Manual de Psicotrading

August 10, 2017 | Author: Feliciano Morales | Category: Fear, Emotions, Self-Improvement, Decision Making, Mind
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http://www.lavueltaalgrafico.com/ El Trading y las emociones (Introducción) Cuando Khaneman, del que ya hemos hablado en otras ocasiones, decide acercarse al mundo de la economía (no lo olvidemos, este premio nobel de economía es psicólogo) descubre que todas las teorías clásicas tienen lo que para él es un terrible error de base: Consideran como premisa que el ser humano es racional. Ésto, por supuesto, contradice todo lo que él había aprendido hasta el momento sobre el ser humano y por ello toma la misión de tratar de demostrar que los hombres tomamos decisiones equivocadas en situaciones sujetas al azar (como por ejemplo, cuando invertimos). Es el nacimiento del Behavioral Finance. Desde entonces, y ya hablando directamente del mundo de los mercados, dos aproximaciones psicológicas tratan, por un lado, de explicar algunos fenómenos y, por otro, de prepararnos correctamente para el complicado y tantas veces frustrante (aunque apasionante) mundo del trading. Como vengo diciendo, durante los próximos post vamos a acercarnos a la Psicología del Mercado desde este último punto de vista, que al final será al que más partido le podamos sacar. Este post debe servir como introducción. Nuestro cerebro está diseñado para proporcionarnos siempre una sensación de orden y de control. No podemos abarcar todas las cosas (amigos, familia, dinero...) ni todos los riesgos (tropezarnos, que nos caiga un tiesto en la cabeza, un terremoto...), por ello nuestra mente trata de centrarnos en determinadas actividades, haciendo que olvidemos otras, que permanecen en el subconsciente. Es más, nuestra mente es incluso capaz de engañarnos y falsear datos, para que nuestras historias cerebrales (la memoria) tengan coherencia. Es por ello que cada uno recuerda el pasado de forma subjetiva (excelentemente expresado por Tarantino en la película de Pulp Fiction, que en una misma escena que se recuerda desde dos puntos de vista cambia detalles, como un poco los diálogos y algo el escenario). Nuestra mente se vuelve especialmente peligrosa cuando tomamos decisiones en entornos de incertidumbre. Claro ejemplo de ésto es lo que se conoce como la "falacia del jugador": cuando en la ruleta ha salido 5 veces seguidas el rojo, pensamos que la probabilidad de que salga negro en la siguiente tirada sea mayor a que vuelva a ser rojo. Ésto es un error, puesto que en una tirada (en sucesos independientes, como es el caso) la probabilidad de que sea rojo o negro ¡¡es la misma!! Osea, del 50%. Otra cosa es que queramos calcular a priori la probabilidad de que salgan 6 veces seguidas el rojo, pero una vez ha salido el resultado, el pasado se resetea (puesto que los sucesos son independientes). De ahí la ineficacia de la martingala (y lo podemos trasladar al trading: de ahí la desventaja de promediar una posición perdedora). Otro ejemplo de que no podemos fiarnos de nuestra mente en este tipo de situaciones lo encontramos en algunos experimentos de Kahneman y Tversky, que aunque hemos hablado de ello en otros post, conviene recordar. Básicamente, estos dos psicólogos, en uno de sus experimentos daban a elegir las siguientes opciones:

Usted prefiere: ganar con un 100% de seguridad 2.400€ o arriesgarse y ganar con un 25% de probabilidad 10.000€ ó 0€ con un 75% de probabilidad. En esta opción normalmente la gente escoge llevarse el dinero a la saca, aunque en realidad, la esperanza matemática de arriesgarse es superior a la de no arriesgarse: opción A: E=2400(100%)=2.400 opción B: E=10.000(25%)+0(75%)=2.500 Pero aún es más interesante cuando hablamos de una pérdida: Usted prefiere: perder con un 100% de seguridad 2.400€ o arriesgarse y perder con un 25% de probabilidad 10.000€ ò 0€ con un 75% de probabilidad. Normalmente la gente suele escoger... ¡arriesgarse! Cuando de acuerdo con la esperanza matemática la pérdida sería mayor: opción A: E=2.400(100%)=2.400 opción B: E=10.000(25%)+0(75%)=2.500!! En fin, que no somos buenos calculando probabilidades. Por otro lado, también Kahneman y Tversky hacen otro interesante descubrimiento que demuestra que somos poco racionales y que nuestro cerebro rellena huecos haciéndonos crear ideas preconcebidas acerca de las cosas y de la gente. En resumen y con mis propias palabras, su experimento consistía en la siguiente pregunta: María es una persona comprometida con el socialismo. Acude a concentraciones, participa en todas las huelgas y ha sido detenida varias ocasiones en relación a manifestaciones contra la globalización Elija: 1. María es una cajera de un banco. 2. María es una cajera de un banco y pertenece a un sindicato. Normalmente la gente elegía la opción dos cuando es mucho menos probable. Con los datos que sabemos, es decir, casi nada, la opción 1 A: María es cajera es más probable que la opción 2: A María es cajera Y B sindicalista. (La probabilidad de A es mayor que la probabilidad de A+B, lógicamente). En este caso interviene también un problema de exceso de datos, muy común en bolsa. por ejemplo para resolver el siguiente problema:

Un avión blanco y azul, marca Boeing modelo 747 sobrevuela el mediterráneo, las coordenadas exactas son 35° 50′ N 14°35′ E. 134 es el número de pasajeros que lleva el avión, cada uno con un bulto y una maleta de no más de 30kg. Un 38% de los pasajeros son hombres, el resto mujeres y viajan 12 niños menores de 10 años. ¿De qué color son los ojos del piloto? No necesitamos ninguno de los datos que vemos. Pero que todo ésto no os asuste. No nacimos para ser matemáticos, nacimos para sobrevivir en un mundo cargado de incertidumbre y si la naturaleza ha escogido dar mayor valor a la parte emocional que a la racional, debe ser porque es más eficaz para la supervivencia. Sólo tenemos que aprender a vivir con ella, a pararle los pies a las emociones cuando sea necesario y a dejarnos llevar por ellas en nuestro beneficio. PSICOLOGÍA Y EMOCIONES EN EL TRADING (I) por Tomás V. García-Purriños García - Analista Macro de CortalConsors La inversión en los mercados financieros es una actividad psicológicamente frustrante. Podemos tener toda la lógica de nuestra parte y que, sin embargo, el mercado realice el movimiento que quiera (y lo peor, cuando quiera). Debemos acostumbrarnos a generar una alta tolerancia al fracaso frente a las pérdidas y a no construirnos castillos en el aire cuando estamos en una posición ganadora.

En general, cuanto más frecuente sea nuestra operativa, más nos enfrentaremos contra nuestra propia psicología. Para los que hacen trading intradía (muchas operaciones rápidas para al final del día no mantener ninguna operación abierta) o swing trading (operaciones en un plazo corto, generalmente de un día a un par de semanas), se hace absolutamente imprescindible seguir las famosas tres “emes” de Alexander Elder: “Money, Mind, Method”. “Money” significa que debemos cuidar nuestra herramienta de trabajo: el dinero. Igual que un herrero debe cuidar su yunque y su martillo porque si no no podría trabajar, el trader debe cuidar el dinero a través de técnicas de “money management” (gestión monetaria), que le indicarán de acuerdo a su capital inicial qué capital podrá arriesgar en cada operación. “Method” se refiere al método elegido para analizar el mercado. Generalmente el trader escoge el análisis técnico, no obstante existen muchos otros métodos para tratar de predecir el nivel de riesgo del mercado (que no predecir el futuro, esto es sencillamente imposible). Por último, “Mind” quiere decir que debemos mantener una psicología adecuada que nos proporcione autocontrol suficiente para seguir a rajatabla el sistema que hayamos elegido para actuar con nuestro “money” y “method”. Así pues, debemos adecuar a nuestra operativa nuestro comportamiento emocional.

