Mark Platts - Conceptos Éticos Fundamentales

October 31, 2018 | Author: Cezanne Di Rossi | Category: Theory, Truth, Epistemology, Philosophical Science, Science, Theory, Truth, Epistemology, Philosophical Science, Science
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Mark Platts - Conceptos Éticos Fundamentales...

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CONCEPTOS ÉTICOS FUNDAMENTALES

C om pilación , introducción y revisión técnica d e las traduccion es M ark P la tts

U N IV ER SID A D N A C IO N A L A U T Ó N O M A D E M ÉXICO IN ST IT U T O DE IN V E ST IG A C IO N E S F IL O SÓ F IC A S M é x ic o

2006

BJ319 C65 C on ceptos éticos fundamentales / com pilación, intro­ ducción y revisión técnica de las traduccion es Mark Platts. — M éxico, D.F.: UNAM, Instituto de Investigacio­ nes Filosóficas, 2006. 512 p. — (Colección filosofía contem poránea. Serie antologías) ISBN 9 7 0 -3 2 -3 7 8 5 -1 1. É tica m oderna--Siglo XX . I. Platts, M ark, ed. II. Uni­ versidad N acional Autónom a de México. Instituto de In_________vestitraciones Filosóficas. III. Ser.

Cuidado de la edición: Laura E. Manrique? Composición y formación tipográfica: J. Alberto Barrañón C.

DR (c) 2006 Universidad Nacional Autónoma de México INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, México, D.F. Tels.: 5622 74B7 y 5622 7504; fax 5665 4991 Correo electrónico: [email protected] Página web: http://www.filosoficas.unam.mx Todos los derechos reservados Impreso y hecho en México ISBN 970-B2-B785-1

IN T R O D U C C IÓ N P O SIB IL ID A D E S É T IC A S Mark P

latts

I Ética e historia. En uno de los trab ajos éticos más discutidos en la seg u n d a m itad del siglo X X , 1 G.E.M . A nscom be sostu­ vo que los co n cep tos d e obligación m oral, de deber m oral, de lo que es m oralm en te correcto o incorrecto y del sentido m oral del térm in o “d e b e ” so n conceptos que habría que desechar si ello fu era psicológicam ente p osib le, ya que se trata de “sobre­ vivientes, o derivados de sobrevivientes” de un a concepción más an tigua de la ética que en g en e ral ya no sobrevive: la con­ cepción que explicaba los co n cep tos citad os en términos de m andam ientos d ivin os u órdenes sob ren atu rales, com o en las m orales teológicas de los estoicos, los ju d ío s y los cristianos. L a p alab ra “d e riv a d o s” encubre, sin em bargo, una oscuridad clave en el argu m en to de A nscom be. C on cedam os que el discurso sobre, p o r ejem plo, las obli­ gacion es m orales su rgió en el con texto de alg u n as creencias teológicas que defin ieron el sign ificad o de ese discurso; conce­ dam os tam bién que muchos in dividuos que sig u en utilizando dicho d iscu rso no com parten las creen cias te ológicas pertinen­ tes (y que otros, aun cuando las com partan , n o aceptan que tales creencias determ inen el sig n ificad o del discurso sobre las ob ligacion es m orales). Aún a sí sería e rró n eo concluir de inm ediato que el d iscu rso de e so s in dividuos sobre las obliga­ ciones m orales carece de sentido. L a con clu sión correcta sería la siguiente: o bien su discurso so b re las ob ligacion es m orales carece de sen tid o o bien hay que entender ese discurso en otros 1 G.E.M. A nscom be, “ M odern Moral Philosophy”; la versión en castellano, “Filosofía m oral m odern a", se incluye en este volumen, pp. 27-53.

térm inos no teológicos. Investigar históricam ente las raíces de nuestros conceptos a ctu ale s es casi siem pre un a tarea esclarecedora; no obstante, u n a investigación así que descuide la evolu­ ción subsecuente —los diferentes tipos de "d eriv acio n es”— que ha d a d o lugar a nuestros conceptos sería una p arod ia del tipo de investigación h istó rica que se requiere. A lasdair M aclntyre ha dicho que no encuentra n in guna bue­ n a razón p ara d u d ar de la convicción, presente desde sus pri­ m eros libros so b re ética, d e que: tenem os que aprender, a partir de la historia y la antropología, de la diversidad de prácticas morales, creencias y esquem as con­ ceptuales. L a idea de que el filósofo m oral puede estudiar (os conceptos de la m oralid ad meramente reílexionando, desde su torre de marfil en Oxford, sobre lo que él y los que lo rodean dicen y hacen es estéril.2

Al m ism o tiem po M aclntyre añade: "Pero m ientras afirm ab a la diversidad y la h etero ge n eid ad de las creencias, las prácticas y los conceptos m o rale s, m e percaté claram ente de q u e me esta­ ba co m p ro m etien do con las evaluaciones de diferentes creen­ cias, prácticas y co n cep to s p articu lares” (ibid.). C u alquier eva­ luación sensata de n u estros conceptos m orales, p o r ejemplo, dependerá de que antes se los identifique correctam ente y se los com prenda de m a n e ra reflexiva. P reocuparse por describir los presupu estos co n cep tu ales más gen erales de nuestro pensa­ miento moral, p o r tra z a r un m apa de las conexion es entre los conceptos m orales m ás gen erales y p o r determ inar las priori­ dad es con ceptuales entre sus elem entos no tiene p o r qué ser la sim ple m anifestación d e u n a preferencia c o n se rv a d o ra y m era­ mente tem peram ental. Las evaluaciones —las pretension es crí­ ticas y los proyectos revisionistas o incluso rev o lu cio n ario sadquirirán clarid ad d e contenido y tran sparen cia en su m oti­ vación sólo c u an d o se hayan identificado adecuadam ente los conceptos q u e se han de evaluar. Y p ese a to d o lo q u e h asta aq u í se ha dicho, p a rece q u e todavía no tenem os una idea muy clara, si es que a ca so tenem os alguna, de có m o acom eter esa em presa, de cóm o determ in ar, p o r ejem plo, si nuestro concepto 2 A. Maclntyre, After Virtue, p. vii.

de obligación m oral es vulnerable o no a la crítica o frecid a p o r A nscom be. II Etica y análisis. L o que se requiere, m e parece, es sensibilidad hacia las raíces históricas de los con ceptos m orales, sensibili­ dad h acia los diferentes tipos d e "d e riv a d o s” que han ocu rrid o en los subsecuentes d esarrollos co n cep tu ales, y sensibilidad ha­ cia las distintas dim ensiones de n uestros “u so s” actuales de los conceptos m orales. H ace casi cincuen ta años, W.B. G allie ofre­ ció un m arco teórico que nos p erm ite p o r lo menos acercarnos al debido equ ilibrio entre esas sen sib ilid ad es.3 Considérese un concepto com o el de los campeones en rela­ ción, d ig am o s, con un ju e g o co m o el fútbol, en el que ese con­ cepto no ha de entenderse en térm in os “fo rm ales” com o los de "los cam p eon es de lig a” o “ los g an ad o res de la c o p a ”, sino m ás bien en térm in os equivalentes a los de el equipo que mejor juega fútbol. C o n esta interpretación, la pregunta de quiénes son los cam p eo n es p ued e provocar un debate al parecer inter­ minable y notablem ente a p asio n ad o ; y esto, de acuerdo con Gallie, d e b e explicarse en térm inos del carácter esencialmente debatible del co n cep to involucrado. G allie plantea las siguientes siete características d e un co n cep to esencialm ente debatible: (I) es “estim ativo” o “evaluativo” de una actividad dada; (II) la actividad en cuestión p osee un "carácter internam ente com ple­ j o ”; (III) hay ordenam ientos rivales en lo tocante a la im p o r­ tancia de las p artes o los rasgos com p on en tes de la actividad; (IV) la actividad adm ite considerables m odificacion es a la luz de circunstancias cam biantes y acaso im previstas; (V) en las controversias, c a d a parte recon oce que su p ropio uso del con­ cepto involucrado es im p u gn ad o p or los d e las otras partes, y cada parte tiene por lo m enos cierta co m p ren sión de los "d ife­ rentes criterio s” a la luz de los cu ales las o tras partes afirm an que aplican el con cepto en cuestión; (VI) el co n cepto se deriva de un “m od elo origin al” cuya au to rid ad es recon ocid a por to ­ dos los usuarios rivales del con cepto, y (V il) es posible que las discusiones acerca del "u so co rre cto ” del concepto perm itan 3 Véase W.B. G allie, “Essentially Concested C on cepts”.

q u e el logro del m od elo o rigin al “se sostenga o se d esarro lle d e m an era ó p tim a ”. E sas características se encuen tran, en efecto, en el concepto d e los cam peon es que acabam os de mencionar, y sin du da Gallie tiene razón al p en sar q u e tam bién se encuentran en otros con ceptos m ás im portantes (arte, dem ocracia, ju sticia social, una vida cristiana). Pero el interés en este m om ento de los co n cep tos y las controversias caracterizadas por G allie reside en que ejem plifican caso s de diferencias de concepción dentro de un m arco de conceptos compartidos. L o s conceptos q u e se están co n sid eran d o son evaluativos o “estim ativos”: ¿cóm o p o d ría compartirse un concepto sem ejan te cu an d o se discute su aplica­ ción ? P asan do p or alto la resp uesta teórica general —cu ando la m ejor teoría in terpretativa de los contrincantes revela que éstos hablan del m ism o su jeto—, la exposición de G allie nos perm ite agregar algo m ás específico: lo que hace posible que el con cepto se co m p arta es el acuerdo parcial previo sobre un uso del concepto —el acuerd o previo respecto del “ m odelo ori­ g in al", el acu erd o parcial p rev io respecto de algunos “m od elo s p a rad ig m á tico s” del co n cep to en cuestión—, (O bsérvese que G allie escribió m ucho antes d e que se p u sieran de m o d a cier­ tas teorías actuales de la referencia.) Y esa co n sid eració n que abre posibilidades se co m p lem en ta con otras: la apreciación de los “diferen tes criterios” utilizad os p o r los dem ás, e incluso el p ro p ó sito com ún de so sten er y desarrollar el logro del m odelo o rigin al. C uanto m ás se aclara la posib ilid ad de com partir el con­ cepto, m ás problem ática p u e d e p arecer la siguiente pregunta: ¿cóm o es posib le que su rjan diferentes concepciones so b re lo que es, p o r ejem plo, ju g a r bien al fútbol? Tam bién en este c a so Gallie nos perm ite decir algo al respecto. Pese al acu erd o parcial p rev io so b re los “ m odelos p a rad ig m á tico s” de la actividad en cuestión, pueden surgir diferen cias acerca de cóm o proceder a p artir de eso s m odelos (y acerca de qué es exactam ente lo q u e e stá su ced ien do en un p ro c ed e r sem ejante). L a com pleji­ d ad interna de la actividad, los “ordenam ientos rivales” conse­ cuentem ente posibles d e sus p artes o rasgos com pon en tes y el carácter “ab ierto” de la activid ad en relación con las circuns­ tancias cam biantes: estos elem en tos pueden d ar origen, de un

