Manuel Zapata Olivella. El árbol brujo

September 6, 2017 | Author: mibiqui | Category: Colombia, Philosophical Realism, Miscegenation, Homo Sapiens, Reality
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Descripción: Escritos del pensador afrocolombiano...

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L A R B O L B R U J O D E L A L I B E R T A D Á f r i c a en C o l o m b i a Orígenes - TransculturaciónPresencia E N S A Y O H I S T Ó R I C O M Í T I C O

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L A R B O L B R U J O D E L A L I B E R T A D Á f r i c a en C o l o m b i a Orígenes - TransculturaciónPresencia E N S A Y O H I S T Ó R I C O M Í T I C O

P R E S E N TA C I Ó N Y S E L E C I Ó N WILLIAM MINA ARAGÓN

Portada: Benkos Bioho.Estatua Palenque de San Basilio. Selección: Ph.D. William Mina Aragón. Diagramación: Unidad de Artes Gráficas, Facultad de Humanidades, Universidad del Valle. El árbol brujo de la libertad Manuel Zapata Olivella © De esta edición: Universidad del Valle Universidad de Cartagena © Herederos de Manuel Zapata Olivella ISBN: 958-670 Diagramación e Impresión: Unidad de Artes Gráficas de la Facultad de Humanidades - Universidad del Valle Edificio 385 tel. 321 21 14 LEGALIDAD

Todos los derechos han sido reservados por Edelma Zapata ante la Dirección Nacional de Derechos de Autor, 2009©. Cualquier uso del material sin la aquiescencia por escrito del autor, incurrirá en las sanciones prescritas por la legislación colombiana sobre propiedad intelectual [ley 599 de 2000; Carta Política, art. 61, Código Penal, arts. 257, 270, 271 y 272]. Santiago de Cali, septiembre de 2011

INDICE GENERAL P R I M E R A PA RT E

PRESENTACIÓN. PENSAMIENTO, MESTIZAJE E IMAGINACIÓN POLÍTICA

13

INTRODUCCIÓN A LOS EKOBIOS Y HERMANOS DE TODZAS LAS ETNIAS

21

EL ÁRBOL DE LA PALABRA

23

CAPÍTULO PRIMERO Génesis de las culturas africanas. Iniciación a la Mitología Africana

25

Odumare crea el universo, Orichas y hombres

27

Los Orichas protectores del Muntú en el exilio

29

Pausa de meditación

31

Los Orichas del amor y de la familia

32

Kulonda, pacto entre los vivos y los difuntos

35

CAPÍTULO SEGUNDO AHORA HABLA LA CIENCIA África, Cuna del Homo sapiens La Historia Maravillosa de la Tierra y de la Vida Partida de Nacimiento del Hombre

39 39 40

Acta Final

43

La Diáspora Genésica Africana

44

CAPÍTULO TERCERO LO QUE DICE LA HISTORIA Palabras para lavar oscuridades

47

La fabulosa Timbuctú

48

Egipto, la primera civilización

49



Las Pirámides

50



El comercio con los reinos negroafricanos

51



La religión

51



El influjo cultural

50

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Los esplendorosos reinos sudaneses

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Nubia

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Kush

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Axum

55



Ghana, emporio dorado

55



Malí

56



Identidad de las llamadas «Piezas de Indias»

57



El sentimiento religioso

58

CAPÍTULO CUARTO CIVILIZACION BANTU EN LA VIEJA CASA Reinos de Manikongo, Angola y Monomotapa

62

Pasado arcaico y contemporaneidad

62

Los Bantú y su cultura

63

Genealogía ancestral africana

64

El gran salto a la civilización

66

Idioma y religión

67

CAPÍTULO QUINTO LOS BABALAOS DE LA RESISTENCIA Las bodegas iluminadas

69

La guerra contra la cacería

70

Las casas de los muertos

72

Las bodegas iluminadas del exilio

73

Etnias y culturas

74



Cultura Bantú

75



Cultura Yoruba

75



Cultura Carabalí-Bantú

76



Cultura Ewe-Fon

76



Cultura Fanti-Ashanti

77



Cultura Berberisca

77



Culturas Guineanas

77



Cultura Morisca

78 6

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SEGUNDA PARTE

EL ÁRBOL BRUJO DE LA LIBERTAD LA NUEVA CASA EN AMÉRICA ÁFRICA EN COLOMBIA Introduccion y generalidades

83

Reflexiones antropológicas

85

Leyes dinámicas de la cultura

87

Pedagogía desalienadora

90

Descolonización y concientización

91

La autoalienación

92

Literatura oral, canto y danza

93

¿Esclavitud o colonialismo?

94

El Colonialismo, nueva forma de trata

95

Los instrumentos de resistencia

97

El Culto a los Ancestros

97

La mujer y la familia

99

El Palenquero, lengua franca

100

CAPÍTULO PRIMERO LUMBALU PARA DESPERTAR AL REY BENKOS MEMORIA Y MITO Santo y seña

105

También los difuntos

106

¡«Benkos Rey! ¡Rey Benkos!»

106

Los mandatos del Rey Benkos

107

¡Domingo Criollo, Nuevo Rey!

108

CAPÍTULO SEGUNDO MEMORIA DE LOS ANCESTROS Los Abuelos afroespañoles

111

Griegos, romanos y vándalos

112

Aculturación berberisca

112 7

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Los padres libres reesclavizados

113

Los padres afroamerindios

116

Los Muiscas

117

La Gran Familia Multiétnica

119

Caribeños

120

Orientales

121

Oceánicos

121

Andinos

122

Surandinos

122

CAPÍTULO TERCERO PRIMEROS AFROAMERICANOS EN LLEGAR Alemanes y Africanos

125

Levantamientos, fugas y palenques

126

Los alemanes y la cimarronería

127

El sanguinario Alfínger

129

CAPÍTULO CUARTO LOS AFRICANOS EN LAS CONQUISTAS Y PRIMERAS FUNDACIONES

El africano siempre esgrimió herramientas y armas

134

Los primeros africanos en llegar

135

La historia invisible

136

La emboscada indígena que cambió el destino de una raza

138

Los abuelos africanos y el tesoro de los Quimbayas

140

Cartagena, el puerto insaciable

141

Las cifras fraudulentas

143

Un saludo a «Papá» Senghor

144

CAPÍTULO QUINTO LOS MÁRTIRES DE LA INQUISICIÓN «Por siempre esclavos de los etíopes»

147

Leer a Sandoval

149 8

E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

Claver, el practicante

151

Biografía del dolor

151

El terror del santo oficio

153

Catequesis católica y reinterpretación africana

157

Orichas y Babalaos

159

Bautismo y resistencia

164

CAPÍTULO SEXTO ENTRE LA CORONA Y LA IGLESIA El ideólogo de la mulatería rebelde

169

Esgrimiendo las Santas Escrituras

173

El exterminador de los palenques

174

La gran guerra de los Palenques

178

CAPÍTULO SÉPTIMO PALENQUE PRIMER TERRITORIO LIBRE DE AMÉRICA Pórtico histórico

183

Sociología de la trata en Cartagena de Indias

185

Africanos en Cartagena de Indias

187

El Rey Benkos, precursor de la emancipación

192

La crónica y el héroe

194

Captura y muerte del Rey Benkos

199

CAPÍTULO OCTAVO LA HERENCIA DEL REY BENKOS Domingo Criollo nuevo Rey del Palenque de Matuderé

206

Misioneros y Palenques

207

Matuderé, «Palenque de los Minas»

209

El asalto

211

El día execrable

214

Aclaraciones obligantes.

215

9

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TERCERA PARTE

MEMORIA Y RESISTENCIA CULTURAL CAPÍTULO PRIMERO ALIANZAS Y ALZAMIENTOS AFROINDÍGENAS EN EL OCCIDENTE COLOMBIANO

Memoria de los gentilicios africanos

221

Pervivencia de las sangres innominadas

223

Gentilicios africanos del occidente de Colombia

224

Cartagena , 22 de noviembre de 1792

230

CAPÍTULO SEGUNDO LLEGADA Y DISPERSIÓN DE LA DIÁSPORA Dialéctica de la endoculturación triétnica

234

Afro-raizales de San Andrés, Providencia y Santa Catalina

236

La población afro-raizal

238

Aculturación hispano-indígena

240

El mestizaje afro-hispano-indígena

242

Afros e indígenas en la sociedad colonial

243

CUARTA PARTE

INTERNACIONALIZACION DE LAS LUCHAS CIMARRONAS CAPÍTULO PRIMERO EL TEMPESTUOSO SIGLO XVIII El bumerang de los oprimidos contra el colonialismo

252

Nuevas alianzas y estrategias

255

El costo africano de las fortificaciones y asaltos

257

El estrangulamiento del comercio humano

259

CAPÍTULO SEGUNDO LA PIEZAS CADUCAS DEL COLONIALISMO Dolencias de las almas y los cuerpos

267

El «Código Negro» español

270 10

E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

El haitiano que pudo Cambiar la historia colombiana

272

CAPÍTULO TERCERO LA CULTURA DE LA EMANCIPACIÓN Desculturización africana

277

La alienación hispana poscolonial

279

CAPÍTULO CUARTO ENDOCULTURACIÓN Y RECREACIÓN AFROCOLOMBIANA Bailes y cantos afrocolombianos

281

Resistencia contra la satanización

281

La revolución comenzó en España

283

Navidad con tambores

284

Marimba y currulaos

285

CAPÍTULO QUINTO UNIVERSIDAD Y DIVERSIDAD AFROCOLOMBIANA Biotipos afrocolombianos

289

Presencia afrocaribeña

290

Memoria ancestral

290

Los chocoanos istmicos

291

CAPÍTULO SEXTO TRADICIÓN ORAL Y CONDUCTA AFROCOLOMBIANA Los cuentos de tío Rogerio

295



Origen de la raza blanca

297



Origen de los costeños

297



Del color de las razas

298

LOS CASTIGOS

299



De cómo pagan justos por pecadores

299



Lo negro como castigo

299



La sirena

300



La maldición de los animales

300

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LA MUERTE

301



Las vidas de los hombres

301



El pacto con la muerte

301



Origen de la muerte entre los hombres

302

HISTORIAS DEL SAPO

302



El sapo y el cangrejo

302



El sapo y la rana

303

CUENTOS DE ARAÑA •

303

Araña y tío Tigre

303

VIDA Y MILAGROS DE ANANCE •

304

Anancito Salva a Su Padre

304

PASATAS DE ÑEQUE O GUATÍN •

305

Batalla contra los tigres

305

ANDANZAS DE CONEJO Y TIGRE

306



El novillo

306



Las castañas

307

CUENTOS DE AMOR •

307

La lucha con el demonio

307

TANDA DE CUENTOS

308



La flor de lilolá

308



Peralta

309

ANEXOS

311

Eras geológicas y evolución de la vida

311

Hechos, personajes y fundaciones en tierra de los Caribes

311

Los albores de las repúblicas esclavistas

314

Isla de conspiradores

316

BIBLIOGRAFÍA

319

12

P Ċ ē Ę Ć Ē Ď Ċ ē ę Ĕ , M ESTIZAJE Ċ IĒĆČĎēĆĈĎŘē ĕĔđŃęĎĈĆ “Así, hay que convenir en que tanto por su permanencia a través de los trescientos años del coloniaje, como por su inmanencia a través de las generaciones negras que se sucedieron durante aquellos tres siglos, el de los negros cimarrones de los palenques de los arcabucos de Cartagena de Indias, es el único movimiento verdaderamente libertario hasta la Independencia de Colombia misma; movimiento cuyo espíritu precipitó la propia Declaración de Independencia absoluta de Cartagena el 11 de Noviembre de 1811.” Roberto Arrázola. Conquista y colonización implicaban presencia africana, fugas, levantamientos y palenques. Un nuevo fenómeno social de resistencia operado en el continente. Lo que queremos resaltar en este proceso es el origen de las causas sociales y económicas que conformaron un nuevo ideario de libertad, estrategias y luchas por la emancipación de la esclavitud y la formación de palenques, “territorios libres”, en la Nueva Granada y América. Manuel Zapata Olivella

M

anuel Zapata Olivella nació en Lorica, Córdoba, en 1920, marcado con el signo del mes creador por excelencia: marzo. El mes de García Márquez, William Ospina y Fernando Maclanil. Un año pleno de efemérides para las actividades artísticas, culturales y políticas de Zapata Olivella, pues, nos encontramos con que el jamaiquino Marcus Garvey, en Nueva York, lanzó la Declaración de los Pueblos Afros del Mundo; año en que también surgiría la “vanguardia artística” de lo que se denominaría el renacimiento negro de Harlem, término acuñado por Alain Locke.

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El mestizaje biológico que esgrimiría Zapata Olivella en su escritura, ya estaba presente en su familia, a través de “la rebelión de los genes”: españoles, africanos e indígenas componían el núcleo de su familia. Su pasión por el mestizaje cultural estuvo influenciado por el carácter de libre-pensador y autodidacta de su padre. Zapata Olivella daría muestra de su cultura mestiza a temprana edad. Estando en bachillerato ganó un concurso, con un ensayo intitulado “El Mestizaje Americano”, donde uno de los jurados sería uno de sus pedagogos en cuestiones de identidad: nos referimos a Jorge Artel. La pasión de viajar ha sido una constante en la vida de los filósofos y los artistas. Sabemos de Platón y de sus viajes a Siracusa, como consejero del joven Dión; sabemos de Descartes y su peregrinaje por Europa, en búsqueda de un principio absoluto del conocimiento humano; rememoramos las caminatas por el Extremo Oriente de Conrad; las cabalgatas por la India de Kipling; los viajes por rostros mestizos de Gauguin; los viajes musicales de Debussy Ravel y Faure, para componer su “Negrito”; no olvidamos las prosaicas aventuras por “Africa”, de Hughes y Wright. Cada uno de estos trotamundos emuló a Zapata Olivella, quien dice en uno de sus textos: “Me he dejado influir por las lecturas de Gorki, Istrati, London, y por ese otro vagabundo del Don Quijote, que no midió la realidad en ningún momento”. Como viajero, Zapata Olivella recorrió a pié Centroamérica; luego fue a Estados Unidos, en su búsqueda de alguna seña afro; posteriormente a Europa, con el grupo folclórico de su hermana Delia; y al Asia, a un encuentro sobre la paz, evento donde tuvo la ocasión de compartir con eminentes personajes, como Neruda, Amado, Gaitán Durán y Jorge Zalamea; y, finalmente, cabalgaría a la tierra madre, el Africa de los Ancestros, donde los Orichas le revelarían los secretos mágicos para escribir su obra magna: “Changó, el Gran Putas”. De estas caminatas espaciales, temporales y culturales, surgirían obras como “Pasión Vagabunda”, “He Visto la Noche” y “China 6:00 A.M.” En Estados Unidos, patria de Whitman, aunque fue discriminado, su estadía le permite enamorarse del jazz y conocer el arte y la literatura afronorteamericana, cuyo mensaje significativo ha sido el de 14

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abrirse brecha y dignificarse, en una sociedad que los ha invisibilizado y ha relegado el elemento creador afro a un plano insignificante. Aun cuando su presencia ha sido central para darle forma al mestizaje cultural afronorteamericano. Eso y no otra cosa es lo que han exaltado sus críticos literarios y los novelistas de ayer y de hoy. De la tradición afronorteamericana, Zapata Olivella ha heredado de Nat Turner, Frederick Douglas y Sojourner Truth, el espíritu antiservidumbre; de Dubois, la exaltación de la belleza afro sin temor ni vergüenza; de Malcom X, el espíritu de rebeldía; de Luther King, la convivencia humana; de Hughes, la pasión por la escritura; de Wright, la magia de la palabra, magia hecha realidad en los poemas de M’ckay, en la música de Robertson, en la literatura de Ralph Ellison. En sí, él, como heredero del nacionalismo afronorteamericano, ha recibido de sus principales líderes políticos, su valor y responsabilidad para ser fiel a los mandatos y exigencias del Muntú: Luchar incansablemente por la libertad. El itinerario de Zapata Olivella no ha sido sólo físico, sino también literario y cultural. No ha sido en vano que él haya peregrinado por disciplinas tan disímiles, pues, con su sabiduría universal ha sabido entreverar el “cordón umbilical” de su filiación. Así, la antropología cultural le ha servido para profundizar en la multiculturalidad y la diversidad étnica de los pueblos del globo, en especial de los afros y amerindios. La práctica médica le ha valido de depurativo para arrojar los estereotipos de alienación, presentes en la psique de los oprimidos, iletrados, desheredados y afligidos. La novela, a su vez, la ha aprovechado como creación de un estilo original y de un lenguaje propio, donde los personajes son mayoritariamente afros, continuamente en luchan por no “olvidar” su identidad, su historia, su cultura mestiza, su religión, sus imaginarios colectivos de hombres creadores y libres. Creo no equivocarme si digo que gran parte del quehacer ensayístico, dramático, periodístico, poético y artístico de este novelista del mestizaje, está dado por exaltar denodadamente la “memoria” de los principios aludidos, diciéndole a los afros: sóis espíritus guerreros, 15

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sóis creadores, sóis hijos del Muntú... ¿Qué ha pasado con vosotros, que habéis olvidado los principios legendarios de la tradición africana de la cultura Bantú, sopesados en hacer realidad la vida, la inteligencia y la palabra? No cualquier “vida”, sino aquella vida que es plena, tanto material como espiritualmente. No cualquier “palabra”, sino aquella palabra que nos permite expresar libremente nuestras ideas y argumentos en la dignificación de nuestra cultura y en la comunicación con los Ancestros, a través del sonido melodioso de los tambores. La “inteligencia” para construir reinos legendarios, imperios imperecederos, crear lenguas y dialectos en medio de la opresión, sobrevivir a las condiciones sub-humanas bajo la barbarie del amo, recreando sus creencias y resistiendo a la opresión esclavista a través del sincretismo cultural, para no perecer de sed espiritual, y así evitar el disgusto de sus Dioses, de sus Ancestros y de sus Antepasados. Frantz Fanon es, para Zapata Olivella, el intelectual afro que nos sirve de modelo paradigmático para descolonizar la mente de nuestros compatriotas, pues, aunque el “antiguo régimen” ya pereció, queremos asumir, adoptar e imitar las mismas conductas y comportamientos del colonizador, de manera mezquina, porque se ha socializado e instituído que es así, y sólo así, de que es eso lo que debemos hacer, y no otra cosa. El “colonizador” nos enseñó a avergonzarnos de nuestro “color”, y nosotros lo asumimos; el “colonizador” nos dijo que éramos una raza inferior, y lo seguimos asumiendo; nos impusieron que nuestra cultura era salvaje y bárbara, y lo continuamos aceptando; siguiendo a los filósofos, pensadores e ideólogos, nos infundieron que nuestro coeficiente intelectual era bajo, y lo aceptamos de nuevo... Según las palabras del Maestro Olivella, es una tarea urgente e inmediata, hoy, cuando se ha implementado la cátedra afro –descolonizar la historia cultural y el lenguaje–, éste es vital, pues ayuda a desmitificar la realidad histórica. Creo que, no por curiosidad, le importó tanto la exactitud de las palabras a Confucio, a Sócrates y a Nietzsche. Es relevante la descolonización y desalienación del lenguaje, pues los términos utilizados para referirnos a nosotros, como hombres creadores, siempre tuvieron estigmas despectivos: esclavos, piezas de Indias, negros, cosas sin alma, individuos de mente primitiva por fuera de la historia. 16

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Debemos asumir nuestra responsabilidad literaria, filosófica y universitaria, de devolverle a las palabras su efectividad en el arte de significar las cosas por su esencia y por su verdadero nombre. Éste debe ser un reto de todo intelectual afro, cuestión que un ensayista desalienado, como Zapata Olivella, ya asumió siendo joven, con su escritura lúcida y pedagógica. La novela de Manuel Zapata Olivella, amalgama lo real con la ficción; de esta manera, el autor-narrador mezcla lo que sí tiene límites, los hechos demostrables, con la experiencia, el análisis, las variables cuantificables de la antropología y la ciencia, con el desfuncionamiento de su imaginación creadora literaria, que no tiene límite alguno para adelantar el tiempo, resucitar a los muertos, atravesar cuerpos con armas sin herirlos; los Ancestros, abren grilletes sin dejar huellas, Benkos nace parado, letras de fuego queman el papel, huellas ensangrentadas que andan solas, etc., etc. Él consigna magistralmente el vitalismo de las tradiciones africanas, con el “realismo” histórico de los hechos y personajes de la vida real, sin desconocer su estructura de alienación social y efectiva, para producir algo así como el realismo mítico. Frente a lo real maravilloso, de Carpentier, y el realismo mágico de García Márquez, Zapata Olivella nos habla de lo “empírico mítico” desde la antropología y el psicoanálisis, entendido como respuesta elemental del hombre primigenio respecto a lo “real material”. El realismo mítico no es una mera forma de falsear la realidad a secas, sino la de crear un mundo simbólico e imaginario, para “fabricar”, expresar y explicar los contenidos de la realidad. Manuel Zapata Olivella ha compartido con José Martí, su espíritu americano; con Rodó, su optimismo por la juventud; con Amado, la afirmación triétnica americana; con Icaza, el conocimiento de las condiciones socio-históricas de los oprimidos de este continente. Ha aborrecido la mirada piadosa hacia el afro, de escritores como Gallegos; se ha identificado con todos los novelistas y humanistas y demócratas, que no pueden ser libres si algún ekobio independiente de su raza, color o ideología padece hambre, marginalidad y pobreza, no habiendo conquistado sus condiciones mínimas de vida. Si hay libertad y no hay condiciones de igualdad social, y cuando eso no es libertad sino exclusividad 17

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y privilegio. Para Zapata Olivella, el hecho de que el continente afro sea la semilla primigenia de la humanidad, debería animarnos a no crear barreras entre los hombres, pues todos son anthropos, hijos de Africa, donde el hombre se hizo hombre y mujer, el mismo día en que empezó el peregrinaje ontogénico de nuestra especie en el planeta. En la lectura creadora que hace Zapata Olivella del clásico libro de Arránzola, Palenque: Primer pueblo libre de América (1970) nos permite comprender la historia épica de los afros en Colombia con sus héroes precursores de la independencia de la Nueva Granada y de América en general frente a la hegemonía del imperio Español. El Árbol Brujo de la Libertad nos enseña una novedosa pedagogía de la autonomía en América desde los imaginarios afros de los Orichas y ancestros protectores que guiaran los motines, los levantamientos, las rebeliones y la resistencia cimarrona en las Américas. El mérito de Olivella es mostrarnos el vínculo étnico y político de las gestas de los descendientes de africanos aquí en América por ser libres en un espacio llamado Palenque, donde el afro recreó sus ideas, valores, símbolos e imaginarios africanos adecuándolos a las nuevas realidades temporales de está geografía y de está historia. El Árbol Brujo de la Libertad es la memoria de los líderes y héroes afros que plantaron la semilla de la autonomía e independencia en estas tierras haciendo de Palenque la primera región libre de América en 1691-1713 y de Haiti el primer país libre de América (1804). Zapata Olivella expresa, ayer y hoy, con su escritura ensayística, antropológica y literaria, la multiculturalidad del hombre del globo, en su amalgama genética y cultural de la especie, porque ello no es sólo un imperativo categórico, sino la obligación con los Ancestros. En El Árbol Brujo de la Libertad, Manuel Zapata Olivella como Pupo Mocholo, nos cuenta todita la historia imaginaria pero real de los africanos, para no olvidar su antigua filosofía, reinventando otra cultura en su nueva casa. En tiempos de Bicentenario libros como El árbol brujo de la libertad, y Descendientes de africanos en las independencias (2010) del descollante historiador chocoano Sergio Mosquera, rompen el patrón occidental del proyecto de libertad oficial de los Comuneros, de Nariño, de Bolívar y Santander para ver en el imaginario Político 18

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afro de los palenqueros a la cabeza del rey benkos biojo otro lenguaje, otro discurso, otra polifonía; otra reinvención de la historia política del país como cocreación de héroes y símbolos afros que deconstruyen el paradigma instituido por los intelectuales alienados y académicos de las ciencias sociales. El árbol brujo de la libertad rompe la clausura, el cerco de la investigación histórica heredada desde la colonia a nuestros días para abrir un horizonte de invención política con ese doble actor invisibilizado: los afros y los amerindios. Ellos emergen después de siglos de letargo, y discriminaciones arbitrarias para decir con voz alta, aquí estamos construyendo esta nación para reafirmar lo que Colombia siempre quiso ser: Diversa, mestiza, multicultural. Renace lo soterrado de la luz para decir este es la visión real de nuestros propios investigadores, pensadores y ciudadanos afros-amerindios y mestizos para reconstruir los puentes históricos tendidos sobre un conocimiento de nuestro pasado parcializado y lleno de prejuicios. Queremos construir desde la palabra, desde la historia y desde la praxis política una sociedad más justa y equitativa más allá de los odios y de los rencores; es solo en este sentido que nos interesa recuperar la memoria para rescatar, a nuestros héroes, nuestras mitologías, nuestras hazañas y recuperar la identidad perdida; y sobre todo, reimaginar la pertenencia a una patria Americana, a un mundo Colombiano y a una herencia africana desde personajes insignes como Benkos Biojo, Domingo Criollo, Barule, Mateo Mina, José Prudencio Padilla, Manuel Carlos Piar y Alejandro Petión entre otros. El Árbol Brujo es el árbol de la libertad, el árbol de todas las hazañas heróicas que los afros hicieron a través de su creatividad, aquí en América, bajo la égida de los Ancestros protectores. Zapata Olivella nos dice: Aunque se estime como elemento fundamental de la civilización de los pueblos el desarrollo material y tecnológico, también es prioritaria y decisiva la experiencia social: las concepciones filosóficas, religiosas y políticas. Este es el gran aporte milenario de los pueblos africanos en su continente y en su diáspora universal, acervo que en América se enriqueció con las luchas por preservar la vida, la familia y la libertad. 19

Es porque el pensador del mestizaje nos ha recordado todas las facetas de la tradición cultural y oral africana, aquí, en América, con sus escritos lúcidos y creadores, razón suficiente para llamarle, con todo honor, el “guardián de los Ancestros”. Él es aquél protector de la memoria ancestral y legendaria africana, que los Orichas y las Tablas de Ifá-fa eligieron para reproducir e inventar toda la sabiduría del hombre africano en su diáspora homérica, en búsqueda de su libertad efectiva. WILLIAM MINA ARAGON

Ph. D. en Sociología y Ciencias Políticas. Universidad Complutense de Madrid. Profesor titular Facultad de Derecho y ciencias políticas Universidad del Cauca

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sta historia no será el relato cruento de la esclavitud sufrida por cincuenta o más millones de africanos en Colombia y América, sino la epopeya de su liberación. ¡Orichas, Ancestros y Abuelos nos revelarán el fuego sagrado que alimentó su rebeldía para sobrevivir y vencer! ¡Evocamos las potencias omnipoderosas del Muntú, que recogen la sabiduría de los padres más antiguos, tejedores del irrompible nudo que ata la vida y la muerte! ¡Los hombres perecederos y los difuntos inmortales! ¡La chispa de los ojos respondiendo a la luz del sol y las estrellas! ¡Los jugos de la tierra alimentando la sangre de los vivos! ¡Las aguas de los océanos, lluvias y ríos dando aliento a los que respiran! Los Orichas contarán cómo Odumare, supremo creador del universo, hizo al hombre sobre la tierra. Lo dotó de vida, inteligencia, palabra y manos creadoras, para mantener y enriquecer con su pensamiento y sangre la fuerza que une los padres con los hijos; la familia a la tierra; los pueblos a sus idiomas y costumbres; el alma de las herramientas sumisa a sus dueños. ¡Todos obedientes a sus leyes y voluntad supremas! Finalmente, serán los Antepasados y Abuelos, memoria viva de los Ancestros, quienes nos relatarán cómo el Muntú Africano, padre de la danza y la palabra, pudo atrapar el fuego; sembrar la semilla allí donde quiso cosechar los frutos; convertir la caverna en templo para sus dioses y cacerías mágicas... y nómadas, recorrer continentes y mares para poblar la tierra. Y fueron sus propios hijos, griegos romanos y musulmanes, quienes primeramente los esclavizarían, como bárbaros, cuando habían construído las pirámides de Egipto para que el sol y los faraones no se extraviaran en su recorrido por los días y la muerte.

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Siglos más tarde, cristianos esgrimiendo armas de fuego los cazarían, para extrañarlos de su tierra ancestral. Despojados de sus vestiduras y alhajas, los grillos en sus gargantas ahogaron el adiós a la madre, a la mujer, a los hijos; por sabanas y ríos verían incendiadas sus casas donde maduró la infancia, el amor, la libertad; sus hijas púberes violadas y acarreadas como cabras salvajes. Sus dioses, idiomas y nombres, borrados de raíz y sobre la piel tatuada con los signos de su cultura, les marcaron al hierro candente la infamante carimba. Pero sus pueblos guerreros no veían pasar indiferentes las caravanas fúnebres. En las riberas, por las encrucijadas de la selvas, en el desierto y puertos, desafiando las armas mortíferas de los invasores, preparaban sorpresivamente la emboscada, la trampa, el asalto suicida, para dar muerte al esclavista y liberar los prisioneros. Fallidos o victoriosos, testimoniaban que África era tierra infértil para la esclavitud.

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Primera Parte

DE

EL ÁRBOL LA PALABRA

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CAPITULO PRIMERO

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ÉNESIS DE LAS

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U LT U R A S

NICIACION A LA

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FRICANAS

ITOLOGIA

FRICANA

ace cien mil años, ayer, el primer Homo sapiens, solitario en la planicie de Oldoway (Kenya), al mirar la gran noche del firmamento, debió preguntarse qué querían decirle las estrellas con su rutilante espabilar desde las alturas. Y apenas hace 30.000 años, ya dibujaba su respuesta en cientos de cavernas repartidas en las montañas y valles de todo África. (Diop). ¿Qué quiso expresar el más antiguo abuelo en sus pinturas rupestres? Su primera respuesta a las fuerzas sobrenaturales que lo protegían contra las bestias mucho más fuertes y poderosas: la cacería mágica del antílope con el arco y la flecha; la lucha de la familia desguarnecida contra los soles, inviernos y enfermedades. Le intrigarían muchos otros misterios: ¿Quién gobernaba el universo? ¿Sería el único ser inteligente y vagabundo sobre la tierra, selvas, ríos y montañas? ¿Por qué el embarazo de la mujer, su parto y el hijo? ¿Quién ordenaba su muerte y a dónde iban los difuntos? ¿Qué necesidades tenían los muertos para retornar a sus viviendas y aparecerse en los sueños de los vivos? Si rememoramos estos interrogantes del hombre más viejo del mundo, es para comprender la filosofía omnisciente del Muntú, que le permitió sobreponerse a las iniquidades de quienes han pretendido esclavizarlo.

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Resuenan los tambores lingas en Ilé-Ifé, la Ciudad Sagrada, donde los Dioses crearon el universo, la tierra, los Orichas inmortales y los hombres perecederos. Invocan a los Orichas, grandes protectores del Muntú Africano, para que no los abandonen en el exilio y nutran su rebeldía para alcanzar la libertad. Convocan a los sacerdotes de todos los pueblos de África, perseguidos por los cazadores de hombres libres para esclavizarlos en América... No claman por milagros ni misericordia, sino que les hagan fuertes en la «nueva casa americana», donde quiera que los arrastre el yugo de las cadenas; los ríos calmen su sed; en las montañas abunden árboles, barro y cal para construir su casa; la tierra sea fértil para el grano y sus muertos. ¡Ante todo pedirán a los Orichas de la Vida, les conceda mujer, compañera y esposa, para multiplicar su estirpe y perpetuarse en el océano de todas las sangres! A la entrada de las aldeas sudanesas y subsaharianas, en el territorio que fuera asiento de los antiguos reinos del Bornu, Malí, Ghana y el Songhai, se haya plantado indefectiblemente un frondoso y amigo baobab. Afirma la tradición yoruba que en sus ramas duermen los difuntos. Cada vez que la comunidad delibera sobre decisiones trascendentales, los ancianos se congregan allí para que los Ancestros iluminen sus palabras con la sabiduría milenaria. El mito agrega que el árbol sagrado reúne simbólicamente en sus hojas, los mil y más idiomas africanos conformados en su larga evolución de millones de años; sus raíces son tan profundas que no ha podido ser destroncado por la cacería de sus hablantes, perpetrada desde tiempos inmemoriales por griegos, romanos, persas, chinos y árabes. ¡Oigámoslos! En orden jerárquico, los Ancestros más viejos reposan en las ramas altas. Preservan la sabiduría de las primeras experiencias. Conocen la historia de los héroes y pueblos más antiguos. Egipto, Etiopía, 26

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Libia, Kush, Chad, Ghana, Malí, Bornu, Timbuctú, Zimbabwe; y de los más jóvenes, Guinea, Dahomey, Camerún, Angola, Congo, Kenya, Mozambique, Madagascar, Monomotapa, testigos de la devastadora cacería con armas de chispa perpetrada por los hombres blancos. Se hablan y escuchan los primeros idiomas ya desaparecidos; los antiguos y modernos, ríos de palabras de una misma historia. Más lenguas que hojas avivan la copa, las ramas, raíces y tronco del árbol milenario que no abrazan cincuenta hombres dándose las manos: Yoruba, fula, bambara, congo, mandinga, ewe-fon, swahili, luango, arará, ardá, carabalí, biafra, angola, lucumí, mina, matamba, zape, wolof, manicongo, diola, serere, zulú, hotentote... Los sacerdotes llegaban de los cuatros confines tras largas jornadas nocturnas, evadiendo a los cazadores y traficantes de hombres. Escondidos en las selvas y ríos se enfrentaban a leones, leopardos y cocodrilos; huían de los litorales y puertos de embarque siempre vigilados; lejos de los reinos comprometidos en la captura y venta de enemigos y aún de sus propios súbditos. Allí, a la sombra acogedora de los Ancestros, estaban reunidos los trovadores, poetas y artistas de los cuatro grandes ríos: Níger, Congo, Nilo y Zambeze. Venían del Sur y del Indico; de los pueblos subsaharianos; de Angola, Manicongo y el Monomotapa, territorios de civilizaciones y ciudades imperiales, ahora en llamas y sus nombres borrados por la cacería humana. ODUMARE CREA EL UNIVERSO, ORICHAS Y HOMBRES

Al aparecer la luna en el firmamento callaron los tambores y koras. África retornó al silencio de los iniciales días de la creación cuando el hombre, recién nacido, oloroso a estrellas y mojado por las aguas virginales, balbucía las primeras palabras, rodeado de mamuts, árboles primigenios y vientos. Aún no tenía cautivo al fuego, ni sembrada la semilla, ni había arrojado la primera piedra contra su hermano. En ese silencio que sobrecogía a los peregrinos, habló el abuelo centenario, cuyas palabras podían ser comprendidas en todos los 27

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idiomas, al igual que el viento cuando nos anuncia la vida o la muerte con el llanto del recién nacido o el último suspiro del moribundo: —Nombro a Odumare, sin padre ni madre, fuente de luz y oscuridad, semilla de la vida y la muerte. Gran creador del universo, donde nada existe ni se mueve sin la saliva de su palabra que todo lo liga y todo lo desata. En sí mismo, Dios Único y Trino, se reveló en distintas potencias: Odumare Nzame, Supremo Creador Omnipotente. Olofi, su espíritu en la tierra, ordenador del principio vital y del movimiento de los mares, ríos, vientos y de la hoja que cae. A los hombres trazó sus leyes y costumbres. Y Baba Nkawa, espíritu-luz que anda por los espacios siderales creando nuevos mundos. Fiel a su propia esencia, Olofi, proyección de Odumare, creó al hombre inmortal para que fuera su herramienta creadora, centro y trama de todos los seres y cosas en la tierra... así nació ¡Omo-Oba! Aún no había abierto los ojos, cuando orgulloso y prepotente por los poderes recibidos, se llenó de soberbia e irreverencia ante su creador. En castigo, Olofi, al no poderlo destruir por ser inmortal, lo persiguió con fuego y centellas. Para escapar a las quemaduras, Omo-Oba se refugió en el corazón de la tierra. Sus suspiros y ayes producen las erupciones de los volcanes. De vez en cuando sale de sus abismos a predicar entre los hombres la desobediencia a las leyes establecidas por Olofi y los Orichas. No cejó el Creador en sus propósitos de responsabilizar al hombre del orden y la justicia en la tierra, pero le limitó sus poderes con la muerte. Entonces fueron creados Obatalá y su compañera Odudúa, los primeros hombres mortales que engendraron a sus hijos Aganyú y Yemayá. Pero mal andaban los designios del Dios Olofi para poblar la tierra: la primera pareja tuvo por descendencia un solo varón: Orungán. No pararon aquí los contratiempos causados por las criaturas humanas. Aganyú, ante la belleza de su hijo, murió de celos... la vida y las pasiones de los hombres trazaban su propio destino.

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Cuenta la leyenda de los orígenes, que Orungán fecundó a su madre Yemayá quien, dolida y avergonzada por el engendro incestuoso, refugióse en la más alta montaña, donde fue extinguiéndose... pero siete días después de muerta, en medio de truenos y centellas, dio a luz a los catorce grandes Orichas. LOS ORICHAS PROTECTORES DEL MUNTÚ EN EL EXILIO

El venerable anciano avivó el sentimiento religioso anunciando que el Oricha de la Palabra presentaría a los hijos de Orungán y Yemayá. Babalaos, gangas, papaloas, grillots y batatas, nombres de los sacerdotes de las distintas etnias, reverenciaron a los tambores que ya invocaban al Gran Elegba, sin cuyo descendimiento estaba prohibido a los demás Orichas revelarse a sus devotos. Olofi le había concedido el poder de la palabra, hablada o escrita, sin la cual los hombres no podrían hacer el amor, el canto, el poema, la oración, el arte, la guerra y la paz; ni mantener el diálogo con los Orichas y Ancestros, depositarios de la sabiduría que perpetúan los abuelos. Bien sabían los sacerdotes que sin la memoria ancestral, el Muntú esclavizado nunca llegaría a ser libre. El canto de las múltiples lenguas, bajo el baobab resonaba como colmena alborotada por el vuelo nupcial de una nueva reina. El trino de las aves canoras en el crepúsculo y el persistente grito de los difuntos contra la cacería humana; las revueltas en los barcos y puertos de América... afirmaban que Olofi los mantenía unidos en la trama de la vida y la muerte, más allá de las fronteras del espacio y del tiempo. Todos percibieron que por las ramas del baobab descendía Elegba y les hablaba en la voz del patriarca, reforzada con el resonante palmoteo de los tambores: —Nuestro padre Odumare-Olofi-Baba Nkawa, dividido pero atado en un solo nudo como los dedos del puño, creó a los catorce grandes Orichas para proteger al Muntú en la adversidad, no con milagros y dádivas, sino implantándoles la fuerza creadora de la vida, fuente de la inteligencia y la palabra. 29

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—¡Magara! ¡Magara! ¡Magara! (¡Vida! ¡Vida! ¡Vida!) Respondieron los oficiantes cuando el fuego de los Ancestros les encendió el espíritu. El invisible, presente y poderoso Elegba, prosiguió hablando por la voz del más anciano: —Menciono en primer lugar a la madre Yemayá, de cuyos huesos, aquí en la Ciudad Sagrada de Ilé-Ifé, nacieron Obafulom e Iyáa, padres del género humano. Ella controla todas las aguas placentarias de la vida y aquellas que la nutren: la lluvia, el océano, los ríos... ¡El Muntú en el exilio no morirá de sed! Entonces el relámpago y el trueno desataron la lluvia. La alegría del viento sacudía las ramas y el olor de la tierra mojada se transpiró en todos los cantos. —Está con nosotros Changó, Dios de la Centella, a quien Olofi designó Oricha de la Guerra, la Fecundación y la Danza. Fortificará los ejércitos del Muntú Americano, fecundadores, combatientes y danzantes de la libertad. El abuelo, lengua de Elegba, había caído en un trance delirante. Los talones y sandalias de los babalaos percutían el gran tambor de la tierra. La danza cesó sólo cuando oyeron los inconfundibles ladridos de los dos perros que siempre acompañan al Oricha de la Salud y las Enfermedades. El anciano prosiguió iluminado por el Oricha: —En buena hora ha descendido Babalú-Ayé; sus plantas mágicas curarán las heridas y el dolor del Muntú en la esclavitud. Las respiraciones se tornaron más frescas y copiosas, señal inequívoca de su presencia bienhechora. Como la brisa, trajo olores marinos que recordaban los puertos y barcos a la espera de los prisioneros. Pero los ojos penetrantes de Elegba reconocieron al recién llegado: —¡Oke, Oricha de las alturas y las montañas! Con sus vientos cálidos protegerá al Muntú, alejado de las costas y riberas de la Madre Yemayá. Una tromba de hojas y arena elevó al baobab con raíces y tronco al espacio. Allí, más cerca de los Orichas, estuvo sostenido por la 30

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portentosa mano de Oke. No obstante, los cantos prosiguieron en su alabanza hasta cuando en el horizonte, todavía en sombras, se asomó la luz de Orún, Oricha del Sol. Apresuradamente, Oke recogió sus vientos, devolviendo a Ilé-Ifé su árbol cargado de difuntos y vivos. La clarinada de los gallos se había adelantado a las palabras de Elegba: —Los mensajeros de Orún anuncian su espejo de fuego. Perseguidor de la lluvia, es temido y amado por su madre Yemayá. En las aguas y la tierra; en la vida y la muerte; en el día y la noche, siempre en América hará visible al Muntú, la Sombra Protectora de sus Ancestros. PAUSA DE MEDITACIÓN

Por las calles de Ilé-Ifé se oraba en un sólo ritual, aunque los babalaos y familiares corearan en diferentes idiomas los nombres de sus ausentes. Madres, esposas, padres, hermanos, hijos, de los que no regresarían, pero jamás olvidados en generaciones y siglos. Habían partido de los puertos sin un adiós ni testigos de sus lágrimas. La Ciudad Sagrada preservaría su memoria como unida a los huesos de Yemayá, de cuyo polvo y cal nacieron los primeros padres Obafulom e Iyáa, fecundadores de la genealogía de los simples humanos. En vez de aminorar, las romerías se acrecentaban con la llegada de nuevos sacerdotes decididos a inmolarse en el tráfico de la esclavitud. Estóicos y silenciosos, sin una queja, soportarían el fuego de la carimba, el pesado collar de las cadenas, las azotainas, hambrunas y enfermedades. Pasar inadvertidos era su estrategia para cumplir su misión sagrada: predicar en las factorías que hacinaban a los cautivos a la espera de los barcos de la muerte; en las bodegas oscuras y malolientes; en la dolorosa llegada y en los puertos de América, donde se bifurcarían los trágicos destinos. Los papaloas estarían presentes en los trances de desesperación y angustia. Nunca catequizando, siempre predicadores de la lucha por la libertad hasta más allá de la muerte. ¡Cuántos de estos anónimos sacerdotes sufrieron torturas antes de ser quemados en la hoguera! 31

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¡Jamás alcanzaron a celebrar el ritual sagrado, pero sembraron con su muerte la imperecedera religión de los Orichas y Ancestros! LOS ORICHAS DEL AMOR Y DE LA FAMILIA

Los lingas llamaban insistentemente a las hijas de Yemayá. El Muntú Americano debía enriquecer la familia con la prole de sus hijos, la mejor ofrenda a sus Orichas. Las sacerdotisas, sumergidas en los cánticos y rituales colectivos, alzaron entonces sus voces por encima del coro de los varones. La lluvia mojaba sus ojos y cuerpos, danzando e imitando con sus movimientos las olas del mar, la ondulante serpiente de los ríos y el baile de la lluvia. Los tambores y cantos reforzaron sus llamados para que la luna se asomara en el horizonte. Era Ochú, la Oricha de las Trampas del Amor, primogénita en el múltiple parto de Yemayá. Apoderándose de las palabras de los tambores, el siempre picaresco Elegba, anunció: —Ochú, la preferida concubina de Changó, vigilante de sus pasos en las correrías nocturnas, fecundando a sus múltiples amantes. Las mujeres escondieron socarronamente sus risas. Habían recibido de la Oricha los secretos para retener a sus maridos el mayor número de noches entre todas sus mujeres. Las madres del Muntú Americano, esclavizadas y vendidas, necesitaban de la mágica Ochú para procrear la semilla de sus hijos. Las reiteradas invocaciones abrieron el camino a Oba, Oricha del afluente del Níger que lleva su nombre. Tenía el privilegio de ser la esposa de su hermano Changó. —No son muy buenas las relaciones con su marido. ¡Los celos que guarda a sus hermanas la enloquecen! —dijo Elegba en voz baja antes de que apareciera con sus alhajas de gran señora, regalos de sus adoradores mineros de Takún, en la Costa de Oro. En América protegería a sus devotos esclavizados en los socavones y ríos auríferos.

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En la oscuridad continuaban llegando sacerdotes fugitivos de los pueblos devastados por los asaltos e incendios. Pero más fuerte era el aliento reparador de los Orichas, que les permitía preservar sus vidas. Ahora, los retumbantes lingas nombraban a Oyá, Oricha de las Siete Desembocaduras del Gran Río. Ardorosamente se le invocaba para que fortaleciera la memoria del Muntú en el destierro. Simultáneamente había descendido Olosa, protectora de los pescadores. Valida del Cocodrilo, anunciaba las crecientes y sequías a los moradores del Níger. También concurrió al convite Oshún, Oricha del Amor y las Riquezas Auríferas. Engalanada con collares y sortijas, siempre se preocupaba de halagar a su hermano y amante Changó cuando volvía de sus victoriosas conquistas con trofeos y botines de oro. Seductora, coqueta, enseñaría a la mujer esclavizada cómo seducir al amo para enriquecer la descendencia del Muntú con nuevas y variadas sangres. La presencia de las cuatro hijas de Yemayá, pocas veces juntas, estremecía las ramas del baobab, mecidas por el viento del travieso Alefi, mensajero de Oyá. Varias devotas, electrizadas por el vibrar de los tambores, simulaban irreverentes el orgasmo con imaginarios y ardorosos cónyuges. Intempestivamente, los músicos perdieron el ritmo al confundir el sexo del hermafrodita Olokún; sentían que les trababa las manos, obligándolos a identificar su doble condición de marimacho. El más viejo y ducho tamborero inició el toque inusual para invocar al Dios Supremo Odumare, padre y madre de sí mismo. Y el ritmo agradó a Olokún quien, alborotador impuso movimientos varoniles a la sacerdotisa que cabalgaba. —¡Olokún! ¡Olokún! —gritaban alborozados mujeres y varones. Elegba habló por boca del anciano: —Oricha de las Profundidades Submarinas, siempre vive rodeado de hombres-peces y sirenas, con quienes copula. El Muntú Americano necesita de su doble condición para armonizar los códigos opuestos de patriarcado y matriarcado que rigen las costumbres de los Ancestros. Los sacerdotes escucharon y callaron, ansiosos de fortalecer al Muntú en tierras extrañas con aquella revelación. 33

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En el claroscuro de la madrugada, cuando el cazador se apresta a mirar sus trampas con la esperanza de una buena captura, los tambores invocaron a Ochosí. Los danzantes siguieron los pasos cadenciosos de los cazadores y animales, deslizándose cautelosos en la maraña de la selva o por los caminos de la sabana. Los babalaos imploraron al invisible y presente Ochosí para que el Muntú, extraviado en tierras extrañas, encontrara la manera de cazar el venado, vencer al tigre y huir de las serpientes. Los músicos sagrados sintieron que palmoteaban la bienhechora presencia de Dada, el sembrador de las semillas del mijo, del arroz y del plátano. Sin el cultivo de la nueva tierra, los hijos del Muntú podían perecer de hambre. Los babalaos, varones y mujeres, se abrazaban jubilosos. El tamborero altisonante repiqueteaba en honor de Yemayá y Orungán, últimos hijos en descender, sin cuyos dones, nada de lo que ofrecieran sus hermanos alcanzaría a nutrir a los que partían hacia lo desconocido. Entonces clamaban los nombres sagrados: —¡Bienvenido Ayé-Shaluga, Oricha de la Buena Suerte! —¡Desciende Chankpala, Amo de los Insectos, para que no falte la protección y laves las heridas a los prisioneros! Cuando Orún lanzó sus primeros rayos, sorprendió a tamboreros y danzantes. Elegba pronunció sus palabras en la voz anciana, pero no débil, del babalao: —¡Los hijos de Obafulom e Iyáa, desterrados en América, necesitarán del fuego, de las armas y las artes para construir su nueva casa, defenderla y enriquecerla! Las hojas del Árbol Sagrado se incendiaron con un fuego que enceguecía. Aterrorizados, los babalaos contemplaron la deslumbrante claridad que descendía de las alturas hasta las raíces del baobab. Entonces el viejo sacerdote elevó la plegaria: —¡Orún, ilumínanos con tu claridad! En la otra orilla, sus rayos aún no alumbraban a los primeros africanos en tierra americana.

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El silencio de Elegba trajo la confusión entre los devotos, cuyas voces nadaban como peces ciegos al no encontrar respuestas. Sólo los tambores ligaban el diálogo entre vivos y difuntos. Los babalaos, cantando y batiendo las manos, clamaban por la voz del Oricha: —¡Elegba, dános la luz de las palabras en el exilio de los idiomas perdidos! —¡Revélanos el secreto que mantenga unidas las lenguas del Muntú en su dolorosa partida! El yoruba que entrelaza los pueblos del Níger. El bantú de la foresta y los grandes lagos. El swahili de las altas praderas y los puertos del Indico. Los sagrados idiomas de los remotos Kush y Bornu. Los ribereños del Nilo y el Zambeze. El Ki-Kongo, el Ba-Lunda, el U-Bunda, la lengua de los HamitasEtíopes, muralla de Cristianos. Los lingas, tambores políglotos, transmitían incansablemente sus mensajes a Elegba: —Escucha, abridor de las puertas, tus hijos te hablan. ¡Ayúdanos a preservar la vida, nuestra sangre y nuestra memoria! —Que nuestros idiomas permanezcan unidos como las cadenas que nos atan. El anciano, cuya palabra había sido poseída por el Oricha durante toda la noche, ahora debía sumarse al desconcierto sin que su voz fuera escuchada por los Orichas y Ancestros en las más altas ramas del baobab. Finalmente descifró su silencio: —¡Mientras vivan los Orichas y Ancestros, el Muntú tendrá vida e inteligencia para inventar nuevos idiomas! KULONDA, PACTO ENTRE LOS VIVOS Y LOS DIFUNTOS

Proyectadas por Ochú, las Sombras de los Ancestros acompañaban a los vivos: sacerdotes, músicos y poetas, intérpretes de la tradición ancestral. El baobab, que había recibido la visita de los Orichas por las tres noches, ahora acogía la palabra de los mortales. En sólo un fugaz 35

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instante traspasaron la invisible orilla que separa la vida eterna de los Orichas, del tránsito efímero de los vivos por la tierra. Recobrada la palabra que le había arrebatado Elegba, el abuelo habló con voz milenaria: —Libre y voluntariamente, los Ancestros siembran el kulonda en el vientre de nuestras madres para que florezca el hijo. Misterio del magara que engendra la vida, la inteligencia, la palabra y el don creador de los humanos. Ni siquiera Ifá-Fa con sus cien ojos, que todo lo ven y adivinan, ha podido descifrarlo. Y agregó: — Irrompible pacto por el cual el Ancestro debe alimentar las potencias creadoras de su ahijado, y éste engrandecer a su protector ante los Orichas, multiplicando la vida con muchos hijos y enriqueciéndola con sus acciones. No se escuchaban tambores ni cantos sagrados en el diálogo entre mortales. —La Ley Suprema de nuestro padre Odumare-Olofi ordena que los difuntos y vivos formemos una familia única, hermanados con la tierra y los astros. La misma vida que alumbra a las estrellas, aviva a hombres, árboles, herramientas y piedras. Somos mezcla de luz y polvo. Quienes le oían, dudaban si retener o exhalar la burbuja de aire que calentaba sus alientos. —Ni siquiera la vida nos pertenece. Es un fuego heredado de los millones de padres que nos han antecedido, para que su sabiduría y experiencia, enriquecidas por los vivos, nutran las generaciones venideras. Al separarse de los sacerdotes que acompañarían al Muntú en su forzado exilio, el abuelo, más viejo que el baobab, despidió con este adiós a los vientos que empujaban los barcos cargados de semillas ancestrales: ¡Siempre la lucidez de que son libres, nunca la cerviz doblada del esclavo! ¡Jamás olvidar las claves secretas de la tradición oral, para superar el dolor, el exilio y la muerte, lejos de la casa, la familia y los difuntos! ¡Llenar con la esperanza las noches sin luna de las bodegas durante la travesía del océano, para refrescar los labios resecos y los pulmones sedientos! ¡Confundidos los idiomas de las mil tribus, convertir las cadenas en palabras para comunicarse las fiebres y escalofríos! 36

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¡Transformar el llanto de los niños hambrientos en clavos de fuego en el corazón de los rebeldes! ¡Al salir de las bodegas, frente al sol, reencontrar las mudas, silenciosas y siempre protectoras Sombras de los Ancestros, que los acompañarán hasta la muerte!

U

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CAPÍTULO SEGUNDO:

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HORA

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IENCIA

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APIENS

LA HISTORIA MARAVILLOSA DE LA TIERRA Y DE LA VIDA

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a edad y genealogía del hombre sobre la tierra, a lo largo de los siglos, han suscitado en historiadores y filósofos –Platón, Aristóteles, Confucio, Ptolomeo, Buda, Moisés, Copérnico, Lamarck, Darwin, Einstein– los mismos interrogantes que inspiraron los mitos del hombre primigenio. Sin embargo, cada quien presenta diferentes partidas de nacimiento; la primera duda surge en relación con la antigüedad del universo y de la tierra. Aunque se difiera sobre fechas, parece que nuestro planeta es un recién nacido, con una edad indeterminada a partir de 1.500 o más millones de años. Después de conformarse los continentes, se calcula que la vida, en sus más simples elementos orgánicos, se dio en las aguas marinas en un período impreciso, a partir de 925 millones de años. (Coley). Aunque pudo darse simultáneamente en muchas partes del planeta, lo más verosímil es que haya ocurrido en las zonas tropicales del cinturón ecuatorial, donde confluían las condiciones propicias: agua, tierra, calor, atmósfera, etc. El Homo Sapiens, el hombre inteligente, apareció una mañana africana; sin saber por qué estaba rodeado de estrellas, tierra, agua, animales y árboles. ¿Se sentiría hijo de Yemayá y del kulonda sembrado por sus Ancestros? Los científicos han reconstruído su Árbol Genealógico, es decir, quiénes fueron sus antepasados: peces, reptiles, aves, insectos y mamíferos. Entre todos ellos, fue el único en evolucionar las facultades superiores que caracterizan la especie humana:

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—El lenguaje articulado, que le permitió coordinar y expresar sus ideas con palabras para comunicarse con sus semejantes y dioses. —Debido a su inteligencia y habilidades, construyó las primeras herramientas para defenderse y sobrevivir a expensas de la naturaleza. —Entre todos los seres vivos, el único en reconocer la consanguinidad que lo ligaba a sus progenitores, fundamento de la familia humana. Por todo ello, puede afirmarse que el Homo Sapiens Africano es el creador de la cultura; de cuanto ha enriquecido y perjudicado a la naturaleza. ¿Cómo pudo el hombre, a partir de la animalidad, alcanzar tales dones y potencias creadoras? PARTIDA DE NACIMIENTO DEL HOMBRE

Se da el nombre de Homo Neandertal u Homo Sapiens, a los primeros antepasados que alcanzaron, por evolución de los primates, las formas anatómicas e intelectuales que caracterizan a los humanos. Apenas adquirieron su cédula de ciudadanía, hace un millón de años o un poquito más. La cuna de su nacimiento, según las últimas excavaciones arqueológicas, estuvo ubicada en los alrededores de los grandes lagos Elmenteita, Naivasha y Oldoway (Tanzania). (L. Leakey). Para entroncar este gran acontecimiento al Árbol Genealógico de la Humanidad, es necesario descubrir las raíces que se hunden en el pasado milenario, todas en el continente africano. Sin embargo, en la búsqueda hacia atrás, encontraremos al más antiguo mamífero, con rasgos que pudieran identificarlo con los simios: EL PURGATORIUS

Cuyo fósil se halló en Montana (E.E.U.U.). Pequeño como un tití, podía oponer el pulgar al resto de los dedos. Sin duda sería un experto cazador de pulgas. Vivió en lo que se llamaría América, setenta millones de años antes de que naciera Cristóbal Colón. Pero el más antiguo y real antecesor del Homo Sapiens Africano, apareció mucho después, tras la sucesión de una larga familia de homínidos.

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EL RAMAPITECO

Se da este nombre al más remoto antepasado que vivía en los árboles. Se han encontrado sus fósiles de 20 millones de años, en África e India. No obstante, el africano aventajaba a sus primos orientales, porque podía mantenerse verticalmente entre rama y rama, empleando con mayor libertad sus brazos. ¡Algo es algo! EL AUSTRALOPITECO

Una vez más, en Sudáfrica, fue hallado un fósil en Sterkfontein. Se trataba de las muelas de un antropoide cuya edad no ha podido ser confirmada. Unos le asignan nueve o doce millones de años, y, otros, generosamente, siete. En todo caso, con el nombre de Australopiteco, pasó a ser parte de nuestros antepasados. Pronto, su parentela se agrandó con nuevos miembros localizados por el paleontólogo Louis Leakey, en 1959 (Tanzania). Al primero de ellos lo denominó Zinjantropus Boisei. EL MEGANTROPUS ASIÁTICOS

Y

EL

GIGANTROPUS

En Java y China se encontraron fósiles, consistentes en mandíbulas más largas que las de los homínidos hasta entonces conocidos. Se calcula que vivieron en el Plioceno (6 millones de años de antigüedad).

El Homo Erectus de Java El doctor Eugenio Dubois, alemán, descubrió al primer Homo Erectus, en Java, 1891. Apenas fragmentos del cráneo, una quijada inferior, tres molares y el fémur izquierdo completo. Pese a tan pocas evidencias, lanzó la hipótesis de que el hombre había nacido en Asia, tres millones de años atrás. (Pleistoceno medio). Sólo a mediados del presente siglo, los científicos del mundo advirtieron alborozados que la aurora de la cultura, hasta entonces en penumbra, se iluminaba y extendía con nuevos y múltiples forjadores. EL PITECANTROPUS ERECTUS AFRICANO

En Kenya, Etiopía y Zambia, se descubrieron fósiles similares a los asiáticos, confirmándose que la especie erectus se había diseminado por el continente Euroasiático desde África, hacía poco más o menos dos millones de años. Así lo confirmaban el Gigantropus de China; el Megantropus de Java y el Atlantropus del Magreb, más robustos, 41

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pero que no aventajaban al africano, cuya cavidad craneana era de 940 a 1.000 centímetros cúbicos. EL HOMO HABILIS

Dos años más tarde, en una capa más profunda, Richard Leakey, hijo de Louis, encuentra otro espécimen de distinta generación, más joven, cuyo pie y mano indicaban que era un consumado caminante y artesano. Sometido a rigurosos exámenes de identificación, pasó a ser noticia universal en 1964: «¡Encontrado el Homo Habilis, fallecido dos millones de años atrás!». (R. Leakey). Por esos mismos días, otro miembro de los laboriosos Homo Habilis se convertiría en la nueva Eva del movimiento feminista: «Lucía», la mujer más antigua, presentada en sociedad por Richard Leakey. Nada ociosa, pues en su hábitat se encontraron cincuenta y dos tipos de piedra y hueso utilizados como herramientas. El Homo Habilis logró extenderse por Etiopía, Tanzania y Kenya. Según cada caso, medía en promedio un metro y un metro con cincuenta centímetros, y pesaba entre veinte y cincuenta kilos. Su extinción es otro misterio, pues ocurrió poco antes de aparecer un nuevo modelo, anatómica e intelectualmente más evolucionado: NEANDERTAL Y HOMO SAPIENS AFRICANOS

Una vez más, la paleontología, en su incesante búsqueda de los orígenes del hombre, encontró en África claras evidencias de su evolución, desde el Ramapiteco al Neandertal y el Homo Sapiens. Estos dos últimos tipos convivieron en la misma época, hace 100.000 años, e incluso hubo entre ellos procesos de mestizaje. Las distintas especies de Neandertal, con una capacidad craneana de 1.450 c.c., inferior al Homo Sapiens, que poseía 1.660 c.c. de masa cerebral. Estos hombres ya fabricaban herramientas e instrumentos de piedra y hueso, comparables a los utilizados por los euroasiáticos, de los que fueron contemporáneos. Sorprendentemente, sus restos se hallaron cerca del lecho donde vivieron los Homo Habilis, aunque en estratos menos antiguos. ¡Las conclusiones que pueden deducirse de estos hechos son fantásticas! Desarrollada la habilidad de sus manos, el hombre 42

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evolucionó rápidamente su inteligencia y creatividad material en menos de tres millones de años, cuando había necesitado más de veinte para desprenderse de las ramas y andar erecto. Igualmente sorprende que tal prodigio hubiera ocurrido en un espacio limitado de la tierra –Tanzania, Kenya y Etiopía–, dándose la circunstancia de haber convivido simultáneamente el Neandertal y el Homo Sapiens, lo que también revela rápidas modificaciones anatómicas y aptitudes de la especie en situaciones ambientales semejantes. A partir de este momento, el Homo Sapiens se dispersa por todo África, Euroasia y Oceanía. ACTA FINAL

Conocidas y comprobadas las revelaciones de los paleontólogos, podemos testificar los siguientes hechos que permiten cimentar las raíces, tronco y ramificaciones del Árbol Genealógico de la Humanidad, sin que haya dudas sobre la legitimidad científica, argúyanse prejuicios raciales o hipótesis por demostrar. —El Homo Sapiens Africano se entronca con antepasados muy lejanos que vivieron en su continente hace 14 o 20 millones de años atrás. —Los paleontólogos Louis y su hijo Richard Leakey, éste último el más infatigable y afortunado africanista del siglo XX, han demostrado con sus descubrimientos, entre otras grandes revelaciones, la existencia de un eslabón entre el Homo Erectus y el Homo Sapiens, por ellos llamado el Homo Habilis, cuya antigüedad se ha datado aproximadamente en dos millones de años. ¡Nudo esclarecedor de la evolución, desde los homínidos hasta el hombre contemporáneo! Además, existen evidencias de la contemporaneidad y mestizaje entre los Homo Neandertal y el Homo Sapiens, en África, con los de Europa. Los Pitecantropus Erectus de Java; el Zinjantropus de Pekín y el Atlantropus del Magreb, serían lejanos parientes del Pitecantropus Africano. —Los Negritos son los únicos hombres sobre el planeta que pueden demostrar su ascendencia directa a partir del Homo Sapiens Africano. 43

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El paleontólogo Arthur Keith, considera que el Neandertal de Oldoway (Tanzania), inicia una evolución directa hasta los actuales pueblos de África Oriental. Así mismo, sostiene: — Los Homo Sapiens de Boskop y Fish Hock (Ciudad del Cabo), son los antecesores directos de los modernos hotentotes de Sudáfrica. — Los Homo Sapiens de Sprinqbok (Transval), son los antecesores directos de los modernos bosquimanos del Sudeste de África. (Keith). Y, algo más contundente: África, además de ser la Cuna de la Humanidad, originó la dispersión y mestizaje de los pueblos primigenios que poblaron el planeta. LA DIÁSPORA GENÉSICA AFRICANA

La dispersión del Homo Sapiens Africano por todos los continentes, obliga a pensar que a él se deba el instinto migratorio y explorador del hombre actual. Igualmente se explica por qué los tres grupos básicos de la familia humana —Negroide, Caucásico y Mongólico— presentan nexos consanguíneos en el remoto pasado. En la aurora de la cultura, los pueblos africanos iniciaron una diáspora genésica por ríos, mares, islas y continentes. La paleontología confirma este éxodo universal en el Viejo Mundo Paleolítico. Aunque los estudiosos de las sociedades modernas pongan poco interés en este período decisivo de la humanidad, los descendientes directos del Homo Sapiens Africano no debemos ignorarlo, porque esa diáspora refuta todas las teorías y prejuicios actuales sobre diferencias y supremacías entre los hombres. Rememoremos los testimonios antropológicos que confirman los pasos y vínculos de esa diáspora: Los pueblos actuales del mundo se dividen en tres grandes subgrupos o tipos étnicos: —Africano (Negrito y Negro), habita principalmente todo África, Melanesia y partes de América. 44

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—Caucásico, habita principalmente Europa, Medio Oriente y parte de América. —Mongólico, habita principalmente Asia, Indonesia y parte de América. Se sabe que hubo mezclas y dispersión de los pueblos primigenios desde antes de la Edad Cuaternaria. En este período arcaico, el grupo étnico Negrito inició desplazamientos en el interior de África y fuera de ella hacia el continente Euroasiático, Australia y Oceanía. Ello supone vías terrestres y costaneras, lo que implica algún tipo de navegación rudimentaria, utilizando las corrientes del Océano Indico. A principios de la Edad Cuaternaria, en el período conocido como Paleolítico Superior, con el deshielo de los grandes glaciares árticos y antárticos, los pueblos fueron compulsados a las zonas tropicales. Los antropólogos han encontrado huellas de triple hibridación de los troncos étnicos básicos, en fósiles localizados en Persia, India, China y Oceanía. Esta época coincide con los primeros poblamientos de América por grupos mongólicos, por el estrecho de Behring, algunos de ellos ya amestizados con caucásicos, polinésicos y, probablemente, melanésicos, (Velas y Hoijer). Más tarde o simultáneamente, también hubo migraciones directas de la Oceanía, procedentes de la Melanesia (cuyo nombre alude a la piel negra de sus habitantes) y de la Polinesia (pueblos poliétnicos). El profesor Paul Rivet, quien vivió gran parte de su vida en Colombia, estudió fósiles, lenguas, alimentos y hábitos de nuestros amerindios, que le permitieron fundamentar su tesis sobre el origen del hombre americano por pobladores oceánicos. Todos ellos emparentados con el grupo Negrito Aafricano, según los últimos descubrimientos arqueológicos. Aprovechando las corrientes oceánicas, de isla en isla, mediante balsas o rústicas embarcaciones, alcanzaron las costas de América, por tres rutas transoceánicas y la Australasia, hasta llegar a México, Centro y Sur América. (Rivet).

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El profesor Paul Rivet, en «El Tiempo» de Bogotá, 28 de agosto de 1938, reveló, mediante estudios paleontológicos y antropológicos, al arribo a nuestro litoral Pacífico de migraciones melanésicas y polinésicas, las raíces más lejanas de nuestros Ancestros aborígenes. Cinco siglos antes de Cristo, los escultores de las estatuas en piedra de San Agustín (Huila), dejarían en los rostros e instrumentos de sus ídolos, huellas de sus antepasados melanésicos. (Paul Rivet). Otros estudios realizados por mexicanos, confirman la presencia de los antecesores de los Olmeca en las costas de El Salvador. Milenios después ya habitaban los valles del Golfo de México, en el Atlántico (Veracruz), donde floreció su cultura, cuyas cabezas gigantes, también esculpidas en piedra, muestran rasgos africanos. Los emigrantes polinésicos que llegaron por la ruta del sur, islas de Rapa Nui (isla de Pascua) en Chile, también esculpieron gigantescos monolitos. Su antigüedad, sus técnicas, fuente de las canteras y movilización de las rocas con peso de varias toneladas, traídas de islas cercanas, aún permanecen en el misterio. Damos el nombre de «diáspora genésica africana» a estas migraciones y mestizajes de nuestros antepasados, para distinguirla de la «diáspora compulsada», a partir del Siglo XVI, a consecuencia del tráfico de prisioneros africanos a nuestro continente. Hecho relevante en la historia afroamericana y colombiana, pues produjo un verdadero reencuentro de etnias y herencias culturales, al ponerse en contacto los arcáicos nómadas africanos y euroasiáticos con sus descendientes, 25.000 años después.

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CAPÍTULO TERCERO:

L

O QUE

D

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H

ISTORIA

PALABRAS PARA LAVAR OSCURIDADES

¡

Ekobios! Sigamos adelante en la búsqueda de nuestro pasado ancestral, donde reposa la verdad de nuestra fortaleza. No nos limitaremos a recordar hechos históricos, sino a lavar nuestras mentes de las oscuridades con que se ha querido sepultar nuestro aporte a la humanidad y a la civilización. Nuestros pueblos y culturas han sido víctimas de una pertinaz conspiración por parte de los países que practicaron la cacería de hombres libres para esclavizarlos durante tres siglos y medio en América. Desde entonces, los autores de este latrocinio afirmaron que Africa estaba habitada por tribus bárbaras, carentes de sentimientos humanos, religión, moral y sabiduría. Y para justificar sus crímenes, se dijo que el comercio nefando era el único medio de liberarlos de la esclavitud de la ignorancia. Para borrar estas impurezas de las conciencias de nuestros niños y jóvenes, contaremos, con palabras sencillas, cuáles eran las culturas de África al iniciarse el comercio universal que trajo a millones de nuestros antepasados en condiciones infrahumanas. Sobre estos acontecimientos históricos deseamos demostrar que los africanos, en su diáspora compulsada a la América, a fines del Siglo XV, conformaban reinos civilizados que refundían en su desarrollo los valores ancestrales recibidos de la cultura africana de Egipto, enriquecida con los de la Mesopotamia y el Mediterráneo. Así mismo, ahondaremos en los mecanismos psicoafectivos que han permitido al afroamericano, mestizo o puro, enriquecer a sus descendientes, aptos para las artes y las ciencias; conocedores del misterio del génesis, y convertirse en astronautas de los mundos futuros.

