MÁS ÉTICA MÁS DESARROLLO
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Más ética, más desarrollo Bernardo Kliksberg
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© Bernardo Kliksberg © INAP Dirección: c/Atocha, 106. 28012 - Madrid Teléfonos: 91.27.39.100 Web: www.inap.map.es Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicaciones.administracion.es © Temas Grupo Editorial SRL, 2006 Bernardo de Irigoyen 972 piso 9no C1072AAT Ciudad de Buenos Aires Argentina Tel/Fax: 4307.4531 www.editorialtemas.com Director Editorial: Jorge Scarfi Diseño de cubierta e interiores: Diego Barros Corrección: Laura G. Villaveirán Altavista
1º edición para Argentina, mayo de 2004 2º edición para Argentina, julio de 2004 3º edición para Argentina, octubre de 2004 4º edición para Argentina, febrero de 2005 5º edición para Argentina, octubre de 2005 6º edición para Argentina, junio de 2006
1º edición para España, junio de 2006
ISBN 84-7351-254-5 / 978-84-7331-254-1 NIPO 329-06-012-3
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso escrito de la Editorial
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A Ana, mi amor y mi pilar A mis padres, Clara (z'l) amor e integridad sin límites, y Eliézer escritor y luchador infatigable, de quienes aprendí lo principal A mis hijos Iosi, Esther, Rubén, Annat y Joel, mis estímulos y mi orgullo A mis hermanos de sangre y de vida, Lea y Naum, y sus familias A todos aquellos que suelen dialogar con su corazón para mejorarse, y ayudar a reparar éticamente América Latina y el mundo
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Índice
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Prólogo a la edición española Palabras preliminares para la edición española Introducción Sed de ética Primera Parte El impacto de la ética sobre el desarrollo Más ética, más desarrollo La ética cuenta El capital social y la cultura. Las dimensiones postergadas del desarrollo Segunda Parte Los desafíos éticos de América Latina Los niños latinoamericanos en riesgo Más desigualdad, más corrupción La marginalidad rural Un escándalo ético. Los niños de la calle La pobreza en América Latina. Revisando mitos sobre la política social La discriminación de la mujer en el mundo globalizado y en América Latina Índice / 1
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Tercera Parte La ética en acción El voluntariado. El impacto social y moral de quienes ayudan a los demás Hacia una nueva ética empresarial La familia importa: el caso de las remesas migratorias ¿Cómo poner en marcha la participación? Algunas cuestiones estratégicas Cuarta Parte Propuestas para una economía orientada por la ética Hacia una nueva visión de la política social en la Argentina Se necesitan gerentes éticos. La era post Enron. ¿Es posible construir una economía con rostro humano? Bibliografía
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Prólogo a la edición española
La ética ha pasado a ocupar un lugar destacado en las reflexiones del siglo XXI. Empezando por la misma gestión pública, el éxito en los procesos de modernización y reformas en los servicios públicos como condición para el buen gobierno dependerá de que la gestión pública tome en consideración aspectos éticos, se dote de un “infraestructura ética”, adopte un comportamiento ético como compromiso político, un marco legal eficaz, mecanismos eficaces de rendición de cuentas, códigos de conducta efectivos, etc. De igual modo, todas las ciencias sociales están siendo examinadas y abordadas desde el prisma de los principios éticos, todas están siendo redefinidas en sus objetivos y reformuladas sus técnicas, y para todas se reclama una inserción de valores éticos como medio para hacer frente a la realidad social del nuevo siglo. La pregunta que enseguida nos hacemos es por qué hay interés en estos asuntos ahora, a qué obedece esta revisión ética del presente y el futuro. La respuesta no puede dejar de enmarcarse en el proceso de globalización y los nuevos retos que el mismo plantea en lo relativo a las obligaciones y responsabilidades con respecto a la sociedad. Más concretamente, cabría conectar la importancia que viene adquiriendo la ética en este momento con el modelo de desarrollo que estamos construyendo, un modelo basado en la economía, en sus principios de eficiencia y eficacia, donde las decisiones globales que se toman tienen consecuencias inmediatas en la organización de la sociedad. Ahondando más en estos postulados, cabe constatar que esta visión sesgada del desarrollo, centrada en el crecimiento económico, no ha llevado a resolver los grandes problemas que pesan en la actualidad sobre la sociedad y los gobiernos del mundo actual: el fortalecimiento de las democracias, la necesidad de justicia social, pero, sobre todo, el aumento de la desigualdad y la pobreza. Las ineficiencias de las técnicas económicas tradicionales para solucionar estas dos lacras ha generado, en los últimos años, una línea de pensamiento sustentada en la idea de reformular la concepción económica convencional; se ha pasado, paulatinamente, a la necesidad de una reflexión ética en torno a la economía misma, a los modelos que ella propone y a las decisiones que se toman, se ha planteado la necesidad de superar la escisión entre ética y economía y de alcanzar una economía orientada por la ética. Se trata ahora de pensar éticamente el desarrollo, un desarrollo que no puede limitarse a lo puramente económico, sino que, por el contrario, retomando los planteamientos de Adam Smith, debe reintroduPrólogo / 3
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cir la ética en las leyes económicas. Se viene hablando así de desarrollo humano basado en los valores sociales y sustentado sobre la promoción, junto a las formas tradicionales de capital –físico y humano–, de un nuevo capital recientemente descubierto por las ciencia sociales: el capital social. Junto a la potenciación de las virtualidades de este capital social, complementado por las otras formas, estamos asistiendo a una revitalización de las políticas públicas. Y es que, no puede dejar de recordarse, por obvio y pretencioso que pueda parecer, que los gobiernos deben estar al servicio de los problemas de la población, deben hacerse cargo de las funciones y responsabilidades que la sociedad demanda. En particular, se está depositando en las políticas sociales una gran confianza como elementos complementarios y motores del crecimiento económico. Unas políticas sociales de las que, sin duda, somos herederos y a las que debemos el desarrollo en las sociedades avanzadas. Y si nos concretamos en América Latina, los múltiples desafíos que el avance significativo de democratización en esta región del planeta presenta se están encarando con una visión diferente, fruto de la percepción del origen en que radican los problemas que obstaculizan su desarrollo: la desigualdad y la pobreza. En el marco de la discusión existente en esta zona sobre las vías para el desarrollo se inscriben las aportaciones de Bernardo Kliksberg. La tesis central del autor es que es posible construir una economía con rostro humano, esto es, economías donde se invierta fuerte en la gente, donde haya buenos niveles de equidad y que además crezcan. Con un discurso fluido y ejemplificador de la realidad latinoamericana, Kliksberg va desgranando las claves para la construcción de un desarrollo humano basado en los valores sociales y plantea las propuestas para hacer efectivo un crecimiento ético. Aparecen así en la palestra nuevos conceptos como capital social, solidaridad, participación, responsabilidad social empresarial, como aspectos clave para alcanzar un desarrollo humano que acabe con la pobreza. El punto de partida lo constituye el cuestionamiento de la visión reduccionista del desarrollo. Aunque el tema económico es central, el desarrollo no puede quedar reducido a la economía, sino que, por el contrario, se debe concebir como un modelo integrado en el que, junto a lo económico, se tengan en cuenta las instituciones, la política, el desarrollo humano y el medio ambiente. Es ésta, indubitablemente, una propuesta argumentada y con posibilidades, fundamentada en unos modelos de desarrollo integrado, que traten de conciliar crecimiento económico y progreso social. Para ello, apunta Kliksberg, hay que recuperar la relación entre valores éticos y comportamientos económicos, “poner en el centro de la agenda pública temas como la coherencia de las políticas económicas con los 4 / Más ética, más desarrollo
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valores éticos, la responsabilidad social de la empresa privada y de la función pública, el fortalecimiento de las organizaciones voluntarias, y el desarrollo de la solidaridad en general”. La ética no sólo no es ajena a la economía sino que debería orientarla y regularla. En la base de una economía con rostro humano coloca Kliksberg a las políticas públicas. Se necesitan políticas públicas activas, descentralizadas, trasparentes, con buena gerencia social, con un servicio público profesionalizado, erradicando el clientelismo y la corrupción. Se requieren políticas públicas responsables, que traten de obtener crecimiento económico y eficiencia económica pero al mismo tiempo buscan preservar la igualdad, el acceso a oportunidades. Se precisan políticas públicas renovadas, que articulen lo económico y lo social y en las que se dé prioridad a las políticas sociales como palanca del crecimiento económico. Una política social renovada debe ser descentralizada, tiene que generar redes y alianzas, tiene que haber concertaciones entre las políticas públicas y la sociedad civil. En una sociedad democrática, el Estado debe ser responsable, la política social tiene que garantizar los derechos básicos de los ciudadanos a alimentarse, tener acceso a salud, a educación y trabajo. Ahora bien, y esto es importante subrayarlo, las responsabilidades principales que corresponde asegurar a las políticas públicas pueden verse complementadas por las acciones de una sociedad civil activa, movilizada mediante el voluntariado, la responsabilidad social de la empresa privada y la articulación y el “empowerment” de los pobres. Un desarrollo integrado implica trenzar lazos, establecer alianzas entre el Estado, la sociedad civil y el sector privado. De las propuestas que se plantean para hacer efectiva e integrar la ética en el desarrollo económico y social son destacables las tesis sobre la participación basada en una nueva legitimidad de carácter macroeconómico y gerencial. La revalorización de la participación está ligada a las percepciones de sus aportes a la gerencia, tanto privada como pública, y a sus ventajas, contrastada por múltiples experiencias, respecto de los modelos organizacionales de corte tradicional de tipo jerárquico. Los beneficios que la participación genera de autoestima, confianza, responsabilidad colectiva, visión compartida y valores de solidaridad, se reflejan en resultados positivos en el diseño, ejecución y control de los programas sociales en los que la participación aporta eficiencia organizacional, propicia la equidad y genera sostenibilidad. Se resaltan como valores de las organizaciones participativas la cooperación, la horizontalidad, la flexibilidad, la gerencia adaptativa, la precisión en la determinación de los fines y la subordinación a ellos de los procesos organizativos. Todos estos aspectos están en el origen del cambio de paradigma de las organizaciones y en la propuesta de un modelo de organizaciones Prólogo / 5
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inteligentes e innovadoras en la que las políticas públicas han de desempeñar un papel destacado en su promoción y realización efectiva. Finalizo haciendo propia una reflexión recurrente del autor a lo largo de la obra, la idea de que la economía debe estar regida por valores éticos, porque la economía es un instrumento, debe ser eficiente pero al servicio de determinados parámetros, se debe medir por lo que genera en términos de oportunidades para los jóvenes, en la erradicación de la desnutrición, en el aumento de la esperanza de vida, en el acceso a la salud y a la educación. Y añado, con Amartya Sen, que el ser humano no es sólo un medio del desarrollo sino un fin último y que como nos repite el autor, el comportamiento ético es también rentable económicamente. Francisco Ramos Fernández-Torrecilla Director del Instituto Nacional de Administración Pública
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Palabras preliminares para la edición española
América latina está buscando afanosamente nuevos horizontes. Una ciudadanía cada vez más participativa y articulada está exigiendo respuestas a la gran deuda social pendiente que hace muy difícil la vida y subsistencia de muchas familias en la región, arroja niños y ancianos a las calles, deja a una cuarta parte de los jóvenes fuera del sistema educativo y del mercado de trabajo, y crea exclusiones de género, etnia y color. La ciudadanía ha mostrado su decisión de buscar a través de un ejercicio cada vez más activo de la democracia que sus mandatos electorales de cambio sean efectivamente llevados a la práctica, haya rendición continua de cuentas sobre ellos, sean ejecutados con toda probidad, y se respete su derecho permanente a la participación. En los últimos años ha generado un verdadero “terremoto político” en la región. En la última década ocho Presidentes han debido renunciar ante la finalización de sus períodos, no por asonadas militares que han quedado desterradas de la historia, sino por grandes protestas populares canalizadas a través de vías democráticas. Por otra parte, la ciudadanía ha llevado al gobierno de diversos países a una nueva generación de líderes que respondiendo a diversas historias nacionales tienen en común la búsqueda de modelos de desarrollo integrales y totalmente inclusivos. España es un buen punto de referencia para las demandas sociales en ebullición en América latina. Es el escenario de una experiencia económica y social de avanzada, con logros notables para los ciudadanos, y enseñanzas significativas para América latina. Desde la plena integración de las fuerzas armadas a la democracia, hasta sus vanguardistas proyectos actuales en terrenos como la eliminación de las discriminaciones de género, la protección de la familia, la inclusión social universal, y muchos otros, es una muestra de cómo se puede avanzar en la historia. Cuenta con políticas públicas activas, una función pública profesionalizada y en continua formación y desarrollo, altas inversiones en educación, salud, y seguridad social, y una concertación continua entre Estado, empresas y sociedad civil. Una de las expresiones que ilustra a la nueva España, es su alto grado de solidaridad. Ha duplicado los recursos para cooperación externa, y planea triplicarlos en poco tiempo llevándolos a un 0.5% del PBI, nivel muy superior a los porcentajes comparables de la mayor parte de los países desarrollados. Palabras preliminares / 7
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El Plan Director de su Cooperación Internacional 2005-2008 dice que el país “parte de una concepción interdependiente y solidaria de la sociedad internacional” y que la meta central de la cooperación española es “erradicar la pobreza en el mundo”. Ambas, América latina y España, tienen en común, como lo explica aguda y rigurosamente Francisco Ramos en su Prólogo, un interés enorme por la ética. Sus sociedades exigen niveles más elevados de responsabilidad ética en todos los actores sociales, y en el imaginario colectivo la visión de una sociedad presidida por la ética aparece como uno de los más preciados sueños colectivos. Es para el autor un honor que una institución señera, insignia de esta España defensora de lo público, luchadora contra la pobreza en el mundo, y anhelante de ética, como el Instituto Nacional de Administración Publica (INAP) haya tomado la iniciativa de publicar Más ética, más desarrollo para ponerlo a disposición de la sociedad española, y se proponga utilizarlo en la formación de los directivos públicos del país. El autor desea expresar su reconocimiento especial a Francisco Velásquez, Secretario General de la Administración Pública de España, y a Francisco Ramos, Director del INAP, inspiradores de esta publicación. Han sido siempre durante su extensa y reconocida trayectoria pública, el modelo del alto gerente público de la mayor excelencia profesional, un compromiso activo con el servicio y con los desfavorecidos, y una ética total. El autor ha escrito con frecuencia sobre “el gerente público necesario”, ellos lo personifican y son fuente de estímulo colectivo. En América latina esta obra ha tenido seis ediciones en poco tiempo, gracias al interés colectivo. Los méritos están en la significación poderosa que la ética tiene para nuestras sociedades. Están profundamente deseosas de abrir y llevar adelante el gran debate ético por tanto tiempo postergado, sobre la ética aplicada a la economía y al desarrollo. Ese debate no admite más dilaciones. Bernardo Kliksberg Washington, junio de 2006
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Introducción
Sed de ética
América Latina presenta, a inicios del siglo XXI, un cuadro extendido de lo que podríamos llamar “pobreza paradojal”. Las altas cifras de pobreza (41% de pobreza, 19% de pobreza extrema, CEPAL 2005) no se corresponden con la privilegiada dotación de recursos naturales y ni siquiera con los niveles de Producto Bruto y Producto Bruto per cápita. Se trata de la paradoja de amplios niveles de pobreza en medio de la riqueza potencial. Véase el caso de las tres principales economías de la región. Brasil ocupa el puesto número ocho en el mundo en Producto Bruto Interno anual y el 58 en Producto Interno per cápita. Sin embargo, en expectativa de vida y analfabetismo su lugar es el número 108 y en mortalidad infantil el 113. México es la duodécima economía del mundo en Producto Bruto Interno y la 57 en Producto Interno per cápita, pero la número 64 en expectativa de vida, la 92 en analfabetismo y la 108 en mortalidad infantil. Argentina es una de las mayores potencias alimentarias del planeta. Está entre los cinco primeros países del mundo en producción y exportaciones de una larga serie de alimentos básicos como la soja, el trigo, la carne y otros. En el año 2002 exportó alimentos que podrían abastecer a 330 millones de personas. Su población es de sólo 37 millones. Sin embargo, 1 de cada 5 niños del Gran Buenos Aires tenía problemas de desnutrición, y la tasa era mayor aún en algunas de las provincias pobres del norte. Introducción / 9
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Algo muy importante no cierra en estas economías, cuyo caso se repite en la mayor parte de la región. Así los índices de pobreza de los países andinos no condicen con datos que indican que esa región tiene más reservas de petróleo que Estados Unidos, 25% de los recursos de carbón del mundo y 20% de los recursos hídricos mundiales. Este cuadro de “pobreza paradojal” lleva a penurias de gran significación en la vida diaria de los latinoamericanos y recae aún más fuertemente en los sectores más vulnerables de la población. Así, el 16% de los niños sufren de desnutrición crónica. Uno de cada tres menores de dos años está en situación de “alto riesgo alimentario”. En México, 40.000 niños mueren al año por desnutrición. Cerca del 80% de los 40 millones de indígenas del continente están en situación de pobreza extrema. Las tasas de escolaridad de los afroamericanos son considerablemente más bajas que los promedios. En Brasil, mientras los blancos tienen 7 años de escolaridad, los afroamericanos sólo 4, y únicamente un 2,2% de los negros y pardos alcanzan la universidad. Los discapacitados, que se estiman en 30 millones, carecen de protección significativa. Los adultos mayores tienen serios problemas de supervivencia. El 40,6% de las personas mayores de 65 años de las áreas urbanas no tienen ingresos de ninguna índole. Análisis recientes indican con nitidez que el conjunto de la situación está fuertemente vinculada al hecho de que la región presenta agudas desigualdades que la convierten en la más inequitativa del planeta. La desigualdad aparece como una razón central de la pobreza. Un informe conjunto de la CEPAL, el PNUD y el IPEA del Brasil (2003) sobre el tema señala: “una leve disminución de la desigualdad contribuiría mucho a reducir las privaciones extremas que se dan en la región”. Enfatiza en su conclusión final: “el principal obstáculo que se interpone al éxito de los esfuerzos por reducir la pobreza en América Latina y el Caribe radica en que el mejor remedio para tratar la pobreza que aflige a la región –la reducción de la desigualdad– parece ser uno que le resulta muy difícil recetar”. Y agrega: “al parecer son muy pocas las economías de la región que han sido capaces de lograrlo aun en pequeña medida”. Este nivel tan alto de injusticia histórica es cada vez más resentido por la población. La encuesta LatinBarómetro indica que el 89% de los latinoamericanos califica como “injusta” o “muy injusta” la actual distribución del ingreso de la región. El reclamo de la gente está avanzando hacia formas de conciencia cada vez más altas. Hoy en día está crecientemente focalizado en causas estructurales de la pobreza, como los resultados de las políticas aplicadas en los años noventa, su impacto en ampliar las polarizaciones sociales, a su vez, como se ha visto en los 10 / Más ética, más desarrollo
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hechos, obstructoras del crecimiento y razón clave de la pobreza y las prácticas corruptas. La población a través de grandes luchas está presionando en toda la región por modelos de democracia más activos y por un Estado puesto al servicio de los grandes problemas de la población, eficiente, participativo, transparente, que rinda cuentas y que fortalezca el desarrollo regional y municipal. La ciudadanía está llegando a un nivel aún más elevado de percepción de la realidad, que engloba muchos de los aspectos anteriores y otros. Capta que una dimensión central de toda la situación es “el vacío de ética”. Ha habido una especie de “agujero negro” respecto de la ética. Exige cuestiones muy concretas. Entre ellas, que se erradique totalmente la corrupción en todas sus formas, pero junto a ello, que las políticas económicas sean consistentes con los valores éticos, que estén al servicio de los más vulnerables, que las asignaciones de recursos presupuestarios estén presididas por valores éticos y que cada uno de los actores clave de la economía asuma sus responsabilidades éticas. Así han surgido con gran fuerza en la región temas como las responsabilidades éticas de los políticos, la ética de los funcionarios públicos, la responsabilidad social de la empresa privada, la necesidad de apoyar a las organizaciones voluntarias, la ética en la justicia y otros semejantes. La exigencia por volver a discutir de ética en América Latina forma parte de un clamor más amplio que se está extendiendo mundialmente. La Comisión Mundial sobre la Dimensión Social de la Globalización, integrada por prominentes personalidades y encabezada por el presidente de Finlandia, Tarja Jalonen, y el presidente de Tanzania, Benjamín Mkapa, destaca: “la globalización ha tenido lugar en un vacío ético, donde el éxito y los fracasos del mercado tendían a convertirse en el máximo standard de conducta”. Hoy el reclamo por más ética empieza a tener respuestas concretas en América Latina que han despertado la esperanza colectiva. La ciudadanía ha dado amplios mandatos de programas de cambio integral, en donde los valores éticos juegan un rol central, a nuevos líderes políticos de gran estatura que están introduciendo una visión diferente de cómo encarar los grandes problemas colectivos y del papel que puede desempeñar la ética en ellos. Así entre ellos el presidente del Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha enfatizado que un objetivo prioritario de su gobierno es enfrentar el hambre que hoy a afecta a más de 40 millones de brasileños. Lula ha repetido que quiere transformar al hambre de “una cuestión de salud pública a un problema ético”. Quiere reemplazar la visión usual del hambre desde la perspectiva nutricional, por hacer entender a la sociedad que hay un gran problema ético en juego. Por ende, que su solución concierne a toda la población. Ha establecido como uno de los programas estrella de su gestión el plan “Fome Introducción / 11
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Zero”, cuyo lema es el de la solidaridad: “El Brasil que come, ayudando al Brasil que tiene hambre” y ha llamado a una gran alianza en torno a él. En la Argentina, el presidente Néstor Kirchner ha dado la más alta prioridad a la inversión social, destinando amplios recursos a ella, a pesar de las dificultades del país. Al transmitir su concepción de prioridades ha subrayado: “Hay que terminar con la discusión bizantina de que gastos como salud son improductivos”. Aplicando esa misma ética de colocar en primer lugar a la gente, ha indicado respecto de las negociaciones sobre la deuda externa en su discurso de inauguración de las sesiones del Congreso Nacional (marzo 2004): “No pagaremos la deuda a costa del hambre y la exclusión de millones de argentinos”. Ambos presidentes encabezan según la encuesta LatinBarómetro la tabla de aprobación pública regional. Esta obra tiene por finalidad aportar elementos que permitan enriquecer el gran debate sobre la ética que comienza a perfilarse en el continente. En ella, el autor integra diversos trabajos que ha preparado, los cuales abordan las relaciones entre ética y economía desde distintos ángulos. En la Primera Parte se llama la atención sobre los impactos concretos que la presencia o ausencia de valores éticos pueden tener sobre el desarrollo. Asimismo, se trabaja en detalle sobre la idea de capital social, que ha relegitimado la incorporación al pensamiento sobre el desarrollo de una serie de aspectos marginados en el centro de los cuales esta la ética. En la Segunda Parte se incursiona sobre los desafíos éticos fundamentales que presenta la América Latina de hoy en el campo de la infancia, la desigualdad, la marginalidad rural, los niños de la calle y la discriminación de género, se presenta un panorama de conjunto sobre la pobreza y se revisan mitos circulantes sobre la política social. En la Tercera Parte se muestran y analizan expresiones concretas de la ética en acción, como el voluntariado, la responsabilidad social empresarial, el papel de la familia, y se elabora sobre un gran tema para el futuro de América Latina: la participación, que puede ser un dinamizador del desarrollo del capital social y que es al mismo tiempo una exigencia ética. Finalmente, se presentan propuestas para una economía orientada por la ética. La discusión sobre la ética ha vuelto impulsada por la ciudadanía para quedarse y expandirse después de la preponderancia en las últimas décadas de un pensamiento economicista reduccionista que consideraba al tema económico un mero tema técnico. La realidad ha demostrado las limitaciones de ese enfoque. La falta de un debate ético permanente ha generado una anomia que ha facilitado la corrupción. Por otra parte, el enfoque ortodoxo ha subestimado esta fuerza poderosa de 12 / Más ética, más desarrollo
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cambio y progreso que son los valores éticos. Ilustran sus posibilidades entre otras expresiones, la evidencia de que el principal flujo de capitales que recibe hoy América Latina son las remesas de los inmigrantes pobres a países desarrollados que están movilizadas por valores familiares, y la constatación por la CEPAL de que las cifras de pobreza de la región serían todavía un 10% mayores sino fuera por la lucha denodada de las mujeres pobres jefas de hogar. El papa Juan Pablo II llamó la atención (2003) sobre la falta de sustentabilidad de un modelo de desarrollo que no integre las dimensiones éticas. Dice el Papa: “en el mundo de hoy no basta limitarse a la ley del mercado y su globalización; hay que fomentar la solidaridad evitando los males que se derivan de un capitalismo que pone al lucro por encima de la persona y la hace víctima de tantas injusticias. Un modelo de desarrollo que no tuviera presente y no afrontara con decisión esas desigualdades no podría prosperar de ningún modo”. En América Latina, hay hoy una sed de ética. Vastos sectores confluyen en la necesidad de superar la escisión entre ética y economía que caracterizó las últimas décadas. Una economía orientada por la ética no aparece como un simple sueño, sino como una exigencia histórica para lograr que la paradoja de la pobreza en medio de la riqueza pueda realmente superarse y construir un desarrollo pujante, sustentable y equitativo. El precepto bíblico que ordena hacerse responsables los unos por los otros indica que frente a tanto sufrimiento de tantos no hay lugar a más postergaciones en este desafío decisivo. Bernardo Kliksberg
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Más ética, más desarrollo Noruega es uno de los líderes mundiales en transparencia: allí la corrupción es casi inexistente. Sin embargo, la legislación anticorrupción es reducida. La causa se halla en los valores sociales predominantes. Un corrupto sería duramente excluido por su familia, los vecinos, los círculos sociales. Finlandia tiene la tasa de presos más baja de Europa y, al mismo tiempo, el menor número de policías per cápita del continente. La prevención de la criminalidad se halla en la cultura de valores, en el acceso a oportunidades y en el sistema de “prisiones abiertas”, que efectivamente rehabilita. Suecia casi ha erradicado la discriminación de género. Una opinión pública que considera la igualdad de género un punto de principio presiona continuamente por más avances. Canadá tiene uno de los sistemas de salud de mejor calidad del planeta y totalmente inclusivo. La población no aceptaría nada distinto: considera el acceso a una salud de buena calidad un derecho intocable, que debe ser priorizado siempre. Holanda, como los países nórdicos, Canadá y otros estrados líderes en lo económico-social, tiene altos niveles de equidad en la distribución del ingreso y acceso universal a educación y salud. En las culturas de todos estos países predomina una actitud de rechazo a las grandes desigualdades y de apoyo a la equidad y a la igualdad de oportunidades. El impacto de la ética sobre el desarrollo / 17
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El continente más desigual En la raíz de su éxito está el capital social, nuevo hallazgo de las ciencias del desarrollo. Detectado en los estudios pioneros de Putnam (1994), abarca por lo menos cuatro dimensiones: los valores éticos dominantes en una sociedad, su capacidad de asociatividad, el grado de confianza entre sus miembros y la conciencia cívica. Los resultados de las mediciones econométricas son concluyentes. Cuanto más capital social, más crecimiento económico a largo plazo, menor criminalidad, más salud pública y más gobernabilidad democrática. La noción no pretende suplantar el peso en el desarrollo de los factores macroeconómicos, sino que llama la atención sobre que deben sumarse a ellos estas dimensiones. El mero reduccionismo economicista es una visión estrecha y lleva a políticas ineficientes. El Premio Nobel de Economía Amartya Sen subraya (1997): “Los valores eticos de los empresarios y los profesionales de un país (y otros actores sociales clave) son parte de sus recursos productivos.” Si son a favor de la inversión, la honestidad, el progreso tecnológico, la inclusión social, serán verdaderos activos; si, en cambio, predominan la ganancia rápida y fácil, la corrupción, la falta de escrúpulos, bloquearán el avance. La idea ha sido acogida hoy por los principales organismos internacionales. El Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y las Naciones Unidas, entre otros, han creado áreas dedicadas a impulsar el capital social. En una América Latina y una Argentina con un enorme potencial pero agobiadas por gravísimos problemas sociales, debería prestarse mucha atención a estos factores. Unicef dice que mueren anualmente en la región 500.000 niños por causas previsibles, y más de 95 millones son pobres. En la Argentina, casi el 75% de los niños se halla por debajo de la línea de la pobreza, y el 46% de los jóvenes de la Capital Federal y el conurbano están desocupados. Entre las causas de que países potencialmente tan ricos tengan tanta pobreza se coincide hoy en destacar los déficit éticos y el hecho de que éste es el continente más desigual de todo el planeta, y que ello es regresivo para el progreso económico y social. El capital social puede ayudar. Se expresa en formas muy concretas que es necesario fortalecer y que pueden desempeñar un papel muy importante. Una de ellas es el voluntariado. En la Argentina, sin la acción de organizaciones ejemplares como Cáritas, la AMIA, la Red Solidaria y muchas otras, la pobreza sería aún peor. El ejemplo de cartoneros que juntaron y entregaron 900 kilos de alimentos a niños tucumanos más pobres aún que ellos indica el potencial inmenso de la solidaridad que encarnan los voluntarios.
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Otra materialización del capital social es la responsabilidad social empresarial. En Estados Unidos es creciente la presión pública en ese sentido, y ha surgido el intento de crear, junto con los indicadores de calidad usuales, un ISO de calidad social que permita a los inversores elegir empresas que la practiquen. En Francia, los fondos éticos se difunden crecientemente y la Asociación Cristiana Ética e Inversiones pide invertir en empresas que se destaquen en valores como los derechos humanos, el respeto y desarrollo de la persona y participaciones constructivas en países en desarrollo. En la Argentina hay un gran reclamo latente en esta dirección. Una reciente encuesta (mencionada por Tercer Sector, abril 2003) detectó que el 86,5% de los consumidores dicen que la responsabilidad social pesa al definir sus compras; el 52,6% está dispuesto a pagar más por el precio de productos de empresas socialmente responsables y el 77%, a dejar de comprar las mercaderías de las irresponsables.
Círculos virtuosos Otras expresiones del capital social son el aumento de la participación ciudadana y el fortalecer, como lo sugiere un estudio del Banco Mundial (Voces de los pobres, 2000), las organizaciones de los pobres, abriéndoles oportunidades productivas y ayudándolas a capacitarse. Una combinación entre políticas públicas transparentes —libres de toda corrupción, con gerencia de primera calidad, que garanticen a toda la población, como corresponde en una sociedad democrática, sus derechos a la alimentación, la salud, la educación y el trabajo— y un capital social movilizado a pleno que las complemente puede desencadenar círculos virtuosos en el país y la región. ¿Puede hacerse? Los escépticos suelen afirmar que el contrato social está deshecho en nuestras sociedades. Sin embargo, cuando se observa la imponente explosión de conductas solidarias en la Argentina en medio del avance de la pauperización en años recientes, y el reclamo generalizado por referentes y valores éticos, puede afirmarse que lo más importante —el respeto en las bases de la sociedad del mandato bíblico de que somos responsables los unos por los otros y de que la indiferencia frente al sufrimiento ajeno es indigna— está a salvo. Desarrollándolo es posible avanzar para construir otra calidad de sociedad.
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La ética cuenta Hay una sed de ética en América Latina. La opinión pública reclama en las encuestas y por todos los canales posibles comportamientos éticos en los líderes de todas las áreas, y que temas cruciales como el diseño de las políticas económicas y sociales y la asignación de recursos sean orientados por criterios éticos. Contrariamente a ese sentir, las visiones económicas predominantes en la región tienden a desvincular ética y economía. Sugieren que son dos mundos diferentes con sus propias leyes, y que la ética es un tema para el reino del espíritu. Este tipo de concepción que margina los valores morales parece haber sido una de las causas centrales del “vacío ético” en el que se han precipitado diversas sociedades latinoamericanas. La idea de que los valores no importan mayormente en la vía económica práctica ha facilitado la instalación de prácticas corruptas que han causado enormes daños. El papa Juan Pablo II ha encabezado el cuestionamiento de la supuesta dicotomía entre ética y economía. Ha señalado repetidamente que es imprescindible volver a analizar la relación entre ambas, y que la ética no sólo no es ajena a la economía sino que debería orientarla y regularla. Así, entre otros aspectos el Papa exige un “código ético para la globalización.” Esta discusión está lejos de ser teórica. Tiene sustanciales efectos prácticos. La ética incide todos los días en la economía. Lo que una sociedad hace respecto de los valores éticos puede tener importancia decisiva en su economía. En contra, como en los casos de Enron, Collor de Mello, Fujimori, la grave crisis de corrupción en la Argentina de los años noventa y otros ejemplos similares, o a favor. Si una sociedad cultiva sistemáticamente sus valores éticos, cosecha resultados. Noruega, por ejemplo, es el número uno —en los últimos tres años— entre 180 países del mundo en la tabla de Desarrollo Humano de la ONU. Una economía potente, con altísimo desarrollo social y sin corrupción. Esa sociedad trata por todos los medios de mantener muy altos estándares éticos. Así está analizando continuamente y con autocrítica sus responsabilidades como país desarrollado hacia el mundo en pobreza, y su gobierno impulsa una discusión ética permanente sobre los desafíos éticos de la sociedad en las escuelas. Los valores éticos anticorrupción y pro igualdad, solidaridad y cooperación que ha puesto en marcha son esenciales en sus logros económico-sociales. Esos valores son cultivados cuidadosamente en el sistema educativo en todos sus niveles y a través de ejemplos de los líderes. Es imprescindible en una América Latina agobiada por grados agudos de pobreza y desigualdad (casi uno de cada dos latinoamericanos es pobre, la pobreza es más elevada que en 1980, la desigualdad es la mayor del planeta) recuperar la 20 / Más ética, más desarrollo
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estrecha relación que debería haber entre valores éticos y comportamientos económicos. Ello significa poner en el centro de la agenda pública temas como la coherencia de las políticas económicas con los valores éticos, la responsabilidad social de la empresa privada, la eticidad en la función pública, el fortalecimiento de las organizaciones voluntarias, y el desarrollo de la solidaridad en general. Todos los actores sociales deberían colaborar para que la ética volviera, tanto para erradicar la corrupción como para motivar actitudes positivas. Es fundamental al respecto el papel que puede jugar la educación en todos sus ámbitos y particularmente en las universidades. Las nuevas generaciones de profesionales deben ser preparadas a fondo en sus responsabilidades éticas. Ello es crucial en áreas decisivas para el desarrollo, como las de gerentes, contadores, economistas y otras profesiones afines. Así, entre otros aspectos, los especialistas en ciencias gerenciales deberían ser formados para impulsar un avance en las prácticas de responsabilidad social empresarial, muy limitadas en las realidades latinoamericanas y nacional (como lo indica, entre otros, un estudio reciente de IDEA de la Argentina, Tercer Sector, junio 2003)1. Los contadores deberían velar por la protección de los intereses de la comunidad garantizando confiabilidad y transparencia total en la información tanto en el área pública como privada. Los economistas deberían contribuir en la generación de una economía que enfrente las tremendas exclusiones actuales, como la pauperización de los niños (60% de éstos en América Latina son pobres), la destrucción de familias por la pobreza y el desempleo (una de cada cinco en toda la región), la marginación de los jóvenes (su tasa de desocupación duplica en la región y en la Argentina las elevadas tasas promedio), las que derivan de las discriminaciones de género, del maltrato a las edades mayores, a las minorías indígenas, a los discapacitados, y otras. El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz (2003) formula agudas sugerencias respecto de la necesidad de una ética para economistas. Dice que es imprescindible que una profesión tan influyente tenga definitivamente regulaciones éticas, y que un código de ética razonable debería incluir inicialmente por lo menos tres principios. Primero, no recomendar a los líderes públicos de los países en desarrollo teorías no probadas por la realidad; segundo, no decirles que hay una sola alternativa; y tercero, ser sensibles a los efectos de sus recomendaciones sobre los sectores desfavorecidos y transparentar los costos que van a pagar dichos sectores por ellas.
El estudio realizado en doce empresas de primera línea recoge entre las afirmaciones de los mismos entrevistados, según indica la revista Tercer Sector, que “no se está en presencia de un cambio de paradigma en cuanto al rol que tienen las empresas en el desarrollo de la sociedad y que las prácticas socialmente responsables no atienden las expectativas y demandas del conjunto de los actores sociales.” 1
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¿Cómo llevar a la práctica la educación ética en estos campos donde está siendo reclamada por las sociedades latinoamericanas? El contexto es favorable por el avance de la democratización. Véase así, por ejemplo, el impresionante apoyo (más del 80% en las encuestas) que la opinión pública argentina está dando a las medidas moralizantes que ha adoptado el nuevo presidente del país, que han hecho recobrar la confianza a la ciudadanía. No se trata simplemente de agregar a las carreras una materia que habla sobre ética, sino de ir mucho más allá. Transversalizar la enseñanza de la ética, hacer discutir en cada una de las asignaturas los dilemas éticos concretos vinculados con sus contenidos, que surgen de la realidad. Al mismo tiempo, generar cátedras especializadas en temas como ética y economía, capital social y las nuevas ideas sobre responsabilidad social de la empresa privada (tema en el que la universidad latinoamericana está altamente atrasada). Por otra parte, sería importante acompañar la enseñanza con experiencias de campo. Una posibilidad importante al respecto es la voluntarización. Los estudiantes avanzados de administración, contaduría, economía y otras áreas afines podrían hacer grandes aportes como voluntarios a los programas con poblaciones pobres orientados al desarrollo de sus capacidades productivas. Podrían apoyarlas técnicamente, entre otros aspectos, en elaborar proyectos, generar microempresas y pequeñas empresas, obtener acceso al crédito, armar modalidades cooperativas de acción, recuperar empresas y otros campos similares. Esas acciones voluntarias les permitirían hacer un útil aporte y fortalecerían su potencial ético. Esas experiencias podrían vincularse estrechamente con diversas materias y formar parte de ellas, guiadas y tutoreadas por su personal docente. La ética importa. Los valores éticos predominantes en una sociedad influyen a diario en aspectos vitales del funcionamiento de su economía. Eludir esa relación, como ha sucedido en la América Latina de las últimas décadas, significa crear el terreno propicio para que ese vacío de discusión ética favorezca que se desplieguen sin sanción social los valores antiéticos que encabeza la corrupción y continúan el egoísmo exacerbado, la insolidaridad y la insensibilidad frente al sufrimiento de tantos. El corrupto no sólo daña por lo que roba a la sociedad, sino por el mensaje que transmite: todo para mí, no me interesan los demás, no tengo problemas de conciencia, lo único importante es enriquecerse. Es hora de contestar definitivamente a ese mensaje, reivindicando los valores raigales de nuestra cultura que vienen de los textos bíblicos y de las civilizaciones originarias de América Latina. Ellos proclaman que el destino del ser humano es el amor, la solidaridad, la paz, la superación de todo orden de discriminaciones, el abrir a todos oportunidades para desarrollar su potencial.
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Un incisivo periodista americano escribió, frente al caso Enron, que los altos ejecutivos corrompidos conocían bien los Diez Mandamientos, pero que en realidad los tomaron como “las diez sugerencias.” Algo parecido ha sucedido en América Latina. Los valores morales fueron degradados, marginados, excluidos. Es hora de recuperarlos para la toma de decisiones cotidiana; son los únicos que pueden garantizar la América Latina soñada. La educación en general y la universidad en particular pueden jugar un papel esencial en este proceso a través de todos sus integrantes. La urgencia es máxima. Hay demasiado agobio y exclusión en esta región y en este país, y la sed de ética aumenta a diario.
El capital social y la cultura. Las dimensiones postergadas del desarrollo I. El nuevo debate sobre el desarrollo A inicios del siglo XXI la humanidad cuenta con inmensas fuerzas productivas. Las revoluciones tecnológicas en curso han alterado sustancialmente sus capacidades potenciales de generar bienes y servicios. Los avances simultáneos en campos como la informática, la biotecnología, la robótica, la microelectrónica, las telecomunicaciones, la ciencia de los materiales y otras áreas han determinado rupturas cualitativas en las posibilidades usuales de producción, ampliándolas extensamente, y con un horizonte de continuo crecimiento hacia adelante. Sin embargo, 1.300 millones de personas carecen de lo más mínimo y viven en la pobreza extrema, con menos de un dólar de ingresos al día; 3.000 millones se hallan en la pobreza y tienen que subsistir con menos de dos dólares diarios; 1.300 millones de personas carecen de agua potable; 3.000 millones no tienen instalaciones sanitarias básicas; y 2.000 millones no reciben electricidad. Alcanzar la deseada meta del desarrollo económico y social es más viable que nunca en términos de tecnologías y potencial productivo pero, al mismo tiempo, el objetivo se halla muy distante de amplias poblaciones en diversos continentes, entre ellos, América Latina. La “aldea global” en que se ha convertido el planeta, en donde las interrelaciones entre los países y los mercados se multiplican continuamente, parece caracterizarse por una explosión de complejidad, direcciones contradictorias de evolución y altas dosis de incertidumbre. Exploradores de las fronteras de las nuevas realidades, como Ylia Prygogine (1988), Premio Nobel de Química, han señalado que la mayor parte de las estructuras de la realidad actual son “estructuras disipativas de El impacto de la ética sobre el desarrollo / 23
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final abierto”; es difícil predecir en qué sentido evolucionarán, y las lógicas tradicionales son impotentes para explicar su curso. Edgar Morín (1991) resalta que en lugar del “fin de la historia”, vaticinado por algunos que alegaron que al desaparecer el mundo bipolar la historia sería previsible y hasta “aburrida”, lo que tenemos ante nuestros ojos es que “de aquí en adelante el futuro se llama incertidumbre.” La historia en curso está marcada por severas contradicciones. Así, por ejemplo, al mismo tiempo que el conocimiento tecnológico disponible ha multiplicado las capacidades de dominar la naturaleza, el ser humano está creando desequilibrios ecológicos de gran magnitud, que ponen en peligro aspectos básicos del ecosistema y su propia supervivencia. Mientras que las capacidades productivas han llevado la producción mundial a más de 25 trillones de dólares, las polarizaciones sociales se han incrementando fuertemente y, según los informes de las Naciones Unidas (1998), 358 personas son poseedoras de una riqueza acumulada superior a la del 45% de la población mundial. Las disparidades alcanzan los aspectos más elementales de la vida cotidiana. Los acelerados progresos en medicina han permitido una extensión considerable en la esperanza de vida pero, mientras en las 26 naciones más ricas ésta alcanzaba, en 1997, a 78 años de edad, en los 46 países más pobres era, en el mismo período, de 53 años. La idea del progreso indefinido está siendo suplantada por visiones que asignan un papel mayor a las complejidades, las contradicciones y las incertidumbres y buscan soluciones a partir de integrarlas a las perspectivas de análisis de la realidad.2 En este marco general hay un nuevo debate en activa ebullición en el campo del desarrollo. En la búsqueda de caminos más efectivos, en un mundo en el que la vida cotidiana de amplios sectores está agobiada por carencias agudas y donde se estima que una tercera parte de la población activa mundial se halla afectada por serios problemas de desocupación y subocupación, el debate está revisando supuestos no convalidados por los hechos y abriéndose hacia variables a las que se asignaba escaso peso en las últimas décadas. Hay una revalorización en el nuevo cuestionamiento de aspectos no incluidos en el pensamiento económico convencional. Se ha instalado una potente área de análisis en vertiginoso crecimiento que gira en derredor de la idea de “capital social.” Uno de los focos de esa área, a su vez con su propia especificidad, es el reexamen de las relaciones entre cultura y desarrollo. Lourdes Arizpe (1998) señala: “La cul-
Morín (1991) resalta las dificultades para tener una visión clara de hacia adónde avanza la historia: “Estamos en lo desconocido, más aún, en lo inominado. Nuestro conocimiento de tiempos actuales se manifiesta solamente en el prefijo sin forma ‘pos’ (posindustrial, posmoderno, posestructuralista), o en el prefijo negativo ‘anti’ (antitotalitario). No podemos dar un rostro a nuestro futuro, ni siquiera a nuestro presente.” 2
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tura ha pasado a ser el último aspecto inexplorado de los esfuerzos que se despliegan internacionalmente, para fomentar el desarrollo económico.” Enrique V. Iglesias (1997) subraya que se abre en este reexamen de las relaciones entre cultura y desarrollo un vasto campo de gran potencial. Resalta: “Hay múltiples aspectos en la cultura de cada pueblo que pueden favorecer a su desarrollo económico y social; es preciso descubrirlos, potenciarlos y apoyarse en ellos y hacer esto con seriedad significa replantear la agenda del desarrollo de una manera que a la postre resultará más eficaz, porque tomará en cuenta potencialidades de la realidad que son de su esencia y, que hasta ahora, han sido generalmente ignoradas.” Ubicado en este contexto bullente en reclamos por rediscutir la visión convencional del desarrollo e integrar nuevas dimensiones, este trabajo procura poner en foco un tema relevante del nuevo debate: las posibilidades del capital social y de la cultura de aportar al desarrollo económico y social. Particularmente, el trabajo se centra en sus posibles contribuciones a América Latina, una región con graves problemas de pobreza (afecta a vastos sectores de la población) y de iniquidad (es considerado el continente más desigual del planeta). Seguramente, la integración de estos planos hará mucho más compleja aún la búsqueda de estrategias y diseños adecuados. Pero ésa es la idea. Las políticas basadas en diseños que marginan aspectos como los mencionados han demostrado muy profundas limitaciones. El trabajo apunta a cumplir su propósito a través de varios momentos sucesivos de análisis. En primer lugar, se presentan aspectos de la crisis del pensamiento económico convencional. La nueva atención prestada al capital social y a la cultura se inscribe en esa crisis. En segundo término, se explora la idea de capital social. El énfasis se pone, en este caso, no en la discusión teórica, sino en su presencia concreta en realidades actuales. En tercer término, con apoyo en los desarrollos anteriores, se pasa a observar “el capital social en acción” en realidades latinoamericanas. Se indaga, a través de experiencias concretas de la región, cómo el capital social y la cultura constituyen potentes instrumentos de construcción histórica. Por último, se formulan algunas reflexiones sobre posibles aportes de la cultura al desarrollo latinoamericano.
II. La crisis del pensamiento económico convencional Se hallan en plena actividad, actualmente, diversas líneas de discusión sobre los supuestos económicos que han orientado el desarrollo en las últimas décadas. El debate en curso no aparece como una polémica hacia el interior de la acadeEl impacto de la ética sobre el desarrollo / 25
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mia, en donde diversas escuelas de pensamiento o personalidades defienden determinados enfoques surgidos de su propia especulación. Está fuertemente influido por las dificultades del pensamiento convencional en la realidad. Lo han dinamizado y urgido procesos como los severos problemas experimentados por las economías del sudeste asiático, las graves crisis observables en economías en transición, como la rusa, las inestabilidades pronunciadas en los mercados financieros internacionales, los desajustes y las polarizaciones sociales en regiones como América Latina y otros. Aparece, gracias a los importantes avances en la medición de los fenómenos económicos y sociales, como un debate en donde la especulación infinita a partir de las propias premisas —característica de décadas anteriores— es reemplazada por análisis que arrancan de la vasta evidencia empírica que está generando el instrumental cuantitativo y estadístico. Un primer aspecto de la crisis en curso es el llamado, cada vez más amplio, a respetar la complejidad de la realidad. Se previene contra la “soberbia epistemológica” con que el pensamiento económica convencional trabajó múltiples problemas, pretendiendo capturarlos y resolverlos a partir de marcos de referencia basados en grupos de variables limitadas, de índole casi exclusivamente económico, que no dejaban espacio a variables de otras procedencias. Joseph Stiglitz (abril de 1998) expresa “Un principio del consenso emergente es que un mayor grado de humildad es necesario.” Aboga por un nuevo consenso, post Washington, ante las dificultades surgidas en la realidad. Señala a América Latina como uno de los casos que evidencian las dificultades. Afirma: “Yo argumentaría que la experiencia latinoamericana sugiere que deberíamos reexaminar, rehacer y ampliar los conocimientos acerca de la economía de desarrollo que se toman como verdad, mientras planificamos la próxima serie de reformas.” Otro aspecto sobresaliente de la nueva discusión sobre el desarrollo es la apelación, cada vez más generalizada, a superar los enfoques reduccionistas y buscar, para captar la complejidad, perspectivas integradoras de variables múltiples. Enrique V. Iglesias (1997) advierte: “El desarrollo sólo puede encararse en forma integral; los enfoques monistas sencillamente no funcionan.” Joseph Stiglitz (octubre de 1998) destaca que se ha visto el desarrollo como un “problema técnico que requiere soluciones técnicas” y esa visión ha chocado con la realidad que va mucho más allá de ella. Señala: “Un evento definidor ha sido que muchos países han seguido los dictados de liberalización, estabilización y privatización, las premisas centrales del llamado Consenso de Washington y, sin embargo, no han crecido. Las soluciones técnicas no son evidentemente suficientes.” Un tema para resaltar de la discusión abierta es el énfasis en no confundir los medios con los fines, desvío en el que se sugiere, se ha caído con frecuencia. Los 26 / Más ética, más desarrollo
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objetivos finales del desarrollo tienen que ver con la ampliación de las oportunidades reales de los seres humanos de desenvolver sus potencialidades. Una sociedad progresa efectivamente cuando los indicadores claves, como los años que la gente vive, la calidad de su vida y el desarrollo de su potencial, avanzan. Las metas técnicas son absolutamente respetables y relevantes, pero contituyen medios al servicio de esos objetivos finalistas. Si se produce la sustitución silenciosa de los fines reales por los medios, se puede perder de vista el horizonte hacia el cual se debería avanzar y equivocar los métodos para medir el avance. La elevación del Producto Bruto per cápita, por ejemplo, aparece en la nueva perspectiva como un objetivo importante y deseable, pero sin dejar de tener en cuenta en ningún caso que es un medio al servicio de fines mayores, como los índices de nutrición, salud, educación, libertad y otros. Sus mediciones no reflejan por tanto, necesariamente, lo que está sucediendo en relación con dichas metas. Amartya Sen (1998) analiza detalladamente esta visión general en el caso de los recursos humanos. Señala que constituye un progreso considerable el nuevo énfasis puesto en ellos, pero que debe entenderse que el ser humano no es sólo un medio del desarrollo sino su fin último. Esa visión no debe olvidarse. Subraya: “Si en última instancia considerásemos al desarrollo como la ampliación de la capacidad de la población para realizar actividades elegidas libremente y valoradas, sería del todo inapropiado ensalzar a los seres humanos como ‘instrumentos del desarrollo económico’. Hay una gran diferencia entre los medios y los fines.” Stiglitz (octubre de 1998) enfatiza que la confusión medios-fines ha sido frecuente en la aplicación del Consenso de Washington: “Se ha tomado la privatización y la liberalización comercial como fines en sí mismos más que como medios para alcanzar un crecimiento sostenible, equitativo y democrático. Se ha focalizado demasiado en la estabilidad de los precios, más que en el crecimiento y la estabilidad de la producción. Se ha fallado en reconocer que el fortalecimiento de las instituciones financieras es tan importante para la estabilidad económica como controlar el déficit presupuestario y aumentar la oferta de dinero. Se ha centrado en la privatización, pero se ha puesto demasiado poca atención en la infraestructura institucional, que es necesaria para hacer que los mercados funcionen y, especialmente, en la importancia de la competición.” A partir de estas percepciones sobre la estrechez del enfoque meramente técnico y la necesidad de delimitar fines y medios, se plantean visiones ampliatorias de los objetivos que debería perseguir el desarrollo. Junto con el crecimiento económico surge el requerimiento de lograr el desarrollo social, propiciar la equidad, fortalecer la democracia y preservar los equilibrios medioambientales. El Consenso de los presidentes de América en Santiago (1998) reflejó este orden de El impacto de la ética sobre el desarrollo / 27
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preocupaciones con la inclusión, en su plan de acción, de puntos que exceden los abordajes convencionales como, entre otros, el énfasis en la promoción de la educación, la preservación y profundización de la democracia, la justicia y los derechos humanos, la lucha contra la pobreza y la discriminación, el fortalecimiento de los mercados financieros y la cooperación regional en asuntos ambientales. Se resalta en las críticas al pensamiento económico convencional cómo las limitaciones de su marco de análisis han creado serias insuficiencias de operación. Variables excluidas o marginadas como, entre otras, las políticas y las institucionales tienen alto peso en la realidad y van a incidir fuertemente creando escenarios no previstos. Quejarse de ellas como “intrusos indeseables” no conduce a ningún camino útil. Pareciera que lo que corresponde no es reclamarle a la realidad, sino revisar el esquema conceptual con el que se está analizando para darles su debido lugar. Alessina y Peroti (1994), entre otros, plantean la necesidad de ingresar en un examen en profundidad de las intersecciones entre política y economía. Destacan: “… la economía sola no puede explicar integralmente la enorme variabilidad entre los países en el crecimiento y más generalmente los resultados económicos y las alternativas de política. Las elecciones de políticas económicas no son hechas por planificadores sociales que viven sólo entre documentos académicos. Más bien, la política económica es el resultado de luchas políticas dentro de estructuras institucionales.” Sen analiza, al respecto, cómo las realidades políticas son determinantes en las hambrunas masivas que han afligido a amplios grupos humanos en el siglo XX. Según sus investigaciones (1981), las hambrunas no tienen que ver necesariamente con escaseces de recursos alimenticios. Se vinculan más con factores como las disparidades de precios relativos, los bajos salarios y las maniobras especulativas. El cuadro de condiciones políticas pesa fuertemente al respecto. Después de examinar las correlaciones entre hambrunas masivas y tipo de régimen político, determina (1998): “Ningún país dotado de un sistema de elecciones multipartidistas, con partidos de oposición capaces de expresarse como tales, de una prensa capacitada para informar y poner en tela de juicio la política gubernamental sin temor a ser censurada, ha sido escenario de hambrunas realmente importantes.” En esos países funcionan poderosos “incentivos políticos” para que se tomen decisiones que eviten la hambruna. En cambio, observa que las hambrunas de mayores proporciones han tenido lugar en “territorios colonizados y gobernados por autoridades imperialistas extranjeras, dictaduras militares de corte moderno, bajo el control de potentados autoritarios, o regímenes de partido único donde no se tolera la disidencia política.” 28 / Más ética, más desarrollo
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“Las instituciones cuentan” es el título de un trabajo del Banco Mundial sobre la materia (1998). En él desarrolla en detalle la visión de que todo el tema de las instituciones debe ser incorporado en el análisis de las realidades económicas y el diseño de políticas. Entiende, como tales, al conjunto de reglas formales e informales y sus mecanismos de ejecución que inciden sobre el comportamiento de los individuos y las organizaciones de una sociedad. Entre las formales se hallan las constituciones, leyes, regulaciones, contratos, etcétera. Entre las informales están la ética, la confianza, los preceptos religiosos y otros códigos implícitos. Una de las debilidades del Consenso de Washington habría sido, según el Banco Mundial, la no inclusión de ellas entre las políticas que recomienda. Señala al respecto: “Con una sola excepción (la protección de los derechos de propiedad), las prescripciones de política del Consenso de Washington ignoran el rol potencial que los cambios en las instituciones pueden jugar en acelerar el desarrollo económico y social.” Un amplio número de investigaciones recientes da cuenta de correlaciones estadísticas significativas entre buen funcionamiento de instituciones básicas, como los mecanismos anticorrupción, la calidad de las instituciones públicas, la credibilidad y otras, y los avances en crecimiento, desarrollo social y equidad. En las reformulaciones en curso del pensamiento económico convencional ha ingresado, como un tema central, el del capital humano. Mejorar el perfil de la población de un país es un fin en sí mismo, como resaltaba Sen. Al mismo tiempo, constituye una vía fundamental para alcanzar productividad, progreso tecnológico y competitividad en los escenarios económicos de fin de siglo. En ellos el papel del capital humano en la producción es decisivo. En estructuras productivas, cada vez más basadas en conocimiento, como las presentes y prospectivas, los niveles de calificación promedio de una sociedad van a ser determinantes en sus posibilidades de generar, absorber y difundir tecnologías avanzadas. La educación hace una diferencia crucial según las mediciones disponibles, tanto para la vida de las personas como para el desenvolvimiento de las familias, la productividad de las empresas y los resultados económicos macro de un país. Es, como se la ha denominado, una estrategia “ganadora” con beneficios para todos. La nutrición y la salud son desde ya, condiciones de base para el desenvolvimiento del capital humano. En este cuadro de conjunto, donde las dificultades de la realidad han impulsado una crisis y un proceso de reenfoque profundo del pensamiento económico, se inscribe la integración activa de los análisis del capital social y de la cultura. Una ola de investigaciones de los últimos años indica, con datos de campo a su favor, cómo diversos componentes no visibles del funcionamiento cotidiano de una sociedad, que tienen que ver con la situación de su tejido social básico, inciden silenEl impacto de la ética sobre el desarrollo / 29
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ciosamente en las posibilidades de crecimiento y desarrollo. Denominados capital social, los exploraremos en la sección siguiente. Empiezan a influir en el diseño de políticas en algunos países avanzados, han comenzado a formar parte de la elaboración de los proyectos de desarrollo, e instituciones de cooperación internacional están incluyendo los progresos en capital social en los criterios de medición del grado de éxito de los proyectos. Dasgupta y Serageldin (2001) plantean: “Es difícil pensar de una noción académica que haya entrado más rápidamente al vocabulario del discurso social que la idea de capital social” y la describen como “una concepción organizadora en las ciencias sociales.” En el centro del capital social se hallan múltiples elementos del campo de la cultura. Como lo señala Arizpe (1997), tienen todo orden de implicancias prácticas y han sido marginados por el pensamiento convencional. Destaca: “La teoría y la política del desarrollo deben incorporar los conceptos de cooperación, confianza, etnicidad, identidad, comunidad y amistad, ya que estos elementos constituyen el tejido social en que se basan la política y la economía. En muchos lugares, el enfoque limitado del mercado basado en la competencia y la utilidad está alterando el delicado equilibrio de estos factores y, por lo tanto, agravando las tensiones culturales y el sentimiento de incertidumbre.” El capital social y la cultura han comenzado a instalarse en el centro del debate sobre el desarrollo, no como adiciones complementarias a un modelo de alto vigor que se perfecciona un poco más con ellas. Todo el modelo está sufriendo severas dificultades por sus distancias con los hechos y las críticas procedentes de diversos orígenes se encaminan de un modo u otro a “recuperar la realidad” con miras a producir, en definitiva, políticas con mejores chances respecto de las metas finales. En ese encuadre, el ingreso en debate de esos elementos forma parte del esfuerzo por darle realidad a toda la reflexión sobre el desarrollo. El replanteo del modelo no se está haciendo solamente a través de la inclusión de diversas variables ausentes. Se cuestiona un aspecto subyacente más profundo: la lógica de las interrelaciones. Una parte significativa del nuevo debate está concentrada en el análisis de cómo se han subestimado los encadenamientos recíprocos entre las diversas dimensiones y cómo ello ha generado errores de consideración en la preparación de políticas. Alessina y Peroti (1994), por ejemplo, subrayan sobre una interrelación clave: “… la desigualdad en los ingresos es un determinando importante de la inestabilidad política. Los países con un ingreso más desigualmente distribuido son políticamente más inestables. A su vez, la inestabilidad política tiene efectos adversos sobre el crecimiento.” Las áreas económica, política y social están inextricablemente ligadas. Lo que suceda en cada una de ellas va a condicionar severamente las otras. La visión pura30 / Más ética, más desarrollo
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mente economicista del desarrollo puede tropezar, en cualquier momento, con bloqueos muy serios que surgen de las otras áreas y así se ha dado en la realidad. Hay en curso, en ese marco, una reevaluación integral de las relaciones entre crecimiento económico y desarrollo social. En la visión convencional se suponía que, al alcanzar tasas significativas de crecimiento económico, éste se “derramaría” hacia los sectores más desfavorecidos y los sacaría de la pobreza. El crecimiento sería, al mismo tiempo, desarrollo social. Las experiencias concretas han indicado que las relaciones entre desarrollo económico y desarrollo social son de carácter mucho más complejo. El seguimiento de la experiencia de numerosos países, efectuado por las Naciones Unidas a través de sus informes de Desarrollo Humano, no encuentra corroboración para los supuestos del llamado modelo de derrame. No basta con el crecimiento para solucionar la pobreza. Al ser absolutamente imprescindible, éste puede quedar estacionado en ciertos sectores de la sociedad y no llegar a los estratos sumergidos. Pueden incluso darse tasas significativas de crecimiento y, al mismo tiempo, continuar en vigencia agudas carencias para amplios sectores de la población. James Migdley (1995) señala que esa forma de crecimiento ha caracterizado a muchas naciones desarrolladas y en desarrollo en los últimos años y la denomina “desarrollo distorsionado.” El crecimiento, constata, no ha sido acompañado en ellas por un mejor acceso a protección de salud, educación, servicios públicos y otros factores que contribuyen al bienestar social. Se plantea entonces que, junto a los esfuerzos que es desde ya necesario realizar por el crecimiento, deben practicarse activas políticas de desarrollo social y propiciarse la equidad. Formarán parte de dichas políticas inversiones —mantenidas en el tiempo y considerables— en educación y salud, extensión de los servicios de agua potable, instalaciones sanitarias y energía eléctrica, protección a la familia y otras. Para que el crecimiento signifique bienestar colectivo, debe haber simultáneamente desarrollo social. El análisis de las interrelaciones entre ambos está yendo, incluso, más lejos. Se resalta que son interdependientes. James Wolfensohn (1996), presidente del Banco Mundial, ha planteado al respecto: “Sin desarrollo social paralelo no habrá desarrollo económico satisfactorio.” Efectivamente, el desarrollo social fortalece el capital humano, potencia el capital social y genera estabilidad política, bases esenciales para un crecimiento sano y sostenido. Alain Touraine (1997) sugiere que es necesario pasar a otra manera de razonar el tema: “Queda así planteado el principio central de una nueva política social: en vez de compensar los efectos de la lógica económica, ésta debe concebirse como condición indispensable del desarrollo económico.”