m odo natural e inteligible, a con cepcion es diferen tes de lo que es una bu en a ejecución d e la actividad (y p or lo tanto a dife­ rentes ideas sobre lo q u e convirtió a los m odelos originales en paradigmas). R eco n ocer lo anterior puede serv ir p ara explicar un hecho notable: que en m uchos de estos debates, am bos ad ­ versarios p ued en estar dentro d e una y la m ism a persona. Y el reconocim iento y la com prensión de esto bien puede servir para d om in ar la prop en sión com ún a identificar a cualquier adversario externo con el factótum del diablo. ¿C óm o pued en resolverse tales diferencias de concepción? Es verdad q u e a veces las concepciones descan san , de un m odo com plejo, en su p u estos acerca d e las cu estion es de hecho co­ rrespon dien tes, y p o r lo tanto q u e el d e sp lie g u e de los m éto­ dos de la ciencia n atu ral, de las ciencias sociales y de otros m étodos de investigación em pírica p ued e serv ir en ocasiones p ara socavar ciertas con cep cion es erró n eas. Pero aun cuando los su p u estos acerca de los hechos co rresp on dien tes no con­ tengan errores, las discusiones p u ed en continuar razonable e inteligiblemente. Por lo general, cabe com pren der tales discu­ siones com o con troversias que giran , principalm ente, en tor­ no a la cuestión del ordenam iento, según su im portan cia —su p ertin en cia—, de las p a rte s o ra sg o s com p o n en tes de la activi­ d ad en cuestión; y a m enudo es posible entender que ésta es una cuestión q u e g ira en torno a otras, tanto so b re la mejor form a de ad ap tació n d e la actividad a circunstancias nuevas, com o sobre lo que constituye exactam ente un desarrollo po­ sitivo de esa actividad. Tales cu estion es se prestan tan poco a una resolución deduclivam enle razon ada com o a una decisión directam ente científica; pero ello no d em u estra que tales cues­ tiones representen un callejón sin salida, ni tam p oco que las presuntas resp u estas a las m ism as no puedan ser más, o menos, razonables. L o s intentos por cam biar la m an era en que otro ve los m odelos p arad igm ático s de la actividad respectiva, al igual q u e los intentos p o r hacerlo im aginar o ap reciar vividamente lo que sería la activid ad si se realizara su co n cepción preferida de ella, no n ecesariam en te son estud ios de mera m anipulación. A ceptar que n ocion es com o lo irrazon able, la m iopía y la cegu era pueden hallarse e n ju e g o en estas d iscu sion es entre concepciones rivales de cierta actividad todavía no significa

a ce p tar a lg u n a idea de la única concepción verdadera. G allie p are­ cía p e n sa r que cuando m enos e ra posiblem ente d eseab le q u e tales controversias con tin uaran sin fin; p e ro su pensam ien to p resu p o n ía la id ea d e una activid ad “sosten ida y / o d e sa rro lla ­ d a d e m an era ó p tim a ”. Si h ubiera q u e entender esa últim a id e a en térm in os d el límite de “la m an e ra ó p tim a ”, la p o sic ió n de G allie resultaría an áloga a la q u e sostien e que, a la luz de he­ chos co n o cid o s sobre la co m p lejidad infinita del m undo natu­ ral y sobre nuestras restrin gidas cap acid ad es epistém icas en re ­ lación con ese m undo, sería deseable u n a p lu ralidad de teorías cien tíficas rivales so b re el m un do n atural p a ra alcanzar la teo­ ría cien tífica verdadera del m undo. Sin em bargo, cu an do G allie h ab la de “m an era ó p tim a ” no e stá su p on ien do n in gu n a p o si­ ción sem ejan te y, de todas form as, d u d o que sea correcto atri­ buírsela. C on siderem os un ejem plo pertinente, el de un equi­ p o d e fútbol. Es obvio q u e tenem os el concepto de un bu en e q u ip o d e fútbol y, tam bién, el d e ser un equ ipo de fútbol m e­ jo r que otro. Por lo tanto, no es sorp ren den te que ten gam os a d e m á s el con cepto del m ejor e q u ip o real. Pero, ¿p o seem o s un co n cep to del m ejor equ ip o posible, o del equ ip o ab solu ta­ m ente p erfecto? D esde luego q u e no: ¿cuál sería exactam en te el m arcador! C u an do Gallie habla sobre “la m an era ó p tim a ”, lo único que está su p on ien d o es el con cepto del orden am ien to com p arativ o ap licado a casos reales y a p osib ilidades específi­ cas im agin ables: no está p id ien d o n in gu n a idea del punto final absolu to de ese ordenam iento. Por lo m enos en la g ra n m ayo­ ría d e los ejem plos de este tipo carecem os de una idea sem e­ jan te: si la idea de la única concepción verdadera de la actividad en cuestión está lig ad a a la id ea d e ese punto final, entonces tal co n cep c ió n no existe. El recon ocim ien to de este hecho tam ­ bién p o d ría tener un efecto saludable: serv iría p a ra co n trolar la p rop en sión a las h ipérboles sin sen tido que se suelen exp resar en este seg u n d o tipo de polém icas entre con cepcion es rivales. L a s creen cias q u e d eterm in an la con cepción de una p e rso n a d a d a acerca de lo q u e es, p o r ejem plo, una vida cristiana, son ciertas creen cias m odales: su s creen cias sobre lo q u e es un a vid a cristian a, sobre la n atu raleza d e un a vid a cristiana, sobre lo que exige una vida cristiana. En m uchos ejem plos aparece­ rá un elemenLo de relativización con respecto a circunstancias

específicas dentro de los con ten id os d e esas creencias m odales (lo q u e exige la vida cristiana, lo que constituye una vida cris­ tiana, puede variar en espacio y tiem po); pero ese elemento de relativización no im plica u n a m erm a en la objetividad. Y es indudablem ente cierto q u e o tra s diferencias en las creencias acerca de los hechos —si hay, p o r ejem plo, más person as que llevan una vida cristiana en G u an aju ato q u e en V eracruz—p ue­ den ser consecuencias d e las d iferen cias de concepción; pero esto en nada socava el carácter distintivo de las creencias que constituyen la co n cep ción que una person a dada tiene, por ejem plo, d e lo q u e es una vida cristiana. III Evaluación y filosofía. A un cu an d o no haya sid o su principal ob­ jetiv o , Gallie logró esclarecer el tem a de las posibles contribu­ ciones filosóficas —las posibles con tribucion es d e los filósofos en cuanto tales— al estu d io d e ciertos fenóm enos sociales o colectivos, com o la m oral, la política o la religión. Señ alan do, a u n q u e fuera indirectam ente, a lg u n a s tareas p a ra el filósofo d e la m oralidad o para el filósofo político, logró explicar, aun cu an do lo haya hecho im plícitam ente, con qué derech o se mue­ ven los filósofos en esos terren o s, p or qué existen legítim am en­ te esas disciplinas filosóficas. (a) Un filósofo p o d ría cu an d o m en o s co la b o rar en la tarea d e identificar el “m od elo o rig in al” cuya autoridad s e a recon ocida p o r to dos los usuarios rivales d el concepto. É sa p o d ría parecer una tarea estrictam ente de orden lingüístico-histórico [filoló­ gico], una tarea de in vestigación m eram ente causal; así enten­ dida la tarea, se su p o n e q u e la existencia de raíces h istóricas com p artidas sería suficiente p a r a establecer la iden tidad actu al d e los conceptos. Pero el defecto q u e aq u í he señ alad o en la argum entación de A n scom b e d e m u estra q u e esa m an era d e con cebir la tarea está equ ivocad a; adem ás es esen cial tom ar en serio una frase de G allie —la tarea consiste en identificar el “m odelo origin al” cuya autoridad sea reconocida por todos los usuarios rivales del concepto—. D e hecho, esa au to rid ad pu ed e existir aun cuando falte la cau salid ad , tal y co m o se ap recia en

los casos de “ m odelos o rigin ales" inexistentes, “ m odelos o rig i­ n ales” im aginados o idealizados. (b) En relación con un “m o d e lo origin al” o con otros ejem plos “ positivos” d e la actividad en estud io, el filósofo p o d ría p o r lo m enos colab o rar en la tarea de identificar los elem entos con ­ cep tu ales clave y las estru ctu ras b ásicas dentro de la com pleji­ d ad interna de la actividad. Q u izá en algun o s casos el filósofo p o d ría intentar d em ostrar subsecuentem ente la presen cia d e defectos filosóficos en los elem en tos y las estructuras p o r esta vía identificados; pero siem pre h abrá que tomar en cuenta la p o ­ sibilid ad de que el filósofo se haya equivocado al su p on er que la activid ad en cuestión tiene un carácter por lo m enos parcial­ m ente filosófico. Quizá, p o r ejem p lo, la m oralidad sea m ucho m en os “filosófica” de lo que los filósofos suelen suponer. (c) M ás claram ente, un filósofo pod ría tratar de identificar y hacer explícitos los “diferentes criterios” a la luz de los cu ales las d iv ersas p a rte sa p lic a n e l co n cep to en cuestión. No hay n ad a m isterioso en la existencia d e e sa tarea: surge co m o co n secu en ­ cia d el fen óm en o —co rrectam en te tan destacado en la filosofía co n tem p o rán ea del len g u aje— del carácter irreflexivo del uso com peten te del lenguaje en la vida cotidiana, del hecho de que la com pren sión que ten em os d e nuestro propio lenguaje es esencialm ente de índole p ráctica. Por lo tanto, surge la tarea o p tativ a —p ara n o so tro s o p ara quienes quieran e stu d ia rn o sd e reflexionar sobre los p o sib les “diferenLes criterios” que se m an ifiestan en nuestra c o m p re n sió n y en nuestra práctica irre­ flexivas. L a m ism a tarea surge, d esd e luego, cu ando som os n o so tro s los que querem os estudiar a otros, sean e so s otros co n tem p o rán eos o h istóricam en te distantes. Hay que subrayar, sin em bargo, que esta ju stificació n d e la tarea d e identificar los “diferentes criterios” relega a un lugar m enor las afirmaciones d e las partes acerca de los “c rite rio s” a la luz de los cuales apli­ can el concepto en cuestión. (d) S in n egar el carácter g en eralm en te irreflexivo del uso y de la com pren sión del lenguaje, tal vez algun o s quieran objetar que hay excepciones im p ortan tes a la regla general, excep cio ­ nes especialm en te pertinentes p a r a el te m aq u e aquí nos ocupa..

