blanco, confeccionadas con las pieles de los pegasos albinos que habitaban en los picos má s altos de las Montañ as de los Lamentos, y relumbraban con los aceites aromá́ ticos aroma ticos que ardı́aan n en su interior. En la cara exterior de las pieles se apreciaban sı́m mbolos bolos rú nicos y amplios motivos que brillaban con la humedad. Elaborados cazadores de espı́ritus ritus hechos con plumas y cuentas y trozos de seda blanca revoloteaban entre las estructuras como polillas intentando llegar a las pieles iluminadas. Campanillas de viento emitı́de ananillas an su canto coloridos banderines prendidos a quejumbroso, ambos lados, yrecorriendo las tiendasondeaban hasta la apertura en la parte superior, por donde nubes de humo con olor a incienso salı́an an a la lluvia. Nergü̈ i eniló Nergu eniló con paso decidido hacia el complejo de tiendas. Hombres má s jó venes que é l y ataviados con ropas similares aunque menos ostentosas correteaban de una tienda a otra, movié ndose con determinació n para proteger de la lluvia viales con ungü entos y cestas llenas de hierbas que desprendı́ an an un olor empalagoso. Un puñ ado de corpulentos chamanes deambulaba entre las tiendas, olfateando las entradas como perros de caza recie recié́ n llegados a la aldea de un desconocido. Khagash-Fé l percibió en el aire la tensió n inconfundible, a veces conlictiva, de la magia. Eso despertó un rasgo supersticioso y primario que pervivı́a en un rincó n de su mente y que se vio avivado por el murmullo de los cantos de los chamanes, el olor del incienso y el sobrecogedor sobrecogedor sonido de las campanillas. Nergü i se detuvo ante la puerta de una tienda que parecı́ parecı́aa ligeramente distinta del resto. El dintel consistı́ a en un oscuro crá neo con cuernos, lanqueado por un par de postes. Sobre cada uno de ellos se habı́a colocado un plato de bronce, cubierto, lleno de aceite, del que ascendı́a una llama verdosa. Khagash-Fé l aspiró el olor a hierba silvestre y por un instante se sintió otra vez a lomos de su caballo, cabalgando por la desolada estepa con el viento despeiná despeiná ndole, ndole, seguido ú nicamente por una veintena de hombres. Borró de la cabeza ese recuerdo. Habı́an an pasado varios siglos desde entonces, y ahora estaba rodeado de áá rrboles, boles, lluvia y oscuridad.

 

La entrada estaba cerrada por una gruesa puerta de seda con borlas. Nergü i tendió una mano para abrirla una fracció n y del interior salió una rá faga de aire que apestaba a sudor. Hasta los oı́ dos dos de Khagash-Fé l llegó el murmullo de una salmodia y el repiqueteo sordo de las varillas funerarias procedentes de dentro. El chamá chamá n esperó esperó . Khagash-Fé l se armó delovalor. la mirada enemigo signiicaba reconocer que se temı́ aa,Evitar , y Khagash-Fé l node tenı́un a miedo de nada. La pé rdida de un hombre, incluso la suya, era insigniicante en el recuento inal. Los fuertes continuaban adelante, los que laqueaban perecı́aan. n. Los dioses permanecı́an. an. Hizo un gesto airmativo con la cabeza, se agachó para no chocar con el crá crá neo neo del dintel y entró entró en la penumbra de la tienda. A un guerrero no se le regalaba el sobrenombre, se lo ganaba, y Khamgiin el UU ltimo habı́ a conseguido el suyo despué s de haber sido el ú nico superviviente de cuatro hermanos en una incursió n por los Desiertos del Norte para llamar la atenció n de los dioses. Ahora yacı́ a en su lecho de muerte —una estera confeccionada con crin de caballo y hierba—, con las manos entrelazadas sobre el ancho torso cubierto por una camisa de seda. Si bien Khamgiin no poseı́ a los dones de su padre, compartı́a con Khagash-Fé l su gran estatura. Resultaba extran extrañ̃ o verlo despojado de todo ornamento. El equipo de guerra de un guerrero del Caos era una muestra del favor de los dioses y no se retiraba tan fá cilmente, pero una vez que Khamgiin habı́a perdido ese favor, su armadura se habı́ a desprendido de é l como la corteza de un á rbol muerto. Ahora evocaba en Khagash-Fé l el recuerdo del hombre, del muchacho, que un siglo antes habı́ a montado el caballo má s testarudo y se habı́ a adentrado en las tierras kurgan del norte. Eso despertó en su interior una extrañ a sensació n de añ oranza que no fue capaz de situar ni de describir. La habı́ a deinido perfectamente a la primera. Era… extrañ a. Nergü i bailaba y murmuraba, a veces se acompañ aba con un canto lento y agitaba las anchas mangas de su tú nica en el aire y luego recuperaba el ritmo anterior. Por todo el espacio se habı́an an colocado estraté gicamente unos pequeñ os cuencos con aceite prendido, y que producı́ aan n má s humo que luz; ademá s, las tapas de lató n, con los desasosegantes dibujos de sus oriicios, reducı́ aan n aú n má s el tenue resplandor que emitı́an, an, y convertı́an an las paredes en escenas cambiantes del corazó n del inframundo. El tarareo oscilante del chamá n y el rı́ tmico tmico entrechocar de las varillas funerarias de sus acó́ litos aumentaban la sensació aco sensació n de irrealidad de la atmó atmó sfera. Khagash-Fé lplumas. devolvióEra la una atenció n a su hijo. Sobresobre el cuerpo habı́a desparramadas tradició n interrogar el futuro

 

los muertos antes de incinerarlos, pues de la misma manera que un hombre a lomos de un buen caballo, su vista llegaba má s lejos y estaba má s despejada que en el caso de un hombre con los pies clavados en el suelo mortal. Khagash-Fé l examinó con atenció n la disposició n de las plumas caı́das das sobre su cuerpo, pero a pesar de la clarividencia que le proporcionaba el Ojo de Katchar, carecı́a de los conocimientos para interpretardelaloprofecı́ a. Tendrı́ a. a que hablar con su Nergü enterarse que habı́ a averiguado su hijoluego durante viajei para hastaque los dominios de su patró patró n. —¿Qué́ poderoso paladı́n te derrotó —¿Que derrotó , Khamgiin? ¿Dó ¿Dó nde está está n? n? Sabı́a que no iba a obtener una respuesta, y no estaba seguro de qué le habı́ a llevado a formular las preguntas. Tal vez fuera el juego de luces y sombras proyectado sobre el rostro de su hijo. Por un momento habı́a dado la impresió impresió n de que los pá pá rpados rpados de Khamgiin se separaban con un temblor y dejaban al descubierto dos negrı́ simos simos pozos abismales. El canto de Nergü i se convirtió en una especie de melodı́ a onı́rrica ica y Khagash-Fé l se dejó llevar por el impulso de arrodillarse al lado de Khamgiin y posar una mano sobre las de su hijo. Las manos de Khamgiin gen idas y frı́as, as,laspero sintio punzada de dolorpor justo detrá s de estaban la frenterı́gidas cuanto tocósintió . Laś una sombras danzaron el rostro inmó vil de Khamgiin, hundieron un poco má s sus ojos y resaltaron sus pó mulos; se escindieron alrededor de los labios e introdujeron por su boca la oscuridad reinante, como si fuera una ú ltima inspiració n, en los pulmones del cadá ver. Khagash-Fé l reprimió el impulso de apartarse y afrontó la sensació n de extrañ eza y de miedo mortal que asolaron su corazó n. Apretó́ la mano en torno a las de su hijo. Apreto —¿Quié́ n te ha matado? —¿Quie —¿A quié quié n esperas que responda, Medio-Elegido? Medio-Elegido? La mano con la que Khagash-Fé l apretaba las de Khamgiin se puso rı́gida. gida. Los cartı́ llagos agos crujieron bajo sus dedos. En la tenebrosa má scara que era el rostro de su hijo no habı́a ningú n rastro de dolor. —¿Con qué derecho te atreves a preguntar? Un dolor lacerante atravesó el Ojo de Katchar hasta su cerebro. Khagash-Fé l gruñ ó de dolor, como si le hubieran obligado a mantener los ojos abiertos ante un resplandor cegador. O una impenetrable oscuridad. El dolor se transformó en una imagen, ajena a é l y borrosa, teñ ida de azul, pero en ella distinguió a Khamgiin. Su hijo llevaba puesta la armadura con la que lo habı́ an an obsequiado los dioses y caminaba con paso decidido a travé s de una manada de hombres bestia en direcció n a un apretado grupo de hombres apostados en la cima de una colina. Eran hombres del Imperio. Soldados de Hochlander. Sus lanzas despedı́an an un brillo verde y azul. esos hombres no podı́ an an haber derrotado UU ltimo. Intentó Intento tomar pero el control dehacerlo. la visió visió n mental y avanzar en al el desarrollo de la ́ escena, no pudo

 

—¿De qué qué te sirve tu perspicacia? Una segunda punzada de dolor y el Ojo se abrió lentamente, como un dragó n al que despertaran de su letargo. Su mente recibió de repente un caó tico aluvió n de lugares y de gentes, de futuro y de pasado. Un musculado enano Matador se abrió paso violentamente a travé s de la masa deunas hombres bestia que intentaban abatirlo. En su hacha relumbraban runas que hirieron al Ojo, que apartó aparto ́ rá rá p pidamente idamente la vista de ellas y pasó por contornos y colores convertidos en una difusa mancha de acuarela hasta un viejo espadachı́ n rubio con una capa roja que exhibı́a una destreza fuera de lo comú comú n con su espada rú rú nica. En Khagash-Fé l nació de inmediato un odio hacia aquellos dos, incluso un temor. Mientras seguı́a observando la escena, los hombres bestia a los que se enfrentaba aquella pareja comenzaron a volverse volverse borrosos hasta que se convirtieron en algo completamente nuevo; algo demonı́aco. aco. Ahora las criaturas tenı́an an la piel oscura y unos rostros desencajados y malvados. Sus extremidades estaban dotadas de incontables articulaciones y separecı́ agitaban con frenesı́   mientras atacaban con unas garras negras que aan n cuchillos. El enano se abrió paso entre ellas con la misma resolució n, seguido de cerca por el humano. Ambos luchaban espalda con espalda mientras se adentraban en lo que parecı́a ser una fortaleza, en cuyas altas paredes de basalto relumbraban runas de un plateado color rojo. —¿Alguno de esos dos mató mató a mi hijo? Una risita llegó llegó desde las tinieblas. —No será Altdorf, ni Middenheim, ni ninguna de las grandes ciudades de esta é poca la que verá el inal del Matador. ¿Qué mejor lugar que los salones del primer Matador para que el gran Matador encuentre su destino? —Esto no tiene nada que ver conmigo. Los dioses me han enviado al oeste para que participe en la batalla inal —gruñ ó Khagash-Fé l. Se sintió como si estuviera elevando una sú plica, como si estuviera arrodillado ante uno de esos dioses. El corazó n le latı́ a con tanta fuerza que lo sentı́a dentro del pecho como si hubiera doblado su tamañ tamañ o. Los labios negros de Khamgiin se fruncieron para esbozar un gruñ ido. —Te llamó un dios, Medio-Elegido. Un dios no se olvidó de su poderoso paladı́n del este y te encomienda una misió n má s importante. Mi objetivo es el auté ntico objetivo del Caos, y pocos son los que se han ganado la ira del Caos como lo han hecho esos dos necios. El Ojo de Khagash-Fé l recibió otra punzada de dolor y la visió n se centró en el hombre y en el enano; é ste repartı́ a golpes a diestra y siniestra porleun torrente demonios mientrasl le el sobrevino humano repelı́ a las hordas que pisaban los de talones. A Khagash-Fé de nuevo

 

esa sensació n de extrañ eza; se avivó en su interior ese fulgor incandescente de desprecio y de terror impı́ o. o. —Suyo es el poder de frustrar el mismı́ simo simo Fin de los Tiempos — prosiguió́ la voz—. No podemos permitir que cumpla su destino. prosiguio La cabeza de Khagash-Fé l. ¿Evitar el Fin de los Tiempos? ¡Imposible! El Elegido se habı́a levantado. El Viejo Mundo estaba en el borde del abismo, habı́ a cruzado tierra tribus para darle yelKhagash-Fé empujó n l inal. Serı́ a sumedia legado, lo con que sus le proporcionarı́ a la gloria. La idea de un que guerrero anó nimo cualquiera, ¡peor aú n, un enano!, hiciera retroceder la ola del Caos, aun despué s de haber alcanzado una altura tan extraordinaria, le hizo hervir la sangre y le nubló nubló la vista con fuego infernal. Una risa té té trica trica se abrió abrió paso por entre los largos mechones de pelo gris de Khagash-Fé Khagash-Fé l e hizo temblar los cuencos de aceite. —Se han enfrentado a ellos y han sido derrotados los guerreros má s fabulosos y valientes, pero no son invencibles. Está n viviendo sus ú ltimos dı́ aas. s. Se me ha mostrado su caı́da da y es mi voluntad y mi orden que esa profecı́a se cumpla. l se Su sintió porlóun momento demasiado consumido la iraKhagash-Fé para replicar. mente gica contemplaba có mo su corazó n ypor su alma se precipitaban por un abismo ignoto. Le resultaba imposible pensar con claridad y tenı́ a la vista nublada. La sombra que amortajaba a su hijo se expandió expandió para componer una sonrisa triunfal. La rabia paso pasó́ , y lo ú nico que quedó fue un vacı́ o insondable. Buscó minuciosamente en las profundidades de sus convicciones y se dio cuenta de que estaba ante un dios. Durante toda su vida, tanto la mortal como la posterior, habı́a vendido su espada a los Grandes Poderes como si no fueran nada má s respetable que unos lejanos empleadores con los bolsillos llenos de plata. Pero el ser que ahora se dignaba dirigirse a é l desde una posició n de poder tan inconcebible para é l como su propio favor era digno de Darhyk o de Nergü i. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para controlarse. No habı́ a una cualidad má s aplaudida entre las tribus que la autodisciplina. Un hombre podı́ a nacer predispuesto para ser veloz o fuerte, pero la convicció n para plantar cara al dolor, a las privaciones o al miedo sin má s arma que la fuerza de voluntad y el tesó n só lo era mé́ rito me rito del individuo. EE l era el AA guila de los Lamentos, Lam entos, el Coloso de Zhar Zh ar,, el hé hé roe roe má má s grande jamá jamá s conocido de la vasta estepa oriental. Se necesitaba má s que un dios para intimidarlo, y este dios habı́ a acudido a éé ll.. —¿Quié́ n eres? —¿Quie —Ya conoces mi nombre. Busca en un alma. Allı́   lo encontrará s, grabado en sombras sobre el cruel corazó corazó n del hombre. Khagash-Fé l hizo lo que le sombra pidió y proyectada se concentró en las su tinieblas interior. Percibió maldad, ambició n, una sobre

 

deinitivas del tiempo. Encontró allı́  un nombre que reconoció de manera intuitiva; era un nombre tan antiguo que habı́a entrado a formar parte de las leyendas; un rey entre demonios; el primer mortal que habı́a ascendido al segundo nivel de los dioses y se habı́ a convertido en un prı́ ncipe ncipe demonio. —Be’lakor. —Yolasoy poder. Soy me corrupció Soy elencarnarme Señ or Oscuro Caos.Esta Ha llegado hora de que levanten. para de del nuevo. tierra será la cuna de un nuevo dominio, el lugar y el momento en el que cuatro pasará n a ser cinco. La mayorı́ a de los Señ ores de la Guerra entre este sitio y la Fortaleza del Primer Matador me pertenecen y se pondrá n a tus ó rdenes. Al resto habrá que meterlos en cintura. Khagash-Fé l tomó aire en lo que le pareció el momento de mayor incertidumbre de su vida. Las sombras habı́ an an comenzado a retirarse hacia los rincones de la estancia y volvió a oı́ r el somnoliento canto de Nergü̈ i en los lı́ mites Nergu mites de su mente. A continuació continuació n sonrió sonrió . Los dioses habı́an an atendido su sú sú plica. Khagash-Fé l habı́a recibido la señ señ al que ansiaba.

 

CAPÍTULO CINCO Sin vuelta atrás Fé lix despertó de una pesadilla en la que una criatura informe y tenebrosa lo perseguı́a por el bosque, y a pesar de que habı́ a probado a escabullirse todas direcciones, ramaspara como garras le tiraban delpaso pelo y de la capa en y raı́ cces es surgı́ an del suelo an zancadillearlo. A cada que daba la oscuridad en el bosque era má s impenetrable y sentı́ a má s cerca a su perseguidor, pese a que no tenı́ a forma y no lo veı́ a. a. Por alguna razó n le habı́ a espantado la idea de desenvainar la espada y enfrentarse a su acosador, de modo que habı́ a seguido corriendo, abrié ndose paso a manotazos entre las ramas que lo fustigaban, hasta que llegó a un claro muy similar a aqué l en el que acababa de luchar. El suelo pedregoso estaba sembrado de cadá veres, y si bien no podı́ a ver sus rostros, tenı́a la certeza de que ante é l estaban tendidos todos los hombres y todas las mujeres que habı́ a conocido y amado a lo largo de su vida. Habı́ a extensas partes del sueñ o que no eran má s que una confusió n de yramas, sombras pero recordaba haber vista al cielo observar có moy laterror, oscuridad se deslizaba por alzado é l con la inexorabilidad de la subida de la marea. En torno a é l, las tinieblas habı́an an conquistado el bosque, y desde ellas le habı́ a llegado una voz estruendosa. A pesar de que habı́ a tenido la certeza de que era una voz, y de que le hablaba a é l, su vastedad la habı́ a hecho casi ininteligible, como perteneciente a otro mundo, y lo ú nico que Fé lix habı́a habı́ a sacado en claro de ella fue el horror. Se incorporó como un resorte, con el corazó n acelerado. Estaba en la parte trasera del carro de Lanarksson. En el rincó rincó n delantero se habı́ a improvisado un camastro con un mullido fardo de lana y se habı́ a separado del resto del vehı́ cculo ulo con una pila de cajas. Una lá mpara de aceite, sobre las abierta toscasalsupericies má ximo, de arrojaba madera.unFé Femı́ ́ lix lixsero stenı́ ero aylatitilante espada en resplandor la mano,

 

pero el residuo de la pesadilla que le trepaba por el pecho le advirtió de que ya era demasiado tarde. Junto al camastro, delante de un cajó n vuelto del revé s, estaban apiladas sus escasas pertenencias. Una igura sepulcral estaba sentada en silencio sobre el cajó n. A Fé lix le dio un vuelco el corazó n ya acelerado y se tapó tapó la boca para contener un chillido. se pequeñ inmutó o; se humedeció dedo pasóMax unaSchreiber pá gina deniun cuaderno con lalasyema tapasdedeunpiel quey sostenı́ a en la mano. Fé lix se llevó inconscientemente la mano al corazó n, donde solı́ a guardar su diario, envuelto en una tela impermeable entre la cota de malla y el pecho. La tela impermeable estaba en la pila de sus cosas del suelo, encima de la cota de malla y de la capa cuidadosamente dobladas. —¿Cuá́ nto —¿Cua nto tiempo llevas aquı́ , Max? —preguntó . Un dolor lacerante le recorrió recorrió la mandı́ b bula ula cuando abrió la boca para hablar. Se estremeció de dolor al posar los dedos sobre los labios partidos e hinchados y palparse una nariz cuyos huesos desencajados habı́ an an vuelto a colocarle rudamente. «Gotrek.» recordó lo demá sobrevino una abrasadora sensació n de Entonces escozor en los ojos, comossiy le hubieran tirado sal. Habı́a desaparecido. Altdorf habı́a desaparecido. Kat. Otto. Todo. El carro dio un brinco y las cajas rebotaron con gran estruendo. Fé lix proirió otro gemido. Seguı́ an an en marcha. Vio por las ranuras entre las cuerdas que cruzaban las paredes de madera del carro y el techo de lona que fuera estaba oscuro. Y habı́ a parado de llover. Oyó el chapoteo de las ruedas al pisar charcos y barro blando. —¿Dó́ nde estamos? —¿Do —No has vuelto a escribir una entrada desde el dı́ a en que me rescataste de la mazmorra Rey Troll —comentó distraı́damente damente Max mientras recorrı́a con el dedo la pá gina, moviendo en silencio los pá lidos labios. El haz de luz del farol parecı́ a escindirse al entrar en contacto con é l, y su igura tenı́ a un color ceniciento y estaba un poco borrosa, sepultada bajo la sombra que proyectaba el cuaderno en su pecho. En la escena veı́a alas, cuernos y tinieblas, y Fé Fé lix lix se estremeció estremeció y estuvo a punto de no oı́ r lo que el mago dijo a continuació continuació n. —¿Por qué ? Fé́ lix Fe lix separó separó delicadamente los dedos de la mandı́ bula. bula. —¿Qué́ esperabas que escribiera? Dime. —¿Que —E sta es tu ú ltima aventura. Deberı́a quedar constancia de ella por —E escrito. —¿La ú ltima…? —dijo Fé lix con un escalofrı́ oo,, aunque no acertó a explicarse el motivo. Sabı́ a que é ste era el ú ltimo viaje que é l y Gotrek harı́ aan n juntos. Tenı́allı́ a la certeza de que cuando a Middenheim (suponı́ a que era   adó adó nde estaba llevá ndolosllegaran el Matador), ninguno

 

de los dos lamentarı́ a que sus caminos se separaran. Sin embargo habı́ a algo perturbador en la manera como Max lo habı́a dicho. Algo que sugerı́a la idea de… conclusió n—. ¿Y quié n iba a leerlo, Max? Si la imprenta de Altdorf todavı́ a está en funcionamiento, está hacié ndolo mejor que el resto de la ciudad. El carro dio otro salto al pisar una rodera acompañ ado por el estré—¿Dó estre ́ pito pito del salpicada. ndeagua estamos? —preguntó Fé lix con el gesto dolorido, pronunciando con cuidado las palabras para evitar el dolor de la mandı́b bula—. ula—. ¿A dó nde nos lleva Gotrek? ¿Y qué ha pasado con Gustav y el resto? Fé lix tardó unos segundos en darse cuenta de que Max no estaba escuchá́ ndolo. escucha ndolo. El mago paso pasó́ otra pá pá gina. gina. —Yo tambié n tengo un sueñ o agitado. Fé́ lix Fe lix lo miró miró con perplejidad ante el brusco cambio de tema. —A menudo sueñ o que vuelo —continuó Max, insistente como la brisa nocturna—. Estoy muy alto, cabalgando sobre las nubes. Las cimas de las montañ as surgen de ellas como islas en el mar. Siento el viento en yla… cara. el—Levantó mano temblorosa la pá gina del cuaderno se tocó borde de una la capucha—. A travé s de las aperturas de las nubes veo có mo se oscurece el mundo abajo. Los caminos se marchitan. Los bosques mutan ante mis ojos. Las ciudades del Caos se hunden en la tierra. Estoy solo, pero oigo una voz que me susurra. Es una voz femenina y me llama por mi nombre, aunque yo no la conozco. Me asegura que no tiene por qué qué acabar ası́ . —Basta, Max —dijo Fé lix, que tendió una mano para posarla sobre el brazo del mago. A pesar de su aspecto frá gil y fantasmagó rico, al tacto Max no era distinto de cualquier otro hombre. Su tú nica, en otro tiempo de color maril, estaba rı́ gida, gida, adaptada para la batalla; y su brazo caliente. Fé lix y Max nunca habı́an an mantenido una estrecha amistad. La suiciencia del mago a menudo habı́a crispado los nervios de Fé lix, cuya actitud empedernidamente romá ntica siempre habı́ a chocado con el empirismo de Max. Sin embargo, tenı́ a la seguridad de que sus diferencias ilosó icas se habrı́ an an limitado a servir de tema para discusiones de taberna por todo el mundo de no haber sido por Ulrika. Aun ahora, a pesar de contar con la perspectiva del tiempo y quizá con un poco de sabidurı́a, a, Fé lix tenı́a problemas para desenredar la madeja de sentimientos heridos, discusiones triviales y celos que en ú ltima instancia habı́a deinido su relació n con ella y, en consecuencia, con Max. Habı́a un elemento de masoquismo en seguir anclado en esas cosas, en esos dı́as, as, tal como estaba el mundo; pero a pesar de que estaba viviendo una dioses y de monstruos, Fé lix só lo era un ser humano, lo queé poca quieradeque eso signiicara actualmente.

 

—Mis viajes siempre terminan en el mismo sitio: en las profundidades atá vicas de una montañ a. Allı́   reside una fuerza, una fuerza que soy incapaz de describir, pero que me hace sentir bien. La magia está tranquila; encerrada en unas rocas que no han cambiado en diez mil añ añ os. Y sé sé que estoy donde debo estar esta r. Tú Tú tambié tambié n está está s allı́ , Fé lix. Y el Matador. —¿Yo? La capucha se agitó cuando Max hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y la frı́ a rá faga de aire provocó a Fé lix un escalofrı́ o. o. —Siempre habı́a sospechado que un poder má s elevado guiaba tus pasos, y ahora estoy convencido de ello. El os ha traı́do do aquı́, juntos, a estas montañ as, en este momento. Y participará en esta guerra a travé s de vosotros dos. Fé lix sacudió la cabeza con pesar. Max estaba loco. Ahora lo veı́ a claro. —He visto tu muerte —añ —añ adió adió el mago con los dientes apretados. apretados. Un estremecimiento existencial borró de un plumazo el escepticismo de Fé lix. —¿Que has visto que ? —Unas veces esqué la ́ tuya, otras, la de Gotrek, como si el destino todavı́a estuviera por decidirse. Pero por alguna razó n que no comprendo, yo no lloro cuando la veo, pues sé que es el medio para que se salve el mundo. Fé lix se quedó mirando en silencio a su viejo amigo durante lo que pareció una eternidad. De fondo se oı́ a el traqueteo del carro. El mago se balanceaba sentado en el cajó n como un á rbol solitario azotado por el viento. Fé lix se morı́ a de ganas de decirle a Max que estaba siendo ridı́culo, culo, de hacerle recuperar algo de sentido comú n, pero por algú n motivo no se atrevı́a a hacerlo. Despué s de todo, todavı́ a era un mago peligrosamente poderoso, y encima en una situació n crı́ tica. tica. El silencio se prolongó , y las divagaciones de Fé lix lo devolvieron al sueñ o profé tico que é l mismo habı́ a tenido hacı́a algú n tiempo. Se habı́ a quedado dormido en el escritorio de la casa de su hermano en Altdorf y soñ ó que luchaba al lado de Gotrek y de Ulrika en los terrenos inundados por la crecida del rı́o de Praag. Como luego quedó demostrado, el sueñ o habı́ a sido preciso hasta en el ú ltimo golpe. No habı́a tenido tiempo para pensar en ello posteriormente, pero ahora lo asaltaron un gran nú mero de preguntas. ¿El destino habı́ a guiado sus pasos como sugerı́ a Max? ¿Estaba llevá ndolo hacia un innoble inal en las solitarias cumbres de las Montañ̃ as Centrales? Montan Max cerró el cuaderno con un crujido de piel arrugada y se lo tendió a Fé lix. A ningú n Caballero del Grial de Bretonia se le habı́ a ofrecido jamá s una reliquia portadora de un presagio similar.

 

—Habé is pasado juntos demasiadas cosas como para que eso no signiique nada ahora —dijo Max—. Max—. No lo dejes solo en esta prueba. —¿Qué prueba? —preguntó Fé lix. Unos golpes lo sobresaltaron. sobresaltaron. El rostro ailado de Kolya asomó detrá s del montó n de cajas. Tenı́ a las demacradas mejillas hundidas, como si hubiera pasado la noche en vela, pelo mojado. Fé lix yy el arqueó una ceja.El kislevita reparó en la espada desenvainada de —Se dice que no hace falta despertar al hombre que lucha contra monstruos en sueñ sueñ os. —¿Qué quieres? —espetó Fé lix, irritado, bajando la espada hasta el camastro. — Zabójka  Zabójka pregunta  pregunta por ti. —Y Gotrek siempre consigue lo que quiere. Kolya se encogió de hombros. —No tengo ningú n interé s en conocerlo como lo conoces tú , pero tengo la impresió impresió n de que está está … avergonzado avergonzado por lo que ha sucedido. Fé lix resopló , y se estremeció cuando el dolor le recorrió la mandı́ bula. bula. que se habı́ a roto junto un hueso, era era un experto. MaxSospechaba podı́a pasarse el dı́ a entero a su pero cama,nopero evidente que un poco de magia sanadora era esperar demasiado de é l. Se volvió hacia el mago, pero el cajó n en el que habı́ a estado sentado se hallaba vacı́o, o, y las pertenencias de Fé lix, cuidadosamente apiladas en torno a é l. La luz de lá mpara titiló , y Fé lix reprimió un estremecimiento cuando bajó bajó la mirada y encontró encontró el diario en sus manos. Se preguntó preguntó si aú aú n no se habrı́ a despertado de la pesadilla. Fé lix bajó de un salto de la parte trasera del carro al barro reblandecido por la lluvia del sendero de cazadores en el que se habı́ an an detenido. Detrá s del suyo se extendı́a en ila un puñ ado de carros má s pequeñ os, y soldados y civiles se agrupaban para procurarse calor y protecció n. Una por niebla ralade lotaba de los áá rboles, ren boles, escindida aquı́   yy allá haces luz deentre luna.los Latroncos luna asomaba el cielo surcada por nubes deshilachadas, y aunque al amparo de los áá rrboles boles Fe Fé́ lix lix no notaba el viento, se ciñ ciñ ó la capa para protegerse de eé́ l.l. El aire era frı́ o. o. Las copas de los á rboles gemı́ an an en voz baja y las hojas má s bajas temblaban. Chotacabras y petirrojos cantaban desde las profundidades de las tinieblas, y ojos vigilantes relejaban la luz de la luna. Fé lix respiró hondo y saboreó el aire. Conirmó que era má s frı́ o y distinguió un rastro de invierno, y a menos que fueran imaginaciones suyas, tambié n lo encontró un poco má s puro. —¿Estamos cerca de las Montañ Montañ as Centrales? —Tu tierra siempre tiene el mismo aspecto. Da igual dó nde se mire, só́ lo—Hablas so hay á rboles. rboles. como Gotrek.

 

El kislevita hizo una mueca. A travé s de los resquicios en las frondas se veı́ an an las estrellas titilantes. Fé lix intentó calcular la hora. Concluyó que era «tarde», y algo que percibı́a en el aire, una especie de latencia, lo llevó a pensar que pronto amanecerı́a. a. Escudriñ ó la lı́ nea nea de á rboles y se le pasó por la cabeza la idea de huir de todo aquello, de adentrarse en el bosque y largarseel sin má s. Eldecorazó n lo Podı́ a dejar mismo juramento Gotrek y laanimaba profecı́ aadehacerlo. Max y marcharse soloallı́a Middenheim. —Vete si quieres —dijo Kolya, leyé ndole el pensamiento o quizá compartié́ ndolo compartie ndolo con éé l—. l—. Le diré diré a Zabó Zabó jka que me golpeaste. Fé lix negó con la cabeza. No podı́ a marcharse sin Gustav, quien a su vez no se irı́a sin sus hombres. Y estos soldados necesitaban a Fé lix. Tenı́aan n fe en é l, para bien o para mal, y Fé lix sentı́ a que tenı́ a un compromiso con ellos. No, le gustara o no, é l y Gotrek deberı́ an an permanecer juntos durante algú n tiempo má s. Max podı́ a llamarlo destino si eso lo hacı́ a feliz, pero é l preferı́a pensar en ello como un molesto inconveniente inconveniente del que no podrı́ a librarse de momento. Fé lix para observó mo los sargentos enviaban destacamentos de hombres que secódesplegaran por el bosque. —Pero mejor ve con la cabeza agachada —continuó Kolya con el mismo tono displiciente—. Hoy he matado a dos hombres bestia exploradores. ¿Y ves a ese hombre de allı́? —El kislevita señ aló a un guardabosques de Hochlander con el uniforme verde y que encordaba el arco y desaparecı́a en el bosque—. Airma que vio un jinete del norte. ¿Quieres saber mi opinió opinió n? Creo que es raro que un caballo intente huir por el bosque. —Llé vame con Gotrek —dijo con un suspiro Fé lix. Fé lix, obligado a soportar durante semanas la oscuridad y los ruidos inexplicables en las explotaciones forestales de su padre en el haber Drakwald, encontrado odiaba los Gotrek bosques en aqué desde l enniñparticular o. No se leque ocurrı́ le pareciera a qué podrı́ tana importante. —¿No tengo razó n? —preguntó Kolya, agachá ndose para pasar por bajo de una rama de la que goteaba agua y abriendo los brazos para abarcar la impenetrable masa de troncos oscuros envueltos por la niebla—. Aquı́ hay  hay áá rboles rboles incluso en las montañ montañ as. —Las Montañ as Centrales estaban al menos a una semana de viaje —dijo Fé lix, que apartó de un manotazo la misma rama y siguió de cerca al kislevita. Escudriñ ó la envolvente niebla tratando de atisbar algú n indicio del pico. No vio nada. El hú medo musgo emitı́ a un brillo plateado en la parte de los troncos orientada norte. La apretada maleza susurraba te té́ tricamente, tricamente, y los brotes de lasal campanillas impregnaban el aire con su

 

aroma mientras mantenı́ an an sus lores enclaustradas en diminutos yelmos, tratando de resistirse a la usurpació n deinitiva de la primavera. La vida, en mayor o menor grado, seguı́ a adelante. De hecho eso resultaba descorazonador. Fé lix desvió la mirada del camino y pisó un charco profundo. El agua helada le salpicó las botas y sobresaltó a una pequeñ a rana parda, que se apartó de un salto de su camino y desapareció desaparecio ́ en la maleza. Kolya rio entre dientes. —¿A travé s de este bosque? Una semana como mı́ nimo. nimo. Zabó jka estaba llevá ndonos por la carretera de Wolfenburgo, pero dijo que su camino secreto estaba cerca y volvió volvió a meterse en el bosque. Sı́ , claro — añ adió Kolya con una sonrisita—. No me extrañ arı́ a que el ejé rcito de merodeadores y de bestias que se dirigen al norte detrá s de nosotros por el mismo camino tuviera tuviera algo que ver en la decisió decisió n. Fé́ lix Fe lix se detuvo, perplejo, perplejo , y una rama hú hú meda que volvı́ a a su lugar le fustigó fustigó el pecho. Su compañ ı́ a a duras penas podrı́a salir airosa de un enfrentamiento con una manada de hombres bestia (y cuando decı́ a «a duras penas» estaba siendo optimista), pero un ejéunrcito una cosa completamente distinta. Fé lix habı́ a visto buendel núCaos meroera de ejé rcitos del Caos en los caminos de Ostermark durante su viaje de regreso al Imperio: regimientos enteros de guerreros marchando al paso, estandartes infernales, el estruendo de los cuernos, el hedor a quemado que dejaban los demonios a su paso, la manera como el suelo parecı́a temblar bajo los pies de los hombres de Ostermark, maltrechos y marcados, que tiraban de las infernales má quinas de guerra de las legiones del Caos que se dirigı́aan n al oeste, hacia Talabecland. Serı́ an an unos recuerdos que no abandonarı́ an an a Fé lix hasta el dı́ a que muriera. Y Gotrek habı́a visto lo mismo que éé l.l. —¿Nadie ha intentado impedı́ rselo? rselo? la claridad El kislevita de laseluna, detuvo y Fébajo lix dudó la sombra que hubiera de unapodido enormeverlo haya,de fuera no ser de por el colorido abrigo de retazos que llevaba puesto. —Puedes hacer lo que quieras, por supuesto, pero te sugiero que bajes la voz. —Señ aló con la cabeza el bosque que los rodeaba—. No todo el ejé ejé rcito rcito del Caos va siguiendo el camino. A Fé lix le asaltó el desasosegante recuerdo de la pesadilla en la que era perseguido por un bosque y que estaba relacionada de alguna manera con su destino. Miró alrededor y se dio cuenta de dó nde procedı́ aan n algunas de las imá genes que le habı́ an an acosado. «He visto tu muerte.» Se estremeció . No era una comparació n agradable de establecer. —¿Está́ n siguié —¿Esta siguié ndonos? ndonos? —Mira estoostensiblemente —respondió Kolya, cogiendo algo y verde encogié ndose de hombros—. ¿Cófrondoso mo puede alguieny

 

seguir nada en este sitio? —Kat podı́a hacerlo —dijo Fé Fé llix ix con un tono melanco melancó́ lico. Su esposa era una auté ntica hija del Drakwald, y lo que a é l le habı́ a llenado de terrores nocturnos, para ella habı́ a sido algo tan poco peligroso y habitual como un paseo por la avenida Befehlshaber, una calle atestada de buhoneros, vendedores ambulantes y mendigos que a su vez habı́ a aterrorizado a Kat. Los recuerdos leEra pusieron unencontrar nudo en la garganta que tuvo diicultades en deshacer—. capaz de el rastro de un solo hombre bestia que le llevara varios dı́ as as de ventaja. Y una vez la vi derribar a un hombre bestia que huı́ a a la carrera desde trescientos metros de distancia con la ú nica luz de la luna. —Sacudió la cabeza, todavı́a incapaz de creerlo—. El mejor disparo que he visto en toda mi vida. —Sin á nimo de ofender —replicó Kolya—, ¿pero es tan guapa como letal con el arco? —Me has preguntado lo mismo o cosas muy parecidas desde que nos fuimos de Praag. —Aquı́  el el poeta eres tú , lord  Jaeger.   Jaeger. Descrı́bemela bemela y ası́   quizá quizá deje de preguntarte. Fé lix suspiró . —Era má s menuda que la mayorı́ a de las mujeres, y delgada, pero se mueve por el bosque como un venado. Y tenı́ a el cabello negro má s hermoso que he visto nunca, salvo por un mechó n aquı́ . —Se tocó el pelo justo encima del ojo izquierdo—. Aquı́  tenı́   tenı́a un mechó n plateado que brillaba tanto de dı́ a como de noche. —Deslizó el dedo con gesto ausente por la mejilla hasta la comisura del labio—. Y tenı́ a una cicatriz aquı́. No le importaba, y sabı́ a que a mı́  tampoco me importaba. — Sonrió pese al dolor que sentı́ a en el corazó n—. Yo tampoco soy ya ninguna belleza. Y que los dioses se apiadasen del comerciante al que ella sorprendiera mirá mirá ndosela. ndosela. Creo que una vez la vi doblegar a Gotrek con mı́aa..esa intensa mirada que tenı́ a, a, aunque tal vez só só lo fue una impresió impresió n —Por tus palabras parece una verdadera atamanka atamanka   —dijo Kolya con un tono de aprobació n—. El terror de los hombres bestia y de los corazones de los hombres en todos vuestros bosques. —Lo era. Kolya Kol ya no hizo ningú ningú n comentario al uso del tiempo pasado de Fe Fé́ lix. lix. Fé lix pestañ eó para extinguir lo que, con el tiempo y la ocasió n adecuados, podrı́a haberse convertido en una lá grima. En momentos como é ste echaba tanto de menos a Kat que no podı́ a creer que ya no estuviera. ¿Có mo podı́a causarle tanto dolor un fantasma? Pero Kat ya no estaba. Una parte de é l aulló de dolor; sujetó el cuchillo contra la herida que se habı́a inligido é l mismo y le obligó a experimentar el sufrimiento. quehabrı́ haber estado a elsurumbo lado, aunque sabı́ aDudaba que su presencia en Tendrı́ Altdorfa no a cambiado de la guerra.

 

que ni siquiera Gotrek y su hacha hubieran sido capaces de cambiar algo, pero deberı́a haber estado a su lado. La imagen de Kat  aterrorizada y sola hizo que se sintiera vacı́ oo;; no halló en su interior nada má s que un gé lido e indescriptible dolor. Se preguntó si Gotrek cargarı́a con el mismo sentimiento de culpa. Durante sus ú ltimas y desastrosas horas en Praag, Fé lix se habı́ a enterado que elfueMatador se encontraba ausente enatierras lejanas cuando sude familia masacrada por los goblins, y habı́ compartido el profundo dolor de su entonces camarada cuando habı́ a oı́do do a la vez que é l el papel que Snorri Muerdenarices habı́ a jugado en su muerte. Y ahora Snorri tambié n estaba muerto. Fé lix esperaba de verdad que el asesinato de su mejor amigo hubiera procurado algo de consuelo al Matador. —¿Te quedará s con Gotrek cuando llegué is a Middenheim? — preguntó Fé lix, desterrando de la cabeza los recuerdos de huesos partidos y nieve teñ ida de sangre. —Hasta que caiga en glorioso combate contra muchos enemigos. —¿Y luego? —¿Se puedeseencontrar copadedeunkvass kvass en  enque tu ciudad? El kislevita agarró aluna tronco á rbol se alzaba sobre una marañ a de tierra y de nudosas raı́ ces ces cubiertas de musgo y se impulsó para encaramarse a é l. Se dio la vuelta y se acuclilló , y una sonrisa oscureció aú n má s las sombras que sepultaban su enjuto rostro. Fé lix frunció el ceñ o, irritado, aunque no estaba seguro de si era con Kolya o consigo mismo. A veces no tenı́a ni idea de lo que querı́ a en realidad. Aun despué despué s de todo lo que Gotrek habı́ a hecho, y de la poca estima que habı́a llegado a tenerle, Fé lix no era capaz de desprenderse por completo de la sensació n de que lo que habı́ a estado haciendo tenı́a un signiicado que lo habı́a acompañ ado durante tantas aventuras. No só lo se trataba de un sentimiento de orgullo profesional herido: las horas que garabateando habı́a pasado a la luzen de pantanos, las estrellas,desiertos siempre acechado y ruinas por corrompidas, un peligro mortal. Era algo má má s profundo que todo eso. La saga merecı́ a tener un inal. Hurgó debajo de la cota de maya y sacó su cuaderno envuelto en la tela impermeable y lo sostuvo a la luz de la luna. —Si quieres te doy mi diario. La primera entrada data del dı́a que Gotrek y yo partimos del castillo Reikguard con Kat y con Snorri con destino a Karak-Kadrin, pero si tienes alguna pregunta, yo podrı́ a… a… Kolya hizo un gesto de rechazo con la mano. Fé lix apretó con má s fuerza el cuaderno en la mano. —Gotrek se merece algo mejor. —Si de verdad piensas eso, ¿por qué qué lo abandonaste? Fé lix suspiró , pero no dijo nada mientras el kislevita le tendı́ a una mano para ayudarle a subirse al tronco.

 

No tenı́a una respuesta que ofrecerle. Gotrek se detuvo en medio de un claro entre los restos de dos carros, con el cuerpo encorvado bajo el descomunal peso de su hacha, y su mirada saltó de un vehı́ culo culo al otro. Ambos estaban pintados de chillones colores primarios, y tanto los pasamanos como los adornos, pintados de dorado, relumbraban con la luz de las antorchas de los hombres que se abrı́ an an paso entre los restos desperdigados suelo. El que má ssubı́ cercano a Fé lix estaba acribillado lechazos y tenı́por a la el escalerilla a al pescante cubierta de oscuraa sangre. El segundo estaba volcado sobre un costado, con el interior arrasado. En su lado inferior habı́a colgado un farol que proyectaba una luz titilante que se adentraba en el bosque y luego retrocedı́ a, a, ası́ una  una y otra vez, como una rata dando vueltas alrededor de una trampa. El suelo estaba cubierto de cajas destrozadas, de las que se habı́ an an desparramado lo que parecı́ a que era pintura para la cara y vestidos brillantes. Có micos ambulantes, pensó Fé lix con una alicció n a la que ya se habı́a acostrumbrado, que tal vez buscaban refugio en las montañ montañ as. —Mutantes, en mi opinió n —dijo Gustav, saliendo de detrá s del vehı́ojos culocansados culo volcado lanqueado un paren deelsoldados cona los y las manospor apoyadas pomo deen laspanoplia, armas. Traı́ una segunda lá lá mpara, mpara, y su rostro a contraluz resultaba inquietante. El alivio que sintió Fé lix al ver a su sobrino vivo y en buen estado le arrancó una sonrisa que su mandı́ bula bula fracturada transformó en una mueca de dolor. —Yo tambié n me alegro de verte, tı́ oo.. —¿Qué te hace pensar que eran mutantes? Al parecer nos persigue un grupo de guerreros del Caos. —Las huellas son… raras, y parece ser que se dirigen al norte, hacia las montañ montañ as. —¿Has encontrado huellas? —preguntó Kolya—. Ensé ñ amelas. furtiv furtiva Gustav a y condujo asintióal con kislevita la cabeza, al otroselado despidió de losde carros. Fé lix con una sonrisa Mutantes delante, un ejé rcito del Caos detrá s, y quié n sabı́ a qué los aguardaba en las Montañ as Centrales. Las fuerzas de las tinieblas estaban estrechando el cerco alrededor de ellos. Echó un vistazo a la lı́n nea ea de á rboles y se alojó el cuello de la capa. Por un momento habı́ a sentido la sombra en torno al cuello. —Ven a ver esto, humano —gruñ ó Gotrek, con un tono má s suave de lo habitual en su pé pé trea trea voz, y señ señ aló aló atrá atrá s con la cabeza. Fé lix retiró los dedos del cuello y estiró la espalda antes de acudir junto al Matador. Este bajó el hacha y echó un vistazo con el rabillo del ojo mientras lo esperaba. Si no lo hubiera conocido mejor, Fé lix habrı́ a jurado que Gotrek estaba arrepentido de corazó n. Su ú nico ojo estaba inyectado de sangre, como si le hubieran reventado la pupila por detrá s con una lanza, y sus descomunales mú sculos temblaban con el esfuerzo

 

de mantenerlo en pie. ¡Por Sigmar! ¿Pero qué tenı́ a que ocurrir para que el enano durmiera? —Ası́  que que decidiste dejarme inconsciente —dijo Fé lix—. Los viejos caminos de los enanos no eran tan secretos como pensabas, ¿eh? —Todavı́a hay mucho terreno entre nosotros y el sendero montañ oso —respondió Gotrek con un gruñ ido. Luego sacudió la cabeza con un tintineo oro—. te he despertado para discutir. Ya tengo un cronista nuevodepara eso.NoQuerı́ a enseñ arte una cosa antes de alejarnos má s de la carretera de Wolfenburgo. —En cuanto a eso… —Sı́ggueme, ueme, humano —le interrumpió Gotrek, volviendo a tirarse el hacha sobre el hombro y echando a caminar con diicultad entre los dos vehı́culos—. culos—. Tenemos que andar un poco. Fé lix percibió el olor de la sangre incluso desde el aloramiento rocoso invadido de maleza que se alzaba por encima del bosque y ofrecı́ a una vista del valle Wolfen. Una vasta ciudad, que só lo podı́a ser Wolfenburgo, la capital de Ostland, parecı́a una ampolla quemada y arrugada en la piel de la tierra. De sus almenas colgaban estandartes de piel ajironada, iluminadas por detrá s por velas fabricadas con grasa humana. Miles de puntos de luz iluminaban los muros semiderruidos, como si fuera una calabaza vaciada para crear una má má scara scara horripilante y en cuyo interior se hubiera colocado una vela. Las brechas en la muralla se habı́ an an rellenado con crá neos descarnados, y ahora las luces de la ciudad salı́aan n al exterior por las cuencas de los ojos vacı́ as as y las fracturas craneales de sus habitantes. El viento alpino que soplaba a travé s de aquella muralla devolvı́ a la voz a los muertos, un gemido fantasmagó rico que inundaba la cuenca apenas poblada de á rboles del valle. El impresionante bastió bastió n de piedra del Palacio del Elector se alzaba rodeado por un cı́rrculo culo interior de fortiicaciones, todas ellas ahora medio desmoronadas y convertidas en unlas foso de escombros de la ciudadela, de la que só lo quedaban paredes y desde alrededor donde los viles sı́mbolos mbolos del Caos contemplaban la ciudad. Cerca de allı́, una torre de granito de los Caballeros del Toro presentaba el mismo estado de ruina. Entre ambas construcciones, como un juez ocupando el estrado en la cima de una escabrosa escarpa, yacı́ an an los restos de la capilla de la Orden del Martillo de Plata. La histó rica sede de los Caballeros de Wolfgart (los cazadores de brujas, como se los conocı́a entre quienes los temı́an) an) habı́a sido objeto de una profanació n má s exhaustiva. Incluso desde la distancia, el brillante resplandor de la piedra de disformidad que salı́a del crá ter revolvió el estó mago de Fé lix. Habı́a visto stanitsas stanitsas   kislevitas arrasadas y reducidas a cenizas. Habı́ a visto los los truculentos postes que moteaban oblast   y que ni siquiera cuervos se atrevı́de antribuna an a sobrevolar. Todos loselhombres

 

de su compañ ı́ a traı́aan n alguna historia de destrucció n, de ejé rcitos aplastados y ciudades destruidas, y Fé lix creı́ a hasta la ú ltima palabra de lo que contaban. Pero era la primera vez que veı́ a con sus propios ojos una de las principales ciudades del Imperio arrasada. Y eso no era todo. En la carretera que se extendı́ a ante su muralla se enfrentaban dos vastos rcitos. Diez mil estandartes danzaban carbó n ejé candente. Centenares de hombres delcomo nortedemonios a caballosobre con coloridos banderines prendidos de las lanzas cortas cargaban contra interminables fuerzas de infanterı́ a espantosamente mutadas cubiertas de armadura de los pies a la cabeza. Los hombres bestia luchaban unos contra otros en medio de un devastador torbellino de espumarajos y pieles, mientras el aire crepitaba con explosiones de magia oscura. Ogros con repugnantes petos de malla bramaban convertidos en islas de fuerza bruta en medio de un mar de enemigos. Enormes bestias con hocicos escupı́an an rá fagas de llamas que recorrı́ an an el tumulto y carbonizaban hombres a decenas. El estré pito era ensordecedor. No se veı́a por ninguna parte un estandarte del Imperio. Se trataba de una batalla entre Caos; entre paladines peleá ndose por el botı́ nlosy elDioses favor del de los dioses. Fé lix apartó larivales vista, repugnado. —Querı́a que lo vieras —dijo Gotrek. El Matador, cubierto de tatuajes de condena y de deshonor, demacrado y ojeroso tras tantos meses de lucha sin tregua, parecı́ a má s en sintonı́ a con los tiempos que estaban viviendo de lo que Fé lix lo habı́ a visto jamá s—. En esto se ha convertido tu Imperio, humano. Adondequiera que vayas, esto será lo que encontrará s. Tan seguro como las piedras del Pico Eterno que Middenheim es la ú ltima ciudad de los hombres. Allı́   es donde estará esperá ndote la peque. No hay otro lugar adó nde ir. Fé lix se limitó a contemplar con un horror paralizante el combate entre era insaciable. las hordas Cuando rivales.elEl Imperio hambrey sus de masacre aliados fueran de los Dioses aniquilados del Caos y el mundo les perteneciera, ¿se abalanzarı́ an an unos sobre otros como estaba viendo ahora hasta que só lo quedara en pie un paladı́ n? n? ¿Y luego qué ? ¿Có mo serı́ a un mundo dominado por el Caos? Fé lix era incapaz de imaginá rselo. Tampoco querı́a hacerlo. —Creo que el guerrero del Caos que dejaste escapar nos ha seguido hasta aquı́  —dijo —dijo Gotrek entre dientes, como si lamentara interrumpir las divagaciones de Fé lix. —Yo no lo dejé escapar —espetó Fé lix, todavı́ a mirando ijamente la increı́b ble le escena de violencia que estaba desarrollá ndose en el valle —. Le metı́ una  una bala entre los hombros. —Lo que tú digas —repuso Gotrek, encogié ndose de hombros. Luego señ aló abajo con la cabeza—. Reconozco algunas de las marcas

 

de las bestias de allı́  abajo.   abajo. Si la tuviera, me jugarı́ a una Bugman a que pertenecen a la misma manada contra la que luchamos en el bosque. Fé lix no se molestó en mirar. Aunque la vista de los enanos no era por lo general tan aguda como la de los humanos (una adaptació n a la visió n con poca luz, o algo ası́  habı́  habı́a explicado Max una vez), tenı́ an an una capacidad extraordinaria para distinguir los detalles má s ocultos. Fé lix suponı́ que cuando uno entraba enreloj materia, dabapor lo los mismo queque se trataraaadel tratar mecanismo interior de un fabricado enanos de las pinturas de guerra tribales en el pellejo de un hombre bestia. —¿Y qué má s da que nos hayan seguido por el camino? A lo mejor tienen la intenció intenció n de atacar Middenheim. —Los enanos no construyen las cosas para que las utilicen los demá s, humano. El mismı́ simo simo Archaon podrı́ a pasarse diez mil añ os recorriendo estas montañ as y nunca estarı́ a ni cerca de encontrar los caminos. —De acuerdo —dijo Fé lix con un suspiro, asqueado tanto por la percepció n de inevitabilidad como por los rı́ os os de sangre que estaban corriendo. La escena le trajo a la memoria las palabras de Max: «Tu ú ltima aventura»—. Delos acuerdo. discutiré contigo. Seguiremos el sendero de montañ montañ a de enanosNo e iremos juntos hasta Middenheim. «Pero no má s allá », se dijo Fé lix mientras el Matador asentı́ a con gesto cansado y daba la espalda a la carnicerı́ a que estaba teniendo lugar abajo. —¿Dó nde está n el hombre y el enano? —inquirió Khagash-Fé l con una voz que sonó apenas como un gruñ ido humano mientras apretaba la cabeza afeitada del paladı́ n derrotado arrodillado ante é l para obligarlo a que le mirara. El crá neo del guerrero crujió y é l dejó escapar un gruñ ido de placer. El paladı́n estaba completamente desnudo salvo por un par de brazaletes que se ceñ ceñ ı́ an an a sus antebrazos como amantes entrelazados y un cinturó ndemonio, al que llevaba encadenado un cuarteto deslumbrantes mujeres ahora desmembradas a de conciencia. Sus extraordinariamente extraor dinariamente deinidos mú mú sculos brillaban ungidos de un aceite que parecı́a exudar su piel y resplandecı́ an an como hierro lustrado, mientras los hombres de las tribus bramaban sobre sus monturas, con los arcos cargados con lechas llameantes. En la lisa piel lacada del guerrero habı́aan n rebotado tanto lechas como cuchillos, y en el suelo, en torno a su igura arrodillada, yacı́ an an las lechas enteras, postradas ante su belleza. Incluso la cé lebre hoja demonı́ aaca ca de Khagash-Fé l, Ildezegtei , habı́a acariciado en la vı́ spera spera de la batalla la musculatura del paladı́ n como si fuera un hada con ojos de gamo que se desmayara en los brazos de un hé hé roe roe legendario. A los dioses nadaenles má s que quepodı́ el desarrollo de unaa batalla desembocara ungustaba punto muerto. ¿Qué a dar má s placer

 

un inmortal inclemente que un combate sin inal? Pero era el Fin de los Tiempos, y Khagash-Fé l no tenı́ a paciencia para esas trivialidades trivialidades.. Estrujó la cabeza del paladı́ n hasta que sus ojos de color amaranto pestañ earon. —Los dioses te han concedido un gran poder. ¿Con qué crees que me han obsequiado a mı́ ? —¡Señ —¡Sen ̃ or de de la Guerra! Un hombre la tribu desmontó de un salto y se postró ante é l con una rodilla clavada en el suelo. Su torso desnudo de marcados mú mú sculos estaba recorrido por cicatrices y tatuajes tribales. Uno de los lados de su cara parecı́a un laberinto de tejido cicatricial en cuyo centro habı́a un perlado ojo sin pá rpados, similar a la marca de esclavo que el propio Khagash-Fé l exhibı́a en el rostro. El guerrero llevaba la cabeza afeitada exceptoo por un largo mechó except mechó n de pelo recogido en una coleta, y su tez de color verde oliva estaba recubierta por una pegajosa capa de sangre y sudor. —Los exploradores de Toro de Destrucció n informan de un pequeñ o grupo de hombres que se dirigen al norte a pie, a travé s del bosque. —¿Con un enano? —Comenzó a correr sangre por las amarillentas y agrietadas uñ as de los dedos de las manos de Khagash-Fé l. Se oyó un crujido de huesos. El hombre de la tribu resopló resopló . —Ningú n hombre puede sacar algo en claro de esas bestias. He enviado a nuestros propios exploradores para conseguir informació n de primera mano. —Has hecho bien… —El paladı́n de la depravació n gimió de nuevo y con un espeluznante crujido de huesos su cuerpo quedó laxo. Khagash-Fé l se sacudió los fragmentos rosados de los dedos y se volvió hacia el hombre de la tribu con una expresió n interrogativa en el rostro. lado.—Dar… Darhyk, Señ or de la Guerra. Llevo añ os cabalgando a tu —Claro —dijo entre dientes Khagash-Fé l, que retiró la atenció n al guerrero caı́d doo a sus pies y se volvió para contemplar la ciudad que el paladı́n habı́a llamado Wolfenburgo. Los hombres de la tribu daban vueltas al galope a la muralla tachonada de crá neos, en espera del momento idó neo para que las cuatro patas del caballo se despegaran del suelo y jinete y montura se elevaran en el aire y dispararan hacia la ciudad las lechas con las puntas envueltas en trapos llameantes. Velocidad, fuerza y valor; los jinetes arqueros de las tribus no tenı́an an rival, y su capacidad de destrucció n era comparable con una tormenta devastadora o una carga de los caballeros acorazados del oeste. Por lo tanto, Khagash-Fé l no se llevó sorpresa alguna cuando vio que los guerreros del Caos y sus hermanos kurgans se retiraban hacia su fortaleza, con el orgullo herido

 

mientras las volutas de humo se elevaban por encima de los grises tejados de pizarra. Habı́a habido un tiempo en el que la manera intachable como sus hombres habı́an an desmantelado una má quina de guerra de un paladı́ n rival lo habrı́a embriagado de placer. Pero el Señ or Oscuro del Caos lo habı́a situado por encima de asuntos tan triviales, y veı́ a la conquista de aquel insigniicante bastió bastió n de apó apó statas y parias como debı́ an an verlo los mismos dioses: como un punto quemado en el mapa; un mapa trazado sobre un lienzo negro para representar un imperio sumido en las tinieblas, una remonta a su disposició n en su camino. Habı́ a entregado su alma a un ú nico dios y ya no habı́a habı́ a vuelta atrá s. Las columnas de humo oscuro se retorcı́an an como cuernos mientras trepaban por el cielo sobre un fondo de montañ as. —Khamgiin el UU ltimo Nacido se presenta ante mı́   antes de su cabalgada inal —dijo Nergü Nergü i. El chamá n estaba sentado a horcajadas sobre su montura del color gris de la cá scara de huevo. Las deshilachadas plumas azules de su tú́ nica revoloteaban tu revoloteaban a lo largo de sus piernas mientras éé l escudriñ escudriñ aba el humo si estuviera los espı́como ritus del ritus fuego. intentando descifrar un mensaje de parte de Aquella no era la consecució n de un destino sino su punto de partida. Nergü Nergü i y sus mé mé todos todos ancestrales habı́ an an llevado a Khagash-Fé l todo lo lejos que habı́an an podido. A partir de ahora lo aguardaba un nuevo guı́a; a; uno que oı́ a las instrucciones del Señ or Oscuro como Nergü i habı́a transmitido los deseos de los viejos espı́ritus ritus de la estepa. Khagash-Fé l sentı́a eso en la sangre y el Ojo de Katchar se lo relejaba a travé s de los sueñ os. —Montañ as —dijo Khagash-Fé l; la ú nica palabra que habı́ a salido del cavernoso pecho de su hijo durante el ritual con plumas negras que Nergü i habı́ a llevado a cabo. Allı́   era donde lo esperaba el profeta del Señ Matador. or Oscuro, En aquellas quien lomontañ guiarı́ aashasta encontrarı́ el hombre an la de an muerte. la capa Esroja e eray su el destino. Los paladines de Be’lakor iban tras ellos.

 

SEGUNDA PARTE

MUERTE A MIS ENEMIGOS FINALES DE LA PRIMAVERA DE 2527

 

CAPÍTULO SEIS En las Montañas Centrales Un reguero de piedras se precipitó por las empinadas paredes del barranco. Fé lix siguió la trayectoria inversa de su caı́da da hasta una formació n de rocas peladas y erosionadas, un puñ o de tierra sedimentaria que lentamente se abrı́ a paso a travé s de la ladera de la montañ a, recubierto de una oscura capa brillante por la lluvia de la noche anterior. Mientras Fé lix lo contemplaba, un ú ltimo canto desprendido descendió rebotando por la pared. Entornó los ojos mientras de fondo seguı́ a sonando el estré estré pito pito del rı́ o que corrı́a junto a ellos. Habrı́a jurado por un momento que entre las rocas habı́ a divisado una igura humana. La imaginació imaginació n podı́ a ser cruel a veces. Hizo un gesto de asentimiento con la cabeza para transmitir conianza a los soldados que tenı́ a alrededor y se obligó a apartar la mirada de la pared del barranco y continuar caminando con la larga columna un de gesto hombres Los soldados sonrieron; al parecer les bastaba suyoy carros. para sentirse seguros. Fé lix pensó que ojalá tambié n para é l resultase tan sencillo convencerse de lo mismo. Se sentı́a como si estuviera caminando con una soga alrededor del cuello y una trampilla bajo los pies desde el mismo momento en que Gotrek los habı́a conducido hasta la entrada del paso. No pasaba un minuto sin que le incomodara la sensació n de estar siendo observado, y no habı́ a dı́a que no se despertara con el anticipo del escozor en los ojos a otra jornada escrutando detenidamente paredes escarpadas y formas lejanas en las rocas. No pudo resistirse y echó echó otro vistazo arriba. Al otro lado de la formació n rocosa, la ladera continuaba ascendiendo de hielo: undel anócielo. nimo El titámundo n de roca gris se hundı́hasta a bajouna el cima peso forrada inconmensurable se

 

habı́a convertido en un lugar má s tenebroso desde que se habı́ an an enterado de la caı́da da de Altdorf. Y no eran só só lo imaginaciones suyas. El paso se estrechaba. Las montañ as se alzaban má s cerca unas de otras con cada dı́ a que pasaba. La sensació n de estar deslizá ndose por una especie de embudo del que jamá s podrı́ a escapar era persistente, y la causa de dolores musculares y de la agitació n de su cabeza; el hecho de intentar no pensar só lo le generaba má s preocupaciones. A cada paso que daba, el cielo plomizo parecı́a volverse má s negro. Era un espejo para que el mundo pudiera ver su relejo, y cada vez que Fé lix lo miraba, veı́a el inal má má s cerca. Por lo tanto procuró no mirarlo. La compañ compañ ı́ a comió comió la ració ració n del dı́ a sin detenerse. Pan negro y trozos de queso duro se repartı́ an an desde el carro de Lanarksson e iban pasando de mano en mano por la larga y serpenteante columna de hombres y mujeres. El sol ya se escondı́ a detrá s de los picos occidentales cuando Fé lix, que caminaba en el centro de la columna, recibió recibió su exigua ració ració n. Mastico Masticó́ lentamente para que abatidos le durara que se má máextendı́ s mientras a delante recorrı́de a con é l ylacontinuaba mirada la hilera fuera de dehombres su vista tras un recodo en el paso. Bruscamente, como con la intenció n de sorprender in fraganti a quienquiera que estuviera observá ndolos, echó un vistazo a las laderas que los lanqueaban. No vio a nadie, pero la sensació n de estar siendo vigilados no cesó , y Fé lix no pudo evitar pensar que eran vulnerables a cualquier clase de ataque. El problema no tenı́ a solució n, ya que la anchura del camino ya era muy justa para el paso de los carros. No obstante, eso no evitaba que se preocupara. Era como si no pudiera pensar en otra cosa, y se preguntó si serı́a un rasgo comú n de todos los generales o só lo de los má s reticentes. Le parecı́a increı́b ble le que despué s de todo fuera posible ganar una batalla. Tras la comida se repartió una taza de cerveza a cada soldado, distribuida por los veteranos que a ojos de Fé lix tenı́ an an aspecto de ser menos aicionados al alcohol. Llevaban puesta unas oscuras armaduras de cuero con lá minas de acero cosidas y empujaban un carrito cargado con un barril pequeñ o, escoltados por unos soldados con gesto serio y las ballestas cargadas. No eran sordos ni unos desalmados, pero ya habı́an an oı́d doo todos los relatos lacrimó genos existentes y por existir dos veces ese dı́a y tropecientas en los dı́ as as anteriores, de modo que hacı́ an an oı́dos dos sordos a las quejas. El sargento con la gorra negra saludó a Fé lix con la taza medidora en la mano, como invitá ndole a brindar, y luego le sirvió una racióa ny generosa. lix no se lo pensó dos veces, bebió lo que le correspondı́ devolvió elFéresto.

 

El Matador dio la espalda a los repartidores de cerveza como habı́ a hecho con el reparto del pan y del queso, y Fé lix se preguntó cuá nto tiempo aguantarı́a su antiguo compañ ero sin comer ni beber. A veces Gotrek murmuraba para sı́  en   en lo que sonaba a khazalid, la lengua que los enanos tenı́ an an mucho cuidado en guardar para ellos, pero por lo demá s se habı́ a mantenido en silencio durante buena parte de la caminata por las Montañ as Centrales, y se habı́ a dedicado a mirar alternativamente las paredes del valle y los soldados que marchaban por delante y por detrá detrá s. s. Daba la impresió impresió n de que la determinació determinació n era lo úú nico que lo sustentaba ahora, pero no cabı́a duda de que incluso a la formidable constitució constitució n del Matador acabarı́ an an por fallarle las fuerzas. Fé lix no tenı́a ni idea de lo que harı́ a cuando llegara ese momento. Era una extrañ a noche sin nubes y las estrellas brillaban en un cielo claro como un cristal inmaculado. Un puñ ado de tiendas de campañ a estaban montadas junto a las espumosas aguas del rı́ o para aprovechar la protecció n, por escasa que fuera, que les proporcionaba un pronunciado meandro del curso de la corriente. maciza, y despué Por desgracia, s de queel lasuelo primera en losdemá lasrgenes tiendas, del que rı́ o era no estaban de roca ijadas al suelo, amenazara con precipitarse al rı́ o, o, los hombres decidieron tender sus petates fuera de las tiendas en una acció n que equivalı́ a a un encogimiento de hombros colectivo colectivo y un corte de mangas a los crueles caprichos del destino. Fé lix habı́ a oı́do do y leı́do do que los generales moldeaban sus ejé rcitos a su imagen y semejanza, y se sintió gratiicado al advertir algo de su propia actitud en la reacció n de sus hombres. Un grupo de soldados se quitó las botas y puso en remojo los doloridos pies desaiando la fuerte corriente. Otros aprovechaban el descanso para llenar las cantimploras o lavar la ropa, pero la mayorı́a se limitaba a dormir en el primer sitio que encontraban. No encendieron fuegos. Segú n apretaba el frı́ o nocturno, hombres tiritaban sueñ os, mientras que los hombres de guardialos preferı́ an pasearse an poren el perı́m metro etro señ alado mediante una empalizada de lanzas a quedarse parados y helarse. A Fé lix le tocó el turno de guardia en las ú ltimas y gé lidas horas previas al amanecer. Se soplaba las manos enguantadas mientras escudriñ aba las laderas a la luz de las estrellas. Todavı́ a se le hacı́a extrañ o contemplar un cielo en el que estuviera ausente Morrslieb, la vil hermana gemela de la luna mayor que esa noche bañ aba el cañ ó n con su luz plateada. De ninguna manera echaba de menos la presencia de la luna del Caos, pero por muy heraldo del mal que fuera el saté lite, resultaba difı́cil cil interpretar su destrucció n como el presagio de algo bueno.

 

Se le pasó por la cabeza comentar el asunto con Gotrek, pues el Matador estaban pasando esas ú ltimas noches en vela; se sentaba envuelto por el aura rojiza de su hacha, no tanto vigilando como esperando con impaciencia el amanecer y la reanudació n de la marcha. El Matador habı́a perdido el parche, y la visió n del agujero en su ojo despertaba en Fé lix el recuerdo de lobos aullando, de lechas goblin y, en ú ltima instancia, de Kirsten, su primer gran amor, que habı́ a muerto en el mismo ataque en el que Gotrek habı́ a perdido el ojo. Suspiró , dio unas palmadas y miró ijamente la noche. ¿Acaso no era suiciente lo que habı́a amado y perdido desde entonces? Entendı́ a mejor que nadie por qué Gustav llevaba puesta la armadura de Ulrika y por qué qué Kolya Kolya se dibujaba el mismo caballo en el bı́ ceps ceps cada mañ mañ ana. A veces era má s có modo aferrarse al dolor que desprenderse de é l. Se preguntó si Gotrek se sentirı́ a igual, pues, a pesar del cará cter inescrutable de su raza, Fé lix habı́ a llegado a la conclusió n de que entre los enanos y los hombres no existı́ an an tantas diferencias como les gustaba pensar tanto a unos como a otros. Todos eran hijos de los Ancestrales, si creı́ an an lo que les habı́ a dicho aquel alto elfo anticuario con ael prolongado que ambos má habı́ an an hablado discusió n se habı́ s tarde en la en calleMarienburgo. y el eruditoLahabı́ a acabado arrojado al canal, inconsciente, pero Gotrek habı́ a demostrado a su manera que el elfo tenı́a razó n al menos en una cosa: la sangre de todos ellos era del mismo color. Fé lix decidió no molestar al Matador. Tenı́a la sensació n de que habı́aan n conseguido encauzar su relació n hasta un punto de distensió n, pero todavı́a se le hacı́ a difı́ccil il hablar con é l. Ni siquiera sabı́a có mo comenzar la conversacio conversació́ n. Continuó contemplando el cielo, jugando con la idea de sacar el diario de debajo de la camisa, cuando unas voces susurrantes procedentes de algú n lugar lejano de la empalizada desterró esos pensamientos —Se dice civilizados. que el emperador Karl Franz, imbuido del poder de Sigmar, se enfrentó a tres prı́ncipes ncipes demonios en la batalla por el Palacio Imperial —susurró un hombre. La nube de vapor de su aliento envolvió una oscura silueta que estaba sentada en un cajó n vuelto del reveés detrá rev detrá s de una hilera de lanzas. Fé lix reconoció el acento rural de Hochlander del cabo Herschel Mann. —Fé lix una vez hirió a un Sediento de Sangre de Khorne —dijo un segundo hombre que Fé lix no podı́ a ver, en un susurro que sonaba sobrenatural y que parecı́ a poseı́do do por una voz que habitara en las tinieblas. Fé lix frunció el ceñ o e intentó no seguir escuchando. No debı́ a sorprenderse al descubrir que Max era el responsable de las historias que corrı́an an sobre é l por la compañ ı́ a. a. Seguramente su sobrino se

 

pondrı́a muy contento si se enteraba de que no habı́ a una copia manoseada de su libro escondida en la mochila de algú algú n soldado. —¿En serio? —preguntó —preguntó Herschel. —Con un martillo rú nico que nadie má s que los hé roes de los enanos habı́a blandido antes ni lo ha hecho despué s, y gritando el nombre de Sigmar. Fé lix resopló contra el cuello de la capa. Por lo menos habı́ a recordadoo incluir el grito. recordad —No tenı́a ni idea —respondió en voz baja Herschel. Fé lix notó que los ojos del cabo se volvı́ an an hacia éé l en la oscuridad. —Hay muchas má s historias —dijo Max—. Por ejemplo, Fé lix asestó el golpe mortal al dragó n corrompido, Skjalandir. —Son tiempos de dioses y de hé hé roes roes —airmó —airmó Herschel. —Y de hombres con un destino. Fé lix puso los ojos en blanco y echó atrá s la cabeza para mirar las estrellas; a é stas no les importaba quié n habı́ a sido ni quié n pensaban los demá s que era. Eran las mismas allı́   que en cielo de Altdorf o de Middenheim, y por alguna razó n ese pensamiento lo reconfortó mientras aguardaba el amanecer. La mañ ana comenzó con un chaparró n; la lluvia aporreó sá banas y petates y arrancó del sueñ o profundo a los hombres ateridos. Con los huesos doloridos, la compañ ı́ a levantó el campamento y reanudó la marcha. Tras los dı́as as de viaje transcurridos, las Montañ as Centrales presentaban el mismo aspecto de vastedad, vacı́ o y aparente inmutabilidad; tal vez el ú nico cambio fuera que estaban cada vez má s cerca. Las nubes se acumulaban en el cielo durante el dı́ a hasta que el irmamento se volvı́a negro como un leñ o carbonizado. El aire era cada vez má s frı́ o y se hacı́ a má s difı́ cil cil respirar, y varios soldados se quejaban con amargura de permanentes dolores de cabeza y de hemorragias nasales que no podı́ an an detener. Fé lix habı́a recorrido las Montañ as del Fin del Mundo con Gotrek y la Ruta de la Seda a travé s de las Montañ as de los Lamentos, de modo que estaba acostumbrado a aquellas condiciones y hacı́ a lo que podı́a para ayudar a los hombres a adaptarse a la altitud (respirar hondo, detenerse junto al rı́ o con frecuencia y beber abundante agua), pero incluso é l estaba comenzando a notar los efectos de lo que los enanos denominaban despectivamente despectiv amente «mal de las alturas». —¿Cuá nto calculas que nos queda para llegar a Middenheim? — preguntó Fé lix, airmando los pies en el suelo y volvié ndose para observar có mo un grupo de hombres, fuertes pero cansados, se colocaban detrá s del carro de Lanarksson para levantar una rueda traseraaelypescante. traser sacarla de un surco en el camino. Lorin bramaba instrucciones desde

 

—Primero habrı́a que saber con certeza si por aquı́  se va a Middenheim —masculló Gustav. Fé lix se manoseó el anillo de casado. Preferı́ a no plantearse esa posibilidad, pero ú ltimamente habı́ a quedado demostrado que el sentido de la orientació n de Gotrek no era infalible. Se preguntó si ese hecho podı́a tener alguna clase de relació n con lo que estaba sucediendo en el mundo. ¿La desorientació n del enano podı́ a ser un sı́n ntoma toma de la misma enfermedad que aquejaba a Max? No tenı́ a la respuesta; eran preguntas preguntas que escapaban a sus capacidades y lo sabı́ a. a. Una apá apá tica tica ovació ovació n sonó sonó por encima del estré estré pito pito del rı́ o cuando la rueda trasera del carro de Lorin cayó sobre suelo irme y el vehı́ culo culo reanudó la marcha. Fé lix llevó la mirada má s allá del carro y observó la dentada lı́nea nea de picos. Lo recorrió recorrió un escalofrı́ o. o. —No consigo quitarme de encima la sensació n de que nos observan. —No eres el ú nico —dijo Gustav. Tenı́ a los ojos inyectados de sangre y una costra en el lado izquierdo de la nariz, residuo de una hemorragia reciente. Se rascó con insistencia las marcas en el cuello con la vendada derecha y sus ojossiquiera, saltabanpero con nerviosismo de un pico a otro—.mano No he visto un pá jaro lo percibo. ¿Tú no? —Es probable que nos esté n observando —dijo con voz retumbante Gotrek desde una posició n má s adelantada. El enano no se volvió ni aminoró el paso, pero el puñ ado de soldados que habı́ a entre é l y Fé lix sujetaron las armas con má s fuerza aun y clavaron los ojos en las laderas. Fé lix maldijo para sı́ su  su falta de tacto. —Tenı́a entendido que só lo los enanos podı́ an an encontrar estos caminos. Gotrek soltó soltó una risotada amarga. —Estamos siguiendo el rı́ o, o, humano. Hasta un troll con los ojos vendados podrı́aalos llegar hasta aquı́ . de Creı́ que era obvio que todavı́a no hemos llegado viejos caminos losa enanos. —¿Y cuá cuá nto nto falta para que lleguemos a ellos? —No lo sé . —Gotrek se encogió de hombros y miró ijamente las sombras que se cernı́ an an sobre el horizonte, el cual tenı́an an al alcance de la mano—. Nunca habı́a ido por aquı́ . —Deberı́amos amos preparar un plan por si acaso no encontramos esos supuestos caminos —dijo Gustav entre dientes, con la mirada ija al frente y rascá rascá ndose ndose el cuello—. No quiero estar dando vueltas por estas montañ as hasta que aparezcamos al otro lado en Nordland o nos muramos de hambre. Le doy dos dı́ as as para encontrar sus malditos caminos; luego daremos media vuelta y nos dirigiremos al sur. —Los encontraremos —dijo Fé lix, haciendo gala de una conianza que no sentı́a ni lo má má s mı́ nimo nimo y reforzá reforzá ndola ndola con una sonrisa.

 

Gustav soltó una risita de mofa, pero no pudo reunir las fuerzas necesarias para añ añ adir nada má má s. s. Fé lix siguió caminando mientras daba vueltas en la cabeza a las palabras de Gotrek, con una picazó n en la nuca causada por lechas imaginarias. —¡Hombres bestia! en la cabeza de la columna de marcha. Hombres y El gritó estalló mujeres echaron a correr en todas direcciones, con sus gritos ahogados por el traqueteo de las armas de fuego. Desde la columna ascendı́ an an nubes de humo de pó pó lvora lvora que se dispersaban en el aire mientras el eco de las descargas resonaba por el cañ cañ ó n. Fé lix ascendió jadeando una docena de pasos por la pendiente del valle, se volvió a sus hombres e hizo un gesto vehemente con los brazos, cruzá́ ndolos cruza ndolos repetidamente a la altura del pecho. —¡Alto! ¡Alto el fuego! La pareja de cabras lacuchas que un cerebro falto de oxı́ geno geno habı́a confundido con hombres bestia tendié ndoles una emboscada balas desapareció disparadas dando hacia brincos los animales, por las rocas. dio laAimpresió impresio pesar dé n las de que dos ninguna docenas de las dos habı́a recibido un balazo. —Una lá stima —dijo Gotrek, y Fé lix pensó en un primer momento que era la ausencia de una manada de hombres bestia lo que apenaba al enano, pero entonces el Matador se volvió hacia Gustav y esbozó una sonrisa maliciosa—. Parece ser que aú aú n nos moriremos de hambre. Fé lix se apretó el hueso de la nariz y tomó una bocanada de aire que le supo má má s aguada que la cerveza en una taberna de Mootland. Las preocupaciones consumı́an an el poco aire que le llegaba al cerebro. ¿Cuá nta munició n les quedaba? ¿Estaban siguié ndolos los mismos que asediaban Wolfenburgo? Y en ese caso, ¿habrı́ an an oı́do do los disparos? Se obligó a respirar hondo. No se veı́ a capaz de seguir aguantando aquella situació n. El corazó n iba a estallarle mucho antes de que se cumpliera el plazo dado por Gustav para cortar por lo sano y dar media vuelta. Si miraba el lado positivo, el viaje por lo menos le habı́a proporcionado el tiempo que necesitaba para recuperarse de la batalla en el bosque. Sintió có mo le palpitaba la cabeza y los tendones de mano tiesos como calabrotes de tanto tiempo como llevaba el brazo encogido, listo para desenvainar la espada; aunque caminaba como un hombre que hubiera recuperado las articulaciones, lo que no podı́ a dejar de ser un progreso. Ya no le dolı́a la cara del puñ etazo de Gotrek, aunque su ego seguı́a ligeramente herido y, si bien no habı́ a un espejo en varios cientos de leguas a la redonda, dudaba que una nariz rota y un par de dientes partidos le favorecieran. No es que ú ltimamente é se fuera un tema que le quitara el sueñ o, la verdad. Suspiró , y de repente se volvió a sentir un desgraciado.

