Manual de teología dogmática, BUJANDA

November 19, 2017 | Author: escatolico | Category: Penance, Divine Grace, Catholic Church, Jesus, Faith
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Descripción: A los que han estudiado o estudian Teología y quieren tener a mano, en español, un resumen breve de las pri...

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Manual de Teología Dogmática P. JSEÚS BUJANDA, S. I.

£

I

MANUAL DE TEOLOGIA DOGMATICA POR

EL

P. JESUS eUJANDA, S. I. P R O F E S O R DE L A F A C U L T A D TEOLOGICA DE GRANADA

CUARTA EDICION ESPAÑOLA

Se Kan hecho también una argentina y dos portuguesas

EDITORIAL "RAZON Y FE", S. A. Exclusiva de venta: EDICIONES FAX C a l l e de Zur ba no, núm. 80 MADRI D 1 9 5 4

Imprimí potest: I o /o ^ e s

M .a P o n c e , s . i .

p r a e p . P rov. B aet.

Nik.il obstat: P edro

M oran ,

Cens. Éccles. Imprimatur :

,

yB José M aría

Obispo Auxiliar y Vicario Gral

Madrid, 12 de febrero de 1953.

ES

PROPIEDAD:

APR ESO

EN

ESP ANA

INDICE Págs. Prólogo ............................................................................... Abreviaturas ................. .................................................... Bibliografía ........................................................................

5 7 8

INTRODUCCION CAPITULO PRIM ERO.—NOCIONES PRELIMINA­ RES Y DIVISIONES DE LA TEOLOGIA Y DE LA RELIGION .........................................................................

9

CAPITULO I I — CUESTIONES PREVIAS AL ESTU­ DIO DE TO D A RELIGION.

Art. l.o Necesidad hipotética de la religión...... ..... 11 Art. 2.o La existencia de Dios.....................................12 Nota.—Los nombres de Dios 16 Art. 3 .o Distinción entre Dios y el mundo.......... ..... 17 CAPITULO m . —«LA RE LIGION NATURAL.

Art. l.o Dogma, moral y culto de la religión na­ tural ....................................................... Párrafo l.o Lo que el hombre debe saber de Dios ............................................... Párrafo 2 .o Los preceptos que el hombre debe guardar .......................................... Párrafo 3 .o Culto que debe tributar el hombre a Dios ...........................................

18 18 18 20

Art. 2.o Necesidad de abrazar una religión re­ velada si Dios así lo ordena................. Art. 3.« Necesidad hipotética de la religión re­ velada .....................................................

20 22

PARTE PRIMERA IN STITU CION DE LA UNICA RE LIG IO N VERDA­ DERA. FUENTES EN QUE SE CONTIENE SU D OCTRINA Y ASENTIM IENTO CON QUE HEMOS DE AC EPTAR SUS VERDADES

TRATADO PRIMERO JESUCRISTO, LEGADO DE DIOS PAR A IN STI­ T U IR UNA RE LIGION CAPITULO UNICO.— LA UNICA RE LIG IO N V E R ­ D ADERA ES LA CR ISTIA N A.

Prenotandos ...................................................................... Art. l.o Historicidad de los Evangelios................. Notas complementarias.—Autores de los Evangelios, tiempo en que se escribieron, conservación sustan­ cial de los mismos, lengua en que fueron escritos y primeras traducciones ............................................ Art. 2.o Jesucristo afirma de Sí mismo que es el legado de Dios esperado por los judíos. Art. 3.o Jesucristo afirma de Si mismo que vie­ ne a hablar a los hombres de parte de Dios .................................................... Art. 4.0 Jesucristo afirma que sus obras son prue­ ba de su divina legación..................... Art. 5 .o Jesús prueba con milagros su misión di­ vina ........................................................ Notas complementarias.■—Las profecías de Jesús, como prueba de su misión divina. Fuerza especial que tie­ ne el milagro de la resurrección para probar la le­ gación divina de Jesús. Posibilidad de los milagros. Art. 6 .o La propagación de la doctrina de Jesús como prueba de su origen divino...... Art. 7.o Necesidad de abrazar la religión cristiana Conclusión.-—La única religión verdadera es la cris­ tiana ...............................................................................

24 25

27 31 32 34 36

37 39 40 41

Págs.

TRATADO SEGUNDO LA VERDADERA SOCIEDAD RE LIG IO SA FUN­ DADA PO R JESUCRISTO CAPITULO PRIM ERO. — FUNDACION DE LA IG LESIA Y SU FUNCIONAMIENTO EN VID A DE LOS APOSTOLES.

Art. Art. Art. Art.

l.o o 3.o 4 .o

2

Institución de la Iglesia............................. .... 43 La autoridad suprema.................................... 45 Autoridad común a todos los Apóstoles. 48 Perpetuidad de la Iglesia.............................. 49

CAPITULO n . — LA IG LESIA PO STAPOSTOLICA.

Art. l.o Los sucesores de los Apóstoles................ Art. 2 .o El sucesor de San Pedro en la jefatura suprema .................................................. Art. 3 .o Sólo la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Cristo. Notas o distintivos de la verdadera Iglesia.......................... Notas.— 1 .a cómo se gobierna la Iglesia. 2.* Relaciones entre la Iglesia y el Estado....................................... Art. 4 .o La Iglesia Católica y los milagros de nues­ tros tiempos ..........................................

52 55 58 60 63

CAPITULO H I.—LA PR E R R O G A TIV A DE LA IN­ FALIBILIDAD.

Art. l.o Infalibilidad de los Apóstoles y sus su­ cesores ..................................................... Consecuencias.—Infalibilidad de los obispos. Imposi­ bilidad de que yerren todos los Padres de la Igle­ sia, todos los teólogos o todo el pueblo cristiano Notas complementarias.—Posibilidad de que yerren uno o muclios obispos, uno o muchos Santos Pa­ dres, uno o muchos teólogos. Infalibilidad de cada Apóstol de por sí.......................................................... Art. 2 .o Infalibilidad del Romano Pontífice........ Notas complementarias.—Cuándo el Papa no es infa­ lible y cuándo lo es. Las Congregaciones Romanas. Art. 3 .o Ojeada retrospectiva. Doctrina de la Igle­ sia sobre algunos puntos más impor­ tantes tratados en anteriores artículos.

64 66

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70 74

Págs. CAPITULO IV. — FUENTES DE LA DOCTRINA CRISTIANA. Art. l.o La Tradición ............................................. Art. 2.o La Sagrada Escritura................................. Notas complementarias.—Dios es autor de la Sagrada Escritura, y, por tanto, ésta no contiene error nin­ guno. Normas que deben tenerse en cuenta para entender la Escritura....................................................

79 81

84

TRATADO TERCERO DE LA FE O ASENTIM IENTO CON QUE HEMOS DE ACEPTAR LAS VERDADES DE LA RELIGION. CAPITULO UNICO.—NATURALEZA DADES DE LA FE.

Y

PRO PIE­

Prenotando^ ....................................................................... 89 Art. l.o Naturaleza de la fe................................... 91 Consecuencia.—Las verdades de la fe deben creerse firmísim ámente ............................................................. 93 Notas complementarias.—Revelación propia e impropia­ mente dicha. Fe en sentido propio y menos propio. Fuentes de la revelación. Símbolos o Credos. Revela­ ción explícita y revelación implícita. Conclusiones teológicas ....................................................................... 93 97 Art. 2.o Libertad del acto de fe............................ Art. 3 .o Necesidad de la fe...................................... 98 Notas complementarias al articulo anterior.—Qué cla­ se de fe es necesaria para salvarse. Qué verdades deben creerse indispensablemente para salvarse. Có­ mo pueden salvarse todos los hombres si la fe es in­ dispensable para ello..................................................... 100 Notas complementarias al tratado de fe en general.— Cuándo una proposición es de fe. Cuándo de fe divi­ na. A quién se llama hereje, apóstata o cismático. Qué es censurar una proposición. Cuándo una pro­ posición es herética, errónea, temeraria, próxima a herética, próxima a error. Cuándo se dice que tiene sabor de herejía, que es escandalosa, sediciosa, cis­ mática o falsa................................................................ 102 Alcance de las palabras «definimos» y «sea anetema» en los documentos pontificios............................ ........ 1 0 5 Alcance de la doctrina de los capítulos y cánones en los Concilios Tridentino y Vaticano........................... 1 0 6

Págs. PARTE SEGUNDA CONTENIDO DOCTRIN AL DE LA RELIGION VERDADERA

Prenotandos.-—Cuestiones tratadas en la primera par­ te. Materia u objeto de que trata la Teología. Obras principales de Dios. Nombre de los diversos trata­ dos de Teología dogmática. Cómo nacieron esos tra­ tados. Conexión que tienen entre sí y con el de Je­ sucristo, legado de Dios, y el de la Iglesia.............

109

TRATADO CUARTO DE DIOS UNO CAPITULO PRIM ERO. — COGNOSCIBILIDAD, ESENCIA Y A TR IBU TO S DE DIOS.

Art. l.o

Cognoscibilidad de la existencia de Dios aun con la sola luz de la razón.............113 Art. 2.o Esencia de Dios..............................................115 Art. 3.o Atributos de Dios....................................... ...117

CAPITULO II.— DE LAS OPERACIONES O AC­ CIONES DIVINAS.

Art. l.o El conocimiento de Dios............................ ... 123 Art, 2 .o La voluntad de Dios acerca de la salva­ ción de los hombres................................. 125 Nota.—La voluntad de Dios acerca de la salvación de los niños ............................................................................ 126 Art. 3.o La predestinación ..................................... ... 127 TRATADO QUINTO DE DIOS TRIN O EN PERSONAS O DE LA T R I­ NIDAD CAPITULO PRIM ERO.— EXISTEN CIA DE LA T R I­ NIDAD.

Art. l.o Divinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo ....................................... ..............

131

Págs. Art. 2.o Cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu San­ to se distinguen entre sí..................... Art. 3.o Identidad numérica de naturaleza en las tres Personas divinas..................... Notas complementarias.—La Trinidad es un misterio. La Trinidad es superior a la razón, pero no con­ traria a la razón. Analogías de la Trinidad.............

133 135 137

CAPITULO I I —PROCESION U O RIGEN DE LAS PERSONAS DIVINAS.

Preñotandos ...........................................................................139 Art. l.o Procesión de la segunda Persona.............. 139 Nota.—El Hijo procede del entendimiento del Padre, 140 Art. 2 .o Procesión del Espíritu Santo.....................141 Nota.—El Espíritu Santo procede de la voluntad del Padre y del Hijo........................................................... ... 143 CAPITULO I I I — CIRCUM INCESION, RELACIO ­ NES Y MISIONES DE LAS PERSONAS D I­ VINAS.

Párrafo l.o Circumincesión ................................. Párrafo 2 .o Relaciones ......................................... Párrafo 3.o Las misiones de las Personas di­ vinas ..............................................

145 146 147

TRATAD O SEXTO DE

DIOS

CREADOR

CAPITULO PRIM ERO. — DE LA CREACION EN GENERAL

Art. l.o El hecho de la creación............................. Notas.—La conservación del mundo. La cooperación do Dios en las obras de las criaturas..................... Art. 2 .o Cuando fué creado el mundo................. Art. 3 .o La libertad de Dios en crear el mundo. Notas complementarias.—Dios crea el mundo con sólo quererlo. Sólo Dios puede crear. Por qué Dios creó el mundo. En qué consiste la acción de crear Dios el mundo ......................................................................... Art. 4 .o Para qué ha sido creado el inundo.......... Nota.—La gloria de Dios y la felicidad del hombre. Art. 5.o La Providencia ...........................................

150 154 156 157

158 160 162 163

Págs. Notas.—Dios tiene del hombre una providencia espe­ cial. Sentido de la frase : estaba de Dios que había de suceder Algunas dificultades acerca de la Pro­ videncia y sus soluciones........................................... Art. 6.0 La creación del mundo y el primer capí­ tulo del Génesis ..........................................................

164 168

CAPITULO II.—DE LOS ANGELES. Art. l.o Existencia de los ángeles......................... 172 Art. 2 .o Espiritualidad de los ángeles................. 175 Art. 3 .o Inmortalidad de los ángeles..................... 178 Notas complementarias.—Número de los ángeles. Di­ versidad de grados en los ángeles. Tiempo en que fueron creados ........................................................... 181 Art. 4 .o Prueba, premio y castigo de los ángeles. 183 Notas complementarias.—Los ángeles malos no tuvie­ ron medios de hacer penitencia después de su pe­ cado. No es contra la misericordia de Dios el que no los tuvieran. Cuál fué el pecado de los ángeles. 186 Art. 5.o Los ángeles custodios............................... 188 Art. 6 .o Los ángeles malos y las tentaciones.... 190 Art. 7 .o La posesión diabólica................................. 191 Nota.—Diversos nombres que se dan a los ángeles ma­ los. Diablo, Demonio, Satanás, Lucifer, Luzbel.......... 193 Art. 8 .o El Espiritismo ............................................ 194 CAPITULO I3X—DEL HOMBRE. Art. l.o Origen del hombre ....................................197 Nota histórica sobre el transformismo y el poligenismo ... 200 Art. 2 .o Progenitores del linaje humano............. ...203 Notas.—La unidad de la especie humana. La diversi­ dad de razas. La antigüedad del hombre sobre la Tierra 205 Art. 3.o Producción del alma humana................. ...208 Art. 4 .o Cuándo se producen las almas............... .. 211 Art. 5.o Espiritualidad del alma ......................... ...212 Art. 6 .o Inmortalidad del alma................................ 214 Ar.t 7 .o Unicos elementos constitutivos del hom­ bre ..............................................................217 TRA TAD O SEPTIM O DE D I O S

ENALTECEDOR

Prenotandos ............................. ........................................

220

Pags. CAPITULO PRIM ERO.— DONES SOBRENATURA­ LES CONCEDIDOS A ADAN.

Art. l.o La gracia santificante ............................. 220 Art. 2 .o La inmortalidad ....................................... 223 Art. 3 .o inmunidad con respecto a la concu­ piscencia ................................................ 224 Notas.—El don de ciencia concedido a Adán. El don de impasibilidad. Eva tuvo los mismos privilegios que Adán De no pecar Adán, todos sus descendien­ tes hubiéramos nacido con la gracia santificante y libres de la concupiscencia y de la muerte. Lo mis­ mo habría de decirse del don de impasibilidad, pero no del de ciencia. A pesar de esos dones, hubié­ ramos podido pecar y ser castigados........................ 226 Art. 4 .o Sobrenaturalidad de los dones concedi­ dos a Adán ............................................ 229 CAPITULO II.— LA DESOBEDIENCIA DE ADAN Y SUS CONSECUENCIAS.

Art. l.o Pérdida de los dones sobrenaturales por causa del pecado ............................ Art. 2 .o La transmisión del pecado de Adán a sus descendientes ......................................... Art. 3 .o Esencia del pecado original en cuanto transmitido a los descendientes de Adán ........................................................ Notas complementarias.—En qué sentido el pecado ori­ ginal es voluntario y en qué sentido no lo es. Di­ ferencia entre el pecado original que tenemos al venir a este mundo y los que nosotros cometemos. Cómo el pecado original es aborrecible a Dios. Por el pecado original el hombre quedó en peor condi­ ción en cuanto al cuerpo y en cuanto al alma..........

234 236 238

240

TRATADO OCTAVO DE

DIOS

REDENTOR

CAPITULO PRIM ERO.— LA PERSONA DE JESU­ CRISTO.

Art. l.o La divinidad de Jesucristo........................ Art. 2 .o Jesucristo hombre ..................................... Art. 3 .o Unidad de persona en Jesucristo............

244 247 248

Págs.

Comparación para explicar la unidad de persona en Jesucristo.........................250 Art. 4.o De las voluntades de Jesucristo............. ...251 Nota.—En Jesucristo hay dos entendimientos............. ...252 Art. 5 .o De la filiación divina de Jesucristo........ ...252 Nota.—El culto al Sagrado Corazón de Jesús............. ...255 CAPITULO H. — PERFECCIONES DEL ALMA Y CUERPO DE JESUS. Art. l.o Ciencia, santidad e impecabilidad.......... 256 Art. 2 .o Libertad de Jesucristo en cuanto hom­ bre ........................................................... 261 Notas.—Concordia entre la libertad e impecabilidad de Jesús. Algunas propiedades del cuerpo de Cristo. 261 CAPITULO III.—-LA OJBRA REDENTORA DE JE­ SUCRISTO. Art. l.o Para qué vino Jesucristo al mundo...... Notas.—Para que fuéramos libres de pecado no era necesario que Jesucristo viniera al mundo. Si Dios quería una satisfacción condigna, es doctrina pro­ bable que era necesaria la venida de Jesucristo o de otra Persona divina. Si no hubiera habido pecado ninguno en el mundo, es probable que no hubiera existido Jesucristo ....................................................... Art. 2 .o Jesucristo satisface por nuestros pecados. Notas.-.—La aceptación de la satisfacción de Jesucristo por parte de Dios Padre. La satisfacción de Cristo fué abundante y sobrada............................................. Art. 3.o Lo que Cristo mereció para los hombres.

263

264 266 268 269

CAPITULO IV.—DE MARIA, MADRE DE JESU­ CRISTO. Art. l.o La maternidad divina.................................. 273 Nota.—María, Madre de los hombres...................................274 Art. 2 .o La Inmaculada Concepción.........................275 Art. 3.o La carencia de todo pecado de María... 276 Art. 4.o La virginidad de María............................ ...277 Art. 5 .o La Asunción de María..................................280 Nota.—María, Reina de la creación...................................280 Art. 6 .o Culto a María y a los Santos................. ...281 Notas.—La mediación universal de María. La devoción a María, prenda de salvación....................................... ...282

Págs TRATADO NOVENO DE D IOS SANTIFICAD OR

Prenotandos .......................................................................

284

SECCION PRIMERA DE LA G RAC IA CAPITULO G RACIA.

PRIM ERO. — NECESIDAD

DE

LA

Art. l.o Necesidad de la gracia para guardar la ley natural ............................................ 284 Art. 2.o Necesidad de un auxilio especialísimo para evitar toda culpa venial............. 289 Art. 3 .o Necesidad de la gracia para liacer algo que nos lleve a la vida eterna............. 291 CAPITULO IL — AD QUISICION CION DE LA G RACIA.

Y

D ISTR IB U ­

Art. l.o Adquisición de la gracia.......................... Art. 2.o Distribución de la gracia.......................... Párrafo l.o Dios da a todos los justos la gracia suficiente para no pecar............. Párrafo 2 .o Dios da a todos los pecadores cris­ tianos gracia para salir del pe­ cado ............................................... Párrafo 3.o Dios da gracia suficiente para sal­ varse a los no cristianos............. Nota.—La distribución de la gracia a los niños..........

294 295 297 295 29* 29:-

CAPITULO III.— NATURALEZA DE LA G RA C IA ACTUAL Y SUS DIVISIONES.

Art. l.o Naturaleza de la gracia actual................. Art. 2 .o Divisiones de la gracia..............................

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CAPITULO IV.— DE LAS G RACIAS SUFICIENTE Y EFICAZ.

Art. l.o De la gracia suficiente.............................. s> Art. 2 .o La gracia eficaz y la libertad del hombre 21. Art. 3.° Eficacia de la gracia antes de ser conce­ dida al hombre ................................... £>

Págs.

Nota.—Concordia entre la eficacia de la gracia y la libertad del hombre.......................................................

310

CAPITULO V. — EXISTENCIA Y NATURALEZA DE LA GRAlCIA SANTIFICANTE.

Art. l.o División de los hombres en justos y pecadores ................................................ 313 Art. 2 .o Efectos de la justificación........................ 315 Párrafo l.o La justificación es perdón de peca­ dos, santificación, renovación y regeneración de nuestras almas... 315 Párrafo 2 .o La justificación hace a los hom­ bres amigos de Dios, hijos suyos adoptivos y herederos de la vida eterna ............................................ 318 Párrafo 3 .o La justificación nos hace partíci­ pes de la naturaleza divina........ 319 Notas.E xp licación teológica de la participación de la naturaleza divina por la gracia. Unión íntima en­ tre los efectos de la gracia........................................... 320 Art. 3.o Naturaleza de la gracia santificante...... 321 CAPITULO V I —DE LA ADQUISICION, CONSER­ VACION Y AUMENTO DE LA G R A C IA SANTI­ FICANTE.

Art. l.o De lo que se requiere en los adultos pa­ ra obtener la gracia santificante........ Nota.—Cómo reciben los niños la gracia santificante. Art. 2 .o Del aumento y pérdida de la gracia san­ tificante .................................................. Art. 3 .o La gracia santificante y el pecado venial.

323 324 325 326

CAPITULO V I I —DEL M ERITO DE LAS OBRAS O DEL FRU TO DE LA G RAC IA SANTIFICANTE.

Art. l.o Lo que el justo merece con sus buenas obras ....................................................... 328 y ota.-—Sobre el mayor o menor mérito de las obras... 329 Art. 2 .o Condiciones para poder verdaderamente merecer ................................................... 331 .Voíos.—Lo que podemos merecer con nuestras bue­ nas obras, para nosotros mismos y para otros. Las obras buenas hechas en pecado mortal. El mérito y la oración.................................................................... 333

Págs.

CAPITULO V IH —DE LAS GRACIAS HABITUA­ LES DE LAS VIRTUDES Y DONES DEL ESPI­ RITU SANTO. Art. l.o De las virtudes en general....................... .. 335 Párrafo l.o De las virtudes teologales............. ...335 Párrafo 2/° De las virtudes morales.................... 336 Art. 2 .o De la fe y la esperanza............................ .. 337 Párrafo l.o De la fe.............................................. .. 337 Párrafo 2 o De la esperanza................................ .. 337 Art. 3 .o De la caridad.............................................. .. 338 Art. 4 .o De los dones del Espíritu Santo............. ...341 Nota.—Los frutos del Espíritu Santo. Las bienaventu­ ranzas ............................................................................. .. 342 SECCION SEGUNDA DE LOS SACRAMENTOS Prenotandos ........................................................................

343

CAPITULO PRIMERO.—DE LOS SACRAMENTOS EN GENERAL. Art. l.o Del número de los Sacramentos............. 344 Art. 2 .o Del modo como los Sacramentos produ­ cen la gracia........................................... 346 Nota.—La causalidad de los Sacramentos..................... 348 Art. 3 .o Del autor de los Sacramentos................. 350 Art. 4.o Notas complementarias.—En el Antiguo Testamento no había Sacramentos. Fin a que se ordenan los Sacramentos. Cómo significan la gracia que produ­ cen. Qué gracia nos dan. Carácter de algunos Sacramentos. Materia y forma. Ministro. Sujeto de los Sacramentos. Sacramentales ........................................ 351 CAPITULO II.—DEL BAUTISMO. Art. l.o Existencia del Sacramento........................ ...358 Art. 2 .o Materia y forma del bautismo................. ...359 Art. 3.o Efectos del bautismo................................. ...36-i Art. 4 .o Necesidad del bautismo para salvarse.... ...363 Nota:—Reino de Dios y reino de los cielos ...366

Págs. Art. 5.° De dos medios que pueden suplir al bau­ tismo ..................................................... 367 Párrafo l.o Del martirio como supletorio del bautismo ....................................... 367 Párrafo 2.° Del acto del amor de Dios como su­ pletorio del bautismo................... 369 Art. 6 .o Notas complementarias.—Sólo el bautis­ mo de agua es Sacramento. Reviviscen­ cia del bautismo y los demás Sacra­ mentos. Ministro del bautismo. Efec­ to del bautismo en cuanto a la pena del pecado. Ceremonias principales del bautismo ................................................ 371 CAPITULO III.— DE LA CONFIRMACION. Art. l.o La existencia del Sacramento.................. 375 Art. 2 .o Materia y forma de la confirmación...... 379 Notas complementarias.—El crisma debe estar bende­ cido por el obispo. La unción debe hacerse por la propia mano del confirmante. Ministro de la con­ firmación. Sujeto de la confirmación. Ceremonias de la misma ........................................................................ 380 CAPITULO IV.— DEL SACRAMENTO DE LA EU­ CARISTIA.

Art. l.o Existencia del Sacramento........................ Art. 2 .o Materia y forma de la Eucaristía............ Notas complementarias.—Ministro de la Eucaristía. Sujeto de la Eucaristía. Ceremonias principales en su administración .........................................................

383 385

386

CAPITULO V.— DE LA PRESENCIA REAL DE JE­ SUCRISTO EN LA EUCARISTIA.

Prenotandos ....................................................................... Art. l.o El hecho de la presencia real................. Art. 2 .o El modo como Cristo se hace presente en la Eucaristía..................................... Nota.—Cómo debe entenderse que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo............. Art. 3.o De la presencia de Jesucristo en cual­ quier parte de las especies de pan y vino .........................................................

3 P8 389

391 392 393

CAPITULO VI.— DE LA EU CARISTIA COMO SA­ CRIFICIO .

Art. l.o La existencia del sacrificio eucarístico.... 396 Consecuencia. Excelencia del sacrificio de la misa..................................... ......... ...400 Art. 2.o De la esencia del sacrificio de la misa.... 400 Nota:-—Diferencias entre el sacrificio de la misa y el de la Cruz ........................................................................... ...403 CAPITULO VII.— DEL SACRAMENTO DE LA PE­ NITENCIA.

Prenotandos Noción del Sacramento. Significado de la palabra «penitencia». División de la penitencia propiamente dicha ....................................................... Art. l.o De la existencia en la Iglesia de un po­ der para perdonar los pecados a los ya bautizados ............................................. Art. 2 .o Naturaleza de ese poder............................ Consecuencias. Necesidad de la jurisdic­ ción para poder absolver. Reservación de ciertos pecados más graves. Nece­ sidad de que el penitente acuse sus pecados ................................................... Art. 3 .o De la imposibilidad dé obtener el per­ dón de los pecados independientemen­ te de ese poder....................................... Art. 4 .o De la existencia del Sacramento de la penitencia .............................................. Art. 5 .o Materia y forma de la penitencia.......... Notas complementarias.—Por qué la contrición, con­ fesión y satisfacción se llaman, no materia, sino cua­ si materia del Sacramento. La satisfacción no es tan necesaria como la contrición o la confesión. Nece­ sidad del propósito de enmendarse. Ministro de la penitencia. Sujeto de la penitencia. Ceremonias de este Sacramento ........................................................... Art. 6 .o De la eficacia de la contrición perfecta... Notas complementarias.—No sólo la contrición perfec­ ta, sino el simple acto de amor a Dios sobre todas las cosas perdona todos los pecados. Para que una contrición perfecta o imperfecta sea verdadera, es menester que se extienda a todos los pecados mor­ tales no perdonados...................................................... Art. 7.o De la suficiencia de la atrición................. Nota.—Significado de las palabras «contrición» y «atri­ ción» ...............................................................................

404 406 409

411 412 416 418

419 422

424 429 431

Págs.

Art. 8.0 De la acusación de los pecados o confe­ sión ......................................................... Notas.—La confesión es indispensable para obtener el perdón de los pecados. Necesidad de la absolución para obtener el perdón.................................................. Art. 9 .o De la reviviscencia de los méritos.......... Art. lO.o De las indulgencias................................. Notas.—Existencia del tesoro de la satisfacción de Cristo y de los Santos. División de las indulgencias en plenarias y parciales. Significación de las pala­ bras «cien días de indulgencia» y otras equivalentes. La indulgencia del jubileo. Condiciones para ganar las indulgencias. Aplicación de las mismas a los di­ funtos .............................................................................

431 433 436 439

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CAPITULO v m .—DE LA EXTREMAUNCION. Art. l.o La existencia del Sacramento................... 445 Art. 2 .o Materia y forma de la extremaunción... 447 Art. 3 .o Efectos de la extremaunción..................... 449 Notas.—Ministro del Sacramento. Sujeto del mismo. De la recepción repetida de la extremaunción y la obligación de recibirla. En algún caso puede suplir a la contrición o confesión en cuanto a conseguir el perdón de los pecados. Ceremonias de la extre­ maunción. ........................................................................ 450 CAPITULO I X —DEL ORDEN. Art. l.o La existencia del Sacramento....... ......... Art. 2 .o Ordenes que son sacramento y órdenes que no lo son........................................... Párrafo l.o La ordenación del obispo es un sa­ cramento ....................................... Párrafo 2 .o La ordenación de los presbíteros es un sacramento .............................. Párrafo 3 .o La ordenación de los diáconos es un sacramento ................................... Párrafo 4 o Las demás ordenaciones no son sa­ cramento ........................................ Art. 3.o Materia y forma del orden..................... Notas.—Ministro del Sacramento. Sujeto del mismo...

453 454 455 457 458 460 461 467

CAPITULO X.—DEL MATRIMONIO. Art. l.o Existencia del Sacramento....................... 469 Art. 2 .o La esencia del matrimonio...................... 471 Consecuencias. Materia y forma del Sa-

Págs. cramento del matrimonia. Ministro del Sacramento. Inseparabilidad del Sa­ cramento y el contrato matrimonial... Notas.—Sujeto del matrimonio. Ceremonias del matri­ monio ............................................................................. Art. 3.o Unidad del matrimonio............................. Art. 4.o indisolubilidad del matrimonio.............. Art. 5.o Solubilidad del matrimonio no consu­ mado ...................................................... Art 6.o El Privilegio Paulino................................. Art. 7.0 El estado de matrimonio comparado con el celibato .............................................. Nota.—El celibato eclesiástico.........................................

472 474 476 478 482 484 486 487

TRATADO DECIMO DE DIOS CONSUM ADOR Y R E PA R TID O R DE PREM IOS Y CASTIGOS CAPITULO UNICO.— DE LA SUERTE FINAL DEL HOMBRE,

Prenotandos ................. ..................................................... .. 488 Art. l.o De la muerte.............................................. .. 488 Art. 2.o Del juicio universal................................... .. 491 Notas.—Significado de las palabras «está sentado a la diestra de Dios Padre». Significado de las palabras «vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos». Tiempo o fecha del Juicio final...................................491 Art. 3.o De la resurrección...................................... ...494 Nota.—Con qué materia resucitarán los hombres...... ...495 Art. 4.o Del infierno ............................................... ...497 Nota.—Diversas clases de pena de los condenados...... ...498 Art. 5,o Del limbo de los niños.................................499 Nota¡.-—El limbo de los justos. Significado de las pa­ labras «descendió a los infiernos»...................................502 Art. 6.o Del purgatorio .......................................... ...503 Nota.—I>a comunión de los Santos...................................504 Art. 7,o De la gloria................................................. .. 506 Nota.—El conocimiento y amor de Dios y la felicidad de los bienaventurados......................................... '...........507 INDICE ALFABETICO .........................................................509 INDICE DE CAPITULOS......................................................521

PROLOGO A quién va dirigido este libro. In clu id os los de esta cuarta edición española, van ya publicados más de 25.000 ejem plares de esta o b rita, que puede servir: 1.° A los que han estudiado o estudian T eología y quieren tener a m ano, en español, un resum en bre­ ve de las principales cuestiones que han oído en las aulas sobre las verdades más fundam entales d e la religión. 2.° A los profesores y alumnos de segunda ense­ ñanza y enseñanza superior que no se con ten ten en sus clases con un conocim iento superficial de la r e ­ ligión, sino que quieran una instrucción m ás a fon d o. Según la capacidad de los alum nos y el tiem po de que dispongan, podrán eventualm ente los profesores suprim ir algunas cuestiones más difíciles de la T ri­ nidad, del p eca do original, de la gracia y de los sa­ cram entos. Para fa cilita r el trabajo de profesores y alum nos se ha añadido, al fin de cada cuestión tra ­ tada, un resum en en form a de preguntas. 3.° A las personas que no h abien d o estudiado R eligión en un centro de enseñanza se hallan, sin em bargo, en posesión de m uchos con ocim ien tos r e ­ cogid os en ejercicios, conferencias, lecturas y serm o­ nes, y quieren tener una idea m ás precisa y e x a cta de los conocim ientos ya adquiridos. El trato con u n a persona instruida en R eligión que les aclare las d u ­ das surgidas durante la lectura reposada de este li­ bro será un precioso com plem en to del m ism o.

Para quienes n o p oseen esa base d e c o n o c im ie n to s y no d isp on en de un p ro fe s o r de R e lig ió n , la p re se n te obra sería de escasa u tilid a d , p o rq u e su c o m p r e n ­ sión sería d ifíc il; a lg o así co m o es d ifíc il d e e n ­ tender un m a n u a l de m a te m á tica s d e m o s tra d a s cu a n d o de a n te m a n o n o se está s u ficie n te m e n te p r e ­ p arad o para ello. Quienes, p or el co n tra rio , estén en d is p o s ició n d e en ten d er esta obra, p o d rá n u tiliz a rla c o n fr u t o y persuadirse que si sa b en re sp o n d e r a las p re g u n ta s puestas al fin d e ca d a cu estión , c o n o c e n las p r in ­ cip a les v erd ad es de n u e stra R e lig ió n , y sa b e n d a r ra zón de ellas a q u ien se la p idiere. D ada la ca n tid a d d e c o r r e c c io n e s y a d icio n es en esta n u ev a ed ición , y la im p o rta n cia d e a lg u n a s d e ellas, las ed icio n es a n te r io r e s d eb en c o n s id e r a r s e com o a n ticu a d a s e im p e r fe c ta s r e s p e c to d e la p r e ­ sen te.