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Haremos el inventario de los abuelos rebeldes que no trajeron equipajes ni ambiciones de conquista en las bodegas oscuras y nauseabundas, pero que quinientos años después pueden enorgullecerse de poseer una tierra, una familia y una casa; hijos mestizos de indios y blancos que cantan canciones de amor y rebeldía. LA FABULOSA TIMBUCTÚ

En el año 1492, cuando Colón arribó por vez primera a la América, la ciudad de Timbuctú era la capital de Songhai, uno de los estados más florecientes a orillas del río Níger. Contaba con una universidad donde enseñaban matemáticos, sabios y filósofos de Egipto, Arabia y España. Disponía de una biblioteca donde se guardaban valiosos documentos históricos, literarios, geográficos, etc., escritos en diferentes idiomas que se pagaban con oro puro. (Leo Africano). Infortunadamente, sus gobernantes fueron déspotas y sumieron a la población en un régimen de injusticias, lo cual proporcionó más tarde que muchos de sus siervos fueran vendidos a los traficantes de prisioneros africanos hacia la América. Sin embargo, Timbuctú y otras ciudades de Songhai, como Gao, Jenne y Walata, avanzaron hasta convertirse en prósperos centros de comercio de oro, marfil, ébano y plumas de avestruz, que intercambiaban por artículos manufacturados en España y Alemania. Telas, navajas de afeitar y sal. Tuvieron grandes edificaciones, mezquitas, palacios y murallas, construídas por arquitectos procedentes de Granada, España. El más famoso gobernante de Songhai fue Asicia Mohamed, quien murió ciego en 1528, tres años después que Rodrigo de Bastidas fundara a Santa Marta, y diez antes que Gonzalo Jiménez de Quesada fundara Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada. Conviene relacionar estos hechos, pues muestran el grado de desarrollo de los reinos africanos cuando se inició el tráfico masivo de sus pobladores. En el año 1589, El-Mansus, que dominaba en Marruecos, organizó una invasión a través del desierto del Sahara, con un ejército comandado por el capitán español Judar, compuesto por 4.000 soldados europeos y cristianos; 9.000 animales de carga, camellos y caballos para 48

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transportar alimentos y equipo de guerra. El éxito del estratega español fue mantener secreto este asalto a los espías de Songhai. Al finalizar el siglo XVI, viajeros que llegaron a Timbuctú, dieron noticias al rey Askin Ishak de una nueva invasión musulmana que avanzaba por el desierto. El soberano decidió contenerla en las afueras de Gao con una caballería de 18.000 jinetes y 9.000 soldados de infantería. Aunque el ejército invasor se había reducido a sólo 1.000 unidades, logró vencer fácilmente a los defensores, pese a su bravura, debido a las armas de fuego. En esta misma época, otros antiguos estados de todo África serían convertidos en zonas de cacería y compra de prisioneros para ser conducidos a la América. X

Pero retrocedamos diez mil años atrás, a Egipto, una de las civilizaciones primarias de la humanidad. EGIPTO, LA PRIMERA CIVILIZACIÓN (MARGARET)

La más antigua y esplendorosa civilización africana se asentó en el Valle de Egipto, fecundado por el Nilo, uno de los ríos más grandes del planeta. Sus tierras eran tan pródigas que los campesinos del tercer milenio a.C., eran capaces de producir el triple de sus necesidades domésticas. Desde sus orígenes, en el Lago Victoria, cuna del Homo Sapiens Africano, el río recorre las vastas llanuras de Uganda y Sudán para desembocar en el Mediterráneo. Aquí nació la cultura nilótica, que desde el Neolítico irrigó los pueblos de África y su influjo repercutió en la civilización de su época, hasta nuestros días. Su pueblo se había conformado por un largo mestizaje de las más variadas etnias africanas y mediterránicas: nilóticos, bantús, hamitas, semitas, taisenses, badarienses, etíopes. Para juzgar a sus más remotos pobladores, veremos lo que revelan las excavaciones de las antiguas ciudades de El Amrah y Nagada: —Los cementerios testimonian un gran crecimiento de la población. —El recinto urbano se hallaba fortificado. 49

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—Pinturas y cerámicas certificaban la existencia de una sociedad esclavista o conquistadora: cautivos con las manos en la espalda. —Grandes barcas de papiro que permitirían el comercio y expediciones navieras relativamente largas. —Procesaban el oro y el cobre que, presumiblemente, procedían de las colinas del Mar Rojo y Etiopía. —La artesanía de vasos y jarros en alabastro y basalto presume la existencia de una sociedad donde existían especialistas con dedicación exclusiva. —Los muertos eran enterrados con variados objetos, armas, alimentos y vasijas, que revelan la creencia de una vida de ultratumba. Comerciaban con otros centros en vías de desarrollo, como Mesopotamia. De las islas del mar Egeo se importaban regularmente metales de plata y oro, en embarcaciones que empleaban hasta sesenta remeros. Los cementerios permiten deducir que la sociedad se había estratificado por la acumulación de riqueza. Se calcula que un artesano especializado en tallar piedra podía emplear todo un año puliendo un solo jarrón de porfirio, adornar la casa de un rico o decorar su tumba. LAS PIRÁMIDES

La compleja concepción religiosa de los egipcios se expresa en sus grandes pirámides, imponentes templos a sus dioses y faraones. Lo fastuoso de sus ceremonias sagradas contribuyó a que desde la primera dinastía se agotaran sus reservas de marfil y maderas duras, teniendo que aprovisionarse de éstas y otros materiales, de los pueblos negroafricanos del sur, entre ellos, de prisioneros para la construcción de las grandes pirámides. El sepulcro del faraón Zer, de la primera Dinastía, contiene él solo la mitad del número de enterrados en un cementerio público de los tiempos amrahtienses y gerzeenses. La tumba de Zóser, de la tercera Dinastía, reúne diez mil jarrones de piedra. La gran pirámide de Gizeh, en la cuarta Dinastía, construída para el faraón Khufer, tiene 481 pies de altura y está compuesta de más de 2’300.000 bloques de piedra, con un peso aproximado de dos toneladas 50

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y media, y supuso, según el verosímil relato de Heródoto, el trabajo de 100.000 hombres. (Margaret). Es de presumir, que la práctica de enterramiento de servidores en las sepulturas de los principales, también realizada por los amerindios, haya sido un legado cultural difundido por los africanos de la diáspora genésica, y preservada por sus descendientes en Asia, Oceanía y América. EL COMERCIO CON LOS REINOS NEGROAFRICANOS

Una inscripción del año 2275 a.C., aproximadamente, cuenta que un tal Herkhuf, criado del faraón Merenra, hizo cuatro grandes expediciones hacia el Sur. En la última volvió con trescientos asnos cargados de incienso, ébano, marfil, pieles y boomerangs, inclusive un pigmeo para que divirtiera a su señor. Para ello debió remontar probablemente el Nilo hasta los confines de la selva, en la Etiopía meridional. Entre las armas de cacería se encontraba el boomerang, característica de los pueblos que viven en ambos lados del Nilo. En el comercio acostumbrado, los egipcios entregaban posiblemente ganado vivo y semillas vegetales a las tribus recolectoras y cazadoras, a cambio de colmillos de elefantes, boomerangs, pieles de leopardo y otros productos, intercambios que incluían técnicas de siembra, pastoreo y confección de cerámica ornamental. La superproducción agrícola en el antiguo Egipto generó una numerosa clase de nobles, sacerdotes, filósofos, militares, artistas, arquitectos, albañiles, médicos, matemáticos y artesanos, provenientes de muchos pueblos africanos, entre ellos de las ciudades de Kush, Meroe y Napata. LA RELIGIÓN

Se mantiene la duda acerca de si las ideas y cultos religiosos de los antiguos egipcios nacieron de su propia evolución o si fueron asimilados de la Mesopotamia. Todo hace pensar en un origen autóctono, en cuyo sustrato afloran las ideas religiosas acumuladas por la memoria genésica y ancestral del hombre africano. 51

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En la primera tumba dinástica del faraón Narmer, en Abydos, se encontraron víctimas humanas sacrificadas y enterradas en compañía de su soberano, para que le sirvieran en la vida de ultratumba. La organización, técnica y sistema religioso-político de las dinastías faraónicas, influyeron mucho más tarde en la arquitectura y arte autóctonos de los reinos negroafricanos de Nubia, Kush, Malí, Ghana y Songhai. La idea de construir grandes pirámides para glorificar a sus faraones, también se repite entre los Mayas y Aztecas, influencias o coincidencias todavía no explicadas satisfactoriamente. INFLUJO CULTURAL

El influjo de Egipto se extendió a las culturas asentadas en las costas de Eritrea, Somalia y Arabia, esta última, productora del incienso que se consumía en las ceremonias religiosas de los faraones. Desde el final del tercer milenio a.C., se organizaban, de vez en cuando, grandes expediciones marítimas para recorrer las costas africanas del Mediterráneo. Hay autores que afirman que algunas de ellas habían llegado y regresado de las costas orientales de América. Ya desde el segundo milenio a.C., las expediciones y caravanas de comerciantes habían entrado en contacto por vía terrestre con pueblos del interior de África, a través de los valles del Nilo y Atbara. Probablemente fueron los comerciantes egipcios los que llevaron las primeras cabras y las hachas de arcilla a los moradores de Shabeinab, antes del período de las dinastías faraónicas. Resaltamos estos hechos porque comprueban la tradición artesanal y artística de los prisioneros africanos traídos a la América, ya que está establecido que Egipto fue propulsor de las civilizaciones que se desarrollaron en los primeros milenios en las culturas africanas. LOS ESPLENDOROSOS Y OLIVER)

REINOS

SUDANESES

(FAGE

El desierto del Sahara, tierra árida y calurosa, extiende sus dunas y tolvaneras desde la costa occidental del África hasta el Mar Rojo. No siempre fue un mar de arena. En el pasado arcáico estuvo cubierto por aguas marinas. Desecado por el calentamiento gradual del planeta, 52

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se convirtió en tierra fértil para la vegetación y la fauna. Hubo una época en que el Homo Sapiens la habitó en un clima templado. Actualmente sólo es transitado por tribus nómadas que utilizan el camello como animal de transporte. Gracias a su capacidad de almacenar agua en su organismo, puede resistir largas jornadas, abrevando sólo en los oasis separados por grandes distancias. Los moradores del Sahara, bereberes o beduinos, son mestizos de árabes y negroafricanos que habitan principalmente las márgenes y oasis. Paralela al desierto, al sur, se extiende la gran sabana sudanesa, con lagos y caudalosos ríos: el Níger al occidente y el Nilo al oriente. En esta franja subtropical se asientan desde la antigüedad pueblos bantús de etnia negroafricana, conformando pueblos que evolucionaron hacia importantes reinos basados en una economía agraria y en la explotación de ricas minas de oro. Estas últimas despertaron la codicia de los mediterránicos, desde épocas ya mencionadas por Heródoto. Originalmente, como ya lo hemos visto, sus intercambios comerciales y culturales fueron con Egipto, pero conservan su cultura autóctona, religión, filosofía y arte. En las márgenes del lago Chad y sabanas del Níger, florecieron sucesivos estados desde principio de la Era Cristiana hasta el Siglo XV. En la actualidad, los descendientes de los antepasados han reconstruído la memoria de sus héroes y preservado en museos lo que sobrevivió al saqueo de esclavistas y colonizadores. Dos fenómenos humanos y culturales confluyeron para que florecieran los reinos sudaneses: a. Los grandes asentamientos de pueblos negroafricanos, principalmente bantús, en las márgenes y riberas de los ríos Níger y Sudán, gracias a la revolución agrícola provocada por la introducción de plantas alimenticias (trigo, mijo, arroz, cebada, ñame, etc.), durante el primer milenio a.C. b. El desarrollo cultural provocado por el uso del hierro, cobre, bronce así como por el comercio local y mundial que se generó con la explotación de las riquísimas minas de oro. 53

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Infortunadamente, hasta hoy no se han descubierto asentamientos arqueológicos que permitan conocer el grado de desarrollo material y espiritual de los antiguos moradores de estas comarcas. Su esplendor y cultura comenzaron a decaer por las invasiones musulmanas, desde comienzos del Siglo V. Validos de sus armas mortíferas lograron someter a los reyes bantús, imponiéndoles su religión, idiomas y costumbres, produciéndose profundos influjos de islamización. Los pueblos que resistían, fieles a sus cultos y dioses ancestrales (Odumare, Yemayá, Changó, etc.), fueron tomados prisioneros, conduciéndolos encadenados a través del desierto para ser vendidos como esclavos en el Mediterráneo, España y otras partes de Europa. Antecedentes de la trata humana que alcanzaría su mayor depredación con el comercio de cautivos por los traficantes portugueses, holandeses, franceses e ingleses a sus colonias americanas. Los pueblos y territorios de los antiguos reinos sudaneses (Malí, Ghana, Songhai, etc.), perdieron sus nombres para ser reemplazados por los de «Costa de los Esclavos», «Costa de la Malaqueta», «Costa de Marfil», «Costa de Oro», demarcados por los puertos donde embarcaban sus riquezas naturales e inagotable mercancía de hombres libres. Evoquemos a estos reinos que en su momento iluminaron la historia. NUBIA

En el territorio ancestral de Egipto existía el reino de Nubia, situado al sur de la primera catarata del Nilo. Tierra pródiga, poseía canteras de oro y granito; bosques de ébano y otras maderas para la construcción; así como abundante fauna de cacería (elefantes, búfalos, antílopes, rinocerontes, etc.). Nubia comenzó a ser colonizada por los egipcios al principio del segundo milenio a.C., conquistando la pequeña región de Kerna, que más tarde se convertiría en la primera ciudad comercial del reino de Kush. Debido a la explotación de sus riquísimas minas de oro, bajo la dominación egipcia, pronto se desarrollaron las industrias metalúrgicas, agrícolas y artesanales: armas de hierro y bronce; joyas; talla de marfil, perfumes, incienso, pieles y cerámica. 54

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Este proceso, que duró varios siglos, culminó con la dinastía sacerdotal que, a principios del primer milenio a.C., creó el reino independiente de Kush. KUSH

Las fronteras del sur de Egipto, 2000 años a.C., se extendían hasta los confines de la cuarta catarata del Nilo, donde existía el Reino de Kush, independiente, altamente especializado en la industria del hierro, la explotación carbonífera, confección de armas metálicas, agricultura y cerámica. Su desarrollo se debió a la influencia de Egipto. Su primera capital fue Napata, donde se había construído un templo al dios egipcio Amón-Ra. Posteriormente, su capital fue Meroe. La importancia del reino de Kush para la cultura sudanesa consistió en que por él penetraron los principales adelantos de la cultura egipcia. Debido a la introducción de plantas alimenticias procedentes de Egipto, su población, conformada fundamentalmente de etnia bantú, facilitó la dispersión en todo África de los elementos primarios de la civilización. AXUM

Axum fue otro reino al sur de Egipto, íntimamente ligado a la historia y cultura del reino de Kush. En su iniciación y desarrollo tuvieron principal importancia los semitas, pero sus profundas raíces históricas, étnicas y espirituales responden al pueblo bantú. Entre los descubrimientos y aportes al desarrollo de la cultura negra africana, figura el cultivo de cereales, bananas, estimulantes; y la cría de caballos y ganado vacuno. Hacia el Siglo IV de nuestra era, bajo el emperador Ezana, se adoptó la escritura gneza, lo cual niega que todos los prisioneros que llegaban a la América eran analfabetos. GHANA, EMPORIO DORADO

El conocimiento que se tiene de su historia se debe a lo preservado por la tradición oral y los escritos de visitantes árabes, que nos dan noticias sorprendentes sobre el Reino de Ghana, que ya existía desde que los romanos se retiraron de África en el Siglo IV a.C. 55

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El escritor El-Fazari, cuenta que los árabes enviaron en el año 734 una expedición desde Marruecos hacia Ghana, la que llamaron «tierra del oro», estableciéndose desde entonces un permanente comercio de oro sudanés por sal y otros productos árabes. Ante la necesidad vital que tenían los sudaneses de consumir sal, los árabes llegaron a exigir que se les pagara su producto por igual peso en oro. El centro de este mercado fue la ciudad de Sijilmara, donde los Soninke, mercaderes de Ghana, traían el oro para comerciar con los árabes, quienes posteriormente lo conducían a Europa. El distrito de Wangara, independiente del control directo del reino de Ghana, era administrado por negroafricanos. Sin embargo, el Rey centralizaba los precios mediante el control del superávit de oro. En un libro escrito por El Bekri, en España, en el año 1067, cuenta que el Rey de Ghana podía organizar un ejército constituído por más de 40.000 guerreros de cabalgadura y a pie, armados de arcos, flechas, espadas y dagas para combatir cuerpo a cuerpo. Los ghaneses mantuvieron en secreto el lugar donde se hallaban las minas de oro, dando muerte a todos aquellos sospechosos o extraños que pudieran revelar su territorio. Su florecimiento y expansión se debió fundamentalmente a la metalurgia, lo cual le permitió construir armas para someter a sus vecinos que no habían alcanzado igual desarrollo. Durante siglos, Ghana fue la fuente que abasteció de oro a Europa hasta el descubrimiento de América. En 1042, después de Cristo, los almorávides de Lemtuna desataron una guerra religiosa contra los musulmanes negros que no se ajustaban a la ley del Corán. Los soninke, de Ghana, resistieron en su capital Kumbi Saleh. En el año 1076, los conquistadores pudieron someter una parte de Ghana, durante la lucha religiosa por el control del gobierno que se prolongó durante un siglo, hasta cuando finalmente los almorávides, en 1123, tras devastar su territorio, impusieron su dominación. MALÍ

Sundiata, jefe mandinga, victorioso contra los sosso, que gobernaban a Ghana, sus más poderosos vecinos, en 1240 inició la era de los 56

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grandes imperios sudaneses, ampliando las fronteras de su estado al sur y sudeste. Trasladó la capital de su reino a Niani, generalmente conocida como Malí. El nuevo Rey organizó un poderoso ejército con el cual expulsó a los musulmanes establecidos en la ciudad norteña de Walata, devolviendo el control del estado exclusivamente a los negroafricanos bantú, con lo cual se convirtió en héroe de leyenda. En 1307, a la muerte de Sundiata, subió al trono su nieto Mansa-Musa, el más famoso rey de Malí, admirado en Europa y el Mediterráneo por sus fabulosas peregrinaciones a la Meca con un séquito de 500 esclavos, cada uno portando ofrendas de oro. Entre las ciudades imperiales en las fronteras de Malí, fueron las ya mencionadas Timbuctú y Goa, famosas por sus riquezas y palacios, donde confluían sabios, guerreros y reyes. Todas en las sabanas del río Níger. De estos lugares fueron conducidos prisioneros a nuestra América, embarcados en la llamada «Costa de los Esclavos». (Diop). IDENTIDAD INDIAS»

DE

LAS

LLAMADAS

«PIEZAS

DE

La importancia del Reino de Kush se extendió durante más de un milenio, hasta la mitad del Siglo IV, después de Cristo. Con la decadencia de Egipto, atacada por los asirios y romanos, los kushitas lograron apoderarse de Egipto y constituyeron la XXV Dinastía de los faraones. Es necesario tener en cuenta este influjo cultural egipcio sobre los pueblos negroafricanos, ya que desmiente las falacias propaladas por los traficantes de que procedían de tribus bárbaras y selváticas, cuando en verdad habían alcanzado un alto dominio de la agricultura; ganadería; metalurgia del hierro y el bronce; cerámica policromada con dibujos; orfebrería; arquitectura de casas y templos en piedra y barro con muchos cuartos, ventanales y jardines; inscripciones en alto y bajo relieve en madera, piedra y bronce; escritura egipcia y griega; artesanía de metales: cuchillos, espadas, coronas, etc.; joyería de oro y piedras preciosas; herramientas de hierro: azadones, rastrillos, instrumentos para herrar ganado; porcelanas, platos, basenillas, vasos para cerveza; industria del vidrio: botellas, espejos. (Diop). 57

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Muchos de ellos fueron orfebres tan maravillosos como nuestros amerindios. Trabajaban oro, bronce, cobre y plata en joyas, para faraones y príncipes, usadas inclusive en sus tumbas. También labraban marfil, hueso y pulían la piedra. Otros eran ricos comerciantes de marfil, ébano, armas, pieles de animales y plumas de avestruz. Una de las características de los artesanos kushitas consistía en imitar las artes de los pueblos con los cuales entraban en contacto, igualándolos y, aún, superándolos, sin perder su propio estilo. En Egipto, Roma y Arabia eran muy estimados. Lamentablemente, sus habilidades y creatividad fueron menospreciadas por los dueños de minas en la Nueva Granada, México, Perú, etc., utilizados prioritariamente en la extracción de oro y plata para fundirlos en lingotes de físico metal. EL SENTIMIENTO RELIGIOSO

Influídos por el esplendor, majestuosidad y monumentalidad que inspiraba la sociedad teocrática de Egipto, los negroafricanos, herederos de las tradiciones mágico-religiosas de sus pueblos primigenios, pronto asimilaron el culto a la divinidad de los faraones, tánto, que pudieron suplantarlos en sus Dinastías. Sin embargo, adoradores de las fuerzas sobrenaturales, no abandonaron del todo sus propias creencias, dioses y tótems. A consecuencia del sincretismo religioso con los egipcios, los kushitas adoraban al Dios Apedemak, que representaban como un león de tres cabezas y varias ramas de brazos. Su culto regía en la ciudad de Jebel Barkal, en una colina sagrada. En ella se construyó el famoso templo de Amón, sólo superado en su arquitectura por el de Karnak, en Egipto, erigido al mismo Dios. También los bantú levantaron grandes pirámides a sus faraones, con arquitectura propia, como aconteció más tarde (Siglo IX) en la ciudad sagrada de Zimbabwe, al sur. El templo del Sol, en Meroe, ya descrito por Heródoto, tiene importancia para un análisis comparativo de las concepciones arquitectónicas de pirámides americanas, con las cuales se adoraba al sol, especialmente con las de Teotihuacán, en México. 58

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Cabe destacar la impresionante similitud de la escultura megalítica de la cabeza del rey Netekamani, con la de los Olmeca, de Veracruz, México. Es sorprendente que bajo las prácticas expoliatorias de la esclavitud, si los afroamericanos no pudieron construir templos en piedra a sus dioses, al menos lograron preservar sus cultos, puros o sincretizados con el catolicismo.

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CAPÍTULO CUARTO:

C

IVILIZACION EN LA

E

V

IEJA

B ANTÚ C ASA

l hemisferio meridional del continente africano, Suráfrica, por contraste al septentrional, posee una topografía sui generis, que niega la idea generalizada de África como un rincón de la tierra con selvas impenetrables, hombres desnudos y bestias feroces, el «Paraíso de Tarzán». Durante milenios, los navegantes y exploradores temieron desembarcar en esta «tierra tenebrosa», como también huían del océano Atlántico. Desde que Bartolomé Díaz descubriera el cabo austral de Nueva Esperanza (1486) y fuera abatido por una tormenta, los navíos cruzaron de largo sin atreverse a penetrar en el interior, donde afirmaban que vivían unicornios y endriagos. Hoy sabemos que África, como América o Euroasia, es un sólo continente, donde el hombre y su cultura han podido evolucionar sin sobresaltos desde que abandonó su cuna original en las fértiles tierras de los grandes lagos de Egipto, Kenya y Tanzania, adaptándose a distintas ecologías, con la misma flora y fauna. Existe sí un ámbito único y totalmente diferente: el extremo austral con bajas temperaturas y ciclos de estaciones moderadas que corresponden al otoño, invierno, primavera y verano. A medida que se sube del sur al Ecuador, aparecen los climas templados y calurosos del desierto, las mesetas, los nevados y cadenas montañosas en ambos litorales. Al occidente, el océano Atlántico; la meseta de Kaoko (1.000 mts.); los Montes de Loma (2.100 mts.); Monte de Sanaga (4.100 mts.) y los grandes ríos Congo, Cubang y Orang, etc. Cerca al litoral Atlántico, los archipiélagos de Fernando Poo, Cabo Verde y las islas Canarias. Al oriente, el océano Indico; los volcanes con nieves perpetuas: el Kilimanjaro, en Tanzania (5.936 mts.) y el Monte Kenya (5.199 mts.). Más al sur, las cadenas de Matopo y Darkenberg (2.000 mts.);

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el río Zambeze y otros menos caudalosos, pero también importantes: Limpopo, Vaal, etc.; y los lagos Makarikari y Kariba. Al este del litoral Indico, se encuentra el archipiélago de las Comores y la gran isla de Madagascar. En medio de esta variada topografía, al sur, se extiende el desierto de Kalahari, con los lagos Makarikari, Kariba, y el pantano de Okavango. Igualmente, a lo largo de los siglos, en las regiones del centro y sur del continente, surgieron los reinos de Zimbabwe, Manicongo (Congo), del Ngola (Angola) y del Monomotapa de los zulúes. Cada uno con recursos naturales y artes que los ligaban al pasado común de los reinos del Níger, Guinea y regiones sudsaharianas. Pretender dividir la cultura africana en polos separados, es ignorar sus raíces. Desde su origen, las familias africanas desarrollaron simultáneamente sus caracteres particulares sin separarse del tronco común. Historia, idiomas, religión, moral y hábitos se mezclaron en un solo universo que también preservaron los millones de africanos trasplantados a la América, no importaba que tan distantes les arrojara el exilio o las prácticas para borrarles sus respectivas etnias. Igualmente, en la geografía de toda África se repite la fauna milenaria: simios, elefantes, hipopótamos, rinocerontes, jirafas, cocodrilos, leones, leopardos, búfalos, antílopes, aves, reptiles e insectos. En esta naturaleza, a la par fértil y agreste, el Homo Sapiens Africano defendió la vida con su poder creador. Las pinturas rupestres que dejaron en más de mil cuevas, repartidas en el norte y África meridiona,l son la historia escrita de sus herramientas, pensamientos y afanes, que nada tienen que envidiar al Cro-Magnon. Sorprenden por su realismo, expresión estética y vivos colores, todavía frescos treinta mil años después. REINOS DEL MANIKONGO, ANGOLA Y MONOMOTAPA PASADO ARCÁICO Y CONTEMPORANEIDAD

Para la interpretación humanística y filosófica que nos proponemos plantear del África genésica y no meramente histórica, económica y política, es de suma importancia recordar las tesis confirmadas por los nuevos investigadores —etnólogos y sociólogos— sobre la continuidad 62

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del proceso histórico africano, desde la aparición del Homo Sapiens hasta nuestros días. «Pero en esta parte de África donde se asentaron los reinos sudaneses, son tan escasos todavía nuestros conocimientos que conviene decir lo menos posible, si bien es esencial para la clara comprensión de los períodos posteriores de la historia africana, enfrentarse con el hecho de que las partes del continente donde las primeras sociedades agrícolas poco estructuradas se convirtieron en Estados, fue la región central y no la periferia occidental y oriental. Es este hecho el que da a la historia de África una cierta unidad que le hubiera faltado si todas las principales fuerzas motrices le hubieran llegado a través de los océanos, tanto del Este como de Occidente». (Oliver y Fage). LOS BANTÚ Y SU CULTURA

Los actuales estudios antropológicos han permitido comprobar la evolución de la primigenia raíz bantú hasta sus descendientes contemporáneos, tanto en África como en los demás continentes, como lo reconocen los investigadores norteamericanos Belas y Hoijer. Resumiremos sucintamente sus conclusiones: Los actuales negrillos o bosquimanos (hombres de la selva) y los negros (África) conjuntamente con los caucásicos (Europa) y los mongólicos (Asia), constituyen las ramas primigenias de la especie humana. Atenidos a sus características de entonces, 2000 años o más a.C., a los africanos se les divide en dos troncos primarios: Negroafricano (Negroide), nativos de la región occidental de África, conocida como la Gran Foresta del Congo, a lo largo del litoral y valles con abundante vegetación selvática. Igualmente son el componente básico de los pueblos que habitan la región subsahariana nilótica, donde se mezclaron con hamitas del Mediterráneo. Negrito, compuesto de pequeñas y numerosas comunidades que habitan también en las zonas australes de la Foresta del Congo. Pertenecen a este grupo muchos pueblos que viven fuera de África: Negrito Oceánico: moran en las islas Andaman (Archipiélago 63

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Malayo) y en algunas regiones de Indonesia; en el interior de la península Malaya; en varias islas de las Filipinas; en las tierras altas de la Nueva Guinea y regiones de Australia (aborígenes Papúas) donde se conservan relativamente sin mezcla. Existe consenso en la mayoría de los antropólogos en reconocer que los más antiguos antepasados de esta etnia y cultura (el hotentote y el Homo Sapiens Africano) se desplazaron por todo el Viejo Mundo, mezclándose en Asia con un grupo desconocido del tronco mongólico. Bosquimano - Hotentote: Comunidades poco numerosas que habitan en los linderos del desierto de Kalahari y márgenes del río Limpopo (sudeste de África). En sus orígenes se les encuentran nexos comunes con los Negrito. Negro Nilótico: Básicamente conformado por pueblos negroafricanos, probablemente originarios de la Foresta del Congo y que ocupaban las riberas del Lago Victoria y valles del río Nilo. Se les divide en gran variedad de subgrupos extendidos por el este de África, mezclados con etnias mediterránicas (egipcios, etíopes, hindúes, etc.). También se extendieron hacia el sudeste de África, presionando a los Bosquimano - Hotentote y Negrito hacia al sur. Este fue el mosaico de pueblos africanos que generaron sus propias culturas o se mezclaron con invasiones de la Mesopotamia, Mediterráneo, Asia y Oceanía. Las primeras migraciones humanas a la América se remontan a un pasado arcáico no muy bien determinado, pero las actuales investigaciones se inclinan a confirmar que hace más de 50.000 años llegaron pueblos euroasiáticos y afroasiáticos, desde muy antiguo mezclados entre sí. Atravesaron el estrecho de Behring (mongólicos) o siguieron en las corrientes oceánicas del Pacífico (nipones, melanésicos, polinésicos y australianos), remotos antecesores de olmecas, tiahuanacos. (P.Rivet). GENEALOGÍA ANCESTRAL AFRICANA

Así mismo, en África se ha demostrado que los actuales bantú son descendientes directos del Neandertal y del Homo Sapiens Africano, pero física y culturalmente acusan especificidades étnicas 64

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y culturales: hablan idiomas diferentes, aunque tienen un tronco común; rasgos somáticos y costumbres muy diferenciados. Además, entre ellos se han operado procesos de mestizaje en épocas remotas y en los últimos siglos. Los bantú del África Central y Austral, dispersos en las márgenes selváticas de los grandes ríos del sur (Congo, Zambeze, etc.), debieron afrontar los mismos problemas que aquejan hoy a la sociedad contemporánea: crisis de producción agrícola; déficit tecnológico, superpoblación, hambrunas, epidemias, guerras e invasiones. No obstante, lograron sobrevivir hasta conformar grandes reinos (Angola, Manikongo y Monomotapa), sociedades organizadas y estables, con principios filosóficos, religiosos y éticos que les han permitido existir hasta nuestros días. Es más, destruídos sus pueblos por los europeos y sometidos a la esclavitud en América, sus descendientes, puros y mestizos, después de cinco siglos de exilio, gracias a preservar en su memoria y tradición oral la sabiduría de sus antepasados, no sólo lograron sobrevivir, sino participar en la formación de las modernas sociedades americanas. Aunque se estime como elemento fundamental de la civilización de los pueblos el desarrollo material y tecnológico, también es prioritaria y decisiva la experiencia social: las concepciones filosóficas, religiosas y políticas. Este es el gran aporte milenario de los pueblos africanos en su continente y en su diáspora universal. Acervo que en América se enriqueció con las luchas por preservar la vida, la familia y la libertad. Desde su temprana historia, los pueblos bantú iniciaron sus migraciones por los distintos territorios del África Central, Oriente y Occidente, asentándose en aquellas zonas donde las condiciones naturales y los recursos técnicos les permitían la subsistencia y el desarrollo: las sabanas fértiles para la agricultura, la caza y el pastoreo; los ríos para la pesca y navegación, y las selvas con sus frutos. Sin embargo, no se trataba de tribus que dependieran exclusivamente de la naturaleza, sino de pueblos emigrantes, debido a la superpoblación, generalmente apoyados por sus gobernantes, que buscaban ampliar sus dominios y aumentar la economía tributaria. Comunidades que huían de otros invasores o huestes armadas para conquistar territorios, 65

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someter a pueblos rivales y hacerse a mujeres para perpetuar sus etnias. Desde luego, las invasiones extranjeras que procedían del Mediterráneo con el propósito de abastecerse de fuerza de trabajo humana, siempre fueron causa de permanente desestabilización y reagrupamiento de los estados nativos. Rapiña comercial y armada padecida desde la antigüedad y perpetuada en la Era Cristiana, hasta las depredadoras de los modernos imperios europeos. (Oliver Fage). EL GRAN SALTO A LA CIVILIZACIÓN

Para alcanzar su desarrollo, los pueblos africanos tuvieron su propia evolución creadora. El perfeccionamiento de herramientas metálicas (hierro, cobre, bronce, latón, etc.) que facilitó un mayor rendimiento agrícola y artesanal; materiales de construcción, orfebrería, talla, escultura, etc. El desarrollo de nuevos cultivos con plantas autóctonas o introducidas de otras comarcas: el sorgo, arroz, trigo, plátano, ñame, yuca... Verdaderas revoluciones agrícolas que permitieron el aumento de la población y su expansión por nuevos y vastos territorios. Eran tiempos de grandes transformaciones sociales y técnicas cuyo impacto repercutía en todo el Mundo Antiguo. Aunque sus orígenes y centro de difusión hubiese sido Egipto, Mesopotamia o Roma, los grandes reinos de Kush, Ghana y Malí, los adquirían con sus riquezas en oro y otros recursos, para ser desarrollados y aplicados a necesidades propias. Igualmente, a lo largo de los siglos, en las regiones del Centro y Sur del continente, surgieron los reinos del Zimbabwe, Manikongo (Congo), del Ngola (Angola) y el Monomotapa. Cada uno de ellos dependía de los recursos naturales y artes que los ligaban al pasado común de los demás reinos del Níger, Guinea o regiones subsaharianas. Incluso por su vecindad, mantenían estrechos vínculos étnicos y culturales. Pretender dividir la cultura africana en polos separados es ignorar sus raíces. Desde su origen, las familias africanas desarrollaron simultáneamente sus caracteres particulares, pero sin separarse del tronco común. Historia, idiomas, religión, moral, hábitos, se mezclaron en un solo universo, que también preservaron los millones de africanos 66

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transplantados a la América, no importaba que tan distantes les arrojara el exilio o las prácticas para borrarles sus respectivas etnias. IDIOMA Y RELIGIÓN

Como resultado de su historia, los pueblos nativos de África (negroafricanos), en virtud a su propio desarrollo, han devenido a conformar grandes vertientes culturales: Yoruba, Bantú, Fon, Carabalí, etc. Por sus connotaciones, estos apelativos van más allá de las simples denominaciones étnicas. La sola mención de sus nombres los identifican como pueblos africanos, aunque existan influjos o mestizaje entre ellos. Hemos visto que desde la antigüedad, caucásicos y mongólicos han estado en contacto con las civilizaciones negroafricanas sin que éstas hayan sido asimiladas. El idioma yoruba ha recibido influjos semánticos y gramaticales del árabe y otras lenguas mediterránicas. De igual modo, el bantú, en la costa oriental, desarrolló un idioma mestizo (swahili), pero conservando su raíz africana. La diversidad de idiomas y dialectos a que ha dado origen demuestra su arcáica y rica conformación lingüística: ¡más de dos mil! El pensamiento religioso africano, nacido de las primeras preguntas y respuestas del Homo Sapiens para explicarse la existencia de su naturaleza, la vida y la muerte, continúa siendo la fuerza coercitiva que liga su conducta personal y colectiva. No es una religión para mostrar sino para interiorizar, para vivir y comportarse. Este núcleo de su religiosidad inspiró los cultos a los astros, dioses y Ancestros. Es lo mismo para todas las concepciones religiosas, porque los negroafricanos, por sus génesis y ámbito geográfico, se sienten más ligados entre sí por la vida, que otros pueblos cada vez más distantes de sus fuentes vitales. África, con sus ríos, montañas, selvas y sabanas; con sus permanentes vientos oceánicos y la convivencia con animales y plantas, acompañándolos en la aventura de la existencia, les hace concebir su tierra como un gran templo donde son, a la par oficiantes y devotos de una religión (en el sentido primario del vocablo), para compartirla con los vivos y sus Ancestros.

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Hablemos, pues, más de una manera de ser y sentir la existencia que de un ritual contemplativo y gratificante de las fuerzas superiores. Es la expresión existencial del pensamiento y del sentimiento para comunicarse con sus deidades: el cuerpo, la danza, el canto, la música, la palabra. Son los mismos lenguajes mágicos y sagrados que utilizó el Homo Sapiens cuando tuvo conciencia de que no estaba solo en el universo. Este contexto cosmogónico y vital ha inspirado la filosofía del Muntú: la gran familia de los difuntos y vivos, hermanados con los animales, plantas, mares, ríos, astros, estrellas, y las herramientas. (Temples). Esta es la memoria ancestral que mantiene unidos a los millones de africanos transplantados a la América, donde siempre se sintieron libres bajo el colonialismo expoliador de las fuerzas vitales, nueva forma de opresión que lo diferencia de los sistemas esclavistas, en los cuales a los oprimidos se les reconocía el derecho a la vida, la familia y sus gentilicios culturales.

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CAPÍTULO QUINTO:

L

OS

B

ABALAOS DE LA

R

ESISTENCIA

LAS BODEGAS ILUMINADAS

N

os han enseñado la historia de África y de sus descendientes en América, unas veces barbarizándonos y otras con falsos paternalismos, presentando a nuestros antepasados como víctimas indefensas ante las torturas y cadenas de los esclavistas. Igual actitud se asume con los abuelos amerindios y nosotros sus descendientes. Siempre se habla de que fueron «exterminados», «destruidos sus idiomas» y «desaparecidas sus culturas». Nada más falso y dañino para niños y adultos que revivir cicatrices sin resaltar los sacrificios y heroísmo en la defensa de sus valores sagrados: vida, familia, tierra y cultura. Más glorioso es sacrificarse y padecer por la libertad que sobrevivir con el estigma de no haberla defendido. La resistencia y la permanente rebeldía frente a la opresión han ennoblecido todos los pueblos africanos desde la antigüedad hasta nuestros días. Puede afirmase que no existe otra etnia que tenga una historia ininterrumpida de luchas como la de los pueblos africanos en su continente y donde quiera que hayan sido ofendidos. Heródoto, historiador griego que vivió cuatrocientos años antes de Cristo y considerado como padre de la historia, ya cuenta de la resistencia suicida de los belicosos libios enfrentados con sus lanzas a las legiones romanas. En el primer siglo de la Era Cristiana, Ptolomeo, en sus memorias, prosigue el relato de la indeclinable rebeldía de los etíopes contra las capturas ordenadas por los faraones para ser utilizados como esclavos en la construcción de las grandes pirámides. La lucha prosiguió contra mercaderes de la Mesopotamia, a quienes no sólo resistieron los capturados en Abisinia y otras comarcas africanas del Océano Indico,

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sino que se rebelaron y conformaron los primeros «palenques de la libertad» fuera de África, en el Sur de Irak, a finales del Siglo IV. Al iniciarse las invasiones musulmanas en el Siglo VII, hubo un levantamiento generalizado de los pueblos negroafricanos en los reinos de la sabana sudanesa y sudeste de África, oponiéndose a la cacería humana para vender cautivos en Arabia, Mediterráneo, India, China y España. Al mismo ritmo en que crecía y se extendían los mercados, aumentaban los combates contra los invasores. Hemos señalado los nombres de Asicia Mohammed, Askin Ishak y otros soberanos que organizaron poderosas caballerías de 30.000 o más jinetes armados de espadas y lanzas, reforzadas con ejércitos de infantería de 15.000 y 20.000 combatientes, apoyados por toda la población —mujeres, ancianos y jóvenes— en defensa de la patria y su religión. Guerras de resistencia se libraban en esos mismos días y años en América por los caribes, taínos y aztecas, chibchas e incas, contra los invasores y esclavistas europeos. Para advertir la simultaneidad de las agresiones y defensa de sus territorios por parte de los pueblos de Africa y América, confrontaremos algunos hechos históricos: 1486 Bartolomé Díaz, navegante portugués, llega al Cabo de la Buena Esperanza, y en su tripulación lleva a Cristóbal Colón. 1492 Colón desembarca en América, y en Timbuctú se lucha contra los musulmanes, capitaneados por un general español. LA GUERRA CONTRA LA CACERÍA

Las gestas heróicas de los pueblos africanos en América contra los imperios europeos, en defensa de su libertad, durante más de tres siglos y medio, deben figurar como el capítulo más importante de la Historia Universal por la dignidad humana. Sin embargo, no se registra en los anales de ninguna nación del mundo. Todo lo contrario, se sepulta y recuerda tan sólo como un episodio más de la esclavitud, sin que cuente el heroísmo de quienes se sacrificaron para impedirla y abolirla. 70

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Para los cronistas de la historia africana sólo cuentan los «descubrimientos» y «encubrimientos» de los pueblos colonizados. Pero los sometidos también tienen sus Homeros, los juglares que han cantado y preservado en sus cantos la memoria de las epopeyas de sus héroes, mártires e ideales libertarios. Pruebas de esta historia son las fortalezas amuralladas construídas en África por portugueses, holandeses, franceses, alemanes e ingleses en las costas del Atlántico, Mediterráneo y del Indico, donde eran confinados los prisioneros. Pero aún así, los traficantes no impidieron los asaltos de quienes trataban de rescatarlos. ¿Por qué fortalezas amuralladas y no puertos de embarque? Con esta aparente omisión u olvido se pretenden ignorar las luchas de millones de rebeldes y héroes que murieron en la lucha contra los cazadores de hombres libres en la defensa de ciudades, aldeas, riberas, litorales y selvas, y allí donde hubiera un prisionero que liberar. Las llamadas «costas de los esclavos» eran, en verdad, frentes de batalla donde por siglos sus defensores ensangrentaron las aguas de ríos y mares. Los nombres de esas «casas de los muertos» encubren las historias milenarias de culturas vivas y florecientes en el momento en que se enfrentaron a las huestes invasoras de los llamados «cruzados» de la cristianidad. Asedios, incendios, exterminios, robos, capturas y exilio. Como en todas las infamias, no faltaron los judas. Muchos jefes y reyezuelos se dejaron sobornar por los invasores, comerciantes y esclavistas, patrocinando los crímenes contra sus hermanos. Otras veces fueron rivalidades ancestrales revividas y financiadas por los traficantes a cambio de armas, tropas y dineros para destronar a los soberanos enemigos y esclavizar a sus súbditos. (Maninix). Pero también hubo gobernantes insumisos a los halagos, que nunca permitieron que en su territorio se construyeran fortalezas para la concentración y embarque de prisioneros. Movimientos liberadores, como el capitaneado por Dingaan, cuya arremetida contra los cazadores portugueses en Sofala fue tan arrolladora que, al paso de sus tropas multitudinarias y aullantes, no quedaron esclavistas con vida.

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Y los temidos códigos espartanos de Zaka, el jefe zulú, que hicieron temblar a los sanguinarios invasores de Sudáfrica: ¡«Primero muerto que prisionero»! ¡«Primero suicida que esclavo»! Pasado glorioso de resistencia y heroísmo que cimentó el espíritu de rebeldía de los prisioneros africanos en las bodegas de los barcos en la travesía trasatlántica, y, en América, contra la esclavitud y por la libertad e independencia. LAS CASAS DE LOS MUERTOS

Las factorías amuralladas en la «Costa de los Esclavos», según el mapa de los traficantes, se recuerdan en la tradición de los pueblos de Africa, como las «Casas de los Muertos», memoria perdurable de quienes no regresarían de su viaje a la América, también rememorada como «El País de la Muerte». Para los africanos, las factorías eran el inicio de un viaje que conducía al reencuentro de los antepasados. Sin embargo, nosotros, afroamericanos, descendientes de los que sobrevivieron a la travesía del Atlántico, debemos reconocerlas como el comienzo de la historia de nuestros antepasados. Africa, inmensa y milenaria, perdía lo mejor de sus pueblos, los más fornidos y depositarios de su sabiduría. Si dejaron de vivir para ella, en América sembraron la semilla de nuevas generaciones. Siguiendo el litoral Atlántico africano de norte a sur, correspondía a los Grandes Reinos Africanos —Ghana, Malí, Songhai, Angola, Congo y otros cuyos territorios fueron demarcados como cotos de cacería y embarque: Costa de la “Pimienta”, “Marfil”, “Malaqueta”, “Oro” y “Esclavos”. A ellas confluían los cautivos en los ríos y afluentes del Níger, Congo, Sudán, etc. Los barcos de distintas banderas se aprovisionaban en sus respectivas factorías, escalonadas a lo largo del litoral: Zafí (Mauritania), Argum (Sudán), Cabo Verde (Guinea), Cestos (Malí), Cacheo (Congo), San Jorge de Mina (Congo), Santo Thomé (islas de Cabo Verde), Whyda 72

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(Dahomey), Cabinda (Angola portuguesa), Loango (Angola francesa), Banana (Congo inglés). Recordemos que los aborígenes daban el nombre de Zaire al río Congo. En el litoral Indico se estableció la factoría de Sofala (Mozambique), en donde se embarcaban prisioneros del reino Monomotapa, tierra de los belicosos y temidos zulúes. Aunque estas factorías fueron demolidas por el tiempo, debemos rememorar sus nombres como emblemas de rebeldía de nuestros antepasados, que en ningún momento del tráfico nefando dejaron de sentirse libres. LAS BODEGAS ILUMINADAS

La sangría de los hijos de Africa se prolongó por más de tres siglos y medio, pero la cantidad de los millones de compulsados al exilio no se conocerá nunca. ¿25, 50, 100 millones? Los traficantes siempre ocultaron las cifras de su fraudulenta mercancía. Lo cierto es que su descendencia se ha multiplicado y se acrecienta en América, en una población que se calcula en más de 300 millones de afros, mulatos y zambos. La larga travesía, durante cincuenta o más días de cautiverio en las galeras de las naos, fue un calvario donde sólo sobrevivieron los más resistentes. Ya en el momento de embarcar se les sometía al suplicio de la herrada con hierro candente, la carimba, para distinguirlos con la señal del amo, pues la cargazón no siempre era de un mismo dueño. Temida penitencia de la que no escapaban mujeres y niños. Otras veces se agregaba la correspondiente al pago de alcabala para el tesoro del Rey de España, y, como si fuera poco, podían sufrir otras, si lo requería el nuevo amo al adquirirlo en los puertos de América. La carimba fue también un estigma de infamia para toda la vida, aún después de ser libre, si la vida alcanzaba para tanto. Se sabe que la expectativa de sobrevivencia para un esclavizado sometido al intenso tráfago de trabajo en jornadas de diez y doce horas diarias, pocas veces 73

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sobrepasaba los diez años de vida. Con todo, era preferible morir a temprana edad que ser desechado por viejo y mostrenco. A la prueba de fuego al rojo vivo, se sumaban otros martirios no menos expiatorios. Desnudos y encadenados, debían permanecer sentados o tendidos en la mayor promiscuidad; a falta de agua y alimento padecían enfermedades, en un ambiente sofocante y pútrido, mojados por sus propios excrementos y orines. Madres e hijos, varones y mujeres, separados sólo en pocas oportunidades, conducidos en grupo a cubierta para impedir que murieran encalambrados, obligándolos a moverse o danzar al compás de un tambor y azotes. En tan dolorosas e infamantes condiciones, la mortandad era generalmente del 25%, dándose viajes que alcanzaban el 30 y aún el 40% de defunciones. A los cadáveres y aún a los enfermos, se les arrojaba al mar. La isla de Santo Thomé, a varios días de navegación de la costa africana, fue aprovechada por los prisioneros para sus protestas y motines, antes de emprender la gran travesía. No obstante, se dieron rebeliones a bordo, en mitad del viaje o frente a las costas e islas de América, incendiando las naos o arrojándose al mar para alcanzar a nado la orilla, si no eran devorados por tiburones al acecho. Navegar junto a los difuntos antes de que fueran arrojados al mar; vivir con la permanente angustia de la muerte, y, algunas veces, suicidarse, constituyó un ritual diario para invocar la protección de los Ancestros. Para nuestros antepasados que arribaron con vida o sin ella a los puertos de América, el tránsito de una orilla a la otra del Atlántico, siempre fue un viaje al más allá. La esperanza del reencuentro con sus Ancestros les mitigaba el dolor. ETNIAS Y CULTURAS (AGUIRRE BELTRÁN)

En las galeras de cada barco se hacinaban decenas y centenares de etnias y culturas. Pese a su desnudez, constituían el mayor acervo cultural que Africa brindaba a la formación de los nuevos pueblos de América. Astrónomos, poetas, matemáticos, políglotas, pastores, artesanos, agricultores, médicos, filósofos, escultores, sacerdotes, bailarines, 74

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trovadores, navegantes, matemáticos, naturalistas, botánicos, músicos, orfebres, albañiles, pintores, navieros, etc. Desnudos y encadenados, aparentemente los igualaba su piel oscura. Sin embargo, lo que realmente los unía era la devoción por sus Dioses, Orichas y Ancestros, el escudo inseparable para permanecer unidos en la adversidad, el tiempo y la distancia. Cultura Bantú. Los pueblos de esta etnia constituyeron la mayor masa prisionera traída a la América. Procedían de las regiones del Congo que, a fines del Siglo XV, al ser conquistadas por el portugués Diego Cao, poseían una población de 2’000.000 de habitantes. El reino recibía el nombre de Manicongo y comprendía los estados Ngoyo, Kakongo, Lango, Matamba y Ndongo. El título de Ngola, dado al heredero del reino de este último estado, vino a dar nombre a la región de Angola. Nuestro interés al seguir los pasos a los pueblos bantú, es destacar el hecho de que al poblar la casi totalidad del Africa Meridional, constituyeron la mayor fuente de población traída a América. Colombia, con el más importante puerto receptor continental, Cartagena de Indias, no podía sustraerse de recibir grandes contingentes bantús a lo largo de tres siglos y medio de comercio de prisioneros. Aunque a la mayoría se le dedicó a las labores del campo, por su gran tradición agrícola, a los primeros europeos en llegar al Congo les sorprendió sus extraordinarias habilidades prácticas, especialmente por el uso de herramientas metálicas, la forja, la fundición y la escultura. Cultura Yoruba. Los pueblos africanos comprendidos dentro de esta familia, emparentados étnica y lingüísticamente, ocupan la vasta zona de la costa de Guinea (Costa de los Esclavos y Camerún) y las regiones del interior del Bajo y Medio Níger. Los Yorubas, también llamados Lucumís (Cuba) o Nagos (Brasil), abarcaban infinidad de pueblos de hábitos agrícolas, mineros, artesanales y religiosos distintos, pero confluentes en las directrices culturales de su etnohistoria. Se caracterizaron por el gran desarrollo de sus concepciones y cultos religiosos, presentes en los otros pueblos africanos y en la sincretización 75

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en América de sus dioses con los del Cristianismo. Los candombes nagos de Bahía, el culto a Changó en Pernambuco y en Trinidad, la santería en Cuba, son ejemplos de su extraordinaria influencia religiosa. La capacidad de expansión y asimilación en la propia África la vemos en el intercambio y adaptaciones que establecieron con sus vecinos los Ewe-Fon del Dahomey, y los Efik-Efor del Calabar. La filosofía yoruba reconoce y venera el equilibrio existente entre las fuerzas sobrenaturales –Dioses y Orichas– y el hombre. Pero en América, gradualmente cambia el objetivo religioso: el hombre busca a través de sus deidades un apoyo a sus vicisitudes. Cultura Carabalí-Bantú. Con esta denominación queremos referirnos a los pueblos que ocupaban la región comprendida al este del río Níger. La zona siempre tuvo numerosa población desde los primeros tiempos de la trata, la que persiste encubierta en nuestros días. De ella procedían prisioneros desembarcados en América con el nombre genérico de Carabalí, del país Calabar. Obligados a cumplir faenas mineras y de pastoreo, se les impidió preservar sus tradiciones artísticas. Aparte del “baile de los diablitos”, por lo demás común a todos los pueblos congos, no se han observado otras manifestaciones de esta cultura, que tiene en sus costumbres muy características las de usar una variada gama de dibujos simbólicos, algunos de los cuales se trazan sobre los cadáveres al inhumarse; y de constituir una estrecha cofradía, con severos castigos para los violadores del «secreto de la salvación», es decir, el «reencuentro con los Ancestros». Cultura Ewe-Fon. En la costa occidental, entre Sierra Leona y la Costa de los Esclavos, al interior del litoral se encontraba diseminado una serie de pueblos pertenecientes al grupo Ewe-Fon: Papaa, Tarí, Ewe, Ardá Keotu, Suave, Mahí y Arará. A partir del año 1720 se constituyó el reino del Dahomey, cuando los Fon, buscando la salida al mar se extendieron por el litoral, fusionándose con los nativos. La práctica de bautizos, talismanes protectores contra enfermedades, influjos para dar potencias o fortuna al recién nacido y otros elementos 76

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mágicos, tan generalizados entre los dahomeyanos, son mucho más abundantes en nuestro litoral Pacífico que en la costa Atlántica. Un estudio comparativo del folclor tradicional conduciría a establecer si realmente existe una influencia Ewe-Fon en la cultura de esta región colombiana. Cultura Fanti-Ashanti. A lo largo de la Costa de Oro habitaba una población compuesta por pequeñas y numerosas tribus, identificadas por lenguas afines al grupo étnico akán. La mayor parte de ellas fueron introducidas a la América como afros «Mina», nombre dado por el puerto de embarque, la factoría de Sao Jorge da Mina, a su vez llamado así por estar en la confluencia de ríos auríferos. Por esta alusión sabemos que llegaron al país y fueron radicadas preferencialmente en el litoral Pacífico, donde su nombre persiste como apellido. No obstante su tronco común, los FantiAshanti poseen características propias, distinguiéndose los primeros por su adaptación a los oficios domésticos, en tanto que los Ashanti o Santé eran generalmente temidos por su belicosidad. Cultura Berberisca. En la historia de nuestra aculturación africana, es muy significativo el acervo de los pueblos mestizos de la Mauritania. Aún cuando el capítulo de la esclavitud en el Africa Septentrional esté ligado a la penetración musulmana, a partir del Siglo XII, los lazos heredados de esta cultura son más antiguos a través del comercio establecido por éstos con los reinos Ifé, Bernén, Karem, y la colonización islámica de España. Su influencia cultural en los países americanos no debe ser juzgada solamente a través del comercio de prisioneros, sino en una perspectiva mucho más amplia, a través de su proyección mediterránica sobre España y, a partir de ella, en las colonias americanas. Culturas Guineanas. Con este nombre llegaron a nuestro país, pueblos africanos procedentes de los ríos de Cabo Verde y Sierra Leona, en el largo litoral de lo que se llamó Guinea, en forma imprecisa. Por ser de los primeros prisioneros en llegar a nuestro país y por la dispersión, fue poco lo que pudo sobrevivir de sus tradiciones y costumbres. 77

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Del archipiélago situado en la desembocadura del Río Grande, procedían los Bijaos o Bigioho, de quienes se dice eran muy apetecidos en Cartagena de Indias, más que los de Benín y Angola, debido a su carácter servicial, hecho que contrasta con la rebeldía del jefe de los cimarrones, cuyo nombre Bihojo, le señala como oriundo de esta región. También rebeldes eran los Kru, tenidos por extraordinarios nadadores, navegantes y constructores de canoas. Se les denominaba «malas gentes», por propiciar constantes levantamientos a bordo de los barcos traficantes. La lista de los prisioneros traídos de los ríos de Sierra Leona es interminable, debido a lo profusamente poblado de la región. De entre ellos anotamos las tribus Beté (nombre de una población chocoana en las márgenes del San Juan), Mendé, Cumbá (¿Campaz?), Malinké, Gangá, Padebu, Zape, Cazanga, Cetré, Maní, y otras cuyos nombres nos son familiares. En general es muy poco lo que pudiera decirse de los aportes particulares de estas culturas, pero mucho en su conjunto por la rica tradición de mineros, orfebres, artesanos, constructores de canoas, bailarines, cantantes, poetas y narradores, que hacen de nuestras comunidades afros, mulatas y zambas, unas de las más ricas del país. Cultura Morisca. España fue el único país fuera del continente africano que proveyó esclavizados de esta etnia a la América. Desde antes de la invasión morisca a la Península en el Siglo VII, las caravanas árabes recorrían el desierto del Sahara hasta los reinos de Ghana, Malí y Songhai, donde además de trocar sal por oro compraban africanos que, encadenados, conducían a España el más apetecido mercado en el Mediterráneo. En el mismo año 1492, cuando fueron expulsados de la Península, los árabes mantenían un activo tráfico de prisioneros. De hecho los primeros africanos en llegar a la América procedían de Cádiz, Sevilla y Málaga, introducidos con el nombre de «negros de Castilla». Muchos de ellos llegaron a Santo Domingo, fundada por Bartolomé Colón en 1492, cuando la isla se resentía por el rápido exterminio de los Taínos. 78

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Se sabe que entre los primeros pueblos norafricanos asentados en el Sur de la Península, figuraban los Tartesios, de etnia no muy esclarecida, que habitaban la región ístmica de Africa en el estrecho de Trafalgar. Reconocido está que en sus costumbres se encuentran las raíces remotas de la torería.

c

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Segunda Parte

E L Á RBOL B RUJO D E L A L I B E R TA D L A N U E VA C A S A EN AMÉRICA Á FRICA EN C OLOMBIA

e

I

NTRODUCCIÓN Y

E

G

ENERALIDADES

l reconocimiento de la pluralidad étnica y policultural de la población colombiana por el Artículo 7º de la Constitución y las leyes que la complementan, traza nuevas responsabilidades a las comunidades amerindias y afrocolombianas, hasta ahora privadas de un marco legal dónde apoyar sus reivindicaciones históricas y culturales. La toma de conciencia para asumir este desafío supera las simples expectativas políticas, por cuanto requiere reflexiones antropológicas y culturales al interior de las mismas comunidades con miras a definir sus propias idiosincrasias, culturas y problemas sociales. Además de los conceptos interpretativos, deben trazar normas de convivencia interétnica; planes económicos y tácticas políticas dentro de la democracia representativa y participativa. Ello implica capacitación del Estado en todos los órdenes: educación primaria, secundaria y universitaria; especialización científica y tecnológica; creatividad artística; educación deportiva para participar en eventos nacionales e internacionales. Tales disposiciones trascienden al plano universal: Ley 21 de 1991. Convenio sobre pueblos indígenas y tradicionales en países independientes (Conferencia Internacional de Trabajo. OIT). Además de los mandatos constitucionales, el Congreso de la República ha normatizado las leyes reglamentarias: Ley 70 de 1993, por la cual se desarrolla el Artículo Transitorio 55 de la Constitución Política de 1991, sobre Comunidades Indígenas y Negras. Entre otros aspectos legales, el examen por parte de indígenas y afrocolombianos de esta norma, obliga a una revaluación de su presencia y acciones en la vida nacional, más allá de las definiciones antropológicas de lo que es o no es una comunidad. Estamos frente a una dimensión nacional de la etnia colombiana y no de restringidos conceptos de «minorías étnicas».

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En este contexto, nos preguntamos, ¿Cuál es la presencia de la indianidad y la africanidad en la cultura colombiana? ¿Podría hablarse de «minorías étnicas» en el gran mosaico nacional, donde los descendientes de indígenas y africanos participan en el 80% del mestizaje? Independientemente de que se señale una circunscripción especial para asegurar la elección restringida de candidatos al Parlamento, queda abierto el derecho de participar en la contienda electoral con movimientos propios. Otro aspecto de mayor importancia es el alcance que debe dársele a la etnoeducación. Es tarea primordial llenar el vacío que ha persistido siempre sobre la enseñanza de la historia verídica de las comunidades afro e indígena, sistemáticamente oculta y tergiversada. Desalienar las mentes de sus miembros de los estereotipos de «bárbaros» y «esclavos» difundidos por los textos oficiales. Sin embargo, en ningún caso debe restringirse a las comunidades indígenas y afrocolombianas, pues no tiene porqué haber una educación específica para estas comunidades. Todos los ciudadanos colombianos deben ser reeducados en el conocimiento de su verdadera conformación multiétnica. Desde luego que esta visión totalizadora de nuestra cultura no excluye una responsabilidad mayor en lo que concierne a la capacitación de las comunidades hasta ahora marginadas, por cuanto ellas necesitan ahondar en las causas discriminatorias y económicas por las cuales se hayan alejadas del desarrollo del país. Una educación encaminada a fortalecer la responsabilidad de incorporarse a los problemas sociales, políticos y culturales de la nación más allá de la tradicional contienda bipartidista. ¡Ser más creadores, patrióticos y demócratas! Las nuevas victorias deben ser ganadas en los hogares, calles, fábricas, universidades, academias, parlamento y presidencia de la república. No está expresamente escrito en la Constitución, pero sí en la memoria ancestral de los abuelos.

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REFLEXIONES ANTROPOLÓGICAS

La acción del hombre en su medio ecológico, implica dialécticamente un reflujo en la sociedad. Por esa razón, la antropología debió enjuiciar desde sus comienzos fenómenos que tienden a la búsqueda de medios y fines distintos a los de la naturaleza: aspiraciones económicas, religiosas, políticas, sociales, etc. Hay autores que ven la cultura como un fenómeno que evoluciona en forma natural, como estructuras autónomas movidas por un impulso determinista. Otros la consideran animada por factores eminentemente sociales: lucha de clases, relaciones de producción, tecnología, etc. De igual manera surgen criterios opuestos al juzgar los fenómenos producidos por el enfrentamiento de una o más culturas. Juan Friede comenta las discusiones que provocó la palabra «aculturación» entre los participantes al XII Congreso de Ciencias Históricas de Viena, 1966. El debate, aparentemente semántico, tenía su base en el hecho político de la agresión cultural que posee la «imposición» o «superposición» de una cultura dominante sobre otra «aculturada», «sometida». Se analizaron los términos ya en boga en la antropología cultural –aculturación, transculturación, endoculturación, etc.– encontrándose siempre, cualquiera que sea el vocablo empleado, que se trataba de denominar un proceso por el cual entraban en conflicto más o menos violento dos o más culturas en contacto. El fenómeno entre sociólogos alude a los mismos factores, pero con distintos términos: colonización, neocolonización, descolonización. Otro aspecto, igualmente social, es el de delimitar el período en que se verifica la interacción de las culturas. Las palabras aculturación y transculturación inducen a pensar en los hechos consumados, en fenómenos que han tenido un principio y un fin. Sin embargo, en la sociedad colombiana apenas se trata de un proceso evolutivo de quinientos años. Además, histórico, esto es, creativo. Como diría Roger Bastide, «una realidad en trance de constituírse gracias a nuestra acción casi demiúrgica». ( ).

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En ningún momento nos apartamos de la acción creadora de nuestro pueblo, original, específica, colombiana. Producto de la confluencia de hombres oriundos de tres continentes, tendrá implicaciones foráneas. Como toda cultura, está impulsada por fuerzas que convergen a la universalidad, pero a partir de una actividad individual. De esta manera, dentro de un marco latinoamericano, la acción histórica de nuestro pueblo responde a un tipo especial de aglutinarse, interpolarse, hasta constituir la fisonomía de «nuestra» cultura. Los factores que forzaron y fuerzan la amalgama cultural, son tanto o más importantes que los mismos elementos entrelazados. No podemos hacer un inventario de cosas muertas. Los colombianos participamos en forma creadora –aunque no siempre lúcida y libremente– en la edificación de nuestra nacionalidad. En esta configuración táctica podemos distinguir tres fenómenos: la transculturación de valores extracontinentales, sumados a la cepa aborigen; la aculturación impositiva de los valores hispánicos sobre las culturas amerindia y africana; y la endoculturación de los mismos, a partir de la creatividad del mestizo. Los dos primeros fueron «forzados» sobre la cultura sometida por el colonizador, en tanto que los últimos –endoculturados– pertenecen a lo que Bastide llama intercambios «libres», dentro de la relativa independencia de un país que ha sufrido la colonización. «... según nuestro criterio, dice, existen tres tipos de contacto: los contactos «libres», los contactos «forzados» –sobre los cuales la situación colonial nos proveería el mejor ejemplo– y, por último, los contactos planificados». ( ).

Estos últimos corresponderían a la situación neocolonizadora, en la que los valores foráneos se fabrican y planifican en unas cuantas metrópolis para ser «impuestos» técnicamente a nuestro país mediante interventores criollos. El grado de violencia que requiere la imposición de los valores extraños, varía en la medida en que la comunidad mestiza los rechace o acepte como propios. Durante el período inicial –transculturación y aculturación– la acción opresora recae sobre adultos que oponen su propia entidad tradicional. Más tarde, una vez que los valores han sido 86

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asimilados y recreados, son los mismos adultos mestizos quienes los transmiten como algo ingénito a sus descendientes. En cada cultura existen hábitos especiales de asimilar los valores foráneos acordes con los intereses de las clases privilegiadas. El conquistador se valió de la casta de los caciques para que la gran población aborigen se acomodara a las nuevas normas que deseaban imponer. Lo importante de estos procesos es determinar en cada momento cuándo la creatividad del grupo es sometida, compelida a servir los intereses foráneos, y, cuándo, en virtud de una recreación lúcida, el endoculturado comienza a producir valores auténticos para satisfacer sus propias necesidades. Por eso, lo que persiguen el antropólogo y el sociólogo cuando investigan honestamente la creatividad humana, es distinguir correctamente qué parte de esa producción social es una mera repetición de imposiciones enajenadoras, y cuál responde a la afloración autóctona, a una «afirmación» desalienada. LEYES DINÁMICAS DE LA CULTURA

En cuanto a la evolución espiritual y utilización de los elementos técnicos que participan en el proceso, las culturas acusarán diferencias fundamentales, según el mayor o menor provecho sacado de sus condiciones de existencia. Pero en su dinámica creativa se rigen por leyes que son iguales para todas ellas. Ley de Acumulación. Todos los conocimientos adquiridos por las actividades culturales del hombre a lo largo de su existencia, se han acumulado y se acumulan en el saber universal de la humanidad. El uso del fuego, de las técnicas agrícolas, de los metales, etc., que costó al hombre prehistórico miles de años para su aprovechamiento, son utilizados en la actualidad sin que sea necesario que cada hombre o pueblo vuelva a experimentar las mismas circunstancias pasadas. En este proceso acumulativo, la tradición aparece como fuerza normalizadora de la tendencia histórica. Sin embargo, los valores acumulados pueden convertirse en negativos para la estabilidad y la evolución de la cultura cuando dejan de llenar las necesidades del 87

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grupo y sólo favorecen los intereses de unos cuantos. A las tendencias centrípetas de la tradición se oponen las nuevas experiencias que buscan soluciones más apropiadas al interés común. Ley de la Transmisión. Todos los conocimientos adquiridos por la actividad cultural de los hombres a lo largo de su existencia, han sido y pueden ser transmitidos de unos a otros. A ellos se debe que opere la ley anterior, o sea, la acumulación. Si los conocimientos adquiridos no se transmitieran de unas generaciones a otras, tampoco podrían acumularse. Los medios de transmisión de la cultura son muchos y dependen del grado de desarrollo alcanzado por los pueblos. En las culturas sin alfabeto, las experiencias se transmiten por medios naturales, como la mímica, la imitación, el lenguaje, etc. Hoy, debido al desarrollo de los medios de comunicación, son pocos los pueblos que han podido substraerse de la utilización, voluntaria o no, de las técnicas impuestas por los países industrializados. Las culturas letradas, además de poseer el alfabeto y la escritura, pueden disponer del cine, la radio, la televisión, la imprenta, la rotativa, la fonografía, etc. La enseñanza escolar y universitaria fundamentan su acción en la posibilidad de transmitir valores culturales. La ley de transmisión cultural ha servido para que unos pueblos hayan impuesto a otros sus patrones tradicionales. Este proceso está regido por ciertos mecanismos estudiados ampliamente por antropólogos, como Bastide, mecanismo que podemos clasificar así: a.

b.

c.

Las culturas enfrentadas actúan como conjuntos, aunque la asimilación de los valores extraños se realice de individuo a individuo. La aceptación o rechazo asumidos por el receptor ante los nuevos patrones, obedece a procesos racionales, aunque carezca de sentido para el colonizador. La resistencia a asimilar un patrón extraño se debe a dos causas: al enfrentamiento de dos tradiciones distintas, y al hecho de que un sistema amenace la existencia del otro. 88

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d. e.

Mientras más extraño sea el rasgo cultural del agresor, más resistencia encontrará en el aculturado. Los valores foráneos son más fácilmente asimilados por su forma que por sus funciones; los nuevos valores introducidos deben cumplir en el pueblo conquistado similares objetivos a los que llenaba en su cultura de origen.

Ley de la modificación. Todos los conocimientos adquiridos por la actividad cultural, pueden y son modificados al transmitirse de unos individuos otros. Este principio se basa en la creatividad inalienable del hombre. Todo ser humano, al recrear la naturaleza mediante su trabajo, introduce cambios en el producido, tanto en los valores asimilados como en los transmitidos. Debido a la intervención personal y subjetiva, cada acto se enriquece con nuevas singularidades. En esta forma, los hombres están siempre transformando su cultura. Los valores impuestos, al ser recreados, generan contenidos contrarios, dando fundamento al proceso de endoculturación. Al adquirir su propia autonomía cultural se convierten en el mayor antagonismo de una nueva agresión. a.

b.

Cuando los endoculturados comienzan a tomar conciencia de sus valores mestizos, inician actitudes afirmativas y defensivas de su nueva cultura. El tránsito de la aculturación (valores impuestos) a la endoculturación (valores libres) se hace en forma evolutiva. En un primer momento, la aculturación forzada determina muchos conflictos y genera en el pueblo oprimido la tendencia a conservar sus tradiciones. Más tarde, verificados los procesos de asimilación y recreación, los conflictos se reducen y disminuyen en las actitudes defensivas.

Resumiendo las características de las leyes fundamentales de la dinámica cultural (acumulación, transmisión y modificación), pueden deducirse algunas generalidades: a.

Cualquier comunidad, por más aislada que se encuentre, habrá tenido y podrá recibir influencia de una y otra culturas. 89

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b.

c.

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Cualquiera que sea el grado de desarrollo de una comunidad, está en condiciones de evolucionar los valores adquiridos por sí misma o los procedentes de otros. Por elemental que sea una comunidad, siempre contendrá valores útiles a las más evolucionadas.