El ser humano interacciona con el medio que le rodea de forma básicamente emocional. Alguien puede caernos bien o mal sólo por cómo viste. Amamos un país entero, o lo odiamos, como si todos los miembros de ese país fueran una sola persona. Podemos sentir algo más profundo por un objeto, como un coche o un libro, que por otra persona... En todo momento estamos experimentando alguna emoción, quizá no la notemos o no sepamos definirla exactamente, pero el hecho es que nuestro día a día (nuestra supervivencia) está en mayor o menor grado influido por nuestras decisiones, tanto automáticas como “racionales”. Y como viene demostrando la investigación neurobiológica actual (por ejemplo Damasio, Le Doux o P. Ekman) en el proceso de decidir, las emociones son un requisito indispensable. Como ya adelantó Pascal: “el corazón tiene razones que la razón desconoce”. A nivel filosófico, sin emociones seríamos incapaces de tomar decisiones de forma eficaz, pues la razón se pasaría siglos analizando riesgos, pros y contras. Resolvamos la siguiente duda: nos ofrecen un juego donde hay un 99% de posibilidades de lograr 1.000 Mill. EUR, pero existe un 1% de probabilidades de morir. ¿Qué decidimos? ¿Tomaremos la decisión de forma racional?

Toda decisión debe estar influida por una emoción, puesto que aunque la probabilidad esté de nuestra parte, muchas veces lo que podríamos perder hace que no nos compense arriesgarnos. Por ello, no se trata tanto de eliminar nuestras emociones para actuar como robots fríos y calculadores, como de aprender a distinguir en qué estado emocional nos encontramos para conocer los errores que cometemos habitualmente y así poder poner todos los sentimientos de nuestra parte.

Desde hace muchos años distintas ciencias se han preocupado de las emociones. Medicina, Psicología, Filosofía y algunas ciencias sociales se han encargado, cada uno desde su campo, de tratar de explicar por qué el comportamiento humano es emocional. Pero es especialmente durante los dos últimos siglos cuando ha cambiando la forma de entender las emociones en el pensamiento social y han pasado de ser algo malo, que debía ser evitado y reprimido por la fuerza de la razón a ser algo bueno, hasta el punto de dar nacimiento a nuevos conceptos como el de “inteligencia emocional” (frente al conocido cociente intelectual que mediría la “racional”).

Si las emociones existen, es porque como ya apuntó Darwin, son útiles para la supervivencia. En palabras de A. Sloman, la necesidad de enfrentarnos a un mundo cambiante y parcialmente impredecible exige métodos que distraigan nuestra atención. Las emociones influyen en nuestro estado de atención, pero no para distraernos, sino para hacer más caso a aquello que nuestro organismo considera más importante para la supervivencia. Decía Wukmir que las emociones son como un mecanismo que nos informa de si lo que experimentamos es negativo o positivo para así marcar pautas en nuestro cerebro para favorecer nuestra supervivencia. Con lo que no contaba este psicólogo es con que, como todo mecanismo perceptivo, las emociones nos pueden equivocar. Por ejemplo, “siempre que me voy de vacaciones de verano al norte llueve”.

Incluso en el norte en verano hay más días de sol que de lluvia, sin embargo nuestra mente selecciona los recuerdos de acuerdo a las emociones, lo que crea la falsa sensación de que siempre tenemos esa mala suerte.

Las emociones ayudan al cerebro a elegir qué recordar porque nuestra mente no está preparada para recordar el 100% de las cosas por lo que nuestra memoria debe seleccionar qué recordar y qué no recordar, de acuerdo a lo que ella piensa que es más necesario para nuestra supervivencia. Las emociones son muy importantes en este tipo de procesos. Trasladado al mundo del trading, muchas veces los recuerdos sobre la operativa anterior pueden jugarnos malas pasadas, si nos hacen afrontar el mercado con exceso o con falta de confianza. Con exceso de confianza, cuando por ejemplo recordamos una operación ganadora. Con defecto cuando las que recordamos son las perdedoras. Los analistas que salen en medios de comunicación pueden jugar con esto (no tiene porque ser conscientemente) porque es raro que nadie vaya apuntando exactamente todo lo que dicen. Sin embargo, cuando una analista dice “como ya dije la semana pasada, tal título ha subido...” si el oyente escuchó al comentarista la semana anterior, lo recordará y le dará más valor que a los otros 25 valores que también fueron recomendados pero que finalmente bajaron, pero que el analista, lógicamente, para no tirar piedras contra su tejado no dirá que los falló. Ocurre también con analistas, o con nosotros mismos, cuando defendemos con pasión un lado del mercado. Imaginemos que tenemos una opinión de que el mercado va a subir con fuerza y lo defendemos a capa y espada, recomendando a todos nuestros conocidos que compren. El mercado sin embargo no para de caer, pero no queremos verlo y nos empeñamos “mejor ahora, que está más barato...”. Cuando el mercado ha pasado de 12.000 puntos a 7.000, seguimos defendiendo el rebote. Entonces empieza a subir hasta los 10.800 puntos. Nosotros diremos, ¿lo ves como había que comprar? Y nuestros amigos (o miles de oyentes) recordarán nuestra afirmación y no los precios que dijimos y nos tratarán como a un gurú. Cuando en realidad nos habremos arruinado, pues lo que importa en el mercado no suele ser a dónde, sino cuándo y cuánto.

El término emoción proviene del latín emotio, -onis y significa literalmente “el impulso que induce a la acción”. Las emociones son fenómenos muy complejos y probablemente podríamos encontrar una palabra diferente para expresar cada una de ellas que cada persona entendiera de manera diferente (por ejemplo, la mayoría de los españoles entendemos la “angustia” como un estado de ansiedad cercano al miedo o la desesperación, pero para algunos habitantes de la región de Murcia tendrá un significado mucho más suavizado ya que utilizan el término “angus” para referirse a una especie de mareo que provoca un nudo en el estómago y que puede llegar a la naúsea).

Las emociones son un fenómeno físico, en el sentido de que siempre van acompañadas de reacciones somáticas: cambios en la respiración, secreciones glandulares, cambios en la circulación, expresiones faciales, voz, actividad del sistema nervioso... Una vez generada la emoción, nuestro cuerpo se prepara para la acción de la forma más efectiva posible y no siempre nos damos cuenta de ello.

Por otro lado, las emociones son fenómenos psicológicos, porque cambian la jerarquía normal de respuestas de las personas. Estas respuestas tienen una vertiente social muy importante. Así, desde un punto de vista conductual y como señala acertadamente Levenson, las emociones establecerán nuestra posición respecto al medio que nos rodea, haciéndonos más afines a personas, animales, objetos... y menos a otros.

Un hecho curioso es que siempre que tomamos una decisión, nuestra primera reacción es de abatimiento por haber desechado otras opciones. Sin embargo, nuestra mente rápidamente exagera las cualidades de la decisión que hemos tomado y menosprecia las demás opciones. Nos ayuda a auto convencernos ver que otras personas también toman nuestra misma decisión. Extrapolado a la Bolsa creo que no es necesario un ejemplo... todos nos sentiremos identificados con esto. Es lo que se llama en psicología “el remordimiento del comprador”.

Nuestra mente se vuelve especialmente peligrosa cuando tomamos decisiones en entornos de incertidumbre. Claro ejemplo de esto es lo que se conoce como la "falacia del jugador": cuando en la ruleta ha salido 5 veces seguidas el rojo, pensamos que la probabilidad de que salga negro en la siguiente tirada sea mayor a que vuelva a ser rojo. Esto es un error, puesto que en una tirada (en sucesos independientes, como es el caso) la probabilidad de que sea rojo o negro ¡¡es la misma!! o sea, del 50%. Otra cosa es que queramos calcular a priori la probabilidad de que salgan 6 veces seguidas el rojo, pero una vez ha salido el resultado, el pasado se resetea (puesto que los sucesos son independientes). De ahí la ineficacia de la martingala (y lo podemos trasladar al trading: de ahí la desventaja de promediar una posición perdedora).