E sas excepciones su rgen cu an d o los conceptos q u e usam os se ubican en el m arco d e algu n a teoría, d e tal m an era que el signi­ ficado de un concepto así se determ in a, al m enos en parte, por su papel dentro de la teoría. L o s “criterios” de uso del concepto no sólo se m anifiestan en su uso cotidiano; tam bién se deter­ m inan p or la teoría en la que se ubica el con cepto. Es verdad que m uchos de los que usan un con cepto así ap en as podrían expresar algo de la teoría en cu estión ; no obstante, eso podría conciliarse m ediante algún an álo g o de la h ipótesis de Hilary P u tn am sobre “la div isió n del trab ajo lingüístico”,4 en relación con las palabras p ara clases n atu rales; es decir, m ediante la idea de q u e el u so p o c o reflexivo y p o c o teórico d e este tipo de con­ ceptos p or parte de m ucha gente depen de del conocim iento que algunos otros tien en acerca de la teoría correspondiente. De esa manera, sigue la propu esta, pueden tom arse en cuen­ ta las afirm aciones d e p or lo m en o s algun as p erso n as sobre los “criterios” del uso de ciertos conceptos; a d e m á s, term ina la propu esta, surge aqu í otra tarea filosófica: analizar, articular, el papel de los con ceptos m orales de ese tipo dentro de la teoría que determ ina su significado, cu an d o m enos parcialm ente. Esa parece ser la m an era id ó n ea de entender, p o r ejem p lo , m uchas de las d iscusion es co n tem p o rán eas d el m anejo d e conceptos m orales específicos en las o b r a s de los gran d es filósofos del p a sa d o .5 A quí hay tareas im portan tes p a r a el filósofo, p e ro no es nada obvio que esa p rop u esta logre caracterizarlas adecuadam ente. IJna teoría es interna de una p rá ctica cuando quienes partici­ pan en ésta hacen lo que h acen p orq u e creen, aunque quizá tácitam ente, en dich a teoría; u n a teoría es externa a la práctica cuando no se satisface esta co n d ició n .6 C u alq u ier intento de identificar la teoría in tern a de una práctica con lo que sus par­ 4 Segú n la hipótesis dePutnaxn, toda com u n id ad lingüística “p o see cuando m enos alg u n o s térm inos cuyos ‘criterios' asociados sólo son con ocidos por un subconjunto d e los hablantes que los adquieren, y cuyo uso por parte de otros hablantes depende de una cooperación estructural entre ellos y los hablantes de los subconjuntos pertinentes” {Mind, Language, and Reality, p. 228). 5 Véanse, por ejem plo, algu n os de los ensayos en este volum en sob re la obligación moral. 6 Para algo más sobre esta distinción, véase M. Platts, Moral Realüies, pp. 3

ticipantes afum an que es esa teoría interna no sólo afronta el problem a de la gente p o c o propen sa a la reflexión, problem a con el cual tal vez P u tn am pued a ayudar; se en fren ta tam bién a la posibilidad de q u e aun los “e x p erto s”, aun las “au torida­ d e s”, tengan ideas equ ivocad as sobre la id en tidad de la teo­ ría interna de una p rá ctica Podríam os invocar sobre este pun­ to a los gran d es te ó rico s del encubrim iento, M arx, Nietzsche y Freud; o sim p lem en te p odríam os aco rd arn o s del eterno fe­ nóm eno del a u to en g añ o . De m anera estrictamente análoga, un análisis co n cep tual-estructu ral de las ideas so b re la m oral de alguien com o Locke, co m o H um e, o com o Kant, por sofisti­ cado que sea, d eja p e n d ien te de respuesta el siguien te tipo de pregunta: ¿es nuestro el concepto que Locke exp resa cuando habla de “ob ligación m o r a l”? Para contestar este tipo de pre­ gun ta es n ecesario sa b e r cuál es nuestro con cepto; y a riesgo de caer en p icad o d e sd e mi torre d e m arfil, creo que la única m an era de saberlo es investigando los “c rite rio s” que de hecho em pleam os en su uso, y a sí precisam ente no los “criterio s” que afirm am os estar e m p le a n d o en tal uso. El asunto, desd e lu ego , es algo m ás co m p licad o de lo que podría sugerir lo que a c a b o de decir. Straw son afirm a: hay u n a a m b ig ü e d a d b astan te g e n e r a l e n la n o c ió n d e “ n u e stro c o n c e p to o r d i n a r i o ” d e lo q u e se a. ¿ D e b e ría n la s fac c io n e s d e tal c o n c e p to t r a z a r s e e x c lu siv am e n te a p a r t ir d e su u so , a p a r­ tir d e n u e s tr a j/rá c tic a o r d in a ria , o, p o r c o n f u s o s q u e é sto s sean , d e b e ría m o s a ñ a d ir lo s a d itam e n to s reflexivos q u e , n a tu ra l o h is­ tó ric a m e n te , s e re ú n e n a su a lr e d e d o r? L a d is tin c ió n d ifíc ilm e n te es n ítid a; p e r o c u a n d o e s p o sib le h ac e rla , p r e f ie r o la p r im e r a o p ­ c ió n .'

Aun con esta cau tela im prescindible, la posib ilidad que se ha dejado ver aquí es q u e nuestras prácticas m o rales, incluyendo, por sup u esto, el e m p le o de nuestros co n cep tos m orales en nuestro pensam iento y d iscu rso m orales, sean muy poco “teó­ ricas”. Evaluar e sa p o sib ilid ad y luego, en caso de descartarla, identificar la teoría —o las teorías— dentro d e la(s) cual(es) se ubican nuestros c o n c e p to s m orales, son tareas muy urgentes 7P.F. Strawson, “P.F. Straw son Replies", p. 265.

d a d o el e stad o actu al d e la filosofía m oral. Sin em b argo, enten­ d er la p o sib ilid ad de que nuestras prácticas m orales sean muy poco “teó ricas” co m o la mera p o sib ilid ad de que nuestra m ora­ lidad sea d e fectu o sa resultaría —claro está— u n a equivocación garrafal. (e) L a p osib ilid ad de reali 2 ar con éxito estas últim as tareas que acabo de m en cion ar se elevaría con siderablem en te si antes se h ubiera cu m p lid o con otra: diferen ciar las diversas c o sa s que podrían llam arse “ criterios”, y a sí m arcar alg u n as distinciones dentro d e la cate g o ría de “diferentes c rite rio s”. Un reconocido diccionario d e len gu a inglesa {Chambers, E dim burgo, 1993) nos ofrece, en ese idiom a, definiciones com o las siguientes: criterio m e d io o n o rm a de ju i c i o ; p r u e b a ; re g la , e stá n d a r, ca­ n o n . .. conforme a criterios (d ic h o d e u n e x a m e n o d e u n a e valu ación ) ju z g a r a lo s e x a m in a d o s con b a s e e n s u d o m in io p r o b a d o de c ie r ta s h a b ilid a d e s y d e stre zas (e n l u g a r d e c o m p a r a r lo s c o n los lo g r o s d e s u s s i m i la r e s .. .).

L a segu n da defin ición —que establece el contraste precisam en­ te con “co n form e a norm as”— serv iría p ara adm itir la posibili­ d ad , p o r ejem p lo, de que casi todos los fu tbolistas sean buenos futbolistas (o d e que casi ninguno lo sea); pero la prim era de­ finición señ a la la im portancia p a r a la tarea que aquí nos ocu­ pa de co n sid e rar paciente y d etallad am en te los “criterios” en relación con los muy distintos tipos d e “p ru e b a", “regla”, “es­ tándar”, “ can on ”, o —añadiría y o — “ p rin cip io ” .8 Com o queda de m anifiesto, p o r ejem plo, en los u so s tan diversos que dan a la frase “ criterio de iden tidad”, la relación de los filósofos con su len gu aje puede ser tan p o co reflexiva com o la del resto de los m ortales; cierta p reocu pación elem ental p o r la higiene profesion al hace im prescindible otro tipo de relación. (f) Un filó so fo p od ría participar —de hecho han participado, aunque no quede del todo claro hasta qué punto su participa­ ción h a sid o en cuanto filósofos— en los d ebates sobre la m ejor 8 Véanse las contribuciones de Atienza y Ruiz M añero (pp. 401-433), y de Vázquez (pp. 4 3 5 -4 6 7 ) incluidas en esta antología.

m an era d e m odificar cierta actividad a la luz de circun stancias cam bian tes, d e desarrollarla d e m anera óptim a C on siderem os p rim ero el ejem plo de una actividad regid a p o r reglas esLrictas y explícitas, en la cual surge la posib ilid ad de m o d ificarla cam bian do sus reglas: es decir, se trata d e un e je m p lo d e posible m od ificación no a la luz de circunstan cias cam biantes, sino con stitu ida p o r m edio de un cam b io en las “circu n stan cias” . En la historia d el ajedrez, la rein a ha cam bia­ do d e n om bre, de g én ero y de p o d e re s o facultades. E specífi­ cam ente, antes de la m itad del siglo X V , la reina só lo se p o d ía m over u n a casilla diagon alm en te y, en consecuencia, e ra la p ie­ za m ás d éb il del ju eg o . A h o ra bien, es fácil im aginar un d eb ate —no estam o s especulan do so b re la verdadera historia del c a so — en torn o al posib le “em p o d eram ien to ” de la reina, y tam bién es fácil im agin ar la particip ació n de algunos filósofos en d i­ cho d eb ate. Pero, ¿se trata d e p articip ación en cuanto filósofos? Por otro lado, podem os co n sid e ra r el ejem plo de una activid ad p o c o g o b ern a d a p o r reglas estrictas y explícitas pero q u e pare­ ce h ab er experim entado a lg u n a s m odificaciones im portan tes a la luz de circunstancias cam biantes durante su h istoria: me refiero a la actividad de filosofar, y a las circunstancias cam ­ biantes en térm inos de los d esarrollo s científicos (incluyendo los d e sa rro llo s en el ám bito d e la lógica m atem ática), d e la a m ­ p liación d e n uestro co n ocim ien to de la vida hum ana y su diver­ sid ad , y d e los cam bios estru ctu rales ocurridos en el sen o de las so c ie d a d e s hum anas y e n las relaciones entre ellas. ¿D eben m o­ d ificarse las prácticas de la filosofía a la luz de esos cam b io s? Y de ser así, ¿cóm o deben m odificarse? Independientem ente de las re sp u e sta s preferidas q u e se quieran d ar a esas p reg u n tas, el asu n to pertinente en este m om ento es m enos co m p lejo: sin o to rg a rle s la Ú ltim a P alabra, ningún tipo de “a u to rid a d ” p re ­ d estin ad a, parece evidenU: que los filósofos pueden con trib uir a los d ebates so b re esas cu estion es y hacerlo en cuanto filósofos. Sin em b argo , una vez que se salen de ese terreno priv ilegiad o, ¿d ó n d e term ina la p o sib ilid ad de que los filósofos h ag an le­ g ítim am en te ese tipo de con tribución a los debates con tem pla­ d os p o r Gallie, a esos d ebates claram ente norm ativos? ¿C u án d o em piezan a a b u sa r de cu alq u ier “au to rid ad ”, prestigio o reco ­ nocim iento que hayan recib id o —m erecidam ente o n o — p o r sus