ABREVIATURAS Las únicas que necesitan ser explicadas son de dos clases: 1.a Las que se refieren a la Escritura Sagrada. Los libros de ésta se citan con sus primeras letras. Así, Gén., 3, 20, significa que la cita está tomada del libro del Génesis, capítulo 3.°, versículo 20. Sab. = Sa­ biduría. S. Luc. = Evangelio de S. Lucas. Fil. = Car­ ta de S. P ablo a los Filipenses. 1 S. Juan, 3, 14, Car­ ta prim era de S. Juan, capítulo 3.°, versículo 14. Esta aclaración, enteramente superflua para los más instruidos en m ateria religiosa, era, sin em bar­ go, necesaria para los que no poseen tantos con o­ cim ientos. 2.a Las que se refieren a los documentos de la Iglesia. Las citas están tomadas, por regla general, de la obra de Denzinger, Enchiridion Sym'bolorum, D efin ition um et Declarationum , de Rebus Fidei et Morum (M anual de Símbolos, Definiciones y Decla­ raciones pertenecientes a la Fe y a las Costumbres). Usamos la edición 27 preparada por Juan Bautista Umberg, S. I. Así, pues, D. 697 quiere decir Denzin­ ger 697, o sea que la cita a que esa abreviatura se refiere se encuentra en el número marginal 697 de la obra de ese autor. Otras abreviaturas, por ser suficientemente claras, no tienen por qué ser aquí explicadas.

Lista de algunas obras que p u ed en ser con su ltad a s.

I.— EN LATIN AQTTCNAS, S. Thomas. Overa om nia. Iussu im pensaque Leonls X III edita. Romae. B e ra z a , Blasius. Cursus Theologicus. Bilbao, 1921 ss. C a r t e c h i n i, Sixtus. De valore notarum th eologicarum . Ro­ mae, 1951. J e s u ít a s e s p a ñ o le s . Sacrae Theoloaiae Sum m a3 editada por la B. A. C. (Biblioteca de Autores Cristianos). M adrid, 1950 y siguientes. L e r c h e r , Ludovicus. In stitu tion es Theoloaiae Doam aticae. Oeniponte, 1927 ss. P e r r o n e , Ioannes. Praelectiones Theologicae. Parisiis, 1897. P e ^ c h , Christianus. Praelectiones D ogm aticae. Friburgi, 1922. --------Compendium Theologiae Dogm aticae. Friburgi, 1926. S u á r e z , Franciscus. Opera omnia. Parisiis, 1856 ss. T a n q x je r e y , Ad. Synopsis Theologiae D ogm aticae. T orn a d , 1895. --------Brevior Synopsis Theoloaiae D ogm aticae. T o m a ci, 1919.

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II — EN CASTELLANO

A q u in o de, Santo Tomás. Suma Teológica. T raducida por don Hilario Abad de Aparicio. Madrid. 1880. B tjja n d a , Jesús. El erigen del hom bre y la Teología Cató­ lica. Madrid, 1953. --------Teología del más allá. Madrid. 1951. G o n z á l e z y G o n z á l e z . Eugenio. La verdad cristiana. Ma­ drid, 1940. H i l l a i r e , p . a . La Religión demostrada. Barcelona, 1914. N e g u e r u e l a , Nicolás. Lecciones de A pologética. San Sebas­ tián, 1939. Perrone, Juan. Prelecciones teológicas. Versión castellana acompañada del texto latino. Madrid, 1860.

INTRODUCCION CAPITULO PR IM E R O NOCIONES PRELIMINARES Y DIVISIONES DE LA TEOLOGIA Y RELIGION 1 L a R e lig ió n estudia las relacion es d el h o m b re p a ra c o n D ios. D ios es un ser no p ercep tib le p or los s e n tid o s, a u to r del m u n d o y del hom bre, a qu ien éste d eb e re v e re n cia r. Las obras que tra ta n de D ios se lla m a n ob ra s de T eología , p alabra fo rm a d a de dos grieg a s, que sig n ifica n tra ta d o de Dios. 2 Divisiones de la Teología. A ) De D ios se p u e ­ d e h a b la r de tres m a n era s: 1.a D ic ie n d o de él ú n ica m en te aquello que p o d e ­ m os a p r e n d e r aun co n la sola luz de la ra z ó n al c o n ­ te m p la r el U niverso. En este caso, se lla m a T eolog ía n a tu ra l, o p o r o tro n om bre, T eod icea (1 ). 2.a D ic ie n d o de él ú n ica m en te aquello que sa b e­ m os p o r h a b e rlo así D ios m a n ifesta do a los h om b res d e p a la b ra , co m o lo m a n ifestó Jesucristo, o h a b la n ­ d o in te rio r m e n te a la in teligen cia de algunos d e ellos p a r a que éstos lo enseñasen lu ego a los h o m ­ bres, c o m o lo h izo co n los p rofeta s. En este caso, se lla m a T e o lo g ía sobrenatural, o sim plem ente T e o ­ log ía . (1) P a la bra form ad a de d os griegas, qu e sig n ifica n ju s t i­ fic a c ió n o d e m o stra ció n (d e la existen cia y p erfe ccio n e s) de D ios.

3.a Juntando am bas enseñanzas en u n a sola, y tendríam os T eología natural y sobrenatural. . B ) La T eología se divide ta m b ién en M oral y D ogm ática. La M oral estudia los p recep tos que se h an de guardar, verbigracia, los diez m a n d a m ien tos; la D ogm ática, las verdades que nos h a b la n de Dios y sus obras, verbigracia, Dios es om n ip oten te, Dios creó el m undo. D ogm a es una p alab ra de origen griego, y significa creencia. C) D ivídese tam bién en A p olog ética y D og m á tica. La prim era estudia cuál es la verd ad era relig ión ; la segunda, el con ten id o d octrin a l de esa m ism a r e ­ ligión. 3 P racticar la religión es v en erar a D ios d eb id a ­ m ente com o a nuestro superior y b ien h ech or. La p rá ctica de la religión com p ren d e tres cosas: 1.a, la cien cia o con ocim ien to de Dios y sus ob ra s; 2.a, la observancia de sus p recep tos; 3.a, la ven era ción o cu lto a él tributado. C onsiguientem ente, la p rá ctica de la religión supone la T eología, pero añade a ella la observancia de los preceptos y el rendir a D ios el cu lto que se le debe. La R eligión será natural o sobrenatural, al igual que la Teología, según que se fu n d e en lo que sa ­ bem os por sola razón, o en u n a m a n ifesta ción h e ­ ch a por Dios a los hom bres de palabra, o h a b la n d o interiorm ente a la inteligencia de algunos de ellos para que éstos lo enseñen a los dem ás. Del estudio de la T eología nace esp on táneam en te la p rá ctica de la religión. En e fe cto : no se puede c o ­ n ocer a Dios (T eología d ogm á tica ), y saber lo que ha m an dad o guardar (T eología m o ra l), y no sacar, com o con secu en cia natural, que es necesario darle algún culto y veneración, y precisam en te el que él quiere, si ha m andado alguno determ in ado. re su m e n en fo r m a de p r e g u n t a s .— ¿Qué estudia la Reli­ gión? ¿Qué son obras de Teología? ¿Qué es Teología natu­

ra l, s o b r e n a tu r a l, dogm ática, moral y a p ologética ? ¿Q u é es R e lig ió n n a tu ra l y sobren atu ral? ¿Q ué tres cosas c o m p r en ­ d e la p r á c tic a de la R eligión ? ¿Qué in flu en cia tien e el es­ tu d io d e la T eolog ía en la jyráctica de la R elig ión , y p or q u é ra zó n ?

CAPITULO II CU ESTIO N ES

A rt. 1.°

PREVIAS AL ESTUDIO RELIGION

DE

TOD A

N ecesidad hipotética, de la religión .

T E S IS (2 ). Si Dios existe, todo hom bre está o b li­ g a d o a prestarle el cu lto o ven era ción con ven ien te, o lo que es lo m ism o, está ob liga do a p ra ctica r la relig ión . 4 Im p u g n a d ores.— N iegan que Dios exista y, c o n ­ sig u ien tem en te, niegan que sea necesario p ra ctica r re lig ió n n in gu n a , los m aterialistas, según los cuales n o existe sin o la m ateria sensible. Entre los que a d ­ m ite n la ex isten cia de Dios, niegan la necesidad de p r a c tic a r la relig ión : 1.°, los panteístas. que afirm an que to d o el m u n d o es Dios, y com o nadie tien e o b li­ g a c ió n de darse culto a sí m ism o, tam p oco h a y n e ­ cesid a d de relig ión ; 2.°. ciertos indiferen tistas para los cu a les todas las religiones son iguales, todos los cu lto s in d iferen tes, y el venerar a Dios cosa que p u ed e h a ce rse o d ejarse de hacer. 5 P ru eba de la tesis.— Dios, según la d efin ición d a d a en el capítu lo prim ero, n. 1. es autor del m u n ­ d o y d e l h o m b re ; luego es necesario que éste lo v e ­ n ere c o m o a su superior y bienhechor. T o d o hi.io. en e fe cto , debe recon ocim ien to a sus padres, debe (2) Asi como en Matemáticas las verdades que se van a demostrar se llaman teoremas, en Teología o Religión se llaman tesis o proposiciones.

respetarlos y saludarlos y quererlos: lu ego lo m ism o d ebe h a ce r el h om b re con Dios. A los p a d res se les venera, siéndoles re co n o cid o s y h a cié n d o le s algún obsequio: se les respeta no h a cie n d o n a d a co n tra su voluntad. A Dios se le resp eta g u a rd a n d o sus p r e ­ ceptos, se le venera h a cie n d o algú n sa crificio en iic-nor suyo, y p id ien d o su fa v o r y ayuda, y a que en esto lo recon ocem os co m o su p erior y b ie n h e ch o r. r e su m e n en f o r m a de p r e g u n t a s .— ¿Q u é en señ a n los m a­ terialistas, p a n téísta s y c ie r to s in d iferen tista s, a cerca d e la necesidad de p ra ctica r la religión ? ¿C óm o se p ru e b a esa necesidad? ¿C óm o se resp e ta a D ios? ¿C om o se le v e n e r a ?

Art. 2.°

La existencia de Dios.

TESIS.

Dios existe.

,

6 Impugnadores.— 1.° Según los m aterialistas, no existe sino la m ateria, lo que es p e rce p tib le p o r los sentidos: lu ego n o existe Dios, que sería u n ser su­ prasensible. 2.° Según los m odern istas, e x p e rim e n ta ­ m os, sí, cie rta sensación de que D ios existe, cierta in clin a ció n y n ecesidad de d irig irn os a él, p e ro no podem os p ro b a r que exista de h e ch o . Pruebas de la tesis. 7 1.a Deducida de la admirable inteligencia y maestría con que están hechas muchas de las obras del Universo. Es la m ás cla ra de todas. H ela aquí brevem ente. V em os que en m u ch a s de las cosas de este m u n ­ do, p or ejem plo, en el hom bre, existe u n o rd e n a d ­ m irable en la d isp osición de sus o jo s p ara ver, de sus oídos p ara oír, de sus vasos sa n gu ín eos p a ra lle ­ var la sangre a tod a s las partes del cu erpo, de sus pulm ones p ara respirar, de sus m úscu los p a ra m o ­ ver brazos y piernas, m a n os y p ie s ; de su len gu a para hablar, de su ca b eza p a ra d iscu rrir y a lm a ce -

n ar recu erdos, de sus nervios para sentir el dolor y el placer, de su corazón para poner en m ovim iento la sangre, de la voluntad para amar, de sus glándu­ las gen era d ora s para producir la semilla de que se fo rm a n otros hom bres; es así que nadie en este m u n d o es capaz de producir ni un solo ojo, ni un solo oído, ni un solo nervio, ni un solo cerebro que viva y sien ta y piense y alm acene recuerdos; luego quien h izo al hom bre es un ser más poderoso y sa­ bio que él, a quien debe venerar y respetar com o a su superior. De la m ism a m anera se puede argüir del m ov i­ m ien to ord en a d o de los planetas alrededor del Sol, de los anim ales en que están casi todas las p ropie­ dades que h a y en el hom bre, de las plantas que son a m o d o de m áquinas maravillosas que producen flo ­ res y fru tos que tienen vida, y que el hom bre es in ­ capaz de produ cir (3). 8 2.a Deducida de que todos los hombres así lo afirman, y esa afirmación no puede ser falsa. Los hom bres de todas las edades han afirm ado la existen cia de Dios. Fara probarlo basta tener en cu en ta que en todas las naciones, y precisam ente en las m ás cultas con m ás abundancia, se le han eri­ g id o tem plos m agn íficos; lo m ismo en C hina que en el Japón, en la In dia que en Egipto, en G recia que en Italia, en M éjico que en el Perú. A hora b ien : n o h a y razón ninguna que pueda explicar un h ech o ta n unánim e, tan constante y tan universal, sino la de que D ios existe. En efecto; si Dios no existiera se co m p ren d e que una nación tal vez, o un pueblo o varios lo hicieran; pero que lo afirm en todos a través de todas las edades que conocem os, y que sean precisa m en te los pueblos más cultos los que lev a n (3) Q u ien desee ver este argum ento plenam ente des­ arrollado, puede consultar nuestra obrita Existe D ios» Escelicer, Cádiz, 1942,

ta n los tem plos m ás g ran d iosos a la d iv in id a d , no puede explicarse sino a d m itien d o que D ios existe. Nota.— O bsérvese que tod os los h o m b re s d e que tratam os en el argum ento a n terior están de a cu e r­ do en la existen cia de Dios, es d ecir, de u n ser su­ perior a quien debem os v e n e ra r; n o lo están, n i m u ­ ch o m enos, en su nú m ero o en sus otras cu a lid a d es o p erfeccion es. P or consiguiente, el a rg u m en to n o prueba sino lo prim ero, es decir, la ex isten cia de un ser superior al h om bre. 9 3.a Deducida de la existencia del orden moral por que se rigen los hombres. C om o existe en el hom bre un o rd e n físico , segú n vim os en la p ru eba prim era, así existe en él u n o r ­ den m oral, pues vem os que se sien te n a tu ra l e irre ­ sistiblem ente im pelido, quiera o no, a m ira r cierta s accion es co m o m alas, com o m atar, herir, ca lu m n ia r a un in ocen te, robar a un n ecesita d o, q u ita r la h on ra a otro c o n m en tira ; y otras a ccio n e s co m o buenas, v erbigracia, socorrer a u n o que está en p e ­ ligro, d e fe n d e r a un inocente, im p e d ir u n a m a la a c ­ ción que se va a com eter por ig n o ra n cia y cosas p a ­ recidas. E xiste, pues, en el h om b re un o rd e n m ora l, in d ep en d ien tem en te de su voluntad, m e d ia n te el cu a l la co n v iv e n cia h u m a n a se h a ce de u n a m a n era d ig ­ na del h o m b re ; p e ro tod o ord en su p on e u n o rd e ­ nador, luego ex iste ese ord en a d or su p erior a quien el hom bre debe v en era r. 10 4.a Deducida de que es menester que haya un ser que de nadie ha recibido la existencia, y de que ese ser es necesariamente Dios. A) Existe necesariamente un ser que no ha re­ cibido la existencia ,de otro ninguno. En efecto, vem os que en este m u n d o ex isten m u ­ chas cosas: u n h om b re, u n ca b a llo, u n a flor, u n a

piedra. Si a alguna de ellas no la hubiera hech o n a ­ die, ya estarla demostrado que hay un ser al que nadie le dió la existencia. Si al hombre, por ejem ­ plo, nadie lo hubiera hecho, ya habríam os en con ­ trado el ser que buscábamos. Si, por el contrario, t o ­ dos los seres que existen hubieran tenido que ser hechos, n o existiría ninguno, porque no se puede recibir la existencia de uno que tam poco existe. Si todos los hombres, sin excluir ninguno, desde el prim ero al último, necesitaran nacer de otros h om ­ bres, nin gu n o nacería, porque no podía nacer el pri­ m ero; luego ha existido algún hom bre que no ha venido al m undo por nacimiento. De la m ism a m a­ nera, si todos los seres tuvieran que existir re ci­ biendo la existencia de otro, ninguno existiría; p o r­ que el prim ero de ellos no podría existir. Luego es evidente que existe un ser que no ha recibido la existencia de otro ninguno. B) Un ser que no h,a recibido de otro la existen­ cia es un ser que tiene todas las perfecciones que se pueden tener, es decir, es sabio, poderoso, feliz, eter­ no, y todo esto en sumo grado; en otras palabras, es Dios. En efecto, un ser que no recibe de ningún otro la existencia (y que produce el entendim iento en los hom bres, y la herm osura en los cielos, en las plan­ tas y en los animales, el poder y la fuerza en los elem entos, y el orden maravilloso en esos mismos seres), tiene en sí mismo, sin que nadie se la dé, la razón de existir y la razón de ser sabio, poderoso y eterno, y todo esto en grado sumo; com o si el h om ­ bre tuviese en sí mism o la razón de saber, es decir, si pudiese saber sin necesidad de estudiar y pensar, sería todo lo sabio que puede ser; y si tuviese en sí m ism o la razón y la fuente de tener dinero sin n e­ cesidad de ganarlo, o de irlo a buscar, o de reci­ birlo de otro, tendría todo el dinero que se puede tener.

11 Nota.—Los nombres de Dios— Dios tiene di­ versos nombres en las naciones de lenguas muy diversas. El más bonito y a la vez más exacto, es decir, el que mejor le cuadra, es aquel con que él mismo se llamó en la Sagrada Escritura, o sea Yavé (4), que significa en hebreo el que es; que es lo mismo que decir el que existe, el que tiene en sí la razón o la fuente de existir. Las demás cosas, el hombre, el caballo, el Sol, existen sólo porque Dios les da la existencia. De una m anera parecida, la Luna luce y los planetas que rodean al Sol lucen, pero la fuente de la luz no la tienen ellos, sino el Sol. El Sol es una hoguera que tiene luz en sí mis­ mo; la Luna y los planetas no tienen otra que la que reciben del Sol. La palabra «Dios», que usamos en castellano y en las lenguas derivadas del latín, com o el italiano, francés y portugués, en sentir de los eruditos, pa­ rece que significa luz: y tendría el mismo origen que la palabra «día». En todo caso, Dios es luz (5), es existencia brillante y luminosa. resu m en en form a de p r e g u n t a s .— ¿Qué dicen los m ate­ rialistas y modernistas acerca de la existencia de Dios? ¿Cuál es la lim eña más clara de la eocistenda de Dios? ¿Cómo se prueba que Dios existe partiendo del orden físico y mo­ ral que observamos en el hombre, del parecer unánim e de todos los hombres y de la existencia de un ser que de na­ die ha recibido la existencia? ¿Cómo se prueba que Dios tiene todas las perfecciones y que las tiene en sumo gra­ do? ¿Cuál es el nombre que m ejor cuadra a Dios? ¿Qué significa el nom bre que le damos en las lenguas derivadas del latín?

(4) Esto dirás a los hijos de Israel : Yavé (en hebreo, el que es)... me envió a vosotros. Este es mi nombre para siem­ pre. Ex., 3, 14 y siguientes. (5) Dios es luz y no hay en él oscuridad ninguna. 1 San Juan, 1, 5.

Art. 3.°

D istinción entre Dios y el mundo.

TESIS. Dios es distinto del mundo. 12 Im pugnadores.— Lo son los panteístas, según los cuales todas las cosas son Dios, cual si fueran h oja s y ram as brotadas del árbol de la divinidad o m iem bros que form aran su cuerpo. 13 ' Prueba de la tesis.—Es corolario del último ar­ gum ento con que probamos la anterior. Si Dios es p erfecto en sumo grado, no puede ser triturado en las piedras, ni puede crecer en las plantas, ni en ­ ferm ar y m orir en los animales, ni reducirse a ce ­ nizas por el fuego en la mayoría de los seres sensi­ bles. Si un hom bre puede sufrir todas esas cosas en su cuerpo, es porque éste tiene muchas im perfec­ ciones. Nota.— Contra esta prueba puede ponerse esta d i­ ficultad. Jesucristo era Dios, y, sin embargo, sufrió y m urió; luego el argumento precedente no prueba. Se responde que Jesucristo sufrió y murió porque, además de Dios, era hom bre; no hubiera sufrido si fuera sólo Dios. 14 Prueba 2.a de la tesis.—Nuestra conciencia nos dice que no somos Dios, que no tenemos en nos­ otros la razón de existir, que nos cuesta m ucho tra­ ba jo estudiar, que estamos sujetos al dolor, que te­ nem os un poder muy pequeño, que somos incapa­ ces de h acer las maravillas que vemos en el m undo; en una palabra, que no somos Dios. r e su m e n en fo rm a de p r e g u n t a s - —¿Qué enseñan acerca de Dios los panteístas? ¿Cómo se prueba que todas las co­ sas n o son Dios si Dios tien e toda perfección? ¿Cóm o se prueba eso mismo por el testim onio de la conciencia?

CAPITULO III LA RELIGION NATURAL Art. l.° tural.

Dogma, moral y culto en la Religión na­

15 La Religión natural, según vimos ya en las nociones preliminares, comprende tres cosas: 1.a, lo que el hombre debe saber de Dios; 2.a, los preceptos que debe guardar; 3.a, el culto que debe dar a Dios. 16 Párrafo 1.° Lo que el hombre debe saber de Dios.—Hemos visto ya brevemente que Dios es un

ser que tiene todas las perfecciones en sumo grado, y que es distinto del mundo; y esto es, en resumen, lo que el hombre debe conocer de Dios. Se podría entrar en detalles sobre los atributos o perfecciones de Dios conocidos por la sola razón natural; mas como éstos son, en parte, los mismos que los que conocemos por revelación, y de estos últimos hemos de hablar en el tratado de Dios Uno (6), no hay por qué insistir más ahora sobre este particular. Párrafo 2.° guardar.

Los preceptos que el hombre

debe

TESIS. Todo hombre debe cumplir los preceptos del decálogo. 17 Explicación— Los preceptos del decálogo son aquellos que puede el hombre conocer que le han sido impuestos por Dios, aun con sólo el auxilio de la razón natural, es decir, sin necesidad de reve­ lación. Se deducen de dos principios evidentes, en los que se contienen implícitamente: 1.°, se ha de (6)

Véase n. 170 y slgs.

estimar a Dios más que a todas las cosas; 2.°, no se ha de querer para otros lo que no se quiera para sí mismo. Por consiguiente, no se ha de dar a las criaturas el culto que a Dios sólo se debe, o, lo que viene a ser lo mismo, no se ha de adorar a los falsos dioses (primer mandamiento). No se ha de blasfemar el nombre de Dios y se han de cumplir los votos y promesas que a él se hacen (segundo mandamien­ to) ; se ha de tributar a Dios algún culto (tercer m andam iento); se ha de obedecer a los padres y a toda autoridad legítima (cuarto mandamiento); no se puede matar, ni fornicar, ni robar, ni mentir (quinto, sexto, séptimo y octavo mandamientos); no se puede desear poseer de una manera injusta los bienes de otro (nono y décimo mandamientos). 18 Pruebas. 1.a Dios, al formar al hombre, le ha dado una inteligencia, con la que ve claramente que guardar esos preceptos es bueno, y no guardarlos, malo e indigno de ser un ser racional. 2.a Nuestra conciencia, no ya por sola educación, puesto que ésta a veces ha podido ser contraria a la observancia de esos preceptos, sino por impulso natural nacido de lo íntimo de nuestro ser, se siente tranquila al obrar conforme a esas normas, e in­ tranquila al violarlas. 3.a La misma razón nos dice que Dios no puede dar la misma recompensa a los que las guardan que a los que no las cumplen; a una madre casta, que a una mujer impúdica; a un varón justo, que a un asesino o a un blasfemo; y como en este mundo muchos hombres malos son más felices que muchos buenos, es menester que haya otra vida, en la que cada cual reciba el premio o castigo correspondiente a sus buenas o malas obras. Es, pues, evidente que Dios quiere y manda que guardemos esos preceptos, puesto que nos castiga si no los guardamos.

19 Párrafo 3.° Culto que debe tributar el hom­ bre a Dios.—Que el hombre debe dar a Dios algún

culto, lo hemos ya probado en el capítulo segundo. La Religión natural no prescribe ninguna acción de­ terminada, es decir, ningún rito o ceremonia espe­ cial. El hombre, pues, puede escoger libremente aquellos actos con que exprese de una manera con­ veniente con la naturaleza racional su sumisión y amor a Dios como ser supremo; y como el hombre consta de alma y cuerpo, no sólo deberá prestar ese reconocimiento interiormente, sino manifestar­ lo también exteriormente, bien con oraciones, bien haciendo en honor suyo una obra cualquiera que le cueste algún trabajo. Más aún: así como no bastaría, para honrar de­ bidamente al jefe supremo del ejército o de la na­ ción, que los soldados o los ciudadanos le honrasen como individuos y no como corporación o sociedad, así tampoco es suficiente que el hombre como par­ ticular dé a Dios el culto debido, y no se lo dé la sociedad como tal. Esta, que en último término tiene a Dios por autor, puesto que él es quien hizo al hombre inclinado a vivir en sociedad, y aun ne­ cesitado a vivir de esa manera, debe también rendir a Dios culto conveniente. resu m en en form a d e p r e g u n t a s .— ¿Qué tres cosas com­ prende la Religión natural? ¿Qué debe el hombre saber de Dios? ¿De qué principios se deducen los preceptos del decálogo? ¿Cómo pueden expresarse esos preceptos? ¿Qué tres razones, entre otras, pueden darse para probar que de­ bemos guardarlos? ¿Qué clase de culto deterviina la Reli­ gión natural? ¿Por qué no basta dar a Dios culto interno? ¿Por qué la sociedad como tal debe dar culto a Dios?

Art. 2.° Necesidad de abrazar una religión reve­ lada, si Dios así lo ordena. TESIS. Si Dios ha querido revelar e imponer a los hombres una religión sobrenatural, con otras verdades nuevas que el hombre no conoce por sola

razón, con otros mandamientos nuevos, y un deter­ m inado culto, el hombre tiene obligación de a bra­ zarla. 20 Explicación.—Que Dios existe, que tiene en sumo grado las perfecciones que tienen los seres del cielo y de la tierra, a los que él dió la existencia; y que el hom bre debe guardar las normas de conducta indicadas en la tesis anterior, lo sabemos y lo nem os ya probado, aun con sólo el auxilio de la luz natural. No es necesario que Dios hable a los hom ­ bres para que éstos conozcan esas verdades. Pero es evidente que, si Dios quiere, puede hablarles, es decir, puede manifestarles, bien directamente, bien por interm edio de uno a quien él escoge com o le­ gado o representante suyo, lo que él tenga por opor­ tuno, aun cuando por sola razón el hombre no pue­ da con ocer lo que Dios tiene a bien revelar. De una m anera semejante, un padre puede rega­ lar a su h ija un vestido de seda ricamente bordado. Por el m ero hecho de entregárselo, aunque nada le diga, ya com prende la hija que aquello no es para ponérselo cuando vaya a fregar los suelos. Pero si su padre quiere, puede manifestarle de palabra que aquel traje es para tales o cuales determinadas ce­ remonias, y no para otras. Esto no lo podía averi­ guar la hija con sólo ver el traje. 21 Prueba de la tesis.— El hombre es súbdito de Dios y hechura suya; luego es evidente que Dios puede mandarle que conozca de él lo que el mismo Dios tenga a bien manifestarle, que le obedezca en lo que él quiera mandarle; y le dé, por tanto, el culto que el mismo Dios escogiere. r e su m e n . — ¿En qué condiciones puede el hombre estar obligado a abrazar una religión sobrenatural, y cóm o se prueba esa obligación?

Art. 3.° velada.

Necesidad hipotética de la religión re­

TESIS. Si Dios quería que los hombres conocie­ sen de él lo que no puede conocerse por sola razón natural, o que fácilm ente o sin mezcla de error, conociesen la existencia de Dios y sus perfecciones y las normas fundamentales de la moral, la reve­ lación era de todo punto necesaria. 22 Explicación.—Verdades que no pueden con o­ cerse por la sola razón natural, son, por ejemplo, la Trinidad, la Encarnación, la naturaleza y efectos de la gracia santificante, la existencia de los sacra­ mentos, etc. Las otras verdades de que se trata en la tesis, como la existencia de Dios y sus perfecciones, y las normas fundamentales de la moral, pueden, en ver­ dad, conocerse con la sola razón natural; pero de­ cimos que si los hombres en general habían de co­ nocerlas fácilmente y sin mezcla de error, no bas­ taban las solas fuerzas naturales, sino que era me­ nester que Dios lo revelara. Impugnadores.—Lo son los racionalistas, según los cuales, la sola razón basta para conocer cuantas verdades debe el hombre conocer en orden a esa vida enteramente digna de la naturaleza humana. 23 Prueba de la tesis.—Por lo que hace a las verdades que no pueden conocerse por sola razón natural, la tesis es evidente y no necesita probarse. Por lo que hace a la unidad y demás perfeccio­ nes de Dios, y a las normas morales indicadas, puede probarse así brevemente. Si juzgamos por lo que nos enseña la Historia, todos los pueblos que conocemos desprovistos de revelación, es decir, todos menos el pueblo judío y el cristiano, erraron respecto a la unidad y per­ fecciones de Dios y a las normas morales arriba

indicadas, admitiendo pluralidad de dioses, y atri­ buyéndoles los vicios y defectos de los hombres. Al mismo tiempo enseñaron la licitud del divorcio, la poligamia y el suicidio; luego si todos los pueblos, aun los más cultos, erraron, es señal evidente de que no pueden conocerse fácilmente y sin error las verdades arriba indicadas. 24 Consecuencia.—Luego la revelación de la uni­ dad de Dios y sus perfecciones, y de las normas de la moral, es conveniente que se hiciera al hombre, si había de llevar una vida enteramente digna de la naturaleza humana, ya que todo lo que para ello es necesario es, por lo mismo, conveniente. 25 Una dificultad y su solución.—Si así es, la naturaleza humana creada por Dios es defectuosa, porque no se puede llamar perfecta o sin defecto una naturaleza que no puede conocer las verdades necesarias para llevar una vida religiosa y moral digna de ella. Respuesta. La naturaleza humana es en sí per­ fecta, y si los hombres culpablemente no se dejaran arrastrar por sus malos hábitos e inclinaciones, po­ drían conocer esas verdades los más aventajados por sí mismos, y por medio de éstos los más rudos e ignorantes. La imposibilidad nace, no de la na­ turaleza en sí misma, sino de la inconsideración y falta de virtud del hombre. r e s u m e n .— ¿Qué verdades religiosas no pueden, entre otras, conocerse por sola razón natural? ¿Qué dicen los raciona­ listas acerca de la necesidad de la religión revelada? ¿Cómo se prueba esa necesidad, si Dios quería que los hombres conocieran la unidad y perfecciones de Dios y las normas fundamentales de la moral fácilmente y sin mezcla de error? ¿Por qué, a pesar de ser eso necesario, no puede decirse que la naturaleza humana saliera defectuosa de ma­ nos del Creador?

PARTE P R I M E R A Institución de la única Religión verdadera, fuentes en qu^e se contiene su doctrina y asentimiento con que hemos de aceptar sus verdades. T R A T A D O PR IM E R O JESUCRISTO LEGADO DE DIOS PARA INSTITUIR UNA RELIGION CAPITULO UNICO LA UNICA RELIGION VERDADERA ES LA CRISTIANA 26 P ren otan clos.— R e lig ió n so b re n a tu r a l es, seg ú n q u ed a ya d ich o en el p rim er c a p ítu lo de la I n t r o ­ d u c c ió n , la que se fu n d a en lo que D ios m a n ifie s ta a los h o m b re s de p a la bra, o h a b la n d o in te rio rm e n te a la in te lig e n c ia de algu n os de ellos, p a r a que éstos, co m o le g a d o s suyos, lo m an ifiesten a los dem ás. E xisten a ctu a lm e n te en el m u n d o varias relig ion es que se d ice n revelad as p or los que a ellas p e r te n e ­ cen, c o m o la ju d ía, la cristia n a y la m a h om eta n a . V am os a d em ostra r en las tesis de este tra ta d o que sólo la relig ión cristian a es la v e rd a d era ; es decir, que sólo ella co n tie n e la d o ctrin a que quiere Dios que a cerca de él se ten ga, los p recep tos que él qu ie­

re que se guarden y el culto que él ordena que se le tribute. En general, los autores comienzan por demostrar la posibilidad de la religión sobrenatural y de los milagros. No es necesario: si probamos, como pro­ baremos y prueban esos mismos autores, que en rea­ lidad Dios ha dado a los hombres una tal religión y verificado para ello obras milagrosas, por el mis­ mo hecho queda probado que ambas cosas son po­ sibles. Explicaremos, no obstante, cómo nada hay de imposible en los milagros al hablar de los lleva­ dos a cabo por Jesucristo, en el número 44. Art. 1.°

Historicidad de los Evangelios.

