FERNANDO DÁMASO
Mapa perdido de La Habana
De la primera edición: © Editorial Colibrí, 2005
De la presente edición, 2015: © Duanel Díaz © Hypermedia Ediciones
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Corrección y edición digital: Gelsys M. García Lorenzo Diseño de colección y portada: Editorial Hypermedia
ISBN: 978-1519740786 Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.
FERNANDO DÁMASO (La Habana,1938). Cursó estudios en las Escuelas Pías de la Víbora. Una vez graduado de Perito Mercantil, comenzó a trabajar en una agencia de publicidad, primero como investigador de mercado y después como productor de comerciales y de programas de televisión, dando sus primeros pasos en la escritura. En 1959 se incorporó a las Fuerzas Armadas, cursando estudios militares en Cuba y en la URSS. Cumplió misiones en Etiopía y Nicaragua. Después de abandonar la vida militar por voluntad propia, se dedicó a escribir cuentos y relatos, abrió un blog (https://mermeladas.wordpress.com) donde analiza la situación de su país, e inició la publicación de artículos en Diario de Cuba.
Para Rebeca, escudera en la vida y en esta aventura por la historia, la nostalgia y el presente.
Los trabajos que integran este libro fueron originalmente publicados en Diario de Cuba. Sólo algunos han sido puntualizados y ampliados brevemente con nuevos datos. Como es de suponer, la información histórica que ofrecen no corresponde únicamente al autor, sino que es producto de una búsqueda exhaustiva entre todo lo escrito y publicado por cronistas, periodistas, historiadores, escritores, arquitectos, urbanistas y otros muchos, que se han preocupado y amado la ciudad de La Habana, desde la época colonial hasta nuestros días. La información actual proviene de recorrer varias veces, desde su comienzo hasta el final, cada una de las calles, calzadas y avenidas reseñadas, constatando la pérdida o existencia y estado de las principales edificaciones, así como las transformaciones a que han sido sometidas y su uso, e indagando entre quienes las habitan, en busca de los hechos y personajes que les dieron vida.
La calzada más extensa
La Calzada de Jesús del Monte, hoy más conocida como Calzada de Diez de Octubre, nace en la Esquina de Tejas como una prolongación de la Calzada de Infanta. Luego se extiende hasta el Entronque de La Palma, donde se bifurca en la Calzada de Managua y la Calzada de Bejucal, atravesando, enlazando o delimitando en su trazado las barriadas o repartos del Cerro, Santos Suárez, La Víbora, Luyanó, Lawton, Sevillano, Santa Amalia, Apolo, Víbora Park y Barrio Azul. Inmortalizada por el poeta Eliseo Diego, continúa siendo la más extensa de las calzadas de la ciudad. En la década de los 50, transitada por numerosas rutas de ómnibus y con gran movimiento vehicular, desaparecidos ya los tranvías, así como sus rieles y tendidos eléctricos, la engalanaban salas de cine, tiendas de todo tipo, panaderías, dulcerías, librerías, bodegones, restaurantes, cafeterías, farmacias, joyerías, un importante sanatorio (La Purísima Concepción, conocida como la Quinta de Dependientes), estaciones de policía, y el constante ir y venir por sus portales y aceras de transeúntes y estudiantes de los múltiples colegios establecidos en sus cercanías, que visitaban sus librerías en busca de materiales escolares y de los libros clásicos que editaba la Editorial Thor, que se vendían a bajos precios. Los cines Florida, Moderno (pared con pared con la Oncena Estación de Policía), Apolo, Tosca, Gran Cinema y Marta (frente a la Catorce Estación) satisfacían las necesidades de diferentes generaciones de cinéfilos. La panadería y dulcería de Toyo y el bodegón del mismo nombre, en los bajos del Registro Civil, dieron nombre a una de las esquinas más bulliciosas y activas de La Habana, punto de cruce de los ómnibus que se desviaban hacia la Calzada de Luyanó y de los que continuaban, en una u otra dirección, por la Calzada de Jesús del Monte. El constante olor del pan recién horneado aportaba su sello distintivo al lugar, al igual que los dulces y pasteles de la dulcería anexa y los magníficos sándwiches del bodegón. En sus portales, el estanquillo de periódicos y revistas donde ocultos tras las publicaciones autorizadas, mostraban parte de sus portadas, como en un guiño, los pequeños cuadernos de textos y fotografías eróticas o pornográficas, impresos en papel de baja calidad en editoriales sin identificación. También se alzaba allí el sillón del limpiabotas. Unas cuadras antes, cerca de la calle Tamarindo, el tostadero de café impregnaba con su olor característico todos los alrededores, llegando hasta la casa de empeños, la farmacia y la pequeña tienda y fábrica de zapatos de piel en la acera de enfrente, después de la calle Municipio. A continuación, a derecha e izquierda, la cadena de tiendas hasta llegar a la loma de la Luz, que todos asociaban con la calzada y la nombraban igual,
por la iglesia parroquial de Jesús del Monte existente en ella, y el alto paredón que aún la oculta, hasta desembocar en los múltiples comercios establecidos en el espacio comprendido entre la Loma de Chaple, final de la calle Lacret y comienzo de la Avenida de Dolores. Cientos de metros más allá, la Avenida de Santa Catalina, también con bodegones, cafeterías y una panadería donde, entre otros tipos de panes, ofertaban un pan gallego conocido como "bonete", así como galletas, palitroques, coscorrones y pasteles de queso, jamón o carne. En la acera de enfrente, el cine Tosca, al cual acudíamos los niños de más de doce años motivados por las películas francesas e italianas donde se mostraban desnudos ligeros, algo insólito en las norteamericanas de entonces, que proyectaban los cines del Circuito Carrerá. Entonces aparecían las residencias de la clase media, más rica y progresista, de amplios portales con columnas hasta alcanzar, siempre cuesta arriba, el Paradero de La Víbora, donde terminaban sus recorridos los tranvías y entraban en la nave de mantenimiento, para iniciar de nuevo sus viajes. Después, con la desaparición de los tranvías, se convirtió en el Paradero de los Autobuses Modernos, las denominadas "enfermeras" por sus colores blanco y azul. En el lugar, propicio para el comercio, de donde partía la Ruta 38 que iba hasta Batabanó, un conglomerado de restaurantes, fondas, cafeterías, puestos de fritas y tiendas, con la hermosa casa con la figura del "negrito del farol", de pantalón azul y camisa roja, en el elevado jardín, frente al Tropicream, uno de los primeros en establecerse en la ciudad, y la plazoleta de la Iglesia de los Pasionistas. Al lado, la calle que conducía a los Institutos de La Víbora y Edison. Más allá, junto a la línea férrea, donde dejaba y tomaba pasajeros el tren, el mítico Café Colón y, enfrente, la Cremería Santa Beatriz, una moderna planta pasteurizadora de leche. A continuación, viviendas dispersas, algunas ya con patios traseros, frutales y jardines, como indicando el término de la ciudad abigarrada de casa contra casa y el comienzo del entorno campestre, el cual se extendía hasta el Crucero de La Palma, con su famosa fábrica de hielo, y continuaba por las Calzadas de Managua y de Bejucal. En ese tiempo, a partir de la Avenida de Acosta, la calzada asfaltada era estrecha, con amplios parterres y árboles a ambos lados. Hoy Hoy, desgraciadamente, todos los cines han desaparecido, con excepción del Marta, rebautizado Alegría y convertido en una sala de fiestas, así como las panaderías, dulcerías, restaurantes, bodegones, fondas, librerías, comercios, estanquillos, sillones de limpiabotas y muchas tiendas,
convertidos sus locales en viviendas, con adaptaciones arquitectónicas horrendas o de bajo costo, transformando la otrora Calzada de Jesús del Monte en un triste museo de edificaciones venidas a menos, en total deterioro o colapsadas por derrumbes. Pueden esgrimirse muchas razones para tratar de explicar lo inexplicable, inclusive echar mano del manido argumento del "bloqueo" o embargo norteamericano, pero la única causa real de lo sucedido es la incompetencia manifiesta de las autoridades y del sistema impuesto, tanto para proteger lo creado por generaciones anteriores de cubanos, como para crear algo nuevo y valioso. La Calzada de Jesús del Monte o de Diez de Octubre, como se le llame, ha tenido el mismo terrible destino de otras calzadas, avenidas y calles de la ciudad de La Habana. Aunque en los últimos meses, con el incremento del trabajo por cuenta propia, en algunos de sus tramos aparecen pequeños comercios particulares, inclusive utilizando locales que un día fueron establecimientos y después se convirtieron en precarias viviendas, aún la inmensa mayoría de las instalaciones importantes se encuentran en manos de improductivas empresas estatales, con incapacidad demostrada para ofrecer servicios de calidad a los ciudadanos. Tal vez estas instalaciones, si se rentaran o vendieran a particulares, servirían de verdadero acicate para el rápido renacimiento de la otrora importante Calzada, lo cual nunca se logrará con las raquíticas medidas aprobadas hasta ahora, que solo autorizan hacerlo en unos pocos servicios donde existan menos de cinco empleados. Esto significa, a fin de cuentas, continuar apostando a la actividad comercial "bonsái" o "a pellizcos", las que realmente resuelven muy poco. De todas formas, la Calzada de Jesús del Monte, debido a su importancia como vía de comunicación hacia el sureste de la ciudad, más temprano que tarde, cuando realmente se liberen las fuerzas productivas y los cubanos puedan desarrollar sus iniciativas, volverá a ser lo que era, para entonces ya modernizada y acorde con el tiempo.
Entre Toyo y la Virgen del Camino
La Esquina de Toyo, en la Calzada de Jesús del Monte, donde nace el ramal que es la Calzada de Luyanó, se hizo célebre por el bodegón, la panadería y la dulcería, todos con el mismo nombre y alta calidad en sus ofertas. En el lugar también existían el cine Moderno, la Oncena Estación de Policía y algunas pequeñas tiendas, de las llamadas de "polacos". La Calzada de Luyanó comienza precisamente en Toyo y termina en el Puente Alcoy. Donde comienza, era estrecha y de dos vías, con el café El Cuchillo como primer inmueble, en los altos del cual residía el sargento Fulgencio Batista cuando los sucesos del 4 de septiembre de 1933. También había otros comercios y los cines Dora y Atlas, hasta llegar a la calle Fábrica, su punto más elevado, donde se ensanchaba y comenzaba a descender con parterres y árboles a ambos lados, que en los años cincuenta fueron eliminados, al reconstruirse totalmente y ampliarse a cuatro vías. Entonces, a la derecha se encontraba el bodegón Hijas de Galicia, con venta de frutas frescas en estantes piramidales de madera en sus portales, y detrás el gran centro hospitalario mutualista del mismo nombre, entre las calles Regla y Remedios. Después, en la curva, la Casa de Socorros, y más allá, en la acera opuesta, el cine Luyanó, con su techo de tejas metálicas curvas, semejando una gran concha alargada. Ya en la intersección de Concha y Luyanó, los cuatro bodegones, uno en cada esquina, y el cine Norma. A continuación venía el crucero del ferrocarril, justo al comienzo de la Avenida de Porvenir, con sus barreras y luces rojas intermitentes, que detenían el tráfico y obligaban a una larga espera, mientras pasaban interminables vagones arrastrados por las locomotoras. Más allá se alzaba la maderera Antonio Pérez, con el intermitente ruido de sus sierras y su peculiar olor a resina, los talleres del ferrocarril y, en la acera opuesta, el bar de alargado mostrador y banquetas tapizadas en vinyl rojo, la agencia de automóviles y la moderna Fundición Luyanó. Todo terminaba en el Puente Alcoy, ensanchado con estribos y barandas sobre el puente colonial original. En esos años, la Calzada de Luyanó se encontraba totalmente iluminada con luces de mercurio, y la mayoría de sus edificaciones eran de mampostería con techos de placa fundida. Hoy ya no existe ningún cine: uno desaparecido, dos convertidos en viviendas múltiples, y el otro, sin techo, en una sala de judo. Muchas viviendas se han resentido ante el paso del tiempo sin mantenimientos y, algunas de las que no han desaparecido totalmente, han sufrido adaptaciones improvisadas, para adecuarse al crecimiento familiar. Los bodegones, la mayoría transformados en
verdaderos tugurios gastronómicos estatales, no son ni la sombra de lo que un día fueron, y la mayoría de las tiendas cerraron sus puertas, para convertirse también en improvisados alojamientos, así como desparecieron las fábricas y talleres que la caracterizaban, pues Luyanó era un barrio mayoritariamente obrero. La Calzada ha compartido el mismo triste destino de su vecina Calzada de Jesús del Monte, acumulando males y tristezas, pues las causas son idénticas, al igual que sus responsables. La Virgen del Camino Más allá del puente Alcoy, la Virgen del Camino, un conjunto de parques, plazoletas y comercios, recibió su nombre de un bodegón español que se encontraba en la esquina de la Calzada de Güines y Noriega, propiedad de un asturiano que tenía un cuadro con la imagen de la virgen sentada, colocado en lo alto de la estantería de la barra, donde se servían bebidas y licores. El negocio comprendía restaurante, barra, dulcería y víveres, además de, en sus portales, una vidriera de productos varios de aseo personal, revelado e impresión de fotografías y venta de billetes de la Lotería Nacional, y un estanquillo de periódicos y revistas con sillón de limpiabotas, propiedad de un negro grande y afectuoso a quien todos llamaban Cayuco, por la forma alargada de su calva cabeza. La escultura que se colocó en el estanque del parque, obra de Rita Longa, es una virgen tropicalizada, ajena a la original, aunque mucho más hermosa y sensual. En la calle Noriega, frente al bodegón, se encontraba la Ferretería de Sobrino y, por la Calzada de Güines, a partir del puente, La Estrella, un comercio que incluía ferretería, restaurante, cafetería y agencia de viajes interprovinciales por ómnibus, algunas tiendas de "polacos" (en realidad emigrantes sirios, libaneses y palestinos), otras agencias, el cabaret Las Catacumbas, con una ambientación y efectos terroríficos que hacían honor a su nombre, y una panadería antigua que fabricaba un magnífico pan. Cruzando la calle, a continuación de la Ferretería de Sobrino, el tren de lavado de los chinos, más agencias (Santiago-Habana, La Ranchuelera, Ómnibus Menéndez, La Flecha de Oro, etcétera), la farmacia de la Dra. Socorrito, el garaje y bar de Chely y el Edificio Alvarado, con su taller de vidrios y espejos en los bajos. En la acera de enfrente, el colegio público y sus terrenos deportivos en forma de triángulo, a través de cuyas cercas rotas cruzaba desde su casa una célebre prostituta, joven y hermosa, para hacer sus faenas diarias, en viaje de ida y vuelta, en la cabina de alguna de las muchas rastras que transitaban por la Calzada de Güines, camino de la Carretera Central. Esta era la Virgen del Camino de los años cincuenta. Su importancia había crecido por ser cruce de caminos hacia Guanabacoa, Regla, San
Francisco de Paula y otros pueblos situados al este de la ciudad, y constituir su salida hacia la Carretera Central, motivo por el cual en ella convergían tanto ómnibus locales como municipales e interprovinciales, con su flujo constante de viajeros saliendo y llegando. Al instalarse la escultura de la nueva virgen en el centro de un estanque, los pasantes adoptaron la costumbre de dejar caer unas monedas en el agua que la rodeaba, con el objetivo de asegurarse su protección. El dinero recogido se utilizaba en el mantenimiento de los parques y plazoletas del lugar y en el de sus áreas verdes, con espacios sembrados de flores. Hoy, con excepción de la virgen y el estanque donde se encuentra situada, todo ha cambiado, habiendo desaparecido la mayoría de los comercios que le daban vida, después de cierres y múltiples y absurdas transformaciones, y perdido el ambiente característico de punto de tránsito de viajeros, al no existir tampoco ninguna de las agencias que la caracterizaban. Al igual que la Esquina de Toyo, la Calzada de Luyanó y la Virgen del Camino han visto pasar sus mejores años, principalmente a causa de la desidia acumulada de las autoridades, capaces en un momento de euforia de apropiarse de todo para después, con el paso del tiempo, dejarlo destruir. Sin embargo, la tenacidad y la iniciativa de los cubanos, convencidos del fracaso de la gestión estatal, lentamente se abren paso, a pesar de los inconvenientes, persecuciones, prohibiciones y absurdos aún vigentes, apostando por la gestión privada en sus múltiples formas, única manera de devolverlas a la vida.
La calzada de Infanta
Esta calzada, que en la época colonial se llamó Calzada de los Pontones, por los muchos puentes que la cruzaban, en los años 50 se extendía desde la Calle 23, en La Rampa, hasta la Esquina de Tejas, donde comienza la Calzada de Jesús del Monte, hoy más conocida como de 10 de Octubre. Su primer tramo, desde Carlos III hasta la Esquina de Tejas, se terminó en el año 1843. El segundo, desde Carlos III hasta la Calle 23, ya en el Vedado, es muy posterior. Recorriéndola a la inversa, a partir de la Esquina de Tejas, desde su tramo menos favorecido hasta el más desarrollado al conectar con La Rampa, existían un bodegón y el cine Valentino, siendo en ese lugar muy estrecha la avenida, de una sola vía, lo que a menudo producía congestiones de tránsito. Después de la fábrica de fósforos y de las calles que conducían a los fanáticos del béisbol al Estadio del Cerro, se ampliaba a cuatro vías hacia el parque de la Escuela Normal y la fábrica de la Canada Dry, visible sus líneas de producción a través de los grandes ventanales de cristal, con la estación de Policía y su escalinata, la maderera Orbay y Cerrato y su terreno de béisbol y, enfrente, el Brindis Bar, con su lumínico de la rubia desnuda recostada, a la que hubo que agregarle una trusa roja de dos piezas, ante el reclamo de los puritanos de entonces. Más adelante, en su banda izquierda, el edificio de Salubridad, la florería y la funeraria La Nacional, y edificios de viviendas con diferentes comercios en los bajos, hasta llegar al cruce de Carlos III y, en el edificio que formaba un cuchillo con la Calzada de Ayestarán, el laboratorio y cartel anunciando "las pinceladas sanativas del Dr. Pérez Fuentes", en sus frascos con brocha de pluma de ave. Por la banda derecha, también edificios con comercios, la redacción y los amplios talleres de las importantes revistas semanales Carteles y Vanidades, un cabaret árabe en el primer piso de un inmueble recién construido, con pufs, cojines y mesas a centímetros del piso y, ya en el cruce, el bar restaurante Las Avenidas. Cruzando Carlos III, a la izquierda, junto a las verjas de la Quinta de Los Molinos, la funeraria San José, y más viviendas y comercios hasta el restaurante chino y el bodegón, al llegar a San Lázaro. A la derecha, otro bodegón y el cine Manzanares, la Clínica Canina, de madera y techo de tejas, con alojamiento para mascotas de dueños viajeros, cercana a la calle Zanja y, después, los cines Astral e Infanta, algunas tiendas, la iglesia de El Carmen y las Lámparas Quesada, con el Caballero de París en sus portales, de tanda en tanda.
La esquina de San Lázaro e Infanta, famosa por los continuos encontronazos entre los estudiantes universitarios y la policía, dirimidos con violencia mediante chorros de agua, pedradas, quema de neumáticos y balazos, también lo era por los múltiples expendios de ostiones existentes en el lugar y porque, en uno de sus cuadrantes, cada diciembre instalaba su carpa el Circo Santos y Artigas, el más importante circo cubano. Continuando el recorrido, aparecía el edificio de Radio Progreso, la denominada "Onda de la Alegría" y, enfrente, el cabaret Las Vegas, punto de reunión de músicos y de artistas, la Sociedad de Ajedrecistas de Cuba, el edificio del Colegio de Arquitectos e Ingenieros de La Habana y, llegando a la calle 23, el gran edificio de la Ambar Motors, con sus salones de exhibición de autos fabricados por la General Motors y sus talleres en los sótanos. A la derecha, el bodegón de Infanta y Hospital, el edificio de piedra de la Sociedad de Amigos del País y el garaje de 23 entre Infanta y Malecón. La Calzada, mayoritariamente ancha y bien asfaltada, era recorrida por numerosas rutas de ómnibus y transitada por cientos de automóviles y otros vehículos, siendo una de las vías más importantes de la ciudad, pues enlazaba diferentes puntos de la misma. Debido a ello proliferaban, además de viviendas, los establecimientos comerciales más disímiles. Hoy Infanta, sin llegar a los extremos de deterioro visibles en otras arterias urbanas, también ha sufrido la irresponsabilidad y la indolencia de las autoridades, habiendo perdido valiosos inmuebles y lugares que la caracterizaban (la mayoría de sus bodegones, bares, restaurantes y comercios, algunos edificios, la Escuela Normal, la Canada Dry, el terreno de béisbol de Orbay y Cerrato, las revistas Carteles y Vanidades, la Clínica Canina, la esquina de San Lázaro e Infanta, etcétera) y manteniéndose otros en estado deplorable o situación ruinosa que, como células cancerosas, la afectan y afean, esperando la llegada de tiempos mejores. Como en otras arterias urbanas, los ciudadanos que ejercen el trabajo por cuenta propia, bajo disímiles presiones gubernamentales, que atentan contra su desarrollo normal y consolidación como germen de la pequeña empresa privada, luchan por rescatarla de la miseria y restablecerla como una importante vía comercial.
Una avenida sin presidentes
La Avenida de los Presidentes, también conocida como la Calle G, en El Vedado, se extiende desde la Calle 1ra hasta la Calle Zapata. Es una de las dos grandes avenidas de El Vedado (la otra es Paseo), que permiten la entrada de la brisa marina, ya que ambas comienzan en el mar, son suficientemente anchas con amplio bulevar central, parterres en los dos lados y están profusamente arboladas. La Avenida, en su etapa republicana, solo contó con los monumentos de dos presidentes: el de Tomás Estrada Palma, el primer presidente, a la altura de la Calle 5ta, y el del General José Miguel Gómez, el segundo, a la altura de la Calle 29. Sobre el pedestal en que se erguía la figura del primero, solo quedan sus zapatos, cercenado el resto por algún extremismo vandálico en 1960, uno de los primeros síntomas de la revisión de la historia que vendría después. El del segundo no fue afectado, tal vez por su grandiosidad, aunque no pudo escapar de los numerosos grafitis que lo acompañaron durante muchos años. Los monumentos a los demás presidentes nunca llegaron a erigirse, constituyendo aún una asignatura pendiente. El ecuestre del Lugarteniente General del Ejército Libertador General Calixto García en el Malecón, no forma parte de la Avenida. Hoy, en la Avenida, sacados de la manga por algún mago frenético, aparecen algunos dedicados a presidentes extranjeros, verdaderos bodrios escultóricos, que en lugar de embellecerla la afean, además de que este no es el lugar apropiado para ellos, sino el Parque de La Fraternidad Americana, junto al Capitolio, espacio concebido para tal fin desde los tiempos de la República, donde se encuentran los bustos de Bolívar, San Martín, Juárez, Artigas, Morazán y otros. Estos nuevos esperpentos, erigidos a toda prisa más por conveniencias políticas coyunturales que por sinceros deseos de rendirles tributo, sin pasar por un tribunal de expertos que exigiera un mínimo de calidad y los aprobara, en su momento, después de ser reelaborados artísticamente, si vale la pena, tal vez debieran ser reubicados en otro entorno. Donde comienza, a un lado, se encuentra el edificio de la Sociedad Colombina Panamericana, que ocuparan también la Asociación Panamericana de Escritores y la Casa Continental de la Cultura y se efectuara, en 1956, el Diálogo Cívico, presidido por Cosme de la Torriente, al frente de la Sociedad de Amigos del País, con el objetivo de encontrar una salida política al diferendo entre la oposición y el Gobierno. Hoy es la sede de la Casa de las Américas. Enfrente, el ruinoso Parque Deportivo José Martí, con peligro de derrumbes en sus áreas techadas y destruidas muchas de sus instalaciones,
albergue regular de marginales y mendigos, seguido del edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores, más la casa de la Condesa de Loreto, convertida en el Centro Internacional de Prensa. En la otra acera, el Hotel Presidente, construido en 1927 y, antes de llegar a Línea, el antiguo Hospital Municipal de Maternidad América Arias, en estado de deterioro galopante, con áreas clausuradas y reparación interminable, y algunas residencias ocupadas por instituciones gubernamentales de diferente designación. Después de Línea, puede encontrarse la residencia donde falleciera el General Mario García Menocal, el tercer presidente, que gobernó durante dos períodos consecutivos, un edificio alto donde residió durante años una de las herederas de la familia Tarafa, integrante de las grandes fortunas de Cuba que, cuando todos se marcharon, se quedó "para ver cómo era una revolución". Más adelante, el Colegio Baldor; dos residencias, entre ellas donde vivió el Dr. Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla, convertidas en la Escuela de la Alianza Francesa; otras ocupadas por la Embajada de Hungría y la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana; la antigua casa de Medina, propietario de terrenos y urbanista de El Vedado; la Sociedad Balear y, al llegar a la Calle 23, el local de la Casa de las Infusiones, invento socialista de los años en que desapareció el café. Después de 23, el restaurante Castillo de Jagua, al que solo le queda de sus pasadas glorias el nombre, el garaje de G y 25, el edificio Chibás, instalado desde hace meses en sus bajos el elegante café-restaurante privado Presidente, y el edificio Palace, un hotel de apartamentos de diez pisos inaugurado en el año 1927, que fue el primero construido de hormigón armado en Cuba, el cual se encuentra en estado deplorable. Al frente, un edificio de apartamentos convertido en albergue para estudiantes de Medicina, donde al transitar por la acera, usted podía ser impactado con cualquier objeto dejado caer despreocupadamente desde los pisos superiores, y las ruinas de lo que fue el hermoso Hospital Pedro Borrás Astorga, en eterna espera de "una demolición anunciada", a pesar de las múltiples protestas ciudadanas, por ser uno de los dos únicos ejemplos de art déco aplicado a instalaciones hospitalarias existentes en el mundo (el otro se encuentra en la ciudad de Chicago). Más adelante, el monumento al General José Miguel Gómez, el Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez y, al final, después de dejar atrás los farallones horadados de túneles de los tiempos de la Guerra de Todo el Pueblo en las faldas del Castillo del Príncipe y del Hospital General Calixto García, las Facultades de Artes y Letras y de Química de la Universidad, ya a la altura de la Calle Zapata.
De día, la Avenida, ocupados sus laterales por instituciones gubernamentales, embajadas, centros de estudio, algunas pocas casas particulares y edificios de apartamentos, es transitada mayoritariamente por vehículos y transeúntes apurados, más quienes viven en los alrededores y disfrutan de sus bancos y arbolado. De noche, transformada en "la Calle G", es ocupada por las denominadas tribus urbanas, constituidas por jóvenes emo, vampiros, raperos, rockeros, reparteros y otros, al principio perseguidos y expulsados del lugar y hoy, aunque nunca aceptados, tolerados por las autoridades. Todos ellos se visten y adornan como les da la gana, lucen sus pelados originales, conversan, intercambian vivencias y experiencias, escuchan sus canciones preferidas, bailan y, de vez en cuando, hasta consumen algo de alcohol y, tal vez, alguna que otra droga, aunque ambos productos se encuentran bastante alejados de las posibilidades de sus bolsillos. Estos jóvenes la han convertido, con su presencia regular nocturna, en un espacio donde reina alguna libertad, la cual rompe con la gris monotonía cotidiana generalizada. En un futuro no muy lejano, la Avenida debiera contar con las figuras de cada uno de sus presidentes, donde estén los buenos, los regulares y hasta los malos, sin ausencias dictadas por la política. Entonces, la Avenida de los Presidentes sí que le haría honor a su nombre, demostrando que los cubanos habríamos dejado atrás el infantilismo, los oportunismos, los dogmatismos y los extremismos de todo tipo, que tanto daño han hecho, y adquirido adultez ciudadana. Hoy, por desgracia, en la Avenida de los Presidentes "no están todos los que son ni son todos los que están".
De paseo por Paseo
Paseo comienza en la calle 1ra de El Vedado, donde estuvo el demolido en la década de los años cincuenta Palacio de los Deportes, con una extraña fuente denominada "de la Juventud", que solo echó agua por sus surtidores cuando fue inaugurada y hasta unos pocos meses después. Caracterizada por un diseño plano en forma de flor, solo observable desde los pisos altos de los edificios que la circundan o desde un helicóptero (servicio de transporte que aquí no existe), y no así por los transeúntes, la plaza no cuenta con arbolado en su entorno ni con lugares donde descansar, constituyendo un proyecto fallido, cuyo resultado ha sido un espacio urbano árido. A un lado, el hermoso hotel Havana Riviera inaugurado en los años 50, hoy venido a menos y bastante deteriorado, con áreas clausuradas y escaleras en peligro de derrumbe y filtraciones y, en su exterior, las blancas esculturas de Gelabert clamando por el agua de sus estanques. Al otro lado, el garaje que fue de la Texaco y, cruzando la calle 1ra, las moles de cristal del hotel Meliá Cohiba y de Galerías Paseo, según algunos arquitectos "edificados para resaltar aún más la belleza del Havana Riviera". Después, algunas viviendas y edificios de apartamentos, las ruinas de la popular cafetería La Cocinita, el club Los Violines y, llegando a Calzada, lo poco que queda del histórico Hotel Trotcha, donde se alojó temporalmente el general Máximo Gómez al entrar en La Habana, y cuyos maravillosos jardines fueron descritos en una crónica por el poeta Julián del Casal, convertida hoy toda el área, incluyendo donde existió el viejo cine Vedado, en un raquítico remedo de parque. Más adelante, el monumento al mayor general Alejandro Rodríguez, el primer alcalde que tuvo la ciudad (por cierto, el único monumento existente en esta avenida) y, ya en Línea, el edificio Naroca, donde Mirta de Perales tenía su famoso salón de belleza y desde donde desarrolló su línea de cosméticos, hoy utilizado el local como oficina de correos. Al cruzar Línea, en los bajos del edificio que hace esquina, el otrora famoso restaurante francés Potin, el cual perdió todo lo que tenía de francés, desaparecidos el restaurante, la repostería, la tienda de exquisiteces y especialidades francesas y hasta su expendio de libros y revistas extranjeros, transformado durante años en un pobre establecimiento gastronómico con ofertas mínimas, abundantes moscas y aburridos dependientes y, desde hace algún tiempo, después de remozado, tratando de atraer clientes. Subiendo Paseo, las grandes residencias como Villa Litta, donde hoy se encuentra el Museo Servando Cabrera Moreno, y la casa de Pablo González
de Mendoza, utilizada actualmente para diplomáticos, con su piscina romana bajo techo y sus hermosos jardines, la embajada de Corea del Norte (ni popular ni democrática), el Centro Cardiovascular —una edificación de nueva construcción—, un policlínico y la casa de Juan Pedro Baró y Catalina Lasa en Paseo y 17, verdadera joya arquitectónica, nacida del amor entre dos seres singulares para su época, convertida primero en Casa de la Amistad Cuba-URSS y, cuando esta declinó, simplemente en Casa de la Amistad, hoy establecimiento gastronómico con jardines alquilados para fiestas, entre mármoles blancos de Carrara, rojos del Languedoc y amarillos de Siena y Port-Oro, arena roja del río Nilo, cristales de Lalique y otros tesoros, que deberían estar mejor protegidos por constituir un valioso patrimonio de la nación. Continúan las suntuosas residencias hasta llegar a la calle 23, donde se encuentra el edificio de ladrillos rojos a vista del antiguo Colegio del Apostolado y, cruzando, el convento y colegio, del cual solo queda en manos de las católicas el primero, ya que el segundo fue intervenido cuando la nacionalización de la enseñanza. En 25, el edificio de un viejo hotel de apartamentos parecido al de G y 25, con el original puente peatonal ya inexistente y, llegando a la calle Zapata, el que fuera restaurante-bar Paseo Club, en cuyo portal por Zapata se instaló el primer puesto de fritas de La Habana, que hizo famoso a su dueño, un gallego nombrado Sebastián Carro, que después prosperó abriendo las cafeterías Boulevar 23 y La Cocinita. Hasta aquí la Avenida Paseo original. En la década de los 50 se prolongó, como una gran explanada sin bulevar central, extendiéndose hasta la calle Ayestarán, atravesando la denominada Plaza Cívica en construcción. A su derecha surgió una interesante edificación para la venta de automóviles, con una única columna central de hormigón, donde se apoyaban dos grandes alas también de hormigón, sostenidas por dos cables de acero. Después de 1959, alguien con iniciativa y poder, cerró el espacio abierto de las alas con paredes de bloques, convirtiéndola en un adefesio arquitectónico. Mejor suerte no tuvo esta prolongación de Paseo, que se transformó en una gran pista para desfiles civiles y militares y concentraciones, al mejor estilo totalitario, bordeada por el Teatro Nacional, el Monumento a José Martí con su obelisco de 141,95 metros de altura, la Biblioteca Nacional y los edificios de la Alcaldía de La Habana y de la Lotería Nacional, convertidos después en del MINFAR y de la JUCEPLAN. De haberse respetado el proyecto original premiado, el centro de la Plaza hubiera sido una gran área con paseos peatonales, fuentes, jardines, césped, arbolado, bancos, glorietas y otras instalaciones para el disfrute de los ciudadanos, en definitiva un espacio concebido para oxigenar la ciudad y no el árido desierto de asfalto y cemento actual. Tal vez en un futuro,
cuando las concentraciones y los desfiles dejen de ser instrumentos de propaganda política, se conviertan en cosas del pasado y se restablezcan las formas y métodos democráticos, se retome, actualice y materialice el proyecto original del centro de la Plaza, y hasta Paseo pueda contar con bulevar desde el inicio hasta el final.
Una avenida con muchos nombres
El conocido Malecón habanero fue construido durante los años de la intervención norteamericana, con el objetivo de eliminar la insalubridad y mejorar el ornato público en el tramo comprendido entre el Castillo de la Punta y la Calzada de Belascoaín. En un principio, se le denominó oficialmente Avenida del Golfo, pero los ciudadanos comenzaron a llamarla simplemente Malecón. En 1921 se prolongó hasta la entrada de El Vedado, donde se levantó el monumento a las víctimas del Maine en 1925 y, en 1930, se extendió hasta la Avenida de los Presidentes. Ya en 1950 llegó a su término natural en las inmediaciones del Castillo de la Chorrera y, posteriormente, se conectó al túnel que se construyó bajo el río Almendares. Igual que avanzó hacia el oeste, lo hizo hacia el este a partir de 1927 con el nombre de Avenida del Puerto, incluyendo el parque y monumento a José de la Luz Caballero, erigido en 1913 con arbolado y estatuas, y el Anfiteatro Municipal al aire libre de estilo griego, llegando hasta el comienzo de los muelles. Más tarde se decidió darle nuevos nombres: así, desde la vieja Capitanía del Puerto hasta el Castillo de la Punta se denominó Avenida Carlos Manuel de Céspedes; desde ahí hasta la Calzada de Belascoaín, Avenida Maceo, porque terminaba en el parque Maceo, donde se encuentra el monumento al héroe de la gesta independentista inaugurado en 1916; al tramo siguiente, hasta el monumento a las víctimas del Maine, Avenida Washington; desde allí hasta la Avenida de los Presidentes, Avenida de Pi y Margall y, al último tramo, que terminaba en el río, Avenida Aguilera. Sin embargo, ninguno de estos nombres prevaleció, y hoy se denomina Malecón desde el Castillo de la Punta hasta el túnel, y Avenida del Puerto desde el Castillo de la Punta hacia los muelles y más allá, hasta la ensenada de Atarés, después de su posterior ampliación a finales de los años 40 y principios de los 50. La Avenida del Puerto, mucho más vinculada a La Habana Vieja, ha sido objeto de atención especial con miras al turismo. Debido a ello, se ha restaurado el Castillo de La Punta, colocando en su explanada una estatua del prócer venezolano Francisco Miranda mirando hacia el mar, tal vez por alguien deseoso de congratular a los "nuevos hermanos", olvidando que este fue traicionado, arrestado y entregado a los españoles por Simón Bolívar. También se restauró el monumento al generalísimo Máximo Gómez, levantado en 1925, el de los estudiantes de Medicina, inaugurado en 1921, el Castillo de la Real Fuerza, la alameda e iglesia de Paula, los parques y otros monumentos, como la estatua de Neptuno, al fin reubicada en su sitio
original, y el dedicado a Pepe Antonio, quien simboliza la resistencia cubana cuando la toma de La Habana por los ingleses. Se restauraron parte de los muelles, dedicándolos a otros fines —venta de artesanías y cervecería—, y se han abierto cafeterías al aire libre, bares y restaurantes como El Templete, uno de los más caros de la ciudad, así como una iglesia griega con cementerio adosado detrás del Convento de San Francisco, y hasta una catedral rusa frente al viejo Muelle de Luz, restallantes al sol tropical sus cúpulas doradas en forma de cebolla, junto al histórico bar Dos Hermanos. Ambas, consideradas por la mayoría de los habaneros edificaciones anacrónicas al entorno, forman parte de los "excesos de la escenografía socialista". El Malecón, menos beneficiado El Malecón, como tal, ha sido menos beneficiado, aunque se han reparado secciones del muro y ha sido dotado de nuevo alumbrado público imitando al antiguo. Sin embargo, el estado de deterioro de muchas de sus edificaciones, principalmente las que se encuentran entre el Paseo del Prado y la Calzada de Belascoaín, convertidas en verdaderas ciudadelas, deja mucho que desear. Quienes sobreviven en ellas, hacinados en sótanos y pisos superiores desvencijados, se ven obligados a buscar aire fresco en las noches calurosas, ocupando el muro que separa la avenida del mar, y a abandonarlas en época de inundaciones. El terreno donde el Malecón comienza, se mantiene subutilizado, convertido en un precario parque temporal. El valioso triángulo de terreno que a principios del siglo XX ocupó el Hotel Miramar, visitado por Rubén Darío en 1910, está a la espera de algún valiente inversionista extranjero que asuma la ejecución de un interesante proyecto de hotel existente. Más adelante se encuentra la conocida Casa de las Cariátides, que fuera Centro Cultural Español con libre acceso a libros, películas, documentales, conexiones de red, exposiciones y conciertos no controlados por el Gobierno, clausurada e intervenida en un momento de tensión política con el Gobierno español, cuando hasta se ordenó levantar un monumento — bastante tardío, por cierto— a las víctimas de la reconcentración dictada por Valeriano Weyler —por suerte nunca ejecutado, al asumir el gobierno el PSOE. Hoy la Casa de las Cariátides languidece, convertida en una institución estatal denominada Centro Hispanoamericano de Cultura. Viene después el restaurante Castropol, perteneciente a la Federación de Sociedades Asturianas; un extraño edificio, que llama la atención por sus balcones en forma de sarcófagos; el gran parque Maceo, ahora con cerca perimetral; el torreón de San Lázaro; la cascada, casi siempre seca, del Hotel Nacional; el
monumento a las víctimas del Maine, despojado del águila imperial en espera de la paloma de Picasso que nunca llegó, ahora en restauración y, más allá, la obra cumbre del "kitsch monumental socialista": la Tribuna Antiimperialista José Martí, adefesio arquitectónico de hormigón y arcos de acero, conocida popularmente como "El Tontódromo", donde se ofrecen actos y conciertos de corte político, con una ridícula estatua de Martí cargando en brazos un niño y señalando hacia el edificio de la Embajada de los Estados Unidos de América, la conocida Sección de Intereses. Algunos irrespetuosos aseguran que Martí le esta diciendo al niño: "Ahí es dónde dan las visas". Luego, formando parte del árido entorno, aparece el denominado Monte de las Banderas, pocas veces cubanas y casi siempre negras, semejando una extraña convención de piratas del Caribe, tratando de ocultar infructuosamente el edificio de cristales de la instalación diplomática, rodeada de agentes de seguridad y siempre concurrida por su entrada de la calle Calzada, por cientos de cubanos en trámites migratorios. Más allá, en mármol y granito negros, el monumento al lugarteniente general del Ejército Libertador Calixto García; lo que queda del otrora hermoso parque deportivo José Martí; la fuente que no echa agua; el deteriorado Hotel Habana Riviera; el Castillo de la Chorrera, convertido en mesón español; y el restaurante 1830, instalado en la casa que fuera de Carlos Miguel de Céspedes. Aquí termina el Malecón y, después del túnel, comienza la 5ta Avenida de Miramar. El Malecón actual no tiene nada que ver con el de la década de los años cincuenta, iluminadas sus noches por las luces de colores de los grandes anuncios lumínicos y, en época de carnaval, por los paseos y desfiles que, partiendo desde El Vedado, llegaban por el Paseo del Prado hasta el Capitolio, dando la vuelta en la Fuente de la India, regresando por el mismo itinerario hasta su punto de partida, repartiendo música, bailes, serpentinas y confetis a los miles de espectadores, que ocupaban asientos a su paso en portales y aceras. Tampoco tiene nada que ver con la explosión de protesta ciudadana de los años noventa, conocida como "el maleconazo". Hoy, de día, es transitado mayoritariamente por vehículos y turistas en busca de la brisa marina y del sol tropical que les tueste la piel, del cual se protegen los cubanos, más dados a "cazar olas" cuando rompen contra el muro en temporada de huracanes o en nuestro corto invierno. En las noches se puebla de jóvenes y adultos en busca de aire fresco y del olor a salitre y, principalmente en el tramo comprendido entre la Calle 23 y el monumento a las víctimas del Maine, cobra vida con la presencia bulliciosa de gays, lesbianas, trasvestis y otros ciudadanos hasta hace poco considerados oficialmente antisociales, objetos de represión y persecución, ahora tolerados por las autoridades, bajo el influjo del respeto a la
diversidad sexual tan de moda, algo muy justo, pero que debiera extenderse también a otras diversidades. Pero sea cual sea su destino actual, el Malecón continúa siendo la gran avenida de los habaneros, que bordea la ciudad en sus límites con el mar y contribuye a darle a esta su carácter marinero.
