María de Nazareth, Madre de Dios
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Descripción: Jesucristo nace de una Mujer, perfecta mujer, la Santísima Virgen. Jesús perfecto Dios y perfecto hombre y ...
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Santiago Vilas Torruella
MARÍA DE NAZARETH, MADRE DE DIOS
2006
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NOTA PRELIMINAR Hago expresamente profesión de fe católica, retractándome de todas aquellas afirmaciones que contradigan al Magisterio de la Iglesia.
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ÍNDICE
PRÓLOGO DEL AUTOR..........................................................................................6 CAPÍTULO I...................................................................................... 10 MARÍA, MUJER Y MADRE...................................................................................10 CAPÍTULO II..................................................................................... 16 INMACULADA CONCEPCIÓN E INFANCIA....................................................16 CAPÍTULO III.................................................................................... 21 MARÍA CONCIBE A JESÚS...................................................................................21 CAPÍTULO IV.................................................................................... 36 JOSÉ, HIJO DE JACOB..........................................................................................36 CAPÍTULO V..................................................................................... 42 JOSÉ, HIJO DE DAVID...........................................................................................42 CAPÍTULO VI.................................................................................... 48 EL NACIMIENTO DE JESÚS................................................................................48 CAPÍTULO VII................................................................................... 55 MARÍA Y LOS GENTILES.....................................................................................55 CAPÍTULO VIII.................................................................................. 64 EL EXILIO EN EGIPTO.........................................................................................64 CAPÍTULO IX.................................................................................... 70 LA VUELTA DEL EXILIO.....................................................................................70 CAPÍTULO X..................................................................................... 76 EL BAUTISMO DE JESÚS.....................................................................................76 CAPÍTULO XI.................................................................................... 81 LA VIDA SOCIAL....................................................................................................81 CAPÍTULO XII................................................................................... 88 EN LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS.......................................................................88 CAPÍTULO XIII.................................................................................. 94 SE APROXIMA EL CUMPLIMIENTO DE LA REDENCIÓN..........................94 CAPÍTULO XIV................................................................................100
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EN LA PASIÓN DEL SEÑOR...............................................................................100 CAPÍTULO XV.................................................................................111 TRAS LA MUERTE DE JESÚS............................................................................111 CAPÍTULO XVI................................................................................116 LA RESURRECCIÓN DE JESÚS........................................................................116 CAPÍTULO XVII...............................................................................121 MARÍA EN LA IGLESIA......................................................................................121 EPÍLOGO................................................................................................................128 APÉNDICE BIBLIOGRÁFICO............................................................................130
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PRÓLOGO DEL AUTOR
Tanto nos ama Dios, que además de redimirnos de nuestros pecados, quiso hacerse mucho más accesible. Y para ello, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad asumió una naturaleza humana. Leemos cómo Jesús le dijo a Nicodemo, un importante fariseo que fue fiel discípulo suyo, llegando a acompañar a José de Arimatea para pedir a Pilatos el cuerpo del Señor: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga la vida eterna”. (San Juan 3, 16)1. Hasta la venida de Jesucristo, Dios prohibió ser representado en imagen (Confrontar Éxodo 20, 4-6): Él nos daría su única Imagen. Su Imagen viva, consustancial, el Verbo Encarnado, el Perfecto Mediador, con Naturaleza Divina y Naturaleza Humana, naturalezas ni mezcladas ni confundidas. El Símbolo Atanasiano es taxativo, afirmando de Jesús que es “Perfecto Dios, perfecto hombre subsistente por un alma racional y carne humana”. Y este Mediador nace de una Mujer, perfecta mujer, que es la Santísima Virgen. Jesús perfecto Dios y perfecto hombre y vivo tras su Resurrección. María perfecta mujer y Mujer perfecta y también viva sin paliativos. Y a aproximarnos a esta Mujer perfecta pretendo dedicar este trabajo dentro de mis limitaciones. Al igual que en mi primer libro sobre la Santísima Virgen, voy a seguir el principio según el cual, habitualmente, las personas nos conocemos y entablamos lazos de amistad a partir de nuestras notas más externas, para profundizar después en este conocimiento. Además existe un antiguo aforismo según el cual “la Gracia no destruye la Naturaleza, sino que la perfecciona”. He 1
Las citas bíblicas las extraigo de la Sagrada Biblia editada por EUNSA.
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considerado pues, el interés que puede tener el estudio de los aspectos más externos y naturales de la Virgen María, para luego profundizar. Creo que es muy importante el ser conscientes de que la Santísima Virgen es una mujer en el pleno sentido de la palabra. Por esto quise titular mi primer trabajo con el nombre civil de Nuestra Señora, con el que sería conocida en su transcurrir por la tierra, unido al nombre de su padre. Que por cierto no tuvo necesariamente que ser Joaquín (2), nombre sacado sólo de los Evangelios Apócrifos, de historicidad más que dudosa. El título de la nueva versión pretende también hacer referencia a este nombre civil; pero referido a su localidad de nacimiento o vecindad, como asimismo era uso corriente en los tiempos en que sucedieron la mayor parte de los hechos que trato de comentar. No intento escribir una novela histórica. Trato de componer un ensayo fundamentado en las bases válidas para ello: Las Sagradas Escrituras y la Tradición (3) y el Magisterio de la Santa Iglesia 2
Como San Joaquín se venera al padre de la Santísima Virgen María, independientemente de que éste fuera su verdadero nombre. Similarmente se venera a los santos Magos que visitaron a Jesús Niño, bajo los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, aún no conociéndose ni tan siquiera su verdadero número. Nosotros desconocemos estos nombres; pero Dios sí los conoce. 3 Copio del Catecismo de la Iglesia Católica, punto 83: “La Tradición de la que hablamos aquí es la que viene de los apósteles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva. Es preciso distinguir de ella las “tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Éstas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia”. Los transmisores de la Tradición son los llamados Padres de la Iglesia,
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Católica. Se puede aducir que en las Sagradas Escrituras, incluso en los Santos Evangelios, se encuentran muy pocas referencias sobre la Santísima Virgen. Pero esto no es exacto, debemos tener en cuenta que, no sólo encontramos directamente en esta Sagrada Revelación testimonios fundamentales sobre María, sino que podemos aplicar a Ella casi todo lo que nos cuenta de Jesús y que no sea propio de su Naturaleza Divina o de su misión específica. Tenemos para ello dos razones. La primera mística: Dado el grado eminente de santidad de María, se la debe considerar íntimamente identificada con Jesucristo, pues en esto consiste la santidad. La segunda de orden natural: Es lógico suponer las semejanzas entre Madre e Hijo. Aunque parezca obvia, una observación más. A veces se habla de las distintas advocaciones de la Virgen —Virgen del Pilar, Virgen de los Desamparados, Virgen de la Merced...—, como si se tratara de distintas personas. Naturalmente, se trata siempre de María de Nazareth, la virgen fuerte —como rezamos en las Letanías Lauretanas, al final del Santo Rosario— pilar de la Iglesia, que atiende especialmente a los desamparados, y nos dispensa mercedes, beneficios, a todos los humanos. Recuerdo una jota muy popular, que empieza con estos versos: “La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa…” Evidentemente, no es que no quiera ser francesa, es que María tiene una nacionalidad determinada: es israelita nacida en Israel, empadronada en Israel, un número en el censo del territorio israelita ordenado por el emperador Octavio Augusto, hija de padres israelitas, de ascendencia israelita; aunque su personalidad que cumplen unas condiciones de santidad, sabiduría y proximidad en el tiempo de los apóstoles. San Agustín se considera el último. Es de fe todo lo que se encuentra en las Sagradas Escrituras, y aquello en lo que los Padres de la Iglesia son unánimes en sus escritos.
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trascienda todas las limitaciones espacio-temporales, es Universal.
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CAPÍTULO I
MARÍA, MUJER Y MADRE
Nos enseña la Sagrada Teología, que el fundamento de todos los privilegios (4) recibidos por la Santísima Virgen está en su Maternidad Divina, conocida por Dios antes de la Creación del Universo. Consecuencias de esta Maternidad Divina son la Inmaculada Concepción, como preparación para dicha Maternidad, la Virginidad perfecta y perpetua, la Asunción al Cielo en cuerpo y alma, etc. La Maternidad Divina fue ya definida en el Concilio de Éfeso (5), en el año 430, al rebatir San Cirilo de Alejandría a Nestorio, Patriarca de Constantinopla —actualmente Estambul—. Es a consecuencia de Nestorio, depuesto de su patriarcado y excomulgado, por quien a los que niegan que la Virgen es Madre de Dios se les llama “nestorianos” o “neonestorianos” (6). La afirmación de la Maternidad Divina de la Virgen es consecuencia de reconocer la Divinidad de Jesucristo: Si la Persona de Jesús es la Segunda de la Santísima Trinidad, Dios, la Madre de Jesús es Madre de Dios, pues las madres lo son de las 4
Hablamos de Privilegios que redundan en mayor Gloria de Dios y en beneficio de toda la Humanidad. Nada tienen que ver con los privilegios injustos, que redundan en perjuicio de terceros. 5 Ciudad en la actual Turquía. 6 Es muy conocida el Avemaría neonestoriana de Gounod, del siglo XIX. En esta composición musical, el autor sustituyó “Sancta Maria Mater Dei” por “Sancta Maria, Sancta Maria”. Por esta razón se desaconseja su interpretación en actos de culto católico.
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personas, no de las naturalezas. Fue el razonamiento de San Cirilo en el citado concilio. Dios ha querido tener una Madre y la ha creado. Una pura criatura Madre del Creador, algo sólo asequible a su Omnipotencia y a su Infinito Amor. Aunque nos vamos a mover en un nivel más bajo, lo expuesto es muy importante. Que la Santísima Virgen es una mujer parece evidente; pero conviene insistir en ello dado que, a veces, hay una cierta tendencia a deshumanizarla. Con frecuencia existe la posibilidad de identificar inconscientemente a María con sus imágenes, no sé si llegando a pensar que sea de madera, de pasta o de oro. Se da la circunstancia que, incluso personas de alto rango eclesiástico, utilizan frases tales como “Vamos a trasladar la Virgen a la ermita....”, “Vamos a traer la Virgen a la parroquia....”. Evidentemente, se quiere decir “Vamos a trasladar tal imagen de la Virgen a la ermita....”, “Vamos a traer tal imagen de la Virgen a la parroquia....”; pero creo que las primeras expresiones son poco afortunadas. O al menos me causan una sensación desagradable. Y la Santísima Virgen, además de ser mujer es una mujer viva, con la plenitud de vida que se adquiere en la resurrección final (7), tal como la posee Jesús. Si ya se ha expuesto que mucho de lo que sabemos sobre Jesús es aplicable a su Madre, esto es especialmente cierto para tratar de concienciarnos que María es total y auténticamente mujer, tanto ahora como cuando disfrutaba de vida mortal. Los Evangelios nos muestran detalles de Jesucristo, incluso resucitado, tan íntimamente humanos como el narrado por San Juan después de la segunda pesca milagrosa: “Cuando descendieron a tierra —los discípulos— vieron unas brasas 7
Hablo de resurrección final, resurrección de la que todos nos tenemos que beneficiar, distinguiéndola de resurrecciones excepcionales como la de Lázaro, el hijo de la viuda de Naim, etc, que podemos leer en los Santos Evangelios, y que no parecen definitivas, pues se vuelve a animar un cuerpo mortal.
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preparadas, un pez puesto encima y pan”. (San Juan 21, 9). Jesús, que con su poder de Dios acaba de realizar un milagro para nuestra enseñanza —sobre la fidelidad en el apostolado—, sabe que los discípulos están cansados y les prepara comida con su trabajo humanamente natural, consiguiendo un pez y pan, y encendiendo unas brasas para asar el pez. En otro pasaje, Jesús dice a sus asombrados discípulos, que lo ven después de resucitado: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo. Palpadme y comprended que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo. Y dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como no acabasen de creer por la alegría y estando llenos de admiración, les dijo: ¿Tenéis aquí algo que comer? Entonces ellos le ofrecieron parte de un pez asado y un panal de miel. Y después de comer en su presencia, tomando lo que sobraba, se lo dio”. (San Lucas 24, 39-43). Es más, los Evangelios nos hacen ver cómo Jesús adquirió — al haber tomado una humanidad perfecta— las consecuencias de la condición natural del hombre: el hambre, la sed, la angustia, el cansancio, etc. Nos citan tentaciones que sufrió durante su vida mortal. Y estas tentaciones consistían, en el fondo, en que Jesús hiciera un milagro en provecho propio, “rompiendo la naturaleza en vez de perfeccionarla” El catolicismo no es materialista (8); pero tampoco “espiritualista”. Una de las particularidades del catolicismo es la de ser una “religión total”. Todo ha sido creado por Dios. “Y vio Dios que todo era bueno”, repite el Génesis cuando narra la Creación. Y todo debe ser dirigido a la Gloria de Dios. Los llamados “tres jóvenes”, Ananías, Misael y Azarías, cantan en el horno encendido de Babilonia —dentro del cual se sienten en un ambiente templado, con una suave brisa que los 8
Aunque la dignidad que asigna a la materia es muy superior a la que le asignan los materialismos ateos, dado que incluso espera su glorificación al fin de los tiempos.
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acaricia—: “Bendecid al Señor todas las obras del Señor”. (Daniel 3, 57), desde los Ángeles del Señor (Daniel 3, 58), hasta las bestias y ganados (Daniel 3, 81). Es malo utilizar las cosas con un fin diferente de la Gloria de Dios; por lo cual, en primer lugar, deben ser usadas dentro de los cauces que el mismo Dios nos especifica por los medios ordinarios y bien conocidos: Mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, que son como los “Manuales del Fabricante” tan importantes, por ejemplo, en el mantenimiento y operación de aviones. Insisto una vez más en la perfecta Humanidad de Jesucristo y, por supuesto, de María. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, nos declara San Juan, (San Juan 1, 13-14), el cual añade, en su segunda epístola: “Porque han aparecido en el mundo muchos seductores, que no confiesan a Jesucristo venido en carne. Ese es el seductor y el Anticristo”. (II San Juan 1, 7). A consecuencia del daño producido por el pecado original en la naturaleza humana, ésta sufrió una descoordinación dentro de la unión sustancial entre el cuerpo y el alma, con una tendencia al mal llamada concupiscencia. Esto ha llevado a hablar de una lucha entre el alma y el cuerpo, el espíritu y la carne. Pero esto no significa que la carne sea algo malo en sí. En este caso, el Verbo no hubiera podido encarnarse, “tomar carne”. En las Sagradas Escrituras, leemos cómo Dios se dirige al profeta Ezequiel por dos veces, anunciando que va a regenerar a Israel —y a toda la Humanidad en espera de su Redención— de la siguiente manera: “Les daré un solo corazón, e infundiré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su pecho el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, a fin de que caminen conforme a mis leyes, guarden mis preceptos y los pongan en práctica”. (Ezequiel 11, 19 y 36, 26). La carne no es mala; pero debe estar bajo el dominio de la razón, como lo estaba antes del pecado original.
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Medios para ello son la ascética (9), el entrenamiento deportivo y la medicina, tres medios de orden diverso, y que sin embargo pueden y deben ser relacionados: Un entrenamiento deportivo puede estar ligado con un tratamiento médico, y ser ejercido con espíritu de expiación propia y ajena. Y los tres medios necesitan terceras personas: la ascética exige un director espiritual, un entrenamiento deportivo serio un entrenador, y una enfermedad grave —que es también el cuerpo descontrolándose de la razón— un médico. Jesús se denomina a sí mismo “El Hijo del Hombre”. Parece como si la Revelación se esforzara en mostrarnos la Encarnación en su plena crudeza. Y en los primeros siglos fueron excomulgados los que reconocían la Naturaleza Divina de Jesús; pero postulaban que su Naturaleza Humana era pura apariencia (Apolinaristas, monofisistas, etc.). Y así como Jesús, siendo Dios, es Hombre con todas sus consecuencias, antes y después de su Resurrección, la Santísima Virgen, que sólo tiene naturaleza humana —aunque Madre de Dios, aquí la maravilla—, fue auténtica mujer y lo sigue siendo. A ella se refiere especialmente el Antiguo Testamento, cuando declara: “Donde no hay mujer, gime en su pobreza el corazón del 9
La ascética cristiana consiste en el ejercicio de prácticas religiosas — oración, mortificación y frecuencia de sacramentos—, para ponerse en camino de alcanzar un mayor nivel moral. La ascética no tiene valor, si no va acompañada de un crecimiento en el amor a Dios y al prójimo, que debe ser su objetivo. Confrontar la primera carta de San Pablo a los Corintios, capítulo 13, versículos 1 a 3: “Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tuviera caridad, sería como bronce que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y si tuviera tanta fe como para trasladar montañas, pero no tuviera caridad, no sería nada. Y si repartiera todos los bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, pero no tuviera caridad, de nada me aprovecharía”. Este último versículo se refiere, por ejemplo, a quien hiciera tales cosas para considerarse mejor que los demás, por vanagloria.
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hombre” (Eclesiástico 36, 27). Y no sólo auténtica mujer, sino arquetipo de mujer, la Mujer por excelencia, por lo que podemos leer cómo Jesús se dirige a ella con esta apelación: “Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?”. (San Juan 2, 4); “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. (San Juan 19, 26).
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CAPÍTULO II
INMACULADA CONCEPCIÓN E INFANCIA
El dogma de la Inmaculada Concepción fue definido por el Papa beato Pío IX en 1854. Nos enseña que la Santísima Virgen no fue manchada por el pecado original, sino que fue preservada de él por la anticipación de los méritos de su Hijo, en el momento de ser concebida, por su padre y por su madre. Puede sorprender lo tardío de esta definición, la razón fue la siguiente: Desde los primeros tiempos del cristianismo, se reconocieron dos textos de la Sagrada Escritura que, aparentemente, abogaban a favor de esta verdad. El primero, ya en Génesis 3,15, al principio del Antiguo Testamento, tras la narración del pecado original, en que Dios anuncia la futura Redención dirigiéndose al diablo en forma de serpiente, en los siguientes términos: “Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza mientras tú acechas su calcañal”. El segundo, en San Lucas 1, 28, narrando la Anunciación a la Virgen de la Encarnación del Hijo de Dios: “Y habiendo entrado el ángel donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres”. Respecto a la primera cita, se identifica a María con “la mujer” cuya enemistad con el diablo se anuncia ininterrumpida. Respecto a la segunda cita, se supone que María no podría ser llamada ( 10) llena de gracia, si hubiera tenido pecado en algún momento. Pero se consideraba un obstáculo la doctrina de San Pablo 10
“Ser llamada” por Dios, equivale a “ser”
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afirmando la universalidad de la Redención efectuada por Cristo. Si la Virgen también había sido redimida por Jesús, ¿no suponía esto que debía haber estado en pecado, al menos por un instante? Esta aparente paradoja mantuvo perplejo incluso al gran Santo Tomás de Aquino, cuya doctrina sobre la Inmaculada Concepción es variable a lo largo de su vida. Llegó a conceder un plazo entre la concepción de un ser humano y su animación, o recepción de alma racional, que supuso de unos quince días, como uno de los medios para resolver este problema. Fue el teólogo escocés Juan Duns Scoto, franciscano muerto en 1308, quien consiguió conciliar todos los textos, introduciendo el concepto de “Redención Preventiva”. Según Scoto, es mejor evitar una herida o una enfermedad que curarla, algo que hoy tenemos muy asumido con el desarrollo de la Medicina Preventiva. Así pues, Cristo redimió a su Madre de una forma eminente, no borrándole el pecado original o cualquier otro, sino evitando que lo contrajera, a pesar de corresponderle por su descendencia de Adán. La doctrina de este escocés fue fundamental para la citada definición solemne del beato Pío IX (11). Una vez concebida María, se afirma que desde el primer instante de su vida gozó de una santidad excelsa, superior a la de los ángeles y a la de los demás santos. La liturgia católica celebra la Inmaculada Concepción de María el día 8 de diciembre, y su Nacimiento nueve meses después, el día 8 de setiembre; tal como celebra la Concepción de Jesús o Encarnación del Verbo —o Segunda Persona de la Santísima Trinidad— el día 25 de marzo, también nueve meses antes del 25 de diciembre, en que celebra su Nacimiento, como indicando la 11
Un dogma es una verdad definida por el Sumo Pontífice “ex chatedra”, es decir, haciendo uso de su infalibilidad. Pero para que pueda hacerlo, hay que comprobar que esta verdad está contenida, al menos implícitamente, en las Sagradas Escrituras o en la Tradición de los Padres de la Iglesia. Realmente, el Papa certifica que las investigaciones efectuadas sobre el asunto son correctas y ciertas.
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sujección de ambas gestaciones a las leyes naturales. Desde luego estas fechas son arbitrarias, pues las fechas de celebración no tienen por qué coincidir con las fechas en que ocurrieron los hechos. Sabemos, por el Evangelio de San Lucas, que María vivía en Nazaret cuando le fue anunciada la Encarnación del Verbo, contando seguramente unos quince años de edad; pero no sabemos a ciencia cierta si había nacido ni si había pasado su infancia en esta localidad. Existe una tradición —no segura— de que María nació en Nazaret, donde estaban afincados sus padres; pero fue enviada a Jerusalén, aún niña, para servir un tiempo en el Templo y adquirir unos buenos conocimientos de las Sagradas Escrituras. Su servicio en el Templo no resulta verosímil, dado que este servicio se reservaba a los varones. En cambio, sí pudo adquirir estos conocimientos junto a su parienta Santa Isabel y al marido de ésta Zacarías, sacerdote, con los que al parecer había mantenido trato personal, antes de concebir a Jesús. ¿Tuvo la Santísima Virgen hermanos y / o hermanas? Probablemente sí, nada hace suponer que fuera hija única, aunque nada conocemos en este aspecto. Algunos autores piensan que María tuvo al menos un hermano, llamado Cleofás, basándose en el texto de la Pasión del Señor: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena”. (San Juan 19, 25). Interpretan que la esposa de Cleofás, llamándose igual que la Virgen, no sería hermana como entendemos nosotros, sino cuñada por parte de su marido, que en este caso sería hermano de la Madre de Dios. La debilidad del argumento estriba en la ambigüedad de la palabra “hermano” en el Israel de aquella época, por lo que María de Cleofás, o el propio Cleofás, podían ser simplemente primos hermanos de la Madre de Jesús. Más importante parece la pregunta: Estando María exenta del pecado original, ¿tuvo en vida mortal los privilegios que tuvo Eva en estado de inocencia, incluso los preternaturales? 18
Pienso que, en todo caso, no todos. Eva, en estado de inocencia, por ejemplo no podía padecer dolor ni cansancio. Sin embargo, nos consta que Jesús padeció ambos como hombre, y además tenía que poderlos padecer para redimirnos como quiso hacerlo. Del mismo modo, María debió también padecer dolor, cansancio, etc., lo cual no supone imperfección respecto a Eva, como es patente. En cambio, por la exención del pecado original, sí pudo gozar de que su inteligencia no pudiera errar partiendo de datos verdaderos y suficientes para una inteligencia humana ideal. También de estar libre de la concupiscencia o tendencia al mal, aunque mantendría sus tendencias a los bienes parciales, que debía controlar con su inteligencia y voluntad. María debía estar exenta de enfermedades psíquicas y de enfermedades de mal funcionamiento somático, como manifestaciones materiales de la concupiscencia. Pienso, sin embargo, que podría padecer enfermedades debidas a agentes externos, aún funcionando perfectamente sus defensas naturales, así como ser sensible a la evolución de la edad. Como podremos concluir en capítulos sucesivos, la Virgen tuvo que ser una niña preciosa, simpática y alegre, inteligente y con excelentes dotes deportivas; pero sin manifestaciones extrañas o milagreras, que llamaran la atención a sus vecinos o parientes. Durante la infancia de la Santísima Virgen, Israel era una provincia del Imperio Romano, aunque gozando de una cierta independencia, lo cual permitía el reinado de Herodes el Grande, que aunque no era israelita tampoco era romano, sino natural de Idumea, país vecino de Israel. La religión hebrea era observada con toda su pureza, una pureza que llegaba a degenerar en purismo, en Judea, la región del sur. Nazaret pertenecía a Galilea, la región del norte de Israel, que había recibido grandes influencias paganas, como ya había declarado el profeta Isaías: 19
“Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí en el camino hacia el mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles, el pueblo que yace en tinieblas ha visto una gran luz; para los que yacen en región y sombra de muerte una luz ha amanecido”. (Isaías 8, 23-9, 1). Estas influencias paganas se tuvieron que acentuar con la ocupación romana. María pues, de niña, vivió en un ambiente piadoso en su casa (12), de una piedad depurada, distinguiendo muy bien lo esencial de lo accesorio, educada para una convivencia con un ambiente muy paganizado, que no debía ni contaminarla ni asustarla. Sobre la actitud de la Santísima Virgen, nos puede dar una pista el Libro de los Proverbios, en que Salomón nos habla de la Sabiduría; pero tradicionalmente se identifica lo que nos dice de ella con una profecía sobre Nuestra Señora: “Con el Señor estaba yo disponiendo todas las cosas; y eran mis diarios placeres el holgarme continuamente en su presencia; el holgarme en la creación del universo; siendo todas mis delicias el estar con los hijos de los hombres”. (Proverbios 8, 30-31) Ya de niña la Virgen era una persona en íntima unión con Dios, expresada en el versículo 30. Esto no estorbaba para que se sintiera a gusto con todos, y para que se interesara por toda la creación, así como por las obras y trabajos humanos, que afectan a la creación en alguna forma, tal como expresa el versículo 31.
