Martini, Carlo María - El Dios Viviente

May 4, 2017 | Author: olpatec | Category: N/A
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EL DIOS VIVIENTE REFLEXIONES SOBRE EL PROFETA ELÍAS

Cario María Martini

EL DIOS VIVIENTE REFLEXIONES SOBRE EL PROFETA ELÍAS

EPICEPS

MÉXICO • SANTO DOMINGO VALENCIA

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PREÁMBULO

IL DIO VIVENTE Riflessioni sul profeta Elia

© EDEIONI PIEMME S.p.A. Via del Carmine 5 15033 CASALE MONFERRATO (AL) Italia

Traducido al español por Vicente Gilabett Costa PRINTEDIN SPAIN I.S.B.N.: 84-7050-398-7 Depósito Legal: V-588-1995

© by EDICEP C.B. Almirante Cadarso, 11 Tfno.: (%) 395 72 93 - 395 20 45 Fax: (96) 395 22 97 46005 - VALENCIA (España) IMPRIME: GUADA Litografía S.L

Con el título «El Dios viviente» publicamos las meditaciones del curso de «Ejercicios espirituales» que el cardenal Cario María Martini ha impartido a las religiosas de clausura de la diócesis de Milán en agosto de 1990. Ha sido un singular acontecimiento ya porque las monjas siguieron las meditaciones a través de la emisora diocesana -el arzobispo hablaba desde el monasterio del Sacro Monte de Várese-, ya porque, gracias a Radio María, muchísimas personas, de casi todas las regiones de Italia, pudieron unierse en su escucha. Para las reflexiones, sencillas y muy profundas, se escogió un personaje difícil, misterioso e impenetrable, del Antiguo Testamento: el profeta Elias, el hombre de la fe pura, de la oración solitaria, del amor inagotable al Señor, del celo extraordinario, que surge en un momento de grave amenaza para el monoteísmo, que entra en la situación de repente, para desaparecer casi súbitamente y aparecer de nuevo en otras circunstancias sin aparente motivación. Leyendo los texto bíblicos sobre Elias, el cardenal Martini ha tenido de nuevo el acierto de conjugar la serenidad de la exégesis 5

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histórico-literal con la aproximación vivificante y actualizante de la Palabra de Dios que aparece con el nombre de «lectura espiritual». Meditándolos, ha hecho comprender a través de las vicisitudes del profeta el designio de Dios sobre el hombre y sobre la historia de hoy. Nos alegra señalar que este volumen sale en coincidencia con la celebración del V centenario del nacimiento de san Ignacio de hoyóla que, con su librito de Ejercicios espirituales, intentó ayudar a los cristianos a buscar y encontrar con libertad la voluntad de Dios entrando en sintonía con las opciones de Cristo. Por eso, quien dirige los Ejercicios debe partir siempre de la Palabra: se escucha, se medita, se reza con ella, se contempla, se gusta. Es el método de la lectura divina que el cardenal Martini no se cansa de enseñar y de recomendar continuamente; él propone el texto sobriamente, vuelve sobre él, ofrece puntos de meditación, dejando al ejercitante espacio suficiente para reflexionar él solo hasta donde el Espíritu se lo permita, porque escribe san Ignacio, «no el abundante saber sacia y satisface el ánima, sino el sentir y el gustar las cosas internamente» (anotación 2). Los Ejercicios no se hacen pues, en soledad: el sujeto es el ejercitante, pero hay un director que, al igual que el amigo del esposo, prepara el encuentro de la persona con Dios. Llegados a este momento se puede preguntar: ¿qué sentido tienen los Ejercicios a través de la radio?, ¿quién los escucha (o quién lee meditaciones transcritas) hace o no los Ejercicios? En pura lógica, no los hace; sin embargo, es invitado a acercarse a la Sagrada Escritura a través del ejercicio de la lectura divina, a meditarla y a rezar desde ella. Al mismo tiempo puede advertir la invitación a vivir un verdadero y propio curso de Ejercicios espirituales, con un director. Es nuestro deseo para cuantos lean El Dios viviente.

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INTRODUCCIÓN Una experiencia de comunión espiritual

Un curso de Ejercicios se inicia siempre con emoción y temblor. Emoción y temblor que experimenta también quien da los Ejercicios porque él mismo comienza una aventura espiritual, con una comunidad. Sin embargo, en esta ocasión no se trata de una comunidad sino de tantas y tantas que, a través de la radio, han conectado con nosotros para escuchar y rezar la palabra de Dios. Como estaba escrito en la carta de convocatoria del curso, es quizá la primera vez que las monjas de clausura tenían la posibilidad de hacer juntas y en el respeto a la clausura una prolongada reflexión orante bajo la guía del propio obispo. Pero, si para todos nosotros es un don de Dios, es un privilegio poder vivir un tal camino de comunión, debemos reconocer que es también un riesgo. Por eso, tenemos necesidad de ampliar nuestro corazón de tal modo que abrace a toda esta gran familia que escucha y que reza recíprocamente. Me han confortado las palabras que Juan Pablo II dirigió a las religiosas de la Archidiócesis de Pisa, con ocasión de su reciente 7

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visita a aquella ciudad: «La comunión invisible de las diversas comunidades religiosas con la Iglesia local es explícita gracias a la mediación del obispo, el cual tiene la responsabilidad de unir entre sí las diversas comunidades de la Diócesis, sean de vida activa o de vida contemplativa». El presente curso de Ejercicios es, pues, un medio que el Señor me ofrece para tal mediación. Sin embargo, me pregunto: ¿lograremos vivir una verdadera comunión espiritual?; ¿lograremos ponernos a la escucha de la Palabra, liberándonos de las fantasías, de todo aquello que es para nosotros un peso? Con nuestras solas fuerzas, ciertamente no, sobre todo porque no es fácil la escucha a distancia, pero el Espíritu Santo nos dará el don de esta experiencia. Como dijo Jesús en el evangelio de Juan: «El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no se sabe de dónde viene y a dónde va» (Jn 3, 8). Podremos, con cierta temeridad, ampliar el ejemplo sustituyendo el viento por el éter que no se ve ni se toca. Si el éter hace posible la escucha de la misma palabra, mucho más puede actuar el Espíritu Santo uniendo nuestros corazones y nuestro camino. «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles. Nosotros te invocamos porque sin ti nuestro trabajo es vano, pero contigo caminos seguros. Te invocaremos día y noche, durante estos días, te invocaremos para que tú hagas de nosotros una unidad a la escucha de la única palabra del Señor».

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EL PROFETA ELÍAS He pensado largamente acerca de la Palabra que iba a proponeros en estos Ejercicios y me he decidido claramente por un tema muy preciso: el profeta Elias, que ejercitó su ministerio en el reino del Norte, bajo el reinado de Acab, Acazías y Joram, es decir, en el siglo IX, más o menos desde el 874 al 841 a.C. No es difícil comprender por qué me atrae su figura. Es uno de los cuatro personajes del Antiguo Testamento, que más veces son mencionados en el Nuevo: Abraham, Moisés, David, Elias. Sobre los tres primeros ya ha disertado en anteriores cursos de Ejercicios. Elias es el profeta que aparecerá al final de los tiempos, antes de que llegue el día del Señor; misteriosamente ya ha venido en Juan el Bautista y aparece con Moisés en el monte de la Transfiguración. Es, pues, una figura extraordinaria que llena la fantasía, la mente, el espíritu de los autores del Nuevo Testamento. En la descripción de los libros históricos vetero-testamentarios es un gigante de la fe, un héroe de grandeza casi sobrehumana que lucha por su Dios. Reflexionaremos sobre Elias dejando que hablen las páginas bíblicas, según el método de la lectura divina. 9

Queriendo ofrecer desde ahora mismo una especie de síntesis sobre este profeta, puedo decir que lo veo sobre todo como un hombre plenamente entregado a la unicidad de Yahvé, que combate, como ningún otro lo hizo antes que él, para afirmar la pertenencia de Israel a Yahvé. Su nombre, EU-yahu, significa «Mi Dios es Yahvé». Él ha sido absorbido y transformado por el pensamiento de que Dios es Dios y nadie puede aguantar su comparación, nadie puede resistir a Dios. Es, por excelencia, el profeta del «único Dios», el defensor de la verdadera religión contra la idolatría. Quizá alguien podría pensar que hoy han desaparecido los ídolos, que la idolatría es una realidad del pasado; sin embargo, continúa siendo, como siempre, la gran amenazadora alternativa al Dios viviente. Recuerdo a este propósito un libro de Enzo Bianchi donde se lee entre otras cosas: «La verdadera alternativa frente a la cual está puesto, todo hombre es y será siempre la aceptación del servicio a los falsos ídolos». Después explica que nosotros solemos hablar de fe en Dios o, por el contrario, de ateísmo, mientras que lo que es sumamente temible es la idolatría porque aquel que rechaza al verdadero Dios cae, de uno u otro modo, en la adoración de los ídolos. El combate de Elias es, pues, actual: «La palabra de Dios formula un juicio claro y neto. No hay ateos y pueblo de Dios, sino que existen idólatras y creyentes tentados, sin embargo, de caer en la idolatría»'. Nosotros somos creyentes, pero estamos siempre tentados de caer en la idolatría; la figura de Elias nos ayuda a desenmascarar los ídolos que nos tientan tanto más cuanto nuestro esfuerzo por adorar al Dios verdadero intenta hacerse más sutil, puro; quisiera ser más auténtico. Idolatría no es simplemente la adoración del becerro de oro, en el que reconocemos una forma antigua ya superada, sino toda forma de culto hacia realidades que no son Dios y que intentan, solapadamente, colocarse en su sitio. Realidades, incluso camufladas de divinas, de espirituales, de religiosas. Volveremos sobre el tema de la idolatría, al que me he aproximado por subrayar la actualidad del profeta de Tisbe que nos invita a iluminar nuestro interior para amar y adorar al único Dios. 1. El radicalismo cristiano, Torino 1980, 13 ss.

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Así, daré a nuestros Ejercicios el título: El Dios viviente, porque expresa adecuadamente la espiritualidad de Elias. ¿Qué otro Dios, efectivamente, es un Dios vivo como el Dios de la Biblia? Ninguno.

Sugerencias Quisiera indicar alguna sugerencia práctica para vivir adecuadamente estos días. 1. Leer reposadamente, tranquilamente los textos empezando por el primer Libro de los Reyes (17, 18, 19 y 21) para pasar luego al segundo Libro de los Reyes (1 y 2). Son párrafos que encierran la sustancia de cuanto la Biblia nos relata sobre Elias. Sabemos que es citado en otros libros, por ejemplo en el del Eclesiástico (48, 1-2), sin embargo es importante que meditemos sobre las páginas narrativas. La Sagrada Escritura no dice mucho sobre este profeta que aparece como un personaje misterioso, singular; no se sabe de dónde viene y será arrebatado al cielo como significando que retorna al misterio del que ha venido. Los dos Libros de los Reyes nos ofrecen siete relatos, un tanto autónomos, que hablan de él: - la sequía y el encuentro con la viudad de Sarepta; - el juicio de los 400 profetas en el monte Carmelo, episodio muy conocido e impresionante; - la teofanía sobre el Horeb, relato que seguramente habremos meditado muchas veces; - la vocación de Elíseo, que de por sí ya forma parte del ciclo de Eliseo; - la muerte de Nabot y los reproches del profeta a Acab, que nos presentan otras fuertes características de Elias; - el oráculo sobre el rey Acazías; - el rapto al cielo. Se trata precisamente de perícopas narrativas bastante desligadas entre sí. No tenemos una predicación precisa de Elias; más bien se capta un espíritu. Este profeta de las montañas es como un fuego, como un rayo, como un terremoto y desaparecerá del mun11

do en un carro de fuego, es decir, en la potencia de aquel elePermanezcamos también nosotros con el deseo de bajar al mento que había caracterizado su vida y transformado su palabra torrente, a la caverna donde se esconde Elias por orden de Dios. en antorcha encendida. Nosotros no debemos analizar sus palaIntentemos también nosotros escondernos un poco durante estos bras, que son muy pocas -no es un Isaías o un Jeremías que nos días para poder escuchar la proclamación de su palabra. han dejado extensos oráculos-, sino más bien contemplarlo preguntándonos: ¿qué revelación de Dios se me da en este hombre «Oh María, Madre del Verbo encarnado, haz que nos escondaextraordinario? mos en su corazón, como te escondiste tú, para contemplar su palabra y sus misterios. Santo profeta Elias, acompáñanos en 2. La segunda sugerencia es que nos hagamos una pregunta: nuestro camino y ayúdanos intercediendo por nosotros». ¿qué deseo de los Ejercicios?; ¿cómo quisiera salir de ellos?; ¿qué gracia especial de transformación quisiera? Son todo maneras distintas de preguntarnos lo mismo y os aconsejo que respondáis esta tarde o mañana por la mañana. No siempre nuestras espectativas coinciden con las de Dios. Plantearlas, sin embargo, es muy útil para comprender vuestra presente situación espiritual, la etapa del camino que estáis viviendo. 3. En fin, os repito cuanto yo aprendí de quien me dio el «mes» de Ejercicios hace más de treinta años, en mi tercer año de noviciado. Era un experto director de Ejercicios, alemán, y comenzaba cada meditación -cuatro meditaciones al día durante treinta díasdiciéndonos: Sich ruhig vor Gott werden lassen, dejar reposar el alma ante Dios. Todos tenemos necesidad de dejar reposar el alma ante Dios, también en la vida claustral porque los intereses, las inquietudes, las preocupaciones no faltan. ' «Señor, queremos ofrecerte todo aquello que nos turba, que nos pesa, que nos urge, en el deseo de poseer tu paz. Danos un corazón humilde, un corazón sereno, un corazón dócil, un corazón quieto». Es tan importante esta disposición del corazón que la primera reflexión de mañana estará destinada a profundizar en ella meditando sobre la palabra que Dios dirige a Elias: «Escóndete» ( I R 17, 3). La primera palabra de Yahvé al profeta no es: ve a realizar tal acción, ve a proclamar tal oráculo. Por el contrario, le invita a retirarse, a esconderse junto al torrente. 12

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I ESCÓNDETE JUNTO AL TORRENTE KERIT San Ambrosio habla frecuentemente de Elias. Se puede decir que, en casi todas sus obras se menciona al profeta porque evidentemente lo tenía muy presente. Es, particularmente, en el tratado La fuga del mundo donde leemos lo del torrente Kerit. Después de haber explicado la fuga buena, la fuga al desierto «donde huyeron Elias, Elíseo, Juan el Bautista», se detiene en Elias que «estaba junto al torrente Corrad, que significa conocimiento, para captar copiosamente el conocimiento de Dios que en el mismo transcurría, huyendo del mundo hasta tal punto que no buscaba otro alimento para el cuerpo sino aquel que le conseguían los pájaros, que le servían, aunque frecuentemente su alimento no fuera terreno. En consecuencia, por la energía infundida en él por el alimento recibido, caminó durante cuarenta días» (Ambrosio, La fuga del mundo, 6, 34). Ambrosio toma el nombre del torrente Corrad directamente de la Biblia griega, mientras la Vulgata usa el nombre de Karit, que en versiones ordinariamente se convierte en Kerit. 15

Sin embargo, confieso que no sé dónde haya encontrado la etimología «conocimiento» para Corrad, pero a nosotros nos interesa captar el significado espiritual del episodio: Elias estaba junto al torrente para prepararse copiosamente en el conocimiento de Dios. Nuestro gran patrón usaba, para leer la Escritura, el modo alegórico-espiritual que busca el alimento para el alma en los mínimos particulares del Texto Sagrado, y así con toda libertad pone juntos el relato del torrente Kerit con el alimento con el alimento recibido por Elias en el desierto por medio del ángel y el camino hacia el Horeb. También nosotros nos proponemos durante estos días leer los párrafos de la Escritura con atención a la exégesis histórica, literal, y, a la vez, con el deseo de entender el sentido espiritual según el ejemplo que nos da Ambrosio.

1 R 17,1-6 «Elias tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: Vive Yahvé, Dios de Israel, a quien sirvo. No habrá estos años rocío ni lluvia más que cuando mi boca lo diga». Fue dirigida la palabra de Yahvé a Elias diciendo: «Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en el torrente de Kerit que está al este del Jordán. Beberás del torrente y encargaré a los cuervos que te sustenten allí». Hizo según la palabra de Yahvé, y se fue a vivir en el torrente de Kerit que está al este del Jordán. Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente» (1 R 17, 1-6). Dividamos el párrafo en cuatro partes: - la presentación de Elias, hecha sin ningún preámbulo. No sabemos cuál era su formación, ni siquiera nos dice que fuera un profeta: era un hombre de Galaad; - este hombre, en un momento determinado, irrumpe en el curso de la historia de los reyes con una profecía amenazante, una palabra profética de castigo; - sigue una palabra del Señor dirigida a él, y, en fin, - la ejecución de la orden de Yahvé de marcharse junto al torrente. 16

1. Ciertamente hay una causa histórica que justifica la orden del Señor: Elias se encontraba en la necesidad de salvarse de la ira del rey Acab. El tema de la fuga se repetirá en las aventuras del profeta en el capítulo 19 del primer Libro de los Reyes, en el momento en que la reina Jezabel, después del sacrificio en el monte Carmelo, le mande un mensajero para atemorizarlo. Pero también está presente en la vida y en las palabras de Jesús: «Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra» (Mt 10, 23). Y él huye al saber que los fariseos habían celebrado un consejo contra él para quitarlo de en medio: «Pero Jesús se alejó de allí» (Mt 12, 14-15). Justamente, pues, San Ambrosio escribe que la ocasión histórica de la fuga de un profeta asume, a los ojos del creyente, un significado también espiritual. Frente a situaciones difíciles, pesadas, confusas, el creyente se retira para cobrar nuevas fuerzas, para restaurarse, para renovarse, de manera que quede en condiciones de afrontar nuevamente el peligro. De hecho Elias retornará al rey; va al Kerit para alcanzar más copiosamente el conocimiento de Dios, para contemplarlo con mayor pureza de corazón. 2. En esta lectura queremos concentrarnos en los versículos 3-4: «Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en el torrente de Kerit que está al este del Jordán. Beberás del torrente y encargaré a los cuervos que te sustenten allí». Intentemos gustar cada palabra, teniendo presente las posibles resonancias bíblicas para entender cómo se coloca al interior de las Escrituras. - «Sal de aquí». Nos acordamos enseguida del inicio de la historia de la salvación, de la orden de Dios a Abraham: «Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre» (Gn 12, 1). Con «Sal de aquí» empieza también la historia del profeta de Tisbé: deja el lugar en el que estás, el lugar de las seguridades, y vete a otro sitio. - «Dirígete hacia oriente». El oriente es el lugar de donde viene la salvación, el símbolo de Cristo, sol que nace y salva. Nosotros mismos solemos hablar de «orientación» para indicar los puntos de 17

referencia en la vida. Y, por ejemplo, hacemos los Ejercicios para orientarnos, para colocarnos en el sitio justo respecto al lugar de donde viene la salvación. - «Esconde junto al torrente de Kerit». Subrayo la armonía con la palabra de Jesús: «Tú, cuando reces, entra en tu habitación y, cerrada la puerta, reza a tu Padre en lo secreto», M abscondito, «y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6, 6). - «Beberás del torrente y encargaré a los cuervos que te sustenten». Este pasaje bíblico está recordando la narración del pueblo de Israel confiado, en el desierto, a los alimentos que les de Yahvé: «Cuando el Señor os dé por la tarde carne para que comáis y por la mañana el pan hasta saciaros... Al atardecer comeréis carne y por la mañana os saciaréis de pan; sabréis entonces que yo soy el Señor vuestro Dios» (Ex 16, 8. 12). Y también: «Mira, yo estaré delante de tí sobre la roca, en Horeb; golpearás la roca y saldrá de ella agua para que beba el pueblo» (Ex 17, 6). A Elias «los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde» (1 R 17,6). Por tanto, y aunque algunos exégetas afirmen que la figura de Elias no parece tener referencia al tema de la alianza, del pacto, al tema de Moisés, en realidad existen semejanzas; el profeta de Tisbé está descrito como el hombre que debe retomar en el desierto el camino de confianza de Israel, aceptando sólo de Dios la comida y el agua; él vuelve a vivir la antigua experiencia de abandono total al Señor.

Meditado Pasando al momento de la meditación, me propongo volver sobre algún subrayado de la lectura con preguntas respecto a los valores y a los significados también simbólicos del texto. 1. ¿Qué representa el torrente de Kerit? Para situarlo debemos ver con la imaginación el río principal de la tierra de Israel, el Jordán, en el tramo que, desde el lago de Genesaret desciende hacia el mar muerto. A lo largo de este tramo recibe algunos afluentes, de los que los más importantes son los de la izquierda, el Jarmuk y el Jabbok, famoso por el pasaje de Jacob. Probablemente entre estos dos está el Kerit que, entre otras cosas, no está lejos de Iisbé, en la región de Galaad en la TransJordania, patria de Elias. El Señor lo 18

manda a los lugares en los que más fácilmente se puede esconder porque conoce bien todos los parajes entre las rocas. Intentemos bajar también nosotros hacia el Kerit que, como otros torrentes de Israel, se encuentra casi al fondo de un barranco. Recorremos una pista pedregosa, llena de polvo, escarpada, que discurre a través de gargantas abruptas. La vegetación es pobre, árida; aquí y allá podemos descubrir grutas escavadas en los flancos del barranco. El sol tarda en penetrar en las gargantas y su calor no nos alcanza. Después de haber superado, con cierta dificultad, el último giro en la bajada nos encontramos de improviso ante un escenario delicioso: el sol ilumina un oasis de mil colores rico en albericoques, granados, olivos, palmeras, dátiles, naranjos, y un pequeño arroyo límpido avanza, desapareciendo y volviendo a aparecer entre la vegetación, sobre un lecho de guijarros blancos. Es el Kerit, y valía la pena pasar por tantos trabajos para verlo. Queriendo reflexionar sobre el símbolo de esta imagen geográfica, guiados por la intuición de Ambrosio, podemos ver en el torrente Kerit la oración escondida, la oración contemplativa profunda, desconocida a los ojos del mundo, para la que es necesario caminar largamente en la desolación, en la aridez, en el desierto, antes de llegar a la misma, pero que nutre abundantemente el espíritu. Oración escondida a los ojos del mundo -«escóndete junto al torrente de Kerit»- y también, en no pocas ocasiones, escondida a nosotros mismos. Oración impalpable, misteriosa, del mismo modo que es dura, fatigosa, oscura, la pista que conduce al fondo del barranco. Oración en apariencia árida y, sin embargo, fecunda en lo más íntimo, en lo más profundo. Más allá de las palabras inmediatas del texto, podemos ahora reflexionar sobre la existencia de una oración que no se puede juzgar sólo por los sentimientos y por las emociones que suscita. Es la oración de las praderas, de la llanura alegre y lujuriosa, de los prados en flor, donde todo es bello y agradable; es la oración de los bosques siempre ricos en árboles y en frutos. Es la oración del torrente Kerit, que a primera vista es árida, desolada, pobre, poco atrayente; pero es verdadera oración que alimenta el espíritu, aunque quizá pase desapercibida a la sensibilidad humana. 19

olvida, ve en lo secreto, en la aridez del valle, y te alimenta. «Mirad los pájaros del cielo: ni siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (Mt 6, 26). Si Dios nutre nuestro cuerpo, 2. ¿Qué quiere decir para nosotros «¡escóndete!»? A la luz de ¿no nutrirá acaso mucho más nuestra alma, nuestra oración, tal y la palabra de Jesús en Mateo 6, 6 no debemos buscar en esta oracomo hizo con Elias? Es interesante el pasaje paralelo de Lucas, ción -que evidentemente no es para principiantes sino para quien porque habla precisamente de los cuervos: «Mirad los cuervos: ni ha recorrido ya un largo camino- un fruto sensible ni ante los otros siembran ni cosechan, no tienen bodega ni granero, y Dios los alini ante nosotros mismos, sino que debemos contentarnos con que menta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!» (Le 12,24). sea solamente Dios quien vea el fruto. El cuervo de Elias nos recuerda también el abandono de las No intentes pesarlo en ti mismo; confíalo a Dios, lánzate a los aves del cielo al Padre, gracias a lo cual no sólo se nutren a ellas antros, a las cavernas que hay cabe el torrente, déjate envolver por mismas sino que son capaces de alimentar a otros: este cuervo la soledad árida de aquella oración que es rica y fructífera a los vive de la providencia y alimenta además a un profeta. ojos del Señor. «¡Escóndete!», no intentes ver nada porque en los Por tanto, nuestra oración, aunque pobre y árida, puede nutrir a despeñaderos del valle, no hay más que desolación y aridez. la Iglesia, a sus profetas, a sus pastores, porque Dios ve en lo 3. ¿Qué significa «beberás del torrente»? La oración de la que secreto y suscita en la misma estos intercambios de oración. Concluyendo, podremos retomar la palabra de Pablo en la Carestamos hablando, oración silenciosa, contemplativa, perseverante ta a los Romanos, donde nos asegura que esta oración está alimenen la ausencia de palabras y conceptos, es pobre, depende de la tada por el Espíritu Santo: «Y de igual manera, el Espíritu viene en gracia de Dios, depende de los cuervos que te llevan la comida, ayuda de nuestra flaqueza» -la debilidad de quien no logra hacer depende del torrente. una oración bien hecha, llena de setimientos ajustados- «pues No es una oración que podamos fabricar nosotros, del mismo nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el Espíritu modo que Israel, en el desierto, no podía fabricar su comida, sino mismo intercede por nosotros con gemidos inefables; y el que que dependía del maná y de las codornices. Es verdad que es neceescruta los corazones sabe cuál es la aspiración del Espíritu, y que sario al principio prepararse para hacer la oración, emplear todo su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, esfuerzo, con el uso de los métodos que mejor nos ayuden a ordenar sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los nuestros pensamientos, a expresarlos de manera racional y eficaz. que le aman; de aquellos que han sido llamados según su desigSin embargo llega el tiempo en el que el Señor dice: «Escóndete, nio» (Rm 8, 26-28). fíate». «Concédenos, Espíritu de Dios confiarnos a ti que estás interEntonces la oración se nutre con lo que nos es dado, con el cediendo en este momento por nosotros según los designios del agua que corre entre las piedras, con los pocos pensamientos que Padre». el Espíritu Santo sugiere; se nutre con los trozos de carne que traen los cuervos; no es ciertamente una abundancia, pero es lo Examen de conciencia suficiente para perseverar en la oscuridad sin saber bien ni cómo ni cuándo vendrá la inspiración de lo alto. Antes de dejaros para la meditación personal que os introducirá El torrente Kerit enseña que no existe solamente la oración de a la contemplación silenciosa, presento algunas preguntas para el las praderas, de 1 ,s grandes campos de grano, sino también la oraexamen de conciencia. ción del abandono en la oscuridad; Dios, efectivamente, no te

Éste es el misterio en el que nos introduce la imagen del torrente Kerit.