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La visión que aparece es la de que no es viable el desarrollo social sin crecimiento económico, pero éste, a su vez, no tendrá carácter sustentable si no está apoyado en un intenso crecimiento social. Otro eje analizado son las relaciones entre grado de democracia y desarrollo social. Wickrane y Mulford (1996), entre otros, han examinado las correlaciones estadísticas respectivas. Sus datos indican que cuando aumenta la participación democrática y se dispersa el poder político entre el conjunto de la población, mejoran los indicadores de desarrollo social. Los gobiernos tienden a responder más cercanamente a las necesidades de la mayoría de la población. Mediante la suma de factores, Wolfensohn (1998) sugiere la imprescindibilidad de sobrepasar los enfoques unilaterales: “Debemos ir más allá de la estabilización financiera. Debemos abordar los problemas del crecimiento con equidad a largo plazo, base de la prosperidad y el progreso humano. Debemos prestar especial atención a los cambios institucionales y estructurales necesarios para la recuperación económica y el desarrollo sostenible. Debemos ocuparnos de los problemas sociales.” “Debemos hacer todo eso. Porque si no tenemos la capacidad de hacer frente a las emergencias sociales, si no contamos con planes a más largo plazo para establecer instituciones sólidas, si no logramos una mayor equidad y justicia social, no habrá estabilidad política. Y sin estabilidad política, por muchos recursos que consigamos acumular para programas económicos, no habrá estabilidad financiera.” Como se observa, en la imagen transmitida, la estabilidad financiera no es posible sin estabilidad política. Ella, a su vez, está muy ligada a los grados de equidad y justicia social. El frente por abordar es muy amplio. Es necesario atacar al mismo tiempo que los problemas económicos y financieros, los sociales y avanzar en las transformaciones institucionales. El capital social y la cultura son componentes clave de estas interacciones. Las personas, las familias, los grupos constituyen capital social y cultura por esencia. Son portadores de actitudes de cooperación, valores, tradiciones, visiones de la realidad, que son su identidad misma. Si ello es ignorado, salteado, deteriorado, se inutilizarán importantes capacidades aplicables al desarrollo y se desatarán poderosas resistencias. Si, por el contrario, se reconoce, explora, valora y potencia su aporte, puede ser muy relevante y propiciar círculos virtuosos con las otras dimensiones del desarrollo. La crisis de la reflexión convencional sobre el desarrollo en marcha está abriendo, entre otras, la oportunidad de cruzar activamente capital social, cultura y desarrollo. Hasta hace poco, la corriente principal de trabajo sobre desarrollo prestaba limitada atención a lo que sucedía en dichos campos. A su vez, en 32 / Más ética, más desarrollo
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ellos, muchas indagaciones se realizaban al margen de posibles conexiones con el proceso de desarrollo. La crisis, que busca ampliar el marco de comprensión para poder superar la estrechez evidenciada por el marco usual, crea un vasto espacio para vencer los aislamientos. En la sección siguiente se intenta avanzar en esa dirección, explorando algunas de las múltiples interrelaciones posibles.
III. Capital social, cultura y desarrollo Según el análisis del Banco Mundial, hay cuatro formas básicas de capital: el natural, constituido por la dotación de recursos naturales con que cuenta un país; el construido, generado por el ser humano que incluye diversas formas de capital (infraestructura, bienes de capital, financiero, comercial, etcétera); el capital humano, determinado por los grados de nutrición, salud y educación de su población; y el capital social, descubrimiento reciente de las ciencias del desarrollo. Algunos estudios adjudican a las dos últimas formas de capital un porcentaje mayoritario del desarrollo económico de las naciones a fines del siglo XX. Indican que allí hay claves decisivas del progreso tecnológico: la competitividad, el crecimiento sostenido, el buen gobierno y la estabilidad democrática. ¿Qué es, en definitiva, el capital social? El campo no tiene una definición consensualmente aceptada. De reciente exploración, se halla, en realidad, en plena delimitación de su identidad, de aquello que es y de aquello que no es. Sin embargo, a pesar de las considerables imprecisiones, existe la impresión cada vez más generalizada de que, al percibirlo e investigarlo, las disciplinas del desarrollo están incorporando al conocimiento y la acción un amplísimo número de variables que juegan roles importantes en él y que estaban fuera del encuadre convencional. Robert Putnam (1994), precursor de los análisis del capital social, considera en su difundido estudio sobre las disimilitudes entre Italia del Norte e Italia del Sur que, fundamentalmente, lo conforman: el grado de confianza existente entre los actores sociales de una sociedad, las normas de comportamiento cívico practicadas y el nivel de asociatividad que la caracteriza. Estos elementos son evidenciadores de la riqueza y fortaleza del tejido social interno de una sociedad. La confianza, por ejemplo, actúa como un “ahorrador de conflictos potenciales” porque limita el “pleitismo.” Las actitudes positivas en materia de comportamiento cívico, que van desde cuidar los espacios públicos hasta el pago de los impuestos, contribuyen al bienestar general. La existencia de altos niveles de asociacionismo indica que es una sociedad con capacidades para actuar cooperativamente, armar redes, concertaciones, sinergias de todo orden a su interior. El impacto de la ética sobre el desarrollo / 33
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Este conjunto de factores tendría, según las observaciones de Putnam, mayor presencia y profundidad en la Italia del Norte en relación con la Italia del Sur y habrían jugado un papel definitorio en la superioridad que la primera había evidenciado en materia de performance económica, calidad de gobierno, estabilidad política y otras áreas. Entre los factores en los que se expresa la densidad del capital social se hallan las estructuras sociales más horizontales, el número de asociaciones culturales, los índices de participación ciudadana y los de lectura de diarios. Putnam realiza todo tipo de constataciones de cómo variables de esta índole inciden en los desempeños económicos y políticos. Llega a conclusiones tan sugerentes como, entre muchas otras, la siguiente: “Cuanto más participan los ciudadanos en clubes deportivos y coros, más rápido es el gobierno en reembolsar los reclamos de salud.” Está indicando con ello que, cuanto más denso es el tejido social, mayor será la participación y la presión ciudadana por un funcionamiento eficiente de los servicios básicos. Para enfatizar la importancia de una sociedad civil activa, en un trabajo de (1995) Putnam señala; “Los investigadores en campos como educación, pobreza urbana, desempleo, la prevención del crimen y el abuso de drogas, e incluso la salud, han descubierto que es más posible obtener resultados exitosos en comunidades civilmente comprometidas.” Para otro de los precursores, James Coleman (1990), el capital social se presenta tanto en el plano individual como en el colectivo. En el primero, tiene que ver con el grado de integración social de un individuo, su red de contactos sociales; implica relaciones, expectativas de reciprocidad, comportamientos confiables. Mejora la efectividad privada. Pero también es un bien colectivo. Por ejemplo, si todos en un vecindario siguen normas tácitas de cuidar por el otro y de noagresión, los niños podrán caminar hacia la escuela con seguridad y el capital social estará produciendo orden público. En un trabajo pionero que sentó un hito en este campo, Coleman (1988) analizó las relaciones entre el capital social y el capital humano expresado por los niveles educativos, en el ámbito familiar. Las familias tienen lo que llamó un capital social interno, que es el grado de relación entre padres e hijos; la actitud activa de los padres de seguir y apoyar los estudios de los hijos y estimularlos continuamente. Midió las relaciones entre índices de deserción escolar y ese capital social interno. Descubrió que son estrechas. Si los padres tienen un elevado grado de profesionalidad y educación, pero el capital social interno de la familia es bajo, porque no se ocupan de los hijos (por estar absorbidos por sus profesiones u otros factores), su capital humano no es accesible a los hijos, no les sirve y su 34 / Más ética, más desarrollo
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deserción aumenta. Si el capital social interno es alto, los hijos aprovechan el capital humano de los padres, éste se transforma en capital humano de los hijos, y su deserción es menor. Cita como ejemplo casi máximo el caso de las familias asiáticas en Estados Unidos que en su primera época, cuando enviaban los hijos a comenzar la escuela, acostumbraban comprar dos juegos de todos los libros para poder apoyar directamente el estudio de los niños. Encontró otras correlaciones significativas entre capital social y deserción escolar. Las relaciones de las familias con amigos, que a su vez pueden ser útiles para los hijos en sus estudios, los rodean de afecto y les pueden proporcionar valiosos contactos las llamó capital social externo. Comprobó que cuando las familias se van de una ciudad a otra, como sucede con frecuencia en Estados Unidos, ese capital social externo desaparece y ese es uno de los factores que resiente el rendimiento de los hijos en la escuela, por lo tanto la deserción sube. Si en la nueva ciudad los hijos van a escuelas religiosas, la deserción es menor. La razón sociológica es que en ellas a los padres les es más fácil reconstruir capital social externo que en las escuelas comunes. Encuentran con más facilidad afinidades con otros padres del mismo grupo religioso. Otro precursor, Pierre Bourdieu (1980), definió el capital social como “la suma de recursos, reales y virtuales, que acumula un individuo o un grupo debido a la posesión de relaciones menos institucionalizadas o una red permanente de conocimiento y reconocimientos mutuos.” Diferentes analistas actuales de esta vieja-nueva forma de capital ponen el énfasis en diversos aspectos. Entre otros, para Kenneth Newton (1997) el capital social puede ser visto como un fenómeno subjetivo, compuesto por valores y actitudes que influencian sobre cómo las personas se relacionan entre sí. Incluye confianza, normas de reciprocidad, actitudes y valores que favorecen la superación de relaciones conflictivas y competitivas para conformar vínculos de cooperación y ayuda mutua. Stephan Baas (1997) dice que el capital social tiene que ver con cohesión social, con identificación con las formas de gobierno, con expresiones culturales y comportamientos sociales que hacen a la sociedad más cohesiva y más que una suma de individuos. Considera que los arreglos institucionales horizontales tienen un impacto positivo en la generación de redes de confianza, buen gobierno y equidad social. El capital social juega un papel importante en estimular la solidaridad y en superar las fallas del mercado a través de acciones colectivas y el uso comunitario de recursos. James Joseph (1998) lo percibe como un vasto conjunto de ideas, ideales, instituciones y arreglos sociales, mediante los cuales las personas encuentran su voz y movilizan sus energías par-
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ticulares para causas públicas. Bullen y Onyx (1998) lo ven como redes sociales basadas en principios de confianza, reciprocidad y normas de acción. En visión crítica, Levi (1996) destaca la importancia de los hallazgos de Putnam, pero acentúa que es necesario dar más énfasis a las vías por las que el Estado puede favorecer la creación de capital social. Considera que el foco que pone Putnam en asociaciones civiles, lejos del Estado, deriva de su perspectiva romántica de la comunidad y del capital social. Ese romanticismo restringiría la identificación de mecanismos alternativos para la creación y uso del capital social y limitaría las conceptualizaciones teóricas. Wall, Ferrazi y Schryer (1998) entienden que la teoría del capital social necesita mayores refinamientos antes de que pueda ser considerada una generalización medible. Serageldin (1998) resalta que, mientras hay consenso en que el capital social es relevante para el desarrollo, no hay acuerdo entre los investigadores y prácticos acerca de los modos particulares en que aporta al desarrollo, en cómo puede ser generado y utilizado y cómo puede ser operacionalizado y estudiado empíricamente. Mientras prosigue la discusión epistemológica y metodológica totalmente legítima, dado que los estudios sistemáticos sobre el tema recién se iniciaron un poco más de una década atrás y éste es de una enorme complejidad, el capital social sigue dando muestras de su presencia y acción efectiva. En ello queremos concentrarnos. Una amplia línea de investigaciones enfocadas a “registrarlo en acción” está arrojando continuamente nuevas evidencias sobre su peso en el desarrollo. Entre ellas, Knack y Keefer (1996) midieron econométricamente las correlaciones entre confianza y normas de cooperación cívica y crecimiento económico, en un amplio grupo de países, y encontraron que las primeras presentan un fuerte impacto sobre el segundo. Asimismo, su estudio indica que el capital social integrado por esos dos componentes es mayor en sociedades menos polarizadas en cuanto a desigualdad y diferencias étnicas. Narayan y Pritchet (1997) realizaron un estudio muy sugerente sobre el grado de asociatividad y el rendimiento económico en hogares rurales de Tanzania. Detectaron que aun en esos contextos de elevada pobreza, las familias con mayores niveles de ingresos (medidos por los gastos) eran las que tenían un más alto grado de participación en organizaciones colectivas. El capital social que acumulaban a través de esa participación los favorecía individualmente y creaba beneficios colectivos por diversas vías. Entre ellas: • sus prácticas agrícolas eran mejores que las de los hogares que no tenían participación; derivaban de ella información que llevaba a que utilizaran más agroquímicos, fertilizantes y semillas mejoradas; 36 / Más ética, más desarrollo
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• tenían mejor conocimiento del mercado; • estaban dispuestos a tomar más riesgos porque se sentían más protegidos por formar parte de una red social; • influían en el mejoramiento de los servicios públicos; así participaban más en la escuela; • cooperaban más en lo relacionado con el municipio. Señalan los investigadores en sus conclusiones: “Los canales identificados por los que el capital social incrementaba los ingresos y la solidez econométrica de la magnitud de los efectos del capital social sugieren que éste es capital y no meramente un bien de consumo.” La Porta, López de Silanes, Shleifer y Vishny (1997) trataron de convalidar las tesis de Putnam en una muestra amplia de países. Sus análisis estadísticos arrojan significativas correlaciones entre el grado de confianza existente en una sociedad y factores como la eficiencia judicial, la ausencia de corrupción, la calidad de la burocracia y el cumplimiento con los impuestos. Consideran: “Los resultados de Putnam para Italia aparecen confirmados en el nivel internacional.” Narayan y Cassidy (2001) indagaron a comunidades en Ghana y Uganda y concluyeron: “Las cantidades variables de capital social podrían explicar de manera parcial las diferencias económicas entre las comunidades analizadas.” y señalan como resultado de sus investigaciones: “Encontramos evidencia que respalda la importancia del capital social en el bienestar de la sociedad. El optimismo, la satisfacción con la vida, las percepciones de las instituciones de gobierno y el compromiso político provienen, en gran parte, de las dimensiones fundamentales del capital social. La confianza, el compromiso social, el trabajo voluntario, etcétera parecen tener influencia positiva o negativa sobre actitudes y comportamientos.” Teachman, Paasch y Carver (1997) trataron de medir cómo el capital social influye en el rendimiento educativo de los niños. Utilizaron tres indicadores: la dinámica de la familia, los lazos con la comunidad y el número de veces que un niño ha cambiado de colegio. Encontraron fuerte correlación con un indicador clave de rendimiento: la probabilidad de deserción. Su hipótesis es que el capital social hace más productivos, por ejemplo, el capital humano y el capital financiero. La influencia positiva de un componente central del capital social, la familia, en numerosos aspectos ha sido verificada por diversas investigaciones recientes. Cuanto mayor es la solidez de ese capital social básico, mejores los resultados y al revés. Una amplia investigación sobre 60.000 niños en Estados Unidos. (Wilson, 1994) indica que los niños que vivían con un solo progenitor eran dos veces más El impacto de la ética sobre el desarrollo / 37
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propensos a ser expulsados o suspendidos en la escuela, a sufrir problemas emocionales o de comportamiento y a tener dificultades con los compañeros. También eran mucho más proclives a presentar una conducta antisocial. Katzman (1997) señala que estudios en el Uruguay muestran que los niños concebidos fuera del matrimonio indican una tasa de mortalidad infantil mucho mayor que el resto y los que no conviven con ambos padres biológicos exhiben mayores daños en distintas dimensiones del desarrollo psicomotriz. En una investigación en un medio totalmente diferente, Suecia, con mucho mejores condiciones económicas, se observa que, se mantiene el peso diferencial de las familias estables en el rendimiento del niño. Jonsson y Gahler (1997) demuestran que los niños que vienen de familias divorciadas presentan menor rendimiento educativo. Hay una pérdida de recursos en relación con aquellos con los que cuenta el niño en los hogares estables. Sanders y Nee (1996) analizan la familia como capital social en el caso de los inmigrantes en Estados Unidos. Sus estudios indican que el espacio familiar crea condiciones que hacen factible una estrategia clave de supervivencia, entre los inmigrantes: el autoempleo. La familia minimiza los costos de producción, transacción e información asociados con aquél. Facilita la aparición de empresas operadas familiarmente. Hagan, MacMillan y Wheaton (1996) señalan que en las migraciones, incluso hacia el interior de un país, hay pérdidas de capital social y que ellas son menores en familias con padres involucrados con los niños y madres protectoras y mayores si se trata de padres y madres que no se dedican intensamente a sus hijos. Recientes estudios sobre las remesas migratorias de los migrantes latinoamericanos hacia sus familias en sus países de origen demuestran la gran importancia de la familia en esta corriente de capitales que se ha convertido en la mayor que recibe la región (ver en la Tercera Parte: “La familia importa: el caso de las remesas migratorias”). Kawachi, Kennedy y Lochner (1997) dan cuenta de datos muy sugerentes sobre la relación entre capital social, equidad y salud pública. El conocido estudio de Alameda County (Estados Unidos), confirmado después en investigaciones epidemiológicas en diferentes comunidades, detectó que las personas con menos contactos sociales tienen peores probabilidades en términos de esperanza de vida, que aquellos con contactos más extensivos. La cohesión social de una comunidad, que facilita los contactos interpersonales es, afirman los autores, un factor fundamental de salud pública. Miden estadísticamente las correlaciones entre capital social representado por confianza y mortalidad en 39 estados de Estados Unidos. Cuanto menor es el grado de confianza entre los ciudadanos, mayor es la tasa de mortalidad promedio. La misma correlación se obtiene al relacionar la tasa de participación en 38 / Más ética, más desarrollo
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asociaciones voluntarias con mortalidad. Cuanto más baja es la primera, crece la segunda. Los investigadores introducen en el análisis el grado de desigualdad económica. Cuanto más alto —demuestran—, menor es la confianza que unos ciudadanos tienen en otros. El modelo estadístico que utilizan les permite afirmar que, por cada punto de aumento en la desigualdad en la distribución de los ingresos, la tasa de mortalidad sube dos o tres puntos con respecto a lo que debiera ser. Ilustran su análisis con diversas cifras comparadas. Estados Unidos, a pesar de tener un ingreso per cápita de los más altos del mundo ($ 24.680 en 1993), la esperanza de vida (76,1 en 1993) es inferior a la de países con menor ingreso, como Holanda ($ 17.340, esperanza de vida 77,5), Israel ($ 15.130, esperanza de vida 76,6) y España ($ 13.660, esperanza de vida 77,7). Una distribución más igualitaria de los ingresos crea mayor armonía y cohesión social y mejora la salud pública. Las sociedades con mayor esperanza de vida mundial, como Suecia (78,3) y Japón (79,6), se caracterizan por poseer muy altos niveles de equidad. La desigualdad, concluyen los investigadores, hace disminuir el capital social y ello afecta fuertemente la salud de la población. El capital social, al margen de las especulaciones y las búsquedas de precisión metodológicas, desde ya válidas y necesarias, está operando en la realidad a diario y tiene gran peso en el proceso de desarrollo. Puede aparecer a través de las expresiones más variadas. Por ejemplo, como destaca Stiglitz (octubre, 1998), son estratégicas para el desarrollo económico las capacidades existentes en una sociedad para resolver disputas, impulsar consensos, concertar al Estado y al sector privado. Hirschman (1986), pioneramente, plantea al respecto un punto que merece toda la atención. Indica que se trata de la única forma de capital que no disminuye o se agota con su uso, sino que, por el contrario, la hace crecer. Señala: “El amor o el civismo no son recursos limitados o fijos, como pueden ser otros factores de producción; son recursos cuya disponibilidad, lejos de disminuir, aumenta con su empleo.” El capital social puede, asimismo, ser reducido o destruido. Moser (1998) advierte sobre la vulnerabilidad de la población pobre, en ese aspecto, frente a las crisis económicas. Resalta: “Mientras que los hogares con suficientes recursos mantienen relaciones recíprocas, aquellos que enfrentan la crisis se retiran de tales relaciones ante su imposibilidad de cumplir sus obligaciones.” Fuentes (1998) analiza cómo en Chiapas, México, las poblaciones campesinas desplazadas, al verse obligadas a migrar, se descapitalizaron severamente en términos de capital social, dado que se destruyeron sus vínculos e inserciones básicas. Puede, asimismo, como lo señalan varios estudios, haber formas de capital social negativo, como las organizaciones criminales, pero ellas no invalidan las inmensas potencialidades del capital social positivo. El impacto de la ética sobre el desarrollo / 39
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Por otra parte, el capital social negativo tiene una diferencia marcada en opinión del autor, respecto del positivo. Carece de la dimensión decisiva de este último, los valores éticos positivos. Ello hace que su capital social sea muy frágil. Por ejemplo, en el caso de un grupo mafioso, su carecer inmoral creará las condiciones para que, en cualquier momento, intenten sobreponerse unos a otros, o destruirse para apoderarse del botín, lo que pulverizaría la confianza personal y la asociatividad construidas. La cultura cruza todas las dimensiones del capital social de una sociedad. La cultura subyace tras los componentes básicos considerados capital social, como la confianza, el comportamiento cívico, el grado de asociacionismo. Como lo caracteriza el informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la Unesco (1996): “La cultura es maneras de vivir juntos... moldea nuestro pensamiento, nuestra imagen y nuestro comportamiento. La cultura engloba valores, percepciones, imágenes, formas de expresión y de comunicación y muchísimos otros aspectos que definen la identidad de las personas y de las naciones.” Las interrelaciones entre cultura y desarrollo son de todo orden y asombra la escasa atención que se les ha prestado. Aparecen potenciadas al revalorizarse todos estos elementos silenciosos e invisibles, pero claramente operantes, que involucra la idea de capital social. Entre otros aspectos, los valores de que es portadora una sociedad van a incidir fuertemente sobre los esfuerzos de desarrollo. Los valores predominantes en el sistema educativo en los medios de difusión masiva y en otros ámbitos influyentes en la formación de aquéllos, pueden estimular u obstruir la conformación de capital social que, a su vez, como se ha visto, tiene efectos de primer orden sobre el desarrollo. Como lo subraya Chang (1997): “Los valores ponen las bases de la preocupación del uno por el otro más allá del solo bienestar personal. Juegan un rol crítico en determinar si avanzarán las redes, las normas y la confianza.” Valores que tienen sus raíces en la cultura y son fortalecidos o dificultados por ésta, como el grado de solidaridad, altruismo, respeto, tolerancia, son esenciales para un desarrollo sostenido. La cultura incide marcadamente sobre el estilo de vida de los diversos grupos sociales. Un significativo estudio realizado en Holanda (Rupp, 1997) trató de determinar diferencias en estilo de vida entre hogares obreros de un mismo nivel socioeconómico, que se diferenciaban netamente en un aspecto: algunos de ellos enviaban a sus niños a escuelas con un fuerte énfasis en lo cultural y otros a escuelas inclinadas hacia lo económico. Los comportamientos que surgieron eran muy distintos. Los padres culturalmente orientados utilizaban más tiempo y energía en formas de arte sencillas como cantar, ejecutar instrumentos musicales y 40 / Más ética, más desarrollo
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leer un libro cada mes. Incluían el gusto por formas simples del arte y la búsqueda de una vida saludable, natural y no complicada. Los padres con orientación hacia lo económico se centraban en logros de esa clase, bienes materiales y en aspectos como la apariencia externa. Con similares trabajos y niveles de ingresos, la actitud cultural era la variable básica que estaba impulsando comportamientos muy diversos. En la lucha contra la pobreza la cultura aparece como un elemento clave. Como agudamente lo destaca la Unesco, en el informe mencionado (1997): “Para los pobres, los valores propios son frecuentemente lo único que pueden afirmar”. Los grupos desfavorecidos tienen valores que les dan identidad. Su irrespeto, o marginación, pueden ser totalmente lesivos a su identidad y bloquear las mejores propuestas productivas. Por el contrario, su potenciación y afirmación pueden desencadenar enormes potenciales de energía creativa. La cultura es, asimismo, un factor decisivo de cohesión social. En ella, las personas pueden reconocerse mutuamente, cultivarse, crecer en conjunto y desarrollar la autoestima colectiva. Como señala al respecto Stiglitz (octubre, 1998), preservar los valores culturales tiene gran importancia para el desarrollo, por cuanto sirve como una fuerza cohesiva en una época en que muchas otras se están debilitando. Capital social y cultura pueden ser palancas formidables de desarrollo si se crean las condiciones adecuadas. Su desconocimiento o destrucción, por el contrario, pueden crear obstáculos enormes en el camino hacia el desarrollo. Sin embargo, podría preguntarse: ¿lograr esa potenciación no pertenecerá al reino de las grandes utopías, de un porvenir todavía ajeno a las posibilidades actuales de las sociedades? En la sección siguiente del trabajo se intenta demostrar que ello no es así, que hay experiencias concretas que han logrado movilizarlos en escala considerable al servicio del desarrollo y que debe prestárseles la máxima atención para extraer enseñanzas al respecto.
IV. Experiencias latinoamericanas de movilización del capital social ¿Qué sucede cuando se realiza un trabajo sostenido de largo plazo de movilización de aspectos clave del capital social de una comunidad? ¿Cuáles son las respuestas observables? ¿Qué oportunidades nuevas y qué dificultades aparecen? Es posible obtener indicios significativos al respecto, revisando experiencias actualmente en curso. Existe una amplísima gama de ellas en el nivel internacional. Algunas han obtenido celebridad mundial, como la del Grameen Bank de El impacto de la ética sobre el desarrollo / 41
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Bangla Desh, dedicado a apoyar financieramente a campesinos pobres, que ha logrado sorprendentes resultados apoyándose en elementos que tienen que ver con el grado de asociatividad, la confianza mutua y otras dimensiones del capital social. Nos concentraremos en nuestro trabajo en experiencias de América Latina, que son indicativas del potencial latente en la región en esta materia y pueden arrojar enseñanzas útiles para formular políticas de desarrollo social en ellas. Hemos escogido tres casos que han obtenido resultados de alta relevancia, que son reconocidos en sus países y en el nivel internacional, como “prácticas sociales de gran éxito” y que son continuamente analizados y visitados para buscar posibilidades de replicarlos, total o parcialmente. Villa El Salvador, Perú: de los arenales a una experiencia social de avanzada En 1971, varios centenares de personas pobres realizaron una invasión de tierras públicas en las afueras de Lima. Se les sumaron miles de habitantes de tugurios de esa ciudad. El gobierno intervino para expulsarlos y finalmente accedió a que se radicaran en un vasto arenal ubicado a 19 km de Lima. Esos 50.000 pobres, que carecían de recursos de toda índole, fundaron allí Villa El Salvador (VES). Se les fueron agregando muchas más personas y su población actual se estima en cerca de 300.000 habitantes. La experiencia que desarrollaron es considerada muy particular en múltiples aspectos. El plano urbanístico trazado diferencia a VES netamente de otras barriadas de pobres. El diseño es el de 1.300 manzanas, que configuran 110 grupos residenciales. En lugar de haber un solo centro, en donde funcionan los edificios públicos básicos, el esquema es totalmente descentralizado. Cada grupo residencial tiene su propio centro, en donde se instalaron locales comunales y espacios para el deporte, las actividades culturales y el encuentro social. Ello favorece la interacción y maximiza las posibilidades de cooperación. Se da un modelo organizativo basado en la participación activa. A partir de la elección de delegados por manzana y por grupos residenciales, crean una organización, CUAVES, que representa a toda la comunidad y que va a tener un peso decisivo en su desarrollo. Establecen casi 4.000 unidades organizativas para buscar soluciones y gestionar los asuntos comunitarios. En ellas participa la gran mayoría de la población, llegándose a que cerca del 50% de los mayores de 18 años ocupan algún cargo dirigencial en términos organizacionales. Desarrollan en estos arenales, carentes de todo orden de recursos y casi incomunicados (debían recorrer 3 km para encontrar una vía de acceso a Lima), un gigantesco esfuerzo de construcción basado, centralmente, en el trabajo voluntario de la 42 / Más ética, más desarrollo
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misma comunidad. Un inventario de situación de fines de 1989 dice que, en menos de dos décadas, tenían 50.000 viviendas, 38.000 de ellas construidas por los pobladores, un 68% con materiales nobles (ladrillo, cemento, techos de concreto, etcétera), habían levantado con su esfuerzo 2.800.000 metros cuadrados de calles de tierra afirmada y construido, en su mayor parte, con los recursos y el trabajo de la comunidad, 60 locales comunales, 64 centros educativos y 32 bibliotecas populares. A ello se sumaban 41 núcleos de servicios integrados de salud, educación y recuperación nutricional, centros de salud comunitarios, una red de farmacias y una razonable estructura vial interna con 4 rutas principales y 7 avenidas perpendiculares, que permitían la comunicación interna. Plantaron medio millón de árboles. Aunque permanecían pobres y con serios problemas ocupacionales, como toda Lima, los logros sociales obtenidos por VES eran muy significativos. La tasa de analfabetismo había descendido de 5,8% a 3,5%. La tasa de matrícula en primaria había alcanzado el 98% y, en secundaria, era superior al 90%, todas cifras superiores a las medias nacionales y mucho mejores que las de las poblaciones pobres similares. En salud, las campañas de vacunación realizadas con apoyo en la comunidad, que habían cubierto a toda la población, la organización de la comunidad para la salud preventiva y el control de embarazos habían incidido en un fuerte descenso de la mortalidad infantil a 67 ‰, cifra muy inferior a la media nacional, que estaba entre 88‰ y 95‰. La tasa de mortalidad general era también inferior a los promedios nacionales. Se registraban, asimismo, avances en materia de obtención de servicios de agua, desagüe y electricidad, en un plazo que se estimó menor, en 8 años, al que tardaban otros barrios pobres para lograrlos y se había desarrollado una considerable infraestructura, equipamiento y servicios comunitarios superiores a las de otras barriadas. El enorme esfuerzo colectivo realizado ha sido descripto por el varias veces alcalde de VES, Michel Azcueta (1991), del siguiente modo: “El pueblo de Villa El Salvador, con su esfuerzo y su lucha, ha ido construyendo una ciudad de la nada, con cientos de kilómetros de redes de agua y de luz, pistas, colegios, mercados, zona agropecuaria y hasta un parque industrial, conseguido también con lucha por los pequeños industriales de la zona.” Se plantea una pregunta de fondo: ¿cómo fue posible lograr estos resultados a partir de la miseria, en un marco natural tan difícil, en medio de la aguda crisis económica que vivió el Perú, como toda la región, en los años ochenta y de todo orden de dificultades? Las claves para entender los logros, que no erradicaron la pobreza pero mejoraron aspectos fundamentales de la vida de los pobladores de VES y la convirtieron en una barriada pobre diferente, parecen hallarse en elementos incluidos en la idea del capital social. El impacto de la ética sobre el desarrollo / 43
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La población originaria de VES estaba conformada, en su mayor parte, por familias llegadas de la sierra peruana. Los campesinos de los Andes carecían de toda riqueza material, pero tenían un rico capital social. Llevaban consigo la cultura y la tradición indígena y una milenaria experiencia histórica de cooperación, trabajo comunal y solidaridad. Aspectos centrales de esa cultura, como la práctica de una intensa vida comunitaria, donde convive la propiedad comunal de servicios útiles para todos con la propiedad familiar e individual, fueron aplicados en VES. Esa cultura facilitó el montaje de esa extendida organización participativa, donde todos los pobladores fueron convocados a ser actores de las soluciones de los problemas colectivos. Funcionó con fluidez, a partir de las bases históricas favorables que había en la cultura campesina peruana. Hasta recetas técnicas, como las lagunas de oxidación utilizadas por los incas, fueron empleadas intensamente en VES. Ellas permiten un procesamiento de los desechos generados, por la vía de un sistema de lagunas que lleva a la producción de abonos, que después se usaron para generar zonas verdes y en agricultura. La visión anclada en la cultura de los pobladores de VES, de la trascendencia del trabajo colectivo como medio para buscar soluciones, impregnó desde el inicio la historia de la villa. Aparece reflejada vívidamente en cómo se enfrentó el problema de construir escuelas. Michel Azcueta (Zapata, 1996) narra: “… desde la instalación misma, la población se organizó para que se construyeran escuelas y los niños no perdieran el año escolar. Se formaron doce comités pro escuela en los primeros tres meses y se inició la construcción de muchas aulas en un esfuerzo que, mirado a la distancia, parece enorme y que no se entiende sin acudir a una explicación sobre sus motivaciones subjetivas. Se empezó a dictar clases en aulas que usaban esteras como paredes, las que se impermeabilizaban con plásticos para, mínimamente, combatir el frío invernal, mientras que el suelo era de tierra apenas afirmada y los escasos ladrillos fueron reservados para ser usados como precarios bancos por los niños. Estas aulas fueron construidas en jornadas colectivas dominicales, con un entusiasmo y febrilidad que han dejado un recuerdo imborrable entre sus protagonistas.” En favor de estas condiciones se creó en VES un amplio y sólido tejido asociativo. Se constituyeron organizaciones de jóvenes, de mujeres, de madres, cooperativas de mercados, asociaciones de pequeños industriales y comerciantes, rondas urbanas, coordinadoras y brigadas juveniles, ligas deportivas, grupos culturales de todo orden, etcétera. La asociatividad cubrió en VES los más variados aspectos. Entre ellos, productores uniéndose para comprar insumos en conjunto, buscar mancomunadamente maquinarias, mejorar la calidad; más de un centenar de clubes de madres, que crearon y gestionaron ejemplarmente 264 comedores populares y 150 programas de Vaso de Leche; jóvenes que dirigen y llevan ade44 / Más ética, más desarrollo
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lante centenares de grupos culturales, artísticos, bibliotecas populares, clubes deportivos, asociaciones estudiantiles, talleres de comunicación, etcétera. El trabajo de la propia comunidad, organizada en marcos cabalmente participativos, estuvo en la base de los avances que fue logrando en corto tiempo. El proceso “disparó” el capital social latente, que se fue multiplicando. La creación, a partir de la nada, de un municipio entero por su población generó una identidad sólida e impulsó la autoestima personal y colectiva. Como señala Carlos Franco (1992), la ciudad que se creó era la expresión de sus habitantes. No eran simplemente sus pobladores, sino sus constructores. Al crear VES y desarrollarla, se crearon a sí mismos. Por eso, como marca, cuando se pregunta a los habitantes de VES de dónde son, no contestan como otros, “llegados del interior”, haciendo referencia a su sitio de nacimiento, sino que dicen “soy de Villa”, el lugar que les dio una identidad que valoran altamente. El proceso de enfrentar desafíos muy difíciles y avanzar fue, asimismo, fortaleciendo su autoestima, estímulo fundamental para la acción productiva. Describe Franco: “… cuando se asiste con alguna frecuencia a reuniones de pobladores y se conversa con los ‘fundadores’ de la comunidad, o sus dirigentes, no resulta difícil advertir expresiones recurrentes de autoconfianza colectiva, certidumbres sobre su disposición de un poder organizado, una cierta creencia en las capacidades de la comunidad para proponerse objetivos y unirse para su logro.” La autoestima fue especialmente cultivada también en las escuelas de VES. Los maestros trataron de liberar a los niños de todo sentimiento de inferioridad derivado de sus condiciones de hijos de familias pobres. Procuraron darles seguridad, que no se sintieran en minusvalía. La cultura cumplió un papel significativo en la experiencia desde sus inicios. En 1974, Azcueta creó y llevó adelante, el Centro de Comunicación Popular, espacio destinado a actividades culturales extracurriculares de toda índole. Allí surgieron primero talleres de teatro y música y luego de otras áreas y se desplegó una intensísima labor. Desde esos espacios culturales se procuraba estimular la participación de la población en las asambleas de toma de decisiones y las actividades comunales. El teatro de VES produjo, a lo largo de los años, piezas que lo llevaron a los escenarios metropolitanos y nacionales. La actividad cultural formó parte de la vida cotidiana de la población. Describe Franco: “… el intermitente funcionamiento de 39 altoparlantes, las competencias deportivas internas, los programas radiales de la comunidad, los talleres de comunicación, los numerosos grupos artísticos y culturales, la nueva y moderna radio del Centro de Comunicación Popular y el creciente número de peñas y grupos musicales contribuyen al desarrollo de una intensa y bullente vida comunal.” El impacto de la ética sobre el desarrollo / 45
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El esfuerzo de construcción comunitaria de VES, realizado en las más difíciles condiciones, fue presidido y orientado por ciertos valores. La población definió su proyecto como la conformación de una comunidad autogestionaria participativa. Una visión colectiva centrada en la promoción de valores comunitaristas, de la participación activa y de la autogestión, enmarcó todo el esfuerzo. En 1986, VES se convirtió en un municipio. Al estructurarlo, se mantuvieron todos los principios anteriores. Así se estableció que las decisiones comunales serían la base de las decisiones municipales. Recientemente, VES estableció, con asistencia de varias ONG, el diario El Comercio y otras entidades, un sistema destinado a facilitar la participación de la población mediante el empleo de la informática. Entre sus elementos: el Consejo Municipal transmite sus sesiones en circuito cerrado a la villa; en ésta hay terminales de computadora y los habitantes pueden recibir, a través de ellas, información sobre qué se va a tratar en dichas sesiones y elementos de juicio al respecto y hacen llegar al consejo sus puntos de vista; éste realiza, a través del sistema de computación, referendos continuos sobre las opiniones de los habitantes. La experiencia de VES ha sido reconocida mundialmente y fue objeto de continuas distinciones. En 1973, la Unesco la premió como una de las más desafiantes experiencias en educación popular en 1986; el diario La República (de Lima) la declaró “personaje del año del país” en 1987, la ONU designó a VES Ciudad Mensajera de la Paz, distinguiéndola como promotora ejemplar de formas de vida comunitaria. También en 1987 se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias, del rey de España, por el impresionante desarrollo alcanzado por la comunidad en el área social y cultural. Asimismo, entre otros, recibió el Premio Nacional de Arquitectura y Desarrollo Urbano del Perú y un galardón por ser la comunidad con mayor grado de forestación y arborización. En 1985, el papa Juan Pablo II visitó Villa El Salvador, quien destacó sus logros y señaló: “Con gran alegría me he enterado de la generosidad con que muchos de los habitantes de este ‘pueblo joven’ ayudan a los hermanos más pobres de la comunidad, en los comedores populares y familiares, en los grupos para atender a los enfermos, y en las campañas de solidaridad para socorrer a los hermanos golpeados por las catástrofes naturales.” En VES no se logró solucionar los problemas de fondo causantes de la pobreza, que tienen que ver con factores que exceden totalmente la experiencia y forman parte de problemas generales del país. Sin embargo, se obtuvieron avances considerables respecto de otras poblaciones pobres y se creó un perfil de sociedad muy particular, que mereció la larga lista de premios obtenida. La potenciación del capital social jugó un papel decisivo en los logros de VES. Factores no visibles, silenciosos, que actúan en las entrañas del tejido social, desempeñaron 46 / Más ética, más desarrollo
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aquí un papel positivo constante. Entre ellos: el fomento permanente de formas de cooperación, la confianza mutua entre los actores organizacionales, la existencia de un comportamiento cívico comunal, constructivo y creador, la presencia de valores comunes orientadores, la movilización de la cultura propia, la afirmación de la identidad personal, familiar y colectiva, el crecimiento de la autoestima en la misma experiencia. Todos estos elementos fueron dinamizados por el modelo genuinamente participativo adoptado por la comunidad. Desde ya con avances y retrocesos, pasando por momentos muy duros como los que se dieron durante el auge de la violencia en el país, VES se hallaba en 1999, como se mencionó, en la búsqueda formas todavía más activas de participación de la comunidad y como lo indican periódicos del Perú, se ha convertido, probablemente, en el primer municipio de América Latina que ha sumado a las metodologías de participación democrática usuales la democracia virtual. Las ferias de consumo familiar de Venezuela: los dividendos del capital social La pregunta de cómo abaratar el costo de los productos alimenticios para los sectores humildes de la población ha tenido una respuesta significativa en la ciudad de Barquisimeto, Venezuela. Iniciadas en 1983, las ferias de consumo familiar han logrado reducir en un 40% los precios de venta al público de productos verdes como frutas y hortalizas y en un 15% al 20% los precios de víveres. Ello beneficia semanalmente a 40.000 familias de esa ciudad de un millón de habitantes. Esas familias, integrantes principalmente de estratos bajos y medios bajos, obtienen al comprar en las ferias un ahorro anual que se estima en 10,5 millones de dólares. Las ferias están integradas por un amplio número de organizaciones de la sociedad civil. Formalmente, constituyen parte de CECOSESOLA, la Central Cooperativa del Estado Lara, pero en su operación intervienen grupos de productores, asociaciones de consumidores y pequeñas empresas autogestionarias. Así, en ellas participan 18 asociaciones de productores agrícolas, que agrupan a cerca de 600 productores y 12 unidades de producción comunitaria. Esos pequeños y medianos agricultores y los productores de víveres colocan su producción a través de las ferias. Éstas comprenden 50 puntos de venta, que operan los tres últimos días de la semana y proveen directamente a la población 300 toneladas semanales de productos hortofrutícolas y víveres comunes para el consumo hogareño. Las ferias ofrecen, como producto básico, un kilo de productos hortofrutícolas por un precio único. Ello simplifica al máximo su operación. Entre los productos se hallan: papa, tomate, zanahoria, cebolla, pimentón, lechuga, ñame, El impacto de la ética sobre el desarrollo / 47
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ocumo, apio, ayuma, yuca, repollo y plátano. Los hacen llegar a través de sus transportes y locales directamente del pequeño productor al consumidor. Todos ganan. El pequeño productor, antes dependiente de “roscas” de la comercialización y de vaivenes continuos, a través de ellas tiene asegurada la venta de su producción a precios razonables y es uno de los cogestores de toda la iniciativa. Los consumidores reciben productos frescos a precios mucho más reducidos que los del mercado. Las ferias han crecido rápidamente durante estos 15 años y se han convertido en el principal proveedor de alimentos y productos básicos de la ciudad de Barquisimeto. Su expansión puede observarse en el siguiente cuadro, incluido en el sistemático estudio de ellas preparado por Luis Gómez Calcano (1998): Año
1984
1990
1997
Unidades de venta
1
87*
105**
Venta semanal de productos hortofrutícolas
3
168
300
300
20.000
40.000
(en toneladas) Número de familias atendidas Número de trabajadores
15
400
700
Número de productores agrícolas
15
100
500
Número de organizaciones de productores
1
n/d
18
Número de unidades de producción comunitaria
1
9
12
* Incluye todo el Estado Lara; aproximadamente la mitad en Barquisimeto. ** Incluye 50 ferias y 55 centros de abastecimiento solidario.
Fuentes: CECOCESOLA. Ferias de Consumo Familiar. Estado Lara. Barquisimeto, 1990. CECOCESOLA. Presentación del programa de Ferias de Consumo Familiar en reunión del Grupo Santa Lucía. Puerto La Cruz, Venezuela. octubre de 1997.
Como se observa, a partir de de una sola feria y casi sin capital inicial, éstas han crecido aceleradamente en todos los indicadores incluidos en el cuadro. Entre 1990 y 1997 aumentó en un 78% el número de toneladas semanales de productos verdes vendidos y se duplicó la cantidad de familias atendidas. ¿Cuáles han sido las bases de estos éxitos económicos y de eficiencia de un conjunto de organizaciones de base de la sociedad civil, sin capital, que se lanzaron a un mercado como el de comercialización de productos agroalimentarios de alta competitividad y escasos márgenes de beneficio?
