December 4, 2016 | Author: Alvaro Covarrubias | Category: N/A
Una actualización necesaria desde la Convención Internacional de Derechos de Niños, Niñas y ...
PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO MANUAL PARA LA FORMACIÓN DOCENTE
225.787
Psicología del Desarrollo. Manual para la formación docente. Álvaro Covarrubias Figueroa, autor. 1ª Ed. Santiago de Chile: MZO, 2013. 335 p.: 15 Il., gráficos, tablas; 21,59 X 27,94 cm. Incluye bibliografías.
ISBN:
1. Psicología del Desarrollo – Formación Docente. 2. Autor chileno.
® 2013, Álvaro Covarrubias Figueroa. Inscripción Nº 225.787, Santiago de Chile. Derechos de Edición reservados para todos los países por ©Álvaro Covarrubias Arquitecto Gonzalo Mardones 1171, Santiago de Chile.
[email protected] Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o electrónicos, incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del editor. Texto compuesto en tipografía Calibri 11/10/14 Se terminó de imprimir esta PRIMERA EDICIÓN en los talleres de xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx, xxxxxxxxxxxxxxxxxxxx, Santiago de Chile, en xxxxxxx de 2012.
DISEÑO DE PORTADA Y DIAGRAMACIÓN Álvaro Covarrubias Figueroa
IMPRESO EN CHILE/PRINTED IN CHILE
3
Quiero expresar mi más profundo agradecimiento a las personas que hicieron posible este ensayo. A Sonia Lastra, por confiar en mí para desarrollar el programa de Psicología del Desarrollo en la Carrera de Pedagogía Básica de la Universidad Los Leones. A mis alumnos y alumnas, que gatillaron la necesidad de proveerles material de lectura actualizado y propositivo. A Liliana Olivos, antigua jefa y gran amiga, directora de la Escuela Unión Latinoamericana, que me empujó a desarrollar una perspectiva realista y profunda del desarrollo de los niños, que pudiera traspasarse a los docentes y sirviera de apoyo para articular equipos eficientes de trabajo. A Ricardo Muñoz, a Claudia Fierro y Sergio Alvarado, por las invaluables conversaciones y espacios de reflexión. Hay un poco de cada uno de ustedes en este trabajo. A Hernán Apablaza, que en algún momento de mi vida fue fundamental para desarrollar una mirada crítica y constructiva de la pedagogía y del sistema escolar. Y lo más importante: a todos y cada uno de esos y esas jóvenes, niños y niñas con los que he compartido en los diferentes escenarios educacionales en que me he desempeñado laboralmente, a sus inquietudes y destrezas, a los aprendizajes realizados en conjunto y todas las posibilidades de desarrollo que estas instancias nos abrieron.
4
ÍNDICE Agradecimientos Índice Introducción Anexo introductorio: Desarrollo Humano y Aprendizaje, por Álvaro Covarrubias Figueroa. EJE I EDUCACIÓN PREESCOLAR Y DESARROLLO TEMPRANO Capítulo 1 La autonomía como un logro del desarrollo 1.1 Exploración‐Curiosidad 1.2 Mediación y fortalecimiento de vínculos 1.3 Autoestima – Dominio Técnico 1.4 Psicomotricidad – Configuración Topológica 1.5 Adquisición del lenguaje Referencias Bibliográficas Capítulo 2 Socialización: descubrir el mundo de los pares 2.1 Las posibilidades del goce y la estructuración del deseo 2.2 Del juego individual al juego compartido Referencias Bibliográficas EJE II EDUCACIÓN BÁSICA: PRIMER CICLO Capítulo 3 La norma y la sujeción a un contexto 3.1 La institución escolar 3.2 Las reglas en la sala de clases 3.3 La aplicación de la norma a la tarea Referencias Bibliográficas Capítulo 4 Disciplina Externa/reglas grupales 4.1 El juego grupal y la invención de reglas: la diversión 4.1.1 Estructura y dinámica del juego 4.1.2 Dinámica y estructura de la grupalidad 4.2 El nacimiento del liderazgo 4.3 La travesura 4.3.1 Corroborar la supervisión adulta 4.3.2 “Hacer la trampa”: la desobediencia activa y la creatividad 4.3.3 Establecer los lugares sociales Referencias Bibliográficas Capítulo 5 El juego personal y la entretención 5.1 El desarrollo del mundo interno en la gráfica, la música y/o la lectura 5.2 El desarrollo de la atención global y la plasticidad cerebral
p. 4 p. 5 p. 8 p. 10
p. 16 p. 17 p. 18 p. 20 p. 25 p. 26 p. 32 p. 32 p. 35 p. 42 p. 43 p. 47 p. 48 p. 54 p. 55 p. 56 p. 58 p. 60 p. 62 p. 63 p. 64 p. 66 p. 71 p. 72 p. 77
5
Referencias Bibliográficas Capítulo 6 Integración social y carácter: logros de la edad escolar Referencias Bibliográficas EJE III EDUCACIÓN BÁSICA: SEGUNDO CICLO Capítulo 7 Descubrir la dependencia: las salidas alternativas hacia la autonomía 7.1 Se rompe la lógica del “tío” y/o la “tía” 7.2 La disparidad en el desarrollo físico e intelectual empieza a manifestarse 7.3 Liderazgos consolidados: a la primacía física comienza a superponerse la astucia y la creatividad 7.4 Manifestaciones de la sobreprotección Referencias Bibliográficas Capítulo 8 Autoconcepto y autoconcepto académico: historia del reconocimiento social 8.1 Estilos diversos, formas nuevas para realizar los aprendizajes 8.2 Las materias se complejizan: surge la exigencia del pensamiento formal 8.3 Las herencias intelectuales: llevar la carga del buen o del mal alumno Referencias Bibliográficas Capítulo 9 La aventura: campo de ejercicio del pensamiento lógico‐formal 9.1 ¿Qué constituye una aventura y qué la hace tan atractiva para los pre‐adolescentes? 9.2 La creatividad y la astucia encuentran su canal de expresión en el disfrute 9.3 La competencia en relación al ingenio y la osadía 9.4 Las divisiones de la atribución de inteligencia entre los pares Referencias Bibliográficas Capítulo 10 La inquietud sexual y la formación de la identidad sexual 10.1 Un deseo difuso y vergonzoso: la presión social 10.2 Cambios en el comportamiento: cuando se tiene conciencia del sexo opuesto 10.3 Las primeras relaciones amorosas y la iniciación sexual temprana 10.4 Cambios en el grupo de amigos por la presencia del sexo opuesto Referencias Bibliográficas Capítulo 11 El continuo del sí‐mismo, logro de la pre‐adolescencia Referencias Bibliográficas
p. 84 p. 95 p. 96 p. 104 p. 105 p. 106 p. 113 p. 119 p. 120 p. 122 p. 129 p. 132 p. 133 p. 136 p. 138 p. 147 p. 148 p. 150 p. 151 p. 153 p. 159
6
EJE IV EDUCACIÓN MEDIA Capítulo 12 La presión social del ingreso en la Educación Media Referencias Bibliográficas Capítulo 13 La Libertad y la vulnerabilidad 13.1 Invasión mediática y cultural 13.2 La presión grupal 13.3 La toma de decisiones 13.4 Altruismo y “las causas” Referencias Bibliográficas Capítulo 14 Argumentación y manejo de información Referencias Bibliográficas Capítulo 15 El logro de la intimidad Referencias Bibliográficas Capítulo 16 La presión vocacional Referencias Bibliográficas Conclusión: Un sentido para el desarrollo en el sistema escolar
p. 169 p. 180 p. 184 p. 187 p. 188 p. 190 p. 199 p. 209 p. 214 p. 222
7
INTRODUCCIÓN Desde hace muchos años tenía la inquietud de escribir un libro sobre el desarrollo cognitivo en la infancia, pero no fue hasta hacerme cargo de una cátedra de Psicología del Desarrollo en la formación docente que este libro fue tomando forma. La explicación para esto es bastante sencilla: existen muchos textos acerca del desarrollo infantil o del desarrollo humano en general, pero carecen de una mirada dinámica y funcional que le permita al docente acercarse a esos niños concretos con los que se encuentra en la práctica o en el ejercicio profesional. La división por áreas funcionales (desarrollo físico, cognitivo, social y emocional) suele ser poco práctica y para nada didáctica, porque lo “cognitivo” o directamente la inteligencia tiene una relación directa y profunda con el dominio psicomotor, las relaciones sociales y la motivación u otros aspectos emocionales. Es en relación a tareas concretas y articuladas o funcionalidades procesuales que todas estas dimensiones cobran sentido y se manifiestan a ojos de un observador atento. Ha habido intentos por abarcar lo situacional en el desarrollo (probablemente desde la teoría de campo de Kurt Lewin), como las clásicas obras de Hernán Berwart y Beatriz Zegers en los ochenta para TELEDUC (Psicología del Escolar y Psicología del Adolescente), donde inteligentemente trataron de vincular a los niños y a los jóvenes con los ámbitos del desarrollo (la Escuela, los pares, y la familia), además de las consabidas áreas funcionales (desarrollo motor, cognitivo, afectivo). Bueno, la evidencia y el desarrollo ulterior de la disciplina han dejado atrás esta mirada porque la “tarea” de un niño no es estar en la Escuela, pero dicha tarea sí puede consistir en el desempeño resultante de la confluencia de varios factores: la incorporación de la disciplina y la sujeción social al interior de esta institución, situándose en relaciones de pares sistemáticamente por primera vez en la vida, tal y como observamos le ocurre a los niños en primer ciclo básico. En suma, la descripción debe centrarse en lo que le sucede al niño y esto necesariamente involucra analizar las instituciones en las que depositamos a los niños, poner el acento en cómo se estructura la incorporación de dicha institucionalidad en lo cotidiano del niño. Este cambio de enfoque es lo que caracteriza este ensayo: se trata de posibilitarle a un docente que trabaja día a día con niños y/o jóvenes que acceda a niños activos, inteligentes y en pleno desarrollo (con un protagonismo irrenunciable) a entender de qué se trata lo que están desarrollando esos niños, cuáles son sus desafíos primordiales y desde que motivación se enfrentan a las tareas escolares, a los aprendizajes, a la institución escolar y a su figura como docente. La novedad consiste en ubicar al niño dentro del establecimiento sin presuponer que dicho establecimiento es una condición sine qua non de su vida, sino más bien asumiendo que parte de la sujeción social pasa por el sistema escolar y la enseñanza formal, pero que implica por lo mismo, un proceso de adaptación y de canalización del desarrollo individual y grupal que será propio de los procesos que allí se viven: que ahí éstos encuentran resistencias y escenarios que posibilitan el
8
desarrollo, que brindan contexto formales e informales y que en sí, todo lo que ocurre en el establecimiento escolar constituye un contexto marcado por una cultura, la que le da origen a la demanda o razón social de ese colegio o escuela o liceo. Es la aplicación de una mirada institucional al niño en su desarrollo, su entrada en la lógica social y política que posibilitará su endoculturización en un escenario específico. Este libro, al igual que mis clases, no pretenden enseñarle nada a nadie; lo que me interesa es acompañar a un lector o lectora interesados en la infancia a observar niños y niñas, a desmenuzar y analizar experiencias e investigaciones que se han desarrollado aisladamente o en programas de intervención, que en sí mismas ofrecen una oportunidad de acercarse a los niños y jóvenes en sus dinámicas propias, en las calles y al interior de una institucionalidad (la Escuela o el Liceo). Este no es un libro fácil de leer, porque obliga a seguir una línea de pensamiento a la cual sólo se accede reflexionando. Yo no entrego conclusiones, las construyo. Es la experiencia que han tenido mis estudiantes a lo largo de este curso y la experiencia de mis lectores en otras publicaciones. Pero este es un tema que vale la pena profundizar, aunque el escritor no sea amable (como me reconozco).
9
ANEXO INTRODUCTORIO
DESARROLLO HUMANO Y APRENDIZAJE Por Álvaro Covarrubias Figueroa
10
Será neecesario com menzar con un na breve refleexión sobre llo que constituye el elemento central de este lib bro: el desarrrollo humano o. Específicam mente el desaarrollo de niñ ños, niñas y jó óvenes. Good d y Brophyy (1995) lo de efinen en su libro Psicologgía Educativaa Contemporáánea, como ““una progresiión ordenaada a niveles cada vez más m altos taanto de diferenciación co omo de inteegración de los compo onentes de un n sistema.” (p p. 27) Esta p progresión se referiría a caambios que o ocurren a travvés del tiem mpo, siendo tres aspectoss esenciales la secuencia ((el orden en q que ocurren estos cambio os), el ritmo (la velocidaad con la quee éstos ocurreen) y la formaa (el aspecto o o la apariencia de la entid dad n cualquier pu unto del tiem mpo). que se desarrolla en El guiño que esta de efinición hacee al crecimien nto anatómico o‐fisiológico d del sujeto ressalta sobre to odo en su m mención a la forma. Si bien el autor d diferencia enttre crecimien nto y desarrolllo, plantea q que en unaa misma edad d y con un creecimiento sim milar, las habilidades que expresan dicho os sujetos o ssus compeetencias pued den ser disímiles porque la maduración involucrada pudiese ser d distinta. No se hace menció ón a los componentes invvolucrados en n esa madurración, ni del sentido de los dizajes en ésta, ni su utilización por este continu uo evolutivo que llamamo os sujeto o ser s aprend human no. Es aquí d donde se abrre la brecha eentre las form mas en que see ha concebid do el desarro ollo en la p psicología a lo largo de su h historia. No se trata de realizar una revisión históricaa de los concceptos de dessarrollo y aprrendizaje en las do los grandees referentes del desarrolllo humano Jeean Piaget y LLev discipliinas sociales, pero tomand Vygotsski, nos encon ntramos con dos paradigm mas constructtivistas en loss que básicam mente un auttor planteaa que el desaarrollo cognitivo posibilita los aprendizajes, y el otro o plantea quee el aprendizaaje andam mia el desarrollo (respectivvamente). Lo que plaantea Piaget ees que el desarrollo humano (físico, mo otor, etc.) peermite la evvolución de las estructuras cognitivas,, específicam mente a travvés nes del dominio de conjunttos diversos de operacion binarias que se estructuran en esquem mas mecanismos de representaacionales a trravés de los m asimilación n, acomodacción y de la tendencia a la equilibración u homoeestasis. Laa riqueza de la q concibe el e pensamien nto teoría piaggetana es que como unaa totalidad organizada, en la que la progreesión intelecttual es el reesultado de asimilar dattos que provienen de laas operacion nes objetuales y de aco omodar los essquemas preeexistentes o fformados con n anterioridad d para ajustarrse a los nuevos elemen ntos de la reaalidad. Según Piaget, no ess que esta reealidad cambie, sino que se modifica la capacidad del sujeto paara comprenderla y op perar con ellaa desde el ejercicio que realiza cotidianamente. Esto lo llevaa a planteaar una evolución intelecctual en estadios, desdee lo sensorio o‐motriz a laas operacion nes formales, con un trránsito por laas operaciones concretas, el simbolism mo y la intuiición. De essta mo una teoríaa de la evolu ución del inteelecto human no, forma, la teoría Piaagetana es conocida com
11
basadaa en la comprensión del d desarrollo de la complejidad y la abstracción a parttir de principios lógicoss de asimilaciión de la realidad y acom modación de la misma en la formación de estructurras operaccionales. Los aprendizajes, en n esta teoría,, correspondeen a la asimilación de la in nformación y a la plasticid dad r onales en la acomodación n de la inforrmación que es que deesarrollan loss esquemas representacio reorganizada en cad da cambio dee estadio o acomodación d de las estructu uras cognitivaas. Vygotski, por el con ntrario, plan nteará que el desarrollo es posible porque p hay una u interacciión permanentte con el entorno, e específicamente a través del lenguaje y desde d el pen nsamiento, que q está íntimaamente relaciionado con ell lenguaje. El autor prropondrá quee a nivel funccional, el sujeeto tiene una zona de dessarrollo próxiimo (ZDP), una u zona de desarrollo potencial p y una zona de desarro ollo real (ZDR R). En la ZZD Próximo, e el sujeto es ccapaz de reallizar aprendizzajes y lograrr resultados q que no están n al alcancee de sus possibilidades reales, con ayu uda de un mediador. m El mediador “aandamia” esttos logros en la medida que permitte que el sujeto realice determinadas d s operacioness con su ayud da, proceso y suss mecanismoss y apropiánd dose de éstos en su ZD Pottencial, a travvés comprendiendo el p ernos que geenera en el lenguaje, de las preguntas que el sujeeto realiza paara de los diálogos inte a eo y las corrrecciones quee éste realizza en la inteeracción con la comprender, del automonitore e, y de las co orrecciones q que el propio mediador reealiza durantee el proceso de actividad desafiante o que no estaba en el rep pertorio cogn nitivo de un sujeto s entra en enseñaanza. De estta forma, algo éste prrogresivamen nte a través d de una apropiiación mediad da o andamiaada, generand do el desarro ollo de las eestructuras cognitivas y m modificándolass. Para Vygotski V no se erán estadioss sino la proggresión paulaatina de las habilidades, h c competencias s y destrezzas del sujeto o a partir de la interacción n con el med dio, entendien ndo a éste co omo los adulttos significcativos, los paares, la dificu ultad técnica que presentan los objeto os y las tareaas, y el lenguaaje como el gran vehícculo que perrmite la articculación de lo os propios procesos p con la informaciión proven niente de otras fuentes, laa percepción de logro en el aprendizaaje y la motivvación que essto implicaa para el desarrollo cognitivo y social del sujeto. La L teoría de la Modificabilidad Cognitiva Estructtural que po osteriormente desarrolla Reuven Feu uerstein (198 80), discípulo o de Vygotsski, desarro olla ampliamente estos asspectos. Es claro que en la tteoría de Vyggotski el gran n aporte es laa incorporació ón activa del impacto soccio‐ ognitivas, reconociendo dee este modo que los sujettos culturaal en el desarrrollo de las eestructuras co vivimos en sociedad d y no de otraa forma, y qu ue la maduracción biológicaa sigue esta ló ógica porque es
12
un requerimiento que le impone la cultura a los sujetos que dotan de vida a la estructura anátomo‐fisiológica. La interdependencia inevitable entre la cultura en que se desarrolla la vida y las condiciones biológicas que permitieron la creación de una cultura indican que aprendizaje y desarrollo son dos aspectos de un mismo fenómeno: la realización de la vida en la sujeción social. Se desprende de esto que habría una contradicción fundamental entre ambas teorías, una evolucionista y determinista, la otra constructivista y socio‐cultural. Nada más errado. De hecho, a la teoría Piagetana se la conoce como Teoría del Constructivismo Genético y a la de Vygotski como Teoría del Constructivismo Socio‐Cultural. ¿Qué hace que ambas compartan el origen constructivista? La mayor parte de los autores referidos en esta bibliografía coinciden en que ambos autores enfatizan aspectos diferentes, si la mirada del observador se sitúa en el desarrollo psicosocial o socio‐histórico del sujeto. O sea, habiendo aceptado que Vygotski acertó al plantear que el ser humano se desarrolla a partir de la interacción con un entorno que le es presentado por otros, y que al adquirir simbólicamente el lenguaje puede generar diálogos internos que refuerzan no sólo la complejización de este lenguaje sino también los aprendizajes y el desarrollo intelectual a medida que se le proveen o andamian las explicaciones que facultan la comprensión, entonces encontraremos en la teoría de Piaget un enorme acierto en la descripción detallada de las asimilaciones y acomodaciones que sostienen la construcción de los esquemas representacionales, no como relato biográfico de cada niño, sino como un proceso evolutivo filogenético del aparato intelectual. Más allá de los estadios y de la evolución genética (entendiendo que ésta no es antojadiza y se evidencia una progresión desde lo sensorio‐motor hacia la abstracción progresiva y el pensamiento hipotético‐deductivo), lo que nos interesa actualmente de Piaget es su asertividad para describir a nivel micro‐funcional el descubrimiento de los objetos, la manipulación de éstos y los aprendizajes asociados a este trabajo en el que el niño pasa sumido con tanta dedicación. John Matthews (2002), hará un importante desarrollo en lo que se denomina “psicología del arte infantil” en el que reúne ambas perspectivas del desarrollo a partir de la construcción histórica de un grupo de niños: su trabajo investigativo por más de 30 años en Inglaterra y Singapur. Incorporando otros factores, como los que serán motivo de este libro, tendremos una mirada más acabada del proceso del desarrollo infanto‐juvenil, que enarbola lo cognitivo como un centro integrador de los procesos sociales, motivacionales, académicos, disciplinarios y emocionales, permitiendo que el sujeto se vea a sí mismo y genere expectativas que le posibiliten el protagonismo de su propia vida y la inserción social activa. Referencias Bibliográficas Álvarez, A. & Del Río, P. (1996a/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vygotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza.
13
Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Feuerstein, R. (1980). Instrumental Enrichment. Baltimore: University Park Press. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Matthews, J. (2002). El arte de la infancia y la adolescencia. La construcción del significado. Buenos Aires: Editorial Paidós. Palacios, J., Coll, C. & Marchesi, A. (1995/1990). Desarrollo psicológico y procesos educativos. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 367‐383). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Piaget, J. (1959/1954). La formación del símbolo en el niño. Imitación, juego y sueño. Imagen y representación. (1ª Reimpresión) Bogotá: Fondo de Cultura Económica. Piaget, J., Inhelder, B. (1969/1997). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (1979). Interacción entre aprendizaje y desarrollo. En: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, capítulo VII, pp. 123‐140. Barcelona: Crítica.