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\.¿He abandonado mi oración? ¿Quizá, más bien, estoy demasiado preocupado, casi como si fuera un éxito mío personal? Ya hemos dicho que es necesario hacer de todo para que la oración salga bien, es necesario prepararla, rodearla de silencio, vivirla en su justo ritmo. Sin embargo, todo esto podría transformarse en un intento de lograr la oración como un éxito, no escuchando por tanto la palabra: «¡escóndete junto al torrente!» 2. ¿Cómo me comporto en la aridez? ¿Me inquieto, me irrito conmigo mismo? ¿O quizá me sirvo de aquel poco que el Señor me da, poniéndome diligentemente a hacer cuanto puedo y confiando el éxito a Dios? Quizá puede sobrevenir el miedo de no estar bien alimentados de buenos pensamientos, de no tener ya ningún pensamiento relativo a Dios. No importa, está el cuervo de Elias que, si tú te abandonas, te provocará el pensamiento en el momento justo. ¿Cómo me comporto, pues, en la aridez? ¿Me agito, me culpo amargamente en vez de convertirme humildemente?

EL REINO DE DIOS EN LA TIERRA Jr 7,1-11; Mt 13,24-30

La cizaña y la buena semilla

Volvamos a leer la parábola del capítulo 13 del evangelio según 3. ¿Practico una «pobreza contenta»? La expresión, muy bella, Mateo: es de Juan XXIII. ¿Intento hacer lo que puedo con diligencia, sin «El Reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró descuidar mis deberes, sin descuidar lo que me han enseñado buena semilla en su campo, pero, mientras su gente dormía, vino acerca de la oración contentándome después con la oración que me su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando da el Señor, adorándolo en el silencio y en lo escondido, sabiendo brotó la hierba y echó luego la espiga, apareció entonces también que de ese modo la oración empieza a ser la del torrente Kerit? la cizaña. Los siervos del amo fueron a decirle: "Señor, ¿no sem«Oh María, madre de la oración, concédenos entrar en la ora-braste buena semilla en tu campo?, ¿cómo es que tiene cizaña?" Él ción misteriosa de Elias, de los profetas, entrar en tu oración, en les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto". Le dicen los siervos: la oración de tu Hijo en el huerto de Getsemaní, para que también "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Les contesta: "No, no nosotros nos escondamos con él en el torrente Cedrón para elevar sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que al Padre nuestro grito de abandono». ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero"» (Mt 13, 24-30). Quisiera recordar que hoy celebra la Iglesia milanesa la memoria de los mártires Nazario y Celso, dos santos cuyas reliquias fueron descubiertas por san Ambrosio un año antes de su muerte, en el 396, y fueron depositadas en sepulcros célebres y famosos, 22

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como la Basílica de los santos apóstoles y Nazario y el Santuario de Santa María de los Milagros, junto a San Celso. Este episodio de la vida de Ambrosio evoca uno mucho más famoso, ocurrido diez años antes: la vuelta de las reliquias de los santos Gervasio y Protasio, que despertó gran entusiasmo en la ciudad favoreciendo un resurgimiento de la fe. Teniendo presente este contexto, intentemos reflexionar sobre la parábola de la cizaña y de la buena semilla.

El antagonista del reino de Dios

Hay otros textos evangélicos que presentan alguna afinidad con nuestra parábola: la del sembrador que sale a sembrar en diversos terrenos (cfr. Mt 13, 3 ss); el párrafo del grano que crece por sí mismo (cfr. Me 4, 26-29); las parábolas del juicio porque también para la cizaña y la buena semilla se trata de un juicio final. Muy interesante, a mi parecer, es la llamada a las palabras de Juan Bautista: «Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego... Viene uno que es más fuerte que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias... En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga» (Le 3, 9. 16-17). La página evangélica de hoy contiene, pues, la perspectiva de un juicio que aparta a los malos y salva a los buenos. Podemos comprender así el origen de la parábola: nace probablemente de una pregunta hecha a Jesús, no inmediatamente al inicio de su ministerio, sino un poco más tarde, cuando se empezaba a intuir que en el fondo el reino de Dios no estaba viniendo tal como se le esperaba. De hecho continuaban juntos, mezclados, todos: los malos molestaban a los buenos, y los buenos que tal vez se escandalizaban de la presencia de los malos. Esto ocurría no solamente en el ámbito de la sociedad hebrea y greco-romana del tiempo, sino también en el círculo de los discípulos: no todos eran santos, no todos eran buenos, no todos ejemplares. De aquí, la pregunta: ¿dónde está, pues, el reino de Dios? ¿Cómo es que la buena palabra sembrada por Jesús no germina en una mies de santos? ¿Cómo es que hay santos y, a la vez, malvados? 24

[Jesús, con tranquilidad y sencillamente, responde: el reino de Dios es semejante a un hombre que hace las cosas bien, pero tiene un enemigojEl reino de Dios tiene un perenne antagonista que actúa en la historia de manera igual y contraria; también él siembra, pero siembra cizaña. Cizaña son los impíos, aquellos que no respetan ni a Dios ni al prójimo, y, ampliando la aplicación, son cizaña los tibios, personas que hacen pesado el camino del Reino, de las comunidades, personas que no están nunca contentas, que continuamente refunfuñan, que critican, que escriben cartas y peticiones lamentándose un poco de todo y de todos. ¡Los buenos se preguntan cuándo, por fin, podrán alejar a esta gente molesta y trabajar sin tantos obstáculos, quedando solamente aquellos que, aún en medio de muchas fragilidades, se esfuerzan por caminar sinceramente ante DiosJ Jesús enseña a los buenos que la comunidad de los puros soñada por ellos no es el reino de Dios. A este propósito debemos notar la diferencia con la predicación de Juan Bautista que presagiaba un juicio bastante próximo.^Jesús^sin embargo, explica que el reino de Dios avanza en la paciencia, en el saber soportaren la humildad y en el sufrimiento de no ver a todos perfectos. i|

Paciencia y saber soportar Es fácil comprender la importancia de una doctrina así, y que nosotros olvidamos frecuentemente. ¡Cuántas veces nos lamentamos de la sociedad, de la poca incidencia de la palabra de Dios, de las comunidades cristianas que no dan un testimonio ejemplar, de sacerdotes que no son como debieran ser, de laicos que no viven como verdaderos cristianos! Y probablemente continuamos preguntándonos cómo la palabra de Dios no ha cambiado, después de dos mil años, el corazón de las naciones, no ha abolido las guerras, la crueldad, las violencias, las injusticias. Esta visión, de la cual quizá nos dejemos llevar todavía, no es una visión justa del Reino. Efectivamente, el Reino de Dios es una realidad conflictiva, combatida, en la que conviven continuamente el bien y el mal, la luz y las tinieblas, la alegría y la murmuración, la exultación y la 25

depresión más amarga. Pero éste es el Reino de Dios que se desarrolla en la tierra, y quien no lo recibe así se equivoca, se abandona a sueños. Por ahora el Reino es esto, aquí está el Mesías. Un día él vendrá de nuevo y atará la cizaña en gavillas para quemarla; pero eso será un día, no ahora. San Agustín comenta frecuentemente esta parábola, mejor aún, se refiere a ella para defenderse de la acusación de algunos celosos que denunciaban a la comunidad de Hipona como poco fervorosa. En aquel tiempo el razonamiento era particularmente actual porque la religión cristiana, acabadas las persecuciones, era no sólo tolerada, sino más aún, protegida. La gente creía conveniente bautizarse y precisamente por esto Ambrosio instituyó un riguroso catecumenado. Es decir, comenzaban las dificultades de una Iglesia de masas, que no reúne solamente a los pocos puros que tiene el coraje de afrontar la muerte y la persecución, sino a otra mucha gente; así, junto a los maduros en la fe, estaban los débiles, los más desprovistos; junto a los entusiastas y a los celosos estaban también los tibios, los lentos J Jesús, sin embargo, nos advirtió desde el principio que también esta comunidad es cristiana. Es verdad que en otros pasajes del evangelio de Mateo nos dirá que a males extremos es necesario poner remedios extremos; cuando, por ejemplo, el hermano no escucha ni en privado ni ante dos testigos ni ante la asamblea, es necesario alejarlo (cfr. Mt 18,15-17). Esto sirve todavía más para las comunidades religiosas en las que se entra por elección y que requieren una disponibilidad profunda para buscar a Dios, para crecer en el camino de la fe, para dejarse corregir y formar por la comunidad; faltando tales disposiciones es mejor llegar a la separación porque, evidentemente, la vida en comunidad no es útil a todas las personasj| Continúa siendo cierto, sin embargo, que la Iglesia recurre a la excomunión sólo por motivos gravísimos, en casos absolutamente extremos. Mientras tanto soporta, y sabemos bien cómo es duro esto del soportar. Frecuentemente los sacerdotes son los que más sienten este soportar porque querrían sólo gente fervorosa, gente que se acerca a los sacramentos con corazón sincero y mente clara y, sin embargo, deben cansarse en realidad, intentando hacerse 26

entender por una comunidad compuesta por personas vulgares, sin aspiraciones, distraídas, carentes de grandes deseos. Pero se trata de la fatiga del Reino y es, por eso, meritoria. San Ambrosio la afrontó; de hecho, ante la exigencia cada vez mayor del catecumenado, buscó nuevos medios para subrayar la importancia de la santidad cristiana, para empujar a la gente a vivirla, encendiendo el fuego apagado en sus corazones, sin rechazar a nadie. Uno de los principales medios usados por san Ambrosio fue aprovechar ampliamente el descubrimiento de las reliquias de los mártires Gervasio y Protasio, Nazario y Celso: «Mirad -decía- que hubo un tiempo en que el cristianismo fue difícil y muchos murieron por confesar su fe; vosotros, pues, cuando os hacéis bautizar, debéis estar también prontos a morir por Cristo».\Como buen padre, enfervorizaba así a la comunidad, no usando inmediatamente remedios drásticos sino promoviendo continuamente el celo de los sacerdotes y de los fielesJi Es ésta la vía a la que todavía hoy estamos llamados aunque frecuentemente nos encontremos con una parte del pueblo de Dios que es un tanto pesada, que debe ser arrastrada, que oye con desgana la predicación, que parece venir a la iglesia para hacerle un favor al sacerdote. No sería evangélico querer sólo a los mejores, a los más perfectos, querer bautizar sólo a aquellos cuyos padres piden el Sacramento con fe ardiente y con amor semejante al de los padres cristianos más ejemplares. La solución que nos enseña Jesús es esperar, para que no ocurra que arrancando la cizaña arranquemos con ella la buena semilla. El Evangelio hoy nos invita a vivir nuestra vida cristiana y la vida comunitaria con gran valentía, sabiendo que es conflictiva, que no todas las cosas van bien, que hay siempre en nosotros formas de resistencia suscitadas por el enemigo. Formas de resistencia que ponen a prueba nuestra fe, purifican el corazón y nos conducen a la santidad verdadera de vida, no a la imaginada en una comunidad ideal, sino vivida en la paciencia de una comunidad real. Pidamos a los mártires Nazario y Celso que nos ayuden, según la intención de san Ambrosio, a vivir así la espera y la presencia del reino de Dios. 27

II ESTOY EN SU PRESENCIA El ángel Gabriel apareciéndosele a Zacarías y hablando de Juan Bautista le dice: «El será grande delante del Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel les convertirá al Señor su Dios, y le precederá con el espíritu y el poder de ¡Elía§, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la sabiduría dejos, justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuestox((Lc 1,15-17)7) -rr^™\ NosotrOs-queretnOs penetrar en este «espíritu y fuerza de Elias» del que escribía san Ambrosio, comentando el pasaje evangélico: «Elias tuvo una gran virtud y gracia: la virtud de convertir los ánimos de la incredulidad a la fe, la virtud de una vida mortificada y paciente y el espíritu de la profecía» (Exposic. del evangelio según san Lucas, I, 36-37). «Concédenos, Señor, alcanzar algo del espíritu y de la fuerza de Elias, para que también nosotros podamos participar de ellos. 29

Tú que conoces la necesidad que tenemos de ti, la necesidad que de ti tienen nuestras comunidades, la Iglesia de hoy, la sociedad, revélanos el secreto de la fuerza del profeta». Y, para poder participar del espíritu y de la fuerza de Elias propongo que meditemos sobre la definición que él da de sí mismo desde el inicio de su ministerio, cuando se presenta hablando a Acab: «Por la vida del Señor Dios de Israel en cuya presencia estoy» (1 R 17,1). J Él no se presenta como un escriba, como un conocedor de la ley, ni tampoco como un profeta, sino como uno que está en la presencia de Dios. Es interesante ver que también dirigiéndose a Abdía, servidor de Acab, para anunciarle que está preparado para presentarse al rey, exclama: «Por vida del Señor de los ejércitos, en cuya presencia estoy, hoy mismo me mostraré a él» (1 R 18, 15/ La insistencia nos lleva a sospechar que este su estar ante Yahvé es el secreto, de su fuerza. Procederemos a través de tres momentos sucesivos, preguntándonos en primer lugar qué significa la afirmación de Elias; después cómo vive él la autodefinición de sí mismo; en fin, cómo nos encontramos nosotros respecto a tal actitud.

El único Señor La expresión se interpreta en el cuadro de la fraseología de corte del antiguo oriente. Era muy difícil ser admitido ante la presencia del rey; se daba un complicado ceremonial. Sin embargo, algunas personas, aquellas de las que el rey se fiaba completamente, vivían constantemente en su presencia. En otra circunstancia, efectivamente, Elias pronuncia la frase «estoy en su presencia» de manera diversa: «A la hora en que se presenta la ofrenda» -estamos en el monte Carmelo, donde se desenvuelve el gran juicio contra los sacerdotes de la idolatría- «se acercó el profeta Elias y dijo: "Yahvé, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que hoy se sepa que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor"» (1 R 18, 36). La conciencia de estar en la presencia de Dios no es simplemente cultual; no se define como sacerdote, sino como servidor. 30

Un servidor fiel que conoce los pensamientos del rey, que escucha de viva voz sus mandatos y los cumple prontamente. En la Sagrada Escritura esta expresión aparece en otras ocasiones: - Moisés enseña al pueblo las instrucciones de Yahvé que dice entre otras cosas, refiriéndose a la tierra prometida: «Tú no entrarás en ella, sino que entrará Josué, hijo de Nun, que está a tu servicio» (Dt 1, 38). Josué está al servicio de Moisés, le es totalmente fiel, aprende directamente sus órdenes y, por tanto, puede hablar y actuar con la fuerza de Moisés y continuar su obra. - El rey Josafat ha comprendido que Elíseo es un siervo fiel a Yahvé porque habla sólo sus palabras: «La palabra del Señor está en él»(2R3, 13). - El Señor renueva la vocación de Jeremías: «Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si sacas ló precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos ^e vuelvan a ti, y no tú a ellos. Yo te pondré para este pueblo por muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy yo para librarte y salvarte» (Jr 15, 19-20). También en este pasaje se subraya la continuidad entre lo que Dios quiere y dice y lo que quiere y dice su profeta. - También, a propósito de los hijos de Dios, es decir, de los ángeles, leemos en el Libro de Job: «Un día, los hijos de Dios fueron a presentarse ante el Señor» (Jb 1, 6); «Cuando un día los hijos de Dios fueron a presentarse al Señor» (Jb 2, 1). Y sabemos que después se da el gran consejo del Altísimo; él discute sus planes con aquellos que se presentan ante él, que conocen sus intenciones y sus proyectos. Podremos, pues, traducir la expresión «ante cuya presencia estoy» de la siguiente manera: Dios es mi rey, mi único Señor, yo le he escogido a él sólo y basta; estoy de su parte, me rijo en todo por él, soy su siervo, lo escucho, cumplo lo que quiere, realizo absolutamente su voluntad. Éste es el corazón de la espiritualidad de Elias; es uno que ha comprendido que sólo Dios cuenta, uno que acoge su ley, su amor, 31

su dominio, que no quiere a nadie fuera de Dios, que lo lleva en lo más profundo de su vida, que hace del Señor su definición.

La actitud interior de Elias ¿Cómo vive Elias la búsqueda del Dios solo, el estar en su presencia, el regirse solamente por la palabra del Señor? Sería útil, y podréis hacerlo en la meditación personal, recorrer todos los episodios de la vida del profeta para captar cuáles son las consecuencias de la definición que ha dado de sí mismo. Yo me limito a indicaros cuatro aspectos de su actitud interior: 1. Elias no tiene miedo de ninguna autoridad humana y por ello es libre de recriminar al rey, más aún, en la historia bíblica, es el profeta por excelencia que amenaza al rey. - Leamos el contexto que ha provocado su primera intervención ante Ajab: «Ajab, hijo de Omrí, comenzó a reinar en Israel el año treinta y ocho de Asá, rey de Judá. Reinó sobre Israel en Samaría veintidós años. Hizo el mal a los ojos de Yahvé más que todos los que fueron antes que él. Lo de menos fue haber seguido los pecados de Jeroboam, hijo de Nebat, sino que, además, tomó por mujer a Jezabel, hija de Ittobaal, rey de los sidonios, y se fue a servir a Baal postrándose ante él. Alzó un altar a Baal en el santuario de Baal que edificó en Samaría. Hizo Acab el cipo y aumentó la indignación de Yahvé, Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que le precedieron» (1 R 16, 30-33). Sobre esta idolatría del rey cae la terrible palabra del profeta: «Elias tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: "Vive Yahvé, Dios de Israel, a quien sirvo. No habrá estos años rocío, ni lluvia más que cuando mi boca lo diga" (1 R 17, 1). Es como decir: vosotros habéis buscado la fecundidad de la tierra sirviendo a los ídolos, pero la tierra será árida. Es la primera gran toma de posición de Elias como profeta de los castigos de Dios. - Una segunda amenaza ocurre mucho tiempo después, cuando el rey lo encuentra de nuevo: «Cuando Ajab vio a Elias le dijo: "¿Eres tú, azote de Israel?" Él respondió: "No soy yo el azote de Israel, sino tú y la casa de tu padre, por haber abandonado a Yahvé y 32

haber seguido a los Baales. Pero ahora, envía a reunir junto a mí a todo Israel en el monte Carmelo, y a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, que comen a la mesa de Jezabel"» (1 R 18,17-19). - Y por tercera vez vemos a Elias reprochando al rey, después que éste hizo matar a Nabot para apropiarse de su viña: «Entonces fue dirigida la palabra de Yahvé a Elias tesbita diciendo: "Levántate, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que está en Samaría. Está en la viña de Nabot, a donde ha bajado a apropiársela. Le hablarás diciendo: Así habla Yahvé: Has asesinado ¿y además usurpas?... Ajab dijo a Elias: "Has vuelto a encontrarme, enemigo mío". Respondió: 'Te he vuelto a encontrar porque te has vendido para hacer el mal a los ojos de Yahvé. Yo mismo voy a traer el mal sobre ti y voy a barrer tu posteridad y a exterminar todo varón de los de Ajab, libre o esclavo, en Israel. Y haré tu casa como la casa de Jeroboam, hijo de Nebat, y como la casa de Basa, hijo de Ajías, por la irritación con que me has irritado y por haber hecho pecar a Israel. También contra Jezabel ha hablado Yahvé diciendo: 'Los perros comerán a Jezabel en la parcela de Yizreel'. A los hijos de Ajab que mueran en la ciudad los comerán los perros y a los que mueran en el campo los comerán las aves del cielo"» (1 R21, 17-24). - Otro reproche de Elias es dirigido al rey Ococías, hijo de Ajab, que había interpelado a Baal-Zebub, dios de Ecrón, para saber si sería curado de su enfermedad: «"Así dice Yahvé: Porque has enviado mensajeros para consultar a Baal-Zebub, dios de Ecrón, como si en Israel hubiese algún Dios que interrogar, fuera de mí, por eso, del lecho al que has subido no bajarás, pues de cierto morirás". Murió según la palabra de Yahvé que Elias había dicho» (2 R 1, 16-17a). El considerarse esencial y únicamente un siervo de Yahvé da, pues, a Elias aquel coraje indomable que le hace popular en toda la tradición sucesiva. A Juan Bautista se le comparará con él precisamente por el coraje que le empuja a reprochar al rey Herodes. San Ambrosio dedicaba mucho de su tiempo a reflexionar sobre estos episodios de la vida del profeta porque él mismo se había visto sometido a intervenciones parecidas. Él escribe que los reproches a Ajab son un ejemplo muy útil; de hecho, allí donde 33

hay culpas graves «parece que el sacerdote no pueda eludir el acto de la corrección con un justo reproche» (Comentario a doce Salmos, 37,43). Nosotros diremos hoy que no hay que tener miedo de los políticos, no hay que tener miedo de anunciar sus culpas a los poderosos, sabiendo siempre, sin embargo, responder personalmente de esas denuncias. 2. Una segunda característica que deriva del estar en la presencia del Señor es que Elias no tiene miedo del juicio de la gente. Es posible que nosotros logremos llegar a desafiar a los políticos pero, sin embargo, tenemos pánico a las críticas de la opinión pública, de la gente, del «se dice» de los periódicos, de la prensa, de la comunidad. Estamos hasta tal punto condicionados que no logramos realizar determinados gestos, no logramos intervenir con palabras y con acciones. Elias no teme y sobre el monte Carmelo, donde ha hecho que se reúnan todos los israelitas y todos los falsos profetas, exclama dirigiéndose al pueblo: «He quedado solo, como profeta del Señor^ mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos c i n c u e n t a v o ^ 18, 22). Ño tiene miedo de la soledad. Frecuentemente nosotros, nos quedamos solos, pensamos estar equivocados, pensamos estar combatiendo contra molinos de viento, pensamos que tal vez tenga razón la opinión pública. En realidad, cuando existe verdaderamente el conocimiento profundo de Dios y de su voluntad, la soledad no pesa. Obraba en soledad aquel hombre que, habiendo encontrado un tesoro escondido en un campo, vendió todo lo suyo para adquirirlo (cfr. Mt 13, 44-46). La gente lo desaprobaba, lo consideraba loco, pero el mercader y el hombre aquel estaban llenos de alegría. Obra en soledad, no raras veces, quien escoge una vocación religiosa, una vocación claustral, y las personas no entienden, murmuran, aducen los más variados argumentos para disuadir. Pero el verdadero sentido de Dios nos permite superar con ánimo las opiniones, aparentemente razonables, de los otros. 3. La tercera característica la describimos sirviéndonos de un argumento de Ambrosio: el celo es la gracia de Dios que va a la 34

búsqueda, que penetra en el corazón del justo, es la vida de Dios. «El celo fue una dote de Elias, y por eso fue arrebatado al cielo: Tenía celo y mi celo lo he gastado por el Señor» (Comentario al Salmo 118, 28, 12). «Ardo en celo por el Señor deJos ejércitos»./ responderá Elias a Yahvé, en el Horeb (cfr. 1 R 19,

ío/í*). ¿*

4. Junto al celo, Elias vive la soledad espiritual, sin temerla. A este propósito hay un hermoso pasaje de Ambrosio donde explica esta consecuencia de estar en la presencia del Señor. Tomando como base el versículo de Lucas «cuando el cielo estuvo cerrado durante tres años y seis meses» (Le 4, 25) escribe: «Era noche para los pérfidos, pero para Elias había luz; estaba cerrado el cielo para los pérfidos, pero estaba abierto para Elias; había carestía para los pérfidos, pero abundancia para Elias. Efectivamente, no podía tener hambre porque los seres celestes le servían la comida y no tenía hambre, él que daba de comer a los otros. Por tanto, en las tinieblas el justo es luz para sí mismo» (Comentario a doce Salmos, 36, 32). Quien está en la presencia del Señor tiene esa misma luz interior, de modo que no tiene que temer las tinieblas. Para Elias su vida la que está modelada por el respeto amoroso a aquel Señor que él eligió servir con todas sus fuerzas, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el espíritu. La suya es una actitud global de adoración, de ofrenda de sí mismo, de reverencia, de dedicación. Y es, en realidad, la actitud fundamental del hombre bíblico, del hombre que vive el Shemá: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estos mandatos que te doy hoy, los fijarás en tu corazón; los repetirás a tus hijos, los enseñarás cuando estés sentado en tu casa, cuando andes por los caminos, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6, 4-7). Adorarás al Señor tu Dios y a él solo servirás, la actitud religiosa por excelencia: querer que Dios sea el primero en ser servido, ponerlo por encima de todo, disponerse a escucharlo, a servirlo con amor, con afecto profundo, en el culto y en la plegaria, en la liturgia y en la adoración silenciosa, en la Eucaristía y en la vida cotidiana, en los juicios y en los pensamien35

tos, en no dejarse condicionar por los juicios de los otros, en mantener el ánimo calmado, quieto, ser aún en medio de las pruebas espirituales.