activid ad es en el terren o n etam en te filosófico? El h echo d e que los sum os sacerdotes m exican os se sientan con facu ltades p ara pontificar so b re to d o s los a sp e cto s d e la vida social, y no sola­ mente sobre los a sp e cto s espiritu ales de la vida de su grey, no p rop o rcio n a n in gun a razó n p a r a q u e los filósofos los sigan por el cam ino de la fantasía y la m an ipulación ram p lon as. IV Fuera de la moralidad. L a filosofía ofrece un b u e n ejem plo d e una actividad que co rre sp o n d e a un concepto esencialm ente discutible o im pugn ado; y lo m ism o sucede con la m oralidad, d e tal m od o que la n aturaleza d e la filosofía de la m oralidad, la n aturaleza d e la ética, es, por decirlo así, d ob lem en te discuti­ ble. Esa es la verdad que subyace en el énfasis q u e Maclntyre p on e so b re “ la diversidad y la h eterogen eid ad d e las creencias, las prácticas y los con ceptos m o ra le s” y sobre las discrepan cias que han existido en torn o a los m étodos de la ética; tam bién explica en parte la razón p o r la cual resulta singularm ente fútil b u scar a lg u n a definición en sen tid o estricto d e “ la m oralidad” (o de la “é tic a ” ). P ién sese en la reacción de L u te ro frente a cu alquier sugerencia d e que la felicidad sea el fin d e la vida hum ana: “Sufrim iento, sufrim iento; la cruz, la cru z.”9 Podría­ m os afirm ar, siguien d o a B ern ard W illiam s, que la concepción luterana dice muy p oco so b re las posibles críticas m orales a las e structuras e instituciones sociales; pero tam bién podríam os aseverar algo sem ejante en relación con m uchas o tra s m orali­ d ad es tradicionales. A h ora bien, aun cu an d o n o n os sea posible o frecer una caracterización o definición g en eral de la “ m o ra lid a d ”, sí po­ d em o s indicar nuestra tem ática m ediante alg u n o s ejem plos de diversos m odos de pensam ien to y sus elem entos correspon­ dientes que, siendo prácticos, no son em pero m orales. Es decir, podem os señalar no algún “ m od elo origin al” d e la m oral uni­ versalmente acep tad o com o tal, ni siquiera alg u n o s “elem en­ tos origin ales” dentro d e todo pensam iento m oral (el proble­ ma que plantea el caso d e L u tero en relación con el concepto d e felicidad), sino m ás bien la existen cia de alg u n o s elementos 9 Citado por B. Williams en Morality. Art Introduclion to Ethics, p. 90.

con ceptuales que, p ese a su carácler práctico, se encuentran Juera de las estructuras del pensam ien to m oral. U n as sem an as d e sp u és d e Sos terrem otos o cu rrid o s en la ciu d a d d e M éxico en 1985, m e h allaba viajando en taxi en la c iu d a d provincial d e G u ad alajara. D espués d e pregu ntarm e acerca de la situación en la ciud ad de M éxico, el taxista me inform ó que los terrem otos habían sido un castigo de Dios p o r el vicio so estilo de v id a d e los habitantes de la ciudad capital. No le p ed í m ás detalles d e su explicación, p ero recordé la afir­ m ación del e m p e rad o r Ju stin ia n o de que la causa de los terre­ m otos es la h om osexu alidad . No obstante, tras las sim ilitudes su p erficiales que h ab ía yo captad o, yacían diferencias pro fu n ­ das entre las ideas de Ju stin ia n o y las del taxista que me llevaba. In cluso p a ra quien posee el co n cep to de m oralidad, la p re ­ g un ta “¿Q u é debo hacer?” no tiene por qué ser equivalente a la p regu n ta “¿Q u é d eb o h acer d e sd e un punto d e vista m oral?"; en realidad, alguien q u e se p a la resp u esta p a r a la segu n da pre­ gun ta puede, con to d a coherencia, continuar preo cu pán d ose por la prim era. M ientras que si alguien carece del con cepto de m o ralid ad , como Ju stin ia n o , cu alquier su p u esta equivalencia entre lo que se p o d ría d en o m in ar “la cuestión práctica g en e­ r a l”, p o r un lado, y la cuestión m oral, p o r el otro, no puede ser correcta. E lju icio d e ju stin ia n o no fue y no pu d o haber sido un ju ic io m oral. Se p u e d e n m ultiplicar los ejem plos: el prep o n d e­ rante respeto hom érico por la astucia de un general, m ed id a en función d e su h abilidad p a ra e n g a ñ ar a sus oponentes; el c ó d ig o d e h on or que se m an ifiesta en la práctica del duelo; los d ic ta d o s d el m achism o m exicano (o inglés). N inguno de éstos es, ni p reten d e ser, un fen óm en o que ejem plifique el p e n sa ­ m iento m oral. A unque e so s ejem p los p u d ieran p a re ce m o s có­ m odam en te ajenos, no es esen cial rem itirnos a ellos p a ra indi­ car 5a n aturaleza de la m o ralid ad . T odos estam os fam iliarizados con otros valores prácticos que pueden traerse a colación con respecto a la pregunta p ráctica g en e ral “¿Q ué d eb o h acer?” N o es n ec esario poner g r a n énfasis en la cuestión d e la p ru d e n cia —lo cual es afortun ado, ya qué el co n cepto m ism o es d e un a o sc u rid a d casi tan g ra n d e co m o el asunto del lugar q u e o cu ­ pan las con sid eracion es p ru d en ciales dentro del pensam ien to m oral—. L o s valores prácticos distintivos que se encuen tran en

la p ráctica d e la etiqueta, en la ley, en relación con la conser­ vación y la apreciación d e las o b ra s de arte, en las prácticas parcialm ente constitutivas de la identidad cultural, e incluso, creo, en la política (record em o s la observación d e H um e de que una buena filosofía p olítica no es necesariam ente una bue­ n a filosofía m oral) o frecen ejem p los m ucho m ás claros. Junto a esa lista de valores relativam ente “fo rm ales”, p o d e m o s agregar otros menos “fo rm ales”: a p arte del asunto del hum or, están p o r ejem plo los valores que se reflejan en “ideales individua­ les” particulares relativos a los estilos de vida,10 los que dan expresión y form a a caracteres y p erson alid ad es p ro p io s de los in dividuos, y los q u e surgen d e n tro de relaciones person ales distintivas, com o el am or y la am istad. M ediante ejem plos d e ese tipo nos ap roxim arem os m ás f á ­ cilm ente a un a idea distin ta d e la m oralidad que a una id ea clara de ella (para exp resar la cuestión en térm inos cartesia­ nos, aunque sin los sign ificad os técnicos correspon dientes). Es m ucho m ás sencillo d eterm in ar lo que la m oralidad no es —sus relaciones potencialm ente a n lagó n icas exteriores— que deter­ m inarla de m anera positiva —su constitución interna, por lla­ m arla así—. Se puede d ecir exactam en te lo m ism o de cu ando m enos m uchos de los elem en tos de la m oralidad, de los con­ ceptos m orales esencialm ente discutibles. En am bos casos, sin em bargo, considerar d etallad am en te las relaciones exteriores p u ed e servir p a ra acercarn os al reconocim iento de la constitu­ ción interna correspon dien te, a la obtención de una idea clara. En la siguiente sección de e sta introducción, intentare, entre otras cosas, ejem plificar esta posib ilid ad . V Conexiones y prioridades. Se ha señ alad o a m enudo que la to­ leran cia no debe co n fu n d irse c o n la indiferencia: ini extrem a falta de interés por la vida d e m is vecinos no pon e d e m ani­ fiesto ningún g r a d o de to leran cia d e mi parte. En cuanto a esto, la tolerancia se asem eja al respeto por la auton om ía d e los dem ás, a la idea d e que d e b e m o s dejar a los agentes com ­ petentes tom ar las decisio n es im p ortan tes p a ra su p ro p ia vid a 50 V éase Strawson, "So cial M orality an d Individual Id eal”.

según sus p rop ios valores, d e se o s y preferencias, libres de c o e r­ ción, m an ipulación o in terferencias: la indiferencia tam p o co es una m an ifestación de tal resp eto . Sin em b argo , hay que distin ­ g u ir p o r lo m en os tres id eas que pueden estar in volucradas en el u so del térm in o “in d iferen cia”: la falta de interés en un tem a (e in cluso el ab u rrim ien to o fastidio); la su spen sión d e todo “ju ic io evaluativo” (e in cluso d e “ju icio co n d en ato rio ”); y el equilibrio d e l “ju icio evalu ativo”, la creencia d e q u e a lg o es tan b u en o co m o m alo. L a tolerancia tam poco debe con fun ­ dirse ni con la ig n o ran cia n i co n la cautela evalualiva: no hay m anifestación d e tolerancia ni en mi ign orancia sobre la v id a d e m is vecinos ni en m i pen sam ien to, concerniente a algún ju i­ cio n egativo so b re u n o d e ellos, d e q u e mi ju icio , co m o to dos los ju icio s evaluativos, p o d ría resultar equivocado, y q u e p o r lo tanto no d eb ería in fluir en m is accion es, ni lingüísticas ni de otro tipo. El elem ento ausen te en aquellas otras ideas p arece ser la noción de acep tar a lg o au n q u e lo d esap rob em os. Pero h ab rá que a ñ ad ir d e inm ediato q u e la resign ación —reco n o cer el h ech o d e q u e som os im potentes ante la existencia d e cier­ to fen óm en o— tam poco puede co n sid erarse una m an ifestación de tolerancia. Sin aven turarn os en el territo rio austiniano con re sp e cto a qué concepto —tolerancia o intolerancia— es el que m an d a, se p o d ría avanzar u n p o co m ás si d irigiéram os la aten ción a la cu estió n d e lo q u e no es la intoleran cia. B ernard W illiam s es­ cribió: Si un g ru p o simplemente od ia a otro, com o en una vendetta entre clanes o en los casos de puro racismo, no es realmente tolerancia lo que se necesita; los involucrados tienen más bien que desha­ cerse de su odio, de su prejuicio o de sus recuerdos im placables. Si le estam os pidiendo a la gente que sea tolerante, estam os pi­ diéndole algo más com plicado q ue e sto ."