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La Iglesia reconoce la santidad de los padres de la Santísima Virgen, y los venera bajo los nombres de San Joaquín y Santa Ana aun cuando, como ya he comentado en el prólogo, no está muy claro que se llamaran así, lo cual carece de importancia.
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CAPÍTULO III
MARÍA CONCIBE A JESÚS
Las primeras noticias directas que tenemos de la Santísima Virgen, se encuentran en el Evangelio de San Lucas, a continuación del relato del anuncio de la concepción de Juan el Bautista, el Precursor de Jesús, hecho a su padre, Zacarías, por el Arcángel San Gabriel. San Lucas inicia así su relato: “En el sexto mes —del embarazo de Santa Isabel, esposa de Zacarías— fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María”. (San Lucas 1, 26-27). Nada han escrito ni San Lucas, ni los demás evangelistas, sobre la infancia de la Virgen, en contraposición con el tratamiento de la concepción y nacimiento del Precursor, que cubre buena parte de este primer capítulo. Respetando opiniones contrarias, deduzco de esto que la infancia de la Virgen estaría desprovista de maravillas externas. El Precursor debía dar testimonio desde el principio, y a ello contribuyó su concepción milagrosa. La concepción y nacimiento de Jesús fueron los que correspondían a su doble naturaleza y a su misión, y además también sirvieron de testimonio al cumplir la profecía de Isaías: “Por tanto el mismo Señor os dará la señal: Sabed que una virgen concebirá y parirá un hijo, y su nombre será Emmanuel ( 13)”. 13
El profeta Isaías comunicó esta señal a Acaz, rey de Israel, después de negarse éste a elegir una, a requerimientos del propio profeta, para
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(Isaías 7, 14). No aparecen ni justificación ni referencia de milagros materiales en los primeros años de la vida de la Virgen. La gran maravilla fue la de ser preservada de todo pecado, incluso del original, de toda falta e imperfección, en todo instante de su vida, y su crecimiento sin igual en Gracia Santificante. Es más, al iniciarse su vida como la nuestra la sentimos más próxima, y además nos muestra la separación entre mancha de pecado original y el propio acto de la procreación, acto santo en sí, al haber sido ordenado por Dios desde un principio. El pecado original es el que cometimos en la persona de Adán al desobedecer al Señor. En el versículo 27 se habla de una virgen que tiene propósito de permanecer virgen durante toda su vida, (confrontar San Lucas 1, 34), y sin embargo está desposada (14). mostrar que Dios libraría rápidamente a su pueblo. La palabra hebrea traducida por “virgen”, también se podría traducir simplemente por “mujer joven”, y tal vez éste podía ser el sentido de la palabra en los sucesos contemporáneos a Isaías y Acaz. Pero no es válido en el aspecto de profecía mesiánica, tal como veremos que le será indicado a San José por un ángel. “Emmanuel” significa “Dios-con-nosotros”, nombre que le conviene perfectamente a Jesús, “Dios salva”. El nombre de Jesús viene a ser una explicación del nombre Emmanuel: Dios con nosotros para salvarnos. 14
En aquella época, en Israel, el matrimonio se celebraba en dos fases. La primera fase era la de los desposorios, que se celebraba ante un mínimo de dos testigos, y ya otorgaba todos los derechos y deberes del matrimonio, exigiéndose para su disolución un documento de repudio, el “libelo de repudio”, aunque los cónyuges seguían viviendo cada uno en su casa. La segunda fase eran las denominadas nupcias, en que la esposa era acompañada festivamente a la casa que el esposo había preparado para ser su hogar común. La Virgen y San José, se encontraban entre estas dos fases. Recuérdese que Jesucristo derogó explícitamente la posibilidad de que un matrimonio pudiera disolverse, advirtiendo además que ello iba contra su naturaleza, y que había sido una concesión temporal, a través de Moisés, por unas circunstancias muy peculiares y nada loables. (Confrontar San Marcos
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Hemos de situarnos en el lugar y entorno de la Virgen. María fue dotada, de manera especial, de uso de razón e inteligencia desde edad muy temprana, aun desestimando exageraciones, para que sirvieran de soporte a los raudales de Gracia Santificante que iba recibiendo. Pronto conocería el origen de la vida, seguramente porque se lo explicara su madre cuando la Virgen, al intuir su propia contingencia (15), y darse cuenta que debía haber tenido un principio, preguntara cómo había sido éste. Su reacción inmediata sería la captación del sublime don de Dios de asociar a sus criaturas a la Creación, de donde surgiría una profunda acción de gracias, y un deseo de corresponder al Señor de algún modo. E iluminada por la Gracia, decidió entregar a Dios su facultad de engendrar, consagrándose virgen para siempre. Pero María se encontraba con una dificultad añadida: Esta entrega era entonces desconocida en Israel (16), y la Virgen niña pensaría cómo podría cumplir mejor su consagración. El celibato no le parecería lo más adecuado. No todas las personas que la conocieran entenderían su entrega; pero quizás la entendería algún varón elegido. Podría casarse con éste, previo acuerdo de mantener una “doble consagración”, tal como nos la expone Santo Tomás de Aquino: Al casarse la Virgen realmente quedaba sujeta, con responsabilidad de conciencia grave, al débito matrimonial, al igual que su esposo. Ahora bien, un voto sólo es válido y lícito cuando se promete algo mejor que su contrario; por lo que no se puede cometer un pecado grave, como es la negación del débito 10, 3-12; San Mateo 5, 31-32 y 19, 1-9, y San Lucas 16, 18). 15 Ser consciente de la propia contingencia significa percatarse de no existir por uno mismo, de que la propia existencia no era imprescindible para el Universo. 16 En Israel, la castidad total llevaba implícita la renuncia a contar al Mesías dentro de la propia sucesión, razón por la que no gozaba de aprecio. Por lo mismo, la esterilidad era considerada un oprobio, incluso una maldición de Dios. Al disponerse la Virgen a contraer matrimonio sin hacer uso de él, lo hace humildemente, a conciencia de que va a ser señalada con el dedo como si, a consecuencia de algún pecado oculto, según juicio de su sociedad, Dios no le hubiera concedido capacidad para tener hijos.
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matrimonial sin motivo adecuado, para mantenerlo. Por esta razón, la virginidad material de María fue guardada por la consagración de San José, como la virginidad de san José fue guardada por la consagración de María. Nazaret era un pueblo pequeño —hoy sigue sin ser muy grande— y probablemente se conocerían todos los niños, y casi todos los adolescentes. María y José tendrían muchas características comunes. Ya antes de descubrir cada uno en el otro su bondad, su nobleza, su lealtad, tenía que existir una corriente de simpatía entre ellos y, o bien José inició un noviazgo infantil puro, en el que María lo prepararía para que la ayudara en sus planes, o bien María pensó que José podía ser idóneo para este fin y ella misma se lo propuso. No debemos extrañarnos por comportamientos de María poco conformes, cuando era necesario, con convencionalismos o con “lo establecido”, en el sentido actual, comportamientos que podremos encontrar siguiendo la lectura de los Santos Evangelios. María humilde, María dócil a la Voluntad de Dios, no tenía nada de conformista. María seguía el santo principio: “Si algo hay que hacer, se hace”. San Agustín escribió: “Eso indican las palabras con las que María respondió al ángel que le anunciaban un hijo: ¿Cómo —dijo — será eso, puesto que no conozco varón? Esto no lo habría dicho ciertamente si antes no hubiese hecho el propósito de entregarse como virgen a Dios. Pero como las costumbres de los israelitas aún no admitían esto, se desposó con un hombre justo, quien no le arrebataría con violencia, antes bien le defendería contra los violentos, aquello de lo que ella había hecho voto” (Tratado sobre la virginidad, 4). Como al parecer, ambos eran de la casa de David, las familias verían el noviazgo con buenos ojos (17), y a edad apropiada llegaron los desposorios. Poco después acontecerían los hechos 17
Los israelitas debían procurar contraer matrimonio entre miembros de su misma tribu, entre las procedentes de los 12 hijos de Jacob. Dentro de la tribu de Judá, siendo la descendencia de David de estirpe real, era especialmente bien visto el compromiso entre descendientes de este rey.
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que nos narra San Lucas, que continúa: “Y habiendo entrado el ángel donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres”. (San Lucas 1, 28). Son palabras clave al tratar de María. Entra en escena un ser superior a los humanos, nada menos que uno de los arcángeles del Señor de los Ejércitos, y saluda a la Virgen con veneración, diciéndola que está llena de gracia, no como los occidentales podemos entender, sino llamándola “Llena de Gracia” como nombre propio, que en el modo de hablar oriental significa que ES ESENCIALMENTE LLENA DE GRACIA. No voy a tratar esta verdad con profundidad, pues ello escapa al propósito de este libro, y mucho y bien se ha escrito sobre ello. Quiero hacer notar que, si la Virgen tenía, ya entonces, una plenitud de Gracia Sobrenatural, no podía faltarle también una plenitud de gracias naturales. En el Evangelio aparece una jerarquía de valores; en general, lo espiritual está por encima de lo material; pero de ahí a despreciar lo material va un abismo. Si, como decía Platón, la materia hubiera sido la cárcel del espíritu, algo malo o despreciable, no hubiera sido posible la Encarnación, como ya se ha escrito. Jesús, por el contrario, veremos que cuida los detalles materiales. En la boda de Caná, cuando convierte el agua en vino, el maestresala le dice al novio: “tú has guardado hasta ahora el vino mejor”. (San Juan 2, 10). Y a pesar de poseer y enseñar un auténtico espíritu de pobreza, cuidaba su aspecto exterior, incluso en el vestir. Así ocurrió que “los soldados, después de crucificar a Jesús, tomaron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y aparte la túnica; pues la túnica no tenía costuras, estaba toda ella tejida de arriba abajo”. (San Juan 19, 23). Una túnica así era dificilísima de confeccionar y las que existían tenían un gran valor, prácticamente sólo eran usadas por los reyes. 25
Por tanto considero inaceptables las teorías de que María fuera excelsa espiritualmente, pero no físicamente. Se ha llegado a afirmar que “la Virgen no tendría una gran belleza física, sería un caso típico de la raza judía”. Se ignora así, además, que la raza judía es extraordinariamente perfecta, con una media de belleza muy elevada, y en la que abundan las beldades excepcionales, desde las bíblicas Judith y Ester, hasta ejemplos más recientes. Y entre ellas se puede aplicar a la Virgen la afirmación profética de Salomón “Como lirio entre los cardos es mi amada entre las doncellas” (Cantar de los Cantares 2, 2). Dice también la Sagrada Escritura: “Vanos son por naturaleza todos los hombres que ignoran a Dios y no alcanzan a conocer por los bienes visibles a Aquel-que-es (18), ni atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo las consideraron como dioses, rectores del universo. Si, seducidos por su belleza, los tuvieron como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos pues es el autor mismo de la belleza quien los creó. Y si se admiraron de su poder y de su fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su Creador: pues, de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se llega por razonamiento al claro conocimiento de su Autor”. (Sabiduría 13, 1-5). Es decir, si Dios nos revela que ha creado la belleza física y la ha puesto incluso en las criaturas inanimadas —el fuego, el viento....— como un bien objetivo, para que podamos llegar al conocimiento de Él Mismo, cuánto más se la debió proporcionar a su Madre, la llena de Gracia, en modo totalmente eminente. 18
Es el nombre que el mismo Dios se asignó ante Moisés, la traducción al español de la frase hebrea “Yahwéh”. La traducción literal al árabe es “Al – láh”. (Por la diferencia de escrituras, he transcrito la palabra hebrea y la árabe lo mejor que he sabido, con una ortografía española bastante habitual).
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Estoy convencido de que, aún en vida mortal, María ha sido la mujer más guapa de cuantas han existido y existirán en todos los tiempos. La Virgen no prodigaría los adornos y complicaciones en su atavío; pero esto, en vez de ocultar su belleza la resaltaría. Vestiría con sencillez y buen gusto y usaría algún adorno discreto, muestra de su feminidad, como sigue siendo su costumbre si aceptamos los testimonios de algunas de sus apariciones más fidedignas — Fátima, Lourdes—: Un fino hilo dorado en los bordes de su túnica, una rosa roja sobre cada pie, un rosario con cuentas de luz, etc. La Virgen cuidaría su aspecto exterior, al menos por las tres razones siguientes: Primero, haría en ello como Jesús, según ya se ha expuesto. Segundo, por honrar su cuerpo, no sólo como templo del Espíritu Santo como es el caso de toda persona en Gracia, sino además por su especialísima condición de Madre de Dios. La honra del cuerpo no excluye su sometimiento, la mortificación; es más, insisto en que puede servir como mortificación un entrenamiento deportivo, el aseo personal, el cuidado de la ropa, el sonreír y tratar de presentar una actitud agradable siempre, aún en los momentos en que menos ganas tengamos de ello. Realmente, la honra fundamental del cuerpo es la templanza, una de las virtudes cardinales. Y así como no es posible una auténtica honra del cuerpo sin templanza, lo contrario es también casi inimaginable. Tercero, por no dejar mal a su Hijo con un aspecto exterior descuidado. Sin embargo, de su aspecto mortal concreto poco podemos saber. Creo recordar alguna referencia de algún Padre de la Iglesia a un retrato pintado por San Lucas, perdido hace ya varios siglos, según el cual María era pelirroja, con rostro ovalado y talla mediana. Ahora bien, si hoy una mujer puede teñirse el pelo, y modificar 27
su apariencia mediante maquillaje, la Virgen, en estado glorificado, puede hacerlo con más facilidad, y lo ha hecho en algunas ocasiones, como en el caso de Guadalupe, en que se apareció con el pelo negro y rasgos indios, seguramente para resultar más familiar al indio beato (19) Juan Diego, y obtener más fruto de este hecho extraordinario. Existe una virtud, frecuentemente olvidada como tal, que evidentemente debía poseer María al igual que las demás virtudes. Me refiero a la que Santo Tomás de Aquino denomina “jucunditas”, y que teniendo difícil traducción al español, viene a corresponder a una alegría manifiesta y comunicativa, con sentido del humor. La alegría es lo opuesto a la “angustia vital” del ateo, viene de la felicidad del fiel sabiéndose amado por su Padre Dios, y conociendo el sentido de la vida. Esta alegría, como consecuencia del amor al prójimo, al que sabe también amado por nuestro Padre Común, se hace comunicativa y es causa de una profunda simpatía. Santo Tomás llegó a escribir que “Todo el que quiera progresar en la vida espiritual necesita tener alegría”. Sigue su relato San Lucas, indicando la reacción de la Virgen: “Ella se turbó al oír estas palabras y DISCURRÍA QUÉ PODRÍA SIGNIFICAR AQUELLA SALUTACIÓN”. (San Lucas 1,29). Se ha hecho mucho hincapié en la primera parte del versículo “Ella se turbó...”; pero he querido subrayar la segunda parte, porque me parece más significativa. Y es que la visión de un ser angélico debe ser impresionante, según podemos deducir por el comportamiento de otras personas en casos semejantes, siempre con esta turbación. Comparemos el versículo citado con otro bien próximo, el de la reacción de Zacarías ante la visión del mismo San Gabriel: “Al 19
Prescindiendo de su sentido peyorativo, “beato” procede del adjetivo latino beatus, beata, beatum y coincide con la palabra italiana beato, que tiene el mismo significado: Feliz, dichoso, bienaventurado.....La Iglesia Católica proporciona el título de beato, para certificar que una persona goza ya de la Bienaventuranza Eterna.
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verlo se turbó Zacarías y SE APODERÓ DE ÉL EL TEMOR” . (San Lucas 1, 12). Obsérvese la igualdad de la primera parte, que únicamente muestra la captación de un suceso extraordinario. Pero fijémonos también en la diferencia de la segunda: Zacarías pierde el dominio de sí mismo, pues se apodera de él el temor. En cambio, la Virgen reacciona con fortaleza, con valor. No es una inconsciente, se percata de lo extraordinario del hecho; pero mantiene el total dominio de sí misma, lo cual le permite discurrir. Mayor es el contraste si atendemos al comportamiento del centurión Cornelio: “Un hombre de Cesarea llamado Cornelio, centurión de la cohorte (20) denominada Itálica, piadoso y temeroso de Dios, con toda su casa, que daba muchas limosnas al pueblo y oraba a Dios continuamente, vio claramente en una visión, hacia la hora nona del día, al ángel de Dios que llegaba hasta él y le decía: ¡Cornelio!. Él le miró fijamente y, SOBRECOGIDO DE TEMOR, dijo: ¿Qué ocurre Señor?”. (Hechos de los Apóstoles 10, 1-4). Y creo poco defendible pensar en pusilanimidad de Cornelio, oficial de las fuerzas romanas de ocupación en el belicoso Israel. Pienso que, además, San Gabriel sólo se debió presentar con todo su poder y esplendor ante su Reina. Él mismo ante Zacarías, como el ángel que se presentó ante Cornelio, se debieron aparecer de un modo, diríamos, “matizado”, a fin de que los videntes pudieran soportar el acontecimiento. Más adelante, veremos otras 20
Una cohorte era una unidad militar romana que estaba formada por varias centurias y estaba mandada por un tribuno. Correspondía a un batallón actual, que en España lo manda habitualmente un comandante o un teniente coronel, y está compuesto por varias compañías — aproximadamente centurias— mandadas por capitanes. Cada centuria era mandada por un centurión. Debido a lo reducido de los ejércitos de la época con respecto a los de hoy —por problemas de logística y de comunicaciones, entre otras causas— las cohortes podían tener nombre propio, tal como hoy pueden tenerlo algunas divisiones. Tener en cuenta que un batallón tiene alrededor de 1.000 hombres y una división entre 12.000 y 16.000 hombres.
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situaciones en que se pondrá de manifiesto la excepcional fortaleza moral de María. San Gabriel no quiere dejar sombra de intranquilidad en su mensaje: “Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin”. (San Lucas 1, 30-33). “Has hallado gracia delante de Dios”, que es tanto como decir “Dios se complace en ti”. María está llena de Gracia, y su capacidad para recibirla es enorme. Es la criatura suprema, capaz de complacer por sí sola al Creador. En ella se complace el Infinito, la Suma Belleza, la Suma Bondad. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, como nos revela el Génesis, en cuanto el ser humano es capaz de reflexionar y de amar; pero en ninguna persona humana se manifiestan las Perfecciones Divinas como en María. María recibe el mensaje de que va a ser madre del Mesías prometido (21); pero, además, recibe una revelación sobre la naturaleza de Éste, que ningún mortal había podido sospechar: “Será llamado Hijo del Altísimo”, es decir, lo será. Será el “Dioscon-nosotros” de la profecía de Isaías en el sentido más estricto. Habida cuenta la consagración de su virginidad, que María piensa que Dios le ha aceptado, hace una pregunta al ángel, con ánimo de actuar correctamente. “Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?”. (San Lucas 1, 34). Que es equivalente a decir: ¿Cómo va a ocurrir esto, habiendo renunciado ante Dios a realizar el acto conyugal? (22). 21
Mesías o Redentor de la especie humana, esperado sin embargo, por amplios sectores de Israel, como simple salvador político del Pueblo Elegido. 22 Era aceptado entre los judíos, que un varón y una mujer no se “conocían” —verbo con un sentido mucho más profundo que el castellano más aproximado— hasta que tenían relaciones sexuales, por lo que, habitualmente, éstas se llegaban a identificar con “conocer varón” o “conocer mujer”. María usa el presente verbal en sentido continuado, es decir, sin
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Desde luego no cabe interpretar esta pregunta como un movimiento de rebeldía. Un propósito de desobediencia a Dios hubiera anulado toda virtud. En cambio sí resulta patente, en la sorpresa que trasluce esta pregunta, una impresionante confianza de María en San José. En efecto, al contraer matrimonio con él, un matrimonio real sin pretender engañar a las autoridades religiosas que lo certifican, se sujeta al débito matrimonial (23). Su compromiso de virginidad queda pendiente, tal como se ha expuesto, sólo de la palabra dada por su esposo de respetarlo. Pero María considera la palabra de José inconmovible. Si ella va a tener un hijo, piensa que no puede ser porque José falte a su palabra y la requiera. María considera la palabra de José más firme que los cielos y la tierra. Por esto consulta cuál debe ser su propia actuación. A considerar también que no puede existir rechazo de María al acto conyugal por sí mismo. La criatura sublime es mujer perfecta. No puede tener impedimentos físicos ni psíquicos, estando además libre de las secuelas sobre cualidades no preternaturales de un pecado original que nunca contrajo. No puede tener impedimentos morales ante un acto que sabe dispuesto por Dios, y querido genéricamente por Dios. No ha podido ser traumatizada por experiencias anteriores, si no propias, ajenas, pues este trauma hubiera constituido una imperfección en su mente. No hay rechazo del acto querido por Dios en las condiciones adecuadas, ordenadas explícitamente, sino una renuncia por puro amor, por un Amor con mayúscula. Esta renuncia por Amor, será imitada por aquéllas y aquéllos tener previsto un cambio en el futuro. Es comparable a la frase “No vendo mi casa”, significando “No tengo la casa en venta, ni pienso en venderla”. 23 “El marido dé el débito conyugal a la mujer; y lo mismo la mujer al marido. La mujer no es dueña de su propio cuerpo, sino el marido; del mismo modo, el marido no es dueño de su propio cuerpo, sino la mujer”. Este párrafo, tomado de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, (capítulo 7, versículos 3 y 4), es evidentemente posterior a la Anunciación de San Gabriel a la Santísima Virgen; pero expone unas obligaciones implícitas al matrimonio de las que María, indudablemente, era consciente.
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que siguen con recta intención la llamada que Dios les hace personalmente, a través de las causas segundas oportunas (24), al celibato apostólico. El ángel contesta cumplidamente la prudente consulta de la Santísima Virgen: “Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a tu prima Isabel, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que era llamada estéril, hoy cuenta ya el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible”. (San Lucas 1, 35-37). El ángel ha declarado más explícitamente el atributo del Mesías “Hijo del Altísimo”. Será llamado así porque será, realmente, hijo de ella y de DIOS. No va a haber intervención de varón. María hizo muy bien en consagrar su virginidad, pues su Hijo va a ser fruto de esta consagración, de su plena entrega al Señor. Se está cumpliendo la profecía de Isaías, de una forma plena. Es una gran señal puesta por el propio Dios ( 25) el que una virgen, manteniéndose virgen, conciba y dé a luz un hijo, cumpliéndose el ser Dios-con-nosotros, pues este hijo va a ser el mismo Dios Omnipotente con una naturaleza humana asumida. María, hija de Dios Padre, va a ser madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu Santo, tal como la aclamamos. Y el ángel confirma que no está hablando en sentido figurado. La concepción del Hijo de María va a constituir una excepción de las leyes naturales, como lo ha sido la concepción del hijo de su prima Isabel. 24
Los teólogos llaman a Dios Causa Primera de todo que, en lo que lo admite, actúa habitualmente a través de otras causas subordinadas, llamadas “causas segundas”, en el orden más natural posible en cada caso. En el citado, las causas segundas oportunas pueden ser un amigo, el director espiritual, una lectura.... Para las vocaciones ordinarias, Dios acostumbra a emplear causas ordinarias, aunque llegue a utilizar ángeles para alguna vocación extraordinaria, como la de Nuestra Señora, e incluso como la de Santa Juana de Arco. 25 Confrontar todo el capítulo 7 del profeta Isaías.
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La Virgen podía haber hecho muchas preguntas: “¿Qué le digo a José? ¿Cómo le justifico mi estado?....”. Pero pensó que eran problemas suyos y no quiso aprovecharse de una intervención sobrenatural. Podemos comparar este comportamiento de María con el de su Hijo cuando sea tentado en el desierto, antes de empezar su vida pública. Y así María se limitó a contestar: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia”. (San Lucas 1, 38). Cristo se ha encarnado por obra del Espíritu Santo, se ha hecho hombre como nosotros en una mujer. El Infinito, El que no cabe en todo el Universo, ha puesto su morada en las entrañas cerradas de una virgen. El Eterno, el Creador del tiempo, ha entrado en el tiempo y va a ser regido por él, va a esperar —como todo hombre— nueve meses para nacer, y aún entonces seguirá el transcurrir normal del tiempo para desenvolverse. Y Dios ha elegido una criatura humana como Madre, con un Amor filial absolutamente superior al que podamos imaginar, y a partir de entonces Dios tiene también Madre, como cada uno de nosotros. Dios, que cuando todo lo creó vio que todo era bueno, observó que eran tan especialmente buenas la maternidad y la virginidad, que quiso tener Madre y Madre Virgen. Transcribo las palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer en su homilía “Madre de Dios, madre nuestra”, del 11 de octubre de 1964, que se pueden leer en el libro “Amigos de Dios”, nº 274: “Cuando la Virgen respondió que sí, libremente, a aquellos designios que el Creador la revelaba, el Verbo divino asumió la naturaleza humana: el alma racional y el cuerpo formado en el seno purísimo de María. La naturaleza divina y la humana se unían en una única Persona. Jesucristo, verdadero Dios y, desde entonces verdadero Hombre, Unigénito eterno del Padre y, a partir de aquel momento, como Hombre, hijo verdadero de María: por eso Nuestra Señora es Madre del Verbo encarnado, de la segunda Persona de la Santísima Trinidad que ha unido a sí para siempre —sin confusión— la naturaleza humana. Podemos decir bien alto a 33
la Virgen Santa, como la mejor alabanza, esas palabras que expresan su más alta dignidad: “Madre de Dios”“. ¡Cuántas gracias tenemos que dar al Señor por todo ello!, porque no sólo nos ha entregado toda la Naturaleza, con todos sus animales, todas sus plantas, todos sus poderes....sino que ¡se ha entregado también a Sí mismo! ¡Cómo debemos respetar a la mujer y la mujer a sí misma! Una de ellas y como ellas es Madre del Creador, tiene sometido a Aquél al que todo está sometido. No ha podido haber mayor reconciliación de la mujer con Dios, después del pecado original, que Dios se hiciera Hijo de una de ellas. También podemos considerar cómo la Virgen adoraría al Fruto de sus entrañas a partir del momento de la Encarnación. Su Hijo y su Dios, siendo ella la mujer más santa, y la madre más cariñosa. A partir de entonces seguirá haciendo lo mismo, ir por agua a la fuente, coser, cocinar...; pero con una nueva riqueza de sentido. Concentrada en su interior, sin olvidar a los demás, al contrario, siendo causa su concentración interior de estar más pendiente de los demás. Este acontecimiento transcendental para la Humanidad se celebra el 25 de marzo, y es evocado en el rezo del Ángelus ( 26) y 26
El Ángelus se reza, habitualmente,
“—El ángel del Señor anunció a María. —Y concibió por obra del Espíritu Santo. Avemaría —Eh aquí la esclava del Señor. —Hágase en mí según tu palabra. Avemaría —Y el Verbo se hizo carne. —Y habitó entre nosotros. Avemaría —Ruega por nosotros, santa Madre de Dios. —Para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo —Oremos: Infunde, Señor, tu Gracia en nuestras almas para que, los que por el anuncio del ángel conocimos la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, por su Pasión y su Cruz alcancemos la gloria de su Resurrección”.