A este principio (c) recurren los antropólogos cuando estudian los rasgos característicos de las culturas folks, para conocer la mecánica que siguen las más desarrolladas. PEDAGOGÍA DESALIENADORA

Los relatos históricos recogen el pasado cultural de los pueblos. Es la memoria de lo que hemos sido y somos en nuestro viaje hacia el futuro. Un acervo colectivo, pero también una brújula propia, heredada por los pueblos y las personas. Cuando se olvida esta memoria y se pretende iniciar el presente abriendo nuevas rutas que no sean la continuación del pasado, indudablemente deben repetirse las experiencias de nuestros Ancestros con sus aciertos y errores. ¿Entonces, por qué no explorar sus huellas para ahorrarnos fracasos y sufrimientos, tratando de afirmar los éxitos y evitar las desilusiones? Hay varias formas de preservar el acervo cultural. La danza, la pintura, la música, la escultura, el teatro, etc., pero ninguna iguala la palabra, especialmente para expresar los conceptos filosóficos. Existe además la memoria genética que, en primera instancia, codifica las aptitudes de la especie o grupo étnico, pero también las actitudes culturales. Esta herencia biológica determina la idiosincrasia e identidad de los pueblos, aunque no siempre se tenga conciencia de ello; o, lo que es más grave, se pretende lúcidamente ignorarla. Hasta aquí las reflexiones científicas y académicas, los juicios de antropólogos, historiadores y demás científicos sociales. Es natural que no siempre haya acuerdos en sus interpretaciones personales. Al margen de ello, existen también los juicios de los propios participantes de la historia, sus concepciones empíricas de los hechos. Se conforma así esa doble memoria ancestral y doble tradición oral, según la mirada del observador académico y la mirada interior del protagonista ágrafo. 90

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En estas distintas visiones tampoco hay igualdad de criterios. Diríamos que lo más usual sea el antagonismo moderado o radical. Pasando al contenido de las vivencias, los sentimientos acumulados y las cicatrices, cuando se refieren a los largos procesos sociales como fueron la conquista, el tráfico humano, la esclavitud, colonización y aculturación, no debe sorprendernos que los juicios sobre los acontecimientos históricos se perciban de distinta forma debido a la carga psicoafectiva de quienes los hayan padecido. Como este texto sobre la historia del pueblo afrocolombiano no puede desligarse de la mirada multiétnica y pluricultural de la población colombiana, consideramos pertinentes las reflexiones anteriores para ajustarnos al espíritu del Artículo 7º de nuestra Constitución y normas trazadas por la Ley 70 sobre la etnoeducación de las comunidades amerindias y afrocolombianas. En los artículos anteriores, en lo posible hemos expuesto e interpretado los hechos históricos desde el juicio académico y la tradición empiro-mágica de los ancianos afrocolombianos. No es un método original, pero sí nos ha permitido muchas veces confrontar ambos criterios para que los profesores, estudiantes y lectores tengan una doble perspectiva de su propia historia. DESCOLONIZACIÓN Y CONCIENTIZACIÓN

Apartándonos de la pretendida objetividad de los documentos escritos a lo largo de la conquista, colonización e independencia, siempre atenidos a los cronistas o archivos, hemos dado mérito de certeza histórica a la tradición oral, mitos y leyendas, considerando que conforman un corpus válido y justificado plenamente por los sentimientos, rebeldías y reivindicaciones transmitidos a viva voz, de generaciones en generaciones, por quienes nunca fueron oídos en las galeras de los barcos traficantes, en los socavones de las minas, en los palenques y en los batallones patriotas. Sea ésta, pues, la oportunidad para escuchar a los iletrados, el 50% de los descendientes de los abuelos, que no pudieron en su momento dejar testimonio escrito de las indignidades sufridas. 91

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LA AUTOALIENACIÓN

Al referirnos a la obligante pedagogía de descolonizar y concientizar la memoria de los colombianos, sean afros, amerindios o mestizos, reconocemos la existencia de un fenómeno que debe ser analizado desde la doble perspectiva científica y empírica, la memoria psicoafectiva. No todos los conocimientos transmitidos oralmente recogen la experiencia de los oprimidos, pues en ella se enmascaran las ideas, prácticas y códigos impuestos por los opresores. Compartimos así las tesis psicoantropológicas sustentadas hace más de medio siglo por el médico, psiquiatra y sociólogo martiniqueño Frantz Fanon, acerca de los mecanismos psicológicos por los cuales los colonizados, tras largos procesos de violencia, introyectan como propios las ideas, prácticas y «sentimientos» de su opresor. Al asumirlos para mirarse a sí mismos, muchas veces se esgrimen contra el hermano de opresión. Se transforma en ejecutor inconsciente de los códigos que deforman y violentan su propia idiosincrasia e identidad. La desalienación y concientización de estos procesos serán prioritarios en toda pedagogía etnoeducativa. No se esconde la difícil, sutil y aún peligrosa responsabilidad de esta tarea que impone como paso inicial, la propia desalienación del educador, para no caer en una mayor alienación, tanto para el docente como para el educando. Un ejemplo, para aclarar los efectos de la apropiación de las normas del opresor por el oprimido, la encontramos en los textos escritos y orales sobre la agresividad que ejercían y ejercen ciertos capataces que lograron la total confianza del amo (fingida por los demás), para cumplir con mayor saña las órdenes recibidas al castigar, perseguir o violar a sus propios hermanos de etnia. También acontecía que muchos afros esclavizados asumieron el rol de «perros de presa» contra el indígena, asesinándolo o violando sus mujeres. Ni siquiera por satisfacer apetitos contenidos, sino para mostrarse más violentos que sus propios opresores. La introyección psicológica de los ideales del colonizador son más profundos y abyectos en los intelectuales que mediante sus estudios o gajes burocráticos, cumplen ciegamente su oficio de cipayos del orden 92

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colonial, aún después de consumarse la independencia. Estos casos de hipóstasis intelectual pueden apreciarse en las obras literarias de connotados escritores que asumen la postura del colonizador cuando creen que las repudian. Una lectura atenta, nada maliciosa, puede descubrir cómo el autor se niega a sí mismo al introyectarse en el pensamiento y actitudes de sus personajes. Ya lo dijo el poeta: Pintor que pintas santos de iglesias con el pincel extranjero, por qué al pintar angelitos blancos, te olvidaste de los negros si también van al cielo todos los angelitos negros. Indudablemente, la responsabilidad mayor para el historiador, pedagogo y padre de familia es desalienar la mente de los contemporáneos, cuando se copian sin mayor discernimiento los modelos delictivos, obscenos o degradantes, propalados por los medios de comunicación, la literatura, los bailes y cantos. Entonces es cuando la tradición oral en la voz de los adultos retoma el discurso de lo más puro y enriquecedor de la herencia cultural. LITERATURA ORAL, CANTO Y DANZA

Al hablar de literatura oral tradicional es necesario concientizar el papel que juegan sus distintos géneros. Cuando se describen sus características literarias, poco se ahonda en los propósitos sociales que los han determinado. Unos expresan emociones relacionadas con la naturaleza biológica del ser: la vida, muerte, sexo, amor, altruismo, sacrificio, etc. Estos sentimientos pudieran asociarse a todos los géneros orales, pero en realidad unos expresan mejor que otros determinadas emociones: La poesía vierte estados intimistas, sociales y religiosos (copla, décima, romance, villancico, etc.). El mito con diferentes interpretaciones, recoge la memoria histórica y colectiva del grupo: orígenes, heroísmo, religiosidad, conducta, etc. 93

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La leyenda referida al grupo o la familia universal es hermana gemela del mito pero permite mayor variabilidad en sus contenidos, adaptándose a las circunstancias de tiempo, territoriedad y personas. El cuento abre la imaginación para el grupo y el narrador. Puede basarse en un mito, una leyenda, un romance, pero su interés siempre está limitado a sus circunstancias y personajes cuya historia se enmarca en experiencias locales. Sin embargo como todo género literario, expresa un interés, un rasgo característico de grupo que puede relacionarse con la experiencia universal. De él se desprenden la novela, el teatro y la fábula. El refrán recoge la memoria colectiva que codifica la conducta del grupo. En su evolución histórica y social puede innovar sus contenidos, imprimiéndoles connotaciones étnicas o regionales. El canto, igual que la música, es un desahogo de la más profunda sensibilidad. Asociado a la palabra, conceptualiza el sentimiento visceral. La danza, tal vez el primer lenguaje del hombre para comunicarse entre sí y con los dioses, continúa siendo la herramienta universal para expresar los sentimientos de cualquier cultura. Con esta breve alusión a la funcionalidad de los géneros de la tradición oral y gestual, nada nosológico, apenas queremos demarcar su papel como medios de transmitir los códigos de una cultura opresora sobre la conducta de otra sometida. El proceso por el cual se aproximan y repelen hace parte de la violencia, sometimiento y rechazo que conforman la mentalidad del mestizo. «Asimilación total o asimilación sin dejarse asimilar». He aquí la norma que ha servido a los mejores propósitos de resistencia sin dejar de enriquecer el mestizaje. ¿ESCLAVITUD O COLONIALISMO?

Al retornar Colón de su primer viaje a la América, presentó a los Reyes Católicos varios aborígenes, encadenados, a los que llamó «indios» y «esclavos». No eran indios y muchos menos esclavos. Así se abrió un nuevo capítulo de la ignominia universal. El nuevo continente tenía 94

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muchos nombres: Anáhuac, Tihuansintuyo, cualquier otro, menos el de un ilustre cosmógrafo italiano que, por honradez, jamás se atrevió a tanto. La conquista instauró una nueva forma de expoliación humana, el colonialismo, que sobrepasó la esclavitud tradicional para imponer un sistema que requería el trabajo forzado de millones de hombres de todos los continentes del planeta: América, Africa, Asia y Europa, sin importar sus etnias o culturas. Necesitaba «zombis», fuerza bruta inconsciente que resistieran doce o más horas de trabajo sin descanso. Su único propósito fue saquear a los pueblos sometidos para enriquecer los imperios europeos. A los abuelos afroespañoles y africanos se les acarreó por la fuerza a este holocausto. A sabiendas de lo indigno del comercio humano, los esclavistas del Siglo XVI comenzaron a propalar que los africanos siempre habían sido una «raza de esclavos». Se apoyaron en los versículos de la Biblia donde se les condenaba como la descendencia maldita de Cam. Se adujo que desde la antigüedad siempre los africanos nacieron y fueron esclavizados. Y finalmente, en una empresa de conquista a nombre de los Reyes Católicos, se negó o puso en dudas que los africanos y los indígenas fueran creación de Dios. Se abría así a unos y otros la puerta de la esclavitud pese al bautizo. No vamos a caer en la trampa de refutar estas mentiras que nunca fueron condenadas por los tribunales de la Santa Inquisición. Mas sin embargo, siempre será sano para las mentes libres conocer algunas falsedades históricas. EL COLONIALISMO NUEVA FORMA DE TRATA

Se han querido justificar las formas expoliadoras del colonialismo con las prácticas antiguas de la esclavitud; una manera de enmascarar el nuevo sistema de la expoliación masiva de los pueblos. Debemos recordar que antes y después del viaje de Colón a la América, había en España y Europa venta de esclavos de todas las etnias: Turcos, indostanes, filipinos, berberiscos, cautivas griegas y 95

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eslavas, eunucos celtas, musulmanes y traficantes de todas las naciones asiáticas y europeas... y, claro está, africanos nacidos en la Península o hechos prisioneros en sus países de origen. Tenidos como simple mercancía, a éstos se les concentraba para su venta y recompra en puertos españoles, holandeses, portugueses, alemanes, ingleses, etc. Todavía a mediados del Siglo XVII, era tanta su cantidad en la Península, que cada año se feriaban en Cádiz más de 1.500, controlados por una policía especial para impedir algazaras, disputas y fugas. La proximidad de los muelles facilitaba el contrabando hacia la América. Esta práctica bárbara, irónicamente fue posible por el avance de la civilización con el invento de las herramientas, entre ellas las armas, las menos productivas, pero sí asesinas. Desde entonces, quienes las monopolizaban pudieron someter a su arbitrio a los indefensos. Por esta razón y otras de carácter biológico, en las guerras de rapiña las mujeres fueron las primeras esclavizadas. Por entonces escaseaban debido a las mortales infecciones del puerperio y constituían una necesidad vital para la sobrevivencia de la especie. Mas no se crea que eran fácil presa, pues rivalizaban con los varones en el uso de armas rústicas, como lo atestiguan las amazonas armenias, que se amputaban el seno derecho para mejor disparar el arco. Una disgresión obligante en nuestro relato, porque en Africa y América las mujeres siempre combatieron al lado de sus padres, maridos e hijos, en las luchas contra los cazadores de hombres. La esclavitud siempre se asocia a las culturas más esplendorosas de la humanidad, donde se aprovecharon las fuerzas físicas y creadoras de miles y millones de cautivos: Mesopotamia, Babilonia, Asiria, Egipto, China, India, Grecia, Roma, Malí, Azteca, Inca, etc. En la Roma imperial, Marco Terencio Varrón, poeta y precursor de la economía rural, describe al esclavo, cualquiera que fuera su etnia, como un «mobiliario mudo, semiparlante y mobiliario parlante». No tenía nombre ni padre conocido. Se le identificaba por el país de origen: el macedonio, el sirio o por un nombre mitológico: Eros, Diomedes... afortunados al fin, pues no se les llamaba por el color de la piel. Un rico romano alimentaba a sus peces con pedazos de carne de esclavos viejos, porque les daban un sabor más agradable. Sin 96

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embargo, una Ley Aquilea condenó con la misma pena al que matara un esclavo... Necesario recordarlo cuando dieciocho siglos después, en América los africanos no tenían el derecho a la vida. En Haití, los amos acostumbraban a sus perros de cacería a oler y comer carne de africanos, para que husmearan y descuartizaran a los cimarrones fugitivos. Como puede deducirse, el colonialismo tomó todos los rasgos inhumanos de la esclavitud tradicional, extremándolos con mayor impunidad, hasta reducir al esclavizado a una simple máquina productora de mercancías, cuyo deterioro concluía con la muerte. LOS INSTRUMENTOS DE RESISTENCIA

Las manifestaciones de la cultura afrocolombiana y afroamericana, tan variadas y ricas donde perduró la etnia, relativamente sin mezcla o mestiza, obliga a una reflexión sobre las primeras experiencias de los abuelos dispersos por el comercio humano en ámbitos naturales y sociales extraños e impuestos. Cualquier idea de espontaneidad en el desarrollo o pureza de la etnia africana en América, negaría la creatividad de los transplantados a partir de la memoria ancestral y experiencia colectiva. Se vieron obligados a recrear una «nueva cultura» que expresara sus sentimientos e ideas en el proceso impuesto por la colonización a las tres etnias comprometidas: amerindia, europea y africana. El flujo masivo de africanos a la Nueva Granada, hoy Colombia, se extendió desde el año de 1510 (Santa María del Darién), hasta el 11 de noviembre de 1811, cuando dejaron de llegar barcos traficantes a Cartagena de Indias, por donde entraron la mayor parte de nuestros antepasados. No es de extrañar que en el litoral caribeño se hubieran originado los procesos generadores de la africanidad colombiana: la religiosidad, la familia, el idioma, la libertad. EL CULTO A LOS ANCESTROS

En todas las filosofías y prácticas religiosas africanas, se reconoce la existencia de varias sombras o espíritus protectores que acompañan 97

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al hombre desde el engendro hasta la muerte. Su número varía en las distintas culturas, pero tienen en común, por lo menos dos, que le son inseparables: La Sombra de un Ancestro Protector, visible a la luz, dador del Kulonda: vida, inteligencia, palabra y creatividad. Y la Sombra de la Descendencia, invisible, portadora de la herencia en la corriente de la sangre y que se proyecta en las futuras generaciones. Estas nociones, simples y elementales, perennes en la conciencia de los africanos, cualquiera que fuese su destino en el exilio, alimentaron la vida, el pensamiento y la energía creadora, brújulas del sentimiento y la conducta. Justificado está que al memorizar la llegada del Muntú africano a la América con sus múltiples etnias e idiomas, enmarquemos su creatividad y hechos en torno a las raíces y ramificaciones del Árbol de la Palabra, morada de los Orichas y Ancestros. Una amplia geografía que está demarcada por los pasos andados en la vida y la memoria ancestral colectiva de sus descendientes. El Culto a los Ancestros fue la raíz nutricia de la cultura africana donde quiera que fue transplantada en América. Llámese Lumbalú en el Palenque de San Basilio (Colombia), Yumbalú en el Vodú haitiano, o se le conozca con otros nombres en la Santería cubana, Candomblé brasileño, Spiritual en Estados Unidos o Alabado y Gualí en el Chocó y litoral Pacífico. Desde antes de partir, en las factorías de embarque o «Casas de los Muertos», o en las bodegas de los barcos, cuando fallecía uno o varios prisioneros, los sobrevivientes próximos o lejanos al cadáver cantaban y palmoteaban, y si lo permitían los grillos y las cadenas, también danzarían al ritmo de algún tambor improvisado, invocando a Elegba, Oricha que entrelaza a los vivos y difuntos, para que abriera el camino hacia el reencuentro con los Ancestros. Ya en el continente, al ocurrir la muerte en la hacienda, la mina o la muralla, el trabajo se suspendía para acompañar al agonizante o muerto, aunque los golpes de capataces o amos quisieran impedirlo. Prueba de ello es el arraigado culto de los velorios en todas las comunidades afroamericanas. 98

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En Cartagena de Indias, principal puerto de arribo de las naos traficantes a las colonias españolas en América, por llegar siempre con moribundos y cadáveres a bordo, el lumbalú o «lloro de negros» fue un cuadro familiar para San Pedro Claver, fiel testigo de sus funerales en patios, casamatas y hospitales: el dolido canto de las plañideras; el baile de mujeres y hombres en torno al cadáver, y, sobre todo, el retumbar de los tambores, principales oficiantes del ritual. Esta muestra de religiosidad, por pagana que se juzgara, debió contener la alevosía de quienes intentaban impedirlo. Ni las azotainas de Pedro Claver a los tambores, cada vez que los encontraba en desafío a sus prédicas, pudieron evitar las invocaciones a los Orichas y Ancestros. El lumbalú o yambalú, más que un rito funerario constituye el núcleo de la filosofía y cultura africana en América. Para evidenciar sus potencias vivificadoras, es preciso ubicarnos en las reflexiones y prácticas del Homo Sapiens Africano, el primero en intuir el misterio de la vida y la muerte en el desamparo y abismo del firmamento. Poco a poco, al paso de los milenios, intentó manipular física y mágicamente el cadáver y su viaje hacia otras regiones próximas y nada metafísicas: tierra, agua, aire, animales, árboles, estrellas. En este contexto ontogénico es donde se enraizan los elementos religiosos de la vida, muerte, difunto, oricha, ancestro, tambor, palabra, canto, danza, velorio, despedida del difunto, recorrido al cementerio, inhumación, velatorio en altar familiar y visitas periódicas a la tumba, etc. Desde luego, el ritual sagrado trascendió a la familia, la cultura y la lucha por la libertad. LA MUJER Y LA FAMILIA

Al retomar los primeros pasos del africano en América, extraño y soltero, siempre expuesto a la muerte, su mayor obsesión debió ser la búsqueda de una compañera, procrear y tener familia. Además de ser un imperativo biológico, constituía un mandato de los Ancestros. Ya conocemos por la filosofía bantú que nadie nace sin la voluntad de un Ancestro Protector que siembre el «kulonda», la semilla de la 99

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vida en el vientre de la madre, generadora de la vida, la inteligencia y la palabra. Su obligación era preservar por encima de todas las dificultades ese don recibido, para enriquecerlo y multiplicarlo. Este mandato inspiró la pertinaz lucha de los africanos por sobrevivir a los peores sufrimientos para conservar una familia y alcanzar la libertad. Si la muerte acosaba, la vida no dormía. Para los millones de africanos compulsados al destierro, la falta de mujer sería tanto o peor que la misma esclavitud. En los barcos sólo se autorizó un 20% de mujeres, dando mayor espacio a los varones. Se pretendía así asegurar en parte la reproducción de esclavos en la propia América. Pero pronto se reduciría el número de mujeres en cada nao y, lo que fue peor, los amos se apropiaban de ellas. Las protestas de esclavizados y religiosos no impidió los abusos ni los apetitos sexuales de los amos. En Cartagena prosperaban los concubinatos y nacimientos de mulatos. Circunstancia buscada muchas veces por las madres cautivas para tener hijos libertos y mayores halagos de sus amos. Mientras tanto aumentaban los africanos célibes, con el arribo de nuevos prisioneros, la mayor parte jóvenes adolescentes que morirían sin oportunidad de ayuntarse con mujer. Los que lograban compañeras para casarse y procrear, vivían con el doble temor de que sus hijos fueran vendidos y separados, lo que impedía tener la certeza de constituir una familia estable. Desde luego, los varones africanos no se limitaron a las protestas y muy pronto organizaron levantamientos, fugas y asaltos, a tal grado, que los maestros albañiles de las murallas de Cartagena se alarmaban por la rápida merma de la fuerza de trabajo y las amas de casa por la desaparición de sus esclavas. Las fugas buscaban algo más que la libertad: la familia libre. EL PALENQUERO, LENGUA FRANCA

El prisionero africano debió afrontar y resolver en su soledad complejos sentimientos e ideas existenciales que lo ligaban a la presencia visible de sus Ancestros: vida, palabra, sombras... La convergencia de exiliados hablantes de muchos idiomas, la limitación y control de los sentimientos que imponía la lengua del 100

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amo; y la necesidad de transmitir clandestinamente los mensajes de levantamientos y fugas, exigieron la formación de una lengua franca, hoy llamada «palenquera», necesidad vital, tanto para los esclavizados como para los fugitivos. En estas condiciones, el idioma, como siempre, en todo contexto social surge por una necesidad vital y cultural. Es por ello que no se puede concebir la existencia de palenques, es decir, una forma de vida y de sentimientos comunes, sin un idioma capaz de expresar los valores psicoafectivos de la nueva cultura. Los ideales religiosos y libertarios tampoco hubieran podido perpetuarse sin una lengua aglutinadora. ¿Sería por ello que el Palenque de San Basilio pudo mantener vivo el Culto a los Ancestros y a la Libertad hasta hoy? El primer impulso creador de los africanos exiliados y oprimidos para sobrevivir y liberarse, fue, pues, hacerse a un nuevo idioma. Nuevo por cuanto debían superar la confusión de lenguas que los separaban, aunque estuvieron unidos por una misma cadena. Nuevo porque debían nutrirlo de connotaciones capaces de recoger sus sentimientos afectivos y ancestrales en una realidad desconocida. Nuevo por cuanto sus idiomas nativos le facilitaron utilizar la estructura gramatical para inventar una «lengua franca», capaz de expresar sus vicisitudes sin que el amo o el intérprete descubriera los mensajes cifrados del sentimiento. Nuevo porque las lenguas del opresor variaban aunque fueran iguales sus intereses esclavistas. Como también eran diferentes los idiomas de los africanos aunque sufrieran las mismas penalidades. Por ello en América surgieron muchos idiomas afrocriollos expresadores de nuevas connotaciones espirituales. Dejemos los fenómenos lingüísticos a los filólogos para señalar que en nuestra tradición oral existen aportes idiomáticos a las lenguas colonizadoras que enriquecen nuestras culturas afroamerindias y criollas. Para comprender la historia de los antepasados, nosotros, sus descendientes y obligados continuadores de su tradición –cualquiera que sea el campo de nuestra disciplina científica–, debemos reflexionar sobre estos procesos lingüísticos. Sólo así expresaremos con plena autenticidad nuestra idiosincrasia e identidad multiétnica.

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Desde las bodegas de los barcos traficantes y en todos los estadios de la esclavitud, el lenguaje fue para los africanos la llave maestra para sobrevivir, conformar la familia y alcanzar la libertad.

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CAPÍTULO PRIMERO:

L U M B A L U PA R A D E S P E R TA R AL R EY B ENKOS MEMORIA Y MITO

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l alboroto cundía entre los cimarrones y sus descendientes en todos los confines de la Nueva Granada. Día y noche, los vientos y ríos regaban las voces de los tambores, convocándolos al gran Lumbalú del Rey Benkos, cincuenta años después de su muerte, el 16 de marzo de 1621. La gigantesca ceiba alzaba sus ramazones ansiosa de bañarse con la luz llena de Ochú. Nacida allí mucho antes de que llegaran los primeros cimarrones, brindó amparo desde entonces a vivos y difuntos. Y no se equivocaron los abuelos al llamarla Árbol Brujo, porque les recordaba el baobab, Árbol de la Palabra, donde según la tradición africana dormían los Ancestros. Enclavada en mitad de la plaza del Palenque de Matuderé, en los Montes de María, fue señalada por el Rey Benkos antes de su muerte como lugar estratégico para la resistencia. En lo alto de la cima podía atisbarse cualquier movimiento de extraños en muchas leguas a la redonda. Lagunas y arroyos impedían el acceso a las estribaciones, encubiertas por la vegetación selvática. Por esos arcabucos plagados de tigres y serpientes venenosas sólo transitaban los cimarrones, mulatos y zambos nacidos en los palenques. Bajo el árbol mágico, el pechiche, tambor sagrado, relampagueaba sus truenos para ser oído por los difuntos donde quiera que durmieran. Desde los primeros meses del año 1671, al cumplirse medio siglo de la muerte del Rey Benkos, se repetían los mensajes de una a otra punta del país. Los batatas y mohanes, conocedores del lenguaje de los tambores africanos y de los clarines bélicos de los caribes (gaitas), descifraban su llamado: —¡Lumbalú para escuchar al Rey Benkos!

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No hubo sordos para la convocatoria. Los Minas, siempre escogidos por el Rey Benkos, lustrosos los arcabuces y escopetas, arrebatados en combate a las milicias reales, dirigían al aire repetidas descargas que aterrorizaban a niños y perros. Por los aires revolotearon las lechuzas, mientras los guerreros africanos, pintados rostros y cuerpos, tejían la danza bélica con la que celebraban sus victorias. Todavía el humo de la pólvora no se había desvanecido cuando las flechas emplumadas de caribes, taironas y chimilas volaron a lo alto pretendiendo alcanzar la rubicunda cara de Ochú. Los «negros brujos» y los «hombres tigres», temidos por amos, gobernadores y clérigos, habían iniciado las peregrinaciones desde sus respectivos palenques y comunidades. Agua abajo, cuesta arriba, recorrían trochas por selvas, litorales y cordilleras. A lo largo de los caminos les recibían alborozados con bundes, currulaos y bullerengues que les animaban durante varias noches. Abuelos y ancianos, niños y jóvenes, les rodeaban atentos a sus relatos sobre las luchas de sus pueblos contra los esclavistas e invasores. Pero lo que más les apasionaba era la historia del Rey Benkos: su legendario reino en el Africa, su captura y traída encadenado en la bodega de un barco portugués; el fuego de sus ojos capaz de derretir las cadenas y fulminar a sus verdugos; su fuga de la galera donde lo tenían prisionero. Y luego su prédica por fortificaciones, haciendas y minas con su voz de mando, exigiendo que ningún cautivo se sintiera esclavo; las tácticas para escapar; la organización de los palenques; los asaltos a fincas y pueblos; y finalmente su apresamiento y ejecución, ahorcado en Cartagena el 16 de marzo de 1621. La misma escena se repetía en los palenques guajiros de Camarones y Dibulla, así como en Santa Cruz de Masinga, en la Sierra Nevada de Santa Marta, tierras que fueron de los caciques de Upar y Tamalameque. Con igual entusiasmo se arremolinaban los coyongos y mulatos de las riberas del Magdalena y brazo de Loba. Río Cauca abajo ya habían partido los de Norosí, Zaragoza, Santa Fé, Remedios, Guarne, Rionegro, Otún, toda una confederación levantisca,

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obligado paso para quienes venían de los palenques de Patía, Cauca, Cartago, Cerrito, Cali, Puerto Tejada y la ribera oriental del Magdalena: Guayabal, Anolaima, Tocaima y San Juan. Al occidente, se unían por el Sinú y el San Jorge, los de Cáceres, Uré, Cereté y Cintura, atajos selváticos que desembocaban a la Ciénaga de Ayapel, rochelas de zambos. En cada vericueto repicaban los tambores y gaitas, animando el bullerengue. Hombres y mujeres nacidos libres en las empalizadas de San Antero, San Bernardo, Berruga, Moñitos y Puerto Escondido. Hasta el altiplano llegaban los revoltosos del Socorro, Vélez, Cúcuta, Ocaña, Pamplona y el Real de Minas de Bucaramanga, fugitivos y arrochelados con chitareros, guanes, baris y muzos de belicosa sangre caribe. Por la Serranía de Perijá, vieja trocha de cimarrones, se oían cantos marineros y de vaquería, acompañados de resonantes capachos, cuatro y arpa que tocaban los cumberos de las islas Margarita, Coro, Tucuyo, San Martín, Arauca y del Orinoco. SANTO Y SEÑA

Los desplazamientos se mantenían en el mayor secreto para no alertar a las autoridades y amos de Cartagena, por esos días alarmados por las fugas y rumores de un asalto de cimarrones. En cada cruce se escondían postas para detener a los extraños. El santo y seña era el día, mes y año de la muerte del Rey Benkos, sólo conocida por los batatas que comprendían el parloteo de los tambores: ¡Dieciseismarzoañomilseiscientosveintiuno! Si la respuesta era correcta, se ataban los abrazos, risas y alegrías. Sin embargo, no siempre el careo terminaba en jolgorio. Algunos eran recién llegados de Africa, tenían el primer contacto después de la huida y no hablaban «palenquero». Se les mantenía bajo estricta custodia hasta cuando alguno de la misma «nación» les interrogaba. Pero eran los ojos y el aliento de libertad la plena prueba de su rebeldía. Fácil era identificar a los que habían sufrido cautiverio por las cicatrices de azotes y torturas; las orejas y dedos mutilados y las pústulas de las cadenas y grillos arrastrados durante años. 105

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Otros habían nacido libres en las cimarronerías a orillas de los ríos Patía, San Juan de Mira, Timbiquí, Barbacoas, Telembí. En las islas y manglares de la costa de Tumaco, Buenaventura y Guapi. Mineros, asaltantes de barcos y champanes. Después de tres o más semanas de recorrido llegaban del Chocó, Darién y Litoral Pacífico, descendientes de los huidos de las primeras fundaciones españolas. Amparados por la noche y bajo la lluvia, remaban en canoas y balsas por los ríos Atrato, San Juan, Baudó, Truandó, cruzando los istmos que separaban los océanos. Por instinto ancestral transitaban las rutas y trampas de los indígenas para llegar al golfo de Urabá, otrora santuario de los dioses y caciques engalanados con máscaras de oro. TAMBIÉN LOS DIFUNTOS

A los Ancestros enterrados en las trochas que conducían de Tula (Barrancabermeja) y de Honda a Santafé de Bogotá, se les escuchaba en el silbido de los vientos andinos que mecían las ramas del Árbol Brujo. En la mañana, cuando el sol despuntaba por el oriente, en sus hojas se veían manchas de sangre de los abuelos muertos en las minas de sal, carbón, oro y esmeraldas de Zipaquirá, Muzo, Pamplona y de las plantaciones esclavistas en los Llanos Orientales. Porque la simiente afrocolombiana, encadenada, continuaba fértil en los cimientos de las antiguas fundaciones de Bastidas, Heredia, Quesada, Belalcázar y Federman. «¡BENKOS REY! ¡REY BENKOS!»

En la noche del 16, a las doce, la luna de marzo alumbraba en lo más alto del cielo. Roja, luna-sol, convertía la noche en día, revelando a todos los cimarrones que las sombras de sus Ancestros, como siempre, les acompañaban. El pechiche repicaba invocando al Rey Benkos. También se oían otros instrumentos nacidos en las rochelas: clarines de guerra de los caribes (gaitas); maracas brujas; carcajadas de guacharacas, tamboras y flautas. Un nuevo himno religioso a los difuntos zenúes y Ancestros 106

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africanos que les escuchaban desde las sepulturas profanadas; en la corriente de los ríos y en el cascabeleo de las lechuzas. Porque el palenque de Matuderé se alimentaba de los sobrevivientes de los palenques de La Matuna, Turbaco, Ayapel, Mompox, Masinga y Dibulla, atacados por las milicias reales. Algunas cautivas españolas, embarazadas o con niños mulatos en sus brazos, olvidadas de sus maridos peninsulares, se unían al coro y danza, semidesnudos los cuerpos, largos y trenzados sus cabellos rubios. Otras, apartadas y silenciosas, el tobillo encadenado, esperaban ansiosas la hora del rescate para volver a sus haciendas y mansiones. Por todas partes se mezclaban los aborígenes caribes, pintados los rostros con tatuajes simbólicos, narigueras y chagualas de oro, sin peligro de ser arrebatadas. Caciques con sus mujeres que llevaban en los brazos hijos sin mezcla, y otras con pequeños zambos. LOS MANDATOS DEL REY BENKOS

Los batatas, ejecutando los instrumentos sagrados en torno a las raíces milenarias, invocaban en «lengua» al Rey Benkos. Su ronco silabeo recorría todos los caminos de las montañas por donde capitaneó su tropa con el arcabuz al hombro y el machete a la cintura, relampagueantes sus ojos de búho. El coro de las mil voces se acompañaba con palmoteos, mientras los cuerpos sudorosos se bamboleaban al ritmo de los caracoles y pífanos de guerra, comandados por el pechiche. Un solo oleaje de brazos alzados y talones pisando fuerte el vientre de la tierra. La primera señal de que el Rey Benkos los escuchaba aulló como un terremoto, larga serpiente buscando salida. Los cantos arreciaron, respuesta clara de que todos lo habían percibido. De pronto una nube oscureció el cielo y desapareció por un instante para luego arrojar más luz sobre las ramas del Árbol Brujo. —¡Rey Benkos! ¡Benkos Rey! ¡No lo llamaban! ¡Lo veían y tocaban en las pieles y voces de sus tambores! 107

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Un viento huracanado remeció las ramas de la ceiba. Lo vieron entonces alto y poderoso, firme en sus raíces; el tronco grueso y los brazos, cien ramazones extendidas, abrazaron con sus sombras a todos los cimarrones venidos de Africa y de la nueva casa. –¡Rey Benkos, te escuchamos!– clamó el pechiche con un parloteo que los propios músicos jamás habían oído. Pero era una voz clara, hecha luz para que todos entendieran. Las sombras dejaron de moverse, los Ancestros también escuchaban atentos: —¡No he muerto ni han ahogado mi voz! ¡El nudo corredizo en torno a mi garganta logró darme la vida de los Ancestros! Las todopoderosas manos de los tamboreros, movidas por los difuntos, saludaban al inmortal, sin que los vivos, con sus labios apretados, se atrevieran a romper el diálogo. No demoró en escucharse el trote del tambor mágico, galopando sumiso al jinete de la guerra que le hablaba: —¡Mientras haya un solo esclavo no habrá paz en los palenques! El batata anciano necesitó varios segundos para descifrar el incesante retumbar del pechiche, pero cuando su voz temblorosa pudo transmitir el llamado a la guerra, los gritos prolongaron la algarabía de los disparos y aullantes caracoles. Los Montes de María, hasta ese momento refugio de cimarrones fugitivos y de indígenas expropiados, se convertían en fortaleza de ataque y reconquista. El anciano repetía la voz del difunto trazando el camino a los vivos: —¡Veo correr sangre en los Montes de María, a mi pueblo derrotado y perseguido! Ahora los pechos belicosos se llenaron de angustia. Mudos los carrizos y maracas para oír la piel parladora del pechiche: —¡Matuderé debe dividirse en muchos palenques! ¡DOMINGO CRIOLLO, NUEVO REY!

La respiración profunda, los latidos rápidos y los oídos abiertos. Los golpes del tambor repercutían en los corazones como aldabazos de campana. El silencio se prolongó largo tiempo como un parto seco. El tamborero sagrado no alcanzaba a mover un dedo. Se podía 108

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escuchar el canto acongojado de la tórtola, un viejo perro aulló como si lo despellejaran. Los ojos buscando respuestas en los labios apretados. Pero nadie se movió, como si cada pedazo de tierra fuera una trinchera. Los babalaos y mohanes, en conciliábulos, fumaban tabaco y seguían con desespero las volutas de humo que se desvanecían con el aire caliente que respiraban los difuntos en lo alto de las ramas. Todos alzaban la vista porque de esas alturas bajaban las palabras del Rey Benkos. Las manos rugosas del tamborero, anémonas, sintieron que sus dedos despertaban con lentos y pulsátiles movimientos. Pronto se alborotaron, y el palmoteo que identificaba al Rey Benkos cobró fuerza. Meciéndose, rama sacudida por el viento, rezongaba como una cuerda. Sus viejos y duros huesos repetían la consigna del Rey: —¡Insurrección general de los palenques! Y cuando todos esperaban su silencio, el pechiche, con voz alta de soberano, nombró al sucesor: —¡Domingo Criollo, tú eres el nuevo Rey! El joven elegido, apenas quince años, fue alzado en hombros. Un rehilete de brazos lo hacía saltar sobre las cabezas, rígido como una lanza, igual que en Africa. No tardaron en blandirse los machetes, y el cuerpo desnudo volaba sobre las puntas de acero sin temor a la muerte. Finalmente, en tierra, en medio de tambores y pífanos ululantes, el anciano batata bañó su cabeza con la sangre de un gallo decapitado. No fue un grito, un trueno, un relámpago lo que estremecía el Árbol Brujo antes de que todos vieran que el Rey Benkos se fundía con la luz de Ochú. Entonces, el sacerdote mágico lo tomó de la mano y lo condujo hasta la raíz de la ceiba centenaria, y allí, sentados, en rueda de babalaos y mohanes, revivieron la nunca muerte del Rey Benkos.

N 109

CAPÍTULO SEGUNDO:

M

EMORIA DE LOS

A

NCESTROS

LOS ABUELOS AFROESPAÑOLES

S

in perder de vista que África ha sido la cuna de la humanidad, y sus hijos depositarios y difusores en el planeta de las primeras experiencias culturales, es preciso identificar la herencia hispana que nos llegó a través de los colonizadores españoles, en cuya cultura primigenia estuvieron los abuelos tartesios e iberos, también africanos. Es un deber resaltar los hechos históricos que conforman nuestra idiosincrasia e identidad, más allá de toda consideración de pureza de sangre. Dichos prejuicios, muy acentuados en muchos historiadores, se remontan a los orígenes del Neandertal europeo, al desconocer su parentesco directo con el Homo Sapiens Africano, hoy plenamente confirmado por los últimos hallazgos paleontológicos en Tanzania y Kenia. La historia arcaica, siete siglos antes de Cristo, confirma el éxodo de africanos a Europa en los albores de la formación del pueblo español. Los primeros padres fueron los tartesios, aborígenes norafricanos que originariamente habitaban en el borde sur del estrecho de Gibraltar. Asentados en la Península, se entroncaron con los iberos, también procedentes del norte de Africa (VI a.C.). Por los fósiles se deduce que estos últimos eran de talla baja y cabeza alargada. Igual cruce se les atribuye con los pirenaicos y celtas venidos del norte. Paulatinamente fueron mezclándose, aunque guardaron su propia identidad e independencia, característica de todos los pueblos peninsulares. Los tartesios poseían alfabeto y fueron los primeros en practicar la lidia de toros bravos en el sur de España (Andalucía). Además poseían los más expertos marineros de su época y hay noticias de que navegaban por el Mar Atlántico. (Marín).

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¿También formarían parte de los primitivos Guanches de las Azores y las Canarias? GRIEGOS, ROMANOS Y VÁNDALOS

Debido a las minas de oro, plata y cobre, abundantes en la Península, los tartesios y celtíberos, ya mezclados, sufrieron la colonización de fenicios, egipcios, cartagineses, etc. Después se sumaron los griegos (Siglo VII a.C.) y los romanos (Siglo IV a.C.), quienes habían entrado en contacto con mesopotámicos, libios, egipcios y etíopes. (Heródoto). Otra vertiente cultural española devino de la ocupación de los germanos visigodos, cristianizados en el Imperio Romano. Durante su hegemonía que duró tres siglos (416-711 a.C.), hubo fuertes intercambios culturales entre tradiciones religiosas de los tartesios y las pagano-cristianas de los visigodos. (Pérez Bustamante) ( ). ACULTURACIÓN BERBERISCA

El más importante influjo de Africa sobre Europa se operó a través de los moros a partir del Siglo VII, cuando invadieron a España, dominándola por ocho siglos. Los nuevos invasores no sólo eran portadores de la civilización árabe y greco-romana, sino también de la africana, pues habían conquistado desde el Siglo V los ricos reinos del Chad, Malí, Ghana y del Songhai, ubicados al sur del desierto de Sahara. Estos pueblos descendían de aborígenes de la llamada Africa «negra», o sea de etnia bantú y lengua yoruba, herederos de la sabiduría acumulada por los primeros hombres nacidos en el planeta. En España se les conocía con el nombre de Negros de Castilla. Con este antiquísimo y ecuménico pasado del pueblo hispano, es inconcebible que se pretenda negar la presencia africana en la colonización de América, a través de sus hombres, costumbres, filosofía, religión, etc., independientemente de los aportes dados por los millones de africanos transplantados desde Africa durante tres siglos y medio. Este acervo de culturas ayuda a explicar por qué en la América Hispana y Lusitana puede darse plena integración entre 112

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las culturas, idiosincrasias e identidades de colonizadores y las de los pueblos africanos y amerindios. LOS PADRES LIBRES REESCLAVIZADOS

El fatídico resonar de las cadenas ha dado origen a que se piense que todos los africanos traídos a este continente forzosamente debieron llegar argollados, desnudos y sin poder comunicarse en español o en otros de los idiomas de sus amos y esclavistas. Ciertamente, la gran mayoría sufrió esa ignominia, pero hubo otros que corrieron distinta suerte porque procedían directamente de España y Portugal, inclusive de Holanda, Alemania, Francia, Inglaterra, etc., descendientes de antepasados nacidos y aculturados en España, el Mediterráneo y resto de Europa. La historia, la pintura y la literatura dan muestra de su presencia en ciudades, cortes, costumbres y oficios. Algunos de ellos eran hombres libres o libertos. Generalmente prestaban servicios domésticos como esclavos, pero otros eran libres por tradición o libertos en el transcurso de su vida. Forjadores, artilleros, constructores de navíos, marinos, albañiles, sastres, barberos, pintores, músicos, poetas... Los clásicos del Siglo de Oro de las Letras Españolas –Calderón, Quevedo, Santa Teresa, etc.– a menudo aludían a sus artes y talentos. Desde las primeras expediciones a la América, los afroespañoles estuvieron presentes en las tripulaciones de las naos de Cristóbal Colón, con marinos y capitanes, tal el caso de los hermanos Martín Alonso y Francisco Martín Pinzón, mulatos, al mando de la Pinta. El propio Almirante llevaba por lo menos un piloto africano en la Santa María. “La primera medida que se tomó para regular la migración de esclavos, data del 3 de septiempre de 1501, fecha en que se dieron instrucciones a Nicolás de Ovando, gobernador de la isla española, a efecto de que no consintiera la entrada de judíos, moros, ni nuevos convertidos, favoreciendo en cambio la de negros cristianos, es decir, negros catequizados, previa estancia en la Península. La anterior exigencia no debe haber influído mucho en la radicación de negros en 113

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La Española, ni la domesticación de los africanos seguramente fue muy profunda, ya que por 1503, el mismo Ovando pedía a sus soberanos no enviasen más negros porque se huían, juntábanse con los indios y enseñábanles malas costumbres. ¡Probablemente costumbres no cristianas! Muy a pesar de la solicitud del gobernador, la importación de esclavos no fue suspendida sino por el contrario incrementada, con el significativo envío que el Rey don Fernando hizo por enero de 1505, de 17 negros destinados al laboreo de las minas de cobre propiedad de la Corona. Para entonces, Ovando, lejos de oponerse a la introducción de esclavos, los pedía. Habíase aprovechado y consumido ya gran parte de la mano de obra indígena consumible. (Beltrán). Puede apreciarse que los primeros esclavizados traídos a la América, fueron moros, bereberes y negros, que acompañaron a sus amos en calidad de domésticos, y cuyos deberes y derechos se hallaban perfectamente reglamentados en las Leyes de Partidas. También consta que se prohibió expresamente la entrada de los esclavizados wolof, por su rebeldía e instigación a los levantamientos. La semilla africana, hombres de espíritus libres pero encadenados, al desembarcar en la Nueva Granada (la futura Colombia) fue desparramada por los esclavistas en litorales, riberas, valles, altiplanos y llanuras. No hubo territorio hollado por los conquistadores españoles donde no estuvieran nuestros abuelos. Esta presencia de africanos, nacidos en España, en los primeros viajes al Nuevo Mundo, es uno de los capítulos de la historia universal sistemáticamente ignorado por los historiadores. Pero los hechos superaron los prejuicios. La colonización de América requirió, antes que moralistas e ideólogos, hombres de carne y hueso que cumplieran las necesidades de una empresa en la que la codicia, por encima de cualquier otro ideal, determinaba la acción. En este objetivo pragmático, cada hombre valía por lo que pudiera aportar a los intereses de los financiadores y ejecutores de la empresa. Así, se abrieron las puertas a toda clase de aventureros: marinos, soldados, presidiarios, siervos, fugitivos, etc. Y, claro, a los afroespañoles: ladinos, bautizados y artesanos. Al primer momento aparecieron como una fuerza indispensable para cumplir las más urgentes necesidades, 114

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desde la fuerza bruta hasta la habilidad para adaptarse a las extremas circunstancias de la conquista, la naturaleza, las enfermedades y oficios. Fue tan decisiva e indispensable su participación, que aparece en las naos descubridoras al servicio del Almirante, capitanes y frailes. Aún cuando no se señala la razón de su presencia, es fácil deducirlo. En ellos recaía la fuerza propulsora de las acciones: transporte de cargas, apertura de caminos, propulsión a palanca, acciones militares, labores de cocina, manejo de provisiones, atención a los enfermos, y, en la noche, vigilantes de la hoguera, ahuyentando la nostalgia y el tigre con sus cantos. Avanzada la colonización, los africanos y sus descendientes criollos, mulatos y zambos, van haciéndose más visibles en las crónicas, oficios, demandas y quejas a la Corona, debido a la indispensable necesidad de sus brazos, creciente mestizaje, huídas, rebeliones y asaltos. Podría imaginarse que los abuelos españoles esclavizados gozaban en América de un mejor trato que el dado a quienes habían sido presos en Africa y privados de toda consideración humana. ¡Ingenua presunción! La atenuada esclavitud europea bajo el feudalismo, en muchos países abolida y condenada por la Iglesia, además de reimplantar la omnímoda propiedad del amo sobre la voluntad y trabajo del esclavo, se extremó al abrogarse el abuso de castigarlo impíamente con cadenas, azotes, torturas y, aún, arrebatarle la vida. Los africanos esclavizados en la sociedad americana nunca escaparon de este régimen de terror. Para contener estos desmanes denunciados por los religiosos como contrarios a la Ley de Dios, fue promulgada la Cédula Real de 1798, atemperando los abusos de los amos y capataces, a la par de señalar sus obligaciones sobre alimentación, educación y bautizos a los africanos. Nada de esto significó un relajamiento de las condiciones inhumanas para los esclavos en general, sin excluir a los afroespañoles. La excesiva expoliación de las fuerzas físicas, la precaria alimentación, los castigos y abusos sexuales a que eran sometidas las mujeres, y la dificultad de conformar familias estables, estimularon las fugas y los palenques. La insurrección era la consigna que avivaba al esclavizado, 115

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cualquiera que fuese su condición de afroespañol, africano recién llegado, criollo, mestizo, y aún de manumiso y liberto. El africano entró a la fuerza por la cocina de la historia oficial, aunque abriera las puertas para escribirla. Así pues, rescatemos del olvido todos los hechos trascendentes, paso a paso, ladrillo a ladrillo, con los cuales, bajo la esclavitud, los abuelos contribuyeron a la construcción del nuevo hombre y cultura de América. Desde la confección de los navíos en los astilleros de Cádiz, Lisboa, Amberes, Amsterdam y Liverpool, como cargazón humana en sus bodegas, mano de obra en las edificaciones y producción de riquezas materiales, hasta la sabiduría y espíritu libertario de la nueva sociedad. LOS PADRES AFROAMERINDIOS

El hombre, contemporáneo de los mastodontes, suele olvidarse de su antigüedad. La herencia milenaria de la especie nos determina mucho más que nuestros inmediatos progenitores. Los descendientes actuales de los primeros habitantes de América nos legan el acervo étnico que ha permitido que en nuestra formación biológica –química, física y fisiológica– se hayan integrado los astros, la tierra, los mares, ríos y atmósfera del continente. La tan cacareada biodiversidad, de la cual los colombianos constituimos la mayor reserva actual de la humanidad. Hablar de orígenes y de antepasados, a la luz de los conocimientos científicos actuales, impone una reelaboración de los conceptos tradicionales de idiosincrasia, identidad y cultura. En otros términos, ahondar en las herencias históricas que determinan nuestra biología y las relaciones con el medio ambiente, padres y nacionalidad. La Precolombia indígena, para afincarnos al inmediato presente, es la raíz que nos aporta las savias de americanidad, el certificado de ciudadanos de América, enriquecida con los nutrientes de africanos y euroasiáticos. Nada más negativo sobre nuestra biodiversidad que imaginarnos producto de la geografía demarcada por los límites políticos, cuando las raíces profundas de los ríos, las sangres y la historia certifican lo contrario. 116

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A la llegada de los conquistadores, a lo que llamaron Castilla de Oro y Nueva Granada, la población indígena sobrepasaba los dos millones de habitantes. Constituía diversidad de pueblos con características locales y regionales, pero todos ligados a costumbres e ideas religiosas emparentadas entre sí y con las demás culturas del continente. La célula social más extendida era el cacicazgo, unidad política que evolucionaba hacia una especie de organización patriarcal, política y religiosa, cuyo valor social, tergiversado por el conquistador, devino en un falso despotismo. Las alianzas entre cacicazgos constituyeron un principio de federación entre las distintas comunidades: arawak, chibcha, caribe y quechua. Mezclados a su vez en los cinco siglos anteriores a la conquista, conformaban cuatro naciones: Tayrona y Zenú, en el litoral caribeño. Chibcha (Muisca), en la Cordillera Oriental. Quimbaya, en las Cordilleras Central y Occidental. Aunque no habían alcanzado un grado de organización política como la de los Aztecas e Incas, debido a su profuso mestizaje étnico, compartían valores culturales comunes: adoraban al sol, la luna, la tierra, los ríos, lagunas, etc.; rendían culto a los muertos; labraban todos los pisos térmicos con diferentes métodos y frutos: maíz, yuca, papa, cacao, etc.; conocían múltiples plantas medicinales y alucinógenas: quina, tabaco, coca, yajé, guaco, pildé, etc.; elaboraban la orfebrería como arte sagrado; también la cerámica funcional y decorativa; los tejidos de lana y algodón; tallas en piedra y madera. LOS MUISCAS

Los chibchas del altiplano cundiboyacense, la más avanzada de nuestras culturas, habían evolucionado hacia una sociedad teocrática, militar y tributaria, con un jefe político (el zipa o el zaque, respectivamente) y otro religioso con máxima supremacía, cuya sabiduría y poder llegó a endiosarlos. Constituían una sociedad jerarquizada cuya autoridad suprema era el Zipa de Cundinamarca y el Zaque de Boyacá, venerados como hijos del Sol. 117

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Sus consanguíneos directos constituían una nobleza hereditaria de religiosos y militares. La gleba comprendía las grandes capas de agricultores y artesanos tributarios, especie de siervos. Y la capa inferior, los esclavos, generalmente prisioneros de guerra, varones y mujeres. Sus dioses supremos fueron la madre Bachué, personaje mitológico, generadora de la familia humana, y Bochica, civilizador, figura histórica deificada, cuyas enseñanzas se convirtieron en leyes. Con cierta jerarquía mágico religiosa, los médicos botánicos eran oficiantes menores, llamados jeques entre los chibchas, mohanes, piaches, curiacas en otras comunidades. Además de poseer todas las formas de producción señaladas en las otras nacionalidades, los muiscas practicaban la explotación y fundición del oro, el cobre y la plata; la minería de esmeraldas, la sal, el carbón y piedras para tallar, construir plataformas de viviendas, cercados y caminos. La mujer cautiva se constituyó en un factor importante de convergencia entre las etnias indígenas, ya que fundía sangres y culturas en su descendencia mestiza. Idiomas, cultos religiosos, normas, artesanías, cultivos, etc. Sus hijos, después de varias generaciones se integraban a las capas de siervos libres. La herencia matrilineal de las sociedades amerindias contribuyó notablemente a la unificación de nuestras cuatro culturas primigenias. Aunque en 1492 no habían llegado a verdaderas confederaciones ni mucho menos a constituir reinos unificados como el Azteca y el Tahuantinsuyu incaico, sí les unía la tradición y el comercio. Periódicamente concurrían a ferias donde, en forma pacífica, intercambiaban productos y mercadería, aunque mantuvieran disputas territoriales y rapiña de mujeres. El comercio, particularmente de oro, sal, tejidos, algodón, tabaco, etc., se practicaba entre pueblos tan distantes como los ubicados en nuestros litorales y ríos con los del continente Sur, Centro e islas caribeñas: incas, mayas, aztecas, taínos, etc. Pero la falta de una sólida organización política por la multiplicidad de cacicazgos, particularmente en la comunidad Caribe, debilitó 118

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su resistencia. Sin embargo, belicosa por naturaleza y poseedora de una excepcional arma paralizante, el curare, esta etnia logró que la conquista de sus territorios se demorara más de medio siglo, y aún hasta nuestros días, en algunos grupos y regiones selváticos, mientras que los reinos unificados cayeron en cortos períodos: el Azteca en tres años (1519-1521) y el Incaico en menos de un lustro (1532-1536). LA GRAN FAMILIA MULTIÉTNICA

Error grave es imaginar que las etnias amerindias colombianas conformaban comunidades puras. No olvidemos que ya desde tiempos prehistóricos, antes de la Era Cristiana, los protoarawak, protochibcha y protocaribe habían iniciado contactos y mestizajes étnicos. Siglos después, en el X de nuestra era, constituían pueblos definidos por caracteres propios, dando lugar a guerras entre sí, mezclándose vencidos y vencedores. Los chibchas y arawaks, ya mestizos, sufrieron la acometida de los caribes un siglo antes de la llegada de los españoles, por lo que debemos entender que las cuatro naciones que se enfrentaron a la conquista, aunque diferentes, compartían distintos grados de mestizaje. Esto ocurría entre quillacingas, pijaos, quimbayas, chimilas, zenúes y taironas. Ese mestizaje se reforzó por el cruce con los españoles y africanos. El mestizo hispanoindígena, el mulato afrohispano y el zambo afroindígena, son el resultado natural y cultural de la conquista y la colonización. Para reencontrar sus orígenes es indispensable recorrer los caminos de ida y vuelta de la etnia indígena derrotada, pero viva y combativa en sus descendientes. Todos los prejuicios contra su mestizaje son sobrevivencias nefastas de la sociedad racista colonial que pretendió frenar el ascenso de las «razas infames» a la cúpula dominante. Para superar tales aberraciones es imperioso que reconozcamos la sobrevivencia de la indianidad que nos nutre. Con la rememoración de las cuatro naciones: chibcha, arawak, tairona y zenú, que se enfrentaron a los conquistadores, evidenciamos que el mestizaje es un pasado vivo y presente en la Colombia de hoy. 119

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Aunque nos separen brechas artificiales, la madre y el padre aborígenes están aquí, en nosotros. Una breve reseña de su ámbito geográfico de ayer y de hoy, nos ayudará a sentirnos próximos en el tiempo: somos la misma Colombia multiétnica y pluricultural. Recorreremos los pasos de la conquista indígena, como hicimos con los abuelos africanos, para reencontrar nuestras propias huellas. CARIBEÑOS

Por el Urabá ensangrentado, ayer como hoy, los zenúes y quimbayas sobreviven en las comunidades emberá-catíos, noanamás y kunacaribes. En la Sierra Nevada de Santa Marta, sobre la misma tierra de los Ancestros taironas, acechan los hermanos arhuacos. Frente al mar Caribe que no pierden de vista, su única esperanza es escapar a la muerte. Así resumen su trágico destino: «En la cueva del Páramo, viven aún Kashindúkua, Noána-sé y Námaku. En la cueva están cuatro grandes tinajas con carne, cuatro grandes tinajas con huesos y una calavera de tigre. Cuando se acabe el mundo los tres saldrán de nuevo de su cueva. Entonces irán como tigres por las poblaciones y matarán a todos, hombres y mujeres, indios y blancos». (Reichel-Dolmatoff) ( ).

En la Guajira se preserva incólume la cultura wayúu sin ser destruida por el mestizaje. En el alto Sinú todavía moran los padres emberás que se despiden angustiosos con ceremonias sagradas de los ríos que alimentaron a los antepasados. No hay poetas, ni novelistas que recojan sus lágrimas sin escritura. Por el Catatumbo y Serranía del Perijá, los yucos, baris y huitotos, testigos vivos de las depredaciones de Ambrosio de Alfínger, alzan su clamor para que no les invadan las tierras de sus antepasados, en cuyo subsuelo, petróleo vivo, aún regurgita su sangre derramada. Otras comunidades de ancestro chibcha-caribe –catíos, chamíes, noanamás, emberás– habían vivido más o menos tranquilas en las zonas selváticas de Antioquia, Caldas, Córdoba y Chocó, amparadas por disposiciones que las asimilan, conjuntamente con sus tierras, a reservas ecológicas. Ahora sus días están contados. El mestizo invade 120

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sus últimos reductos con el nuevo rostro conquistador: carreteras, represas hidroeléctricas, tractores, dragas. Se sabe a ciencia cierta que moran sobre minas de oro y petróleo; en inmensas reservas forestales y costas con riquezas ictiológicas. ORIENTALES

Las Llanuras Orientales, por donde llegaron los fundadores de la estirpe –arawak, chibcha, caribe–, volvieron a ser refugio de sus descendientes. En las riberas de los grandes ríos Amazonas y Orinoco, que recuerdan al codicioso Spira, al abrigo de las selvas, se han reagrupado los idiomas, más de ochenta, el mejor escudo para preservar su cultura. Inganos y cofanes del Putumayo; sus vecinos sionas, macaguajes y coreguajes del Caquetá; sálivas, achaguas y puinaves del Meta y Vaupés; los guahibos del Vichada, en la frontera de los nuevos invasores, enfrentan los últimos combates, desaparecidos sus primos los guayupes; huitotos del Caquetá; tucanos, macús, guananos y cubeos, reducidos a unos cuantos centenares en el Vichada. Y los tunebos, cuya lengua los emparenta con los antepasados melanésicos. Por las planicies selváticas, el aborigen está allí, insomne, vigilante de la tierra que desea preservar para sus difuntos y descendientes. Enigma de la filosofía telúrica de estos hombres que proyectan sus vivencias más allá de ultratumba. Aunque aislados y aparentemente en un estado primario, son en verdad residuos de las civilizaciones chibcha, quimbaya, zenú y tairona de donde los desprendió el alud de la conquista. OCEÁNICOS

Entre los manglares y selvas del «Litoral Recóndito» de Sofonías Yacup y cantado por el poeta oceánico Helcías Martán Góngora, los padres y madres noanamás y emberás, testimonian con su presencia que por esas costas arribaron los melanésicos y polinésicos, tronco raizal del hombre americano. Por aquí entraron los pueblos que cinco Siglos a.c., esculpieron los monumentos megalíticos de la cultura agustiniana y los hipogrifos de Tierradentro. 121

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Aunque no está plenamente confirmado, las investigaciones antropológicas hacen presumir que los pobladores de ríos y litorales en la época de la Conquista eran caribes. Pile, desde las cercanías de Buenaventura hasta la desembocadura del río San Juan (Chocó). Pati, en las vecindades del San Juan de Micay. Petre, por la desembocadura del río cuyo nombre es un recuerdo a su memoria. Barbacoa o Sundigua, expertos navegantes, recorrían el litoral e islas de Gorgona. Los actuales noanamá del San Juan (Chocó) y los de Micay, hablan un idioma emparentado con el chibcha y los del Saijá y Chamíes de Antioquia y Caldas. Otros de filiación caribe son los llamados «cholos», del Chocó y Darién, emparentados con los kuna-caribe, que no han perdido el hábitat de los territorios ístmicos, desplazándose de uno a otro oceáno como lo hicieran sus antepasados. La plataforma continental del Pacífico, con sus litorales, selvas, ríos y cordillera, está hoy habitada por afrocolombianos, flujo de la colonización y la esclavitud que permitió el reencuentro de los Ancestros afroasiáticos antípodas. ANDINOS

Los mestizos del altiplano cundinoboyacense, descendientes de los muiscas, olvidados de la lengua chibcha, tan solo recuerdan a sus antepasados por los mojones toponímicos que señalan, como cruces de cementerios, lugares donde alguna vez existieron los padres. SURANDINOS

Paeces, sibundoyes, guambianos, cuáiqueres, andaquíes, se enfrentan a los latifundistas que invaden sus resguardos antiguos, alegando que no cultivan sus tierras, y ellos responden, con la sabiduría que mira el devenir de los siglos: —¡No la queremos para empobrecerla sino para amarla! 122

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X

La geografía dispersa a los padres amerindios, pero la sangre y la cultura nos amarra: Chimilas, en el Magdalena; guanes, en Boyacá y Santander; cunas, en el Urabá; andaquíes, en el Huila y Caquetá; quillacingas y cuáiqueres en Nariño. Los nuevos nombres dados a sus territorios por la división política republicana les endilgan gentilicios que nunca conocieron nuestros antepasados: antioqueños, santandereanos, llaneros, tolimenses, costeños, chocoanos, huilenses, santafereños y boyacenses.

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CAPÍTULO TERCERO:

P RIMEROS A FROAMERICANOS EN L LEGAR A LEMANES Y A FRICANOS

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l referirnos a las conquistas de los alemanes en nuestro territorio, precisa insistir una vez más en la obligada utilización de africanos traídos tanto de España y las Antillas como de su continente ancestral. Cuando las Coronas de España y Alemania se unificaron bajo el trono de Carlos I, nieto de la Reina Isabel, sus súbditos germánicos Enrique Ehinger y Gerónimo Sailler monopolizaron por cuatro años, a partir de 1528, el comercio de prisioneros africanos a la América, hasta entonces sólo autorizado a los españoles, portugueses, genoveses y flamencos. «Dáseles facultades de llevar a Indias cuatro mil esclavos en cuatro años y venderlos al precio que puedan, siendo la tercera parte hembras. En esos cuatro años a ninguno se dará licencia de pasar esclavos, salvo si se hace merced a alguno para descubrimiento o conquista nueva, de cien esclavos, y a algún conquistador o poblador de llevar cada uno dos esclavos. Por ello pagarán a fines de octubre inmediato 26 mil ducados». (P. Angel Valtierra, S.J.) ( ).

De igual modo, los Welzeres, también alemanes, obtuvieron el privilegio de gobernar y adelantar conquistas en la Capitanía de Venezuela. Para estos propósitos, Ambrosio de Alfínger, nombrado gobernador, llega a Santo Domingo conjuntamente con Sailler, el esclavista, en 1528. De donde se deduce que en los planes del futuro expedicionario debían figurar los africanos, como era propio de todos los conquistadores. Así lo confirman los desembarcos de africanos en Venezuela en 1525 para sustituir a los aborígenes que perecían en las plantaciones, minas y pesca de perlas por el excesivo trabajo y las enfermedades introducidas por europeos y esclavizados españoles. Desde entonces en la capitanía general de Venezuela comenzaron las fugas de cimarrones y formación de cumbes (palenques) que condujeron al alzamiento de Coro (1532), cuando las milicias españolas

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lograron someterlos. Apenas fue el preludio de la importante revuelta del año 1553 en las minas reales de Buria y Nirgua (Barquisimeto). Cimarrones y caribes jararas, atrincherados en la selva, proclamaron «Rey» al líder africano Miguel, dándole también el título de «Reina Margarita» a su consorte. Estaban tan organizados y prepotentes que se preparaban para atacar a Barquisimeto y El Tocuyo cuando fueron sometidos. LEVANTAMIENTOS, FUGAS Y PALENQUES

En esas mismas fechas, con sorprendente simultaneidad cronológica, el primer contingente de africanos introducidos por los alemanes a Santa Marta (1528), Nueva Granada, incendian la ciudad y huyen a la Sierra Nevada el año siguiente, el 12 de febrero de 1531. Los historiadores no concuerdan en las fechas. Pero como hemos dicho, pareciera que los tambores nocturnos transmitían los mensajes de la conjura de un país a otro. Igualmente se conjuga la alianza entre africanos e indígenas, aunándose contra los invasores y esclavistas. Al igual que los jararas venezolanos, nuestros taironas, wayúu (macuiras), chimilas y tupes combatían juntos y se mezclaban étnica y culturalmente con los cimarrones. En su mestizaje influyó mucho el matriarcado que reconocía como propio de la tribu, el hijo de la madre indígena, cualquiera fuese la etnia del padre. En la historia de los palenques de la región hubo casos de tanta interculturación que sólo pueden explicarse por una libre fusión de las etnias: El cimarrón Cristóforo Sandoval llegó a ser cacique de una comunidad chimila y José Andrés, el «Palenquero», quien afirmaba ser hijo de un príncipe africano, se proclamó «Rey» del palenque de Atánquez y era reconocido como tal por los indígenas. (Darío Gutiérrez Hinojosa). La obsesión por retener la memoria cultural alimentaba los sueños de reinos independientes en la cimarronería de todo América.

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LOS ALEMANES Y LA CIMARRONERÍA

Las expediciones de los Welzeres de la Capitanía de Venezuela, acaecieron durante la mayor agitación de los cimarrones, lo que obligó a la creciente e incesante traída de más prisioneros para suplir las fugas e intensificar las plantaciones de caña de azúcar, índigo y cacao, en Coro, Maracaibo y valles interiores. En los años de 1600 a 1613 se introdujeron 7.000 africanos, suma que se incrementó en 23.000 más entre 1615 y 1672. (Rosemblant). ( ). Queremos destacar que este autor reseña para el año 1570, que la población de la colonia (Venezuela) se componía de 300.000 indios, 2.000 españoles o blancos y 5.000 mulatos, mestizos y africanos, la mayoría de los últimos nacidos en Venezuela. Así mismo explica que con el incremento del número de cautivos aumentaba la actividad de los cimarrones. En 1667, en los valles de Monar y Jirará, varios grupos perpetraban asaltos contra los hatos destinados a la cría de ganado para llevarse los animales y africanos para dejarlos en libertad en sus cumbes: «En la medida en que iba tocando a su fin la colonización de la parte más poblada, del norte y noroeste del país, comenzó un paulatino desplazamiento de los españoles, que ocupó más de un siglo, desde allí hacia los Llanos. A la vanguardia marchaban los religiosos que fundaban allí sus misiones con el pretexto de convertir a la fe cristiana a nuevas tribus indígenas. Lograron transformar algunos cumbes construidos y habitados por cimarrones en reducciones o pueblos de negros e indios incorporados al modo de vida sedentario para ser adiestrados en el cuidado del ganado y el labrado de la tierra. En el Siglo XVII, innumerables rebaños salvajes pastaban y deambulaban por los Llanos. Los indígenas que huían de las reducciones y que aprendieron los oficios del vaquero empezaron a aplicarlos encontrándose ya en libertad. Así aparecieron los primeros llaneros indios y, más tarde, como resultado de su mezcla con los cimarrones negros y criollos, los llaneros zambos y mestizos» (Rosemblat).

Actos similares se realizaban por la misma época en nuestros Llanos Orientales, Cartagena y haciendas del Cauca. Podemos afirmar que, de igual modo, los alemanes incorporaron a la fuerza, africanos, criollos y bozales, en sus expediciones por la llanura, centro y norte de la Nueva Granada. 127

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Poco o nada cuentan los cronistas de la participación y viacrucis de nuestros antepasados como miembros indispensables en las conquistas de los germanos por los Llanos sureños y de Valledupar, sobrepasando los límites territoriales autorizados por la Corona. Con estas banderas de usurpación se consumaron los más crueles latrocinios sobre los jefes naturales de nuestras naciones chimilas, taironas y wayúu. Siguiendo la norma del silencio, en estas conquistas por el Cabo de la Vela, península de la Guajira y llanuras del Cesar y márgenes del Magdalena, tampoco abundan datos específicos sobre los africanos, aunque la economía de sus expediciones recaía sobre sus hombros, presentes o no en cada una de sus campañas. Se escribe sobre el número de soldados y caballos muertos, nunca de los indígenas y esclavizados. Mucho menos de sus estrategias, alianzas y tácticas para rechazarlos o derrotarlos. Pero las deducciones de los hechos, aunque no se describan, también son hilos conductores de la historia. Se cuenta que nuestros padres aborígenes, sorprendidos por las armas de fuego, la espada y la caballería, huían ante la acometida de los conquistadores. Otro tanto se afirma de la actitud sumisa del africano bajo el rigor de las cadenas. Pero la fracasada colonización de los alemanes, incapaces de someter a los pueblos aborígenes de nuestros Llanos, como aconteció con Spira, tras tres años de denodados intentos (1535-1538), y la tampoco reducción de los cimarrones pese a las sediciosas ofertas de paz por parte de la Corona de España, nos han dejado otra historia oculta de incesantes rebeldías y luchas que aún esperan el veredicto final. Sabemos así que las rutas marítimas y terrestres utilizadas por los conquistadores alemanes para invadir la Provincia de Santa Marta eran conocidas por los cimarrones. El primer europeo en recorrerlas fue Ambrosio de Alfínger sin que se informe si tuvo o no guías o miembros africanos en su tropa. Pero sí se registra que siguió desde Maracaibo hacia el Occidente por zonas habitadas por los cimarrones para transmontar la cordillera.

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EL SANGUINARIO ALFÍNGER

En el año 1530, fecha en que penetra el sanguinario tudesco al Valle de Upar por la serranía de Perijá, ya existían en ese sitio cimarrones, como lo atestigua el historiador Fernández de Piedrahita, al describir el lugar: «...en cuyas faldas están ciertas acequias de que se valían aquellas naciones confinantes, y un áspero monte que después eligieron para fortificarse y formar palenques muchos negros fugitivos de aquella gobernación y de la de Venezuela» ( ).