¿Cómo vivo mi consagración? Para verificar cómo vivimos nuestro estar en la presencia de Dios cómo vivimos nuestra consagración, subrayo cuatro actitudes sobre las que os invito a examinaros. 1. La actitud fundamental la expreso con una pregunta: ¿Miro sólo a Dios?, ¿me guío solamente por él?, ¿es Jesús mi regla, mi referencia, mi punto de orientación? Cuando soy llamado, a hacer, a pensar, a decir, a juzgar, ¿de dónde parto?, ¿de lo que hacen, dicen, piensan los otros o de lo que quiere el Señor? Muchas veces en las comunidades parroquiales, en las religiosas, en el momento de tomar decisiones nos preocupa lo que pensarán los demás, y eso no es del todo equivocado. Pero sobre todo es necesario medir si aquella decisión es conforme a la voluntad de Dios, si es buena en sí, si puede resultar agradable al Señor. No conviene nunca partir de la oportunidad, sino que debemos partir de lo que agrada a Dios. Entonces, en un segundo momento, será posible también reflexionar sobre la oportunidad, sobre los tiempos o circunstancias, pero sin haber olvidado aquello que el Señor pide. 2. No preocuparse de la gente y de su juicio. Es otra manera de expresar nuestro estar ante Dios. Está claro que en una comunidad es necesario conjuntar los diversos juicios, pero es necesario prevenir el riesgo de que el afán por el juicio de los otros se convierta en algo morboso, excesivo, pesado. Si ocurre así, significa que no estamos en la presencia del Señor, que no lo miramos. «En las tinieblas el justo es luz para sí mismo», él tiene la luz dentro de sí, ésta no depende de la alegría del otro; puede serle útil, aunque tengamos experiencia de que nos gratifica la opinión de los que nos rodean, aunque tenga un valor. Pero se trata de un valor subordinado, puesto en penúltimo o antepenúltimo lugar, porque el juicio 36

que verdaderamente cuenta es el juicio de Dios: «Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo! Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor!» (1 Ce(4^4). 3. No preocuparse de cómo sea o no sea comprendido. De vez en cuando algunas personas se problematizan porque temen que su obra, su compromiso, su servicio, no sean apreciados, y se preguntan: ¿me entienden? ¿Es apreciado, estimado, comprendido, mi papel en la Iglesia? Razonamientos legítimos, pero que, evidentemente, no son sustanciales. No vale el hecho de que el otro me aprecie más o menos, no vale el que mi rol sea etiquetado, reconocido, sino que lo que vale es lo que agrada a Dios: «Vive el Señor en cuya presencia estoy». ! 4. Un ejercicio práctico puede ser el de ver cómo vivo estos sentimientos en la oración, en el Oficio divino, en la adoración eucarística. Ciertamente, algunas de estas acciones son secretas -pienso en la oración, en la contemplación silenciosa-, y en este caso es más fácil vivir la soledad con Dios. Otras acciones, sin embargo, son de naturaleza coral y debemos buscar a Dios todos juntos, con el canto, los gestos y las palabras. Entonces se insinúa la dificultad. Porque estando acompañados de una comunidad, es posible abandonarse a la «coralidad» como si fuese suficiente, preocupándose mucho por los cantos, los gestos, irritándose tal vez por quien desafina, por quien no hace bien los ritos, o quizá temiendo no hacer bien lajjmpia-parte/Se sabe que el servicio litúrgico se le hací a Dios pero sin embargo\jo cumple principalmente mirando al entorno. En realidad, nosotros debemos vivir también los momentos cora'.es litúrgicos estando sólo a la presencia de Dios, elevando continuamente a él nuestro corazón. Vendrán distracciones, pero tenemos la posibilidad de volver a empezar y decir: Señor, estoy en tu presencia, tú eres mi oración, tú eres mi plegaria, tú mi canto, 37

4 tú eres quien me da todo y me ofrezco a ti juntamente con mi comunidad. Para mí es una experiencia muy hermosa darme cuenta, durante la celebración de la Eucaristía solemne con determinadas comunidades parroquiales o religiosas, que estamos todos verdaderamente en la presencia del Señor, al menos con la voluntad interior profunda, que continuamente rescatamos de las distracciones, de los pesares del corazón, dándonos nuevamente a él, poniéndonos ante su rostro. Es una especie de experiencia estática. «Oh Señor, tú que enviaste a tu precursor Juan Bautista en el espíritu y con la fuerza de Elias, concédenos a cada uno de nosotros que meditamos sobre este tu siervo y profeta participar de su espíritu y estar en tu presencia en la humildad, en el respeto, en el olvido de nosotros mismos, en el amor. Haz, te rogamos, que toda la Iglesia esté a tu servicio como lo estuvo Elias, en la humildad, en la pobreza de espíritu, en la reverencia, en el éxtasis. Te lo pedimos por intercesión de María que estaba con respeto y adoración profunda en tu presencia».

III EL CONOCIMIENTO DEL DIOS VIVO «¡AY DE LOS IDÓLATRAS!»

Para esta meditación nos inspiramos en la plegaria de Jesús en el evangelio de Juan: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios, y al que han enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). «Oh Jesús, que pronunciaste aquellas palabras para tus apóstoles y para todos nosotros, concédenos el conocimiento del único Dios, que nos viene de ti, el enviado del Padre. Haz que nos dejemos guiar en tal conocimiento por el único verdadero y por tu profeta Elias». Podemos titular nuestra reflexión de otro modo, refiriéndonos más específicamente a las acciones del Tesbita sobre las que estamos meditando: Ay de los idólatras. Queremos ahora detenernos en el capítulo 18 del primer Libro de los Reyes donde se describe el juicio divino acerca de los profetas de la idolatría. 38

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Ay de los idolatras, que indica cómo el conocimiento del verdadero Dios está también enmascarado por la falsedad de los ídolos, es palabra que encontramos en el mismo Nuevo Testamento. «Queridos míos, huid de la idolatría» dice el apóstol Pablo (1 Co 10, 14). Podría parecer que la exhortación no sea de interés para nuestra situación moderna, pero quizá comprendamos mejor el pensamiento de Pablo cuando escribe: «Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: la fornicación y la impureza son adoración del sexo. Por eso ya he dicho en la introducción que el mensaje de Elias tiene su propia actualidad. Todo lo que es buscado como si fuese bien último desterrando los bienes superiores, es una forma de idolatría. Nuestra reflexión comprenderá tres partes: una lectura de algunos versículos del episodio acaecido en el monte Carmelo; una meditatio en la que intentaremos profundizar sobre el significado de la idolatría; una pregunta práctica para conocer los ídolos que están en nosotros y la verdad de nuestro servicio al Dios vivo.

1 R 18,16-40 «Abdías fue al encuentro de Ajab y le avisó, y Ajab partió al encuentro de Elias. Cuando Ajab vio a Elias le dijo: "¿Eres tú, el azote de Israel?" Él respondió: "No soy yo el azote de Israel, sino tú y la casa de tu padre, por haber abandonado a Yahvé y haber seguido a los Baales. Pero ahora, envía a reunir junto a mí a todo Israel en el monte Carmelo, y a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que comen a la mesa de Jezabel». Ajab envió mensajeros a todo Israel y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Elias se acercó a todo el pueblo y dijo: «¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si Yahvé es Dios, seguidle; si Baal, seguid a éste». Pero el pueblo no le respondió nada. Dijo Elias al pueblo: «He quedado yo solo como profeta de Yahvé, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que se nos den dos novillos; que elijan un novillo para ellos, que lo despedacen y lo pongan sobre la leña, pero que no pongan fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, pero no pondré fuego. Invocaréis el nombre de vuestro dios; 40

yo invocaré el nombre de Yahvé. Y el dios que responda por el fuego, ése es Dios». Todo el pueblo respondió: «¡Está bien!» Elias dijo a los profetas de Baal: «Elegios un novillo y comenzad vosotros primero, pues sois más numerosos. Invocad el nombre de vuestro dios, pero no pongáis fuego». Tomaron el novillo que les dieron, lo prepararon e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía diciendo: «¡Baal, respóndenos!» Pero no hubo voz ni respuesta. Danzaban cojeando junto al altar que habían hecho. Llegado el mediodía, Elias se burlaba de ellos y decía: «¡Gritad más alto, porque es un dios; tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará en camino; tal vez esté dormido y se despertará!» Gritaron más alto, sajándose, según su costumbre, con cuchillos y lancetas hasta chorrear la sangre sobre ellos. Cuando pasó el mediodía, se pusieron en trance hasta la hora de hacer la ofrenda, pero no hubo voz, ni quien escuchara ni quien respondiera. Entonces Elias dijo a todo el pueblo: «Acercaos a mí». Todo el pueblo se acercó a él. Reparó el altar de Yahvé que había sido demolido. Tomó Elias doce piedras según el número de las tribus de los hijos de Jacob, al que fue dirigida la palabra de Yahvé diciendo: «Israel será tu nombre». Erigió con las piedras un altar al nombre de Yahvé, e hizo alrededor del altar una zanja que contenía como unas dos arrobas de sembrado. Dispuso la leña, despedazó el novillo y lo puso sobre la leña. Después dijo: «Llenad de agua cuatro tinajas y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña». Lo hicieron así. Dijo: «Repetid» y repitieron. Dijo: «Hacedlo por tercera vez». Y por tercera vez lo hicieron. El agua corrió alrededor del altar, y hasta la zanja se llenó de agua. A la hora en que se presenta la ofrenda, se acercó el profeta Elias y dijo: «Yahvé, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he ejecutado todas estas cosas. Respóndeme, Yahvé, respóndeme, y que todo este pueblo sepa que tú, Yahvé, eres Dios que conviertes sus corazones». Cayó el fuego de Yahvé que devoró el holocausto y la leña, y lamió el agua de las zanjas. Temió todo el pueblo, y cayeron sobre su rostro y dijeron: «¡Yahvé es Dios, Yahvé es Dios!» Elias les dijo: «Echad mano a los profetas de Baal, que no escape 41

ninguno de ellos»; les echaron mano y Elias les hizo bajar al torrente de Quisón, y los degolló allí» (1 R 18,16-40). Es un párrafo muy largo, rico en dramatismo y lleno de fuerza narrativa. Lo podemos dividir en cinco partes. 1. La preparación del juicio de Dios (vv. 16-20). Elias manda a Abdías, el mayordomo del rey, a decirle que debe hablarle; Acab se dirige hacia el profeta que le ordena que convoque en el monte Carmelo a los profetas de Baal. 2. La segunda parte narra el desafío de Elias (vv. 20-24) mostrándonos que lo que se pone en juego es la fe monoteísta. Se trata de decidir si Dios es Yahvé o es Baal o los Baales, los dioses de los fenicios, los dioses de Tiro. La palabra central de esta parte es el versículo 21: «¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies?» La expresión no es del todo clara; probablemente quiere indicar la falta de una decisión, el ir un poco de uno a otro lado. Quizá alude a las danzas sagradas que se hacían un tanto en honor de Yahvé y un tanto en honor de Baal. «Si el Señor es Dios, seguidlo», continúa el versículo 21, y acude enseguida a nuestra memoria la asamblea de Siquém convocada por Josué: «Si no queréis servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros padres más allá del río, o a los dioses de los Amorreos, en cuyo país habitáis. Que yo y mi familia serviremos a Yahvé» (Jos 24, 15). Se representa lo mismo, el dramático dilema: ¿a quién queremos servir? Es doloroso notar que mientras en el libro de Josué el pueblo responde por tres veces: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses», a Elias el pueblo no le responde nada, no sabe qué decir, está temeroso, indeciso. 3. En la tercera parte (vv. 25-29) leemos el intento de llevar a término el sacrificio del fuego por parte de los profetas de Baal: gritan, danzan, se emborrachan desde la mañana hasta el mediodía. Es interesante la descripción de la danza ritual mediante la que se excitan hasta llegar a un estado de trance; se trata de una ceremo42

nia religiosa que conduce a la autoexaltación. Aún hoy existen formas de pretendida espiritualidad que, a través de la autoexaltación, provocan un estado pseudomístico. 4. Los versículos 30-38 presentan, sin embargo, cómo Elias realiza el sacrificio. A la desesperada intentona de los seguidores de Baal para atraer la atención de la divinidad, se contrapone la tranquila compustura del profeta de Yahvé. Es notable sobre todo su invocación en el momento del sacrificio postmeridiano, que así nos recuerda la suprema ofrenda realizada por Jesús a las tres de la tarde sobre el monte Calvario: «Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he ejecutado todas estas cosas. Respóndeme, Yahvé, respóndeme, y que todo este pueblo sepa que tú, Yahvé, eres Dios que conviertes sus corazones»? 5. En fin, la última parte (vv. 39-40) habla de las consecuencias de cuanto ha ocurrido; por una parte el pueblo que adora a Yahvé, y por otra, los profetas que son ejecutados. El sentido de crueldad que aparece en la matanza de los sacerdotes de Baal es superado, evidentemente, por el espíritu del Nuevo Testamento. Sin embargo, más allá de las costumbres históricas del pasado (cfr. Es 22, 19), nosotros queremos penetrar en el mensaje permanente del párrafo, con la gracia de Dios y con la ayuda del Espíritu Santo. «Señor, concédenos entender el valor de este episodio para conocerte mejor a ti, único Dios verdadero, y a aquel al que tú has mandado, Jesucristo».

La idolatría 1. Etimológicamente idolatría quiere decir culto a los ídolos, adoración de objetos fabricados por el hombre, que tieneífun significado religioso, objetos que pueden representar un hombre, una mujer o también un animal (serpiente, cordero, águila). A ellos se rinde honor, se atribuyen poderes divinos, mágicos, superiores, se les da reverencia y adoración ofreciendo sacrificios. 43

2. No es fácil entender por qué el hombre se comporta de ese modo: deberíamos entrar en complejas discusiones de antropología y de psicología religiosa. - La motivación más inmediata, que quizá valía para los antiguos, se encuentra en el hecho de que pensaban en una fuerza misteriosa radicada en determinados objetos. - Sin embargo, había algo más probablemente: pensaban en una fuerza divina de la persona o de la realidad representada. No podemos, por tanto, considerar la idolatría siempre como alguien que elige un objeto por Dios; más bien, éste cree en su referencia a una personalidad divina o a una fuerza astral, mítica. - Por tanto, también el ídolo puede tener un valor relativo y, por eso, su adoración puede indicar un cierto acto religioso hacia aquello que el hombre no logra imaginar del todo. Quien honra a un ídolo puede querer honrar en una señal visible una fuerza divina invisible. Era esto lo que intentaban hacer los hebreos cuando se construyeron en el desierto un becerro de oro: no pensaban sustituir a Yahvé por otro dios, sino rendirle culto de manera tangible, tener un símbolo de la potencia propia de Yahvé que les había conducido fuera de Egipto. - Naturalmente, aún en ese caso, que es el más genuinamente religioso de idolatría, nos podríamos preguntar: la fuerza divina a la que se quiere rendir culto, ¿es una fuerza verdaderamente trascendente o quizá una idealización de una realidad humana? Si los Hebreos en el desierto tenían, casi con toda seguridad, la voluntad de adorar a Yahvé, en los cultos a Baal, sin embargo, se adoraba la fuerza de la fecundidad, de la naturaleza con sus ciclos resproductores de muerte y de vida, de vida que nace de la muerte, de la primavera que nace del invierno. Los adoradores de Baal expresaban un sentido religioso de reverencia y de dependencia hacia las grandes fuerzas que rigen el mundo: el amor, el sexo, la naturaleza, la fertilidad. Es, pues, difícil entrar en los meandros del corazón humano. 3. Sin embargo, nosotros sabemos que la Escritura es totalmente contraria a cualquier actitud que parezca, aunque sea de forma mínima, idolátrica. Aún sabiendo que existen muchas maneras de ser idólatras, la Biblia no admite que se reduzca la divinidad a algo 44

humano, aunque se trate de un símbolo, aunque se trate de una referencia a una realidad más alta. Alguien quedará asombrado de la rigidez de la Sagrada Escritura, de la intransigencia del profeta Elias; de hecho, si se piensa en otras religiones, podría parecer legítimo expresar un cierto valor religioso a través de los objetos, al menos como un intento de afirmar un Ser supremo al que es necesario adorar. Entonces, ¿cómo es que se rechaza la idolatría, aún en sus formas más espirituales, más altas? La razón, a mi parecer, la encontrarmos en la definición que Elias da de sí mismo, y que ya hemos meditado: «Por vida del Señor, Dios de Israel, en cuya presencia estoy» (1 R 17, 1). Por vida del Señor, «Vivit Dominus», según la versión latina. Ésta es la clave para entender la lucha de Elias contra los ídolos y la lucha de la Biblia contra todo aquello que, aunque sea mínimamente, aparece como idolatría. Yahvé es un Dios vivo. En el contexto que nos interesa, significa que Dios es imprevisible, que su acción para con nosotros es libre y soberana, que nunca podemos calcular nada previamente. He aquí la enorme diferencia entre la concepción del verdadero Dios y cualquier otra forma de religiosidad. Porque el ídolo, aunque en él se pretenda personificar y venerar la justicia, la verdad, la santidad, no es aún el Dios controlado por el hombre que puede preveer las exigencias, y teniendo una idea propia de la justicia, de la santidad, de la verdad, puede, en cierto modo, dominarlo. Sin embargo Yahvé es libre, no se deja manipular por su criatura, no se deja encuadrar en nuestros razonamientos ni en nuestras previsiones. Nosotros no sabemos cómo se comportará Dios porque es una personalidad viviente y trascendente; todo depende de él y a nadie debe rendir cuentas. Al contrario, como dije antes, un valor humano personificado, me hace caer en la cuenta del concepto que yo tengo de él y puedo, si quiero, exorcitarlo. Yahvé obra como quiere, se hace presente cómo y donde quiere, no es un principio abstracto, sino que ama, suscita y destruye, premia y castiga, eleva y abaja, y sólo él sabe el porqué. ~ Este es el Dios vivo, y por ello la Biblia no admite que se le pueda reducir a una representación, a un concepto, ni siquiera a una definición, porque es «El que es» (cfr. Ex 3,14), por tanto, se hace presente 45

donde quiere y como quiere, obra donde y como quiere, ama al hombre porque lo quiere amar y lo salva del modo que él sabe. En el fondo, el nombre de Elias es la síntesis de cuanto venimos diciendo: «Mi Dios es Yahvé», mi Dios no me lo he imaginado yo, no me lo he construido yo, ni con mi razón, ni con mi filosofía, con mi conceptualización; Yahvé es él, el imprevisible, el Dios que me envuelve, que me atrae. Es, pues, muy importante la revelación del Dios vivo que vemos en esta página de la vida de Elias y que encontramos, también, en tantos otros pasajes de la Escritura.

¿Servimos al Dios vivo? Hoy hay muchas formas de superstición que recuerdan las del pasado; mucha gente usa talismanes, amuletos, recurre a la adivinación, a las cartas, a los horóscopos. Pero podemos afirmar que en nuestro mundo occidental la idolatría no tiene nada que ver con la antigua idolatría. Muchos tienen una cierta ¡dea acerca de un ser superior, y no son tan numerosos como se podría creer los ateos convencidos, racionales. Incluso las estadísticas religiosas enseñan que personas no creyentes en el Dios de la Iglesia católica piensan, sin embargo, en el tema del más allá. Sin embargo, quizá son pocos, incluso entre los bautizados, los que han llegado al conocimiento del Dios vivo, tal como lo presenta la Escritura y como nos los presenta Jesús. Un Dios que no está hecho como yo lo pienso, que no depende de cuanto yo espero de él, que puede, pues, desconcertar mis esperanzas, precisamente porque está vivo. La prueba de que no siempre tenemos una justa idea de Dios es que alguna vez nos desilusionamos: me esperaba esto, me imaginaba que Dios se comportara así, y me he equivocado. De ese modo recorremos el sendero de la idolatría, queriendo que el Señor obre según la imagen que nos hemos hecho de él. «Señor, nosotros te conocemos poco, y tú, de hecho, has dicho que nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». 46

Es únicamente en la revelación de la Escritura, que tiene su culmen en Jesús, donde nosotros podemos conocer al Dios vivo. Aquel que no nos revelan ni la carne ni la sangre, ni los raciocinios, ni las costumbres, ni las deducciones de nuestra mente. Es cierto que nosotros podemos alcanzar a decir que hay alguien más allá de nosotros, más allá de todo, pero nunca lo consideramos tan superior a nosotros que pueda «engañarnos» y sorprendernos. Instintivamente lo reducimos a nuestra medida, mientras que la adoración del Dios vivo, la adoración de celo fuerte, incansable, ardiente hasta la crueldad, de Elias es hacia el Dios a quien nadie puede decir nada, que está más allá de cualquier imaginación o pensamiento nuestro, que se revela por amor y con amor trastorna una y otra vez las ideas humanas. Todo el evangelio es una manifestación del esfuerzo de los hombres por aceptar al Dios de Jesús, empezando por los apóstoles, porque lo esperaban de otra manera. Y cuando el Dios de Jesús anuncia que se revelará en la cruz, se escandalizaban al darse cuenta de que no era el Dios que pensaban. ¿Servimos verdaderamente al Dios vivo? «Revélate, Señor, a mí, muéstrate desconcertando mis pensamientos, muéstrate destruyendo mis ideas prefabricadas acerca de ti, destruyendo los ídolos, las falsas imágenes tuyas que ocupan mi corazón».

Nuestros ídolos Podemos concluir con una pregunta: ¿cuáles son los ídolos que me impiden el conocimiento del Dios vivo? Ciertamente, son muchos, personales y sociales. Personales: el orgullo, la ambición, todas las pretensiones que llevo dentro. Y luego, sociales, externas a mí pero que, sin embargo, me impiden el conocimiento del Dios vivo: los ídolos grupos, los ídolos foros, los ídolos teatros. En lenguaje moderno: la raza, la cultura de una gente, que en parte es un valor y en parte puede aprisionar la mentalidad enfrentando a unos contra otros; el miedo a lo que piensa la gente, a la opinión pública, el estar siempre pendiente únicamente de lo que es la media del pensamiento común; en fin, los 47

ídolos teatros, todo aquello que me hace esclavo de lo que esperan los demás. Se trata de pequeños ídolos, como los que se llevaban escondidos las mujeres de los patriarcas, para no perder del todo la unión con el pasado. Pequeños ídolos son la sujeción a las opiniones, a las costumbres de los otros, a las falsas costumbres de la cultura, que al fin me quitan la libertad y la rectitud del corazón. Podríamos decir, en sístesis, que todo lo que va contra la pureza de corazón representa nuestra idolatría: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). «Concédenos, Señor, la pureza del corazón. Oh María, tú que has contemplado al Dios vivo y te has sometido completamente a él como esclava de Yahvé, purifica nuestros pensamientos para que podamos conocer y adorar al Señor como tú lo has conocido, amado y adorado».

LA JUSTA PETICIÓN

1 R 3,5.7-12; Rm 8,28-30; Mt 13,44-52

En esta homilía me limitaré a hacer algún subrayado acerca de la relación entre las lecturas y el camino de los Ejercicios espirituales que estamos haciendo.

La petición de Salomón

«En aquellos días Yahvé se apareció a Salomón en sueños por la noche. Dijo Dios: "Pídeme lo que quieras que te dé". Salomón dijo: "Señor, mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un niño pequeño que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo numeroso que no se puede contar ni numerar por su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande? Agradó a Yahvé esta súplica de Salomón, y le dijo Dios: «Porque has pedido esto y, en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o la muerte de tus enemigos, has pedido discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo habrá después» (1 R 3, 5. 7-12). 48

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Al iniciar estos días os exhorté a precisar la gracia que cada una pretendía pedir al Señor como fruto de los Ejercicios. Y tal petición es agradable a Dios, como nos enseña este trozo del primer libro de los Reyes. Naturalmente, surge espontáneamente el interrogante: ¿acaso no es verdad que el Señor sabe mejor que nosotros lo que nos conviene? Ciertamente lo sabe, pero desea que la petición se abra camino en nuestro corazón y devenga clara, precisa, adecuada a nuestra necesidad real. Es éste también un modo con el que Dios ya nos escucha, suscitando en nosotros la petición justa. De hecho Salomón podía haber hecho muchas otras peticiones, y hasta religiosamente más profundas: ¡Dios mío, llévame contigo como será arrebatado Elias en un carro de fuego! Sin embargo, no hubieran sido adecuadas al momento que estaba viviendo el rey. Por tanto, él tuvo la humildad, la sinceridad, el coraje de pedir lo que le era necesario para vivir según Dios en su determinada situación histórica: un corazón dócil, para saber administrar justicia al pueblo. Entre las muchas posibles peticiones, eligió aquella que correspondía al designio de Dios sobre él, situándose en la mejor condición para ser escuchado. Es interesante subrayar, reflexionando sobre la vida de Salomón, que el Señor le concedió después bastante más. La petición justa y proporcionada a nuestro camino no nos priva de otras gracias, por el contrario, nos abre el camino hacia muchos dones. Os exhorto, pues, a que volváis a pensar lo que quisieras como fruto de los Ejercicios, para entender, a la luz de las palabras de Salomón, si es verdaderamente adecuado a vuestra actual necesidad.

La gracia fundamental

El Reino es la gracia fundamental, que comprende todas las demás, es incomparable y llena el corazón de alegría, haciendo fácil aún el sacrificio. Cuando tenemos la alegría del Reino, el resto se ajusta, se resuelve, encontramos la fuerza de vender lo que tenemos para comprar el campo o la perla. De hecho, el tesoro de la parábola es único, ya no hay otros, y la perla preciosa de gran valor es única. Vuelve aquí la reflexión sobre la lucha contra los ídolos: hay actitudes humanas religiosas, y también no directamente religiosas, que persiguen ciertos valores muy importantes -justicia, lealtad, paz, fraternidad-; sin embargo, solamente el Reino permite a tales valores ser ellos mismos. Es el Reino el valor supremo, el Dios vivo, imprevisible, que se hace presente, que actúa, el Dios que busca, que llama, que ofrece la alianza. Por el Reino, vale la pena verdaderamente venderlo todo, porque con este bien nos llegan todos los demás, y sin él, todos los demás se envilecen en un determinado momento, se revelan como esperanzas vanas. Pensemos en las muchas personas que han perseguido con generosidad y espíritu de sacrificio la justicia, quizá mediante la revolución, mediante el don de su vida; si no existía en ellos la búsqueda del Dios viviente, el deseo del Reino, la alegría de la perla preciosa, ¿qué es lo que se han encontrado entre las manos? Nosotros, en esta Eucaristía queremos rezar por toda la humanidad, por todos nuestros hermanos y hermanas que, cada cual a su manera, creen en algún valor por encima de sí. Y para que encuentren el único, el sumo valor, nosotros adoraremos al Dios vivo y verdadero que viene entre nosotros, Jesucristo crucificado y resucitado, convertido en pan y vino por amor al hombre.

Es necesario pedir con insistencia esta gracia, en vista del único don fundamental, el del Reino: «Buscad ante todo el reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura» (Le 12, 31). Jesús ilustra este don en las dos primeras parábolas del evangelio de Mateo: el tesoro escondido en el campo y la perla preciosa (cfr.Mt 13,44-46). 50

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IV CONOCIMIENTO DE DIOS Y VIRTUDES EVANGÉLICAS Al hablar de los ídolos que nos impiden el conocimiento del Dios vivo, hemos preparado ya el momento de los ejercicios espirituales que está dedicado a la purificación del corazón: «Haz nuestro corazón puro, oh Señor, para que podamos verte». Por eso, será útil que cada una de vosotras dedique algún tiempo a dejarse interrogar por Jesús sobre vuestra conformidad con él, sobre la pureza del corazón, para examinar la propia conciencia preparándose así al sacramento de la confesión. Todo esto, naturalmente, en la paz, en la serenidad, en aquel abandono a Dios y en aquella confianza que son también las virtudes de Elias.

Conocimiento de Dios y virtudes evangélicas El Dios de Elias, el Dios de Jesucristo, el Dios vivo que nosotros queremos conocer es, efectivamente, un Dios que ama ciertas actitudes del hombre y detesta otras. 53

Para comprender tales actitudes nos ayudaremos de algunos episodios de la vida de Elias, en particular del episodio de la viña de Nabot y del relato del encuentro con la viuda de Sarepta. Hemos dicho que las narraciones que componen la historia del profeta de Tisbe, no están necesariamente unidas entre sí con un riguroso orden cronológico; están, por el contrario, un poco desunidas o separadas. Es, pues, posible meditar las diversas partes según la inspiración del camino de los Ejercicios. Siguiendo siempre el método de la lectura divina, empezaremos releyendo los dos textos para pasar a la reflexión sobre los valores permanentes dejándonos, en fin, interpelar por el mensaje bíblico.