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en el Primer Misterio del Santo Rosario.
Muchas personas rezamos esta oración habitualmente a las 12:00 horas, al mediodía, y muchas la rezan también, habitualmente, en otras horas y en otras ocasiones.
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CAPÍTULO IV
JOSÉ, HIJO DE JACOB
Con frecuencia hemos visto a San José representado como un anciano caduco, con una vara con flores de azahar en la mano. Pero esta imaginería está rechazada, incluso explícitamente, por personas de la grandeza de Santa Teresa de Jesús, la cual, por ejemplo, lo hace con palabras de bastante dureza, impulsada, además, por su conocimiento de la importancia de la devoción al esposo de María. Recuerdo la alegría que me produjo ver, en una ocasión, en un convento de las Hermanas de la Caridad y Santa Ana, una bonita talla de San José joven, fuerte, y con una herramienta de carpintero en la mano. Vi en ella al San José de los Evangelios Auténticos, “purificado” incluso de la dichosa vara florecida de los Evangelios Apócrifos (27). De por sí parece absurdo que María joven, preciosa, alegre, se casara con un viejo, pues esto, más que mostrar una relación estable ante sus ciudadanos, como ella pretendería, hubiera dado la sensación de lo contrario, pudiendo llegar a ser motivo de escándalo. Además, si anticipando acontecimientos, consideramos la huida a Egipto perseguidos por el ejército y la policía de Herodes, en cualquier caso en condiciones durísimas, seguramente 27
Los “Evangelios Apócrifos” son unos pretendidos evangelios, escritos con la firma falsa de diversos Apóstoles, circunstancia que proporciona su nombre. Contienen una serie de leyendas, algunas de las cuales han llegado a gozar de bastante popularidad, escritas con más piedad que responsabilidad, y tratando de “llenar” los supuestos vacíos en los Evangelios auténticos.
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cruzando el desierto, algo que exigiría unas facultades y una preparación al límite de la resistencia humana, máxime llevando con ellos un niño de aproximadamente un año, necesariamente María y José debían ser dos auténticos jóvenes atletas de una categoría extraordinaria. Contra lo que escribieron los Evangelios Apócrifos, y a diferencia del Pueblo de Israel durante su Éxodo desde Egipto, la Sagrada Familia no se benefició de milagro alguno que ayudara su proeza, pues el Evangelio de San Juan nos dice claramente que, la primera vez que Jesús hizo una excepción en las reglas naturales, fue al convertir agua en vino al principio de su vida pública, treinta y tantos años más tarde. Para más abundamiento, el varón joven es de por sí más generoso y de temperamento más lírico que cuando envejece, normalmente puede vivir la castidad —incluida la del corazón— con más naturalidad que cuando crece en años. La castidad es una virtud positiva —como todas las demás— que, como un deporte, requiere una violencia ( 28) sobre uno mismo que, si no se vive de joven, es más difícil vivirla de viejo, aunque la Gracia de Dios lo puede todo. De viejo hay una mayor tendencia a la cobardía de buscarse compensaciones, que pueden ser poco acordes con la virtud de la templanza, de la que la santa pureza forma parte, al notar la pérdida de facultades para llevar a cabo actividades profesionales, deportivas, etc., que resultaban gratificantes. En el primer capítulo del Evangelio de San Mateo se dice que 28
La violencia tiene mala prensa porque, con demasiada frecuencia, se la confunde con el sadismo o complacencia en hacer daño. Una operación quirúrgica es eminentemente violenta, y nadie la considera mala —o muy pocos— cuando es necesaria. Desde luego no tiene sentido la violencia por la violencia, como no tendría sentido operar quirúrgicamente sin motivo proporcionado; pero sí cuando es necesaria y en la medida que sea necesaria y justificable. No olvidar San Mateo 11, 12: “Desde los días de Juan hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados (“violenti” en la Neovulgata o versión latina más utilizada de las Sagradas Escrituras) lo conquistan”.
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el padre de José se llamó Jacob, y en el tercer capítulo del Evangelio de San Lucas se le llama hijo de Helí. Sin entrar en más profundidades, y siguiendo una de las interpretaciones admitidas, voy a suponer que, en el sentido occidental, José era efectivamente hijo de Jacob y no de Helí, con el que guardaría otro parentesco próximo, sobre el cual hay diversas conjeturas. En cualquier caso era descendiente directo del rey David, y por tanto ostentaba un posible derecho al trono de Israel, lo cual podía proporcionarle no pocos sobresaltos durante el reinado de Herodes el Grande, que no tenía inconvenientes en deshacerse de quienes consideraba posibles rivales. Quizás ésta fue una razón poderosa para afincarse en Galilea y no en Judea, de donde su familia era originaria, con el fin de no permanecer demasiado cerca del palacio de Herodes, en Jerusalén. Atendiendo a las costumbres entre los judíos de la época, y no habiendo argumento válido en contra, podemos suponer que, al anunciar el arcángel Gabriel a la Santísima Virgen que ella iba a ser Madre de Dios, María tendría unos 15 ó 16 años y José algunos más, probablemente entre 18 y 20, sin exceder de esta última edad, en ningún caso, más de 2 ó 3 años. Era ya entonces un profesional, un artesano dicen los Santos Evangelios, que no pretendía vivir de sus posibles derechos al trono. Algunos Santos Padres de la Iglesia concretaron que era carpintero. Otros Santos Padres, que era herrero. Pienso que, siendo Nazaret un pueblo relativamente pequeño, José podría ejercer ambos oficios, dedicándose los demás vecinos al pastoreo y a la agricultura fundamentalmente, y quizás algunos a la cerámica y al comercio, sin olvidar a los funcionarios de la administración. Su dedicación a la carpintería y/o a la herrería, nos indica también que José era un hombre fuerte, pues, con los medios de la época, sólo personas de gran fortaleza física podían ejercer estos 38
oficios. Acostumbrado a trabajar la madera y el acero ( 29), dominándolos y ajustándolos a medidas determinadas, José debía tener los pies muy en el suelo; pero la cabeza en Yahwéh. Cuando vio a María por primera vez, pudo quedar arrebatado por la que comprendería como “Maravilla salida de las Manos del Señor”. Cuando María le comunicara, con su admirable voz, sus planes de virginidad total y permanente, José, el muchachote fuerte, leal y enamorado, no dudaría en ponerse a su disposición, y en consagrar también su renuncia a engendrar. Adán y Eva, al cometer el pecado original, pretendieron “ser como dioses” engañados por el demonio. María y José no se daban entonces cuenta de que, renunciando a su facultad “en cierto modo Divina”, (por suponer la participación en crear vida inteligente), como expresa Santo Tomás de Aquino siguiendo en esto a Aristóteles, formaban contrapunto al orgullo de nuestros primeros padres. Sin pretenderlo, es más, creyendo renunciar a contar al Mesías entre su descendencia, estaban dando paso a la inminente Redención. A partir de entonces, José “vería por los ojos de María”. Siendo Jesús Persona Divina, no ha habido ni habrá mayor amor entre personas humanas, que el que nació entre las dos con más capacidad de amar y de ser amadas. La renuncia a toda compensación carnal nunca amortiguó este amor. En todo caso lo sublimó. José, acostumbrado a trabajar y a actuar en la presencia de Dios, como el niño pequeño en presencia de su padre, hablaría de 29
Dado que la obtención de hierro de gran pureza exige una tecnología muy avanzada, y además éste tiene unas propiedades bastante peculiares, hoy utilizamos el término “acero” de modo más general que hace poco tiempo. Se considera acero a todo hierro que, no siendo prácticamente puro, tenga un porcentaje de carbono inferior a un valor determinado, como sería el material usado por los herreros de la época de San José. Si el porcentaje de carbono es mayor, se denomina fundición.
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María al Señor sin cansarse de darle gracias por haberla creado y habérsela confiado. Y viendo a María, sentiría que Dios se manifestaba a través de ella. Algo agobiaba seguramente a José. En su humildad se consideraría indigno de María y, sin embargo, según los usos de la época iba a tener que gobernarla, sino como sierva, al menos como súbdita. Tras el matrimonio a la usanza hebrea María lo trataría de “señor”, como Sara a Abrahán, y el pensar esto sacaría a José de sus casillas. Se puede plantear una curiosa cuestión: ¿Puede considerarse que San José fue católico durante su vida? Evidentemente, si San José murió antes del principio de la vida pública de Jesús, como así parece, murió antes de la constitución de la Santa Iglesia sobre el primado de San Pedro. Pero es que San José no fue acogido por la Iglesia Católica, sino que él acogió a Jesús, Cabeza de la Iglesia Católica. San José no recibió ninguno de los Siete Sacramentos; pero recibió y cuidó al que instituyó los Siete Sacramentos. San José está en una relación directa con la Encarnación del Señor, en un orden sólo inferior al de su Esposa y al de la Humanidad de Jesús; pero superior al de todos los ángeles y santos. Pero prosigamos la lectura del evangelio de San Lucas: “Por aquellos días, (cuando la Anunciación del ángel), María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. (San Lucas 1, 39-40). María piensa que tiene que ir a casa de Isabel al menos por dos motivos. Uno, porque allí puede conocer algo más sobre la vocación que Dios le acaba de comunicar. Otro, porque piensa que Isabel puede necesitarla, y se dispone a permanecer hasta el parto de su parienta. La imagino acudiendo al taller de José, después de haberse serenado bastante tras la visión. Nunca le ha ocultado nada, su 40
sinceridad nunca se lo ha permitido; pero esta vez no sabe cómo explicarle los últimos acontecimientos. ¿Le va a contar que ha quedado encinta por obra directa de Yahwéh, pues así se lo ha revelado un ángel? Pongamos los pies en el suelo. Sobre increíble, la historia hasta puede parecer una burla. No va María a someter a José a tal prueba. José la debió ver radiante, quizás algo alterada aún; pero más bella que nunca. María pudo empezar por el final de la revelación, pensando cómo dar una pista creíble: —He recibido noticias de que Isabel, mi prima, la mujer de Zacarías, va a dar a luz en tres meses y me necesita. Me voy a Ayn Karim. Me duele que no puedas dejar Nazaret tantos días y no nos podamos ver en todo este tiempo. —¿Pero...... Isabel no es muy anciana? —Sí; pero Dios es Omnipotente. —Por supuesto. En fin, se me va a hacer el tiempo muy largo. —Yo también.....también a mí se me va a hacer el tiempo muy largo.
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CAPÍTULO V
JOSÉ, HIJO DE DAVID
Ayn Karim es el lugar en que se considera que viviría Isabel, aunque no exista certeza absoluta. De todos modos, el camino desde Nazaret a las montañas de Judea exigía unos cuatro días de marcha como mínimo, lo cual no era precisamente un paseo. Algunos autores destacados piensan que San José pudo acompañar a la Virgen en este viaje; pero no me parece probable por varias razones, entre otras porque allí habría conocido la Encarnación del Señor en la Virgen, gracias a la revelación recibida por Isabel, según vamos a ver enseguida. Pues seguimos leyendo en el Evangelio: “Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor”. (San Lucas 1,14). Este viaje supone el principio de la actuación oficial de la Santísima Virgen como Medianera (30). Sirve de vehículo al Señor para la redención anticipada del Bautista. Éste, aún no nacido, es redimido por Jesús que está en gestación recién iniciada, 30
Es doctrina muy firme, aunque aún no esté definida como dogma, (escribo en el año 2006), que Dios concede todas sus gracias no sólo a través de la Santísima Humanidad de Jesús, sino también a través de María, por quien pasarían tras pasar por Jesús.
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posiblemente de menos de una semana (31). Isabel ha saludado a María, su joven parienta (32), con las últimas palabras del saludo del Ángel Anunciador, a las que añade “y bendito es el fruto de tu vientre”, dado que Éste ya existe. Esta última alabanza de Isabel debió sonar en los oídos de María como algo nuevo y especialmente entrañable. Todo su ser de nueva madre, y madre de un Hijo que es Dios, se debió conmover, y casi no debió oír el final de las palabras de Isabel. Rompe en un himno de alabanza, que es también manifestación de auténtica humildad. Humildad que recordemos que está unida a la verdad. Sabemos que la humildad no consiste en desconocer las propias perfecciones, sino en saber que no nos pertenecen, que únicamente son debidas al Señor, que nos las ha dado gratuitamente. La Virgen conoce su propia excelsitud. Negarla sería contradecir el mensaje que había recibido de parte de Dios. Por esto declara, probablemente cantando, “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador” (San Lucas 1, 46-47), para añadir “porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava” (San Lucas 1, 48). Ella se considera sin valor; pero Dios ha querido ensalzarla: “...por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo, cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen”. (San Lucas 1, 48-50). 31
Muestra de que un feto es persona humana desde muy poco tiempo después de ser concebido. Jesús estaría en la situación mal designada como de “pre-embrión”. Racionalmente, se demuestra que un embrión humano es persona humana desde el primer momento de la concepción. 32 Hay que tener en cuenta la enorme importancia que se daba a la edad en aquella cultura. Según ésta, María ocuparía un rango muy inferior al de Isabel; pero ésta, por Revelación Divina, se hace consciente de la superioridad de María, a la que llama “la madre de mi Señor”.
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María no se limita a alabar al Altísimo por los beneficios que ha recibido, sino que, con auténtica alma sacerdotal (33), también lo hace por los que ha recibido toda la humanidad, “de generación en generación”. Y exalta la humildad: “Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada”. (San Lucas 50 -53). Y termina dando gracias por la llegada del Mesías, de un Mesías Eterno: “Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia según había prometido a nuestros padres, a Abrahán y a su descendencia para siempre”. Y concluye San Lucas: “María permaneció con ella —Santa Isabel— como tres meses, y se volvió a su casa”. (San Lucas 1, 56). Todo este episodio de la Visitación de la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel, se contempla en el Segundo Misterio de Gozo del Santo Rosario. Al volver a Nazaret, María comenzaría a dar signos externos de su estado de gestación. Además, este estado le sería confirmado a José por ella personalmente, con toda llaneza; pero sin dar justificaciones. María se seguiría negando a escudarse en el Honor de Dios. Puestos a elegir entre Éste y su propio honor, e incluso el de José, este muchacho a quien consideraba —sin equivocarse— el mejor de los humanos, María no duda en renunciar a estos dos últimos. 33
Hablamos del sacerdocio común de los fieles, por el cual cada cristiano puede pedir, dar gracias, etc., por el resto de la humanidad. No hablamos del sacerdocio ministerial que María no poseyó, ni falta que le hacía, puesto que su vocación era mucho más elevada.
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María sabe que las consecuencias pueden ser gravísimas. Hasta pueden acarrearla la condena a ser apedreada hasta morir. Por lo menos la separación de un José con la vida destrozada. ¿Qué sería de su Hijo, el Mesías? ¿Estaría destinado a sobrevivir sin padre ni madre, ni genealogía conocidas, como opinaban muchos maestros de la Ley? Dios dispondrá. Ya se ha resaltado la asombrosa confianza de María en José. Podemos estar ciertos de que la confianza de José en María no iría muy a la zaga. Así pues, al recibir la confirmación del embarazo de María, sin paliativos, su perplejidad tuvo que resultar inenarrable. El mundo cae sobre José. No entiende nada. Se aferra a su Fe en Dios y en su Revelación; pero no es capaz de creer en nada más. Hasta de su propia existencia duda. Y tiene que tomar una determinación pronto. También cree, aunque toda evidencia parezca contraria, en la inocencia de María. Así, el evangelista San Mateo nos cuenta: “José, su esposo (34), como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto”. (San Mateo 1, 19). Al leer este versículo, recordemos que el término “justo”, en la Sagrada Escritura, es una gran alabanza, que significa persona que vive todas las virtudes humanas y sobrenaturales en grado eminente. Pero Dios no se deja ganar en generosidad, y así podemos seguir leyendo: “Estando él —San José— considerando estas cosas, he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta: 34
El título de esposos se utilizaba después de celebrados los esponsales que, como se ha comentado, ya constituían verdadero matrimonio.
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He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros. Al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa, y sin que la hubiera conocido, dio ella a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús”. (San Mateo 1, 20-25). El ángel llama a José con el patronímico “hijo de David”, y no “hijo de Jacob” o “hijo de Helí” como sería conocido por sus vecinos. Y le llama así porque en él se cumplen las promesas hechas a la descendencia de David. Recordemos la importancia del nombre en la Sagrada Escritura. Un autor polaco gran amigo del Papa Juan Pablo II, en una preciosa historia novelada sobre San José (35), hace decir al ángel que, siendo Jesús, el Mesías, Hijo de Dios, a él se le ha asignado el ser “la sombra del Padre”. Jesús, verdadero Hijo de Yahwéh, le ha sido entregado a José, a través de María, de modo que él resulta más padre, incluso, que los que lo son por la generación natural de sus hijos. Y por esto José es expresamente encargado de “poner nombre”. El ángel le ha dicho a José “no temas recibir a María, tu esposa”. Se refiere a la ceremonia de la boda propiamente dicha, en que la novia, ya esposa a partir de la ceremonia de los esponsales, era conducida desde su casa de soltera a la casa en que conviviría con su marido. Con motivo puede estar asombrado José: ¡María madre del Hijo de Dios! Para José todo vuelve a adquirir cuerpo y color, el mundo se le muestra más maravilloso de lo que pensaba antes de sus perplejidades; pero, ¿cómo puede ser digno de María? El ángel, aparte de “No temas”, al decirle “María tu esposa”, le ha confirmado el valor de su compromiso de esponsales, tras animarle a seguir adelante en su proyecto de convivencia. 35
“La sombra del Padre”. Jan Dobraczynski.
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Es de resaltar la Fe de José, aceptando la revelación de algo sin precedentes y durante el sueño, aunque avalado por la cita de la profecía bíblica, y la prontitud en su obediencia: “Al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa”. Imagino a San José, tras despertarse, ir prestamente a hablar con la apenada María, para comunicarle que todo le acababa de ser revelado. Inmediatamente iniciarían los preparativos para la boda, que al no ser muchos dada su condición modesta —de bolsillo y sobre todo de espíritu— no se demoraría demasiado. Es interesante fijarse en la frase “dio ella a luz a su hijo primogénito”. Desde luego, habida cuenta la legislación sobre primogénitos, este término no exigía necesariamente la existencia de hermanos posteriores. Pero San Pablo llama a Jesús “el primogénito de muchos hermanos” (Romanos 8, 20). Y es que, tras alumbrar físicamente a Jesús, María nos alumbrará místicamente a todos nosotros al pie de la cruz, tal como se detallará más adelante.
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CAPÍTULO VI
EL NACIMIENTO DE JESÚS
Se ha celebrado ya la boda según el rito hebreo, como correspondía. El Jefe de la Sinagoga, tras preguntar a María y José si querían contraer matrimonio según la Ley de Moisés, ha pedido a cada uno que expresara claramente su aceptación y entrega al otro contrayente, cosa que han hecho sin reservas, tal como se ha explicado. El acompañamiento festivo de los esposos a su nuevo hogar, y la atención a los invitados, que podía durar varios días, acompañaban la ceremonia. Ahora, María y José se emplean a fondo preparando el nacimiento de Jesús. José debe estar impresionado, y más a medida que pasa el tiempo: Sólo el Sumo Sacerdote puede entrar una vez al año en el “Sancta Sanctorum”, estancia del Templo de Jerusalén donde se guardaba el Arca de la Alianza con algo de maná, y que en los mejores tiempos contuvo las Tablas de la Ley y la vara florecida de Aarón. Ahora tiene en su casa a María, que es mucho más que el Arca de la Alianza, pues lleva al Hijo de Dios en sus entrañas. Su casa no es como el Templo de Jerusalén, ¡es mucho más que su Sancta Sanctorum! José siente un inmenso respeto por María y por el Fruto de sus entrañas; pero el ángel le ha dicho “y le pondrás por nombre Jesús”. Dios ha asumido voluntariamente una naturaleza humana y voluntariamente quiere que sea él, José, quien le “ponga nombre”, es decir, Lo someta como padre según las costumbres de la época. 48
Y así José se debe esforzar por sacar adelante su responsabilidad, una responsabilidad que Dios le ha encomendado explícitamente. María habrá asumido bien su papel y tratará de ayudar a su esposo, también en este menester, con discreción, cariño y buen humor. A pesar de sus peculiarísimas circunstancias, los esposos siguen cumpliendo las normas de piedad que son obligatorias para los hebreos, y del modo como están establecidas. En lo que San José, el artesano, se encuentra en su propio elemento, es en arreglar la casa, y en especial en fabricar ilusionadamente la cuna que piensa deberá ocupar Aquél a quien debe poner el nombre de Jesús. Pero un día llega a Nazaret un pregonero romano y hace público un edicto, por el cual todo habitante de Israel debe empadronarse en su lugar de origen (36). A María le quedan pocas semanas para dar a luz; pero no hay tiempo para esperar el nacimiento, deben realizar su empadronamiento en Belén, al sur de Jerusalén, prácticamente en el otro extremo del país. Dado el estado de la Santísima Virgen, el viaje resultaría especialmente incómodo. Se viajaba a pie o sobre un asno. Sólo 36
“En aquellos días, se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria, y todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta”. (San Lucas 2, 1-5). César Augusto fue emperador de Roma desde el año 30 antes de Jesucristo, hasta el 14 de nuestra era. Subió al trono tras derrotar a Antonio, que se había aliado a Cleopatra, reina de Egipto, mientras compartía Triunvirato, o gobierno de tres, con el primero y con Lépido, apartado antes de la lucha entre los otros dos jerarcas. Pese a gozar de una cierta buena fama, su crueldad no fue muy inferior a la de sus sucesores en la dinastía Julia, Calígula o Nerón.
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los potentados usaban carros y muy pocos israelitas el camello, y menos aún el caballo. Y María y José no debían ser potentados precisamente. José no llevaría mucho tiempo trabajando en Nazaret, habida cuenta su supuesta juventud, no parece que pudiera contar con mucho apoyo económico familiar en Galilea, e indudablemente emplearían parte de sus recursos en ayudas a terceros. Deben llevar un equipaje ligero; pero que incluiría sus efectos personales, herramientas indispensables para que José pueda trabajar en Belén —pretenderán retrasar el regreso, presumiblemente muy complicado con un niño recién nacido— y hasta una dotación de pañales. A duras penas debieron hacer la última jornada para llegar a Belén, con el parto inminente. María y José, probablemente, tendrían parientes más o menos cercanos en Belén, y en una primera intención tratarían de que éstos los alojaran en alguna de sus casas, al menos para el alumbramiento, aunque fuera aportando alguna compensación económica. Pero una a una, son rechazados en todas las moradas. ¿Miedo de acoger a un descendiente directo de David, con demasiada buena planta, o aunque sólo fuera a su esposa, y levantar la suspicacia de Herodes? María y José acuden también al establecimiento público; pero “no hubo lugar para ellos en la posada”. (San Lucas 2, 7). El no haber lugar donde alojarse, seguramente no hay que tomarlo en sentido físico. Las posadas de la época, aparte de unas pocas habitaciones a precios astronómicos, que este día estarían ocupadas, disponían de un patio en que se mezclaban personas, impedimentas y animales, y en el que siempre había sitio para alguien más. Pero este patio no les debió parecer adecuado, especialmente para los hechos que estaban a punto de ocurrir. Así pues, los esposos salen a las afueras del pueblo con un último esfuerzo, y se refugian en un establo dedicado a guardar 50
ganado (37). “Y sucedió que estando allí le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada”. (San Lucas 2, 6-7). Jesús nace en las peores condiciones materiales. La cuna del hijo del artesano....es un pesebre para ganado. Y el hijo del artesano es el Hijo de Dios. Pero María y José no se lamentan. Tratan de potenciar su cariño más y más, para compensar las deficiencias. Y según la profecía ya citada: “Sabed que una virgen concebirá y parirá un hijo....”, (Isaías 7, 14), el Nacimiento es excepcional. Jesús corresponde al cariño de su madre, y con su poder de Dios nace sin causarle molestias ni menoscabar su integridad. Es el Nacimiento que corresponde a la manifestación del Hijo de Dios, que no puede llevar aparejada corrupción ( 38). María es virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Esta verdad se ha definido repetidamente, estándolo de forma muy clara, por ejemplo, en las conclusiones del Concilio de Letrán del año 649. María no se entretiene en asombrarse. Aprovechando su plenitud de facultades, se apresura a lavar al Niño, aunque ya esté limpio, a envolverle en pañales que ya tendría preparados y a acomodarle en el sitio más digno de que dispone, aunque éste no sea más que un comedero para bestias. San Lucas sigue narrando: “Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche”. (San Lucas 2, 8). Estos pastores pertenecen al Pueblo de Israel; pero no son bien vistos —a pesar de que hombres venerados como el Santo 37
El establo no estaba necesariamente dentro de una cueva. Esta característica sólo es una tradición procedente de los “Evangelios Apócrifos”, de escasa credibilidad. 38 Confrontar Santo Tomás de Aquino, “Summa Teológica”, parte III, q. 29, a. 2.