14
EJE I EDUCACIÓN PREESCOLAR Y DESARROLLO TEMPRANO
15
Capítulo 1 La autonomía como un logro del desarrollo Este capítulo se abre con una afirmación: la autonomía es un logro del desarrollo. Ésta se define como la capacidad de tomar decisiones sin intervención ajena (RAE, 2001; Laplanche & Pontalis, 2004/1996); por ende, implica algunas capacidades de base: poder hacer juicios, tomar decisiones, anticipar consecuencias y asumir riesgos; la libertad del ejercicio del ensayo y el error en el contexto de la exploración, y por supuesto, la eficacia motriz que permita la manipulación deseada. La autonomía entonces es una tarea vital, que comienza al nacer y que implica la experiencia y el aprendizaje a lo largo de toda la vida (Covarrubias, 2013). En múltiples aspectos, los adultos no somos totalmente autónomos y seguimos desarrollando nuestra capacidad para tomar decisiones sin intervención ajena: todo psicólogo clínico constata esto en las sesiones con sus pacientes, y se propone –en alguna medida‐ el logro de un funcionamiento autónomo como objetivo de la terapia. La realidad humana nos remite a una experiencia diádica que es común a toda la especie: nacemos del vientre materno, íntimamente sujetos a los cuidados de un adulto (nuestra madre); nuestros primeros meses transcurren en el interior del cuerpo de ésta y en una buena medida nuestra propia vida se sostiene en el impulso vital que nos otorga nuestra madre: nos alimenta, nos abriga, nos protege para que el desarrollo fetal sea armónico y progresivo (Trevarthen, 1980). Al nacer, estos cuidados se prolongan y la relación de dependencia es totalmente asimétrica. Ella –o el adulto que la reemplaza‐ media la experiencia para nosotros; en alguna medida ella constituye nuestro mundo, y lentamente vamos incorporando que ese mundo exterior es más vasto que nuestra madre y nos entrega posibilidades de exploración y descubrimiento –así como de satisfacción y frustración‐ de las que podemos apropiarnos (Trevarthen, 1995). Es por esto que el desarrollo de la autonomía tiene una relevancia particular en la primera infancia. Es el proceso que engloba los más grandes aprendizajes de la etapa, como aprender a caminar, lograr el control motor que permita los desplazamientos, la adquisición del lenguaje y el desarrollo de las funciones cognitivas básicas. Lo que quisiera puntualizar es que los seres humanos vivimos este funcionamiento autónomo como una paradoja: al observar a un niño empecinado en un dibujo, sobre una pared por ejemplo, veremos su concentración y el disfrute asociado a esta tarea; es una actividad plenamente solitaria e íntima. La autonomía para él se jugará como un importante factor motivacional, como una fuerza desde adentro que lo impulsa. Esa misma fuerza interna lo impulsará a buscar la dependencia, a llorar porque su madre se ausenta o a requerirla para diversas tareas que son parte de su cotidiano (ir al baño, procurarse alimentos, acostarse). Esto también podemos observarlo en su entorno: la madre será la primera que celebre sus primeros pasos o las primeras palabras que pronuncie, pero inconscientemente será la primera que obstaculice el desarrollo de su independencia. Esto genera ciertas controversias en la
16
literatura (Trevarthen, 1980; 1995; López, 1995/1990; Matthews, 1996b): lo que los autores plantean es que no se puede ser “arte y parte”; el rol materno o cuidador adulto se contrapone con el desarrollo del funcionamiento autónomo porque involucra la dependencia que generan los vínculos de apego. Al niño se le toma en brazos no sólo porque éste lo pida sino también porque el adulto lo quiere hacer, ya sea para evitar que llore, para evitar que se dañe en sus exploraciones por el entorno, o que se ensucie o que genere algún destrozo tomando las cosas que están a su alcance. El hecho es que la sobreprotección de los niños surge desde los primeros días de vida, en el curso de la crianza, y tiene más que ver con las necesidades del adulto que lo cuida que con las necesidades del niño, como una fuerza externa que dificulta el funcionamiento autónomo que empezará a gestarse, lo que no implica que un niño no necesite ser protegido (Dolto, 1990; 1998). De este modo el funcionamiento autónomo es un imperativo social que todo niño o niña requiere para constituirse en un sujeto que pueda crecer y desarrollarse, e ir integrándose en los requerimientos que la vida social le imprimirá a medida que el tiempo pasa. Al acercarse a los cuatro años, los niños y las niñas ingresan en el sistema escolar a través de la educación parvularia, preparándose para la educación formal y obligatoria en el ciclo básico. En este capítulo, centraremos la mirada en cinco aspectos del desarrollo que son fundamentales para el logro de un funcionamiento más autónomo: la exploración (y la curiosidad), la mediación y el fortalecimiento de los vínculos, la autoestima y el dominio técnico en nuestros movimientos y acciones, el desarrollo de la Psicomotricidad y de la configuración topológica del espacio y de los objetos, y la adquisición del lenguaje. 1.1
Exploración‐Curiosidad
La base de todo el desarrollo humano es la curiosidad, que se manifiesta en la exploración de los objetos, de las personas que nos cuidan (y posteriormente, de las personas que queremos), de los lugares por los que nos desplazamos. La dotación de sentidos en nuestra corporalidad es una herramienta de supervivencia fundamental: nuestro impulso vital se expresa en la necesidad que demostramos de conocer y comprender lo que nos rodea (Matthews, 2012). Esta exploración nos lleva a descubrir fenómenos detrás de los objetos y fenómenos propios de su existencia. Un cubo de madera, por ejemplo, tiene cuatro lados que pueden observarse a través de la manipulación espacial del cubo. Esto le confiere su solidez. Este cubo puede desplazarse en el piso, cuando el niño lo mueve, o lo lanza. El cubo a su vez tendrá un tamaño, podrá caber o no en su boca. En los lanzamientos que el niño haga del cubo, notará que éste deja de existir cuando queda escondido detrás de un mueble: hasta que sea capaz de encontrarlo nuevamente, probablemente luego de que muchas veces se lo hayan buscado y vuelto a entregar. Al principio lo experimentará como un cubo nuevo, diferente. Pero reconocerá olores (toda vez que se llevó el cubo a la boca), y otras particularidades que haya reconocido previamente.
17
En suma: la exploración de los objetos le permite acercarse a la tridimensionalidad de éstos, a las perspectivas nocionales que estas dimensiones implican, al movimiento y al tiempo, a la noción de secuencia, a la conservación de los objetos, su solidez y su existencia. Hay un mundo de ideas a las que accede al niño por exploración y todas ellas están íntimamente involucradas con su curiosidad. Suena como un gran trabajo cognitivo que desarrolla el niño desde su más tierna infancia, y en efecto así es. Las operaciones que realiza un niño con el mundo de los objetos y de las situaciones son extremadamente complejas y requieren de un proceso. Es aquí donde la psicología del arte infantil nos ha dado tanta claridad para comprender el desarrollo del pensamiento humano, dado que ésta se aboca a describir los procesos que realizan los niños para sistematizar sus experiencias con los objetos y traducirlas a soportes gráficos o medios de elaboración (Covarrubias, 2010, junio). Como lo describe Matthews (1996a; 1997; 2002), para el niño en la primera y segunda infancia no se trata de expresión, sino de elaboración: los significados se construyen, y con éstos lo que se forma es la perspectiva. Desde las habilidades cognitivas, la perspectiva en relación a la imagen implica una toma de decisión, un juicio, pero también una anticipación de consecuencias. El trabajo artístico infantil involucra un proceso de mediación constante, desde el adulto que responde sus preguntas y –sobre todo‐ desde el soporte y los desafíos técnicos que le imprime la propia actividad. 1.2
Mediación y fortalecimiento de vínculos
El apego puede explicarse desde varios ángulos. Bowlby (1993) se centra en la dimensión afectiva y en la importancia de la estabilidad de las figuras de apego en la formación de la psiquis del niño, en relación a la confianza y la seguridad que ésta le transmite. Su enfoque fue extraordinariamente asertivo en la segunda mitad del siglo XX porque acentuaba la importancia que tiene para el niño la estabilidad en los procesos de vinculación y la dependencia de éste respecto a los cuidados que requiere la crianza. La figura de apego le permitía al niño desarrollar la confianza básica que posibilita la curiosidad y la exploración objetual que permitirá su desarrollo y posterior formación del carácter. Vygotski (1979), leído por otros autores como Rivière (1995/1990), Vila (1995/1990), Matthews (2002), Palacios (1995/1990), Trevarthen (1980; 1995) y López (1995/1990), hacen hincapié en la función mediadora del adulto que ejerce los cuidados y en el concepto de andamiaje que posibilita esto para la exploración y la formación del niño. En este sentido, el vínculo de apego es también una fuente de estabilidad en el desarrollo de la autonomía, como un destete emocional y funcional progresivo que posibilita la independencia. Un ejemplo particularmente conmovedor de esta función mediadora en el apego al servicio del desarrollo de la autonomía se encuentra en “El arte de la infancia y la adolescencia” (Matthews,
18
2002), en la que el autor nos narra un processo con su hijo o mayor Ben. Analicé estee ejemplo en un o publicado e en El Gobiern no, en Junio d del artículo 2010. Matthews esscribe: Ben n y yo maantenemos conversacion nes sob bre imágenes y sobre cóm mo funcionan n y ello o le ayuda a ccomprender laa imagen com mo unaa muestra de e un conjunto o visual mucho mayyor. Más o menos a partir de los 2 añoss y 6 m meses de edad d cuando miraamos juntos llos cueentos ilustrados del oso Ru upert, Ben haace preguntas sobrre el signifficado de las imáágenes. Por ejemplo, e en una ilustración con ncreta puede aparecer un na vista parccial de Rupert cuyass piernas esttán ocultas por p Ben pregunta: “¿Por qué R Rupert no tien ne piernas?”. Entonces le los bordes de la ilustración. B ofreezco explicacciones que le ayuden a comprenderr las conven nciones de este e recurso picttórico: “Bueno, imagínate que el dibujo es como un na ventana y que no podeemos ver las pierrnas de Rupert porque esttán por debajjo del marco””. En realidad d, en esencia, así es como han n concebido laa superficie d de dibujo los artistas occid dentales desd de el Renacim miento y Ben com mprende ense eguida estas eexplicaciones. (p. 232) La inqu uietud por la perspectiva lineal “a travéés de una ventana” llevará Ben a indagaar la disposiciión de loss objetos en el plano para producirr efectos de acercamiento o lejanía. A concebir el espacio o. Pero como o su inquietud representaacional es reaalista, se tran nsformará en una necesid dad de investigar las proporciones, p , entrando de d lleno en el campo del cálculo.. Matthews constata estte viraje en el desarro ollo de su hijo o en múltipless produccionees posteriores. A mi ju uicio, lo máss relevante en e el caso prresentado es la mediacción rica y co onstante que Matthews brrinda a su hijjo. Ésta lee permite inccorporar exp plicaciones y razonamienttos que están claramen nte fuera de su alcance individual, i peero ocimiento de los que el tino con que son presentaadas, el cono aprend de dizajes previo os del niño y de sus capacidades c aprend dizaje, permiten que éste incorpore la información,, la modifiq que y resuelvva las disonancias con que su curiosid dad se enfrenta. Adem más, la mediiación de Matthews no es a p permite quee el niño siga omniprresente ni agobiante, indagan ndo posteriorrmente lo que ha entendid do, utilizando o la informaación para asentar esste descubrrimiento (Co oll, 1996/1 1990).
19
Esto no o habría sido o posible si ess que Mattheews consideraara –como Piaaget‐ que su hijo necesitaaba cumpliir con una secuencia del desarro ollo específfico (Matthew ws, 2002; Piagget, 1959/1994; Piaget,, J. & Inhelde er, B., 1997/1 1969). Los salltos cualita ativos que prresenta Ben n respecto del punto de vista nocional, de la perspecttiva el descubrim miento de la isométtrica y de perspeectiva lineal m mucho antes q que usualmen nte esto see lleve a cabo o en los sujeetos es algo que q sorprende en laa lectura de d este lib bro hews, 2002). Lo que trasunta este e (Matth processo es la capaccidad que adq quiere Ben para adoptaar puntos de vvista, capacid dad que comieenza a adquirrir al enfrentaarse con el osso Rupert, y q que luego actualiza a en sus dibujos. El aprendizajje promueve el desarrollo o cognitivo, permitiéndole p e a Ben realizar estos ssaltos. Y esto se basa en laa confianza q que su padre tiene en las capacidades de o, en el resp peto por su desarrollo y su aprendizaaje. Porque su s padre desscubre que sus s su hijo actividades de juego y dibujo no o son azarosaas, sino inteliggentes e inteencionadas, y la empatía ccon borda el quehacer de su hijjo para mediaar y ayudarlo en los sociod desequilibrioss cognitivos q que que ab éste en nfrenta se fun ndamenta en el reconocim miento de un hecho esencial: El n niño y la madre comparten n un campo d de visión que también es u un campo de acción. Éste no ssólo consiste en la superfiicie física del papel, los bo otes de pintura, los pinceles, etcétera, sino o que tambié én es una ven ntana que see abre a una variedad de futuros potenciales pero dessconocidos. Em mpleando lo os términos con los que Ray Jackendoff (1993) describía el lengguaje, es unaa “ventana a la concienciaa”. Ni la mad dre ni el niño o tienen ningguna idea de haccia dónde irá lla pintura. (M Matthews, 200 02, p. 288) La clavve está en pe ermitirle al niño la indagaación, el dom minio de la téécnica y la reesolución de los conflictos que este proceso conlleva. c No adelantarsse, no transsformarlo en fórmulas que q introdu uzcan la noción que los adultos tenem mos del dibujo o y de la rep presentación, y acompañarlo en suss hallazgos y en sus dificu ultades, para brindar el apoyo a que reequieren y no os manifiestaan. Sobre todo al considerar que los primeross dibujos de los niños no son comprensibles com mo produccto, sino como proceso. Hago h hincapié en u un punto fund damental: Maatthews desccubrió que su u hijo Ben ten nía una especcial inclinación hacia la perspectiva lineal, la quee comenzó a manifestarsee desde muy niño. Sabiendo que lass investigacio ones describeen que dicha perspectiva es un logro adolescente y que requieere instruccción dirigida, Matthews alentó a su hijo h para quee la descubriiera a su ritm mo y desde sus s inquiettudes, logrando el niño do ominarla antees de los nuevve años. Básicamente, parra este autor,, la forma en que se co oncreta la com mposición en el dibujo –por parte de lo os sujetos‐ no es única, siino us eleccioness y de sus aprendizajes. Ess de hecho, la adquisición n de puntos de que deepende de su vista: n nocionales, de e objeto o refferidos a la téécnica.
20
Apartee de mostrarn nos un maravilloso ejemplo de vinculacción activa y m mediación, do onde Matthews respon nde las preguntas de su hijo y observa el proceso q que éste desp pliega en sus indagaciones y en la exploración del dibujo, este e ejemplo o nos permitte acercarno os al apartad do siguiente: el el desarrollo d de la autoestima. dominio técnico y e 1.3
Autoestima – Dominio Técnico
Uno dee los aportess de este enssayo consistee en relacionar el desarro ollo de la auttoestima con el dominio técnico. Laa fundamentación es senccilla: el domin nio técnico esstá ligado a laa percepción de logro yy ésta a su ve ez, al autocon ncepto en desarrollo. El n niño cree quee puede, desccubre que loggra dominaar las dificultaades con quee se encuentra intentándollo para posteeriormente sa aber que pued de, y de essta forma incrrementar su m motivación a seguir explorrando y experrimentando. En el ejemplo de Ben y el oso o Rupert, la l imagen del oso aludee a uno de los problem mas mentales de e la representación visual v en Occidente: O fundam la configuraación espaccial o comp posición en laa que una reaalidad tridimeensional es reepresentada en un medio o bidimension nal, como el plano, laa hoja del libro ilustrad do. A simplee vista, éstee podría serr un problem ma o. Uno ve las cosas en perrspectiva lineaal porque orgganiza el cam mpo visual seggún las leyes de sencillo la Gesttalt. Por ende e, si Ben atien nde a ese asp pecto particullar de la ilustración es porrque lo que esstá mirand do es coherente con lo qu ue ve a diario o, con dicha configuración espacial prresentada en su campo o visual. Pero o como señalaan Arnheim (1 1979/2005) yy Costall (1995 5; 1997), ver no es lo mism mo que peercibir; el perccepto es consstruido por ell niño en n la investigación de los objetos, en un n processo mediado por adulto os sobre laa dimenssión visual, auditiva, cinestésica c y y narratiiva de la dinámica y la estructura e dee los asp pectos constituyentes deel medio (loss objetos, las relacio ones, las perssonas que lo o n, etc.). rodean Esa invvestigación es el objeto de estudio dee la psicología del arrte infantil, y y se le llamaa arte no o por su similitud con el arrte adulto (Gaardner, 2005)), sino por su sistematicidaad, periodicid dad y por las transferen ncias que el n niño genera een un todo co oherente. Vale decir, el niñ ño comienza su u vida (en las protoconverrsaciones con n la investigación representacional een los primeros días de su madre, a través de las estructuraas de primeraa generación)), a nivel senssorio‐motor, yy luego de un nos nvestigación aa soportes o m medios de exxpresión: pictó óricos, sonoros, meses comienza a llevar dicha in narratiivos, escultóricos, etc. El procceso de dominar las estru ucturas de prrimera, segun nda y terceraa generación en un soporte implicaa la investiggación de esstos mismoss atractores en otros so oportes. El resultado es la configu uración de esquemas perrsonales que le permiten n concretar laa representaación, combin nar
21
dichos esquemas para p obtenerr múltiples resultados r y de esta forma, lograr mecanismos m de ucción del con nocimiento reepresentacion nal (Matthew ws, 2002). expresión y constru La inveestigación de Matthews aporta el co oncepto de e atractores. La relació ón dentro/fuera, arriba/aabajo, atravessar, la configu uración topollógica entre de los objetos, el movimiento, m os otros, son atractoress que mucho despiertan la curiossidad del niño o y lo conduccen en la exxploración de d los aspectos dinámico os y estructu urales de los objetos y eventos. Se e p podría planteaar que los atracctores introdu ucen un socio‐desequ s ilibrio cognitiivo, que el niño resuelve investigando el objeto o eevento y desarrollando esstas estructurras de primera, segun nda y terceraa generación n como procceso de consstrucción de los esquem mas represeentacionales.. Las esttructuras de p primera geneeración más im mportantes sson el arco veertical, el arco o horizontal yy el vaivén,, y se corresp ponden con llas conductass motoras dee brazos y maanos en vaivéén, horizontaal y verticaalmente. En u un comienzo –señala Mattthews‐ es paarte de una d danza donde “empleando un lenguaje tetradimensional, las eexpresiones faaciales, los so onidos y las aacciones de b brazos y man nos del niñ ño y de quien le cuida se o orquestan con njuntamente.” (2002, p. 3 36) Posteriormente, el auttor señala que se le presentan objetos al niño,, los que son n insertados en el espacio o interperson nal entre éél y quién lo ccuida. Normaalmente, al niiño se le suelen ofrecer lo os objetos a laa altura de su u pecho. El niiño examina los objetos con atenció ón y realiza “movimientoss en forma dee arco con el brazo hacia él, golpeándo olo utor presenta la peculiarid dad de vez en cuando” (id, p.37). El movimiento en arco descrito por el au miento oscilante del cubo o” (id, p. 38). De esta form ma, de unaa “sincronía ccasi perfecta con el movim Mattheews plantea q que dichas esstructuras son n la base para los inicios d del dibujo (do onde volverán n a observvarse, al acerrcarse al año de vida). Aquí comienzan n a aparecer las estructuras de segun nda desplazamientos en zigzaag, generaación: rotacio ones continuaas, líneas con extremos delimitados, d líneas continuas y desplazamieentos seriado os en el tiem mpo y en ell espacio. Coincide C con la exploraación topológgica del objetto, hacerlo rotar, moverlo de un lado a otro. Mattheews plantea q que a travéés de estas estructuras e el niño traduce en el plano o sus proceso os de atenció ón relacionad dos con la estructura y la dinámicca de dichoss objetos explorados. Ell proceso co ontinúa con las estructturas de terce era generació ón, llegando aal dibujo repreesentacional o imagen.