1 R 21: la viña de Nabot De este largo relato del capítulo 21 del primer libro de los Reyes, me limito a leer la parte que se refiere directamente a Elias. No sabía exactamente si era oportuno proponéroslo porque podría parecer más oportuno para una meditación para políticos, desde el momento que señala muchas crueldades propias de las luchas del poder. Son páginas de un gran valor psicológico para ayudar a comprender los enredos mediante los que el ánimo humano, tentado por la ambición, logra vencer a los demás. Sin embargo, pienso que será útil para nosotros. La totalidad del capítulo se puede dividir fácilmente en cinco partes. 1. Vv. 1-3: Nabot de Yzreel, probablemente un hombre acomodado, estimado, poseía una viña vecina al terreno en el que se estaba construyendo el rey su casa. Yzreel era como una segunda capital para el rey de Israel. Interpelado por Ajab para ver si le cedía o le vendía la viña, responde negativamente porque, sólo por medio de la unión con la tierra heredada de los padres se tenía derecho de ciudadanía; la tierra pertenecía, por decirlo de alguna manera, a la definición misma del israelita. 2. Vv. 4-7: en la segunda parte asistimos a una escena muy realista y con connotaciones psicológicas. Ajab refiere el resultado del 54

coloquio a su mujer Jezabel. Está amargado, desdeñado, se refugia en la cama, se gira hacia la pared rechazando la comida; es el hombre poderoso, ambicioso, que ha sido herido en un asunto sin importancia. El tenía bienes inmensos, y no necesitaba para nada la viña de Nabot. Sin embargo, cuando una persona quiere conseguir un capricho, sobre todo si está habituada a tener aquello que quiere, si se le priva de algo, aunque sea poco, queda sumamente amargada. Quizá se dan terribles episodios de venganza, de revancha por minucias, precisamente porque un sentimiento amargo ha invadido los ánimos. En esta base de tristeza aflora la perfidia de Jezabel y de su concepción despótica del poder: para el rey no existe ley, no existe derecho y lo que él hace siempre es justo. Y desde el momento que Ajab no quiere ensuciarse las manos, la mujer decide actuar en su lugar. Sutil y profunda esta penetración en los meandros del poder humano y de sus prevaricaciones; Ajab es el político dispuesto a aceptar que otros hagan en su favor lo que él tiene miedo de hacer. 3. Vv. 8-18: la tercera es una escena cruel de prevaricación política. Nabot es juzgado públicamente frente a la asamblea y, gracias a la intervención de dos testigos falsos pagados por los hombres de Jezabel, es condenado. De hecho, con el dinero se puede obtener lodo, se corrompen los tribunales, se viola la ley. Es fácil captar la triste ironía de este trozo: Nabot es matado legalmente, del mismo modo como Jesús será matado por respeto a la ley. Sirviéndose de instrumentos legales se pueden hacer gravísimas injusticias. 4. Vv. 17-25: Elias anuncia el castigo divino. Entonces fue dirigida la palabra de Yahvé a Elias tesbita diciendo: «Levántate, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que está en Samaría. Está en la viña cíe Nabot, a donde ha bajado a apropiársela. Le hablarás diciendo: Así habla Yahvé: Has asesinado ¿y además usurpas? Luego le hablarás diciendo: Por esto, así habla Yahvé: En el mismo lugar en que los |XMTOS han lamido la sangre de Nabot, lamerán también los perros tu propia sangre». Ajab dijo a Elias: «Has vuelto a encontrarme, enemigo mío». Respondió: «Te he vuelto a encontrar porque te has ven55

dido para hacer el mal a los ojos de Yahvé. Yo mismo voy a traer el mal sobre ti y voy a barrer tu posteridad y a exterminar todo varón de los de Sajab, libre o esclavo, en Israel. Y haré tu casa como la casa de Jeroboam, hijo de Nebat, y como la casa de Basa, hijo de Ajías, por la irritación con que me has irritado y por haber hecho pecar a Israel. También contra Jezabel ha hablado Yahvé diciendo: «Los perros comerán a Jezabel en la parcela de Yzreel». A los hijos de Ajab que mueran en la ciudad los comerán los perros y a los que mueran en el campo los comerán las aves del cielo». No hubo quien se prestara como Ajab para hacer el mal a los ojos de Yahvé, porque su mujer Jezabel le había seducido. Su proceder fue muy abominable, yendo tras los ídolos, en todo como los amorreos a los que expulsó Yahvé ante los hijos de Israel». Entra, pues, en escena Elias, que hasta ahora no había sido mencionado. Elias es precisamente el hombre que llega de improviso, cuando menos se le espera y anuncia un juicio divino, un castigo de Yahvé. Subrayo la semejanza entre este trozo y el del profeta Natán que interviene para reprochar a David después de la muerte de Urías hecha para ocultar el pecado con Bersabé (cfr. 2 S 12, 1-13). Aquí el profeta Elias, menos delicadamente que Natán, ataca directamente al rey y pronuncia enseguida la condena divina sobre él. Elias actúa en nombre de Yahvé, mandado por él, para defender al pequeño contra el grande, al simple contra el astuto, y para restablecer la justicia. El Dios vivo es, pues, aquel que no tolerará ciertas acciones, que no suscribe el derecho absoluto de un rey, que no aprueba la prepotencia humana. Los ídolos, por el contrario, podrían por lo demás exaltar la potencia bélica, la victoria de la violencia, de las armas, la victoria de quien llega a obtener el máximo de consenso. 5. Vv. 27-29: la última parte del relato nos da a conocer una especie de arrepentimiento de Ajab que no es tan malvado como Jezabel. Comprende que ha hecho el mal, se arrepiente, ayuna, anda con la cabeza baja y, por ello, obtiene una disminución de la pena. Hemos conocido así a Elias vengador de la justicia contra los prepotentes. 56

1 R17,7-16: El milagro de la harina y del aceite

Junto al Elias vengador, podemos considerar, como en un díptico, al Elias amigo de los pequeños y de los pobres porque los dos cuadros casan perfectamente entre sí: el profeta que es fuerte y duro con los prepotentes, se muestra dulce, misericordioso, tierno, afable con los pobres y los humildes. El episodio del encuentro con la viuda de Sarepta es particularmente significativo, pero por ahora nos detendremos solamente en el episodio del milagro de la harina y del aceite. Sin embargo, volveremos de nuevo sobre este pasaje tan bello, tan rico en enseñanzas y símbolos; ahora lo leemos solamente para subrayar las preferencias del Señor y de su profeta. «Al cabo de los días se secó el torrente, porque no había lluvia en el país. Le fue dirigida la palabra de Yahvé a Elias diciendo: "Levántate y vete a Sarepta de Sidón y quédate allí, pues he ordenado a una mujer viuda de allí que te dé de comer". Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad había allí una mujer viuda que recogía leña. La llamó Elias y le dijo: "Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu vaso para que pueda beber". Cuando ella iba a traérsela, le grito: 'Tráeme, por favor, un bocado de pan en tu mano". Ella dijo: "Vive Yahvé tu Dios, no tengo nada de pan cocido; sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré y lo prepararé para mí y para mi hijo, lo comeremos y moriremos". Pero Elias dijo: "No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero haz una torta pequeña para mí y tráemela, y luego la harás para ti y para tu hijo. Porque así habla Yahvé, Dios de Israel: No se acabará la harina en la tinaja, no se agotará el aceite en la orza hasta el día en que Yahvé conceda la lluvia sobre la haz de la tierra". Ella se fue e hizo según la palabra de Elias, y comieron ella, él y su hijo. No se acabó la harina en la tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que Yahvé había dicho por boca de Elias"» (1 R 16,7-16). El texto contempla cuatro partes. 57

1. Vv. 7-9: La orden del Señor a Elias de establecerse en Sarepta. Quisiera señalar que la elección de Dios permanece fuertemente impresa en la memoria de Israel, y de hecho es citada por Jesús en su primer discurso en la sinagoga de Nazaret: «Os digo: había muchas viudas en Israel en tiempo de Elias, cuando el cielo estuvo cerrado durante tres años y seis meses, y hubo una gran carestía en todo el país; pero a ninguna fue mandado Elias, sino a una viuda de Sarepta de Sidón» (Le 4,25-26). El episodio es, pues, importante porque habla del interés del profeta por los paganos, por todos aquellos que no pertenecían al pueblo de Dios. 2. Vv. 10-12: conmovedor el encuentro entre Elias y la viuda. La primera petición es mínima: tráeme un poco de agua, pero después, viendo que esta mujer humilde está pronta a servirlo, Elias aumenta la petición. La respuesta es bellísima porque comienza con su expresión favorita: «Por la vida de Yahvé, tu Dios». Aún no siendo del pueblo elegido, la viuda, como tantas personas religiosas de su tiempo y de todos los tiempos, sabe reconocer al hombre de Dios y tiene instintivamente un sentimiento de veneración y de obediencia hacia el profeta. Sin embargo, ella no tiene nada. Así se encuentran frente a frente dos pobres: Elias carece de todo, ha debido dejar hasta su escondite en el torrente Kerit, está sin casa, sin meta, sin posibilidad de apoyo; la viuda es pobrísima y cercana a la muerte por hambre. 3. Vv. 13-14: el tercer momento es el oráculo de Elias, el anuncio del milagro. 4. Vv. 15-16: en fin, la última escena, es la realización del milagro, según la palabra pronunciada por Yahvé a través de su profeta.

¿Quién es el Dios vivo? Para intentar resumir el mensaje de los dos relatos que hemos leído, propongo cinco afirmaciones en respuesta a la pregunta: ¿Quién es, pues, el Dios vivo? 58

1. El Dios vivo es aquel que odia a los prepotentes y todas las formas de abusos. Es, pues, un Señor bien diverso de todos los poderosos de este mundo y de todos los ídolos hechos a imagen de los poderosos de la tierra. El Dios vivo, el Dios de la Biblia, no puede tolerar a los soberbios y a los prevaricadores. 2. El Dios vivo prefiere a los pobres, a los humildes, a los sencillos, a los abandonados. No podemos decir lo mismo, sin embargo, de un ídolo, de una divinidad pagana, aunque quizás se pueda encontrar alguna atenta a los pobres. La elección privilegiada de esta categoría de personas es propia del Dios de Elias y del Dios de Jesucristo, del Dios del Evangelio. Los episodios en los que nos hemos detenido son ejemplares. Nabot, que resulta muerto, es un débil, un indefenso, un hombre que no tiene voz, uno a quien no está permitido hablarle y que es aventajado por las mismas piedras. La viuda de Sarepta no sabe a quién dirigirse para poder sobrevivir. El mismo Elias es un hombre despojado de todo, alguien carente de todo. Estas espléndidas figuras de pobres han entusiasmado al santo padre Ambrosio que dedica a este respecto maravillosas páginas al profeta de Tisbe. Escribe entre otras cosas: «¿Era, acaso Elias menos feliz porque era pobre? En absoluto. Más aún, tanto más feliz, porque era rico para Dios. De hecho, es mejor ser rico para los otros que para uno mismo, como era este que en tiempo de carestía pedía la comida a una viuda concediendo a cambio que la tinaja de la harina durante tres años y seis meses no quedara vacía y la orza de aceite diese a la pobre viuda la cantidad suficiente que se necesita para cada día» (Los deberes, 11, 4, 14). La pobreza es, pues, una riqueza evangélica, una misteriosa riqueza divina. En la obra Jacob y la vida bienaventurada, Ambrosio se pregunta: ¿cómo es que todos los santos del Antiguo Testamento no eran pobres? Moisés, en particular, era un hombre poderoso, un gran caudillo y su condición contrasta con la de Elias el pobre, el humilde, el despreciado, el perseguido. Ambrosio concluye que la verdadera felicidad consiste evidentemente en la posesión del Sumo Bien, no en la diferente situación social y familiar. Lo que 59

hace al hombre a la medida del Dios vivo no es la pobreza exterior, sino la posesión del Sumo Bien, que permite vivir con alegría aún en la pobreza exterior, del mismo modo que permite vivir con libertad y con desapego de espíritu el servicio del poder y la posesión de los bienes terrenos: «No fue menos feliz Elias que Moisés, por el hecho de haber sido el uno necesitado de comida, vestido con una piel de cordero sin ningún valor, sin hijos, sin dinero, sin un compañero, y el otro caudillo de pueblos, alegrado por sus hijos, adornado por el poder: de manera diversa han puesto los fundamentos de un mérito igual, como se revela en el evangelio, cuando brillan con el Señor Jesús en la gloria de la resurrección. Se ve, efectivamente, cómo les ha dado a ambos una recompensa igual como testigos iguales de su gloria» (Jacob y la Vida Bienaventurada, 1,8, 38). La preferencia de Dios por los pobres no indica, pues, desprecio por los otros, aunque pone a la luz una predilección del Señor, que evidencia cómo el verdadero bien es la posesión del Dios vivo. 3. La tercera afirmación reseñable de los dos episodios es que el Dios vivo ama a aquellos que se olvidan de sí. Elias se deja dirigir a un país extranjero; la viuda se olvida de sí porque después de haber escuchado la palabra del profeta, prepara tranquilamente y sin rodeos la comida para él, condividiendo lo poquísimo que tiene. 4. El Dios vivo se presenta mejor en lo escondido y en la simplicidad que en la ostentación de la potencia, aunque sea benéfica. Yahvé está presente en el ocultamiento de Elias en el Kerit y, cuando le hace realizar un milagro, ese milagro no se produce estrepitosamente -¡te llenaré la despensa de harina, te daré cincuenta jarras de aceite!- Dios provee poco a poco, de manera que ni siquiera la mujer se dé cuenta y su fe sea puesta a prueba cada día. El Dios vivo ama lo escondido aún en los milagros y por eso Jesús no quería que se hablase de sus prodigios (cfr. Mt 9, 27-31; Me 5, 35-43; 7, 31-36; Le 5,12-14). 60

5. El Dios vivo está próximo a todos los que se abandonan a él. Elias es precisamente la imagen del abandono completo a Yahvé, del que se deja conducir siempre donde quiere y la viuda es la imagen de quien se fía cotidianamente, de quien sabe que cada día se le dará cuanto necesita para vivir. ¿No dirá Jesús: «A cada día le basta su preocupación»? (cfr. Mt 6, 35), ¿y no nos enseñará a pedir en el Padre nuestro: «Danos hoy nuestro pan de cada día»?(Mt6,11). Podemos, por tanto, deducir que el Dios vivo, el Dios de Elias es el Dios de las Bienaventuranzas, del Evangelio. No por azar la figura de Elias aparece continuamente en el Nuevo Testamento, y san Ambrosio reflexiona frecuentemente sobre él. Ambrosio contemplaba en la vida del profeta aquella humildad, aquel desapego, aquella simplicidad, aquella pureza de corazón, aquella mansedumbre y, a la vez, aquella fuerza contra las persecuciones que constituyen la Bienaventuranza. Nosotros, pues, conocemos al Dios vivo cuando intentamos vivir las actitudes evangélicas y dejamos que actúe en nosotros el Espíritu Santo que nos impulsa a obrar según el obrar de Jesús.

Preguntas para nosotros Expreso la pregunta fundamental de esta manera: ¿me dejo interpelar por el Dios vivo, por Dios como se da a conocer en la historia del Antiguo Testamento, y no por el Dios que yo me imagino? Para ayudaros a responder, os sugiero algunas preguntas más precisas. 1. ¿Aborrezco toda forma de ostentación, de protagonismo, de propia valoración? Es verdad que quizá debamos aceptar el estar en primera fila, quizá el conducir un pueblo. Sin embargo, el hombre evangélico es capaz de subir a la montaña con Moisés y de bajar al torrente con Elias; pero rehuye el ponerse como ejemplo. Sin embargo, nosotros nos preocupamos frecuentemente del reconocimiento que no se nos da, nos turbamos porque no se realiza lo que hubiéramos deseado y que correspondía a nuestra 61

voluntad de protagonismo. Debemos reconocer que es difícil permanecer escondidos durante mucho tiempo, y sin embargo es ésta la vida según las Bienaventuranzas. 2. ¿Estoy cerca de quien en la comunidad aparece más olvidado? La atención evangélica se dirige a las personas que, por motivos externos o internos, sociológicos o de salud se ven menos, son casi menos útiles a la comunidad.

ría. Si bien el Señor puede manifestarse y se manifiesta a veces en el éxito, en el poder, en una cierta abundancia de bienes, preferiblemente y más seguramente se manifiesta en lo contrario. «Oh María, tú que has conocido el misterio del Dios vivo, del Cristo pequeño, humilde, perseguido, condenado y muerto, concédenos entrar en el corazón de este misterio, y purifica nuestro conocimiento del Señor. Haz que podamos ser serenos y gozoso testigos del Dios de Elias, del Dios de tu Hijo Jesús».

3. Buceando más a fondo, nos preguntamos: ¿sé esperar con paciencia y confianza el don de Dios?, ¿sé depender de él, me basta la harina de hoy, la gracia de hoy, la fuerza física y moral de hoy?, ¿o quizá pretendo tener la harina también para mañana y pasado mañana, quiero la despensa llena, la certeza de que lograré lo que sea también mañana, pasado mañana y los otros días que vengan? 4. ¿Dejo actuar en mí al Dios vivo, poniéndome ante él con humildad, pasividad, acogida? Porque es él, el Dios vivo, quien me purifica. Es él quien me atrae a él, quien me consuela, quien me guía, quien quiere darme la pureza de corazón; y si yo la busco es sólo por su empuje y por su impulso. ¿Sé creer siempre en la iniciativa de Dios que se hace próximo al hombre o quizá, en la impaciencia, prefiero hacerlo todo por mí mismo pensando que si llega el don del Señor será bien acogido, pero que entre tanto es mejor asegurar algunas cosas con mis fuerza? Sostengo que es un cometido fundamental, sobre todo para las comunidades religiosas claustrales, ofrecer hoy el testimonio del Dios vivo. El Dios vivo, efectivamente, es poco conocido, es escarnecido, se le cambia por ídolos de poder, de éxito, incluso de poder y de éxito en la acción pastoral y apostólica. No es fácil entender el misterio del Dios viviente tal como se presenta en la humildad y en el fracaso de Elias, en la humildad y en el fracaso de Jesús. Es necesaria una fe auténtica en el Dios de la Biblia para aceptar que el Señor se manifieste de esta manera y preferiblemente de este modo, más seguramente así que de manera contra62

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I

V «NO SOY MEJOR QUE MIS PADRES» 1R 19,1-8: Un episodio sorprendente

Me llena de temblor el afrontar la meditación acerca del episodio de Elias en el Horeb porque en una historia toda ella constituye verdaderamente el fuego del fuego. Pidamos, pues, la gracia del Espíritu Santo en el deseo de ser también nosotros inmersos en el fuego sagrado del profeta, para conocer mejor al Dios vivo. Sobre esta página famosa, rica en símbolos, reflexionaremos en dos tiempos dedicándole toda la jornada de hoy. Veremos primero la debilidad de Elias (1 R 19, 1-8), y servirá para continuar nuestro camino de purificación; en la posterior meditación hablaremos del encuentro de Elias con Dios (1 R 19, 9-18). «Ajab refirió a Jezabel cuanto había hecho Elias y cómo había pasado a cuchillo a todos los profetas. Envió Jezabel un mensajero a Elias diciendo: "Que los dioses me hagan esto y me añadan esto 65

otro si mañana a estas horas no he puesto tu alma igual que el alma de uno de ellos". Él tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Bersebá de Judá y dejó allí a su criado. El caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: "¡Basta ya, Yahvé! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!" Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: "Levántate y come". Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. Volvió segunda vez el ángel de Yahvé, le tocó y le dijo: "Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti". Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb"» (1 R 19,1-8).

La fuga de Elias (w. 1-3) Ajab refirió a Jezabel, su mujer, lo que había hecho Elias, también por tanto su lado positivo, el sacrificio prodigioso en el monte Carmelo. Pero la reina se enfureció y mandó a su mensajero que le dijera al profeta: «Que los dioses me hagan esto y esto otro si mañana a estas horas no he puesto tu alma igual que el alma de uno de ellos». - Atemorizado Elias huye y francamente, a primera vista, su gesto parece del todo inexplicable. Él había triunfado sobre los profetas de Baal, tanto con el milagro como con la violencia guerrera con que los había exterminado. Por otra parte, había logrado convencer incluso al rey de su potencia previendo la lluvia del mismo modo que había previsto la sequía al inicio del capítulo 17. De hecho, en el capítulo 18 se presenta como un benefactor del país, uno gracias al cual terminará la larga carestía, y exhorta al rey a comer y a beber «porque oigo un rumor de lluvia torrencial» (cfr. 1 R 18, 41 ss.). Había rogado insistentemente, había impetrado la lluvia, que había caído abundantemente. Después, en un impulso de coraje se había puesto a correr a pie delante del veloz carro de Ajab, hasta Yzreel -¡la guarida del león!- y con una fuerza sobrehumana había vencido a los caballos 66

llegando primero a la casa real, ante los ojos de Jezabel: «La mano del Señor fue sobre Elias que, ciñéndose la cintura, corrió delante de Ajab hasta Yzreel» (1 R 18, 46). Elias, también en este episodio, se había mostrado lleno de un coraje extraordinario. Por eso nos es difícil comprender cómo de repente se atemoriza ante aquella mujer y huye como si fuera un perdedor, un vencido y no un vencedor. - Me parece que, si por una parte este trazo de Elias nos sorprende, por otra nos lo aproxima, nos permite entender toda su pasibilidad humana. La experiencia nos enseña que no en pocas ocasiones el colmo del éxito preludia un derrumbamiento nervioso; nos empeñamos, nos esforzamos con todas las energías en alcanzar un determinado resultado, pero una vez obtenido, las fuerzas ya no responden más. Seguramente al profeta le ocurrió algo parecido; la audacia de correr a pie más rápidamente que los caballos, de correr hasta la entrada de la casa real de Jezabel, ha provocado el hundimiento. - ¿Quizá se ha desilusionado Elias porque esperaba la conversión de la reina? Desde el momento que Ajab, en el fondo, había quedado impresionado por el prodigio del monte Carmelo y no lo había castigado por la muerte de los profetas, que le estaba reconocido por la lluvia, creía que también Jezabel reconocería en él al profeta de Dios. El hecho de que la mujer no cambie para nada en su actitud y lo amenace, le causa sufrimiento. Esperaba que Dios cambiara el corazón de la reina y, no viendo ningún indicio de ello, se abate y deprime. Quizá piense, por lo demás, que Yahvé lo ha abandonado, que lo ha ilusionado, que le ha hecho esperar aquella victoria plena que no se ha realizado. Así, las fuerzas se hunden, el miedo lo invade, la angustia lo ahoga, lo oprime y no puede más. - Quisiera subrayar que el profeta es también ingenuo porque no comprende que si Jezabel quisiera verdaderamente matarlo ¡no le hubiera enviado un mensajero! Cuando un rey intentaba cometer un asesinato, mandaba efectivamente un sicario, sin ninguna advertencia. - De hecho la reina, que era muy supersticiosa, tenía miedo de tocar a un hombre semejante, y usa de la astucia para hacerle huir. El intento se logra, y Elias cae en la trampa, se deja asustar. Po67

demos recordar al apóstol Pedro que, frente a la criada, es presa del pánico. También él estaba tenso, excitado por el esfuerzo de haber hecho un acto de valentía superior a sus posibilidades y cuando oye: «¡Tú también estabas con Jesús, el Galileo!», se confunde, y niega (cfr. Mt 26, 69 ss.). En determinadas situaciones de depresión y de cansancio extremo, basta muy poco para atemorizarnos, precisamente porque hemos llegado al límite. Obviamente, no sabemos si nuestro análisis de la fuga de Elias es justo. En cualquier caso, él huye, y es un poco inexplicable para un hombre de su estatura espiritual. Por eso, no estoy convencido de la interpretación alegórica de Ambrosio que intenta defender al profeta a cualquier precio: «Elias huyó de una mujer, Jezabel, es decir, la vanidad sin límites, y huyó al monte Horeb, que significa secadero, para que se secase de él el flujo de la vanidad carnal y así pudiese conocer a Dios con mayor plenitud (...). Ciertamente un profeta tan grande no huía de una mujer, sino del mundo y no temía la muerte, él que se había presentado a quien lo buscaba y que decía al Señor: "Acoge mi alma", lleno del disgusto y no del deseo de esta vida; huía de los atractivos del mundo, del contagio de una convivencia pecaminosa y de los sacrilegios de un pueblo impío y prevaricador (La fuga del mundo, 6, 34). Es una defensa, esta de Ambrosio, que no me satisface porque el texto bíblico dice: «Elias, atemorizado, se levantó y se marchó para salvarse». Sin embargo, sus palabras nos ayudan a reflexionar. La fuga del profeta, que históricamente fue debida al miedo a la muerte, por tanto al sentimiento más instintivo y más egoísta del hombre, un sentimiento irracional, casi invencible, propio de todo animal, deviene para el Señor una ocasión providencial de rescate. La belleza de esta narración está en el hecho de que Dios interviene en el momento del miedo, del ceder nervioso, del hundimiento psíquico, en el momento de la mayor humillación de Elias porque siempre sabe cómo volvernos a traer a casa y cómo reconstruirnos con amor. En otras palabras: Dios no teme ninguno de los males del mundo, ningún pecado, no teme ni siquiera nuestros miedos. - Interesante, en fin, es el v. 3b: «Llegó a Bersebá de Judá» -al fondo de la tierra de Israel- «Dejó allí a su criado. Él caminó por el desierto una jornada de camino». En la fuga era acompañado, pues, 68

por aquel criado que había visto en el Carmelo la nubécula pequeña como la mano de un hombre, señal de la lluvia inminente (cfr. 1 R 18,44), pero en un momento determinado no soporta ya ni siquiera su presencia, probablemente porque ha llegado a lo más profundo del desconsuelo. Estamos llamados a recordar a Jesús que en Getsemaní comienza a sentir miedo y angustia, y dice: «"Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad". Y adelantándose un poco, cayó en tierra» (cfr. Me 14,32-33). Hay horas en la vida en que la angustia es tan grande que no logramos compartirla con nadie; solamente la soledad puede dejarla debilitar a la espera de que intervenga el Señor.