TESIS. Los libros llamados Evangelios, que es­ cribieron S. Mateo, S. Marcos, S. Lucas y S. Juan, narran las cosas tal y como pasaron; es decir, son libros históricos que narran hechos verdaderos. 27 Impugnadores.—Los racionalistas y modernis­ tas, que niegan toda clase de milagros, no pueden consiguientemente admitir que los Evangelios, en los que se cuentan muchos de éstos, relaten hechos verdaderos; y asi, según ellos, los evangelistas, o se engañaron a sí mismos, o quisieron engañar a los demás. 28

Prueba.—Esos libros son:

1.° De carácter histórico, puesto que en ellos se tratan cosas como sucedidas, no como inventadas; así, la predicación del Bautista y su muerte; el na­ cimiento de Jesús en Belén por causa del edicto de Augusto; la muerte de Jesús en tiempo de Pilatos, etc. 2.° En los Evangelios se trata de hechos que los autores pudieron conocer, pues éstos fueron, o discípulos de Jesús, como S. Mateo y S. Juan, o discípulos de los Apóstoles amaestrados por Jesús,

como S. Marcos, que lo fué de S. Pedro, y S. Lu­ cas, de S. Pablo. 3.° Por lo que a la doctrina se refiere, es mani­ fiesto que no es de quienes escriben, sino de aquel a quien la atribuyen; ya que ni un recaudador como San Mateo, ni un pescador como S. Juan, hubieran inventado doctrina tan levantada y poco común como la de Jesús. 4.° No hay razón ninguna para que los evange­ listas pretendieran engañar a sus lectores. 5.° Si lo hubieran querido hacer hubieran pon­ derado la inteligencia de los Apóstoles, su noble origen, su despego de los bienes de este mundo, su fidelidad en seguir a su Maestro en todo mo­ mento. Ellos, por el contrario, nos enseñan que uno fué recaudador y los demás pescadores; nos los pintan buscando los primeros puestos, llenos de miedo cuando van a prender a Jesús, y a uno de ellos entregándole a sus enemigos, y, por fin, ahor­ cándose. 6.° Si a su Maestro lo persiguen no se inmutan ni se exaltan; si le ven hacer milagros, los cuen­ tan con la mayor naturalidad. Diríase que son im ­ parciales hasta la exageración. 7.° Hubieran sido desmentidos por los judíos, ene­ migos del cristianismo, y aun por los cristianos pri­ mitivos, que rechazaron otros muchos libros seme­ jantes llamados apócrifos, porque en ellos se na­ rraba una vida de Jesús ficticia y no verdadera. 8° Por enseñar esta doctrina, S. Mateo y S. Juan son perseguidos (1), y todos ellos, excepto S. Juan, mueren por predicar la doctrina que enseñan en sus libros, según cuenta la Historia eclesiástica. Consiguientemente: a) Del modo com o los evan­ gelistas escriben los hechos que cuentan, b) de que narran cosas que pudieron muy bien conocer, (1)

Hechos Avóst., 5, 17 y sigs.

c) del modo como hablan de Jesús y de los Apóstoles. d) de la doctrina sublime que exponen, e) de que sus libros, a diferencia de los apócri­ fos, fueron recibidos como históricos por los con­ temporáneos y los que después vinieron, f) y de que sus autores sufrieron, incluso la muer­ te, por defender la verdad de lo que escribieron; he­ mos de concluir que los evangelistas narran los he­ chos que nos cuentan tal y como sucedieron. 29 Notas complementarias. 1.a Autores de los Evangelios.—Que esos libros estén realmente escri­

tos por S. Mateo, S. Marcos, S. Lucas y S. Juan, nos lo dice la Historia. Así, S. Ireneo, Obispo de Lyon; Tertuliano, que vivió en el Africa; Orígenes, en Egip­ to, y S. Justino, mártir en Roma, nos hablan de los cuatro Evangelios; y los tres primeros, es decir, San Ireneo, Tertuliano y Orígenes, nos dan los nom­ bres de sus autores (2). Aparte de éstos existen otros muchos testimonios que prueban ser S. Mateo, San Marcos, S. Lucas y S. Juan los autores de los Evan­ gelios que llevan sus nombres. 30 2.a Tiempo en que se escribieron los Evan­ gelios.—No se sabe a punto fijo la fecha de la com­

posición de esos libros. Se admite hoy generalmen­ te que se escribieron con el orden en que aparecen en las Biblias, es decir, primero el de S. Mateo, después el de S. Marcos, más tarde el de S. Lucas y, por fin, el de S. Juan. Se admite asimismo que la fecha de la composición no debe ponerse ni an(2) Bástenos citar a modo de ejemplo el siguiente testi­ monio de S. Ireneo : «Mateo escribió en lengua hebrea el Evangelio cuando Pedro y Pablo... fundaban en Roma la Iglesia. Después, Marcos... nos dejó escrito lo que Pedro ha­ bía predicado. Lucas puso en un libro el Evangelio que pre­ dicaba S. Pablo, de quien era discípulo. Más tarde, Juan... sacó a luz el Evangelio cuando moraba en Efeso.» Adversus hciereses, 3, 1. Migne, 7, 844 y sigs.

tes del año 40 para el prim ero, ni m u ch o m ás tar­ de del 90 para el últim o (3). 31 3.a C onservación su stancial de los E vange­ lios en su prim itivo estado.— Que en los Evangelios, tai com o hoy los leem os, no se h a y a a ñ a d id o ni quitado nada de im p orta n cia de lo que sus autores escribieron, es un h e ch o h istóricam en te cierto. a) Existen m ás de 4.U0U m anuscritos o códices que contienen los Evangelios en tod o o e n parte. Los más antiguos están escritos c o n solas letras mayúsculas, y de éstos, 161 son anteriores al siglo x, y algunos de ellos son de los siglos iv y v. El Sinaítico, que se conserva en el M useo B ritá n ico de Lonbres, y el V aticano, que está en la B ib lioteca V a­ ticana, son d ei siglo iv, y con tien en ín tegros los cu a ­ tro Evangelios. b) No hay autor p rofano, griego ni latin o, del que se conserven las obras, ni en tan gra n núm ero de m anuscritos, ni tan próxim os a la é p oca en que vivieron sus autores, com o se conservan los E van­ gelios. Consiguientem ente, si lo que corre co n el nom bre de César o de T ácito sabem os que es de esos autores porque así consta en algunos m an u s­ critos antiguos, lo que corre co n el nom bre de los evangelistas lo será con m ucha m ayor razón, por constar en m ayor núm ero y m ás próxim os a los au­ tores que los com pusieron. c) Si se com paran esos m anuscritos y se n ota n todas las variantes que contienen, sea en el orden de las palabras, sea en usar una p or otra, sea en faltas de ortografía, sea en equivocaciones del c o ­ pista o en cosas más im portantes, se ha calcu lado que hay en ellos hasta 150.000 en todo el Nuevo Testam ento. Si se trata, en cam bio, del sentido que tienen las palabras en ese m ism o Nuevo T estam en (3) Los tres prim eros son anteriores al año 70, y el ú lti­ m o pertenece al ú ltim o decenio del siglo i, según la op i­ nión hoy generalm ente adm itida entre los críticos.

to, se ca lcu la que apenas una m ilésima parte es incierta. d) P or lo que hace a los Evangelios, hay cuatro p asajes que están suprimidos en algunos m anuscri­ tos, y son los siguientes: 1/’, aquel de S. Lucas, en que se h a b la del sudor de sangre en el huerto (22, 43); 2.°, el de S. Juan, en que se cuenta que un ángel b ajaba a rem over el agua de la piscina p ública de Jerusalén (5, 4); 3.°, el del mismo S. Juan, en que h ab la de la adúltera (8, 1 y siguientes), y 4.°, los d oce últimos versículos del Evangelio de San M arcos. e ) De los textos citados en el párrafo anterior, letra d), los tres prim eros son innecesarios para dem ostrar la verdad de la religión cristiana, y no usarem os de ellos para nada; el último, es decir, el de S. M arcos, sí que tiene importancia, y de él harem os uso con derecho, por dos razones: 1.a, por­ que lo que en él se dice está también en otros tex­ tos de los Evangelios; 2.a, porque aun dado caso que no fu era de S. Marcos, habría que decir que fué es­ crito en tiem po de los Apóstoles, puesto que lo citan ya los escritores del siglo ii. /) Aunque los manuscritos más antiguos en que se conservan los Evangelios no van más allá del siglo v (4), según vimos en la letra a), sin embargo, ya en los siglos i, n y m , hay muchísimas citas de ellos que, naturalm ente, se tomaban de m anus­ critos hoy día desaparecidos por el uso con ti­ nuo, la humedad, el fuego u otros accidentes. Esas citas son tantas, que con sólo ellas se podrían re­ construir casi com pletam ente los Evangelios, aun cu a n do no existieran manuscritos ningunos que los contuvieran . Así, por ejemplo, la obra más antigua que conocem os del Cristianismo (excluyendo los es­ critos que pertenecen al Nuevo Testam ento), es d e ­ cir, la Didajé, o Doctrina de los doce Apóstoles, (4) M odernam ente se han encontrado varios fragm entos de los Evangelios en papiros pertenecientes al siglo m , e in clu so al i i .

com puesta a fines del siglo i, cita ya m u ch o s textos evangélicos. 32 4.a Lengua en que fu eron escritos los E van­ gelios y prim eras tra d u ccion es— P or el testim on io de los escritores antiguos, com o S. Iren eo (5) y San Papías (6), se sabe que S. M ateo escribió en h e ­ breo. Los otros evangelistas escribieron en griego. Ya en los siglos n y m había version es del Nuevo Testam ento en la tín y siríaco. La versión la tin a que hoy usamos, o sea la V ulgata (7), es la antigua latina corregida por S. Jerónim o. La equivalente a nuestra V ulgata en lengua orien ta l es la versión siríaca llam ada Peschita. Es del siglo v, y ese n o m ­ bre significa sencilla, según unos, y vu lga ta o v u l­ garizada, según otros. resu m en de la t e s i s .— ¿Por qu é los racionalistas y algu­ nos m odernistas niegan q u e los E vangelios rela ten h ech os verdaderos? ¿Por qu é los Evangelios son libros de ca rá cter histórico? ¿C óm o se prueba que los eva n gelista s p u d ieron con ocer los h ech os q u e relatan? ¿C óm o q u e la d octrin a q u e dan n o es suya sino de Jesús? ¿C óm o se p ru eb a q u e n o quisieron engañar, por el m odo co m o hablan de los A p ós­ toles? ¿Cóm o por el m odo com o hablan de J esús? ¿Q u é hubiera pasado si hubieran relatado h ech os fa lsos? ¿Q u é prem io recibieron en este m undo por predicar su d octrin a ? ¿Qué hem os de con clu ir de los datos p r ec ed en te s?

R E S U M E N DE L A S N O T A S C O M P L E M E N T A R I A S .----- ¿C óm o Se p ru e ­ ba qu e fu eron realm en te S. M ateo, S. M arcosf S. Lu cas y S. Juan qu ien es escribieron los E vangelios? ¿En q u é tie m p o fu eron escritos? ¿C óm o se prueba q u e n o se ha añadido n i quitado nada sustanciad, e im portan te a lo q u e los ev a n g e­ listas escribieron? ¿En qu é cu atro pasajes n o está n d e a cu er­ do los m anuscritos an tigu os? ¿Cóm o se pru eba q u e ya en los tres prim eros siglos había ejem plares escritos de los

(5) Adver sus haereses, 3, 1. (6) Eusebio, Histor. Eclesiást., 3, 39. (7) Este nom bre significa la más corriente, la m ás vu l­ garizada.

Evangelios, n o obstante que las copias más antiguas que hoy ten em os no van más allá del siglo IV? ¿En qué lengua escribieron los evangelistas? ¿Qué traducción latina usa­ mos n osotros, y cuál podría decirse su equivalente entre las versiones orientales? ¿Qué significa el nom bre de esta últim a, y de qué siglo es?

Art. 2.° Jesucristo afirma de sí mismo que es el legado de Dios esperado por los judíos. TESIS. En los Evangelios se afirma: 1.°, que an­ tes de que Jesús naciera, ya los judíos esperaban un enviado especialísimo de Dios a quien llamaban el Mesías; 2.°, que Jesús dijo de sí mismo que era ese Mesías esperado. 33 Explicación.—Mesías en hebreo es lo mismo que en griego Cristo, y en español Ungido. En los libros sagrados de los judíos se llamaba Ungidos a los reyes, a los sacerdotes y a los profetas. Hoy día sólo llamamos así a los sacerdotes, de quienes se dice que son los ungidos del Señor, porque en su ordenación se les unge las manos con aceite bendecido. Prim era parte de la tesis.—Antes de que Jesús naciera, los judíos esperaban un enviado especia­ lísimo de Dios, a quien llamaban Mesías. 34 Prueba.—a) Al llegar los magos a Jerusalén, pregunta Herodes a los sacerdotes y letrados «dón­ de debía nacer el Cristo» (el Ungido) (8). t>) Al anciano Simeón le había prometido Dios «que no moriría sin ver antes al Cristo (Ungido) de Dios» (9). c) San Juan Bautista dice a los judíos, hablan­ do de sí m ism o: «Yo no soy el Cristo» (10). (8) (9) (10)

S. Mat., 2, 4. S. Luc., 2, 26. S. Juan, 1, 20.

cL) San Andrés, hablando a su h e rm a n o S. Pe­ dro, le dice: «Hem os encon trado al M esías» (11). e) Los judíos, visto el m ilagro de la m u ltip lica ­ ción de los panes, d ecía n : «Este, a la verdad, es el profeta que ha de venir al m u n do» (12). Segunda parte de la tesis.— Jesús afirm a de sí m is­ mo que es el M esías esperado. 35 Prueba.— a) Al decir la S a m a ritan a a Jesús: «Sé que ha de venir el Mesías», le responde el M aes­ tro: «Soy yo, el que hablo con tigo» (13). b) Interpelado Jesucristo en el tribunal supre­ mo de los judíos por el presidente del m ism o con aquellas solem nes y graves palabras: «T e co n ju ro por Dios vivo que nos digas si tú eres el U ngido, Hijo de Dios» (14), Jesús responde: «Lo soy» (15). r e s u m e n .— ¿Q ué te x to s , en tre o tro s , p ru eba n q u e los ju ­ díos esperaban un enviado especial de D ios? ¿Q u é n om b re le daban y q u é significa ese n om bre? ¿Q ué te x to s pru eba n que Jesús afirm ó de sí mismo ser el Mesías esperado por los judíos?

Art. 3.° Jesús afirm a de sí m ism o que viene a h a ­ blar a los hom bres de parte de Dios. TESIS. Jesús afirm ó de sí m ism o que era en via d o de Dios para hablar a los hom bres de p arte del mismo Dios. 36 Prueba.— 1. Es claro com o la luz que Jesús envió a los Apóstoles a predicar la d octrin a que él les había enseñado. «Com o mi P adre m e envió, así (11) (12) (13) (14) (15)

S. S. S. S. S.

Juan, 1, 41. Juan, 6, 14. Juan, 4, 26. M at, 26, 63. Marc., 14, 62

yo os envío a vosotros» (16). «Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y en ­ señad a todo el mundo, bautizándolos en el nombre del Padre y del H ijo y del Espíritu Santo; enseñán­ doles a guardar cuanto yo os mandé» (17). «Quien creyere y se bautizare, será salvo: el que no creyere se condenará» (18). 2. Jesús afirmó claramente que su doctrina no era suya, sino de su Padre, en cuyo nombre hablaba. «Subió Jesús al templo y enseñaba, y se admiraban los ju díos y decían: ¿Cómo éste sabe letras, si nun­ ca estudió? Respondióles Jesús: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió» (19). En otra ocasión dijo Jesús: «Quien cree en mí, n ocree en m í (solamente), sino en aquel que me en­ v ió... Quien me desprecia y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue. Las palabras que os he di­ ch o serán vuestro juez en el último día, porque yo no h ablo de mí mismo, sino aquel que me envió, el P adre; él fué el que me mandó lo que he de decir y hablar... Por consiguiente, lo que yo hablo, lo hablo tal y com o mi Padre me lo encargó» (20). Luego así com o los Apóstoles son legados de Je­ sús porque los envió a enseñar la doctrina que de él habían oído, así Jesucristo, según él afirma, es legado de Dios porque enseñó la doctrina que Dios le m andó que enseñase. r e s u m e n .— ¿Por qué los Apóstoles son enviados o lepados de Jesús? ¿Por qué Jesús, según su palabra, es legado de Dios para hablar a los hombres de parte del mismo Dios?

(16) (17) (18) (19) (20)

S. S. S. S. S.

T E O L O G IA

Juan, 20, 21. Mat., 28, 18. Marc., 16, 16. Juan, 7. 14 y s ’ r s . Juan, 12, 44 y sigs.

Art. 4o Jesús afirma que sus obras son prueba de su divina legación. TESIS. Jesucristo quiso demostrar que era em­ bajador de Dios, es decir, que la doctrina que en­ señaba era la que Dios le mandó que enseñase, haciendo milagros en confirmación de lo que decía. 37 Explicación.—Milagro es un efecto perceptible por los sentidos, que no puede ser producido por las fuerzas de la naturaleza sensible, sino por sólo Dios, o por un ser suprasensible (alma humana separada del cuerpo, ángel), con aprobación de Dios. En la tesis siguiente veremos cómo puede conocerse, en el caso de los milagros de Jesús, que eran hechos con aprobación de Dios. 38 Prueba.— 1. Estaba Jesús a punto de hacer uno de sus milagros más sonados, el de la resurrec­ ción de Lázaro, y levantados los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Bien sabía que siempre lo haces, pero me he ex­ presado así a causa de los que me rodean, a fin de que crean que tú me enviaste.» Y diciendo esto clamó con voz poderosa: «Lázaro: aquí, fuera.» Y al punto salió (del sepulcro) el que había muerto (21). 2. «Si no hago las obras de mi Padre (es decir, obras exclusivas de mi Padre, obras que sólo Dios puede hacer), no me creáis; pero si las hago, y no me queréis creer a mí (sólo porque lo añrmo), creed a mis obras (22). 3. Hablando con los Apóstoles la noche de la cena, les dice: «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán... Si yo no hubiera he­ cho entre ellos obras tales cuales ningún otro hizo, no tendrían culpa» (23). (21) (22) (23)

S. Juan, 11, 41 y sigs. S. Juan, 10, 37. S. Juan, 15, 20 y 24.

4. Según el mismo Jesucristo, esas obras de Dios son los milagros. En efecto; yendo de camino con sus discípulos, encontróse en cierta ocasión con un ciego de nacimiento, y aquéllos entonces le pregun­ taron: «Maestro, ¿quién pecó para que naciera cie­ go, él o sus padres?» Respondió Jesús: «Ni él ni sus padres, sino que eso acaeció para que en él se m anifestasen las obras de Dios. Conviene que yo haga las obras de mi Padre, que me envió» (24). Y al punto lo sanó de su ceguera. 39 Nota.— Que los milagros en general, y en par­ ticular los que Jesús hacía, sirvieran para confir­ mar la doctrina que predicaban Jesús y sus discípu­ los, así lo enseñaban esos mismos discípulos, indu­ dablemente, porque lo habían aprendido de su Maes­ tro, según lo afirmamos en la tesis. 1. Los Apóstoles, dice S. Marcos, enviados por Jesús a predicar su doctrina, «lo hicieron por todas partes, cooperando el Señor y confirmando la pre­ dicación con milagros» (25). 2. San Pablo afirma de sí que había dado a los de Corinto «pruebas de su apostolado con señales y prodigios y obras milagrosas» (26). 3. Al final del Evangelio de S. Juan se expresa la misma idea: «A la vista de sus discípulos hizo Jesús otros muchos milagros que no están escritos en este libro. Estos (que cuento) lo han sido para que creáis que Jesús es Hijo de Dios» (27). 5> *

r e s u m e n .— ¿En qué textos de S. Juan se dice que Jesús apeló a sus milagros com o confirmación de que era enviado de Dios, que hablaba a los hovibres de parte del mismo Dios? ¿Cómo se prueba que los discípulos de Jesús creye­ ron que los milagros eran una confirmación de la doctrina que Jesús o ellos mismos predicaban?

(24) (25) (26) (27)

S. Juan, 9, 1 y sigs. S. Marc., 16, 20. 2 Cor., 12, 12. S. Juan, 20, 30.

Art. 5.° divina.

Jesús

prueba

con milagros

su

misión

TESIS. Los milagros de Jesús, y sobre todo su resurrección, prueban de hecho que era un enviado de Dios que hablaba a los hombres de parte del mis­ mo Dios, según Jesús afirmaba.

id Neta previa a la prueba de la. tesis.—En los Evangelios se cuentan muchos prodigios obrados per Jesús. De varios de ellos consta claramente ser obras que no se pueden hacer sino con un poder sobrehumano, v. gr., resucitar a los muertos, m ul­ tiplicar los panes y hacer cesar la tempestad. Otros, como sanar algunos eníermos, podría llevarlos a cabo un hombre con tiempo y medios adecuados; no de repente y sin remedios apropiados, como los hacia Jesús. Entre los varios milagros narrados por los evangelistas, citamos a modo de ejemplo, para prueba de la tesis, los siguientes: Sana a un sordomudo, S. Marcos, 7, 34. A un ciego, S. Marcos, 10, 52; S. Juan, cap. 9. A un paralítico, S. Marcos, 2, 11. A un leproso, S. Marcos, 1, 40. Hace cesar la tempestad, S. Marcos, 4, 39. Multiplica los panes, S. Marcos, 6, 41. Resucita tres muertos, S. Mateo, 9, 18; S. Lucas, 7, 11; S. Juan, 11, 1 y siguientes. La muerte de Jesús, seguida de su resurrección, la narran los cuatro evangelistas. Supuestos estos hechos, he aquí la prueba de la tesis. 41 Prueba.—Hacer milagros en confirmación de que la doctrina que se predica es de Dios, y, sobre todo, resucitar después de haber sido muerto por sus enemigos, no puede hacerlo sino aquel que realmen­ te sea enviado por Dios a predicar tal doctrina. En eíecto: 1.° Si lo es, todo se explica con la m a­ yor naturalidad. Jesucristo es legado de Dios, y Dios acredita ante los hombres a su legado con obras

maravillosas que son como las credenciales, es de­ cir, las pruebas testimoniales que le da para que los hombres crean en él. 2.° Si, por el contrario, Jesucristo no es legado de Dios, tendríamos un engañador a quien no es posible desenmascarar. Un engañador que se dirige a Dios para pedirle que confirme sus engaños, y a quien, en prueba de los mismos, Dios le permite hacer obras maravillosas, y, lo que más es, resucita a ese engañador una vez muerto por sus enemigos. Ahora bien: esto es un absurdo. Porque si Dios pu­ diese hacer o permitir tales cosas, por el mismo hecho se haría incapaz de hablar a los hombres, de suerte que éstos pudiesen persuadirse de que les hablaba. Siempre podrían pensar que algún tau­ maturgo, hombre o espíritu, les estaoa enganando. Luego no queda otra solución sino que los milagros de Jesús, y sobre todo su resurrección, prueban que era un legado de Dios que hablaba a los hombres de parte del mismo Dios. Notas complementarias. 42 1.a Las profecías de Jesús como prueba de su misión divina.—Las profecías de Jesús sobre las

negaciones de S. Pedro (28), sobre la destrucción de Jerusalén (29), sobre su propia muerte y resu­ rrección al tercer día (30), son un caso particular de los milagros por él obrados, ya que nadie puede saber con solas las fuerzas humanas si uno mismo va a resucitar al tercer día después de morir, para no citar sino el caso más claro. 43 2.a Fuerza especial que tiene el milagro de la resurrección para probar la legación divina de Cristo.

a) (28) (29) (30)

Jesús da una importancia capital al milagro S. Mar., 14, 72. S. Marc., 13, 1, y S. Luc., 19, 41. S. Marc., 10, 33.

de la resurrección. Dijéronle en cierta ocasión los escribas y fariseos: «Maestro, queremos ver un mi­ lagro tuyo.» Respondióles Jesús: «Esta generación perversa y adúltera pide un milagro, y el milagro (por excelencia) que se le dará no será otro que el de Jonás profeta. Porque como Jonás estuvo tres dias y tres noches en el vientre del pez, así es­ tará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el seno de la tierra» (31). b) Esta fuerza especial que tiene el milagro de la resurrección es fácil de ver. En efecto, es mucho más claro que es menester un poder más especial de Dios para resucitarse a sí mismo, que no para sanar enfermos, dominar los elementos o resucitar a otros. En los tres últimos casos tenemos un tau­ maturgo que aún vive; en cambio, en el primero tenemos un taumaturgo ya cadáver. 44 3.a Posibilidad de los milagros.—Sí Jesucris­ to llevó a cabo milagros, luego éstos son posibles. Los incrédulos niegan esta posibilidad, fundados en que las leyes de la Naturaleza son constantes, in­ mutables, invariables. La objeción no tiene fuerza ninguna: son constantes, inmutables, inviolables en sí mismas; es decir, ellas o la naturaleza en que radican no pueden cambiarse por sí solas, y el hom ­ bre tampoco puede cambiarlas, pero las puede cam­ biar su autor. Un reloj no puede hacer andar sus manecillas en dirección contraria a como las dis­ puso el relojero, ni puede dejar de andar mientras esté con cuerda y en disposición de hacerlo. Y, sin embargo, nosotros lo paramos o atrasamos a dis­ creción. Lo que nosotros hacemos con el reloj, hace Dios con las cosas que creó. Las hace producir efec­ tos contrarios, andar, diríamos, en dirección contra­ ria, o pararse, según le place. r e s u m e n .— ¿Qué milagros obró Jesús entre otros muchos? ¿Cómo esos milagros prueban que era enviado de Dios, que

(31)

S. Mat., 12, 38.

hablaba a los hombres de parte del mismo Dios, según él afirmaba? ¿Por qué, para jorobar eso mismo, tiene fuerza especial el milagro de la resurrección? ¿Qué profecías, en­ tre otras, hizo Jesús, y cómo prueban la verdad de su doc­ trina? ¿Cómo se prueba que los milagros son posibles, y por qué no obsta a esa posibilidad la constancia de las leyes físicas?

Art. 6.° La propagación de la doctrina de Jesús como prueba de su origen divino. TESIS. La propagación del cristianismo prueba que su contenido doctrinal es de origen divino. 45 Prenotandos.—Son hechos históricos: 1.° Que a la muerte de los Apóstoles había muchos cristia­ nos en Europa y Asia Menor, como se comprueba, entre otros documentos, por las epístolas de S. Pa­ blo y S. Pedro, el Apocalipsis de S. Juan y las cartas de S. Ignacio mártir, escritos todos ellos que van dirigidos a diversas Iglesias, y por los Hechos de los Apóstoles. 2.° Que en los siglos n y iii fué en aumento el número de los cristianos, y que éstos pertenecían a todas las clases sociales, como consta por los testi­ monios de los escritores de aquel tiempo, tanto cris­ tianos como paganos. Baste citar como ejemplo a San Ireneo, S. Justino y Clemente de Alejandría, entre los primeros, y a Tácito, Suetonio y Plinio el Joven, entre los paganos. Las persecuciones contra los cristianos y el número de los mártires prueban eso mismo. 46 Prueba de la tesis— Si la religión cristiana fuera producto humano, no era posible una tal pro­ pagación en las circunstancias en que se dió; luego la religión cristiana es de origen divino. En efecto: 1.° La religión cristiana, en el orden especulativo, enseñaba unas verdades incomprensi­ bles a la razón humana, como la Trinidad, la En­

carnación, la divinidad de un cru cificado, la pre­ sencia de Jesucristo en la Eucaristía. 2.° En el orden práctico enseñaba un a m oral aus­ tera, que se oponía a la poligam ia, al d ivorcio y a toda concesión a la con cu piscen cia h e ch a fu era del matrimonio. 3.° Esa doctrina tuvo que abrirse paso a través de durísimas persecuciones en ese prim er período de su propagación, en las cuales perdieron la vida m u­ chos miles de hom bres (32), com en zan d o p or su fundador y sus prim eros propagadores, los Apóstoles. Si a pesar de esto se propagó con la rapidez que lo hizo es señal que latía en ella una fuerza sobre­ humana, una fuerza divina. r e s u m e n .— ¿De dónde consta que a la m u erte de los Após­ toles había viuchos cristianos en Europa y Asia M enor? ¿Qué pu ed e saberse por los autores cristianos y paganos acerca del n úm ero de los cristianos y de su rango en la so­ ciedad en los siglos II y III? ¿Q ué d ificultades encontraba la religión cristiana para su propagación en el orden doam ático y en el moral? ¿Q ué otra prave d ificultad surgió ya desde los com ienzos? ¿Qué conclusión se d educe de su rá­ pida propagación, no obstan te esas tres d ificultades?

Art. 7.°

Necesidad de abrazar la religión cristiana.

TESIS. Jesucristo enseñó que todos los hom bres tenían que abrazar su doctrina. 47 Impugnadores.— Ciertos m odernistas, según los cuales Jesús no hizo sino iniciar un m ovim iento religioso, cuyo contenido doctrinal deberá ad a p ta r­ se y m odificarse según las condiciones de lugar y tiem po (33). (32) No es posible dar cifras exactas. M ientras algunos elevan, o! húm ero de mártires a varios m illones, otros lo re­ ducen notablem ente, adm itiendo sólo un núm ero n o muy elcvndo de ml^nres. (33) D. 2.059,

48 Prueba.— 1. «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nornore dei Padre y dei Hijo y del Espiritu Santo, enseñándoles a guardar cuantas cosas yo os mandé. He aquí que estaré con vosotros hasta que el mundo se aca­ be» (34). 2. «Id por todo el mundo y predicad el Evange­ lio a todos los hombres. Quien creyere y fuere bau­ tizado, se salvará; el que no creyere, se condena­ rá» (35). 3. «Era menester que Cristo padeciese y resuci­ tase al tercer día de entre los muertos, y que en su nombre se predicase la penitencia y el perdón de los pecados a todo el mundo, comenzando por Jerusalén» (36). r e s u m e n .— ¿Qué dicen los modernistas acerca de la ne­ cesidad de que todos los hombres abracen la doctrina de Jesucristo? ¿Cóvio se prueba esa necesidad?

Conclusión.— La cristiana.

única religión verdadera es la

49 1. Luego la única religión verdadera es la cristiana, fundada por Jesucristo, puesto que él, que hablaba en nombre de Dios, impuso a todos los hombres la obligación de abrazarla. 50 2. De las demás religiones que se dicen ver­ daderas por sus seguidores, ni el budismo ni el mahometismo ni el judaismo pueden ser verdaderas, por contrarias a la religión de Jesucristo. Ni Buda ni Mahoma hicieron milagros para confirmar lo que enseñaban; luego nadie tiene obligación de creer que su doctrina sea revelada por Dios; esto aun (34) (35) (36)

S. Mat., 28, 18. S. Marc., 16, 15. S. Luc., 24, 46.

prescindiendo de que Jesucristo no hubiera predi­ cado otra distinta. Por lo que hace al judaismo, precursor y prepa­ rador del cristianismo, es verdad que puede contar con muchos prodigios hechos en su favor hasta la venida de Jesucristo, porque hasta entonces era religión verdadera; pero Jesucristo vino a predicar otra doctrina más perfecta, y desde entonces los milagros, antes tan abundantes en el judaismo, pa­ saron a darse en el cristianismo, prueba palmaria de la verdad de la doctrina cristiana y de que la religión judía no era sino preparación del cristia­ nismo. 3. Tampoco vale decir que la religión natural, es decir, aquella en que el hombre sigue únicamen­ te los preceptos que pueden conocerse con sólo el auxilio de la razón natural, sin necesidad de reve­ lación ninguna, es verdadera, y con ella basta para salvarse. Dios debe ser venerado como él quiere y manda ser venerado. Ahora bien: aparte de los pre­ ceptos de la Religión natural, Dios ha querido im­ poner otros en la doctrina de Jesucristo, como son creer en esa misma doctrina y recibir el bautismo; luego no basta con la sola religión natural para salvarse. Del tratado precedente fluye, pues, la importan­ tísima conclusión de que la única religión verdadera es la cristiana. r e s u m e n .— ¿Por qué la única religión verdadera es la cris­ tiana? ¿Por qué ni el budismo ni el mahometismo son re­ ligiones verdaderas, ni los hombres estarían obligados oabrazarlas aunque lo fueran? ¿Por qué el judaismo dejó de ser religión verdadera? ¿Por qué la religión natural no bas­ ta para salvarse?

TRATADO SEGUNDO LA VERDADERA SOCIEDAD FUNDADA POR JESUCRISTO CAPITULO PRIMERO FUNDACION DE LA IGLESIA Y SU FUNCIONAMIENTO EN VIDA DE LOS APOSTOLES Art. l.°

Institución de la Iglesia.