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En la base del éxito parecen hallarse elementos clave del capital social. Los actores de la experiencia, (Ferias de Consumo Familiar, 1996) señalan: “Tratando de buscar las claves para comprender los logros que hemos obtenido, podemos mencionar: 1. Una historia de formación de un capital social y humano. 2. Potenciar el capital social por encima del financiero. 3. Unas formas novedosas de “gestión participativa”. Los varios centenares de trabajadores que llevan adelante las ferias y las asociaciones vinculadas a ellas han establecido un sistema organizacional basado en la cooperación, la participación, la horizontalidad y fuertemente orientado por valores. Las ferias tienen tras de sí una concepción de vida que privilegia, según indican sus actores, la solidaridad, la responsabilidad personal y de grupo, la transparencia en las relaciones, la creación de confianza, la iniciativa personal, y el amor al trabajo. Esta tabla de valores no permanece confinada a alguna declaración escrita, como sucede con frecuencia, sino que se trata de cultivar sistemáticamente en la organización. Un observador externo (Bruni Celli, 1996) describe así la dinámica cotidiana de las ferias: “Los valores cooperativistas de crecimiento personal, apoyo mutuo, solidaridad, frugalidad y austeridad; de enseñar a otros, de no ser egoísta y dar lo mejor de sí para la comunidad, son temas de reflexión continua en las ocho o más horas de reuniones a las que asisten todos los trabajadores de Cecosesela a la semana. El alto número de horas dedicadas a reuniones podrían verse como una pérdida en productividad, pero son el principal medio a través del cual se logra la dedicación, el entusiasmo y el compromiso de los trabajadores de la organización.” Enmarcado en esos valores, el diseño organizacional adoptado parece haber jugado un papel decisivo en los resultados obtenidos. Está centrado en principios como la participación activa de todos los integrantes de la organización, en la comunicación fluida, el análisis y el aprendizaje conjunto y la rotación continua de tareas. Uno de sus rasgos es que todos los centenares de trabajadores ganan igual remuneración, que es un 57% superior al salario mínimo nacional. Además, la organización ha creado un fondo de financiamiento, que presta a tasas bajas y un fondo integrado de salud. Al ser una remuneración modesta, sus miembros han indicado que tienen otros incentivos, como participar de un proyecto con estos
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valores, formar parte de un ambiente de trabajo democrático y no autoritario, tener posibilidades de capacitación y desarrollo. Los mecanismos concretos de operación de la organización incluyen: reuniones semanales de cada grupo para evaluar y planificar; toma de decisiones por consenso; información compartida; disciplina y vigilancia colectiva; trabajo descentralizado de cada grupo; y la mencionada rotación de responsabilidades. A ello se suman los espacios de encuentro denominados “convivencias.” Están dedicados al encuentro personal y social. Estos rasgos organizacionales coinciden con muchas de las recomendaciones de la gerencia de avanzada. Son propicios para crear lo que se llama hoy “una organización que aprende” y “una organización inteligente.” El modelo organizacional de las ferias tiene gran flexibilidad, les permite absorber por todos sus “poros” información sobre lo que sucede en la realidad y, al compartirla internamente, aumenta la capacidad de reacción ante los cambios en ella. Asimismo, permite monitorear sobre la marcha los procesos, para detectar rápidamente los errores y corregirlos. El clima de confianza creado entre sus integrantes evita los cuantiosos costos de la desconfianza y el enfrentamiento permanente, muy característicos de otras organizaciones. Por otra parte, los elementos del modelo favorecen un sentimiento profundo de pertenencia, que es un estímulo fundamental para la productividad y la búsqueda continua de cómo mejorar la tarea. Las ferias han resistido todos los pronósticos sobre que difícilmente podrían enfrentar los rigores del mercado. Por el contrario, se han posicionado en una situación de liderazgo en el mercado respectivo, lo que obliga a otros competidores empresariales a tratar de ajustar sus precios para poder tener un espacio. Se han convertido en el principal comercializador de alimentos básicos de la cuarta ciudad en población de Venezuela y, a pesar de su dimensión local por las cifras que manejan, son una de las principales empresas de mercadeo de alimentos del país entero. Se han desempeñado como una empresa con plena sustentabilidad que, en 15 años, ha ido ampliando continuamente su operación. Actualmente, su modelo está inspirando réplicas en diversas ciudades de Venezuela. Las claves de la excelencia alcanzada no están, en este caso, en grandes inversiones de capital manejadas con criterios empresariales clásicos de maximización de la rentabilidad y con una gerencia vertical “dura.” El capital que han movilizado es, esencialmente, “capital social.” Han promovido ciertos valores latentes en la sociedad civil, han mostrado la posibilidad de un proyecto colectivo, al mismo tiempo eficiente productivamente, útil socialmente y atractivo como marco de vida y han potenciado, a través de su particular estilo gerencial, que ellas han denominado “gestión solidaria”, elementos básicos de la concepción aceptada de capital 50 / Más ética, más desarrollo
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social, como la asociatividad, la confianza mutua y normas de comportamiento positivas hacia lo comunitario. Su objetivo, en realidad, no se reduce a lo económico. Lo declara así uno de los líderes de la experiencia, Gustavo Salas (1991): “... el objetivo fundamental del programa y su mayor aporte a la organización popular, está dado por el proceso formativo que se intenta propiciar desde todas sus actividades concretas.” Cuando son observadas desde el exterior, pareciera que se está frente a un mecanismo audaz e innovativo de mercadeo. Pero como señala un agudo observador, Luis Delgado (1998): “... en realidad, son una escuela de vida. Una escuela que potencia el desarrollo humano en colectivo, e impulsa la felicidad en las relaciones en el trabajo, en la vida familiar y personal.” Analistas locales como Machado y Freytes (1994) señalan que, a su vez, se han apoyado en el vasto capital social presente en el Estado Lara. Existe en él una vieja tradición cooperativa: es el estado de Venezuela con mayor presencia de esa clase de organizaciones cooperativas. Tenía, en 1994, 85 cooperativas; de ellas, 36 de servicios múltiples. Asimismo, presenta una densa red de organizaciones no gubernamentales (más de 3.500), numerosas asociaciones de vecinos y otras formas de organización social. Hay en el Estado Lara todo un hábitat “cultural” que favorece el desarrollo del capital social y que dio pie a una experiencia de estas características. El presupuesto municipal participativo de Porto Alegre: ampliando el capital social existente La experiencia de presupuesto municipal participativo iniciada en la ciudad de Porto Alegre (Brasil), en 1989, se ha transformado en “estrella” en el nivel internacionaly concitó amplísima atención. Entre otras expresiones de ese reconocimiento, en 1996 la ONU la escogió como uno de los 40 cambios urbanos elegidos, en todo el mundo, para ser analizados en la Conferencia Mundial sobre Asentamientos Humanos (Hábitat II, de Estambul) y, en 1997, el Instituto de Desarrollo Económico del Banco Mundial realizó una conferencia internacional en Porto Alegre, con la presencia de representantes de nueve países de la región para examinar esa prueba. Asimismo, el BID la seleccionó como una de las experiencias incluidas en su Libro Maestro sobre Participación. En el nivel nacional, cerca de 70 municipios del Brasil están iniciando pruebas similares inspiradas en Porto Alegre. Este impacto se debe a resultados muy concretos. La ciudad de Porto Alegre, de 1.300.000 habitantes, padecía en 1989 importantes problemas sociales y amEl impacto de la ética sobre el desarrollo / 51
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plios sectores de su población tenían limitado acceso a servicios básicos. El cuadro era, asimismo, de penuria aguda de recursos fiscales. El alcalde electo (elegido en 1999 gobernador del Estado al que pertenece la ciudad Rio Grande do Sul) resolvió invitar a la población a cogestionar el proceso presupuestario de modo de administrar, de acuerdo con sus reales prioridades, los recursos limitados y aumentar su eficiencia. La cogestión ofrecida se realizaría sobre el rubro de inversiones de dicho presupuesto. En este caso la invitación no fue un mero “discurso”, sino que se estableció un complejo y elaborado sistema que posibilitaba la participación masiva. La ciudad fue dividida en 16 regiones, en cada una de las cuales se analizan las cifras de ejecución presupuestaria, las estimaciones futuras y se identifican, en los barrios, prioridades que luego se van concertando y compatibilizando en los niveles regional y global. Junto a las regiones, existe otro mecanismo de análisis y decisión que funciona por grandes temas de preocupación ciudadana: desarrollo urbano, transporte, atención de la salud, tiempo libre, educación y cultura. Rodadas, reuniones intermedias, plenarios y otras formas de encuentro se van sucediendo durante todo el año, con participación de públicos amplios en algunos casos; delegados elegidos por ellos en otros; y la colaboración de los funcionarios del municipio. El presupuesto que se va conformando de abajo hacia arriba es sancionado formalmente por el Consejo Municipal. La población reaccionó con una “fiebre participativa”, como la llama Navarro (1998), a la convocatoria del alcalde. En 1995 se estimaba que 100.000 personas participaban en el proceso. Los resultados han sido sorprendentes y han echado por tierra los vaticinios pesimistas augurados por algunos sectores, que veían como una heterodoxia inadmisible la entrega de una cuestión tan técnica y delicada como el presupuesto a un proceso de participación popular. Por un lado, la población determinó sus reales necesidades. Ello generó una precisa identificación de prioridades, que reorientó recursos hacia los problemas más sentidos. Por otra parte, todo el trayecto del presupuesto, otrora impenetrable y cerrado, se abrió totalmente para la ciudadanía. Al compartirse con ella, la totalidad de la información se convirtió en transparente. Ello generó condiciones propicias para la erradicación de toda forma de corrupción. La población, masivamente, hizo el control social de la ejecución y confección de la partida de inversiones, que significó el 15% del presupuesto total y sumó, en el período 1989-1995, 700 millones de dólares. Asimismo, al existir reglas de juego claras sobre cómo sería el proceso de toma de decisiones, se recortaron al máximo los espacios para prácticas clientelares arbitrarias. La correspondencia del presupuesto con las necesidades prioritarias y la mejora de su administración llevaron a resultados muy significativos. Entre ellos, de 52 / Más ética, más desarrollo
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1990 a 1996, el abastecimiento de agua potable subió de 400.000 hogares atendidos a 484.000, cubriéndose el 98% de la población. En materia de alcantarillado, mientras que en 1989 sólo el 48% de los hogares estaban conectados a la red de cloacas, en 1997 era el 80,4%, cuando el promedio del Brasil es el 49%. El programa de legitimación de la propiedad de la tierra a sectores pobres y asentamientos humanos benefició, entre 1990 y 1996, a 167.408 personas, el l3% de toda la población. La pavimentación de calles alcanzó a 30 km por año, en las áreas pobres de la ciudad. La matrícula en escuela primaria y secundaria subió en un 159% entre 1989 y 1997 y el municipio creó un programa de alfabetización de adultos que tenía, en 1997, 5.277 participantes. La identificación de prioridades ajustadas a las reales y todo el sistema habían producido una vasta reasignación de recursos que, sumada a la participación colectiva en el monitoreo de los procesos de ejecución, posibilitó resultados de esa magnitud. La población se transformó en un gran actor del presupuesto municipal. Como describe el Libro Maestro sobre Participación del BID (1997): “Los ciudadanos de Porto Alegre han tenido oportunidad de pasar por un proceso plenamente participativo a través de haber: • expresado su comprensión de los problemas cruciales que enfrenta la ciudad; • establecido prioridades de los problemas que merecen más inmediata atención; • seleccionado las prioridades y generado soluciones prácticas; • tenido oportunidad de comparar con las soluciones creadas en otras regiones de la ciudad y en otros grupos de temas; • decidido, con el apoyo de técnicos de la oficina del alcalde, invertir en los programas menos costosos y más factibles de atender; • tomado la decisión definitiva sobre la aprobación, o no, del plan de inversiones; y • revisado los éxitos y fracasos del programa de inversiones para mejorar sus criterios para el año siguiente.” La amplia base social de apoyo a cambios presupuestarios profundos se expresó también en una fuerte presión hacia hacer más progresivo y eficiente el sistema fiscal del municipio y se realizaron importantes reformas en él que permitieron ampliar la recaudación y propiciar la equidad fiscal. En su conjunto, se modificó sensiblemente la fisonomía política tradicional del municipio, semejante a la de muchos otros de la región. Entre otras expresiones de este cambio, se hallaron: una redistribución de funciones entre municipio y sociedad civil, activación enérgica de ésta, instalación de formas de democraEl impacto de la ética sobre el desarrollo / 53
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cia directa junto a la representativa, reducción muy fuerte del margen para la corrupción, al hacerse tan trasparente y vigilado el proceso de manejo de las finanzas públicas, condiciones desfavorables para las prácticas clientelares, y descentralización de las decisiones. El proceso se basó en el capital social existente en esa sociedad. Había en ella una tradición relevante de asociaciones de la comunidad. Se movilizaron activamente y cumplieron un papel fundamental en los diversos niveles de deliberación creados. Como señala Navarro, el proceso tuvo un eje decisivo en la voluntad política del alcalde de superar los esquemas de concentración del poder usuales y convocar a la población y a dichas asociaciones a, en definitiva, “compartir el poder.” Ese llamado y la instalación de mecanismos genuinos de participación actuaron como ampliadores del capital social. Se disparó la capacidad de cooperación, se creó un clima de confianza entre los actores, se generaron estímulos significativos para un comportamiento cívico constructivo. La cultura asociativa preexistente fue un cimiento esencial para que la población participara y resultó fortalecida enormemente. El proceso demostró las potencialidades que aparecen cuando se superan las falsas oposiciones entre Estado y sociedad civil y se produce una alianza entre ambos. En Porto Alegre, el capital social se comportó de acuerdo con las previsiones de Hirschman antes señaladas. Al invertirse, mediante el presupuesto participativo, en mecanismos que implican su uso intensivo, creció. Lo señala con precisión el libro del BID antes mencionado (1997), que destaca que el proceso participativo: “… ha tenido un enorme impacto en la habilidad de los ciudadanos para responder a los retos organizadamente, como comunidad y en la capacidad de trabajar en forma conjunta para mejorar la calidad de la administración pública y, en consecuencia, la calidad de la vida.” Algunas enseñanzas Las tres experiencias reseñadas, sumariamente, han obtenido importantes impactos, demostrado fuerte sustentabilidad y alcanzado múltiples reconocimientos. ¿Cuáles han sido las claves de su éxito? Las experiencias se han desarrollado en medios muy diferentes y han atacado aspectos muy diversos; sin embargo, es posible encontrar como respuesta a esta pregunta algunos elementos comunes a todas ellas, que han influido significativamente en los resultados. En primer lugar, en los tres casos, las estrategias utilizadas se han basado en la movilización de formas de capital no tradicional. Se ha apelado a elementos intangibles, no captados por los abordajes productivos usuales. Se ha promovido 54 / Más ética, más desarrollo
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la puesta en acción de fuerzas latentes en los grupos sociales, que pueden incidir considerablemente en su capacidad de generar soluciones y de crear. En todas las experiencias se hizo entrar en juego la habilidad para buscar respuestas y ejecutarlas cooperativamente, se creó un clima de confianza entre los actores, se partió de sus culturas, se las respetó cabalmente y se promovió su desarrollo y se fomentó un estilo de conducta cívica solidario y atento al bienestar general. El estímulo a estos factores y otros semejantes creó energías comunitarias y organizacionales que pudieron llevar adelante amplios procesos de construcción, a partir de la miseria en Villa El Salvador, de recursos ínfimos en las ferias de Barquisimeto y de recursos limitados y déficit en Porto Alegre. Un segundo rasgo común es la adopción de un diseño organizacional, totalmente no tradicional, que se demostró en la práctica como conformador de un hábitat adecuado para la movilización de capital social y cultura y para la obtención de eficiencia. En los tres casos la base de ese diseño fue la participación organizada de la comunidad. Hemos analizado en detalle las posibilidades organizacionales de la participación, en un trabajo reciente (Kliksberg, 1998). Allí se señala, sobre la base del análisis de experiencias comparadas internacionales y de amplia evidencia empírica, que la participación tiene ventajas competitivas relevantes respecto de los diseños jerárquicos usuales y se identifican los mecanismos a través de los cuales se generan dichas ventajas. Por otra parte, la participación forma hoy parte central de los modelos de gerencia de las organizaciones más avanzadas existentes. Un tercer elemento distintivo de las tres experiencias es que, tras la movilización del capital social y la cultura y los diseños de gestión, abiertos y democráticos, hubo una concepción en términos de valores. Ello resulta decisivo. Sin esa concepción no hubieran podido resolverse las múltiples dificultades que derivaron del camino innovativo y no tradicional, seguido. Esos valores sirvieron de orientación continua, al tiempo que motivaron poderosamente el comportamiento y transmitieron la visión de las metas finales hacia las que se dirigían los esfuerzos, visión que actuó como inspiradora permanente. En la región se están desarrollando otras experiencias, que se caracterizan por las marcadas especificidades de cada caso por seguir, total o parcialmente, rasgos como los delineados y agregarles otros. Sus resultados son muy relevantes. Entre muchas otras, mencionables, se hallan: el programa EDUCO, en El Salvador, basado en la autoorganización de familias campesinas pobres para la gestión de escuelas rurales; los programas de Vaso de Leche en Perú; el papel de comunidades indígenas organizadas, en Bolivia y Ecuador; la participación de los padres en el manejo de las escuelas en Minas Gerais; y los diversos programas identifiEl impacto de la ética sobre el desarrollo / 55
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cados y sistemáticamente documentados y evaluados, en el marco del encuentro “Programas sociales, pobreza y participación ciudadana” realizado por el BID (1998). Se podrá argüir, como se ha hecho, que experiencias de este orden tienen un alcance limitado. Sin embargo, la realidad muestra que, si bien encuentran dificultades considerables y no son extensibles con facilidad, hacen aportes formidables: mejoran directamente la calidad de vida de amplios sectores desfavorecidos, son un laboratorio de formas sociales avanzadas, e implican un llamado motivante para progresar en esa dirección. En definitiva, es posible extraer de todos estos programas la respuesta a la pregunta que se planteaba al final de la sección anterior de este trabajo. Movilizar el capital social y la cultura, como agentes activos del desarrollo económico y social, no constituye una propuesta deseable, pero añadible a otras utopías, es viable, da resultados efectivos. Hay referencias significativas en las que apoyarse. Llevar a cabo esa movilización en escala considerable, gran desafío hacia el futuro, requerirá de políticas orgánicas y de amplias concertaciones entre Estado y sociedad civil. En la última sección de este trabajo se reflexiona sobre algunas posibles líneas de acción en el campo de potenciar la cultura para el desarrollo.
V. Hora de movilizar el potencial de la cultura La actividad cultural ha sido vista con frecuencia, desde la economía, como un campo secundario, ajeno a la vía central por la que debe tratarse de hacer avanzar el crecimiento económico. Ha sido con frecuencia catalogada, de hecho, como un área que insume recursos, que no genera retornos sobre la inversión funcionales económicamente, que es de difícil medición y cuya gerencia es de dudosa calidad. A su vez, también ha existido, desde el terreno de la cultura, una cierta tendencia al autoencierro, sin buscar activamente conexiones con los programas económicos y sociales. Todo ello ha creado una amplia brecha entre cultura y desarrollo. Ese estado de situación significa pérdidas considerables para la sociedad. Obstaculiza seriamente el avance de la cultura, que pasa a ser tratada como un campo secundario y de “puro gasto” y, al mismo tiempo, tiene un gran “costo de oportunidad”: no emplea sus posibles aportes a los procesos de desarrollo. Deben emprenderse esfuerzos sistemáticos para superar la brecha causante de estas pérdidas. Como se ha visto en las secciones anteriores, la cultura constituye una parte relevante del capital social, es portadora de múltiples posibilidades de contribución a las acciones del desarrollo y ello no es teorización, como lo han 56 / Más ética, más desarrollo
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indicado las experiencias reseñadas y otras muchas en curso. La crisis del pensamiento económico convencional abre una “oportunidad” para que, en la búsqueda de un pensamiento más comprensivo e integral del desarrollo, se incorporen en plena legitimidad sus dimensiones culturales. Antes de explorar algunas de las intersecciones posibles, una advertencia de fondo. La cultura puede ser un instrumento formidable de progreso económico y social. Sin embargo, allí no se agota su identidad. No es una mera herramienta. El desarrollo cultural es un fin en sí mismo de las sociedades. Avanzar en este campo significa enriquecer espiritual e históricamente a una sociedad y a sus individuos. Como lo subraya el Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la Unesco (1996): “Es un fin deseable en sí mismo porque da sentido a nuestra existencia.” Esa perspectiva no debe perderse. Una reconocida economista, Françoise Benhamou (1996), hace al respecto prevenciones para ser atendidas. Señala: “En realidad, sólo en áreas de un economicismo a ultranza se puede pretender justificar el gasto cultural en función de los recursos tangibles que éste puede generar como contrapartida. Las ganancias que la vida cultural le puede aportar a la colectividad no siempre cubren los gastos ocasionados. Evidentemente, el interés de estos gastos debe ser evaluado en función de otros criterios, que van más allá de la dimensión económica.” Benhamou reclama criterios diferentes para medir el “rendimiento” de algo que es, en definitiva, uno de los fines últimos de la sociedad. Advierte sobre la aplicación mecánica de criterios usualmente empleados en el campo económico y las consecuencias “fáciles” y erradas que pueden extraerse de ellos. Destaca: “Sería lamentable que en momentos en que las ciencias de la economía reconocen el valor de la dimensión cualitativa del objeto que están evaluando, los economistas se empeñen en tomar en cuenta solamente las repercusiones comerciales de la inversión cultural. ¿Hay que quejarse del costo de la vida cultural que, en definitiva, es realmente modesto? ¿No habrá que ver en él el símbolo de una nación adulta y próspera?”. Junto con ser un fin en sí misma, la cultura tiene amplísimos potenciales por movilizar para el desarrollo. Entre ellos se hallan los que se presentan, sumariamente, a continuación. Cultura y políticas sociales La movilización cultural puede ser de gran relevancia para la lucha contra la pobreza que hoy aflige, a través de diversas expresiones, a cerca de la mitad de la población de la región. Los elementos “intangibles” subyacentes en la cultura pueden cooperar de múltiples modos. El impacto de la ética sobre el desarrollo / 57
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Los grupos pobres no poseen riquezas materiales pero tienen un bagaje cultural, en oportunidades, como sucede con las poblaciones indígenas, de siglos o milenios. El respeto profundo por su cultura creará condiciones favorables para la utilización, en el marco de los programas sociales, de saberes acumulados, tradiciones, modos de vincularse con la naturaleza, capacidades culturales naturales para la autoorganización, que pueden ser de alta utilidad. Por otra parte, la consideración y valoración de la cultura de los sectores desfavorecidos es un punto clave para el crucial tema de la identidad colectiva y la autoestima. Con frecuencia, la marginalidad y la pobreza económicas son acompañadas por desvalorizaciones culturales. La cultura de los pobres es estigmatizada por sectores de la sociedad como inferior, precaria, atrasada. Se adjudican incluso, “alegremente”, a pautas de esa cultura las razones mismas de la pobreza. Los pobres sienten que, además de sus dificultades materiales, hay un proceso silencioso de “desprecio cultural” hacia sus valores, tradiciones, saberes, formas de relación. Al desvalorizar la cultura, se está, en definitiva, debilitando la identidad. Una identidad golpeada genera sentimientos colectivos e individuales de baja autoestima. Las políticas sociales deberían tener como un objetivo relevante la reversión de este proceso y la elevación de la autoestima grupal y personal de las poblaciones desfavorecidas. Una autoestima fortalecida puede ser un potente motor de construcción y creatividad. La mediación imprescindible es la cultura. La promoción de la cultura popular, la apertura de canales para su expresión, su cultivo en las generaciones jóvenes, la creación de un clima de aprecio genuino por sus contenidos harán crecer la cultura y, con ello, se devolverá identidad a los grupos empobrecidos. En América Latina hay interesantes experiencias de este orden. Entre ellas, la pujante acción de formación de coros populares y conjuntos musicales la realizada en Venezuela en las últimas décadas. Por la vía de un trabajo sostenido se conformaron en distintas comunidades, muchas de ellas pobres, conjuntos que aglutinaron a miles de niños y jóvenes en derredor, principalmente, de temas de la cultura popular. Estos espacios culturales, al mismo tiempo que permitían expresarse y crecer artísticamente a sus miembros, les transmitían amor y valoración por su cultura y fortalecían su identidad. Asimismo, tenían efectos no previstos. La práctica sistemática de estas actividades fomentaba, de hecho, hábitos de disciplina, culto por el trabajo y cooperación. Similares experiencias se realizaron en gran escala en períodos recientes en Colombia y en otros países.
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Cultura e integración social Uno de los problemas básicos de las sociedades latinoamericanas es la exclusión social. Ésta implica dificultades severas para acceder a los mercados de trabajo y de consumo, pero junto a ellas, imposibilidad de integración en marcos de la sociedad. Unos factores se refuerzan con otros y configuran círculos perversos regresivos. La democratización de la cultura puede romper estos círculos en un aspecto relevante. La creación de espacios culturales asequibles a los sectores desfavorecidos y estimulados especialmente, posibilita la creación de canales de integracion inéditos. La cultura puede, asimismo, reforzar significativamente el capital educativo de las poblaciones pobres. La región se caracteriza por poseer altas tasas de deserción y repetición de dichas poblaciones en escuela primaria. Cerca de la mitad de los niños abandona la escuela antes de completar seis grados. Deben realizarse todos los esfuerzos para mejorar esta situación. Pero, al mismo tiempo, las actividades culturales pueden funcionar como un parasistema educativo, que ofrezca posibilidades de capacitación informal, que complementen y refuercen la escuela. Un campo donde ello resultaría especialmente relevante lo conforma la amplia población de adultos que desertaron del colegio en su juventud. La cultura puede ser un marco de integración atractivo y concreto para los vastos contingentes de jóvenes latinoamericanos que se hallan actualmente fuera del mercado de trabajo y que, asimismo, no están en el sistema educativo. Constituyen, de hecho, una población muy expuesta al riesgo de la delincuencia. Los análisis sobre los fuertes avances de la criminalidad en la región, en las últimas décadas, indican que un porcentaje creciente de los delincuentes es joven y responde al perfil de desocupación y limitada educación. En los espacios culturales pueden darse, a esta población, alternativas de pertenencia social y crecimiento personal. La cultura puede realizar un aporte efectivo a la institución más básica de integración social: la familia. Investigaciones de los últimos años dan cuenta de que, junto con su decisivo papel afectivo y espiritual, la familia tiene impactos muy relevantes en muchas otras áreas. Influye fuertemente en el rendimiento educativo de los niños, en la estimulación de la creatividad y la criticidad, en el desarrollo de la inteligencia emocional, en la adquisición de una cultura de salud preventiva. Es, al mismo tiempo, una de las principales redes de protección social y el marco primario fundamental para la integración. En América Latina, ante el impacto de la pobreza, numerosas familias de las áreas humildes de la sociedad se han tensado al máximo y han ingresado en proceEl impacto de la ética sobre el desarrollo / 59
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sos de crisis. Se estima que cerca del 30% de las familias de la región constituyen unidades con sólo la madre al frente. En la gran mayoría de los casos se trata de familias de escasos recursos. Asimismo, han aumentado los hijos extramatrimoniales, indicador de la renuencia de las parejas jóvenes a conformar familias estables, muchas veces influida por las dificultades económicas para sostenerlas. Los espacios culturales ayudan a fortalecer esta institución, eje de la sociedad y de incalculables aportes a ella. La actividad conjunta de sus miembros, en dichos espacios, puede solidificar lazos. En ellos, las familias tienen la posibilidad de encontrar estímulos, respuestas, enriquecer sus realidades, compartir experiencias con otras unidades familiares con similar problemática. Cultura y valores Se asigna a los valores de una cultura un peso decisivo en el desarrollo. Se ha trabajado largamente al respecto, en años recientes, sobre el tipo de valores que han ayudado a países que han obtenido crecimiento sostenido y logros sociales significativos. Si los valores dominantes se concentran en el individualismo, la indiferencia frente al destino del otro, la falta de responsabilidad colectiva, el desinterés por el bienestar general, la búsqueda como valor central del enriquecimiento personal, el consumismo y otros semejantes, puede esperarse que estas conductas debiliten seriamente el tejido social y conduzcan a todo orden de impactos regresivos. Éstos pueden ir desde fuertes iniquidades económicas que, según indican múltiples investigaciones, generan poderosas trabas a un desarrollo económico sostenido, hasta, como ya se mencionó, descensos en la cohesión social que puede, incluso, influir negativamente sobre la esperanza de vida promedio.3 Uno de los efectos visibles de la vigencia de valores antisolidarios, es la extensión de la corrupción en diversas sociedades. Como lo resalta Lourdes Arizpe (1996): “La insistencia monotemática de que enriquecerse es lo único que vale la pena en la vida ha contribuido en gran medida a esa tendencia.” Valores positivos conducen en direcciones diferentes. Así, por ejemplo, sociedades que han estimulado y cultivado valores favorables a la equidad y los han
3 Una pionera investigación sobre la incidencia de los valores en la vida cotidiana y el tejido social se halla en el sugerente trabajo del PNUD “Desarrollo Humano en Chile, 1998. Las paradojas de modernización”. Éste explora el mundo interno de las personas y la calidad de sus relaciones con los otros y realiza hallazgos de gran relevancia en términos de capital social, de cultura y de problemas de desarrollo. Identifica un extenso malestar social en la sociedad ligado, entre otros aspectos, al debilitamiento de las interrelaciones, la desconfianza y temor al “otro.” Muy probablemente se encontraría una agenda de problemas del mismo orden si la investigación se realizara en muchas otras sociedades actuales de la región y de afuera de ella.
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reflejado en múltiples expresiones, desde sus sistemas fiscales hasta la universalización de servicios de salud y educación de buena calidad, tienen actualmente buenos niveles en ese campo que, a su vez, facilitan su progreso económico y tecnológico y su competitividad. Se mencionan con frecuencia, al respecto, casos como los de los países nórdicos, Canadá, Japón e Israel, entre otros. La cultura es el ámbito básico donde una sociedad genera valores y los transmite generacionalmente. El trabajo en cultura en América Latina, para promover y difundir sistemáticamente valores como la solidaridad de profundas raíces en las culturas indígenas autóctonas, la cooperación, la responsabilidad de unos por los otros, el cuidado conjunto del bienestar colectivo, la superación de las discriminaciones, la erradicación de la corrupción, actitudes pro mejoramiento de la equidad en una región tan marcadamente desigual, actitudes democráticas,4 puede claramente ayudar al desarrollo, además de contribuir al perfil final de la sociedad. Son notables, al respecto, los resultados alcanzados por sociedades que han cultivado consistentemente el voluntarismo en las nuevas generaciones. La acción voluntaria recoge muchos de los valores antes mencionados. Tiene una notable importancia en lo educativo, produce resultados económicos significativos al añadir horas de trabajo sin salario a programas relevantes para la sociedad y es un estímulo que promueve sentimientos de solidaridad y cooperación. En diversos países los voluntarios constituyen un porcentaje considerable de la fuerza de trabajo total del sector social, su actividad es valorizada por toda la sociedad y es una posibilidad que puede atraer a numerosos jóvenes. Hay amplios contingentes de voluntarios en países como, entre otros, los nórdicos, Canadá, varios de Europa occidental, en Estados Unidos e Israel. En este último caso, Faigon (1994) indica que un 25% de la población realiza tareas voluntarias de modo regular, particularmente en el campo social y genera bienes y servicios equivalentes al 8% del Producto Bruto Nacional. Las bases de estos resultados se hallan, según subraya, en la cultura judía, que jerarquiza el servicio voluntario a la comunidad como un deber y en la educación sistemática de valores solidarios en los marcos de la escuela israelí. El cultivo de los valores a través de la cultura y la participación, desde los primeros años, en actividades voluntarias y en tareas comunitarias tiene un peso considerable en la adquisición de compromisos cívicos en las edades adultas, según indican Youniss, McLellan y Yates (1997), sobre la base de investigaciones recientes. Se observa una correlación estadística entre haber actuado en organi-
Puede encontrarse una exploración detallada de la trascendencia de los valores culturales para el fortalecimiento de una sociedad democrática y la necesidad de enfrentar y superar en la región actitudes culturales autoritarias, en los trabajos del Proyecto Regional Cultura y Democracia, impulsado por el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Maryland, que dirige Saúl Sosnowski. 4
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zaciones en los años jóvenes y el involucramiento en la sociedad en épocas posteriores. Así, un estudio en Estados Unidos evidenció que quienes fueron miembros de clubes 4H tenían, 25 años después, el doble de probabilidad de estar integrando asociaciones cívicas que quienes no pasaron por ellos y una probabilidad cuatro veces mayor de estar participando en política. Otro estudio sobre graduados de escuelas secundarias mostró que, 15 años después, los que habían participado en actividades extracurriculares en el colegio, tenían mayor probabilidad de formar parte de asociaciones voluntarias. Los valores y la participación van moldeando lo que los autores llaman una “identidad cívica” encaminada hacia el asumir compromisos con la comunidad y aportar continuamente a ella. Una interesante experiencia, orientada a promover valores culturales valiosos para la sociedad, se realizó en Noruega. El 30 de enero de 1998, dicho país estableció la Comisión Gubernamental de Valores Humanos. Sus finalidades centrales eran: a) crear en la sociedad una conciencia creciente acerca de los valores y los problemas éticos; b) contribuir a un mayor conocimiento acerca del desarrollo de valores humanos en nuestra cultura contemporánea; c) identificar desafíos actuales en materia ética de la sociedad y discutir posibles respuestas; y d) promover que los diferentes sectores de la sociedad se integren a este debate. La comisión estuvo constituida por miembros que procedían de diversos sectores sociales y de diferentes generaciones. Sus actividades se orientaron a que el tema de los valores estuviera en el centro de la agenda pública, fuera discutido por las instituciones tanto públicas como privadas, se identificaran y explicitaran los dilemas éticos y se buscaran respuestas para ellos. Entre las primeras iniciativas que puso en marcha se hallaba la de que todas las escuelas del país discutieran acerca de cómo los derechos proclamados en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU se estaban aplicando en el ámbito local. También impulsó estudios en el nivel municipal, en el que descentralizó muchas de sus acciones, sobre las tensiones que niños y jóvenes sufren entre los valores con frecuencia contradictorios que reciben en el hogar, la escuela y la iglesia, en relación con los que les llegan por los medios masivos. Otro proyecto estuvo destinado a aumentar el grado de conciencia en relación con la responsabilidad, la solidaridad y la participación. Uno de los proyectos invitó a los alcaldes de los 434 municipios del país a iniciar un proceso deliberativo en el ámbito local para contestar la cuestión: cuáles son los rasgos básicos de una buena comunidad local. La experiencia fue muy exitosa. Hubo gran participación y, según indica la comisión (Sorensen, 2001), enfocaron como elementos fundamentales de una buena comunidad los siguientes (presentados en el orden de prioridad que les fue dado por las comunidades locales): 62 / Más ética, más desarrollo
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• Una comunidad local viva: buenas redes sociales, lugares atractivos para reunirse y actividades comunes en el ambiente local. • Identificación y compromiso local: conocimiento de historia regional, tradiciones y monumentos culturales, conciencia de las bases culturales de la comunidad local actual y sus tradiciones y tolerancia. • Libertad, posibilidad de opciones y una vida activa: libertad de presiones sociales conformistas, libertad de elegir las comunidades sociales en las que uno participa, posibilidad de desafiar las propias limitaciones de uno. • Seguridad: seguridad material, seguridad social, compasión humana, seguridad contra la violencia, seguridad en el tráfico. (Grupos de diversas edades, obviamente, obtuvieron distintas prioridades.) • Ambiente de crecimiento para niños y jóvenes: las oportunidades en el futuro de la comunidad local, una comunidad a la que les gustaría volver, el reto de escuchar las necesidades de la juventud, actividades diseñadas e implementadas por los propios jóvenes con el activo apoyo de la comunidad adulta. • Inclusión y participación: hacer cosas juntos, apoyar a los entusiastas, crear buenas condiciones para el crecimiento del voluntariado. • Servicios públicos y privados: salud, disponibilidad de bienes y servicios, escuelas, vivienda, transporte. • Medioambiente: la naturaleza como fuente de creación, la polución medioambiental como problema. • Disponibilidad de entretenimientos y actividades culturales. • Disponibilidad de empleos. En general, la comisión estimó que “había alcanzado más de lo que esperaba.” En la movilización de las potencialidades culturales de América Latina, una región con inmensas posibilidades en este ámbito, como lo evidencia su fecundidad en tantos campos artísticos, se hallan importantes posibilidades de aporte a objetivos tan fundamentales como los presentados: lucha contra la pobreza, desarrollo de la integración social, fortalecimiento de valores comunitarios, solidarios y participativos. Dicha movilización requiere de una acción concertada entre el Estado y las organizaciones de la sociedad civil. Ambos deben coordinar estrechamente esfuerzos, aportar lo mejor que cada uno pueda contribuir para, en conjunto, liberar las ingentes fuerzas populares de creatividad cultural latentes en la región y reforzar su legado de valores positivos. Hay serias falencias en América Latina en esta materia. Junto con grandes esfuerzos de algunos sectores por avanzar en la cultura e importantes concreciones, El impacto de la ética sobre el desarrollo / 63
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se observan reservas y marginaciones por parte de otros en incorporar la cultura a la agenda central del desarrollo. Se le restan recursos, se la hace objeto preferencial de recortes presupuestarios, se la somete a continuos cambios sin permitir la estabilidad necesaria para asentar actividades e instituciones. Se argumenta, asimismo, con frecuencia, que se trataría de una especie de necesidad secundaria que tendría su lugar cuando otras previas se hubieran satisfecho. Se llega, en algunos casos, a la situación tan bien descripta por Pierre Bourdieu (1986): “… la ausencia de cultura se acompaña, generalmente, de la ausencia del sentimiento de esta ausencia.” Estos razonamientos y prácticas están dejando de utilizar una de las grandes fuerzas que pueden hacer cambios profundos en las realidades de un continente, con tan difíciles desafíos abiertos en campos decisivos en la vida cotidiana de las personas, como la pobreza y la iniquidad.5 Ha llegado la hora de superarlas y explorar activamente los múltiples aportes que la cultura puede hacer al desarrollo.
VI. Algunas anotaciones finales La reflexión sobre el capital social y la cultura rompe, como se planteó en el inicio de este trabajo, con la visión economicista reduccionista que ha predominado en América Latina. Existe en la ciudadanía de la región una criticidad creciente sobre esa visión, que se basa en sus resultados concretos. Aplicándola, América Latina ha tenido bajo crecimiento, vulnerabilidad y volatilidad económica, aumento de la pobreza, incremento de las desigualdades, exclusión social. Frente a esta experiencia, las sociedades están demandando opciones; se hallan en activa búsqueda de modelos de desarrollo incluyentes que abran oportunidades para todos. La idea de capital social abre nuevas vías a la interpretación de la causa de las frustraciones de la región en las dos últimas décadas y al mismo tiempo enriquece la posibilidad de buscar soluciones reales. La propuesta no es reemplazar la visión economicista ortodoxa del desarrollo por el enfoque de capital social. Es marchar hacia un modelo de desarrollo integrado. En el abordaje ortodoxo sólo se pone el énfasis en dos formas de capital: el capital natural, conformado por la dotación de recursos naturales de una sociedad y el capital construido, constituido por los activos productivos, el capital financiero, el capital comercial, las tecnologías. Con di-
Pueden hallarse varios trabajos recientes sobre las nuevas formas de la pobreza en América Latina en B. Kliksberg (2003), “Hacia una economía con rostro humano.” Fondo de Cultura Económica, 10ma edición. El autor explora detalladamente el tema de la iniquidad en B. Kliksberg (1999), “Desigualdad y desarrollo en América Latina. El debate postergado.” Reforma y Democracia. Revista del CLAD, Caracas.
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ficultades, la economía convencional fue aceptando en las últimas décadas la existencia de una tercera forma de capital, el humano, que se expresa en los niveles de educación, salud, nutrición de la población de un país. La noción de capital social no excluye ninguno de los tres anteriores, sino se plantea como otra forma de capital que hay que sumar a ellos para captar la real dinámica del desarrollo. Los cuatro son necesarios para el desarrollo. Existen entre ellos interrelaciones activas. Si se deteriora el capital humano y el capital social, eso incidirá en obstáculos muy serios para poder explotar adecuadamente el capital natural y generar formas de capital construido. Por lo contrario, como ha sucedido en casos recientes con países como Irlanda, Finlandia, Noruega, entre otros, que apostaron fuertemente al capital humano y al social, su promoción crea condiciones optimas para movilizar a fondo el capital natural y el construido y alcanzar altos niveles de productividad. Las insuficiencias del modelo de desarrollo latinoamericano en las últimas décadas aparecen fuertemente vinculadas entre los aspectos básicos a los pronunciados deterioros en los capitales humano y social. Así, ejemplificándolo, en el primer caso, la brecha en educación entre la región y los países de desarrollo alto y mediano creció fuertemente, mientras que en lo relativo al capital social, las altísimas desigualdades características de la región atentaron contra el desarrollo de la confianza y la conciencia cívica. Un modelo sólo centrado en las estructuras clásicas de capital, unidimensional, generó resultados muy precarios. La inclusión de las cuatro formas de capital y su complementación continua en circuitos virtuosos, crea la posibilidad de un modelo de desarrollo integrado, que ha sido la base de las economías más exitosas de las últimas décadas. En todas ellas florecieron expresiones del capital social. Éste no es una mera abstracción. Si una sociedad tiene elevados niveles de confianza en las relaciones interpersonales, capacidades importantes de asociatividad, fuerte conciencia cívica y predominan en ella valores éticos positivos, tendrá el sustrato donde pueden crecer dimensiones altamente incididas por el capital social, como la responsabilidad social empresarial, el voluntariado, la participación ciudadana, la transparencia en la gestión pública, la concertación. Todos ellos fueron clave en países con grandes logros económicos, sociales y tecnológicos, como los nórdicos y Canadá. La incorporación al análisis y la acción por el desarrollo en América Latina del capital social y la cultura permite entender mucho mejor por qué países potencialmente tan bien dotados como los de la región han tenido tantas dificultades y abre renovadas esperanzas dado que América Latina es muy rica en bases espirituales y culturales, que pueden posibilitar la generación de un potente capital social. El impacto de la ética sobre el desarrollo / 65
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Los niños latinoamericanos en riesgo El discurso usual en América Latina repite constantemente: “Los niños deben ser lo primero.” Cuando se confronta con los datos, la situación es inversa: los niños son los más perjudicados por la evolución de la región, son los últimos. El 58% de los niños menores de cinco años de edad son pobres y lo mismo sucede con el 57% de los de 6 a 12 años. Algo muy extraño sucede con la economía cuando en un continente con grandes capacidades de producción de alimentos, el 36% de los niños menores de dos años de edad está en situación de “alto riesgo alimentario”; ello significa que presentan desnutrición. En Centroamérica y en la misma Argentina se han producido muertes de niños por hambre. Según las ciencias médicas, la desnutrición en edades menores a los 5 años, causa déficits en el desarrollo intelectual, enfermedades respiratorias agudas, enfermedades infecciosas en general y puede culminar como ha sucedido en Tucumán en la Argentina, con casos de muerte. De 6 a 12 años puede traer raquitismo, déficits en el crecimiento, vulnerabilidad y perturbación de las funciones del sistema nervioso. Según la Organización Panamericana de la Salud, 190.000 niños latinoamericanos mueren al año por enfermedades prevenibles ligadas a la pobreza (diarrea y problemas respiratorios). Los desafíos éticos de América Latina / 69
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Nadie discute que los niños deberían tener el derecho a estudiar. Los países avanzados están logrando que sus niños completen totalmente el preescolar, la primaria y la secundaria. En América Latina sólo 1 de cada 5 va al preescolar y si bien casi todos inician la primaria, paso muy positivo, el 37% de los adolescentes de 15 a 19 años desertan de la escuela, casi la mitad de ellos antes de terminar la primaria. Las altísimas tasas de deserción y repetición están concentradas masivamente en la población infantil pobre. Los niños pobres tienen las mismas “ganas” de estudiar que todos, pero no pueden hacerlo. Las causas son muy concretas. Un porcentaje abandona por desnutrición. Otro muy relevante porque trabaja; según la OIT hay 22 millones de niños menores de 14 años que trabajan largas jornadas en la región. Lo califica de “esclavitud forzada”, dadas las condiciones lesivas para su salud y educación y la explotación a que son sometidos. En Bolivia, Perú y Ecuador el porcentaje de niños trabajadores entre las edades de 10 y 14 años excede el 20% (BID, 2002). Una tercera razón de la deserción de los niños pobres es que muchos vienen de familias desarticuladas por el embate de la pobreza. Aquí se halla uno de los mayores sufrimientos “silenciosos” que viven a diario los niños latinoamericanos.
La familia en peligro El equilibrio emocional, el desarrollo afectivo y psicológico, la formación en valores, la adquisición de una cultura de salud preventiva, el desarrollo de las calidades intelectuales básicas, todo ello depende de la familia. Esta institución decisiva en la vida y según se sabe hoy de gran peso en el desempeño institucional y macroeconómico de los países, está seriamente amenazada en la región por el avance de la pobreza. Los apremios socioeconómicos agudos y la desocupación prolongada ponen en tensión extrema a la familia y en numerosos casos hay una “implosión”: la familia se rompe. Normalmente sólo la madre queda a su frente. Más del 25% de los hogares latinoamericanos están en esa situación. En un país como Argentina, la destrucción de familias por el deterioro económico ha tenido expresiones agudas también en los estratos medios. La desocupación ha ido del 13% al 21% desde los años noventa. Los impactos sobre la familia fueron cruentos. Una investigación de la UBA (2002, Juan Tausk, cátedra de psicopatología) sobre desocupados muestra que el 75% de ellos sufre consecuencias psíquicas: “las mujeres y hombres casados en particular.” Los datos indican: “Cuando se pierde el empleo y se ve que no se tiene chance de recuperarlo y de sostener su familia, el hombre empieza a destruirse como sujeto y a destruir el grupo familiar y sus lazos sociales.” El impacto de la alta desocupación es muy duro para las familias latinoamericanas. Los niños son las 70 / Más ética, más desarrollo
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víctimas directas de la desarticulación de la familia. Según los estudios de Katzman (1997), ello repercute en la deserción, el rendimiento escolar y la salud. Los niños que no viven con sus dos padres tienen mayores daños en diferentes aspectos del desarrollo psicomotriz. Si el cuadro familiar lleva a la violencia doméstica que está en ascenso en la región, los daños son extremos. Un estudio del BID en Nicaragua muestra que los hijos de familias con violencia intrafamiliar son tres veces más propensos a asistir a consultas médicas, son hospitalizados con mayor frecuencia y abandonan la escuela en promedio a los 9 años. Otra agresión silenciosa a la que están sujetos los niños de todos los estratos sociales de la región es la de la violencia en medios visuales masivos reiteradamente denunciada por la Iglesia Católica y otras organizaciones de la sociedad. En América Latina no hay mayores progresos al respecto. Una investigación de la universidad de Michigan (The Washington Post, 10/03/03) concluyó categóricamente que los niños expuestos a altas dosis de violencia televisiva tienen el doble de probabilidad cuando adultos de incurrir en violencia doméstica y mayor propensión al delito.
¿Niños de la calle? Se los suele llamar “niños de la calle.” Son la expresión extrema de que algo no anda bien en nuestras sociedades. Cada vez son más. Se encuentran viviendo en las calles de Buenos Aires, Río, São Paulo, Bogotá y cualquier ciudad importante de la región. Viven en extrema pobreza, su salud es ínfima y su maltrato extremo. Un estudio del BID en Honduras encontró que el 60% de los 20.000 niños en esa condición en Tegucigalpa sufren depresión y 6 de cada 100 optan por suicidarse. Mil trescientos niños y jóvenes han sido asesinados allí en los últimos 4 años, según ha denunciado Casa Alianza, premiada ONG que los defiende. Diversos organismos internacionales han lanzado una campaña para que deje de llamárselos niños de la calle; ello es engañoso, pareciera que la calle fuese su elección. No es así, como lo plantea el padre Cesare de la Rocca del Brasil: “no existen niños de la calle, sino niños fuera de la escuela, la familia y la comunidad.” Es la sociedad entera la que no está cumpliendo con sus funciones más elementales.
Hora de reaccionar Probablemente el parámetro más importante para medir si una economía es exitosa no son las medidas económicas convencionales, sino qué hace por los niLos desafíos éticos de América Latina / 71
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ños, en qué medida asegura los derechos indiscutibles que les asignan la ética más básica y las constituciones democráticas. Muchos países de América Latina están distantes de pasar esa prueba. Es hora de que el discurso consensual sobre la infancia se traslade a los hechos concretos. Se necesitan políticas públicas que realmente se hagan responsables por garantizar a todos los niños sus derechos indiscutibles de nutrición, salud, educación y desarrollo y que protejan el pilar de su felicidad y equilibrio, la familia. Es un momento de encrucijada. Las políticas pueden ir en una u otra dirección. Así, por ejemplo, hay quienes prometen una solución muy sencilla para los niños delincuentes: bajar la edad de imputabilidad para encarcelarlos. En ninguna sociedad avanzada del mundo se hace hoy eso. Todo el esfuerzo está volcado en su rehabilitación. Está demostrado que la mejor manera de reducir las tasas delincuenciales de niños y jóvenes se halla en invertir en fortalecer la familia, aumentar la educación y crear oportunidades de trabajo en el caso de los jóvenes (hoy se estima que la tasa de desocupación juvenil latinoamericana supera el 20%). A la acción pública a través de políticas agresivas pro infancia pobre debe sumarse una amplia movilización de la sociedad civil. Empresas privadas socialmente responsables que colaboren, el voluntariado, las organizaciones de todo orden pueden contribuir a una ejecución eficiente de las políticas públicas y adicionar recursos e iniciativas creativas. Son notables los logros de Unicef e instituciones como, entre otras, Cáritas, Fe y Alegría, Casa Alianza. Una alianza estratégica entre políticas públicas responsables y el capital social puede cambiar la situación. Es urgente actuar. Las generaciones futuras juzgarán a América Latina más que nada por lo que ha hecho con su gente y sobre todo con sus niños. ¿Seguiremos en esta pasividad culpable frente a tanto sufrimiento infantil o pondremos en marcha la indignación que pregonan los textos bíblicos frente a las grandes injusticias éticas como ésta?
Más desigualdad, más corrupción Según cálculos recientes del Banco Mundial, se gasta anualmente en corrupción en el planeta el 5% del Producto Bruto Mundial. Hay estimaciones que indican que la cifra latinoamericana es probablemente superior. Son recursos gigantescos extraídos de los países a través de prácticas que violan la ética y las leyes. Además del daño económico directo, causan todo orden de daños económicos indirectos y más allá de todo ello, gravísimos daños morales. Un reciente estudio de dos investigadores de Harvard, You Jong-Sung y Sanjeev Khagram (enero 2004), 72 / Más ética, más desarrollo
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echa por tierra muchas ideas convencionales sobre las causas de la corrupción y abre nuevos caminos para combatirla. Sobre la base de estudios econométricos en más de 100 países, los investigadores concluyen que hay una estrecha correlación entre desigualdad y corrupción. Cuanto más altos son los niveles de iniquidad mayor es la corrupción esperable. Establecen que se verifica una hipótesis generalizada en la literatura sobre corrupción que plantea que ésta es función de la motivación y la oportunidad. En las sociedades altamente polarizadas, los grupos de mayor poder cuentan con más oportunidades e incentivos para prácticas corruptas y mayores posibilidades de impunidad. Su acceso a la compra de influencias legales e ilegales es muy importante. En cambio, los grupos pobres y los medios alcanzan en esas sociedades limitados niveles de articulación política, dificultades de organización y son débiles para monitorear a los poderosos y defenderse de esas prácticas. La corrupción, a su vez, es uno de los canales principales multiplicadores de desigualdad. Afecta regresivamente la composición del gasto público, los niveles de inversión, el crecimiento económico y el funcionamiento democrático. Gupta (1998) estima que un incremento de un punto en el índice de corrupción hace aumentar el Coeficiente Gini, que mide la desigualdad en la distribución del ingreso en 5,4 puntos. Se genera un círculo perverso. Cuanto más desigualdad, más corrupción. A su vez, esta última es una de las vías por las que la desigualdad traba el crecimiento y se reproduce, generando entonces ambientes propicios a la corrupción. Se refuerzan mutuamente. Se concluye que para actuar contra la corrupción estructuralmente se impone abordar a fondo el tema de la desigualdad —en lugar de verlos como dos cuestiones no conectadas— y marginarlo como sucede en el pensamiento económico convencional predominante en América Latina y Argentina. La investigación hace otra constatación que refuta la ortodoxia circulante. Determina cuantitativamente que al contrario de lo que se piensa, los gobiernos pequeños —y no los grandes— son los que presentan mayores niveles de corrupción. Los pequeños implican sociedades donde hay bajos niveles de presión impositiva y escasas transferencias y subsidios. Los grandes representan con frecuencia tendencias inversas. Detrás del rol de los gobiernos y los niveles de corrupción hay un factor común, los grados de equidad. Una muestra de ello es el caso de los países escandinavos, que son líderes en inexistencia o bajos niveles de corrupción y cuentan con amplios y muy activos gobiernos. Tienen elevados niveles de igualdad. El monto promedio del 10% de más altos ingresos, corresponde a sólo 1,5 el del 50% de la población que menores importes percibe. Un estado activo es un componente central de este cuadro. El tema no es eliminar la actividad estatal para reducir la corrupción, sino mejorar su calidad para que faLos desafíos éticos de América Latina / 73
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vorezca una igualdad de oportunidades que a su vez creará condiciones contrarias a las que alienten la corrupción. Las conclusiones de los investigadores son una importante referencia para entender mejor la realidad latinoamericana y argentina y para encontrar vías para solución. La correlación aumento de la desigualdad, aumento de la corrupción ha tenido gran fuerza en el continente y en el país. En las últimas décadas se agudizó aún más la severa desigualdad latinoamericana lo cual convirtío a la región en la más inequitativa de todo el planeta. El 10% más rico es propietario del 48% del ingreso, el 10% más pobre sólo tiene el 1,6%. Peor aun que en África, donde las proporciones son 42,2 y 2,1. En la Argentina de los años noventa, las desigualdades crecieron casi brutalmente, por la acción de políticas que debilitaron las oportunidades productivas para los pobres y los estratos medios y generaron grandes concentraciones de ingresos en reducidos niveles sociales. Así, el porcentaje que representan los salarios en el ingreso nacional que era en 1950 el 51,9% y en 1993 el 29,4%, pasó a contraerse en 1998 al 24%, la clase media se redujo en un 20% en la década de 1990, la tasa de desempleo pasó del 9,6 % en 1993 a 17,4 % en 2001 y la población pobre más que se duplicó en dicha década. La distancia entre el 10% más rico y el 10% más pobre que era de 18 veces en 1993, pasó a 24 veces en 1998 y a 26 en 2.000 (en Corea es de 8 a 1). Se creó en el país y en la región un ambiente propicio para la corrupción en términos de oportunidades e incentivos, de acuerdo con la tipificación de los investigadores de Harvard. Efectivamente, la corrupción creció significativamente en la Argentina según la percepción de amplísimos sectores de la opinión pública y también las innumerables denuncias. Asimismo, el argumento de que la reducción del Estado eliminaría las prácticas corruptas se mostró irreal. Un Estado débil, sin capacidad de regulación ni monitoreo, con una ecuación fiscal cada vez más regresiva, centrada en impuestos al consumo lesivo para las mayorías, generó espacios de gran envergadura para la corrupción. Ésta incidió a su vez sobre un empeoramiento en los niveles de iniquidad. Entre otros efectos, el aumento de la corrupción en lugar de atraer repele las inversiones externas estables. La mejor identificación de algunos de los mecanismos incentivadores de la corrupción permite atisbar soluciones. Como bien señalan al concluir su trabajo Jong-Sung y Khagram: “Después de todo, la corrupción no es un destino.” Hoy la ciudadanía de la región y del país percibe crecientemente que las grandes desigualdades además de injustas son letales para el avance de la economía y clama contra ellas exigiendo la democratización del acceso a oportunidades productivas. Percibe también que un Estado remodelado, eficiente, descentralizado, 74 / Más ética, más desarrollo
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transparente, participativo, articulado con la sociedad civil, tiene un gran rol por jugar. Así, mientras que en 1995, la mayoría de los ciudadanos eran partidarios de las privatizaciones, la última edición de la encuesta LatinBarómetro dice que los tiempos han cambiado. Así el 79% de los centroamericanos están insatisfechos con el traspaso a control privado de servicios públicos estatales de suministro de agua, electricidad y telefonía y sólo el 17% considera que las privatizaciones han sido beneficiosas. En la Argentina, una encuesta de Artemio López (febrero 2004) en la región metropolitana y partidos del conurbano indica que el 78,6% de la población no quiere reprivatizaciones y el 51,3% piensa que la mayoría de las empresas privatizadas no cumple sus contratos. Al mismo tiempo son abrumadores los pedidos para ampliar los servicios públicos de atención a la población en campos cruciales como la salud, la educación y otros similares. El reclamo por más equidad, la articulación creciente de la sociedad para conseguirla, la percepción de que tiene como uno de sus componentes un Estado activo en la provisión de servicios básicos a la ciudadanía, el amplio apoyo que las políticas públicas orientadas en estas direcciones están teniendo en países como la Argentina y Brasil entre otros, pueden ayudar a terminar con los incentivos que favorecieron a la proliferación de la corrupción. Uno de los efectos más perversos de los años noventa en el país fue la cuasi legitimación de las prácticas corruptas como “viveza criolla” y la estereotipación como “idiotas” de quienes se resistían a beneficiarse con ellas. Una gran luchadora anticorrupción, la jueza francesa Eva Joly, nos recuerda en su reciente obra Impunidad (2003) que en realidad es al revés. “Idiota” es en la acepción original ateniense del termino aquel que piensa solamente en sus intereses privados, mientras que “un hombre libre digno de ese nombre se consagra al bien común.”
La marginalidad rural Argentina tiene desafíos humanos inéditos. El 54,7% de la población es pobre. El 71,2% de los niños viven en la pobreza. El 50% de los niños de entre 6 meses y 2 años padecen anemia. Dos millones de niños no tienen cubiertas sus necesidades básicas. El 22% de los niños de entre 5 y 14 años de edad trabajan, según datos de Unicef. La desigualdad ascendió fuertemente en los años noventa. Frente a este panorama, se requiere movilizar el inmenso potencial productivo del país, a través de fórmulas económicas imaginativas que democraticen las oportunidades. Hay una demanda social creciente por una economía plural, en la cual haya amplios espacios para las pequeñas y medianas empresas urbanas y ruLos desafíos éticos de América Latina / 75
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rales, acceso al crédito y a la tecnología, apoyo para mejorar la competitividad y desarrollo de la economía social. Esa economía con rostro humano debe tener también fuerte presencia en las zonas rurales, clave para la economía. En ellas la pobreza es aun mayor que en las urbanas. El 80% de los niños de 11 provincias del norte argentino es pobre. Son mayores las tasas de mortalidad infantil rural. Muchos niños trabajan con frecuencia en contacto con agroquímicos u otras sustancias peligrosas, en el manejo de los cultivos, en el cuidado de animales o en el hogar, en detrimento de su educación. La situación de los jóvenes que viven en el campo es precaria, pues se incorporan antes que los jóvenes urbanos a trabajar (un 60% de los jóvenes de 14 a 19 años trabaja) y tienen menos posibilidades de cursar la escuela media. Presentan altos niveles de desocupación. Del 15% al 20% de los jóvenes de las provincias no trabajan ni estudian. Por otra parte, sus perspectivas son inciertas. Si migran a las ciudades, sus chances de inserción están acotadas por las exigencias de capacitación y por la distancia entre sus experiencias, y las demandas del mercado (Román 2003). El reto es cómo abrir oportunidades para su plena inclusión productiva en las áreas rurales. Cómo impulsar acciones que favorezcan su desarrollo como pequeños productores y, al mismo tiempo, fortalezcan su capital educativo y su formación integral. El aumento de su inclusión productiva tendría todo tipo de efectos multiplicadores en las economías regionales, pues reduciría las tasas de migración y fortalecería la base humana para seguir aumentando los niveles de productividad y competitividad de la producción agraria nacional.
Un fin en sí mismo Por otra parte, este objetivo es un fin en sí mismo. Reducir la pobreza juvenil rural y mejorar los niveles de educación y salud en el campo es una deuda ética. El impulso a formas de economía plural y solidaria en las zonas rurales puede ayudar mucho al respecto y tiene en el país una larga tradición con logros trascendentes. En ella se inscribe la acción pionera de las colonias agrícolas, fruto de generaciones migratorias que las transformaron a través de la acción colectiva en emporios de actividad y en modelos de organización social. Promovieron modalidades cooperativas que tuvieron gran éxito. Ya en 1900, por ejemplo, se creó en Basavilbaso la cooperativa La Agrícola Israelita. En ese año se registraron en el país 1.492 cooperativas agrarias con casi 450.000 miembros. 76 / Más ética, más desarrollo
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Hay en las áreas rurales un gran capital social de asociatividad y valores éticos, que se refleja en la red cooperativa, en el apego a los valores morales y a la familia, en el cultivo natural de la solidaridad y la hospitalidad propias del hombre de campo argentino y otros aspectos no cuantificables, pero, como hoy sabemos, altamente influyentes en la economía. Urge crear condiciones que abran paso a la movilización de este inmenso capital social, a través de amplias alianzas de las políticas públicas, los municipios, los grupos empresariales y la sociedad civil. Hay demasiado sufrimiento, exclusión y postergación de niños, jóvenes y familias, no admisible moralmente, en las áreas rurales del país y de la región.
Un escándalo ético. Los niños de la calle Leidy Tabares es una niña de la calle de Medellín cuyo nombre recorrió el mundo. Sobrevivía vendiendo rosas de mesa en mesa. Fue la figura central de la Vendedora de rosas una célebre película colombiana que documenta la vida de los niños de la calle nominada para la Palma de Oro de Cannes. Todos los protagonistas eran como Leidy y su dura vida estremeció al mundo. Su encanto y actuación le valieron el premio de mejor actriz en tres festivales internacionales. Por todo ello según informa El País de Madrid (Carlin, 2004), recibió sólo 1.000 euros. Un año después tuvo que volver a la calle a vender rosas. De los 17 niños que actuaron en el film, nueve fueron asesinados. En las principales ciudades del Brasil, grupos policiales o parapoliciales asesinan diariamente 3 niños de la calle y hay quienes llaman a estos niños “desechables.” En Honduras un promedio mensual de 50 niños y jóvenes menores de 23 años han sido asesinados en los últimos años sin que estos crímenes hayan sido denunciados. En la provincia de Buenos Aires, el Ministerio de Seguridad emitió tiempo atrás una circular a los jefes policiales que tuvo que ser anulada a causa del repudio ciudadano. Ordenaba: “poner a disposición de la Justicia de Menores (o sea encarcelar) a los niños desprotegidos en la vía pública y/o pidiendo limosna.” Bruce Harris, director de Casa Alianza, laureada por defenderlos, los llama “los nuevos parias de la tierra.” Estima que hay 40 millones de niños en América Latina que viven en la calle o trabajan en ella. Detrás está la necesidad de trabajar para sobrevivir, familias quebradas, exclusión social. En México, Bolivia, Perú y Ecuador trabajan el 20% de los niños menores de 14 años. En Brasil se estima que hay 2 millones de niños trabajando, en Argentina 1.500.000. En Centroamérica, 1.300.000. Los niños que viven en la calle en muchas ciudades de América Latina duermen en edificios abandonados, debajo de puentes, en portales, parques, alcantarillas. Su trabajo es limpiar parabrisas, hacer malabares con Los desafíos éticos de América Latina / 77
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antorchas, recolectar basura (“cartonear”), y mendigar. Su salud y nutrición son muy precarias y, están indocumentados. Son víctimas preferidas del comercio sexual, el cual ha ido creciendo. Ejemplos, las recientes denuncias sobre bandas de esclavitud sexual en la Capital Federal y el intento de asesinar a una jueza que está investigando mafias dedicadas a la prostitución infantil en la provincia de Buenos Aires. También ha crecido el tráfico de niños, que son robados para el mercado sexual o la explotación. Según la ONU, la trata de personas es uno de los negocios del crimen en mayor expansión la y se ha elevado fuertemente en países como Colombia, Brasil y República Dominicana. Otra película laureada, brasileña Estación central, denuncia a su inicio una de sus expresiones más brutales, las bandas de robo de órganos de niños. A todo ello se suma la utilización de los menores por los grupos de la droga. En estas condiciones, vivir en la calle es casi vivir en el infierno. Y así lo testimonian recientes estudios sobre los altos niveles de depresión psíquica, búsqueda de salida a través de los pegamentos y otras drogas y finalmente suicidios en esta población infantil desesperada. Detrás de este cuadro que vulnera todas las convicciones éticas de sociedades cuyas creencias religiosas y morales reclaman dar afecto y protección a los niños, se hallan el avance de la pauperización y de las iniquidades en la región y su impacto destructivo sobre las familias. Estos niños están pagando los costos de políticas insensibles a sus efectos sobre la población, la reducción de las coberturas sociales, la caída en la pobreza de muchas familias antes de clase media y la polarización social. Una sociedad que excluye y una familia desarticulada por estos impactos los empujaron fuera de todas las estructuras. Es muy cómodo llamarlos “niños de la calle”, como si ellos hubieran decidido vivir en ella y hay quienes calman su conciencia con esa racionalización. Las investigaciones indican lo contrario. Están allí porque han sido acorralados, casi expulsados por la sociedad y abandonados. Se impone buscar salidas a esta situación éticamente intolerable. Hay quienes muestran el camino. Unicef ha elevado continuamente a los gobiernos propuestas concretas e indicado vías para financiarlas, entre ellas la reducción del gasto militar. Organizaciones internacionalmente reconocidas, como Casa Alianza y JUCONI de México, han mostrado que mediante programas orgánicos de protección, educación y reintegración familiar es posible rescatar a muchos de los niños. En la Argentina, entre otras instituciones ejemplares, Ieladeinu (Nuestros Hijos) de la comunidad judía ha devuelto la dignidad y recuperado en poco tiempo a 300 niños en riesgo grave y “Las Viejas del Andén” recorre las vías férreas y las estaciones de trenes en áreas del Gran Buenos Aires recogiendo y rehabili78 / Más ética, más desarrollo
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tando a los niños que viven en ellas. Se impone la necesidad de políticas públicas fuertes en este campo crucial, el fortalecimiento de las organizaciones actuantes y la movilización de la sociedad civil. La nueva gestión presidencial ha indicado su agenda social, de modo muy concreto, al destinar recursos crecientes a este secor (cerca del 80% del aumento de la recaudación fiscal de los últimos seis meses). Están dadas las condiciones para enfrentar el problema. Según estimaciones recientes, en la última década se ha triplicado la cantidad de niños de la calle en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Seguiremos viendo, impasibles, a los niños en los semáforos arriesgar su salud haciendo acrobacias y jugando con fuego para recoger unas monedas o actuaremos colectivamente para devolverles la esperanza?