22
portante destaacar que paraa Matthews eeste proceso constructivo nunca se fun ndamenta en n el Es imp azar, siino en la búsq queda continua y sistemáttica a partir d de los atractores y el domin nio del soporrte, de la técnica t que se s va adquiriiendo (Matth hews, 2002). Utilizando una metáfora,, el proceso de dibujarr e investigarr el entorno ees como un b boceteo perm manente en ell que el niño resuelve tem mas que lo inquietan ace erca de la ideentidad de loss objetos, de sí mismo, de la dinámica d del movimien nto y sus potencialidad des; las posibilidades dee configuración son mucchas. La mejjor manera de entend der el desarro ollo de las rep presentacionees visuales no o es viéndolo o como una única progresión lineal hacia h unas im mágenes “visu ualmente reaalistas”, sino como un dessarrollo espontáneo a parrtir de la elaboración e de d reglas y principios p esttructurales en el que la mediación m po or parte de los adultos facilita la integración de estos sistemaas participanttes y la interaacción fluida ccon el entorn no. A mi en ntender, la láámina del oso o Rupert actúaa como un so ocio‐desequilibrio cognitivo o en Ben. A ssus dos añ ños y medio,, la imagen de Rupert siin piernas lo o angustia. Aq quí vemos laa acción de los atracto ores: en su nivel de desarrrollo real, Been sabe que eel oso tiene p piernas. Lo h ha indagado. El oso está dotado de e vida, le pasan cosas y acctúa en un m mundo literario con el quee él ha operado mo señala Gardner, G la membrana m qu ue separa lo real de la fantasía f aún es profusamente. Com er, 2005), po or lo tanto no puede justtificar esta “carencia” en n virtud de que q permeable (Gardne s ve así. El hecho de esttar Rupertt es un dibujo. Tiene quee haber una rrazón por la que Rupert se “leyendo” esta aven ntura con su p padre le perm mite preguntaarle –como taantas otras veeces‐ por qué es upert no tiene piernas. Y ees aquí donde Matthews actúa como m mediador, bliindándolo en n la que Ru Zona de d Desarrollo o Próximo co on una explicación que Ben logra entender e y que q resuelve la disonancia visual y y cognitiva, llevando l la resolución r dee este problema al nivel de desarro ollo A. & Del Río, P., 1996/1990; Vygotski, 1 1988). potenccial (Álvarez, A Primerro llevará estta reflexión a a la manipulaación de objeetos, reprodu uciendo el ocultamiento de porcion nes materiale es en una superposición d de planos dessde un punto o de vista nocional. De essta
23
forma llega a dominar la composición espacial del plano (el arriba y abajo, la izquierda y derecha en el papel, para simular adelante y atrás). Posteriormente en sus dibujos, Ben seguirá indagando sobre la ocultación o acentuación de aspectos del objeto, llegando en poco tiempo a componer planos en perspectiva isométrica. Así, en un dibujo hace el pie de un indio de un tamaño evidentemente superior al resto del cuerpo y del otro pie, dándole un efecto de proximidad al pie más grande y de movimiento al indio en cuestión, que se acerca caminando. Mientras hacía este dibujo, comentaba en voz alta la aproximación del indio y actualizaba la narrativa con marcha de acercamiento que actuó consecutivamente. No sólo la información (la lámina sin piernas del oso) es presentada por su padre, también la oportunidad para dialogar sobre ésta. Y con esto, lo que se le permite a Ben es que lleve su curiosidad por la ocultación (la permanencia y conservabilidad del objeto) a un nuevo nivel: el de la composición en un plano. Se puede argumentar que esta curiosidad no habría tomado este rumbo sin la crisis que la falta de piernas de Rupert le produjo a Ben, pero tampoco se habría generado el desarrollo posterior sin la mediación que le brindó su padre. La explicación de la ventana le permite comprender el punto de vista nocional. Ben conoce las ventanas, sabe que al mirar por una de ellas ve las cosas de un modo diferente a cómo las vería directamente. Su padre relata que se pasó días mirando a través de toda ventana a la que tenía acceso. Cuando lleva esta indagación a la manipulación de objetos, se puede hipotetizar que la disposición de éstos en el espacio era un intento por reproducir una “vista de ventana”, que posteriormente lleva al plano bidimensional en la composición isométrica, planteando la cercanía y la lejanía según la disposición de los objetos o los aspectos de los objetos hacia arriba o abajo, hacia la izquierda o la derecha. Este proceso fue paulatino y periódico, no se resolvió de inmediato. Y se puede hipotetizar que hubo más sociodesequilibrios en la misma línea temática, que lo llevaron a más preguntas y a más indagación. El resultado es que Ben a los seis años ya dominaba la composición isométrica y comenzaba a indagar la perspectiva lineal, que normalmente los chicos no entienden hasta la adolescencia (Matthews, 2002; Gardner, 2005). Lo que este ejemplo nos permite analizar es el desarrollo de la motivación y de la noción de logro en Ben. Un proceso acompañado, fuertemente vinculado a su padre, donde su curiosidad y sus conductas exploratorias son sistemáticas y rigurosas. El ejemplo da cuenta del logro de un funcionamiento autónomo en relación al dibujo y a la notoria indagación conceptual que éste implica, que da la impresión de adelantarse al estándar para niños de su edad. El padre relata el impacto que esto tuvo en la autoestima de Ben, formándolo como un niño seguro y alegre, concienzudo y riguroso. La autoestima está íntimamente ligada con la motivación. Es complejo querer hacer sin creer que se puede, sin creerse capaz ni valorar lo que uno es. Los niños son concretos, el hacer está relacionado con su goce y éste con sus aprendizajes y su desarrollo. La búsqueda constante de aprobación a sus obras que surge en la segunda infancia da cuenta de esta necesidad de ser
24
reconocido en el hacer y en el ser, y refuerza la necesidad de una vinculación que medie en las resoluciones asociadas a la laboriosidad propia del arte infantil o juego. Podría suponerse a raíz de este ejemplo que el arte infantil es el dibujo o la pintura, pero no: la escultura, la música, el baile, la dramatización y la dramaturgia son actividades propias de la infancia y se articulan entre sí porque los niños las viven como un continuo en el que experimentan diversos placeres y diversos matices en sus construcciones conceptuales. El dominio de la técnica está relacionado con la autoestima porque es el logro de satisfacer una inquietud intelectual y volitiva: la resolución de un sociodesequilibrio cognitivo. A continuación veremos los desafíos corporales –y sus subsecuentes desarrollos psicomotrices‐ que involucra esta actividad artística infantil. 1.4
Psicomotricidad – Configuración Topológica
Como lo señalan Palacios y Mora (1995/1990), “el organismo humano tiene una “lógica biológica”, una organización y un calendario madurativo.” (p. 39) No se trata de una carta Gantt rígidamente predeterminada, como fue malamente entendido el trabajo de Piaget (Matthews, 2002; Arnheim, 1979/2005), sino de un compendio evolutivo que tiene un sentido en las actividades que asumen los niños y niñas en su desarrollo, y en las tareas que socialmente se les exige para facilitar el ingreso a la sujeción social. Por ejemplo, aprender a escribir implica cierto dominio de la motilidad gruesa y de la motricidad fina. No cualquier tonicidad y/o coordinación muscular, sino algunos específicos que implican la posición del brazo, la espalda y el cuello (a nivel grueso); la utilización de los dedos, la prensión, la soltura y flexibilidad de la muñeca, la capacidad de tensar ésta y dirigir el movimiento de la mano en una determinada dirección, entre otros muchos logros psicomotrices finos que son necesarios (Condemarín & Chadwick, 2006/1986). Si uno viaja en el tiempo de la vida de un niño, y se acerca a los movimientos en vaivén o al arco horizontal y vertical, observará un progresivo trabajo de dominio de la motilidad gruesa para el logro posterior de la escritura; por cierto, también del dibujo y otras acciones que el niño emprenderá con un lápiz y colores. A nivel de la motricidad fina, los desarrollos posteriores en zigzag, líneas continuas, arco circular y otros, también son un ejercicio progresivo que permite la adquisición de la escritura. Está claro que el niño no pretende escribir cuando realiza estas actividades ni desarrolla estos controles y dominios de su motricidad. Lo que el niño está desarrollando en su primera infancia es un juego articulado que le permite comprender ciertas categorías de la realidad en que vive y divertirse en una acción conjunta con su madre y posteriormente, en actividades solitarias de resolución de problemas cognitivos que surgen en su campo de experiencia. Entonces, ¿cómo es que la casualidad liga la escritura con el desarrollo previo del arte infantil? La respuesta es simple: porque la escritura no es casual.
25
Como señala Chomsky (1983), la adquisición de una lengua no es casual porque existen estructuras cerebrales que facilitan y determinan la adquisición de un sistema de símbolos orales y escritos con una gramática, que se activan de acuerdo al idioma hablado en cada contexto donde se produce el desarrollo de la especie. El autor quiere referir a este descubrimiento la evidencia de que un niño que nace en un país angloparlante, su biología lo llevará a aprender inglés, escrito y hablado, gramaticalmente sustentado. En su planteamiento, los niños son potencialmente políglotas. Pero las investigaciones filogenéticas (de la especie) apuntan en una dirección complementaria: Eccles (1989) resume que las actividades que forman parte de nuestra cultura provienen de necesidades propias de la sociedad y de transformaciones biológico‐genéticas que las sustentan en el curso de las generaciones. Aprendemos a escribir como una exigencia social porque la sociedad requiere de un lenguaje escrito para sostenerse. Es parte de nuestra deriva cultural que sostiene las exigencias genético‐ moleculares que dotan a nuestra biología de los rudimentos para sobrevivir en la sociedad. El lenguaje, que es materia del apartado siguiente, es un requerimiento básico que hace nuestra cultura sobre todo organismo vivo llamado humano, y los seres humanos nacen en un contexto parlante y dotado de significados, poniendo esta expectativa evolutiva en el código genético de todo ser nacido. De aquí que sigue una línea de desarrollo que implica comprensiones y construcciones; manipulación, exploración, curiosidad, autonomía y capacidad de logro son fundamentales para que un niño adquiera el lenguaje en el que se desenvolverá. La marcha y la capacidad de desplazarse permiten la funcionalidad en el espacio del niño que debe complementarse con dicho lenguaje adquirido o por adquirir. La manipulación de los objetos permite situarlos en ese espacio que se explora y se domina con la adquisición del desplazamiento, permite configurar los objetos en el espacio, a uno mismo, y comprender lo que denominamos situación. El lenguaje viene a ser las descripciones de esa realidad en la que nos movemos y la manera en que coordinamos acciones para intervenir en esa realidad y convivir en ella. Son aspectos de la vida humana ineludibles e inscritos en su organización biológica, que va plasmándose en una estructura que crece y madura conforme los requerimientos del desenvolverse infantil la van actualizando. El niño desarrolla su propio guión, pero la historia que cuenta se inserta en una literatura vieja e impresa en nuestros genes, y conlleva el lenguaje y el desplazamiento como hilos conductores.
1.5
Adquisición del Lenguaje
He intentado aclarar a lo largo de este capítulo que el desarrollo del recién nacido hasta lo que llamamos pre‐escolaridad es un continuo destete emocional y funcional, que permite la incorporación del niño en un sistema de funcionamiento social donde éste se juega su autonomía para sujetarse en dicho funcionamiento grupal. Salta de los brazos de su madre a los brazos simbólicos de un grupo social conformado por el resto de la parentela, los juegos entre pares, la sala del párvulo y la estructura pre‐escolar, y en el camino es capaz de andar, correr, saltar, hablar, hacer cosas con sus manos, dibujar y relacionarse con otros.
26
Si nos detenemos unos minutos en esta imagen (el niño en el aula del párvulo) y miramos de reojo al lactante en brazos de su madre, notaremos que el niño ha cursado el desarrollo más feroz y radical que pueda realizar en el resto de su vida. Pero me gustaría ir más lejos: en rigor, todo ser humano estará siempre sujeto a un contexto o a una situación social. La organización social es parte de nuestra naturaleza y en nuestra cultura, nuestra posibilidad de existencia. Por eso el lenguaje y la movilidad son tan relevantes para nuestro desarrollo. El aporte de Chomsky al deducir que la sintaxis contiene un germen genético que madura en el desarrollo infantil y que posibilita la adquisición de una lengua se complementa con los aportes de la semántica en la psicolingüística, que añade la importancia de los significados que se utilizan en la construcción de las frases y en la comprensión de éstas. Piaget (1959/1954) explica que los significados son aprendidos a partir de la función simbólica, previamente a los primeros ejercicios fonológicos y del paso del gesto a la palabra. El niño conoce una realidad que puede simbolizar y comprender para luego asimilarla y acomodarla en términos conceptuales y construcciones gramaticales. Pero no será hasta la aparición de la pragmática desde la filosofía del lenguaje (Dascal, 1999) donde se entienda que tanto los significados como la sintaxis constructiva del lenguaje se supeditan a un contexto, a una utilización e instrumentalización del lenguaje porque su sentido es la comunicación. El lenguaje nos permite que “nuestros interlocutores tomen conciencia de algo que, estando en nuestra mente, no está en la suya (…) por eso, aprender a hablar implica también aprender a anunciar la intención y aprender a compartir un tema con un interlocutor y comentar sobre él” (Vila, 1995/1990, pp. 87‐88). Esto es particularmente relevante luego de haber analizado lo que la psicología del arte infantil (Matthews, Arnheim, Costall, Gardner y Willats) plantea sobre la construcción de los significados en el ejercicio de la representación. Lo que el niño indaga es la situación, el contexto. Lo que le exigimos socialmente a los niños al traerlos al mundo en una realidad parlante es que descubran el contexto en que nuestro lenguaje cobra sentido. Al hablar, hacemos referencia a situaciones, a un contexto donde lo que decimos cobra sentido, y eso el niño lo comprende porque su realidad primaria es un contexto vincular, una situación donde el mundo se conforma entre dos. Si bien la madre –o el adulto que cuida‐ traduce para el niño los significados y las interacciones (tanto las propias como las del bebé), la realidad de este vínculo remite a una interacción en un tiempo y un espacio determinados, donde hay “un mundo allá afuera”. De ese mundo se apropia lentamente el niño en sus juegos exploratorios y en la sistematización de su trabajo infantil. Acompañado de este adulto que lo cuida, que acerca los significados de las cosas y sus explicaciones causales, el niño progresivamente adquiere una comprensión de esta complejidad al dotar su mente de estructuras categoriales: tiempo, espacio, volumen, secuencia,
27
causalidad y permanencia; de esta manera el niño comprende la realidad situacional y le es posible otorgarle a los símbolos, a las palabras y a las frases sintácticamente construidas una intencionalidad susceptible de ser comprendida y transmitida. No son las palabras las que adquiere el niño al adquirir el lenguaje, ni los conceptos ni los símbolos que los representan, es la capacidad de interactuar y transmitir utilizando esos términos o señalamientos que le permitirán prescindir de la traducción materna. Si el niño aprendiera a caminar y a moverse eficientemente pero no lograra comprender esta dimensión del lenguaje, su incorporación en el mundo social y su efectividad en éste se verían notoriamente reducidas (como ocurre en el autismo, por ejemplo). El niño puede no articular palabras, o no tener la capacidad fonológica para hacerlo, pero podrá sin duda darse a entender y utilizar herramientas subsidiarias que le permitan comprender lo que quieren decirle los demás y transmitir su opinión o sus necesidades a otros. Referencias Bibliográficas Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Arnheim, R. (1979/2005). Arte y percepción visual. (1ª Reimpresión) Madrid: Alianza Editorial. Bowlby, J. (1993). El apego (El apego y la pérdida I). Barcelona: Paidós Ibérica. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Condemarín, M. & Chadwick, M. (2006/1986). La escritura creativa y formal. (Novena edición). Santiago: Andrés Bello. Costall, A. (1995). “The myth of the sensory core: the traditional versus the ecological approach to children’s drawings”, en C. Lange‐Küttner & G.V. Thomas (Comp), Drawing and looking, pp. 16‐26. London: Harvester. Costall, A. (1997). Innocence and Corruption: Conflicting Images of Child Art. Human Development, 40, pp.133‐44. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon.
28
Covarrubias, A. (2010, Junio). Una mirada al proceso de aprendizaje. Reflexiones a partir del libro “El arte de la infancia y la adolescencia”, de John Matthews. Diario electrónico El Gobierno. http://elgobierno.pharmaceuticos.cl/index.php?option=com_content&view= article&id=51:una‐mirada‐al‐proceso‐de‐aprendizaje&catid=1:latest‐news&Itemid=50 Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Chomsky, N. (1983). Reglas y representaciones. México: Fondo de Cultura Económica. Dascal, M. (1999). Filosofía del Lenguaje II. Pragmática. (Comp.) Marcelo Dascal. Madrid: Trotta. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Eccles, J. (1989). The Evolution of the brain: creation of the self. Londres: Routledge. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2005). Arte, mente y cerebro. Una aproximación cognitiva a la creatividad. Barcelona: Editorial Paidós. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 191‐204). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Jackendoff, R. (1993). Patterns in the Mind: Language and Human Nature. New York: Harvester Wheatsheaf. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. López, F. (1995/1990). Desarrollo social y de la personalidad. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 99‐112). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Luque, A. & Palacios, J. (1995/1990). Inteligencia sensoriomotora. En A. Marchesi, J. Palacios & C.
29
Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 69‐84). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Luque, A. & Vila, I. (1995/1990). Desarrollo del lenguaje. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 173‐189). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Martí, E. (1995/1990). Inteligencia preoperatoria. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 157‐171). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Matthews, J. (1996a). ”The young child’s early representation and drawing” en G. M. Blenkin & A. V. Kelly (Comp), Early Childhood Education: A Development Curriculum. pp. 150‐183. Londres: Paul Chapman. Matthews, J. (1996b). ”Art education as a form of child abuse”, en S. Krishnan, S. Kuttan, W. C. Lee, L. Perera & J. Yap (Comp), Looking at Culture, pp. 55‐60. Singapur: Artres Design & Communications. Matthews, J. (1997). ”How young children learn to draw the human figure: studies from Singapore.” En European Early Childhood Education Research Journal, primavera de 1997, pp. 29‐58. Oxfordshire: Routledge. Matthews, J. (2002). El arte de la infancia y la adolescencia. La construcción del significado. Buenos Aires: Editorial Paidós. Mora, J. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo físico y psicomotor a lo largo de los años preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 133‐142). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Moreno, M. C. & Cubero, R. (1995/1990). Relaciones Sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años Preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 219‐232). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Palacios, J. & Hidalgo, V. (1995/1990). Desarrollo de la personalidad en los años preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 205‐217). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Palacios, J. & Mora, J. (1995/1990). Desarrollo físico y psicomotor en la primera infancia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 39‐53). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Palacios, J. (1995/1990). Procesos cognitivos básicos. Primera Infancia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 55‐68). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Piaget, J. (1959/1954). La formación del símbolo en el niño. Imitación, juego y sueño. Imagen y representación. (1ª Reimpresión) Bogotá: Fondo de Cultura Económica.