El desconsuelo de Elias (vv. 4-5a) Decididamente, la fuga y el miedo se han convertido en un indecible desconsuelo: «Caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: "¡Basta ya, Yahvé! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!" Se acostó y se durmió bajo una retama». 1. «¿Basta ya, Yahvé!» Habiendo dejado en la pequeña ciudad de Bersebá a su criado, Elias continúa andando por el desierto y parece proceder como un autómata, preocupado sólo por huir en la dirección opuesta a Yzreel, donde se encontraba Jezabel. Los exégetas se preguntan si intentaba simplemente alejarse lo más posible, o si quería alcanzar el Horeb. Probablemente ni siquiera él lo sabía; estaba aterrorizado y extraviado, destruido, deshecho, irreconocible. Después de haber caminado largamente, sin comer, se echa en tierra bajo un poco de sombra que acierta a encontrar, para no ser abrasado por el implacable sol de desierto, y se declara vencido: «¡Basta ya, Yahvé!» Palabras tan semejantes cuanto contrarias a las pronunciadas por Simeón: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz» (Le 2, 29). También Simeón se abandona a la muerte, pero la diferencia es grandísima; se abandona como el que ha visto la plenitud de la esperanza, como el que ha visto el Señor. 69

Elias, sin embargo, parece exclamar: No puedo más, Señor, tú me has desilusionado y, sobre todo, yo me he desilusionado a mí mismo. Quizá es un estado de ánimo que comprendemos muy bien, que quizá hayamos vivido, y que tiene no pocos paralelos en la Escritura. - Recordamos, por ejemplo, a Moisés: «No puedo cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mí. Si vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado gracia a tus ojos, para que no vea más mi desventura» (Nm 11,14-15). - Otro hombre santo, Tobías, prorrumpe en este gemido cuando, ya ciego y pobre, se oye insultar por la mujer por no haberla comprendido: «Anegada entonces mi alma de tristeza, suspirando y llorando, comencé a orar con gemidos: 'Tú eres justo, Señor, y justas son todas tus obras (...). Haz conmigo ahora según lo que te plazca y ordena que reciban mi vida para que yo me disuelva sobre la faz de la tierra, porque más me vale morir que vivir. Tengo que aguantar injustos reproches y me anega la tristeza. Manda, Señor, que sea liberado de esta aflicción y déjame partir al lugar eterno, y no apartes, Señor, tu rostro de mí, pues prefiero morir a pasar tanta aflicción durante la vida y tener que seguir oyendo injurias"» (Tb 3,1. 6). - Podría también citar casi todo el libro de Job, pero me limito a leer dos versículos: «Con sueños entonces tú me espantas, me sobresaltas con visiones. ¡Preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores! Ya me disuelvo, no he de vivir por siempre; ¡déjame ya; sólo un soplo son mis días!» (Jb 7, 14-16). - También el grandísimo Pablo ha vivido momentos de desconsuelo extremo: «Pues no queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta el punto que perdimos la esperanza de conservar la vida. Pues hemos tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (2 Co 1,8-9). 70

Quisiera concluir esta muestra de sufridores que se sienten cercanos a la muerte, con las palabras de Jesús en el huerto de Getsemaní, tal como aparecen en el evangelio de Mateo: «Mi alma está triste hasta la muerte» (Mt 26, 38), no puedo continuar más. Naturalmente hay una notable diferencia entre Jesús y Elias, y también entre Tobías o Pablo y Elias, porque el Tesbita no ruega, se deja vencer por el sueño de la tristeza. 2. «No soy mejor que mis padres»; Elias subraya que su deseo de morir se debe al desconsuelo por la humillación sufrida. Probablemente también nosotros nos hayamos expresado de esta manera muchas veces cuando, después de haber creído que triunfaríamos donde otros habían fracasado, y después de habernos esforzado con la mejor voluntad, hemos caído en la cuenta de que no habíamos resuelto nada, que no habíamos cambiado la situación. No por casualidad hay en la Biblia tantos salmos de desconsuelo. - Recuerdo al menos el Salmo 88: «Porque mi alma de males está ahita, y mi vida está al borde del sheol; contado entre los que bajan a la fosa, soy como un hombre acabado (...). Me ha echado en lo profundo de la fosa, en las tinieblas, en los abismos. Has alejado de mí compañeros y amigos, son mi compañía las tinieblas» (vv. 4-5. 7. 19). Incluso el último versículo está privado de esperanza, se cierra en la oscuridad. - Y Job, en uno de sus cánticos de desconsuelo, exclama: «Mis días han pasado, lejos de mis planes, se han roto los deseos de mi corazón. (...) Mas ¿qué espero? Mi casa es el sheol, en las tinieblas extendí mi lecho. Y grito a la fosa: "¡Tú, mi padre!", a los gusanos: "¡Mi madre y mis hermanos!" ¿Dónde está, pues, mi esperanza? y mi felicidad ¿quién la divisa?» (Jb 17,11. 13-15). 71

La consolación de Elias (vv. 5b-8)

Después de haber acompañado a Elias en el desconsuelo, lo contemplamos en la consolación. Los versículos 5b-8 podrían titularse: Dios consuela a su siervo amargado. Como leemos en la segunda carta a los Corintios: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!» (2 C o l , 3-4). - Esta consolación que Dios prepara a sus siervos amargados, se da mediante un ángel: «Entonces un ángel le tocó y le dijo: "Levántate, come!"» Las palabras dirigidas a Elias tienen diversas resonancias en el Nuevo Testamento. Pedro está en prisión a punto de ser entregado para morir cuando se le presenta un ángel del Señor y una luz refulge en la celda. El ángel tocó al apóstol y le dijo: «Levántate, aprisa»; y las cadenas le cayeron de sus manos (cfr. Hch 12,7). El mismo Jesús es consolado por medio del ángel durante la agonía en el huerto (cfr. Le 22,43). - ¿Qué le ocurre, pues, a Elias? Poco a poco es curado de su agotamiento depresivo: «¡Levántate, come!» Él mira, ve un pan y una jarra con agua. Come, bebe y después vuelve a dormirse, pero se le presenta de nuevo el ángel, lo toca y lo anima a comer porque debe afrontar un largo viaje. Queremos leer en este pasaje incluso una pedagogía de Dios hacia el hombre: mediante el sueño y la comida, con amor y sin reproches lo cura lentamente invitándolo a dejarse recuperar por los recursos naturales. El Señor consuela siempre con amor, no deprime a sus siervos amargados con palabras severas: ¿por qué te has comportado así?, ¿no te avergüenzas tú, que eres mi profeta, el más grande de los profetas?, ¿por qué dudaste de mí? - Elias viene entonces a la consciencia de un hecho fundamental: que su huir enloquecido tenía una meta en la mente de Dios. Por una parte, ha recuperado vigor físico por el sueño, el pan y el agua, es decir, por un régimen de vida más tranquilo; por otra, sin embargo, 72

se ve reforzado por una imprevista iluminación. El ángel le habla de un camino que ha de hacer, de un camino positivo, y aunque la meta es lejana, Elias no tiene miedo. Probablemente intuye que irá allí donde nació el primer pacto, donde Yahvé dio fuerza a Moisés: al Horeb, o Sinaí. Así comprende que la suya no es ya una fuga, una traición, sino una búsqueda de los orígenes del monoteísmo, un retorno a la pureza de la fe de Israel, un renacimiento, una regeneración, para comenzar de nuevo en el lugar donde habían comenzado los antiguos padres, en el monte santo, en el monte de Dios. - «Se levantó, comió y bebió. Con la fuerza de aquel alimento caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb» (v. 8). Con la mención de cuarenta días y cuarenta noches, Elias es asimilado cada vez más a Moisés (cfr. Es 24,18). Podemos decir, a modo de conclusión, que en el momento de su mayor abatimiento, de su más grande humillación, Elias reencuentra el sentido profundo de su estar ante el Señor, ante Yahvé que había definido como el Dios «en cuya presencia estoy» (cfr. 1 R 17, 1), y que después no había sabido servir con valentía. «Concédenos, Señor, que nunca nos sintamos tan seguros de nosotros mismos, que nunca hagamos afirmaciones heroicas sobre lo que estamos dispuestos a hacer por ti, recordando la debilidad de Elias y la de tu apóstol Pedro. Concédenos, Señor, comprender el misterio de tu consolación y dejarnos confortar por ti todos los días, en las pruebas pequeñas y grandes, porque tú nos amas no menos de lo que amaste a Elias. Y tú, María, intercede ante Jesús para que podamos captar en nosotros la presencia consoladora del Dios viviente».

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UNA CASA ACOGEDORA Jr 13,1-11; Mt 13,31-35

La lectura evangélica

Como lectura evangélica hemos oído proclamar la tercera y cuarta de las siete parábolas del capítulo 13 del evangelio según Mateo: «El reino de los cielos es semejantes a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas (...). El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina hasta que fermentó todo» (Mt 13, 31 ss.).

El grano de mostaza y la levadura ¿A qué pregunta responden las dos parábolas? A una semejante a la que responden las parábolas del sembrador y de la cizaña. 75

La gente, cuando ya Jesús lleva algún tiempo en su ministerio, le pregunta sobre el significado del Reino: ¿Cómo es que todo va como siempre? ¡Sólo haces promesas y nada más! ¿Qué es este Reino? En el evangelio de Lucas la interrogación se expresa con palabras formales: «¿Cuándo vendrá el reino de Dios?» (Le 17, 20), que dejan entender la desilusión de la muchedumbre. Entonces Jesús relata las parábolas: el Reino, en sus inicios, es algo muy pequeño, y por eso no se nota. Debemos tener la paciencia de esperar, debemos tener fe: «Tened fe al menos como un grano de mostaza» (Mt 17, 20). Esperad y veréis. 1. Sin embargo, lo que veremos no es una realidad estrepitosa. Porque un arbusto de mostaza, aunque llegue a ser como un árbol que permite que los pájaros del cielo hagan los nidos entre sus ramas, es siempre un arbolito. Jesús no hace, pues, promesas maravillosas, sino que asegura una casa para todos. Es interesante comparar esta parábola del Señor con la descripción que leemos en el libro de Daniel. Nabucodonosor, en uno de sus sueños, contempla un árbol. «En el centro de la tierra, de altura muy grande. El árbol creció, se hizo corpulento, su altura llegaba hasta el cielo, su expansión, hasta los confínes de la tierra. Era hermoso su ramaje, abundante su fruto; había en él comida para todos, a su sombra se cobijaban las bestias del campo, en sus ramas anidaban los pájaros del cielo, y toda carne se alimentaba de él» (Dn 4,7-9).

2. La parábola de la levadura subraya el mismo concepto. Si lo pensamos bien, la levadura es incomible, es harina que se ha estropeado y que habría que echar fuera. Y, sin embargo, en su humildad se muestra útilísima, capaz de fermentar una gran cantidad de harina que resulta así comestible, agradable, pronta para ser cocida y servida.

Una casa humilde pero acogedora Podemos decir hoy que el arbusto de mostaza es la Iglesia, si tenemos suficiente fe como para contemplarla en su misterio; no es un árbol grande, no es muy potente respecto a las potencias terrestres ricas en ejércitos y en instrumentos de defensa. Pero es acogedora, y los pajarillos del cielo, es decir, los pobres, los humildes de todos los países del mundo, encuentran en ella una casa. Es éste el milagro del Reino que se cumple ante nuestros ojos. Una comunidad cristiana, cuando vive realmente los valores evangélicos, es como la levadura capaz de hacer que fermente toda la masa del pueblo de Dios. Estemos de esta manera identificados a las características del Dios viviente, tal como hemos meditado reflexionando sobre el profeta Elias. El Dios viviente ama las cosas pequeñas, simples, se complace en el granito de mostaza y en pellizco de levadura. También la realidad monástica es una realidad humilde, simples que son como pajaritos en busca de lo infinito de Dios. Y cuando la vida religiosa es vivida en toda su fuerza profética, es como levadura en la Iglesia. «Concédenos, Señor, entender el misterio de la vida cristiana y de la vida religiosa, para que podamos conocer la gracia del reino de Dios, que ya está entre nuestras manos».

La semejanza con el arbusto de mostaza es clara, pero hay una notable diferencia. Porque el árbol del rey es grande, robusto y su cima alcanza el cielo; el de Jesús es pequeño, no excesivamente noble, un tanto despreciado y, sin embargo, da un precioso servicio hospedando a los pajarillos, aquellos que se confían a Dios, sin muchas pretensiones. 76

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VI EL MURMULLO DE UN SILENCIO QUE SE DESVANECE 1 R 19,9-18: La teofanía en el Horeb

El murmullo de un silencio que se desvanece: así traduce Martín Buber la expresión de 1 R 19, 12, que constituye una gema de la espléndida teofanía en el Horeb. La Biblia de San Jerónimo (Edicep, 1994) habla de «un silbido de viento suave», pero se podría decir: «el soplo de un céfiro ligero». Nosotros queremos comprender el significado de estas imágenes en las que Dios se revela, meditando sobre la segunda parte del relato, precisamente sobre el encuentro de Elias con Yahvé (1 R 19,9-18). Estamos en el momento central de la vida del profeta solitario y también en el momento central de los Ejercicios. Se trata, pues, de disponernos a encontrar al Dios vivo que nos revela quiénes somos y qué quiere de nosotros, cuáles son sus proyectos sobre la Iglesia y sobre el mundo. 79

Los Padres y, sobre todo, los escritores místicos y espirituales han meditado largamente acerca del episodio de la teofanía del Horeb, acerca del itinerario de la fe que parte de la noche, de la caverna y después, a través de los signos, alcanza a captar la presencia de Dios. Quisiera citar al menos un trozo de Gregorio Magno que, reflexionando sobre la contemplación mística, escribe: «La mente humana, cuando ve las cosas superiores y divinas, aun cuando esté en la oscuridad, ya abandona el cuerpo por medio del pensamiento elevado y adora humildemente a Dios; si bien no pueda ver la esencia, sin embargo admira la potencia por una iluminación del espíritu. Por eso, se dice que Elias, mientras escucha la voz del Señor que habla, estaba ante la cueva y tenía la faz cubierta; porque, cuando por medio de la gracia de la contemplación comprende la comunicación del cielo, entonces ya no se queda en la cueva, porque el alma ya no se preocupa de las cosas terrenas; sino que estaba delante de la puerta, porque piensa en huir de las preocupaciones de esta vida» (De las Homilías sobre Ezequiel, Lib. II, hom. I, n. 17). Y Gregorio continúa reflexionando sobre la relación entre lo que le ocurre a Elias y la oración contemplativa. Ambrosio habla menos de esta teofanía en el Horeb. Ya hemos recordado su comentario sobre la fuga del profeta y, probablemente, se refiere aún al Horeb cuando escribe: «Absorto en el Verbo (...) Elias no advirtió ni siquiera el hambre de un ayuno prolongado. Quien sigue al Verbo no puede desear un pan terrestre, porque recibe la sustancia del Pan celestial» (Exposición del evangelio según Lucas, IV, 20). De todos modos sabemos que Ambrosio no entra directamente en el tema de la contemplación mística, deteniéndose preferentemente en temas morales. Tampoco la Biblia toma específicamente el encuentro del profeta con Dios en el monte. El libro del Eclesiástico, por ejemplo, en los capítulos sobre el elogio de los antepasados, dedica hasta once para subrayar la reprensión recibida por el profeta: «Después surgió el profeta Elias como fuego, su palabra abrasaba como antorcha. Él atrajo sobre ellos el hambre, y con su celo los diezmó. 80

Por la palabra del Señor cerró los cielos, e hizo también caer fuego tres veces. ¡Qué glorioso fuiste, Elias, en tus portentos! ¿quién puede jactarse de ser igual que tú? Tú que despertaste a un cadáver de la muerte y del sheol, por la palabra del Altísimo; que hiciste caer a reyes en la ruina, y a hombres insignes fuera de su lecho; oíste en el Sinaí la reprensión, y en el Horeb los decretos de castigo; ungiste reyes para tomar venganza, y profetas para ser tus sucesores; en torbellino de fuego fuiste arrebatado en carro de caballos ígneos; fuiste designado en los reproches futuros, para calmar la ira antes que estallara, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y restablecer las tribus de Jacob. Felices aquellos que te vieron y que se durmieron en el amor, que nosotros también viviremos sin duda» (Si 48, 1-11). Por tanto, el tema para nosotros tan querido del viento ligero, de los modos del conocimiento de Dios, emerge probablemente, como tema dominante, sólo en épocas sucesivas. En todo caso comprendemos enseguida la riqueza del trozo que intentamos meditar; sería necesario ser un místico para comentarlo adecuadamente. Nosotros nos contentaremos con hacer una simple lectura, como hemos hecho con los primeros ocho versículos del capítulo 19. «Elias entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahvé, que le dijo: "¿Qué haces aquí, Elias?" Él le dijo: "Ardo en celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque los hijos de Israel te han abandonado, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela". Le dijo: "Sal y ponte en el monte ante Yahvé". Y he aquí 81

que Yahvé pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahvé; pero no estaba Yahvé en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahvé en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elias, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: "¿Qué haces aquí, Elias?" El respondió: "Ardo en celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque los hijos de Israel te han abandonado, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela". Yahvé le dijo: "Anda, vuelve por tu camino hacia el desierto de Damasco. Vete y unge a Jezael como rey de Aram. Ungirás a Jehú, hijo de.Nimsí, como rey de Israel, y a Elíseo, hijo de Safat, de Abel-Mejolá, le ungirás como profeta en tu altar. Al que escape a la espada de Jazael le hará morir Jehú, y al que escape a la espada de Jehú le hará morir Elíseo. Pero me reservaré siete mil en Israel; tod":á las rodillas que no se doblaron ante Baal, y todas las bocas que no le besaron"» (1 R 19, 9-18). Vemos que la lectura nos resulta algo difícil debido a un fastidioso problema de texto. La pregunta de Dios: «¿Qué haces aquí, Elias?», y la respuesta del profeta: «Ardo en celo por Yahvé, Dios Sebaot...» (vv. 9-10) se repiten en los versículos 13-14. Ahora, la repetición hace pensar a muchos críticos que la primera pregunta sea una repetición de la segunda, un añadido sucesivo. Tanto más cuanto está conexa con una singular torpeza del texto al indicar los movimientos de Elias. En el versículo 9 el profeta entra en una caverna para pasar allí la noche; en el versículo 11 el Señor le ordena que salga y que permanezca en el monte para ver cómo pasa él; en el versículo 13 Elias, oyendo el murmullo de la brisa ligera, sale y queda quieto a la entrada de la caverna. No se entiende si ha salido una primera vez, entrando luego para volver a salir. La solución de los críticos que leen los versículos 9 y 10 como una repetición simplifica el texto, y clarifica mejor los movimientos de Elias. Sin embargo la Escritura nos presenta un largo párrafo y nosotros queremos tener en cuenta esta glosa que, probablemente, tiene un significado preciso. 82

Elias en la caverna (vv. 9-lia)

- Entramos con Elias en la caverna para pasar allí la noche. Él todavía no sabe qué va a suceder, pero lo sabe el Señor que le hace repetir el gesto de Moisés. La caverna, efectivamente, recuerda la cavidad de las rocas de la que nos habla el libro del Éxodo: «Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que Yo haya pasado» (Ex 33,21-22). Por la guía misteriosa de Yahvé, el profeta está ya recorriendo los caminos del gran caudillo del pueblo elegido, retornando, como he dicho, a los orígenes de la alianza. - «Le fue dirigida la palabra de Yahvé que le dijo». ¡Por fin Yahvé habla! 'Hacía mucho tiempo que no hablaba a su siervo; en los momentos que Elias huía cansado y desesperado, había mantenido el silencio, aunque enviara al ángel a confortarle con un anuncio enigmático. Y podemos creer firmemente que Elias sufrió aquella aridez espiritual que es típico del profeta a quien viene a faltar la Palabra. Es probable que los salmos expresen este dolor: «Si tú no me hablas, Señor, soy como el que baja a la fosa» (Sal 28, 1). Es la voz dramática del que, teniendo una misión, en un determinado momento no siente ya la inspiración de Dios, y todas las fuerzas le abandonan. Pero cuando el Señor vuelve a hablar, como cuando la estrella reaparece a los Magos, todo comienza a tener vida. - «¿Qué haces aquí, Elias?» Hay un matiz de reproche en la pregunta que recuerda a la dirigida a Adán: «¿Dónde estás?» (Gn 3, 9). Mientras el profeta era débil, agotado, hundido por la desilusión, Yahvé no lo había reprochado. Ahora que está otra vez fuerte, que ya no tiene necesidad de ser alentado porque está reencontrando el gusto por la oración, por la soledad, por la relación con su Señor, Dios comienza a inquietarle. - Elias responde manifestando su desolación: «Ardo en celo por Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares, han pasado a espada a tus profetas. Quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela». La noche del pro83

feta, la prueba, se precisa; no es tanto una prueba que se refiere a su vida, sino sobre todo se refiere al pueblo, por tanto, a Dios. Elias no llora su propia derrota personal porque ha comprendido que la raíz profunda de su desolación es la aparente derrota de Yahvé. ¡Dios mío, parece decir, tú te has dejado derrotar, y por eso he huido, por eso no logro ya vivir! El Señor, poco a poco, le lleva a descubrir que el grandísimo sufrimiento del profeta, el suplicio que llevaba dentro provenía de la convicción de que la verdadera religión había muerto, que la fe en Yahvé había sido definitivamente apagada en Israel y que Yahvé había abandonado su causa, sus altares, su pueblo. Es pues, un lamento teológico, histórico-salvífico, una prueba eclesial. Como cuando nosotros nos dolemos pensando que ya no hay fe, que ya no hay vocaciones, que ya no hay espíritu de oración, celo auténtico. Notad también que quien piensa de este modo, Elias en primer lugar, sobreentiende siempre: sin embargo, yo siempre te he permanecido fiel, Señor: «He quedado solo». Es un lamento que por una parte se dirige a la derrota aparentemente sufrida por Dios, mientras que por otra da a entender que yo soy el único capaz de juzgar la diferencia entre el pasado y el presente. - Un lamento teológico, hemos dicho, y Yahvé, por el momento, deja que se exprese, y se limita a ordenar al profeta: «Sal y ponte en el monte ante Yahvé». Lo invita a ponerse otra vez a la espera después de haberlo ayudado a entender la verdadera razón de tanta desolación interior. «Sal y ponte en el monte ante Yahvé» es una llamada a los orígenes de Elias. Se había definido como alguien que estaba ante Yahvé y debe reencontrar esta gracia fundante, la de los inicios, la del primer entusiasmo. Para nosotros esto quiere decir reencontrar la gracia bautismal, la alegría de la vocación, los buenos comienzos de nuestro camino de fe. Esta petición había sido hecha ya a Moisés y sería útil volver a leer, en la meditación personal, los capítulos 33 y 34 del libro del Éxodo, muy semejante al episodio de Elias en el Horeb. Estar ante Yahvé, es estar en la presencia del Señor, como Moisés, como Elias, como María junto a la cruz (Jn 19,25). 84

El paso del Señor (w. llb-12)

- «Y he aquí que Yahvé pasaba». Otra expresión célebre en la historia bíblica, que nos recuerda la Pascua: «En esa noche yo pasaré por el país de Egipto y heriré a todo primogénito de Egipto, hombre o bestia; y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, Yahvé (...) Yahvé pasará» (Ex 12,12. 23). Elias es robustecido en su fuerza interior volviendo no sólo a la alianza sinaítica sino también a la pascual. - En el versículo 12 tenemos los cuatro signos: viento, terremoto, fuego, murmullo de la brisa. No se dice que el Señor estuviese en este último, pero se niga que estuviera en los tres primeros. Es un pasajeriquísimode símbolos que nos recuerdan tantas otras páginas bíblicas, un pasaje oscuro porque no acabamos de entenderlo totalmente: Yahvé, ¿estaba o no estaba en el murmullo de la brisa? Y, ¿por qué, en otras ocasiones en la Escritura, Dios está en el fuego mientras no ocurre lo mismo ahora? Hemos sido introducidos en los abismos místicos del conocimiento del Señor y de los signos de su presencia, pero difícilmente podemos entender toda la profundidad de este versículo. Me propongo subrayar dos momentos: los signos en sí mismos y la interpretación de tales signos. a) Comenzamos por los signos. La Biblia presenta muchos signos, por ejemplo la columna de nube que «de día nunca se apartaba de la vista del pueblo, ni la columna de fuego durante la noche» (Ex 13, 22). Dice a este propósito la Biblia de Jerusalén: «En el Pentateuco se encuentran diversas manifestaciones de la presencia divina: la columna de nube y la columna de fuego (tradición "yavhista"); el nublado oscuro y la nube (tradición "elohísta"); finalmente, asociada a la nube, la "gloria" de Yahvé, fuego devorador que se mueve como el mismo Yahvé (tradición "sacerdotal"). Nociones o imágenes de las que la teología mística ha hecho gran uso» (cfr. Biblia de Jerusalén, nota a Ex 13,22). Imágenes, pues, que han tenido gran repercusión en la historia de la Iglesia. 85

Siempre en el libro del Éxodo, encontramos otros signos: truenos, relámpagos, nube densa sobre el monte, estruendo de trompetas, el monte humeante sobre el que «había descendido el Señor en el fuego y el humo subía como el humo de un horno; todo el monte retemblaba» (Ex 19, 16. 18). Es interesante recordar que en el párrafo coinciden las diversas tradiciones: yavhista, sacerdotal y deuteronomista, que describen la teofanía del Sinaí en el cuadro de una erupción volcánica, y la elohísta que la describe como un huracán. De esa manera el autor quiere significar la presencia de Dios. También encontramos en el Nuevo Testamento los tres primeros signos del relato de Elias: «estruendo, como de viento impetuoso», «lenguas como de fuego» (Hch 2, 2. 3), «cuando acabaron la oración, el lugar en que estaban reunidos retembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo» (Hch 4, 31). El viento, el fuego, el terremoto son símbolos bien conocidos en toda la Escritura; han significado la presencia del Señor en el Sinaí, en el camino del desierto, y han sido tomados por los Salmos. Sin embargo, no encontramos el viento ligero, aunque reflexionando sobre su matriz probablemente llegamos a aquella «brisa del día» a cuyo fresco paseaba Dios por el jardín (cfr. Gn 3, 8). Podemos, pues, concluir que el autor del primer libro de los Reyes juega con símbolos bien conocidos para subrayar concretamente cómo Elias es fortalecido por Yahvé a través del retorno a la Pascua, a la alianza sinaítica, y además, al paraíso terrestre, al primer contacto del hombre con Dios. b) Interpretación de los signos. Los signos no son necesariamente la presencia de Dios, sino de su inminencia y recuerdan otros grandes acontecimientos salvíficos: Yahvé está próximo, está viniendo, como viene en la Pascua, en el Sinaí, como viene al encuentro de Adán en el jardín. Más difícil es entender el significado de la no presencia de Dios en el viento, en el terremoto y en el fuego. Según algunos exégetas Dios se constituye maestro de su impetuoso testigo revelándose a él en el murmullo suave, que dará fin a la terrible manifestación de la violencia de los elementos, para 86

enseñarle que prefiere la mansedumbre misericordiosa a las tempestades y a las violencias del celo religioso. Es una línea interpretativa interesante, pero estoy de acuerdo con los exégetas que la contestan haciendo notar que las órdenes de venganza y de carnicería -que Dios dará a Elias en los versículos 15-17 no prueban un triunfo de la mansedumbre. Quizá el viento ligero simboliza la intimidad con la que Yahvé se encuentra con sus profetas. En cualquier caso, aunque nos quedemos en la incertidumbre acerca del sentido preciso de los cuatro signos, está claro el significado general: Dios reafirma a Elias reconduciéndolo a los grandes acontecimientos de la historia de la salvación y quiere privilegiar sobre todo la teofanía de la dulzura, de la familiaridad, de la relación íntima amigable y esponsal.