La calzada de las ruinas
El Cerro se formó, a partir del siglo XIX, con las casas fabricadas por los habitantes más acomodados de la ciudad, en forma de mansiones, residencias y casas quintas con jardines y patios arbolados, donde pasaban los meses de mayor calor o las habitaban todo el año, trasladándose a La Habana únicamente para sus ocupaciones y negocios. En realidad constituía un barrio extramuros, separado por espacios despoblados. Fueron famosas en su tiempo las casas quintas de los condes de Fernandina, Santovenia, Peñalver, Lombillo y Villanueva, la del marqués de Esteban, la de Leopoldo González Carvajal —marqués de Pinar del Río— y la de doña Leonor Herrera. Por lo general eran casas elegantes y construidas con calidad, casi todas de una sola planta. Con el tiempo el Cerro fue decayó, debido principalmente a la insalubridad de la Zanja Real, que constituía un foco contaminante. Muchas familias pudientes se trasladaron hacia el nuevo barrio del Vedado. El Cerro pasó entonces a ser un barrio ocupado por comerciantes, hombres de negocio y diplomáticos, encontrándose en el mismo las residencias de los cónsules alemán, inglés y ruso y, ya en el siglo XX, la embajada de Estados Unidos en la antigua quinta de Echarte, en la manzana comprendida entre las calles Falgueras, Domínguez, Santa Catalina y San Pedro, a unos cien metros de la calzada, inmueble del que hoy sólo quedan las ruinas. Posteriormente, las principales edificaciones fueron transformadas en comercios, empresas industriales, colegios y casas de salud. El Cerro, en sus momentos de esplendor, llegó a atesorar el conjunto de arquitectura del neoclásico colonial más importante del país. Para adentrarnos en la Calzada del Cerro, hay que comenzar por el llamado Camino de Guadalupe, que salía del extremo de la calle de la Muralla, después de la Puerta de Tierra, al cual se le denominó así porque pasaba junto a la primitiva ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, que ocupaba la actual esquina de Monte y Águila. Posteriormente, este primer tramo hasta el Puente de Chávez, que se encontraba a la altura del matadero, recibió el nombre de Calzada de Monte; el segundo, desde este lugar hasta el barrio del Pilar, que entonces se llamaba del Horcón, Calzada del Horcón; el tercero, desde este lugar hasta el Puente de Cotilla, que se encontraba entre la Calzada de Palatino y la calle Zaragoza, Calzada del Cerro. El cuarto tramo, que es una continuación de la Calzada del Cerro, se denominó Calzada de Puentes Grandes. Las cuatro calzadas, después reducidas a tres, poseen una única numeración continua en sus edificaciones. En resumen, la Calzada del Cerro
se extiende desde la Esquina de Tejas hasta la Avenida de Rancho Boyeros o de la Independencia, como también se conoce. En la Esquina de Tejas se hallaba la quinta del conde de Villanueva, ya inexistente, con el número 1217 la del marqués de San Miguel de Bejucal, hoy en estado ruinoso, y con el número 1220 la quinta San José, que aún se mantiene en pie, aunque maltratada. Con el número 1257, aparece la que fuera lujosa residencia de los condes de Fernandina, construida en 1819 y después ampliada, quienes la perdieron por problemas económicos, más tarde utilizada como centro de salud y hoy sede de la Asamblea Municipal del Poder Popular. El inmueble se encuentra en avanzado estado de deterioro, con apuntalamientos en muchas de sus áreas, en una muestra palpable de la desidia estatal: si así se trata por las autoridades que la ocupan esta casa de valor histórico y patrimonial, qué se puede esperar para las restantes. En su entorno, la mayoría de las edificaciones se encuentran en igual o peor situación. Avanzando un poco, aparece la quinta del marqués de la Gratitud, también en estado deplorable, y el local, tapiadas sus puertas y ventanas con bloques y repello, de la que fuera la clínica La Bondad, con el número 1263. Un poco más adelante, con los números 1357-1359, la residencia de Leopoldo González Carvajal —marqués de Pinar del Río—, con sus dos leones de mármol blanco. En el número 1424, la quinta de los condes de Santovenia, la más elegante y lujosa residencia de su tiempo —donde se hospedaron el archiduque Alejo, hijo de Alejandro II, zar de Rusia, y también dos príncipes de la Casa de Orleáns, que luego serían reyes de Francia con los nombres de Luis Felipe y Carlos X—, desde hace años, por suerte, convertida en un asilo para ancianos atendido por las Hermanas de la Caridad, del cual forma parte también la residencia de Leopoldo González Carvajal. Unos metros antes de llegar a ella, en aceras opuestas, la vieja casona convertida hace muchos años en la fábrica del ron Bocoy, con sus balaustradas de bronce en forma de cuellos de cisnes pintadas ahora de esmalte blanco, y la instalación que fuera la fábrica del famoso calzado Bulnes. Después, lo que queda de los magníficos pabellones de la conocida Quinta Covadonga, actualmente denominada Hospital Docente Clínico Quirúrgico "Salvador Allende", que fuera la casa de salud del antiguo Centro Asturiano, ubicada en la quinta que perteneciera a doña Leonor Herrera. Por el área de terreno donde se asentaba, era considerado el mayor centro de salud de Cuba, sólo superado por el Hospital General Calixto García. Otras ruinas: la quinta del conde de Lombillo, donde residió después José de Armas y Cárdenas, más conocido como Justo de Lara, seudónimo con el que firmaba sus trabajos; el antiguo Centro Benéfico Jurídico de
Trabajadores de Cuba en la esquina de la calle Lombillo; la iglesia de San Salvador del Mundo, más conocida como del Corazón de María; una antigua casa con el número 1854, de amplio portal y balaustrada, que se caracteriza por elevarse más allá del nivel de la calle con dos escaleras piramidales de acceso que parten desde la acera; los locales de los cines Maravillas y Edison, ambos en la actualidad cerrados y en estado de abandono. En la esquina de la calle Zaragoza, lo que queda del edificio con la doble hilera de columnas más numerosa de la calzada, algunos precarios comercios, tanto estatales como particulares, y aún más decadencia. A continuación, con el número 2202, la magnífica edificación que fuera residencia de José Melgares desde 1858; después, desde 1890, alquilada por los condes de Fernandina, donde en 1893 fue recibida la infanta Eulalia de Borbón, hermana del rey Alfonso XII de España, y su esposo el infante Antonio de Orleáns; a partir de 1914 en poder de los marqueses de la Real Campiña y adquirida en 1924 por la Asociación de Católicas Cubanas para instalar un hospital, conocido entonces como las Católicas del Cerro, hoy denominado Hospital Pediátrico del Cerro. A continuación, algunas escuelas, la intersección con la calle Primelles, donde existió un importante bodegón español, y la Avenida de Rancho Boyeros o de la Independencia, donde termina la Calzada del Cerro. Las autoridades, por un lado, haciendo demoliciones, adaptaciones y remodelaciones arbitrarias, sin ningún respeto a las edificaciones ni a sus diseños originales, y la población por otro, con necesidades de viviendas irresueltas y acumuladas durante años, ejecutando por su cuenta modificaciones y agregados, han creado, según algunos importantes urbanistas, una especie de "ar-kitch-tectura", que hoy es notable a todo lo largo de la Calzada y en sus inmediaciones, conviviendo con las numerosas ruinas y los inmuebles en peligro de derrumbe, dándole un aspecto anárquico, con formas, materiales y colores faltos de estética y agresivos a la vista. En este proceso, muchas residencias se han convertido en ciudadelas, habitadas por decenas de familias en condiciones precarias. Una pérdida sensible ha sido la continuidad de los portales, que permitía transitar por ellos con seguridad, debido a la estrechez de la mayoría de las aceras, además de proteger del sol y de la lluvia. Hoy es imposible, obstaculizados como están por rejas, muros y otras instalaciones que impiden el paso, en un desmedido individualismo ciudadano, donde cada quien se ha hecho dueño de un espacio, aunque sea de un metro cuadrado, y lo defiende con saña. La Calzada del Cerro, que una vez fue señorial y hasta industrial, ya no es ni lo uno ni lo otro.
Se ha convertido en un triste muestrario de ruinas y de edificaciones a punto de colapsar, peligrosas para quien transite ante ellas a pie o en vehículo. Sus calles aledañas, que también poseían importantes residencias señoriales de valor patrimonial, se encuentran aún en peor situación. Huérfana de planes de rescate, su terrible destino parece estar ya sellado.
Galiano, la calle más elegante
Denominada oficialmente Avenida de Italia desde 1917, todos la conocen como la calle Galiano. Debe su nombre a don Martín Galiano, ministro interventor en las obras de fortificación de la ciudad. Fue la primera gran calzada transversal que sustituyó un camino que unía, a través de puentes y alcantarillas, el viejo Camino del Arcabuco (San Lázaro) con el de San Luis Gonzaga (Reina). En el lugar donde comienza, existieron unas canteras que aseguraron las piedras para construir las primeras edificaciones de La Habana. En 1860 era ya la más hermosa calle de la ciudad por sus edificios de buena construcción, muchos de dos pisos, con amplios portales de columnas, donde las familias en las tardes se sentaban a conversar. Junto a la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate, se encontraba la residencia de los condes de Buenavista, ocupada después por el periódico El País, hasta su traslado al edificio propio que se construyó en la Calzada de Reina. Sobre la calle Zanja existieron un baño público y el Puente de Galiano. Pronto se transformó en una calle eminentemente comercial, siendo durante la época republicana la más importante y elegante de todas, con las mejores tiendas por departamentos, joyerías, locerías, etcétera. Comienza en el Malecón, con el edificio del Hotel Deauville, construido en los años 50 con un 50% de inversión canadiense, y cuyos equipos del salón de juegos fueran lanzados a la calle y destruidos en algunos actos vandálicos del primer día del año 1959. Después de nacionalizado comenzó a depauperarse, y últimamente ha sido remozado para obtener divisas del turismo. Cruzando San Lázaro existían algunos comercios para la venta de mascotas, preferentemente aves, hoy desaparecidos. En Galiano y Lagunas funcionaba el café Las Villas, y en la esquina de la calle Virtudes, en el número 164, el hotel Lincoln, un establecimiento tranquilo que se hizo famoso porque en él se produjo en 1957 el secuestro del as del volante argentino Juan Manuel Fangio, noticia que en ese momento recorrió el mundo. A continuación, por esa misma acera, se alzan edificaciones venidas a menos, incluyendo la que perteneciera a los condes de Buenavista y la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate, que aparece como una isla en medio de un entorno decadente. Enfrente, los locales que pertenecieron a la tienda de ropa deportiva Cancha, en el número 205, y a Miralda, en el número 213, un comercio dedicado a la venta de equipos electrónicos y de discos con grabaciones musicales.
Más adelante, el local de la famosa cafetería El Camagüey, donde se ofertaban exquisitos batidos de frutas naturales. Viene después la cuadra de Galiano entre Concordia y Neptuno, donde en 1880 estuvo la Sociedad de Recreo de la Colonia Catalana en Cuba. Un edificio que tuvo muchas vidas sucesivas: se convirtió en la Sociedad Gallega Aires de Miña Terra; en 1899 en el Teatro Cuba, que ofrecía piezas del género vernáculo; en 1908 en El Molino Rojo, con piezas del género picaresco, zarzuelas y cortos del cine mudo; fue en 1923 el Teatro Cubano, que presentaba obras cubanas; en 1927 el Teatro Regina, que también proyectaba algunos cortos y películas mudas entre sus variedades (allí estrenó Rita Montaner la zarzuelaNiña Rita con la canción "Mamá Inés"); fue cerrado en 1930 y, a partir de 1936, abrió allí sus puertas Radio Cine con 2.600 capacidades. Por último, en ese lugar tradicionalmente dedicado a la farándula, en 1941 se construyó, respetando el local del Radio Cine e integrándolo a la nueva edificación, el imponente edificio América, de 10 pisos y con más de 70 apartamentos, que en realidad se llama edificio Rodríguez Vázquez, en honor al padre de su propietario. El hermoso cine-teatro América construido en los bajos, de 1.770 capacidades y elegante diseño Art Déco, tuvo como primera proyección cinematográfica El cielo y tú, interpretado por Bette Davis y Charles Boyer, y un primer show donde se presentó Pedro Vargas. Allí fue estrenado el filme Casablanca, y actuaron figuras como Lola Flores, Libertad Lamarque, Tito Guízar, el trío Los Panchos y, en 1950, Josephine Baker. Hoy está dedicado a ofrecer variedades musicales. El local de Radio Cine, absurdamente bautizado después Jigüe, fue transformado en 2002 como la actual Casa de la Música Habana. En los bajos del mismo edificio se encuentra la cafetería América, en su tiempo magnífica y regenteada por chinos, y hoy decadente, como todos los comercios estatales. En la acera de enfrente, la original edificación forrada de celosías que, cuando se construyó en los 50, todos llamaron "La Colmena", dedicada a un parqueo vertical y, en su planta baja, a joyería y cafetería, hoy convertido en un taller de mecánica automotriz, utilizando su rampa de acceso al piso superior y, continuando, en el número 307 la tienda La Isla y una pequeña sala de teatro en un segundo piso, hoy desaparecida. En la esquina de Neptuno, la importante tienda por departamentos La Época, donde cada año los clientes "hacían su agosto", inaugurada en 1927 y, después, totalmente modernizada. Tapiadas hoy sus vidrieras centrales con puertas metálicas de corredera ante el temor a los robos en una zona de elevada marginalidad, actualmente la tienda más grande de Galiano pervive sin sus escaleras rodantes, teniendo que utilizar los clientes una estrecha escalera lateral para subir y bajar, y con servicios sanitarios fáciles de ubicar por el mal olor que despiden.
A continuación, se alza una edificación en estado crítico donde antes hubo un hotel y el terreno donde se encontraba la también tienda por departamentos La Ópera, "la esquina del ahorro", construida en 1877, desaparecida desde hace años por derrumbe. Enfrente, queda una antigua locería convertida en una tienda de venta de productos industriales y artesanales en moneda nacional, oscura, sucia y desabastecida, de la que fuera la hermosa peletería California "a los pies de usted". Y están las ruinas del bar Encanto, en la esquina de San Miguel, antes con sus puertas abiertas las veinticuatro horas del día y su espacio demarcado con jardineras de arecas con anuncios de la cerveza Cristal. Allí se disfrutaba de buenos sándwiches y de uno de los cafés con leche y pan de flauta con mantequilla mejor preparados de La Habana. Y en las mesas de mármol y las sillas vienesas ocurrían tertulias políticas y culturales en las noches habaneras, tanto en verano como en invierno. Lo que queda de El Encanto (y de otras tiendas) Cruzando San Miguel, aparece el parque construido donde se encontraba la tienda por departamentos El Encanto, establecida en Guanabacoa en 1888 y luego trasladada a Compostela y Sol, hasta ubicarse en esta manzana con un magnífico edificio, donde "don julio" hacía ventas fabulosas cada año. Era la tienda más lujosa de La Habana, lugar preferido de las personas pudientes para hacer sus compras, destruida por un incendio en 1961. Enfrente, en el número 352, El Bazar Inglés era otra tienda por departamentos, de corte antiguo, con vidrieras con marcos de madera y mesas rústicas para cortar las telas, hoy devenida un oscuro comercio de telas, generalmente desabastecido. A continuación, en el número 358, la Casa Quintana, una importante tienda de regalos y joyería convertida en un despojo, y el Ten Cents, ubicado en 1924 en San Rafael y Amistad y, a partir de 1937 en este emplazamiento, donde primero estuvo El Boulevard y después La Casa Grande. Era, sin dudas, el más visitado de los comercios de su tipo en La Habana. Y quizás lo más memorable del lugar era su magnífica cancha, que ofertaba exquisitos club sándwiches, pies de limón y de fresa y otras especialidades. Una cancha siempre congestionada, donde había que esperar, situándose detrás de ella, a que se vaciara una banqueta, para ocuparla y ser atendido. Hoy el local, después de dejarlo destruir, ha sido reconstruido y convertido en una tétrica tienda con fachada de mármoles negros, sin vidrieras, que más bien parece un mausoleo, donde usted es observado continuamente por cámaras y empleados si se decide a entrar, además tener precios elevadísimos. Y lleva este nombre: Trasval. Después de San Rafael, una de las esquinas de más movimiento en La Habana, la peletería donde se vendía el calzado de la marca Florshein y, a continuación, la otra gran tienda por departamentos que competía con El
Encanto: Fin de Siglo. Esta tienda, establecida en 1897, construyó en este lugar un magnífico edificio de varios pisos con entradas y salidas por Galiano, San Rafael y Águila. Una vez intervenida, comenzó a decaer hasta convertirse en un comercio de venta de artículos en desuso en su primera planta, y las dos restantes transformadas en albergues para damnificados por derrumbes de sus viviendas. La situación se mantiene hasta nuestros días. En el lugar en que se encontraba la tienda de regalos exclusivos Le Trianon en el número 405, después de su derrumbe y demolición —donde desaparecieron todos los mosaicos de Talavera que cubrían su fachada— hoy, con el mismo nombre irónicamente forjado en cabillas, venden sus creaciones algunos artesanos. Más adelante, ya en la esquina de la calle Barcelona, el local de la colchonería Komfort, donde se vendían los colchones Beauty Rest de Simmons, y que fue transformado en una barbería colectiva, donde usted llegaba, solicitaba un turno, pagaba, le entregaban un ticket y lo atendía el barbero que le cayera en suerte, sin tener en cuenta su preferencia. En la acera de enfrente, a partir de San Rafael, estuvo el café La Isla, famoso por sus helados; en el número 402, Flogar, una moderna tienda por departamentos, hoy totalmente venida a menos; la peletería Picanes en el número 416; y la importante Joyería Riviera en el número 456, representante en Cuba de los relojes Rolex y Patek Phillipe, hoy triste sombra de lo que un día fue. Venían a continuación una armería y cuchillería que ya no existe, y la cafetería al llegar a la calle Zanja, en los bajos de un viejo edificio. Enfrente, comercios que fueron demolidos y actualmente una aglomeración de kioscos en el espacio que estos ocuparon, donde se venden diferentes tipos de artículos, algunos relacionados con la cultura china, teniendo en cuenta que se encuentra dentro del perímetro del llamado Barrio Chino de La Habana. Después de Zanja, algunos comercios, lo que fue la tienda Albión, ya en Dragones, y el parqueo donde estuvo la Plaza del Vapor, un mercado público que desde 1818 abastecía con productos del agro a esta parte de la ciudad, y que fue reconstruido en 1836 como un gran edificio con arcadas de sillería, altas bóvedas, bellos antepechos y una fachada monumental hacia la calle Galiano, recibiendo entonces el nombre de Mercado de Tacón, en honor al entonces Capitán General, aunque los habaneros continuaron denominándolo Plaza del Vapor, por el cuadro del vapor Neptuno existente en la fonda que daba para este lado. En 1918 dejó de ser mercado de abasto y consumo y fue ocupado por pequeños comercios de frutas, mariscos, zapatos, sombreros y venta de billetes de la lotería en su planta baja, mientras los pisos altos se dedicaron a viviendas En la otra acera, en el número 502, estaba la locería La Vajilla,
hoy dedicada a la compraventa de muebles antiguos; la tienda El Arte, especializada en materiales para artistas plásticos, hoy clausurada; al igual que La Borla, una tienda de artículos de costura. Y le siguen otros comercios y viviendas: la famosa dulcería y panadería El Bombero, actualmente un depauperado Sylvain; un Foto Service y la peletería La Defensa, que en su tiempo fue importante. Una calle a la espera Durante los años 50, la calle Galiano era la arteria comercial más elegante de la ciudad, compitiendo con ella solamente la vecina calle de San Rafael, luego de que sus aceras fueran fundidas en granito blanco con dos franjas sinuosas de color verde, que se extendían desde Galiano hasta el Paseo del Prado, demolidas en los años del socialismo, para convertir el tramo en un sucio boulevard, grasiento por la venta de comida rápida o chatarra que, en nuestro caso, sería mejor llamarla metralla. Durante el horario de ventas, de 8 am a 12 am, y de 2 pm a 6 pm, el movimiento de personas era continuo y masivo en Galiano. Por las noches, sus vidrieras engalanadas e iluminadas atraían las visitas de las familias habaneras. En época navideña, toda la calle se adornaba con profusión de motivos alegóricos, guirnaldas y luces de colores. Muchos de estos adornos, verdaderas obras de arte, se guardaban en los almacenes de los comercios para ser utilizados nuevamente. En uno de los muchos raptos de extremismo de las autoridades, cuando se pretendió borrar las navidades de la tradición cubana, esos adornos fueron enviados en camiones al basurero municipal de Cayo Cruz y destruidos, pasándoles por encima un buldózer. Se escuchaban también villancicos en Galiano, emitidos por los altoparlantes colocados en los postes y dentro de los comercios, y se respiraba el olor a resina de los pinos recién cortados, traídos de Estados Unidos y Canadá, para adornar los comercios y los hogares, así como el olor de las castañas que se asaban en las esquinas, y el de las manzanas acarameladas que se ofertaban en el portal del Ten Cents. Hoy todo eso es pasado. Recientemente han reparado sus sistemas de electricidad, teléfono, gas, acueducto y alcantarillado, con las deficiencias propias de los trabajos que ejecutan las empresas estatales. Han maquillado sus fachadas con mucho colorete, y colocado luminarias del alumbrado imitando a las antiguas, pero todo se encuentra a años luz de la calle que fue. Sin los importantes comercios que la caracterizaban, de sus locales en albergues provisionales y muchos en hoy con ventas particulares a la puerta o a la ventana, inquilinos entre ilegalidades, hace tiempo que Galiano
convertidos algunos precarias viviendas, y sobreviviendo sus dejó de ser la calle
más elegante, e incluso la más comercial. Como otras muchas calles, parece encontrarse en espera de la inversión y la iniciativa privadas, que le aseguren tiempos mucho mejores que los sufridos bajo este socialismo.
El Paseo del Prado
Denominado primero Nuevo Prado, después Alameda de Extramuros y Alameda de Isabel II, así como también Paseo del Conde de Casa Moré y Paseo del Prado, en 1904 recibió el nombre de Paseo de Martí, aunque la mayoría de los habaneros lo denominan simplemente El Prado. Esta alameda o paseo se extendía, durante la colonia, desde el Castillo de San Salvador de la Punta, construido entre 1589 y 1600, hasta un costado del Campo Militar o de Marte, siendo su trazado similar al actual: desde el Malecón hasta el Parque de la Fraternidad. Su construcción se inició en 1772, ocupando una longitud de 1800 varas con un ancho de 125. Estaba constituido por dos secciones: una primera, desde la Punta hasta después de la calle Virtudes, donde en un espacio circular arbolado en forma de rotonda, se colocó en 1857 una estatua de Isabel II ejecutada en mármol, y una segunda, desde este lugar hasta otra rotonda cerca de la Calzada de Monte, donde se colocó la llamada Fuente de la India o de la Noble Habana. En su primera sección estaba conformada por cinco calles paralelas: dos empedradas en macadam al frente de las viviendas de los dos costados, dos terraplenadas entre las hileras de árboles, para los que paseaban a pie, y una central mucho más ancha, para el tránsito de carruajes y jinetes. Junto a las hileras de árboles, entre intervalos, existían bancos de piedra, y delante del Teatro Tacón, donde después se construiría el edificio del Centro Gallego, se colocaban sillas por las tardes, siendo éste habitualmente el lugar más concurrido. Durante la ocupación norteamericana, "el Paseo", como era más conocido, fue rehecho y sembrado de álamos y, en tiempos del Presidente Zayas, se le plantaron pinos. La segunda sección, que se extendía desde el Parque Central hasta el de la Fraternidad, fue totalmente transformada al construirse el Capitolio Nacional en 1929, así como la primera reconstruida con laureles, farolas con excelente iluminación, bancos de piedra y mármol, copas y leones de bronce y pisos de terrazo, que hicieron del mismo el más importante paseo de la ciudad. En ambas aceras se levantaron suntuosas y elegantes mansiones, así como otras edificaciones. El éxodo de las familias ricas hacia nuevos asentamientos y la invasión de comercios de lujo, dedicados principalmente al turismo, más oficinas, hoteles, cafés, restaurantes y otros establecimientos, cambiaron el carácter del viejo Paseo. Recorriendo el Prado desde el Malecón, aparece el Parque de los Mártires, frente al Castillo de la Punta, creado en 1939 en los terrenos donde se levantaba el edificio de la antigua Cárcel de La Habana, del cual aún se conservan la capilla y las celdas bartolinas, y el monumento erigido en 1920
en honor del poeta Juan Clemente Zenea, obra del escultor español Ramón Mateu. A la izquierda, en Prado y Cárcel, se encontraba el restaurante La Tasca, especializado en comidas españolas. Desde hace años, las ruinas del edificio en cuya planta baja se hallaba, en forma de una pared que se mantiene en estática milagrosa, esperan por una reconstrucción que nunca llega o por su definitiva demolición. A continuación, algunas edificaciones deterioradas, dos de ellas convertidas en escuelas en los números 112 y 116, y en el número 120 la casa que fuera de Pedro Estévez y Catalina Lasa, construida en 1905, quienes sólo la vivieron poco tiempo, hasta que se trasladaron para su famosa residencia de Paseo y 17 en El Vedado, que fuera posteriormente vendida a Frank Steinhart, el primer cónsul norteamericano en Cuba. En el número 157, el local donde se encontraba la Perfumería Guerlain, una copia de la existente en París, y en el número 164 el Café del Prado. En el número 201 el Cine Teatro Fausto, construido en 1938 en estilo moderno con detalles del Art Déco en su fachada —y principalmente en su hermoso vestíbulo, con 1.600 lunetas—, que obtuvo la medalla de oro del Colegio de Arquitectos en el año 1941, y en el número 207 el gran edificio de la Asociación de Dependientes del Comercio, construido en 1907, utilizado actualmente como centro de entrenamiento de esgrima y gimnasia. En el número 212 la residencia que fuera del General José Miguel Gómez, segundo presidente de la República, construida en 1915, hoy convertida en la llamada Casa del Científico, por ser utilizada como local social por miembros de esta rama. Un poco más adelante, en el número 260, el edificio de la Unión Árabe de Cuba, y el Hotel Sevilla que, aunque su frente no da al Prado, su lateral ocupa toda una manzana de éste. En el pasado, en el Sevilla se alojaron figuras como Caruso, Mary Pickford, David Alfaro Siqueiros, Jorge Negrete, Josephine Baker, Graham Greene, Georges Simenon y Ernest Hemingway. En la acera opuesta, los locales que en su tiempo ocuparon los hoteles Areces, Biarritz y Regis, y en el número 302, el hermoso edificio del Casino Español, construido en 1914 y utilizado actualmente como Palacio de los Matrimonios. Más viviendas y edificaciones en estado de deterioro, incluyendo el que fuera Palacio del Conde de la Mortera, convertido en una triste ciudadela, en el número 309 el edificio entregado a la Federación de Sociedades Asturianas, un pobre resarcimiento por la incautación de su local social, el Palacio del Centro Asturiano; y el Hotel Parque Central, una edificación moderna que muy poco tiene que ver con el entorno, ubicado donde antes se encontraban edificaciones antiguas, entre ellas, en el número 357, el Bar Partagás, encima del cual funcionaba el famoso restaurante de comida
italiana Frascati, y en cuyas azoteas existían grandes anuncios lumínicos a colores, hoy inexistentes. Cruzando la calle Neptuno, el Parque Central, construido en 1877, teniendo en el centro la estatua de Isabel II, sustituida en tiempos de la República por la de José Martí, con cuatro leones y cuatro fuentes de mármol, los cuales fueron retirados al remodelarse en 1960, dejando sólo dos fuentes, una en cada lateral, y veintiocho palmas que, por cierto, no tienen nada que ver con el día del nacimiento del Apóstol. Antes de cruzar la calle Neptuno, en la otra acera, el restaurante que ha sido denominado indistintamente Caracas, Budapest —cuando Hungría era nuestra "hermana socialista"—, y ahora nuevamente Caracas. ¡Veleidades de las hermanas políticas, que carecen de fijador! Esta esquina se hizo famosa en la década de los años 50, con la pieza musical "La Engañadora", que gozó de gran popularidad. Cruzando, en el número 406, el reconstruido Hotel Telégrafo, la famosa acera del Café El Louvre, en tiempos de la colonia lugar de reunión de los jóvenes independentistas dónde, en valiente gesto, el capitán español Federico Capdevila, defensor de los ocho estudiantes de medicina ejecutados el 27 de noviembre de 1871, quebró su espada, en repudio a la injusta condena, seguido por la acción del también militar español Nicolás Estévanez, que se despojó de sus grados. A continuación se hallaba el Café La Dominica y, en el número 416, el famoso Hotel Inglaterra, construido en 1856, donde se encontraba el Café Escauriza, ampliado en 1891 y remozado en 1915, lugar en el cual el General Antonio Maceo se alojó durante su estancia en La Habana, previo al inicio de la Guerra de Independencia. Después, cruzando la calle San Rafael, en el espacio en que se encontraba el Teatro Tacón y otras edificaciones anexas, en los números 452-458, el imponente edificio del Centro Gallego, diseñado por el arquitecto belga Paul Belau, construido en 1915, con grupos alegóricos a la música, el canto, la literatura, el drama y la comedia en la entrada, obras del escultor italiano Moretti, así como también lo son las del edificio social, relacionadas con la beneficiencia y la educación, el trabajo, la perseverancia y la gloria, y las tres victorias de bronce que rematan cada una de las tres torres. Al ser intervenido por las autoridades, despojando a sus dueños de la propiedad, fue entregado al Ballet Nacional de Cuba, que utiliza la edificación y su teatro, rebautizado como el Gran Teatro de La Habana Federico García Lorca, para sus funciones y otras actividades artísticas. Entonces, el amplio espacio ocupado por el Capitolio Nacional y sus áreas aledañas, construido entre 1926 y 1929 para sede del Poder Legislativo, con una altura de 91,73 metros y la estatua de la República, de 17,54 metros, la tercera más alta ubicada bajo techo, fundida en tres piezas de bronce y recubierta con una lámina de oro de 22 quilates, situada en la rotonda
central del Salón de los Pasos Perdidos, bajo la cúpula, obra del escultor italiano Angelo Zanetti, autor también de las dedicadas al Trabajo y a la Virtud Tutelar, colocadas a ambos lados de la entrada principal, en la parte superior de la escalinata. Constituyen también riquezas del edificio las puertas de bronce de la entrada con relieves con pasajes de la historia de Cuba, obra del artista cubano Eduardo García Cabrera, modelados por el escultor belga Struyt, así como el relieve con las efigies de los presidentes de la República desde 1902 hasta 1929, la última irreconocible, pues fue golpeada a martillazos a la caída de éste. Dentro del edificio se encuentra el nicho donde estaba el diamante que señala el kilómetro cero de la Carretera Central, hoy retirado y guardado, según se dice, en las bóvedas del Banco Nacional de Cuba; un hermoso busto de Martí, ejecutado en mármol de Carrara por el escultor yugoslavo Janko Brajovich; los hemiciclos del Senado y de la Cámara de Representantes, este último con bajorrelieves del italiano Gianni Remuzzi, el Angel Rebelde del italiano Buemi, que simboliza la discordia o la controversia y las metopas de los balcones del edificio, obra del cubano Juan José Sucre. Todo el edificio estaba rodeado por los hermosos jardines concebidos por el paisajista francés Jean Claude Nicolas Forestier. Venido a menos durante años, condenado al ostracismo por absurdas decisiones políticas, descuidado, sucio, con adaptaciones constructivas inadecuadas, poblados sus salones por colonias de murciélagos, perdidas muchas de sus riquezas por abandono, descuido o sustracción, subutilizado como sede de la Academia de Ciencias de Cuba, al fin se encuentra en proceso de reparación capital, con el objetivo declarado de regresarlo a las funciones para las que fue construido, algo complicado pues el actual parlamento cubano —donde sólo se ha aprendido a escuchar, aceptar, aplaudir y votar unánimemente— difiere bastante del anterior. En la acera de enfrente, en el número 513, el que fuera elegante Teatro Payret, dedicado al cine y a las variedades, con su bar y cafetería, hoy bastante venidos a menos; la Sala Kid Chocolate, en lo que fuera el Hotel Pasaje, y un grupo de edificaciones, la mayoría en estado crítico, hasta cruzar la calle Teniente Rey y encontrarse con el magnífico edificio que perteneciera al Diario de la Marina, sus bajos convertidos en una tienda para turistas y, en los altos, el Tribunal Provincial de La Habana. Más adelante, locales sucios y ruinosos, algunos ahora arrendados a particulares, quienes comienzan a reanimarlos, y el desde hace algunos años espacio vertical ocupado por los restaurantes de la Federación Asturiana Los Nardos, El Asturianito y El Trofeo, en constante remozamiento y mejoramiento, ampliándose ahora con un nuevo local anexo. Después, la escuela Concepción Arenal y, cruzando la calle Dragones, en el número 603, el remozado Hotel Saratoga, bien caro para los visitantes
extranjeros e inaccesible para los cubanos. Junto a él, el edificio entregado a la Asociación Yoruba de Cuba, ejemplo del despunte y espaldarazo dado a los cultos afrocubanos por las autoridades. Enfrente, la plazoleta donde, después de estar en diferentes lugares cercanos, inclusive en la puerta principal del Campo Militar o de Marte en 1837 y en el Parque Central en 1863, se situaron en 1875 la fuente y la escultura de la Noble Habana o de la India, como es más conocida. Marca final del Paseo del Prado, todo el conjunto fue elaborado en mármol de Carrara por el escultor italiano Giuseppe Gaggini. La India se encuentra sentada sobre rocas artificiales con la cabeza y la cintura ceñidas de plumas, un carcaj lleno de flechas en el hombro izquierdo. En la mano derecha sostiene un escudo con sus armas, y en la izquierda la cornucopia de Amaltea con frutos del país. Todo descansa sobre un pedestal cuadrado, en cuyas cuatro esquinas se destacan igual número de delfines, que antes lanzaban agua por sus bocas para mantener llena una fuente en forma de concha. Durante mucho tiempo fue considerado el símbolo de la ciudad, hasta que fuera absurdamente sustituido por La Giraldilla que, aunque diseñada y fundida en Cuba, parece tener algún punto de referencia con La Giralda existente en Sevilla, España. Hoy El Prado, bastante maltratado, descuidados su paseo central y sus árboles, en mal estado sus aceras y sucios sus portales, con edificaciones ruinosas o simples ruinas, transitado por pocos turistas y demasiados "cazadores" de divisas, convertido desde la calle Neptuno hasta Dragones en un gran parqueo de vehículos, con filas infernales de ciudadanos de a pie en espera de los ómnibus que tardan horas en llegar, sin sus famosos aires libres ni sus acompañamientos musicales, ni los desfiles y actos cívicos que los estudiantes realizaban cada 28 de enero en honor a José Martí, echa de menos lo mucho perdido. También añora la época del carnaval, cuando las bullangueras comparsas de los sábados, salidas de los barrios y de las diferentes instituciones culturales, de forma totalmente libre, espontánea y popular, hacían sus evoluciones coreográficas frente al Capitolio, donde se encontraba el jurado que concedía los premios a las mejores; y los paseos de los domingos que, viniendo del Malecón, hacían el recorrido de ida y vuelta desde la Punta hasta la Fuente de la India, con sus fabulosos desfiles de carrozas, donde iban la reina, sus damas, hermosas mujeres y hasta el rey Momo, decenas de autos convertibles y camiones adornados, ciudadanos disfrazados, acompañados por la música de las orquestas, las serpentinas y los confetis, en un derroche de arte y colorido donde participaba toda la familia, sin borracheras ni broncas callejeras. El Prado, junto a la mayoría de los habaneros, espera la llegada de tiempos mejores, convencido de que habrán de llegar.