Otro ejemplo de que no podemos fiarnos de nuestra mente en este tipo de situaciones lo encontramos en Kahneman y Tversky (pioneros de la “behavioral finance”). Estos dos psicólogos, en uno de sus experimentos daban a elegir las siguientes opciones:

Usted prefiere: A.- Ganar 2.400 EUR con un 100% de seguridad B.- Ganar 10.000 EUR con un 25% de probabilidad o 0 EUR con un 75% de probabilidad.

En este juego la mayoría de la gente escoge llevarse el dinero a la saca (opción A), aunque en realidad, la esperanza matemática de arriesgarse (opción B) es superior a la de no arriesgarse:

A.- Esperanza matemática = 2.400 EUR x 100%= 2.400 EUR B.- Esperanza matemática = 10.000 EUR x 25% + 0 EUR x 75% = 2.500 EUR

Pero aún es más interesante cuando hablamos de una pérdida:

Usted prefiere: A.- Perder 2.400 EUR con un 100% de seguridad B.- Perder 10.000 EUR con un 25% de probabilidad o 0 EUR con un 75% de probabilidad.

En este juego la gente suele escoger... ¡arriesgarse! (opción B), cuando de acuerdo con la esperanza matemática, es decir, desde un punto de vista racional, la pérdida sería mayor:

A.- Esperanza matemática = -2.400 EUR x 100%= -2.400 EUR B.- Esperanza matemática = -10.000 EUR x 25% + 0 EUR x 75% = -2.500 EUR

En fin, que no somos buenos calculando probabilidades.

Otro interesante descubrimiento de Kahneman y Tversky demuestra que somos poco racionales y que nuestro cerebro rellena huecos asignando ideas preconcebidas acerca de las cosas y de la gente. Su experimento consistía en una pregunta del tipo:

María es una persona comprometida con el ecologismo. Acude a conferencias, utiliza papel reciclado, tiene 3 gatos y ha acudido a concentraciones para salvar a las focas del Ártico.

Elija: 1. María es una cajera de un banco. 2. María es una cajera de un banco y está afiliada a una ONG.

Normalmente la gente elegía la opción 2 cuando es mucho menos probable que la opción 1. Con la información que tenemos, es decir, casi nada, la opción 1 engloba a la opción 2. En este caso interviene también un problema de exceso de datos, muy común en Bolsa. Por ejemplo para resolver el siguiente problema:

Un avión blanco y azul, marca Boeing modelo 747 sobrevuela el mediterráneo, las coordenadas exactas son 35° 50′ N 14°35′ E. El número de pasajeros que lleva el avión es 134, cada uno de ellos con un bulto y una maleta de no más de 30kg. Un 38% de los pasajeros son hombres, el resto mujeres y viajan 12 niños menores de 10 años. ¿De qué color son los ojos del piloto?

Para responder a la pregunta no necesitamos ninguno de los datos que nos dan (muchos datos, pero poca información relevante para responder a la pregunta que nos ocupa).

Pero que todo esto no nos asuste. No nacimos para ser matemáticos, nacimos para sobrevivir en un mundo cargado de incertidumbre y si la naturaleza ha escogido dar mayor valor a la parte emocional que a la racional, debe ser porque es más eficaz para la supervivencia. Sólo tenemos que aprender a vivir con ella, a pararle los pies a las emociones cuando sea necesario y a dejarnos llevar por ellas en nuestro beneficio.            

           

Psicología y Emociones en el Trading II. Revista Al Alza Una vez aceptamos que las emociones juegan un papel fundamental en nuestra operativa en los mercados financieros, llegando incluso a ser el elemento más importante a tener en cuenta especialmente si nos dedicamos a hacer trading, es interesante poder identificar cuáles serán las que más afecten a nuestra operativa. En este sentido, sin duda, las dos emociones principales (que no las únicas) son el miedo y el deseo de riqueza (la codicia). La codicia Como ocurre con todas las emociones, podemos entender la codicia desde una perspectiva positiva y otra negativa. La negativa es quizá la más extendida: la codicia se ve como un deseo insaciable de riquezas. Desde este punto de vista, la codicia ha sido castigada por la sociedad. Así ocurre en los cuentos populares, como por ejemplo en el cuento de la lechera o en el de la gallina de los huevos de oro. También en las religiones, tanto las occidentales, como por ejemplo el cristianismo, que la considera un pecado capital, como en las orientales. El budismo, por ejemplo, entiende la codicia como un error en la búsqueda de la felicidad. Sin embargo la codicia puede ser algo positivo. Como describía cínicamente Gordon Gekko en la genial película Wall Street: "La codicia es buena. La codicia funciona. La codicia expresa, absorbe y capta la esencia y el espíritu de la evolución. La codicia, en todas sus formas -codicia por la vida, el dinero, el amor, el conocimiento… - ha constituido el auténtico avance del género humano”. En este sentido, la codicia se entiende como ambición. En cualquier caso, buena o mala, la codicia es un deseo muy humano. Entendiéndola en su sentido más amplio, el hombre es codicioso por naturaleza. En los mercados financieros, la codicia es esa voz interior que, cuando vas a poner la orden de compra de 100 acciones te dice “es una ganancia segura, compra 1000”. La que te hace arriesgar más capital del que debes. El error es que operamos pensando en las ganancias, cuando lo inteligente es operar siempre pensando cuánto podemos perder. Frente a lo anterior, la codicia es también esa voz interior que te dice, “aprende más”, “lee”, “sigue practicando”, “sé mejor”. Una de esas dos voces necesita ser silenciada. Y solo existe una forma de hacerlo: nuestra operativa de trading debe estar planeada de antemano. Antes de realizar la

compra o la venta del activo debemos saber cuánto y cuándo. Aunque suene extraño, cuando hablamos de trading, esto es muchísimo más importante que el qué. Para ello debemos tener un sistema. Tener un sistema no significa automatizar nuestro trading, sino darle un sentido. Se puede, no obstante, automatizar nuestro sistema, eliminando así la parte emocional negativa. El problema es que también eliminaremos la positiva. Ser inversores de largo plazo no debe ser excusa para no tener sistema. En el sentido amplio, los estilos de inversión (como el value o el growth, por ejemplo) son sistemas. La base del sistema consiste en escoger y testear un método que nos indique qué y cuándo elegir un activo concreto (es decir, un método de análisis) y cuánto arriesgar (es decir, un método de gestión del dinero). El cuánto significa escoger una estrategia de gestión del dinero que nos indique cuál será el capital máximo que podemos arriesgar en cada operación, de acuerdo a nuestro capital total. Gracias a esta estrategia, una vez calculada cuál puede ser nuestra pérdida, el sistema nos señalará el dinero que pondremos en juego en el mercado. Este tipo de estrategia de money management se conoce técnicamente como position sizing. Por otro lado, debemos saber exactamente antes de la operación que vamos a realizar en qué precio entraremos y cuál será el precio al que salgamos. Es decir, conocemos de antemano el precio de compra y tenemos claros nuestros stop, tanto para las ganancias como para las pérdidas. Una vez aclarado esto, estaremos listos para entrar en los mercados. En el trading, el futuro es impredecible, por lo que ninguna estrategia de análisis (es decir, el qué), por fiable que sea, nos ayudará a batir consistentemente al mercado. Evidentemente, es útil. Cuanto mejor sea nuestro análisis, menor riesgo de pérdidas correremos. Pero tan solo una gestión adecuada de nuestro capital (que es al fin y al cabo nuestra herramienta de trabajo) nos ayudará a sobrevivir en plazos largos. No obstante, si nuestro objetivo no es hacer trading sino que somos inversores de largo plazo, la pregunta del qué cobra todo su sentido y se hace tan importante como las otras dos. La otra voz, la que nos pide ser mejores, la codicia de aprender, debe ser amplificada. Debe gritarnos. Para ello, una técnica eficaz es hacer examen de conciencia antes y después de cada operación. Es útil apuntar antes de hacer una operación por qué vamos a hacerla. Una vez cerrada, sea un éxito o un fracaso, podemos reflexionar sobre por qué la hicimos y cuáles han sido nuestros puntos fuertes y débiles durante el desarrollo de la misma. Y a partir de ahí, trabajar las debilidades y potenciar las fortalezas. Algo que debemos recordar siempre es que no debemos insultarnos o sentirnos inferiores por nuestros errores. Las decisiones que tomamos, sean correctas o no, son importantes por el mero hecho de ser nuestras. La lucha, la constancia y el trabajo nos ayudarán a ir depurando el proceso de toma de decisiones. Recuerda que el trading es en sí mismo una actividad muy frustrante. Celebra tus éxitos con moderación (pero celébralos) y aprende de tus fracasos.