 

El lado positivo no daba má s de sı́ . Gotrek proirió un gruñ ido y dirigió la atenció n de Fé lix hacia la cabeza de la columna, parcialmente tapada por nubes de humo de pó lvora que comenzaban a dispersarse. Un puñ ado de exploradores habı́a regresado. Kolya marchaba a la cabeza del grupo; silbó con los dedos y luego agitó una mano por encima de la cabeza y gritó con entusiasmo mientras señ alaba en la direcció n de donde venı́ aa.. Fé lix estaba demasiado lejos para oı́ r, r, con rı́o o sin rı́ o, o, lo que decı́a el kislevita; demasiado lejos incluso para distinguir la expresió n de su cara; pero habı́ a olvidado la capacidad auditiva de Gotrek. —Un asentamiento de los enanos —dijo el Matador mientras deslizaba el dedo pulgar por el ilo de su hacha y se volvı́ volvı́aa a mirar a Gustav con la lengua fuera—. Donde nos incorporamos a nuestro camino. Lorin Larksson detuvo su carro en lo que parecı́ a un patio, estiró el cuello para mirar a su alrededor y soltó soltó un silbido de asombro mientras tiraba de las riendas. La hierba petriicada se desmenuzó como si fuera de talco las vetustas cuando losas lasdel ruedas suelo.con Las laspor llantas lo general de hierro estoicas se detuvieron mulas desobre raza alpina resoplaron y piafaron con nerviosismo. Lyndum bajó de un saltó e intentó en vano tranquilizarlas, pero en el aire lotaba algo extrañ o. Los hombres desilaron bajo la obra de piedra erosionada que, con un poco de imaginació n y remontá ndose varios miles de añ os, podrı́ a identiicarse como una torre de entrada. Los quejidos de animales importunados resonaron en los ajados bloques de los muros que los rodeaban. Fé lix cerró una mano en torno a la empuñ adura de la espada y con la otra sujetó la vaina mientras paseaba la mirada en derredor. El asentamiento consistı́a en un par de centenares de construcciones viejas al abrigo de la vasta montañ a. El rı́ o discurrı́a por uno de sus extremos, separando el patio y las ruinas de una muralla del resto de la població n, seguramente con la idea de emplearlo como recurso defensivo. Varios puentes, de los que só lo uno parecı́ a conservarse má s o menos intacto, facilitaban el paso a la otra orilla. El patio fue llená ndose paulatinamente de hombres que se movı́ an an con la aprensió́ n de la superstició aprensio superstició n en torno a las fuentes, que la erosió erosió n habı́ a reducido a meros bloques de piedra gris agujereados que, só lo si se miraban con el rabillo del ojo, parecı́an an representar iguras de enanos. Resultaba perturbador, pues esas semejanzas parecı́ an an desvanecerse en el interior de la piedra cuando se miraba las fuentes directamente. La montañ a estaba salpicada de viejas entradas a minas y fortiicaciones, todas ellas en estado de ruina y conectadas por un tortuoso queen conducı́ a a maciza la ciudadela La fortaleza camino estaba elevado incrustada la roca de ladesmoronada. cumbre, donde

 

recibı́a el ú ltimo rayo del sol cuando é ste se escondı́ a por los picos de poniente. Algo metá lico brillaba en sus almenas, pero la distancia era excesiva para distinguir de qué se trataba. Fé lix se dijo que serı́ a algú n elemento de la vieja construcció n y devolvió la atenció n al camino elevado. Supuso que ese serı́ a el sendero que recorrerı́ an an a la mañ ana siguiente para incorporarse despué s a los caminos de los enanos que llevaban a Middenheim. Por alguna razó n fue incapaz de seguir el camino ininterrumpidamente desde la cima hasta la base. El principio y el inal eran evidentes, pero era incapaz de ir de un punto a otro sin perderse. Se preguntó si estarı́ a protegido por alguna clase de runas de ofuscació n o si simplemente se debı́ a a un diseñ o ingenioso sumado al efecto de la luz menguante en unos ojos cansados. Mientras é l observaba el camino y le acuciaban las preocupaciones sobre lo que les esperaba al dı́ a siguiente, los hombres montaban el campamento siguiendo las indicaciones del cabo Mann. Se armaron las tiendas de campañ a y se encendieron fuegos por toda la explanada. Se levantaron empalizadas con lanzas, tanto en la entrada al ú nico puente en pie como en el irregular hueco habı́ an andescargaron atravesado un la desmoronada muralla defensiva. Un por par el de que hombres saco de salvado de avena del carro de Lorin y lo arrastraron hacia el rı́o para preparar preparar las gachas de la cena. Un estrepitoso choque de acero resonó en las desmenuzadas piedras. Fé lix tomó una brusca bocanada de aire y se volvió al mismo tiempo que extraı́a Karaghul  un  un dedo de la vaina. —Doskonale Doskonale , , Gustav, está s mejorando. Fé lix dejó salir el aire entre los dientes apretados y volvió a envainar envai nar la espada hasta el fondo. No sabı́ a de dó dó nde sacaban la energı́ a aquellos muchachos. Un corro de soldados que chilaban y reı́ an an rodeaba a dos hombres que intercambiaban Kolyaque bailaba detrá de launa ordynka , ordynka  , una espada corta con la golpes. hoja corva, empuñ abas en mano izquierda pese a ser diestro, mientras que mantenı́a la mano derecha pegada a la espalda. Su colorido abrigo de cá ñ amo tintineaba cada vez que se agachaba o hacı́a una pirueta. Un hilito de sangre que partı́ a de la nariz de Gustav (una hemorragia nasal provocada por la altitud) acentuaba el gesto de seria concentració n de su rostro. Su sable, má s largo, cortaba el aire con determinació n, salvo en las raras ocasiones en las que el kislevita daba un grito alegre y hacı́ a chocar las espadas. —Manté n la distancia, hombre del Imperio. Me tienes a tu alcance, aprové chalo… El duelo continuó sin la atenció n de Fé lix. No era necesaria. Kolya era mejor espadachı́n de largo, quizá mejor que é l mismo, aunque le gustaba pensar que habrı́a sido capaz de derrotar al antiguo lancero en un duelo justo en sus buenos tiempos.

 

El má s leve ruido de un objeto metá lico chocando contra las piedras lo arrancó de su ensimismamiento y le hizo centrar su atenció n en Lorin Lanarksson, que caminaba hacia é l arrastrando los pies y detenié ndose de vez en cuando para dar unos golpecitos a los fragmentos de escombros con la cabeza de martillo del puñ o de su bastó n. —Mi bisabuelo formó parte de una expedició n a estas montañ as que partió de Karak-Kadrin. Por aquel entonces debı́ a ser má s joven incluso que tú , herr   Jaeger. —El barbiluengo aferró el bastó n y contempló las ruinas que dominaban el horizonte por el norte, con una expresió n emocionada en los ojos. La luz de las antorchas le cosı́ a la marca de mordisco de la cara—. Y pensar que ahora yo estoy pisando las mismas piedras que pisó pisó é l.l. Aunque la ló gica le decı́ a que debı́a haber enanos de menor edad que sus cincuenta añ os, no podı́ a evitar imaginá rselos a todos como sabios ancianos de barba larga o como rocas ajenas al paso del tiempo como Gotrek. Fé lix no estaba seguro de si el comentario de Lorin atenuaba esa impresió n o si simplemente le hacı́ a sentir má s viejo y cansado de lo que se habı́ a asentido só lo unos Sina embargo, lo que sı́  comprendı́ comprendı́ perfectamente eramomentos la escala deantes. tiempo la que estaba reirié reirié ndose ndose el enano. Cuatro generaciones generaciones de esa longeva raza podı́an an signiicar varios milenios. El mismo habı́ a conocido enanos que habı́an an vivido la Gran Guerra de hacı́a doscientos añ os y seguı́ an an fuertes como robles. Se preguntó qué habrı́ a sido de esos enanos: el viejo Borek y el prı́ ncipe ncipe Harim, o incluso, ya puestos, Malakai Makaisson. Probablemente, Probablement e, todos muertos. Ese pensamiento le entristeció , aunque no tanto como creı́ a que debı́a hacerlo. Apretó una mano enguantada contra el muro como si eso le permitiera la sintió mezclanada, de asombro y admiració que dominaba alexperimentar barbiluengo. No só lo una picazó n en lannuca, como si tuviera detrá s a un asesino con la ballesta cargada y apuntá́ ndolo. apunta ndolo. Se le puso la carne de gallina. Só Só lo eran imaginaciones. —Ya sé . Ninguno regresó con vida. —¡Nada de eso! Regresaron todos. Sin un cé ntimo, avergonzados y dignos de compasió n como unos idiotas inocentorros, pero vivos. —¿Qué vinieron a buscar si todo el mundo cree que en estos picos no hay nada? El barbiluengo vaciló un momento. Su rostro se arrugó y é l se acarició la barba mientras se colocaba apresuradamente la pipa entre los labios y mordisqueaba el largo tubo de madera. Fé lix oyó que la madera se astillaba y el barbiluengo apartó malhumoradamente la pipa de los labios.

 

—No sé có mo describirlo. Los humanos no tienen una palabra para ello. —¿Ninguna? —Nunca han llegado a conocerlo. No creo que se haya hablado nunca del asunto con alguien que no sea un enano. —Lorin volvió a mordisquear la pipa astillada y se encogió de hombros—. Para serte completamente sincero, herr  Jaeger,   Jaeger, ni siquiera solemos hablar de ello entre nosotros, nosotros, pues son pocos los que creen en su existencia. Fé lix suspiró . A veces echaba de menos la racanerı́ a verbal de Gotrek. —Se trata de… Kazad Drengazi. Un templo, y la leyenda cuenta que está́ en algú esta algú n lugar de estas montañ montañ as. Fé lix no sabı́a a ciencia cierta por qué , pero tenı́ a el presentimiento de que esas dos palabras en khazalid poseı́ an an un signiicado profundo que Lorin, pese a sus buenas intenciones, era incapaz de transmitirle. Antes de que pudiera seguir indagando en el asunto, apareció Gotrek con sus andares pesados y el hacha apoyada en el hombro. El Matador señ aló con un dedo pulgar por encima del hombro hacia las ruinas que tenı́a—¿Qué a su espalda. haces aquı́  haraganeando,   haraganeando, humano? ¿Quieres encontrar el camino a Middenheim o no? —¿No es una tarea má s adecuada para Kolya o para alguno de sus exploradores? —preguntó Fé lix, que no estaba seguro de si le apetecı́ a pasar la noche a solas con Gotrek paseá ndose por unas ruinas desoladas. Gotrek masculló algo para su barba, se volvió ligeramente como para asegurarse de que Fé lix no podı́ a leerle los labios y se encogió de hombros de una manera pomposa. —No vengas si no quieres, humano. Tú decides. Fé lix alzó la vista al cielo mientras pensaba todas las razones por las que ar bajo ningú n concepto debı́ apara abandonar campamento acompañ al Matador. Luego maldijo sı́  y   y echó ela andar detrá s dey é l. Alguien tenı́a que hacerlo, se dijo. ¿Por qué qué no iba a ser éé l? l?

 

CAPÍTULO SIETE Las ruinas de la fortaleza de los enanos Gotrek se acuclilló ante un bloque de granito oculto en la esquina de un muro en ruinas que se alzaba al inal de una amplia calle vacı́ vacı́aa que llegaba al margen del rı́ o. o. Fé lix se quedó de pie detrá s del Matador, acariciando con nerviosismo la empuñ empuñ adura de la espada. Los ediicios estaban construidos de acuerdo con lo que habı́ a llegado a identiicar con el estilo propio de los enanos: enormes bloques colocados uno encima de otro con una habilidad y precisió n tales que no habı́ a ni rastro de argamasa; y a la evocadora luz de Mannslieb, era prá prá cticamente cticamente imposible para la vista humana distinguir siquiera las juntas. Una quietud sobrecogedora reinaba en aquel lugar, una serenidad propia de un camposanto que el el lejano murmullo del rı́o no conseguı́ a romper. Era imposible estar en aquel lugar y no preguntarse sobre las vidas olvidadas que lo habı́an an habitado. ¿Quié nes habı́aan n sido? ¿Qué habı́ an an hecho? ¿Quedaba algú n vestigio de ellos en el mundo que conocemos? Eran las preguntas romá ntico que Fé lix llevaba dentro, el que contemplaba el cosmos del y pedı́ a en sus oraciones una señ al de estabilidad. La mente humana no estaba diseñ ada para manejar perı́oodos dos temporales a una escala tan abrumadora como é sta, en la que el linaje del pensador se diluı́ a en agua y erosionaba el legado má s perdurable hasta que é ste quedaba reducido a polvo que el viento dispersaba. Estar en aquel lugar a la fuerza le recordaba a uno el lugar que ocupaba y la importancia que tenı́a en un mundo ya impregnado de historia. Fé lix se preguntó si Karl Franz, Magnus el Piadoso o incluso Sigmar habrı́aan n sentido lo mismo estando en su lugar. Ese pensamiento quizá deberı́ a haberle avergonzado por su descaro, pero por alguna razó́ n no lo hizo. razo —¿Alguna tienes la sensació n de que estamos en el lado equiv equivocado ocado de lavez historia? —No.

 

Fé lix esbozó media sonrisa y echó un vistazo por encima del hombro hacia los puntos luminosos y las voces que llegaban esporá dicamente desde el campamento de la otra orilla del rı́ o. o. Le asaltó el olor de las gachas que estaban preparando y se le encogió el estó mago del hambre. Otro sentido alterado le provocó un escalofrı́ o. o. —¿Todo esto no hace que te preguntes sobre la gente que vivió aquı́? ¿Nosotros acabaremos igual? ¿Será esto lo que quede del Imperio si fracasamos? —Middenheim no será ni de lejos tan bonita dentro de cinco mil añ os. Fé lix examinó las ruinas con una nueva perspectiva. ¿De verdad podı́aan n ser tan antiguas? Ahora que la miraba con nuevos ojos se dio cuenta de que la ciudad no presentaba ninguna de las caracterı́ sticas sticas que habı́a terminado asociando con los asentamientos de los enanos. Carecı́a de las torres para los girocó pteros que los enanos empleaban para las comunicaciones y para el aprovisionamiento de los asentamientos aislados como é ste. Tampoco habı́ a visto ni rastro de los fabulosos baluartes en los que alojaban los cañ ones. Fé lix sabı́ a que los enanos habı́aan n enseñ ado los pó lvora aa los y les habı́an an ayudado a fundar lassecretos escuelasdedelaingenierı́ que,humanos en la misma medida que los Colegios de la Magia, habı́ an an convertido el Imperio en la potencia que era. Fé lix se aferró con tristeza a ese ú ltimo pensamiento. «Era.» ¿Era posible que hubiera habido un tiempo en el que ni siquiera los enanos poseı́an an ese conocimiento? Le costaba creerlo. Aunque desde un punto de vista ló gico era un pensamiento vá lido, Fé lix daba por supuesto que la raza de los enanos habı́ a sido obsequiada con un conocimiento inherente de tales secretos. Al pensar ahora que su dominio de la materia era la consecuencia de varios siglos de una metó dica investigació n basada en el ensayo y error só lo acrecentaba el respeto Fé lix por sus logros. Estode elevo elevó ́ hasta nuevas cotas su determinació determinació n para que algo de su civilizació n perviviera. Echó otro vistazo por encima del hombro y se sumó a Gotrek en el examen de aquella piedra en particular. El tiempo habı́ a recubierto el granito de una pá tina verde y el bloque estaba rodeado por unas espesas zarzas que habı́ aan n brotado de las piedras má s blandas que lo rodeaban. No obstante, una vez que Gotrek retiró las hierbas que las tapaban, aú n podı́ an an leerse las runas grabadas en é l. O al menos eso esperaba Fé lix. Para é l só lo eran unas muescas en la piedra, y de no haberse encontrado con Gotrek, habrı́a pensado que só lo eran los arañ̃ azos de un pá aran pá jjaro aro y no les habrı́ a prestado mayor atenció n. —Es klinkerhun, humano, escritura rú nica, pero muy antigua. Es difı́ccil il saberlo con certeza, pero creo que vamos en la buena direcció n. —El enano alzó la cabeza y miró detenidamente calle abajo, escrutando

 

la penumbra con sus ojos adaptados a la oscuridad de una manera que Fé lix envidió —. Sigamos adelante, a ver si encontramos otra. Hay docenas de caminos antiguos que se adentran en las montañ as y no quiero pasarme dos dı́ as as recorriendo uno y luego descubrir que no es el que buscamos. Fé lix asintió con la cabeza y el Matador se puso de pie y eniló con resolució n calle abajo. Fé lix examinó una ú ltima vez la escritura rú nica. Habı́a en ella algo triste, una especie de anhelo de ser recordada. ¿De verdad era posible que estuvieran guiá ndose por algo tan simple como el hito de un camino? «Imperiostrasse. Middenheim, 200 kiló metros.» Esa idea disparatada le arrancó una sonrisa. Dio media vuelta y siguió a su compañ ero. Era reconfortante volver a tener un destino. Era algo a lo que aferrarse y representaba una esperanza. Sus pasos resonaban entre las ruinas. Fé lix se dio cuenta de que Gotrek se movı́a con cautela, aun ası́ , sus botas con clavos arañ aban la quietud como los pitones de escalada una pared de piedra. Fé lix echó una mirada por encima del hombro, convencido de que habı́ a oı́do do los pasos unarátercera persona avanzando a ellos por las ruinas,de pero pidamente atribuyó el ruido en a suparalelo imaginació n. Tambié n podı́a ser el eco de sus propios pasos. Le parecio pareció́ que la cota de malla no era adecuada para la situació n y se echó la capa por encima de los hombros, como si la raı́da da lana de Sudenland añ adiera una capa de protecció́ n a su espalda. proteccio Fé lix sostuvo la espada una pizca má s cerca del cuerpo y ajustó el paso a los pasos má s cortos del Matador para que los pies de ambos golpearan el suelo a la vez. Allı́   se se respiraba una sensació n de soledad que Fé lix no habı́a experimentado en ningú n otro lugar; ni siquiera en las cié nagas brumosas de Albió n ni en las desoladas dunas de Nehekhara. Estas ruinas estaban impregnadas de esa soledad, como las piedras del desierto que aan n estado absorbié durante todo el dı́a y la irradiaban durante dura ntehabı́ la noche. Comentó Comento ́ esa ndola sensació sensacio ́ n a Gotrek. —Incluso en la Edad Dorada de mi pueblo, cuando Karaz-a-Karak podı́a llevar al campo de batalla a cincuenta mil enanos sin que se oyera un martillazo menos en nuestras forjas, aquı́  no   no habı́a má s que un par de millares de enanos. No les fue mal, despué s de todo eran enanos, pero al inal se fueron. Fé lix forzó la vista para escudriñ ar la oscuridad impenetrable que cubrı́a los vestigios a ambos lados, como si su fuerza de voluntad bastara para verlos con la misma claridad que Gotrek. Su imaginació n pobló las sombras de goblins invadiendo frené ticamente las calles a lomos de sus lobos y enanos gritando mientras veı́an an có mo saqueaban su ciudad y la reducı́aan n a cenizas. Sin embargo, Fé lix no encontró ninguna prueba evidente de lucha. ¿Skavens, tal vez? Su corazó n se aceleró al pensar en esa raza astuta y vil. No se tenı́ a por un hombre

 

rencoroso ni cobarde, pero odiaba y temı́a a los hombres rata má rencoroso má s que a cualquiera del resto de los horrores que se habı́ a encontrado a lo largo de su vida. Eran envenenadores, saboteadores y asesinos. Habı́ an an matado a su padre y habı́ an an estado a punto de asesinarlo tambié tambié n a éé l,l, y só lo un fortuito giro del destino habı́ a impedido que destruyeran el Imperio mucho antes. Pese a su fracaso, habı́an an sido capaces de quemar media Nuln y destruir la Escuela de Artillerı́a. a. Volvió a pensar en los pasos de un tercer individuo que habı́ a atribuido a su imaginació imaginació n. «Sigmar —suplicó , apretando los dedos alrededor de la empuñ adura de la espada—, que sea un skaven, por favor.» —¿Qué sucedió ? —consiguió decir tras unos minutos regodeá́ ndose regodea ndose en lo que le harı́ a a la rata que encontró encontró entre éé l y Kat. —No «sucedió » nada, humano. Simplemente aquı́   no habı́a nada por lo que valiera la pena quedarse. La tristeza que conllevaba la respuesta del enano hizo que Fé lix dejara caer los hombros y alojara la mano en torno a la espada. —¿Y el templó templó que mencionó mencionó Lorin? Gotrekestú soltó un vejestorio. buido despectivo. —Ese estu ́ pido No es un templo, sino una fortaleza. —¿Qué́ signiica el nombre? —¿Que Gotrek frunció los labios con gesto pensativo. —Hay ciertas palabras para las que no existe una traducció n en tu lengua. Basta con decir, humano, que si no se ha encontrado ya es que no existe. El camino que buscamos no es obra de los enanos que vivieron en este lugar. Es uno má s de la docena de caminos que abrieron los exploradores que vinieron aquı́   siguiendo la leyenda de Karad Drengazi. Gotrek señ aló hacia un punto elevado en el norte. Fé lix no vio nada, salvo tal vez el destello de un objeto metá lico que relejaba la luz de las estrellas, no puso en duda el Matador estaba señ alá ndole la ciudadelapero ubicada en la cima de laque montan montañ ̃ a. —Los ú ltimos enanos que abandonaron la vieja fortaleza viajaron hacia el norte por un camino que los llevó hasta vuestras tierras. O lo que acabarı́aan n siendo vuestras tierras. Ellos ayudaron a los humanos a transformar Middenheim en la fortaleza que es ahora. La dotaron de murallas, excavaron tú neles e incluso diseñ aron el funicular que aú n hoy en dı́ a conecta la cima. Fé lix abrió los ojos con perplejidad, pero no dijo nada. Habı́ a renunciado a intentar calcular la antigü edad de aquel lugar. La Fauschlag ya era una fortaleza inexpugnable mucho antes de que Sigmar uniera las dispersas tribus humanas para fundar el Imperio. —Esos mineros pioneros encontraron un laberinto de cuevas y tú neles en las entrañ as de las montañ as —prosiguió Gotrek—. Una de esas galerı́as as llegaba hasta aquı́  y   y enlazaba con en el camino. —Gotrek

 

resopló con gesto concentrado y se arrodilló para examinar otra marca rú nica que Fé lix ni siquiera habı́ a visto—. Aunque creo que ni el mismı́ssimo imo Grimnir podrı́ a explicarte el motivo. ¿De modo que ası́ era   era como Gotrek planeaba pasar por debajo de las hordas del Caos que sin duda sitiaban la Ciudad del Lobo Blanco para entrar en ella? Una racha de viento del norte gimió de una manera sobrecogedora a su paso por las ruinas. ¿De verdad esperaba conseguirlo? —¿No te parece un poco incauto construir una puerta trasera a la fortaleza? ¿Quié n sabe qué má s podrı́ a estar merodeando por estos mismos caminos? Gotrek rascó rascó con las uñ uñ as el musgo adherido al hito. —Imposible. Fé lix deseó estar tan seguro como su compañ ero. Antes de que pudiera abrir la boca para pedir una explicació n má s tranquilizadora, Gotrek le mandó guardar silencio con un gesto con la mano y olfateó el aire. El Matador se chupó el dedo y lo sostuvo en alto para averiguar la direcció direccio viento; giró giro ́ para ponerse demordio cara a é ́el l (venı́ del norte, por la calle)́ ny del escudriñ escudrin ̃ ó la oscuridad. Fé Fé llix ix se mordió labio,a con la espada alzada. —¿Qué́ pasa? —¿Que —Chsss. Huelo algo. El enano se volvió a Fé lix, que negó con la cabeza. Aunque ya no tuvieraa las fosas nasales invadidas por el olor de las gachas, sospechaba tuvier que habrı́a tenido diicultades para percibir otro olor que no fuera el suave hedor de su ropa mugrienta. —Ya te dije que Kolya te serı́a má s ú til —susurró —. Se le dan bien estas cosas. El kislevita se habı́a ganado la vida cazando monstruos animales a lo largo y avendı́ lo ancho Territorio Troll de las Montañ as Goromadny, que luego a a lasdel tribus kurgans queyhabitaban en esos lugares. No tenı́a los ojos cansados de un viejo ni dolor en las articulaciones, ni la necesidad de Fé lix de un petate, del calor de un fuego y de una taza de gachas. Y lo má s importante de todo, ahora era el cronista de Gotrek, por lo tanto su lugar estaba allı́, al lado del Matador. Se preguntó si el hecho de que é l estuviera en su lugar serı́ a consecuencia de la falta de rigor del kislevita o de una decisió decisió n consciente de Gotrek. El Matador masculló algo bruscamente y luego guardó silencio. Se puso de pie y fue al otro lado del camino, como si Fé lix no hubiera abierto la boca. —Ven aquı́, humano —dijo en voz baja desde las sombras—. Creo que no estamos solos.

 

Gustav Jaeger y dos hombres de la compañ ı́ a libre, con sus uniformes de color burdeos y dorado revestidos con placas de armadura y capas, se acuclillaron en torno a la huella en el barro blando. Era un poco demasiado grande para pertenecer a un hombre. Gustav hundió un dedo en la huella con la vista puesta en la cinta de espuma perlada que rugı́a a su lado. Se le pasó por la cabeza la extrañ a idea de llevarse el pegote de mugre a la boca para probar su sabor, pero la descartó y sacudió la mano para limpiá rsela, con el gesto ceñ udo. Se sentı́ a observado,, juzgado, y eso le ponı́a nervioso. observado —¿Qué́ está —¿Que está s pensando, amigo Gustav? —Estoy pensando que esta noche no voy a dormir. Kolya sonrió y se sentó en cuclillas al otro lado de la huella, cuyo contorno recorrió con el dedo, como si estuviera formá ndose una imagen mental de ella. Las conchas y los guijarros prendidos de su abrigo mediante cintas de colores repiqueteaban dulcemente con sus movimientos. La oscuridad teñ ı́ a de gris los retazos cuadrados que componı́an an su prenda, pero no brillaban menos en contraste con la penumbra del paisaje que los rodeaba, y el caballo que se habı́ a tatuado recientemente coń , plantó jena en tenuey destello metá́ lico. meta lico. Se levantó levanto planto ́ unel pieantebrazo en el barroemitı́ juntoa aun la huella volvió volvió a retirarlo para examinar la marca. —Má s grande que un hombre, y má s pesado. Fı́ jate jate en lo profunda que es en comparació comparació n con la mı́ aa.. Gustav miró detenidamente la huella. El no era ningú n experto. Habı́a acribillado a Kolya y a los hombres que esperaba liderar algú n dı́a con preguntas sobre el tema, pero no podı́ a ocultar que jamá s habı́ a ido a ninguna parte sin la ayuda de un camino y de un guı́ a contratado hasta que la batalla de Badenhof lo habı́ a obligado a prescindir de ellos. Sabı́a que en esa materia nunca estarı́ a a la altura del resto de los hombres. Hombres como su tı́o. o. Nohoras. obstante, le parecı́a que la huella era de hacı́ a como mucho un par de —¿Alguna clase de monstruo? —gruñ ó uno de sus hombres, un tipo de barba gris y con cicatrices llamado Sturm, que sostenı́ a una espada sobre las piernas lexionadas y empuñ aba una pistola con el seguro echado. —No lo sé —confesó Kolya—. Pero ya habı́a visto huellas como esta. En el oblast  . . El kislevita escrutó la orilla opuesta con el arco tensado y mirando por encima de la punta de la lecha. Las borlas que colgaban de los extremos corvos del arma revolotearon suavemente con la brisa. Las Montañ as Centrales estaban muy lejos del septentrional oblast   , pero Gustav sabı́a que el cazador estaba haciendo uso de su instinto. Las tenebrosas ruinas evocaban en Gustav imá imá genes genes de insectos, de arañ as gigantes con patas segmentadas de negra caliza que se

 

cobijaban en la ladera de la montañ a en espera del momento adecuado para salir de sus escondrijo y abalanzarse sobre ellos. —¿Ves algo? —preguntó con los dientes apretados. Kolya bajó el arco. Tenı́ a el ceñ o fruncido en un gesto de consternació n. Gustav tragó saliva, con los nervios a lor de piel. Algo que escapara al escrutinio de Kolya era mucho peor que cualquier cosa que é l fuera capaz de ver. —Doble guardia esta noche —dijo el kislevita—. No quité is el ojo del puente y manteneos alejados del rı́ o. o. —Se volvió a Gustav, frunció los labios y se encogió de hombros de una manera tan sutil que ni siquiera las conchas de su abrigo se movieron—. Y por el bien de tu tı́ o reza para que esté esté má má s interesado en nosotros que en éé ll.. El hedor a putrefacció putrefacció n obligó obligó a Fé Fé lix lix a taparse la boca y la nariz. El tufo lotaba por todo el pó rtico sembrado de escombros hasta el que lo habı́a llevado Gotrek, e impregnaba las hierbas que crecı́ an an como un capullo alrededor del nauseabundo cadá cadá vver er verde que yacı́ a en el fondo del espacio. Era un goblin. Tenı́a un pie atrapado en las fauces de una trampa para quedealguien ocultado los escombros. A juzgar por el osos aspecto sus uñhabı́ as yalos rasguñ entre os ensangrentados que presentaba entre el tobillo y la rodilla, Fé lix llegó a la conclusió n de que habı́a pasado buena parte de sus ú ltimas horas intentando liberarse. Su cuerpo estaba má s oscuro de lo habitual, habı́ a empezado a hincharse y estaba cubierto por una serie de diminutas marcas de mordisco. Fé lix dio un paso adelante; los escombros crujieron debajo de su bota y las ratas salieron chillando y corretearon por la hierba hacia los rincones má s alejados de la estructura. El corazó n comenzó a aporrearle el pecho. Llegó hasta el cadá ver y se acuclilló junto a é l. Una mata de dientes de leó n sostenı́ an an el cuerpo como si fuera un cojı́ n, n, de cuyos bordes sobresalı́an an las manos de estrangulador y la cabeza con forma de lecha del goblin, que quedaban colgando en el aire. Fé lix volvió a taparse la boca y se volvió hacia la puerta. Gotrek se habı́ a quedado allı́, inmó vil en el hueco de la puerta, con el hacha sujeta sin esfuerzo aparente en una mano mientras vigilaba el lado opuesto de la calle con su ú nico ojo. —Dudo que este pobre desgraciado haya estado siguiendo a nadie durante la úú ltima semana. —¿Te da pena el goblin, humano? Deberı́as as avergonzarte. Fé́ lix Fe lix suspiró suspiró . Envainó Envainó la espada y sacó sacó en su lugar l ugar un cuchillo corto de una funda de cuero que llevaba metida en la bota derecha. Con é l retiró algunas hierbas y restos putrefactos de la trampa para osos. Se la quedó́ mirando con el ceñ quedo ceñ o fruncido. El ailado acero destelló destelló a pesar de que hasta allı́ apenas  apenas llegaba el má má s ino rayo de luz de luna. No hallo halló́ en é l la má s leve marca que indicara que habı́ a sido manipulado con

 

herramientas. En resumidas cuentas, era uno de los objetos manufacturados manufacturad os má má s pulcros que Fe Fé́ lix lix habı́ a visto jamá jamá ss.. —Sin duda debió dejarla alguna de las expediciones que pasaron por aquı́ —dijo  —dijo Gotrek, y luego devolvió devolvió la atenció atenció n a la calle. El exceso de cautela de Gotrek estaba crispá crispá ndole ndole los nervios. —¿Hay algo ahı́ fuera?  fuera? Gotrek le respondió con un gruñ ido evasivo y sin volverse hacia é l señ aló el techo con el ojo de su hacha. Visto desde fuera habı́ a dado la impresió n de que el ediicio constaba de un par de plantas, si bien la idea de andar a ciegas en la oscuridad, rodeado de ratas y sin saber qué otra cosa podrı́a encontrarse en su camino, en busca de una escalera que tal vez ni siquiera soportarı́a su peso, le atraı́a má má s bien poco. —¿Por qué no vas a echar un vistazo, humano? —dijo Gotrek distraı́ d damente amente mientras se instalaba para hacer guardia—. Yo esperaré aquı́ abajo.  abajo. Morzanna, profetisa del Señ or Oscuro, habı́ a visto un centenar de veces el momento en el que una docena de caballeros mutantes, ataviados con sudemejores de batalla, habı́ a irrumpido su cá mara mucho antes que porgalas in oyera sus estrepitosos pasos en subiendo la escalera de la torre que habı́a hecho suya. El ú nico mueble que habı́ a en toda la habitació n era un jergó n sin usar apoyado contra una pared: má s por una cuestió n de apariencia, de aceptació n de un gesto amable, que por su utilidad. Por lo demá s, en el suelo de la cá mara só lo habı́ a fragmentos de piedra que habı́an an caı́do do del techo, del que colgaban hierbajos, enredaderas ibrosas que jugueteaban con sus pequeñ os y oscuros cuernos mientras ella recorrı́a la habitació habitació n. Se acercó a la ventana, que era ancha y alta, diseñ ada para el disfrute de la vistas má s que para la defensa; é sa era una de las razones por las que ella habı́ a elegido esa cá mara y nadie má s la habı́ a querido. Se asomó . Má s que ver las montañ as, las sintió en la frı́ a brisa procedente de un hueco poco profundo que la acarició . Las ruinas de la ciudad yacı́an an sobre la ladera, como un puntada en un vestido negro. El rı́o era un lejano borboteo. Frunció Frunció el ceñ ceñ o y se desplazó desplazó medio palmo a la izquierda. Sı́, mucho mejor. Llamaron a la puerta y una sonrisa resplandeciente se dibujo dibujó́ en sus labios; los colmillos dé licos relejaron la luz de la luna. Esto habı́ habı́aa sido inesperado, un detalle que la profecı́a podı́a no mostrar. mostrar. Se volvió y dio la espalda encorvada a la ventana, se alisó el relumbrante vestido negro de seda y se ajustó el broche de color azabache con forma de arañ a que mantenı́ a todo en su sitio. Habı́ a interpretado el papel de mujer sabia ungol durante muchos añ os y era un personaje en cuya piel se sentı́ a realmente có có moda. Le pegaba. Habı́ a disfrutado peregrinaje, deldeaislamiento, los demá kiló metros de oblast  vacı́o que ladel habı́ an an separado los sueñ os de de los s. El miedo con

 

el que la habı́ an an tratado incluso aqué llos que habı́ an an recorrido incontables leguas para escuchar su sabidurı́ a no le habı́a gustado tanto, pero siempre lo habı́ a respetado: se habı́ a ganado su miedo, y eso tambié́ n le pegaba. tambie E incluso en el Imperio, donde un hombre no distinguı́ a a un ungol de un ropsmenn o de un gospodar, seguı́ a vivo el miedo instintivo a una vieja vestida de negro. —Está abierto —dijo con una voz clara como la luz de la luna a pesar de su apariencia de anciana. Un guerrero de mandı́ bula bula cuadrada, con un escudo rectangular de hierro en cada una de sus dos manos izquierdas, entró por la puerta y se apartó para permitir el paso de la descomunal igura enfundada en una armadura completa del Alto Zarr Koenigsmann. El otrora maestre de los Caballeros del Toro de Wolfenburgo llevaba el estigma con elegancia, si bien las marcas del favor del Señ or Oscuro eran evidentes. Un hombre grande, inmenso dentro de la panoplia y la sobreveste de su extinta orden. Sin embargo, las proporciones de su cuerpo distaban mucho de ser armoniosas: el torso y losnariz brazos eran demasiado comparació y su bovina, demasiadogruesos chata yenancha, comonsicon selas la piernas, hubieran aplastado; ademá s, una ina pelusilla negra comenzaba a extenderse por la barba y el lequillo. Bajo el brazo llevaba su terrorı́ ico ico yelmo con cuernos de toro. —¿Has tenido problemas para conciliar el sueñ o, profetisa? — gruñ ó el Alto Zarr, señ alando el jergó n con la cabeza. —Siempre, mi señ or —respondió Morzanna con una sonrisa radiante. —Lo dices como si hubieras estado teniendo pesadillas. Morzanna suspiró . En su cabeza se formó la imagen de un oscuro templario, la hendidura en el peto de su armadura, la sangre que ten teñ̃ irı́ a de rojo suas —Mı́ asblanca no. sobreveste. Koenigsmann volvió a gruñ ir, como solı́ an an hacerlo los hombres en presencia de quien veı́ a su futuro con má s claridad que con la que ellos veı́aan n su pasado. Sujetó el yelmo con ambas manos y lo hizo rodar entre las palmas. Entretanto, los caballeros que la profecı́ a habı́a mostrado a Morzanna irrumpieron en la cá cá mara. mara. La luz de la luna se relejó en sus espadas desenvainadas y resaltó el blanco sobre el negro de los tabardos que los má má s audaces de Ostland habı́an an lucido con orgullo en el pasado. La marañ a que formaban los cuernos de los yelmos y los atroces pinchos de rodilleras y codales ocupaba los exiguos espacios que mediaban entre ellos como las ramas de los á rboles de un bosque ancestral. Y no todos ellos eran elementos de la armadura de los guerreros. En la oscuridad brillaban con una tenue luminiscencia unas lenguas musculosas; pinzas se abrı́ an an y se

 

cerraban con las vacilaciones de una lor carnı́ vvora; ora; tentá culos má s gruesos que el cuello de un hombre fuerte se contraı́ an an y se estiraban ante los petos de acero. Desde que los humanos habitaban Ostland habı́ an an existido pequeñ os grupos de mutantes que llevaban un estilo de vida nó mada en el riguroso aislamiento de las Montañ as Centrales. Estos caballeros no eran ellos, pues habı́an an huido con su señ or de la perdició n de Wolfenburgo y habı́aan n forjado para é l un ejé rcito digno de su señ or. Y por dondequiera que fueran habı́ an an llevado con ellos la semilla y la sombra de Be’lakor. —Los intrusos está n de camino —dijo de pronto Koenigsmann con los dientes apretados mientras pasaba ante Morzanna para asomarse a la ventana. El caballero oscuro frunció el ceñ o y apoyó con formalidad el yelmo en el alfé izar erosionado. El viento alpino le agitó la barba y le erizó el vello que crecı́ a en una piel cada vez má s oscura y tocada por el demonio—. ¿Es é l? ¿Ese guerrero mortal capaz de infundir terror a un dios? Morzanna cerró los ojos y en su mente se formó la imagen de un enano una cresta del color fuego y de unmaternal. apuesto espadachı́n espadachı́ con unacon capa roja. La invadió undel sentimiento casi No sabı́ a sin aquella visió visió n pertenecı́ a al pasado, al presente o al futuro, pues aquella pareja habı́a estado presente en su vida en los tres tiempos. Pero para ellos, Morzanna no existı́aa,, pues ella aú n podı́ a ver el mundo condenado en el que la niñ a Morzanna habı́ a perecido en la hoguera de Mordheim durante las purgas. Si só lo el archienemigo del Señ or Oscuro pudiera ver lo que ella veı́aa;; si supiera có mo, a travé s de ella, habı́ a cambiado el mundo y có mo volverı́a a cambiarlo. Su destino iluminaba los cielos como una estrella; los dioses y los hombres no le prestaban atenció n y pagarı́an an las consecuencias. —Es un vagabundo —dijo en un susurro, abriendo los ojos y borrando visió n de este su cabeza—. guerrero yEun Matademonios. Su destinolamoldeará mundo yEslosunvenideros. l será la perdició n del Señ or Oscuro. —¿Y éé l desea escapar de ese destino? Los labios de Morzanna se separaron para esbozar una dulce sonrisa que dejó a la vista sus ailados dientes. ¿Por qué todo el mundo salvo ella era incapaz de comprender correctamente la naturaleza del destino? No era una lecha que se disparaba a ciegas y con un poco de suerte podı́a esquivarse. Era lo que iba a ser. Era lo que tenı́ a que ser. —Si hay alguien con el poder necesario para intentarlo, si hay alguien lo suicientemente arrogante para creer que puede conseguirlo, es éé l.l. —De acuerdo —dijo Koenigsmann con gran pesar—. Apresaremos a sus exploradores cuando se separen del grupo y atacaremos el campamento mientras duermen. Pasad la orden. —Hundió —Hundió el dedo en el

 

peto del guerrero con los dos escudos—. Comanda personalmente la emboscada. El Señ Señ or Oscuro se levantara levantará. —Sı́, mi señ or —dijo el guerrero, que abandonó la cá mara llevá́ ndose lleva ndose a la mitad de los hombres con éé ll.. —¿Puedes decirme algo má má s acerca de có có mo lograremos el triunfo? —preguntó Koenigsmann, volvié ndose a Morzanna. —¿Triunfo, mi señ or? —repitió Morzanna con frialdad. Volvió a ver la imagen del peto de armadura hendido. Sangre sobre blanco. Habı́a otra razó n para haber elegido aquella torre a pesar de no sufrir el frı́o ni la fatiga. —Mi señ señ or —farfulló —farfulló uno de los caballeros, un hombre robusto que vestı́a una armadura articulada compuesta por unas placas sobre un arné s con los bordes como guadañ as, con el pecho de un toro acoplado al peto. Llevaba la visera del yelmo levantada, de modo que dejaba a la vista unos ojos amarillos y un ino bigote. Se rascó un costado de la cabeza, como indicá indicá ndole ndole a Koenigsmann que en en el mismo lado de la suya habı́a aparecido algo. Era un puntito rojo, la punta de un haz de luz que, a juzgar por el ámismı́ ngulo,sima parecı́ a proceder de una torre má s alta o posiblemente de la sima montan montañ ̃ a. Morzanna no lo sabı́a. a. El Alto Zarr agachó la cabeza con un gesto de irritació n y se frotó el punto, pero su mano pasó a travé s de é l y el punto bailó a su aire sobre la sien de Koenigsmann. —Fuiste amable conmigo, Alto Zarr —dijo Morzanna—. Mereces un señ̃ or que se preocupe má sen má s por ti. El estallido atronador de lo que sonó al disparo de un pequeñ o cañ ó n recorrió la ciudad en ruinas justo cuando Fé lix embestı́ a con el hombro por tercera y ú ltima vez la puerta de pino y salı́ a a un mirador. Por su aspecto debı́a haber sido un campanario. Las paredes de todos los lados estaban abiertas salvo por las estrechas columnas de los rincones que sostenı́ aan n el techo de tejas. De la campana no habı́ a ni rastro, pero Fé lix encontró el travesañ o del que debı́ a colgar. Imaginó que la usaban para avisar del cambio de turno a los trabajadores de las minas de abajo. O para alertarlos de un ataque. Fé́ lix Fe lix corrió corrió hasta el alfé alfé izar izar má má s cercano y se asomó asomó . Era como contemplar el mar en una noche sin luna. Só lo se advertı́aan n formas, el susurro de una brisa gé lida, el eco apagado de disparos de armas de fuego y… ¿Qué era eso? Contuvo la respiració n y aguzó el oı́ do. do. Sı́. No cabı́a duda de que eran pies corriendo, el tintineo de cota de malla, el traqueteo de espadas envainadas. envainadas. Entornó los ojos y volvió a forzar la vista para tratar de ver algo. Se le pasó el por la cabeza idea de que pero sus ojos inalmente seguido camino de suslaarticulaciones, entonces fruncio frunció́ hubieran el ceñ ceñ o y

 

la descartó . No creı́a que viviera lo suiciente para preocuparse por una lenta decadencia hasta la decrepitud. ¿Quié́ n habı́ a disparado? ¿Quie Entre los hombres de Mann habı́ a unos cuantos con armas de fuego, pero ninguno de ellos llevaba una lo suicientemente grande para hacer tanto ruido, y de todos modos habı́ aan n regresado al campamento. A Fé lix le dio un vuelco el estó mago cuando se dio cuenta de lo que eso signiicaba. El y Gotrek se habı́ an an separado del grueso de la fuerza y habı́an an ido directamente hacia un potencial enemigo. ¡Tenı́a que avisar a Gotrek! Se apartó del alfé izar en el mismo momento en el que desde la calle le llegó el belicoso rugido del Matador, seguido del estruendo del choque de aceros. Fé lix maldijo para sı́ . Gotrek lo habı́ a enviado allı́ arriba a propó sito para quitá rselo de en medio. Apretó el puñ o alrededor de la empuñ adura de la espada y dio media vuelta para desandar sus pasos. ¡Maldito Matador! ¡Y maldito su juramento!

 

CAPÍTULO OCHO La emboscada Fé lix bajó estrepitosamente y a toda velocidad la escalera, rebotando bajos, diseñ contra las paredes. ados para Lospies escalones má s grandes eran demasiado y piernasanchos má s cortas y demasiado que los suyos, de modo que su descenso fue lo má s parecido a la caı́ da da de una piedra por un pozo. Hasta sus oı́dos dos llegaba el fragor de pelea en la calle; las piedras de las paredes parecı́ an an amortiguar unos sonidos y ampliicar otros que llenaban el espacio invadido por la maleza con gritos arrebatados que respondı́ an an a unos desafı́ ooss que Fé lix no habı́a oı́d do, o, debido al estruendo de escudos al recibir golpes que Fé lix só lo podı́a imaginar im aginar.. Llegó medio cayé ndose al pó rtico donde habı́ a dejado a Gotrek y estuvo a punto de aterrizar sobre un grotesco par de guerreros. Uno de ellos era un jorobado embutido en una armadura que blandı́ a un hacha de guerra con ambas manos, de cuya capucha cerrada sobresalı́ a un hocico La otra era una la piel moradany de un par deporcino. pinzas de cangrejo enmutante lugar deesbelta, manos.con Por la expresió asombro que vio en los rostros no humanos de ambos, Fé lix llegó a la conclusió n de que estaban tan sorprendidos de verlo a é l como é l lo estaba de verlos a ellos, y en el breve espacio de tiempo que tuvo para pensar se iguró que debı́ an an de haber entrado por detrá s con la idea de tender una emboscada al Matador en la calle. Pero ese tiempo se acabo acabó́ . Fé lix liberó los nervios previos al combate con un grito, clavó el pomo de su espada en el hocico del jorobado antes de que el mutante pudiera levantar el hacha y aprovechó la inercia de la caı́ da por la escalera para embestir al guerrero, má s pesado, y ambos cayeron al suelo. Al mismo tiempo habı́a sacado el cuchillo de la bota y con é l degolló al mutante. jorobado mientras sangre arterial corrı́ a por los dedosElde Fé lix. Egargareó ste alzó la miradasupara localizar al

 

segundo mutante y soltó un grito al ver que una enorme pinza quitinosa se dirigı́ a a su cuello. Fé́ lix Fe lix se echó echó hacia atrá atrá s para escapar de la pinza y empujó empujó rodando el cuerpo del jorobado, se levantó y desenfundó Karaghul  apresuradamente. Sintió un espasmo de dolor muscular en el costado derecho, pero no le hizo caso y levantó la espada para defenderse cuando Cangrejo Esbelto salvó de un salto el cuerpo devastado de su compañ ero y lo atacó . La primera acometida de la pinza estuvo a punto de arrancar la espada de la mano de Fé lix y saltaron por los aires fragmentoss de quitina de color cereza. Fé fragmento Fé lix lix apretó apretó los dientes del dolor que ahora sentı́a en las cuatro extremidades de su viejo y cansado cuerpo y retrocedió , al mismo tiempo que aferraba la mano derecha con la izquierda para empuñ ar a dos manos la espada templaria para desviar el segundo ataque de la pinza y lanzarla contra la pared, por encima del hombro. La espantosa mutació n desmenuzó la piedra como si fuera pan duro. La mujer avanzó acompañ ada por el tableteo de pinzas que se abrı́ an an y se cerraban a izquierda y derecha, como una nauseabunda trilladora de vapor. Fé lix no podı́ a retroceder con la presteza suiciente. Sus talones chocaron contra algo desagradablemente blando. Se dijo asqueado que era el goblin. Se agachó , amagó y empleó todos los recursos con los pies que se le ocurrieron para escapar de las pinzas de la mutante. Consiguió sajarle las costillas y huyó al espacio que habı́ a despejado mientras retrocedı́a. a. La mutante chilló de dolor con los dientes apretados y dio media vuelta para perseguirlo; mientras, unas lenguas moradas surgı́an an de los bordes de la herida dando lametazos y la cerraban. Fé lix levantó la espada con resignació n. ¿Por qué los Poderes Oscuros concedı́ an an unos obsequios tan poderosos? El destello de un objeto ailado entre los hierbajos y los escombros atrajo la mirada decolocó Fé lix. De inmediato qué que era; ya conseuna impropia de é l lo entre é l y la supo mutante le sonrisa echaba encima y adoptó adoptó una posició posició n de guardia con la espada. La mutante se precipitó hacia é l y su pie aterrizó sobre el disco metá lico tal como Fé lix habı́ a previsto. Las fauces de la trampa se cerraron con un violento chasquido para atrapar el tobillo de Cangrejo Esbelto, que se puso a chillar y a agitar una pinza en el aire mientras continuaba avanzando arrastrando la trampa de acero. Ya fuera por casualidad o con intenció n, su cuerpo se interponı́ a entre Fé lix y la puerta que daba a la calle en la que estaba luchando Gotrek. —¡Muere, perdició n del Señ or Oscuro! —espetó la mutante con los dientes apretados. quié—Por quie ́ n era elencima Señ Señ or Oscuro de mi cadá ni delver interé intere —replicó ́ s que podı́ Fé lix. a tener No tenı́ en aGotrek, ni ideapero de en ese momento eso era algo que no le importaba.

 

Cangrejo Esbelto esbozó esbozó una sonrisa que convirtió convirtió su rostro en una má scara funeraria en la que habı́ a demasiados dientes cuando Fé lix pasó́ al ataque. A pesar de que la trampa que hundı́ a los dientes hasta el paso hueso de su pierna limitaba sus movimientos, su agilidad aú n era notable. Tambié n era há bil, pero Fé lix era mejor, pues llevaba haciendo aquello mucho má s tiempo del que habı́ a vivido aquella mujer y conocı́a su espada mejor de lo que la mayorı́ a de los hombres conocı́ an an a su esposa. Frunció Frunció el ceñ ceñ o y hendió hendió el vientre de Cangrejo Esbelto con Karaghul  ; ; luego le sajó sajó el brazo y inalmente el muslo. Conocı́a su espada mejor de lo que conocı́ a a su propia esposa. Unos tentá culos de carne en proceso de regeneració n surgieron de los numerosos cortes en el cuerpo de la mutante, y Fé lix dio un paso atrá s para preparar un golpe mortal que atravesara la caja torá cica de su adversaria, pero entonces, el estré pito de pies corriendo atrajeron de nuevo su atenció atenció n a la escalera. Má s mutantes de aspecto repugnante, vestidos con ajadas armaduras de cuero y capas viscosas entraron en tropel por la misma entrada trasera que debı́an an haber empleado Cangrejo Esbelto y Jorobado. an an un surtido tan de hachuelas, lanzascomo y redes. No estabanBlandı́ dotados devariopinto unas mutaciones impresionantes las de sus dos rivales anteriores, pero eso era irrelevante dada su aplastante superioridad numé rica. Una pinza chasqueó a un centı́ metro metro de su oreja y Fé lix retrocedió hasta el rincó n má s cercano con la espada levantada. Siempre habı́a esperado una muerte como é sta. Hablando con camaradas y amigos parecı́ a que no hubiera una manera de morir má s valiente y honrosa, pero en ese preciso momento Fé lix no lo veı́ a ası́, y lo úú nico que deseaba con toda su alma era volver a ver a su mujer y a su hija. Aunque fuera una úú ltima vez. ¿Acaso era pedirle demasiado a este mundo? El primero de los de recié llegados cargó l, con la capa ondeando por encima lo nque parecı́ aan n tentáhacia culosé de calamar en lugar de piernas y blandiendo un arpó n con la intenció n de ensartar a Fé lix como un salmó n. Fé lix barrió instintivamente el aire para repeler el ataque. El arpó n se deslizó por la hoja de Karaghul   ,, que mondó el asta, y Fé lix propinó a su atacante una patada en la entrepierna. Otros tres mutantes se desplegaron en torno al primero blandiendo hachas y cuchillos. Demasiados. Y aú n llegaban má s por el pasillo que habı́ a detrá s de la escalera. Una de las iguras con capa llamó especialmente la atenció n de Fé lix a pesar de que tenı́ a otros má s cerca. Era un mutante de gran estatura con un bá que culo caminaba que aferraba con la encapuchada con dos oscuras cabezamanos. erguidaFéy lix se ayudaba tuvo la sensació n de que aquella igura atraı́ a la escasa luz que habı́ a y se le

 

puso el vello de punta, e incluso sus ojos parecieron querer saltar de las cuencas. Los habrı́a cerrado de haber tenido el valor para hacerlo. —Por Sigmar… —farfulló . Las sombras que envolvı́an an a aquella igura se abrieron como los sé palos de una rosa blanca y apareció una deslumbrante tú nica larga, de color maril y con runas doradas. El sencillo bá culo se retorció en las manos del desconocido: de la madera surgió una sinuosa y sibilante serpiente, como el genio de una lá mpara. Los mutantes chillaron y se taparon los ojos, pero a Fé lix, por alguna extrañ a razó n, no le molestó la intensidad de la luz. En todo caso tuvo en é l un efecto regenerador y le mitigó́ el dolor de huesos. Hacı́a semanas que no se sentı́ a tan bien. mitigo El mago murmuró unas palabas en una lengua arcana y movió con rapidez los dedos delante de los ojos. Cangrejo Esbelto, protegié ndose la cara con una gigantesca pinza, se abalanzó sobre é l, pero el mago antepuso la palma de la mano, y de sus refulgentes dedos salió disparado un chorro de luz que purgó de su estigma a la mutante, extremidad a extremidad. A continuació n, un segundo chorro de luz la descompuso en motas incandescentes que quedaron lotando en el aire. El mago no esperó a que la primera chispa impactara su rostro para comenzar el siguiente encantamiento, y su vozcontra fue elevá ndose mientras agitaba con vehemencia las manos. Unas diminutas esferas brillantes como el diamante surgieron en el aethyr   que lo envolvı́a y volaron zumbando hacia los aterrorizados mutantes, a los que segaron como si fueran hierbas. El olor a soldadura y a carne chamuscada asaltó la nariz de Fé lix, que se agachó para esquivar un par de esos proyectiles má gicos que pasaron peligrosamente cerca. Sin embargo, ninguno llegó a impactar en é l. Luego vio có mo el ú ltimo mutante, que trataba de trepar por la montañ a de cuerpos que se habı́ a formado junto a la escalera, recibı́ a un rayo en la espalda y se desplomaba tras sufrir un ataque de espasmos. Fé lix contempló la alfombra de cadá veres quemados completamente ató ató nito y no menos horrorizado. Max Schreiber comenzó comenzó a desvanecerse lentamente en el arrebol de la carnicerı́a que éé l mismo habı́ a perpetrado y se cubrió cubrió la cabeza con la capucha, que ocultó la difuminació n de su rostro y el inexorable eclipse de sus ojos. Entre sus dedos y los pliegues de la capucha se agitaron unos tenebrosos zarcillos. Aferró Aferró de nuevo su sencillo bá bá culo culo de madera de tejo y se apoyó en é l con evidente fatiga. —Querı́a contarte un sueñ o que he tenido —dijo sin emoció n alguna en la voz. —Que tú … Perdona, ¿qué ? consciente —He soñ deado dó nde conestaban un cazador ni de la—continuó escabechina Max quecomo acababa si no de hacer fuera con los mutantes que aú n crepitaban en torno a é l—. Le atacaban

 

bestias terrestres, voladoras y marinas. Un cazador, Fé lix, ¿no lo ves? Cazador. Jaeger. Ese es el signiicado de tu nombre. Fé lix se puso en pie lentamente y respiró hondo. Agarró con irmeza la empuñ adura de la espada. No quedaban mutantes en el campanario, pero aú n le llegaba un lejano fragor de batalla, y ni siquiera luchar solo Gotrek, eternamente. mucho menos Sacudió en una su estado mano delante de agotamiento, de la cara podı́ dela mago. —Escú́ chame, Max. ¿Sabes dó —Escu dó nde está está s? s? —En el camino del destino —respondió el mago con una leve sonrisa escalofriante, mirando ijamente a los ojos a Fe Fé́ lix—. lix—. He vuelto a soñ̃ ar que volaba. Tú son Tú y yo ı́bamos bamos en busca del ancestral poder de los enanos, pero esta vez era yo quien morı́ aa.. Creo que despué s de todo yo juego un papel en tu destino. Fé lix replegó el brazo y volvió a aferrar la espada con ambas manos. Cuando Max se ponı́a ası́  era era una pé rdida de tiempo intentar hablar con é l. —Gotrek tiene un destino, Max. Yo só lo soy yo, el mismo Fé lix de siempre. Y lo del «cazador» está cogido por los pelos. Kolya es cazador. Max se encogio encogió ́ de hombros. —¿Quié n? Fé lix sacudió la cabeza y eniló hacia la puerta; sus pies chapoteaban sobre la alfombra de cartı́ lagos lagos achicharrados. —Espera —dijo Max con un hilo de voz, y añ añ adió adió gritando—: ¡Fé ¡Fé llix, ix, atrá s! Fé lix advirtió el destello de ignició n en el otro lado de la calle, y gracias no tanto a sus relejos como al grito profé tico de Max, se lanzó de cabeza por el vano de la puerta para ponerse a cubierto y se pegó todo lo largo que era al suelo mientras un torrente de proyectiles, de lo que debı́a ser una variedad de arma de fuego de repetició n de gran calibre, acribillóelelhueco suelo que pisartransformarlas y esculpió las paredes que rodeaban de laacababa puertadehasta en algo irreconocible. Con la respiració n contenida, besó el anillo de casado como agradecimiento por seguir vivo mientras encogı́ a las piernas para ponerlas a cubierto. La tormenta de fuego cesó con un gemido que sonó como la espiració n de un dragó n. Un ino reguero de piedras cayó de lo que quedaba del marco de la puerta. Fé lix esperó con tensió n la siguiente rá faga. No era la primera vez que se encontraba con un arma de esas caracterı́ sticas, sticas, pero tampoco habı́ a sido algo frecuente, pues era la tı́pica pica pieza de artillerı́a experimental que só lo se desplegaba en los campos siempre de minuciosamente batalla de grandes manejada dimensiones; por los ingenieros e inclusomá maen ́ s capacitados. esos casos,

 

Fé lix jamá s se habı́a enfrentado con seguidores del Caos pertrechados con un armamento semejante. Era toda una novedad. Y no sabı́ a si le gustaba. —Alé jate de la pared —dijo Max, que estaba agachado y tenı́ a un brazo tendido por encima de una mata de hierbas que asomaba entre del un par color dedel cadá jade veres recorrio recorrió deformados ́ el brazoydel carbonizados. mago y llego llegóUna ́ al suelo. pulsació n de luz Fé lix contuvo la respiració n, pero no ocurrió nada. Un zumbido acelerado procedente de la calle le anunció que la siguiente rá faga era inminente. Giró el cuello para examinar las paredes destrozadas. No resistirı́ an an otra lluvia de balas. —Te he dicho que te alejes —dijo Max. Fé lix notó el temblor debajo de sus codos, como si el suelo estuviera abrié ndose lentamente. Las paredes crujieron. Con el rabillo del ojo vio que uno de los mutantes estaba levantá ndose. Fé lix soltó un grito ahogado. No era un mutante, sino las hierbas sobre las que estaba tendido el cadá ver, que estaban hinchá ndose. Por todo el espacio se repetı́a la misma escena macabra: cadá veres de mutantes hacı́an an sitio a la hierba que crecı́ a con vigor. Max pronunció un encantamiento con una voz que sonó como un crujido de madera de roble y las plantas obedecieron. La pared delantera se volvió verde mientras musgo y enredaderas se entrelazaron como eslabones de acero verde para formar una cota de malla. Fé lix renqueó ante ello y retrocedió acobardado por una raı́ z que ascendı́a por su muslo. Ante la mirada de incredulidad de Fé Fé lix, lix, la pared fue torná torná ndose ndose má má s robusta y verde hasta que cubrió cubrió completamente la supericie de piedra. Por encima del dilatado crujido con el que crecı́ an an las plantas sonó el tableteo de los disparos. Fé lix se tiró al suelo de nuevo y se tapó la cara con ambos brazos. Un sacudı́aviva. cada Só vez un proyectil un estremecimiento chasquido en lale pared lo que unos segundosrebotaba despué scon se descubrió el rostro. Una enredadera con grandes hojas le fustigó los ojos como la cola de un leó n y algo espinoso le arañ ó la barbilla. Por la barrera vegetal corrı́aan n regueros de un luido pá lido, pero nuevas hierbas regeneraban los oriicios y aumentaban la densidad del muro. Apartó de un manotazo la enredadera y miró boquiabierto a su alrededor. Tenı́ a algunos conocimientos sobre la naturaleza del aethyr   y sabı́a que se dividı́a de una manera muy similar a la divisió n de las aptitudes en los ocho Colegios de la Magia. Y Fé lix nunca habı́ a visto a Max emplear una magia como éé sta. sta. que El acababa mago se delevantó emplearenpara silencio, su encantamiento se hizo crujir ylos denudillos ella cayeron de la lo mano que

 

parecı́an an fragmentos de corteza de á rbol. En su piel gris quedaba un leve residuo de resplandor verde. —¿Ahora entiendes mi poca disposició n a ayudarte antes? ¡Todo esto está mal! Yo soy un mago de la Luz. Teclis en persona enseñ ó a los primeros magı́ssteres teres de los Colegios que un hombre no puede dominar todos loselvientos exponer alma a los de demonios la magia. del El mero Caos. hecho de intentarlo signiica Fé lix no sabı́a qué decir, y en ese preciso momento tenı́ an an preocupaciones muchı́ssimo imo má s acuciantes. El grito de batalla de Gotrek se iltró a travé s del espeso muro de enredaderas. Un fragor de metales. ¿Y qué qué pasaba con Gustav y el campamento? ¿Tambie ¿Tambié́ n estaban siendo atacados? Por muy duro que sonara, preferı́ a mil veces a este nuevo Max con má s poderes que al anterior. —¿Puedes sacarnos de é sta? —preguntó , yendo al grano de lo que de verdad importaba. —Por supuesto —respondió Max, como si fuera algo tan obvio que ni siquiera hubiera creı́do do necesario sacar el tema. El mago apretó con fuerza las manos alrededor del bá culo y su tú se fundió la oscuridad que lo en envolvı́ envolvı́a. a. Fé lix yreparó en que susnica propios dedoscon parecı́ aan n difuminarse las sombras notó que sus pies se separaban del suelo, que comenzó a fundirse y a desaparecer ante su mirada. El hedor a né ctar putrefacto de las plantas surgidas má gicamente tambié n desapareció . Si Fé lix hubiera podido llenarse los pulmones de tinieblas habrı́ a gritado. —Prepá rate —dijo Max—. Cuesta un poco acostumbrarse a la magia gris. Lo primero que volvió a percibir Fé lix fue ruido: los gritos de Gotrek mezclados con otros gritos de ira y de dolor, el estruendo de armas y el crujido de cota de malla, carne y huesos hendidos. Las imá genes llegaron, un tanto desajustadas con respecto a lo que estaba oyendo. Rodeado por el estré pito metá lico de los cañ ones rotatorios vio a Kolya, hundido hasta las rodillas en una espumosa corriente de agua, luchando cuerpo a cuerpo con un par de hacheros enfundados en largas cotas de malla, con escudos circulares y yelmos alados, pero un manto de oscuridad los cubrió cubrió y desaparecieron. Vio a Herschel Mann formando una lı́nea nea de fuego de fusileros de Hochland, pero la voz que gritaba no era la suya. Los disparos se sucedı́aan n desde una margen y la otra del rı́ o; o; los de un lado, con cuentagotas; los del otro, como un furioso torrente de fuego. Fuera de su cuerpo, Fé lix no pudo hacer nada má s que mirar cuando una rá faga de balas acribilló el carro de Lanarksson desde el eje delantero hastapor la puerta trasera. El enorme Lyndun bajóundel carro dando tumbos la escalera, chorreando sangre como colador.

 

Lorin apareció de debajo del techo de lona y gritó , aunque su voz se perdió en algú n lugar de la sombra del aethyr  . . Llevaba en la mano una ballesta, pero una bala le desgarró la garganta y otras dos le perforaron el pecho. Fé lix oyó brevemente la voz del enano antes de que las sombras se lo tragaran. de una Luego empalizada apareció yGustav, se dirigı́ liderando a hacia el una impenetrable carga que pasaba muro por de escudos encima de una nutrida unidad de infanterı́ a que avanzaba hacia ellos por el puente. En la vanguardia de la formació n asomaron pistolas, y Fé lix oyó y vio que los dos contingentes colisionaban en medio de los rugidos de los hombres. El sable gospodar de Gustav destelló destelló , y entonces la imagen se esfumó esfumó . —¡No! —gritó Fé lix, si bien no supo a quié n ni con qué —. Llé vame de nuevo allı́. Gustav me necesita. Otras imá genes inconexas iban y venı́ an. an. Vio un atisbo de cresta anaranjada, como la vela de un barco zarandeado por una tempestad, en medio de un mar de guerreros mutantes con armadura. Luego aparecieron apareciero n unos ediicios sumidos en sombras. Las tinieblas se arremolinaron unoincreı́ de ellos y arrastraron la precaria conciencia de Fé lix. Una en igura blemente blemente musculosa estaba agachada junto a una ventana. Llevaba un pañ uelo anudado alrededor de la frente y observaba la escena que se desarrollaba debajo de ella a travé s de unas lentes que parecı́ an an dos ojos saltones y que estaban dotadas de retı́cculas. ulas. Fé lix no podı́a decir qué estaba mirando aquella igura, pues no encontró una conexió n espacial con el resto de las escenas que se sucedı́aan n ante é l, ademá s de que tampoco conocı́ a lo suiciente la ciudad como para relacionarlas. El tirador levantó lo que parecı́a un rile largo. El arma constaba de un largo cañ ó n cilı́ndrico cilı́ ndrico acoplado a la parte superior de la culata, y en su interior habı́ a una especie de gema de color escarlata que parecı́a arrojar un rayo de luz en la direcció direccio ́ n las en la que apuntaba. Y luego sombras volvieron volvieron a engullirlos. Se produjo un estruendo, como de un trueno, y un guerrero mutante con una recia armadura de acero pintada de blanco y negro cayó́ desplomado, con un crá cayo crá ter ter humeante en el lugar de la visera. ¿Quié́ n estaba atacando a quié ¿Quie quié n? n? Nada de lo que veı́a tenı́a sentido. El caos de imá genes, ruidos y olor a pó lvora adquirieron una ordenada nitidez. Las sombras se replegaron en el aethyr  , , donde, hasta donde Fé lix sabı́a, a, fueron invitadas a permanecer en lo sucesivo. sucesivo. Fé lix se palpó el cuerpo para asegurarse de que todo estaba en su sitio, y le sobrevino una sensació n de vé rtigo cuando su cuerpo le transmitió Por mucho dos que una informaciones gran parte contradictorias de su desasosegada acerca conciencia de dó nde insistiera estaba. en lo contrario, ya no estaba en el campanario; de hecho lo veı́ a al inal

 

de la calle: las ruinas se alzaban desde la marañ a de vegetació n como un monumento conmemorativo en un campo de batalla olvidado. La calle que lo separaba del campanario estaba tomada por un grupo de guerreros con armadura: un cerco formado por una veintena de guerreros del Caos y la mitad de ese nú mero de cadá veres en torno a Gotrek El Matador y su hacha. lanzó un grito brutal y atravesó con el hacha el escudo alzado de un guerrero y su entrepierna. La sangre del mutante roció la barba del enano y esquirlas de acero acribillaron su rostro descompuesto. Gotrek asestó un codazo hacia atrá s y, como si se tratara de un huevo, hizo trizas el yelmo de otro guerrero. Pero entonces recibió un martillazo en un omoplato que lo obligó a clavar las rodillas en el suelo. El martillo de guerra volvió a cortar el aire dispuesto a machacarle la cabeza, pero Gotrek aferró el mango del arma que ya descendı́a hacia é l y, con una demostració n de fuerza descomunal, arrancó el martillo de las manos de su propietario y lo partió por la mitad con la rodilla. Mientras se levantaba, propinó propinó un puñ puñ etazo con los nudillos desnudos a otro guerrero que tenı́ a cuatro brazos y blandı́a una maza en cada mano y lo lanzó contra dos de sus secuaces, que llevaban puestos unos petos de armadura erizados. Un mutante con los bordes de las orejas y de la manos recorridos por una hilera de pú as se desplomó con el mentó n destrozado. Gotrek levantó la bota y la plantó sobre el muslo del caballero mientras lo decapitaba de un solo hachazo. Acudieron má s mutantes al combate y consiguieron contener al Matador por mera superioridad numé numé rica. rica. Gotrek era un guerrero formidable, pero estaba solo. Fé lix maldijo para sus adentros y echó un vistazo por encima del hombro en direcció direcció n al rı́ o, o, donde las armas de fuego convertı́ convertı́an an el cielo en el escenario de un espectá culo de fuegos artiiciales. Con la respiració n agitada, devolvió la vista al frente. Para bien o para mal, Max  que Gustav y el resto tendrı́an an que cuidarse solos.lo habı́a llevado allı́ , ası́ que —Espera —dijo Max, agarrando a Fé lix por el hombro en el momento má s desconcertante posible, justo cuando acababa de tomar la decisió n inal de cargar y ya habı́ a dado orden a sus mú sculos de ponerse en movimiento. —¿A qué qué ? —¿Recuerdas a la pobre Claudia? —preguntó Max en un tono desenfadado; su locura lo volvı́ a inmune a los gruñ idos, los gritos y los chirridos de metal retorcido—. Creo que ahora la entiendo un poco mejor. El poder del Celestial es una plaga que ningú n ser humano está preparado para soportar. los fornidos Fé lix sacudió artilleros la cabeza que manejaban mientras elelmago cañ ó nhablaba, rotatorio y reparó emplazado en que en las ruinas del ediicio que estaba enfrente del campanario giraban la

 

pieza de artillerı́a para apuntar sus numerosos cañ ones a la calle. Estaban dispuestos a matar a los suyos con tal de acabar con Gotrek. —¡Cuidado, Gotrek! —gritó Fé lix al mismo tiempo que la devastadora arma abrı́a fuego y acribillaba a los combatientes. U nicamente en virtud de su gran nú nú mero, los mutantes se llevaron cuerpo la peor los parte puso de alabailar descarga, con movimientos y el aluvió n de espasmó balas dicos. que atravesó Sus recias su armaduras suponı́an an escasa protecció n para los proyectiles, y la sangre comenzó́ a escapar de sus cuerpos a travé comenzo travé s de unos oriicios del tamañ tamañ o de una moneda en la espalda y en el pecho. Gotrek desvió con el hacha rú nica una bala, que dejó una mancha negra en el metal estelar. El enano lanzó un rugido furioso y luego recibió un disparo en el hombro que lo tiró tiró al suelo. Fé lix gritó y se zafó de Max para salir disparado hacia el Matador. El cañ ó n, pero antes incluso de que los aturdidos supervivientes de la primera rá faga pudieran levantarse, tronó un rugido en ambos lados de la calle y docenas de fornidos guerreros salieron en tropel de sus escondrijos entre las ruinas. Cuando estuvieron todos en la calzada, formaron ilas con disciplina marcial y rodearon a los mutantes que seguı́an an vivos (¡y a Fé lix!) como si fueran las paredes mecá nicas de una mazmorra. Los recié n llegados no tenı́ aan n nada en comú n con los mutantes con los que Fé lix habı́ a luchado unos minutos antes. Sus cotas de malla, gruesas y funcionales, carecı́ aan n de todo adorno salvo por algú n que otro avambrazo de hierro dotado de pinchos destinado a acrecentar la sensació n de brutalidad en las distancias cortas. Cada uno de aquellos guerreros llevaba un escudo con el mismo dispositivo rú nico que los demá s, y lo sujetaban con irmeza pegado a los de los camaradas que tenı́aan n a ambos lados. Fé lix pudo ver sus rostros enmarcados por los yelmos abiertos: tenı́an an las mejillas correosas, nariz chata, ojos rojos e inclementes y unasebarba y descuidada. «Enanos…», dijo larga con estupefacció n. El y los mutantes habı́ an an caı́do do en una emboscada tendida por enanos. ¿El aspecto harapiento de Fé lix los habı́a llevado a confundirlo con un mutante? Por Sigmar, no podı́a reprochá reprochá rselo. rselo. En cuanto a Max… Un puñ ado de guerreros mutantes pasó al contraataque y cargó contra la muralla de escudos que estrechaba el cerco en torno a ellos con el aparente propó sito de sencillamente aplastarlos. El resto, evidentemente má s inteligentes, huyeron en todas direcciones, si bien cayeron uno detrá s de otro por los certeros disparos de francotiradores estraté́ gicamente estrate gicamente apostados en los ediicios circundantes. circundantes. nú mero, Los enanos poseı́ aan ncontaban una disciplina con todas envidiable las ventajas: y su eran superlativa superiores visióen n nocturna les habı́a permitido tender una emboscada a los mutantes en

 

el momento en el que el enemigo era má s vulnerable y abatirlo de cerca durante su alocada huida. El ú ltimo de los mutantes que quedaban vivos se desplomó en plena carrera con una lecha de ballesta hundida en la garganta, a un par de metros de Fé lix. con Elsudestino magiaque delhabı́ campamento a corrido Gotrek impedı́ y lo a que a FéMax lix hacerse le habı́ a mostrado ilusiones respecto al papel de rescatadores de aquellos enanos. Era el ú ltimo hombre que quedaba vivo porque no se habı́a mostrado abiertamente agresivo ni habı́a huido. ¿Quizá lo consideraban demasiado cobarde para prestarle atenció atenció n? No se le ocurrı́ a otra explicació n. ¿Era posible que aquellos enanos lucharan en el bando del Caos? Cosas má s raras habı́ an an sucedido en estos tiempos oscuros. Ademá s, no serı́ aan n los primeros guerreros del Caos que caı́ an an a manos de una facció n rival. Los enanos comenzaron a romper ilas y los guerreros armados con hachas repartieron golpes de gracia entre los caballeros caı́ d dos. os. A Fé lix se le paró el corazó n. ¡Gotrek! ¿Se darı́ an an cuenta de lo que estaban haciendo antes de que fuera demasiado tarde? ¿Acaso les importarı́a? a? —¡Esperad!! —gritó —¡Esperad —gritó . Dejó Dejó caer la espada y avanzó avanzó hacia ellos con los brazos en alto. Se detuvo cuando un enano con aspecto de tener malas pulgas le apuntó en el pecho con la ballesta. A Fé lix se le pusieron los pelos de punta, como si ya oyera el zumbido de la lecha volando hacia é l—. ¡Me llamo Fé lix Jaeger! —dijo con toda la potencia que le permitieron sus pulmones y tratando de transmitir con la voz la mayor conianza en sı́ mismo.   mismo. No tenı́a muy claro qué efecto podrı́a tener esa informació́ n en los enanos, pero por alguna razó informacio razó n creı́ a necesario que lo supieran. En lo que suponı́a un desafı́o a los nervios de acero de los francotiradores, juntó las dos manos que mantenı́ a alzadas por encima de la má cabeza se quitó guante A continuació levantópara un poco s esaymano, coneltodos losizquierdo. dedos plegados salvo elnanular mostrarles las inscripciones rú rú nicas en el oro de los enanos que ceñ ceñ ı́ a el dedo. —Hice mis votos ante el altar del Matador en Karak-Kadrin. Soy el que empuñ a el martillo y un Matademonios. ¡Y como amigo de los enanos os pido que os detengá detengá is! is! Los enanos bajaron lentamente las hachas. Al parecer, Fé lix habı́ a logrado impresionarlos lo suiciente para que no lo mataran. Murmuraron entre ellos en khazalid y Fé lix vio que má s de uno se encogı́a de hombros. —¿Quié n está al mando? —preguntó Fé lix—. Que alguien le lleve el mensaje Siguieron de quemácese s murmullos el ataque aatropellados. nuestro campamento. El enano con cara de tener malas pulgas inalmente se colgó la ballesta del hombro y Fé lix bajó

 

lentamente las manos; en ese momento reparó en una manchita roja que habı́a aparecido en su pecho. Se quedó helado. El punto bermelló n correteó́ por la supericie de su armadura durante otro segundo y luego correteo desapareció . Fé lix respiró aliviado y percibió con el rabillo del ojo que un detrá musculoso s de suenano, parapeto con sobre una deslumbrante la azotea de un cresta ediicio de del pelootro rojo,lado salı́de a de la calle y apoyaba contra la pared de piedra un fusil largo con aspecto de ser capaz de causar un gran destrozo. El enano era bajo y exageradamente ancho, y vestı́a un grueso abrigo de piel recorrido por un ribete de pieles con el cuello alzado. En contra de lo que dictaban el frı́o primaveral y el sentido comú n, la prenda estaba desabrochada, de modo que quedaban a la vista los increı́blemente blemente deinidos mú mú sculos de su torso. Colgadas de los hombros y cruzá ndole el pecho llevaba dos bandoleras que alojaban un tipo de munició n cilı́ ndrica ndrica poco habitual. Pero lo má s extrañ o, por inusual en un enano, era su barba, blanca, pues era corta hasta el punto de que casi podı́ a apreciarse la piel del mentó n. Fé lix se lo quedó mirando con la boca abierta, que inconscientementee trataba de mover para esbozar una sonrisa. inconscientement El enano se quitó las gafas, que quedaron colgando sobre su pecho con una cinta de caucho que le rodeaba el cuello, y entrecerró entrecerró los ojos. —¡Fé lix Jaeger! ¡No lo creerı́ a si no lo estuviera viendo con mis propios ojos! ¿Qué ¿Qué carajo esta está́ s haciendo aquı́ ?

 

CAPÍTULO NUEVE Makaisson Malakai Makaisson abrió de un empujó n las lú gubres puertas de hierro el derecibidor la ciudadela de incrustada los enanosen ancestrales. l a cima de Fé la la lix montañ montan imaginó ̃ a y entró entro que en ́ a trancos el pasado en debı́a haber tenido un aspecto má s acogedor. Los tocones de unas columnas eran el ú nico vestigio de un probable diseñ o rú nico, seguramente con alguna clase de signiicado cultural o incluso má gico para los arquitectos responsables de la antiquı́ sima sima construcció n. Sin embargo, en este momento só lo sirvieron para que Fé lix observara con preocupació n los escasos pilares que soportaban el techo y lo sumieran en una inquietud que no estaba acostumbrado a experimentar en el interior de los ediicios construidos por los enanos. Las paredes se habı́ an an erigido teniendo en cuenta principalmente su funció n defensiva, por lo tanto carecı́ an an de cualquier clase de ventana. Ahora, no obstante, la noche se colaba a travé s de los agujeros que las salpicaban, y las lonas que se habı́an an colocado para taparlos, sujetas a las paredes mediante clavos, apenas si impedı́ an an la entrada de la brisa. Por todas partes habı́ a unos gruesos cables que estaban tendidos a travé s de pilas de escombros y luego ascendı́an an por las columnas hasta lo que parecı́ an an unas plataformas de hierro, desde donde llegaban una luz parpadeante y un zumbido. La luz no procedı́ a de antorchas ni de las piedras preciosas que Malakai habı́ a introducido como innovació n en su arma de fuego; se trataba de un resplandor frı́ o y monó monó tono. Las piedras desprendı́aan n un fuerte olor a aceite, y Fé lix vio que los rostros de los enanos que estaban trabajando en la reparació n de las paredes tambié n estaban manchados de aceite cuando se volvı́an volvı́ an a mirarlo con una expresió n de incredulidad. Probablemente no esperaban compañ ı́ aa..no es muy lujosa. ¡Ajá compañ —La condenada ¡Ajá , pero es nuestra!

 

Fé lix supuso que eso era algo positivo. Makaisson, segú n le habı́ an an contado una vez, procedı́ a de una aislada comunidad de enanos del septentrional valle Dwimmerdin, y llevaba algú algú n tiempo acostumbrarse a su particular manera de hablar. Gotrek contempló el techo con amargura. Fé lix aú n veı́ a restos de plomo en la herida de la bala que se habı́ y, al aparecer, hundido el en Matador el hueso se conformaba del hombro con de Gotrek, eso. pero ya no sangraba —No está está mal. Si te gusta sentir la lluvia en la cara. Fé lix pensaba que era lo má s parecido al paraı́so so que habı́ a visto en mucho tiempo. «¡Malakai Makaisson!», pensó , todavı́ a con una sensació n muy cercana al asombro. Aú n no se lo creı́ aa.. ¿Qué probabilidades habı́ a? a? No habı́a visto al Matador ingeniero desde los tiempos en Nuln con Gotrek. En aquel entonces Malakai impartı́ a clases en la Escuela de Artillerı́ a, a, aunque Fé lix habı́a sabido, primero a travé s de varios militares conocidos que tenı́ a en Altdorf y luego por boca de Snorri, que habı́ a regresado a Karak-Kadrin para participar en la debacle que supuso la campañ a a Sylvania. Fé lix lo habı́ a dado por muerto. Snorri creı́ a que estaba muerto. Fé lix se sintió de pronto dispuesto a hacer caso de las recomendaciones de Max y dejarlo todo en manos del destino. —Nunca habı́a visto nada semejante a esto —dijo Gotrek mientras miraba con suspicacia las luces y los cables—. Jamá s en la vida. Como alguien del gremio llegue a ver esto alguna vez, tus tataranietos tendrá tendrá n que hacer el juramento del Matador. —Ya. Podrı́a ser —repuso Malakai mientras paseaba una mirada melancó lica por el interior del ediicio que habı́ a reconstruido—. Pero bueno, supongo que vosotros no os iré iré is is de la lengua, ¿eh? Gotrek refunfuñ ó con una expresió n enigmá tica en el rostro mientras miraba los cables como si estuviera viendo serpientes. —¿Có mo has acabado en este lugar perdido del mundo? — preguntó Max un tono peroque insistente la voz mientras se deslizaba bajo con la extrañ a luzsuave artiicial, parecı́ aenresbalar por su piel. El mago habı́a estado acribillando a preguntas a Malakai casi desde el mismo momento en que el ingeniero habı́ a revelado su identidad en la ciudad. Fé́ lix Fe lix estaba harto de la insistencia de Max, pero si Malakai se sentı́ a igual, no lo demostraba. —Es una larga historia, joven Schreiber, pero si quieres que te la cuente… Fé lix se quedó junto a la puerta mientras Gotrek, Max y Malakai se adentraban en el ediicio. Asomó una sonrisa en sus labios. Por un momento se sintió sintió como en los viejos tiempos. Malakai Makaisson tenı́ a solució ese don: n siera se capaz contemplaba de convencerte desde el áde ngulo quecorrecto. cualquierPero problema entonces tenı́ lasa sombras de los que faltaban poblaron su cabeza: una era alta, rubia y de

 

una belleza deslumbrante; la otra, fornida y ancha, con una sonrisa estú pida y una cresta de clavos de colores. Se volvió a mirar el camino por donde habı́ an an venido, con un suspiro tan hondo que incluso le produjo un mareo. Las antorchas marcaban la hilera de hombres, enanos y cañ ones montados trabajosamente sobre por raquı́ la ladera ticos ticosdecarros la montañ de a ymadera proyectaban que charcos ascendı́de an an luz en el á rido suelo rocoso y en las ruinas que lanqueaban la columna. Tanto sus hombres como los enanos de Makaisson parecı́ an an demasiado exhaustos para sucumbir a la amargura, y el episodio trá gico que acababan de vivir só lo señ alaba la transició n de un dı́ a a otro. Intentó seguir la serpenteante ila de hombres hasta la ciudad, pero de nuevo fue incapaz, ya fuera por la astucia del diseñ o o un encantamiento que protegiera los ancestrales caminos de los enanos a travé s de las Montañ as Centrales. La ciudad era una mancha negra en una sima en las montañ as, má s visible gracias al rı́ o que centelleaba pá lidamente bajo las estrellas que a los ediicios que la formaban. Fruncio Frunció́ el ceñ ceñ o. ¿Acababa de ver otro destello en las ruinas? Y otro má s allá , justo en el paso donde las montañ as rodeaban el rı́ o, o, que huı́ a de ellas en busca de tierras mejores. Seguramente só lo se trataba de un puñ ado de mutantes que habı́a logrado escapar de los guerreros de Malakai, si bien habı́a una parte de Fé lix que deseaba que fuera algo peor. Y eso le inquietó . ¿Su sed de venganza se aplacarı́ a con el inal de la guerra o cuando llegaran a Middenheim, o la usurpació usurpació n que el Caos habı́ a hecho del Viejo Mundo lo obligarı́a a convivir con ella para siempre? Tal vez el hecho de que esa sed de sangre le preocupara era un señ al de só lo se trataba de algo pasajero. Se aferró aferró a ese pensamiento. Le tranquilizaba. —Nos seguı́an an unos hombres del norte —dijo Gustav al enano que le ayudaba a caminar y cuyo cuello rodeaba con un brazo. Hablaba con una voz jadeante por culpa de la altitud y la nariz le sangraba de nuevo. Un ino color escarlata se deslizaba alrededor de su nboca hasta la reguero barbilla ydecaı́ a gota a gota sobre su armadura. El morató del ojo se habı́a extendido y ahora le cubrı́ a media cara. Se habı́ a alojado la armadura para relajar la presió n en las costillas maltrechas y caminaba con una mueca de dolor instalada en el rostro. —No te preocupes —repuso el enano. Alzó la vista para mirar a Gustav y luego la apartó , avergonzado, y masculló —: Esos mutantes llevan meses buscando el camino para llegar aquı́   arriba; y antes que ellos, los goblins, durante quié n sabe cuá nto tiempo. Eones. Antes se helará́ n los desiertos que ellos llegará helara llegará n a la cima de esta montañ montañ a. —¡No toques eso! Fé lix se volvió y vio que Malakai Makaisson apartaba de un manotazo de má Gotrek de uno de los cables que ascendı́ an an en espiral porlala mano columna ma ́ s cercana.