Una calzada con muletas
Fue uno de los tres viejos caminos que, partiendo de la Puerta de la Punta, continuaba a lo largo del litoral hasta la Caleta de Juan Guillén, que después se denominó de San Lázaro, la cual rodeaba, para seguir por la playa hasta los riscos de Oliver —donde después se construiría el Hotel Nacional—, llegaba a la llamada Punta Brava y seguía la línea de la costa hasta el Monte Vedado, alcanzando el caserío de Pueblo Viejo, donde se asentó la primitiva población de La Habana, al trasladarse desde la costa sur a la desembocadura del río Casiguaguas o de la Chorrera. En su trayecto se construyeron los puentes de San Lázaro y de las Ánimas en la Caleta de Juan Guillén, sobre una corriente de la Zanja Real. A este camino primitivo se le llamó de El Arcabuco y, con el correr de los años, se convirtió en la Calzada de San Lázaro, así llamada por el hospital de ese nombre al que conducía, que se encontraba donde hoy está el Parque Maceo, siendo años después prolongada hasta la Universidad. En la Colonia se le denominó Ancha del Norte y en la República, Avenida de la República, pero la población la conoce como la Calzada de San Lázaro y muchos, simplemente, como la calle San Lázaro. Su importancia inicial disminuyó con la construcción del Malecón. Comienza en el Paseo del Prado y termina frente a la escalinata de la Universidad de La Habana. El tramo comprendido entre Prado y Galiano, se caracteriza por la gran cantidad de edificaciones de dos pisos, que en su tiempo de esplendor fueron cómodas y acogedoras viviendas, y hoy se encuentran en avanzado estado de deterioro, muchas de ellas simples cascarones en proceso de derrumbe y otras con sus balcones pendientes de desplome, con el eminente peligro que representan para los transeúntes. El tramo entre Galiano y Belascoaín se encuentra en mejor estado que el anterior, aunque mostrando el paso del tiempo sin mantenimientos ni reparaciones serias. A partir de Belascoaín, a un lado, el majestuoso monumento al General Antonio Maceo en el parque que lleva su nombre, antes abierto y con un anfiteatro, y hoy cercado (según se dice para evitar accidentes de tránsito peatonales), dentro de cuyo perímetro se encuentra el antiguo Torreón de San Lázaro, utilizado en la colonia como punto de observación para detectar el acercamiento de naves piratas y alertar a la población, mediante un disparo. Enfrente, el Hospital Hermanos Ameijeiras, en el edificio que fuera construido originalmente para la sede del Banco Nacional de Cuba en los terrenos que antes ocuparan la Casa de Beneficiencia y el Asilo de Mendigos San José. A continuación, en el número 805, el hermoso edificio del antiguo colegio La Inmaculada, construido en 1874, donde radica la Casa Central de
las Hijas de la Caridad y, al llegar a la calle Marina, un garaje, más edificios y casas de vivienda. En la otra acera, el famoso comercio de víveres El 1005, hoy tienda recaudadora de divisas. En el número 1054, el antiguo cine Florencia, después llamado Pionero, hoy en ruinas. Y en la calle Hospital, el bar El Lazo de Oro, que era famoso por sus chayotes rellenos y la ensalada de pollo y, ya en Infanta, donde existían diversos expendios de ostiones, el frío Parque de los Mártires, diseñado con grandes bloques de hormigón que emergen agresivamente de la tierra, construido en los terrenos donde antes levantaba sus carpas el circo Santos y Artigas para sus funciones de fin de año. Queda enfrente el local de las Lámparas Quesada, hoy convertido en la librería Alma Mater, donde a veces se refugiaba el Caballero de París. En esta zona, hacia la derecha de la actual calzada, en tiempos de la Colonia se encontraban las tristemente célebres canteras de San Lázaro, alturas rocosas donde eran enviados los presos a trabajar, lugar al cual fue enviado también José Martí siendo un adolescente, del cual dejó testimonio en su obra El presidio político en Cuba. Cruzando Infanta, estaban los antiguos bodegones en sus dos esquinas (hoy comercios de baja calidad), las múltiples casas de huéspedes donde se alojaban los estudiantes universitarios que venían de provincias a realizar sus estudios en el alto centro docente y, al final, el pequeño parque dedicado a Julio Antonio Mella, con su cabeza en bronce que un día fuera mancillada con chapapote, echándosele la culpa al Gobierno, lo que motivó una masiva manifestación estudiantil de repudio, que terminó con la muerte de un estudiante. Con el tiempo se demostró que en realidad todo había sido una provocación con fines políticos, ordenada por alguien interesado en exacerbar los dormidos ánimos estudiantiles. Termina la calzada frente a la escalinata de ochenta y ocho pasos de la Universidad de La Habana, lugar al cual se trasladó en 1902, ocupando la Pirotecnia Militar situada en una zona de la llamada Loma de Aróstegui. Entre los años 1906 y 1940 fue ampliándose el centro de altos estudios con la incorporación de nuevas escuelas y facultades. La escultura que representa el Alma Mater, realizada por el escultor Mario Kolber en 1919, fue instalada un año más tarde delante del rectorado y, al construirse la escalinata, trasladada al sitio actual en 1927. Dentro, el recinto posee valiosas pinturas murales de los artistas Domingo Ravenet y Armando Menocal. San Lázaro nunca fue una calle eminentemente comercial. Más bien era una tranquila calle de residencias de dos pisos cercanas al mar, donde se respiraba un aire fresco con olor a salitre. En su tramo hasta la calle Belascoaín, llamaba la atención su quietud y daba la sensación de que
quienes vivían en ella, hacían sus vidas totalmente dentro de sus hogares. Hoy este tramo está prácticamente destruido, con viviendas que parecen haber sido calcinadas por el fuego, balcones desparecidos o a punto de desparecer, derrumbes, apuntalamientos, espacios vacíos donde antes existieron edificaciones, y ruinas y más ruinas. En el tramo hasta la escalinata de la Universidad, aunque son mayoritarias las viviendas, perduran algunos pocos comercios, principalmente de víveres. Aquí las viviendas, aunque afectadas por el tiempo, no muestran los estragos de las del tramo anterior, tal vez por encontrarse un poco más alejadas de mar y de sus efectos. San Lázaro, con muletas, dejando que le caigan los años encima, espera un milagro que tarda demasiado en llegar.
Una reina sin corona
La Calzada de Reina es una de las más cortas de la ciudad, al igual que su vecina Calzada de Galiano. Con el nombre de Camino de San Antonio fue el más antiguo de salida al campo. Partía de la calle Real o de la Muralla, cruzaba en diagonal hasta la actual esquina de Reina y Águila y, continuando su trazado de hoy, llegaba a la Avenida de Carlos III, siguiendo el mismo trazado de lo que es hoy la Calzada de Zapata y, por detrás del Cementerio de Colón, llegaba hasta la orilla derecha del río Almendares, continuando hasta Pueblo Viejo. A este camino, en el tramo equivalente a la actual calle Reina, se le llamó entonces Camino de San Luis Gonzaga, por la ermita de ese nombre erigida en el cruce con la futura Calzada de Belascoaín. La calle Reina, denominada así en honor de Isabel II y posteriormente Avenida Simón Bolívar, aunque nadie la señala por ese nombre, se extiende desde la Calzada de Monte hasta la de Belascoaín. A un lado del espacio abierto que supone el Parque de La Fraternidad, con sus paseos, árboles y bustos de próceres de América, terminando Este, dentro de las calles Amistad, Reina y Estrella, se encuentra el Palacio de Aldama, construido por Domingo de Aldama —según ideas de su yerno Domingo del Monte— en 1840, en estilo neoclásico con sus dos portadas, una por la calle Amistad y la otra por Reina, considerado el mejor exponente del neoclasicismo en La Habana, seguido por el de los marqueses de Villalba en Egido, Monte y Zulueta. En el Palacio Aldama residieron Domingo del Monte y Miguel de Aldama, el hijo de su propietario, reconocidas figuras cubanas. Ocupado en 1926 por la fábrica de tabacos La Corona, en 1946 pasó a manos de los banqueros Mendoza y Compañía, instalándose en él un banco, una elegante peluquería y una boutique. Hoy se encuentra instalado en él el Departamento de Historia del Partido Comunista de Cuba. A continuación, en la misma acera, la tienda por departamentos Los Precios Fijos, demolida y convertido el espacio, primero en una feria de artículos industriales, y ahora en un pobre parque vacío y cerrado con una reja. Enfrente, el moderno edificio que construyó la Sears Roebuck Co. para situar su tienda por departamentos de estilo norteamericano, después de intervenida, utilizada la edificación durante un corto tiempo como Palacio de Pioneros y, posteriormente, como un comercio único de venta de productos alimenticios industriales para toda Cuba, con largas colas de ciudadanos de todo el país que, disponiendo de algún dinero por no existir nada que comprar, acudían a él pagando sus altos precios. Finalmente, convertida en un denominado Palacio Nacional de la Computación, en un país donde las
computadoras son inaccesibles para la mayoría de los ciudadanos y estos carecen de internet. Más adelante, otros comercios menores y un bodegón. Al cruzar la calle Águila, el espacio vacío transformado en parqueo donde existió la conocida Plaza del Vapor, lugar de pequeñas tiendas, comercios y muchos puestos de venta de billetes de lotería. Enfrente, en el número 55 se alza lo que queda de Almacenes Inclán, algunos otros comercios y el edificio que ocupa actualmente la Asamblea Municipal del Poder Popular, en la esquina de la calle Ángeles. Pasando Galiano, en el número 101 está el café El Polo, hoy convertido en un comercio de productos lácteos, la peletería El Mundo, en ruinas, La Casa Sánchez, distribuidora exclusiva de los colchones Windsor, también en ruinas, y en el número 109 los grandes Almacenes Ultra, una importante tienda por departamentos. Enfrente, en un viejo edificio carcomido por el tiempo, los ripios de la famosa peletería La Defensa y de la peletería El Gallo y, más adelante, en el número 112, en estado calamitoso, el cine Reina, clausurado, sucio y abandonado, entregado últimamente a una compañía de variedades. Después de la calle Rayo, pueden verse las ruinas de una edificación que existió en la esquina, y en el número 158 el edificio del periódico El País, en estado crítico, con un amplio friso en su salón principal, que muestra el desarrollo del transporte y las comunicaciones, obra del artista Cándido Álvarez Moreno. A continuación, locales de comercio transformados en precarias viviendas, con adaptaciones y agregados hechos por sus inquilinos con recursos propios, que rompen con la arquitectura del entorno, muchas de ellas verdaderas ciudadelas antihigiénicas, habitadas por decenas de personas, desde que se decidió entregarlas para tratar de paliar en algo la carencia de las mismas. Enfrente, en el número 161, se halla el local de la Cámara de Comercio de China, que agrupaba a los almacenes importadores y a los dueños de grandes tiendas de víveres de esa nacionalidad. Entre ruinas y destrozos, en el número 301 está lo que queda de El Cetro de Oro, construido en 1901 en estilo Art Nouveau. En el número 359, la casa que fuera de Antonio Bachiller y Morales y, enfrente, en el número 362, la de José Crusellas, el importante empresario jabonero. En la misma acera, el antiguo local del cine Cuba, Cuba Cose en el número 315 y la ferretería Feito y Cabezón en el número 321, ahora denominada La Cubana, y los locales donde estuvieron la Casa de los Trucos, donde se encontraba todo lo imaginable para gastar bromas, y Au Bon Marché, comercio dedicado exclusivamente a la venta de figuras y materiales religiosos.
Después se alza la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús con convento adjunto, templo construido durante 14 meses por los jesuitas a partir de 1914. De estilo gótico, con tres puertas y tres naves y una torre de 77 metros de alto con una cruz de bronce de cuatro metros coronándola, el templo cuenta con un Sagrado Corazón de mármol en el portal y un Cristo en el altar mayor. Enfrente de la iglesia estuvo alguna vez la tienda por departamentos Los Tres Kilos, llamada así por lo bajo de sus precios, hoy convertida en una tienda recaudadora de divisas con elevados precios denominada Yumurí. La calle Reina, desde hace mucho tiempo una reina despojada de su corona, muestra, tal vez como ninguna otra de las arterias comerciales de La Habana, la desidia e ineficiencia del socialismo. Prácticamente sin establecimientos comerciales ni de servicios importantes, si se excluyen los Almacenes Ultra, la antigua ferretería Feito y Cabezón y la que fuera La Casa de los Tres Kilos, se ha convertido en una calle de viviendas inventadas, superpoblada, sucia, con aguas albañales corriendo por los portales y aceras, espacios vacíos producto de los múltiples derrumbes y edificaciones en mal estado a punto de sucumbir. Transitar por sus portales, antes agradables y frescos, es hoy una aventura nada recomendable, por el peligro de desplome de un techo o de contaminación con la suciedad de pisos y paredes. Para resurgir, lo cual se hace sumamente difícil por la cantidad de personas que la habitan actualmente, la calle Reina necesitaría, en primer lugar, de una limpieza profunda con mangueras de agua caliente, que eliminara la costra de mugre que cubre sus edificaciones. Solo a partir de ahí podría pensarse en demoliciones necesarias, inversiones, remodelaciones y construcciones.
Monte, la calle más popular
La Calzada de Monte, que una vez compartió su nombre con los del Horcón y del Pilar en su último tramo, donde ella termina y comienza la Calzada del Cerro, carece de las magníficas casas quintas y residencias señoriales de esta última, excepto en su comienzo en la Calle Egido, donde se encuentra la plazoleta de Las Ursulinas. Aunque en la época colonial también se le conoció como Príncipe Alfonso, por Alfonso de Borbón, quien sería después rey de España, en los primeros años de la República recibió el nombre de Máximo Gómez, debido a haber entrado a La Habana por ella el invicto general mambí. Sin embargo, se le ha conocido mayormente como Calzada de Monte o, simplemente, calle Monte. Durante los años republicanos se convirtió rápidamente en una vía preferentemente comercial, sin alcanzar la elegancia de Galiano, San Rafael o Neptuno, siendo la preferida para hacer sus compras por los ciudadanos de menores recursos económicos. En el número 504 de la calle Egido, donde tiene su entrada principal, pero ocupando toda la manzana de Monte y parte de la de Zulueta, se encuentra el que fuera palacio de los condes de Casa Moré, sus primeros propietarios, y después de los marqueses de Villalba, una sólida construcción de 1872, considerado uno de los más majestuosos palacios habaneros, después del de Aldama en la Calzada de Reina, el cual posteriormente fue ocupado por los Ferrocarriles Unidos, una empresa inglesa, y más tarde se convirtió en locales de comercios, viviendas y la sede de la Sociedad Cultural Rosalía de Castro. Esta última situó entre los balcones de la segunda planta esculturas en piedra de aldeanas gallegas, las cuales posteriormente desparecieron. Enfrente, el edificio que fuera sede de la Havana Electric Railway, Light and Power, Co., la cual se dividió en dos empresas, trasladándose la primera —la Havana Electric Railway— hacia una casona en Monte y Ángeles, y quedando la segunda —la Light and Power Co.—, denominada Compañía Cubana de Electricidad, en el lugar, con el valioso reloj Tiffany en su entrada. Al trasladarse esta empresa a su nuevo edificio, construido en la Avenida de Carlos III, el local se convirtió en una dependencia de Salud Pública y hoy, después de abandonado y de ser saqueado, ha sido entregado a la Oficina del Historiador de la Ciudad. A continuación, aparece un inmueble que fuera propiedad del conde de Lombillo, transformado en una destartalada y sucia ciudadela y, cruzando la calle Zulueta, en el número 51, el edificio en restauración de la que fuera fábrica de tabacos F. Palacios y Cía., fabricante de las marcas Punch, Hoyo de Monterrey y Belinda, lo que queda del comercio de telas El Telar y,
en el número 63, lo que queda de la popular tienda por departamentos La Sortija, donde nuestras abuelitas resolvían sus necesidades para la costura, hoy desabastecidos, sin aire acondicionado ni otras facilidades. En la esquina de la calle Cárdenas, está el viejo bodegón, convertido en un deprimente tugurio gastronómico. Más adelante, los locales preferentemente ocupados por estudios fotográficos en los años 40 y 50, cuando las cámaras eran de cajón y con fuelle y se utilizaban los destellos para iluminar, y el célebre pajarito chasqueando los dedos de la mano para atraer la atención del que se retrataba, y a las madres les gustaban las fotos de sus hijos con sofás y butacas de mimbre y perritos de peluche acompañantes, al igual que a las quinceañeras con vestidos largos, las columnas con jarrones de flores y tules. También asistían las novias para hacerse alguna foto artística antes de la boda. Eran los tiempos en que bastaba con una ampliación coloreada o a colores y seis o doce postales para regalar, cariñosamente dedicadas, a los familiares y amistades cercanas. Más adelante, se encuentran las ruinas del Hotel Isla de Cuba, la tiendas La Francia Moderna, La Isla y La Isla de Cuba. En el 259, la tienda por departamentos La Nueva Isla. En el 301, el Ten Cents, menos moderno que el de Galiano y San Rafael, con su aire de tienda antigua, pero también con aire acondicionado y música indirecta, ahora denominado Variedades Monte, y en el número 305, París Viena. Enfrente, a lo largo de toda la calzada, el espacio abierto que se extiende hasta la calle Amistad entre Estrella y Monte, donde se encontraba el café Marte y Belona y la academia de bailes del mismo nombre, en la cual cada pieza costaba unos cuantos centavos y cansadas bailarinas esperaban por los clientes, desde hace años demolidos y ocupado el espacio por algunos kioscos. Este gran espacio abierto se engalana con la plazoleta donde se encuentra la fuente y la escultura de la Noble Habana o de la India, como es más conocida, con sus delfines acompañantes que, aunque da su frente al Paseo del Prado, del cual marca su final, siempre ha estado muy cercana a la Calzada de Monte y a sus transeúntes. En la década del 50, los edificios de esta zona lucían en sus azoteas enormes anuncios lumínicos, que daban colorido a las noches, y en Navidad sus portales eran ocupados por tarimas sacadas por las propias tiendas y otros vendedores, que ofertaban variados productos de ocasión, asequibles a la mayoría de los bolsillos, llegando a la apoteosis en la noche previa al Día de Reyes, cuando se llenaban de juguetes de todo tipo y precios, con liquidación al costo a partir de las doce de la noche. En la calle Monte, a partir de la calle Estrella, mucho más angosta, con excepción de La Casa Fraga, proliferaban los pequeños comercios, la mayoría estrechos y profundos con dos vidrieras y aire acondicionado como, en el número 453, la cuchillería La Sin Rival; en el 501, la tienda Punch; en
el 651, El Gallo; en el 913, El Alba; en el 1058, La Defensa, y otros, algunos hoy totalmente transformados o inexistentes, muchos convertidos en viviendas precarias, llegando hasta la Calzada de Belascoaín, donde después de rellenada la marisma que allí existía, surgieron los conocidos Cuatro Caminos, con sus bodegones españoles y paradas de ómnibus y tranvías, por bifurcarse en el lugar las Calzadas de Monte, su continuación hacia la del Cerro, la de Belascoaín y la de Cristina. Cerca de allí, en la manzana comprendida entre Monte, Cristina, Arroyo y Matadero se construyó en 1920 el Mercado General de Abasto y Consumo, un edificio de dos plantas con sótano y un paso a nivel hacia otra edificación de la manzana aledaña, conocido popularmente como el Mercado Único, de Cristina o de los Cuatro Caminos. Las mercancías entraban allí al anochecer, se distribuían por las diferentes casillas y se vendían mayormente de madrugada y al amanecer. A las once de la mañana cesaban las ventas y se procedía a la limpieza general. Actualmente, la edificación se encuentra con filtraciones en los techos, bastante deteriorada, desabastecida y sucia. En el tramo desde aquí hasta la Esquina de Tejas, sobreviven transformados algunos comercios como Casa Grande, La Ideal, La Lucha, Alborada y Casa Mimbre, y los espacios donde existieron otros ya desaparecidos, como El Bodegón de Tejas y la fonda El Globo, están ocupados por ruinas o por edificaciones a punto de derrumbarse. La calle Monte de hoy no tiene nada que ver con la popular, comercial y bulliciosa de antaño, recorrida entonces hacia abajo y hacia arriba por numerosos compradores o simples curiosos de conocer lo que se ofrecía en sus establecimientos, menos suntuosos que los de Galiano, pero abarrotados de productos a mejores precios. Con locales convertidos en viviendas, comercios desabastecidos y venidos a menos, sin aire acondicionado ni ventiladores, sin vidrieras o con vidrieras rotas y sucias, maltrato generalizado de sus dependientes, derrumbes, ruinas, aceras destruidas, mugre y ciudadanos de a pie que, presurosos y mal vestidos, cargan con muchas necesidades sobre los hombros y poco dinero en los bolsillos, da vergüenza y tristeza recorrerla.
La avenida donde el rey se mantiene
Cuando se decidió construirla, fue necesario modificar los niveles de la Calzada de San Luis Gonzaga (Reina), en su intersección con la que sería posteriormente la Calzada de Belascoaín, elevando en el centro una calle de 40 varas de ancho con muros de sillería, verjas de hierro y canapés de piedras, dejando a los costados dos calles laterales de 10 varas de ancho, para el tránsito de carretas y carretones. El nuevo paseo, denominado al principio Paseo Militar, pues comunicaba el Castillo del Príncipe con la ciudad para el traslado de tropas, recibió después el nombre de Alameda de Tacón en honor a su realizador, el capitán general Miguel Tacón, pero en 1836, al trasladarse y colocarse al frente de la alameda una estatua del rey Carlos III que, como gratitud de los habaneros por su ejecutoria con respecto a Cuba, le había sido erigida en 1803, pasó a llamarse Paseo de Carlos III, y después Avenida de Carlos III. Tenía una extensión, desde Belascoaín, donde comienza, hasta el Castillo del Príncipe, donde termina, de 1.210 metros, con un ancho general de 51 metros. En la primera rotonda, situada a su comienzo, poseía dos pilares de piedra, uno a cada lado, sosteniendo dos leones tallados en mármol, y también dos columnas dóricas de piedra, rematadas cada una con un jarrón. En esta rotonda fue donde se colocó la estatua de Carlos III, ejecutada en mármol de Carrara por Don Cosme de Velásquez, director de la Academia de Cádiz, un poco mayor que la estatura del rey, con manto real y bucles en la cabeza, al estilo de la época. A 150 metros de ella se construyó la columna o Fuente de Ceres, siguiéndola las Fuentes de los Aldeanos o de las Frutas, la de los Sátiros o de las Flores y la de Esculapio. La segunda rotonda se construyó a la altura de la Calzada de Infanta, y la tercera a la altura de la calle Zapata, con una estatua de Esculapio. En 1902 se le dio el nombre de Avenida de la Independencia, pero todos continuaron llamándola de Carlos III, el que se ha mantenido, aunque desde hace algunos años la denominaron oficialmente de Salvador Allende, nombre por el que pocos la conocen. Donde comienza, ocupando los número 502-508 (en Carlos III se continúa la numeración de las viviendas de la Calzada de Reina), se encuentra el edificio de la Gran Logia de la Isla de Cuba, conocido como el Gran Templo Nacional Masónico, construido en 1955, con una oficina de la Western Union en sus bajos que funcionó durante años, la escultura de José Martí, realizada por Juan José Sicre, y el mural de Manuel Mesa. En la edificación, ocupada arbitrariamente por las autoridades, la mayoría de los locales se encuentran en manos de ETECSA, la empresa estatal de telecomunicaciones, y solo unos pocos en las de sus verdaderos dueños: los
masones cubanos, quienes esperan que algún día se les restituya su propiedad. En un pequeño paseo central, se encuentra el pedestal vacío donde estuvo la estatua original de Carlos III. Enfrente, un pequeño parque denominado oficialmente Carlos Marx, con un relieve de este, y unas antiguas viviendas de piedra construidas en 1882, con los números 551 y 553. Más adelante, en la otra acera, el espacio donde se derrumbara una edificación de columnas, ocupado por unos kioscos recaudadores de divisas, y el moderno edificio que fuera de la Compañía Eléctrica de Cuba, y después pasara a manos del Ministerio de la Industria Básica, sufriendo grandes transformaciones en sus espacios interiores, que afectaron sensiblemente el proyecto original, triunfando la burocracia sobre la arquitectura. A continuación, el edificio de piedra de la biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, construido por el arquitecto Govantes. Tal sociedad fue desactivada y ocupado el inmueble por el Instituto de Literatura y Lingüística, con sus archivos llenos de polillas y sin condiciones de mantenimiento. Luego, cuando apareció una cuenta en euros que requería de su existencia para cobrarse, volvió a activarse apresuradamente, en un reducido espacio interior, la Sociedad Económica de Amigos del País. En el parterre frente al edificio puede encontrarse un pedestal con un busto de Carlos III, no por la avenida que lleva su nombre, sino porque su reinado propició la creación de la institución. A continuación del edificio de la Sociedad Económica viene la casa, totalmente saqueada y depredada, que fuera de Alfredo Hornedo, propietario original del Teatro Blanquita, hoy nombrado Carlos Marx, así como del hotel Rosita de Hornedo, adaptado como centro administrativo Sierra Maestra, y del edificio Riomar, en estado ruinoso, todos en la zona de La Puntilla en la desembocadura del río Almendares. Hornedo fue propietario también del Casino Deportivo —transformado en una instalación recreativa del Ministerio del Interior, con el nombre de Comandante Cristino Naranjo—, del reparto Casino Deportivo, del Club de Cazadores de La Habana, del Mercado General de Abastos (Mercado Único), y de otras muchas propiedades. Enfrente, más allá de la casa de Hornedo, se alza el local de la que fuera una fábrica de refrescos embotellados y el moderno edificio construido en la década de los 50 por la Financiera Nacional de Cuba para el Mercado de Carlos III, con rampas de acceso a todos sus pisos. Esta edificación estuvo cerrada y durante años devino en fábrica de figuras y partes del cuerpo humano para su utilización en la enseñanza de Medicina. Y es ahora una especie de gran mercado en divisas. A su entrada y en sus alrededores se desarrilla, pese a la represión continua de las autoridades, un lucrativo
mercado negro donde se ofrecen artículos tanto existentes en el mercado como ausentes del mismo. Se encuentran a continuación varios locales de viviendas venidos a menos, transformados en timbiriches particulares para la venta de comidas rápidas, adornos para fiestas y otros; la antigua fábrica de tabacos Por Larrañaga S.A., en el número 713, y, en la acera de enfrente, un policlínico y el edificio en eterna reparación del Hospital Municipal Freyre de Andrade, construido en 1920, más conocido como el Hospital de Emergencias. Al frente del mismo, un pedestal con un busto del doctor Joaquín Albarrán. Viene después lo que queda del café y del cine Manzanares y, en la otra acera, también lo que queda del bar y restaurante Las Avenidas, con todo el piso superior sin techo y en proceso de desplome. Cruzando Infanta, se encuentra el edificio en forma de cuchillo que tiene un lateral por la Calzada de Ayestarán, también en peligro de derrumbe, y, cruzando esta, la Escuela de Veterinaria, en prolongada reparación, donde se supone que los habaneros atienden a sus mascotas, con pésima higiene y carencia de medicinas, y con veterinarios que sin condiciones para trabajar ni reconocimiento oficial (no entran en el aumento de salarios de los médicos ni pueden dar recetas ), tratan de hacer lo mejor que pueden. Más adelante queda la que fuera La Antigua Chiquita, conocida por sus tapas de galleta con tasajo, y la calle Almendares, donde a principios del siglo XX se encontraba la glorieta y el terreno del club de béisbol Almendares, el eterno rival del club Habana. Enfrente, la Quinta de los Molinos, que fuera lugar de descanso de los Capitanes Generales durante la Colonia y, después, vivienda temporal del General Máximo Gómez y su Estado Mayor, terminada la Guerra de Independencia. La quinta debe su nombre a unos molinos de tabaco de la antigua factoría, instalados en el año 1837. En el lugar se construyó entonces, entre ese año y 1840, una casa quinta de planta baja, rodeada de jardines, que se comunicaba con otra pequeña, destinada a criados, que fue posteriormente reedificada, agregándole otro piso y rodeándola con las columnas y verjas retiradas del Campo Militar o de Marte. A partir de entonces incluyó la casa quinta, fuentes rústicas, colinas artificiales, grutas, saltos de agua, glorietas, otras instalaciones de esparcimiento y hasta una valla de gallos para disfrute del Capitán General. En el año 1892 se hospedó en ella la Infanta Eulalia, huésped de honor de La Habana. Al instalarse la República, se convirtió en jardín botánico de la Universidad de La Habana y un área formó parte de la Escuela de Agronomía. En condiciones de avanzado deterioro, en años recientes fue asumida por la Asociación Hermanos Saíz, de corte cultural dándole ahora una utilización de carácter más social, principalmente entre los jóvenes. La Quinta de los Molinos constituye un Monumento Nacional y en ella se encuentra instalado el Museo Máximo Gómez.
Al final de la avenida abre sus puertas la Escuela de Estomatología, un garaje y ponchera, y el espacio que una vez formara parte de la llamada Feria de la Juventud, ya inexistente, donde durante meses permaneciera amarrado con una cadena a una pata, en extraña exhibición, un triste elefante, hasta que fuera enviado al zoológico de 26. Emergiendo de la tierra, están todavía ahí tres teclados de piano a colores, que se dice es una obra escultórica ambiental donada por un artista venezolano a Cuba, pero que nadie entiende ni le presta atención. Viene luego el Castillo del Príncipe, construido entre 1767 y 1779 en la llamada loma de Aróstegui, con el objetivo de completar las defensas de la ciudad, después de la experiencia obtenida con la invasión inglesa. Es de tipo pentagonal, con plaza de armas, cuarteles, almacenes, iglesia y otras facilidades. Utilizado durante años como prisión, fue declarado Monumento Nacional, y actualmente se encuentra ocupado por la unidad de ceremonias del MINFAR, que solamente ocupa una parte de él, prohibiendo además el libre acceso al mismo. Sin embargo, un mejor destino sería emplearlo, después de repararlo dado su mal estado, como centro cultural histórico abierto a los ciudadanos. La Avenida de Carlos III, tal vez por su juventud y por haber sido totalmente reconstruida durante los 50, se mantiene agradable, con su arbolado, ancha vía central y vías paralelas con parqueo, notándose aún más esta diferencia, cuando se accede a ella desde las destartaladas calzadas de Reina y de Belascoaín.
La calzada triste
La Calzada de Belascoaín, como calle, se abrió en 1782. Se llamaba entonces Gutiérrez, por ser el apellido de quien la construyó en interés de su negocio, y después De la Beneficiencia, por encontrarse junto a ella la casa de este nombre. En 1843 se le comenzó a llamar Belascoaín, por el conde del mismo apellido muerto en España, amigo del capitán general. Entonces tenía arbolado a ambos lados. En la época republicana se le cambió el nombre por el de Avenida Padre Varela pero, como ha sucedido en otros casos, no prosperó, siendo conocida actualmente como Calzada de Belascoaín. Comienza en el Malecón. En su inicio, en su lado izquierdo, existían algunos comercios con grandes vallas lumínicas en sus azoteas. A la derecha, cruzando San Lázaro, se encontraba la Casa de Beneficencia, construida en 1794 para dar albergue y prestar cuidados a recién nacidos abandonados por sus progenitores, quienes los depositaban en un torno que existía al efecto, asegurando el anonimato de los mismos. Todos los que se criaban allí y no eran adoptados, recibían el apellido Valdés. A su lado, se encontraba el Asilo de Mendigos San José. En el lugar se comenzó a levantar un edificio para la sede del Banco Nacional de Cuba el cual, sin estar aún terminado, estuvo 20 años abandonado, sufriendo hasta un incendio. Posteriormente fue concluido y reacondicionado como el Hospital Hermanos Ameijeiras, con el frente hacia San Lázaro, con los inconvenientes propios de una edificación demasiado alta y no diseñada para estos fines. Las edificaciones de la Casa de Beneficiencia y del Asilo de Mendigos fueron demolidas en los primeros meses del año 1959. A continuación, entre las calles Virtudes y Concordia, se encontraba la Plaza de Toros, después demolida, cuando se prohibieron las corridas de toros en el país y, en la manzana de las calles Concordia, Marqués González, Lucerna y Virtudes, el Frontón Jai Alai, dedicado a la pelota vasca, el famoso Palacio de los Gritos, por la gritería durante los partidos en medio de las apuestas que se hacían, cuyo primer partido se celebró en 1901 y el último en 1921. También existieron dos frontones más: el Habana-Madrid (Belascoaín y Sitios), con 140 puertas y ventanas y 1.800 asientos, conocido como La Bombonera, porque en él practicaban el juego preferentemente las mujeres, y el Nuevo Frontón (manzana de San Carlos, Peñalver, Desagüe y Belascoaín), abierto en 1921 y cerrado en 1923, aunque continuó ofreciendo partidos esporádicos de pelota vasca hasta 1936, denominado el Palacio de las Luces. En este lugar, convertido ya en el Palacio de los Deportes, posteriormente se construyó el edificio del Palacio de la Confederación de Trabajadores de Cuba.
En el número 73 de Belascoaín se encontraba el hotel San Luis y, más adelante, el Majestic, desde hace años inexistentes. En el número 152, la fábrica de tabacos Romeo y Julieta; en el 159, el cine Palace; en el 207, la tienda El Sol de Oro y en el 267, La Casa Prado, sastrería y camisería, famosa por su campaña publicitaria denominada "El hombre de La Casa Prado", del cual se informaba por la radio el lugar donde se encontraría en determinado horario, debiendo ser reconocido para obtener el premio, que consistía en alguna de las prendas de vestir que la misma confeccionaba. En el número 353 se encontraba la famosa peletería Primor, donde durante mucho tiempo fue el único lugar para adquirir zapatos de esa marca, de forma priorizada por quinceañeras y novias, al precio de 50 pesos cubanos, cuando todavía no existía la doble moneda. El resto de los ciudadanos, tanto adultos como niños, debían usar entonces zapatos plásticos, denominados popularmente "ollas de presión", por el calor que generaban y las laceraciones que producían en los pies. Fue una idea "genial" de alguien que nunca los usó, para resolver el problema de la falta de pieles para fabricar calzado. Más adelante, en el número 357 estaba Le Grand París; en el 362, Bernalú y en el 372, el cine Miami, después rebautizado Bayamo, hoy convertido en una llamada Tienda del Mueble, y en San José se encontraba el bar Strand. En el número 404, la tienda Gran Habana, y en el 462 y 464, la mueblería La Villa María. Después, la Calzada de Zanja, donde se instaló en 1930 el segundo semáforo que tuvo La Habana, con la tienda La Mía, el Café OK, cuya especialidad eran los sándwiches, y Super Cake S.A., en los bajos de un moderno edificio de apartamentos. La Casa de las Medias quedaba en el número 508 y, ya en la Avenida Carlos III, el edificio de la Gran Logia de la Isla de Cuba, más conocido como el Templo Nacional Masónico, construido en 1955 por el arquitecto Emilio Vasconcelos, de 10 pisos con una bola del mundo giratoria y el símbolo de los masones sobre ella, visible desde diferentes puntos de la ciudad, y en el hall una escultura de José Martí del escultor Sicre. Enfrente estaba La Casa de los Tres Kilos, la popular tienda por departamentos. Cruzando Carlos III, el parque dedicado en 1921 a Carlos Finlay y a sus compañeros, descubridores del agente transmisor de la fiebre amarilla. Enfrente, el edificio donde estaba la llamada Casa de las Viudas, lugar donde existían algunas oficinas del gobierno colonial, pero cuyo mayor espacio se empleaba para dar albergue en habitaciones y pequeños apartamentos, además de ayuda, a las viudas y familiares de empleados civiles y militares fallecidos en ejercicio del cargo, después sede de la Secretaría de Sanidad y más tarde del Ministerio de Salud Pública, hoy convertido en el Instituto de Diseño. En la otra acera se levantaba la Escuela de Artes y Oficios, en el vetusto edificio de piedra, similar al del Instituto de Segunda Enseñanza de La
Habana, situado en la calle Zulueta y, en el número 706, está en pie lo que queda del cine Astor. Más adelante, al llegar a la calle Concepción de la Valla, se encontraba el Buró de Investigaciones, antes de trasladarse al edificio de la calle 23, y la Quinta Estación de Policía, de triste recordación durante la dictadura de Batista, por ser centro de vejaciones y de tortura, desde hace años convertida en una escuela. Enfrente, en la esquina de la calle Figuras, estuvo la Secretaría de Justicia, donde después se instaló el Archivo Nacional de los Registros Civiles y, en el cuchillo con la calle Nueva del Pilar, la casa conocida como "de las pesas y balanzas", por ser el lugar donde se realizaba el ajuste de las mismas. También los restos de los cines Favorito, en el número 809, y Cuatro Caminos, en el 1077, antes de llegar a la actual plazoleta de Cuatro Caminos, donde antes existieron magníficos bodegones españoles y fuera uno de los cruces más concurridos, por ser transitados por tranvías y ómnibus en cuatro direcciones distintas. Es una realidad que, aunque fue una calle comercial, Belascoaín nunca tuvo la importancia ni la afluencia de público que tuvieron Monte, Galiano, San Rafael, Neptuno o Reina, por citar algunos ejemplos. Era más bien una calle con comercios en el tramo de San Lázaro a Carlos III, y con instituciones e instalaciones de servicios en el resto. Debido a ello, su decadencia comercial, aunque existe, no es tan notable, siéndolo sin embargo la de sus instituciones e instalaciones de servicios, muchas de las cuales se han perdido por derrumbes, y otras se encuentran en mal estado. Belascoaín es una calle triste de día y sombría de noche, transitada solo por quienes no tienen más remedio que hacerlo, obligados por vivir o trabajar en ella o en sus inmediaciones, y por los conductores de vehículos, que la utilizan como vía para acceder desde el municipio 10 de Octubre a las calzadas de Monte, Reina, Carlos III, Zanja, San Lázaro y viceversa.