La pobreza en América Latina. Revisando mitos sobre la política social I. América Latina en conmoción Ante la evolución de las cifras económicas de la región en los años noventa, José Antonio Ocampo, secretario general de la CEPAL (abril 2003) señala: “Las expectativas que generaron las reformas orientadas a ampliar el papel del mercado en los procesos económicos han quedado insatisfechas en gran parte de la región.” Llama a “incluir las implicaciones sociales en el diseño mismo de la política macroeconómica y de las reformas estructurales.” Las más diversas fuentes han coincidido en destacar el cuadro de agudas dificultades y frustraciones. El prestigioso New York Times (Forero 2002) caracterizó la situación hace un tiempo indicando la existencia de un descontento generalizado, que los “sueños económicos se han transformado en despidos y recesión.” Resalta: “millones están haciendo sentir sus voces... contra el experimento económico de la última década... Muchos creen que las reformas han enriquecido a funcionarios corruptos y a multinacionales de rostro desconocido y han fallado en mejorar sus vidas.” En similar dirección ha señalado De la Torre (2001): “Las encuestas de opinión pública a fines de los años noventa demostraron que los latinoamericanos sentían que sus economías no marchaban bien, que su calidad de vida era peor que la de generaciones anteriores y que la pobreza alcanzaba índices sin precedentes.” Mathews y Hakim (2001) describen la situación general en los siguientes términos: “a fines de los años noventa el futuro de América Latina aparecía sombrío en razón de cuatro grandes problemas: crecimiento lento e irregular, pobreza persistente, injusticia social e inLos desafíos éticos de América Latina / 79
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seguridad personal.” Señalan que a lo largo de diez años los países “habían procurado aplicar con considerable vigor las diez políticas económicas que conforman el Consenso de Washington... pero los resultados estuvieron debajo de las expectativas y se hizo necesario un nuevo enfoque.” La CEPAL (2002) se refiere al período de 1997 a 2002 como la “media década perdida para el crecimiento”, con una reducción del 2% en el producto bruto per cápita. Los análisis de muy diversas fuentes indican una América Latina en profunda conmoción. La evolución de los hechos ha generado fuertes protestas sociales en numerosos países de la región que toman formas diferentes de acuerdo con los contextos históricos. Sin embargo, existen al mismo tiempo datos esperanzadores. De acuerdo con las encuestas, a pesar de los graves problemas económicos, la gran mayoría de los latinoamericanos respalda firmemente el proceso de democratización emprendido por la región. En un mundo donde sobre 190 países sólo 82 son democráticos, América Latina aparece como una de las áreas del orbe con más avances en este campo. Los datos económicos críticos destruyeron buena parte de la “ilusión económica”, pero no han doblegado la ilusión de la democracia. LatinBarómetro (2002) señala que lejos de caer en tentaciones autoritarias, en 14 países de la región el apoyo a la democracia creció a pesar de la crisis. Un caso muy significativo es el de la Argentina. Pese a los dramáticos quiebres económicos y sociales, el apoyo a la democracia creció. Un reclamo muy concreto parece surgir de estas tendencias. Los latinoamericanos, en amplias proporciones, no están pensando en dejar de lado la democracia, no están pidiendo menos democracia, sino más democracia. Una sociedad civil cada vez más articulada y activa está exigiendo real participación ciudadana en el diseño e implementación de las políticas públicas, transparencia, control social, profundizar la descentralización del Estado y metas semejantes. Esa combinación, en una situación muy delicada, con la búsqueda afanosa de soluciones a través de la democracia, abre muy importantes posibilidades de acción para políticas renovadoras. Urge pensar en nuevas ideas en aspectos cruciales, entre ellos: ¿cómo diseñar políticas económicas con rostro humano, cómo articular estrechamente las políticas económicas y las sociales, cómo mejorar la equidad en el continente más desigual del todo el planeta, cómo llevar adelante alianzas virtuosas entre Estado, empresas y sociedad civil en todas sus expresiones para enfrentar la pobreza, cómo garantizar el fundamental derecho a la salud hoy debilitado? Un interrogante de fondo es cómo recuperar una reflexión que ligue ética y economía, iluminando desde los valores éticos el camino por seguir y recuperando la ética como un motor del proyecto de desarrollo.
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La política social es un actor estratégico del futuro en sociedades tan golpeadas por la pobreza. Si la sociedad en su conjunto tiene una visión apropiada de su rol, se adoptan las políticas apropiadas y se gerencia con efectividad, su contribución puede ser fundamental. Si por el contrario la visión es errónea y da lugar a políticas limitadas y aisladas, el deterioro social seguirá aumentando con riesgos graves de implosión. Este trabajo tiene por finalidad concentrarse en la situación social y en ciertas visiones de la política social de amplia circulación y fuerte influencia que es imprescindible revisar para avanzar. Considera que muchas de ellas presentan mitos que traban muy fuertemente la adopción de la “política social necesaria” y aspira a ponerlos en foco y pensar en propuestas superadoras. El trabajo recorre para ello tres etapas sucesivas. En primer lugar, construye un cuadro básico de problemas sociales delicados que afronta la región. A continuación, presenta varios mitos de amplia difusión, tratando de mostrar algunos de sus impactos regresivos sobre la política social. Finalmente, extrae algunas conclusiones hacia el futuro.
II. Algunas tendencias preocupantes en el campo social La protesta social en crecimiento en América Latina tiene bases muy concretas. Las tendencias observables llaman a profunda inquietud e implican serias dificultades en aspectos clave de la vida cotidiana para grandes sectores de la población. Entre ellas se destacan las que se presentan resumidamente a continuación: La pobreza crece Según el Panorama Social de la CEPAL (2002) la población ubicada por debajo de la línea de la pobreza representaba el 41% del total de la región en 1980, cifra muy elevada en relación con los promedios del mundo desarrollado y de los países de desarrollo medio. Portugal, el país con más pobreza de la Unión Europea, tiene un 22% de población pobre. La cifra empeoró en las dos últimas décadas y el porcentaje de pobreza latinoamericano pasó a significar en 2002 el 44% de una población mucho mayor.
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Cuadro 1 Evolución de la pobreza en América Latina, 2000-2002 (porcentaje de la población)
Año
Indigencia
Pobreza
2000
17,8
42,1
2001
18,6
43
2002
20
44
** De 2000 a 2002 se generaron 15 millones de nuevos pobres.
Las estimaciones nacionales indican que la pobreza tiene una alta presencia en toda la región con muy pocas excepciones. En Centroamérica son pobres el 75% de los guatemaltecos, el 73% de los hondureños, el 68% de los nicaragüenses y el 55% de los salvadoreños. Es pobre el 54% de la población peruana, más del 70% de la ecuatoriana, el 63% de la boliviana y se estima que más del 70% de la venezolana. En México es pobre actualmente el 54% de la población (The Washington Post, 2003) y se halla en pobreza extrema cerca de la mitad de esa cifra (24,2%). En Brasil se estima que 44 millones de personas están en extrema pobreza y ganan menos de un dólar diario (Projeto Fome Zero, 2001). Argentina es un caso muy ilustrativo de las dificultades de la región. Un país que tenía, a inicios de los años sesenta porcentajes menores al 10%, pasó a tener en 2002 un cuadro de extrema gravedad, como puede apreciarse en las cifras siguientes generadas por su sistema oficial de estadísticas sociales: Cuadro 2 ARGENTINA: Pobreza e indigencia. Años 1998 y 2002 Oct. de 1998 Incidencia de la pobreza
Mayo de 2002
32,6%
51,4%
Población pobre
11.219.000
18.219.000
Población indigente
3.242.000
7.777.000
46,8%
66,6%
Incidencia de la pobreza en menores de 18 años Incidencia de la indigencia en menores de l8 años
15,4%
33,1%
Menores de 18 años pobres
5.771.000
8.319.000
Menores de 18 años indigentes
1.898.000
4.138.000
Cantidad de personas que ingresan a la pobreza por día
2.404
20.577
Cantidad de personas que ingresan a la indigencia por día
1.461
16.493
Fuente: Presidencia de la Nación, Consejo Nacional de Coordinación de Políticas, Sociales, Sistema de Información, Evaluación y Monitoreo de Programas Sociales, Siempro (www.siempro.gov.ar/default2./htm), 2002.
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Como se observa, más de la mitad del país pasó a ser pobre y la calidad de la pobreza se ha deteriorado fuertemente. Los pobres extremos representan una proporción importante de la pobreza total. Las cifras para los jóvenes son mucho peores. Las estimaciones de mayo de 2003 señalaron un 54,7% de la población en pobreza (una mejora respecto del 57,8% de diciembre de 2000). Sin trabajo La encuesta LatinBarómetro 2001 preguntó a los latinoamericanos cómo estaban en materia de trabajo. El 17% contestó que no tenía ningún trabajo y el 58% que se sentía inseguro respecto de si podrían mantenerlo. Tres de cada cuatro tienen importantes dificultades de trabajo. Las cifras estadísticas testimonian la fragilidad del mercado laboral. Según los datos de la CEPAL, el total de desocupados pasó de 6 millones en 1980 a 17 millones en 2000. Se estima que la tasa de desocupación abierta actual de la región supera el 9%. A ello se suma una tendencia alarmante. Ha crecido muy fuertemente la población empleada en la economía informal, en ocupaciones en su gran mayoría precarias. En 1980 representaba 40% de la mano de obra activa no agrícola y en 2000 esa cifra subió al 60%. La OIT (OIT, Panorama Laboral 2002) estima que la tasa de desempleo urbano en América Latina y el Caribe en 2002 era de 9,2%, la más alta en los últimos 22 años. Señala: “93 millones de personas no cuentan con un (trabajo decente), concepto que suma la cantidad de desempleados con los que realizan trabajos de baja calidad y los que no gozan de protección social.” El poder adquisitivo de los salarios mínimos registró en ese año una caída del 0,9%. Hay muchos ocupados cuyos salarios los colocan también por debajo de la línea de la pobreza. Particularmente aguda es la situación de los sectores más jóvenes de la fuerza de trabajo. Sus tasas de desocupación abierta, duplican en numerosos países las de desocupación abierta general, como puede apreciarse en el siguiente cuadro:
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Cuadro 3 América Latina. Tasas de desempleo abierto, según sexo y edad, en zonas urbanas Alrededor de 1990 y 2000 a/ 17 Países Tasa de desempleo
Jóvenes
(totales por sexo) País
Sexo
1990
(15 a 25 años) 2000
1990
2000
Argentina
Total
6
16
13
26
(Gran Buenos
Hombres
6
13
12
22
Aires)
Mujeres
6
17
16
31
Bolivia
Total
9
7
17
14
Hombres
10
6
18
11
Mujeres
9
9
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Brasil
Chile
Colombia
Costa Rica
Ecuador
El Salvador
Guatemala
Honduras
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...
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Mujeres
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Hombres
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Paraguay
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(Asunción)
Hombres
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República Dominicana Uruguay
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...
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Hombres
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Hombres
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Mujeres
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Fuente: CEPAL. Panorama Social de América Latina 2001-2002.
Más de un 20% de la población joven está desocupada, lo que significa una exclusión social severa al inicio mismo de su vida productiva. Ello va a tener todo tipo de impactos regresivos e incide sobre los índices de delincuencia juvenil. Puede apreciarse en el cuadro consignado la subsistencia, a pesar de avances, de significativas discriminaciones de género. Las tasas de desocupación de las mujeres jóvenes son marcadamente mayores que las de los hombres. Persisten asimismo discriminaciones de género en el mercado laboral. Un informe al respecto del Banco Mundial (2003) señala: “Pese a que las mujeres latinoamericanas casi han llegado al mismo nivel de educación que los hombres y en algunos países incluso los han superado, continúan participando menos en el mercado laboral y ganando menos que ellos”.
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El derecho a la salud La prueba más elemental del progreso social es asegurar al conjunto de la población el acceso al derecho humano primario, la salud. A pesar de grandes y meritorios esfuerzos, las cifras latinoamericanas indican fuertes brechas entre regiones, sectores de la población, etnias y edades y significativas carencias. Problemas básicos que los avances médicos permiten minimizar siguen siendo de alta frecuencia en los sectores pobres de la región. Así, según los datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS 2002) 1 de cada 130 madres muere durante el embarazo o el parto en América Latina, 28 veces más que en los Estados Unidos. El 18% de las madres dan a luz sin asistencia médica de ningún tipo. Con progresos, las distancias entre países y estratos en mortalidad infantil son muy agudas. Así por ejemplo, en Bolivia mueren 83 niños de cada 1.000 antes de cumplir un año de edad. En Canadá sólo 5,7. La OPS estima que 190.000 niños mueren anualmente en la región por enfermedades prevenibles o controlables, como las diarreas y las infecciones respiratorias. Estos datos están ligados a la baja cobertura: 218 millones de personas carecen de protección en salud, 100 millones no tienen acceso a los servicios básicos en esta área, 82 millones de niños no reciben las vacunas necesarias. Un elemento vital, el agua, está fuera del alcance de amplios sectores de los pobres: muchas familias pobres se ven obligadas a comprar agua ante su carencia. Así, por ejemplo, según la comisión Mundial del Agua (1999) los habitantes de los barrios pobres de Lima pagan por ella 20 veces el precio que abona una familia de clase media, que sólo tiene que abrir la canilla. La desnutrición es un tema importante en diversos países. En Centroamérica, donde se calcula que el 70% de los 34,8 millones de habitantes es pobre, recientes estimaciones señalan que oscila ente 21% y 29% en Guatemala, Nicaragua y Honduras. Según Intervida (2003): “La alimentación de los campesinos, pobre en proteínas y vitaminas, es motivo de que el 24% de los niños en edad preescolar presenten retrasos en su crecimiento.” Educación, las preguntas inquietantes Se han hecho esfuerzos denodados para mejorar los niveles educativos de la región. Si alguien tiene alguna duda de lo que significa vivir en dictadura o en democracia, puede encontrar diferencias fundamentales, además del campo de las libertades, en la inversión muy superior que las democracias de la región han hecho en educación. Ha subido significativamente el gasto en educación como 86 / Más ética, más desarrollo
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porcentaje del Producto Bruto Interno. Estos esfuerzos han posibilitado llevar al 90% la inscripción en la escuela primaria y a reducir considerablemente los niveles de analfabetismo. Sin embargo, hay preguntas inquietantes sobre temas clave como la deserción, la repetición y la calidad diferenciada de la educación según estratos sociales. Los siguientes datos (Preal, Diálogo Interamericano, 2001) son ilustrativos al respecto indican grandes distancias entre la región y otras zonas del planeta. Gráfico 1 Dificultades en educación; alumnos que terminaron el cuarto grado
% de grado de capacidad de lectura en 1994
100 80 60 40 20
Corea Canadá España Trinidad y Tobago Cuba Uruguay Malasia Chile Indonesia Costa Rica México Zambia Venezuela Ecuador Zimbabwe Perú Brasil Paraguay Bélice Sudáfrica Honduras República Dominicana El Salvador Colombia Nicaragua
0
País
Mientras en Corea el 100% de los niños terminan el cuarto grado, en América Latina no lo finaliza del 25% al 50%, según el país. Ello se refleja en la baja escolaridad promedio de la región, que se estima en 5,2 años. La situación es muy desfavorable, asimismo, en el colegio secundario como puede apreciarse:
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100 80 60 40 20
OECD
Estados Unidos Canadá España Filipinas Malasia Chile Tailandia Brasil Argentina México Indonesia Paraguay
0 Corea
Egresados por 100 personas en la edad correspondiente
Gráfico 2 Dificultades en educación; alumnos que terminaron la secundaria
País
Mientras que en Corea el 90% de los jóvenes termina los estudios secundarios, en los tres países más poblados de la región, Brasil, México y Argentina, la finaliza menos del 40%. La escolaridad latinoamericana tiene un perfil fuertemente sesgado. De hecho, hay una gran discriminación según el grupo étnico y el color, como puede observarse a continuación: Gráfico 3 Escolaridad comparada de diferentes grupos étnicos
Blancos
Brasil
Afrobrasileros No indígenas
Guatemala
Indígenas No indígenas
Perú
Indígenas No indígenas
Bolivia
Indígenas
0
2
4
6
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Promedio de años de escolaridad
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Los niveles de escolaridad varían agudamente según se trate de población blanca o afroamericana, de población indígena o no indígena. En todos los países del cuadro hay disparidades internas de envergadura. Así, en Guatemala, donde el 60% de la población es indígena, mientras éstos tienen sólo dos años de escolaridad, los no indígenas tienen cerca de cinco. Si bien ha aumentado la inversión educativa, medida en términos del gasto en educación sobre el Producto Bruto Interno, aspecto de alta positividad, las distancias entre la región y las referencias internacionales se ha ampliado en el gasto público por alumno, indicador de valor estratégico. Así lo indica el gráfico siguiente:
7.000 6.000 5.000 4.000 3.000 2.000 1.000 0 Estados Unidos Canadá España Corea Malasia Chile México Tailandia Uruguay Costa Rica Colombia Argentina Brasil Trinidad y Tobago Indonesia Jamaica Panamá Cuba Venezuela Ecuador Egipto Paraguay Honduras República Dominicana Nicaragua Guatemala Perú El Salvador
Gasto por alumno (en dólares)
Gráfico 4 Gasto público por alumno
País
Mientras que Canadá gasta 6.000 dólares anuales por alumno, Perú sólo 200 y el país que gasta más de la región, Chile, 1.500. Como resultado del conjunto de la situación, estimaciones recientes (Preal 2003) señalan que cerca del 37% de los adolescentes latinoamericanos de entre 15 y 19 años de edad abandonan la escuela a lo largo del ciclo escolar. Alrededor del 70% lo hacen tempranamente antes de completar la educación primaria o una vez terminada. La tasa total de deserción en zonas rurales es del 48% y en las urbanas del 26%.
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La promesa de la movilidad social Uno de los pilares de la democracia es la visión de que es posible, sobre la base del esfuerzo personal, mejorar la situación individual y familiar en la sociedad. Esa legítima aspiración choca en muchos países de la región con duras realidades inversas. Las clases medias, en lugar de ampliarse, tienden a reducirse y resulta, para vastos sectores, muy difícil permanecer en ellas. El caso más dramático es el de Argentina, donde se ha producido en corto tiempo la destrucción masiva de gruesos sectores de los estratos medios. Pero no es el único; con menores niveles de intensidad, el deterioro se registra también en otros países. Las clases medias, potente motor de desarrollo, progreso tecnológico, creación de cultura, ávidas de educación, se hallan acorraladas históricamente por políticas que les han sido desfavorables, al limitar sus posibilidades de desempeño micro o mesoempresarial, el acceso al crédito o a la tecnología y les han quitado protecciones elementales. La emigración que implica el desarraigo, pérdidas de lazos familiares vitales la destrucción del capital social de la persona ha sido otro camino preferido para escapar de la falta de oportunidades. La pobreza y la nueva pobreza han alimentado una ola de inmigración sin precedentes. Millones de latinoamericanos dejaron a sus familias para ir a buscar sustento en el exterior. De acuerdo con la ONU en el 2000 había 17 millones de emigrantes latinoamericanos, más del doble que en 1994, donde eran 8,4 millones. Entre otros casos, 293.000 ecuatorianos emigraron entre 2000 y 2001. Un reciente informe señala (Codhees-Unicef 2002) que la migración “ha modificado la estructura familiar en América Latina y el Caribe, un número mayor de niños y niñas son jefes de hogar en familias emigrantes.” La familia en riesgo Hay una víctima silenciosa del aumento de la pobreza en la región; es una institución reconocida unánimemente como pilar de la sociedad, base del desarrollo personal, refugio afectivo, formadora de los valores básicos la familia. Muchas familias no pueden resistir las penurias permanentes de los recursos más elementales, el desempleo prolongado, las incertidumbres económicas amenazantes cotidianas y se quiebran. Hoy más de una quinta parte de los hogares humildes de la región han quedado sólo con la madre al frente. Por otra parte, ha aumentado fuertemente la tasa de renuencia de las parejas jóvenes a formar familia ante los signos de interrogación sobre trabajo, ingresos y vivienda. Las graves dificultades económicas tensan al máximo a las familias no sólo humildes, sino también 90 / Más ética, más desarrollo
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de los estratos medios. Se crean condiciones que favorecen, entre otros, una canalización extremadamente perversa, que es la violencia doméstica. Los estudios del BID (Buvinic, Morrison, Schifter, 1999) indican un fuerte aumento de los indicadores respectivos en la región. Según ellos, entre un 30% y un 50% de las mujeres latinoamericanas, según el país en que viven, sufren de violencia psicológica en sus hogares y de un 10% a un 35%, violencia física. Influyen en ello causas múltiples pero claramente el stress socioeconómico feroz que hoy viven muchas familias incide significativamente en la situación. Aun en sociedades desarrolladas, la pobreza deteriora severamente a las familias. Un estudio reciente de amplia cobertura nacional con 11.000 entrevistas en Estados Unidos (Rumbelow, 2002) concluye que las mujeres negras, las más afectadas por la pobreza, tienen menores tasas de formación de familias, mayores tasas de divorcios y menores tasas de volver a formar familia. Los investigadores dicen que las presiones que la pobreza pone sobre la relación familiar son las responsables de ello. Señalan que las mismas tasas afectan a las mujeres blancas que viven en áreas pobres. La desarticulación de numerosas familias en la región por el embate de la pobreza significa a su vez daños severos a los niños en todos los planos básicos. Repercute en el rendimiento escolar, incide en los índices de deserción y repetición y afecta aun aspectos físicos básicos. Katzman (1997) señala sobre la base de diversos estudios efectuados en el Uruguay que los niños extramatrimoniales tienen una tasa de mortalidad infantil mucho mayor y que los niños que no viven con sus dos padres sufren mayores daños en diferentes aspectos del desarrollo psicomotriz. En el caso de los hogares con violencia doméstica, los efectos son muy graves. Un estudio del BID en Nicaragua (1997) muestra que los hijos de familias con violencia intrafamiliar son tres veces más propensos a asistir a consultas médicas y son hospitalizados con mayor frecuencia. El 63% de ellos repite años escolares y abandona la escuela en promedio a los 9 años de edad. Una sociedad cada vez más insegura Los latinoamericanos están pagando muy caro el deterioro social. Uno de los costos más visibles y duros es el aumento incesante de los índices de criminalidad. El número de homicidios creció un 40% en la década de 1990. Hay 30 homicidios por cada 100.000 habitantes por año, tasa que multiplica por seis la de los países de criminalidad moderado como los de Europa occidental. Este aumento continuo de los índices ha convertido a América Latina en la segunda área geográfica con mayor criminalidad del planeta, después de la zona más pobre del Los desafíos éticos de América Latina / 91
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mundo, el Sahara africano. En la encuesta LatinBarómetro 2001, 2 de cada 5 entrevistados dijeron que ellos o un miembro de su familia habían sido objeto de un delito en los últimos 12 meses. Los costos económicos de esta situación son muy elevados. Según los estudios del BID, Brasil gasta en fondos públicos y privados para seguridad el 10.3% de su PBI, lo que significa una cifra mayor al PBI anual total de Chile. Colombia gasta en seguridad el 24,7% de su PBI y Perú el 5,3%. La región es tentada continuamente a caer en un razonamiento “facilista” al respecto: La criminalidad se solucionaría con el aumento cada vez más intenso de la represión. Prominentes especialistas en el tema, como Louis Vacquant (2000), advierten sobre la ineficiencia y los riesgos de este camino. Analizando los datos comparados internacionales no se observan correlaciones significativas entre aumento de la población carcelaria y reducción de las tasas de criminalidad de mediano y largo plazo. La mera punición no toca las causas básicas que están generando el problema. En cambio, advierte Vacquant, puede llevar al final del camino a “criminalizar la pobreza”, a una opinión pública que empiece a ver como criminales en potencia a los pobres y, en lugar de tratar de ayudarlos a salir de su situación, los aisle. Este puede ser un escenario muy perverso en términos de perfil de sociedad y sin salida. La otra vía es buscar las causas profundas. Es posible encontrar correlaciones robustas entre la criminalidad latinoamericana y, por lo menos, tres variables. En primer lugar, parece fuertemente ligada a las altas tasas de desocupación juvenil antes mencionadas. La criminalidad de la región es de edades muy jóvenes. Un aumento real de oportunidades de integración laboral incidiría claramente sobre ella. Por otra parte, hay correlación fuerte entre criminalidad y familias desarticuladas. Un amplio estudio en Estados Unidos (Whitehead, 1993) comprobó que el 70% de los jóvenes en centros de detención venían de familias con padre ausente. En Uruguay, Katzman (1997) encontró, investigando a los menores internados en el Instituto Nacional del Menor, que sólo uno de cada tres formaba parte de una familia normal cuando se produjeron los hechos que llevaron a su detención. Los datos responden a una realidad: la familia es una institución fundamental para la internalización de valores morales que los alejen de las conductas delictivas. Su buen funcionamiento por ende incidirá de modo relevante en su prevención. En tercer lugar, se observa una alta correlación entre criminalidad y niveles de educación. El ascenso de la escolaridad actúa como un poderoso preventor de la criminalidad.
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El análisis de causas lleva en una dirección muy diferente al enfoque facilista. La clave para atacar este gravísimo problema está ligada estructuralmente a poner en marcha políticas que abran oportunidades para los jóvenes, protejan a la estructura familiar y eleven los niveles educativos. La mayor desigualdad del globo Existe unanimidad en los organismos internacionales en que América es la región más inequitativa del orbe. Los datos disponibles testimonian esa situación. La estructura de distribución del ingreso es la más regresiva internacionalmente como puede observarse en los gráficos que siguen: Gráfico 5 Ingreso que recibe el 5% más rico (Porcentaje del ingreso total)
Ingreso del 5% más rico/Ingerso
0.26 América Latina
0.24 África
0.22 0.2
Asia meridional
0.18
Asia oriental
0.16 0.14
Desarrollados
0.12 0
2.000 4.000 6.000 8.000 10.000 12.000 14.000 PBI
per cápita
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Gráfico 6 Ingreso que recibe el 30% más pobre (Porcentaje del ingreso total)
Ingreso del 30% más pobre/Ingerso
0.13
Desarrollados Asia meridional
0.12
Asia oriental
0.11 0.1
África
0.09 0.08
América Latina
0.07 0
2.000 4.000 6.000 8.000 10.000 12.000 14.000 PBI
per cápita
Fuente: BID (1998). Informe de Progreso Económico y Social. Washington.
América Latina es la región donde el 5% más rico recibe más que en ninguna otra, 25% del ingreso nacional y el área en donde el 30% más pobre recibe menos, 7,5%. Tiene la mayor brecha social de todas las regiones. El 10% más rico de la población tiene un ingreso que es 84 veces el del 10% más pobre. El 20% más rico de la población recibe el 60% del ingreso nacional, mientras que el 20% más pobre sólo percibe el 3%. La elevada desigualdad determina que de dos tercios a tres cuartos de la población, según el país, tengan un ingreso per cápita que es menor al ingreso per cápita nacional. Ello verifica el aserto del paradigma de desarrollo humano de la ONU y otras aproximaciones al cuestionar la utilidad del ingreso per cápita nacional como medición del progreso de las naciones. Como se observa en sociedades muy desiguales como las latinoamericanas, no informa sobre la situación real de la gran mayoría de la población. La iniquidad latinoamericana no sólo se presenta en el plano de la distribución de ingresos. Afecta otras áreas clave de la vida, como el acceso a activos productivos, y al crédito, las posibilidades de educación, la salud y actualmente la integración al mundo de la informática1. La brecha digital en ascenso está El autor analiza detalladamente las diferentes iniquidades latinoamericanas y su dinámica en: Kliksberg, Bernardo (2000), Desigualdade na America Latina. O debate adiado. Unesco, Cortez Editora, Brasil.
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creando el riesgo de un nuevo analfabetismo, el analfabetismo cibernético, que excluye a vastos sectores de la población del fundamental circuito de la información y las comunicaciones avanzadas. La desigualdad de la región no es uno más en la lista de problema sociales enunciados. Todo indica que es una causa clave del incumplimiento de la “promesa latinoamericana.” Cuando se pregunta, como sucede con frecuencia, por qué un continente con recursos naturales de excepcional riqueza, materias primas estratégicas en cantidad, fuentes de energía baratas, campos fértiles, una buena ubicación geográfica, etcétera, tiene indicadores sociales tan deprimentes, surgen, junto al carácter regresivo de muchas de las políticas económicas aplicadas, los impactos negativos que implican las altas desigualdades. Una abundante literatura reciente da cuenta de ellos. Demuestra cómo, entre otros impactos, reducen la formación de ahorro nacional, estrechan los mercados internos impidiendo la producción en escala y el aprovechamiento de externalidades, obstruyen la formación de recursos humanos generando fuertes iniquidades en su interior (así por ejemplo los jefes de los hogares del 10% con mayores ingresos de la región tienen 12 años de escolaridad mientras que los del 30% más pobre cursaron sólo 5 años), generan iniquidades múltiples en el campo de la salud, reducen los niveles de gobernabilidad, destruyen el clima de confianza interno y el capital social. La evidencia mundial comparada demuestra que la desigualdad es una traba formidable para un desarrollo sostenido. La “promesa latinoamericana” se ha estrellado contra ella. Entre otros efectos, el aumento de la desigualdad aparece como una causa importante del aumento de la pobreza en la región. Los análisis de Birdsall y Londoño (1997) demuestran que han contribuido virtualmente a duplicar la pobreza. Berry (1997) denomina a este cuadro una situación de “pobreza innecesaria” porque ella sería mucho menor si los últimos deciles de la distribución del ingreso no tuvieran una fracción tan limitada de éste.
III. Hora de encarar los mitos sobre la política social ¿Cómo atacar problemas tan graves como los presentados sumariamente, que significan la subutilización de buena parte de los recursos humanos de la región, minan la gobernabilidad y entran en colisión directa con los valores éticos en los que cree América Latina, como la protección de los niños, la familia, oportunidades para los jóvenes, derecho a la salud y posibilidades de vida digna para todo ciudadano? La política social aparece como un instrumento central para enfrentarlos. Si los países de la región contaran con políticas sociales integrales, coLos desafíos éticos de América Latina / 95
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hesionadas, descentralizadas, cogestionadas con la sociedad civil, participativas, transparentes, con altos estándares de gerencia social, podrían transformarse en medios efectivos de movilización productiva, devolución de dignidad e integración social. Sin embargo, ese camino está dificultado, entre otros planos, por percepciones erróneas sobre el rol y las potencialidades de la política social. Abordaremos sucintamente varios de esos mitos. Primer mito: la superfluidad de la política social Un aura de ilegitimidad suele rodear la política social en la región. Sectores influyentes suelen presentar expresa o implícitamente la visión de que es una especie de “concesión forzosa” a la política. El mensaje transmitido es que los esfuerzos deberían concentrarse en el único camino real que sería el crecimiento económico. La política social sería una especie de “costo forzado” que con frecuencia distrae recursos de ese esfuerzo central. Esta visión ha sido algunas veces verbalizada sintéticamente con la afirmación: “la única política social es la política económica.” Colocada en esa situación difícil, de deslegitimización continua, son limitadas las posibilidades de la política social. Debe ante todo argumentar permanentemente sobre su derecho a existir. Es natural que esa condición de debilidad institucional sea la victima fácil de recortes y ajustes, se le ubique en lugares secundarios de los organigramas y sus representantes no formen parte de los espacios en donde se toman las grandes decisiones macroeconómicas. Una experimentada ministra de Desarrollo Social latinoamericana resumió su vivencia al respecto en un foro internacional narrando que después de largos esfuerzos se consiguió que se admitiera en el Gabinete Económico al ministro coordinador de lo social, pero claro está “con voz, pero sin voto.” Los hechos indican que es un grave error considerar casi superflua a la política social. En primer lugar, la supuesta concesión política no es tal. Hace a la esencia misma del funcionamiento de una democracia. La acción contra la pobreza es el primer reclamo según las encuestas de la ciudadanía latinoamericana que es, en una democracia, la real depositaria del poder. La ciudadanía quiere políticas sociales, agresivas, bien articuladas, bien gerenciadas, efectivas. Oírla no es hacerle una concesión, es respetar el sistema democrático. Por otra parte, las experiencias de las últimas décadas en el mundo han demostrado que la política social es además de una respuesta a demandas legítimas, un aspecto fundamental de la acción para un desarrollo sostenible. El crecimiento económico es imprescindible y deben ponerse en él los máximos esfuerzos po96 / Más ética, más desarrollo
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sibles. Un país debe hacer todo lo que esté a su alcance para crecer, tener estabilidad, progreso tecnológico, competitividad, pero los hechos indican que el crecimiento solo no resuelve el problema de la pobreza. Uno de los mitos que han quedado en el camino de las ideas convertidas en dogmas con frecuencia en las últimas décadas es el del “derrame.” El supuesto de la visión económica convencional es que producido el crecimiento se irá derramando hacia los desfavorecidos y los sacará de la pobreza. Las realidades han ido en otra dirección. Si una sociedad es muy desigual, como la latinoamericana y sus políticas sociales débiles, aun logrando crecimiento, éste casi no permea a los sectores pobres. El Instituto de Investigaciones del Banco Mundial se pregunta en su sugerente obra La calidad del crecimiento (2000) cómo se explica que países que han tenido similares tasas de crecimiento muestran, sin embargo, resultados muy distintos en cuanto a logros en el mejoramiento de la vida de la gente y en cuanto a la sustentabilidad y calidad de ese crecimiento. Es muy diferente un crecimiento que beneficia en primer término a unos pocos sectores, que concentra aún más las oportunidades y los ingresos, que se da sólo en algunos centros urbanos, que dificulta el desarrollo de las Pymes y de otros emprendimientos económicos de base, a un crecimiento que genera polos de desarrollo en todo el país, potencia el campo, mejora la equidad, impulsa la pequeña y mediana industria y difunde la tecnología. Es característico del primer tipo, “un crecimiento distorsionado”, el relegamiento de la política social; sólo existe para apagar grandes incendios. El segundo, el “crecimiento compartido”, tiene como eje una política social que potencie a la población y aumente sus posibilidades de integración al modelo de crecimiento. La política social es una base estratégica para obtener la calidad de crecimiento deseable. Segundo mito: la política social es un gasto La terminología esta totalmente difundida y afianzada. Cuando hablamos de lo social nos referimos a un “gasto”, recursos que se consumen. Transmite una visión que refuerza la anterior: superflua y de gasto. El lenguaje no es un punto menor; expresa con frecuencia concepciones subyacentes muy arraigadas. A esta altura de la experiencia comparada sobre la política social, corresponde preguntarse: ¿es realmente un gasto? La Organización Mundial de la Salud recogió el guante, en el campo de la salud. Convocó a una comisión de prominentes economistas y especialistas para analizar las relaciones entre salud y economía. El informe producido, “Macroeconomía y salud” (2002), echa por tierra suposiciones generalizadas y demuesLos desafíos éticos de América Latina / 97
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tra que asignar recursos para la salud no es gastar, sino invertir a altísimos niveles de retorno sobre la inversión. El mito, indica la comisión, dice que el crecimiento económico de por si mejorará los niveles de salud. Los esfuerzos deberían, por ende, concentrase en él. El análisis de la historia reciente muestra realidades diferentes. Examinando las economías más exitosas de los últimos 100 años se verifica que los hechos funcionaron a la inversa. Grandes mejoras en la salud pública y la nutrición estuvieron detrás de impresionantes despegues económicos como el del sur de Estados Unidos, el rápido crecimiento de Japón a inicios del siglo XX y el progreso del sudeste asiático en 1950 y 1960. Fogel muestra estadísticamente que el aumento de las calorías disponibles para los trabajadores en los últimos 200 años (en países como Francia e Inglaterra) ha hecho una importante contribución al crecimiento del Producto Bruto per cápita. Diamond (2002) señala que las historias de éxito económico recientes, como Hong Kong, Mauritania, Malasia, Singapur y Taiwán, tienen algo en común: han invertido fuertemente en salud pública y su Producto Bruto creció al descender la mortalidad infantil y aumentar la esperanza de vida. Los buenos niveles de salud pública no son por tanto una consecuencia sino un prerrequisito para que una economía pueda crecer. Con una población con problemas de salud, el rendimiento educativo baja, se pierden muchos años de vida activa posible y se reducen los niveles de productividad. La comisión midió econométricamente el costo que significa no hacer políticas de salud enérgicas. Concluye que el Producto Bruto de África sería hoy 100.000 millones de dólares mayor si años atrás se hubieran hecho todos los esfuerzos para actuar contra la malaria. La alta malaria está asociada con una reducción del crecimiento económico del 1% o más por año. Los datos informan que la asignación de recursos a la salud, forma típica del llamado gasto social, no es tal gasto, sino una inversión neta. Por otra parte, la Comisión estima que tiene una tasa de retorno sobre la inversión de 6 a 1. Múltiples análisis indican que la misma situación se observa en otra expresión básica del llamado gasto social: la educación. La educación es un fin en sí mismo en una sociedad democrática. Por otra parte, es un recurso económico decisivo en el escenario de la economía mundial actual. La calidad de las calificaciones de la población de un país determina aspectos fundamentales de su posibilidad de desarrollo y absorción de las nuevas tecnologías y de sus niveles de competitividad. Como lo señala Thurow (1996), hemos pasado a economías “conocimiento intensivas.” Las industrias de punta no están basadas en recursos naturales ni en capital, sino principalmente en conocimientos, como sucede con las telecomunicaciones, la biotecnología, la microelectrónica y la informática. En esas condiciones destaca: “el conocimiento es la única fuente de ventajas relativas.” La educación es la 98 / Más ética, más desarrollo
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vía maestra para generar y poder utilizar conocimiento. La tasa de retorno sobre la inversión para las industrias que colocan fondos para conocimiento y capacitación duplica a la de las industrias que concentran su inversión en planta y equipo. Lo mismo sucede en otros campos. Según los cálculos de Unicef un año más de escolaridad para las niñas en América Latina podría reducir las tasas de mortalidad infantil en un 9‰. El incremento del capital educativo reduciría el embarazo adolescente, mejoraría la capacidad de manejo de la mujer en el período de preparto y posparto y su cultura para un desempeño nutricional adecuado. No es gasto el concepto que describe el valor que para la economía y la sociedad tiene la aplicación de recursos a programas educativos eficientes. Como lo señala Delors (1999): “hay mucho más en juego; de la educación depende en gran medida el progreso de la humanidad... Hoy esta cada vez más arraigada la convicción de que la educación constituye una de las armas más poderosas de que disponemos para forjar el futuro.” La estrecha visión de la política social como gasto debe dar paso a su rol real. Asignar recursos a una política social eficientemente gestionada significa invertir en el desarrollo de las potencialidades y capacidades de la población de un país. Ello es un fin en sí mismo y a la vez es la herramienta más poderosa de desarrollo que se conozca. Tercer mito: es posible prescindir del Estado A las características de superfluas y mero gasto con que se tiende a asociar a la política social, se les suma con frecuencia una tercera: el Estado sería casi por naturaleza altamente ineficiente. Con ello se cierra un círculo que crea las condiciones para pensar, como única alternativa, en reemplazar las políticas sociales públicas, por el mercado, en forma total o considerable. En América Latina el razonamiento ha tomado con frecuencia el carácter de “profecía que se cumple a sí misma.” Al plantear como punto de partida la inutilidad del Estado, ha generado medidas que debilitaron fuertemente sus capacidades institucionales, desarticularon organismos clave, propiciaron casi agresivamente el retiro del sector público de los más capaces, desjerarquizaron la función pública en el campo social como en otras áreas. Un Estado minado en sus bases organizativas ha cumplido en diversas realidades la profecía. Su capacidad de operación real se redujo significativamente. Sin embargo, las exigencias de la realidad han ido por otro camino. El Nobel Stiglitz (2002) retrata su propia experiencia sobre el tema en visión probablemente representativa de la de muchos otros especialistas del siguiente modo: “Yo había estudiado las fallas tanto del mercado como del Estado y no era tan ingeLos desafíos éticos de América Latina / 99
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nuo como para fantasear que el Estado podía resolver todas las fallas del mercado, ni tan bobo como para creer que los mercados resolvían por sí mismos todos los problemas sociales. La desigualdad, el paro, la contaminación, en ésos el Estado debía asumir un rol importante.” En la región más desigual del planeta y con altos niveles de desocupación, el rol social de la política pública es estratégico. Así, enfrentar las desigualdades significa poner en marcha políticas públicas activas y bien gerenciadas que conviertan en hechos los lemas consensuales en la región: educación para todos, salud para todos, trabajo, a los que se pueden agregar hoy otros como: democratización del crédito, impulso a las pequeñas y medianas empresas y acceso universalizado a la informática y a la Internet. Según indica la experiencia, el mercado, que tiene un amplio potencial productivo pero al mismo tiempo el riesgo de graves fallas, como la sustitución de la competencia por los monopolios u oligopolios, no está en condiciones de dar respuesta a estas perentorias necesidades. Por ejemplo, destacando sus limitaciones en el campo de la salud dice el Informe de la OMS, “Macroeconomía y salud” (2001), que las enfermedades típicas de los pobres no interesan a los grandes laboratorios porque no son atractivas en términos de mercado. Así aunque hay muchas personas con tuberculosis latente y 16 millones que la padecen, el último fármaco salió al mercado en 1967. Un estudio de la American Medical Association sobre las enfermedades tropicales que afectan a sectores humildes en su mayor parte, concluyó, que entre 1975 y 1997 sólo aparecieron 13 fármacos nuevos, la mitad fruto de investigaciones veterinarias. En el terreno de la educación, problemas muy delicados como la alta iniquidad que significa que menos de un 20% de los niños de la región concurren a algún preescolar, instancia obligada de formación hoy en el mundo desarrollado, no tienen resolución de mercado, porque en su gran mayoría son niños de familias sin recursos. Los no concurrentes no tienen posibilidades si no surgen de la política pública. La ciudadanía capta claramente estas realidades. En la encuesta LatinBarómetro 2001, al preguntar si el Estado no puede resolver ninguno de los problemas que se identificaron, sólo el 6,6% de los entrevistados contestó que piensa de ese modo. El 53,.2% considera que puede resolver todos, la mayoría o bastantes problemas. Hay una expectativa que ha crecido por las frustraciones, por políticas públicas activas, particularmente en el campo social, de que sean gerenciadas con eficiencia y transparencia. ¿Son posibles? Un prominente pensador gerencial, Henry Mintzberg, señala en el Harvard Business Review (1996) que no entiende por qué no, que la ineficiencia no es exclusiva de ningún sector de la economía, que la idea de que el 100 / Más ética, más desarrollo
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mejor gobierno es el no gobierno, ironiza: “es el gran experimento de economistas que nunca han tenido que gerenciar nada.” Cuarto mito: el aporte de la sociedad civil es marginal Así como descalifica a la política social pública, el razonamiento circulante tiende a relativizar las posibilidades de aporte a la acción social de la sociedad civil. Transmite el mensaje de que dicho aporte es meritorio simbólicamente, pero equivale a caridad. No resuelve ningún problema relevante y por ende, no merecería un apoyo especial. Así, muy pocos países de la región han intentado explorar seriamente la posibilidad de incentivos fiscales sistemáticos para promover contribuciones. En general, respondiendo a esta visión subestimante, son reducidas las políticas para tratar de potenciar las posibilidades de participación de la sociedad civil en la política social. Una visión de cada vez más peso en los análisis sobre el desarrollo en nuestros días, la de capital social, pone muy en descubierto la regresividad de este mito. El capital social ha implicado poner en el foco del desarrollo factores poco considerados como la confianza interpersonal, la capacidad de asociatividad, la conciencia cívica y los valores éticos. Las mediciones indican que estos factores tienen un peso directo en los desempeños macroeconómicos, productivos, políticos y sociales de los países. Entre otras expresiones del capital social se hallan el voluntariado y la responsabilidad social de la empresa privada. El voluntariado constituye actualmente, según las estadísticas, la séptima economía del mundo en Producto Bruto. En diversos países desarrollados genera más del 5% del PBI, en bienes y servicios principalmente sociales. En países como Suecia, Holanda, Israel, Canadá, Estados Unidos y otros, una gigantesca red de organizaciones basadas en trabajo voluntario prestan, una gama extensísima de servicios para los sectores más débiles de la población, como los sin techo, los niños pobres, la familia, los inmigrantes, los discapacitados y los ancianos. La responsabilidad social empresarial empieza a ser evaluada en las mediciones de calidad de las empresas y han aparecido los primeros fondos de inversión que piden a sus miembros comprar acciones sólo de las empresas con mejores índices de responsabilidad ciudadana. En América Latina, existe un inmenso potencial en este campo que estimulado y canalizado puede convertirse en un potente instrumento de política social. La actitud positiva hacia el trabajo voluntario es amplia. En Argentina, la encuesta Gallup verificó un ascenso creciente de los voluntarios en medio de la grave situación actual. En 1997, el 20% de la población estaba involucrado en trabajo Los desafíos éticos de América Latina / 101
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voluntario; en 2000 era el 26%; en 2001, el 32% y el porcentaje continuó ascendiendo. La riqueza del voluntariado en Argentina se mostró como un elemento clave frente a los dramáticos problemas sociales actuales. Actuando coordinadamente con la activa política pública social desplegada, diversas organizaciones de la sociedad civil multiplicaron sus esfuerzos ante la emergencia. Así entre ellas, Cáritas, gran programa de apoyo social de la Iglesia Católica, cubrió a 3000.000 de pobres sobre la base de 60.000 voluntarios. La comunidad judía, que fue fuertemente golpeada por la destrucción de las pequeñas clases medias en las que estaba concentrada, levantó amplios programas sociales que dieron protección a casi una tercera parte de sus miembros, apoyándose en 10.000 voluntarios. Iniciativas semejantes han surgido en otras comunidades religiosas y en la base social: vecindarios, clubes deportivos, asociaciones culturales, donde se multiplican a diario. En Brasil existen importantes iniciativas en marcha en estas direcciones. La gran campaña “Hambre cero” lanzada por su nueva presidencia combina políticas públicas emprendedoras con el apoyo de importantes sectores de la sociedad civil en acciones concretas. También allí se ha conformado un activo movimiento de responsabilidad social delas corporaciones que ha generado el Grupo de Instituciones y Fundaciones Empresariales (GIFE) el cual trata de impulsar y apoyar técnicamente iniciativas sociales empresariales. El capital social, este recurso formidable latente en una sociedad, que al mismo tiempo la impregna de solidaridad, marginado por el mito, debe ser rescatado, valorizado e impulsado. Quinto mito: la descalificación de los pobres El Banco Mundial realizó una encuesta en gran escala a los pobres del mundo; 40.000 individuos de 50 países, entre ellos varios de América Latina, fueron indagados sobre sus percepciones de la pobreza (Banco Mundial, 2000). Explicaron que la pobreza no es sólo carencia de recursos básicos. Va mucho más allá, destruye o erosiona las familias y causa daños psicológicos y afectivos. Enfatizaron que sobre todo es atentatoria contra su dignidad como seres humanos. Una de sus vivencias centrales es la “mirada desvalorizante” que converge sobre ellos desde diferentes sectores de la sociedad. Se los ve como personas inferiores, casi subhumanas por su pobreza material. Ello afecta su autoestima y su dignidad. Al ser interrogados sobre en qué organizaciones confiaban, colocaron en el primer lugar de su escala a las agrupaciones de los mismos pobres. Uno de los elementos fundantes de ello es que allí ellos realmente participan y recuperan su confianza en sí mismos y en su comunidad. Las recomendaciones de los investi102 / Más ética, más desarrollo
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gadores son superar los moldes tradicionales de la política social e invertir en fortalecer las capacidades de organización de los sectores que carecen de recursos, mediante capacitación de sus líderes, infraestructuras para actividades societarias, desregulación jurídica y otros medios. Las visiones circulantes en la región suelen percibir al pobre encerradas en la mirada desvalorizante, sin incluir estas realidades. El pobre aparece como el objeto de programas que buscan atenuar impactos económicos y no como un sujeto que puede hacer aportes importantes y a través de ellos redignificarse. Diversas investigaciones latinoamericanas indican que cuando la capacidad de organización de los sectores de bajos recursos es alentada, o por lo menos no obstruida, los resultados productivos son muy relevantes. Así, estudiando econométricamente la movilización del capital social de sectores rurales pobres a través de los comités de campesinos en el Paraguay, José R. Molinas (Molinas 2002) concluye: “La acción colectiva entre campesinos es central para cualquier intento efectivo de reducción de pobreza rural. Puede contribuir significativamente a reducir la pobreza rural a través de la provisión de bienes públicos tales como el mejoramiento de la educación pública, mejores rutas, mejores puestos de salud, la ayuda para la diseminación de nuevas tecnologías y la solución de fallas de mercado en la provisión de créditos para los pobres... El capital social facilita la acción colectiva entre los campesinos.” En Perú, una investigación de la universidad del Pacífico (Portocarrero y Millán, 2001) encontró que los pobres tienen una actitud muy positiva hacia el trabajo voluntario, Díaz Albertini (2001) señala: “no tienen acceso al mercado y al estado, luego acuden a ellos mismos para garantizar toda una serie de bienes, servicios y apoyos sociales.” Los pobres contribuyen en más del 80% de los trabajos voluntarios en las principales ciudades del Perú, como lo indica el cuadro siguiente:
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Cuadro 4 Comparación de diferentes dimensiones del trabajo voluntario en cinco ciudades principales del Perú según nivel socioeconómico – 1997 (en porcentajes) Dimensiones del trabajo voluntario
Nivel alto
Nivel medio
Nivel bajo Nivel bajo Nivel muy Nivel muy superior interior bajo sup. bajo inf.
% que realizó trabajo voluntario en 1997 en cada nivel socioeconómico
25
33
37,4
34,1
26,2
23,9
Con respecto al total de trabajo voluntario de 1997
2,8
16,9
16,9
28,5
31,0
4,0
Trabajo voluntario en el área religiosa
27,3
25,4
31,3
22,1
13,0
12,5
Trabajo voluntario en el área de desarrollo y vivienda
9,1
16,4
17,9
22,1
34,4
31,3
Tipo de trabajo realizado: enseñanza y capacitación
54,5
53,7
37,3
20,4
21,1
25,0
Tipo de trabajo realizado: mano de obra
27,3
29,9
32,8
33,6
50,4
50,0
Fuente: Portocarrero y Millan (2001).
Como se observa, los pobres son gran mayoría entre los voluntarios; mientras que los estratos altos y medios hacen sus aportes fundamentalmente en enseñanza y capacitación, los bajos los hacen a través de su mano de obra. Frente al mito que desvaloriza a los pobres y se autocumple al profundizar a través de ello su exclusión, surge la posibilidad de una política activa que otorgue poder a sus comunidades y organizaciones. Como destaca Brown (2002), administrador general del PNUD: “una fuente central de la pobreza es la carencia de poder de los pobres.” El hecho de que pueda dotarse de cierto poder puede permitir que recuperen su “voz” sofocada por el mito.
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Sexto mito: el escepticismo sobre la participación Dos instrumentos maestros de la política social necesaria para enfrentar la pobreza, la participación y la cooperación interorganizacional, son fuertemente resistidos en la región. El discurso latinoamericano es cada vez más unánime respecto de la participación. Tiene un “centimetraje” altísimo en las exposiciones públicas de líderes de todo orden de organizaciones públicas y privadas. Sin embargo, los avances en los hechos son limitados. Los indicadores muestran escasos progresos en cuanto al establecimiento de políticas concretas de participación, el apoyo sustantivo a las experiencias participatorias en marcha, la búsqueda de nuevos instrumentos jurídicos, institucionales y financieros para apoyarla. ¿Qué está sucediendo en la realidad? Pareciera que, por un lado, es tan fuerte la demanda pública por participación que resulta casi no viable darle la espalda. Por otro, como suele suceder, las resistencias profundas que hay hacia ella se refugian en el nivel de la gestión, que es aquel que da forma a las políticas reales. Allí la participación tiende a ser bloqueada. El bloqueo de la participación quita a la política social una vía maestra para mejorar desempeños. Cuando se enfrenta y se supera, los resultados son sorprendentes. Una vigorosa participación comunitaria ha sido la característica de la mayoría de los programas sociales exitosos de la región. Séptimo mito: resistencia a la cooperación interorganizacional Otro recurso maestro de la política social, dificultado con frecuencia por los mitos, es el de las cooperaciones interorganizacionales. Una política social eficaz es aquella que ataca efectivamente las causas y no sólo los síntomas de la pobreza. Como éstos son múltiples, se requerirá necesariamente de la acción integrada de diversas organizaciones de diferentes campos. Hace falta sumar gobierno central, regiones, municipios, sociedad civil, organizaciones de los propios pobres. Integrar acciones en las áreas de trabajo, educación, salud, familia y otros. Se imponen alianzas estratégicas entre las diferentes organizaciones. Hace falta superar las estrechas visiones puramente sectoriales tan usuales en la práctica organizacional de la región. El mito plantea algunas falsas oposiciones. Una de sus expresiones más frecuentes es el supuesto enfrentamiento entre Estado y sociedad civil en el campo social. Son presentadas como opciones excluyentes. Se requiere lo contrario, la suma. Ninguno solo puede hacer la tarea. Una política social pública activa es una responsabilidad irrenunciable en una América Latina que presenta las alarLos desafíos éticos de América Latina / 105
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mantes tendencias que se vieron en la Primera Parte de este trabajo. Al mismo tiempo, la sociedad civil tiene que ser un elemento activo de la política social y hacerse responsable del problema. La suma de ambos a través de alianzas, de todo orden, los potencia mutuamente, amplia los recursos reales y maximiza las posibilidades de efectividad. Lo que pueden hacer políticas públicas activas combinadas con el voluntariado, la responsabilidad social empresarial, la acción vecinal, el respaldo de las comunidades religiosas, la contribución de las universidades, es mucho más que los esfuerzos aislados de los actores. El “tendido de puentes organizacionales” en la política social hace a su eficiencia. Así, la experiencia comparada indica que para potenciar realmente las organizaciones de los pobres hay que crear lazos entre ellas y otros grupos mayores de la realidad que tienen acceso a recursos económicos y poder. De lo contrario, los logros posibles de las organizaciones de los desfavorecidos estarán acotados. Ese papel de facilitadores de tales nexos lo pueden hacer las organizaciones de la sociedad civil y las mismas políticas públicas. Frente al mito que plantea como antagónicos a Estado, sociedad civil y organizaciones de los pobres surge la posibilidad de “alianzas virtuosas” entre políticas públicas que movilicen y aprovechen el apoyo de la sociedad civil y que en combinación con ella potencien el capital social de los pobres. Será difícil abrir paso a una nueva generación de políticas sociales renovadas en América Latina, sin encarar frontalmente las resistencias profundas en campos como la participación y las alianzas interorganizacionales, desmontar mitos y prejuicios, enfrentar intereses y avanzar hacia una cultura organizacional superadora de todos ellos.