 

—Transportan energı́a a los generadores de agua negra instalados en las profundidades. Lo he diseñ ado yo. Aunque está n recubiertos por un aislante, una descarga podrı́a freı́rte rte si los tocas, idiota. Gotrek frunció el ceñ o, aun ası́   retiró la mano. Probablemente Malakai era el ú nico ser vivo que podı́ a permitirse el lujo de hablar a Gotrek Fé lix depermaneció esa manera. en la puerta el tiempo justo para asegurarse de que Gustav, Kolya, Mann y los lı́deres deres de los enanos tenı́aan n la situació n controlada y luego corrió a reunirse con el grupo. Con la advertencia de Malakai en mente, puso una atenció n especial en elegir dó nde pisaba y tuvo mucho cuidado de evitar las zonas con escombros atravesadas por los cables. Ya habı́a tenido suicientes descargas por hoy. Le pareció que era una temeridad dejar una cosa tan peligrosa tirada de cualquier manera en el suelo, pero supuso que los enanos estaban acostumbrados. —¿A qué qué te reieres con asuntos má má s importantes? —Bueno, verá verá s. s. ¿Pero por dó dó nde iba? —El sonido vibrante de algú algú n proceso industrial que estaba llevá ndose a cabo en alguna habitació n lejana de la ciudadela comenzó a hacerse notar a travé s de las piedras. Pasaron ante una escalera que subı́ a a la planta superior y Malakai eniló hacia ella, con Max pisá ndole los talones—. ¡Ah, no! Y ası́ es ası́  es como el viejo Puñ o de Hierro y yo separamos nuestros caminos cuando aquellas bestias nos persiguieron hasta que consiguieron echarnos de Sylvania. Vi que luego las cosas estaban ponié ndose muy feas allı́ , ası́ que me vine aquı́   con con é stos para desarrollar un proyecto especial. —Deberı́as as haber vuelto a Karak-Kadrin Karak-Kadrin —dijo Gotrek. —Oı́ decir  decir que la Fortaleza del Matador cayó poco despué s. —Ası́ es  es —gruñ ó Gotrek, con el gesto muy serio—. ¿Y? Fé lix se paseó por el interior del castillo semiderruido y no paró de sorprenderse. estaban llenos Los de vapor pasillos quey las escapaba galerı́ as asilbando s por donde de los lospuntos llevabade Malakai unió n de unas enormes y herrumbrosas tuberı́ as. as. Cada pocas docenas de pasos pasaban ante una habitació n atestada de maquinaria poco habitual. En algunas habı́ a unos pistones que subı́an an y bajaban como si la montañ a estuviera respirando vapor. En otras se habı́ an an tirado las paredes interiores para agrandar el espacio y alojar unas resplandecientes resplandecient es má má quinas quinas que estaban colocadas en ila, una detrá detrá s de otra, y que evocaron en Fé lix la imagen de una especie de imprenta infernal. Una vibrante cinta transportadora trasladaba componentes metá licos de una prensa a otra. Un solo enano estaba al cargo de todas las má quinas y tomaba notas en un pequeñ o libro. Todas las piedras del castillo temblaban como si estuviera siendo bombardeado desde el aire y habı́a enanos trajinando por todas partes. Fé lix tuvo que recordarse que estaban en mitad de la noche.

 

Malakai Makaisson habı́a erigido algo asombroso en mitad de la nada, y Fé lix sintió la necesidad imperiosa de saber por qué . Conocié ndolo como lo conocı́ a, a, Fé lix tenı́a la certeza de que el Matador ingeniero estaba construyendo algo fabuloso y destructivo. Fé lix buscó con ojo de veterano guerrero algú n indicio de las armas que los dar la vuelta enanos aindudablemente la guerra contra estaban el Caos, fabricando pero aenprimera aquel lugar vistapara no encontró nada. En unas habitaciones donde parecı́ a llevarse a cabo el proceso inal, unos enanos con bata blanca aplicaban vapor con una especie de manguera a planchas de acero y otros las bruñ ı́an ı́ an a continuació n. Unas má quinas que parecı́ an an grandes bocas con dientes de hierro, conectadas a cintas transportadoras, escupı́ an an clavos en cubos que luego se cargaban en carros para la distribució distribució n. Fé lix se apartó para dejar pasar a un fornido enano con la barba gris empapada en sudor que eniló por el estrecho pasillo empujando un carretilla cargada de gruesas planchas metá licas. ¿Una nueva clase de armadura, quizá ? Fé lix no era capaz de imaginar a qué clase de monstruo pretendı́a poné poné rsela rsela Malakai. Gotrek se quedó quedó mirando con los dientes apretados la carretilla que se alejaba por el pasillo. Fé lix sabı́ a que al Matador le intrigaba tanto como a éé l en qué qué andaba metido Malakai. Tambie Tambié́ n sabı́ a que Gotrek era demasiado testarudo para preguntá preguntá rselo rselo directamente al ingeniero. —Vale —dijo Fé lix—. Nos rendimos. ¿Qué está is haciendo aquı́? —Cada uno tiene sus propias armas para afrontar estos tiempos, joven Fé lix, y é stas son las mı́ as. as. —Perdó name, pero no parecen armas. —Ya lo sé , amigo —dijo Malakai con una sonrisa burlona, dá ndose unos golpecitos en la nariz con un dedo tan gordo y sucio de grasa que parecı́a una salchicha. Gotrek resopló , aunque Fé lix no se molestó en preguntarle por qué lo hacı́ aa.. el destino —dijo Max. Las nubes de vapor se deslizaron en —Es torno a su tú nica como si el mago acabara de volver de una dimensió n oscura. Se inclinó apoyado en el bá culo y miró a su alrededor con una expresió n de admiració n en sus lú gubres ojos—. Tiene que serlo. ¿Qué otra cosa podrı́a habernos reunido en un momento tan crucial? Malakai apoyó apoyó el cañ cañ ó n de su arma sobre el hombro y se encogio encogió́ de hombros. —Quizá́ sı́ y —Quiza  y quizá quizá no. Me da a mı́  que  que eso no cambia las cosas, ¿o sı́ ? Fé lix negó con la cabeza. ¿Por qué no se le habı́ a ocurrido a é l decirle eso a Max? —Y ademá s —continuó Malakai—. Me falta gente aquı́. ¿El pobre Snorri recuperó —Se volvió a mirar a Fé lix con unaMuerdenarices sonrisa contenida—. ¿Y la tumemoria? zagala, Ulrika?

 

A Fé lix le dio un vuelco el corazó n cuando oyó la pregunta. Se volvió a Gotrek, que lo miró ijamente a los ojos y sintió que la lengua se le habı́a pegado al paladar. —Ambos murieron en Kislev —respondió Gotrek con los ojos clavados en Fé lix. Brindaremos —Vaya. Estoy por Snorri seguro cuando de todo que esto tuvieron acabe. —Malakai una buena tendió muerte. una mano que posó sobre el hombro de Fé lix y apretó con á nimo de consolarlo. Fue como si una piedra le aplastara el hombro, pero Fé lix apenas si la sintió —. Y siento lo de Ulrika. Era una zagala valiente con un corazó n de oro. Fé lix notaba la mirada de Gotrek clavada en é l y miró para otro lado. Justo en ese momento, un enano con una estruendosa sierra de cadena cortaba una plancha metá lica que tenı́ a un blanquecino brillo plateado. —Sı́  —dijo —dijo Fé lix con la voz ronca—. Sı́, lo era. Recorrieron varias docenas de pasillos má s y subieron algunos tramos de escaleras,por hasta que Féuna lix ventana, se sintiósó completamente perdido y desesperado encontrar lo para hacerse una idea de dó nde estaba con respecto al mundo exterior. Tambié n pasaron por delante de algunas cantinas en las que los enanos bebı́an an y fumaban con el mismo semblante de determinació n que tenı́ an an cuando trabajaban. Un silbido de escape de vapor fue recorriendo las distintas habitaciones y Fé lix dio un brinco cuando lo oyó justo detrá s de é l. El sonido se mantuvo constante durante algunos segundos. Fé lix los contó , y cada vez que sumaba uno crecı́ a su temor al imaginarse que cualquier criatura tenebrosa que merodeara por el valle podrı́ a acudir a la ciudadela atraı́ do do por un ruido tan ensordecedor. Sin embargo, para los enanos no parecı́ a representar nada má s terrible que el aviso del hollı́n y de cambio de turno, aceite yy operarios con los guantes con los de monos trabajo de cuero colgá ndoles cubiertos de las de muñ ecas entraban con evidente cansancio en los dormitorios con literas, despertaban a los camaradas, que se levantaban con cara de sueñ̃ o, y se dejaban caer en los camastros todavı́ suen todavı́ a calientes. Al mirarlos, Fé lix sintió que le pesaban los pá rpados e intentó en vano contener un bostezo. En unas habitaciones ocupadas por varias ilas de maniquı́ es es con armadura y armarios llenos de armas habı́ a enanos que se quitaban la ropa de trabajo y se ponı́ an an de la cota de malla y cogı́ an an los escudos, sin duda en preparació n para el turno de patrulla por la ciudad en ruinas o de guardia en los muros de la ciudadela. Fé lix sabı́ a que la raza de los enanos estaba en peligro de extinció n y que habı́ a sido ası́  durante milenios. Por lo tanto disponı́ an an de pocos soldados profesionales y sus ejé rcitos estaban formados en su mayor parte por enanos como

 

aqué llos, que en tiempos de guerra dejaban de lado temporalmente sus oicios para empuñ ar el hacha. A pesar de saber eso sobre ellos, a Fé lix no dejaba de impresionarle su fortaleza. Sobre la puerta de uno de esos barracones se habı́ a instalado una gran diana circular, y cuando Fé lix pasó ante ella, un enano con la cota ballesta. de mallaAaFémedio lix se le abrochar puso un apuntó nudo enenla su garganta. direccióEra n con evidente su enorme que el enano estaba tan fatigado por el trabajo que veı́ a borroso de tanto trabajar, ¡o el Caos lo habı́a hecho enloquecer! El enano apretó el gatillo y, un segundo despué s, de la circunferencia amarilla en el centro de la diana sobresalieron varios proyectiles de hierro. Una nube de vapor surgió́ del extrañ surgio extrañ o mecanismo ijado a la estructura bá bá sica sica de la ballesta en lugar de las convencionales cuerda y manivela cuando el enano bajó el arma y fue a recuperar los proyectiles. Saludó con un gruñ ido a Makaisson cuando se cruzó cruzó con el grupo. Fé lix se volvió a mirar al enano una ú ltima vez antes de que giraran para continuar por otro pasillo. —¿Qué́ clase de arma era éé sa? —¿Que sa? —El rey Byrrnoth Grundadrakk de Barak-Varr me encargó una ballesta má s rá pida y eicaz que las que esos diablillos de los elfos oscuros utilizan contra sus barcos. Los proyectiles van colocá ndose en posició n desde una tolva y salen disparados por una descarga de vapor que les da má s potencia. —Malakai se encogió de hombros, como si estuviera explicando có mo clavar un clavo con un martillo—. Pero el viejo Grundadrakk, dando muestras de su gran sabidurı́ a, a, no quiso asumir los gastos de su fabricació fabricació n, ası́  que  que me quedé quedé con los prototipos que hice. Me pregunto qué habrá sido de aquel lugar. —¿Barak-Varr? —inquirió Fé lix, y se encogió de hombros. Visualizó el mapa de Kolya y el vasto espacio en blanco al sur del Talabec y al oeste de las Montañ Montañ as Centrales. —Está —Esta ́ sitiada, resiste. resist e. Es el la ú ltimo bastió bastio ́ n en el camino al Pico Eterno —dijo Max pero en voz baja, con mirada esquiva—. Las alimañ as han invadido sus entrañ as y, como grano podrido de un contenedor agujereado, se desparraman desde sus conquistas en Hirn, Izor, OchoPicos y Azul. El grupo siguió siguió caminando en silencio durante el siguiente minuto. Fé lix se volvió a mirar a Gotrek. Snorri le habı́ a contado una vez que ambos habı́an an vivido en una ciudad ubicada en una colina (muy parecida a la ciudad en ruinas que habı́aan n dejado atrá s), cuya protecció n dependı́a de Karaz-a-Karak, el Pico Eterno, como era conocida por los hombres la capital del ancestral reino enano. En cierto sentido, Gotrek estaba enterá ndose de la grave situació n en la que estaba su hogar de la misma manera que le ija habı́ala sucedido a é l si unos dı́ aass antes. El Matador mantenı́ a la mirada frente, como no

hubiera pasado nada. Y tal vez no habıa habıa pasado, penso Felix con un

 

suspiro. Entonces Malakai aspiró por la boca con los dientes apretados y escupió escupió al suelo. —Bueno, eso no suena muy bien, ¿eh? —No —dijo Fé Fé lix, lix, que quiso añ añ adir algo pero fue incapaz de dar con las palabras adecuadas. —Cambiemos El pasillo desembocaba de tema —masculló —mascullo en lo que ́ Gotrek. parecı́a un amplio saló n de banquetes. Unos grandes arcos soportaban el techo, esculpidos para representar iguras de enanos barbiluengos que chocaban jarras de cerveza sobre el centro del saló n, donde convergı́ an. an. Cada una de esas esculturas era una obra de arte, y el hecho de que despué s de tantos milenios se conservaran en tan buen estado decı́ a mucho de los enanos que habı́an an puesto tanta pasió pasió n en su oicio. Varias decenas de mesas bajas ocupaban una á rea minú scula de la habitació n, y el resto estaba lleno de tejas partidas y de má s cables negros que en aquel castillo parecı́an an proliferar como las malas hierbas. Un puñ ado de enanos con armadura estaban sentados a una de las mesas, toqueteando los pequeñ os trozos de hortalizas que nadaban en salsa de carne en sus platos. Fé lix comenzó a salivar y oyó los rugidos de su estó mago. Recordó las cajas y los sacos vacı́ os os en los carros de su compañ ı́a y miró a su alrededor con una curiosidad renovada y casi esperanza. Allı́  debı́a haber varios centenares de enanos. Para ganar una guerra eran pocos, pero suicientes para cambiar su rumbo si se los empleaba con inteligencia; para hacer dañ o al enemigo y hacer saber a los Dioses Oscuros que aú aú n quedaba gente que no se rendı́a. a. A pesar del recelo que inspiraban en Gotrek las intenciones de Malakai Makaisson, Fé lix estaba seguro de que los antepasados de los enanos que habı́ an vivido allı́ aprobarı́  aprobarı́an an su idea. Una inversió inversió n de recursos tan grande y la dedicació n de tantos enanos só lo podı́ a deberse a que estaban trabajando en un realmenteen extraordinario. Los pasos de proyecto Malakai resonaron las imponentes vigas cuando el Matador ingeniero se encaminó hacia una puerta de dos hojas que habı́a en el fondo del saló n y la abrió de par en par. El aire frı́o de la montañ a entró con fuerza, impregnado del olor a grasa y a aceite para motores y transportando el inconfundible zumbido de alguna clase de motor que se paraba en ese momento. Fé lix salió a la noche. El viento pareció recordar la fuerza que poseı́ a a tanta altitud y se deslizó imparable entre las almenas del castillo y agitó el pelo y la capa de Fé lix, que con una mano se apoyó por precaució n en el basalto desgastado del muro que se alzaba a su lado y con la otra se aplastó el pelo. Gotrek se asomó por el borde y escupió abajo. Miró la caı́da da del salivazo durante un largo rato y luego proirió un gruñ ido de aprobació n.

 

La parte má s alta de la fortiicació n estaba ocupada por un bosque de antiguas vigas de hierro colocadas en horizontal y en diagonal para levantar un andamio altı́ ssimo, imo, en torno al cual habı́ a pasarelas, escaleras y cuerdas que colgaban desde lo alto. Unos calabrotes gruesos como el brazo de Fé lix pasaban a travé s de unas enormes argollas metá́ licas meta licas ijadas toscamente a los y ascendı́ an hasta algú an algú como n punto misterioso del cielo. Los cabos semuros tensaban y se destensaban si estuvieran amarrando una nave que se meciera con las olas. Max, que estaba al lado de Fé lix, miraba arriba, con el brillo de las visiones del destino en los ojos. Fé lix tambié n alzó la vista, y sintió có mo crecı́ a la emoció n en su interior cuando descubrió que los destellos que habı́ a tomado por estrellas resultaban ser un cable con luces de guı́ a para las que se habı́ a empleado la misma tecnologı́a arcana con la que Makaisson habı́a alumbrado su castillo. Una forma surgió de la oscuridad cuando los ojos de Fé lix se adaptaron a ella: un radiante cuerpo abombado como el vientre de una ballena. Los remaches metá́ licos meta licos que colgaban debajo de éé l emitı́ aan n unos destellos de luz frı́a. a. Fé lix se quedó mudo. Era posible. Era posible llegar a Middenheim. Era posible cualquier cosa. —¡Ajá ! —dijo Malakai Makaisson, colocá ndose entre Fé lix y Max y dejando sin aliento a ambos de una palmada en la espalda—. ¿La habé habé is is echado de menos? Los niñ os de las tribus corrı́ an an entre los vapuleados guerreros de las Montañ as Centrales. Chillaban, reı́ an, an, se burlaban, bailaban alrededor de las espadas abandonadas y daban patadas a los hombres en el mentó n. Era un juego tradicional. Khagash-Fé l, tan viejo como las propias tribus, recordaba que de pequeñ o solı́ a correr entre los guerreros prisioneros de los Yusak para demostrar a su padre que no dioses temı́a adesus entonces enemigos. ya noDe estaban. eso hacı́a toda una vida. Incluso algunos Tiró de las riendas de su descomunal caballo negro de guerra y desmontó . Sus botas golpearon el suelo con un estruendo de hierro meteó rico. Un murmullo se propagó entre los aterrorizados guerreros mutantes cuando lo vieron acercarse a ellos. Llevaban demasiado tiempo viviendo en aquel lugar, escondidos en las montañ as y haciendo oı́dos dos sordos a la llamada del Señ Señ or Oscuro. Eran hombres del Imperio y por lo tanto habı́an an nacido con agua en los huesos. Habı́ an an olvidado lo que era mirar a un genuino paladı́n del Caos y conocı́an an el terror. —¿Quié́ n es vuestro lı́der? —¿Quie der? —espetó —espetó . Silencio. Khagash-Fé l hizo crujir de uno en uno los nudillos de la mano. Al menos un hombre gimió gimió . Los exploradores de la tribu habı́ an an capturado a casi cuarenta de aquellas bestias lloriqueantes. Aquellos pocos en los

 

que eran má s evidentes los regalos del Señ or Oscuro estaban reunidos allı́, sobre el suelo de piedra, junto al rı́ o, o, ante la entrada de la ciudad, rodeados por un corro de hombres de las tribus y bestias. En cuanto al resto, Khagash-Fé l aú n oı́a los gritos mientras los arrojaban a una gigantesca caldera que se habı́ a colocado en el valle, al otro lado de los muros, enpara las laque serı́de an los an hervidos vivos a tribus. la manera tradicional reservada reserv ada sangre enemigos de las Khagash-Fé l se sintió feliz al oı́ r que se mantenı́an an las tradiciones a pesar de la agitació agitació n que se estaba viviendo. Se acercó al hombre que habı́ a gemido. Era evidente que tenı́ a el corazó n dé bil, y probablemente tambié n el cuerpo y el espı́ ritu. El hombre se habı́a quitado el yelmo y habı́a dejado a la vista una boca llena de tó xicos dientes verdes. Su barba poseı́ a vida propia y se doblaba de una manera que no era natural; y su piel, pá lida como era natural entre la gente de occidente, estaba pringosa del sudor. KhagashFé l apretó los dientes al percibir el hedor a orines del volante de la coraza del prisionero, que certiicó certiicó su condena con un sollozo. —¿Quié́ n es vuestro lı́der? —¿Quie der? —Está muerto, ¡oh, poderosı́ simo! simo! Murió en combate durante la batalla con los enanos y sus aliados. —Khagash-Fé l echó un vistazo al castillo que se alzaba sobre la cima de la montañ a que tenı́ a a su izquierda. Desde é l partı́ a un camino que bajaba hasta la ciudad, pero por mucho que se concentrara en seguirlo, era incapaz de trazarlo completamente con la mirada hasta abajo. Pidió mentalmente al Ojo de Katchar que se abriera y le revelara el recorrido del camino, pero era un regalo de los dioses y no eran sus ó rdenes las que obedecı́ a, a, y el Ojo permaneció permaneció obstinadamente cerrad cerrado. o. —¿Quié́ n es vuestro lı́der —¿Quie der ahora? El amedrentado guerrero buscó el apoyo de sus camaradas, pero é stos demostraron la misma falta de espı́ ritu ritu y evitaron mirarlo. Abrió la boca ydel tartamudeó y gritó́ medio cuando Khagash-Fé agarrarlo cuello y lo, levantó levanto metro del suelo.l se inclinó para Ahora el hombre bregó bregó : muy poco, muy tarde. El mutante lanzó lanzó una patada con la pierna completamente estirada dirigida al peto de la armadura del Señ or de la Guerra y trató de morderle con su enorme boca en el cuello tatuado. Khagash-Fé l apretó la mano con la que aferraba al mutante hasta que los ojos de é ste parecieron salı́ rsele rsele de las cuencas y sus labios perdieron el color. —¿Si mi gente y yo no hubié ramos aparecido, a quié n habrı́ as as acudido? El hombre abrió la boca y se quedó con la mirada ija, tal vez contemplando la gran á guila que llegaba para arrancar el alma de los cobardes al lugar de su condena. El crujido de los cartı́ lagos lagos resonó enysullevarla garganta oprimida.

—¿A quien? quien?

 

Un murmullo de terror se propagó entre los prisioneros que observaban la escena, tal vez porque veı́ an an su propio destino en la muerte lenta de su compañ ero. Todos excepto una. Khagash-Fé l miró con los ojos entornados a la vieja demacrada que contemplaba có mo jugaban los niñ os con una inquietante expresió n de afecto en el rostro. Ibapelo envuelta encomo seda negra, y dos cuernos oscuros perforaban suniñ mata de blanco la nieve. La vieja desvió la atenció n de los os para mirar a Khagash-Fé l, como si só lo en ese momento se hubiera percatado de su presencia. Tenı́a la piel de un lustroso color negro y sus ojos brillaban como unos pozos de augurios. La emoció n embargó a Khagash-Fé l cuando reconoció el momento que estaba viviendo, cuando comprendió que los destinos estaban encontrá́ ndose encontra ndose en el momento y del modo adecuados. Su guı́a. a. Su profeta. Nergü i hizo en el aire la señ al de protecció n contra el mal mientras observaba la escena desde el lomo de su caballo gris y unas cintas de seda azul danzaron ante el hocico del poni. Las campanillas cosidas a su tú́ nica tintinearon en sen tu señ̃ al de advertencia. advertencia. —Es una bruja, Señ or de la Guerra, y muy poderosa. Ten cuidado cuando la interrogues y má má tala tala inmediatamente despué despué ss.. La mujer sonrió y dejó a la vista unos diminutos dientes ailados como cuchillos. El rostro parduzco de Nergü i se arrugó con una mueca de ira y el chamá n tendió una mano hacia sus acó litos para que le entregaran el bá culo. Uno de ellos le entregó la vara con las plumas de á guila guila antes de que Khagash-Fe Khagash-Fé́ l levantara la mano para pedir paz. —¿Acaso no temes la muerte? —preguntó —. ¿O tal vez piensas que no utilizaré utilizaré la espada contra una mujer? —Todo el mundo teme la muerte, Medio-Ogro, pero sé que no puedes matarme. —Es una profetisa —murmuró uno de los hombres de la tribu que formaba parte de la antes de que KhagashFé́ l tuviera Fe tiempo demuchedumbre ordenarles concongregada la mirada que guardaran silencio. Nergü̈ i levantó Nergu levantó el bá bá culo y lo sostuvo sost uvo en posició posició n vertical. Com Comenzo enzó́ a moverlo arriba y abajo rı́ tmicamente tmicamente y las cuentas de cristal cosidas a las plumas se agitaron. Al mismo tiempo se golpeó el pecho con la palma de la mano. Khagash-Fé l reconoció enseguida que se trataba de un canto de disipació disipació n, pero de pronto le pareció pareció un recurso pueril ante una profetisa tocada por los dioses, tan segura de su propio poder que ni siquiera se digno mirar al chamá chamá n de las tribus cuando le hablo habló́ . —¿Airmas que puedes ver tu propia muerte? —preguntó —preguntó Nergü Nergü i. —¿Acaso tú tú no puedes? El chamá n se echó a reı́ r y miró a sus acó litos y a los guerreros que tenı́a alrededor. an cabalgado an a su lado incontables leguas y muchosEllos añ oshabı́ y ahora reı́ an an con é l—. Taldurante vez estos Grandes

Dioses me tienen preparado algo especial.

 

La mujer miró a Khagash-Fé l con los labios fruncidos. En sus hijos brillaban los fragmentos con forma de prisma de algo espantosamente profundo. Khagash-Fé l se sintió absorbido por su mirada, en la que vio verdad; la percibió , como só lo un gran poder podı́a reconocer a un igual. Y ella vio algo similar en é l, Khagash-Fé l lo sabı́ a. a. La miró con una luz completamente a perdido hijos.a fundar Habı́ a ocurrido hacı́a varios diferente. siglos, peroHabı́ necesitaba algo cuatro má s si querı́ una dinastı́a para gobernar el imperio del Señ Señ or Oscuro. —Podrı́a ser —respondió ella con un tono ailado como una cuchilla de cristal. Nergü i habı́ a dejado de reı́ r sin que se dieran cuenta los hombres que lo rodeaban. Agitó Agitó con vehemencia el bá bá culo. culo. —Tus presagios no hicieron ningú n bien a tu anterior señ or, bruja. Por un momento, la anciana pareció pareció triste. —Lo que yo te ofrezco no es una profecı́a, a, sino el futuro como só lo puede ocurrir. Nadie se alegrarı́a má s que yo si todos los hombres estuvieran estuvier an bendecidos por igual por el destino. —¿Y qué ves, profetisa? —preguntó con impaciencia Khagash-Fé l. —Tu pueblo cree que los muertos ven cosas que los vivos no ven. Tienes razó n. Morı́  hace  hace mucho tiempo, o lo habrı́a hecho de no ser por el heroı́smo smo altruista de un hombre, y ahora veo de una manera de la que los vivos no pueden hacerlo. Veo el inal de las cosas, y el futuro, un mundo en el que extraordinarios extraordinarios guerreros encontrara encontrarán la perdició perdició n. —¿Todas tus visiones son tan poco claras? —preguntó Nergü i con desdé n. —Te veo en la batalla con el hé roe que buscas —dijo la vieja, sin prestar atenció n al chamá n y dirigié ndose a Khagash-Fé l. Luego se volvioó para señ volvi señ alar con un dedo como una garra el viejo castillo sobre la montañ̃ a—. Allı́ . Una batalla a vida o muerte. montan Khagash-Fé l se sonrió . —Buena deseó i, bajando culo—. Las tribus conocen muysuerte bien la—le magia de Nergü los enanos y de el susbáparientes oscuros. Esos caminos está está n ocultos. No hay manera de llegar al castillo. La profetisa se volvió a mirar a Khagash-Fé l. —El que buscas está marcado por el destino. Los destinos de mundos aú n por venir convergen en é l. Su inal se acerca y su paso es como la puesta de la luna para mis ojos. Soy Morzanna, profetisa del Señ or Oscuro, y é ste me salvo la vida una vez. —Tendió una mano pequeñ a que era como una garra y, a pesar de la voz de advertencia de Nergü i, Khagash-Fé l soltó el cadá ver laxo que aú n sostenı́a por el cuello y tomó tomó la mano de Morzanna, que desapareció desapareció envuelta por la palma de su mano de ogro. —Vamos, Medio-Ogro. Dé jame que te guı́e hasta tu destino.

 

CAPÍTULO DIEZ La Imparable —Eres un genio —dijo en voz baja Fé lix, echando hacia atrá s la cabeza todo que dio de sı́  su   su cuello contemplaba elarponeada. oscuro coloso que selorevolvı́ a apresado por losmientras cabos como una ballena ¡Una aeronave! La oscuridad só lo le permitı́ a apreciar el difuso contorno de lı́ neas neas elegantes deinido por el resplandor de las luces de guı́ a, a, pero podı́a airmar sin temor a equivocarse que aquella nueva nave era tan grande como la primera. Tal vez viajaran apretados, pero Fé lix no encontraba ninguna razó razó n para que no pudiera llevar a todos sus hombres y a todos los enanos de Malakai adonde quisieran. Las posibilidades que ofrecı́ a ya se amontonaban dentro de su cabeza. Volar a Middenheim só lo era el principio. Podrı́an an soltar bombas sobre las hordas del Caos de camino a la Fauschlag. Aprovechando la velocidad y la autonomı́ a fabulosas de la aeronave podrı́aan n traer suministros desde cualquier parte del mundo o sobrevolar las tierras en busca de supervivientes. Podrı́ an an unir de nuevo el Imperio para luchar contra el enemigo comú n. De la misma manera que ahora Magnus el Piadoso y Praag tenı́an an un lugar en la historia, tal vez los niñ os de dentro de dos siglos aprenderı́ an an los nombres de Malakai Makaisson y Middenheim. Só lo se trataba de una aeronave, pero las posibilidades eran ininitas. Las luces de guı́ a destellaban desde los bordes de acero de las portillas, desde los cañ ones ó rgano y desde las palas de los rotores. Giraban lentamente y eran las responsables del zumbido que Fé lix oı́ a en pugna con el rumor del viento. Examinando la nave con mayor detenimiento, Fé lix advirtió que habı́a unos huecos en el casco del delicado vehı́cculo ulo metá lico que colgaba de la bolsa de gas. La aeronave aú́ n —¡Has au no estaba terminada;laaun ası́, lade emoció n de reconstruido Espíritu Grungni Grungni !  ! Fé lix no decayó .

 

—La he llamado Imparable Imparable   —dijo Malakai, que atravesó con sus andares pesados la azotea fustigada por el viento hasta el lado de la gran torre de acero en la que se habı́a instalado un mecanismo de ruedas giratorias y cables. Junto a é ste habı́ a lo que parecı́ a un par de raı́les les paralelos que ascendı́ an an en vertical por el andamio. Malakai se colocó delante del artilugio y puso jarras. vientodel le habı́a inclinado la cresta desde las los raı́ ces cbrazos es y leen sacudı́ a elElcuello abrigo—. Siempre quise llamar ası́  a  a la ú ltima, y ahora no hay nadie que me pueda llevar la contraria. —Dio unas palmadas al andamio—. Esta es só só lo mı́ aa.. —Tiene agujeros —señ aló Gotrek. —¡Aú́ n no está —¡Au está terminada, tonto del culo! —¿De dó nde has sacado el gas para llenar la bolsa? —intervino Fé lix antes de que Gotrek pudiera responder con un insulto má s grave —. Dijiste hace un rato que era difı́ cil cil encontrarlo. ¿Has construido toda una ciudad para conseguirlo? —Tienes razó n, amigo. Y é sa es una pregunta muy ló gica. —Malakai fulminó con la mirada a Gotrek, que refunfuñ ó , dio media vuelta y comenzó a deambular por la azotea—. Las antiguas minas que hay aquı́ estaban llenas de gas. Só Só lo habı́ a que extraerlo. extraerlo. —¿Y el combustible? —preguntó Gotrek. El enano se paseaba en cı́rrculo culo con los brazos cruzados y las manos aferradas a los bı́ceps, ceps, pero su ú nico ojo tenı́ a un brillo de agitació n que, sospechaba Fé lix, no se apagarı́a hasta que se hubiera puesto sobre la mesa cualquier posible fallo y se hubiera descartado—. En estas montañ montañ as no hay nada y jamá jamá s lo ha habido. Ni oro, ni hierro, ni carbó carbó n. —Trajimos de Sylvania todo lo que utilizamos, pero tienes razó n, en el tanque no hay mucha agua negra. La suiciente para volar hasta Karaz-a-Karak Karaz-a-Kar ak con la ayuda del viento. —¿Es allı́  adonde vas? —preguntó Fé lix, que sentı́ a có mo se evaporaba de sus ilusiones. a sido un podı́ estúapido al pensar que buena Malakaiparte pretendı́ a volar hacia elHabı́ norte cuando volver a casa para ayudar a los suyos. suyos. De todos modos, no le cabı́a duda de que los enanos tenı́an an má s posibilidades de é xito. Si habı́ a algo que podı́ a presumir de inexpugnable con todo el derecho del mundo era el Pico Eterno. A Fé lix se le pasó fugazmente por la cabeza la idea de pedirle que los llevara a todos con é l. Estaba convencido de que Karaz-a-Karak era mucho má s segura de lo que Middenheim lo serı́ a jamá s, pero sobre todo le atraı́a la posibilidad de luchar con skavens, si es que era cierta la informació́ n que les habı́ a dado Max. Aun tenı́ a pendiente de cobrar una informacio deuda de sangre. Suspiró y dejó que loa abandonaran susaansias de venganza. ¿De¿qué qué servirı́ aa?? Si encontraba la rata que habı́ asesinado a su padre,

 

cambiarı́aa?? No, sabı́a adó nde tenı́ a que ir y se habı́ a resignado a llegar a su destino antes de conocer la existencia existencia de la nave. En cuanto asumió asumió esa decisió decisió n respiró respiró con má má s facilidad, como si se hubiera quitado un peso de encima. Se sentı́ a como si se hubiera enfrentado a alguna clase de prueba y la hubiera superado. —Eslasadonde —dijo de Gotrek, ndoseque hacia el ingeniero. Apretó manos iba alrededor los bı́ ceps cvolvié eps hasta los mú sculos del pecho y del cuello se hincharon. La herida de bala del hombro comenzó a gotear—. Ahora va a Middenheim. —Podremos pasar por encima de Middenheim cuando esté lista para volar —dijo Malakai, que sostuvo la mirada gé lida del Matador sin pestañ̃ ear—. De todos modos, hasta que llegue ese momento, hablar del pestan asunto es una pé pé rdida rdida de tiempo. El ingeniero se volvió y tiró de una palanca que formaba parte del mecanismo que tenı́a a su espalda. Se produjo entonces un silbido de vapor liberado en la parte superior del andamio y un rechino metá lico. Descendiendo por los raı́les les verticales apareció una pequeñ a jaula de hierro que, justo cuando parecı́ a que iba a traspasar el suelo de la azotea del castillo, hizo un ruido parecido a un suspiro y se detuvo con una sacudida. Del mecanismo de frenado salió un chorro de vapor que envolvió las piernas de Makaisson hasta las rodillas. El ingeniero abrió la puerta de hierro, se volvió hacia Fé lix y esbozó una sonrisa de oreja a oreja. —¿Queré́ is —¿Quere is verla? ¡Por los viejos tiempos! Fé lix no supo qué responder. Ver la aeronave era como reunirse con una vieja amiga, exactamente igual de ilusionante que encontrar a Malakai vivo y en perfecto estado; má s aun, de hecho, aunque le supo mal admitirlo. Malakai interpretó su silencio boquiabierto como una respuesta airmativa y se volvió a Max, que asintió con la cabeza. Luego miró́ a Gotrek, quien gruñ miro gruñ ó y sacudió sacudió la cabeza. —Parece—El igualMatador que la úse ltima. que iréherido a ver en qué anda mi cronista. tocóCreo el hombro y tomó una metido brusca bocanada de aire con los dientes apretados—. Quizá Quizá tambié tambié n aproveche para mirarme esto —añ —añ adió adió de mala gana. —Lo siento mucho —dijo Makaisson. Su pesar sonó sonó sincero. Gotrek sonrió sonrió dejando a la vista los dientes amarillos. —La pró pró xima vez apunta un poco má má s abajo. —Deberı́aass descansar un poco —dijo Fé lix, y se prometió que é l tambié n se acurrucarı́ a en el primer sitio que encontrara en cuanto hubiera echado un vistazo al interior de la aeronave—. No recuerdo la ú ltima vez que te vi cerrar el ojo. —Ya habrá tiempo para eso, humano —masculló Gotrek con cansancio mientras se daba la vuelta—. Ya Ya habrá habrá tiempo.

 

La jaula elevadora era, afortunadamente, mucho má s lenta en el ascenso de lo que lo habı́ a sido al bajar. Fé lix se preguntó si estarı́ a dotada de alguna clase de maravilla té cnica que hacı́ a que adaptara su velocidad cuando transportaba pasajeros, pero optó por reservarse esas preguntas en favor de aferrarse a los barrotes de la jaula mientras el estó mago le bajabametá a loslica pies los muros del castillo desaparecı́ an an debajo. La estructura delyandamio temblaba y la jaula vibraba a medida que iba ganando altura. Fé lix apretó los dedos en torno a los barrotes hasta que se le pusieron blancos los nudillos. —Qué ilusió n —dijo Max, en el tono má s desapasionado con el que nunca se habı́an an pronunciado esas palabras. —Al inal uno se aburre —gritó Malakai para hacerse oı́ r por encima del viento que barrı́ a el ascensor. Fé lix discrepaba, rotundamente. En las minas de los enanos, donde la tecnologı́a era una cosa comú n y corriente, habı́ a viajado en aparatos parecidos a la Imparable Imparable   , tanto por encima como por debajo de la supericie, y si examinaba la gama de sensaciones que le habı́an an producido esas experiencias, el aburrimiento al que aludı́ a Malakai brillaba por su ausencia. Se aferró a las paredes del elevador y contempló la aeronave, má s grande a medida que se acercaban. La velocidad con la que aparecı́ an an entre barras y puntales los destellos de la barquilla metá lica que colgaba de la bolsa de gas fue en aumento, hasta que la jaula por in llegó a la parte superior del andamio y los pasajeros disfrutaron de una vista diá fana de la asombrosa invenció n de Malakai Makaisson. Se produjo un chirrido de frenos y la visió n de Fé lix se pobló del vapor que escapaba de una serie de ruedas situadas al inal de los raı́les les y en el propio techo del elevador. A Fé lix le dio una sacudida el corazó n cuando la jaula comenzó a moderar la velocidad y se estremeció envuelta por la nube de vapor en condensació n cuando el ascensor se detuvo con vez un tranquilizador (supuso) Malakai abrió la puerta, esta en el lado opuesto a aqué aquégolpe l por elseco que yhabı́ an entrado. an Fé lix fue el ú ltimo en salir a la pasarela de madera que se balanceaba peligrosamente bajo sus pies, e inmediatamente se arrepintió de mirar abajo. Se le revolvió el estó mago y tuvo que reprimir el impulso de tirarse de rodillas al suelo, agarrarse a la pasarela y no soltarse jamá s en la vida. Sabı́ a que habı́ a estado en lugares má s altos. Habı́ a sobrevolado montañ as a bordo de la Espíritu de Grungni , Grungni , pero habı́ a algo en ver con tanta claridad la distancia que lo separaba del suelo que hacı́ a que pareciera que estaba mucho má s alto. Ademá s, pensó con inquietud, intentando recordar a qué lado del andamio estaba la azotea del castillo y a qué lado quedaba la caı́ da desde montañela! muro, ¡el castillo estaba construido sobre la cima de una

 

Intentando convencer a su estó mago para que se asentara y a sus brazos y piernas para que dejaran de temblar, siguió a Malakai y a Max hasta el borde del andamio, donde otra tabla de madera, espantosamentee estrecha, conducı́ a hasta una puerta en el costado de la espantosament barquilla. La pasarela estaba sujeta en ambos extremos mediante unos aros metá licosparecı́ que aan sen movı́ aan n segú nLa el viento mecı́ la aeronave. lix supuso que resistentes. pasarela sea balanceó de Féuna manera alarmante bajo el peso del corpachó n del enano, pero no lo suiciente para disuadir a Max de caminar por ella. Fé lix respiró hondo y esta vez recordó no mirar abajo; abrió los brazos para ganar equilibrio, recorrió la pasarela prá cticamente a la carrera y saltó a los brazos de Malakai. —¡Bienvenidos a bordo! —gritó el ingeniero cuando Fé lix entró con timidez en la cubierta de hierro y recorrió con la mirada la pequeñ a cabina. Una solitaria luz blanca ija en el techo alumbraba los remaches metá licos y los bordes de las placas. Todo estaba tan bruñ ido que Fé lix podı́a verse relejado en las paredes. Se rascó la barba entrecana con gesto apesadumbrado e hizo un giro completo antes de reparar en la puerta redonda que conducı́ a al interior de la barquilla. Era de acero macizo y, a diferencia de las puertas corrientes, se abrı́ a mediante una rueda colocada en su centro con la que se activaba un mecanismo que descorrı́a los cerrojos. Fé lix no entendı́ a el principio en el que se basaba el diseñ o, pero los enanos tenı́ an an sistemas similares a bordo de sus sumergibles, ası́ que  que supuso que si estaba allı́  era era por una buena razó n, pues si algo caracterizaba a los enanos era su pragmatismo. Fé lix pidió permiso a Malakai con la mirada y posó las dos manos en la rueda. El corazó n le aporreaba el pecho. Acarició la supericie pulida y redondeada del metal. Por un momento pensó que cuando girara la rueda y abriera la puerta, dentro estarı́ aan n esperá ndolo Ulrika, Snorri demá s. Se una sonrió . Luego, é l, Gotrek y Snorri escaparı́yan antodos abajolos para pillarse buena borrachera antes de que se la aeronave partiera. Suspiró con un nudo en la garganta. Mientras vivı́ a aquellas espantosas aventuras, jamá s se le habı́ a ocurrido pensar que iba a ser la mejor é poca de su vida. ¡Qué no darı́ a ahora por que otra discusió n con Ulrika y un Snorri Muerdenarices resacoso fueran el mayor de sus problemas! Se sorprendió al darse cuenta de que incluso echaba de menos a Gotrek. En efecto, tenı́ a al Matador cerca, pero a quien Fé lix añ oraba era a su amigo. Malakai se puso detrá s de é l y tendió las manos para hacer girar la rueda con un suave empujó empujó n hacia abajo. —Está́ un poco dura para las manos humanas —dijo, apretá —Esta apretá ndole ndole el hombro en unpara gesto de comprensió n. Malakai era extraordinariamente comprensivo tratarse de un Matador.

—Sı́, un poco. Pero estoy seguro de que me acostumbraré .

 

—Decidme, ¿por dó dó nde queré queré is is empezar la visita? La enfermerı́a era el lugar má s concurrido del castillo. Era constante el lujo de enanos con heridas supericiales producidas en la batalla como cortes, quemaduras y contusiones. En un rincó n, detrá s de un biombo que ocultaba parcialmente el espacio, un anciano de cara arrugada y una larga barba gris embutida en una redecilla mordisqueaba la boquilla de una pipa apagada mientras cosı́ a con suma concentració n una fea herida en el brazo de un guerrero. Un enano má s joven observaba la operació n por encima de su hombro, preparado con un pañ o hú medo en una mano y una jarra de cerveza medio vacı́ a en la otra para cuando se necesitaran. Por todas partes habı́a enanos con delantales y guantes de cuero manchados de sangre que iban de un lado a otro cargados con bandejas llenas de lo que parecı́ an an instrumentos de tortura. Un enano con una expresió n especialmente seria vació un cubo de asquerosa agua roja por la boca de un sumidero que habı́a en el suelo. Los hombres gemı́ aan; n; algunos yacı́an an inconscientes encima de mesas. Sentados con la espalda recta en bancos de pie,allos enanos sus dolores con un estoicismo que só só looestaba alcance deaguantaban su raza. Gustav, sin prestar atenció n a la cruel alquimia que en torno a la mesa sobre la que estaba sentado volvı́a a convertir a los hombres tullidos en soldados, se desenrolló lentamente la fé tida venda de la mano. Le dolı́a como si estuviera tratando de perforar un morató n con un puñ o. Un olor a leche agria le asaltó la nariz mientras descubrı́ a la herida. Seguramente tendrı́a que haberse cambiado la venda antes, pero qué qué sabı́a éé l… l… No era un curandero; ademá ademá s, s, tampoco es que de los sacos de grano vacı́os os salieran vendas limpias. Se tranquilizó tranquilizó dicié dicié ndose ndose que nada que estuviera muerto llegaba a oler tan mal. —La mujer sabia Dushyka siempre decı́a que habı́a que hacerlo ra rá ́ pido pidocon —dijo Koly a, incliná incliná ndose ndose sobreen la mesa en layque plato algoKolya, indescriptible nadando salsa baja, de carne unahabı́ tazaa un de algo aú aú n con peor aspecto. —Apuesto a que eso es lo que te decı́ aan n todas las mujeres —replicó Gustav, haciendo un gran esfuerzo para esbozar una sonrisa de satisfacció n. Kolya Kol ya sonrió sonrió mientras se masajeaba las costillas (le ( le dolı́ an, an, pero por suerte los golpes que habı́ a recibido con el escudo de un enano no se las habı́a roto) y luego renqueó con evidentes molestias hasta su banco. El asiento estaba destinado a un cuerpo de la mitad de su estatura y con un trasero el doble de grande que el suyo. —Sé hablar siete lenguas, amigo Gustav. Hay muchos pueblos al norte de Goromadny, y allı́ tengo   tengo casi el mismo nú mero de esposas. — Se sentó y se encogió de hombros—. Los inviernos son largos en el Mar

Helado.

 

—¿Te has casado má s de una vez? —preguntó Gustav, aunque no le sorprendı́ a lo má s mı́ nimo nimo nada de lo que aquel salvaje del norte pudiera hacer. Hablaba kurgan, y en la medida en la que Gustav se habı́ a molestado en tratar de encontrar las diferencias, prá cticamente lo consideraba un kurgan. Recordó que el kislevita habı́ a sido lancero alado, y tambié n cazador. vinieroncotas a la mente las moteadas imá genes de ájinetes orgullosos, enfundados enLe fabulosas de malla mbar y azabache y cubiertos con capas de pieles de animales, con banderines de colores revoloteando en sus lanzas y las cé lebres alas de plumas a la espalda. Se le hizo difı́ cil cil conciliar esa imagen con el ruiá n vestido de cá́ ñ amo que éé l habı́ a conocido a su pesar. ca —Una esposa no es un caballo —dijo Kolya Kolya con un encogimiento de hombros. —¿Qué́ quiere decir eso? —¿Que —Lo sabrı́as as si fueras kislevita. La ú ltima vuelta del vendaje se habı́ a pegado a la herida y cuando Gustav levantó la venda vio trozos de carne adheridos a ella. Se le arrugó la nariz en señ al de protesta e hizo una mueca de dolor cuando intentó doblar los dedos. Todavı́a tenı́a la mano en carne viva, si bien ya habı́an an aparecido algunas ampollas en la piel que indicaban que estaba curá ndose. Despué s de todo lo que habı́ a pasado en Kislev, incluido haber sobrevivido a la belleza maldita de una vampira que aú n no se habı́a sacado del corazó n, ser abatido por una pistola encasquillada era un destino cruel. Kolya empujó su cuenco por la mesa en direcció n a Gustav. —El enano que me lo dio me aseguró que era vigorizante. —Imitó el gesto de llevarse una cuchara a la boca—. Come. Gustav miró el espeso estofado intentando identiicar los tropezones informes que lotaban en su supericie como cadá veres en el Aver. Se volvió al enano que tenı́ a al lado, que, con el brazo en cabestrillo, sostenı́ el cuencoenpegado a losde labios y sorbı́ a el contenido con entusiasmo. Ala reparar la mirada Gustav, el enano bajó el cuenco y chascó chascó los labios. —Sabe a pollo. —Me fı́o de tu palabra, no necesito probarlo —replicó Gustav, y empujó́ el cuenco de vuelta a Kolya. empujo Kolya. El kislevita hundió un dedo en el estofado para probarlo, se encogió de hombros y cogió cogió la cuchara. —Hace que uno eche de menos un vaso de kvass kvass   para matarle el sabor,, ¿¿eh? sabor eh? Gustav no le prestó atenció n y volvió a intentar doblar los dedos de la mano. Se le reventaron varias ampollas y la piel muerta se estiró , hasta quesielalguna dolor vez se hizo insoportable tuvo que relajar la mano. Se preguntó volverı́ a a blandir yuna espada con normalidad.

 

—Mi tı́o utilizó exactamente la misma pó lvora que yo. ¿Por qué soy yo el que tiene la mano destrozada? —¿Preferirı́ as as que los dos estuvierais heridos? —preguntó Kolya. —Claro que no. El kislevita se encogió de hombros y se sacó algo cartilaginoso de la boca—No por latiene comisura labios. nada de los mano. ¿Acaso crees que yo no le deseo ningú n mal al enano zabójka enano zabójka del  del hacha? —Es diferente. Seguir a Gotrek es como estar encadenado a un hipogrifo. —Cabalgas sin destino a lomos de un caballo muy veloz, amigo Gustav. Algunos hombres utilizan riendas y estribos, ¿pero nosotros? — Levantoó la cuchara para brindar con ello—. Nosotros aguantamos como Levant podemos y rezamos a Ursun para no caernos. Y nos aferramos a la esperanza de que nuestro destino siga el camino de otros con má s talento. —Yo no sigo a nadie —masculló Gustav, deseando con toda su alma que sus dedos se plegaran, como si eso fuera a demostrar que tenı́ a razó́ n—. A diferencia de ti, yo puedo irme cuando quiera. razo —Pues vete. Gustav abrió la boca, pero entonces vaciló . Podı́ a abandonar el camino de su tı́ o, o, ¡por supuesto que podı́a hacerlo! ¿Pero qué harı́ a entonces? Habı́a discutido la idea de intentar llegar a Averheim con varios sargentos de la compañ ı́ a, a, pero habı́ a sido antes de marchar durante varios dı́as as en una direcció n equivocada y con un grupo de guerreros del Caos pisá ndoles los talones. Aú n le parecı́ a un buen destino, pues era la ciudad má s grande del sur y presumiblemente las fuerzas del Caos procedentes del norte y del este aú n se hallaban lejos. Sabı́a que un montó n de hombres pensaban como é l, pero estaban demasiado obnubilados por la leyenda del hé roe Fé lix Jaeger para separarse éé ll,, yNo a Gustav no le la idea enfrentarse del Imperiodesolo. obstante, seatraı́ dijoaque podı́de a irse si querı́ aa.a. las selvas La sonrisa de Kolya resultaba má s insultante que cualquier cosa que dijera el kislevita. Gustav tenı́a de cara la puerta que quedaba a la espalda de Kolya y vio entrar a Gotrek en la enfermerı́a. a. El Matador gruñ gruñ ó algo en la lengua de los enanos a un celador que lo recibió nada má s entrar y luego lo empujó , con amabilidad pero con irmeza, hacia un lado para que pudiera inspeccionar la sala con su úú nico ojo de bulldog. Gustav se puso recto inconscientemente inconscientemente cuando el Matador echo echó́ a andar hacia é l. —No está tan mal —dijo Kolya, ajeno a la llegada de Gotrek—. Por lo menos tu hipogrifo no se pasa el dı́ a hablando del destino, luego mata su mejor amigo y al tuyo y te sale con que quiere ir caminando hasta aAltdorf.

 

Gustav abrió los ojos con sorpresa cuando la igura del Matador apareció detrá s de Kolya. Su espalda, con el hombro agujereado por una bala, era casi el triple de ancha que la del kislevita, y su cresta deshilachada rozaba el techo. Su ú nico ojo, inyectado de sangre y ojeroso, taladró el cogote de Kolya. se volvió Algo agitóElenkislevita su cuchara. Guiñ ódespreocupadamente. un ojo a Gustav y sonrió . todavı́ a con piel se —No es que yo sea un desagradecido; nada de eso. Despué Despué s de vivir tantos añ os en la libertad de las estepas, estaba ansioso por ver los bosques interminables de nuestro eterno aliado. Gustav se quedó perplejo cuando vio que el Matador no estampaba un puñ etazo en la cara a Kolya allı́  mismo.   mismo. No conocı́ a al enano desde hacı́a tanto tiempo como su tı́ o o Kolya, pero, aunque lo guardaba en secreto, habı́a leı́d doo los libros de Fé lix. —Ya veo que te lo está s pasando bien —gruñ ó Gotrek arrastrando ligeramente las palabras, como harı́ a alguien con un par de copas de má́ s o completamente extenuado. ma Kolya se estiró media decena de centı́ m metros etros y empujó la jarra de cerveza hacia haci a el Matador, Matador, pero Gotrek no movió movió un mú mú sculo; parecı́ parecı ́a una estatua desportillada y llena de agujeros. —¿Qué́ sabes sobre má —¿Que má quinas, quinas, humano? —Poca cosa —respondió Kolya, cuyo semblante sonriente se tornó serio—. Algunos hombres de la rota rota usaban  usaban arcabuces, pero a mı́  no  no me gusta depender de cosas que no puedo reparar ni reconstruir con mis propias manos en caso de necesidad. Gustav se encogió encogió cuando la mirada del enano se posó posó en éé ll.. —¿Yo? —¿Y o? Nada. Gotrek proirió un gruñ ido de esperada decepció n y bajó la mirada a la mesa. —¿Quié́ n es el ingeniero jefe aquı́? —¿Quie sentado al lado de Gustav bajó el cuenco y se rascóEĺ laenano rasco barbaque conestaba el borde del cabestrillo. —¿Y quié quié n eres tú tú , hijo de Grimnir? —Un par de buenas manos, eso soy. Me quedaré un dı́a o una semana en este castillo si ası́  consigo   consigo adelantar el viaje a Middenheim, pero Makaisson es un blando y veo aquı́   mucho mucho vago. —Repasó con la mirada al enano con el brazo roto—. Este holgazaneo no durará una hora má má s si puedo evitarlo. —Entonces, ¿eras ingeniero? —farfulló —farfulló el enano. —¿Qué quieres decir con «eras»? —espetó con un tono amenazador Gotrek. —Nada, nada —se apresuró a responder el enano, suplicando con los ayuda a Gustavuny alugar Kolya, quetrabajar. lo dejaron solo—. Estoy seguro de queojos te encontraremos para

 

—Ahora —gruñ ó Gotrek, amenazando al enano convaleciente para que se levantara. El Matador cogió entonces a Kolya por el cogote y lo levantó de debajo de la mesa con la misma facilidad con la que un hombre levantarı́ a un cachorro. —A una trabajar, humano. puedes sostenero no? una cuchara, puedes sostener brocha. ¿QuieresSiver Middenheim Gustav se puso de pie rá pido. De pronto tenı́ a mucho mejor la mano. Fé lix estuvo recorriendo los pasillos de acero de su juventud durante las siguientes dos horas; un viaje tan mareante a su manera como jamá jamá s lo serı́a la subida má s vertiginosa en un ascensor. Todo estaba tal como lo recordaba. Podrı́a haber dibujado mentalmente la disposició n de los pasillos. Cada perno y cada remache le evocaba un recuerdo. Cada sala que visitaban provocaba un aluvió n de imá genes y de sensaciones que habı́an an permanecido olvidadas durante mucho tiempo. En realidad, el interior de la aeronave no estaba exactamente igual. Habı́ a secciones enteras que aú aú de n no estaban Algunos pasillos eran ma má́ as que pantanos cables queterminadas. salı́ an an de unas paredes en las quepoco todavı́ no se habı́ aan n colocado las placas. Otros estaban a oscuras y de los techos asomaban unas frondas de cobre. No obstante, su mente estaba má́ s que dispuesta a pasar por alto esas diferencias sin importancia. ma Malakai los llevó llevó en primer lugar al puente de mando. Fé Fé lix lix pasó pasó los dedos por los cuadrantes, los indicadores y las palancas rematadas por una esfera de lató n que ocupaban las paredes; se dejó caer en el envolvente silló n de cuero del comandante y dio varias vueltas sentado en é l. Luego se levantó de un salto, agarró con ambas manos el enorme timó n y contempló a travé s del ventanal la cadena de picos recortada sobre el cielo negro. Max se limitó a mirar sin demasiado interé s, sumido en un estado Visitaron la sala de ensimismamiento. má quinas, donde ingenieros con la cara negra iban de un lado a otro como si Malakai, Max y Fé lix no estuvieran y se comunicaban mediante señ as en medio del estruendo de los enormes pistones horizontales que se movı́an an alternativamente en el interior de unas cajas metá licas, del zumbido de las calderas de vapor y del incesante ronroneo de los motores. El suelo temblaba bajo sus pies y Fé lix casi podı́a ver las vibraciones del aire. Malakai les señ aló con el dedo la direcció n por la que habı́ an an venido y regresaron sobre sus pasos. El recorrido por las cubiertas inferiores los llevó a las torretas de observació n de la aeronave. Mientras Max esperaba en el pasillo, Fé lix metió la cabeza en la ventana semiesfé rica de cada una de ellas y aspiró con placer el olor a metal bruñ ido y a grasa. En cada torreta habı́a habı́ a un

canon organo instalado sobre una plataforma equipada con un cardan

 

que permitı́a orientar el arma en cualquier direcció n mediante unos pedales. Fé Fé lix lix sonrió sonrió con amargura. Dentro de la cabeza oı́ a el traqueteo del fuego de repetició n de docenas de torretas iguales mientras un gigantesco drago dragón rojo se lanzaba en picado hacia ellos con la intencio intenció́ n de desgarrar el acero y los cabos de la barquilla. Acarició las paredes y contempló techo mientras los conducı́ a hacia la popa, en cierto modoelesperando percibirMalakai las vibraciones del casco. La parte trasera de la barquilla consistı́ a en un hangar de varios pisos de altura lleno de girocó pteros má s o menos desmontados. Cada uno de ellos estaba estacionado en un espacio delimitado por unas extrañ as cintas metá licas que brillaban en la oscuridad. Fé lix sacudió la cabeza, maravillado; nunca dejaban de sorprenderle su ingenuidad ni el ingenio de los enanos. Gracias a este sistema de compartició n, los pilotos enanos podı́an an encontrar su vehı́culo culo inmediatamente, incluso en la oscuridad má s absoluta. No obstante, a juzgar por su aspecto, los girocó pteros parecı́an an má s bien carne de desguace, y Fé lix supuso que ya habı́an an cumplido con creces su cometido de defender la aeronave. Cuando ya se marchaban, Fé lix dio unas palmadas al fuselaje de uno, como agradecimiento por su sacriicio. Visitaron el comedor; las mesas y las sillas ijadas al suelo parecı́ parecı́an an ocupadas por fantasmas en plena juerga. A Fé lix le pareció ver su antiguo camarote. No podı́ a airmarlo con certeza, pero creı́ a recordar que só lo habı́ a tres camarotes individuales en toda la aeronave y estaba casi seguro de que aqué l era el suyo. Se quedó un momento ante la puerta, rememorando los tiempos en los que é l y Ulrika habı́ an an compartido el espacio comprendido entre aquellas paredes, hasta que Malakai lo llamó llamó desde lejos. Max esperó apoyado sobre su bá culo en el pasillo de techo bajo, junto a la escalerilla metá metá lica, lica, mientras Malakai estiraba los brazos para girar la rueda que abrı́a la escotilla del techo. Era una de las varias escotillas comunicaban la madriguera se extendı́ a entre los depó sitosque de gas de los quecon estaba compuestaque la bolsa que hacı́ a volar la nave. Encima de todo debı́ a estar la cú pula, un espinazo metá lico que recorrı́a la bolsa de gas en toda su longitud, lanqueada por una barandilla (como recordó Fé lix) rotundamente insuiciente. —¿Cuá ndo estará lista para volar? —preguntó Max cuando Malakai giró́ la rueda y empujó giro empujó la escotilla para abrirla. Un olor a humedad se coló en el pasillo. Naturalmente, Fé lix sabı́ a que el gas utilizado para volar era má s ligero que el aire, de modo que pensó́ que se trataba de una impureza que los enanos, acuciados por las penso prisas, habı́aan n sido incapaces de limpiar por completo. Rezó para que eso no afectara al vuelo de la nave. —No sabrı́ a decirte —respondió Malakai se limpiaba la grasa de las palmas de las manos. Luego metió mientras los pulgares debajo del

cinturó n. Sus facciones de bruto se arrugaron, como si estuviese

 

considerando en profundidad la pregunta—. Aú n hay que resolver un par de problemillas. —¿Problemillas? —¡Ajá ! Quizá exageré un pelı́ n cuando dije que tenı́ amos amos combustible suiciente para llegar a Karaz-a-Karak. —¿Y para ir a Middenheim? Malakai encogio encogió ́ sus enormes hombros. —Só lo un saltito para superar la montañ a. Pero creo que puedo exprimir un poco má s estos motores. Todo depende de si conseguimos alcanzar la altura suiciente. Se puede ir má s rá pido con menos combustible si se vuela alto, pero el problema entonces es que no ves por dó dó nde vas y te tienes que guiar por los instrumentos de navegacio navegació́ n. —¿Y cuá cuá l es el problema? —preguntó —preguntó Fé Fé llix. ix. —La brú jula es otro de los problemillas. No consigo hacerla funcionarr. Y si la brú funciona brú jula no te dice por dó dó nde vas, hay que descender para orientarse, y entonces volvemos al punto de partida. —¿La brú brú jula no funciona? ¿Has probado otra? —¡Ya lo creo, joven Jaeger! —respondió Malakai con un suspiro de exasperació n—. He probado otra. —Es por culpa del vó rtice polar —dijo en voz baja Max, apenas audible en medio del zumbido de las placas de la cubierta que vibraban con los motores—. Es inestable. Se está arrojando má s magia pura en el mundo de la que se deberı́ a a medida que los Desiertos del Caos se expanden y los grandes hechiceros la emplean de todas las maneras posibles. La veo por todas partes, y sospecho que tambié n es la causa de tu problema. Fé lix trató de hacerse una idea de las implicaciones de ese hecho y se dio cuenta de que eran tan grandes que escapaban enteramente a su comprensió n. No cabı́ a duda de que el comercio marı́ timo timo serı́a imposible, con las devastadoras consecuencias que eso tendrı́ a para ciudades Altdorfciudades y Marienburgo. n tardó unos segundos recordar como que ambas ya habı́ an aAú n sido destruidas. Era inúen til tratar de hacerse una idea de lo que sucederı́ a cuando se ganara la guerra. Antes que nada habı́ a que ganarla, y nunca le habı́a parecido má s improbable que eso ocurriera. Se preguntó si esta extrañ a disfunció n má gica de los instrumentos de navegació n de la aeronave tendrı́a alguna relació n con las diicultades de Gotrek para orientarse por las tierras del Imperio. Expresó Expresó en voz alta su duda. —Bueno, quizá . Puedes dejar a un enano donde te dé la gana que casi siempre sabrá dó nde está . Para serte sincero, no es algo en lo que pensemos. —Algunas razas poseen unas habilidades innatas que tienen un origen sobrenatural —dijo Max—. Los arriba, pieles verdes serı́ an an bien? una de—dijo ellas. —Terminaremos nuestra visita ¿os parece

Malakai, que se agarró al pasamanos y cogió impulso para subir su

 

voluminoso cuerpo por la escalerilla antes de que Max pudiera entrar en detalles. A Fé lix no le habı́ a traicionado la memoria: la barandilla que rodeaba el espinazo era una barra de hierro macizo que parecı́ a capaz de aguantar la embestida de un tanque de vapor imperial, pero, por desgracia, estaba colocada a la altura de sus rodillas. Fe Fé́ lix lix no pudo evitar imaginar lo fá fá cil cil que serı́ a tropezarse con ella y precipitarse hasta el suelo en una larga, larga, larguı́ sima sima caı́da da libre. Para colmo de males, el viento soplaba con fuerza, y Fé lix tuvo que abrir las piernas para airmar los pies a la ondulada pasarela metá lica y encorvarse para que las rachas no se lo llevaran volando. Le asaltó el pensamiento de que entre é l y el Reino del Caos só só lo se interponı́ a en viento, y eso le angustió angustió má má s que la peor sensació sensació n de vé vé rtigo. rtigo. Alzó la vista desde el enrejado formado por placas de acero entrelazadas para componer el espinazo de la nave y vio que Max y Malakai estaban al inal de la pasarela, en el borde. La tú nica de Max se hinchaba con el viento, pero por lo demá s, el mago permanecı́ permanecı́aa completamente inmó vil, si eldeviento pasara a travé s de é l y só lo afectara a su ropa. Lacomo cresta Malakai estaba completamente inclinada y su abrigo largo se sacudı́a como un perro encerrado en una jaula. El ingeniero se habı́ a abrochado los botones del abrigo y se habı́ a puesto las gafas de piloto. Fé lix reparó en las retı́culas culas que tenı́an an las lentes. Y tambié tambié n se dio cuenta de otra cosa. Estaba amaneciendo. El vasto cuenco invertido del irmamento era, a medida que bajaba la vista hacia el punto en el que las montañ as mordı́an mordı́ an el cielo, un espectro de colores que iban del negro profundo justo encima de su cabeza hasta el inmaculado blanco del alba, pasando por varios tonos de morado y de azul cada vez má s claro. «Ya se ha pasado la hora de dormir», laan deldesde cansancio acumulado. emocionespensó que secon habı́ anpesadez sucedido la emboscada en laTodas ciudadlas le habı́an an hecho perder completamente la noció n del tiempo. Fue a reunirse con los demá demá s, s, inclinado para contrarrestar el viento de cara, y se detuvo a una distancia prudencial del borde. A medida que el cielo ascendı́a por el horizonte, el manto de penumbra de las cimas situadas en el este retrocedı́ a, a, hasta que inalmente desapareció y las cumbres recibieron un bañ o de oro. Oyó suspirar a Max a su lado. Fé lix habı́ a estado tan absorto en el pasado, y antes en el bosque, que se llevó una impresió n muy fuerte cuando fue consciente de que el mundo todavı́a existı́a. a. ¿Quié n iba a pensar que en un mundo desgarrado por el Caos aú n podı́a existir tal belleza encima de las nubes? Paseó la mirada por el paisaje clareado por el amanecer y en todas

las montanas montanas vio indicios de caminos abandonados y ediicios antiguos.

 

Eran pequeñ os, poco má s que refugios de montañ a, y por supuesto no admitı́aan n comparació n con la fortaleza de los enanos que tenı́ a debajo de los pies, pero moteaban todo el paisaje de las Montañ as Centrales. ¿Qué podı́a haber llevado a nadie a dedicar tanto esfuerzo en una cadena montañ montañ osa sobre la que todos parecı́ an an estar de acuerdo en que no habı́ a nada de esos valor ediicios? salvo su esplé esple ́ ndido ndido amanecer? —¿Qué son —preguntó a Malakai, abarcando el horizonte con el brazo—. ¿Formaron parte de esta fortaleza en el pasado? —No, este lugar nunca fue tan importante. Esos caminos los abrieron los aventureros que vinieron tiempo despué s a las montañ as buscando Kazad Drengazi. A Fé lix se le erizó el vello y no fue por el viento. No obstante, se cubrió́ el pecho con la capa. cubrio —Gotrek mencionó ese lugar. Dijo que no existı́aa.. —Gotrek no es ningú n idiota. Tiene razó n. Só lo es un cuento de taberna. volvió —Explı́ a ponerle ccanos anos algo los má pelos s —dijo de punta. Max con El un mago susurro se mantenı́ apremiante a de que pie apoyado en el bá culo mientras contemplaba el paisaje. El viento le agitaba el borde de la tú nica. Entonces levantó una mano con la palma dirigida al sol, inclinó la cabeza y dio la impresió n de que cerraba los ojos. Permaneció ası́   unos segundos—. Hay algo ahı́   fuera. Oigo una llamada, pero… no me llama a mı́ . Malakai escondió el labio superior detrá s del inferior y se volvió a Fé lix con las cejas enarcadas, aparentemente impresionado o, si estaba pensando lo mismo que Fé Fé lix, lix, helado hasta el tué tué tano. tano. —En ese caso está s má s cerca de encontrar ese maldito lugar de lo que lo ha estado nadie. —Kazad  signiica  signiica «fortaleza» en khazalid, ¿verdad? —Ajásoltó —Aja ́ . Aunque eso ya lo en sabes. Max la pregunta el aire como si sus palabras fueran un fantasma que no existiera: existiera: —¿Y drengazi drengazi ?  ? Malakai vaciló , y Fé lix comprendı́ a el motivo. Los enanos eran tan reservados con su lengua como lo eran con sus secretos. Fé lix era un amigo de los enanos; habı́ a sido la sombra de Gotrek durante veinte añ os, má s o menos, y habı́ a tenido el privilegio de visitar algunas de sus grandes ciudades, e incluso podı́ a decir alguna frase en su lengua antigua. —Respó́ ndeme —le apremió —Respo apremió Max, insistente como el viento. —No soy de los que guardan secretos, amigo, ni siquiera los mı́os. mı́ os. Lo que pasa es que pero no hay una traducció n exacta esa«Matador palabra. Signiica «Matador», tampoco es eso. Es algo ası́para   como  como

 

ú nico». Es todos los Matadores. —Malakai sacudió la cabeza—. Ya te he dicho que no hay una traducció traducció n exacta. «La Fortaleza del Primer Matador», pensó Fé lix. ¿Por qué parecı́ a envuelto por un aura de inexorable mal presagio? Mientras daba vueltas al nombre, las sombras que el amanecer acababa de expulsar parecieron regresar como las garras de un monstruo que arañ ara las laderas. —¿Y qué qué es? —preguntó —preguntó Max. —Decidme, ¿qué ¿qué sabé sabé is is sobre la misió misió n de Grimnir? Fé lix negó con la cabeza sin despegar los ojos del paisaje montañ oso. Se decı́ a que Grimnir habı́ a sido el primer Matador, el dios guerrero de los enanos que mucho antes de la aparició aparició n de los hombres habı́a intentado acabar para siempre con la amenaza del Caos. En su misió́ n se habı́ a adentrado en los Desiertos y habı́a sellado la Puerta del misio Caos con la hoja de su hacha. Al parecer no habı́ a servido de nada. —Abandonó a su pueblo para adentrarse solo en los Desiertos del Caos —dijo Max—. Tengo entendido que pretendı́a destruir las puertas Dioses de corrupció del Caos. n delPor polo, supuesto, para liberar fracasóel. mundo Hay quien de la especula magia ycon matar que aestá los atrapado en algú n lugar fuera del tiempo en el Reino del Caos, encerrado y obligado a librar una guerra eterna contra los demonios del Caos, de la misma manera que Caledor Domadragones y los grandes magos elfos de la misma é poca quedaron atrapados en la isla de los Muertos. —Bueno, yo no dirı́a tanto, pero si te gusta pensar que fue ası́ … Entregó una de sus dos poderosas hachas a su hijo, Morgrim, y luego partió hacia el norte. Pero nadie sabe cuá les eran los lı́ mites mites septentrionales de los Desiertos en aquella é poca, ni qué camino siguió Grimnir. Excepto Morgrim. Y é l jamá s dijo una palabra. —Entonces —intervino Fé lix con cautela, porque creı́ a que estaba siguiendo el razonamiento y nopasó le gustaba adó nde conducı́ a—, a—, quieres decir es que Grimnir por aquı́ , hace miles de añ lo os,que de camino a su enfrentamiento con los Dioses del Caos. —Eso creen algunos enanos —dijo Malakai, encogié ndose de hombros. —Y yo sé que fue ası́  —airmó —airmó Max con tanta convicció n que si le hubiera oı́d doo ordenar al cielo que se volviera rojo, Fé lix no dudaba de que le habrı́a obedecido—. Pasó por aquı́ , y en este lugar hay poder. Llama al heredero de Grimnir para que resuelva la situació n. La conluencia de destinos nos ha reunido aquı́ . Nunca he estado má s seguro de algo. —Só lo es una leyenda —dijo el Matador ingeniero, con un tono ligeramenté má s cauto que el que habı́ a empleado en el comienzo de la ́

conversacion, incomodo por las palabas y la actitud del mago . Se dice

 

que aquı́  hay hay un gran poder, esperando al heredero de Grimnir para que lo emplee en la ú ltima Gran Guerra. —Está s pensando en Gotrek, ¿verdad? —dijo Fé lix con un escalofrı́oo,, volvié ndose a Max. El mago escrutaba el horizonte con la intensidad de un halcó n. Sus apagados ojos grises eran como dos monedas arrojadas a un pozo demasiado profundo y oscuro como para conceder deseos. —Todo el mundo sabe que el heredero de Grimnir es Thorgrim Custodio de Agravios, el Gran Rey. Rey. EE l tiene en su poder el hacha ha cha de Morgrim. A no ser que lo llevé is en alguno de vuestros carros, ahora mismo está está en el Pico Eterno. —Ya veremos —murmuró Max, seguramente para sı́ . Fé lix se alejó un poco má s del borde de la pasarela, envolvié ndose el pecho con los brazos, y sintió un escalofrı́ o cuando se dio la vuelta y caminó́ la escasa docena de pasos que lo separaba del borde opuesto de camino la cú pula, desde donde se veı́ a el camino que conducı́ a al castillo. No sirvió de nada. Fé lix dudaba que ningú n lugar de los que veı́ a desde la para atalaya atalay escapar a en la que delse espantoso encontraba destino ahoraque estuviera las portentosas lo suicientemente palabraslejos del mago no le dejaban sacarse de la cabeza. ¿Cuá ntas historias tenı́ a que oı́r acerca del regreso de Sigmar, de la caı́ da da de Valaya y de la muerte del bosque de los elfos para comenzar a aceptar todas esas majaderı́ as as sin cuestionarlas? ¿Era posible que Gotrek fuera el legı́ timo timo heredero de Grimnir? Si lo que decı́ a Malakai era correcto, la respuesta era que no. Pero los enanos siempre se mostraban muy estrictos en la interpretació n de esta clase de temas, de modo que quizá la leyenda (¿la profecı́ a?) a?) debı́a ser entendida en sentido igurado. «No.» No estaban aquı́ para  para buscar Kazad Drengazi. Su objetivo era llegar afuese Middenheim, y Fé lix dudaba ní nsiquiera capaz de hacer cambiar de que opinió opinio a Gotrek.el Ancestro Vengativo Fé lix se estremeció cuando un destello procedente del camino oculto que llevaba al castillo le deslumbró fugazmente un ojo. Se inclinó con una rodilla apoyada en el suelo y agarrado al pasamanos mientras escudriñ aba el camino que ascendı́ a por la ladera. Vio lo que parecı́ a una lı́n nea ea de puntos brillantes dirigié ndose al castillo. Siguió observá ndola unos segundos má s, y a punto estuvo de detené rsele el corazó n cuando distinguió que los puntos que ocupaban las primeras posiciones eran en realidad yelmos, puntas de lanza y astas de estandarte. Un ejé rcito marchaba hacia ellos. Pero no podı́ a ser, de ninguna de las maneras. Todavı́a agarrado al pasamanos, giró el cuello para mirar atrá s.

¿La aeronave posee algun dispositivo de alarma para avisar al castillo de un ataque?

 

—Te repito que no hay manera de que un ejé rcito del Caos encuentre el camino. —Só́ lo estoy especulando. —So —Bueno, sı́, serı́a absurdo desaprovechar una ventaja como é sta. Hay un cuerno de vapor para dar la voz de alarma al puente de mando, y todos los operarios queSe hayvolvió abajode saben lo que —Bien —dijo Fé lix. nuevo a lasigniica. vertiginosa vista y se agarró con má s fuerza a la barandilla—. Tengo el terrible presentimientoo de que vas a utilizarlo. presentimient

 

CAPÍTULO ONCE El último amanecer  Khagash-Fé l, sentado sobre su corcel del Caos, contempló la ciudadela que el Señ or Oscuro le habı́ que conquistara. Lasque antiquı́ simas simas ruinas coronaban la cima dealapedido montañ a como la calavera remata el bá culo de un chamá n. Las almenas se sucedı́ an an intermitentemente hacia la cima, donde aquel extrañ o aparato metá lico estaba suspendido en el cielo como una nube, brillante con el sol matinal. Vio que los centinelas, con rocı́o en las barbas, se llevaban a los ojos unos pesados artilugios con lentes y miraban en su direcció n, al mismo tiempo que gritaban palabras que no oı́ a en una lengua que no entendı́a. a. KhagashFé́ l no les hizo caso y ijó Fe ijó su atenció atenció n en la entrada. La puerta era imponente, aunque estaba oxidada, y Khagash-Fé l sabı́a por experiencia que serı́ a de hierro macizo y no de madera de roble revestida. Ademá s estaba reforzada con unos travesañ os erizados de atascado pinchos o para lo suicientemente empalar un minotauro. largos para Y tenı́ quea un inscritas ariete runas quedara de protecció́ n y de fuerza. proteccio A la sombra de la puerta habı́ a un pequeñ o patio rodeado por unas estatuas deterioradas por la erosió n. En el patio no cabı́ an an má s de medio centenar de hombres o un puñ ado de má quinas de guerra pequeñ as. Una profunda grieta circuı́ a el patio como si fuera un foso, atravesado ú nicamente por un sencillo puente que era poco má s que una pasarela metá lica con un pasamanos. Ni siquiera estaba equipado con un mecanismo para levantarlo en el caso de un ataque. Una pequeñ a ventaja. Sin embargo, antes de llegar a aquel embudo, un ejé rcito se verı́a obligado a recorrer casi en ila india el camino elevado, que se estrechaba y discurrı́ a con curvas cerradas y en pendiente pronunciada a travé s de las escarpadas paredes de la montañ a, y todo

ello mientras desde las almenas de encima les arrojaban lechas, proyectiles y só lo los dioses sabı́an an que má má s. s.

 

En los Desiertos del Caos las guerras no conocı́ aan n lı́mites mites de escala ni de variedad, pero para los hombres de las estepas, una fortiicació n era una colina demasiado escarpada o escabrosa, o como mı́ nimo nimo una empalizada, para una carga a caballo. La experiencia de las tribus en operaciones de asedio procedı́ a bá bá sicamente sicamente de la memoria colectiva de los pueblos, de las historias los abuelos sobrelos lasreinos campañ se prolongaron durante toda unadegeneració n contra deas losque ogros o los grandes zigurats de los enanos del Caos. Levantó un puñ o para ordenar que la columna se detuviera mientras éé l relexionaba. Cumpliendo su orden, las tribus se reunieron en unidades de un centenar de hombres bajo su propio estandarte. Los zarrs Los  zarrs demostraron  demostraron la inteligencia y la experiencia suicientes para ordenar a sus hombres que formaran en columnas de cuatro o de cinco en fondo, lo que facilitarı́a que los hombres completaran, a duras penas, el ú ltimo tramo del camino. Aquı́  yy allá , hombres con unos cascos có nicos, cuyo borde estaba recorrido por un elaborado elemento acolchado, pronunciaron ordenació nque discursos enfueron formaciones recibidos permitió con rugidos que se yacumularan golpes en los máescudos. s hombres, La y entre las montañ as quedaron a la vista varias docenas de estandartes y millares de hombres. Khagash-Fé l sabı́ a sin necesidad de ver a los otros miles que quedaban fuera de su vista por culpa del recodo del camino que la orden de formació n llegarı́ a hasta el ú ltimo de ellos en cuestió n de segundos. Pese al aire enrarecido y a un clima que les era extrañ o, la capacidad de resistencia y el valor de su pueblo bastarı́ an an para conquistar los lı́mites mites del mundo y má má s allá allá . Los hombres bestia eran un tema aparte. Se arremolinaban en los espacios que quedaban entre las formaciones, pateaban el suelo con sus pezuñ as y bramaban desafı́ os os a los enanos o unos a otros. Golpeaban gongs y tañ ı́ an an enormes campanas, agitaban amuletos y echaban los huesos mientras los chamanes, ataviados con sus má s esplé ndidas tú nicas de pieles, dirigı́ an an un colorido coro de madrugada de salvajes gritos animales. Khagash-Fé l ya habı́a decidido quien serı́ a el primero en cruzar el puente. De todos monos dudaba que pudiera contenerlos mucho má s tiempo aunque quisiera. —¿Habı́aass visto alguna vez unos guerreros má s disciplinados que mi pueblo? —preguntó , dirigié ndose a la profetisa tocada por los dioses, Morzanna, que cabalgaba a lomos de un pá lido poni de la estepa junto a los guerreros elegidos por é l, a una distancia respetuosa—. Luchan y viven en arbans arbans de  de diez hombres. Cada arban arban luchará  luchará unido en la batalla bajo el estandarte de su  zuun  zuun   , cien hombres, y del minghaan   , mil. —Respiró hondo y señ aló con orgullo el asta del minghaan

estandarte que llevaba ijado al espaldar de la coraza . Nadie antes

 

que yo consiguió unir a las tribus para comandar un tumen tumen , , es decir, diez mil hombres. —Los Dioses del Caos aborrecen el orden en todas sus variedades y formas —repuso Morzanna mientras observaba los  zuuns  zuuns   , islas de disciplina enfundadas en armaduras en un mar de revoltosas bestias, como estuviera tratando decidir el fracaso el é xito—. ¿No tesiparece extrañ o que de se lo exijansiapreferı́ sus ejéarcitos, que otengan que ascender a paladines capaces de instaurarlo con mano de hierro? Si el mapa de nuestros destinos ya está está trazado, ¿qué ¿qué queda para el Caos? Khagash-Fé l se tocó suavemente el Ojo cerrado de su frente. Tenı́a alguna noció n de lo que signiicaba ver el futuro. Elevaba a un hombre, y lo transformaba. Desmontó y cerró la mano en torno al puñ o de su espada, Ildezegtei Ildezegtei   , que llevaba en la cintura envuelta en la piel má s blanda y en las sedas má s suntuosas. Desenvainó el acero un par de dedos, lo suiciente para arrancar de sus elegidos un coro de gritos ahogados de asombro y de codicia. —Yo era un hombre mortal, presuntuoso y testarudo, lı́ der der de un me arban de arban tendieron  de hermanos una emboscada y parientes y nos de sangre, capturaron. cuando —Se lospasó enanos un dedo del Caos por los anillos concé ntricos de tejido cicatricial que le cubrı́ an an la mitad izquierda de la cara—. Ese mismo dı́ a juré que los hombres que yo liderara jamá s conocerı́ an an la derrota, y ası́ ha  ha sido desde entonces. Con la bendició n de Khorne salı́   ileso cuando crucé el Rı́ o de Fuego para conseguir la libertad, y con esta hoja y los obsequios de los Grandes Dioses unı́ a  a mi pueblo y juré mi venganza. Dime dó nde está el rival del Señ or Oscuro, Morzanna, y le aplastaré el crá neo con mis propias manos como ya hice con mi captor. —No puedo decirte dó dó nde está está . Só Só lo dó dó nde se enfrentara enfrentará́ a ti. —Qué conveniente —masculló Nergü i desde su posició n un poco má́ s retrasada entre los elegidos. ma —¿Puedes tirar abajo la puerta de los enanos con tu brujerı́ brujerı́a? a? — preguntó Khagash-Fé l, decidido a dar a Morzanna la oportunidad de demostrar sus poderes, y por extensió n, los del Señ or Oscuro, a los hombres como Nergü i, con diicultades para asimilar los cambios. Primero los Grandes Dioses; luego, el Señ or Oscuro. ¿Qué serı́ a lo siguiente? Morzanna cerró los ojos y agachó la cabeza en la direcció n del castillo. Los enanos estaban armá armá ndose ndose y ponié ponié n ndose dose las armaduras sin prisas mientras se ponı́ an an en posició posició n las piezas de artillerı́a. a. —No puedo —dijo al cabo de un momento. Abrió los ojos y miró a Khagash-Fé l sin un atisbo de disculpa en su expresió n—. Percibo la presencia de un poderoso mago en la fortaleza. Está actuando contra mı́.