San Rafael, otra calle elegante
San Rafael es una calle que se extiende desde Monserrate, oficialmente denominada Avenida de Bélgica, frente al monumento al ingeniero Francisco de Albear (quien en época de la Colonia diseñara y construyera el acueducto que, por gravedad, abasteció de agua potable a la ciudad de La Habana, considerado una de las 7 maravillas de la ingeniería civil cubana), se interrumpe brevemente por el rectángulo del Parque Central, y termina en la calle Ronda, que bordea por un lado la Universidad de La Habana. Forma parte de las arterias secundarias que formaron el entramado de la ciudad, entre la Calzada de San Lázaro y la Avenida de Carlos III. Recibió su nombre de los comisionados que la delinearon. Antes se llamó De los Amigos y Del Monserrate, porque partía de la puerta de las murallas de ese nombre, así como Del Presidio, porque conducía al lugar donde existía una casa de corrección, donde después se construyó el Teatro Tacón y, más tarde, al demolerse este, el Palacio del Centro Gallego. La calle carece de una historia relevante hasta la primera mitad del siglo XX cuando, en su intersección con la Calzada de Galiano, compartió importantes establecimientos comerciales, los cuales se extendieron posteriormente en dirección al Paseo del Prado. Este tramo, por la tanto, es el más interesante. En estas cinco cuadras se concentraron toda su riqueza y belleza, además de su bien ganada fama de calle elegante, más aún después de contar con aceras de granito blanco con dos sinuosas franjas en granito verde, que la hacían original y única. San Rafael comienza en el espacio donde se encuentran dos edificaciones importantes: a su derecha la Manzana de Gómez, y a su izquierda el Palacio del Centro Asturiano. El primero, un gran edificio de cinco plantas que ocupa la manzana de las calles Zulueta, San Rafael, Monserrate y Neptuno, fue comenzado a construir de una sola planta en 1890 por Julián de Zulueta, después paralizado en 1894 y concluido en 1917 por la familia Gómez Mena, con la adición de cuatro plantas más. Estaba dedicado a comercios en los bajos, con sus dos calles interiores en diagonal, y oficinas, bufetes, legaciones diplomáticas y consulados, además de las academias Pittman y Gregg, en los altos. En sus locales de la calle San Rafael, a partir de Monserrate, existía la peletería La Exposición y, hacia Zulueta, los comercios El Escándalo y El Lazo de Oro, así como, ya en la esquina, una vidriera de venta de tabacos sueltos y cajas de tabacos y el Salón H, conocido café que en su agonía en los años 70 solo ofertaba, en algunos horarios, croquetas de pescado al plato —sin acompañamiento— y, en casos especiales, un pan con tortilla que se tostaba en una vieja y sucia plancha eléctrica a la que se le colocaba
un contrapeso, a veces acompañado por un refresco Son blanco o negro, como se denominaba si era de limón o de cola. Con el paso del tiempo y la falta de atención y de mantenimientos, la Manzana de Gómez fue decayendo, y sus desabastecidos establecimientos se volvieron sucios y malolientes, así como sus calles interiores, hasta que, con el objetivo de obtener divisas, fueron reparados y convertidos en tiendas y comercios de venta en moneda libremente convertible, instalando en parte de sus altos una escuela deprimente que carecía hasta de ventanas. Hoy se encuentra en proceso de reparación capital para transformarlo en un hotel. El segundo de los edificios al inicio de la calle, el Palacio del Centro Asturiano, que ocupa la manzana de las calles San Rafael, Zulueta, San José y Monserrate, construido en 1927 en estilo renacimiento español, con marquesina de hierro fundido y la decoración pictórica del techo del salón principal realizada con motivos de Asturias por el pintor Mariano Miguel González, así como con su hermosa escalera y el gran vitral emplomado que representa el viaje de las tres carabelas de Cristóbal Colón, tuvo en sus bajos, por San Rafael, algunos comercios, entre ellos la Cuba Electric cerca de Monserrate y Caribbean Photo Co. S.A. en el número 3. También este edificio sufrió el abandono, la falta de mantenimientos y la readaptación arbitraria de sus locales, siendo subutilizado por diversos organismos e instituciones estatales durante demasiado tiempo. Finalmente restaurado, se convirtió en el edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes. En el espacio que separa ambas edificaciones —el inicio de la calle San Rafael—, en la época republicana existían parqueos a ambos lados y tránsito de vehículos y personas entre Zulueta y Monserrate. Posteriormente se transformó en un parqueo cerrado con entrada y salida solo por Monserrate, y más tarde en un espacio peatonal con cinco palmas de metal con agresivas pencas del mismo material, decoradas por algunos artistas plásticos del patio, que lucen anacrónicas al compararlas con las palmas naturales del Parque Central. Después de superar el Parque Central, San Rafael reaparece entre dos edificaciones importantes: el histórico Hotel Inglaterra, construido en 1856, ampliado en 1891 y remozado en 1915, y el Palacio del Centro Gallego, construido en 1915, un edificio ecléctico con ascendencia francesa y neobarroca, transformado junto con su teatro, en la sede principal del Ballet Nacional de Cuba. Aunque ambos solo le entregan sus laterales, pues sus frentes dan al Paseo del Prado, aportan a San Rafael un marco majestuoso. A continuación aparecen los comercios que componen la calle, algunos de ellos tristes sobrevivientes pobres de su época de esplendor, pues San Rafael, después del año 1959, al desaparecer la mayoría de los artículos de consumo de las tiendas y comercios, sufrió dos tristes transformaciones: la
conversión de sus múltiples vidrieras en espacios tapiados, con pequeñas aberturas geométricas, a través de las cuales los transeúntes podían observar jarrones, adornos, cuadros y otros objetos de arte, argumentando las autoridades que constituían una original galería abierta, ya que en el socialismo no hacían falta vidrieras para exhibir las mercancías, pues estas se consumían según la necesidad y no por la publicidad que se hiciera de ellas. Al restablecerse la importancia del dinero y del comercio, se ejecutó la destrucción de sus hermosas aceras, para crear un boulevard de tránsito peatonal con establecimientos a ambos lados, hoy bastante deteriorado, sucio y grasiento, totalmente ajeno a la calle que sustituyó. Allí existían lujosas tiendas y comercios con aire acondicionado, música indirecta, bien abastecidos y con empleados atentos y respetuosos, como J. Mieres y Cía. —los famosos sastres camiseros—, la Cía. Cubana Radio Philco S.A., la joyería de Gastón Bared —representantes en Cuba de las marcas de relojes Omega, Cartier y Bretting—, la joyería Letrán de Isaac Barquet, casi esquina a la calle Consulado, J. Vallés, Giralt, Brummel, Ellas, la óptica El Telescopio, la sastrería Oscar, Sánchez Mola, los Almacenes Cadavid, la joyería Cuervo y Sobrinos —representantes en Cuba de la marca de relojes Longines—, la tienda de regalos Indochina, el Bazar Francés, la joyería Chantilly, Belinda Modas y las grandes tiendas Fin de Siglo y El Encanto — esta última destruida por un incendio en 196l. Hoy se observan allí dispersos espacios comerciales y gastronómicos mal abastecidos. El entorno, además se afea y ensucia con la venta callejera de pizzas, refrescos, frituras, emparedados y otras comidas rápidas, consumidas por apurados y descuidados transeúntes nacionales y extranjeros. Algunos locales, con mejor suerte, han sido transformados en tiendas de arte y de literatura, como la Galería Collage en el número 101; Arte Habana, en el 110, donde estuvo J. Vallés, y el Centro Cultural Habana, en el 256; Giralt en el 155, antes dedicada a la venta de electrodomésticos de importantes marcas, cuyos logotipos ejecutados en cerámica no han podido ser destruidos y aún se conservan en su fachada —Philco, Hotpoint, etc—, rebautizada América Libre, por esa manía "libertaria" que tienen nuestras autoridades, primero se dedicó a la venta de muebles procedentes del campo socialista a precios inalcanzables para la mayoría de los cubanos y, desaparecido este, a vender ropa reciclada, según los anuncios "de primera categoría", y ahora a la venta de muebles artesanales. Del local del hermoso cine Rex Duplex, convertido en ruinas, solo queda su fachada toscamente reparada como simple cascarón escenográfico para ambientar la calle y, en la otra acera, en el número 68, el Cinecito, que antes proyectaba únicamente "muñequitos" para los niños, trata de sobrevivir con las películas de animación actuales, desde Elpidio Valdés,
pasando por los "mangas" japoneses hasta la producciones "del enemigo", y dedicando la función nocturna de los lunes al cine club Sin Frontera, donde se exhiben filmes de diferentes nacionalidades para adultos. Dispersos aparecen algunos establecimientos de diferente designación como el cabaret Calesa, en el número 60; el bar Nautilius, en el 66; las tiendas Gastón, en el 102, y Dominó, en el 154; la heladería El Arlequín, en el número 158; Licorama en el 201; la tienda El Asia en el 209; la barbería San Rafael en el 213; la tiendas Oasis en el 214 y El Toldito en el 216; el mercado Oso Blanco en el 257, y la tienda de alquiler de trajes y disfraces en el 356. Después de Galiano, dos grandes tiendas cuyos laterales daban a San Rafael: Flogar, totalmente venida a menos, sin aire acondicionado, oscura y desabastecida, con empleados cansados, sudorosos y poco atentos y, donde existió el magnífico Ten Cents de Galiano, agradable, iluminado y bien abastecido, la negación de lo que debiera ser una tienda: Trasval, un comercio sin vidrieras al frente, sustituidas por paredes de mármol negro, y tapiadas las que daban a la calle San Rafael, así como la puerta existente. Más adelante, en la esquina de la calle Manrique, el colegio de las Escuelas Pías de La Habana, hoy maquillada su fachada pero en deprimente estado de deterioro sus aulas, comedor e instalaciones sanitarias, así como su patio interior. Después, el edificio que perteneciera al periódico Información, enrejado y ocupado por una empresa y, junto a él, el paladar San Cristóbal. En realidad, a partir de San Nicolás, San Rafael parece una calle bombardeada y calcinada, con multiplicidad de viviendas improvisadas donde antes existieron pequeños comercios, otras en ruinas o a punto de desplomarse, edificios clausurados convertidos en vertederos públicos, intransitable por su mal estado, con aguas albañales corriendo junto a sus aceras destruidas, polvo, suciedad y basura sin recoger y venta de cárnicos sin refrigeración en algunas puertas y ventanas. Al cruzar la Calzada de Belascoaín se adentra en el denominado barrio de Cayo Hueso, donde el hacinamiento y la destrucción se hacen aún más ostensibles, así como la marginalidad imperante, y pueden hasta verse agentes del orden público con perros pastores en algunas esquinas. Se logra cierto pequeño respiro al cruzar la Calzada de Infanta y trepar hacia la Universidad donde, tal vez por la altura, el aire se hace más respirable. Aún así, en este tramo también abundan las viviendas y comercios maltratados por los años y la desidia. San Rafael, que llegó a ser una calle elegante, en competencia con la Calzada de Galiano, y que tuvo las aceras más originales y hermosas de la ciudad, así como agradables tiendas y comercios, hoy muestra los golpes recibidos del socialismo y las heridas dejadas por este, incapaz no solo de
generar desarrollo sino también de preservar el recibido, producto del trabajo, los sacrificios y el talento de las generaciones precedentes.
Neptuno, otra calle comercial
Al igual que San Rafael, es una de las calles que contribuyeron a densificar el entramado vial de la ciudad. Debe su nombre a que comenzaba en la fuente de Neptuno, existente entonces en la antigua Alameda de Isabel II, lo que es hoy el Paseo del Prado. También se le denominó anteriormente Placentera y de San Antonio. Con el desarrollo de la ciudad, se fue convirtiendo en una importante calle comercial, alcanzando su mayor esplendor en la década de los años cincuenta del pasado siglo. Sin llegar a la elegancia de las tiendas de Galiano y de San Rafael, fue una agradable calle con algunos importantes comercios. Comienza, desde hace años, en la calle Monserrate, frente al parque de Pepe Jerez, que fuera oficial mambí y popular Jefe de la Policía Secreta de La Habana en los primeros años de la República, donde se ubicó posteriormente el busto del también popular alcalde Manuel Fernández Supervielle, quien se suicidó al no poder cumplir la palabra empeñada de darle agua a la ciudad. A su derecha se encuentra el hermoso edificio del Hotel Plaza, y a su izquierda, el lateral correspondiente a esta calle de la Manzana de Gómez. El edificio del hotel, construido en 1895 por la familia Pedroso, constaba inicialmente de dos plantas, abarcando toda la cuadra de Neptuno y parte de las de Monserrate y Zulueta. En 1898 se instaló en él el Diario de La Marina y, al trasladarse éste a otro edificio en Prado y Teniente Rey, en 1902 fue adquirido por el norteamericano Walter Fletcher Smith, quien lo remodeló para convertirlo en hotel, algo que no concluyó, siendo vendido a Leopoldo González Carvajal, marqués de Pinar del Río, dedicado al giro tabacalero, que le agregó dos plantas y lo convirtió en el Hotel Plaza, inaugurándolo el 3 de enero de 1909. Perteneció a la familia Carvajal hasta que fue intervenido por el gobierno revolucionario. Fueron sus huéspedes las famosas bailarinas Ana Pávlova e Isadora Duncan, el pelotero Babe Ruth, quien ocupó la habitación 216, los aviadores españoles Barberán y Collar, quienes realizaron el histórico vuelo Sevilla-Camagüey, el ajedrecista cubano José Raúl Capablanca y, en uno de sus salones, la comunidad hebrea ofreció un homenaje a Albert Einstein cuando visitó La Habana. En el lateral de la Manzana de Gómez, se encontraban diferentes comercios, entre ellos, en el número 3, una gran farmacia y, a continuación la tienda Peerles. Hoy este edificio se encuentra en proceso de remodelación para convertirlo en un hotel. Cruzando la calle Zulueta, a un lado se encuentra el Hotel Parque Central, donde antes existió un edificio de dos plantas con arcadas neoclásicas, que albergó el Café Central y el Café Alemán y, en la parte alta que da a Zulueta, el Unión Club, la sociedad masculina más elegante y aristocrática de la época, después trasladado a su edificio propio en el Malecón, el conocido como de Las Cariátides. En la azotea de este edificio
original de dos plantas, en la década de los años cincuenta, existían numerosos anuncios lumínicos que alegraban la zona, como el de la Compañía Cubana de Aviación, que representaba un avión volando de La Habana a Miami, y el de las trusas Jantzen, que era una bañista lanzándose de un trampolín, además de otros. Al otro lado se encuentra el Parque Central con la estatua de José Martí. En su intersección con el Paseo del Prado, en 1930 se instaló el primer semáforo que tuvo la ciudad. En ella se encuentra, donde existió el Bodegón de Alonso, después de construido un edificio de tres pisos, el local del restaurante que cambió sucesivamente su nombre de Las Columnas por Miami, Caracas, Budapest, otra vez Caracas y ahora A Prado y Neptuno, perdiendo calidad en los cambios. A continuación el cine Rialto, hoy convertido en una tienda de accesorios de computación, y el café Los Parados, ya en la esquina de la calle Consulado. En la acera de enfrente, el remodelado Hotel Telégrafo, que perteneciera a la misma dueña del Hotel Miramar, que existió al comienzo del Paseo del Prado, la tienda Pacific Trail, hoy convertida en la boutique Los Fornos, la barbería Rialto, transformada en peluquería, y algunos depauperados comercios. En este cuchillo formado por las calles Neptuno y San Miguel, hace años existieron el cine Fornos y el establecimiento La Bilbaína, dedicado a la venta de horchata. Cruzando Consulado, también existió hace años el famoso restaurante El Ariete, que primero ofrecía “completas” de tasajo, congrí y alguna vianda a veinte centavos, para después transformarse en el lugar del mejor arroz con pollo de La Habana, vecino del Hotel Carambachel, del Bodegón Santa Bárbara y de un edificio, en cuya azotea Giovanni ofertaba platos italianos. Donde antes existieron algunas agradables tiendas, hoy encontramos abundante suciedad y ruinas, con desabastecidos comercios de puertas y vidrieras enrejadas y timbiriches particulares puerta-calle, lo que queda de Los Fornos, vendiendo cárnicos y lácteos en CUC, y el espacio vacío donde estuvo la RCA Víctor. En la esquina de la calle Industria, una tienda de licores y otros productos, denominada La Internacional, ocupa el antiguo local de la Roberts Tobacco Co., recordada por sus mármoles negros e iluminadas vidrieras. En la acera de enfrente la tienda La Elegante y, cruzando la calle Águila, la tienda por departamentos Roseland, que una vez tuvieron aire acondicionado y disponían de múltiples artículos, hoy calurosas, semivacías y venidas a menos, y el lateral del edificio América, donde se encuentra la cafetería del mismo nombre. Enfrente un pequeño parque, producto de una edificación que se desplomó, el portal de Berens Modas, utilizado para vender ropa reciclada, y el local de Beauty Modas convertido en La Casa del Tango. Ya en Galiano, una oscura tienda en moneda nacional con vidrieras rotas, que un día fue una magnífica ferretería y locería. Al cruzar, la tienda por departamentos La Época, la mayor de las existentes actualmente en la zona, con sus vidrieras tapiadas con puertas metálicas de corredera y, más adelante, la también tienda por departamentos La Filosofía, que tenía acceso por las calles Neptuno y San
Nicolás, en el número 405 la peletería Florida, en el 407 La Casa Pérez, en el 411 la peletería Arrinda y, en los números 413, 415 y 417, La Casa Cofiño. Las Casas Pérez y Cofiño, que ofertaban vestuario y artículos masculinos, tanto para adultos como para jóvenes y niños y que gozaron de gran fama durante los años cincuenta, hoy se encuentran en estado deprimente. En la acera de enfrente, en el número 402 la tienda Trianón, en el 406 la que fuera sucursal de los Almacenes Ultra, otras tiendas menores y algunos diferentes comercios. Continuando en dirección a la Calzada de Belascoaín, la peletería Vernay, Confecciones Ramallo, las tiendas Fontana y La Zarzuela, esta última una ruina sin techo convertida en un parqueo de bicicletas. En la acera de enfrente la tienda Los Angeles y la peletería Miami y, ya en Campanario, El Palacio de Cristal, la reconocida locería, con un gran basurero enfrente, en el número 510 la pastelería y confitería Lucerna, famosa antes por la calidad de sus dulces y por ser los creadores del Tatianof, la exquisita torta de chocolate, en el 521 La Casa de las Cortinas, donde se podía encontrar todo lo necesario para la instalación de las mismas, hoy convertida en una ferretería mal abastecida, y en el 523 La Casa de las Banderas, que confeccionaba todo tipo de banderas y gallardetes, así como bordados. En el mismo espacio se construyó en 1954 un edificio estrecho de tres plantas, obra de Manuel y Osvaldo Tapia Ruano, que incluyó en los bajos este establecimiento y la peluquería Eusebio, en la segunda planta el taller y en la tercera una vivienda. En esta calle, en el número 507, se encontraba el cine Neptuno, hoy en ruinas Después de cruzar la Calzada de Belascoaín, la calle Neptuno pierde su importancia comercial, y se convierte en una calle de viviendas de dos y más plantas, con algunos comercios elementales salteados, como bodegas y farmacias, llegando a la Calzada de Infanta, donde se encuentra el lateral de la Iglesia del Carmen. Cruza la Calzada de Infanta y se extiende hasta la Universidad de La Habana, donde termina, teniendo al parque Mella en su lateral derecho. En la década de los años cincuenta, cuando estaba de moda “ir de compras a La Habana” -como se decía entonces-, Galiano junto con San Rafael y Neptuno eran las tres calles más elegantes y concurridas. El movimiento de compradores era incesante en los horarios en que permanecían abiertas y, por las noches, con sus vidrieras iluminadas, atraían a los paseantes. En época de Navidad, competían derrochando belleza y colorido. Hoy todo esto pertenece al pasado. Con comercios destartalados, mal abastecidos y peor atendidos, la mayoría sin aire acondicionado, enrejados, sucios, mugrientos y con malos olores, se encuentran a años luz de lo que un día fueron. Tal vez Neptuno sea precisamente la peor de todas.
La calle Línea
La calle Línea, una de las más importantes de El Vedado, debe su nombre a que por ella corrían los pequeños trenes que partían de cerca de La Punta, y unían la ciudad con el nuevo barrio, y después, hasta la primera mitad del siglo XX, los tranvías eléctricos En 1918 se le denominó oficialmente Avenida Presidente Wilson y en la década de los años cincuenta Avenida General Batista, pero para los habaneros siempre se llamó Línea. Aunque se extiende desde el Malecón hasta el túnel bajo el río Almendares, al principio su desarrollo se produjo sin una marcada continuidad en el espacio comprendido entre el río y la calle G, conocida como Avenida de los Presidentes. Cerca del río, debido a que en esta zona familias pudientes que abandonaron el Paseo del Prado y El Cerro, así como muchos altos oficiales del Ejército Libertador, terminada la Guerra de Independencia, al recibir sus haberes en efectivo durante el primer gobierno republicano, adquirieron viviendas o terrenos donde construyeron sus casas, y antes de la calle G, donde a partir de 1880 se construyeron algunas residencias. Posteriormente, el mayor desarrollo se produjo hacia el Malecón, con la construcción de nuevas residencias y edificios altos, que cambiaron la imagen de esta parte baja de El Vedado. Cerca del río o en las calles aledañas se encontraban las residencias del Mayor General Enrique Loynaz del Castillo, en el número 1108, una edificación de madera construida en 1880, con dos escaleras a la entrada y opulentos jardines, en el número 140 de la calle 8, la del insigne pedagogo Enrique José Varona y en la calle Calzada, la del Mayor General José Francisco Martí, hijo del Apóstol, así como otras. Antes de la calle G, la casa del conde de Pozos Dulces en Línea y D, las de Antonio González Curquejo en Línea número 612 y calle B números 151 y 152, un conjunto de tres viviendas construidas en 1880, la principal como residencia y las otras dos para alquilar, todas con hall en lugar de patio interior y jardines, la de Juan Bautista Docio, también construida en 1880, en el número 802, de iguales características, la de Nicolás Alfonso, construida en 1888, en el 508, la de Cosme Blanco Herrera, construida entre 1892 y 1901, en el 505, cuyo estilo fue un preludio del neobarroco y del Art Déco en Cuba y, en Línea y C la del doctor José Yarini y en 6 la de su hermano, el estomatólogo Cirilo Yarini, ambos tíos del célebre proxeneta Alberto Yarini, y en el 706 el cine teatro Trianón. Hacia el Malecón -aunque su frente da para la calle G su lateral se extiende por Línea-, el Hospital América Arias, construido en 1930, de líneas modernas del Art Déco, con un hermoso lucernario de cristales de colores, el edificio López Serrano, construido en 1932 en la calle 13 número 108, que rememora los rascacielos de New York y Chicago, de estilo moderno y decoración Art Déco en el vestíbulo, con motivos geométricos en mármol y planchas niqueladas, la mansión del doctor Horacio Ferrer en
Línea y L y la de Tomás Felipe Camacho en Línea y N. En la década de los años cincuenta se construyó el edificio de Línea y L, frente al monumento levantado en 1931 -obra del alemán Fritz Weigel- a los chinos que pelearon por la independencia de Cuba, construido en este lugar después de demoler la mansión del doctor Horacio Ferrer, quien durante la Guerra de Independencia sirviera a las órdenes del mayor general Calixto García, los dos Someillán y algunos otros edificios. También se insertaron en la calle Línea, en diferentes momentos, las dos torres de las calles Línea, F y 9, el del Retiro Radial en calle 9 entre E y F, el de Línea y calle A, el del restaurante Potin y el edificio Naroca, ambos en Línea y Paseo. Resulta llamativo que en los últimos cincuenta y seis años no se haya construido un solo edificio alto en Línea, y que algunos pequeños fabricados por el sistema de microbrigadas, principalmente el de la esquina de la calle 12, además de ser de pésima calidad, haya sufrido problemas durante su ejecución, tardar cerca de veinte años en terminarse y tener que agregarle una columna no prevista en el proyecto, ante el peligro del derrumbe de una de sus secciones. Tal vez haya sido lo mejor: sería terrible una calle Línea sembrada de antiestéticos edificios altos grises iguales construidos en serie, sin personalidad propia y de mala calidad. La vía y sus calles adyacentes hasta el Malecón, debido a tupiciones no resueltas en el sistema de drenaje, tienden a inundarse en época de lluvia y en el invierno, cuando se producen penetraciones del mar, obligando a los vecinos de los edificios a tener que evacuar sus autos de los garajes subterráneos. Igual problema afecta a los túneles bajo el río, los cuales dejan de funcionar. Los inquilinos de los edificios altos, producto de que el abastecimiento de agua potable es inestable, se han visto obligados a agregar depósitos para la misma dentro de sus apartamentos, así como, ante los muchos actos delictivos, a colocar rejas de hierro en las puertas de los mismos y, en algunos casos, también ante las puertas de los elevadores en cada piso. Estos pesos agregados, no contemplados en la estructura original, con el tiempo han producido afectaciones en algunas edificaciones. Si se recorre actualmente la calle Línea desde el Malecón, cerca de donde se encuentra el Monumento a las Víctimas del Maine, sin su primer águila con las alas extendidas derribada por los vientos del ciclón del año 1926, así como también sin la segunda con las alas recogidas listas para emprender el vuelo, derribada por el ciclón político y social del año 1959, se encuentra el garaje Tángana y, como pórtico, aparecen un edificio alto en prolongada reparación, los Someillán, sometidos a reparación recientemente, algunos otros edificios menores y, más adelante, la columna de granito negro del monumento a los chinos y el edificio Capi en la esquina de las calles L y 15. A la derecha un policlínico, el Centro Internacional de Retinosis Pigmentaria -una clínica especializada en la que hay que pagar en CUC-, el edificio López Serrano en estado ruinoso, con toda la carpintería y cristalería de sus puertas y ventanas podrida, rodeado de aguas albañales pútridas y, para colmo, con las entradas enchapadas en mármol de sus elevadores perdidas,
porque alguien, cuando se decidió sustituirlos por otros más modernos, calculó que sus puertas serían más grandes y aplicó el cincel y el martillo para lograr las medidas necesarias. Al final resultó que eran del mismo tamaño, y el espacio destruido ha sido rellenado torpemente con bloques y cemento, en una demostración patente de chapucería y falta de respeto por la buena arquitectura. Últimamente se ha presentado un proyecto para su reparación general. A continuación, el parque triangular con el monumento realizado por el escultor italiano Domenico Boni, erigido en 1916 a Francisco Frías y Jacott, conde de Pozos Dulces, un talentoso cubano que desde 1863 participó en el movimiento reformista, que aspiraba a lograr para Cuba concesiones de orden político, económico y social bajo la soberanía española, además de ser uno de los pioneros en instalarse en El Vedado, algunas viviendas y edificios, unos venidos a menos y otros reparados por sus inquilinos, en J el Colegio Cubano Arturo Montori y antes de la calle G, un edificio alto bastante deteriorado, el costado del Hospital América Arias, un pequeño parque con un busto de Louis Pasteur, realizado por el escultor francés P.Dubois, colocado en 1935 y, enfrente, en la esquina de las calles 13 e I, la Casa de la Comunidad Hebrea, construida en 1955, la parte que da para la primera ocupada por el Teatro Bertold Bretch, los locales que ocupaba la Havana Bussines Academy, lugar donde se preparaban la mayoría de nuestras secretarias en la época republicana, recibiendo clases de redacción, mecanografía y taquigrafía, y la residencia donde se encuentra instalado el Museo de la Danza. Cruzando la calle G, la casona donde falleciera el ex presidente Mario García Menocal, sede de la Hemeroteca de la Casa de las Américas y, en la otra acera, el pequeño parque donde hace unos años se colocó una estatua dorada del compositor Strauss, que refulgía demasiado bajo el inclemente sol tropical, donada por el gobierno austriaco, desaparecida una madrugada para no aparecer nunca más. Después, algunos edificios bajos y, en la acera de enfrente, las dos torres de Línea, recientemente restauradas y pintadas -en los bajos de una de ellas la Galería Habana- y, en la esquina, un garaje. Más adelante, otro edificio alto, lo que queda de las viejas residencias construidas en el siglo XIX, algunas convertidas en deplorables ciudadelas y el edificio Montes, edificado donde se encontraba la casa del conde de Pozos Dulces. A continuación, en la calle C: a un lado la Parroquia de El Vedado con su parque y al otro los restos del restaurante El Jardín, en reparación en estos momentos, después de ser entregado en usufructo a una cooperativa. Después, en el número 609 el antiguo cine Olimpic, transformado en la Sala Raquel Revuelta, dedicada al teatro, y unos pasos más allá, el cine Rodi, posteriormente bautizado Teatro Mella, utilizado ahora para conciertos y otros espectáculos musicales. Antes de llegar a Paseo, el edificio alto de la calle A, que recién terminado pasó directamente a manos del Ministerio del Interior, en el número 706 el cine teatro Trianón, transformado en una sala teatral, y el edificio donde en sus bajos se encontraba la Casa Potín, el famoso restaurante francés, hoy en proceso de readaptación a los nuevos
tiempos. Cruzando Paseo, el edificio Naroca, donde Mirta de Perales tenía su famoso salón de belleza, cuyos locales actualmente ocupa una deprimente y calurosa oficina de correos y, enfrente, el Paladar Decamerón, en los bajos de un edificio de ladrillos a vista. Antes de la calle 12, en la calle 6 el colegio St. George´s, y en el número 951 el local que ocupara la original dulcería Sylvain, repetida en el socialismo en múltiples establecimientos, manteniendo el nombre pero perdiendo su calidad, así como diferentes edificaciones de distintos años, que muestran el desarrollo inicial de la misma, unas en mejor estado que otras, principalmente debido a la preocupación y posibilidades económicas de sus inquilinos. Después de la calle 12, superado el engendro constructivo de una de sus esquinas -el edificio con la columna agregada-, las ruinas de la casa de la familia del Mayor General Enrique Loynaz del Castillo, donde se criara la poetisa Premio Cervantes de Literatura Dulce María Loynaz, así como sus hermanos, que debió ser preservada por las autoridades y nunca lo fue, permitiendo que se convirtiera en una ciudadela, fuera depredada y terminara en el desastroso estado actual. A continuación la histórica iglesia de El Carmelo. Más adelante, en la acera izquierda, las naves que pertenecieron a un paradero de ómnibus, después convertidas en ensambladora de los feos, duros e incómodos ómnibus Girón -una carrocería cubana montada sobre un chasis con motor soviético- y, al ser derribado el Muro de Berlín, transformadas en ensambladora de las pesadas bicicletas chinas, cuando éstas, sin luces para transitar de noche, iban a resolver el problema del transporte en Cuba porque, según dijo un dirigente juvenil defenestrado posteriormente cuando era ministro: “habían venido para quedarse”. Línea termina en el túnel del mismo nombre, que al otro lado del río, da comienzo a la Avenida 31 del Municipio Playa. La calle Línea aún hoy, desaparecidos sus elegantes comercios y bastante deteriorados sus edificios y residencias, se mantiene como una de las arterias principales de El Vedado, siendo utilizada preferentemente para el tráfico vehicular.