A l parecer, W illiams p reten d e exp licar esta diferencia entre in­ toleran cia y, d ig am o s, “p u r o ” o d io recurriendo a! punto q u e 11 B . W illiams, “Toleration: An Im possible Virtue?", p. 19. [“L a tolerancia: ¿un a virtud im posible?", p. 471, E ste texto de W illiams se incluye en este volumen; véanse las pp. 469-482.]

acabam os de plantear: “ para q u e se trate d e un prob lem a de tolerancia, es n ecesario que haya algo que se tolere; tiene que h ab er alg u n a creen cia o p ráctica o form a de vida q u e un g ru p o con sidere (p o r fanático o p o c o razonable que esto sea) e rró ­ nea, equivocada o in d eseab le”. Sin em bargo, d ic h a condición parece q u e d a r satisfecha —to m an d o en serio la frase “p o r fa­ nático o p oco razon ab le que e sto se a ”— cu an d o m enos en m u­ ch os casos de “p u ro ” odio: p e se al carácter casi fisiológico d e sus reacciones, el racista puro y sim ple sí p ien sa q u e hay algo “in deseable” en, p or ejem plo, la form a de vida de la raza od ia­ d a (de hecho, en su m era existencia). T al vez W illiams haya tenido razón al p ensar que hay caso s de puro o d io sin, por d e ­ cirlo d e algún m o d o , con tenido proposicion al, sin que en ellos in terven ga ningún pensamiento m ínim am ente específico; pero el pensam iento que él m en cion a —de indescabilidad, etc.— tie­ ne un con ten id o d e m a sia d o d é b il, sospech o, p a ra que pu ed a establecer la d e se a d a d istin ción con la intolerancia. L o que se necesita p a ra este prop ó sito, c r e o y o, es algo co m o lo siguiente: que en los casos de in toleran cia (a diferencia de los de “p u ro ” odio), la p erso n a intolerante no sólo ju zgu e que hay algo inde­ seable (o e rró n eo o equ ivocado) en cierta creen cia, práctica o fo rm a d e vida d e algu n a person a o grup o, sino tam bién que el rasg o in d eseable (o erró n eo o equivocado) es responsabilidad de la person a o del g ru p o odiado. U na m an era en que se p u e d e tratar d e d esp lazar la discu­ sión del ám bito de la in toleran cia al del puro o d io consistiría en intentar estab lecer la au sen cia de todo ju icio , todo pensa­ m iento p rop o sicio n al, en lo que con cierne a la in deseabilidad, etc., d e las creen cias, las p rácticas, etc., de aqu ellos que están siendo ob jeto d e rechazo; pero o tra m an era de tratar de hacer una ju g a d a equivalente sería intentar establecer la falta d e res­ pon sabilidad, d e p arte d e los rechazados, por los rasg o s que se ju zgan in deseables. Si esta se g u n d a tentativa culm ina con éxito y sin em b argo se sigu e rech azan d o a la gente en cuestión, esto nos m ostrará q u e estam os ante un caso de p u ro od io o algo similar, en el q u e “no es realm en te to leran cia lo que se n ecesita”; sin p resu p o n er la atrib u ción d e respon sabilidad, lo que “estam os p id ien d o ” es a lg o que dista de ser co m p licado (al m enos h ablan do d e sd e un p u n to de vista filosófico ) —sería

m ás bien com o el c a so en que se pide a alguien que trate de liberarse de su od io p o r los m urciélagos y por el trino de los p ájaro s al am anecer, en el cu al no hay n in gun a noción intere­ sante de tolerancia que sirva p ara caracterizar qué es aquello que estam os p id ien d o . Me parece que los casos de indeseabilid ad sin resp on sabilid ad se acercan m ás a los de p u ro od io, en los cuales la resp u esta a d e c u a d a puede ser que la gen te “se des­ h ag a d e su o d io ”, que a los casos de intolerancia, en los cuales la resp u esta a d e c u a d a puede ser que se siga ju z g a n d o que hay resp on sabilid ad p o r lo indeseable, m ientras que se so p o rta la existen cia de ese otro g ru p o diferente. Por supuesto, n ad a d e esto me com prom ete a n egar la im­ p ortan te tesis de W illiam s de que en la práctica “suele haber una frontera muy tenue o borrosa entre el m ero tribalism o o la lealtad al clan y las d iferen cias de puntos de v ista o convic­ ció n ” ;12 creo sim plem en te que existen dos fro n teras tenues o b o rro sa s que hay que atravesar. Desde luego, la seg u n d a fron­ tera, determ in ada p o r la (supuesta) ausencia o presencia de resp on sabilid ad , p u e d e ser tan difícil de detectar en la práctica com o la co n siderada por Williams: tal vez aún más, dad os los cap rich os en la atrib u ció n de responsabilidad que tan bien ha d iscu tid o en otro texto el propio W illiam s.13 C o n todo, sigue sie n d o cierto que el o d io se presta a proyectarse con bastante m ás facilidad en térm in os d e una supuesta in d escab ilid ad que en térm in os d e una su p u e sta responsabilidad. Esa co n sid eración de lo que la tolerancia no es —y de lo que la intolerancia n o es— invita a sacar la con clu sión tentati­ va de que la tolerancia, p o r lo m enos en sus c a so s centrales y distintivos, requiere que la person a tolerante a lo je algún ju icio evaluativo negativo sobre alg u n a faceta de la gen te tolerada, así com o alguna cre en cia so b re la resp on sabilidad de esa gente p o r d ich a faceta. Si a lg o a sí es correcto, se sigu e de inm ediato que el con cepto de resp on sab ilid ad es más fu n d am en tal que el con cepto de to leran cia (p aso por alto la p osib ilid ad , en este caso poco probable, de un círculo donde el co n cep to de res­ pon sabilid ad p re su p o n g a igualm ente el de tolerancia). Si esa 12 V éase Williams, ibid., p. 471. 13 V éase Williams, “R ecogn izin g Responsibility" [véanse las pp. 167-200 de esta antología].

consecuencia es, sin em bargo, suficiente o no p a r a establecer el carácter moral de la noción d e toleran cia es un a cuestión que no exam inaré aquí: sólo expresaré mi creen cia de que la m ejor m an e ra d e d a r un a respuesta sería reflexion an do acerca de qué concepción de tolerancia en con jun ción con qué concepción de la m oral im plicaría una contestación afirm ativa.14 N o sé si lo que acab o de d ecir hace patente algún apego exagerado a mi torre de m arfil; lo que de m an era evidente queda d e m anifiesto es una co n cep ció n relativam ente específi­ ca de una de las tareas posibles p a ra la ética. Straw son reafir­ ma la validez de lo que E.M. Forster am b icion aba —“basta con co n ectar”— no únicam ente en e l nivel m oral y personal, sino tam bién en el nivel filosófico: H a b ie n d o r e n u n c ia d o a ! p ro y e c to irr e a l d e !a v a lid a c ió n g e n e ­ ra liz a d a , e! [.. .] f iló s o f o a b r a z a r á el p r o y e c to real d e in v e stig a r las c o n e x io n e s e n tre los p rin c ip a le s e le m e n to s e str u c tu r a le s d e n u e stro e s q u e m a c o n c e p tu a l.15 E sta b le c e r la s c o n e x io n e s e n tre lo s p r in c ip a le s r a s g o s o e lem en ­ to s e s tr u c tu r a le s d e n u estro e s q u e m a c o n c e p tu a l —n o p a r a e x p o ­ n e rlo c o m o un s is t e m a r ig u r o s a m e n te d e d u c t iv o , sin o co m o un to d o co h e re n te c u y a s p a rte s in te r d e p e n d ie n te s se ap o y a n m u tu a­ m en te, e n tr e la z á n d o s e d e u n a m a n e r a in te lig ib le —: b ie n p u e d e p a r e c e r que [ ...] h a c e r esto es la v e r d a d e r a t a r e a de la filo so fía a n a lític a , o al m e n o s la p r in c ip a l. C o m o e n r e a lid a d a mí me lo p a r e c e .15

Straw son escrib ió e sto en relación con cierta m an era de tratar de resp on d er a ciertos tipos de escep ticism o en torno a nues­ tras pretension es de conocim iento: sin em b argo, y pese a la im portan cia que aq u í se otorga a “la d iversidad y la heteroge­ neidad de las creen cias, las p rácticas y los co n ceptos m orales", los com entarios de Straw son sirven p a r a caracterizar una po­ sibilidad clave p a ra la filosofía in o ral. A d em ás, hay que hacer 14 Quizá, por ejem plo, tal contestación su rja de la com binación de la idea de la tolerancia como una virtud junto con una concepción de esa virtud como un a capacidad cognoscitiva. 15 Strawson, Skeplicism and Natwralism, p. 22. 16 Ibid., p. 23.

notar q u e el “relativism o” que p od ría aso m arse por el énfasis en la diversidad de la experien cia m oral, pod ría dism inuirse h asta alcan zar dim ensiones n ada prob lem áticas si el filósofo no solam ente b u scara las principales con exio n es entre los co n cep­ tos m orales fundam entales, sin o tam bién las conexiones entre estos co n cep to s m orales y otros elem en tos básicos de nuestro e sq u e m a con ceptual. Así, por ejem p lo, en este volum en D a­ vid W iggins exam ina de m an era notablem ente sutil algun as de las con exio n es entre el con cepto d e derech o y el con cepto de necesidad; Ja m e s G riffin ab o rd a algunas de las con exiones entre el co n cep to de un derech o h um ano y nuestro con cepto d e un agen te h um ano; Ju a n A ntonio C ruz Parcero trata algu ­ nas de las relaciones entre d o s co n cep tos: el de un derecho y el co n cep to tan básico d e person a. Por otra parte, B ern ard W illiams, a su m anera, y yo a la m ía, exam inam os algu n as de las con exio n es entre el concepto d e respon sabilidad y diver­ sas facetas d e nuestro entendim iento d e las acciones hum anas. En todos estos casos, sería muy p oco instructivo intentar intro­ d ucir algu n a tesis “relativista" en relación con los elem entos no m orales involucrados. D esde luego, durante la historia han o cu rrid o diversos cam bios de opin ión , de actitud y de co n cep­ ción en relación con eso s elem entos de la vida hum ana; pero los cam b ios en relación con esos asuntos se asem ejan m ucho m ás a la creación de nuevos arreglos de com pon en tes co m partid os que a innovaciones con cep tuales drásticas. L o s resultados de las investigaciones de Williams so b re la historia an tigua de co n cep cion es de acción, parcialm ente incluidas en este volu­ men, plantean esta m oraleja a la perfección . M anejar la filoso­ fía m oral com o si fu era una d isciplin a aislad a de otras áreas filosóficas no sólo puede favorecer la indolencia, sino tam bién la sup osición irreflexiva de algún “relativism o co n ceptual” de im p ortan cia dentro de su tem ática. U n a m oraleja relacion ada su rg e de las discusiones ofrecidas aquí sobre los prin cipios y las reglas. Sólo un tipo de sin dicalism o de muy estrechas mi­ ras p od ría sugerir la irrelevancia d e estas discusiones, ofreci­ das p o r unos filósofos del derech o, p a ra la tem ática de esta antología: no obstante las evidentes diferen cias entre, por ejem ­ plo, el escep ticism o de G.J. W arnock acerca de la u tilidad de las reglas m orales y el escepticism o d e Ronald Dworkin sobre