Un hecho de gran importancia histórica tuvo lugar en esos días: el incendio de Santa Marta por los cimarrones, cuya consecuencia, por la audacia y desafío de la autoridad española, tendría grandes repercusiones en el poblamiento y conquistas del Valle de Upar. Existen varias versiones sobre fechas de ese acontecimiento: Para el historiador cubano Antonio Saco, citado por Aquiles Escalante, se verificó en el año de 1529 por africanos introducidos allí el año anterior (1528), precisamente amparados por las licencias concedidas a los alemanes. Los alzados se refugiaron en la Sierra Nevada donde fueron acogidos por los taironas. Apenas varios años después, se tienen noticias de haber formado las rochelas de Masinga y Atánquez en las faldas de la Sierra. Otro documento hallado en el Archivo de Indias de Sevilla, por el historiador Ernesto Restrepo Tirado, revela que el incendio de Santa Marta tuvo lugar el 21 de febrero de 1531, por cimarrones procedentes del lejano palenque de la Ramada, ubicado en el litoral a 100 kilómetros de distancia. Podrían especularse muchos supuestos sobre esta temprana acción de los africanos contra la primera ciudad española que sirviera de base a la conquista del Nuevo Reino de Granada: 1º

La versión que señala a los recién desembarcados africanos parece ser la más consecuente con la ulterior conformación de los palenques de Masinga y Atánquez, próximos a Santa Marta. 129

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Si el asalto fue realizado por los cimarrones procedentes de la Ramada, cabe suponer que recurrieron a la vía marítima, al menos en alguna parte de su recorrido, pues ya en esa época merodeaban y comerciaban con traficantes clandestinos de perlas. Confirmaría esta última hipótesis, el contrabando de prisioneros africanos, burlando el monopolio concedido a los alemanes.

El historiador Gutiérrez Hinojosa al citar a Escalante y Scelle, contribuye lúcidamente a esclarecer los hechos: «En Tierra Firme, las cartas de los comerciantes y el rumor público atestiguaban que habían visto más de 186 navíos tanto en Cartagena como en Portobelo, Santa Marta y Río de la Hacha. El gobernador de Santa Marta tenía como tarifa el 10% de las mercancías introducidas. De estos cuatro puertos mencionados, Río de la Hacha es el que aparece en mayor número de referencias al contrabando humano. Un negro tenido oculto es mucho más susceptible de ingresar al cimarronismo; esto explica en una buena parte el porqué de la superabundancia de palenques en la tierra adentro de la gobernación de Santa Marta, antes que los españoles se establecieran en ella». ( ).

Levantamientos, fugas, rochelas, zambaje y palenques en el circumcaribe, seguían un mismo derrotero, como si hubiese aparecido un nuevo código genético que los hermanaba en las sangres y actitudes. Antes que el interés de apropiarse de territorios y fundar poblaciones a nombre del Rey de España, como rezaban las capitulaciones autorizadas, el afán de los alemanes fue arrebatar a los aborígenes el oro que habían acumulado durante siglos o explotar las riquezas naturales, como las perlas. Por ello vemos que Spira, antes de posesionarse de la Gobernación de Venezuela, recorre las costas del Cabo de la Vela y trata de establecer las bases apropiadas para la pesca de perlas, hecho que no logra, pero que abre la ambición a su coadjutor Nicolás Federman, quien estando en Maracaibo aprovechó la ausencia del superior para regresar e invadir sin ser autorizado, las fronteras de la su jurisdicción, en pos de las perlas que le habían enloquecido. 130

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Son estas las razones para que más tarde, en 1530, el Gobernador Ambrosio de Alfínger, también obsesionado con Eldorado que buscaban ardorosamente Quesada, Federman y Belalcázar, partiera de Maracaibo a la conquista del Valle de Upar. Por informaciones de indígenas y africanos cautivos que llevaba con él, supo de las chagualas, coronas y brazaletes de oro puro que adornaban a sus caciques, guerreros y amazonas. Alfínger marchaba al frente de una tropa de 200 castellanos, entre los cuales indudablemente irían los afroespañoles como miembros indispensables de la expedición que partía de España y de los respectivos bozales africanos, previamente introducidos a las Antillas y desde luego con «algunos centenares de indígenas», según cuentan los cronistas de estos últimos. Desde la serranía de Perijá, Alfínger pudo comprobar que no le mentían. Divisaba un extenso valle en el cual se destacaban varias poblaciones, entre ellas la más prolija, residencia del cacique Upar. Tres días necesitó para llegar a ella, pero a lo largo del recorrido, tomando prisioneros a caribes motilones, tupes y chimilas, por las narigueras y brazaletes de oro arrebatados, ansiaba cuanto antes capturar al principal. Aclaremos que antes de la llegada de Alfínger al Valle de Upar, éste había sido recorrido en 1529 por los capitanes Palomino y Vadillo, lugartenientes de Bastidas. Dejemos aquí el relato de los hechos que siguieron, pavorosamente descritos por Gonzalo Fernández de Oviedo: “El Cacique de Upar, tras ser vencido, debió entregar cuantioso rescate en oro, y bautizado por el fraile Fernando de Córdoba, capuchino, el alemán le ahorcó”. ¡Su codicia no estaba saciada! La muerte del cacique fue vengada poco después por la lanza de uno de sus súbditos, dando término a la sanguinaria conquista del alemán. ¿Qué papel jugaron en este holocausto los cimarrones? Es de presumir, por la fecha, 1530, que pese a que ya merodeaban por las faldas de la Sierra Nevada, aún no constituían palenques 131

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fuertes y amestizados con taironas y chimilas como para intervenir contra los invasores. Pero pudiéramos afirmar que la senda que siguió el depredador alemán estuvo vigilada, a lo largo de su recorrido, desde ambos lados de las altas montañas. Mencionan también el nombre del cacique de Tamalameque, para rememorar las riberas y valles del Magdalena, por donde se alzarían palenques libertadores. Cinco años después regresa Federman al Valle de Upar, acicateado entonces, no por las perlas sino por el oro, sabedor del mucho que Alfínger había arrebatado a los aborígenes. Ciertamente debió intimidarse con la poderosa tropa traída por el nuevo gobernador de Santa Marta, Pedro Fernández de Lugo, cuyos preparativos pudo observar antes de salir de la Península, pero más influiría en su desesperada retirada la hostilidad de los taironas, entonces aliados de los cimarrones, quienes hablaban de «reinos africanos libres».

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CAPÍTULO CUARTO:

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FRICANOS EN LAS

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RIMERAS

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O N Q U I S TA S

UNDACIONES

ese a las crónicas avaras en registrar la presencia africana en los primeros días de la colonización de la Nueva Granada, debido a sus huellas indelebles, sabemos que en todas las fundaciones realizadas por los españoles, desde Santa María la Antigua del Darién (1510), destruída por los rebeldes caribes, y la perdurable Santa Marta (1525), quince años después no hubo población alguna en donde no hubiera llegado de primero la planta desnuda de un bisabuelo africano, con su machete abriendo la trocha, su pesada carga de alimentos, ropa y semillas, para dar soporte a las tierras conquistadas a nombre de los Reyes de España. Algunas veces su presencia histórica consta en las actas o informes, pero aún en las omisiones conscientes o porque no se le daba importancia al esclavizado, sumado a las bestias de carga, sabemos que en los cálculos de expedicionarios, administradores y frailes nunca faltaban afroespañoles traídos de la Península, pues sin su concurso no se movía desde el barco hasta el alfiler en ninguna acción colonizadora en los cielos de América. Los hechos históricos así lo comprueban: Ya en los viajes de Colón se registra la presencia de estos afroespañoles descendientes de antepasados originarios de la Península o transplantados allí desde la antigüedad: libres, libertos, y esclavos practicantes de múltiples oficios. Ya en la memoria de Hernán Cortés figura un esclavizado a quien se le atribuye haber sembrado en México las primeras semillas de trigo. En la conquista de California es conocido el importante papel del africano Estebanico, un navegante marroquí. Por su natural conocimiento de la cultura hispana y dominio del idioma castellano u otra lengua peninsular: catalán, gallego o vasco, se les denominaba ladinos. Nosotros preferimos reconocerlos como los abuelos afroespañoles.

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EL AFRICANO SIEMPRE ESGRIMIÓ HERRAMIENTAS Y ARMAS

El Consejo de Indias después del primer viaje de Colón autorizó el embarque de esclavos afroespañoles al Nuevo Mundo para atender las necesidades de navegantes, funcionarios, religiosos y familias. En la medida en que se ampliaron las demandas, participaron en todas las tareas donde se requirieran sus habilidades y talentos. Moros, berberiscos y afrosudaneses fueron siempre aguerridos jinetes y expertos en fundición de metales y herrería. Desde muy temprano apareció la división del trabajo en virtud de etnias, idiosincrasia y experiencias tradicionales: soldados, capataces, jefes de cuadrillas, maestros de albañilería, carpintería, y construcción de embarcaciones. Así como en las labores más rústicas y extenuantes para la mayoría. Los amos tenían incluso su sistema de preferencias hacia uno u otro etnos en la compra de cautivos. Los nativos de Angola eran conceptuados como excelentes mecánicos y con aptitud en general para labores técnicas; los bisso de Río Grande gozaban de demanda en México y Cartagena como los más serviles de todos los esclavos de Guinea: se les estimaba incluso más que a los traídos de Benin y Angola. Los cru tenían fama de ser buenos marineros y nadadores. Los ibo de Nigeria oriental (carabalí), por el contrario, tenían bajo precio por ser, según la opinión general, poco contactables, muy sensibles a la ofensa y propensos al suicidio ante el menor castigo; lo mismo se decía de los fanti. Los atán y berú (grupos no identificables) se consideraban rebeldes; los sengaleses, muy atrevidos y ladrones; los arara (fon), tacaños, y sus mujeres, charlatanas y pendencieras. Los congo y bantús en general eran adquiridos de buena gana porque se los conocía como dóciles y alegres, con excepción de los mondongo, que tenían fama de caníbales. En algunos relatos de la Conquista se relacionan con armas de fuego, machetes, espadas, dagas, cuchillos, lanzas, caballos, etc. Al comienzo las recibió como dotación oficial en acciones de guerra, pero no tardó en robarlas y utilizarlas en su defensa personal y en alzamientos rebeldes. Así mismo son conocidas las disposiciones por las cuales se 134

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les prohibía portar cualquier tipo de armas en la ciudad, de día o de noche, fuese machete o cuchillo. El africano siempre anduvo sobre las armas. A ello se debe su participación decisiva en las luchas de nuestra historia nacional: Benkos Biojo, Domingo Criollo, José Prudencio Padilla y en las de independencia de América, L’Ouverture, Bolívar, José María Morelos y Antonio Maceo. Lo que deseamos destacar son los prejuicios de los primeros cronistas y de algunos historiadores contemporáneos al omitir y sobrevalorar la presencia y aportes de los afroespañoles, cuando a cada paso se exalta la progenie e hidalguía de muchos de los conquistadores cuyos oficios eran más oscuros que los de sus conmilitones en el momento de embarcarse en la Península. Conviene enfatizar que si a los expedicionarios de «sangre pura» les pertenece la pírrica «gloria» de haber diezmado a los amerindios y esclavizar a los africanos, a nuestros abuelos de «sangre impura» les corresponde la parte más noble del león: liberar a los oprimidos. LOS PRIMEROS AFRICANOS EN LLEGAR

La primera cédula real autorizando la traída de prisioneros africanos capturados en Africa, se expide en el año de 1502, facilitando así su incorporación en todas las expediciones al continente en las tareas de transporte, carga, aperturas de caminos, construcción de barcos, tropa, preparación de comida, cuidado de bestias, ganado, siembra, etc. Ya están presentes en la fundación de Santa María la Antigua del Darién (1510), como lo comprueban las crónicas de Vasco Núñez de Balboa en sus recorridos por el río Atrato y posterior descubrimiento del Mar del Sur, donde, además, cuenta haber encontrado indígenas de piel oscura. ¿Podrían ser descendientes de las primigenias migraciones melanésicas llegadas a la América, 40.000 o más años atrás? Para 1525, fecha en que Bastidas funda a Santa Marta, participan africanos traídos de La Española (Santo Domingo), como era costumbre en todas las expediciones de Tierra Firme, Sur, Centro y Norte América. 135

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En 1528 se trae a la Nueva Granada el primer contingente africano que desembarca en Santa Marta. Un año después, gran parte de ellos se subleva, quema las casamatas y algunas casas de los amos, donde se le confina y huye a la Sierra Nevada, donde es acogida por los taironas, originándose el primer mestizaje de zambos. Su prole se multiplicó tanto, que el Rey expide una cédula por la cual prohibe fundar la Villa de los Santos Reyes de Valledupar, hasta tanto no se hayan doblegado y reducido los cimarrones que pululaban en las serranías y valles. Pedro de Heredia trae africanos bozales de Santo Domingo para incorporarlos a la expedición contra los belicosos caribes que habitaban la región de Calamarí y Turbaco, hecho lo cual fundó a Cartagena de Indias el 21 de enero de 1533. Desde entonces, en todas las exploraciones que le siguen, los africanos acompañan la tropa al cuidado de las cabalgaduras y acciones de guerra. Su participación se destaca particularmente en la expedición de Juan Vadillo, en la conquista de Dabeiba (Antioquia), donde se dan noticias de varios esclavos muertos por los nutabes y uno de ellos devorado en represalia por actos similares practicados por algunos españoles hambrientos. Estos casos de canibalismo cometidos por los conquistadores fueron registrados por los cronistas en todo el continente. Ulterior a la invasión española por las costas, durante el período de la conquista hubo la penetración de Sebastián de Belalcázar y sus lugartenientes desde Quito (1536), dando origen a las fundaciones de Cali, Cartago, Santa Fé de Antioquia y otras ciudades. LA HISTORIA INVISIBLE

La denodada combatividad de los caribes que habían infringido severas derrotas a los intentos de ocupación de Ojeda, Bastidas, Pedrarias y otros expedicionarios, obligó a incorporar a las nuevas conquistas a los africanos bozales que ya habían sido utilizados en las islas antillanas desde comienzo del Siglo XVI. Aunque no es el único documento que informa sobre Cédulas Reales que se venían concediendo desde 1502 para introducir africanos desde 136

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la propia España y de Africa, es invaluable el contrato del año 1534 por el cual se otorga licencia a Pedro Fernández de Lugo, en víspera de su gran expedición a la Nueva Granada: «... le daremos autorización para que de nuestros reinos y del reino de Portugal e Islas de Cabo Verde, él o quien su poder tuviese pueda pasar y pase a dichas provincias de Santa Marta asiento de esclavos negros en que a lo menos el tercio sea de hembras...» ( ).

Este documento, repetimos, adquiere singular valor para la historia afrocolombiana, por cuanto revela palpablemente la participación de nuestros abuelos en la empresa que condujo finalmente a la conquista del Reino de los Chibchas y a la fundación de Santa Fe de Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada, nombre dado al territorio conquistado. La escasez de datos sobre los africanos en estos documentos, permite descubrir cómo se fue tejiendo la invisibilidad de los africanos en la trama de la historia nacional, por obra y gracia de los cronistas que minimizaron al máximo el registro de sus huellas en la construcción de la nacionalidad. Después de fundada Santa Fe de Bogotá por Gonzalo Jiménez de Quesada, el 6 de agosto de 1538, vemos lo que cuenta el historiador Joaquín Acosta al describir las tropas del fundador y las de Belalcázar y Federman; no se habla de nobles ni de esclavos, porque el color de la indigencia primaba sobre el brillo de sus armas manchadas con la sangre de los zipas y zaques, verdaderos reyes de aquellas tierras y pueblos: «Mientras que iban y venían los clérigos y religiosos a los diversos campamentos, tratando de impedir un rompimiento, presentaban estas tres partidas de españoles procedentes de puntos tan distantes, y ocupando ahora los vértices de un triángulo de tres y cuatro leguas por lado, un espectáculo singular. Cada una se componía de ciento sesenta hombres, un clérigo y un fraile. Los del Perú venían vestidos de grana, sedas, morriones y plumas costosas; los de Santa Marta, de mantas, lienzos y gorros fabricados por los indios, y los de Venezuela, en guisa de prófugos de la isla de Robinson, cubrían sus carnes con pieles de osos, leopardos, tigres y venados. Estos últimos, caminando más de trescientas leguas por despoblados, habían corrido las más crueles aventuras; llegaban pobres, desnudos y reducidos a la cuarta parte de su número primitivo. Sin embargo de tanta desventura, dicen los cronistas que fueron los que introdujeron las gallinas, como Belalcázar los cerdos». ( ). 137

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Otro relato de Fray Pedro Simón nos muestra con mayor crudeza, que no eran tiempos de pergaminos ni etnias: «Llaman en esta tierra soldados a los españoles que no son encomenderos ni se les conocen tratos de mercancías ni oficios. Vivían agregados a los españoles ricos, desempeñaban quehaceres ocasionales y vagaban. Su utilidad como macheteros o rodeleros había declinado con la pacificación del Nuevo Reino y no pocos decidieron regresar a Santa Marta, y con ellos otros descontentos, y en tal número que fue preciso frenarlos. ( ).

¿Quiénes irían a encargarse de la crianza de estos animales cuando el soldado español se convertía en señor y amo y el chibcha, derrotado y reducido a servidumbre, desconocía el pastoreo? LA EMBOSCADA INDÍGENA QUE CAMBIÓ EL DESTINO DE UNA RAZA

En aquellas épocas, cuando los caimanes no habían escuchado el primer disparo, nuestros padres amerindios: caribes, tayronas, chibchas, catíos y paeces navegaban libres por el Guaca-hayo, Río de las Tumbas, con sus piraguas cargadas de frutos y mantas para intercambiarlos en las ferias por oro y esmeraldas. Los bogas, robustos y desnudos, bajaban guiados por los canaletes o subían la corriente al acompasado arponeo de las palancas. La navegación indígena era una industria incipiente, pues, para 1492, ya los caribes construían canoas grandes, más tarde llamadas por el conquistador, champanes, con las cuales recorrían ríos y circundaban las islas del Mar de los Taínos, cuyo nombre sería cambiado por los descubridores por el terrorífico Mar de los Caribes. Acondicionados con toldos para pasajeros y carga, medían de 12 a 13 metros de largo y la tripulación variaba entre 12 a 14 bogas. Las cifras y medidas no deben tomarse aritméticamente sino por el número de muertes que ocasionaban su peso y volumen específicos. En la primera incursión de Quesada (1536) por el Guaca-hayo, ya rebautizado por Rodrigo de Bastidas con el nombre de Río Grande de la Magdalena, pretendiendo llegar a sus orígenes, le atajó el paso Alonso Xeque, belicoso cacique cristianizado, quien al frente de un sorpresivo enjambre de 3.000 canoas y 5.000 aullantes arqueros, atacó a tres 138

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bergantines artillados que recalaban en la desembocadura del Zezare (hoy río Cesar). La oscuridad, la creciente invernal y el sigilo, conspiraron contra el capitán Fernández Gallardo, primer español que enfrentaba una flotilla caribe. Los indígenas disparaban flechas inflamadas en petróleo ardiente, táctica empleada en sus guerras, mientras los españoles respondían con descargas de artillería. La batalla se prolongó hasta el amanecer, cuando los invasores advirtieron la magnitud del peligro, pues por todos los flancos atacaban miles y más piraguas. Entonces, a la luz del día, los cañones y arcabuces causaban sangrientas bajas a los caribes dispuestos al asalto. Incendiado un velero, el capitán ordenó abandonarlo, huyendo con los otros dos corriente abajo. Esta refriega al parecer insignificante, cambió los rumbos de la conquista española y las vidas de miles de africanos, desde esa hora condenados a sustituir a los indígenas en la extenuante y mortífera faena de bogas. Las ligeras cargas del comercio indígena se tornaron sobrehumanas al transportar las piezas de artillería, caballos y tropa de armadura. Al comienzo resistieron los atletas nativos, pero ante su elevada mortandad y deserción, paulatinamente los africanos les fueron sustituyendo hasta que todo el tráfago recayó sobre sus espaldas por la ordenanza de 1598 y el edicto de 1601 que prohibía el empleo de los naturales como bogas, diezmados por el esfuerzo y el paludismo. Lo que ocurría en el río de la Magdalena se daba en las corrientes del Cauca, San Jorge, Sinú, Atrato, San Juan de Mira y Patía. «Todos los caminos van a Roma», reza el refrán, y de igual modo las peregrinaciones de esclavizados en la naciente colonia hispana conducían a Popayán, centro administrativo de la explotación minera de los territorios del Cauca, Antioquia y Chocó. Los esclavistas mantenían agentes e intermediarios en Cartagena y demás puertos de embarque clandestinos, atentos a la compra de prisioneros y su traslado por río a los centros mineros. Para impedir el contrabando del oro recogido con manos esclavas y la incursión de barcos piratas, la Corona prohibió e impidió la navegación por el Atrato, la vía más corta para llegar de Cartagena a los territorios auríferos. 139

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Así los bogas africanos debían recorrer las rutas del Magdalena y Cauca para llegar a Popayán (500 millas), transportando a punta de palanca a sus hermanos de infortunio, donde los adquirían propietarios de las minas para conducirlos al Chocó (otras 300 millas) y demás centros mineros de Antioquia y Cauca. Lo trágico de estas correrías eran las elevadas muertes por las lluvias, el paludismo, la disentería, los jaguares, las víboras y la extenuación. También la navegación marítima desde Panamá, tras atravesar el istmo a pie en su recorrido al Perú, desembarcaba prisioneros en las bocas de los ríos para ser distribuidos por el Chocó, Cali, Cartago, etc., siempre por el músculo de los africanos. En la ruta a Vélez, Ocaña, Pamplona y el Socorro, el río y selvas del Opón devoraban a tantos africanos, que se habían convertido en un cementerio de tumbas, hasta cuando las lágrimas de cocodrilo de los esclavistas, llorando más por la pérdida en oro y la falta de brazos que por las muchas muertes, lograron que la Corona habilitara el puerto de Honda y se abriera un camino de herradura construído por los mismos cautivos, para llegar a las haciendas de ganado y caña de las provincias de Bogotá y Tunja. Al oriente, los cargamentos humanos entraban por ríos y puertos de la antigua Capitanía de Venezuela. Ligados al proceso de los descubrimientos como auxiliares insustituíbles de guerreros y religiosos, desde 1525 se les requirió en gran escala para las labores agrícolas y aún ganaderas. Extendiéndose cada vez más por los valles y ríos del Orinoco, Arauca, Meta, Vichada, llegaron a las haciendas de los jesuítas en nuestros Llanos Orientales. Y por la misma vía de San Martín y Mocoa hasta Pasto y Quibdó. LOS ABUELOS AFRICANOS Y EL TESORO DE LOS QUIMBAYAS

El sometimiento de los chibchas permitió el avance de la conquista a otros pueblos del altiplano y valles colindantes. Panches, Muzos, Paeces, Pijaos, Ansermas, etc. La presencia africana no se hizo esperar en número y acciones muy significativos, a partir del paulatino pero ascendente remplazo de los 140

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indígenas como bogas, cargadores a hombro de funcionarios y familias, apertura de caminos y servicio doméstico. Pasada la fiebre de los rescates en oro puro a expensas de los príncipes muiscas, saqueos de templos y profanaciones de tumbas, los colonos utilizaron a los africanos en labores agrícolas, moliendas de caña y otros urgentes apremios. Tampoco disponemos de datos específicos sobre los oficios desempeñados por ellos, mas, por la naturaleza de los mismos, la mayoría de ellos escapaban a la cultura indígena: crianza de ganado vacuno y caballar; preparación de comida a la española (no extraña a los afrohispanos); planchado de ropa; confección de artesanías liberales: herradura de bestias, carpintería, albañilería, ejecución de instrumentos musicales, etc. Así consta en las cédulas reales y disposiciones del Consejo de Indias al iniciarse el Siglo XVI, por las cuales se autorizaba la introducción de africanos, especialmente los nacidos en la Península. Muchos de ellos, varones y mujeres, fueron llevados a Santa Fe de Bogotá, como lo testimonia el monje J. Santa Gertrudis («Maravillas de la Naturaleza»). CARTAGENA, EL PUERTO INSACIABLE

Contrariando la ley natural de los ríos que arrojan sus aguas en el mar, el flujo oceánico de los africanos remontaba las corrientes e inundaba los valles. Cartagena de Indias fue la gran boca que se tragaba insaciable los pueblos de Africa. Fundada la ciudad, en 1533, derrotados pero no sometidos los yurbacos caribes, los conquistadores dependieron desde los primeros días, de los brazos y experiencias de los africanos, en necesidades tan urgentes como eran las edificaciones, cultivos y pastoreo. Aún cuando la mita y los repartos aseguraron la servidumbre de los aborígenes, su rendimiento nunca colmó las demandas de la población hispana. Además de los víveres y materiales para la propia subsistencia, se requerían los recursos para las expediciones de conquista al interior del país. Agreguemos a ello la temprana construcción de murallas y fortines para repeler los asaltos de corsarios franceses e ingleses que infestaban el Caribe. 141

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La traída y esclavización de africanos se volvió un clamor general en todas las colonias americanas que se multiplicaban con las nuevas conquistas. La Corona designó a Cartagena puerto obligado en el continente para el arribo y desembarco y así poder controlar el pago de alcabalas por cada prisionero. Esta medida, que pretendía evadir los impuestos, acrecentó el contrabando, imposible de manejar por las playas abiertas. De Cartagena, los cautivos, llenados los trámites aduaneros, se distribuían a Panamá, Portobelo, Coro y Veracruz, este último convertido más tarde en el segundo puerto continental en importancia para el trágico negocio en las colonias españolas. El tercero fue Buenos Aires. Los historiadores se esfuerzan en determinar cifras aproximadas, pero en muchos de ellos prima más el afán de minimizar su cuantía para reducir su impacto en nuestra sociedad y cultura. Actitud que contrasta con la de los esclavistas de entonces, clamando para que se abrieran las compuertas y trajeran miles y miles de africanos sin que nunca su número llenara plenamente las demandas y necesidades de explotación humana. Entre datos conservadores y generosos, se estima que por Cartagena entraron de un millón a millón y medio a nuestro territorio, cifra que incluye los transportados a otras provincias de la Nueva Granada. Diariamente morían decenas y la podredumbre de los cadáveres insepultos apestaba los botaderos de la ciudad. Los africanos sobrevivientes arrojaban unas paladas de cal para cubrir los cadáveres que servirían de abono a sus propias sepulturas. ¿Alguna vez hubo algún cronista que tasara en vidas este holocausto africano en la edificación de nuestra patria? ¿Y aún más, se cuantificará lo que cuesta a sus descendientes el permanecer hoy día en la misma indefensión por los estragos del subdesarrollo? Un historiador criollo cuyo nombre es mejor ignorarlo, da la cifra de 80.000 africanos introducidos al país durante tres siglos y medio. Este dato contrasta notablemente con los del venezolano, etnohistoriador y filólogo, Angel Rosemblat, quien en el sólo año de 1570, primer siglo de trata, para la Nueva Granada señala una población de 825.000 142

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habitantes: 10.000 blancos, 15.000 negros y 800.000 indios. Ochenta años después (1650), informa el mismo autor, la composición demográfica del país había sufrido un sensible cambio: 600.000 indígenas, 80.000 sumados negros y mulatos, 20.000 mestizos y 50.000 blancos. Es decir, entre negros, mulatos y mestizos (entre estos últimos sin duda alguna figuraban muchos con un cuarterón de sangre africana). Tendríamos para esa época un crecido número de pigmentados que casi duplicaba a los españoles y sus descendientes criollos. El detenernos sobre el color de los neogranadinos de ese siglo, tiene únicamente el propósito de señalar las caprichosas especulaciones de algunos historiadores, para minimizar el flujo incesante de africanos a nuestro país. Es sabido que por el puerto de Cartagena desembarcaban anualmente de 10.000 a 12.000 africanos por año, ( ) (Angel Valtierra), o sea que, en un siglo, entrarían aproximadamente 1’200.000 y, en tres siglos y medio, 4’200.000, sin contar los introducidos clandestinamente. Buen rompecabezas para los «cuentanegros» de la pigmentocracia colonial. Pero la historia es lerda y no debemos precipitarnos en la contabilidad general de los africanos, termómetro de nuestros sufrimientos. LAS CIFRAS FRAUDULENTAS

El mayor ocultamiento que se haya hecho de nuestra presencia en América, está sepultado con toda clase de subterfugios en la cifra real de los abuelos desembarcados en este continente durante los casi cuatro siglos que duró el tráfico nefando. Los más hipócritas en deformar la verdad admiten apenas 12 millones. Otros alargan la cuenta a 25 millones (Enciclopedia Católica). No obstante, el antropólogo y sociólogo brasileño Darcy Ribeiro, calcula la cifra en 50 millones. Para sustentar sus apreciaciones analiza los siguientes hechos: En Africa fueron violentados por el tráfico humano, aproximadamente 100’000.000 de hombres, de los cuales sólo llegó a la América la mitad. 143

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Esas víctimas las discrimina así: Los que perecieron en la resistencia heroica contra la cacería humana en defensa de sus familias y cultura. Los sacrificados en los asaltos a caravanas, embarcaciones y factorías en los puertos de embarque para rescatar a los prisioneros. Los muertos por inanición, hacinamiento, enfermedades, encalambrados por las cadenas, suicidios y rebeliones en las bodegas de los barcos durante la travesía trasatlántica (50 o más días). Habitualmente se señalaba la merma del 20% al 40% en contingentes de 500 o más personas, de las cuales la mayoría de los decesos se presentaba en mujeres y niños. El poeta y esclarecido humanista Leopold Sedar Senghor, padre del Movimiento Filosófico y Literario de la «Negritud», estima que la cantidad total de africanos sacrificados fue de 200 millones, entre muertos y sobrevivientes en el tránsito a la América. Aunque para algunos analistas de este holocausto les parezca exagerada esta afirmación de quien fuera el primer Presidente de la República del Senegal, para nosotros, afroamericanos, nos merece el mayor crédito, por venir de un hermano nacido en el continente desangrado. Además, sus estudios sobre la historia africana le han valido el reconocimiento de académicos de todo el mundo. Su mayor aporte es el esclarecimiento de los influjos culturales del hombre africano en la formación de los pueblos del Mediterráneo, la Mesopotamia, Asia y la Oceanía. Su preocupación de historiador va más allá de investigar la cantidad de los abuelos desterrados de Africa a la América a partir del Siglo XVI: seguir los pasos a la diáspora universal africana en la aurora de la humanidad. UN SALUDO A «PAPÁ» SENGHOR

Cabe anotar, para la historia nacional, que el poeta Senghor, invitado por el Presidente Belisario Betancur, recibió en el Convento de la Popa, de Cartagena, a una delegación de ancianas del Palenque de San 144

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Basilio. Le cantaron las invocaciones funerarias del lumbalú, con las cuales abren el camino a nuestros abuelos para reencontrarse con sus Ancestros en Africa. Emocionado al escuchar el idioma palenquero, tal vez adivinara algunas palabras de su propia lengua serere. Más tarde fue alzado en vilo por las abuelas de más de setenta años, quienes lo mecían, gritándole: —¡Papá! ¡Papá presidente! El poeta habrá vertido aquella emoción en algún poema.

Y

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CAPÍTULO QUINTO:

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ÁRTIRES DE LA

I

NQUISICIÓN

«POR SIEMPRE ESCLAVOS DE LOS ETÍOPES»

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as noticias que se propalaban en Europa sobre los horrores del comercio humano, especialmente en España, despertaban la pasión misionera de algunos religiosos, sobre todo a partir de los nuevos descubrimientos en Africa. En Cartagena de Indias, como era de esperarse, se concentraron varios de estos espíritus redentores. El más destacado de ellos, predecesor y maestro de San Pedro Claver, fue el padre Alonso de Sandoval, nacido en Sevilla el 7 de diciembre de 1576. Su desespero, por cuanto había visto en la cruenta vida de los africanos, lo llevó a escribir su obra «Naturaleza, Policía Sagrada y Profana, Costumbres, Ritos y Supersticiones de los Etíopes (Negros)», publicada en Sevilla (1627), en la que no sólo hay directrices para los futuros misioneros interesados en la situación de los africanos, sino una enérgica denuncia del sistema esclavista. De él aprendió Claver muchas de las prácticas para recibir a los africanos en los barcos traficantes, y la manera de abordarlos para despertar su confianza, entre ellos el aprendizaje de las lenguas africanas como medio expedito de comunicación directa. Sin embargo, fue el propio San Pedro Claver, nacido en Verdú, España, el 26 de julio de 1580, y muerto en Cartagena de Indias el 8 de septiembre de 1654, quien mejor comprendiera la situación humana, social y cultural de los africanos, en una época en que se les negaba su condición de seres humanos. Aunque al profesar su voto se autodenominó: «Petrus Claver, ethiopum-semper servus», no por ello dejó de evangelizar entre indígenas. Su muerte fue ocasionada por un paludismo adquirido en su adoctrinamiento a las comunidades aborígenes del Sinú. En Cartagena se desplazaba a todos aquellos sitios a donde tenía conocimiento de que se maltrataba a los esclavos. Viajó a los centros mineros de Antioquia,

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afrontando las inclemencias del clima, sólo para enterarse de las condiciones a que eran sometidos. Levantaba su voz ante amos, negreros y los mismos religiosos indiferentes; se le veía frecuentar la casa de los amos solicitando sus limosnas para los africanos, pero también para defenderles del castigo y reclamar mejor trato para sus protegidos. Cualquier intento de transportarnos al momento de la catequesis cristiana y la reinterpretación que hacían los abuelos africanos de esas prédicas, resultaría fallido sin rememorar la presencia del temido Tribunal del Santo Oficio de Cartagena de Indias. Quienes no abjuraban de su fe, repetían de memoria el catecismo y practicaban los mandatos y cultos de la Santa Iglesia, conocían los horrores del Infierno en esta tierra, más dolorosos y expiatorios que la misma esclavitud. Precisamente fueron los africanos los mayores condenados a tormentos por el Santo Oficio, ya que judíos y musulmanes poco aparecieron por estas tierras, sin antes cubrirse con escapularios, biblias y rezos para esconder sus profundas convicciones religiosas. Otra fue la conducta de los africanos que no podían olvidar a sus Orichas, únicos protectores en la expoliadora esclavitud que les arrancaba la vida, la mujer, la familia y la libertad. Se convertían, pues, sin saberlo, en candidatos ideales para las torturas y hogueras. Los documentos de la época dan noticia de los procesos excepcionales hechos a judíos e infieles europeos acusados de hechicería, pero sí de las capturas, acusaciones, martirios, sambenitos y hogueras a los africanos. Ninguno de ellos fue declarado inocente y eximido de penitencias o de la muerte. Conviene rememorar estos hechos cuando hay quienes vituperan y calumnian la misión piadosa cumplida por los jesuitas Alonso de Sandoval y Pedro Claver, desconociendo los riesgos a que se exponían al declarar que los africanos eran hijos de Dios. Pero mucho más doloroso e ingrato es que esas voces procedan de algunos descendientes de la etnia que tanto amaron y defendieron. Cómodos desde la pretendida erudición histórica, aconsejados por la ignorancia y los prejuicios raciales, no vacilan en arrojar sus viles calumnias. Si bien es cierto que al amparo de la cruz de Cristo se cometieron las mayores violaciones de su doctrina, no es menos conocido que tuvo sus mártires para glorificarla. 148

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Pero es justo que recordemos a los sacerdotes africanos (babalaos), decapitados, ahorcados, descuartizados y quemados en Cartagena de Indias, porque también fueron mártires de las religiones africanas con iguales doctrinas emancipadoras, con su concepción y defensa de la gran familia de los difuntos y vivos, hermanados con los astros, la tierra, las aguas, los animales, los árboles y las herramientas. Desde siglos antes de la bárbara esclavitud, viene predicando el carácter sagrado de todos los seres y cosas, obras de Odumare, el dios creador del universo (Filosofía del Muntú). LEER A SANDOVAL

La obra del padre Alonso de Sandoval, en buena hora reeditada hace varias décadas por la Presidencia de la República, es el primer documento antropológico sobre las etnias y culturas africanas, publicada en 1627. Pero tuvo muchos otros méritos; lanzaba y aún conserva su plena validez, su llamado a las conciencias libres, para que reconocieran la religiosidad y espiritualidad de los africanos, en aquellos tiempos esclavizados. No puede hacerse un parangón entre él y su discípulo San Pedro Claver, porque el segundo no hizo otra cosa que recoger la enseñanza del maestro al proclamarse «Por siempre esclavo de los etíopes», y reclamamos la atención en el verdadero sentido de su emblema cuando llamó a sus hermanos «etíopes» y no «esclavos». Concepto humanístico que tiene en la actualidad más lucidez que en la época oscura en que lo asumió como arma de combate. Dejemos por un instante al alumno y volvamos al maestro. Alonso de Sandoval, más hombre que santo, estuvo convencido que en los etíopes, Dios había encarnado todos sus sufrimientos y amores, cuando escribió sobre «la estima grande que nuestro Señor ha hecho de estos negros y de su ministerio». Recuerda los muchos santos, príncipes, mártires y hombres etíopes que abundan en el historial de la Iglesia:

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LIBRO I

CAPITULO XXXII. De los varones ilustres y etíopes santos que ha tenido la Iglesia Católica. Candaces, reino de Etiopía. Santa Efigenia, virgen princesa de Etiopía; Séfora, mujer de Moisés; Gaspar, santo rey, mago etíope. Ministerio apostólico: eunuco que bautizó San Felipe; San Elesboal, Emperador de Etiopía; Moisés, abad, etíope; Serapión, abad, etíope; los dos bienaventurados Antonio y Benedicto, etíopes, religiosos de la sagrada Orden». ( ). Su conocimiento personal o informativo de las culturas africanas en su continente y Asia, le autorizaba hablar en general de los africanos como etnias, y no tan sólo de sus peculiaridades como pueblos: «Capítulo I. De una descripción de las cuatro partes del mundo para venir en conocimiento de los reinos más principales de los etíopes que en todo él se han descubierto: América, Asia, Europa, Etiopía Occidental o interior, Etiopía Oriental o sobre Egipto. Capítulo II. De la naturaleza de los etíopes que comúnmente llamamos negros. Capítulo III. De la causa de los extraordinarios monstruos y demás cosas maravillosas que se hallan en Africa principalmente en la parte que de ella ocupa la Etiopía. Capítulo IV. De los negros paravas que habitan la costa de la Pesquería, Cabo de Comorin o promontorio de Cari. Capítulo V. De la conversión de 20.000 paravas en 30 lugares de la costa de la Pesquería. Capítulo VI. De los negros malucos, sitio y calidad de la tierra de los papúas o Nueva Guinea. Capítulo VII. De los negros filipinos. ... Capítulo X. Del descubrimiento de los negros de Guinea siguiendo la costa de Africa desde Cabo Verde hasta el reino de Angola. Capítulo XI. De los etíopes de Guinea, descripción de la tierra, ríos y puertos. Capítulo XII. De las costumbres y propiedades naturales y morales de los etíopes guineos. 150

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Capítulo XIII. De la falsa religión, ritos y ceremonias gentílicas en estos etíopes de los reinos de Guinea. Capítulo XIV. De los reinos de etíopes que hay desde la Sierra Leona hasta el Cabo de Lope González, e isla de Santo Tomé, de sus costumbres, propiedades naturales y morales, y de su falsa religión, ritos y ceremonias gentílicas. Etc., etc., etc.». Al combatir la esclavitud no se basaba en simples especulaciones mundanas, sino que se acogía al fundamento bíblico: «Sabida cosa es que al principio del mundo no pobló Dios Nuestro Señor la tierra de señores y esclavos ni se conoció entre los primeros vecinos de él mayoría, hasta que andando el tiempo y creciendo la malicia comenzaron unos a tiranizar la libertad de los otros». CLAVER, EL PRACTICANTE

Si el maestro era complejo y profundo en sus conocimientos del hombre africano, el discípulo no fue menos en exteriorizarlos y practicarlos. Más que un santo le interesó ser instrumento para confrontar su dolor, aunque se le mirara como sospechoso de herejía por andar con idólatras y brujos. Para juzgar a San Pedro Claver, en ningún momento olvidemos que el Santo Tribunal tenía toda la autoridad para quemarlo vivo. Sin embargo, lo que no ocurrió durante su larga vida de auxiliador de africanos, ahora acontece cuando se pretende abrirle un expediente, acusándolo de «rehabilitador» de esclavos para venderlos a mayor precio. Estamos seguros que se hubiera dejado crucificar como Cristo antes de defenderse. Ojalá los Pilatos y los Judas no sean de la etnia calumniada de Cam. Dejemos que sea su biógrafo, el padre Angel Valtierra S.J., quien nos hable del santo y de sus bautizados. BIOGRAFÍA DEL DOLOR

«En aquellos tiempos no era la palabra lo importante, fue la realización. ¿Qué actitud adoptó el apóstol ante una raza oprimida, esclava? ¿Qué tácticas usó? ¿Con qué resultado? 151

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Hemos querido insistir en los documentos mismos originales, prescindiendo de intento de un comentario subjetivo. Ellos hablan por sí mismos... ... Lo segundo que ha concedido al mismo intento este benignísimo Señor a este su colegio, han sido muchos y muy buenos intérpretes que llegan casi a diez y ocho; en estos años entre sacándolos de aquellas naciones y gentes incultas y bárbaras y aplicándonoslos para que nos sirviesen y ayudasen a catequizar, enseñar y reducir a sus compañeros y dándoles tal capacidad y don de lenguas que sobre estar muy bien fundados y despiertos en las cosas de nuestra sana fé y en los engaños, errores y supersticiones de sus gentiles, saben unas tres y cuatro lenguas, y otros seis y ocho, y uno de ellos alcanzó el nombre de Calepino por saber once lenguas, en que conocidamente campea la providencia paternal de Dios y lo mucho que estima y ampara esta ocupación y santo ministerio...» (C. A. Hazareño). «Yo sé, dice el Hermano González, testigo que presenció la escena innumerables veces, que era mucha la alegría interior que el padre recibía cuando sabía la llegada de algún navío con negros a esta ciudad. Ofrecía misas y penitencias, disciplinas, cilicios, al primero que le diese la nueva y algunos gobernadores al saber esto, especialmente el Maestro de Campo, Francisco de Murga de la Orden de Santiago, le daba la nueva él mismo y lo mismo hacían otros oficiales reales y personas graves y algunos de la misma casa de los jesuitas por el deseo que tenían de conseguir esta recompensa tan señalada, dada su fama de santidad». «... En el puerto todo es movimiento; es esa expectativa típica, mezcla de curiosidad y de espíritu comercial. En medio del terrible calor del trópico, van acercándose suavemente, las velas ya recogidas; en el puerto les esperan los patronos ansiosos; no saben cuánta y cómo llegara la mercancía humana. En el fondo de ese galeón un sordo rumor, gritos de angustia. Un ser que representa a la Iglesia está esperando con amor total a esa raza que llega al mundo nuevo, doliente y triste en su esclavitud». «... Tanta es la hediondez, apretura y miseria de aquel lugar. Y el refugio y consuelo que en él tienen es comer de 24 a 24 horas, no más que una mediana escudilla de harina de maíz o de mijo, o millo crudo, que es como el arroz entre nosotros, y con él un pequeño jarro de agua y no otra cosa sino mucho palo, mucho azote y muchas palabras. «... Ayer, escribe Pedro Claver, 30 de mayo, día de la Santísima Trinidad, saltaron a tierra un gran navío de negros de los Ríos... «... Echamos manteos fuera y fuimos a traer de otra bodega tablas 152

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y entablamos aquel lugar y llevamos en brazos los muy enfermos, rompiendo por medio de los demás, juntamos los enfermos en dos ruedas, la una tomó mi compañero y la otra yo...» «... Lástima que sea este el único documento que tiene todas las notas de la autenticidad más pura. Pedro Claver está en la plenitud de su apostolado –llevaba un año de trabajo– y ya aparecen aquí todas las notas típicas de su metodología social.» (Valtierra). EL TERROR DEL SANTO OFICIO

La instauración del Tribunal de la Fe en Cartagena el 5 de febrero de 1610, coincide con el año en que llega Pedro Claver. Un hecho que no dejaría de influir en su actitud defensora de los africanos. El terror que produjo el Santo Tribunal no dejó dormir a ninguno de los vecinos, porque se conocían los Autos de Fe proferidos en Lima (1569) contra personas tenidas hasta entonces como cristianas y devotas. He aquí los capítulos que debían ser investigados: Los judaizantes o tergiversadores de la Ley de Moisés. La secta de Mahoma. La secta de Lutero. La secta de los Alumbrados o Iluminados que apareció en España, cismática de la Orden de los Franciscanos. Otras herejías. Por denuncias recibidas durante confesiones. Por lecturas de libros prohibidos por la Iglesia. Y la advertencia que atemorizó a todos: «A quien supiere, hubiera visto u oído decir que alguna persona haya hecho, dicho, tenido o afirmado alguna de estas cosas arriba dichas, vengáis y parezcáis ante Nos so pena de excomunión».

Y el campanazo del Arzobispo de Bogotá, monseñor Loboguerrero, quien había aconsejado al Rey la imperiosa necesidad del Tribunal, al afirmar que «esta tierra es la más estragada en costumbres y en todo género de vicios de cuantas tiene S.M.». En ese mismo año de 1610, el 25 de febrero, los inquisidores dan a conocer un documento real por el cual se advertía que «no se proceda contra los indios sino contra los cristianos viejos y sus descendientes y las otras personas contra quien en estos reinos se suele proceder...» 153

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La sombra de la Reina Isabel aún protegía a los indígenas en las decisiones de la Corte. Con estas instrucciones, los africanos quedaron cobijados desde el primer momento como sospechosos, por cuanto los musulmanes habían conquistado desde el Siglo V las regiones sudanesas (Senegal y Nigeria), de donde procedía la mayor parte de los primeros contingentes. Pero tampoco quedaban excluídos los de Angola y el Congo, sobre quienes recaía la acusación de brujos propalada por los portugueses. Además, aunque no fuera causal de procesos inquisitoriales, a muchos africanos sospechosos de propiciar fugas de esclavizados se les acusó de hechiceros. Los primeros inquisidores fueron Mateo Salcedo, quien había sido presbítero del Obispado de Valencia, y Juan de Mañozca, subdiácono, licenciado y graduado en Artes de la Universidad de México. A este último se le conocían tantas «mañas», que Fray Sebastián de Chumillas lo describió con pelos y señales: «Hay en esta ciudad y su distrito de doce a catorce mil negros de servicio; por esta causa está en no pequeño peligro de un levantamiento; en ocho años que ha que yo la habito, la he visto dos veces puesta en armas por la vehemente sospecha que de ellos se tuvo. Por este peligro, con muy prevenido acuerdo, tienen mandado los gobernadores que ningún negro traiga armas ni cuchillo, no otra alguna en anocheciendo, y tienen esa ley escrita entre otras en un cartel del cuerpo de guardia, y ha mandado a la ronda y a cualquier arma, le traiga al cuerpo de guardia y sin preguntar cuyo es, le den pienso, que son cincuenta azotes. Este es el bando y ley que tiene esta república». ( ).

Afirma el padre Valtierra, que «la vida de Cartagena y de Pedro Claver no se explicarían en su medio ambiente sin la Inquisición». Podría también decirse que la Inquisición había tenido poca vida de no haberse procesado tan ahincadamente a los africanos. Recogemos en la siguiente lista tan sólo algunos reos, mencionados en los documentos con expresa connotación de su color: Diego López, mulato, cirujano que salió con insignia de brujo, pena de 200 azotes, más condena de llevar hábito de infiel y cárcel perpetuos. 154

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Inés Martín, negra, hechicera, torturada dos veces a pesar de haberse declarado inocente. Dominga Verdugo, negra. Por cuatro ocasiones sometida al tormento de la mancuerda (torniquete), y, pese a ser siempre negativos, fue desterrada. Giomar de Anaya, negra, por dos oportunidades llevada a la cámara de tormento por haberse desmayado. Pago de doscientos ducados y desterrada. Isabel Márquez. No se especificó su color, pero se infiere, al ser declarada bruja. Potenciana Abreu, negra, dijo ser bruja cuando la estaban desnudando, para no ser sometida al potro. Bárbola de León, mulata, cuarterona, apodada la «Guayaba». Sus lamentaciones en el potro alarmaron a los vecinos. Se le confiscaron sus bienes y recibió cien azotes. Sebastián de Botafuego, negro, esclavo de Río Hacha, acusado de complicidad (?). Luis Andrea, mestizo, acusado de haber tenido pacto durante 16 años con el demonio llamado Buciraco. Condenado a galera y cárcel perpetua. Después de mencionar a otros condenados, a los que no se define su color, Valtierra concluye: «La hechicería estaba arraigada, sobre todo en el elemento negro y mulato.» Estos procesos son consignados por el biógrafo de Claver, al haber suministrado ayudas espirituales a los reos, siempre con el concurso de sus intérpretes africanos Andrés Sacabuche, Ignacio Angola, Francisco de Jesús Yolofo, Didaco Falupo y Antonio Miranda, barbero del Colegio de Jesuítas. Se confirma así que en los menesteres de la Inquisición siempre los africanos figuraron como sospechosos, condenados y auxiliares de los afligidos. También acompañaban al santo en sus correrías solicitando limosnas para los reos, consistentes en alimento, ropa, medicinas, tabacos, etc.

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También eran miembros del conjunto de música que dirigía Claver, ejecutantes de pífanos, bajos y cornetas. Se distinguieron como tenores Nicolás Criollo y Antonio Congo; Simón Biafra, corneta y Francisco Biafra, bajo. Estos oficios los prestaban en los actos religiosos que tenían lugar en el Colegio, la Catedral y en las procesiones que acompañaba a los condenados a la hoguera. «Doce autos de fe solemnes se celebraron en Cartagena y treinta y ocho particulares con un total de 767 reos. Seis personas fueron las condenadas a pena capital y sólo dos en tiempo de Claver a cuyas muertes asistió: Adán Edón, en 1622, y Juan Vicente en 1626.» (Valtierra). ¿Cuántos africanos sufrieron la pena capital? En documentos citados por el historiador cartagenero Roberto Arrázola en su libro «Palenque Primer Pueblo Libre de América», sabemos de la toma del Palenque de Matuderé por las milicias del Gobernador Martín de Zevallos y la Cerda, donde fue hecho prisionero el «Rey» Domingo Criollo y el babalao Paulo (a secas). Por su trascendencia histórica, transcribimos en su totalidad los apartes concernientes a la forma como fueron ejecutados sin autos de justicia ni inquisitoriales: «Allí mismo, en el tejar, provee «auto con vista en autos (auto de autos) por donde constava que un negro nombrado Paulo (que era uno de los que allí estaban conmigo, aclara) era uno de los Primeros fundadores del Palenque de mal natural y ynclinazion compañero de un negro Brujo que abía en dicho Palenque quien ayudaba a ynsistir a que por los negros se ejecutasen las ostilidades que constaban para que sirbiese de gran exemplo. Por via de buen Gobierno y Capitanía General, mandé (afirma) que a la entrada de la ziudad que havía de ser por la tarde se le passase por las armas a dicho negro y fuese entrado dentro della a la cola de una mula arrastrando (práctica que siguieron nuestros generalotes revolucionarios colombianos, no ya con los muertos sino con los vivos que hacían prisioneros, para poder llevarlos cómodamente).Y a un mismo tiempo se le fuesen dando duzientos azotes a un negro nombrado Antonio Nolu, que tenía comunicazión con los negros del Palenque estrecha y a él le fuesen siguiendo quarenta piezas de esclavos que son los que yo traje conmigo (no habría organizado mejor su vuelta de la más brillante de sus expediciones, el gran Arsubanipal de Asiria). Lo qual se executó». Aclara el historiador: 156

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«El Gobernador continúa su «memorial» consabido, asegurando al Rey que aquel día 10 de Mayo «fue día de gran aplausso entre la ziudad...» «...Sucedió, para más, que «a tiempo que... entraba por la Puerta de la Ziudad» (que fue la de la Media Luna) el Gobernador le «fue traydo el Capitán de dicho Palenque Domingo Padilla», a quien luego de tomarle declaración en que «dijo era capitán y fundado del dicho Palenque...» mandó «sin más estrepicio de Juyzio por via de buen gobierno y capitanía general... pasarle por las Armas, por quanto no abía Berdugo diestro para poderle aorcar; y que después fuese colgado de la orca donde estubiese dos oras colgando... y al cavo de ellas se le hiciese quartos y se pussiessen distintos caminos llebándosele antes por las calles acostumbradas...» (Arrázola) ( )

Pocas veces, los mártires africanos, en defensa de su religión y libertad merecieron unas líneas en la historia patria. CATEQUESIS CATÓLICA Y REINTERPRETACIÓN AFRICANA

Siempre nos han mostrado las úlceras sangrantes de la esclavitud, la carimba y las cadenas. El sufrimiento físico padecido por los abuelos dejó imperecederas cicatrices en la piel. No obstante, siglos después, lo que más asombra es el indomable espíritu libertario de los esclavizados, pese a las opresiones psíquicas que debieron sufrir. La violencia espiritual fue la mayor ignominia impuesta por la civilización europea a quienes se pretendió reducir a «piezas de Indias», carentes de razón, voluntad y libertad. Se trató de aclimatar el espíritu humano a un orden social jamás nunca antes conocido por la historia. Y semejante bestialización con los primeros Homo Sapiens, inventores del lenguaje, la herramienta generadora de la razón. Sobre estas premisas históricas puede dimensionarse el trauma psicológico de estos hombres a quienes se pretendió rebajar a la condición de irracionales. Los métodos para lograr tales indignidades no pudieron ser inventados a priori, pues ninguna mente diabólica pudo concebirlos. Se forjaron a golpes de represiones para frenar el libre juego de la razón y la voluntad. Y así como imponían para reducir a la esterilidad el pensamiento, crecieron las rebeldías del espíritu jamás encadenado. 157

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He aquí los instrumentos que a la postre resultaron impotentes: 1º. 2º. 3º. 4º. 5º. 6º.

Opresión del ser hombre. Opresión como miembro de una sociedad. Opresión por ser «negro». Opresión por ser mujer. Opresión por ser extranjero. Opresión de su cultura (lenguas, religiones, costumbres, etc.) 7º. Opresión de sus aspiraciones. 8º. Opresión política. 9º. Opresión económica. 10º. Opresión familiar (dificultad de constituir parejas estables). ¿Cuál fue el arma para resistir la castración mental que perseguían los esclavistas? La respuesta debemos encontrarla en la esencia creadora del primer Homo Sapiens Africano: el acto reflexivo de sentirse libre y a la par dependiente de fuerzas superiores, a las que concibió como dioses inteligentes como él. Sin mayores reflexiones filosóficas podemos concluir que, ese hombre esclavizado, se resistió a ser física y espiritualmente discriminado por sus cazadores y opresores. Clamó, pues, a sus verdaderos amos, Dioses, Orichas y Antepasados, que le ayudaran a sobrevivir y alcanzar la libertad. Desnudos y encadenados no tuvieron más armas que las espirituales y religiosas: la inteligencia, la palabra y la danza, para comunicarse con sus deidades. Los esclavistas no tardaron en descubrir estas armas y estrategias poderosas y trataron de reprimirlas. Por eso la historia de su liberación comenzó con el idioma del silencio, el gesto y la mirada, que conducirían a la invención de las lenguas palenqueras, la música, la danza y los instrumentos mágicos para invocar a los Orichas y Antepasados.

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ORICHAS Y BABALAOS

Aún cuando hoy nos parezca incomprensible por la persecusión a que fueron sometidos, todos los cultos e instrumentos mágico-religiosos –funerales, cantos, bailes y tambores– se enriquecieron en la lucha por la libertad, sostenidos por los abuelos en el campo de la religión, mucho antes que las fugas, las rochelas y los palenques. Palabras, cantos, palmoteos, golpes de cadena y herramientas gestuales (danza), comenzaron desde que cayeron los lazos sobre sus cuellos; las cadenas en las bodegas y desembarcos; los azotes en puertos, ventas, casamatas, acarreos, minas, cultivos, construcciones y oficios domésticos. Los rituales acostumbrados en las ceremonias sagradas se fueron perdiendo pero nacían nuevos sin que los religiosos y amos pudieran impedirlos, la muerte de los enfermos, torturados y suicidas no pedía permiso para iniciar el rito de despedida. Cada oración, canto o baile, con o sin instrumentos, era una invocación a los Ancestros, un lazo irrompible con la madre Africa, una afirmación de la vida y de la voluntad de ser libres. En este momento es cuando se inician también los intercambios y sincretismos religiosos. Para los misioneros Sandoval y Claver, un instante podía salvar un alma o conducir a su eterna perdición. Entonces la cruz, el agua bautismal y la oración cobraban para ellos un carácter tan sagrado como lo eran las palabras y gestos de los moribundos o los cantos de quienes les despedían en su viaje de retorno a la tierra de los Ancestros. Pero lo que estaba en juego era la confrontación de dos religiones y las actitudes de diferentes culturas frente a la muerte y la libertad. El viaje ulterior de las almas, retornara o no al Africa, fueran al Cielo o al Infierno, dependía de los conceptos religiosos de quienes participaban en el funeral. La catequesis o el bautismo eran una misión sagrada para los evangelizadores y los babalaos, pues preservaban la fe del esclavizado, anhelante de una vida sin cadenas en la tierra, aunque no fuera la de sus Antepasados. Los predicadores, ciñéndose al código misionero y validos de intérpretes, procuraban enseñar a los africanos los misterios sustanciales del catecismo: 159

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La existencia de un solo Dios, creador de todas las cosas. El misterio de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas y un sólo Dios verdadero. El hijo de Dios se hizo Hombre para salvarnos, resucitó y está glorioso en el Cielo. La existencia de otra vida y en ella, gloria para siempre o tormento para siempre. Que nadie puede salvarse sin el bautismo y acatar la Ley del Señor.

Pero tal vez lo que más despertaría su interés, era escuchar en las palabras de los predicadores la similitud de las enseñanzas oídas a sus babalaos. Seguramente aquí los más lúcidos lenguaraces o intérpretes africanos ponían su granito de arena para aclarar que la nueva prédica repetía las máximas religiosas de sus antepasados. Veamos las correspondencias que utilizaron los babalaos y santeros en todo América para identificar el corpus teológico católico en el africano: a.

b.

c.

Odumare, Dios Supremo, creador del universo, omnipresente y todopoderoso. A este Dios se le denomina de distinta manera en los ciento o más idiomas y dialectos que hablaban en Cartagena: Olorum, Oshalá, Ngama Zumbi, etc. Odumare, madre y padre de sí mismo, en su única esencia, se desdobla en Olofi: su proyección en la tierra para gobernar a todos los seres y cosas que en ella habitan. Así mismo en Baba Nkawa, espíritu creador que anda generando nuevos mundos. Parece no existir un equivalente de Jesús, hijo de Dios, redentor de los oprimidos y resucitador de los muertos.

En cambio, el panteón africano posee a Elegba o Eleguá, Oricha importante a quien se le atribuye el poder de abrir el camino a los muertos para reencontrarse con sus Ancestros. Identificación expedita con Cristo, abridor de las puertas de la salvación de los difuntos. De igual forma, los babalaos lo sincretizan con San Pedro, abridor de las puertas del Cielo. 160

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Para mayor correspondencia a Elegba o Eleguá con Cristo, al Oricha se le representa con el símbolo de una cruz de dos ramas (Lorena), pero con significado muy diferente a la cristiana, ya que no alude a la crucifixión de Olofi. Por el contrario, es un emblema del camino que recorren los vivos al nacer y morir: el tronco vertical representa la vida que nace de la madre tierra; la primer rama transversal, la más larga, simboliza a los vivos, y la superior, corta, a los difuntos. El ápice de la cruz apunta hacia el reencuentro en el más allá con los Ancestros. d.

e.

La existencia de otra vida más allá de ultratumba es un concepto universal de las religiones. Pero en las africanas fundamenta el origen de la vida biológica, ya que según el principio «kulonda» (embrión humano), nadie puede ser concebido sin la voluntad y protección de un Ancestro, quien debe sembrarlo en el útero de la madre. Los difuntos, pues, no sólo sobreviven, sino que son activos y creadores. La necesidad del bautismo como requisito de una nueva vida entre los difuntos, debió ser nítidamente comprendida por todos los africanos, por cuanto acatar y cumplir los mandatos de los Ancestros es Ley inviolable para recibir su protección.

Para algunos investigadores del sincretismo afrocatólico, la complicada identificación de las deidades africanas con los múltiples santos católicos fue labor interpretativa de los predicadores. Sin embargo, la más ligera reflexión afirmaría lo contrario: debió ser labor de los babalaos, los únicos interesados en identificar en los santos las potencias naturales y sociales repartidas por Olofi entre los distintos Orichas. Enmascarar los milagros de los santos con los poderes de sus deidades no pudo ser tarea de predicadores sin caer en herejía. Los babalaos, perseguidos por la Inquisición y acusados de hechiceros ante sus tribunales, siempre procuraron esconder las adoraciones a sus Orichas bajo el disfraz de los cultos católicos: altares, sobre todo en el ámbito de cada familia; procesiones de Semana Santa; detrás del palio del Santísimo; en la adoración del Niño Dios; en las fiestas de San Francisco de Asís; cultos a la Virgen, en todas sus versiones, siempre 161

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identificadas con la madre Yemayá, madre protectora; Santa Bárbara «macho», ropaje de Changó; en los «reinos» y máscaras de carnaval. La historia de los santos de la Iglesia, repetida por los misioneros sin importar época o lugar, fue una buena pista para los babalaos interesados en el camuflaje: «San Pedro Santa Rosa San Elías San Ramón Nonato San Cristóbal San Lázaro Santa Bárbara San Pancracio San Martín de Porres

Abre las puertas del cielo a los difuntos. Celadora de los jardines y de la flora. Atrae clientes a los negocios. Protector de las mujeres embarazadas. Patrón de los caminantes y viajeros. Abogado de los llagados. Libra de los peligros de las tormentas. Abogado de los desempleados. Reconcilia enemigos, etc., etc.”

En una aproximación al sincretismo católico, el investigador Carlos Esteban Deive, elabora el siguiente cuadro de correspondencia con el vodú dominicano: “Legba Ayizán Damballan tesoros ocultos. Agoué Taroyo Ogú Ferraille Ogú Balendyó Loco Anaísa Barón del Cementerio. Belié Belcán Candelo

Abre las puertas del mundo espiritual. Espanta los malos espíritus. Otorga riquezas y permite encontrar Protectora de los pescadores y de la fauna marina. Patrón de los herreros. Patrón de los guerreros y militares. Protector de los curanderos que trabajan con yerbas. Abogada de las mujeres con problemas vaginales. Guardián de los cementerios. Abogado de los partos difíciles. Protector de los desvalidos, etc., etc.” 162

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Sería un análisis superficial si redujéramos la labor creadora de nuestros babalaos, a una simple cartografía de equivalencias. En realidad se trató de una recreación subversiva por la cual invocaban al mismo Dios Creador y a los santos católicos, una mayor presencia terrena en los afanes de sobrevivencia y en las luchas contra la esclavitud. Así encontraremos en nuestros babalaos a los reales fundadores de la teología de la liberación, a los que no le fueron ajenos las prédicas y ejemplos vivos que les daban los padres Claver y Sandoval. He aquí una síntesis de sus transposiciones revolucionarias: a. b.

c.

d.

e.

f.

g.

h.

Adaptar los cultos africanos (memoria ancestral) a la nueva realidad americana. Cambiar los conceptos de comunidad, tribu, familia o casta, ajustándolos al nuevo orden social con sus rígidos esquemas de comunidades esclavas, privadas de derechos a constituírse en familia; sin libertad de movimiento ni adecuadas horas de descanso, etc. Cambiar el orden sagrado y jerárquico de los oficios en la tradición africana, concedidos por los Ancestros y Orichas, y en la nueva sociedad designados por los amos. Cambiar el espíritu tradicional de las religiones africanas, originalmente adaptadas a cada comunidad, por nuevos conceptos colectivos y unificadores del estado social, que imponía el hacinamiento de la sociedad esclavista. Conversión de los cultos particulares propios de las religiones africanas, a prácticas protectivas, mediante identificación con Orichas comunes (hijos de Yemayá, de Changó, de Eshú, etc.). Cambio de los Ancestros familiares que se quedaron en Africa (no viajaron como sí lo hicieron los Orichas), por otros de carácter colectivo. Reinterpretación de las nociones filosóficas y religiosas sobre Orichas, Ancestros, Sombras y Difuntos, adaptándolos a las nuevas condiciones sociales e imposiciones religiosas. Readaptación de los viejos ritos (pubertad, circuncisión, enucleación del clítoris, fecundación, etc.), en especial los relacionados con la muerte, a nuevas prácticas acordes con el orden impuesto. 163

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i.

j.

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Revaluación de los conceptos de tótems protectores existentes en las comunidades africanas, por adopción de collares, color, vestidos, representativos de los viejos y nuevos Orichas. Reconstrucción de nuevos cultos y religiones (Candomblé, Umbanda, Vodú, Santería, etc.), preservando los Orichas tradicionales, en los cuales la identificación con los santos jugó un papel muy secundario en la mentalidad africana. Una prueba de ello son las distintas equivalencias entre las diferentes comunidades. BAUTISMO Y RESISTENCIA

La Iglesia nunca estuvo segura de que los bautizados africanos hubieran realmente abandonado sus creencias, pese a las luchas, manifestaciones de fervor por el culto y devoción a los santos. En ello influyó su obcecada retención de sus bailes y tambores. San Pedro Claver perseguía más a estos instrumentos mágico religiosos que a sus dueños. Cuando a media noche les sorprendía en sus bundes o bailes, atraído por su resonar, les azotaba a sabiendas que encarnaba a sus deidades. Una vez que los secuestraba, tras de exorcizarlos, para su rescate imponía penitencias y oraciones a los tamboreros. Además se cuestiona que el santo, durante su apostolado que duró 45 años, hubiera podido bautizar a 300.000 africanos. La Iglesia se preocupaba más por el correcto cumplimiento de la catequesis que por el número de convertidos. Este tema fue de tanta preocupación para el Colegio de Jesuítas en Cartagena, que su director Alonso de Sandoval envió un grueso informe al Papa Paulo V para su examen. Varios fueron los puntos sustanciales de la averiguación: “1º. Si en su tierra o al salir del puerto le echaron agua diciéndole las palabras del bautismo. “2º. Si por medio de algunos intérpretes que supiesen su lengua y la nuestra les dijeron algo del fin o utilidad o significación del bautismo. “3º. Si entendieron entonces algo de lo que se les dijo acerca de esto, siquiera tosca y groseramente conforme su capacidad, y 164

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“4º. Si dieron entonces verdaderamente su libre consentimiento con la voluntad para recibir lo que sus amos y el cura pretendían darles con aquel lavatorio corporal, o solamente sufrieron a más no poder lo que sus amos hacían, de suerte que tenían voluntad determinada o decían entre sí que no consentían... “... 5º. Y sea regla general que habiendo faltado uno solo de estos puntos sustanciales, cualquiera que sea, aunque hayan concurrido los demás, será menester bautizar de nuevo algún negro y si constare, con certeza moral, que hubo falta en alguno de ellos, será bautizado sin condición. “6º. Si constare, con certeza moral, que faltó ninguno de estos puntos sustanciales, no será bautizado, pero suplirse han las ceremonias usadas en la Iglesia, si constare que no las han recibido. Para esto se hará un catálogo aparte en que se escriban los nombres suyos y de sus amos y cómo le deben suplir solamente las ceremonias del bautismo. “7º. Para fundamento del examen se ha de advertir que los que vienen de Guinea, Yolofos, Mandingas y otras naciones que todos se embarcan en el Puerto de Cacheo, casi todos vienen sin bautismo que sea válido, porque no se le dice nada del bautismo ni de la fe o religión cristiana, ni ellos entienden otras cosas más de lo que ven y por consiguiente deben ser rebautizados sin condición. ... “8º. Pero los del Congo y Angola tienen de ordinario alguna manera de enseñanza y de pedirles su consentimiento y por esto requieren más examen para que conste que hubo lo necesario para que valiese el bautismo, porque algunos vienen tarde, acabada ya la declaración y exhortación que les había hecho”. Los evangelizadores jamás se interesaron por indagar cuál religión africana practicaban –Yoruba, Bantú, Ewe-Fon, etc.– a sabiendas que no todos ellos adoraban a las mismas deidades y en especial a diferentes Ancestros. Esa tarea resultaba sencillamente imposible cuando en Cartagena concurrían numerosas etnias. Pero era omisión 165

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más grave ignorarlas que aplicar incorrectamente los óleos. Los bautizados profesaban religiones más antiguas que el Cristianismo, y, al no exigirles renunciar a sus dioses tutelares, tampoco tenían por qué sentirse apóstatas. Semejantes subvaloraciones dieron vía libre a que los nuevos iniciados preservaran incólumes sus creencias ancestrales bajo el ropaje de la nueva doctrina. ¿Podría acusárseles de mala fe? Cualquier suspicacia sobre este punto habría que resolverla a favor del interés de los africanos de recibir el bautizo y llevar siempre consigo la cruz o medalla colgada al cuello, al menos mientras estuvieran en cautiverio. Más allá de la fe tenían razones prácticas de ser distinguidos como cristianos en una sociedad esclavista que les negaba la condicion humana. No obstante, los hechos testimonian que las fugas, los levantamientos y palenques fueron el medio real y verdadero de alcanzar su liberación espiritual y física.