Una calle señorial
La calle 17, junto con Línea, fue una de las dos primeras calles que tuvo El Vedado. A diferencia de Línea, que debe su nombre no a un trazado lineal, sino a la línea del pequeño ferrocarril que unía El Vedado con el resto de la ciudad, 17 es una calle totalmente recta desde su comienzo frente al Malecón, donde se encuentra el monumento a las víctimas del Maine, hasta la calle 28, junto al río Almendares. Siempre fue una calle señorial, a cuyos lados fabricaron sus residencias importantes figuras de la Cuba Republicana. Alejo Carpentier la denominó "Galería de las Residencias Suntuosas". Donde se inicia, en la calle O, aparecen dos edificios que se encuentran en dilatada reparación, y después de algunas viejas edificaciones venidas a menos, entre las calles N y M se yergue el hermoso edificio FOCSA, considerado una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana, que ocupa toda la manzana hasta la calle 19. El FOCSA fue el segundo edificio alto construido de hormigón en el mundo —el primero fue en Sao Paulo, Brasil, con 144 metros—, terminado en 1956, con 121 metros de altura sobre el nivel de la calle, 29 plantas, 373 apartamentos, incluyendo los 7 pent-houses de la planta 29. Soviéticos y venezolanos en el FOCSA Abandonados sus apartamentos por sus propietarios en los primeros años del establecimiento del nuevo poder, fueron convertidos en alojamientos de los especialistas soviéticos que inundaron la Isla "para ayudar a construir el socialismo a 90 millas del Imperio". Esos especialistas, desconocedores en su país de tales comodidades y modernidad, maltrataron los espacios y los destruyeron. Y, al regresar ellos a su país y quedar vacíos los apartamentos, fueron saqueados, desapareciendo muebles sanitarios y de cocina, ventanas, puertas, sistemas eléctricos. Personas inescrupulosas cargaron con todo lo que podía transportarse, ante la mirada cómplice de las autoridades. Mal restaurado apresuradamente, el FOCSA fue utilizado nuevamente como alojamiento, ahora de los venezolanos participantes en la denominada Operación Milagro, que eran traídos a Cuba para recibir atención médica. Al variarse el método por antieconómico y comenzar a realizar esos tratamientos en Venezuela mediante el envío de brigadas médicas, volvió a quedar vacío. Fue sometido entonces a una nueva reparación, al parecer menos mala que la anterior. Sin embargo, en su basamento, donde al inaugurarse existieron importantes comercios, dos grandes estudios de televisión —el 17 y 19 de CMQ Televisión—, el restaurante El Emperador, un supermercado
Minimax, un teatro de títeres, el cabaret Scherezada, librería, banco, boutiques y otros elegantes establecimientos, además de una gran piscina y dos niveles de parqueo bajo tierra, muestra bastante deterioro, descuido y suciedad. Esos espacios han sufrido múltiples transformaciones, hasta con el agregado de absurdas rejas que, al anochecer, cierran el acceso por los amplios pasillos interiores originales, antes iluminados y ahora oscuros y tenebrosos Por suerte, se mantiene el restaurante La Torre en lo alto del edificio, que una vez estuviera entre los más exclusivos de la ciudad. La piscina se encuentra totalmente clausurada, así como sus áreas de esparcimiento aledañas. Tierra colorada en el Vedado Enfrente del FOCSA quedan en pie algunas residencias de las primeras edificadas en la zona. Muestran, a pesar de los retoques y capas de pintura de los últimos tiempos, el efecto de años sin mantenimientos ni reparaciones. Unas se encuentran habitadas por familias y otras han sido convertidas en paladares o ciudadelas. Cruzando la calle M, por la misma acera del FOCSA, encontramos el que fuera famoso restaurante El Conejito, debido a su cocina y a su original construcción de estilo inglés, edificado donde estuvo el comercio El Liro, dedicado a la venta de aves y huevos durante la República. Más viejas edificaciones a uno y otro lado, con adaptaciones y agregados que rompen con los diseños originales y, en la esquina de la calle L, un garaje CUPET, que anuncia ser "su amigo las 24 horas del día", siempre y cuando se posean pesos convertibles, y la residencia que perteneciera al banquero José Ignacio Lezama. Después de cruzar la calle, antes de llegar a K, está el que fuera hermoso y abastecido supermercado de 17 y K, utilizado el local principal para la venta de artículos industriales de las denominadas industrias locales —mal confeccionados y de baja calidad—, y el amplio parqueo como mercado agropecuario, con decenas de tarimas, demasiada tierra colorada y productos agrícolas con elevados precios, muy alejados de los bolsillos de los cubanos de a pie, además de abundantes vendedores callejeros ofreciendo sus artículos, que van desde caramelos caseros, paquetes de galletas, dulces, ristras de cebolla y cabezas de ajo hasta paquetes de leche en polvo, jabones y pasta dental Colgate y cuchillas de afeitar Gillete. Esta conversión de un moderno supermercado en un deprimente mercado agropecuario, se inscribe en la denominada "ruralización" de La Habana, que llevan a cabo las autoridades. En la acera opuesta, cruzando K, permanece aún el club Karachi y los locales de Inmigración del Municipio Plaza, donde por años los cubanos esperaron en largas colas para obtener
un permiso de salida y su correspondiente pasaporte para poder viajar al exterior, ahora más asequibles. A su lado, el garaje y taller de vehículos del Partido Comunista provincial, remozado y pintado con los colores de la bandera cubana. Enfrente, una bulliciosa escuela. Varias grandes mansiones Después de la calle J queda el policlínico La Rampa, donde, en su tercer piso, los conductores de vehículos deben hacerse los chequeos médicos y de la vista para obtener y mantener vigentes sus licencias de conducción. Enfrente, la Pizzería Fabio, el negocio privado de un viejo italiano, cuya autorización para instalarlo en una época en que no existían negocios privados y menos de extranjeros, la debe a la muerte casual de su hijo, mientras disfrutaba de "la dulce vida" cubana con sus amigos en el hotel Copacabana, al hacer explosión una bomba colocada en el lobby por un extranjero. El padre de la víctima se prestó luego al "juego oficial" de la lucha contra el terrorismo y por la paz, dando declaraciones y participando en entrevistas y actos de propaganda convocados al efecto por el Gobierno. Hay a continuación viviendas antiguas, algunos edificios de la década del 50 y, en el número 301, la magnífica residencia de los marqueses de Avilés, construida en 1915 por el importante arquitecto norteamericano Thomas Hastings, una de las primeras edificadas en la calle 17, de elevado refinamiento y elegancia siguiendo los códigos del Beaux Arts. Después de abandonada por su dueños, fue convertida en la sede del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), organización gubernamental encargada de organizar, dirigir, controlar y sufragar económicamente a los grupos de solidaridad con el Gobierno cubano y con sus causas, existentes en diferentes países, desde hace tiempo. Tal institución está centrada en la lucha por la liberación, primero de los cinco espías, y ahora de los tres que quedan cumpliendo sanciones en cárceles norteamericanas, últimamente reforzada con el nombramiento como vicepresidente de uno de los espías liberados, después de cumplir su sanción. Más adelante, en la esquina de la calle H, en el número 351, aparece la también magnífica residencia del banquero Juan Gelats, construida por los arquitectos Rafecas y Toñarely en 1920, con su hermosa escalinata a la entrada, hermosa escalera interior y amplios jardines. La residencia fue convertida en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), organización gubernamental que agrupa a los escritores y artistas afines al régimen, so pena de ser castigados o expulsados de la misma, si no cumplen con la camisa de fuerza de "dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada", promulgada en el temprano año de 1961. Al igual que el ICAP, la UNEAC también ocupa otras edificaciones situadas en los alrededores de sus sedes principales. En 17 y H también se
encontraba la vivienda de Eduardo R. Chibás, antes de que él se trasladara a residir en el edificio López Serrano. Cruzando la Avenida de los Presidentes se encuentra el patio del que fuera el colegio Baldor, y enfrente un rústico parque donde estuviera una antigua bodega de los primeros años de la República. En la acera del colegio, otro deprimente mercado agropecuario más pequeño y sucio que el anterior, la única construcción de madera y tejas sobreviviente de tiempos pasados y, más adelante, en la esquina de la calle E, el Centro Hebreo Sefardí, construido en 1951. Después de cruzar la calle F, en el número 502, se alza la que fuera mansión de José Gómez Mena y después de María Luisa Gómez Mena, la condesa de Revilla Camargo, construida en 1927 por los arquitectos Francisco Centurión, Morales y Cía., con decoración interior de la casa Jansen de París, con pisos de mármol de Carrara, herrajes de bronce y oro y comedor con todas las paredes recubiertas de mármol, con ornamentación estilo Regency, carpintería exterior de cedro, realizada en Cuba por la firma Norabuena y Stuart, e interior de caoba, realizada en París. La mansión fue transformada en el actual Museo Nacional de Artes Decorativas, el cual, por suerte, dispone de un magnífico especialista con conocimientos, iniciativa y valentía, que durante años ha cuidado y defendido las riquezas que atesora. A continuación, en la acera opuesta, abre sus puertas la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT), donde cada cubana y cubano debe entregar parte de lo que gana al Estado para su sostenimiento. Viene a continuación el local del que fuera cabaret Sayonara, hoy convertido en una pobre bodega, el nuevo bar de propiedad privada Madrigal, el hospital de la antigua Fundación Marfán, que antes se dedicaba y hoy continúa dedicándose a la atención pediátrica, y el policlínico de la esquina de Paseo, conocido popularmente como Asclepio. En la acera de enfrente, en el número 702, el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular. Cruzando Paseo, vemos los jardines y la puerta de acceso a la mansión de Juan Baró y Catalina Lasa, diseñados por Forestier, un verdadero remanso de paz y de canto al amor entre un hombre y una mujer. Enfrente, la lujosa vivienda en la que se encuentra instalada la Embajada de la República Popular y Democrática de Corea, con tableros de propaganda a su entrada, mostrando los inmensos "logros" de la Corea bajo la égida del "gran líder" Kim Il Sung y de sus herederos. A continuación, otras antiguas viviendas, más edificios de los años 50, el antiguo club Atelier, transformado ahora en El Submarino Amarillo, en honor a la emblemática canción de Los Beatles; el restaurante de la Alianza Francesa y el denominado parque de John Lennon, con una escultura del músico a tamaño natural sentado en un banco. Lennon (sin espejuelos,
pues constantemente se los robaban, y ahora un custodio se los coloca, si usted desea retratarse junto a él) fue primero prohibido en Cuba y ahora aclamado, después de que quien lo prohibió asistiera a la inauguración del monumento. Más adelante está la pizzería Pachi, un negocio privado exitoso. Enfrente, el restaurante Varsovia, en estado comatoso desde hace varios años, a la espera de que sea asignado a una "cooperativa no agropecuaria" para ser explotado. Después de la calle 12 hay un garaje y, enfrente, los deteriorados locales del antiguo Colegio Teresiano. Vienen luego más viviendas y, ya en la calle 26, un edificio alto construido hace algunos años, en medio de la fiebre del modelo constructivo yugoslavo, con algunos comercios en pesos convertibles en su planta baja. Después de la calle 26 se alza un viejo edificio en estado deprimente, habitado por numerosas familias que, al crecer, han dividido y subdividido sus apartamentos, tratando de buscar espacios para sus nuevos miembros. Y en la calle 28, junto al farallón del río, termina 17. A pesar de haber perdido totalmente su señorío, la calle 17 continúa siendo una calle agradable de transitar, tanto a pie como en vehículo, pues mantiene bastante de su arbolado y, aunque muchas se hallan en estado deprimente, resulta interesante observar las viejas residencias que la engalanaron durante los años republicanos.
Zanja, corazón del barrio chino
La calle Zanja se extiende desde la calle Águila hasta la Calzada de Infanta, a partir de la cual se convierte en la calle Zapata. Debe su nombre a que por ella corría la Zanja Real que surtía de agua a la ciudad de La Habana. También se denominó Línea del Ferrocarril de Güines, debido a que este se desplazaba por ella, al igual que después lo hacían los trenes que, saliendo de la Estación de Villanueva, iban por la Quinta de Los Molinos, La Ceiba, Puentes Grandes y otros lugares hasta la Playa de Marianao. En su época inicial existían tres puentes para cruzarla: el de Sedano, en la esquina de la calle Lealtad; el de Manrique, en la calle del mismo nombre, y el de la calle Galiano. Zanja constituyó el corazón del populoso Barrio Chino de La Habana y, aún hoy lo sigue constituyendo, aunque ya el Barrio es más folclórico que natural. Y, aunque en 1916 a la calle se le dio el nombre de Finlay en honor al ilustre médico cubano descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla, en 1936 se le restituyó el de Zanja, nombre por el cual es conocida popularmente. Se dice que el Barrio Chino de La Habana comenzó en el año 1858, con una casa de comidas situada en la esquina de Zanja y Rayo y un puesto de frutas y frituras cercano. La "ciudad amarilla", como la denominó Alejo Carpentier, pronto se convirtió en la mayor colonia china de América Latina, llegando a residir en el año 1899 unos 15.000 chinos en Cuba, de los cuales solo 4.900 eran mujeres, lo cual demuestra que fue una emigración principalmente masculina en busca de trabajo. Después de los que llegaron en los años 20, ya en el año 1930 había unos 24.000 chinos en Cuba. Con los años la colonia se expandió, disminuyendo algo hacia 1953, donde el censo registró 16.657 chinos, aumentando posteriormente hasta la instauración del nuevo régimen en el año 1959, cuando se dispersó hacia otros países, principalmente hacia Estados Unidos, huyéndole a la repetición de lo que ya había sucedido en China en el año 1949, con la llegada de los comunistas al poder. Aunque los chinos se asentaron en Cuba en casi todos los pueblos y ciudades, no existen dudas de que el núcleo principal de esta colonia lo constituyó el Barrio Chino de La Habana, que comprendía originalmente el cuadrante comprendido entre las calles Zanja y Salud y Galiano y Lealtad. La calle Zanja es como el Gran Río Amarillo al cual, como si fueran sus afluentes naturales, tributan las calles Dragones, Rayo, Cuchillo, San Nicolás, Manrique, Campanario, Salud y Lealtad. Con los años, los chinos ganaron algunos espacios, acercándose a las calzadas de Reina y de Belascoaín. Un pórtico para el Barrio
Al comienzo de la calle, estrecha en este tramo hasta Galiano, en la esquina de Águila y Dragones, se encuentra el hermoso edificio que fuera de la Compañía Cubana de Teléfonos, construido en el año 1927 por el arquitecto Leonardo Morales, con su bella torre, hoy perteneciente a la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba S.A. (ETECSA). Antes de Águila, en la calle Dragones, casi frente a donde estuviera el hotel New York, hoy tapiadas sus puertas y ventanas y en estado de abandono, hace algunos años se construyó un pórtico imitando la arquitectura china, que pretende indicar el comienzo del Barrio, partiendo tal vez de que en la calle Amistad número 420, entre Barcelona y Dragones, se encuentra el Casino Cheng Wa, que más que un casino siempre fue una federación de sociedades, que facilitaba la unión de todas ellas, teniendo entre sus objetivos el de dirimir las querellas y conflictos entre las sociedades y entre sus asociados. Este pórtico responde en realidad más a fines turísticos que prácticos. Es más, dentro del Barrio no se construyeron edificios ni viviendas al estilo chino, sino solo se incorporaron detalles como adorno a las edificaciones que se levantaban de estilo occidental. Caminando en dirección a Galiano, se encontraba la farmacia La Americana, una droguería y laboratorio, algunos comercios convertidos en precarias viviendas, algunos pocos en funcionamiento, y derrumbes de edificaciones que existieron años atrás, los cuales nunca fueron comercios de chinos. A partir de Galiano, donde comienza realmente el Barrio, en la calle Zanja se encontraba la Locería La Vajilla, una casa dedicada a la venta de porcelana, cristalería y locería, hoy convertida en una casa comisionista que oferta muebles antiguos a precios exorbitantes. Vienen luego el comercio La Cantonesa, convertido en un mercado de víveres, algunas fondas, puestos de hortalizas, frutas, helados y frituras y otros comercios desparecidos o transformados, abundando en estos momentos "los bicitaxis y los buscadores y buscadoras" de extranjeros, además de bastante suciedad y falta de higiene. La situación mejora en el triángulo formado, a partir de Rayo, por las calles Cuchillo, Zanja y San Nicolás, conocido como El Cuchillo de Zanja, donde han proliferado los restaurantes de comida china, pared con pared, pertenecientes a sus sociedades o a particulares de esta nacionalidad, que ofrecen platos típicos de las diferentes regiones del enorme país, con diferentes precios y calidad. Aquí se ofertan las diferentes variantes del shop suey y del chow mein, el pollo tip pan, los rollitos de cerdo y de primavera, las sopas chinas, el arroz frito y las maripositas, así como otras comidas chinas tradicionales. Estos establecimientos están profusamente decorados con motivos chinos, incluyendo faroles de papel de China, tallas en madera de dragones y otros
motivos, luces de neón y vajillas que crean un ambiente oriental peculiar y agradable. Contra ellos conspira el depauperado entorno, además de que en esta zona, como en otras de la ciudad, escasea el agua potable, y se ven obligados a utilizar carros cisterna para su abastecimiento, con el consiguiente peligro para la salud que esta manipulación presupone. En la calle Zanja y en las cercanas a ella, en años anteriores existieron: un restaurante de lujo en la calle Dragones, y en Zanja y San Nicolás un teatro donde se ponían en escena óperas chinas y otras obras dramáticas por compañías que venían de Cantón, Shanghai y San Francisco (California), lo cual demuestra la riqueza y la cultura de muchos de los miembros de la colonia. Allí se alzaban los restaurantes Pacífico, catalogado como el mejor de los situados dentro de la calle Cuchillo, y La Muralla China, de precios módicos. En Manrique, entre Zanja y Dragones, existió un edificio de dos plantas donde operó una escuela de idiomas para chinos de todo el país, en la cual se enseñaba el cantonés, que era el dialecto de la mayoría de los chinos residentes en Cuba, y el mandarín, que era el idioma nacional. El Barrio sufrió, tanto los altibajos de lo que sucedía en el mundo (Primera y Segunda Guerras Mundiales) como de lo que sucedía en China (la Revolución). En Zanja número 306 se construyó el edificio del Kuomintang o Partido Nacionalista Chino, al cual pertenecían muchos chinos, convertido hoy en la Alianza Socialista China de Cuba, así como, cercanos a él, cines, farmacias, bancos y locales para sus diferentes sociedades. El teatro Shanghai En el Barrio Chino, y precisamente en la calle Zanja, entre Manrique y Campanario, aunque no tenía nada que ver con los chinos, se estableció el conocido teatro Shanghai, para adultos y preferentemente hombres solos, que en sus inicios ofrecía obras humorísticas de la picaresca cubana. Muchos autores del género vernáculo pasaron por ese escenario: Federico Villoch, Gustavo Sánchez Galárraga, Antonio López y decenas más. También diferentes actores y actrices, encarnando al negrito, al gallego, a la mulata y a otros personajes, como Rafael de Arango, Enrique Arredondo, Pedro Castany, Cuca Montero, Fabiola Márquez y otros, algunos de los cuales después se desempeñaron en el Teatro Alhambra, en otros teatros, en la radio, en la televisión y hasta en el cine. Los títulos de algunas de algunas sus obras fueron: El destino de un varón, Si me caso que susto paso, Un veterano que batea bien, El amante de mi mujer y El trovador de Broadway. Con el paso del tiempo, aumentaron las insinuaciones sexuales y las palabras y gestos obscenos, así como se incorporaron revistas musicales con desnudos femeninos y cortos cinematográficos pornográficos de producción mexicana o cubana.
Para su propaganda, en grandes anuncios a colores al frente del teatro, se utilizaban textos de mensajes publicitarios o políticos, que habían tenido buena aceptación en la población, aprovechando que se prestaran al doble sentido, título que ponían a las obras que presentaban. Así, podían aparecer: Una tonga de gusto, Esta que es fuerte, fuerte… sepárala,Ella tiene su meneíto, Este es el hombre, Josefina atiende a las señoras, ¿Tiene usted el gusto joven? y otros. En el mes de noviembre de cada año se representaba una parodia de la obra Don Juan Tenorio, donde Don Juan, Don Luis y Doña Inés eran maltratados a la cubana. Donde estuvo el teatro, hoy existe un parque cerrado donde se realizan actividades propias de la cultura chinas. También existían algunos bares y prostíbulos y el cine Pacífico. El exotismo y el misterio del Barrio Chino, como si tratara de una fruta prohibida, se hacía presente principalmente en las noches habaneras. Por el día, como cualquier otro espacio de la ciudad, era recorrido por hombres y mujeres en busca de porcelanas, miniaturas, figuras artísticas, muebles, sedería, medicamentos y productos y condimentos típicos de la gastronomía china, los cuales se ofertaban en sus diferentes establecimientos. Hasta las célebres fondas... En las calles Zanja, Dragones, San Nicolás, Manrique y Campanario se encontraban los locales de la mayoría de las sociedades familiares chinas, unos más suntuosos que otros, con sus llamativos nombres: On Ten Tong, Kwong Wa Po, Li Lom Sai, Lung Kong, Chang Weng Chung Tong, Chi Tak Tong, Min Chin Tang, Yi Fung Tong, Sue Yueng Tong y otros. La mayoría de ellas aún existen, aunque con instalaciones bastante deterioradas y con poca membresía, habiendo sido sustituidos los chinos originales por sus descendientes chino-cubanos, producto de las mezclas étnicas. En las calles Zanja, Dragones y Salud abren sus puertas todavía restaurantes de comidas chinas como Gran Dragón, Guang-Zhou, Tien-Tan, Los Dos Dragones, Viejo Amigo, La Flor de Loto y La Mimosa, entre los más conocidos. En los años de la República, muchos chinos ricos emigraron de California hacia Cuba y establecieron importantes negocios, como grandes almacenes de víveres y lujosos restaurantes, que se encontraban fuera del Barrio Chino, como El Mandarín (23 y M), Pekín (23 entre 12 y 14), Hong Kong (desde hace años denominado Yang Tsé, en 23 y 26) y Saigón, en Miramar. Existían también algunos de precios más módicos, diseminados por los distintos barrios de la ciudad, hasta llegar a las célebres fondas chinas. La mayoría de ellos, actualmente administrados estatalmente sin la presencia
de los chinos, no se parecen en nada a lo que fueron entonces, debido a su deterioro, mala calidad de sus ofertas y peor trato. Aunque la calle Zanja no se limita al espacio que ocupa dentro del Barrio Chino, este es el más importante y el que le ha dado celebridad. Después de la Estación de Policía, situada frente al cuchillo que forman las calles Zanja y Dragones, se diluye, como otra calle cualquiera, con múltiples viviendas y comercios, muchos en estado de deterioro, terrenos baldíos donde antes existieron edificaciones, y locales readaptados para usos que no tienen nada que ver con su designación inicial. Mantienen algún interés el local del viejo Café OK en Belascoaín, el edificio moderno donde se encontraba la sucursal de la dulcería Super Cake S.A., la vieja instalación de la primera fábrica de radiadores de Cuba de Max Brikman, construida en 1927 entre las calles Marqués González y Oquendo, y el Centro de Inspección Técnica de Vehículos, conocido popularmente como el "Somatón", antes de llegar a la Calzada de Infanta. Desde hace tiempo se habla de reactivar Zanja y rescatar el Barrio Chino, ya que ambos están históricamente ligados. Para ello, en el espacio donde se levantó el pórtico, cada año se realizan las danzas del dragón y del león y se celebra el año lunar, se ofrecen demostraciones de artes marciales — aunque la mayoría de nuestros chinos no eran guerreros sino comerciantes— y espectáculos de música, cantos y bailes tradicionales, así como se ofertan comidas típicas, principalmente el popular arroz frito y las maripositas, que tienen más de San Francisco que de Cantón. Y existe en Zanja y Manrique la denominada Academia Wushu, donde además de otras actividades tradicionales se practican las artes marciales chinas wushu y taijiquian. Se olvida que las calles solo se reactivan cuando en ellas, de forma natural, se establecen comerciantes, abren sus establecimientos y la población acude a ellos, porque sus ofertas resultan atractivas. Inundar los pocos establecimientos estatales de pacotilla actualmente fabricada en China aporta muy poco. No conozco de calles reactivadas por decreto: el boulevard de San Rafael es una pobre caricatura de lo que fue esta calle anteriormente. Tampoco los barrios se rescatan y, menos en este caso, cuando falta su componente principal, que es la emigración china, que lo renovaría y le daría nuevas fuerzas. La calle Zanja actual y el Barrio Chino padecen de los mismos males que la mayoría de las calles y los barrios de la Ciudad de La Habana: edificaciones en estado precario, derrumbes, ruinas, comercios desabastecidos y sucios, aceras rotas, baches, aguas albañales por doquier, indisciplinas sociales, violencia callejera, falta de educación y vulgaridades. Reactivar la una y rescatar el otro, a pesar de las buenas intenciones de los descendientes chinos que sobreviven precariamente en ellos, constituyen
tareas muy difíciles de realizar: para ello es necesario primero reactivar y rescatar la ciudad y el país.
La calle de los polacos y los retazos
La calle Muralla, perteneciente al denominado Casco Histórico de la ciudad, primero se llamó Calle Real, porque era la principal salida hacia el campo que tenía la entonces Villa de La Habana. Posteriormente, en 1721, cuando se abrió al final de ella, en lo que hoy es la unión de las calles Monserrate y Egido —junto a la plazoleta de Las Ursulinas—, una puerta a la muralla, que se denominó Puerta de Tierra, se le cambió el nombre por el de Muralla. En 1763 fue nombrada Ricla, en honor del conde que ostentaba dicho título, quien fuera el primer gobernador español, después que abandonaron la ciudad las fuerzas inglesas que la habían tomado en 1762. Tiempo después, se le restituyó el nombre de Muralla, por el cual aún es conocida. Muralla se extiende desde la Avenida del Puerto, cien metros antes de la calle Oficios, hasta la unión de las calles Monserrate y Egido, ambas denominadas oficialmente Avenida de Bélgica, aunque pocos las conocen por este nombre. En su primer tramo, desde Oficios hasta San Ignacio, se encontraban las principales mansiones y viviendas, entre ellas, la Casa Cuna construida en 1710 por el presbítero Gerónimo Valdés, quien posteriormente fuera Obispo de La Habana y fundara en San Lázaro y Belascoaín la Casa de Beneficencia y Maternidad, el edificio del Palacio Cueto en la esquina de Mercaderes, en total estado de deterioro, manteniendo sólo sus paredes exteriores en una prolongada recuperación, la casa que perteneciera al regidor e historiador Félix de Arrate, la de Don Pedro Alegre y el denominado Palacio de los condes de Jaruco, el cual, aunque data del primer tercio del siglo XVII, fue reedificado en 1768, agregándole los portales y la planta alta, al recibir don Gabriel Beltrán de Santa Cruz y Aranda el título de conde de San Juan de Jaruco, por servicios prestados a la ciudad durante el sitio y toma de La Habana por los ingleses. Aquí, como hija del tercer conde de San Juan de Jaruco y primer conde de Mopox, nació María de las Mercedes Santa Cruz y Cárdenas, quien habría de ser la famosa escritora cubana conocida como la Condesa de Merlín, la cual pasó su infancia en el cercano convento de Santa Clara. Hoy, convertido el palacio en la denominada Casona del Fondo de Bienes Culturales, se utiliza para exposiciones y otras muestras culturales. La calle, en este primer tramo, colinda con la denominada Plaza Vieja, que ocupa el cuadrilátero formado por las calles de San Ignacio a Mercaderes y de Teniente Rey a Muralla. Esta plaza, en su dilatada existencia, ha tenido diversos nombres, desde el primero de Plaza Nueva, pasando por el de Real, Mayor, de Roque Gil, del Mercado, de la Verdura, de Fernando VII, de la Constitución, de Cristina y de la Concordia, hasta el
último de Plaza Vieja. Por si fuera poco, en 1908 se pretendió convertirla en un parque con el nombre de General Juan Bruno Zayas, el cual nunca se construyó, y la plaza continuó siendo conocida como la Plaza Vieja. En la década de los 50, bajo ella se construyó un parqueo, el cual desapareció cuando fue restaurada en su forma original. En el tramo de Muralla, actualmente existen en el local que antiguamente ocupara una fonda, un comercio denominado El Escorial, donde se oferta un café que se tuesta y se muele en el lugar a la vista del público, acompañado de dulces o emparedados, en la casa que fuera de Arrate el Museo de los Naipes, en la de Pedro Alegre, donde estuvo una heladería, la tienda exclusiva Paul and Shark. A continuación, la Galería de Arte Diago, la Casona y la Factoría Plaza Vieja, en la casa que fuera de Don Laureano Torres de Ayala, local que durante la República ocupara la imprenta y papelería La Comercial, donde hoy se oferta cerveza y malta a granel fabricadas en el lugar, acompañadas de refrigerios o comidas. Este primer tramo se inserta dentro de los recorridos turísticos organizados por la Oficina del Historiador de la Ciudad, debido a lo cual muchas edificaciones han sido reparadas y destinadas a estos fines. Así, comenzando en la calle Oficios, aparece el edificio de estilo neoclásico edificado a inicios de la República, que ocupara la Cámara de Representantes antes de construirse el Capitolio Nacional, ocupado posteriormente por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, después Ministerio de Educación, hoy convertido en museo, el Museo Alejandro de Humboldt, una fonda transformada en la Joyería Cuervo y Sobrinos, a pesar de que la original se encontraba en la esquina de San Rafael y Águila, en un local actualmente deteriorado, la barbería y peluquería Ensueño, una guardería donde estuvo la Casa Cuna, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau con su Casa de la Poesía, la Casa del Historiador, perteneciente a la Unión Nacional de Historiadores, donde se reúnen quienes se dedican a tergiversarla, en correspondencia con los actuales intereses ideológicos y políticos, la Casa Zamora y, enfrente, el edificio que perteneciera a la Machin & Wall Company. El segundo tramo de Muralla Independientemente de la importancia histórica de este primer tramo, Muralla se hizo famosa más por su segundo tramo, debido a la existencia a lo largo del mismo de numerosos almacenes y tiendas dedicados a la actividad textil, establecidos por los emigrantes judíos (hebreos) provenientes de Europa, principalmente de Polonia, Alemania, Rumania, Lituania, Rusia y Austria, así como por los llamados "moros", que venían del Líbano, Siria y otros países árabes, todos denominados por los cubanos "polacos".
Aquí se ofertaban telas al por mayor y al menudeo a buenos precios. Una característica original de estas tiendas era la venta de retazos, que eran los recortes de las telas que quedaban al final de las piezas, de los cuales era conveniente salir lo antes posible, para colocar las nuevas. Estos retazos podían ser de media, una, dos o tres yardas y más —se utilizaba esta medida—, y se colocaban mezclados sobre grandes mesas o carretillas, donde las clientes —la mayoría eran mujeres— debían hurgar hasta encontrar lo deseado. La otra característica consistía en el regateo entre el vendedor y el comprador por el precio a pagar. Además de telas, se ofertaban encajes, broches, cremalleras, cintas, botones, alfileres, agujas, hilos y todo lo necesario para las costureras. Era normal copiar los modelos que se exhibían en las vidrieras de las elegantes tiendas El Encanto y Fin de Siglo, y visitar Muralla para comprar las mismas telas a precios módicos y, después, confeccionar el vestido copiado. En Muralla se ofertaban todo tipo de telas: gabardina, frescolana, muselina, casandra, hilo, lino, terciopelo, pana, corduroy, paño, lana, seda, crash, dril, algodón, casimir, olán, raso, rayón, dacrón y muchas más. También se podían adquirir diferentes encajes: chantillí, bolillo, gallego, de Calais, tirabordada, punta, entredós y otros. La emigración judía, después de 1898, estaba formada por un pequeño grupo de comerciantes y representantes de empresas extranjeras, los llamados hebreo-americanos, que se vincularon a las clases altas de la sociedad. En la primera mitad del siglo XX, a partir de 1908, arribaron los sefarditas venidos del Imperio Otomano, principalmente turcos, debido a la Revolución de los Jóvenes Turcos, la Guerra de los Balcanes y la Primera Guerra Mundial, a partir de 1920, los asquenazis, los denominados "polacos", debido a los pogroms de Europa Oriental, y entre 1933-1944 los que huían del nazismo, quienes convirtieron La Habana Vieja en el centro de sus actividades comerciales, tantos de las referidas a la calle Muralla, como a otras calles aledañas, estableciendo talleres para la confección de ropas, carteras, cintos, corbatas, sombreros, elásticos, panaderías, almacenes de importación, tiendas de diferente tipo, quincallas, numerosas sociedades religiosas, culturales y de ayuda mutua, revistas, periódicos y hasta un restaurante en la calle Acosta, entre Damas y Habana, al que jocosamente denominaron Moishe Pipik (El Ombligo de Moisés), inaugurado en 1944 y perteneciente a R. Weinstein. Fueron conocidos en su tiempo, en Muralla entre Habana y Compostela, el almacén de tejidos Universal; entre Compostela y Aguacate, la fábrica de carteras Zisie Ch. Shaftal; entre Villegas y Cristo la tienda de sedería y quincalla El Tanque de Bigelman y Cía. S.A.; y entre Cristo y Bernaza, el almacén de tejidos de Herman Heisler.
Además, en la aledaña calle de Teniente Rey se encontraban la fábrica de ropa interior y camisas Ben Dizik y Cía. S. en C., la May Trading Co. S.A. de Hugo May, Representante-Comisionista, la fábrica de cinturones y carteras Diva e Industrias Tarzán de Elías Gurian, el taller de confecciones Guris de Isaac Gurwitz, la Universal Textile El Globo de Epstein M. y Cía., la fábrica de cinturones Universal de Jaime Bloch, la tienda de sedería y quincalla La Casa Prashnik y la fábrica de corbatas Reporter y Record de Julio Carity. En la cercana calle Sol estaba la fábrica de elásticos de I. Garazi e Hijos. La mayoría de estos comercios se establecieron entre los años 1920 y 1944, cuando se produjo la mayor emigración de judíos hacia Cuba. Hoy los almacenes, talleres de confecciones y tiendas de la calle Muralla no existen. Tampoco existen los restantes y comercios que se encontraban en otras calles aledañas de La Habana Vieja. Sus locales o se han perdido por derrumbes o están ocupados mayoritariamente por familias, que los han convertido en precarias viviendas. Abundan los locales transformados en basureros malolientes. De la transitada calle de los "polacos" y los retazos, sólo queda el recuerdo en las generaciones más viejas. Si en el año 1902 había en Cuba 1.500 judíos, y en 1944 habían aumentado a 21.000, después comenzaron a disminuir, existiendo en el año 1952 14.200 y, en 2003, sólo 1.500, cifra que ha continuado reduciéndose.
Una calle con swing
La calle 23 en El Vedado, considerada por muchas personas una de las más transitadas y movidas de La Habana, fue trazada en 1862 hasta la calle L. Posteriormente, durante el gobierno del Presidente Menocal, se prolongó hasta el mar. Comienza en el Malecón, junto al farallón del Hotel Nacional, y sube por La Rampa hasta terminar en el puente de Almendares, que antes separaba La Habana de Marianao, y hoy lo hace entre los Municipios Plaza y Playa. El primer edificio construido en la zona de La Rampa fue el destinado a Habana-Auto, en cuya azotea existió el cabaret Hollywood. Frente a él se estableció el primer cinódromo, donde después se edificó el cabaret Montmatre, que más tarde se convirtió en el restaurante Moscú, hasta que fuera destruido por un incendio. A la calle 23, en La Rampa, en la década de los años cincuenta, la adornaba el otrora hermoso centro comercial del mismo nombre, con elegantes tiendas y boutiques equipadas con aire acondicionado y música indirecta, después cerrado y convertido en múltiples oficinas de Cubana de Aviación y de algunas líneas aéreas, principalmente del extinto campo socialista. Ahora, lentamente, al influjo de los nuevos vientos económicos, parece comenzar a resurgir. Enfrente, en lo que fuera una furnia donde se jugaba béisbol, se levantó el edificio de la antigua Ambar Motors, construido en 1948, distribuidora de los autos fabricados por la General Motors, donde, a partir de septiembre, se mostraban los modelos del próximo año en sus amplios e iluminados salones, pudiendo observarse a través de las múltiples vidrieras, así como radicara el Canal 12 de TV, desde hace tiempo convertido en el Ministerio de Comercio Exterior, con sus distintas denominaciones según los tiempos, y las vidrieras siempre cubiertas con cortinas metálicas despintadas y oxidadas, en eterna espera de huracanes. A continuación, se encontraba la agencia de los jeeps Willys, la Pan American, la redacción de la revista Selecciones y Arte y Cinema La Rampa, obra de Eduardo Botet, el hermoso cine de arte con acceso desde el interior a la magnífica cafetería Wakamba construido en 1955, así como el club La Gruta. Algunos de estos locales actualmente están dedicados a otros fines y en estado de deterioro, incluidas las aceras con reproducciones de obras de importantes artistas plásticos cubanos y extranjeros. En la otra acera, el edificio del antiguo Ministerio de Agricultura, suficiente entonces para asegurar una agricultura próspera y eficiente, incluyendo la zafra, ocupado hoy por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
Después de cruzar la calle O, el local de la famosa firma fotográfica Kodak, utilizado primero como Casa de la Cultura Checoslovaca, cuando éramos hermanos, y después como galería de arte, y el Club 23, soterrado como la mayoría de nuestros clubes, hoy venido a menos. Enfrente, La Zorra y el Cuervo, el Tikoa y el edificio de la IBM, con sus máquinas grises perforadoras y clasificadoras de tarjetas que eran visibles desde la calle y los carteles con el texto “PIENSA”, sobre cada una, después ocupado por el Ministerio del Azúcar, para cada año planificar, organizar y realizar zafras peores que la anterior hasta su desaparición, ahora sustituido por la Empresa AZCUBA, con idénticos resultados durante las últimas cuatro zafras. Cruzando la calle N, en los bajos del hermoso edificio del Retiro Médico, construido entre 1956 y 1958, obra de Antonio Quintana, con murales interiores de Wifredo Lam y Mariano Rodríguez, hoy perdidas las cerámicas de colores de sus balcones, la tienda de regalos Indochina, transformada en un triste y desabastecido Foto Service, y la mayor parte del edificio en la sede del Ministerio de Salud Pública. A continuación, la Feria de los Artesanos de 23 y la edificación que ocupara la Funeraria Caballero, posteriormente reciclada como galería y después como Estudios de Animación del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRTV). En la acera opuesta, en lo que fuera un terreno baldío, el Pabellón Cuba, construido en 1963, obra de los arquitectos Juan Campos y Lorenzo Medrano, concebido como sede de la exposición principal del VI Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos. Su construcción hace referencias a la tradición arquitectónica cubana con grandes aleros, patios, galerías, carpintería de persianas, techos artesonados y portales con elevadas columnas de catorce metros de altura. A continuación, el espacio donde estuvo el histórico edificio Alaska, el tercero construido en La Rampa, demolido por cuestiones de seguridad cuando el anterior presidente era asiduo a los estudios de TV de la calle M, subutilizado en un absurdo parque de acceso prohibido con un asta y, a veces, una enorme bandera cubana. A continuación, cruzando la calle M, el antiguo edificio Radiocentro, construido entre 1945 y 1947, obra de Junco, Gastón y Domínguez, rebautizado como edificio ICR, con otro deteriorado Foto Service en la esquina, donde existió una agencia de automóviles que exhibía autos Buick y después fue una oscura farmacia homeopática. Encima, el venido a menos restaurante de comidas chinas Mandarín y, más adelante, el cine-teatro de estrenos Warner, después Radiocentro, donde se instaló por primera y única vez en Cuba el Cinerama con tres proyectores, y ahora Yara, con proyección de películas ya vistas en DVD y en otros soportes. Enfrente, el importante Hotel Habana Hilton, construido en 1958, obra de Welton Becket y Asociados (Nicolás Arroyo y Gabriela Menéndez), con murales de Amelia Peláez, René Portocarrero, Cundo Bermúdez y Mario Carreño, desde 1959 Habana Libre, sin el mural de Carreño y con lo que queda del que fuera el exquisito restaurante Polinesio, hoy sombra de su pasado y muy lejano del ambiente y de los aires del Pacífico Sur.