30
Piaget, J., Inhelder, B. (1997/1969). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Rivière, A. (1995/1990). Origen y desarrollo de la función simbólica en el niño. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 113‐130). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Rodrigo, M.J. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 143‐155). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Trevarthen, C. (1980). “The foundations of intersubjectivity: the development of interpersonal and cooperative understanding of infants”, en D. Olson (Comp), The social foundations of languague and thought: essays in honour of J. S. Bruner, pp. 316‐342, Nueva York: W. W. Norton. Trevarthen, C. (1995). “Mother and baby – seing artfully eye to eye”, en R. Gregory, J. Harris, P. Heard & D. Rose (Comp) , The artful eye, pp. 157‐200. Oxford: Oxford University Press. Vila, I. (1995/1990). Adquisición del lenguaje. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 85‐97). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (1979). Interacción entre aprendizaje y desarrollo. En: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, capítulo VII, pp. 123‐140. Barcelona: Crítica. Willats, J. (1997). Art and representation: new principles in the analysis of pictures. New Jersey: Princeton, University Press. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
31
Capítulo 2 Socialización: descubrir el mundo de los pares En el capítulo anterior nos abocamos a descubrir el tránsito que hacen los niños durante la primera y la segunda infancia para adquirir una comprensión situacional del lenguaje a través del logro de una cierta autonomía que les permite experimentar ese contexto y sus implicaciones. Este enfoque se basa en una concepción funcional del poder como facultativo y relacional, del modo en que Michel Foucault (1999) describe los procesos de sujeción social. En este segundo capítulo, nos introduciremos en el contexto social del niño: cómo lo experimenta, como se sujeta a un entramado previo en el que nace y al que está destinado, y cómo su subjetividad aparece en las relaciones con otros a medida que se conforma una identidad activa. Respecto a la autonomía, es claro que no se trata de un logro que aísla a los seres humanos sumiéndolos en un individualismo voluntarista. Por el contrario, la realidad de los seres humanos es la interdependencia en las interacciones sociales, y lo que busca nuestra maduración biológica es dotarnos de herramientas que nos permitan pasar de una dependencia pasiva frente a otros a una interacción activa y protagónica (Covarrubias, 2013). El niño y la niña durante la primera y la segunda infancia experimentan esto como un destete progresivo y funcional que les abre universos infinitos de exploración, estimulando su curiosidad y fortaleciendo sus capacidades y destrezas. Para ellos, se trata de jugar, y como tal, el juego es entretenido y se sustenta en el goce. Es claro que este proceso implica a su vez frustraciones y ansiedad (como todo aprendizaje en la vida), pero el resultado de las relaciones objetales se traduce en un dominio técnico que le permite progresivamente compartir e interactuar con otros: primero la madre y/o los adultos; posteriormente sus pares. El juego atraviesa un continuo desde la diversión consigo mismo a la diversión en conjunto. 2.1
Las posibilidades del goce y la estructuración del deseo
A mi juicio, una de las mayores dificultades que enfrentamos los académicos en la comprensión del desarrollo infantil es la separación entre los aprendizajes formales y lo que se denomina currículum oculto. Me extenderé un poco en esta idea: la noción de que las obligaciones ligadas al aprendizaje se circunscriben al sistema escolar y a esquemas de evaluación por parte de los docentes está tan ampliamente arraigada en la sociedad que nos olvidamos que los aprendizajes más relevantes en la historia de un sujeto se circunscriben a la adquisición de la marcha y el habla en los primeros años (Covarrubias, 2012; Freire, 1975; 1997; Illich, 1968; 1985). Nótese que me he referido a las obligaciones ligadas al aprendizaje, y no al aprendizaje en sí. Los enfoques que ligan el juego con la didáctica tienen un vasto desarrollo en la pedagogía. Pero me refiero a la evaluación y a los indicadores de logro. No se puede discutir que quien ha logrado aprender a hablar tiene indicadores de logro claramente verificables, y ni siquiera es necesario
32
hacer una evaluación para medir la adquisición. Se puede discutir la calidad de esta lengua hablada, de sus componentes expresivos y pragmáticos, de la riqueza de contenidos o de su estructura sintáctica, pero tampoco nadie espera que un niño en formación obtenga logros en el habla de manera inmediata: la lectura permanente y/o posterior, la escritura productiva, la interacción social en contextos formales e informales lo ayudarán a perfeccionar sus capacidades comunicativas. Entonces, ¿a qué me refiero cuando planteo que esta división entre los aprendizajes formales y el currículum oculto constituye una dificultad para comprender el desarrollo infantil? Me refiero a la separación arbitraria entre lo que se constituye formalmente como un “aprendizaje” y aquello que es aprendido diariamente por el simple hecho de vivir. A lo que quiero llegar: todo lo que ocurre en la vida de los seres humanos es producto de un aprendizaje, susceptible de ser evaluado como logro y verificado. Todo en la vida de los seres humanos puede ser sistematizado y jerarquizado según niveles de complejidad para ser adquirido y significado por el niño que aprende. Y de hecho así ocurre, pero tengo la impresión de que gran parte de lo que hacen los niños durante su primera y segunda infancia nos pasa desapercibido porque no lo comprendemos como un trabajo que hace el niño para construir aquellos significados que esperamos que adquiera e insertarse de manera eficiente en nuestra realidad. El enfoque con que se evalúa el desarrollo es el enfoque del crecimiento y la maduración, y es del ámbito de la pediatría. Esto implica una concepción de desarrollo normal y la introducción de anomalías en el desarrollo, no la evaluación de un trabajo y un contexto donde éste se realiza. Por cierto, este trabajo lo realiza el niño desde el juego, en un contexto de enorme placer y desafíos socio‐cognitivos; lo realiza tenga o no tenga mediación suficiente y el efecto de los mediadores cuando son insuficientes simplemente se transforma en un entorno deprivado que el niño buscará remediar de alguna forma o con algún otro. Vamos a profundizar esta idea: lo que le pedimos al niño que comprenda es nuestro lenguaje, el contexto textual y pragmático en el que se desarrollan nuestras interacciones. Nosotros nos movemos al igual que todos los otros animales y a diferencia de algunos de ellos, tomamos las cosas, las manipulamos, las descomponemos y creamos cosas nuevas con los elementos que tenemos a disposición. Pero además, nosotros hablamos. Logramos que otro haga algo que le requerimos, decimos lo que nos ocurre, describimos situaciones, objetos o lugares. Podemos disponer de la naturaleza de una manera en que ningún otro ser vivo puede, y eso al interior de un hogar implica una cantidad de acciones y situaciones que para un niño es un universo. Rara vez nos detenemos a pensar en esto, ¿cómo se sitúa el recién nacido o el niño frente a nuestro mundo tan complejo e interactivo? Y la respuesta es bastante obvia, se sitúa intentando comprender progresivamente nuestro cotidiano. Lo manipula, lo observa, lo prueba. Los lactantes hacen que sus madres (o adultos cuidadores) les traigan elementos de ese mundo externo permanentemente a sus manos, se los presenten, los involucren en el juego que
33
permanente implican los primeros meses de la crianza. Cuando el niño es más grande, y por ende, ha logrado mayor autonomía funcional, se desplaza por sí mismo y manipula los objetos, y comienza progresivamente a preocuparse por nuevos objetos y situaciones que no logra comprender: aquí comienza la etapa de los “por qué”. Toda madre se ha visto asediada alguna vez por la curiosidad de sus hijos, muchas veces asediada hasta el agotamiento. Si tuviésemos que comparar este desempeño con la actividad docente y el sistema escolar, a esta edad los niños serían los mejores estudiantes de la clase, los más proactivos y los que generen mayor número de aprendizajes significativos. Entonces me surge la pregunta, ¿esta aplicación que imprimen los niños a sus aprendizajes primarios es producto de su sola voluntad o existe alguna obligación implícita o explícita que los impulse a destinar tantos recursos y energía a la construcción del conocimiento? Para algunos autores lo que mueve al niño es su propia motivación, el placer asociado al contexto de juego en que se realizan todos estos aprendizajes (Matthews, 2012; Rivière, 1995/1990). Pero está claro que los niños no transitan solos por su propia vida y hay un contexto en el que se desarrollan; hemos hablado de esto al hablar de la adquisición del lenguaje y la expectativa de comprensión de nuestra realidad –aquella en la que el niño se inserta y sujeta‐ que está implícita en esto. Desde un enfoque psicodinámico, de lo que estamos hablando es de la transición del goce por los lugares que la estructura familiar posibilita (Lacan, 2005). En el capítulo anterior mencionábamos que el lugar materno está involucrado en la protección y en la dependencia, que en alguna medida esta figura “traduce” el mundo exterior para el bebé. El impulso a la independencia o autonomía surge desde un imperativo cultural, que proviene de lo que Lacan llama el “nombre del padre” o lugar paterno. Esto no hace referencia a un hombre concreto o a un lugar masculino, sino a la sujeción del sistema familiar a un orden establecido; en la familia se comunican, se entienden y funcionan en una organización que implica la interacción y la capacidad de asumir roles y desplazarse. De hecho, todo niño que nace surge en un lugar dentro de esta estructura familiar; a los niños se los nombra. Aludiendo a lo que Lacan llama el nombre del padre, la función paterna (a través de la elección de la madre, el padre, la abuela, el abuelo, los hermanos o quién sea) elige un nombre para el niño y con ese acto, funda una subjetividad. No se puede tener un nombre sin ser persona, sin estar sujeto a unos apellidos que lo sitúan en una herencia familiar y cultural, y sin formar parte, en este movimiento, de un destino propio y autónomo. Los niños asumen esta exigencia como algo natural, de la misma forma que gozan de la protección y dependencia materna; pero al conformar ambas alternativas una paradoja, la resolución de dicho conflicto se sitúa en la exploración y manipulación del mundo externo, en la construcción de los significantes y símbolos, en la comprensión de las situaciones y en concreto y en la adquisición de la marcha y el habla. ¿Cómo? Aquí es donde entra a jugar un rol preponderante el arte infantil
34
y los juegos en solitario, la interacción desde este juego con los adultos, los desplazamientos y los diálogos internos (ensayos del habla, gestos, y balbuceos), que emprenden frecuentemente los niños durante la infancia. Esto constituye las posibilidades de goce, y al asociarse a actividades concretas, a resultados, a desarrollo y a dominio técnico, dan forma a la estructuración del deseo. No de cualquier deseo: un deseo de logro y una satisfacción en la comprensión y en el reconocimiento (Aberastury, 1984; Dolto, 1990; Rodulfo et al, 1997; Winnicott, 1982). 2.2
Del juego individual al juego compartido
En el capítulo anterior analizamos extensamente un tipo de juego muy común en los niños durante la primera y la segunda infancia: dibujar. Los niños dibujan en las paredes, en hojas de papel, sobre trozos de madera, cartulinas, género o cualquier soporte que se les brinde. Cada uno de estos medios implica desafíos diversos; no es lo mismo trazar con un lápiz sobre tela que sobre papel, las formas que surgen difieren por las características propias del soporte. También utilizan lápices de grafito, negro y de colores variados, scriptos, témperas, plumones, acuarelas, plasticina o cualquier herramienta pictórica o gráfica que les entreguemos. Cada una de estas herramientas implica a su vez desafíos y dificultades diferentes. El niño puede usar sus dedos, las manos o un pincel, pinceles de diversos grosores y hasta una brocha. Frecuentemente harán experimentos con agua sobre la tinta o la pintura y mescolanzas que a un adulto le parecerán un garabato. Pero para el niño este juego está lejos de ser un garabato, es el producto de una investigación entretenida y significativa, y claramente lo que a él le importa no es el resultado (“cómo queda, o cómo se ve”), sino el proceso. Nosotros le introducimos la preocupación por el producto, la necesidad de que se ajuste a un criterio de realidad o de desempeño, y cuando hacemos esto arruinamos la diversión y la construcción cognitiva que el niño desarrolla (Matthews, 1996b; 2002). Claramente el dibujo –como todas las manifestaciones del juego o del arte infantil en la primera infancia‐ es un tipo de entretención en solitario: un proceso investigativo, creativo e introspectivo. A los padres –en particular a la madre‐ se les hace participar como observadores u espectadores, como elemento del juego (como un juguete más) o como resolvedor de dudas (tal y como se observa en el ejemplo de Ben y su padre). De hecho es frecuente que para esta última función, el niño aproveche las instancias que son propiamente diádicas, como la lectura de un cuento o una conversación, más que involucrarlo directamente en el desarrollo del juego. En mi experiencia clínica con niños, es frecuente que el niño dibuje o juegue con los juguetes que le presento con absoluta prescindencia mía, permitiéndome entrar en su juego únicamente cuando le hago preguntas sobre el mismo juego o sobre los destinos que toman las acciones que define (qué sucede con un superhéroe o luego de que dos autos chocan). Sólo al incorporarme en su juego desde sus reglas y sus definiciones, un niño ya en la segunda infancia intentará incorporarme en la trama de éste. Durante la primera infancia esto es posible, pero generalmente el niño o la niña mirarán a su madre antes de contestarme.
35
Los niños en la primera infancia –y en menor medida siendo preescolares‐ pueden mostrarse muy resistentes a la participación de otros en su trabajo. Es común que los niños peleen por una goma, un lápiz, un color o una hoja de papel. O cualquier otro material que el juego involucre o que esté disponible en el escenario del juego. El poder compartir materiales es un logro de la segunda infancia y requiere mediación, por lo que usualmente se realiza en el párvulo. Éste tiene las características más apropiadas para llevar a cabo este aprendizaje: los niños enfrentados a sus pares, la presencia de adultos significativos (la tía o las tías), muchos materiales para trabajar y la las clásicas mesas cuadradas donde se sientan de a cuatro o menos. En un proyecto que realizamos en el Párvulo de la Escuela Unión Latinoamericana (Covarrubias, 2012; 2013), se trabajó con niños de Párvulo en pre‐kínder y kínder, en una serie de talleres extra‐ programáticos con secuenciación curricular a partir de diferentes soportes artísticos para fomentar la autonomía y la integración social. Lo particular de esta experiencia es que los aprendizajes esperados (del orden de compartir materiales, manejar las herramientas y soportes, grado de dificultad de la tarea o tiempo transcurrido previo a solicitar ayuda y otros) fueron medidos como indicadores de logro sesión a sesión y tabulados para obtener porcentajes de logro en los niños, que se correlacionaron con la asistencia a los talleres y de acuerdo a los núcleos que se estaba trabajando de acuerdo a la planificación. Esto nos permitió generar una curva del desarrollo individual de cada niño participante y del grupo en el que participó, cuantificando las dispersiones entre los niños y entre cada grupo, para cotejar esto con la dinámica que se generó en cada taller (los niños de cada nivel estaban divididos en dos grupos que participaban diariamente en los talleres por períodos de una semana, turnándose entre grupos y volviendo a la semana subsiguiente). Lo que se observó en esta experiencia se relaciona con tres factores: 1) En los grupos donde la asistencia fue sistemática y homogénea los logros fueron sostenidos y generalizables para todos los miembros del grupo y consistentes con el desempeño grupal. Por el contrario, cuando la asistencia fue esporádica, los logros se desvanecían frecuentemente en los niños y la dispersión intergrupal era mayor. 2) En los grupos del pre‐kínder el desempeño individual presentó mayor heterogeneidad, generando mayor dispersión respecto del desempeño grupal. Al interior de las dinámicas del grupo, fue sistemática la dificultad para generar procesos de integración social y de trabajo grupal: los niños tendían a aislarse y acaparar los insumos de trabajo. 3) En los grupos de kínder el desempeño individual comenzó con un alto grado de heterogeneidad que fue armonizándose conforme avanzaban las sesiones, logrando un alto grado de consistencia con el desempeño grupal al final del proceso. En la dinámica grupal esto se observó como dificultades para desarrollar los procesos de integración social en las primeras sesiones para dar paso, posteriormente a mayores instancias de trabajo grupal y de actitudes pro‐sociales (compartir insumos, compartir tareas en un mismo soporte o en piezas articuladas de un trabajo en equipo, utilización espontánea de la mediadora para apoyar el trabajo grupal).
36
A primera vista, se podría concluir que la maduración biológica permite en los niños de kínder (5 años) un desempeño social más adecuado que en los de pre‐kínder (4 años). Probablemente haya menor maduración pero como ésta no fue medida (tendríamos que haber realizado pruebas para efectivamente constatarla y no dejarnos llevar por la teoría biológica), lo que sí hemos medido y se puede constatar es que el nivel de práctica y dominio técnico que tienen los niños de kínder, al tener un nivel académico más, incide positivamente en su desempeño y en las adquisiciones específicas que requerían las tareas de estas sesiones. Esto se puede cotejar con los porcentajes de logro individuales. A medida que éstos aumentaban, aumentaba la facilidad con que los procesos sociales podían llevarse a cabo. Desde la seguridad de un desempeño satisfactorio y de una curiosidad resuelta, el niño es capaz de integrar nuevos desafíos, como lo que representa un compañero o varios en una misma mesa de trabajo. En estas sesiones se incorporó una vez al mes a los padres de los niños participantes en los talleres. Las primeras veces, la figura de los padres era un elemento distractor que generaba ruptura en el desarrollo normal de las actividades y de los procesos sociales involucrados: los niños se iban con sus madres, ya fuera a mostrarles lo que estaban realizando o buscando simplemente su compañía. Al cierre de los talleres, la ceremonia involucró a los padres nuevamente, pero en esta ocasión los niños se sentaron espontáneamente en los primeros asientos (era un escenario), todos juntos, y durante el video‐resumen de las actividades cantaron las canciones del taller y realizaron las coreografías sin dar siquiera una mirada a sus padres, a los que buscaron únicamente cuando la ceremonia terminó y se dio paso a la convivencia. La lógica que trasunta esta experiencia y lo que se expone en este capítulo es sencilla: para nadie es fácil interactuar con otros, trabajar en equipo y compartir. Los niños lo evidencian con facilidad porque no tienen los filtros que tenemos los adultos y además estos talleres constituyen una experiencia nueva. A medida que se sienten seguros y en dominio de las tareas que se realizan, les resulta más cómodo abordar tareas de mayor complejidad e integrar a los otros participantes; la amistad puede surgir cuando nos sentimos seguros frente al otro. Durante los primeros años de vida, y dado que además los niños en la primera infancia suelen estar rodeados de adultos, la inseguridad del niño frente a este mundo nuevo y por descubrir es mayor, y es a medida que reconoce la realidad que lo circunda y la comprende, que puede interactuar con otros y abordar nuevos niveles de complejidad. Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1984). El niño y sus juegos. Buenos Aires: Paidós. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial.
37
Arnheim, R. (1979/2005). Arte y percepción visual. (1ª Reimpresión) Madrid: Alianza Editorial. Bowlby, J. (1993). El apego (El apego y la pérdida I). Barcelona: Paidós Ibérica. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2010, Junio). Una mirada al proceso de aprendizaje. Reflexiones a partir del libro “El arte de la infancia y la adolescencia”, de John Matthews. Diario electrónico El Gobierno. http://elgobierno.pharmaceuticos.cl/index.php?option=com_content&view= article&id=51:una‐mirada‐al‐proceso‐de‐aprendizaje&catid=1:latest‐news&Itemid=50 Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Chomsky, N. (1983). Reglas y representaciones. México: Fondo de Cultura Económica. Dascal, M. (1999). Filosofía del Lenguaje II. Pragmática. (Comp.) Marcelo Dascal. Madrid: Trotta. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. (1990/1996). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 191‐204). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial.
38
Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. López, F. (1995/1990). Desarrollo social y de la personalidad. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 99‐112). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Luque, A. & Vila, I. (1995/1990). Desarrollo del lenguaje. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 173‐189). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Matthews, J. (1996a). ”The young child’s early representation and drawing” en G. M. Blenkin & A. V. Kelly (Comp), Early Childhood Education: A Development Curriculum. pp. 150‐183. Londres: Paul Chapman. Matthews, J. (1996b). ”Art education as a form of child abuse”, en S. Krishnan, S. Kuttan, W. C. Lee, L. Perera & J. Yap (Comp), Looking at Culture, pp. 55‐60. Singapur: Artres Design & Communications. Matthews, J. (1997). ”How young children learn to draw the human figure: studies from Singapore.” En European Early Childhood Education Research Journal, primavera de 1997, pp. 29‐58. Oxfordshire: Routledge. Matthews, J. (2002). El arte de la infancia y la adolescencia. La construcción del significado. Buenos Aires: Editorial Paidós. Mora, J. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo físico y psicomotor a lo largo de los años preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 133‐142). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Moreno, M. C. & Cubero, R. (1995/1990). Relaciones Sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años Preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 219‐232). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Palacios, J. & Hidalgo, V. (1995/1990). Desarrollo de la personalidad en los años preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 205‐217). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Piaget, J. (1959/1954). La formación del símbolo en el niño. Imitación, juego y sueño. Imagen y representación. (1ª Reimpresión) Bogotá: Fondo de Cultura Económica. Piaget, J., Inhelder, B. (1969/1997). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Rivière, A. (1995/1990). Origen y desarrollo de la función simbólica en el niño. En A. Marchesi, J.
39
Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 113‐130). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Rodrigo, M.J. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años preescolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 143‐155). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Trevarthen, C. (1980). “The foundations of intersubjectivity: the development of interpersonal and cooperative understanding of infants”, en D. Olson (Comp), The social foundations of languague and thought: essays in honour of J. S. Bruner, pp. 316‐342, Nueva York: W. W. Norton. Trevarthen, C. (1995). “Mother and baby – seing artfully eye to eye”, en R. Gregory, J. Harris, P. Heard & D. Rose (Comp) , The artful eye, pp. 157‐200. Oxford: Oxford University Press. Vila, I. (1995/1990). Adquisición del lenguaje. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 85‐97). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (1979). Interacción entre aprendizaje y desarrollo. En: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, capítulo VII, pp. 123‐140. Barcelona: Crítica. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
40
EJE II EDUCACIÓN BÁSICA: PRIMER CICLO
41
Capítulo 3 La norma y la sujeción a un contexto Muchos autores asocian la llamada tercera infancia con la edad escolar, haciendo hincapié en que la gran meta o tarea de esta etapa se asocia al desarrollo cognitivo, específicamente al logro de las operaciones concretas de acuerdo al trabajo teórico de Jean Piaget (Berwart & Zegers, 1980; Good, & Brophy, 1995). Es muy probable que para el sistema escolar esta sea la gran tarea de esta etapa y que a falta de una comprensión mayor de los niños y niñas se acentúe la adquisición de la lecto‐escritura y de las operaciones matemáticas, y se categorice la calidad de la educación que les estamos entregando a estos niños de acuerdo a los resultados SIMCE, que es una mala evaluación estandarizada para medir la concreción de las habilidades que los niños debieran lograr en esta etapa de acuerdo a su desarrollo psicosocial (Bellei et al, 2010; Covarrubias, 2012; Coll, 1994; Condemarín et al, 1991/1978; Freire, 1997; Illich, 1968; 1985; Julio, 2009; Larrañaga, 2004; Treviño et al, 2009; Peña, 2003; 2005). Pero una cosa es lo que el sistema escolar necesita por una demanda institucional y constitucional, y otra lo que los niños requieren y lo que ocurre en las instituciones escolares realmente con estos niños. Como planteé en Subvención Escolar Preferencial: Bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia (2012), la educación tiene un único mandato al que se debe, y ese mandato es el desarrollo participativo de los niños y niñas que ingresan año a año al sistema escolar. Participación implica protagonismo, implicación, aprendizajes, desarrollo cognitivo, emocional y social, vinculación y organización social: entre pares y con adultos; ejercicio de la democracia y del razonamiento argumentativo (Covarrubias, 2012; Muñoz, 2011, Junio). Como creo haber dejado claro en el eje anterior, la totalidad de los aprendizajes significativos y relevantes realizados por los niños y niñas durante la primera y segunda infancia están relacionados con el juego y con el arte infantil, o desde otra mirada, están relacionados con un mandato social de incorporarse en el lenguaje y con el goce de una construcción permanente que les permite comprender el uso que le damos a este lenguaje y su eficiencia, de modo que finalmente pueden adquirir esta lengua. Esto dota a los niños y niñas de una cierta autonomía que les permite ingresar en el sistema parvulario y comenzar haciendo amigos, amistades y relaciones que se irán profundizando a lo largo del primer ciclo básico, en el que los niños y niñas explorarán la normatividad, la sujeción grupal, los límites institucionales y/o establecidos por los adultos, la experiencia del aula y el trabajo académico. Esto producirá efectivamente –o intentará producir, porque no siempre se logra‐ un desarrollo cognitivo asociado a determinados aprendizajes y competencias, que a su vez permitirá complejizar los juegos y las reglas sociales, la aventura y la desobediencia. En este capítulo y en el siguiente, nos abocaremos a analizar las normas como un horizonte ético y funcional, y la adquisición de un funcionamiento normativo como parte de los procesos de integración social (Rivera, 2010). En este capítulo particularmente el tema será la institución escolar, las particularidades de ésta como un centro educativo, congregador de múltiples realidades y heterodoxias familiares, que tiene la misión de instalar un proyecto educativo o
42
conformar una cultura escolar en las salas de clases a través de sus docentes, cultura que a su vez genere un clima que permita la enseñanza y los aprendizajes. No es posible olvidar esto: el giro de las Escuelas, Colegios y Liceos es enseñar; pero para enseñar hay que tener un grupo de niños en su calidad de estudiantes desarrollando una tarea específica: aprender aquello que es enseñado por el o la docente. 3.1
La institución escolar
El sistema escolar en Chile ha sido objeto de un sinnúmero de análisis y reflexiones a lo largo de su historia: la calidad de los aprendizajes, las expectativas de promoción social y como salida del círculo de la pobreza, el mandato de la educación pública, la libertad y la diversidad en la enseñanza, la subvención particular subvencionada y el financiamiento compartido, la cobertura del sistema escolar y la eficiencia de la infraestructura, la gestión directiva, la estructura misma del sistema escolar y la pertinencia docente para los logros del aprendizaje (Bellei et al, 2010; Covarrubias, 2012; Coll, 1994; Contreras & Crotti, 2007; Freire, 1997; Illich, 1968; 1985; Julio, 2009; Larrañaga, 2004; Treviño et al, 2009; Peña, 2003; 2005). Esto ha llevado a diferenciar entre los establecimientos particulares, particular‐subvencionados y los establecimientos municipales o estatales, haciendo categorizaciones respecto a nivel socioeconómico de las matrículas, calidad de los aprendizajes medidos según la evaluación SIMCE, calidad de la docencia medida según la Evaluación Docente (específicamente en la educación pública) e índice de vulnerabilidad de la población escolar, lo que se asociaría a la dificultad del desempeño docente por las características propias del alumnado paliando esto en los últimos años con los aportes de JUNAEB y de la Subvención Escolar Preferencial (SEP). Lo que me sorprende, y esto es una opinión personal, es que veo en estos análisis una mirada centralizada sobre la educación pública y privada, y sobre el sentido que tiene para nuestra Constitución Política que la educación sea una garantía estatal, que si bien permite comparar resultados en los logros obtenidos, no permite rescatar y comprender las singularidades territoriales y culturales, que son las que finalmente le dan cuerpo a la educación chilena (Covarrubias, 2012; 2013, Julio). La educación de los niños y niñas en los países no ocurre –como es de una obviedad supina‐ en las oficinas del Ministerio, sino que en las Escuelas, Colegios y Liceos. Esto tiene una implicancia enorme en el desarrollo de los niños que realizan su escolaridad en dichas instituciones, porque cada institución será diferente de la otra y tendrá una gestión específica, una cultura escolar diversa y apropiada a la cultura donde este establecimiento se asienta y un estilo de enseñanza y de evaluación de resultados adecuado a la cultura escolar resultante y a las expectativas paternas, se ajusten éstas o no a las expectativas ministeriales o centrales. Lo obvio es la diferencia entre una escuela rural de niveles mixtos (ejemplo: un cuarto, un quinto y un sexto en una misma sala, con el mismo docente trabajando en grupos y por tutoría) y una escuela básica en una población.