IV. La ética de la urgencia Urge en América Latina recuperar en su plenitud la política social para llevar adelante la lucha contra los agudos niveles de pobreza que agobian a gran parte de la población, en un continente pletórico en riquezas potenciales. Para ello será necesario superar mitos como los reseñados y otros semejantes, muy vinculados a una visión cerradamente economicista y reduccionista del desarrollo de pocos resultados y que ha conducido a serios errores en diversos casos. Esa visión está en activo cuestionamiento actualmente en el nivel internacional. Desde el paradigma de desarrollo humano de las Naciones Unidas, que propone un desenvolvimiento cuyos avances se midan por indicadores que evidencien mejoras en aspectos sustanciales de la vida diaria de las mayorías, el ajuste 106 / Más ética, más desarrollo
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con rostro humano de Unicef, la concepción de la salud como derecho básico y el peso regresivo de las desigualdades sobre ella de la Organización Panamericana de la Salud, las críticas desde diversos sectores al Consenso de Washington, hasta la concepción del desarrollo como crecimiento de la libertad de Amartya Sen, múltiples aproximaciones expresan la necesidad de articular un desarrollo integral con equidad. Todas ellas dan un lugar estratégico a una política social activa y jerarquizada. Así sucede también con la nueva generación de prominentes economistas jóvenes preocupados por el desarrollo, sobre la que llama la atención un reciente trabajo del New York Times (Altman, 2002). Se desempeñan en algunas de las más reputadas universidades como Harvard, MIT y la London School of Economics y tienen varios reclamos de fondo a la economía convencional. Dicen que ésta se concentra sólo en el “gran cuadro” y no tiene en cuenta lo que sucede en la realidad. Por otra parte, ofrece recetas universales, cuando como señala Besley (London School): “los problemas son diferentes país por país y aun región por región dentro de los países”. Así, las recetas que ayudaron a algunos en ciertos momentos, no funcionaron en África, la ex Unión Soviética, en diferentes partes del sudeste asiático y en América Latina. Estos economistas jóvenes “están insatisfechos con las supuestas panaceas como presupuestos equilibrados, nueva infraestructura y estabilidad financiera, buscan en el campo qué está pasando con factores como la motivación de la gente y los flujos de información que guían las políticas país por país.” Uno de sus exponentes más destacado Ester Duffo (MIT), dice: “el desarrollo es una serie de preguntas y no se define realmente por técnicas.” Frente a sus detractores, la necesidad de una política social vigorosa puede exhibir, junto con su carácter clave para un desarrollo sostenible, una legitimidad ética fundante. Ya los textos bíblicos, pilar de nuestra civilización, no sólo indican que la pobreza es un agravio a la dignidad del ser humano, creación de la divinidad y que las grandes desigualdades atentan contra la moral básica, sino que además prescriben normas detalladas de política social. El Antiguo Testamento contiene desde un sistema fiscal completo, para financiar la ayuda a los más débiles, el diezmo, hasta regulaciones de la propiedad, protecciones al trabajador, orientaciones para la ayuda al otro, preceptos para asegurar que se respete la dignidad de los pobres y multitud de normas semejantes. La voz de los Profetas se levanta en la Biblia para exigir: “No habrá pobres entre vosotros” (Deuteronomio, 15:4). No es una voz de oráculo, sino de exigencia moral. Está señalando, depende de la comunidad organizada y de cada persona, eliminar la pobreza. Similar es el llamado del Nuevo Testamento.
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Construir un modelo de desarrollo integral, productivo y equitativo, orientado por los valores éticos básicos, movilizar como uno de sus ejes una política social de nuevo cuño basada en alianzas entre políticas públicas, sociedad civil y organizaciones de los desfavorecidos, instrumentada de modo descentralizado, transparente y bien gerenciada, plantear la superación de la pobreza y la iniquidad como prioridades fundamentales parece ser el gran desafío que tiene por delante este continente. Hay, por otra parte, una consideración ética que debería acompañarnos, no se puede esperar más. Hay una “ética de la urgencia” por aplicar. Muchos de los daños que causa la pobreza son irreversibles. Cada día hay madres que perecen al dar a luz, niños desnutridos cuyas capacidades neuronales son dañadas para siempre por el hambre, jóvenes sin oportunidades al borde del delito, familias destruidas por la pobreza. El campo social no admite postergaciones como otros. Como lo ha marcado el papa Juan Pablo II (1999): “el problema de la pobreza es algo urgente que no puede dejarse para mañana.” El fortalecimiento y la profundización de los procesos de democratización en América Latina, son cruciales para que la región recupere tanto una inversión social importante como unas políticas sociales vigorosas y coparticipadas. En sus clásicos análisis sobre las grandes hambrunas en el último siglo, Amartya Sen (1981) demostró que nunca hubo grandes episodios de hambre en sociedades con democracias realmente activas. La presión de una sociedad civil movilizada, medios de difusión independientes, una opinión pública vigilante, obligó a los liderazgos a poner en primer lugar la erradicación del hambre. Una investigación cercana de Kawachi y Kennedy (2002) demuestra que aun en países altamente desarrollado como los Estados Unidos, al examinar 50 estados puede observarse que cuanto mayor es la movilización de votantes de las clases bajas, más activas y fuertes son las políticas sociales. En definitiva, tras la necesidad de que Estado y sociedad civil pongan en marcha en América Latina políticas sociales que aseguren nutrición, salud, educación y dignidad a los ciudadanos, se juega una opción ética fundamental: la de escoger entre el camino de la responsabilidad por el otro o el de la insolidaridad. El riesgo de este último está bien abierto en la región. Los mensajes individualistas, consumistas y frivolizantes, que exacerban el egoísmo y la indiferencia, están incidiendo en que amplios sectores pierdan sensibilidad frente a los males de la pobreza, empiecen a acostumbrarse a ella como si fuera parte del paisaje, vean el espectáculo cruel de los niños viviendo en desamparo en las calles, los ancianos abandonados a su destino, los jóvenes sin salida, como si todo ello fuera una especie de hecho de la naturaleza, “como si lloviera.” No es un hecho de 108 / Más ética, más desarrollo
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la naturaleza deriva de graves errores en las políticas, de la iniquidad y de falencias éticas agudas. Nuestras sociedades corren el peligro en este proceso de perder la capacidad de indignación ante la injusticia, uno de los atributos centrales de la especie humana. Recuperar esa calidad fundamental será la base para dar la lucha por un desarrollo que incluya a todos.
La discriminación de la mujer en el mundo globalizado y en América Latina I. El debate sobre la globalización Las últimas décadas son el escenario de cambios fundamentales en las estructuras básicas de la historia, que a su vez están generando transformaciones de fondo en la vida cotidiana de la gran mayoría de los habitantes del planeta. Una dimensión esencial de cambio es la científico-tecnológica. Una serie de revoluciones simultaneas en múltiples ámbitos han modificado sustancialmente las posibilidades de producción de bienes y servicios, incrementándolas a límites casi no soñados. Los avances continuos en múltiples áreas tecnológicas han derrotado todas las hipótesis pesimistas sobre el potencial productivo del orbe, colocando al género humano en condiciones de llevar adelante proyectos que sólo existían en las novelas de ciencia ficción. Entre muchos otros: producir cultivos estacionales durante todo el año, generar biotécnicamente especies vegetales, tener acceso inmediato a información de todo orden a través de la Internet, comunicar en tiempo real a los lugares más distantes, interrelacionar el teléfono, el televisor y la computadora, realizar intervenciones quirúrgicas especializadas a través de robots. Muchas de estas innovaciones, las producidas en campos como las comunicaciones, el transporte, las redes de información, han convertido al mundo en la denominada “aldea global”, un espacio fuertemente interrelacionado. Al mismo tiempo se observan procesos agudos de concentración económica, surgen grandes conglomerados empresariales que a través de fusiones sucesivas adquieren poder económico mayor al de muchos estados nacionales y tienen presencia en numerosos lugares del planeta, hay una fuerte concentración del capital financiero, un aumento importante del comercio mundial favorecido por reducciones de barreras y procesos de integración y la circulación amplia sin regulaciones mayores de los flujos de capital financiero. El mundo globalizado que surge tiene como una característica central, que lo que sucede en cualquiera de sus puntos estratégicos, puede tener impactos inmeLos desafíos éticos de América Latina / 109
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diatos y muy intensos en muchos otros lugares y afectar especialmente a los países en desarrollo por su alta vulnerabilidad. Es un mundo interrelacionado en lo económico, lo financiero, las comunicaciones, los mensajes informáticos, los transportes y con difusión creciente de ciertos estilos de vida, desde sus puntos más fuertes hacia los otros. Está lleno de oportunidades de aumentar la producción de alimentos, avanzar en medicina, poner en marcha sistemas educativos a distancia con acceso a los lugares más remotos y un sinnúmero de otras posibilidades de progreso. Sin embargo, hay una paradoja. Se observan graves procesos de estancamiento o deterioro en las condiciones de vida básicas de buena parte de sus habitantes, más de la mitad se hallan por debajo de la línea de la pobreza, las desigualdades ascienden a límites casi desconocidos, hay muy graves problemas en el campo más elemental, la posibilidad de trabajar, y surge como una contradicción central el eje inclusión-exclusión; amplios sectores del género humano están totalmente excluidos de las oportunidades y los progresos. Juan Somavia (2000), secretario general de la OIT, describe así la situación: “La globalización destruye las industrias tradicionales y crea en consecuencia un aumento del número de desempleados superior al que los sectores industriales de tecnologías avanzadas son capaces de absorber. El resultado es la marginación de los trabajadores del mundo industrializado y también del menos desarrollado, que no disponen de posibilidades para adaptarse a la nueva situación.” El Informe de desarrollo humano del PNUD (1999) puntualiza: “Cuando el mercado va demasiado lejos en el control de los efectos sociales y políticos, las oportunidades y las recompensas de la mundialización se difunden de manera desigual e inicua, concentrando el poder y la riqueza en un grupo selecto de personas, países y empresas, y dejando al margen a los demás.” Frente a realidades de este orden, numerosas voces prominentes encabezadas por el papa Juan Pablo II, reclaman un código ético para la globalización. La ética debería marcar los fines e indicar qué medios son lícitos para el progreso y cuáles no, de lo contrario los resultados pueden ser muy inciertos. El Papa (2001) ha planteado: “la Humanidad comprometida en el proceso de mundialización debe concederse un código ético y a indicado que la Iglesia continuará trabajando con todas las personas de buena voluntad para que el vencedor en este proceso sea la Humanidad y no solamente una elite de privilegiados, que controla la ciencia, la tecnología, las comunicaciones y los recursos del planeta en perjuicio de la gran mayoría de las personas.” Entre otros pronunciamientos en similar dirección, dice Guy Verhofstdadt (2001), primer ministro de Bélgica, anterior presidente de la Unión Europea: “la globalización puede ser utilizada para bien o para 110 / Más ética, más desarrollo
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mal. Por consiguiente, lo que realmente necesitamos es un enfoque ético mundial tanto para el medio ambiente, las relaciones laborales como para la política monetaria.” Subraya Mary Robinson (2002), Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU: “Tenemos que avanzar hacia una globalización más ética y encontrar un camino para tener una democracia cívica, en el nivel internacional.” Rubens Ricupero (2000), secretario general de UNCTAD, señala: “Este fenómeno mundial puede operar en favor de toda la humanidad. Desafortunadamente, como está sucediendo [en la actualidad], puede servir para aumentar las diferencias económicas y sociales, beneficiar a unos pocos y crear nuevas fuentes de preocupación.” Un prestigioso catedrático, Gerald Helleiner (2000), Profesor Emérito de la universidad de Toronto, resumiendo la situación pregunta: “¿La economía global puede ser civilizada?.” Este debate tiene enorme trascendencia hoy en una América Latina que ha realizado grandes avances en el vital campo de la democratización, pero experimenta serias dificultades económicas y una grave situación social. Este trabajo tiene por finalidad poner a foco una de las dimensiones que este debate debería abordar necesariamente en el nivel universal y de la región, por su relevancia y enormes implicancias: los impactos de la globalización sobre la condición de la mujer. Para ello recorre varios momentos de razonamiento sucesivos. En primer lugar, traza una perspectiva general de algunos problemas humanos estratégicos que se están presentando en el mundo de la globalización. En segundo término, procura analizar desde ese marco de referencia la situación de la mujer. En tercer lugar, incursiona sobre algunos aspectos de la condición de la mujer en el contexto socioeconómico, de la América Latina actual. Finalmente, extrae algunas conclusiones sobre posibles respuestas a los problemas planteados. El objetivo del trabajo esta acotado a presentar sintéticamente algunos problemas vinculados con el género que deberían ser objeto obligado de la gran agenda de debate económico-social de América Latina y a llamar la atención sobre la necesidad de diseñar y poner en marcha políticas públicas renovadoras respecto a ellas.
II. Algunos problemas clave en el mundo globalizado Existe una amplia alarma en el nivel internacional sobre la presencia de persistentes tendencias económico-sociales que afectan de manera dramática las oportunidades reales de desarrollo de vastos sectores de la población mundial. Dan cuenta de ellas informes recientes de diversas fuentes, como, entre otros: State of the World Los desafíos éticos de América Latina / 111
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(2002), del World Watch Institute; Macroeconomía y salud (2002), de la Organización Mundial de la Salud; Informe sobre desarrollo humano (2001), del PNUD; La calidad del crecimiento (2000), del Banco Mundial. Entre las tendencias que más alarma han despertado se hallan las que se presentan resumidamente a continuación. A. Las dimensiones y el aumento de la pobreza Buena parte de los habitantes del planeta viven muy por debajo de la línea de la pobreza, aun estimada de un modo conservador. Mientras que en los países desarrollados es pobre aquel cuyos ingresos son menores a cifras del orden de los 1.000 dólares mensuales, hay en el mundo 1.300 millones de personas que ganan menos de 30 dólares por mes y 3.000 millones cuyos ingresos son menores a 60 dólares en igual período. Carecen de lo más básico: el agua, elemento esencial para la vida. Mil trescientos millones de personas no tiene agua potable. Se estima que anualmente mueren 3.400.000 personas por infección directa del agua, alimentos contaminados en organismos portadores de enfermedades, como los mosquitos que tienen su hábitat en aguas en mal estado. En su desesperación, los pobres compran agua y, según la comisión Mundial del Agua (1999), pagan por un producto de calidad dudosa hasta doce veces lo que abonan las clases medias y altas que la reciben directamente de la canilla en su casa. También otros dos elementos clave para cualquier enfoque de salud preventiva y para la vida diaria son escasos en las zonas pobres. Tres mil millones de personas no tienen servicios de saneamiento y 2.000 millones carecen de electricidad. Por otra parte, la pobreza sigue significando en vastas áreas desnutrición. Según las estimaciones de la FAO (1998), 828 millones de personas de los países en desarrollo tienen hambre crónica y otros 2.000 millones padecen deficiencias de micronutrientes básicos, como vitaminas y minerales. La pobreza no ha retrocedido desde 1980, sino que, según los datos del Banco Mundial, ha aumentado. Un especialista inglés, Peter Tonwsed, resalta que en investigación es posible ver con facilidad cómo la pobreza no es inofensiva, “la pobreza mata.” Efectivamente, incide en los parámetros vitales esenciales. Así los estudios de Unicef demuestran que si un niño tiene deficiencias nutricionales en los primeros años de vida, sufre daños irreversibles en sus capacidades neuronales, que dificultarán su vida para siempre. Reflejando las paradojas del mundo globalizado, mientras una parte del género humano padece desnutrición, en el otro extremo, en los países desarrollados, uno de los males más alarmantes de la salud pública es la obesidad. 112 / Más ética, más desarrollo
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B. El avance de las polarizaciones sociales El funcionamiento de las realidades económicas contemporáneas está asociado con un fuerte crecimiento de las desigualdades. Las cifras indican que se está produciendo entre los países y también en interior de ellos. Entre otros señalamientos al respecto, indica James Wolfensohn (2000), presidente del Banco Mundial: “la diferencia entre los países ricos y los pobres se está haciendo mayor; los ricos se están haciendo más ricos y los pobres más pobres.” Resaltando las enormes disparidades, ha destacado Koffi Annan (2001), secretario general de la ONU: “Cómo podemos decir que los seres humanos son libres e iguales en dignidad, cuando más de un billón de ellos vive luchando para sobrevivir con menos de un dólar diario, sin agua corriente potable y cuando más de la mitad de la humanidad carece de servicios sanitarios. “Algunos de nosotros nos preocupamos por la caída del mercado bursátil, o nos preocupamos por obtener el último modelo de computadora, cuando más de la midad de nuestros semejantes, hombres y mujeres, tienen preocupaciones mucho más básicas, como de dónde proveerán alimento a sus niños.” Entre los principales desarrollos observables en iniquidad están los siguientes: a. Las brechas entre el 20% de la población mundial que vive en los países más ricos y el 20% que reside en los más pobres son de gran magnitud en todos los planos. El 20% más rico es dueño del 86% del Producto Bruto Mundial, el 20% más pobre sólo del 1%. Asimismo, los primeros tienen el 82% de las exportaciones mundiales de bienes, los segundos el 1%. En materia de inversiones, el 68% de las inversiones extranjeras directas van a los ricos y sólo el 1% a los pobres. b. Las tendencias son alarmantes, las distancias no tienden a reducirse sino a aumentar. En 1960, las diferencias de ingresos entre unos y otros eran de 30 a 1. En 1990 pasarán a ser de 60 a 1 y en 1997 de 74 a 1. c. La década de 1990, mostró procesos de signo inverso entre los países pobres y los ricos. Más de 80 países vieron reducidos sus ingresos per cápita. Del otro lado, 40 países tuvieron un crecimiento medio del ingreso per cápita superior al 3% anual.
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d. Se ha tendido a producir una gran acumulación de riqueza en pocas manos, mientras aumenta la pobreza en vastas áreas. Según indica la ONU (Informe sobre desarrollo humano 1999): • Las tres personas más ricas del mundo tienen un patrimonio que es superior al producto nacional bruto sumado de los 48 países más pobres. • Las 200 personas más ricas tienen activos que superan el ingreso combinado de 2.500 millones de personas. • Si las 200 personas más ricas donaran el 1% de su riqueza a la educación, se podría proporcionar etudios primarios a todos los niños del orbe. e. Ante datos de este orden, las Naciones Unidas resaltan sin ambages: “las desigualdades globales en ingresos y estándares de vida han alcanzado proporciones grotescas.” Las desigualdades tienen elevada expresión en el nivel nacional en los países en desarrollo. Mientras el Coeficiente de Gini, que mide la distribución del ingreso en los países más equitativos del mundo como Noruega, Suecia y Dinamarca es de 0,25 y en el mundo desarrollado en general de 0,30, el promedio mundial es de 0,40. América Latina presenta un nivel de desigualdad aun mucho peor: su Gini es de 0,58. Un amplísimo número de investigaciones recientes indican que las desigualdades actúan como un freno poderoso al desarrollo. En el nivel nacional generan efectos regresivos múltiples, entre ellos: reducen los mercados internos, limitan la formación de ahorro nacional, crean circuitos diferenciados en el sistema educativo, producen serias trabas para la acumulación de capital humano y capital social, desequilibran la gobernabilidad. En el plano internacional, crean un mundo inequitativo, dando lugar a la generación de todo orden de mecanismos que de por sí tienden a reproducirlas y amplificarlas. Su producto final es que un alto porcentaje de la población mundial no tiene posibilidades de realización y su potencial productivo y creativo es totalmente subutilizado. C. El acceso a la salud Todas las constituciones democráticas plantean el acceso a la salud como un derecho fundamental, que está fuera de discusión. La facilitación a toda la población de recursos básicos para la salud preventiva, como agua, instalaciones sanitarias y electricidad, y el acceso universal al cuidado de la salud no se discuten como derechos. Ellos implican en última instancia el derecho a la vida misma. 114 / Más ética, más desarrollo
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Por otra parte, en las últimas décadas se han producido avances científicos y técnicos de gran envergadura en las ciencias médicas, con un potencial excepcional de impacto sobre los indicadores básicos de salud. Estos progresos han creado condiciones muy favorables para mejorar fuertemente la salud pública. Sin embargo, si bien ha habido progresos se observan enormes brechas que de hecho crean situaciones muy diferenciadas entre diversos sectores de la población mundial. Detrás de ellas están operando activamente factores como las marcadas desigualdades antes referidas y la debilidad de las políticas estatales de protección de la salud. El cuadro siguiente da cuenta de la situación general en la actualidad: Cuadro 5 Esperanza de vida y niveles de mortalidad por categoría de desarrollo del país (1995 - 2000) Categoría de desarrollo
Población (1.999 millones)
Promedio anual de ingresos (dólares)
643
296
51
100
159
Otros países de ingreso bajo
1.777
538
59
80
120
Países de ingreso mediano bajo
2.094
1,200
70
35
39
Países de ingreso mediano alto
573
4,900
71
26
35
Países de ingreso alto
891
25.730
78
6
6
Memo: África del Subsahara
642
500
51
92
151
Países menos desarrollados
Esperanza Mortalidad Mortalidad de vida infantil en menores al nacer (muertes de de cinco (años) menores de años un año por (muertes de 1.000 menores nacidos de cinco vivos) años por 1.000 nacidos vivos)
Fuentes: Informe de desarrollo humano 2001, Cuadro 8 y cálculo del CMH a base de indicadores del desarrollo del Banco Mundial, 2001. Organización Mundial de Salud, Macroeconomía y salud, 2002.
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Como se advierte en la actualidad, la esperanza de vida en los países más pobres del mundo donde viven 643 millones de personas es de 51 años y en los países de bajos ingresos donde viven otros 1.777 millones de personas es de 59 años. Del otro lado, en los países de altos ingresos donde viven 891 millones de personas es de 78 años. Hay una distancia de 27 y 19 años en el derecho a la vida entre unos y otros. La brecha es asimismo, muy grave en cuanto a los niños. En los dos primeros grupos de países, 159 y 120 niños de cada 1.000 mueren antes de cumplir 5 años de edad. En los ricos, la medicina ha logrado que sólo seis fallezcan. El informe Macroeconomía y Salud (2002), producido por un grupo de expertos prominentes convocado por la Organización Mundial de Salud dice que ocho millones de personas mueren anualmente por causas perfectamente prevenibles o atacables. Las muertes son generadas por el Sida, la malaria, la tuberculosis, enfermedades infecciosas de los niños, desnutrición, falta de atención adecuada a las futuras madres y al parto y el cigarrillo. Casi todas ellas son enfermedades vinculadas a la pobreza. Ella crea condiciones propicias para que se propaguen. Por otra parte, la inversión para atacarlas es muy reducida. Los países pobres gastan 15 dólares per cápita por año en salud pública; los ricos más de 2.000. Asimismo, la investigación médica orientada por los grandes laboratorios no dedica mayores recursos a las enfermedades de los pobres porque no constituyen un mercado atractivo. Se estima que sólo el 5% del gasto mundial en investigación y desarrollo en salud está dirigido a los problemas de salud del 95% de la población mundial. El informe State of the World (2002) resalta que en los años setenta se suponía que a finales del siglo las enfermedades infecciosas serían un problema menor y que la atención médica podría concentrarse en las enfermedades de la abundancia, como las cardiacas y el cáncer. En lugar de eso, 20 enfermedades infecciosas incluyendo la tuberculosis, la malaria y el cólera han reemergido y se han extendido en los últimos 25 años en estrecha relación con el deterioro social. Disparidad en el acceso a las nuevas tecnológicas Las nuevas tecnologías de información y comunicación tienen excepcionales posibilidades de beneficiar el desarrollo personal y nacional. Sin embargo, en un mundo donde las oportunidades son tan desiguales, diversos factores llevan a crear aquí un área de desequilibrio adicional de grandes proporciones. Según las estimaciones de la ONU, el 20% más rico de la población mundial tiene el 93,3% de los accesos a Internet y el 20% más pobre sólo el 0,2%. Uno de los factores incidentes es el acceso a la telefonía. Casi la mitad de la población del mundo 116 / Más ética, más desarrollo
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nunca ha hecho o recibido una llamada telefónica. Otro tema es la posibilidad de comprar una computadora. Su monto significa en Estados Unidos medio mes de sueldo promedio. En cambio, en países como Bangladesh, más de ocho años de ingresos de un trabajador medio. Otro factor incidente es la educación: el 30% de los usuarios de la Internet en el mundo tienen un título universitario. Otro aspecto es el manejo del inglés. Se utiliza ese idioma en el 80% de los lugares de la Web. Por otra parte, sólo lo habla el 10% de la población mundial. Esta situación está generando un nuevo tipo de analfabeto. Se lo ha llamado el “analfabeto cibernético” y está destinado a quedar excluido de la gran “autopista de la información”, al costado del camino, sin posibilidad de andar en ella, con las consiguientes consecuencias. Las describe la ONU (PNUD 1999): “Esta exclusividad está creando mundos paralelos. Los que tienen ingreso, educación y —linealmente— conexiones tienen acceso barato e instantáneo a la información. El resto queda con acceso incierto, lento y costoso. Cuando los habitantes de esos mundos viven y compiten codo a codo, la ventaja de estar conectado relegará a los marginales y empobrecidos, excluyendo sus voces y sus preocupaciones de la conversación mundial.” Los problemas planteados caracterizan el mundo de la globalización. Un mundo pleno en oportunidades potenciales, pero al mismo tiempo recorrido por tendencias fuertemente excluyentes como las reseñadas hasta aquí. A ellos pueden sumarse muchos otros, que expresan la misma dualidad central exclusión/inclusión que hoy preocupa en todo el planeta. En este contexto general se ubica la condición de género contemporánea. Es afectada tanto por las oportunidades abiertas, como por las problemáticas tendencias mencionadas. Veamos algunas de las cuestiones clave que se plantean en relación con ella.
III. Aspectos de la situación de la mujer Las largas luchas por la equidad de género han generado importantes avances. Entre ellos, la igualdad de derechos jurídicos, la mayor participación política, los progresos de la mujer en los diversos niveles de la educación y su rápida y creciente incorporación a la fuerza de trabajo. Todos estos logros han reestructurado su situación personal e influido en su posición en la familia y en la sociedad. A pesar de ello subsisten gruesas brechas y muchísimas mujeres ven coartadas de formas múltiples sus posibilidades existenciales básicas. Inciden en estas brechas los procesos regresivos de deterioro social reseñados, la vulnerabilidad Los desafíos éticos de América Latina / 117
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ante ellos de los grupos más débiles, como las mujeres urbanomarginales y las campesinas, y la sobrecarga adicional que significa la perduración de discriminaciones de género, con fuerte base cultural y social. Los problemas mencionados —pobreza, desigualdad, exclusión— golpean en muchos casos particularmente a la mujer. Su número entre los pobres suele ser mayor que los promedios generales; el crecimiento de la desigualdad las afecta como trabajadoras por un lado y por otro como mujeres, la falta de acceso a oportunidades tecnológicas tiene más presencia en ellas y especialmente sufren las consecuencias de la iniquidad en salud. A pesar de los avances médicos, las tasas de mortalidad materna en el mundo en desarrollo son muy altas como consecuencia de la falta de sistemas de protección adecuados. Según las cifras de la ONU, 500.000 madres mueren anualmente al dar a luz, más del 98% en los países en desarrollo. Por otra parte, las mujeres son la primera fila de la lucha por la defensa de la vida de los niños. En las condiciones desfavorables de la pobreza, ello significa cargas muy duras. Con sus luces y sombras, ¿qué está sucediendo con la condición de la mujer en general en términos de cifras? Un estudio del Banco Mundial (2001) indica que las brechas son aun muy amplias incluso en aspectos elementales. El estudio analiza las desigualdades en derechos básicos sociales, económicos y legales, y establece el siguiente cuadro: Gráfico 7 Índice de igualdad de género 4
3
2
1 Este Europa del América M. Oriente Asiático Este y Asia Latina y y África y el Pacífico Central el Caribe del Norte
Asia del Sub-Saharan Sur África
OECD
Note: Un valor de 1 indica baja igualdad de género en materia de derechos y un valor de 4 alta igualdad de género. Fuente: Datos en materia de derechos humanos (1992); medidas de población de World Bank (1999d). The World Bank (2001). Engendering development. (Oxford University Press).
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Como se observa, si (4) es la plena igualdad, en la mayor parte de las regiones del mundo la realidad se halla por debajo de (3), a considerable distancia de la situación deseable. Un diagnóstico detallado de las Naciones Unidas sobre la situación de la mujer, “The World’s Women 2000”, presenta entre otros los siguientes datos: • No obstante los fuertes progresos en educación femenina, las dos terceras partes de los analfabetos del mundo son mujeres. • La integración de la mujer al trabajo se está haciendo con activas tendencias a formar parte de posiciones menores y a tener una gran presencia en la economía informal. Casi la mitad de las mujeres que trabajaban en otros sectores distintos de la agricultura lo hacían en el sector informal en 7 de 10 países de América Latina y en 4 países asiáticos. En 2 de los países más poblados del mundo, como India e Indonesia, el 90% de las mujeres que trabajan fuera de la agricultura lo hacen en la economía informal. La tendencia observable es por tanto, desde ya con excepciones, la concentración de la mano de obra femenina en trabajos de menor calidad. • La discriminación en materia de salarios sigue siendo muy activa. En la industria, en 27 de 39 países con datos disponibles las remuneraciones de las mujeres eran de un 20% a un 50% menores que las de los hombres. • Los avances de las mujeres en posiciones gerenciales en el mundo corporativo tienen logros acotados. En 1999 las mujeres sólo representaban del 11% al 12% de los ejecutivos de las 500 corporaciones mayores de los Estados Unidos y el 12% de los ejecutivos de las 560 mayores empresas del Canadá. En Alemania en 1995, sólo del 1% al 3% de los altos ejecutivos y miembros de directorios de las 70.000 empresas mayores eran mujeres. Un reciente estudio de la General Accountig Office de los Estados Unidos (Henry, 2002), preparado para el Congreso americano, indica que además de ello las diferencias salariales por género aun en esos niveles gerenciales no sólo no han desaparecido sino que en los últimos años se han ampliado. Señala que en las 10 industrias que emplean el 71% de la mano de obra femenina activa, las mujeres en puestos de gerencia ganan menos que sus contrapartes masculinas y las diferencias aumentaron en 7 de 10 campos. Así, una gerente mujer en el área de las comunicaciones ganaba en 1995 el 85% del sueldo de los hombres de posiciones similares en esa industria. En 2.000 eso empeoró: sólo percibía el 73%. También con progresos, es limitada la presencia de la mujer en los altos niveles políticos. En 1999 sólo 9 mujeres eran jefas de Estado y sólo el 8% de los miLos desafíos éticos de América Latina / 119
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nistros eran mujeres. Suecia era el único país donde había una mayoría de ministros mujeres (55%). Las mujeres representaban asimismo sólo el 11% de los parlamentarios del mundo. Sólo en los países nórdicos y en Holanda significaban más de un tercio de los congresales. Algunos de los procesos típicos de la economía globalizada abrieron oportunidades de integración laboral a las mujeres, pero al mismo tiempo significaban cargas y sacrificios desproporcionales para ellas. En un riguroso trabajo de investigación, Nilufer Cagatay, del PNUD (2001), analiza los impactos de la liberalización del comercio exterior sobre las mujeres. Muestra que al aumentar en los países en desarrollo el porcentaje que significan las exportaciones sobe el producto nacional bruto se produce un aumento en la participación de la mujer en los empleos remunerados, entre otras, en actividades como las maquiladoras. Ello la integra al mercado de trabajo, lo que mejora su posición social. Sin embargo, resalta que las investigaciones indican diversas limitaciones y costos por estos logros. En primer lugar, la expansión del empleo femenino no ha llevado a cerrar las brechas salariales de género. Asimismo, los puestos conseguidos se han mostrado inseguros e inestables, porque esta expansión ha ocurrido en una era de pérdida en general de la capacidad de negociación de los trabajadores. En segundo lugar, mientras un grupo de mujeres se incorpora a la fuerza laboral, otras, las menos calificadas, pierden empleos y medios de subsistencia. Tercero, la tendencia puede ser revertida con la incorporación de avances tecnológicos que sustituyen mano de obra en las industrias de exportación. En cuarto lugar, la incorporación laboral significa un aumento de la carga de trabajo total de la mujer, porque sus tareas —no pagas— en el hogar no se reducen. En quinto término, si bien las mujeres se dotan de poder al trabajar, su fuerza de negociación con las empresas sigue siendo menor que la de los hombres. En resumen, Cagatay concluye: “la expansión y liberalización del comercio internacional tiene efectos contradictorios sobre el bienestar de las mujeres y las relaciones de género.” Otra dimensión usual de los procesos globalizadores, la implantación de políticas de ajuste, ha golpeado con fuerza en forma mayor a las mujeres que a los hombres. En los países en desarrollo, las reducciones laborales que son propias de estas políticas han caído en primer lugar en los sectores menos calificados y de menor capacidad de negociación, en los que hay fuerte concentración de mujeres. Asimismo, han incrementado las desigualdades salariales entre los calificados y los no calificados. El Banco Mundial (1995) señala que en América Latina los ajustes han reducido mucho más dramáticamente las remuneraciones horarias de las mujeres que las de los hombres, por su alta inserción en puestos de baja retribución. 120 / Más ética, más desarrollo
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Aun en altas posiciones gerenciales y en los países desarrollados, las mujeres pagan costos elevados por su integración laboral. Un tema esencial, la posibilidad de tener hijos y criarlos normalmente, es sacrificada en una proporción significativa. La investigación antes mencionada de la General Accounting Office de los Estados Unidos (Henry, 2002), encuentra que les es mucho más difícil que a los hombres balancear la familia y la carrera. El estudio muestra que el 60% de las mujeres con cargos gerenciales de las industrias analizadas no crían hijos, mientras ello sucede con el 40% de los hombres. Otro estudio de una ONG Catalyst en New York (Henry, 2002) encontró que entre los ejecutivos de la industria de servicios financieros, el 88% de los hombres tenían hijos en su hogar y ello sólo sucedía con el 58% de las mujeres.
IV. Las mujeres latinoamericanas y el contexto socioeconómico Las mujeres latinoamericanas han hecho avances de gran significación en las últimas décadas. Hay una incorporación masiva de la mujer a todos los estratos del sistema educativo. Ella ha llevado a compartir la matrícula universitaria con los hombres en numerosas carreras. Por otra parte, ha crecido fuertemente su participación en la fuerza de trabajo. Muchas mujeres se convirtieron en un sostén importante del presupuesto familiar. Diversos análisis indican que de no ser por el aporte de la mujer, las cifras de pobreza serían aún mucho mayores de lo que son2. También ha proseguido el proceso de ampliación de la participación de la mujer en el área política. Todos estos avances se han dado en un marco muy especial, una América Latina que en los últimos 20 años ha experimentado por un lado, un proceso de gran positividad, el de la democratización que ha creado un entorno político y cultural muy favorable a la superación de discriminaciones de género, pero por el otro lado, ha sufrido serios deterioros sociales, que empeoraron una situación anterior plena en problemas de consideración. Cuando se analizan estadísticamente las dos últimas décadas, se observa que los niveles de pobreza, desocupación e informalidad ascendieron de manera significativa. En ese contexto general, los avances logrados han tenido una contracara severa. Algunas de sus principales expresiones son las que se resumen a renglón seguido. Resalta al respecto la CEPAL en su Panorama Social 2000-2001: “El aporte económico de las mujeres que trabajan contribuye a que una proporción importante de los hogares situados sobre la línea de pobreza puedan mantenerse en esa posición” (Santiago de Chile, 2001).
2
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La feminización de la pobreza Ha aparecido en los casilleros estadísticos típicos con expresión cada vez más elevada el grupo denominado “madres solas jefas de hogar.” En gran proporción se trata de madres pobres que han quedado solas al frente del núcleo familiar ante la deserción del cónyuge a su vez fuertemente influida según diversos trabajos (Katzman, 1992) por la imposibilidad de seguir cumpliendo su rol de proveedor principal de ingresos. Estos hogares tienden a ser unidades familiares muy débiles en términos económicos y en muchos casos se hallan bordeando la indigencia. Dice el Informe de la Comisión Latinoamericana y del Caribe sobre el desarrollo social, encabezada por Patricio Aylwin (1995): “El inmenso deterioro de las condiciones de vida de los sectores medios y particularmente de los más pobres, que en nuestra región se ha hecho patente especialmente a partir de los años ochenta, afecta proporcionalmente más a las mujeres que a los hombres. La casi totalidad de los países de América Latina tiene porcentajes de hogares con jefatura femenina superiores al 20%, lo que contribuye fuertemente al fenómeno conocido como la feminización de la pobreza.” La pobreza es un destructor sistemático de familias y ataca particularmente a las mujeres. Esto es una realidad no sólo latinoamericana sino internacional. Una reciente investigación de amplios alcances en los Estados Unidos (The Center for Disease, Control and Prevention, 2002) indagó a 11.000 mujeres y arribó a las siguientes conclusiones al respecto: • El sector de la población más afectado por la pobreza, las mujeres negras, tenía menores tasas de matrimonialidad, mayores tasas de divorcio y menores tasas en cuanto volver a casarse. • Cuando se analizaba a mujeres blancas que vivían en áreas pobres, las tasas descendían al mismo nivel que los de las mujeres negras. • La investigación concluye que las presiones que la pobreza pone sobre las relaciones de pareja son determinantes en estos desequilibrios. Otra fuente importante de conformación de familias pobres con una mujer al frente es el embarazo a temprana edad. Este tipo de familias tendrán, de entrada, condiciones de gran vulnerabilidad. También este fenómeno está claramente asociado a la pobreza y tiene grandes dimensiones en la región, según puede verificarse en el cuadro siguiente:
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Cuadro 6 América Latina (12 países): mujeres entre 20 y 24 años con hijos sobrevivientes tenidos antes de los 20 años, según cuartiles de ingreso per cápita de sus hogares, 1994 (porcentajes) País
Total Nac.
Zonas urbanas Total
Zonas rurales
Niveles de pobreza
Total
Indi- Pobres No gentes no ind. pobres
Niveles de pobreza Indi- Pobres No gentes no ind. pobres
Argentina
…
15
40
30
13
…
…
…
…
Bolivia
…
24
30
31
18
…
…
…
…
Brasil
22
20
37
24
12
30
42
31
19
Chile
20
18
39
32
13
28
44
34
25
Colombia
22
19
32
24
13
28
33
26
26
Costa Rica
25
21
54
35
16
29
44
41
26
Honduras
29
23
32
21
15
35
40
30
30
México
19
17
29
25
12
24
27
32
18
Panamá
23
20
40
32
15
33
50
37
24
Paraguay
28
19
38
32
11
40
…
…
…
Uruguay
…
12
76
24
10
…
…
…
…
Venezuela
22
19
36
24
12
39
58
38
31
Fuente: CEPAL, “Panorama Social de América Latina”, 1997.
Como se observa, las cifras de mujeres que han tenido hijos antes de los 20 años son mucho más altas entre los pobres que en los no pobres en todos los países. En total se estima que en los centros urbanos de la región, el 32% de los nacimientos que se dan en el 25% más pobre de la población son de madres adolescentes. En las zonas rurales la proporción es aún mayor, 40%. En total 80% de los casos de maternidad adolescente en América Latina están concentrados en el 50% más pobre de la población, mientras que el 25% más rico sólo tiene un 9% de los casos. En las áreas rurales, las cifras son 70% de los casos en el 50% más pobre y 12% en el 25% más rico. Una variable central en el embarazo adolescente es, según las correlaciones estadísticas, el nivel educativo, como puede verse en el siguiente cuadro:
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Cuadro 7 América Latina (12 paises): mujeres entre 20 y 24 años con hijos sobrevivientes tenidos antes de los 20 años, según nivel educacional alcanzado, 1994 (porcentajes) País
Total Nac.
Zonas urbanas Total
Zonas rurales
Nivel educacional de la mujer
Total
0 a 5 6 a 9 10 13 y años años a 12 más años años
Nivel educacional de la mujer 0 a 5 6 a 9 10 13 y años años a 12 más años años
Argentina
…
15
48
27
8
2
…
…
…
…
…
Bolivia
…
24
51
34
22
8
33
…
…
…
…
Brasil
22
20
33
20
7
3
30
35
21
11
2
Chile
20
18
36
38
18
7
28
43
36
18
7
Colombia
22
19
36
30
11
5
28
31
32
19
17
Costa Rica
25
21
32
33
13
4
29
48
31
8
4
Honduras
29
23
37
25
13
9
35
42
33
11
36
México
19
17
41
18
11
3
24
40
19
8
3
Panamá
23
20
33
37
17
5
33
48
43
19
4
Paraguay
28
19
35
27
14
(-)
40
44
40
33
12
Uruguay
…
12
36
18
10
2
…
…
…
…
…
Venezuela
22
19
34
28
14
5
39
54
38
17
14
Fuente: CEPAL, “Panorama Social de América Latina”, 1997.
En los centros urbanos de América Latina el porcentaje de madres adolescentes con menos de seis años de educación es del 40%. El número de madres adolescentes va descendiendo a medida que aumentan los años de estudio. Entre las jóvenes con 10 a 12 años de estudio es sólo del 15%. Funciona en la realidad un círculo perverso férreo. Las jóvenes pobres tienen menos educación, ello genera condiciones propicias al embarazo adolescente. Al tener hijos y ser titulares de familias muy débiles, abandonan totalmente el sistema educativo. Las cifras disponibles indican que las madres pobres adolescentes tienen un 25 a un 30% menos de capital educativo que las madres pobres que no han tenido embarazo adolescente. Al tener poco nivel educativo, estas madres jóvenes con hijos tendrán pocas posibilidades de conseguir trabajos e ingresos adecuados y se profundizará su pobreza. En un cuadro de pauperización en ascenso
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como el de la región en las últimas décadas estos círculos perversos tienden a afirmarse y ampliarse. Las mujeres pobres, mayoría entre las mujeres en general de América Latina, sufren también fuertemente el impacto de la pobreza en temas vitales muy clave, como el de la salud. La pobreza latinoamericana tiene como una de sus expresiones los altos déficits nutricionales. Advierten la CEPAL y la Organización Panamericana de la Salud (1998): “Se observa en casi todos los países de la región un incremento en enfermedades no transmisibles crónicas asociadas con alimentación y nutrición. Las medidas de ajuste implementadas por los países han afectado la disponibilidad nacional de alimentos y han tenido repercusiones negativas sobre el poder de compra de los grupos más pobres, amenazando la seguridad alimentaria.” Las madres pobres van a ser las más directamente afectadas por las condiciones de inseguridad alimentaria. Las va a impactar a ellas y a sus hijos. Según cifras recientes de la CEPAL (2000), efectivamente el 35% de los niños menores de 2 años de edad de América Latina están hoy en situación de “alto riesgo alimentario.” Las dificultades nutricionales de la madre y del bebé son uno de los factores clave en elevadas tasas de mortalidad infantil que siguen produciéndose en la región a pesar de los avances. Con ellas interactuan otros factores de escasez como la falta de agua potable antes mencionada, de instalaciones sanitarias y las condiciones generales de pobreza, y todo ello lleva a elevadas tasas de mortalidad infantil superiores al 50‰, en países como entre otros Haití, Bolivia, Perú, Brasil, Nicaragua, Ecuador y Guatemala. La OPS estima que mueren anualmente en la región por enfermedades perfectamente prevenibles como las diarréicas y las infecciones respiratorias, 190.000 niños. Las mujeres pobres tienen en la región un problema adicional muy serio en materia de salud, que es la ausencia de atención apropiada durante el embarazo y el parto. Consecuentemente, la tasa de mortalidad materna es muy elevada. Según la OPS (2002), mueren por causas relacionadas con ellos 23.000 mujeres latinoamericanas por año, una de cada 130 embarazadas. En los Estados Unidos muere 1 de cada 3.500. Además, muchas más mujeres de la región sufren efectos de largo plazo sobre su salud vinculados a las afecciones relacionadas con el embarazo. Los problemas ocupacionales Los diferentes problemas que afrontan los mercados de trabajo de la región son más agudamente registrados por las mujeres que por los hombres en lo que Los desafíos éticos de América Latina / 125
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inciden diversos factores entre ellos, las discriminaciones de género. En primer lugar, la tasa de desocupación es mayor entre las mujeres. También el tiempo necesario para conseguir otro trabajo tiende a ser mayor entre las mujeres como puede verse a continuación: Cuadro 8 América Latina (11 países) tiempo de búsqueda de trabajoa entre quienes han perdido el empleo (en meses) País
Año
Total
Hombres
Mujeres
1990 1999
Tasa general de desempleo 5,9 14,7
Argentina
4,4 4,9
4,3 3,8
4,5 6,2
Bolivia
1994 1999
3,2 7,1
3,2 3,9
3,2 3,7
3,1 4,2
Colombiab
1994 1999
8,0 19,2
5,9 8,2
5,6 7,9
6,1 8,5
Ecuador
1994 1999
7,1 14,2
4,6 5,3
4,1 5,4
5,1 5,2
El Salvador
1999
6,9
1,9
1,8
2,0
Guatemala
1989 1998
3,5 2,8
3,3 2,2
3,4 2,3
3,0 2,1
Nicaragua
1993 1998
14,1 13,8
4,7 2,1
5,1 2,7
3,9 1,3
Panamá
1991 1999
18,6 13,1
7,7 6,3
6,9 5,6
8,6 7,2
Paraguay
1999
9,1
3,7
4,1
3,1
Uruguay
1992 1999
8,4 11,2
5,5 6,2
4,9 5,8
6,0 6,6
Venezuelac d
1994 1999
8,4 14,5
3,0 3,3
2,9 3,1
3,2 3,7
Fuente: CEPAL, “Panorama Social de América Latina” 2000-2001, sobre la base de tabulaciones especiales de encuestas de hogares de los distintos países. a Excluye aquellos cesantes que han buscado empleo por un período superior a dos años. b Corresponde al Gran Buenos Aires. c La medición registra el tiempo que el informante lleva sin trabajo, no el tiempo que lleva buscando trabajo. d Corresponde al total nacional.
Siguen funcionando activos mecanismos de discriminación en cuanto a los salarios ganados por las mujeres que tienen empleo. Las cifras estadísticas indican: 126 / Más ética, más desarrollo
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Cuadro 9 América Latina (16 países): relación entre la remuneración media de las mujeres y la de los hombres, por grupos de ocupación 1999 (en porcentajes) Ocupados urbanos
Ocupados rurales
País
Total Pers. Prof. Pers. Trabaj. Total Pers. direc. y téc. adminis. manual direc.
Prof. Pers. Trabaj. y téc. adminis. manual
Bolivia
63,4
63,6
74,9
79,6
62,1
65,3 198,7
67,5
53,9
59,2
Brasil
65,0
62,7
50,3
48,6
56,1
66,8 102,4
42,8
58,1
54,8
Chile
65,9
53,0
57,4
71,3
64,2
84,5 39,6
67,1
60,3
73,2
Colombia
75,4
73,6
74,9
92,1
67,6
65,9 105,3
61,2
95,9
55,1
71,9 80,4
80,4
78,3
54,2
…
…
…
a
Costa Rica
70,1
76,2
70,2
84,9
52,1
Ecuador
67,3
59,3
53,8
101,4
62,0
…
…
El Salvador 74,6
81,6
84,1
82,6
69,2
73,0 106,0 107,9
84,5
69,4
Guatemalaa
27,8
69,6
88,4
53,0
39,9 37,6
67,9
33,8
55,2
48,3
Honduras
64,7
59,1
77,2
78,8
57,0
71,7 74,9
83,7
91,9
58,9
Méxicoa
57,0
49,2
54,9
56,6
63,0
52,3 11,3
73,0
46,6
74,2
Nicaraguaa
65,1
71,3
48,8
91,7
68,8
88,2 75,9
77,4
64,7
86,0
Panamá
83,2
88,3
72,6
92,2
64,6
97,3 81,0
74,7
88,1
58,4
Paraguay
71,5 110,4
61,5
92,3
65,5
54,5 124,1
112,4
71,6
48,8
República
74,9
77,1
71,7
101,9
65,7
69,4 59,4
98,3
77,5
64,4
67,9
62,2
52,2
75,7
59,0
…
…
…
…
…
74,1
73,9
62,8
64,2
65,8
…
…
…
…
…
Dominic.
b
Uruguay Venezuela
c
Fuente: CEPAL “Panorama Social de América Latina” 2000-2001, sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogar de los repectivos países. a 1998. b 1997. c Total nacional.
Como se advierte, la remuneración media de las mujeres es de un 63% a un 75% de las que perciben los hombres. Las mujeres están fuertemente concentradas en actividades de baja productividad en la región. Si se toma exclusivamente ese sector del mercado de trabajo, las disparidades de remuneraciones medias son aún mayores que las anteriores:
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Cuadro 10 América Latina (17 países): ingreso medio de la población urbana ocupada en sectores de baja productividad del mercado del trabajo, 1990 - 1999 (en múltiplos de las respectivas líneas de pobreza per cápita) País
Año
Hombre
Mujer
Argentina (Gran Buenos Aires)
1990 1994 1997 1999 1989
8,3 10,1 7,7 7,3 4,6
4,2 5,5 4,9 3,7 2,7
Bolivia
1994 1997 1999
3,6 3,3 2,9
1,8 1,9 1,9
Brasild
1990 1993 1996 1999
4,0 3,7 4,7 3,8
2,2 1,5 2,2 1,9
Chilee
1990 1994 1996 1998
5,0 5,2 7,0 7,6
2,6 3,2 3,6 3,7
Colombiaf
1991 1994 1997 1999
… … … …
… … … …
Costa Rica
1990 1994 1997 1999
4,5 5,4 4,7 5,7
2,1 2,8 2,4 2,7
Ecuador
1990 1994 1997 1999
2,5 3,0 2,9 2,8
1,3 1,6 1,7 1,4
El Salvador
1995 1997 1999
3,2 3,3 3,5
1,7 2,1 2,4
Guatemala
1989 1998
3,5 2,7
1,6 1,3
128 / Más ética, más desarrollo
Mas etica & mas desarrollo
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Honduras
1990 1994 1997 1999
2,2 2,1 1,9 1,9
1,0 1,0 0,9 1,0
Méxicog
1989 1994 1996 1998
… … 3,9 3,8
… … 1,7 1,9
Nicaragua
1993 1998
3,0 2,8
2,5 1,8
Panamá
1991 1994 1997 1999
4,0 3,8 4,1 4,2
2,0 1,9 2,4 2,6
Paraguay (Asunción)
1990 1994 1996 1999 1994 1996 1999
4,2 3,9 3,3 3,0 3,5 3,1 2,8
2,0 2,1 1,8 2,2 2,0 1,7 1,9
(Urbano)
Rep. Dominicana
1997
4,4
2,5
Uruguay
1990 1994 1997 1999
6,1 4,7 4,5 4,7
1,9 2,2 2,4 2,5
Venezuelah
1990 1994 1997 1999
5,1 4,2 4,1 3,4
2,5 2,6 2,6 2,4
Fuente: CEPAL, “Panorama Social de América Latina” 2000-2001, sobre la base de tabulaciones especiales de encuestas de hogares de los respectivos países. a Se refiere a los establecimientos que ocupan hasta cinco personas. En los casos de Chile (1996), El Salvador, Panamá, República Dominicana, Uruguay (1990) y Venezuela se incluye a los que tienen hasta cuatro empleados. En los casos en que no se dispuso de información sobre el tamaño de los establecimientos no se proveen cifras para el conjunto de las personas ocupadas en sectores de baja productividad. b Se refiere a trabajadores por cuenta propia y familiares no remunerados sin calificación profesional o técnica. c Incluye a personas ocupadas en agricultura, silvicultura, caza y pesca. d En el año 1990, se incluyó a los asalariados sin contrato de trabajo bajo “Microempresas.” e Datos provenientes de las encuestas de caracterización socioeconómica nacional (CASEN). f A partir de 1993, se amplió la cobertura geográfica de la encuesta hasta abarcar prácticamente la totalidad de la población urbana del país. Hasta 1992, la encuesta comprendía a cerca de la mitad de dicha población, sólo con la excepción de 1991, año en el que se realizó una encuesta de carácter nacional. g Datos provenientes de las encuestas nacionales de los ingresos y gastos de los hogares (ENIG). h A partir de 1997 el diseño muestral de la encuesta no permite el desglosamiento urbano-rural. Por lo tanto, las cifras corresponden al total nacional.
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Otro aspecto de la situación es la presencia de la mujer en la informalidad. Según la ONU (UNSD, 2000), el 50% de las mujeres de 7 de 10 países latinoamericanos analizados trabajan en el sector informal. Ello resulta una posición laboral desventajosa en la América Latina actual. De acuerdo con la CEPAL (1997), los que se desempeñan en la economía informal ganan en promedio el 50% de quienes lo hacen en empresas modernas y deben trabajar para ello más horas. Ante estas situaciones, haciendo una evaluación de conjunto, el informe de la comisión presidida por Aylwin concluye: “la integración de la mujer al trabajo remunerado en condiciones de discriminación contribuye a reforzar la precariedad de las ocupaciones, especialmente las de menor calificación.” Se cumple en la región la observación de Cagatay sobre ciertos efectos de la liberalización comercial sobre la mujer. Significa avances en materia de obtener empleos pero basado en ventajas competitivas dudosas. Ellas son pagas más bajas y condiciones de trabajo más pobres. Actividad doméstica En la situación latinoamericana hay además un rasgo particular. La cultura prevalente ve con una mirada agudamente discriminatoria el tema de los roles en el hogar. La visión de que las responsabilidades domésticas deben estar a cargo casi exclusivo de la mujer tiene gran peso. Ello lleva a que en los hechos las mujeres se estén integrando al mercado de trabajo en condiciones muy desfavorables. Su retaguardia, la situación en el hogar, no esta cubierta sino que sigue estando a su cargo integralmente. Tienen una doble jornada. Las siguientes cifras constatan la severidad de esta tendencia:
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Cuadro 11 América Latina (16 países): tasa de actividad doméstica por grupos de edad - 1999 País
Población urbana
Población rural
Total
15-24
25-49
50 y más
Total
15-24
25-49
50 y más
Argentina Mujer Hombre
29,2 0,2
14,3 0,2
34,6 0,1
33 0,2
… …
… …
… …
… …
Bolivia Mujer Hombre
24,5 0,1
11,2 0,2
28,3 0,0
39,2 0,3
17,4 0,0
14,2 0,0
19,2 0,0
17,2 0,1
31,2e
12,5e
35,3e
40,0e
54,0e
27,9e
61,8e
62,4e
Colombia Mujer Hombre
30,5 0,9
14,5 0,6
14,5 0,6
58,6 2,2
49,1 0,7
36,0 0,5
47,9 0,2
65,4 1,6
Costa Rica Mujer Hombre
33,7 0,6
19,2 1,2
37,0 0,1
43,3 0,9
52,6 0,3
39,7 0,7
57,6 0,1
57,9 0,2
Ecuador Mujer Hombre
28,3 0,2
15,6 0,4
30,6 0,1
41,5 0,5
… …
… …
… …
… …
El Salvador Mujer Hombre
26,5 0,3
21,3 0,3
26,2 0,1
33,2 0,6
50,8 0,6
46,3 0,9
53,2 0,2
53,0 0,7
Guatemalaa Mujer Hombre
32,9 1,1
23,9 1,4
33,6 0,4
44,3 2,1
55,7 0,8
54,6 1,3
56,1 0,1
56,8 1,3
Honduras Mujer Hombre
31,1 1,6
23,8 3,1
31,2 0,4
46,0 1,7
57,2 1,0
58,9 1,6
57,1 0,7
54,7 0,7
Méxicoa Mujer Hombre
42,3 0,3
26,1 0,6
46,5 0,1
56,0 0,2
52,6 0,3
48,2 0,6
54,2 0,1
55,3 0,3
Nicaraguaa Mujer Hombre
23,8 0,1
23 0,1
26,3 0,1
19,1 0,3
52,6 0,5
51,3 0,6
56,2 0,4
46,6 0,3
Chilea Mujer Hombre
Los desafíos éticos de América Latina / 131
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País
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Población urbana
Población rural
Total
15-24
25-49
50 y más
Total
15-24
25-49
50 y más
31,6e
18,4e
34,1e
41,5e
55,5e
42,0e
58,1e
62,8e
26,8 0,2
15,6 0,1
30,5 ,
34,6 0,6
44,5 0,3
42,1 0,3
47,2 0,2
42,4 0,4
30,5e
14,2e
32,8e
55,9e
47,3e
23,3e
54,8e
68,7e
Uruguay Mujer Hombre
13,9 0,6
9,6 1,3
15,9 0,2
14,0 0,5
… …
… …
… …
… …
Venezuelac Mujer Hombre
37,0 0,4
27,3 0,6
34,5 0,2
56,5 0,6
… …
… …
… …
… …
Panamá Mujer Hombre Paraguay Mujer Hombre República Dominicanab Mujer Hombre
Fuente: CEPAL, sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogar de los repectivos países. a 1998. b 1997. c Total nacional. d Estadísticamente no significativo.