TESIS. Jesucristo, aparte de enseñar su doctrina, instituyó una sociedad. 51 Explicación.—Llámase sociedad la unión es­ table de diversos hombres para obtener un fin co ­ mún. El hombre y la mujer, al casarse, form an la sociedad familiar para obtener los bienes que de ella dim anan; es decir, mutuo amor y mutua ayuda. Diversos miembros pueden formar una sociedad mercantil para lograr fines económicos, o cultural Para fin e s‘culturales; y así en los demás ramos de la actividad humana. 52 Prueba.— 1. Jesucristo reunió discípulos y es­ cogió doce de entre ellos. En cierta ocasión «subió Jesús a un monte a hacer oración, y así pasó toda noche. Venida la mañana llamó a sus discípulos

y eligió doce de entre ellos, a los que designó con el nombre de Apóstoles» (1). 2. Los doce Apóstoles hacen vida com ún con Je­ sús desde su elección, com o se ve por todo el Evan­ gelio. 3. Más tarde son enviados a todo el m undo a enseñar la doctrina de Cristo, bautizar y perdonar los pecados a los hombres. a) «Como mi Padre me envió, así yo os envío a vosotros... Los pecados que perdonareis serán per­ donados; los que no, no lo serán» (2). b) «Id por todo el mundo y predicad el Evange­ lio a todos los hombres. Quien creyere y fuere bau­ tizado, se salvará; quien no creyere, se condena­ rá» (3). c) «Cuanto ligareis en la tierra, ligado será en el cielo; cuanto desatareis sobre la tierra, desatado será en el cielo» (4). Si, pues, Jesucristo reúne discípulos, si elige doce con el fin de que enseñen su doctrina a todo el mundo, si les da potestad de conferir el bautismo y perdonar pecados, evidentemente que funda una sociedad que tiene por fin el que todos los hombres abracen su doctrina, y que, entre otros medios, cuen­ ta con el rito del bautismo, el perdón de los pecados y la promesa de la salvación o condenación para quienes abracen o rechacen sus enseñanzas. r e s u m e n .— ¿Qué es una sociedad? ¿Cómo se prueba que Jesús reunió discípulos y escogió doce A póstoles? ¿Cómo que estos últimos hacían vida com ún con Jesús? ¿Cómo que Jesús les diese potestad de perdonar los pecados, pre­ dicar su doctrina y bautizar? ¿Cómo de estos actos se sigúe que Jesús fundara una sociedtíd?

(1) (2) (3) (4)

S. S. S. S.

Luc., 6, 12. Juan, 20, 21 y 23. Marc., 16, 15. Mat., 18, 18.

Art. 2.°

La autoridad suprema.

TESIS. En la sociedad que Jesucristo fundó dió a S. Fedro la suprema autoridad. 53 Explicación.—Mientras Jesucristo vivió en es­ te mundo, él era la autoridad a quien obedecían sus discípulos; pero una vez que subió a los cielos, ya no aparecía más sobre la tierra, y consiguientemen­ te, ya no era el jefe visible de la sociedad por él fundada. La tesis afirma que entonces el jefe de todos ellos, nombrado por el mismo Jesús, era San Pedro. Impugnadores.—Niegan esta verdad los protes­ tantes y los cismáticos orientales, griegos, rusos, etcétera. 54 Prueba.— 1. Jesucristo prometió a S. Pedro hacerlo jefe supremo de los cristianos.—En efecto, dijole en cierta ocasión: «Tú eres Pedro (5), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas (o po­ deres) del infierno no prevalecerán contra ella, y te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto ata­ res sobre la tierra será atado en el cielo, y cuanto soltares sobre la tierra, soltado será en el cielo» (6). Jesucristo promete, pues, a S. Pedro que será a m odo de roca viva sobre que se fundará la Iglesia (congregación) de Cristo, y que cuanto atare o des­ atare sobre la tierra será atado o desatado en el cielo. Ahora bien: estas palabras tienen explicación obvia si S. Pedro había de ser la autoridad supre­ m a en la sociedad que Cristo fundaba, y no la tie­ nen en caso contrario. En una sociedad ya funda­ da, que tiene un jefe supremo, se puede decir de (5) Para dar a las palabras de Jesús toda la fuerza que tenían en su original, habría que traducir : «Tú eres pie­ dra», o tal vez mejor aún : «Tú eres roca». (6) S. Mat., 16, 18.

éste con verdad que es com o la roca sobre que se asienta, y que tiene el poder de legislar o derogar las leyes: y, en cambio, no puede decirse eso mis­ mo de persona ninguna en una sociedad en que no hay un jefe supremo. Así, por ejemplo, se puede decir con verdad que el Papa es com o la roca sobre que se asienta la Iglesia católica, o que Napoleón era la roca sobre que se asentaba en su época el imperio francés: y que tanto el Papa com o Na­ poleón tenían potestad de legislar o derogar las le­ yes en la Iglesia y en el imperio, respectivamente. En cambio, nadie diría que un obispo católico o un pastor protestante o un general subordinado que manda una de tantas divisiones de un ejército, sean la roca viva sobre que se asienta la Iglesia católica o protestante, o el ejército de una nación. 2. Jesucristo hace de hecho a S. Pedro jefe su­ premo de los cristianos. Después de la resurrección de Jesús, estaban cier­ to día reunidos S. Pedro, Santo Tomás, Santiago. S. Juan. Natanael y otros dos discípulos, y después que todos hubieron comido dice Jesús a S. Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? San Pedro respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Dícele Jesús: Apacienta mis corderos. Pregun­ tóle de nuevo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Respondióle S. Pedro: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Y Jesús le dijo: Apacienta mis corderos. Pre­ guntóle por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Y se entristeció S. Pedro porque le preguntó tercera vez si le amaba, y respondió: Señor, tú sa­ bes todas las cosas; tú sabes que te amo. Di jóle Je­ sús: Apacienta mis ovejas» (7). Los corderos y ovejas, es decir, él rebaño entero de Cristo, evidentemente que no pueden ser otros cu* los que son o han de ser algún día sus discípu(7)

S. Juan, 21, 15 y slgs.

los. Pedro es constituido por el mismo Jesús pastor de su rebaño; es decir, quien ordene y mande, y no pastor cualquiera, sino pastor supremo, como lo indica la pregunta: «¿Me amas más que éstos?», y como lo indica, sobre todo, el haberle dicho antes que sería la roca sobre la que fundaría su Iglesia. Consiguientemente, de las palabras en que Jesús promete a S. Pedro que le daría la suprema autori­ dad, y de aquellas con que de hecho se le confiere, más bien que dos pruebas se saca una, más comple­ ta y perfecta que si se considerasen separadamente esos dos pasajes del Evangelio. 55 Confirmación de la prueba anterior por el modo como hablan de S. Pedro los Apóstoles y los evangelistas.

a) Al enumerar S. Mateo a los doce Apóstoles se expresa así: «El primero, Simón, llamado Pedro» (8), y a continuación no dice el segundo, su hermano Andrés; el tercero, Santiago, el hijo del Zebedeo, sino que, nombrado S. Pedro y dicho que era el primero, de todos los demás no da el orden, sino los nombres, como si en la mente del Apóstol y evangelista no hubiera sino un primero, un jefe, y los demás fueran todos iguales. b) En otros pasajes de la Escritura se dice: «Pe­ dro y los once que con él estaban» (9); «Pedro y los demás Apóstoles» (10); «Pedro y los Apósto­ les» (11); «Pedro y los que con él estaban» (12). c) A la inversa, al nombrar S. Pablo a sí mismo, a Apolo y a Pedro, él, como buen discípulo de Je­ sús, se pone en ínfimo lugar; después a Apolo, des­ pués a S. Pedro, y, finalmente, a Cristo (13). (8) Mat., 10, 2. (9) Hechos, 2, 14. (10) Hechos, 2, 37. (11) Hechos, 5, 29. (12) S. Marc., 1, 36, y S. Luc., 9, 32. (13) 1 Cor., 1. 12.

Tal m odo de hablar podría en absoluto explicarse porque 3. Pedro tuviera una presidencia m eram ente honorífica; pero se com prende m ucho m e jo r si era je ie supremo de la sociedad cristiana. r e s u m e n .— ¿Quiénes niegan q u e a S. Pedro le fu é dada la autoridad suprem a en la Iglesia fundada por Jesús? ¿En qué ocasión le fu é prom etida? ¿Cuál es el sen tid o obvio de las palabras con q u e se le p rom etió? ¿En qu é ocasión y con qué palabras se le con firió? ¿Q ué significan las ovejas y corderos de C risto? ¿C óm o se prueba q u e S. Pedro sea el pastor suprem o? ¿C on qu é textos, tom ados de los evan­ gelistas y de S. Pablo, se puede com probar q u e S. Pedro tenia la autoridad suprem a?

Art. 3.°

A utoridad com ún a todos los Apóstoles.

TESIS. No sólo a S. Pedro, sino tam bién a los demás Apóstoles, se concedió cierta autoridad en la sociedad fundada por Jesucristo. 56

Prueba.— Los Apóstoles:

1.° Pueden legislar. «En verdad os digo que lo que atareis sobre la tierra será atado en el cielo, y lo que desatareis sobre la tierra será desatado en el cielo (14). 2.° Pueden perdonar pecados. «C om o m i Padre me envió, así yo os envío a vosotros. R ecibid el Es­ píritu Santo; a aquellos a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a los que no, les se­ rán retenidos» (15). 3.° Pueden consagrar. En la últim a cena, «to ­ m ando el pan, lo partió y lo dió a los Apóstoles, d icién doles: Esto es m i cuerpo, que será entregado por vosotros. Haced esto en m em oria m ía» (16). (14) (15) (16)

S. Mat., 18, 18. S. Juan, 20, 21. S. Luc., 22, 19.

4.° P ueden predicar y bautizar. Después de la re­ surrección les dice: «Me ha sido dada toda potes­ tad en el cielo y en la tierra. Id por todo el mundo y p redicad el Evangelio a todos los hombres, bau­ tizándolos en el nombre del Padre y del H ijo y del Espíritu S anto» (17). Por consiguiente, los Apóstoles, con subordinación a S. P edro com o jefe supremo, tienen verdadera au­ toridad en la sociedad fundada por Jesucristo. r e s u m e n .— ¿C on qué palabras dió Jesús a los Apóstoles poder de legislar, de perdonar los pecados, de consagrar, de predicar y bautizar?

Art. 4.°

Perpetuidad de la Iglesia.

TESIS. Cristo fundó su Iglesia para que perm a­ neciese hasta el fin del mundo tal y com o él la había fundado. 57 E xplicación.— 1. Afirmamos en la tesis que la d octrin a de Cristo no puede cambiarse en todo ni en parte a través de los siglos, sino que debe en­ señarse tal y com o la enseñó. En la doctrina van com prendidos los ritos instituidos por Jesucristo (el p erdón de ios pecados, el bautismo, la eucaristía); la con stitu ción jerárquica de la Iglesia, es decir, con distin ción de grados entre las autoridades y los sim­ ples fieles, y la jefatura suprema en uno de los cris­ tianos. 2. Afirm am os, asimismo, que la Iglesia no sólo debe durar sin mudarse hasta el fin de los siglos (perpetuidad de derecho), sino que realmente ha de durar así hasta el fin del mundo (perpetuidad de h ech o). 3. No negam os que en la Iglesia puedan adop­ tarse, según los tiempos, leyes y ritos com plem enta(17)

S. Mat., 28. 18.

rios para el buen régim en de la m ism a; pero esas leyes y esos ritos han de dejar siem pre intactos la doctrina y los ritos instituidos por Jesucristo. 58 Impugnadores,— Los m odernistas, de quienes es esta proposición, condenada por Pío X : «Cristo no enseñó un determ inado cuerpo de doctrina, apli­ cable a todos los tiem pos y a todos los hombres, sino más bien inició un m ovim iento religioso que debía adaptarse a las diversas circunstancias de lu­ gar y tiempo» (18). 59 Prueba.— 1. Perpetuidad de derecho de la Iglesia. Jesucristo, poco antes de subir a los cielos, dijo a sus Apóstoles: «Id y enseñad a todos los hom ­ bres, bautizándolos en el nom bre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar cuanto yo os he m andado; he aquí que estaré siem ­ pre con vosotros hasta que el m undo se acabe» (19). Luego es evidente: a) Que Jesucristo quiso que su doctrina, toda en ­ tera, con sus ritos para perdonar pecados y bau­ tizar y dar la eucaristía, se conservase hasta el fin del mundo. b) Es asimismo evidente que a la muerte de los Apóstoles, éstos tendrían quienes les sucedieran en su oñcio de enseñar la doctrina y adm inistrar los ritos fundados por Jesucristo, ya que se les dice que estará siempre con ellos hasta el fin del m undo; si, pues, los Apóstoles morían, esto quiere decir que estaría con sus sucesores, sin lo cual no hubiera es­ tado con los Apóstoles hasta el fin del m undo, sino sólo hasta su muerte. c) Es también m anifiesto que había de haber perpetuamente en la Iglesia un je fe supremo. En efecto, según testimonio del mism o Jesucristo, Pe­ dro es la roca viva sobre la que va edificada la (18) (19)

Decreto Lamentabili, de 3 Jul. 1907. D. 2.059. S. Mat., 28, 19.

Iglesia. Ahora bien: la roca sobre la que se edifica un edificio que ha de durar hasta el fin del mundo, debe tam bién durar ella perpetuamente; de otra m anera no es su fundamento. En otras palabras: si la jefatu ra suprema ha de durar perpetuamente en la Iglesia por voluntad de Cristo, se comprende perfectam ente que se llamase a S. Pedro roca sobre la cual se fundaría una Iglesia que debía durar hasta el fin del mundo. Si, por el contrario, supo­ nemos que la jefatura suprema se había de acabar con la muerte de S. Pedro, entonces éste no puede llamarse razonablemente base o roca sobre la que la Iglesia se asienta, porque no se llama base de un edificio aquello que se puede quitar impunemente sin que el edificio se venga abajo. 2. Perpetuidad de hecho, a) «Id y enseñad a todos los hom bres: He aquí que yo estaré siempre con vosotros hasta que el mundo se acabe» (20V b) «Tú eres roca, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas (o poderes) del infierno no prevalecerán contra ella» (21). Jesucristo, en el prim ero de estos testimonios, promete que estará de hech o con los Apóstoles hasta el fin del mundo: luego, de hecho durará perpetuamente la Iglesia, ya aue, de lo contrario, no serán verdaderas las palabras de Jesucristo. Si la Iglesia hubiera de perecer a los cien siglos de su fundación y el mundo durase doscientos, Cristo no estaría con los Após­ toles hasta el fin del mundo, sino sólo hasta el fin de la Iglesia. En el segundo de los textos citados dice Jesu­ cristo que los poderes infernales no prevalecerán contra la Iglesia; luego si los enemigos más te­ rribles no la han de destruir, mucho menos la des­ truirán otros más pequeños. Además, fueran quie­ nes fueran los enemigos que la destruyeran, siem(20) (21)

S. Mat., 28, 19. S. Mat., 16, 18.

pre podría decirse con verdad que los poderes infer­ nales habían acabado con ella. r e s u m e n .— ¿Qué dos cosas significamos cuando decimos que la Iglesia es perpetua? ¿Con qué palabras de Jesús se prueba la perpetuidad de la Iglesia, tanto de derecho como de hecho? ¿Se pueden adoptar nuevas leyes o nuevos ri­ tos en la Iglesia? ¿Cómo se deduce de las palabras de Jesús que los Apóstoles debían tener sucesores, y qu e asimismo había de perpetuarse la jefatura suprema de la Iglesia?

CAPITULO II LA IGLESIA POSTAPOSTOLICA 60 Prenotandos.—Hemos ya probado en el ca­ pítulo anterior que Jesucristo fundó una sociedad llamada Iglesia, cuya suprema autoridad la tenía San Pedro, siendo los Apóstoles jefes subordinados, y que esa sociedad, con su doctrina y sus ritos y su jerarquía, debía durar hasta el fin del mundo. Que la doctrina y los ritos se conserven indefinidamente, fácilmente se comprende; pero, ¿quiénes son los legítimos sucesores de esos jefes por Cristo consti­ tuidos? A esta pregunta vamos a responder en este capítulo. Con él quedará demostrado cuál de las Iglesias que se llaman cristianas, la católica, la pro­ testante, o la cismática, es la verdadera Iglesia de Cristo. Art. l.°

Los sucesores de los Apóstoles.

TESIS. Los sucesores de los Apóstoles ■obispos.

son los

61 Explicación.—Llámase obispos a los que tie­ nen potestad para enseñar la doctrina toda de Cris­ to y administrar todos los ritos por él instituidos, bajo la autoridad del jefe supremo de la Iglesia.

62 Prueba 1.a Por raciocinio.—Si como hemos visto en la tesis precedente, los Apóstoles habían de tener sucesores, ésos no pueden ser otros que los obispos.

a) Ellos son, en efecto, según nos lo enseña la Historia, los que están al frente de cada ciudad en las Iglesias particulares, Jerusalén. Alejandría, Antioquía, Roma, Esmirna, Efeso, Corinto, etc., uno en cada una de ellas (nótese que hablamos de los tiem­ pos postapostólicos). b) Ellos son los que tienen la potestad de admi­ nistrar todos los ritos instituidos por Jesucristo; luego es evidente que si los Apóstoles habían de te­ ner sucesores, éstos son, y no pueden ser otros, que los obispos. 63 Prueba 2.a Por testimonio de los que vivie­ ron inmediatamente después de los Apóstoles.

a) He aquí cómo se expresa S. Ignacio mártir, muerto entre los años 98 a 117, en el imperio de T rajano: «Os exhorto a que todo lo hagáis en la paz de Dios, presidiendo el obispo en lugar de Dios, y los presbíteros en lugar del senado apostó­ lico» (22). «Todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, como (respetan) al obispo, que es el tipo del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y consejo de los Apóstoles» (23). «Obedeced todos al obispo como Jesucristo al Padre... Indepen­ dientemente de él nadie haga cosa alguna de las que pertenecen a la Iglesia. Sea tenida por válida aquella eucaristía que consagra el obispo, o aquel a quien él se lo concede... Sin su autorización no se puede ni bautizar ni celebrar el convite eucarístico; al contrario, cuanto él aprobare es agradable a Dios» (24). (22) (23) (24)

Carta a los de Magnesia, 6, 1. Carta a los Trallanos, 3, 1. Carta a los de Esmirna, 8, 1 y slgs.

b) San Ireneo, obispo de Lyon, que m urió en 202, se expresa así, por su parte: «Cuál sea la doctrina enseñada por los Apóstoles en todo el m undo, puede saberlo todo el que quisiere ver la verdad; y como testigos de ello podem os traer a aquellos a quienes hicieron obispos los Apóstoles y a sus sucesores has­ ta nuestros días... Porque querían que fueran muy perfectos y en todo irreprensibles aquellos a quienes dejaban por sucesores, entregándoles su propio ofi­ cio de m aestros... Al fundar, pues, los bienaventu­ rados Apóstoles (Pedro y Pablo) la Iglesia (R om a­ na), entregaron a Lino el episcopado... Policarpo fué hecho por los Apóstoles obispo de Esmirna, y yo mismo le vi en mi niñez» (25). Hablando de los herejes, dice: «Todos éstos son de origen muy posterior a los obispos a quienes en­ tregaron los Apóstoles las Iglesias» (26). Finalm en­ te, hablando de los católicos, nos enseña «que es menester obedecer a aquellos presbíteros que, jun­ tamente con la sucesión en el episcopado, recibie­ ron... el carisma cierto de la verdad» (27). c) Tertuliano, muerto después de 222, escribe lo siguiente: «Muéstrennos, pues (los herejes), los orí­ genes de sus Iglesias. Expliquen ordenadam ente los obispos que en ellas hubo, de suerte que, com en­ zando por su origen, puedan hacernos ver cóm o el primer obispo que las fundó fué un Apóstol, o uno de los varones apostólicos que se conservó siempre unido a los Apóstoles; pues así es com o lo mues­ tran las Iglesias apostólicas; com o la Iglesia de Es­ mirna nos presenta a Policarpo colocado por Juan, la de Roma a Clemente, ordenado por Pedro, y de un modo semejante lo hacen las demás con los que tienen por propagadores de la semilla apostólica, puestos en el episcopado por los Apóstoles» (28). (25) (26) (27) (28)

Adversus haereses, 3, 3. 5, 20. 3, 3. De praescriptione, 32.

Por estos testim onios, que podrían fácilm ente m ul­ tiplicarse, consta claram ente que los sucesores de los Apóstoles son los obispos. r e s u m e n .— ¿Q uiénes son los obispos? ¿Cómo se prueba por raciocin io qu e ellos sean los sucesores de los A pósto­ les? ¿C óm o se prueba eso mismo por los testim onios de San Ignacio, S. Ireneo y Tertuliano, y qué dice en particular cada u n o de esos autores respecto a la cuestión p resen te>

Art. 2.° suprema.

El sucesor de S. Pedro en la jefatura

TESIS. El sucesor de S. Pedro en la suprema au­ toridad fu é y es el obispo de Roma. 64 A dvertencia.— Esta tesis es de capital im por­ tancia para saber cuál es la verdadera Iglesia de Cristo. Si com o ya vimos en el capítulo anterior, Jesucristo instituyó en su Iglesia una suprema au­ toridad que debía existir perpetuamente, y esa au­ toridad se demuestra ahora estar en la Iglesia ca ­ tólica, síguese con toda evidencia que ni la Iglesia protestante ni la cismática, que la rechazan, son la verdadera Iglesia que Cristo fundó, sino ram as ile­ gítim am ente separadas de ella. La única verdadera Iglesia de Cristo, será, pues, la Católica. 65 Im pugnadores— Los cismáticos y protestan­ tes, com o se acaba de indicar. Los primeros se se­ pararon de Rom a por obra, sobre todo, de Focio (año 857), Sergio (1034) y Miguel Cerulario (1054). Aun después de la últim a de estas fechas se llevó a cabo la unión con R om a en los Concilios de Lyon (año 1274) y de Florencia (año 1439); pero tales uniones no fueron duraderas, y ocupado el territo­ rio en que habitaban los cismáticos por los turcos, la ruptura con Rom a se hizo definitiva. Los protestantes se separaron de Rom a en el si­

glo xvi> por obra, sobre todo, de L utero, C alvino y Enrique VIII. 66 Prueba de la tesis.— Si (co m o h em os visto ya en el capítulo anterior) S. P edro d ebía ten er un su­ cesor en la je fa tu ra suprem a de la Iglesia, ése no puede ser otro que el obispo de R o m a ; lu ego él es su sucesor en la suprem a autoridad. 67 Justificación de la p rueba a n terior.— a) Al finalizar el siglo i, S. C lem ente R o m a n o escribe a los de Corinto y les d ice: «que si algunos n o o b e d e cie ­ ren a lo que él (Jesucristo) h a b ló p o r nosotros, se­ pan que se m eten en n o p equ eño p eligro y tro ­ piezo» (29). Luego S. Clem ente se con sidera co m o v ica rio de Cristo y com o teniendo autoridad en la le ja n a I g le ­ sia de Corinto. Este h ech o se explica p erfectam en te si era je fe suprem o de la Iglesia, y no tiene e x p li­ ca ció n posible en caso contrario. Los súbditos d e una diócesis no tienen ob liga ción de ob ed ecer las prescripciones del obispo de otra. b) En el siglo n , S. V íctor I escribe al obisp o d e E feso para que m ande a todos los obispos d el A sia M enor que celebren la Pascua de R esu rrección el m ism o día que los obispos de O cciden te, a m e n a za n ­ do con excom ulgar a los desobedientes (30). E ste h ech o se explica asim ism o si S. V íctor era je fe su ­ prem o de la Iglesia, y no tiene e x p lica ción de n in ­ gún género en caso contrario. g) En el siglo m , S. Esteban rech aza el p a recer de S. Cipriano y de otros m uchos obispos de A frica y Asia, que juzgaban se debía bautizar de nuevo a quienes habían recibido el bautism o de m an o de los herejes, y toda la Iglesia sigue el parecer del ob is­ po de R om a. d ) En el siglo iv, S. Siricio, resp on d ien d o a H i(29)

(30)

Carta a los de Corinto, 59, 1.

Eus., Hist. Ecles., 5, 24.

m erio, o b isp o de Tarragona, le dice: «Llevam os las cargas de todos los que se ven afligidos; más aún, las llev a en nosotros S. Pedro, que a nosotros, sus h erederos, nos protege, según confiam os, en todos los n e g o cio s de su adm inistración» (31). e) E n el siglo v escribe así S. Inocen cio al C on­ cilio de C artago. Los padres de la Iglesia, es decir, los obispos, «co n parecer no humano, sino divino, d ete rm in a ro n que fu era cual fuese el asunto de que se tra ta b a , y aun cuan do esto tuviera lugar en las p rov in cia s m ás apartadas, nada se tuviera por ter­ m in a d o an tes de darse n oticia a esta sede para que, con to d a su autoridad, se confirm ase una sentencia ju sta » (3 2 ). /) S an Zósim o dice a su vez: «A pesar de tener n osotros ta l autoridad que ninguno pueda apartarse de n u estra sentencia, nada hicim os de que volunta­ ria m en te no os diéram os cuenta en nuestras ca r­ tas» (3 3 ). Y b a sten estos docum entos de los primeros siglos, en que son m enos abundantes por conservarse m e­ nos de aquellos tiem pos. En los siglos posteriores a b u n d a n m u ch o más. Ningún otro obispo de la tie­ rra tu vo tal lenguaje; luego si S. Pedro tiene un su cesor en la jefa tu ra suprem a de la Iglesia, ese es, indiscutiblem en te, el obispo de Rom a. r e s u m e n .— E ntre todos los obispos del mundo, ¿cuál es el ú n ic o q u e pu ed e alegar co n derecho ser él el q u e tiene la su p rem a autoridad en la Iglesia? ¿Quiénes niegan qu e el o b is p o d e R om a tien e la autoridad suprem a sobre toda la Iglesia de C risto? ¿Q ué d ocu m en to de cada uno de los pri­ m eros siglos pu ed e citarse para probeta- q u e sea el obispo de R om a el je fe su prem o de los cristianos?

(31) (32)

(33)

D. 87. D. 100.

D. 109.

Art. 3.° Sólo la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo. Notas o distintivos de la verdadera Iglesia. Conclusiones de las tesis expuestas en el presente tratado. 68 1.a La socied a d fu n d a d a p o r Jesu cristo es je ­ rárquica, puesto que en ella h a y je fe s, que so n los obispos sucesores de los Apóstoles, y súbditos, que son todos los dem ás cristianos. 2.a En la socieda d fu n d a d a p or Jesu cristo h a y un je fe suprem o, el obispo de R om a, que está sob re t o ­ dos los dem ás. 69 3.a L uego ni la Iglesia p rotesta n te ni la o rie n ­ tal separada de R om a, que no adm iten un suprem o je fe de todos los cristianos, son la v erd a d era Iglesia de Cristo, pues no quieren su jetarse a la au toridad por Cristo designada ni a cep ta r que existe esa su­ prem a autoridad. 70 4.a Luego sólo la Iglesia ca tó lica es la v e r­ dadera Iglesia de Cristo. En ella un solo pastor, el sucesor de Pedro, gobierna a los cristian os todos, sea cual fuere la región del globo en que se en cu en tren . 71 5.a Luego la Iglesia de C risto n o es d e m o c rá ­ tica, en el sentido de que el pueblo le h a y a d a d o al je fe supremo su autoridad. Este la recibió in m e d ia ­ tam ente de su fu n d a d o r Jesucristo, y esa m ism a autoridad nunca fu é entregada a la com u n id a d de los fieles. Estos designan la person a del P on tífice, pero no le entregan una autoridad que n o tienen. La autoridad le viene al P apa de que, al ser elegido com o obispo de R om a, es el sucesor de S. Pedro. 72 6.a Luego la Iglesia de Cristo n o es u n a so­ ciedad invisible (co m o afirm aron algunos protes­ tantes), puesto que en ella los súbditos pueden sa-

ber y d e b e n saber quiénes son sus jefes, y éstos quiénes son sus súbditos. 73 7.a L uego la verdadera Iglesia de Cristo tie ­ ne y d ebe tener unidad de doctrina, toda la ense­ ñ a d a p o r Jesucristo; y unidad de gobierno, puesto que está regid a por un solo supremo jefe. 74 8.a L uego la verdadera Iglesia de Cristo es y d ebe ser A postólica, es decir, fundada por los A pós­ toles, y a d octrin a d a y regida por ellos prim ero, y despu és p o r sus legítim os sucesores hasta el fin de los siglos, siem pre en un ión con el je fe suprem o de tod os los cristianos, el sucesor de S. Pedro. 75 9.a L uego la verdadera Iglesia de Cristo es y d e b e ser C atólica (es decir, universal, que eso sig n ifica la p alabra «ca tólica »), porque Jesucristo m a n d ó a los A póstoles enseñar a todo el m undo su d octrin a . 76 10.a L uego la verdadera Iglesia de Cristo es santa, p u esto que tiene p or fin santificar a los h om ­ bres, llev á n d olos a la vida eterna por los m edios que el m ism o D ios p or Jesucristo le asignara; es decir, su d o ctrin a , sin excluir nada de ella; sus ritos, sin ex clu ir nin gu no, y su legítim o gobierno. 77 11.a Luego la Iglesia en que se encuentran esas cu a tro propiedades o notas o distintivos no p u ed e ser sino la verdadera, y, en cam bio, no puede serlo aquella a la que le falta alguno de ellos. E n e fe c to ; si le fa lta la unidad de doctrina o de g ob iern o, n o es la verdadera Iglesia de Cristo, que tien e u n a sola d octrin a .(la enseñada por él) y un solo je fe . Si le fa lta la apostolicidad, es decir, si está fo rm a d a por je fe s que se separan de su legíti­ m o superior, es una Iglesia separada de la de Cristo. Si se restringe a una sola región, a una sola raza, o n a ció n , o grupo de naciones, no es la Iglesia que C risto fu n d ó.

Finalmente, si no tiene la san tid ad que quiso Je­

sucristo que su Iglesia tuviese, si no cree todas las verdades, ni admite todos los ritos, ni acep ta el gobierno que él le dió para su san tificación, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo. 78 12.a Luego ni la Iglesia orien tal cism ática ni la protestante, que no tien en la u n idad ni la apostoiicidad ni la santidad que Cristo quiso que su Iglesia tuviese, son la verdadera Ig lesia de Cristo.

13.a Consiguientemente, si como demostramos en el tratado primero, la única religión verdadera es la cristiana, y, según hemos probado en este segundo, la única verdadera religión cristiana es la católica, queda por el mismo hecho demostrado que la única religión verdadera es la Católica. 79

N otas.

1.a Cómo se gob iern a la Ig le sia .

La Iglesia se gobierna como un a m onarquía o im ­ perio absoluto, en que el jefe suprem o no está sujeto ni obedece a nadie, es decir, com o lo era el im perio romano cuando la Iglesia se fundó. El Papa es el emperador o rey. Los obispos son los gobernadores de provincias. Los alcaldes de los pueblos son los párrocos. Un católico cualquiera está sujeto a su párroco y obispo y al Papa, a no ser que por disposición de éste no esté sujeto a los dos prim eros (párroco y obispo), como pasa a veces con los religiosos, al m enos en muchas materias. En cambio ese m ism o ca­ tólico no está sujeto nunca a quien no es su p á­ rroco ni su obispo.

Jesucristo no instituyó más que el Sumo Pontificado y el episcopado. Los párrocos son de institución eclesiástica, lo S s nuncios, nnn?fn?ier^ n í ignidades en la ^ e setc. i a , card a­les, arzobispos, arciprestes, aue endo

P.0r

mismo ser abolidos. En cambio, no hay

fijado o“ S aep°is?opadoeda suprlm lr el S u m o P o n ti-

80

2a

R ela cio n es en tre la Iglesia y el Estado.