43
Pero ¿son las mismas características y por ende el mismo tipo de gestión pedagógica el que se requiere dentro de dos poblaciones en una misma ciudad o dentro de dos poblaciones en una misma comuna? (Bellei et al, 2010; Contreras & Crotti, 2007; Peña, 2003; 2005). Propongo entonces cambiar radicalmente la lógica para analizar las instituciones escolares: el giro de las Escuelas, Colegios y Liceos es enseñar; pero para enseñar hay que tener en cuenta que no se está aislado en el edificio institucional, sino que se responde a un barrio, a una diversidad de costumbres y formas de relacionarse (y de resolver conflictos) que generan discrepancias entre los niños del establecimiento y entre los propios padres respecto de los comportamientos de éstos, hábitos que detentan los niños y formas de reaccionar frente a los adultos, expectativas parentales respecto de la educación y respecto de las relaciones sociales que generará el niño o la niña dentro del establecimiento. Por ejemplo, en una población focalizada en tráfico y consumo de drogas (como muchas del radio urbano de la capital); para una familia puede ser relevante que su hijo o hija no tenga mayor contacto con los hijos de consumidores o de traficantes de su propia población (Covarrubias, 2013), y desde esa necesidad las opciones para la familia diversificarse en al menos tres alternativas: 1) Hacer un esfuerzo económico y matricular al niño o niña en una escuela o colegio particular subvencionado/a, preferentemente confesional, a veces distante de la población de origen, que le permita seleccionar indirectamente a los compañeros de curso y del establecimiento, toda vez que además muchos Colegios y Escuelas particulares subvencionados destacan la selección de su alumnado y de las familias que componen el establecimiento para lograr una mayor homogeneidad e imprimir un sello a sus alumnos. 2) Hay familias que no tienen los recursos para optar por un establecimiento con copago, y por ende deben matricular a sus hijos en la Escuela barrial, de pertenencia municipal y que no puede seleccionar alumnado. A estas escuelas entran todos los niños que postulen y generalmente postulan niños y niñas que viven en el vecindario, en la población donde se encuentra ubicada la Escuela. Al menos potencialmente, a estos establecimientos es probable que ingresen los hijos de los adictos o consumidores problemáticos de la población, así como los hijos de los traficantes y delincuentes del barrio. En esta realidad, he observado al menos dos alternativas con que los padres intentan “palear el efecto de pares”: a) Utilizar toda clase de incentivos (premios y castigos) para evitar que el hijo o hija traben amistad o se relacionen con hijos o hijas de familias que visualizan como problemáticas. Normalmente esta estrategia se asocia a altas expectativas de rendimiento académico, mucha exigencia en el desarrollo de tareas y en los resultados evaluativos, y muy pocos permisos o libertad para desarrollar actividades fuera del recinto escolar o fuera del horario escolar en donde tenga contacto con otros niños o niñas. Es básicamente una política del encierro que oculta una pretensión de aislamiento (Covarrubias, 2013).
44
b) Acercarse e integrarse –de ser posible‐ al funcionamiento de la institución escolar, solicitar ayuda y apoyo a los profesores, equipo psicosocial, directivos y hasta a los asistentes de la educación, para acompañar y apoyar a su hijo o hija, para “controlar las juntas”, el comportamiento del niño, su dedicación a los estudios y todos los aspectos que puedan incidir en su desempeño escolar. Suelen ser padres que intentan ser parte de la directiva del curso de su hijo o del Centro de Padres, que suelen acudir al establecimiento y conversar con los directivos o profesores jefes. Muchas veces esta alternativa se complementa con la anterior (2a), pero en otras ocasiones aparece a partir del fracaso de la primera alternativa (Covarrubias, 2012). En todos estos casos hemos centrado nuestra atención en padres que activamente implementan estrategias para evitar que sus hijos tengan contacto o relación con otros niños y niñas que pudieran producirles a sus hijos un efecto negativo. Si somos acuciosos, lo que se desea evitar es una consecuencia de la vida barrial; el intercambio o relación con estos niños de la población es inminente y lo que se asume es que estando en el establecimiento escolar, este intercambio no es controlable ni evitable directamente. Lo concreto de este ejemplo nos permite ver, para estas tres alternativas, una demanda muy específica de estos apoderados a la institución escolar en el Manual de Convivencia Escolar, en el PEI y en la administración de la disciplina al interior del establecimiento. No sólo se trata de intolerancia al consumo de drogas en el interior del establecimiento, o a la venta y distribución de éstas, sino y sobre todo, de la aparición de factores relacionales propios de la Narcocultura, que en estas poblaciones es percibido como el peligro real para el desarrollo de los niños. Formas de resolver conflictos, de enarbolarse el “respeto” y la “temeridad” entre los compañeros, de surgir la “viveza” y el quebrantar reglas en beneficio personal, son síntomas de una cosmovisión que se apodera de las poblaciones e instala modelos de desarrollo en el barrio, que por ende pueden llegar a la Escuela –que es un contexto concentrado de la realidad barrial y/o comunal‐ y que sin un conocimiento acucioso de cómo opera esta lógica, difícilmente será visualizado como un desafío a incorporar en la administración de la disciplina (Covarrubias, 2012; 2013). La pregunta que abre esto es ¿cuánto podrá influir en el desarrollo de las clases, en el logro de un clima adecuado para hacer clases o en la forma en que se relacionan los niños dentro del marco disciplinar? Si la Narcocultura que se ha mencionado ingresa al simbólico imaginario de los niños y niñas de una población a través de actitudes y comportamientos asociados al beneficio personal a costa de quebrantar las reglas establecidas, y de la “viveza” o astucia para salir indemne de estas desobediencias; o si el “respeto” ganado entre los compañeritos o compañeritas se fundamenta en la temeridad que éste infunde y por ende, en una impulsividad reactiva que acentúa respuestas agresivas ante situaciones donde el niño o niña sienta que ha sido “pasado a llevar” o perjudicado… entonces el influjo que todo esto puede tener sobre el clima de aula es enorme. En un contexto social como la Escuela las posibilidades de que un niño se sienta tratado injustamente o perjudicado son muy altas. Pensémoslo un minuto: en una clase, frente a 35 niños, la profesora o el profesor puede pasar por alto la necesidad de participación de uno de sus
45
alumnos, su ímpetu por responder a sus preguntas o su dificultad para comprender una determinada explicación. Todo esto puede constituir una oportunidad para que ese niño o niña se sienta tratado injustamente. Pero ahí no se agota el análisis: en el desarrollo de una tarea o actividad, ¿qué pasa si la profesora o la asistente de aula no se dan cuenta que uno de los niños o niñas tomó sin permiso el lápiz, la goma, el sacapuntas o un lápiz de color de su compañero o compañera? O si se dan cuenta, ¿si no le dan la importancia al hecho que éste reviste para ese niño o niña? Porque las posibilidades de reacción son muchas, y ante el evento y frente al desarrollo de una clase, este “préstamo involuntario” puede ser minusvalorado en beneficio del continuo de una explicación, una lectura o un dictado. ¿Es necesario detener la clase para corregir esta conducta y enseñar el valor de la propiedad privada, de la necesidad de pedir permiso y esperar una autorización para lo solicitado?, ¿de respetar el derecho del otro como una consecuencia de los propios derechos que también uno estima que deben ser respetados? ¿Será imperativo acotar esta situación y derivarla a la Inspectoría para que ahí realicen esta educación cívica, de modo que no interrumpa la clase o será necesario aprovechar la instancia porque la educación cívica les compete a todos los niños?, ¿dónde están los límites y cómo se establecen? Aquí hay que establecer criterios y para ello, es menester que el equipo directivo desarrolle un análisis realista de la cultura escolar a partir de la cultura barrial, que escuche e incorpore a los padres y vecinos en la construcción de la cultura escolar y en el desarrollo del Manual de Convivencia Escolar. Es una perogrullada que recomienda el Ministerio de Educación, pero que permite establecer lineamientos que les permiten a los profesores procurar el clima de aula requerido para los aprendizajes y dirimir qué hacer en cada situación que se produce al interior de las clases. En el fondo, se trata de una cultura más participativa, co‐construida. Como esa no es la realidad de los establecimientos escolares hoy, entonces lo que tenemos es un currículum oculto y un currículum formal ampliamente divorciados, tanto en los aprendizajes formales y curriculares que contienen los Objetivos de Aprendizaje que establece la Ley General de Educación como en los Objetivos de Aprendizaje Transversales o valóricos por los que debe velar el Manual de Convivencia Escolar. Los estudiantes descubren que hay un rayado de cancha bastante flexible que dependerá de cómo se incorpora la institución escolar en el barrio donde está inserta, de cómo incorpora ésta a los padres y familias en la construcción de su cultura y en qué privilegian los adultos respecto del comportamiento de los muchachos, lo que en realidad es un proceso que se descubre día a día (Covarrubias, 2012). Ningún manual tiene la capacidad de adaptarse y dinamizarse tan rápido que contemple este movimiento funcional del barrio y la complejidad de su comprensión. Lamentablemente, estos manuales están cada vez más estandarizados por el MINEDUC y emanan de la incorporación de legislación respecto al bullying, a la ley 20.000 y otras que afectan la convivencia escolar y la sujeción legal de los ciudadanos, pero no contemplan la necesaria construcción que las bases familiares y docentes deben hacer de su realidad para comprender cómo se educa para una
46
convivencia legal y adecuada, que lejos de perjudicar a unos sobre otros, potencie y fortalezca a todos sus actores. En síntesis, la disciplina en la mayor parte de las Instituciones Escolares es un legajo de normas descontextualizadas, avaladas por un Ministerio de Educación centralizado y ajeno a los aprendizajes de miles de niños y niñas en el país. Estas normas bajan a la realidad del aula y al desarrollo de las clases sin criterios claros para aplicarlas convenientemente y favorecer de este modo un clima adecuado a los aprendizajes, generando en general, un clima de sujeción institucional (los directores, los inspectores y las figuras de autoridad suelen generar miedo entre los estudiantes); esto se puede extrapolar incluso a los docentes, que muchas veces obedecen a la autoridad sólo porque ésta lo es, sin incorporar criterios de adaptación del reglamento o sugerencias para una correcta aplicación. El efecto que esto produce en miles de niños y niñas en este país es el de vivir insertos en una institución con reglas poco claras y difusas, donde la diferencia y el modo se establecen de profesor en profesor (Covarrubias, 2012). En este contexto los niños deben aprender a vivir de acuerdo a normativas consensuadas y vinculantes. 3.2
Las reglas en la sala de clases
En el apartado anterior hacíamos referencia a la institución escolar, y al giro de un establecimiento educacional: enseñar. Pero para enseñar hay que tener un grupo de niños en su calidad de estudiantes desarrollando una tarea específica: aprender aquello que es enseñado por el o la docente. Como es obvio, esto implica un contexto demarcado que no es natural para los niños y las niñas que ingresan al sistema escolar a los 6 años. La sala de clases existe dentro de un Colegio o Escuela, con un reglamento, una infraestructura y un equipo directivo; la sala de clases implica compañeros y profesores, actividades y evaluaciones. Obligaciones o deberes que están asociados al cotidiano (Foucault, 1999). Es la institución escolar la que dota de autoridad a los profesores; el docente se constituye como una figura a la que hay que obedecer en tanto lo respalda su pertenencia al Colegio o Escuela, en la medida que hay un reglamento al cual éste refiere lo que se puede o no se puede hacer y maneja el libro de clases, los libros de apoyo escolar, revisa el trabajo en clases, ordena tareas para la casa y las evalúa. Este mandato inaugural de la autoridad docente se complementa con la asignación de autoridad que le hacen los padres y apoderados del niño o niña. No uno, la totalidad de éstos. El profesor o profesora cita a reuniones y entrevistas de manera periódica, y por ende está en contacto con los padres, los que se enteran directamente cómo está siendo el comportamiento y el desempeño de su hijo o hija en el Colegio o Escuela. Si los padres no van a estas reuniones ni a las citaciones por parte del profesor jefe, claramente el mensaje que les llega a los niños es que dicha autoridad no está asignada y entonces el docente pierde gran parte de su influjo en el
47
estudiante. La lógica no es compleja: al no haber contacto, no hay información que transite sobre el niño o la niña y ésta o éste se descubren liberados a su arbitrio. Pero no es menester analizar esto a nivel micro, para cada estudiante, sino para la totalidad del curso. Cuando un niño dentro de un grupo siente que sus comportamientos no tendrán consecuencias porque a sus padres no les interesa lo que la profesora tenga que decirles, o porque simplemente no asistirán a las citaciones, entonces ese niño es abandonado a su arbitrio y afecta lo que perciben de la autoridad de la profesora el resto de sus compañeros y compañeras de curso. La desobediencia también es modélica y genera un impacto en la regulación que cada miembro de un grupo hace de su propia conducta y del comportamiento grupal. Esto es válido también para la relación de la o el docente con la institución. Si la administración de la disciplina no es clara y los criterios definidos por la dirección no son suficientemente adecuados y socializados con la comunidad escolar, entonces los niños y sus padres perciben que los profesores no tienen autoridad, que lo que dicen o con lo que amenazan no se cumple, y por ende, los padres dejan de ver la utilidad de adherir a los profesores y también los niños quedan librados a su arbitrio. En mi experiencia al interior del sistema escolar, algo que suele afectar a esta percepción que los niños se hacen de sus profesores es la discordancia entre los castigos con que ellos amenazan y la adecuación de este castigo en el reglamento escolar, o de la aplicación del criterio que éste establece. Nuevamente, vuelven a fallar los parámetros con que ha sido construido el manual de convivencia y con que finalmente ha sido socializado. El resultado es que hay profesores dentro de los establecimientos a los que nadie obedece y otros que son temidos por sí mismos. Y finalmente hay docentes que inspiran respeto y cariño, a los que se les obedece por apego. Esta arbitrariedad en el establecimiento de los límites y en los criterios aplicados a éstos es el contexto institucional y normativo que reciben los niños en el curso de sus aprendizajes y en su estadía en la Escuela; obviamente esto se riñe con un proceso participativo al interior del establecimiento y que permita el desarrollo adecuado de los niños. Concentrémonos primero en la aplicación de estas normas escolares a la tarea y por ende, en el ejercicio docente de enseñar para luego analizar en el próximo capítulo el desarrollo de la cultura escolar informal, oculta, en la que el niño aprenderá realmente normatividad y sujeción con sus pares, pero esta vez de acuerdo a lo que en la cultura barrial es necesario para la organización de la vida social y sin un real influjo por parte de la institución escolar. 3.3
La aplicación de la norma a la tarea
Para enseñar hay que tener un grupo de niños en su calidad de estudiantes desarrollando una tarea específica: aprender aquello que es enseñado por el o la docente. En promedio, un curso tendrá entre 35 y 40 alumnos (sobre todo en los primeros años de la básica); los alumnos se sentarán en escritorios ubicados en filas, unos detrás de otros.
48
Dependiendo del tamaño de la sala y del tipo de mobiliario, podrán formar frentes de dos o tres niños continuos, ubicando espacios entre cada fila para que el profesor pueda recorrer la sala y pasar por los “bancos”. Los niños y las niñas se mirarán las nucas, porque al estar ubicados en filas y en frentes, todos los ojos se dirigen hacia la pizarra y el banco del profesor o profesora, las dos herramientas de mayor poder en la docencia. En el escritorio del profesor se encuentra el libro de clases y se sienta el docente, dominando toda la sala con su vista. En el pizarrón escribe lo que va a enseñar, realiza ejercicios y, muchas veces, interroga. Este contexto cobra sentido cuando los niños entienden que en la sala de clases deben estar en silencio, a menos que la profesora o el profesor los interroguen o les solicite que lean en voz alta; cuando obedecen la norma tácita de que deben estar sentados en sus asientos, con el cuaderno de la asignatura abierto o el libro de apoyo en la página de la unidad que corresponde, que él o ella ha referido previamente. Bien sentados, con la espalda derecha, dispuestos a escribir y leer o realizar la actividad que se les ha encomendado, con sus materiales sobre la mesa y sin comer en clases. Esto corresponde al ámbito de la disciplina en el aula y lo que facilita es la concentración y el clima que se requiere para aprender. Se corresponde a lo que se llaman hábitos de estudio o de trabajo escolar y se desarrolla con paciencia y dedicación, a partir del trabajo académico en el aula, de la revisión de tareas y del estudio en la casa a partir de los trabajos y tareas que se asignan y que permiten que estos hábitos sean reforzados por los padres en una labor conjunta con el establecimiento. Si los niños no han adquirido estos hábitos de estudio o trabajo escolar, difícilmente adquirirán los aprendizajes esperados para su nivel, como la lectura, la escritura o las operaciones matemáticas. Eso no significa que no aprendan a leer o a escribir o a realizar operaciones matemáticas, pero probablemente no lo aprendan en el tiempo curricular asignado. Esto es lo que se denomina retraso pedagógico. Entonces es probable que logre estos aprendizajes fuera de la clase con la profesora o profesor en lo que el sistema escolar llama reforzamiento. Cuando falla esta remedial, el sistema escolar ha desarrollado la educación diferencial y las necesidades educativas especiales, que son salas de recursos pedagógicos dotadas con profesionales especialistas en la formación de estos hábitos de estudio o trabajo escolar, asociándolos a procesos metacognitivos en los que se intenta enseñarle al estudiante cómo manejar sus dificultades cognitivas o de concentración y atención selectiva. Este trabajo en aula de recursos se combina con el trabajo en aula común, que es la sala de clases del curso. Los aprendizajes son evaluados sistemáticamente por la profesora o profesor, y esta evaluación conduce a la calificación por notas que son entregadas en informes evaluativos a los padres al menos cuatro veces en el año. Dos de estas entregas son formales y corresponden al informe semestral y al anual (este último conduce a la aprobación del curso y la promoción al curso
49
posterior o a la reprobación y a repetir el curso nuevamente en el año siguiente); las otras dos entregas son parciales y le permiten a los padres saber en qué situación está el avance pedagógico de sus hijos y establecer un plan de trabajo con el profesor o la profesora jefe del niño o la niña para remediar esta situación y revertir los malos resultados. Los estudiantes que han sido integrados en virtud de alguna necesidad educativa especial o que han recibido apoyo psicopedagógico en virtud de algún retraso escolar, normalmente serán evaluados diferencialmente en sus logros en aula de recursos o común por la profesional de apoyo. De esta forma, lo que el sistema centralizado de evaluación de resultados produce es una cultura donde la enseñanza y la escolarización se van transformando en un proceso evaluativo, en el que la promoción es el objetivo general del niño y las calificaciones son los objetivos específicos, sin considerar específicamente los aprendizajes reales logrados o el desarrollo armónico del niño o la niña. Referencias Bibliográficas Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Bellei, C., Contreras, D. & Valenzuela, J. P. (2010). Ecos de la Revolución Pingüina. Santiago: Pehuén. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Condemarín, M. (2006/1996). Lectura Correctiva y Remedial (Edición Revisada y Actualizada). Capítulo 4: Estrategias Metacognitivas. (pp. 165‐221) Santiago: Andrés Bello. Condemarín, M. & Chadwick, M. (2006/1986). La escritura creativa y formal. (Novena edición).
50
Santiago: Andrés Bello. Condemarín, M., Chadwick, M. & Milicic, N. (1991/1978). Madurez Escolar (Quinta Edición). Santiago: Andrés Bello. Contreras, D. & Crotti, E. (2007). Qué educación, para qué sociedad; El Proyecto de Ley General de Educación. Publicado en Infancia y Adolescencia Nº 6, serie Reflexiones. Santiago. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012, Julio). Consideraciones acerca de una libertad de enseñanza mal entendida. Diario electrónico El Gobierno. http://elgobierno.pharmaceuticos.cl/index.php?option= com_content&view=article&id=201:consideraciones‐acerca‐de‐una‐libertad‐de‐ ensenanza‐mal‐entendida&catid=1:latest‐news&Itemid=50 Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Cubero, R. & Moreno, C. (1995/1990). Relaciones sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 285‐296). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Cuetos, F. (2008). Psicología de la Escritura. Diagnóstico y tratamiento de los trastornos de la escritura. Bilbao: Wolters Kluwer. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Feuerstein, R. (1980). Instrumental Enrichment. Baltimore: University Park Press. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. & Lacasa, P. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 235‐250). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial.