El encuentro con Dios (vv. 13-18) - «Cuando lo oyó (el viento ligero) Elias se cubrió el rostro con el manto, salió y se paró a la entrada de la caverna» (v. 13). Exactamente igual como Moisés ante la zarza ardiendo: «Se tapó la cara porque tenía miedo de mirar a Dios» (Ex 3, 6). La pregunta del Señor es la misma que la del versículo 10 porque Yahvé quiere que el profeta tome conciencia de su errada interpretación de la situación: «¿Qué haces aquí, Elias?» - Después de la respuesta, Dios pronuncia el oráculo que comprende sobre todo el encargo de tres unciones; Dios no discute directamente con Elias, sino que de nuevo le da su confianza: «Anda, vuelve por tu camino hacia el desierto de Damasco. Vete y unge a Jezael como rey de Aram. Ungirás a Jehú, hijo de Nimsi, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel-Mejolá, le ungirás como profeta en tu lugar» (vv. 15-16). Tres unciones sagradas que ponen fin a la misión del profeta Elias. Los tres ungidos vengarán a Dios: «Al que escape a la espada de Jezael le hará morir Jehú, y al que escape a la espada de Jehú, le hará morir Eliseo» (v. 17). La venganza, pues, se cumplirá. - Finalmente, la última palabra de Yahvé pone en evidencia toda la interpretación teológica, histórico-salvífica, que reservaré siete 87

mil en Israel; todas las rodillas que no se doblaron ante Baal, y todas las bocas que no le besaron» (v. 18). Es una palabra fundamental, de confianza, una palabra inesperada: Israel no está aniquilado, tiene parte todavía en el designio de Dios. Yahvé, efectivamente, dejará sobrevivir siete mil personas, significando que no ha repudiado a su pueblo. San Pablo toma de manera espléndida este versículo para consolarse del fracaso que lo afligía: «Digo la verdad en Cristo, no miento, -mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo-, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón» (Rm 9, 1-2). El Apóstol pasó por la noche angustiosa de Elias, probó agudamente la soledad dolorosa del hombre de Dios que se siente solo y bajo el peso de una vocación aplastante, y temió haberse equivocado al poner sus esperanzas en el pueblo elegido, tuvo miedo de que no se realizara el designio de Dios. Pero también se dejó consolar por la palabra de confianza que Dios le había dirigido a Elias, y así escribe: «Dios no ha rechazado a su pueblo, en quien de antemano puso sus ojos. ¿O es que ignoráis lo que dice la Escritura acerca de Elias, cómo se queja ante Dios contra Israel?

gado, no se ha roto; en tu proyecto que no se ha acabado. Tú, Señor, te has reservado también en esta sociedad una multitud de personas que quieren amarte sinceramente, servirte, y con las que nosotros estamos llamados a caminar hacia ti. Haz que cada uno de nosotros se convierta en testigo de la esperanza de Elias, impidiendo así que la Iglesia y las comunidades se abandonen a la desolación, e infundiendo, por el contrario, valentía y esperanza, como hizo tu apóstol Pablo».

"Señor, han dado muerte a tus profetas; han derribado tus altares; y he quedado yo solo y acechan contra mi vida". Y, ¿qué le responde el oráculo divino? Me he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal». Pues bien, del mismo modo, también en el tiempo presente subsiste un resto, elegido por gracia (Rm 11, 2-5). Este resto es la prenda de la restauración futura. «Concédenos, Señor, a todos nosotros que tan frecuentemente consideramos con lamentos, quizá con tristeza, las vicisitudes de la Iglesia y de nuestras comunidades, vivir la experiencia de Elias, dejarnos sumergir en la fuerza del Bautismo de los orígenes, volver a tener confianza en tu designio de amor que no se ha apa88

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VII VOCACIÓN DE ELISEO: OBEDIENCIA La intención de san Ignacio en los «Ejercicios espirituales» 1. San Ignacio de Loyola, patrón de los Ejercicios espirituales, (y es oportuno que antes de la meditación hagamos un recuerdo del camino que el santo propone en su libro), quiere ayudar al cristiano a buscar y encontrar la voluntad de Dios en la propia vida, para abrazarla con decisión o para renovar la misma, si ya la había abrazado. El objetivo es, pues, muy simple. Para alcanzarlo, Ignacio, después de haber ayudado al ejercitante a purificarse de los bloqueos, de los condicionamientos, de las inclinaciones, conscientes o inconscientes, que impiden buscar y encontrar con libertad la voluntad divina, quiere que se busque y se encuentre la voluntad de Dios entrando en sintonía con las preferencias de Cristo humilde y pobre. 2. Intentando una comparación con nuestros ejercicios resumo en tres grandes momentos el camino que nosotros hemos hecho hasta aquí: 91

- Nos hemos puesto en la presencia de Dios en un clima de silencio y de oración, meditando la palabra del Señor- «Escóndete en el torrente de Kerit» -y la de Elias- «Estoy en su presencia». - Hemos empezado a contemplar al Señor, pidiéndole conocer los ídolos que no nos dejan adorarle a Él solo, pidiéndole verle en nuestra fragilidad, en nuestros pecados, en nuestra lejanía de la meta evangélica. Para meditar sobre el «conocimiento del Dios vivo», nos ha estimulado la reflexión sobre el sacrificio del monte Carmelo (¡Ay de los idólatras!); la que hemos hecho sobre el «conocimiento de Dios y virtudes evangélicas», a partir de los episodios de la viña de Nabot y de la viuda de Sarepta; después la reflexión sobre las palabras de Elias: «No soy mejor que mis padres». - El tercer momento, que aún estamos viviendo, consiste en dejarse interpelar por el plan que el Dios viviente tiene sobre cada uno de nosotros, sobre la Iglesia, sobre la historia, porque somos parte necesaria en tal plan. Y lo hemos captado en la vida de Elias y de su pueblo, entrando en la caverna con el profeta y saliendo para escuchar el murmullo de un silencio que se desvanece dejando el sitio a la voz del Dios viviente. 3. Ahora, teniendo presente la última palabra programática pronunciada por el Señor en el Horeb, queremos contemplar algunos aspectos del designio de Dios. Los leeremos en la vida de Elias (en contraste con la de Jesús), que puede ser entendida también como programa de la vida monástica.

Elias y la vida monástica Tradicionalmente unimos a Elias con la vida monástica a partir del siglo XIII, cuando se difundió en Europa la Orden carmelita. Sin embargo, es interesante tener presente que la mención antigua, se remonta a los primerísimos siglos del cristianismo. En la famosa Vida de Antonio, escrita por Atanasio en el siglo IV, leemos «vive el Señor, ante el cual me encuentro hoy». Y añade Atanasio: «Interpretaba así este versículo: cuando el profeta dice "hoy", no tenía en cuenta el tiempo pretérito, sino que fijando siempre un nuevo principio buscaba cada día presentarse ante Dios como es necesario 92

obedecer la voluntad de Dios y de nadie más. Decía Antonio entre sí: "Aquel que practica la ascesis cristiana debe contemplar la propia vida como en un espejo, contemplando la del gran Elias"» (Vida de San Antonio 1,12. 13). Todos aquellos que hacen profesión de vida solitaria deben, pues, tomar como regla y como patrón a Elias. El mismo san Ambrosio, en La fuga del mundo propone al profeta como modelo de castidad, pobreza, ayuno, oración, virtudes pues, según el obispo de Milán, son características de la opción monástica. Escuchemos todavía a un testigo de la tradición, un sacerdote, un hombre que gustaba expresarse con elocuencia y que también vivió hacia finales del siglo IV: san Jerónimo. «Todas las carreras tienen sus cabezas de fila y sus modelos: que los generales romanos imiten a los Camilos, a los Fabrizios, a los Escipiones; que los filósofos tomen como modelo a Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles; que los poetas intenten igualar a Homero, Virgilio, Menandro, Terencio; los historiadores a Tucídides, Salustio, Herodoto, Tito Livio; los oradores a Lisia (...). Demóstenes, Cicerón; y, llegando a nuestra religión, los obispos y presbíteros tengan como ejemplo a los apóstoles y a los varones apostólicos (...). En cuanto a nosotros (Jerónimo habla de sí como monje y fundador de vida monástica) tenemos como cabeza de filas y modelo de nuestra profesión a los Pablo, los Antonio, los Juliano, Los Ilario, los Macario y, por llegar a la autoridad de la Escritura, el primero entre nosotros es Elias, Eliseo es nuestro, nuestros guías son los hijos de los profetas que habitaban los campos y el desierto, donde levantaban sus tiendas junto a las aguas del Jordán» (Epístola 58, 5). La idea de considerar a Elias como la cabeza troncal de la vida monástica, el modelo de las virtudes monásticas es, por ello, muy antigua y nosotros queremos atenermos a la tradición. Por eso propongo una meditación sobre la vocación de Eliseo, llamado por Elias.

1 R 19,19-21: Los dos personajes y la llamada de Eliseo «Partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodé93

cima. Pasó Elias y le echó su manto encima. Él abandonó los bueyes, corrió tras Elias y le dijo: «Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré». Le respondió: «Anda, vuélvete, pues ¿qué te he hecho?» Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y los sacrificó, asó su carne con el yugo de los bueyes y dio a sus gentes, que comieron. Después se levantó, se fue tras de Elias y entró a su servicio» (1 R 19, 19-21). 1. Los dos personajes (v. 19a) presentados son Elias y Eliseo. - Según el texto inmediato, Elias ha bajado del Horeb, donde ha recobrado la valentía. Podemos imaginar que la piel de su cara estaría radiante, después de la teofanía, reflejaría el misterio del Dios vivo, tal como le había acaecido a Moisés (cfr. Ex 34, 29-30). Se le. presenta la ocasión de cumplir uno de los tres encargos que le fueron confiados, mientras sabemos que será Eliseo quien unja a los reyes Jazael y Jehú. Por tanto el Señor ni siquiera pide a su profeta que cumpla todas sus órdenes; basta que acoja interiormente el designio de Dios, dejando luego el cumplimiento material a instrumentos diversos. - La ocasión es el encuentro con el «hijo de Sataf», originario de Abel-Mejolá, pequeño pueblecito situado probablemente a 15 km. al sur de Bats-Sheán, no demasiado lejos, en línea recta, de Tisbe, patria de Elias. Sin embargo, mientras que Tisbe estaba en TransJordania, Abel-Mejolá se encontraba al otro lado del Jordán. No se puede excluir que ellos dos se conocieran ya; Elias era muy conocido, y tenía el comportamiento típico del hombre de Dios. - Eliseo «araba con doce yuntas de bueyes delante de él». Quien está familiarizado con la vida del campo advierte enseguida una cierta exageración; doce yuntas de bueyes, para un solo arado, molestaría normalmente, y los exégetas, para explicarse la expresión, piensan mejor en doce arados. En cualquier caso, lo que el texto quiere subrayar es que Eliseo era acaudalado, un gran señor del campo, uno de aquellos ricos que también Jesús encontrará en su vida. - El pobre, rústico, andrajoso Elias, llama a este rico. Porque la vocación evangélica no tiene límites sociales, culturales, raciales; puede llegar a todas las categorías, sin distinción alguna. 94

2. La llamada (vv. 19b-21). - «Pasó Elias y le echó su manto encima». Una manera muy brusca de comportarse: ninguna palabra, ningún intento de convicción, sólo un gesto violento de significado clarísimo. El manto es símbolo de la persona y, de alguna manera, también de sus derechos. Nos viene a la mente la bellísima y delicada historia de Ruth, cuando es reconocida por Booz, después de la noche en la era. Booz le pregunta: «"¿Quién eres?". Responde: "Soy Ruth, tu sierva; extiende sobre tu sierva el borde de tu manto, porque tienes derecho al rescate"» (Ruth 3,9). Y hay otro bellísimo pasaje que se refiere al pueblo de Israel: «Entonces pasé yo junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo de los amores. Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo -oráculo de Yahvé- y tú fuiste mía» (Ez 16, 8). Echar el manto sobre alguien constituye una señal de adquisición, de deseo de alianza. Podemos imaginar cómo Eliseo quedaría turbado, sacudido interiormente por el gesto de Elias, tanto más cuando, leyendo el texto de no fácil interpretación, parece que el profeta, famélico y andrajoso como estaba, continúa después su camino. Es como decir: yo ya he hecho lo que debía, de ahora en adelante el profeta eres tú. - Sin embargo Eliseo no acepta este modo rudo de hacer alianza y corre detrás de él asegurándole que, después de haber saludado a sus padres, le seguirá. Siente, pues, la necesidad de prepararse, tiene miedo de comenzar sin un guía, quiere ser discípulo. - Pero Elias no quiere someterse, como los grandes eremitas que prefieren la soledad y no van a buscar discípulos porque no pecan de protagonismo, no piensan en hacerse un nombre: «Anda, vuélvete, pues ¿qué te he hecho?» Parece que se pueda traducir así: anda, vuelve allí de donde viniste, no me sigas; lo importante es que hayas entendido lo que te he hecho. Interesante y singular la palabra del profeta que se sustrae a la insistencia de ser líder, fundador. Sólo trabajosamente aceptarán discípulos los eremitas del desierto, llegando a ser después padre de una muchedumbre. 95

- Eliseo no desiste y se despide de los suyos a la manera de un gran señor que ha decidido romper totalmente con sus riquezas: «Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y lo sacrificó; asó su carne con el yugo de los bueyes y dio a sus gentes, que comieron. Después se levantó, se fue tras de Elias y entró a su servicio» (v. 21). El gesto que realizará con los aperos de labranza es una señal extraordinaria de desapego, de abandono de los propios bienes. Hecho, pues, pobre, se pone al servicio de Elias, para vivir con él. Aquí nace el discipulado monástico, que consiste en seguir las huellas de un anciano hombre de Dios para aprender a dominarse a sí mismo, el propio cuerpo y el propio espíritu, para aprender a estar atentos a la voz del Señor y a realizar así la propia misión profética. Se tiene la impresión, aunque el texto no lo dice, que Eliseo haya devuelto el manto al gran maestro, para indicar que primero debe aprender, asimilar sus enseñanzas de vida. De hecho, este manto será entregado definitivamente a Eliseo en el momento del rapto de Elias al cielo.

manera física inmediata al padre ya muerto, sino que le dice al Señor que su padre es ya anciano y que sería más prudente esperar. De modo que Jesús lo saca de sus titubeos y de sus excusas familiares con las que intenta defenderse. Podríamos insistir en otras resonancias pero en el momento de la meditatio nos apremia en particular el mensaje del texto. 2. A la luz del Nuevo Testamento, Elias y Eliseo son el prototipo de todo discipulado posterior, incluido el de Jesús con los suyos. De tal discipulado nace la vida común que está en la raíz de la vida religiosa: vivir juntos, en obediencia, para aprender a buscar a Dios y a alejarse de los ídolos. Por eso, la obediencia es esencial en la vida religiosa tradicional: si no nos ponemos bajo la obediencia de un hombre venerable en vida común no podremos aprender a servir a Dios y a purificar el corazón. En sus orígenes monásticos más antiguos, la obediencia es principalmente de naturaleza ascética, porque responde a la petición: Enséñame a encontrar a Dios, guíame en el camino para encontrarlo. En un segundo tiempo, sobre todo en las Congregaciones de Nuestro seguimiento vida activa, la obediencia devendrá también organizativa y apostólica: debo desarrollar esta casa, esta misión. 1. Preguntémonos ante todo cuáles son las resonancias bíblicas Pero no debemos olvidar nunca que al principio la obediencia del trozo que hemos leído. religiosa ha sido querida y elegida para un camino espiritual. - La vocación de los primeros discípulos que hace Jesús: «Enseguida, dejando las redes, lo siguieron» (Me 1, 18); «dejando a su Examen de conciencia padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, lo siguieron» (Me 1, 20). Se trata de Simón y Andrés, de Santiago y Juan. ¿Cómo es mi obediencia? - La vocación de Leví: estaba sentado en el banco de los im* ¿La presto sólo porque comprendo que en comunidad es puestos, tenía pues una profesión, tenía autonomía económica y pronecesario un orden, una cierta organización? bablemente era un hombre rico: «levantándose, lo siguió» (Me 2, Sería aún poco. 14). Como Eliseo, también Leví, hijo de Alfeo, da un gran banquete * ¿Obedezco porque busco la voluntad de Dios? de despedida. Quisiera hacer notar que la búsqueda de la voluntad de Dios - La vocación de un desconocido: «Otro discípulo le dijo: "Sepuede ser algo exterior a mí; cuando sé lo que el Señor quiere, lo ñor, déjame ir primero a sepultar a mi padre". Pero Jesús responcumplo dió: "Sigúeme, y deja que los muertos entierren a sus muertos"» * ¿Obedezco porque estoy contento de ser guiado en el camino (cfr. Mt 8, 21-22). Parece que el significado de este trozo no sea hacia Dios?, ¿estoy contento, deseo ser guiado incluso a través de tan crudo como a veces se interpreta; el hombre no pide enterrar de la humildad y la humillación? 96

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En una charla comentando la palabra de María: «He aquí la esclava del Señon>, insinué el misterio de la obediencia citando una página de las Constituciones de la Compañía de Jesús, que me propusieron cuando entré en el noviciado, donde se dice que quien entra en la Compañía debe estar dispuesto a obedecer y ser humillado, «oboedire et humiliari», supe que algunas religiosas se sorprendieron por la cita, y sin embargo expresa precisamente el ideal del camino ascético: ser ayudado a purificar el corazón y a liberarlo de todo lo que obstaculiza el conocimiento del verdadero Dios. «Oh María, tú que te sometiste con alegría al misterio de Dios pronunciando aquellas palabras tan difíciles para nosotros: He aquí la esclava del Señor; enséñanos a encontrar a Dios en la obediencia, en la humildad, en la negación de nosotros mismos, de modo que lo podamos conocer como tú lo has conocido».

LA CONFLICTIVIDAD PERMANENTE DE LA VIDA CRISTIANA Jrl4,17-22; Mt 13,36-43

En la memoria de san Ignacio de Loyola queremos meditar las lecturas de la feria, que han sido proclamadas, a la luz de la oración recitada al principio de la asamblea litúrgica: «Oh Dios, que has suscitado en la Iglesia a Ignacio de Loyola para gloria de tu nombre, concédenos que con su ayuda y ejemplo, combatamos el buen combate del Evangelio y podamos recibir en el cielo la corona de los santos».

Mt 13,36-43; Jr 14,17-22 1. Combate quiere decir lucha, por tanto lucha espiritual, y la página evangélica, con la explicación de la parábola de la cizaña del campo, nos presenta la convivencia despiadada entre el grano bueno y la cizaña. «Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el 98

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Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalo y a los agentes de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga» (Mt 13,36-43). Grano y cizaña tienden, ambos, a vivir, y la cizaña trata de sofocar al grano bueno. La existencia cristiana no se comprende, pues, como un simple camino educativo que procede de una luz a otra luz siempre mayor; es, por el contrario, conflictiva, es una lucha continua entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal, una lucha dura y cansada, que pone a prueba nuestra fe, esperanza y caridad. ¡Existe un enemigo! 2. El párrafo de Jeremías expresa algunas consecuencias de este combate: «Dejen caer de mis ojos lágrimas de noche y de día sin parar, porque de quebranto grande es quebrantada la hija de mi pueblo, de golpe gravísimo. Si salgo al campo encuentro heridos a espada; y si entro en la ciudad, encuentro desfallecidos de hambre. Y aun el mismo profeta, aun el mismo sacerdote andan errantes por el país y nada saben. - ¿Es que has desechado a Judá?, ¿o acaso de Sión se ha hastiado tu alma? ¿Por qué nos has herido, que no tenemos cura? 100

Esperábamos paz, y no hubo bien alguno; el tiempo de la cura, y se presenta el miedo. Reconocemos, Yahvé, nuestras maldades, la culpa de nuestros padre; que hemos pecado contra ti. No desprecies, por amor de tu Nombre, no deshonres la sede de tu Gloria. Recuerda, no anules tu alianza con nosotros. ¿Hay entre las vanidades gentilicias quienes hagan llover?, ¿o acaso los cielos dan de suyo la llovizna? ¿No eres tú mismo, oh Yahvé? ¡Dios nuestro, esperamos en ti, porque tú hiciste todas estas cosas!» (Jr 14, 17-22). El texto constituye la última parte de una larga lamentación, que comprende todo el capítulo 14, hecha en ocasión de una gran sequía. También Elias había comenzado su ministerio dándose la circunstancia de una grave sequía. Y en el trozo que hemos leído hay un apunte a la oración para pedir lluvia: «¿Hay acaso entre las vanidades gentilicias quienes hagan llover?» Los efectos de esta calamidad son devastadores: carestía, violencias para robar el poco pan que queda, lucha entre la gente por sobrevivir, «heridos de espada en el campo» y «desfallecidos de hambre» en la ciudad. Y, en realidad aun más dramática, el profeta y el sacerdote no saben qué hacer, no llegan a entender el sentido de lo que está pasando y no pueden, por tanto, ayudar al pueblo a entender ese sentido. Entonces se alza la voz del profeta Jeremías que invita a reconocer los pecados, las culpas cometidas, a renovar la confianza en el Señor soportando valientemente la prueba.

Reconocer los signos de los tiempos y la lucha entre la luz y las tinieblas

Pasando de la lectura de las dos páginas bíblicas a una breve meditación, a la pregunta sobre el mensaje, sugiero dos aplicaciones para nosotros. 101

1. En la interpretación que da Jeremías de los sufrimientos de su pueblo, veo la necesidad de que las comunidades cristianas, en particular las comunidades monásticas, sepan reconocer los signos de los tiempos, la iniquidad del hombre, nuestros pecados. De aquí la urgencia de ser intercesores para la humanidad entera, para la Iglesia, para la Iglesia local. Debemos alzar los brazos como Moisés, como Samuel, para pedir misericordia para nosotros y para nuestros hermanos. No es tan obvio que el cristiano tenga sentido del pecado, de la incredulidad, del rechazo de Dios y del amor, del odio recíproco, de las violencias, del hambre que devasta la tierra como consecuencia del egoísmo humano. No es tan obvio que el cristiano pida perdón al Señor intercediendo y ofreciéndose como víctima de expiación. Si todos, sacerdotes y laicos, están llamados a vivir la exigencia de misericordia, es sobre todo en los lugares de oración, en donde mejor se intuye el sentido de las tragedias humanas, donde se puede expresar verdaderamente tal exigencia.

la batalla por la fe. Sujetos también ellos de los asaltos del enemigo, condividen todos los sufrimientos y oscuridades del pueblo de Dios, buscando resistir a las tentaciones, y quizá viven directamente aquella prueba de la fe que les hace sentar -según la expresión de Teresa del Niño Jesús (cfr. Escritos autobiográficos, n. 277) a la mesa de los pecadores y de los incrédulos. El Señor puede permitir que lleguemos hasta aquí para estar próximos a cuantos luchan trabajosamente en la historia. Por eso tenemos como patrón a Elias, el profeta que no da tregua al enemigo, que se siente acabado y débil, pero que vuelve a ponerse en pie mirando al Dios vivo. E Ignacio de Loyola nos ha enseñado a discernir dentro de nosotros las continuas fases de este combate espiritual entre la luz y las tinieblas para reencontrar cada vez el camino del Señor, la manera de buscar su voluntad; nos ha recordado que es precisamente en la conflictividad permanente donde el cristiano crece y se purifica en el conocimiento del verdadero Dios.

2. La página evangélica nos ofrece una segunda enseñanza: es necesario sentir el drama de la lucha entre Dios y satanás, que se está desarrollando en el mundo. Es una lucha sin cuartel, una lucha entre la fe y la incredulidad, un combate que no excluye los golpes, por el cual Cristo muere en la cruz. No hay tregua, no hay armisticio entre luz y tinieblas: se enfrentan noche y día, desde la mañana hasta la tarde y desde la tarde hasta la mañana. Cuando te levantas, la lucha ya está ahí, junto a tu lecho, y ni de noche te abandona; se desenvuelve, sobre todo, dentro de nosotros, nosotros que somos el primer campo donde ha sido sembrada la buena semilla y la cizaña, y debemos prepararnos para esa lucha cada día con corazón renovado. No hay tentación de la que quedemos exentos; más aun, precisamente quien quiere seguir fielmente a Jesús debe entrar con fortaleza en este combate contra los demonios para vencer el egoísmo, la carne, la comodidad, el orgullo, la inquietud, la maledicencia, la desobediencia, el malhumor. Los religiosos y las religiosas están en primera línea en 102

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VIII UNA FUENTE DE VIDA DENTRO DE LA CASA Meditando los textos de Elias que nos ayudan a penetrar en el misterio de la vida cristiana y de la vida consagrada, he pensado volver a reflexionar sobre el milagro de la harina y del aceite, en el relato de la viuda de Sarepta. Ya hemos leído en una anterior meditación este párrafo, poniéndonos, por decirlo de alguna manera, en la parte de Elias, buscando las preferencias del Señor expresadas en las del profeta, en particular la predilección por los pequeños y los pobres, por los abandonados. Ahora lo veremos poniéndonos en la parte de la viuda y de la vida religiosa, permitiendo pues algunas de las interpretaciones simbólicas que los Padres han utilizado con gusto al explicar este relato.