Otro error asociado con la codicia lo encontramos en los llamados “buscadores de techos y suelos”. Es completamente imposible adivinar cuándo un mercado se dará la vuelta. Son tantísimos los factores que pueden influir en el precio que no existe ninguna técnica para tener todos en cuenta. Así, el análisis nos puede ofrecer resultados aproximados y sujetos a mayor o menor incertidumbre, pero nunca resultados exactos. Recuérdalo: no existe nadie que compre en los mínimos y venda en los máximos. Si alguna vez ocurre esto es pura casualidad. Si alguien le cuenta que es capaz de hacerlo, le está mintiendo. Así que, como decía mi abuelo, “el último duro, para otro”. Nuestro sistema nos debe indicar antes de hacer una operación cuál será nuestro precio de salida. Si luego el mercado sigue ganando puntos en la dirección que habíamos previsto, no es importante, porque nosotros ya hemos tenido una operación exitosa y sólo debemos pensar en la siguiente. El miedo. El miedo, de acuerdo a la definición de la RAE es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Es una emoción, normalmente incómoda, concebida para ayudarnos a sobrevivir en un entorno de incertidumbre. El miedo fija nuestra atención en el riesgo que nuestra mente considera más importante frente al resto de riesgos. El miedo es una emoción primaria. Biológicamente, se desarrolla principalmente en el cerebro, más concretamente en el sistema límbico y siendo aún más concretos en la amígdala. A pesar de que conocemos relativamente bien cómo funciona el mecanismo del miedo, es muy complicado actualmente pensar en una medicación contra él. Se han desarrollado algunas, pero por el momento no tienen aplicación real, puesto que el miedo, como emoción primaria, se desarrolla de forma parecida a otras emociones primarias, como por ejemplo el afecto. Un sociópata es una persona que no puede sentir afecto. Pero tampoco miedo. Ambas emociones están de alguna manera conectadas y relacionadas con una lesión en la amígdala. No es algo que debiera sorprendernos. La cultura popular nos deja un ejemplo en el cuento de Juan sin Miedo. Como su nombre indica, Juan es incapaz de sentir ningún tipo de miedo, algo que le hace incluso algo irresponsable. No obstante, una vez se enamora de la princesa al final del cuento (es decir, aprende a tener afecto) entonces se asusta por primera vez ante el miedo a perderla. Antes he señalado “aprende a tener afecto”. He utilizado la palabra “aprende” puesto que las emociones primarias pueden aprenderse (salvo casos de lesiones como la que comentábamos antes). El miedo es una emoción social: el ser humano aprende a tener miedo de acuerdo al contexto social y a la época. Si actualmente le hablamos a un europeo del siglo XV sobre el miedo al cambio climático o el miedo a una pérdida de privacidad por culpa de las redes sociales, nos mirará con cara de asombro. Sin embargo, si le bombardeamos lo suficiente el tema, seguramente comience a tenerlo en cuenta. Un buen ejemplo lo encontramos en la película de “El bosque”, donde se crea un mundo en el que se enseña a tener miedo a elementos como el color rojo o a entrar en el mismo bosque. Aunque la idea de que el miedo es algo que depende de la sociedad pudiera intuirse, los estudios científicos sobre este tema no surgieron hasta bien entrado el siglo XX, especialmente con el desarrollo de las dictaduras, y al principio a través de las teorías sobre la psicología de multitudes. La idea más positiva que podemos sacar de

este “aprendizaje del miedo” es que, al igual que se puede aprender a tener miedo a determinadas situaciones, se puede aprender a no tenerlo. Existen diferentes tipos de miedo (al amor, a las arañas, a la muerte…) y a su vez, diferente gradación de los mismos (terror, susto, etc). Dos grados del miedo serán los que más nos preocupen como inversores o especuladores: el riesgo y el pánico. El riesgo, es un arma muy poderosa porque se puede cuantificar. De este modo podremos adecuar nuestra cartera al riesgo que estemos dispuestos a asumir (eliminando así parte del riesgo imaginario) o también podemos buscar activos en los que se esté sobrevalorando el riesgo (como hizo, por ejemplo, W. Buffet cuando compró acciones de Coca-cola). Una forma muy simple de evaluar el riesgo en el trading es comparar el precio al que queremos comprar con el stop de pérdidas que pondremos. Si por ejemplo existiese entre uno y otro una diferencia de un 20% sabemos que eso es lo máximo que podemos perder en esa operación. Con esto en mente, debemos calcular entonces cuál sería el precio de salida de la operación con beneficios. Si por ejemplo, vamos a arriesgar ese 20% para conseguir un beneficio del 2%, desde luego la operación no valdrá la pena. En este sentido, debe quedar por delante el giro copernicano: cada vez que vayamos a hacer una operación, primero debemos pensar en sus posibles pérdidas. La palabra pánico proviene de la palabra griega pan, que tenía que ver con los sonidos desconocidos del bosque, atribuidos a la música del dios pan. El pánico debe ser siempre observado con sentido común, puesto que muchas veces no está justificado. En ese caso podremos aprovecharlo de la misma forma que lo haríamos en una burbuja. En momentos injustificados de pánico será más sencillo buscar activos sobrevalorados en riesgo. Por ejemplo durante la crisis del 87, mientras todos sus gestores le miraban sin saber qué hacer, J. Templeton les gritaba: ¡comprad todo lo que podáis!, puesto que, como se demostró después, no había razón de fondo para una caída así. Igualmente ocurrió durante la última crisis. Tras la quiebra de Lehman, recuerdo que había alguna acción que cotizaba por debajo del valor de su caja. Es decir, era como si pudiésemos comprar un pantalón por 50 euros que tuviera 100 euros en uno de sus bolsillos. Ir en contra de la corriente puede ser una estrategia muy peligrosa, en cualquier caso. A veces el mercado tarda tanto en reconocer sus errores que nos quedamos por el camino. Decía A. Roy, que un inversor de largo plazo debe aprender a sobrevivir en el corto plazo. Esto es mucho más cierto cuando trabajamos con productos derivados. Por ello también podemos elegir añadirnos al rebaño, aplicando por ejemplo técnicas de seguimiento de la tendencia. Siempre y cuando, claro está, sepamos dónde nos estamos metiendo y hasta cuándo. El pánico es tremendamente sencillo de vender. Recordemos el pánico provocado por O. Welles durante su lectura de “La guerra de los mundos” en la radio. Otro ejemplo lo encontramos en las noticias más leídas y comentadas en internet durante los meses de marzo, abril y mayo de 2009: todas ellas con planteamientos bajistas y caóticos, mientras el mercado no paraba de subir. A la hora de invertir, los errores más comunes a los que nos inducirá el miedo dependen del momento en que nos encontremos en la operación: antes de hacerla o después.