51
García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2005). Arte, mente y cerebro. Una aproximación cognitiva a la creatividad. Barcelona: Editorial Paidós. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 265‐275). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Julio, C. (2009). Diversidad educativa en educandos del sistema de protección social “Chile Solidario” de la comuna de Valparaíso: resultados de un estudio exploratorio. Doi: 10.4067/S0718‐07052009000100006. http://www.scielo.cl/scielo.php?script= sci_arttext&pid=S0718‐07052009000100006&lng=es&nrm=iso Larrañaga, O. (2004). Competencia y participación privada: la experiencia chilena en educación. Santiago: CEP. Martí, E. (1995/1990). Operaciones Concretas. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 251‐264). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Matthews, J. (2002). El arte de la infancia y la adolescencia. La construcción del significado. Buenos Aires: Editorial Paidós. Muñoz, R. (2011, Junio). Participación y Ciudadanía. Documento de trabajo de la Comisión Infanto Juvenil de Estación Central. Santiago. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall.
52
Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Peña, C. (2005). Igualdad Educativa y Sociedad Democrática. Publicado en Justicia y Derechos del Niño, UNICEF, en agosto del 2005. Transcripción de la ponencia presentada por el autor en el Seminario Internacional “Políticas Educativas y Equidad” realizado Santiago de Chile en Octubre del 2004, cuyas actas fueron publicadas por la Fundación Ford, UNESCO, UNICEF y la Universidad Alberto Hurtado, 2005. Peña, C. (2003). ¿Para qué educar? Publicado en Revista Derechos del Niño, UNICEF, en enero del 2003. Santiago. Piaget, J. (1959/1954). La formación del símbolo en el niño. Imitación, juego y sueño. Imagen y representación. (1ª Reimpresión) Bogotá: Fondo de Cultura Económica. Piaget, J. & Inhelder, B. (1997/1969). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Pozo, J. I. (1987). La historia se repite: las concepciones espontáneas sobre el movimiento y la gravedad. Revista Infancia y aprendizaje, 38, pp. 68‐87 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Rivera, V. (2010). Participación como horizonte ético normativo en el ámbito de las políticas públicas. Proyecciones para un modelo deliberativo de Políticas Públicas. Tesis de licenciatura no publicada, Escuela de Trabajo Social, Pontificia Universidad Católica de Chile. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Treviño, E., Órdenes, M. & Treviño, K. (2009). ¿Cómo los planes de mejoramiento educativo SEP pueden ayudar a mejorar los aprendizajes? En Foco Educación. Centro de Políticas Comparadas de Educación UDP. ISSN 0717‐9987. http://www.cpce.udp.cl/publicaciones/serie‐en‐foco‐educacion Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (1979). Interacción entre aprendizaje y desarrollo. En: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, capítulo VII, pp. 123‐140. Barcelona: Crítica. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
53
Capítulo 4 Disciplina Externa/reglas grupales En los dos primeros capítulos de este eje, nos hemos abocado a analizar las normas como un horizonte ético y funcional, y la adquisición de un funcionamiento normativo como parte de los procesos de integración social (Rivera, 2010). En el capítulo anterior, se trató el tema de la institución escolar, las particularidades de ésta como un centro educativo, congregador de múltiples realidades y heterodoxias familiares, que tiene la misión de instalar un proyecto educativo o conformar una cultura escolar en las salas de clases a través de sus docentes, cultura que a su vez genere un clima que permita la enseñanza y los aprendizajes. En este capítulo nuestro foco se centrará en lo que denominamos el currículum oculto: lo que les importa a los niños y niñas, y ocupa centralmente su desarrollo. Esto es básicamente el juego grupal y la invención de las reglas que hacen posible la existencia de los juegos y su implementación en un grupo. Asociado a esto está el nacimiento del liderazgo, el surgimiento de las travesuras y la tendencia a corroborar la supervisión adulta: esto implica poner “a prueba” a los adultos, tanto en la atención que les prestan éstos a los niños y a la coherencia entre los castigos y las desobediencias. Veremos que esto está ligado íntimamente con el desarrollo de la creatividad y con la identidad de los grupos, permitiendo establecer lugares sociales y de pertenencia. Como toda actividad lúdica y que involucra el goce y la motivación humana, este período de juegos grupales y de exploración lúdica involucra enormes aprendizajes y el escenario propicio para ejercitar los conocimientos formales que se adquieren en el aula. Un juego bien aprovechado por una institución escolar (o actividades basadas en jugar o una estructura curricular basada en el juego) puede ser una importante fuente de aprendizajes e involucramiento de los estudiantes con los contenidos aprendidos. Esto ha sido demostrado por muchos autores, pero se encuentra un desarrollo acabado de esta teoría en Francesco Tonucci (1991; 1993; 2003). Lo interesante de este enfoque es que articula muy bien el desarrollo intelectual o cognitivo con el desarrollo de la inteligencia emocional y social, permitiendo formas de participación y significación de lo aprendido que favorecen el desarrollo ciudadano. Es desde este enfoque y desde la asunción del paradigma que involucra, que analizaremos el desarrollo de los niños y las niñas, aunque sabemos que en las aulas el gran ausente es el juego y la didáctica investigativa (Covarrubias, 2012); por eso y como lo habíamos advertido, este capítulo se centrará en el desarrollo del currículum oculto, de las actividades no formales en el establecimiento y del rompimiento de reglas y el desafío a las normas escolares. Lo que pretendo con esto no es enarbolar la desobediencia y la rebeldía al sistema escolar, pero me parece que por aquí transita la tarea fundamental de los niños y niñas en la tercera infancia: en la capacidad de asociarse y fortalecer procesos grupales, descubren que “uno más uno es más que dos”, porque el todo es más que la suma de sus partes, y eso no sólo afecta a su capacidad de divertirse sino que influye en sus recursos intelectuales –a partir del ingenio y de la creatividad del equipo‐, a la vez que tiene un impacto en su carácter y en su capacidad para comprender.
54
Es básico que esta actividad esté en el contexto del juego y de la diversión, y no esa simulación de juego en el aula que asumen los docentes como “juego educativo”. Para estimular el intelecto de un niño o una niña a tareas de ingenio y desarrollo, es necesario involucrarlo corporalmente en una actitud proactiva hacia el desafío, donde el desafío intelectual se contextualice. Por desconocimiento de la infancia, los docentes habitualmente se saltan etapas y luego no entienden por qué no logran adherir a los niños realmente y obtener los resultados académicos esperados (Covarrubias, 2012). Finalmente, es básico también para estos procesos de asociación que la tarea sea desafiante y entretenida, que comprenda una aventura. Por eso la desobediencia y la rebeldía juegan un rol tan importante en esta etapa, porque implican correr riesgos e involucran la aventura y la complejidad. Los niños necesitan correr riesgos y tomar decisiones (Tonucci, 2008), es un adiestramiento básico para la supervivencia. Un niño que no sopesa los riesgos de subirse a un árbol, de hacer un nuevo amigo, de saltar una zanja, entre muchas otras que forman su cotidiano, es un niño o una niña discapacitado/a para tomar decisiones, que ha desarrollado su motivación con bajos niveles de adrenalina y que por lo tanto, involucra en sus experiencias un nivel de protagonismo menor, que incide ostensiblemente en su capacidad para sentirse capaz: en el autoconcepto y en el carácter. De este modo, muchas de las cosas que les prohibimos a los niños, y específicamente, muchas de las cosas que el sistema escolar les prohíbe –por su propia seguridad‐ son precisamente las trabas que los niños deben desafiar para desarrollarse y lograr las herramientas que requieren para la vida. 4.1
El juego grupal y la invención de reglas: la diversión
Nadie está obligado a jugar, sin embargo todos los seres humanos hemos jugado al menos una vez y voluntariamente, en un grupo de pares o con nosotros mismos. El juego grupal se vuelve relevante cuando socialmente nos vemos expuestos a situaciones de interacción con otros pares: si un niño pequeño es llevado periódicamente a un parque donde se encuentra con otros niños que juegan libremente, progresivamente irá interesándose por jugar con ellos. Habitualmente en nuestra sociedad, este proceso comienza al insertarse el niño en el sistema escolar. La periodicidad con que se enfrenta a sus pares, los horarios en que está separado de su madre y de su casa, y enfrentado a sus compañeros son factores que ayudan en forma determinante al desarrollo de la grupalidad. Se hipotetiza que un niño o una niña en primero básico (a los 6 años) ha logrado una descentración suficiente que le permite abordar el juego grupal y disfrutarlo, porque comprende su dinámica y su normatividad; esto porque ha habido una exposición previa a tareas de interacción (en el párvulo) y porque ha logrado un mayor dominio de las propias capacidades y una inserción mayor en el establecimiento que le facilita la autonomía (Covarrubias, 2012). En rigor, lo que sabemos es que los niños empiezan a buscarse espontáneamente para jugar, comienzan a formar pequeños grupos, desarrollan preferencias y hacen elecciones, tanto de amigos como de tareas a realizar con estos amigos.
55
4.1.1 Estructura y dinámica del juego El juego es una actividad improvisada: los niños se identifican con la mirada, y asimismo se ponen de acuerdo para jugar estableciendo un territorio donde este juego se llevará a cabo. Al jugar al pillarse o a las escondidas, por ejemplo, los límites que no se pueden atravesar o que no pueden constituir escondite no están escritos en ningún código, pero ellos los establecen espontáneamente de acuerdo a la evaluación de riesgo que realizan o de la obediencia a las normas que los adultos les hayan impuesto. Esto puede establecerse antes de comenzar el juego (los típicos: “no se puede cruzar la calle”, o “ir hasta el parque”, o “sólo dentro de esta manzana”), o puede improvisarse: correspondiendo a modificaciones o evaluaciones in situ de lo que debe constituir el mejor escenario o la mejor duración de la actividad, obviamente desde sus propias evaluaciones y convicciones. 6) Es una actividad convencional, ya que todo juego es el resultado de un acuerdo social establecido por los jugadores, quienes diseñan el juego y determinan su orden interno, sus limitaciones y sus reglas.
5) El juego se desarrolla en un mundo aparte, ficticio, es como una historia narrada con acciones, alejado de la vida cotidiana, un continuo mensaje simbólico.
4) Es una manifestación que tiene finalidad en si misma, es gratuita, desinteresada e intrascendente. Esta característica va a ser muy importante en el juego infantil ya que no posibilita ningún fracaso.
1) El juego es una actividad libre: es un acontecimiento voluntario, nadie está obligado a jugar.
2) Se localiza en unas limitaciones espaciales y en unos imperativos temporales establecidos de antemano o improvisados en el momento del juego.
3) Tiene un carácter incierto. Al ser una actividad creativa, espontánea y original, el resultado final del juego fluctúa constantemente, lo que motiva la presencia de una agradable incertidumbre que nos cautiva a todos.
56
La duración del juego es relativa y se adecúa a la actividad misma de jugar. Un juego puede ser como una instantánea o puede ser una progresión temporal que articule tramas y desafíos en el tiempo, con toda la gama que involucra un continuo temporal. Esto implica que la creatividad en el juego no puede estar ausente; incluso en los juegos que se repiten una y otra vez, la circunstancia en la que éste vuelve a jugarse implica una adaptación para que sea divertido, conlleva novedad y espontaneidad. Un juego de fútbol tendrá la adrenalina del partido y la incertidumbre del desempeño de cada uno de los equipos, así como de sus jugadores. De esta manera, los juegos no pueden tener un final predestinado. Tampoco existen los resultados, jugar es un fin en sí mismo. Incluso en el partido de fútbol, no se juega para ganar sino para divertirse. Los juegos que se desarrollan en el tiempo y que implican una trama y el desarrollo de guiones y/o personajes tampoco implican un resultado predeterminado o un ganador, sino la trama que se desenvuelve conforme los intereses de los jugadores se van desarrollando y la creatividad se expresa. Cuando el juego involucra un grado de competencia y desafíos, es la adrenalina de estos “hitos” lo que constituye el monto de diversión que valida la trama, y por lo tanto sostiene el juego en el tiempo. Tomemos el ejemplo de una guerra de bombas de agua: no se trata de que un equipo le gane al otro, aunque este desafío sea propuesto y asumido por el grupo, sino del placer que brinda cada bomba al reventar, cada persecución entre los participantes, y donde es posible incluso articularse y generar estrategias entre varios para mojar a uno o a una que salió más ágil para evitar ser alcanzado por estas bombas. Esta innecesaridad de un fin o de un resultado predeterminado es propia de la lógica del juego. El juego se desarrolla en un mundo aparte, ficticio; es como una historia narrada con acciones, alejado de la vida cotidiana y con un continuo mensaje simbólico. Como lo plantea Winnicott (1982), el juego se ubica en el plano de la fantasía. El niño sabe que está jugando, y que por lo tanto lo que se desarrolla en el juego no es real, aunque es vivido y experimentado como tal. Este es –a mi juicio‐ el componente más importante del juego: las cosas son lo que se requiere que sean, se adaptan, se transforman, se imaginan o se crean. Mientras sirvan al fin de jugar, todo puede ser un medio y puede ser suficiente. Como un palo de escoba puede transformarse en un caballo de madera, y a su vez, en el caballo del Llanero Solitario. La historia que sostiene al juego tampoco necesita ajustarse a los criterios de la realidad. La niña puede ser una princesa, y transformar a cualquiera de sus amiguitos en un ratón que a su vez será transformado en cochero de la carroza que la llevará al baile real. Los juegos pueden sacar parte de su material o contenido de una historia, de una película o de algo inventado espontáneamente. Pueden hacer fusiones entre argumentos y elementos, como contar la historia de la Cenicienta utilizando un guante en vez de un zapato de cristal o dándole un giro a la trama y modificándola. Incluso, los niños jugando un juego que es una historia, pueden no ser conscientes de estar construyendo una historia o representándola. Un juego no es una obra de teatro, aunque se le puede parecer. La narrativa puede estar implícita en las acciones y haberse generado con la
57
espontaneidad de un juego de disfraces. En todos estos sentidos, el juego no tiene las limitaciones de la vida cotidiana. Basado en la buena voluntad de sus participantes, las adecuaciones a la realidad serán suficientes y el juego podrá implementarse y sostenerse. Porque cuando el juego es grupal, estas adecuaciones fantasiosas deben ser compartidas y probablemente estarán motivadas con criterios de eficiencia y necesidad. Un arco “debe poder hacerse” con dos montones de ropa porque lo que se necesita son dos marcas que delimiten un arco. Ellos serán capaces de establecer cuándo la pelota entra al arco por los travesaños del éste a pesar de que dicho arco no esté ahí (un dilema aparte consistirá el establecer cuando la pelota ha golpeado “el palo del arco”). En este sentido, todo juego es el resultado de un acuerdo social establecido por los jugadores. Ellos diseñan el juego y determinan su orden interno, sus limitaciones y sus reglas. Muchas de estas reglas se heredan a través de la tradición oral o escrita, como en el fútbol o muchos otros deportes. Pero evidentemente estas reglas deben generar adhesión en el grupo concreto que está jugando y aplicarse de acuerdo al partido específico o a la sesión de juego. En este sentido, los órdenes establecidos suelen ser modificados, evaluados, transformados y hasta construidos porque se trata de jugar. 4.1.2 Dinámica y estructura de la grupalidad Se ha descrito profusamente que el juego es una actividad libre y normalmente espontánea, a la que cada participante acude voluntariamente. Esto es importante: no se puede jugar sin tener ganas de hacerlo. Por lo tanto, se ingresa en el grupo en la medida en que hay motivación para hacerlo. Esto es de perogrullo, pero es extremadamente importante. Pertenecer a un grupo, aunque sea sólo algo temporal y acotado es una tarea compleja y desafiante. Un grupo tendrá que ponerse de acuerdo y sólo ese hecho implica un gran aprendizaje. Hay que ajustar deseos y modos de hacer las cosas al modo en que éstas se realizarán dentro del grupo. Hay reglas que conocer y respetar, incluso hay reglas que habrá que crear para que el grupo pueda jugar. Jugar es la tarea de los grupos en la niñez, es lo que permite que haya motivación a pertenecer o integrarse al grupo (porque hay diversión) y es lo que permite que se articulen reglas de funcionamiento: las reglas del juego. Desde el niño esto es vivido espontáneamente desde que comienza a socializar con pares y se siente capacitado para interactuar. Como lo decía antes, normalmente al ingresar en el sistema escolar, luego de un período de apresto en el párvulo; ya al finalizar este período comienzan a verse grupos de juego espontáneos, que comienzan a consolidarse durante el primer ciclo básico. En el capítulo anterior describía un experimento que realizamos en la Escuela Unión Latinoamericana (Covarrubias, 2012) en el párvulo, basado en la mediación hacia la autonomía y la
58
integración social. Creamos esos talleres el año 2009, con niños de pre‐kínder y kínder, cuando trabajaba con Nadia Sepúlveda (Terapeuta Ocupacional) que hacía voluntariado en mi equipo. Luego el proyecto se fue complejizando a medida que ingresaban los equipos de practicantes de psicología y trabajo social de la Universidad Autónoma, permitiéndonos hacer mayor sistematización y evaluación de resultados. La primera generación de niños y niñas que participaron en esos talleres alcanzaron a ser promovidos a primero y segundo básico durante mi permanencia en esa institución, y por lo tanto susceptibles de ser incorporados en otro experimento que realizamos con el equipo psicosocial de esa Escuela. En primer ciclo, y específicamente en primer y segundo básico, se desarrolló un proyecto de talleres articulados en relación al juego. No juego dirigido ni orientado a los aprendizajes, sino un taller de juego libre en el que los niños debían ponerse de acuerdo en las reglas de éstos, en la trama de los juegos, en los participantes y sus roles, y en el rol asignado a los mediadores. Por definición, estos monitores eran observadores participantes, que podían ingresar en la actividad en la medida que los niños lo permitían. Por circunstancias azarosas, pudimos realizar estos talleres desde la Escuela hacia la comunidad, tomándonos espacios públicos como plazas, parques, generar murales (Covarrubias, 2013). La lógica de este ciclo de talleres es muy similar a la que se implementó en el párvulo: una sesión de juego diario, en un pequeño grupo que es sacado del establecimiento para acudir a una plaza, a un parque o la sede social de la junta de vecinos (ellos eligen). Los monitores llevan propuestas de juego en las primeras sesiones, posteriormente las actividades son elegidas por los mismos niños dentro del repertorio que conocen. A veces los niños les piden a los monitores que les enseñen juegos, porque están aburridos de los que conocen. Cada lugar o escenario les brinda posibilidades de acción y juego diferentes, pero las condiciones climáticas y el uso de los espacios determina la factibilidad de utilizar ese espacio para jugar en esa sesión o no. Cada monitor tiene una pauta de cotejo en la que –posteriormente a la sesión‐ puntúa sus observaciones en relación a los indicadores que han operacionalizado, los que a su vez nos darán porcentajes de logro individual asociado al porcentaje de asistencia y un cociente de dispersión respecto del logro global. Los indicadores estaban divididos en dos grupos: grupales e individuales; y se relacionan con incorporarse espontáneamente en una actividad de juego (indicador grupal), comprender las condiciones y normas que tiene el juego dentro del grupo (indicador individual), entre otros. El trabajo de sistematización asociado a esta experiencia nos permitió establecer importantes hallazgos: 1) Cuando la asistencia fue sistemática y homogénea los logros fueron sostenidos y generalizables para todos los miembros del grupo y consistentes con el desempeño grupal. Por el contrario, cuando la asistencia fue esporádica, los logros se desvanecían frecuentemente en los niños y la dispersión intergrupal era mayor. Como se trata de un grupo que transita anualmente por esta experiencia, éste varió en el trascurso, y hubo niños que ingresaron o abandonaron espontáneamente el grupo durante el año. La
59
asistencia se fue estabiliizando a med dida que avan nzaba el año yy el grupo se consolidaba, se e los pad dres de los participantes. Asimismo, el valida la acctividad en laa Escuela y entre desempeño o individual comienza a mostrar mayores m logro os en la disposición a la integración social a med dida que la asistencia se co onsolida y las sesiones tien nen estabilidaad, mite que el deesempeño gru upal se homo ogenice. lo que perm 2) Los niños y niñas que haabían sido paarte de los taalleres de auttonomía e inttegración soccial en el párvu ulo con anteerioridad, inggresaron con n mayor facillidad en la lógica de esttos talleres, traansformándo ose en líderees pro‐socialees dentro deel grupo, mo ostrando mayyor apertura al diálogo, a acceptar los desseos de los deemás, a expreesar sus ideass y convencerr al resto de que los sigan. 3) Estos mismos niños, a m medida que el grupo se con nsolidaba en eel transcurso del año, fuerron o aglutinador del grupo, ap portando activamente parra conservar ssu hegemoníaa y el elemento permanencia, respecto d de los nuevos integrantess que generalmente aportaban el camb bio y la crisis de e las normas ggrupales. onformación de los grupos es que requieren r estabilidad en la Un eleemento centtral en la co realización o desarrrollo de la tarrea. En este caso, este grrupo debía reeunirse a jugar diariamentee y o suficientem mente entreteenido para geenerar el retorno de sus integrantes al d día el jueggo diario ser lo siguien nte. Si los niiños se aburrren de jugar unos con otrros, no particcipan y al ser voluntario, se diluye. De esta forma, se conso olidaban los p procesos de ccohesión grup pal, generació ón de normas y para validar eestas normas y que se acatten (Foladori, 2001). de legitimación de la autoridad p 4.2
nto del liderazzgo El nacimien
El liderrazgo provien ne de la estab bilidad que co onsolida a un grupo en el desarro ollo progresivvo de la tareaa. Tiene que d grupo, ver con asumiir lugares dentro del específficamente ell lugar de vocero v de laa grupalidad (Balboaa, 2006). Se e asume quee el líder es una u persona que deetenta caracte erísticas que se asocian co on aglutinar, seducir y guiar a ottros (Berwartt & Zegers, 19 980), pero la e analíticos de la evidencia que presentan los estudios 72; Foladori, 2008; 2001) grupaliidad (Pichón‐‐Rivière, 197 es quee la grupalid dad es un fenómeno f de un orden distinto o al de los de estinos individ duales, y por lo tanto, los integraantes funcionando dentro de un grupo específico, no son ya los individuos sin no que sujetos a un funcionamiento grupal, ejecu utando roles q que le dan coherencia a la narrativa de la tarea. De estta forma, el liderazgo o vocería v se exp presa como una tendencia del grupo a conservar su homoggeneidad y funcionamiento o, a preservar la estabilidaad lograda. EEs en la medid da que el grupo se man ntiene hacien ndo que perssevera en su existencia y tiene sentido o, toda vez que q el vocero o o líder es quien protaagoniza los procesos p de homeostasis. h En alguna medida, m lo qu ue plantean los
60
autorees es la existencia o vida de lo grupal y su intento por sobrevivir a la extinción, toda vez q que en la grupalidad se depositan tro ozos o monto os del inconsciente de sus iintegrantes (FFoladori, 2008). En el estudio que s e se desarrolló en la Escuelaa Unión Latin noamericana,, esta voceríaa o liderazgo se nos mu uestra como un proceso fu undante: los ttalleres de juego fueron im mplementado os en la Jornaada Escolarr Completa co on los niños d de primer cicclo que no cu umplen horario extendido.. Los niños q que no asisstían a reforzaamiento desp pués de la jorrnada normal, podían ser convocados aa este grupo de juego, y posteriorm mente decidir si participabaan de los talleeres extra‐programáticos que ofertabaa la de. Escuelaa en alianza ccon SERNAM de cuatro a siete de la tard En un comienzo en ntonces, la pertenencia p a estos tallerres se relacio a onó con un tiempo t muerto, el personal del establecim miento escolarr no contaba con los recurrsos para cuid dar disponible, en que e a estoss niños entre e su salida ho oraria y el in nicio de los taalleres de la tarde, y la dificultad d de las madres de buscar aa los niños an ntes de las do os para volver a traerlos a las cuatro dee la tarde. EEse es el espacio que fu ue configurad do por nosotrros como un ttiempo útil paara el resto d de los adultoss, y fue asiignado a jugaar de un mod do natural al juego infantil, siendo pro onto asimilad do por los niñ ños como u un espacio prrivilegiado. Por estta razón en un comienzo los liderazgoss aparecieron con tanta fu uerza. Los niñ ños y niñas q que habían n participado en talleres anteriores a teenían la experiencia necessaria para arrticularse en un funcion namiento gru upal con menos ansiedad q que aquellos que lo vivencciaban por primera vez, peero asimism mo, tenían el entusiasm mo para deesear que el e grupo se constituyerra. No ellos, particu ularmente, siino la totalid dad de los niños n y niñas. La altern nativa a estee “trabajo” era e deamb bular por la EEscuela entre el almuerzo y los talleress, o ser derivvados a la bib blioteca u alggún otro lu ugar donde no o se transform maran en un factor de disstracción paraa el resto de los estudianttes en classes. Esta vo ocería se maantiene, camb biando de fo ormas durante el proceso. Cada vez que q ingresab ban niños n nuevos, y con n éstos, algun nas fisuras en n el funcionamiento habittual del grupo o, aparecían los elemen ntos aglutinadores en la vvocería, explicando pacien ntemente las normas de ffuncionamien nto del talller y aludiend do a una norm mativa tácita. LLo que quiero o señalar con esto es que en el desarro ollo d los niñoss y niñas ap de parece el fenómeno de la g grupalidad y con ello, el desarrollo de d un contexxto p para jugar y y aprender a a articularse de acuerdo o a n normas y con nsensos. Lo ssocial se ensaaya, se apren nde y y se desarroll la, como todo os los aspecttos de la vidaa, y la etapa esco olar es precissamente el momento m de la v vida en que s se ensaya, deescubre y aprrende a vivir en la sociedad dee los acuerdo os. Algunos aacuerdos tácittos e institucionaales, que definen el conteexto para tod e do: las reglas de lla casa, las reeglas de la Esccuela, las reglas
61
de la saala de clases;; otros acuerd dos contextuaales, instituyentes, propio os de la grupaalidad y de caada contexxto dónde se ejecuta una tarea, ya seea ésta estud diar o jugar. La división entre e el ámbito público o y el privad do, entre el comportamiento formal y el espontáneo. Dónd de y cuándo lo aprend den es jugand do. 4.3
La travesura
La etap pa escolar no ormalmente involucra los primeros cu uatros años de d la educació ón básica en el primerr ciclo, esto no n es casual. Los primerros dos son el descubrimiento de lo o grupal y de la dad que generan los normatividad; dominar la ansied os sociales e introducirsee en una lóggica de vínculo juego. Todavía la mayor m parte de los niños a esta edad eestán bastante sujetos a una estructuraa social externa, a normativvas institucionales y con u un alto encia respectto de los adultos, grado de depende pero eso cambia conforme se van haciendo mayorees. En terrcero y cuarto básico los niños y niñas comien nzan a descu ubrir “el sab bor de la traavesura” y comienzan c a aflorar las rebeldías y los oposicionismos. Se e relaciona co on una progreesiva autonomía e indepeendencia de ccada niño, peero tambiéén con el asentamiento dee los proceso os grupales; lo os amigos y laas amigas tieenen estabilid dad en el tiempo t y gen neran la confiianza suficien nte para aven nturarse en empresas e máás arriesgadass y adrenaalínicas. Asociado a esto se producen do os tendencias evolutivas im mprescindiblees: por un lad do, el desarro ollo plicada a la diversión d y a la de la creaatividad, de la fantasía ap liberación n de adrenalina, y con estto, el desarro ollo cognitivo o e intelectuaal más sorpreendente de esta etapa, y p por otro lado o el asentamieento de los modos m de sujjeción. Los adultos, a para el niño, han n sido una im magen de au utoridad y dee sometimien nto incuestion nable a lo larrgo de la infan ncia. Desde lla atribución de lo que es bueno y malo m a la ad djudicación de d lo correcto, & Zegers, 198 80). Eso pueede funcional e inteligentee (Berwart & cambiar –y – es muy probable p quee ocurra‐ cuando los niñ ños pongan a a prueba a los adultos en esta etapa: verificar la coherencia entre lo que q dicen y lo que hacen n, corroborar la veracid dad de sus diichos y juzgarr la pertinenccia o realidad d de las conseecuencias que anticipan sson formass absolutas de juzgar el fu uncionamientto adulto y eespecíficamen nte, de nuestros adultos, los que no os educan.