—¿Mas poderoso que tu? —pregunto Nergui con una sonrisa petulante.

 

—Tal vez. —Sonrió y dejó a la vista los dientes—. No obstante, te garantizo que a ti no te afectará . —¡Está llevá ndote por un camino tenebroso, Señ or de la Guerra! — exclamó Nergü i, mirando a Khagash-Fé l y agitando en el aire el bá culo. El chamá n tenı́ a un aspecto magnı́ ico ico con su brillante tocado de plumas la holgada nica. Resplandecı́ a yposaran tintineaba luzpidieran del sol como si yespı́ ritus ritus quetúestaban de paso se en éal la y le consejo con un susurro. En un pasado reciente, rara vez habı́ a dudado Khagash-Fé l de que eso ocurrı́ a de verdad—. Nos ha guiado por los caminos secretos de los enanos y por ello les ofreceré mis alabanzas a ella y a su patró n, pero podemos utilizar estos caminos para atacar la ciudad que los occidentales llaman Middenheim. Para eso vinimos aquı́, Señ̃ or de la Guerra. Podemos sumar nuestras fuerzas a las de Archaon y Sen tú será s la má s poderosa de sus manos derechas. La menció n de ese nombre en particular hizo que a Khagash-Fé l le hirviera la sangre. ¿Quié ¿Quié n era Archaon para éé l? l? Só Só lo un nombre, un mito que las partidas de guerra dolgans habı́ aan n llevado al este. No era má s que sacado un pretendiente esa conclusióan,lapero Corona sabı́del a que Elegido. era No ası́ . sabı́ Nadie a deque dó nde no habı́ fueraa Be’lakor tenı́a el derecho ni el poder de llamar siervo a Khagash-F Khagash-Feéll.. —Dime dó dó nde, Morzanna. La profetisa tendió un dedo como una garra y señ aló el puente. Khagash-Fé l asintió y giró sobre los talones para enilar con paso decidido por el camino que ascendı́a a la cima. En ese preciso momento, llegó un gemido ensordecedor desde la nave voladora amarrada a la azotea del castillo. Los hombres bestia rugieron, pues lo interpretaron como una señ señ al, y salieron disparados y en manada hacia la puerta. El úú ltimo amanecer de los enanos habı́ a llegado. Gotrek despegó el ojo de la grieta en la pared del recibidor que habı́ a estadoyinspeccionando con la ideaque de esperaban repararla ycon se volvió hacia Gustav,y Kolya un puñ ado de hombres las herramientas las tablas debajo del brazo. El capataz los miró con recelo con sus ojos hundidos; estaba abrazado a una escalera de tijera, como esperando a que alguno de los hombres se la cogiera. El grave estruendo del cuerno de vapor resonó en las columnas que se mantenı́ an an en pie, hizo caer el polvo de los andamios y que la intermitencia de las luces fuera má s frecuente. —No es como los demá demá s. s. Gustav ladeó la cabeza para mirar hacia la puerta y oyó los chillidos animales y el estré pito de pezuñ as. Sonaba como si hubiera cientos, y en ese momento lamentó no haber seguido el ejemplo de Kolya y fortaleza desprenderse era segura de su arma, y é l, pero comolosunenanos idiotaledemasiado habı́ an an asegurado cansadoque para la

pensar por sı́  mismo,  mismo, les habı́a creı́do. do. Habı́a jurado no volver a ponerse

 

jamá s a merced de una opinió n ajena y allı́  estaba,   estaba, de nuevo en el nido del demonio. Hizo caso omiso de las protestas del capataz enano, se acercó a su tramo de pared y arrancó la lona que se habı́ a colocado como parche temporal. Lo que vio le cortó cortó la respiració respiració n. Cientos de hombres bestia avanzaban en tropel por el camino que ascendı́ porcaminaba la ladera en direccióentre n al puente, la iguraaque a trancos ellos. pero lo peor de todo era Iba vestido con un sugestivo arné s que sostenı́ a una coraza negra estriada de cicatrices de batalla y su cabeza descubierta sobresalı́ a por encima del hombre bestia má s alto. Sobre los anchos hombros le caı́ a una larga melena gris, y una barba tambié n gris y recogida en una trenza le cubrı́a el peto como si fuera un tabardo. Tenı́ a el rostro arrugado y tatuado, y parecı́ a que era la obra de algú n artista loco que se hubiera propuesto dejá rselo devastado por las cicatrices. Una luz azul escapaba de los pá rpados de un tercer ojo que tenı́ a en la frente. En la mano blandı́ a un gran espada de doble ilo que parecı́ a ribeteada de oro y que cantaba una canció n de muerte que, como la guerra misma, era insoportable vigorizadora. La forma curva contemplar de la hoja, la y manera al mismo como tiempo relejaba resultaba la luz, conquistó el corazó n de Gustav, que gimió suavemente. Se dijo que ver de cerca esa espada serı́ a una experiencia incomparable, incomparable, sentirla entrar en el pecho y deslizarse a travé s de las entrañ as como si recitara una elegı́a só só lo para sus oı́ dos. dos. La fuerte manaza de Gotrek en el hombro expulsó ese extrañ o pensamiento de su cabeza. —No hay nada que ver, humano. —Yo… —Gustav sacudió la cabeza mientras la repentina lujuria que lo habı́a invadido desaparecı́a sustituida por un persistente regusto de algo nauseabundo dentro de su cabeza—. Creo que tienes razó n. ¡Por Sigmar, es la misma partida de guerra que vimos en las afueras de Wolfenburgo! ¡Nos ha seguido! ¡Dijiste que era imposible! —Y lo es —repuso Gotrek de manera inexpresiva. —¿Sabé is lo que dice la mujer sabia sobre las cosas que se piensan imposibles? —dijo Kolya, pero las miradas fulminantes de Gustav y de Gotrek lo convencieron de que era mejor que mantuviera la boca cerrada. —¿Encontrará n el camino a Middenheim desde aquı́ ? —espetó Gustav, quien en un ataque de locura estuvo a punto de agarrar al Matador por el cuello y zarandearlo para arrancarle arrancarle la respuesta. —No si está n todos muertos. Gustav retrocedio retrocedió́ boquiabierto, perplejo ante la estupidez demente del Matador, y buscó con la mirada la ayuda de Kolya y de los demá s, ́ ́

pero capatazarriba. y la mayorıa mayorı a de losde enanos ya habıan habıestallo an emprendido huidaelescalera Una carcajada incredulidad en su boca.la —Vaya con el valor de los enanos.

 

La palma abierta de Gotrek lo abofeteó como si fuera una pala. Gustav perdió el conocimiento durante una fracció n de segundo. El techo dio vueltas encima de é l mientras se tambaleaba hacia atrá s, hasta que cayó en los brazos de un hombre. Oı́a campanas dentro de la cabeza. Un diente aterrizó sobre su lengua y Gustav se inclinó hacia delante escupirlo envueltoa en —Sipara estuvieras destinado serbabas listo, sanguinolentas. humano, los dioses te habrı́ an an hecho nacer un elito quejica. Da gracias a que estoy en deuda con tu tı́oo.. —Gotrek señ aló con una sacudida de la cresta a los enanos que subı́an an corriendo la escalera y soltó un gruñ ido—. Van a evacuar todos los secretos que puedan y sabotear el resto —airmó con un tono que no transmitió a Gustav demasiada conianza en sus posibilidades. Luego señ aló a un kislevita bronceado con la mirada salitrada de un hombre de mar, un estibador de Erengrad quizá , vestido con una camisa sin mangas de lana y unos pantalones bombachos que se sujetaba alrededor de la cintura con una cuerda—. Tienes cara de que te apetece ver la luz del sol. Sú bete a esas columnas y empieza a para desmontar tapar los el agujeros cableado.enIrálasmejor paredes. que la piel de vaca que han puesto El hombre asintió con la cabeza y se puso manos a la obra. Entretanto, Gotrek repartió herramientas y tareas y envió a los hombres cargados con tablas y planchas de hierro a las paredes. Segú n iban arrancando los cables de la iluminació iluminació n, crecı́a la oscuridad dentro de la habitació n, ahora alumbrada principalmente por los haces de luz del sol que se iltraban por las brechas en los muros. Y aun esa luz tambié n fue menguando poco a poco a medida que los hombres tapaban los agujeros con las planchas de hierro que clavaban a la pared. —¿Está s loco? —exclamó Gustav—. ¡No veremos nada! Gotrek sonrió , y sus dientes amarillos brillaron hasta que el ú ltimo fue tapado y el resplandor del hacha ru rú́ nica le tiñ tiñ ó de rojo la cara. —Ya verá s todo lo que quieras cuando tiren abajo las paredes. Hasta entonces no hay nada que ver. Desde la cú pula de la Imparable Imparable   , la masa compacta de guerreros del Caos parecı́a casi una ú nica entidad monstruosa. No se distinguı́ an an hombres de bestias, y las falanges de cuerpos que se extendı́ an an por el camino montañ montañ oso evocó evocó en Fé Fé lix lix la imagen de una curiosa criatura que se alimentaba de hormigas que le habı́ a llamado mucho la atenció n en las junglas de Ind. La idea de que é l y sus amigos eran las hormigas en esta historia resultaba inquietante. El viento silbó en los oı́ d dos os de Fé lix: una ridı́cculo ulo preludio del tumulto que siguió debajo. Pero incluso desde la altura a la que se encontraba distinguió al gigante de pelo gris

recubierto la cabeza de porsus unahordas. pesadaFelix armadura supo del conCaos una que certeza avanzaba absoluta a trancos que sea trataba del paladı́n llamado Medio-Ogro, de quien Mann habı́ a hablado

 

y que é l y Gotrek habı́ an an visto durante la batalla en los alrededores de Wolfenburgo. El paladı́n los habı́a seguido. ¿Pero por qué ? ¿Qué motivo podı́ a tener? —Malakai, lo siento —comenzó a decir Fé lix, pero el ingeniero ya estaba apoyadas con el trasero enmetá la abertura la escotilla abierta y las manos sobremetido el borde lico paradebajar. —¿Les diste un mapa? No, ¿verdad? Entonces no es culpa tuya. Ahora vá monos. Makaisson apoyo apoyó manos y pies en la cara exterior de los pasamanos de la escalerilla y se deslizó por ella hasta el interior de la bolsa de gas. Fé lix corrió hacia la escotilla. A pesar de que estaba corta de efectivos y en un estado ruinoso, la fortaleza seguı́ a siendo una posició n formidable. Ademá s, cualquier bastió n defendido por Malakai Makaisson serı́a un hueso duro de roer. Si se daba prisa aú n estaba a tiempo de ayudar a Gustav y a Gotrek. Deslizó las piernas por el hueco de la escotilla hasta que tocó los escalones con los pies y luego buscó a MaxUna con la sombra mirada. seSecerraba le pusocomo un nudo un en puñlaogarganta. en torno al mago, si bien Max, con un esfuerzo descomunal que se relejaba en su rostro, la mantenı́a a distancia con una luz que parecı́ a surgir de los poros de su piel. —¡Vete, Fé lix! —dijo el mago, aferrando el bá culo y gruñ endo mientras la luz que irradiaba aumentaba en cantidad y en intensidad, hasta que todo é l resplandeció como un relá mpago en medio de una tormenta. La sombra se agitaba y se arremolinaba. Aunque era informe por naturaleza, poseı́a una sustancia de consciencia que Fé Fé llix ix estuvo seguro de reconocer: unas tinieblas que formaban parte de la esencia del ser humano. Atisbó unas alas, el espectro de una cabeza con cuernos y corona. Le lojearon las extremidades; un terror paralizante lo dominaba y hacı́a que só lo tuviera ganas de gritar y dejarse caer por la escotilla para seguir a Malakai, y durante el mismo proceso mental, ese miedo se burlaba de su incapacidad para reunir el valor que le permitiera hacerlo. Sabı́a que no era normal sentir un pavor semejante, pero el hecho de saberlo no lo atenuaba. Era la misma sombra que lo acompañ aba desde su primer regreso al Imperio. Lo habı́ a acosado en el Gran Bosque, se habı́ a cerrado como una red sobre las Montañ as Centrales y ahora estaba aquı́ . —¡Vete! El grito de Max sacó a Fé lix de su estupor, aunque en realidad no podı́a airmar con seguridad si habı́ a sido la voz del mago o los rayos

puriicadores que acribillaban la neblina demonıaca demonıaca que envolvı envolvıaa a Max.

 

—Viene con ellos una poderosa hechicera. Está intentando convocar un demonio —dijo el mago con los dientes apretados. Una descarga de luz blanca hizo retroceder otros dos centı́ metros metros al demonio que pugnaba con é l—. Ve a buscar a Gotrek. Ayú dale. Encontrad Kazad Drengazi. Aquı́ no  no puedes hacer nada para ayudarme. Fé lixaan n tardóaunos instantes enojos. poder moverse. Luz yadura oscuridad combatı́ naúcuerpo cuerpo ante sus Aferró la empuñ de la espada y luego la soltó soltó . Max tenı́a razó n. El no era mago ni erudito. Carecı́ a de las armas necesarias para una batalla como éé ssta. ta. —No mueras, Max —gritó , y se deslizó por el hueco de la escotilla. Por alguna razó n que no podı́ a explicarse, la cerró encima de é l, y luego siguió́ a Makaisson. siguio El primer cohete subió en espiral desde el muro almenado como un gé́ iser ge iser de humo negro y explotó explotó contra la ladera de la montañ montañ a. Sobre el camino y los hombres bestia que ascendı́ aan n por é l cayó una lluvia de escombros; la proximidad del enanos impactohicieron les incitó a apretar para llegar al puente. Los artilleros unos ajusteselmı́paso nimos nimos en la distancia, la inclinació n y la velocidad y esperaron a que los hombres bestia llegaran a la ú ltima parte del ascenso. La orden de disparar retumbó́ en la muralla como una salva de fusiles. retumbo Khagash-Fé l vio desde la retaguardia de sus fuerzas que la parte delantera del castillo estallaba como si fuera un barril de pó lvora lleno de fuegos artiiciales de Catai. Los cohetes trepaban por el cielo silbando y dejando una estela de humo de colores. Los morteros chillaron como almas en pena. Los cañ ones rotatorios tabletearon. Las balas de acero desgarraron docenas de hombres bestia, con las lı́ neas neas de fuego acribillando la estrecha columna de guerreros incluso mientrasy reducı́ los explosivos estriaban cieloapilados. en su caı́Khagash-Fé da, pulverizaban da, camino aan n a ceniza los cadáelveres l avanzóel a travé s de la escabechina, con los ojos ijos en el puente. Un proyectil de mortero explotó en el aire y lo roció con un luido incendiado. A su alrededor, los hombres bestia caı́ an an agonizando y se precipitaban rodando entre los cadá cadá veres veres de sus iguales, con los cuerpos consumidos hasta los huesos por el fuego. La piel de Khagash-Fé l se enrojecı́ a y se derretı́ a allı́  donde ardı́a la atroz sustancia. Ningú n arma de fuego ni que arrojara fuego podı́ a herirlo. EE se era el obsequio que le habı́a hecho el Dios de la Sangre. Un cañ ó n añ adió su voz retumbante. Khagash-Fé l percibió el enrarecimiento del aire cuando el proyectil de plomo pasó de largo e impactó contra las apretadas ilas de hombres bestia que

tenıaSalio tenıa a su espalda. de la cegadora tormenta de fuego. Su armadura despedıa despedıa nubes de vapor y las runas que la recorrı́ an an emitı́an an un deslumbrante

 

fulgor dorado; los demonı́acos acos rostros sin vida en los ojos que decoraban las antiquı́ssimas imas lá minas parecieron cobrar vida y se retorcieron atormentados por el fuego. Vio que uno de los artilleros enanos lo señ alaba, gritaba y orientaba el arma en su direcció n. Khagash-Fé l se dio cuenta de que el objetivo no era é l, sino algú n punto del camino mucho má má s adelante. El puente. Los enanos se proponı́an an privarlo del puente y de la batalla que la profecı́ a le habı́ a prometido. La ira invadió su estó mago. Sintió que se le hinchaba el abdomen y un rabioso aleteo de alas minú sculas en la boca del estó mago. Un velo rojo cubrió su visió n cuando ijó los ojos en el enano y su cobarde má quina de matar. Nurgle tenı́ a la barriga llena de niñ os hambrientos y Khorne lo habı́a vuelto a hacer en fuego, pero el Señ or Oscuro le habı́ a mostrado algo má má s grandioso: el poder de unió unió n de un paria. Khagash-Fé l tuvo arcadas, como si fuera a vomitar, con la garganta llena de moscas que se propagaron revoloteando por la nariz y la boca. dios Los moteados ultrajado nada insectos má s de salir lade plaga sus labios se incendiaban y volaban con directamente la furia dea las un almenas. Miles de explosiones diminutas acribillaron la fachada del castillo y provocaron una serie de detonaciones secundarias cuando los insectos enloquecidos impactaban en los barriles de pó lvora. Un ingeniero cruzó de punta a punta el parapeto, corriendo y manoseá́ ndose manosea ndose la cartuchera, hasta que inalmente voló voló en pedazos. Sus fragmentos cayeron sobre un cañ ó n que comenzó a arder y inalmente explotó ; la pieza de artillerı́ a volcó hacia atrá s y propagó el fuego entre los enanos que la manejaban. La ú ltima explosió n abrió una enorme grieta en el muro del castillo que iba desde las baterı́ as as situadas en la parte má s alta del parapeto hasta la misma puerta, con lo que prá́ cticamente pra cticamente partı́a en dos la fortaleza de los enanos. Los enanos heridos gritaban de dolor y de pá nico mientras el fuego crepitaba al otro lado de los tremendos boquetes de los muros. Khagash-Fé l masticó el puñ ado de moscas que continuaban atrapadas entre sus dientes y se las tragó mientras enarbolaba Ildezegtei con Ildezegtei  con la mirada ija en la devastada fortaleza y sus defensores. Y oyendo el rugido exaltado de los hombres bestia por un oı́ do do y las bendiciones del Señ or Oscuro por el otro, emprendió los ú ltimos pasos hacia su destino. Gustav Jaeger tosió alcanzado por el torrente de polvo que se precipitó desde la grieta en el techo del recibidor. Columnas que habı́ an an estado tambaleá ndose desde los albores del hombre se desmoronaron. Toda la

sala retumbaba enanos, que cubiertos con explosiones por una armadura lejanas;delaescombros replica depulverizados hombres y respondı́ aan n al ataque disparando pistolas y ballestas a travé s de las

 

brechas en la pared, era ridı́ ccula ula en comparació n; Gustav, despué s de haber sufrido las consecuencias del destino de la artillerı́ a de los enanos emplazada en el muro almenado, casi deseó que lo dejaran estar por in. Por lo menos la bofetada de Gotrek lo habı́ a dejado suicientemente aturdido no enterarse enterars de la lamitad de las Enilópara dando tumbos ehacia puerta. El explosiones. dañ o que habı́ a sufrido la pared que la alojaba habı́ a combado el marco y la puerta colgaba de los goznes. Gustav tenı́ a la idea general de asegurarla con algo, pero no tenı́a una idea concreta de có mo o con qué . Era seguro que no poseı́ a la fuerza necesaria para mover el má s pequeñ o cascote de los que sembraban el suelo del recibidor, ni habrı́ a identiicado la herramienta que le ayudara a hacerlo aunque la tuviera delante de las narices. Buscó a Gotrek con la mirada y lo divisó junto a la puerta dañ ada, debajo de una nube de polv polvo. o. Nunca habı́a entendido el cariñ o que sentı́ a su tı́o por aquel Matador en particular. Pertenecı́a a una raza que para los hombres era conocido tan extrañaalocomo largolas de demá su vida s, yposeı́ pocas aan n una razasrareza de lasmáque s aterradora Gustav habı́ quea Gotrek Gurnisson. Amortajado por el humo de la guerra parecı́ a un bá rbaro de los tiempos de los unberó genos: una masa de mú sculos pintada de glasto para la batalla. Si bien dudaba que ningú n rey guerrero de la estirpe de Sigmar hubiera sido tan ancho de espaldas ni hubiera tenido un cuello tan grueso como Gotrek. Era exagerado. El brillo rojo del hacha del Matador resaltaba los contornos de sus mú sculos. Gustav jamá s la habı́ a visto brillar con tanta intensidad, y el resplandor hendı́a la oscuridad y bañ aba las inscripciones rú nicas en la puerta. —Vuelve a la aeronave, humano, y asegú rate de que tu tı́ o esté a bordo cuando parta. Y dile a Makaisson que como le vea dirigirse a cualquier otro lugar que no sea Middenheim, iré iré a por eé́ ll.. —Nos marcharemos todos —gritó Gustav, intentando aparentar menos alivio por la tarea encomendada que el que sentı́a. a. —No hay tiempo —replicó Gotrek, que se dio la vuelta y de una ensordecedora patada pulverizó la puerta. Fuera, el humo cubrı́ a el patio y lotaba como coronas de laurel encima de las estatuas. Por todas partes resonaban chillidos animales. El puente estaba oscuro y brumoso, pero Gustav entrevió el contorno infernal de algo grande y abrasador que lo cruzaba. —El puente es má má s estrecho que la puerta. Los entretendre entretendré́ allı́ . El Matador, o má s bien su silueta recortada en el fuego, echó un vistazo por encima del hombro mientras Gustav retrocedı́ a

instintivamente ante la llegada inminente del ser demonıaco demonıaco capaz de emitir aquel resplandor.

 

—Dile a la peque que esta vez ha sido por ella, no por mı́  —dijo el Matador—. Jú Jú rame que se lo dirá dirá s. s. Malakai Makaisson estaba esperando a Fé lix en el pasillo metá lico cuando é ste aterrizó en é l desde la escotilla. El zumbido de los motores los se habı́ peldañ a intensiicado os de la escalerilla de tal manera en que las Fe Fé manos. ́ lix lix notaba El traqueteo las vibraciones de los de mamparos só só lo contribuı́ a a aumentar la agitació agitació n del ingeniero. —¿Por qué has tardado tanto? —refunfuñ ó Makaisson, y dio un manotazo en el aire—. No importa. No hay tiempo para hablar. Tengo que ir a la sala de má quinas para convencer a esta colecció n de piezas de desguace para que vuele sin descomponerse debajo de nuestros pies. Te necesito en el puente de mando. Espero que recuerdes có mo se pilota este trasto. —¿Pilotarlo? ¿A dó nde vamos? ¡Tenemos que ir abajo! —No esperaba menos de ti. Pero he oı́ d doo que ya no hay ningú n juramento entre vosotros. Fé lix se agarró al pasamanos de la escalerilla. Tal vez Max habı́ a acabado comié ndole cabeza, con el paso depaulatinamente los añ os, ese juramento de hacı́ a déla cadas habı́ apero ido perdiendo peso en su relació n con Gotrek. Quizá para el Matador aú n era lo primordial, pero si Fé lix era sincero consigo mismo, tenı́ a que reconocer que no habı́a sido la razó n para seguir al Matador durante tanto tiempo. Al principio se lo habı́ a tomado como una aventura y eso le pareció razó n suiciente, pero en algú n momento en el transcurso de los añ os eso habı́a cambiado, y só lo habı́ a permanecido a su lado porque sentı́ a que era su deber. Sabı́a exactamente en qué momento se habı́ a producido ese cambio: a bordo de la vieja Espíritu de Grungni  Grungni  , cuando despué s de darle mil vueltas a la cabeza habı́ a tomado la decisió n, inevitable de todos modos, de acompañ a Gotrek a losmundo. Desiertos Probablemente el reino má s ar peligroso de este ¿Y pordelquéCaos. ? Le habı́aan n dicho que era libre de tomar la decisió n que quisiera, que ningú n juramento lo obligaba a acompañ ar al Matador, y sin embargo habı́a ido con é l porque sintió la mano del destino en el camino del enano. Todavı́a tenı́a la sensació n de que se habı́ a ganado la oportunidad de llevar una vida feliz (y con Kat la habı́a tenido, desde luego), pero si le ofrecı́ an an de nuevo la posibilidad de dejar al Matador y esa vida, no estaba seguro de que lo hiciera. El mundo parecı́ a tener reservado otros planes para é l. Max tenı́a razó n. A Fé lix le habrı́ a gustado má s no creerlo, pero tenı́a razó n.

hombro Vamos y luego dijo echoMalakai, a andar que haciaecho Felixuncomo vistazo con por la intencion encima del de llevarlo a rastras hasta el puente de mando—. No hay vuelta atrá s,

 

amigo. La torre se llenará de piezas que suben y de ingenieros que bajan. No pienso permitir que una bestia del Caos cualquiera le ponga la mano encima a mi nave. Antes la destruyo. Gotrek era ingeniero, é l estarı́a de acuerdo conmigo. Fé lix gruñ ó . No habı́a vuelta atrá s. El puente de mando. ¿A qué venı́La a esta inquietud atormentaba? respuesta le que llególocomo un rayo que cayera sobre su cogote. Abrió la boca para decir algo, pero de inmediato decidió que no era el momento adecuado, giró sobre los talones con los labios apretados y echó a correr con la vaina de la espada aporreá ndole los talones y perseguido por los gritos de Makaisson. —¿A dó nde vas? ¡El puente está en el otro lado! ¡Fé lix! La voz del ingeniero se apagó tras un recodo. Fé lix exigió un esfuerzo inal a sus viejas piernas mientras doblaba esquinas sin necesidad de pensar, como si llevara toda la vida a bordo de la Imparable   . Los motores murmuraban y gemı́ an. Imparable an. La cubierta vibraba como la barda de un caballo en plena carga. en una De en vezlaenque cuando, habı́ a tras enanos atravesar trabajando docenas frenéde ticamente, salas vacı́de as,los as, entraba que a veces só lo veı́a los pies debajo de gigantescas piezas de maquinaria. Fé lix atisbaba fugazmente sus caras de asombro al ver a un hombre corriendo por la aeronave y esperaba oı́ r en cualquier momento un desafı́o o la lecha de una ballesta clavá ndose en su espalda. Sin embargo no ocurrió nada de eso, ya fuera porque los enanos estaban demasiado ocupados o porque las malas noticias como Fé lix Jaeger se propagaban con la misma rapidez por una hueste de enanos que entre los hombres. Atravesó a toda velocidad la puerta que habı́ a al inal de un corto pasillo y apareció sobre una plataforma que le ofrecı́ a una vista completa del vasto hangar. El hangar de los girocó pteros. Se estrelló contra la barandilla y toda la estructura comenzó a temblar de un modo alarmante; se impulsó y continuó por otro corto pasillo hasta la escalera. Se detuvo jadeando y a punto de perder el equilibrio en la parte superior de la escalera y se abrazó al pasamanos. Le faltaba el aire. Era como si no pudiera inspirar el suiciente. ¡Oh, sı́ ! Tambié n habı́a pasado la noche en blanco y no comı́ a desde só lo Shallya recordaba cuá ndo. Y deberı́ a haberse hartado de vivir estas situaciones hacı́a veinte añ os. Pero aparte de eso… Respiroó hondo y se colocó Respir colocó sobre la barandilla de la escalera como le habı́a visto hacer a Malakai, con las manos apoyadas en la cara exterior de los pasamanos como si fueran las ruedas de una vagoneta sobre los

raı raıles, les, despego los pies del escalon y se deslizo hasta la planta baja delluego hangar.

 

Concedió a su corazó n acelerado el respiro que necesitaba y miró a su alrededor. Sus conclusiones anteriores se conirmaron, y los ocho o nueve girocó pteros estacionados en los aparcamientos señ alados por las marcas luminosas estaban má s o menos desmontados. Se habı́ an an retirado placas metá licas del fuselaje de los aparatos, probablemente para utilizarlas Imparable ,  , y las entrañ as resplandecientes de los motores estabanenalalaImparable vista. Al menos a la mitad de ellos les faltaba el rotor, y al que Fé lix tenı́ a má s cerca incluso le habı́ an an sacado el asiento de la cabina de pilotaje junto con buena parte de los mandos. Las probabilidades de encontrar en aquel hangar algú n aparato capaz de volar parecı́an an descorazonadoras, pero Fé lix conocı́a demasiado bien a los enanos. Eran un pueblo pragmá pragmá tico, tico, y el mismo motiv motivoo que llevaba a Makaisson y a sus ingenieros a tener a bordo una escuadrilla de girocó pteros era el que los llevaba a conservar al menos un aparato operativo para cualquier eventualidad. Se sonrió cuando lo encontró , y habrı́ a lanzado un puñ o al aire y gritado de alegrı́ a si hubiera tenido las fuerzas necesarias. El girocó ptero plaza de laestacionamiento pró xima a lasestaba puertasaparcado de popa yenmála s alejada pasarela, de ahı́  má ques no lo hubiera visto de buenas a primeras. El rostro con gesto ceñ udo de un dios, que Fé lix tomó por Grimnir, estaba repujado en el morro del aparato. Las palas colgaban lá cidas del rotor principal. El aparato volador se mantenı́ a en su sitio mediante una serie de correas de cuero enrolladas a los patines y a las argollas de amarre ijadas al suelo, que parecı́a haber sido barrido recientemente en torno al girocó ptero. El fuselaje despedı́a el olor a má quina recientemente engrasada y pulida y estaba suave al tacto. Fé lix se paseó alrededor del aparato, desabrochando las correas que lo sujetaban, mientras en su interior no paraba de aumentar el miedo que le producı́a llevar a cabo la idea que habı́ a estado rumiando. Cuando todas las correas de amarre yacı́ an an laxas sobre los patines, trepó́ a la cabina. trepo El asiento de cuero cedió bajo su peso mientras estudiaba los mandos. Nunca habı́ a pilotado uno de esos aparatos, pero habı́ a visto hacerlo docenas de veces. No le habı́ a parecido tan difı́ cil cil cuando el joven y circunspecto erudito Varek Barbapartida le habı́a hablado de la tremenda complejidad de los indicadores, los cuadrantes y los controles, pero ahora tenı́a la impresió n de que estaban multiplicá ndose ante sus ojos. Los cerró e intentó relajarse. La mayorı́ a de los indicadores carecı́ an an de importancia. Si el vehı́ culo culo se quedaba sin combustible, se darı́ a cuenta enseguida, y de todos modos de poco le servirı́a saberlo.

Entre de las cuero rodillas habı a una habıa palanca revestida queincomodamente controlaba el álexionadas ngulo de inclinació n del rotor principal para girar a izquierda o derecha y moverse hacia delante o

 

hacia atrá s. Justo encima de donde se ponı́ a la mano habı́ a un gatillo que controlaba el armamento principal del girocó ptero: el cañ ó n de vapor de abertura estrecha que sobresalı́ a de la boca de la cara del morro. Fé lix no tenı́ a ni idea de si dispararı́ a si lo apretaba, ası́   que decidió que lo mejor serı́ a no tocarlo. Colocó la mano izquierda en la otra palanca, que tenı́ a pegada a la de ese que lado,hacı́ y la mientras se concentraba y jugaba conpierna los pedales an apretó an que el aleró n de cola girara a la izquierda o a la derecha, segú n el que pisara. La sensació n era tremendamente aterradora. Soltó la palanca suavemente. Sı́, ahora lo recordaba, é sa era la responsable del despegue. Ahora só só lo le restaba averiguar averiguar có có mo se ponı́ a en marcha. Por extrañ o que pareciera, siempre que habı́ a volado en alguno de esos aparatos estaba en un apuro de una u otra clase. Pasó el dedo por el panel de control intentando no prestar atenció n a la vocecita que le decı́ a que empezara a apretar todos los botones en lugar de esforzarse por recordar lo que Varek le habı́ a enseñ ado. ¡Ese! Dejo Dejó dedo suspendido un botó botoprotegidos ́ n azul marcado con una extrañ extran ̃a runá un y situado entre dos sobre indicadores por unos vidrios. Le resultaba familiar, y le parecı́ a el lugar adecuado para poner el botó n que buscaba. Vaciló un momento, pero inalmente posó el dedo en é l y lo apretó . Se produjo una rá pida sucesió n de crujidos detrá s del panel de control y todo el girocó ptero comenzó a vibrar cuando arrancó el motor. Las lechas de los diversos indicadores saltaron a la zona en rojo y luego se situaron en posiciones má s equidistantes. El pá nico que habı́ a atenazado a Fé lix comenzó a remitir a regañ adientes. ¡Qué demente las habı́a diseñ ado para que dieran estos sustos! Lentamente al principio, pero cada vez má s rá pido, las palas del rotor giraron con un zumbido ensordecedor. Fé lix se apresuró a abrocharse las correas de sujeció n alrededor del cuerpo, pero entonces levantó un momento la vista y se dio cuenta de que habı́ a olvidado abrir la puerta del hangar. Se encogió encogió en el asiento para salvaguardarse salvaguardarse de las palas, a pesar de que habı́a una distancia considerable entre su cabeza y ellas, y buscó el mecanismo de apertura de la puerta exterior. La localizó , o al menos lo que le pareció que debı́ a serlo, situado bastante detrá s de é l, en el mamparo delantero. Era una consola inclinada llena de botones y de indicadores; de la pared en la que estaba instalada colgaba una red, probablemente para que quienquiera que estuviera operando la má́ quina ma quina pudiera agarrarse a ella en caso de necesidad. Fé lix salió del girocó ptero y corrió hacia la consola. Entre los diversos indicadores habı́a una gran palanca con un par de runas rojas

de la ser puerta hangar de nuevo la palanca. Tenı́trazo a queferoz ser debajo. é sa. Tenı́Miro a que é sa.del Elevó una yplegaria a cualquiera

 

que fuese el dios que protegı́ a a los hombres cuando estaban tan lejos del suelo, agarró agarró la palanca con ambas manos y tiró tiró . Se produjo un chirrido, y luego otro (el sonido de una cadena tensá ndose en algú n lugar debajo de la cubierta), y la puerta comenzó a abrirse. Un Al remolino humo la negro entró en la aeronave ado de gritos. mismo de tiempo, Imparable  Imparable   gimió como unacompañ viejo soldado moribundo, y el zumbido de sus motores se coló coló por la puerta abierta. El girocó ptero sin piloto se habı́ a alzado hasta casi la altura de su cabeza y Fé lix echó a correr de vuelta a la popa de la aeronave, se lanzó en plancha hacia el aparato, se agarró a los oscilantes patines y se impulsó para meterse en la cabina. Cogió una de las correas de seguridad para abrochá rsela, pero inmediatamente la soltó para poner las manos en los mandos y tiró de la palanca izquierda para detener el ascenso del girocó ptero. El estó mago le dio un vuelco y Fé lix temió por un momento que iba a vomitar irremediablemente, pero entonces el aparato comenzó comenzó a estabilizarse. El girocó ptero se mantuvo suspendido en eldeaire, en todas direcciones a pesar de los esfuerzos su dando rostro bandazos lı́ vido vido de mantenerlo quieto. Fé lix respiró hondo y se dijo que podı́ a hacerlo; en realidad no era tan complicado. Soltó suavemente la palanca principal y el girocó ptero se inclinó hacia delante y salió disparado a travé s del hueco de la puerta del hangar como el proyectil de una ballesta. Un humo acre fustigó el rostro de Fé lix, que miró abajo y vio la fortaleza de los enanos destrozada y siendo pasto de un fuego infernal. Enanos con armadura salieron a la azotea almenada del castillo cargados con cajas llenas de utensilios chamuscados y se sumaron a las decenas de otros que esperaban el ascensor en la base de la torre metá lica. Makaisson le habı́ a dicho la verdad, y el ascensor bajaba echando humo de la aeronave atiborrado de ingenieros. Y habı́a má s esperando arriba. Un puñ ado de enanos con unas abultadas mochilas escalaban por las escaleras de la torre como hormigas subiendo por el tronco de un á rbol. Fé lix distinguió la igura alta de Gustav en medio de los enanos y se sintió aliviado al comprobar que su sobrino se encontraba lejos de la cruenta batalla que estaba teniendo lugar en la puerta del castillo. Sin embargo, la tranquilidad no le duro duró́ mucho. Chillando como un loco, Fé lix consiguió levantar el girocó ptero por encima de una torreta y viró viró vertiginosamente vertiginosamente para meterse de lleno en el denso humo que ascendı́a desde la fachada del castillo. El aparato se zarandeó , sacudido por los cambios de presió n de las distintas corrientes de aire sumados a su inexperiencia a los mandos,

mientras tratabaladevelocidad, descender. pero Una parte el deseaba con todamásus alma moderar otra de parte, terriblemente convincente y en voz mucho má s alta, le dijo que, a menos que se

 

tratara de un girocó ptero con el rotor parado y cayendo en picado al suelo, lo que de verdad querı́a era quedarse allı́ . Sujetó con irmeza la palanca, y al cabo de menos segundos de los que Fé lix se atrevió a contar, salió de la nube de humo y apareció sobrevolando el camino que conducı́a al castillo. El an atestado de por hombres bestia rabiosos ascendı́ acamino n por é l,estaba seguidos de cerca hombres del norte, con que sus tı́p picos icos cascos có nicos y armadura occidental. Avanzaban con una disciplina que habrı́a sido motivo de orgullo para una fuerza imperial formada por la mitad de efectivos: la infanterı́a marchaba parapetada tras la pantalla que le proporcionaban los hombres bestia, seguida por lo que parecı́ aa,, incluso desde la inusual atalaya desde donde observaba Fé lix, una horda incuantiicable de jinetes arqueros. Una lecha rebotó en la panza del fuselaje y otra pasó silbando ante sus ojos y acabó reducida a astillas por las aspas del rotor. El blindaje del girocó ptero era má s grueso en la parte inferior, pues era el blanco má s evidente en el caso de un ataque, pero el mero hecho de que las armas de tan los hombres del norte de alcanzarlo distancia larga y movié ndosefueran a tantacapaces velocidad le quitó lasdesde ganasuna de poner a prueba el resto de sus habilidades. Fé lix inclinó el morro del aparato a izquierda y luego a la derecha para volver sobre sus pasos y descender. Comenzaba a cogerle el tranquillo. Só lo tenı́ a que mantener la vista en un punto lejano para dirigir el rumbo del girocó ptero sin tener que recurrir a los tirones imprudentes de la palanca. Era cierto que la nube de polvo que ascendı́a desde el camino complicaba las cosas, pero no era imposible si se concentraba un poco. Unos segundos despué s se dio cuenta de que habı́ a estado a tiro de los cañ ones de la ciudadela. La nube que le diicultaba la visió n subı́ a desde lo que quedaba del camino; la ladera por la que ascendı́ a serpenteando estaba destrozada y las rocas desprendidas se amontonaban en é l. Habı́ a fragmentos de hombre bestia por todas partes, y sus monstruosos camaradas los utilizaban como asideros para escalar,, má escalar má s decididos que nunca a enzarzarse con el enemigo. El girocó ptero sobrevoló zumbando el truculento pedregal y el castillo apareció ante Fé lix. La puerta estaba abierta de par en par y los muros presentaban numerosas num erosas brechas, pero Fé Fé lix lix aú aú n veı́a hombres y enanos disparando sus armas desde el interior. No obstante, el patio estaba desierto salvo por las estatuas, y Fé lix enseguida pudo saber el motivo. Gotrek y el descomunal guerrero del Caos bloqueaban el puente, trabados en un combate de una intensidad tan atroz que hacı́ a que las

palas giratoriasn.deElsu aparato volador parecieran moverse lentamente en comparació hacha del Matador, cuyas runas relumbraban con una intensidad que quemaba, dejaba una estela rojiza en el aire, pero la

 

larga y corva hoja del guerrero del Caos detenı́ a con suiciencia cada golpe y cubrı́ a cada hueco. Fé lix no sabı́ a có mo lo hacı́ a el guerrero del Caos, pero cada vez que Gotrek parecı́ a a punto de asestarle un hachazo mortal, su rival modiicaba de una manera inexplicable la postura para esquivarlo y descargaba un golpe que hendı́ a los brazos, las muñ ecas y el pecho El Matador como marrana abierta canal. Y de conGotrek. la regularidad desangraba los latidos del una corazó n, el ojo que en el paladı́n tenı́a en la frente emitı́ a un destello azul que borraba las cicatrices de los cortes rú rú nicos que el hacha habı́a hecho en el aire. Gotrek ordenó a Fé lix que se marchara con un vehemente manotazo cuando el girocó girocó ptero sobrevolo sobrevoló́ la cabeza del enano. Fé lix se percató de que los hombres bestia tambié n mantenı́ an an las distancias, ya fuera porque no estaban dispuestos a interferir en la batalla del paladı́n o simplemente porque estaban demasiado asustados para hacerlo, cosa que Fé lix no les reprochaba. Los defensores, situados en el otro lado del puente, no eran ni de lejos tan tı́m midos idos y disparaban desde el parapeto del castillo pistolas y arcos, con los que arrojaban docenas de hombres en bestia profundo abismodel de su condena. Las abalas repiqueteaban los alanchos hombros guerrero del Caos como si fueran monedas lanzadas contra un tanque de vapor. Fé lix vio incluso que un proyectil impactaba de lleno en la relumbrante mejilla roja del paladı́ n y rebotaba convertida en un revoltijo de chispas que rasuraba el cuero cabelludo de Gotrek. El Matador lanzó un rugido mientras le brotaban ampollas en la cabeza y asestó́ un feroz hachazo que describió asesto describió en el aire un arco ascendente. Un resplandor del color del zairo bañ ó la cara de Medio-Ogro y el tiempo pareció pareció detenerse. Fé lix vio que el paladı́n giraba, esquivaba el golpe y descargaba el codo sobre la nuca de Gotrek, que tropezó con el cuerpo de su rival y dio con sus huesos en el suelo. El guerrero del Caos eludió el hachazo de revé s de Gotrek como si le hubiera leı́ do do el pensamiento, y en el mismo movimiento luido levantó la cabeza del Matador por la cresta y le hundió hundió en la nariz la empuñ empuñ adura de la espada. La sangre que roció roció el puñ o del guerrero comenzó a hervir al contacto con su piel. El enano se revolvió y gritó como un borracho mientras el paladı́n volvı́a a sujetarlo y a golpearlo, esta vez con la fuerza suiciente para girarle la cara y estamparlo contra el suelo. ¿Era posible que Max se hubiera equivocado? ¿Por in estaba presenciando Fé lix la largamente postergada muerte de Gotrek? MedioOgro alzó la vista y sonrió con suiciencia mientras Fé lix descendı́ a, a, y vio algo en sus ojos que creyó reconocer, casi esperar. Fé lix, sin pensar realmente lo que hacı́ aa,, empujó la palanca para

acelerar y apreto gatillo manos de una ymanera que parecıa parecı a que querıa querı a partir la palanca con suselpropias arrancarla de la cabina. El chorro de vapor abrasador que cortó el aire justo encima del cuerpo desplomado

 

de Gotrek e impactó contra el torso acorazado del paladı́ n del Caos disipó́ todas sus dudas acerca de la operatividad del arma. El guerrero y disipo la secció n del puente que quedaba a su espalda desaparecieron bajo una nube de vapor, y los hombres bestia que aguardaban en su lado de la sima prorrumpieron en chillidos de dolor mientras el can cañ̃ ón de vapor los hervı́ a llegó vivos. lix del mantuvo gatillo hastavuelta. que el girocó giroco ́ ptero llego ́ al Fé inal puente yapretado ya virabaelpara dar media La nube de vapor ascendió desde el puente de hierro y quedaron a la vista varios cuerpos cubiertos de ampollas. El paladı́ n del Caos estaba plantado en medio de ellos, con la armadura agrietada y la piel al rojo vivo; se volvió hacia Fé lix y levantó una mano como invitá ndolo a bajar. Detrá s de é l, Gotrek se incorporó con movimientos vacilantes, se palpó la cresta chamuscada y lanzó un escupitajo sanguinolento por encima del borde del puente. Fé lix maldijo para sus adentros. Al parecer no le quedaba otra que aterrizar. Tendrı́a que… El abrumador panel de mandos del girocó ptero se expandió para ocupar todo su campo visual y Fé Fé lix lix se lo quedó quedó mirando atenazado por la ansiedad. «Vaya —dijo una desabrida voz en su subconsciente—, parece ser que hemos descubierto una laguna fundamental en nuestro conocimiento del funcionamiento del girocó girocó ptero» Fé lix apretó los dientes e inclinó hacia abajo el morro del aparato hasta que la boca del cañ ó n de vapor apuntó el torso de Medio-Ogro. El guerrero del Caos abrió los brazos, como invitá ndole a intentarlo otra vez. El paladı́ n habı́a sido capaz de predecir y contrarrestar todos los movimientos de Gotrek, pero ahora aguardaba sin má s mientras el vehı́cculo ulo volador de Fé lix se dirigı́a hacia éé l a toda velocidad. El Matador lanzó́ un rugido para indicar a Fé lanzo Fé lix lix que se apartara, y entonces, cuando Gotrek comprendió lo que Fé lix se proponı́a hacer, recogió el hacha caı́da, da, echó a correr hacia el patio, se lanzó de plancha al suelo y escondió́ la cabeza debajo de los brazos. El guerrero del Caos se limito escondio limitó́ a sonreı́r. Fé lix supuso que lo que iba a hacer era una locura de tamañ as dimensiones que ni siquiera alguien tocado por los Poderes Oscuros podı́a concebirla, y dando gracias a su suerte por haber estado demasiado distraı́do do con el pilotaje para abrocharse las correas de seguridad, esperó esperó al úú ltimo momento para saltar de la cabina. El cuerpo de Fé lix impactó en la cabeza del guerrero, que rugió con incredulidad durante el instante previo a que el girocó ptero se estrellara contra é l y lo hundiera en el puente como un clavo golpeado con un martillo. El fuselaje del girocó ptero se hizo añ icos nada má s tocar la estructura de hierro y las palas del rotor se partieron una

detras de otra. El antiquı simo respondio conel un gemido al castigo inligido. La antiquısimo intenció n depuente Fé lix era rodar por suelo cuando tocara tierra, sin embargo aterrizó sobre la espalda y salió rebotado. El

 

depó sito de combustible del aparato explotó y una descomunal bola de fuego envolvió el puente. Fé lix mantuvo la cabeza escondida mientras las esquirlas metá licas le acribillaban la cota de malla, y só lo la asomó cuando la bola de fuego amainó con un rugido y dejó a la vista un revoltijo de hierros calcinados. El estré estre ́ pito pito inal de las llamashacia retumbo retumbó ́ en los oı́ d dos os departı́ Fé lix,a que se levantó a duras penas y eniló el estropicio que desde su lado de la sima. Los hombres bestia bramaban con rabia e impotencia en el lado opuesto convertidos convertidos en un caleidoscopio de caras animales y gañ idos salvajes. Fé lix entornó los ojos y se tapó los oı́ dos, dos, pero nada pareció ayudar. Se tambaleó con los pies ijos en el suelo. Aquella voz interior, siempre tranquila y solı́ccita, ita, le aconsejó que se sentara porque seguramente seguramente se habı́a dado un golpe en la cabeza. Gimió́ , pues veı́a poco probable que pudiera hacerlo. Gimio Una mano tatuada se agarró a un barrote de hierro. Tenı́ a un aspecto ajado y estaba salpicada de manchas pardas, y la tinta de los tatuajes estaba descolorida, pero las raı́ ces ces de un viejo roble nudoso jamá́ nde s sedemonios habı́ an an aferrado a la tierra conpaladines tanta irmeza. ¡Aú ¡Aú n estaba vivo! ¿Do ¿Dó encontraban a estos los Dioses del Caos? El guerrero pataleó pataleó en el aire, suspendido sobre un abismo. Los mechones de su larga melena cenicienta ardı́ an an y se consumı́ an. an. El puente crujió de un modo alarmante cuando Fé lix puso el pie en é l y desenvaino desenvainó́ la espada. —Tu perdició n está escrita —gruñ ó el paladı́ n, n, agitando la mano libre en busca de un asidero que no existı́a. a. Su rostro era la viva imagen del desprecio, pero Fé lix no encontró extrañ o su acento: le recordó al de las tribus bá rbaras de jinetes que infestaban la estepa entre las Montañ as del Fin del Mundo y las Montañ as de los Lamentos. Fé lix habı́a tenido motivos para temer su destreza con los caballos y su valentı́ a suicida má s de una vez durante el viaje que habı́ a hecho a las tierras del lejano oriente y que habı́ a estado a punto de acabar en fatalidad—. El Señ or Oscuro só lo permitirá que haya un vencedor hoy. —Si me hubieran dado una moneda cada vez que me prometı́ an an la perdició n, ahora mismo serı́ a el Alto Rey de los enanos. —Gotrek se presentó en las ruinas del puente con sus imprudentes andares pesados. Se produjo una vibració n chirriante y el asidero del guerrero del Caos lo acercó un poco má s al olvido. Gotrek levantó el hacha con ambas manos justo encima de la muñ muñ eca del paladı́ n n.. —¡Soy un favorito de los dioses, cuerpo pintado! ¡Ningú n arma forjada con fuego puede herirme! —¿Es cierto eso? —Gotrek se acercó la descomunal hacha a su ú nico ojo, como si estuviera planteá ndose la posibilidad de poner a

prueba contra la veracidad de del lasguerrero. palabras del paladın, paladı n, y luego apreto los talones los dedos

 

Se oyó un crujido de huesos, pero en el rostro del guerrero no se apreció un atisbo de dolor, simplemente se vislumbró un destello desaiante en su ojo humano cuando Gotrek arrastró el pie hacia delante y lo levantó de golpe, con lo que la mano rota de Medio-Ogro quedó suspendida en el aire. El paladı́ n agitó manos y piernas en un silencio de sepulcral. Los hombres bestia prorrumpieron un feroz gemido consternació n y corrieron a apelotonarse en en el borde del precipicio para contemplar la caı́ d daa del guerrero, que no dejó salir un solo grito. Fé lix no despegó la mirada de los ojos de Medio-Ogro, hasta que lo vio desaparecer. Unos segundos despué s, el golpe seco procedente del fondo del barranco lo arrancó arrancó de su ensimismamiento. Gotrek posó una pesada mano sobre su hombro, y Fé lix sospechó que no lo hacı́a tanto con la intenció n de ofrecerle un poco de consuelo como de apoyarse en é l. El Matador tenı́ a el mentó n morado y le sangraba la cara. A Fé lix no le complació pensar en lo cerca que su antiguo compañ compañ ero acababa de estar de la muerte. Só Só lo con que hubiera llegado un minutodemáuna s tarde para ayudar a Gotrek, só loen conalgú quen hubiera actuado manera ligeramente distinta momento, probablemente ahora serı́ an an ellos dos los que estarı́ an an en el pie de la montañ a. El mero hecho de pensarlo le ofendı́ a de un modo que ni quiera podı́ a explicarse a sı́  mismo.  mismo. Era una sensació sensació n. El destino del Matador se acercaba. Fé lix nunca habı́ a estado má s seguro de ello, pero estaba convencido de que llegara cuando llegara y ocurriera como ocurriera serı́ a un acto que marcarı́a el desarrollo del Fin de los Tiempos. Para bien o para mal. Gotrek reunió las fuerzas necesarias para carraspear y escupir la lema por encima de la sima en direcció n a los hombres bestia bloqueados en el otro lado. Se quedó quedó corto, pero pareció pareció procurar cierto placer al enano. —Si Makaisson pregunta —dijo, con el fuego que estaba arrasando el patio relejado en su úú nico ojo—, le diremos que fue un accidente. El cuerpo de Khagash-Fé l yacı́a destrozado sobre las rocas. Los hombres bestia, reducidos a iguras inmó viles y sumisas, cubrı́an an toda la ladera de la montañ a con los cuerpos ensangrentados incrustados de fragmentos metá licos que destellaban con el má s tenue rayo del sol. La boca de la sima, al inal de lo que parecı́ an an varias leguas de negras y escarpadas paredes verticales, hacı́a que Khagash-Fé l tuviera la impresió́ n de que habı́ a sido engullido por una bestia mitoló impresio mitoló gica.

¿Co ¿Como posible quer, hubiera A éé l,lmo , el era Fuego de Zharr Zhar el Aguila Aguilaocurrido? de los Lamentos, La mentos, la Pla Plaga ga de Yusak Yusak y El Que Disfruta con la Sangre. A é l, que habı́ a matado cientos de

 

demonios y de paladines a lo largo de tantas dé cadas que hacı́ a tiempo que perdió la cuenta. El Señ or Oscuro lo habı́ a elegido para destruir a su enemigo; su profetisa habı́ a guiado su espada. Apretó los dientes y dominó la debilidad que lo conminaba a gritar del dolor de los huesos rotos. Intentó ponerse de pie. ¡No estaba dispuesto a fracasar! —Tranquilı́ zate, Medio-Ogro, zate, has cumplido tu misió misió n. Morzanna se acuclilló a su lado y lo empujó suavemente con las garras apoyadas en su coraza, como un niñ o que intentara someter un toro. Khagash-Fé l soltó un gemido atroz y se dejó caer sobre el lecho de rocas. Cerró los ojos un momento y gruñ ó . —Tú Tú lo habı́ ha bı́ aass visto. Sabı́aass có mo iba a terminar esta batalla y aun ası́  me me dejaste luchar. ¿Por qué ? La profetisa esbozó media sonrisa. Sus ojos brillaron pá lidamente con la lejana luz. —Cuando entiendas eso sabrá sabrá s lo que signiica unir tu destino al de alguien tan poderoso como el de Be’lakor. ladeó la cabeza para hacia luz. De joven habı́Khagash-Fé a escalado luna montañ a igual de volverse alta y casi tan la escarpada para llegar al nido de un á guila y conseguir un huevo que querı́a querı́ a regalar a su padre. Incluso entonces sus proezas habı́ an an sido legendarias. Era imposible escalar aquella montañ montañ a. O bajar de su cima. —No está está s aquı́  —dijo  —dijo escuetamente. —Tu mente sueñ a el ú ltimo sueñ o, Terror de Oriente, pero estoy aquı́  contigo —dijo la mujer con una alicció n sincera—. Ese es mi regalo. —No suplicaré suplicaré por mi vida. —Eres valiente. Mereces Mereces un señ señ or que se preocupe má má s por ti. La mujer echó un vistazo a las impenetrables sombras en las que yacı́aan n los hombres bestia como aves posadas en las rocas. Una igura susurró desde las tinieblas. Su tú nica de plumas revoloteaba y tintineaba con una brisa que Khagash-Fé l no notaba, y sus zuecos de hueso tableteaban en el suelo con una cadencia que recordaba inquietantementee el ritmo del repiqueteo de las varillas funerarias en la inquietantement muerte de Khamgiin el UU ltimo Nacido. —Has dado tu vida por el Señ or Oscuro —dijo Nergü i, cuyo tocado en la cabeza susurró susurró con la brisa cuando se agachó agachó . Tenı́ Tenı́ a una expresió n de asombro en el rostro arrugado—. Todas las tribus comentan tu sacriicio. Luchará n hasta el inal. Tambié n yo. Perdó name, Señ or de la Guerra, por no haberlo visto hasta ahora. —No —gruñ ó Khagash-Fé l, que por primera vez en su vida veı́ a con la claridad de un muerto. Lo habı́ aan n utilizado mientras habı́a sido de

utilidad,ay Middenheim ahora era el turno de su Coge mi espada. mi pueblo y ú nelo a pueblo—. la horda de Archaon, tal Lleva comoame pediste que hiciera yo. El Señ Señ or Oscuro no destruirá destruirá las tribus.

 

Nergü i no le prestó Nergü prestó atenció atenció n, se puso de pie y se volvió volvió a Morzanna. El chamá chamá n inclinó inclinó la cabeza y le tendió tendió el bá bá culo. culo. Las cuentas de vidrio y las brillantes plumas azules se pegaron al crá neo de á guila que lo remataba cuando la profetisa lo envolvió con las garras. —¡Obedé ceme! —Está —Esta con undegolló fantasma, oı́ rte. rElte.aire Tras ló s hablando cual, Morzanna al Medio-Ogro. chamá n con No laspuede garras. escapó con un silbido de la herida en el cuello, de la que manó la sangre a borbotones. A pesar de sus palabras de consentimiento, Nergü i intentó taponarse la herida instintivamente, y antes de que se apagaran deinitivamente, sus ojos encontraron los de su Señ or de la Guerra. La sangre escapaba entre sus dedos mientras balbuceaba con la lengua trabada; aun ası́ , de alguna manera Khagash-Fé l oyó hasta la ú ltima palabra. —Tú eres el responsable. La sangre en las manos de Morzanna estaba torná ndose negra y ascendiendo en el aire como si fuera humo. Una sustancia similar manó de la garganta de laseboca de del Nergü i y recubrió su enormes cuerpo como mortaja, hasta yque elevó suelo con unas alasuna de murcié lago. La risa cavernosa del má s tenebroso de los dioses hizo vibrar la nube que estaba solidiicá solidiicá ndose. ndose. —La aeronave de los enanos es veloz —dijo Morzanna, forzando la voz para canalizar el terror primitivo que iba a liberar al mundo—. Pero la ira de Be’lakor no conoce lı́ mite. mite.

 

CAPÍTULO DOCE El vuelo El ancho silló n de cuero del puente de mando de la Imparable Imparable era  era má s có modoeso quelecualquier cama la que se Las hubiera tumbadodelFé suelo lix. O al menos parecı́ a en eseenmomento. vibraciones le masajeaban el cuerpo maltrecho; el tenue zumbido de los motores era una nana para sus oı́d dos; os; y podrı́ a decirse que la manera como las nubes chocaban contra la ventana del puente de mando era el equivalente en un viaje aé reo a poner la mente en blanco. Incluso las discusiones de los enanos resultaban balsá balsá m micas icas por su familiaridad. —Es porque estamos yendo a Karaz-a-Karak —espetó Makaisson. Llevaba el abrigo abrochado y el cuello ribeteado de piel alzado, se habı́a puesto las gafas de piloto y aferraba el timó n con las manos enguantadas. Estaba de puntillas para ver por encima del hombro de Gotrek. Fé lix no sabı́a qué esperaban ver a travé s de los espesos nubarrones. —No tienes el combustible suiciente para llegar a las Montañ Montañ as del Fin del Mundo, y mucho menos ahora, con la nave llena de hombres y la carga que eso representa. —Por lo menos ahora tengo un girocó ptero menos del que preocuparme —replicó Makaisson, inclinando oblicuamente la cabeza con el gesto ceñ udo y las gafas puestas en direcció n a Fé lix—. Pero si eres capaz de llevarnos a Middenheim sin una brú brú jula, soy todo oı́ dos. dos. Gotrek resopló . —¡Yo soy una brú jula! —Ya sé que crees que lo eres, pero nada má s lejos de la realidad. Fé lix, presintiendo que estaba asistiendo a una discusió n sin una

rá pida resolució n que tampoco parecı́ a preocuparlo demasiado, paseó la mirada por el puente de mando de la Imparable Imparable   . Los ingenieros enanos se movı́an an con determinació n entre los distintos puestos de

 

control y discutı́an an en voz baja, en Khazalid. Uno de ellos habı́ a levantado las placas metá licas de una secció n del suelo y estaba soldando la columna de direcció n en pleno vuelo. Los enanos nunca habı́an an sido el pueblo má s extravertido del mundo, pero Fé lix podı́a decir por sus caras que estaban preocupados. —¿Có amosutelado, encuentras? —le preguntó Max. mechones El mago se detenido con la capucha bajada. Unos de habı́ colora hueso le plateaban el cabello y la barba, y su semblante pá lido exhibı́ a las arrugas de la preocupacio preocupació́ n. —Deberı́a ser yo quien te lo preguntara. —Fui un mago de la Luz —dijo Max, sonriendo por primera vez en lo que parecı́ a una eternidad—. No ha sido el primer demonio que he tenido que desterrar, aunque he de reconocer que nunca me enfrenté a uno má s fuerte. Estoy bien, Fé lix, y tú tambié n tienes buen aspecto. Te sugiero que aproveches para descansar ahora que puedes permitı́ rtelo. rtelo. Fé lix se frotó los ojos y bostezó . —¿Dó nde está n Gustav y los otros hombres? ¿Consiguieron subir a bordo? —Sı́, Malakai estaba dispuesto a abandonarlos, pero al destruir el puente ganaste tiempo para evacuar el castillo. Eres un hé hé roe. roe. —Estoy acostumbrado acostumbrado —murmuró —murmuró con la voz somnolienta. —Fé lix. —¿Mmm? —Está cumplié ndose. ¿Te das cuenta? ¿Recuerdas el sueñ o que te conté en el que volaba? Fé lix no respondió inmediatamente. Le pesaban los pá rpados y sentı́a el cuerpo como si fuera algo pesado y ajeno a éé ll.. —¿No morı́amos amos todos en tu sueñ o? Cayó dormido antes de que Max pudiera responderle. Pinosjaula. altosUn y esbeltos se alzaban desde la las nieve como de una viento racheado arrancaba telas de los arañbarrotes a tendidas entre los troncos y las gotas del rocı́ o destellaban como piedras preciosas con el relejo de la luz. Fé lix se sintió momentá neamente desorientado en medio de aquel bosque boreal, luego se ciñ ó la capa alrededor del cuerpo y se echó el aliento en las manos enguantadas. Una ardilla roja aferraba un capullo de seda que colgaba de una rama y giraba suavemente con la brisa. El aliento de Fé lix se convertı́ a en una nube de vaho delante de é l y decoraba las frá giles celosı́ as as de telarañ as que cruzaban el sendero. Mantenı́a la mano cerca de la empuñ adura de la espada. El bosque estaba oscuro y sobrecogedoramente silencioso, y el ú nico sonido que se oı́ a era el crujido de la nieve bajo sus botas y las

de sus compañ compan ̃ eros. —Date prisa, joven Fé lix. Snorri cree haber visto algo un poco má s adelante y no quiere que se le escape.

 

—¿Qué estamos buscando? —¿Qué El impresionantemente musculado enano se volvió y se encogió de hombros. Era má s grande aun que Gotrek; algo má s bajo pero má s ancho de espaldas, y con unos brazos tan gruesos que parecı́ a capaz de frenar la embestida de un toro con cada mano. Tenı́a el cuerpo cubierto de y la barba teñlaida de era rojo,deycoloridos en vez declavos una cresta de pelotatuajes en la cabeza comocorta Gotrek, suya pintados hundidos en el crá neo. Se toqueteó la oreja deformada, con gesto avergonzado. —Snorri esperaba que tú te acordaras. Snorri tiene un poco de lı́ o en la cabeza. A Fé lix se le cortó la respiració n cuando reparó en la espantosa cicatriz roja que recorrı́ a la frente del Matador, desde el entrecejo hasta el primer clavo de la cresta. Daba la impresió impresió n de que alguien le hubiera abierto el crá crá neo neo con un hacha. Le cruzó cruzó fugazmente la cabeza el recuerdo de Snorri Muerdenarices arrodillado, con la vista alzada y los ojos inundados de lá grimas ijos en el hacha metal estelar —dijo que bajaba para acabar con su deshonra. «Estáde s en el Shirokij la cantarina voz femenina dentro de su cabeza—. Tu camino pasa por aquı́ ..»» Fé lix se sacudió la sensació n con un estremecimiento mientras Snorri volvı́a a encogerse de hombros y reanudaba la marcha. El Matatrolls alzó el hacha y el martillo y escudriñ ó la masa de á rboles. Fé lix desenvainó la espada con todo el sigilo del que fue capaz y echó echó un vistazo arriba, convencido de que habı́ a oı́do do un dé dé bil bil chillido. Las ramas se mecieron y se desprendieron de ellas unos copos de nieve que aterrizaron en su mejilla. «Un pá jaro», se dijo Fé lix, aunque no recordabaa haber visto ninguno. recordab —¿Oyes algo? Snorri inclinó hacia atrá s la cabeza y lanzó un grito de alegrı́ a. a. Un segundo despué s, una monstruosidad de caparazó n oscuro se dejó caer desde las copas de los á rboles y aplastó al enano bajo su peso. Tenı́ a ocho patas peludas y segmentadas, recubiertas de quitina de color rojo oscuro. Unos enormes ojos negros miraron ijamente a Fé lix desde un endurecido pó pó lipo de trepidantes colmillos, de los que goteaban to tó́ xicos jugos gá gá stricos. stricos. —¡Ayuda —¡A yuda a Snorri, Fé Fé lix, lix, sus pies le hacen cosquillas! Al grito amortiguado de Snorri siguió un crujido como de un martillo golpeando el vientre quitinoso de la arañ a gigante. El artró podo chilló y se deslizó de lado dejando en el suelo un rastro de luido moteado. Snorri echó a correr detrá s de ella blandiendo el hacha, pero la arañ a lo lanzó contra un tronco de una patada. La nieve que

cayoFé cayó ́ delixlaslevantó ramas del áá rbol rbol locuando enterró enterró la hasta codos. correteando para la espada arañlos a volvió encararlo. De su boca salı́ a un sonido de siseo mientras movı́ a de un

 

modo amenazador los distintos elementos que la conformaban como si fueran unas tijeras. Miró de soslayo a Snorri y vio que estaba silbando una vieja canció n de mineros enanos mientras salı́ a de la montañ a de nieve. Fé lix puso los ojos en blanco y se preguntó que tendrı́ an an aquella situació n y aquel Matador idiota para que el corazó n le doliera como lo hacı́Vio aa.. entre los á rboles má s arañ as gigantes que se deslizaban hacia ellos con un repugnante repiqueteo de patas. Fé lix hizo un giro completo. Venı́aan n de todas las direcciones. Buscó con desesperació n un lugar que le ofreciera ofreciera una mejor posició posició n defensiva. defensiva. —¿Snorri, qué qué es eso? Fé lix señ aló al interior del bosque. Apenas visible en la penumbra, con el contorno musgoso difuminado por los á rboles, habı́ a una casita. Las paredes de troncos de pino estaban sucias y las ramas de los á rrboles boles habı́ an an agujereado el tosco techo de paja, por otra parte forr forrado ado de brillantes telarañ telarañ as. —Sı́ggueme, ueme, Snorri. ¡Allı́  resistiremos!   resistiremos! Fé lixenapartó de un empujó n a de su saber compañ y se internó el bosque antes incluso lo ero quebalbuceante estaba haciendo. Desde la maleza se abalanzó sobre é l un monstruo con el caparazó n erizado de pú as y Fé lix tuvo que girar bruscamente para interponer entre ambos un grueso pino, al mismo tiempo que instintivamente sajaba con la espada a otro que bajaba por el tronco. De la mandı́ bula bula de la arañ a saltó un fragmento quitinoso y Fé lix se agachó para pasar por debajo de é l y echó a correr. Por el alboroto de rugidos desatados y crujidos de quitina que oı́ a a su espalda, concluyo concluyó que Snorri lo seguı́ a. a. Con un grito incipiente en los labios, Fé lix entró a la carga en el claro. Y entonces se detuvo. ¿Dó́ nde estaban las docenas de arañ ¿Do arañ as que habı́ a? a? Bajó la espada, desconcertado, con el corazó n aporreá ndole el pecho, y se quedó quedó mirando la deprimente cabañ cabañ a que se alzaba solitaria en el silencio del bosque. El calor abandonó su cuerpo y comenzó a tiritar, como si un fantasma acabara de pasar a travé s de é l. Se volvió y respiró aliviado al ver a Snorri. Los cuerpos de docenas de arañ as gigantes yacı́ an an entre los á rboles y dispersos por el claro como tocones, panza arriba y con las patas encogidas sobre el vientre. El Matatrolls se tambaleó con los pies ijos en el suelo y rio entre dientes. Tenı́a el cuerpo acribillado a mordiscos y de la boca le caı́ a una baba rosada. Miró a Fé lix, hizo un ruido de gargareo y armó el brazo para arrojarle el martillo, pero el arma se le cayó accidentalmente por la espalda y éé l se fue al suelo hecho un ovillo y riendo.

lix repente intentó acercarse enano,para pero el aire que lo rodeaba se tornóFé de demasiadoaldenso atravesarlo, como ocurrı́ a en las pesadillas, y difuminó la casita y los á rboles hasta el punto de que

 

Fé lix só lo pudo ver a Snorri tendido y a la mujer que apareció a su lado acompañ̃ ada por el rumor de las faldas negras superpuestas. acompan La mujer envolvió el cuello de Snorri con una mano y las babas del Matador corrieron por su barba y continuaron por los dedos de ella durante unos segundos, hasta que la mujer levantó la mano, aferró la manaza de Snorri y recorrió lasleuñpuso as loslasurcos palma en tantoabierta entonaba una canció n. A Fécon lix se carne en de su gallina y un escalofrı́o le recorrió la espalda. Aquella voz era la misma que le habı́a hablado só lo unos minutos antes. La mujer estaba empleando magia. —Deberı́as as haber muerto hoy, Snorri Muerdenarices, pero no lo permitiré . Has matado a mis guardianes y has entrado en mi santuario. Y mi alma estará en peligro si mi señ or descubre lo que voy a hacerte ahora. —Espiró por la boca con los dientes apretados y una extrañ a sonrisa aloró en sus labios mientras hundı́ a una uñ a en la palma de la mano de Snorri para trazar una nueva lı́ nea. nea. De la gotita de sangre que brotó surgió un arco brillante que chisporroteó sobre los nudillos de la mujer—. El destino quede buscas te evitará evitara el dı́suiciente a que yo decrete. No volveré hasta dentro muchos añ os,́ hasta tiempo para que sufras. Y cuando vuelvas a sentirte bien, cuando aqué llos que má s quieres esté n a tu lado, tendrá s una muerte que no te causará nada má s que dolor. Esa es tu maldició n. —Esbozó media sonrisa—. Es un regalo apropiado para un Matador. Tendrá s la má s grandiosa de las muertes. Fé lix observó paralizado có mo la mujer volvı́a a trazar con sangre las lı́neas neas de la palma de la mano de Snorri y luego levantaba la vista del enano, que gemı́a tendido en el suelo, y lo miraba a é l con una sonrisa de complicidad en los labios y con el poder de reescribir el destino centelleando en sus pá pá lidos lidos ojos de color lavanda. Su aspecto le resultaba extremadamente familiar y al mismo tiempo le repelı́a desde todos los puntos de vista. Tenı́ a la espada encorvada y unas manos temblorosas temblorosas en unas muñ muñ ecas cuya apariencia de fragilidad contrastaba con la crepitante fuerza de sus uñ as, tan largas que parecı́ aan n garras. Llevaba el cabello cano recogido detrá s con un aliler y su rostro era afable pero transmitı́ a pesar. Iba vestida con varias faldas negras de seda superpuestas y salpicadas de quitina y cuentas de vidrio de varios colores. Era su madre, Renata, pero no lo era. La voz y los ojos no correspondı́ an an con los de ella; tampoco la extrañ a ropa. Su madre siempre habı́ a odiado el negro, y la ú nica vez que Fé lix la habı́a visto vestida de ese color fue para su viaje a los jardines de Morr. —Es la segunda vez que intentas presentarte ante mı́   como mi madre. ¿Por qué qué ?

—Yoa ynunca tuve madre —respondió la anciana, piel se oscurecı́ cuyo cabello se tornaba má s pá lido a medidacuya que hablaba —. Pero tuve un padre que me quiso má s que a nada en el mundo.

 

Recuerdo que vivı́a rodeada de gente que se preocupaba por mı́. —Miró de un modo extrañ o a Fé lix, y al color azulado de sus ojos fueron sumá ndose otros colores, hasta que Fé lix fue incapaz de distinguir de qué color eran. Por su cabello comenzaron a abrirse paso unos pequeñ os cuernos que no eran completamente blancos y brillaban como la cara visible de la luna—. sido tratada con amabilidad por desconocidos y he intentado, a miHemanera, comportarme del mismo modo con los demá demá s. s. Una explosió n de energı́ a inal arrancó de las garras de la mujer la mano de Snorri, que quedó tendida en la nieve, humeando. Afortunadamente, el enano habı́ a perdido el conocimiento, y una expresió n de temor vacuo le contraı́a las facciones. Una sensació n de asco inundó a Fé lix como la bilis de unas tripas rajadas. ¿Era posible que un ser mortal poseyera un poder capaz de cambiar el mundo? Aquella mujer habı́ a modiicado el destino de Snorri. Cualquiera que hubiera sido el destino que aguardaba al Matador, la anciana se lo habı́ a arrebatado para ver terminar su vida bajo el de hacha de Gotrek. Sudecabeza a echar humo mientras trataba hacerse una idea todo locomenzó que eso implicaba. Si Gotrek só lo actuaba en respuesta a los tirones de los hilos de la red de aquella vieja bruja, ¿seguı́a siendo el responsable de la muerte de su amigo? Fé lix negó categó ricamente con la cabeza. Aun ası́   Gotrek Gotrek habı́a tomado una decisió́ n. Só decisio Só lo su mano habı́ a asestado el golpe inal. —Odiarı́a ser el beneiciario de tu falta de amabilidad. —Tu amigo Max siempre ha creı́ do do que un poder superior te guı́a. a. —Abrió́ los brazos recatadamente. Cada uno de sus dedos terminaba en —Abrio una ailada garra negra—. El es poderoso y sabio, y tus encuentros con é l a lo largo de los añ añ os han sido algo má má s que fortuitos. Fé lix frunció el ceñ o mientras ponı́ a en orden sus pensamientos. —Tú eres la hechicera de la que hablaba Max en la fortaleza de los enanos. ¿Por qué nos «ayudarı́ as» as» con una mano y liberarı́ as as a un demonio contra nosotros con la otra? —¿A veces no te compadeces de alguna vı́ ctima ctima que tu compañ ero siente la obligació n de matar? Pero no es compasió n. Hago lo que debo hacer para quien me debo, pues ni siquiera mi señ or puede ver con la misma claridad que yo. Llevo mucho tiempo observá ndote, Fé lix, guiá ndote en las opciones que se te plantean y llevá ndote hasta los aliados que necesitará s cuando llegue el momento inal. Mi magia es la responsable de postergarlo el tiempo necesario para que tú esté s presente, y mis llamadas en tus sueñ os te han traı́ do do de vuelta del lejano oriente a tiempo para que lo moldees. La muerte de tu amigo era imprescindible, ası́  como la manera como se produjo. Eso creó un

vı́nculo nculo entre Gotrek y tú , y sóti. lo juntos podé is conseguir lo que só lode só yoalicció sé sé quenestá esta ́ predestinado predestinad o para

 

—No tienes ningú n derecho —espetó Fé lix con los dientes apretados. En su cabeza se arremolinaron todas las pé rdidas y las tragedias que habı́an an jalonado su vida, y por primera vez las vio a trave través del prisma del destino; de la misma manera que aquella extran extrañ̃ a vidente debı́a haberlas visto mucho antes de que éé l naciera siquiera. ¿Habı́ a muerto gran amor, durante incursió n de los goblins só loKirsten, porque su la primer habı́ a dejado durante una la fracció n de segundo con el Matador? ¿No era una mera casualidad que Karaghul  hubiera caı́do do en sus manos, un arma que le habı́ a salvado la vida en innumerables ocasiones, y que luego la orden templaria a la que pertenecı́a legı́ttimamente imamente fuera aniquilada por una invasió n de hombres bestia? Fé lix apretó los dientes. ¡Qué oportuno! ¿Habı́ an an sido los deseos de aquella mujer los que habı́ an an condenado a Ulrika con el ú nico in de que un dı́ aa,, un par de dé cadas despué s, pudiera reunirse con éé l y con Gotrek? Apretó los puñ os. Los brazos le temblaban de emoció n y tenı́a tenı́ a los ojos llorosos. mo te atreves? hablando de mi vida ¡Pero como es si mi yo vida! só lo fuera—¿Có un personaje en unaEstá obras de teatro, ¡en tu obra! No has sido tú tú quien ha tomado mis decisiones. —Tú y yo caminamos a la sombra de otros, seres con un gran destino, y ambos debemos hacer cosas que aborrecemos para contribuir a que esos destinos se cumplan. Señ aló el cuerpo inconsciente de Snorri como para demostrar lo que querı́a decir y Fé lix soltó un grito ahogado al descubrir que ya no era Snorri quien yacı́ a en el suelo. El nuevo cuerpo tenı́ a la barba má s larga y de un oscuro color rojizo, y un ú nico ojo. La sangre salpicaba los tatuajes que lo recubrı́ an an y formaban un charco debajo de su descomunal torso. Fé lix miró ijamente el rostro del enano, rezando (pese a su certidumbre visceral de que las oraciones eran inú tiles) para ver que su respiració n erizaba la supericie de la sangre sobre la que yacı́an an su nariz y su boca fofa. Se llevó una mano a la boca para no vomitar. Sin el má s leve rastro de transició n que alertara a Fé lix del cambio, el cuerpo de Snorri se habı́ a convertido en el de Gotrek. El Matador estaba muerto. —¿Por qué qué me enseñ enseñ as esto? —No decido yo lo que ves —respondió la mujer, aparentemente perpleja porque Fé lix se lo preguntara siquiera—. Es tu futuro, no el mı́oo.. —Este no es mi futuro —replicó Fé lix, incapaz de apartar la mirada del cadá ver. Gotrek tenı́ a el pecho abierto, como si se lo hubiera desgarrado un animal salvaje o una criatura demonı́aca. aca. Só lo un

monstruo de una Fé fuerza un poder podı́ a inligir tales heridas a Gotrek. lix seysentı́ a comoextraordinarios si eso tuviera que aliviar su dolor, pero no lo hacı́a—. a—. No lo permitiré permitiré .

 

—No podrá podrá s hacer nada contra el oponente que os espera en Kazad Drengazi, Fé lix, y la muerte de Gotrek supondrá la perdició n de este mundo. —Se acuclilló junto al cuerpo del Matador y pasó la mano por su cara para cerrarle cerrarl e el u ú́ nico ojo. Luego Lue go miro miró́ de nuevo a Fé Fé lix—. lix—. Pero podrı́a bastar con salvar el siguiente. Fé lixmujer sintióy un y cerró los ojosycon la despertara esperanza de que aquella susescalofrı́ visioneso desaparecieran é l se (ahora tenı́a claro que estaba teniendo alguna clase de mal sueñ o profé tico) en el puente de mando de la Imparable Imparable con  con Gotrek vivo y a su lado. —Hay quien está atado a su destino —continuó diciendo la vidente —. Las criaturas como Gotrek son rocas, inmutables, piedras que se precipitan hacia un futuro predestinado, pero tú tú … La anciana se puso de pie, se volvió y abrió los brazos. Alzó la vista a la bó bó veda veda celeste, donde unas runas rojas y doradas destellaban como polillas en una noche calurosa a orillas del Aver. No habı́ a ningú n indicio de que allı́   hubiera habido un bosque. Cada una de las losas blancas del suelo estaba marcada en el centro con una runa de venganza. hallaba en unafortalezas construcció enanos, má s antigua queSecualquiera de las de nsude razalosque hubierapero visitado. Y la habitaba un poder espantoso; incluso a travé s del iltro de una visió́ n ajena podı́a percibirlo en cada piedra y en cada runa. visio —Esto ocurrirá porque lo he visto. Lo que ocurra despué s depende de ti. —¿Qué́ quieres decir? —¿Que —Quiero decir que debes tomar una decisió n, Fé lix Jaeger. ¿Permanecerá s al lado del Matador hasta el inal, sabiendo que eso signiicará su muerte, o lo abandonará s en la Fortaleza del Primer Matador —señ —señ aló aló el cuerpo yacente de Gotrek— y dejará dejará s que el úú ltimo atisbo de esperanza de un futuro mejor desaparezca con éé l? l? La mujer lo miró ijamente y gruñ ó , dejando a la vista unos dientes —Yo… que eran como dagas diminutas. —Es hora de que te vayas. Despierta. Advierte a tus compañ eros si puedes hacerlo. —¿De qué ? —preguntó Fé lix; el temor a lo que fuera capaz de poner nervioso a alguien con el poder que obviamente poseı́ a aquella vidente se iltró en el torbellino de preguntas que se acumulaban en su cabeza—. ¡Ni siquiera sé sé dó dó nde está está ese lugar del que hablas! Las runas emitieron un destello inal y se apagaron. Las tinieblas envolvieron los grandes pilares de piedra y Fé lix creyó advertir que formaban una especie de igura, como si un par de gigantescas alas negras estuvieran envolvié ndolos.