Antes de la operación, principalmente tendremos dos miedos: a que se nos vaya un buen precio de entrada y miedo a perder dinero en la operación, porque recordamos, por ejemplo, antiguos fracasos. Ambos miedos pueden ser parcialmente cubiertos. El miedo a que se nos vaya el precio deberá cubrirlo nuestro sistema, que nos indicará precios y motivos de entrada al mercado. El miedo a perder dinero solo puede ser solucionado con una adecuada gestión del riesgo, gracias al cual siempre sabremos cuál es el máximo dinero que vamos a perder. Así podremos adecuar nuestro nivel máximo de miedo a nuestra pérdida máxima. Durante la operación, los errores más comunes provocados por el miedo son cerrar la posición antes de que llegue al stop o cortar las ganancias. Este miedo se conoce como el “efecto disposición” y afecta tanto a los particulares como a los profesionales. Estos errores serán solucionados parcialmente del mismo modo que los anteriores: con un sistema claro de entradas y salidas. No podemos dejar que sea el mercado quién elija, puesto que en ese caso correremos un alto riesgo de ruina. Otra forma de minimizar el “efecto disposición” es mediante la formación y diversificando la gama de productos que empleamos en el trading. Por último, debemos considerar el miedo a equivocarse. Insisto mucho en este tema: el trading es una actividad muy frustrante. Exige unos niveles de tolerancia al fracaso muy altos, superiores incluso a los de un vendedor a llamada fría. No todo el mundo lo puede asumir. Pensemos por ejemplo en un sistema que acierta un 10% de las veces, con una ganancia media de 1.000 euros y una pérdida media de 5 euros. Es decir, no para de equivocarse en el sentido de las operaciones, pero por la esperanza matemática del sistema es muy positiva. Es un sistema claramente ganador. Pero, ¿podríamos soportar psicológicamente equivocarnos en 9 de cada 10 operaciones? De esta respuesta dependerá nuestra elección del tipo de operativa que queremos tener.                        

             

El Orgullo. Psicología y Emociones en el Trading III. Hace unos años, en Suecia, se realizó un estudio entre conductores que habían experimentado accidentes graves de circulación. A los participantes se les preguntaba si se consideraban mejores o peores conductores que la media. La sorprendente respuesta fue que entre el 80% y el 90% de los encuestados se veían a sí mismos más hábiles y más seguros frente al volante que la mayoría de la gente, aun habiéndose demostrado que algunos de ellos fueron los culpables de los accidentes. Este experimento fue repetido con los mismos resultados entre estudiantes de Estados Unidos. En el mismo sentido, un estudio realizado por una compañía de seguros en 2009, sobre hábitos de conducción, concluía que los españoles creemos ser, sólo por detrás de los alemanes, los mejores conductores de Europa. Sin embargo, estos datos cambian si los que responden son los europeos. De hecho, de acuerdo a este estudio, los españoles son vistos entre los peores conductores. Cambiando conductores por inversores, en una encuesta realizada en 1997 entre 750 inversores, el 74% de ellos aseguraba que sus carteras podría batir constantemente al S&P 500 todos los años. Es decir, en torno a tres cuartas partes de los encuestados pensaban que la rentabilidad de su cartera sería superior a la del índice año tras año, algo que tan solo inversores legendarios, como Peter Lynch, Warren Buffet o García Paramés han conseguido. Más tarde, en 1999, una revista estadounidense llamada “Money” hizo otra encuesta entre 500 lectores, preguntando si sus carteras habían tenido mejores resultados que el mercado aquel año (es decir, si habían conseguido batir al S&P 500). Uno de cada cuatro respondió que sí. No obstante, cuando se les pedía que especificasen el resultado exacto que había obtenido la cartera, el 80,0% de estos inversores tenían unas ganancias inferiores a las del mercado. Todos estos estudios vienen a demostrar que las personas tendemos a sobrevalorar nuestras habilidades. Es por eso por lo que casi todo el mundo es experto en ingeniería informática, en mecánica, en farmacia, en medicina, en derecho, en economía... sobrestimando sus propios (y normalmente escasos) conocimientos adquiridos de manera dudosa (internet, rumores, televisión, algo que oímos en la radio...), frente a los de los profesionales. Pensamos que somos más inteligentes y que estamos mejor informados que los demás. Llevándolo al ámbito de las inversiones, uno puede, por ejemplo, escuchar en la radio una idea de un analista o leer algo en el periódico y sentirse preparado para llevar a cabo una inversión con esa única información, contra el

resto del mercado, donde compiten gestores más informados y con mayores conocimientos profesionales. En general, la gente considera que sus habilidades predictivas son superiores a las de la media. Sin embargo, en un experimento realizado por el genial Daniel Kahneman, se demostraba lo contrario. En el estudio, se pedía a los participantes responder su mejor estimación del Dow Jones dentro de un mes. Así, debían escoger un valor del que estuvieran un 99% seguros (es decir, que estuvieran seguros, pero no completamente) que el índice se situaría por debajo del mismo. Luego, tenían que escoger el rango inferior del mismo modo. Siguiendo estas instrucciones, la probabilidad de que el Dow Jones se situara fuera del rango sería del 2%. Sin embargo, las sorpresas se produjeron casi un 20% de las veces. Esto es lo que provoca el exceso de confianza: inversores que están más seguros de lo que deberían (un 98%, cuando debería estarlo en un 80%). Este experimento demuestra que la gente suele valorar más sus predicciones de lo que está justificado por la lógica. En el año 2000, R Clarke y M Statman llegaron al mismo resultado con un experimento parecido. En este caso, los investigadores planteaban la pregunta del siguiente modo: “El índice Dow Jones Average es un índice ponderado por precio que no incluye reinversión de dividendo. En 1896 su valor era 40. En 1998 superaba los 9.000. ¿Qué valor tendría en 1998 este índice si se reinvirtiera el dividendo? Señale un rango en el que sienta un 90% seguro de que estará el resultado.” Lo cierto es que ninguna de las respuestas fue correcta. Es más, muy pocas se acercaban siquiera al resultado real (que por si alguien siente curiosidad es 652.230). Una forma de saber si usted es de los que se creen mejores que la media es comprobar cuáles son sus intervalos máximos y mínimos para los dos ejercicios anteriores. Si eran amplios, es usted humilde y tiene la mentalidad adecuada en ese sentido para invertir. Sin embargo, si los rangos eran muy estrechos, o si, sencillamente, usted piensa que hubiera acertado, siga leyendo: este artículo le interesa realmente. Al final, todo lo anterior tiene una palabra que lo define: orgullo. La palabra orgullo tiene un sentido negativo para nosotros debido, básicamente, a nuestra herencia cristiana, que identifica orgullo con soberbia (el primer pecado capital para Santo Tomás de Aquino). Sin embargo, lo importante no es el continente sino el contenido y el orgullo puede ser moralmente correcto. Podemos, por ejemplo, estar orgullosos de la familia, o de los amigos. Tampoco es malo estar orgullosos de nosotros mismos: desde un punto de vista ético, es correcta la estima siempre que sea apropiada. Cuando deja de serlo y es más alta de lo que debería, hablamos de soberbia. Entendiendo el orgullo en su sentido negativo, estamos ante uno de los principales defectos, si no el peor, que se pueden tener frente al mercado. En un manual de introducción a la psicología de las inversiones, estaría en el primer capítulo. El orgullo provoca que operemos con exceso de confianza y el exceso de confianza (tanto como el defecto) es fatal para nuestra cartera. La peor consecuencia del exceso de confianza es que puede llevarnos a alterar la información que recibimos para adecuarla a nuestra realidad. Un inversor orgulloso creerá que su información es la mejor, y que su valoración de la situación es la más correcta. Es más, un inversor orgulloso podría anclarse a su análisis e ignorar sistemáticamente cualquier información en contra. Por