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CAPÍTULO SEXTO:

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L

NTRE LA

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ORONA Y LA

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GLESIA

a debelación del Palenque de Matuderé no sepultó el ímpetu de los cimarrones por alcanzar su libertad. Para ellos apenas había transcurrido siglo y medio de combates –1530-1693, lapso en que se fundirían con la guerra de los patriotas criollos por la independencia. Dos acciones paralelas con propósitos comunes: la emancipación de la esclavitud y la libertad de la patria. Las luchas pioneras de los cimarrones se emprendieron desde su comienzo en los frentes urbano y selvático, cuyas implicaciones repercutirían en las batallas que libraba España en defensa de sus posesiones americanas contra los piratas y almirantes de Francia e Inglaterra. Los sucesos que narraremos en este capítulo acontecían en el recinto amurallado de Cartagena, en medio de castillos, iglesias y conventos, donde al igual que en los palenques, los africanos esclavizados y sus descendientes criollos, puros o mestizos, luchaban por la libertad. Los hechos corresponden a los mismos días trágicos del mes de mayo de 1693, mientras el Gobernador daba cacería africanos fugitivos. Desde la primera noche en que dejó desguarnecida la ciudad, circularon noticias sobre cimarrones en el palenque de las zonas boscosas de La Boquilla, dispuestos al asalto. Para combatirlo salió el teniente Juan de Artaxona, desobedeciendo órdenes expresas del Gobernador, donde moriría en una emboscada tendida por los insurrectos. Se comprenderá entonces cuál era la alegría y el temor de los amos cuando llegaban las cabezas degolladas de africanos que remitía el Capitán General anunciando sus victorias. Los fantasmas tomaron cuerpo cuando se sorprendió a tres zapacos prendiendo una fogata cerca de la puerta de Santa Catalina, una de las entradas de la ciudad. A la voz de que los cimarrones asaltaban, se alborotaron los vecinos, unos escondiéndose y otros saltando a las calles, con armas y a medio

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vestir. Desde luego, no faltaron los esclavizados, entre ellos cinco u ocho araras del barrio de San Diego, quienes al igual que autoridades, amos y clérigos, corrían y gritaban sin concierto. Atemorizado, el Sargento Mayor don Alonso Cortés, encargado del gobierno, ordenó a sus guardias disparar contra los supuestos alzados, a cuyos fogonazos murieron dos, uno con botines y otro descalzo. Pasado el alboroto sin que aparecieran los temidos asaltantes, el pánico decreció aunque las milicias se amunicionaron y montaron guardias en los fuertes. Diligente, el Teniente General, don Pedro Martínez de Montoya, Licenciado y Abogado de los Reales Consejos, como Auditor de la gente de guerra, inició juicios contra los apresados, ante autoridades militares entre quienes se encontraba el Castellano del Castillo de San Luis de Bocachica, don Sancho Ximeno y Orozco. La piel negra, el habla cimarrona o la reunión de dos o más africanos era indicio suficiente para delatar a un posible zapaco o tejer la temible conspiración. Fue lo acaecido a propósito del rumor del envenenamiento de carne para el consumo general, atribuido a negros brujos. Se identificaron el carnicero, la cocinera, la vendedora y se encomendó el examen del embrujo a un barbero cuasi médico. Aunque éste descartó la existencia de veneno, hizo arrojar al mar la carne no salada desde dos días atrás. Con relación a los detenidos en la Cárcel Pública por dar señales con fogata a los cimarrones, esa misma noche el Licenciado profirió auto y cabeza de proceso. Los acusados fueron Juan Congo, Manuel Congo y Agustín Arará, esclavos del presbítero Joseph de Mesa, quienes contaron que venían huyendo de su estancia, a medio día de camino, por haber sido asaltada e incendiada la noche anterior por los cimarrones. Ni los “santos” frailes de las distintas órdenes religiosas escaparon al investigador para que declararan lo que habían oído y visto de los esclavizados dentro o fuera de los conventos. El comienzo de la tramoya en torno a la supuesta sublevación tuvo como origen las declaraciones de los frailes Joseph Sánchez, religioso de la Orden de San Agustín y Mathías Hernández, predicador de Santo Domingo. Sin embargo, la mayor sospecha recayó sobre el ladino Francisco Joseph Arará, esclavizado al servicio del Convento de Santa Clara. 168

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Aunque no hablaba correctamente el español, se le recibió juramento por Dios y la Cruz, confesando ser de casta arará, cobrador de limosnas para las monjas de su convento. No sabía su edad, pero sí que llegó de su país (Angola) siendo muchachón sin barba. Al preguntársele qué cargo tenía en el cabildo de los ararás, respondió que “su casta ya no lo tenía, pero que había sido su gobernador y se reunían sólo en la fiesta de la Virgen de la Candelaria (pie de la Popa), en casa de Manuel Arará, su “rey”. Allí daban la limosna y bailaban, pero que ésto dejaron de hacerlo desde que el Señor Obispo les quitó el tambor y lo retuvo en su casa. Desde entonces tampoco hacían “lloros” a sus difuntos (cantos y bailes de lumbalú). El juez le replica, afirmando que tenía conocimiento por un padre (Francisco Yepes), de haberle oído decir en voz alta en un corro de ararás: “¡Voto a Cristo! ¡Esto de echar a los hombres a morir a la guerra (contra los cimarrones), más vale que nos maten de una vez! ¿No es mejor que nos levantemos?”

El nudo corredizo para que el nuevo Gobernador Don Sancho Ximeno y Orozco, el exterminador de cimarrones, lo colgara de la horca. EL IDEÓLOGO DE LA MULATERÍA REBELDE

El caudaloso río de prisioneros africanos acumulaba en Cartagena de Indias su sedimento de angustias y rebeliones. Lo que al comienzo fue la siembra de semillas de Guinea, Cabo Verde y Angola, dos siglos después constituía una ramazón de injertos mulatos y zambos. Entonces se les conoció como bozales, cimarrones y zapacos. Invadían las cocinas, alcobas, patios, calles, puertos, murallas, conventos e iglesias. Si ésta era la impresión que podían tener los viajeros al desembarcar por vez primera –una ciudad habitada por “negros” y no por españoles e indios–, la realidad se ocultaba en las sangres de la mulatería. El simple rumor de la sublevación de los africanos criollos en apoyo de los cimarrones en los extramuros, permitió a los atemorizados españoles descubrir que estaban sitiados por un enemigo consanguíneo.

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Sin embargo, el encarcelamiento de uno de ellos, también sorprendió a los propios africanos y mestizos. Apenas un día después de la asonada, cuando los frailes y militares sindicaron como cabecilla instigador a un “mulato”, los oprimidos y discriminados advirtieron que tenían a un líder. Conozcamos el documento que informa cómo entró el anónimo Pacho a la historia y cuál fue la postura que asumió en defensa de su condición mulata: “Digo yo fray Joseph Sanchez Relixioso Sacerdote del horden de mi Padre San Agustín que aviendo recivido mi prelado una carta del capitán Sargento Mayor don Alonso Cortes sobre que dixese yo en conciencia y devaxo de excomunión lo que supiese en verdad azerca de lo que yo havía oydo a unos morenos araraes en compañía de un pardo. Digo que el domingo próximo pasado hizo ocho días que estando yo en una cassa que hace frente a la de la morada de Joseph Zilva, vaxonero de la Capilla de la Santa Yglesia vide quatro negros araraes que los tres no conozco sino es de vista y el otro es Francisco de las Religiosas de Santa Clara quien supe desde anoche estava preso en la Cárcel Real y hablavan con dicho pardo y lo que les oyó era sobre amistades de negros y sobre la zedula que avia venido de S.M. para ellos y como dando a entender guerra y el pardo apaciguándolos a mi entender. De que después de algunos días que no me acuerdo viendo que estas cosas de estos negros pasavan adelante le coxí en mi convento a dicho pardo y le requerí sobre lo que avia oydo y me confesó como era verdad todo lo que decía pero que él los apaciguava porque yban a su parecer borrachos, pero sin embargo a mi parecer que era cosa de tumulto entre ellos los araraes asegun les entreoy las voces y que viendo lo que sucede y a sucedido desde el día de ayer ynfiero que sería algún modo de levantamiento pues ayer mismo oy por esas calles que tenían dichos negros dispuesto que la noche de la Cruz avían de quemar uno o dos buxios de Xiximaní para que fuese seña para los del palenque con los de la ciudad. Boces fueron muchas ayer que las oy y en diferentes partes. Esto es lo que se y no otra cosa. (fdo.) Fray Joseph Sanchez”. (Arrázola) ( ).

El personaje sobre quien recayeron tales acusaciones, como se declaró, era Francisco Vera de Santaclara; tenía 43 años de edad y había nacido libre en Cartagena, por ser hijo de esclava africana y de padre mulato liberto. En los anales también se le conoce como Francisco de Vera, real apellido del padre, ya que el “Santaclara” lo llevaba por 170

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haber transcurrido su infancia y adolescencia en el Convento de las monjas clarisas. En la ciudad generalmente lo llamaban “Pacho”, lo que evidenciaba la familiaridad conque siempre lo trataron. Aconsejado por su confesor, el padre Mathías Hernández, el sospechoso se presenta el día 5 de mayo de 1693 a prestar declaración espontánea ante el Licenciado y Sargento Mayor Pedro Martínez Montoya, encargado de la justicia de la ciudad, en ausencia del Gobernador Martín Ceballos y la Zerda, en campaña contra los cimarrones. Escuchada la declaración espontánea del sindicado, ni corto ni perezoso, el juez, tras de firmar la indagatoria ante el escribano, ordenó se le pusiera en prisión segura, sujeto de ambos pies con un par de grillos; encerrado en un cuarto con dos puertas de seguridad y, para su guardia y custodia, mantener un centinela permanente en la segunda reja, cuyas llaves (originales) debería confeccionar el cerrajero oficial, Alvaro Pulido. Sorpresivamente Francisco Vera debió sufrir la acusación que lo confrontaría a su propia etnia, sin que momentos antes sospechara el destacado protagonismo que le señalaba la historia. En aquel amanecer cuando todas las miradas de la ciudad le medían los pasos, se comportaba simplemente como un “criollo”, producto de las sangres que venían mancomunándose desde dos siglos atrás. Como gozaba del estatus de pardo libre con derecho a usar espada, mentalmente debió considerarse y comportarse como “criollo”, aunque en el mundillo de Cartagena nadie dejaría de recordarle su ascendencia esclava, criado en un convento. Su azarosa existencia debió dilatarse en la trashumancia de múltiples oficios, sin que le imputaran datos penales, deduciéndose que no había transgredido las rígidas y estrechas restricciones prescritas a un bastardo. Al encarcelársele ejercía el oficio de barbero, lo que le granjeaba vínculos con todos los estratos sociales. Recordemos que los barberos fungían como “médicos empíricos”, por aquello de ser expertos en sangrías, y, en el caso de Pacho, seguramente fue conocedor de plantas medicinales, pues a todos los de su etnia se les connotaba de brujos yerbateros.

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Para entender el estado de ánimo que vivía la población con los asaltos, es conveniente concatenar las fechas en que fue sacrificado el “Rey” Domingo Criollo (10 de mayo de 1693), con la del apresamiento del mulato Francisco Vera, cuatro días antes (6 de mayo). Esto explica el pánico de las autoridades en torno a la fogata que se prendió en los extramuros y el apresamiento de su presunto instigador. Como nada del proceso trascendía a la luz pública, las murmuraciones se centraban sobre los clérigos y militares llamados a declarar, sin que se supiera quiénes acusaban o favorecían al inculpado. A las declaraciones del fraile Joseph Sánchez que lo impugnó, a la par de considerarlo “apaciguador” de los revoltosos, se sumaron otros indagatoriados cuyas jerarquías religiosa o castrense mantuvieron a los vecinos en vela durante casi un mes, a la espera de la sentencia. Entre los religiosos figuraron los frailes Pedro Verde, Andrés de la Cruz Galindo, Juan Montero, etc., así como los presbíteros, padres Mathías Hernández, Juan de Castellar, José de Mesa y otros. En medio de ellos, se intercalaban las declaraciones de “castellanos”, tenientes generales, gobernadores, y subalternos: alféreces, sargentos mayores y capitanes, verdaderas legiones de testigos amañados que arrancaron al desfacedor de entuertos coloniales, Roberto Arrázola, esta sarcástica conclusión: “Como se nota, Cartagena estaba hecha un infierno, hasta el punto de que los propios religiosos renegaban de su estado que les impedía “ceñir la espada” para castigar a los negros por el intolerable atrevimiento de querer librarse de la esclavitud. Conducta que si no se justifica, puede explicarse porque había la mar de esclavos eclesiásticos, comunidades religiosas e inquisidores, como se ha visto y se verá a su tiempo. Es decir, para decirlo con un decir beato: que la Magdalena no estaba por aquellos días para tafetanes”. ( ).

Sin transcribir los alegatos que debió sostener Francisco Vera para defenderse de las acusaciones que le llovían, recogemos su pensamiento de mulato, afirmando las ideas antiesclavistas, bajo la amenaza macabra de la horca. En su larga escolaridad religiosa figuraban las prédicas de San Pedro Claver y de su maestro Alonso de Sandoval, aún cuando no los conociera; las rumiadas en su infancia y adolescencia en el Convento 172

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de Santa Clara, siempre cargando el saco de las limosnas recolectadas por las monjas, que desde luego enriquecería con los idearios emancipadores. Destextualizar estas nutrientes de sus respuestas a las preguntas capciosas de su juez y acusadores, impediría ubicar su ideología de ladino, cuyo pensamiento conocemos por los autos de los escribanos, ya que nunca dejó de su puño y letra un párrafo de sus réplicas. ESGRIMIENDO LAS SANTAS ESCRITURAS

Al rebatir la afirmación de un religioso que trataba de justificar la esclavitud de los “negros” por la condena de Noé a la descendencia de su hijo Cam, arguyó con lucidez: “Por lo leído en la Santa Biblia, la maldición del patriarca de la Iglesia, fue de que Cam serviría a sus hermanos” (dando a entender que por ello no podía generalizarse a los etíopes). En claro conocimiento del método socrático, sus argumentos antiesclavistas asombran por la época en que los expresaba y el riesgo que corría por su situación de inculpado. Retomando las palabras de sus acusadores, les hacía caer en graves tergiversaciones teológicas: “... no es así como Vuestra Paternidad juzga que el Rey Nuestro Señor manda lo que es justo o no en lo que era suyo, altercándome lo que he afirmado sobre si hera justo o no en lo que hera suyo... (yo) dixe: ¿quién lo hizo suyo sino es Dios y el Rey? pues quien save dar save quitar... y sobre todo si heran (los “negros”) nacidos libres o no... dixe: “Así supiera el Rey y el Papa los malos tratos que algunos les dan (en Cartagena)... cuando en España al esclavo, sin privarse de serlo, tiene diferente trato y a las negras las traen calzadas y atacadas (aclara Arrázola: “calzadas y vestidas a la moda de la Corte”), y si alguno de la familia tiene algún desliz como hombre lo destruyen por el punto que en ello se tiene” (entregándolo como expósito a un orfanato). ( )

Agria condena a las costumbres de los amos que mantenían prácticamente en cueros a sus esclavizados y que patrocinaban el aborto para frustrar la descendencia bastarda. Más incisivo, agrega:

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“... no vio Vuestra Paternidad a don Alonso Mercado que echó vando para que no andubiera negra desnuda, pues fue porque admiró el usso respeto del trato en España.

Y para dar fin a este capítulo de proceso, transcribimos el siguiente párrafo, considerado por los religiosos como una herejía execrable: “... Si yo fuese poderoso embiara a España y a Roma a que se remediara (en Cartagena la desnudez de sus hermanos esclavizados). Solo este pasó y se ynfiere que no pude decir que yría a Roma por la declaratoria de libertad quando sé de cierto que no ygnora Su Santidad que ay esclavos, pues se dispensa en los livertinos, ni pudiera abominar la esclavitud de los negros que se conducen de la Etiopía quando mediante dicha esclavitud gozan de la livertad del alma en el Sacramento del Bautismo...” ( Arrázola) ( ).

Ideas que se anticiparon cuatro siglos a la Teología de la Liberación de la Iglesia contestataria de América. La claridad y contundencia de los alegatos de Francisco Vera, no permitieron al juez dictar sentencia definitiva, por lo que el detenido debió permanecer encalabozado y en deprimentes y olorosas humillaciones. A ello se sumó el olvido de la causa por parte del Gobernador Martín Cevallos y la Zerda al reasumir el mando de la ciudad, más interesado en las ejecuciones de los apresados en su victoriosa campaña contra los palenques de María. Sólo un mes después, con el deceso del Gobernador y su reemplazo interino por el “castellano” (*) del Castillo de Bochica, Don Sancho Ximeno y Orozco, quien había asistido a la indagatoria del perspicaz mulato, intentó éste reactivar el sumario con el firme propósito de sentenciarlo a muerte. EL EXTERMINADOR DE LOS PALENQUES

La historia de aquellos sangrientos días y los años que siguieron en la próspera y codiciada plaza de Cartagena de Indias, giraría en torno a la creciente presencia y rebeldía de los africanos en pos de su libertad. A la guerra a muerte declarada a los cimarrones, se sumaron los asaltos piratas, el decaimiento de la minería y la agricultura, cuyo remedio no podía ser otro que una mayor importación de africanos, 174

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más leña para el fuego de la insurrección de los esclavizados criollos y sus descendientes mulatos. El nuevo Gobernador, nombrado de urgencia por la Real Audiencia de Santafé de Bogotá y ratificado provisionalmente por el Rey Carlos II, no era ajeno al negocio de prisioneros, ya que mantenía nexos ilícitos con traficantes y amos para burlar el pago de alcabalas con destino a las arcas de la Corona. Ningún barco, con cargamento humano o no, podía entrar a la bahía sin la anuencia del “castellano” de Bocachica. Valido de su nuevo cargo acometió en beneficio propio y de sus socios, en abierta desobediencia a las Cédulas Reales sobre un perdón a los esclavizados fugitivos, la más enconada persecusión y crímenes contra ellos en toda la historia de la colonia. Pero nunca causas innobles alcanzaron fama sin pírricas victorias. Su ampulosa nombradía de exterminador de los palenques se convirtió muy pronto en vergüenza e importancia por la humillación sufrida ante el almirante francés Jean Bernard des Jeanes, Barón de Pointis: Testigo de las indagatorias contra los africanos sospechosos de participar en el temido levantamiento, el nuevo Gobernador pronto pasó de ser juez a ejecutor de sentencia de muerte al ingenuo pero lenguaraz Francisco Arará, hecho que deploró todo el vecindario, clérigos, amas de casa y comerciantes, quienes le habían visto crecer como hijo expósito de la ciudad. A otros condenó a sus azotes en la picota pública; a trabajos forzados en galeras y construcción de murallas; a penas de destierro fuera de la provincia, vendidos y separados de su familia. Las tropelías alarmaron a los religiosos, particularmente su anunciada arremetida contra los fugitivos cimarrones, contrariando las sonadas cédulas reales defendidas por los predicadores. Aún persistían los miedos y sobresaltos no apagados por las ejecuciones y descuartizamientos de cadáveres, cabezas colgadas de las picas, macabros recuerdos del extinto Gobernador Cevallos de la Zerda. La marea de rumores callejeros propaló nuevas y graves “delaciones”, “confesiones” y “evidencias” de comprometidos y encubridores, quitándoles el sueño, como cuando se instauró el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, a comienzo del fatídico siglo que continuaba con su interminable procesión de sacrificados. 175

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Pero contrario a esos primeros tiempos, a falta de herejes y brujos quemados o fugitivos, la Iglesia se había convertido en defensora de africanos bautizados o casados, a quienes muchos dueños les desconocían sus nuevos derechos de cristianos. El día 30 de mayo de 1694, un año después del encarcelamiento de Francisco Vera, tras haber ordenado su traslado a celda y cepo más seguros, el Gobernador se disponía a finiquitar el proceso contra el reo, del cual se daba por segura su condena al cadalso. Desde la madrugada de ese día, clarines de gallos en todas las voces anunciaban que el mulato había burlado grillos, rejas y cárcel para refugiarse en la Iglesia Catedral al amparo del sacro recinto. Indignado, el exterminador dispuso el acordonamiento del templo, mientras ordenaba prisión contra los presuntos cómplices, que resultaron ser, para poca sorpresa de vecinos y presidiarios, la hija y la mujer del propio carcelero, Bartolomé López, español, casado con Juana Lucía de la Peña, mulata con gran ascendencia entre los africanos de toda condición. Veamos el tono plañidero conque el frustrado inquisidor cuenta lo sucedido al Rey: “Y estando en este estado hiso el día de Pente Contes fuga de la cárcel el dicho Vera, refugiándosse a la Santa Iglesia Cathedral de esta ciudad, pussele guardias convoque al asesor para justificar la fuga y por proceder en una materia como esta con maduro acuerdo, consulte al Ldo. Don Pedro Martínez de Montoya abogado de los Reales Consejos, theniente general y auditor de guerra, por merced de V.M. en esta Provincia, quien visto el prozesso me dio parezer de que dicho Vera gozaba de la inmunidad, considerando el estado de esta Ciudad, los enquentros passados y que el dicho theniente general es el asesor que V.M. tiene dado a este Govierno, me conformé con su dictamen e hize retirar las guardias dando todas las providencias nezessarias para si saliesse de la iglesia en esta Ciudad, su Provincia y las demas aprehender la Perssona para lo qual ofrecí premio e impusse pena al que lo ocultasse.” ( )

La ira del castellano explotó sobre el alcaide del presidio, por ser español enmaridado con la mulatería; Arrázola no deja de meter basa en la tragicomedia, digna de una zarzuela picaresca: “Es un hecho que Francisco de Vera le había “cortado el ombligo” a Bartolomé López, Alcaide de la Cárcel Pública de Cartagena; pero 176

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es dudoso que sabida su pobreza pudiese comprar su libertad ni aún por los doscientos pesos del valor de “la negrita”. Ocurriría que su mediana cultura, su ladinazgo y su malicia indígena dentro del ambiente de cerrada ignorancia del siglo y la colonia, se impusiese no solamente a sus compañeros de prisión, negros analfabetos en su mayoría, sino a los pocos presos blancos que hubiera y, desde luego, al rudo Bartolomé López, su muger y, sobre todo, a la joven hija del carcelero, ya que era además hombre joven, y como mulato, apuesto. Quizá no hubiera otra razón para que Juana Gregoria López se ofreciera a enseñarle el manejo de las llaves al Alguacil novato, que propiciar la fuga de Pacho Vera, no ya bajo la responsabilidad directa de su padre.” ( )

El asilo en terreno sagrado dividió a los parroquianos en dos bandos: los espías del Gobernador y los auxiliadores del refugiado. Pero fue la comunidad africana la mayormente aterrorizada, tanto por los ya enjuiciados como por las amenazantes retaliaciones del ofendido. Los sospechosos e inocentes buscaron amparo entre los clérigos y padrinos de bautizo pero, a otros ya encarcelados, se les sometió a torturas para que confesaran lo que no habían visto en sus amurallados calabozos. Justo es que consignemos sus nombres en la larga lista de nuestro martirilogio: Lorenzo Verrío, criollo africano, ladino y que sabía firmar, había sido esclavo del exgobernador, Don Luis Francisco de Verrío, Caballero de la Orden de Calatrava, de quien el preso puso de manifiesto sentirse honrado con su apellido. Francisco Góngora, nacido en Guinea, lo trajeron pequeño y le llamaban sus amos “el Congo”, de treinta años. Por ser ladino se le juramentó por Dios y la Cruz, aunque no sabía leer ni escribir. Pedro de Proencia, de casta arará y esclavizado de Francisco Ruiz. Andrés Tovar, criollo, nacido en la ciudad. Todos afirmaron conocer al fugitivo, así como a la mujer del alcaide y a su hija, pero no cómo pudo escapar de la “jaula”. En su memorial al Rey, el Gobernador dio noticias de sus requisitorios para proseguir en forma implacable contra los cimarrones y sus auxiliares: “... que sin perjuicio de proceder en la causa a todo lo que convenga sobre prisión y punición de los cómplices en la fuga se despache y 177

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publique Bando con pena de la vida al que lo ocultare o fomentare y no lo denunciare y ofreciendo doscientos pesos de premio al que manifestare o por su denunciación se executare su prisión pues conviene al servicio de ambas magestades y despacharonse requisitorias a todos los lugares y partidos de la provincia y con yntención de la culpa a las provincias de Santafé, Popayán y Santa Marta...” ( )

Resonaron como era costumbre las trompetas y redobles de la banda del Gobernador, anunciando el pregón en la Plaza Mayor, al igual que en las de la Yerba y de los Jagüeyes. Y como se aseguraba que la red subversiva se extendía a todas las provincias del Reino, el mandatario despachó sendos postas con copias del bando al Virrey y demás Gobernadores. LA GRAN GUERRA DE LOS PALENQUES

Oídos sordos a los requerimientos de los religiosos, las tropelías del mandatario agrietaron aún más la relación con la Iglesia, interesada en un intento de paz con los fugitivos, que les permitieran sus prédicas y matrimonios entre los africanos de la ciudad y en los palenques. La batida, que le mereciera el epíteto de “exterminador de los palenques”, comenzó el 11 de febrero de 1694 para terminar el 1º de octubre de ese año luctuoso. Las cifras de los muertos de que da razón al Soberano, revelan por sí solas su sevicia: “... no excuso participar lo referido a V.M. y que assi por lo que consta de los autos como por noticias fijas se an coxido de dichos Palenques nobenta y dos piezas chicas (niñas) y grandes y muertas quarenta y tres...” ( )

Cantidad jamás superada por ningún otro Gobernador en las múltiples campañas contra los cimarrones. Igualmente abatió como ninguno el mayor número de palenques en tan corta campaña que, de haberse prolongado, habría realmente “exterminado” de raíz a cuantos hasta entonces pululaban en los montes. Por las batidas, en gran parte capitaneadas por él, espada en mano, arrasó a cuantos palenques tuvo noticia, por lo que hoy sabemos que existieron en la Provincia de Cartagena y limítrofes, en ambas orillas 178

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del Magdalena, afluentes, cañadas y lagunas: Boquilla, Zaragocilla, Turbaco, Tabacales, Mahates, San Basilio, Tolú, San Miguel, Bongué, Arenal, Duanga, Norosí, Canuba. También relata, como ningún otro militar, la composición de su tropa, capitanes, armas y terreno de combates, así como la organización y tácticas del enemigo, número de muertos, capturados, y situación de ruina y desamparo en que quedaban los sobrevivientes. De esta guerra marginamos mayores detalles para recoger algunas acciones, en las cuales los jefes cimarrones combatieron con tanto denuedo y valor, que el propio español reconoce como épicos guerreros: Juan Brún, capitán del Palenque Canuba, a orillas de la quebrada de San Pedro (Mompox), al frente de sus hombres suicidas, opuso tanta bravura en defensa de su libertad, que el sorprendido Don Sancho Ximeno no pudo menos que describir al Rey aquel combate, como una verdadera hazaña: “... como a la tres de la madrugada les tube sercados los Buxios y dando el asalto salieron dichos negros con sus armas y nos embistieron valerosamente en cuya rrefriega se aprehendió el capitán y otras siete piezas y murió una quien aseguró a V.S. el haver peleado con tanto extremo que no aver levantado la voz a que le matasen hubiera hecho estragos en los nuestros, pues aviendome encontrado con él y partiéndole la lanza por el medio de un alfanjasso se rretiró por detrás de un buxio y saco otra embistiendo con denuedo osado a una esquadra de ocho hombres que estavan en la aprehensión del capitán y un zambo que se avía defendido valerosamente a quienes se les dijo le mataran y con tres heridas mortales no fue posible rreducirle hasta que espiró y mandé le cortasen las orejas las quales estaban clavadas en la plaza pública de esta villa escusando el traer la cabeza por la aspereza de aquellas serranías y lo dilatado del camino... ( ).

Las emboscadas prosiguieron por todas las breñas y montañas defendidas por malezas, trincheras, arcabuces, alfanjes, machetes, lanzas, flechas, a los que se sumaban los arcabuces que pasaban de los piratas a los cimarrones. Los atacantes disponían de caballos, perros de rastreo y ataque; baquianos de la región y amerindios convertidos en aliados de los españoles, a sueldo o por propia defensa de sus tierras y mujeres. 179

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Además del interés de recapturar a los esclavizados, los esclavistas apoyaban las batidas para recuperar las minas de oro en poder de los jesuítas, como acontecía con las de Simití y río San Miguel. En este reducto se habían refugiado y defendían la mayor parte de los sobrevivientes del Palenque de Matuderé, después de la captura y muerte del “Rey” Domingo Criollo, capitaneados por su segundo, el capitán Pedro Mina y sus veteranos guerreros. El Gobernador se ufanó de aquella embestida: “Marché perssonalmente el día 24 de febrero para el palenque nombrado San Miguel que hera el principal de todos, y sin embargo de llevar quatrocientos y cinquenta hombres y de ir en forma y ordenanza militar, con Banguardia, Cuerpo de Vatalla y retaguardia, y dos mangas de Arcabuzeros por los costados, que batían el camino y cubrían la marcha. haviendo andado como cossa de quatro leguas poco más o menos a pie, se hallaron los negros de dicho Palenque reforzados con los de los demás Palenques, que estaban emboscados en el mismo camino, por frente y costados como cosa de medio quarto de legua...”

El combate no se hizo esperar, extendiéndose en sucesivos frentes de refriega. Por el invaluable valor que tiene para la historia nacional esta heróica resistencia de los cimarrones, transcribimos el epílogo narrado por el Gobernador al Rey: “... y por los demás servicios que constan del testimonio de dicha Real provisión adjunta; y continuando mi zelo, en el servicio de V.M. desseando destruir, y consumir enteramente dichos Palenques, por haver quedado algunos negros en la montaña, y por su Capitán el negro Pedro Mina, segundo caudillo de dichos Palenques, por la muerte del dicho Domingo Criollo, ynzessantemente ordené se les hiciessen diferentes entradas por los quadrilleros y partidarios que mi solicitud dispusso, hasta aprehender vivos o muerto dicho negro Capitán Pedro Mina y los demás negros que le seguían, que haviéndose aprehendido hasta catorce de su quadrilla, se resolvió dicho Pedro Mina con otros quince negros salir a hablar con una mayordomo de las estancias de María, nombrado Francisco Ortiz, valiéndose de este para que alcansándole devajo de la palabra Real le perdonassen la vida, saldría de la montaña con dichos negros y se entregaría; y haviéndomelo participado el dicho Francisco Ortiz, reconociendo lo áspero y dilatado de ella, y lo riguroso que havía entrado el Inbierno de muchas aguas, y que se hacia dificultosa la aprehensión deste negro, por ser el más 180

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belicoso que havía entre ellos, por no poderse mantener en aquellos montes los partidarios comuniqué con perssonas Doctas de ciencia y conciencia la proposición de dicho negro Pedro Mina, y todas convinieron en que sería muy del servicio de Dios y de V.M. el conzederle el perdón de la vida que pedía y fuesse desterrado de toda esta Provincia y la del nuebo Reyno, con cuyos parezeres me conformé, despachando carta de Perdón devajo de la Real Palabra de V.M. de que si cumplía lo que ofrecía se le perdonaría la vida; y con esta noticia dicho Pedro Mina salió de dicha montaña con las dichas quinze piezas de esclavos que le seguían y se vino a esta Ciudad y pressentó ante mí y queda asegurado en la Cárcel Pública, para ssi llegase a este puerto la Armada Real de Barlovento embarcarlo enb ella y remitirlo al Castillo de San Juan de Lua para que en el sirva toda su vida por esclavo perpetuo de V.M.; y haviéndose logrado el sacar de la Montaña el dicho Pedro Mina y salídosse después algunos negros de ellos, que se han entregado a sus dueños, espero en Nuestro Señor que si antes que entre el verano no se huviessen salido los pocos negros que andan en aquellos montes conseguir sacarlos con muy poca diligencia por las dichas quadrillas y Partidarios que volverán a entrar a seguirlos hasta aprehenderlos vivos y muertos. Y esta ciudad y su provincia quedará asegurada de las hostilidades y perjuicios que recivían los vecinos y dueños de haciendas de campo de dichos negros, de que me ha parecido dar quenta a V.M. para que le conste. En ynterin que la doy con el testimonio de los autos obrados sobre esta razón. Dios guarde la C.R.P. de V.M. como la christiandad ha menester. Cartagena de las Yndias y Septiembre 22 de 1695 años. DON SANCHO XIMENO.” ( ).

El imbatible Pedro Mina, condenado a esclavitud, a prisión perpetua, moriría deportado en Veracruz (México), en el mencionado Castillo de San Juan de Utúa, en fecha no registrada. El exilio del guerrero, capitán del “Rey” Domingo Criollo, no daría fin a la guerra cimarrona que se prolongaría a lo largo del siguiente siglo.

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CAPÍTULO SÉPTIMO:



P

ALENQUE,

L

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RIMER

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A

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ERRITORIO

M É R I C A”

PÓRTICO HISTÓRICO

A

partir de este momento, los relatos están documentados en las investigaciones del historiador cartagenero Roberto Arrázola. Colombia aún está en deuda de rendir tributo póstumo al historiador cartagenero Roberto Arrázola, por la exhaustiva investigación sobre los palenques de la Matuna, Matuderé y Tabacal (¿San Basilio?), durante cinco años, en los archivos de Sevilla y Cartagena. El reconocimiento hecho por la Constitución de la pluralidad étnica y cultural de nuestro pueblo, obliga al Estado a exaltar la historia de los africanos y descendientes en sus luchas para forjar una nación libre, democrática y soberana. Adelantándose al tiempo, porque la historia no sólo mira hacia atrás, Arrázola, mestizo, se ubica hoy en la vanguardia de las reivindicaciones étnicas, con su obra clásica: “Palenque, Primer Pueblo Libre de América”, publicada en el año 1970. Inexplicablemente no ha sido difundida, conociéndose tan sólo una edición engrapada, reducidísima y condenada a convertirse en otro documento fantasma, como los infolios por él investigados. No pasa de ser un habitante anónimo en unas cuantas bibliotecas públicas y privadas. La responsabilidad de divulgar a los connacionales y americanos de todo el continente las acciones de los reyes cimarrones Benkos Biojo y Domingo Criollo, reclama una nueva edición de lujo y en gran número de ejemplares, para que ocupe el sitial que le corresponde al lado de los precursores Gunga Zumbi, L’Ouverture, Petión, Bolívar, Piar, Morelos y Padilla. Sea el prólogo de Roberto Arrázola a su obra, pórtico histórico de la segunda parte de este libro:

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“R A Z O N” “Hemos intitulado esta obra “PALENQUE, PRIMER PUEBLO LIBRE DE AMERICA”, porque ya fueron solamente los “quatro palenques que en forma de lugares” hubo en la “Sierra de María”, conforme lo reconoció el propio Rey de España, Carlos II, el Hechizado, por Real Cédula expedida en Aranjuez el 3 de Mayo de 1688, y el principal de los cuales estaba bajo la advocación de SAN MIGUEL; ya fueren los diversos palenques que hubo más próximos de la ciudad, a que se refieren los documentos de su debelación que vamos a conocer, entre otros los de TABACAL, MATUDERE y MATUNA, y aún sin pretender que todos estos palenques coexistiesen, es un hecho incuestionable que los negros esclavos que se fugaron de Cartagena desde los tiempos mismos de Pedro de Heredia, fundaron, establecieron y poblaron muchos “lugares” en el dilatado y selvático territorio de la antigua Provincia de Cartagena de Indias; pueblos que permanecieron segregados, exentos de tributos reales y apartados del resto de la colonia española de Cartagena por centenares de años y cuyos habitantes, habiendo de darse sus propios jefes para su gobierno, constituyeron una comunidad libre y, desde luego, soberana de sus propios destinos todo el tiempo que se confrontó esta situación de insularidad. “El hecho mismo de que estos conglomerados de negros esclavos hubieran de defender su libertad contra las periódicas “entradas” que hacían a dichos “lugares” los españoles con el propósito de someterlos a su antigua esclavitud sin conseguirlo totalmente; y, lo que es más, el haber podido pasar, andando el tiempo, de la huída al ataque en las verdaderas guerras que sostuvieron contra todos los gobernadores de Cartagena, hasta llegar a la de exterminio que pretendió hacerles el gobernador interino de la Provincia, don Sancho Ximeno, en 1694, está demostrando la existencia de una situación de rebeldía permanente contra la soberanía del Rey de España y la autoridad de sus gobernadores; rebeldía que, desde luego, era una a modo de independencia o, cuando menos, un vivir peligroso pero voluntario por amor de la libertad. “Por último, la existencia supérstite aún del “palenque” por antonomasia, que bajo la advocación de SAN BASILIO existe todavía en las goteras de Cartagena, reconocido como un verdadero pueblo singular en el concierto de todos los demás pueblos de Colombia, y aparte de los núcleos negros que esmaltan el hoy reducido Departamento de Bolívar; pueblo negro aquél que llegó hasta la mismísima constitución de la República en el más extraño estado de incontaminación racial, que no ostenta ni siquiera el propio pueblo de color de los Estados Unidos de Norte América, para finalmente quedar a la deriva, incongruente e intemporal bajo la 184

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Democracia, es prueba de excepción del irrevocable amor por la libertad de la raza negra, confirmado en este propio Siglo XX por todas las naciones de Africa que han alcanzado su independencia. “Así, hay que convenir en que tanto por su permanencia a través de los trescientos años del coloniaje, como por su inmanencia al través de las generaciones negras que se sucedieron durante aquellos tres siglos, el de los negros cimarrones de los palenques de los arcabucos de Cartagena de Indias, es el único movimiento verdaderamente libertario hasta la Independencia de Colombia misma; movimiento cuyo espíritu precipitó la propia Declaración de Independencia absoluta de Cartagena el 11 de Noviembre de 1811.” (Arrázola). SOCIOLOGÍA DE LA TRATA EN CARTAGENA DE INDIAS

La evaluación de los palenques cimarrones en Colombia y América, requiere una perspectiva histórica continental y universal. Está enmarcada en los propósitos esclavistas del colonialismo a partir del Siglo XVI, que requirieron cientos de millones de hombres de todas las etnias: América, Africa y Asia, para usufructo único de los conquistadores y esclavistas de Europa. La respuesta debió ser igualmente universal. Sin embargo, fueron los pueblos de Africa los que sufrieron en mayor medida el rigor de la esclavitud. Dispersos en el nuevo continente y atraillados por todos los imperios y reinos de Europa, los focos de sublevación cimarrona, aunque separados, se enfrentaron a los mismos latrocinios: degradación humana, esclavitud y muerte. Estas negaciones conformaron la razón vital de las luchas cimarronas. En Castilla de Oro y posteriormente en el Virreinato de la Nueva Granada, se registraron las primeras introducciones de africanos a Tierra Firme (1514) para la colonización del Darién y posteriormente a Santa Marta, desde su fundación (1525). En la medida en que avanzaba la conquista y colonización, aumentaban los requerimientos de más y nuevas fuerzas de trabajo. Conquista y colonización implicaban presencia africana, fugas, levantamientos y palenques. Un nuevo fenómeno social de resistencia operado en el continente.

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Lo que queremos resaltar en este proceso es el origen de las causas sociales y económicas que conformaron un nuevo ideario de libertad, estrategias y luchas por la emancipación de la esclavitud y la formación de palenques, “territorios libres”, en la Nueva Granada y América. Los contactos entre todos los focos subversivos, debido al tráfico de prisioneros africanos, constituía una extensa red que involucraba directa o indirectamente a todos los estados europeos en un mercado común: La movilidad de los prisioneros una vez llegados a la América; la diversidad de etnias compulsadas; el número de puertos utilizados como destino final o de reaprovisionamiento; el comercio clandestino; los transbordos en altamar para cambiar los destinos del cargamento o reabastecerse para suplir las elevadas defunciones durante la travesía; los asaltos piratas con propósitos de capturar y vender a los cautivos a las colonias rivales, etc. Suficientes razones para comprender que los palenques, aunque nacían en regiones selváticas e inaccesibles para los amos, siempre mantuvieron contactos clandestinos con los puertos, barcos, piratas y traficantes. Estos vínculos se iniciaron desde el principio de la trata, como aconteció con los primeros asientos de pesquería de perlas en el litoral del Darién, Cabo de la Vela y las islas de Margarita, a través de los cuales los cimarrones de Dibulla y La Ramada adquirían armas de fuego, posteriormente empleadas para su defensa y asaltos a puertos de desembarque, champanes fluviales, caravanas de prisioneros, haciendas y minas. Independientemente de la decidida oposición de los esclavizados, el colonialismo originó, por la dialéctica social de los contrarios, su polo antagónico: el proletariado cimarrón, el primero en la historia del capitalismo mundial incipiente. Ya sabemos que la reimplantación de las nuevas formas de esclavitud en América no respondía a un proceso declinante del feudalismo, sino a un modo más inhumano de explotación. No fue un capricho de los libertadores cimarrones de la victoriosa Revolución Antiesclavista de Haití, capitaneada por Toussaint L’Ouverture, proclamar en 1804 la Primera República de Labradores y Soldados. 186

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Su hazaña pronto moriría asfixiada por la hostilidad y bloqueo económico de las potencias europeas, apuntalados por la ocupación militar de los Estados Unidos, racista y expoliadora. Los sueños de libertad del pueblo haitiano fueron desde entonces conculcados. Sin embargo, dentro del cuadro universal del desarrollo tecnológico impulsado por la revolución fabril, la esclavitud sería superada. Las mismas naciones monopolizadoras del tráfico humano combatieron a su propio engendro, para prolongarlo con el régimen expoliador burgués. La perfidia se puso de bulto con el triunfo de la Revolución Francesa, al negar sus ideales de “libertad”, “igualdad” y “fraternidad” a los pueblos oprimidos. Así nacieron en América las repúblicas esclavistas. Reconocemos que en nuestros propósitos de señalar las proyecciones continentales y universales del cimarronismo, nos hemos adelantado a su momento histórico, por lo que conviene regresar a sus orígenes. Durante tres y más siglos, a medida en que se afirmaba el colonialismo, en sus propias tenazas asfixiantes surgió el movimiento que lo estrangularía: la gran guerra de los Palenques, hija legítima de la conquista y la esclavitud. Por encontrarse ya en su mayoría de edad al finalizar el Siglo XVIII, las ricas experiencias de rebeliones, palenques (Matuna, Palmares, Bayano), y la independencia masiva de una vasta región americana (Surinam), le habían trazado el camino de la insurrección general que culminaría a comienzos del Siglo XIX con el triunfo de la Revolución Haitiana. Pero en este largo recorrido, el cimarronismo fue también engendrando sus propias contradicciones en la sociedad colonial: el criollismo, la mulatocracia y el persistente enfrentamiento de las castas y etnias que condujeron a la independencia y las repúblicas esclavistas en todo América. AFRICANOS EN CARTAGENA DE INDIAS

Pedro de Heredia, desde el primer año en que fundara a Cartagena de Indias (1533), contribuye a que la ciudad comience a perfilarse como “Cartagena de Negros”, al solicitar al emperador Carlos V, licencia de introducir algunos africanos para “cabar las sepulturas del Zinú”. 187

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El 21 de mayo de 1534, fray Tomás de Toro, primer obispo de la ciudad, es autorizado para traer “al servicio de su persona y casa... dos esclavos negros libres de todos derechos”. En 1535, Heredia solicita nueva licencia por haber muerto la mayor parte de los africanos “importados” (¿Realmente muertos o fugitivos?). En el mismo año, 1535, el Rey autoriza la entrada de dos esclavas “blancas” al vecino de la ciudad, Alonso Román, “sin que en ello le sea impuesto embargo ni impedimento”. En la Cartagena donde todavía abundaban mancebas indígenas abarraganadas a la fuerza por la soldadesca y capitanes, se convertía en populosa hacienda de mulatos, zambos y mestizos. Al iniciarse la construcción de las murallas, había tantos africanos, que se les prohibió andar de noche por las calles so pena de ser encarcelados y recibir cincuenta azotes y el pago de un peso oro al dueño que lo hubiere permitido. Las prohibiciones de toda índole se multiplican. El 31 de agosto de 1554, el Cabildo niega a “cualquier negro o negra esclavos tengan casas ni aposentos fuera de las casas de los amos... so pena de cien azotes a cada uno y que se les quemará sus buhíos”. La esclavitud constreñía las más elementales necesidades humanas. Tres años después (1557) se extreman las coerciones. El Cabildo ordena que ningún “negro ni negra horro (libre), ni cautivo vendan vino por arrovas so pena de perder el vino y diez pesos de pena... y que se hechará de la tierra, y el que vendiera vino, no lo venda a ningún negro esclavo”, medida que también comprendía a los “indios”, con lo cual compulsaban a las alianzas afroindígenas en la propia ciudad, y, con más razón, en las rochelas y palenques. Siguen las disposiciones policivas: El 12 de julio de 1559 “sé prohibe que las negras vendan por la ciudad cosa alguna de ropa, pública o secretamente por ninguna vía, so pena de destierro... y que al que la comprare se le puede pedir por delicto.” (Entiéndase bien: las esclavizadas comerciaban con contrabandistas y piratas). Por este medio se hacían llegar alijos a los palenques, sin escatimar armas. 188

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Así se deduce de otra contravención del Cabildo, con fecha del 28 de febrero de 1569: “... ningún negro ni negra horro (libre), reciva en su casa a ningún negro ni negra zapacos, ni reciva de ellos cosa alguna comprada ni en guarda, ni dada, ni tenga ningún género (de) contratación con ellos, so pena de destierro de la tierra por seis años precisos.” Arrázola anota: “Aunque no sería forzoso que se explicara, para la mejor inteligencia de la “ordenanza”, hácese la aclaración de que los tales negros zapacos eran los que vivían huidos de sus amos, a salto de mata, y no se habían refugiado en los palenques; si se sabe lo que es zapa, toda explicación redunda”. ( )

Vamos comprendiendo poco a poco la oculta trama que alimentaba el cimarronismo desde las propias calles, ranchos y casas de los amos en la ciudad. Los zapacos constituían un eslabón principalísimo entre los cimarrones y los cautivos de los centros urbanos. Para el año 1573, el aumento de las fugas y asaltos a las haciendas atemorizan tanto a las autoridades que les obliga a violar las disposiciones dictadas por Carlos V, en Cédula de 1540, por lo cual prescribe que “en ningún caso se execute en los Negros Cimarrones la pena de cortarles las partes, que honestamente no se pueden nombrar y sean castigados conforme a derecho y leyes de este Libro”. La desobediencia de los cabildantes de Cartagena debía justificarse por hechos muy graves para sus intereses locales. El 9 de enero de ese mismo año (1573), por acuerdo del Cabildo, se ordena: “... que ningún negro traiga armas ni cuchillos, ni machetes, ni macana, ni otra arma ofensiva, so pena que por la primera vez sean llevados al Rollo y dados cien azotes, y que estén allí atados todo el día, hasta puesto el sol, desnudos... y demás de la dicha pena, el negro que fuese tomado con las dichas armas, tenga perdido el vestido que tragere, para el Alguazil que lo executare; por la segunda vez que fuere tomado con las dichas armas, tenga de cortalle los miembros genitales al albeldrío del Juez, según la calidad del delito, porque a tan grandes excesos, muertes y desvergüenzas que con las dichas armas cometen los tales negros conviene rigoroso castigo.” ( )

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Todo revela que los africanos prácticamente entraban y salían a la ciudad como amos y señores por sus haciendas, sin encontrar modo de meterlos en cintura. Lo confirma esta otra medida: “... que ningún negro ni negra se junten los Domingos y fiestas a cantar y bailar por las calles con tambores, sinó fuere en la parte donde el Cavildo le señalare, y allí se les dé licencia que puedan baylar, tañer y cantar y hazer sus regocijos, según sus costumbres, hasta que se ponga el sol, y no más sinó fuere con licencia de la Justicia. ( )

La agudización de las contradicciones esclavitud-cimarronismo presagiaba los levantamientos en todo el territorio de la Nueva Granada, desde el Cabo de la Vela hasta los territorios mineros de Antioquia, Chocó, valles y litorales del Pacífico. Pero sería Cartagena el epicentro de la insurrección, por el alto número de prisioneros que llegaban de Africa y en ella se enteraban de las guerras emprendidas por los cimarrones, cuyas consignas y tácticas difundían entre los esclavizados, donde quiera que eran conducidos. La aculturación de los africanos en nuestro país presenta algunas características que la diferencian del proceso seguido en las Antillas, Brasil, México y otras naciones americanas. Entre sus peculiaridades podemos destacar: 1º. Cartagena de Indias fue el principal puerto de recolección y dispersión de prisioneros en el Continente, lo que implicaba el arribo de etnias que procedían de la mayor parte de las culturas africanas. Es cierto que estos cargamentos demoraban apenas el tiempo necesario para practicar el cateo y reaprovisionamiento del barco para seguir su destino final. Pero muchos se quedaban, requeridos por las autoridades. De una manera u otra, la presencia de nuevos cargamentos implicaba intercambio entre los que llegaban y quienes les habían precedido, sobre todo cuando estos últimos estaban atentos al arribo de los barcos y a los esclavos que llegaban. El reagrupamiento de prisioneros de distintas culturas facilitó en Cartagena la formación de “naciones” africanas en cabildos que sobrevivieron hasta comienzos de este siglo. Todavía en 190

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2º.

3º.

la isla de Bocachica persiste, aunque muy débilmente, un cabildo con su reina encargada de organizar la participación de sus adherentes en las festividades de carnaval con disfraces de diablos, reina conga, tambores y bailes similares a los que aún se conservan en Colón y Portobello, en Panamá. Aquiles Escalante y otros autores señalan la existencia en el pasado de cabildos en Cartagena, integrados por las naciones mandinga, carabalí, congo y mina, cada una con sus reyes y príncipes. Los variados requerimientos de mano de obra esclava de que estaba necesitado el país –plantaciones agrícolas, ganadería, minería, construcciones, artesanías, oficios domésticos– permitía a los compradores elegir los más aptos entre las distintas culturas, de acuerdo con su tradición. En este sentido, la concentración de esclavos en Cartagena constituía una inmejorable oportunidad de selección, la que disminuía en otros mercados en la medida en que el cargamento mermaba a lo largo del recorrido y de las ventas. Las condiciones de trabajo de los africanos en los centros urbanos y suburbanos (Cartagena, Santa Marta, Mompox, Tolú, etc.), prohijaron la hibridación de africanos con europeos, amerindios, mestizos y mulatos. Por otro lado, se facilitaba el mestizaje cultural entre los propios afros, particularmente en el litoral Atlántico, al dialogar en las calles, reuniones nocturnas, faenas de trabajo, días festivos, etc., lo que era más difícil entre aquellos concentrados en las zonas rurales, alejados por grandes distancias. A esto se atribuye el que los cabildos y cultos religiosos africanos hubieran podido reaglutinarse sólo en las ciudades, como aconteció en La Habana, Puerto Príncipe, Bahía, Sao Paulo y otros centros urbanos o sus alrededores. Desde luego que las autoridades y los amos procuraron por todos los medios impedir tales contactos que engendraban oportunidades, no sólo para reconstruir cultos y costumbres considerados paganos u obscenos, sino porque eran objeto para celebrar alianzas, levantamientos y fugas. 191

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4º.

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También se prohibía bailar la calenda por considerársele obscena y profana. Sin embargo en nuestros días esta comparsa todavía se baila y canta en Santa Fe de Antioquia y en Cartagena. Los centros mineros en Antioquia y litoral Pacífico, en los cuales seguramente se prefirió africanos procedentes de zonas con tradición minera (Senegal y Nigeria), concentraron también individuos de otras culturas, pues primaba la salud y fortaleza sobre la tradición minera. Igualmente, el control estricto que se mantenía sobre ellos para evitar fugas y facilitar la práctica religiosa, favoreció el proceso de aculturación castellana, evidente en su folclor oral, bailes, canciones y cantos religiosos.

Desde luego, el Santo Tribunal de la Inquisición, estatuído en Cartagena, contribuyó en forma sistemática a reprimir en la ciudad y provincias aledañas las ceremonias religiosas de los africanos, al ser condenadas como brujería satánica. Miradas estas circunstancias en su conjunto, tal vez expliquen por qué en Colombia los africanos no estuvieron en condiciones de recrear sus cultos religiosos, lenguas o bailes como aconteció en otras naciones. Pero en cambio, y ésta es la característica más saliente de su aculturación en nuestro país, se amalgamaron profusamente a la cultura indígena e hispánica, particularmente en el litoral caribeño, hasta el grado de que en ellos sólo puede hablarse de triaculturación. EL REY BENKOS, PRECURSOR DE LA EMANCIPACIÓN

Benkos Biojo es un inmortal, y como todos los mortales, alimentado en vida por las sombras de los Ancestros. Si buscáramos sus raíces sería imposible reconstruirlas porque fueron arrancadas de Africa y esparcidas en América por el vendaval de la esclavitud. Su verdadero nacimiento acaece cuando lo desembarcaron en Cartagena de Indias, desnudo y coronado de cadenas, sin que sepamos en qué nao, cargazón, 192

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día ni año. Él narró su propia genealogía: “soy rey africano”, sin que tampoco dijera el nombre de su reino. El único rastro confiable de su identidad es su propio nombre: Benkos Bijo o Bhío, sin que tenga importancia el de Domingo, pues nos consta que es postizo. Pero ateniéndonos a su apellido, podemos presumir su etnia, carácter e ideales. Biojó, según algunos historiadores, es una de las formas de pronunciar en castellano la etnia wolof, la más temida por los Reyes de España, porque desde el primer año de la introducción de prisioneros capturados en Africa, se sublevaron en La Española, obligando a que la Corona expidiera la primera Cédula Real, de septiembre 3 de 1501, prohibiendo su entrada a la América por belicosos y de malas costumbres, las subversivas que enseñaban a los aborígenes. Sin embargo continuaron llegando wolofs, biojós o golofios, nombre éste que se le dió en nuestra costa Atlántica a una especie de estorninos, por su color negro, intensamente oscuro y reluciente. Tal vez la más correcta connotación se deba a que los wolofs o biojós, al igual que el pájaro, se suicidaban al ser prisioneros. Benkos Biojo comienza a dejar rastros en algunos documentos después del año de 1600, cuando comenzó a distinguirse por su resistencia a comportarse como esclavo e incitar a la rebelión. Por estos hechos estuvo cuatro años cumpliendo trabajos forzados como remero en la galera de una de las naos reales, lugar donde se confinaba a los insumisos. También cuenta la crónica policial que escapó, pese a estar encadenado, y desde entonces entra en la historia como el más rebelde, audaz, valiente y estratega de todos los jefes cimarrones de la Provincia de Cartagena y Tierra Firme. Nosotros consideramos que el título que merece por su verdadero sitial en la historia es el de precursor de la ideología y estrategia de las luchas cimarronas en América. Lo prueban los siguientes hechos que se repetían en los ulteriores palenques: • Organizar muchos palenques, acogido a la antiquísima táctica de no ofrecer un sólo frente al enemigo. • Emplear armas de fuego, arrebatadas a los españoles o adquiridas en el comercio clandestino con los piratas. 193

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Ubicar los palenques en sitios geográficamente inexpugnables: lagunas, selvas y montes. Mantener contactos con los palenques vecinos a su jurisdicción, por muy distantes que estuvieran: al norte, con los Orosí (Mompox), Santa Cruz de Masinga (Sierra Nevada), La Amada (Riohacha) y, a través de ellos, con los de Coro, Maracaibo, El Ticuyo e islas de Margarita (Venezuela) y Portobelo (Panamá). Al sur, con los palenques de los territorios mineros de Uré, Zaragoza, Cáceres, Santafé de Antioquia, Chocó, Cauca, etc.

Existen datos históricos y culturales que confirman estos nexos por la simultaneidad o correlación de fechas de los levantamientos y la existencia de una lengua general, el palenquero, aunque tuviera sus variantes por las etnias o castas comprometidas. Por el territorio y comunidades sobre las cuales influyó con autoridad indiscutible, Benkos se abrogó el título de “Rey del Arcabuco”, del que tanto se ufanaba. Muchos otros pudiéramos sumarle, pero el más ajustado a sus acciones y fama es el de precursor, como lo hemos sugerido. LA CRÓNICA Y EL HÉROE

Para ceñir la figura del Rey Benkos a la crónica, transcribimos la carta que el recién nombrado Gobernador Gerónimo Suazo de Cassasola, escribe al Rey Felipe II (25 de enero de 1604), sobre la debelación del Palenque de Matuna, donde ya menciona a Dominguillo Biojo como su “rey”, el cual fue herido. Nos aclara, por lo de “Dominguillo”, que por aquel entonces éste debió ser un jovenzuelo: “... por otras avise a V.M. de haver desbaratado y muerto la mayor parte de los negros cimarrones que se havían levantado en estos montes y cienegas y como la tierra es tan montuosa y áspera y ellos gente criada en ellos (los montes) no fue posible por ninguna bia humana Poderlos acavar de destruir y ansi tornaron a rehacerse juntando y combocando así otra cantidad de negros que serían más de sesenta piezas entre varones y hembras/ Los quales hicieron un palenque fuerte con su estacada en madera en una cienega metida en el corazón de muchas otras cubiertas de monte de donde salían para las estancias y pueblos de Yndios matando quantos españoles 194

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e yndios topavan Rovando las haziendas y quemando las casas usando todo género de crueldades hasta sacar los yndios de un pueblo que se llama Turbana los quales llevaron cargados con sus rovos y llegando a sus embarcaderos los mantaron a lanzadas por que no descubrieran los caminos y alojamientos que tenían llevándose las yndias y negras que prendieron para servirse dellas y las que tenían criaturas porque no llorasen arrojándolas por una pierna a la mar y haziendo otros géneros de crueldades e ynsolencias quales nunca bárbaros hizieron y vanse desvergonzando tanto los esclavos domésticos que fue menester ponerles la mano castigando y hechando a galeras cualquiera que hablava en favor de los cimarrones y juntamente despache muchos soldados por la mar y por la tierra y la galera patrona que asistiese como de presidio en parte cómoda donde se recogiese la gente herida y enferma hízose la entrada y los soldados prendieron un negro centinela que descubrió el palenque entrose la cienega donde estava fundado yendo los soldados el agua a los pechos lo qual y el mucho cieno fue de grande ympedimento se cometieron (acometieron, que decimos hoy) dos vezes pelando con gran pujanza con lanzas arrojadizas y flechas de que son muy diestros pero no pudiendo sufrir la fuerza de la arcabucería se rretiraron con muerte de algunos y entre ellos el alférez negro que cayó con su bandera en las manos salieron heridos siete u ocho de flechazos y valazos y también salió herido Dominguillo Bioho a quien llaman rey/ retiraronse por las cienegas y manglares entrose el palenque donde se hallaron muchas lanzas y flechas y rropa y plata labrada y herramientas de monte de estancias que avían rrovado prendieronse algunas negras y tomaronse yndias que se binieron a los soldados y de estas y de otras que después acá se han prendido supe de los disignios que tenían y de la rrepública que yvan formando con su thesoro contador y theniente de la guerra y alguazil mayor capitán y otros oficios/ Los que se escaparon vivos de esta refriega se bolvieron a juntar y fueron continuando con sus negras por la tierra firme hasta la baranca donde haviendo yo prevenido se rretirasen las canoas y barcas a la otra banda de Tenerife y no pudiendo pasar se bolvieron y vinieron marchando por una montaña donde fueron sentidos por unos soldados que yban abriendo camino y como los vieron dexaron la comida que llevavan y tres negras y se pusieron en huyda/ La gente de acavallo y tres compañías de ynfantería anda aora en su seguimiento y no levantaré el campo hasta haverlos acavado/ Yo he salido dos veces a un pueblo que se llama Turbaco que está en el comedio del sitio donde handa la gente por ser más cómodo para los avisos y prevenciones y ahora saldré terzera vez porque no podré probeer con tanta necesidad lo necesario a la 195

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guerra si estuviese en la ciudad/ De seis u siete negros que hasta aora se han prendido demás de los muertos se ha hecho justicia exemplar y esto hasta aora a sido de tanta ymportancia que no ay negro que hose sacar el pie de la ciudad porque save que no le ha de costar menos de la vida y por ningún caso conviene moderar el castigo en estos tiempos porque el atrevimiento de estos negros es grande.” (Arrázola) ( )

Esta fluída correspondencia entre el Gobernador y su Soberano Felipe II, constituye la fuente más fidedigna e ilustrativa del malestar que generaban los cimarrones por sus asaltos. Refiriéndose a ellos, precipitadamente, en un mismo día toma la pluma para alertar al Rey de su gravedad: “Señor Estando este navío de avisso para partir y cerrados los Pliegos que lleva le tuve (aviso, naturalmente) de que ciertos negros cimarrones que ay en estos montes avían muerto (que hoy ecimos matado, más crudamente) tres o quatro españoles y de otros que con ellos yban no se tiene nueva hasta aora de lo que asido dellos; deven estar ascondidos en los arcabucos, y como negocio de consideración, y que dello se podían seguir manigfiestos ynconvenientes al Punto mande despachar un Capitán con treinta arcabuceros que vayan en su busca; y en ello se tendrá el cuidado que el casso pide de cuyo sucesso y de los demás que se ofreciere daré avisso a V.M. cuya catholica persona Dios guarde con augmento de mayores Reynos y señoríos como la christiandad a menester. De Cartagena 16 de Novyembre 1602. Don Jerónimo de Suazo.”

Aún después del desastroso asalto infringido al Palenque de Matuna, el Rey Benkos, perseguido por la milicia real, pudo reunir a los sobrevivientes, emprendiendo una marcha heróica, y viéndose acorralado por el enemigo, pues no pudo alcanzar la orilla del río Magdalena donde buscaba reunirse con los alzados de Zaragoza (1596), valientemente retrocede a los pantanos donde había sido derrotado. Entonces, a sabiendas del temor que infundía a militares y hacendados, pese a estar maltrecho, tuvo la arrogancia de proponer al Gebernador Gerónimo de Suazo y Casasola, un armisticio de estado a estado, como si aún dispusiera de fuerza para enfrentarlo. La propuesta desconcertó a tal grado al Gobernador, que éste optó por consultar con el Cabildo, la Iglesia y los hacendados. Por la trascendencia histórica que derivaron de este acto, reproducimos apartes de la misiva que el 196

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Gobernador dirige al Rey, el 18 de julio de 1605, esperanzado en que éste comprendiera la angustiosa situación en que se encontraba, por la cual, sin su autorización, firmó en su nombre una virtual capitulación: “... La guerra de los cimarrones que a sido tan enfadosa y pessada a sido Dios servido que se aya acabado y aunque a costado mucho no le a tocado a la Real Hacienda de V.M. un real por razones y caussas que me parecieron ser justas las quales tengo referidas en la visita que se me ha tomado. El remate que a tenida a sido que de sesenta o setenta negros que heran los que actualmente andavan en el monte an quedado solos 18 y 6 negras que todos los demás los an muerto y aunque es verdad que estos tenían convocados muchos en Zaragoza y en el río de la hacha como vieron la priesa que yo les di y que nunca dexaron de tener sobre si ciento soldados desystieron del yntento que tenían y assi no se alzaron estos 218 visto de la manera como se les apretava me ynbiaron a pedir la paz y por considerar las dificultades que avía para acabarlos con ser tan pocos y ser necesario hazer tanta costa para ello como si fueran muchos me Resolví en concederles paz por un año según y de la manera que se capituló con ellos que fue que si V.M. lo tuviese por bien sería lo mesmo adelante y si no bolviéramos a procurar darles fin y esto con parecer del cabo de esta ciudad y de otras muchas personas cuyos papeles y recados yran en los galeones para que visto por V.M. mande lo que más fuere servido que mediante esto es tanta la quietud de esta provincia y seguridad de los arcabucos y montañas della que qualquiera persona va sola por ellos y los negros de servicio no se osan huyr respecto de que los cimarrones quedaron obligados a prender y traer todos los que se desertasen de sus amos.” ( )

Son muchos los documentos rescatados y publicados por Roberto Arrázola, sobre las ejecutorias emancipadoras de Benkos Biojo, durante dos décadas de sobresaltos que vivió la provincia de Cartagena por las luchas cimarronas. Abreviamos los sucesos que han trascendido para la historia: Tras su fuga de la galera real, Benkos recorrió en forma clandestina las casamatas donde se hacinaban sus hermanos dedicados a la construcción de las fortificaciones. No le sería difícil convencer a muchos para que escaparan de aquellos cementerios de hombres vivos donde, además de las largas y extenuantes horas de trabajo al sol, se les llagaban las manos al mezclar la cal viva con arena para pegar las piedras de las murallas que aún perduran gracias a este laceramiento. 197

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Al huir a los montes, ya era capitán de una cuadrilla de cimarrones que asaltaba haciendas, liberando esclavizados, hombres, mujeres y niños. Más tarde fundó un palenque tras de escoger el sitio más estratégico en la Matuna, una isla rodeada de lagunas cenagosas, a varias leguas de Cartagena. Pero no contento con este lugar, centro de sus operaciones, eligió y fundó el palenque de Matuderé, en los Montes de María, desde donde podía atisbar a distancia el movimiento de extraños. A un lado del camino que conducía a Tolú, paso obligado de caravanas de prisioneros africanos, atrincheró otro palenque para ataques y cultivos, cuyo nombre original no ha sobrevivido (¿Betancí?), sino el de San Basilio, correspondiente a una estribación de la Sierra María, dado un siglo después por Fray Antonio Cassiani, obispo de Cartagena, en 1713. Desde entonces, el palenque persistió allí con los siglos, bajo las condiciones pactadas: “que no habite ningún blanco, a excepción del misionero, y tener gobierno propio al mando de un capitán”. Una tercera condición jamás se cumpliría: rechazar a nuevos africanos prófugos de la esclavitud. X

Benkos, cauteloso, elegía siempre los lugares boscosos, y procuró poblarlos con nuevos evadidos y liberados, en sus asaltos a las haciendas y atrevidas incursiones a los extramuros de la ciudad. Entre los refugiados figuraban indígenas que voluntariamente buscaban amparo en los palenques, huyendo de los captores españoles necesitados de siervos para sus tierras. Un africano costaba mucho dinero, mientras que el aborigen era presa gratuita. Pero no todo era idílico en los palenques, como lo revela una leyenda o historia de amor, entre el capitán español Alonso del Campo y la hija del Rey: “Cuenta la tradición que allí encontró a la princesa Orika, hija de Biho con quien había sostenido relaciones amorosas en Cartagena cuando su madre, la Reina Wiwa y el Príncipe Sando, su hermano, habían sido esclavos del Capitán Alonso del Campo. El encuentro vivificó las viejas relaciones, la Reina Wiwa y la princesa Orika visitaban y cuidaban solicitamente al herido. Una noche la princesa Orika se le presenta inesperadamente al capitán del Campo y por 198

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su cuenta y riesgo le facilitó cuidadosamente la fuga, pero un tiro de arcabuz tronchó la vida del fugitivo cuando se había alejado de la población...” (Escalante) ( ).

La sentencia del rey fue extrema: la hija fue decapitada por sus propias manos. La “decapitación”, a golpe de espada o machete, era práctica cotidiana en las guerras y asaltos cimarrones contra los españoles. X

Los aborígenes, en un principio complacientes y protectores de cimarrones, debieron resistirles y perseguirlos, dando apoyo a las milicias reales y cuadrillas de amos para recapturarlos. El correr de los tiempos, adueñados los africanos de las tierras, expulsaban de sus territorios a sus legítimos dueños, arrebatándoles sus mujeres. Con el creciente número de evadidos, la mujer indígena fue presa codiciada y objeto de continuos enfrentamientos. Las capturadas por voluntad o fuerza aumentaron la población de zambos en los palenques. No obstante, fue la guerra contra la esclavitud de unos y otros lo que atenaceaba las luchas cimarronas. Contienda a muerte contra las autoridades reales, hacendados y amos citadinos. Pero también dirigida contra los sumisos mestizos, mulatos, zambos y algunos afro-criollos. Estos últimos, ladinos de crianza y bautizados, miraban a los recién venidos africanos, desnudos y argollados, con el mismo desprecio de sus esclavizadores. Desde luego que no era una actitud general, sino de los sumisos y abyectos. Por el contrario, estos hermanos, recién capturados en Africa, constituían la mejor levadura para las luchas contra la esclavitud. CAPTURA Y MUERTE DEL REY BENKOS

Parte de la leyenda y fama del imbatible Rey Benkos, se debía a que las muchas avanzadas contra él y los palenques siempre fueron infructuosas. Se le consideraba protegido de sus brujos, los babalaos africanos, quienes lo tornaban invisible a la luz del sol sin que sus 199

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enemigos pudieran capturarlo. Que poseía el don de la clarividencia para otear a distancia el tiempo, las personas, cosas y hechos. Igualmente se le tenía por inmune a las balas, lanzas y espadas. Las capitulaciones por las cuales se le concedió la libertad y preservar su mando como capitán o regidor del palenque de Matuna, aumentaron su prestigio y autoridad ante los cimarrones y amos españoles. Desde entonces, por halagarlo y mantenerse a salvo de sus asaltos que no dejó de ejecutar, los hacendados, de tiempo en tiempo le obsequiaban reses, marranos, vestidos para él y su consorte preferida, la que también ostentaba el título de “Reina”. La entente de paz se prolongó hasta principios de 1621, casi dos décadas, cuando la guardia nocturna, a la entrada de la ciudad, lo aprehende en una confusa reyerta. Nunca se esclarecieron los hechos ocurridos en esta infausta noche. La versión propalada por la milicia, cuenta que al impedírsele la entrada, enfurecido, atacó, sólo, con su lanza, a la guardia, pues los miembros de su custodia lo habían abandonado. ¡Inexplicable actitud de sus valientes y belicosos guerreros minas que siempre lo acompañaban! Conozcamos este otro documento de indudable mérito para la historia nacional, por cuanto en él se describen los hechos que rodearon la captura y ejecución del Rey Benkos. Para la fecha, el nuevo Gobernador de Cartagena era García Girón, quien el 28 de marzo de 1621, escribe al Rey: “Señor. Cuando llegue a governar esta provincia una de las cosas que allé más dignas de rremediar fue un alzamiento que abía abido en esta ciudad de unos negros cuyo caudillo y capitán fue un negro llamado Domingo Bioo, negro tan belicoso y baliente que con sus embustes y encantos se llevaba tras de sí a todas las naciones de Guinea que abía en esta ciudad y provincia hizo tanto daño tantas muertes y alboroto que hizo gastar a esta ciudad más de ducientos mill ducados y sin poder castigarle ni a él ni a los negros alzados que traya consigo se tomó con él un medio muy desigual y se le consintió que biniese a poblar a veinte leguas de aquí con todos sus soldados los quales todos hizieron y fundaron un pueblo y a dos alcandes de la hermandad que acaso fueron por allí a correr la tierra los desarmó diziendo que en su jurisdición no abían de entrar gente armada/ porque él era Rey de Matuna/ y llegó a tanto 200

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su atrevimiento que se yntitulaba con este apellido y si acaso benía a esta ciudad era con gente armada/ finalmente todos los negros de esta provincia y ciudad pasan de veinte mill le tenían tanto miedo y rrespeto y el hera tan belicoso y atrevido que cada día se temía algún alzamiento y todos los vezinos desta ciudad que son artos que tenían estancias cerca del pueblo de este negro le reconocían y rregalaban/ finalmente este Domingo Bioo hera recetáculo de todos los urtos y fuga de los negros de esta ciudad por lo qual toda ella me pedía el rremedio/ Sucedio que una noche cerró con la guardia del Predio de esta ciudad el dicho Domingo Bioo tirándoles muchos botes de lanza y sus compañeros lo desampararon porque no quisieron atrabesarse con la guardia/ y assi le prendieron y me le traxeron a las diez de la noche– yo le fui poco a poco fulminando su proceso y allándole muchas culpas y muertes y que toda esta ciudad clamaba que le aorcase, pero yo fui tomando el pulso a este caso por los inconbenientes que podían resultar, alle los ánimos de sus compañeros tan reducidos a obediencia que me pareció que el dicho Domingo Bioo muriese por justicia y assi le aorcaron a los diez y seis de marzo con lo qual han quedado todos los negros muy quietos y pacíficos y de modo que los demás del pueblo de estos negros que los llaman mogollones los tengo reducidos y me an dado palabra de benirse a poblar una legua de esta ciudad y les he embiado dos bezes al campo en busca de muchos cimarrones que ay de negros/ en ste caso me he balido de algunas mañas y trazas para el buen suceso/ Doy quenta a V.M. por parecer que se ha echo servicio y bien a esta ciudad que a estado con arto miedo de este negro. Guarde N.S. la C. y R. Persona de V.M. como puede y la chistianidad a menester, etc.”