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Rey David, el propio Moisés, etc., habían ejercido el pastoreo— puesto que no se atienen estrictamente a muchos ritos añadidos a la Ley de Moisés, a los que los escribas y fariseos dan una gran importancia (39). Los pastores, como los pescadores galileos ( 40), casi siempre comen sin lavarse las manos, y además no acostumbran a tener inconveniente en caminar en sábado más de lo establecido, sobre todo si tienen que auxiliar alguna cabeza de ganado en dificultades, etc. Ellos viven compartiendo y ayudándose unos a otros, mientras asumen su rudeza y su baja condición religioso-social, por lo que su asombro llega al límite cuando “De improviso un ángel del Señor se les presentó y la gloria de Dios los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los 39
Los “escribas” eran los que dedicaban su vida al estudio de la Ley de Moisés, y a conservar por escrito la Santa Biblia en su pureza. Los “fariseos” formaban un grupo de personas que pretendían seguir la Ley de forma estricta, según interpretación de los escribas y de ellos mismos. Su actitud era, en principio, laudable. El fallo consistió en la autocomplacencia de ambos grupos, que les llevó a un sentimiento nacionalista, y a olvidar lo esencial de los Mandatos Divinos, para perderse en casuísticas y legalismos estériles. Por estas razones, la mayoría de ellos rechazaron a Jesús, a pesar de que teóricamente eran los más preparados para recibirle. Desde luego hubo escribas que siguieron a Jesús y alcanzaron la santidad, como Nicodemo, y fariseos, entre los que destaca San Pablo. Otro grupo religioso en tiempos del Señor fue el de los “saduceos”. A diferencia de los anteriores vivían una religión relajada, sin creer en los ángeles ni en la inmortalidad del alma, ni desde luego en la resurrección de los muertos. Éstos, sin embargo, ocupaban grandes cargos, también religiosos, gracias a sus contemporizaciones con el poder civil. 40 Confrontar San Marcos 7, 1 y siguientes.
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hombres de buena voluntad”. (San Lucas 2, 9-14). “....y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”. Una señal que no puede referirse a unas circunstancias de mayor humanidad y pobreza, en contraste con la grandeza de la visión angélica que la ha anunciado. Además, si los pastores quieren ser testigos oculares del Prodigio, van a tener que esforzarse humanamente, para buscar dónde se ha producido el Nacimiento. Continúa el evangelista: “Luego que los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta Belén, y veamos este hecho que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este niño. Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María, guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón. Y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho”. (San Lucas 2, 15-20). Los pastores empiezan por darnos ejemplo de apostolado. A pesar de la aparatosidad del anuncio celestial, es cuando se dicen unos a otros “vamos a Belén”, cuando se ponen en camino, y lo hacen con presteza. Cuando llegan al establo, Dios no los asusta con su poder. Dios ha asumido la naturaleza de un niño recién nacido, atendido por sus jóvenes padres. María no se intranquiliza por el tosco aspecto de los visitantes, que van llegando en grupos. Ella les va presentando al Niño, sobre el que tiene un conocimiento de una profundidad superior a la de todos los teólogos y todos los místicos. También José, el justo, está presente, fundido de Amor, pretendiendo mostrar la gravedad de un patriarca, aunque su corazón lo traicione. Los pastores han visto en el establo una situación aparentemente normal dentro de una gran pobreza material, 53
contrastando con la impresionante manifestación angélica; pero no salen decepcionados, sino “glorificando y alabando a Dios”, pues han comprendido mejor que lo harán sus autoridades religiosas cuando vean a este Niño ya Adulto, y demostrando su Divinidad con señales patentes. Y por primera vez leemos en el Evangelio de San Lucas que “María, guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón”. María, con su oración y su reflexión en la presencia de Dios va descubriendo una mayor profundidad y amplitud de todo lo que ocurre. Pero no encerrándose en sí misma. María ve cómo Dios se ha entregado a los hombres y ella, su Madre, debe participar en esta entrega. Estos hechos se contemplan en el Tercer Misterio de Gozo del Santo Rosario. Son una invitación a que nos traslademos a Belén con el corazón, al tiempo en que ocurrió esto, para unirnos a los pastores festejando al Niño-Dios.
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CAPÍTULO VII
MARÍA Y LOS GENTILES
María y José, como hebreos piadosos, se ocuparon de que el Niño fuera circuncidado al octavo día de su nacimiento, tal como prescribía la Ley de Moisés, aunque no estaban obligados a ello: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno”. (San Lucas 2, 21). Jesús ha tenido su primera experiencia dolorosa y sangrienta, provocada por voluntad humana, después de nacer. No será sino el principio de nuestra Redención, a través de Su sufrimiento. Más adelante, a los cuarenta días del Alumbramiento, María se somete al rito de la Purificación de la madre, a pesar de que tampoco le corresponde propiamente. Lo hace por la humildad de no diferenciarse de las demás mujeres, y por delicadeza en la obediencia de los preceptos religiosos en vigor. El mismo día de la purificación de la madre, que María cumplió en el Templo de Jerusalén, se efectuaba la presentación o consagración del primogénito a Dios. Esta ceremonia consistía en entregar el niño a los sacerdotes, y recuperarlo a cambio de unos animales destinados a ser sacrificados. Si los padres eran económicamente fuertes, entregaban una o dos reses de ganado. Si los padres disponían de pocos medios, entregaban una pareja de tórtolas o de pichones. Esta última fue la ofrenda de María y José, lo que indica su estrechez de recursos, al menos en estos momentos. Evidentemente, si se debía efectuar la presentación del primogénito a los cuarenta días de haber nacido, este título de 55
primogénito se recibía aunque luego no hubiera otros hermanos, cuyo nacimiento era imposible asegurar en el momento de la ceremonia. Podemos leer la narración de este pasaje en San Lucas 2, 2224 (41), que continúa: “Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba con él. Había recibido una revelación del Espíritu Santo: que no moriría antes de ver al Cristo (42) del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, porque mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante la faz de todoslos pueblos, comoluz que iluminea los gentiles y Gloria de Israel, tu pueblo”. (San Lucas 2, 25-32). Hay que hacer notar que en aquellos tiempos —y en general hasta hoy— había entre los hebreos un sentido marcadamente nacionalista de la religión, identificando la Redención del Mesías con la liberación política de Israel, seguida de una hegemonía sobre las demás naciones. A pesar de que en el Antiguo Testamento aparecen diversos personajes no pertenecientes al Pueblo de Israel, por los que Dios muestra su predilección (43), existía un convencimiento generalizado de que los que no fueran descendientes físicos de 41
“Y cumplidos los días de su purificación según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor”. El mandato de consagración se encuentra en Éxodo 13, 12-15. 42 Ungido. El Mesías. 43
Job; Rahab; Ruth; la reina de Sabá o Etiopía que visitó a Salomón; el general sirio Naamán; Ciro el Grande, rey de Persia, etc.
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Jacob estaban excluidos de la Gloria Eterna, acompañado de un sentimiento de menosprecio hacia ellos. Por esto llaman la atención las últimas frases de Simeón, este hombre de Dios, que he recalcado con mayúsculas, que es el reconocimiento explícito de la universalidad de la Salvación. María creía ya, que Dios amaba a todos los hombres. Si Dios amaba las obras de Sus Manos que no Le hubieran rechazado definitivamente, haciendo mal uso de su libertad, tal como ocurre con los demonios, ¿cómo podía pensar que, entre todos los humanos, Dios sólo amara a los que pertenecían a Israel? Estoy seguro de que estas palabras produjeron un gran contento en María, pues viendo que le había sido revelada a Simón la Misión de su Hijo, daría por seguro que también le habían sido reveladas las palabras que expresaban la extensión de sus frutos a toda la humanidad, incluidos los gentiles. Sin embargo, tras este contento, María y José reciben una amarga profecía, como nos sigue contando San Lucas: “Su padre y su madre —de Jesús (44)— estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción —y a tu misma alma la traspasará una espada— a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones”. (San Lucas 2, 33-35). La vida del Mesías no será de gloria humana, sino que sufrirá desprecios y vejaciones por parte de quienes menos se podía esperar. El Mesías se va a identificar con el “Siervo de Yahwéh”, el “Varón de dolores”, la profecía que en aquellos tiempos todavía no era comprendida. Además de los pastores y Simeón, también una profetisa llamada Ana ha conocido el nacimiento del Redentor, como premio a su vida de oración y penitencia: “Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era de edad 44
Notar cómo San Lucas, tras narrar la concepción virginal de Jesús en María, nombra a San José como “su padre”, dando testimonio de que su paternidad, aunque no biológica, no es menos real.
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muy avanzada, había vivido con su marido siete años de casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando en aquel mismo momento alababa a Dios, y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención de Israel”. (San Lucas 2, 36-38). Y San Lucas termina el episodio, que es recordado en el Cuarto Misterio de Gozo del Santo Rosario, escribiendo: “Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de Sabiduría, y la Gracia de Dios estaba en él”. (San Lucas 2, 39-40). Estos dos versículos nos hacen un rápido resumen de la infancia de Jesús; pero San Mateo nos cuenta otro acontecimiento, teniendo Jesús alrededor de un año de edad, que pudo ser decisivo en el aspecto que estamos comentando, de la visión de los gentiles que fue adquiriendo María durante su vida mortal. Dice así: “Nacido Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle”. (San Mateo 2, 1-2). Por Magos —no Reyes— procedentes de Oriente, se entienden con toda seguridad sabios persas dedicados al estudio de las estrellas, y especialmente a la Astrología. A este fin observaban el cielo desde unas altas torres llamadas “zigurats”, a cuya terraza se accedía por una rampa exterior de caracol. Por su carácter sacerdotal —como intermediarios entre la Divinidad y los demás hombres— normalmente vestían mantos plagados de aplicaciones brillantes representando estrellas, y cubrían sus cabezas con capirotes decorados como sus mantos. La “sabiduría de este mundo” es despreciable cuando se opone a la sencillez, pierde conciencia de sus limitaciones y se siente hinchada en sí misma. Pero es camino para conocer al Creador, cuando se investiga honradamente buscando aprender sobre la verdad. Estos magos 58
investigaban por un camino erróneo, pues la Astrología carece de valor; pero lo hacían de buena fe. Y la Verdad se hizo encontradiza. Y ellos tuvieron una gran fidelidad, una fidelidad operativa. Y se pusieron en camino. Recordemos que el pueblo de Israel había sido deportado a Babilonia, entonces capital de Persia, que incluía el actual Irak. Esta deportación fue considerada como un gran castigo por la infidelidad de Israel en aquellos tiempos. En Babilonia, algunos israelitas abjuraron de su Fe. Pero otros no sólo la conservaron, sino que dieron claro testimonio de ella ante grandes y pequeños, incluso ante los reyes Nabucodonosor, Baltasar, etc. Recordemos a Ananías, Azarías y Misael, a Daniel, a Esther y Mardoqueo....A resultas de ello, cuando el piadoso rey Ciro el Grande les devolvió la libertad y facilitó su vuelta a Palestina, una semilla de Fe en el Dios “de los judíos” y en la venida de un Salvador judío enviado por este mismo Dios, que adivinaban Redentor de todos los que creyeran en Él, ya fueran judíos, medos, persas o asirios, quedó enraizada en el que había sido escenario del destierro. Estas ideas podían tener buena acogida entre los seguidores de un monoteísmo más o menos puro procedente de las enseñanzas de Zoroastro (45), religión pujante en la Persia de entonces. Así pues, cuando estos magos vieron un extraño fenómeno en el cielo, una “estrella” de características singulares, concluyeron que pertenecía al Mesías-Rey de los judíos, según la tradición 45
La doctrina de Zoroastro o Zarathustra se interpretó habitualmente admitiendo una dualidad de dioses, uno principio del Bien, y otro principio del mal, y de su influencia procederán el Maniqueísmo y el Gnosticismo, ya como herejías del Cristianismo. Sin embargo, muchos seguidores de Zoroastro llegaron prácticamente al Monoteísmo, al considerar al Principio del Bien como Único Dios, al que llamaban Ahura Mazda u Ormuz, y que creían que retribuirá a los humanos con una Felicidad o un Infierno eternos, según hubiera sido su vida mortal. Generalmente, los seguidores de Zoroastro, llamados parsis, tenían un elevado sentido ascético y moral, aunque lógicamente no llegaran al nivel del Cristianismo, doctrina de origen no humano, sino Divino.
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conservada desde la época de la deportación. Es asombroso cómo decidieron iniciar su camino hacia Palestina, un larguísimo viaje con los medios de entonces. Dedujeron que “el Rey de los judíos” habría nacido en Israel; pero ¿dónde? Se dirigieron a la capital, a Jerusalén, convencidos de que allí podrían ser informados. Indudablemente, el nacimiento de tal Rey debía haber sido un gran acontecimiento social. ¿Dónde está el Rey?, preguntan al llegar a Jerusalén. Y los dirigen al palacio de Herodes el Grande. Pero este Rey de los judíos no ha nacido en el palacio de Herodes. Éste, más supersticioso que religioso, se turba ante las indagaciones de estos extranjeros: “Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén”. (San Mateo 2, 3). Jerusalén entera tiene experiencia de las medidas sanguinarias de Herodes cuando ha creído amenazado su trono, no perdonando ni a sus familiares más íntimos: Ha matado ya a la mayoría de sus diez mujeres y a varios de sus hijos. Por esto toda Jerusalén se turbó al turbarse Herodes (46). Herodes actúa astutamente: “Y reuniendo —Herodes— a todos los príncipes (es decir, jefes) de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les interrogaba dónde había de nacer el Mesías”. (San Mateo 2, 4). Y éstos no desprecian un indicio realmente difícil, que encuentran en Miqueas 5, 2, uno de los profetas llamados menores: “En Belén de Judá, le dijeron, pues así está escrito por medio del Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel. Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, se 46
Conocemos el reinado de Herodes el Grande a través del historiador Flavio Josefo.
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informó cuidadosamente por ellos del tiempo en que había aparecido la estrella; y les envió a Belén, diciéndoles: id e informaos bien acerca del niño; y cuando lo encontréis avisadme, para ir yo también a adorarle”. (San Mateo 2, 5-8). Es sorprendente el comportamiento de Herodes y sus consejeros. Ellos conocen la Revelación y saben localizar al Mesías a través de ella. Pero renuncian a este conocimiento para no reverenciarle. Herodes, incluso, trata de hacer uso de la Revelación para destruir a su Autor. Es un comportamiento chocante; pero ¡cuántas veces actuamos así! En todo pecado se hace uso de un beneficio de la Creación, para agraviar al Creador. Por el contrario, los Magos nos dan ejemplo cuando pierden la estrella. No siempre tuvieron claramente señalado el camino. Pero ya habían tenido un conocimiento cierto de su vocación, y cuando perdieron de vista su guía no desesperaron. No pensaron que todo había sido una ilusión, o desecharon este pensamiento. Agotan los medios para reencontrar el camino y la “estrella” aparece de nuevo: “Ellos, después de oír al rey, se pusieron en marcha. Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: Oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino”. (San Mateo 2, 9-12). Ya no es la profecía de Simeón. Ahora María contacta en persona con estos gentiles llamados por Dios, y que han mostrado una enorme fidelidad a Su llamada. Han venido de muy lejos, abandonando una vida cómoda y un alto prestigio social, para llevar a cabo un incómodo viaje, siguiendo unos indicios que a nosotros, demasiado pegados al suelo, se nos antojan desproporcionadamente pequeños. Estos gentiles han adorado a Jesús, son los primeros humanos que lo hacen, después de María y José. Ellos han comprendido la verdad sobre el Mesías, y le han llevado oro como 61
rey, incienso como Dios, y mirra como hombre. Y no les ha escandalizado Su manifiesta pobreza material. Sin duda, María —San Mateo no cita a San José, podía estar ausente— conversó con los Magos, y se enteró por ellos de los detalles del viaje que conocemos. Por aquellos tiempos el griego, idioma oficial del Imperio Romano (47), era una lengua conocida en todo el mundo considerado civilizado, por supuesto en Israel como perteneciente al citado Imperio, y entre los estamentos social y culturalmente elevados de Persia, a los que los Magos pertenecían. La Adoración de los Magos se celebra el día 6 de enero, en la fiesta llamada Epifanía o Manifestación, pues se celebra la Manifestación de Jesús a los gentiles. Dios ha cuidado a Israel, su pueblo escogido, y le ha dado una Revelación Oficial de valor Universal; pero no olvidó a los gentiles, la mayoría de la Humanidad, también hijos suyos, a los que se manifestó, cuando fue necesario, mediante Revelaciones Particulares. La Santa Iglesia católica canta esto en el himno “Dies irae dies ille”, citando “Teste David cum Sibilla”, el testimonio de David, (como representante de la Revelación Oficial, recogida en las Sagradas Escrituras), con el de la Sibila (representante de los oráculos paganos).
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Aunque el latín era el idioma original en Roma, cuando sus ejércitos invadieron Grecia quedaron tan cautivados por su civilización, que trataron de adoptarla en casi su totalidad, incluida su lengua, que la convirtieron en idioma oficial del Imperio, especialmente de su parte Oriental, que ya había recibido importantes influencias de los griegos, a partir de Alejandro Magno. Obsérvese que “el libro de los Macabeos”, último del Antiguo Testamento, se escribe en griego, y que una comisión de sabios israelitas realiza, por la misma época, una traducción oficial del resto de los libros inspirados al griego, que se la conocerá como “De los Setenta” y tiene reconocimiento canónico en la Iglesia Católica. Mientras tanto, se hacían grandes esfuerzos para introducir la lengua griega en el Imperio Occidental y en la propia Roma, donde se consideraba un signo de distinción el disponer de un esclavo griego, que acostumbraba a gozar de un cómodo estatus, dedicado a enseñar su preciado idioma a toda la familia.
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En las Islas Baleares, en el Oficio de Medianoche del día de Navidad, se rinde un curioso homenaje al papel de instrumentos de Dios, de algunos oráculos paganos anunciadores de la venida del Redentor, mediante “El canto de la Sibila”, entonado habitualmente por una muchacha joven, vestida con una túnica y armada con una espada que mantiene en alto. Sube las gradas del altar precediendo al celebrante y canta desde el ambón (48) antes de iniciarse el Santo Sacrificio. Esta visita de los Magos, pienso que será muy útil a María y José en su próxima estancia en Egipto. Se desconoce el número de magos que integró esta expedición a Belén y, por tanto, sus nombres. Sin embargo, la piedad popular les fue asignando los de Melchor, Gaspar y Baltasar, y con ellos son venerados en el Canon de los Santos. Evidentemente, cuáles fueron sus nombres reales, es lo menos importante.
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Lugar de lectura, sobre las gradas del altar.
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CAPÍTULO VIII
EL EXILIO EN EGIPTO
Herodes esperaba que su “nueva amenaza” sería una presa fácil; pero Dios siempre “puede más” El aviso en sueños a los Magos les evita complicaciones y permite un margen de tiempo a María y a José para evadirse con Jesús. Dios no quiere forzar la Naturaleza. Su comunicación con las criaturas no está contra ella, no es más que la oración, la charla amorosa entre el Creador y los seres dotados de libertad e inteligencia. Y así, de la misma manera, “Después que se marcharon —los Magos—, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí estuvo hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta ( 49): De Egipto llamé a mi hijo”. (San Mateo 2, 13-15). Es José, como cabeza de familia, quien recibe directamente la comunicación del Señor y obedece con prontitud, como siempre, y de manera eficaz. José no pone inconvenientes, no pide al ángel que defienda su familia y sobre todo al Mesías Hijo de Dios. No alega que el propio Niño es Todopoderoso.... María obedece a José. Preparan lo que piensan imprescindible para el largo y duro viaje, y cogiendo al Niño, que se 49
Oseas 11, 1.
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deja llevar como un niño normal de su edad, salen de noche de Belén, con todas las precauciones humanas. La circunstancia que anota el evangelista de salir de noche, nos hace pensar que realizaron el viaje sin unirse a caravana alguna, ni dirigirse a un puerto en busca de una hipotética nave con destino a Egipto, lo cual les hubiera hecho demasiado sospechosos ante las órdenes de Herodes. Queda pues que la huida, al menos en una gran parte, la efectuaron por el desierto, ocultándose y montando guardias al principio, en una marcha al límite de la resistencia humana, administrándose el agua y aprovechando los alimentos que pudiera ofrecerles el terreno, langostas silvestres y alguna alimaña que cazaran. A todo esto hay que añadir que María y José llevaban a Jesús Niño, que suponemos de un año de edad aproximadamente, a juzgar por la continuación del texto de San Mateo: “Entonces Herodes, al ver que los Magos le habían engañado, se irritó en extremo, y mandó matar a todos los niños que había en Belén y toda su comarca, de dos años para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había averiguado de los Magos”. (San Mateo 2, 16). Con esta edad, y según las costumbres de la época, Jesús estaría todavía en período de lactancia, lo que supondría un inconveniente añadido para sus padres. Desgraciadamente, la “hazaña” de Herodes no fue un caso aislado en la Historia: se repite de una forma terroríficamente generalizada en este “light” final de siglo XX e inicio del XXI: Mientras es abolida la pena de muerte aplicable a sádicos, terroristas y traidores y se prohíbe fumar tabaco como si fuera un atentado contra la sociedad, los estados facilitan y cooperan en matar niños no nacidos, los más débiles e indefensos seres humanos, como medio de casi todos los gobiernos para mantenerse en el poder, y para evitarse la asistencia a madres e hijos con problemas. Como ya se ha anticipado, este viaje nos demuestra las 65
excepcionales condiciones físicas de María y de José, desechando, desde luego, la idea de un José anciano y caduco al desposar a la Santísima Virgen. Pasado el desierto, el Nilo sería instrumento de recuperación para ellos. En su ribera encontrarían comida abundante y por fin agua, agua para beber —estarían al borde de la deshidratación—, y para lavarse y refrescarse, cosa que no habrían podido hacer, seguramente, en toda la travesía. Egipto era una nación que había contado con una antiquísima y elevada civilización en cuanto a la técnica y las ciencias experimentales, tales como la medicina. También religiosamente habían pasado por un nivel bastante elevado, creyendo, desde muy antiguo, en una vida tras la muerte, en la que cada persona sería retribuida según sus obras. Y en tiempos del faraón Amenofis IV, que tomó el nombre de Akhenatón, y de su esposa Nefertiti —de la que se conserva un bello y famoso busto—, e impulsado por éstos, se dio culto a un Dios Único, que llamaron Atón y simbolizaron con el sol en su máximo esplendor. Tras varias vicisitudes, el culto monoteísta se sublimó más en Phtá, Dios Único Creador desde la nada, concepto tan elevado que no alcanzó ni Aristóteles (50). Como dato curioso, esta doctrina fue recogida por el compositor G. Verdi, quien en su ópera “Aida” hace al general egipcio Radamés, enamorado de la negra prisionera etíope, invocar, en el segundo cuadro del primer acto: “Inmenso Phtá, Tú que de la nada has sacado el mundo, nosotros te invocamos” (51). 50
Filósofo griego anterior a Jesucristo, de pensamiento tan penetrante y tan alta doctrina, que fue muy utilizado por Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, para componer su “Summa Teologica”, de pleno vigor en la actualidad. 51 “Inmenso Phtá, Tu che dall nulla
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No obstante, Egipto cayó en la decadencia y fue invadido, en el año 332 antes de Jesucristo, por Alejandro Magno, cuyo general Lagos fundó la dinastía de los Lágidas. Alejandro Magno introdujo en Egipto la civilización griega, esplendor de la Antigüedad, especialmente en la ciudad por él fundada y constituida en nueva capital, Alejandría; pero con esta civilización llegó el politeísmo teórico y el agnosticismo y ateísmo prácticos. Luego sería conquistado por Roma, por el que sería emperador Octavio Augusto, provocando la caída y muerte de la reina Cleopatra y haciendo asesinar a su hijo Cesarión, últimos vástagos de los Lágidas. Es a este Egipto de civilización brillante, acusadamente helenizado y religiosamente decadente, al que llegan Jesús, María y José, como una humilde familia emigrada de su nación. Existían comunidades judías que vivían bastante independientes de sus conciudadanos paganos para evitar la “contaminación religiosa”. Sin embargo, no es seguro que la Sagrada Familia se integrara en ninguna de ellas. Por un lado porque podían ser descubiertos por cualquier agente o simpatizante de Herodes. Por otro, ya sabían que los gentiles no eran seres impuros, sino personas llamadas a la salvación, igual que los judíos. Así se lo había declarado Simeón en el Templo, y así lo habían visto claramente en la adoración de los Magos. Y María empezaría a ver a todos aquellos paganos, despreciados y odiados por los demás hebreos, como personas tan ligadas a su Hijo, de quien tenían que recibir la salvación, que ya los empezaría a considerar como hijos también. Hasta a los ancianos que la quintuplicaran en edad. Como ya se ha comentado, la Sagrada Familia no debió tener problemas de idioma en Egipto. Tanto en Egipto como en Israel se utilizaba el griego como lengua oficial. Los israelitas usaban tres lenguas como mínimo: el antiguo hai tratto il mondo, noi t’invochiamo”.