eso, no sabe qué es un stop loss. El soberbio tiene una idea, piensa que es correcta y ninguna nueva información le hará variar de opinión. Es cierto que muchas veces, aun teniendo la razón, el primer movimiento del mercado es en nuestra contra. Tener paciencia y creer en nuestras ideas y valoraciones es el orgullo adecuado, como decía Kostolany. Sin embargo, permitir una pérdida superior a la que estaríamos dispuestos a asumir en el momento de hacer la operación, es soberbia. Los mercados de valores son cambiantes. Cuando uno decide operar en ellos debe tener en cuenta que no va a pelear contra el mercado, sino a “hacerle la pelota”. El que pelea contra el mercado suele salir perdiendo. Ir en contra del mercado siempre conlleva pérdidas. No hay que empeñarse en mantener una visión. Como decía Jesse Livermore, no hay lado alcista ni bajista, sino el lado correcto o incorrecto. Con ello, lo que este famoso inversor pretendía decir es que a uno le debe dar igual ser alcista o bajista, incluso ser un día alcista y otro bajista. No pasa nada por equivocarnos. Los mejores gestores pueden cambiar radicalmente de opinión de un día para otro, y no pasa nada. No pasa nada porque mantenernos en el error significa perder dinero y cambiar de postura significa ganarlo. Y uno no debe estar orgulloso de acertar, sino de ganar dinero. En los mercados financieros el que acierta no siempre gana dinero. Y al contrario. Otro error provocado por el orgullo es la creación de unas perspectivas irreales de beneficios. El orgullo es el creador de esos eternos buscadores de suelos y de techos, esa gente que quisiera comprar en el mínimo y vender en el máximo. Jamás, en toda mi experiencia en el mercado, he conocido a nadie (particular o institucional) capaz de hacer eso ni siquiera teniendo suerte. Y no creo que exista. Debemos ser muy cuidadosos a la hora de estudiar el posible beneficio que podemos obtener con una operación. Es importantísimo evaluarlo correctamente, puesto que el beneficio potencial de la operación es la base para calcular la rentabilidad potencial de la misma. Del mismo modo que es importante evaluar la posible pérdida, que será el riesgo potencial. Comparar el riesgo potencial con el beneficio potencial es la única manera que tenemos de escoger entre inversiones. Así para el mismo riesgo, calcularemos qué posible inversión está sobre o infra valorada. Es habitual en el inversor orgulloso (porque no sabe, no entiende o simplemente no hace cuentas) infravalorar el posible riesgo de las operaciones y sobrevalorar las pérdidas, por ello pierde dinero. Sin embargo, el inversor inteligente escoge los productos de acuerdo al riesgo (o más específicamente al binomio riesgo/beneficio) de las mismos. Debido a que el orgulloso se considera más inteligente y mejor que los demás, no diversifica. Entonces pone todo su dinero en una o dos empresas. O en un solo sector. O en un solo tipo de activo. O en una sola región. A pesar de lo anterior, estoy de acuerdo con Warren Buffet cuando critica la diversificación señalando que una persona tiene sólo una o dos ideas buenas en su vida y que por lo tanto diversificar es lo mismo que ampliar el número de posibles errores. En general, el que se hace rico es apostando su capital por un único sector. Sin embargo, el hecho es que la experiencia demuestra que hay algunas personas que ni siquiera tienen una o dos buenas ideas respecto a inversiones. No todo el mundo comienza con una sastrería y termina creando Inditex. Es más, hay personas que ni quieren ni deben aceptar ese riesgo, porque si no, todos seríamos como Sergey Brin, Larry Page o Amancio Ortega. Y no lo somos. Y no pasa nada por no serlo, podemos ser igual o más felices que ellos. Pero también podemos serlo menos, sobre todo si no nos aceptamos tal y como somos. Por ello, aunque para

algunos pocos inversores diversificar no sea correcto, para el resto sí lo es. Además, la evidencia matemática demuestra que aumentando el número de productos (diversificando) podemos disminuir el riesgo para obtener la misma rentabilidad. Esto es así, e ignorarlo es dar de lado a toda la teoría moderna sobre carteras, uno de los instrumentos más potentes que existen para controlar nuestras inversiones. Finalmente, el inversor orgulloso hace más operaciones de las debidas. Esto es así por dos motivos, en primer lugar porque piensa que es mejor que los demás, y por lo tanto se cree capaz de acertar más que los demás. En segundo lugar, el orgulloso debe satisfacer su ego. La consecuencia principal de esto es realizar “over-trading”, es decir, más operaciones de las que debería. Esto es un error gravísimo. Brad Barber y Terran Odean, estudiaron entre 1991y 1997 más de 35.000 cuentas de valores llegando, entre otras, a la conclusión de que el exceso de confianza llevaba a los inversores a sobreoperar y esto afectaba negativamente, en todos los casos, a sus carteras. Un inversor que sobre-opera satisface su ego con las operaciones positivas, olvidando rápidamente las negativas. La diferencia entre alguien que opera más de la cuenta y un jugador de ruleta es ninguna. Por ello, para entrar al mercado adecuadamente necesitamos un método que nos indique entradas y salidas de forma más o menos objetiva. Así, solo operaremos en base a este sistema. La base del mismo consistirá en escoger y testear un método que nos indique qué y cuándo elegir un activo concreto (es decir, un método de análisis) y cuánto arriesgar (es decir, un método de gestión del dinero). Por satisfacer nuestro ego, también podemos caer en el error de no poner stop loss. Un stop de pérdidas que se ejecuta significa reconocer un error. Hasta que una operación no se cierra, la pérdida no se reconoce (pero eso no significa que no esté ahí). El uso de stop loss es algo polémico. Mientras algunos expertos señalan como condición sine qua non para introducir una operación que esta vaya acompañada de stop loss, otros no creen en ellos. Por ejemplo, algunos inversores que siguen el estilo value podrían soportar pérdidas superiores al 50% de la posición (que exigirían recuperar más del 100%). Yo pienso como A. Roy (el creado del Roy´s ratio), y creo que para llegar al largo plazo hay que sobrevivir en el corto, y un gestor no debería permitir tal pérdida, por muy seguro que esté de la empresa que ha comprado. Así, un inversor debería conocer siempre cuál es la pérdida máxima que está dispuesto a aceptar en una operación. Como hemos comentado antes, ésta es la forma más sencilla de valorar el riesgo de la misma. Si dejamos que el valor caiga por debajo de esta pérdida máxima, entonces habremos valorado mal el riesgo y por lo tanto la operación, y pondremos todo el conjunto de nuestra cartera en peligro. La única razón para no ejecutar el stop debería ser una nueva (y objetiva, teniendo en cuenta todas las emociones que nos invaden en el momento de tomar esa decisión) valoración del binomio riesgo/beneficio. El deseo de satisfacer nuestro ego provoca la llamada “trampa de la autocomplacencia”. Esta nos induce a proclamar los éxitos a nuestras habilidades y a descargar los fracasos en los demás o en circunstancias desgraciadas. Es lo que hace que el contrario de “he aprobado” sea “me han suspendido”. En vez de reconocer nuestros errores y aprender de ellos, descargamos nuestra propia responsabilidad en circunstancias independientes de nosotros, como los demás o la mala suerte. Sin embargo, si nos ocurre algo bueno, aunque no haya sido causa nuestra, atribuimos el éxito a nuestra propia capacidad. La autocomplacencia se ve favorecida por el deseo de alimentar a nuestra propia autoestima. No todo el mundo está expuesto a esta trampa del mismo modo. Hay personas que se valoran de forma más realista. Entre ellas están aquellos que padecen de