1. P uede decirse que se contienen como en resu­ m en en aquella sentencia de Jesús: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (34). Así com o entre la revelación y la razón no puede haber conflicto, porque tan autor es Dios de la una com o de la otra, así tam poco puede haberlo entre los d erechos del Estado y los de la Iglesia, porque Dios es el autor de los unos y de los otros. Tanto en uno com o en otro caso, los conflictos nacen, bien de la ignorancia, bien de una falsa interpretación, bien de la m ala voluntad de los hombres. 2. El fin de la Iglesia es procurar el bienestar es­ piritual de sus subditos, su felicidad eterna; el fin del E stado, el bien m aterial de los mismos, su feli­ cidad tem poral. Dentro de su propia esfera cada una de esas p otestad es es independiente, y cuando una cuestión atañ e a las dos, debe resolverse pacífica­ m ente, ten ien d o en cuenta los derechos de ambas. 3. E n las regiones que teórica o prácticamente pueden considerarse como enteram ente católicas, los súbditos están obligados a obedecer al Papa en las cosas de su com petencia. No deberán elegir como le­ gisladores a aquellos que tien en intención de per­ seguir a la Iglesia, y los legisladores, una vez ele­ gidos, deberán portarse en el desempeño de su car­ go com o hijos obedientes de la misma. Lógicamen­ te, los conflictos en esas regiones no deben surgir. 4. En los Estados en que teórica o prácticam en­ te no existen católicos, los súbditos del Estado no lo son de la Iglesia. Si los gobernantes, por ignoran­ cia o m ala voluntad, quieren impedir la predicación de la doctrina católica y su consiguiente natural expansión, los predicadores responderán con las pa­ labras de los Apóstoles a las autoridades de los ju ­ díos: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hom (34)

S. Mat., 22, 21.

bres». (35). Si el Estado, por esa causa, los persigue, eso quiere decir que abusa de su poder, bien por ig­ norancia, bien por m ala voluntad. 5. En las naciones cuyos súbditos en parte son católicos y en parte no lo son, el Estado, que tiene por fin promover, no la felicidad de algunos de sus súbditos sino la de todos ellos, no podrá oprimir o perseguir a una m inoría por m otivos religiosos, ni deberá permitir que espíritus exaltados sean causa de que el orden público y la paz general sean per­ turbados con daño de toda la nación. Según que el número de súbditos del Rom ano Pon­ tífice acerque esa nación a una enteram ente cató­ lica o a una que no lo es, serán las norm as que habrán de aplicarse prácticam ente para las rela­ ciones de la Iglesia y el Estado, que deben siempre tener por norte el bienestar m aterial y espiritual de sus subordinados, fin de ambas sociedades. r e s u m e n .— ¿Por qué la Iglesia es u n a sociedad jerárqu i­ ca? ¿En quién reside la suprem a autoridad? ¿Cómo puede probarse por el modo como se gobiernan qu e ni la Iglesia cismática oriental n i la p ro te sta n te son la verdadera Igle­ sia de Cristo, y sí lo es la Iglesia Católica? ¿En qu é sentido no es la Iglesia Católica una sociedad dem ocrática, y por qué? ¿Por qué la Iglesia de Cristo debe ser una, santa, ca­ tólica y apostólica? ¿Por qué a la Iglesia c ism á tic a oriental y protestante les falta la unidad, catolicidad y apostolicidad? ¿Por qué la religión católica es la ú n ica verdadera? ¿Cómo se gobierna la Iglesia? ¿A q u ién está en ella sujeto cada católico y a quién no? ¿Qué autoridades i n s titu y ó Je­ sucristo y cuáles otras la Iglesia? ¿En qué tex to del Evange­ lio están como en resum en las relaciones que debe habtr entre la Iglesia y el Estado? ¿Cuál es el fin de cada un a de esas sociedades? ¿Qué deben hacer sú b d ito s y legisladores católicos en las naciones e n teram en te católicas? ¿Qué los predicadores en las naciones no católicas? ¿Qué n orm a debe seguirse en los Estados en que pa rte de los s ú b d ito s son católicos y parte no lo son?

Art. 4.° La Iglesia Católica y los m ilagros de n u estro s tiem pos. TE SIS. Los m ilagros Que en nuestros tiem pos tie ­ n en lu g a r dentro de la Iglesia Católica confirm an y p ru eb an que ésta es la verdadera Iglesia de Cristo.

81 Explicación.—1. No negamos que se den o puedan darse milagros en otras religiones que no sean la Católica. Dios es dueño absoluto de repartir sus favores cuándo y cómo le pareciere; y en nin­ guna parte h a prometido que no hará milagros en­ tre los que viven fuera de la Iglesia Católica, sean o no cristianos. Afirm am os únicamente que, dada la cantidad de m ilagros que se dan en la Iglesia Católica y las cir­ cunstancias en que se dan, constituyen una nueva prueba o confirmación de que ella y sólo ella es la verdadera Iglesia de Cristo. 2. Dam os por averiguado la existencia de esos .milagros, y nos apoyamos para la prueba de la te­ sis en dos clases de ellos, por ser los que están m e­ jor estudiados, y son: 1.° Los que se exigen ordinariamente para poner en el catálogo de los santos o beatos a algún siervo de Dios, y que son de ley más ordinaria dos para la beatificación y dos nuevos para la canonización. 2.° Los que se llevan a efecto en Lourdes, y son reconocidos como tales por la comisión nombrada para su estudio. 3. No pretendemos que todos y cada uno de esos m ilagros sean, en realidad, auténticos, y que, por tanto, nunca se haya tomado como milagroso un caso que no lo era. Suponemos solamente que, en general, en la mayoría de los casos se trata de ver­ daderos milagros. Esto supuesto, he aquí la prueba de la tesis. Prueba.—Esos milagros son muchos en número y

t 4_

muy variados (36), hechos dentro de la Iglesia Ca­ tólica, en medios en que se honra a María Inmacu­ lada, se obedece a la autoridad pontificia y se si­ guen sus enseñanzas. Ni las Iglesias orientales ni mucho menos la pro­ testante, pueden presentar algo semejante cuanto al número de milagros. Es, pues, evidente que Dios prodiga sus favores de una manera especialísima en la Iglesia Católica, y como ésta dice de sí misma que es la única verda­ dera Iglesia de Cristo, implícitamente al menos, esos milagros son prueba y confirmación de esa afirma­ ción. r e s u m e n .—¿Puede Dios hacer milagros fuera de la Igle­ sia Católica? ¿Cuáles son, en general, los mejor estudiados, por lo que se refiere a los Que hace entre los católicos? ¿Cómo puede probarse con ellos que la Iglesia Católica es la sola verdadera Iglesia de Jesucristo?

CAPITULO III LA PRERROGATIVA DE LA INFALIBILDAD Art. 1.° Infalibilidad de los Apóstoles y sus suce­ sores. TESIS. Los Apóstoles no podían equivocarse al proponer la doctrina de Jesucristo. 82 Prueba 1.a Dijo Jesús a sus Apóstoles: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todos (36) «De 4.445 casos diversos observados (en Lourdes) desde los comienzos... se encuentran 694 en enfermedades del aparato digestivo y sus anejos, 106 en las del circulato­ rio, 182 en las del respiratorio, 69 en las del urinario, 143 en las referentes a la medula, 530 en las del cerebro. 155 en afecciones óseas, 206 en las de las articulaciones, 42 en los de la piel, 119 en tumores, 22 en cáncer, 54 en úlceras, 55 ciegos, 24 mudos y 32 sordos.» Bertrin, Dictionnaire d’Apologétique del P. d’Alés, tomo 3.°, columna 50, en la pala­ bra «Lourdes».

los hom bres. Quien creyere y se bautizare será salvo, quien no creyere se condenará (2,1). Ahora bien: sería inexplicable que los Apóstoles, es decir, los que constituían la autoridad suprema en el magisterio de la Iglesia, pudiesen obligar a creer una doctrina fa lsa (v. gr., que el bautismo no perdona los peca­ dos), bajo pena de condenación eterna, y que Cris­ to les hubiese dado tal poder. 83 Prueba 2.a Dijo Jesús a sus Apóstoles en la últim a cena: «Yo rogaré al Padre y él os dará otro consolador para que permanezca eternamente con vosotros el espíritu de verdad... El Espíritu San­ to consolador, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os sugerirá cuanto yo os dijere» (38). «Cuando viniere el espíritu de ver­ dad, os enseñará toda verdad» (39). Ahora bien: si los Apóstoles son infalibles en proponer la doctri­ na de Cristo, se comprende que Jesús diga de ellos que el Espíritu Santo, espíritu de verdad, estará siem pre con ellos y les sugerirá toda verdad; en cambio, si pueden enseñar cosas que Cristo no dijo, cual si hubiesen sido dichas por él, no se compren­ de que esté con ellos el espíritu de verdad para en­ señarles toda verdad. 84 N ofa. —El modo de obrar de los Apóstoles nos m uestra que ellos estaban persuadidos de que te ­ nían esa prerrogativa. En efecto: reunidos en con­ cilio en Jerusalén, determinan que los gentiles que se conviertan no están para nada obligados a guar­ dar la ley de Moisés y las prescripciones judaicas, y lo decretan con estas palabras: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros otras obli­ gaciones sino éstas: Que os abstengáis de tomar parte en los convites sacrifícales de los ídolos... y de (37) (38) (39)

S. Marc., 16, 15. S. Juan. 14, 16 y 26. S. Juan, 16, 13.

T E O L O G ÍA

3

la fornicación» (40). Luego los Apóstoles estaban persuadidos de que lo que ellos enseñaban era doc­ trina verdadera, doctrina del Espíritu Santo, con­ forme a la promesa de Jesús. 85 Consecuencias. 1.a Luego los obispos de la cristiandad reunidos en Concilio (41) o dispersos por el mundo, siem pre bajo la dirección del P ontí­ fice, como los Apóstoles bajo Pedro, son infalibles en proponer la doctrina de Cristo.

En efecto: si los obispos todos pudieran enseñar doctrina falsa, ya la Iglesia no sería perpetua, ni el espíritu de verdad estaría eternamente con los Após­ toles para enseñarles toda verdad y sugerirles cuan­ to Jesús había dicho, puesto que dejaba que sus sucesores enseñasen la falsedad, que es el modo más apto de acabar con la doctrina de Jesús. (40) Hechos, 15, 28 y sigs. (41) Se llama Concilios a las reuniones que celebran los obispos para tratar de la doctrina y costum bres cristianas. Si a esa reunión se convoca a todos los obispos, se llam an ecuménicos o universales; de lo contrario, particulares. La infalibilidad sólo compete a los ecum énicos. Los particula­ res se equiparan a ellos únicam ente cuando les da su apro­ bación el Pontífice por medio de u n docum ento, o tam bién cuando prácticamente han sido recibidos y aprobados por toda la Iglesia. Hasta el presente ha habido veinte Concilios ecum énicos, y son los siguientes : 1.°. el de Nicea, en 325; 2., art. Ifi, consecuencias primera a la cuarta, números 85 y siguientes.

harem os generalm ente citando bien un símbolo, bien un C oncilio o un documento pontificio. Art. l.°

N aturaleza de la fe.

TESIS. Fe es el asentim iento que damos a lo que Dios dice, porque sabe y dice lo que es verdad. 125 Explicación.— La palabra «creer», que es lo m ism o que tener fe, tiene varios sentidos. A veces significa: a) Supongo con algún fundamento, como cuando decim os creo que mañana tendremos buen tiem po, creo que Fulano llegará hoy. b) Otras veces equivale a estoy firmemente persuadido; por ejem ­ plo, creo que la Tierra se mueve alrededor del Sol, o que éste d ista mucho más que la Luna de nuestro globo, c) Otras, en fin, significa el asentimiento que dam os a la s palabras que otro nos dice, persuadidos de que sabe y dice lo que es verdad. En este úl­ tim o sen tid o la usaremos en este libro, si otra cosa no se advierte. Im pugnadores.— Según los modernistas, la fe es una especie de instinto religioso que nos lleva ciega­ m en te a aceptar ciertas proposiciones, aunque no sepam os si son verdad. 126 Prueba de la Tradición (2).—«La fe es una virtu d ... por la cual creemos que es verdad lo que Dios h a revelado, no por la verdad intrínseca de las cosas, percibida con la luz de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que lo revela, que no pue­ de en gañ arn os (3). «Si alguien dijere que la fe di­ vin a no se distingue de la ciencia natural de Dios y de las cosas morales, y, por tanto, que no se re(2) Entendemos por Tradición, en este epígrafe y los se­ mejantes, la doctrina de la Iglesia, sea que se trate de doc­ trina revelada o de explicaciones de la misma. (3) Conc. Vat., ses. 3, cap. 3. D. 1.789.

quiere para la fe divina que la verdad revelada sea creída por la autoridad de Dios que la revela, sea anatema» (4). N ota. —Autoridad, tratándose de un testimonio, es lo mismo que decir verdad conscientemente, o sea, sabiendo que se dice verdad. En este sentido usa­ mos esa palabra cuando decimos, verbigracia, Fula­ no ha contado tal o cual cosa, pero no puede uno fiarse porque no tiene autoridad ninguna, no me­ rece crédito alguno. Pruebas de la E scritura.

127 1.a De la s palabras de C risto n u e str o S e­ ñor.—«Hablamos lo que sabemos» (5). «El que me envió dice verdad, y yo digo lo que a él le oí» (6). «El que cree en mí no cree en mí (solamente), sino en aquel que me envió» (7). Luego hay que creer lo que dice Jesucristo, porque lo dice Dios, que es veraz y sabe lo que dice. 128 2.a De la doctrina del A p óstol S. Ju an . —«Si aceptamos el testimonio de los hombres..., mayor es el testimonio de Dios... -El que no cree al Hijo, su­ pone a Dios mentiroso, porque no cree en el testi­ monio que Dios da de su Hijo» (8). Es decir, que debemos creer a Dios porque dice verdad. 129 3.a De la doctrina de S. P ab lo. —a) «Aun­ que yo o un ángel del cielo os anuncie otras cosas diversas de las que yo os anuncié, sea anatema. Porque os aseguro... que el Evangelio que os anuncié no es ciencia humana, ni yo la recibí o aprendí de (4) (5) (6) (7) (8)

Can 2 de la Pe. D. 1.811. S. Juan, 3, 11. S. Juan, 8, 26. S. Juan, 12, 44. 1 S. Juan, 5, 9 y sigs.

hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (9). Luego no se ha de creer a la ciencia, ni a los hom­ bres, ni a los ángeles, sino a Dios. b) «Os hem os predicado el Evangelio de Dios..., y a él le damos gracias sin interrupción; porque al oírlo de nuestros labios lo recibisteis, no como pala­ bra de hombres, sino como es verdaderamente, pa­ labra de Dios» (10). Luego el motivo de creer la doctrina revelada no es porque lo diga S. Pablo u otro cualquiera, sino porque es palabra de Dios. 130 C o n se c u e n c ia . —Luego las verdades de la fe deben creerse firmísimamente, o, lo que es lo mismo, nuestra fe debe ser firmísima, porque el motivo de aceptar esas verdades es haberlas dicho Dios, que todo lo sabe y ni quiere ni puede engañarnos. r e su m e n .— ¿Q u é s e n tid o s tie n e la palabra "creer”, ten er fe, y e n c u á l la u s a m o s nosotros? ¿Cómo se prueba p o r la T r a d ic ió n q u e la fe es el a s e n tim ie n to qu e dam os a lo q u e Dios d ic e , p o r q u e s a b e y d ice verdad? ¿Cómo se pru e b a eso m i s m o c o n p a la b ra s de Jesu cristo, del E vangelista San J u a n y d e l A p ó s t o l S. Pablo? ¿Por qu é n u estra fe d ebe ser f ir m ís im a ?

N o ta s c o m p le m e n ta r ia s a la tesis anterior. 131 1 .a R e v e la c ió n p rop ia e im p rop iam en te d i­ c h a . —Revelar es descubrir una cosa que está velada

o encubierta. Dios, por medio del mundo visible, nos descubre su existencia y sus atributos, verbigracia, que es inteligente, poderoso y sabio; nos hace, pues, una revelación no directamente, sino por medio de sus criaturas; es una revelación impropiamente di­ cha. Revelación propiamente tal es aquella en que el m ism o Dios en persona, o por medio de un le­ gado suyo, escogido especialmente para eso, comu­ nica algo a los hombres. Así, lo que Jesucristo nos (9)

Gál., 1, 8, 11 y sigs.

(10)

1 T es., 2, 9 y 13.

enseñó es revelación propiamente dicha, porque Je­ sucristo, según ya probamos en el tratado primero, era legado de Dios. Lo que enseñaron los Apóstoles es también revelación propiamente tal, porque ense­ ñaban por mandato de Cristo lo que Cristo les ha­ bía enseñado, o lo que Dios, por el Espíritu Santo, les inspiraba. 132 2.a Fe en sentido propio y en sentido m e­ nos propio.—Cuando de la consideración del mundo nos persuadimos que Dios existe, y que es inteligen­ te, poderoso y sabio, podemos decir que creemos que Dios existe, porque las palabras «tener fe» y «creer» significan, en un sentido más amplio o menos pro­ pio, estar persuadidos. Cuando creemos que Dios vendrá a juzgar a los hombres, y dar a los buenos el cielo y a los malos el infierno, porque así lo ha dicho Jesucristo .(11), entonces hacemos un acto de fe propiamente dicho, porque creemos una verdad por haberla dicho Dios. 133 3.a Fuentes de la revelación. —Ya quedó pro­ bado en el último capítulo del tratado anterior, nú­ meros 109 y sigs., que las únicas fuentes en que se contiene la doctrina revelada a los hombres son la Escritura y la Tradición, y que la revelación hecha a la Iglesia como tal (no la que Dios quiere hacer a un particular), se acabó con la muerte del último de los Apóstoles. 134 4.a Símbolos o Credos.—Ciertas fórmulas bre­ ves en que, como en un compendio, están recogidas las verdades reveladas más fundamentales, se lla­ man símbolos o credos. Símbolos, porque quienes los recitan o profesan la doctrina que contienen se distinguen de los que no la admiten; que eso sig­ nifica la palabra griega «símbolo», es decir, un dis­ tintivo. Credos, porque contienen las verdades más (11) S. Mat., 25, 31 y sigs.

fu n d a m en ta les que debemos creer. Existen diversos sím bolos. El Apostólico, que es el que ordinariam en­ te llam am os Credo, o sea la oración que com ienza «Creo en D ios Padre». El del Concilio de Nicea, al que se añad ieron algunas palabras en el primero de C on stan tin opla, y que es el Credo que se recita en la M isa los dom ingos y otros muchos días del año. El llam ad o A tanasiano, que los sacerdotes rezan en el breviario, y otros varios. Los sím bolos están compuestos, o al menos reci­ bidos por la Iglesia, sin lo cual no tendrían valor para ser citad os como docum entos probativos de que una d octrin a es de fe. 135 cita.

5.a

R ev ela ció n ex p lícita y revelación im p lí­

a) R evelación explícita. Hay ciertas verdades que están expresam ente contenidas en las palabras de la E scritura o en las fórm ulas de la Tradición; por ejem plo, Jesucristo fué crucificado. A esto se llam a revelación expresa, form al o explícita. b) R evelación im plícita. Hay otras verdades que no está n tan claras y patentes en las palabras de la E scritura o la Tradición, pero que para el caso es com o si lo estuvieran, porque no son sino una mera y se n c illa explicación de las palabras de la Escri­ tura o de la Tradición, sin necesidad de hacer un raciocinio propiam ente tal. Pongam os algunos ejem ­ plos: 1.° Es verdad revelada que Jesucristo es hombre; luego tam bién lo es que es anim al racional, puesto que todo hom bre lo es. 2.° Es verdad de fe que Jesucristo es hombre per­ fecto; luego tam bién lo es que tiene entendim iento hum ano, porque todo hombre lo tiene. 3.° Es verdad de fe que Jesucristo es hijo ver­ dadero de María; luego tam bién lo sería que María es m adre de Jesucristo, aun cuando así no se en ­ señara expresam ente en la Tradición. A la inversa,

es verdad de fe que Jesús no es hijo verdadero de San José en el sentido en que lo es de María; luego también lo será que S. José no es padre verdadero de Jesús, en el sentido estricto en que María es madre suya. Estas verdades, que no están expresa, explícita­ mente, en las palabras reveladas por Dios, pero que son una mera explicación de las mismas en el sen­ tido ya expuesto, se dice que están implícitamente reveladas. 136 6.a C onclusiones teológicas, o revelación v ir­ tual.—Hay, finalmente, otras verdades que no están

ni explícita ni implícitamente reveladas; pero por medio de un raciocinio se deducen ciertamente de la doctrina revelada. Ejemplos: 1.° Es verdad revelada que Jesucristo es Dios. De aquí deducimos cierta­ mente por raciocinio que Jesucristo era impecable, porque si no lo fuera, Dios podría pecar, lo cual es absurdo. 2.° Es verdad revelada que la gracia san­ tificante no se pierde por el pecado venial. De aquí deducimos ciertamente que tampoco se disminuye; porque si se disminuyera podrían los pecados venia­ les ser tantos que llegaran a reducirla a cero, y se perdería la gracia en algún caso por el pecado ve­ nial. Tales deducciones, que son como consecuencias o corolarios de las verdades reveladas, se llaman conclusiones teológicas, o verdades virtu alm en te reveladas.

r e s u m e n .— ¿Qué es revelar en general? ¿Qué es revelación propia e im propiam ente dicha? ¿Qué es fe, en se n ti­ do propio y menos propio? ¿Dónde se co n tie n e la revela­ ción hecha a la Iglesia? ¿Qué son sím bolos o credos, y por qué se llaman así? ¿Qué es revelación explícita e im plícita, y qué ejemplos, entre otros, pueden citarse de am bas? ¿Que son conclusiones teológicas, y que dos ejem plos p u e d e n ci­ tarse entre otros?

Art. 2.° Libertad del acto de fe. TESIS. El acto de fe se hace, no necesaria, sino libremente. 137 Impugnadores.—Según Kermes, una vez que al entendimiento se le han propuesto suficiente­ m ente las verdades reveladas, presta su consenti­ miento, no libre, sino necesariamente. 138 Prueba de la Tradición.—«El acto de fe es una obra que tiene relación con la vida eterna, y por el cual el hombre obedece libremente a Dios (12). «Si alguien dijere que el asentimiento de la fe cristiana no es libre, sino producido necesariamente por argu­ mentos de la razón humana..., sea anatema» (13). 139 Prueba de la Escritura.—«Id por todo el mun­ do y predicad a todos el Evangelio. Quien creyere y fuere bautizado se salvará, quien no creyere se con­ denará» (14). Aquí se promete un premio a quien cree y un castigo a quien no cree; luego se supone que el acto de fe es libre, porque no se da un castigo a un ser que tiene libertad como el hombre, sino por cosas que libremente puede hacer o dejar de hacer. 140 Explicación de cómo el acto de fe es libre. Si alguien viene y me dice que ha visto una cosa extraña, verbigracia, el demonio, o la aurora boreal, o un lago de 1.000 kilómetros, yo puedo creerle: pero también puedo prescindir de creerle o no creerle, y así, a veces decimos: Fulano ha dicho tal cosa: yo ni la creo ni la dejo de creer; la cuento como la oí. Podemos también no creerlo, es decir, recha­ zarlo positivamente. (12) (13) (14)

Conc. Vat., ses. 3, cap. 3. D. 1.791. Can. 5. de la Fe. D. 1.814. S. Marc., 16, 15.

T E O L O G ÍA

4

De una manera parecida, cuando se le proponen a uno las cosas de la fe. puede creerlas, puede pres­ cindir de creerlas o rechazarlas, y puede, finalmen­ te, rechazarlas, tanto más cuanto que la fe es, por lo general, de cosas oscuras, como la Trinidad, la Encarnación, la presencia real de Jesucristo en la eucaristía, la eficacia de los sacramentos, etc., etc., y así, no las admitimos porque las veamos, sino por­ que Dios las revela. Precisamente porque la fe es libre se explica por aué muchos creen y muchos no creen, aun después de habérseles propuesto las verdades reveladas con las mismas palabras a unos que a otros. Cierto que en esto tiene una parte principalísima la gracia de Dios, que ilumina los entendimientos y mueve los corazones para creer la verdad revelada que se pro­ pone: pero no menos cierto que para creer es me­ nester cooperar libremente con nuestro entendimien­ to y voluntad a las ilustraciones del entendimiento e impulsos de la voluntad, que Dios, con su gracia, produce en nosotros. r e s u m e n . —¿Qué dice Hermes acerca del acto de fe? ¿Cómo se prueba por la Tradición que el acto de fe se pone libre­ mente? ¿Cómo se deduce lo mismo de la Escritura? ¿Cómo se explica esa libertad del acto de fe? En general, ¿son cla­ ras u oscuras las verdades de la fe? ¿Cómo se explica que unos creen y otros no creen, aun después de haber oído la misma exposición de las verdades reveladas?

Art. 3.° Necesidad de la fe. TESIS. Los adultos no bautizados no pueden con­ seguir la salvación sin hacer algún acto de fe.

141 Explicación,—A los niños que reciben el bau­ tismo se les da en él la gracia santificante, como veremos al tratar de ese sacramento, número 591. Si en ese estado mueren, se van sin más al cielo. Si, por el contrario, llegan a adultos, tienen obligación de

hacer algún acto de fe; pero si inculpablemente no lo hicieran, no por eso pecarían, y como tienen la gracia santificante, se irían al cielo. La tesis pre­ sente no trata de éstos, sino de aquellos adultos que aún no han recibido el bautismo. 142 Impugnadores. —Según los protestantes, para obtener el perdón de los pecados y estar por lo mis­ mo en disposición de salvarse, no hace taita creer, sino basta tener confianza en que por los méritos de Jesucristo se nos han perdonado nuestros pe­ cados. 143 Prueba de la Tradición.—Los hombres «se pre­ paran a obtener la justificación» (es decir, el per­ dón de los pecados) «creyendo» que son verdad las cosas que Dios ha revelado y prometido (15). «La fe es ei principio de la salvación del hombre, fun­ damento y raíz de toda justificación, sin la que es imposible agradar a Dios y participar de la suerte de los que son hijos suyos .(16). Luego, según el Concilio de Trento, de quien son estos testimonios, para que un adulto pueda tener el perdón de sus pecados, que eso, en parte, significa obtener la jus­ tificación, según el mismo Concilio (17), y para que comience la obra de su salvación, se requiere ne­ cesariamente algún acto de fe, no precisamente por­ que esté mandado el hacerlo (necesidad de precep­ to), sino porque la fe es como medio, como condicion necesaria, como raíz y base sobre la que debe venir el perdón de los pecados y con él la salvación (ne­ cesidad, no meramente de precepto, sino de medio). Nota al argumento precedente.—La prueba que acabamos de dar supone dos cosas: 1.a Que todo adulto no bautizado está en pecado y necesita jus(15) (16) (17) cados.»

Conc. de Trento, ses. 6, cap. 6. D. 798. Cap. 8. D. 801. «La justificación no es solamente remisión de p e­ Sesión 6, cap. 7. D. 799.

tiíicación. Es ésta una verdad revelada que proba­ remos al tratar del pecado original, número 358. 2.a Que justificación es perdón de pecados. Esto, que no hemos hecho sino indicarlo, lo probaremos al tratar de la gracia santificante, números 509 y si­ guientes. 144 Prueba de ¡a Escritura.—1. «El hombre no queda justificado por cumplir lo que manda la ley (de Moisés), sino por la fe de Jesucristo; y nos­ otros creemos en Jesucristo para que seamos justi­ ficados por la fe de Cristo» (18). Es decir, que aun­ que se guarde la ley mosaica en la cual se incluye el decálogo, si no tenemos fe no podremos justificar­ nos, no podremos obtener el perdón de los pecados. 2. «Sin fe es imposible agradar a Dios, porque a quienes a él se llegan les es necesario creer que Dios existe, y que es remunerador de los que le bus­ can» (19). Luego creer es un medio necesario para agradar a Dics, y poder, consiguientemente, salvarse. r e s u m e n .— ¿Quiénes pueden salvarse sin hacer acto de fe? ¿Qué es necesario, según los protestantes, para conseguir el perdón de los pecados? ¿Cómo se prueba por la doctrina de La Tradic'ón que los adultos no bautizados necesitan hacer algún acto de fe para salvarse? ¿Cóino se deduce de esa misma doctrina que esos actos de fe son necesarios, no precisamente por estar mandados, sino porque la fe es me­ dio indispensable para la justificación y salvación? ¿Dónde se prueba que todo adulto no bautizado necesita ju stifi­ carse, y dónde que justificación sea perdón de pecados? ¿Cómo se prueba por la Escritura que para salvarse sea me­ nester hacer algún acto de fe?

Notas com plementarias. 145 A) Notas al artículo anterior. 1.a La fe que, según la tesis anterior, es necesaria para salvarse, (18) (19)

G al, 2, 16. Heb., 11, 6.

ha de ser propiamente dicha; es decir, creyendo al­ gunas verdades reveladas no conocidas por la sola lus de la razón, sino porque Dios las ha revelado con revelación propiamente tal. En efecto, Inocen­ cio X I condenó la siguiente proposición: «La fe en sentido lato que se obtiene del testimonio de las criaturas», es decir, de la consideración del mundo, «o de otro motivo semejante, basta para la justifi­ cación» (20). 146 2.a Según el testimonio de S. Pablo, citado en la tesis en segundo lugar, es absolutamente ne­ cesario creer que Dios existe y que es remunerador, es decir, que premia a los buenos y castiga a los malos. 147 3.a Aparte de esas dos verdades, hay teó­ logos que enseñan que es también absolutamente necesario creer que en Dios hay tres personas, Pa­ dre, Hijo y Espíritu Santo; y que Dios se hizo hom­ bre y murió en la cruz para salvarnos. 148 4.a Según la doctrina expuesta en la tesis y en las notas precedentes, todos los hombres que han de salvarse necesitan creer, al menos, que Dios exis­ te y que es remunerador. Mas ¿cómo pueden creer esto aquellos paganos que, a juzgar por las aparien­ cias, ni siquiera saben si Dios ha hablado a los hom­ bres? Es ésta una de las cuestiones más difíciles de la Teología, a la que los teólogos no han dado aún una solución satisfactoria, y en cuyos detalles no podemos entrar por ser ajeno de un compendio. Bas­ ta aquí decir: 1.° Que ninguno se condenará sin culpa suya. 2.° Que si para salvar a un adulto que no ha co­ metido él personalmente culpa grave ninguna fue­ ra m enester que Dios hiciera un milagro a fin de (20) D. 1.173.

Decreto del Santo Oficio de 2 de marzo de 1679.

proporcionarle la ocasión de poder creer y salvarse, lo haría. 3.° Que todos los hombres de buena voluntad pa­ recen estar persuadidos de la existencia de un ser supremo premiador de buenos y castigador de ma­ los; persuasión que podrá venir de la revelación he­ cha por Dios a los hombres en los primeros tiem­ pos del linaje humano, o aun en época posterior, y conservada tradicionalmente de generación en ge­ neración. 149 5.a Aparte de la existencia de Dios y de que sea remunerador, y de los misterios de la Trinidad y Redención, está m andado a los cristianos creer otras verdades, como son las contenidas en el Credo, la obligación de guardar el decálogo y algunas más cuyo estudio pertenece a la Moral. B) Notas complementarias al tratado de la fe en general. 150 1.a Para que una verdad sea de fe católica (o simplemente de fe, según el modo de hablar más usual) son menester dos condiciones: 1.a, que jjios la haya revelado, y 2.a, que la Iglesia la proponga a los fieles como verdad que hay que creer. En efec­ to, dice así el Concilio Vaticano: «Se han de creer con fe divina y católica todas aquellas verdades que se contienen en la palabra de Dios, escrita o trans­ mitida por la Tradición, y son propuestas por la Iglesia, bien sea en decisión solemne, bien en el magisterio universal ordinario, como verdades reve­ ladas por Dios que es necesario creer (21). 151 2.a Por juicio o decisión solemne se entien­ den: a) Los símbolos o profesiones de fe compuestos o aprobados por la Iglesia Universal. (21)

Conc. Vat., ses. 3, cap. 3. D. 1.792.

b ) Las declaraciones hechas por los Concilios ecu­ ménicos en que se da alguna verdad como de fe, o se prohibe la contraria como herética. Esto últi­ mo suele hacerse por medio de las palabras «sea ana­ tema», las cuales, sin embargo, se emplean en algu­ na ocasión, no para condenar una doctrina como herética o contraria a la revelación, sino para cas­ tigar con la excomunión la no observancia de algún precepto, o incluso un error teológico, aunque no sea propiamente herejía. Véanse, como ejemplo de esto último D. n. 891, 918, 935, 953 y 962. c) Esas mismas declaraciones hechas por los Concilios particulares, cuando son luego aprobados por la Iglesia. d ) Las definiciones pontificias; por ejemplo, la de la Inmaculada Concepción, o la de la Asunción de María a los cielos en cuerpo y alma. e) Las declaraciones pontificias en que tal o cual doctrina se condena como herética.

152 3.a Por magisterio universal y ordinario se entiende la enseñanza en la Iglesia Universal, du­ rante varios siglos, de alguna verdad en la que esté de acuerdo el consentimiento moralmente unánime de los que en ella son o fueron prácticamente los maestros, es decir, los obispos siempre, los Santos Padres en los primeros siglos y los teólogos en los posteriores. 153 4.a Cuando una proposición está de hecho en la Escritura, pero la Iglesia no la ha declarado ni propuesto como de fe católica, se llama de le d ivin a . Hay obligación de creerla; pero si alguien no la creyera, no por eso sería hereje. 154 5.a «Después de recibir el bautismo, es he­ reje aquel que continuando en llamarse cristiano nie­ ga o pone en duda pertinazmente», es decir, dándose cuenta de que lo hace, «alguna de las verdades que la Iglesia propone para que se crean como revela­

das por Dios; apóstata, si abandona totalm ente la fe cristiana, y cismático... si rehúsa la obediencia al Sumo Pontífice, o tener comunicación con los que le obedecen» (22). 155 6.a Una proposición puede negar una verdad teológica más o menos manifiesta en la Iglesia Ca­ tólica. Juzgar en qué grado se aparta de la doctrina católica pertenece a la autoridad eclesiástica, si se trata de juzgar a la persona que la afirmó o la mis­ ma doctrina. Enseñar en qué grado se aparta de la enseñanza católica, pueden hacerlo también los teó­ logos. 156 7.a Censurar una proposición es lo mismo que decir en qué grado se aparta de la doctrina ca­ tólica. Las censuras principales son tres: herética, errónea y temeraria. Proposición herética es la que niega o pone en duda alguna verdad de fe católica, verbigracia, la que negara o dudara que Jesucristo fuera Dios. Errónea, la que niega una conclusión teológica; verbigracia, que Jesucristo fuera impecable. Temeraria, la que sin razón suficiente se aparta de una doctrina que, sin ser de fe católica ni con­ clusión teológica, es común en la Iglesia; verbigra­ cia, la que afirmara que se puede dar la extrema­ unción c o n , aceite bendecido por un simple sacer­ dote, que no está facultado para ello por la Santa Sede (23). Próxima a herética será aquella que se oponga a una verdad próxima o preparada ya de alguna ma­ nera para que sea definida como de fe; verbigra­ cia, la que negara o dudara de la Asunción de la Virgen algún tiempo antes de que fuera definida por Pío XII. (22)

(23)

Código de Der. Ccinón., can. 1.325, párrafo 2 0 Véase D. 1.628.