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hebreo como lengua litúrgica, el arameo.- derivado del hebreo -, como lengua familiar, y el griego como lengua oficial en la vida civil. De las tres lenguas, la menos conocida era, habitualmente, el hebreo. Muestra de la soltura con que los israelitas utilizaban este idioma es todo el Nuevo Testamento, escrito en griego a excepción del Evangelio de San Mateo, cuyo original parece que lo escribió en arameo. El griego fue la lengua litúrgica de los primeros tiempos del cristianismo hasta ser desplazado, en la parte Occidental del Imperio Romano, por el latín, que por su mayor sencillez se había impuesto entre el pueblo llano. Ya en el siglo V, San Jerónimo acomete la empresa de traducir todas las Sagradas Escrituras al latín, traducción que tomará el nombre de “Vulgata”, por efectuarse pensando en la divulgación de los textos sagrados. En el equipaje, necesariamente reducido al mínimo por razones de ligereza, seguramente incluyeron las herramientas fundamentales de San José, que además de servir para reiniciar su trabajo en Egipto, podían tener una importante utilidad como armas en el desierto. El oro de los Magos, aunque seguramente constituiría una cantidad simbólica, les pudo servir para los primeros gastos, entre los que se encontraría el adquirir ropa egipcia, pues las vestiduras utilizadas en el duro viaje estarían inservibles. Asimismo, la indumentaria a la usanza egipcia les serviría también para reducir el peligro de ser inoportunamente identificados por algún compatriota partidario de Herodes. En el viaje a Egipto, contra lo que afirman los Evangelios Apócrifos, no hubo prodigios, pues si bien durante el Éxodo el pueblo israelita recibió socorros extraordinarios a causa de su debilidad, Jesús nunca hizo milagros en provecho propio. Si años después resistió la tentación de convertir las piedras en pan, (Confrontar San Mateo 4, 1-4), para mitigar su hambre, y además el diablo le tentaba precisamente para salir de su perplejidad, por no haberle visto realizar todavía un acto milagroso, no tiene sentido 68
que echara mano de “milagrería” en aquella situación. Tal vez contrastó la dureza de la huida con una vida apacible en Egipto. “Sólo en su patria y en su casa es menospreciado el profeta” dijo Jesús. (San Mateo 13, 57). Esta estancia en Egipto, la profecía de Simeón, la visita de los Magos....contribuirían a una característica que creo importante y desatendida de la personalidad de la Virgen en su vida mortal: su carácter cosmopolita. Pienso que, aún antes de su glorificación, María fue una mujer desenvuelta y con una amplia visión del mundo. Con una desenvoltura fruto de su pureza y su unión con Dios, y un cosmopolitismo fruto del amor a toda Su Creación, ayudado, en el plano natural, por sus viajes inhabituales entre la mayoría de sus compatriotas. Y demos gracias por ello al Señor. Este carácter de su vida terrena prefiguraba su actual Vida Gloriosa, habida cuenta, una vez más, que “La Gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”. ¿Cómo podríamos acudir con nuestros problemas y nuestras miserias, a quien se hubiera encastillado en unas estrechas circunstancias?
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CAPÍTULO IX
LA VUELTA DEL EXILIO
Herodes el Grande no sobrevivió mucho tiempo a su inicua orden contra el Mesías. Este rey, procedente de Idumea, tras una penosa enfermedad, falleció algunos meses después de la ejecución de los niños, llamados Santos Inocentes, quienes dieron testimonio de Jesús mediante el llamado “bautismo de sangre”, que les abrió de par en par las puertas del Cielo en cuanto fue consumada nuestra Redención, razón por la que se les reconoce como santos. De nuevo San José recibe el aviso del ángel, en sueños como siempre, y de nuevo da muestra de su docilidad: “Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel; pues han muerto ya los que atentaban contra la vida del niño. Levantándose, tomó al niño y a su madre y vino a la tierra de Israel”. (San Mateo 2, 19-21). José va a dejar Egipto de modo definitivo, y profesionalmente va a tener que empezar una vez más. Pero no se entretiene en largos preparativos: Se levanta y parte. Tampoco María pide explicaciones. No debe tener aún los veinte años; pero su joven personalidad se ha forjado y robustecido todavía más con las fuertes experiencias vividas. Es consciente de su dignidad de Madre de Dios pero obedece a José. Conoce perfectamente el valor de la obediencia, José es el cabeza de familia y por esto es él quien recibe las instrucciones para el gobierno familiar, como expresión de su gracia de estado. Como 70
María trató directamente con el Arcángel San Gabriel en lo tocante a lo que debía ser su decisión personal: la decisión más importante que ha debido tomar un ser finito, ángel o humano, en toda la historia de la Creación. Tampoco hay que pensar que José actuaba a ciegas: “Pero oyendo que Arquelao había sucedido a su padre Herodes en el trono de Judea, temió ir allí; y avisado en sueños marchó a la región de Galilea. Y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por medio de los Profetas: Será llamado nazareno”. (San Mateo 2, 22-23). La obediencia de José es rendida; pero inteligente. Conociendo el plan de Dios sobre él, no desecha su propia responsabilidad. Usa todos los medios humanos a su alcance para cumplirlo mejor. No espera excusarse con un “Señor, Tú me dijiste que viniera a Israel”. Se entera de la situación: Arquelao sigue la escuela de su padre; pero sólo gobierna en la región de Judea. Por esto decide volver a Nazaret, en la región de Galilea, donde ya habían vivido y donde esperan encontrar parientes y amigos, y antiguos clientes con los que reemprender una vez más los trabajos de carpintería y herrería, y quizás otros trabajos retribuidos que realizara la Santísima Virgen, viviendo eminentemente la virtud de la laboriosidad, pudiendo contribuir a la economía doméstica y a la ayuda a terceros. A diferencia de la huida, lo más probable es que el viaje de vuelta lo efectuaran por mar, dado que éste era el modo normal de viajar entre Egipto e Israel, y ya no tenían necesidad de ocultarse. Pudieron embarcar en el importante puerto de Alejandría para arribar a Cesarea Marítima, o incluso a Tiro, puerto sirio relativamente próximo a Nazaret, y de importante actividad comercial. Desde la vuelta a Israel hasta el inicio de la vida pública de Jesús, sólo tenemos noticias directas por San Lucas, quien nos da un resumen general de este tiempo, expresando una sublime normalidad: “El Niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de Sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él”. (San Lucas 2, 40). 71
Y sigue: “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua”. (San Lucas 2, 41). Así pues, aunque María y José saben que Jesús es Dios, no se consideran “por encima” de las prácticas de piedad, sino que las siguen hasta en los detalles más materiales, no considerándose excluidos de los preceptos religiosos para Israel. Saben que deben cumplir con Jesús como hijo, que la mayor reverencia que pueden tener con Él es tratarle con la mayor naturalidad posible, y para reverenciarlo como Dios, cuentan con la Ley recibida por todo el Pueblo Escogido. A partir del versículo anterior, San Lucas nos cuenta el incidente ocurrido, llevando a Jesús, en este peregrinaje: “Y cuando —Jesús— tuvo doce años (52), subieron a Jerusalén a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo advirtieran sus padres (53). Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino y lo buscaban entre los parientes y conocidos, y como no lo encontrasen, retornaron a Jerusalén en busca suya. Y ocurrió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles (54). 52
A partir de los doce años, era cuando los varones israelitas estaban obligados a peregrinar a Jerusalén. 53 Durante el día los adultos caminaban formando un grupo de varones y otro de mujeres; pero los niños correteaban entre ambos grupos. Así María pensó que Jesús iba con José, y José que Jesús iba con María, motivo por el que no le echaron en falta hasta la noche, en que se reunían las familias. Dado que Jesús daba muestras de responsabilidad manifiesta, sus padres debían permitirle bastante libertad. 54 Los doctores de la ley impartían sus enseñanzas a los muchachos en el recinto del Templo de Jerusalén. Sentados en estrados, los muchachos se sentaban en el suelo, al modo oriental, formando corro, y la clase transcurría de forma dialogada. Jesús efectuaría preguntas y daría respuestas a los doctores, tal como lo hacían los demás niños; pero destacaría por su inteligencia natural y adquirida —pues su Sabiduría Divina no se manifestó de golpe sino de modo gradual, ajustándose a sus circunstancias humanas— y porque, a través de ellas, Dios empezaría a preparar a aquellos hombres antes de la Vida pública. Pienso que probablemente Jesús preguntara a los
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Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo tu padre y yo, angustiados, te buscábamos. Y él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les dijo”. (San Lucas 2, 42-50). En este pasaje, que se considera en el 5º Misterio de Gozo del Santo Rosario, vemos cómo la Virgen y San José buscan y encuentran a Jesús. La Virgen nunca perdió a Jesús por el pecado; pero vivió nuestra experiencia al perderlo físicamente. Y nos dio ejemplo de cómo buscarlo, día y noche, como ocupación primordial. Y se nos ofrece para ayudarnos a encontrarlo, cuando lo perdemos nosotros. Aunque hayamos dejado pasar el tiempo sin hacerlo, por no estar en ello: “Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino”. María y José encuentran a Jesús en el Templo y se lo llevan consigo. Si nosotros perdemos a Jesús lo encontraremos en la Confesión Sacramental, para que luego lo llevemos con nosotros a todas partes. Jesús también nos da ejemplo de cómo el seguir la Voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros, tiene prioridad absoluta, aunque tropiece con la incomprensión hasta de los más allegados. “Pero ellos no comprendieron lo que les dijo”. María y José son criaturas excelsas; pero criaturas. Por esto no poseen la Sabiduría total, propia sólo de Dios. Y es más, su sabiduría también es prestada, don de Dios, como la nuestra. Pero aunque no comprendan, no se rebelan contra la Voluntad de Dios, para darnos ejemplo también en esto. Y en humildad una vez más, para que nunca confiemos en nuestras propias fuerzas. Como final del incidente, San Lucas escribe: “Y bajó —Jesús — con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres”. doctores, por la relación entre el esperado Mesías y el “Varón de Dolores” ya citado.
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(San Lucas 2, 51 -52). Jesús, siendo Dios, estaba sujeto a sus padres que eran simples criaturas. Y éste es el resumen de su vida antes de los tres únicos años de actuación pública, junto con el de su crecimiento integral, que el evangelista nos repite doce versículos después de haberlo escrito por primera vez. María y José mantienen a Jesús bajo su obediencia, y tratan de educarle como a un niño y luego como a un adolescente normal, a lo cual Jesús responde perfectamente, actuando como niño, como adolescente luego, y como joven maduro después. “Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón”. María aprovecha al máximo su convivencia con Jesús. Le trata como madre que es; pero procura aprender como criatura ante su Creador. Procura aprender de Jesús, de todos, de todo. Por esto reflexiona sobre lo que ocurre, especialmente sobre los hechos que se refieren a Jesús principalmente. Esta reflexión es meditación, porque no es sobre su “yo”, sino sobre “Jesús, los demás, yo”. Es la actitud de la persona contemplativa, que precisamente por serlo no puede ser una persona encerrada en sí misma. Se habla de “la vida contemplativa” como algo próximo al “dolce far niente” (55); pero es un completo error. Si revisamos la vida de grandes contemplativos como el Santo rey David, San Pablo, Santa Catalina de Siena, Santa Juana de Arco, Santa Teresa de Jesús, San Josemaría Escrivá, etc., vemos que han sido personas de actividad increíble. Y todo sin rarezas. Tanto es así, que cuando Jesús vuelva a Nazaret durante su vida pública, sus vecinos dirán: “¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos ( 56) Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene a éste todo esto?”. (San 55
Expresión italiana: “Dulce inactividad”. Ya se ha comentado la ambigüedad de la palabra “hermano” entree los israelitas de entonces, que podía significar primo cercano, cuñado, etc. En este caso sería “primos” y “primas”, en el lenguaje occidental actual. 56
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Mateo 13, 54-56).
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CAPÍTULO X
EL BAUTISMO DE JESÚS
Tras ayudar a San José, y sucederle luego en sus trabajos como artesano, Jesús deja el taller familiar. Seguramente se ha ocupado de formar profesionalmente a alguien, para no dejar desasistidos a los clientes, pues San José habría fallecido haría ya un cierto tiempo, como se argumentará en el próximo capítulo. Debe correr el año 28 de nuestra era, según historiadores fidedignos (57), y Jesús habrá superado holgadamente la treintena en su edad. Jesús, seguramente, se despide de su Madre, que no habrá cumplido aún los cincuenta años y prácticamente estará en plenitud de facultades, incluso para mantenerse a sí misma. Se seguirán viendo; pero Jesús sale del ámbito familiar y vecinal. Hoy diríamos que se independiza. Todavía coincidirán pronto en la celebración de las bodas de Caná. La siguiente ausencia física deberá ser superior: los cuarenta días de ayuno en el desierto. María sabe la trascendencia de esta separación. Jesús va a iniciar su Vida Pública y Ella es consciente de lo que esto supone: 57
Por ejemplo, Francisco Fernández Carvajal. El desfase entre el año de nuestra era y la edad de Jesús, se debe al error de datación de Dionisio “el Exiguo”, que fue quien introdujo nuestro actual sistema cronológico, tratando de ajustar su origen al Nacimiento de Jesús. Lo tardío de la datación, lo complicado del sistema vigente hasta entonces y los pocos medios con que contó Dionisio, hacen perfectamente excusable su error. Las dataciones actualmente más fiables, se basan en la fecha asignada por el historiador Flavio Josefo a la muerte de Herodes el Grande, que necesariamente tuvo que ocurrir después del Nacimiento de Jesús, seguramente unos dos años después.
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además de un alejamiento material, Jesús se dirige a su cruento Sacrificio Personal. La trágica profecía del anciano Simeón, cuando la Presentación del Niño en el Templo, está próxima a su cumplimiento. También las profecías sobre el “Varón de Dolores”. A María se le rompe el corazón; pero sabe que este paso es necesario para nosotros, y además identifica su voluntad con la de su Hijo, que a su vez la ha identificado con la de su Padre Celestial. “Hágase tu Voluntad”, rezamos en el Padrenuestro, “Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea tal como yo quiero, sino como quieres tú” (San Mateo 26, 39), orará Jesús en Getsemaní en la víspera de su Pasión. Ésta era también, sin duda, la disposición de la Santísima Virgen. Jesús iniciará su Vida Pública haciéndose bautizar por Juan el Bautista. Confirmará así la validez de la predicación de su Predecesor y dará ejemplo de penitencia, a pesar de no necesitarla. El Bautismo de Jesús constituirá una introducción solemne a su predicación. Supondrá una nueva Epifanía o Manifestación de su carácter mesiánico, la más pública. Anteriores epifanías fueron: El anuncio de los ángeles del Nacimiento del Señor, a los pastores judíos, y la visita de los Magos de Oriente. El Bautismo de Jesús es narrado por San Mateo, por San Marcos, San Lucas e indirectamente por San Juan, y ninguno menciona que el Señor fuera acompañado por su Madre, aunque esto no sea totalmente desechable. Siendo todos los relatos bastante similares, usamos el de San Mateo. Este evangelista empieza por explicarnos la actividad del Bautista, actuando como Precursor de Jesucristo: “En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo: —Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos. Éste es aquel de quien habló el profeta Isaías diciendo: Voz del que clama en el desierto: “Preparad el camino del Señor, 77
haced rectas sus sendas”. Llevaba Juan una vestidura de pelo de camello con un ceñidor de cuero a la cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre. Entonces acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la comarca del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Al ver que venían a su bautismo muchos fariseos y saduceos (58), les dijo: —Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que va a venir? Dad, por tanto un fruto digno de penitencia, y no os justifiquéis interiormente pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”. Porque os aseguro que Dios puede hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán. Ya está el hacha puesta junto a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Yo os bautizo con agua para la conversión, pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego. Él tiene en su mano el bieldo y limpiará su era, y recogerá su trigo en el granero; en cambio, quemará la paja con un fuego que no se apaga”. (San Mateo 3, 1-12). Y continúa con el relato del propio Bautismo del Señor: “Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. Pero éste se resistía diciendo: —Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí? Jesús le respondió: —Déjame ahora, así es como debemos cumplir nosotros toda justicia. Entonces Juan se lo permitió. Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo: 58
Se refiere a los “oficialmente buenos”. Dios no soporta la hipocresía, y Juan habla, como profeta, en Su Nombre.
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—Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido”. (San Mateo 3, 13-17). Confrontar también San Marcos 1, 1-11 y San Lucas 3, 1-22, que hace el relato más largo. San Juan cuenta el Bautismo de Jesús como ocurrido antes de llamar a los primeros discípulos: “Al día siguiente (Juan) vio a Jesús venir hacia él y dijo: —Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Éste es de quien yo dije: “Después de mí viene un hombre que ha sido antepuesto a mí, porque existía antes que yo ( 59)”. Yo no le conocía (60), pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: —He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: “Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo”. Y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. Al día siguiente estaban allí de nuevo Juan y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: —Éste es el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: —¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: —Rabbí —que significa: “Maestro”—, ¿dónde vives? Les respondió: —Venid y veréis. Fueron y vieron donde vivía, y se quedaron con él aquel día. 59
Referencia a la eternidad de la Persona de Jesús, Segunda de la Santísima Trinidad. 60 Juan, que conocía a Jesús como pariente, no lo había conocido, todavía, como Dios.
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Era más o menos la hora décima (61)”. (San Juan 1, 35-39). Ha sido la llamada de Jesús a sus dos primeros discípulos, a Andrés y seguramente al propio Juan el Evangelista, que recuerda el hecho con todo detalle. A continuación, Andrés llamará a su hermano Simón, luego San Pedro. Y un día después, Jesús llamará personalmente a Felipe, y éste le presentará a su vecino Natanael. (Confrontar San Juan 1, 40-51). Todos ellos fueron los primeros seguidores de Jesús, que luego formarían parte del Colegio Apostólico. El contenido de este capítulo, se considera en el Primero de los Misterios de Luz del Santo Rosario.
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Como las cuatro o cinco de la tarde.
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CAPÍTULO XI
LA VIDA SOCIAL
El “apartamiento del mundo” es muy bueno para las personas que han sido llamadas a ello por Dios; pero no es necesariamente lo mejor para todas. Así podemos leer cómo Jesús, en su llamada oración sacerdotal, dice a sus discípulos: “Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo como yo no soy del mundo. No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno”. (San Juan 17, 14-15). Estas palabras de Jesús nos hacen distinguir dos ideas bien diferenciadas: “estar en” y “pertenecer a”. El discípulo de Jesús, el cristiano, está naturalmente en el mundo, en la Creación, que ya sabemos que Dios calificó de “buena”, y no tiene por qué temerla o eludirla. El cristiano puede estar en el mundo, y estar a gusto en él. Es más, debe estar a gusto en él. Jesús había dicho a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (San Juan 3, 1617). Pero el cristiano “no pertenece” al mundo, sino sólo al Creador. En cuanto el cristiano se deja poseer por el mundo, está actuando injustamente. La Creación es buena objetivamente; pero la hacemos mala al situarla en el lugar de Dios. Un ejemplo práctico muy claro es la llamada “moral de situación”, en que el criterio de lo bueno o lo malo estaría 81
determinado, según las épocas y las situaciones, por la voluntad de las mayorías. “Pertenece al mundo”, es poseído por el mundo, aquél que abandonando a su legítima esposa, —o aquélla que abandonando a su legítimo marido— pretende justificarse ante la sociedad contrayendo matrimonio civil o falsificando testimonios en un proceso de anulación, para simular un matrimonio canónico válido (62); “pertenece al mundo” aquél o aquélla que efectúa negocios fraudulentos o abusivos, “porque todos lo hacen”; “pertenece al mundo” aquél o aquélla que se jacta de conductas inmorales, aunque no las haya seguido; “pertenece al mundo” aquél o aquélla que se avergüenza de actuar o pensar con rectitud. La Santísima Virgen no recibió la vocación de apartamiento del mundo, o mejor podríamos decir que recibió la vocación de estar en el mundo, en el pleno meollo de la sociedad. María creció en su inmensa santidad viviendo su matrimonio —con las peculiares condiciones acordadas con su santo esposo— como madre de familia, con su posible trabajo profesional ( 63) y con su vida social. Jesús dijo en cierta ocasión: 62
El obtener la nulidad formal de un matrimonio legítimo, gracias a la falsificación de testimonios o pruebas, supone un gravísimo pecado, no altera la existencia ante Dios del matrimonio supuestamente anulado, y supondría un enorme agravante de los adulterios causados por una unión posterior disfrazada de matrimonio canónico. El fingimiento, que no podría ser otra cosa, de un matrimonio canónico posterior, haría que la propia ceremonia del enlace constituyera un gravísimo pecado de sacrilegio. 63 Como se ha escrito en el capítulo anterior, cuando Jesús inició su vida pública, María ya sería probablemente viuda, según se comentará poco más adelante, no habría llegado a los cincuenta años de edad y estaría en plenitud de vida. En tal situación, y por lo menos hasta ser encomendada a San Juan Evangelista, viviendo las virtudes de la laboriosidad y de la justicia como vivía todas las demás, supongo que atendería a sus necesidades personales —y a las de terceros— utilizando sus facultades en trabajos remunerados que, en sus circunstancias, podrían ser hilar, tejer, lavar...
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“¿Con quién voy a comparar esta generación? Se parece a niños sentados en las plazas que gritando a sus compañeros, dicen: Os hemos cantado al son de la flauta y no habéis bailado; os hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado. Porque ha venido Juan que no come ni bebe y dicen: tiene demonio. Ha venido el Hijo del Hombre que come y bebe y dicen: mirad un hombre comedor y bebedor, amigo de publicanos y pecadores. Pero la sabiduría se acredita en sus propios hijos”. (San Mateo 11, 16-19). Y lo mismo que aquí Jesús se aplica a sí mismo, es seguramente aplicable a su Santísima Madre. Esto no supone un menosprecio para San Juan Bautista y los que siguen un camino de apartamiento: sus testimonios también son convenientes y necesarios, para provocar la santidad en el mayor número posible de personas. Que María vivió plenamente en el mundo, evidentemente sin “pertenecer” a él, integrada plenamente en la vida social, San Juan nos lo testifica muy explícitamente: “Al tercer día —de unirse a Jesús sus primeros discípulos - se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos”. (San Juan 2, 1 -2). Caná de Galilea parece que se puede identificar con Kef Kenna, a unos 7 Km de Nazaret. No es una invitación por compromiso, pues 7 Km eran suficientes para que una boda pudiera pasar casi desapercibida. Jesús y María son invitados porque existe una buena amistad humana entre ellos y los contrayentes, aún con una distancia que requería más de una hora de camino a pie. Como anticipaba, se supone que San José ya habría fallecido, pues no se explica de otro modo que no sea citado entre los asistentes. Pero Jesús —del que los evangelistas testifican sus lágrimas
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por Lázaro (64)— y María no se refugian en su dolor, y siguen la vida con todas sus consecuencias. En aquellos tiempos, en Israel, la celebración de unas bodas duraba varios días y podía adquirir un carácter tumultuoso, habiendo la costumbre de dedicar una sala para los varones y otra para las mujeres. San Juan sigue en su narración: “Y, como faltara el vino, la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. Dijo su Madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga”. (San Juan 2, 3-5). No sabemos cuánto ha durado ya la fiesta; pero los invitados están allí, falta vino y el nuevo matrimonio se va a encontrar en una situación socialmente desairada. María está participando en la celebración: con su “jucunditas”, su alegría, ríe y canta y trata de comunicar su felicidad a las demás mujeres. Israel ha tenido heroínas famosas y hasta una juez de gran prestigio, Débora, como los jueces Gedeón, Sansón, Samuel, etc.; sin embargo, de hecho, en aquella época la situación del sexo femenino era bastante dura. María, la llena de gracia, tiene espíritu de servicio y es muy lista. Por esto se percata muy pronto de que el vino se está terminando, y piensa que ni Ella ni Jesús pueden observar este hecho con indiferencia. Por tanto abandona discretamente la estancia de las mujeres, y entra decididamente donde se encuentran los varones. Seguramente los invitados se sorprenden ante esta actuación inhabitual; pero no hacen comentarios. María todavía no sabe qué medida tomar. Simplemente expresa la situación a su Hijo. Es una verdadera oración y nos 64
“Jesús, cuando la vio llorando —a la hermana de Lázaro - y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció en su interior, se conmovió y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Le contestaron: Señor, ven y lo verás. Jesús comenzó a llorar. Decían entonces los judíos: mirad cómo le amaba”. (San Juan 11, 33-36).