depresión clínica, que son más sinceros consigo mismos. Hasta el punto de tener efectos negativos sobre su salud. En cualquier caso, la evidencia empírica demuestra que tenemos mucha tendencia a caer en la trampa de la autocomplacencia. No obstante, la satisfacción de nuestro ego tiene también efectos positivos (es decir, favorables desde un punto de vista evolutivo). El optimismo es consecuencia de una visión positiva de la vida, relacionado con estados altos de autoestima. Existen estudios que muestran como las personas optimistas y que se autovaloran positivamente, en comparación con los pesimistas, tienen mayor suerte (aunque parezca increíble, así es), una vida más larga, mayor probabilidad de sobrevivir a un tumor… De hecho, el pesimismo, junto al tabaquismo o el sobrepeso, ha llegado a ser considerado como factor de riesgo para las enfermedades cardiovasculares. No obstante, la autocomplacencia tiene sus riesgos. Uno de los más curiosos, sin duda, es que puede llevar a auto limitarnos. Tenemos tanto miedo al fracaso que a veces ponemos en práctica estrategias de descargo de responsabilidad. Por ejemplo, quién no ha visto a alguien –incluso a uno mismo- antes de jugar un partido de cualquier deporte, excusarse diciendo lo mucho que hace que no juega, o que no está en el mejor momento de forma, o que le duele una pierna… Actuando así, si perdemos, tenemos excusa. Si ganamos, disfrutamos doble, debido a que a pesar de todo, lo hemos conseguido. Edward Jones o Cordelia Fine son psicólogos que han estudiado esta trampa de auto limitarse, llegando a conclusiones sorprendentes en alguno de sus experimentos. Como por ejemplo, deportistas que reducen su preparación antes de una prueba o que daban ventaja al adversario, alumnos que estudiaban menos para un examen, … Finalmente, como curiosidad, destacar el hecho de que de acuerdo con el estudio que hemos comentado de Odean y Barbier, así como otro de la Universidad de Estocolmo, todo lo anterior sobre el orgullo y la satisfacción del ego, afecta con mayor fuerza al hombre que a la mujer. Así mismo, no afecta a todas las culturas por igual. Por ejemplo, en una investigación sobre una muestra de 6 países diferentes, en la que se realizaron unas pruebas matemáticas a jóvenes de 13 años, se preguntó a los participantes tras la resolución de los ejercicios si se consideraban buenos en matemáticas. El 68% de los estadounidenses se consideraba bueno, mientras que tan solo el 23% de los coreanos se consideraba sobre la media. No obstante, los mejores resultados en estos ejercicios lo habían tenido los coreanos, mientras que los estadounidenses habían sido los peores. Sin embargo, quede lo anterior como pura curiosidad, pues una vez afectado por el exceso de orgullo, no hay distinción de nacionalidad: los efectos y los errores sobre la operativa son exactamente los mismos.              

La Esperanza. Psicología y emociones en el trading IV PSICOLOGÍA Y EMOCIONES EN EL TRADING (IV) LA ESPERANZA. por Tomás V. García-Purriños García Analista Macro de Cortal Consors

Junto con la fe y la caridad, en la tradición cristiana, la esperanza es una de las tres virtudes teologales. Sin embargo, en los mercados financieros, sólo existe una esperanza: la matemática. La esperanza entendida como cualquier otra definición, lleva inevitablemente al desastre económico. En el trading, la esperanza es como la veía Nietzsche: el peor de los males, porque prolonga el sufrimiento del hombre. La esperanza es un sentimiento de que las cosas irán mejor en el futuro, o se desarrollarán de acuerdo a lo que esperamos. Cuando hablamos de trading, la esperanza funciona como una máquina del tiempo para los operadores: convierte las inversiones de corto plazo en inversiones de largo plazo. Un ejemplo de lo anterior es el de aquella persona que, tras ver el gráfico intradiario y comprobar una señal técnica, compra unas acciones de un banco, por ejemplo, para tratar de venderlas unas horas después. Sin embargo, las acciones comienzan a caer justo después de comprarlas. El operador, esperanzado, se dice a sí mismo, bueno, esperaré al cierre y las venderé entonces. Pero al cierre, las acciones continúan bajando. No pasa nada, piensa el inversor, el movimiento que espero se desarrollará durante la semana. Pero esa semana, la acción continúa en su contra. Entonces piensa, bueno, si es que el trading es una lotería. En realidad, es un buen banco, con buenos dividendos, me lo quedaré durante unos meses. Pero esos meses, la acción sigue en su contra. Bueno, se dice si total la bolsa a largo plazo siempre sube, me las quedo para mis nietos. Así, la esperanza ha hecho que la mente del trader viaje en el tiempo, desde el plazo de unas horas hasta el largo plazo, bloqueando un dinero y evitando que aprovechase otras oportunidades. Sin embargo, fuera de los mercados financieros, la esperanza es esencial. Sin esperanza, la mayoría de las cosas no tendrían sentido: la esperanza es necesaria para la felicidad. En un conocido experimento, algo cruel, por otro lado, que el científico R. Bilz, realizó con ratas de campo, se arrojaba a uno de estos animales a un recipiente lleno de agua con paredes lisas que le impidieran escapar. En estas condiciones, las ratas fallecían en unos 15 minutos a causa del stress al no existir salida a su situación. Sin embargo, si al cabo de unos minutos, se le facilitaba a la rata una tablilla por donde pudiera escapar, cuando al animal se le volvía a introducir en el recipiente era capaz de nadar durante más de 80 horas seguidas (con la esperanza de que volviera la tablilla). La conclusión de este trabajo, conocido como “el experimento de la esperanza”, es que la esperanza nos da fuerzas desde lo más profundo, más de lo podemos imaginar. La necesitamos para sobrevivir. En este mismo sentido, un trader necesita una esperanza matemática positiva para sobrevivir. Nunca se puede estar completamente seguro de que nuestra estrategia en los mercados es correcta. Pero ello no impide que podamos estar siempre seguros del riesgo que corremos, y operar en base al mismo. Conociendo nuestra pérdida máxima, podemos buscar un sistema en el que las operaciones ganadoras, aunque puedan ser incluso menos numerosas, superen las pérdidas de las operaciones perdedoras. Esto es un sistema con esperanza matemática positiva. Esa esperanza es vital para las cuentas de los traders. La esperanza, definida de cualquier otra manera, es un sentimiento negativo, que nos llevará inevitablemente a la ruina.

De este modo, el trader que opere en el corto plazo debe operar siempre con un stop de pérdidas. Ese stop será el punto en el que pierde la esperanza. Y debe tener una estrategia de salida en beneficios. Cuando ésta se cumpla, la esperanza debe marcharse y se realizará la ganancia. Así, uno puede soñar todo lo que quiera en que el mercado irá en su dirección, pero cuando el mercado le quita la razón o cuando se la da, de ninguna manera un operador puede seguir confiando. Por ello, es psicológicamente más sencillo revisar un análisis en una posición ganadora que una perdedora. Cuando analizamos de nuevo la posición perdedora, las emociones van en contra nuestra y perdemos objetividad, intentando ver lo que queremos ver y no lo que es. Así, el mayor problema de la esperanza es que, si la posición en el mercado se mueve al contrario de lo que nuestro análisis dice, corremos el enorme riesgo de entrar en un estado muy propicio para caer en trampas mentales. Si a este estado añadimos esperanza, aumenta sensiblemente el peligro de ser víctimas de algún error mental. La esperanza consigue que ni emociones ni razón nos ayuden en la toma de una decisión correcta. Entre las trampas más comunes especialmente favorecidas por el estado de esperanza podemos encontrar la búsqueda de orden. Imaginemos el siguiente juego: nos van a dar el resultado de lanzar cuatro monedas no sesgadas. Nos enseñarán diferentes resultados, pero sólo uno es el real, los demás son inventados por una persona. Nos proponen averiguar cuál es el dato real. El primer resultado que nos muestran es ++++. No nos convence: no parece muy casual que salgan cuatro cruces seguidas. Pedimos el siguiente. Es cccc. Por la misma razón lo desechamos. El siguiente es ++cc, que tampoco parece muy casual, así como su gemelo cc++. Se ordenan de manera demasiado correcta. Las siguientes secuencias son c++c, +cc+ y c+c+, +c+c, también muy regulares. En las dos primeras demasiada simetría. En las dos segundas demasiada alternancia. Nos proponen +ccc, luego c+++, +++c y ccc+. Pero seguimos viendo orden. Primero una cara o una cruz suelta y luego tres repetidas. No parecen resultados casuales. Después c+cc,cc+c,+c++,++c+. Pensándolo bien, incluso estas secuencias tienen un orden: o sólo hay una cara o sólo una cruz. Sigue sin parecer casual. No nos decidimos y sin embargo se nos han presentado todos los resultados posibles del lanzamiento de cuatro monedas. Con este sencillo experimento, inteligentemente ideado por M. Motterlini, podemos explicar con facilidad una de las trampas más peligrosas (por común) en la que solemos caer: la búsqueda de orden. Lincoln fue elegido presidente de EEUU en 1860, su asesino nació en 1839 y su sucesor en la presidencia se llamaba Johnson. Kennedy fue elegido en 1960. Su asesino nació en 1939 y su sucesor en la presidencia también se llamaba Johnson. El Johnson de Lincoln nació en 1809. El de Kennedy en 1908. Las tendencias y las casualidades, en estadística, son comunes y ocurren con cierta frecuencia. En el caso de la falacia del jugador, ¿si han salido 7 rojos en la ruleta seguidos, cuál es la probabilidad de que el resultado sea rojo en la siguiente tirada? La mayoría de la gente cree que la probabilidad es inferior, cuando en realidad es la misma. ¿Existe acaso una secuencia numérica en algún libro sagrado que nos diga el sentido de la vida, el universo y todo lo demás (aunque los que hayamos leído “la guía del autoestopista galáctico” sabemos que la respuesta a esa pregunta es 42)?