ciertos m odelos de reglas le g a le s, es igualm ente patente la p o ­ sibilidad de qu e otros intentos p o ste rio res de con trarrestar uno d e e so s escepticism os sirva tam b ién p ara con trarrestar el otro. A d em ás, uno de eso s intentos —el de Jo sep h R az—p arece tener una con secuen cia instructiva: p arece m ostrar que los elemen­ tos suficientes p ara aclarar el c o n c e p to com pletam ente general d e d ecid ir hacer algo b astan p a r a elu cidar la idea co m pleta­ mente gen eral de una regla, de tal m an era que un escepticism o acerca de este últim o conlleva un escepticism o igual sobre el anterior. D e nuevo se exhibe la ética com o un com pon en te de la filosofía del razonam iento y d e la acción. Q u isiera ag ra d e ce r al C O N A C Y T el apoyo otorgado al proyecto “C o n ce p to s m orales fu n d am en tales” (38626-H ); esta antología es uno d e los frutos de ese proyecto. Sup on go que no es necesa­ rio insistir en que este proyecto no pretendió tener un carácter com prensivo, es decir, no tuvo c o m o meta la con sideración de to d o s los conceptos m orales fu n d am en tales —ni siquiera los que co rresp on d erían a las c re e n c ia s que un determ inado filó­ sofo tuviera al respecto—; en co n secu en cia, esta antología tam­ p o co tiene la pretensión de a b a rc a r todos los conceptos éticos q u e m e p arecen básicos. T am bién d eseo expresar mi ag ra d e ­ cim iento a Ju an A ntonio Cruz y a Faviola Rivera, quienes se en cargaron d e la mayor parte d e la preparación inicial d e l p ro­ yecto; en él también han p a rtic ip a d o Ja m es G riffm , R odolfo Vázquez, Paulette Dieterlen y G u stav o Ortiz Millán. T odos ellos p ro p u siero n algun os textos p a r a esta antología; sin em bargo, la selección final —me guste el h ech o o no— es respon sabilidad absolutam ente mía. Finalm ente q u iero m encionar que la adm i­ nistración d e este proyecto h ab ría sid o insoportable si no fu era por la pacien cia y la ayuda de L a u r a M anríquez y Ju a n A ntonio Cruz. B IB L IO G R A FÍA Anscom be, G.E.M., “M odem M oral Philosophy”, Philosophy, vol. 33, 110 . 124, 1958, pp. 1-19. [La versión en castellano, “Filosofía moral m od ern a”, aparece incluida en esta antología, pp. 27-53 ]

Gallie, W.B., “Essentially Contested C on cep ts”, Proceedings of the Aristotelian Society, vol. 56, 1955-1956, pp. 167-198. [Versión en cas­ tellano: Conceptos esencialmente impugnados, trad. Gustavo Orliz Millán, Instituto de Investigaciones Filosóficas-UNAM, México, 1996.] Maclntyre, Alasdair, After Virtue, Duckworth, Londres, 1981. [Versión en castellano: Tras la virtud, trad. Amelia Valcárcel, Crítica, Barce­ lona, 1984.] Platts, Mark, Moral Realities, Routledge, L on d res/N u ev a York, 199 1 . [Versión en castellano: Realidades morales, trad. Ana Isabel Stellino y A ntonio Zirión, instituto de Investigaciones FilosóficasU N A M / Paidós, México, 1998.] Putnam, Hilary, Mind, Inriguage, and Reality, Cambridge University Press, Cam bridge, 1975. Strawson, P.F., “P.F. Strawson Replies”, en Zak van Straaten (comp.), Philosophical Subjects, Clarendon Press, Oxford, 1980. ------ , Skepticism and Naturalism: Some Varieties, Methuen, Londres, 1985. ------ , “Social M orality and Individual Id e a l”, Philosophy, vol. 36, 1961, pp. 1-17. Williams, Bernard, Morality. An Introduction to Ethics, Penguin, Harmondsworth, 1972. [Versión en castellano: Introducción a la ética, trad. M an u eljim én ez Redondo, Cátedra, Madrid, 1982.] ------ , “Recognizing Responsibility”, Shame and Mecessity, University o f C aliforn ia Press, Berkeley, 1993, pp. 50-74. [La versión en caste­ llano, “El reconocim iento de la responsabilidad”, aparece incluida en esta antología, pp. 167-200 ] -------, “Toleration: A n Impossible V irtue?”, en David Heyd (comp.), Toleration, Princeton LTniversity Press, N uevajersey, 1996, pp. 1827. [La versión en castellano, "L a tolerancia: ¿una virtud im posi­ ble?”, aparece incluida en esta antología, pp. 469-482.]

G .E .M . A N S c o m b e

C o m e n z a ré e n u n c ia n d o tres te s is q u e p resen to en este texto. L a p r im e r a es q u e actu alm en te en n a d a nos b en efic ia h a c e r filo so ­ fía m o ra l; en to d o c a so , e sta t a r e a d e b e r ía p o ste r g a r se m ie n tra s n o te n g a m o s u n a filo so fía de la p sic o lo g ía a d e c u a d a , d e la q u e v isib le m e n te c are c e m o s. L a s e g u n d a es q u e d e b e m o s p re sc in ­ d ir d e los c o n c e p to s d e o b lig a c ió n y d e b e r —e n tié n d a se o b li­ g a c ió n moral y d e b e r moral—, d e lo q u e es moralmente c o rre c to e in c o rre c to y d e l sen tid o m oral d e “d e b e ” si e sto es p sic o ló ­ g ic a m e n te p o sib le ; p o r q u e son so b rev iv ien tes, o d e riv a d o s d e so b re v iv ie n te s, d e u n a c o n c e p c ió n an te rio r d e la é tic a q u e en g e n e ra l y a n o sob reviv e, y sin e l la só lo hacen d a ñ o . Mi te rc e ra tesis es q u e las d ife re n c ia s e n tre los au to res in gleses fa m o so s d e filo so fía m o ra l d e s d e S id g w ic k h a s ta n u estro s d ías te rm in a n sie n d o b a lad íe s. Q u ie n q u ie ra q u e h ay a le íd o l a Ética d e A ristó te le s y que ta m ­ b ié n h ay a leíd o filo so fía m o ra l m o d e r n a tien e q u e h ab er q u e ­ d a d o s o r p r e n d id o p or los e n o r m e s c o n trastes q u e e x iste n e n tre ellas. L o s co n c e p to s p ro m in e n te s en tre los m o d e rn o s p a r e c e n faltar e n A ristó tele s, o e n to d o c a so p a re c e n e sta r e n te r r a d o s o en u n p la n o m uy d ista n te . L o q u e m á s sa lta a la v ista e s q u e el p r o p io té rm in o “m o r a l ”, q u e h ered am o s d ire c ta m e n te d e A ristó te le s, sim p lem en te no p a r e c e ten er c a b id a , en su se n tid o m o d e r n o , en u n a e x p lic ac ió n d e la ética aristo télica. A ristó te ­ les d istin g u e en tre virtu d es m o r a le s e in telectu ales. ¿T ie n e n a lg u n a s d e las q u e él d e n o m in a v irtu d e s “in tele c tu a le s” lo q u e nosotros llam aríarrios un a sp e c to “ m o r a l" ? Así p a re c e ría ; su p u e s ­ tam en te el c rite r io es q u e un a fa lla en una v irtu d “in te le c tu a l” —c o m o la d e te n e r b u e n ju ic io p a r a calc u lar c ó m o p r o d u c ir "E ste texto fue presentado originalm en te en la Voltaire Society de O xford.

algo útil, d ig a m o s en un gob iern o m un icipal— puede ser cen­ surable. Sin e m b a rg o , cabría preguntar con toda razón: ¿acaso no es posible que cualquier falla com etida se convierta en un asunto de ce n su ra o reproche? C u alquier crítica despectiva, d igam o s sobre la m an u factu ra de un produ cto o sobre el d i­ seño de una m áqu in a, se puede llam ar cen su ra o reproche. De m odo que de n uevo querem os agregar la p a lab ra “m oralm en ­ te ”: a veces tal falla puede ser moralmente censurable, a veces no, A h ora bien, ¿tien e A ristóteles esta idea de censura moral, en con traposición a algu n a otra? Si la resp u esta es afirm ativa, ¿por qué no o c u p a un lugar más central en su ética? Hay al­ gun os errores, d ice él, que son cau sas, no de involuntariedad en las accion es, sin o de bribonería, y por las cuales se cen su ra a un hom bre. ¿S ig n ifica esto que existe la o b ligació n moral de no com eter ciertos erro res intelectuales? ¿Por qué no discute la obligación en g en e ral y esta obligación en particular? Si al­ guien pretende e sta r expon iendo a A ristóteles y h abla de un m odo m o d ern o acerca de tal o cual cosa “m o r a l”, tiene que ser muy poco p ercep tivo si no se siente continuam ente com o alguien a quien de algún m odo se le han d e salin ead o los m axi­ lares; es como si su s dientes no se un ieran p a ra m order a p ro ­ piadam ente. No p o d e m o s enton ces recurrir a A ristóteles para tratar de esclarecer la m an e ra m oderna de hablar acerca de la bon dad “m oral", la o b lig a ció n “m o ra l”, etc. Me parece, adem ás, que todos los m ás fam o so s autores d e ética de la ép o ca m oderna, d esd e Butler h asta Mili, tienen defectos co m o pensadores en esta m ateria; y e sto s defectos cancelan la p osib ilidad de e sp e ­ rar que ellos p u ed an arrojar algu n a luz directa sobre el tema. Plantearé estas ob je cio n es con la brevedad que su carácter per­ mite. Butler exalta la conciencia, pero p arece ig n o rar que la con­ ciencia de un h om bre p ued e dictarle que h aga las cosas m ás viles. H um e defin e “ verdad" de m an era que excluye de ella los ju icios éticos, y luego presum e haber p ro b ad o que están ex­ cluidos. Im plícitam en te tam bién define “ p asió n " de tal m anera que p rop o n erse a lg o es tener una pasión. S u objeción a p asar de “e s” a “debe \ought\' valdría igualm ente p a ra p asar de “es” a