La noticia de su apresamiento causó regocijo y descanso al Gobernador, a los miembros del Cabildo, y no poca codicia a los inquisidores que lo deseaban procesar por brujo. Y lo más sorprendente: los esclavizados, libres, criollos y africanos recién llegados, lejos de mostrar pesadumbre o protesta, se sumieron en el mayor letargo, incrédulos de lo que oían y veían. Evidentemente, el terrible ahorcamiento tuvo más ribetes de opereta que de ejecución. Sin fórmula de juicio ni Auto de Fe, el 16 de marzo de 1621, carente de su espada, uniforme y corona real, atado al rollo, la columna de ajusticiamiento, fue ahorcado el precursor e instigador de la Guerra General de los Palenques, partera de la Independencia.

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l apresamiento y ejecución del Rey Benkos sembró la desesperanza en los palenques. Sin embargo, tanto en los cimarrones como entre las autoridades y amos, rondaba su sombra amenazante. A sus súbditos, sin brújula, les quedó la oportunidad de reagruparse en el nuevo sitio señalado por el Gobernador Gerónimo de Suazo y Cassasola (¿Tabacales?), a dos leguas de Cartagena. Como siempre, la historia oficial no ha dejado rastros de su ubicación exacta, una manera de erradicarlo de la memoria y de la historia: sin territorio demarcado era mucho más fácil destruírlo. Se olvidaron que la leyenda y el mito, sin geografía espacial y temporal, perpetúan los hechos en la mente de los pueblos en progresiones inconmensurables: la grandeza, rebeldía y permanencia del Rey Benkos comenzó precisamente con su ahorcamiento. Desde su inicio, el nuevo palenque suscitó malquerencias y rechazos de amos de la ciudad y dueños de haciendas en el campo. La sola presencia de los cimarrones amnistiados por las calles de la ciudad les producía desasosiego. Muy temidos eran los “zapacos”, término despectivo dado a los cimarrones que merodeaban las haciendas, caminos y poblados dedicados al robo de provisiones para los palenques. Los más atrevidos se introducían al recinto amurallado donde la servidumbre los refugiaba en las casas de sus propios amos. Por la noche hurtaban armas de fuego, espadas, machete, ropa y herramientas de trabajo para fortalecer la resistencia de los evadidos. Pero lo que más atemorizaba a los esclavistas era su permanente incitación a los africanos recién llegados para que huyeran de las extenuantes canteras y construcciones de murallas hacia los palenques, pese a que esto estaba expresamente prohibido en la amnistía convenida con el Rey Benkos.

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Hoy no sería correcto estigmatizar los zapacos, de maleantes y ladrones, cuando fueron legítimos rebeldes en una sociedad esclavizadora. El propio Gobernador Suazo y Cassasola, supo que con el ahorcamiento de su “Rey” apenas aplastaba la cabeza de la serpiente, pero que sobreviviría la cola cascabelera de los múltiples palenques diseminados en su Provincia. Por casi una centuria (1605-1693), el armisticio refrendado por Felipe II, daría cuerda floja para memoriales de gobernadores, reclamos de hacendados, súplica de cimarrones, pastorales de obispos, demandas de ediles y asaltos armados sobre todos los palenques de las Provincias de Cartagena, Antioquia, Mompox, Santa Marta y Panamá. La “Guerra de los Palenques”, como oficialmente la llamaba el Rey y los gobernadores, no era cuestión de poca monta, porque en ella se corría la suerte del Imperio Español enfrentado a las potencias rivales (Francia e Inglaterra), y a la piratería por ellas financiada. Ante riesgos tan graves, Carlos II (1660), el nuevo Soberano, debió abolir tales libertades a los cimarrones (Cédula Real de 3 de mayo de 1688), para más tarde echar marcha atrás con Cédula Real del 23 de agosto de 1691, enviada al licenciado Don Balthasar de la Fuente y Robredo, capellán de Turbaco. Esta jurisdicción comprendía un vasto territorio próximo a Cartagena, donde se encontraban cuatro partidas de cimarrones: además de Tabacales (Turbaco), el de Mahates; Matuderé, en la Sierra María, y Betancur en la de San Basilio. A la sazón era Gobernador de Cartagena, el sargento General de Batalla, don Martín de Cevallos y la Zerda. Para resaltar el revuelo que produjo la Cédula de Perdón de 1691, reproducimos las recomendaciones que el cura Balthasar previamente había hecho al Rey, tras haber convenido los términos con Domingo Criollo, jefe de los alzados del Palenque de Matuderé. El soberano Español no sólo acogía las sugerencias del presbítero, sino que lo nombraba Tesorero de la Iglesia Catedral de Cartagena, invistiéndolo así de poderes reales para adelantar la misión pacificadora frente a los fugitivos: 204

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“A pocos días después, me bolbió a buscar el dicho Negro Governador, y me dixo se llamaba Domingo Criollo, abitava en aquellos montes, y tenía a su obediencia más de seiscientos hombres a quienes governava, quatro Capitanes, cada uno de su nación; y que él con los Criollos del Monte darían la obediencia al Governador de Cartagena, y que los harían lo mismo si se les dava libertad. Pidiéndome que yo lo propusiese, y aviéndolo hecho por Diziembre del dicho año, a Don Rafael Capsi, (Rafael Capsir y Sanz) que entonces lo era, me respondió venciese con dichos Negros, que se había de baxar de la Sierra donde estavan. Avisé al dicho Domingo Criollo, que luego baxó acompañado de sus Capitanes, y otros muchos, con diferentes armas, escopetas, flechas y lanzas; y después de largas conferencias, capitularon conmigo en la forma siguiente:

Que el Governador, en nombre de su magestad, avia de dar libertar a todos los Negros y Negras, que de su voluntad diesen la obediencia y á todos sus hijos y descendientes. Que se les fijase Territorio donde poblarse, con tierras suficientes para labrar. Que en dicha población se les pusiese un Cura, y un Justicia Mayor, Españoles. Que se obligarían á cojer todos los Negros de la Provincia que se huyesen en adelante, y entregar a los que no obedeciesen estas proposiciones. Que estarían prontos á obedecer todas las órdenes que se les diese por dicho Governador. Que havían de nombrar a dos Alcaldes todos los años, y un Procurador. Que por las tierras que poblasen, y cultivasen, pagarían lo mismo que se usa en la Provincia, y los demás tributos que paga la gente libre, para mantener dicho Cura y Justicia. Que para mayor seguridad de lo que propone daría un hijo en reenes...”. “...Advirtiéndome, que en la de Santa Marta, y Panamá avia otras Poblaciones mayores que la suya, con las quales se comunicavan (aunque raras vezes) y que con este exemplar darían la obediencia á su Magestad; y que unos, y otros, (governados de Españoles) podrían conquistar la mayor parte de la Provincia de Santa Marta, Ríos del Sinú, Cauca y Andariel, (sic), y poner franco y tratable el camino antiguo de Cartagena á Panamá, por ser circunvezinos á sus Poblaciones...”. 205

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“...Estas capitulaciones pasé yo mismo á participarselas al dicho Governador, y me respondió que lo concediera, pero que era preciso dar cuenta á su Magestad antes de executarlo.” (Arrázola). DOMINGO CRIOLLO, NUEVO REY DEL PALENQUE DE MATUDERÉ

En peor momento no pudo llegar la Cédula de Carlos II, ordenando las nuevas capitulaciones, que no eran otra cosa que la reducción pacífica de los palenques en todos los territorios de la Provincia de Cartagena. La alarma y desesperación cundió entre los propietarios de esclavos de toda laya, quienes veían amenazados sus dominios, que consideraban a salvo de injerencias del Rey. Aún recordaban, no sin alevosía, la insurrección de Lope de Aguirre en Venezuela. Así pues, se dieron prisa en ocultar la Cédula para que no se propalara la noticia entre los palenques y en pedir súplica al Rey para que fuese anulada. La Corona, sin embargo, enfrentaba serias amenazas de Francia e Inglaterra, y necesitaba la paz con los cimarrones para asegurar la economía de subsistencia en las colonias, prever bloqueos de piratas y terminar de amurallar a Cartagena de Indias, convertida en llave estratégica de sus dominios en América. La Cédula concediendo armisticios y libertad a los alzados que se sometieran, muy pronto fue conocida por los cimarrones, quienes la miraron con recelo, considerándola una trampa de los amos para rescatar a sus esclavos. Entre los más desconfiados figuraban los fugitivos de las castas o naciones –mina, arará, bambara, carabalí, etc.– por sentirse aún africanos y extraños en los dominios del Rey de España. Muchos de ellos, como lo fuera el Rey Benkos, eran virtuales guerreros que disponían de armas de fuego y espada, arrebatadas a españoles en sus asaltos; por robo de los zapacos o en el comercio clandestino con los piratas. Esta versión de alianzas y estrategias de cimarrones y piratas proliferaba en la población y entre las mismas autoridades.

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MISIONEROS Y PALENQUES

Religiosos pacificadores figuraban de tiempo atrás, bien vistos en los palenques, donde celebraban misas y bautizos, aunque tal vez no confesiones. Los africanos tenían sus propios “santos” a quiénes revelarles sus acciones liberadoras, jamás consideradas “pecados”. Desde los primeros predicadores, Alonso de Sandoval y San Pedro Claver, el tema de los bautizos y confesiones a los etíopes despertó serias sospechas en la Iglesia, por cuanto dudaba de su sinceridad al abjurar de sus creencias ancestrales. Sin embargo, la catequesis en los palenques abrió un nuevo campo de experimentación en sus prácticas y relaciones interculturales. Los cimarrones recibían con agrado a los misioneros, porque el centro de su cohesión y lucha giraba en torno al culto de los Ancestros Protectores (lumbalú), el cual no entraba en conflicto con las Deidades Supremas de sus múltiples culturas, ni con el Dios de los Cristianos o de los amerindios. Podría afirmarse que en los palenques y rochelas se practicaba una verdadera libertad de culto, como lo testimonian los relatos de algunos misioneros. Transcribimos el concepto del padre Balthasar de la Fuente: “Con la noticia de que yo andava en este exercicio, los Negros de esta Población (Matuderé) se determinaron a buscarme, y dentro de dos meses llegaron a mi casa más de cincuenta de ellos, y cercandome en ella se entraron cinco en mi quarto, diziendome el uno de ellos, me asegurase que él governava aquella gente, y otros muchos, que solo me buscava para que los conociese, y administrase los Sacramentos que me pidiese, como Cura de aquel Territorio: ofrecí hacerlo, y me encargaron no bolviese a reconocer sus poblaciones que ellos me buscarían. Hizieronlo muchas vezes, llevandome á una de ellas, donde bautizé muchos párbulos, adultos, y me hallé a diferentes matrimonios, que se celebraron en mi presencia; y en el discurso de estas ocasiones rocuré hazerles algunas pláticas espirituales, y ver si los podía reducir a la obediencia de su Magestad; y reconocí en ellos algunas idolatrías y supersticiones.”

Pero hasta estos apartados parajes llegó la pugna de los intereses de la Corona, la Iglesia y la esclavitud, disputándose la posesión de los cuerpos y las almas: intento de recaptura de los fugitivos con 207

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patrullas del Gobernador, pagadas por los esclavistas; frecuentes visitas de predicadores, algunos de los cuales protegían a los fugitivos con patrullas del Gobernador, pagadas por los esclavistas. Entre tales bandos encontrados, los cimarrones desconfiaban de unos y otros, ya defendiéndose con las armas o amparándose a la sombra de la Cruz. Sin embargo, no todos los misioneros despertaban su confianza, por algunas preguntas que les hacían en sus confesiones: “¿cuántos eran?”, “¿quiénes mandaban?” y “¿qué armas poseían?”. Para impedir las infidencias que facilitaran el ataque de las milicias, el “rey” prohibía la entrada de aquellos confesores sospechosos e inclusive asaltaban sus parroquias. Por lo que puede concluirse: a la “libertad de culto” se sumaba la guerra contra los infidentes. En la época de los sucesos que relatamos, los predicadores que gozaban de mayor confianza eran los padres Miguel de Toro, de la parroquia de Tenerife, y Fernando Zapata, jesuíta de Cartagena. Ambos recelaron del padre Balthasar de la Fuente, cura de Turbaco, quien se le atravesó con su improvisada visita al Palenque de Matuderé, origen de la famosa Cédula del Perdón. Así vemos que el padre de Tenerife solicita por escrito al de Cartagena que “averiguase con Domingo Criollo y demás capitanes de Matuderé, cuáles eclesiásticos les asistían y bauptziban y si conocían el Licenciado Don Balthasar de la Fuente”. En cumplimiento de tal cometido, Zapata expresa en su información que “no le conocían... ni habían hecho con él ningunas capitulaciones, ni pedimiento alguno de libertad”. ¡Espionaje de los curas y mentirillas de los cimarrones para encubrir al párroco que les hablaba de la generosidad del Rey y no de la de Dios! El nuevo redentor, mostrando en alto la Cédula de la Libertad, ufano y victorioso, confeccionó una bandera o estandarte con las Armas de la Corona en un lado, y en el reverso las de la Santa y General Inquisición. Con ella se proponía pregonar a los esclavos que cuantos le siguieran serían libres traspasada la puerta de la ciudad. Con alarma y miedo, los amos y capitulares, en repetidos cabildos pidieron al Gobernador que impidiera la marcha del sacerdote, lo que acogió sin mayor demora, pues ya, él, en franca y taimada desobediencia 208

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al Rey, había decidido por sí propio la debelación del Palenque de Matuderé y recapturar a todos los sobrevivientes. Los zapacos, testigos ocultos de cuanto acontecía, mantuvieron informado a su “rey”, quien, a la vez, dispuesto a defender a Matuderé, su principal fortaleza, desplegó la estrategia del inolvidable Benkos: atacar y resistir en distintos frentes. Por seguro damos que ya se comunicaba con los jefes de los diferentes palenques a lo largo del territorio, hasta Panamá, como lo había prometido en su entrevista al padre Balthasar. Ante las amenazadoras noticias que a diario le llevaban sus espías, respondió con asaltos a las haciendas y poblaciones a su alcance en pos de armas y provisiones. La lectura de los documentos, aún cuando hablen de atrocidades y crímenes, así lo confirman: “Las malas noticias de tierradentro, llueven. Juan Correa informa al Gobernador que “los negros zimarrones el día anterior (12 de Abril) havían entrado en el sitio nombrado el Bijagual... y robaron todo quanto allaron llebandose tres mujeres con siete hijos, dando de machetazos al marido de una...” Ya el 5, había recibido el atribulado Gobernador dos cartas contextes en que se le decía “los negros zimarrones andaban entrando en los sitios robandolos y llebandose las mujeres, gozandolas a vista de sus padres y que benia una esquadra de negros a esta costa con animo de llebarse consigo todos los negros que pudiesen de las haziendas.” “El día 4 mismo (Abril), informa el Gobernador que el Sargento Mayor de la Plaza, don Alonso Cortés le dió cuenta que “en dos de dicho mes como a las siete de la mañana havía ydo un cavallero de esta ziudad a su cassa y le havía dicho como la noche pasada le havía llamado un religiosso grave... y le havía dicho de Per signum cruzis como sabia de un Penitente... que estava para subzeder un gran travajo en esta ziudad y que solo podia atajarlo llamando la Real Armada de Barlovento que a la sazón se allaba en la ziudad de Puertobelo...” ( ) MATUDERÉ, “PALENQUE DE LOS MINAS”

La mayor zozobra para los Gobernadores y esclavistas de Cartagena y Provincias circunvecinas (Antioquia, Mompox, Santa Marta y Panamá), era el Palenque de Matuderé, en la Sierra de María, fortalecido a lo largo de más de tres cuartos de siglo, después de la toma del Palenque de la Matuna (1605) y posterior ejecución del Rey Benkos (1621). 209

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Ante la disyuntiva de ejecutar o desobedecer la nueva Cédula Real (1691), la actitud de los amos, compartida por los miembros del Cabildo, era “acatarla pero no cumplirla”. El Gobernador, partidario de la debelación a mano armada, jugó la doble carta de enviar su propio mensajero, el padre Fernando Zapata, para iniciar conversaciones de paz con el jefe Domingo Criollo, y, simultáneamente, emprender la guerra contra él. El ofrecimiento del gobernante desconocía los acuerdos del Rey con el párroco Balthasar, pues prometía solamente la libertad a los esclavos nacidos en los palenques “criollos”, negándosela a sus padres africanos y demás evadidos. A tal propuesta, el “rey” Domingo y sus capitanes opusieron su airado rechazo, al desconocerse el principal punto de acuerdo con el padre Balthasar: “... Que el Gobernador, en nombre de su Majestad, avía de dar libertad a todos los negros y negras que de su voluntad diecen la obediencia a todos sus hijos de descendientes”. El oficioso clérigo cuenta en su informe al Gobernador: “... mientras los “criollos” mostraban un natural muy doméstico sinsero y apacible, los “minas” opusieron algunas magsimas (máximas) y falta de confianza y tenazidad a entregarse... y que al principio se abían negado a la manifestazion (revelar el número) de su jente nombre y dueños creyendo (creando) malizia...”

No se trataba solo de “malicia”, pues también el misionero alcanzó a contar entre ellos “cuarenta y ocho armas de fuego... y treinta y tantas de provecho porque los criollos solo usan flechas y lanzas”. Tanta era la influencia que ejercían los minas en Matuderé que, en algunos documentos de la época, a esta Partida de cimarrones se le llamaba “Palenque de los Minas”. Su fama de guerreros corría pareja con su apreciado concepto de libertad, razón esencial de su lucha. El diputado del Cabildo de Cartagena, capitán Don Bartolomé Narbáez, no tiene reparo en comunicarlo al Gobernador: “... de que los negros del Palenque (Matuderé) se querían sujetar boluntariamente allaba experienzia real de lo contrario... y más cuando la mayor parte de los esclavos se componía de negros Minas que por su natural ynclinación son maliciosos y Barbaros así contra sus mismas Bidas, pues a cada paso se las quitan ellos mismos por no sujectarse a servidumbre...” ( ). 210

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EL ASALTO

Sigamos el tic-tac de la historia, día a día, hora a hora, segundo a segundo, registrando el primer capítulo de la Independencia de la Nueva Granada, precursora del Alzamiento de los Comuneros (1781). AÑO 1693

23 de abril. En la mañana, después del Tedeum, al resonar de las campanas, clarines y redoblantes, el Gobernador y Capitán General de Batalla de la Provincia de Cartagena de Indias, don Martín Cevallos y de la Zerda, inició públicamente el desconocimiento de la Cédula, firmada con puño de su Majestad, el Rey Carlos II, por la cual concedía perdón y libertad a los esclavos huídos y alzados del Palenque de Matuderé, y, en general, de la Provincia de Cartagena, que se acogieran a ella. Por alguna rendija de su ventana, en la Catedral, el bueno y entristecido Don Balthasar de la Fuente, arrugaba entre sus manos la Cédula Real que nunca pudo entregar al Capitán del Palenque de Matuderé. Y también, mucho más llorosos, desde los portalones, casamatas y murallas, los esclavos descalzos y encadenados, contemplarían alejarse la esperanza de libertad. Desde los balcones, los capitulares y ediles agitaban pañuelos; los amos aplaudían alborozados y las matronas rogaban bendiciones al Altísimo. El Gobernador, a caballo y reluciente el uniforme, presidía la marcha, seguido de Don Diego Beltrán, capitán de la Compañía del Presidio y la Infantería, y del escribano, Don Juan Sánchez de Mora. Por último, desfilaron la Caballería, la tropa y soldados mercenarios. Todo pagado por los esclavistas, sin sacar un doblón de las Arcas del Rey. En tan insólito acontecimiento no faltó la aglomeración y cortejo de los vecinos y la chusma de ociosos, limosneros y perros. Ya al salir por la Puerta de la Media Luna, recibieron el mando de la ciudad por el encargado del Gobierno Superior de las Armas, Don Alonso Cortés, y, de Política, el Teniente General, Don Pedro Martínez de Montoya. 211

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El jubiloso repicar de las campanas de la iglesia de la Santísima Trinidad y las salvas de artillería, desearon buen augurio a los legionarios. 26 de abril. Después de pasar por la villa de Turbaco y tras breve escaramuza con una sorprendida cuadrilla de cimarrones de Tabacales, atenido a su ley del “halago y el garrote”, el Gobernador despacha a tres “negros” que el padre Fernando Zapata había traído del Palenque de Matuderé, con el nombramiento o título de Capitán al jefe Domingo Criollo y de segundo en el mando a su sobrino Tomás Criollo. 27 de abril. Llegan noticias al Gobernador de que el Capitán Don Juan Gabriel y el Alférez Juan Lendeta, al frente de doscientos hombres, se hallaban en el Partido de Tierradentro, en el sitio de Tocajana. Enterado de tan buena nueva, ordena al Capitán Juan de la Rada, a quien nombra su Sargento Mayor de Compañía, ataque por distintas partes al Palenque de Matuderé y simultáneamente al Palenque de Betancur (¿San Basilio?), objetivos principales de la campaña. Dadas por cumplidas sus órdenes, instruye pormenorizadamente que se hiciera una lista de “negros” capturados tras recorrer los campos, “recortando” las cabezas a los muertos, advirtiendo a la “gente” (tropa) se daría por “cada bibo cuarenta pesos y por cada cabeza cuatro”. Así mismo, advierte que los soldados no se embarazasen en el saqueo después del avance, sino que de hecho se persiguiera a los “negros”. El Gobernador no ostentaba simbólicamente sus títulos de “capitán” y “general”, como lo demuestran sus órdenes mediante los memoriales escritos que envía a sus lugartenientes: gracias a ello contamos hoy con los datos, día a día, de las acciones realizadas en la toma del Palenque de Matuderé y posteriores acontecimientos. 28 de abril. Horas antes de la llegada a la villa de Timiriguaco, le había antecedido el capitán Don Francisco Llerena, alcalde de la Villa de Tenerife, quien se dirigía a Cartagena con catorce “indios pintados”, como nombraban a los mercenarios camuflados de indígena. Astuto, el superior cambió varios miembros de su guardia personal por los soldados del alcalde, reforzando así su tropa. Ocasión de perlas que aprovechó para enviar albricias a los cartageneros.

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Sin dejar hilos sueltos, en la fecha escribe al Gobernador de Santa Marta sobre lo acontecido con los “indios pintados”, solicitándole en el “Real Nombre”, previniese a los demás que pudieran salir de sus pueblos a sumarse a su expedición. 29 de abril. Los hechos se precipitaban con magros y gordos resultados: el Capitán General recibe carta del Partido de Tierradentro de su lugarteniente Don Juan Lozano, sobre el asalto a “sangre y fuego” de los “negros” cimarrones al pueblo de Piojó, “matando mucha gente y llevándose las mujeres...”. En la misma fecha, noticias de Cartagena sobre la muerte del Capitán Don Juan de Artajona en una emboscada de cimarrones, cuando le había prohibido abandonar la ciudad, previendo un posible alzamiento de esclavos domésticos. Atendiendo todos los frentes, seguidamente en “Auto de Campaña”, manda al capitán Juan Gabriel que se incorpore con sus cien hombres al Capitán Juan de la Rada para que “ambos dos”, hicieren la entrada que estaba prevista. 1 y 2 de mayo. Al iniciarse el nuevo mes se ejecutan las órdenes y, al día siguiente, recibe parte del capitán de la Rada del avance sobre el Palenque de Matuderé, “matando a cinco de los alzados en armas, cuyas cabezas le remito... restando pegar fuego al pueblo y seguir los rastros de los “negros”...” Sin mayor dilate el Gobernador envía las cabezas degolladas a Cartagena, las que son recibidas con aplausos por los amedrentados amos, “descubriéndose el Santísimo Sacramento y cantándose Tedeum Laudamus”. En los siguientes días de la toma y quema, palenque ardiendo, el capitán General imparte consignas enérgicas para que se siga el rastro de los que huían. En su “memorial”, luego de hacer mención de los “negros, negras y chusma” capturados, afirma que faltaban muy pocos por “coger o matar... pero, en atención a que entraban las aguas, cesaron las ostilidades”... con que queda la gente apoderada del Palenque y de algunos Negros prisioneros y diez y nuebe mugeres blancas, solteras y casadas que tenían robadas los Negros...”

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Informa también de la captura en “El Palenque conquistado de una “negra” con nombre de Reina o Virreina por ser mujer del Capitán Domingo Padilla con tres hijos... fundadores del Palenque y cabeza de aquella infernal tropa...”, la que hace retratar “aunque el pintor la favoreció presentándola más aseada”. En medio de los sangrientos episodios, al Capitán exterminador no le faltaba ironía para burlarse de sus víctimas. 9 de Mayo. Al caer la tarde, a marcha retrasada para dar margen a que se agrupasen las partidas de “negros” cogidos en las redadas, el Gobernador llega a la estancia del Capitán Don Juan Molina, en las vecindades de Cartagena. La hacienda, convertida en campo de concentración, presenta un cuadro aterrador: los prisioneros atraillados de gargantas y muñecas, a semejanza de las peores prácticas de los cazadores africanos, se hacinan unos contra otros, mientras el olor pútrido de las cabezas cortadas inunda la noche. ¿Cimarrones capturados en los palenques de Matuderé, Mahates, Tabacales y Betancur? EL DÍA EXECRABLE

10 de mayo. Los maitines de la catedral sonaban como dobles de difunto. Las beatas atemorizadas rezaban en los sótanos y bodegas, como en tiempos de asaltos piratas. Nadie se atrevió a salir a la estampida, buscando refugio en las poblaciones alejadas del puerto. Por vez primera el enemigo no amenazaba por el mar, escondido en las propias cocinas y patios de las mansiones de los amos. No podían hacerse los sordos porque los rumores eran difundidos por autoridades y clérigos: “¡Los esclavos se alzarán esta noche para rescatar al Rey Domingo, prisionero de las milicias del Gobernador!” Era sabido que éste había llegado “como a las ocho o nueve de la mañana” al tejar de Doña María Baca, en las afueras de la ciudad. El correo de las brujas se retrasaba al veloz de los arrieros que garabateaban incesantemente sus burros. En dicho tejar, el escribano redacta el “Auto de Vista” que parsimoniosamente dicta el Gobernador: 214

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“... un negro brujo nombrado Paulo era uno de los primeros pobladores del Palenque de Matuderé, de mal natural e inclinación... quien ayudaba a insistir que se ejecutaren las ostilidades para que sirviesen de gran ejemplo.”

Caído el sol, a la entrada de la ciudad, el Gobernador ordena que se pasase por las armas al “brujo Paulo”, y fuese atado a la cola de una mula, arrastrándolo... y al mismo tiempo se le fuera dando doscientos azotes a otro “negro” nombrado Antonio Nolu, que mantenía estrecha comunicación con los palenques. ¡Nombres que no deben seguir ignorados porque corresponden a los primeros mártires de la insurrección e independencia de la patria! Todo presupone que las ejecuciones y azotes de los prisioneros eran parte de la fanfarria militar conque debía celebrarse la ejecución del “rey” Domingo. No fue nada casual, pues, que a tiempo de entrar el flamante Capitán General al frente de su tropa victoriosa por la Puerta de la Media Luna, le fuese traído el prisionero encadenado de pies a cabeza, a quien luego de tomarle declaración en la que dijo ser Domingo Padilla, fundador y “rey” del Palenque de Matuderé, sin más fórmula de juicio, por vía de buen gobierno, ordenó “pasarle por armas” por no haber verdugo diestro para poderle ahorcar... y que después fuese colgado de la horca donde estuviese dos horas... y al cabo de ellas se le hiciere “cuartos” y se pusiesen en distintos caminos, llevándose antes por calles acostumbradas...” Nada informa el tan detallista General de la reacción de los esclavizados, africanos y criollos nacidos en la ciudad, hijos de matrimonios cristianos y bautizados en la Santa Fe Católica, a quienes iban dirigidos los atroces castigos, amedrentándolos a nombre del Rey. ¡Infausto magnicidio que perpetuó la política esclavista de la Corona de España en América por dos siglos y medio más! ACLARACIONES OBLIGANTES

En este contexto sobre la historia afrocolombiana a lo largo de siglos, donde muchos vacíos han tenido que ser enriquecidos con la tradición oral y el mito, es necesario, en lo que concierne a 215

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hechos trascendentales, recurrir una vez más a los documentos para fundamentar los irrebatibles juicios del historiador Roberto Arrázola, cuando denunció la traición de los gobernadores de la Provincia de Cartagena al incumplir el mandato de las repetidas Cédulas Reales, en las que se concedía la libertad a los cimarrones como la más apropiada política de sanear la sociedad esclavista. Y, desde luego, su reiterada afirmación de que tal desacato cambió la política de España en América, debido a la irrenunciable lucha de los cimarrones por su libertad. De igual manera resaltamos que el Gobernador Cevallos y de la Zerda hubiese consignado el nombre y apellido del fundador del Palenque de Matuderé, capitán Domingo Padilla, ya que en otros documentos generalmente es mencionado como Domingo Criollo. Hecho trascendente que nos permite colegir, por el nombre y apellido castellanos, su presumible nacimiento en América, confirmado también por el apelativo de “Criollo”, sólo dado a los hijos de la tierra. Así las cosas, queda claro que el segundo “Rey” de los rebeldes cimarrones había nacido en la Provincia de Cartagena, a diferencia del primero, el “Rey” Benkos Biojo o Bioho, de indudable prosapia africana. ¡Descendencia y tradición que proclamamos con orgullo! No obstante, es preciso aclarar que no siempre cuanto escribe el Gobernador al Rey responde a la realidad, enredándose en contradicciones acomodaticias para encubrir o resaltar sus verdaderos actos. Es lo que ocurre en su carta al Rey con fecha 10 de mayo de 1693, “MEMORIAL” ajustado a los autos obrados sobre la reducción que hizo del Palenque de Matuderé, texto en el cual se basó el historiador Arrázola para descubrir paso a paso lo ejecutado en esa acción. Pues bien, allí describe el Gobernador, como lo hemos visto, el “fusilamiento”, colgada en la horca y descuartizamiento del reo Domingo Padilla, capitán del Palenque de Matuderé. Sin embargo, en otra memoria dirigida al Rey el 28 de mayo, al referirse a tan significativo magnicidio, no menciona al capitán y “rey” ajusticiado:

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“Y el día diez de este mes entró (una patrulla) en esta ciudad trayendo cantidad de Negros prisioneros de los quales hize ahorcar y desquartizar dos, que eran sus caudillos y azotar quatro...”

La omisión se torna más grave por lo inhumano de sus ejecuciones, objeto de denuncias por parte de las autoridades judiciales de la época. Lo más sorprendente es encontrarnos con otra “muerte” del capitán Domingo Criollo, según revela nadie menos que el nuevo Gobernador de Cartagena, Don Sancho Ximeno y Orozco, en carta dirigida al Rey con fecha de junio 20 de 1694, al visitar el Palenque de Matuderé: “... persiguiendo a unos “negros” escondidos, el capitán Antonio Meriño haviendo oydo dos tiros de escopeta ocurrió a ellos y avia hallado muerto, tendido en el suelo al Capitán de dicho Palenque nombrado Domingo Criollo a quien conocía por haverle visto, por cuya razón passe a recivirles sus declaraciones a las negras que havia llevado a dicho Palenque dicho capitán, y por ellas constó que el día 23 de febrero vispera de cenissa, con la noticia que tuvieron los negros de nuestra entrada, pegaron fuego al Palenque, quatro dias havía a un sitio junto a una cienaga a cargo de dicho Capitán Domingo Criollo, con quien yban dichas negras quando le mataron y reconocieron la caveza por mi orden, la qual remití a esta ciudad con la noticia referida, para que se fixasse en una de las partes públicas, asegurando a V.M. que caussa grande Alegría en ver que se havia conseguido el matar la caveza principal de los Palenques que havia sido tan perniciosso, y se justificó que la razón por que el susso dicho no se havia hallado en dicha emboscada, havia sido por ser como hera un negro tan pessado, corpulento y de alguna hedad que no podía retirarse y huir como los demás”. (Arrázola) ( )

El mentiroso Gobernador tendrá que dar explicaciones ante el juicio de la historia. Al paso de los acontecimientos no hubo tregua alguna por parte de los insurrectos y la represión de los Gobernadores. Persistían las autorizaciones reales de respetar la vida y libertad a quienes se acogieran a la clemencia, nunca acatadas por los Gobernadores con intereses esclavistas.

a 217

Te r c e r a p a r t e

M EMORIA Y R ESISTENCIA C U LT U R A L

g

CAPÍTULO PRIMERO:

A

LIANZAS Y

A EN EL

O

A

LZAMIENTOS

FROINDÍGENAS

CCIDENTE

C

OLOMBIANO

MEMORIA DE LOS GENTILICIOS AFRICANOS

N

o puede desmembrarse la historia de las luchas cimarronas, aunque el ámbito de ellas se extienda de las orillas del Atlántico y el archipiélago de San Andrés y Providencia hasta las oceánicas del Pacífico, porque enmarcan todo el continente, desde Norteamérica a las pampas Argentinas. Además, en la Nueva Granada, cimarrones y palenques mantuvieron y muchas veces sincronizaron su estrategia militar con el altisonante lenguaje de los tambores y de las lenguas cimarronas que nunca conocieron las barreras de montañas, ríos y selvas. Así lo cuenta la tradición oral que nos inspiró el “Lumbalú para Despertar al Rey Benkos”. Historia ágrafa que también narró y escribió Rogerio Velásquez. Recogemos sus testimonios dejados en baúles inéditos que no dejan de enriquecernos desde la muerte, las muchas rebeliones antiesclavistas de indígenas y africanos que siempre terminaron con el degollamiento de los alzados. ( ). (“Historia del Chocó”): 1688, se sublevan los africanos mineros de Neguá, de donde heredó Diego Luis Córdoba su vocación emancipadora. 1688, en el mismo año, los indígenas de Lloró se rebelan y proclaman sus propios jefes. 1719, nuevamente, los aborígenes se levantan en el Darién contra los evangelizadores, que les trataban con la misma o mayor insidia que los amos. 1727, hay otro movimiento en la misma región, acaudillado por el africano Luis García, en el cual aparecen mezclados algunos franceses, estimulando la venganza de los nativos.

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1728, se alzan los africanos de Tadó. 1732, los esclavizados del Patía, encabezados por su caudillo Jerónimo, se sublevan contra la autoridad española y se organizan en palenques. 1734, otra vez se revolucionan los indígenas del Darién y saquean a Santa Cruz de Cana. 1754, otro motín indígena en el Darién, entonces dirigido contra corsarios franceses, con la instigación de los británicos. 1758, en el Bajo Atrato, los mismos nativos atacan la vigía de Ríosucio y dan muerte al capitán español. 1782, aborígenes del Caimán, Concepción y Mandinga, “pasan a cuchillo” a 140 hombres del Corregimiento de la Corona. Se mantuvieron alzados hasta 1786, cuando finalmente fueron derrotados, muertos sus animales y arrasados sus cultivos. 1806, ya en vísperas de la revolución de los mestizos criollos, los naturales persisten en sus alzamientos, y violando las capitulaciones de Zipaquirá, convenidas con el Virrey Caballero y Góngora, asaltan e incendian a Pavarandó, en el Darién. 1816, en plena insurrección de los patriotas neogranadinos, tiene lugar la sublevación de los africanos de Saijá. El historiador Velásquez concluye su inventario de rebeliones afroindígenas, con estas palabras: “Así llegó el Chocó al Siglo XI. Para aunar voluntades no habían valido pactos con indígenas, degüellos de extranjeros, levantamientos de africanos. Destacamentos, fuertes, vigías, traslados de pueblos y familias, armas, pólvora y municiones, muertes de españoles, piratas, buques, galeotes y lanchas cañoneras, todo fue inútil. Cimarrones perseguidos; ingleses, franceses y holandeses continuaban perturbando el avance del comercio y la tranquilidad de las aldeas; soldados devorados por el clima, las fatigas y las necesidades; iglesias taladas e incendiadas y sacerdotes sacrificados en uno y otro mar; gastos ingentes en el Darién y empresas mineras en bancarrota, regidas por leyes y circunstancias que no operaban sobre el fundo sino en beneficio de la Real Hacienda, era el cuadro. Por encima de todo, se hallaban los señores dedicados a enriquecerse, ignorando el alcance de las artimañas de Pitt, la ambición de Bonaparte, el descontento de los mercaderes de Europa, la circulación de panfletos, la declaración de Filadelfia, la noticia de la revolución francesa”. ( ). 222

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El holocausto de opresiones y rebeldías de los africanos en Colombia, no terminó con el triunfo de las luchas de independencia. Declarados esclavos, debieron proseguir sus insurgencias durante treinta y dos años después de la proclamación de la República. Mateo Mina, en su libro “Esclavitud y Libertad”, nos narra esta etapa de los africanos, remisos de volver a las minas y latifundios del Cauca. Ya entrado el Siglo XX, Manuel Saturio Valencia es fusilado el 7 de mayo de 1907, en Quibdó, convirtiéndose en el último mártir de la causa emancipadora de su raza. ( ) (“Memorias del Odio”. Rogerio Velásquez.). Aún cuando nos hayamos excedido un poco en este historial de luchas emancipadoras, ello nos explica mejor el “apartheid” cultural y social que sufre actualmente el Chocó y el Pacífico, canalones de angustias, de cuyo subfondo surgieron las rebeldías de Sofonías Yacup y Diego Luis Córdoba. PERVIVENCIA DE LAS SANGRES INNOMINADAS

El exterminio de los gentilicios propios de los distintos pueblos de Africa fue una de las primeras tácticas asumidas por los esclavistas para destruir y barbarizar su identidad. Desde entonces se les señalaría como “piezas de Indias” o esclavos, infiriendo así que carecen de una tradición, de una nacionalidad, de un lugar propio en la faz de la tierra y de los pueblos civilizados. Igualmente atentatorio de la identidad cultural, fue darles el apelativo genérico de “negros” como tipología de su etnia, identificando sus características biológicas por la sola pigmentación de la piel, mientras se denominaban a sí mismos europeos, españoles, portugueses, franceses, ingleses, holandeses, haciendo referencias a que tenían una patria, en tanto que a los prisioneros se les tenía como parias. Nuestros abuelos, en las condiciones infamantes de la esclavitud, mantuvieron una denodada resistencia a esta desculturización y deshumanización. Cada vez que pudieron afirmarlo aludían y recordaban sus orígenes culturales, denominándose a sí mismos, africanos, dahomeyanos, angoleses, abisinos, sudaneses, o identificando la comunidad o el pueblo donde habían nacido.

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Otra forma de desculturización fue el rebautizo católico, cambiándoles los nombres familiares que, según la tradición africana, generalmente aludían a un antepasado, familiar o al ancestro común de distintos grupos étnicos. En este contexto sagrado, el nombre africano era y es más que un simple apelativo: implica la esencia misma del ser, la vida y la cultura. “GENTILICIOS AFRICANOS DEL OCCIDENTE DE COLOMBIA”

Investigaciones de Rogerio Velásquez El antropólogo chocoano, entre otros muchos trabajos reivindicadores de la etnia, nos dejó lo que pudiéramos llamar la heráldica de nuestros antepasados, que nos permite autentificar el indudable linaje de hombres libres y cultos. Su investigación fue cumplida en dos etapas, en trabajos de campo realizados en los Departamentos de Chocó, Valle, Cauca y Nariño (1960-1961), y en el Archivo Histórico Colonial (Sección de Negros Esclavos), donde, a través de comunicaciones de Gobernadores de los Siglos XVI, XVII y XVIII, se registraban en testamentos y documentos de venta, los nombres de millares de nuestros abuelos esclavizados. De esta forma integramos sus pesquisas con las realizadas por Roberto Arrázola en el Archivo de Sevilla, sobre la presencia africana. A Acué. Ambuila. Angola. B Baca. Bañol, Bañón, Banol. Betes o Betres.

C Cachimbo. Cana.

Aguamú. Anda, Handa. Arara, Arará. Balanta. Bato. Biáfra, Biáfaa, Brafa. Biojó, Biohó. Bran o Bram. Briche. Cambindo. Canga, Cangá. 224

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Carabalí, Caravalí. Catangara. Casaga, Cazanga. Congo. Cuambú. Cuca. Culango.

Catambruno. Cartagena. Coco. Coto. Colorado. Cufí. Curazao.

CH Chalá. Chara. Chocó.

Chamba, Chambá. Chato. Chontal.

E Egbá, Evá. F Fandi, Fanti. G Gallinero. Gurumá. Guamá. Guazá.

Fiscal. Gallego. Guaguí. Guanchera.

H Havi. J Jamaica. L Luango. M Mandinga. Mariquiteño. Mina.

Lucumí. Maní. Matamba.

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N Nangó, Nagó. O Ocanga, Ocangá. Oquesí. P Palmares. Panameño. Possú.

Ocoró.

Palenque. Popayanejo. Playonero.

R Rey. S Sanga. Solimán. Soco. T Taba, Tabwua, Tagba. Tegue, Tegué. Timbiano.

Santafé, Santafé. Simiticá.

Tabí. Tembe. Turco.

V Viví, Bibí. Z Zape, Sape.

Zitará, Citará.

El investigador, siempre ceñido al más riguroso análisis científico, lo compulsa a señalar el ámbito geográfico donde verificó sus investigaciones. Sin embargo debemos aclarar que muchos de tales gentilicios encontrados en el occidente colombiano, no siempre aparecen en los documentos coloniales. Por ello, Velásquez enriquece su lista con los siguientes nombres: “Apellidos africanos del Alto y Bajo Chocó, que no aparecen en los documentos consultados” 226

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Número

Gentilicios

Región donde aparecieron

Departamentos donde se usan

Aproximaciones a estos apellidos

A 1.

Abipe

Chocó

2.

acasio

Chocó

3.

Achá-Hachá

Chocó

4.

Adú

Chocó

5.

Anisares

Cauca

6.

Aponzá

Cauca

7.

Atica

Chocó

8.

Ayobí

Chocó

9.

Baylador

Chocó

10.

Banguera

Cauca

¿De Ríohacha?

B ¿De los Bai-las de África Sudoriental? Cauca

Nariño

Nariño

Valle

Valle

11.

Baguí

Nariño

Nariño

12.

Basante

Nariño

Nariño

13.

Batalla

Cauca

Cauca

Nariño

Nariño

14.

Bodeguero

Chocó

15.

Bolué

Chocó

16.

Boya

Cauca

17.

Cacaraca

Chocó

18.

Campá-Campaz

Cauca

19.

Canca

Chocó

20.

Cancán

Chocó

21.

Candela

Chocó

22.

Cantoñí

Cauca

23.

Caraba

Chocó

¿Carabalí?

24.

Caraca

Cauca

¿De caracas, Venezuela?

25.

Carca

Chocó

26.

Casquete

Cauca

27.

Castamena

Chocó

28.

Celorio

Cauca

29.

Collo

Chocó

30.

Congolino

Chocó

31.

Copita

Chocó

32.

Conú

¿De los Baulé de África Occidental francesa? Cauca C Cauca ¿De los Kankanka del noroeste de África? Cauca

¿Vendrá este apellido del uso constante de sombreros de paja, uno de los elementos de la civilización paleonegríticos del Alto Volta?

¿Del Congo?

Cauca

Cauca

Nariño

Nariño

33.

Cosai

Chocó

34.

Cuenú

Cacua

Cauca

Valle

Valle

Nariño

Nariño CH

35.

Chacachaca

Chocó

36.

Chato

Chocó

37.

Dinas

Cauca

38.

Dorí

Chocó

39.

Guanga

Nariño

40.

Lucumadu

Chocó

¿De los Gbaya de “Nigricia”?

¿De Kasai, del Congo Belga?

D Cauca G Nariño L

¿De los Dinka del Sudán Anglo-egipcio?

¿De los Gouang de la Nigeria del Sur? ¿Lucumí?

227

MA N U E L

41. 42.

Manyoma Mesú

Chocó Cauca

43. 44.

Mosumí Mungí

Chocó Cauca

Nato Nuto

Chocó Chocó

45. 46.

ZA P A T A

M Chocó Cauca

OL I V E L L A

¿De Manyema, en Angola? ¿De Merú, en Uganda, o de Mofú, en la cordillera de Mandara al norte de Camerún? ¿De Mossuil, en la isla de Mozambique? ¿de los Munguiola del Congo?

Cauca N

¿Originario, nativo de la región chocoana? O

47.

Ocara

Chocó

48. 49. 50.

Pajariao Pallasu Pango

Chocó Chocó Chocó

51. 52. 53. 54.

Pestaña Petaca Punes Puntillo

Chocó Chocó Chocó Chocó

55. 56. 57.

Sabaleta Samboa Sangay

Chocó Chocó Chocó

58. 59.

Saquí Setre

Chocó Chocó

60. 61. 62. 63. 64. 65.

Timará Timote Thomposeño Torano Tori Torisano

Cauca Cauca Chocó Chocó Chocó Chocó

P

¿Del río Pongo en Cabo Verde o de la región de Pangua, en Kenya? ¿Españoles? ¿Españoles? ¿Españoles? S ¿Español? ¿De los Songhay del monte Atlantika, en la Nigricia? ¿De Junko de Sestre, en Sierra Leona? T Cauca Cauca

¿De Timaná? ¿Del inglés Timoty?

¿Del inglés Tory?

Registrados los gentilicios de africanos, recogidos por el antropólogo Rogerio Velásquez, en el Cauca y el Chocó, conviene conocer los documentos que dan noticias de los cautivos desembarcados en Cartagena, su puerto de entrada. Esta confrontación nos permite confirmar que las etnias africanas llegadas al país fueron las mismas, aunque se hayan perdido sus respectivos etnónimos. Lista de los negros esclavos de S.M., que existen en el Servicio de las Fortificaciones de esta plaza (Cartagena de Indias), hasta fin del mes de la fecha. (Arrázola. “Palenque, Primer Pueblo Libre de América”). 51.

Isidro Chiquito

165.

Gonzalo Ibacile

52.

Valentín Mina

166.

Theodosio Icuep

53.

Juan Bautista Barranquilla

167.

Victoriano Iguaná

54.

Juan Francisco Barranquilla

168.

Lucio Virá

55.

Bernardo Ignacio

169.

Policarpo Agó

56.

Antonio Cocacú

170.

Gerardo Ali

57.

Mateo Coabena

171.

Romualdo Saguó

58.

Thadeo Andané

172.

Guillermo Ocará

59.

Zacarías Coací

173.

Faustino Ocará

60.

León Parenaná

174.

Semeón Coangá

61.

Hermenegildo Osoví

175.

Florentino Lingú

228

E L Á R B O L B R U J O D E L A L I B E RTA D

62.

Lazaro Coyo

176.

Román Coangá

63.

Marcos Cofí

177.

Eusebio Sangulí

64.

Aniceto Coamí

178.

Victoriano Urimí

65.

Remigio Da

179.

Roberto Boan

66.

Cornelio Cubú

180.

Segundo Linsy

67.

Roque Cofí

181.

Marcelino Muey

68.

Jacinto Copocú

182.

Anicacio Buyú

69.

Anacleto Civa

183.

Tiburcio Masalá

70.

Pío Maviala

184.

Sandalio Usengo

71.

Lino goma

185.

Rito Civa

72.

Cosme Saba

186.

Donato Maviala

73.

Raimundo Cunirí

187.

Crispiniano Ucambo

74.

Aniceto Coangá

188.

Florentino Miala Daniel Paambo

75.

Claudio Muanga

189.

76.

Maximiliamo Panzó

190.

Jacobo Umbeza

77.

Marciano Singú

191.

Alejo Usutu

78.

Mazedon Lenda

192.

Honorio Umpuari

79.

Ezechiel Miala

193.

Baltazar Ñanaga

80.

Tiburcio Bangú

194.

Deogracias Incole

81.

Perfecto Kiele

195.

Cornelio Mavinga

82.

Fausto Bangú

196.

Eustaquio Usinga

83.

Antonio Quiluemba

197.

Calixto Nichembe

84.

Ubaldo Guende

198.

Martín Encanga

85.

Germán Miala

199.

Leocadio Cabuengo

86.

Hipólito Moanda

200.

Benancio Vinda Savino Masuaga

87.

Thimoteo Ugemba

201.

88.

Yanuario Usita

202.

Miguel Miala

89.

Eustacio Mucomba

203.

Telmo Bansú

90.

Evaristo Yala

204.

Aquilino Enjula

91.

Narciso Mojuongo

205.

Ascencio Masunga

92.

José Gabriel Brito

206.

Seraphin Majuanchi

93.

Candido Ubancú

207.

Manuel Ynglés

94.

Stanislao Maviala

208.

Pedro Bris

95.

Pascasio Muanga

209.

Pedro Narvaez

96.

Esteban Embuca

210.

Juan Bautista Crespo

97.

Antero Macoso

211.

Salvador Lucero

98.

Carmelo Usungú

212.

Nicolás de la Cruz

99.

Jorge Maviala

213.

Toribio Malungo

100.

Rosalino Majuongo

214.

Juan de Dios Mozo Francisco de la Paz

101.

Eulogio Empuco

215.

102.

Dimas Maviala

216.

Bernardo Vivera

103.

Benito Petelo

217.

Casimiro Prieto

104.

Hilario Goma

218.

Juan Antonio Bautista

105.

Alfonso Zambú

219.

Vicente rubio

106.

Alejandro Enguete

220.

Cosme Delgado

107.

Fernando Soloca

221.

Pasqual De tierra

108.

Segundo Imbesi

222.

Marcos Espada

109.

Celestino Viala

223.

Joseph antonio

110.

Cenón Baribuale

224.

Victorio Viveño

111.

Agatón Empide

225.

Agustín Nicolás

112.

Rophino Mavin

226.

Roberto Pineda

113.

Elías Enecú

227.

Raimundo Cupido

114.

Eusebio Enficá

228.

Francisco Chiquito

229

MA N U E L

ZA P A T A

OL I V E L L A

CARTAGENA, 22 DE NOVIEMBRE DE 1792.”

Otro problema histórico es determinar a cuál etnia africana pertenecían estos gentilicios, por cuanto ello permite aproximarse con mayor certeza a la región y cultura de donde procedían. Se habla entonces de etnias o culturas bantú, yoruba, ewe-fon, ashanti, etc. Sin embargo, nunca se debe perder de vista que en la generalidad de los casos, y particularmente para los afrohispanos, los distintos prisioneros fueron hacinados en los puertos de embarque y bodegas de los barcos traficantes, y que posteriormente fueron arrojados a los ríos de la esclavitud que los dispersó y reagrupó con otros grupos y generaciones llegados anteriormente o después. A lo largo de los siglos se produjeron múltiples mestizajes, entre ellos con españoles y aborígenes, lo cual nos obliga a tomar conciencia de esa semilla común, pero también de la nueva etnia mestiza del hombre afroamericano. Importante reflexión, en los momentos en que por influjo de los patrones desculturizadores del esclavista, hay quienes pretenden utilizar cartabones de “pureza negra” entre nuestros hermanos, guiándose por la pigmentación de la piel y no por los determinantes biológicos y culturales por los cuales, sin dejar de ser africanos, constituímos una nueva familia multiétnica y pluricultural, como lo reconoce la Constitución.

f

230

CAPÍTULO SEGUNDO:

L

LEGADA Y DE LA

E

D

D

ISPERSIÓN

IÁSPORA

l tráfico de prisioneros en Cartagena de Indias era sumamente intenso. Al año llegaban 12 o 14 barcos con cargamentos que traían un promedio de 400 o 600 de ellos. La mayoría apenas permanecía por un día o dos, mientras se reaprovisionaban de agua y alimentos para proseguir su destino. La escala en Cartagena de Indias para muchos barcos era forzososa, como hemos dicho, por ser puerto obligatorio para los cargamentos con destino al continente. Allí se verificaban las diligencias de contado de esclavos y cobro de impuestos por cabeza, según lo especificado en las autorizaciones reales. Entre las formalidades exigidas figuraba el palmeo o medición. El palmo, lo que abarca la mano extendida de meñique a pulgar, corresponde generalmente a 21 centímetros. Para que un prisionero pudiera considerarse como pieza de Indias, debía medir 7 palmos. Una vez pagado el impuesto se le marcaba con el sello real, marquilla de plata que se imprimía al rojo vivo sobre el pecho derecho. Además, el comprador aplicaba a su vez la carimba, otra marca para reconocerlo en caso de fuga y que se aplicaba incandescente en el rostro, como se acostumbró en Vélez. En la inspección se observaba si el cautivo poseía la cicatriz del primer herraje al subir a bordo, acostumbrado en los brazos y costillas. Estas prácticas bárbaras duraron cerca de tres siglos, hasta que fueron suspendidas por autorización real en 1784. El examen médico, segundo que se hacía después del practicado en el embarque, perseguía descubrir posibles mutilaciones, caída de dientes, cataratas y enfermedades venéreas. De acuerdo con la edad, se les denominaba muleque o muleco de 6 a 8 años; mulecón de 14 a 18 años, y piezas de Indias, de esa edad en adelante. A los adultos de más de 35 años se les desechaba, habida cuenta que la perspectiva de vida y utilidad de un cautivo no sobrepasaba los cuarenta años. Cumplidos estos requisitos se

MA N U E L

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autorizaba su internación al país o a seguir a otras colonias españolas o anglosajonas. A los prisioneros con destino a la Nueva Granada se les vendía en el propio Cartagena, en subasta pública. Si no, se adquirían por parte de las autoridades para la construcción de las murallas, cuyas obras siempre estuvieron necesitadas de ellos, o, por particulares, para destinarlos a las faenas agrícolas, ganaderas o para tripular canoas y desempeñar oficios domésticos, se les conducía a otros puertos del litoral: Santa Marta, Colón, Lorica, Quibdó, etc., o se les embarcaba en champanes por los ríos Magdalena y Cauca hacia el interior del país: Santanderes, Antioquia, Tolima y Huila. La vía terrestre a Antioquia, por las sabanas de Bolívar, Sucre y Ayapel, entonces muy activas, era utilizada tanto para el simple tránsito de la caravana, como para venderlos en las fincas agropecuarias y centros mineros (Uré) establecidos en esas regiones. Fuertes núcleos africanos o mulatos como los de María La Baja, San Onofre, Tolú y otros, debieron su gran concentración a estos desplazamientos en la época colonial. Gran parte de ellos, como Playón, Santana, Rocha, Sincerín, etc., se conformaron ulteriormente, después de la ley de emancipación (1851), originados por migraciones masivas de libertos en busca de tierras que cultivar. La población africana en las márgenes del Cauca (Zaragoza, Santa Fe de Antioquia, Cáceres y otras) se acrecentó notablemente, debido al empleo de la mano esclava en laboreo de minas. Poco se ha estudiado el significado del contingente africano en la minería del país, en la que participaron no sólo con su fuerza física, sino con la importación de métodos de laboreo en ellas tradicionales. El mestizaje con indígenas y españoles debió ser tan intenso como lo permitían las circunstancias, si se tiene en cuenta la escasez de mujeres. La población mulata y zamba se acrecentó notablemente, y a esto tal vez se deba que algunos historiadores minimicen el ingente aporte africano en el grupo étnico antioqueño, limitándose a tomar como tal sólo a aquellos que con poca o ninguna mezcla han conservado sus características raciales. No obstante el intenso desarrollo de la minería en esta región, en su mayor parte a expensas de la mano de obra africana, la supervivencia 232

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de sus costumbres, creencias, platos y no pocos rasgos negroides de que habla Fernando González, a falta de estadísticas confirmadoras, son fundamentos sólidos para presumir su gran influencia oculta en el mestizaje de las regiones mineras y en las que mantenían estrecho comercio con ellas. Por el río Atrato, procedentes de Cartagena de Indias o derivados de centros mineros de Antioquia, los contingentes de esclavizados penetraron al Chocó, Caldas, Valle y el Cauca. Otros seguramente ingresaron por Buenaventura o dieron la vuelta por Guayaquil, embarcados en la ciudad de Panamá. Los primeros grupos se emplearon en el laboreo de minas, abundantes en todas las regiones, y en las faenas agropecuarias en las grandes haciendas, particularmente del Valle y del Cauca. Los centros mineros constituían normalmente el origen de la comunidad. Los africanos, como fuerza esencial en la producción, eran intensamente vigilados y encadenados durante la faena para impedir sus fugas, a las que se daban cada vez que se les presentaba la ocasión. Hay mucho de leyenda en las narraciones de poetas, novelistas e historiadores, respecto al afecto que se granjeaban los amos con el buen trato que daban a sus esclavizados, las “relaciones amorosas” y “fraternales” que se establecían con la compra de africanos, y el ejercicio del derecho de pernada que ejercían los dueños, hasta el grado de que al declarárseles libres, lloraban y rogaban porque se les mantuviera en la esclavitud. Resuena excesivamente melíflua la monserga aquella atribuída a los libertos: “Antes cuando era esclavo, era libre, y hoy que soy libre, me siento esclavo”. Otro tipo de comunidades africanas o predominantemente zambas se asentaron en las márgenes de los ríos o litorales, en las que no privó el espíritu de la tradición sino nuevas formas de adaptación social debido al cruce con indígenas (casi siempre raptadas en incursiones a sus pueblos), a la ubicación geográfica, el aprovechamiento de recursos naturales (pesca, frutos, caza, etc.) o, simplemente, porque los amos se desentendieron de los esclavos fugitivos, estableciéndose pactos tácitos de convivencia para tenerlos de amigos y no en franca oposición.

233

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DIALÉCTICA DE LA ENDOCULTURACIÓN TRIÉTNICA

La actitud psicoafectiva que asumió el africano enfrentado al proceso de aculturación en América, constituye el elemento más importante de su contribución a nuestra cultura. Este fenómeno fue y es universal en todo el continente, desde los Estados Unidos a la Argentina. Sin embargo, no es el mismo en los distintos países ni en regiones de una misma comarca. En estas circunstancias, debió enfrentarse a situaciones muy adversas en el proceso cultural americano pero no pudo sustraerse de participar espiritualmente en él. En primer lugar, desposeído de sus pautas propias –religión, lengua, hábitos, geografía, sociedad, etc.– se vió obligado a encontrar otra, la que le imponía el amo y el medio social al que fue arrojado. De aquí surgió una doble actitud: por un lado asimiló, robó, se nutrió espontáneamente de la cultura ambiental. En Colombia, la del hispano, la del aborigen y la que ya se integraba entre estos dos. Por otra parte sufría la imposición del amo, quien lo obligaba a tomar la suya o la que le había impuesto al mestizo. La elección era imposible, debía someterse al yugo. Pero otra cosa eran las actitudes psicoafectivas, donde no sólo recibía, rechazaba o escogía, sino que trató –en la medida de sus posibilidades– de reconstruir lo propio, de hacerse a sus sentimientos religiosos, culturales y afectivos. La posibilidad de realizar este empeño varió según las presiones exteriores que ejercía el amo y el ambiente natural. Pero lo más decisivo en esta aculturación fue que siempre su sentimiento estuvo presente en cualquiera de las formas asumidas. El amo absoluto de esta participación espiritual, violentado o no, era el africano. Si tomaba la totalidad de lo impuesto, en el caso del patrón hispánico, su asimilación pasó por un tamiz propio, a través de su sensibilidad, de su mayor o menor grado de aptitud para amoldarse. La norma fue siempre un recibir lo hispánico asimilándolo a sus peculiaridades africanas, distantes en la geografía pero no olvidadas en el temperamento y en el afecto. La actitud hacia las pautas culturales, 234

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como se sabe, es heredada y, por esta razón, durante el largo proceso de aculturación en América, siempre hubo y habrá una respuesta africana emocional a lo recibido. Independientemente de esta ósmosis experimentada por el africano en toda América para la asimilación de los valores extraños, en Colombia se presentaron peculiaridades específicas debido a que el enfrentamiento cultural, distinto a lo que sucedió en los Estados Unidos, se efectuó, no sólo ante el europeo, sino, a la vez, frente al aborigen y los derivados mestizos, zambos y mulatos. En el litoral Pacífico, donde la asociación con el europeo y el indígena se verificó en poca escala, trató de reforzar sus reacciones propias, imponiendo su carácter a las formas que asimilaba. Así, en esta región encontramos una mayor riqueza de elementos y de la cultura material africana. En la estructura social, mezcladas con formas hispánicas, se generalizaron costumbres como la poligamia, la polarización patriarcal de la familia y el culto a la fuerza física. Siguiendo sus directrices de afirmación, el africano asumió espiritual y físicamente una posición de conquistador ante el indígena. No es de extrañar que en muchas comunidades totalmente africanas de esta región colombiana, se dé el caso de rechazar la incorporación de elementos extraños a su tradición. En el litoral Atlántico y en las regiones occidental y norte de Antioquia, su actitud fue totalmente distinta. La actitud psicoafectiva predominante, sin ninguna oportunidad de rehacer las formas culturales africanas que hemos dicho procedían de regiones distintas: Congo, Guinea, Cabo Verde, Dahomey, Senegal, Santo Tomé, etc., fue la de asimilar abiertamente cuanto encontró a su alrededor: lo hispánico, lo indígena y lo mestizo. Esto conformó el proceso de incorporación total: daba y recibía sin reticencia. Así surgió el mestizaje triétnico. El aporte, pues, más importante que el afro haya dado al folclor y a la cultura en Colombia, lo encontramos en las actitudes psicoafectivas que asumió frente a las culturas que había en este continente. Aquí, en la interioridad de su sentimiento, en el hambre y necesidad de hacerse a nuevas pautas de conducta cultural, perdidas las suyas, el afro debió recrear valores que le permitieran integrarse voluntariamente o no a un fenómeno social ya irreversible: la transculturación americana. 235

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En Colombia, sin embargo, con ser notorios los aportes africanos en la cultura material y social, no han sido suficientemente resaltados. Abundan razones que expliquen esta paradoja. La capacidad creadora mediante la fuerza física, generalmente se aprecia por el carácter de las herramientas y no por quienes la utilizan. El africano, obligado a recibir los instrumentos de trabajo del amo, aparecía como un simple manipulador de ellos cuando, en realidad a través de las herramientas o de las formas sociales que le impusieron, aportaba las experiencias de su propia tradición africana. El interés que ponían los amos en adquirir africanos con experiencia en oficios por los que pagaban crecidas sumas, nos permiten afirmar que fueron importantes sus aportes en el desarrollo de nuestra agricultura, extracción de minerales, pastoreo, confección de canoas, culinaria y otras formas de creatividad material y espiritual. AFRO-RAIZALES DE SAN ANDRÉS Y PROVIDENCIA

El archipiélago del departamento de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, además de estas islas, comprende la pequeña de Santa Catalina y los callos de Roncador, La Serrana y Quitasueño. Las exploraciones no han revelado rastros de habitantes arcáicos en ninguna de las islas, sin embargo se sabe que en la época del descubrimiento, tribus de filiación caribe las visitaban periódicamente en excursiones de pesca. Eran, sólo ocasionalmente, agricultores, pero hábiles barqueros y pescadores. Los bucaneros ingleses fueron los primeros en ocuparlas, dedicados al lucrativo negocio de palo de tinte. Posteriormente hicieron excursiones los españoles procedentes de Centroamérica, estableciéndose una sangrienta competencia en la que los nativos se solidarizaron con los ingleses. En Providencia, en 1629, los colonos británicos fundaron la Compañía de West Minster, para sembrar tabaco y explotar las maderas de la isla, con el firme propósito de establecer una colonia de súbditos blancos. Esta política, sin embargo, no pudo llevarse a cabo pese a las disposiciones encaminadas a impedir el acceso de mujeres indígenas. Para asegurar el predominio sajón fueron traídos cultivadores, artesanos, aprendices 236

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y sirvientes blancos. La mayoría eran aventureros reclutados en las islas Bermudas, Barbados, St. Kitts, Nevis y Monserrat, pero también algunos puritanos devotos huidos de Inglaterra por las persecuciones católicas. Posteriormente, en 1631, llegó un número indeterminado de colonos venidos directamente de Inglaterra en el barco “Sea Flower”, a los que se sumaron otros. Ya desde 1629, antes de la llegada de los británicos, un primer grupo de bucaneros holandeses había incursionado en las islas. Esto dio motivo para que en 1637, el gobierno de Holanda propusiera la compra de la isla en 70.000 libras esterlinas, pero fue negada después de algunas deliberaciones. (J.J.Parsons). Los españoles, que habían descuidado las islas, advirtieron la necesidad de ocuparlas ante los ataques que sufrían sus barcos por parte de piratas y bucaneros. En 1640, cuando el almirante español Francisco Díaz Pimienta llegó a las islas, la Compañía de West Minster se había retirado de esos dominios. Los nuevos ocupantes enviaron a España 400 prisioneros ingleses, y deportaron a sus mujeres e hijos. En cambio retuvieron a los esclavos en las islas. La nueva colonia quedó reducida a una guarnición compuesta por 150 soldados, los esclavos y algunos presidiarios. Las provisiones se traían esporádicamente de Cartagena. Desde entonces se alentó el deseo de agrandar la colonia con civiles, esclavos y “mujeres licenciosas”, pero tales propósitos jamás se realizaron. Por casi 30 años, después de desalojar a los puritanos de Providencia, España tuvo allí un presidio. Este es el único período de la historia isleña en que estuvo ocupada por una población exclusivamente católica y de habla española. Finalmente, la Corona Española abandonó la isla en 1670, quedando a merced de colonos independientes que comerciaban con el litoral centroamericano a través de los indios mezquitos. Con la convención pactada en 1786 entre Inglaterra y España, la mayor parte de súbditos británicos que aún residía en la isla fue evacuada hacia Jamaica. Los restantes prometieron lealdad a la Corona de España y convertirse al catolicismo. Sin embargo continuaron fieles a su religión y a su lengua.

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En vísperas de la Independencia, las islas fueron ocupadas alternativamente por ingleses y franceses, entre los cuales figuraba el corsario Luis Aury (1818). Como lo veremos posteriormente, Luis Aury participó activamente en las campañas navales de los patriotas, convirtiendo la isla en su cuartel general, engrosando las filas de sus tripulaciones con afrorraizales, los cuales siempre se distinguieron por sus habilidades navales y su espíritu combativo. LA POBLACIÓN AFRO-RAIZAL

Sin proponérselo, los propios ingleses, al introducir esclavizados para sus plantaciones en las islas, invalidaron la política de establecer en el Caribe una colonia de blancos que mantuviera la hegemonía sobre la población africana e indígena, similar a las que posteriormente implantaron en Norteamérica y África. El escenario antillano, con sus generosas islas, no fue propicio para la política de aparteith. Aunque los sucesivos colonizadores fueran de distintas naciones, la mano de obra africana fue siempre la misma para unos y otros. Ello explica porqué, desde su comienzo hasta hoy, los afros y mulatos constituyeron la mayoría de la población isleña. Se explica así mismo el término raizal asumido por los nativos isleños, por cuanto han constituído siempre la población estable, mientras fueron múltiples los colonos europeos que transitaron el archipiélago. El proceso de mestizaje tuvo igualmente características singulares debido al intenso tráfico entre filibusteros franceses y holandeses, colonos ingleses y españoles, así como con los aborígenes mezquitos, con los cuales siempre se han mantenido contactos étnicos y culturales. También hay que destacar el influjo recibido por los primeros colonizadores, súbditos británicos procedentes de las Bermudas. Aclimatados al trópico, trajeron la misma arquitectura isleña: casas de madera pintadas de blanco o colores vivos; antejardines y patios con árboles frutales (mangos, naranjos, cocos o de sombrío); sala, comedor y pocas piezas. En Providencia se construyeron casas de dos pisos con balcones. 238

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Como resultado del flujo de la población de habla inglesa con estructura arcaica, se conservó un inglés con acento escocés, pero aculturado por la población africana, lo que le imprime expresividad lugareña, caracterizada por modismos y colorido. Los apellidos de escritura inglesa son el mejor reflejo de la influencia británica. El castellano procede de la época republicana, pero su habla se haya restringida al uso burocrático y a la enseñanza oficial. Los débiles esfuerzos por españolizar las islas comenzaron en 1792, mediante una “Orden Real”, por lo que se sugería la conveniencia de trasladar a las islas varias familias españolas para hacer conocer las costumbres e idioma castellano. En 1803 se recomendó el envío de un maestro de castellano. Así mismo se proponía la estabilidad de un destacamento de soldados con la intención de que sus miembros se casaran con muchachas pudientes. Cada baja por matrimonio debía ser reemplazada por un nuevo soldado, desde Cartagena. Pero ninguna de estas iniciativas de la Corona de España ni el incremento de pobladores procedentes del continente, han variado sustancialmente la “arraigada” habla inglesa en la población nativa. Conjuntamente con el idioma, el protestantismo constituye otra herencia de aculturación colonial inglesa, establecida por los predicadores puritanos del Siglo XVII. Desde que los españoles mostraron interés por las islas, trataron inútilmente de sustituir el culto protestante por el católico. La insularidad del archipiélago dentro del propio mar de las Antillas, ha perfilado la idiosincrasia del isleño colombiano: retraídos, tradicionalistas, religiosos, persistentes, marineros, comerciantes, comunitarios, etc. Ceñidos a estas constantes impuestas por la geografía, generalmente compartidas por todos los isleños, el grupo de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, disímil entre sí, tiene sus rasgos propios que lo diferencian del resto de antillanos y de la costa Caribe: resulta poco comunicativo si se le compara con el triniteño, jamaicano y curaceño de las Antillas Menores, y, aún mucho más con el cubano y el puertorriqueño de las Antillas Mayores.