62
Esto pu uede determinar los grado os de depend dencia y autonomía que desarrolle el n niño y la niña,, la fluidezz con que inte eractúe con eel mundo adu ulto o el nivel de oposicionismo que deesarrolle; cóm mo quede sujeto el niño o la niña al funcionamieento social deependerá de su experienccia al contrasttar o que ha aprrendido y ap prende inform malmente en el juego y en e los grupos de pares con c aquello aquello o que ejecutaa, se espera d de él o se le eexige en las in nstituciones fformales, esp pecíficamentee la familiaa y la institució ón escolar. 4.3.1 Corroborar la supervisión adulta Los niños tienden a volverse conscientes de las inconsistencias que les preseenta la realidad a medidaa que operan n con ella. El principio reector es el mismo que ope eraba en la primera y seegunda ubren y consstruyen infancia: a medidaa que descu significcados, adquie eren segurid dad y compeetencia, saben lo que saben. El punto es que lu uego de un largo y signifficativo camino o junto a suss padres, el niño n a los 8‐‐9 años comien nza a darse cuenta de cierrtas inconsisttencias, impreccisiones y algunas abiertass contradiccio ones de éstoss y de la relación con ésto os que no loggra pasar p por alto. Porr ejemplo, la inconsistencia entre la am menaza de castigo y el casstigo finalmen nte asignad do: al niño le e genera confusión, y unaa suerte de in nseguridad reespecto a lass consecuencias que fin nalmente tendrán sus con nductas (Dolto o, 1990; 1998 8). Pero aquí también es cuando el niiño se pon ne sensible frente a los incumplimiento os: “¡tú me lo o prometistee!”. Más gravve es cuando o el niño so orprende a sus padres mintiendo, falttando a la veerdad u omitiiendo, lo quee le genera una u confusión terrible re especto a lo q que le enseñaan y lo que vee que es lícito o. Los padres también n se equivocan, o afirman cosas sobre las que no tieenen certeza y esto tambiién es advertido por lo os niños, que a medida qu ue descubren n estos errorees por sí mism mos reaccion nan frente a éstos con sseveridad. Peero no sólo lo os padres se eequivocan, m mienten o son inconsistentes, muchaas veces también sus pro ofesores u otros adultos significativos s nza . Lo que al niño comien progreesivamente a ocurrirle con n los adultoss es que ésto os pierden leegitimidad a medida que su grupo se va fortalecciendo. No ess que sus parres gocen de m mayor legitim midad, esto no o ocurrirá hassta mente lo que ocurre es qu ue el rango d de acciones o o transgresion nes la adollescencia, pero evidentem que see atrevería a a realizar co on sus compañeros de ju uego es mayyor, la poten ncialidad de la desobeediencia aum menta progreesivamente, de d manera proporcional p a la deslegittimación de los adultos que lo rodean (Cubero & & Moreno, 1995/1990; Rod dulfo et al, 19 997).
63
Esta po otencialidad e en aumento que adquieree la desobediencia va de la mano con la necesidad de adrenaalina que tam mbién crece; llas travesurass se traman ccon los amigu uitos y se planifican. Lo q que rápidamente apren nden los niño os y las niñas es que hay que buscar la l oportunida ad para llevar a os planes. cabo lo Esta búsqueda de la oportunidaad es un pro oceso sistemáático de corrroboración. El niño aún no no puede haccer deduccion nes cuentaa con la herraamienta de laas operacionees formales, por lo que n hipotéttico‐deductivvas, por lo tan nto debe ir caaso a caso saccando conclussiones y corro oborando: es su forma de generalizaar. Específficamente se trata de veriificar si las am menazas se cumplen, si lo os padres o lo os adultos esttán realmeente alertas yy vigilantes, si aquello quee han profetizzado (peligross, eventualmente) conllevvan el riesggo adjudicado o o no. Hastaa hace un par de años, ese peligro no see habría cuesttionado, el niiño y la niñ ña tenían la convicción profunda de que q sus padrees tenían ojo os en todas partes p y todo lo sabían,, y que no haabía forma dee mentirles: eeso cambió po orque el operrar en el mun ndo, operar ccon otros, descubrir cómo funciona este mundo o y cómo son n las cosas para otros hace que nuesttra miradaa cambie. Lo entendemos para los adultos, pero noss cuesta enteenderlo para los niños. En concreto: a medida que se ro ompe el cascaarón, nuestros niños van d descubriendo que no todo es como se los hemos contado y perdemoss credibilidad d, la que ess aprovechad da para seguir descub briendo el mundo en aqu uellas actividades que less hemos proh hibido o quee no estaban al alcancee de sus cono ocimientos. En los primeros años de eesta etapa su urge la compu ulsión por juggar con los amigos, a costa de loss deberes y con porfía; en los ulterriores lo quee aparece es la desobeediencia y la ttravesura. 4.3.2 “Hacer la trampa”: la dessobediencia aactiva y la creeatividad La bússqueda de la oportunidad d enseña a estudiar e a loss padres, y es e un buen maestro m para la concen ntración, la atención a selectiva y el juiicio. Buscar la oportunid dad para haccer la travesu ura implicaa corroborar que lo que se s arriesga ess menos relevante que lo que se pued de ganar: no se trata d de una evaluación conscien nte de costoss/beneficio po orque esos prrocesos son aaccesibles lueego de quee se ha tenido o la experienccia que hoy eel niño busca. Entonces, se trata de la experiencia. Es un tem ma de que la m motivación paara desobedeecer y/o hacer la travesuraa es muy alta:: con los amiggos del gru upo esta motivación crecce y se poten ncia, y finalm mente, cada uno u se atreve a su modo o a desafiarr la autoridad d vigilante dell adulto, sea ééste el padre,, la madre, la profesora, el inspector o la directoraa del Colegio. El proceso implica vencer el miedo, m pero a la vez es el proceso o de anhelar una experien ncia y esforzaarse por vivirrla. Hay algo o tremendam mente positivo o en la desobediencia activva, que se relaciona con n la libertad d de soñar y co on la capacid dad de asum mir riesgos, sopesar s y haccer juicios. Es una práctica
64
activa de la capacidad de razonar que utilizará durante tod da su vida. Claram mente no se trata de riessgos o peligros vitales, ell niño no es un aspirantee suicida com mo planteaa Tonucci (2 2008). Muchas veces la travesuraa involucra riesgos r que como adulttos dimensionaamos de otraa manera, y p precisamente el desafío esstá en traspasaar esas preoccupaciones y consideracio ones de maneera racional y tranquila al niño, consid derando su capacidad c paara comprendeer e integrar la información n, sopesarla yy valorarla. Cuando loss niños se sub ben al techo y se pasan p por una pared d o se internan n en un cerro o una casaa abandonad da lo que esttán sopesando generalmentte son sus po otencialidades y limitacion nes físicas, el peligro asociad do a las exigeencias físicas de la tarea, yy lo prohibido de la acción n. Otras consideraciones deben ser s introducidaas en su mapaa cognitivo, p pero de eso p precisamente se trata creceer y desarrollarse, de in nvolucrar varriables, sopessar alternaativas y utilizaar el ingenio yy la creatividaad para vivir las experienciias que ofrecee la vida. Es lo que ocurre a n nivel intelectu ual y del pensamiento en lo os niños y niñ ñas en esta ettapa a través de la traveesura y la dessobediencia. El desafío a la norma es u un desafío inttelectual, físicco y emocion nal. Implicaa buscar la oportunidad pero p también n encontrar laa motivación y realizar lo os juicios quee le permittan tomar de ecisiones. Si en la Escuela han aprendido razonam miento matem mático, aquí es donde lo aplican y lo utilizan. SSi han aprend dido una sujección gramaticcal, un uso pragmático dee la nicación y siggnificados, aq quí es dondee se dotan dee sentido la sintaxis, la pragmática p y la comun semántica. Los contenidos c e escolares son n aprendizajees relacionad dos con el mundo don nde desarro ollamos nuesstra vida y éssta es un proceso que se adquiere porr experiencia y que requieere un com mponente mo otivacional. El prob blema no estáá en la travesura ni en el acto de desobedecer, el deesafío se ubicaa en el plano de las con nsecuencias. Todas las con nsecuencias. Si la adrenallina y la expeeriencia que eel niño adquieere inform malmente es incorporada a la entregaa de los con nocimientos formales y validada v en los processos de aprend dizaje, la travvesura se resignifica y adq quiere valor la experienciaa. Si es que las que el niño no ha co conseccuencias y apreciaciones a onsiderado so on introducidas racional e inteligeentemente en el mapa co ognitivo de lo os niños, suss esquemas y y posibilidadees de respuessta pueden n aumentar y enriquecerse, y así see aprovecha y valida la experiencia. Entonces, las conseccuencias de sus actos son incorporadass, pero tambiién las consecuencias de ssu motivación n y los principios de una particip pación activaa. Esta opeeración educcativa puedee ser realizaada únicam mente si se co onsidera legíttima la motivvación del niñ ño y se apreh hende con reespeto lo quee lo muevee y sus razonaamientos.
65
4.3.3 Establecer los lugares sociales El grupo de pares asociado a la tarea de socializar en los juegos y posteriormente en las travesuras y en la exploración de los límites es el marco de referencia del niño en su edad escolar. Por eso Howard Gardner (2005) llama a esta etapa la fase normativa. Pero el niño no sólo descubre a sus compañeros y los imita, en alguna medida se refugia en esta dinámica y en el placer que obtiene de jugar para blindarse en su desarrollo. La experiencia diádica inicial a la que nos hemos referido anteriormente en este ensayo se sostiene en la capacidad que erige la madre o adulto que cría de generarle al niño una ilusión: la ilusión de que es suficiente para satisfacer sus necesidades, traducirle el mundo y simplificarle las complejidades de la realidad. Hay una etapa de la vida en que nuestra madre lo es todo y lentamente ese velo va cayendo y dando paso a una mirada más realista de nuestros progenitores. Es la ley de la vida. Lacan (2005) lo llama la ilusión de completitud y no es casual que los autores de la teoría analítica de la grupalidad titulen una de las más importantes publicaciones del enfoque “Ilusión Grupal” (Foladori, 2001; 2008). La ilusión grupal hace referencia a la existencia de la grupalidad como entelequia. El grupo no existe, existen las personas que lo conforman; pero éste tiene un sustrato de realidad en el imaginario de sus integrantes y además puede observarse desde fuera. Es lo que hicimos en ese experimento en la Escuela Unión Latinoamericana, pero es también lo que realizan los teóricos del grupo operativo (Balboa, 2006). A eso me refería cuando planteaba que algo del inconsciente de todos sus integrantes le da vida y existencia a la grupalidad, vida independiente y autónoma, y persistencia para luchar por su subsistencia a través de los procesos de la grupalidad. Los grupos viven crisis y rupturas que amenazan su perdurabilidad, por eso en ellos se establecen voceros o líderes que sostienen la homeostasis. Pero hay disidencia, cambios en la lógica o en la composición de las funciones grupales: son los chivos expiatorios que llevan la culpa de la crisis y que permiten que las fisuras abran alternativas en las fuerzas que instituyen la grupalidad. Hablamos de lugares o roles, no de integrantes o personalidades: lo que hace que un grupo se sostenga y se adapte es la necesidad del grupo de permanecer unido. Si llevamos este análisis a cosas concretas, podremos comprender que la ilusión grupal le permite al niño y a la niña en edad escolar sostenerse en la fantasía de completud que le entrega el juego. Recordemos que el juego es un espacio de acción en la fantasía (Aberastury, 1984; Winnicott, 1982), y por ende, el juego desde la grupalidad les blinda a los niños esa experiencia social y completa de goce que da sentido y sostiene a su cotidiano. A medida que se les cae el mundo adulto y los referentes de completitud que éstos alguna vez ofrecieron, el grupo de pares emerge en el juego como una alternativa que sostiene la identidad y el desarrollo, permite la exploración y la asocia al goce. Al establecer los lugares sociales, lo que permite este fenómeno lúdico y grupal que se abre con la edad escolar es la integración social, que es fundamental para la existencia humana. Si la tarea de la etapa anterior fue la adquisición de un lenguaje, de la posibilidad de comunicarse y entender la
66
comunicación, en esta etapa la integración en los grupos y la comprensión de la lógica de la sujeción social será la tarea primordial. Pero los niños no son sólo integrantes de una cultura, también son sujetos protagónicos de sus propias vidas y requerirán herramientas para desarrollar un carácter único al entrar en la adolescencia, donde el desafío consistirá en lograr la identidad. Esto es lo que veremos en el próximo capítulo. Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1984). El niño y sus juegos. Buenos Aires: Paidós. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Balboa, J. M. (2006). Estudio de la noción de Grupalidad en el marco de las Teorías Psicoanalíticas Grupales. http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/balboa_j/html/index‐frames.html Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Cubero, R. & Moreno, C. (1995/1990). Relaciones sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 285‐296). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Feuerstein, R. (1980). Instrumental Enrichment. Baltimore: University Park Press. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foladori, H. (2001). El grupo operativo (de) formación. Santiago: Universidad Bolivariana. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El
67
pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. García, J. (1992). Imitación y juego simbólico: evaluación y desarrollo. Valencia: Promolibro. García Madruga, J. A. & Lacasa, P. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 235‐250). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2005). Arte, mente y cerebro. Una aproximación cognitiva a la creatividad. Barcelona: Editorial Paidós. Garvey, C. (1985). El juego infantil. Madrid: Morata. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 265‐275). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Linaza, J. & Maldonado, A. (1987). Los Juegos y el Deporte en el Desarrollo Psicológico Del Niño. Barcelona: Anthropos Promat Martí, E. (1995/1990). Operaciones Concretas. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 251‐264). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Martínez Criado, G. (1998). El juego y el desarrollo infantil. Barcelona: Octaedro. Maturana, H. & Varela, F. (1997). De máquinas a seres vivos. Porto Alegre: Artes Médicas. Maturana, H. (1998). Emociones y lenguaje en educación y política. Porto Alegre: UFMG. Muñoz, R. (2011, Junio). Participación y Ciudadanía. Documento de trabajo de la Comisión Infanto Juvenil de Estación Central. Santiago. Navarro, V. (2002). El afán de jugar: teoría y práctica de los juegos motores. Barcelona: INDE.
68
Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Piaget, J. (1959/1954). La formación del símbolo en el niño. Imitación, juego y sueño. Imagen y representación. (1ª Reimpresión) Bogotá: Fondo de Cultura Económica. Piaget, J. & Inhelder, B. (1997/1969). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Pichón‐Rivière, E. (1972). Aportaciones a la didáctica de la psicología social, En El proceso grupal (pp. 205‐213). Buenos Aires: Nueva Visión. Pugmire‐Stoy, M. C. (1996). El Juego Espontáneo: Vehículo de Aprendizaje y Comunicación. Madrid : Narcea. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Reboredo, A. & Espinosa, A. (1983). Jugar Es un Acto Político: El Juguete Industrial, Recurso de Dominación. Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. Texas: Universidad de Texas. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Romero, V. & Gómez, M. (2008). El juego infantil y su metodología. Barcelona: Altamar. Rozenthal, A. (2005). El juego, historia de chicos: función y eficacia del juego en la cura. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas. Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐
69
ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Vygotski, L. (1979). Interacción entre aprendizaje y desarrollo. En: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, capítulo VII, pp. 123‐140. Barcelona: Crítica. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. Zulliger, H. (1980). El niño normal y su entorno (Problemas y Soluciones). Madrid: Morata.