“está en d e u d a [o im ]” o de “e s ” a “n ec esita”. (No obstante, p o r la situación histórica, aqu í él h a en co n trad o algo; volveré a ello m ás adelante.) K an t introduce la idea de “le g isla r por uno m ism o", que es tan a b su rd a co m o si en estos d ía s, cu an do los votos por m ayo­ ría m erecen g ran respeto, llam áram os a cada decisión reflexiva q u e un ser h um ano tom a un voto que d a co m o resultado u n a m ayoría, la cual en proporcion es es ab ru m ad o ra, porque siem ­ pre es 1-0. El con cepto de leg islació n exige un p od er su p erio r en el legislad or. Sus propias co n viccion es rigoristas so b re el tem a d e la m entira eran tan in ten sas que a Kant nunca se le o c u rrió que u n a m entira p o d ría ser d e scrita d e m anera rele­ vante en térm inos distintos a lo s de un a m entira sin más (p o r ejem plo, co m o “u n a m entira en ta le s y cuales circunstancias” ). S u regla acerca d e las máximas universalizables es inútil si no se estipulan las condiciones p a r a d eterm in ar qué vale co m o d e scrip ció n relevante de una a c c ió n con m iras a construir una m áxim a ace rc a de ella. B entham y Mili no se percatan d e la d ificultad del concepto “p la c e r”. A m enudo se ha dicho que se equivocaron al com eter la “falacia n atu ralista”; sin em b argo , esta acusación no m e im ­ p resio n a, porque, a mi ju icio, las exp licacion es al respecto n o son coherentes. P ero la o tra cu estió n —acerca del placer— m e parece d e sd e el prin cipio una o b je c ió n fatal. En la A ntigüedad, este co n cep to se consideraba b a sta n te desconcertante. A ristó­ teles no p u d o m ás que farfullar a ce rc a d e “la flor d e la vida” (EN 1174b33), ya que, por b u e n a s razo n es, él quería presen­ tarlo idéntico a la actividad p lace n te ra y diferente de ella. Ge­ n eracion es de filósofos m odern os e n con traron dicho concepto muy p o co enigm ático, y hace a p e n a s un añ o o d o s reapareció en la literatu ra filosófica com o c o n c e p to problem ático, cu an do G ilbert Ryle escribió sobre él. L a ra zó n es muy sencilla: desde Locke, el placer fue con siderad o algú n tipo d e im presión inter­ na; pero convertirlo en el objetivo d e las acciones, si ésa era la explicación correcta de aquél, re su lta b a superficial. Podríam os ad ap tar a lg o que Wittgenstein d ijo acerca del “sign ificad o” y afirm ar: “El placer no puede s e r u n a im presión interna, pues ninguna im presión interna p o d ría tener las consecuencias del placer.”

M ili, com o Kant, ta m p o c o se d io cuenta d e la n ecesid ad de e stip u la r las d escrip cio n es relevantes, p ara que su te o ría tuvie­ ra contenido. N o se le o cu rrió que los actos de ase sin ato y robo p o d ía n ser descritos d e o tra m anera. Mili sostien e que cu an do cie rta acción que u n o se p ro p o n e es de un tipo tal q u e cae bajo un principio e stab lecid o p o r m otivos de u tilidad, ten em os que o p ta r p o r hacerla; cu an d o no cae b ajo ninguno o cae bajo va­ rio s, y éstos sugieren op in ion es con trarias de la acción , lo que hay que hacer es calcular las consecuencias particulares. Pero p rácticam en te cu alq uier acción puede ser d escrita de tal m odo qu e caiga bajo diversos p rin cip ios de utilidad (co m o lo diré p a r a abreviar) si acaso cae b ajo alguno. Vuelvo ah o ra a H um e. L a s características de la filo so fía hum ea n a que he m en cion ad o, co m o muchos otros de su s rasgos, me inclinarían a p en sar q u e I lum e no era m ás q u e un sofista —un sofista brillante—; y sus procedim ientos so n d e sd e luego so fistas. No m e siento fo rzad a a retractarm e d e e sta opinión, p e ro sí a a g r e g a r alg o , p o r un a peculiaridad de la fo rm a de filo so far de Hume: que aun que llegue a sus co n clu sion es —de las cu ales está e n a m o ra d o — p o r m étodos sofistas, su s conside­ racio n e s continuam ente p o n e n al descu bierto p ro b le m as muy p ro fu n d o s e im portan tes. Suele ocu rrir que conform e se va ha­ cien d o patente la so fística n os vam os dando cu en ta de ciertos asu n tos que m erecen ser exam in ados a fondo: su rg e la nece­ sid a d d e indagar sobre lo obvio co m o resultado d e los argu­ m entos que H um e p reten d e haber d em ostrado. En esto, por ejem p lo, difiere d e Butler. Ya se sa b ía que la co n cien cia p odía d ic ta r acciones viles; y el que B u tler haya escrito sin co n sid erar esto n o plantea ningún p ro b lem a nuevo p a ra n osotros. Pero c o n H um e sucede otra cosa: se trata, por lo tanto, de un gran filósofo, de un p e n sa d o r m uy profu n do, a pesar de su sofística. V eam o s un ejem plo: S u p o n g am o s q u e le d ig o a l señ or d e la tien da: “L a verdad co n siste en relaciones d e id eas, por ejem plo, que cien centavos su m an un p eso , o d e hechos, com o que pedí p a p a s, usted me las dio y luego me hizo la cuenta. Por lo tanto, no se aplica a u n a prop osición c o m o ésa q u e yo le debo tal o cual can tidad de d in e ro ."

A h ora bien, si h acem o s esta co m p aració n , d e inm ediato sale a la luz que la relación d e los h echos m en cion ados con la des­ cripción “A" le d eb e a Y tanto d in e ro ” es interesante; la llamaré la relación de ser “b ru to relativa a" esa d escripció n . Adem ás, los h ech os “b r u to s” a q u í m en cion ados tienen ellos m ism os des­ cripciones en relación con las cu ales hay otros hechos “brutas" —p o r ejem plo, mandó la s papas a mi casa y se quedaron ahí son hechos brutos relativos a “m e d io las p a p a s"—. Y el hecho X le debe dinero a l7 es, a su vez, “b ru to " en relación con otras des­ cripcion es —por ejem plo, “X es solvente”—. A h o ra bien, la re­ lación de “bruteza relativa" es com plicada. H aré algunas puntualizaciones: si xyz es un conjunto de hechos bru to s relativos a una d escripción A, entonces xyz es un conjunto de una gam a d e conjuntos, uno de los cuales es válido si A es válido; pero que alguno d e estos conjuntos sea válido n o im plica necesa­ riam ente A, p orq u e siem pre es p o sib le que c o n cu rra n circuns­ tancias excepcion ales que m arq u en un a diferencia; y especi­ ficar cuáles son e sas circun stan cias excep cion ales en relación con A es algo que en gen eral só lo se puede explicar dando al­ gun os ejem plos distin tos, p ero n o se puede tom ar ninguna me­ did a teóricam ente ad ec u ad a p a r a prevenir las circunstancias excepcionales, pues teóricam en te siem pre es p osib le im aginar otro contexto e sp e cia l q u e rein terp retaría cu alq u ier contexto especial. A dem ás, aun que en circun stan cias n orm ales, xyz sería una ju stificación d e A, esto no qu iere decir q u e A sim plem ente equivalga a “xyz"; y tam bién tien d e a h ab er un contexto ins­ titucional q u e d a su sen tido a la descrip ció n A; d e sd e luego, A no es en sí m ism a u n a d escrip ció n d e tal institución. (Por ejem plo, el en u n ciad o d e que d o y a alguien veinte centavos no es u n a descrip ció n d e la institución del d in e ro ni de la m on eda de este país.) Por lo tanto, aun que sería ridículo pretender que no p u ed e h ab er alg o a sí com o u n a tran sición de, p o r ejem plo, “es” a “d e b e ” [owes\, el carácter d e la transición es de hecho b astan te interesante y su rg e tras reflexionar en los argum entos de H u m e.1 Q u e le d ebo al ten dero tal o cu al sum a sería uno de u n conjunto de hechos “ brutos" e n relación c o n la descripción 1 L os dos párrafos p revios constituyen el resum en de mi artículo "O n Brute Facts".

“Soy un a e sta fa d o r a ”. “E stafar” es, p o r su p u esto, u n a clase de “d esh on estid ad ” o “in ju sticia”. (N aturalm ente, co n siderar esto no ten drá ningún efecto en mis acciones a m enos que quiera com eter o evitar actos de injusticia.) H asta aquí, a p e sa r de sus fuertes aso ciacion es, concibo “e s­ tafar”, “in justicia” y “d esh on estid ad ” de u n a m an era puram en­ te “fáctica”. Es bastante obvio que puedo hacer esto con “e s­ ta fa r”; en cuanto a “ju stic ia ”, no tengo idea de có m o definirla, excepto que su e sfe r a es la de las accion es que se relacionan con alguien m ás; p ero en lo que toca a “in ju stic ia ”, su falta, por el m om ento se puede ofrecer com o un nom bre genérico que abarca varias e sp ecies. Por ejem plo, la “e sta fa ”, el “ro b o ” (que es relativo a cu alesq u iera instituciones de p ro p ied ad exis­ tentes), la “d ifam a ció n ”, el “ad u lterio ”, el “castigo a un ino­ cente”. En la filosofía actu al se requiere una explicación d e cóm o un hom bre injusto es un hom bre m alo, o cóm o una acción injusta es una acción m ala. Le co rresp on d e a la ética d a r tal explica­ ción; pero ni siq u iera es posible em pezar a form ularla m ientras no contem os con un a só lid a filosofía de la p sicología, pues la p rueba de que un h om bre injusto es un h om bre m alo exigiría una explicación p o sitiva de la ju sticia co m o “v irtu d ”. Sin em ­ bargo, e sta p arte d e la m ateria de la ética está com pletam ente cerrad a p ara n osotros m ientras no tengam os una explicación de qué tipo de característica es una virtud —p rob lem a no de la éti­ ca, sino del análisis co n cep tu al—y de có m o se relacion a con las acciones en las que se m anifiesta: asunto que, e n mi opinión, A ristóteles no lo g ró aclarar realmente. P ara ello necesitam os, desd e luego, explicar cu an do m enos q u é es una acción hum a­ na, y de q u é m an e ra su d escripción co m o “hacer tal o cual” se ve afectada por la m otivación y p or la intención o las inten­ ciones que contiene; y p a r a esto se necesita un a explicación de tales conceptos. L o s térm inos “d e b e r ía ” [should], “d e b e ” [ou^it] o “n ecesita” se relacionan con lo b u en o y lo m alo; p or ejem p lo, la m aquina­ ria necesita aceite, o d eb ería o d ebe ser lu b ricad a, porque fun­ cionar sin aceite es m alo p a ra ella, o p orq u e fu n cion a mal sin aceite. Seg ú n e sta co n cep ció n , desde lu ego , “d e b e ría ” y “d e b e ” no se usan en un sen tid o “ m oral" especial cu ando decim os que