—Despierta, Fé Fé lix. lix. Viene a por ti.

 

Fé lix abrió los ojos y gruñ ó . Se habı́ a convertido en una especie de costumbre, de medida preventiva arraigada en su subconsciente a lo largo de los ú ltimos meses, pero no parecı́ a haber nada especialmente hostil esperá esperá ndolo ndolo en el puente de mando de la Imparable Imparable . . Lo primero que le llamó llamó la atenció atenció n fue el silencio. La mayorı́ a de losn ingenieros que habı́ an an estado trajinando enado los puestos de navegació se habı́ an an marchado y só lo quedaba un puñ de enanos ocupados en las diversas funciones complementarias del puente que Fé lix jamá s habı́a acabado de comprender c omprender.. EE stos estaban en sus puestos en silencio, y só lo se movı́ aan n esporá dicamente para ajustar un indicador o mover una palanca. El zumbido de los motores era grave y resonante. Max estaba de pie junto a la escotilla de la entrada, apoyado contra el marco circular, con los brazos cruzados y la mirada perdida. Gotrek estaba sentado en otro de los sillones giratorios, en el lado opuesto a Fé lix, examiná ndose las heridas y tratando de extraer con los dientes lo que parecı́an an fragmentos de vidrio incrustados en los nudillos. Malakai Makaisson estaba al timó n, en un silencio meditativo, con las cuando gafas deintroducı́ piloto colgadas cuello y lan mirada vez en a algunadel modiicació mı́nima nimaija en al el frente; rumbo de la nave con imperceptibles giros del timó n. Só lo entonces se dio cuenta Fé lix de que habı́ a oscurecido. El puente de mando estaba iluminado por una luz frı́ a artiicial procedente de unos puntos de luz dispuestos en ila a lo largo de los mamparos, el suelo y el techo. Fé lix pensó en un primer momento que habı́a estado durmiendo todo el dı́ a y que la Imparable Imparable ahora  ahora volaba a travé s de la noche, lo que explicarı́ a tambié tambié n la ausencia del resto de los enanos, que se se habrı́an an retirado para un merecido descanso. Pero entonces fue consciente de la realidad: estaban volando por debajo de unas nubes negras como el azabache y unos zarcillos hebrosos fustigaban Una sensació el ventanal n de inquietud del puentesedel instaló mando ende el estó la aeronave. aeronav mago de e. Fé lix. Miró detenidamente a travé s de la ventana y vio los picos de las montañ as recortados sobre el paisaje oscurecido; parecı́ an an una hilera de dientes irregulares,, unas enormes fauces abiertas listas para engullirlos. irregulares —¿Qué́ está —¿Que está pasando? —preguntó —preguntó . Malakai se volvió al oı́ r su voz y lo miró con gravedad, como si estuviera preguntá ndose si estaba bromeando. Fé lix se ijó en que las gafas de piloto que le colgaban sobre el pecho estaban machacadas, seguramente como consecuencia de un incidente que debı́ a estar relacionado con el ojo morado que exhibı́ a el ingeniero en la cara, subrayado por un corte con forma de media luna que marcaba la posició n original de las gafas. En el otro lado de la sala, Gotrek sorbió

ruidosamente y escupió unlix.trozo de cristal. Malakai lanzó una mirada preñ ada de malhumor a Fé —Vamos a Middenheim.

 

Fé lix se volvió a mirar a Max, pero el mago no parecı́ a tener nada que objetar a propó sito del rumbo ni del destino. Fé lix anheló que la ambivalencia ambiv alencia de Max lo tranquilizara. tranquilizara. —Só́ lo es un poco de lluvia, humano. En el norte llueve mucho, si no —So recuerdo mal. —Gotrek se levantó de un brinco del silló n y eniló a trancos Fé lix, que y mirando a un lado otro conhasta nerviosismo. Decontinuaba repente lo sentado comprendió y se quedó inmó yvil.a Gotrek soltó un gruñ ido y cruzó los brazos sobre el pecho. Nubes oscuras y una sensació n palpable de frı́ o pasaron silbando al otro lado de la ventana que tenı́ a detrá s. —Duermes como un halling. No deben quedar má s de un par de horas hasta Middenheim y me preocupaba no ser capaz de despertarte cuando llegá llegá ramos. ramos. —Me alegra ver que sigues vivo —dijo Fé lix sin pensar. Gotrek entrecerró los ojos. —¿Por qué qué dices eso? ¿Es que tendrı́ a que estar muerto? A Fé lix le asaltó de nuevo la imagen del Matador muerto (no, destripado) a sus pies secó la boca el punto no poder hablar. Pensóy de enrepente lo que se le le habı́ a dicho la hasta vidente sobre de el destino de Gotrek, sobre que estaba ligado con el destino del propio mundo. No habı́a sido la primera en profetizar que la muerte del Matador signiicarı́a la muerte de má s gente, pero la suya habı́ a sido la profecı́ a má s franca y convincente de todas las que habı́ a oı́d do. o. Quizá se debiera a los tiempos que estaban viviendo, pues resultaba muy fá cil dar credibilidad a los presagios de desastres cuando el mundo ya estaba siendo pasto de las llamas. Consiguió ahuyentar esas imá genes de su cabeza, que vio huir como caballos aterrorizados, y en su lugar aparecieron Kat y su hija. No se las imaginó en la casa de Otto en Altdorf, sino sobre los muros de la pensar Fauschlag, Fauschlag que , esperando, la facilidadsicon no la a éeque ́ l,l, sı́  alguna  alguna era capaz clase dede imaginá desenlace. rselasLeallı́ gustaba , a esa hija que aú n no conocı́ a en una ciudad en la que nunca habı́ a puesto los pies, querı́a decir que su visió visió n contenı́a algo de verdad. No deseaba nada má s. Jamá s en la vida habı́ a deseado nada má s. Una parte de é l le decı́ a que tenı́ a que ayudar al Matador a encontrar su destino, e incluso perecer con é l, si eso signiicaba que su hija podrı́ a vivir en un mundo sin guerra. Se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo callado y ocultó su desasosiego tras una sonrisa muy poco convincente. —Vivo y bien, querı́ a decir. Despué s de un combate tan duro. Gotrek frunció la boca con gesto pensativo, pero no dijo nada. Fé lix reparó́ entonces en el ojo rojo de cansancio del enano. La resistencia del reparo

Matador erá ntica pero su alguien permanente a descansar era una auté aute nextraordinaria, tica locura incluso para como rechazo eé́ ll..

 

—¿Hay algo de lo que quieras hablar, Fé lix? —preguntó suavemente Max desde su posició posició n junto a la escotilla. A Fé lix le recorrió un escalofrı́o, o, como si una racha de aire gé lido le hubiera golpeado la espalda. Alzó la vista y rá pidamente volvió a bajarla, sin llegar a cruzar los ojos con los del mago. Só́ lono. So a Gotrek se habrı́ a atrevido confesar profecı́ a de lade vidente. A Max, El mago só lo pensaba ena el destinoladel Matador, modo que si le contaba lo que le habı́ a mostrado la profetisa, Max no dudarı́ a en volver a insistir en que fueran en busca del mitoló gico poder de Kazad Drengazi y se enfrentaran al vil guardiá n que estuviera esperando a Gotrek allı́, sin importarle las consecuencias que su acto podrı́a tener en el resto del mundo. Bueno, pues Fé lix estaba dispuesto a demostrar que la vidente se equivocaba. Ya podrı́a haberle dicho que la legendaria fortaleza de Grimnir era el hogar de un millar de valientes guerreros y del mismı́ simo simo Dios Ancestral que no habrı́ a convencido a Fé lix de ir. Middenheim estaba a un par pensaban de horas de viaje, y por primera vez en mucho tiempo, Fé lix y Gotrek igual. ¡Por el hacha de Grimnir! ¿Qué es eso? —exclamó Malakai, con el timó n fuertemente aferrado con ambas manos y una mirada de perplejidad ija al frente. Fé lix se levantó del silló n como si hubiera recibido una descarga elé ctrica y corrió a situarse al lado del ingeniero. Gotrek se unió a ellos. Max inclinó la cabeza sobre el bá culo y murmuró una serie de palabras que a Fé Fé lix lix le pusieron el vello de punta. Fé lix miró a travé s del ventanal y sus ojos se abrieron como para poder abarcar enteramente la monstruosa grieta negra que parecı́ a estar partiendo el cielo directamente delante de ellos. Fé lix percibió en el suscentro bordes mismo se deslizaban del fenó fenó meno laselnubes frı́ o abismo representando de la eternidad. un espectá En torno culoa proteico de color parecido al que los vientos de la magia creaban en los cielos del norte cuando soplaban con toda su fuerza. La brecha no paraba de crecer, y la aeronave ya habı́ a comenzado a vibrar a causa de los efectos que estaba produciendo en el cielo. —¿Qué es eso? —gritó Fé lix, que apoyó una mano en el robusto hombro del ingeniero para contrarrestar la repentina lojera de piernas. —Que me condenen si lo sé sé . —Es una brecha en el Reino del Caos —dijo Gotrek—. Lo habı́ a visto antes. Una vez. —¿Podemos rodearla? —preguntó Fé lix. —No tenemos combustible suiciente, amigo. Si lo intentamos,

podrı́ alix mos acabar  mismo.  mismo. Féamos sintió queaterrizando la mano delaquı́ destino se cerraba en torno a é l. ¿Cuá l era la decisió decisió n acertada y cua cuá́ l la equivocada? ¿Có ¿Có mo iba a saberlo eé́ l? l? Se

 

volvió hacia Max, pero el mago aú n tenı́ a los ojos cerrados y las esporá́ dicas espora dicas sacudidas de las turbulencias lo lanzaban contra el ba bá́ culo. culo. —¡Sujetaos! —bramó Malakai, que empujó la primera palanca de la hilera con la mano derecha y rá rá pidamente pidamente volvio volvió́ a coger el timó timó n, como si estuviera decidido a no volver a soltarlo jamá s. El zumbido de los motores tornó agudo y FéLas lix se sintióimpactaron empujado contra hacia el mamparoseque tenı́amáas su espalda. nubes la ventana a mayor velocidad y con má s fuerza y el vó rtice comenzó a girar ante ellos como un abismo de desesperacio desesperación. Fé lix estaba convencido de que Malakai Makaisson habı́ a decidido cumplir su propio juramento de Matador allı́   mismo y perecer en un derroche de gloria absurda. —¿Alguna vez habé is pasado por encima de una ola gigantesca a bordo de un barco de vapor? —pregunto —preguntó el ingeniero. La expresió n de horror de Fé lix delató que no lo habı́ a hecho y que estaba rezando para no tener que hacerlo nunca. —Si das media vuelta te mata. Hay que embestirla directamente y esperar dioses se pongan de tu —Malakai mano delque timólos n para agarrar la cadena queparte. oscilaba sobre sulevantó cabezalaa causa de las turbulencias y tiró tiró de ella. Los silbatos de las cubiertas escupieron vapor, que se propagó por respiraderos y portillas como el humo de las fauces de un dragó n mientras la Imparable Imparable se  se adentraba a toda má má quina quina en el corazó corazó n de las tinieblas. Ante la mirada atenta de Fé lix, completamente impotente para alterar su destino, de la grieta comenzaron a salir disparadas como lechas una serie de iguras oscuras. Parecı́an an minú minú sculas, pero segú segú n se acercaban, Fé lix se dio cuenta de que habı́ a sido vı́ctima ctima de una ilusió n ó ptica causada por la distancia y las proporciones colosales del propio yvótenı́ rtice. anSu an unas cuerpo alas como era plano rayos rayosy que de un seimpenetrable ondulaban encolor corrientes negro invisibles invis satinado, ibles mientras se deslizaban en masa hacia la aeronave. Cuando las criaturas de la vanguardia pasaron por encima del morro de la aeronave, dejaron a la vista unas bocas atroces con forma de lecha llenas de dientes ailados, lanqueadas por unos ojos oscuros e inexpresivos. inexpresivos. Malakai se inclinó para observar a los seres demonı́ acos acos que atacaron con sus garras la bolsa de gas y frunció el ceñ o; su maldició n gutural desapareció bajo el estallido de lo cañ ones cuando los primeros ingenieros llegaron a las torretas de los cañ ones ó rgano y por in abrieron fuego contra la bandada. Las explosiones tiñ eron de devastació n el cielo tenebroso a medida que reducı́an an a los estridentes atacantes a una esencia demonı́ aca aca que

se dispersaba como vapor entre las nubes. La potencia de fuego de la Imparable   era impresionante; la aeronave parecı́ a una fortaleza en el Imparable cielo. Pero el enemigo era muy superior en nú mero y no dejaban de

 

llegar má s efectivos desde la grieta, con independencia de los que los artilleros enanos fueran capaces de devolver al Reino del Caos. Un impacto en un costado de la barquilla hizo tambalearse a Fé lix, que seguramente habrı́a salido disparado rodando por el suelo del puente de mando si no hubiera estado fuertemente agarrado al hombro demente Malakai. el agasajó otro lado del mamparocon llegó llego ́ un chirrido horrible, y la deDesde Fé lix lo amablemente imá genes de asquerosas criaturas demonı́acas acas arañ ando la proa de la barquilla. Tragó saliva y se cogió con má s fuerza al hombro de Malakai, mientras le asaltaba el alarmante recuerdo de que el vehı́culo culo acorazado en el que viajaban se mantenı́a en el aire por poco má s que una docena de cables que lo sujetaban a la bolsa de gas. Aterrado, Fé lix apretó la empuñ adura de su espada. Eso era lo que se proponı́ an. an. ¡Los demonios querı́an an destruir la bolsa de gas para que la barquilla se precipitara sobre las montañ as! Una secció secció n del techo se combo combó́ contra el ventanal y el vidrio se agrietó agrietó . —¡Malakai! —Sı́ lo veo. Estos diablillos.Ni mucho menos estaba tan Fé lix, ya desenvainó un malditos dedo la espada. indefenso como le hacı́ a pensar el hecho de hallarse dentro de la aeronave. Aú n podı́a luchar, y preferı́a perecer bajo una avalancha de garras que despeñ á ndose dentro de aquel armatoste de hierro. Se volvioó a Gotrek y el Matador asintió volvi asintió con el gesto serio. —Claro que sı́, humano. Será Será el combate inal. Los ojos de Max se abrieron de golpe. El mago emitió un extrañ o sonido que parecı́a proceder de la boca misma de su estó mago y apoyó una mano en el mamparo. Un destello de blanca luz pura saltó de la palma de su mano a la pared metá lica, y un segundo despué s salió disparado desde la parte exterior del casco, trazando un chisporroteante demonı́acas acas y tiznó arco elqueventanal purgó con las inmediaciones el vaporoso eluvio de criaturas de su aniquilació n. Fé lix casi sonrió . Si Max era capaz de mantenerlas lejos de la aeronave, tal vez podrı́an an sobrevivir a lo que quiera que fuera lo que se habı́a abierto en su camino. —Seguirá n viniendo hasta que mi fatiga me impida detenerlas — dijo Max con un ligero temblor en la voz a causa del esfuerzo—. Gotrek tiene razó n. El Reino del Caos se halla en las profundidades de esa grieta. No son pieles verdes ni skavens. La ú nica manera de acabar con las criaturas es cerrando la grieta. —Pues cié cié rrala rrala —gruñ —gruñ ó Gotrek. —Lo creas o no, eso es precisamente lo que estaba pensando hacer.

—¿Qué está haciendo esa cosa en medio del Imperio? —preguntó Fé lix.

 

—La usurpació n de los Desiertos del Caos hace posible fenó menos ası́ —respondió   —respondió Max, que apoyó una mano en la pared y la otra en el bá culo cuando las turbulencias lo zarandearon—. No obstante, se necesitarı́a un hechicero de un poder extraordinario para abrir una grieta como éé sa; sa; incluso varios, dirı́a yo. lix le vino a lalamente se que le habı́ a aparecido el sueñAo.Fé¿Poseerı́ a ella claseladevidente poderque de la hablaba Max? en Só lo pensarlo le producı́a escalofrı́os, os, pero despué s de lo que le habı́ a visto hacer le resultaba imposible plantearse otra posibilidad. Ojalá supiera de qué qué lado estaba. —¿Por qué ? —Para mantenernos alejados de Kazad Drengazi. Gotrek soltó soltó un gruñ gruñ ido furibundo. —¿Cuá ntas veces y de cuá ntas maneras distintas tengo que deciros que vamos a Middenheim? ¡Humano! Fé lix desenvainó completamente la espada. —Vamos a dibujarles un mapa. —Esperad —dijo Sellar —El la grieta requerirá toda mie concentració n. No podréMax—. ayudaros.… mago apretó los dientes hizo una mueca, como si acabara de meterse en la boca un fruto amargo —. Algo se acerca. Algo… oscuro. —¡Todos son oscuros! —exclamó con un rugido Gotrek. Fé lix ya se habı́ a vuelto hacia la ventana agrietada y dejó salir un gemido de terror. De la grieta, rodeada por una bandada de demonios de menor tamañ o, habı́ a surgido una vasta masa que llevó el terror hasta los lugares má s recó nditos y oscuros del alma de Fé lix. Era el mismo terror que habı́a sentido só lo unas horas antes en la cú pula de la nave, antes de que Max distrajera su atenció n de é l, aunque exponencialmente superior. en obsidiana. Su lustrosa Sus cuernos y poderosa ensortijados formaeran negra una erapromesa una pesadilla de condena talladay de desesperació n eternas. El prı́ ncipe ncipe demonio se lanzaba en picado y remontaba el vuelo alternativamente alternativamente batiendo unas alas de murcié murcié lago, lago, exhibiendo el poder de su vuelo y regodeá ndose en el mero hecho de existir. Los cañ onazos vacilaron a medida que el aterrador prı́ ncipe ncipe se acercaba, y Fé lix sintió una amarga satisfacció n al darse cuenta de que los enanos de la tripulació tripulació n sentı́ an an en la misma medida el miedo que le inspiraba la criatura. Blandiendo una espada hueca y negra como la obsidiana, larga como una lanza de la Reiksguard, el demonio lanzó su desafı́o a quienes lo observaban desde el puente de mando y luego plegó las alas y descendió en picado para deslizarse por debajo de la

aeronave. Fé lix no necesitó oı́rlo rlo con palabras para saber que el demonio se dirigı́a exclusivamente a Gotrek.

 

—Se dirige al hangar de popa —dijo Makaisson, estirando el cuello en un á ngulo extrañ o para mirar por debajo de las grietas del cristal, en el sencillo juego de espejos que ofrecı́ a una visió n parcial de la parte superior y de los lados de la barquilla. Luego se volvió a Fé lix—. Allı́   es donde está n alojados la mayorı́ a de tus hombres. Creo que el joven Gustav tambie tambié ́ n está esta ́ allı́ . Fé lix se puso lı́vido. vido. —Gotrek… —Tú encá rgate de los pajarracos de arriba, humano. Si el grandote quiere probar mi hacha, cumplirá cumplirá su deseo. Fé lix asintió sin demasiado convencimiento. —No busques tu muerte aú aú n. —Ya no estoy buscando mi muerte, humano, y tú mejor que nadie deberı́a saberlo. —Ya sabes que esas cosas pasan cuando menos te lo esperas. Una sonrisa escindió lentamente las brutales facciones del Matador. Se escupió en una mano y la tendió hacia é l. —Ningú —Ningu se llevará llevará miYadeshonra que tú tupero ́ y yo estemos en ́ nla enemigo cima de Middenheim. tenı́ as as mihasta juramento, lo haré de nuevo. Fé lix vaciló . Ese juramento al que se referı́ a Gotrek habı́ a sido la causa de casi tantos problemas y tanto dolor como el que é l habı́ a hecho hacı́a má s dos dé cadas; pero por alguna razó n, con su tan ansiado objetivo a apenas dos horas de distancia, el pasado parecı́ a carecer de importancia. Por lo menos esa parte de é l. Tomó con su mano callosa el puñ o del tamañ o de un jamó n del Matador. —Recuerdo de nuestra ú ltima visita que habı́ a una buena taberna. Tú yPor Snorri primera estabais vez,durmiendo la menció menció nlademona. ese nombre Siempre noquise sacó sacó volver. de sus casillas a Gotrek. El enano estrechó estrechó solemnemente la mano de Fé Fé llix. ix. El juramento estaba hecho. Ahora só lo tenı́an an que mantenerlo.

 

CAPÍTULO TRECE Be’lakor  Fé lix y Gotrek se separaron ante la escotilla de entrada al pasadizo de mantenimiento de la secció n central despué s de despedirse con un escueto «buena suerte». Gotrek se alejó alejó con paso resuelto por el pasillo, blandiendo irmemente el hacha con ambas manos. Fé lix puso los ojos en blanco, giró giró la rueda de la escotilla que comunicaba con la estructura de la bolsa de gas y se agarró con la mano izquierda a un peldañ o de la escalerilla. En ese mismo momento, la barquilla se sacudió con un espantoso chirrido. Fé lix torció el gesto, convencido de que estaba a punto de ver aparecer una horripilante espada negra perforando el casco o algú n monstruo alado atravesando el mamparo. Su anillo de casado repicó contra el escaló n de hierro. Se sentı́ a dominado por la misma mezcla de aprensió n y pavor que cuando estuvo atrapado en el mercante bretoniano Cecilie Cecilie   , cuando la tempestad habı́a arrojado la nave con rumbo hasta lan zona de rocas elen el Mar de Manannspoort. Eraala Aarvik misma sensació de impotencia, conocimiento de que probablemente era muy poco lo que é l podı́ a hacer para inluir en su propio destino. Era un asunto que parecı́a haberse convertido en recurrente ú ltimamente. El estruendo permanente de los potentes motores de la Imparable cambió de registro. El zumbido grave hacı́ a que le castañ earan los dientes. La sensació sensació n de tensio tensió́ n era palpable en todos los elementos de la aeronave, que se estremecı́ an an como si la Imparable Imparable hubiera  hubiera quedado atrapada en una trampa y tratara de liberarse. Fé lix no quiso ni imaginar en qué clase de trampa podı́ an an haber caı́do. do. Pensó Pensó en la grieta,

lo deúmando. nico en lo que habı́ a intentado no pensar desde que salió salió del puente ¿Llegaban tarde? ¿Era posible que ya hubieran entrado en contacto con ella?

 

Fé lix ni siquiera era capaz de concebir có mo serı́ a atravesar con una aeronave un vó rtice del Reino del Caos, y para ser completamente sincero consigo mismo, albergaba la esperanza de vivir unos cuantos añ os má s sin tener que averiguarlo. No obstante, tal como ya le habı́ a pasado durante aquella funesta aventura en Norsca, a Fé lix no se le ocurrı́ mejor que dejar que las cosas siguieran su curso naturala una y noalternativa darles demasiadas vueltas. En cuanto tomó esa decisió n, la apabullante sensació n de que la gravedad cambiaba su á ngulo de ataque le hizo perder el equilibrio y estuvo a punto de salir rodando por el pasillo de popa. Encogió las piernas. Toda la aeronave dio una sacudida hacia atrá s y Fé lix se golpeó la mano con la que empuñ aba la espada con el pasamanos de la escalerilla; se aferró al peldañ o, y entretanto sus pies escaparon de debajo de é l y se le desplomó el estó mago. El pasillo estaba completamente inclinado y los motores, exigidos, exigidos, rugı́ an. an. El prı́ncipe ncipe demonio estaba tirando hacia abajo de la nave. ¡El solo con su fuerza estaba arrastrando arrastrando toda la Imparable Imparable ! ! Fé lix avanzó , poniendo mano de delante de la otra, hacia los conines má s seguros del una pasadizo mantenimiento mientras aumentaba la inclinació inclinació n del suelo y las piernas le colgaban debajo. Rezó́ para que Gotrek hubiera cerrado las puertas detrá Rezo detrá s de é ll.. De lo contario, el camino hasta el hangar de popa era largo. Por todo el suelo del hangar rodaban piezas sueltas de la maquinaria que iban amontoná ndose sobre el mamparo de popa. Mientras, una fuerza capaz de torcer sus gruesas puertas de hierro aferraba el casco de la nave desde fuera y tiraba. Hombres y mujeres despertaron de sus pesadillas só lo para agarrarse al suelo y chillar. El corazó n de Gustav Jaeger resonaba con horror y compasió n. Introdujo un poco má s los dedos en los oriicios del suelo metá lico para cogerse mejor y agarró la mano llena de rojo cicatrices de unque hombre un tabardo desabrochado y verde, pasó calvo, ante évestido l dandocon volteretas. La repentina y fuerte presió n en su mano quemada hizo que se le nublara la visió n y estuvo a punto de desmayarse de dolor, pero Gustav sacó fuerzas de laqueza y apretó apretó los dientes sin soltar la mano. Só lo un momento antes estaba colocando petates y distribuyendo mantas que habı́a conseguido rescatar de la fortaleza de los enanos entre los soldados y las familias que se hacinaban en el hangar. Ahora el mundo se habı́a derrumbado y yacı́a de costado, literalmente. literalmente. Las puertas crujieron con el ruido del acero partido y una enorme y negra hoja dentada hendió el mamparo de dos centı́ metros metros de grosor como si fuera madera podrida. Una rá faga de gé lido viento negro entró

por la El brecha. soldado de Hochlander que aferraba Gustav gritó horrorizado un galimatı́as as ininteligible y comenzó a revolverse. Gustav se quedó blanco

 

del dolor. No podrı́a mantenerlo cogido mucho má s tiempo. El dolor incluso amenazaba con arrancarlo a é l del suelo de la cubierta. De modo que, con un grito de desesperació n, Gustav soltó al hombre. El soldado cayó rodando, rebotó de llenó contra el morro de un girocó ptero y siguió dando vueltas en el aire, ya inconsciente, directamentee hacia la puerta. directament Allı́, la espada infernal hendió hendió el mamparo como harı́ a el cuchillo de un carnicero con un costillar, y abrió una incisió n horizontal por la que entró una neblinosa corriente de aire helador y de terror primitivo. El metal chirrió cuando la hoja giró noventa grados y lo rajó con la misma facilidad con la que lo habı́ a perforado. Despué s de abrir una brecha de má s de tres metros y medio de longitud, la espada volvió a girar con un rechino para hacer un tercer corte paralelo al primero. Gustav se pegó al suelo, con el cuerpo entumecido por una combinació n de frı́ o y de pavor, casi agradecido del dolor que sentı́ a en la mano herida porque eso le conirmaba que, a pesar de lo que estaba presenciando, seguı́ a siendo un ser humano vivo y capaz de sentir. La hoja siguió cortando hasta que llegó llegó a la primera incisió incisió n, con lo que completó completó un rectá rectá ngulo ngulo perfecto. Gustav sintió sintió que la temperatura temperatura descendı́ a varios grados. Notó una punzada en el cogote, como si le estuvieran hurgando dentro del crá neo, y le dolı́ an an las heridas como si se hubieran reventado de golpe el hilo de todos los puntos. Magia oscura. Habı́ a podido vivir toda la vida sin necesidad de saber lo que era sentirla en las propias carnes, pero despué s de sus experiencias en la ocupada Kislev se habı́ a convertido conv ertido en algo tan familiar como una pesadilla recurrente. Una estrepitosa llamarada del color del ó nix devastó la secció n destripada del mamparo y golpeó el suelo. Tras ella entró otra racha de aire frı́o y apareció apareció una igura que alguien sin una idea clara de la escala oforma sin la humana. capacidad El aire de se sentir heló miedo dentro podrı́ del pecho a haber de Gustav, descrito que como durante con un lapso de tiempo fatı́ dico dico fue incapaz de respirar. Gustav entendió en ese momento que todo lo que habı́a experimentado en Kislev y antes no eran nada. Tenı́a la capacidad para salir de un apuro luchando, y la sensació n de superioridad que le proporcionaba su educació n parecı́ a traducirse en un don para el liderazgo; ademá s sabı́ a có mo llevar a te té́ rmino rmino un plan. Pero é l no era su tı́ o. o. No tenı́a lo que habı́a que tener para luchar contra un demonio monstruoso: la encarnació encarnació n del poder de los Dioses del Caos. Sus pies con garras tañ eron el suelo del hangar como si diera las campanadas de medianoche, y en torno a sus tobillos reñ ı́ an an unas

sombras, como niñ os ignorantes berreando porque querı́ an an recibir la aprobació n de su señ or oscuro. El demonio se irguió todo lo alto que era, echó hacia atrá s la cabeza con cuernos y plegó las negras alas

 

correosas. Era á gil como una pantera, y si bien su musculatura era má s dura que la piedra, poseı́ a una propiedad de suavidad, de fugacidad, similar al cristal ahumado. Una estrella de ocho puntas, el sı́mbolo mbolo del Caos, destellaba sobre su corpulento torso como una grieta en el vacı́o. vacı́ o. El demonio apretó los puñ os y sus mú sculos se hincharon unos sobre otros, añ añ adiendo esplendor a su oscura piel. Gustav se quedó paralizado, embelesado, cuando la mirada del semidió s pasó fugazmente por é l. Sus ojos eran negros como un pozo sin fondo, una eterna penumbra por la que un hombre podı́ a caer, precipitarse eternamente eternamente sin llegar jamá jamá s a su punto má má s oscuro. Ni siquiera se habı́ a percatado de que el suelo se habı́ a nivelado y de que estaba otra vez tendido bocabajo. —¡Alejaos! ¡Alejaos de la puerta! ¡ Zbiec !  Zbiec ! Kolya corrı́a en el sentido contrario del torrente de gente, con el arco en la mano, mientras el suelo se nivelaba nuevamente ahora que los motores de la aeronave habı́an an dejado de luchar contra la fuerza de un prı́ncipe ncipe demonio. Con el mismo movimiento luido colocó una lecha la cuerda deldel arma y disparó . La saeta se desintegró a quince centı́metros men etros del pecho demonio. —Świnia Świnia . . El kislevita cogió otra lecha de la aljaba, pero la tiró maldiciendo para sı́  y desenganchó el destral del cinturó n. Lo lanzó al aire y lo agarró por el mango mientras daba vueltas; tiró el arco y sacó un sable corto de la funda ribeteada de piel que llevaba sobre la cadera. El reciente tatuaje de jena en su antebrazo destelló con un brillo metá lico mientras Kolya dibujaba en el aire un sigilo cegador con los golpes de calentamiento. Gustav siempre pensaba en Kolya como arquero, pero habı́a oı́d doo a su tı́ o describir al antiguo lancero alado como una especie de experto en armas. era un Talverdadero vez Fé lix elogio. no le hubiera dado importancia, pero viniendo de é l El valor del enjuto hombre del norte era contagioso, y Gustav extrajo de é l las fuerzas para ponerse de pie y desenvainar su sable de caballerı́a. a. A pesar de todo lo que le habı́ a hecho pasar, echó de menos a Ulrika a su lado para que blandiera el arma. —¿Hay algú n dicho en el oblast   para esto? —gritó Gustav, con la esperanza de que elevando el volumen de la voz desapareciera de ella el temblor debido al demonio. —No —respondió Kolya con una leve sonrisa y un encogimiento de hombros—. Por mi vida que no sé sé por qué qué no lo habrá habrá . El demonio no prestó la menor atenció n a ninguno de los dos y miró por encima de sus cabezas y de las cabezas de quienes corrı́ an an

gritando hacia la escotilla que daba al pasillo. Sonrió como un tiburó n y desplegó las alas; las sombras se agruparon debajo de ellas como si fueran una extensió n de sus mú sculos, y entonces el monstruo se elevó

 

en el aire. Gustav dejó salir un grito ahogado y bajó la espada; echó hacia atrá s la cabeza y giró el cuello para seguir el arco que el demonio trazó en el aire hasta que aterrizó sobre el suelo metá lico del hangar como un meteorito de piedra de disformidad. Los hombres y las mujeres que estaban cerca salieron despedidos por el impacto, que hizo vibrar las paredes y el suelo. El demonio no les hizo ningú n caso: insectos demasiado pequeñ os e inofensivos que no merecı́ an an siquiera el esfuerzo que requerı́ a aplastarlos. —¿Alguna vez has tenido la sensació n de que no somos importantes, amigo Gustav? —Só lo todos los dı́as. as. Una deslumbrante luz roja bañ ó la pared de enfrente, en la que apareció́ recortada la silueta de la lustrosa igura negra del monstruo. aparecio El demonio prı́ n ncipe cipe soltó una risa gé lida que no presagiaba nada bueno, como el hielo negro en un lago helado. —Derrotaste a un magnı́ ico ico peó n, hijo de Gurni, pero ahora tienes ante ti a un rey. Gotrek se habı́a detenido en elEstaba huecomaltrecho de la escotilla que comunicaba el hangar con el pasillo. y magullado, pero era un roca en medio del turbulento torrente de hombres y de mujeres despavoridos despavoridos que lo esquivaban esquivaban para salir al pasillo. Sacudió Sacudió el mentó n en actitud desaiante hacia el titá nico prı́ ncipe ncipe demonio. El hacha rú nica relumbraba en su enorme mano, con una intensidad cegadora que incluso obligaba al enano a entornar el ojo. Con la otra mano indicó a Gustav y a Kolya que retrocedieran. —Eso es —dijo el prı́ ncipe ncipe demonio—. Esta vez no habrá ningú n humano para salvarte el pellejo. Gotrek gruñ ó y levantó el hacha. —¡Corre, Gustav! —murmuró Kolya, señ alando con el hacha las escalerillas Escaparmetá meta poŕ licas licas la escotilla que llevaban principal a las signiicaba pasarelas superiores. desaiar al prı́ ncipe ncipe demonio, pero arriba habı́ a puertas que conducı́an an a otras cubiertas. Gustav las habı́a explorado a conciencia cuando el tripulante enano encargado de los supervivientes humanos los habı́ a llevado al hangar. No le gustaba ir a ciegas a ninguna parte. No volverı́ a a cometer el mismo error. error. —¿No me acompañ acompañ as? El demacrado kislevita se encogió de hombros, se dio la vuelta y eniló́ hacia la escotilla principal. enilo —¿Qué́ harı́ as —¿Que as si un hombre te debiera un caballo? —¡Y yo qué sé ! —le gritó Gustav—. ¡Nunca entiendo lo que dices! Kolya ladeó ligeramente la cabeza y sonrió . Gustav sintió un tiró n

en el corazó n, como si é ste le pidiera quedarse, como si supiera que serı́a la úú ltima vez que laterı́a en compañ compañ ı́ a de aquel tipo insoportable. —El enano y tú os merecé is el uno al otro —dijo Gustav.

 

—Eso que dices es muy feo. —Kolya chasqueó la lengua en señ al de desaprobació́ n—. ¿Alguna vez te he dicho yo que te mereces a tu tı́o? desaprobacio o? El prı́ncipe ncipe demonio soltó un gruñ ido grave y se enderezó ; su sombra era como un nimbo. Los mamparos de hierro comenzaron a chirriar como si una fuerza invisible estuviera estuviera tirando de ellos. El hacha de Gotrek relumbró con intensidad, la suiciente para que el propio Matador tuviera tuviera que apartar la mirada de ella con un gruñ gruñ ido. —Tus enemigos en el Reino del Caos son legió n, Matador. ¿Pensabas que un inmortal era capaz de perdonar? El prı́ncipe ncipe demonio levantó su descomunal hoja negra, si bien ya no era la espada anterior. En un sentido continuaba sié ndolo, pero al mismo tiempo era tambié n un hacha de lató n de aspecto atroz y con el ilo dentado. En la otra mano empuñ aba un lá tigo, que en este caso sı́ era una absoluta novedad. Con una sutil alteració n en la disposició n de mú sculos y carne, la criatura del Caos comenzó a transigurarse. Su rostro se alargó para adquirir la forma de una cara animal de cuya boca escapaba un luido rojo que parecı́ a sangre. La oscura piel que lo recubrı́a sey tornó de un musculatura comenzó hincharse destruyó su color porte rojizo, regio yensubeneicio de una espaldaa encorvada que presagiaba una violencia indescriptible. El pie que salió del tenebroso amnios era una pezuñ pezuñ a herrada con lató lató n. Gustav se estremeció hasta los huesos y un hormigueo le recorrió los mú sculos; en especial los del brazo con el que blandı́ a la espada. Lo inundó una extrañ a amalgama de pavor sobrenatural y de deseo de mitigar ese pavor derramando sangre, ya fuera de un amigo o de un enemigo. —La eternidad me pertenece y me daré un banquete con tus sesos, Matademonios —dijo el demonio metamorfoseado con una voz que sonó como un cuerno de batalla de lató n, con la sed de venganza y el —. Demos odio que expresaba gracias su a bramido Be’lakor suavizados por concederme por su reciente la oportunidad nacimiento de cobrarme venganza. Gustav no esperó a que el demonio se explayara en su declaració n y salió disparado hacia las escalerillas, como si los pozos de la perdició n estuviesen abrié abrié ndose ndose bajo sus pies. Fé lix asomó la cabeza por la escotilla, ya abierta, que daba al espinazo de la bolsa de gas. Un caos de una magnitud que no era de este mundo colapsaba sus sentidos desde arriba, desde abajo y desde todos los lados. Los rayos demonı́acos acos surgı́an an como cuchillos de las nubes, aullando por sus espantosas bocas con forma de punta de lecha. Habı́ a soldados con el uniforme de Hochland repartidos por toda la pasarela,

aguijoneando desgarrando frené ticamente a loscon rayos que los sobrevolaban concon las sus alasalabardas y fustigando las colas. El viento amputaba las ó rdenes que bramaba un oicial perdido entre la

 

unidad de arqueros apostados junto al pasamanos. Los arqueros luchaban contra el implacable viento para mantener irmes sus armas el tiempo necesario para apuntar y disparar. Un charco de sangre se expandı́ a debajo del cadá ver de un ingeniero enano que yacı́ a decapitado en el trono de la torreta de cañ cañ ón óó rgano má má s cercana. La sensació n de altitud y de velocidad era increı́ ble. ble. El viento era una frı́a mano negra que empujaba a Fé lix de vuelta al pasadizo. Se rebeló contra é l, y el cabello ceniciento se arremolinó en torno a su rostro cuando plantó la cara de la hoja de la espada en la pasarela y se impulsó para salir. El viento golpeó con tanta fuerza su capa que estuvo a punto de derribarlo, y Fé lix se llevó una mano al cierre del cuello, obedeciendo el impulso instintivo de desabrochá rsela y dejar que el viento se la llevara. Pero dejó caer la mano, y en cambio se rodeó una vez la cintura con el dobladillo de la prenda y se metió las puntas por dentro de los pantalones. El sentimentalismo se imponı́ a. a. Ese gastado trozo de lana de Sudenland lo habı́a mantenido caliente desde su primera aventura, añ os antes de que tuviera motivos para despreciar el pequeñ nombreo detalle de Gotrek Y Sudenland ni siquiera existı́ a ya; un que Gurnisson. siempre le causaba asombro o hacı́ a que se deprimiera al recordarle la edad que tenı́ a, a, dependiendo de su estado de á nimo. Ahora mismo se daba este ú ltimo caso, pero este viejo idiota sensiblero todavı́a podı́a dar mucha guerra. Con el cuerpo encogido, corrió a unirse a los alabarderos de Hochland que luchaban junto al pasamanos. —Alabados sean los dioses —dijo el cabo Mann, con la voz ronca de tanto gritar. Sus ojos grises tenı́an an la expresió n de quien no es capaz de procesar el terror que lo desborda. Detrá s de é l, la grieta se habı́ a ensanchado para consumir todo el cielo salvo una corona relumbrante. Fé lix intentó no mirarla directamente, pues cualquier ser humano se demonios habrı́a conformado que no paraban con la dosis de surgir de terror desdeque el proporcionaban negro horizonte—. los Estamos contenié ndolos —añ adió Mann—, pero hay má s debajo, fuera de la vista de nuestros arqueros. —¡Está n atacando la bolsa de gas y los cables que la unen a la barquilla! —gritó Fé lix. —¿Qué́ signiica eso? —¿Que Fé lix estuvo a punto iniciar una explicació n detallada de lo que eso signiicaba, pero en esta ocasió n su cabeza fue má s rá pida que su lengua. ¿Qué ¿Qué beneicio podı́a tener esa explicació explicació n para nadie? —¡Olvı́dalo! dalo! Fé lix se abrió paso entre los alabarderos y un par de arqueros que estaban tensando las cuerdas de sus armas y se agarró al pasamanos

estaban tensando las cuerdas de sus armas y se agarro al pasamanos para echar un vistazo abajo. Una mareante sensació n de vé rtigo acudió rauda a recibirlo y Fé lix apartó rá pidamente los ojos del remolino sin fondo de nubes y se concentró en la bolsa de gas. Desde el pasamanos

 

caı́aan n unas gruesas redes. Fé lix habı́ a visto a los enanos desplazarse por ellas como cabras por un sendero montañ oso para reparar los desperfectos tras una batalla —tras el incidente con el dragó n, por ejemplo— y recordaba haberse quedado impresionado por la destreza y el sentido del equilibrio de una raza tan tosca. Tambié n recordaba haberse alegrado bastante y sentirse muy agradecido por quedarse donde estaba ahora con las manos apoyadas en el pasamanos justo donde las tenı́a ahora. Tragó saliva para deshacer el nudo que le habı́ a puesto el miedo en la garganta. Estiró el brazo para coger un á spero cabo negro y tiró de é l a modo de prueba. Era resistente. Eso mismo habı́ a temido. —Tenemos que bajar. Mann soltó soltó una risita nerviosa. La cortó cortó de sopetó sopetó n y miró miró abajo. Le cambió́ la cara. cambio —No… —Seremos hombres muertos si no bajamos —dijo Fé lix, que se enrolló la red en el brazo hasta el codo y se pasó al otro lado del pasamanos,yadeque espaldas al vacı́oo.tanto . Todopor el elasunto parecı́ adebastante peligroso, se balanceaba movimiento la red cuando deslizó el pie hasta apoyarla en ella como por el viento que soplaba. Respiró hondo, decidido a mantenerse quieto hasta por lo menos aparentar ser el hé roe que aquellos aterrorizados hombres necesitaban de é l. Luego miró arriba. El cabo Mann y sus hombres estaban soltando las alabardas para desenvainar desenvainar las espadas katzbalger y seguirlo al otro lado del pasamanos. Fé lix recibió las sacudidas de la red. Consiguió esbozar una lá nguida sonrisa, y una sensació n reconfortante le produjo un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo. Como si aparentar valor y tenerlo fueran la misma cosa. La bolsa de gas era demasiado grande para defenderla en toda su extensió Malakai n, pero le habı́ no tenı́ a explicado an que preocuparse an en una ocasió denella. que incluso con la mitad de las bolsas interiores má s pequeñ as destruidas, la nave podı́ a seguir volando; y aun en el caso de que se perdieran algunas má s, lo ú nico que ocurrirı́a serı́a que irı́a perdiendo altura gradualmente hasta llegar al suelo. A menos que explotaran todas a la vez, naturalmente; una eventualidad que, le habı́ a asegurado el ingeniero por activa y por pasiva, era imposible. Só lo tenı́an an que preocuparse de ganar tiempo, el necesario para que Max sellara la grieta. Y preferiblemente antes de que perdieran demasiada altura, gradualmente o de la manera que fuera, y se estrellaran contra las Montañ̃ as Centrales. Montan

Kolya a cuatro os cuando mató por vez.laLamarmota trampa que habı́a tenı́ robado a su añ padre habı́ a partido la primera espalda de y la sangre habı́a rociado la escarcha que se aferraba a la hierba tierna. A lo

 

largo de los añ os que habı́ an an pasado desde entonces casi habı́a llegado a convencerse de que era cierto que entonces no sabı́ a (cuando en realidad lo sabı́ aa)) que traı́ a mala suerte cazar animales en primavera, cuando las madres alimentaban a las crı́ as as en las madrigueras. Por supuesto que lo sabı́ a. a. Comprendı́a el ritmo de las estaciones desde que habı́a tenido la edad suiciente para distinguir un turó n de un chorlito. Su padre y su hermanastro se lo habı́aan n enseñ ado. Pero é l tenı́a hambre, de reconocimiento y de experiencia. Habı́a querido saber lo que se sentı́ a al matar matar.. El Sediento de Sangre de Khorne le hizo revivir todos esos sentimientos hasta el punto de que volvı́ a a sentirse en el oblast   , tiritando de frı́ o: o: la euforia, la emoció n, el poder, la capacidad de resistencia, el simple placer de ver có mo la escarcha se teñ ı́ a de rojo. Kolya reconocı́a al demonio en un plano instintivo. Desde aquel dı́ a de inales de primavera en el que habı́a matado por primera vez y descubierto que eso le causaba placer existı́ a una especie de vı́ nculo nculo entre ambos. El demonio agitó   ysuluego rostrosoltó bestial como si bregara con suypropia musculatura carmesı́ un bramido sobrecogedor cargó hacia el Matador. Lo que ocurrió a continuació n se produjo a una velocidad que los ojos de Kolya no pudieron seguir. Gotrek y el demonio se enzarzaron en un intercambio de golpes que, durante el breve momento que duró , hizo que las paredes del hangar retumbaran con el estre estré́ pito pito del choque de aceros. Los contendientes salieron repelidos el uno del otro. Gotrek se tambaleó hacia un lado, sangrando por nuevas heridas de garras en ambos brazos y en el pecho, ası́  como   como de un profundo tajo en la frente. Mantuvo la cabeza quieta en un á ngulo concreto para encauzar el reguero de sangre hacia la cuenca ocular vacı́ a. a. Kolya no podı́a creerse que el enanotanpudiera en pie de unan experiencia brutal. mantenerse No obstante,siquiera el Sediento de despué Sangres tambié exhibı́a una fea abolladura en el peto de bronce; varios rasguñ os en su piel rubicunda chisporroteaban con fuego infernal y permitı́ an an atisbar algo negro e intacto en el fondo. —No eres el mismo demonio con el que ya me enfrenté —dijo Gotrek con voz á spera—. Hueles igual de mal, pero el otro por lo menos me proporcionó proporcionó una pelea decente. —Pero lo soy, Matador. Be’lakor nos convoca y nosotros, los desterrados y los abandonados, acudimos a la llamada del Señ or Oscuro. Podrı́a haber sido condenado durante mil añ os má s tras mi destrucció n, pero ahora soy libre. El poder de tu propia Fortaleza del

Matador es el que me ha liberado. Piensa en lo que te digo. Y cuando Be’lakor se apodere de ella, yo seré el general má s poderoso de su ejé rcito. —Como vuelva a oı́r otra palabra sobre ese lugar, yo…

 

—No puedes librarte de tu destino, Matador. —Lo que está claro es que no puedo librarme de todo lo que se dice de é l —gruñ ó Gotrek. Kolya se colocó sigilosamente a la espalda del enorme demonio, levantoó el destral y se marcó levant marcó como objetivo un estrecha zona del cuerpo del monstruo desprovista de la protecció n de la armadura, justo entre las bases de las enormes alas de murcié lago. No le cabı́ a duda de que tendrı́a la carne tan dura o má s que cualquiera que fuera la metá lica sustancia del Caos de la que estaba forjada su armadura, pero no estaba dispuesto a desaprovechar la oportunidad. Despué s de haber visto con sus propios ojos su ataque inaugural, no contaba con disponer de otra ocasió́ n igual. ocasio Se abalanzó sobre el demonio, pero en el segundo previo a que el destral impactara en el blanco, el demonio batió las alas y le asestó un golpe oblicuo con el que le arrancó el hacha de la mano y lo lanzó volando por el hangar. Kolya intentó levantarse apoyá ndose con la mano que ahora tenı́ a libre, pero entonces sintió un dolor lacerante en la muñ eca.seSeincorporó dejó caerydesenuevo el suelo, chillando; se tumbo espaldas, acunósobre el brazo roto contra el pecho, conde el rostro desencajado por el dolor. ¡Por los dientes de Ursun, aquel demonio era fuerte y veloz! Habı́ a subestimado la dureza de Gotrek, aunque sospechaba que el mismı́simo simo gran oso intentarı́ a no llamar su atenció atenció n si se cruzaba con éé ll.. Gotrek aprovechó el momento de distracció n para hundir por la espalda el hacha en la pierna del demonio. El Sediento de Sangre lanzó un aullido de dolor. Las runas de metal estelar chisporrotearon como un hierro de marcar y bañ aron de una luz carmesı́   el gesto de satisfacció n del Matador cuando extrajo el hacha y volvió a barrer el aire para asestar un golpe que partiera por la mitad la columna vertebral Esta del vezmonstruo. el hacha del Sediento de Sangre estaba allı́  para interponerse en su camino, y las poderosas armas chocaron con un repique de sangre y truenos. El demonio, de cuyo tajo en el muslo salı́ aan n llamas, asestó una frené tica serie de golpes que habrı́ an an demolido un ediicio, y el enano no tuvo má s remedio que retroceder. El Sediento de Sangre insistió en el ataque sin piedad. Sus pezuñ as con las herraduras de lató n hacı́ an an vibrar el suelo del hangar, y su rugido iracundo sacudió las estructuras má́ s altas mientras su hacha y su lá ma lá tigo tigo devastaban todo todo lo que tocaban. Los destrozos que provocaban provocaban aquellas dos armas eran extraordinarios, extraordinarios, y aun ası́ , por difı́ ccil il que sea creerlo, Gotrek se mantenı́ a en pie, a duras

penas; bloqueaba los hachazos de su rival con su arma y se agachaba para eludir los latigazos. El lá tigo se enrolló en el pasamanos de una de las escalerillas metá licas que subı́ an an a la siguiente pasarela y, con un aullido brutal, el Sediento de Sangre tiró de é l para liberarlo. En un

 

primer momento, la escalerilla crujió pero se mantuvo en su sitio. Sin embargo, inalmente cedió , se despegó del resto de la estructura y se estrelló contra la espalda del Matador. El enano se derrumbó con un gruñ ido nacido tanto del puro agotamiento como del dolor. En un abrir y cerrar de ojos, el Sediento de Sangre se situó junto a Gotrek, le envolvió la cabeza con una mano descomunal y tiró de ella para levantarle la cara de la cubierta. Kolya estaba convencido de que nada impedirı́a que el demonio cumpliera su promesa: cascar el crá neo del Matador como si fuera un huevo y devorar sus sesos. Pero entonces una sombra cruzó el rostro del demonio, que soltó a Gotrek e hizo rechinar los dientes como un perro al que le negaran un hueso. Retrocedió para envolverse con las alas y gruñ ó de frustració n. —No —aseveró con una voz má s comedida cuando volvió a ser el prı́ncipe ncipe demonio Be’lakor quien hablaba con ella—. Es tu destino morir a manos de alguien aú aú n má má s poderoso que yo. —No aceptaré ningú n destino —replicó Gotrek con un gruñ ido. Se quitó de elencima enorme se impulsó para levantarse. Blandió hacha,lacuyo pesoescalerilla estuvo ay punto de hacerle perder el equilibrio, y sacudió sacudió el mentó mentó n hacia el monstruo con aire desaiante—. No hasta que sienta las piedras de Middenheim bajo mis pies. Be’lakor rio siniestramente. De sus alas plegadas surgieron unas cintas de penumbra que se arremolinaron en torno a éé l y lo recubrieron recubrieron hasta reducir el cuerpo del prı́ncipe ncipe demonio a una sombra y una brisa. Un cicló peo ojo dorado apareció en la nube. Las carcajadas se tornaron aborrecibles y se dispersaron, pero la voz pastosa le habló desde todas partes. —Será exquisito. Gotrek hendió hendió la empalagosa nube crepuscular con el hacha. —No eres el primero que hace esa promesa vacua. —¿Vacua? Gotrek hizo un giro completo y levantó levantó el hacha con un gruñ gruñ ido. Una nueva igura apareció de las sombras que quedaban a su espalda. Era má s alta que Be’lakor o el Sediento de Sangre, pero ina y lexible como un sauce joven. Entre sus largos muslos de color crema colgaba un escueto taparrabos. Se enrollaba distraı́d damente amente un mechó n de cabello multicolor en un dedo mientras contemplaba con avidez y adoració n al Matador. En otras dos manos sujetaba una hoja larga y corva que evocó en Kolya la imagen de la lengua de una mujer. Su cuarta mano culminaba en una elegante pinza de crustá ceo que se abrı́ a y se cerraba con una melodı́ a punzante. La despampanante belleza del

recien llegado impedıa impedıa someterlo a una clasiicacion que hiciera distinció n entre masculino y femenino, entre humano y bestia. Encarnaba todo lo que Kolya podı́a imaginar o desear en sus fantası́ as as

 

má s siniestras. Desde lo divino a lo infernal, transmitı́ a madurez, buena disposició́ n, la idea de promesas en espera de ser cumplidas. disposicio —Nada en este mundo de delicias es vacuo, mi preciado Matador. Mi destino no era enfrentarme a ti cuando nos encontramos la ú ltima vez ni lo es ahora. Ese placer corresponde a otro, al que esta está́ por encima de todos nosotros. —¡Comebasura engendro del inierno! —gruñ ó Gotrek, que enarboló de nuevo el hacha y salió disparado hacia la beldad demonı́aca. aca. El demonio bostezó de aburrimiento y se tapó la boca con una mano de delicados dedos antes de sacudirla en direcció n al Matador. Un relá́ mpago rela mpago estalló estalló a los pies del enano, que salió salió volando por el aire y se estrelló contra la ú ltima escalerilla. La estructura metá lica se hundió bajo su peso y el enano cayó rodando por ella hasta el suelo, como una bola de masa de pan en la mesa de un panadero. El Matador no mostró ninguna intenció n de levantarse inmediatamente. Kolya,Se queacuclilló habı́a pasado desapercibido entonces, corrió hasta el enano. en medio del amasijohasta de hierros y le ofreció la mano sana. Gotrek se la quedó mirando un rato, luego se recobró del aturdimientoo y alzó aturdimient alzó la vista hacia Koly Kolya. a. —Hoy es el dı́ a que estabas esperando, cronista. ¿Por qué quieres ayudarme? Kolya miró ijamente a los ojos al enano. Era la mirada del Matador que aparecı́a en sus sueñ os; Gotrek estaba rodeado por una muchedumbre de kurgans y Kolya le acribillaba el pecho con lechas que disparaba con una velocidad inalcanzable para ningú n hombre fuera de sus sueñ os, aunque nunca le parecı́ a suicientemente rá pido. Tambié n veı́a la sangre de Boris Makosky, la de su querida Kasztanka Kasztanka , , y algunas noches la carnicerı́ era máesa s cruenta, cuando esfuerzo — condenado al fracaso— paraa evitar mirada lo llevabasuhasta la tirsa de Talicznia, donde encontraba ardiendo a Marzena, la mujer sabia, y a su hermanastro Stefan.  Zabójka lo  Zabójka  lo habı́a bautizado, y habı́a jurado ver morir al asesino. Contrajo las mejillas demacradas y reparó en los huecos de los dientes que el enano le habı́ a hecho saltar de una patada en el lado derecho de la cara. Se encogió de hombros. Pongá mosle un nombre de sentimiento. Humanidad, tal vez. —Algunas cosas son má s importantes que los juramentos hechos con sangre, má má s incluso que los caballos. —Ya —dijo Gotrek, con una u na expresió expresió n pensativa en su úú nico ojo—.

Ya, quiza algunas cosas sean mas importantes. —Qué bonitos sentimientos —dijo Be’lakor, siendo é l mismo de nuevo. Las tinieblas cayeron de su musculado antebrazo como los pliegues de una capa cuando levantó una garra para señ alar al hombre

 

y al enano—. Dentro de diez milenios pediré a la prole demonı́ aca aca que domine este mundo en mi lugar que las recite en tu honor. De la punta de la garra del prı́ ncipe ncipe demonio surgió un rayo de magia negra que impactó en el pecho de Kolya. Las extremidades del kislevita se sacudieron espasmó dicamente y é l salió despedido hacia atrá s. Cuando aterrizó , su abrigo de cá ñ amo despedı́ a un humo que hedı́a a pieles y plumas quemadas y la corriente de la descarga chisporroteaba en forma de rayos sobre su cuerpo. Gimió de dolor e intentó levantarse, pero descubrió que era incapaz de hacer nada má s que retorcerse. Gotrek se levantó , se volvió y se aporreó el pecho rugiendo desaiantemente. —¡Pelea conmigo, cobarde! ¡Te prometo que no tendrá s una oportunidad mejor para acabar conmigo, ni en Kazad Drengazi ni en ningú́ n otro sitio! ningu —He visto la profecı́ a de Morzanna, Matador, y sé que tú tambié n la has visto. Ella no duerme, pero a travé s de ella los condenados sueñ an las profecı́ abajó s y lá lamuerte. hadedos sido siempre su don el especial. Gotrekas bajo miradaEEa selos que aferraban mango del hacha y un gruñ ido comenzó a cobrar forma en las profundidades de su pecho. —Me has seguido hasta aquı́ . ¿Y para qué ? ¿Para esta farsa? —¿Que te he seguido a ti? —Be’lakor cruzó los brazos sobre el plateado y susurrante sigilo de su pecho y dejó escapar una risa cavernosa—. cavern osa—. ¿Qué ¿Qué te ha hecho creer que tengo algú algú n interé interé s en ti? El demonio hizo un gesto hacia el mamparo delantero. La temperatura cayó en picado. La respiració n se transformó en niebla en la garganta de Kolya. La escarcha recubrió las supericies metá licas y la escotilla que daba al pasillo comenzó a moverse lentamente y chirriando se cerró . Kolya diodestruidas, cuenta deBe’lakor que si ahabı́ esoa sumaba quehasta todasque las escalerillas habı́ aan nsesido aislado la cubierta del hangar del resto de la aeronave. El propio prı́ncipe ncipe demonio habı́ a empezado a difuminarse, y sus extremidades resplandecı́aan n y se fundı́an an con en el aethyr   .. Pero el fenó meno no llegó hasta el extremo de que no fuera capaz de levantar una mano incorpó rea y formar un disco de energı́ a oscura que zumbó sobre su palma abierta como una sierra mecá nica de vapor. —Pero nunca me perdonarı́a marcharme sin dejarte un regalo de despedida; ası́  que, que, por favor, acepta esto con mis mejores deseos. El prı́n ncipe cipe demonio dejó caer el brazo y desapareció en el mismo momento en el que el disco salı́ a disparado.

Kolya, con un sentimiento de pesar que le dejaba indiferente, vio que el disco volaba directamente hacia é l. Siempre habı́ a pensado que sobrevivirı́ a a la demente bú squeda de su destino del Matador y que quizá́ regresarı́a a lo que quedara de Dushyka y buscarı́ a a su hermano, quiza

 

aun ası́  era incapaz de mover un dedo siquiera. Torció el gesto. Daba igual. Un rugido furibundo que podrı́a haber sido de Gotrek le reventó los tı́m mpanos, panos, y luego ya no oyó ni vio nada. Un calor repentino, un frı́ o helador,, un momento singular de dolor incandescente que se alargó helador alargó una eternidad. Luego, silencio. Y la guerra de Kolya concluyó . —¿Te falta mucho? —bramó Malakai Makaisson, aferrando el timó n y con los mú sculos de sus brazos inmensos abultados. Todos los colores del aethyr   —el —el relejo de la magia superior que emanaba del bá culo de Max Schreiber— se deslizaron destellando ante la lente superviviente de las gafas de piloto ceñ idas a su rostro. —¡Só́ lo un poco má —¡So má s! s! —respondió —respondió Max con voz irme. —Ya sé que tú no me dices có mo tengo que pilotar mi nave, pero la cosa está está ponié ponié ndose ndose un poco fea. Max gruñ ó y asintió con la cabeza para indicar que comprendı́ a la situació voluntadn en mientras la tarea de invertı́ sellar a hasta la grieta. la Eúlltima era magı́ pizca sterde ster delsu Colegio fuerzadede la Luz; habı́a memorizado a fuerza de repetirlos centenares de hechizos y de contrahechizos mucho antes de que se le hubiera permitido atisbar siquiera el segundo nivel de la fabulosa (ahora perdida) Pirá mide de la Luz. El principio fundamental de todos ellos era el mismo: un canto repetitivo que liberaba la mente y la ayudaba a concentrarse en lo que fuera que alterara el orden natural. Posesiones demonı́ acas, acas, espı́ritus ritus implacables, portales a dimensiones extrañ as, tanto naturales como artiiciales… Max se habı́a enfrentado a todas esas cosas, pero é sta era diferente. El poder que vertı́ a la grieta era pasmoso y sus proporciones escapaban a la comprensió n humana. La hendidura se extendı́ a por el cielo como si pretendiera envolver la nave para engullirla de un calamitoso bocado. Max ya no veı́ a los colores que habı́ an an irradiado de sus bordes y lo ú nico que quedaba era oscuridad. No obstante, no estaba vacı́a, a, ni mucho menos. Max podı́ a sentir la maldad que se iltraba desde aquella abertura. Habı́ a algo allı́, una mente que Max era capaz de percibir de la misma manera que sentı́ a el fuego en la piel cuando se quemaba o el agua en los pulmones cuando se ahogaba; sin embargo, para un ser humano mortal era imposible discernir su modo de razonar. Comprendı́a la complejidad del universo y al mismo tiempo su simplicidad, y detestaba a Max tanto por ser un representante de las razas mortales como por ser el hombre y el individuo que identiicó como Max Schreiber. El hecho de que los Dioses Oscuros le reservaran

aunque fuera una parte de minú de su odiõ a.le producı́ a escalofrı́os os a la vez que lo estimulaba unascula manera extrañ extran

 

Max sacudió la cabeza. Se habı́ a perdido en divagaciones que no venı́an an al caso y habı́ a salido del camino, como una oveja acosada por lobos. De la grieta emanaba demasiada magia liberada al azar y le resultaba imposible concentrarse, lo que convertı́ a su mente en una presa fá cil. Si hubiera dispuesto de un grupo de acó litos para reforzar su mente habrı́ a sido muy distinto, pero a bordo éé l era el úú nico mago de cualquier clase, y los varios intentos sucesivos de llevar a cabo la tarea le habı́aan n debilitado la mente y le habı́ an an dejado un regusto de cobre quemado en la boca. Eso permitı́a que la fuerza bruta se acercara. A regañ adientes, Max concentró toda su mente entre las paredes de la cabeza y se concentró en su propio poder. No necesitaba explorar sus lı́m mites ites para saber que era má s grande que lo que lo habı́ a sido jamá s. Los descubrimientos que habı́ a hecho en Praag, las… cosas que habı́ a hecho lo habı́an an cambiado para siempre y no podı́a airmar que hubiera sido para mejor. Por sı́   sola sola era una razó n de peso para dudar sobre si debı́a usar esos poderes, pero no era la ú nica. El Fin de los Tiempos habı́ a desbaratado muchas an verdades muchas otras que se mantenı́ an vigentes. establecidas, Todavı́a habı́apero cosas quedaban siniestras al acecho detrá s del velo del aethyr  , , y seguı́a sin ser una decisió n cabal darse a conocer a ese reino con una imprudente demostració n de poder. Aun ası́, Max no pudo evitar llegar a la conclusió n de que poseı́ a el poder que necesitaba, precisamente en el lugar en el que lo necesitaba. Habı́a soñ ado profecı́ as as y sabı́a que a Fé lix y a Gotrek les aguardaba un destino má má s glorioso que acabar tragados por el Reino del Caos. Malakai gruñ ó cuando la luz que emitı́ a el bá culo de Max dobló su intensidad. —¿Tiene que brillar tanto? Intento ver por dó nde voy. La mente dequemado Max se arrugó al percibir el olor acre del demonio aethyr, como de pergamino por una vela. Era el prı́ ncipe ncipe que habı́a sentido antes, pero su presencia ahora que habı́ a regresado a su plano natural se notaba de una manera mucho má s poderosa. En la sustancia del aethyr  se  se inscribió un nombre; un nombre con el que Max estaba familiarizado de sus exhaustivos estudios sobre la naturaleza del Caos. Las hazañ as que se le atribuı́ an an eran legendarias, y lo cierto era que Max nunca habı́ a puesto en duda que se trataban de historias fabulosas protagonizadas por un hé roe é pico que circulaban entre los paladines de los Poderes Oscuros. Oscuros. Y sin embargo allı́ estaba.  estaba. El primero. El Señ Señ or Oscuro del Caos. Be’lakor.

El demonio no habıa habıa regresado al aethyr   , sino que lo atravesaba buscando algo. A alguien. A… Las manos de Max apretaron el bá bá culo. culo. —Oh, no.

 

Una sensació n de intranquilidad sacudió a Fé lix. Era como si las nubes se hubieran abierto para mostrarle un atisbo de su tumba. Nada se la habı́a provocado, y no era una sensació n adecuada para alguien que estaba colgado de una cuerda a varios kiló metros del suelo. Fé lix asestó un golpe descendente con Karaghul   y abrió en canal uno de los rayos que los hostigaban. La criatura se alejó bruscamente y chillando, pero las nubes eran un hervidero de má s rayos como é se. Bandadas de demonı́acas acas criaturas acribillaban a los soldados desplegados por la red. Otras pegaban sus espantosos cuerpos planos a la bolsa de gas y se retorcı́an an como sanguijuelas mientras mordisqueaban el metal. La aeronave retumbaba y gemı́ a alternativamente. Fé lix y el cabo Mann habı́ an an luchado por cada escaló n y cada asidero hasta la parte central de la bolsa de gas, donde la parte exterior de la estructura se combaba para dar paso a una corta caı́ da da vertical y luego continuaba en sentido contrario hacia el vientre de la bolsa de gas. Fé lix sabı́a que el truco era no mirar abajo, pero hacı́a tiempo que ese consejo habı́ a pasado a mejor vida y bajó la vista, no sin cierta alegrı́ a por desobedecer lo quelolesuiciente dictaba eldurante sentido unos comú comusegundos ́ n. Las nubes se dispersaron para permitirle ver los grandes cables de acero que se agitaban a lo lejos. Crujı́aan n como huesos viejos recubiertos de ó xido, y el ruido podı́ a oı́rse rse incluso por encima del viento y de los aullidos de los demonios. Debajo de los cabos, como un pecio en el lecho marino, apareció la barquilla de la Imparable Imparable . . Desde las escalerillas y las portillas llegaba el chasquido de la pó lvora hú meda de las armas de fuego disparadas hacia el enjambre de demonios voladores. La precariedad de su situació n era para poner los pelos de punta. Fé lix sabı́ a que si aquellos demonios conseguı́an an separar la barquilla de la bolsa de gas, y por lo tanto privar a é sta de los motores y de los suministros, é l estarı́ a tan condenado como y elFéresto deentonces la tripulació tripulacio de rayos la aeronave. aeronav e. el ataque y se SinMalakai embargo, lix vio qué nlos cesaban deslizaban todos en la misma direcció direcció n: la suya. Se quedó boquiabierto ante la gigantesca masa que se dirigı́ a hacia é l, hasta que las nubes se tiñ eron de negro y la ocultaron. La pequeñ a compañ ı́a de hombres debı́ a haber atraı́do do a las monstruosas criaturas, y supuso que eso era mejor que tenerlas atacando la bolsa de gas, aunque el mero nú mero de ellas parecı́ a burlarse de sus osadas intenciones de mantenerlas alejadas siquiera un par de minutos. Los pensamientos de Fé lix giraron unos alrededor de otros dentro de su cabeza. ¿Debı́an an quedarse allı́  un un poco má s, mantener ocupados a los demonios todo el tiempo que les fuera posible? ¿O regresar al

espinazo de la bolsa de gas mientras aun tuvieran una remota posibilidad de llegar a ella? Gritó algunas palabras de á nimo a los hombres desplegados a su alrededor y trató de hacerse una idea rá pida de cuá cuá nto nto tiempo má má s podrı́ an an plantar cara al enemigo. Los hombres de

 

Hochland estaban acosados por todas partes, colgados de la red por los brazos mientras agitaban la espada en el aire como buenamente podı́aan. n. La primera oleada de rayos irrumpió desde las nubes de debajo y Fé lix tomó una decisió n. —¡Arriba! ¡Volvamos todos arriba! Fé lix permaneció colgado de la zarandeada red hasta que comprobó que nadie se quedaba atrá s con la intenció n de convertirse en un hé hé roe. roe. Luego miró miró abajo, entre los pies, y maldijo, desconcertado. Los demonios no habı́ an an modiicado su rumbo; no habı́ an an acudido atraı́ dos dos por la fuerza de Hochlander. ¡Venı́an an a por éé l! l! —¿Qué esperas, mi señ or? —gritó Herschel Mann, que ya estaba bajando desmañ adamente por la red lanqueado por un par de soldados, atizando a diestra y a siniestra a los demonios para mantenerlos a distancia aprovechando la gran longitud de su espada de oicial. Fé lix echó otro vistazo abajo y tuvo la sensació n de que se le iba a parar ellacorazó n. Aqué llos hombres buenos merecı́ an an por lo menos oportunidad de eran sobrevivir. Dadas las ycircunstancias, el desatinado «mi señ señ or» no sonaba tan fuera de lugar como solı́ a hacerlo. —¡Subid! ¡Yo os seguiré ! —Los hombres nunca me perdonarı́an an que le abandonara. —No está s abandoná ndome. Só lo estoy dá ndote ventaja. Fé lix dio una sacudida con la espada para golpear el primer morro que surgió chillando de las nubes bajo sus pies. El demonio encogió el cuerpo plano para esquivar el torpe espadazo y fustigó a Fé lix en la espalda con la cola. La cota de malla absorbió buena parte de la fuerza del golpe, pero los eslabones se le clavaron a travé s de la camisa interior y le tatuaron en la piel otra lı́ n nea ea de moratones que le arrancó un grito Fé lix, instintivamente, se sujetó má s nfuerza la bolsa de de gasdolor. y lanzó otro golpe con la espada, quecon tambié erró . aSin embargo, esta vez el demonio soltó un chillido de pavor que, pese a la ausencia de una herida, casi convenció a Fé lix de que le habı́ a dado. La criatura batió las alas gomosas y se alejó , y la masa de demonios que llegaba detrá detrá s de ella rompió rompió la formació formació n y la siguió siguió . El inesperado indulto hizo reı́ r a Fé lix. —Tienen gracia estos caprichos del destino, ¿no, Fé lix Jaeger? Fé lix tomó una bocanada de aire frı́o y viciado y algo atrajo su mirada. Encima de é l, como un monolito de obsidiana consagrado a un dios ancestral, estaba el prı́ ncipe ncipe demonio. Batı́ a las alas lentamente, a conciencia, y con ellas sumı́ a en las tinieblas el corazó n acelerado de

Felix, Fe lix, mientras oscuras nubes le acariciaban el cuerpo musculado. —Sigue riendo, mortal —dijo el prı́ ncipe ncipe demonio, levantando la espada por encima de Fé lix como si fuera un verdugo—. Só lo en un mundo en el que los dioses juegan con el destino y los hombres aú llan

 

como lobos bajo la luna del Caos puede concebirse la profecı́ a de que alguien tan dé dé b bil il sea la perdicio perdició́ n de alguien tan poderoso. Fé lix alzó Karaghul   cuando el prı́ ncipe ncipe demonio lo atacó con la espada, pero la hoja negra no impactó impactó en Fé Fé lix, lix, sino en la red a la que se cogı́a. a. Las cuerdas fueron partié ndose de una en una sin oponer resistencia, hasta que no quedó nada de lo que pendiera la red, que se precipitó al vacı́o. o. Fé lix se aferró con un pá nico cegador mientras el caparazó n remachado de la bolsa de gas pasaba como un rayo ante é l. Se detuvo en seco, aú n habı́ a algo que sujetaba la red. Pero el extremo suelto de la red salió rebotado del casco, y el repentino cambio de direcció n sumado a la gran velocidad hizo que fustigara los desesperadoss dedos de Fé desesperado Fé lix lix y lo arrojara a las nubes.

 

CAPÍTULO CATORCE CATORCE El sacrificio Fé lix agitó brazos y piernas mientras caı́ a en picado. Se le salió la capa de los bombachos y se rasgó en torno a é l con un rugido. El aire pasaba demasiado deprisa para poder respirar. Iba a morir. Ese pensamiento no paraba de darle vueltas en la cabeza, má s omnipresente a medida que se le aceleraba el corazó n. Este le dolı́ a, a, como si se lo estuvieran estrujando, y Fé lix se preguntó qué lo matarı́ a primero, si el golpe contra el suelo o el terror. ¡Iba a morir! A pesar de que la diminuta chispa de pensamiento racional que aú n existı́ a dentro de su cabeza sabı́a que el esfuerzo era completamente inú til, intentó aferrarse a las nubes con las manos. Era como intentar coger el viento. Sus gritos de desesperació n se perdieron en el vendaval que le resonaba en los oı́ oı́dos dos y en la abrasadora cola de cometa de la capa. La nubes comenzaron a espesarse segú n caı́ a, a, a oscurecerse, y tal era el torbellino decuenta pensamientos que le asolaba la cabeza tardó un momento en darse de que su primera impresió impresio ́ n eraque literal. Las nubes se estaban espesando. Unos ilamentos gelatinosos de tinieblas y de algo insustancial que Fé lix no podı́a ver ni apenas notaba al tacto se deslizaban entre sus dedos y se adherı́an an fugazmente a su piel antes de romperse. Estaba precipitá ndose a travé s de una telarañ a de sombra. ¡Y estaba frená ndole la caı́ d da! a! La sombra se alzó para envolverlo y se pegó a sus brazos y a sus piernas; le cubrió los ojos y le llenó la boca de hilos de oscuridad. El pá nico se apoderó de é l. Se arrancó las hebras del cuerpo mientras continuaba cayendo, con una instintiva aversió n al contacto con el Caos que incluso se imponı́ a al instinto de supervivencia.

—No resistas, Fé lix. La vozteprocedı́ a de la misma sombra, y por lo tanto de todas partes, y encontraba un eco en algú n lugar en las profundidades de la cabeza de Fé lix, quien só lo deseaba obedecer. Era tranquilizadora,

 

siniestramente familiar, pero tambié n poseı́ a algo que hizo que Fé lix opusiera má s resistencia. Habı́ a visto con sus propios ojos que existı́ an an destinos menos apetecibles que la muerte. Las nubes se agitaron y vibraron con un insecto que se revolvı́ a atrapado en la tela de una arañ a diosa, y Fé lix tuvo la sensació n de que algo le observaba y tomaba nota. Presintió la presencia de la arañ a. La pulsació n de una fuerza no exenta de impaciencia colmaba con hebras el aire en torno a é l. La arañ a habı́ a intentado ser amable, pero ahora estaba dispuesta a apoderarse de éé l por las buenas o por las malas. Algo pesado le aplastó el pecho, pero la sensació n pasó antes de que tuviera tiempo de ver qué era. La telarañ a de sombra parecı́ a traspasar la piel de Fé lix y surgir por el lado opuesto de su cuerpo, como si é l no estuviera del todo allı́ . Se estremeció , pero no de frı́ o, o, porque entonces se dio cuenta, con sorpresa, de que ya no estaba allı́. Ni estaba cayendo. De hecho, en todo caso las nubes ascendı́ aan n a travé s de su cuerpo, y al tiempo que lo hacı́ an an se llevaban una parte de é l. Sus pensamientos ya no parecı́ an an discurrir en orden, y su cuerpo parecı́ dejado existir. Vioa haber a Gotrek a de travé s de una fantasmagó rica madeja gris. El Matador tenı́a la boca abierta y proferı́ a un rugido que Fé lix no oı́ a mientras embestı́a con el hombro, como un ariete, una escotilla atrancada. Vio a Gustav, una imagen granulada y pá lida, huyendo a travé s de pasillos vacı́os. os. Unas luces titilaron y se atenuaron, y la imagen cambió . Aparecieron indicadores y cuadrantes del puente de mando de la Imparable Imparable   . Malakai Makaisson luchaba contra los torbellinos de la grieta del Caos y a travé s del ventanal se veı́ an an negros fantasmas de eternidad y de perdició perdició n. La visió n volvió a fundirse en gris y Fé lix fue apartado de ella. Conservaba la razó n, pero no tenı́a voluntad; era como una nube a merced los vientos. el pá nico le pavor, parecı́ areconoció algo tan el ajeno a é l como sude propio cuerpo,Ahora y liberado de ese hechizo que Max habı́ a empleado para sacarlos del asediado campanario en la antigua ciudad abandonada de los enanos. Max lo habı́ a salvado. Ahora que era capaz de pensar con claridad podı́a sentir la presencia de su amigo en todo lo que lo rodeaba, pero tambié n se dio cuenta de que no estaban solos en las sombras. Habı́a otro viento má s fuerte que los separaba a ambos de los demá s y los llevaba de nuevo al espinazo de la aeronave. Las nubes pasaban a una velocidad pasmosa y no permitı́ an an ver a travé s de ellas. —¿Quieres desaiarme con sombras, mago? Yo soy el Señ or de las Tinieblas. Soy la negrura que hay má má s allá allá de las estrellas.

Felix se sintio momentaneamente empujado en dos sentidos opuestos. Todo comenzó con un cosquilleo en las extremidades cuya causa no podı́ a ver. Luego volvió a sentir frı́ o y el viento rugió en sus oı́d dos. os. A continuació n se produjo una sacudida, y una sensació n de

 

presió n que recorrió toda la supericie de su cuerpo y arrancó las sombras que lo recubrı́ an. an. Y inalmente, su conciencia, de nuevo conectada con la carne y el dolor, se estrelló de bruces contra una pasarela metá metá lica lica helada. Acarició el metal con los dedos, sintiendo cada marca de soldadura y cada remache como si estuviera en una montañ a de hielo. Su mente era un torbellino. Estaba aturdido, desorientado. Tenı́ a la sensació n de que la piel que lo recubrı́ a pertenecı́a al cuerpo de un hombre de la mitad de su tamañ o. El aire viciado, gé lido, cuajaba dentro de sus pulmones. Tenı́a un nudo en la garganta y el estó mago cerrado, y vomitó sobre la pasarela. Fé lix se ovilló y siguió respirando con diicultad, tiritando como un hombre recié recié n rescatado del agua helada. Herschel Mann yacı́a de cara a é l, tambié n de costado, con los ojos abiertos. Inmó vil. Muerto. Una sombra serpenteaba por su rostro, desde cuyos ojos vidriosos y aterrados corrı́a sangre como lá lá ggrimas. rimas. Fé́ lix Fe lix gritó gritó , giró giró el cuerpo hacia el lado contrario y se incorporó incorporó . El espinazo de hierro de la aeronave estaba sembrado de cadá veres. Las nubesde se oscuras deslizaban entre ellos y les conferı́ an ahombres n una apariencia tú mulos, sepulturas que alojaban muertos dey sobresalı́an an de la niebla como un sobrecogedor monumento. —¿Es é ste el mortal que segú n la profecı́ a será mi perdició n? —La risa del prı́ n ncipe cipe demonio retumbó como un trueno entre los muertos mientras descendı́a. a. Se posó suavemente sobre las nubes que se deslizaban por la pasarela. Miró Miró con desdé desdé n a Fé Fé lix. lix. Sus alas se plegaron en su espalda y blandió la espada. Hinchó el voluminoso pecho y la plateada estrella de ocho puntas del Caos brilló brilló en la oscuridad—. No lo permitiré́ . No en mi mundo. permitire —Este mundo no te pertenece —replicó Max, con la voz cansada pero irme. Tenı́a la tú nica raı́ da, da, como si se hubiera enzarzado en un combate del con queel viento, Fé lix ynodejaron habı́ aa la sido Los jirones revoloteaban vistaconsciente. una mano recorrida por venas grises cuando el mago se la llevó a la nariz para enjugarse un reguero de sangre grumosa—. Y no lo hará mientras yo viva. —Yo era el paladı́n del Señ or de la Magia antes del nacimiento de tu civilizació n. Soy Be’lakor. ¿Qué eres tú para mı́, mago? Max se limpió el desagradable luido oscuro de la nariz con el dedo pulgar y el ı́ ndice ndice y apretó los dedos de la otra mano alrededor del bá culo, en cuya punta brotó un resplandor blanco. —Un agente del destino. —El destino se marchita allı́  donde   donde yo oscurezco el cielo. Ya me he encargado del Matador.

Fé lix recordó la imagen de Gotrek que la magia oscura de Max le habı́a mostrado, atrapado en algú n lugar de la barquilla de la Imparable pero vivo. Tal vez ya se hubiera encargado de é l, pero no lo habı́ a derrotado.