239

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Las contingencias históricas de estas islas, dependiendo de esporádicos gobiernos, les llevó a conformar un sentimiento de autonomía, ligado a tendencias de intercambio comercial. Las relaciones con bucaneros, foráneos, explotadores de sus riquezas y marinos de dudosa palabra, han dejado firmes huellas de desconfianza hacia el foráneo. ACULTURACIÓN HISPANO-INDÍGENA

Nada más reñido con los criterios actuales de la antropología cultural que el enjuiciamiento en abstracto de dos grandes bloques culturales en conflicto –hispánico e indígena– en los procesos de aculturación hispanoamericana. En lo referente a Colombia, donde las comunidades indígenas no habían alcanzado la unidad política pero sí un profundo mestizaje, resultaría incongruente plantear el problema en un marco general. La colonización de nuestro litoral Caribe con los primeros contingentes de andaluces, castellanos y canarios; su estancia antillana, que los mestizaba aún cuando fuese en muy escasa proporción con taínos, ciboneyes y caribes, propició un tipo de aculturación hispanoindígena muy diferente al que se operó más tarde, por ejemplo, en la colonización del occidente antioqueño con contingentes venidos directamente de la Península. Las avanzadas de Jiménez de Quesada, fusionadas directamente con los Chibchas, prohijaron forzosamente un tipo particular de aculturación distinta a las habidas en otras partes del país. Los contingentes hispanos que continúan llegando a partir del Siglo XVIII, más unificados política y culturalmente, formaron grupos de colonización homogéneos y cerrados al mestizaje, puesto que constituían familias capaces de procrear cruzándose entre españoles o con criollos puros, sin la perentoria necesidad del mestizaje con la mujer indígena a que estaban obligados los soldados célibes de los primeros años de la Colonia. Los enclaves hispánicos con acentuados rasgos que encontramos en ciertos lugares de Córdoba, Santanderes, Antioquia, Cundinamarca y Boyacá, son derivados de contingentes asturianos, vascos, gallegos, etc., llegados tardíamente al país. 240

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Si dentro de este ámbito general verificamos los mecanismos que operan en los intercambios culturales de que nos habla la antropología, encontramos que hay fundadas razones para dudar que el proceso de aculturación entre los grupos hispanos con rasgos étnicos distintos, y los no menos variados de chibchas, caribes y arawaks, y sus descendientes mestizos zenúes, quimbayas, taironas, guanes, etc., pueda haber tenido un proceso armónico y homólogo en las distintas regiones del país. Para una correcta evaluación de nuestros mestizajes –todavía en plena dinámica– puede mirárselos desde una doble perspectiva: en su fase inicial, la aculturación hispanoindígena; y en sus proyecciones presentes, la endoculturación multirracial, a partir del amerindio, el europeo y el africano. Dentro de este gran marco, las fuerzas aglutinadoras –étnicas, ecológicas, económicas, sociales, políticas, religiosas– han influído en distintos grados y presiones según el momento histórico. La conquista y el primer siglo de la Colonia se caracterizaron por la compulsión violenta que sufrió el amerindio –más concretamente la mujer indígena– en el proceso de hibridación étnica. A las muchas razones esgrimidas por el conquistador para desatar una guerra de exterminio, debió influir en sumo grado el apetito sexual de la tropa hispánica que llegaba al Continente sin mujeres, tras la abstinencia de largos días de navegación y con el erotismo que despertaban las narraciones de los primeros expedicionarios acerca de la fácil adquisición de indígenas. La práctica se extendió a la tropa, debido al ejemplo dado por los propios gobernadores y capitanes: Belalcázar, Balboa, Diego de Almagro, Lerma, Pedro de Heredia, Juan Arévalo, Hernán Pérez, etc. La situación era general en toda la Nueva Granada. A la poligamia de conquista se sumó la mixtigenación de los matrimonios impuestos por la Iglesia, en la medida en que se configuraba el marco social de la Colonia. La introducción del matrimonio legal entre los indígenas e hispanos se debió básicamente al interés político de la Corona, para que la jefatura de los cacicazgos recayera en súbditos del Rey. El matrimonio sólo producía efectos paliativos en la condición de mestizo legítimo, pues a los descendientes de uniones libres se les 241

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ponía toda clase de impedimentos. Sólo a los descendientes de caciques o nobles indígenas o mestizos, productos de muchos cruces, se les permitía recibir órdenes sacerdotales. No obstante, había disposiciones contrarias y terminantes de la Corona. La mixtigenación no constituyó tampoco gran aliciente para las uniones legales, ya que los hijos se veían expuestos a toda clase de discriminaciones, como la de privárseles de ingresar al ejército, portar armas, poseer tienda o hacer las veces de escribano, notario, etc. Otro factor que incidió en forma violenta en el mestizaje hispanoindígena, fue el régimen de encomienda por el cual, a los aborígenes casados y solteros -varones y mujeres- se les erradicaba de sus comunidades y concentraba en los dominios del señor, facilitando el acceso carnal de éste o de sus hijos a la mujer indígena. Las medidas eclesiásticas para preservar los matrimonios indígenas contra estos procederes dan la medida de los abusos sexuales cometidos sobre la población encomendada. EL MESTIZAJE AFRO-HISPANO-INDÍGENA

En los estratos sociales bajos, los aborígenes y africanos puros luchaban entre sí para alcanzar una mejor posición. Los propios españoles utilizaron al afro como su aliado contra el indígena. Pretextando razones económicas o mejores condiciones físicas que el soldado blanco para adaptarse a la manigua, se le estimuló para que se estableciera con sus familias, allí donde se desalojaba al indígena. La reacción del aborigen contra este nuevo invasor asumió carácter de extrema agudeza. El afro representaba un nuevo tipo de agresión, por cuanto entraba a arrebatar al nativo sus tierras y sus mujeres, valido de las armas y el apoyo que les brindaba el régimen colonial. Los documentos anteriormente citados nos ilustran de la utilización de ambos como instrumentos de represión. Parece desprenderse del relato del cronista, que estos individuos gozaban de cierta autonomía, dejándolos actuar de acuerdo con el conocimiento que tenían de las costumbres de los indígenas, de quienes ya tenían sangre en sus propias venas. En la etapa final de la colonización, el aborigen centrará su rencor contra el africano sin hacer distinción entre éste y su amo. En muchas 242

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circunstancias, como acontece en el Baudó y Bajo San Juan, en el Chocó, el indígena asume una actitud de rechazo mucho más firme frente al hombre de color que ante el blanco. En Noanamá (San Juan), se abstienen de asistir a misa conjuntamente con los afros, esperando afuera de la iglesia que terminen los oficios donde participan éstos, para luego, en ceremonia especial, concurrir a ellos. En general, en el litoral Pacífico, herencia de costumbres coloniales, el indígena llama “libre” al afro. Es verosímil que el término haya tenido su origen en época más reciente, a partir de la proclamación de la libertad de los esclavos. En todo caso, esta denominación revela claramente que el nuevo intruso no era tenido como un simple agente colonizador, sino como un elemento independiente en la agresión. Muchas veces, y esto debió ser la norma, la presencia de africanos en los lindes de la colonización hispana, se debió a la fuga de cimarrones evadidos que se autodenominaban a sí mismos “libres”, para diferenciarse de aquellos que actuaban a nombre del amo, tanto en los centros urbanos como en los fundos mineros. Los intereses y tensiones entre cimarrones e indígenas en los apartados parajes selváticos adquirieron el carácter de vendetas, aunque los móviles no estuvieran inspirados por un antagonismo racial. Una vez se trataba de una conquista en la que el africano perseguía ya no imponer sus valores culturales, sino tomarse a la fuerza los del indígena, obligándolo a que los fundiera con los suyos. AFROS E INDÍGENAS EN LA SOCIEDAD COLONIAL

Las relaciones sociales y culturales entre indígenas y africanos eran totalmente distintas en los centros urbanos de las que prevalecían selváticas. La preeminencia y poder del estrato europeo y criollo sobre mestizos y pardos, imponía un orden jerárquico estricto para asegurar el dominio y estabilización de las capas sojuzgadas. Lo característico, como lo hemos visto, era permitir cierta flexibilidad que facilitara el ascenso de unos cuantos pardos en la escala social. De esta manera operaban como fuerza de contención a los demás, a la par de asegurar la estabilidad del régimen colonial y de los encumbrados en la pirámide. 243

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Los archivos históricos aseveran plenamente este juego de las relaciones de casta y de raza durante la Colonia. El índice de crecimiento de los mestizos era el eje en torno al cual giraban los deslizamientos y estabilidad social. Pese al incremento de mestizos y zambos, el poder de los grupos minoritarios de europeos y criollos, conformados por las castas, no variaba. El sistema jerárquico se mantenía, impidiendo a los mestizos y zambos más teñidos, el acceso a los oficios y cargos sobre los cuales gravitaba la economía colonial. No obstante las trabas que imponía el régimen colonialista, controlado plenamente por los españoles para frenar el ascenso social y cultural de los mestizos, a fines del Siglo XVII, éstos sobrepasaban el número de españoles y criollos, reemplazándolos como agentes de la nueva cultura. Gradualmente se habían hecho a los valores selectos del patrimonio indígena (nuevas adaptaciones agrícolas y artesanales) y a los heredados de la España mercantilista. Esta gran etnia mestiza superaba ya a los grupos indígenas que permanecían como encomiendas y en resguardos, a los africanos esclavizados y a los nuevos emigrantes europeos. En su estudio sobre la estratificación de las castas en Colombia y Venezuela, Darcy Ribeiro traza un esquema que resulta ampliamente comprobado por los documentos de nuestra historia: 1.

2. 3.

El dominio español imponía sus patrones a la gran masa de valores aculturados, asumiendo frente a ellos una relativa flexibilidad. Los indígenas y africanos trataban de fundirse, aunque procedieran de tribus diferentes y mutuamente hostiles. La población sierva y esclava, dentro del sistema de producción de hacienda o minería, se adaptó al ambiente y modos de vida como productor de artículos tropicales.

Las capas sociales se estratificaron en forma de jerarquías de casta dentro del sistema de clases: a.

Los españoles nativos conformaban la casta burocrática que gobernaba la empresa colonial, ajustados al gobierno civil y eclesiástico. 244

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b.

c.

El estrato criollo, coloreado de sangre indígena y algunas veces de africana (frecuentemente clasificado como “blanco” por certificados reales de “sangre limpia” que los hacía merecedores de privilegios reservados a los españoles puros), manejaba la mayor parte de la agricultura y el comercio. La masa de pardos, que preferentemente se llamaba a sí misma oscura, formaba el artesanado y el populacho. Los africanos permanecían en las labores del campo, con el mayor peso en el agro y el transporte, mientras que las comunidades indígenas sobrevivientes, todavía prisioneras del pasado tribal, fueron dejadas al mandato de los misioneros jesuítas: unas veces bajo su control directo y otras con relativa dependencia en áreas inexploradas, especialmente en la selva tropical donde buscaban refugio.

Los pardos, que constituían el contingente más importante, ya fuesen con predominancia mestiza o mulata, se acrecentaban por el cruce y la constante absorción de nuevas migraciones de hispanos y africanos. El estrato criollo reclamaba su “limpieza” de sangre, insinuándose como los herederos naturales del sistema colonial. Abundan los documentos que reflejan el afán por deshacerse de la mácula de sangre indígena o africana para merecer los fueros del español. La idea aceptada, de que el hijo de hispano e indígena heredaba la condición del padre, no deja de ser una presunción de los actuales mestizos para hacerse acreedores a ciertos estatus dentro del marco republicano. Lo cierto es que el indígena compulsado al mestizaje, debía sufrir las consecuencias de ser un producto bastardo. El mestizo podía correr distintas suertes si el padre era noble o plebeyo; si la madre heredaba o no un cacicazgo; si el hijo resultaba ser el producto de una unión ocasional o estable; si de una naboría (criada en casa) o de una concubina fuera del hogar, etc. La pigmentación, no obstante, cundía por todas partes. Era el resultado de la fusión biológica del hispano con el indígena y el africano, sobre la cual se estructuraba la Colonia.

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Debido a que en los últimos tres siglos, en virtud de la endoculturación, aparece la fisonomía de una etnia nacional mestiza con caracteres socioculturales autóctonos, es necesario replantearse la significación afroindígena en la asimilación y recreación de los valores hispanos que actuaron en forma impositiva. Aunque no nos sea dado en el momento determinar con certeza la forma y la cuantificación de ese proceso, no tan indescifrable como creen algunos, es preciso partir de su existencia cuando se desea conocer y aún modificar los patrones de comportamiento de nuestra sociedad, acorde con las necesidades de las distintas capas sociales –mestizas, pardas e indígenas– y con los intereses políticos y económicos de la gran mayoría de los colombianos.

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Cuarta parte:

I NTERNACIONALIZACIÓN DE LAS L UCHAS C IMARRONAS

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CAPÍTULO PRIMERO:

E

S

L

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EMPESTUOSO

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IGLO

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VIII

orprende que al finalizar el cuarto milenio, todavía algunos historiógrafos se obstinen en evidenciar la presencia africana en América con la perspectiva colonialista, ignorando documentos y aportes esclarecedores de nuestros estudiosos. Se mengua el volumen de la sangría de los pueblos traídos de Africa. Pero, sobre todo, se ahonda la dicotomía del éxodo global africano, al sostener las fronteras y estancos impuestos por las potencias colonizadoras, como si ello no incidiera en la herida y unidad de la tragedia africana y su final destino histórico en América. Todavía, infortunadamente, se utilizan los cartabones deshumanizantes de “esclavos” y no esclavizados, como correspondería a hombres libres cazados en su patria, prosiguen connotándolos de “negros” al negarles sus etnónimos, término ya rechazado a mediados del Siglo XVI por Pedro Mártir de Anglería, en su obra “Décadas del Nuevo Mundo” (Década III, Capítulo II, Título: “Tribus Etíopes”); por Alonso de Sandoval, a principios del Siglo XVII, en su alegato pionero en la defensa de los africanos: “De Instauranda Aethiopum Salute”; y, por el propio Pedro Claver, al proclamarse “Ethiopum Semper Servus”, y no “esclavo de los esclavos”, como lo ha estigmatizado la conspiración anticristiana. Estas y otras aparentes disgresiones perpetúan la contra-memoria de los pueblos africanos, queriéndoseles privar de su papel protagónico en la formación de la cultura mestiza americana. Nos vemos obligados a expresar estas reflexiones, precisamente porque en el Siglo XVIII se inicia el más trascendente período de la lucha libertaria cimarrona, la internacionalización del conflicto, cuando las potencias monopolizadoras de la trata en este Siglo –Inglaterra y Francia–, intentan asfixiar el Imperio Español, estrangulando el flujo africano a sus principales puertos: Cartagena de Indias, el primero en el continente.

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Por las inevitables contradicciones del desarrollo tecnológico de la civilización, al finalizar este siglo, Inglaterra, hasta entonces la mayor potencia traficante, se erige en perseguidora del nefando comercio, cuando sus máquinas comienzan a suplantar la fuerza humana expoliada por centurias. Cobra, pues, máxima importancia, el análisis histórico de los antecedentes coloniales de este período –Siglos XVI y XVII–, como lo hace exhaustivamente el lúcido historiador cartagenero Roberto Arrázola. No sólo pionero, sino fuente imprescindible para descolonizar las interpretaciones aviesas en las que caen muchos historiógrafos parroquiales, norteamericanos, ingleses, y aún de la UNESCO, empeñados en minimizar al máximo el afluente de los africanos, tanto en cantidad como en conciencia libertaria. Al reducirles a la condición de “piezas de Indias”, carentes del sentimiento ontogénico de la libertad, desconocen que fueron los primeros hombres en reconocerse hijos de los dioses y protegidos por sus Ancestros. Cualesquiera otras concepciones de su espíritu libertario, encubren la larva no extinguida de los prejuicios raciales. Seguiremos palmo a palmo la brújula del investigador sobre la cartografía de los documentos del historiador cartagenero, que reposan en el Archivo de Indias. Analizar los factores étnicos, económicos y políticos, génesis del mestizaje de los esclavizados con sus opresores. Más allá quedan sin piso histórico las especulaciones delirantes sobre el carácter general y particular de la esclavitud y su decaimiento por factores técnicos. Con muchísima razón, Rebeca J. Scott las encuentra “contaminadas de racismo”. (Scott, Rebeca J. “La Emancipación de los Esclavos en Cuba. La Transición al Trabajo Libre, 1860-1899”. Fondo de Cultura Económica, México, 1989). El gran laboratorio de la historia niega cualquier ficción metafísica, demostrándonos cómo el africano, que había utilizado todas las formas de liberación en los siglos anteriores, desarrolla nuevas estrategias en el seno de la sociedad cambiante. Utiliza los nuevos espacios de lucha abiertos por los intereses encontrados de las potencias colonialistas; los enfrentamientos bélicos; las nuevas armas; las factorías de prisioneros en América; las Cédulas reales de amnistía; el derecho de 250

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asilo a los africanos fugitivos extranjeros y la nueva llave maestra de la insurrección, el criollo mestizo que operaba como un bumerang en el seno de la sociedad racista. Indudablemente, el africano, en su condición de esclavizado, siempre dio respuestas a las múltiples agresiones de que era objeto, oponiendo la única arma de que disponía en su desnudez encadenada: la conciencia religiosa de ser un hombre libre. Esta pequeña brizna libertaria le bastó para generar incendios por cada rendija que le brindaba el opresor. Fueron muchas las que se abrieron en el Siglo XVIII, cuando las potencias europeas pasaron de las rebatiñas por la colonización a la de los enfrentamientos armados por el dominio de continente y océanos. En esta dimensión del conflicto, como en todo el período colonial, el africano, masiva fuerza inteligente de producción material, inclinaba la balanza a favor del mayor monopolista. Conocida y experimentada por los propios oprimidos, jugaron a la libertad allí donde estuviera cada uno de sus miembros: varones, mujeres, padre, hijos, fetos, recién nacidos, niños, adolescentes, adultos, ancianos, exhaustos y decrépitos. La acumulación originaria de capital en la economía europea por la doble expoliación de los africanos, en su continente de origen y en América, también produjo sus dividendos de pérdidas y ganancias con el acervo de experiencias libertarias. El pensamiento acumulado se vuelve explosivo. La incipiente lucha de resistencia física y mental ante la captura y la esclavitud, conduciría a un vasto complot internacional, que si nunca estuvo organizado en Africa y las colonias americanas, sí acumuló un rico capital de experiencias, conocimientos, técnicas e ideales, la fuerza motriz y espiritual que generó la emancipación de la esclavitud en los africanos y sus descendientes, así como la independencia política y económica de los criollos. No conocemos que esta interpolación socioeconómica de ambos procesos haya quitado el sueño a los teóricos del colonialismo. La cosecha milagrosa del “Árbol Brujo de la Libertad”, será cuantificada a continuación:

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EL BUMERANG DE LOS OPRIMIDOS CONTRA EL COLONIALISMO

Ya nos son conocidas las providencias reales para conceder un respiro a los africanos en su anticristiana y antihumana esclavitud. Pero también las abiertas y solapadas desobediencias por parte de funcionarios, esclavistas y traficantes enfrentados a sus defensores religiosos. Sin embargo, lo que más preocupaba a los Reyes era la merma o aumento de esclavizados que repercutían en la producción minera y agrícola. La pavorosa sangría de los palenques, si bien produjo la satisfacción de los amos al recuperar parte de los fugitivos, también trajo graves perjuicios a los intereses de la Corona, apremiada por amurallar a Cartagena, La Habana, Veracruz y demás puertos de Tierra Firme y del Caribe; por los empobrecidos recaudos de las minas; la escasez de mercancías extranjeras y la baja producción agropecuaria. Los cimarrones y esclavizados, mejor que nadie sabían que la única solución a tales urgencias era la paz con los palenques, y la traída de más barcos abarrotados de prisioneros. La escasez de víveres y mercancías en Cartagena, Santa Marta y otras provincias del Reino, hizo urgente importarlos de las colonias americanas extranjeras y aún de la enemiga Inglaterra. Se registran compras y embarcos procedentes de Santo Domingo, Haití, Francia y Londres. “Se ha de permitir llevar de Cádiz un embarco para transportar equipajes, utensilios, muebles, a las factorías, hilos, para vestir a los esclavizados... ocupando el resto del buque con Arina y losa”. En otra disposición real, por hallarse Cartagena sin medicinas para atender las enfermedades de los factores, sirvientes y esclavizados, se autorizó al médico y cirujano inglés, Thomas Hope, traer de Jamaica un cajón con medicamentos, algunas libras de solimán, canela, clavo, de los cuales se sacaban “espíritus” para la curación de muchas enfermedades (disenterías, cólicos, sífilis, etc.). Después de la cosecha de cabezas decapitadas en Matuderé, el terror cundió en haciendas, sin que hubiera quiénes reemplazaran a los muertos. Cartagena estaba al borde de la hambruna. Para entonces, en el escondido reducto de lo que sería el Palenque de San 252

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Basilio, en las cercanías del camino entre Cartagena y Tolú Viejo, los sobrevivientes volvieron a cultivar yuca, maíz y plátano, que ansiaban los cartageneros. Sin embargo, el riesgo de una sorpresiva entrada de las milicias, financiadas por los hacendados, impedía que las siembras fueran más abundantes. Informado por los padres predicadores de los temores y disposición de paz de los cimarrones, el Obispo de Cartagena, Fray Antonio María Cassiani, en el año 1713, con previa autorización del Gobernador, acudió a parlamentar con los fugitivos, proponiéndoles a nombre del Rey un armisticio que les concedía la libertad a cambio de la sumisión a la Corona. Este pacto, el único en América que sobrevivió hasta la Independencia, justificaría el título del libro y el júbilo del historiador Roberto Arrázola: “Palenque, Primer Pueblo Libre de América”. “He aquí como habiendo estado a punto de regularizarse la situación de los cimarrones de los palenques de los arcabucos de la Provincia de Cartagena y, sin duda, por ello mismo, sabido que la reacción subsigue a la acción, vino a producirse la general debelación de aquellos refugios en que los negros esclavos africanos defendieron su libertad al través de los trescientos años de la Colonia hasta el extremo de habérseles reconocido por el Rey de España, ya que la sujeción en que quedaban era la misma de los pecheros españoles o vasallos de la Corona, pero cuya libertad estaba consagrada por los más antiguos fueros de España. En esta condición debió de quedar el Palenque supérstite de San Basilio, conforme los renovados acuerdos que sus habitantes celebraron con los gobernadores de Cartagena hasta el advenimiento de la República, el último de los cuales fue concertado en 1713 con el Obispo de Cartagena Fray Antonio María Cassiani. Todavía en 1774, el neofundador don Antonio de la Torre Miranda hubo de decir: ‘Con maña y constancia vencí los muchos horrores y dificultades que se encontraron, así por parte de los negros del Palenque de San Basilio, como por la suma aspereza de los árboles y brozas que con dificultad se descubría la claridad del sol a que se agregaban las muchas barrancas, despeñaderos y anegadizos; y aprovechándome del respeto que hice me tuvieran los negros de dicho Palenque de San Basilio, descendientes de otros que prófugos al abrigo de aquellas ásperas montañas defendieron su libertad a costa de las vidas que quitaron a muchos y entre ellos a varios de sus amos y dueños, que con repetidas expediciones intentaron reducirlos a su antigua esclavitud, lo que consiguieron con estos 253

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atentados, el titular bajo de ciertas condiciones por medio del ilustre Casiani, se le consintiese establecer su población en el paraje en el que en el presente se hallan en la falda de dicha montaña de María y a tres leguas de Gambote, y entre otras condiciones se les permitió el que habrían de nombrar entre ellos mismos un Capitán para que los mandase, el que no habría de vivir en su población ninguno que fuese de color blanco, a excepción del Cura; también la de que no admitirían a ningún desertor ni esclavo, con otras varias que conservan y observan con mucha puntualidad’. “Este solo, sencillo y breve documento basta para demostrar que los negros cimarrones de los palenques de la Provincia de Cartagena de Indias alcanzaron de la Corona el reconocimiento de su libertad, si bien ciudadana solamente, aunque con el privilegio de mantenerse segregados de los blancos y, lo que es más, de nombrar sus autoridades, por todo lo cual podría considerarse semejante situación como la de una Andorra negra enclavada en el corazón de América que, en la práctica, fue un territorio libre hasta el advenimiento de la Independencia. Pero igualmente libres, aunque en estado de guerra permanente con sus enemigos los esclavistas, fueron todos los palenques fundados en los arcabucos de la Provincia de Cartagena de Indias, abortada la merced real de libertad condicional, durante todo el transcurso del período colonial conforme los documentos que estamos compulsando”. ( ).

El pueblo fue bautizado por el Obispo con el nombre de San Basilio, el mismo de un ramal de los innumerables Montes de María. Cuenta la tradición que fue escogido por el “Rey” Benkos como lugar estratégico e inexpugnable. Los descalabros sufridos también obligaron a los jefes cimarrones a cambiar de táctica, como lo demostró el Capitán Pedro Mina, negociando su entrega y la de sus guerreros. La entente de paz de los palenqueros de San Basilio era otro paso hacia un nuevo rumbo: organizar la revuelta en la ciudad con los criollos, mestizos y los nuevos contingentes venidos de Africa. ¿Quién acaudilló la estrategia general que involucraba, además, a los zapacos, piratas y esclavizados, traídos de las colonias francesas, inglesas y holandesas del Caribe? Podrían considerarse nombres: ¿Toussaint L’Ouverture? ¿Alejandro Petión?

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Indudablemente, fueron visionarios a fines de Siglo, pero no contaron con los instrumentos económicos y políticos. La alianza con los criollos “blancos” fue un camino explorado que no tuvo la respuesta prometida por Simón Bolívar. Pero estos líderes, con una mayor lucidez de la insurrección general, no aparecerían sino como culminación de los conflictos y contradicciones de la propia esclavitud con los intereses de las naciones colonialistas. NUEVAS ALIANZAS Y ESTRATEGIAS

El moribundo Siglo XVII terminaría con el asalto a Cartagena por el Barón de Pointis, en mayo de 1697. Los historiadores alienados, fieles al culto de los héroes, han estado ciegos para evaluar las acciones de los pueblos y de la soldadesca que hacen posible que brille la suerte o el infortunio de los generales. Sin embargo, contrario a la norma, en el asalto y toma del Castillo de San Luis de Bocachica, tenemos el testimonio dejado de puño y letra del alto militar, el Castellano Sancho Ximeno, al confesar que la toma de la fortaleza fue posible por la “cobardía de los negros” encargados de la defensa, quienes, ante los atacantes, suma de marinos franceses, bucaneros y africanos, optaron por arrojar sus armas al agua sin que sus superiores españoles pudieran impedirlo. ¡Triste confesión que deja al descubierto el presumible complot de los esclavizados con los asaltantes! Para comprender esta presumida alianza de cimarrones y piratas, citamos otros documentos que recogen versiones clandestinas de que “estaba por suceder un gran travajo en esta ziudad y que solo podía atajarlo llamando la Real Armada de Barlovento que a la sazón se allaba en la ziudad de Portobello... que dentro de breve plazo se berían motivos e indicios de dicho daño”. La fecha del documento, 4 de abril de 1693, nos indica que mucho antes del asalto de Pointis, existían tratos entre cimarrones y piratas, pues “... el riesgo era interno porque los negros de esta ziudad y sus alrededores estaban muy inquietos y con señales muy fijas de alguna sublevazion”.

Agrega otro documento: “... Incontinente el Gobernador ordenó juntar a sus cuarteles todas las milizias para que estuviera devajo de sus banderas... (y publicó) un Bando para que todos los vezinos que tubiesen esclavos 255

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estubiesen con todo cuydado con ellos, sin consentirles armas ni que las trajesen ni andubiesen por las calles de las ocho de la noche en adelante, estando a la mira de sus mobimientos para que fuesen arreglados a quietud y que ninguna perssona bendiesse a ningún negro Pólvora ni balas...”

Si este era el pánico que vivían las autoridades cuatro años antes del ataque del almirante francés Jeans Bernard des Jeannes, sobran razones para justificar las dolidas quejas de Don Sancho Ximeno por la derrota y agravio sufridos, tanto en el Castillo de Bocachica como en el Fuerte de San Lázaro y la puerta de la Media Luna, y en el barrio de Getsemaní, de mayoritaria población africana. Los cronistas van más allá de nuestras sospechas, pues afirman que el barón, en su triunfal avanzada, no tuvo necesidad de cañonear la ciudad, porque el Gobernador, Maestro de Campo don Diego de los Ríos y Quesada, cobardemente, le entregó las llaves. Sólo resta preguntarnos: ¿Cuál sería la contraparte recibida por los cimarrones y zapacos? Respondemos sin la menor duda: ¡Armas! X

Los asaltos a Cartagena por los corsarios franceses e ingleses, reclaman un análisis histórico de los acontecimientos económicos, políticos y tecnológicos que surgían como consecuencia de la acumulación capitalista por las potencias europeas y de sus repercusiones en las mentes de los oprimidos, considerados “piezas muertas” en el proceso de las grandes transformaciones sociales del Siglo XVIII. Nuestro interés en allegar documentos coloniales es superar las especulaciones y olvidos de la acción de las anónimas masas oprimidas y la internacionalización de los conflictos bélicos. Partimos de dos premisas históricas: su inalienable anhelo de libertad y la incesante lucha por alcanzarla. Desde la perspectiva social, consideramos estos ideales como la base oculta del iceberg de la economía colonial. Encontraremos las mismas causas –expoliación humana y acumulación– aunque cambien las estructuras y políticas de los imperios. Las guerras en Europa 256

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entre Coronas Reales tuvieron su directa interacción con las luchas emancipadoras de los esclavizados africanos, criollo y mestizos. EL COSTO AFRICANO DE LAS FORTIFICACIONES Y ASALTOS

Amurallar la bahía e islas de Cartagena constituyó un desafío a la inventiva humana, al mar, a la estrategia militar, a la arquitectura, a las finanzas, a los materiales de construcción, a los africanos. La hazaña logró realizarse, pero costó muchas vidas de esclavizados, 50.000.000 de pesos oro y dos siglos de afanoso construir y demoler. Felipe II sólo ordenó la fortificación de Cartagena cuando, tardíamente, advirtiera que los ingleses construían su flota para reforzar su piratería hacia las colonias americanas y no contra los puertos de la Península. El ingeniero Bautista Antonelli concibió el proyecto general y lo inició en 1586, bajo la supervisión del maestre de campo Juan de Tejera. El primitivo recinto amurallado en la isla de Cartagena contaba con los baluartes de Santa Catalina, San Lucas y las Bóvedas del Cabrero. Más allá de este primer cerco, antiguamente unido por un puente, se levantó la muralla que circunda la isla de Getsemaní, con sus derruídos castilletes en las entradas de la Calle Larga y de la Media Luna. La mole del Castillo de San Felipe de Barajas conformó el cerrojo infranqueable de la ciudad, con sus baterías enfiladas hacia la entrada del puerto. Apuntalados en pequeñas penínsulas e islas, también miraban sobre la bahía los fortines del Pastelillo, Manzanillo y San José. En el lado opuesto, permitiéndoles cruzar sus fuegos contra los barcos intrusos, se levantaba el hoy demolido baluarte de Castillo Grande. En esta misma línea defensiva, aún persiste, como centinela avanzado, el Castillo de San Fernando, antiguo San Luis de Bocachica, que asombra por su imponente calvicie de siglos, y donde sufriera su derrota el Castellano Sancho Ximeno y Orozco. Una escollera submarina artificial obstruye el estrecho de Bocagrande, obligando a los barcos a penetrar por el canal de Bocachica, frente a las fortalezas de San Fernando y San José. Medida estratégica que complementó la defensa de la ciudad, realizada en 1771 por don 257

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Antonio Arévalo, y que constituyó una de las obras de ingeniería hidráulica más importantes de su tiempo. ¿Cuántas vidas de cíclopes africanos fueron sacrificadas, convertidas en cemento y huesos en estas fortificaciones? Sólo se nos habla de su valor en pesos oro, pero no en sangre y martirios. A los 10 años de fundada, el 24 de julio de 1543, la ciudad sufre el primer ataque por parte del corsario francés Francisco Baal. El 11 de abril de 1559, otros bucaneros franceses, Martín Cote y Juan de Beautemps, se toman la ciudad. En 1697, el Barón de Pointis puso sitio a la ciudad con 20 buques, 4 mil soldados y un refuerzo de 1500 piratas, bajo el mando de Du Casse. Al retirarse había perdido a mil hombres, llevándose 2.000 apestados. Las guerras y rivalidades palaciegas que sangraban a siervos y campesinos en Europa, tenían sus cuotas de muerte entre africanos, colonos franceses y españoles, en América. Las mismas pugnas se daban entre los esclavistas de ambas Coronas por la conquista de territorios en Africa, y por el monopolio del comercio de prisioneros. En julio de 1568 asaltan a Cartagena los ingleses, al mando de John Hawkins (Juan Acle); entre sus lugartenientes figura el más tarde famoso Henry Morgan. En 1568, Francis Drake se toma la ciudad, con 23 navíos y 2.500 hombres, con gran regocijo de la reina Isabel de Inglaterra. Atando cabos en esta larga cadena de satrapías, la toma de Cartagena por Pointis fue apenas un eslabón más, al que se uniría el sitio del Almirante inglés, Edward Vernon, secundado por C. Ogle y R. Lestock. Se pone sitio el 15 de mayo de 1741. La toma de la ciudad se da por un hecho inevitable y, previamente, se han mandado acuñar medallas conmemorativas en las que se ponía a Don Blas de Lezo, defensor de la plaza, de rodillas ante el almirante inglés. Apoyaban la acción y la seguridad del triunfo 15.000 marinos, 9.000 soldados y un regimiento norteamericano de 14.500 hombres, que incluía 2.000 “negros” macheteros. Pero las ostentosas muestras de triunfo se estrellaron contra el valor de los sitiados y la pericia de don Blas de Lezo, quien había perdido un 258

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brazo y un ojo en su gloriosa historia de militar. El gobierno de la plaza estaba encomendado a Nelson de Navarrete, pero también se encontró allí el virrey Sebastián Eslava, lo que dió significativa importancia a la lucha. Las tropas defensoras comprendían 2.500 hombres, 158 cañones emplazados y 174 navíos. El epicentro culminante, después de un mes de combates (del 13 de marzo al 20 de abril de 1741), fue la fortaleza amurallada de San Felipe de Barajas. Allí se licuaron los medallones de gloria de Vernon, quien, humillado y con el resto de sus tropas desmanteladas, huyó a Jamaica, donde por más de un año había armado su flota y sus sueños de victoria. En estas batallas no se menciona el número de africanos caídos en combate, y, por supuesto, cuál fue la actitud asumida por los cimarrones y mulatos, que no estarían como espectadores de la contienda, cuando los combates apuntaban al control de la producción esclavista, verdadera fuente de riqueza colonial. EL ESTRANGULAMIENTO DEL COMERCIO HUMANO

La piratería no puede ser considerada como un fenómeno aislado del enfrentamiento entre las naciones europeas por el dominio colonial de América, desligándola de sus repercusiones en el comercio de prisioneros; irremisiblemente, su monopolio se convertiría en detonador social de la conciencia antiesclavista de los africanos y mestizos, rebajados a la condición de “cosas” y bastardos. La acumulación de experiencias infrahumanas se tornaría en sentimientos explosivos. Desde el comienzo de Siglo, el desarrollo de la navegación a vela y la artillería militar cambiaban las relaciones de fuerzas navales, en las que España se ufanaba de poseer la “Armada Invencible”. El péndulo del desequilibrio se inició con el estrangulamiento de la economía de la Corona, mediante la piratería y asaltos a los puertos de ultramar. Para ello era fundamental impedir el flujo humano desde Africa. Frente a estas acciones y amenazas, España dormía y soñaba con la gloria pasada de su inamovible imperio. Aún después del frustrado asedio de Vernon a Cartagena, demoró treinta y dos años (1773) para 259

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encomendar al ingeniero militar Antonio Arébalo, asentado a pocas millas en La Habana, la reedificación y reforzamiento de las fortalezas arrasadas por el almirante inglés. ¡Tardío reconocimiento de su debilidad y atraso militar! Precisamente cuando los africanos y sus descendientes se disponían a dar el último golpe a la esclavitud, y los criollos mestizos se insurreccionaban para alcanzar su independencia política y económica. Para entonces, José Antonio Galán, en el Nuevo Reino, ponía en apuros al Virrey y liberaba esclavizados. El paso práctico dado por España para corregir errores, fue abolir la política de las “autorizaciones” y “asentamientos”, que restringía la introducción de africanos, más ávido de cobrar alcabalas que de la prosperidad de sus colonias. Hasta entonces, el flujo africano había sido grande y constante, pero no había variado en tres siglos, siempre considerando a los africanos como “piezas” sin alma. Tampoco era más racional en las colonias inglesas y francesas, pero en ellas, la explotación pragmática convertía el lucro en revolución industrial. La primera Cédula libre fue expedida el 28 de febrero de 1788 por Carlos IV, a la que siguieron con manifiesta urgencia dos más, la del 24 de noviembre de 1791, firmada en San Lorenzo del Escorial, y posteriormente otra, en Aranjuez, el 22 de abril de 1804, que coincidió con la Revolución antifeudal y libertaria que lograba triunfar en la historia de la humanidad. Recalcamos este hecho por su significado e impacto en los movimientos emancipadores de América, y, más concretamente, para la independencia de nuestro país, cuando Simón Bolívar, derrotado por los españoles, llegó a la isla de L´Overture, en 1816. Comprendiendo la trascendencia de su proyecto liberador de las colonias hispanoamericanas, el entonces presidente de Haití, Alejandro Petión, no vaciló en proporcionarle en dos ocasiones barcos, armas, soldados y dinero, bajo la promesa de instaurar repúblicas limpias de esclavitud. Inexplicablemente, el Libertador murió sin cumplir este compromiso histórico que habría cambiado el destino de las naciones mulatas y mestizas de América... 260

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Pero regresemos a la apremiante necesidad de España, de abastecerse del inestimable caudal africano. Todavía abiertas las heridas por los ataques de Pointis y Vernon, debió recurrir a contratistas españoles y extranjeros, una vez suprimidas las restricciones que concedían privilegios a sus actuales enemigos. Pero en la práctica continuaron siendo sus proveedores, pues seguían monopolizando el comercio esclavista en sus colonias caribeñas, convertidas en factorías de acopio y redistribución de africanos. Los nuevos beneficiados eran simples intermediarios ante Francia, Inglaterra y Holanda. Se comprende entonces que dos años después del asedio de Vernon (1734), el Virrey del Nuevo Reino de la Nueva Granada, Don Sebastián de Eslava, celebrara un contrato con el ciudadano francés Julián Barboteau, para introducir “dos mil cabezas de negros de las colonias de su Nación”. Dos años más tarde (1745), el español Jean Bautista Baumonte, quien había sido nombrado “Teniente de Gobernador y Auditor de la Gente de Guerra de la Ciudad y Provincia de Cartagena”, en apoyo a la solicitud hecha por Nicolás de Echauz para introducir “4.000 piezas”, informa al Rey sobre los “perjuicios considerables que se siguen a los Reynos del Perú y tierra firme de la falta de negros, desde que feneció el Assiento hecho con la Nación Inglesa, pues son (los esclavos) los únicos operarios para el cultivo de las Haciendas y labor de las Minas...”. Además, preocupado por los apremios en que se encontraba la Corona, el funcionario se apresura en señalar que el contratista se “comprometía a dejar a favor de las Arcas Reales, la cuarta parte del precio que costare cada cabeza de negro, de ambos sexos”, y también entregar “4.000 pesos y los negros que S.M. necesitare para las Reales Fábricas de Panamá, reedificación de los Castillos de San Felipe de Barajas y de Chagre al costo y coste que los condujere...”.

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CAPÍTULO SEGUNDO:

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P IEZAS C ADUCAS DEL C OLONIALISMO AS

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a tríada ominosa del engranaje colonialista –el tráfico de prisioneros, la indignidad humana y la máxima expoliación de las fuerzas de trabajo– alimentaba incesantemente la noria de la esclavitud. Sin embargo, los ineludibles cambios de la sociedad, aunque fueran inadvertidos por los monarcas europeos, acumulaban en las colonias americanas el fermento de su propia destrucción. Las estadísticas sobre la cuantía de las “cabezas” transportadas por el disputadísimo comercio humano, revelan las aberrantes prácticas esclavistas. La Corona Española, espoleada por las necesidades insoslayables de introducir esclavizados a sus Colonias, no dejaba de advertir el volcán que se gestaba por los abusos de los amos, el hacinamiento y su multiplicación. Para amainar este riesgo mantuvo la política de paz en los reductos cimarrones, y, a la par, dictaba medidas restrictivas que frenaran las injusticias de la esclavitud. No obstante, sobrevivían otras causas que escapaban a la voluntad y control del Soberano: el aumento de los hijos mulatos, zambos y mestizos que, si bien suplían la escasez de africanos, aumentaban el malestar general y el ánimo insurreccional. El ritmo de crecimiento de la población, a partir de los inicios de la Colonia, ilustra sobre la verdadera composición del mestizaje en el Siglo XVIII: “En el Siglo XVI la presencia de los negros era más evidente, claro está, en la propia Cartagena. Ya en 1552 el cabildo de la ciudad les prohibió permanecer en las calles después del toque de queda “por cuanto en esta ciudad había muchos negros, los cuales andan de noche después de tañida la queda, y a horas no lícitas, y hacen muchos hurtos y robos”. En 1570, según cálculos del etnógrafo venezolano Angel Rosemblat, la población de la Nueva Granada ascendía a 825.000 personas, entre ellas 10.000 blancos, 15.000 negros y 80.000 a los negros y mulatos, 20.000 a los mestizos

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y 600.000 a los indios”. (Serguei Serov “COLOMBIA”. En “Los Africanos en el Nuevo Mundo”. Editorial Progreso, Moscú, 1991. ( ).

Para el año 1779, en la Nueva Granada, sobre un total de 800.000 habitantes, el historiador Jaime Jaramillo Uribe registra 53.778 esclavizados. Una vez más vemos que los cálculos consignados en las crónicas no pueden evaluarse al pie de la letra, si sabemos que el cartabón racial de la Colonia se regía por criterios aprejuiciados. ¿Quiénes eran realmente esclavizados y quiénes libres? Nadie ignora que ya desde los primeros días de la Conquista se esclavizaban, encadenaban y asesinaban “indios”, pese a las leyes protectoras de la Reina Isabel. Y desde entonces, los africanos y sus descendientes criollos, mulatos y zambos, corrían igual suerte que sus padres. El concepto de “liberto” siempre fue cuestionado, aún después de la Ley de Emancipación de los Esclavos, en 1852. Las prácticas esclavistas no desaparecieron de la noche a la mañana, como tampoco las cicatrices de los cepos en los tobillos, ni en las mentes de los esclavistas y sus herederos. Lo incuestionable era que la economía colonial y republicana descansaba sobre los africanos, fueran “negros”, mulatos, zambos o triétnicos. Igual en los ríos y litorales caribeños; altiplanos, llanos y valles del Pacífico; con cadenas o sin ellas, la población africana de primera y quinta generación sufría los rigores de la esclavitud física y social. ¡Afortunadamente, el mestizaje daba movilidad a las capas sociales e ideas libertarias! En lo que concierne a la Cartagena de fines del Siglo XVIII, centro estratégico del Caribe infectado por contrabandistas y piratas, agreguemos el flujo legal y clandestino de africanos fugitivos de Jamaica, Aruba y Haití. Basta con revisar las informaciones privadas de los funcionarios de la ciudad al Virrey y de éste al Monarca, para justificar plenamente nuestros juicios. Lo que extraña es que tales documentos hayan sido ignorados por algunos investigadores para fantasear sobre el “natural” indolente y perezoso del africano, cuando no se le connota de abúlico y resignado a la servidumbre. 264

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La lectura de los documentos de la época permite esclarecer en las propias Cédulas Reales e informes de Virreyes, Gobernadores y Obispos, no sólo sus preocupaciones por el trabajo excesivo que recaía sobre los esclavizados y la actitud beligerante de éstos por liberarse, como lo confirman las instrucciones sobre los severos castigos y penas a los levantiscos; las fábricas de materiales para las fortificaciones, los trabajos forzados en los galeones (galeras) y el rudo excavar de rocas en las canteras, de donde surgieron Benkos Biojo y su cimarrones, al igual que los cadáveres que arrastraba cotidianamente la carreta de San Pedro Claver o el detritus humano que mendigaba por las calles, extendiendo sus manos ulceradas. En los críticos años en los cuales por fin se emprendió tardíamente la reparación y refuerzo de las fortificaciones, mediados del Siglo XVIII, la ciudad vivió uno de los períodos más trágicos para la población esclavizada, sometida a un régimen intensivo de trabajos forzados, en donde se concentraron africanos traídos directamente de sus tierras de origen. La demanda de africanos también se hacía urgente en las faenas agrícolas y pecuarias de todo el país, coincidiendo con un repunte de la minería, cuando el oro avalaba las transacciones del nuevo capitalismo industrial. Cartagena, puerto tradicional de acopio de prisioneros, el mayor de las Colonias hispanas, fundía en un solo crisol a esclavistas y africanos y “libertos”, en la nueva condición de “forzados” y “alquilados” por la Corona. Desde luego que los más eran requeridos para la inexpugnación de las fortalezas militares, bajo el apremiante reclamo del ingeniero Antonio de Arévalo. Para desmentir los epítetos de “haraganes”, que los olvidadizos endilgan al africano y a su mezcla mulata y mestiza, recordemos que para cumplir las titánicas empresas de construir la nación, había general consenso de reconocer a la “raza negra” como la privilegiada, por dar el mejor rendimiento en las agobiantes tareas y en el mayor número de muertes. Estas definiciones, que acaecían diariamente, no eran fulminantes, como cobraban sus víctimas los dioses griegos, sino que se asaban al fuego lento de parrilla, como acontecía con los 265

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manipuladores de la argamasa de cemento y cal viva, pues estaba prohibido apagarla antes de usarla. A los pocos años, las manos perdían los músculos, dejando al descubierto los huesos descarnados. Nada más explícito y cruel, por la frialdad y sarcasmo, que la carta donde el Gobernador Gerónimo Suazo y Cassasola informa al Rey la conveniencia de atraillar africanos a la construcción de las murallas, por su gran rendimiento y poco costo: “El tiempo que por falta de dinero no se travajó en el castillo ordené que con los negros de V.M. que el yngeniero truxo de la Havana, que como tengo avisado fueron 28 Barones y 2 negras, se hiciese alguna cal para escussar algún gasto a V.M. porque no ay hanega de ella que no cueste más de 3 reales conprada/ y el ingeniero que cierto sirve con grande amor y voluntad y muy puntualmente se ha dado tan buena maña y priessa que en menos de ocho meses tiene hechas más de 10 mil hanegas y pues los negros están tan diestros podrá V.M. mandar que no se compre ninguna para las fábricas sino que se haga, que se ahorrarán muchos dineros/ De los negros que el yngeniero trujo de la Havana con orden de V.M. cuatro se murieron y los tres dieron en ladrones y fugitivos y assy ordené a los oficiales reales los vendiesen y de lo procedido se compren otros buenos y de servicio. Lo qual se hará con los primeros que vinieren”. ( ).

El uso y abuso de los amos por la vida y la fuerza de trabajo de sus esclavizados amenazaba a tal grado la estabilidad de sus Colonias, que el Rey Carlos IV debió intervenir para frenar el relajamiento de las costumbres cristianas y las fugas de los cautivos. En carta a Don Bartolomé Narváez, Obispo de Cartagena, le solicita un informe sobre los desmanes de los amos sobre sus esclavizados y del poco celo que los religiosos ponían en corregirlos, según le ha escrito el Gobernador, Don Ignacio Salas, en carta del 28 de noviembre de 1572. Acogiendo la solicitud del Gobernador, el Obispo delega la averiguación y respuesta al Padre Salvador Grande, superior de la Compañía de Jesús. He aquí un extracto de los aspectos controversiales tratados por el sacerdote, que constituye una descarnada radiografía de la esclavitud en la sociedad colonial.

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DOLENCIAS DE LAS ALMAS Y LOS CUERPOS

“1. —Parece innegable que en muchas casas ay más esclavas que son menester para el servicio doméstico interior de la casa, respecto que por el Padrón del año 1751 conta que familia de dos Señoras solas tiene diez y siete esclavos dentro de cada, dos familias tienen diez y seis esclavas cada una, quatro familias a catorce esclavas, otras trece &; siendo esto así que estas y muchas otras familias no necesitan de los jornales de la esclava para mantenerse, se sigue que saliendo a la calle a ganar el jornal, se exponen a cometer muchas ofensas a Dios, y no saliendo estarán ociosas todo el día, y expuestas a los Vicios que acarrea las ociosidades.” “2. —Aunque las dichas familias fuessen pobres y necesitaren del jornal de las esclavas para su precisa mantención, no deben tolerar sus salidas a la calle para obrar los desórdenes que regularmente cometen por su perversa inclinación... que siendo innegable que de estas salidas de las esclavas a la calle, por el particular interés de sus amos, se siguen muchas ofensas a Dios, es forzoso estorvar estos pecados, por cuya principal propuse al Rey, que se limitase el número de los sirvientes en las familias, evitando al mismo tiempo la vanidad de tener una grande, sin uso y expuesta a una epidemia.” “3. —No niego que en muchas casas procuran casar las esclavas con los esclavos, pero también es cierto, que a muchos se les da muy poco cuidado de esta obligación christiana y consta que algunos venden las esclavas por no ser fecundas, aunque lo ignore el Padre Grande.” “4. —Sobre el punto que no es cruel el castigo que se da a algunas esclavas por no traer el jornal, se puede preguntar al Alcalde don Manuel de Puga lo que le ha sucedido como Juez, de pocos días a esta parte y a muchas otras personas de fama de esa Ciudad.” “5. —El alquilar las esclavas para que sirvan en casas no seguras, necesita remedio y mucho más que no se les permita que 267

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vivan por si donde gusten, con tal que al mes traigan el jornal, de que se siguen muchos pecados, como concede el Padre.” “6. —El primer punto, que se prohiba a los amos imbiar o permitir salir esclava suya con ventas a las calles, o Plazas, como propone el Padre Salvador Grande, devo dezir que este es el principalíssimo que me movió a hazer mi representación al Rey.” “7. —Tocante al segundo, que a las esclavas no se les permita salir fuera de la Media Luna a buscar el jornal, aunque lo considero bueno, no le hallo practicable, a menos que se pusiese una persona en la puerta que las conociese todas y esto lo tengo por imposible...” “8. —Tocante al terzer punto, de que el amo o ama, que permitiere a su esclava vivir fuera de su casa se le multe por la primera vez en el tercio de su valor, por la segunda con dos tercios y por la tercera pierda la esclava, es muy bueno; pero es preciso discurrir quién a de tener este cuidado.” “9. —Sobre el quarto punto, que no se permitan esclavos o esclavas jornaleros, a los que de otra parte tienen con qué mantenerse decentemente, según su estado, ya tengo respondido en el primer punto de este papel.” “10. —Como algunos amos se mezclan con las propias esclavas quitándoles su honor, sería conveniente para obviar estos pecados la continuación que se sigue de un amancebamiento, pedir al Rey se sirviesen mandar que por este solo hecho quede la esclava libre, con lo que se contendrían algunos por su interés, no conteniéndose por la ofenza de Dios.” “11. —Parece muy conveniente que en la Plaza que llaman de las Negras, aya las que están vendiendo las frutas, verduras, carne por menudo de las que se les permite sacar de la carnicería y que estas fuesen mugeres casadas, o viudas y de edad proporcionada a aquel corto travajo con que ganan su manutención; porque a no emplearse en esto las mugeres, se abran de emplear los hombres que pueden hazer travajo más pesado, quedando las negras libres destituidas de 268

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este medio para buscar su vida, lo que es punto digno de consideración.” “12. —Para hazer observar todo lo que se dispusiere y hallase por conveniente sobre estos asumptos, pareze sería necessario, que como los Yndios tienen su Protector por Leyes Reales se devería nombrar un protector de Negros en esta Ciudad... que debería ser un hombre muy circunstanciado, o un Regidor, con un Alguacil, señalándoles una parte de las multas que se impusieran a los que contrabiniesen a las reglas que se deben establecer sobre esta materia y también para que formando listas de todos los Negros libres y esclavos, cuidase que los muchachos negros y mulatos, tanto esclavos como libres en teniendo hedad competente se pusiesen a aprendizes de los ofizios mecánicos, como sastres, zapateros, carpinteros, albañiles &, cuidado que continuasen hasta salir buenos ofiziales, con lo que lograría la República un gran aumento y los vezinos la correspondiente conbeniencia en tener estos ofiziales por jornales más moderados. Y así mesmo, que los que no quisiesen aplicar a oficios mecánicos, se embiasen a trabajar a las Hacienda o minas, pues todos se quejan de que estas no se travajan por falta de negros.” “13. —Este protector devería cuidar así mesmo de que las muchachas se criasen con la correspondiente educación, que se casasen a tiempo con los mozos correspondientes a su esfera y color, que ningún amo dise libertad a esclavo o esclava de abanzada hedad, como sucede con algunos que dan la livertad a sus esclavos, quando no pueden travajar para horrarse su mantención, curarle sus enfermedades y enterrarlos...; y finalmente, concidero que el nombramiento de este Protector con su Alguacil para la observancia de todo lo que se dispusiere, es absolutamente necessario.” Las preocupaciones del Gobernador y del Obispo, como puede apreciarse, atañen principalmente a corregir la conducta de los amos que contravenían la moral cristiana, pero poco o nada de las fatigas, azotes, mutilaciones y enfermedades que conformaban la romería de 269

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fantasmas cadavéricos; los “zombis”, muertos-vivos que pululaban por las calles, y que el Gobernador consideraba como una “plétora de esclavos” que invadía la ciudad. Esta superpoblación de ancianos inútiles constituía una rueda suelta que ni la Corona ni los amos querían atender, pero que tampoco podían enterrar. Para corresponder en parte a esta obligación “cristiana”, ya el Rey Carlos IV había tratado de corregirlos en Cédulas de 1769 y 1778, pero como tantas otras disposiciones reales, siempre fueron incumplidas. EL “CÓDIGO NEGRO” ESPAÑOL

La relajación de las prácticas de los propios funcionarios reales, dueños y mayordomos, en el trato que daban a los esclavizados y que ponía en peligro la salud de los reinos de ultramar y las arcas reales, determinó al Rey Carlos IV a promulgar el “Código de las Leyes de Partida y demás cuerpos de la Legislación de estos Reynos, en el de la Recopilación de Yndias” (31 de mayo de 1789), que reglamentaba las disposiciones reales sobre la esclavitud en las Colonias americanas. Eran medidas similares a las tomadas por Luis XIV, de Francia, para contener a los cimarrones haitianos en 1685. Abreviamos el texto hispano: “El Capítulo I. Educación de los Esclavos. Manda que se les instruya “en los principios de la Religión Católica y en las verdaderas necesidades, para que puedan ser bautizados dentro del año de su residencia..., cuidando se les explique la Doctrina Christiana todos los días de fiesta de precepto...” “El Capítulo II. Alimentos y Vestuarios. Dice que “no pudiéndose dar regla fixa sobre la quantidad y calidad de los alimentos, y clase de ropa que les deben suministrar por la diversidad de Provincias, climas y temperamentos y otras causas particulares...”, se deja la cuestión a “las Justicias del distrito de las Haciendas con acuerdo del Ayuntamiento y audiencia del Procurador Síndico, en calidad de Protector de los Esclavos...”. “El Capítulo III. Ocupación de los Esclavos. Donde se marcan directrices generales: ...”enseñanza obligatoria de la agricultura y demás labores del campo”... (con proscripción) de “los oficios de la vida sedentaria”.

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Tareas de “sol a sol” (para)... dejar “dos horas en el día para que las empleen en manufacturas u ocupaciones, que cedan en su personal beneficio y utilidad”... “sin que puedan los dueños o mayordomos obligar a trabajar por tareas a los mayores de los sesenta años, ni menores de diez y siete, como tampoco a las esclavas ni a emplear a éstas en trabajos no conformes con su sexo...”. “El Capítulo IV. Sobre diversiones, permitidas después de “oirse misa, los domingos y festivos”, se recomendaba que fuesen “simples y sencillas... con separación de los dos sexos... y evitando que se excedan en beber...”. “El Capítulo V. “Havitaciones”. Se ordena que...” sean cómodas y suficientes para que se liberten de las intemperies, con camas en alto, mantas o ropa necesaria y con separación para cada uno y quando más dos en un quarto...”.

Trasladándonos a nuestros tiempos, comienzos del Siglo XXI, colegimos que de la misma manera en que los Reyes desconocían la triste suerte de los esclavizados en sus dominios de América, nuestros Padres de la Patria ignoran la realidad social de nuestros campesinos en sus variadas geografías, costumbres y miserias. Suelen legislar para “Repúblicas aéreas”, como decía el Libertador. “El Capítulo VI. –según Arrázola– sobre Alimentación de Ancianos y Niños, imponiendo a los amos la obligación de alimentarlos y no concederles permiso “para descargue de ellos, a no ser proveyéndolos del peculio suficiente...”. El Capítulo VII. Matrimonios de Esclavos, para que “se fomenten y evitar los tratos ilícitos”. “El Capítulo VIII. Instrucción de Obligaciones y Penas Correccionales de amos y esclavos, señala la protección que deben dar los amos a sus esclavos... se sigue también la obligación en que por lo mismo se hallan constituidos los Esclavos de obedecer y respetar a sus Dueños y Mayordomos”... (en caso contrario) “el esclavo podrá y deberá ser castigado correccionalmente por los excesos que cometa, ya por el Dueño de la Hacienda o ya por su Mayordomo... con prisión o grillete, cadena, maza o zepo, conque no sea poniéndole en éste de caveza, o con azotes que no puedan pasar de veinte y cinco, con instrumento suave que no le cause contusión grave o efusión de sangre...”. “El Capítulo IX. Instrucción de Penas Mayores. “... mutilación de miembro” (genitales), pena de muerte, previas a la “formación y determinación del proceso e imposición de la pena correspondiente”. 271

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“El Capítulo X. Defectos o Excesos en que “pudieran incurrir” los Dueños de esclavos y sus Mayordomos. Para enmendarlos establece una escala de multas que comienzan por los cincunta pesos para la primera, los cien para la segunda y hasta los docientos para la tercera y última. Pero si la cosa pasa a mayores, se impone la confiscación del Esclavo y su venta a otro amo. “El Capítulo XI. Penas establecidas por las Leyes “para los que cometen semejantes excesos o delitos contra las personas de estado libre...” “El Capítulo XII. Instrucción para llevar una lista de los esclavos de cada dueño en el Ayuntamiento.” “El Capítulo XIII. “Modo de Averiguar los Excesos de los Dueños o Mayordomos”, a cargo del Procurador Síndico Protector de los Esclavos.” “El Capítulo XIV. “Caxa de Multas” con destino al estricto cumplimiento de la propia “Instrucción”.”

El Código de las Leyes de Partida, promulgado en fecha muy tardía (1789), revela que, al finalizar el Siglo XVIII, la Corona de España no presagiaba el desplome del régimen esclavista, pese a las medidas que querían corregir sus iniquidades. La peor miopía del Imperio fue no comprender que las nuevas Leyes, encaminadas a “suavizar” las condiciones infrahumanas de los oprimidos, sólo exasperaban su rebeldía, cuando apenas concedían “dos horas” de descanso diario, en las cuales debían realizar “tareas” siempre en beneficio de los amos. EL HAITIANO QUE PUDO CAMBIAR LA HISTORIA COLOMBIANA

La explotación de los recursos de las Colonias americanas con los millones de hombres arrancados de Africa en tres siglos, además de acumular en Europa el capital industrial, engendró la burguesía, nueva clase que luchaba por arrebatar el poder a la realeza y la nobleza, para establecer una sociedad más justa, en donde se reconocieran los “Derechos del Hombre”, basados en la “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”. Tales emancipadores no contemplaban la abolición de la esclavitud en América, precisamente porque el monopolio del comercio humano aseguraba el dominio de la naciente economía industrial. No obstante, sus ideales revolucionarios sí influyeron en las luchas 272

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antiesclavistas de América desde antes del triunfo de la Revolución Francesa, como ocurrió en los movimientos que precedieron a la Independencia de los Estados Unidos y a la antiesclavista Revolución de Haití. El prejuicio de relacionar los mutuos influjos de estos movimientos emancipadores, aunque buscaba fines distintos –abolición de la esclavitud e independencia– ha permitido que se cubran con un manto de sombras, hecho de gran trascendencia para la comprensión de las campañas libertadoras en nuestro continente. Poco se ha divulgado que España, para suplir en parte la escasez de africanos por los asaltos a Cartagena, pero también para infringir daño a sus enemigos, declaró libres a todos los “esclavos” extranjeros que buscaran refugio en sus dominios de América. Sin embargo, ante el creciente ánimo insurreccional de sus propios africanos, acicateados por la rebelión cimarrona en Santo Domingo, el Rey Carlos IV, en providencia del 17 de marzo de 1790, en víspera de la Revolución Haitiana, da por terminada esta disposición, muy ilustrativa de los vientos liberales que sacudían a Europa: “Con uniforme dictamen de la Junta de Estado ha resuelto el Rey que por ahora cese el uso de la libertad de los Esclavos que de las colonias extrangeras se refugian a las nuestras, mediante no haver en que ocuparlos y sin cuya circunstancia no se debe admitir su residencia en ellas por prohivir las Leyes de Yndias el Domicilio a todo extrangero en concepto de libres y forastero; y que se suspenda entre tanto el cumplimiento de las cédulas declaratorias de la libertad que conforme al Derecho de Gentes se han expedido en diversas ocasiones y casos particulares a favor de los Esclavos que se han refugiado a nuestros dominios de América, cuya soberana determinación no solo hará V.S. observar en los casos que ocurran, sino que dispondrá se publique por los medios que juzgue más oportunos, a fin de que llegue a noticia de los Esclavos de las colonias extrangeras y cese la frecuente transmigración de ellos que actualmente se experimenta en varias partes. De orden de S.M. lo prevengo a V.S. para su puntual cumplimiento”. ( )

Importantísimo documento para esclarecer los vínculos y simultaneidad de los movimientos cimarrones que dieron lugar al complot urdido en Cartagena por fugitivos haitianos, en complicidad con los mulatos de la ciudad. 273

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Exactamente al cumplirse un siglo de la ejecución del “Rey” Domingo Criollo, tuvo lugar en Cartagena un complot insurreccional el 2 de mayo. El plan conspirador se mantuvo en el más estricto sigilo, como correspondía a la magnitud de la sedición. La fuente fidedigna de la historia la proporciona el propio Gobernador de la ciudad, don Pedro Mendieta, en carta al Virrey de Santa Fe, del 19 de mayo de 1793: “...El día primero del corriente por la tarde se descubrió en esta Plaza el principio de una sublevación proyectada por los negros, que aunque mal y desordenadamente dirigida, estaba tratada de egecutar al inmediato día siguiente; pero habiendo tomado de las seis de la misma tarde a las nueve de la noche todas las providencias que exigían las circunstancias, ya a esta hora quedaron presos ocho de los negros, que se creyeron autores o cómplices de aquel delito y todos los puestos de la Plaza, y sus puertas exteriores, prevenidos debidamente por qualquier novedad que pueda resultar”. ( ).

En otro aparte de la misiva estrictamente confidencial, se advierte la preocupación del alto funcionario en restar gravedad a los hechos consumados, sin dejar de exteriorizar su alarma: “El concepto expuesto del ministerio Fiscal es el de competir el conocimiento de la causa a la jurisdicción Real ordinaria sugetando a ella en el caso todo otro fuero incluso el Militar, pero los artículos 4º libro 3º tratado 8º y 26 título 1º del mismo tratado de la ordenanza general, sugetan por el contrario o atrahen a la jurisdicción militar los demás fueros declarando para de su privativo conocimiento las causas de incendios de quarteles y edificios militares, las de insulto de centinelas o salvaguardias y de conjuración contra el comandante militar oficiales o tropa en qualquier modo que se intente o egecute con la expresión de que los Reos de otras jurisdicciones que fueren comprehendidos en qualquiera de estos delitos, deben ser juzgados y sentenciados por la militar con el castigo de ordenanza”. “El presente caso, creo no puede dudarse, está comprehendido idénticamente en esta disposición pues se trataba nada menos que de ocupar violentamente una fortaleza, destruir la Plaza y aún lo que se meditaba antes matar al Gobernador que es verdadero y efectivo Comandante Militar de la Plaza y de todos sus puestos”.

Más adelante, como si mostrara las cartas una a una, entra en detalles, revelando a los conspiradores y al delator. Héroes, mártires y villanos de la historia emancipadora de la esclavitud. Desgraciadamente no revela los nombres de los cabecillas haitianos, verdaderos precursores 274

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del grito de Independencia de Cartagena, apenas 18 años antes del levantamiento popular incitado por el jefe de los maestranzas de la ciudad, el mulato cubano Pedro Romero y el triétnico José Prudencio Padilla, hijo de madre wayúu y padre mulato dominicano, entonces un simple contramaestrre de la Armada Real, comandante del arsenal del puerto. En la mañana del 11 de noviembre del inmemorable 1811, Pedro Romero rompió el sueño de los amos con los redobles de su tambor, al frente de un puñado de esclavizados descalzos que esgrimía lanzas de palo y picas de acero, de los insumisos de las minas de Matuderé: ¡Pum! ¡Pum! ¡Los patrioteros! ¡Pum! ¡Pum! ¡Los señorones! ¡Pum! ¡Pum! ¡Vengan ahora! ¡Pum! ¡Pum! ¡Los chapetones! Mientras tanto, su yerno, José Prudencio Padilla, según plan acordado, insurreccionaba a los milicianos pardos del batallón “El Fijo”, para tomarse el fortín de San Agustín y el Palacio de la Inquisición. Estas acciones militares recogían tres siglos de contiendas cimarronas que compulsaron con sus lanzas y cañones a la indecisa Junta de Gobierno de los mestizos criollos, para que proclamaran la independencia absoluta de España. Sin embargo, en el Acta de Proclamación no fueron recogidas sus exigencias de abolir la esclavitud. La mirada desalienadora y reivindicativa, superados los complejos de inferioridad conceptual para valorar nuestra historia americana, nos obliga a una interpretación más ajustada a los hechos y procesos, lúcida o inconscientemente ignorados. No atomizar en parcelas la diáspora compulsada de los millones de africanos a la América, fraccionándola en estancos “nacionales” e “independientes”, que esconden la unidad y magnitud de su epopeya continental. 275

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Encadenar los movimientos antiesclavistas acaecidos en Colombia –luchas cimarronas; resistencia y sublevaciones citadinas; alianzas de zapacos con piratas y fugitivos foráneos; levantamientos comuneros y patriotas– en un solo y vasto proceso de ideales libertarios que relacionan las luchas revolucionarias de los pueblos de América con los de Asia y Europa. Las fechas de las insurrecciones de los comuneros contra la mita, los estancos e impuestos que sacudieron los virreinatos de la Corona Española –Comuneros en Paraguay (1717-1735); la de los Estancos en Ecuador (1765); “Condorcanqui”, Túpac Amaru en el Perú y Bolivia (1780); la Insurrección de los Comuneros de José Antonio Galán, emancipador de esclavizados en Colombia (1781); el Motín de Aranjuez y la Sublevación Popular de Madrid, en la propia Península–. Los asaltos piratas a Cartagena, por Pointis (1697) y Vernon (1741), estrechamente ligados a la disputa de los mares entre las Coronas de España, Francia e Inglaterra. La derrota de la “Armada Invencible” española, por el Almirante inglés Horacio Nelson (1805), donde cae prisionero José Prudencio Padilla, entonces ya contramaestre del navío “San Juan de Nepomuceno”, hundido en la refriega, en la cual se había alistado como pinche de cocina, a la edad de 14 años, en el puerto de Riohacha. Después de permanecer en prisión, conjuntamente con sus compañeros de armas, en Porstmouth, Padilla fue puesto en libertad a los tres años (1808), debido a la alianza de España e Inglaterra contra Napoleón, que había invadido la Península. Finalmente, regresa a Cartagena en 1810, un año antes del “grito” de Independencia. No es casual que el coronel Simón Bolívar y el curtido contramaestre José Prudencio Padilla, se hayan encontrado en Cartagena en el año de 1812 y que, una década después, el marino, bajo el mando del ya victorioso general, hubiera dirigido y ganado la Batalla de Maracaibo, que puso fin al Imperio Español en América, con excepción de Cuba, libertada por otro mulato, el general Antonio Maceo (1895). En aquella fecha gloriosa de la derrota española en el lago venezolano, tal vez ya estaba señalado por el trágico destino, que el mulato almirante fuera fusilado por el triétnico libertador. 276

CAPÍTULO TERCERO:

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A C U LT U R A D E L A

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M A N C I PAC I Ó N

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a libertad absoluta para preservar los valores africanos auténticos, ocurrió después de la emancipación (1852), cuando libertos y libérrimos, los abuelos desnudos y desafiantes, asumieron su libertad en las selvas, ríos y litorales, como un reto a vivir de acuerdo a sus tradiciones ancestrales. Pero sólo lo lograron en parte porque la aculturación hispana les había dejado firmes patrones culturales: idioma, religión, vestidos, hábitos y una dependencia económica y social del régimen que persiste hasta nuestros días. Los pocos aborígenes colombianos que habían sobrevivido a la Conquista procuraron mantenerse en comunidades cerradas en las altiplanicies o perdidos en las selvas amazónicas y del Pacífico. Los africanos, por el contrario, aunque se les confinara en las haciendas y minas, invadieron el mundo social urbano y familiar de los españoles, en virtud a los múltiples oficios que desempeñaban. Cocineros, domésticas, artesanos, agricultores, capataces, transportadores, etc. Donde quiera que estuviera el amo, a su lado obligatoriamente permanecía el africano. Esta relación socioeconómica determinó el tipo de costumbres, pensamientos y actividades culturales. Dos mundos aparentemente distanciados por los prejuicios, pero inseparables en la vida social. DESCULTURIZACIÓN AFRICANA

Las comarcas de los departamentos del Cauca, Nariño, Valle y Chocó, antiguos centros mineros de la colonización española, se convirtieron en las zonas más prósperas del país durante los Siglos XVI al XVIII. Esta riqueza, valorada siempre por los ricos yacimientos auríferos, realmente pudo convertirse en un emporio por los miles de africanos trasplantados desde Africa, no tanto por las fuerzas físicas en la explotación del oro, como por las experiencias que aportaron de sus muchas culturas en los valles del río Níger, Senegal y extensas sabanas subsaharianas: universidades, reinos de ciudades imperiales,

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palacios reales, aldeas agrarias, religión, organización tributaria, ejércitos conquistadores, navegación, minería, metalurgia, escultura en hierro, cobre y bronce, herramientas, instrumentos musicales: arpas, violines, bandolas, flautas, tambores, xilófonos (marimbas metálicas y de madera), campanas, cencerros, triángulos metálicos, trompas (marimba de boca), cornetas, oboes, etc. Aunque estos conocimientos culturales fueron menospreciados y aún perseguidos, especialmente los tambores, considerados satánicos por sus usos rituales, la aptitud cultural no pudo amputarse de la idiosincrasia, sensibilidad y prácticas de los africanos, pues persistieron en su memoria ancestral y se expresaron en los nuevos valores impuestos por los aculturizadores hispanos: cultos religiosos, artesanías, viviendas, alimentos, vestidos, etc., todos ellos reducidos a las más degradantes formas de empirismo y barbarie. Los esclavistas y dueños de minas auríferas redujeron la creatividad de los abuelos esclavizados al máximo rendimiento del esfuerzo sobrehumano. ¡La perspectiva de vida útil del esclavizado no sobrepasaba los doce años! Asombra que tras quinientos años de regímenes expoliadores, los sobrevivientes, mezclados entre sí o con españoles e indígenas –mulatos, zambos y mestizos triétnicos–, aún conserven las características esenciales de las etnias y actitudes africanas recreadas en nuevas formas culturales. En esta herencia, viva en sus descendientes actuales –los biafra, mina, carabalí, campás, casarán, etc.–, es donde puede valorarse lo mucho que aportaron a la nacionalidad, más allá de la economía minera, agraria y ganadera. Cada rasgo africano en las culturas recreadas de los pueblos del Pacífico y del Chocó, por rústicas que parezcan, vale más que todos los lingotes de oro extraídos y amasados con las sangres de nuestros abuelos. También debemos resaltar los conocimientos ancestrales de los amerindios, aprovechados por europeos y africanos para asentarse en el medio selvático y hostil. Sin embargo, las comunidades aborígenes, igualmente sometidas al trabajo forzado y extensivo, diezmadas por su belicosidad en defensa de la tierra, resultaron insuficientes para la expansión del sistema colonial, dando lugar a que se acordara la importación de africanos. 278

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La numerosa población africana y el espíritu libertario determinaron las fugas, el arrochelamiento, el cimarronismo y los palenques; igualmente, el maridaje y los intercambios culturales con las dispersas y reducidas comunidades amerindias. Otros grupos aborígenes conformados en resguardos, pudieron conservar sus idiomas y costumbres, marginados de africanos y españoles. LA ALIENACIÓN HISPANA POSCOLONIAL

El nuevo orden establecido en estas comarcas impuso el cuño colonizador español. El idioma, la religión y las costumbres siguieron el modelo peninsular, aunque ambientados a las nuevas circunstancias. Se reprodujo el sistema de nobleza basado en los privilegios para españoles y sus descendientes criollos, así como la servidumbre y esclavitud para amerindios, africanos, mestizos, mulatos y zambos. Los pobladores españoles y sus descendientes, puros o mezclados con aborígenes y afros, constituyeron desde el comienzo un grupo restringido, ubicado principalmente en Popayán, Cali, Medellín, Quibdó, etc. Los prejuicios raciales los compulsó a mantenerse relativamente separados, produciéndose un distanciamiento cultural y social con las etnias sometidas. Los pocos amerindios, refugiados o perdidos en las selvas. Los africanos por el contrario, obligatoriamente permanecían cerca de sus amos. Esta relación socioeconómica determinó el tipo de costumbres, pensamientos y actividades culturales. Dos mundos aparentemente distanciados por los prejuicios, pero inseparables en la vida social. Resultado de ello fue el poco pero persistente mestizaje de las dos razas. El proceso de aculturación y endoculturación ha producido el actual marco de la cultura tradicional popular caucana, nariñense, chocoana y valluna.