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enseña a orar. La exposición no puede ser más sencilla: “No tienen vino”. Es de destacar la palabra “Mujer” que Cristo emplea para dirigirse a su Madre. Aquí como en otra ocasión, solemnísima, en la Cruz. No tiene un sentido despectivo, sino todo lo contrario. Dios da a la mujer una dignidad que no podemos ni imaginar, y María es la mujer por excelencia. Es la mujer perfecta, no sólo en el plano sobrenatural, sino como arquetipo natural, desde su mentalidad y sensibilidad, hasta el más mínimo detalle de su fisiología, hasta su última célula. Las frases de Jesús que siguen en el texto evangélico, parecen desanimantes. Nos hacen rememorar la fuerte respuesta de Jesús a una mujer siro-fenicia, que podemos leer en San Mateo 15, 22-28 y en San Marcos 7, 25-30. Si Jesús provocará así la manifestación de la fe de esta mujer gentil, a la que alabará diciendo: “¡Oh mujer, grande es tu fe! (65)”, ahora no sólo pretende manifestar la fe de su Madre, sino también el poder de su petición, que la piedad cristiana llamará “omnipotencia suplicante”. María confía en Jesús, y se dirige a los sirvientes consecuentemente. “Haced lo que él os diga”. Estas palabras tienen oportunidad en el momento y en la situación concreta; pero también una oportunidad universal. Esta frase, dicha con su gracia femenina, nos la dirige a todos, también en estos trances en que hasta la voz de Jesús se nos hace demasiado dura. Seguimos leyendo: “Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con una capacidad de dos o tres metretas (66). Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron. Cuando el 65
Contrasta esta alabanza de Jesús, con la contestación a sus discípulos, no exenta de una cierta ironía: “Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. Respondió el Señor: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este moral: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería”. ¡Todavía carecen de una fe digna de este nombre! 66 Una metreta correspondía a unos 40 litros. En total, pues, serán más de 500 litros de vino.
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maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían, llamó al esposo y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien ( 67), el peor; tú, al contrario, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él”. (San Juan 2, 6-11). Jesús busca la colaboración de los demás hombres. Va a realizar un milagro; pero los frutos de este milagro, especialmente los inmediatos, van a depender de la fidelidad de los servidores. Y los servidores la ponen toda: obedecen y llenan las tinajas hasta los bordes, a pesar de que cuanto más las llenen, más les costará manipularlas. Al peso propio de las tinajas de piedra, que ya es respetable, añaden unos 100 Kg de líquido, y lo hacen generosamente, sin cuquerías. También es de admirar la fidelidad de estos sirvientes cuando llevan las tinajas al maestresala. Ellos no conocen el poder de Jesús, que aún no se ha manifestado, según hemos leído al final de la cita. Y una broma a un superior, en aquella época, podía tener muy graves consecuencias. Cuando el maestresala prueba el vino procedente del agua, queda patente una vez más que los detalles materiales no son despreciables para Dios. Jesús no se limita a convertir el agua en un vino cualquiera; el vino resultante es de excelente calidad. Dios es Señor de lo visible y de lo invisible, del espíritu y de la materia. Notemos también que, si ha faltado vino, no ha sido tanto por una provisión escasa como por un consumo abundante. Las palabras del maestresala nos lo indican, especialmente leyendo la traducción latina tanto en la Vulgata de San Jerónimo, como en la posterior Neovulgata, dando a entender que el vino consumido ya había dado bastante de sí. Sentimos a María en su ambiente, como estuvo en su 67
En la Neovulgata viene: “cum inebriati fuerint”, es decir, “cuando ya se embriagaron”. La Neovulgata es la actual traducción oficial de los textos sagrados al latín.
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ambiente en Egipto y en Nazaret. No se escandaliza por la actuación más o menos correcta de las personas que la rodean. Sabe que los invitados deberían estar serenos; pero comprende que muchos están bebiendo con buena intención, tratando de agasajar a los esposos a su manera, y los mira con cariño. Jesús y María prefieren esta conducta sencilla y espontánea a la hipocresía de los que se creen mejores que los demás. Aunque la espontaneidad tenga sus limitaciones, por supuesto. Dios es Amor, y Jesús y María están por el amor; por el amor humano también, cuando es auténtico (68). Y la conversión del agua en vino no sólo asombró al maestresala, sino a muchos, también hoy, que piensan que el milagro debía haber sido al revés, cambiando el exceso de vino en agua. Pero la Santísima Virgen nunca ha sido una persona taciturna, ni asustadiza, ni estanca, ni distante....Siempre la podemos sentir próxima a nosotros. Provocó un milagro patente, no sólo para que no decayera la fiesta, sino para que superara su simple condición humana, y se sublimase en valores eternos. No olvidemos de pedirle que haga así con todas nuestras cosas, ayudándonos en lo aparentemente más prosaico, especialmente en nuestras celebraciones, para darles un elevado valor sobrenatural. Y para ello tenemos una buena ocasión, al considerar este acontecimiento en el Segundo Misterio de Luz del Santo Rosario.
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Desde luego, un amor auténtico es incompatible con una relación ilícita. Parafraseando la expresión popular, donde hay pecado no hay amor.
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CAPÍTULO XII
EN LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS
Tras relatarnos la conversión del agua en vino, San Juan escribe: “Después de esto bajó —Jesús— con su Madre, sus hermanos y sus discípulos; y permanecieron allí pocos días”. (San Juan 2, 12). Jesús todavía vive físicamente junto a su Madre un pequeño lapso de tiempo. Ya he escrito sobre la poca precisión de la palabra “hermano” en el Próximo Oriente, incluso hoy en día: Puede significar hermanos de sangre, primos y hasta amigos. En el versículo transcrito se excluye la acepción de hermanos de sangre, dado que se opone al contexto del resto de lo escrito por el propio San Juan. Pero, al poco tiempo, Jesús deja la compañía habitual de su Madre, según deducimos del texto: “Después él (Jesús) recorría ciudades y aldeas predicando y anunciando la buena nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios (69); y Juana, mujer de Cusa administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que le asistían con sus bienes”. (San Lucas 8, 1-3). La Santísima Virgen no es citada, lo que parece indicar que 69
La posesión diabólica, en que el diablo domina el cuerpo de una persona dentro de lo que Dios le permite, aunque no su voluntad, no entraña necesariamente culpabilidad por parte de la persona poseída, suponiendo, desde luego, que dicha persona no haya provocado la situación ni directamente, ni por una actuación de riesgo injustificado de llegar a tal situación. Una situación de riesgo justificado puede ser la de la actuación de un exorcista autorizado.
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Jesús se ha separado de su familia de sangre, como exigirá que lo hagan a tantos que le sigan, incluidos los que recorremos el camino del matrimonio, para quienes es de aplicación el mandato del Génesis ratificado explícitamente por Jesús: “Él (Jesús) respondió: ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra, y que dijo: por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne?”. (San Mateo 19, 4-5; Génesis 1, 27 y 2, 24). A María le cuesta alejarse físicamente de Jesús; pero sabe que debe hacerlo, y lo hace. Permanecerá habitualmente en Nazaret, junto con los parientes del pueblo. Es posible que influya en ello el que tenga algún trabajo que afecte a la comunidad vecinal, estando dotada para ello, como evidentemente lo está — llena de gracia sobrenatural y natural— y no debe dejarlo. Y la proximidad espiritual, efectiva, unión, se seguirá robusteciendo sin importar la distancia. En Nazaret, María no dejará de pasar situaciones violentas. Aunque dos parientes próximos, los llamados Santiago el Menor y Judas Tadeo (70) estarán entre los Doce Apóstoles, la mayoría de ellos rechazarán la predicación de Jesús, al menos en un principio, e indudablemente causarán grandes sufrimientos a su Madre con su forma de actuar: “Entonces vienen a casa (Jesús y sus discípulos); y se vuelve a juntar la muchedumbre, de manera que no podían ni siquiera comer. Al enterarse sus parientes fueron a llevárselo, porque decían que había perdido el juicio”. (San Marcos 3, 20-21). 70
Judas Tadeo era probablemente primo hermano de Jesús. Esta cercanía familiar llegó a inquietar a la autoridad romana, que citó a sus descendientes temiendo una posible dinastía rival. Esta inquietud se disipó al comprobar la sencillez y baja condición social de dichos descendientes. El nombre de Santiago es una derivación castellana del nombre de Jacob, convertido en Yago o Tiago. Precisamente por lo habitual de este nombre entre los hebreos, y por esto dos de los Doce Apóstoles lo tienen, los antiguos castellanos añadieron delante el “San” para distinguir a los Jacob cristianos. También el nombre de Judas era muy corriente, especialmente tras la heroica sublevación de Judas Macabeo.
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Y aun así, estos parientes le dirán a la Santísima Virgen, que suponen un mal menor, pues el evangelista continúa: “Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: Tiene a Belcebub y es en virtud del príncipe de los demonios como arroja a los demonios”. (San Marcos 3, 22). Y la situación con los vecinos del pueblo aún llegaría a ser más dura, después de que éstos intentaran linchar a Jesús, defraudados por su predicación: “Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para leer. Entonces le entregaron el libro del profeta Isaías y, abriendo el libro, encontró el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido; me ha enviado para evangelizar a los pobres, para sanar a los contritos de corazón, para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, y para promulgar el año de gracia del Señor y el día de la retribución. Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó. Todos en la sinagoga tenían fijos en él los ojos. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír. Todos daban testimonio a favor de él, y se admiraban de las palabras de gracia que procedían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José? Entonces les dijo: Sin duda me aplicaréis aquel proverbio: Médico, cúrate a ti mismo. Cuanto hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria. Y añadió: En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses se cerró el cielo y hubo gran hambre por toda la tierra; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Muchos leprosos había también en Israel en tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado, sino Naamán el Sirio. Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira, y 90
se levantaron, le echaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, seguía su camino”. (San Lucas 4, 16 -30). A lo largo de la vida pública de Jesús, los Santos Evangelios citan muy pocas veces explícitamente a María. No es necesario. Podemos considerar que la Santísima Virgen podía ser modelo de toda la doctrina de su Hijo. Curiosamente, estas citas siempre parecen negativas para Nuestra Señora. En una de estas pocas citas explícitas, (San Mateo 12,46; San Marcos 3, 31 y San Lucas 8, 19), encontramos a María, junto con un puñado de parientes, tratando de ver a su Hijo. Esta ocasión la aprovecha Jesús para poner de manifiesto la superioridad de los lazos espirituales sobre los materiales: “Aún estaba él (Jesús) hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos estaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces: Mira que tu madre y tus hermanos están fuera intentando hablarte. Pero él, respondiéndole, dijo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Pues todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. (San Mateo 12, 46-50). Estas palabras de Jesús nos indican que María ha alcanzado su excelsitud haciendo recto uso de su libertad, de la que ha dispuesto más que nadie. La Santísima Virgen no fue un mero objeto pasivo, no solucionó toda su vida en un único acto de su voluntad, al aceptar la concepción del Mesías. Éste fue un acto necesario, no ya para Ella, sino para toda la Humanidad, si bien pudo decir que no; pero no suficiente para su santificación. No hubo ni habrá persona más fiel que María en escuchar la palabra de Dios y en ponerla en práctica, aún en ocasiones en que le costó o incluso no entendió, como en la ocasión de la pérdida y hallazgo de su Hijo en el Templo de Jerusalén. Evidentemente, el ser designada y Ella aceptar su Maternidad Divina, fue una fuente de Gracia sin par, es más, la causa de su asociación al orden 91
Hipostático; pero sólo a través de su libertad pudo sacar el máximo aprovechamiento de estas Gracias. Por esto es la más excelsa criatura del Universo, después de la Naturaleza Humana de su Hijo, Dios verdadero; la más excelsa persona humana, superando incluso a los ángeles. Recordemos que Jesús no es persona humana, sino Persona Divina, con Naturaleza Divina y Naturaleza Humana asumida, que le hace ser perfecto hombre además de perfecto Dios. En el Evangelio de San Lucas encontramos otro pasaje que podemos interpretar de modo similar: “Mientras él (Jesús) estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Pero él replicó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”. (San Lucas 11, 27-28). Es digna de observar la reacción humana de Jesús. No da ninguna muestra de molestarse. Incluso es posible que agradezca el gesto de la mujer con una sonrisa, y contesta elevando el nivel. Nuevo alto elogio de la fidelidad y, por tanto, de la Mujer fiel por excelencia, su Madre. Y también elogio de la atrevida, que prorrumpiría con este grito, precisamente porque estaría decidida a seguir lo que el Señor enseñaba. Y creo que esta reacción de Jesús puede ilustrar mucho la forma de comportarse de la Virgen durante su vida mortal. Me resisto a imaginar a María como una persona cohibida, siempre con los ojos entornados y la cabeza baja, asustándose por todo. El recato y la modestia no están reñidos, sino todo lo contrario, con la alegría, que ya sabemos que es una virtud, y un desparpajo santo, nacido del amor a Dios y a los semejantes. Y por esto pienso que María era en vida mortal, como lo sigue siendo, alegre, jovial y encantadora, y que dotada de una belleza sin igual que movería a alabar al Creador, reaccionaría de modo similar a su Hijo, al requiebro de algún entusiasta. Y debemos ser consecuentes con estas características en nuestro trato con María, que no debe ser ajeno a nuestra naturaleza y a nuestra vida, ni a su exquisita sensibilidad femenina. 92
Por ejemplo, no debemos regatearle estas frases llenas de cariño que son las oraciones y jaculatorias, las que aprendemos y las que se nos puedan ocurrir. Y comentar con Ella nuestros planes, nuestras alegrías, nuestras inquietudes....Nada nuestro le es ajeno, y no tiene ninguna limitación para entendernos. Podemos leer: “Y llegando (Jesús) a su ciudad (Nazaret), les enseñaba en su sinagoga, de manera que se admiraban y decían: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene a éste todo esto? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta menospreciado sino en su tierra y en su casa”. (San Mateo 13, 54-57. También San Marcos 6, 2-4). Los vecinos de Nazaret no llegaron a comprender la naturalidad de María y de José de la que nos queda constancia en estos versículos. María y José necesitaron saber tratar a Jesús, de manera que Éste pudiera vivir plenamente la Encarnación, sin tener que emplear ningún medio extraordinario para, por ejemplo, sobrevivir o adquirir la adecuada formación humana. Tan bien lo hicieron, que ni los demonios pudieron cerciorarse, antes de tiempo, de la Divinidad del Hijo de María, motivo fundamental por el cual desplegaron su serie de tentaciones al principio de la Vida Pública del Señor. (Confrontar San Mateo 4,111 y San Lucas 4, 1-13). La Vida Pública del Señor, especialmente en el aspecto de la Proclamación del Reino de los Cielos, núcleo de su predicación para nuestra salvación, se contempla en el Tercer Misterio de Luz del Santo Rosario.
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CAPÍTULO XIII
SE APROXIMA EL CUMPLIMIENTO DE LA REDENCIÓN
Son los últimos días de Jesús en carne mortal, e intensifica la preparación de sus discípulos para el “escándalo de la cruz”. (Confrontar, por ejemplo, Epístola de San Pablo a los Gálatas 8, 11). Solamente la Santísima Virgen había asimilado su propia preparación ante este tremendo acontecimiento, iniciada con la profecía del anciano Simeón, ya en la Presentación de Jesús niño en el Templo, e indudablemente continuada, a propósito de la citada profecía, por el propio Jesús en la intimidad familiar. Incluso los Doce Apóstoles se resistían: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas y ser muerto, y resucitar después de tres días. Hablaba abiertamente. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro y le dijo: ¡Apártate de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres”. (San Marcos 8, 31-33). La muerte de Jesús va a ser ejemplo para todos sus seguidores, pues tras su dura reprimenda a Pedro, el Señor sigue: “Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. (San Marcos 8, 34-35). Y hay que tener en cuenta lo que significaba la cruz: El más horrible patíbulo destinado entonces a los condenados más infames. 94
Y estas palabras del Señor tienen aplicación patente a nuestra vida cotidiana: Quien quiera ser feliz, trate de hacer felices a los demás, y empezando por los más próximos. Quien quiera ser muy feliz, empéñese en olvidarse de sí mismo lo más posible — acuérdese de sí mismo sólo en sus exámenes de conciencia ante Dios— y trate de hacer muy felices a los demás. Y por supuesto sin ningún sentimiento de ser víctima, sentimiento que se convierte en un gran obstáculo para el amor, y no digamos para el Amor. La única Víctima en pleno sentido, Jesús. Que nos invita a seguirle, a imitarle en la abnegación y en el Amor. Desde luego, la mejor forma de buscar la felicidad de los demás, consiste en ayudarles a ser más conscientes de que Dios nos ama y busca nuestra correspondencia. Aunque veamos que nuestra propia consciencia en este terreno sea más que mejorable. Sin olvidar ni los pequeños detalles materiales. Y no hay persona que le haya seguido, que se haya identificado con Jesús como su Madre. Y nos ha dado ejemplos concretos, no tenemos más, por ejemplo, que observar su actuación en el pasaje de las bodas de Caná que nos cuenta San Juan y ya hemos comentado. Pero seguir la Cruz, abrazar la Santa Cruz de Jesús, no tiene nada que ver con el masoquismo, con desear el sufrimiento por sí mismo. La Cruz es el camino de la Luz, y Jesús lo hace patente ante unos discípulos escogidos: “Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó a ellos solos a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto, se le aparecieron Moisés y Elías hablando con él (71). Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: 71
San Lucas, que hace un relato paralelo al igual que San Marcos, nos concreta que hablaban de la próxima Pasión y Muerte de Jesús. “...eran Moisés y Elías, aparecidos en forma gloriosa; hablaban de su salida que había de cumplirse en Jerusalén”. (San Lucas 9, 30-31). Moisés y Elías aún no han resucitado, por lo que, a diferencia del de Jesús, sus cuerpos sólo son una apariencia para mostrar la gloria de la que ya disfrutan sus almas, y que tampoco es la definitiva cuando posean plenamente la Visión de Dios, tras la consumación de la Redención. Es una gloria que puede tener una similitud con la de San José en el mismo momento, que no será en absoluto
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Señor, qué bien estamos aquí; si quieres hagamos aquí tres tiendas: Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías (72). Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los ocultó y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle a él. Los discípulos al oírlo cayeron de bruces llenos de temor. Entonces se acercó Jesús y les tocó diciendo: Levantaos y no temáis. Al alzar sus ojos no vieron a nadie sino sólo a Jesús. Mientras bajaban del monte, les ordenó Jesús: A nadie contéis la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos”. (San Mateo 17, 1-9). En vísperas de la Pasión y de su aparente derrota ante sus enemigos, a la manifestación de su Divinidad a través de sus milagros, Jesús añade una visión explícita de una sombra de su Gloria, Gloria a la que nos quiere asociar cumplida nuestra vida mortal, y a la que ya ha asociado plenamente, en cuerpo y alma, a su Madre: “Una gran señal apareció en el cielo: Una mujer vestida ajeno a la escena y al que, por tanto, podemos asociar perfectamente en la contemplación del Cuarto Misterio de Luz del Santo Rosario. No puede pensarse en un deseo egoísta, por parte de los que esperan la entrada en la Plenitud de la Gloria, de la Pasión y Muerte del Señor, pues saben que no es necesaria en absoluto para ello: una palabra del Verbo Encarnado era suficiente para limpiar toda la Humanidad. Santo Tomás de Aquino, en su himno “Adoro Te devote”, manifiesta esta verdad: “...me inmundum munda tuo sanguine, cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scellere” “...lávame a mí, inmundo, con tu sangre, de la que una gota salvaría de todo crimen al mundo entero”. Ellos saben muy bien que los sufrimientos extremos de Jesús serán, fundamentalmente, para provecho de los que lleguemos después, para manifestarnos de alguna manera su Infinito Amor. 72 San Marcos, el discípulo directo de San Pedro, a propósito de la propuesta de éste escribe: “Y es que no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor”. (San Marcos 9, 6).
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de sol, la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. (Apocalipsis 12, 1). Contemplamos esta escena en el Cuarto Misterio de Luz del Santo Rosario. Pero el Señor llega mucho más allá. En la Última Cena con sus discípulos, no solamente les lavará los pies, la función del esclavo más humilde, y les dará el Nuevo Mandamiento del Amor; con su Infinito Poder, que es igualmente Infinito Amor, se quedará a pesar de marcharse: Instituirá la Sagrada Eucaristía. El Mandamiento Nuevo remacha las palabras de Jesús a la muchedumbre, tras el anuncio de su Pasión y la reprensión a San Pedro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor entre vosotros”. (San Juan 13, 34-35). Hay que amar como Jesús, con disposición de llegar al sacrificio total, negándose a uno mismo y abrazando la cruz que nos corresponda, por amor. Y el amor a los demás será indicativo de nuestro amor a Dios: “Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. (Primera Carta de San Juan 4, 20). Naturalmente no se excluyen los actos de piedad, hacer oración, asistir a la Santa Misa o celebrarla, etc., pues no tendría sentido amar a todos menos a Jesús que desea nuestro trato, que es especialmente íntimo en el Santo Sacrificio del Altar. Pues “Mientras cenaban, tomó Jesús pan y después de bendecirlo, lo partió y dándoselo a sus discípulos, dijo: Tomad y comed; esto es mi Cuerpo. Y tomando el cáliz y habiendo dado gracias se lo dio diciendo: Bebed todos de él; porque ésta es mi Sangre de la nueva alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados”. (San Mateo 26, 26-28). Igualmente nos narran la institución de la Eucaristía San Marcos, San Lucas y San Pablo. Sin embargo, San Juan prefiere narrar el anuncio de esta institución, que deja totalmente explícita su profunda realidad. En su testimonio, dice Jesús: “Yo soy el pan de vida. Vuestros padres 97
comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo para que si alguien come de él no muera ( 73). Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús le dijo: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: Quien come este pan vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaúm. Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla? Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne de nada sirve: Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y 73
Naturalmente, no hay referencia a exclusión de la muerte material. Pero Jesús sí promete que esta muerte material no será más que un paso a la Vida definitiva, para aquellos que se alimenten dignamente de su Cuerpo.
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conocido que tú eres el Santo de Dios”. (San Juan 6, 48-69). Jesús está dispuesto a morir por una sola alma; pero no puede retenerlas a costa de falsear la verdad. “Dura es esta enseñanza”. Pero Jesús no matiza sus palabras dándoles un valor mínimamente simbólico. Porque la enseñanza es realmente dura, lo han entendido perfectamente, y por tanto no puede hacer más que dejar marchar, animar a que se marchen aquellos que no la acepten en su más pleno sentido, aunque formen parte del Colegio Apostólico. Jesús se ofrece a nosotros para alimentarnos con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y la Santísima Virgen no será remisa a esta invitación, durante el resto de su vida mortal, como trataremos posteriormente. Podemos considerar, además, que el Cuerpo y la Sangre de Jesús que recibimos en la Eucaristía, son los formados en las entrañas purísimas de María. Y que donde está Jesús debe estar cerca su Santísima Madre, y no lejos San José. Ya hemos comentado que, en la civilización en que vivió Jesús en carne mortal, una invitación a comer tenía un sentido de gran amistad. Por la misma razón, declinar esta invitación fuera de circunstancias verdaderamente graves, suponía una gran descortesía, un verdadero agravio. Seamos consecuentes ante esta invitación tan impresionante del Señor. La Institución de la Sagrada Eucaristía se contempla en el Quinto Misterio de Luz del Santo Rosario.
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CAPÍTULO XIV
EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
No tenemos más noticias de María durante la vida pública de Jesús; pero está junto a Él durante su Pasión, que da lugar a los llamados cinco Misterios Dolorosos del Santo Rosario. Durante la Última Cena de Jesús con sus Apóstoles, María sigue sin aparecer; pero debe estar ya en Jerusalén: la veremos junto a la cruz de nuestra Redención al día siguiente. María se habría desplazado a Jerusalén con motivo de la Pascua judía; pero seguramente también con la sospecha, por lo menos, de que se aproximaban los acontecimientos que conducirían a la culminación de la vida mortal de su Hijo. Ya en Jerusalén, estas sospechas se ven reforzadas por una serie de circunstancias que se suman al conocimiento que María tiene de las Sagradas Escrituras, y en particular de los padecimientos previstos para el “Siervo de Yahwéh”, a la profecía de Simeón....Entre estas circunstancias se pueden contar los hechos de los últimos días, incluida la expulsión de los mercaderes del Templo efectuada por Jesús, el ambiente...Y por fin el conocimiento del anuncio del Señor a los discípulos, de que su muerte violenta era inminente. Tras la Última Cena empezó la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní —que contempla el Primer Misterio de Dolor del Santo Rosario— debido a que el Señor, como Dios, conocía lo que le quedaba por padecer, en breve, a su Naturaleza Humana, y se angustiaba, muy especialmente, por aquellas personas que, despreciando su Amor, iban a perderse para siempre. Pero también María se habría dado cuenta de la situación y, 100
sin noticias de su Hijo, tuvo que pasar su particular agonía moral en la noche del Jueves al Viernes Santo, paralela a la de Jesús ( 74) y, como la suya, sumida en oración de entrega y amor a la Voluntad de Dios. Efectuada la detención de Jesús en plena noche del jueves al viernes, los Apóstoles huyen (75) a excepción de Pedro y de Juan, que siguen discretamente la comitiva de los aprehensores, hasta entrar en la casa del anterior Sumo Pontífice Anás, a quien Juan conocía. Allí es donde Pedro niega repetidamente conocer a Jesús, y de donde sale llorando su arrepentimiento. Juan seguirá a Jesús hasta el pie de la cruz. Seguramente algunos de los Apóstoles huidos van a avisar a María y también a las demás mujeres que habían seguido a Jesús hasta Jerusalén. De no ser por ellos, pueden enterarse por el tumulto del arresto, que se propaga por toda la sensibilizada ciudad. Si son los Apóstoles huidos los que avisan a María y a las otras mujeres, seguramente les dicen que les notifican el apresamiento de Jesús; pero que se guarden muy bien de cualquier “imprudencia”, que se queden en casa con la puerta bien cerrada, ya que ni ellos mismos, que son varones y pescadores 74
San Lucas nos narra así la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos: “Salió (Jesús) y fue como de costumbre al monte de los Olivos; le siguieron también los discípulos. Llegado al lugar, les dijo: Orad para no caer en la tentación. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y puesto de rodillas oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Se le apareció un ángel del Cielo que le confortaba. Y entrando en agonía, oraba con más intensidad. Y le vino un sudor como de gotas de sangre que caían hasta el suelo”. (San Lucas 22, 39-44). La narración de San Lucas es más breve que las de San Mateo y de San Marcos; pero su condición de médico le hace poner por escrito el fenómeno de la exudación de sangre, fenómeno causado por una angustia y stress extremos. Existe un magnífico libro sobre este pasaje de la Pasión del Señor, “Getsemaní”, de Javier Echevarría, editado por Planeta Testimonio. 75 Confrontar, por ejemplo, San Mateo 26, 55-56.