La viuda de Sarepta No volvemos a leer todo el texto (cfr. 1 R 17, 7-16), sino solamente alguna frase, como momento de la lectura. 105

1. «Le fue dirigida la palabra de Yahvé a Elias diciendo: "Levántate y vete a Sarepta de Sidón y quédate allí, pues he ordenado a una mujer viuda que te dé de comer"» (vv. 8-9). El mandato de Dios es paradójico, porque probablemente en Sarepta había muchas personas acaudaladas, sin problemas de comida, mientras que Elias es enviado a una mujer carente de posibilidades económicas, afligida, herida en los afectos. Y esta viuda, pobre y desolada, que ha llegado al final de sus recursos, nos recuerda otras figuras bíblicas de mujer afligida y, a la vez, fuerte. - Por ejemplo, Noemí, mujer de Elimelech (cfr. Rt 1). Sus dos hijos se habían casado con dos jóvenes de Moab, Orpa y Ruth. Elimelech murió y, unos años más tarde, murieron también los hijos. Ella entonces sugirió a sus nueras que volvieran a su país dejándola en su infelicidad. Orpa siguió su consejo, pero Ruth quiso quedarse con Noemí. Se encaminaron hacia Belén de Judá, de donde era originario Elimelech y, cuando llegaron, «su llegada puso a todo el pueblo en conmoción. Las mujeres exclamaban: "¿No es ésta Noemí?" Mas ella respondía: "¡No me llaméis ya Noemí, llamadme Mará, porque Sadday me ha llenado de amargura! Colmada partí yo, vacía me devuelve Yahvé. ¿Por qué me llamáis aún Noemí, cuando Yahvé da testimonio contra mí y Sadday me ha hecho desdichada?"» (vv. 19-21). En este relato se expresan bien los sentimientos de una viuda que sufre como la mujer de Sarepta. - También podemos pensar en el dolor de la viuda de Naín: «Cuando Jesús se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: "No llores"» (Le 7, 12-13). También esta mujer está al extremo de sus fuerzas, pero Jesús la ayuda. La paradoja de la orden del Señor en el libro de los Reyes consiste en el hecho de que a una persona pobre y necesitada de ayuda se le manda un hombre tan pobre como ella, para que le alimente. - Por eso la viuda de Sarepta nos recuerda mucho la mujer alabada del evangelio. Mientras «algunosricosechaban sus ofrendas 106

en el tesoro», Jesús «vio también a una pobre viuda que echaba allí dos moneditas, y dijo: "De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir"» (Le 21, 1-4). Hay una ley misteriosa por la que el pobre es más generoso que el rico, la persona que ha sufrido mucho sabe dar más. - Esa ley la encontramos también en otra maravillosa figura femenina, seguramente viuda ya que no se habla del marido: la mujer siro-fenicia, de la misma región, por tanto, en la que se encuentra la localidad de Sarepta. El Evangelio no dice que fuera viuda, pero mientras que en el relato de la hija de Jairo es el padre quien toma la iniciativa para la curación, en este caso la mujer se comporta como si todo dependiese de ella. Valiente, perseverante, humildísima, ha aprendido en el sufrimiento a comprender el corazón humano y le suplica a Jesús que eche el demonio que se había adueñado de su hija. Él le dice: «"Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos". Pero ella le respondió: "Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños". Él, entonces, le dijo: "Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija"» (Me 7, 27-29). La viuda de Sarepta es, pues, una persona que puede acoger, entender qué es la gratuidad, la confianza, puede comprender el don de Dios, porque ha sido mortificada en las pruebas. 2. «He ordenado a una viuda que te dé de comer». Elias comenzará por pedir un poco de agua en un vaso, y después pedirá pan. Agua y hogaza de pan son el alimento necesario, indispensable al hombre para sobrevivir y en el desierto el profeta lo volverá a tener, pero directamente del ángel del Señor. 3. La mujer no lo rechaza aunque le hace saber que ha llegado al final de sus fuerzas y de sus provisiones. Sólo tiene un puñado de harina y un poco de aceite; después de cocer la harina para ella y para su hijo, lo comerán y quizá mueran. 107

Entonces Elias la exhorta a tener valentía, a ser audaz en la gratuidad, a preparar primero un panecillo para él y después para ella y para su hijo, ya que «la harina de la tinaja no se acabará y la orza de aceite no se agotará hasta el día en que Yahvé conceda la lluvia sobre la haz de la tierra» (v. 14). 4. La mujer creyó en la promesa del profeta, y se realiza el milagro pobre, no brillante, no extraordinario: «La harina de la tinaja no se acabó ni se agotó el aceite de la orza, según la palabra que Yahvé había dicho por boca de Elias» (v. 16). La harina y el aceite, que no disminuyen, dependen de la palabra de Dios pronunciada por medio del profeta. También Israel, en el desierto, fue alimentado por el Señor: «Te humilló, te hizo sentir el hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahvé» (Dt 8, 3). El pan sale de la boca de Dios porque es fruto de su mandato, de una palabra profética; el mismo Señor se ha preocupado de alimentar a la viuda de Sarepta, que ha vivido la humillación y el sufrimiento.

La fuente de vida en nuestro interior ¿Cuál es, pues, el alimento cotidiano de la vida cristiana, de la vida religiosa? Porque la viuda de Sarepta, humilde, pobre, totalmente confiada en la palabra de Dios y abandonada a la palabra del profeta, pronta a sacrificarse gratuitamente, mortificada por las pruebas, aparece verdaderamente como una imagen de Ja vida cristiana madura, de una vida templada por las pruebas, por las tentaciones, por las renuncias, por las dificultades, y por eso ha aprendido a conocer la gratuidad y a depender totalmente del Señor. El alimento cotidiano, simbólicamente indicado en el episodio del primer libro de los Reyes es triple: la Palabra, la Eucaristía, la Caridad, y es fuente de vida dentro de nosotros, en nuestro interior. La vida de la comunidad cristiana, de la familia cristiana, en 108

particular la vida consagrada es aquella casa que tiene dentro de sí la fuente de su alimento. 1. La Palabra y la Eucaristía. a) Hemos intentado explicar durante estos días qué significa vivir de la palabra, meditarla, leerla. De ella vive la familia compuesta por Elias, la mujer y el hijo, y gracias a su confianza en la palabra son alimentados cotidianamente. De ella vive también la comunidad religiosa. - Sobre todo a través de la liturgia y del oficio divino, aunque no siempre lo pensemos. Las palabras de la Escritura -Antiguo Testamento, Salmos, Nuevo Testamento-, que repetimos, cantamos, escuchamos humildemente, son como una lluvia que penetra, un rocío que riega alimentándonos día a día. - Sin embargo, para que haya siempre frescura en la escucha de la palabra en el oficio divino y en la liturgia, debemos preparar el ejercicio de la lectura divina personal, que nos permite gustar más y mejor la Escritura. Aprovechando, pues, la ocasión de las reflexiones de estos días, en las que os he ofrecido algún ejemplo para familiarizarnos con la Biblia, invito a todas las religiosas a llegar a ser familiares, domésticas de la palabra de Dios. Preparar a hacer la lectura y enseñar a hacerla. El Señor ha establecido para nuestro tiempo este ejercicio como un instrumento pastoral y apostólico de primer orden. El Vaticano II, efectivamente, exhorta «con ardor e insistencia a todos los fieles, sobre todo a los religiosos, a aprender "la sublime ciencia de Jesucristo" (Flp 3, 8) con la lectura frecuente de las Sagradas Escrituras. "La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo". Acerqúense gustosamente al Texto Sagrado, sea por medio de la sagrada Liturgia rica en palabras divinas, sea mediante la lectura pía, sea por medio de las iniciativas adaptadas a tal fin y por medio de otras ayudas, que con la aprobación y cuidado de los pastores de la Iglesia se difunden hoy por doquier. Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues "a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras"» (Dei 109

Verbum, 6). Los concilios anteriores nunca habían hecho una exhortación semejante, pero a mitad de nuestro siglo la Iglesia, consciente de que todos han alcanzado un nivel de cultura suficiente, ha pedido a los cristianos que lean y mediten la Escritura para alcanzar una fe que sea fruto de la convicción, de la opción personal, de la interioridad. El único cristianismo que sobrevivirá a la modernidad, será el fundado sobre convicciones profundas interiores; porque ya no bastarán las tradiciones externas o los fenómenos de masa. Y es precisamente el ejercicio de la lectura divina lo que puede mediar esta convicción de fe interior y profunda. b) La Eucaristía. Los Padres de la Iglesia han visto, en la harina de la tinaja que no se acaba y en el aceite de la orza que se agota, el misterio eucarístico. La Eucaristía se renueva cada día, hace vivir cada día a la comunidad, nutriéndola y reconstituyéndola. Es realmente la fuente de vida dentro de la casa. Como escribí en la carta pastoral Atraeré a todos a mí (1983) -que invito a recordar- «poner la Eucaristía en el centro, quiere decir reconocer esta fuerza configuradora de la Eucaristía, disponerse a dejarla actuar en nosotros no sólo como individuos, sino como comunidad, y aceptar las condiciones y las implicaciones de este evento único y revolucionario que es la Pascua inmersa en el tiempo del hombre» (cfr. n. 8). 2. La caridad fraterna. Quisiera ahora reflexionar con cierta libertad, a partir de una pregunta: ¿cuál es el fruto de la Eucaristía? Varios teólogos responden a la interrogación subrayando diversos aspecto. A mí me parece que el fruto específico, indicando por el mismo símbolo sacramental, es el de llegar a ser una sola cosa con Jesús -se come su cuerpo y se bebe su sangre- y una sola cosa entre nosotros que nos alimentamos de la misma comida. Por tanto, la caridad fraterna. ¿Qué es, pues, la caridad fraterna? 110

Tomo el estilo del apóstol Pablo que en la primera Carta a los Corintios dice sobre todo qué no es la caridad: no es hablar las lenguas de los hombre y de los ángeles, no es tener el don de la profecía, no es conocer todos los misterios y toda la ciencia; no es tampoco poseer la plenitud de la fe, ni tampoco distribuir todos los bienes y hasta entregar el propio cuerpo al fuego. Este último versículo es difícil de entender: ¿es verdaderamente posible distribuir todos los bienes, condividirlos con quien no los tiene, y no tener caridad? San Pablo escribe: «Si no tengo caridad, nada me sirve» (cfr. 1 Co 13, 1-3); el hacerse todo para todos, la disponibilidad completa para los demás, la prontitud en el servicio, el esforzarse desde la mañana hasta la tarde en hacer buenas obras, todo esto se puede cumplir sin tener caridad. Y continuando los «noes» del Apóstol, añado: la caridad fraterna no es uniformidad, no es ausencia de diversos puntos de vista en la comunidad, no es (me atrevo a decir) ausencia de sentimientos de aversión, no es placidez. El gran misterio que encierra la caridad fruto de la Eucaristía, nos es algo desvelado por el mismo Pablo: «La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13,4-7). El texto griego tiene quince verbos, no todos traducibles al italiano, que indican la acción que la caridad hace surgir: la caridad es paciente, ensancha el corazón, vuelve benignos, no envidia, etc. La característica importancia consiste en el hecho de que las acciones expresan actitudes preferentemente pasivas, y esto nos asombra un poco. El Apóstol intenta decir que la caridad es una resistencia y una superación de las fuerzas negativas que, como la cizaña, están siempre presentes en una comunidad. Él rechaza la concepción idílica de la caridad que nosotros algunas veces deducimos de algunas palabras evangélicas: «Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean una sola 111

cosa» (cfr. Jn 17, 21). Nos parece que la caridad sea esta perfecta placidez que, sin embargo, representa el estadio final. Al contrario, debemos considerar la caridad como una subida, como un camino pesado y difícil. Una caridad, la nuestra, que tiende a la meta a través de la resistencia a las fuerzas destructivas y que dividen. Está pues equivocada la afirmación lastimera, fruto del desánimo y de la resignación, que frecuentemente expresan las comunidades o las parroquias: ¡entre nosotros no hay caridad porque existen contrastes, divisiones, pluralidad de puntos de vista! La caridad no es ausencia, sino superación continua y perseverante de estas actitudes, ascesis que hay que vivir día a día.

«Oh María, madre del Señor y madre nuestra, que has vivido entre las pruebas una caridad siempre renovada y has resuelto tantos problemas y tantas dificultades de la Iglesia primitiva, entre los apóstoles y los discípulos, te pedimos que no nos dejes dormirnos en un falso concepto de caridad, sino que la contemplemos como un cometido serio y que compromete a vivir cada día gracias al alimento del Espíritu Santo y de Jesús eucaristía. Y tú, san Pablo, que has vivido amargamente cada uno de los quince verbos de la caridad, porque cada uno corresponde a una experiencia doloroso tuya, intercede por nuestro camino dándonos la alegría con la cual tú has vivido el tuyo».

San Pablo toma de nuevo el tema en la Carta a los Efesios: «Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4, 1-3). También en este caso usa verbos que indican esfuerzo: buscando, soportando con humildad, mansedumbre y paciencia. La caridad es un recurso continuo que contrasta las inevitables divisiones, oposiciones, y reencuentra siempre el modo de volver a unir, a sanar, a poner de nuevo en unidad. No se desalienta nunca, tal como el aceite de la viuda, que cada día, puntualmente está allí sin lamentarse de haber sido consumido el día anterior. La caridad es cada día nueva, es fuente de vida dentro de la casa. Cuando nos creemos que hemos alcanzado un cierto grado de caridad, poco después comienza a quebrarse la unión que se había creado en la comunidad. Porque la caridad, en esta tierra, no se conquista plenamente, es un camino hacia la cumbre. Tal camino comprende momentos fáciles, que nos dejan satisfechos, pero precisamente entonces debemos vigilar, estar alerta, temer que satanás esté preparando algún juego pesado, recordar que la lucha es sin tregua; si la caridad se debilita, enseguida nacen las hierbas de la división. La Eucaristía es, pues, sumamente necesaria para alimentarnos en el itinerario heroico de la caridad. 112

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IX ENFERMAR, MORIR, VIVIR EN CRISTO Vivir en Cristo

Contemplando la figura y las experiencias de Elias, hemos visto, en el misterio de la angustia del profeta, alguna anticipación del misterio de Cristo sufriente. Es también útil reflexionar un poco, siempre a partir del primer libro de los Reyes, sobre Cristo resucitado, vida de la humanidad. En nuestra meditación deseamos recordar a otros dos grandes testigos de Dios: el papa Pablo VI, muerto el 6 de agosto de 1978 y el cardenal John Henry Newman, muerto del 11 de agosto de 1890. Queremos invocarles como a intercesores nuestros para que, ellos que han pasado por el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, nos ayuden a comprender algo del misterio de la resurrección. Las realidades de la enfermedad y de la muerte están entre las más comunes de la tierra. Vivir en Cristo, como resultado de la muerte debería ser una realidad muy evidente para los cristianos; en las antiguas catacumbas, en las inscripciones fúnebres, se en115

cuentra siempre la expresión: Vivas in Chrisío, que puedas vivir en Cristo. De hecho, quien cree en Jesús sabe que hay una estrecha ligazón entre enfermar, morir y vivir en Cristo. Pero sin embargo, experimentamos frecuentemente un alejamiento embarazoso de manera que casi no logramos percibir tal continuidad. Por eso me propongo la lectura de 1 de R 17, 17-24: la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta; después, a través de la meditatio, intentaremos entender el mensaje válido para cada uno de nosotros.

1 R 17,17-24 «Después de estas cosas, el hijo de la dueña de la casa cayó enfermo, y la enfermedad fue tan recia que se quedó sin aliento. Entonces ella dijo a Elias: "¿Qué hay entre tú y yo, hombre de Dios? ¿Es que has venido a mí para recordar mis faltas y hacer morir a mi hijo?" Elias respondió: "Dame tu hijo". Él lo tomó de su regazo y subió a la habitación de arriba donde él vivía, y lo acostó en su lecho; después clamó a Yahvé diciendo: "Yahvé, Dios mío, ¿es que también vas a hacer mal a la viuda en cuya casa me hospedo, haciendo morir a su hijo?" Se tendió tres veces sobre el niño, invocó a Yahvé y dijo: "Yahvé, Dios mío, que vuelva, por favor, el alma de este niño dentro de él". Yahvé escuchó la voz de Elias, y el alma del niño volvió a él y revivió. Tomó Elias al niño, lo bajó de la habitación de arriba de la casa y se lo dio a su madre. Dijo Elias: "Mira, tu hijo vive". La mujer dijo a Elias: "Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre de Dios, y que es verdad en tu boca la palabra de Yahvé"» (1 R 17, 17-24). Distingamos tres momentos en el relato: la enfermedad mortal del hijo (v. 17); los reproches de la mujer (v. 18); la curación del niño y su entrega a la madre (vv. 19-24). 1. La enfermedad (v. 17). No está claro qué haya podido ocurrir, si el niño ha muerto o si ha entrado en estado de coma profundo. Ciertamente, está al final. La descripción de esta experiencia tan 116

ordinaria -una enfermedad grave- comprende muy pocas palabras y puede ser útil buscar alguna resonancia en otras páginas bíblicas. - Isaías 38, 1-8: enfermedad y curación del rey Ezequías. «En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. El profeta Isaías, hijo de Amos, vino a decirle: "Así habla Yahvé: Da órdenes acerca de tu casa, porque vas a morir y no vivirás". Ezequías volvió su rostro a la pared y oró a Yahvé. Dijo: "¡Ah, Yahvé! Dígnate recordar que yo he andado en tu presencia con fidelidad y corazón perfecto haciendo lo recto a tus ojos". Y Ezequías lloró con abundantes lágrimas. Entonces le fue dirigida a Isaías la palabra de Yahvé, diciendo: "Vete y di a Ezequías: Así habla Yahvé, Dios de tu padre David: He oído tu plegaria, he visto tus lágrimas; yo añadiré quince años a tu vida..."» La enfermedad grave es, pues, fuente de rebelión, de desesperación. Frecuentemente se intenta alejar el pensamiento, pero cuando se presenta al enfermo la realidad desnuda y cruda, la primera reacción es generalmente el rechazo. Sucede así a todos, religiosos y no religiosos, porque es instintiva la reacción negativa frente al inminente peligro de muerte. - No por casualidad existen varios Salmos de enfermos, que expresan sufrimiento, angustia, llanto, lágrimas por esa condición. De entre ellos, leo algún versículo del Salmo 6: «Tenme piedad, Yahvé, que estoy sin fuerzas, sáname que mis huesos están desmoronados, desmoronada totalmente mi alma, y tú, Yahvé, ¿hasta cuándo...? Vuélvete, Yahvé, recobra mi alma, sálvame, por tu amor. Porque en la muerte, nadie de ti se acuerda; en el sheol, ¿quién te puede alabar? Estoy extenuado de gemir, baño mi lecho cada noche, inundo de lágrimas mi cama» (vv. 3-7). Este sufrimiento es vivido también por el que está junto al enfermo porque se identifica con él, y lo veremos en los reproches de la viuda de Sarepta. 117

- En Marcos 9, 17-22, por ejemplo, leemos el dolor del padre del epiléptico: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido». Y a Jesús, que le pregunta desde, cuándo le ocurre eso, responde: «Desde niño; y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Es fácil percibir toda la angustia del padre que sufre junto al hijo. - Mateo 15, 22 expresa el indecible dolor de la mujer siro-fenicia en el episodio que ya hemos recordado: «Ten piedad de mí, Señor, hijo de David. Mi hija está cruelmente atormentada por un demonio». Notemos la identificación de la madre con la hija: piedad de mí. - Aunque con mayor discreción, encontramos esta forma de participación en los sufrimientos en el relato de Lázaro: «Sus hermanas enviaron a decirle: "Señor, tu amigo está enfermo"» (Jn 11, 3). Palabra discretísima, pero que revela el dolor de Marta y María y, a la vez, la confianza en que el mismo Jesús participará en el sufrimiento. El tema de la enfermedad grave, mortal, está por ello presente en la Escritura que conoce bien toda nuestras rebeliones, nuestros miedos, nuestras repugnancias en afrontar este momento de la existencia del que ninguno se libra, exceptuados los casos de muerte imprevista. 2. Los reproches de la mujer: «¿Qué hay entre tú y yo, hombre Dios? ¿Es que has venido a mí para recordar mis faltas y hacer morir a mi hijo?» (v. 18). La mujer está desesperada y mientras que por una parte se acusa a sí misma -mi iniquidad-, por otra acusa al profeta. La enfermedad puede llevar a la exasperación, a turbar la mente. Se siente lleno de un imprevisto sentido de culpa o se culpa a los otros: ¿qué he hecho de mal en mi vida para ser castigado de este modo?, ¿quizá alguien me quiere mal? - Un episodio semejante se encuentra en el segundo libro de los Reyes: la mujer Sunamita, que da hospitalidad a Eliseo, está angustiada por la muerte del niño que había tenido gracias a la oración del profeta. Leamos el texto: 118

«Creció el niño y un día se fue donde su padre junto a los segadores. Dijo a su padre: "¡Mi cabeza, mi cabeza!" El padre dijo a un criado: "Lléveselo a su madre". Lo tomó y lo llevó a su madre. Estuvo sobre las rodillas de ella hasta el mediodía y murió. Subió y le acostó sobre el lecho del hombre de Dios, cerró tras el niño y salió. Llamó a su marido y le dijo: "Envíame uno de los criados con una asna, voy a salir donde el hombre de Dios y volveré". Dijo él: "¿Por qué vas donde él? No es hoy novilunio ni sábado". Pero ella dijo: "Paz". Hizo aparejar el asna y dijo a su criado: "Guía y anda, no me detengas en el viaje hasta que yo te diga". Fue ella y llegó donde el hombre de Dios, al monte Carmelo. "Ahí viene nuestra sunamita. Así que corre a su encuentro y pregúntale: ¿Estás bien tú? ¿Está bien tu marido? ¿Está bien el niño?" Ella respondió: "Bien". Llegó donde el hombre de Dios, al monte, y se abrazó a sus pies; se acercó Guejazí para apartarla, pero el hombre de Dios dijo: "Déjala, porque su alma está en amargura y Yahvé me lo ha ocultado y no me lo ha manifestado". Ella dijo: "¿Acaso pedí un hijo a mi Señor? ¿No te dije que no me engañaras?" Eliseo comprende que algo ha ocurrido y manda primero a su criado, después va él mismo» (cfr. 2 R 4,18-37). Ciertamente Eliseo queda sin palabras como quedó sin palabras Elias frente a los reproches de la viuda, porque es muy difícil responder a la agresividad de un enfermo o de los parientes más próximos del enfermo, que viven una crisis de rechazo del mal y de la muerte; es muy difícil encontrar las palabras de consuelo para estas situaciones. 3. El retorno de la vida (vv. 19-24). Pero Elias tiene una intuición. Comprende que no es el momento de razonar, de disculparse, y dice a la viuda: «Dame tu hijo». Sube al piso de arriba, donde habitaba, lo tiende sobre la cama e invoca al Señor. Luego, por tres veces, se tumba sobre el niño suplicando a Dios que lo escuche. «El alma del niño volvió a su cuerpo y de nuevo vivió». El profeta vive aquel formidable salto de cualidad que realiza el hombre cuando comienza a creer en el Dios que resucita a los muertos. - Pablo reaccionará de la misma manera que Elias, frente a un niño muerto: «Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el 119

borde de la ventana; un profundo sueño le iba dominando a medida que Pablo alargaba su discurso. Vencido por el sueño se cayó del piso tercero abajo. Lo levantaron ya cadáver. Bajó Pablo, se echó sobre él, y tomándolo en sus brazos, dijo: "No os inquietéis, pues su alma está en él". Subió luego; partió el pan y comió; después platicó largo tiempo, hasta amanecer. Entonces se marchó. Trajeron al muchacho vivo y se consolaron no poco» (Hch 20,9-12). - Escuchamos esta proclamación de la vida en el evangelio de Juan: «Dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá". Le dice Jesús: 'Tu hermano resucitará". Le respondió Marta: "Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día". Jesús le respondió: "Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?"» Ésta es la fe que determina al cristiano y que provoca un cambio de existencia. «Le respondió: "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo"» (Jn 11, 21 ss). Después explica el evangelista cómo Jesús realiza el milagro de la resurrección sobre todo sumergiéndose profundamente en el sufrimiento de la muerte, llorando por el amigo. Enfin,como síntesis de toda auténtica actitud de fe, recordemos la expresión de la Carta a los Hebreos: Abraham, «pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos» (Hb 11,19). En la línea de la fe de Abraham se clarifica, se desarrolla, llega al culmen la fe en la resurrección de Jesús y en la resurrección realizada por Jesús, que nos permite entender la enfermedad, la muerte, la vida eterna, como tres momentos de un único camino.

La enfermedad y la muerte en la vida cristiana y religiosa 1. La experiencia nos enseña que la enfermedad, incluso en la vida cristiana y religiosa, es una gran prueba y no solamente por los sufrimientos físicos que puede causar. A los sufrimientos físicos se añade el sentido de inutilidad: No soy útil para nadie, ya no tengo capacidad de trabajar, de cumplir 120

mi deber. Sucesivamente se cae en manos del temor, casi de la vergüenza de ser un peso para los otros, de hacer que le sirvan, de tener que ser ayudado. Y si se vive en una comunidad religiosa, llena de actividades y cometidos, se sufre también la soledad. Quizá nos asalta también el miedo al futuro con la idea de no ser bien cuidados, de no recibir los cuidados más precisos. Pensamientos que se rechazan como tentaciones, pero que pueden llegar a confundir y turbar el espíritu. Por lo tanto, la enfermedad grave es una gran prueba para la fe, es un momento difícil de purificación. En la línea de la visión teológica propia de las Reglas de toda vida consagrada, las Constituciones de la Compañía de Jesús empeñan que la enfermedad «no es menor don que la salud»; es fácil de decir, pero cuando uno vive la enfermedad, es difícil de aceptar. Por eso, me parece que puedo deducir dos simples consecuencias: - Es necesario ayudar a los enfermos, estar con ellos. Es verdad que muchas personas enfermas, que he visto en las visitas pastorales, me dicen o me escriben que «los sanos no pueden entender a los enfermos graves» porque están al otro lado del camino, están de la parte de la salud. El sano -me advierten- intenta imaginarse los deseos del enfermo pero no vive su existencia, su experiencia de pasividad que es totalmente distinta de la actividad, no vive su gracia, su misterio. Sin embargo, nosotros, tenemos el deber de hacer cualquier tipo de esfuerzo para intuir las necesidades de los que sufren, para confortarlos, para no dejarles solos. Lo mismo vale para la vejez cuando impide actuar, hacer algo, o hace necesaria la aceptación del servicio de los demás. Y, puesto que todas las personas que asisten a los ancianos son activas, les es difícil comprender realmente el estado de pasividad que ellos viven. - Debemos, pues, ser humildes ante esta realidad, porque ninguno de nosotros sabe cuáles serán sus reacciones, sus sensaciones, sus sentimientos en el momento de la prueba. Ser muy humildes y confiarnos a Dios, el único que puede conducirnos a través del desierto de la enfermedad, de la vejez, de la pasividad. 121

2. La Iglesia, comunidad cristiana y también las comunidades monásticas üenen un ritual para la muerte y la liturgia fúnebre. Me parece interesante la triple índole que caracteriza la liturgia fúnebre ambrosiana: - la índole pascual - la índole dramática y penitencial - la índole eclesial y comunitaria. a) La índole pascual es la capacidad de poner en la misma línea enfermedad, muerte, vida en Cristo. Mirar con serenidad la muerte, afianzados en la certeza de ir hacia Cristo, es la flor más bella de la existencia cristiana. En el fondo, la buena muerte no es más que la testificación de que toda la vida ha sido un acto de fe, es una firma sobre la fe de toda la existencia. En otras ocasiones he contado que, viviendo en Roma, me he retirado a rezar, a reflexionar al lugar tradicional del martirio de Pablo, en Tre Fontane. Llegaba allí a través de un camino lleno de silencio, entraba en el atrio de la iglesia cisterciense y proseguía después hasta la iglesia redonda. Más adelante aun, está la iglesia de Tre Fontane, así llamada porque la cabeza del Apóstol dio tres saltos sobre la tierra antes de quedar quieta, en el momento dramático de su muerte. Me esforzaba en imaginarme cómo haría Pablo los últimos metros que lo separaban del patíbulo, ciertamente, vería de nuevo toda su vida, su conversión, las dificultades y las alegrías del apostolado, las discusiones con Bernabé y Pedro, la prueba de la soledad, los años del desierto, tantos y tantos sufrimientos. Si en aquel momento hubiese renegado de la fe, habría borrado de un golpe toda su vida. Por el contrario, Pablo pone la rúbrica a aquellas estupendas cartas que han llegado hasta nosotros, a sus enseñanzas; pone la rúbrica aceptando con fe entrar en la total pasividad de la muerte.