La verdad es que no creo que exista, pero estoy seguro de que si nos ponemos a buscarla con suficiente intensidad, la podríamos encontrar incluso en un libro de cocina de Karlos Arguiñano. El ser humano está abrumado por la enorme cantidad de datos que recibe continuamente y necesita buscar un orden en ellos. Porque el orden es sencillo, ayuda a reducir el gasto de recursos, es menos costoso. El orden es simple. Sin embargo, por su culpa tenemos una fuerte tendencia a caer en lecturas “místicas” de la realidad. Esta trampa del orden se relaciona con otra muy interesante: la trampa de la correlación. Todos sabemos que existe una correlación entre fumar y el cáncer de pulmón, pero ¿sabíais que existe también una fuerte correlación entre los grandes consumidores de café y el cáncer de pulmón? ¿Influía en algo que el pulpo Paul escogiera entre una u otra caja de mejillones en los partidos de fútbol? Si hacemos un estudio encontraremos una fuerte correlación entre lo que diga el pulpo y lo que luego ocurría efectivamente en el campo. Sin embargo, correlación no significa, de ninguna manera, causalidad. Puede haber relación de causa-efecto y correlación, o no. Una alta correlación sin causalidad puede deberse a la intervención de una tercera variable en la que no habíamos caído: por ejemplo en el caso del café y el cáncer de pulmón el hecho de que muchos grandes fumadores son también grandes consumidores de café. También puede deberse al efecto de pequeños números. Si el pulpo Paul hubiera analizado un millón de partidos, acertaría en torno al 50% de ellos. Por ello es importante no sacar conclusiones precipitadas, como por ejemplo “los consumidores de heroína normalmente han consumido antes marihuana, así que la mayoría de consumidores de marihuana terminarán en la heroína”. Creamos correlaciones falsas y planteamos nuestra vida en base a ellas (como por ejemplo, “cuando llevo mis pantalones mágicos gana mi equipo”) organizando nuestra forma de actuar de acuerdo a la historia del pavo inductista de B. Russell. Esto no es malo, es útil y eficaz. Pero el problema es que después no hacemos caso de las correlaciones que existen de verdad. No pondré como ejemplo el tabaco (seguimos fumando aunque sabemos que moriremos por ello) porque al fin y al cabo es una droga y tiene una psicología diferente, pero sí podemos poner como ejemplo los que lanzan el cigarrillo por la autovía (conociendo el alto riesgo de incendio) o lo que hablan por el móvil en el coche (sabiendo que existe un alto riesgo de accidente). En los mercados ocurre lo mismo. Buscamos correlaciones imposibles, fundamentadas en datos ordenados de forma equivocada o en opiniones claramente equivocadas, pero después ignoramos evidentes de entrada y de salida en el mercado o signos claros de cambio de tendencia. En otro orden de cosas, la esperanza puede también conducirnos a una creencia errónea en la suerte y quizá pensar en dejar las cosas a su merced. El hecho es que el hombre, desde que es hombre, cree que la suerte existe. De este modo, asocia objetos, situaciones, rituales y hechos fortuitos a la percepción de una mayor o menor suerte. Por ejemplo, el amarillo significa mala suerte, las herraduras buena, romper un espejo mala, tocar con la cabeza una estatua buena… Pero matemáticamente la suerte no existe. Las matemáticas no entienden de suerte sino de probabilidades. Si invertimos en un valor al azar, la probabilidad de ganar o

perder no estará en función de nuestra suerte, sino de una probabilidad que estará condicionada por la suma de un enorme número de factores, muchos de ellos (a veces todos) fuera del alcance de cualquier predicción. Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, desde un punto de vista humano, la suerte sí que existe. Vaya que si existe. Que te toque o no la lotería podrá ser un hecho aleatorio, pero al que le toca, que le pregunten si tiene o no buena suerte. Por ello, psicólogos como por ejemplo Freud, pensaban que la suerte dependía exclusivamente de la actitud de la persona ante sucesos aleatorios. Pero será el psicólogo especializado en “rarología”, R. Wiseman, el que haya aportado los datos más reveladores sobre el tema. Para preparar sus experimentos, Wiseman decidió formar un gran grupo de personas dividiéndolos en dos subgrupos, los que decían tener suerte y los que decían no tenerla. En su primer experimento probó con jugadores de lotería, para ver si los que aseguraban tener suerte conseguían algún tipo de resultado especial. Los resultados del experimento fueron los esperados, es decir, que no había mayor probabilidad de que les tocase un premio a aquellos que aseguraban tener suerte. Con ello probaba que matemáticamente la suerte no existe. Tal y como comentábamos antes, no depende de nuestra suerte que un valor suba o baje. Ni siquiera de que nos consideremos o no afortunados. Ahora bien, en otro de sus experimentos, pedía contar las imágenes que tenía un periódico. El truco estaba en que en la segunda página, en un anuncio a media página (es decir, grandecito) se leía: “Pare usted de leer, en este periódico hay 27 imágenes”. Los resultados del experimento son sencillamente geniales: la gran mayoría de las personas que decían tener suerte tardaban en resolver la pregunta unos segundos. Hasta aquí normal. Sin embargo, la gran mayoría de aquellos que decían tener mala suerte tardaban varios minutos en dar el resultado. Pero hay más, otro experimento consistía en plantear el siguiente caso: Les hacía imaginar que trabajaban en un banco y un atracador les disparaba en una mano, dejándosela inútil. La pregunta era, ¿creían tener buena o mala suerte? Los que decían tener mala suerte, por supuesto, decían que era malísima suerte perder una mano. Los que decían tener buena suerte en cambio aseguraban que era muy buena suerte no haber perdido la vida. Es decir, la suerte es una cuestión de actitud. Es cierto lo dicho en la Eneida: “la suerte es para los osados”. Aquellos que están más abiertos a nuevas experiencias y a conocer gente nueva y nuevos lugares, tienen obviamente una mayor probabilidad de estar “en el sitio adecuado en el momento adecuado”. Cuando entramos en el mundo de las inversiones, lo mejor es no dejar nada a la suerte y dejarlo todo a las matemáticas. Lo anterior no significa no hacer todo lo posible por poner las matemáticas de nuestra parte. Tendremos muchas posibilidades de “tener más suerte” si entramos al mercado con un plan de trading que nos ayude a averiguar el riesgo del mercado, y que ponga puntos claros de salida a nuestra estrategia, tanto cuando es errónea como cuando es acertada: análisis (del riesgo, no del futuro, predecir el futuro es imposible) y money management. Como hemos comentado muchas veces, el trading es una actividad muy frustrante.

Por ello, exige de nosotros una actitud muy positiva. Pero positiva no debe significar falta de realismo, sino basada en hechos y lo más objetiva posible. Todo lo demás es un cuento de la lechera, en un mundo que no admite quedarse parado contando las ganancias del futuro. 

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