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CAPÍTULO CUARTO:

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N D O C U LT U R A C I O N Y

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ECREACION

FROCOLOMBIANA

BAILES Y CANTOS AFROCOLOMBIANOS

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a formación de la nueva cultura colonial necesitó un largo período de gestación. Lo que vemos hoy día es apenas el resultado de profundos cambios mentales, de hábitos y conocimientos. Nada más fácil de confundir y malinterpretar, que juzgar las manifestaciones actuales con el ojo del observador improvisado. Es precisamente lo que ocurre con la apreciación de nuestros bailes. Afirmar que tal o cual aire es puro, típico u originario de una comarca, es algo fácil de decir, pero difícil de sustentar ante los procesos históricos de formación. En la comprensión de estos fenómenos hay que tener la mirada larga para descubrir las actitudes, luchas y resultados en los cuales se enfrentaron las corrientes aculturizadoras de las del colonizado, en este caso, el africano, ansioso de preservar sus hábitos y mentalidades. En lo que concierne a los bailes y cantos africanos, no sólo en nuestro país sino en todo el continente, debieron sufrir y sobreponerse a las restricciones que les imponía el colonizador, que sólo veía en ellas formas paganas de cultos diabólicos. Frente a las prácticas clandestinas y reclamos de los africanos pidiendo licencias para dedicarse al jolgorio en los períodos de descanso y en las festividades católicas, los amos y las autoridades debieron acceder a ciertas licencias que permitieron preservar algunos de los instrumentos y costumbres africanos. RESISTENCIA CONTRA LA SATANIZACIÓN

En el marco de estas restricciones y permisos, el 9 de enero de 1573, el Cabildo de Cartagena ordenó que ningún africano, ni africana se junten los domingos y fiestas a cantar por las calles con tambores, sino fuera,

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en la parte donde el cabildo lo señalase, y allí se les dé licencia para que puedan bailar, tañer, cantar y hacer sus regocijos, según sus costumbres, hasta que se ponga el sol, y no más, sino fuera con licencia de la justicia. “... So pena que sean atados y azotados con la dicha picota en la plaza y estén todo el día y pierdan los vestidos que trajeren para el alguazil que los executare, según se contiene en la ordenanza supra máxima”. A fines del Siglo XVIII, la legislación sobre esclavos reforzó las prácticas de evangelización, estableciendo que los amos deberían adoctrinar a sus esclavos, y tener para ellos curas predicadores; el vestido debería ser decente y cristiano. En los días festivos habría diversiones con sexos separados y bajo la vigilancia de los amos: “Cédula del 31 de mayo de 1789”. Pero mientras en algunas regiones y épocas se permitían ciertas libertades, en otras, el celo apostólico por frenarlos se acentuaba. Fue lo que ocurrió con las recomendaciones del arzobispo de Popayán, Gerónimo de Obregón y Mena, en 1774, cuando recriminaba a los fieles que se dedicaran a practicar los bailes obscenos y cantos profanos por el mal influjo de los africanos, como eran la zaraza, el costillar, la zanca de cabra, bunde y otros que se practicaban en sitios sagrados durante los días de la Santa Cruz, la Virgen María y velorios de angelitos. Debido a su valor para comprender la resistencia de los abuelos y así preservar su música y bailes de raíz africana, transcribimos la siguiente homilía del Arzobispo Obregón: “Por cuanto por sujetos fidedignos y timoratos se nos ha informado haberse introducido aún en las más serias funciones y sin distinción de casas y personas unos bailes nombrados el costillar, zanca de cabra, bundes y otros de esta misma clase y naturaleza con acciones y movimientos inhonestos y provocativos que hacen más indecentes los versos que se cantan y otros agregados con notable daño de las conciencias, mal ejemplo de las familias, y escándalo aún de los ojos, oídos, menos recatados, deseando como es de nuestra pastoral obligación poner el correspondiente remedio para que no se continúe tan detestable desorden y que del todo se destierre esta indigna y abominable diversión que solo sirve de lazo y ruinas a las almas en el lastimoso desconcierto y relajación de las buenas costumbres por tanto, mandamos bajo excomunión una potrina canónica monisione de jure premisa con citación para la tablilla y con la absolución reservada a los que con ningún motivo ni pretexto, 282

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ni en secreto se usen, toquen, ni canten estos tan perjudiciales bailes con apercibimiento que denunciándose la menor falta ante los vicarios de nuestro obispado serán los contraventores sin otra diligencia fijados y declarados por incursos en ella para lo cual y que llegue a noticia de todos y no se alegue ignorancia, se lea y publique este auto en un día festivo y de concurso, y se fije en las puertas de sus iglesias parroquiales un tanto de el autorizado en la forma ordinaria que nadie lo quitará bajo de la misma pena de excomunión mayor”. (M. Chávez). LA REVOLUCIÓN COMENZÓ EN ESPAÑA

España impuso sus formas de teatro a sus colonias como una manera de asegurarse el adoctrinamiento que tanto le preocupaba, buscando el olvido de costumbres y creencias de los nativos y africanos. Debe recordarse que durante ocho siglos de ocupación árabe, el genio español encontró su vitalidad en un espíritu nacional y religioso, oponiéndola a la conquista del país de manos de los infieles. Después de la expulsión de los moros se acrecentaron las prácticas religiosas de la cristiandad. Entre las formas teatrales religiosas más antiguas se reconoce el AUTO SACRAMENTAL, que sobreviviera desde el Siglo XIII hasta el Siglo XVIII. Esta representación tenía lugar en las iglesias, los monasterios, los palacios y las mansiones señoriales, con ocasión de ciertas festividades católicas. Algunas de las representaciones se hacían mediante carros en los cuales se agrupaban los actores. De ahí nos viene la expresión de fiestas de carros, que marcó una influencia determinante en las ceremonias religiosas de las colonias españolas en forma de procesiones. Las funciones de los autos sacramentales eran acompañadas de danzas. El Auto Sacramental, como concepción original y particular de España, debía alcanzar su más alta perfección en las obras de Calderón de la Barca, en el Siglo de Oro. Las procesiones del Corpus en América, y, desde luego, en la Nueva Granada, servían de pretexto para la interpretación de textos santos, siempre con el montaje de altares, tablados, proscenios, carros, etc., en los cuales actuaban sacerdotes y actores mezclados, que no vacilaban en improvisar divertimentos en los cuales se alternaban los cantos, representaciones y bailes. 283

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NAVIDAD CON TAMBORES

La Natividad entre los afros del Pacífico es una reminiscencia de lo que en su época pudo llegar a ser un gran espectáculo, donde la adoración al Niño Dios expresa el anhelo de un pueblo esclavizado por su libertad. Esta tradición dio origen a la presentación de los nacimientos en los cuales los presentes, mediante cantos religiosos –loas, villancicos, arrullos–, adoran al Niño Dios. Los africanos del Pacífico, a través de arrullos, a la par de alabar al Niño Dios, expresaban en forma mística sus frustraciones y anhelos, volviéndose así una adoración libre donde el pueblo se divorciaba de la catequesis compulsadora. Es posible que al comienzo se tratara de simples villancicos, entonados en las iglesias con panderetas y guitarras, bajo la mirada complaciente de los religiosos. Dadas las características del ambiente rural, en donde las haciendas y centros mineros no siempre disponían de sacerdotes, los esclavizados organizarían sus propias adoraciones con la presencia de los tan perseguidos tambores. La relación entre éstos y los dioses africanos, seguramente estaría en las mentes de los músicos y danzantes, dado el hecho de que los ritmos, inclusive los que se ejecutan en la actualidad, corresponden a los utilizados en los cultos del Candomblé y el Vodú. En esta forma, los arrullos, alabados, romances, jugas, gualíes, unos con mayor acentuación católica, otros más libres –arrullo y gualí–, son el resultado de largos procesos de sincretización de los cultos católicos y africanos. Dentro de ese mismo sincretismo figuran las “balsadas”, que se realizan en los pueblos y veredas ribereñas; utilizando los ríos llegan al pueblo o ciudad principal, para que el niño sea bautizado por el sacerdote. La balsada consiste en cinco o más canoas de cinco metros de largo formando un planchón, donde se elaboran adornos de palma tejida e iluminados con velas en forma de altar. Dentro de la “balsada” va el conjunto de músicos, consistente en una marimba de chonta, dos bombos de doble percusión, dos cununos y guasáes. Las mujeres 284

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conforman la parte importante del coro, interpretando cantos agudos con falsetes, a la par que se acompañan con los guasáes. Los pueblos no ribereños realizan esta adoración en la plaza mayor con un gran altar, copiando los bailes religiosos traídos de España, pero a los cuales les han introducido movimientos y coreografías autóctonas. Entre las representaciones figuran la huída de la familia Sagrada de Egipto; y el nacimiento y adoración de los pastores y Reyes Magos. Uno de los actos es la búsqueda del Niño, después de que ha pasado el peligro de los soldados de Hérodes; esta representación se realiza a través de la Juga “La Bambara Vieja”, expresión que nos recuerda las danzas guerreras de los bambara africanos. El constante tránsito de esclavizados, como también la parcial libertad de muchos de ellos, sumada a la circunstancia de la explotación aurífera de los ríos de la Costa Pacífica, especialmente en los territorios que hoy ocupan los departamentos del Valle de Cauca, Cauca, Chocó y Nariño, permitió la conservación de los arrullos del Niño Dios en esa zona del litoral Pacífico. Los arrullos, comprenden diferentes temas religiosos: el arrullo propiamente dicho, la juga, el bunde y la juga bundeada; con estos bailes se desarrollan las fiestas navideñas, en las cuales todos los habitantes toman parte, turnándose en la adoración del Niño. Primero, los pequeños de tres a siete años, luego los adolescentes y jóvenes de once a veinte años, y, finalmente, los adultos. Hay en estos bailes una conjugación religiosa y profana, pues los adoradores aprovechan las circunstancias para sus requiebros amorosos, ingerir bebidas alcohólicas y aún bailar. MARIMBA Y CURRULAOS

La sobrevivencia de cantos, bailes e instrumentos musicales en las comunidades del litoral y valles del Pacífico y el Chocó, no pueden desligarse de sus orígenes sagrados en Africa. No podría entenderse de otra manera, pues su conservación, desafiando las persecuciones de la Iglesia, se debe precisamente a su carácter religioso, ligado a sus Orichas y Ancestros. Aún cuando luego se hayan desacralizado y comercializado, su sincretismo en las fiestas católicas, como acontece con las del Corpus 285

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Christi, San Pacho, Navidad, Reyes, etc., son reveladoras del propósito primario antes de la aculturación. Más significativo es que se hayan preservado con manifestaciones de jolgorio paganas, al decir de los catequizadores, en las cuales debieron practicarse rituales de cultos a los Ancestros, o recordatorios de las tradiciones amputadas, como ocurre en los carnavales. La propia morfología de los sentimientos y coreografía de los bailes y danzas, revelan el sincretismo afrocatólico operado gradualmente al paso de los siglos. La supervivencia del conjunto de marimba, con sus cununos, tamboras y guasáes; el canto, con sus características fonéticas, gestuales y tonales, acompañados con palmoteos, conforman el más auténtico conjunto de origen africano conservado por nuestros abuelos en Colombia. Podría asignarse el mismo valor que pueda tener el lumbalú del Palenque de San Basilio, pero con marcada diferencia, así: La marimba se desacralizó desde la Colonia, cuando los amos se aprovecharon de ella para que sus músicos esclavizados les ejecutaran la danza, la contradanza, la mazurca y la jota, en sustituto del piano; posiblemente con ausencia de los cununos, tamboras y guasáes, ya que éstos, con su carácter sagrado, habrían dado otro sentido a los bailes cortesanos. Pero sí debió conservar su plena autenticidad africana en los bundes y currulaos, bailados a espaldas de los religiosos y amos o en los días de descanso o fiestas de los santos patronales. Los arrullos de Navidad y los funerales de angelitos son una muestra clara de su retención en la sociedad colonial. Se ha rebatido el parentesco del currulao con el bambuco andino, circunstancia debida a que, con el nombre de “bambuco viejo”, los ancianos denominaban al primero. Muchas especulaciones se dan sobre este tema, pero consideramos que ellas no se basan en investigaciones etnomusicales serias. Generalmente se olvidan los procesos de aculturación hispanos, los mismos en el altiplano y en los litorales; las condenas y restricciones de la Iglesia al uso de los tambores; las características propias de las etnias andinas que recibieron el influjo castellano; las condiciones sociales y culturales en los diversos momentos históricos, especialmente los 286

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relacionados con la importancia de Buenaventura como puerta de entrada y salida de pasajeros procedentes de Bogotá y el exterior. Tal vez sea en el folclor musical y religioso donde se adviertan aspectos muy diferenciados entre pacíficos y chocoanos ístmicos, como puede apreciarse en los instrumentos de la chirimía y en las festividades populares de San Pacho, en Quibdó. El conjunto consta de clarinete, caja de redoblantes, tambora y platillos, y, ocasionalmente, de un bajo, instrumentos de influencia hispana; podría asemejársele más a las bandas “papayeras” del litoral Atlántico que al conjunto de marimba y cununos. Sin embargo, aunque la chirimía toca aires emparentados con el porro, la cumbia y hasta con la rumba caribeña, su ritmo, el alma de su música, se hermana más con el currulao y el arrullo. No es de extrañarlo, porque en el Chocó existen aires autóctonos como el aguabajo y el levantapolvo, muy parecidos al currulao. En cambio, en el litoral Pacífico próximo a Panamá, el tamborito y la mejorana conservan la hermandad con sus similares panameños. A fines del Siglo XVII, la economía minera en expansión permitió al Chocó mayores relaciones con los puertos de ambos litorales y contactos con cimarrones, contrabandistas y piratas. Por su parte, las autoridades reales y esclavistas reforzaron su presencia en la región, hasta el grado de concederle cierta autonomía administrativa, aunque siempre sujeta al control de Popayán y Antioquia. Ello contribuyó a un espíritu de insurgencia en los africanos e indígenas chocoanos, como lo revela Rogerio Velásquez en su estudio histórico “El Chocó en la Independencia.”

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CAPÍTULO QUINTO:

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NIDAD Y

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IVERSIDAD

FROCOLOMBIANA

BIOTIPOS AFROCOLOMBIANOS

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a mirada más desprevenida permite observar en los afros de Colombia diferentes rasgos físicos y culturales, según los encontremos históricamente enraizados en el litoral Pacífico, en los valles del Magdalena y Cauca, sobre las vertientes andinas, en los Llanos Orientales, en el Altiplano o en la Costa Caribeña. Mulato, mestizo o puro, con mayor o menor pigmentación, será su piel oscura la que lo identifique como descendiente africano. Más allá, comienzan las diferencias anatómicas, los ritmos, el habla, la imaginación. Propenso a errores es tratar de demarcar al afrocolombiano entre zonas étnicas a partir de sus orígenes. Aún cuando prevalezcan ciertas características somáticas –longilíneos, brevilíneos, cabeza pequeña, labios gruesos o porte atlético–, lo cierto es que aquí como allá, en una misma aldea, entre los habitantes de una ribera, en las ciudades del interior o pueblos costaneros, encontramos, entreverados en mayor o menor proporción, los rasgos que caracterizan a los yorubas del Níger o los bantúes de los reinos del Congo y Angola. La razón de esta variedad de tipos raciales estriba en que la colonización no los discriminaba por sus orígenes tribales –sólo cuando se trataba de prevenir levantamientos, como acontecía con los rebeldes wolof o el suicida carabalí– sino por su corpulencia, salud, edad y, sobre todo, por la utilidad que pudieran prestar debido a su experiencia tradicional. Podríamos decir, generalizando, que la mayoría de los conducidos a los centros mineros de Antioquia, Cauca y Valle, procedían del área yoruba, dada la antiquísima explotación minera de esta región. El estudio de nombres y apellidos realizados por Rogerio Velásquez, nos comprueba este aserto. Pero, de igual modo, hace referencia de patronímicos bantúes en las zonas mineras. (Rogerio Velásquez. Gentilicios Africanos).

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En la costa caribeña, desde los comienzos de la Colonia, más dedicada a la agricultura y ganadería, los esclavistas pusieron mayor empeño en utilizar a los bantús, con tradición milenaria en estas faenas, lo que no excluye la presencia de individuos y comunidades yoruba en el ámbito costeño. PRESENCIA AFROCARIBEÑA

La abolición de la esclavitud a mediados del Siglo XIX, trajo fuertes cambios en el reagrupamiento de la población afro en la Costa Atlántica. Gran número de libertos abandonó las haciendas agrícolas y ganaderas, para concentrarse, en calidad de colonos, en tierras selváticas o baldías, y otros se desplazaron a las antiguas zonas de arrochelamiento y palenques (Rocha, San Pablo, San Onofre, San Martín de Loba, etc.). Igualmente se verificó un éxodo numeroso desde las haciendas hacia Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, conformando barriadas exclusivas o fuertemente integradas con la población urbana. La activa triaculturación étnica continúa siendo el factor más importante en la identidad del grupo costeño del Caribe. Sin embargo, en los enclaves rurales, donde tuvieron asientos palenques o haciendas ganaderas y agrícolas, la población afro aculturada es predominante. MEMORIA ANCESTRAL

Los africanos, unidos por cadenas a los colonizadores de todas las banderas, dejaron sus huellas en los territorios conquistados desde los primeros asentamientos. Posteriormente, al incrementarse el tráfico de prisioneros, se convirtieron en presa de rapiña en altamar e islas de corsarios holandeses, ingleses y franceses, para ser vendidos al mejor postor en los puertos caribeños. Solitarias, como huellas dejadas en el mar, San Andrés, Providencia Y Santa Catalina, ofrecen otro enclave “afro-raizal”, como se autodenominan orgullosamente.

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LOS CHOCOANOS ISTMICOS

La apreciación, a golpe de vista de la aculturación afrohispana en los valles del Pacífico, y la operada en la región ístmica del Chocó, lleva erróneamente a imaginar que no existen diferencias sustanciales entre los dos pueblos. Sin embargo, la situación ístmica del Chocó, sus nexos económicos y culturales con la Costa Atlántica, Antioquia y Panamá, desde la Conquista, Colonia y República, les han dejado fuertes rasgos culturales que los diferencian de sus hermanos de etnia. Los rasgos físicos, heredados del ancestro africano, es lo único que conservan en común, pues sus hábitos culturales acusan actitudes muy diferenciadas. El afrochocoano, con dos litorales, tuvo oportunidad de preservar una memoria africana, por su cercanía al puerto de Cartagena de Indias, donde desembarcaban nuevos prisioneros que reforzaron las costumbres. Aunque por temores a contrabandistas y piratas, la Corona Española trató de cortar estos contactos prohibiendo la navegación por el río Atrato, los cimarrones mantuvieron estrechos nexos con los hermanos de estos territorios, ya que encontraban refugio en sus palenques. Otro tanto ocurría con los puertos de Colón y Portobelo, en el Atlántico, y Panamá, en el Pacífico, en cuyas regiones proliferaban palenques. Los intereses económicos y políticos forzosamente se tradujeron en influjos culturales que han enriquecido la identidad chocoana: Espíritu independentista, trashumante y comercial. A su vez, cierta herencia urbana de los abuelos africanos, reforzada por la cercanía de puertos y ciudades, compulsó a los chocoanos, afros, mulatos zambos, aquellos que han podido superar las condiciones de pobreza, buscaban y buscan acceso a los estudios, particularmente en las carreras de Pedagogía y Derecho, las más accesibles a sus recursos, pero que les han permitido una importante figuración en la política y en el magisterio. Estos últimos rasgos, también compartidos con los caucanos, nariñenses, vallunos, etc. –siempre que logran llegar a las capitales: 291

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Popayán, Cali, Pasto, Medellín y Bogotá–, confirman que poseen la misma idiosincrasia africana, aunque les distingan algunos rasgos culturales característicos: “En los últimos 150 años –afirma Nicole Pujol– los negros han emigrado mucho. Este movimiento se había iniciado en el Siglo XVIII, desde 1780, de los campos mineros del Chocó al río Tuira; más tarde, del Alto Atrato y del San Juan a Cupidó y Juradó; y a lo largo de la costa pacífica del valle del Baudó. Entre 1821 y 1851, durante el período de la emancipación, aumentan las migraciones de los negros. Durante la guerra de Independencia, muchos de ellos, desde Barbacoas y el Chocó, se juntaron con las fuerzas revolucionarias de Bolívar. Al terminar las hostilidades se fueron hacia los valles del Cauca y Magdalena, y después de la emancipación se amplió el éxodo de los centros mineros a las tierras fértiles y cultivadas o cultivables” ( ).

Los centros mineros de donde emigraron los libertos, se encuentran diseminados en los Departamentos de Antioquia, Cauca, Chocó, Valle del Cauca y Nariño; poblaciones de Cáceres, Zaragoza, Quibdó, Tadó, Nóvita, Caloto, Telembí, Micay, Barbacoas, etc. La corriente migratoria chocoana se dirigió a las riberas del Baudó y de los otros ríos que desembocan en el Pacífico: San Juan, Orpúa, Ijúa, Docampadó, Virudó, etc. Otros se desplazaron a la región minera del Alto Atrato. En el litoral, sitios de atracción fueron las poblaciones de Pizarro, Nuqui, Buenaventura, Guapi, Tumaco, etc. En la escogencia del terreno prefirieron las riberas y costas. A falta de vías terrestres de penetración, utilizaron las fluviales y marítimas. En general procuraban evitar las tierras comprendidas entre los ríos, debido a la vegetación selvática, serpientes y felinos. Compelidos al aislamiento, los grupos desarrollaron hábitos, modalidades lingüísticas regionales y ciertos biotipos, por la incidencia en las uniones endogámicas. La toponimia los caracteriza y denomina: tumaqueños, guapireños, atrateños, sanjuaneños, tadoceños, baudoseños, nuqueños, etc. Al incrementarse la producción fabril en la década de los 30, del siglo pasado, comenzaron a operarse nuevos movimientos migratorios de pobladores, en sentido contrario: de los sitios ribereños y costaneros hacia Buenaventura, Cali y Medellín. Ya, con anterioridad, a propósito 292

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de la construcción del Canal de Panamá, muchos afrocostaneros del Pacífico, así como del litoral Atlántico, emigraron hacia la Zona del Canal para ofrecerse como obreros. Los afros del extremo sur (Barbacoas y Tumaco) prefirieron emigrar hacia el Ecuador, incorporándose a las nacientes empresas bananeras y a los campos mineros de Esmeraldas. En el Valle de Chota, en la serranía ecuatoriana próxima a Colombia, sobreviven comunidades afros. Según informantes de la región, también se originaron por desplazamientos de esclavos colombianos en la Colonia. Actualmente la migración rural apunta en primera instancia hacia los centros urbanos de Quibdó, Buenaventura, Cali, Popayán, Pasto, etc. Otros, más decididos, se aventuran a ciudades del interior, como Medellín, Girardot, Ibagué, Neiva y Bogotá. El Distrito Capital alberga una de las más numerosas colonias citadinas del país. Sin embargo, la costa Atlántica es la región preferida por los emigrantes del litoral Pacífico. La presencia de estudiantes afros en los colegios de secundaria y universidades de la capital de la República, procedentes de las ruralías y poblaciones del Pacífico, es cada vez más notoria. Las vías de comunicación, el incremento económico de algunas familias dedicadas a la agricultura u otros menesteres, contribuyen a que uno o dos hijos puedan seguir carrera en los centros capitalinos, de donde generalmente no regresan a sus villorrios. Ultimamente, el éxodo parece entusiasmar a individuos y familias pobres, atraídos por los beneficios de los centros urbanos o el espejismo de un empleo ofrecido por algún político de su región. Sean cuales fueren los incentivos, lo cierto es que la migración del campo hacia la ciudad ha impactado en forma notoria a las comunidades afros, tradicionalmente marginadas en los litorales del país. ¿A cuáles de ellas se refiere la Constitución cuando habla de “comunidades negras”?

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CAPÍTULO SEXTO:

T

RADICIÓN

A

O

RAL Y

C

O N D U C TA

FROCOLOMBIANA

LOS CUENTOS DEL TÍO ROGERIO

D

epositario de la tradición oral de nuestros abuelos, Rogerio Velásquez, poeta, novelista, antropólogo y educador, retomó la palabra viva de los grilots, que cantaban al tañido de la kora, el arpa sudanesa, las leyendas y cuentos de las distintas culturas del Africa Ancestral. Escuchando de los mayores, en velorios de difuntos, novenas de santos, juegos de naipe o dominó, recogió las “manos” y “casos”, de cuentos que narraban los ancianos en los caseríos mineros y de labranza, en el Atrato, San Juan, Nuqui, Baudó, Tumaco, Barbacoas, etc. Pese a los procesos de aculturación española, los abuelos lograron preservar puros o mezclados muchos cuentos de la tradición africana, normas de conducta y pensamientos filosóficos adaptados a las asfixiantes costumbres de la esclavitud. Por ello son narrados en español, y algunos reflejan las ideas feudales de los amos. Pero, otros, rebeldes, critican las prácticas inhumanas. La transculturación de los cuentos y refranes hispanos a la tradición oral americana, se evidencia en la tradición oral de los analfabetos, quienes transmiten oralmente de generaciones en generaciones. Preocupado por su conservación, el Infante Juan Manuel intentó recoger sus refranes, cuentos y coplas, para redactarlos al castellano, que comenzaba a ganar el alfabeto y la escritura (todavía no contaba con una gramática propia). “El Libro de los Castigos y Consejos” o “Libro Inferido”, “El Caballero y El Escudero” y “El Conde Lucanor”, este último, publicado en 1335, en donde se consignan por vez primera los refranes, cuentos y moralejas que más tarde codifican en América las pautas de conducta. Los analfabetos y semiletrados ajustan su comportamiento a dichas normas, y, en otros casos, las rechazan. Por ser ilustrativo, transcribimos los títulos de los distintos cuentos del “Conde Lucanor”, por el espíritu que los anima:

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— — —

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El desinterés. La previsión contra futuros males posibles. Los daños que pueden causar la adulación y las ilusiones desmedidas, hacer caso a las opiniones ajenas, excederse en la prodigalidad, demostrar ingratitud, la avaricia, el medio injustificado, la terquedad, la ira, la codicia, la lengua de mala mujer, los agüeros o supersticiones, la envidia, la hipocresía, la soberbia. —La paciencia y el sufrimiento que dan por fin el triunfo. —El honor que se debe mantener por sobre todas las cosas. —La previsión, la educación y la hombría de bien, preferible a todas las riquezas. —La docilidad de la mujer casada, base de la felicidad conyugal. —La diligencia en el obrar. —La aspiración a las cosas grandes que dejen recuerdo imperecedero. —La seguridad del premio al que bien sirve. —La amistad perfecta, que –se adelanta en decir– es bien rara ente los hombres. —La seguridad de que el bien y la verdad vencen siempre al mal y a la mentira. (“Tradición Oral y Conducta, en Córdoba”. Manuel Zapata Olivella) ( ).

En general, expresan la filosofía de los afrocolombianos, mulatos, zambos, como los de la araña llamada “Anance”, en Africa, que encarnan la sabiduría de sus pueblos, enriquecidos con las experiencias de sus descendientes en América. Aunque estos cuentos pertenecen a la tradición de los pobladores del Chocó y Pacífico, por la aculturación española, recogen las ideas y comportamientos de los descendientes africanos de todo el país –costa y archipiélago caribeños, Andes y llanuras–, que compartían la fuente común de la filosofía ancestral. Con distintas variantes, los cuentos africanos, españoles o amerindios reflejan la creatividad de las etnias, adaptados al entorno ecológico y psicológico de sus hablantes. Oigamos, la voz sabia del tío Rogerio: 296

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“Agua y un trago para empezar; Trago y panela para concluir... Oídos del mundo, oí...” ORIGEN DE

LA RAZA BLANCA

Dios crió a un hombre y a una mujer. Ambos eran negros. Andando el tiempo, el matrimonio tuvo dos hijos que se llamaron Caín y Abel. Caín fue malo y perverso, pues, desde chiquito se dedicó al trago, a las mujeres y al juego. Abel, por el contrario, fue bueno. Oía misa, respetaba a sus padres y a las cosas ajenas, y cumplía sus compromisos. Caín, envidioso de su hermano, lo mató una tarde al volver del trabajo. Pero como no hay crimen oculto, Dios se le presentó, y reprochándole su falta, lo maldijo. La canillera de Caín fue tan grande, que palideció hasta tomar el color blanco que conservó hasta su muerte. Caín fue el padre de la nación blanca que hay sobre la tierra. ORIGEN DE LOS COSTEÑOS

Cuando Dios hizo la costa, se paró y la vio muy bonita. Entonces se dijo: —Esta preciosidad no puede ser para uno solo. Inmediatamente llamó a unos ángeles que estaban en el patio, jugando a la pizigaña. Dándoles barro colorado, blanco y negro, les dijo: —Miren, mis hijos. Vayan a la costa del Pacífico y, con esto, hagan unos muñecos. Cuando estén fabricados, los soplan y los dejan caer con maña sobre la tierra, para que no se rompan. Serán los hombres de allá. Los ángeles obedecieron. Llegados a la frontera con Panamá, amasaron el primer barro, que era el colorado, e hicieron los muñecos. Los soplaron y los dejaron caer con cuidado. Así nacieron los indios. Acabada esta tarea, tomaron la segunda pelota de barro blanco, que estaba al otro lado de la catanga. Hicieron lo mismo que con el primer barro. De estos muñecos nacieron los blancos. 297

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Cuando creyeron que ya nada les quedaba por hacer, se lavaron las manos; pero un angelito que vió que no habían tocado el barro negro, dijo a sus compañeros: —Hagamos cualquier porquería con este hollín y tirémosla a la tierra. Allá, lo que resulte. —¿A dónde vamos a soltarla?– preguntó otro. —A los manglares, a los ríos, a los pantanos, a los arenales, bocanas y esteros... —Esta bien arguyeron todos. Compuestos los monicongos de cualquier forma, los arrojaron con fuerza. Los muñecos cayeron sobre piedras, raíces y troncos de árboles, que les aplastaron las narices y les reventaron los labios que les quedaron así, para siempre. Como tenían el pelo biche, tomó la semejanza de la grama y de la zarza, en la que los muñecos se enredaron. Este fue el origen de la nación negra de la Costa. DEL COLOR DE LAS RAZAS

Dios hizo a los hombres de un solo color. Queriendo diferenciarlos, los dividió en tres montones, y les ordenó bañarse cierta mañana que hacía mucho frío. A la hora de caer al pozo hizo tronar, llover, relampaguear y ventear. El primer grupo, sin decir esta boca es mía, se decidió a hacer lo que se le mandaba. Al hundirse en el agua, cada hombre notó que cambiaba de piel a medida que se frotaba la mugre. En una hora quedaron blancos los bañistas. Al salir, se arrodillaron y dieron gracias a nuestro Señor por el beneficio que les había proporcionado. Como premio a su humildad, Dios los puso de gobernadores de los otros hombres. Al ver esto, el segundo montón se metió al agua, que se iba secando a medida que la tocaban los hombres. Para éstos, ya no hubo líquido bastante, por lo que quedaron del color de la caña amarilla y el pelo pasudo. Fueron los mulatos. Quedaron en el mundo como alguaciles, o segundones, en el gobierno que se formaba. Tarde, después de muchos ruegos, pasó el tercer grupo al pozo, que ya no tenía agua. Los componentes sólo pudieron tocar la arena del fondo con los pies y las manos. Puesto que no se hicieron blancos ni 298

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morenos, no bendijeron al que los había creado. Fueron, en adelante, los negros del pueblo. Así se operó la diferenciación de las razas y la manera como ganó cada una el sitio que ocupa en la sociedad. Esto lo contaban los amos en las minas de Barbacoas. LOS CASTIGOS DE CÓMO PAGAN JUSTOS POR PECADORES

Los amos del río Iró, en el San Juan, contaban que Noé fue el primero que tuvo sacatín o alambique para fabricar aguardiente. Habiendo probado demasiado el licor que acababa de producir, se embriagó y se quedó dormido en su rancho. Como ningún borracho tiene cuidado de sí mismo ni de nada, se echó a roncar la perra, medio en pelota. Así estaba, cuando penetraron a su casa algunos de sus hijos. Al verlo de esta manera, muchos se contuvieron, avergonzados, y otros lo cubrieron con unas mantas de su cama. Sólo el malcriado de Cam se burló del viejo, al verlo borracho y de forma tan indecente. Despertar Noé y saber lo ocurrido, todo fue uno. Entonces, maldijo al hijo de Cam, porque éste estaba bendito por Dios, haciéndole saber que sus nietos serían los sirvientes de la tierra. Los nietos de Cam fueron los negros. Así hablaban los amos. LO NEGRO COMO CASTIGO

San Benito era blanco y muy bonito. Piadoso como era, deseaba ser santo, pero las mujeres lo perseguían continuamente, perturbándole sus oraciones. Un día, aburrido por los requerimientos de las diablas aquellas, pidió a Dios que le enviara un castigo que le cambiara todo el cuerpo. Dizque pidió carate, sarna, lepra, coto, llaga, algo por lo cual lo dejaran en paz las hembras de su pueblo. Dios no le mandó ninguna de esas cosas pedidas, porque lo quería demasiado, pero lo volvió negro como la jagua. Así, las mujeres huyeron de su presencia para siempre.

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Esto indica que ser negro es malo, decían los blancos de la Troje hace ya mucho tiempo. LA SIRENA

Había una vez en la Gorgona una muchacha blanca. Era hija de una familia noble, que vivía allí por el negocio de la pesca, madera, raíces de quina y cocos, productos que despachaban al Ecuador en sus balandras grandes y seguras. Del viaje traían bayeta, pañolones, rebozos, pañuelos para tetero y pampanillas, sombreros de paja y otras cosas. La niña era caprichosa. Un viernes santo quiso bañarse en el mar, a lo que su padre se opuso, por ser día sagrado. Ella dejó descuidar a su taita y se emplumó a la playa. Esperó que la marea subiera y se metió en el agua. Cuán no sería su sorpresa al querer salir y no poder, pues, de la cintura para arriba era ella, y de la cintura para abajo era el cuerpo de una ballena. Un pescador de lisa que miraba la escena desde su piragua, contó en el pueblo lo sucedido. Desde ese día nadie se baña en tiempos de semana santa. LA MALDICIÓN DE LOS ANIMALES

El venado, el mico colorado y el perico ligero no son comida. Dios los hizo gente como nosotros en los primeros días del mundo. Pero se volvieron ladrones, bochincheros, amigos de pendencia, especialmente cuando bebían. Como hijo de tigre sale pintado, según el refrán, los hijos de estos desalmados no tenían consideración con las cosas ajenas ni con las personas decentes. Puesto que sus padres no los regañaban por lo que hacían, andaban del timbo al tambo por los llanos, comiendo guayaba con los puercos y metiéndose en las huertas de las casas averiando los sembrados. Un día se treparon a un quincha de la posada de San José a comerse unos mangos hermosotes. La Virgen, que en otras ocasiones les había llamado la atención por su conducta desordenada, los maldijo por el atrevimiento. Entonces les nacieron los rabos y se quedaron por el monte. 300

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LA MUERTE LAS VIDAS DE LOS HOMBRES

Las vidas de los hombres son lámparas que arden en el cielo sobre una mesa grande. Cuidando tánta luminaria está el ángel de la muerte, quien, a una señal de Dios, apaga el mechón que le manda nuestro Señor Jesucristo, y ve nacer otro más brillante. Estas luces nuevas son las de los recién nacidos. Un día, Dios le permitió a un hombre subir al cielo y contemplar las vidas de los hombres. ¡Qué inmenso mar de luces! Unas son chiquitas y pálidas, casi arrastradas por el suelo. Otras son gruesas, fuertes, como la de los ambiles de palma. Muchas son serenas, aunque el viento las azote con fuerza. Hay otras que chisporrotean como las velas de sebo... Nuestro hombre preguntó cuál era su vida, y la muerte le indicó en un rincón una esperma que ya estaba a ras de la mesa grande. Habiéndose quedado solo, sacó una vela que llevaba en el bolsillo y la encendió y la clavó sobre la que le habían indicado como suya. Enseguida cayó muerto. ¡Le salió el tiro por la culata! EL

PACTO CON LA MUERTE

Una vez un hombre hizo un pacto con la muerte, de que si le ayudaba a conseguir harto dinero, se entregaría mansamente a ella cuando lo quisiera y deseara. La muerte lo hizo rico en un santiamén. Al momento de pasar al otro toldo rogó a la muerte que le alargara el plazo mientras arreglaba la herencia de los hijos y la de las mujeres que tenía. La muerte aceptó. En la última fecha, el rico se escondió en una petaca vieja y ordenó que cuando alguien lo preguntara dijeran que estaba en viaje. La muerte solicitó por él y le respondieron lo que él le había mandado. Al oir estas palabras, la muerte dijo con calma: —Lo esperaré sentado en esta petaca vieja. Allí estuvo unos minutos. Después de levantarse, componerse el vestido, bostezar, encender un tabaco, agregó: —Como mi amigo no está aquí, me voy. Díganle, si alguna vez vuelve, que aprenda a cumplir sus compromisos. 301

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Y se marchó por detrás de la casa, haciendo quingos por el monte. Al abrir la petaca, el rico había templado. ORIGEN DE LA MUERTE ENTRE LOS HOMBRES

Un día se asomó Dios por una ventana del cielo y vió que los hombres no cabían sobre la tierra. Entonces se dijo: —Voy a aclarar la tierra de tánta gente. Inmediatamente llamó a unos angelitos que estaban berrochando por la cocina y les dijo: —Ahora se van a la tierra. Pongan en el corazón de cada hombre una pasión o un vicio. Hacen jugadores, borrachos, ladrones, comerciantes, guerreros, y cuanto se les ocurra. A las mujeres les infundirán la pereza, el lujo, el ansia de riquezas y la putería. Luego, se vienen. Vamos a ver qué sucede. Lo mandado se hizo. Desde entonces comenzó la muerte entre los hombres. HISTORIAS DEL SAPO EL SAPO Y EL CANGREJO

Un día iban el Sapo y la Rana a celebrar una fiesta. Por el camino se toparon con un Cangrejo. Por burlarse del pobre, le gritó Sapo: —¿Para dónde vas, armazón? —Voy a celebrar un bautismo con los boquianchos y los nalguiestrechos, contestó el Cangrejo. Al oír esto, el Sapo se enfureció de tal manera que echaba espuma por la boca y leche por todo el cuerpo. Dejó a la mujer y le gritó al Cangrejo : —Aguárdame un tantico, so insolente. Aguárdame para que veas cómo te castigo. El Cangrejo lo esperó. El Sapo cerró los ojos y le mandó la muñeca con tánta fuerza, que dio una voltereta y fue a parar al suelo, donde el Cangrejo le dio su muenda. Desde ese día el Sapo, medio loco, repite en las noches: —Lo erré... é... é... Lo erré... é... é...

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EL SAPO Y LA RANA

Un día el Sapo se fue a pasear al borde de una quebrada donde tenía otra mujer. Al regresar a su casa encontró a la Rana brava. Esta, por herirlo, le dijo: —¿Te fuiste pa la quebrada para verte con la otra? El Sapo le contestó con palabras muy decentes: —¿Me habré casado con vos para no estar entre gente? La Rana le contestó con palabras licenciosas: —Si me he casado con vos no es para verte tu moza. El Sapo se embraveció y le echó mano al perrero, le metió unos perrerazos y le arrastró por el suelo. La Rana le contestó con la navaja en la mano: —El tonto qué bruto es, sabiendo que ‘toy preñada... El Sapo le contestó con una voz muy cambiada: —Entonces no te hago nada, porque cometo un delito, si yo te sigo pegando se nos morirá el sapito... CUENTOS DE ARAÑA ARAÑA Y TÍO TIGRE

Un día bajó Araña a la playa de La Viciosa con el ánimo de robarse unos huevos de Iguana para el almuerzo de sus hijos. En la búsqueda se le apareció Caimán, que quiso comérsela, porque dizque se le presentaba a buena hora, y él no había desayunado. 303

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Huyendo de su enemigo, se metió en un cañuto de palma. Con ganas de aprisionarla, Caimán, que era un hombre gordo, se entró por la parte ancha, pero como el trozo tenía forma de embudo, se contuvo por los hombros en la mitad de su carrera. Araña, que era un fifirifí, salió al otro lado y, con arena, pudo ahogar a su rival, que descuartizó para llevarlo a su casa. Ya tenía con sus hijos alimento para vivir algunos días. Tigre, que observaba desde el monte el boleo de sus vecinos, se abalanzó sobre Araña con la idea de quitarle lo que Dios le había dado. Para evitar alborotos y complicaciones con la justicia, le perdonó la vida, creyendo que al enamorarla podría arrebatarle la fortuna. Araña, mujer al fin, aceptó las palabras de Tigre y fueron enamorados. Puesto que Araña no soltaba la carne, Tigre, haciéndose el meloso, pidió a su querida que lo peinara. Para ello se acostó en la falda de la amiga. Araña aceptó, pero si se arrimaba a un árbol, ya que ella estaba muy cansada por el trajín que había tenido. Tigre consintió. Entonces Araña lo lió fuertemente a un árbol que les daba sombra. Preso Tigre, Araña le cantó la tabla con estas palabras: —Mal hombre, descarado, ¿creías que iba a trabajar para darte de hartas? Yo no soy tía Tigra que pasa las de San Quintín para llevarse un grano de arroz a la boca. Yo no soy como ella que trabaja de sol a sol, marimbeando de un estero a otro par no morir de hambre... Frente a Tigre pasaron todos los animales, sin que ninguno lo libertara. Así murió de hambre y de sed, amarrado al machare que estaba cerca de la playa. VIDA Y MILAGROS DE ANANCE ANANCITO SALVA A SU PADRE

En un pueblo lejano vivía Anance, que era Sacristán. Como cada uno tiene su debilidad, la de Anance era la de comerse las hostias sagradas, hecho que notó el cura y sospechó con su ayudante. El sacerdote, orejón ya, reunió a los aldeanos y les pidió que le ayudaran a descubrir al autor de tanto crimen. Un día Anance fue sorprendido en el robo, por lo que fue condenado al patíbulo. Como tenía tres hijos, se le dio permiso para que se despidiera 304

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de ellos, diera sus mandatos, ordenara sus asuntos particulares y volviera a la prisión. Ya en casa, preguntó: —¿Qué van a decir cuando muera? El mayor respondió: —Ya no tendré quién me dé plátano con hostias. El contra-mayor, dijo: —Ya no comeré más pan con hostias. El más pequeño dijo: —A la hora en que lo vayan a matar, yo diré desde lo alto de la torre: “Si Anance muere, el mundo se acaba; Si Anance muere, candela se apagará para siempre; gentes y generaciones se acabarán también”. A la hora del Sacrificio, Anancito se subió a la torre más alta de la capilla y comenzó a repicar las campanas. Con voz delgada repitió: “Si Anance muere, el mundo se acaba; si Anance muere, candela se apagará para siempre; gentes y generaciones se acabarán también. Al oír esto, la multitud no sabía qué hacer. El cura fue a ver quién tocaba la campana y hablaba de esa manera, pero como Anancito era pequeño, no fue visto por el sacerdote. Mientras tanto, se había parado la ejecución, y el reo contento gritaba: —¡Ahí tienen! Los ángeles mismos pregonan lo que sucederá si me fusilan. Yo no debo morir, porque si esto ocurriera... El alguacil le perdonó la vida, a condición de que dejara sus malas mañas y se volviera tipo de bien. PASATAS DE ÑEQUE O GUATÍN BATALLA CONTRA LOS TIGRES

Para salir a caminar, Guatín buscó por compañeros a Gato y Perro. Se embarcaron en una canoa grande y se echaron río abajo. La primera posada era un pueblo habitado por Tigres. Bajando hacia el caserío, Ñeque y sus amigos dieron con un muerto sobre la playa. Le cortaron la cabeza y siguieron adelante. Guatín, que había pedido permiso para hacer la cena, ordenó al Gato a que sacara de la guambía, fiambrera la cabeza del Tigre para hacer el guarrú. Los dueños de la casa, al oír y ver sacar, con todos 305

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sus pelos y señales, la cabeza de uno de los macucanes del poblado, se pusieron tristes. Fue el momento aprovechado por Guatín para decir a sus compañeros: —En la mitad de la noche yo los aguijaré con estas palabras: “¡Adelante, muchachos! ¡Adentro, que yo he sido tigrero viejo!”. Ustedes saldrán ladrando monte adentro, en tanto que yo grito y disparo. Así se hizo. Con esta treta los Tigres huyeron, y los viajeros, bien agazapados por los habitantes del contorno, siguieron su viaje, felices y contentos. ANDANZAS DE CONEJO Y TIGRE EL NOVILLO

Un día en que Tigre estaba de cacería por el cerro de Tribugá, se encontró con Conejo, tan de manos a boca que éste no pudo correr, y el tío puso preso al sobrino. Entonces Conejo suplicó: —Si me suelta, le pago un novillo gordo que tengo amarrado en el pasto que se ve allá arriba. ¿Qué va a hacer con mi esqueleto? No tengo una onza de fuerza ni de manteca, por la viruela castellana que acaba de pasar. Fíjese cómo estoy todo saratano, por la maldita enfermedad. Mire aquí, y cuénteme las costillas. Hará más con el novillo que conmigo. ¡Qué rico es el tuétano de la vaca con plátano maduro! ¡Qué buenas son las gelatinas que se sacan de las patas del toro! ¡Y la fuerza que da el consomé de güesos! ¡Si el ojo de vaca le sienta bien, dado que está envejeciendo! ¡Verá mejor y podrá hacer cosas mejores con sus ojos que engulléndose a un atembao como yo! Tigre lo soltó, y Conejo dijo: —Ahora, tío, quédese aquí al pie de este árbol mientras yo subo a arrearle el animal. Cuando estuvo en la montaña, Conejo gritó: —¡Tíooo! ¡Tíooo! ¡Cierre los ojos y abra las piernas, y agárrelooo! ¡Allá vaaa! Así lo hizo el Tigre. Conejo movió una piedra grandísima que contenía el cerro, la cual cayó sobre Tigre, aplastándolo. Y cantando, cantando, se fue acabando. 306

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LAS CASTAÑAS

Una tarde que Conejo comía castañas, se le acercó Tigre y le dijo: —Sobrino, ¿qué es lo que usted come tan sabroso? —Es uno de mis güevitos que me estoy merendando, tío. —Si no me da, lo paveo ahora mismo. Conejo obedeció, y a Tigre le pareció muy sabroso aquello. Tigre dijo entonces: —Si los suyos, que son tan pequeños, saben tan bien, ¿qué no serán los míos?, ¡criados con buena carne! Voy a quebrar uno para que probemos algo de verdad. Diciendo y haciendo, metió uno suyo entre dos piedras, y dio con fuerza, quedándose medio muerto. Al verlo Conejo en ese estado, se burló de su tío, que lo amenazó diciéndole que otro día se verían las caras y se las cobraría todas juntas. CUENTOS DE AMOR LA LUCHA CON EL DEMONIO

En una familia había una joven y dos hermanos. La muchacha era bonita y había jurado casarse solamente con un hombre que tuviera un diente de oro. Un día se presentó un galán muy apuesto que tenía la señal convenida. Lo aceptó, se casaron y se fueron a vivir a una parte que quedaba muy lejos de la casa de la novia. La vivienda del marido era una cueva a la que no se podía llegar con facilidad. Allá comenzó a maltratarla, por lo que sus hermanos se vieron obligados a ir a buscarla para libertarla de las manos de su marido. El primero que salió fue el mayor. Antes de partir hizo saber a sus padres que en la mitad del patio dejaba una mata de albahaca que, si se ponía frondosa, era porque le había ido bien en la empresa acometida. Cuando se marchitara, había muerto. Diciendo esto, salió en busca de su hermanita. Por la mitad del camino iría cuando se le apareció una señora que llevaba un niño en los brazos. Ella pidió al caminante comida para su pequeño, y un poco de agua. El muchacho, engoldado en sus 307

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pensamientos, dijo que no llevaba comida para regalar ni tenía tiempo para conseguir el agua que se le pedía. La señora le hizo saber que con el mal corazón que tenía no volvería por ese camino, pues moriría la demanda. El no hizo caso de estas palabras y continúo su jornada. La hermana se sorprendió al verlo, pero como su marido se comía a los que iban a visitarla, lo escondió debajo de una batea. A la llegada del esposo, que era el diablo, dijo éste: —¡Fo, fo! ¡Aquí me güele a carne humana! Buscó por todas partes, y al alzar la batea, halló al joven, que fue muerto y devorado en un momento. Apenas habría concluído de comer el diablo, cuando se marchitó en la casa la mata de albahaca. Entonces dijo el hermano menor: —¡Mi hermano es muerto, y voy a verlo! Hizo sus preparativos y se metió al camino que llevaba a la cueva donde permanecía su hermana. En la mitad del trayecto apareció de nuevo la señora y el niño, que le pidió agua para beber. El viajero se detuvo, consiguió el agua, preguntando si no necesitaban otra cosa. Como la vieja era la Virgen Santísima, le echó la bendición y le dijo: —Para vencer a tu amigo debes llevar esta vara que yo te regalo. Con ella darás el primer golpe en la cabeza. Apenas caiga al suelo, tirarás sobre el demonio dos huevos: uno en la frente y otro en el pecho. Con estos golpes, el chapetón se rajará y podrás sacar a tu hermana, que está en el buche de ese excomulgado. El muchacho procedió conforme a las indicaciones de la Virgen, y pudo, sin mucho esfuerzo, libertar a su hermanita de las garras del demonio que, al morir, acabó con el encanto que pesaba sobre la cueva, que se convirtió en palacio de oro y perlas. TANDA DE CUENTOS LA FLOR DE LILOLÁ

Un hombre casado con su mujer, tuvo tres hijos. Se llamaron Pedro, Juan y Diego. Un día, el padre les dijo que el que le trajera del vecino país la flor de lilolá, recibiría una fortuna. Los muchachos se pusieron en camino, pero al llegar a cierta parte, la trocha se convirtió en tres, por lo que tuvieron que separarse. Juan 308

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tomó por la carretera del centro, y los otros siguieron por la derecha y por la izquierda. Andando, andando, Juan consiguió la flor, que era muy bonita y virtuosa. Pero sus hermanos lo esperaban en la boca de los tres caminos, donde se habían separado una tarde. Al llegar Juancito, le hicieron una gavilla y lo mataron. Los hermanos mayores llegaron a su casa, donde recibieron la fortuna. Pedro y Diego vivieron felices con los mil pesos que les dió su padre. Un estanciero dueño de la finca donde habían enterrado a Juancito, se metió un día a un matorral de guaduas, y oyó, al tocar la tierra, este canto: Padre abuelo, no me toque, ni me deje de tocar, Mis hermanos me mataron por la flor de lilolá. El campesino se fue al pueblo y contó lo que había oído en su hacienda. El rey, padre de Juancito, llevó andas al sitio donde se había oído el canto. Después de cavar con una palendra sacaron el cuerpo del muchacho. Sus hermanos fueron castigados quitándoles la fortuna recibida y echándolos de la casa para siempre. Juan fue colmado de oro, y tuvo pajes y comitivas. PERALTA

Una vez salió Jesucrito a recorrer el mundo y llegó a la casa de Peralta. Estuvieron charlando de muchas cosas, hasta que pasada una hora, Peralta le dijo que lo que le pedía era que lo llevara en cuerpo y alma al cielo el día que muriera. Dios le dijo que así se haría. También pidió Peralta que Dios bendijera sus árboles frutales, con la condición de que el que cogiera un fruto de ellos sin su consentimiento, se quedara pegado al árbol elegido. También se lo concedió Dios nuestro Señor. Al año mandó Dios a la muerte para que se llevara a Peralta, pues ya se le cumplía el plazo de morir. Llegó la muerte y dijo: —Peralta, Dios, que vas conmigo.

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Peralta le hizo saber que estaba en ayunas, y que mientras se tomaba su agua dulce, comiera ella caimitos. La muerte le contestó que no sabía subir palo. Peralta le dijo: -Están bajitos los caimitos. Cógelos con la mano. La muerte, por hambrienta, agarró uno que pesaba una libra y se quedó pegada al árbol. A los cien años se acordó Dios de la muerte y mandó a buscarla con San Pedro, que debía regresar con ella y con Peralta. San Pedro no cayó en la trampa que Peralta buscó para hacerle, y tuvo que seguir al cielo, con leña, cama, ropa y ollas. Al llegar allá quiso encender su fogón, abrazar a su mujer y regañar a sus hijos, por lo que Dios le privó los entendimientos para que no revolviera el cielo.

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NEXOS

En el siguiente cuadro recogemos esas etapas y maravillosos fenómenos de la aparición y evolución de la tierra, la vida y el hombre. ERAS GEOLÓGICAS Y EVOLUCIÓN DE LA VIDA

PERIODOS

EDAD

(Millones de años) CUATERNARIA

1

CENOZOICO

55

TERCIARIA MESOZOICA

(Vida intermedia) PALEOZOICO

FORMA DE VIDA

Hombres y simios contemporáneos. Mamíferos

SECUNDARIA

120

Reptiles y aves

PRIMARIA

300 350 490

Anfibios. Peces. Invertebrados marinos.

550

Elementos orgánicos

1500

Células vivas

(Vida antigua) PROTEROZOICO

(Génesisde la vida) ARQUEOZOICO

(Vida Primitiva) AZOICO

(Sin vida) Tiempo Cósmico

?

HECHOS, PERSONAJES, ETNIAS Y FUNDACIONES EN TIERRA DE LOS CARIBES

El siguiente cuadro histórico, tomado del libro “Precolombia”, de la antropóloga Teresa Arango Bueno, recoge las fechas más importantes de la conquista de la Nueva Granada y las etnias aborígenes que la habitaron y opusieron heróica resistencia. Igualmente nos permite conocer la importancia decisiva de la participación africana, sabido que los esclavos fueron arrastrados violentamente en todas las acciones.

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“Primeros reconocimientos de los caribes precolombianos — En este capítulo nos interesa dar una mirada general cronológica al proceso de descubrimiento que realizaron los españoles por mar, en las costas habitadas por los caribes. 1499

Alonso de Ojeda, Juan de la Cosa y Américo Vespucio, como principal de expedición, llegaron al Cabo de la Vela. Los dos primeros habían acompañado a Colón en su segundo viaje. Primer conocimiento de los guajiros.

1501-1502 Rodrigo de Bastidas y Vasco Núñez de Balboa viajan de la Guajira a la costa del Istmo de Panamá. Primeros contactos con los caribes de la costa. 1509

Alonso de Ojeda, que había quedado en Santo Domingo, vino a Tierra Firme trayendo entre sus soldados a Francisco Pizarro. Fundación de San Sebastián de Urabá y primer contacto con los indios urabaes.

1510

El Bachiller Enciso, desde Santo Domingo vino a San Sebastián de Urabá en socorro de Ojeda. Este mismo año se fundó a Santa María la Antigua del Darién.

1511

Balboa va al Atrato y se establecen contactos con indios de filiación caribe (posiblemente catíos).

1513

Balboa descubre el Océano Pacífico o Mar del Sur. Contacto con los indios llamados de lengua de Cuevas.

1514

Pedrarias llega a Santa María la Antigua dando un fuerte impulso a la fundación; según Oviedo, llegan a esa región más de 2.000 españoles, “la mejor gente que salió de España”; las enfermedades, el peligro de las tribus indígenas y el halago de las conquistas y descubrimientos que poco tiempo después empezaron a hacerse en México y en el Perú, atrajeron hacia aquellas zonas a muchos de los expedicionarios llegados con Pedrarias. Posteriormente la fundación de Panamá y de Santa Marta contribuyó a despoblar a Santa María.

1525

Francisco Pizarro llega a Bahía Solano y Almagro hasta Bocas del río Micay. Primer contacto con los chocoes. 312

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Rodrigo de Bastidas funda a Santa Marta. 1526

Pizarro, Almagro y Bartolomé Ruiz llegan hasta San Juan del Micay. Ruiz prosigue al Ecuador y regresa.

1527

Los conquistadores anteriores llegan a explorar la costa norte del Ecuador y regresan a la Isla del Gallo (Bocas del Río Patía). Más tarde, en este mismo año de 1527, Pizarro y Ruiz pasan desde la Isla Gorgona hasta descubrir la porción norte de la costa peruana.

1531-1532 Ambrosio Alfínger sale de Maracaibo y se dirige a Valledupar, río Cesar, Tamalameque, Ocaña y Chinácota en donde lo mataron los indios. La expedición regresó a Coro (Venezuela), vía Cúcuta. (Contactos con indígenas del bajo Magdalena, especialmente chimilas). 1533

Don Pedro de Heredia funda a Cartagena y excursiona los departamentos de Atlántico, Bolívar y Córdoba. Contacto con los indígenas del Sinú. Pedro de Añasco y Ampudia, capitanes de Sebastián de Belalcázar, llegan desde Quito al Valle del Cauca. Primer reconocimiento de los quillacingas colombianos, sibundoyes, patías, bojaleos, pubenses, lilis y otras tribus del Valle del Cauca.

1535-1538 Jorge Spira sale de Coro, llega a Apure, Casanare, río Guaviare y regresa a Coro. (Contactos con los guahibos). 1535

Nicolás de Federman viajó de Coro al Cabo de la Vela y regresó a Barquisimeto (Venezuela). Encuentro con los guajiros.

1536

Nicolás de Federman funda a Santa María de las Nieves de Riohacha. Contacto con guajiros y cocinas. Fundaciones de Cali y Popayán por Sebastián de Belalcázar. Francisco César, partiendo de Urabá, llega por tierra a los departamentos de Bolívar y Córdoba.

1537-1539 Nicolás de Federman, después de fundada Riohacha, atraviesa los Llanos y, cruzando las cabeceras del Meta, 313

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bordea las vertientes orientales de la Cordillera buscando “descabezarla”, como dicen sus crónicas, hasta que persuadido de que la cadena oriental andina se continuaba hacia el sur, la atravesó en Pasca y llegó a Bogotá, donde encontró ya instalado a Quesada. 1537

Francisco César sale de Urabá, entra al norte de Antioquia y regresa. Contacto con los urabaes y catíos. Juan Vadillo sale de Cartagena en enero; va a Urabá, atraviesa Antioquia y llega a Cali en diciembre. Vadillo atravesó desde Urabá hasta Cali.

1540

Subalternos de Pascual de Andagoya penetraron en el primer trecho del Río del Chocó, llamado más tarde San Juan, sobre cuyas aguas probablemente subieron hasta Muguindó.

1539-1541 Jorge Robledo conquista a Antioquia y Caldas. Contacto con los indios ansermas, quimbayas, etc. 1541-1546 Felipe Hutton, que había estado con Spira en las andanzas de Coro y de los Llanos, llega al río Guaviare y es asesinado al regreso”. (“Precolombia”. Teresa Arango Bueno) ( ). LOS ALBORES DE LAS REPÚBLICAS ESCLAVISTAS

Las islas caribeñas, antiguas factorías de prisioneros africanos y de bucaneros, después del triunfo de la Revolución Antiesclavista de Haití, al insurreccionarse las colonias de España, se convirtieron en refugio de conspiradores patriotas y de aventureros piratas de la libertad. En el año 1815, Inglaterra utilizaba a Jamaica, su mayor isla en la región, como plataforma de sus intrigas y ambiciones en contra de España y Francia que afrontaban el desmembramiento de sus imperios coloniales. En el puerto, barcos y calles de Kingston, la capital, a la luz de la luna conspiradora, los descendientes criollos del mestizaje multiétnico, hablan de proclamas, invasiones y de ejércitos sin armas. Entre los conspiradores se encontraban Simón Bolívar, mestizo triétnico, dueño de haciendas con miles de esclavizados; Pedro Luis 314

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Brion, mulato, acaudalado armador; Manuel Carlos Piar, zambo, caudillo de los rebeldes jinetes en las llanuras del Orinoco; Luis Aury, francés, dueño y capitán de un barco pirata que se llamaba orgullosamente “El Ejecutivo Mexicano”; Agustín Codazzi, ingeniero, militar y geógrafo italiano, ansioso de levantar el mapa de las nuevas repúblicas; Pedro Gual, mestizo, diplomático venezolano; Francisco Antonio Zea, mestizo neogranadino, ideólogo de la emancipación; Gregor Mc.Gregor, inglés, enamorado de la libertad hispanoamericana; Pedro Briceño, mestizo venezolano, secretario de Bolívar... Aunque su encuentro y permanencia cambiaba con las levas y resacas de la esquiva victoria, perduraba el propósito inalienable: expulsar a España de sus dominios deAmérica. Más allá, sólo se hablaba del usufructo del poder de los bienes y gajes de la Colonia. La fuente que citamos pertenece al historiador Jaime Duarte French, quien recogió en una documentada recopilación crítica, los ideales y discrepancias de nuestros libertadores, en su libro: “América de Norte a Sur — ¿Corsarios o Libertadores?”. ( ) Tal vez lo que más los unificaba, era el convencimiento de ser hijosdalgos de los conquistadores y colonizadores españoles, repudiando las sangres “bastarda” o “infame” de sus madres amerindias o africanas. ¿Compartía estos pensamientos Simón Bolívar? En su carta dirigida al director de la Gaceta Real de Jamaica, en 1815, nos deja un inestimable testimonio de sus ideas sobre la índole mestiza de los hispanoamericanos y sus propósitos de independencia, enfrentados a los intereses políticos y económicos de las grandes potencias europeas. En aquellos días de penurias extremas, jamás sufridas por el hijo de un marqués, el futuro libertador, dueño de haciendas y miles de esclavizados, mendigaba los alimentos y el pago de la pensión, donde se refugiaba la mano generosa del mulato Pedro Luis Brion. Bolívar, como inspirador y diplomático de la insurrección hispanoamericana, también recibió el apoyo de Alejandro Petión, como Presidente de la República de Haití, proclamada anti-esclavista 315

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y anti-española, anti-británica y anti-norteamericana. A él debió recurrir cuando fueron agraviados los generales de brigada Lino de Clemente y Juan Robertson, venezolanos, por el Gobernador de la Isla de San Thomas, quien los expulsó, impidiéndoles pasar a Londres, donde esperaban obtener el reconocimiento de la Independencia de Venezuela (1814). La Unión Americana (E.E.U.U.) también miraba con desconfianza a los revolucionarios Francisco Jaime Mina, español, partidario de la Independencia de México; Gregor Mc. Gregor, general de los ejércitos de Venezuela y el comodoro Jeans Aury, corsario francés, quienes autorizados por Arismendi, gobernador de la isla de Margarita (Venezuela), habían desembarcado el 29 de junio de 1817 en la isla de Amelia, con el propósito de formar y fundar la República de la Florida. Lo notorio de esta expedición libertadora para nuestra historia, fue el contingente de 1500 africanos embarcados en Haití, el cual se reforzó con “varias tribus de indios (seminolas), fuertes en el número de sus guerreros, notables por su ferocidad y cuyos establecimientos se extienden a los límites de los Estados Unidos” (Correo del Orinoco, Nº 27, de marzo de 1819). Hecho histórico que indudablemente estuvo relacionado con la ayuda de Petión a Bolívar en 1815, cuyos planes libertadores no se reducían a emancipar la Nueva Granada y Venezuela, sino a todo América, desde México a los confines de Argentina y Chile. El presidente haitiano era menos soñador: avisoraba la abolición de la esclavitud en todo el continente. De su República salieron soldados y armas para los ejércitos revolucionarios de José María Morelos, en México, y aún para el levantamiento del prócer, líder antiesclavista de los Estados Unidos. ISLA DE CONSPIRADORES

El Caribe, vieja casa de bucaneros y despensa de prisioneros africanos, con las guerras de independencia se había convertido en bastión de navíos piratas y batallones de libertos dispuestos a enarbolar las banderas de los insurrectos. En la mira de sus negocios estaban 316

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las Repúblicas Federadas de Buenos Aires y Chile, con las cuales simpatizaban los patriotas del Perú y Ecuador. Incorporado en esta contienda, el hasta entonces corsario pronto recibió el Grado de General en Jefe de las Fuerzas de Mar y Tierra que actuaban en la Nueva Granada, otorgado por el Directorio Superior de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tenía bajo su mando a dos mil hombres, en su mayoría esclavizados africanos, bajo el tricolor patriota. Queremos con esto señalar la patética traición de negársele la libertad en las constituciones republicanas; con el agravante de haber sido proclamada su abolición en los inicios de la lucha, cuando los patriotas sureños no disponían de voluntarios criollos para sus ejércitos, pues carecían de heroísmo y valentía. En el momento del desplome del Imperio Español y de la iniciación de la revolución fabril, la palanca del desarrollo recaía en la emancipación de los millones de africanos que habían alimentado con su vida y creatividad tres siglos de colonialismo. Al postergarse este proceso, no sólo se traicionaba los ideales de “Libertad”, “Igualdad” y “Fraternidad” de la revolución burguesa, sino que se perpetuó el monopolio de la riqueza en manos de los criollos latifundistas, quienes frenaron la introducción del maquinismo industrial. La prolongación de la esclavitud impidió el salto de nuestros pueblos hacia una sociedad industrializada, a la par de perpetuar las desigualdades étnicas. Las ejecutorias y nombres de los héroes anónimos de las guerras cimarronas por la libertad, bajo las banderas independentistas de los criollos mestizos, fueron marcados con el estigma de bastardos en las nuevas repúblicas.

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ARCHIVO DE LA FUNDACIÓN COLOMBIANA DE INVESTIGACIONES FOLCLÓRICAS:

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Este libro se terminó de imprimir en el mes de septiembre de 2011 en la Unidad Gráfica de la Facultad de Humanidades Universidad del Valle, Cali - Colombia

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