Próxima a error, la que negara o dudara de una conclusión teológica que moralmente pueda ya dar­ se como cierta; verbigracia, que la ordenación del obispo sea un sacramento. De una proposición que, aun siendo en sí verda­ dera, se juzga con razón suficiente por las circuns­ tancias en que se profiere, que se le da un sentido herético, se dice que tiene sabor de herejía; por ejemplo, la frase de la Escritura «la fe es la que justifica» (24), dicha por un protestante, tiene sa­ bor de herejía, porque ellos la toman en el sentido de que basta persuadirse de que Dios le ha perdo­ nado a uno sus culpas para que de hecho se le per­ donen. Otras censuras, como escandalosa, sediciosa, cis­ mática, falsa, etc., según sus mismos nombres indi­ can, son aquellas que por su naturaleza son aptas para causar cismas, sediciones o escándalos, o que se oponen a la verdad. 157 Observaciones. 1.a Alcance de las palabras «Definimos» y «Sea anatema» en los documentes eclesiásticos. Ni la palabra definimos ni la frase sea anatema son por sí solas prueba suficiente de que lo que se define o condena es verdad de fe o herejía. G ene­ ra lm e n te sí es eso verdad, pero se dan también ex­ cepciones. Asi, por ejemplo, el Concilio de Florencia, en su Decreto para los Griegos (D. 691), después de de­ finir como verdad de fe que el Espíritu Santo pro­ cede del Padre y del Hijo, prosigue de esta manera: «Definimos, además, que la explicación de aquellas palabras «Filioque» (es decir, y del Hijo) se añadió lícita y razonablemente al «Símbolo» (o Credo) para (24) «Juzgamos que el hombre se justifica por la fe.» Rom., 3, 8.

declarar la verdad y porque en aquel tiempo se hizo necesario.» Aquí tenemos al Concilio definiendo algo que a todas luces no es de fe, por no ser doctrina revelada, es decir, el hecho de que esas palabras se añadieron en el Credo para declarar la verdad, y porque así lo pedían las necesidades de aquellos tiempos. El Concilio de Trento, por su parte, condena con anatema a quien niegue que en la Iglesia hay Or­ denes mayores y menores (D. 962). o que la misma Iglesia tuvo justas causas para ordenar que los fie­ les no sacerdotes comulgasen bajo una sola especie (D. 935), cosas ambas que evidentemente no son de fe, ni se tienen como tales por los teólogos, a pesar de esos anatemas. Como regla general, pues, esas palabras definim os y sea an atem a indican que la doctrina de que se trata es de fe o herética, pero a veces el contexto o la misma doctrina afirmada o condenada excluyen esas calificaciones. 2.a Alcance de la doctrina de los capítulos y cá­ nones en los Concilios Tridentino y Vaticano. Pretenden algunos teólogos que todo lo que de una manera directa se afirma en los capítulos del Tri­ dentino o Vaticano es verdad de fe, y lo contrario doctrina herética. Pero esto no es verdad. Nadie, en efecto, da como de fe por el Concilio Vaticano la espiritualidad de los Angeles. Nos repite sencilla­ mente lo que ya había dicho el Lateranense IV, en el cual no se trató en manera ninguna de definir como verdad de fe esa doctrina. Véase lo que sobre este particular decimos en el número 271 de esta nuestra obrita. Tanto en los capítulos del Vaticano como en los mismos cánones la mente del Concilio era, no sólo proponer verdades de fe que había que creer o con­ denar herejías, sino también enseñar en los capítu­ los verdades ciertas que había que admitir, y conde­

nar en los cánones errores teológicos, aunque no fue­ ran heréticos (25). Lo que decimos del Vaticano vale también del Tridentino. En efecto, por lo que hace a los cáno­ nes, hemos visto hace un momento dos ejemplos en los que se condenan con anatema dos errores que evidentemente no son herejías. Aparte de eso, el mismo Concilio, en el proemio de la sesión sépti­ ma, D. 843, se expresa de este modo: Para eliminar «los errores y extirpar las herejías» que han surgido acerca de los sacramentos, juzgó el Concilio establecer y decretar los cánones que si­ guen... Donde evidentemente el Concilio se refiere a herejías y a errores que no llegan a serlo. Por lo que hace a los capítulos, puesto que los cá­ nones, por lo general, dicen relación a ellos, conten­ drán doctrina de fe que hay que creer, y doctrina católica o teológicamente cierta que se ha de admi­ tir. En los cánones se nos da la falsa doctrina que se condena como error o herejía: en los capítulos, la doctrina verdadera que hay que creer en unos casos, y admitir en otros aunque no sea de fe. En la sesión 14.a. capítulo primero (D. 908), dice así el Concilio de Trento, después de citar las pala­ bras del Apóstol Santiago, en que se promulga la doctrina acerca del sacramento de la Extremaun­ ción (Santiago, 5, 14 y sgs.): «Con estas palabras, según la Iglesia lo aprendió recibido de la Tradición, entregada por manos de los Apóstoles, enseña (Santiago) la materia, la forma, el ministro propio y el efecto de este venerable sa­ cramento. Entendió, en efecto, la Iglesia que la ma­ teria es el aceite bendecido por el obispo.» Aquí tenemos al Concilio enseñando claramente que en el sacramento de la Extremaunción la ma­ teria es el aceite bendecido por el obispo. Sin em­ bargo, eso de la bendición no se da como doctrina (25) Véase Salaverri en Sacrae Theologiae Sumvia, t. I, número 906 y sigs.

de fe, sino como doctrina común o casi teológica­ mente cierta, de suerte que la doctrina contraria sea temeraria y próxima a error, pero no herejía. Prueba manifiesta de que lo que dice el Concilio no trata de definirlo como de fe. Véanse a este respec­ to D. 1.628 y 1.629, o lo que decimos nosotros en el número 755 de esta obrita. r e s u m e n .—¿Cómo se demuestra que la fe necesaria para salvarse es fe propiamente dicha? ¿Qué dos verdades hay que creer para salvarse, según el testimonio de S. Pablo? ¿Qué otras dos verdades exigen algunos teólogos? ¿Qué otras está mandado creer a los cristianos? ¿Cómo es posi­ ble que se puedan salvar todos los adultos, si la fe es ne­ cesaria? ¿Cuándo una verdad se llama de fe católica y cuán­ do de fe divina? ¿A quién se llama hereje, apóstata o cis­ mático? ¿A quién toca juzgar las proposiciones más o me­ nos contrarias a la doctrina de la Iglesia? ¿Qué es censurar una proposición? ¿Cuándo se dice que una proposición eherética, errónea, temeraria, próxima a herejía o a error, escandalosa, sediciosa, cismática o falsa? ¿Cuándo que tie­ ne sabor de herejía? ¿Qué alcance tienen las palabras de­ finimos y sea anatema en los documentos eclesiásticos? ¿Es siempre doctrina de fe la que se da en los capítulos del Concilio Vaticano, y herejía la que se condena en los cáno­ nes, según la mente dei mismo Concilio?

PARTE

SEGUNDA

CONTENIDO DOCTRINAL DE LA UNICA RELIGION VERDADERA 158 Prenotandos. 1. Cuestiones tratadas en la primer- parte.—Hemos expuesto en la primera par­ te cuál es la única verdadera religión, es decir, la cristiana, y entre las cristianas la Católica. De ésta hemos probado que está en posesión de una doc­ trina revelada por Dios, que se contiene en la Tra­ dición y en la Escritura. Vimos, además, cuál ha de ser la fe con que hemos de aceptar esa doctrina. 2. Materia u objeto de que trata la Teología.— Propiamente hablando, la religión o teología, en su aspecto doctrinal o dogmático, debería tratar sólo de aquellas verdades que hablan de Dios, que eso significa la palabra «teología»; sin embargo, se tra­ ta en ella, y con mucha razón, de Dios y de las prin­ cipales obras que ha llevado a cabo, algo así como al hablar de un artista, Murillo o Miguel Angel, trata­ mos de él y de sus obras; o, al hablar del fundador de una Orden religiosa, S. Francisco o S. Ignacio, hablamos de él y de la obra por él fundada. 3. Obras principales de Dios.—Las obras princi­ pales de Dios son las siguientes: a) Crea el mundo, los ángeles y los hombres. t») Enaltece a Adán dándole dotes extraordina­ rias, que, naturalmente, el hombre no puede ad­ quirir.

c) Envia a Jesucristo al mundo para redimir al hombre. d) María, Madre de Jesucristo. e ) La gracia. /) Los sacramentos, que son las fuentes princi­ pales de la gracia. g) La Iglesia, que nos da los sacramentos. h ) Premios y castigos reservados a los hombres después de su muerte. 159 4. Nombre de los diversos tratados de la Teología dogmática.—De Dios Uno y Trino y de cada una de las obras enumeradas en el número ante­ rior, exceptuada la Iglesia, que, por razones de ló­ gica, queda ya tratada en la primera parte, habla­ remos en esta segunda. Para dar cierta unidad a los diversos tratados, incluso en el mismo nombre, y para indicar la íntima relación que todos ellos tienen con Dios, que es propiamente el objeto que estudia la religión, los autores suelen designarlos con estos nombres: De Dios Uno y Trino, al que trata propiamente de Dios. De Dios Creador, al que trata de la creación del mundo, de los ángeles y de los hombres. De Dios Enaltecedor, al que trata de los dones ex­ traordinarios concedidos a Adán, que lo enaltecían o elevaban a un estado superior al que exige la na­ turaleza humana. De Dios Redentor, al que trata de Jesucristo en cuanto con su muerte nos redime del pecado. De Dios Santificador, al que trata de la gracia y de los sacramentos, que son las fuentes principa­ les de ella. De Dios Consumador o Remunerador, al que tra­ ta de la suerte que Dios reserva a buenos y malos después de esta vida, en la consumación o fin del mundo. 160 5. Cómo nacieron los tratados de Teología dogmática.—En los principios del cristianismo no

había un tratado completo y ordenado de Teología dogmática, tal y como ahora se estudia y lo propon­ dremos en esta segunda parte. Los Apóstoles y los primeros cristianos hablaban de Dios y sus obras, en sus predicaciones y escritos, según se ofrecía la ocasión, o comentando la Sagrada Escritura en todo o en parte. Más tarde, sobre todo con ocasión de los herejes, hubo autores que trataron detalladamente una cues­ tión como la divinidad de Jesucristo, la gracia, el bautismo. Finalmente, en épocas posteriores, esos m ateriales dispersos se ordenaron y dispusieron para formar un cuerpo de Teología dogmática completo y ordenado. 161 6. Conexión de esos tratados entre sí y con los de Jesucristo, legado de Dios, y el de la Igle­ sia —Los diversos tratados que lo componen no es­ tán ligados tan dependientemente unos de otros, por lo que a demostrarlos se refiere, como lo están las diversas partes de algunas ciencias; por ejemplo, las M atemáticas. En éstas, por regla general, un teore­ ma se funda en el precedente; éste, en el que le an­ tecede, y así sucesivamente. De aquí que no se pue­ da demostrar el último sino apoyándose en los pri­ meros, ni se pueda pasar a una parte diversa sin haber probado la que precede. Los tratados de Teología que a continuación se ex­ ponen pueden algunos de ellos probarse indepen­ dientem ente unos de otros. De hecho, unos autores siguen un orden y otros otro diverso, y los que cur­ san la carrera eclesiástica en cuatro años, unos co­ m ienzan a estudiar la Dogmática por un tratado, y otros por otro. El tratado de los Novísimos o de Dios Remunerador, por ejemplo, a veces se estudia después del de Dios Enaltecedor de la naturaleza humana; a veces, el último de todos. El tratado de Fe, unas veces se estudia al principio de la Teología dogmática; otras, dentro del tratado de Gracia. Presuponen, eso sí, todos los tratados de dogma

lo que ya hemos expuesto de la Iglesia y de Jesu­ cristo como legado de Dios. Así, por ejemplo, si que­ remos probar la presencia real de Jesucristo en la eucaristía, podemos hacerlo demostrando que así lo enseña el Concilio de Trento como verdad definida. Si lo enseña el Concilio de Trento como verdad de­ finida, sé que es verdad, porque el Concilio es infa­ lible. Que lo sea lo sé porque los obispos son los sucesores de los Apóstoles en la prerrogativa de la infalibilidad. Que los Apóstoles fueran infalibles lo sé porque así lo enseñó Jesucristo como legado de Dios. Que fuese legado de Dios me consta porque lo probó con milagros. Que lo probase con milagros lo sé por el testimonio de los evangelistas, y que los evangelistas cuentan cosas verdaderas lo sé porque lo he probado en la primera tesis. La concatenación de las pruebas es, pues, perfecta, y nada deja que desear dentro del sistema científico. De un modo semejante se puede argüir partiendo del testimonio de la Escritura. Que Dios, por ejem­ plo, crease el mundo lo sé porque lo ha dicho Dios en los libros sagrados. Que lo haya dicho Dios en los libros sagrados lo sé porque la Iglesia me ense­ ña que esos libros contienen la palabra de Dios. Que la Iglesia en eso no se engaña, me consta porque es infalible. Una ves llegados a este punto, se procede como en el caso anterior. r e s u m e n .— ¿De qué trata la Teología dogmática? ¿Cuáles son las ocho obras principales de Dios? ¿Cómo se denomi­ nan los tratados teológicos que de ellas tratan? ¿Cómo nacieron los diversos tratados de Teología dogmática? ¿Qué conexión tienen entre sí esos tratados por lo que se refiere a las verdo,des que en ellos se exponen? ¿Qué conexión tie­ nen con los ya explicados de la Iglesia y de Jesucristo, le­ gado divino, y cómo puede eso declararse en la prueba por la Tradición de la presencia real de Jesucristo en la Euca­ ristía? ¿Cómo aparece eso mismo en la prueba por la Es­ critura de que Dios crease el mundo?

TRATADO CUARTO DE DIOS UNO CAPITULO PRIMERO COGNOSCIBILIDAD, ESENCIA Y ATRIBUTOS DE DIOS Art. l.° Cognoscibilidad de la existencia de Dios, aun con la sola luz de la razón. 162 Prenotandos.—En el capítulo II, artículo 2.° de la Introducción, números 6 y siguientes, quedó ya dem ostrada con razones de orden natural la exis­ ten cia de Dios; ahora tratamos de probar con tes­ tim onios de la Tradición y la Escritura cómo es verdad que se puede demostrar la existencia de Dios de esa m anera. TESIS. Se puede demostrar que existe Dios, aun con la sola luz de la razón. Es doctrina de fe (1). (1) En adelante, por regla general, antes de probar cad\ tesis, direm os si es doctrina de fe o conclusión teológica. Qué sign ifiq u en estos términos, quedó ya explicado en las notas com plem entarias que hay al final del tratado de Fe, n 150 y sigs. y n. 136. Por doctrina teológicamente cierta entendem os aquella que se prueba con razones ciertas to­ m adas de otras verdades de fe, de la Escritura o de do-

163 Impugnadores.—Aparte de los m aterialistas y modernistas de que ya hicim os m ención (en el artícu­ lo 2.° del capítulo II de la Introducción, núm. 6j, los que en Teología se llam an T r a d ic io n a lis ta s afir­ man que si Dios no hubiese primero revelado al hom­ bre su existencia y no se conservase por tradición (de ahi el nombre de Tradicionalista) esa revela­ ción, nunca el hombre por sí solo hubiese podido lle­ gar a conocer la existencia de Dios. 164 Prueba de la Tradición— «Si alguien dijere que no se puede conocer con certeza que existe Dios... con la luz natural de la razón hum ana, sea anatema» (2). 165 Pruebas de la Escritura. A) Del Antiguo Testamento.—«Vanos son todos los hom bres que no conocen a Dios... Porque si pudieron saber tanto de este mundo, ¿cómo no encontraron m ás fácilmente al Señor de él» (es decir, con más facilidad que muchas de las cosas del m undo)...? «Si admiraron el poder y las obras de las cosas m undanas, entien­ dan al considerarlas que el que las hizo es más poderoso que ellas, porque de la m agnitud o belleza de las criaturas se puede, por deducción, conocer al que las formó» (3). B) Del Nuevo Testam ento— San Pablo vitupera a los gentiles porque no veneraron a Dios convenien­ temente, sino con culto idolátrico, siendo así que pudieron y debieron conocerlo, porque sus atributos divinos, aunque invisibles, «se conocen por razón, sirviéndonos de las cosas que h a n sido hechas en cumentos eclesiásticos ciertos. Por doctrina católica, aquella que, sin ser de fe o teológicamente cierta, se da en algún documento recibido en toda la Iglesia. Por doctrina cierta la que, sin ser de fe, teológicamente cierta o doctrina ca­ tólica, se prueba con argumentos ciertos. (2) Conc. Vat., ses. 3, can. 1 de la Revel. D. 1.806. 13) Sab., 13, 1 y sigs.

el mundo, lo mismo que su poder y majestad sempi­ terna de modo que» (los que no veneraron debida­ m ente a Dios) «son inexcusables» (4). 166 Consecuencia.—Luego si por las cosas de este mundo se puede conocer con certeza que Dios exis­ te, la existencia de Dios se puede demostrar, porque eso es una demostración; deducir de un hecho co­ nocido (en nuestro caso las cosas del mundo) una verdad (la existencia de Dios, que lo produjo), y esto con deducción no probable, sino cierta. «Confie­ so que Dios, principio y fin de todas las cosas, pue­ de ser conocido con certeza, y por lo mismo demos­ trarse su existencia, aun con la sola luz de la ra­ zón, por las obras visibles de la creación, como» (se conoce y demuestra la existencia de) «una causa por sus efectos» (5). r e s u m e n . — ¿Por qué, si ya en la Introducción probamos la existencia de Dios con razones de orden natural, ponemos ahora una tesis en que afirmamos esa existencia? ¿Quiénes niegan que pueda demostrarse la existencia de Dios con la sola lu z de la razón? ¿Cómo se prueba que eso puede ha­ cerse por la doctrina de la Tradición? ¿Cómo por la doc­ trina de la Escritura, tanto del Antiouo como del Nuevo T estam ento? ¿Qué dice a este respecto el juramento que Pío X m andó hacer contra los modernistas?

Art. 2.° Esencia de Dios. TESIS. La esencia de Dios consiste en tener en sí la razón de existir. Doctrina cierta. 167 Explicación.—Esencia de una cosa cualquiera es aquello puesto lo cual ya tenemos el ser de que se trata, y no se tendrá mientras no se pusiere. (4) Rom., 1, 20. (5) Juram ento que mandó hacer Pío X contra los erro­ res m odernistas. D. 2.145.

Ejemplos: 1.° Si queremos definir al hom bre, deci­ mos que es un animal racional, porque dondequiera que tengamos un ser con vida anim al y que discu­ rra y raciocine tendremos un hom bre, y n o lo ten­ dremos en caso contrario. La esencia del hombre consiste, pues, en ser animal racional. 2.° ejemplo. Si queremos definir lo que es un ani­ mal, decimos que es un ser que siente, o tiene vida sensitiva, porque dondequiera que tengamos un ser que perciba por los sentidos, tenem os un ani­ mal, y no lo tendremos en caso contrario. L a esen­ cia del animal está, pues, en ser un ente vivo que siente. De la misma manera decimos que, según la tesis, la esencia de Dios consiste en tener en sí la razón de existir, porque dondequiera que encontrem os un ser de tal naturaleza tendrem os a Dios, y no lo tendremos en caso contrario. 168 Prueba, de la Escritura.— Dios se llam ó a sí mismo cuando se le preguntó su nom bre: «el que es», es decir, el que tiene en sí la razón de exis­ tir; luego debemos pensar que ese nom bre es el que mejor le cuadra, es decir, el que indica m ejor su esencia o naturaleza. Dijo Moisés a Dios: «Si me dijeren (lo& israeli­ tas), ¿cuál es su nom bre? (el de Dios), «¿qué les diré?» Respondió Dios a Moisés: «Soy el que soy»..., así hablarás a los hijos de Israel. «El que es» (en hebreo Yavé...) «me envió a vosotros. Este será mi nombre para siempre (6). 169 Prueba por raciocinio— Probam os ya en la Introducción, número 10, que un ser que tiene en sí la razón o fuente .de su existencia es Dios, porque por esa misma razón tiene tam bién todas (6) Ex., 3, 13 y sigs. Véase lo que acerca del nombre de Yavé se dijo en la Introducción. Cap. 2 ° , art. 2.“, en la Nota sobre los nombres de Dios, n. 11.

las p e rfe ccio n e s en sumo grado. En otras palabras, d on d eq u iera que encontrem os un ser que tenga en sí la ra zón de existir, tendremos a Dios; donde­ quiera que tengam os un ser que para existir nece­ site recib ir de otro la existencia, tendremos un ser crea d o p or otro superior a él, o, lo que es lo mismo, u n ser que no es D ios; luego la esencia de Dios con siste en tener en sí la razón de existir. O bservación .—La prueba anterior no es de T eo­ lo g ía revelada, sino de T eología natural o Teodicea. r e s u m e n .— ¿Q ué es esencia de una cosa cóm o p uede explicarse can ejemplos? ¿Cómo la Escritura que la esencia de Dios consiste m ism o la razón de existir? ¿Cómo se prueba raciocinio?

A rt. 3.°

cualquiera, y se prueba por en tener en sí eso mismo por

Atributos de Dios.

T E SIS. No hay sino un solo Dios, que es creador del cielo y de la tierra, om nipotente, eterno, in ­ m en so, incom prensible, infinito en toda perfección, in d ivisible e inm utable. Es de fe. 170 E xplicación.—De la esencia de Dios se de­ d u ce n sus atributos o propiedades o perfecciones. D e las que en la tesis se enuncian, algunas son ya su ficien tem en te claras de por sí; de las restan­ tes d a rem os aquí una brevísima explicación. O m n ip oten te significa que puede hacer todo lo que es fa ctib le. Un círculo cuadrado no es factible, es u n a quim era; un pecado no es propiam ente una cosa real, sino una fa lta de perfección; com o en un sold a d o el poder ser vencido es una falta de per­ fe c c ió n , la carencia de una cualidad, es decir, la de ser invencible. E tern o sign ifica que siempre existió y siempre existirá.

Inmenso, que está en todas partes donde hay o puede haber cosa alguna. Incomprensible, que con nuestro entendimiento no podemos entender sino algunas cosas de él, como con la vista no podemos abarcar todo el mar, sino sólo una parte; además, que hay en Dios muchas cosas que no podemos comprender, porque nuestro entendimiento no es capaz de ello, como la vista es incapaz de percibir los olores o los sonidos. Infinito en toda perfección, que es todo lo sabio que se puede ser, todo lo hermoso, todo lo inteli­ gente. todo lo poderoso, y así de todas las demás cualidades. Indivisible, que no se puede separar en partes, porque no las tiene. Una flor se puede dividir se­ parando las hojas o partiendo éstas en partes pe­ queñas. Un grupo de mil hombres se puede dividir en grupos de cien o de diez o de dos. Un hombre no se puede dividir en otros hombres, es numéricamente indivisible (aunque su cuerpo se puede dividir en muchísimas partes). Inmutable, que no se puede mudar ni se muda. Las agujas de un reloj que están en movimiento se mudan; las de un reloj parado no cambian. El agua de un río se cambia; la de un lago es siempre aparentemente la misma. El hombre quiere hoy lo que ayer no quería, y viceversa. Dios no cambia nunca de parecer o determinación, ni experimenta cambio alguno en su ser o sus perfecciones. 171 ImDugnadores.—Los gentiles ponían muchí­ simos dioses llenos de imperfecciones y pecados. Los panteístas dicen que todo el mundo es Dios, y como éste es mutable y finito y tiene muchas cosas que no son perfectas, niegan, por lo mismo, que Dios sea inmutable y perfecto. 172 Prueba de la Tradición.—La Santa Iglesia Ca­ tólica, Apostólica, Romana cree y confiesa que hay un (solo) Dios... Creador y Señor de cielo y tierra,

omnipotente, eterno, inmenso, incomprensible, infi­ nito en entendimiento y voluntad y en toda perfec­ ción', el cual, puesto que es una sustancia única,

«enteramente simple» (o indivisible en el sentido explicado en la tesis), «se ha de afirmar que es esencial y realmente distinto del mundo, feliz en sí mismo y por sí mismo, y levantado inefablemen­ te sobre todas las cosas que hay o pueden imagi­ narse fuera de él» (7).

Observación a la prueba anterior— Los atribu­ tos que van en cursiva se han escrito así para que se note que son los mismos enumerados en la tesis. Podrían citarse otros muchos documentos parcia­ les, es decir, en que no entraran todos esos atri­ butos; pero no hay por qué insistir en una cosa en que son abundantes y claros los testimonios de la Tradición. Pasamos, pues, a las pruebas de la Escritura. 173 Prueba de la Escritura. Dios es único.—«Oye, Israel; Yavé es nuestro Dios. Yavé es uno solo» (8). «Grande eres, oh Yavé..., y no hay ningún Dios fuera de ti» (9). «No hay sino un solo Dios» (10). La dificultad de cómo hay un solo Dios, si el Pa­ dre, el Hijo y el Espíritu Santo son Dios, no es de este lugar, sino del Tratado de la Trinidad. El Pa­ dre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas, pero un solo Dios, como la voz de un orador que se oye en un teatro donde él habla, en un salón de una ciudad próxima a la que se transmite por medio del teléfono, y la que se escucha al otro lado del Atlántico con auxilio de la radio, son tres fenóme­ nos realmente distintos, y no son sino una sola voz. (7) (8) (9) (10)

Conc. Vat., ses. 3, cap. 1. D. 1.782. Deut., 6. 4. 2 Rey., 7, 22. 1 Cor., 8, 4.

Dios es creador del cielo y de la tierra.— «A l prin­ cipio creó Dios el cielo y la tierra» (11). «Hizo el cielo y la tierra, el m ar y cuantas cosas hay en ellos» (12). De este punto se tratará m ás extensam ente en el tratado de Dios Creador. Dios es om nipotente.— El m ism o Señor lo d ijo ex­ presamente a A braham : «Y o soy Dios O m nipoten­ te» (13). «Padre, todas las cosas te son posibles», dice Jeseús a su Padre en G etsem aní (14). «Nada hay imposible para Dios» (15), dice el ángel San Gabriel a la Virgen M aría al anun ciar que h a sido elegida por Madre de Dios. Dios es eterno.— «Antes de que se h iciera n los montes y se form ara la tierra y el orbe, eras tú Dios, desde el origen de los siglos hasta el fin de ellos» (16) «Tus años nunca se acabarán» (17). Dios es inmenso.— «¿N o lleno yo los cielos y la tierra?», dice el Señor (18). «Si subiere al cielo, tú estás allí; si bajare al profu ndo, estás allí pre­ sente» (19). Dios es incom prensible.— «H abita en m ora da de luz inaccesible; ningún hom bre lo vió, ni lo puede ver» (20). Dios es infinito.— No hay ningún testim onio ex­ preso de la Sagrada Escritura para probarlo. Dedú(11) (12) (13)

Gén., l, i. Salm. 145, 6. Gén., 17, 1.

(14)

S. Marc., 14, 36.

(15) (16) (17) (18) (19) (20)

S. Luc., 1, 37. Salm. 89, 2. Salm. 101, 28. Jer., 23, 24. Salm. 138, 8. 1 Tim., 6, 16.

cese de que es omnipotente, inmenso, grande sin fin y sapientísim o sin medida. Que sea omnipotente e inm enso ya lo hemos probado; que sea sabio sin medida lo dice el Salmista: «Sapientiae eius vun est num erus» (21). Que sea grande sin fin, se dice asim ism o en los Salmos. «Grande es el Señor y laudable sobremanera; su grandeza no tiene fin (22). Prueba de raciocinio.—Se deduce de que un ser que, com o Dios, no ha recibido de nadie la existen­ cia, debe tener todas las perfecciones en sumo gra­ do, según se indicó en la prueba 4.a de la Existen­ cia de Dios (23). Dios es indivisible (o simple, según el modo de hablar del Concilio Vaticano en el testimonio citadoen la prueba de la Tradición, y que es la manera corriente de expresarse en Teología). Tampoco de este atributo hay testimonios expresos en la Escri­ tura. Síguese de que Dios es infinito, porque si es­ tuviera compuesto de partes no podría serio. En efecto, una parte de magnitud o perfección limita­ da, por ejem plo 4 o n, y otra parte también lim i­ tada, verbigracia, 7 o p, nunca podrán dar sino una m agnitud igualmente limitada; es decir, 7 + 4, o n + p. Dios es inmutable.— «Yo soy Yavé, y no me mu­ do» (24). «Los cielos perecerán; tú, sin embargo, perm anecerás. Todos se envejecerán, como se hace viejo un vestido...; tú, sin embargo, eres siempre el m ism o» (25). «En Dios no hay mudanza ni som­ bra de cam bio» (26). (21) (22) (23) (24) (25) (26)

Salm. 146, 5. Salm. 144, 3. Introducción, cap. 2, art. 2, n. 10. Mal., 3, 6. Salm. 101, 27 y sigs. Sant., 1, 17.

Nota.—Aparte de los atributos enunciados en ia tesis, tiene Dios otros, com o el de ser santo, justo y misericordioso. «Sed santos, porque yo soy san­ to» (27). «Eterna es la m isericordia del Señor so­ bre todos los que le temen» (28). «Justo eres, oh Señor, y recto tu juicio» (29). Tanto de estos atri­ butos como de su providencia se irá hablando opor­ tunamente, aunque no expresamente de todos ellos, en los tratados siguientes. r e s u m e n .— ¿Qué significa que Dios es omnipotente, eter­ no, inmenso, incomprensible, infinito en toda perfección, in­ divisible e inmutable? ¿Quiénes niegan que haya un solo Dios, o que tenga en sí todas las perfecciones? ¿Cómo se prueba que Dios sea único y que tenga todas las perfeccio­ nes enumeradas en la pregunta primera, por la doctrina de la Iglesia y por el testimonio de la Escritura? ¿Cómo se prueba por la misma Escritura que Dios seca santo, justo y misericordioso ?

CAPITULO II DE LAS OPERACIONES O ACCIONES DIVINAS 174 Prenotandos.—Las acciones divinas se refie­ ren a su entendimiento, a su voluntad o a su om­ nipotencia. Dejando para otros tratados lo que se refiere a su omnipotencia, como es, por ejemplo, la creación del mundo, hablaremos ahora de lo que dice relación a su entendimiento y voluntad.

(27) (28)

Levit., 11, 44. Salm. 102, 17

(29)

Salm. 118, 137.

Art. l.°

El conocimiento de Dios.

TESIS. Dios lo sabe todo. Es de fe, al menos por­ que así lo enseña el magisterio ordinario y univer­ sal de la Iglesia. 175 Prueba de la Tradición.— «Todas las cosas están descubiertas y patentes a sus ojos, incluso aquellas que los hombres llevarán a cabo haciendo uso de su libertad (30). 176 Prueba de la Escritura— «Ninguna criatura hay invisible para su mirada, sino que todas las cosas están descubiertas y patentes a sus ojos» (31). Luego Dios conoce todas las cosas presentes. «Al Señor Dios, antes de que las cosas fueran creadas, ya le eran conocidas» (32). «Conoce Dios toda cien­ cia..., diciendo las cosas que pasaron y las que han de venir» (33). «Comprendiste mis pensamientos y previste lo que había de hacer» (34). Luego conoce Dios lo pasado y lo futuro y las cosas posibles, ya que, según el segundo testimonio, Dios conocía las cosas antes de ser creadas. 177 Consecuencia.—Si Dios conoce todas las co­ sas, conocerá también lo que los hombres hubieran hecho en otras circunstancias, verbigracia, lo que Judas hubiera hecho si no se hubiera ahorcado, o lo que hubiera hecho Julio César si no lo hubieran asesinado y hubiera vivido diez o veinte años más. Estas cosas o hechos, que ni han sucedido nunca ni han de suceder jamás, pero que hubieran suce­ dido en otras circunstancias, se llaman en Teología futuribles. (30) (31) (32) (33) (34)

Conc. Vat., ses. 3, cap. 1. D. 1.784. Hebr., 4, 13. Eclesiástico, 23, 29. Eclesiástico, 42, 19. Salm. 138, 3 y sigs.