un hom bre no deb ería estafar. (En el sentido aristotélico del térm ino “ m oral” (iQ'Oixóc;), se u sa en relación con un asunto moral, el de las p asion es hum anas y las acciones (no técnicas).) Sin em b argo , actualm ente h an ad q u irid o un sentido especial llam ado “m o r a l” —es decir, u n sen tido en el que implican al­ gún veredicto absoluto (como cu an do se declara culpable o n o culpable a u n hom bre) sobre 1o que s e describe e n las oraciones con “d e b e ” usad as en ciertos tip o s de contexto: no sim plem en­ te en los con textos que Aristóteles llam aría “m orales” —pasiones y acciones—, sino tam bién en alg u n o s de los contextos que él llamaría “in telectuales”. Los térm inos com u n es y co rrien tes (y muy indispensables) “d e b e ría”, “ n ecesita”, “d e b e ”, “ tiene que” [must] adquirieron este sentido esp ecial cuando, e n los contextos relevantes, se los equiparó con las expresiones “e stá o b lig a d o ” o “está sujeto” o “se le requiere q u e ”, en el sen tid o en el que se p uede estar obligad o por la ley o sujeto a ella, o en que algo puede ser un requisito legal. ¿C óm o llegó a o c u rrir esto? L a resp u esta nos la brinda la historia: en tre A ristóteles y n o so tro s su rg ió el cristianism o con su con cepción legal de la ética, d a d o que el cristianism o derivó sus b ases éticas de la Ley M osaica, o Tora. (Q uizá nos inclinaría­ m os a pensar que una con cepción legal de la ética sólo podría surgir entre quienes acep taran una ley positiva supuestam ente divina; el ejem p lo d e los estoicos m u estra que no es así, ya que ellos tam bién pensaban que cu alq u ier cosa que interviniera en lo que constituye actu ar conform e a las virtudes hum anas era algo que exigía la ley divina.) A co n secu en cia del dom inio d el cristianism o durante mu­ chos siglos, los con ceptos de “e star su je to ”, “ser perm itido" o “ser p e rd o n ad o ” se arraigaron profu n dam en te en nuestra len­ gua y en n uestro pensam iento. L a p a la b ra griega “ct^apTávav”, la más proclive a se r ad ap tad a a e se u so , adquirió el senti­ do de “p e c a d o ”, d esp u és de haber sign ificad o “e r ro r ”, “d esa­ tino”, “eq u iv o cació n ”. L a p alab ra latina peccatum, que más o menos co rre sp o n d ía a ói(iapT7]£iot, era incluso m ás adecuada para el sen tid o “p e c a d o ”, porque ya se asociaba con “culpa” —culpabilidad—, una noción ju ríd ica. El térm ino general “ilíci­ to”, “ile g a l”, cuyo significado se p arece mucho al de nuestro

térm ino g en e ral “in co rrecto ”, se explica por sí solo. Es inte­ resante q u e A ristóteles no haya tenido un térm ino así. Tiene otros térm inos g e n e rale s p a ra “m ald ad ” —“ca n a lla ”, “b rib ó n ”—; p ero , desd e luego, un h om bre no es un can alla ni un bribó n por realizar una m ala acción, o un as cu an tas accion es malas. Y tiene p alab ras co m o “vergon zoso”, “im p ío ”; y vocablos especí­ ficos que sign ifican fa lta de la virtud relevante, co m o “in justo”; p e ro n in gún térm in o que co rresp on d a a “ilícito”. L a extensión de esta p a la b ra (es decir, su cam po de aplicación) sólo se p o ­ dría indicar en su term inología m ediante un a oración bastante larga: “ilícito” resulta aquello que, sea un a pasión pensada o a la que se consiente, se a un a acción o una o m isió n de p ensa­ miento o de acción , es co n trario a una de esas virtudes cuya falta m uestra q u e un h om bre es m alo qua hom bre. Esa form u­ lación g en e raría un con cepto coextensivo al concepto “ilícito”. Tener un a co n cep ción legal d e la ética es so ste n er q u e lo que se n ecesita p a ra actu ar conform e a las virtudes —cuya falta es el signo de que se es malo qua hom bre (y no sim plem ente, d igam os, qua artesan o o qua lógico)—, que lo que se necesita p ara esto es a lg o q u e exige la ley divina. N aturalm ente, no es posible tener una co n cep ción así a m enos q u e cream os en Dios com o legislad or; com o los ju d ío s, los estoicos y los cristianos. Sin em bargo, si Lal con cepción h a d om in ado durante muchos siglos y luego h a sid o aban don ada, uno de los resultados na­ turales es que el co n cep to de “o b ligació n ” —de estar sujeto a una ley, o q u e é sta nos requiera algo— perviva aun que haya p erd id o su raíz; y si, en ciertos contextos, la p a lab ra “d e b e ” ha adquirido el sen tid o de “ob ligació n ”, tam bién segu irá sien do p ron u n ciad a con un énfasis especial y u n a em oción especial en estos con textos. Es co m o si la n oción “p e n a l” su b sistiera un a vez abolidos y olvidados el d erech o p e n a l y los tribunales penales. Si alguien com o H um e d e sc u b rie ra e sta situación, qu izá llegaría a la con­ clusión de que h ab ía un sentim iento especial, exp resad o p o r “penal", q u e p o r sí so lo d io su sen tido a la palab ra. A sí fue com o H um e d e scu b rió la situación en la q u e la id ea “o b lig a ­ ción” sobrevivió, y la idea “d e b e ” ad qu irió esa fuerza peculiar con la cual se dice q u e se u sa en un sen tido “m o r a l”, pero en el que d e sd e h ace m u ch o se ab an d o n ó la creencia en la ley

divina, p u e s en la é p o ca de la R efo rm a entre los protestantes se renun ció a ella fundam entalm en te.2 Si estoy en lo correcto, dicha situación, muy interesante, p u e d e describirse com o la su ­ pervivencia de un concepto fu e r a del esquem a conceptual q u e lo volvió realm ente inteligible. C u ando H u m e elab o ró sus fa m o sa s observaciones acerca d e la tran sición de “e s” a “debe” [ought], estaba uniendo, enton­ ces, varios argum en tos bastan te diferentes. Ya traté de sacar a relucir un o de ellos, con mis co m en tario s sobre la transición d e “es” a “d e b e ” [owes\ está en d eu d a] y sobre la “bru teza” relativa de los hechos. Sería posib le p o n e r de m anifiesto un argum en to diferente in d ag an d o acerca de la tran sición de “e s” a “necesi­ ta”; p o n g a m o s por caso, de las características de un organ ism o al am biente que necesita. Decir que necesita ese entorno n o equivale a decir, p or ejemplo, q u e querem os que tenga ese am ­ biente, sin o que no se d esarro llará bien —no “florecerá”—a m e­ nos que lo tenga. Claro está q u e to d o dep en d e de ¡si queremos que florezca!, com o d iría H um e. Sin em bargo, el “ todo” que “d e p en d e ” de que queram os que florezca es si el hecho de q u e necesite e se ambiente, o que no p ro sp ere sin él, tiene la m ínim a influencia en nuestros actos. A h o r a bien, se supone que ese tal o cual “d e b e ” ser o “es n ecesario” influye en nuestras acciones, y a partir d e ello p arecía n atu ral inferir que ju z g a r que e so “debe se r” es de hecho con ceder lo que ju zgam os que “d e b e ser” una influencia en nuestras accion es. Y ninguna cantidad de verdad en relación con lo que es el caso p odría poseer a lg u ­ na titu larid ad lógica de tener in flu en cia en nuestras acciones. (No es un ju ic io en sí lo que n os p o n e en acción, sino nuestro ju icio sobre cóm o con seguir o h acer algo que queremos.) P or consiguiente, tiene que ser im posible in ferir “n ecesita” o “d e b e ser” de “ e s ”. N o obstante, en el caso de u n a planta, d igam o s, evidentem ente la inferencia de “e s” a “n ecesita” no gen era la 2 No n ie g a n la existencia de la ley divina; pero su doctrina m á s característi­ ca decía que n o era dada para ser o bedecida, sino p ara m ostrar la incapacidad del hombre p a ra obedecerla, con todo y la g r a c ia divina; y esto no se aplicaba únicamente a las prescripciones ram ificadas de la Tora, sino también a los requisitos del "iusnaturalism o divino”. CJr. en relación con esto el edicto d e Trento contra ¡a enseñanza de que Je su cristo sólo era de confiar como m edia­ dor, no p a ra ser obedecido como legislador.

m ás m ínim a duda. Esto e s interesante y d ig n o d e se r exam i­ n ado; p ero p a ra n ada so sp ech o so . Su interés es sim ilar al que g en e ra la relación entre h echos bru tos y m enos b ru to s: estas relaciones se han exam in ad o muy poco. Y si bien p o d em o s c o n tra sta r “lo que n ec esita ” con “lo que tiene" —co m o co n tras­ tar de facto y de iure—, e so no hace que la n ecesidad de este am biente sea m enos que un a “v e rd ad ”. Por supuesto que en el caso de lo q u e la planta necesita, la idea d e n ecesid ad sólo afectará la acción si lo que q u erem o s es que la planta florezca. Aquí, entonces, no existe u n a conexión n ecesaria entre lo que p o d e m o s ju z g a r que la planta “n ecesita” y lo q u e q u erem os. Sin em b argo , sí existe algún tip o d e con e­ xión n ecesaria entre lo q u e pensam os que nosotros n ecesitam os y lo q u e querem os. Se tra ta d e u n a conexión co m p licad a; es p o sib le no q u e rer a lg o q u e, a nuestro ju icio , necesitam os; pero no es posible, p o r ejem p lo, no q u erer nunca nada d e lo que, a n uestro juicio, n ecesitam o s. Esto, sin em bargo, no es un hecho q u e ten g a q u e ver con el sign ificad o del verbo “ n ecesitar”, sino con el fenóm eno d e querer. Podríam os d ecir que, en efecto, el razon am ien to d e H um e n os con duce a pensar que el p ro b lem a tiene que versar so b re la p a la b ra “necesitar” o so b re la fra se “ser bueno p a r a ”. Por lo tanto nos to p am o s con d o s problem as ya im plícitos en la o b serv ació n acerca d e la transición d e “es” a “d e b e ”; a h o ra bien , su p o n ien d o q u e h u b iéram os esclarecido la “b ru te z a re­ lativa” d e los h echos por un lado y las nociones im plícitas en “n ec esitar” y “flo re c e r” p o r el otro, todavía q u ed aría u n a ter­ cera cu estión . Pues, sig u ien d o a H um e, alguien p o d ría decir: T a l vez hayas e xp licad o tu argu m en to acerca d e la tran sició n d e “ e s ” a “d e b e ” [tiene u n a deud a] y d e “e s” a “n ec esita ”; p e ro sólo a c o sta d e m o strar q u e las oracion es con “d e b e ” y “ nece­ sita” exp resan cierto tipo d e verdades, cierto tipo d e h echos. Y sigu e sien d o im posible inferir oracion es con “debe moralmente" a p a rtir de o ra cio n es co n “e s ”. A mi parecer, e ste co m en tario sería correcto. H ab ién d o se con vertid o en un térm ino de m era fuerza m esm érica, la p a­ lab ra “d e b e " [ought] no pod ría, en su carácter de p o se e d o ra d e d ic h a fuerza, ser in ferid a a p a rtir de cu alquier co sa. Ca­ bría o b jetar que sería p o sib le inferirla de otras o ra cio n es con

“d eb e m oralm en te”; p e ro esto n o p u ed e ser cierto. Q u e parez­ ca ser así ob e d ece al h ech o de q u e decim os “T od os los hom bres son ip" y “Sócrates es un h om b re” im plica “S ó cra te s es
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