Como puede observarse, la tasa de actividad doméstica de los hombres vis à vis las mujeres es mínima en los 16 países latinoamericanos analizados. Participaciín política Si bien ha habido claros progresos, los logros obtenidos se hallan a gran distancia de una verdadera igualdad de oportunidades. Analizando las cifras actuales de participación de mujeres en los Congresos, los cargos ministeriales y las posiciones de alcalde en cinco países de la región, se obtienen los siguientes resultados:
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Gráfico 8 Mujeres en el gobierno, año 2000 Congresos
16
20
14
15
% del total
Ministerios
12 10 8
10 5 Uruguay
Nicaragua
Guatemala
El Salvador
Ecuador
Uruguay
Nicaragua
Guatemala
El Salvador
0 Ecuador
% del total de lugares
18
10 Alcaldías
% del total
8 6 4 2 Uruguay
Nicaragua
Guatemala
El Salvador
Ecuador
Bolivia
0 Fuente: ¨Women and Power in the Americas, a Report Card¨, Inter American Dialogue 2001; y UNDP Development Report 2000-2001.
En cuanto a parlamentarios, las mujeres significan menos del 17%. En cuanto al rango de ministros, su presencia es menor al 10% con la sola excepción de El Salvador, donde llega al 20%. En las alcaldías sólo 1 de cada 10 en los cinco países examinados es ocupada por mujeres. Los cortes efectuados: pobreza, mercado de trabajo, hogar y política configuran una imagen de las condiciones de género en la región en la era de la globalización que indica avances, pero al mismo tiempo, gruesos déficits, muy fuertes brechas respecto de los hombres y la necesidad de recorrer aún un largo camino para poder pisar firme en materia de género.
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Una agenda de trabajo para enfrentar la discriminación de género La era de la globalización se muestra en el caso de la mujer como en otras dimensiones, plena de oportunidades y de riesgos. Se han abierto significativas posibilidades en cuanto a su incorporación a los sistemas educativos y al mercado de trabajo. Ellas han cambiando la imagen tradicional de división férrea del trabajo entre el hombre insertado en el campo laboral y la mujer ocupada en el hogar y con débil participación en él. Todo ello tiene efectos democratizantes, rompe estereotipos, hace ascender la autoestima de la mujer y transforma la percepción colectiva respecto del género. Sin embargo, por el otro lado, la incorporación de la mujer se está haciendo en muchos casos, según patrones que abren numerosos interrogantes, y ello es muy intenso en América Latina. En el sistema educativo, en el caso de las mujeres pobres de la región, si bien es mayor su presencia en la matrícula educativa básica, la situación de pobreza incide en que tengan altas tasas de deserción y repetición. Reflejándolo, las mujeres marginales urbanas, las mujeres campesinas y las mujeres indígenas tienen una escolaridad reducida y tasas de analfabetismo muy superiores a los promedios nacionales. En los estratos medios y altos donde la mujer ha accedido vigorosamente a la educación universitaria, existen preguntas sobre la calidad de sus avances en relación con las características del mundo globalizado. Se presenta una tendencia definida en términos del tipo de carreras que terminan. Tienen gran presencia en las humanidades y ciencias sociales, pero muy limitada en las profesiones estratégicas para la globalización, como las ingenierías y las ciencias naturales. Allí hay una amplia brecha entre hombres y mujeres. El mercado de trabajo muestra asimismo, serias cuestiones abiertas. Las mujeres se han integrado en muchos casos a niveles bajos de éste y a la economía informal. Aun las más calificadas muestran la incidencia del patrón educacional antes mencionado. Su integración a las ocupaciones clave: ingenierías, científicotécnicas y gerenciales es reducida. Todo ello además como se ha visto, se paga con costos muy altos. La mujer pobre es en muchos casos trabajadora informal u operadora en maquiladoras y al mismo tiempo jefa del hogar con una vida por consiguiente, muy dura a diario. Las mujeres de los estratos medios siguen a cargo de la responsabilidad del cuidado de la familia y el funcionamiento del hogar, lo que implica importante dedicación aun cuando cuenten con ayuda doméstica y por otro lado, deben trabajar intensivamente para demostrar su capacidad profesional y mantener sus posiciones. Como se ha visto, asimismo, la participación política femenina, si bien ha crecido, es acotada. 134 / Más ética, más desarrollo
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Ante este panorama, las actitudes “triunfalistas” en género en el mundo de la globalización pueden llevar a resultados muy negativos. Se necesita por lo contrario, redoblar la presión social por políticas cada vez más activas de discriminación positiva. A pesar de los avances, las mujeres siguen siendo, como lo muestran los indicadores de desarrollo humano de las Naciones Unidas, el mayor grupo discriminado de todo el planeta. Una agenda de trabajo para encarar esta situación debería, en primer término, seguir procurando que el tema mismo formara parte continua de las grandes agendas de discusión económica y social en el nivel internacional y latinoamericano. Hay que reforzar y profundizar en la visión colectiva la idea de que el tema es crucial no sólo para las mujeres sino para la sociedad en su conjunto. Los efectos de la discriminación son amplísimos. Amartya Sen (2000) los plantea agudamente: “La desigualdad basada en el género en los ámbitos económico y social puede lesionar considerablemente el desempeño global en numerosas y diversas áreas, afectando variables demográficas, médicas, económicas y sociales; el fortalecimiento de las capacidades de las mujeres y su consiguiente habilitación gracias a la escolaridad, las oportunidades de empleo, etcétera, surten los efectos de mayor alcance en la vida de todos los involucrados: hombres, mujeres y niños.” Efectivamente, siguen aumentando las evidencias que indican que potenciar a la mujer, superando discriminaciones, es una fuente de beneficios excepcionales para la sociedad en su conjunto. Entre otros aspectos, las madres son mejores administradoras de recursos escasos que los hombres. El Banco Mundial señala (2001): “Poner ingresos adicionales en las manos de las mujeres dentro del hogar tiende a tener un impacto positivo mayor que ponerlos en las manos de los hombres, según lo muestran estudios en Bangaldesh, Brasil y Costa de Marfil.” Aumentar la educación de las mujeres pobres tiene un efecto directo sobre los indicadores de salud. Entre otros aspectos impacta fuertemente en los porcentajes de vacunación de los chicos, como lo indica el siguiente cuadro:
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Gráfico 9 Porcentaje de niños de 12 a 23 meses inmunizados por nivel de educación 100
Porcentaje
80 60 40 20 0 Asia oriental y el Pacífico
América Latina y el Caribe
Medio Oriente y África del Norte
Asia del Sur
África Subsahara
Fuente: Datos de educación e inmunización de las últimas encuestas de demografía y salud. Porcentajes de poblaciones The World Bank (199d), The World Bank (2001), Engendering development (Oxford University Press).
Algunas indagaciones van aún mucho más lejos. Folbre (1994) sostiene que las mujeres manifiestan mayor tendencia al altruismo y a la cooperación. Una investigación sobre el capital social en comunidades campensinas en el Paraguay (Molinas, 1998) verificó efectivamente que los comportamientos cooperativos ocurrían con la mayor frecuencia en grupos con alta participación femenina. Constató: “la participación femenina efectiva en los comités campesinos aumentaba la performance de dichos comités... y las posibilidades de las comunidades campesinas de combatir la pobreza.” El Banco Mundial sugiere otra correlación muy especial. Señala: ”..mayor igualdad en la participación de mujeres y hombres está asociada con empresas y gobiernos más transparentes y con mejor gobierno. Donde la influencia de las mujeres en la vida pública es mayor, el nivel de corrupción es menor.” Proporciona al respecto el siguiente cuadro:
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Gráfico 10 Índice de corrupción 10 8 6 4 2 0 4,0
4,5
5,0
5,5
6,0
6,5
7,0
Índice de derechos económicos y sociales de las mujeres Fuente: International Country Risk Guide (ICRG). The World Bank (2001). Engendering development (Oxford University Press).
Se requiere enfrentar las discriminaciones de género impulsando vigorosas políticas públicas afirmativas en todos los planos básicos. En América Latina ello significa cosas muy concretas. En materia de salud, se debe dar pleno acceso a la prevención y la atención médica apropiada a las mujeres pobres que constituyen más de la mitad del total de mujeres. Es inadmisible ética y socioeconómicamente que los progresos en medicina que han reducido al mínimo la mortalidad materna y la mortalidad infantil y que implican en muchos casos tecnologías de fácil aplicación, estén fuera del alcance de muchísimas mujeres pobres de la región. Ello lleva a brechas de enorme magnitud. Como se refirió, la mortalidad materna es 27 veces mayor en América Latina que en Estados Unidos. En mortalidad infantil, mientras en Canadá sólo mueren antes de cumplir un año 5,7 de cada mil niños que nacen, en Bolivia son 83, casi 15 veces más. En el campo de la educación se debería desplegar un amplio abanico de políticas para quebrar la marginación de las mujeres pobres. En los centros urbanos se debería apoyar especialmente a las niñas pobres para que completen estudios. Se requieren programas que ataquen las carencias básicas del hogar que llevan a la deserción y crear incentivos positivos para que las familias apoyen la escolaridad de las niñas. Un ejemplo exitoso son los programas como la “Bolsa-escola” del Brasil, Los desafíos éticos de América Latina / 137
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que entregan subsidios al hogar sujetos a que los niños asistan y permanezcan en la escuela. Por otra parte, se deberían fortalecer las estrategias para atender a las numerosas jóvenes y mujeres pobres que no terminaron la escuela primaria. Tendrían que impulsarse programas pensados para mujeres que trabajan largas jornadas. Experiencias como las de “Fe y Alegría”, que permiten a mujeres de esas características completar por radio estudios formales, indican con sus excelentes resultados caminos promisorios. Se debería dar una atención especial al caso de las madres adolescentes con programas innovativos que partan de sus realidades y puedan ayudarlas a completar los ciclos educativos de los que con frecuencia desertan. La lucha por la educación de la mujer campesina debe intensificarse aún más. Su asistencia a la escuela sigue teniendo amplias brechas en relación con los hombres. La acción por realizar debe cuestionar frontalmente los prejuicios culturales que están incidiendo en ello y multiplicar oportunidades educativas para estas mujeres. Un campo especial es el de las mujeres indígenas. Deben crearse programas educativos adaptados a sus características, que con pleno respeto de su cultura y su idioma permitan mejorar sus posibilidades reales de tener acceso a educación. Debe haber políticas mucho más consistentes y activas que las actuales en materia de protección de la familia. Ello puede mejorar sustancialmente la situación concreta de la mujer y permitirle su incorporación a la educación y el trabajo en mucho mejores condiciones. Los apoyos públicos en campos como el cuidado de los bebés, la multiplicación de oportunidades de preescolar, la ayuda en el cuidado de las personas de edades mayores y otras áreas pueden ser de alta utilidad práctica. En cuanto al mercado de trabajo deberían transparentarse las actuales situaciones de discriminación, ponerse sobre la mesa de discusión, para que ello pueda ayudar a generar políticas que les den respuesta. Cuando se les da a las mujeres en general y a las pobres en particular oportunidades productivas reales, los resultados para ellas y la sociedad en su conjunto son muy concretos. Lo ilustra entre otras experiencias el estimulante caso del Grameen Bank, la institución más reconocida del mundo en microcrédito. Muhammad Yunus, su inspirador, y su equipo decidieron prestar pequeñas sumas a mujeres campesinas pobres de Bangladesh. El Banco tiene hoy dos millones de prestatarios de los cuales el 94% son mujeres. El préstamo promedio es de 140 dólares. Ha prestado 1.500 millones de dólares a los más pobres en 35.000 aldeas, la mitad de las que existen en ese país. Los resultados son impresionantes, y numerosos países del mundo han pedido la asistencia del Grameen Bank para montar experiencias similares. Los prestatarios han mejorado su vida y la mitad de ellos han superado la línea de pobreza. La tasa de recuperación de los préstamos, con estos clientes, mujeres campesinas pobres, ha sido de más del 98%. 138 / Más ética, más desarrollo
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Otra área de acción es que se dé pleno reconocimiento al trabajo de la mujer en el hogar, contribución que no aparece en las estadísticas económicas, como si no tuviera mayor valor. Manuel Castells describe agudamente esta situación: “Si las mujeres que ‘no hacen nada’ dejaran de hacer ‘sólo eso’ toda la estructura urbana como la conocemos sería incapaz de mantener sus funciones”3. Otras políticas públicas afirmativas deben dirigirse al crucial campo de la participación política. Es fundamental por el aporte que puede dar la mujer al mismo y por el hecho básico de que el mayor grupo discriminado de la sociedad haga sentir su voz. Debe tratarse de ampliar activamente los acotados progresos logrados. Junto a todas las políticas anteriores y muchas otras añadibles, debe seguir la acción colectiva por producir cambios de fondo en las actitudes culturales y los mensajes educativos, donde hay fuertes contenidos discriminatorios, que se hallan enraizados en siglos de inferiorización de la mujer. Entre ellos es notable como los currículums de educación básica siguen en muchos casos, ignorando el problema de la mujer y diseminando los mismos estereotipos tradicionales sobre su rol en la sociedad y sus supuestas limitaciones4. Volvemos a la pregunta planteada al inicio del trabajo: ¿es posible civilizar o humanizar la globalización? Un parámetro fundamental de si ello es factible será lo que suceda con la condición de la mujer. Mucho dependerá de que puedan avanzar políticas del tipo de las descriptas. Helleiner (2000) plantea reservas. Señala: “Los actuales esfuerzos para mejorar la gobernabilidad en la nueva economía globalizada están fuertemente sesgados hacia los intereses de los gobiernos, empresas, personas más ricas del mundo, y esto no será fácil de superar.” El que se logre pese a ello la humanización que reclaman grandes mayorías del planeta y que a su centro esté la cuestión de género será decisivo para alcanzar un desarrollo económico de rostro humano y de bases firmes. Al mismo tiempo, superar las discriminaciones de género no es sólo un tema de mejor funcionamiento de la economía, un medio para que ella ande mejor, es un fin en sí mismo. Se trata de un asunto ético vital. Las postergaciones y sufrimientos que buena parte de la población femenina mundial y la mayoría de las mujeres de América Latina están padeciendo por la pobreza y la exclusión, reforzadas por su género, son moralmente intolerables y han durado demasiado tiempo.
3 Mencionado por Cecilia López, Margarita Ronderos Torres. Reforma Social con perspectiva de género. Aportes para la discusión. BID-CEPAL-UNIFEM, México 1994. 4 Gloria Bonder ha desarrollado un muy interesante programa para tratar de reentrenar a las mismas maestras que en muchos casos transmiten estereotipos enraizados. Ver al respecto Gloria Bonder “Altering sexual stereotypes through teacher training”, en Nelly Stromquist Women and Education in Latin-American, Lynne Rienner Publishers, 1992.
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El voluntariado. El impacto moral y social de quienes ayudan a los demás Margarita Barrientos vive en la villa miseria Los Piletones de Buenos Aires. Tiene doce hijos y su marido perdió un brazo en un accidente. Ambos montaron un comedor popular que alimenta diariamente a 1.600 niños. Su marido plantó huertas que aportan “verde” al comedor. Son voluntarios latinoamericanos. ¿Ejemplos imponentes, pero aislados? No parece. El voluntariado —los que hacen cosas por los demás— genera en diversos países desarrollados más del 5% del producto bruto nacional en bienes y servicios sociales. En Europa occidental, su monto de operaciones entre ingresos y trabajos gratuitos superaba, en 1995, los 500.000 millones de dólares anuales. En Estados Unidos, rondaba los 675.000 millones; y en Japón, era de 282.000 millones (según datos de la John Hopkins University, Salamon, 2003). En Israel, uno de los líderes mundiales, abarca el 8% del Producto Bruto Nacional. Son millones de personas, que dedican significativas horas semanales a trabajar por la población pobre, los niños discapacitados, los ancianos desvalidos, las personas sin hogar, los enfermos carentes de protección, la preservación del medio ambiente y muchas otras causas morales. La ética en acción / 143
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En esos países es una actividad altamente valorada. Se la mira con gran respeto y los presidentes y primeros ministros le rinden homenajes. Forma parte de la vida cotidiana. En Estados Unidos, 100 empresas firmaron recientemente un programa para apoyar la participación en tareas voluntarias comunitarias de sus tres millones de empleados. El voluntariado no brota de la nada. En los países mencionados hay políticas públicas que lo promueven activamente, con desgravaciones fiscales, apoyo institucional, significativos subsidios y, sobre todo, con su cultivo en el sistema educacional.
El caso latinoamericano En Israel, los niños de 9 años ayudan, como parte de su formación, a otros menores inmigrantes recién llegados o con minusvalías. El hermano mayor, experiencia israelí difundida internacionalmente y replicada con éxito por la Secretaría de Educación de la ciudad de Buenos Aires y por instituciones chilenas, promueve que estudiantes de primer año de la universidad sean tutores de niños de áreas pobres, apoyen sus estudios y los aconsejen. Son un nuevo hermano mayor en esos hogares carenciados y el rendimiento educativo, según indican las evaluaciones, se eleva sorprendentemente. Investigaciones hechas en Estados Unidos muestran que los voluntarios que hoy son mayores han sido activos en acciones de interés colectivo ya en sus colegios secundarios, estimulados por estas instituciones. Por otra parte, algunas de las organizaciones de voluntariado surgidas en países centrales se han convertido en líderes mundiales en causas universales, entre ellas Greenpeace, Amnistía Internacional, Oxfam, Médicos sin Fronteras y otras, y han obtenido varios premios Nobel de la Paz. América Latina tiene un enorme potencial en este campo, que podría aportar mucho para luchar contra sus graves problemas sociales. En un continente en el que, a pesar de las enormes riquezas potenciales, el 60% de los niños está por debajo de la línea de la pobreza, hay más de un 20% de desempleo juvenil, el 18% de los partos se hace sin asistencia médica y la escolaridad es sólo de 5,2 años, el voluntariado podría resultar de gran ayuda. Las políticas públicas tienen la responsabilidad principal, en una democracia, de garantizar a los ciudadanos el acceso a nutrición, salud, educación y trabajo, derechos básicos que les corresponden, pero la actividad voluntaria podría complementarlas, ampliarlas en extensión, ayudar a mejorar su transparencia y efectividad. Es capital social en acción. 144 / Más ética, más desarrollo
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Sin embargo, son muy débiles los apoyos institucionales y los incentivos para este invalorable capital. A pesar de ello, las organizaciones de la sociedad civil generan más del 2,5% del Producto Bruto en la Argentina, Perú y otros países. Muchas de ellas han ganado el reconocimiento y los más altos niveles de confianza de la sociedad. Entre otras, Cáritas, la AMIA y la Red Solidaria en la Argentina. En Brasil, Comunidade Solidaria; en la región andina, Fe y Alegría; en Chile, el Hogar de Cristo; en América Central, Casa Alianza y muchas otras. Entre múltiples referencias recientes, ilustran el enorme potencial de América Latina, el gran eco colectivo de voluntariado que ha tenido el programa Hambre Cero en Brasil y la multitudinaria respuesta (más de 5.000 participantes y 900 organizaciones de 34 países) al encuentro continental sobre el voluntariado, convocado en Santiago por el gobierno de Chile y por la Iniciativa Interamericana de Capital Social, Ética y Desarrollo del BID (mayo, 2003). No es de extrañar este potencial. La actividad voluntaria, que contradice la fría imagen del ser humano como homus economicus de los textos de economía convencionales, no está movida por la búsqueda de beneficios económicos ni de poder. Es producto de valores éticos, de la conciencia.
Bueno para la salud En una encuesta en Perú sobre por qué se práctica el voluntariado, las dos respuestas mayoritarias de los voluntarios fueron “el deseo de ayudar a otros” y “sentirse realizado como persona” (universidad del Pacífico, 2001). Las bases culturales latinoamericanas son ricas en estos ideales éticos. En la civilización judeocristiana y en las culturas indígenas que forman parte central de la matriz cultural de la región, el mandato de ayudar a otros es terminante. El texto bíblico transmite el mensaje de que es simplemente la manera correcta de vivir. Enfatiza, asimismo, que en realidad quien ayuda al otro se está ayudando a sí mismo. La investigación moderna lo está corroborando. En un artículo en El País, de Madrid, Luis Rojas Marcos (2001), director del sistema sanitario y de hospitales públicos de Nueva York, muestra que los voluntarios tienen menos ansiedad, duermen mejor, tienen menos estrés y mejor salud en general. Concluye así: “El voluntariado es bueno para la salud.” Además de su aporte concreto, la actividad voluntaria tiene en ámbitos como el latinoamericano otro valor especial. Frente al frecuente individualismo y a la indiferencia ante al drama de la pobreza, envía el mensaje de que somos responsables el uno del otro, el mismo que plantearon Moisés y Jesús. Por otra parte, La ética en acción / 145
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ante el sufrimiento de niños, mujeres, ancianos y familias por privaciones inadmisibles, dice que no hay postergación posible, que hay que actuar ya, como lo hizo Margarita Barrientos. Es hora de valorizar, apoyar por todas las vías y poner en marcha este capital ético, que puede ser un pilar para la reconstrucción de América Latina.
Hacia una nueva ética empresarial Hay una explosión de interés mundial por la responsabilidad social empresarial (RSE). Bélgica aprobó la ley de la etiqueta social. Garantiza a los consumidores que los productos que llevan esa etiqueta han sido elaborados con respeto por los derechos laborales, sin mano de obra infantil y sin discriminaciones. En Europa occidental hay 240 etiquetas ambientales, ecológicas y de comercio justo (que aseguran que los precios son razonables). Francia obliga por ley a las empresas a publicar un informe social y medioambiental. Inglaterra exige a los fondos de pensiones públicas informar sobre los criterios éticos, sociales y ambientales utilizados en sus inversiones. En Italia hay guías para elaborar informes sociales para las pequeñas y medianas empresas y la región toscana da preferencia en los contratos estatales a empresas con producción socialmente responsable. En Noruega, el 95% de las pymes realiza acción social. España tiene un ranking de las empresas mejor percibidas por su labor social. En Estados Unidos, 100 empresas suscribieron un programa para apoyar el trabajo voluntario de sus tres millones de empleados. La Unión Europea lanzó un libro verde sobre la RSE. Detrás de estos cambios hay una fuerte presión sobre las empresas de sociedades civiles cada vez más activas. También inversores que, en la era postEnron, exigen transparencia y perciben que las empresas más éticas garantizan mejor sus ahorros. Asimismo, se observa que la RSE aumenta la competitividad de la empresa y que las compañías que apoyan el trabajo voluntario de su plantel de empleados tienen mejor productividad, porque el personal se identifica más con ellas. A esto se suma un dato que no entra en los análisis económicos convencionales: la votación de los mercados. En Estados Unidos se estima que hay 50 millones de consumidores que prefieren comprar productos que responden a “un estilo de vida sano y tolerable.” Mueven un mercado de 230.000 millones de dólares. Resume la situación una gerente de la Caja de Madrid, María Ayan (2003): “Las empresas deberían preocuparse no sólo por ganar dinero, sino también por enriquecer a la sociedad.” El decano de management del MIT, R. Schmalensse, dice a los candidatos a ingresar (2003): “Si está interesado sólo en hacer dinero, éste no es el lugar pa146 / Más ética, más desarrollo
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ra usted. Si busca aprender medios creativos para gerenciar organizaciones complejas de modo de ayudar a la sociedad y construir riqueza, eso es lo que ofrecemos.” El paradigma de la RSE está cambiando. Hubo una primera etapa en la que las visiones economicistas decían que la empresa sólo existía para producir beneficios a sus accionistas. Descartada en los países desarrollados por prominentes líderes empresariales, se pasó a otra, la de la filantropía empresarial, con donaciones y fundaciones. “También quedó atrás”, plantea J. Nielsen (2003), directora del International Business Leaders Forum. En la tercera etapa, la de la “ciudadanía corporativa”, se pide a la empresa que sea un ciudadano ejemplar. Entre sus responsabilidades se hallan: juego limpio con los consumidores, buen trato a su personal, preservación del medioambiente, buenas prácticas en los países en desarrollo e integración a las grandes acciones sociales y a lo local. La RSE se mide; y empiezan a aparecer incentivos y castigos. Avanzar en RSE es visto como un esfuerzo colectivo. Gran Bretaña creó el primer ministerio para la RSE. En Cambridge, se abrió un doctorado para la colaboración entre gobierno, empresas y sociedad civil. En Francia, se estableció la Academia Europea de Empresa y Sociedad para educar en estos principios a una nueva generación de gerentes. América Latina, continente con gran potencial económico y, al mismo tiempo, con niveles récords de pobreza y desigualdad, requiere altas dosis de RSE. En muchos países se está transitando sólo por la primera etapa y en pocos por la segunda. Comparada con la de otras regiones, la contribución filantrópica es muy limitada. Progresar rápidamente en este camino en el que América Latina está claramente atrasada es fundamental para mejorar la integración social, la equidad y la competitividad. En última instancia, la RSE responde a un mandato ético de viejas raíces. Ya los textos bíblicos subrayaban la función social que debe cumplir la propiedad. Es hora de aplicar su mensaje en este continente, en el que hay una creciente y legítima demanda social por comportamientos éticos.
La familia importa: el caso de las remesas migratorias Se las llama “remesas migratorias’’. Son los envíos que efectúan a sus países de origen los inmigrantes de América Latina que llegaron en los últimos años a Estados Unidos y a Europa. En 2003, esos envíos sumaron $ 40.000 millones y se transformaron en la principal corriente de capitales hacia la región. Superaron en 50% las inversiones extranjeras y duplicaron la ayuda externa, incluyendo donaciones y préstamos de organismos internacionales. Significan más del 2% del producto bruLa ética en acción / 147
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to de la región. Son un gran aporte para la economía hecho por modestísimos trabajadores, que se desempeñan en tareas que nadie quiere realizar en los países a los que emigraron, entre ellas la limpieza, la construcción, la cocina y la agricultura. Según un informe del Diálogo Interamericano (2004), las remesas representaron, en 2002, el 30% del producto bruto en Nicaragua, el 25% en Haití, el 15% en El Salvador, el 12% en Honduras, el 17% en Guyana y el 12% en Jamaica. Su monto crece continuamente. Entre 1996 y 2003, se cuadruplicó. Tales giros cambian la situación de las economías, al proveerlas de divisas fundamentales. Significan más de la tercera parte de las exportaciones de países como República Dominicana, El Salvador y Nicaragua. Son la segunda fuente de divisas de México. Asimismo, tienen un impacto multiplicador de grandes proporciones en la economía, porque se transforman en consumo. Amplían el mercado interno y cumplen un papel fuertemente reactivador. El Fondo Multilateral de Inversiones del BID estima que en 2002 ese impacto fue de 100.000 millones de dólares. Como señala Donald Terry, su gerente, “las cifras son asombrosas desde cualquier perspectiva’’. Por otra parte, constituyen, de hecho, una gigantesca red de protección social. Las remesas van a sectores muy pobres de la población y elevan sustancialmente sus ingresos, salvándolos de la pobreza extrema. El Diálogo Interamericano indica que doblan los ingresos del 20% más pobre de la población en Honduras, Nicaragua y El Salvador. En México, el 40% de las remesas va a municipios muy pobres, de menos de 30.000 habitantes, que sin ellas no podrían sobrevivir. Tienen una característica especial, muy preciada para una América Latina que se ha visto afectada por la volatilidad de los flujos de capital, guiados con frecuencia por cálculos especulativos: son estables. A pesar de que la tasa de desempleo entre los latinos en Estados Unidos en los dos últimos años creció un 2%, las remesas no dejan de ir en aumento. Este fenómeno, con efectos económicos y sociales virtuosos de todo orden, no tiene explicación alguna en los textos de economía convencionales. Según el razonamiento que impregna a estos textos, los actores de la economía se desempeñan, básicamente, como homus economicus. Procuran maximizar sus ganancias y no cabe esperar sorpresas al respecto. Sugieren incentivar por todas las vías esta motivación de lucro para empujar la economía. Esta visión reduccionista del comportamiento humano —que ha demostrado tener riesgos considerables en América Latina, aun en la Argentina y que excluye el peso de los valores éticos en la economía— es terminantemente refutada, una vez más, por el caso de las remesas migratorias. Sin un acuerdo previo, actuando en forma individual, la gran mayoría de los modestos inmigrantes latinoamericanos ha adoptado una conducta que contradice 148 / Más ética, más desarrollo
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la idea del homus economicus. En los más variados contextos, envían una parte de sus reducidas remuneraciones a los familiares que dejaron en su país. Por ejemplo, en España, principal destino migratorio después de Estados Unidos, envía remesas el 97,1% de los ecuatorianos, el 90,8% de los colombianos y el 98,4% de los dominicanos. Los giros suponen un sacrificio muy importante para los inmigrantes latinoamericanos. Sus ingresos son bien limitados. En 2000, el 40% de los latinoamericanos ganaba en Estados Unidos menos de 20.000 dólares anuales y el 70%, no alcanzaba los 35.000 dólares anuales. Debían afrontar con ello subsistencia, vivienda, educación, salud y gastos adicionales. Un 35% de los latinoamericanos carece de seguro de salud y sólo cuatro de cada diez tienen una cuenta bancaria. Por otra parte, las empresas de transferencias les cobran altísimas comisiones y con frecuencia pierden también en el tipo de cambio. Sin embargo, nada de ello los detiene. Cerca de ocho veces al año envían sus remesas. En casos como el de los dos millones de salvadoreños residentes en Estados Unidos, ellas representan más del 10% de sus ingresos. A los envíos en efectivo se suman los artefactos domésticos y presentes de todo orden para el hogar, que llevan para Navidad. Para financiar todo ello deben reducir los gastos, ya muy acotados, de su propio grupo familiar y, en muchísimos casos, tomar varios trabajos en jornadas que superan a menudo las doce horas diarias. ¿Qué los impulsa a hacerlo? Los valores éticos y, entre ellos, uno decisivo: el sentido de la familia. La migración significa un desgarramiento profundo. Estos inmigrantes lo sufren, pero mantienen con toda perseverancia los valores familiares básicos. Los lazos familiares son la explicación última de este comportamiento solidario, silencioso, sencillo y de gran efectividad que se ha convertido en la principal y más segura fuente de ingresos de muchos países de la región. La lealtad a sus padres, hermanos, hijos, abuelos, el deseo de asistirlos, actúa como una motivación que los lleva a estos esfuerzos y conductas que no figuran en los textos. La familia aparece allí en la forma en que el papa Juan Pablo II la describió recientemente (2004): “Con su estupenda misión para dar a la humanidad un futuro rico de esperanza’’. Se impone apoyar este esfuerzo de tanto mérito, e impacto, facilitando las remesas y bajando sus elevados costos y comisiones. El Fondo Multilateral de Inversiones del BID realiza una campaña con muchas instituciones para lograr ese objetivo, mediante la ampliación y el abaratamiento de los canales de envío. Al mismo tiempo, urge en países como la Argentina, donde ha tenido tanto peso un economicismo estrecho, recoger la lección de ética aplicada que surge de estos humildes latinoamericanos y volver a rescatar la visión de que la asunción de las responsabilidades éticas por parte de gobiernos, empresas y sociedad civil puede ser una fuerza decisiva para la configuración de una economía pujante y humanizada. La ética en acción / 149
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¿Cómo poner en marcha la participación? Algunas cuestiones estratégicas I. La participación en el centro del escenario Hasta hace pocos años, la participación comunitaria en el desarrollo económico y social era un tema altamente polémico, objeto de fuertes controversias, fácilmente susceptible de rápidos etiquetamientos ideológicos. Una de sus descalificaciones más frecuentes era considerarla integrante del reino de las “utopías” sin sentido de realidad. Actualmente, se está transformando en un nuevo consenso. Gran parte de los organismos internacionales de mayor peso están adoptando la participación como estrategia de acción en sus declaraciones, proyectos, e incluso en diversos casos están institucionalizándola como política oficial. Entre ellos, el Banco Mundial publicó en 1996 un libro “maestro“ sobre participación. Señala que presenta “la nueva dirección que el Banco está tomando en apoyo de la participación“ y resalta que “la gente afectada por intervenciones para el desarrollo debe ser incluida en los procesos de decisión”. Su Departamento de Políticas preparó estrategias y un plan de acción a largo plazo en donde se formulan lineamientos muy concretos. Entre ellos, que el Banco fortalecerá las iniciativas de los prestatarios que fomenten la incorporación de los métodos participativos en el desarrollo, que la participación de la comunidad será un aspecto explícito del diálogo con el país y de las estrategias de ayuda, y que el Banco fomentará y financiará asistencia técnica que fortifique el involucramiento de la gente de escasos recursos y otros afectados por el proyecto. Ya desde años anteriores el sistema de las Naciones Unidas había integrado la promoción de la participación como un eje de sus programas de cooperación técnica en el campo económico y social. Los informes sobre Desarrollo Humano que viene publicando desde 1990, y que examinan problemas sociales fundamentales del planeta, indican en todos los casos a la participación como una estrategia imprescindible en el abordaje de ellos. El Banco Interamericano de Desarrollo editó, en 1997, un Libro de Consulta sobre Participación. En su Introducción se indica: “La participación no es simplemente una idea sino una nueva forma de cooperación para el desarrollo en la década de 1990.” Se destaca el peso que se proyecta asignarle. “La participación en el desarrollo y su práctica reflejan una transformación en la manera de encarar el desarrollo a través de los programas y proyectos del Banco”. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OECD) (1993) reconoce que la “participación más amplia de todas las personas es el principal factor para fortalecer la cooperación para el desarrollo.” El Programa de las Naciones 150 / Más ética, más desarrollo
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Unidas para el Desarrollo (PNUD) (1993) destaca que: “La participación es un elemento esencial del desarrollo humano” y que la gente “desea avances permanentes hacia una participación total.” Otros organismos de cooperación internacional globales, regionales, subregionales y nacionales están sumándose al nuevo consenso. Pero el proceso no se limita a los dadores de cooperación y préstamos para el desarrollo. Va mucho más lejos. En las sociedades latinoamericanas se está dando un crecimiento continuo de abajo hacia arriba de la presión por estructuras participatorias y una exigencia en aumento sobre el grado de genuinidad de ellas. La población demanda participar y, entre otros aspectos, una de las causas centrales de su interés y apoyo a los procesos de descentralización en curso se halla en que entrevé que ellos pueden ampliar las posibilidades de participación si son adecuadamente ejecutados. Como todos los cambios significativos en la percepción de la realidad, esta relectura de la participación como una estrategia maestra de desarrollo tiene anclajes profundos en necesidades que surgen de la realidad. América Latina está iniciando el siglo XXI con un cuadro social extremadamente delicado. El panorama de pobreza e iniquidad pronunciada, inadmisible en un sistema democrático como el que ha alcanzado la región después de largas luchas y bloqueador del desarrollo, reclama respuestas urgentes e imaginativas. Ha sido el motor fundamental del nuevo interés surgido en torno de la participación comunitaria. La experiencia muchas veces frustrada o de resultados limitados en las políticas y proyectos de enfrentamiento de la pobreza ha dejado como uno de sus saldos favorables la constatación de que en la participación comunitaria puede haber potencialidades de gran consideración para obtener logros significativos y, al mismo tiempo propiciar la equidad. La participación siempre tuvo en América Latina una legitimidad de carácter moral. Desde amplios sectores se planteó frecuentemente como un derecho básico de todo ser humano, con apoyo en las cosmovisiones religiosas y éticas predominantes en la región. También tuvo continuamente una legitimidad política. Es una vía afín con la propuesta histórica libertaria de los padres de las naciones de la región y con el apego consistente de ella al ideal democrático. Ahora se agrega a dichas legitimidades otra de carácter diferente, que no excluye las anteriores sino se suma a ellas. La participación tiene una legitimidad macroeconómica y gerencial. Es percibida como una alternativa con ventajas competitivas netas para producir resultados en relación con las vías tradicionalmente utilizadas en las políticas públicas. Ello ubica la discusión sobre la participación en un encuadre diferente al de décadas anteriores. No se trata de una discusión entre utópicos y antiutópicos, sino de poner al servicio de los severos problemas sociaLa ética en acción / 151
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les que hoy agobian a buena parte de la población los instrumentos más efectivos y allí aparece la participación, no como imposición de algún sector sino como “oportunidad.” Como toda oportunidad, su movilización efectiva enfrenta fuertes resistencias de diversa índole. Su presencia es evidente al observar la vasta brecha que separa en América Latina el “discurso” sobre la participación de las realidades de su implementación concreta. En el discurso el consenso parece total; y la voluntad de llevarla adelante, potente. En la realidad, el discurso no ha sido acompañado por procesos serios y sistemáticos de implementación. Esa distancia tiene entre sus causas principales la presencia silenciosa de bloqueos considerables al avance de la participación. Este trabajo procura aportar a la reflexión abierta —que es imprescindible llevar a cabo en la región hoy— para ayudar a que las promesas de la participación comunitaria puedan hacerse realidad en beneficio de los amplios sectores desfavorecidos. Para ello plantea una serie de tesis sobre aspectos claves del tema. Tratan de poner en foco en qué consiste la nueva legitimidad de la participación, resaltar cómo forma parte de un movimiento más general de replanteo de ella en la gerencia de avanzada, identificar algunas de las principales resistencias subterráneas a la participación y sugerir estrategias para encararlas. El objetivo de fondo no es exhaustivizar ninguno de los temas planteados, sino ayudar a construir una agenda de discusión históricamente actualizada sobre la materia y estimular su análisis colectivo.
II. Primera tesis: la participación da resultados Según enseña la experiencia concreta, promover y poner en marcha modelos participativos genuinos significa, en definitiva, gerenciar con excelencia. La participación da resultados muy superiores en el campo social a otros modelos organizacionales de corte tradicional, como los burocráticos y los paternalistas. Uno de los estudios más significativos al respecto es el llevado a cabo por el Banco Mundial, sobre 121 proyectos de dotación de agua potable a zonas rurales, en 49 países de Asia, África y América Latina (1994). Los proyectos estaban apoyados por 18 agencias internacionales. Se seleccionó el agua como tema central de la evaluación, por cuanto la falta de acceso a agua potable es un problema que afecta a vastos sectores de población pobre, tiene el más alto rango de importancia y hay una larga historia de programas en esa área.
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La investigación recogió data sistemática sobre dichos proyectos y realizó análisis cuantitativos y cualitativos comparativos entre ellos. Al mismo tiempo, efectuó exámenes de la evolución de los proyectos durante períodos en algunos casos superiores a diez años. Se estudiaron 140 variables y se introdujeron diversas precauciones metodológicas para evitar efectos “halo” y otros posibles sesgos. Los resultados finales pueden apreciarse en el siguiente cuadro: Cuadro 1 Efectividad según los niveles de participación de la comunidad en proyectos rurales de agua Variable
Grado de participación de los beneficiarios Bajo
Mediano
Alto
Total de proyectos
Grado de efectividad
Bajo
21
6
0
27 (22%)
de los proyectos
Mediano
15
34
5
54 (45%)
Alto
1
18
21
40 (33%)
37 (31%)
58 (48%)
26 (21%)
121 (100%)
Total de proyectos
Fuente: Deepa Narayan. The contribution of People´s Participation: 121 Rural Water Supply Projects. World Bank, 1994.
Como se observa, el cuadro los clasifica en proyectos de baja, mediana y alta participación según el grado de intervención de los beneficiarios. A su vez, cruza esa clasificación con otra que es la identificación de los proyectos que tuvieron baja, mediana y alta efectividad en términos de las metas buscadas. En los proyectos con baja participación, sólo el 3% tuvo alta efectividad, mientras en los de mediana participación se elevó 31%, es decir, se multiplicó por 10 la efectividad. En los proyectos con alta participación, la efectividad llegó a su tope, el 81% de ellos tuvieron alta efectividad. El grado de efectividad alcanzado multiplica por 27 al obtenido en los de baja participación y por 2,6 al de los proyectos con mediana participación. La participación de la comunidad cambió radicalmente los grados de logro de metas de los proyectos. Según indica la investigación, algunos de sus resultados fueron:
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• el mantenimiento de los sistemas de agua instalados en buenas condiciones (factor crucial en esta materia); • la extensión del porcentaje de población alcanzada; • la mayor igualdad en el acceso; • beneficios económicos generales; • beneficios ambientales. Por otra parte, señalan los investigadores, la participación fue un factor fundamental de empoderamiento de la comunidad. Influyó fuertemente en: • la adquisición por parte de los miembros de la comunidad de nuevas habilidades organizacionales y de destrezas relacionadas con el manejo del agua; • el fortalecimiento de la organización comunitaria. Los resultados indican que la participación no debe limitarse a algunas etapas del proyecto. La efectividad aumenta cuando está presente en todo el ciclo del proyecto. Por ello, los serios problemas que encuentran los proyectos de agua que son diseñados sin saber la opinión de los beneficiarios y en los que se espera después que la comunidad no consultada se hará responsable por su operación y mantenimiento. El cambio en la aplicación de la participación generó variaciones sustanciales a lo largo de la vida de los proyectos. Entre otros casos examinados, en su fase 1 el proyecto del Aguthi Bank en Kenya fue conducido sin la participación de la comunidad. Estuvo plagado de problemas, demoras en la construcción, sobrecostos y desacuerdo sobre los métodos de pago de los consumidores y tuvo que paralizarse. Fue rediseñado y los líderes locales se autoorganizaron en el Aguthi Water Committee. Mediante su labor con el equipo del proyecto movilizaron el apoyo de la comunidad. Ella comenzó a contribuir con trabajo y aportes económicos. Desarrollada de ese modo, la fase 2 se completó en tiempo y dentro del presupuesto fijado. La comunidad paga las tarifas mensuales acordadas por el servicio y el mantenimiento del sistema, y cogestiona ambos con el gobierno. En Timor, Indonesia, el programa Wanita, Air Dan Sanitasi se propuso ayudar a que sectores de la comunidad fundaran y administraran su propio sistema de agua. Se formaron grupos, pero los equipos gubernamentales demoraban en llegar por lo que aquéllos incrementaron su participación y comenzaron a operar solos. Negociaron derechos de agua con un grupo vecino, consiguieron material de construcción y construyeron tanques de agua con una limitada asistencia técnica. La opción por la participación en lugar de otras modalidades posibles se considera, asimismo, la causa determinante del éxito en el Proyecto de Agua Rural 154 / Más ética, más desarrollo
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del Banco Mundial en el Paraguay. Se ayudó a fortalecer una agencia gubernamental SENASA que tuvo la misión de promover en cada comunidad la creación de juntas y acordar con ellas contratos para la construcción y mantenimiento de los sistemas de agua. Se eligió esa alternativa que insumiría más tiempo, en lugar de la de contratar una empresa externa que llevara adelante en corto plazo las construcciones. Los resultados convalidaron la elección. El proyecto excedió las expectativas. Las comunidades contribuyeron con el 21% de los costos totales de construcción (un 6% más que los estimados originalmente) y la obra sirve a 20.000 personas más que las originalmente estimadas. La operación y el mantenimiento son buenos. Las juntas comunitarias están bien motivadas, manejan los sistemas satisfactoriamente, cumplen con los compromisos financieros y tienen limitados problemas en recoger las contribuciones. Dharam Gai (1989) llega a conclusiones similares a las de la investigación mencionada después de examinar nueve experiencias de participación popular en el trabajo con comunidades rurales pobres. Algunas se refieren a crédito para los pobres, como la difundida del Grameen Bank; otras, a organización de pequeños productores, grupos de autoayuda y ayuda mutua. Indica el investigador que en todos ellos la efectividad es muy alta, y además es muy significativa la contribución al mejoramiento de la equidad. Resalta: “Estas experiencias demuestran que una modalidad de desarrollo arraigada en organizaciones populares de participación, al mismo tiempo que permite la plena iniciativa individual y de grupos, promueve una distribución relativamente igualitaria de los ingresos y el acceso a los servicios y medios comunes”. En América Latina, numerosas experiencias en marcha indican que la participación comunitaria puede arrojar resultados fuera del alcance de otros tipos de abordajes, en los campos más disímiles. Tres de ellas, consideradas casos exitosos ejemplares y actualmente una referencia internacional, han sido examinadas en la Primera Parte de este libro ("El capital social y la cultura. Las dimensiones postergadas del desarrollo"): Villa El Salvador en el Perú, las Ferias de Consumo Familiar en Venezuela y el Presupuesto Municipal Participativo en Porto Alegre, Brasil. Las experiencias presentadas tienen, a pesar de su diversidad, dado que corresponden a realidades muy diferentes y han operado en campos muy variados, ciertas características comunes. En primer lugar, en todos los casos puede encontrarse que se intentó poner en marcha formas de participación "real", no "simulaciones de participación". La apelación no fue, como se ha dado con tanta frecuencia, a consultas erráticas o coyunturales, o a recibir opiniones después no tenidas en cuenta, sino que efectivamente se diseñaron modalidades organizacionales que facilitaron y estimularon la participación activa y continua. En segunLa ética en acción / 155
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do término, en todos los casos ha habido un respeto por aspectos como la historia, cultura e idiosincrasia de la población. No se “impusieron“ formas de participación de laboratorio, sino que se intentó construir modalidades que fueran coherentes con esos aspectos. En tercer término, todas estas experiencias, que son de largo aliento, tuvieron como un marco subyacente un proyecto en términos de valores, de perfil de sociedad por lograr, de formas de convivencia diaria por las que se estaba optando. ¿Por qué la participación da resultados superiores? Ese es el objetivo de análisis de la siguiente tesis del trabajo.
III. Segunda tesis: la participación tiene ventajas comparativas Los mejores resultados de los modelos participativos en el campo de los programas sociales no son mágicos. Derivan de bases muy concretas. En general, los programas en esta materia, independientemente de sus metas específicas, como bajar la deserción en primaria, mejorar inmunizaciones, suministrar agua, prestar crédito a familias pobres, etcétera, tienen lo que se podría denominar “suprametas” que les son comunes y que enmarcan a las finalidades específicas. Se desea que los programas sean eficientes, es decir, hagan un uso optimizante de recursos usualmente escasos, que contribuyan a propiciar la equidad, punto crucial en América Latina —región se ha destacado actualmente como la más desigual del mundo— y que generen sostenibilidad, favorezcan la conformación de capacidades que fortalezcan la posibilidad de que la comunidad pueda seguir adelante con ellos en el tiempo. Lograr este tipo de metas requiere de un abordaje organizacional acorde con su particular estructura. Por otra parte, la tarea no estará cumplida maximizando una sola de las suprametas. Se debe tratar de obtener el mayor efecto de conjunto posible en los tres campos. Así, como ha sucedido en diversos casos, si se hace un uso eficiente de recursos y se alcanzan los objetivos, pero al mismo tiempo la metodología empleada es de carácter netamente vertical, los efectos pueden ser regresivos en términos de desarrollo de las capacidades de la comunidad y las metas alcanzadas tendrán una vida limitada. Son usuales los proyectos de desarrollo social en donde se obtiene un nivel significativo de metas durante el período del préstamo o la cooperación externa, pero al finalizar éstos, los logros retroceden rápidamente. Señala al respecto un análisis de la acción del Banco Mundial (Blustein, The Washington Post, 1996): “Evaluaciones internas indican que más de la mitad de sus proyectos es incierto o improbable que sean ‘sostenibles’. Ello significa que después de que se han completado —un proceso que toma 156 / Más ética, más desarrollo
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usualmente cinco o seis años— es posible que no sigan dando beneficios significativos a los países receptores.” Tampoco la meta de equidad es de obtención lineal. No basta con tener la intención de asignar recursos a través de los proyectos a grupos desfavorecidos. Si los modelos organizacionales empleados presentan características que sólo permiten el acceso real a esos recursos a sectores de determinados niveles de calificación y capacitación previa, los programas pueden ser cooptados por dichos sectores. Es frecuente el caso de programas para pobres, cuyas complejidades administrativas de acceso llevan a que grupos de clase media se conviertan en sus principales beneficiarios. Las dificultades reseñadas y otras identificables indican que debe haber una estrecha coherencia entre las metas de eficiencia, equidad y sostenibilidad y el “estilo organizacional” empleado. Es ésa la base práctica de la que surgen las ventajas comparativas de los modelos participativos genuinos. Sus rasgos estructurales son los más acordes con el logro combinado de las “suprametas.” En cada una de las etapas usuales de los programas: diseño, gestión, monitoreo, control, evaluación, la participación comunitaria añade “plus” prácticos y limita los riesgos usuales. En la elaboración del programa social, la comunidad puede ser la fuente más precisa de detección de necesidades relevantes y de en priorización. Es quien más conocimiento cierto tiene sobre sus déficits y la urgencia relativa de éstos. Asimismo, puede hacer aportes decisivos sobre múltiples aspectos requeridos para un diseño exitoso, como las dificultades que pueden encontrarse en el plano cultural y a su vez las “oportunidades” que pueden derivar de la cultura local. Su integración a la gestión del programa logrará diversos efectos en términos de efectividad organizacional. Puede poner en movimiento la generación de ideas innovativas. Permitirá rescatar en favor del proyecto elementos de las tradiciones y la sabiduría acumulada por la comunidad que pueden ser aportes valiosos. Asegurará bases para una “gerencia adaptativa.” La experiencia de los programas sociales demuestra que ése es el tipo de gerencia más acorde. Continuamente se presentan situaciones nuevas, en muchos casos inesperadas y se necesitan respuestas gerenciales sobre la marcha. En gerencia adaptativa, el momento del diseño y el de la acción deben acercarse al máximo. Para lograr resultados efectivos de la acción, el diseño debe reajustarse continuamente sobre la base de los emergentes. La comunidad puede posibilitar la gestión adaptativa suministrando en tiempo real continuos “feed backs” sobre qué está sucediendo en la realidad, e incluso agregando constantemente información que puede ayudar a evitar situaciones luego difíciles de manejar. La ética en acción / 157
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En materia de control del buen funcionamiento del programa y de prevención de la corrupción, el aporte de la participación comunitaria organizada puede ser insustituible. El control social obligará a la transparencia permanente, significará un seguro contra desvíos y permitirá tener idea a tiempo de desarrollos indeseables a efectos de actuar sobre ellos. Finalmente, los jueces más indicados para evaluar los efectos reales de los programas sociales son sus destinatarios. Las metodologías modernas de evaluación participativa y de investigación acción permiten que la comunidad de modo orgánico indique resultados efectivamente obtenidos, deficiencias, efectos inesperados favorables y desfavorables y elementos clave para diseños futuros. No utilizar los modelos participativos significará “costos de oportunidad” en todos los aspectos organizativos planteados. Pero además favorecerá la generación de “costos directos” que atentarán contra el cumplimiento de las metas, como los siguientes, identificados por el Grupo de Desarrollo Participativo del Banco Mundial (1994): • una falta de apoyo y de sentido de propiedad que impide el aprovechamiento de los servicios, reduce la continuidad del beneficio y limita la recuperación de los costos del proyecto; • un sentido de indiferencia y dependencia del Estado donde los ciudadanos ven que tienen poca o ninguna voz en su propio desarrollo; • malestar y resentimiento cuando los proyectos o políticas son impuestos; y limitación del aprendizaje y la creación de nuevas alternativas por parte de los actores clave; • costos financieros, de tiempo y oportunidad adecuada que el Banco y los actores clave intercambiaron, se identifiquen mutuamente y se comprometan unos con otros; • dificultad para asegurar que los actores clave y sus prioridades reales están expresados apropiadamente por las personas que los representan; • el riesgo de ahondar diferencias y conflictos preexistentes entre subgrupos de interesados con diferentes prioridades e intereses; • generación de expectativas imposibles de cumplir; y • las elites poderosas y más organizadas pueden tomar el poder y excluir a la gente de escasos recursos y a los grupos marginados. Todos los “plus” de la participación comunitaria señalados y otros añadibles aportan fuertemente a la eficiencia organizacional. Pero su efecto combinado va mucho más allá de ello. Tienen impactos extensos y profundos en materia de sostenibilidad y equidad. 158 / Más ética, más desarrollo
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En cuanto a la sostenibilidad, al crearse condiciones favorables para ello a través de la participación, la comunidad puede desarrollar el sentimiento de ownership, de propiedad del proyecto, hacerlo realmente suyo. Ello movilizará sus energías y esfuerzos para que avance y creará una conciencia de protección de sus concreciones. La participación, asimismo, posibilitará condiciones para que la comunidad aprenda, se ejercite en el planeamiento y la gestión y vea crecer sus capacidades. Se fortalecerá, entonces, su posibilidad de sostener el proyecto. Todos los elementos mencionados potenciarán la autoestima individual y colectiva. Ello puede desencadenar energías y capacidades latentes en gran escala. La experiencia permite constatar el valor para la sostenibilidad del abordaje participatorio. A partir de ella, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD) (1993) resalta: “Para que el desarrollo sea sostenible, las personas de los países interesados deben ser los ‘dueños’ de sus políticas y programas de desarrollo.” Los riesgos en materia de que los programas no propicien la equidad pueden ser considerables. En la visión de la Agencia Canadiense para el Desarrollo Internacional (CIDA) (1994): “El beneficio de los proyectos de desarrollo llegaba generalmente más a los que estaban en mejores condiciones, a los ubicados en áreas accesibles y a los que tenían mejor acceso a la información.” La participación comunitaria en todas las etapas de los proyectos, ese pensar la lógica del proyecto desde las percepciones y la cultura de los pobres, los acercará mucho más a sus realidades y reducirá riesgos como los señalados. Al mismo tiempo, la participación en sí como proceso social cambia a sus actores. Potencia a los grupos desfavorecidos, hace crecer la confianza en sus propias capacidades y contribuye a su articulación. Todos estos elementos los colocan en mejor situación para luchar por sus derechos e influir de modo efectivo. Este conjunto de ventajas comparativas son las que operan detrás de la superioridad observable en las experiencias con participación respecto de los modelos organizacionales de corte tradicional de tipo jerárquico o paternalista. Las ventajas son reconocidas como tales actualmente por un consenso muy amplio en otros campos organizacionales, como se podrá observar en la tesis siguiente.