En la calle L, donde estuvo el Hospital Reina Mercedes, después de demolido convertido el espacio en un hermoso parque que fuera también demolido posteriormente, la heladería Coppelia, la cual con los años perdió todos sus sabores, quedando de los 54 originales sólo 2 ó 3, según la buena suerte del cliente y el día de la semana, a continuación la residencia ocupada por la llamada Agencia de Información Nacional, donde se manipulan las noticias, y enfrente la parada de ómnibus, el antiguo edificio de apartamentos Viguma Real Estate Co., construido en 1950, obra de Benavent y Malinovski, donde se encuentran una notaría, una óptica y un banco, siempre con filas de ciudadanos cansados en espera de sus lentos servicios. Después de J, en el número 402 el restaurante Los Siete Mares, más conocido hace algunos años como Los Siete Olores y, pared con pared, el Paladar El Quijote, de propiedad privada. A continuación, ventorrillos particulares de zapatos, libros y pizzas y reparadores de joyas y electro domésticos en los portales de antiguas viviendas, rejuvenecidas con capas de pintura. Enfrente, el pequeño parque con la estatua de El Quijote y otras viviendas y comercios, como la Pizzería Buona Sera, donde una vez estuvo el agradable bar y cafetería San Antonio. Más adelante, en el número 457 el restaurante El Cochinito, durante algún tiempo la única posibilidad de comer carne de cerdo en La Habana, después de hacer fila largo rato, que ha tenido una accidentada historia debido a la fluctuante calidad de sus ofertas y servicios, llegando hasta ser denominado alguna vez La Cochinada, en el número 505 el antiguo Carmelo de 23, que nunca tuvo el atractivo del de la calle Calzada, frente al teatro Auditorium, convertido en un Foto Service y en una cafetería estatal, y en el número 507 el cine Riviera, que forma parte del llamado Circuito Cinematográfico de la calle 23, junto con el Yara, el Chaplin y el 23 y 12. En la otra acera, a la altura de la calle I, la Casa de la Prensa de la Unión de Periodistas de Cuba, donde se reúnen los manipuladores de las noticias, y en la esquina de la calle H, la residencia que ocupa la Federación Estudiantil Universitaria. Ya en G, la Casa de las Infusiones, el Castillo de Jagua y la cafetería de la calle F, todos venidos a menos, excepto en el número 602 el hermoso convento de la Compañía de las Siervas de María, bien cuidado y mantenido, y el llamado edificio de la Mesa Redonda, donde recibieron apartamentos algunos personajes importantes del insufrible programa diario de la televisión cubana, que se caracteriza porque todos los participantes repiten los mismos estribillos, que después resume el conductor. En la acera de enfrente, en el número 655, el edificio de apartamento de The Vazarta Territorial Co., construido entre 1958 y 1961, obra de Oscar Fernández Tauler, rebautizado Hermanas Giral. En la esquina de la calle D un nuevo Paladar de comida iraní y, al cruzar, el parque Mariana Grajales, hoy reactivado por los estudiantes de preuniversitario regresados a su antiguo Instituto de El Vedado, después del fracasado experimento rural. Entre las calles C y B, el que fuera original local, sostenido por una columna central, de la floristería Antilla, construido en 1956, obra de Enrique Borges, hoy
totalmente transformado arquitectónicamente y convertido en una tienda de piezas y accesorios de automóviles a precios prohibitivos, con un bien organizado mercado negro en sus alrededores y, en la esquina de B, la mansión de tejas verdes del colegio Trelles, que fuera ocupado durante su corta existencia por el denominado Ministerio de la Batalla de Ideas, émulo de los hilarantes ministerios de la novela “1984” de Orwell, cuando la “batalla” estaba en su apogeo, con concentraciones semanales municipales obligatorias para repetir lo mismo, y ahora por la Contraloría General. Después, viviendas y edificios, en el número 962 la cafetería Boulevar y en 23 y 8 el local donde estuvo la Bodega de Paco, famosa por sus sándwiches, hasta llegar a la calle 12, con el Ten Cents de la calle 10, rebajado a tienda en moneda nacional, las desaparecidas floristería La Violeta y marmolerías, la dulcería La Suiza rebautizada Sylvain y, donde estuvo el famoso café Habana, un establecimiento de tipo español, la sala Fresa y Chocolate, donde se intentan debates polémicos de vez en cuando. Enfrente, el cineteatro Atlantic, rebautizado Charles Chaplin, las que fueran oficinas de empresas constructoras, bufetes de abogados, sede de la Sociedad Cubana de Cardiología, local de la emisora Radio Capital Artalejo, del periodista Arturo Artalejo, famoso por su programa “Con la manga al codo” y hasta una óptica en el edificio Atlantic, convertidas en el Instituto del Arte y de la Industria Cinematográficos y, en lo que fuera el bar-restaurante El Chalet, la pizzería Cinecittá, de mala calidad, donde en un tiempo se entregaba un cupón al devolver los cubiertos utilizados, el cual había que presentar al portero para poder abandonar el establecimiento y, a continuación, cruzando la calle 12, el café-restaurante 12 y 23, anteriormente punto de reunión de políticos y personajes de la farándula en las noches, denominado ahora La Pelota, una cafetería que se anuncia como histórica, tal vez por lo viejo de los productos con los que se elaboran sus ofertas. Enfrente, el edificio donde antes existió una sala de juegos con máquinas traganíqueles y, posteriormente, una galería, hoy desabitado por peligro de derrumbe, desde donde en el año 1961 se proclamó unilateralmente el carácter socialista de la Revolución, con una tarja alegórica al hecho. ¿Será una premonición? A continuación, una óptica, otro Foto Service con pocos servicios, debido a la rotura prolongada de sus equipos, el cine 23 y 12 y un garaje. Enfrente, en el número 1221 el antiguo restaurante de comidas chinas Pekín, ahora vegetariano. A continuación la fábrica de cigarrillos Partagás, rebautizada con el nombre de H.Upman, aunque nunca estos cigarrillos se elaboraron en ella, y el edificio Partagás, construido en 1954, obra de Max y Enrique Borges Recio, de forma triangular y lo poco que queda del parque de diversiones Jalisco Park, el Yang Tse, antes denominado Hong Kong, otro restaurante de comidas chinas en estado de deterioro, ubicado en el primer piso del edificio de apartamentos de Enriqueta Fernández de la esquina de 23 y 26, construido entre 1950 y 1955, obra de Antonio Quintana, en cuyos bajos de cristales existió una vez una agencia de automóviles, hoy cerrados
con paredes, convertidos en una heladería de baja calidad, la tienda El Danubio y La Cuevita, una pequeña cafetería soterrada. Hacia el final de la calle, el garaje de 28, el parque donde antes estuvo el edificio del Buró de Investigaciones, absurdamente demolido, como si los edificios fueran culpables de lo que se hace dentro de ellos, y el puente sobre el río Almendares, donde termina la calle 23. La calle 23, en sus buenos tiempos, disponía de acogedores cines, clubes, cafeterías, tiendas, fotografías, peluquerías, restaurantes, dulcerías y otros servicios, además de que en Navidad, La Rampa se adornaba, se instalaban guirnaldas de luces de colores y motivos navideños, y se escuchaban continuamente villancicos propios de esos días, que la hacían inolvidable, siendo motivo de repetidas visitas familiares, tanto de día como de noche. Hoy todo esto pertenece al pasado y la calle 23, aunque últimamente maquilladas con pintura las fachadas de la mayoría de sus edificaciones, sólo es transitada de día en una y otra dirección por personas de todas las edades, pero de noche, carente de anuncios lumínicos, se muestra solitaria. Como otras calles y avenidas, sufre la desidia gubernamental acumulada, habiendo perdido el movimiento y la vitalidad que la caracterizaban, en espera de la llegada de tiempos mejores.
De calle de los obispos a de los pesos convertibles
Obispo es una de las calles más antiguas de La Habana. Comienza, de forma estrecha, en la Avenida del Puerto, aunque su importancia la adquiere a partir de la calle Baratillo, a un costado del que fuera Palacio de los Condes de Santovenia, en la Plaza de Armas, y se extiende hasta la calle Monserrate, oficialmente denominada Avenida de Bélgica. Sobre su nombre existen dos versiones: algunos lo atribuyen a que acostumbraba a frecuentarla en sus paseos el obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, quien vivía en el número 94 de la cercana calle de Los Oficios; otros afirman que su nombre es más antiguo, atribuyéndolo a que por el año 1641 vivía en esta calle, esquina a Compostela, el obispo Fray Jerónimo de Lara. Antes de denominarse Obispo, la calle se llamó Del Obispo, así como también De Su Señoría Ilustrísima y De la Casa Capitular. En el año 1897 se le cambió el nombre por el de Weyler, quien entonces gobernaba la Isla, pero al producirse la evacuación de las tropas españolas, terminada la guerra, fueron arrancadas y destruidas las tarjas con este nombre colocadas en ella. En 1905, ya en la República, se le denominó Pi y Margall, en honor al defensor en España, durante las luchas emancipadoras, de los derechos y libertades de Cuba. Sin embargo, los habaneros siempre la han llamado Obispo. A su derecha se encuentra el que fuera Palacio de los Condes de Santovenia, una hermosa edificación frente a la Plaza de Armas, cerca de El Templete, construida a finales del siglo XVIII, con una galería superior de arcos de medio punto y vidrios multicolores donde, al ser vendido, entre los años 1867 y 68, se instaló el Hotel Santa Isabel, considerado entonces el mejor de la ciudad. Restaurado en 1943, el Palacio fue dedicado a oficinas y almacén y, posteriormente, se ubicó en él el restaurante Mesón de la Flota de La Habana. Vuelto a restaurar en 1996, se reinstaló el Hotel Santa Isabel, donde se alojara el expresidente James Carter en su visita a Cuba. La calle Obispo está muy vinculada a la Plaza de Armas, por uno de cuyos laterales se extiende. Esta Plaza surgió durante el primer tercio del siglo XVI, como un espacio para ser utilizado en los ejercicios militares de la tropa, ocupado originalmente por la Plaza de la Iglesia, lo cual hizo que cambiara de nombre. Al aprobarse una concesión para trasladar la Parroquial Mayor a la Iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús, y ser necesario construir la Casa del Gobernador y la de los Capitulares, más la cárcel, en edificios adecuados, se realizaron diversas obras que la embellecieron, dotándola de fuentes, arbolado y canteros floridos,
convirtiéndose en un lugar de esparcimiento, donde se celebraban retretas nocturnas a las que asistía el Capitán General desde el balcón del Palacio edificado posteriormente. La construcción de la Plaza, como tal, data de 1841, siendo remozada en 1935, devolviéndole su aspecto original. En 1955 se sustituyó la estatua del rey Fernando VII, que se encontraba situada en su centro, por la de Carlos Manuel de Céspedes, cuyo nombre lleva actualmente la Plaza. Frente a la Plaza, ocupando la manzana comprendida entre las calles Tacón, Mercaderes, Obispo y O´Reilly, se encuentra el antiguo Palacio o Casa de Gobierno, también conocido como De los Capitanes Generales, de estilo barroco, edificado en 1776, cuyos planos fueron trazados por el arquitecto coronel de ingenieros Antonio Fernández de Trevejos y Zaldívar, con la participación del también arquitecto Pedro Medina. En 1790, aún sin estar terminado, se instaló en él el gobernador don Luís de las Casas, y en 1791 se bendijo la sala que utilizarían los capitulares en sus sesiones, aunque la obra sólo se dio por terminada en 1834 bajo el gobierno del general Tacón, bajo la dirección del coronel de ingenieros Manuel Pastos. Para este momento ya se había trasladado la cárcel hacia una nueva ubicación, por resultar anacrónica su existencia allí. El frente principal del Palacio da a la Plaza y su puerta lateral, de gran belleza, queda sobre la calle Obispo. Cuando, en época de la República, el edificio fue designado como Palacio Presidencial, agregándole un tercer piso de bajo nivel sobre la azotea, ésta era la puerta que se utilizaba. Desde él gobernaron los tres primeros presidentes de la República: Don Tomás Estrada Palma y los generales José Miguel Gómez y Mario García Menocal. Al construirse el edificio del Palacio Provincial, este último general decidió trasladarse a él y convertirlo en Palacio Presidencial, pasando a ser el anterior Palacio Municipal, sede del Ayuntamiento de la ciudad. En 1930 fue totalmente restaurado bajo la dirección de los arquitectos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas. Actualmente es la sede del Museo de la Ciudad. Está considerado como el máximo exponente de la arquitectura cubana del siglo XVIII. Hoy, en todos los alrededores de la Plaza se instalan vendedores de libros antiguos y de uso, quienes realizan sus ventas durante las horas del día, además de realizarse actividades culturales de diferente tipo, utilizando para ellas la calle de bloques de madera dura construida delante del Museo. De la Plaza de Armas al Parque de Albear En la Plaza de Armas, en su lateral izquierdo, Obispo tiene un pequeño parque con una fuente y una edificación donde se encuentran una biblioteca pública, una galería y la Sociedad Cubana de Geología. En el número 61, en el antiguo edificio Horter, está instalado el Museo Nacional de Historia
Natural. En la esquina de la calle Oficios, que comienza aquí, teniendo el frente hacia ésta y el lateral de tres pisos hacia Obispo, se encuentra la casa construida en 1668 por el obispo Compostela, como sede del Colegio San Francisco de Sales para niñas huérfanas. Restaurada en 1983, hoy aloja el restaurante La Mina, la denominada Casa del Agua de la Tinaja, donde, al ser inaugurada, los habaneros acudían a saciar su sed atraídos por la novedad, y el restaurante Doña Teresa. A continuación, en el número 113, una antigua casa convertida en el Museo de la Orfebrería, en los números 117 y 119, la antigua vivienda señorial de Antonio Hocés Carrillo, construida en 1648, restaurada para museo y viviendas y, en los números 121 y 123, otra hermosa casa también del siglo XVII, restaurada y convertida en la mercería La Muñequita Azul. Cruzando la calle Mercaderes, el conocido Hotel Ambos Mundos, donde el famoso escritor norteamericano Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway solía alojarse, antes de comprar la Finca La Vigía en San Miguel del Padrón, que se convirtiera en su residencia en Cuba, la Droguería Taquechel, algunos comercios, entre ellos, en el número 161, la panadería, dulcería y cafetería San José y en el número 161, El Quitrín, una tienda exclusiva de ropas de hilo. Enfrente, ocupando la manzana de las calles Obispo, O´Reilly, Mercaderes y San Ignacio, donde estuviera el Convento y la Iglesia de San Juan de Letrán, también conocido como de Santo Domingo, y la primera Universidad, el edificio de arquitectura moderna edificado entre 1956 y 1958 para la Estación Terminal de Helicópteros, nunca utilizado como tal, asignado primero como sede al Ministerio de Hacienda y después al Ministerio de Educación y hoy, después de remozado y reacondicionado, con la campana que llamaba a los alumnos a clases y la torre de la iglesia reconstruida, forrada de cristales que reflejan el entorno, instalada en él la denominada Pontificia Universidad de San Gerónimo, atendida por el Historiador de la Ciudad. Entre las calles San Ignacio y Cuba se encuentran el Café París, algunas casas y locales dedicados a diferentes comercios, en el número 206 la tienda Animalia, donde se ofertan artículos y alimentos para animales afectivos, aunque regularmente los alimentos brillan por su ausencia, y ya en la esquina con la calle Cuba, en el número 211, el edificio de estilo neoclásico construido en 1907 como sede del primer Banco Nacional de Cuba —desaparecido por quiebra en 1921—, obra del arquitecto José Toraya, ocupado después por la Secretaría, posteriormente Ministerio, de Hacienda, y que hoy alberga el Ministerio de Finanzas y Precios, responsable de los elevados precios que deben pagar los cubanos por los productos que consumen.
Al cruzar la calle Cuba, en la otra acera y en la esquina, en el número 252, la hermosa casa que fuera de Don Joaquín Gómez, construida entre 1830 y 1845, después y hoy el elegante Hotel Florida. Continuando hacia la calle Aguiar se encuentran una heladería denominada El Naranjal, en el número 257 el edificio de estilo clásico que fuera la oficina principal de The Trust Company of Cuba, un banco cubano con nombre en inglés, convertido hoy en una amplia Cadeca (Caja de Cambio) y, enfrente, la que fuera importante droguería Johnson, afectada por un incendio y después restaurada como museo. En la esquina de la calle Aguiar, en el número 301, el antiguo Café Europa, lugar de cita de los bancarios de la cercana calle O´Reilly y alrededores, así como de otros dueños de negocios, hoy restaurado, con sus mesas de manteles verdes, sin aire acondicionado y casi siempre vacío, en el 305, donde estuviera la firma Luis Mendoza y Compañía, el Museo Numismático, con su elevada escalera y reloj y, a continuación, la librería Fayad Jamís, donde además de vender libros, se realizan actividades vinculadas con La literatura, y la ferretería Fiesta. En la otra acera, en el número 306, el edificio donde se encontrara The Central Insurance Co.Ltd. y, en el 316, el restaurante Lluvia de Oro. A continuación, a partir de la calle Habana, donde antes existiera una agencia de la Western Union, un Telepunto de Etecsa, la empresa de telecomunicaciones, la juguetería Arcoiris, en el número 359, la sección dedicada a los lentes de contacto de la óptica El Almendares y, al final, la tienda Novator. En la otra acera, lo que fuera el Ten Cents, convertido en una desabastecida tienda denominada Variedades, con venta de pizzas y emparedados en pesos cubanos directamente sobre la acera, a través de ventanillas, en el número 360 el establecimiento de artículos musicales Longina y, en el 364, la sección dedicada a los espejuelos, también de la óptica El Almendares. Al cruzar la calle Compostela, Revert, una tienda de ropa de cama, la mercería La Mariposa, en el número 411 la tienda y el patio-feria de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas, donde se puede adquirir buena y variada artesanía de todo tipo, una tienda de ropas de vestir y una peletería. En la acera opuesta, la tienda Le Palais Royal, donde estuviera la original Langwich, dedicada anteriormente a artículos para animales afectivos, una perfumería, y un parque donde existiera La Casa de Hierro. Después de la calle Aguacate, en la esquina, en el número 452, una tienda que oferta electrodomésticos y otros artículos variados, y en el 454 Sol Naciente, dedicada a equipos eléctricos, muebles y útiles para el hogar y, cruzando la calle Villegas, en el número 502, la Humada, que oferta electrodomésticos y artículos de ferretería ligera y también para el hogar, así como un restaurante en el número 505 y la peluquería Estilo en el 510,
donde estuvo la óptica El Anteojo. En la acera de enfrente, la tienda La Distinguida, dedicada a la venta de cosméticos y artículos variados para el hogar. A continuación, en ambas aceras, algunos comercios que aún tienen sembrado en el granito de sus pisos sus nombres originales: Billetería Barazal, La Gafita de Oro, La Rusquella, The Quality Shop, así como algunos espacios particulares dedicados a la venta de cuadros y artesanías y, ya en la esquina de la calle Bernaza, dos librerías: en el número 525 La Moderna Poesía, en su magnífico edificio estilo Art Decó y enfrente, en el número 526, La Internacional. Al cruzar la calle, en lo que fuera el local de la Casa Vasallo, dedicada a la venta de artículos deportivos, el restaurante La Piña de Plata, la Casa del Ron y del Tabaco y, ya en la esquina de Monserrate, el conocido barrestaurante Floridita, la llamada cuna del daiquiri, lugar frecuentado también por el escritor Ernest Hemingway en sus andanzas habaneras y donde, en su honor, se ha colocado una estatua de bronce con su figura en la banqueta de la barra que solía usar. El daiquiri de ahora, elaborado en serie en ruidosas batidoras, ha perdido la característica que lo personalizaba para cada cliente. Al otro lado, el pequeño parque con su fuente y la estatua en mármol del coronel ingeniero Don Francisco de Albear, constructor del primer acueducto de la ciudad, aún en explotación y considerado una de las siete maravillas de la arquitectura cubana, realizada por el escultor José Villalta Saavedra en 1895. La calle principal del casco histórico de La Habana Vieja La calle Obispo, que en la época colonial estuviera asociada a dos obispos y a la administración española, con el paso del tiempo, junto con su vecina O´Reilly, que formó parte del centro financiero y de la banca, se convirtió en la meca del comercio y la moda, posición que mantuvo hasta los años veinte, cuando éstos se desplazaron hacia la calle Galiano y sus alrededores. Aún así, mantuvo su importancia como calle comercial durante los restantes años de la República. En ella primero se utilizaban las monedas españolas de oro y de plata, los luises franceses y los dólares norteamericanos y, a partir de 1914, la moneda nacional y los dólares, que eran equivalentes en su valor. Con la irrupción del socialismo entró en franco estado de deterioro, al desaparecer las empresas y los comercios, algunos convertidos en ruinas, ofertándose en los que sobrevivieron los pocos artículos existentes en pesos cubanos hasta que, higienizada, restaurada y embellecida por la Oficina del Historiador de la Ciudad, con la sustitución del asfalto por adoquines y la reparación de sus edificaciones, llevándolas a su estado original, se transformó en una calle principalmente turística, donde la mayoría de sus comercios y establecimientos sólo aceptan pesos convertibles.
Hoy, revitalizada comercialmente, recorrida por nacionales y turistas cada día, ostenta el raro privilegio de ser la única calle que se adorna con guirnaldas de luces de colores y motivos alegóricos en época de Navidad, algo que no sucede con ninguna otra. Forma parte del enclave turístico de la Habana Vieja, con mejor suerte que su vecina O´Reilly, en bastante estado de deterioro, independientemente de algunas edificaciones rescatadas y que actualmente se encuentra en reparación. Aún así, ha sufrido la agresión regular de varias empresas estatales (electricidad, teléfono, gas, acueducto, alcantarillado), que realizan reparaciones de sus sistemas, rompiendo lo que acaba de ser restaurado — calle y aceras—, en una cadena de absurdos que parece no tener fin, ya que, a pesar de las protestas y señalamientos, lo continúan haciendo. En ella se ha tratado de mantener o de restituir los nombres originales de los establecimientos, dejando atrás aquella demencial práctica "orwelliana" de denominarlos con una letra y un número (Establecimiento H-210) que, además de confusión, trajo la desnaturalización de los mismos, la cual fue seguida por la práctica "patriotera" de adjudicarles nombres relacionados con hechos o personajes históricos: Baraguá, Hatuey,Yara, Titán, Maisí, etcétera. A pesar de sus vaivenes, la calle Obispo continúa siendo la calle principal del llamado casco histórico de la Habana Vieja.
O´Reilly, una calle del Distrito Bancario La calle O'Reilly, al igual que su vecina inmediata Obispo, se extiende desde la Avenida del Puerto, al costado del Castillo de La Fuerza, hasta la calle Monserrate, la oficialmente denominada Avenida de Bélgica. Debe su nombre a que, precisamente por ella hizo su entrada a la ciudad el general Alejandro O'Reilly, subinspector de las tropas españolas cuando la restauración de La Habana en 1763, al producirse la retirada de las fuerzas inglesas de ocupación. El general O'Reilly, después de culminar la organización del ejército, abandonó la Isla, viniendo a ella posteriormente su hijo, quien se instaló aquí y creó una familia cubana, que sobresalió por la posición importante que siempre ocupó, tanto durante la época colonial como durante la primera republicana, debido a los cargos desempeñados por algunos de sus miembros, así como por sus acciones benéficas a favor de la ciudad. O'Reilly ha tenido diferentes nombres: Calle Honda, Del Sumidero, Del Basurero y De la Aduana. Los primeros nombres, por el mal estado del terreno y por los fines a que la destinaban los vecinos, y el último, por haberse encontrado situada en ella, en la proximidad de los muelles, durante algún tiempo, las oficinas de la Aduana. Oficialmente tiene el nombre de Presidente Zayas, pero muy pocos la conocen por éste. Donde comienza, a su derecha, se encuentra el Castillo de La Fuerza. La fortaleza original se hallaba a unos trescientos metros de la actual, frente a la loma de Peña Pobre —después calle del mismo nombre—, cercana a la entrada de la bahía. Fue construida en 1540, siendo gobernador Don Hernando de Soto. Desde su inicio la construcción fue considerada deficiente, tanto por su desventajosa ubicación como por sus instalaciones defensivas, llegándose hasta a decir que "de fortaleza sólo tenía el nombre". Sin embargo, en La Fuerza tuvieron lugar los amores trágicos del gobernador y su esposa Doña Isabel de Bobadilla, primera y única gobernadora que tuvo la Isla. Esta fortaleza fue destruida en 1555, al sitiar el corsario francés Jacques de Sores el poblado. Posteriormente fue reedificada en el lugar que ocupa actualmente, habiendo sido iniciada su construcción en 1558 por el ingeniero Bartolomé Sánchez, durante el gobierno de Diego de Mazariegos, y terminada por Francisco de Calona en 1577, gobernando Francisco Carreño. La Fuerza constituye la más antigua fortaleza habanera que aún se conserva, aunque una vez concluida, también fue severamente criticada por encontrarse ubicada en una posición desventajosa con respecto a las alturas de La Cabaña, tener un patio muy pequeño, faltarle escaleras, parecer sus puertas más de ciudad que de fortaleza, carecer de agua y tener el foso
más alto que el nivel de las mareas, lo cual hacía difícil llenarlo. Debido al temor de un asalto a La Habana, en 1587 llegó a la ciudad el nuevo gobernador Don Juan de Tejeda, acompañado del ingeniero militar Bautista Antonelli, siendo provista La Fuerza de ocho piezas de artillería de bronce, municiones, pólvora y cuerda, así como se le construyó una entrada encubierta a su alrededor. La torre levantada en tiempos del gobernador Juan Betrián de Biamonte —1630 a 1634—, donde se colocó una veleta a manera de giralda, denominada La Giraldilla, que representa simbólicamente a La Habana, fue modelada en bronce por el artífice fundidor escultor Gerónimo Martín Pinzón en 1631. En 1747 el gobernador Don Francisco Cajigal de la Vega mejoró y embelleció la fortaleza. Mientras no se construyó la Casa de Gobierno, en ella residieron, desde 1690 hasta 1790, muchos gobernadores y capitanes generales de la Isla, siendo el primero Juan de Tejeda y el último el conde de Ricla. En 1899 se instaló en ella el Archivo de la Isla de Cuba, el cual permaneció allí hasta 1906, en que fuera trasladado al antiguo cuartel de artillería en la calle Compostela. Desde 1909 hasta 1938, La Fuerza estuvo destinada a Jefatura de la Guardia Rural, Estado Mayor del Ejército y cuartel de un batallón de artillería. En 1938 se trasladaron a ella los fondos de la Biblioteca Nacional, institución que funcionó allí hasta el 21 de febrero de 1958, en que se ubicó en su edificio propio en la Plaza Cívica. Después de numerosos contratiempos, en que peligró su permanencia, La Fuerza fue restaurada y convertida, primero en Museo de Armas y, al trasladarse éste a la fortaleza de La Cabaña, en Museo de la Cerámica. Junto con La Punta y El Morro blasona el escudo de la ciudad. Frente a su muro perimetral, junto al Palacio del Segundo Cabo, se encuentra la estatua del rey Fernando VII, que antes estuvo emplazada en el centro de la Plaza de Armas, ahora temporalmente retirada por reparaciones en el lugar. De los Prácticos del Puerto al Harris Brothers Donde comienza O'Reilly, a su izquierda, se encuentra el edificio de los Prácticos del Puerto, ahora en reparación, y frente a él, un pequeño parque con un sencillo monumento que recuerda a los marinos cubanos muertos durante la Segunda Guerra Mundial. Ya en la calle Baratillo se halla el conjunto formado por El Templete, la Columna de Cajigal y una ceiba, en el lugar en que, según la tradición, se celebraron la primera misa y el primer cabildo, dejando fundada la ciudad de La Habana en el año 1519. Cuenta la historia que en 1754, el gobernador Don Francisco Cajigal de la Vega ordenó talar la ceiba que allí existía, levantar la columna que lleva su
nombre, la cual sostiene una imagen de la Virgen del Pilar, y sembrar alrededor de ella tres ceibas. En 1828, por orden del gobernador Don Dionisio Vives, se talaron las tres ceibas, se plantó una y se edificó El Templete, de estilo neoclásico, que contiene en su interior tres cuadros del pintor francés Jean Baptiste Vermay, radicado en la Isla en 1816, que muestran la primera misa, el primer cabildo y, en el centro, su inauguración oficial por el obispo Espada, en presencia del gobernador, los aristócratas y notables de la ciudad. En el centro del recinto interior se encuentra la urna que contiene los restos de Vermay y de su esposa. El conjunto fue restaurado por los arquitectos Govantes y Cabarrocas en 1927. Continúa el lateral de la Plaza de Armas y, frente a ella, la edificación que fuera Casa de Correos y Palacio de la Intendencia o del Segundo Cabo, la cual constituye uno de los dos edificios levantados a los lados de la Plaza, de los cuatro que se había propuesto el gobernador Marqués de la Torre. El inmueble se edificó en 1772, también bajo la dirección y, se cree, según los planos del coronel ingeniero Antonio Fernández de Trevejos. Aunque se conoció inicialmente como Casa de Correos, inmediatamente se instaló en ella el Intendente de la Real Hacienda, cargo de reciente creación entonces. Años más tarde, la Real Hacienda ocupó todo el edificio y, cuando a fines de 1853 fue declarada anexa la Superintendencia General de Rentas a la Capitanía General, se dispuso que el Subinspector Segundo Cabo se estableciese allí. El primero en ocupar el cargo fue Don Miguel Altarriba en1765, y después Alejandro Ramírez en 1816, adquiriendo mayor importancia a partir de 1821, en que fue ocupado por Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva. Durante la época republicana, el Palacio del Segundo Cabo se convirtió en Palacio del Senado y, en 1926, fue restaurado por los arquitectos Govantes y Cabarrocas. Al edificarse el Capitolio Nacional en 1929 y trasladarse el Senado a éste, pasó a ser la sede del Tribunal Supremo de Justicia hasta 1952, cuando se trasladó al Palacio de Justicia construido en la Plaza Cívica. Entonces fue ocupado por las Academias de Historia, Nacional de Artes y Letras y Correspondiente Cubana de la Lengua, así como por la Sociedad Geográfica de Cuba. Después de 1959 ha sido sede de la Comisión Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos Nacionales y del Instituto Cubano del Libro. En este momento, después de una reparación parcial, se ha anunciado que será instalada en él la sede del Centro de Interpretación de las Relaciones Culturales entre Cuba y Europa. Entre las calles Tacón y Mercaderes se encuentran, a la izquierda, el lateral del antiguo Palacio de los Capitanes Generales o Casa de Gobierno, actual Museo de la ciudad, y a la derecha , la Papelera O'Reilly, oficinas de la Empresa Cuba Tabaco y el restaurante Dominica. En la manzana formada por las calles O'Reilly, Obispo, Mercaderes y San Ignacio, existe un edificio moderno construido entre 1956 y 1958, al cual en
las calles Mercaderes y O´Reilly se le han hecho cambios, tratando de recordar la edificación existente en la época colonial: la iglesia y el convento de San Juan de Letrán, también conocidos como de Santo Domingo, por ser éste el fundador de la Orden de los Predicadores. Esta iglesia y convento fueron construidos alrededor del año 1600, habiendo sido reconstruidos en 1777. Tanto la puerta principal de la iglesia como la del convento daban a la calle O'Reilly. En este convento se fundó en 1728 la Real y Pontificia Universidad de La Habana, bajo la advocación de San Gerónimo y la dirección de los dominicos. Al ser expulsados éstos en 1841, el gobierno español instaló en el convento al Cuerpo de Ingenieros del Ejército y, en 1842, fue laicizada la Universidad, cambiando su nombre por el de Real Universidad Literaria, permaneciendo allí hasta 1899. En 1863 también se estableció, en la parte que da a la calle Egido, el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, permaneciendo en el lugar hasta que se construyó su edificio en la manzana de las calles Zulueta, Monserrate, Teniente Rey y San José. En 1898, al regresar los dominicos, a cambio del convento y de la iglesia, recibieron la parroquia de El Vedado, construyendo después también la iglesia de San Juan de Letrán en la calle 19. En 1917 la vieja edificación se vendió a particulares y comenzó su demolición hasta que, por la calle Mercaderes, se edificó un edificio moderno, cuyo estilo armonizaba con el del Palacio Municipal que se alzaba al frente, pero éste y los últimos restos de la iglesia y del convento fueron demolidos a finales de los años 50, para construir el edificio de la Estación Terminal de Helicópteros. Al producirse el cambio de poder en 1959, la edificación fue utilizada para oficinas públicas, después como Ministerio de Educación y actualmente como Pontificia Universidad de San Gerónimo. A partir de la calle San Ignacio se encuentran el Café O'Reilly, construido en 1898, y la Casa Víctor Hugo, dedicada a promover actividades culturales. En la esquina con la calle Cuba, el hermoso edificio que fuera The Bank of Nova Scotia y, cruzando ésta, el Hotel Marqués de Prado Ameno. En la esquina de la calle Aguiar, el Bar Bilbao y, más adelante, Sargadelos, dedicado a la locería fina. A medianía de la calle Habana, en el número 363, el local convertido en un deprimente establecimiento de productos normados, donde estuvo la Casa Potín y, entre las calles Compostela y Aguacate, donde estuviera el Convento Santa Catalina de Sena hasta 1918 en que se trasladó para El Vedado, el edificio de The National City Bank of New York, actualmente ocupado por el Banco Metropolitano, y el denominado La Metropolitana, que perteneciera a la Organización Godoy-Zayán, dedicada a los seguros, la capitalización y la banca, hoy totalmente deteriorados todos sus pisos superiores, sin puertas ni ventanas, donde se utiliza solo su planta baja, y cuya puerta por la calle
Aguacate ha sido tapiada, para evitar que los locales sean ocupados por ciudadanos necesitados de vivienda. Entre las calles Villegas y Bernaza se encuentran el que fuera el local del denominado bufete de las tres C —Carlos Miguel de Céspedes, José Manuel Cortina y Carlos Manuel de la Cruz— en estado de deterioro y, en mal estado, los antiguos locales de Giralt, del restaurante Casa Tesla, de la óptica Folch, de Abelardo Tous y Cía, importador de víveres, y de La Casa de las Maletas. Enfrente, la entrada posterior de la tienda Harris Brothers. Aquí termina O'Reilly, al desembocar en Monserrate. La calle O'Reilly, rescatada su impronta colonial en la Plaza de Armas y en sus alrededores, resulta agradable. Después, perdidas por abandono y derrumbes muchas de sus edificaciones, tanto coloniales como republicanas, presenta sectores en los cuales el mal estado de la misma y de sus aceras, más los malos olores existentes, recuerdan sus antiguos nombres de Del Sumidero y Del Basurero. Habiendo formado parte, junto con Aguiar, Cuba, Obispo y otras calles aledañas, del denominado Distrito Bancario de La Habana, la mayoría de los sólidos y elegantes edificios construidos como sedes de los bancos y de las organizaciones financieras, se encuentran en estado deprimente, algunos remodelados arbitrariamente, y otros dedicados a usos para los cuales no fueron diseñados. Todas estas desgracias acumuladas, más la desidia e irresponsabilidad de las autoridades gubernamentales durante años, han producido el vergonzoso estado en que se encuentra una de las calles más importantes del denominado casco histórico de la ciudad. Hoy se encuentra totalmente cerrada al tránsito vehicular, mientras se realizan reparaciones en sus redes soterradas. Sería conveniente que, una vez concluidas, no se repitiera el triste caso de Obispo, la cual una vez reparada y adoquinada, ha sido sometida a múltiples reparaciones parciales en sus redes soterradas, que la han deteriorado nuevamente.