No hay docum entos eclesiásticos que nos h a b len de que Dios conozca los futuribles. En la S agrada Escritura hay algunos hechos de los que se ded u ce claramente ese conocim iento de Dios, en el cual están de acuerdo todos los teólogos, y, es, p or tanto, verdadero. He aquí dos de esos pasajes de la Escritura: 1.° Hablando Cristo nuestro Señor de dos p u e­ blos de Palestina, se expresa en estos té rm in o s : «¡A y de ti, Corozaín; ay de ti, B etsa id a !; porque si en Tiro y Sidón se hubiesen llevado a cabo los m i­ lagros que en vosotros se h icieron ..., hu bieran h e ­ cho penitencia» (35). Luego Jesucristo co n o cía que los habitantes de Tiro y Sidón se hu bieran co n v e r­ tido, caso de que se hubieran h ech o entre ellos unos milagros que, de hecho, no se llevaron a cabo. 2.° Estaba David en la ciudad de Ceila con a l­ gunos de sus partidarios, y oyó decir que p en saba Saúl bajar a ella y destruirla por causa de D avid. Preguntó entonces éste al S eñor: «¿B a ja rá Saúl a Ceila?» «B ajará», se le respondió. «¿M e entregarán los ceilitas en m anos de Saúl?», pregunta de nu evo David. «Te entregarán», le fué respondido. A nte es­ ta respuesta del Señor, abandonó David la ciu d a d con lo cual ni Saúl bajó a ella, ni los ceilitas e n tre ­ garon a David en manos de Saúl; pero Dios h abía vaticinado lo que hubiera pasado si David se h u ­ biera quedado en la ciudad (36). r e s u m e n .— ¿Cómo se prueba por la Tradición y la Escritu­ ra que Dios conoce todas las cosas? ¿Qué dos pasajes, uno del Antiguo y otro del Nuevo Testamento, pueden traerse para probar que Dios sabe lo que hubiera pasado en otras circunstancias que, de hecho, no se dieron?

(35) (36)

S. Mat., 11, 21. Véase 1 Rey., 23, 10 y sigs.

Art. 2.° La voluntad de Dios acerca de la sal­ vación de los hombres. TESIS. Dios quiere que se salven todos los hom ­ bres. En parte, de fe, y, en parte, doctrina teológi­ cam ente cierta, como se explica en el número 180. 178 Explicación.—Hablamos en la tesis de solos los adultos, y decimos que es voluntad de Dios que todos se salven; y se salvarán de hecho si por sus pecados no lo impiden. De la salvación de los ni­ ños tratarem os brevemente en nota al fin de la tesis. 179 Impugnadores.— Calvino enseñó que Dios creó algunos hombres para el cielo y otros para el infierno independientem ente de sus buenas o ma­ las obras: los primeros son predestinados, y los se­ gundos, réprobos. Jansenio dijo que Jesucristo murió sólo por los que se han de salvar; y que los que se han de con­ denar no cuentan con medios suficientes para sal­ varse. 180 Prueba de la Tradición.—Está condenada por herética por Inocencio X la proposición de Janse­ nio, que afirma que Cristo murió sólo por los pre­ destinados (37); luego es verdad de fe que no mu­ rió por solos ellos, y, por consiguiente, que Dios quiere que se salven los predestinados y otros que no lo son. Es asimismo verdad de fe que Cristo murió por los católicos, aun por los que no se han de sal­ var, puesto que en el Credo que los sacerdotes re­ zan en la Misa se dice: «Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, encarnó.... fué crucificado..'., muerto y sepultado.» Ahora bien: (37)

Const. Cuvi occasionc, 31 tío mayo de 1653 D. 1.096.

sí Dios viene del cielo y sufre la muerte de cruz por nuestra salvación, es porque quiere salvarnos. Es doctrina de todos los teólogos, y por lo mismo es doctrina teológicamente cierta, que Dios quiera la salvación de todos ios hombres. 181 Prueba de la Escritura.— Escribiendo S. Pa­ blo a Timoteo, le dice: «Ruégote, pues, en primer lugar, que se haga oración... por todos los hom ­ bres..., porque esto es obra buena y acepta a los ojos de Dios nuestro Salvador, que quiere que to­ dos los hombres se salven; porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hom ­ bres, Jesucristo..., que se entregó en provecho de todos» (33;. Luego, según S. Pablo, Dios quiere que se salven todos los hombres. «Vivo yo—dice el Señor—no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su errado cam i­ no y viva» (27). B) El Espíritu Santo procede del Hijo.—«Cuan­ do viniere aquel Espíritu de verdad, os enseñará toda verdad. El me glorificará, porque recibirá de mí y os lo anunciará. Todo cuanto el Padre tiene es mío. Por eso dije que recibirá de mí y os lo anun­ ciará» (28). Aquí se afirma que el Espíritu Santo, que es Dios, recibirá del Hijo, y como Dios no es sino una sustancia simple, en quien la sabiduría y el poder se confunden con la misma sustancia, lue­ go el Espíritu Santo recibe su ser del Hijo. 215 Nota, El Espíritu Santo procede de la volun­ tad del Padre y del Hijo (que es una sola). Es doc­ trina cierta. Explicación 1. Así como al ver un objeto se pro­ duce en mí la imagen de ese objeto, así, al amar a una persona se produce en mí el amor a esa per­ sona. De una manera semejante, Dios Padre, al co­ nocerse a sí mismo, engendra al Verbo, y Dios Pa­ dre e Hijo, que no tienen sino una sola voluntad (porque voluntad y esencia en Dios son una mis­ ma cosa), al amarse a sí mismos producen un amor que se llama Espíritu Santo. 2. Que el Espíritu Santo proceda de la voluntad, lo deducen los teólogos de los nombres que se le dan: a) El nombre de Espíritu indica que procede de la voluntad. Espíritu significa aire, aliento. Ahora bien: esto no tiene aplicación en Dios. También de­ cimos de uno que respira amor u odio a una per­ sona, para indicar el odio o el amor que le tiene, amor y odio que proceden 'de la voluntad. De una (27) (28)

S. Juan, 14, 26. S. Juan, 16, 13 y sigs.

manera semejante, la tercera persona de la Trini­ dad se llama espíritu, y este nombre indica que pro­ cede de la voluntad. b) El nombre o calificativo de Sanio indica asi­ mismo que procede de la voluntad. Así como de los términos Verbo y sabiduría del Padre deducíamos que el Hijo procede del entendimiento, así, si la tercera persona se llama Espíritu Santo, deducimos que procede de la voluntad, ya que el ser santo es obra del querer o voluntad. c) El nombre de Don, con que es designado el Espíritu Santo (29), confirma asimismo que procede de la voluntad, ya que los dones proceden de la voluntad de quien los da. 216 Observación.—Se llama al Espíritu Santo es­ poso de María (más corrientemente lo que se hace es llamar a María esposa del Espíritu Santo), por­ que así como los hijos son el fruto del amor, asi Jesús es fruto del amor de Dios. Luego si la ter­ cera persona es la que indica mejor el amor, puesto que procede de la voluntad del Padre y del Hijo, es lógico que sea a ella a quien se atribuya el naci­ miento de Jesús (30), aunque en realidad de ver­ dad toda la Santísima Trinidad es la que hace a María milagrosamente Madre de Dios, porque, como veremos en el artículo siguiente, todo lo que no es •paternidad, filiación, espiración activa o pasiva, es decir, todo lo que no son relaciones en la Trinidad, es común a las tres personas. r e s u m e n .— ¿De quién procede el Espíritu Santo? ¿Qué enseñan acerca de esto los cismáticos griegos? ¿Qué se aiíadió en la fórmula primitiva del Símbolo Nicenoconstantino-

(29) «Dadme el poder de que aquel a quien yo impusie­ re las manos reciba el Espiritu Santo», di.io Simón mago a los Apóstoles. Respondióle S. Pedro : «Tu dinero sea conti­ go para tu perdición por haber juzgado que podía conse­ guirse con dinero el Don de Dios.» Hechos, 8, 19. (30) «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud de! Altísimo te fecundará.» s. Luc.t 1, 35.

politano para indicar la procesión del Espíritu Santo? ¿Qué d o cu m en to s de la Tradición prueban que la tercera persona procede del Padre y del Hijo como de un solo principio? ¿Qué te x to s de la Escritura prueban que procede, no sólo del Padre, sin o ta m bién del Hijo? ¿Qué queremos decir al afir­ mar q u e el Espíritu Santo procede de la voluntad? ¿Cómo se d ed u ce q u e proccdc de la voluntad por los términos Es­ píritu, Santo y Don, con q ue es designada la tercera perso­ na de la Trinidad? ¿Por qué María se llama esposa del Es­ píritu S a n to? ¿Cuál de las divinas personas es la que, en realidad, hace a María Madre de Dios?

CAPITULO III CIRCUMINCESION, RELACIONES Y MISIONES DE LAS PERSONAS DIVINAS 217 Párrafo 1.° Circumincesión.—Donde está una cualquiera de las personas divinas, están las otras dos. Cuando tenemos una idea, esa idea está en nues­ tra mente; cuando amamos a una persona, ese amor está en nuestra voluntad. En otras palabras, donde está nuestra idea o nuestro amor, allí está nuestra alma, y viceversa. De la misma manera, el Verbo, que tiene su origen en el entendimiento del Padre, permanece en el Pa­ dre, y el Espíritu Santo, que procede de la voluntad del Padre y del Hijo, permanece en el Padre y el Hijo; es decir, que donde está una persona divina es­ tán las otras dos. A esta propiedad se llama circum­ incesión.

La doctrina de la Tradición sobre este punto la ex­ presa así el Concilio de Florencia: «Por esta unidad (de naturaleza), el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo todo en el Padre, todo

en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo todo en el Padre, todo en el Hijo» (31). Por esta misma razón de la circumincesión decía Jesucristo; «Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí» (32). «Quien me ve a mí, ve a mi Padre» (33).

218 Párrafo 2.° Relaciones. A) Las relaciones distinguen entre sí a las perso­ nas divinas. Padre e Hijo, Espíritu Santo espirado y Espirador son términos correlativos, indican una relación de ori­ gen. El Hijo procede del Padre, el Padre es origen del Hijo; el Espíritu espirado procede de quien lo es­ pira; el Espirador da origen al espirado. En el Padre existe, pues, la paternidad; en el Hijo, la filiación; en el Padre y el Hijo, la espiración activa; en el Espí­ ritu Santo, el ser espirado o la espiración pasiva. Es­ tas relaciones son las que distinguen a las personas divinas. Si es engendrada, es el Hijo; si es espirada, es el Espíritu Santo; si es engendradora, es el Padre.

B) Todo lo que no sea relación de origen es co­ mún a las tres personas divinas. La esencia, el poder, la santidad, todo cuanto está dentro del ser de Dios es, no sólo igual en perfección, sino idéntico en las tres personas divinas. «Las tres personas son un solo Dios, y no tres dioses, porque una sola es la sustancia de las tres, una la esencia, una la naturaleza, una la divinidad, una la inmensi­ dad, una la eternidad; y todas las cosas son una misma, fuera de la oposición de relación» (34). (31) (32) (33) (34)

Decreto para los Jacobitas. D. 704. S. Juan, 14, 10. S. Juan, 14, 9. Cono, de Florencia, Decreto para los Jacobitas. D. 703.

219 Párrafo 3.° vinas.

Las misiones de las personas di­

A) Qué personas divinas son enviadas. «Quien no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió» (35) «El Espíritu consolador que enviará el Padre en mi nombre os enseñará todas las co­ sas» (36). «Si yo no me fuere, el Consolador no ven­ drá a vosotros; en cambio, si yo me voy os lo envia­ ré (37). Del primero de estos textos se deduce que I el Padre envía al Hijo, y del segundo y tercero, que el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo, de la misma manera que el Hijo procede del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo Nunca en la Escritura Sagrada se dice que el Pa­ dre sea enviado, o que el Espíritu Santo envíe al Hijo, sino que en la acción de enviar una persona a otra se usa el mismo lenguaje que en las procesio­ nes. Ser, pues, enviado y proceder son términos es­ trechamente relacionados. Dios Padre envía a su Hijo porque éste procede de él, y Padre e Hijo en­ vían al Espíritu Santo porque procede de en­ trambos. No es, sin embargo, una misma cosa ser enviado y proceder. El Verbo eterno procede necesariamente del Padre. El Espíritu Santo procede necesariamen­ te del Padre y del Hijo. Tanto el Verbo como el Es­ píritu Santo pudieron no ser enviados al mundo, o por no haber sido éste creado, o dado caso que lo fuese, por haberlo así Dios ordenado. Proceder es una realidad interna. Ser enviado indica una ma­ nifestación externa.

220 B) A quién y cómo son enviadas las perso­ nas divinas. Las personas divinas están en todas partes; luego (35) (36)

(37)

S. Juan, 5. 23 S. Juan, 1 4 , 26.

S. Juan, 16, 7.

no pueden ser enviadas de un lugar a otro. En tan­ to. pues, son enviadas, en cuanto que reciben la misión de producir un determ inado efecto en un determinado lugar. El Hijo fué enviado por el Pa­ dre a los hombres tom ando la naturaleza humana. Fué una misión visible. Las tres personas hicieron la encarnación, pero sólo una de ellas se encarnó o tomó la naturaleza humana. De una m anera seme­ jante puede una persona vestirse un traje, ayudán­ dole a vestírselo otras dos (38). El Espíritu Santo es enviado a los hom bres invi­ siblemente para santificarlos. En tod o hom bre justo está, no sólo el Espíritu Santo, sino toda la Trini­ dad; sin embargo, se dice que la santificación ja hace el Espíritu Santo porque la santidad es propia de la voluntad, y como el Espíritu Santo procede de la voluntud, a él se atribuye la santificación, aunque, en realidad de verdad, hagan santos a l°s hombres que lo son las tres divinas personas. 221 Conclusión.—Cuanto hem os dicho de la Tri­ nidad, tanto en éste como en todos los demás artícu' los, ayuda a entender algo de este i m p e n e t r a b l e misterio, pero en manera ninguna lo explica hasta ponerlo en claro, sino que muchas cosas siguen sien­ do en él oscuras. Sea, pues, la conclusión final, que creamos humilde y firmísimamente que en un solo Dios hay tres personas, porque el mismo Dios lo revelado, según lo enseña la Iglesia en su m agiste­ rio infalible. r e s u m e n .— ¿Qué es circumincesión? ¿Cómo puede por semejanza explicarse que donde está una de las personas

(38) Jesús estuvo en el seno de M aría y de ella nació Donde Jesús estaba, estaban tam bién el Padre y el Espíritu S a n to ; luego tam bién ellos estaban en el seno de la Vir­ gen. Sin embargo, María es sólo Madre del Verbo y no del Padre o del Espíritu Santo, porque sólo el Verbo se hizo hombre y tom ó carne de sus entrañas. Y aquí estam os de nuevo en presencia de u n m isterio ta n incom prensible com e el de la Trinidad, y que al igual que éste creemos, porque está en la doctrina revelada, según la Iglesia lo enseña.

divinas están las otras dos? ¿Qué documento eclesiástico puede citarse, entre otros, para probarlo? ¿Qué texto de la Escritura puede traerse para probar que donde está el Hijo está tam bién el Padre? ¿Qué términos son correlativos en la Trinidad? ¿Cóm o las relaciones distinguen a las divinas personas? ¿Por qu é, fuera de las relaciones, nada sirve vara distinguir a las divinas personas? ¿Qué palabras del Concilio de Florencia pueden citarse para probarlo? ¿Qué rela­ ción hay, hablando de la Santísima Trinidad, entre los tér­ m inos proceder y ser enviado? ¿Cómo el Hijo fué enviado por el Padre? ¿Quién encam ó y quién hizo la encarncución? ¿Por qu é María es sólo Madre del Verbo, si en su seno, jun­ ta m en te con élf estaba el Padre y el Espíritu Santo? ¿Cuál es la conclusión que debemos sacar después de estudiar el tratado de la Trinidad?

TRATADO SEXTO

DE

DIOS

CREADOR

CAPITULO PRIMERO DE LA CREACION EN GENERAL Art. l.° El hecho de la creación. TESIS. Dios hizo el mundo de la nada. Es de f e* 222 Explicación.—Los hombres hacemos una cosa de otra que ya existe, v. gr., una casa de piedra, un vestido de tela, un buque de hierro y madera. D ios> para hacer el mundo, no usó materia ni cosa algu^a que ya existiera, sino lo sacó de la nada, es decir, 1° creó, porque eso es crear en sentido estricto, hacer una cosa de la nada. No queremos decir con esto que Dios haya hecho los montes, las plantas, los animales y los hombres, que ahora existen, de 1& nada, sino que, en un principio, creó la masa o sustancia de que están hechas las cosas materiales que ahora existen, y también los ángeles. Las almas de los hombres son creadas en el momento de ser in fundidas en los cuerpos, como veremos al tratar del hombre, núms. 317 y siguientes y 322. 223 Impugnadores.—1. Los materialistas, según los cuales el mundo existe desde toda la eternidad sin que nadie lo haya producido. 2. Los emanatis-

tas y panteístas, que enseñan que el mundo es una emanación del m ism o Dios. Como brotan las hojas de los árboles o el agua de la fuente, así el mundo habría em anado de Dios, y éste sería el conjunto de todos los seres. 3. Manes y sus discípulos, los manlqueos, según los cuales Dios sería causa únicamente de las cosas buenas, com o el alma y los ángeles buenos, y otro ser distinto de Dios sería causa de las cosas que ellos llam aban malas, como los de­ monios. 224 Prueba de la Tradición.—«Si alguien dijere Que las cosas finitas, bien sean espirituales, bien cor­ porales, o al menos las espirituales, emanaron de ia sustancia divina..., sea anatema. Si alguien no confiesa que el mundo y cuantas cosas hay en él, Dien sean materiales, bien espirituales, fueron pro­ ducidas por Dios de la nada, en cuanto a toda su sustancia, sea anatema» (1).

Pruebas de la Escritura__ No tenemos en la Escri­ tura un testim onio tan explícito y perentorio como el de la T radición que acabamos de citar; pero, en cambio, abundan los textos de los que se deduce haber hecho Dios el mundo de la nada. 225 Prueba 1.a El primero de los libros sagra­ dos, o sea el Génesis, comienza así: «Al principio hizo Dios el cielo y la tierra, y la tierra estaba en estado caótico y sin orden..., y dijo Dios: hágase la luz, y se hizo la luz» (2). En los versos siguientes se narra la producción de los astros, las plantas, los animales y el hombre. Esto supuesto, he aquí la prueba de la tesis. El primer versículo del Génesis: «al principio hizo Dios el cielo y la tierra», significa que Dios los hizo (1) Conc. Vat., ses. 3, can. 4 y 5 de Dios creador. D. 1.804 y 1.805.

(2)

Gén.t i, i y sigs.

de la nada. Porque si el sentido fuera que los ha­ bía hecho de alguna cosa ya preexistente, entonces, una vez hechos por Dios cielos y tierra, no se diría de ésta que estaba en estado caótico, sin luz, sin plantas y sin animales. En cambio, si Dios la hizo de la nada, toda la narración del primer capítulo del Génesis se explica perfectamente. Dios la sacó primero del no ser al ser, es decir, creó la materia de que cielos y tierra están formados, y después produjo en ella la luz, las plantas, los animales y, iinalmente, el hombre. La palabra hebrea que em­ plea Moisés en el primer versículo no significa ne­ cesariamente creó de la nada, sino puede también significar hizo o formó; por eso no argüimos sólo de ella, sino del sentido que debe dársele, según lo pide el contexto y unión de ese primer versículo y los siguientes. 226 Prueba 2.a «Dijo Dios que las cosas se hi­ cieran y se hicieron, mandó que fuesen formadas y lo fueron» (3). «Hizo Dios el cielo, la tierra y cuan­ tas cosas hay en ellos» (4). Si Dios no hubiese he­ cho cielos y tierra de la nada, no se podría decir con toda verdad que había hecho cuantas cosas hay en ellos. Poseída por esta idea, que le habían, sin duda, enseñado los doctores judíos, de que Dios ha­ bía hecho el mundo de la nada, hablaba así la ma­ dre de los Macabeos a uno de sus hijos, antes de que sufriera la muerte que iba a darle el tirano: «Pídote, hijo mío, que contemples el cielo y la tierra y cuantas cosas hay en ellos, y entiendas que Dios los hizo de la nada» (5). 227 Pruebn 3.a Dios se llama a sí mismo en la Escritura con nombre propio, «el que es» (6) (en (3) Salm. 32, 9. (4) Salm. 145, 6. (5) 2 Mac., 7, 28. (6) Ex., 3, 14 y sigs. La significación de este nombre se explicó ya en la Introducción, cap. 2, art. 2, en la nota sobre

hebreo Yavé), es decir, el que tiene la virtud de ser o existir; luego las demás cosas no tienen existen­ cia si Dios no se la da, y como Dios es inmutable e indivisible, no puede hacer las cosas de sí mismo, sino de la nada. 228 Prueba 4.a Para Jesucristo «fueron hechas todas las cosas en el cielo y en la tierra, las visibles y las invisibles, sean tronos o dominaciones, prin­ cipados o potestades. Todas las cosas fueron hechas por él y para él» (7). En el Apocalipsis se ponen en boca de los que ala­ ban a Dios en el cielo estas palabras: «Tú hiciste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron formadas» (8). Ahora bien: no sería verdad que Dios hizo todas las cosas por su voluntad si inde­ pendientemente de ella existiera el mundo. 229 Observación a las pruebas anteriores.—De to­ dos los argumentos bíblicos expuestos, que podrían fácilmente multiplicarse, el primero no parece que trata de los ángeles, sino únicamente del mundo sensible, o de la creación de los astros y de nuestra tierra. Los demás comprenden también a los ánge­ les, de los que habla expresamente el que va en cuarto lugar. Si se han multiplicado en esta tesis las pruebas de la Escritura más de lo que solemos hacerlo en las demás, es por ser ella una de las más fundamentales de la Teología. 230 Una dificultad y su solución.—En el libro de la Sabiduría se dice que hizo Dios el mundo «de una materia informe» (9): luego, según la Escritura, los nombres de Dios, número 11. Yavé es nombre que en la Escritura se da únicamente a Dios. En cambio, otros voca­ blos con que se designa también a la divinidad, se aplican, a veces, a los ángeles y a los hombres. (7) Col., 1, 16. (8) Apoc., 4, 11. (9) Sab., 11, 18.

el mundo no fué hecho de la nada. A esto se res­ ponde que primero hizo Dios el cielo y la tierra de la nada; y luego, de ese cielo y tierra, que estaba aún en estado caótico, hizo lo demás; es decir, la luz, el agua, las plantas y los animales. Notas. 231 1.a La conservación del mundo.—No sólo creó Dios el mundo, sino que también lo conserva para que no se reduzca a la nada de que lo formó. Y como por su voluntad lo creó, así también por su voluntad lo conserva. Existe, pues, el mundo por­ que Dios quiso y quiere que exista, y dejaría de exis­ tir en el momento en que Dios dejara de querer que existiera. «¿Cómo podría cosa alguna permanecer, a no ser que tú lo quisieras, o como se conservaría lo que por ti no había sido destinado (a conser­ varse)?» (10). 232 2.a La cooperación de Dios en las obras de las criaturas.—Así como el maestro, cuando el niño

aún no sabe escribir, coge su mano y le ayuda a formar las letras, escribiendo juntamente con él; así Dios, según la doctrina más común de los teó­ logos, ayuda a las criaturas cuando éstas tienen que hacer una acción natural cualquiera: moverse, can­ tar, pensar, etc. 233 Prueba de la Escritura.—«Tus manos me hi­ cieron y me formaron» (11). El Señor «cubre el cie­ lo de nubes y prepara la lluvia para la tierra; pro­ duce el heno en los montes y la hierba en servicio del hombre» (12). «Considerad las aves del campo; no siembran ni siegan ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta» (13). «Consi(10) (11)

(12) (13)

Sab., 11, 26. Job, 10, 8.

Salm. 146, 8. S. Mat., 6, 26.

I derad los lirios del campo...; ni hilan ni trabajan, y yo os digo que ni el mismo Salomón, en los dias l I de su mayor esplendor, se vistió tan galanamente i I como uno de ellos. Ahora bien: si Dios viste de esa J manera a una planta del campo..., ¿cuánto más lo e

I

I hará con vosotros?» (14). Verdad es que todos estos testimonios y otros muI chos que pudieran aducirse serían verdaderos, aunI que Dios no cooperase con las acciones de las criaI turas. Bastarla, en efecto, que hubiese creado el I mundo y lo conservara, para poder decir que él nos / da nuestro cuerpo, cubre el cielo de nubes, prepara I la lluvia, alimenta las aves y viste las flores. I Sin embargo, esas expresiones tienen un sentido I más verdadero, si, como los teólogos corrientel mente enseñan, Dios coopera con todas las acciones I de las criaturas, no sólo en las sobrenaturales, de las I cuales ahora no tratamos, sino incluso en las na[ turales. I

234 Una dificultad y su solución.— ¿Luego Dios coopera también con nosotros cuando pecamos? Se responde que, en una acción mala, hay que consi­ derar dos cosas: la parte física de esa acción; por ejemplo, disparar un arma para matar a otro, y la mala voluntad con que se hace esa acción. Dios coopera a toda acción física, pero no a que nuestro querer sea defectuoso. De una manera semejante, si yo ayudo a andar a uno que cojea, el que ande es, en parte, debido a mí; el que cojee depende del defecto que él tiene en la pierna. r e s u m e n . — ¿Q u é es crear en sentido estricto? ¿Qué dicen los m aterialistas, panteístas, emanatistas y maniqueos acer­ ca del origen del m u n d o? ¿En qué sentido creó Dios las co­ sas que a ctu a lm en te h ay en el m undo, com o las plantas y los anim ales? ¿C ó m o se prueba por la doctrina de la Tra­ dición q u e D ios creara el m undo? ¿C óm o por los primeros

(14)

S. Mat., 6. 28.

versículos del Génesis? ¿Cóm o por el n om bre de Yavé? ¿Cóm o por otros textos de la Escritura? ¿C óm o que conser­ ve Dios el mundo y que coopere a las acciones de las criatu­ ras, haciéndolas ju n tam en te con ellas? ¿Coopera Dios y P °r ser hombre tendrá voluntad humana, °m ° tiene voluntad todo hombre. 384 Impugnadores.—Algunos herejes, sin embarri J 1?con secuentes consigo mismos, admitiendo la doctrina enseñada por el Concilio de Calcedonia con­ tra los monofisitas, es decir, que en Jesucristo hay una sola persona en dos naturalezas, decían que en pristo había una sola voluntad. Por esta razón se llam ó monotelitas, palabra griega que significa tdefensores de la) voluntad única. Esa voluntad era, según ellos, la divina, y por eso quienes los refuta­ ban se contentaban con probar que Jesucristo tenía una voluntad distinta de la del Padre. 385 Prueba de la Tradición.— «Afirmamos que hay en Cristo dos voluntades naturales, inconfusas..., no con trarias..., como aseguraron algunos impíos he­ rejes, sino... sometida la voluntad humana a la vo­ lu ntad divina» (15). 386 Prueba de ía Escritura.—Hemos ya probado por la Escritura que Jesucristo es Dios; luego de ella se deduce que Jesucristo tiene voluntad di-

vina, que es común a las tres personas. Hemos tam­ bién probado que Jesucristo es hom bre; luego ten­ drá asimismo una voluntad distinta de la divina. Por lo demás, esto segundo lo indica claramente Je­ sucristo. al dirigirse a su Padre en Getsemaní con aquellas palabras: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (16); es decir, no se haga mi voluntad, aquella que no me es común con la tuya divina, sino hágase la voluntad que tú tienes, la voluntad divina. 387 Nota.—En Cristo hay también dos entendi­ mientos.—Como hay en Jesucristo dos voluntades, por tener la naturaleza divina y humana, así tam­ bién bién hay dos entendimientos por esa misma razón. No habiendo habido, sin embargo, herejes que negaran expresamente que en Cristo hubiera dos en­ tendimientos, no suele probarse en tesis aparte que los tuviera. Implícitamente lo negaban los monofisitas, puesto que afirmaban que en Cristo había una sola naturaleza. resum en .— ¿Por qué si Jesucristo es Dios y hombre, se­ gún lo ya demostrado en tesis precedentes, tiene dos volun­ tades? ¿Qué enseñaron, no obstante, los monotelitas? ¿Cómo se prueba por la Tradición que en Jesucristo hay dos volun­ tades? ¿Cómo se prueba eso mismo por la Escritura? ¿Que texto de la Escritura sirve, entre otros, para probar que Cristo tenia voluntad humana? ¿Cómo se prueba que Jesu­ cristo tenía dos entendimientos?

Art. 5.°

De la filiación divina de Jesucristo.

TESIS. Jesucristo, no sólo en cuanto Dios, sino tam bién en cuanto hombre, es hijo del Padre por naturaleza, y no por adopción. A l m enos, teo ló g ic a ­ m ente cierto.

388 Explicación.— Se dice que un o es h ijo de otro por naturaleza, o h ijo n a tu ral, cuando ha sido e n -

I gendrado por él. Hijo adoptivo es aquel que, no I habiendo sido engendrado por aquel de quien se | llama hijo, ha sido, sin embargo, recibido como tal, | con derecho a heredar sus bienes. I No queremos decir en la tesis que Dios engendrara I la humanidad de Jesucristo como engendró su divi| nidad, sino que como es Padre del Verbo, la segunI da persona de la Santísima Trinidad, y esa persona | está unida a la naturaleza humana de Cristo, éste I es hijo del Padre por naturaleza. De una manera | semejante, María es Madre de Dios, no porque de I ella se formara la divinidad, sino porque de su seno | se formó la humanidad de Cristo, que está unida a | la divinidad en unidad de persona; o, más breve­ mente, porque dió a luz una persona que es Dios.

389 Impugnadores.—Lo fueron, en el siglo octa­ vo, algunos obispos españoles, según los cuales, Je­ sucristo, en cuanto Dios, era hijo del Eterno Padre; eh cuanto hombre, era hijo de la Virgen María por naturaleza, y únicamente hijo adoptivo de Dios. 390 Prueba de la Tradición.—«De vuestra región nos ha llegado un lamentable capítulo (o error), a saber: que algunos obispos que ahí moran, es de­ cir, Elipando y Ascario, con algunos que los siguen, no tienen reparo en confesar que el Hijo de Dios es adoptivo, blasfemia que ningún heresiarca se atrevió a vomitar» (17). 391 Prueba de la Escritura-—La Escritura nunca llama, a Jesucristo hijo adoptivo; en cambio, lo lla­ ma hijo verdadero, hijo propio, hijo Unigénito : lue­ go, según el modo de hablar de la Escritura, no sólo el Verbo, sino Jesucristo, es hijo de Dios por natu­ raleza. «Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo (17) Carta del Papa Adriano I, los o b isp o s españoles. D. 299.