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IV. Tercera tesis: la participación es un núcleo central de la gerencia del nuevo siglo La revalorización de la participación en el campo social se inscribe en un proceso más generalizado, donde están cambiando fuertemente las percepciones respecto de los aportes de la participación a la gerencia. Está en plena marcha a inicios del siglo XXI un cambio de paradigma de extensas implicancias en cómo obtener eficiencia en las organizaciones. Las ideas que dominaron la gerencia durante casi todo el siglo pasado y siguen ejerciendo una influencia determinante en América Latina, asociaban gerencia de calidad con aspectos como organigramas precisos, división de funciones, manuales de cargos, descripción de tareas detalladas, procedimientos, formularios. La visión era que “ordenando” formalmente la organización y poniendo bajo control de las normas y procesos la mayor parte de su funcionamiento, se obtendrían resultados exitosos. El análisis científico de algunas de las organizaciones con mejores resultados actuales indica que los estilos gerenciales que han adoptado se hallan totalmente distantes del paradigma tradicional. Estudios pioneros, como los de Kotter en Harvard (1989) y Mintzberg (1996) en la universidad McGill en Canadá, coinciden en identificar que el éxito se asocia con factores como capacidades para el análisis sistemático del contexto y sus tendencias, detección de los problemas estratégicos, comunicaciones activas, horizontalidad, participación, potenciación de las capacidades de la organización, construcción de redes de contactos y otros semejantes. Se ha descripto la transición paradigmática en desarrollo como el “paso de la administración a la gerencia”1. Como ha sucedido normalmente en la historia, los cambios de paradigma no se dan a instancias de personas exclusivamente. Tienen que ver con modificaciones profundas en la realidad que plantean nuevas demandas. Efectivamente, ha habido en las décadas recientes transformaciones estructurales en el contexto histórico que plantearon exigencias cualitativamente diferentes a la gerencia de organizaciones. Los cambios simultáneos en dimensiones fundamentales de la realidad, como las tecnologías, la geopolítica, la geoeconomía y otros producidos en períodos cortos y en medio de un sistema mundial cada vez más interconectado, generaron un contexto de umbrales de complejidad inéditos. Uno de sus rasgos centrales lo constituyen los grados de incertidumbre pronunciados. Los impactos sobre la gerencia son múltiples. Entre ellos, gran parte de las variables del contexto pueden afectar en cualquier momento a la mayoría de las organizaciones. El autor analiza detalladamente el tema en su obra El pensamiento organizativo: de los dogmas a un nuevo paradigma gerencial (13ª edic., Editorial Norma, 1994). 1
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Sus contextos son ahora, como se dice en gestión estratégica, “un mundo de entrometidos” donde variables intrusas de todo orden aparecen sorpresivamente, e influyen. Asimismo, el tiempo ha mutado sus características. En gerencia tradicional se entrenaba para proyectar las realidades pasadas y para tomar decisiones sobre la base de esas proyecciones. Se extrapolaban cifras presupuestarias, participaciones en el mercado, etcétera. Actualmente, en una época donde las tasas de cambio de la realidad son ultraaceleradas, el pasado puede ser una guía engañosa. El presente difiere radicalmente del pasado. A su vez, el futuro no se halla a gran distancia, como sucedía antes. El presente se transforma muy velozmente, convirtiéndose rápidamente en futuro. Las fronteras entre ambos son cada vez más cercanas. La gerencia no puede apoyarse en la proyección del pasado, ni en cuidadosas planificaciones de mediano y largo plazo. Tiene que ser fuertemente adaptativa y tener gran capacidad para innovar. El medio sumariamente descripto exige otro tipo de diseños organizacionales, de estilos gerenciales y de habilidades en sus miembros. Las organizaciones que han conseguido desenvolverlos están a la vanguardia en logros en diversos campos. La imagen ideal de la organización mutó. No es más la de rigurosamente ordenada: la necesidad pasa por la creación de “organizaciones inteligentes”, con capacidad para tener una relación estrecha con el contexto, entender las “señales de la realidad” y actuar en consecuencia. Para ello deben ser necesariamente “organizaciones que aprenden.” Entre sus capacidades esenciales estará la de saber “gerenciar conocimiento.” Este tipo de organizaciones no son viables sin un personal comprometido. La inteligencia, el aprendizaje, la administración del conocimiento y la innovación no se hallan al alcance de una persona por mayores que sean sus calidades. Sólo pueden ser generadas desde el conjunto del personal, a través de equipos de trabajo. Peter Drucker (1993) plantea agudamente: “El líder del pasado era una persona que sabía cómo ordenar. El del futuro tiene que saber cómo preguntar.” Necesita imprescindiblemente de los otros. Como resalta Goldsmith (1996), entre las habilidades de los ejecutivos exitosos se hallan ahora las de escuchar, hacer “feed back” continuo, no caer en el usual sesgo de las estructuras jerárquicas tradicionales de “matar” al que dice la verdad sino, por el contrario, estimularla, reflexionar. El modelo deseado para el siglo XXI es el de organizaciones inteligentes, que aprenden, adaptativas, innovadoras. En la búsqueda de caminos para construirlas, gerentes, expertos e investigadores llegaron permanentemente en los últimos años a la participación. Estudios pioneros como los de Tannenbaun (1974) ya arrojaban evidencias al respecto. Después de analizar empresas jerárquicas y participativas en diversos países se observaron significativas correlaciones entre alLa ética en acción / 161
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tos grados de participación y mayores niveles de satisfacción, más motivación laboral, e incluso menor frecuencia de síntomas de úlcera. Walton (1995) indica que desde los años setenta diversas empresas emprendieron lo que llama “la estrategia del compromiso”: tratar de lograr el que se involucre activamente su personal. Menciona entre ellas plantas de la General Foods, General Motors, Procter and Gamble, Cummings Engine. Los beneficios para la productividad eran muy claros. En Japón surgieron los círculos de calidad, basados en la idea de capitalizar los aportes que en cada sector de la empresa podían hacer los operarios al mejoramiento de las tareas que allí se realizaban. Se efectuaban en horas de trabajo, eran alentados fuertemente, tenían incentivos. Se estimó que aportaron cerca del 60% de las mejoras de productividad de la empresa japonesa durante un extenso período. Constituían una forma básica de participación. Actualmente, la participación es convocada gerencialmente desde llamados de orden más sofisticado. Así se plantea que un motor de la organización es la “visión compartida.” Peter Senge (1992) la considera un instrumento eje para la productividad. Crea una sensación de vínculo común, da coherencia a las actividades, inspira. Según estudios de equipos con alto desempeño, Maslow (1965) ya había anticipado que uno de sus rasgos esenciales era la visión compartida. En esos equipos de excepción anotó: “La tarea ya no estaba separada del yo … sino que él se identificaba tanto con la tarea, que ya no se podía definir el verdadero yo sin incluir esa tarea.” Se requiere, asimismo, la participación para crear un ambiente altamente deseado hoy en gerencia avanzada: un clima de confianza. Las mediciones indican fuertes correlaciones entre clima de confianza y rendimiento y, al revés, entre percepción del personal de que se desconfía de él y reducción del rendimiento. El esquema básico de la administración tradicional de corte vertical está fundado en la presunción de que se debe desconfiar del personal y ello es captado por éste. A su vez, la confianza tiene doble vía. El personal debe sentir que puede confiar en la organización. Que aspectos como, por ejemplo, los ascensos y el acceso a oportunidades estarán regulados por criterios objetivos. La creación de “confianza” necesita participación. Ése es su hábitat natural. Por otra parte, se aspira hoy a una alta tasa de innovación. Sin ella no hay en los mercados actuales competitividad. Las investigaciones demuestran que la tasa de innovación es mayor en los trabajos en equipos interdepartamentales, lo que significa estructuras horizontalizadas. También indican en forma consisten162 / Más ética, más desarrollo
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te que algunas de las innovaciones más importantes en el mundo organizacional en los últimos años se han dado en el marco de lo que llaman “grupos calientes.” Se trata de grupos reducidos, autogestionados, con un desafío importante, cabalmente participativos (Leavitt, Lipman-Blumen, 1995). Diversos analistas describen el panorama de la organización del futuro con visiones que prevén altos contenidos participativos. Jackman (1986) afirma: “Las organizaciones en el futuro se basarán fuertemente en la autogestión de sus miembros.” Peters (1988) dice: “Las organizaciones utilizan equipos multifuncionales y organizan cada función en 10 a 30 personas en grupos autogestionados.” Wilpert (1984) señala: “La participación en el trabajo organizacional será un tema central … en todos los países industrializados o en industrialización.” La búsqueda de eficiencia mediante la apelación a la participación forma parte básica también de experiencias de vanguardia en la gestión pública. Kernaghan (1992) reseña la amplia experiencia de los gobiernos canadienses. La idea clave de diversas pruebas exitosas que se están realizando con participación de los funcionarios en los servicios públicos canadienses “es liberar el talento de los empleados cambiando la cultura de la organización por una que involucre y faculte más y cambiando la estructura de la organización por medio del uso de grupos de trabajo facultados.” La participación que se busca no es sólo la de los empleados individualmente sino del equipo, reestructurándose así toda la conformación de la organización tradicional. Sobre la base a 68 casos de experiencias participativas en el sector público canadiense en los últimos años, el autor elabora una vívida reconstrucción de cómo evolucionaron los procesos participatorios que, por su agudeza, transcribimos integralmente a continuación: “Al comienzo del proceso, la organización tiene las siguientes características: la mayoría de los gerentes operan siguiendo el estilo de mando y cumplimiento pero por lo menos algunos apoyan la participación de los empleados y el trabajo en grupo; un pequeño porcentaje de empleados participa en actividades de grupo; sólo existen planes generales no específicos para incrementar la participación de los empleados; la forma y el número de sugerencias de los empleados han sido relativamente estables durante los últimos años; y las mejoras al ambiente de la organización y a las prácticas de manejo de recursos humanos resultan de las sugerencias y quejas de los empleados. Las etapas siguientes del proceso muestran un paso gradual hacia una organización facultada. Hacia el final de este proceso, se ha logrado una transformación notable.” Según observa el investigador, al transformar la organización de un modelo jerárquico tradicional a uno participativo se da paso a una organización con las siguientes características:
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• “La administración usa métodos innovativos y efectivos para incrementar la participación de los empleados y el trabajo en equipo; existe un alto nivel de confianza y respeto entre los empleados, entre los gerentes y entre empleados y gerentes. • Surge una cooperación entre los grupos que realizan diferentes funciones en toda la organización para satisfacer las necesidades de los clientes de una manera más efectiva. • Las tendencias hacia la participación en equipo y otras formas de participación de los empleados permiten que los empleados hagan más sugerencias y aumente el número de sugerencias aceptadas. • Los empleados se sienten fuertemente facultados; existe un sentimiento de propiedad grupal sobre los procesos de trabajo, los empleados muestran un orgullo personal por la calidad del trabajo, y el sindicato y la administración cooperan para mejorar la calidad. • El poder, las retribuciones, la información y el conocimiento se llevan hasta los niveles más bajos factibles; el facultamiento de los empleados conduce a una nivelación sustancial de la organización. • Las mejoras que resultan de la participación de los empleados se hacen evidentes en los sistemas, procesos, productos y servicios. • Un proceso de encuesta formal regular determina los niveles de satisfacción de los empleados, se emprenden acciones de seguimiento para mejorar las prácticas de manejo de recursos humanos y los planes futuros determinan cómo sostener el momentum y el entusiasmo.” Las experiencias participativas canadienses arrojaron múltiples beneficios. Entre ellos: mayor productividad, moral más alta, reducción de costos, mejor servicio a los clientes, más innovación y creatividad, disminución del ausentismo y la rotación de personal. Una ventaja adicional de las organizaciones abiertas a la participación es que demuestran tener una mayor capacidad de atracción de personal calificado y capaz. El proyecto laboral global que brindan les da superioridad competitiva en el reclutamiento respecto de organizaciones de corte tradicional. Schelp (1988) refiere un interesante caso en el servicio público en Suecia. El enfoque de participación fue aplicado en profundidad a la comunidad en la prevención de accidentes en municipios rurales. Se hizo tomar conciencia de que los resultados de salud en esta área no dependían de los servicios de asistencia sino, sobre todo, de la acción preventiva conjunta de la misma comunidad realizada incluso en los hogares. Las principales causas de este tipo de accidentes no eran prevenibles desde afuera de la comunidad sino sólo desde su interior. Se crearon 164 / Más ética, más desarrollo
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grupos de trabajo comunitarios que asumieron responsabilidades crecientes en la labor preventiva a los que se dio pleno apoyo y se realizó desde ellos una tarea de difusión amplia sobre los patrones de accidentes más frecuentes y las políticas necesarias para prevenirlos. Al cumplirse tres años de la experiencia, la tasa de accidentes había decrecido en un 30%. Por otra parte, el número de miembros de la comunidad interesados en participar ascendió considerablemente. En la estrategia empleada, el sector público transfirió a la comunidad conocimientos y experiencia, a través de sus organizaciones básicas: ONG, empresas, sindicatos, individuos, y aquéllas asumió el peso de la acción. Sander (1994) destaca el potencial de la participación en un campo muy relevante: el mejoramiento de la gestión educativa. Señala que se hace necesario en esta área “pasar de la evaluación crítica de la realidad organizacional y administrativa en la educación a propuestas concretas de acción.” En su visión, “la estrategia más efectiva para hacerle frente a ese desafío es la participación.” Según conclusiones extraídas en este campo, Mintzberg (1996) llama la atención sobre que en definitiva los servicios en salud y educación “nunca pueden ser mejores que las personas que los suministran.” Se hace necesario “liberar” el potencial de esas personas. La participación claramente aporta ello. Como se observa, tanto en el campo gerencial empresarial como en el público las indicaciones hacia la participación tienen fuerza creciente. Participación es hoy una estrategia maestra de la gerencia de excelencia. Frente a los resultados que da la participación comunitaria, sus ventajas comparativas y su legitimidad gerencial, ¿cómo se explica su limitado avance en la región? A dicho problema está dedicada la siguiente tesis.
Cuarta tesis: la participación enfrenta fuertes resistencias e intereses En el “discurso” la participación ha triunfado en América Latina. Se escuchan permanentemente desde los más altos niveles gubernamentales y de grupos de gran peso en la sociedad, referencias a la necesidad de incrementar la participación, a su deseabilidad para una sociedad democrática, a su tradición histórica en cada comunidad. A diferencia de décadas cercanas, casi no se escuchan voces que explícitamente se opongan a la participación. Sin embargo, la realidad no pasa solamente por el discurso. En los hechos, los avances en participación comunitaria muestran una gran brecha con el declaracionismo al respecto. Las investigaciones que se han internado en la práctica de la participación han encontrado, La ética en acción / 165
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con frecuencia, llamados a participar que no se plasman en apertura efectiva de puertas, experiencias iniciadas con amplias promesas pero que se quedan en el “título” inicial, frustraciones pronunciadas de numerosas comunidades. La brecha tiene explicaciones. La participación comunitaria es, en definitiva, un proceso que implica profundos cambios sociales. Como tal es esperable que genere resistencias y que al vulnerar intereses instalados éstos desarrollen estrategias de obstaculización. Es fundamental, poco a foco, de donde provienen las principales trabas a su avance para poder diseñar políticas adecuadas para su superación. Entre ellas, en nómina no taxativa, se hallan las que sumariamente se presentan a continuación. A. El eficientismo cortoplacista Una resistencia primaria a la participación es la de cuestionarla en términos de costos y tiempo. El razonamiento explícito plantea que montar un proyecto con componentes participativos implica toda una serie de operaciones adicionales a su mera ejecución directa, que significan costos económicos. Paralelamente, se resalta que los tiempos de implementación se extenderán inevitablemente por la intervención de los actores comunitarios. Generará costos y alargará los plazos. El razonamiento demuestra pronunciadas debilidades cuando se sugiere un análisis que exceda el cortoplacismo. En una primera impresión efectivamente en muchos proyectos habrá nuevos costos por la participación y los plazos serán más extensos. ¿Pero cuál es el impacto de estas “cargas adicionales” en el mediano y largo plazo? La alternativa real no es entre efectividad a corto plazo y efectividad con mayores costos a largo plazo. La evidencia ha demostrado sistemáticamente que los logros cortoplacistas tienen desventajas pronunciadas. Por lo pronto, como se ha destacado, una de las metas centrales en proyectos sociales, la sostenibilidad del proyecto, se resiente agudamente con esos planteos. Como ya se mencionó, las evaluaciones internas practicadas al respecto por organizaciones como el Banco Mundial son casi terminantes. Un porcentaje significativo de proyectos, evaluados con indicadores apropiados, no pasan el test de sostenibilidad. La actividad se desarrolló de tal modo que, terminada la cooperación del organismo externo a la comunidad, no han quedado bases para que ésta se sienta estimulada o esté capacitada para seguir sosteniendo el proyecto. La efectividad de corto plazo se transforma allí en altos niveles de inefectividad a mediano y largo plazo.
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Por otra parte, el razonamiento eficientista implica cuantiosos “costos de oportunidad.” Los extensos beneficios potenciales derivados de la participación comunitaria y reseñados en las secciones anteriores no se producirán. Véase, por ejemplo, entre muchos otros, el caso del proyecto PRODEL en Nicaragua (1998). Su objetivo era movilizar pequeños proyectos de infraestructura y equipamiento urbano. Se optó por realizarlo según un modelo de cogestión con la comunidad. Las evaluaciones efectuadas indican que con ella los costos directos de construcción y mantenimiento preventivo de estas obras fueron hasta un 20% inferiores a los de proyectos similares ejecutados por los gobiernos locales sin participación comunitaria. Entre otros aspectos, la ciudadanía aportó al proyecto 132.000 días de trabajo voluntario. B. El reduccionismo economicista Otra línea de razonamiento coherente con la anterior percibe todo el tema del diseño y ejecución de programas sociales desde categorías de análisis puramente económicas. Las relaciones que importan son de costo/beneficio medido en términos económicos. Los actores se hallarían motivados por cálculos microeconómicos puros y persiguen básicamente la maximización de su interés personal. Lograr que produzcan sería un tema de meros “incentivos materiales”. Las evaluaciones desde este enfoque sólo perciben los productos medibles con unidades económicas. Muchos de los aspectos de la participación comunitaria no ingresan, por tanto, en este marco de ubicación frente a la realidad. Ella genera productos como el ascenso de la autoestima y la confianza en las fuerzas de la comunidad que escapan a este razonamiento. Las motivaciones a las que apela como responsabilidad colectiva, visión compartida y valores de solidaridad no tienen que ver con los incentivos economicistas. Las evaluaciones no toman en cuenta los avances en aspectos como cohesión social, clima de confianza y grado de organización. Al desconocer todos estos factores, el economicismo priva a la participación de “legitimidad.” Es una especie de ejercicio de personas poco prácticas o soñadoras sin conexión con la realidad. Sin embargo, los hechos indican lo contrario. Los factores excluidos forman parte central de la naturaleza misma del ser humano. Cuando se niegan, hay sensación de opresión y las personas se resisten a aportar mediante múltiples estrategias. Cuando facilitan, en cambio, dichos factores, pueden ser un motor poderoso de productividad. Amartya Sen (1987) realiza sugerentes anotaciones sobre los errores que implica el economicismo. Señala: “La exclusión de todas las motivaciones y valoraciones diferentes de las extremadamente estrechas del interés personal es difíLa ética en acción / 167
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cil de justificar en términos de valor predictivo y parece tener también un soporte empírico dudoso.” Los seres humanos manifiestan otros tipos de comportamiento —indica— éticamente influidos: sienten simpatía por otros, se comprometen con causas, y con ciertas reglas de conducta, tienen lealtades, e interdependencias. “Los fríos tipos racionales llenan nuestros libros de texto pero el mundo es más rico.” Los seres humanos cometen errores, experimentan, están confusos, hay Hamlets, Mcbeths, Lears, Otellos. Sen se pregunta: “Es extraordinario que la economía haya evolucionado por una vía que caracteriza la motivación humana de un modo tan estrecho. Es extraordinario porque se supone que la economía está preocupada por la gente real. Es difícil creer que esa gente esté completamente no afectada por el tipo de examinación que plantea la pregunta socrática cómo debería uno vivir. ¿Puede la gente que la economía estudia realmente no estar afectada por esta resonante cuestión y seguir exclusivamente el rudimentario razonamiento duro que les atribuye la economía moderna?.” C. El predominio de la cultura organizacional formal Un paradigma antes reseñado ha dominado el pensamiento organizativo en la región, la visión formalista. Para ella el orden, la jerarquía, el mando, los procesos formalmente regulados y una percepción verticalista y autoritaria de la organización son las claves de la eficiencia. Como lo detectara Robert Merton (1964), en este enfoque el orden, que es un medio, tiende a transfomarse en un fin en sí mismo. En este tipo de organizaciones se produce una traslación de valor de los fines a las rutinas. El cumplimiento de la rutina está por encima de lo sustantivo. Esa cultura lee como “heterodoxa” e intolerable la participación. Está basada en la cooperación, la horizontalidad, la flexibilidad, la gerencia adaptativa, la visión clara de cuáles son los fines y la subordinación a ellos de los procesos organizativos. El choque entre ambas culturas es inevitable. Cuando se encomienda a organizaciones de tradición burocrática y vertical poner en marcha proyectos participativos, las resistencias serán innúmeras y se expresarán por múltiples vías. Pondrán obstáculos infinitos, asfixiarán a fuerza de rutinas los intentos, cerrarán las puertas a las iniciativas, desmotivarán continuamente a los actores comunitarios. Estarán, en definitiva, esperando inconscientemente el fracaso de la experiencia en participación para convalidar desde él su propio modelo burocrático formal.
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D. La subestimación de los pobres En diversas oportunidades, sectores directivos y profesionales de las organizaciones que deben llevar a cabo proyectos por vías participatorias tienen una concepción desvalorizante de las capacidades de las comunidades pobres. Creen que serán incapaces de integrarse a los procesos de diseño, gestión, control y evaluación. Que no pueden aportar mayormente por su debilidad educativa y cultural. Que necesitaran períodos muy largos para salir de su pobreza. Que sus liderazgos son primitivos, que sus tradiciones son atrasadas, que su saber acumulado es una carga. Cuando se parte de una concepción de este orden, se está poniendo en marcha la conocida ley sociológica de “la profecía que se autorrealiza.” Se desconfiará de las comunidades en todas las etapas del proceso, se les limitarán las opciones reales para participar, se tendrá un sesgo pronunciado a sustituir su participación por órdenes de “arriba hacia abajo” para hacer “funcionar” las cosas. Asimismo, la subvaloración será captada rápidamente por la comunidad y ello creará una distancia infranqueable entre ella y los encargados de promover su participación. Todas estas condiciones crearán una situación en donde la participación estará condenada a fracasar. Después, con frecuencia, aparece en las “elites ilustradas” que condujeron la experiencia la coartada racionalizadora. Argumentarán que las comunidades no tenían interés en participar y por eso la experiencia no operó. En realidad ellos crearon fuertes incentivos para que perdieran el interés. La idea de “capital social” de creciente difusión rompe categóricamente con estos mitos sobre las comunidades pobres. Una comunidad puede carecer de recursos económicos, pero siempre tiene capital social. Las comunidades pobres poseen normalmente todos los elementos constituyentes del capital social: valores compartidos, cultura, tradiciones, sabiduría acumulada, redes de solidaridad, expectativas de comportamiento recíproco. Si logran movilizar ese capital social los resultados pueden ser tan importantes como los observados en este trabajo en Villa El Salvador del Perú o con las ferias de consumo familiar de Venezuela. Por otra parte, como anotara Albert Hirschman (1984), a diferencia de otras formas de capital, el social es el único que aumenta con su uso. E. La tendencia a la manipulación de la comunidad Un poderoso obstáculo para el avance de la participación se halla en los intentos reiterados en la realidad latinoamericana de “coparla” para fines de determinados grupos. El clientelismo es una de las formas favoritas que adopta la manipulación. Allí el discurso ofrece promesas muy amplias de participación para La ética en acción / 169
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ganar apoyos temporarios. Luego las realidades son muy pobres en participación real. Incluso sistemáticamente en los intentos manipulatorios se trata de relegar a los conductores auténticos de la comunidad y de impedir que surjan líderes genuinos. Se procura, asimismo, crear “líderes a dedo” que puedan ser, en definitiva, un punto de apoyo para el proyecto manipulatorio. Cuando la comunidad percibe las intenciones reales, se produce un enorme efecto de frustración. Las consecuencias son graves. No sólo la comunidad resistiéndose dejará de participar y la experiencia fracasará, sino que habrá quedado fuertemente predispuesta en contra de cualquier intento posterior, aun cuando sea genuino. F. El problema del poder La investigación antes mencionada de Narayan sobre los proyectos rurales de dotación de agua constata la presencia como obstáculos a la participación de muchos de los mencionados. Indica que entre los problemas identificados se hallaron: la resistencia a dar el control sobre los detalles de la implementación, la ausencia de incentivos para una orientación hacia la comunidad y la falta de interés en invertir en el desarrollo de las capacidades de la comunidad. A éstos y otros obstáculos mencionables corresponde sumarles uno formidable, muchas veces subyacente detrás de los anteriores. Mary Racelis (1994) indica que un eje central en participación es “el conferimiento de poder al pueblo en lugar de perpetuar las relaciones generadores de dependencia tan características de los enfoques de la cima a la base.” La idea es compartir realmente el poder. Esto es lo que sucedió en la exitosa experiencia del presupuesto municipal participativo de Porto Alegre. Según refiere Zander Navarro (1998), no sólo redistribuyó los fondos públicos de un modo más equitativo, instalando un patrón más justo que priorizó a los pobres, sino que estableció un nuevo marco de relaciones políticas. La comunidad efectivamente fue investida del poder de decidir y su pusieron a su disposición mecanismos concretos de deliberación para ejercerlo que ella misma fue enriqueciendo con su práctica. El investigador se pregunta si esa experiencia es trasladable a otros municipios. Su respuesta destaca: “El requisito más importante y decisivo a tenerse en cuenta es que las autoridades locales deben tener la firme voluntad política de compartir partes de su poder con sus constituyentes.” Un obstáculo fundamental en el camino hacia la movilización de la participación es si existe una voluntad en ese orden. Si hay disposición realmente para compartir el poder.
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A veces ella no existe. El proyecto que se está llevando a cabo está ligado a ciertos fines de algunos sectores y dar participación real podría obstaculizarlo. En otras ocasiones, el cálculo es que disminuiría el poder que tendrían las autoridades. Sin embargo, con participación los efectos podrían ser muy diferentes. En alta gerencia el llamado de investigadores como John Kotter, de la universidad de Harvard, a organizaciones empresariales más abiertas a la influencia de sus integrantes despertó inicialmente muy fuertes resistencias en el liderazgo empresarial tradicional. Pero después de años de lanzado, el autor indica que la experiencia real fue en sentido opuesto. Quienes compartieron el poder organizacional, actualizaron de ese modo en aspectos clave su organización, incrementaron la innovatividad y la productividad y aumentaron entonces su “poder total disponible”. Quienes se encerraron y no aceptaron compartir fueron los dueños absolutos de organizaciones cada vez menos competitivas, por lo tanto de un “poder total” en reducción. Experiencias como las de Porto Alegre y otras sugieren que procesos semejantes se dan en el campo de la participación comunitaria. Las autoridades municipales que desarrollaron en Porto Alegre un proyecto genuinamente participativo recibieron un apoyo creciente y cada vez más generalizado de toda la población, que percibió que toda la ciudad mejoraba. Sus bases reales de poder no disminuyeron por compartirlo, sino que aumentaron y fueron reelectas en varias oportunidades. ¿Cómo enfrentar las importantes resistencias y obstáculos a la participación reseñados y otros agregables?
VI. Quinta tesis: se requieren políticas y estrategias orgánicas y activas para hacer avanzar la participación Los avances en participación comunitaria sufren permanentemente el embate de obstáculos y resistencias como los señalados. Pero existen también en los procesos históricos actuales de la región importantes fuerzas en pro de dichos avances. Los trascendentales progresos realizados por la región en el campo de la democratización crean un marco objetivo de condiciones pro participación. En la América Latina actual hay una vigorosa presión de la población por que la democracia conseguida a través de largas luchas adquiera características cada vez más activas. Se aspira a reemplazar la “democracia pasiva” por una “democracia inteligente” donde el ciudadano esté ampliamente informado, tenga múltiples canales para hacer llegar continuamente sus puntos de vista —no sólo la La ética en acción / 171
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elección cada tantos años de las autoridades máximas— y ejerza una influencia real constante sobre la gestión de los asuntos públicos. Se están desarrollando positivos y crecientes procesos de fortalecimiento de la sociedad civil. Aumenta a diario el número de organizaciones de base, mejora su capacidad de acción, se está enriqueciendo el tejido social. Todo este medioambiente en cambio crea actitudes y percepciones culturales que ven la participación de la comunidad como una de las vías principales para activar la democracia en los hechos concretos. Junto a ello, las urgencias sociales latinoamericanas son extensas y profundas. La región presenta amplios sectores de la población sin agua potable y sin instalaciones sanitarias mínimas. Tiene una elevada cantidad de población desnutrida, lo que va a significar severas consecuencias. Se ha estimado así que una tercera parte de los niños de Centroamérica menores de 5 años presentan una talla inferior a la que debieran. La deserción escolar en primaria es muy elevada. Por otra parte, la repetición es del 50% en el primer grado y de 30% en cada uno de los grados posteriores. Ello produce, según indica Puryear (1998), que un niño de la región promedio permanece siete años en la escuela primaria y completa en ellos sólo cuatro grados. Las tasas de desocupación abierta son muy elevadas y las de desocupación juvenil aún mayores. Ha crecido aceleradamente la violencia urbana. La unidad familiar está agobiada por el peso de la pobreza y se destruyen numerosas familias. Encarar los difíciles problemas señalados requerirá políticas públicas renovadas, donde asoma la necesidad de concebir diseños de doctrinas que articulen estrechamente lo económico y lo social y dar alta prioridad a agresivas políticas sociales. La instrumentación de nuevos procedimientos y programas requiere imaginación gerencial. Se necesitan modelos no tradicionales de mayor efectividad. Allí la participación comunitaria, como se ilustró en las secciones previas del trabajo, da resultados y tiene ventajas comparativas. Éstas y otras demandas y fuerzas pro participación deben ser movilizadas para afrontar las resistencias y obstáculos. Se requiere para tal fin diseñar y poner en práctica políticas y estrategias apropiadas para dar la “pelea por la participación.” Entre ellas: a. Hay una vasta tarea de investigación por realizar en la materia. Es necesario apuntalar la acción con estudios sistemáticos sobre los factores por tener en cuenta para aprovechar el potencial de la capacitación y poder solucionar los problemas inevitables que aparecerán en sus procesos de ejecución.
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Así, en la investigación realizada por el Banco Mundial sobre proyectos rurales de dotación de agua (Narayan 1994) se concluye —del análisis de los 121 proyectos examinados— que entre los factores favorables al éxito de la participación se hallan los siguientes: i. en cuanto a los beneficiarios de los proyectos • se obtenga el compromiso de los beneficiarios previamente a la implementación del proyecto; • incide el grado de organización de los beneficiarios. ii. en cuanto a las agencias ejecutoras de los proyectos • deben hacer del avance de la participación una meta central de sus proyectos; • consiguientemente, debe haber un monitoreo sistemático de cómo están adelantado las “metas de participación comunitaria”; • son indicados los incentivos y reconocimientos por iniciativas de miembros de la organización que aporten al avance de la participación; • la agencia debe tener fuerte orientación hacia aprovechar el conocimiento de la comunidad; • debe, asimismo, orientarse consistentemente hacia invertir en la capacitación de la comunidad. Estudios de este orden y muchos otros necesarios, como los relativos a las diversas modalidades organizacionales existentes en participación, sus ventajas y limitaciones, pueden contribuir a crear un fondo de conocimientos al respecto que fortalecerá la acción concreta. b. Debe realizarse una tarea continuada de “aprendizaje” de las experiencias exitosas de la región. Hay un importante caudal de experiencias de este tipo, como las numerosas presentadas en el pionero encuentro del BID “Programas sociales, pobreza y participación ciudadana” (1998). Es muy limitada la tarea de documentación de dichas experiencias y de revisión de sus enseñanzas. Hay en ese “rescate del conocimiento acumulado” una amplia línea de trabajo por seguir. c. Se debe apoyar la realización de nuevas experiencias innovadoras en este campo. La participación significa una experimentación social compleja. Trabaja con variables multifacéticas culturales, ambientales, organizacionales, económicas, financieras, políticas, demográficas, etcétera. Es abierta La ética en acción / 173
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para el desarrollo de innovaciones en todas sus etapas, que luego pueden ser aprovechadas colectivamente. Pero se requiere para ello, como en otros campos, políticas de apoyo a la realización de experiencias innovativas. Así, por ejemplo en el gobierno del Canadá, el Premio 1991 a la Administración innovativa en el área pública fue dedicado al tema “Participación: empleados, gerentes, organizaciones.” La existencia de un premio de esta índole motivó 68 presentaciones de experiencias de todos los niveles del gobierno canadiense. Las enseñanzas derivadas han dado lugar a múltiples análisis, que a su vez están retroalimentando a otras experiencias y proyectos. d. Es necesario forjar una gran alianza estratégica en torno de la participación. Diversos actores sociales tienen alto interés en su avance. Normalmente, sus esfuerzos son aislados. Su articulación en niveles sectoriales y nacionales puede dar fuerza renovada a la acción. Entre ellos aparecen actores como los municipios, las organizaciones no gubernamentales, universidades, asociaciones vecinales, comunidades religiosas que trabajan en el campo social, diversos organismos internacionales y, desde ya, las comunidades desfavorecidas. El trabajo conjunto de éstos y otros sectores para impulsar la participación, proteger experiencias en marcha, buscar el compromiso de sectores cada vez más amplios, obtener recursos en su apoyo, fortalecer la investigación y otros planos de acción puede mejorar significativamente las condiciones para su aplicabilidad. e. Un punto central por encarar, que puede ser uno de los ejes de trabajo de la alianza estratégica, es la generación de conciencia pública respecto de las ventajas de la participación. Es necesario procurar que el tema trascienda la discusión de los especialistas y se convierta en una cuestión de la agenda pública, dadas sus implicancias de todo orden. Se requiere una tarea intensiva con medios masivos de comunicación sobre la materia. Asimismo nutrir la discusión con información detallada sobre todos los aspectos: potencial, dificultades esperables, experiencias internacionales, enseñanzas de las pruebas realizadas y en marcha. Dada la genuinidad de la propuesta de la participación, una opinión pública informada al respecto puede ser un activo factor en su favor.
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VII. Sexta tesis: la participación se halla en la naturaleza misma del ser humano El Informe sobre Desarrollo Humano de las Naciones Unidas centrado en participación (1993) señala: “Una participación mayor de la población no es más una vaga ideología basada en los buenos deseos de unos pocos idealistas. Se ha convertido en un imperativo, una condición de supervivencia.” Éste es claramente el caso de la participación en América Latina. Tanto en el campo general de fortalecimiento de los procesos de democratización como en el de enfrentar los graves problemas sociales que afectan duramente a la mayor parte de la población. En la identidad básica del ser humano se halla la necesidad de la participación. Un profundo conocedor del tema, Juan XXIII, resaltó en su encíclica Mater et Magistra (1961) que el designio divino ha creado a los seres humanos de tal modo que “en la naturaleza de los hombres se halla involucrada la exigencia de que en el desenvolvimiento de su actividad productora tengan posibilidad de empeñar la propia responsabilidad y perfeccionar el propio ser.” El involucramiento es una exigencia interna de la naturaleza misma del ser humano. La participación comunitaria es un instrumento potente, como se ha marcado en este trabajo, pero nunca debe perderse de vista que es, al mismo tiempo, un fin en sí mismo. Hace a la naturaleza del ser humano participar. La participación eleva su dignidad y le abre posibilidades de desarrollo y realización. Trabajar por la participación es, en definitiva, hacerlo para restituir a los desfavorecidos de América Latina uno de los derechos humanos más básicos, que con frecuencia —silenciosamente— les ha sido conculcado.
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Hacia una nueva visión de la política social en la Argentina I. Un momento histórico especial Siempre es útil reflexionar sobre la política social. Pero éste es un momento diferente. La Argentina está en una etapa donde pareciera que existe la posibilidad real de que la voluntad de la ciudadanía y las conclusiones de la reflexión colectiva se transmutan en hechos. Se ha iniciando un período presidencial que se ha caracterizado por múltiples hechos que responden a la voluntad colectiva, a demandas que parecían muy deseadas por la mayor parte de los ciudadanos. Es un momento muy importante, en donde las expresiones de la voluntad ciudadana están más al alcance de transformarse a través de la voluntad política en realidades que quizás en ningún otro momento en la historia argentina de las últimas décadas, salvo posiblemente en los inicios del período democrático después de las dictaduras militares que padeció el país. En ese escenario es especialmente útil reflexionar sobre la política social. No es un tema más. Es reflexionar sobre lo que constituye la vida cotidiana de la gente. El término política social es muy genérico; en realidad este trabajo se poPropuestas para una economía orientada por la ética / 179
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dría titular “Hacia una nueva visión de cómo tratar de mejorar la vida cotidiana de la gente”, tan torturada y castigada por lo que ha sucedido en este país. Desarrollaremos el tema en varias etapas sucesivas. En primer lugar, se presentará un cuadro de dónde está la Argentina en materia de situación social. En segundo lugar, se acercará la discusión internacional sobre el rol de la política social. Muchas veces hay debates en la Argentina que son como que se estuviera inventando realmente la rueda completa. Es interesante saber qué se discute sobre política social en el nivel internacional, no para copiar sino para tener referencia de qué está sucediendo; hay tendencias nuevas muy importantes en el mundo. En tercer término, trataremos de poner a foco falacias usuales en el debate argentino sobre la política social. El tipo de debate que ha habido en la última década ha estado fuertemente contaminado por ciertas falacias. Falacias significa razonamientos falsos, antinomias no existentes, la tendencia hacia parcializar, sectarizar totalmente el razonamiento. Esto es muy importante en un sistema democrático, porque en él, el debate colectivo finalmente tiene impacto en los hechos. Hay algunas investigaciones recientes en el nivel mundial, muy terminantes sobre eso; incluso discusiones que no tienen impacto inmediato, pueden influir con posterioridad en los hechos. Los hechos están ligados a lo que las sociedades piensan sobre la realidad. Por ello parece muy relevante poner en foco el tema de las falacias. En cuarto lugar mostraremos algunos ejes de una propuesta alternativa. La intención no es sólo presentar datos críticos e identificar razonamientos distorsionados como las falacias, sino sobre todo el afán constructivo de aportar propuestas renovadoras. Finalmente se explicará por qué hay esperanza y por qué es posible superar la pobreza en la Argentina. Se reseñarán algunas condiciones de viabilidad nacionales e internacionales que permiten pensar que la sociedad argentina puede enfrentar este desafío, uno de los mayores que ha tenido en toda su existencia histórica.
II. Un cuadro social crítico La situación social argentina es visible simplemente saliendo a la calle. Allí están los chicos parados en los semáforos, arriesgando sus vidas para conseguir unos centavos, o tirando fuego hacia el cielo para obtenerlos, o los cartoneros revisando los tachos de basura después de las seis de la tarde, 40.000 en toda la ciudad de Buenos Aires. Algunos datos al respecto. El porcentaje de población por debajo de la línea de la pobreza, según las estimaciones oficiales, pasó del 32,6% en 1998 a un pun180 / Más ética, más desarrollo
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to pico en diciembre de 2002, 58%; se redujo un poco actualmente, pero sigue siendo muy elevado (54%). Para los jóvenes, la situación es aún peor porque el 75% de los menores de 18 años está por debajo de la línea de pobreza. El porcentaje de desempleo bajó del 22% del 2002 y ello es un logro importante, pero sigue siendo alto. La pobreza argentina tiene una tipicidad que ha sido comentada por los principales periódicos del mundo. Se ha nutrido de la destrucción de la clase media, que era la mayor de América Latina. En los años sesenta, el 53% de la población pertenecía fundamentalmente a la pequeña clase media, un motor fenomenal de progreso económico, de competitividad, de avance tecnológico, de consumo cultural, parte central de esa gran audiencia que llena los teatros, los cines y que lee en las bibliotecas hasta altas horas de la madrugada. En la década que va de 1990 a 2000, según los cálculos de Artemio López y otras fuentes especializadas, 7 millones de personas de la clase media se convirtieron en pobres, 20% de la población. Es uno de los episodios históricos de movilidad social al revés más agudos que se conocen: movilidad social descendente. En el año 2000 la clase media representaba el 23% de la población. Esta situación está ligada al avance de la desigualdad. Argentina ha tenido siempre características de desigualdad significativas, pero ésta explotó totalmente en estos años. La distancia entre el 10% más rico y el 10% más pobre de la población pasó de 18 veces en 1993, a 26 veces en 2000 y siguió creciendo (cuadro 1). Cuadro 1 Evolución de la polarización social en la Argentina Diferencias entre el 10% de mayores ingresos y el 10% de menores ingresos 1986
12 veces
1993
18 veces
1995
22 veces
1998
24 veces
2000
26 veces
2001
28,7 veces
En el medio de esta polarización social quedó la clase media. Se crearon condiciones económicas que dificultaron totalmente mantener sus bases estratégicas: el pequeño comercio, la pequeña industria, las profesiones liberales, un empleo público con condiciones dignas, una jubilación razonable, etcétera.
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El Coeficiente de Gini, indicador utilizado internacionalmente, mide la desigualdad en la distribución del ingreso. El mejor índice del mundo actualmente lo tienen Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia, los países nórdicos, los países más equitativos del planeta, con un Gini de 0,25; cuanto más cercano a 0 es, hay más equidad; cuanto más cercano a 1, hay menos equidad. El Gini del mundo desarrollado es de 0,30. Hoy en día se sabe que la equidad es motor de progreso y las altas desigualdades —está demostrado científicamente en muchísimas investigaciones de los últimos años— son una traba fenomenal para el crecimiento económico de mediano y largo plazo. El de Argentina era bastante malo en 1992 respecto del promedio de los países desarrollados, 0,42; pero en 1997 pasó a 0,47. Es difícil mover el Gini tan rápidamente, tienen que ser políticas que destruyan realmente muchas oportunidades. En mayo de 2002 era de 0,55. En esa época el 10% más rico de la población tenía el 37,4% de los ingresos del país y el 10% más pobre sólo el 1,4%. El coeficiente de Gini de Argentina se ha acercado al de Brasil, el segundo país más desigual de todo el planeta. La desigualdad tiene diversos impactos regresivos sobre el crecimiento económico. La Biblia enseña que la desigualdad es antiética; el pensamiento central del texto bíblico se encuentra a favor de la igualdad de oportunidades para todos. Proclama que todos los seres humanos son iguales por naturaleza, son todas criaturas de la Divinidad, que son iguales en todas las cosas más importantes. No admite ningún orden de discriminación de ninguna índole. Ahora se sabe que la desigualdad además de ser antiética, de contrariar valores éticos básicos de nuestra civilización, es disfuncional totalmente desde el punto de vista del crecimiento económico de mediano y largo plazo. La desigualdad, reduce los mercados internos, estrecha el número de consumidores en una economía y eso quita la posibilidad de escalas de producción con mayor eficiencia. Al reducir los mercados internos, una cantidad de actividades económicas quedan sin mercado posible y se limitan las oportunidades para el pequeño y mediano comercio y la pequeña y mediana industria. Asimismo hace bajar las tasas de formación de ahorro nacional. Por otra parte, permea el sistema educativo e impide que cumpla su función. Aunque todos los niños ingresen a la escuela primaria —hoy en América Latina se está cerca de esa meta— la deserción y repetición son altísimas. La mayoría vienen de familias pobres y eso incide en el rendimiento educativo de un modo casi determinante. América Latina tiene muy elevadas tasas de abandono escolar concentradas en los estratos pobres. Las causas: muchos niños pobres tienen que trabajar o simplemente padecen desnutrición, o sus familias se hallan desarticuladas por la pobreza. Todos esos factores impiden que logren completar la escuela. La desigualdad hace que aunque la escuela luche, tropiece con esas desigualdades de origen. 182 / Más ética, más desarrollo
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La desigualdad atenta también contra la gobernabilidad democrática en las sociedades, hace perder credibilidad en el funcionamiento del sistema democrático. Un grupo de economistas conducidos por una prominente especialista americana Nancy Birsdall (1997) hizo una proyección econométrica para medir los impactos del crecimiento de la desigualdad en la región. A comienzos de los sesenta América Latina era desigual, pero después de las dictaduras militares y lo que sucedió posteriormente en términos de políticas económicas, se hizo muchísimo más desigual. Calcularon cuáles serían los niveles de pobreza si la desigualdad hubiera quedado en las cifras previas a estos períodos de dictaduras militares y de políticas ortodoxas. Su estimación es que, la pobreza sería la mitad de lo que es. El crecimiento de la desigualdad duplicó la pobreza. Argentina es un caso modelo de eso. Un país con riquezas potenciales tan importantes donde un sector tan significativo de la población se empobreció a un ritmo tan veloz. No es que en Argentina haya pobreza y haya desigualdad, o en América Latina haya pobreza y haya desigualdad. Hay pobreza porque hay desigualdad. Ellos llaman a eso el concepto de “pobreza innecesaria.” El crecimiento de la desigualdad de por sí duplicó la pobreza en la región. Hemos señalado varios aspectos de la situación social argentina, la evolución de la pobreza, la caída de las clases medias, la polarización social, desigualdad y pobreza. Pero para reflexionar sobre ésto válidamente es necesario tomar contacto con las caras de la pobreza. No está conformada por cifras solamente, sino por problemas de la vida cotidiana, que pueden ser definitivos, decisivos para la existencia de una persona. Queremos acercar algunas expresiones de lo que significa ser pobre en la Argentina y en América Latina actualmente. La cara más sobresaliente de la pobreza son los niños. Aquí la contradicción ética es muy intensa. Thomas Pogge (2002), un filósofo muy destacado de la universidad de Columbia, termina de publicar un libro exclusivamente dedicado a denunciar las contradicciones actuales entre la ética y la economía. La Argentina y América Latina corroboran dramáticamente su llamado de atención. Existe unanimidad en el país en que los niños deben ser lo primero y deben ser protegidos por todos. Lo dice la Constitución, lo dicen las leyes, lo dice el sistema jurídico, lo dicen las voces de todos los sectores, nadie discute eso. Lo real es que los niños son lo último, lo real es que el 70% de los niños menores de 14 años es pobre en el país. Si la pobreza promedio está en el orden del 54%, la pobreza infantil la supera ampliamente. El 20% de los chicos padecen de insuficiencia alimentaria. Ello en la quinta potencia productora de alimentos del mundo. Se están alcanzando niveles récord en las exportaciones argentinas de proPropuestas para una economía orientada por la ética / 183
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ductos alimentarios. El país se halla de primero a tercero en el mundo en una cantidad de rubros y quinto en la producción de cereales. Es un país cuya producción anual alimentaria permitiría abastecer a 330 millones de personas y tiene el 20% de los chicos desnutridos. Esta desnutrición se paga muy caro; la desnutrición no es una abstracción. Los estudios de la Unicef indican que si un chico no recibe hasta los 5 años de edad la dosis de proteínas y calorías que necesita, parte de sus capacidades neuronales son destruidas y va a presentar disfuncionalidades de todo orden para el resto de su vida. La desnutrición significa poner en riesgo totalmente la vida de los niños y bastan las caras de Tucumán para saber hasta dónde se puede llegar con ello. Los chicos están sufriendo mucho, son los que más sufren. Una figura extrema del abandono de la infancia es el niño de la calle. Ha crecido fuertemente en América Latina y en la Argentina, la población de niños que viven en las calles. Otra cara de la pobreza son los nuevos pobres. Personas que trabajaron toda una vida para llegar a una posición de pequeña clase media y perdieron todo en poco tiempo. Ello significa sufrimientos existenciales muy fuertes. En un reportaje reciente le preguntaban a una familia cartonera porteña, muchas de las cuales son nuevos pobres, cómo se sentían revisando los tachos de basura para ver si conseguían cartón o vidrio. Decían: “Lo hacemos para sobrevivir” (el ingreso cartonero es de menos de 50 dólares por mes, por debajo de la pobreza extrema) y agregaban: “Por lo menos tenemos una gran diferencia con muchos otros como nosotros. Cuando nos levantamos todos los días a las ocho de la mañana sabemos que a las seis de la tarde tenemos algo para hacer”. Hace varios años, el premio Nobel de Economía Robert Solow (1995), escribió un artículo muy importante sobre el desempleo prolongado. Solow dice que la economía ortodoxa considera que la desocupación es un tema exclusivamente del mercado. La gente desocupada va a buscar activamente nuevos trabajos, va a bajar sus pretensiones de remuneración, va a haber un nuevo equilibrio entre oferta y demanda y la desocupación se reducirá. Solow resalta que esa visión no entiende a los seres humanos. Cuando están desocupados por períodos prolongados, no hacen nada de lo que la economía ortodoxa supone, como lo muestran una serie de investigaciones en los Estados Unidos. El desocupado por períodos prolongados, en lugar de buscar trabajos insistentemente, se retira del mercado del trabajo, porque su autoestima está muy baja y teme volver a ser rechazado una y otra vez: está totalmente vulnerable. Las investigaciones muestran que incluso se retrae socialmente, se aísla.
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La Facultad de Psicología de la universidad de Buenos Aires realizó un estudio sobre los desempleados (dirigido por Juan Tausk). Lamentablemente ratifica la tesis de Solow, porque Argentina, nuestro país, es un laboratorio vivo de ella. Tomó una muestra de personas desocupadas en su mayoría por varios años. Con tasas de desocupación tan altas durante un período histórico tan extenso, es una población muy significativa. Trató de registrar qué pasa con ellos actualmente. Encontró que más del 70% tiene una serie de problemas muy importantes, junto a las carencias materiales. Entre ellos una reducción severa de la autoestima, una tendencia muy fuerte a un mecanismo muy perverso de razonamiento que es considerar que ellos mismos fracasaron, que su fracaso es una culpa personal. No es real dado que en la Argentina hubo una tasa de desempleo del 13% al 22% en los años noventa y hubo una brutal pérdida de oportunidades productivas por las políticas aplicadas. Sin embargo, es muy usual que las víctimas se sientan culpables ante las consecuencias graves de su desocupación. La investigación dice finalmente que tienen tendencia a autodestruirse y a destruir a sus familias, o sea, esta situación de stress extremo explota en muchos casos a través de las peores conductas posibles. Otra expresión de la pobreza es la familia en riesgo. La familia no es un dato menor. Todos nacimos para vivir en familia, es el mandato bíblico, es el modo en que estamos hechos, gracias a la Divinidad y según las ciencias sociales actualmente la familia es la unidad más poderosa que tiene una sociedad para hacer muchas cosas fundamentales. Investigaciones recientes indican que la familia bien articulada es un motor de desarrollo económico, es un pilar de la estabilidad democrática, influye terminantemente en el rendimiento educativo de los chicos, es decisiva para la inteligencia emocional, es una gran red de protección social y cumple todo tipo de funciones macroeconómicas y sociales. Las familias están sufriendo mucho por el impacto de la pauperización y el desempleo prolongado. Una parte de las familias más humildes y algunas de los estratos medios fueron destruidas por la pobreza. Normalmente, el cónyuge masculino dejó a la familia y quedaron las madres solas, pobres jefas de hogar, que son uno de los héroes mayores del escenario histórico latinoamericano de los últimos años al pelear para defender las bases de la familia en condiciones de vida muy duras. Asimismo, ha aumentado fuertemente la tasa de renuencia de los jóvenes a formar familia. Parejas jóvenes que quisieran formar familia, no lo hacen ante las incertidumbres económicas muy agudas. Eso establece una de las desigualdades más profundas que hay en las sociedades de la región, casi no abordada desde el punto de vista científico, que es la iniquidad en el derecho a formar una familia. Las condiciones objetivas relativizan ese derecho y sólo queda al alcance de un sector de la sociedad. Propuestas para una economía orientada por la ética / 185
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La última cara de la pobreza ocupa hoy el centro de la preocupación colectiva en todo el continente, con toda razón: es el ascenso de la criminalidad. Los estudios sobre criminalidad indican que no es un problema argentino, sino continental. La tasa de homicidios en toda América Latina creció fuertemente en la década de 1990. Hay distintos tipos de criminalidad: está la criminalidad de las bandas organizadas. Frente a ella la única respuesta es que la sociedad se defienda, que destruya las bandas de la droga, las bandas de los secuestros, las mafias de ladrones de automóviles. Pero está la pequeña criminalidad, delitos cometidos en su mayor parte por jóvenes, que es un porcentaje muy alto de la delictualidad argentina y de América Latina. En la Argentina, en los años noventa se dispararon las cifras de delitos en su gran mayoría cometidos por jóvenes. En 1992 los delitos denunciados en todo el país fueron 519.139. En 2002 habían ascendido a 1.340.529. El aumento más notorio es entre jóvenes de 18 a 20 años (Clarín, 2004). En Centroamérica se han multiplicado las maras, grupos integrados por jóvenes que realizan acciones delictivas. La reacción a flor de piel, impulsada por algunos círculos, es pedir mano dura, más policías, más represión. Algunas propuestas que se escuchan hoy en América Latina son: bajar la edad de imputabilidad para poder encarcelar a los chicos infractores de 10, 11, 12 años, reducir totalmente los derechos procesales, dar muchísima más discrecionalidad a las fuerzas policiales y aumentar fuertemente el gasto en seguridad pública y privada. Hay estudios que muestran que si se aumenta fuertemente el nivel de represión, se consigue un efecto rápido que es: muchos más presos en las cárceles. Pero no hay correlación estadística entre más presos en las cárceles y reducción de las tasas de criminalidad juvenil de mediano y largo plazo, porque no se está atacando las causas estructurales de la criminalidad. Se está incidiendo sobre los síntomas, pero no sobre las causas profundas. En Argentina, en 20 años, entre 1982 y 2002, se duplicó la población carcelaria: pasó de 22.651 detenidos a 44.969. Sin embargo, el número de delitos no disminuyó, sino se cuadruplicó en ese período. ¿Y cuáles son esas causas estructurales? El presidente de Brasil, Lula, en sus discursos públicos hace referencia frecuente a la falta de oportunidades para los jóvenes. Ese es un país que tiene criminalidad todavía mucho peor que la Argentina, actualmente, 60 homicidios cada 100 mil habitantes por año, en San Pablo y Río de Janeiro. Lula dice permanentemente que esto tiene que ver con la desocupación juvenil. Y su segundo programa estrella, después de Hambre Cero, se llama Empleo Primero, que es tratar dar un primer trabajo a los millones y millones de jóvenes excluidos, sin lugar en la economía.
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Otro factor es la familia. La familia, además de todas sus funciones, es la principal unidad preventora del delito con que cuenta una sociedad. Si la familia funciona, hace su trabajo de transmitir los valores éticos fundamentales y los ejemplos de conducta; eso va a ser decisivo en igualdad de condiciones en la conducta de los jóvenes. La desarticulación de la familia por la pobreza incide en la tasa de criminalidad. Por otra parte hay una correlación entre invertir en educación y bajar la criminalidad. El Brasil gastó en los últimos años el 10,8% anual del Producto Bruto en seguridad, pública y privada. Ello es equivalente al Producto Bruto anual completo de Chile. Está gastando “un Chile” anual exclusivamente en esto y la tasa de criminalidad ha subido todo el tiempo. Si se realizara una inversión en gran escala en crear ocupaciones para los jóvenes, en proteger a la familia y en extender las posibilidades educativas, probablemente los resultados serían muy diferentes. Una referencia adicional Investigaciones sobre las maras en Centroamérica han determinado lo siguiente. ¿Cuál es la motivación para integrarse a una mara, que puede ser un infierno? Son pactos de sangre terribles: si los jóvenes que entran tratan luego de salir, los pueden asesinar. Una motivación de mucho peso para integrarse en una mara es que es el único lugar donde estos jóvenes marginados por la sociedad tienen inclusión, donde hay quienes los reconocen como seres humanos, donde recuperan autoestima. En Brasil, la Unesco lanzó una gran experiencia que se llama Escuela Abierta; consiste en abrir las escuelas los sábados y domingos para dedicarlas a oportunidades para los jóvenes vulnerables. Allí pueden prácticar deportes, realizar actividades culturales y artísticas, tener lugares de ocio, ser entrenados en nuevas ocupaciones. Los resultados son muy alentadores.
III. La nueva discusión sobre el rol de la política social Frente al panorama crítico descripto, ¿cuál debe ser el rol de la política social? En la Argentina, la discusión sobre este tema ha dejado mucho que desear y hace falta mejorar la calidad del debate de la sociedad al respecto. La política social es vista como un tema casi menor, y la discusión está contaminada por fuertes prejuicios hacia ella.
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En el mundo, actualmente, las investigaciones han revalorizado en forma total el rol de la política social. Como lo ha señalado la ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner, ayudar a la población pobre, lanzar programas como Jefas y Jefes de Hogar y al Hambre más Urgente es en definitiva simplemente corresponder a un derecho. La política social en una sociedad democrática es garantizar los derechos básicos de los ciudadanos a alimentarse, tener acceso a salud y a educación, lo que una democracia debe asegurar. Pero además de eso, la política social ha sido redescubierta y revalorizada como un motor del crecimiento económico. En la nueva discusión internacional, educación y salud son consideradas hoy dos motores del crecimiento. Esto se resume en un término (discutible): capital humano. Si un país invierte en su capital humano, lo está haciendo en un capital que es decisivo para el crecimiento. Actualmente, las empresas privadas de punta invierten cada vez más en educación de su personal, más del 10% de la nómina de personal; pocos años atrás era el 2%. Lester Turow (1996), anterior decano de la escuela de Bussiness del MIT, muestra que la tasa de retorno sobre la inversión de calificar al personal más que duplica la de invertir en planta y equipo, o en inversiones tradicionales. En los países desarrollados, la política social no es solamente una cuestión que tiene que ver con la pobreza. La pobreza es un tema central, es un tema ético y de derechos básicos en una democracia, pero además, la política social es considerada una palanca esencial del crecimiento. Una tésis central del autor es que es posible construir una economía con rostro humano en la Argentina y que una política social activa es uno de sus ejes. Se puede preguntar, con razón, si esto no es utópico, si existen realmente economías con rostro humano, es decir, economías donde se invierta fuerte en la gente, donde hay buenos niveles de equidad y que además crezcan. Se ha convencido a la opinión pública de que eso es virtualmente incompatible, o se crece o se invierte en la gente. Veamos algunos cuadros estadísticos sobre el desempeño de los países que tienen economías con rostro humano.
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Desempeño de algunas economías con rostro humano (posición de los países nórdicos y el Canadá en las tablas mundiales 2003 de desarrollo humano, transparencia, competitividad y tecnología de la información y la comunicación) Posición
Desarrollo humano
Transparencia
Competividad
Tecnología
1
Noruega
Finlandia
Finlandia
Finlandia
2
Islandia
Dinamarca
Estados Unidos
Estados Unidos
3
Suecia
Nueva Zelanda
Suecia
Singapur
4
Australia
Islandia
Dinamarca
Suecia
5
Holanda
Singapur
Taiwán
Islandia
6
Bélgica
Suecia
Singapur
Canadá
7
Estados Unidos
Canadá
Suiza
Reino Unido
8
Canadá
Luxemburgo
Islandia
Dinamarca
9
Japón
Holanda
Noruega
Taiwán
10
Suiza
Reino Unido
Australia
Alemania
11
Dinamarca
Australia
Japón
Holanda
12
Irlanda
Noruega
Holanda
Israel
Fuente: Indicadores de Desarrollo Humano; PNUD, 2003, http://www.undp.org/hdr2003/ Indicadores de Transparencia Internacional, 2002, http://www.globalcorruptionreport.org Indicadores de Competitividad Foro Económico Mundial, 2003, http://www.weforum.org/ Indicadores de la Tecnología de la Información y Comunicación, Foro Económico Mundial, 2003, http://www.weforum.org/
En la tabla de desarrollo humano 2003 de las Naciones Unidas, el país número uno del mundo sobre 180 es Noruega, después vienen Islandia y Suecia y siempre están Noruega, Suecia, Islandia, Finlandia, Dinamarca y Canadá entre los países líderes. En otro ranking diferente, el de Transparencia Internacional, nuevamente estos países son los líderes en no tener corrupción. Es la tabla de competividad hecha por los empresarios privados más importantes del mundo, en el Foro de Davos. Los empresarios ubican a estos países entre los más competitivos del mundo y lo mismo sucede en el ranking de en cuanto a avances en tecnologías de información y comunicación. Estos países, son la muestra de que hay absoluta compatibilidad entre crecer y ser competitivos e invertir fuerte en la gente. Es al revés: porque invierten fuerte en la gente es porque han tenido crecimiento y competitividad. Finlandia es un país muy pequeño. Es el número uno del mundo en 2003 en competitividad. Todos usamos un producto finlandés el celular, fueron sus pio-
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neros. Está basado, como todo el modelo nórdico, en una elevadísima inversión en la gente y en muy bajos niveles de desigualdad. Son estructuras sociales que producen crecimiento con equidad y realizan un trabajo sistemático en el cultivo de los valores éticos. Hemos revisado la trascendencia de la política social como eje del crecimiento económico y su papel fundamental como protección de los derechos básicos del ciudadano. Examinaremos algunas falacias usuales en el debate argentino. Son mensajes que han sido absorbidos por amplios sectores de opinión y los han llevado a razonar erróneamente. Si no se avanza en la superación de esos mensajes, resultará difícil armar una política social que realmente logre los resultados deseados por la comunidad.