 

—Estoy seguro de que pronto comprobará s que soy un oponente de un orden distinto —dijo Max en un tono desapasionado—. Si quieres acabar con Fé lix tendrá s que hacerlo a travé s de mı́. Y te prometo que cuando acabe, será s arrojado a un abismo tan profundo del Reino del Caos que el sol será viejo y su luz roja cuando por in consigas volver a poner un pie en este mundo. La seguridad del mago hizo vacilar al poderoso prı́ ncipe ncipe demonio, pero só lo durante un momento fugaz, pues enseguida se relajó y comenzó a reı́ r entre dientes; su risa actuó como una espada de amarga maldad con la que agitó los vientos de la magia. Max se encogió ante el sú bito viento y la tú nica se pegó a su cuerpo impelida por el vó rtice de magia oscura que giraba alrededor de Be’lakor. Su bá culo brilló como un faro durante una tormenta, y Max lo levantó y golpeó el suelo de la pasarela con é l, de modo que descargó la blanca esfera de fuerza elé́ ctrica ele ctrica justo cuando Be’lakor liberaba un torrente torrente de rugientes llamas negras dirigidas a éé l.l. Fé́ lix Fe lix se sacudió sacudió el residuo de desorientació desorientació n que le quedaba tras su rescate,de rodó por el suelo para quitarse de en medio y escondió la cara debajo los brazos. La explosió explosió n zarandeó zarandeó toda la estructura de la bolsa de gas. Fé lix asomó la cabeza lo justo para mirar con un ojo y vio que una girá́ ndula gira ndula de fuego multicolor giraba alrededor del mago y de su escudo de luz en el centro. Max reaccionó inmediatamente y respondió con un poderoso conjuro. Una esfera blanca rodeada por serpientes apareció ante é l y la arrojó hacia el prı́ ncipe ncipe demonio. La esfera escupió rayos chisporroteantes, pero Be’lakor no tardó en hacerla estallar con una palabra. El prı́ncipe ncipe demonio hizo un gesto como si apresara algo en el aire y atrajo hacia sı́  la   la materia del aethyr   ; una vez acumulada en su mano, soltó un gruñ ido y la arrojó pulverizada desde el brazo extendido. aethyr    impactó en la barrera de Max convertido en una columna deElfuego infernal. Con una velocidad imposible de seguir para el ojo no avezado, Max Schreiber y Be’lakor intercambiaron ataques con conjuros de una potencia y una furia piroclá stica cada vez mayor. Los misiles de magia volaban en un sentido y en otro silbando y aullando, y la concatenació n de explosiones borraba rá pidamente las deslumbrantes estelas que estriaban el aire. Las criaturas convocadas que aparecı́an an en medio de la agitació n eran desterradas enseguida o simplemente destruidas por el fuego cruzado. Los escudos, tanto de luz como de tinieblas chisporroteaban bajo los ataques. Be’lakor, disponiendo de los cielos a su antojo, alzó los brazos y provocó una

lluvia de meteoritos de piedra de disformidad. Sin embargo, cuando se hallaban a una treintena de metros de la aeronave entraron entraron en contacto con un arco iris incandescente que surgió de las yemas de los dedos de Max y explotaron.

 

Fé lix, incapacitado para participar en el duelo, continuó encogido y con la cara cubierta mientras la Imparable Imparable se  se sacudı́ a. a. El combate de magia parecı́a haber descompuesto el mismo aire, que, como un espejo deformador en una casa de los horrores, distorsionaba luz y sonido. Fé lix oı́a lo que le parecı́an an gritos, intercalados con carcajadas escalofriantes que se iltraban como veneno entre las nubes. Se limpió los restos de vó mito de los labios, hizo acopio de valor y se levantó . La pasarela se estremeció y Fé lix abrió las piernas para mantener el equilibrio. Sintió una fuerte presió n en el cogote; las palpitaciones de una migrañ a que le hicieron volverse al cuerpo de Herschel Mann. Las sinuosas sombras instaladas en el cadá ver del cabo parecieron moverse.. Otra vez. Unos dedos lexionados en el suelo metá moverse metá lico lico sobre el que yacı́a el cuerpo. El corazó n de Fé lix comenzó a aporrearle el pecho en señ al de advertencia. No só lo era su imaginació n. Un repentino movimiento a su espalda le hizo girar sobre los talones. Uno de los soldados de Hochlander se levantó del suelo como repelidoy en siniestro fenó de magnetismo. a la boca abierta unaun mirada intensa enmeno unos ojos muy abiertosTenı́ y velados por las sombras. El hombre dio un vacilante paso adelante y emitió un gemido interminable y resonante. Otro paso, má s irme, y un tercer ojo se abrió en su mejilla. Fé lix gimoteó , horrorizado. Demonios. No poseı́a poseı́ a los conocimientos necesarios en la materia para discernir si acudı́ an an atraı́ dos dos por la magia liberada por dos hechiceros tan poderosos o por la proximidad de la grieta, pero supuso que eso era indiferente. Fé lix retrocedió para alejarse del hombre poseı́ do do hasta que su muslo chocó con la barandilla. Se limpió el sudor frı́ o de las manos en los pantalones y apretó los dedos alrededor de la empuñ adura de la espada. Intentó concentrarse en Be’lakor, pero el prı́ncipe ncipe demonio se habı́a vuelto transparente, formaruna parte de laseparada. nube de distorsió n quecasi lo envolvı́ a como yserparecı́ en sı́a mismo  mismo entidad Sin embargo, Max tenı́ a un aspecto un poco mejor. Se aferraba al bá culo con ambas manos, como si fuera un á rbol de raı́ ces ces profundas en medio de un huracá n. Tenı́a los ojos y la boca rodeados por unos cercos de sangre salobre, y se iba encogiendo un poco má s cada vez que su barrera rechazaba un ataque de Be’lakor. Herschel Mann se levantó acompañ ado por un crujido de huesos y tomó una estertó rea bocanada de aire. Su pecho se hinchó hasta reventar la librea roja y verde y dejó a la vista una piel dura y negra. Los brazos del soldado se estiraron y adquirieron un color oscuro, y en unos huesos que se alargaban nacieron una serie de articulaciones

nuevas precedidas por un crujido y otras viejas se doblaron en truculentos á ngulos. Su rostro se aplanó engullido por un pecho que no paraba de ensancharse.

 

Fé lix bajó la espada, demasiado asqueado para mantener la posició n de guardia. ¿Era eso lo que los Dioses del Caos tenı́ an an reservado para el mundo? ¿Serı́ a é se el destino que aguardaba a Kat, a Gustav y a todos los que sobrevivieran a estos dı́ as as inales si ellos fracasaban? La resistencia terca a que sucediera algo ası́  reanimó su espı́ritu ritu de guerrero y levantó la espada. Se volvió a Max. No estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados mientras su amigo morı́ a. a. No estaba dispuesto a repetir lo que habı́ a ocurrido con Snorri. ¡No! Segó el brazo que Mann tendı́ a hacia é l a la altura del segundo codo y echó echó a correr al mismo tiempo que le estampaba el pomo de la espada en las fauces poseı́ d das. as. Só lo pudo dar un par de zancadas antes de que la fuerza de la magia lo arrojara atrá s con la ropa humeante. No se trataba de una barrera fı́sica, sica, sino má s bien como intentar atravesar una fogata corriendo. Lanzó un grito de desesperació n, empuñ ó con fuerza la espada y reunió toda su fuerza de voluntad para un segundo intento. Max se volvió a mirarlo. a Kazadque Drengazi, má́ s—Ve ma importante mi vida.Fé lix. Cumple tu destino y el del Matador. Es —¡No! ¿Cuá ntas personas tienen que morir para que empiece a importar? ¿Cuá ¿Cuá n ntas tas son demasiadas? Una luz má s brillante que todas las que Fé lix habı́ a visto jamá s o habrı́a sido capaz de imaginar que existiera en este mundo invadido por las tinieblas destelló a travé s de la piel del mago, y en el segundo del que dispuso Fé lix antes de tener que apartar la vista de Max no atisbó en é l el menor rastro de sombra. Sus ojos eran de un azul estival, y la larga cabellera y la frente de erudito, de un blanco inmaculado. Parecı́a un ser divino, y a Fé lix se le cayó el alma a los pies cuando volvió a verlo sumido en las sombras. Era Max nSchreiber, tal comoFé Félix. lix siempre lo recordarı́ a. a. —Manté los ojos abiertos, Una onda de radiació n emanó del mago y puriicó a los poseı́ dos dos que estaban quietos o renqueaban hacia Be’lakor, de manera que privó al prı́n ncipe cipe demonio de sus pupilos antes de destruir su forma infernal. Be’lakor rugió de dolor y de ira mientras la sustancia negra de la que estaba hecho se evaporaba. El cielo, en respuesta, se convirtió en una girá ndula, y Fé lix lanzó una mano hacia el pasamanos para evitar la caı́da da al vacı́oo.. La grieta entró en un estado de inestabilidad e intermitencia, unas veces estaba y otras no habı́ a en su lugar má s que cielo plomizo. —¡No puedes detenerme, mortal! —bramó Be’lakor—. Ni siquiera

los dioses pueden detenerme. El prı́n ncipe cipe demonio juntó lo que quedaba de sus manos consumidas. Fé lix percibió que estaba reuniendo poder y dio un grito de alerta. Justo en ese momento, la escotilla circular que daba a la bolsa

 

de gas se abrió y en el hueco apareció la rutilante cresta anaranjada de Gotrek Gurnisson. El Matador se hizo una idea de la situació n con un rá pido vistazo, dio un golpe al suelo con el hacha y sumó su voz tronante a la de Fé lix. —Lo he soñ ado —dijo Max, sonriendo con debilidad y ayudá ndose del bá bá culo culo para mantenerse en pie. Se produjo una implosió n, y luz y sonido convergieron en un punto oscuro asolado por luz blanca. El prı́ ncipe ncipe demonio desapareció consumido por la luz y su esencia se disolvió en el aethyr  con  con un trueno inal de rencor que destrozó la secció n de la pasarela donde habı́ a estado. Max se encontraba en el radio de la onda expansiva de la explosió n. —¡No! —gritaron al unı́ ssono ono Fé lix y Gotrek. A Max no le quedaban energı́ as as para reaccionar, y la onda expansiva lo golpeó golpeó de lleno en el pecho y lo arrojó arrojó fuera de la bolsa de gas. Fé lix se aferró al pasamanos y tuvo que contenerse para no tirarse detrá s de su amigo. «Vuelve», dijo para sı́ , rezando para que de alguna maneramirando Max pudiera oı́ r suslas pensamientos y encontrara fuerzas. Se quedó ijamente nubes, esperando ver enlasellas alguna alteració́ n que le indicara que Max estaba vivo. Pero no sucedió alteracio sucedió nada. Max le habı́a salvado la vida y no se habı́ a reservado nada para salvarse é l. Le escocı́aan n los ojos, pero no aparecı́a nada. Era incapaz de calcular el tiempo que llevaba esperando, escudriñ ando las nubes que se deslizaban raudas debajo de éé l.l. «Vuelve.» ¿Cuá́ ntos ¿Cua ntos eran demasiados? ¿Cuá ¿Cuá n ntos tos amigos podı́ a perder antes de admitir que no era tan distinto de Gotrek? El Matador se reunió con é l en el borde. Su descomunal puñ o engulló la barandilla. con suyú sus nicofacciones ojo a los ojos de Fé lix.yTenı́ a una mirada dura como elMiró diamante, maltrechas fatigadas se escindieron para proferir un gruñ ido. Fé lix asintió , y apretó el pasamanos hasta que se le aterieron las manos y se le pusieron blancos los nudillos. Por una vez, el Matador y é l estaban de acuerdo en algo. Irı́an an a Kazad Drengazi. El rostro frı́o y sin vida de Nergü i se ensombreció cuando frunció el ceñ o. Los hombres de las tribus que esperaban en las inmediaciones para participar en los rituales funerarios del chamá n retrocedieron ante el inesperado episodio de animació n: un pavoroso murmullo de lá minas de cuero y de seda oscura. Su tocado de plumas lo acusó de

traicion. Los espıritus espıritus de los amuletos que llevaba cosidos a la vestimenta permanecier onuna callados, pero el tajo que le cruzaba el cuello se burló delpermanecieron burló soso boato de vida ignorante.

 

—Eres mis manos y mis ojos en este mundo mortal —dijeron con una voz sibilante las sombras que rodeaban la boca del chamá n—. Pero en realidad eres ciego, eres un tullido, un dé bil. Podrı́ as as haberme avisado del poder del mago. Ha estado a punto de destruirme. —Hice lo que pude, Señ or Oscuro —dijo Morzanna, reprimiendo el má s dé bil y extrañ o impulso de sonreı́ r. r. Habrı́a mentido si hubiera dicho que una parte de ella no se alegraba de que Fé lix y su compañ ero siguieran vivos, vivos, y no só só lo porque el destino ası́   lo lo exigı́a. a. —No me digas, Morzanna. Los hombres son esclavos de su destino, los dioses lo forjan. El Matador morirá como vaticinaste, y luego me ocuparé́ personalmente del humano. ocupare Morzanna asintió con la cabeza, pero el prı́ ncipe ncipe demonio estaba equivocado. Incluso los dioses tenı́an an marcado un camino que debı́an an seguir. seguir. —¿Qué está s esperando? —Las sombras se concentraron, se enrollaron en el cuerpo del chamá n como mú sculos en tensió n y de repente se ondularon hacia fuera con el chasquido de una batida de alas —. Has visto el volvió caminoayasentir sabes lomientras que tienes hacer.se dispersaban y Morzanna lasque sombras Nergü i recuperaba su condició n de cadá ver. Un murmullo de asombro se propagó por las ilas de guerreros con la piel morena del sol y las armaduras de lá minas de cuero que atestaban el camino de montañ a. La masa de hombres se ondulaba por la presencia de los crá teres abiertos por los cohetes y los penachos de crines de caballo se agitaban como la hierba amarillenta de la estepa. Arqueros con armaduras de pellejo de caballo curtido estaban acuclillados en silencio a lo largo de los bordes escarpados y rocosos del camino. Incluso los caballos parecı́ an an haberse contagiado del estado de áá nimo nimo general y piafaban con nerviosismo. Morzanna an posado en ella. se lamió los labios secos. Todas las miradas se habı́ an No estaba acostumbrada a dar ó rdenes ni el respeto era una cosa que hubiera buscado o anhelado nunca. Lo suyo era guiar y seguir, y la verdad era que le importaba má s bien poco hacerlo en compañ ı́ a. a. De hecho, nunca se habı́ a sentido tan en paz como durante el autoimpuesto perı́odo odo de eremita en el Shirokij, con la ú nica compañ ı́ a de sus arañ as; escondida de los sueñ os de otros, al menos durante algú n tiempo, mientras el destino dormı́ a. a. Acarició con las garras la madera maciza del bá culo con el crá neo de á guila. Las plumas revolotearon y las campanillas tintinearon suavemente con la brisa. Sentı́a el viento frı́ o y cortante en las mejillas,

todo la nariz un ejé eje y lá rcito rcito lengua. má má s Habı́ rá rá pidamente pidamente a oı́do do decir que que las tribus, nadie yera éé stas stas capaz tenı́de antrasladar an un dicho que airmaba que el ojo que todo lo ve de Katchar se cansarı́ cansarı́aa y apartarı́a la mirada antes de que sus caballos se detuvieran a descansar.

 

A los hombres les gustaba presumir de que podı́ an an atravesar montañ as, rı́ooss e incluso océ anos y llegar a su destino listos para luchar. Una fanfarronada, pero no dejaba de contener cierta verdad verdad.. O al menos eso esperaba ella. No disponı́ an an de una aeronave y la ventaja que les llevaban era mucha. —¡Preparad a los hombres y a las bestias! —dijo sin dirigirse a nadie en particular y sin saber, ni importarle, quié n de los hombres que quedaban se encargaba ahora de esa clase de cosas. Tendió una garra corta y oscura hacia la abandonada fortaleza de los enanos. Entornó los ojos. Habı́ a allı́  un camino que aparecı́ a y desaparecı́a ante sus ojos. No conseguı́ a mantener la vista ija en é l, pero eso no importaba. Sabı́ a que estaba allı́ . El camino a Kazad Drengazi. Y al destino del mundo. Los motores al ralentı́   de la aeronave producı́ an an un zumbido que provocaba somnolencia. Incluso se habı́ a atenuado la iluminació n del puente de mando, se luz reducı́ al resplandor un puñ ado de indicadores y a la que pá lida dela sol. Las nubes deenmascaraban el ventanal como un velo de luto. Malakai Makaisson habı́ a apagado todo lo que podı́ a apagarse con el in de ahorrar energı́ a. a. La batalla habı́a consumido gran parte del combustible, y la destrucció n del hangar les habı́a privado (ya hubiera sido por accidente o de manera intencionada) del poco que los enanos almacenaban como reserva. reserva. El propio Makaisson sujetaba con ambas manos el timó n, ya fuera porque no estaba al corriente de que se habı́ a reducido al mı́ nimo nimo la potencia de los motores y se habı́ an an activado los seguros de la direcció n, o simplemente porque le daba igual. Llevaba puestas las gafas de piloto con una lente hecha trizas y miraba ijamente las nubes a travé s de la ventana. Gotrek estaba repantingado en un silló n giratorio, aparentemente dormido, y su cuerpo vapuleado se mecı́ a con los suaves movimientos de la aeronave. Gustav se paseaba arriba y abajo ante el ventanal, maldiciendo entre dientes y rascá ndose las costras de la mano herida. De vez en cuando se estremecı́a, a, siempre que una nube má s oscura que la demá s cruzaba la ventana o el viento cruzado sacudı́a la Imparable Imparable   ; luego se rascaba con má s ahı́ nco nco y reanudaba su deambular por el puente de mando. Todos los presentes se guardaban para sı́  sus pensamientos, plagados de sus propios demonios. Malakai fue quien rompió el silencio dando unos mamporros al timó n e imprecando violentamente cuando la madera de roble

revestida de hierro se astillo. —No puedo Maxde esté este ́ muerto. Creı́incluso a que nos verı́a morir todos, y eso es creer decir que mucho un humano, viniendo de una Matador. —El ingeniero levantó los nudillos del timó n y gruñ ó con

 

pesar. Paseó la mirada por el desierto puente de mando. La mayorı́ a de los ingenieros que seguı́ an an vivos se mantenı́an an ocupados en la sala de má quinas o aú n estaban recopilando informes sobre los dañ os. O encargá ndose de los muertos—. No quedan muchos de la vieja tripulació́ n, ¿eh? tripulacio Fé lix suspiró sentado en un silló n. Aú n no estaba de humor para hablar. Negó con la cabeza. No, no quedaban muchos. Se volvió a mirar a Gotrek. Aun con el ú nico ojo cerrado, el Matador tenı́ a un aspecto demacrado. Fé lix habı́a visto a su compañ ero recibir palizas peores que é sta. Despué s de la batalla con el Sediento de Sangre en Karag-Dum, el Matador apenas habı́ a podido caminar por su propio pie. Pero ni siquiera entonces, tras salir victorioso y burlar el destino má s grandioso que verı́a en muchos añ os, Fé lix lo habı́ a visto tan hundido anı́m micamente. icamente. Si en su estado de á nimo hubiera habido espacio para el cinismo, tal vez se habrı́ a sentido tentado de atribuir el abatimiento del Matador a la airmació n anterior de Malakai de que ya no les quedaba suiciente combustible Montañ as Centrales y llegar a Middenheim. Pero nopara erasobrevolar justo. Estolasera algo má s profundo. Si la herida hubiera sido fı́sica, sica, le habrı́a hendido el hueso. Para su sorpresa (y su vergü enza por haberlo puesto en duda), a Gotrek aú n le importaban sus amigos: esos humanos de vida corta con sus extrañ as y frı́volas volas preocupaciones que se habı́ an an hecho tan importantes en su vida. Al abrir esa puerta habı́ a dejado entrar la luz necesaria para ver otra que Fé lix llevaba buscando mucho tiempo. Gotrek habı́ a estado frı́o con Fé lix desde su reunió n en Praag, y a menudo se habı́ a preguntado (a veces con amargura) qué habı́ a hecho é l para ganarse la antipatı́ a de un enano con las manos manchadas de tanta sangre inocente. El Matador le reprochaba la decisió abandonarlo y volver con su nueva esposa, eso lo sabı́na, a,de pero siempre habı́ a creı́al doImperio do que se debı́a a que inconscientemente habı́ a quebrantado alguna tradició n no escrita de los enanos relacionada con la camaraderı́a. a. Só́ lo habı́ a acertado a medias. Ahora se daba cuenta de ello. So Tal vez en un primer momento se debiera al juramento, a la relació n entre el Matador y su cronista, pero de eso hacı́ a ya un par de dé cadas. ¿Cuá ntas oportunidades se le habı́ an an presentado para abandonarlo antes y no las habı́ a aprovechado? ¿Podı́a contarlas con los dedos de una mano? En algú n momento a lo largo de su relació n se habı́an an hecho amigos, probablemente uno era el ú nico amigo que tenı́ a el otro, y Gotrek siempre habı́a esperado que Fé lix permaneciera a su

ladoPero aun sin Fé lix la se obligació obligacio habı́a marchado. ́ n formal del juramento. Sintió́ ná Sintio ná useas. useas.

 

—Sugiero que demos media vuelta y regresemos a mi vieja fortaleza —dijo Makaisson, que dio una palmada y gruñ ó —. Le debo una buena a ese demonio y a quienquiera que trajera aquella maldita cosa que se subió a mi aeronave. Fé lix recordó el poder que Be’lakor habı́a empleado contra la aeronave, contra é l, y sacudió la cabeza con determinació n. Malakai Makaisson nunca le habı́ a dado motivos para dudar de su capacidad para hacer un juramento de venganza. —Kazad Drengazi —gruñ ó Gotrek, como si pronunciara el nombre en sueñ os, pero si bien su ú nico ojo permanecı́ a cerrado, era evidente que todavı́a no le habı́a llegado el momento de descansar. Fé́ lix Fe lix se volvió volvió a Gustav Gus tav.. Su sobrino seguı́a paseá ndose de un lado para otro, pero frunció el ceñ o, como si notara la atenció n que se habı́ a puesto en é l, y metió las manos en los bolsillos. —Kazad Drengazi. Estoy de acuerdo. Por Kolya, por si acaso alguno de vosotros lo habı́ a olvidado. —Un enano nunca olvida —espeto —espetó́ Gotrek. —Pues a veces parece quenada lo haga. —A veces olvido dó nde clavo el hacha. —No discutá is —intervino Fé lix con voz dé bil. Se sentı́ a realmente frá gil, como si algo muy valioso dentro de é l estuviera tambaleá ndose y só lo se necesitara una palabra brusca má s para que cayera y se hiciera añicos—. Por favor. Gotrek volvió a arrellanarse en el silló n. El rostro de Gustav se puso tenso de ira y retomó retomó su paseo por el puente de mando. —Kazad Drengazi es lo que quiere el demonio —dijo Gotrek—. El mismo me lo dijo. Allı́ reside  reside un poder, o eso cuenta la leyenda. Pero hay que ser lo suicientemente suicientemente fuerte para apropiarse de é ll.. —Si lo mereces corrigio ́ Makaisson. —¿Qué piensas —le hacercorrigió con ese poder cuando lo tengas? —preguntó con un murmullo Gustav, sin detenerse. Gotrek, con un gesto que dejaba a la vista sus dientes amarillos, se quedó́ mirando al muchacho que caminaba de un lado a otro. quedo —Eso no me preocupa, siempre y cuando el demonio no se apodere antes de éé ll.. —Lo usaremos —dijo Fé lix, que levantó la cara que tenı́ a apoyada en las manos y miró de uno en uno a sus amigos. Dejó para el inal a Gotrek—. Be’lakor dijo que yo estaba destinado a ser su perdició perdició n. EE sas fueron exactamente las palabras que me dijo antes de que Max… — Sacudió la cabeza y un escalofrı́ o le recorrió la espalda—. Ası́   que

haremos Drengazi, locogeremos que Max lo meque pidióhaya . Derrotaremos allı́  y volveremos al demonio a Middenheim, en Kazad aunque tengamos que hacerlo a pie. Y salvaremos el maldito mundo si nos mata.

 

—¿Eso es todo? —dijo Malakai dirigiendo una sonrisa de circunstancias a Gustav. —La peque está muerta, humano —aseveró Gotrek. El Matador desvió la mirada de su ú nico ojo y se apretó los muslos hasta que las uñ as astilladas se hundieron en el tartá n y luego en la carne, como para no tener que sentir otro dolor má s fuerte—. Lo sé . Lo supe en cuanto me enteré enteré de las noticias sobre Altdorf. Es só só lo que no querı́ a creerlo. —Creo que yo lo sé desde Praag —dijo Fé lix con un suspiro. Gotrek gruñ gruñ ó , se rasco rascó́ la nariz con timidez y se sorbió sorbió los mocos. —Pues que sea Middenheim. El plan suena bien. —No quiero aguarle la iesta a nadie —dijo Malakai—, ¿pero alguno de vosotros tiene la má s remota idea de como vais a encontrar un lugar que se ha buscado sin éé xito xito durante durante diez mil añ añ os? Fé lix relexionó un momento y luego se dejó caer de nuevo en el abatimiento. Habı́a olvidado eso. Max habı́ a estado tan seguro de adó nde debı́ an an ir que é l habı́ a dado por supuesto que era obvio. Se sonrió con un ataque de autocompasió n. Gotrek y é l se sentı́ an en su elemento Trabajaban si les ponı́ an abien n un juntos dragó ncuando en unalascueva un vampiro su fortaleza. cosasoeran sencillas,eny en estos añ os ninguno de los dos se habı́ a cubierto de gloria precisamente a la hora de pensar en profundidad las cosas. Recordó la vista de las Montañ as Centrales desde la torre de Makaisson: los puestos avanzados, los caminos, cada uno de ellos un hilo en un vasto tapiz tejido durante milenios. Si la terca determinació n de todas esas generaciones de enanos habı́ a fracasado en el intento de localizar la Fortaleza del Primer Matador, ¿a qué esperanza podı́ an an aferrarse ellos? ¿Qué́ tenı́a Fé lix que les faltó a los demá s? ¿Que Una suave sacudida de las turbulencias interrumpió sus pensamientos. ¿Qué́ tenı́ayé l? ¿Que Parpadeó paseó la mirada por los resplandecientes indicadores situados en torno a é l, como si fuera la primera vez que los veı́a. a. Alzó la vista para contemplar con la boca abierta las nubes que se deslizaban por el ventanal. ¡Por Sigmar, qué ciego habı́ a estado! —¿Qué sucede? —preguntó Gustav. —Malakai, ¿hasta qué qué altura puede subir la aeronave? aeronave? —Hasta que el aire sea demasiado ligero para sostenerla. No es como lotar en un barco. Es complicado. Fé lix sonrió , dio una palmada en la espalda al ató nito ingeniero y reprimió el impulso de abrazarlo. Los enanos habı́ an an explorado las Montañ as Centrales durante siglos, pero no habı́ an an contado con la

genialidad ¡No habı́ dean anMalakai tenido Makaisson. una aeronave! —¡Sú benos! —gritó Fé lix, demasiado desbordado por el entusiasmo y la certidumbre de que habı́ a dado con la solució n para

 

controlar la voz. Se puso de pie en el silló n—. ¡Má s arriba de las nubes! ¡Todo lo alto que se pueda! La Imparable Imparable   hendió la supericie de las nubes como una ballena que emergiera del mar para respirar. Las acuosas nubes blancas se deslizaron por las debajo de su resplandeciente y las hé lices de cola batieron mientras la aeronavecasco trepaba porpotentes el cielo abierto. Allı́ arriba  arriba el azul no era el que Fe Fé́ lix lix estaba acostumbrado a ver desde el suelo; tenı́ a un leve matiz pú rpura. Era como una gasa a travé s de la cual se podı́ a ver la negrura del espacio y el brillo de las estrellas. Era de una belleza indescriptible. Fé lix apretó la cara contra el frı́ o cristal de la ventana que habı́ a junto a la escotilla de la esclusa estanca. Las nubes se extendı́ an an a lo largo de incontables leguas en todas las direcciones, perforadas aquı́  y allá por las cumbres montañ osas que se alzaban desde la supericie de islas volcá nicas. El sol era una runa dorada que brillaba sobre un cielo morado. El resplandor má gico brillaba en las cimas de las montañ as. UnaFé delix ellas relejaba el brillo. se quedó boquiabierto. Era una ciudadela en el cielo, con sus monolı́ ticas ticas puertas de roble con franjas de hierro rodeadas no por agua ni por una zanja, sino por un foso de nubes blancas. Los muros de piedra pá lida y luminosa ascendı́aan n hasta la cima, alzá ndose en cada cı́ rculo rculo sucesivo como si la montañ a se hubiera abierto paso a travé s de los cimientos de la ancestral fortiicació n. Las ventanas plomadas y las inscripciones rú nicas relejaban los deslumbrantes rayos del sol, y el rostro circunspecto de Grimnir brillaba en las fachadas de ediicios con distintos tonos de oro, plata y lató n. La fortaleza entera parecı́ a tan antigua como las estrellas, y sin embargo conservaba un aspecto inmaculado, como si hubiera estado esperando vacı́ a todos estos milenios a que pies mortales la pisaran. Kazad Drengazi. La Fortaleza del Primer Matador. No podı́ a ser otra. Fé lix se preguntó si los enanos habrı́ an an habitado alguna vez aquel increı́ble ble lugar, o si una orden de su dios de la guerra habı́ a llevado la fortaleza al completo hasta la cima de la montañ montañ a. De lo que Fé lix no tenı́ a duda era que allı́ habı́  habı́a algo. Lo sentı́ a en el cosquilleo que le recorrı́ a la piel. ¿Y qué le habı́ a dicho la vidente en el sueñ o? «No podrá s hacer nada contra el oponente que os espera en Kazad Drengazi, Fé lix, y la muerte de Gotrek supondrá la perdició n de este mundo.»

Se estremeció estremeció . «Pero a bastar con salvar el siguiente.» Gotrekpodrı́ miraba a travé s de la portilla vecina, extrañ amente apagado. El semicı́rculo rculo de luz que entraba por la ventaba dividı́ a su rostro en

 

dos y teñ ı́ a de un tono cobreñ o su mandı́ b bula ula amoratada. Fé lix se rompı́ a la cabeza intentando decidir qué contarle a su compañ ero acerca de la advertencia de la vidente, si es que le contaba algo, pero la certeza de que serı́a una pé rdida de tiempo absurda lo inclinaba a independencia guardarse el sueñ de lo o que paraestuviera sı́ . El Matador esperá ndolo irı́ a aallı́Kazad   oo de lo Drengazi que Fé lixcon le pudiera decir. decir. Y no irı́ a solo. Fé lix no habı́a hecho un nuevo juramento a su compañ ero. No era necesario. Ambos sabı́ aan n que seguirı́a al Matador hasta el inal. Los motores gruñ eron con avidez y los mamparos vibraron mientras Malakai Makaisson los llevaba a su destino. —Me preguntaste una vez por qué no dormı́ a, a, humano —dijo Gotrek, señ alando con la cabeza la fortaleza que se deslizaba debajo de ellos—. Te explicaré por qué . Cuando duermo sueñ o con ese lugar. Muero ahı́. —Apartó —Apartó la mirada de la portilla. El resplandor metá metá llico ico que le iluminaba el rostro a travé s del cristal le conirió un parecido perturbador Grimnir que habı́a en la ciudadela a la que se dirigı́ an—. acon n—. las Y noeigies es unadebuena muerte.

 

TERCERA PARTE

EL QUE PONGA FIN A MI VIDA PRINCIPIOS DEL VERANO DE 2527

 

CAPÍTULO QUINCE Kazad Drengazi peldañ Fé lix seodejó de lacaer escalera cuando depoco cuerda má sdel desuave mediosuelo metrodeseparaba losas blancas. el ú ltimo Lo primero que le ocurrió nada má s poner los pies en la ancestral Fortaleza del Primer Matador fue experimentar un sobrecogimiento impresionante. El aire en la cima de la montañ a era frı́ o y cortante; cualquiera de las dos cosas por sı́  sola   sola habrı́a bastado para explicar el hormigueo que recorrı́a las yemas de los dedos de Fé lix y el color azul de sus labios. «Respira despacio —se dijo, cruzando los brazos sobre el pecho debajo de la capa—, despacio y hondo.» Gotrek habı́a bajado delante de é l y ya estaba asestando golpes de calentamiento con el hacha mientras deambulaba por la vasta explanada, que estaba cercada por unas estatuas de má rmol que parecı́an an mostrar varios aspectos de Grimnir: era venganza, guerra, honor, deshonor; en algunos casos blandı́ a un hacha, en otros, dos. Ocasionalmente aparecı́a repartiendo muerte con sus enormes manos y con cartı́lago lago demonı́aco aco entre los dientes. En un lado de la plaza, una ancha escalinata de escalones bajos ascendı́a hasta un ediicio imponente cuya fachada constaba de varias columnas de piedra de secció secció n cuadrada. Só Só lo en virtud de su situació situació n, en el lugar má s alto y centrado dentro de la fortaleza, se sabı́ a que era un lugar importante. En el ornado entablamento habı́a plasmadas escenas de una batalla en distintos momentos de su desarrollo, que podı́a seguirse cronoló gicamente si se contemplaban en orden de

izquierda a derecha; daba la vuelta al ediicio y volvıa volvıa a comenzar. Felix inmediatamente lo consideró unhasta templo. En el de lado opuesto de la explanada, otra escalinata bajaba la puerta madera reforzada con runas. La altura de la plaza permitió a Fé lix ver por encima de la

 

muralla interior, al otro lado de los torreones y de las torres de la fortaleza, el interminable mar de nubes. Una sobrecogedora sensació n de soledad impregnaba aquel lugar; no se trataba de la clase de soledad que podı́ a sentir un anciano o un guerrero del ser que sin por amistades, su naturaleza con la que era Fé ú nico. lix podı́ Pora identiicarse, las piedras que sinoestaba de la pisando en ese mismo momento habı́ a caminado un dios. La sensació n era abrumadora, una lecció n de humildad, y Fé lix habrı́ habrı́aa dudado a la hora de caliicarla de placentera. Recordó cuando su padre, su hermano y é l habı́ aan n salido a las calles para presenciar la coronació n de Karl Franz. Habı́a atisbado el poderoso martillo de Sigmar, Ghal Maraz   , durante su entrega al nuevo emperador. La sensació n que lo invadı́ a ahora era parecida a la que experimentó entonces: insigniicancia, pero conjugada con una sensació n irracional de importancia colectiva, una conexió́ n fı́ sica conexio sica con algo atá atá vico vico y poderoso. Se obligó obligó a apartar sus pensamientos de lo divino y alzó alzó la vista. La portentosa mole de la Imparable Imparable estaba  estaba suspendida en el cielo de color violeta;destellaba una rara combinació n dederelejos sol y de las estrellas en las torretas artillerı́dea. a.los No rayos era la del primera vez que Fé lix se encontraba en un lugar tan alto. En las Montañ as del Fin del Mundo habı́ a picos que, como dirı́ a un enano, hacı́ an an que todos los demá demá s parecieran baches en el suelo. Sin embargo nunca habı́ a visto un cielo como éé se. se. No era só só lo una cuestió cuestió n de altitud. Allı́ habı́   habı́a una fuerza empeñ ada en eliminar las barreras entre los mundos. Malakai Makaisson ya estaba bajando por la escalera de cuerda, cargado con el armamento suiciente para conquistar la montañ a dos veces si era necesario. Llevaba colgado del hombro el rile largo cuya eicacia Fé lix habı́a probado en carnes propias durante su accidentado encuentrocontra en lasel Montañ Centrales. el automá codo del brazo sujetaba costadoasuna enormeCon arma ticaotro de cañ ó n rotativo que se disparaba con una manivela. Una mochila que, segú n le habı́a informado con cierto regocijo el ingeniero, estaba llena de bombas, le rebotaba en la espalda. Un par de pistolas modiicadas de cabo a rabo enfundadas sobre la cadera y un hacha pequeñ a que le colgaba de una correa prendida del cinturó cinturó n completaban el arsenal. Fé lix pensó que no querı́a conocer lo que pudiera merecer un golpe de aquella hacha. Un poco por encima del ingeniero bajaba precavidamente Gustav Jaeger, de armadura completa. El viento le tiraba lastimeramente de la

coleta y de la capa de piel de lobo. A continuacion descendıan descendıan varios Cuando elextraordinariamente hombres ú ltimo miembro de la bien compañ equipados ı́ a de Gustav y con elpuso semblante las botas serio. en el suelo, Makaisson tiró dos veces de la escalera y luego dirigió un saludo con el cañ cañ ó n del rile largo a la proa de la Imparable Imparable . .

 

La aeronave ascendió lentamente y se alejó , y una heladora sensació n de abandono se apresuró a ocupar su lugar. —¡Aquı́, humano! Fé lix se volvió al oı́r la voz de su compañ ero, sobresaltado. Se llevó miraban la mano a ala su empuñ alrededor adura dey ladaban espadavoces mientras de alarma. uno a unoMakaisson los soldados se descolgó el rile, pero inmediatamente bajó el cañ ó n y proirió una exclamació́ n que sonó exclamacio sonó a sorpresa. Ante Gotrek habı́a otro enano, probablemente el enano con el aspecto má s extrañ o que Fé lix hubiera visto jamá s. Unos tatuajes azules, rojos y morados le cubrı́ an an la cabeza afeitada; y en vez de barba, una hilera de anillos metá licos le perforaba la mandı́ bula. bula. Iba vestido con lo que parecı́a una toga, pero tintineó cuando salió de entre las estatuas y avanzó por la plaza. Vista de cerca, se apreciaba que la prenda estaba confeccionada con tirabuzones de bronce en lugar de con tela. Gotrek alzó el hacha a modo de advertencia. El extrañ o enano se detuvo y se lo quedó quedó mirando ijamente, al parecer obnubilado por el arma de Gotrek. La señ señ aló aló . — Ahz  . . Fé lix, perplejo, se volvió al Matador, que negó con la cabeza. —No es khazalid, humano. Ni ninguna variedad con la que esté familiarizado. —No se me habı́ a ocurrido pensar que hubiera dialectos de la lengua de los enanos. Gotrek soltó soltó un buido sin despegar los ojos del desconocido. —Nunca has estado en Kraka-Drak, Kraka-Drak, ¿verdad? —Ha dicho «hacha» —dijo Makaisson, titubeando—. Creo. — Ahz  ! ! —repitió —repitió el desconocido. —Ya, qué listo —refunfuñ ó Gotrek, apretando el mango del hacha y acercá ndose el armapara al intentar pecho, quitá como si existiera alguien lo suicientemente suicientement e idiota quita ́ rselo. rselo. —¿Entiendes lo que dice? —le preguntó preguntó en voz baja Fé Fé lix lix a Malakai, hablando sin despegar los labios. —Yo no dirı́a tanto, pero yo tambié n vengo de un lugar bastante aislado y suena un poco parecido. —Pensaba que los enanos no podı́ an an ser tan diferentes —dijo Gustav. —Y no lo son —repuso Gotrek con una voz pé trea—. Eso deberı́ a servirte para hacerte una idea del tiempo que llevan aislados aquı́ arriba.

—Ellos… monjes Fé lixenreparó la explanada. en que Habı́ mientras a algo hablaban má s de una habı́docena, an an aparecido no má smádes veinte; en todo caso un nú mero menor que el de estatuas. Naturalmente, Gotrek tenı́a un oı́ d doo má s agudo que el suyo, ası́   que

 

habrı́a advertido su llegada mucho antes que é l. Fé lix ansió sentirse tranquilizado por la actitud cohibida de su compañ ero al encontrarse rodeado en una ciudadela extrañ a por una fuerza de enanos aú n má s extrañ a. serı́aUn el lugar escenario que, de no la habı́ muerte a quedel olvidarlo, Matador. a ambos les habı́ an an dicho que Los recié n llegados se acercaron acompañ ados por el rumor metá lico de las togas, murmurando entre ellos y señ alando a Gotrek, y de vez en cuando tambié n a Makaisson, a menudo enzarzados en alguna clase de discusió discusió n que mantenı́ an an entre susurros. —¡Bajad todos las armas! —ordenó Fé lix mientras levantaba lentamente la mano de la espada envainada y dirigı́ a un gesto a Gustav y a sus nerviosos hombres para que hicieran lo mismo. Lo ú ltimo que nadie necesitaba en ese momento era un dedo sudoroso en el gatillo de una pistola. Makaisson sujetó el rile largo cruzado entre los muslos y paseó la mirada en torno, con un gesto de profunda concentració n y haciendo breves pausas para escuchar fragmentos de las conversaciones. —Hablan de algo relacionado con una profecı́ a. a. Algo sobre la larga espera de sus antepasados. —Ladeó —Ladeó la cabeza y la giró giró ligeramente—. Y sobre el Fin de los Tiempos. Hizo una mueca que tensó un poco má s los mú sculos de su cara y luego negó con la cabeza—. Ah, no puedo seguir todo lo que dicen. Ojalá dejaran de cuchichear. Gustav le dio a su tı́ o un codazo en las costillas y sacudió con nerviosismo la cabeza en direcció direcció n al templo. Por la escalinata bajaba un enano con una constitució n imponente. Era exageradamente fornido. Sujeto mediante correas encima de la toga de cota de malla llevaba un peto de bronce en el que se habı́an an repujado los contornos de una musculatura increı́ blemente blemente bien deinida. Sobre los hombros le colgaba una capaun morada, y los detallados tatuajes su cabeza afeitada representaban é pico combate entre un enanode y un demonio. El enano en particular estaba especialmente logrado, y los tatuajes que é l a su vez tenı́ a mostraban una escena casi idé ntica: la continuació n de la batalla, como en el entablamento del templo, que parecı́a prolongarse eternamente. En una mano grande como la zarpa de un oso, el recié n llegado sujetaba un hacha que podrı́ a haber pasado por una ré plica exacta de la de Gotrek, y sujeta a su espalda, cubierta por la capa salvo por el mango y el borde de la hoja, habı́ a otra del mismo tamañ o descomunal y que podrı́ a tomarse por su gemela. Incluso Fé lix se daba cuenta de que ambas armas eran de menor

calidad que la del Matador. No cabıa cabıa duda de que habıan habıan sido forjadas de un que nada modo tenı́magistral, a que ver con sin embargo el metal estelar estabanque hechas se habı́ deaun empleado acero vulgar en la fabricació n de la poderosa hacha de Gotrek. Las runas grabadas

 

parecı́an an má s bien un elemento simbó lico —ceremonial, tal vez—, y no daba la impresió impresió n de que poseyeran ningú ningú n poder brutal. Los murmullos cesaron en cuanto el enano —alguna clase de abad, quizá — llegó al ú ltimo escaló n. Allı́   se detuvo, cuadró los hombros y emperador, sostuvo en alto mientras el hacha, tomaba como la simedida fuera el a la estandarte compañ ı́ apersonal de hombres de uny enanos con una mirada dura como piedra de ailar. —Khzurk a garak. Uruk ak a Grimnir  . . Gotrek maldijo para sı́ . Como Fé lix, é l habı́a albergado la injustiicada esperanza de que el lı́ der der de aquellos enanos hablara de una manera que todos pudieran entender. —Da la bienvenida al heredero de Grimnir a su fortaleza —tradujo Makaisson tras pensar un momento—. Y quiere saber quié n de nosotros lo es. Fé lix miró alternativamente a Gotrek y a Malakai. Los dos Matadores se miraron y Makaisson rio entre dientes. —¿No pensará pensará s en serio que soy yo? Gotrek se encogió de hombros con la misma expresió n de emoció n en la cara que una piedra recié n tallada y eniló con paso irme hacia el abad. El emocionado murmullo de aprobació n que estalló entre los enanos que observaban la escena le puso a Fé lix los pelos de punta, ya que no podı́ a sacudirse la sensació n de que estaba ocurriendo algo má s que lo que podı́ an an transmitir un par de palabras dudosamente traducidas del khazalid arcaico. Fé lix no se lo pensó dos veces, desenvainó la espada y siguió a su compañ ero. —¡Rhingul  —¡ Rhingul   !! —bramó el abad, que tendió con vehemencia un puñ o peludo y grande como una losa al frente para impedir que Fé lix continuara acercá acercá n ndose—. dose—. ¡¡Kilza Kilza al elgrhaza ak hukan za ! za ! A pesar del tono agresivo de la voz del enano, Makaisson esbozó primero unaha sonrisa oreja a oreja y luego se echó echó a reı́ r. —¿Qué dicho?de —preguntó Fé lix. —Ha dicho que el elfo tiene que esperar aquı́ . —¿El elfo? Gotrek gruñ ó sin un atisbo de ironı́aa.. —Estos enanos deben llevar aquı́   arriba desde la muerte de Grimnir. Cuando los ancestros construyeron esa fortaleza, humano, el bisabuelo de la vigé sima generació n anterior a Sigmar debı́ a vivir en una cueva en algú algú n principado de los elfos. Fé lix pensaba que su cerebro habı́ a aprendido a manejar la magnitud temporal que ú ltimamente habı́ a estado tan presente en su

vida, pero el hecho de que continuamente estuvieran recordandole la enanos antigü edad habı́de an an permanecido este lugar hacı́ ena vela que en le este dieralugar vueltas todolaese cabeza. tiempo. Estos Su origen se remontaba má s atrá s que la fundació n del Imperio, y como verdaderos enanos, habı́an an asistido a su destrucció destrucció n.

 

Y todo eso en espera de este momento. En espera de Gotrek. Fé lix temió por un momento que fuera a desmayarse de verdad. «Respira», se dijo de nuevo. Lamentó con toda su alma que Max no hubiera razó́ n. ¡Por razo sobrevivido todos los dioses para que presenciar hubieraneste existido momento. jamá jamá ss,, El tenı́mago a razó razotenı́ ́ n! a Gotrek hizo una serie de gestos apuntando con el hacha y gruñ ó algo en su á spera lengua verná cula que dejaba claro que aquel «elfo» irı́a donde é l fuera. El rostro severo del abad compuso una expresió n de sincera sorpresa, y luego el enano hizo una reverencia y se apartó . Sus hermanos monjes se apresuraron a formar una procesió n que desiló acompañ̃ ada por el rumor del bronce en direcció acompan direcció n al templo. Quedaba claro pues a dó dó nde iban. El ediicio con el aspecto má má s siniestro de toda la fortaleza. Fé lix se volvió brevemente para coger del brazo a su sobrino. Se trataba de un saludo entre guerreros, mano con codo, exento de sentimentalismo, pero ambos parecieron reacios a soltarse. —Vigilaremos el fuerte hasta que regresé is —dijo Gustav, con una claridad que dejaba a la vista las grietas de su voz—. Ya me entiendes, por si acaso. —Estaremos de vuelta antes de que te des cuenta de que nos hemos ido —replicó Fé lix. Aunque no podı́a decir la razó n, sabı́ a que ninguno de los dos lo creı́aa.. El interior del templo era mucho má s vasto de lo que parecı́ a visto desde fuera. Centenares de columnas enormes, tan gruesas como troncos de roble, estaban dispuestas en ilas que se extendı́an an en todas las direcciones. La ú nica fuente de luz eran las angulosas runas talladas abrumosas hachazose que imprecisas relumbraban paredes. en las Cuando caras Fé delixlasintentaba columnasmirar y en las paredes le lloraban los ojos y su mente insistı́ a en plegarse y ponerse del revé s. El suelo parecı́ a estar en una suave pendiente ascendente, má s pronunciada a media que se acercaba a las paredes, como si en un punto inconcebiblemente lejano, la izquierda coincidiera con la derecha, el techo se convirtiera en suelo, y ası́   sucesivamente hasta el ininito. Fé lix se tapó los ojos con la mano y siguió al Matador, acompañ̃ ado por el eco de sus pasos. acompan —Gharaz uk azaki  azaki  —dijo con gravedad el abad mientras abrı́a los brazos para abarcar el surreal espacio. Era evidente que tenı́ a la impresió n equivocada de que estaba diciendo algo de una importancia

extrema. Fé lixyalamentó Makaisson no los reacios hubieraaacompañ ado,incluso pero losa monjes se habı́an aque n mostrado bastante dejar entrar

 

Fé lix, y habı́a sido necesaria otra ronda de elocuentes amenazas de Gotrek para evitar que los monjes le requisaran el arma en la puerta. — Zhorl  —dijo  —dijo el abad con aparente satisfacció n, y dio media vuelta para volver sobre sus pasos. vistazo Fé lix a su se alrededor. lo quedó mirando No parecı́un a haber momento; ninguna luego otrasuspiró salida. Comenzó Comenzo y echó un ́a sentir calor y se tiró tiró del cuello de la capa. —¿Está s seguro de que no has entendido ni una palabra de lo que acaba de decir? —¿Está́ s seguro de que no hablas áá rabe? —¿Esta rabe? Fé lix se mordió el labio y miró atrá s. La puerta comenzó a cerrarse con un chirrido y las hojas se juntaron con un resonante toque de difuntos. Se produjo un ruido de cerraduras y de correr de cerrojos. A Fé lix no le habrı́a extrañ ado oı́r tambié n que se apilaba toda clase de trastos contra la puerta, y de hecho se llevó una pequeñ a decepció n cuando no sucedió sucedió . —Esto me da mala espina. —Te preocupas demasiado, humano. —El Matador miró a su alrededor con expresió n ceñ uda, como si só lo el oprobio propio de los enanos bastara para someter el espacio y obligarlo a adquirir una forma má s só lida. Sus labios se expandieron para dar forma a un gruñ ido de dientes amarillos y partidos—. ¡Sal, quienquiera que seas! ¡Mi hacha está está sedienta! Fé lix se puso tenso por instinto. El grito atronador del Matador resonó entre las columnas, pero en lugar de perder fuerza, comenzó a sonar má s alto; los ecos se fusionaban, se sumaban, se alimentaban de otros para generar algo ma má́ s grande. Las columnas vibraron con un zumbido grave, como si el templo, con sus ininitas dimensiones, hubiera sido diseñ ado para realizara.la funció n de caja de resonancia para un titá nico dios de la montañ —¿PARA —¿P ARA QUE QUE HAS VENIDO, VENI DO, MATADOR? MATADOR? Fé lix se tapó los oı́dos dos con las manos y gritó ; se le doblaron las rodillas ante el ataque sonoro. La voz no hablaba ninguna de las lenguas que é l entendı́ a, a, y sin embargo, cada una de las palabras que pronunció́ llegó pronuncio llegó a su cerebro cargada de irmeza y de amenaza. Gotrek se metió un dedo en el oı́ do do y hurgó en é l. Luego alzó el mentó n y respondió gritando: —Me habı́an an dicho que habı́ a algo por lo que valı́ a la pena venir, pero todavı́a no lo he visto.

—¿Y TE CREES MERECEDOR DE LO QUE CORRESPONDE POR DERECHO —¿Insinú —¿Insinu LEGI ́ asTque IMOno ALloHEREDERO soy? DE GRIMNIR? Las reverberaciones reverberaciones de un estruendo cavernoso sacudieron el suelo y los ó rganos de Fé lix temblaron como si fueran de gelatina. Tuvo la

 

espantosa sensació sensació n de que estaba oyendo una risa. —¿TE SUENA UNA COSA LLAMADA EL JURAMENTO DEL MATADOR? —¡Por supuesto! —gruñ —gruñ ó Gotrek, pasá pasá ndose ndose una mano carnosa por por la cresta vanidad. y con una expresió n desdeñ osa en el rostro—. No llevo esto —RECITAMELO. Gotrek hizo rechinar los dientes y los gruesos mú mú sculos de su cuello se hincharon. Miró con apuro a Fé lix. Este se destapó los oı́ dos dos con vacilació n. —¿Qué pasa? Te lo sabes, ¿no? —Por supuesto que me lo sé —espetó Gotrek de una manera que hizo que Fé lix se estremeciera. Su ú nico ojo escudriñ ó las columnas como un oso enjaulado que buscara a su torturador. Su voz adquirió el tono de un gruñ ido grave—. Pero nunca lo he dicho en voz alta. De nuevo el comentario del Matador recibió como respuesta un estruendo subterrá neo. El resplandor rojizo y dorado de las runas brilló aumentó́ una pizca su intensidad. aumento —YO TAMPOCO. —¿Y quié quié n eres tú tú , montan montañ̃ a? —preguntó —preguntó Gotrek. La risa se apagó en las piedras y la voz regresó con el estré pito de un trueno. —RECITAMELO. Gotrek gruñ gruñ ó de un modo amenazador, amenazador, blandiendo el hacha como si fuera a emprenderla a golpes con lo primero que se le pusiera delante. Pero entonces bajó bajó los brazos y gritó gritó a pleno pulmó pulmó n: —¡Soy un enano! Mi honor es mi vida y sin é l no soy nada. Me convertiré en Matador. Buscaré la redenció n a los ojos de mis antepasados. Me convertiré en la muerte de mis enemigos. —Gotrek apretó losalumbrado puñ os alrededor hacha Hasta y clavóque uname mirada desaiante en el templo por lasdel runas—. enfrente con el que ponga in a mi vida y a mi deshonor. Fé lix escuchó al Matador con una creciente sensació n de incomodidad, consciente de que estaba siendo partı́ cipe cipe de algo tremendamentee personal que probablemente tremendament probablemente ningú ningú n ser humano habı́a oı́do do antes que é l. Al mismo tiempo percibió un cambio en los lujos de poder que recorrı́an an el templo, como agua desviada por un gran dique. En cuanto al porqué , Fé lix só lo podı́ a hacer conjeturas. La luz rú rú nica parpadeó parpadeó . —¿Y esperas encontrarlo aquı́ , hijo mı́ o? o?

Felix giro sobre los talones, sobresaltado. Esta vez la voz no garganta retumbó en decada un enano centı́ metro mcon etroun deaspecto piedra del de templo, lo má s sino corriente que surgió que habı́ de laa aparecido detrá s de ellos. Iba vestido con un mono de trabajo de buena factura y tenı́a las grandes manos callosas y manchadas de grasa. La

 

oscura barba le caı́ a hasta la oronda cintura, y llevaba el cabello toscamente cortado al estilo tazó tazó n para que le cupiera mejor en el casco de minero. El color de sus ojos, la forma de la nariz, el á ngulo de la mandı́b bula, ula, todo le recordó a Fé lix a Gotrek. a mitad El Matador de camino girópor unasupizca garganta. la cabeza y su profundo gruñ ido se quedó —¿Lo conoces? —preguntó Fé lix. —Gurni Gurnisson —respondió Gotrek con hosquedad—. Es mi padre. —¿Tu padre? —No seas tonto, humano. ¡Por supuesto que no es mi maldito padre! Escocido, Fé lix cerró la boca y se apartó de los dos enanos. O del enano y del… ¿fantasma? ¿Avatar? Para ser sinceros, Fé lix no tenı́ a ni idea de qué qué era lo que tenı́ a en ese preciso momento delante de los ojos. Y menos aú aú n de lo que querı́ a de ellos. —Pero lo soy, Gotrek —dijo Gurni. Una tristeza desoladora quebró el estoicismo de sus ojos—. Me negaron la entrada en el Saló n de los Ancestros por culpa de tu deshonra y me vi condenado a errar por este mundo como un fantasma retornado. Pero eres sangre de mi sangre y este lugar te matará si te quedas. Te ruego, por favor, que des media vuelta y te marches antes de que sea demasiado tarde. Gotrek negó con la cabeza. Su expresió n ceñ uda era como una má́ scara ma scara cincelada en granito. granito. —Ya no soy tu hijo. He renunciado a mi hogar, a mi familia y a mi nombre. Só lo una muerte honrosa me los devolverá . —¿Y qué será de mı́   si caes con deshonor? No quedará nadie. Tú eres el úú ltimo miembro del linaje Gurni. Gotrek miró su hacha y se le desencajó el rostro de la ira. Fé lix sabı́ a lo que el có Matador viendo ella.tras Snorri Muerdenarices le habı́laa descrito mo habı́estaba a quedado su en hogar el ataque de los goblins, suerte que habı́ an an corrido su esposa y su hija. —No lo sé —respondió Gotrek. —¿Y qué será de tu rey? —preguntó Gurni, dando un paso adelante y elevando la voz hasta gritar—. ¡La fortaleza de tus antepasados está sitiada y pronto caerá ! ¡Sé que eres un enano solo, y tal vez tu hacha no cambie las cosas, pero tu lugar está está allı́ ! —Mi lugar no está en ninguna parte hasta que yazca en el suelo — replicó Gotrek. Miró de soslayo a Fé lix y sus labios dibujaron una sonrisa amarga—. Ademá s estoy cansado de vagabundear.

A Felix se le escapo una sonrisa. Guardaba el vago recuerdo de haber parecidoPensó reiriéentonces ndose a Middenheim antes de recibir el puñdicho etazo algo de Gotrek. en Malakai Makaisson y su deseo de volver a Karaz-a-Karak para luchar al lado de su Gran Rey, y se preguntó si esto serı́a alguna clase de prueba que consistı́a en desaiar

 

la determinació n de un Matador para renunciar a la familia y al hogar, a todo lo que hacı́a a los enanos lo que eran, al servicio de alguna ascé tica marca de honor. ¿Makaisson la habrı́ a superado en el caso de que hubiera estado aquı́  en lugar de Gotrek? Fé lix esperaba no tener que averiguar custodiadajamá en els templo lo que no sucederı́ quedara a sisatisfecha cualquieracon que lasfuera respuestas la fuerza del Matador. —Me dicen que la muerte es un regalo. Pero para quien la recibe. ¿Qué valor tiene para quien la causa con tanta libertad? ¿Hasta qué punto es má má s valiosa la vida en ese caso? Mientras el fantasma de Gurni hablaba, Fé lix volvió a sentir que el lujo de poder volvı́ a a desviar sutilmente su curso; las runas perdieron intensidad y se oscurecieron mientras é l miraba a su alrededor tratando de atisbar qué serı́ a lo siguiente que les enviarı́ an an para ponerlos a prueba. Al no ver nada, Fé lix devolvió la atenció n a Gotrek y a Gurni. Lo úú nico que habı́ a cambiado era el propio Gurni. El fantasma estaba difuminá ndose con la luz rú nica; no desaparecı́a, a, sino que se transformaba; crecı́a. a. Su cuerpo borroso se estiró para hacerse má s alto; la piel curtida se plegó y se introdujo en carne seca y huesos amarillos que esta vez cubrieron una armadura de lá lá m minas inas de acero carmesı́ . —SE LA MUERTE DE TUS ENEMIGOS, GOTREK, HIJO DE GURNI. ES UN ARMA DE LOS DIOSES EE SA QUE BLANDES. SERA SERA UNA OFENSA PARA SU PRIMER PROPIETARIO QUE UNA VICTIMA ESCAPE A SU IRA. El fantasma se materializó con su nueva forma y Fé lix se quedó boquiabierto cuando lo reconoció reconoció . El guerrero era enorme. Le sacaba medio cuerpo a Fé lix, cuya estatura era muy superior a la media de los humanos, y tan ancho como el Troll ydemuerte, Praag. ySudearmadura exhibı́ retorcidos sigilos repujados deRey masacre ella colgaban cráa neos vivos que aullaban con desesperació n a pesar de que tenı́ an an la boca llena de sangre, que tambié n les corrı́ a desde las cuencas vacı́ as as de los ojos. La sangre recubrı́a los guanteletes del guerrero y cada remache y costura de su armadura. El paladı́ n muerto no habló , sino que una luz de bruja roja destelló en la cara descubierta enmarcada por el yelmo con cuernos. Era un enemigo que Fé lix recordaba perfectamente y que todavı́ a veı́a a veces, justo antes de despertarse sobre sá banas empapadas en sudor frı́o en noches de luna llena. ¡Krell!

Felix adopto la posicion de guardia con la espada alzada y corrio a colocarse a la izquierda de Gotrek para cubrirle el costado vulnerable, pero el Matador le pidió pidió que se apartara. —Atraás, —Atr s, humano. EE ste só só lo puede ser para mı́ . La montañ montañ a retumbó retumbó en señ señ al de conformidad.

 

—UN MATADOR SIEMPRE ESTA SOLO. EL ES LA MUERTE, Y AL FINAL TODOS MUEREN SOLOS. Fé́ lix Fe lix blandió blandió con irmeza la espada pero retrocedió retrocedió , obligado por el deber y por la amistad a permanecer en un segundo plano y observar. una hoja Krell hizotan girar negra de un como modo la amenazador peste e igualsudeenorme letal. Gotrek hacha presentó en la mano; su propia arma mortal. Los dos guerreros se movieron en cı́ rculo, rculo, ejecutando unos amagos imposibles de seguir por el ojo humano, poniendo a prueba la defensa del rival con golpes que dejaban temblando las manos de Fé lix con só lo mirarlos. Krell habı́ a sido un paladı́n de Khorne antes de su muerte y su subsiguiente resurrecció n. El mismo Rey Dios Sigmar se habı́a batido con éé l en una ocasio ocasió́ n. Y era uno de los pocos que habı́ a medido su hoja con la de Gotrek y habı́a vivido para contarlo. —¡Gotrek! ¡A la izquierda! El Matador bloqueó el hachazo del señ or fantasma y descargó una frené tica serie de golpes que obligaron a retroceder al paladı́ n. n. Un adversario mortal habrı́a acabado destripado por la crueldad de las acometidas, pero Krell era incansable, diestro y sorprendentemente aá́ gil gil pese a su gran tamañ o, e igualaba a Gotrek en fuerza. Fé lix no veı́ a ningú n punto dé bil en la té cnica del fantasma, y má s de una vez se le subió́ el corazó subio corazó n a la garganta con los tajos de respuesta que cortaban el aire directos hacia Gotrek. Pero el enano, inexplicablemente, siempre conseguı́a evadirlos en el úú ltimo momento. Fé́ lix Fe lix dejó dejó salir el aire que habı́ a estado oprimié oprimié ndole ndole el pecho. La má s leve caricia de la hoja de obsidiana de Krell era letal, y Fé lix sospechaba que la versió n espectral estaba imbuida del mismo poder destructor. Fé lix habı́a visto con sus propios ojos la muerte lenta y agó nica que el arma habı́ a estado a punto de inligir a Gotrek en una ocasió El n. Matador habı́a airmado que su muerte en aquel lugar no serı́ a buena. ¿Se referı́a a esto? ¿Krell estaba destinado a terminar la tarea que habı́a dejado a medias en el castillo Reikguard? Fé lix frunció el ceñ o mientras en su interior pugnaban la lealtad al Matador y todo lo que eso signiicaba y lo que é l consideraba vulgar bondad humana. No habı́a venido hasta aquı́  para  para ver morir a Gotrek a manos de un espectro de su pasado. El Matador asestó un golpe dirigido a la cintura de Krell que esta vez Fé lix sı́  pudo seguir desde el principio hasta el inal. El fantasma

inclinó el cuerpo para eludir el hachazo y blandió el hacha por encima de la cabeza paraobligado descargarla manoatrá contra cara de Gotrek. Matador se vio a dara una un paso s porla primera vez en El el combate. Retrocedió , jadeando, mientras su hacha se movı́ a con tanta

 

velocidad que casi parecı́ a un escudo que repelı́ a la baterı́ a de golpes que le asestaba Krell. Su torso desnudo resplandecı́ resplandecı́a con el sudor. Gotrek habı́a comenzado el combate herido y empezaba a notarlo. El enano reunió las escasas fuerzas que le quedaban para propinar hacia un hachazo el cuello destinado de Krell acon decapitar un á spero a surugido. oponente El espectro y descargó se dejó el golpe caer sobre una rodilla y estampó el codal impregnado de sangre en el estó mago de Gotrek. El hacha del Matador chocó con gran estruendo contra una columna y escapó de sus manos; Gotrek retrocedió tambaleá́ ndose, tambalea ndose, sujetá sujetá ndose ndose el estó estó mago y resollando. El paladı́n avanzó hacia el Matador con una sonrisa grabada en el rostro. Fé lix reconoció el brillo de la victoria en sus ojos. De algo má s que de la victoria; de la venganza, de la sangre ofrecida a su dios. Si no se trataba del Krell real, el parecido con é l resultaba aterrador. El espectro blandió blandió el hacha para asestar el golpe de gracia, pero entonces Fé lix levantó la espada y puso en tensió n los mú sculos del cuerpo para ejecutar un salto suicida. —¡No necesito tu ayuda, humano! —bramó Gotrek, que inclinó el hombro para sortear la defensa de Krell y embestirlo en la cintura. El aire escapó con un silbido a travé s de los dientes apretados de Krell cuando el Matador arremetió contra é l con la fuerza de un bulldog y lo empujó empujó hasta estamparlo contra una columna. La piedra crujió y las grietas comenzaron a propagarse por el luminoso pilar. pilar. Krell descargó descargó el mango de su hacha sobre la espalda de Gotrek, pero aunque el enano sangró por la herida, el golpe habı́ a sido asestado sin fuerza. El paladı́ n le plantó un rodillazo en el pecho duro como una losa, pero el Matador simplemente gruñ ó y de un puñ etazo le abolló el peto de la armadura. En torno al espectro cayó una lluvia de polvo y piedra desmenuzada. Krell envolvió un puñ o de Gotrek con una mano y luego el otro con la proirió otra y leun hundió la rodilla en ely pecho si fuera un pistó n. Gotrek rugido furibundo asestócomo a su rival riv al un cabezazo en la cara. La fuerza del impacto lanzó el crá neo de Krell contra una columna, y una ina grieta escindió el hueso desde la parte superior del cuello hasta la cuenca del ojo izquierdo. Gotrek retrocedió retrocedió renqueando, con un terrible verdugo verdugó́ n con la forma de la babera del yelmo del espectro en la frente. Se recobró y se llevó a rastras al paladı́ n lejos de la columna. Les cayó encima un chaparró n de polvo. El Matador apretó los dientes y levantó al enorme guerrero por encima de la cabeza, le dio la vuelta para ponerlo bocarriba y lo

estampó́ contra el suelo. estampo Se produjoy se unpartı́ crujido metal y de huesos antiguos que entrechocaban an. La de an. magia que animaba al paladı́ n se debilitó y se interrumpió cuando el puñ o de Gotrek descendió como una bomba

 

arrojada desde una aeronave e hizo añ icos los huesos del cuello de Krell. Los nudillos del Matador se hundieron en las losas. Gotrek arrancó con la punta de la bota el hacha de la mano muerta del fantasma y la alejó de una patada. El arma se deslizó por el suelo de de piedra, que la repiqueteando perdieran perdieran de vista. entre las columnas hasta mucho tiempo despué s El cuerpo de Krell desapareció poco despué s, en un abrir y cerrar de ojos. —El de verdad era má s duro —aseveró Gotrek, tomó una entrecortada bocanada de aire y escupió al trozo de suelo sobre el que habı́a yacido el espectro. —¿LA CULPA HA SIDO SUY SU YA O TU TU ERES MA MA S FUERTE AHORA? ¿ACASO HAS ESTADO PREPARA PREPARA NDOTE PARA UN ENCUENTRO CON ALGUIEN MUCHO MAS FUERTE? —¡Trá emelo! —rugió Gotrek, que recogió el hacha del suelo y la aferró con ambas manos, que se hincharon como unos bı́ ceps ceps en tensió n mientras miraba ijamente con su ú nico ojo el vacı́ o de las piedras a la luz de las runas—. Creı́ a que querı́ as as desaiarme. Pues bien, mı́rame, rame, montañ montañ a. Aquı́  sigo  sigo en pie. —PACIENCIA, MATADOR. A Fé lix se le cortó la respiració n cuando vio desaparecer a Gotrek ante sus ojos. Abrió́ la boca para llamar al enano, pero en el lapso de tiempo entre Abrio pensar y respirar, todo el templo se desvaneció como lo habı́a hecho Gotrek, y la oscuridad envolvió a Fé lix; una oscuridad impenetrable, informe, despojada de la sensació n de la piedra debajo de sus pies y del aire en la cara. De repente fue consciente de lo que habı́ a sucedido y entonces gritó , o al menos creyó que lo hacı́ hacı́a, a, porque o bien estaba completamente sordo o no habı́a aire para que viajara el sonido. No sabı́No a qué peor. quien habı́ a desaparecido. eraera el Matador desaparecido. Era é l. La luz llegó de una manera irregular desde una antorcha instalada en un soporte de hierro en la pared de piedra y la oscuridad retrocedió lentamente. Fé lix la examinó brevemente, desorientado, mientras sus manos palpaban distraı́ damente damente el cuerpo como para asegurarse de que no estaban solas. Tenı́a el corazó n agitado como una mariposa atrapada en un farol. La llama luctuaba y la luz y las sombras se comportaban como ondas por todo el lugar. Parecı́ a real. El calor y las

crepitaciones de la madera eran reales. Con una mano apoyada en el dolorido pecho que trepidaba tercamente, Fé lix echó un vistazo al espacio iluminado por la antorcha. Las paredes eran de una dura piedra gris parecida al granito. Uno de los muros tenı́a una forma curva y una estrecha ventana con aspecto

 

de aspillera, lo que indicaba que se encontraba en alguna clase de torre fortiicada. Del exterior llegaba un rugido extrañ o, potente como un vendaval. Sobre un maniquı́ situado   situado junto a la ventana habı́ a un yelmo con la visera levantada y una coraza, y enrollado a un colgador, un cinturó piedrasn semipreciosas. con una espadaSobre envainada un baú conl lahabı́ empuñ a unadura montó incrustada n de ropa de doblada: un tabardo, unos pantalones de tartá n y un pañ uelo para ponerse encima de la coraza, todos del color azul con adornos amarillos de Middenland. Al lado del maniquı́  con   con la armadura habı́a un escritorio similar al que Fé lix habı́a tenido en el despacho de la casa de su hermano en Altdorf. Encima de é l habı́ a montañ as de papeles. Fé lix los esparció por la mesa. Tenı́aan n un aspecto muy real. Se trataba de ó rdenes de requisa, turnos de guardia, disposició disposició n de tropas…, la clase de burocracia militar que la mayorı́a de los soldados jamá s soñ arı́ an an que existı́ a pero sin la cual el Imperio seguramente habrı́ a desaparecido en un dı́ a. a. Volvió a dejar los papeles sobre la mesa y se asomó a la ventana. Los rugidos de decenas de miles de abhumanos resonaron en sus oı́dos. dos. El destello puntiagudo de tantas fuentes de luz hizo que de nuevo le lloraran los ojos. Descubrió que estaba dentro de una torre má s de las varias que se alzaban frente a los inexpugnables muros de una imponente ciudadela situada en la cima de una montañ a. No era Kazad Drengazi. Sobre la muralla habı́a soldados imperiales, y lo que veı́a en el suelo —un hervidero de iguras monstruosas todas ellas pertrechadas con antorchas y lechas incendiaras—, incendiaras—, era demasiado obvio. Las lechas pasaban silbando entre la muralla y las bestias aladas y los demonios que hostigaban la guarnició n, mientras que los proyectiles de mayor tamañ o de las catapultas y de los cañ ones de pequeñ o calibre desgarraban el aire con detonaciones y gañ idos feroces. Fé lix vio con sus propios ojos có mo de laque lengua bı́ ida ida delauntorre dragóde n de cabezas salieron unas llamaradas destruyeron unados catapulta. Piedras y cuerpos carbonizados dentro de las armaduras se precipitaron por la ladera de la montañ a. Fé lix bajó la mirada. Una columna formada por viles má má quinas quinas de guerra ascendı́ a por el angosto camino de montañ a en direcció n a la puerta de la ciudad. Lo hacı́an an movidas por su propio poder maloliente; la voracidad pestilente, retorcida, retor cida, de los demonios introducidos en las armas trasladaba arietes y catapultas por un terreno demasiado traicionero para cualquier bestia de carga. Un humo sanguinolento emanaba de las bocas ensanchadas de los cañ ones; piquetas de hueso hundidas en la roca

mantenı́aan n ijas las armas mientras los enormes cañ ones de bronce ajustaban solos el Era á ngulo de tiro para disparar. Middenheim. Middenheim. ¿Estaba dentro de un sueñ o engendrado por el guardiá n de la montañ̃ a, o, como habı́ a constatado con Krell, se trataba de algo má montan má s? s?

 

sı́.

—¿Qué clase de prueba es é sta para Gotrek? —murmuró Fé lix para —Le toca toc a mover, mover, herr  Jaeger.  Jaeger. La voz le llegó llegó de atrá atrá s y giró giró sobre los talones.

En el fondo de la habitació n nhabı́ una pequeñ a mesa, y sobre un tablero de ajedrez. La posició de alas piezas indicaba que habı́ a ella, una partida en marcha y que ya se habı́ an an realizado cuatro o cinco movimientos. Detrá s de la mesa habı́ a dos hombres albinos ataviados como hechiceros, uno sentado y el otro de pie. Un aura de un poder extraordinario brillaba en torno a ellos. El hombre que estaba sentado vestı́a de negro y estudiaba distraı́ damente damente el tablero apoyado en un bá culo de é bano y plata. El alto, un hechicero con aspecto vulpino, vestı́a de dorado y sujetaba con sus garras tambié n doradas un resplandecientee bá resplandecient bá culo culo rú rú nico. Fé lix retrocedió . ¡El guardiá n de la montañ a estaba hurgando en su mente en busca de enemigos para que acabaran con éé l! l! Varadorada invitó mediante señ as a Fé lix a ocupar la silla vacı́ a que estaba en su lado del tablero, pero tambié n —Fé lix lo sentı́ a— a— a entrar en el mundo que habı́ a má s allá . Como en respuesta al ofrecimiento del hechicero se produjo un estré estré pito pito que procedı́ a del camino de montañ montañ a, seguido por una explosió explosió n y el crujido de madera. La puerta. La torre se estremeció con el impacto; el tablero de ajedrez tembló y la torre blanca que quedaba en el juego se tambaleó . Baculonegro tendió una mano por encima del tablero para impedir que se cayera y su dedo permaneció́ sobre la pieza como si acabara de suspenderse la ejecució permanecio ejecució n. —Le toca mover.

 

CAPÍTULO DIECISÉIS Katerina —Sié  Kelmain Jaeger —dijo vozvisto agudaobligados Varadorada señ alando la sillantese, vacı́a—. aherr  —.  Jaeger y yo con nos una hemos a admitir que carece de sentido seguir enfrentá ndonos en este juego cuando ninguno de los dos es claramente superior al otro. —Y llevar la cuenta de las victorias de cada uno estaba convirtié ndose en un reto cada vez má s tedioso —convino el mago de tú nica negra, Kelmain. —¿Có́ mo estamos? —¿Co —Me temo que lo he olvidado. Varadora asintió pomposamente con la cabeza y se volvió a Fé lix con una expresió n taimada en el rostro. —Estoy ansioso por ver có mo termina esta partida. Su movimiento de apertura demuestra una mente aguda y, si me permite la observació n, muy poco convencional. Fé lix se quedó mirando con perplejidad el tablero de ajedrez. Retrocedió , negando lentamente con la cabeza, hasta que chocó con la puerta. —Esto no es real. Ni siquiera sé sé jugar a ese juego. —¿Y qué es real? —repuso Kelmain con un encogimiento de hombros. —¿Un sueñ o es real? —añ adió Varadorada—. ¿Y una visió n? ¿Y una profecı́ a? a? —¿Qué los hace reales? —intervino Kelmain, siguiendo el

razonamiento de su hermano sin que se notara el cambio de hablante —. ¿Nosotros? ¿La manera como interpretamos lo que vemos y actuamos amos actuado de otro modo si no lo vié ramos? sobre ello? ¿Habrı́amos —¿Está is diciendo que de verdad esto es Middenheim? —inquirió Fé lix, echando hacia atrá s la mano izquierda hasta la madera de la

 

puerta y recorriendo con la derecha las piedras de la pared. Lanzó una mirada a la ventana, una estrecha abertura que daba a un vacı́ o de humo de azufre y gritos. No lo suicientemente suicientemente estrecha. —Despué s denota todo, es tań ninteligente, Kelmain con una deno decepcio decepció en la voz. ¿no crees, Loigor? —dijo —Su mente es tan… binaria. La mirada de Fé lix seguı́a ija en la ventana. El olor a quemado le colmaba ahora los pulmones y estaba penetrando a travé s de su pecho. Los gritos sonaban lejanos, casi eté reos, pero le resultaba imposible distanciarse de ellos, como los recuerdos en la casa de un amor perdido. —¿Kat está aquı́ ? —preguntó bruscamente Fé lix—. ¿Sobrevivió a la caı́da da de Altdorf y consiguió consiguió llegar antes de que comenzara el sitio? —Si esto no es real, nosotros somos en esencia creaciones de su mente, herr   Jaeger, Jaeger, de modo que no está en nuestra mano ayudarle má s allá́ de sus propias capacidades —dijo Kelmain. alla —Y si es real —continuó Loigor con los dientes apretados, dejando a la vista unos brillantes colmillos amarillos mientras se inclinaba sobre el bá bá culo culo dorado—, ¿qué ¿qué le hace pensar que le ayudarı́amos? amos? —Usted mató a nuestro peó n, Arek Corazó n de Demonio. Y a Skjalandir. —Kelmain esbozó una sonrisa de reprobació n—. Y a nosotros. —Como ve, herr   Jaeger —dijo Loigor, cuyos colmillos desaparecieron detrá s de una sonrisa, volviendo a señ alar la silla e invitando a Fé lix a sentarse en ella—, no importa si es real o no. El resultado inal no cambia. —Pero si juega un par de partidas, tal vez le demos alguna pista. —No —aseveró Fé lix, con el corazó n acelerado por un razonamiento prop io.hija… Si Kat estaba aquı́ , la encontrarı́a. a. Fuera real o no, la encontrarı́a. a.propio. Y a su Se le puso un nudo en la garganta. Verı́a a su hija. Kelmain emitió un suspiro ronco y se rascó la mejilla, como queriendo indicar corté smente a Fé lix que tenı́ a algo en el ojo. Luego miró́ con recelo a su hermano. miro —Tal vez Archaon quiera jugar. Ya podı́an an quemarlo con una palabra aquellos dos hechiceros que a Fé lix le daba igual. Hacı́ a tiempo que su vida habı́ a dejado de importarle, y ahora que era posible que tuviera a su familia al alcance

de la mano, le importaba menos que nunca. Se diodel la picaporte vuelta para cara ́ ahacia la puerta, alrededor deponerse lató n y lode lató empujó empujo abajo. cerró la mano —Jugamos con el destino y nos quemamos —espetó Loigor con la voz repentinamente preñ ada de melancolı́ a, a, con la amargura de una

 

oportunidad desperdiciada—. Rara vez hay má s de un camino correcto, y la opció n obvia no suele ser la mejor. La apertura de una puerta siempre acarrea consecuencias. Pero Fé lix ya no lo escuchaba. Abrió́ la puerta. Abrio Hombres de aspecto atemorizador, enfundados en los uniformes de la ciudad y del estado, se hacinaban en el patio, ante la torre de entrada oriental; el dique que contenı́ a agitados rı́os os azules y dorados, blancos y azules se rompió y los dejó precipitarse con libertad hasta el mar. El humo ascendı́a desde las murallas y sobrecogedoras explosiones desgarraban el aire; pero má s que por el sonido, las detonaciones se delataban por las ondas que agitaban estandartes y alteraban a los caballos. Los equipos de artilleros con las libreas negras encrespadas se bramaban unos a otros ininteligibles instrucciones té cnicas mientras arrastraban un par de cañ ones de salvas para colocarlos en posició n a cada lado de la puerta. Caballeros sin yelmo y con melena gris formaban un baluarte de acero ysus caballos ocupaba la calle principal y continuaba por el Neumarkt; reciosque hombros recubiertos por la armadura trazaban una lı́ nea nea que se extendı́a a la misma altura que los canalones de las casas con las puertas y las ventanas tapiadas con tablas. Sus musculadas monturas metı́an an prisa a los jinetes con los resoplidos que emitı́an an bajo las testeras con la forma de cara de lobo, nerviosas por el olor a mecha quemada que impregnaba el aire. Cada pocos segundos resonaba un golpe asestado contra la puerta. Tambores, cuernos y silbatos se sumaban al fragor de las bestias y de las armas. Un viejo y abollado tanque de vapor entró en la explanada traqueteandoo y chirriando y se detuvo traqueteand detuvo con un pitido. Fé lix se abrı́a paso por el tumulto como si acabara de recibir un golpe Noenrecordaba la cabeza. haber traspasado la puerta ni haber bajado la escalera. Y sin embargo allı́  estaba.  estaba. —¡Herr  —¡ Herr  Jaeger!  Jaeger! ¡Por el gran Sigmar! ¿Es usted? Un caballero de gran estatura, cubierto por una armadura plateada y un tabardo adornado con un corazó n en llamas y con una espada ancha envainada sobre la cadera, eniló a trancos por la multitud. Fé lix se volvió para recibirlo, pero antes de que pudiera abrir la boca, el caballero lo abrazó . Se produjo un ruido metá lico cuando el peto de la armadura del hombre chocó con la cota de malla de Fé lix. Este hizo el ademá n de retroceder, pero los fuertes brazos trabados en su espalda le

impidieron moverse. Felix tosio educadamente y aspiro el olor acre de la grasa para armaduras y del sudor. El hombre se separó de é l y posó las manos enfundadas en los guanteletes sobre los hombros de Fé lix. Sonrió . —¿Aldred?

 

El caballero templario hizo una escueta reverencia. Aldred Keppler —o Espada Cruel— habı́a sido el primer propietario de la espada de Fé Fé lix, lix, Karaghul   ,, pero habı́a muerto a manos de un troll del Caos en las oscuras y hú medas ruinas de Karak-OchoPicos. Esto no podı́adel sertemplario, real. No podı́ a serlo…de¿Ohablar sı́ ? Fé ylix—¡por ya dudaba de todo. La apariencia su manera Shallya! — su olor eran reales, y el modo como reaccionó reaccionó el corazó corazó n de Fé Fé lix lix a la reaparició n de un viejo y apreciado camarada tambié n era absolutamente real. Fé lix tomó la mano de Aldred entre las suyas. —Es una alegrı́a volver a verlo. —Lleva mi arma. —Aldred se encogió de hombros—. Cumplió mi misió n en el mundo. Hasta ahora habı́ a sido suiciente. Pero en estos tiempos todo cambia. Hubo algo en las palabras del templario, o tal vez en su manera de decirlas, que le chirrio chirrió́ a Fé Fé lix. lix. Intentó Intentó sacudirse esa sensació sensació n. —Necesito su ayuda, viejo amigo. Estoy buscando a una mujer. Katerina Jaeger, mi esposa, tal vez la haya visto. Es… —Fé lix sostuvo en el aire una mano abierta, a la altura del pecho, y entonces le vino a la cabeza una imagen completa de Kat y se sonrió —. Es má s o menos ası́ de alta. Tiene el pelo oscuro y un mechó n plateado en el lado izquierdo. Seguramente sea la má s hermosa de los refugiados que han llegado de Altdorf. Aldred se puso serio y Fé lix sintió que su corazó n se despeñ aba por un precipicio. —Han llegado refugiados desde Altdorf, ¿verdad? —Hay miles de mujeres en la ciudad, y de niñ os. ¿Qué crees que sucederá cuando esas bestias voraces que hay al otro lado de la puerta consigan entrar? La puerta recibio recibió impactouna tita titá́ nico. nrendija ico. La madera crujio se agrietó agrieto el hierro se dobló , ý un apareció entre lascrujió doś , hojas de ́ lay puerta que dejó a la vista un espantoso ariete con cabeza de demonio. De su hocico broncı́neo neo manaba fuego lı́quido quido que siseaba al entrar en contacto con las losas del suelo. La plaza al completo prorrumpió en arrebatados gritos que insulaban valor. Se bramaron ó rdenes y se gritaron los nombres de Ulric y de Sigmar, y los hombres formaron en ilas como las ovejas guiadas por el perro mientras volvı́ a a abrirse una rendija entre las hojas de la puerta. La tranca se hizo añ icos con un crujido y las llamaradas treparon por el dorso destrozado de las batientes.