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acostumbrados a los peligros, osan acercarse a donde se están produciendo los hechos contra el Maestro. Sin embargo no sólo María, sino algunas mujeres más, dispuestas a todo, deciden ir a donde está Jesús, para seguirle hasta el final. Algunas se dirigirán al palacio de Caifás, Sumo Pontífice aquel año como escribe San Juan, y otras directamente a la Torre Antonia, palacio del gobernador romano, dando por supuesta la condena a muerte de Jesús, que debería ser necesariamente ratificada por el representante de Roma, según las leyes impuestas por ésta a Israel. Se puede dar por seguro que la Santísima Virgen, pues, estaría ya ante la fortaleza romana cuando Jesús fue introducido en ella, y pronto rodeada por una multitud vociferante, agresiva y convencida de haber sido engañada por Jesús en quien no ven al Mesías materialmente triunfador que esperaban. Cuando Pilato inicia su tímida defensa de Jesús, la multitud se exaspera aún más. Esperaban que Jesús fuese el azote de los romanos, a los que debía expulsar de Tierra Santa, y lo ven en trance de ser protegido por el dos veces odiado gobernador. Odiado por el cargo que ostenta, y odiado por no haber tenido miramientos en derramar sangre israelita cuando lo ha tenido a bien, sin desechar tan siquiera el sacrilegio, como cuando hizo matar a unos fieles peregrinos galileos en el propio Templo, y precisamente cuando estaban ofreciendo sus sacrificios (76). Envuelta por la turba hostil, María ve cómo se desarrollan los acontecimientos, cuyo final sabe trágico. Ve cómo se posterga a Jesús ante Barrabás. Oye cómo se decreta la flagelación de su Hijo, que sólo va a enardecer más a los que ya piden la crucifixión. María ve con horror; pero con admirable entereza, cómo es preparado el Fruto de sus entrañas para la bárbara pena, de
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“Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios”. San Lucas 13,1.
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aplicación prohibida a los ciudadanos romanos (77). Cómo Jesús es sujetado con el cuerpo curvado sobre una columna baja, a modo de ménsula, las manos atadas junto a los pies. Los verdugos empiezan a golpear con los “flagelli” o flagelos, azotes de seis o siete colas armadas con bolas o pedazos de metal o hueso, que habitualmente desgarran la piel y los músculos del reo. Los soldados de Roma en Israel no llevan una vida plácida. Raramente van sin compañeros. Continuamente están expuestos a los ataques, incluso suicidas, de los zelotes y especialmente de los sicarios, cuyos cuchillos curvos o “sicca” están especialmente concebidos para degollar silenciosamente, sin que la víctima tenga opción a gritar. Muchos viven en una angustiosa situación de miedo, y esto les conduce a la crueldad, que puede llegar a ser extrema. Y por si fuera poco, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, el domingo anterior, no había contribuido a tranquilizar a los temerosos, que habían oído hablar de los milagros del Señor con espíritu supersticioso. Los ejecutores de la flagelación han recibido la consigna de deformar el fuerte cuerpo de Jesús, para que sólo pueda inspirar piedad, lo que llevan a cabo con saña. Sólo interrumpen la pena cuando temen por la vida del azotado. Le desatan y cae al suelo exhausto. Le reaniman en el suelo, con nuevos azotes en el torso y en el abdomen. Le levantan y llevan a cabo con Él “el juego del rey”, del cual se conservan dibujos realizados en paredes por los propios soldados: Lo sientan en un taburete, con una capa de centurión a modo de manto real, una caña en las manos atadas, a modo de cetro, y un casquete de terrible espino encajado en la cabeza, a modo de corona. A continuación siguen torturándole entre burlas. Esta flagelación y coronación de espinas se contemplan en el Segundo y Tercero de los Misterios Dolorosos del Santo Rosario. Después, la ida y vuelta al palacio de Herodes, el que había hecho decapitar a San Juan Bautista, quien le recordaba que su 77
Ciudadanos romanos. Ciudadanos libres, no esclavos, protegidos por algo que era similar a un “pasaporte romano”.
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matrimonio legal con la mujer de su hermano Filipo, no dejaba de ser objetivamente un adulterio; más tira y afloja entre Pilato y el pueblo; Pilato exhibiendo la destrozada Humanidad del Señor, la humanidad que Ella había gestado, dado a luz y cuidado, no consiguiendo más que enardecer definitivamente a la turba, que no puede concebir un mesías humillado, (confrontar San Juan 19, 46), los pontífices de los judíos, los pontífices de María, diciendo: “No tenemos más rey que el César”, (San Juan 19, 15), y al fin la definitiva condena a muerte por crucifixión, la más feroz e infamante de las ejecuciones previstas en las leyes de Roma. Cuando Jesús es sacado del pretorio camino del monte Calvario —o Lugar de la Calavera— llevando, según se acostumbraba, el travesaño de la cruz o “patibulum”, bien al hombro, o bien con los brazos atados a él, como si fuera un crucificado andante, María trata de acercarse lo más posible. Es tradición recogida en la devoción del “Via Crucis”, que Jesús y María llegaron a encontrarse frente a frente durante la Vía Dolorosa; pero los Evangelios sólo mencionan que Jesús, camino del Calvario, habló con unas mujeres de Jerusalén, probablemente sólo afectadas por una compasión natural. (Confrontar San Lucas 23, 27-31). La Naturaleza Humana de Jesús está tan rota por las torturas de la noche y de la mañana, que no tiene fuerzas para llevar el travesaño de la cruz, y los soldados obligan a un tal Simón de Cirene, que volvía de trabajar en el campo, a cargar con él. Esta ayuda a Jesús, ¡para su ejecución y a regañadientes!, no deja de ser premiada con la futura conversión de Simón y de sus hijos Alejandro y Rufo, que serán honrados por los demás cristianos. Este camino hacia el Calvario de Jesús y María es considerado en el Cuarto Misterio Doloroso del Santo Rosario, y en la devoción del Vía Crucis (78). San Mateo, San Marcos y San Lucas hacen constar que varias mujeres, que habían seguido a Jesús desde Galilea para 78
Es destacable el libro “Via Crucis”, escrito por San Josemaría Escrivá de Balaguer, para seguir esta devoción.
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servirle —entre ellas María Magdalena, María madre de Santiago el Menor, que sería Obispo de Jerusalén, y de José, y Salomé esposa de Zebedeo y madre de Santiago el Mayor y de Juan el Evangelista — llegaron hasta el Calvario y se quedaron mirando desde lejos; pero San Juan escribe: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena”. (San Juan 19, 25). La Santísima Virgen ha visto cómo se iba rompiendo sistemáticamente a su Hijo desde la Torre Antonia hasta el Calvario. Cómo, convertido en un deshecho humano, al llegar a este montículo ha sido desnudado y tumbado sobre el travesaño de la cruz, al que ha sido clavado por las muñecas de las manos, con los brazos extendidos. Después el travesaño, con Jesús clavado y colgando de él, ha sido izado a su lugar en un poste plantado en el suelo, y a este poste se han clavado los pies de Jesús. A partir de ahora Jesús, como todos los crucificados, tiene que apoyarse sobre el clavo o clavos que atraviesan sus pies para respirar. Por esta circunstancia, el romper las piernas era una forma de acelerar la muerte de los condenados, que así fallecían rápidamente por asfixia. De la misma forma, María ha visto crucificar a dos malhechores, uno a cada lado de Jesús, que gritan y maldicen y suponen una excitación adicional a su horror y compasión. Por si fuera poco, la Santísima Virgen ya se habrá enterado de la traición y suicidio de Judas, a quien sin duda apreciaba. Y sin embargo, el verbo griego que traducimos por “estaban”, refiriéndose a María y a las mujeres que permanecen junto a ella, significa “estar firmemente en pie”. La misma idea nos transmite la antigua antífona “Stabat mater”: “Stabat mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat Filius” (79). 79
“Estaba la madre dolorosa 105
Igualmente, el verbo latino stare significa “permanecer en pie con firmeza”. María, como ante el ángel de la Anunciación, como en el Nacimiento de su Hijo, como en la huida a Egipto, como en tantas otras ocasiones, nos da ejemplo de fortaleza. De una fortaleza sonriente o bañada en lágrimas, porque no es un héroe de ficción sino una mujer real, de carne y hueso, con toda su sensibilidad, que ni remotamente significa debilidad. Y a pie firme permanece mientras los soldados (80) se reparten la ropa de su Hijo, como botín de su trabajo, y mientras todos, pueblo llano y autoridades religiosas, lo insultan y se burlan de Él, sin ni respetar su sufrimiento, que no sospechan que es para buscar el beneficio de ellos mismos. A María la conforta oír decir a su Hijo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. (San Lucas 23, 34). Y pronto ve la eficacia de esta súplica: “Uno de los ladrones crucificados le injuriaba diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le reprendía: ¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes a Dios? Y nosotros, en verdad, merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno. Y decía: Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino. Y Jesús le respondió: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (San Lucas 23, 39-43) (81). llorando junto a la cruz de la que colgaba el Hijo”. La sentencia debió ser ejecutada por una escuadra o “manipulum”, cuatro soldados al mando de un oficial, concretamente de un centurión o capitán. 81 Notar que el llamado “buen ladrón”, al que la tradición ha dado el nombre de Dimas, San Dimas, reconoce que sufre justamente la última pena del Código Penal Romano, aplicable sólo como castigo de delitos gravísimos, más allá de la pena de muerte por decapitación, que era el modo ordinario de ejecución en el imperio. Aunque habría conocido algo de la predicación y persona de Jesús, debió ser un delincuente cruel y depravado antes de llegar a su conversión en el mismo patíbulo de la cruz. 80
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María está en la fase culminante de la Corredención, y a punto de dar a luz místicamente a toda la Humanidad salvada, en un parto extremadamente doloroso. Este alumbramiento místico posterior al de Jesús, proporciona un significado especial a los textos: “....y dio a luz (María) a su hijo primogénito”. (San Lucas 2, 7). “Porque a los que de antemano conoció (Dios) también los predestinó para que lleguen a ser conformes a la imagen de su Hijo, a fin de que él fuese primogénito entre muchos hermanos”. (Carta de San Pablo a los romanos 8, 29). Estos muchos hermanos somos nosotros, hijos místicos de María, con una filiación más íntima que la natural. Y Jesús da fe de que se ha consumado esta filiación: “Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquél momento el discípulo la recibió en su casa”. (San Juan 19, 25-27). Nótese que es Dios mismo quien dice “He ahí a tu hijo”, “He ahí a tu madre”, al igual que había dicho “Esto es mi cuerpo....ésta es mi Sangre”. (San Mateo 26, 26-27). Y también “Sea hecha la luz”. (Génesis 1, 3). Por tanto, ésta es una realidad incuestionable y profunda. San Juan es el representante de cada uno de nosotros. “El discípulo a quien amaba” ¿Y a qué discípulo no ama Jesús? Esta denominación, que San Juan usa para sí mismo, se hace claramente significativa: “Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos”. (San Juan 15, 13). Y Jesús da su Vida por cada uno de nosotros, y no porque fuéramos sus amigos, pues, por el contrario, por el pecado original —y los personales además— nos habíamos declarado, o nos declaramos sus enemigos; sino para que lo seamos. “Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa”. Es Juan quien acepta a María, como tenemos que aceptarla nosotros. La Reina de la Creación espera a nuestra puerta. No impone su presencia, deja que seamos nosotros quienes la 107
recibamos. Y cuando lo hacemos, viene a nosotros con su alegría de madre, con más efusión que el padre del hijo pródigo. (Confrontar San Lucas 15, 11-32). Este alumbramiento místico viene también expresado por el mismo San Juan en su libro profético: “Una gran señal apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Está encinta y grita al sufrir los dolores del parto y los tormentos de dar a luz. Apareció entonces otra señal en el cielo: Un gran dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. La cola arrastró una tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó a la tierra. El dragón se puso delante de la mujer, que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera. Y dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro. Pero su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono... ...El dragón se enfureció contra la mujer y se marchó a hacer la guerra al resto de su descendencia, aquellos que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús”. (Apocalipsis 12, 1-17). Aunque se acepta que la mujer de este pasaje representa la Iglesia, esta interpretación es complementaria de la que nos declara, por ejemplo, San Pío X: “Nadie ignora que aquella mujer representa a la Virgen María, que dio a luz —sin pérdida de su integridad— a nuestra Cabeza. Y el Apóstol sigue: y estando encinta, gritaba con dolores de parto....Es claro que se refiere a nuestro alumbramiento, pues permanecemos todavía en el exilio y tenemos que nacer a la caridad perfecta con Dios y la felicidad eterna. Los dolores, pues, de la parturienta indican el fervor y el amor por el cual la Virgen, en su sede celestial, vigila y aspira con oración incesante para que se cumpla el número de los elegidos”. (Encíclica “Ad Diem illum”). No podemos pasar por alto que, junto a la Cruz de Jesús, se encuentra también Salomé, madre biológica de San Juan. Ha demostrado su temple, ha seguido a Jesús hasta el final de su aparente fracaso. Ha sido la madre de dos de los Doce Apóstoles, 108
Santiago el Mayor y Juan. Y no pone inconveniente en renunciar a lo que podría considerar sus derechos de madre. A pesar de que había llegado a pedir a Jesús una preferencia para sus hijos, con un sentido muy mundano del Reino del Señor y de sobreprotección materna (Confrontar San Mateo 20, 20-23). Salomé muestra que comprendió bien entonces, ha purificado su espíritu y no pierde un hijo, gana ser, también ella, hija de la Madre de Dios. Puede ser considerada un ejemplo de los padres de las almas consagradas. Se celebra su fiesta el 22 de octubre. Jesús, que ya nos ha entregado hasta a su Madre, con fuerte voz inicia la recitación del Salmo 21, con las desgarradoras palabras: “Helí, Helí, lamma sabacthani?”, es decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (San Mateo 27, 46). Este salmo, que profetizó una serie de detalles de la Pasión del Señor como “han taladrado mis manos y mis pies”, por ejemplo, expresa también la confianza del justo en Dios, aún contra toda esperanza humana. “Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed (82). Había allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca”. (San Juan 19, 28-29). Los soldados romanos, en sus grandes marchas, bebían agua con algo de vinagre, lo que les permitía mantener la adecuada acidez del cuerpo a pesar de su fuerte exudación. Probablemente de esta bebida, que llamaban “posca”, se deriva, entre otros, el gazpacho andaluz. El vinagre citado por el evangelista estaría dispuesto para la preparación de la dicha bebida, y el acercarlo con 82
“...para que se cumplieran las escrituras”. Realmente, Jesús da constancia de que se cumple el versículo 16 del mismo Salmo 21: “Mis fauces están secas lo mismo que una teja, y mi lengua pegada al paladar; me has sumido en el polvo de la muerte”. Jesús da fe de que sus sufrimientos son reales y no una simple apariencia, dada su condición Divina.
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una esponja a la boca de Jesús, se debió hacer con la verdadera buena intención de calmarle la abrasadora sed producida por los tormentos y la pérdida de sangre. Aun así, el que tiene este rasgo piadoso parece que quiere excusarse ante los demás, haciendo una broma fuera de lugar: “Dejad, veamos si viene Elías a bajarlo” (San Marcos 15, 36), pues algunos habían confundido la invocación “Helí”, Señor, con una llamada al profeta Elías. “Pero Jesús, dando una gran voz, expiró”. (San Marcos 15, 37) Dado que los crucificados, a medida que iban perdiendo fuerzas respiraban con más dificultad, siendo la asfixia una de las causas más determinantes de su muerte, Jesús muere de forma totalmente excepcional. Dando la gran voz cuando debía estar asfixiado, se muestra Señor de la vida y de la muerte, demuestra entregar la vida por propia voluntad, “entregó el espíritu”. (San Mateo 27, 50). El oficial romano lo entiende perfectamente: “El centurión, que estaba enfrente de él, al ver cómo había expirado, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. (San Marcos 15, 39). Y será como un discípulo más, de corazón, velando el cadáver del Divino Reo (83). El centurión que ha dirigido la ejecución, ha recibido la Gracia de la conversión a través de su penoso trabajo. Tras ser admitido el también centurión Cornelio —confrontar Hechos de los Apóstoles, capítulo 10— es de suponer que también éste, junto con aquél del que Jesús había afirmado en Cafarnaúm: “En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande”, y Longinos, el que dio la lanzada a Jesús para cerciorarse de su muerte, y luego fue mártir, entraría a formar parte de la primitiva Iglesia. Esta muerte de Jesús en la cruz, es contemplada en el Quinto Misterio Doloroso del Santo Rosario.
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Observar este aspecto en el retablo del Santuario de Torreciudad.
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CAPÍTULO XV
TRAS LA MUERTE DE JESÚS
Muerto Jesús, quedaban los otros dos reos en su horrible agonía, que se podía prolongar hasta por tres días, según la experiencia de estas feroces ejecuciones. La Santísima Virgen hace seguramente caso omiso a los fenómenos metereológicos que se desencadenan (84), y pone toda su atención en estar cerca del Cuerpo de su Hijo, y en pedir por el reo que está desesperado, y por los discípulos de su Hijo, y por los que han condenado a su Hijo..... Mientras tanto, una comisión del Sanedrín (85) acude a entrevistarse con Poncio Pilato: Solamente preocupados por la letra de la Ley, no quieren que los cuerpos de los ajusticiados permanezcan clavados en los maderos durante el sábado, que es el día más solemne de todo el año. Y aceptan que el sábado empieza al anochecer del viernes. Pretenden que, si es necesario, se acelere la muerte de los crucificados para que puedan ser arrancados de sus patíbulos y arrojados a una fosa común. Pero, aparte de los comisionados, otro miembro del Sanedrín, llamado José de Arimatea por su lugar de nacimiento, acude también al gobernador romano por propia iniciativa. Es un hombre de gran fortuna y poder; pero esto lo estima en poco: “Y llegada ya la tarde, puesto que era la Paresceve, que es el día anterior al 84
Confrontar, por ejemplo, San Mateo 27, 51. El Sanedrín era el Consejo y Tribunal Supremo de los judíos, compuesto por 71 miembros incluído el Sumo Sacerdote, y que atendía a causas civiles y religiosas. 85
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sábado, vino José de Arimatea, miembro ilustre del Consejo —del Sanedrín— que también él esperaba el Reino de Dios y, con audacia, llegó hasta Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús”. (San Marcos 15, 42-43). José arguye a Pilato que Jesús ya ha muerto, la sentencia ha sido cumplida. Una sentencia en contra de la cual él ha votado. El único voto en contra (86). Ahora pide el cuerpo de Jesús para darle un entierro digno, lo más digno posible. A Pilato le sorprende que Jesús haya muerto tan pronto. Ciertamente, lo normal era que los crucificados sobrevivieran más tiempo, especialmente contando con la fuerte constitución del Señor; pero el gobernador no considera el agotamiento de la noche anterior, la durísima flagelación, la coronación de espinas....Llama a uno de los oficiales de la cohorte o batallón que está en la Torre Antonia, de nombre Longinos según la tradición, y lo envía al Calvario para rematar a los condenados y certificar su muerte antes de ser descolgados. Longinos puede cumplir su misión rápidamente, mientras José permanece en la fortaleza. La distancia al montículo de la crucifixión es del orden de un kilómetro, y aunque el recorrido es tortuoso y bastante concurrido, serían suficientes unos tres minutos a caballo, o escasamente diez a pie para ir, y otros tantos para volver. Al llegar junto a los crucificados, Longinos da orden de quebrar las piernas sobre las que se apoyan dolorosamente los agonizantes. Obedecen los soldados y lo cumplen con sus espadas cortas y robustas, especialmente aptas para ser utilizadas al tajo. Enseguida los dos compañeros de suplicio de Jesús, incapaces de respirar valiéndose únicamente de sus brazos clavados por las muñecas al “patibulum” o travesaño de sus cruces, dejan de moverse y quedan exánimes, muertos por asfixia. Cuando el centurión Longinos indica el cuerpo de Jesús, oye unas advertencias que lo dejan perplejo: “Este hombre es Hijo de Dios....” Realmente llegaba ya sorprendido, pues nunca alguien, y 86
Suponiendo que Nicodemo no perteneciera al Sanedrín.
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menos un hombre poderoso e influyente como José de Arimatea, había reclamado el cuerpo de un crucificado para darle honores fúnebres. Seguramente impacientado Longinos no discute, sino que con su lanza atraviesa el corazón de Jesús, sin reparar en la presencia de la Madre del Divino Reo, que siente la lanzada como recibida en su persona. Si Longinos podía confirmar la muerte de aquel hombre sin respiración, desangrado por hemorragias externas e internas, nada más verlo, ahora se da cuenta de que lo ha alcanzado de lleno en el órgano considerado más vital. Certificaría la muerte de Jesús con su propia vida. Y pasados algunos años lo hará, certificando también su Resurrección, y entrando en el Martirologio como San Longinos. Longinos vuelve a Pilato y le confirma la muerte de todos los reos. Pilato concede permiso a José de Arimatea para que se haga cargo del cuerpo de Jesús, y da las órdenes oportunas para la retirada de los restos de los otros ejecutados. José compra una sábana nueva, teniendo entonces los tejidos un precio altísimo, y al llegar al Calvario encuentra a la Santísima Virgen, a las otras mujeres, a Juan, al centurión....y a Nicodemo. Nicodemo era un prestigioso doctor de la Ley que no se había atrevido a seguir a Jesús de forma declaradamente pública; pero ahora prescinde de todos los respetos humanos y aparece junto a la Cruz “con una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras”. (San Juan 19, 39). Eran entre 40 y 50 Kg de ungüento para embalsamar el cuerpo de Jesús, para cuyo transporte debió necesitar ayuda. “Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos, con los aromas, como es costumbre dar sepultura entre los judíos”. (San Juan 19, 40). María agradece las muestras de cariño de todas estas personas con el Cuerpo de su Hijo; pero se da cuenta de algo tremendo: Ella es la única persona que espera realmente la cercana Resurrección de Jesús, ¡la única del mundo! Ni tan siquiera San Juan la espera, pues reconocerá creer en la nueva 113
Vida de Jesús, sólo después de haber visto el sepulcro vacío. María, en medio de su dolor, intenta animar a los discípulos que se encuentran con ella, y hasta a los sorprendidos soldados, desconcertados por los acontecimientos ocurridos desde la muerte del que suponían un condenado más a la pena capital. María, que conoce la llamada universal a la salvación, no quiere dejar pasar la oportunidad en que estos rudos romanos acusan el contacto con la Divinidad... Sin embargo, la respuesta es paupérrima. María se siente sola, como nunca en su vida. No con la soledad trascendente del ateo o incluso del agnóstico, pues sabe que Dios está con ella; pero profundamente sola en el mundo sensible. No tiene con ella a Dios hecho carne. Es consciente de que nadie en el mundo puede comprenderla, nadie cree lo que ella cree, nadie espera lo que ella espera. Seguramente tendrá un recuerdo especial para su esposo fallecido. Sólo José, estando vivo, hubiera compartido plenamente su Fe. Lo demostró ampliamente ante el Nacimiento del Señor. El entierro de Jesús se efectúa rápidamente, para no romper el descanso sabático, cuyo tiempo está a punto de comenzar. También el sepulcro es aportado por José de Arimatea, excavado en la roca y no utilizado aún, y con la decisiva característica de estar cerca. Se rueda una gran piedra para cerrar la entrada del enterramiento, en forma de cueva, una vez efectuado éste, para asegurar su inviolabilidad. Al día siguiente, sábado, todos guardan el estricto descanso de la Ley judía; pero sí hay quienes, además de la Santísima Virgen, aunque de forma bien distinta, tienen en cuenta el anuncio hecho por Jesús referente a su Resurrección: “Al día siguiente de la Paresceve se reunieron los príncipes (87) de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato y le dijeron: Señor, nos hemos acordado que ese impostor dijo en vida: al tercer día resucitaré. Manda, pues, custodiar el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan al pueblo: ha resucitado de entre los 87
La palabra “príncipe” se ha tomado siempre en el sentido de “principal”, “jefe”, “miembro con capacidad ejecutiva”.