La muerte es pena, es drama, pero el cristiano, y sobre todo el alma religiosa que vive en el desapego, la contempla como paso y, por tanto, no queda aplastado por su aspecto dramático. c) La índole eclesial y comunitaria. De hecho la muerte es un medio puesto por Dios para encontrar de nuevo a cuantos nos precedieron en la bienaventuranza eterna y en la comunión de los santos. La lucha para aceptar la enfermedad y la muerte con la serenidad de la fe, es larga, frecuentemente acompañada de aridez y pruebas. Por eso es necesario abandonarse a Dios del todo, sabiendo que no estamos preparados ni podemos prepararnos adecuadamente. La muerte en Cristo para vivir en Cristo es don de lo alto, es don extraordinario. En ella somos conscientes, más que en cualquier otro momento de la vida, de nuestra fragilidad, de la fragilidad de nuestra fe, de nuestra dependencia del don y de la misericordia divina, y por eso realizamos el acto supremo de la fe dándonos cuenta de que el mismo Dios nos atrae allí donde no quisiéramos y donde no seríamos capaces de ir. La muerte representa el último acto de abandono total en las manos del Padre, a ojos cerrados. Recemos con Elias del que la Escritura escribe que «era un hombre de nuestra misma naturaleza»; tenía -según el texto griegonuestra misma fragilidad, pero «oró intensamente» (St 5,17). Oremos intensamente para alcanzar la gracia de la fe en la vida de Jesús diciendo: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte».

b) La índole dramática y penitencial es subrayada por las palabras de Ambrosio que, en los discursos por la muerte del hermano Sátiro, dice entre otras cosas: «Nuestro espíritu en el desapego de las cosas, sepa acoger la imagen de la muerte por no incurrir en la pena de la muerte». 122

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VIVIR CON GOZO LA MISIÓN RECIBIDA Jr 15,10.16-21; Mt 13,44-46

El domingo anterior reflexionábamos sobre las dos parábolas evangélicas -el tesoro escondido en el campo y la perla preciosay nos deteníamos en la primera lectura sacada del libro del profeta Jeremías, entre otras cosas porque allí encontrábamos la expresión que anteriormente nos ha permitido poner en comparación a Elias con Jeremías: «estarás en mi presencia».

La crisis interior de Jeremías «¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz varón discutido y debatido por todo el pais! Ni les debo ni me deben, ¡pero todos me maldicen! Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón, porque se me llamaba por tu Nombre, Yahvé Sebaot. 125

No me senté en peña de gente alegre y me holgué: por obra tuya, solitario me senté, porque de rabia me llenaste. ¿Por qué ha resultado mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ¡ Ay! ¿serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas? Entonces Yahvé dijo así: "Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos se vuelvan a ti, y no tú a ellos. Yo te pondré para este pueblo por muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy yo para librarte y salvarte -oráculo de Yahvé-. Te salvaré de mano de los malos y te rescataré del puño de esos rabiosos"» (Jr 15,10. 16-21) Este afligido diálogo con Dios nos presenta un momento de crisis interior vivido por el profeta en su ministerio, y a la vez un salto de cualidad al que le llama el Señor. Jeremías era un hombre tímido, se sentía poco adecuado para la vida pública a la que prefería la vida tranquila del campo, la oración silenciosa y personal. Pero, por orden del Señor, ha debido presentarse ante los reyes y los príncipes, ha tenido que anunciar desventuras, y todo esto lo ha aplastado, lo ha postrado. Probablemente también se veía sometido a cambios de humor; quizá notaba más claramente su debilidad, acusaba el cansancio, experimentaba la aridez. El párrafo del capítulo 15 pertenece a las llamadas «confesiones» de Jeremías y yo creo que si Elias nos hubiese dejado escritos hablando de su estado de ánimo anterior al Horeb, nos habría ofrecido alguna confesión similar. 126

£1 diálogo con Dios

- La primera exclamación del profeta: «¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz!», nos recuerda enseguida la de Job: «Perezca el día en que nací, y la noche que dijo: Un varón ha sido concebido» (Jb 3, 3). - La exclamación de profundo dolor, casi de desesperación, resulta más profunda todavía con el recuerdo de los momentos buenos de la vida de Jeremías: «Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y la alegría de mi corazón». Por tanto, el profeta vivió la alegría de la perla preciosa, del tesoro en el campo; experimentó el entusiasmo de los inicios, cuando el Señor colma el alma de dones y de consuelos. - Sigue la justificación: no ha malgastado la Palabra, no se ha sentado a divertirse con los que no temen a Dios y hablan mal de todos. Ha permanecido fiel sentándose «solitario». - ¿Por qué, pues, ha desaparecido el agua de la Palabra? Quizá la culpa es del Señor que se ha convertido en «un espejismo, en aguas no verdaderas». Podemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que un hombre de Dios, un hombre de mucha oración llegue a acusar al Señor? Por otra parte, en algún Salmo, pero sobre todo en el libro de Job, encontramos acusaciones de este tipo. En realidad, son muy diferentes de las que puede hacer quien no conoce al Dios verdadero, y realmente expresan mucho amor. Sólo quien ha entrado en profunda intimidad con Dios puede dirigirse a él con tal audacia de ternura, de confidencia: ¡Tú, Señor, te has convertido como un espejismo de la tierra de Israel, porque en algunos momentos me llenas de agua, de consuelo, me sugieres proyectos, mensajes que anunciar, ideas, mientras que en otros me dejas al seco! Estoy confundido, me veo ante la gente sin saber qué decirles, la lengua se me pega al paladar, tengo miedo. ¿Cómo es eso? - La respuesta de Dios a este hombre demasiado sensible, demasiado frágil, no es consoladora ni tampoco fácil. Recalca, en parte, el desafío del capítulo 13: 127

«Si con los de a pie corriste y te cansaron, ¿cómo competirás con los de a caballo? Y si en la tierra abierta no te sentiste seguro, ¿qué harás entre el boscaje del Jordán?» (Jr 12,5). El Señor sacude a su profeta, le pide una nueva conversión recordándole que su destino es grande, su misión importante, y que no debe dejarse abatir por tan poca cosa. Más aún, el suyo es un abatimiento que revela una sombra de desconfianza de la que debe desprenderse absolutamente: «Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca». Vil es el miedo, vil es la actitud derrotista y llorosa de Jeremías y deberá reconocerlo como obra del espíritu del mal distinguiéndola de aquella otra actitud, preciosa, que es la alegría de la Palabra y la confianza en el Señor. En este caso podrá hablar todavía en nombre de Dios, aunque se sienta árido, triste, desconsolado a causa de su excesiva sensibilidad: «Te pondré como muralla de bronce inexpugnable... pelearán contra ti, pero no te podrán... yo estaré contigo». Al profeta desalentado se le vuelve a dar la vocación, se le restituyen las prerrogativas que desde los inicios Dios le concedió.

Conclusión Hacia el final de estos Ejercicios, el Señor nos dirige a cada uno las palabras dichas a su profeta: tu misión es grande y, aunque te queda un largo camino que recorrer, como Elias, debes ser mi testigo en la Iglesia; no te asustes en las pruebas, porque yo estoy contigo para librarte de todo temor y haré tu aspecto como diamante. Invoquemos a los santos y en particular a san Alfonso María de Ligorio, del que hoy celebramos la memoria. Invoquemos también las figuras fuertes, extraordinarias, de Pablo VI y del cardenal Newman para que nos ayuden a reemprender con valentía el camino y a recibir de nuevo nuestra misión de las manos de Dios. 128

X IR AL ENCUENTRO DE CRISTO GLORIOSO: EL RAPTO DE ELÍAS Ir al encuentro de Cristo glorioso es el término y el objetivo de la vida de todo hombre, lo sepa o no. Los cristianos son aquellos que lo saben y los religiosos hacen de ello un motivo profundo de su existencia. Ellos esperan al Señor de la gloria con una espera llena de deseos, de esperanzas, de solicitud apostólica, y tal espera ilumina su vida, del mismo modo que toda la vida de Elias fue iluminada y transfigurada por su rapto al cielo. Elias no sería lo que es para nosotros sin este episodio, que más que ningún otro impresionó al mundo bíblico, al mundo rabínico, a los Padres de la Iglesia, la iconografía y los apócrifos. Incluso hay un apócrifo que se titula La ascensión de Elias. En torno al carro de fuego que transporta al profeta al cielo han nacido multitud de leyendas y esperas de su retorno. No me resulta fácil proponeros la reflexión sobre un pasaje tan misterioso y rico en símbolos que resume con gran fuerza la vocación solitaria de Elias y su singular destino. 129

Como siempre, haremos una lectura del texto y después, en una breve meditatio, lo confrontaremos con la página de Lucas que describe la transfiguración de Jesús, teniendo presente, como trasfondo, el relato de la Ascensión.

2 R 2,1-18: La ascensión de Elias «Esto pasó cuando Yahvé arrebató a Elias en el torbellino al cielo. Elias y Eliseo partieron de Guilgal. Dijo Elias a Eliseo: "Quédate aquí, porque Yahvé me envía a Betel". Eliseo dijo: "Vive Yahvé y vive tu alma, que no te dejaré". Y bajaron a Betel. Salió la comunidad de los profetas que había en Betel al encuentro de Eliseo y le dijeron: "No sabes que Yahvé arrebatará hoy a tu señor por encima de tu cabeza" Respondió: "También yo lo sé. ¡Callad!" Elias dijo a Eliseo: "Quédate aquí, porque Yahvé me envía a Jericó" Pero él respondió: "Vive Yahvé y vive tu alma que no te dejaré", y siguieron hacia Jericó y le dijeron: "¿No sabes que Yahvé arrebatará hoy a tu señor por encima de tu cabeza?" Respondió: 'También yo lo sé. ¡Callad!" Le dijo Elias: "Quédate aquí, porque Yahvé me envía al Jordán". Respondió: "Vive Yahvé y vive tu alma que no te dejaré", y fueron los dos». Cincuenta hombres de la comunidad de los profetas vinieron y se quedaron enfrente, a cierta distancia; ellos dos se detuvieron junto al Jordán. Tomó Elias su manto, lo enrolló y golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasaron ambos a pie enjuto. Cuando hubieron pasado, dijo Elias a Eliseo: «Pídeme lo que quieres que haga por ti antes de ser arrebatado de tu lado». Dijo Eliseo: «Que tenga dos partes de tu espíritu». Le dijo: «Pides una cosa difícil; si alcanzas a verme cuando sea llevado de tu lado, lo tendrás; si no, no lo tendrás». Iban caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elias subió al cielo en el torbellino. Eliseo le veía y clamaba: «¡Padre mío! ¡Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!» Y no le vio más. Asió sus vestidos y los desgarró en dos. Recogió el manto que se le había caído a Elias y se volvió, parándose en la orilla del Jordán. Tomó el manto de Elias y golpeó las aguas diciendo: «¿Dónde está Yahvé, el Dios de Elias?» Golpeó las aguas, que se dividieron 130

de un lado y de otro, y pasó Eliseo. Habiéndole visto la comunidad de los profetas, que estaban enfrente, dijeron: «El espíritu de Elias reposa sobre Eliseo». Fueron a su encuentro, se postraron ante él en tierra, y le dijeron: «Hay entre tus siervos cincuenta hombres valerosos; que vayan a buscar a tu señor, no sea que el espíritu de Yahvé se lo haya llevado y le haya arrojado en alguna montaña o algún valle». Él dijo: «No mandéis a nadie». Como le insistieran hasta la saciedad dijo: «Mandad». Mandaron cincuenta hombres que le buscaron durante tres días, pero no le encontraron. Se volvieron donde él, que se había quedado en Jericó, y les dijo: «¿No os dije que no fuerais?» (2 R 2,1-18). El episodio es fácilmente divisible en tres partes: el viaje del adiós, de la separación (vv. 14-18). 1. El viaje. - Elias parte de Gálgala junto al fidelísimo discípulo Eliseo, pero sabiendo que es ya inminente su gran paso, no quiere testigos, desea estar solo. «Quédate aquí, porque el Señor me manda a Betel». Esta fórmula se repetirá tres veces y por tres veces Eliseo replicará: «Vive Yahvé y vive tu alma, que no te dejaré». No logrando despedirlo, Elias se dirige de Gálgala a Betel, de aquí a Jericó y de Jericó al Jordán y al otro lado del mismo. Es conmovedor el intento de separación por parte del profeta, pero Eliseo no desiste. - El relato tiene otrr fascinación, la del secreto susurrado. «¿No sabes que Yahvé arrebatará hoy a tu señor?» Los hijos de los profetas, que se encontraban en Betel y en Jericó, preguntan a Eliseo, mostrando que se trata de un secreto conocido por todos. ¿Cómo lo han sabido? Quizá han intuido, por la manera de saludar de Elias o por la emoción que le traslucía del rostro, que aquél era el último encuentro. El discípulo está en el juego: «También yo lo sé. ¡Callad!» Evidentemente, el narrador ironiza sutilmente sobre el hecho de que todos saben, pero deben hacer como si no supieran, porque es muy dolorosa la partida del maestro y, por eso, es mejor alejarla del pensamiento. - Otra anotación interesante es el recorrido del viaje: Elias hace al revés el camino hacia la tierra prometida, hacia los lugares del 131

Éxodo, vuelve a visitar la memoria de los padres que, después de haber atravesado el Jordán, conquistaron Jericó y llegaron a Betel donde Jacob, en sueños, vio al Señor. De ese modo retornó al otro lado del Jordán, a aquellas estepas de Moab al pie del monte Nebo, donde murió Moisés. 2. El rapto de Elias (vv. 7-13) constituye el momento central del episodio. - Primeramente una escena que suscita el suspense: «cincuenta hombres de la comunidad de los profetas vinieron y se quedaron enfrente, a cierta distancia; ellos dos se detuvieron junto al Jordán». Nos parece ver a los cincuenta esperando a ver qué ocurre. - «Tomó Elias su manto, lo enrolló y golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro; y pasaron ambos a pie enjuto». Se repite el prodigio del Éxodo, cuando Moisés extendió la mano sobre el mar Rojo (cfr. Ex 14, 21), y el de Josué ante el Jordán (cfr. Jos 3, 15-16), y se subraya una vez más que Elias está haciendo al revés el camino de los orígenes. San Ambrosio escruta los símbolos de la escena y escribe: Elias y Eliseo «atravesaron caminando el Jordán; ello fue recompensa y premio concedidos a una ardiente caridad. Porque ellos, para atravesar la corriente del Jordán, primero tuvieron que atravesar con un vado espiritual las corrientes de nuestras pasiones» (Comentario al Salmo 118, XXI, 16). La prueba del desierto, la angustia y la experiencia de la propia nulidad habrían, pues purificado a Elias permitiendo al amor de Dios invadirlo completamente. - Sigue la última conversación entre maestro y discípulo: «Cuando hubieron pasado, dijo Elias a Eliseo». Hasta ahora habíamos escuchado palabras duras del profeta (excepto en el coloquio con la viuda). En el momento de la despedida, el lenguaje se hace dulce, gentil, tocando profundamente el corazón de Eliseo que finalmente se siente amado, muy amado por el intransigente y rudo hombre de Tisbe. Probablemente, durante su servicio, nunca había recibido una confidencia como la que ahora se le hace: «Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de ser arrebatado de tu lado». Animado por tanta ternura pide dos tercios del espíritu de Elias. 132

El texto presenta un problema de traducción. La palabra hebrea significa: una parte doble de tu espíritu y la tradición judaica siempre ha leído este sentido literal: ¡Dame el doble de tus gracias! De hecho Eliseo, durante su vida, dobló los milagros del maestro, e hizo algunos espectaculares. Sin embargo, es posible que la traducción de la Biblia San Jerónimo (Edicep 1994), responda mejor al sentido: dos partes del texto original indicaría la doble parte de herencia paterna que recibía, por ley, el hijo mayor (cfr. Dt 21, 17). Eliseo pide ser elegido como el primer heredero espiritual de Elias. Humildemente el maestro le hace notar que ha sido exigente en su petición. Más fuerte la traducción de la Vulgata latina: Rem difficilem postulasti, has pedido una cosa difícil. El profeta está como embarazado porque sólo Dios es Señor del espíritu, y de él depende la realización de la petición del discípulo. El espíritu no se hereda como un bien terreno. Sin embargo, Dios puede hacer conocer a Eliseo si él es verdaderamente el sucesor de Elias, o si no lo es: «Si alcanzas a verme cuando sea llevado de tu lado, lo tendrás; si no, no lo tendrás». Elias deja la decisión al Señor, pero ofrece una señal a su discípulo. Esta palabra nos hace entender lo que ocurre en el momento de la ascensión del Señor: los apóstoles, que han visto a Jesús elevarse al cielo (cfr. Hch 1,9), son los herederos de su espíritu. - Vv. 11-13: «Iban caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre los dos. Elias subió en el torbellino», en la tremebunda tempestad, «al cielo. Eliseo le veía y clamaba: "¡Padre mío, padre mío! ¡Carro y caballos de Israel!" Y no le vio más. Asió sus vestidos y los desgarró en dos. Recogió el manto que se le había caído a Elias y se volvió, parándose en la orilla del Jordán». El relato ha movido la fantasía de Ambrosio. Él ve en Elias, «carro y caballos de Israel» la imagen del verdadero auriga que sabe dominar con seguridad los caballos, y escribe: «Tú que gobernaste bien el pueblo del Señor, gracias a la constancia has recibido estos carros, estos caballos que corren hacia lo divino, porque el Señor te ha confirmado moderador de las mentes humanas, y 133

por eso, como un buen auriga vencedor en el combate, eres coronado con un premio eterno» (Nabot 15, 64). Vuelve sobre el episodio reflexionando sobre la ascensión de Jesús, para subrayar cómo el Hijo de Dios no admite parangón con nadie: Elias «subió al cielo con carro y caballos» mientras que «Cristo descendió del cielo sin aquel carro ni aquellos caballos; Elias montó en un carro, porque no podía subir al cielo de otra manera, pero Cristo volvió a él con sus propias fuerzas» (Segunda apología de David 4,24). Nosotros, más simplemente, nos preguntamos cómo debemos entender este «carro de fuego y caballos de fuego» en el que desaparece el profeta. Pienso que se trata de una visión de Eliseo. Con los ojos de la fe, él ve en la destrucción del cuerpo de su gran maestro, la gloria de Dios que viene a tomarlo. V Nada atestigua que no haya muerto. La descripción nos dice la profunda certeza de la fe de Eliseo; mientras Elias se aleja para morir solitario en el desierto, como Moisés, él contempla no el fin sino el encuentro con el Señor. Sabemos que la muerte de muchos santos ha sido representada como encuentro de amor con la gloria de Dios. Recordemos, por ejemplo, los últimos momentos de la beata Catalina, una de las dos fundadoras de este monasterio, según lo que nos han transmitido: «Habiendo preguntado si había acabado la recomendación del alma le respondieron que sí. Entonces pidió que recitaran las letanías de los santos; y cuando llegó al nombre de nuestro padre san Ambrosio hizo una bonita inclinación de cabeza y por ese gesto pensamos que Dios la invitaba a habitar en la vida eterna. El padre espiritual le acercó el Crucifijo y ella lo besó devotamente diciendo: Yo veo a mi amoroso crucificado». De la otra fundadora, la beata Juliana, se dice que «su Esposo, junto con la Virgen María, la llamaron a los gozos y consuelos eternos y, llegando a la noche de la asunción de la Virgen Mana, quiso que la pusieran sobre la tierra desnuda y así salió su espíritu con grandes melodías». Quien vive la fe contempla, pues, la muerte de los santos como un rapto al cielo, sabe verla transfigurada; quien no cree, sin embargo, no logra ver más allá de la destrucción del cuerpo y de las convulsiones de la agonía. 134

3. El retorno de Eliseo (vv. 14-18) nos asegura que realmente está en el discípulo el espíritu del maestro. «Tomó el manto de Elias y golpeó las aguas diciendo: "¿Dónde está Yahvé, el Dios de Elias?"», repitiendo así el nombre del profeta que significa, como hemos dicho, mi Dios es Yahvé. Las aguas se separaron y los hijos de los profetas, que habían quedado en la otra orilla del Jordán, fueron a su encuentro y se postraron ante él. Después se ofrecieron a ir a buscar el cuerpo de Elias pero Eliseo no quiso. Insistieron y él, confuso, dijo: «¡Mandad!» Mandaron cincuenta hombres que buscaron durante tres días, pero no lo encontraron. Volvieron a Eliseo, que estaba en Jericó. Él les dijo: «¿No os dije que no fuerais?» Con esta victoria moral se consuma su capacidad de seguir el camino de Elias. Elias no fue encontrado, como Moisés: «Fue sepultado en el valle, en el país de Moab, frente a Bet-Peor. Nadie hasta hoy ha conocido su tumba» (Dt 34, 6).

Al encuentro del Señor glorioso Pasando al momento de la meditatio, reflexionemos sobre el pasaje evangélico de la transfiguración (Le 9, 28-36) de Jesús, particularmente sobre los versículos 30-31: «Y he aquí que conversaban con él dos varones, que eran Moisés y Elias; los cuales aparecían en gloria» -también ellos transfigurados ya en gloria de Jesús- «y hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén». Pienso que en este punto podemos comprender, quizá mejor que cuanto lo hayamos hecho hasta ahora, por qué Jesús aparece con Moisés y Elias. Ellos son los más adecuados para simbolizar un «éxodo» que será misterioso y glorioso. Jesús vivirá un misterio de oscuridad incomprendible, del que es justo decir: ¡Callad!, como decía Eliseo a la comunidad de los profetas. Vivirá tal misterio de oscuridad para entrar en el misterio de gloria del que es justo decir: ¡Padre mío, carro y caballos de Israel! Pero también nosotros estamos llamados a pasar por un misterio de oscuridad y de silencio, para ir al encuentro del Señor glorioso. 135

También nosotros, como Elias, debemos entrar en el fuego de su amor ardiente: «Pues es bueno el amor que tiene alas de fuego ardiente» escribe Ambrosio y, entre las muchas aplicaciones de este principio, partiendo de los apóstoles, llega a citar a Elias: «buenas eran las alas del amor, las alas verdaderas, que volaban por la boca de los apóstoles y las alas de fuego, que pronunciaban un discurso purificado (...). En estas alas voló Elias, llevado a las regiones superiores sobre un carro de fuego y sobre caballos de fuego» (Isaac y el alma, 8, 77). «También tú serás raptado en espíritu. Aquí está el carro de Elias, aquí el fuego: aunque no se vean, están preparados para que quien sea justo suba al cielo, quien esté sin culpa cambie de lugar de habitación» (Para la partida del hermano, II, 94). Así pues, todos entraremos en la Jerusalén celeste, como Elias entró con un carro de fuego. Elias es el símbolo de nuestra vida y de nuestra muerte; su dejarse llevar por las alas del amor, por los caballos de fuego, es imagen de la vida cristiana, de la vida religiosa, es imagen de nuestra muerte, y éste es el mensaje, la certeza que llevamos con nosotros. Quisiera concluir con el versículo de Lucas: «Maestro, qué hermoso es estar aquí» (Le 9, 33). Sería hermoso continuar estos días de silencio, de recogimiento, de oración a partir de la reflexión en la palabra de Dios. Pero de la nube sale una voz: «Este es mi Hijo, el elegido; escuchadlo» (v. 35), y nos llama a contemplar a Jesús, a mirarle a él solo, a dejarnos guiar únicamente por él en nuestro camino terreno, para poderlo encontrar glorioso. Ayudémonos unos a otros para responder a la invitación del Padre, y recemos así: «Concédenos, Señor, vivir siempre a la escucha de tu Palabra; concédenos morir en tu amor, reposar en tu paz, resurgir en tu potencia y reinar en tu gloria. Te lo pedimos por intercesión de la Virgen María y de Elias, el profeta de Tisbe».

136

ÍNDICE PREÁMBULO

5

INTRODUCCIÓN Una experiencia de comunión espiritual El profeta Elias Sugerencias

7 7 9 11

V

I. ESCÓNDETE JUNTO AL TORRENTE KERIT í R 17, 1-6 Meditatio Examen de conciencia

15 16 18 21

El reino de Dios en la tierra

23

II. ESTOY EN SU PRESENCIA El único Señor La actitud interior de Elias ¿Cómo vivo mi consagración?

29 30 32 36

La cizaña y la buena semilla El antagonista del reino de Dios Paciencia y saber soportar

23 24 25

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III. EL CONOCIMIENTO DEL DIOS VIVO «¡AY DE LOS IDÓLATRAS!» 1 R 18, 16-40 La idolatría ¿Servimos al Dios vivo? Nuestros ídolos

La petición justa

La petición de Salomón La gracia fundamental IV. CONOCIMIENTO DE DIOS Y VIRTUDES EVANGÉLICAS Conocimiento de Dios y virtudes evangélicas 1 R 21: La viña de Nabot 1 R 17, 7-16: El milagro de la harina y del aceite ¿Quién es el Dios vivo? Preguntas para nosotros V. «NO SOY MEJOR QUE MIS PADRES» 1 R 19, 1-8: Un episodio sorprendente La fuga de Elias (vv. 1-3) El desconsuelo de Elias (vv. 4-5a) La consolación de Elias (vv. 5b-8)

Una casa acogedora

La lectura evangélica El grano de mostaza y la levadura Una casa humilde pero acogedora VI. EL MURMULLO DE UN SILENCIO QUE SE DESVANECE 1 R 19, 8-18: La teofanía sobre el Horeb Elias en la caverna (vv. 9-1 la) El paso del Señor (vv. 11 b-12) El encuentro con Dios (vv. 13-18) 138

39 40 43 46 47

49

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53 53 54 57 58 61 65 65 66 69 72

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79 79 83 85 87

VIL VOCACIÓN DE ELISEO: OBEDIENCIA La intención de san Ignacio en los «Ejercicios espirituales» Elias y la vida monástica 1 R 19, 19-21: Los dos personajes y la llamada de Eliseo Nuestro seguimiento Examen de conciencia

La confllctividad permanente de la vida cristiana

Mt 13, 36-43; Jr 14,17-22 Reconocer los signos de los tiempos y la lucha entre la luz y las tinieblas VIII. UNA FUENTE DE VIDA DENTRO DE LA CASA La viuda de Sarepta La fuente de vida en nuestro interior IX. ENFERMAR, MORIR, VIVIR EN CRISTO Vivir en Cristo IR 17, 17-24 La enfermedad y la muerte en la vida cristiana y religiosa

Vivir con gozo la misión recibida

La crisis interior de Jeremías El diálogo con Dios Conclusión X. IR AL ENCUENTRO DE CRISTO GLORIOSO: EL RAPTO DE ELÍAS 2 R 2, 1-18: La ascensión de Elias Al encuentro del Señor glorioso

91 91 92 93 96 97

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EL PROMEDIO G E N E R A L DE A P R O V E C H A M I E N T O S E R E G I S T R A EN E S T E C E R T I F I C A D O CON B A S E EN EL A C U E R D O N Ú M . 2 0 0 DEL C. S E C R E T A R I O DE E D U C A C I Ó N P Ú B L I C A , DIARIO O F I C I A L DE LA F E D E R A C I Ó N D E L 19 DE S E P T I E M B R E DE 1 9 9 4 . LA E S C A L A O F I C I A L DE C A L I F I C A C I O N E S E S N U M É R I C A DEL 5 AL 10 LA C A L I F I C A C I Ó N M Í N I M A A P R O B A T O R I A E S 6.0

ESTE CERTIFICADO NO ES V Á L I D O SI PRESENTA BORRADURAS O ENMENDADURAS

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