Institutio Unwcrsulis a

entrego .(.a ia muerte) por nosotros» .(18). Ahora bien: el que fué entregado a la muerte fué Jesucris­ to. «Vino el Hijo de Dios y nos dió inteligencia para que conozcamos ai verdadero Dios y permanezca­ mos en su verdadero ¿lijo» (.19). «De tai suerte amó Dios al mundo, que le dió a su hijo Unigénito» (2Uj. 392. Consecuencias.—1.a Luego si Jesucristo es hijo natural del f*adre, en manera ninguna es hijo adoptivo.—A los hombres nos hace Dios hijos adop­ tivos suyos al darnos la gracia santificante, porque con elia nos da derecho a heredar sus bienes, es uecir, a vene en el cielo, como el se ve, según vere­ mos en el tratado de la Gracia al hablar de la par­ ticipación de ia naturaleza divina que Dios concede a los justos .(números 514 y sigs.). A Jesucristo tam­ bién se dio esa gracia santificante, según veremos en el capítulo siguiente (num. 401), y, sin embar­ go, no puede decirse hijo adoptivo del Padre. En electo, para que un hombre cualquiera pueda ser hijo adoptivo de otro, se requiere que no haya sido engendrado por él, ya que la adopción consiste pre­ cisamente en aceptar como hijo a uno que no lo es, con derecho a heredar los propios bienes. Como Je­ sucristo es hijo natural del Padre, no puede en ma­ nera ninguna ser hijo adoptivo. 393 2.a a) Luego a Jesucristo, que es Dios y hombre verdadero, al cuerpo y alma de Cristo, que son cuerpo y alma del Hijo de Dios, a la sangre de Cristo, a su corazón, que están unidos con su di­ vinidad y que son sangre y corazón de Dios, se leS puede adorar con aquellos actos con que se a d o ra a Dios. De una manera semejante damos una señal de ve­ neración a la persona toda del sacerdote, o de autoridad, al besar la mano de esa persona. (18) Ij.9,1 (20)

Rom., 8 , 32. 1 tí. Juan, 5, 20. S. Juan, 3, 16.

al h) A las imágenes de Jesucristo o de su corazón ' I se les podrá dar adoración, no por lo que ellas son i I en sí, simples imágenes de tela, madera o metal, I sino por lo que representan; como a la persona del I Jefe del Estado la podemos venerar en sí misma o I indirectamente, sirviéndonos de una imagen que la I represente. I 394. Nota.—El culto al Sagrado Corazón de Jesús. | Se ha hecho muy célebre desde las apariciones a I Santa Margarita María Alacoque, muerta en 1690. I Uno de los principales frutos de esta devoción ha I sido la comunión frecuente que se ha suscitado con | tal motivo en sus devotos, sobre todo los primeros I viernes de mes. En esos días, millares de fieles acu| den a la sagrada mesa deseosos de ser participan­ tes de los bienes prometidos a los devotos del Saerado Corazón, y, sobre todo, del contenido en la llamada gran promesa. «Te prometo en la excesiva misericordia de mi Corazón que su amor omnipo­ tente concederá, a todos aquellos que comulgaren nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán en desgracia mía ni sin recibir sus sacramentos, siendo mi divino Co­ razón su refugio seguro en aquel último momen­ to» (21). Se ha escogido el corazón como objeto de (2 1 ) Palabras del Corazón de Jesús a Santa Margarita, según ésta refiere en la carta 82 a la Madre De Saujnaise, escrita en mayo de 1688. Hay m uchos que encuentran dificultad en conciliar lo que se dice en esta promesa con los hechos reales de la;s muertes de algunos aue, no obstante haber comulgado nue­ ve primeros viernes de mes seguidos, no pueden o no quierpn recibir los sacramentos a la hora de la muerte, y narn obviar esta dificultad acuden a explicaciones desprovistas de todo fundam ento teológico. La so lu c ió n es, sin embargo, muy sencilla. Jesucristo con ps°s palabras no prometió hacer siempre milagros de orden físico o moral para que eso se llevara a cabo, sino cumplir­ ías g u a rd a n d o ordinariamente las leyes físicas y también las morales relativas a la conversión de los pecadores, pero te­ n ie n d o una providencia especial a fin de que no mueran sin sacram entos quienes recibieron la eucaristía nueve pri-

la veneración, porque generalmente se le conside­ ra como símbolo del amor, de suerte que venerando el corazón de Jesús veneramos al mismo Dios, no precisamente como Creador o Redentor, sino como amador de los hombres. r e s u m e n . —¿Qué se entiende por hijo natural y qué por hijo adoptivo? ¿Qué dijeron algunos obispos espafioles acer­ ca de la filiación divina de Jesucristo? ¿Qué queremos de­ cir al afirmar que Jesucristo es hijo natural de Dios? ¿Cóvio se prueba por la Tradición que lo sea? ¿Cómo por la Es­ critura? ¿Por qué la gracia santificante, que hace a los hombres hijos adoptivos de Dios, no puede hacer a Jesu­ cristo hijo adoptivo del mismo Dios? ¿Por qué podemos dar a Jesucristo, a su cuerpo y alma, o a su corazón, el culto debido a Dios? ¿En qué sentido podemos venerar a sus imá­ genes? ¿Desde cuándo se ha hecho célebre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y cuál ha sido uno de sus prin­ cipales frutos?

CAPITULO II PERFECCIONES DEL ALMA Y CUERPO DE JESUS Ar. 1.°

Ciencia, santidad e impecabilidad.

Párrafo 1.°

Ciencia de Jesucristo.

TESIS. El alma de Cristo durante su vida mortal tenía la visión beatífica. Doctrina teológicamente cierta. 395 Explicación.— Entendemos por visión beatífi' ca, visión que hace feliz, el conocimiento de Dios, no por discurso o raciocinio, sino inmediato, que los meros viernes de mes seg u id o s, p r o v id e n c ia Que no hubiera tenido si no la hubieran recibido esos días. La misma s o lu ­ ción habrá que dar al c u m p lim ie n t o de otras promesas si­ milares. Véase sobre este punto nuestro Manual de piedad> páginas 349 a 367.

bienaventurados tienen de Dios en el cielo y que los hace completamente dichosos, según diremos al hablar de la gloria en el tratado de Dios Remune­ rador, números 862 y siguientes. 396 Pruebas.— 1.a En esta afirmación están de acuerdo los teólogos, y, por tanto, su consentimiento unánime es prueba de que tal doctrina es verdadera. 2.a No parece admisible que un alma tan intima­ mente ligada a la divinidad, como lo estaba el alma de Cristo, estuviese privada en vida de ver a Dios clara e inmediatamente como le ven los bienaven­ turados, y tuviese que esperar para hacerlo la muer­ te de Jesús. 397 Consecuencias.— 1 .a Luego, no sólo el enten­ dimiento divino, sino también el humano de Jesu­ cristo, conocía todas las cosas. Que las conociese su entendimiento divino, es evi­ dente, porque Dios todo lo sabe; que las conociese su entendimiento humano, se sigue de que veía a Dios claramente, y como en Dios están como en su modelo y como en su causa eficiente todas las cosas, al ver a Dios las veía también a ellas. Los hombres, para ver un objeto, un libro, por ejemplo, necesita­ mos tenerlo presente; Dios, en cambio, puede verlo con la misma y mayor claridad esté o no esté en su presencia, porque la esencia divina se lo repre­ senta más claramente que el objeto mismo; de ahí que viendo la esencia de Dios pueden verse todas las criaturas. .

A p a rte de eso. al entendimiento hum ano de Cris­ to, com o en tend im iento que es de la persona de un Dios, de la persona que es Juez de los hombres y Rey de la creación entera, le competía conocer todo aquello que com o Juez y Rey le pertenece, es de­ cir, to d a s las cosas. Es ésta una doctrina en que están de acuerdo todos los teólogos.

398 2.a Jesucristo en cuanto hombre no ignora­ ba, pues, cosa ninguna. Si dijo, hablando del día t e o l ° g *a

9

del juicio, «de aquel día y hora nadie sabe (cuándo será\ ni los ángeles en el cielo, ni el H ijo, sino sólo el Padre Keb„ 4, 15.

de Cristo tuviera una y otra? ¿Cómo se prueba por la Tra­ dición y la Escritura ciue Cristo no pecóY ¿Cómo se prueba por razón teológica que Cristo no podía pecar? ¿Por qué podia Dios morir y , sin embargo, no podía pecar?

Art. 2.°

Libertad de Jesucristo en cuanto hombre.

TESIS. El alma áe Cristo tenía libertad de elegir entre varias cosas, incluso entre morir y no morir por los hombres. Doctrina claramente contenida en la Escritura Sagrada. 404 Prueba de ia Escritura.— 1 . «Jesús andaoa por Galilea, pues no quería ir por juaea, porque los judíos trataban de matarle». (28). Cuando en ía cruz le dieron a beber vino con hiel, dice el evangelista San Mateo que «habiéndolo gustaao no quiso Deber­ lo» (29). De estos dos testimonios, es manifiesto que Jesús tenía libertad de andar por una parte o por otra, de tomar el vino que le ofrecían o no to­ marlo; hacía, por tanto, muchas cosas porque que­ na hacerlas. 2. Por lo que hace a su muerte, nos dice el mis­ mo Jesús: «Por eso me ama mi Padre, porque en­ trego mi vida para volver a tomarla. No es que al­ guien me la quite, sino que yo la entrego por mi pro­ pia voluntad, y tengo poder para entregarla y para volverla a tomar. Tal es el mandato que recibí de mi Padre» .(30). El Apóstol San Pablo nos dice del mis­ mo Jesucristo que «se humilló a sí mismo, hecho obe­ diente hasta la muerte y muerte de cruz» (31). Aho­ ra bien: el mandato y la obediencia suponen liber­ tad en quien ha de obedecer. 405 Notas.

1.a Concordia entre la libertad y la Cristo tenía libertad, se

impecabilidad de Cristo.—Si ( 28 ) S. Juan, 7, 1. (29) S. Mat., 27, 34. (30) S. Juan, 10, 17. 131> F11- 2- 8-

comprende que pudiera merecer, como de hecho me­ reció, según veremos en el capítulo siguiente; en cambio, surge una no poqueña dificultad contra lo que ya hemos probado de que era impecable. En efecto, quien tiene libertad puede pecar; quien tie­ ne, por ejemplo, libertad de robar o matar a su pa­ dre, puede pecar; lo hará o no lo hará, pero si tie­ ne libertad puedo hacerlo, y si puede hacerlo, aun­ que no lo haga, no es impecable. De la misma ma­ nera, Jesucristo no pecó; pero si tenía libertad de elección podía escoger una cosa pecaminosa, y, por lo mismo, no era impecable. Los teólogos proponen diversas soluciones para conciliar esta impecabilidad de Cristo con su liber­ tad. Una de las más claras y aceptables parece ser la siguiente: Jesucristo era impecable porque Dios, con especial providencia, velaba para que no se vie­ ra en circunstancias en que pudiese pecar, y esta providencia especial la exigía la excelencia de la persona de Cristo, que era Dios. La siguiente com­ paración ayudará a comprenderlo. Supongamos que un niño debe recorrer un camino en el que hay vein­ te objetos, en los cuales podría tropezar y caer. Para que de hecho no sólo no tropiece, sino no pueda tropezar, bastará quitar aquellos estorbos en los que de hecho tropezaría, y encargar a su ayo o niñera que se los quite de delante antes de llegar a ellos. Los demás, en los que por la dirección que el niño lleva no tropezará, pueden impunemente que­ dar donde estaban. Con este medio, el niño no sólo no tropieza de hecho, pero ni puede tropezar. una manera parecida, la providencia divina, ron sus Sracias y favores, apartaba de la voluntad viurnana de Cristo todo aquello que hubiera sido oca­ sión de pecado, y esa providencia le era debida a jesús Por la excelencia de su persona. 406

2.a De algunas propiedades del cuerpo de

pristo.— Jesucristo, como hombre verdadero que era, gntía las Penalidades naturales que sufrimos los

demás, y que, naturalmente, se dan en todo cuerpo vivo: el dolor, el cansancio, el hambre, la sed, etcé­ tera. «Jesús, fatigado del camino, estaba sentado al borde del pozo» (32). «Tengo sed» (33). Padeció do­ lores y muerte, com o aparece en el huerto de Getsemaní y en el Calvario. No tuvo, sin embargo, enfermedades, según el pa­ recer de los teólogos, porque éstas no son connatu­ rales a todo cuerpo, sino que provienen de causas determinadas no comunes a todos. No tuvo tam­ poco lo que llamamos fómite o incentivo del pecado, o, por otro nombre, concupiscencia, según enseñan unánimemente los Santos Padres y los teólogos. r e s u m e n . — ¿Cómo se prueba por la Escritura Que Jesucris­ to tenía libertad de elegir entre varias cosas? ¿Cómo se prueba que podía también elegir entre morir y no morir? ¿Cómo se concilla la libertad de Jesús con su impecabili­ dad? ¿Qué comparación , entre otras , puede aclararlo? ¿Qué Venalidades sentía el cuerpo de Jesús? ¿De cuáles estuvo libre?

CAPITULO III LA OBRA REDENTORA DE JESUCRISTO Art. 1.°

Para qué vino Jesucristo al mundo.

TESIS. Jesucristo vino al mundo para salvar a los hombres. Es de fe. 407 Explicación.—No queremos con esto decir que no tuviera otros fines, por ejemplo, dar gloria a Dios, instruir más perfectamente a los hombres sobre la religión, sino únicamente afirmamos que vino para salvarnos, librándonos del pecado. (32) (33)

S. Juan, 4, 6 . S. Juan, 1 9 , 28 .

408 Prueba de la Tradición.— «Por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo hombre, por gracia del Espíritu Santo, en las entrañas de la Virgen María» (34). 409 Prueba de la Escritura.— «Cristo Jesús vino a este mundo para salvar a los pecadores» (35). «Dios nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (36). «Apareció (en la tierra) para quitar nuestros pecados» (37). «No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores» .(38), nos dice el mismo Jesús. 410 Notas. 1.a Para que fuéramos libres del Pe* cado no era necesario que Jesucristo viniera al mun­ do.—En efecto, Dios, como dueño absoluto que es de tedas las cosas, podía perdonar nuestros pecados sin exigir reparación ninguna por ellos; podía tam­ bién exigir una reparación cualquiera de parte ae cada uno de los hombres, o contentarse con que uno satisficiese por todos. 411 2.a Si Dios quería exigir una s a t i s f a c c i ó n condigna, es doctrina probable que era necesaria la venida al mundo de Jesucristo (o de otra persona divina).—Satisfacer es sufrir voluntariamente una pena para reparar una culpa o un castigo por ella merecido. Si hay compensación entre la ofensa he­ cha y la satisfacción prestada, en otras palabras, si al ofendido le agrada tanto la obra satisfactoria cuanto le desagradó la ofensa, la satisfacción se lla ­ ma condigna; en caso contrario, congrua o conve­ niente. La opinión más corriente entre los teólogos es que, si Dios quería exigir una satisfacción condigna, era (35) (36) (37) (38;

Simb. Nicenoconstant. D. 86 . 1 Tim., 1, 15. 1 S. Juan, 4, 10. 1 S. Juan, 3, 5. S. Luc., 5, 32.

necesaria la venida de Jesucristo o de otra persona divina. Fúndase esta opinión en que por el pecado hacemos a Dios una ofensa en cierto modo infinita, puesto que desobedecem os a una persona de digni­ dad infinita, y una falta es tanto mayor cuanto mayor es la dignidad del ser ofendido. Para que hubiera, pues, una satisfacción infinita, era menes­ ter que la persona que la hiciese fuese también de valor infinito; de lo contrario, siempre la sati¿iacción sena finita. Este raciocinio no lo admiten los teólogos de la escuela escotista o franciscana, pues niegan que el pecado tenga malicia infinita, y, por tanto, tampo­ co será m enester que la satisfacción lo sea. *12 3.a Si no hubiera habido pecado ninguno en el inundo, es probable que no hubiera existido Jesu­ cristo.—Así lo afirman la mayoria de los teólogos, fundados en que cuando la Escritura o la Tradición hablan claram ente de por qué vino Jesucristo al mundo, dicen que fué para salvar a los hombres de sus pecados, com o aparece en los testimonios cita­ dos al probar esta tesis. Los escotistas, sin embargo, sostienen que, aunque en el mundo no hubiese ha­ bido pecado de ninguna clase, Jesucristo, ese ser ad­ mirable, Dios y hombre, el que más gloria^ ha dado a Dios con sus acciones, hubiera venido ai mundo, 0-0 com o Redentor de los hombres, que no necesita­ rían ser redimidos, sino como glorificador de Dios, como la flor más bella de la humanidad. La primera opinión parece más conforme al sen­ tido obvio de los testimonios de la Escritura y la Tradición, y por eso la siguen la mayoría de los teólogos; la segunda, sostenida por los francisca­ nos, no es claramente contraria a ese modo de ha­ blar de la Escritura y de la Tradición, y es de una belleza incomparable. Hacer depender del pecado la existencia misma de Jesucristo y de María Santísi­ ma com o Madre de Dios, con todo lo que esas dos personas significan en la vida de los fieles, será tal

vez más verdadero; sostener que hubieran existido, aun cuando no hubiera tenido lugar el pecado dé Adán, ni otro ninguno, parece incomparablemente más bello. A los textos de la Tradición y la Escritura, en que se añrma que Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, responden los escotistas que en ellos no se niega que Cristo hubiese venido al mundo si no hubiera habido pecado, sino únicamente se afirma que vino a redimirnos de él. A otros textos de los Santos Padres, en que clara y terminantemente di­ cen que Jesucristo no hubiese venido al mundo si no hubiese habido necesidad de redimirnos del pecado, responden que esto es verdad en el sentido de que no hubiera venido como vino, es decir, a sufrir y morir por nosotros, pero que pudo haber venido como glorificador de Dios. Aparte de eso, traen los escotistas, para probar su tesis, algunos textos de la Escritura, menos claros que los de la opinión con­ traria. r e s u m e n .— ¿Qué Queremos decir cuando afirmamos que Jesucristo vino al mundo para salvarnos? ¿Cómo se prueba, por la Tradición que viniera para eso? ¿Cómo por la Escri­ tura? ¿Era necesaria la venida de Jesucristo? ¿Lo era en el caso de que Dios exigiera una satisfacción condigna? ¿Qué ligazón hay entre la venida de Jesucristo al mundo y el pecado, según la opinión más corriente? ¿En qué apoyan esta opinión los teólogos que la siguen? ¿Qué dicen sobre esta cuestión los escotistas? ¿Cuál de las dos opiniones Pa' rece la más verdadera, y cuál la más bella? ¿Qué responden los escotistas a los argumentos de la opinión contraria?

Art. 2.° Jesucristo satisface por nuestros pecados. TESIS. Jesucristo, con su pasión y muerte, satisfizo a Dios por ios pecados de todos los hombres. Es de fe. 413 Explicación.—Como dijimos en el artículo anterior, nota 2.a, núm. 411, satisfacer es sufrir vo­ luntariamente una pena (Que Pueúe ser cualquier

acción buena, ya que toda buena acción cuesta algún trabajo), para reparar una culpa o un castigo por

ella merecido. Hay dos clases de satisfacción: per­ sonal la una, y vicaria la otra. Satisfacción personal es aquella en que sufre la pena el m ism o que hizo la ofensa; satisfacción vi­ caria, aquella en que sufre la pena una persona dis­ tinta del ofensor. Así, por ejemplo, si un soldado hace una ofensa a su general, podrá satisfacer el mismo soldado personalmente (satisfacción perso­ nal), o prestar la satisfacción exigida, entrega de dinero, acto de sumisión, un compañero o un fa­ miliar del ofendido (satisfacción vicaria). Para que pueda haber satisfacción vicaria es me­ nester que el ofendido quiera aceptarla, porque tie­ ne derecho (salva siempre la sujeción a su superior, si lo tuviere), a que sea el ofensor mismo quien pres­ te la satisfacción debida. Cristo satisfizo por nuestros pecados con todas sus buenas obras, y de una manera 'principalísima con su pasión y muerte, y de éstas, sobre todo, ha­ bla la Escritura, al enseñar que Jescristo nos redi­ mió o sufrió por nuestros pecados. 414 Impugnadores.— 1. Los pelagianos, según los cuales el hombre podía alcanzar la vida eterna con solas sus fuerzas naturales, y, por tanto, sin necesi­ dad de redención. 2. Los docetas, que afirmaban que Cristo tenía cuerpo aparente y no real. 3. Algunos protestantes racionalistas. 415 Prueba de la Tradición.— 1. «Jesucristo..., con su pasión santísima en el madero de la cruz, nos mereció la justificación y satisfizo a Dios Padre por nosotros» (39). 2 . «Si alguien dice que (Cristo) se ofreció como

oblación también por sí mismo, y no más bien por solos nosotros..., sea anatem a» .(40). 416 Prueba de la Escritura.— «Esta es mi san­ gre..., que será derram ada... en rem isión de los pe­ cados» (41). «Él es propiciación por nuestros peca­ dos, y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo» (42). «No habéis sido redim idos con oro o plata, que son cosas corruptibles..., sino con la sangre del que es a modo de cordero inmaculado, Crsto» (43). «Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su H ijo» (44). Dar su sangre por los pecados de otro, ser vícti­ ma propiciatoria por nuestros pecados, redimirnos y reconciliarnos con Dios, con su sangre y su muer­ te, equivale a decir que satisfizo por nuestros pe­ cados. 417 Notas. 1.a La aceptación de la satisfacción de Jesucristo por parte de Dios Padre.— Dijimos en la explicación del enunciado de la tesis que la sa­ tisfacción vicaria., cual es la prestada por J esu cristo, debía ser aceptada por el ofendido. Que Dios acep­ tara la satisfacción de Jesucristo, es evidente, puesto que «envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (45). Si, pues, es enviado para eso por su Padre, es claro que su satisfacción es aceptada. Que Jesucristo sufriera voluntariamente (que es condi­ ción de toda satisfacción, ya que de otra manera más bien sería un castigo por los pecados propios o extraños), nos lo dice él mismo: «Por eso me ama mi Padre, porque doy mi vida para volver a tomar­ la. No es que alguien me la quite, sino que yo la doy por mi elección» (46). (40) (41) (42) (43) (44) (45)

(46)

Conc. de Efeso. D. 122. S. Mat., 26, 28. 1 S. Juan, 2. 2. 1 S. Ped., 1, 18 y sigs. Rom.. 5, 10. i s . Juan, 4, 10. S. Juan, 10, 17 y sigs.

418 2® t.o satisfacción de Cristo fué abundante y sobrada.— «N os red im ió, no con oro y plata que son cosas corru p tib les, sino con su sangre preciosa... Inmolado en el ara de 1% cruz, él, Que era inocente, derramó, n o u n a g o tita de sangre, la cual, sin e^ bargo, p or estar u n id a al Verbo, hubiera bastado para redim ir a tod o el género hum ano, sino, com o es sabido, la d erram ó copiosam ente» (47). Cuanto de m ás alta dignidad es la persona que nos hace u n obsequio, ta n to es éste más agradable en igualdad de las dem ás circunstancias. De ahí que, como Jesu cristo era Dios, sus acciones agradaban infinitamente a su Padre, y con cualquiera de ellas, por pequeña que fuese, podía satisfacer suficiente­ mente por los pecados del mundo si Dios quena aceptaría. Resumen.— ¿Q ué es satisfa cción en general y Qué satisfac­ ción personal y vicaria? ¿Por qué la satisfacción vicaria debe ser aceptada por el o fen d id o ? ¿Con qué obras satisfizo Jesucristo por n u estros pecados? Quiénes niegan que Cris-

to satisficiese por nosotros? ¿Cóm o se prueba por

a

ra i

f o n que lo h izo? ¿Cóm o per la Escritura? ¿Como consta en [a misma Escritura que la satisfacción de Cristo fue acep tada por su Padre, y que esta satisfacción se presto v •• •" p ía m e n te ? ¿Cóm o se pru eba que esa satisfacción fu e a acinte y sobrada?

3.0

que Cristo mereció para los hombres.

. TESIS. Jesucristo mereció P*ra l o s hombres cuan­ tos dones sobrenaturales se les con c®^\” ; ’ teológicamente cierto. Puede da« V s°tS io un'vers°í ^ señ a rlo así la Iglesia en su m ag.steno un/vert^i ° rdinario. « 9 Explicación.— Sobrenatural, con respecto al d/bÍo

B u la

Uni^ n itu s Dei Fitius, 25 de ene/o de 1343.

hombre, es todo aquello que supera la naturaleza humana (48). Mérito es la cualidad por la que una buena obra se llama meritoria; y meritoria se dice aquella ac­ ción que se hace en obsequio de una persona, y con la que ésta queda en alguna manera obligada a re­ tribuirla con un premio. Si en vez de premio la obra merece castigo, se llama más bien demeritoria. Diversas clases de mérito: mérito de condigno y mérito de congruo.—Cuando la retribución del pre­ mio se hace por deber de justicia, la obra que lo mereció se dice que es meritoria de condigno; en caso contrario, de congruo o de conveniencia. Un vendimiador merece con su trabajo el jornal es­ tipulado; es un mérito de condigno. Otro vendimia­ dor no contratado, que ayuda al anterior trabajan­ do juntamente con él un tiempo no despreciable, merece de congruo que el propietario de la viña le dé alguna retribución. 420 Prueba de la Tradición.— A) Cristo, con su pasión santísima en el árbol de la cruz, nos me­ reció la justificación» (49). B) «El principio u origen .(exordium ) de la jus­ tificación en los adultos (50) se deriva de Jesu­ cristo» (51). C) «Jesucristo, a la manera como lo hace la ca­ beza en los miembros y la vid en los sarmientos, ejer­ ce continuamente su influjo en los mismos justifi­ cados, influjo que siempre acompaña sus buenas obras, y las antecede y las sigue, y sin el cual de (48) Véase una explicación más detallada de este concep­ to en el Tratado de Dios Enaltecedor, cap. I, art. 4.°, n. 350 y sigs. (49) Conc. de Trento, ses. 6 , cap. 7. D. 799. ( 50) Lo mismo tiene lugar con respecto a los niños: pero el Concilio aquí trata de la lustiflcacion de los adultos. (51) Conc. de Trento, ses. 0, cap. o. u.

ningún modo podrían ser gratas a Dios y merito­ rias» (52). Luego si a Jesucristo se ha de atribuir, como a su causa, la gracia de la justificación, las gracias que la preparan y las que las siguen, dedúcese que todas las gracias que recibimos las recibimos por Jos méritos de Cristo.

421 Prueba de la Escritura.—A) La gracia san­ tificante o gracia de la justificación.—Los hombres son «justificados gratuitamente por la gracia de Dios, por la redención que llevó a cabo Cristo Jesús» (53). B) Las gracias que preparan la justificación.— «Dios nos llam ó .(a la fe) con su santo llamamien­ to... por su beneplácito y por la gracia que nos fué dada en Cristo Jesús» .(54). C) Toda clase de gracias.— «Dios nos bendijo con toda clase de bendición espiritual .(no terrena, sino celestial) por Cristo» (55); es decir, Jesucristo es la causa de que se nos den toda clase de dones sobre­ naturales, que de alguna manera nos llevan a la vida eterna. «Yo soy la vid», nos dice el mismo Je­ sús; «vosotros, los sarmientos... Sin mí nada podéis hacer» (56); es decir, que sin Jesucristo, sin su in­ flujo y gracia, nada podemos hacer en orden, no a la vida natural, sino a la sobrenatural. 422 Nota. Este mérito de Jesucristo es de con­ digno.— Su Padre lo envió al mundo para redimir a los hombres con su pasión y muerte, según hemos visto en las tres tesis últimas, lo que equivalente­ mente es una promesa de que, de hecho, el mundo quedaría redimido si Jesucristo moría por ellos. Por (52) (53) (54) (55) (56)

Cap. 16. D. 809. R om ., 3, 24. 2 T im ., 1, 9. Ef., 1, 3. S. Juan, 15, 5.

otra parte, sus actos, como actos divinos, son de va­ lor infinito, y. por lo mismo, meritorios de condigno, ya que no sólo guardan ia debida proporción con el premio a ellos prometido, sino que la exceden. 423 Conclusión. — A Jesucristo, pues, debemos cuanto podemos hacer en orden a conseguir, rete­ ner o aumentar la vida de la gracia, y, consiguien­ temente, la gloria de los bienaventurados. Él nos devuelve esa vida que perdimos por el pecado de Adán; él nos redime de ese estado de pecado, como se redime a un esclavo de su estado de esclavitud, pagando por ello el precio de su sangre preciosa. Tal es la obra de Jesús para con los hombres: sa­ tisfacer con toda su vida, v sobre todo con su sanít ?. por sus pecados; redimirlos, merecerles toda ciase de gracias para la viaa eterna, salvarlos. De ahí que sea ilamado el Redentor y Salvador de los hombres. r e s u m e n .— ¿a qué se llama obra meritoria? ¿Cuándo une. obra se dice meritoria de condigno y cuándo de congruo¿Cómo se ■prueba por la Tradición que Jesucristo nos mere­ ció la gracia de la justificación, las gracias que la preparan y las que hacen que las obras de los justos sean m eritoria s? ¿Cómo se prueba por la Escritura que nos mereciera toda clase de gracias? ¿Cómo se prueba que ese mérito juera de condigno? ¿Por qué Jesucristo es nuestro Salvador y Re~ dentor?

CAPITULO IV . DE MARIA, MADRE DE JESUCRISTO 424 Prenotando.—Por la íntima conexión que hay entre Jesucristo y su Madre, después de estudiar en los tres capítulos precedentes la persona de Jesu­ cristo, trataremos en el presente de la persona de María, estudiando los privilegios con que Dios enal­ teció a la que había escogido para Madre del Re­ dentor.

M a r ía ,

Art. 1.°

m apke

de

Jesucristo

273

La Maternidad divina.

TESIS. M aría es M adre de Dios. Es de fe. 425 Im pugnadores.— Como María es Madre de Je­ sucristo, en éste hay, según ya vimos, dos na­ turalezas, la divina del Verbo y la humana forma­ da por el cuerpo y alma humanas, Nestorio y sus discípulos, d ecían : M aría no es Madre de Dios, sino del hombre. Dios existía antes que María, luego ésta no puede ser Madre de Dios. 426 Advertencia.— En algún sentido podría a al­ guno parecer que ésta es una cuestión más de pa­ labras que de realidades. Los herejes y los católicos estaban de acuerdo en que Dios existía antes que María, en que de María se tomó la carne de que oe formó el cuerpo de Jesús, y en que en el seno de María se form ó y de su seno salió Jesucristo a los nueve m eses; diferían, sin embargo, en si en Jesu­ cristo había una o dos personas, cuestión íntima­ mente unida con la presente. Esto supuesto, se pregunta: ¿Se debe afirmar que María es Madre de Dios? Y a esta pregunta res­ ponden afirmativamente la Escritura y la Tradición. 427 Prueba de la Tradición.—1. «Si alguien no confiesa... que la Santa Virgen es engendradora de Dios, ya que, según la carne, dió a luz al Verbo de Dios hech o hombre, sea anatema» .(57). 2. «Si alguien dice que la Santa, gloriosa, siem­ pre Virgen María es impropia y no verdaderamente engendradora de Dios..., sea anatema» 428 Prueba de la Escritura.—-María, según la Es­ critura, dió a luz a Jesucristo, a quien se llama hijo suyo prim ogén ito; pero como Jesucristo es Dios, sí(5 7 ) (5 8 )

C onc. d e Efeso, a n a t e m a t is m o 1. C onc. 2.° d e Const. D . 2 1 8 .

guese que María, según el modo de hablar de la Escritura, es Madre de Dios. «Subió José a empadronarse a Belén con María su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que estan­ do alli le llegó el tiempo del parto y dió a luz a su hijo primogénito» (59). 429 Consecuencia.—Luego, según la Escritura y la Tradición, se ha de llamar a María Madre de Dios porque lo es; es decir, porque de ella nació Je­ sucristo, que es Dios. Este es el gran privilegio de María; los demás, o son preparatorios para esta gran dignidad, como su Concepción Inmaculada, o son a modo de consecuencias suyas, como su rico tesoro de gracias y de méritos para la vida eterna, y su Asunción gloriosa a los cielos en cuerpo y alma. 430 Nota. María, Madre de los hombres.—Los cristianos llamamos a María Madre nuestra y Ma­ dre de todos los hombres: 1.° Porque así la llama la Iglesia en la Salve: «Dios te salve, reina y Madre de misericordia»; en el himno Ave Maris Stella, «muestra que eres Ma­ dre»; en la secuencia Stabat Mater, «ea Madre, fuente de amor». 2 .° Porque, como Madre cariñosa, ha dispensado innumerables beneficios a los hombres a lo largo de la Historia, de donde resulta que sus imágenes y sus santuarios son extraordinariamente venerados y concurridos. 3.° Porque Jesús le dió por hijo a S. Juan con aquellas palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo» (60), y en S. Juan, «según sintió siempre la Iglesia, desig­ nó Jesucristo a la persona del linaje humano, so­ bre todo a aquellos que habían de creer en él» (61)(59) S. Luc., 2, 4 y sigs. (60) S. Juan, 19, 26. (61) León x m . Ene. Adiutricem populi, 5 de septiembre de 1895.

r e s u m e n . — ¿Por qué tratamos aquí de la Virgen María? ¿Quién negó qu e María fuese Madre de Dios, y por qué ra­ zón? ¿Cómo se prueba que lo sea por la Tradición y por la Escritura? ¿Q ué relación hay entre este privilegio y los de­ más concedidos a María? ¿Qué motivos tenemos para lla­ marla Madre nuestra y Madre de todos los hombres?

Art. 2.0

La Inmaculada Concepción.

TESIS. María es inmaculada en su concepción; es decir, no contrajo el pecado original. Es de fe. 431 Impugnadores.—Lo fueron, en otro tiempo, grandes santos y grandes teólogos (S. Anselmo, San Buenaventura, Santo Tomás), no por disminuir en nada las glorias de María, sino por creer que siendo Jesucristo Redentor de todos los hombres, también lo era de su Madre, y en esto tenían razón. Se equi­ vocaban, sin embargo, al suponer que para que Ma­ fia fuese redimida era menester que estuviese si­ quiera un instante en pecado. Jesucristo la redimió, no porque la sacara del pecado, sino porque no la dejó caer en él, como a los demás hombres. 422. Prueba de la Tradición.—«Definimos que... la doctrina que dice que la bienaventurada Virgen Ma­ ría, en el primer instante de su concepción..., fué Preservada inmune de toda mancha de culpa origi­ nal, está revelada por Dios, y se ha de creer por todos los fieles firme y constantemente» (62).

433 Prueba de la Escritura.—En el Génesis 3, 15, dice Dios a la serpiente: «PonÜré enemistades entre ti y la mujer y entre tu descendencia y la suya. Ella (la descendencia de la mujer) quebrantará tu cabeza.» Aquí promete Dios que habrá enemistades entre (62)

D. 1.641.

Bula,

JneffabilUs Deus,

8 de diciembre de 1854.

la mujer y la serpiente, y victoria perfecta por rntú.-. cíe la descendencia de la mujer. Ahora bien: no parece que la victoria seria perfecta si la mujer ú
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