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muertos; y sea la última impostura peor que la primera. Pilato les respondió: Ahí tenéis la guardia, id y custodiad como sabéis. Ellos marcharon y aseguraron el sepulcro sellando la piedra (88) y poniendo la guardia”. (San Mateo 27, 62-66). Teniendo en cuenta las circunstancias de María en este sábado, la Iglesia le ha dedicado especialmente todos los sábados, en que no está de más que tengamos un trato más vivo y algún detalle de enamorados con Ella.
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El sello, evidentemente, no era para fijar más la piedra, sino para dar fe de que ésta no había sido abierta durante una distracción de la guardia.
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CAPÍTULO XVI
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Al amanecer del domingo, cuando aún estaba oscuro, (confrontar San Juan 20, 1), acuden al sepulcro María Magdalena, María la de Santiago, Salomé, (confrontar San Marcos 16, 1), y Juana, (confrontar San Lucas 24, 10). Llevan más aromas para terminar el embalsamamiento de Jesús, efectuado provisionalmente con la precipitación del viernes por la tarde. La Madre de Jesús no está en el grupo. Sólo Ella tiene claro que se disponen a embalsamar a quien es la Vida y está a punto de manifestarlo fehacientemente. Tiene la certeza de que Jesús va a resucitar puntualmente al tercer día, tal como Él había anunciado, y ya es el tercer día (89). Estando las mujeres cerca de su destino, empiezan a reparar en la piedra que cubre la entrada. No cuentan con los numerosos y forzudos siervos de José de Arimatea, y se preguntan “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? Y al mirar vieron que la piedra estaba quitada; era ciertamente muy grande”. (San Marcos 16, 3-4). Podemos leer más detalles: “Y he aquí que se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor descendió del Cielo y, acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como de relámpago y su vestidura blanca como la nieve. Llenos de miedo, los guardias se pusieron a temblar y se quedaron como muertos”. (San Mateo 28, 2-4). 89
Los judíos no contaban por días completos. Por tanto, al decir que Jesús permanecería tres días en el sepulcro, contaban: viernes uno, sábado dos y domingo tres: Jesús debía resucitar a lo largo del domingo, como así fue.
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Aunque material e incluso con capacidad para comer y para beber (90), el cuerpo resucitado de Jesús no tiene dificultad en atravesar sólidos sin alterarlos, como se verá al entrar en locales con las puertas cerradas; de modo que abandonará la mortaja y el sudario sin quitárselos y el sepulcro sin utilizar la puerta. El ángel retira la piedra para que, quienes lo deseen, tengan fácil acceso al interior. Ni el ángel ni las mujeres parecen afectados por la presencia de los guardias: “El ángel tomó la palabra y dijo a las mujeres: No temáis vosotras, ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid, ved el sitio donde estaba puesto el Señor. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis; mirad que os lo dije”. (San Mateo 28, 5-7). María Magdalena reacciona a medias, no acaba de asumir que Jesús haya resucitado, se queda con la vista del sepulcro vacío y con la orden del ángel de notificarlo a Pedro y a los demás discípulos, (confrontar San Marcos 16, 7), y corriendo, va en busca de Pedro y de Juan, que al parecer está con él sin desatender a María, tal como el Señor le encomendó: “....entonces —María Magdalena— echó a correr, fue a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús amaba (91), y les dijo: se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto. Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos caídos; pero no entró (92). Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos caídos, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no caído junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en su sitio. Entonces entró también el otro 90
Confrontar San Lucas 24, 36-43. Las propiedades del cuerpo glorioso de Jesús serán compartidas por nosotros, si morimos en estado de Gracia, cuando resucitemos al final de los tiempos. 91 San Juan. 92 Por deferencia hacia Simón Pedro.
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discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó, pues no entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos. Los discípulos se volvieron de nuevo a casa”. (San Juan 20, 2-10). “....los lienzos caídos “, frase difícilmente traducible del griego al castellano, que en el idioma original expresa algo como desinflado. Muestra que Jesús no se despojó de los lienzos ni del sudario, sino que su cuerpo salió del interior. Y Pedro y Juan creyeron en la resurrección de Jesús al percatarse de ello, no antes. Mientras esto ocurre, María Magdalena vuelve al sepulcro: “María estaba fuera llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos dijeron: ¿Mujer, por qué lloras? Les respondió: Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto (93). Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: ¿Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré. Jesús le dijo: ¡María! Ella, volviéndose, exclamó: ¡Rabboni!, que quiere decir Maestro. Jesús le dijo: Suéltame, que aún no he subido a mi Padre; pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue María Magdalena y anunció a los discípulos: He visto al Señor, y me ha dicho estas cosas”. (San Juan 20, 11-18). No encontramos en los Santos Evangelios mención a alguna aparición de Jesús a su Madre; aunque suponemos que lo haría privada y prontamente. También supongo que Jesús daría a María 93
Notar que María Magdalena está tan afectada por la ausencia del cuerpo de Jesús, que no da importancia ni a la presencia materializada de unos ángeles. Puede que esto ocurriera mientras Pedro y Juan estaban dentro del sepulcro; pero los ángeles tienen potestad para sólo dejarse ver y oír por María Magdalena.
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Magdalena el encargo de comunicar la noticia de su Resurrección a los demás discípulos, por tener ella una disposición a esperarla tan pobre como la de ellos. Por este encargo, y siendo la Resurrección de Jesús la base de nuestra Fe cristiana, a María Magdalena se la titula “Apostola apostolorum”, Apóstol de los apóstoles. Todas estas citas nos ilustran el ambiente que rodeaba a la Santísima Virgen. Ni siquiera Pedro, Juan o María Magdalena habían compartido su Esperanza. Igualmente podríamos considerar el pasaje de los dos discípulos que se encuentran con Jesús, sin reconocerlo, mientras caminan hacia Emaús, y que nos narra San Lucas en 24, 13-35. Y la incredulidad del apóstol Tomás que da lugar a la exclamación de Jesús: “Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído”. (Confrontar San Juan 20, 24-29). Es una exclamación totalmente aplicable a María, la única que había creído en la Resurrección de su Hijo, antes de que ocurriera. Pero no por esperada, la resurrección de Jesús produce una menor alegría en María. María sabe que su Hijo ha sufrido realmente, que tenía que hacerlo para redimirnos y para testificar su Amor hacia nosotros. Que lo ha hecho sin buscar paliativos, con plena generosidad, negándose incluso a tomar el vino mirrado, un anestésico que personas piadosas ofrecían a los condenados a la cruz, para mitigar sus primeros dolores: “Y le dieron a beber vino con mirra, pero él no aceptó”. (San Marcos 15, 23). María sabe que este sufrimiento ha sido físico y moral: Jesús ha sido también humillado y escarnecido, y a Ella esto le ha dolido más por ser Jesús Hijo de Dios, por tener Jesús Naturaleza Divina, por ser Dios, que por el hecho de ser hijo suyo. Realmente, la espada que le profetizó Simeón cuando la Presentación de Jesús en el Templo, ha atravesado dolorosamente su alma de Madre y Amada de Yahwéh hasta la Unión fecunda. María ha vivido la Pasión de su Hijo con entera generosidad, entregándolo de corazón al Padre Eterno por nosotros, con más dolor que entregándose a sí misma. Y sabía que mientras Jesús, 119
Camino, Verdad y Vida estaba en la tumba, el orden del Universo estaba trastocado. Esperaba la resurrección de su Hijo no con menor fervor por saberla cierta. La Resurrección de Jesús lleva todo a su sitio. La Resurrección no sólo ha llevado a cabo la reunión del cuerpo y alma humanos de Jesús, la recomposición de su cuerpo destrozado, sino que manifiesta la Gloria de Jesús. Y su cuerpo es especialmente glorificado por las señales de su Pasión, que ya no son causa de muerte, sino que irradian Vida Eterna para toda la Humanidad. La Resurrección de Jesús es considerada en el Primer Misterio de Gloria del Santo Rosario, y también en la antífona Regina Coeli, que muchas personas recitamos jubilosamente en los mediodías del Tiempo litúrgico de Pascua: “Alégrate Reina del Cielo, aleluya, porque el que mereciste alumbrar, aleluya, resucitó como dijo, aleluya. Ruega por nosotros a Dios, aleluya. Gózate y alégrate Virgen María, aleluya, porque ha resucitado verdaderamente el Señor, aleluya. Oremos. Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo Jesucristo nuestro Señor te has dignado alegrar al mundo, concédenos que, por la intercesión de su Madre la Virgen María, podamos alcanzar los gozos de la Vida Eterna” (94). 94
En latín es: Regina Coeli laetare, alleluia, quia quem meruisti portare, alleluia, resurrexit sicut dixit, alleluia. Ora pro nobis Deum, alleluia. Gaude et laetare Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia.
Oremus. Deus, qui per resurrectionem Filii tui Domini nostri Jesu Christi mundum laetificare dignatus est, praesta quaesumus ut qui per eius Genitricem Virginem Mariam perpetua capiamus gaudiae Vitae. Per Christum Dominum nostrum. Amen.
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CAPÍTULO XVII
MARÍA EN LA IGLESIA
Antes de ascender visiblemente a los Cielos, Jesús se aparece de modo manifiesto (95) a sus discípulos durante cuarenta días, tiempo en el cual va terminando de perfilar lo que va a ser su Santa Iglesia. Tras la Pasión, María tiene que tomar cierto papel protagonista para ir recuperando al desconfiado Colegio Apostólico. Todavía encontramos este papel preponderante entre la Ascensión de Jesús y Pentecostés: “Y cuando llegaron, subieron al cenáculo donde vivían Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes, y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús y sus hermanos”. (Hechos de los Apóstoles 1, 13-14). Sin embargo, cada vez se afirma más la primacía de Pedro por voluntad de Jesús. Podemos leer, todavía del tiempo durante la vida mortal del Señor: “Bienaventurado eres, Simón hijo de Joná, porque no te han revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos”. (San Mateo 16, 17-18). 95
Jesús no deja de aparecerse, hasta hoy, bajo las especies eucarísticas.
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Y al final de la pesca milagrosa efectuada durante la aparición de Jesús junto al lago de Tiberíades, en Galilea, podemos leer: “Después de haber comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis corderos. De nuevo le preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas”. (San Juan 21, 15-17). Y así fue como María, en lo que le quedaba de vida mortal, se mantuvo en un discreto segundo plano, no ya tras Pedro, sino tras todo el Colegio Apostólico. Tras un tiempo de permanencia corporal en la Tierra, Jesús va físicamente a su lugar en el Paraíso, donde recibe el Honor y Gloria que le corresponden como Dios y Hombre, Redentor del género humano, al que ha devuelto con creces la capacidad para amar y ser amado por la Santísima Trinidad. San Lucas nos narra así la Ascensión del Señor, que ocurre tras el regreso a Judea desde Galilea, adonde Jesús había enviado a sus discípulos, a continuación de resucitar, y donde se había desarrollado la última pesca milagrosa, con la conclusión comentada poco antes: “Mientras estaba a la mesa con ellos les mandó no ausentarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, la que oísteis de mis labios: que Juan bautizó con agua; vosotros, en cambio, seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días. Los allí reunidos le hicieron esta pregunta: ¿Es ahora, Señor, cuando vas a restaurar el Reino de Israel ( 96)? Él les contestó: No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo 96
Esta pregunta demuestra que los Apóstoles aún no habían entendido el sentido de la Redención. Lo entenderán plenamente el día de Pentecostés.
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que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. Y después de decir esto, mientras ellos miraban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos. Cuando estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba, se presentaron junto a ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este mismo Jesús que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera que le habéis visto subir al cielo”. (Hechos de los Apóstoles 1, 411). A María no le duele esta separación, considerada en el Segundo Misterio del Santo Rosario, pues sigue unida místicamente a su Hijo, con una intimidad inalcanzable físicamente. No se queda mirando al cielo con los ojos de su rostro, como habían hecho los discípulos recriminados por los ángeles, sino que pide la llegada del Espíritu Santo utilizando también el ofrecimiento de su actividad, y animando a todo el grupo de seguidores de Jesús a comportarse de la misma forma. Del Papa Pablo VI son estas palabras: “María, que concibió a Cristo por obra del Espíritu Santo, el Amor de Dios vivo, preside el nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés, cuando el mismo Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y vivifica en la unidad y en la caridad el cuerpo místico de los cristianos”. (Pablo VI, Discurso 25-10-1969). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, que se contempla en el Tercer Misterio de Gloria del Santo Rosario, y que supone el nacimiento pleno de la Santa Iglesia, sobre la transcendencia con que afecta las inteligencias y voluntades de todos los discípulos, para María supone el nuevo recibimiento de su Esposo Infinito, que Ella había aceptado el día de la Encarnación del Verbo. Los Hechos de los Apóstoles nos testifican el bautismo de tres mil personas (97), y a continuación nos dicen que: “Perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en 97
Hechos de los Apóstoles 2, 41.
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la fracción del pan y en las oraciones”. (Hechos de los Apóstoles 2, 42). Así pues, al menos a partir del día de Pentecostés, María pudo empezar a asistir a la Santa Misa (llamada la fracción del pan) y a recibir el Cuerpo Sacramentado de su Hijo en la comunión. No podemos imaginar lo que supondría para la Madre de Dios su asistencia, su participación en la Santa Misa, en la renovación del Sacrificio de su Hijo en la Cruz. La participación de María en la Santa Misa era realmente la renovación de su participación en el Sacrificio Redentor de Jesús. Y qué decir de sus disposiciones para comulgar; para recibir de nuevo a Jesús en el interior de su cuerpo, análogamente a como Le había dado cobijo desde el instante de la Encarnación, hasta llegar a su alumbramiento. Tenemos que tratar de considerar cómo María prepararía su asistencia a la Santa Misa y su Comunión, tras dar gracias por la Misa y Comunión anteriores. Toda su vida se convertiría en una preparación y una acción de gracias, sin que ello la descentrara de su quehacer diario. San Josemaría Escrivá de Balaguer, que trató de vivir y enseñar a vivir así la preparación y acción de gracias de la Santa Misa, extendió el uso de una forma de efectuar la comunión espiritual, que él había aprendido de un religioso escolapio, y que tiene mucho que ver con lo comentado: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y el fervor de los santos”. Puede ser una forma estupenda de preparar la Santa Comunión, y de unirse espiritualmente a Jesús a lo largo del día. María tendría unos sesenta años, cuando entró en contacto con Ella un médico sirio, nacido en Antioquía, ciudad que llegó a ser la capital de aquel país. Era un hombre entregado a su profesión, de gran cultura, escribiendo en lengua griega excelentemente, y de espíritu elevado. Era un pagano de conversión reciente siguiendo la predicación de San Pablo, y que 124
entusiasmado con el don de la salvación, tras bautizarse, se había incorporado como fiel y eficaz colaborador del Apóstol de las Gentes. Y además pretende “escribir ordenadamente”, como afirmaría de modo explícito, lo relacionado con la vida de Jesús y con la predicación de los Apóstoles, especialmente con la de Pablo. Con este fin llevó a cabo una labor “periodística”, informándose por las principales personas que habían conocido a Jesús durante su vida mortal y, con muy buen criterio, especialmente por María, de la que pudo recibir información inédita del inicio de la vida humana del Redentor. Naturalmente, estoy refiriéndome al evangelista San Lucas, y a sus entrevistas con la Madre de Dios les debemos, sobre todo, los dos primeros capítulos de su Evangelio. Teniendo esto en cuenta, nos admira también la sinceridad y la sencillez de María, que se manifiesta en el relato resultante, tanto exponiendo sin paliativos el no haber comprendido a su Hijo cuando lo perdió y lo halló en el Templo de Jerusalén, como contando que un ángel la había llamado “Llena de Gracia”, sin “falsa modestia”. Aunque no es segura, existe la tradición de que San Lucas era también pintor y retrató a María, tal como se expone en el capítulo tercero. En este caso sería llamativo que la pintara con el pelo rojo, habiendo María superado ampliamente los cincuenta años. O bien no envejecía al estar exenta del pecado original, o bien San Lucas la habría querido pintar más joven, mediante datos conocidos. No sólo San Lucas buscaría el testimonio de María para escribir su evangelio. También San Mateo debió recibir la ayuda material de la Santísima Virgen, para escribir sus dos primeros capítulos. Después de Pentecostés, María no debió llevar una vida plácida. Estaba bajo la responsabilidad filial de San Juan; pero dicho de otra forma, Juan estaba bajo la responsabilidad materna de María. Y los demás discípulos, como ya hemos visto al comentar el encargo de Jesús desde la Cruz. 125
Y los discípulos, y Juan en particular, pasan por persecuciones, cárceles, azotes.... Esteban es el primero de los ejecutados. Pero había felicidad, consecuencia del amor, y se vivía con alegría: “Entonces llamaron a los Apóstoles, los azotaron ( 98), les ordenaron no hablar en el Nombre de Jesús y los soltaron. Ellos salían gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del Nombre. Todos los días, en el Templo y en las casas, no cesaban de enseñar y anunciar el Evangelio de Cristo Jesús”. (Hechos de los Apóstoles 5, 40-42). No conocemos el tiempo que María permaneció como persona mortal. En Turquía, cristianos y musulmanes defienden que María llegó a vivir en Éfeso con San Juan, e incluso muestran una casa que pudo ser su morada, o que puede ser similar a la que lo fue, lo que exigiría que la Madre de Dios hubiera llegado a una edad muy avanzada. Es dogma de Fe que “La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la Gloria Celestial”, (Pío XII. Definición del Dogma, 1 de noviembre de 1950), como se contempla en el Cuarto Misterio de Gloria del Santo Rosario, y allí, como Obra Maestra del Creador, es coronada como Reina y Señora de toda la Creación, como se considera en el Quinto Misterio Glorioso. “Una gran señal apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Apocalipsis 12, 1). Desde los Santos Padres, se ha identificado a esta mujer con la Iglesia y con la Santísima Virgen. Se trata de un lenguaje simbólico; pero cuando vemos un sol radiante en un día espléndido, cuando incluso podemos estar disfrutando de él, podemos acordarnos de la Madre de Dios y hasta 98
A diferencia de la romana, la pena de azotes dictada por el Sanedrín tenía ciertas limitaciones: No se podía usar el terrible flagelo romano, y el número de golpes no podía ser superior a cuarenta. Como “muestra de piedad”, “sólo” aplicaban treinta y nueve, ejecutados por tres verdugos, que se turnaban para dar trece azotes cada uno con todas sus fuerzas. No dejaba de ser un castigo ferozmente cruel y sangriento.
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decirle ¡Qué bonito es tu vestido, del que veo una copia de vida limitada!, ¡qué bien te debe sentar! En las letanías del Santo Rosario, se llama a María: Reina de los ángeles, porque supera en santidad y dignidad a todos ellos, y porque la honran como Madre del Rey del universo. Reina de los patriarcas, porque supone la culminación de todos ellos, al engendrar directamente al Divino Redentor. Reina de los profetas, porque fue quien primero conoció la Encarnación del Verbo de Dios, y porque conoció los designios del Altísimo con más claridad que nadie. Reina de los apóstoles, porque ellos predicaron al Salvador que Ella entregó al mundo. Reina de los mártires, porque sufrió el martirio en su Hijo, más dolorosamente que si lo hubiera sufrido en sí misma, y sin el consuelo del Señor, como los demás mártires, porque era el mismo Señor el que recibió el martirio. Reina de los confesores (99), porque manifestó a Jesús dándole a luz. Reina de las vírgenes, íntegra en alma y cuerpo, y más directamente consagrada a Dios que cualquier otra. Reina de todos los santos, como se puede resumir. Como es lógico, y también empleando las posibilidades de su estado glorioso, María puede trasladarse desde el Paraíso a donde quiera, y manifestarse a quien quiera y como quiera, algo que hace cuando es conveniente, aunque su modo de actuar es fundamentalmente discreto y eficaz, como lo fue durante su vida mortal.
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Se denomina santo confesor o simplemente confesor a quien, clérigo o laico, alcanza la santidad tras manifestar o “confesar” su condición de cristiano, con palabras y sobre todo con obras.
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EPÍLOGO
No he intentado hacer un tratado completo sobre la Santísima Virgen María. Además, aunque lo hubiera querido no lo habría logrado, según el clásico aforismo “Sobre María, nunca suficiente (100)”. Intencionadamente he insistido sobre los aspectos más externos y materiales de María, pues considero que, aunque sean en sí mismos los menos importantes, son los que en nuestras relaciones habituales abren el camino hacia la simpatía inicial y los conocimientos más profundos. El conocimiento avanza normalmente de fuera hacia dentro. El que llegue a enamorarse de la Virgen en un plano natural, creo que tiene asegurado alcanzar el Amor Sobrenatural. Por el contrario, pretender amar a la Virgen de un modo etéreo, difuso, sin querer buscar ni un solo trazo de simpatía y gracia humana en su personalidad..., que por cierto se hallan a poco que se trate de conocerla... Es fácil experimentar la ayuda de María por todo aquél que acude a Ella. Así lo han testificado numerosos santos, como San Bernardo, que escribió: “María...consuela nuestro temor, aviva nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestros temores y anima nuestra pusilanimidad.” (Homilía en la fiesta de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María). Ya he apuntado que, sólo por el hecho de vivir en estado glorioso, María tiene unas asombrosas posibilidades de actuación. Pero además, por su Visión Beatífica —o Visión directa de Dios, y de toda la Creación a través de Dios— en grado máximo, está pendiente de todo lo que hacemos, y de ayudarnos como si cada 100
De Maria, numquam satis.
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uno de nosotros fuera la única criatura que existiera. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, no siendo Ella Dios, María no entra en nuestras intenciones ni en nuestros pensamientos recónditos si no se lo permitimos explícitamente, cosa que haremos si somos mínimamente consecuentes. En fin, amigo lector o amiga lectora, si este libro ha servido para despertar algo más de tu interés por nuestra Madre del Cielo, damos por bien empleado nuestro trabajo, el mío y el de los que han colaborado de alguna forma. Puedes profundizar en su conocimiento leyendo otros libros, tales como los que se relacionan en el apéndice. Desde luego, es importantísima la lectura de las Sagradas Escrituras, de las que tienes una excelente edición en EUNSA — Ediciones Universidad de Navarra S. A.— especialmente del Nuevo Testamento —que es conveniente conocer bastante bien para poder leer el Antiguo Testamento de forma provechosa— y también de los escritos de los Primeros Padres, como San Cirilo de Jerusalén, San Cirilo de Alejandría, etc. Estos últimos se pueden encontrar editados por BAC —Biblioteca de Autores Cristianos -. Trata a María cada vez más. No abandones el Santo Rosario, considerando brevemente cada Misterio antes de recitar el Padrenuestro, la decena de Avemarías y el Gloria después de cada uno. A parte de rezarlo en familia, si es posible, puedes recitarlo mientras caminas o conduces, mientras esperas... Procura saludarla, por lo menos al mediodía, consciente de que atiendes a una cita personal con la Reina del Universo, con el Ángelus o el Regina Coeli, conmemorando los momentos decisivos en que puso su parte para proporcionarnos al Salvador. Te sugiero también que, al menos los sábados, no dejes de saludarla con la recitación de la Salve. Esperamos que nuestro trabajo se redondee con el conocimiento personal de nuestra Madre y Amiga en el Cielo, por toda la Eternidad. Así sea.
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APÉNDICE BIBLIOGRÁFICO
Santo Rosario. San Josemaría Escrivá de Balaguer. La Virgen de Fátima. Barthas. Editorial Patmos. La Virgen Nuestra Señora. Federico Suárez. Editorial Patmos. Los mejores textos sobre la Virgen María. Regamey. La sombra del Padre. Jan Dobraczynski. Encuentros con la Señora. Jan Dobraczynski. José, esposo de María. Federico Suárez. Editorial Patmos. La Madre del Salvador. Garrigou Lagrange. Editorial Patmos. Santa María en los escritos del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Federico Delclaux. Santa María, ¡ayúdanos! Javier Abad. Folletos Mundo Cristiano, número 263. La Madre de Jesucristo. César Aller. Folletos Mundo Cristiano, número 101. Meditación del rosario. José María Escartín. Cuadernos Palabra, número 19. La aventura divina de María. Fuentes Mendiola. Editorial Patmos. La Madre del Redentor. Javier Ibáñez y Fernando Mendoza. Ediciones Palabra. El Avemaría. Camilo López Pardo. Cuadernos Palabra, número 40. 130
Rosa mística. Cardenal Newman. Cuadernos Palabra, número 81. Mirar a María. Antonio Orozco. Editorial Patmos. María y la Santísima Trinidad. Jesús Polo. Folletos Mundo Cristiano, número 460. La doncella de Nazaret. Javier Suárez – Guanas. Editorial Palabra. Recuerdos de Sor Lucía, Memorias. Sor Lucia. Editorial Sol de Fátima. Vida y gracia de la Virgen María, Textos de escritores de los siglos XVI – XVII. Editorial Obisa. María en los Padres de la Iglesia. Luis Obregón Barceda. Editorial Ciudad Nueva.
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