—¡Fuego! —La orden se alzó alzó por encima del fragor reinante. Se dispararon lechasa desde las ventanas los balcones casas abandonadas. La mayorı́ se clavaron con un yruido sordo endelalas madera de las puertas en llamas y un puñ ado salieron rebotadas de la cabeza del ariete poseı́do do por el demonio.

 

Una voz femenina gritaba palabras de á nimo desde un grupo de milicianos desplegados a lo largo de una azotea que se encontraba enfrente de Fé lix mientras la pantalla de protecció n de una ballesta se incrustaba en una barricada levantada con balas de paja y arbustos. En equipo artilleros llevabayaa estaban cabo laslistos comprobaciones útanto ltimaelhora en elde arma, los arqueros y apuntaban de en espera de recibir la orden de abrir fuego. La orden llegó por boca de su oicial, una mujer, y el aluvió n de lechas cortó silbando el aire medio segundo antes de que lo hiciera el siguiente destacamento má má s rá rá pido. pido. Fé lix no despegó los ojos de la mujer, que hincó una rodilla en el suelo parapetada tras una tosca almena que se habı́ a colocado allı́ recientemente y se pasó un brazo por encima de la cabeza para sacar otra lecha de la aljaba que llevaba a la espalda. El proyectil salió de la caja y llegó a la cuerda del arco en el mismo movimiento luido mientras la mujer volvı́a a levantarse. El hombre má s bajo de todos los que tenı́a a su mando le sacaba una cabeza, y era delgada como una lecha. Un gambesó n acolchado le abultaba el pecho, y llevaba los antebrazos y los muslos recubiertos por unas protecciones de cuero de una sola pieza. El cabello, corto y oscuro, le rozaba los estrechos hombros, salvo por el mechó n blanco que le bailaba sobre el ojo izquierdo. La mujer no prestó atenció n a ese mechó n de pelo revoltoso y apuntó a la puerta derribada. El resplandor del fuego se relejó en el pesado anillo de oro de los enanos que llevaba en el dedo pulgar de la mano izquierda y se apretaba contra la madera del arco. Kat. —Desde los tiempos má s antiguos se ha mantenido al enemigo a raya. Nunca se le derrotó , pero siempre se le neutralizó . —La voz de Aldred fue torná ndose má s grave a medida que hablaba, y su rostro, aunque no cambió lo má s mı́ nimo, nimo, comenzó a adquirir un parecido con alguien que Fé lixy tenı́ a la volvió sensació n que a conocer. Perodeentonces Fé lix parpadeó Aldred a ser é l debı́ sin ningú n gé nero dudas, como seguramente habı́ a sido en todo momento. El templario desenfundó́ la espada y apuntó desenfundo apuntó a las puertas. Las hachas kurgans hacı́an an añ̃ icos los restos carbonizados. Las lanzas y las alabardas del eje an ejé́ rcito rcito de Middenheim se replegaban detrá s de los cañ ones de salvas. Cayó otro aluvió n de lechas—. Só lo el valor indeleble y un alma de hierro nos ha permitido sobrevivir. Ahora los lobos aú llan a las puertas de nuestro mundo y los hombres como usted se levantan y demuestran su valı́ valı́aa expulsando a los demonios. Fé lix retrocedió , ató nito ante la repentina e inusitada intensidad del

templario. —¿Aldred? El templario hizo un gesto con la cabeza para señ señ alar algo detra detrá́ s de Fé lix. Este se dio la vuelta y vio que un trı́ o de fornidos Matatrolls se abrı́aan n paso por la atestada calle del Neumarkt para acudir a su cita con

 

la inminente batalla. El enano má s feo que Fé lix habı́ a visto en mucho tiempo blandı́a un par de hachas. Su nariz chata estaba adornada con una verruga peluda en la punta, y unos aros de oro tintineaban colgados de sus grandes orejas. Un enano má má s delgado y joven lo seguı́ a arecientement paso ligero; iba vestido conanaranjados. pieles y En en cuanto la cabeza afeitada recientemente e aloraban puntitos al tercero… tercer o… Fé́ lix Fe lix sintió sintió que el corazó corazó n enternecido se le rompı́a en pedazos. —Snorri cree que Fé lix ha tenido una buena idea viniendo aquı́   — dijo alegremente Snorri Muerdenarices, con una sonrisa estú pida en su devastada cara de estú pido—. ¿Por qué vamos a dejarlos entrar si podemos enfrentarnos con ellos aquı́ ? —Fé lix ha decidido que no va a luchar con nosotros —dijo Aldred —. Se va a buscar a una mujer. La fea cara de Bjorni Bjornisson se escindió con una sonrisa lasciva y el enano se puso a dar codazos a Ulli en las costillas mientras emitı́ a un gruñ ido de aprobació n, hasta que el joven enano se puso rojo como un tomate y se apartó de su compañ ero. —Snorri… no lo entiende. ¿Es que no quieres volver a luchar con Snorri, joven Fé lix? Será una buena pelea. Snorri ha visto al… —Su cara se arrugó arrugó con un gesto de concentració concentració n—. Al Elegido, desde la muralla. —No parecı́a tan duro —airmó casi gritando Ulli, todavı́ a con la cara roja y aparentemente sobresaltado por el volumen de su propia voz. Lanzó una mirada acusadora a los otros dos Matadores. A Fé lix se le puso un nudo en la garganta. Habı́ a cargado con el sentimiento de culpa por su inacció n en el episodio de la muerte de Snorri durante meses y leguas, y una parte de éé l anhelaba quedarse a su lado ahora. Aldred se lo quedó mirando, expectante. Fé lix tampoco habı́a olvidado la promesa que habı́ a hecho a la orden del templario: blandir su espada con honor, combatir el mal dondequiera que surgiera. mirar hacia azotea del otro de laalcalle. le cayóSeelvolvió alma apara los pies, como si la fuera un ancla quelado lo ijara suelo.SeSin embargo sabı́a a dó dó nde tenı́a que ir. —Lo siento, Snorri —consiguió decir con voz entrecortada mientras se alejaba del aligido Matador y de sus compañ eros y se zambullı́a en la multitud. Una fuente rizaba la supericie de un estanque ornamental situado en el centro de un pequeñ o jardı́ n adoquinado cercado por los altos muros grises del casco antiguo de Middenheim. Por las paredes trepaban rosas rojas y madreselva atraı́das das por el recuadro de cielo, que estaba rojo

como la señ al de advertencia de un navegante, henchido del estruendo de los cañ ones y del fragor de los combates. Los gritos no eran todos humanos, y recorrı́ aan n el cielo como la pintura fresca recorre una pared. El cielo se estremeció . Fé lix vio que las nubes se cuajaban lentamente y

 

luego se deslizaron con rapidez. Se le aceleró el corazó n; estaba desorientado y asustado. ¿Qué́ le estaba pasando? ¿Dó ¿Que ¿Dó nde estaba? ¿Y dó dó nde estaba Kat? Devolvió la atenció n al jardı́n con la idea de orientarse y buscar el camino de Neumarkt y se percatóhasta de que a una sentada en regreso el bordealdel estanque, cubierta loshabı́ muslos porigura una coraza de lá minas de color maril. Gustav. Su sobrino estaba sentado de lado, con una larga pierna doblada debajo de la otra y con la mirada ija en la fuente. Gustav agitaba suavemente el agua del estanque con unos dedos que parecı́ an an garras. Estaba rodeado por una muchedumbre de niñ os con el semblante apagado y aligido, cuyos ojos llorosos relejados en las supericie ondulada del agua miraban hacia arriba. Só lo entonces Fé lix reparó en la ausencia del relejo de la igura con la coraza. Un escalofrı́ o helador le penetró penetró hasta los huesos. No. No era Gustav. La mujer se volvió como si los latidos del corazó n de Fé lix hubieran delatado su presencia y le dedicó una sonrisa anhelante. Tenı́ a el pelo corto blanco como la ceniza y la tez pá lida como el hueso. A la cicatriz plateada de la sien izquierda se habı́ a añ añ adido la de otro tajo limpio que le cruzaba el cuello. Una mirada bastó para que sus manos revivieran el temblor del momento en el que habı́an an sostenido el acero contra aquel cuello. Fé lix volvió a oı́r el ruido seco de la cabeza cercenada al golpear el suelo de piedra de la mazmorra del Rey Troll. —Ulrika, yo… La vampira le interrumpió con un gesto de degollamiento con la mano que provocó en Fé lix una sensació n de opresió n en el cuello tan real como si Ulrika de verdad estuviera rodeá ndolo con sus manos y estrujá ndolo. —Buscas a Katerina —dijo ella, leyé ndole el pensamiento de la misma concisa como podı́ a leerle el corazó n—. Menuda decepciómanera decepcio ́ n. Qué Qué predecible. Fé lix desvió la mirada de la vampira hacia las nubes que se hinchaban en el cielo, teñ idas de rojo e iluminadas a contraluz por un resplandor plateado. Se estremeció estremeció . —Por favor. La puerta oriental ha caı́do. do. Si sabes dó dó nde… La sonrisa de Ulrika se volvió bestial con la rapidez con la que una vela pasaba de la luz a la oscuridad. Cogió a una niñ a del grupo que lloriqueaba alrededor de ella y la levantó por encima de la cabeza. La niñ a lanzó un lastimero chillido de auxilio y Ulrika la hundió en el agua

del estanque. Felix grito con consternacion y corrio a rescatar a la nina de las garras de Ulrika sin pararse a pensar có mo iba a contrarrestar la extraordinaria fuerza fı́de ssica icalos dehombros, la vampira. Ulrika lo quitó dẽ o encima con una mera sacudida como si éé lse fuera un niñ nin má má s de los que la rodeaban. Fé lix retrocedió y desenvainó la espada mientras recuperabaa el equilibrio. recuperab

 

—¿Sabes el tormento que aguarda a las almas de los vampiros tras su muerte deinitiva, Fé lix? —dijo Ulrika. La niñ a que mantenı́ a a la fuerza sumergida en el estanque forcejeaba para intentar soltarse y el agua salpicaba la coraza de la vampira. Los otros niñ niñ os sollozaban, pero ninguno Daba impresió de esperaba que se habı́ an resignado an a lo que intentó sucedı́ a, aescapar. , o tal vez sabı́laan an que nonles nada mejor si huı́an—. an—. Yo sı́. —¡Detente, Ulrika! —Esto es una prueba, un desafı́ o. o. Los lobos está n en la puerta y tienen hambre, y si nadie los detiene, nos devoraran a todos. No todos ellos tienen cara de demonio, humano, y si tú tú no me matas, yo te mataré mataré a ti. Fé lix bajó ligeramente la espada. —¿Humano? Ulrika soltó un gruñ ido y empujó el cuerpo de la niñ a, ya inmó vil, hasta el fondo del estanque. Se levantó de un salto y sacudió las manos mojadas que concluı́ an an en unas atroces garras huesudas. Sobresaltado por la rapidez de sus movimientos, Fé lix retrocedió . La vampira sonrió y se trasladó como un rayo hacia la izquierda mientras Fé lix se movı́ a hacia la derecha. Entonces, justo cuando levantaba la espada para adoptar la posició n de en garde e garde e intentó retroceder, Fé lix chocó con la espaldera y pé talos rojos cayeron revoloteando sobre sus hombros. Los movimientos de la vampira eran vertiginosos, tan discordantes y poco naturales como la velocidad de las nubes en el cielo o los alaridos que resonaban por todas partes. Ulrika avanzó hacia é l, con una expresió n de furia en el rostro que dejaba a la vista unos colmillos lupinos. Fé lix maldijo para sı́  mientras tiraba de la capa maltrecha para arrancarla de las espinas de los rosales, y se apartó girando por la pared justo un segundo antes de que Ulrika aplastara con la mano las ramas,corriendo las enredaderas y laTenı́ piedra que acababa atrá s.deFévarios lix se alejó del muro. a la cara estriada de de dejar la sangre cortes supericiales. Las espinas de los rosales. En las manos tenı́ a má s arañ azos y varias espinas clavadas en la ropa. Ulrika retiró el brazo de la pared. Los oriicios de su nariz se dilataron al percibir el olor de la sangre fresca. —No recuerdo que tuvieras tantos reparos en Praag, querido. Ya me has matado una vez. ¿A qué qué viene ahora esta aprensió aprensió n? Bufando como una gata, la vampira se lanzó hacia Fé lix con las garras extendidas dirigidas a su cara. Fé lix levantó instintivamente la

espada, que choco con las garras huesudas de la vampira y las desvio hacia la cota de malla. Pero la fuerza bruta de la embestida lo tiró hacia atrá s. yPequeñ os anillos se precipitaron cascada porcon su brazo crujieron bajo susmetá pieslicos cuando los airmó en en el suelo y paró Karaghul  todo   todo lo que iba contra é l. Durante los escasos segundos que pudo mantener una intensidad tan alta dio la impresió n de que la

 

espada estaba en todas partes; de alguna manera sus ojos conseguı́ an an mantener a su acero informado de los movimientos de Ulrika sin el conocimiento ni la intervencio intervenció́ n del cerebro. Le ardı́aan n los mú sculos y el sudor se mezclaba con la sangre que corrı́ a en regueros por las arrugas de su un cara. La vampira deslizaba de la espada como si fuera luido, como si se la palidez dealrededor su tez traicionara su verdadera esencia de mercurio; ejecutó con una precisió n pasmosa una guardia schrankhut y casi simultá neamente burló la guardia de Fé lix y le asestó un puñ puñ etazo en el plexo solar que estuvo estuvo a punto de partirlo en dos. Fé lix se quedó sin aire mientras volaba hacia atrá s; se estrelló contra el borde del estanque y dio una voltereta voltereta antes de caer al agua. Se le enturbió la vista, y só lo veı́ a por todas partes gemas de luz difractada y burbujas de aire. El rugido de la fuente retronaba en sus oı́d dos. os. El instinto le decı́ a que respirara, pero se resistió , aun cuando los pulmones vacı́os os se lo imploraban, el tiempo necesario para echar hacia atrá s los brazos y las piernas y sacar la cabeza del agua. Respiró grandes bocanadas de aire impregnado del perfume de las lores. El agua le corrı́ a por las mejillas y le apelmazaba el pelo. La fuente le aporreó la espalda y el agua pulverizada lo cegó . Se encogió con un gemido y cruzó cruzó los brazos a la altura del esternó esternó n. El golpe habı́a sido doloroso. ¡Todo esto era real! La cortina de agua se escindió y apareció Ulrika abalanzá ndose sobre Fé lix a travé s del agua pulverizada. Se sentó a horcajadas encima de é l y volvió a sumergirlo en el agua. Lo ú ltimo que Fé lix oyó antes de que el estruendo del agua agitada volviera a resonar en sus oı́ dos dos fueron gritos de niñ os. Ulrika lo mantuvo debajo del agua unos segundos y luego lo sacó . Fé lix tosió y resolló con el pelo pegado a las paredes de la boca. —¿Te de haberme matado, amor? resisteś ? a hacer lo que debearrepientes hacerse porque ahora sabes el dolor que¿Te te causara causará Fé lix quiso responder, pero fue incapaz. Le faltaba el aire. —En el Territorio Troll habı́a un dicho: má s vale arrepentirse de lo que se ha hecho que de lo que se ha dejado de hacer. Y yo me arrepiento de muchas cosas que no te hice. —Abrió la boca llena de colmillos y se inclinó́ hacia éé l.l. inclino Fé lix abrió la boca para emitir un grito sin aire y se revolvió , chapoteando en el agua, con el ú nico resultado de hundirse má s mientras la vampira se acercaba a é l. El agua lo cubrió por completo y a

traves de ella vio el rostro distorsionado de Ulrika y oyo amortiguadas las palabras que le dedicó dedicó , mientras crecı́ a la rigidez de su pecho. —En tus manos esta está destino de mundos, Fé Fé llix. ix. Tienes el poder de salvarlos, pero no será dé elesta manera.

 

Fé lix se incorporó jadeando, tratando de arrancarse del cuello unas manos que ya no habı́ a. a. Tampoco estaba sentado en un estanque, sino sobre un irregular suelo adoquinado en mitad de una calle que se habı́ a convertido en el escenario de una cruenta batalla. Alzó la vista, preguntá dó nde Entre estarı́ a las ahora mientras inclinadas se frotaba ondeaban el cuello todavı́a ndose amoratado. viviendas estandartes ajironados: leones, á guilas y grifos rampantes con sus respectivos colores, desgarrados pero desaiantes ante el enemigo. Bosques de lanzas y alabardas vibraban con el avance de miles de soldados de infanterı́ a cubiertos de acero. Las lechas oscurecı́ an an el cielo. El permanente estré pito de las armas de fuego y la artillerı́ a creaba la impresió n de estar detrá s de una catarata; un ruido de fondo sobre el que hombres y otras cosas má má s bestiales gritaban y aullaban. En torno a Fé lix se oı́ a el crujido de quijotes y de grebas de cuero. Una compañ ı́ a de ballesteros se mantenı́a en la reserva y observaba la batalla en espera de que sus colores aparecieran en el asta de señ ales del vexilario que galopaba de un lado a otro detrá s de la primera lı́ nea, nea, exhibiendo los colores del emperador Karl Franz. El aire estaba cargado con el olor a sudor y a cerveza derramada, a cuero sucio y a hombres: los verdaderos olores de la guerra para los que el amargor de la sangre derramada só só lo era un condimento. Fé lix se levantó con un gruñ ido y se sacudió la ropa mojada. Miró a su alrededor y se quedó perplejo al darse cuenta de que, si bien era obvio que estaba en una calle estrecha de Middenheim, no era menos obvio que estaba sobre una pequeñ a colina que ofrecı́ a una vista despejada de un sinuoso campo de batalla en el que se concentraban varias decenas de miles de hombres. Las proporciones del despliegue eran mareantes, y durante un rato largo lo ú nico que Fé lix fue capaz de hacer fue unirse a los ballesteros de las tropas auxiliares entre los que se encontraba mirar. tropas. Era absolutamente quelaMiddenheim pudiera alojar ytantas Dudaba queimposible ni siquiera Imparable bastara para transportar transportar el equipo y los suministros necesarios hasta la cima de la Fauschlag Fauschlag para sustentarlas. Intentó concentrarse en la calle que quedaba a la espalda del ejé rcito. Parecı́a un barrio de oicinas, pues todas las casas tenı́ an an ventanas elegantes y no faltaban las notarı́ as as ni las ostentosas fachadas de piedra de los bancos. De alguna manera todo se habı́ a estirado, se habı́a diseminado hasta el estado inmediatamente posterior a la opacidad, para albergar las huestes dispuestas frente a frente en lados

opuestos de la calle. Los nutridos regimientos del Imperio mantenı́ an an el centro de la lı́nea. nea. Decenas de batalla, miles esperando de soldados de infanterı́ a formaban en orgulloso orden de el toque de corneta para avanzar y relevar a sus camaradas en el tumulto que ocupaba casi todo el campo de batalla entre las dos huestes. Los colores orgullosos de las diez

 

provincias destacaban en las sobrevestes y en los estandartes a lo largo de una docena de leguas de ilas continuas. Caballeros de ó rdenes má s nobles que las que Fé lix podı́a nombrar se movı́ an an entre las formaciones de las tropas del estado, a medio galope sobre impresionant impresionantes corceles armadura; los banderines puntas de suseslanzas se con sacudı́ aan n mientras cabalgabanprendidos a travé s de las un viento maligno. El orden era absoluto en las ilas de la retaguardia, lanqueada por un lado por los radiantes caballeros de Bretonia con sus intrincadas armaduras y sus corceles de guerra cubiertos por resplandecientes bardas, y por el otro, por los jinetes nó madas de Kislev con sus atuendos de cá ñ amo. Una comprensió n instintiva de lo que estaba viendo convenció a Fé lix de que estaba presenciando la ú ltima batalla de dos naciones que se habı́ an an vanagloriado de su poder militar. Aliados desde los tiempos de Sigmar, una fuerza má s reducida de enanos reforzaba la posició n imperial con armas de fuego y gromril. Soldados de infanterı́a cargados de determinació n, equipados con holgadas cotas de malla y yelmos alados, dotados de visera y engalanados con piedras preciosas y oro, formaban un muro circular de escudos en cuyo centro se hallaban la artillerı́ a y los equipos de artilleros. La distancia que los separaba era grande, pero a Fé lix le pareció reconocer a su lı́ der. der. Envuelto en una capa de escamas de dragó n y con una impresionante cresta anaranjada, no habı́ a posibilidad de equivocarse si se airmaba que se trataba de Ungrim Puñ o de Hierro, el Rey Matador de Karak-Kadrin. El rey enano ejercı́ a de lı́der der desde el corazó n del muro de escudos, rodeado por una extrañ a aura de llamas y aniquilando una oleada tras otra de hombres bestia y guerreros del Caos. Má s allá de la posició n de los enanos las cosas se volvı́ aan n má s… extrañ as. ¿Visiones inconexas? ¿Profecı́a? a? Era demasiado estrambó estrambó tico para tratarse de un suen sueñ̃ o. Inundando los fantasmagó ricos adoquines justo al lado de sus — aparentemente— enemigos mortales, habı́a una alborotada hueste que era diez veces má s numerosa que la que formaban los hombres del Imperio y los enanos. El estruendo que hacı́ an an los pieles verdes era ensordecedor. Enormes bestias con la piel apergaminada aporreaban tambores hechos con piel humana. Goblins que no llevaban encima má s que piercings que  piercings y  y purpurina cabriolaban mientras tocaban melodı́as as con

lautas de hueso y entonaban estridentes canciones llenas de vitalidad que sus seguidores acompañ aban en coro. Cada segundo durante el tiempo que Fé lixdeestuvo observá salı́an anInestables disparadasfundı́ miles de torcidas lechas los arcos de ndolos, los goblins. bulos bulos arrojaban piedras que ascendı́ an an alto en el cielo, mientras ilas de goblins con yelmos rematados por un pincho y alas cosidas a las manos

 

esperaban su turno para ser catapultadas al campo de batalla. Fé lix divisó al comandante de los pieles verdes donde la lucha era má s feroz y los monstruosos paladines del Caos hacı́ aan n má s dañ o: un inmenso orco negro con un solo ojo, cubierto por una armadura de hierro soldada sculoschorreá de color verde caminaba entredelassincero ilas dely Caos cona mú la baba ndole deoscuro, los colmillos y cara brutal deleite. Era obvio que el jefe de guerra goblin era incapaz de controlar su hueste, pues unas partes cargaban y otras retrocedı́ an an sin ton ni son; eran como una manga ajironada en el borde de una primorosa cota de malla, que no obstante sacudı́a la cara de un enemigo comú n. Mudo de asombro por esta inverosı́ mil mil alianza, Fé lix devolvió su atenció n a la fuerza del Imperio y llevó la vista má s allá , hasta el lanco opuesto, donde algo aú aú n má má s extrañ extrañ o —si es que era posible— formaba en orden de batalla. Una radiante formació n de lecha de altos guerreros elfos mantenı́ a a raya una marea de bá rbaros, manejando sus largas armas con una crueldad elegante, casi exquisita. Lo extrañ o no era su presencia en sı́ , ya que existı́aan n precedentes de ejé rcitos mixtos de hombres y de elfos en tiempos de grandes conlictos; lo verdaderamente extrañ o era la diversidad de las fuerzas é licas que se habı́ an an desplegado juntas en el mismo campo de batalla. Enjutos guerreros de barbilla ailada, vestidos con kheitan kheitan   de cuero y sobreveste del color de las lores de la dulcamara luchaban hombro con hombro con esplé ndidos lanceros cubiertos por armaduras azules y plateadas, y con otros que rechazaban el uso de la armadura y tenı́an an la piel ligeramente bronceada y vestı́aan n jubones confeccionados con hojas otoñ ales. Arcos largos y ballestas de repetició n hablaban el lenguaje comú n de la muerte. Fé lix no sabı́ a qué podı́ a haber pasado para que una raza dividida de un modo tanelfos, implacable se hubiera reconciliado, mientras observaba a los un enorme dragó n negro descendiópero en picado hacia sus lı́neas, neas, trayendo con é l a un señ or elfo en armadura y una humeante estela de tinieblas. Fé lix tanteó la empuñ adura con forma de cabeza de dragó n de su espada, pero el arma ni se inmutó . Era posible que la bestia se encontrara demasiado lejos para despertar el instinto asesino de la hoja, o tal vez todo esto fuera menos real para Karaghul  que  que para éé ll.. En ese preciso momento deseó poseer una pizca de su ambivalencia de acero.

Porque allı, allı, en el extremo de la lınea lınea de batalla, debajo del espejismo del toldo de un vinatero, allı́  merodeaba una entidad má s poderosa aterradora que cualquier incontables legiones del Caos ypodı́ aan n presentar. A travécosa s dequeunlasmanto de oscuridad sobrenatural avanzaba a trancos un titá n con una calavera como cabeza. Lo hacı́a suspendido sobre un suelo que bajo sus pasos

 

atroiaba la magia oscura: una manifestació n inconsciente de un poder demasiado absoluto para que ni siquiera aquella igura pavorosa pudiera contenerlo por entero. El campo de batalla de aquel ser era un pá ramo desolado que no compartı́ a con nadie, pues incluso cuando los s poderosos paladinespara del Caos entraban en é l, los de hombres morı́Un an ymávolvı́ an an a levantarse engrosar sus legiones no vivos. nombre, una imprecació n conocida por todos los estudiantes esporá dicos de lo prohibido, se coló en el rombencé falo de Fé lix y gritó : «Nagash». —¿Qué́ está —¿Que está sucediendo aquı́ ? —Lo inevitable —respondió con sequedad una voz condescendientee a su lado en las ilas de los soldados. En contra de toda condescendient explicació́ n ló explicacio ló gica y de todo lo que recordaba haber visto a su alrededor un momento antes, entre los ballesteros habı́ a un mago elfo. Uno al que Fé lix conocı́a personalmente. Era alto como todos los elfos, pero extraordinariamente delgado y pá lido, con una piel que era casi traslú cida y dejaba ver los huesos. Tenı́ a un rostro demacrado y altivo, y sus ojos almendrados eran cristalinos y tenı́ an an una expresió n rayana en la crueldad. Teclis, Gran Señ or del Conocimiento de la Torre Blanca de Ulthuan. El mago se encogió de hombros—. Lo excepcional. El inal de todo lo que ha existido. Fé lix lo escuchaba a medias, mientras contemplaba con pasmo la carnicerı́a que estaba producié ndose a su alrededor. Una unidad de guerreros del Caos cuyas armaduras lloraban sangre marchaba tras un parapeto de engendros directamente hacia las fauces rugientes de los cañ ones del Imperio. Un escuadró n de caballeros elfos en armaduras estriadas y con los bordes ailados como guadañ as huı́ a a lomos de sus reptiles de un sanguinario tumulto en el que participaban guerreros de por lo menos siete razas distintas. Sin embargo fueron alcanzados y derribados una aullante jaurı́ a de perros acos.yNi acos. siquiera los cielos sepor libraban. La magia crepitaba entredemonı́ las nubes, caballeros montados sobre pegasos y jinetes de halcó n elfos surcaban el cielo a toda velocidad y atravesaban los efectos de los conjuros para trabarse en combate con las bestias voladoras enemigas. El fragor era abrumador, un arma desmoralizadora por derecho propio. En todas partes estaba sucediendo algo, algo morı́ a de un modo espantoso y ruidoso. Era imposible abarcarlo todo. —¿Qué́ ha sucedido en Middenheim? ¿Dó —¿Que ¿Dó nde está está Kat? —Son extrañ as tus prioridades, dadas las circunstancias. Ojalá

pudieras imaginar siquiera lo que he dado yo por la causa. Si existiera una manera de que sondearas las profundidades de mi sacriicio, tal vez lo comprenderı́ as.que le ocurrió a Ulthuan? as. —¿Esto es lo El elfo resopló resopló con desdé desdé n. n. —Sigues sin comprenderlo.

 

Un murmullo de resignació n se propagó entre los ballesteros, acompañ̃ ado por el estré acompan estré pito pito del armamento, el casi audible rechinar de dientes y el endurecimiento de corazones. El vexilario estaba enarbolando el asta de señ ales con una nueva secuencia de banderas: debajo de una blanca conuno el blanco sı́mbolo mboloy de una azul, ballesta revoloteaban dosbandera triá ngulos de tela, el otro los colores de Middenheim. —¡La orden es avanzar! —bramó el sargento de la unidad. Luego se llevó un silbato a la boca y tocó la marcha. Los ballesteros se pusieron en camino y Fé lix, atrapado en el ı́ mpetu mpetu de unos acontecimientos que no alcanzaba a comprender ni a controlar, se movió con ellos. Miró́ hacia dó Miro dó nde se dirigı́ an an y aferró aferró la espada con miedo. Sin un aviso formal de la aparició n de una anomalı́ a tan lagrante, un vasto portal plateado giraba en el centro de las legiones del Caos. Las distorsiones en el aethyr  se   se curvaban alrededor de su aureola y se propagaban para convertirse en desgarrones, en incisiones en la realidad, o ası́   era como Fé lix, a su limitada manera, entendı́ a el fenó meno. Al otro lado de esas grietas sangraba una sombra, y mirarla era en cierta manera má s aterrador que cualquier otra cosa que Fé lix hubiera visto en aquel campo de batalla. Estaba sentada en la bodega de un barco, observando co có́ mo entraba el agua salada, mientras esperaba su turno en la horca. Era la misma sombra que lo habı́ a acosado en el Gran Bosque y en la Montañ as Centrales, y habrı́a sido su perdició n de no haber intervenido Max Schreiber. Era la muerte. Era lo inevitable. —¿Qué estoy mirando? —El tiempo es muy parecido a una guerra. Eones y eones de nada, o lo que yo he acabado considerando nada, pero nunca se detiene, siempre a aquı́ . lo que dices. —Novaentiendo —Dice que tienes que tomar una decisió n, Fé lix. —La vidente envuelta en una capa de su sueñ o caminaba al otro lado de Fé lix. El elfo y el mutante parecı́ an an completamente inofensivos incrustados en la columna de marcha de los ballesteros de Middenheim—. ¿Vas a salvar el mundo o no? —¿Qué́ clase de decisió —¿Que decisió n es éé sa? sa? —No de la clase que piensas —respondió —respondió con pesar la vidente. —¿Quié n eres? —gritó Fé lix para hacerse oı́ r por encima del

estrepito de botas y el fragor de canones—. ¿De que lado estas, por cierto? Teclis amargamente. —Estário —Esta ́ aquı́  contigo, ¿no?  contigo, El elfo señ aló con el bá culo rematado por una luna las incontables formaciones enemigas. Fé lix miró en la direcció n que le indicaba y por

 

un momento no vio nada que le llamara la atenció n, pues el enemigo era demasiado numeroso para destacar nada de la horda, pero entonces atisbó́ al melenudo gigante gris con la armadura abollada, cuya cabeza y atisbo cuyos hombros sobresalı́aan n por encima del tumulto. Khagash-Fé l derribaba y hombres a lomos su caballo, de guerra queorcos relinchaba hombro condehombro con un la enorme monturacorcel de otro poderoso Señ Señ or de la Guerra en una armadura azulada, fantá fantá sticamente sticamente ornada y que refulgı́ a con runas mı́ sticas sticas que lo hacı́an an brillar como un espejismo. Arek Corazó n de Demonio desgarraba todo lo que se le ponı́a delante con hacha y lanza. Fé lix se puso a temblar al ver a los dos guerreros juntos; luchando unidos parecı́ an an imparables. Y no estaban solos. Dondequiera que Fé lix mirara veı́ a viejos enemigos luchando para destruir el mundo que é l habı́ a esperado legar a sus hijos. El gran dragó n rojo Skjalandir sobrevolaba el campo de batalla como si le perteneciera, y sus torrentes de llamas calcinaban a los jinetes de á guilas y de halcones que zumbaban alrededor de é l como si fueran insectos. El nigromante Heinrich Kemmler, se escondı́a detrá s de las lı́neas, neas, levantando un regimiento de guerreros zombis por aquı́ , o desbaratando el constructo de huesos surgido del conjuro de un hechicero menor por allá . Desde la parte superior de una campana con cuernos instalada en una especie de carro, y empujada hacia la batalla por una marea de la é lite skaven en armadura roja, el Vidente Gris Thanquol bramaba ó rdenes. El hombre rata hechicero chillaba de placer mientras las ruedas con las llantas de hierro de su carro trituraban orcos y goblins, embriagado por la cantidad de piedra de disformidad que habı́ a consumido, y se divertı́a vaporizando a los que trataban de huir con rayos de disformidad que salı́ an an disparados de sus garras. Fé lix nodese habı́ a adura dado cuenta, pero alsuanillo dedoenpulgar se donde habı́ a trasladado la empuñ de la espada su dedo, recorrı́a las runas de los enanos grabadas en é l. Habı́ a tantas cosas que nunca le habı́a dicho. Habrı́ a dado el brazo derecho só lo por la oportunidad de despedirse de ella; habrı́ a ofrecido la vida a cambio de abrazarla una vez má s. Estaba comportá ndose como un viejo chocho y sensiblero, lo sabı́ aa,, y lo que era peor aú n, como el romá ntico que siempre habı́a temido ser. Esto no era real. Kat no era real. El ruido de pasos hizo que Fé lix avanzara: el tictac de un reloj, la caı́da da de la arena, de sangre. Las armaduras de los hombres de

Middenheim brillaban con la radiacion del portal. Cada soldado era una onda en la supericie de un estanque en la que se relejaba la luna. Fé lix se preguntó qué otros mundos y extrañ os horrores otroa lado, pero entonces se dijo que en realidad no querı́ aaguardaban saberlo. No al querı́ que nadie tuviera que conocerlos. Porque era real.

 

—¿Tengo que tomar una decisió n? En ese caso llevadme de regreso junto a Gotrek para que pueda poner in a esto. Eso es lo que quieren todos. Una úú ltima aventura. aventura. ¿No se supone acaso que tiene que ser ası́ ? El sacerdote y la vidente se miraron con preocupacio preocupació́ n. Fé lix cerró y se concentró en lo que era su voluntad. —Llevadme —Llevad melos deojos vuelta. Un viento cá lido le arrojó ceniza a la cara de Fé lix. Abrió los ojos. Estaba de nuevo en el Neumarkt, pero esta vez lo contemplaba desde la azotea fortiicada en la que habı́ a visto a Kat. Los restos de una balista de madera crujieron bajo sus pies cuando se acercó acercó al borde. Los merlones exhibı́an an las siluetas carbonizadas, atormentadas, de hombres y de mujeres, que inmortalizaban el momento en el que habı́ an an sido quemados vivos. Fé lix percibió un regusto a bilis en la boca. Era como si en aquella posició posició n hubiera caı́ do do una bola de fuego. Posó las manos sobre las almenas deformadas por el calor y se inclinó́ hacia fuera. inclino Las puertas estaban destruidas y lasElpiedras en torno a ellas continuaban consumié ndose, ya sin llamas. patio estaba salpicado de pequeñ os incendios que semejaban las velas de un mausoleo, ardiendo por los muertos que atestaban el lugar. El fuego se relejaba en las ventanas rotas, en las corazas destrozadas, en las hojas de las armas, en la má s minú scula supericie de acero de las puntas de las lechas que sobresalı́aan n de las espaldas de los hombres muertos. Fé lix comenzó a sentir un escozor en los ojos ante tanta luz oscilante y se le enturbió la vista. ¿Se trataba de una cruel prueba inal para juzgar su reacció n a la realidad de lo que causarı́ an an las fuerzas del Caos? Se secó secó las lá lá grimas grimas de los ojos y se sorbió sorbió la nariz. —Lo siento, Kat.Altdorf. Nunca debı́  dejarte   dejarte sola. Deberı́a haber muerto a tu lado defendiendo —¿Y a quié quié n habrı́ a beneiciado eso concretamente? Los dedos de Fé lix estuvieron a punto de perforar las almenas. Esa voz. Se le iba a salir el corazó n del pecho. Pero una parte de é l no le permitı́a creerlo. Mantuvo los ojos ijos en las piras. —No creo que le hubiera hecho dañ o a nadie tampoco. De hecho, viendo ahora lo que veo, tampoco creo que hubiera cambiado nada. —Salvaste a Max. —A lo mejor ahora estarı́a vivo si no lo hubiera hecho.

Dudo que el el pensase eso. Fé lix suspiró y se envolvió la cabeza con los brazos. Luego se volvió . Kat estaba de pie enfrente de é l. Tenı́ a el pelo alborotado y el mechó n plateado sobre el ojo izquierdo manchado de sangre. La armadura de cuero y el gambesó n acolchado estaban quemados e incompletos. No habı́a rastro de otros supervivientes.

 

—¿De verdad eres tú , Kat? —preguntó , mirá ndola de arriba abajo y preguntá ndose por qué tenı́ a que hacer algo tan estú pido como esa pregunta—. ¿Está s a punto de decirme que tengo un destino importante y terrible? —Tienes destino, lixojos—. —dijo YKat, tomando las manos Fé no lix en las suyas y un mirá ndolo aFélos yo no formo parte de é l. de Pero lamento haberme cruzado con é l,l, aunque só só lo fuera muy brevemente. Fé lix sonrió con los ojos llorosos. Sujetó con fuerza las manos de Kat y tiró de ellas para acercá rsela, como si los latidos de su propio corazó n contra el pecho de Kat la hicieran real. De repente, todas las cosas que habı́a querido o hacer se esfumaron. Se conformaba con esto. Con este momento. Kat se acercó un poco má s, hasta que sus caderas se tocaron; só lo unas manos fuertemente cogidas se interponı́ an an entre sus cuerpos. Sonrió con timidez y se dio la vuelta sin despegarse de Fé lix. Dejó a la vista de é l una especie de cabestrillo de lana acomodado entre la aljaba azules y la espalda miraron delcon gambesó curiosidad n. Endesde su interior, una cara unmoletuda par de cristalinos coronada ojos por un ralo pelo rubio. Fé lix no tenı́ a experiencia en estas cosas, pero supuso que el bebé debı́ a estar a punto de cumplir su primer añ o. La niñ a balbuceó con alegrı́ a y sonrió cuando Fé lix sonrió , y luego tendió una mano para cogerle la mejilla. Lo cierto es que le dio un buen pellizco, pero a Fé lix no le importó . Su corazó corazó n se habı́ a derretido y convertido en oro. —Mi hija… —Rosa Jaeger —dijo en un susurro Kat. Su voz fue apagá ndose a medida que las tinieblas regresaban con retraso al mundo que los rodeaba—. Saluda a tu padre.

 

CAPÍTULO DIECISIETE El primer Matador  Fé nica lix volvió sı́,una y sus ojos celebraron el regreso de la se palpitante luz rú rojizaen con sonrisa tan agridulce que el dolor le extendió hasta la boca del estó mago. Todo habı́ a sido una fantası́ a, a, una prueba diseñ ada por algú n cruel guardiá n de runas, pero su corazó n lo habı́ a vivido como una experiencia real. Habı́ a estado al lado de su esposa en el momento má má s importante. Habı́a estado con ella en la muerte. Habı́a visto a su hija. ¡Al inierno el destino! Volvió a cerrar los ojos y volvió a aferrarse al dolor durante un instante. —Levá ntate, humano. Está ponié ndose peor. Fé́ lix Fe lix sepultó sepultó la cara en las palmas de las manos y grun gruñ̃ ó mientras se incorporaba. Luego deslizó las manos por las mejillas, como si temiera que El se hundieran Matador estaba en la desesperació desesperacio de pie, con ́ la n sicabeza no las del sostenı́ hacha a. a. apoyada en el suelo y las manos rasguñ adas posadas una encima de la otra sobre el mango. Sus dedos se lexionaban rı́ tmicamente: tmicamente: un tic que en cualquier otro Fé lix habrı́a caliicado de nervioso. Con su ú nico ojo recorrı́ a una porció n de suelo que habı́ a a sus pies mientras mascullaba para sı́ , como si estuviera estuviera rezando profundamente profundamente concentrado. Fé lix miró má s allá del hombro de Gotrek y sus manos se despegaron de la cara, ya sin el sosté n de la mandı́ bula. bula. Ahora lo entendı́aa.. Detrá s de Gotrek habı́ a otro Matador, uno tan grande que Gotrek a

su lado parecı́ a enclenque. Le sacaba una cabeza, una diferencia de altura que se acentuaba por la cuchilla de lustroso cabello rojo, y en su impresionantee constitució impresionant constitució n habı́a embutidos suicientes mú sculos para derribar una montañ a. En tanto admiraba su impresionante cuerpo, a Fé lix le vino a la cabeza el concepto de densidad, como si aquel ser contuviera má s materia de la que le correspondı́ a por tamañ o. Calzaba

 

unas botas de piel y llevaba puesta una falda confeccionada con la lá́ minas minas metá licas cosidas con anillos de bronce. Aparte de eso y de un puñ ado de  piercings  piercings   puntiagudos que le recorrı́ an an un lado del cuello y continuaban por el hombro, el enano iba completamente desnudo. Tenı́ a el de cuerpo deexhibı́ tatuajes, en contraste con los intrincados dibujos que lleno Gotrek a enpero su piel, los de aquel Matador eran atá vicos: ramales azules trazados en interminables espirales alrededor de los mú mú sculos. El enorme Matador tenı́ a apoyada sobre el hombro una gigantesca hacha rú nica y estudiaba a Fé lix con unos ojos azules permanentemente iracundos. Fé lix habrı́ a podido extraviarse en aquella mirada. Era la mirada de un dios. Fé́ lix Fe lix lanzó lanzó una mirada nerviosa a su compañ compañ ero. —¿Es…? —Sı́, humano —dijo con aspereza Gotrek—. Esta vez es real. Los jinetes provocaron pequeñdea la avalancha pedregal mientras descendı́ an poruna an la ladera montañ a.deLahielo capa ysupericial del suelo siempre era muy ina en las montañ montañ as a esa altura, y la somera costra de tierra escondı́a una dura capa de permahielo. Casi se habı́ a congelado el aire, que era tan cortante que llenar de é l los pulmones de una sola inspiració n suponı́ a un desafı́ o. o. Los hombres de las tribus parecı́an an gozar de ello, y convertı́ an an en un juego sacudir el hielo de las cernejas de los ponis; se bajaban las solapas ribeteadas de pieles de los yelmos de cuero y sonreı́an. an. Sus pá lidos rostros pardos resplandecı́ an an con el calor corporal. Un grupo de jinetes con el rostro rubicundo y la respiració n jadeante se detuvo en seco a escasos metros de Morzanna. Sus monturas brı́ o y sonrió piafaron en la escarcha. se sacudió el resoplaron hielo de lascon mangas , y ascendió el restoMorzanna del camino hasta ellos ayudá ndose para caminar del bá culo de á guila de Nergü i. Khagash-Fé l habı́a tenido motivos para estar orgulloso de su pueblo. Su intrepidez y su tenacidad só lo era comparable a su entusiasmo. Y é ste era contagioso. A pesar del destino que siempre habı́ a sabido que la aguardaba en la Fortaleza del Matador. —Temugan airma que ha visto una nave entre las nubes, profetisa. Allı́. —El jinete que hablaba, un guerrero de mejillas hundidas, amplia

sonrisa y feroces ojos amarillos, se volvio en la silla de montar y senalo el cielo. El viento agitó agitó las largas mangas de la camisa de seda negra que llevaba debajo de un chaleco de imbricadas lá minas de cuero—. No ha despegado los ojos del punto donde la vio en seis horas. —¿Habé́ is —¿Habe is encontrado un camino para subir?

 

—No hay ningú n camino, profetisa —declaró el jinete, sin revelar el menor atisbo de miedo a pesar de que debı́ a saber que estaba dando una noticia nefasta. Los hombres tenı́an an otra manera de hacer las cosas en la estepa. —Dé jame sola. Tengo que pensar. Y dile a Temugan que puede descansar los ojos. —Eres comprensiva y poderosa, ¡oh, omnipotente profetisa! — exclamó el jinete cuando ya hacı́ a girar la montura y partı́ a al galope con su arban arban . . Los hombres cabalgaron para reunirse reunirse con la hueste de hombres de las tribus envueltos en pieles que se congregaba en el valle. Varias lı́n neas eas oscuras estriaban las montañ as por el sur: otras fuerzas de la vasta hueste de Khagash-Fé l avanzaban por docenas de senderos y de caminos de cabras que sus exploradores exploradores habı́ an an descubierto. —Intento serlo, cuando puedo —murmuró Morzanna, hablando al aire gé gé lido lido cuando se encontró encontró a solas. inagotable —«Tu de imperecedera ayuda, hija mı́ capacidad a —respondió para lael compasió aire—. Non sabes es unael fuente placer que me produce experimentar tu corazó n roto y tus sueñ os frustrados una y otra vez.» —Yo no sueño. El eco de carcajadas resonó resonó en los oı́ dos dos de Morzanna. —«Confı́o en que esté esté s preparada para el inal.» Morzanna alzó la vista hacia el escarpado y á rido declive que habı́a habı́ a señ alado el estoico Temugan y siguió con la mirada la pendiente, hasta que las rocas se difuminaron detrá s de las nubes y inalmente desaparecieron. Percibı́a el poder que emanaba de allı́ , pero aun con esa ayuda tenı́a dudas sobre su capacidad para trasladar hasta una distancia tan lejana a alguien má s que a ella por medio de la magia. Ademá cualquier fortaleza erigida por los enanos, y é sta en particular, estarı́a s,dotada de poderosas runas de protecció n para evitar incluso su solitaria intrusió intrusió n. Por supuesto, las runas actuaban en ambos sentidos, y esta ciudadela habı́ a sido construida tanto con el objetivo de evitar que lo que hubiera dentro saliera como con el de que lo que hubiera fuera entrara. Hizo una mueca que dejó a la vista sus colmillos. Habrı́ a dado igual que estuviera en la luna. —Siempre hay un camino. Tiene que haberlo, porque me he visto dentro de ella, y tambié n te he visto a ti. Necesito tiempo para pensar.

Mi habilidad es limitada, Señ Señ or Oscuro. —«La tuya tal vez, pero la mı́ a no, no aquı́ . Aquı́ la   la estructura de lo mundano está desgarrada por lo divino. ¿Lo percibes, Morzanna? de los Tiempos comienza ahora, y ni la tierra ni el cielo volverá nEla Fin ser como eran.»

 

Una onda de poder se propagó por el aire, un suspiro que generó la silueta hueca de un semidió semidió s con alas de murcié murcié lago. lago. El Señ Señ or Oscuro se habı́a mostrado durante el má s fugaz de los instantes antes de replegarse bajo las capas supericiales de la realidad. Como ocurrı́ a con la capa supericial del suelo de eran la montañ allı́   los lı́estaban mites que mites separaban los diversos planos muy a,delgados; lo suicientemente desgastados por la proliferació n del Caos que Be’lakor casi podı́a manifestarse con su propia forma. Los orı́genes genes de la maldició n que condenaba a Be’lakor a la inmaterialidad se remontaba a a un tiempo anterior al nacimiento de la escritura, al menos de la humana, pero Morzanna habı́ a visto en losas de ruinas prehistó ricas sepultadas bajo las cié nagas de Albió n pictogramas que aludı́aan n al Señ or Oscuro, y habı́ a leı́do do textos rescatados de las ruinas é licas de Oreagar que pretendı́ an an ser la transcripció n de un mito protokhemriano que se habı́ a transmitido oralmente de generació n en generació n, acerca de un paladı́ n que poseı́ por sua dios. una ambició n tan malvada que fue despojado de su forma fı́ sica sica Tzeentch era ese dios, y ahora, capa a capa, Be’lakor estaba deshaciendo su obra. Morzanna no necesitaba una demostració n mayor del poder de su señ or, pero a juzgar por el temblor que sacudı́ a el permahielo bajo sus pies, temió temió que iba a recibirla. Pero no iba dirigida a ella, sino al mundo. El suelo habı́a comenzado a temblar y caı́ an an piedras por las laderas, pero la intensidad del terremoto aumentó y grandes pedruscos arrancados de las paredes de las montañ as se precipitaron arrasando todo a su paso. El coro de varios miles de hombres que gritaban a la vez se alzó durante unos instantes por encima del estré pito de las trepidaciones de la tierra. Morzanna se volvió hacia el valle donde se congregaba la hueste y contempló , mortiicada, có mo una de las montañ as por la que aú n marchaban columnas de hombres se desmoronaba, y millones de toneladas de roca se derrumbaron como si hubieran demolido sus cimientos. Los hombres seguı́ an an gritando, pero ya no era posible oı́rlos rlos en medio del estruendo de las rocas. Otra montañ a se partió por la mitad y se descompuso en fragmentos que eran del tamañ tamañ o de muchas ciudades. Morzanna enmudeció enmudeció . ¿A quié quié n se rezaba cuando los dioses caminaban a tu lado? El suelo se tambaleó y Morzanna estuvo a punto de caerse, pero la

liviandad de su cuerpo la salvó . Centenares de hombres de las tribus y de caballos fueron menos afortunados y se fueron al suelo mientras otro pico enuna el extremo del valleque liberó la extraordinaria presiósen interna con erupció nsur de magma arrancó la cima. Morzanna dejó caer al suelo y hundió las garras en el permahielo para sentir el atormentado estremecimiento de la tierra. Esta se sacudió y levantó en

 

el aire a Morzanna, y luego comenzó a elevarse para ascender hasta ella. Morzanna se dio un golpe contra el suelo, todavı́ a con las garras hundidas en éé ll,, y alzo alzó́ la vista. La montañ a de Kazad Drengazi estaba descendiendo ante ella. Pero no era eso. Era habı́ el valle; alza alzá ́ ndose. ndose. Morzanna a oı́do destaba o hablar de contubernios del antiguo Slann que habı́aan n celebrado rituales con los que alteraban la forma de la tierra, pero nunca habı́ a creı́do do que hoy en dı́ a existiera algú n individuo capaz de llevarlos a cabo. El poder de Be’lakor aumentaba con el comienzo del Fin de los Tiempos, y la proximidad con la puerta demonı́ aca aca sellada dentro de la Fortaleza del Matador lo acercaba al objetivo que tanto ansiaba: convertirse convertirse en un dios. Estaba cada vez má má s cerca. —«Tú só lo tienes que encargarte de los monjes del Matador —dijo Be’lakor con una voz que sonó como el estruendo de roca solevantada —. Suyo es el poder para invocar la ira de Grimnir, y é se es un encuentro para el que no estoy preparado.» daban Loslagritos bienvenida de dieza los milcielos hombres a sus—las almas risas aterrorizadas— de dioses siniestros perforaron que las nubes cuando el suelo del valle los elevó elevó por el cielo. —«Todavı́a.» a.» —Grimnir —dijo en voz baja Fé lix, mirando ijamente la cara demacrada y brutal del enano que a su vez lo miraba con algo a medio camino entre la indifer indiferencia encia de un dios y la auté auté ntica ntica hostilidad—. Pero es un… ¿No es un…? —Son los tiempos que te ha tocado vivir, humano —dijo Grimnir con gravedad. El estruendo de su voz hacı́a penar en una caravana de carros de guerra adentrá ndose en una montañ a hostil, en gritos cada vez má má s arrebatados clamando venganza. Fe Fé ́ lix lix se lo quedó quedóhistorias mirandosobre sin decir nada. advenimiento de Sigmar Llevaba oyendo el segundo desde antes de marcharse de Altdorf, y lo cierto es que no les habı́ a dado demasiada credibilidad. Aun despué s de todo lo que habı́ a visto a lo largo de su vida, le parecı́ a improbable que ocurriera. Si a los dioses les importaba la suerte de sus ieles hasta el punto de interceder en su favor, ¿por qué iban a esperar a que las cosas se pusieran tan feas como lo estaban ahora? Pero una cosa era oı́ r una historia de una guerra lejana en una provincia extranjera por boca de un tipo que pasaba má s tiempo en la taberna que en su casa, y que seguramente ni siquiera la

habıa visto con sus propios ojos; y otra muy distinta era encontrarse habıa uno mismo dentro del espacio comprendido por la innegable aura de lo divino. menguando Levantó o el suelo la mirada, lo estabaconvencido bajando. de que su cuerpo estaba —No hablas exactamente como imaginaba que lo harı́ a un dios — dijo Fé lix, mirando boquiabierto a Grimnir, como harı́ a una campesina

 

ante los caballeros de la Reiksguard en resplandeciente armadura durante un desile militar. —Nada dura para siempre, amigo. No siempre fui ası́ , y tal vez vuelva a cambiar algú algú n dı́ aa.. Dicho cual, el Ancestro Vengativo desvió atenció n ami Gotrek. —Eresloun verdadero Matador, Gotrek, unosuque honra nombre. Hace diez mil añ añ os deposité deposité aquı́  un  un poder, y una carga, en espera de mi heredero en el Fin de los Tiempos. Tú has demostrado que eres merecedor de éé l,l, y capaz de ejercerlo. Gotrek esbozó una sonrisa. Fé lix no podı́ a reprocharle que se sintiera feliz. No todos los dı́as as recibı́a uno un elogio de su dios por el trabajo bien hecho. —Grimnir… —dijo Fé lix distraı́damente. damente. El Ancestro no le prestó atenció n. En cambio levantó un brazo que era como el tronco de un roble en el que se hubiera esculpido una musculatura y señ aló la puerta por la que habı́ an an entrado guiados por el abad —ElMatador, Reino del que Caos. se vislumbraba Es un lugar que a travé no spuede de lasdescribirse columnatas.a alguien que no lo haya visto jamá jamá s. s. He estado luchando durante los úú ltimos diez mil añ os para mantener fuera de este mundo lo que hay detrá s de esa puerta. Pero es el Fin de los Tiempos y disminuye mi fuerza. Y tú tienes mi permiso para pasar al otro lado, hijo de Gurni. —¿No es é sa la salida? —preguntó entre dientes Fé lix, incliná ndose hacia Gotrek. —Es el camino de Grimnir, humano —murmuró Gotrek, casi ruborizado por tener que explicarle eso en presencia del Ancestro—. Este sitio no tiene salida. —Ah. —Fé lix se sentó con los brazos alrededor de las rodillas mientras procesaba ese pequeñ o pero, concluyó tras un momento de relexió́ n, bastante pertinente dato—. Pero… el abad se marchó relexio marchó por ella. Y la cerraron con llave, ¿no? Gotrek negó negó con la cabeza, harto de la ingenuidad de los humanos. Bueno, daba igual, como seguramente habrı́ a dicho Kolya de estar aquı́. No es que quedara gran cosa para los hombres en el lugar de donde venı́aan. n. Pensó en su esposa y en su hija. Habı́ a estado preparado para entregar su vida a cambio de volver a verlas, y ya fuera por compasió n o por crueldad, se le habı́ a concedido el deseo. Si aú n estaban vivas, y si é l poseı́a algo que pudiera sacriicar a cambio de que ellas tuvieran una hora de libertad, de felicidad, o incluso simplemente

de vida, Fé lix lo darı́a sin pensá pensá rselo rselo dos veces. —Levá ntate —dijo Gotrek—. Todavı́a no hemos encontrado lo que habı́—E amos amos venido a buscar. —E  l no —aseveró —asevero ́ Grimnir mientras mie ntras Fé Fé lix lix se apoyaba en las caderas como paso previo a la cada vez má má s dolorosa tarea de ponerse de pie—.

 

Tú has demostrado que eres digno. El no. Es un sentimental. No entiende las proporciones de esta guerra ni los sacriicios que exige. —Es un amigo de los enanos y cronista —repuso Gotrek—. No necesitas saber má má s. s. Grimnir lo miró iracundoapretó en loselojos, y su pareció hincharse aú ncon máun s sibrillo cabe cuando mango delcuerpo hacha con ambas manos. Un retumbo se propagó por las columnas como las vibraciones por la piel estirada de un tambor y se produjo una oscilació n en la intensidad de la luz rú nica. Fé lix tragó saliva; se sentı́ a empequeñ ecido. Toda la montañ a parecı́ a temblar en torno a éé ll.. —¿Vas a discutir? ¿Conmigo? Gotrek echó un vistazo a Fé lix y luego se frotó el mentó n, y de los cortes recientes brotó sangre. Se encogió de hombros con la mirada ija en su Ancestro. —¿Por esto? Ya lo creo. —Por una vez en tu vida, Gotrek, sé sensato. ¡Es Grimnir, por el amor para las de palabras los dioses! que —De la vidente repente, le en habı́ laacabeza dicho en de el Fésueñ lix sóo:lo«No habı́podrá a sitios hacer nada contra el oponente que os espera en Kazad Drengazi, Fe Félix, lix, y la muerte de Gotrek supondra supondrá́ la perdició perdició n de este mundo.» Ahora estaban aquı́, y un frenesı́  que   que Fé lix sentı́ a en un rincó n del cerebro le decı́a que estaba a escasos minutos de ver cumplida la profecı́ a. a. Con una sensació n de urgencia que le inyectó fuego en las venas, se levantó para colocarse al lado de su compañ ero. —No pasa nada. Te esperaré aquı́ , o ya buscaré otra salida. —Nadie dice de mi cronista que no es digno. Es como si lo dijera de mı́. Con una risa que podrı́ a haber agrietado un yunque, Grimnir retrocedio retroced ió́ un par de pasos y levantó levantó el hacha. —Adelante pues, Gotrek Gurnisson. Mancha de sangre tu hacha si puedes. Gotrek blandió el hacha con la tensió n visible en cada tendó n de su cuerpo. Su ú nico ojo destellaba con el rojizo tono de la dorada luz rú nica. Si no lo conociera tanto, Fé lix habrı́ a pensado que una parte del Matador estaba disfrutando en secreto de que se hubiera llegado a esa situació n. ¿Qué mayor desafı́o a su valor podı́ a haber? ¿Qué muerte má s grandiosa? «Pero podrı́a bastar para salvar el siguiente.» Eso era lo que la vidente habı́ a dicho despué s, ¿pero qué demonios

signiicaba? —¡Detente! —gritó Fé lix, sin importarle ya si hablaba cuando no le correspondı́ a delante demenor un dios—. ¡Morira ́ s aquı́  si sigues!  si Gotrek no le hizo el caso ¡Morirá y Grimnir se limitó limito ́ a reı́r. —Un verdadero Matador es má s que la manera como muere o la gravedad de su deshonra. Es un aspecto de mı́ . Su sacriicio es el

 

sustento de mi determinació n. Y tú eres un verdadero Matador, Gotrek, quizá el ú ltimo gran Matador. Como si las palabras de Fé lix fueran un desafı́ o que no pudiera pasar por alto, Gotrek se abalanzó sobre el Ancestro con un rugido. Grimnir, para un enano de sudespreocupació corpulencia y den su poder, se apartódemasiado y descargóá gil el hacha con aparente pero con la fuerza suiciente para desviar la hoja de Gotrek y lanzar al Matador rodando por el suelo. Gotrek se levantó levantó rá rá p pidamente, idamente, se paso pasó́ el hacha a la mano que no le vibraba y gruñ ó para disimular su sorpresa antes de volver a intentarlo. Fé lix no podı́a estar seguro de lo que sucedió sucedió a continuació continuació n. Grimnir asestó una baterı́ a de golpes que Gotrek debió evadir de alguna manera, pues se mantuvo en pie en todo momento. Fé lix tuvo que recurrir a la imaginació n para intentar encontrar una explicació n de có mo lo habı́ a hecho. A veces daba la impresió n de que el Ancestro tenı́a ocho brazos, y contemplarlos mientras ejecutaban la tarea por la que de una Grimnir libé lula era celebrado en pleno vuelo. era como El intentar combateseguir duró con en total los ojos unos las diez alas segundos desde que se dio el primer golpe hasta que se produjo el ú ltimo. Fé lix no podı́a saberlo con certeza. Su cerebro discurrı́ a a paso de tortuga, entumecido por la velocidad y la furia desplegadas ante sus ojos. Pero en cuanto a lo que ocurrió despué s, Fé lix tuvo la sensació n de que siempre habı́a sabido que sucederı́ aa.. Estaba asistiendo al cumplimiento de la profecı́a. a. El Ancestro Vengativo descargó la hoja de metal estelar, hendió el cuerpo de Gotrek y sostuvo el hacha suspendida en el aire, en alto, con la cabeza inclinada. El tiempo pareció detenerse. Fé lix sentı́ a que su corazó́ n daba un bandazo entre latido y latido. Vio la sangre brillante en corazo el borde del hacha alzada de Grimnir. Entonces, con una sensació n de aceleració n que incluso le produjo un dolor fı́sico, sico, el tiempo recuperó recuperó su velocidad normal. El cuerpo de Gotrek despegó los pies del suelo y se desplomó haciendo medio giro en el aire. No hubo resistencia, ni esfuerzo para volver a ponerse de pie. El Matador se estrelló contra el suelo como un trozo de carne roja. El hacha cayó detrá s de é l, repicando como un toque de difuntos. El enano yacı́ a de costado. La sangre le salpicó los tatuajes y comenzó a formar un charco debajo de su pecho. Fé lix se quedó mirando ijamente y horrorizado el rostro de su amigo. Tal vez

fuera este lugar, este palacio de la venganza, o tal vez fuera la compañ ı́ a, a, pero Fé lix notó el pulso en las orejas y sintió la espantosa necesidad de vaciar pulmones, de aporrearse pecho y dar rienda suelta a su ira ante lalos completa, completa estupidezeldel universo. Era la gota que colmaba el vaso. Gotrek Gurnisson estaba muerto.

 

CAPÍTULO DIECIOCHO La última resistencia El suelo del valle alzaba por encima de la murallaeldesol Kazad como la cresta dese una ola gigante. Incluso relejaba comoDrengazi lo harı́ a una, convertidos convertidos en espuma los destellos del acero de las cotas de malla y de las armas de los bá rbaros. Gustav Jaeger se quedó boquiabierto cuando el concepto de imposible se redeinió ante sus incré dulos ojos. A su izquierda, al otro lado del mar de nubes, una montañ a se desmenuzaba lentamente y desaparecı́ a de la supericie. El suelo mismo sobre el que estaba é l temblaba como si fuera a partirse en cualquier momento. Su coraza de lá minas traqueteaba violentamente mientras é l se aferraba a las almenas del muro defensivo interior. Los enanos con las togas de cota de malla corrı́ an an de un lado a otro, vociferando en la lengua verná cula que só lo entendı́ an an ellos a pesar de que era imposible ensordecedor del nacimiento que nadie de oyera una montañ montan nadã aen nueva medio y dedel lo que estruendo parecı́ a la muerte de otra. La montañ a siguió creciendo y ocultó el sol que bañ aba con sus rayos la torre de entrada de la ciudadela. Su larga sombra sumió en la penumbra las plantas inferiores. De las tinieblas salieron má s monjes Matadores como hormigas huyendo de una riada, sin nada má s que sus extrañ as ropas y las armas, y buscaron refugio en los niveles interiores de la fortaleza. Gustav notaba có mo vibraban y entrechocaban los huesos en su interior. Apretó los dientes, pero siguieron castañ eando.

La nueva montana se inclino y, despacio pero de manera inexorable, como un roble talado, comenzó comenzó a precipitarse sobre la torre de entrada. Gustav farfulló algo parecido a una oració n y se abrazó a la almena de má rmol macizo mientras toneladas y má s toneladas de roca se estrellaban contra la torre de entrada, la aplastaban como si fuera un castillo de arena y pulverizaban el lienzo de muralla. La ancestral piedra del muro interior lijaba la mejilla de Gustav mientras temblaba.

 

En el interior de la ciudadela se acumularon pilas de roca compacta con estratos y un abrasador nú cleo matamó rico, mientras el peso y la presió n hacı́ an an que en algunas partes de la avalancha la roca estuviera al rojo vivo y emanara humo. La capa supericial se deslizó impetuosamente, una ola antes de romper en la playa, y demolió muros y ediicios acomo su paso. Los hombres y los caballos subidos a la ola eran minú sculos en proporció n. Gustav supuso que estaban gritando, pero naturalmente era imposible oı́rlos. rlos. Centenares de ellos salieron disparados y fueron aplastados, pero quedaron má má s que suicientes para superar la veintena de enanos que merodeaban por esta engañ osamente poderosa ciudadela. La roca habı́a penetrado la segunda cortina de muralla y con los ú ltimos empujones de la inercia se habı́ a extendido por las imponentes calles adyacentes. Durante un momento reinó el silencio, mientras el universo se tomaba un respiro para acostumbrarse a la nueva rocas disposició sueltas n de se la precipitaron tierra. Los ladera ediicios abajo. en ruinas se consolidaron y las Entonces estalló un grito, eufó rico y penetrante, y una horda de bá rbaros con aspecto pavoroso se precipitó a travé s de las brechas y penetró en el segundo nivel de la ciudadela. La vanguardia estaba formada por jinetes que espoleaban sus caballos para ascender al galope la colina en direcció direcció n a la siguiente puerta, disparando lechas al menor indicio de un enano. Gustav se apartó de la almena y observó có mo un grupo de monjes Matadores, que blandı́ an an en cada mano una variedad de hachas, manguales, martillos y mazas, salı́a a la carga desde un ediicio en ruinas y embestı́a el lanco de una columna de bá rbaros. Su ferocidad era tremenda, y Gustav apretó los puñ os y lo celebró con una pequeñ a ovació n cuando vio que uno de los enanos del grupo abatı́ abatı́aa de un martillazo al guerrero del Caos en armadura de é bano que habı́ a liderado el avance de los bá rbaros. A pesar de que Gustav se hizo la ilusió n de que el arrojo de los monjes darı́ a unos preciosos minutos adicionales a los defensores de la tercera muralla, una lı́ nea nea de jinetes irrumpió detrá s de la columna de infanterı́ a, a, disparando con las monturas al galope y acribillando con una punterı́a letal a los bravos enanos. Aplastada la resistencia, los bá rbaros prorrumpieron en un rugido y continuaron la marcha.

Una ensordecedora explosió n que se produjo justo al lado de su oı́do do izquierdo hizo que Gustav desviara la atenció n de la horripilante escena un sobresalto. volvió sey dispersó una nube de acreMakaisson humo lo envolviócon momentá neamenteSey luego . Malakai bajó́ el rile largo y lo recargó bajo recargó apoyado apoyado sobre la almena mientras gritaba

 

algo ininteligible al abad Matador, que estaba a su lado con las hachas gemelas cruzadas sobre el pecho. —Orzhuk akaz uruk. Glihmhad hugorl al ikrim  ikrim  —le respondió gruñ̃ endo el abad. grun —Es—espetó de mala educació hablar que no entendemos todos Gustav, nun pocoen una histélengua rico, aunque no estaba completamente seguro de que no estuviera estuviera justiicado. El ingeniero levantó el rile largo recargado y barrió el aire con é l como con la intenció intenció n de realizar un disparo al azar contra la Imparable , que lotaba como una nube plateada encima de sus cabezas. El puntito rojo que proyectaba la piedra luminosa de la mira bailó por la proa de la aeronave hasta que se posó en la ventana agrietada del puente de mando. Entonces Makaisson comenzó a hacer una secuencia de movimientos con la mano que consistı́a en intercalar rá pidas pasadas que bloqueaban el rayo de luz con breves pausas: puntos y rayas. —Solo le he preguntado si les importarı́ a que volá ramos una parte del castillo —¿Volarlo? —explicó —explicó Makaisson. —Una parte. —¿Y? Makaisson sonrió mientras volvı́ a a coger el cañ ó n del fusil con la mano que habı́a realizado las señ señ ales y se colgaba el arma del hombro. —Les he dicho que no le importa. El Matador estaba muerto. Esas cuatro palabras golpeaban el cerebro de Fé lix como el dintel una lá pida. El Matador estaba muerto. Un torrente de imá genes le inundó la cabeza. Caras. Lugares. Las exó ticas tierras que habı́ an an visitado juntos, los enemigos contra los que habı́ an an luchado hombro con hombro, los amigos que habı́ aagrias n hecho. Y los que yhabı́ an cantidad an perdido. Recordó grandes borracheras y an discusiones, una interminable de viajes, a menudo pasando frı́o y hambre, sufriendo la humedad y a pie, pero por alguna razó n el recuerdo de esas horas muertas en compañ ı́ a de Gotrek estuvieron a punto de arrancarle una sonrisa, só lo frustrada por el dolor abrasador que se habı́ a apoderado de sus mú mú sculos. La cá mara del templo trepidaba, como si estuviera sufriendo un bombardeo, pero a Fé lix no le importaba. El Matador estaba muerto.

De nuevo le vinieron a la mente las palabras de la profecıa profecıa de la vidente y se quedaron dando vueltas dentro de su cabeza, a pesar de de queallı́ intentó . La agitació con todas n quesus reinaba fuerzas enno suprestarles cabeza lo dejaba atencióvulnerable n o expulsarlas para que algo que creı́ a olvidado aprovechara la oportunidad para atacarlo. La vidente mutante no habı́ a sido la primera que habı́ a profetizado la

 

muerte del Matador. Varios añ os antes, mientras ambos escapaban de un arca negra de los elfos oscuros, un imponente demonio del Prı́ ncipe del Dolor habı́a escapado del hacha de Gotrek con el siguiente mensaje: «Alguien má má s grandioso que yo morirá morirá matá matá ndote». ndote». El estaba muerto. el momento, el cardá n sobre el que los DeMatador modo que ası́   acababa, acababa, sustratos de profecı́as as y de destinos se tambaleaban en precario equilibrio. Fé lix só lo podı́a pensar en lo estú pido que habı́ a sido, en lo absolutamente inú til y absurda que habı́ a sido su muerte. Se preguntó qué se suponı́ a que tenı́a que hacer é l ahora. ¿Estaba condenado a permanecer encerrado en aquella antecá mara hasta enloquecer? Con todos los demonios, los mutantes y los sacerdotes chalados que se habı́an an creı́do do con derecho de decir algo acerca del destino del Matador, ninguno de ellos habı́a comentado nada sobre el de Fé lix; só lo la crı́ptica ptica airmació airmació n de la vidente de que tenı́ a que tomar una decisio decisió́ n. comenzado Era incapaz a escocerle. de apartar Eralos como ojos si delestuvieran cuerpo depegados su compañ compan a é̃ ero. l, fundidos, Habı́ an an soldados, y no pudiera moverlos. Sabı́a lo que tenı́ a que hacer. hacer. Era lo ú nico que un amigo y cronista podı́ a hacer por un Matador. Estaba en un saló n de venganza, y la profecı́ a del demonio só lo se habı́ a cumplido a medias. Fé lix giró sobre los talones y levantó la mirada, y só lo fue consciente de que tenı́ a la espada en la mano y habı́ a adoptado la posició n de guardia cuando oyó la risita de Grimnir. Era un sonido sin alegrı́aa,, sarcá stico, como el de un cadá ver arrastrado por gravilla. —¿Quieres luchar conmigo, humano? ¿Crees que te irá mejor que a tu compañ ero? Fé lix hizo rechinar los dientes, pero no bajó la guardia. —¿Acaso importa eso? Lo he perdido todo. El Ancestro Vengativo lo arremetió con un gruñ ido, enarbolando el hacha. Fé Fé lix lix se puso tenso detrá detrá s de la espada, pero no retrocedio retrocedió́ . Sabı́ a que era un gesto inú til vengar una muerte inú til. La poderosa hacha de Grimnir atravesarı́a su lastimera hoja encantada como si fuera una galleta. Dentro de un segundo estarı́ a muerto, y dudaba que Gustav o Malakai vivieran lo suiciente para llorarlo, y mucho menos para echarlo de menos. Entonces se le ocurrió la disparatada idea de que podrı́a emplear ese segundo para atacar. De todos modos era hombre

podrıa emplear ese segundo para atacar. De todos modos era hombre podrıa muerto, ası́ que  que por qué no utilizar el ú ltimo há lito de vida para inligir a aquel dios al menos un instante del dolor que le atormentaba ahora a é l. Fé lix cambió de postura; bajó la empuñ adura de la espada y orientó la hoja para que apuntara al frente y arriba. Kolya le habı́ a contado una vez có mo se cazaba un jabalı́ . Se hostigaba al animal para que cargara a

 

travé s del bosque hacia un cordó n de cazadores que aguardaban con lanzas. No hacı́a falta mucha destreza, ú nicamente valor, la fuerza de voluntad para permanecer quieto delante de un animal dispuesto a embestirte, sin nada que se interponga entre tú y la muerte salvo una punta meta ́ lica. lica. se cernió sobre é l, má s parecido a un oso que a un El metá Ancestro jabalı́, y dejó al descubierto el torso de mú sculos deinidos cuando levantó los brazos para asestar un golpe descendente. Fé lix rugió y levantó la espada para clavá rsela. Grimnir abortó abortó el ataque en el ú ltimo instante y apartó apartó la espada de Fé lix con un despreocupado golpe lateral con el hacha. Luego, para asombro de Fé lix, y no poca irritació n, el Ancestro se echó a reı́ rr.. Bajó el hacha y puso los brazos en jarras. Los espasmos del regocijo ondularon su pé treo pecho. Fé lix lo miró con ira, con escozor en los ojos, mientras trataba de recuperar la sensibilidad en los dedos entumecidos alrededor de la empuñ adura de la espada. El golpe de bloqueo habı́ a bastado —¿Qué parasucede? adormece—preguntó adormecé ́ rselos. rselos. Fé lix, a quien la sequedad de la garganta dio un tono desaiante a sus palabras que no buscaba. Habı́ a esperado estar muerto a estas alturas, y el terror de lo que acababa de intentar hacer só lo comenzó a circular ahora por su organismo—. ¿Te preocupa que te manche el hacha? La risa del Ancestro se estabilizó en una risita grave. Una mano gigantesca se separó de su cadera para secarse lo que parecı́ a una lá grima en un ojo. —Queda claro que he pasado demasiado tiempo en el Reino del Caos, pues nunca habrı́ a esperado encontrar tanto valor en una de las razas jó jó venes. venes. Dime, humano, ¿sois todos ası́? —No me creo especial. Grimnir amenazó con volver a carcajear, pero consiguió refrenarse. Fé lix lo miró con una furia incontenible. El Matador estaba muerto, y ahora su asesino se reı́aa.. —¿Qué harı́ a un hombre corriente para vengar a un amigo? — replicó Fé lix con una mueca de desprecio. —Tu cuerpo es dé bil, humano, pero reconozco que tu corazó n está donde le corresponde. —El Ancestro suspiró y su pecho descomunal se hinchó mientras bajaba el hacha, que apoyó en el suelo con un ruido metá lico. Las runas que adornaban su ilo asesino palidecieron, como si

de alguna manera estuvieran en sintonıa sintonıa con la intensidad de la ira de su propietario—. Tal vez no seas digno, pero no es que tenga diez mil añ os má s para esperar a alguien que sı́   lo sea. Los enanos siempre hemos sido pragmá pragma ́ ticos, ticos, yen quizá quiza seas suicientemente digno. Grimnir se arrodilló el ́ charco de sangre, junto al cuerpo de Gotrek, y posó en la cara del Matador una mano tan grande que cubrı́ a

 

la cabeza y parte de la cresta. Fé lix dio una paso al frente y dejó escapar un gruñ gruñ ido de advertencia, blandiendo de nuevo la espada. —¡Dé́ jalo —¡De jalo en paz! ¿No has tenido suiciente? El Ancestro le aconsejó con la mirada que retrocediera. No era una expresióGrimnir n amenazante y sin embargo exigı́ a obediencia, y Fé lix bajó la espada. no se habı́ a movido. —¿Qué́ está —¿Que está s haciendo? —Chsss, humano, ten paciencia. Entre la mejilla de Gotrek y la palma de la mano del Ancestro brotó una luz dorada con un matiz rojo que se expandió para envolver en un capullo á urico de energı́a la cabeza del Matador primero y luego todo su cuerpo. Fé lix gruñ ó de dolor y se tapó los ojos con una mano, pero justo entonces el resplandor comenzó a perder intensidad y Fé lix devolvio devol vió́ cautelosamente la mano a la empuñ empuñ adura de la espada. Grimnir se levantó con las rodillas manchadas de sangre y señ aló con la cabeza a Gotrek. FFeélix lix apartó apartó la espada y miró miró . continuacio continuació Una respiració ́ n sufrió sufrió nunanhelosa ataque dehinchó tos, como el pecho si un hombre del Matador, muerto de queseda bebiera demasiada agua de golpe y se atragantara. Luego se incorporó , tosiendo con espasmos y con arcadas. Su sangre brillaba en las piedras del suelo en torno a é l, pero las heridas en su cuerpo estaban curadas. Con una ú ltima tos ronca, tomó aire y se lo tragó . Miró a su alrededor, desconcertado. Fé́ lix Fe lix se llevó llevó una mano a la boca y dio un grito ahogado. —Gotrek, tu ojo. El Matador se palpó el ú nico ojo y luego, como un ciego tanteando la oscuridad con los dedos, se tocó el otro, cuya cuenca llevaba vacı́ a veinte añ os. Hasta ahora. —¡Por Gr…! —Gotrek lanzó una mirada a su benefactor y farfulló algo para sı́—. —. ¿Qué ¿Qué está está pasando? —Levá ntate, Matador —dijo Grimnir, tendié ndole una mano para ayudarle—. En este lugar no faltan enemigos para matar. Gotrek aferró el brazo del Ancestro y se dejó levantar. Apretó los puñ os, dio un par de ganchos al aire a modo de prá ctica y gruñ ó con satisfacció n mientras se examinaba los mú sculos curados. Se volvió entonces a Fé Fé lix lix con el que habı́a sido su ú nico ojo cerrado y se lo quedó mirando para comprobar la agudeza del otro, que el poder de Grimnir

le habıa habıa devuelto. Pero no era lo úú nico que le habı́a devuelto. ¡El Matador estaba vivo! Fé lix no diestro podı́a hablar de la emoció emocio ́ n que bullı́ a enMatador su interior. —Eres y posees una enorme fuerza, —airmó Grimnir, señ alando con la cabeza el hacha de Gotrek y haciendo un gesto de admiració n mientras el enano se agachaba para recogerla del

 

suelo—. Blandir mi hacha durante todos estos añ os te ha fortalecido, pero debes saber que sus encantamientos má s poderosos permanecen aletargados. —Te reieres a la Runa de Liberació n, ¿verdad? Sı́, el rey Thangrim de Karag-Dum lo mencionó́ la, pero conpara la muerte de su Señ or de las Runas tambié n desaparecio tambié desapareció facultad despertarla. Grimnir sonrió . A Fé lix le pareció una expresió n excepcionalmente aterradora. El Ancestro le tendió tendió una mano. —Pá samela. Gotrek vaciló un momento —era comprensible, lo meditó —, luego maldijo para sı́  y posó con fuerza el hacha en la palma de la mano extendida de Grimnir. Los dedos del Ancestro se plegaron alrededor del mango y con la otra mano cubrió hoja plana del arma. A travé s de los dedos susurró una palabra al acero meteó rico que Fé lix no captó , y cuando levantó la mano, con intensidad, justo en ely centro que Fé lix de habrı́ la hoja a jurado habı́ a una pormarca el Imperio rú nica que que nobrillaba estaba antes. El resplandor era puriicador, como meterse en una bañ era con agua caliente despué s de varios meses de viaje por caminos embarrados. La magia intrı́ nseca nseca de aquel extrañ o lugar retrocedı́ a en su presencia, y las columnas se agitaban a pesar de que al mismo tiempo adquirı́an an má s solidez. Las paredes tambié n parecı́ an an menos lejanas que antes, y ahora sı́   el interior del templo se ajustaba má s o menos a la idea de las medidas que Fé lix se habı́ a hecho al verlo por fuera. —La Runa de Liberació Liberació n se hizo para matar a los Dioses del Caos — aseveró Grimnir, devolviendo a Gotrek el hacha despertada de su letargo—. Te resultará ú til. —Pues deberı́as as haberla llevado contigo. —Ese era mi plan inicial. Pero, a pesar de lo fuerte que me sentı́ a, a, sabı́a que habı́ a una posibilidad de que fracasara. Y para el caso de que eso sucediera, debı́ a dejar algo para que mi heredero pudiera seguir mis pasos. Mi avatar en el Fin de los Tiempos. Gotrek resopló con socarronerı́aa.. —Rı́eete te si quieres, pero mira. —Grimnir le enseñ ó entonces su hacha a Gotrek. Era má s o menos del mismo tamañ o descomunal y estaba forjada en el mismo metal inexistente en la tierra. Las runas

inscritas en la supericie eran similares, pero incluso Felix advertıa advertıa las diferencias—. Ahora nos enfrentamos al Fin de los Tiempos, ası́  que   que ha llegado el momento de que mi heredero vuelva a blandir juntas mis dos hachas. Gotrek examinó el arma e hizo un rotundo gesto de negació n con la cabeza.