Tacón y Oficios
La calle Tacón, nombrada así en honor del capitán general español Miguel Tacón, quien gobernara Cuba entre 1834 y 1838 con mano férrea —pero que al mismo tiempo fuera un gran constructor y administrador—, ha tenido posteriormente los nombres de Roosevelt, el presidente norteamericano durante cuyo período de gobierno se instauró la República, y de Manuel Sanguily, combatiente de la Guerra de los Diez Años e importante figura pública. Sin embargo, todos la conocen por Tacón. Comienza en la calle Cuba, cerca de Peña Pobre, y termina en la calle Obispo, en la Plaza de Armas. Donde ella termina comienza la calle Oficios, sobre cuyo nombre existen dos versiones: la primera plantea que se debe a que, desde este lugar hasta la Plaza de San Francisco, se encontraba llena de menestrales, y la segunda, que se debe a los oficios de escribanos y otros funcionarios establecidos en ella. Anteriormente se llamó De la Concepción. En 1584, era la más importante de las cuatro calles que tenía entonces la ciudad de La Habana. Termina donde se unen las calles Acosta y San Pedro, en los muelles. Comencemos por Tacón La calle Tacón nace cerca del lugar que ocupara la antigua Maestranza de Artillería, construida en 1843 por orden del gobernador Jerónimo Valdés en el terreno en que se hallaban los cuarteles de San Telmo, entre las calles Chacón, San Ignacio, la muralla y el mar. La antigua Maestranza fue demolida en 1938 para edificar la Primera Estación de Policía, un castillo moderno que aún existe, donde se reutilizó la vieja cantería. La calle continúa junto a las excavaciones, donde se supone se encontraba emplazada la Batería de San Francisco Javier, y por la parte de la muralla conocida en su época como El Boquete, El Boquete de los Pimientas en el siglo XVII o de la Pescadería en 1835, al construirse un importante local para la venta de pescados, demolido en 1899, todo esto frente al antiguo Seminario de San Carlos y San Ambrosio, fundado en 1774 por el obispo Santiago José de Hechevarría. Este Seminario tuvo una destacada labor en la formación de la nacionalidad cubana, con personalidades como José Agustín Caballero, el padre Félix Varela, José Antonio Saco y José de la Luz y Caballero. Hoy se ha convertido en el Centro Cultural Padre Félix Varela, al trasladarse éste para sus nuevas instalaciones. La calle, como tal, discurre por el lado izquierdo, ya que en el derecho se halla la exposición permanente a cielo abierto de todo lo descubierto. A su
izquierda se encuentran un parque infantil de diversiones, el Anfiteatro de La Habana y el monumento a José de la Luz y Caballero. Tacón retoma sus características de calle a partir de Empedrado donde, en el número 4, se haya la casa que fuera de Martín Aróstegui, construida en 1759. Hermosa vivienda con techos de tejas, balcones corridos y pinturas murales, donde en 1916 se fundara el Colegio de Arquitectos de La Habana, fue restaurada en 1989, instalándole un mural cerámico realizado por Stellana Poletti, y alberga el restaurante Don Giovanni. A continuación aparece la casa de Juana Carvajal, construida en 1715 y que fuera unificada a mediados del siglo XVIII con otra aledaña, compuesta de patio con galerías, techos de alfarje y pinturas murales, la cual posee en su entrada dos pilastras toscanas. Restaurada en 1988, alberga el Gabinete de Arqueología. Después, en otras edificaciones también restauradas, se encuentran los comercios La Giraldilla, Guayabera Habana, Foto Habana, Venecia y la Papelera O´Reilly. En la acera opuesta, desde Empedrado hasta O´Reilly, se extiende el baluarte del Castillo de La Fuerza y el lateral del Palacio del Segundo Cabo. En su último tramo, entre la Plaza de Armas y el Palacio o Casa de Gobierno, también conocido como de los Capitanes Generales, hace años fueron sustituidos sus adoquines por bloques rectangulares de madera dura. Sobre el Palacio, descrito en el artículo sobre la calle Obispo, sólo es necesario agregar que su entrada principal está ornamentada con un portal de mármol de columnas corintias, obra del escultor italiano Giuseppe Gaggini, instalado en 1834. Su inmenso portón está hecho de madera de caoba cubana, las campanas situadas en su portal pertenecieron a importantes centrales azucareros y, en su patio interior, posee una estatua también en mármol de Cristóbal Colón, obra del escultor italiano J. Cucchiari, instalada en 1862. Como dato curioso debe agregarse que el Palacio, aunque se encuentra al final de la calle, ostenta el número 1 de la misma, el único impar, ya que el resto de la numeración de las edificaciones está constituida por números pares consecutivos. Oficios Pasemos a la calle Oficios. Donde nace, se encuentra la casa construida en 1668, que comprara el obispo Don Diego Evelino de Compostela, para instalar en ella el Colegio de San Francisco de Sales para niñas huérfanas. Restaurada en 1983, aloja actualmente el restaurante La Mina, que ocupa toda la esquina con la calle Obispo. A continuación, en el número 8, se encontraba la Casa del Obispado, reconstruida en 1685 por el mismo obispo Compostela para Palacio Episcopal de La Habana, donde funcionó hasta el año 1858. Allí vivieron los famosos prelados Gerónimo Valdés, Juan Lazo de la Vega y Pedro Morell de Santa Cruz. Anteriormente, esta edificación había sido la casa solariega de
la familia Cepero, que figuró en primera fila entre los vecinos más antiguos e importantes de la Villa. Desde 1614 había residido en ella el también célebre obispo Alonso Enríquez de Armendáriz, que diera nombre al río Almendares, mediante una adecuación de su apellido. En el siglo XIX la casa fue remodelada, adaptándola para Monte de Piedad. Después de ser restaurada en 1984, albergó durante algún tiempo el Museo Numismático, permaneciendo todavía en su fachada la placa identificativa, aunque éste se trasladó para la calle Obispo. En el antiguo número 12 radicó, de 1689 a 1774 —fecha en que fue trasladado al Seminario contiguo a la Catedral—, el Colegio de San Ambrosio. La construcción, con balcón corrido con balaustrada de madera y patio interior, fue restaurada en 1983, instalándose en ella la Casa de los Árabes, que incluye restaurante y museo. Seguidamente aparecen otras antiguas viviendas restauradas, convertidas en viviendas y comercios. En el número 18 la que fuera una Casa de Recogidas, y enfrente el Gabinete de Restauración, destacándose en la esquina de la calle Obrapía una edificación convertida en la Zapatería Obrapía. Cruzando la calle aparece una casa de dos plantas con entresuelo, techo de madera, barandas torneadas, rejas de hierro forjado y patio central, construida en el siglo XVII y remodelada en el XVIII y XIX, la cual, después de restaurada en 1989, aloja el Hostal Valencia y el restaurante La Paella. Más adelante se hallan otras viviendas y locales restaurados, también un edificio moderno restaurado y, a partir de la calle Lamparilla, el edificio que fuera de la firma Casteleiro y Vizoso, en cuya planta baja existe una Caja de Cambio, el pequeño espacio con el monumento de la Cruz, el de la Oficina de Correos con el buzón antiguo de la boca de león, el que ocupa la agencia de viajes San Cristóbal, el de la firma Habaguanex, donde en 1929 se constituyera la Compañía Cubana de Aviación, y el restaurante Café del Oriente. En la esquina de la calle Amargura, en el que fuera Palacio de los Marqueses de San Felipe y Santiago, una vez restaurado, está instalado el Hotel San Felipe, el cual tiene situado en los adoquines cerca de su entrada un banco con la figura sentada de Federico Chopin. A continuación, una hermosa edificación con una gran escalinata de acceso, que fuera la vivienda de los tíos de Don Francisco Chacón y Calvo, quienes formaran parte de la familia del Conde de Monte Alegre, sede durante años del Círculo Internacional de Marinos. Le siguen otras viviendas antiguas restauradas, la galería Carmen Montilla y el estudio Los Oficios y, en la esquina de la calle Teniente Rey, en un edificio moderno construido en 1950, perteneciente anteriormente al Banco Agrícola e Industrial, se halla instalada una importante sucursal del actual Banco Financiero Internacional.
Plaza, iglesia y convento de San Francisco El espacio más importante de la calle Oficios lo constituye la Plaza de San Francisco, existente desde 1559, aunque su nombre lo adquirió cuando, junto a ella, se edificaron la iglesia y el convento de los frailes franciscanos entre 1719 y 1738. En sus inicios la plaza fue un mercado público, hasta que éste se trasladó a la hoy llamada Plaza Vieja, que entonces se denominaba Nueva. Fue también centro de la zona comercial y de transacciones comerciales, lugar de espera, carga y descarga de los carretones que acudían al muelle y a los almacenes que la rodeaban, así como depósito de mercancías y de frutos. Por esta plaza también desembarcaban los inmigrantes que venían de la Península. En 1836 fue erigida en su centro, por el conde de Villanueva, una bella y artística fuente llamada de Los Leones, obra del escultor italiano Giuseppe Gaggini, trasladada en 1844 a la entonces llamada Alameda de Isabel Segunda, después al Parque de La Fraternidad y, finalmente, de regreso a la Plaza. Donde en 1914 se construyó la Aduana de La Habana, en los llamados Muelles de San Francisco, existió un edificio militar que alojaba la guardia principal de la Plaza, conocido como El Principal. Durante la época colonial, en ella se realizaban las ferias de San Francisco, que comenzaban el día 3 de octubre, donde imperaba el juego, practicándose la lotería de barajas, el gallo indio y el negro, la perinola y los dados. En el café El León de Oro y en otras casas de los alrededores, hacían su agosto astutos talladores en numerosas bancas, a costa de la clase distinguida y culta. En este café se estableció por primera vez en Cuba la ruleta. Alguna vez la Plaza se denominó Fernando VII y, en 1947, Plaza de Key West, aunque siempre ha prevalecido el de San Francisco. La historia de la iglesia y del convento está muy vinculada a la Plaza. En su fachada, que mira a la calle Oficios, se observan tres estatuas de piedra: la Inmaculada Concepción, San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán. Esta iglesia sirvió de sepultura a casi toda la nobleza habanera de los siglos XVII y XVIII. La edificación consta, en su interior, de tres espaciosas naves, sostenidas por doce columnas, en cada una de las cuales se erguía un apóstol. Lo más notable de la misma es la torre, con cuarenta y dos metros de alto, levantada sobre sólidos sillares sobre el cerco de la puerta principal y rematada por una imagen de Santa Elena Emperatriz, madre de Constantino, descubridora de la Vera Cruz. Derribada en 1846 por un huracán, ha sido restaurada y vuelta a colocar. Desde 1608 existió, adjunta a la iglesia, la capilla de la Orden Tercera de San Francisco de Asís, donde se veneraba la imagen del Cristo de la Vera Cruz. Habiendo sido destruida, fue reconstruida posteriormente en el lugar que hoy ocupa.
Por su parte, el convento poseía tres amplios claustros, varios patios y 111 celdas para religiosos, impartiéndose en él clases de Gramática, Filosofía, Teología y Matemáticas. Cursó estudios allí, desde 1814, José de la Luz y Caballero, el gran educador y pensador que en 1838 impartió en el mismo, como profesor, clases de Filosofía. Al incautarse el gobierno español de los bienes de las comunidades religiosas en 1841, la iglesia y el convento fueron destinados a depósitos de mercancías. Después, desde 1856, funcionaron allí el Archivo General de la Isla y la Aduana de La Habana. En 1907 fueron ocupados por la Dirección General de Correos y Telégrafos y, en 1916, se adaptaron para albergar la Dirección General de Comunicaciones, luego Secretaría y después Ministerio, siendo restaurados en 1941 y en 1944. En 1957 el Ministerio de Comunicaciones se trasladó para su nuevo edificio de la Plaza Cívica, cayendo la edificación en estado de deterioro hasta que, rescatada por el Historiador de la Ciudad, se instalaron la sala de conciertos de la Basílica Menor y la de teatro de la Orden Tercera, además del Museo de Arte Religioso. A su entrada, desde hace algunos años, se ha colocado una escultura en bronce a tamaño natural del Caballero de París, un popular personaje habanero, obra del escultor J. Villa, del cual se ha vuelto una tradición tocar su barbilla y partes de su cuerpo, al pasar junto a él. En sus jardines posteriores, desde hace algunos años se construyó una capilla ortodoxa griega, más como atracción turística que como centro de oración, en cuyos accesos se ha instalado un cementerio para celebridades escogidas. En la Plaza, antes de la iglesia y el convento, en el año 1909, se construyó el edificio que alberga la Lonja del Comercio. El proyecto original contaba con cinco pisos destinados a almacenes y oficinas, y fachadas de estilo Renacimiento español, obteniendo el primer premio en 1903. Fue edificado, según proyecto del arquitecto Tomas Mur en colaboración con el también arquitecto José Toraya, por la firma norteamericana Purdy & Anderson, con importantes adelantos tecnológicos, como armaduras de columnas y vigas de acero remachadas para soportar las paredes, los pisos y los techos. Las plantas se organizaron alrededor de un gran atrio central con una cúpula en su parte superior, colocando sobre el domo una escultura, ejecutada en láminas de bronce, del dios Mercurio, réplica de la obra original del artista flamenco Juan de Bolonia. La fachada principal está dividida en tres cuerpos bien diferenciados, con un pórtico central que da acceso al vestíbulo, a su hermosa escalera principal y a los ascensores. En 1939 se le adicionó una sexta planta. En 1947 se construyeron tabiques alrededor del atrio central y en 1952 se edificó un entresuelo para dividir el puntal de diez metros de altura. En 1996 se le realizó una remodelación integral, adicionándole una séptima planta en forma de ático. Originalmente fue Lonja de Víveres y, antes de 1959, Bolsa de Valores y Casa de
Contratación de la ciudad. Actualmente aloja la Embajada de Brasil, la emisora Habana Radio y varias entidades nacionales y extranjeras. Renovaciones del Casco Histórico A partir de la calle Teniente Rey, se encuentra el otrora famoso Café La Marina, restaurado pero bastante desmejorado en la calidad de sus ofertas actuales, la que fuera la casa de los primeros Condes de Macuriges, título concedido en 1765 a Lorenzo Montalvo Ruiz de Alarcón, quien viviera entre 1704 y 1778 y fuera Intendente General de Marina y Ministro de la Fábrica de Bajeles de la Real Hacienda y Cajas de La Habana. Después de restaurada, la casa se convirtió en el Convento del Santísimo Salvador de Santa Brígida. A continuación, la antigua casa de los González del Valle y Cañizo y, donde antes se encontraba una fonda, la Joyería Cuervo y Sobrinos, trasplantada artificialmente desde su ubicación original en Águila y San Rafael. Enfrente, en el Callejón de Churruca, se halla en exposición permanente el que fuera Coche Presidencial, bautizado "Mambí" por su creador Horatio Rubens, quien fuera amigo de José Martí y de Tomás Estrada Palma, y presidente de la Cuba Railroad Company. La compañía lo utilizaba para traslados de Nueva York hasta la Florida, donde lo embarcaba hacia La Habana, trasladándolo después unido al Tren No. 1 hasta Camagüey, regresando unido al Tren No.2, para realizar el viaje inverso hasta Nueva York. Entregado al Gobierno cubano, fue utilizado por algunos presidentes en época de la República para sus traslados por ferrocarril. Junto a él, el edificio que perteneciera originalmente a la Comandancia de la Marina y el Senado y, en el año 1906, se destinara para la Cámara de Representantes. Debido a su mala distribución e inadecuada presencia, en 1909 fue mejorado y amueblado el salón de sesiones y de conferencias y se creó el hemiciclo, con una secuencia de monumentales columnas de doble puntal que sostienen el cielo raso profusamente decorado. También se le añadió un entresuelo, limitado por una balaustrada, para ampliar el anfiteatro. Posteriormente, en 1911, se ejecutaron nuevas adaptaciones y ampliaciones, edificándose un cuerpo contiguo en el que se situaron la entrada principal y las salas de las comisiones. Otros datos sobre el mismo y su utilización posterior, se encuentran en el artículo ya publicado sobre la calle Muralla. A partir de ésta, aparece la antigua vivienda donde, entre el 19 de diciembre de 1800 y el 15 de marzo de 1801, el sabio alemán Alejandro de Humboldt, en su visita a Cuba, situara sus instrumentos de Física y su colección de Botánica, convertido en el Museo Humboldt y, enfrente, un arbolado parque.
A continuación, también en una antigua vivienda, el Centro de Restablecimiento Geriátrico Santiago Ramón y Cajal y, entre las calles Sol y Santa Clara, la que fuera vivienda del Marqués de Casa Calderón, Oidor de la Real Audiencia, perteneciente a la familia Calderón y Késsel entre 1761 y 1833, una construcción del siglo XVIII de dos plantas, con un entresuelo intermedio más patio y traspatio, que posee una elegante portada de estilo barroco. En la esquina de Santa Clara el Bodegón Español, enfrente algunas viviendas ruinosas en proceso de restauración y, en la calle Luz, el antiguo Palacio del Conde de Casa Barreto, construido en 1732 por Don José Tomás Barreto y Arrieta, que después fuera conocido como el Palacio del Marqués de Cárdenas, compuesto de un patio central rodeado de galerías de madera, teniendo en su planta baja almacenes, cochera y otras dependencias, el cual fue restaurado en 1979, instalándose en él el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño. La calle Oficios continúa hasta Acosta, donde termina frente a la Alameda de Paula. Las calles Tacón y Oficios, al encontrarse dentro del denominado casco histórico de la ciudad, a pesar del mal estado en que se encontraban muchas de sus edificaciones algunos años atrás, han recibo atención preferencial con el objetivo de utilizarlas con fines culturales y turísticos. Esto les ha permitido renacer y, aunque hacia el final de la calle Oficios aún aparecen viviendas en ruinas o en estado deplorable, está prevista su recuperación y restauración, ya que poseen determinados valores históricos, vinculados fundamentalmente con la época colonial.
Dos calles en una misma avenida
La calle Monserrate recibió su nombre por la ermita de Monserrate, que existía en la plazuela de las puertas de la muralla denominadas de igual forma. La ermita, edificada en 1695 y destruida en 1836, fue reedificada en extramuros en 1844, en el lugar donde se encuentra actualmente: Galiano entre Concordia y Conde Cañongo. La calle Egido, por su parte, estuvo antiguamente ocupada por la muralla y las puertas de la misma, denominadas De Tierra, Del Arsenal y Puerta Cerrada. Allí comenzaban precisamente los "ejidos" —porciones de tierra para uso colectivo—. Por disposición del Cabildo de la ciudad, tuvieron su residencia en este lugar muchos de los denominados "cabildos de nación" de los esclavos africanos. Oficialmente, como continuación de la calle Monserrate, lleva el mismo nombre de Avenida de Bélgica. La Avenida de Bélgica, como calle Monserrate, comienza a la altura de la calle Colón y termina, como calle Egido, en la plazoleta de la calle Desamparados, frente a los muelles, a un costado de la Estación Terminal de Ferrocarriles. Donde comienza existe una corta avenida que parte del antiguo Palacio Presidencial, denominada Avenida de las Misiones, y termina frente al monumento a Máximo Gómez, construida para darle mayor realce a la Casa de Gobierno. Donde nace Monserrate, a su derecha, entre las calles Refugio y Colón, se encuentra el edificio que, comenzado a construir para Palacio Provincial, fuera adquirido por el Estado, por disposición del entonces presidente de la República, general Mario García Menocal, y convertido en Palacio Presidencial, siendo inaugurado como tal por él en 1920. Aquí radicaron todos los presidentes de la República y dos después del año 1959, hasta que fuera transformado en el denominado Museo de la Revolución, eliminando el parque Zayas con su estatua, que existía en su parte posterior, anexando este espacio al museo como Memorial Granma. El edificio, en su estado original, fue obra de los arquitectos Carlos Mauri y Paul Belau, el primero cubano y el segundo belga. Poseía tres pisos —el cuarto le fue agregado en 1940— y estaba compuesto por un pasaje para coches en su entrada principal por la calle Refugio, un gran vestíbulo con la escalera principal de mármol de Carrara, rematada por una cúpula cubierta en su interior con cerámicas policromadas, que incluye cuatro pechines decorados por Esteban Valderrama y Mariano Miguel González, sobre un fondo de láminas de oro de dieciocho quilates, estando terminada exteriormente en terracota. En el segundo piso, sobre el pasaje de la entrada, existe una terraza que comunicaba con el Salón Dorado o comedor presidencial —con un tríptico de Leopoldo Romañach— y con otras dependencias. En el tercer piso se
ubicaba la residencia del presidente, y en el cuarto la guarnición. Aunque es difícil de caracterizar arquitectónicamente, pues sus componentes responden a diferentes estilos, resulta una edificación hermosa. El 13 de marzo de 1957, el Palacio fue atacado por un comando del Directorio Revolucionario, con el objetivo de ajusticiar al entonces presidente, general Fulgencio Batista, acción que no logró el éxito deseado. A su izquierda se halla la iglesia del Santo Ángel Custodio, que fuera construida entre 1866 y 1871 por el obispo Jacinto María Martínez, en sustitución de la original edificada por el obispo Compostela en 1685 en la loma de Peña Pobre, al comienzo de la calle que después llevaría su nombre, y que fuera destruida por el huracán de 1846. Es un templo de estilo neogótico, en el cual fueron bautizados Félix Varela y José Martí, que se encuentra incorporado a nuestra literatura, pues la gran novela cubana del siglo XIX, obra del escritor Cirilo Villaverde, lleva por título Cecilia Valdés o La Loma del Ángel, debido a que la casa de la protagonista da a esta loma y las escena culminante de la misma, se desarrolla en el pórtico de la iglesia. En la esquina de las calles Aguacate y Chacón se preserva una antiquísima casa del siglo XVIII, utilizada actualmente como peluquería en sus bajos y paladar en sus altos. En la acera opuesta, en la manzana comprendida entre las calles Zulueta, Monserrate, Trocadero y Ánimas, donde antes se encontraba el Mercado de Tacón o Plaza del Polvorín, se halla el hermoso edificio construido en 1954 para el Palacio de Bellas Artes, obra del arquitecto Alfonso Rodríguez Pichardo, después denominado Museo Nacional de Bellas Artes, el cual en su época fuera considerado como uno de los más grandes museos del hemisferio occidental. El edificio posee tres niveles, unidos entre sí por elevadores, escaleras y una amplia rampa. En él se expone actualmente la muestra permanente de arte cubano, ya que la de arte universal se encuentra en el antiguo Palacio del Centro Asturiano. La construcción contiene numerosas obras escultóricas y de pintura mural en sus fachadas y espacios interiores. Entre ellas se destacan un conjunto escultórico de Rita Longa, los bajorrelieves y el mural del vestíbulo, obra de Jesús Casagrán y Enrique Caravia, y el balcón de la fachada, obra de Mateo Torriente Becker. Otras pertenecen a Juan José Sicre, Ernesto Navarro, Eugenio Rodríguez y Alfredo Lozano. Originalmente, el edificio estuvo rodeado de portales en su planta baja, los cuales fueron cerrados posteriormente. A continuación, después del parqueo, se encuentra el Palacio Balaguer, construido en 1873. Este ocupa un importante espacio en la calle Ánimas entre Monserrate y Zulueta, y fue remodelado en 1916 para ser utilizado como casa de huéspedes. En él es de destacar la extensa columnata de alto puntal, algo desproporcionada en relación con su piso superior. Actualmente, bastante desmejorado, se dedica a viviendas.
En el número 258 aparece el palacio del Renacimiento, construido en 1932 como sede de la Sociedad Cubana de Ingenieros, obra de Emilio de Soto Hernández y Cía., donde actualmente radica la Asociación Canaria de Cuba. Llaman la atención sus tres arcadas, sus ladrillos y su techumbre de tejas con pronunciada pendiente y amplios aleros que se proyectan hacia la calle. Junto a él, separado por un pasillo, el local del que fuera cine Actualidades y, a continuación, la parte trasera del Hotel Plaza. En la acera de enfrente, en la esquina con la calle Empedrado, existe el que fuera Cuartel de Milicias, construido en 1764, considerado obra de Silvestre Abarca y Pedro de Medina, señalado como el mayor cuartel de la ciudad en el siglo XVIII, sede de los batallones de milicias que, en aquella época, se clasificaban según sus integrantes en blancas, pardas y morenas. Al trasladarse las milicias de blancos y pardos hacia Guanabacoa, adquirió el sobrenombre de Cuartel de Morenos, teniendo esta función hasta 1844, en que se destinó a otras dependencias militares. En la República fue utilizado como Secretaría, después Ministerio de Gobernación, así como también, de forma conjunta, como Jefatura de la Policía, Jefatura del Estado Mayor del Ejército y Departamento de Investigaciones, dando una muestra de buen aprovechamiento de los espacios dentro de una misma edificación. En enero de 1959 se instaló allí la Jefatura del Ejército Rebelde, pasando después al Ministerio del Interior y, actualmente, es utilizado como pinacoteca del cercano Museo Nacional de Bellas Artes. A continuación, entre las calles Empedrado y San Juan de Dios, el famoso edificio Bacardí, construido en 1930, obra de los arquitectos Esteban Rodríguez Castello, Rafael Fernández Ruenes y José Menéndez Menéndez, ganadores del concurso organizado al efecto. La decoración de las fachadas originalmente estuvo inspirada en el estilo renacentista, siendo la definitiva ornamentación Art Déco decidida durante la confección del proyecto ejecutivo, para ponerla a tono con el nuevo estilo imperante en Europa y los Estados Unidos. En el exterior se utilizaron granitos policromos, piedra de Capellanía, ladrillos en colores y terracota. El basamento fue enchapado en granito natural brillado importado de Baviera y Noruega, el cuerpo central con ladrillos multicolores y piedra de Capellanía y el último piso y la excepcional torre escalonada con ladrillo y terracota de colores. Entre estos dos niveles se concentra la mayor riqueza decorativa del edificio, coronado con el murciélago, símbolo de la Compañía Bacardí. El edificio fue diseñado con cinco pisos para oficinas, con treinta y cuatro departamentos en cada uno, además de diversos salones de reuniones y un hermoso bar para degustar los productos que se comercializaban. El vestíbulo constaba de dos locales anexos, decorados con mármoles multicolores de piso a techo en estilo arte
moderno, caracterizado por la geometría de los ornamentos y las terminaciones pulidas y brillosas. Continuando por la misma acera, aparece un edificio en bastante estado de deterioro y un pequeño parque con el busto del alcalde Supervielle y, tras él, la entrada principal de la tienda Harris Brothers. Después, el final de las calles O´Reilly y Obispo, separadas por el también pequeño parque con la estatua del ingeniero Francisco de Albear y una fuente. En este lugar se abrieron en la muralla, en 1835, las Puertas de Monserrate, más o menos donde hoy se encuentran la Manzana de Gómez y el antiguo Palacio del Centro Asturiano, ya descritos al escribir sobre las calles San Rafael y Neptuno. Estas puertas estaban formadas por arcos de sillares abiertos en la cortina del recinto, entre los baluartes de la Pólvora y Monserrate, con un puente exterior de once arcos de sillería que atravesaba el foso. Avanzando por la misma acera, aparecen el bar restaurante Floridita, famoso por su daiquirí y por la preferencia que tenía del lugar el escritor norteamericano Ernest Hemingway, y los restaurantes de comidas españolas La Zaragozana y el Castillo de Farnés, este último famoso también por sus sándwiches de embutidos. Después se encuentra el local del bar Franco, ocupado ahora por el restaurante Monserrate, algunos edificios construidos al principio de la República venidos a menos y, en la acera opuesta, en la manzana de las calles Zulueta, Monserrate, San José y Teniente Rey, el parque, la parte posterior del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, construido en 1924, obra del arquitecto Benjamín de la Vega, de estilo clásico, y un trozo de la antigua muralla. Entre Teniente Rey y Dragones se sostienen, en equilibrio milagroso, las paredes exteriores del que fuera el Gran Hotel, cubierto de enredaderas, esperando una recuperación que nunca llega, la sede de la Cruz Roja, de estilo clásico, y la del Consejo de Veteranos. En la acera opuesta los locales que pertenecieron a la peletería Moncarz y al restaurante Puerta de Tierra. Ya en la esquina, la Estación que fuera anteriormente de la Policía de Turismo. Aquí, en el final de la calle Muralla y comienzo de Dragones, termina Monserrate y comienza Egido. Egido En la acera izquierda, entre Muralla y Sol, donde existió la Puerta de Tierra, se encuentran la plazoleta y el antiguo convento e iglesia de las Madres Ursulinas, conocido como el Palacio de las Ursulinas. Esta comunidad, residente en Nueva Orleáns, con motivo de haber pasado la Luisiana a manos francesas, en 1803 se trasladó a La Habana, albergándose en la parte de la Casa de las Recogidas correspondiente a la
calle Egido, por concesión del obispo Espada, entregándoles todo el local, ampliamente restaurado, en 1815. En 1850, con el auxilio de Doña María Josefa Santa Cruz de Oviedo, construyeron la iglesia contigua al colegio y monasterio. Hace años el convento y el colegio se trasladaron para Alturas de Miramar, donde fueron intervenidos y expropiados. El edificio primitivo fue utilizado para viviendas y comercios, entre ellos la cafetería Yumurí y el Hotel San Carlos y, en el local de la antigua iglesia, se ubicó el cine Universal. Hoy todo se encuentra en avanzado estado de deterioro. Enfrente se alza el que fuera Palacio de los Condes de Casa Moré y después de los Marqueses de Villalba, construido en 1872 por el arquitecto Eugenio Rayneri Sorrentino y, cruzando la calle Monte, otros edificios no tan grandiosos ni artísticos, ya descritos al escribir sobre esta calle. En esta acera ofrece interés el denominado Palacio de Balboa, construido como residencia de los marqueses de ese apellido en 1871, obra del arquitecto español Pedro Tomé y Verecruise, que ocupa la manzana de Egido, Zulueta, Gloria y Apodaca. El mismo se aleja del estilo neoclásico imperante en ese momento y recuerda los palacetes con influencias francesas. Está rodeado de jardines y posee fachadas por los cuatro costados. Se encuentra ocupado desde 1925 por el Gobierno Provincial de La Habana, teniendo buen estado de conservación. El otro edificio importante en esta acer, lo constituye la Estación Central de Ferrocarriles, conocida también como Estación Terminal, en Egido entre las calles Arsenal y Paula. Fue construida en 1912 en la zona del Arsenal, y su fachada reúne una mezcla de Renacimiento español e italiano, siendo obra del arquitecto Kenneth H. Murchison. Consta de dos torres de 37 metros de altura con decoración plateresca, en las que aparecen los escudos de Cuba y de La Habana, teniendo en el centro del edificio un reloj. Fue restaurado en 1987 y resulta una ironía que, con una estación tan bella, el sistema ferroviario cubano sea tan malo. En esta acera resultan interesantes dos fragmentos de la vieja muralla que se mantienen: uno en Egido entre Arsenal y Misión, que perteneció al Cuerpo de Guardia en la Puerta del Arsenal, y el otro, una pared con una puerta tapiada, cerca de los muelles en la Puerta La Tenaza. En la acera izquierda, a partir de la calle Sol, se encuentran edificaciones en ruinas o en bastante estado de deterioro, la que fuera la tienda El Baluarte, los restaurantes Puerto de Sagua y El Baturro, uno dedicado a productos del mar y el otro a comidas españolas, y el local que ocupara el hotel Villaclara. En la calle Paula, en el número 314 casi esquina a Egido, se halla la casa natal de José Martí, una modesta vivienda de 1810 que ha sido restaurada en varias ocasiones y es considerada Monumento Nacional. En las calles Fundición y Desamparados termina Egido y, con ella, también la Avenida de Bélgica.
Las calles Monserrate y Egido, unidas en la Avenida de Bélgica, son dos calles llenas de historia, por extenderse a lo largo de lo que fuera la Muralla de la ciudad, con sus diferentes puertas y baluartes. En ellas se encuentran importantes edificaciones que, aún hoy, transcurridos años de abandono y falta de mantenimientos, muestran lo que fuera la ciudad de La Habana en sus épocas de esplendor que, desgraciadamente, nada tienen que ver con la actual. Ruinas, viviendas y edificios en estado precario, pésimas adaptaciones, suciedad e insalubridad se encuentran en ellas, mayormente en la segunda, desde la calle Monte hasta Desamparados. Sin lugar a dudas, resultará sumamente complicado, debido a su avanzado estado de deterioro, salvar este importante sector de la ciudad.
La 5ta Avenida
La 5ta Avenida fue, desde su inicio, la gran avenida que atravesaba el último gran asentamiento de las familias pudientes, después de abandonar El Vedado: el barrio residencial de Miramar. Se extiende desde el túnel de Calzada hasta su conexión con la carretera Panamericana en el río Santa Ana, en la localidad de Santa Fe, al oeste de la ciudad. Para su construcción debió ser aprobado antes el proyecto del reparto Miramar en 1911, el cual comenzó a concretarse en 1916. En 1918, con el alza del precio del azúcar, se comenzaron a levantar mansiones palaciegas, edificadas al gusto de sus propietarios, que se decidieron por lo romano, lo renacentista e incluso lo medieval. En 1921 se colocó un puente levadizo de metal, ordenado y sufragado por José López Rodríguez (Pote), sobre el río Almendares, el cual conectó la calle Calzada con la que más tarde sería la avenida. El trazado de la misma sería decisivo para el fomento de los repartos Miramar, Country Club Park y Playa de Marianao. Su promoción y proyecto se debe a la firma constructora “Morales y Mata”, la cual estableció manzanas rectangulares de 100 por 200 metros. Esta firma, con la salida de ella en el año 1917 del arquitecto José F. Mata, se convirtió en “Morales y Compañía”, compuesta por el arquitecto Leonardo Morales Pedroso y por el ingeniero Luis Morales Pedroso, ambos hermanos. En su comienzo se encuentra la Fuente de las Américas, diseñada por el arquitecto norteamericano John Wilson con esculturas del artista italiano Pietro Manfredi, que fuera inaugurada en 1924 y, un poco más adelante, después de la calle 10, la torre-reloj construida en piedra de Jaimanitas, obra del arquitecto norteamericano John H. Duncan, inaugurado en 1920, donde las cuatro campanas que lo componen tienen grabado el nombre de José López Rodríguez, y su sonido reproduce el del famoso Big Ben de Londres. Al principio se le denominó Avenida de las Américas. Al no tenerse en cuenta el respeto a la línea de la costa, parcelarse los terrenos adyacentes al mismo y fabricarse en ellos numerosos inmuebles, principalmente clubes y balnearios, se perdió la vista marina desde la avenida, la cual la hubiera embellecido aún más, así como también la posibilidad de extender el Malecón hacia Miramar. Las residencias de la 5ta. Avenida se caracterizaron desde un principio por su fastuosidad y comodidad, ya que los arquitectos que las diseñaron tuvieron muy en cuenta la distribución de las habitaciones y de los locales para las necesidades de la vida diaria. Como zona predominantemente residencial, la arquitectura principal es la doméstica.
Residencias Partiendo de la Fuente de las Américas, a la derecha impacta por su estilo renacimiento alemán, la llamada "casa verde" (1940), debido al color de las tejas de su techo. Obra del arquitecto José Luis Echarte, fue mandada a construir por Armando de Armas, mayordomo de Palacio durante dos periodos presidenciales. De Armas la habitó junto a su esposa hasta 1943, cuando la adquirió la Compañía de Inversión Jarpe S.A., para venderla posteriormente a Luisa Rodríguez Faxas, su última propietaria. Al quedarse sola Rodríguez Faxas —toda su familia emigró—, y además sin dinero, no pudo ocuparse de su mantenimiento, sufriendo el inmueble un progresivo deterioro, el cual duró hasta su muerte, pues nunca quiso desprenderse de él. Al pasar la propiedad a manos del Estado, fue reconstruida y en ella se instaló el Museo de la Arquitectura. A la izquierda se encuentra el restaurante Kasalta, con un centro comercial adjunto, hoy remozado el primero y prestando servicios con una decoración de ambiente deportivo que llega hasta la denominación de sus ofertas, pero sin alcanzar el nivel de sus buenos tiempos. Algunas residencias situadas en la avenida resultan interesantes: en calle 6 se encuentra la que fuera residencia de la condesa de Buenavista, de estilo ecléctico, diseñada por Morales y Compañía, ganadora del concurso de fachada artística en 1929-1930, evento organizado por el Club Rotario de La Habana, hoy convertida en una ciudadela ocupada por varias familias, en calle 10 una residencia inspirada, no en el estilo californiano importado común en la época, sino en el colonial del siglo XIX, diseñada por el arquitecto Víctor Manuel Morales Cárdenas, que fuera Medalla de Oro del Colegio Nacional de Arquitectos en 1944. En calle 14 la residencia que perteneciera al ex-presidente de la República Dr. Ramón Grau San Martín, el cual la denominaba "la choza". En calle 22 la residencia de Francisco Argüelles, obra del arquitecto José Antonio Mendigutía, primera construcción de estilo moderno edificada en Cuba, que posee en la entrada un friso del escultor Juan José Sucre, que representa la lucha entre el arte nuevo y el clásico, así como en el vestíbulo un lucernario. Finalmente, entre otras, en calle 36 destaca la residencia que perteneciera a Mariano Juncadilla Jr., proyectada por los arquitectos Capablanca y Santana en 1942. La Avenida, después del año 1959, perdió totalmente su carácter residencial, al emigrar la mayoría de los propietarios que habitaban sus inmuebles, y ser éstos convertidos en albergues para estudiantes traídos mayoritariamente del medio rural, sin ningún tipo de costumbres urbanas. Las residencias sufriendo maltrato, depredación y destrucción hasta que, fracasado el intento de "ruralización" se tomó la decisión de trasladar a sus nuevos habitantes a otros lugares, restaurar las residencias y alquilarlas
para embajadas, consulados, personal diplomático y empresarios extranjeros, así como situar en algunas a organismos e instituciones gubernamentales vinculados a negocios con el exterior. Causa asombro el enorme retrato de su "presidente eterno" en la fachada de la Embajada de la República Bolivariana de Venezuela, algo que viola las normas diplomáticas y además las urbanísticas. Si otras embajadas la imitaran, y no se toman medidas al respecto, la Avenida podría convertirse en un extenso espectáculo circense. Otras edificaciones Además de estos inmuebles, en la avenida existen algunas importantes construcciones de tipo religioso. Entre ellas se encuentran: la Iglesia de Santa Rita en calle 26, diseñada por Morales y Compañía, que consta de una gran nave y torre y en su interior posee una efigie de Santa Rita, esculpida por Rita Longa en 1940; en calle 60 el Santuario Nacional de San Antonio de Padua, perteneciente a la Orden de los Franciscanos, inaugurado en 1949, obra de los arquitectos cubanos Salvador Figueras y Eloy Norman en estilo moderno; y en calle 80 la Iglesia Jesús de Miramar, construida entre 1948 y 1953, de estilo románico-bizantino, ejecutada en hormigón armado revestido bajo la dirección del arquitecto Eugenio Cosculluela, siendo la segunda iglesia de mayor capacidad del país, la cual posee entre sus riquezas una réplica de la imagen de Jesús de Medinaceli, igual a la original existente en Madrid, el Vía Crucis reflejado en una notable pintura al óleo de línea clásica realizada por el pintor español César Hombrados Oñativia, y una imitación de la Gruta de Lourdes de 1,80 m. de altura, hecha de mármol de Carrara por el arquitecto Borges, situada al fondo del templo. También aparecen inmuebles dedicados a otros fines como, entre las calles 40 y 42, en la casa que fuera de María Melero, construida entre 1940 y 1942, obra de Herminio Lauderman, una tienda; en la esquina de 42, La Copa, obra realizada en piedra de Jaimanitas por el escultor Oliva Michelena, situada en 1928 en el boulevard por Carlos Miguel de Céspedes, entonces Ministro de Obras Públicas; algunas instituciones bancarias, como el Banco Bilbao Vizcaya S.A. en el número 4205 y el de Inversiones S.A. en la calle 68; la enorme mole de la antigua embajada rusa, absurda edificación que rompe con el entorno que la rodea, hoy dividida entre las embajadas de Rusia, Bielorrusia y Ucrania; el hotel Occidental Miramar en la calle 72, en parte de los terrenos donde en la década de los 80 se encontraba la Embajada del Perú; los edificios del denominado Centro de Negocios o Trade Center Miramar, ocupados por empresas extranjeras y de capital mixto; el edificio Montecarlo Palace, construido en asociación con una inmobiliaria extranjera; en la calle 82 la casa de Manuel Saavedra, construida en 1951, obra de Bosch y Romañach, en la 84 la casa-estudio de
Nicolás Arroyo y Gabriela Menéndez, construida entre 1941 y 1952, obra de ellos mismos; en la 86 la cafetería Normandía; en la 92 el antiguo edificio de The Trust Company of Cuba, construido en 1957, obra de Eugenio Batista, con un interesante mural interior sobre las virtudes del trabajo, realizado por Diederich Kortlang; en la 94 el local de la antigua dulcería Chantilly y el del cine Miramar, transformado ahora en un espacio cultural de usos múltiples; entre la 96 y 96A, la casa de Alicia Amézaga, construida en 1944, obra de Francisco Martín y Ricardo Moreyra; en la 98, donde estuviera la cafetería Coimbra y, en la calle 112, el edificio del antiguo Banco Núñez, construido en 1957, obra de Max Borges, y el Centro Turístico La Cecilia. Segundo tramo, hacia el Mariel Es importante tener en cuenta que la avenida no es homogénea en toda su extensión: lo señalado hasta ahora corresponde al tramo comprendido desde su comienzo hasta la calle 112, donde se encuentra su primera rotonda. Entre esta rotonda y la siguiente se encuentran los terrenos ocupados anteriormente por el parque de diversiones Coney Island Park, hoy venido a menos y sustituido por uno denominado La Isla de los Cocos, el cual no tiene nada que ver con el anterior, ni en equipamiento ni en ofertas, donde también está instalada la Carpa Trompoloco del Circo Nacional de Cuba. Más adelante, el deteriorado edificio que fuera el Havana Yacht Club, convertido en un lastimoso Círculo Social Obrero. En la acera de enfrente, cerca de la primera rotonda, existe una extraña edificación piramidal para oficinas, construida hace algunos años con el objetivo de ser utilizada por los empresarios hebreos que hacían negocios con el Gobierno cubano y, a continuación aparece el espacio donde se encontraban los célebres clubes, cabarets, bares y billares de la Playa, como se les llamaba entonces: Panchín, Pompilio, Rumba Palace, El Niche, Choricera, Los Tres Hermanos, Pennsylvania y La Taberna de Pedro, la mayoría construcciones de madera con techos de planchas de zinc, con sus puestos de fritas delante y algunas posadas detrás. En ellos se iniciaron importantes cultores de la canción y la música cubanas, y eran lugar de visita obligada de importantes figuras internacionales del mundo artístico, principalmente músicos y artistas de cine. Formaban una zona original de la bohemia habanera, que aquí se codeaba con cierta marginalidad. Hoy, lo que queda, transformado en cafeterías, pizzerías y otros establecimientos de comidas rápidas, carece totalmente del encanto anterior. A partir de la segunda rotonda, la avenida retoma su estilo anterior con el Cinódromo, dedicado a las carreras de perros, clausurado después del año 1959 y convertido en un centro deportivo, la zona del Náutico con sus
supermercados, hoy uno conocido popularmente como El Príncipe —donde se vende en CUC— y el otro como El Mendigo —donde se vende en CUP—; en la calle 164 la casa que fuera de Antonio Barquet, construida en 1958, obra de Manuel Gutiérrez; el cascarón sin puertas, ventanas y depredado, de la que fuera la capilla de la Universidad Católica Santo Tomás de Villanueva; en la calle 150 el local que fuera de la tienda Glomar; en la 162 el de la cafetería Biltmore; entre las calles 174 y 176 la Escuela de Mecánica y Electricidad de esta universidad, obra también de Manuel Gutiérrez; en la 184 el restaurante La Ferminia; entre la 188 y 192 el Havana Biltmore Yacht and Country Club, convertido en el Club Habana, principalmente para extranjeros por sus elevados precios; algunas residencias e instalaciones navales y militares hasta llegar al poblado de Jaimanitas, donde termina la boulevard central de la Avenida y se levantan algunas casas de playa construidas en madera o mampostería, hasta el puente sobre el río Santa Ana, donde da paso a la carretera Panamericana, también conocida como carretera del Mariel. La 5ta. Avenida, con su boulevard central arbolado hasta con palmas datileras y con bancos para el descanso, en tiempos de la República sembrado con flores de estación, que le aseguraban el colorido durante todo el año, bien atendida desde el punto de vista vial y de jardinería, con sus parterres también arbolados, aún hoy, sin la misma calidad en sus mantenimientos, con la Fuente de las Américas habitualmente seca y con el reloj de la torre ahora funcionando, después de años de abandono, constituye una de las más hermosas arterias de la ciudad. De una avenida residencial se ha transformado en una avenida diplomática y empresarial, lo cual ha contribuido a su preservación. No es una vía peatonal sino principalmente vehicular, aunque a través de sus calles transversales da acceso a la zona costera del litoral oeste de la ciudad. La bella avenida, sin embargo, tiene dos manchones en su historia, aunque no sean de su responsabilidad: en el año 1980, por ella se realizaron las denominadas "marchas del pueblo combatiente" donde, convocada, organizada y manipulada por las autoridades, la población acudió masivamente a desfilar ante la Embajada del Perú, para gritarles obscenidades, improperios y otras barbaridades a los cubanos que habían decidido abandonar el país y se refugiaban allí. Más recientemente, ha servido en repetidas ocasiones para la realización de las manifestaciones de repudio, con agresiones verbales y físicas, también convocadas, organizadas y manipuladas por las autoridades, a que han sido sometidas las Damas de Blanco, al marchar pacíficamente por su boulevard con gladiolos en las manos, al asistir a misa en la Iglesia de Santa Rita.