IV. Falacias usuales La primera falacia es la que opone la política económica a la política social. Lo único importante sería la política económica. La social sería una especie de concesión a los políticos para que puedan armar sus clientelas electorales. En consecuencia, lo relevante es sólo la política económica y la política social pasa a ser la Cenicienta: pocos recursos, desjerarquizada organizativamente, no tiene papel en la toma de decisiones, vulnerable. El camino correcto debería ser inverso al de la falacia: integrarlas. Los finlandeses inventaron un término muy útil para ello. Dicen que no se trata de hacer política económica y hacer política social y articularlas. Eso es mucho mejor que sólo hacer política económica y casi no hacer política social. Pero lo que se debería hacer, sugieren es socioeconomía. Es política social y económica integradas. Políticas económicas que sean sociales y políticas sociales que sean económicas. La educación y la salud por ejemplo son políticas sociales y al mismo tiempo macroeconómicas. Otro ejemplo de una política integrada es el micro-crédito. Abriendo seriamente las posibilidades de microcrédito para pequeños productores rurales y urbanos, el Grameen Bank logró sacar de la pobreza extrema a casi 4 millones de campesinos, en uno de los países más pobres del mundo como es Bangladesh. La política socioeconómica tiene altos impactos macroeconómicos porque rehabilita las capacidades productoras de muchísimas personas que sin una ayuda crediticia mínima no podrían ingresar en los circuitos productivos y al mismo tiempo tiene importantes efectos sociales. 190 / Más ética, más desarrollo
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Una disgresión sobre algo que muchas veces se omite mencionar. El Grameen Bank es el banco más exitoso del mundo: tiene 98% de retorno sobre los créditos que ha prestado. Es propiedad de los varios millones de campesinos pobres a los que Mohamed Yunus empezó prestando montos mínimos, para que pudieran comprar abonos, o una vaca y está siendo replicado actualmente en numerosos países del mundo. Incluso, varios estados de los Estados Unidos han pedido la ayuda del Grameen Bank para establecer estructuras, de microcrédito en gran escala para los pobres. Lo que no se dice normalmente es que la gran mayoría de los prestatarios de los créditos son mujeres. Ellas son muy buenas pagadoras. El papel de la mujer en la lucha contra la pobreza y hay muchas otras investigaciones al respecto, es totalmente diferente de los estereotipos usuales. Son mucho más exitosas en la administración de bienes escasos y más eficientes coordinadoras de unidades comunitarias de producción, en zonas pobres. En Paraguay hay una serie de investigaciones y experiencias recientes en comunidades campesinas pobres que lo corroboran (Molina, 2003). Segunda falacia. Para descalificar a la política social o a un programa social hay una palabra de moda en la Argentina. Eso es “asistencialismo.” Se terminó la discusión ya que es muy difícil argumentar ante esa etiqueta. El asistencialismo aparece como opuesto a políticas estructurales, a políticas que crean trabajo, oportunidades productivas. Corresponde profundizar en esta supuesta antinomia. No importan los términos, importa lo que sucede en la realidad con las políticas. La Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento ordenan que hay que ayudar y dicen textualmente: “la viuda, al huérfano, al extranjero y a todas las formas de desamparo.” El llamado asistencialismo es en realidad un mandato ético. Mandato ético que viene desde los orígenes de la civilización. Además ayudar urgentemente es decisivo, porque la pobreza produce daños con frecuencia irreversibles. El hambre mata. Si un joven está desocupado por períodos muy prolongados, si no tiene inclusión social posible, puede caer con facilidad en la delincuencia; una familia puede estallar ante los embates de la pobreza. Si no se ayuda, ya se está destruyendo familias, jóvenes y niños. El ex presidente de Chile, Patricio Aylwin, dirigió una comisión de notables para estudiar la situación social de América Latina. Uno de los resultados del informe que produjeron (comisión Latinoamericana y del Caribe para el Desarrollo Social, 1995) es que determinaron que el 50% de los ingresos de los pobres de América Latina vienen de los supuestos programas asistenciales. Si se anularan esas políticas públicas que priorizan a los pobres, se crearía una explosión social fenomenal en nuestras sociedades. Propuestas para una economía orientada por la ética / 191
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Por otra parte, no hay ninguna incompatibilidad entre ayudar ya y al mismo tiempo tratar de generar oportunidades de trabajo, es un falso dilema. La habilidad de una política social virtuosa está en tratar de hacer ambas cosas integradamente. En lograr ayudar y al mismo tiempo generar capacitación, habilidades, acceso a tecnologías de producción básicas y a crédito. Así como frente a la primera falacia es posible pensar en políticas socioeconómicas, en la segunda es posible concebir una política social que al mismo tiempo ayude y genere oportunidades. Una tercera falacia es la que opone estado y sociedad civil. Pareciera que el tema social es del presidente del país, o de Cáritas, que hay que optar en una dirección o en otra. En las sociedades más exitosas del mundo, hay un equipo Estado más sociedad civil. Hay altísimos niveles de articulación actualmente. El rol de las políticas públicas es claro. El Estado es responsable en una sociedad democrática de garantizar a todos los ciudadanos el derecho a alimentarse, a salud, a educación, a oportunidades de trabajo. En Europa occidental ese derecho está legislado: si una persona gana menos del sueldo necesario para vivir, desde Portugal hasta Noruega, el Estado acude inmediatamente a restablecer el equilibrio. No hay discusión al respecto, es un derecho de la ciudadanía. Las políticas públicas tienen una responsabilidad central. Pero la sociedad civil, a través de expresiones como el voluntariado la responsabilidad social empresarial, tiene un rol fundamental que en nuestras sociedades está desvalorizado. Se ve en ellas a los voluntarios como un fenómeno de algunos quijotes aislados o de amas de casa con tiempo que se reúnen porque no tienen mejor actividad que hacer. Es un error grave. El voluntariado es actualmente productor en los países desarrollados del 5% al 10% del Producto Bruto Nacional. Las organizaciones de base voluntaria ayudan a muchísimos sectores de la población con todo tipo de modalidades. Hay una complementación creciente entre las políticas públicas y dichas organizaciones. Las primeras utilizan cada vez más activamente a las segundas, por las muchas ventajas que ellas tienen. Así, entre otros aspectos, el voluntariado significa muchas cosas en una sociedad significa poner en el centro de la mesa el principio de la solidaridad. Las organizaciones voluntarias y las fundaciones empresariales buscan a su vez la articulación estrecha con las políticas públicas para poder potenciar su propio esfuerzo.
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La antinomia Estado - sociedad civil es también falaz. Otra falacia es considerar a los pobres como un objeto y no un sujeto (los típicos programas para los pobres). Los éxitos mayores en política social no son los programas para los pobres, sino son los que creen en los pobres y los dotan de cierto poder. Los pobres pueden no tener nada desde el punto de vista material, pero en América Latina tienen normalmente un inmenso capital social. Vienen en diversos casos de civilizaciones milenarias y tienen valores, niveles de conciencia comunitaria, cultura, tradiciones, que si se potencian, y se les da oportunidad, pueden producir resultados asombrosos. Cuando se pasa de la falacia de ver a los pobres solamente como objetos y se encara seriamente el tema de la participación comunitaria a la vez que no se subestima a la población pobre, se respeta su cultura y se hace lo que hoy recomiendan nuevos estudios —invertir en capacitación de los líderes de las organizaciones pobres— es posible obtener desarrollos potentes.
V. Ejes de una política social renovadora Si se logra trabajar sobre estas estructuras de pensamiento y superarlas, surgirán condiciones de generar una política social diferente. Algunos de sus ejes son esquematizados como sigue. En primer lugar, las políticas públicas deben tener un rol fundamental y hemos mencionado la idea de políticas socioeconómicas. En segundo lugar, las políticas públicas deberían ser descentralizadas. Cuando hablamos de políticas públicas no nos referimos a un Estado omnipotente, centralizador. Hay muchos modelos de Estado. Estamos hablando de uno descentralizado hacia lo local. Cogestionado por la ciudadanía, transparente, con un servicio civil profesionalizado, con buena gerencia social. Descentralización, participación, gerencia social de excelencia son bases para una política social avanzada. En tercer lugar, una política social renovada significa generar redes y alianzas. Tiene que haber concertaciones entre las políticas públicas, la responsabilidad social empresarial, el voluntariado y otros sectores de la sociedad civil. El tema de la responsabilidad social de la empresa privada está muy retrasado en América Latina. En Europa occidental en cambio, ha habido una presión de opinión pública fenomenal sobre la empresa privada en las últimas décadas, que ha llevado a resultados muy concretos. Propuestas para una economía orientada por la ética / 193
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La concepción predominante, en Europa occidental y avanzando en los Estados Unidos, es que una empresa debe ser un muy buen ciudadano. Ello va más allá de la filantropía, la donación cada tanto para una causa. La concepción es que la empresa es un motor de la economía, que merece todo el apoyo para producir bienes, pero sus decisiones tienen impacto sobre todos los ciudadanos. Debe tener por tanto una responsabilidad calificada y ser un ciudadano ejemplar, que se lo llama ciudadanía corporativa. Un modelo relevante de políticas públicas que se hacen cargo de sus responsabilidades indeclinables de garantizar los derechos básicos de la ciudadanía y se configuran con las tres características mencionadas: socioeconómicas, descentralizadas y concertadoras, es el programa Hambre Cero del Brasil. Ejemplifica todo lo señalado. Un presidente decide que el tema central de su mandato, en un país con tantos problemas y de tanta importancia como es el Brasil, es el hambre. Indica que no puede ser que haya 44 millones de personas con hambre en Brasil (sobre 170 millones de habitantes), cuando es la octava potencia industrial de mundo. Lula puso el hambre en el centro de la agenda pública. Ha repetido permanentemente que al final de su período presidencial la opinión pública tendrá un parámetro muy sencillo para evaluarlo: si lo brasileños comen tres veces por día. Resalta en sus mensajes que quiere convertir al hambre de un problema de salud en uno ético y político. Normalmente es al revés, el razonamiento economicista convierte al hambre de un problema que debería ser político, —en el mejor sentido, ser la preocupación colectiva de la sociedad y de todos los actores sociales— en un problema lateral. Hay un gran esfuerzo en la Argentina que está en esta misma concepción: es la importante iniciativa de una serie de organizaciones de la sociedad civil, etcétera, a la que el gobierno respondió de una manera muy concreta lanzando el programa El Hambre más Urgente. Hambre Cero es, por otra parte, un llamamiento a toda la sociedad brasileña; su lema: “El Brasil que come, ayudando al Brasil que tiene hambre.” Y se ha creado en su interior un área para las empresas privadas que buscan ayudar (a la que ya se han integrado más de 100 organizaciones), y otra para las asociaciones voluntarias y otras. Es una gran concertación nacional en torno a un problema éticamente intolerable como el hambre inadmisible en sociedades tan ricas en potencia. Esto se llama política social. El programa argentino tiene similar visión y va en esa misma dirección.
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VI. ¿Por qué es posible superar la pobreza en la argentina? Algunas conclusiones finales apoyadas en los puntos anteriores sobre por qué se puede superar la pobreza que hoy agobia a buena parte de la población del país: en primer lugar, desde ya que ello no es un desafío para una organización o una persona. Debe ser una empresa colectiva o no será factible. Hay ciertas condiciones de viabilidad para poder pensar de manera esperanzadora a pesar de los datos críticos referidos. Soplan vientos nuevos en el planeta en la discusión mundial sobre los temas sociales que pueden favorecer los planteos argentinos y del mundo en desarrollo. Son inspiradores llamamientos cercanos del papa Juan Pablo II. El Papa afirma (2000): “es necesaria una nueva y más profunda reflexión sobre la naturaleza de la economía y su propósito.” Propone que la economía esté regulada por la ética, que la globalización se halle gobernada por un código ético. En la Argentina y en América Latina casi se ha perdido la capacidad de relacionar ética con economía. Se presentan en la visión económica ortodoxa como dos mundos absolutamente diferenciados. Recuperar sus vínculos es volver al espíritu de la Biblia donde la ética preside las actividades humanas incluyendo la economía. Al mismo tiempo, es retornar a los inicios de la ciencia económica donde estuvieron estrechamente vinculados. Así por ejemplo, Adam Smith, uno de los padres de la economía, se preocupó activamente de la relación entre la ética y la economía y del peso de los valores éticos en el comportamiento económico. El Papa dice (2000): “invito a los economistas y profesionales financieros, así como a los líderes políticos, a reconocer la urgencia de asegurar que las prácticas económicas y las políticas vinculadas tengan como su meta el bien de cada persona y de la totalidad de la persona.” La concepción del Papa es el bien de cada persona y de la integridad de la persona, no son estas concepciones que nos recortan totalmente como consumidores, clientes, usuarios, “pedacitos de.” Y finalmente el Papa propone (1999) y su propuesta es muy clara: “Impulsar una nueva cultura de solidaridad internacional y cooperación donde todos, particularmente las naciones ricas y el sector privado, acepten responsabilidades por un modelo económico que sirva a todos.” Su modelo económico es un modelo que “sirva a todos”, que incluya a todos. Hay un enorme movimiento mundial en esta misma dirección, en volver a vincular ética con economía, que tiene manifestaciones de todo orden y que ha estado en primera fila en luchas como las patentes médicas y el sida, la condo-
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nación de la deuda externa de los países más pobres y la apertura real de los mercados de los países ricos a los productos de los países en desarrollo. La opinión pública en los países desarrollados no está distante de América Latina en estos temas. Dos encuestas recientes lo indican. Una, que hizo la OCDE (2003), que reúne a los 22 países más desarrollados del mundo, preguntó a sus ciudadanos qué piensan sobre el nivel de ayuda que los países del club de la OCDE, están dando a los países en desarrollo. La mayor parte de la opinión pública de los países desarrollados contestó que debía ser mayor. Otra encuesta del Banco Mundial (2003) entrevistó a 6.000 líderes mundiales de todos los continentes sobre las relaciones entre pobreza y paz. La gran mayoría dijo que no va a haber paz si no se erradica la pobreza. Claramente vinculó como causa estructural de los conflictos a las diversas formas de la pobreza. Empieza a crecer el cuestionamiento a contradicciones esenciales de la actual economía mundial. Entre ellas, un cálculo reciente de varios organismos dice que si hace tres años se le hubiera condonado la deuda externa a los 20 países más pobres y ese dinero se hubiera invertido en salud, hoy vivirían 21 millones de niños que murieron por falta de atención. Otro análisis indica que el costo para los países desarrollados de condonar la deuda de los 52 países más pobres del mundo sería en 20 años, 4 dólares mensuales por habitante. Si se le consultara a la opinión pública de los países desarrollados al respecto, estaba muy claro según las encuestas referidas que la respuesta sería favorable. Junto a estos nuevos vientos internacionales en Argentina, como en América Latina, el avance de la democratización da una base de fuerte apoyo a políticas públicas cercanas a las demandas de la gente. La democratización trae una fuerte presión por una nueva agenda de prioridades donde la erradicación de la pobreza es central. Finalmente, otro factor que fundamenta las esperanzas es el potencial ético que ha demostrado tener la sociedad argentina. Se pregunta con gran frecuencia si el contrato social está roto en la Argentina. El contrato social entró hasta hace poco tiempo en una etapa de resquebrajamiento profundo. La pérdida de credibilidad de los liderazgos fue muy importante. Pero se mantuvo en plenitud el contrato ético, que está por debajo del contrato social. Llamo contrato ético al sentido de la responsabilidad del uno por el otro, al sentimiento de que la solidaridad es un valor fundamental. La Argentina registró en medio de esta crisis económica agudísima que legaron las políticas aplicadas en la década de 1990 un récord de ascenso de personas que práctican la solidaridad. Según las encuestas Gallup, se duplicó en los últimos años el número de personas que se integraron a organizaciones voluntarias 196 / Más ética, más desarrollo
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y hoy cerca de 7 millones de personas ayudan a otros, a través de organizaciones, o desde la base. Ilustra su actividad Margarita Barrientos, humilde madre que levantó en la villa miseria Los Piletones un comedor popular que alimenta diariamente a 1.600 niños carenciados. Los voluntarios son muy especiales. No están movidos por recompensas económicas: al revés; normalmente tienen que aportar. Tampoco el trabajo voluntario tiene alguna recompensa en términos de poder y muy poca en reconocimientos. Entonces, ¿qué moviliza a este voluntariado argentino? Y ¿qué moviliza al voluntariado en general? Lo moviliza este contrato ético, en plena vigencia en la Argentina, que hace parte de la naturaleza humana. La Biblia, que creó el trabajo voluntario, enfatiza que hay que ayudar a los otros y subraya, el que es muy pobre igual debería ayudar a otro que es más pobre que él. En las interpretaciones del Antiguo Testamento se pregunta: ¿esto no es demasiado exigente? Pedirle a alguien que es muy pobre que ayude a otro que es más pobre que él. Y la respuesta es, en primer lugar, que siempre se puede ayudar aunque no se tenga nada, con una sonrisa, visitando a un enfermo, con un gesto fraterno, todo ello puede ser muy importante para el otro. Segundo, la lectura es que es tan importante el ayudar al otro, es una de las posibilidades de realización y de expresión más fundamentales de ser humano, que el Antiguo Testamento no les quiere sacar esa obligación a los que son muy pobres, no les quiere sacar esa posibilidad de realización. Ese llamado ético, que viene de las bases de nuestra civilización, tiene mucha fuerza en esta América Latina. Tiene fuerza a través de las culturas indígenas; de la opción preferencial por los pobres del cristianismo; de la visión profética de la justicia social del judaísmo; tiene fuerza a través de todas las formas en que cada uno llega a encontrarse con estos valores. Y permitió que en Argentina floreciera la solidaridad, a pesar de la pobreza. Es una sociedad que en los últimos años, a pesar de sus agudos problemas, ha hecho honor en sus bases al mensaje bíblico de la responsabilidad compartida, haciendo crecer la solidaridad activa. Giramos permanentemente en derredor del tema de la corrupción; hay que terminar con la corrupción, los pasos que ha dado el nuevo presidente han sido importantísimos. La corrupción transmite el mensaje “todo para mí, nada para los demás; no me importan nada los demás”. Ese es el mensaje, además de lo que significa macroeconómicamente.
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El armar este esquema de políticas públicas solidarias con la sociedad civil y el ayudar a los otros, el voluntariado, transmite el mensaje opuesto: “el otro es muy importante para mí, debo ayudarlo, tengo que hacerlo no importa cuáles sean los costos personales y de todo orden”. La solidaridad activa desplegada en la Argentina actual, esa multitud de historias mínimas solidarias, como las llama Carmelo Angulo (2003) y el apoyo masivo de la opinión pública a políticas del Estado en favor de la gente y de la renovación democrática impulsada por la nueva presidencia, expresan que en la Argentina actual el potencial ético es formidable y ello permite tener motivos ciertos para la esperanza.
Se necesitan gerentes éticos. La era post Enron La sociedad americana sigue discutiendo activamente sobre las causas del caso Enron. Sin llegar al fondo de ellas será difícil prevenir situaciones similares. En Enron, la séptima empresa de la economía americana, su alta gerencia con la complicidad de una de las más importantes empresas auditoras del mundo —Arthur Andersen—, perpetró todo tipo de acciones delictivas. Hicieron perder sus ahorros a millones de pequeños accionistas, robaron virtualmente sus fondos de pensiones a los propios empleados de la empresa obligándolos a invertirlos en acciones de la empresa que sabían estaban destinadas a perder todo valor, engañaron a clientes y proveedores y casi destruyen la credibilidad de todo el sistema financiero vital para la economía. Enron no fue un caso aislado. Se sucedieron otros similares en corporaciones muy importantes como entre otras World Com, Tyccon y Health South Corp. y hay ahora acusaciones de fiscales de varios estados a maniobras ilegales de bancos de inversión, analistas de bolsa y fondos mutuales. La discusión es ¿qué está fallando? Los ejecutivos de Enron eran en muchos casos egresados de los mejores Master en Business Administration (MBA) de los Estados Unidos, su educación gerencial era impecable. Además no eran precisamente necesitados. Sus paquetes remuneratorios los ubicaban entre los ejecutivos mejor pagados de los Estados Unidos. Entonces ¿qué pasó? Evidentemente, había una falla ética de grandes proporciones. No era sólo de individuos. En el reciente juicio del estado de California contra uno de los responsables, que engañó sistemáticamente al Estado y le causó graves daños en materia de abastecimiento de energía eléctrica para maximizar ganancias, la abogada defensora dijo que su cliente reconocía todos los cargos, pero que tenía un atenuante; había sido entrenado para eso por la compañía. La falla ética estaba en toda la cultura corporativa. 198 / Más ética, más desarrollo
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Un prominente pensador americano, Amitai Etzioni (2003), formuló agudos interrogantes respecto de las causas de esta falla, en un impactante artículo publicado en el Washington Post (“Cuando se trata de ética, las escuelas de negocios reprueban”, puede verse en www.iadb.org/etica). Relata las resistencias que encontró siendo profesor de algunos de los más afamados MBA para que se enseñara ética. Se veía como superflua e innecesaria. La consecuencia fue que la enseñanza resultó muy débil. Pero hubo más, señala. No sólo no se enseñó, sino que al enfatizar en la enseñanza el lucro y otros objetivos similares, sin desarrollar las responsabilidades comunitarias del gerente, se producen incentivos perversos. Refiere que un estudio del Aspen Institute sobre 2.000 graduados de las principales escuelas de negocios del país examinó la actitud de los estudiantes cuando ingresaban al MBA, al terminar el primer año y al graduarse. Su perfil ético en lugar de mejorar se deterioraba crecientemente por estos énfasis. En otras investigaciones se preguntó a los estudiantes que harían si pudieran realizar un acto ilegal que podría reportarles a ellos o su compañía 100.000 dólares, hubiera un 1% de posibilidad de que fueran descubiertos y la pena fuera de un año de prisión. Más de un tercio contestó que lo haría. Etzioni sugiere que el Congreso de Estados Unidos debería “impulsar la realización de una audiencia en donde los decanos de las principales escuelas de negocios expliquen al público cúmo la ética es enseñada en sus universidades.” Las principales reclutadoras de ejecutivos han reaccionado rápidamente a estas situaciones. La encuesta The Wall Street Journal/Harris dice que el 84% de los reclutadores manifiestan que la ética personal y la integridad son ahora atributos muy importantes para elegir gerentes. Muchos fueron más allá diciendo que no pensaban entrevistar a quienes hubieran trabajado en Enron o en Arthur Andersen. Algunos reclutadores dicen que están dando preferencia a egresados de escuelas de negocios religiosas que trabajan bien sobre ética, como Notre Dame y Brigham Young University. Hay una enérgica reacción en las escuelas gerenciales. Harvard planea lanzar un curso en profundidad obligatorio sobre ética llamado “Liderazgo, gobernabilidad y rendición de cuentas.” También está pidiendo a los aspirantes contestar en sus ensayos cómo tratarían un dilema ético. Columbia adoptó un ambicioso currículo ético obligatorio al mismo tiempo que ofrece cursos electivos. Plantea estudiar problemas éticos en diversas materias. Así programa analizar preguntas como: “¿Es ético vender productos legalmente permitidos pero peligrosos?, ¿al fijar precios no se debería utilizar criterios de juego limpio?, ¿debería haber una redistribución de ingresos de los ricos a los pobres?, ¿deberían las compañías luchar contra la polución más allá de las regulaciones gubernamentales?.” Algunas Propuestas para una economía orientada por la ética / 199
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reclutadoras de personal sugieren que sería más efectivo aún pedir a los estudiantes servicios comunitarios como un requerimiento. El decano de la escuela de gerencia del MIT, Sloan, Richard L. Schmalensee (2003), considera: “toda revisión de las fallas de las corporaciones americanas debe incluir no sólo las codicias y excesos de unos pocos ejecutivos de alto nivel, sino todas las vías en que estamos entrenando gerentes corporativos” y propone entre otros aspectos un juramento “hipocrático” del gerente. El decano del reputado Instituto de Empresas de Madrid, Ángel Cabrera está proponiendo a sus pares una formula de juramento que finaliza diciendo, “Si yo no violare este juramento, podré disfrutar de la vida y de éxito. Seré respetado mientras viva y recordado con afecto después.” Cabrera dice que pronunciar ese juramento en acto masivo enfrente de sus familias y sus compañeros hará sentir a los egresados que “tienen una responsabilidad.” Ciertamente, los valores éticos deberían enseñarse desde los primeros estadios educativos, en el ámbito familiar y la sociedad toda debería jerarquizarlos y cultivarlos. Haberlo hecho así es parte de la explicación principal de por qué un país como Finlandia es el líder mundial de la tabla de Transparencia Internacional, no tiene corrupción y lo mismo sucede con el bloque de países nórdicos (Noruega, Suecia, Dinamarca, Islandia). Sin embargo, la responsabilidad de las escuelas o facultades donde se preparan gerentes es clave. Por otra parte, no se trata solamente de enfatizar que no se debe caer en corrupción, sino más allá educar para la responsabilidad social empresarial. Ese concepto se ha ido ampliando cada vez más ante las exigencias de la sociedad civil en los países desarrollados y hoy implica que una empresa debe tener trato limpio con los consumidores, buen comportamiento con sus empleados, cuidar el medio ambiente, comportarse con toda corrección en los países en desarrollo e involucrarse activamente en programas en favor de la comunidad y de la ciudad donde opera. Estos comportamientos comienzan a premiarse y castigarse por la sociedad y los consumidores. Hay un reclamo social en aumento por empresas más éticas. América Latina tiene graves problemas en este campo. Junto a la conocida corrupción en sectores públicos, son innumerables los casos de corrupción corporativa. La idea de responsabilidad social empresarial está en diversos países en un estadio primario y atrasado. La universidad latinoamericana y particularmente las facultades donde se forman economistas, gerentes y otras profesiones clave para el desarrollo tienen una gran responsabilidad al respecto. La gran discusión ética pendiente sobre la economía y la gerencia necesarias para nuestras sociedades debe reflejarse activamente en los currículos. No se trata de dictar una materia más que se llame ética, para calmar la conciencia. La enseñanza de la ética debe transversalizarse. En cada área temática deben examinarse dilemas e implicancias éticas. Tam200 / Más ética, más desarrollo
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bién debe generarse una agenda de investigación sobre las dimensiones éticas de las políticas económicas y de las prácticas gerenciales. Asimismo la universidad debe hacer extensión activa sobre estos temas al medio. La cuestión no se resuelve sólo con códigos de ética que después tengan cumplimiento limitado. La universidad debe estar a la cabeza de una acción colectiva de amplios alcances para reforzar la formación y los valores éticos de profesionales cuyas decisiones pueden influir tanto en la vida de sus pueblos. La Argentina, particularmentes debe actuar con energía en este campo, dado el pasado inmediato de prácticas corruptas en diversos ámbitos organizacionales y el intento de casi legitimarlas ante la sociedad, hoy combatir frontalmente por su nuevo presidente. En las bases de nuestra civilización, en la Biblia, se halla el mensaje de que la conducta de los seres humanos debe estar regida en todas sus instancias por la ética. Se expresa en los Diez Mandamientos entregados por la Divinidad. Todo indica que tienen más vigencia que nunca. En América Latina es imprescindible afirmar los valores éticos como reglas de vida esenciales para el desarrollo, la democracia, la convivencia y la plenitud personal.
¿Es posible construir una economía con rostro humano? I. El enigma de América Latina América Latina se presenta en el mundo como un verdadero enigma. En los años sesenta, los pronósticos vaticinaban que estos países tenían un futuro de progreso continuado por delante por su excepcional dotación de recursos naturales, buenos recursos humanos, muy buena ubicación desde el punto de vista de la geografía económica, etcétera. Se los comparaba con el sudeste asiático y se creía que el potencial de partida de América Latina, en los comienzos de los años sesenta, era superior al del sudeste asiático. El sudeste asiático ha obtenido logros, con dificultades, pero ha alcanzado progresos muy significativos. El pronóstico no se cumplió de ninguna manera, y a esto se lo llama con frecuencia “el enigma de América Latina”. ¿Que pasó? América Latina no tiene una explicación muy clara cuando se observa esta contradicción entre las potencialidades, las posibilidades y esta pobreza abrumadora que recorre el campo y la ciudad de casi todos los países de la región. Cuando el LatinBarómetro 2002, una encuesta de opinión pública muy importante que se hace en 17 países de América Latina, preguntó a los habitantes de esa región si creían que estaban igual, mejor o peor que la generación antePropuestas para una economía orientada por la ética / 201
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rior?, dos terceras partes contestaron que se hallaban en peores condiciones. Ese sentimiento tan profundo de frustración está vinculado a esta contradicción. Queremos acercarnos a este enigma recorriendo varias etapas. En primer lugar reconstruiremos brevemente el listado de problemas que agobian la vida cotidiana. En segundo lugar, vamos a tratar un tema poco abordado y que se debería explorar mucho. Cuando hay problemas importantes, los seres humanos por naturaleza tienen diferentes respuestas. Algunas respuestas son positivas, como enfrentar los problemas y dar la pelea. Pero también hay otra respuesta. Los seres humanos tienen una excepcional capacidad de racionalizar, de inventar alguna razón por la que no tienen nada que ver con lo que está sucediendo y no les corresponde hacer nada al respecto. Vamos a identificar cuatro coartadas que se utilizan en el discurso público y en la discusión usual en América Latina para enfrentar el tema de la pobreza desde la coartada, no desde la acción. En tercer término, trataremos de asomar algunos elementos de juicio sobre las causas del enigma latinoamericano. Por qué el sudeste asiático está donde está y estos países, en cambio, en la situación de deterioro social presente. Finalmente, procuraremos fundamentar por qué se debe tener esperanza. Intentaremos mostrar que es viable construir en la región una economía con rostro humano; que hay muchísimos elementos como para poder pensar en levantarla y que existen en el mundo economías con rostro humano y se están dando incluso en América Latina, pasos interesantes en esa dirección. La intención de fondo no es agotar estos densos temas sino mostrar que hay una agenda distinta para pensarlos.
II. Un cuadro social inquietante Porque los latinoamericanos están enojados, tan enojados que están transformando el mapa político de América Latina, están diciendo a través del sistema democrático que quieren cambios muy profundos. El LatinBarómetro testifica terminantemente que los latinoamericanos no quieren saber nada con algún tipo de aventura autoritaria. Al mismo tiempo, que están profundamente descontentos de cómo está funcionando el sistema democrático, rechazan cualquier otro modelo que no sea la democracia. En otras palabras, la protesta ha adquirido formas esperanzadoras. Los latinoamericanos están muy descontentos con lo que está pasando en los sistemas
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democráticos, pero no quieren menos democracia. Lo que buscan es una democracia de mejor calidad, más acorde con las necesidades de la población. La protesta se basa en diversos problemas que impactan duramente la vida cotidiana. Revisaremos nueve de ellos: en primer lugar la pobreza está creciendo fuertemente y las primeras víctimas son los niños. El desempleo juvenil es fundamental para entender lo que sucede; particularmente, para comprender la criminalidad en ascenso en América Latina. En educación hay algunos avances, pero ocurren problemas muy importantes para la mayor parte de la población. El derecho a la salud está en discusión en los hechos. Están los nuevos pobres; Argentina es el epicentro de los nuevos pobres, por la destrucción en gran escala de las clases medias que se ha producido en el país. Hay otro problema sobre el que no se habla mayormente pero que es central, que es lo que está sucediendo con las familias en medio de este empobrecimiento económico de tal magnitud. Otra cuestión es el ascenso de la criminalidad que tanto perturba a todos los sectores. El último tema preocupante por abordar será el de las desigualdades. América Latina tiene el privilegio, nada deseable, de ser la región más desigual de todo el planeta, y países como Brasil, de liderar las tablas internacionales de desigualdad. América Latina es desigual por todos lados: ingresos, distribución de la tierra, acceso al crédito, salud, educación, acceso a Internet. La desigualdad no es neutra. En primer lugar, atenta contra el credo moral de nuestra civilización. Es antibíblica. La Biblia aboga por la igualdad de los seres humanos. Todos los seres humanos son criaturas de la Divinidad y deben tener acceso a los bienes básicos y a oportunidades de desarrollo. El texto bíblico desenvolvió una amplia legislación para evitar las grandes desigualdades, como el retorno de la tierra a sus propietarios originales cada 50 años, el jubileo, la condonación de las deudas cada 7 años y toda una serie de normas protectoras de la equidad. Pero la desigualdad, según se sabe hoy, además de ser antiética es fatal para el progreso económico. El aumento de la desigualdad latinoamericana en las últimas décadas fue un detonante central de la pauperización de las sociedades latinoamericanas (ver CEPAL, PNUD, IPEA, 2003). La polarización social no es gratuita. Las viejas teorías ya casi archivadas que dicen que está bien que en un país haya unos pocos que tengan mucho porque van a reinvertir no tienen nada que ver con las realidades. Suelen enviar parte importante de sus ganancias al exterior, en lugar de reinvertir en América Latina. Además, la desigualdad tiene todo orden de impactos rePropuestas para una economía orientada por la ética / 203
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gresivos. Entre ellos: reduce los mercados internos, dificulta la formación de ahorro nacional, mina la gobernabilidad democrática. Ello está medido por múltiples investigaciones. Hay un riguroso trabajo de Nancy Birdsall y otros economistas americanos sobre América Latina, La desigualdad como traba para el progreso económico en América Latina. (Birdsall, 1996). Compara el sudeste asiático y América Latina y concluye que una de las diferencias centrales fue que el sudeste asiático tuvo en las últimas décadas políticas públicas activas promotoras de oportunidades para todos, como la reforma agraria y el apoyo firme a la pequeña y mediana empresa. En América Latina fueron regresivas y profundizaron las iniquidades.
III. Las falsas coartadas Se acercaron diversos problemas que explican por qué la gente protesta en diferentes formas en toda América Latina. Esa protesta tiene múltiples canalizaciones. Enfocaremos sucintamente algunas coartadas con las que, con frecuencia, ciertos sectores tratan de “racionalizar” los problemas en lugar de enfrentarlos y buscarles solución. La primera coartada es convertir a la pobreza en un problema individual. Así se afirma que los niños están en la calle porque eligieron vivir de ese modo, que la desnutrición infantil tiene que ver con la ignorancia y la falta de cuidados de determinadas familias, o que los pobres son pobres porque son indolentes, no les gusta trabajar, no tienen iniciativa. El razonamiento subyacente es en todos los casos: “El problema de la pobreza es un problema de él. De su biografía.” Cuando el 50% de la población es pobre en el continente o como cuando en la Argentina el 60% de la población infantil está por debajo de la línea de la pobreza, es muy difícil decir que la pobreza es una elección individual o es un problema de falta de voluntad personal. Evidentemente, hay determinantes estructurales que están bloqueando las oportunidades elementales de desarrollo. La segunda coartada es decirle a la población pobre “Hay que tener paciencia, es un estadio del desarrollo, una vez que los ajustes se hayan producido y logren sus efectos, el crecimiento se derramará y va a terminar con la pobreza.” Esta coartada ha sido refutada por las realidades económico-sociales. Detrás de esta coartada está la idea de que al haber crecimiento automáticamente se va a derramar, va a sacar a los pobres de la pobreza. Las Naciones Unidas han estudiado numerosos países en sus informes de desarrollo humano. En ninguno de ellos funcionó el “derrame.” No opera así la economía.
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Es imprescindible que haya crecimiento, estabilidad, progreso tecnológico, competitividad, pero si la sociedad es muy desigual, como sucede en América Latina, los progresos quedan concentrados y no llegan a los pobres, ni siquiera a estratos muy significativos de la clase media. Un ejemplo es el de la dictadura militar de Pinochet. Se conocen sus logros macroeconómicos, que fueron reales, pero cuando comenzó su gobierno, el número de pobres en Chile era el 20% de la población. Cuando terminó era el 40% o sea, logró duplicar el número de pobres. Fue un gran milagro social pero al revés. Decirles a los pobres que tengan paciencia de algo que no va a suceder nunca y por otra parte: ¿paciencia para que? Paciencia para morir en un embarazo o en un parto por falta de atención médica, o paciencia cuando se sabe, de acuerdo a los estudios de Unicef, que en el caso de la desnutrición a los cinco años un niño que no ha tenido la carga de proteínas y calorías necesaria tendrá sus capacidades neuronales semidestruidas y será irrecuperable. La mayor parte de los daños de la pobreza son irreversibles. Esta coartada es inmoral. La tercera coartada recurrente es la de deslegitimar la política social. La coartada está planteando básicamente que la única política social es la política económica. Esto de la política social sería una concepción para que los políticos tengan cómo ganar votos, pero habría que apostar solamente a la política económica. Sólo valdría la pena invertir recursos en ella. Consecuentemente, se degrada al rol de política secundaria a la política social, restándole recursos y jerarquía. Hoy, la teoría económica avanzada, Amartya Sen por ejemplo, ha redescubierto que por el contrario en los hechos la política social fue uno de los grandes motores del desarrollo económico de los países más adelantados del mundo. No sólo que la política social es respetar los derechos básicos de las personas en una democracia, sino que apostar a la gente es la manera de movilizar un desarrollo económico sostenido. La política social ha sido un instrumento maestro del desarrollo económico en los países que han logrado tenerlo de manera sostenida y lo es en el mundo actual crecientemente. La última coartada es la peor de todas, la que alarma más; es la de ver todos los días a los niños en la calle, a los ancianos pidiendo limosna, a las ex clases medias revisando los tachos de basura y a través del discurso relativizador y negador circulante llegar a contraer el “efecto insensibilización”, perder una de las capacidades más importantes que tiene el ser humano, la “capacidad de indignación” frente a estas injusticias. Esta capacidad que tiene raíces muy viejas fue enarbolada por los profetas en el Antiguo Testamento en sus vibrantes denuncias de las injusticias sociales. Una de las calidades más valiosas que tiene el ser huPropuestas para una economía orientada por la ética / 205
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mano es la de rebelarse frente a cuadros como los descriptos. Eso está hoy en riesgo por la coartada que promueve refugiarse en la insensibilidad. Existe el gran riesgo de empezar a ver todo esto “como si lloviera”, como si fuera parte de la naturaleza que los chicos vivieran en la calle, los ancianos mendigasen y los nuevos pobres buscasen su sustento en la basura. No es parte de la naturaleza, es parte de lo que ha sucedido en estas sociedades. Fueron las sociedades las que generaron realidades como éstas. Tienen causas muy concretas.
IV. En torno a las causas del enigma Entre las causas centrales de por qué estos países que estaban destinados al éxito en los años sesenta tienen problemas sociales tan agudos están las que se reseñan brevemente a continuación. Con frecuencia se aplicaron políticas públicas rígidamente ortodoxas y estrechamente economicistas que produjeron los resultados que están a la vista. Hoy ya no es una discusión ideológica, ahí están sus consecuencias. Buena parte de la población empobrecida, la clase media destruida. Al mismo tiempo exacerbaron las desigualdades. Hay que buscar alternativas más integradas. El papel de la desigualdad es central en lo que pasó en América Latina. No hay futuro con grandes desigualdades. En Noruega, primer país del mundo en desarrollo humano, la distancia entre lo que gana el empresario privado y el operario es 3 a 1, en Corea es 8 a 1, en diferentes áreas geográficas de América Latina, supera el 100 a uno. Los impactos de ello son enormes. Es difícil crecer cuando se está desaprovechando el potencial del 50% de la población, excluida de un trabajo estable y productivo y relegada a estar fuera del mercado de consumo. Otra causa es la desvalorización de las políticas públicas, esta idea de que se puede sin el Estado, que el Estado es un desecho histórico. Hay un gurú de la alta gerencia, un vigoroso pensador canadiense: Henry Mintzberg, de la universidad de McGill quién reflexionando sobre la gerencia pública y la gerencia privada, en el Harvard Business Review, (Mintzberg, 1996) señala con ironía que la idea de que el mejor gobierno es el no gobierno “es el gran experimento de economistas que nunca han tenido que gerenciar nada.” Creer que sin instrumentos de política pública se pueden combatir los problemas centrales ha llevado en América Latina a reducir indiscriminadamente la institucionalidad pública, desprestigiar la función pública y casi desarticularla. Hay diversas instituciones internacionales, entre ellas el Banco Mundial, que hoy señalan continuamente que ha habido dos errores serios al respecto. Uno de ellos era creer que el Estado puede hacerlo 206 / Más ética, más desarrollo
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todo. Otro, el de las últimas décadas, es creer que sin un Estado eficiente puede haber desarrollo sostenido. Otras razones de los problemas creados han sido el relegamiento del capital social, de la capacidad de acción de la sociedad civil y la falsa oposición entre Estado y sociedad civil. Otro factor ha sido el peso de la corrupción en diversas realidades. Estas causas se han abordado extensamente por una amplia literatura reciente1.
V. La salida Es posible pensar en un modelo de desarrollo integrado en América Latina. Es un modelo que trata de conciliar crecimiento económico y progreso social. Es imprescindible que haya crecimiento económico, estabilidad, competitividad, eficiencia económica junto con desarrollo social. No son antitéticos, al contrario. Las experiencias de los países exitosos indican que el desarrollo social es un motor del crecimiento económico. Para ello se necesitan políticas públicas, activas. El Estado debe ser responsable por necesidades básicas como la salud, la educación y la nutrición. Eso es irrenunciable, forma parte de las constituciones y del credo ético de nuestras sociedades. Las políticas públicas deben ser activas, descentralizadas, transparentes, con buena gerencia social, con un servicio público profesionalizado, erradicando el clientelismo y la corrupción. Deben estar articuladas con una sociedad civil activa. En el modelo de desarrollo integrado, las políticas públicas se apoyan en una sociedad civil activa. En los países que funcionan mejor en el mundo, la sociedad civil está movilizada, no está esperando, se articula y participa. La sociedad civil movilizada constituye capital social en acción. Tiene entre otras tres expresiones que son clave y que explican los resultados alcanzados en distintas sociedades. Una primera expresión de una sociedad civil movilizada es el voluntariado. Su papel en diversos países desarrollados es muy relevante. Los voluntarios son los que hacen cosas por los demás a través de diferentes formas de organización: las ONG, las comunidades religiosas, etcétera. Están haciendo una significativa contribución al Pro-
Entre otras obras, Joseph Stiglitz analiza los problemas prácticos causados por la aplicación de políticas ortodoxas en El Malestar en la Globalización (Editorial Tarus, 2002) y Amartya Sen examina sus insuficiencias conceptuales en Teorías del desarrollo a principios del siglo XXI (incluido en Louis Emerij, José Núñez del Arco, El desarrollo económico y social en los umbrales del siglo XXI (BID,1998; puede leerse también en www.iadb.org/etica). El autor profundiza sobre los factores incidentes en las dificultades de América Latina en Bernardo Kliksberg Hacia una economía con rostro humano” (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2002). 1
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ducto Bruto en varios países desarrollados en bienes y servicios sociales. Están concentrados en las áreas donde se requiere solidaridad. El voluntariado puede ser un instrumento muy potente cuando trabaja junto con la política pública. Otra expresión del capital social movilizado es la responsabilidad social de la empresa privada. En los países desarrollados hoy ésta es una cuention relevante, hay una presión de la opinión pública muy intensa. El tema no es simplemente de filantropía empresarial. Se está en un nivel mucho más avanzado, se habla del concepto de “Ciudadanía Corporativa.” La empresa privada es un actor central en la sociedad, tiene la capacidad de producir bienes y empleos que pueden ayudar al conjunto de la economía, hay que facilitarle su acción. Pero tiene obligaciones, responsabilidades, porque cumple un rol muy decisivo en la sociedad. Entonces se le exige “Ciudadanía Corporativa”, que sea un buen ciudadano. Un tercer gran componente del capital social es lo que hoy se llama el “empoderamiento de las comunidades pobres.” Ellos tienen un inmenso capital social y cultural. El autor compartió recientemente en Bolivia un panel con un líder de Villa El Salvador del Perú, la experiencia social más premiada de América Latina. Como se ha referido anteriormente, son 350 mil pobres en su mayoría provenientes de los Andes peruanos que lograron salir de la pobreza extrema, por sus propios medios y llegar a una pobreza digna. Redujeron de manera abrupta las tasas de mortalidad infantil y alcanzaron buenas tasas de escolaridad. Construyeron autogestionariamente un municipio entero: levantaron las escuelas, las calles, las viviendas, los hospitales, las bibliotecas. Ganaron el Premio Príncipe de Asturias, el premio mundial de la Unesco por sus avances en educación, el premio de las Naciones Unidas como Ciudad Mensajera de la Paz. Su joven líder, de ascendencia indígena, explicó al multitudinario auditorio de directivos públicos, privados y académicos de toda América Latina que la cultura indígena es la causa de que pudieran hacer todo lo que hicieron. Una cultura que valoriza las pautas de solidaridad y de acción colectiva, heredera de las tradiciones de los Andes peruanos. El líder decía: “Nos dicen pobres. Yo les pido por favor que no nos llamen más pobres. ¿Cómo miden ustedes la pobreza? ¿Nosotros somos pobres en valores? ¡Qué vamos a ser pobres en valores! ¿Somos pobres en cultura? ¿Somos pobres en tradiciones de solidaridad? ¿Somos pobres en el concepto de familia? ¿Somos pobres en el respeto a los ancianos? ¡Somos bien ricos! —afirmó— No corresponde que nos llamen pobres.” El “empoderamiento” de las comunidades humildes de América Latina, el darles oportunidades y favorecer su articulación, su organización, la educación de sus líderes, puede producir efectos virtuosos de gran peso. Hay ejemplos muy prácticos, desde Villa del Salvador a lo que esta sucediendo en el Ecuador, don208 / Más ética, más desarrollo
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de los más humildes, los indígenas dieron saltos sucesivos hacia adelante, en el tiempo, se articularon, se organizaron y hoy tienen voz por primera vez en el escenario político de su país. Estos tres factores combinados: el voluntariado, la responsabilidad social de la empresa privada y la articulación y “empoderamiento” de los pobres, son capital social en acción. El capital social articulado con las políticas públicas activas que deben ser las responsables en primer lugar de la lucha contra la pobreza, conforman una combinación poderosa. Opera en los países muy avanzados. Pero no sólo en ellos. En América Latina hay un pequeño país, muy modesto, Costa Rica, con tres millones y medio de habitantes, pobre en recursos naturales, que no tiene ni petróleo, ni gas, ni recursos de energía baratos, que ha logrado construir una sociedad que tiene actualmente una muy elevada esperanza de vida, un sistema de salud pública que protege al 98% de la población y un sistema de educación que permite que casi todos los habitantes lleguen a niveles de escolaridad significativos. ¿Cómo lo logra? Costa Rica tiene un Coeficiente Gini que es uno de los mejores de América Latina, o sea, la desigualdad es muy pequeña. Asimismo, combina un Estado que se ha hecho responsable y una sociedad civil movilizada. El estado costarricense ha garantizado a la población el derecho a la educación y a la salud. Ello forma parte de un pacto nacional. Su última evolución fue que modificaron la Constitución. Pero no para ver quien sacaba mayores ventajas políticas, sino para incluir un artículo por el que ningún gobierno podrá gastar en educación menos del 6% del producto bruto nacional. América Latina gasta menos del 4,5% del producto bruto nacional, los países europeos del siete al ocho por ciento, Corea, Israel y otros cerca del 10%. Costa Rica tiene un proyecto nacional donde la educación y la salud son prioridades reales, un Estado que a pesar de las limitaciones de recursos se hace responsable por asegurar los derechos básicos y una sociedad civil movilizada, articulada, fuertemente presente, muy participativa. Esa combinación entre políticas públicas que se hacen responsables, que tratan de obtener crecimiento económico y eficiencia económica pero al mismo tiempo miran hacia la gente que es en definitiva la clave de un crecimiento económico sostenido, que buscan preservar la igualdad, el acceso a oportunidades y una sociedad civil profundamente movilizada es la combinación que pude desencadenar círculos virtuosos, la combinación base de una economía con rostro humano.
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VI. Por qué es viable construir una economía con rostro humano ¿Es viable una economía con rostro humano? ¿Es viable en América Latina? ¿O es simplemente un ejercicio de buenos deseos? Creemos que es viable. Por lo pronto, a los costarricenses no les fue mal dándole prioridad absoluta a gastar en educación y salud. Hoy tienen una suerte de Silicon Valley. Algunas de las principales empresas mundiales de tecnología de punta eligieron Costa Rica para establecerse porque tiene una población altamente escolarizada, paz social y estabilidad política. En el LatinBarómetro, cuando se le pregunta a la gente su grado de satisfacción con el funcionamiento del sistema democrático en Argentina, el 8% contesta que está satisfecho, en Costa Rica el 65%. No es gratuito, unas políticas públicas responsables, una sociedad civil movilizada y altos niveles de equidad generan esta respuesta. Es viable construir una economía con rostro humano por varias razones, aunque ello desde ya es complejo y en cada realidad será diferente. Primera razón: la gran esperanza es el proceso de democratización de América Latina que tiene idas y vueltas, pero que va avanzando significativamente. En la medida en que se descentralice el estado, que haya más transparencia, que haya control social de la acción pública, que haya participación ciudadana en escala cada vez mayor, que haya mejor genuinidad en los representantes de la ciudadanía en todos los niveles, que la democracia sea no solamente votar una vez cada tantos años sino que incluya diferentes formas de participación activa permanente, las políticas públicas se van a acercar más a las reales necesidades de la población. Se van a generar políticas públicas de mejor calidad. El proceso de democratización en América Latina avanza a través de expresiones como la satisfacción en Costa Rica y el descontento profundo en Argentina que llevó a un gobierno cuya vinculación estrecha con la prioridades de la población le está valiendo cifras récord de aprobación. Desarrollos semejantes hay en otras realidades. Ellos son una condición de viabilidad muy importante que da bases políticas a la construcción de una economía con rostro humano. Segundo, se puede construir porque lo más básico el contrato ético entre los ciudadanos está a salvo. El contrato social, el contrato entre los representantes y la ciudadanía, está resquebrajado. Una de las razones centrales son los altos niveles de desigualdad. La desigualdad es ilegitima, la gente tiene derecho a sentirse resentida con el hecho de que se han cerrado las oportunidades, que existe mucha movilidad social pero sólo descendente, en lugar de la movilidad social deseable. Sin embargo, está a salvo el contrato ético, el contrato entre las personas en las bases de la sociedad. En la Argentina, por ejemplo, en medio de los picos de po210 / Más ética, más desarrollo
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breza la solidaridad aumentó fuertemente. Entre muchísimas historias ilustradas, la de los cartoneros que revisan a diario los tachos de basura para sobrevivir buscando cartón para vender, que ante un pedido de una escuela pobre del interior recolectaron y entregaron 900 kg de comida para esos niños que eran aún más pobres que ellos (Página 12, 2003). Podría ser diferente, se podría suponer que siguiendo el argumento de la economía ortodoxa en medio de una recesión tan profunda no habría estas reacciones sino las contrarias. Dice que las personas son homos económicos que sólo actúan en función de maximizar su provecho personal. Si ello fuera cierto, en esos momentos la Argentina hubiera sido una selva completa. En cambio, la solidaridad brotó con enorme fuerza. No es válida la argumentación de la economía ortodoxa y afortunadamente lo que se verifica es la sabiduría divina expuesta en la Biblia que plantea que en la naturaleza del ser humano están estas posibilidades, esta reacción en términos de solidaridad. Este contrato ético interpersonal está intacto en la Argentina y en América Latina. Existe esta posibilidad hermosa de que se sienta la necesidad de ayudar y que se salga a ayudar. Una encuesta sobre la actitud frente a los cartoneros en la ciudad de Buenos Aires es muy elocuente. Su situación es difícil. Ganan menos de cincuenta dólares por mes. Eso de acuerdo con las cifras de pobreza significa que con la tarea de revisar los tachos de basura y reciclar están debajo de la pobreza extrema. Se le preguntó a la población de la ciudad de Buenos Aires qué piensan que se debería hacer con los cartoneros. Sólo el 10% contesto de acuerdo con el neoliberalismo ortodoxo, desde la perspectiva más individualista, más cruel, que es que habría que prohibir su actividad para que no molestaran. El 90% dijo que habría que ayudarlos según diferentes formas de expresión de ese sentimiento. El hecho de que el contrato ético esté a salvo crea las bases fundamentales para una economía con rostro humano. La combinación entre democratización, políticas públicas responsables y solidaridad crea una gran capacidad de construcción nacional. Una última acotación: hay esperanza en la región pero para que la esperanza tenga una vía abierta es necesario volver a reunir a la ética con la economía. La relación entre ambas existió en los orígenes de la ciencia económica. El razonamiento dogmático ortodoxo la desarticuló totalmente. En él aparecen como dos dominios totalmente diferentes. En la realidad, la única economía que tiene sentido es, como lo plantea repetidamente el papa Juan Pablo II, la regida por valores éticos, porque la economía es un instrumento, debe ser eficiente pero al servicio de determinados parámetros. Se debe medir por lo que genera en términos de oportunidades para los jóvenes, en la erradicación de la desnutrición, en el aumento de la esperanza de vida, en el acceso a salud y educación, esos son los indicadores últimos para saber si la economía realmente está funcionando. Propuestas para una economía orientada por la ética / 211
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Es imprescindible, al realizar análisis económicos, tener en cuenta las implicancias en términos humanos y éticos. Así, el vital tema del empleo no puede ser examinado sólo desde un economicismo reduccionista. El caso latinoamericano, con altas desocupaciones prolongadas, lo ilustra. Los efectos sobre las personas desempleadas no son sólo reducciones de ingresos. La investigación de la Facultad de Psicología de la universidad de Buenos Aires, conducida por Juan Tausk (2002), encontró que el 75% de los desocupados indagados acusan daños psicológicos. Entre ellos “viven con una sensación de aislamiento, sienten imposibilidad de dialogar con sus pares, se ven desvalorizados en su grupo familiar, ven debilitada su propia imagen y función paternal, producen una reinterpretación negativa de su historia personal y una valoración negativa de su capacidad de obtener trabajo.” El problema es humano y ético, y cuando se ve desde esa perspectiva pueden surgir respuestas que implican contención organizada por parte de la sociedad, eliminación del efecto de estigmatización, transmisión del mensaje de que la persona no está sola ante esta situación de la que no ha sido responsable. La política pública debería buscarlas activamente apoyándolas y respaldando salidas no tradicionales. Volver a vincular ética con economía significa que valores éticos raigales, como entre otros, el hacerse responsables los unos por los otros, la solidaridad activa, la justicia social, las posibilidades de participación, la libertad de desarrollar las propias potencialidades que enfatiza Amartya Sen (Sen, 2001), se conviertan en valores rectores orientadores de la economía. Se podrá decir: “Pero esto de una economía orientada por la ética es un poco utópico.” No lo es. Cuando se les pregunta sobre la causa de sus éxitos, los países nórdicos suelen hacer referencia a la presencia en la economía de los valores éticos y culturales. Noruega tiene esta distancia de 3 a 1 entre los ingresos de empresarios y obreros. Cuando se preguntó a líderes empresariales noruegos si no se sentían mal pagados cuando la distancia es tan corta entre ellos que son los líderes de la empresa, sus fundadores y los operarios de la empresa, contestaron: “Es un tema cultural. Los noruegos creemos en la equidad. No hay una ley que diga que la distancia tiene que ser tal, nuestros valores lo exigen” y agregaron ser muy rico esta muy mal visto en Noruega. Creemos en una sociedad donde haya acceso a la igualdad de oportunidades.” Ésta es la fuerza que tiene la ética, no la tiene sólo en estos países, las bases de nuestras culturas latinoamericanas, nuestras creencias religiosas, espirituales, nuestras creencias filosóficas, el ejemplo de nuestros libertadores, nuestras culturas indígenas, tienen un fondo cultural presidido por esos valores. Ha llegado el momento de rescatarlos. 212 / Más ética, más desarrollo
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