 

—Yo no soy un ladró n. Esta es el hacha de Thorgrim Custodio de Agravios, el arma de mi Gran Rey. —Es el hacha de Morgrim, el arma de mi hijo, y yo puedo entregá́ rsela entrega rsela a quien quiera. —¿Có mo llegó aquı́ ? —preguntó lix los con una voz que sonó tremendamente tremendament e aguda y chillona despué despueFé ́ s de discursos retumbantes de los dos enanos. Se aclaró la garganta e inconscientemente bajó una octava—. octav a—. ¿Es una ilusió ilusió n como la de Middenheim? —Aquello no fue ninguna ilusió ilusió n, humano, y tampoco lo es esto. —El Gran Rey ha caı́ do do —dijo Gotrek tras hacer un gesto de comprensió n con la cabeza, con una voz á spera y ailada como un pedernal—. Azamar, Azamar, la runa de la eternidad, ha sido destruida y el reino de los enanos ya no existe. —Te has adelantado un poco, pero acabará sucediendo. Las incontables hordas de Vidente Gris Thanquol y de alguien que todavı́ a no se ha cruzado en tu camino llamado el Coleccionista de Cabezas persisten en el asedio. El la destino reino, sin embargo Grimnir, depositando hacha en mano del de Gotrek, que la aceptó—dijo sin protestar —, está tan escrito como el tuyo. —¿No se puede evitar? —preguntó —preguntó Fé Fé llix, ix, horrorizado. Si el Pico Eterno podı́ a caer, ¿qué esperanza quedaba para los territorios de los humanos? Grimnir miró con gesto inquisitivo a Gotrek. Si el Matador estaba angustiado por el lento exterminio de su pueblo, no se le notó . Barrió el aire con su par de hachas divinas a modo de prueba y esbozó una sonrisa atroz. —Basta de pruebas. Sé dó nde me está esperando mi destino —dijo el enano, y, volvié ndose para enilar hacia la puerta, añ adió :— Vamos, humano. —¡Una ú ltima advertencia! —gritó Grimnir a la espalda del Matador—. Esa puerta ha permanecido cerrada, custodiada por mis monjes y por mı́ , durante diez milenios. Abrirla debilitará las protecciones de este lugar y lo dejará a merced de cualquiera que esté esperando ese momento. El prı́ n ncipe cipe demonio que os perdonó la vida a bordo de vuestra aeronave, por ejemplo; en este preciso momento está atacando Kazad Drengazi. Fé lix lanzó una mirada preñ ada de desesperació n a la puerta. El hecho de enterarse de que ya no comunicaba con la fortaleza y con los

hombres que se habıan habıan quedado fuera solo so lo contribuyo a incrementar la sensació́ n de impotencia que acompañ sensacio acompañ aba la angustia. «Gustav.» —¿Puedesabra detenerlo? —pregunto —preguntó al Ancestro. —Cuando esta puerta ya no ́ podré hacerlo. Só lo soy un eco de Grimnir. De hecho estoy esperá ndoos en el lugar al que os dirigı́ ss.. —Dé jalo entrar —dijo Gotrek.

 

—Be’lakor es casi tan antiguo como yo. Alcanzará Alcanzará la plenitud de sus fuerzas allı́ adonde   adonde te diriges, el mismı́ simo simo umbral del Reino del Caos, y nunca llegará llegará s antes que eé́ l.l. —Dé jalo entrar —repitió Fé lix, que cuando vio que Gotrek se volvı́ a para mirarlo contengan sorpresa —: Si nos sigue a nosotros, tal vez Gustav y Malakai unaexplicó oportunidad. Grimnir sonrió sonrió y señ señ aló aló la puerta. —Un sentimental, sı́ , pero valiente. Eso te ayudará a no desfallecer en el lugar al que vas, humano. Un estruendo ensordecedor surgió de las baterı́ as as instaladas en el vientre de la Imparable Imparable   y una rá faga de fuego de cañ ones ó rgano acribilló las ruinas del patio de armas inferior, con una potencia de fuego que abatió abatió hombres, escombros escombros y caballos por igual. La compañ compañ ı́ a de Gustav, que se habı́ a desplegado sobre la muralla mezclada con los monjes, prorrumpieron en vı́ tores tores y se sumaron a la escabechina con una rá faga de sus armas. El escueto chasquido de sus má s convencionales armas sonó como una salva dirigida a la aeronave que viró́ para alejarse del complejo del templo y sobrevolo viro sobrevoló́ el patio de armas inferior, manteniendo en todo momento el alto ritmo de fuego. Los bá rbaros rompieron sus disciplinadas formaciones cuando aumentaron las bajas y un puñ ado de hombres reaparecieron sobre tejados o torres altas para disparar contra la aeronave, pero la distancia era engañ osa y sus lechas se quedaban a mitad de camino del brillante vientre metá metá lico lico de la barquilla. Desde encima del puente de mando de la Imparable Imparable llegó  llegó el sonido de un cuerno de vapor, alguna clase de señ al, y un momento despué s se abrió la panza de la barquilla. Gustav siempre habı́ a pensado que esa parte de la aeronave estaba construida con placas de acero remachadas y ijas, como el resto la barquilla, sin embargo resultó ser constaba de un buen de nú mero de escotillas de gran tamañ o que que ocultaban una especie de depó sito de lastre. Ahora esas escotillas se abrieron hacia fuera y un torrente de oscuros objetos cilı́ndricos ndricos se precipitoó silenciosamente sobre las calles de abajo. precipit Bombas. Gustav habı́a leı́do do sobre aquello en el libro de su tı́ oo.. Una má s de todas las cosas que no habı́ a creı́d do. o. Volvió a abrazarse a la almena y se apretó contra ella. Lı́n neas eas paralelas de explosiones cada vez má s violentas marcaron

un nuevo camino que cruzaba el patio de armas inferior de la ciudadela, levantaron columnas de humo que ascendı́an an altas en el cielo y lanzaron porellos boquiabierto poder aires de devastacio devast escombros ació́ n de en lallamas. aeronave. Gustav ¿Quié ¿Quiecontemplaba ́ n necesitaba una antigua profecı́a de los enanos cuando disponı́a de algo ası́ ?

 

¡Malakai Makaisson y la acertadamente llamada Imparable Imparable serı́  serı́an an la salvació n del Imperio! El fuego ya estaba consumiendo la mitad del patio de armas inferior de la fortaleza. Las ingratas y oscuras llamas trepaban por el aire enrarecido, y todo lo momento. que no se habı́ derrumbado ya amenazaba con hacerlo en cualquier Los acañ ones del vientre y de los lados de la barquilla tiraban abajo todo lo que seguı́ a de pie mientras la aeronave emprendı́a la engorrosa maniobra de dar media vuelta para realizar una segunda pasada. —¡Ningú́ n adorador del Caos se mete con mi aeronave! —¡Ningu Gustav sonrió , pero entonces, por alguna razó n que no alcanzó a identiicar, se puso a tiritar. Un murmullo se propagó por los monjes Matadores y tuvo la certeza de que no era el úú nico. La temperatura, ya rozando la zona de congelació n, cayó en picado a pesar de los fuegos. Gustav notó que el aire comenzaba a cristalizar dentro de su boca y que el cogote le palpitaba con un incipiente dolor de cabeza. —¡Magia —gritó . dentro de las llamas como un monstruo Una iguraoscura! negra se agitaba marino gigante que tratara de liberarse de una red de pesca. La compañ ı́a libre de Gustav acribilló a tiros a la bestia que surgı́a surgı́ a del fuego, pero ningú n proyectil acertó . Makaisson levantó el fusil largo con un gruñ ido y un puntito rojo destelló en la enorme cabeza cornuda que comenzaba a cobrar forma. Gustav se agarró prudentemente a la muralla y la potente arma de fuego disparó con un estruendo ensordecedor. La bala rebotó en la frente del prı́ ncipe ncipe demonio. —Be’lakor —dijo Gustav gimoteando—. Creı́a que Max lo habı́ a desterrado. Makaisson soltó soltó una imprecació imprecació n y recargó recargó el fusil. —Sujé́ tate —Suje tate al muro, amigo. Só Só lo es un pequeñ pequeñ o demonio de nada. Be’lakor salió del fuego y las llamas se agitaron por su cuerpo volcá nico cuando desplegó las alas. De repente se levantó un vendaval surgido de la nada que hinchó las alas y lanzaron al cielo al prı́ ncipe ncipe demonio. Los disparos destellaron a lo largo de su cuerpo cuando, tras sobrevolar brevemente la torre de entrada fortiicada de la tercera muralla, plegó plegó las alas y se lanzó lanzó en picado hacia ella. Un monje Matador con una lanza larga de doble hoja se arrojó desde el parapeto en el mismo momento en el que el prı́ ncipe ncipe demonio impactaba en el muro de la torre como una bala de cañ ó n. La

fortiicacion comenzo a derrumbarse, y mientras la muralla se desmenuzaba a su espalda, el enano volaba por el aire agarrado a la lanza larga y agitando las piernas. Un rugido cavernoso retumbó procedente loscolores escombros de la torre,elymundo. duranteLaelonda instante que duró la implosió n,delos abandonaron expansiva se propagó con una velocidad vertiginosa e hizo vibrar todo lo que habı́ a en las proximidades. Luego, la torre se agrietó como un huevo y un

 

fuego pú rpura escapó por las isuras y aniquiló todo lo que tenı́ a cerca con una descarga de magia oscura. El monje cayó carbonizado, justo una fracció n de segundo antes de que la torre y un extenso tramo de la muralla se transformaran en un crá crá ter ter bordeado de cristales. Be’lakor avanzó por é l con paso irme, con las alas levantadas como si fueran un halo negro. —De acuerdo, digamos que es un demonio grande. —Sihrak! Sihrak Grimnir ha ! ha ! Uno de los monjes Matadores que estaban en la muralla interior estaba quejá ndose de algo a su abad; a la discusió n se sumaron otros monjes y el debate se fue acalorando. Gustav se volvio volvió́ a Malakai. —He pillado que el abad tiene el poder de invocar la ira de Grimnir cuando le dé dé la gana. —¿Y por qué qué demonios no lo hace? Malakai puso la oreja para escuchar la discusió n de los monjes durante unos segundos y luego se volvió a mirar a Gustav. —Dice que ahoralanuestro en manos del heredero Grimnir. —Devolvió atenciódestino n a la está discusió n mientras el abad de se dirigı́a a sus monjes—. Y en las de su cronista. Gustav resopló y preparó la espada. Daba la impresió n de que despué́ s de todo la necesitarı́ aa.. despue —La historia de mi vida. La puerta al Reino del Caos se partió bajo la bota de Gotrek, que abrió un boquete en el centro en medio de una lluvia de astillas. De lo que quedó de ellas se encargaron las hachas del Matador. No era estrictamente necesario, pero el Matador parecı́ a estar disfrutando, pues en sus ojos habı́ a un brillo de ilusió n infantil por el poder que habı́aan n puesto en sus manos. Fé lix recordaba vagamente haber experimentado una sensació n parecida deverdad. adolescente habı́ a empuñ ado por primera vez una espada decuando acero de Se le dibujó una sonrisa melancó lica en los labios. «Vagamente.» Siguió al Matador al otro lado de la puerta con cautela, con su propia hoja encantada preparada para contraatacar a quienquiera que hubiera cometido la imprudencia de presentarse ante ellos en una etapa tan temprana de su viaje y estuviera estuviera esperá esperá ndolos ndolos emboscado. —Aú n tengo que acostumbrarme al equilibrio, humano —apuntó Gotrek, todavı́a con una sonrisa de oreja a oreja y la barba llena de astillas.

—Sı́, claro —murmuró Fé lix. Un gran saló n con columnas y el techo abovedado se extendı́ a ante ellos. La luz generaban sombras que que arrojaban acechaban desde detra detrá ló s de altounos las grandes piedrasarcos, luminosas en los que se habı́an an esculpido escenas de lucha cuerpo a cuerpo entre demonios y el Matador. En el centro de cada losa habı́ a una runa que

 

brillaba con luz roja, de modo que los varios millares que habı́ a en el suelo creaban la impresió n de una alfombra de fuego. Fé lix tambié n percibı́ a un olor a quemado, un aroma a azufre que procedı́ a de algú n lugar de las profundidades del templo. Miró a su alrededor con nerviosismo ijáde ndose en lainvisibles. arquitectura. Endemonı́ los salones el ruido metá lico hachas Gritos acos retumbaba acos y rugidos de enanos resonaban en los techos y en las paredes. Las columnas mostraban los rostros de los condenados. En este lugar los Desiertos no tenı́ an an el mismo aspecto que cuando se habı́aan n expandido de camino a Karag-Dum, ni cuando má s recientemente lo habı́an an hecho por las tierras interiores durante su regreso desde Kislev. Estaban en una antecá mara del Reino del Caos, el retorcido reino de los mismı́simos simos dioses. Estaban en el lugar donde Grimnir habı́ a pasado del Viejo Mundo al dominio de los dioses. Estaban en el lugar que habı́ a convertido en su bastió n, fortiicado runas y habı́ piedras, y gracias conservarlo; a su lucha eterna ya la vigilancia de sus con seguidores a conseguido una isla en un vacı́ o eterno de entropı́a que se habı́a mantenido igual durante diez mil añ añ os. Era pasmoso. Fé lix advirtió un movimiento con el rabillo del ojo y se volvió a mirar en la direcció n de una de las lejanas columnas. Una purulenta criatura de un solo ojo y con las entrañ as colgá ndole por fuera salió de su escondrijo. La siguió otra que apareció de detrá s de la siguiente columna de la ila. Esta era un orondo globo ocular que extendió una serie de disparatadas extremidades, pinzas, tentá culos y lá tigos de carne, sobre los que oscilaban ristras de ojos humanos y de otras razas mortales. Fé lix apretó la mano en torno a la empuñ adura de la espada. Unos gemidos de avidez resonaron en la cá cá mara. mara. Demonios de todas las formas y las sustancias imaginables por una mente trastornada aparecieron arrastrando los pies, saltando, reptando, goteando y, casi literalmente, gateando, atraı́dos dos por el olor de los mortales. Gotrek hendió con desdé n a un putrefacto demonio espadachı́ n y dio una patada a sus restos, que ya estaban disolvié ndose. Un rumor de alas atrajo la atenció n de Fé lix hacia el techo. Tragó saliva. Fé lix comprendió que eran desertores, supervivientes de una

guerra eterna. Por lo que habıa habıa entendido, la lucha personal de Grimnir era lo que mantenı́a a raya a los soldados de infanterı́ a de los Dioses del Caos. Los pobres monstruos que habı́ a allı́  eran tan dé biles e insigniicantes queminiatura se habı́ an anentre librado de Grimnir y seFé habı́ aconsideraba n refugiado en aquel reino en su mundo y lo que lix an el mundo real. Dé biles para Grimnir, tal vez, pero no por eso menos demonios, y en un nú mero má s que suiciente para mantener

 

entretenido a Fé entretenido Fé lix lix en una batalla. Calculó Calculó que podrı́ a encargarse de dos o tres —siempre y cuando lo acometieran de uno en uno—, pero ante sus ojos ya habı́ a bastantes má má s que éé sos. sos. Una primera estimació n, que habı́ a que reconocer que estaba realizada bajodetrá presio presió ́ n, arrojaba el haciendo siguiente resultado: muchos ma ́ ss.. é l —Ponte s —dijo Gotrek, girar sus dos hachasmá ante y descuartizando a una diabllilla vestida con plumas sin interrumpir el paso. Los demonios farfullaban y chillaban, y Gotrek y sus destellantes hachas rú rú nicas se abrieron paso a travé travé s de ellos con un rugido—. No te separes de mı́. No pararemos hasta que lleguemos a nuestro destino. Morzanna murió murió aquı́. Habı́a vivido este momento todos los dı́as as de su vida; habı́ a sentido el fuego en la piel de la misma manera que lo habı́a sentido cuando el Piadoso quemó su hogar; habı́ a oı́do do los gritos, gritos de guerra en una lengua que no habı́a identiicado hasta estos ú ltimos dı́ as. as. Reconoció el derrumbamiento de las construcciones en torno a ella, que claudicaban al bombardeo implacable procedente del cielo. Habı́ a experimentado en el cerebro y en el alma el poder del que llamaba Señ or; habı́ a visto a travé s de sus propios ojos futuros có mo demolı́ a un ediicio de un manotazo y luego señ señ alaba la úú ltima puerta. El poder se concentró en una ailada uñ a negra en la punta de la garra del demonio prı́ n ncipe. cipe. Morzanna sintió có mo la malicia de la tierra se alzaba obedeciendo la orden de Be’lakor y giraba alrededor de su igura como un lazo negro atrapado en un torbellino. Un rayo de oscuridad con visos morados y azules brotó de ese lazo y salió disparado hacia la puerta. Hombres y enanos se arrojaron gritando desde el bastió bastió n momentos antes de que éé ste ste entrara entrara en erupció erupció n como un gé gé iser iser de piedras trituradas y metal deformado. Desde ladescarga muralla de llegaron frené y los la discontinua armas gritos de fuego delticos puñ ado de estallidos defensoresdeque permanecı́an an sobre ella, dispuestos a presentar la ú ltima resistencia en el interior del patio. Las balas impactaban en el cuerpo casi divino de Be’lakor, rebotaban en las paredes o derribaban jinetes de sus sillas de montar. Los hombres de las tribus cabalgaban alrededor de la imponente igura del prı́ ncipe ncipe demonio y descargaban una tormenta de lechas mientras se apresuraban para llegar las ruinas de la puerta. La presciencia de su propia muerte no la perturbaba. En cierto modo resultaba tranquilizadora. tranquilizadora. Habı́ a tenido una vida de

prestado que habrı́a acabado doscientos añ os antes, cuando le correspondı́ aa,, de no ser por Fé lix Jaeger. Supuso que era el destino, completamente consciente la ironı́ a del pensamiento, por lo menos vivirla le habı́a servido parade guiar a Be’lakor hacia su grany obra. La muerte de este mundo a manos del Gran Elegido, el hijo en la oscuridad de Be’lakor.

 

Y su renacimiento. Un futuro no visto pero sı́   sentido se desplegaba ante ellos. Morzanna no sabı́a qué contendrı́ a ni la forma que adoptarı́ a, a, pero estaba allı́, y el solo hecho de desconocerlo la llenaba de emoció emoció n. Morzanna reunióa su propio poder en las yemas los dedos y lasa sombras corrieron envolverla. Se adentró en unadecalle reducida cenizas y se topó con una torre que habı́ a perdido el tejado por una bomba caı́da da del cielo. Habı́a fuego por todas partes y los ediicios devastados descollaban como islas en el horizonte durante la puesta del sol. La intensidad de los alaridos aumentaba y el humo ascendı́ a cada vez má s alto en el cielo. Un zumbido persistente pasó por encima de ella y Morzanna alzó la vista hacia el radiante vientre de la aeronave de los enanos. Unos cañ ones instalados en una especie de burbuja metá lica rotatoria giraban y disparaban. Con el rabillo del ojo advirtió que uno de los artilleros reparaba en la hechicera mutante que contemplaba el campo de batalla dio desde atalaya y suspiró giró el ,cañ ó nruido para seco apuntar hacia ella. Morzanna unasupalmada y el de sus manos precedió la pequeñ a explosió n que borró la torreta y un torrente de metralla del costado de la aeronave. A veces se preguntaba por qué todavı́ a se molestaba en luchar. Sin embargo todavı́a no habı́a llegado su hora. ¿Qué má s daba que faltara un minuto o un siglo? Habı́ a visto la llegada de este momento toda su vida y no habrı́a ninguna diferencia entre rendirse ahora y haberlo hecho muchas dé cadas antes. Habı́ a sentido el cambio que vendrı́ a despué s, pero incluso sin estar advertida de antemano era algo que no podı́a perderse. Por un momento, la magia que luı́a desde el portal de disformidad polar en los lejanos Desiertos del Norte sufrió sufrió una interrupció interrupció n causada por una magia procedente de otra fuente que se encontraba en las profundidades profundidad es de la tierra. La magia se iltraba por una isura en la roca de la realidad, como si el mundo se hubiera resquebrajado y llegaran desde su nú cleo rayos de luz lı́ quida. quida. Grimnir habı́a jurado cerrar el portal polar precisamente, y una puerta que daba al camino que conducı́a a éé l se encontraba aquı́ . Y acababa de ser abierta. Be’lakor inclinó hacia atrá s la cabeza y lanzó un rugido triunfal, que fue interrumpido por el chasquido de la implosió n con la que se

desvanecio y que atrajo las llamas hacia el espacio repentinamente vacı́oo.. Morzanna respiró con alivio. Ella habı́ a cumplido su parte y el futuro quedaba ahorapor enlamanos de otros. Paseó la mirada muralla interior de la fortaleza y reparó , con un orgullo casi maternal, que los hombres de las tribus persistı́ an an en el asalto a pesar de la marcha de su señ or infernal. Algunos hacı́ an an girar

 

rezones sobre la cabeza y los lanzaban por encima del parapeto; saltaban de sus caballos al galope, se estrellaban contra el muro y comenzaban a escalarlo con una amplia sonrisa en el rostro. El puñ ado de defensores que quedaban en la muralla realizaron los ú ltimos disparos, yaaba, ya dominados por el pá padefendiendo ́ nico, nico, y saltaron del parapeto. Si la vista no la engañ só lo quedaban la muralla un hombre y un enano Matador enorme y vestido de manera extrañ extrañ a. Siempre habı́a oı́do do decir que morir era como caer dormida. El enano levantó levantó su larga arma de fuego. Un destello rojo en los ojos la cegó cegó durante el segundo crucial en el que la detonació detonació n de un disparo precedió́ la bala que lo acompañ precedio acompañ aba. Morzanna sonrió sonrió . Habı́a llegado el momento de soñ soñ ar sus propios sueñ sueñ os. Siempre se habı́a preguntado có có mo serı́ a caer dormida. —¡Retirada! ¡Todos al templo! Gustav hizo señ as a los hombres mientras se retiraba por la escalinata del templo de Grimnir, gritando hasta que el aire enrarecido y el humo lo dejaron sin voz. El humo era tan denso que ya no distinguı́a la Imparable Imparable en  en el cielo. Los puntitos de luz que atravesaban la espesa cortina negra podı́ an an ser tanto las luces de vuelo de la nave como estrellas. Só lo las incesantes secuencias de disparos le conirmaban que la aeronave seguı́ a allı́. Mientras el poderoso vehı́ culo culo aé reo siguiera en el cielo y disparando conservarı́ a la esperanza, aunque habrı́a intercambiado con gusto un puñ ado de sus cañ ones por la mitad de los bravos hombres que lo acompañ acompañ aban en tierra. Jinetes en armaduras de hierro y cuero aparecieron al galope, con las protecciones para las mejillas y las faldas de cuero revoloteando, acompañ ados por el chacoloteo de las herraduras de sus monturas. Gustav se estremeció oı́ r color el silbido de las lechas. Un hombre un mugriento uniforme alde burdeos y dorado y una con coraza herrumbrosa recibió un lechazo que le atravesó la prenda acolchada entre la armadura y el hombro y cayó al suelo con un alarido. Otro se derrumbó́ sobre las rodillas con una lecha clavada derrumbo clavada en la parte posterior del muslo y disparó a ciegas el trabuco, pero un jinete que cargó hacia é l por el costado lo decapitó decapitó con una azuela. Adondequiera que mirara veı́a hombres caer, hombres a los que habı́a liderado desde Badenhof, personas a las que habı́ a llegado a

considerar algo mas mas que amigos. El abad Matador, con el humo aferrado a su descomunal cuerpo en armadura, salió disparado hacia un grupo de jinetes bá rbaros. Estos se dispersaron se alejaron la distanciaa justa paraloprovocar al colé enano, al queyretaban con socarronerı́ mientras acribillaban conrico los arcos. Por todo su cuerpo sobresalı́ aan n como pú as de erizo plumas

 

blancas y marrones cuando intentó una ú ltima acometida desesperada y inalmente se derrumbó derrumbó . —¡Amigo, có có gela! Gustav tendió las manos instintivamente y una recia pistola de fabricació n enana voló por aire inmediatamente hacia é l. Por su peso supo. La quebala ya estaba cargada, y Gustav se el volvió y disparó atravesó la hombrera de un caballero del Caos que pasaba como un rayo por delante de é l, dispuesto a cargar contra el ú ltimo grupo de monjes Matadores que luchaban con las estatuas de má rmol a la espalda. Malakai Makaisson estaba un par de escalones má s abajo y le daba la espalda. El ingeniero se descolgó del hombro el rile largo y lo sujetó por el enorme cañ ó n; haciendo gala de unos nervios de acero, se abstrajo de los jinetes que irrumpı́ an an en la explanada e introdujo una manivela en la parte derecha de la culata y un cinturó n de lo que parecı́a munició n en la tolva de la izquierda. Giró la manivela y, despacio peroel con derecho ganando velocidadalráprincipio pidamente, cañsu ó n musculoso cilı́ n ndrico drico brazo comenzó a traquetear mientras escupı́a un torrente de balas. Malakai, riendo como un loco, llevó el cañ ó n de izquierda a derecha y segó la primera ila de la carga de caballerı́a antes de que alcanzara el primer escaló n. Los caballos chillaban al caer y los hombres se sacudı́ an an con espasmos mientras la incesante descarga de proyectiles abrı́ a crá teres sangrientos en sus cuerpos. Curiosamente, muchos permanecı́an an agarrados a la silla de montar y eran aplastados por el caballo que les caı́ a encima. El cañ ó n destellaba con cada disparo y arrojaba una lluvia de casquillos de la tolva que se precipitaban por los escalones. La ú nica lente que sobrevivı́a en las gafas de piloto de Makaisson brillaba como el ojo de un demonio. Luego hizo el camino inverso con el arma y abatió la segunda ila de caballerı́ a, a, con un deleite aú n mayor que el que habı́ a exhibido anteriormente. Gustav sostuvo en alto la pistola y preguntó por encima del estruendo: —¿Tienes má má s balas para esto? —¡Quedan cinco má má s en la recá recá mara! mara! Gustav dio otro paso atrá s, apuntó a un bá rbaro que se habı́ a quedado sin caballo y le revento reventó́ media cara con un tiro certero. Una pistola con seis disparos. Extraordinario. Era una pena que el

Imperio ya jamas tuviera la oportunidad de introducirlas en sus fuerzas. —¡Un invento mı́o! o! —añ —añ adió adió Malakai. Gustav volvióa aresponderle apuntar y acon disparar. Otra vez. Ysecos otra. cada Hastavez que la pistola comenzó unos golpecitos que apretaba el gatillo. Gustav habı́a llegado a la parte superior de la escalinata y tenı́ a la espalda apoyada contra la columnata de la fachada

 

del templo. Tiró la pistola y empuñ ó el sable a dos manos. El arma de Malakai se encasquilló . El ingeniero la sacudió , maldiciendo, y sacó una bomba de la mochila, tiró de la anilla y la dejó caer rodando por la escalera mientras éé l corrı́ a a reunirse con Gustav en la columnata. La se explosió n fue pequeñcuerpos a pero feroz, a izquierda y a derecha donde produjo saltaron por losy aires. No obstante, el dañdeo que causó a la escalinata fue mı́ nimo, nimo, y antes de que se dispersara el humo ya habı́a jinetes subié ndola a caballo. Makaisson guiñ ó un ojo a Gustav, desatascó el cañ ó n con sus propias manos y unos cuantos proyectiles sin usar cayeron sobre sus dedos; a continuació n volvió a colocar el cinturó cinturó n de munició munició n en la tolva. —Tú no eres de los que hacen juramentos, ¿verdad, joven Gustav? Tal vez fuera la inminencia de la muerte lo que le hacı́ a gracia. O quizá́ le arrancara la risa lo absurdo y lo ridı́culo quiza culo de ella. ¡El, cronista de un Matador! ¿En qué mundo loco podı́ a ocurrir algo ası́? —¿Co —¿Có ́ mo seamigo. dice en—Una vuestra lenguaaloró «vete al —Vamos, sonrisa eninierno»? los labios de Malakai mientras colocaba en posició n el arma y cogı́ a la manivela con la mano tatuada—. No tenemos todo el dı́ aa.. Pasadizos cavernosos retumbaban con los chillidos de los demonios. Las paredes de piedra de escaleras interminables vibraban con la colisió́ n de hachas rú colisio rú nicas y garras, con los cuerpos que se precipitaban en una caı́ da da eterna o se apilaban sobre los que habı́ an an caı́do do antes que ellos. Puentes de de má rmol cruzaban rı́ os os de una oscuridad abismal. Demonios y monstruos espantosos se arrojaban sobre ellos mientras Gotrek y sus hachas se abrı́ aan n paso despiadadamente. Fé lix no se despegaba de é l, y pasaba por el acero cualquier cosa que apareciera por la espalda Matador. Tenı́ a los entumecidos, a el pecho y estabadel medio cegado por el brazos sudor que le caı́ a delelaardı́ frente. Cuando por in tuvo la oportunidad de pasarse un brazo por los ojos, lo ú nico que vio fueron unas sombras en movimiento: criaturas deformes que descendı́an an por las paredes o irrumpı́ an an desde los pasillos que comunicaban las cá maras. Desde cada piedra llegaba un chillido estridente e ininteligible. Gotrek abrı́a salvajemente salvajemente un tajo y luego lo agrandaba. Con un hacha en cada mano, el Matador se habı́ a convertido en una

fuerza imparable, en una encarnacion de la obstinada busqueda de venganza, tal como habı́ a predicho el Ancestro. Fé Fé lix lix se dejaba la piel en cada refriega só lo para no quedarse atrá s, y una parte de é l querı́ a recordarle recordar le no todos habı́angustiado an sido imbuidos an fuerza divina. Sinal Matador embargoqueestaba tan por de susunapropias preocupaciones que preferı́a ahorrarse el esfuerzo. No quedarı́a mucho de éé l si se rezagaba ahora.

 

Al llegar al inal de otro largo pasadizo encontraron una novedad: una puerta. Gotrek abrió el camino hasta ella. Era suicientemente alta para que un gigante pasara sin problema y tan ancha como una ila de caballeros de la Reiksguard. En las hojas de madera roja con tiras de lató n habı́paı́ a ses escenas de batallas aparecı́ an remates an representados océ anos, stalladas es y, encima de todo, el vacı́o. o.yTenı́ a unos con la forma de demonios que parecı́ an an furiosos y derrotados y hacı́ an an rechinar los dientes, cercados por inscripciones rú nicas que debı́ an an ser cı́rrculos culos de protecció n. Fé lix se adelantó a Gotrek para tantear el picaporte, que chirrió cuando lo accionó . La puerta estaba cerrada con llave y con cerrojos corridos desde el otro lado. Fé́ lix Fe lix le dio un manotazo, una patada y gritó gritó de frustració frustració n. —De todos los… —Dé́ jjame —De ame intentarlo a mı́ , humano. Fé lix volvió a situarse detrá s del Matador y levantó la espada hacia las hordas babeantes mientras el Matador giraba en sentido contrario, como una depuerta. baile en una caja de mú sica de los enanos, para ponerse depareja cara a la Fé lix, moviendo la espada a una velocidad mayor que la que era capaz de controlar, desvió las acometidas de un cuchillo con el ilo oxidado, de una pinza formada por tres piezas ailadas y de un hacha con una costra de ampollas. Retrocedió , con la espalda pegada a la de Gotrek, cuando é ste avanzó moviendo las hachas como si fueran las cuchillas de un molinillo. Y cuando el aire que respiraban se llenó de esquirlas de lató n y de astillas, ambos rugieron al unı́ sono. sono. Max habı́ a dado su vida por esto. Snorri, Ulrika, Kolya y Kat habı́ an an muerto por esto. Y a pesar del empeñ̃ o de demonios y de semidioses, lo habı́ an empen an conseguido. Su ú ltima aventura. Iban a salvar el mundo. Y lo harı́an an juntos.

 

CAPÍTULO DIECINUEVE La caída de Gotrek Gurnisson Una radiació n plateada conferı́ a palpitaba al sanctasanctó delzumbido temploque de Grimnir un brillo espectral. El aire con unrum nı́ tido tido sugerı́a la presencia de fuerzas que se mantenı́an an a raya a duras penas y que producı́a un sonido vibrante en el oı́d doo interno de Fé lix. Mirar alrededor só lo producı́ a desorientació n, la misma que si se tratara de encontrar una moneda en el fondo de un pozo de los deseos con un lautista al lado tocando una desagradable melodı́a de una nota al lado. La cá cá mara mara era del mismo tamañ tamañ o que el patio que habı́ a arriba y del mismo diseñ o circular. Aquı́   no habı́ a columnas descomunales; nada dividı́a el templo en espacios má má s discretos ni proporcionaba un refugio para el brillo cegador. El alto techo era abovedado, con nervaduras de hierro y de piedra que se cruzaban formando un dibujo que evocaba un cielo  solitario  solitario en el centro de cada En el fondoestrellado; opuesto deunlarubı́ cá mara habı́brillaba a una especie de altillo que auna. primera vista se apoyaba en el ingenio de los enanos y en las dos escaleras de má́ rrmol ma mol que seguı́ an an la curva de las paredes del templo hasta éé l.l. Encima de cada escalera colgaba una arañ a de luces que parecı́ a un enrejado de hierro con formas geomé tricas: cuadrados superpuestos para formar estrellas que a su vez se juntaban para componer pirá mides que descansaban una sobre otra en los conines de la deinitiva forma cuadrada de la arañ a. Gemas luminosas en vez de velas alumbraban

desde ellas, pero la luz ambiental que las rodeaba apagaba sus colores y su brillo. Fé lix estudió ese piso superior. Allı́ se   se hallaba el origen de la luz y arremolinaba. del zumbido alautado. Era idé ntico Unalenorme que Grimnir portalle plateado habı́ a mostrado se ondulaba durante y las pruebas a las que le habı́ a sometido, si bien en este caso las distorsiones que expulsaba no lotaban libremente en el aire, sino que estaban atenuadas por un gigantesco dolmen de piedra que se habı́ a

 

construido para contenerlo. En las jambas de má rmol se habı́ an an tallado los semblantes estilizados de dioses de los enanos. Fé lix reparó en que no estaba el de Grimnir, só lo los de los otros dos miembros del triunvirato sagrado de los enanos: Grungni, el herrero, y Valaya, la diosa del hogar. Naturalmente, Grimnir debı́ a haber construido el templo. Y el Ancestro Vengativo no era tan vanidoso como para adornarlo con su cara. La supericie argé ntea era casi traslú cida, má s pró xima a un velo que a una barrera, y el lujo de visiones que pasaban por ella era continuo. Lo ú nico omnipresente era el mismo Grimnir. Atrapado en su batalla eterna, el Ancestro era un coloso. La criatura que Fé lix veı́ a a travé s de la cortina plateada era má s grande incluso que el avatar que habı́a derrotado a Gotrek sin derramar una gota de sudor en los salones de arriba, y era má s fá cil comparar sus dimensiones con ediicios altos o pequeñ as colinas que con seres mortales. A pesar de que Fé lix no sabı́a decir quéo punto impresió ndel se portal, debı́ a adurante las proporciones divinas de hasta Grimnir a las esa distorsiones el breve perı́odo odo de tiempo que tenı́ a para observar vio que el Ancestro luchaba cuerpo a cuerpo con un demonio de dos cabezas cuyo torso de color rojo herrumbre poseı́ a la musculatura de una montañ a. Grimnir puso de rodillas al escandaloso monstruo, le partió el espinazo de un rodillazo y siguió su camino, todo ello en completo silencio só lo roto por el zumbido elé elé ctrico. ctrico. Fé lix querı́a ver má s. Habı́a algo hipnó tico en el lujo constante. Sin embargo, tenı́an an el tiempo en contra; se obligó obligó a apartar la mirada. Se volvió a mirar en la direcció n por la que habı́ an venido y levantó la espada con un buido de frustració n cuando unos soldados de infanterı́ a demonı́acos, acos, y no completamente salvajes, entraron entraron en tropel por la puerta destrozada. Se desplegaron alrededor de las paredes en formació n de herradura, farfullando insultos y amenazá ndolos con las garras, pero evitando el espacio central como un goblin evitarı́ a el sol. Fé lix retrocedió para alejarse de ellos y se arriesgó a echar un vistazo por encima del hombro. Só lo entonces se percató de que su compañ ero ya no estaba con é l. Gotrek se habı́ a adelantado un par de pasos y se habı́ a plantado casi en el centro de la cá mara circular, entre las dos arañ as de luces colgadas del techo, desde donde miraba con gesto ceñ ceñ udo el portal.

Pero no. No estaba mirando el portal, sino algo que estaba delante de éé ll.. Oculto en la luz que irradiaba el portal, sentado en un trono de calaveras dedel latóportal n, estaba contraluz por el intenso resplandor queBe’lakor. tenı́a a Iluminado su espalda,a el Señ or Oscuro era un vacı́o desde el que relumbraba la estrella de ocho puntas del Caos, como si el portal brillara a trave través de éé l con el solo in de iluminar ese vil

 

sigilo de destrucció n. Sobre la cabeza cornuda tenı́ a puesta una corona, y a los pies de su trono, cuatro iguras enormes y terribles se postraban ante éé l.l. Una de ellas tenı́a la carne rubicunda y un aspecto bestial; llevaba puesta arcaica armadura de bronce marcada con runas y sujetaba sobre launa rodilla doblada un hacha que parecı́ a hambrienta. Mientras que é sa primera era una criatura brutal, un amasijo de armadura sucia de sangre reseca y ferocidad, la segunda era á gil y esbelta, y en su manera de doblar la rodilla habı́ a algo sutilmente sugerente. A Fé lix le sobrevino una perturbadora sensació n de que era una combinació n de deseo y de asco de sı́   mismo. mismo. Ni siquiera estaba seguro de qué lo habı́ a llevado a pensar que fuera una mujer y no un hombre, pero no dio la impresió n de que eso fuera relevante, pues su belleza repugnante, no humana, rebasaba tales delimitaciones prosaicas de la lujuria. El tercero era distinto de los otros dos como un monstruo puede serlo de otro. Demasiado obeso para arrodillarse, estaba agachado, y una miasma gases colgaban parduzcosdeemanaba de sucomo pestilente mole. cadenas de oxidadas sus cuernos adornos. Tenı́Unas a el cuerpo recorrido de gusanos, y unas bubas hinchadas y reventadas vomitaban moscas que zumbaban alrededor de su cabeza y se posaban de vez en cuando para poner huevos debajo de lá cidos pliegues de carne necró tica. Fé lix tuvo ná useas y desvió la mirada hacia la ú ltima igura. Tenı́a una forma aviar con un extrañ o conjunto de articulaciones y se balanceaba ligeramente, como si estuviera arrodillada sobre una balsa. Vestı́a una tú tú nica que brillaba como un oasis bajo el sol de Arabia. Un pico largo de ave sobresalı́a de su capucha, y encima de ella, ocultos en las tinieblas de la capucha, unos oscuros ojos azules relumbraban con intensidad. En una mano con cuatro garras sujetaba un bá culo brillante, y a pesar del resplandor del portal, arrojaba una luz en la que se distinguı́an an los colores del arco iris, y aun algunos má s que Fé lix ni siquiera sabı́a que existı́ an. an. Fé lix los tomó por demonios superiores, y la sensació n de intranquilidad se propagó hasta la mano con la que empuñ aba la espada. ¡Cuatro! Uno por cada uno de los Grandes Poderes. «Este es mi destino», se recordó . Tragó saliva con diicultad. Siempre habı́a detestado las profecı́as. as. Be’lakor se aferró a los brazos de su trono de calaveras y se puso de pie, lo que provocó un murmullo de excitació n entre sus infernales

suplicantes. —Se te concede tu deseo, Gotrek Gurnisson. Tu nombre se conocerá durante eones como el de aqué l que abrió la puerta a la divinidad del quinto Poder. Eres el poderes, testigo del inicio de una nueva era, del momento enGran el que los cuatro inmutables desde los llantos del alumbramiento de la creació n, deben postrarse y admitir al Señ̃ or de la Oscuridad en su panteó Sen panteó n.

 

Be’lakor proirió una risa gé lida mientras se alejaba unos pasos del trono y abrı́a los brazos, como si elogiara a las hordas de demonios que continuaban apelotoná apelotoná ndose ndose en el fondo de la cá cá mara. mara. —¡Yo soy el Señ or Oscuro! El pró digo. El paria. El Elegido. Só lo yo puedo uniraalalos siervos olvidados de los Cuatro y poner por in el punto inal eterna guerra de Grimnir. El Sediento de Sangre soltó un buido y volvió su cara animal hacia Gotrek y Fé lix. Le goteaba fuego de las fauces. Be’lakor señ señ aló aló el dolmen de piedra. —Aquı́  es donde caen los desterrados, en este purgatorio. Aquı́ llevan una existencia de penurias y sin sentido durante milenios, o se ablandan y perecen bajo el hacha de Grimnir. Só lo yo puedo liberarlos. Só lo yo puedo liderar sus legiones para arrasar con fuego infernal y reducir a cenizas vuestro mundo. La distinguida beldad que era la mujer demonio de Slaanesh se puso en pie lá nguidamente y se estiró para recorrer con la mirada a Fé lix Fé lix—Yo y luego a Gotrek.que Una sonrisa aloro ́ en susque labios. profeticé alguienladina má s aloró poderoso yo morirı́ a matá́ ndote, Matador, ¿lo recuerdas? EE l te ha matado. Y ahora debe mata morir. Abriste la puerta para el Señ or Oscuro, precioso, y ahora tu muerte signiicará la muerte del propio Grimnir. —¡Venid aquı́, demonios! —espetó Gotrek, blandiendo las dos hachas—. De uno en uno o todos a la vez. Esto es lo má má s cerca que vais a estar hoy de Grimnir. ¡No me hagá is subir esa escalera, o por mi juramento que os lo haré haré pasar mal! El Sediento de Sangre montó en có lera e hizo el ademá n de levantarse, levantars e, y só só lo la mano irme de Be’lakor en su hombro lo detuvo. —Las correas te sientan bien —dijo Gotrek, que se ganó ganó un grun gruñ̃ ido vengativo del demonio de Khorne. —Me daré un banquete con tus sesos, mortal. No creas ni por un segundo de tu breve vida que no lo haré haré . —Arrojad a esas dos ratas a los perros —dijo Be’lakor, que soltó al Sediento de Sangre y levantó una garra caritativa dirigida a la manada de demonios rabiosos que chillaban y aullaban, a la que respondieron avanzando cautamente. Fé lix apretó los dedos alrededor de la empuñ adura de la espada—. Vosotros tené is preocupaciones má s importantes. Reunid vuestras legiones. Todos sabé is lo que espero de vosotros.

La andró andró gina, la mole pestilente y el orá orá culo culo reluciente hicieron una reverencia (cada uno dentro de sus posibilidades), se levantaron y enilaron hacia el dolmen de Grimnir. ¡Iban a por yo Grimnir! —Cuando te diga, humano, corre. —Gotrek habı́a girado el cuerpo de manera que sostenı́ a un hacha preparada para recibir a la infanterı́ a de demonios y la otra apuntando a Be’lakor y al demonio

 

superior que quedaba. Señ aló con un movimiento de cejas el hueco que habı́a debajo del piso superior. Era má s o menos de la altura de un hombre, separado del portal por un estrato de piedras y de la marea de demonios por Gotrek y sus hachas. era era el lugar má s seguro del templo, aunque habı́a habı́ a que Probablemente reconocer que todo relativo. Fé lix apretó los dientes, se deslizó hasta la espalda de su compañ ero y levantó la espada. —Esta vez no. Lucharemos juntos. —Es tu funeral —gruñ ó Gotrek, y luego, con un refunfuñ o mohı́ no, no, añ̃ adió an adió —: Esto no se mencionará mencionará en mi elegı́ a, a, ¿verdad? —Seguramente no. —Qué́ pena. —Que Uno detrá s de otro, los demonios superiores atravesaron las aguas plateadas del portal. Be’lakor se volvió hacia la igura inmó vil del Sediento de Sangre. El seguidor de Khorne seguı́ a mirando con furia a Gotrek a Fé lix, las alasLas como si mentalmente estuviera volandoyhacia sus lexionando odiados enemigos. facciones regias de Be’lakor se arrugaron en un gesto de impaciencia, pero antes de que tuviera tiempo de pronunciar una palabra de reprobació n, el Sediento de Sangre se levantó y proirió un liberador aullido desgarrador mientras enilaba con pesados pasos hasta el borde del piso superior, desplegó las alas y saltó . Fé lix sintió que su valor se marchitaba cuando las alas bloquearon la luz del portal. Las pezuñ as del demonio golpearon las losas del suelo. Fé lix se tambaleó por las vibraciones del impacto y observó có mo el desquiciado demonio sacudı́a las alas, enarbolaba el hacha y bramaba. Sangre y fuego recubrı́ an an su dientes ailados como cuchillos. Las runas de su armadura brillaron y el restallido de su la lá́ tigo tigo sobresaltó sobresaltó a Fé Fé llix. ix. La masa de demonios, como si hubiera recibido una señ señ al, se puso a berrear y se lanzó lanzó en manada. Sin necesidad de intercambiar una sola palabra, Gotrek rugió y arremetió contra el Sediento de Sangre mientras Fé lix giraba sobre los talones para encarar a los demonios que corrı́an an al galope para abalanzarse sobre su espalda. Se produjo un estré pito apocalı́ p ptico tico cuando el hierro meteó rico colisionó con el lató n infernal, y a partir de ese momento, todos los

sentidos de Fé lix se colapsaron ante la marea de costras, garras y hojas retorcidas. Bloqueó el primer golpe, asestado con un cuchillo de carnicero impregnado decuerpo. jugos gá stricos, empleó las el mı́ nimo siesfuerzo nimo para desviarlo de su Tenı́ a que yconservar fuerzas querı́a durar má s que un par de segundos. Incapaz de contener el ı́ mpetu mpetu de la masa, retrocedió . Un demonio de piel marró n, con tres cuernos dispuestos

 

asimé tricamente y empuñ ando un mangual, lo acometió . Fé lix dio un paso lateral y la esfera plagada de pinchos barrió el aire junto a su cuerpo en movimiento, al mismo tiempo que un codazo propinado oportunamente por Fé lix reventaba la mandı́ bula bula fofa de su atacante. Fé lix vio unosEntonces, gusanos un blancos trepando por su brazo y retrocedió bruscamente. monstruo achaparrado y simiesco sin má s arma que sus atroces puñ os como zarpas, pasó como un rayo junto a Fé lix y directamente hacia Gotrek, pero Fé lix estiró una pierna para zancadillear al demonio, que se estampó contra el suelo. Una sensació n de satisfacció n brutal le proporcionó las fuerzas suicientes para mantener la posició n durante otro minuto mientras con la espada asestaba breves y medidas estocadas que apenas rasguñ aban la interminable horda de demonios. «No presté is atenció n a Fé lix Jaeger. ¿Podé is hacerlo?» Bloqueo, inta, respuesta. Su espada actuaba como atraı́da da por las hojas y los apé ndices utilizados como armas de sus atacantes. Tenı́ a los brazos parecı́ entumecidos hastaa el hombrocomo y unasirespiració rasposa pecho a resistirse aceptar, supusieranuna cargaque de su la que podı́a prescindir. Muy a menudo se le presentaba la oportunidad de sajar el vientre de algú n monstruo con Karaghul  ,  , pero las má s de las veces la dejaba pasar, pues consideraba que má s valı́ a vivir un segundo má s que arriesgarse a morir. Fé lix sabı́ a que no existı́ an an dos demonios que fueran parecidos ni siquiera fı́ sicamente, sicamente, y era imposible saber cuá cuá l tendrı́a unas entrañ as que se enroscaran a su espada como una boca o cuá l tendrı́ a un vientre de hierro que hiciera saltar la espada de sus manos. Algo le desgarró la cota de malla debajo de la axila izquierda y llegó a hacerle un corte en la carne. Fé lix no vio qué era; apenas lo sintió . Si sobrevivı́a, a, estarı́a encantado de sentirlo. Dadas las circunstancias, ese pensamiento podı́a caliicarse de optimista. Aun en el caso de que encontrara las fuerzas y le sonriera la suerte para seguir luchando todo el dı́aa,, quedarı́an an varios miles de enemigos por matar, y por cada demonio que repelı́a o sajaba, varias docenas má s se arremolinaban a su alrededor. alrededor. Só lo era un hombre, hundido hasta la cintura en el mar y con los brazos levantados para tratar de proteger la playa de la subida de la marea. El suelo bajo sus pies pasó de plano a inclinado. Dio un paso atrá s y

luego otro, y só lo cuando dio el tercero se percató de que a pesar de sus esfuerzos habı́an an conseguido llevarlo de vuelta a la escalera de la izquierda. Buscó a Gotrek, cuya espalda, al menos en teorı́a, teorı́ a, estaba cubriendo, lo encontró casi exactamente en el lugar donde lo habı́ a dejado, en ely centro de la cá ca ́ mara. mara. El Matador era un espectro rú nico dentro de un tornado de metal estelar, el nú cleo de hierro de una tormenta ı́ gnea gnea de lató lató n arrebatado y

 

carne carmesı́. Chorretones de saliva salı́ an an despedidos del tumulto y escaldaban a los demonios que se acercaban demasiado. Otros eran reducidos a puré por los pies del Sediento de Sangre o destripados con indiferencia por golpes extraviados de su hacha y de su lá tigo. Las armas del un demonio aporreaban lasdehachas Gotrek chispas como martillos golpeando yunque. Del conlicto magiasdesaltaban de color escarlata y doradas, y de vez en cuando el tremendo choque de hojas provocaba una onda expansiva que levantaba por los aires demonios y agrietaba piedras. La presencia de las dos hachas de Gotrek y la activació n de la Runa de Liberació n habı́an an igualado el duelo desde la ú ltima vez que los dos contendientes se habı́ an an encontrado en las entrañ as de Karag-Dum, pero a primera vista Fé lix tenı́a la impresió n de que la brutalidad salvaje y el poder abrumador del Sediento de Sangre seguı́an an dando ventaja al demonio. Una monstruosidad con la cara fundida y un par de brazos puntiagudos que actuaban como pistones arremetió arremetió contra Fe Fé́ lix, lix, que se vio obligado a desviar la mirada de su compañ ero para ocuparse de su propia amenaza. Ya no sabı́a qué estaba haciendo, pero lo cierto era que no podı́a podı́ a llamarse luchar. Esquivaba los golpes, retrocedı́ a y só lo muy de vez en cuando los bloqueaba con la espada. Era como un baile, o má s bien la parodia del baile de un borracho, de un patoso, de alguien exhausto, de un baile que le habı́ aan n descrito apresuradamente pero que nunca habı́ a tenido la oportunidad de practicar antes de la actuació n má s importante de su vida. Retrocedió otro paso. El zumbido del portal sonaba cada vez má s concentrado y agudo, y su radiació n destellaba en la comisura del ojo de Fé lix, que se volvió ligeramente hacia é l para evitar que el resplandor lo cegara. Pero al hacerlo vio sin pretenderlo lo que estaba ocurriendo al otro lado del portal. La imagen era confusa y resultaba difı́ cil cil interpretarla, pues se trataba de un campo vasto, quizá ininito, representado en dos dimensiones a travé s de una ondulante supericie plateada y casi traslú cida. Las ondas de distorsiones lo hacı́ an an má s confuso todavı́ a. a. Se producı́ aan n errá ticas explosiones de luz que Fé lix enseguida identiicó como ataques má gicos; rá fagas casi continuas desde las hordas de demonios hacia Grimnir. Una explosió n mú ltiple ampolló la supericie del portal, como si se hubiera dirigido hacia ella una fuente de calor.

Dentro de la imagen no existı́an an las distancias, al menos en la medida en que Fé lix pudiera establecerlas, pero vio lo que le parecieron los tres demonios superiores avanzando avanzando a la espalda de Grimnir y lanzando una rá faga combinada de fuego Ancestro se tambaleó . Todo transcurrió en silencio, pero Fémá lixgico. vio elEldolor en el rostro de Grimnir. Fé lix no querı́a creer que Grimnir podı́ a estar realmente en peligro, pero daba la impresió n de que Be’lakor podrı́ a estar en disposició n de

 

conseguir lo que habı́ a declarado jactanciosamente: unir a los demonios enfrentados bajo un lı́ der der y acabar con el poderoso Ancestro. ¿Qué́ consecuencias tendrı́a para el mundo si lograba su objetivo? ¿Que Una sensació sensació n de impotencia invadio invadió́ a Fé Fé lix. lix. EE l era mortal, humano. ¿Có́ mo ¿Co a luchardesesperado contra algo capaz de acabar un dios?negro y lo Un podı́ mittelhau degolló a un con monstruo derribó en mitad de un salto. La sangre corrosiva roció la pared má s cercana. Un repugnante ciempié s trepó por su cuerpo y Fé lix se lo quitó de encima de una patada y gimoteando. Retrocedió , repartiendo tajos, hasta que llegó al borde de la escalera, unos dos metros y medio por encima del suelo, y se volvió hacia el el cı́ rrculo culo de cadá veres y sangre por el que Gotrek y el Sediento de Sangre seguı́ an an luchando. —¡Hay que ayudar a Grimnir, Gotrek! ¡Tenemos que hacer algo! El Matador gruñ ó , mostrando los dientes, lo que posiblemente era una indicació n de que lo habı́ a oı́do, do, pero estaba demasiado apurado con el frené tico Sediento de Sangre, que lo agobiaba a golpes, para hacer al respecto. respecto . Féalgo lix miró rá pidamente a su alrededor intentando averiguar qué podı́a hacer para ayudar. Cualquier cosa que no fuera simplemente ganar tiempo para só lo Sigmar sabı́ a qué . Alzó la vista y vio la arañ a de luces que oscilaba encima de su cabeza. Se mordió el labio, mientras su miraba saltaba de la arañ a hasta donde Gotrek estaba luchando, en el centro de la cá mara. Hizo un rá pido cá lculo mental y maldijo para sı́ . Gustav tenı́a razó razó n sobre éé l.l. Era un auté auté ntico ntico vejestorio paté paté tico tico que iba de hé hé roe. roe. Se despejó un espacio con una feroz barrido de la espada, se agachó de cuclillas y dio un salto con el brazo izquierdo levantado con el propó sito de agarrarse a la arañ a de luces. todas Sesus aferró fuerzas a una enbarra ello, hasta de hierro que se y se le balanceó puso rojaen la el cara aire, y le poniendo tembló todo el cuerpo; coniando todo el peso de su cuerpo acorazado en la fuerza de su brazo dé bil. Un demonio de mejillas caı́ das das intentó agarrarlo de la pierna que le colgaba, pero Fé lix le hundió el pie en la cara y se apoyó en é l para ganar los centı́ metros metros que necesitaba para pasar el brazo por la estructura de hierro e impulsarse para encaramarse a la arañ a. Fé lix llegó arriba temblando del esfuerzo. Estaba en una jaula de hierro iluminada por diminutas piedras luminiscentes, lo bastante grande para alojarlo y, siempre y cuando

fuera precavido, con barras suicientes en la base y lo bastante anchas para moverse por su interior. La gruesa cadena, obra de los enanos, rechinaba con el balanceo. Fé lix miró abajo a travé s de las barras y vio docenas de sus repugnantes perseguidores lo que habı́a hecho; saltaban y se aferraban a la tratando arañ a, dedelaimitar que apenas colgaban unos segundos antes de que los derribaran otros demonios que pretendı́aan n trepar por sus cuerpos. Incluso eran má s los que subı́ an an

 

atropelladamente por la escalera, como si Fé lix siempre hubiera sido una preocupació n completamente secundaria. Vio a Be’lakor plantado ante el dolmen junto a su trono de calaveras calaveras de lató lató n. El prı́n ncipe cipe demonio levantó una garra para señ alar a Fé lix con una mueca demaldijo desprecio. Fé lix para sı́  yy corrió a travé s de la estructura de estrellas y triá ngulos hasta que llegó al extremo situado justo encima del suelo de la cá cá mara. mara. Por un pelo no le alcanzó el chorro de aire tó rrido que pasó silbando detrá s de é l y desgarró una bola de fuego mientras atravesaba la arañ a. Una racha de aire caliente desplazado le golpeó de lleno y fragmentos de hierro pasaron volando ante é l como una rá faga de lechas de ballesta. Los jirones de su capa revolotearon. Debajo de é l, el Sediento de Sangre, con el pellejo acorazado recorrido por retorcidos trozos de hierro relumbrante, atacó atacó con furia a Gotrek. Fé lix consiguió dominar el pá nico, al menos lo suiciente para controlar losabajo. brazos y las piernas y blandir la espada, en vertical, con la punta hacia Y entonces se dejó caer. Fé lix empuñ aba Karaghul  con   con ambas manos, invirtiendo todas sus fuerzas y todo el peso de la caı́ da da en clavar la espada en el hombro del Sediento de Sangre. Los cierres de lató n entre el peto y el espaldar de la armadura se abrieron y la hoja encantada se hundió a travé s de carne y tejidos hasta la empuñ adura con forma de dragó n. De la herida manó fuego, como si la igura tallada en el puñ o de la espada escupiera llamas, y el Sediento de sangre soltó soltó un sı́ smico smico alarido de dolor. Una sacudida con la espalda arqueada y un zarandeo con las ensangrentadas alas negras lanzaron por cerraba los aires las manos a Fé lix, para queagarrarse voló de espaldas a un asidero agitando que no losexistı́ brazos a cuando y todavı́sea estrelló contra la pared. La cota de malla se le clavó dolorosamente en la espalda y los hombros, y su cabeza crujió al impactar contra la piedra. Se mordió la lengua y percibió el sabor de la sangre, luego se precipitó de rodillas por la escalera, y si no cayó hasta el inal fue gracias a que aú n estaba agitando los brazos y consiguió consiguió aferrarse a la balaustrada de ma má́ rmol. rmol. Aturdido, se levantó y se palpó todo el cuerpo. Estaba dolorido, pero vivo, y aparte de la mancha de sangre hú meda en la axila, parecı́ a

pe o v vo, y apa te de a a c a de sa g e u eda e a a a, pa ec a estar má s o menos de una pieza. El Sediento de Sangre lo habı́ a arrojado contra la escalera de la derecha. Los demonios habı́ an an evitado en todo momento esa parte de la cá mara; se habı́ an an desplegado en el lado izquierdo para a Fé lix:enlaelmolienda demonio superior se acorralar habı́ an an quedado centro. que era Gotrek y el Gotrek retrocedió para alejarse del maltrecho Sediento de Sangre. El Matador se limpió con el brazo la sangre de lo que parecı́ a una nariz

 

rota y lanzó una furiosa mirada casi acusadora a Fé lix. Luego, con un gruñ ido arrebatado, embistió el torrente de demonios que subı́ a por la escalera de la izquierda. Be’lakor se dio cuenta de que todos los demonios estaban cayendo destripados, partidos por la negra, mitad por o arrojados el borde lay desenfundó su larga espada cuya hoja por chisporroteó energı́a que poseı́aa.. El Matador estaba sumergido en el Caos, pero Fé lix estaba convencido conv encido de que le habı́a visto sonreı́r. La mano de Fé lix se deslizó instintivamente hacia el cinturó n en busca de su espada. No estaba allı́ . Tragó saliva para deshacer el nudo que se le habı́ a puesto en la garganta y alzó alzó la mirada. El Sediento de Sangre estaba colé rico. Era como una estrella roja rodeada por una corona de fuego sangriento. Apretó los puñ os y los mú sculos yinfernales hincharon   donde la corazase de lató n terminaba dejaba a lasevista brazos y allı́ cuello. Sus tendones tensaron como cables de acero cuando echó atrá s la cabeza y lanzó un rugido. Fue un grito que se habrı́ a oı́do do al otro lado de un abismo y habrı́ a provocado las protestas de los moradores má s siniestros del lugar. Fé lix se tambaleó al oı́ rlo. rlo. Y vio su espada. Emitı́ a el brillo de un metal candente en el cuello del demonio, rodeado de unas brasas que debı́ an an ser alguna clase de amalgama de sangre demonı́ aca aca y magia cicatrizante. ¡Por Sigmar! ¿Y ahora qué qué ? Fé lix se palpó la ropa en busca de un arma. Tenı́a un pequeñ o cuchillo dentro de la bota izquierda. Lo sacó . Y una pistola del ejé rcito de porHochlander el cañ cañ ó n conpara la mano la queizquierda no tenı́a munició para blandir n. Tambié la culata n la de sacónogal y la cogió como si fuera una porra. Retrocedió hasta que tocó con la espalda en la pared y tragó saliva. El Sediento de Sangre emitió un ú ltimo bramido de furia y se encaminó hacia é l. El balanceo de sus corpulentos hombros dejaba claras sus intenciones de desgarrar, cercenar y derramar sangre. Fé lix maldijo para sı́, giró giró a un lado y echó echó a correr escalera arriba. Los rugidos del Sediento de Sangre retumbaron detrá s de Fé lix, y ́ ́ ́

sus pasos hicieron trepidar la escalera cuando el tambien las subio corriendo para darle alcance. El monstruo tenı́a alas, pero preferı́a atraparlo a pie. Eso, o simplemente estaba demasiado cegado por sus ansias de matar como para hacer algo má s meditado que perseguir y asesinar. —¡Gotrek! —gritó —gritó mientras subı́ a los escalones de dos en dos. ¿Era un advertencia? ¿Un grito de auxilio?

 

Fé lix no estaba seguro, pero en ese momento era lo ú nico que se le ocurrı́a decir. Prá cticamente se arrojó al altillo, respirando con agitació n un aire cuyo sabor a ozono le abrasaba la garganta. El zumbido del portal era estruendoso y el en resplandor que emitı́ a casi cegador, su intensidad se doblaba cuando su supericie se relejaba algú n ydestello pasajero. Gotrek y Be’lakor estaban teñ idos de cromo y se batı́ an an en duelo sobre una alfombra de calaveras que previamente habı́ a sido el trono del prı́n ncipe cipe demonio. Entre la hachas de Gotrek y las garras extendidas de Be’lakor habı́a tendidos unos arcos de electricidad que reducı́ an an a ceniza a cualquier demonio menor que se acercara lo suiciente. El Matador gruñ ó y empujó como si estuviera participando en un concurso de fuerza. La electricidad recorrı́ a chisporroteando la igura plateada de Be’lakor. Hielo de piedra de disformidad cristalizaba en las paredes y en los rostros de los Ancestros del dolmen. Fé lix encontró en lo má s recó ndito de su interior una reserva de fuerza que leNopermitió avanzar Una calavera crujió debajo de sus pies. habı́a margen derenqueando. error. Gotrek, con los mú sculos abultados por el esfuerzo, consiguió penetrar el escudo de rayos para asestar un hachazo al prı́ncipe prı́ ncipe demonio, pero la hoja de Be’lakor bloqueó el golpe y saltaron esquirlas de sombras que envolvieron en tinieblas a los dos luchadores mientras su frené tico combate proseguı́ a. a. Be’lakor rio entre dientes y se fundió con las sombras justo cuando Gotrek barrı́a con el hacha el espacio vacı́o que el prı́ ncipe ncipe demonio acababa de abandonar. El Matador soltó un gruñ ido letal y sus hachas trincharon las sombras, que habı́an habı́ an comenzado a alejarse de é l y volvieron a fundirse ante el portal para componer la igura de Be’lakor. El prı́ ncipe ncipe demonio tenı́a tendida una mano fulminantes y estaba lechas pronunciando negras salióun despedida conjuro de de las poder. garrasUna de Be’lakor rá faga dey acribilló la barrera protectora sustentada por la Runa de Liberació n. La barrera relumbró con un brillo rojizo y proyectó un escudo del mismo color alrededor de Gotrek. Parecı́ a má s ino que el que Max habı́ a invocado para é l. Parpadeó de un modo alarmante debilitado por las lechas y, de una manera muy similar a como una cota de malla que desvı́ a y absorbe un golpe pero deja un cardenal en el cuerpo, Gotrek, arrodillado en el suelo, bregaba para ponerse de pie.

Felix no podıa podıa creer lo que veı veıa. a. Despué s de todo lo que habı́ an an pasado, de todo lo que habı́ an an perdido y de todas las ventajas que habı́ an an pagado con sangre, Gotrek estaba siendo derrotado. Apretó los dientes y blandió el cuchillo. Eso no ocurrirı́ a mientras su cronista respirara. Be’lakor se percató de la presencia de Fé lix y de su aspecto: vapuleado, viejo, con el pelo encrespado por la electricidad y con unas

 

armas risibles en las manos. El prı́ ncipe ncipe demonio bajó una pizca la espada. Su mano negra como la obsidiana, que ya estaba preparando otro conjuro, paró un momento para permitirle proferir una calmada risa cruel. —Fé lix Jaeger. Si nodeesdesprecio mi perdi… Apareció un gesto en su rostro. A la espalda de Fé lix se produjo un chirrido, como de un pie cubierto por un escarpe que hubiera hecho un agujero en el má rmol y estuviera hurgando en é l. Apareció una sensació n de calor, de presió n, y de una rabia espantosa, terrible, y Fé lix, con la misma devastadora lentitud que si se hubiera detenido el tiempo, se volvió para echar un vistazo. El enfervorecido Sediento de Sangre rugió e irrumpió en lo alto de la escalera, ajeno a cualquier cosa que no fuera lo que se encontraba al alcance de la mano de su ira. La empuñ adura de Karaghul  destellaba  destellaba en su hombro como la lanza de un caballero durante la puesta del sol. El demonio enarboló abalanzó sobre Fé lix.el hacha para asestar un golpe descendente y se Fé lix se tiró al suelo instintivamente y el Sediento de Sangre pasó a escasos centı́m metros etros de é l, con la piel enrojecida por el infernal calor de su cuerpo. No se detuvo; habı́ a llegado demasiado lejos para hacer eso. Cargó hacia Gotrek y Be’lakor. El prı́n ncipe cipe demonio gruñ ó , con los ojos negros cargados de odio clavados en el arrebatado Sediento de Sangre mientras sus manos dibujaban apresuradamente un sigilo en el aire. Aparecieron unas sombras que parecı́an an unos arbustos de maleza y Be’lakor comenzó a esfumarse en ellas. La cresta de Gotrek asomó por encima de la oscura neblina. La recortado cercanı́a del en portal un trozo le de daba hojalata. un lustre Su hachas metá lico, destellaban. como si fuera un ı́ dolo dolo Be’lakor quiso dejar constancia de su jú bilo aun cuando continuaba desvanecié ndose y preguntó a Gotrek: —¿Qué es eso que dicen siempre en los melodramas que inexplicablementee tanto le gustan a tu compañ inexplicablement compañ ero? ¿«Detrá ¿«Detrá s de ti»? —Me debes la vida de un cronista, demonio, y un enano nunca olvida. —El Matador enarboló el hacha que le habı́ a acompañ ado durante tanto tiempo sin mostrar el menor atisbo de preocupació n por

la monstruosidad recubierta de fuego que se le echaba encima por la espalda. Las ansias de venganza convertı́an an sus ojos en dos duros diamantes resplandecientes—. resplandecientes—. Ojo por ojo, diente por diente. Descargó el hacha, que se hundió en el muslo de Be’lakor. El prı́ncipe ncipe demonio soltó un alarido que contenı́ a una nota de estupor en la expresió n general de dolor. La matadioses Runa de Liberació n vibró incrustada en la pierna, como una garganta que tragara, y se regodeó con avidez en la magia sombrı́a con la que Be’lakor se habı́ a cubierto.

 

Hasta que las sombras desaparecieron. Gotrek tiró del hacha para arrancarla del prı́ ncipe ncipe demonio y algo eté reo y gris goteó del ilo cuando la extrajo. Be’lakor extendió una mano hacia el Sediento de Sangre, no para destruirlo con apelar magia, apues el ́ nhacha de Gotrekbruto. se la habı́ a arrebatado toda, sino para la razó razo del impetuoso Pero Fé lix se la habı́ a robado toda. Gotrek se puso ceñ udo y dirigió un gesto con la cabeza a algo que habı́a en el portal y que só só lo éé l podı́ a ver. —Detrá́ s de ti. —Detra Fé lix se impulsó con las manos para levantar el pecho del suelo y contempló con la boca abierta có mo el Sediento de Sed arrollaba a Gotrek y continuaba la embestida. Seccionó de un hachazo el brazo extendido de Be’lakor a la altura del codo y con el mismo golpe le hendió la cadera, y luego lo ensartó por el pecho con los cuernos de lató́ n y ambos se precipitaron —y Gotrek con ellos— a travé lato travé s del portal. —¡Gotrek! Fé lix,entrechocaban pero los tres mientras desaparecieron tras un destello de luz —gritó cuyas ondas se deslizaban a toda velocidad por la supericie. Los demonios menores que habı́ a en la cá mara y los que, increı́blemente, blemente, seguı́aan n llegando en un nú mero inverosı́ m milil a travé s de la puerta prorrumpieron en un lamento. Fé lix se puso de pie a duras penas y recogió la pistola y el cuchillo, pero ni una sola de las criaturas parecı́a inclinada a atacar. No habı́ a manera de saber cuá nto tiempo durarı́ a aquello. Examinó el portal, respirando trabajosamente. Só lo necesitaba un momento para pensar. Se besó el anillo del dedo y murmuró una plegaria para Sigmar. Só lo era una costumbre. Dudaba que el Rey Dios la oyera estando donde Luego estaba. tomó carrerilla y se lanzó tomó lanzó a buscar a su amigo. Una llanura de hierba negra se extendı́a a lo largo de un milló n de kiló metros. En otra vida, Fé lix habı́a sido el hijo de un comerciante; reconocı́a la curva de la tierra en la aparició n gradual en el horizonte del velamen de un buque mercante que regresaba a casa. Pero aquı́ aquı́   no. Aquı́  la llanura continuaba hasta que los ojos de Fé lix ya no podı́ an an seguirla. El cielo estaba encapotado, desgarrado por relá mpagos, por truenos que se burlaban del ignorante suelo como carcajadas de dioses

y demonios. El aire dejaba un regusto amargo, como tras lamer una moneda, y era seco. Fé lix dudaba que hubiera algú n rı́ o o algú n lago en… Negó con la cabeza y se dio por vencido. Cualquiera que fuera la unidad de adistancia que Su fuera capaz se demostrarı́ inadecuada. largo viajede lo recordar habı́ a traı́odo dodeal inventar ú nico lugar adonde habı́a creı́do do que ni siquiera Gotrek lo traerı́ a jamá jamá s. s. Estaba en el Reino del Caos.

 

El centro caliente del universo. El hogar de los dioses. Se dio la vuelta, en parte para hacerse una idea del lugar en dimensiones mortales —dos metros, centı́ m metro etro má s, centı́ metro metro menos— el portal, peroa. para tranquilizarse sabiendo que podı́ahasta marcharse si querı́ asobre . Podı́atodo ver el templo al otro lado, y a las feroces criaturas demonı́ acas acas que se apelotonaban má s allá . De momento parecı́an an conformarse con quedarse donde estaban, cosa que resultaba de lo má s conveniente, aunque era como un martillazo que hacı́a añ icos su preciada idea de volver a su propio mundo. Suspiró , se apartó el largo lequillo de los ojos y miró a su alrededor. No habı́a ni rastro de Be’lakor ni de ninguno de los demonios superiores que se habı́ aan n unido temporalmente a é l con el objetivo de matar a Grimnir y liderar un ejé rcito de demonios que saliera al mundo a travé s de Kazad Drengazi. A menos que contara la cabeza carmesı́ , seccionada, de la que Gotrek estaba tratando de sacar hacha má má s fuerza mañ mañroja a. le El Sediento de Sangre tenı́ aellos ojoscon vidriosos y la que lengua colgaba de la boca. Fé lix estaba acostumbrado a que los demonios desaparecieran de vuelta al aethyr   tras ser destruidos y tuvo que recordarse que estaba en el mismo aethyr   . No era un pensamiento agradable. Por lo que habı́a averiguado escuchando el pomposo monó logo de Be’lakor, un demonio asesinado podı́a conservarse muerto mucho, muchı́ simo simo tiempo. La cabeza se desprendió con un repugnante ruido de succió n y cayó bocabajo en la hierba. Fé lix encontró este hecho muy tranquilizador. Ahora só lo esperaba ver tambié tambié n el cuerpo de Be’lakor por alguna parte. del Se resplandor puso la mano de lossobre relá mpagos los ojos ay modo oteó la de distancia. visera paraElprotegerse horizonte (llamarlo ası́  le hacı́ a sentir mejor) estaba encrespado como un mar embravecido. Las hordas de demonios que Be’lakor habı́ a pretendido comandar no se habı́ aan n ido sin é l; má s bien daba la impresió n de que los esfuerzos combinados de Gotrek y de Grimnir los habı́ an an hecho retroceder. Probablementee por primera vez en diez mil añ Probablement añ os. ¿Era eso un motivo para la esperanza?

Felix se llevo el anillo a los labios y rezo para que ası  ası   fuera. Por todos los dioses que aú aú n existı́aan, n, esperaba que ası́  fuera.  fuera. —¡Bienvenidos a mi hogar! —exclamó Grimnir, todavı́ a con su sangre de enano caliente tras una eternidad de batallas; tenı́ a las mejillas rojas y le brillaban los ojos. Su tamañ o ahora era má s pró ximo a uno normal; era má s grande que la media de los enanos, pero no el titá n que le habı́ a parecido a travé s del portal. Blandı́a un hacha en una mano enorme, pero a

 

primera vista no se apreciaba nada especialmente má gico en el arma. Era un hacha corriente, pero lo cierto era que Grimnir no necesitaba nada má s. Su sola presencia imponı́ aa,, e incluso Fé lix puso má s recta la espalda y contempló contempló el mundo con el corazó corazó n un poco má má s duro. —¡Gotrek! lix. Nada s quedelacercarse compañ ero y —dijo llevarloFé de vueltadeseaba al otromálado portal, hasta pero su le mortiicaba la idea de aventurarse demasiado lejos por temor a que el portal desapareciera, o sucumbiera a las dimensiones distorsion distorsionadas adas de este lugar—. Cojamos el arma, o el artilugio, o lo que sea que nos está esperando y largué monos de aquı́ . Tal vez aú n estemos a tiempo de utilizarlo para ayudar a Gustav y a Malakai. Grimnir clavó los ojos en el suelo y sonrió bené volamente mientras negaba con la cabeza. —Todavı́a no lo entiendes. Yo soy el poder, amigo. Yo. Hace mucho tiempo llegué aquı́   para luchar contra los dioses y terminar con la amenaza del Caos para siempre. Fracasé Fracasé , aunque no del todo. Aú Aú n estoy vivo. —Se volvió menos a mirarcorpulento a Gotrek con un encogimiento de hombroscomo que en otro cuerpo podrı́ a haberse interpretado que se desaprobaba a sı́ mismo—.   mismo—. Pero ahora ha llegado el Fin de los Tiempos y yo no puedo hacer nada. Ha llegado el momento de que regrese al mundo para librar la ú ltima batalla, como siempre fue mi intenció́ n… De que ceda mi carga a mi heredero. intencio Fé lix se quedó mirando a los dos Matadores con auté ntico pasmo mientras una risa atronadora resonaba en sus oı́dos. dos. —¿Te reieres a ceder a Gotrek una parte de tu poder? Es eso, ¿verdad? Grimnir señ aló detrá s de é l con el dedo pulgar a los demonios congregadoss a lo lejos. congregado ellos—Regresará cuando lo n, hagan. y alguien Tú eres tiene mique heredero, estar aquı́ Gotrek,   para si  para enfrentarse lo aceptas.con El destino ha estado trayé ndote aquı́   desde que te refugiaste en aquella cueva y cogiste mi hacha. Eres un Matador que ha seguido mi ejemplo. Te prometo batallas sin respiro durante la eternidad, y te prometo una muerte. —El Ancestro esbozó una amplia sonrisa—. La muerte má s grandiosa jamá s obtenida por un Matador. La mı́a. a. Gotrek se quedó pensativo. Echó un vistazo al portal y luego rumió moviendo de un lado a otro la mandı́ bula. bula. Se volvió a mirar a los

demonios que infestaban la vastedad del horizonte. Asintio con la cabeza. Só́ lo una vez. So —¡No! —gritó Fé lix, que salió disparado hacia é l sin importarle ya el portal, teniendo en cuenta que ya no sabı́ a si estaban perdidos aun tenié́ n tenie ndolo dolo allı́ — —.. Necesitamos a Gotrek. El mundo lo necesita. Yo… —Se le quebró la voz. Se llevó un puñ o a la boca y luego lo separó de los

 

labios y se golpeó el pecho con é l—. Yo lo necesito. Me juró que me acompañ arı́a a Middenheim. ¡Me lo juró juró ! Fé lix les dio la espalda, con los ojos empañ ados por unas lá grimas que habı́a olvidado que tenı́ a. a. Se las enjugó enjugó y se sorbió sorbió la nariz. —El mundo esta ́ muriendo. —Ya —dijo está Grimnir—. Tal vez muera, y tal vez yo tambié n muera intentando salvarlo. Pero hay otros mundos má s allá de é ste, amigo. Mundos que necesitará necesitará n sus dioses. «La muerte de Gotrek supondrá la perdició n de este mundo —le habı́a dicho la vidente en el sueñ o—, pero podrı́a podrı́ a bastar para salvar el siguiente.» Cuando Gotrek se volvió a Fé lix, las lá grimas corrı́ an an libremente por las mejillas del humano, le empañ aban la vista y dispersaban el resplandor de los relá mpagos, de manera que el Matador parecı́ a rodeado por un halo de luz plateada. Gotrek lo miró de arriba abajo, como querié ndolo grabar en la memoria para asegurarse de que no lo s, como la escala del tiempo que imaginaba expandirse aolvidarı́ partir adejamá ahora ante ésil pasara factura incluso a la legendaria memoria de un enano. —No —dijo gimoteando Fé lix—. No. No está ofrecié ndote una vida gloriosa despué s de la muerte llena de doncellas y de vino, Gotrek. No hay una sola criatura repugnante con la que nos hayamos enfrentado a la que le desearı́a un destino como é ste. —Tendió una mano a Gotrek, pero por alguna razó n sus pies seguı́ aan n llevá ndolo de vuelta al portal—. He perdido demasiado para perderte ahora a ti tambié n. Es demasiado. Regresa conmigo. Luchare Lucharé a tu lado hasta el inal, yo… —Fé lix —dijo Gotrek, interrumpié ndolo dulcemente. Fé lix se quedó con la boca abierta, anonadado, mientras Gotrek decir. esbozaba Era una despreocupada; sonrisa de dientes recordaba rotos a laque quedecı́ unaa todo vez habı́ lo que a pertenecido habı́ a que a un enano y que sin embargo arrastraba la carga de una misió n interminable. Gotrek irradiaba luz, y Fé lix se frotó con torpeza los ojos para secá secá rselos, rselos, esperando que el efecto desapareciera desapareciera con las lá lá grimas. grimas. Pero para su sorpresa, seguı́a ahı́. Fé lix comprendió demasiado tarde el efecto sosegador del portal que tenı́ a a su espalda. Habı́ a vuelto a traspasarlo y el mundo estaba volvié ndose plateado. Se resistió a ceder a las necesidades de la actualidad, a las exigencias de su plano nativo,

para lanzar a su radiante companero, a su amigo, una ultima mirada implorante. Envuelto por un halo plateado, Gotrek se despidió despidió de éé l alzando una vez el hacha. —No te olvides de mı́.

 

EPÍLOGO Estaba oscuro; era la oscuridad de las profundidades de la tierra, del dolor, del espacio solitario en la cabeza de Fé lix. El portal habı́ habı́aa desaparecido, sepultado en el mismo hundimiento que habı́ a acabado con los demonios y habı́a apagado las gemas luminosas del techo, bajo una montañ a de piedras. Al parecer, só lo Fé lix se habı́ a salvado, cobijado bajo el arco de la maciza piedra del dolmen de Grimnir. La ú nica fuente de luz, tenue, era la ornada hoja rú nica semienterrada debajo de una pila de má rmol. Era Karaghul   . Aú n brillaba tras su altercado con el Sediento de Sangre, aunque pá lidamente, y ese debilitamiento gradual era la ú nica conirmació n externa que Fé lix tenı́a del paso del tiempo. Le resultaba imposible calcular cuá ntos minutos (¿o serı́ an an horas?) llevaba observando observando có có mo se apagaba su luz. Desdede algúagua. n lugar ediicio desmoronado le llegaba el sonido de un hilito Taldel vez este lugar habı́ a estado situado durante mucho tiempo en alguna clase de dimensió dimensió n paralela, pero ahora, con la marcha del poder de Grimnir, formaba parte del reino de los mortales. Oı́a tambié n otro sonido, unos arañ azos, como si algo diminuto estuviera escarbando muy lejos de allı́ . Aguzó el oı́ d do. o. ¿Y eso que oı́ a eran voces? Casi sonaban como si estuvieran gritando su nombre. Sacudió́ la cabeza. Sacudio No. Estaba solo.

Fuera de allı́, el Fin de los Tiempos continuaba, pero tendrı́ an an que arreglá rselas sin é l y sin el Matador. En resumen, ya no sentı́ a que fuera asunto suyo. Con todo el cuerpo conlosel lazos alma que dolorida, se dobló lentamente hacia delante dolorido, para alojar le mantenı́ an la an camisa de cota de malla ceñ ida. Se metió la otra mano debajo de la camisa suelta y sacó el paquetito con el envoltorio impermeable que guardaba apretado contra el corazó n. Lo depositó sobre el regazo y lo

 

desenvolvió́ cuidadosamente para sacar el diario encuadernado en piel, desenvolvio una pluma y un frasquito con tinta ferrogá lica. Les concedió unos instantes má s de reposo y entretanto respiró hondo. El aire tenı́a un regusto a viciado, a rancio. Habı́a vivido la mitad de su vida entre enanos y habı́a pasado el tiempo suiciente bajo tierra para saber qué signiicaba ese olor. No le quedaba mucho tiempo. Deshizo el nudo que mantenı́ a selladas las preciadas pá ginas de su diario y abrió el cuaderno. El lomo crujió , má s envejecido por los añ os de desuso que lo que le corresponderı́a. a. A la vez que retiraba la tapa del frasquito, ailó la punta de la pluma con la uñ a del dedo pulgar y la mojó cuidadosamente en la tinta. A continuació n, a la luz mortecina de su espada, comenzó a escribir. Gotrek Gurnisson habı́ a encontrado por in su destino. Y Fé lix Jaeger tenı́ a que cumplir un juramento.  

recué recue Si se encuentra ́ rdese rdese lo siguiente: este diario, aquı́ si yace  yace se ganó gano uń Matador. la guerra,

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