La avenida de ida y vuelta
La Avenida de Rancho Boyeros, con el nombre oficial de Avenida de la Independencia que pocos utilizan, se extiende desde las avenidas de Carlos III y de los Presidentes, en dirección al poblado de Rancho Boyeros, situado antes de llegar a Santiago de las Vegas. Su importancia radica en ser la vía que conduce al aeropuerto principal de la Ciudad de La Habana, donde se encuentran las terminales 1, 2 y 3 y, por lo tanto, por ella transitan obligatoriamente quienes salen o entran a la ciudad por vía aérea. Además, conecta a la ciudad con los repartos Altahabana, Aldabó, Capdevila, Río Verde, Fontanar, Mazorra, Panamerican y el mismo Rancho Boyeros. La carretera original data del año 1935. Debido a los edificios gubernamentales existentes en la Plaza de la Revolución —originalmente denominada Plaza Cívica—, en su inicio se bifurca en dos vías: una de entrada que conecta con Carlos III y la Avenida de los Presidentes, y una de salida que parte de la calle Zapata y, con el nombre de Avenida Carlos Manuel de Céspedes, se extiende hasta el triángulo donde terminan las edificaciones del Consejo de Estado y de Ministros y del Comité Central —originalmente construidas para albergar el Palacio de Justicia—, donde se incorpora a la Avenida de la Independencia o de Rancho Boyeros. Ambas vías tienen seis carriles, con un separador central arbolado en algunos tramos. En este sector se encuentra la sala polivalente Ramón Fonst, edificada en 1991 para los XI Juegos Panamericanos, diseñada para la práctica del voleibol, con una bolera y un Museo del Deporte. Debido a la baja calidad de algunos de los materiales empleados, lo apresurado de su construcción y la falta de mantenimientos y reparaciones, la edificación se haya en estado deplorable. Frente a ella, en la calle Bruzón, está el que fuera famoso Club Shangri La y a continuación, construida durante el gobierno del Dr. Carlos Prío Socarrás, la Terminal de Ómnibus, magnífica edificación obra de los arquitectos Moenck y Quintana que, aunque sometida a múltiples modificaciones y aquejada también de falta de mantenimiento, aún se mantiene en pie. En la esquina con la Avenida 20 de mayo, la terminal posee una escultura del maestro Gelabert dedicada al transporte. Después de cruzar esta avenida, aparece un parque en la manzana donde en los años 70 se comenzó a construir el que sería, según la prensa oficialista, "el edificio más alto de Cuba", malogrado por dificultades con el proyecto, falta de recursos económicos y un extraño incendio, cuando tenía tres pisos bajo el nivel de la calle y dos sobre esta, siendo todos demolidos.
Enfrente, el edificio del Ministerio de Comunicaciones, obra del arquitecto Ernesto Gómez Sampera, que fuera el segundo edificio terminado en la Plaza, con nueve plantas y un basamento, con sus parqueos y jardines originales cerrados al público, así como uno de sus accesos. Posee un mural interior de R. Radillo, alusivo al desarrollo de las comunicaciones a través de la historia, que presenta signos de deterioro. Posteriormente se instaló la silueta en hierro del rostro de Camilo Cienfuegos con su sombrero alón en una pared artificial adosada a los ventanales que dan a la Plaza, reduciendo la iluminación natural y ventilación. Frente a una desértica explanada de la Plaza, se alza el edificio de la Biblioteca Nacional José Martí, obra de los arquitectos Govantes y Cabarrocas, terminado en 1957. El proyecto de este edificio fue concebido para un monumento a José Martí de tipo funcional, obteniendo el segundo lugar en el concurso organizado con ese objetivo. Paradójicamente, el monumento erigido fue el que obtuvo el tercer lugar, con algunos cambios, no habiéndose erigido el que obtuvo el primero, original de los artistas Sicre y Maza. La biblioteca es una edificación con alta calidad en su ejecución y un diseño ponderado y preciso, estando su vestíbulo rematado por un lucernario de vidrios policromados que contiene, en una representación estilizada, las diversas ramas del conocimiento humano. Cruzando la Avenida 19 de Mayo, aparece el edificio del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), construido originalmente para albergar el Ayuntamiento de La Habana, obra también de los arquitectos Govantes y Cabarrocas, con 24 pisos —siendo el más alto de los construidos en la Plaza—, sótano, basamento y una torre de 18 pisos. Sus fachadas poseen una trama sobrepuesta de finos quiebrasoles de hormigón, habiendo sido su solución estructural novedosa para la época. Enfrente queda el edificio ocupado por el Consejo de Estado y de Ministros y el Comité Central del Partido Comunista, que fuera diseñado originalmente como sede del Palacio de Justicia, obra del arquitecto José Pérez Benitoa, terminado en 1957. Es el más bello de todos los edificios de la Plaza, aunque atenta contra él su incorrecta ubicación demasiado cerca del monumento a Martí, así como que obstruye por completo la perspectiva de la Plaza y del monumento, desde el segundo y más hermoso tramo de la Avenida. La edificación extiende desde la Avenida de Rancho Boyeros hasta la Avenida Carlos Manuel de Céspedes, y tiene una superficie de fabricación de 72.000 metros cuadrados, ocupando un perímetro de un kilómetro cuadrado. Está compuesto por tres cuerpos unidos por amplias galerías, que fueron previstos: el cuerpo central, con nueve pisos, para el Tribunal Supremo de Justicia con su Fiscalía, el de la derecha, de siete pisos, para la Audiencia Provincial de La Habana con su Fiscalía y el de la izquierda, también de siete pisos, para los Juzgados Municipales de Primera Instancia y de Instrucción y para el Tribunal Electoral.
En el sector de la Avenida Carlos Manuel de Céspedes se encuentran el edificio actual del Ministerio de la Construcción, que fuera anteriormente del Ministerio de Obras Públicas, con su magnífico y bien cuidado terreno de béisbol anexo, y el construido como sede del Tribunal de Cuentas, obra de los arquitectos Aquiles Capablanca y José Fornés, que fuera el primer edificio terminado de la Plaza en 1953, con un mural interior de Amelia Peláez y una escultura exterior de Domingo Ravenet. Ocupado inicialmente por el Ministerio de Industrias, después pasó a ser ocupado por el Ministerio del Interior, agregándole un edificio anexo casi igual al original. Desde hace años se le instaló en su fachada una silueta en hierro del rostro de Che Guevara. Frente a la Plaza se halla el edificio del Teatro Nacional, obra de los arquitectos Nicolás Arroyo y Gabriela Menéndez, terminado en 1958, el cual posee dos salas: la Avellaneda con 2.500 localidades y la Covarrubias con 800. Además, un café cantante, una sala teatral en un piso superior, amplios jardines y parqueos y algunas interesantes esculturas. A continuación del MINFAR, convertido en parqueo y huerto agrícola, se encuentra el terreno de béisbol que perteneciera a la revista Bohemia, así como el edificio de la misma, ocupado hoy por ella y por la revista Verde Olivo y, en los que fueran sus talleres, por la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. A partir de aquí, al unírsele la Avenida Carlos Manuel de Céspedes, Boyeros se amplia a diez carriles, teniendo dos con separador en cada lado, y seis centrales con un ancho paseo sembrado de palmas reales. Más adelante, en la acera opuesta, el edificio que perteneciera al Retiro del Abogado, construido en 1956, obra de Aníbal Flores Jenkins, donde se encuentra la Dirección Nacional de la Policía Nacional Revolucionaria, con su inmenso parqueo cercado, utilizando las balaustradas de cemento tan en boga en la extendida moda kitsch que afea la ciudad. Después puede encontrarse el Tribunal Supremo, en los locales cedidos por el voluminoso edificio del Ministerio de Transportes, construido en 1961, obra de José Gelabert y Rosa Navia. Cruzando Tulipán, instalaciones pertenecientes al Ministerio de la Agricultura, y ya en la calle Conill, el gigantesco edificio de ese ministerio, demasiado grande para una agricultura tan improductiva e ineficiente. En la acera de enfrente, algunos edificios de apartamentos ocupados por organismos gubernamentales o inquilinos, y el que fuera moderno colegio de los Hermanos Maristas, convertido en un Instituto Politécnico. En el entronque con la Calzada de Ayestarán hay un garaje Cupet. En la otra acera, un parqueo de taxis y los Talleres de Ciénaga, pertenecientes a los ferrocarriles, que continúan después de cruzar el entronque de las Calzadas del Cerro y de Puentes Grandes. Luego, el Instituto de Medicina Legal de la ciudad, hasta alcanzar la rotonda de la Fuente Luminosa, el antiguamente
denominado popularmente "Bidet de Paulina", por la famosa cuñada del presidente Ramón Grau San Martín, quien gobernara entre 1944 y 1948. Cruzando la rotonda, ahora con un separador central hecho de piezas prefabricadas de hormigón que se extiende hasta la vía de acceso a las terminales aéreas 2 y 3, aparecen las instalaciones de la Ciudad Deportiva, de hermosa y audaz arquitectura, construidas durante la década de los 50, que ocupan 25 hectáreas y llegan hasta la Avenida de Santa Catalina y más allá. Entre sus instalaciones llama la atención el Coliseo, que fuera construido en 1957 por los arquitectos Arroyo y Menéndez y su estructura por Welton Becket y Asociados. Consta de planta circular con un diámetro exterior de 103 metros, cubierta por una cúpula de hormigón armado de 88 metros de luz sin apoyo interior alguno, con basamento y tres pisos superiores a los que se accede por rampas. Enfrente se encuentra la cafetería El Rodeo, convertida en una pizzería y en un club denominado El Rincón de Barbarito Diez, y el arbolado de parte del Bosque de La Habana. En Santa Catalina existe un garaje Cupet y, enfrente, una cafetería que anteriormente era un agradable autoservicio. A continuación, la Avenida de Rancho Boyeros se vuelve poco poblada, con espacios donde existen algunas instalaciones industriales y de materiales de la construcción, como la antigua Concretera Nacional y, ya en calle 100, después de la vía férrea, el edificio de la firma cigarrera Regalías El Cuño y el de Los Pinos Nuevos, antes famosa panadería hoy convertida en una pizzería, separados por el elevado que cruza la avenida. Un poco más adelante, el famoso y hoy venido a menos Reloj Club. Después vienen el cruce de Capdevila, con las instalaciones pertenecientes a la Empresa Eléctrica, la fábrica de pastas comestibles La Pasiega, establecimientos dedicados a la industria mecánica y la fábrica de los helados Coppelia, que anteriormente fuera de los helados San Bernardo. Luego, en Río Verde, el Río Cristal Club, con sus mosaicos de Talavera representando escenas de El Quijote, el castillo de Cenicienta y sus magníficos jardines a la orilla del río Almendares. Anteriormente, enfrente se encontraba un Picken Chickencon autoservicio, que se anunciaba con un enorme huevo iluminado, situado en una torre elevada, el cual desapareció. Un poco más adelante, la carretera que conduce al Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, durante años llamada Ciudad Universitaria, la conocida CUJAE. A continuación, el reparto Fontanar, donde a su entrada, al frente del supermercado, existió un alto pino de los llamados "siete pisos", que en Navidad se adornaba con luces de colores, siendo visible desde gran distancia. Unos cientos de metros más adelante, la avenida se estrecha y aparece el Hospital Siquiátrico de Mazorra, así como las casas de una y dos plantas del poblado del mismo nombre, hasta llegar al reparto Panamerican, junto
al cual se encuentra la avenida de acceso a las terminales 2 y 3 del aeropuerto y, enfrente, las antiguas instalaciones de la empresa Segere, que se dedicaba a construir equipos de refrigeración para comercios y empresas. Cruzando la vía férrea, en el entronque con la carretera de Bejucal, aparece el cine Lutgardita, ahora denominado Sierra Maestra, las instalaciones del antiguo Instituto Técnico Industrial, construido en 1928 por los arquitectos Govantes y Cabarrocas, de estilo neocolonial con ascendencia mexicana, cuya composición general se desarrolla en torno a un patio central porticado, al que da acceso un arco que se repite al fondo, para dar paso al bloque de talleres. Sobre el primer arco, y alternando con las ventanas, se emplazan cuatro estatuas que aluden al trabajo y a los oficios y, sobre ellas, la línea de la cornisa se enfatiza con una sucesión de gárgolas con forma de cabeza de dragón. Posee profusión de vidrios de colores, extensas cubiertas de tejas y torneados balaustres de madera. Actualmente está convertido en un Instituto Politécnico. Enfrente se encuentra el Recinto Ferial Rancho Boyeros, antigua Feria de Rancho Boyeros, donde se exponían valiosos ejemplares de nuestra riqueza ganadera y avícola, equipos mecánicos agrícolas y se realizaban rodeos y otras actividades vinculadas a esta esfera productiva, representando un espacio de entretenimiento para las familias. A partir de aquí, la Avenida de la Independencia o de Rancho Boyeros cambia de nombre, y recibe el de Avenida de los Mártires de la Independencia, la cual se extiende hasta Santiago de las Vegas. La Avenida de Rancho Boyeros, debido principalmente al tránsito generado por el aeropuerto, se mantiene en buenas condiciones y bien iluminada de noche, así como reparados y pintados los establecimientos situados a lo largo de ella. ¿La razón? Constituye la primera visión directa que los visitantes reciben de la ciudad, y las autoridades gubernamentales son adictas a la propaganda. En años anteriores, cuando parecía que se iba a producir una apertura económica con inversiones extranjeras en empresas mixtas, y comenzaron a aparecer en los comercios productos de reconocidas marcas internacionales, se pobló de vallas anunciando los mismos. Sin embargo, la alegría duró muy poco: estas fueron rápidamente sustituidas por vallas con consignas y propaganda política, las cuales se mantienen hasta el día de hoy.
La avenida 26
La Avenida 26 comienza en su intersección con la calle 23, siendo la ampliación de la calle 26 de El Vedado, que nace en la zona de los túneles. Termina en la Calle Almendares, frente a la plazoleta donde se encuentra la Fuente Luminosa, en la Avenida de Rancho Boyeros. Atraviesa los repartos Nuevo Vedado —del cual es su arteria principal— y Aldecoa. Su trazado, bajo el gobierno del doctor Ramón Grau San Martín, se debe a su ministro de Obras Públicas —que era su primo— el ingeniero José San Martín, a quien se debe también el inicio de la construcción de la Vía Blanca, la inauguración del Parque Zoológico y del Jardín Botánico de la ciudad, la edificación del denominado Barrio Obrero y del Instituto de Segunda Enseñanza de La Víbora, así como la creación del reparto Altahabana, entre muchas otras obras. Por su adicción a construir plazoletas, entre ellas la de Agua Dulce, la de la Virgen del Camino y la de la Fuente Luminosa, sus adversarios políticos apodaban a José San Martín "Pepe Plazoleta". La avenida fue mejorada y embellecida durante los posteriores gobiernos republicanos, mediante la siembra de adelfas rosadas en su separador central, las cuales fueron eliminadas después de 1959, bajo el pretexto de que dificultaban la visibilidad de los conductores de vehículos al realizar giros hacia su izquierda, siendo sustituidas por un ralo césped hasta nuestros días. Algo similar ocurrió con las decenas de árboles de majagua amarilla y roja, que existían a ambos lados de la misma, sembrados en rectángulos de tierra abiertos en las anchas aceras, que daban sombra y oxigenaban el aire. Desaparecidos más de doscientos, derribados unos por los fuertes vientos en época de huracanes, otros por accidentes del tránsito y muchos por la tala de vecinos frente a sus viviendas, y nunca restituidos, los rectángulos vacíos, con viejos tocones o sellados con cemento, existentes de trecho en trecho a lo largo de la avenida, desde donde comienza hasta donde termina, resultan testigos mudos de la debacle. Donde comienza, en la calle 23, a la derecha, en el número 358, se encuentra la tienda Danubio, con una oficina de la Western Union en su sótano, una escuela particular de instrucción de las regulaciones del tránsito para aspirantes a choferes. Siguen varios pequeños comercios de cuentapropistas instalados en los garajes de un edificio aledaño, edificios de apartamentos con una farmacia y una bodega deprimentes en sus bajos. Luego, el círculo infantil "Amiguitos de Polonia", remanente de cuando ese país era nuestro hermano socialista; una ponchera y la tienda TRD Amistad, ya al llegar al semáforo de la calle Zapata. En la acera izquierda, partiendo también de la calle 23, existe la cafetería 26 y 23; viviendas con sus portales dedicados a la venta de grabaciones en
DVD y CD y artículos para el hogar; una pequeña dulcería y una cafetería particulares. A continuación, después de un solar yermo donde existieron una bodega y una carnicería que se derrumbaron, están las conocidas "casitas de Kohly", desde el número 451 hasta el 489; una vieja construcción corrida con paredes de mampostería y techos de madera y tejas francesas, que ocupa toda una manzana con calle interior incluida, donde viven decenas de familias en espacios rectangulares reducidos, muchas de los cuales han instalado pequeños comercios en los minúsculos portales que dan a la avenida. Y en la esquina de la calle Zapata, en los bajos de un edificio de tres pisos en forma de puente de mando de un barco, abre sus puertas la cafetería-restaurante El Viso, que en una época pretérita ofertara, previa una larga espera, las hamburguesas bautizadas popularmente como McCastro, acompañadas de un refresco a granel de cola, con su mercado anexo. Después de Zapata, por esta misma acera, queda la dulcería Serviliana, que ofertaba exquisitos dulces, ahora dedicada a la venta de caramelos, bombones y panes especiales en CUC. Donde actualmente se encuentra la cafetería y minimercado El Rápido, pintado de rojo y totalmente enrejado, existió durante un tiempo una cafetería que, además de cigarros y tabacos, ofertaba helado de sabor obligado hasta que se agotara el galón del cual se extraía, que era cuando se abría otro, que podía ser diferente. A continuación, vienen los edificios que una vez fueron viviendas del actual presidente Raúl Castro y su familia, más sus allegados y guarnición, con la calle de desvío de acceso a Zapata aún cerrada al tránsito vehicular, habitados por sus descendientes. Se encuentra luego el Laboratorio Central de Calidad y grandes almacenes de Comercio Interior. En la acera de enfrente se encuentra un garaje en desuso, que anteriormente prestaba servicio exclusivo a los inquilinos de los edificios anteriores. Está luego el Cementerio Chino; dos edificios de vivienda, en los bajos de uno de los cuales estuvo la peluquería Diadema, durante años en estado ruinoso, y hoy en manos de cuentapropistas con el nombre de Salón Europa; el taller de propaganda gráfica del Partido Provincial, donde se plantea en grandes letras rojas "Rescatar el orden, la disciplina y la exigencia", algo muy difícil de lograr después de tantos años perdidos; una empresa mixta denominada Thunder Container Shipping L.T.D. y la tienda Todo Color, dedicada actualmente a la venta de productos de las industrias locales y ropa reciclada. Más adelante, edificios de apartamentos con un banco en los bajos, y el parque y el cine Acapulco, uno frente al otro, el primero con un antiestético busto y pirámide dedicados a Ho Chi Minh, el cual no tiene absolutamente nada que ver con el diseño del parque, y el segundo casi siempre vacío, por su defectuoso sistema de aire acondicionado y presentar filmes ya vistos en DVD por la población, con una sala de video anexa, también vacía.
A continuación, un taller de mecánica con ómnibus en estado de abandono; el aire libre conocido popularmente como Hermanos al Rescate, por ofertar sus productos en moneda nacional; la cafetería Di Tú, con ofertas en CUC; el edificio ocupado por el Comité Militar Provincial; una construcción de los años 50 con un muro kitsch tan de moda, seguido por un Joven Club de Computación, también con su muro kitsch y, ya en la esquina de la Calle 41, una vivienda particular con un patio con árboles de mango, que constituyen una tentación para los transeúntes y un dolor de cabeza para sus propietarios. En la acera de enfrente, junto al parque Acapulco, en lo que fuera el edificio de Pasta Gravi, el Centro Provincial de Proyectos de Arquitectura y, cruzando la Avenida Kohly, cuyo separador una vez estuvo sembrado de adelfas blancas y hoy solamente tiene césped, el garaje Acapulco con tres dueños a falta de uno: el abastecimiento de combustibles pertenece a la empresa Cupet; la cafetería, que fuera sucesivamente tienda de accesorios automotrices, oficina del garaje, Le Pain de París y ahora Dulcinea, pertenece a la Empresa Palmares; y la plantas de engrase y fregado, más la ponchera, el servicio de aire y el local del taller de mecánica pertenecen al Poder Popular, el cual los tiene arrendados a particulares, quienes prestan sus servicios resolviendo por su cuenta los materiales que necesitan, así como reparando, también por su cuenta, los medios que emplean. A continuación viene la cafetería particular Ven; la cremería-café-snack bar Piccolina; una farmacia mal abastecida, con pésima atención y exceso de trabajadoras; el agromercado que primero fue de productos normados, después estatal, posteriormente con tarimas particulares, después nuevamente estatal y ahora una cooperativa; y el antiguo Minimax, convertido en un mercado de productos normados y liberados, oscuro, sin aire acondicionado ni ventiladores y antihigiénico, al cual se le han adosado en sus espacios originales una caja de cambio y una panadería, que tiene el original nombre de "Siempre es 26", que oferta pan normado y por la libre. En la esquina, frente al mercado, en la que fuera vivienda de los dueños de la Vaquería Paredes, primero de madera y después de mampostería, ampliado el local, radica la empresa Cuba Control. Cruzando la calle Conill se encuentra el desactivado garaje La Loma, cuya oficina se ha convertido en una pequeña tienda TRD, y sus plantas de fregado y engrase y la ponchera funcionan por la misma variante que las del Acapulco. Más adelante, un edificio de viviendas, en cuyos bajos hace tiempo estuvo la emisora Radio Metropolitana; uno de micro brigadas y, en la esquina, la casa que fuera el estudio de Begoña López, construida en 1956, obra de Joaquín Cristofol y Alberto Menéndez Dupuy, antes abierta y hoy enrejada.
En la acera de enfrente, a partir de la calle 41, queda la empresa de muebles Dujo y un terreno baldío con césped y árboles. A partir de este, el alto muro de cemento que se extiende hasta la calle de servicios y continúa, como patio, hasta la calle 30, pertenecientes a las edificaciones existentes en el lugar. En el número 952 está el local que ocupara la peletería Nuevo Vedado, arrendado ahora al Estado para una barbería y peluquería particulares con aire acondicionado y buenos servicios. Le sigue otra pequeña tienda TRD, y el local donde estuviera un minirestaurante estatal perteneciente a una cadena denominada Doña Julia, ocupado por una oficina de la policía perteneciente a Puentes Grandes. Enfrente hay una gran residencia con altas rejas de hierro forjado, dos edificios de apartamentos, un Minimax venido a menos, sucio, desabastecido y oscuro, y la oficina de correos. Después, un grupo de viviendas hasta llegar al Parque Zoológico, que ocupa todo el terreno comprendido entre la Avenida 26 por el frente, con el famoso conjunto escultórico de la familia de venados erigido a su entrada, obra de Rita Longa, las calles 26 y Almendares por el fondo, y las calles 47 y Santa Teresa por los laterales. Este parque fue de diseño tan avanzado en la década de los 40, cuando fue construido, que, aún hoy, a pesar del deterioro, del descuido y de la destrucción de muchas instalaciones y de las áreas verdes, así como de los pocos animales que exhibe, carente de los kioscos y de las cafeterías que lo caracterizaron, llama la atención de quienes se atreven a visitarlo. Y desde hace algún tiempo, parece encontrarse en un lento proceso de rehabilitación. En la acera opuesta, partiendo de la calle 32, se alza una magnífica residencia; un terreno preparado con aspilleras para la denominada Guerra de Todo el Pueblo; el edificio que fuera de un banco, ocupado ahora por la dirección de las cajas de cambio; algunas viviendas y, en el número 1106, el cabaret Barbaram, con su actual Pepito's Bar. A continuación, las instalaciones de la empresa de transporte turístico Vía Azul, con la oficina de Etecsa, el mercado y la cafetería circular. Anteriormente, en gran parte del área que hoy ocupan estas instalaciones, se encontraba el paradero de las rutas 26 y 27 de los Ómnibus Aliados. Después, la Cafetería 26, de reciente reinauguración, más viviendas con algunos espacios dedicados a pequeños comercios de servicios gastronómicos, entre ellos uno denominado La Burguer, hasta llegar a la Calzada de Puentes Grandes. En la acera de enfrente, a partir de la calle Santa Teresa, el antiguo servicentro El Zoológico, desactivado y utilizado parte de su local como ponchera. Luego, viviendas con espacios dedicados a pequeños comercios; el agromercado de 26 y Santa María; la dulcería y panadería Bambí, que oferta panes, dulces y refrescos. Detrás, el local desactivado del antiguo
tostadero de café, trasladado fuera de la ciudad, debido a serle imposible a las autoridades eliminar el mercado negro de café que florecía en sus alrededores, y el nuevo centro comercial Puentes Grandes, edificado en el espacio que ocupaba la antigua fábrica de toallas Telva, de la cual se ha restaurado su fachada original por la Calzada de Puentes Grandes. Cruzando esta calzada aparecen, por esta acera, una cafetería, las instalaciones del Centro de Investigación y Desarrollo de Medicamentos (CIDEM), la clínica estomatológica Puentes Grandes, la línea del ferrocarril del tren que conduce al poblado de Batabanó y el fin de la avenida. En la acera de enfrente, un edificio ocupado por fanáticos del equipo de béisbol Industriales, con una letra "I" blanca sobre fondo azul; un Di Tú; la carretera de entrada al Complejo de Pelota Vasca y las instalaciones bastante deterioradas de los hospitales Nefrológico y Clínico Quirúrgico Joaquín Albarrán, este último conocido popularmente como Sala 8, por la famosa película del mismo nombre, debido a la cantidad de pacientes que envía hacia la otra vida. La Avenida 26, a pesar de la carencia de árboles en sus aceras y de flores en su separador central, así como afectada por múltiples indisciplinas arquitectónicas, se mantiene como una de las mejores avenidas de la ciudad. En sus calles aledañas han surgido importantes comercios particulares como los restaurantes El Balcón, La Rosa Negra, La Casa y Habitanía, las dulcerías Daysi y Doña Shuly y la cafetería Wiro's. Todos sus vecinos esperan que los nuevos vientos que comienzan a soplar, le restituyan su anterior esplendor.
La avenida de los flamboyanes
La Avenida de Santa Catalina se extiende entre la Calzada de Jesús del Monte, oficialmente denominada Calzada de Diez de Octubre, y la Avenida de Rancho Boyeros, oficialmente denominada Avenida de la Independencia. Es una avenida construida sobre un camino que salía de la Calzada de Jesús del Monte, corta, moderna, desarrollada principalmente durante los años de la República, que atraviesa una zona fundamentalmente residencial, con comercios e instalaciones de servicio de diferente designación, establecidos para satisfacer las necesidades de sus habitantes, que pertenecían en su mayoría a la clase media. A ambos lados les sembraron flamboyanes que, en su momento de máximo esplendor, al florecer, la encendían de rojo, mostrándola en toda su belleza. Hoy, muchos de los árboles han desaparecido por diversas causas, sin que se haya aplicado una política de restauración y protección, existiendo tramos desiertos que la afean. Aún así, Santa Catalina continúa siendo una vía agradable y sombreada, de las pocas que existen en la ciudad. En su inicio atraviesa los repartos de La Víbora y Mendoza y, hacia su final, el Casino Deportivo, San Leonardo, Santa Catalina y Palatino. En el sector comprendido entre la Calzada de Jesús del Monte y Juan Delgado se encuentra, en el número 53, el local del antiguo cine Alameda, que fuera uno de los cines de estreno, con su escalinata, en uno de cuyos laterales existió un Tropicream, hoy convertido en una heladería, que era lugar de convergencia obligada de los cinéfilos y de los estudiantes de los cercanos Instituto Edison, Instituto de Segunda Enseñanza de La Víbora y de los colegios de los Hermanos Maristas, Nuestra Señora de Lourdes y otros, al terminar las clases. Existía también un minimercado denominado La Copa; en el número 56 la antigua dulcería Franser, transformada hoy en una cafetería, dulcería y panadería Silvayn, aunque mantiene también su nombre original. Allí estaban el comando 4 de los bomberos, el garaje Alameda, el policlínico Luis Pasteur, las instalaciones del antiguo colegio Nuestra Señora de Lourdes, funcionando hoy en ellas una escuela y, en el que fuera su patio, un círculo infantil. En el número 265 abre sus puertas una funeraria; viene luego la cafetería El Niágara, que da para la calle Juan Delgado y, en el número 502, el cine Santa Catalina, hoy convertido en el teatro infantil La Edad de Oro, más una pizzería adjunta denominada El Fiore, donde estuvo la cafetería original del cine. En el sector comprendido entre Juan Delgado y la Calzada de Vento, en el cruce de la Avenida Mayía Rodríguez, se encuentra el garaje Novedades,
convertido actualmente en una cooperativa experimental y, en su esquina, una minitienda Panamericana, la tienda en CUC Mekong y la iglesia de San Juan Bosco, con su elevada torre y campanario, casi al llegar a la calle Goss. Más adelante, ya en el cruce con la Calzada de Vento, se alzan los locales bastante deteriorados de las antiguas posadas que existían en el lugar. En el sector comprendido entre la Calzada de Vento y la Avenida de Rancho Boyeros, otro mercado en CUC, un garaje Cupet y, en el número 930, la antigua fábrica de la Coca-Cola, hoy denominada Embotelladora Metropolitana, donde a través de sus ventanales de cristal se podía observar todo el proceso de embotellamiento y que, después de nacionalizada, se dedicó durante un tiempo a fabricar el intragable refresco Son, y ahora produce refrescos que se venden en CUP, de inferior calidad a los de la otra moneda. Cerrando la Calzada de Palatino, ocupa una gran extensión de terreno, aunque oculta por los árboles que la rodean, la Quinta Las Delicias, la llamada Finca de los Monos, por la abundancia que existió de ellos en la misma, que fuera propiedad de la benefactora patriota Rosalía Abreu Arencibia, hermana de la también benefactora patriota e importante figura cubana Marta Abreu. Construida en 1906, obra de Charles B. Brian, la mansión rememora la arquitectura de un castillo francés de la región del Loira, aunque los enormes techos de fuertes pendientes del proyecto original fueron eliminados en la versión definitiva, por un pretil almenado, más parecido a la arquitectura militar, que la acerca a un castillo. En el vestíbulo la mansión poseía murales realizados por Armando Menocal, uno de los cuales desapareció. De interés resultan los decorados de algunos techos, un salón neomorisco y los jardines con glorietas y una capilla neogótica. Hoy funciona en la Quinta un Palacio de Pioneros, en cuyas instalaciones se alojan estos y realizan acampadas en los espacios abiertos. En la esquina de Palatino y Santa Catalina, hace tiempo que se instaló un centro de recreación del sector de la construcción con abundancia de bebidas alcohólicas y música estridente, el cual por suerte se encuentra cerrado. Un poco más adelante, en el número 1.141, se encontraba la cremería y dulcería Ward, cafetería donde se ofertaban sabrosos helados, acompañados de exquisitos dulces, en un ambiente agradable y con magnífica atención, hoy convertida en una heladería más, con productos de baja calidad y peor servicio. A continuación, ocupando ambos lados de la avenida, parte de las instalaciones de la Ciudad Deportiva, incluyendo las naves dedicadas a la industria deportiva Batos, las instalaciones de la denominada Universidad del Deporte Comandante Manuel Fajardo y áreas y terrenos deportivos. Al final, en la esquina con la Avenida Boyeros, hay un servicentro Cupet.
La mayoría de las viviendas construidas a lo largo de Santa Catalina son casas elegantes de mampostería, con jardines y grandes portales, así como en los últimos años de la República, algunos edificios de tres, cuatro o cinco pisos, con terrazas o balcones. En general, el entorno de la misma es agradable. Algunas edificaciones han sido maltratadas por el tiempo y por la falta de mantenimientos y reparaciones, estando ocupadas por familias que no fueron sus propietarias originales. Otras han sido reparadas y conservan su belleza. Santa Catalina, por suerte, parece no haber sido contagiada hasta ahora por la ola de arquitectura kitsch, que ha invadido otras vías de la ciudad. La avenida se mantiene en bastante buen estado para la circulación de vehículos automotores, aunque no así las calles secundarias que la atraviesan, las cuales han perdido su capa asfáltica y parte de su base de hormigón, acumulando abundantes baches de todo tipo que las hacen prácticamente intransitables. La avenida, al igual que los repartos que atraviesa, confían en la llegada de tiempos mejores.
ÍNDICE
La calzada más extensa
7
Entre Toyo y la Virgen del Camino
10
La calzada de Infanta
13
Una avenida sin presidentes
15
De paseo por Paseo
18
Una avenida con muchos nombres
21
La calzada de las ruinas
25
Galiano, la calle más elegante
29
El Paseo del Prado
35
Una calzada con muletas
40
Una reina sin corona
43
Monte, la calle más popular
46
La avenida donde el rey se mantiene
49
La calzada triste
53
San Rafael, otra calle elegante
56
Neptuno, otra calle comercial
61
La calle Línea
64
Una calle señorial
68
Zanja, corazón del barrio chino
73
La calle de los polacos y los retazos
79
Una calle con swing
83
De calle de los obispos a de los pesos convertibles
88
O´Reilly, una calle del Distrito Bancario
94
Tacón y Oficios
99
Dos calles en una misma avenida
106
La 5ta Avenida
112
La avenida de ida y vuelta
117
La avenida 26
122
La avenida de los flamboyanes
127