70
Capítulo 5 El juego personal y la entretención La diversión grupal permite que un niño despojado de la dependencia parental logre la integración a un grupo, experimente la vida colectiva y los acuerdos sociales; tanto los que importan para uno mismo como los que son necesarios para cumplir “con las formalidades”. Pareciera la descripción de una tragedia, pero en realidad se trata de un proceso cautivante de desarrollo de la capacidad de goce. Como lo hemos visto en los capítulos anteriores, el mandato de adquisición del lenguaje (que a mi juicio es comparable con la prohibición del incesto en la teoría freudiana; Lacan, 2005) lleva al niño a buscar la comprensión de los contextos y situaciones en que se produce el lenguaje y los intercambios relacionales, y en ese proceso desarrolla un dominio técnico de los soportes que manipula, en los que desarrolla la representación y síntesis de sus investigaciones objetuales y finalmente logra –además del consabido logro lingüístico‐ reconocer sus potencialidades y aprender a disfrutarlas, asumir la vida como un desafío permanente del que uno sale la mayor parte de las veces, exitoso. Con la entrada en el sistema escolar lo que hacemos es incorporar una variable de riesgo y desafío aún mayor en la vida del niño o la niña: ‐ ‐ ‐
Lo separamos de su madre o persona que lo cuida, en los hechos y sistemáticamente (al menos por un espacio sostenido de tiempo diariamente). Lo dejamos al cuidado de una institución donde hay otros adultos, pero que le son extraños y además deben repartirse entre muchos otros niños, y; Lo que es más importante, lo forzamos a compartir el tiempo y el espacio con un importante contingente de pares en un mismo lugar. Tienen que compartir el patio, a los adultos, el comedor y la sala de clases, pero esto implica que además deben compartir los materiales, los libros y los juguetes que hay en ella.
Para un niño de 4 ó 5 años esto es claramente un tremendo desafío. Dependiendo del grado de autonomía logrando anteriormente, de la noción de logro personal que haya adquirido y de la fortaleza de su autoestima, este desafío será más o menos angustiante. Angustia habrá igual, pero como sabemos, ésta será parte de su vida tanto como la capacidad de disfrutar y todo aprendizaje que valga la pena requerirá de montos de angustia y grados de satisfacción. En los dos capítulos anteriores de este eje analizamos las normas como un horizonte ético y funcional, y la adquisición de un funcionamiento normativo como parte de los procesos de integración social (Rivera, 2010). Por un lado vimos la formalidad del sistema escolar, la institución educativa y los profesores, el mandato a estudiar y a aprender, a ser evaluados y promovidos o reprobados según nuestros desempeños en las clases, pruebas y tareas. Esto implica una serie de comportamientos específicos que son funcionales a dichas operaciones, pero que se informan, enseñan y evalúan de forma confusa. Incluso la participación de nuestros padres en estos procesos es confusa y doble‐vinculante.
71
La verdad, los adultos hacemos un trabajo bastante deficiente respecto de los niños y niñas, y les damos un ejemplo que deja mucho por desear. No se trata solamente de lo que ocurre en cada hogar, sino de lo que somos los adultos en general, en el medio social y como referente: lo que presentan los medios de comunicación, la publicidad y los referentes públicos. En ese sentido, es natural que los defraudemos y que queden librados a la ilusión grupal y a sus juegos, donde experimentan adrenalina y entretención por raudales, siendo estas actividades habitualmente mucho más cautivantes e interesantes que las que nosotros los adultos les exigimos (como hacer tareas, por ejemplo). El grupo en este sentido los refuerza y los aglutina, brindándoles consistencia y motivación para continuar con su desarrollo y sostener la vinculación con el mundo adulto desde la formalidad, desde los afectos y desde una cada vez menor pero indudable, dependencia. El desarrollo individual implicará exploración, descubrimiento, motivación y entretención, dominio técnico de diversos soportes de representación y desarrollo, habilidades, destrezas y competencias. Sobre esto último quisiera profundizar un poco: las habilidades sociales, destrezas psicomotrices y cognitivas y competencias personales son las que primordialmente desarrollará en el grupo, en este proceso de sujeción social que comienza formalmente en la edad escolar. Pero eso no invalida el trabajo interno y de dotación personal que todo niño o niña realiza a partir de la exploración y del ejercicio constante durante esta etapa. Hablamos no del juego grupal sino de la entretención individual, los hobbies. El proceso es similar a lo que el niño desarrolló en la primera y segunda infancia, lo que cambia es el foco: ya no se trata de adquirir el contexto de la lengua, sino de descubrirse a sí mismo y sus gustos, sus capacidades y potencialidades respecto al hacer, al desarrollo específico de productos que puedan ser reconocidos por otros (Gardner, 1997). Los niños y niñas comenzarán a explorar la independencia y la entretención personal, para de este modo lograr el equilibrio entre la integración social y la formación del carácter. De este modo, dotados de un pensamiento concreto y racional, socializado y ajustado, con una estructura de personalidad adaptada e incipiente, estarán capacitados para la transformación más profunda de sus vidas: la entrada en la adolescencia. 5.1
El desarrollo del mundo interno en la gráfica, la música y/o la lectura
Howard Gardner (1994a) se interesó por el desarrollo intelectual de niños sobresalientes, dedicados con disciplina y esmero al ejercicio de una disciplina artística, cualesquiera fuera ésta: danza, canto, interpretación instrumental, pintura, dibujo, entre otras. A partir de sus estudios, desarrolló la teoría de las inteligencias múltiples, explicando que el desarrollo cognitivo toma cauces diferentes dependiendo de nuestras particularidades y nuestros intereses. Un buen gimnasta, por ejemplo, corresponde a un nivel de inteligencia superior en lo cenestésico; pero lo mismo es válido para un dibujante, para un intérprete musical, una bailarina o un escritor. Cada una de estas disciplinas tiene su origen en el juego (Gardner, 1994b) y ha sido descubierta por
72
algún aadulto en el m mapa de inteereses del niñ ño y reforzada, tal y como o Matthews (2 2002) lo hicieera con su hijo Ben, en el ejemplo deel oso Rupertt. Este mapa m de interreses corresp ponde a sus inquietudes, preguntas, juegos y activvidades lúdicas. Las possibilidades de e configuració ón son enorm mes. De niño me gustaban las estanteríías de toallas en las grandes tiendass: enormes filas de toallass ordenadas cromáticameente con una amplitud en n la ue generaba miles de posibilidades parra combinar. Pero el degrradado entre un paleta de colores qu tono y y otro me generaba una u fascinación tan gran nde que terminaba no pensando en combin naciones sino o deseando tener t esa en norme paleta de toallas en e mi casa. Esa inclinaciión natural a los colore es y a su conffiguración tonal ha persegguido mis gustos siempree, y proviene de formass de entende er los sonido os y la dispo osición armón nica, que eraa la actividad d a la que me m dedicaba de niño (e estudié canto y fui compossitor desde peequeño). Como plantea Gardner (2000), eel conocimien nto de las diveersas disciplin nas permite eeducar la men nte y ampliar los registtros y las possibilidades dee desarrollo. Los gustos de d los niños son muchísim mo más im mportantes que q las discciplinas a traavés de las cuales se expresan, e pero para pod der expresarse, ha de dominarse una u técnica y y por ende, debe ésta ser s parte de la experiencia cotidiaana del niño o o la niña. Es muyy parecido a lo que nos planteaba p Maatthews (200 02), y que revvisábamos en n el primer eje. e Pero yaa no se trata de dotar de sentido un m mundo compleejo, sino de d disfrutar la acctividad artística o ceneestésica en sí misma. Veáámoslo de estte modo: el n niño pequeño o está inmerso en un mundo de tales complejid dades que requiere ord denarlo paraa ingresar en e él. Los estímulos son s S lleva las cosas a la bocca, las tira, laas arrastra. Pero luego eso e apabulllantes, todo es nuevo. Se cambiaa porque las ccosas empiezan a volversee cotidianas y ya no generaan sorpresa. Cuando o ya se ha do ominado la téécnica para d dibujar, y el ““lápiz obedece nuestras órdenes sobree el papel”, logramos hacer h un dib bujo que ressponde a objeto repressentado y nuestras expectativvas sobre el o la visu ualización que e sugiere nu uestro trabajo o gráfico. Esto no os permite dibujar cosas que nos cuesstan más, porquee finalmente el desafío es el gran motor m de todas las actividad des que invvolucran al intelecto. a buscar “insp piración”. Entoncces el “pintorr” se pone a Ben, el e hijo de Matthews, M see entusiasmó ó con la “Estrella de la Muerrte”, un aparaato de la Gueerra de las que parece un planeta esfférico con Galaxiaas. La nave, q un sacado, es comp pleja de reprresentar preccisamente onal, y en porquee una esfera es una figura tridimensio un plan no bidimensio onal eso no p puede sino inssinuarse. El auto or plantea en su libro (200 02) que ha ob bservado quee muchos niñ ños se entusiaasman con essta figura y se obsesio onan intentaando represeentarla gráficcamente, con n diversas posibilidades de ón. Lo interessante es que al fijarnos en n las derivas que toma estta investigación del objeto o o solució
73
modelo, po odemos acud dir a los jugguetes 3D que q existen en el e mercado y y vislumbrar las salidas que q éstos brindaan para la reso olución del deesafío gráfico o. En esta estrructura armable (LEGO), la Estrella dee la Muerte es presentada “por dentro o”, resolviendo tácitamente el problema de la espacialidad. Si tieene un interior, quiere decir que tiene vo olumen en trres dimensioness. Una solución gráfica seería mostrar “el interior de laa nave”. Ben llega a una solución n similar espontáneamente, pero no es el único porrque el dib bujo que aparece a a continu uación no le pertenecee a Ben, sin no a otro muchaacho. El dibu ujo, titulado ““Estrella de laa Muerte”, presen nta la esfera ccon una incisiión medial qu ue permite ver parte del interior sin mostraar el interior completo, m arriba. La L nave está en órbita, como el juguete más os aviones dee los Jedi, con n su clásica combaatiendo con lo hendid dura desde emergen e los guerreros del ejército imperial (la otra hendidura en amarillo que aaparece en ujo). el dibu La preeocupación que q trasuntaa a este dib bujo es la represeentación de un objeto deesafiante. El modelo impllica desarrollar creativamente una saliida visualm mente aceptaable para la reepresentación n de una esfeera. Logrado esto, el dibujjo “queda bieen” y el au utor se siente e satisfecho. Y pasa a ottra serie de dibujos o rep presentaciones. Un trabaajo habitualmente conllleva muchoss ensayos y m muchas altern nativas para rresolver la problemática q que edio presentan. En este caso, el desafíío es intelecttual porque se ve. Es lo q que los objjetos o el me sucedee con la inteliggencia visual,, es básicameente racional yy se basa en eel análisis y laa síntesis. Pero supongamos que el problema lo sugieere un sonido o en una meelodía. Estam mos intentando n logra son nar interprretar una pieza musical (canción o lo que sea)) y hay una nota que no correcttamente en el e trabajo. Puede P ser un tema de afiinación, o dee temple del instrumento; o puede ser un problema de la inttensidad o dee la intencionalidad con qu ue se ejecutaa. Pensemos en plo. A diferencia del dibujo, en que el objeto nos p presenta unaa dificultad paara el cantto, por ejemp sugerirr su estructurra en un plan no bidimensio onal porque éésta no pued de evidenciarsse visualmente, en la m música tendre emos una notta que suena mal (un sonid do, en rigor, p para el que eescucha) porq que no enccaja alguno de e sus factoress dentro de laa concatenación de notas q que conformaan la melodíaa. En la in nteligencia au uditiva se tratta de configu uración, del to odo y la combinatoria de las partes, peero evidentemente hab blamos de la relación entre éstas, porrque la músicca nos habla siempre dessde e un todo. Co omo las estanterías de toalllas de colorees. una meelodía, desde
74
El desafío aquí, en cambio, es emocional porque configura. Es la impresión que da el todo y su combinatoria de partes relacionadas, que está bien o no lo está. Sé que muchos niños no se entusiasman con un deporte, ni con la lectura, ni la música, la danza, ni el arte durante su tercera infancia. El mismo autor, en otra publicación (1997) plantea que esto obedece a una lógica: la curva del desarrollo artístico decae en la edad escolar porque éstos entran en la fase realista, y su preocupación se concentra en la pertenencia al grupo, a ajustarse a las reglas, y el desarrollo personal a través de alguna disciplina personal implica un grado de diferenciación con los otros. A esto hay que sumarle lo que planteaba en otro ensayo: la falta de tino de los adultos que rodean a los niños al juzgar su trabajo artístico o el esfuerzo dedicado; muchas veces éstos esperan productos en lugar de valorar procesos y esto puede contradecirse con la lógica del pequeño autor (Covarrubias, 2008). Ahora, que sean pocos los niños que continúan un trabajo artístico o deportivo disciplinado y riguroso durante la edad escolar es algo que debe analizarse con cuidado: no se trata de cuántos son, sino de la función que cumple este tipo de desarrollo en la infancia. Podría pensarse que los niños y niñas que tienen mayores dificultades para socializar e ingresar en la gestión grupal se refugian en el desarrollo artístico o deportivo para ocultar su timidez (Berwart & Zegers, 1980), o que la actividad deportiva u artística fuese una expectativa parental impuesta, que en algunos casos encuentra menos resistencia por la introversión recién mencionada y en otros simplemente conduce al fracaso. Me inclino a creer que eso no es así. Por mi trabajo me ha tocado ver muchos niños y niñas que no tienen padres con aficiones musicales, que se dedican desde la temprana infancia a la música y ésta constituye una ocupación que los acompaña toda la vida. Algunos de ellos son o han sido particularmente extrovertidos y populares en los años escolares y otros corresponden más bien al tipo introvertido y/o con fobia social. Más bien tiendo a concordar con Gardner (1997), y pensar que aquí trasunta un tema de jerarquías. La innovación de lo social en el ingreso al sistema escolar ocupa en gran medida los recursos y la energía de los niños y niñas, y definitivamente les cuesta destinar tiempo y recursos como antes a la investigación artística, sea ésta en el soporte que sea. Además comienza a preocuparles el resultado de su trabajo. El dominio técnico no es tan vasto como se requeriría y por lo tanto el boceteo que implica ensayar soluciones y posibilidades hasta quedar conformes con el resultado, es más lento. Esta lentitud hace que el tiempo dedicado a la tarea no se mida con la misma satisfacción que se le valoraba cuando eran más pequeños. Sin embargo, los niños necesitan alguna actividad y específicamente algunos logran un desempeño bastante notable, producto de su disciplina y rigor de trabajo. De hecho, la mayor parte de los instrumentistas han comenzado a estudiar su instrumento en la tercera infancia. Entonces, ¿acaso todos los niños y niñas de la tercera infancia necesitan un trabajo artístico o deportivo? o ¿esto es algo reservado para algunos?
75
Creo el problema está mal planteado: el término “trabajo artístico” refiere al virtuosismo, a la formación artística clásica. Yo estudié canto desde los 9 años, y si hubiese tenido más apoyo en lo musical, probablemente hoy sería cantante lírico. Esto que describo está enmarcado en el trabajo artístico, pero la música también puede ser una afición o un juego. Lo saben los niños pequeños, en la primera y la segunda infancia, que cantan y componen con total despreocupación, porque improvisan. Y se fascinan con los sonidos como probablemente yo me fascinaba a su edad. No le pedimos a un niño de 10 años que sea un literato, pero si le gusta leer y pasa horas leyendo cuentos novelados, nos parece una muy buena inversión de su tiempo. La lectura enriquece, entretiene, permite soñar y fortalece la imaginación y la creatividad. Las historias nos envuelven y nos atrapan y luego nuestra fantasía queda enamorada de los paisajes y las tramas que hemos recorrido con nuestros libros. Lo doloroso (para mí lo es) es que hay niños que nunca han leído un libro y dicen que leer no les gusta. Las Escuelas les dan lecturas obligadas que luego se controlan y nunca se trabaja la pasión por la lectura y el enamoramiento de una historia. Lo que sucede con las artes y el deporte es que en algún punto dejan de ser un juego y pasan a ser o una actividad “cuasi profesional” o una disciplina escolar, que se descontextualiza y pierde sentido. A los chiquillos les gusta jugar fútbol, pero cuando juegan fútbol en educación física, no logran entender que pueden mejorar su juego, su estrategia, su golpe y la defensa. Hay técnicas que pueden desarrollarse y que hacen más entretenido el juego porque le añaden mayor dominio y más dificultad. Las imágenes pueden ser utilizadas como herramienta para realizar otros aprendizajes formales. El arte puede estudiarse y entenderse como un desafío cognitivo; lo mismo pasa con la música y la danza. Pero por alguna razón que no termino de comprender –salvo en lo poco que entendemos y nos importan nuestros niños‐ seguimos separando lo formal de lo espontáneo y lo lúdico, y se sigue abriendo una brecha que distancia el trabajo sistemático que requieren el arte o los deportes de las expectativas y deseos de la mayor parte de los niños. Si jugar con el arte o el deporte le permite a un niño concentrarse en sus gustos personales, en sus intereses, en su capacidad de ejecutar y realizar de forma satisfactoria una acción o un producto, (respecto a su pertenencia a un grupo y a la sujeción que esto le implica); vale decir, si este trabajo personal e individual le permite complementar el trabajo social que realiza al mismo tiempo, entonces puedo suponer que todos los niños y niñas necesitan algún tipo de juego asociado al arte o al deporte y que le de continuidad al juego infantil de su primera y segunda infancia. Esta actividad será más específica en esta etapa, más personal y menos genérica, pero también porque el mundo hoy representa bastante menos novedad que lo que le representaba en sus primeros años, donde todo llamaba su atención y constituía un fenómeno desconocido.
76
5.2
El desarrollo de la atención global y la plasticidad cerebral
Entonces todos los niños y niñas en la edad escolar necesitan una actividad que les permita concentrarse en sus gustos, motivaciones personales, intereses, capacidad de ejecutar y/o realizar una acción o un producto. Puede ser musical, gráfica, visual, cenestésica, dramatúrgica, lectora o escritural. Y surge la pregunta, ¿qué tienen en común todas estas disciplinas? Porque para establecer que todos necesitan algo se necesita saber qué es lo que necesitan. De perogrullo: la necesidad está en concentrarse en la motivación personal, etc. Pero ¿qué de estas actividades permite desarrollar lo que en teoría todos los niños y niñas requieren? Lo que todas estas actividades tienen en común es el uso de la creatividad con el fin de autoafirmar la noción de logro personal, que surge en el dominio de la especificidad de la actividad. Se puede improvisar o crear música cuando se dominan las reglas de la rítmica y la armonía: ya sea que se conozcan teóricamente y/o en la experiencia. Se puede resolver un problema representacional en el dibujo cuando lo que se quiere dibujar es bien conocido por el autor y se han explorado posibilidades de desarrollo. Se puede disfrutar un cuento e identificarse con sus personajes cuando se sabe leer y se logra comprender la lectura, involucrarse con la trama y dedicarle tiempo al acto de leer. Cada una de estas actividades implicará mayores exigencias de acuerdo al grado en que la haya desarrollado el niño o la niña, por lo tanto, a mayor exigencia menos posibilidades que su ejercicio sea masivo. Habrá menos niños virtuosos en cualquiera de estas actividades que niños con una afición regular o sostenida, y por supuesto, más niños con una afición ligera. Éstos probablemente desertarán temporal o definitivamente, como lo plantea Gardner en su curva de distribución (1997). Pero esos niños, los que desertan, los que tienen una afición ligera o una afición regular, necesitarán alguna actividad sustituta que les permita el uso de la creatividad con el fin de autoafirmar la noción de logro personal. Porque las actividades grupales les dotarán de un sentimiento de eficacia personal, pero en relación al grupo, a la socialización. Serán populares, no talentosos. La inteligencia social o habilidad social no implica que el niño se sienta creativo, resuelto, imaginativo, sintético o analítico. Planteándolo en un lenguaje más coloquial: la inteligencia social normalmente se nomina “viveza” y su componente expresivo es la astucia. La inteligencia que se desarrolla en solitario, frente a tareas y problemas que requieren un trabajo sostenido y boceteado se denomina “talento” y su componente expresivo es el ingenio (RAE, 2001). ¿Cuáles son los componentes del ingenio? El ingenio hace referencia a un proceso cognitivo básico: el pensamiento, que tiene entre sus funciones el análisis y la síntesis, que permiten la abstracción (Arnheim, 2005/1979). Por ende, el ingenio se compone de procesos de análisis y síntesis de información. El pensamiento es un proceso cognitivo de orden superior dentro de las funciones básicas; por ende, requiere de la percepción, la atención, la memoria y la psicomotricidad. Usualmente la
77
psicomotricidad y la percepción se analizan juntas (Condemarín et al, 1991/1978), por lo integradas que están en el proceso de construcción del percepto y de adaptación al entorno. La memoria, por su parte, se relaciona con el lenguaje que en general se analiza junto al pensamiento, porque ambas potencian la utilización de la información almacenada y la elaboración de esquemas representacionales (Raths & Wassermann, 1997/1967). Decir que el ingenio requiere de procesos de análisis y síntesis (que sostienen la capacidad de abstraer), que a su vez se sostienen en la capacidad de percibir y tener control motor para las funciones corporales, utilizando la memoria para almacenar vías eficientes y la capacidad de atender a los estímulos, de manera selectiva y global, paralelamente, es decir que el sujeto puede estar alerta a niveles cada más complejos de información, que implican mayor plasticidad cerebral y capacidad de utilizar la información previamente aprendida. Es la capacidad de usar la inteligencia para enfrentar la novedad (Arnheim, 2005/1979; Dondis, 1992/1973). Aquí comienza la antesala para desarrollar la lógica hipotética‐deductiva característica de las operaciones formales que describe Piaget: precisamente es el limbo en el pensamiento concreto entre la racionalidad y la abstracción (Martí, 1995/1990; Pozo, 1987). Entonces, ¿qué otras actividades están disponibles para los niños en la etapa escolar para desarrollar la abstracción a partir de una atención global y de la plasticidad cerebral que no sean las artes y el deporte? Básicamente tres: la televisión, la internet y los video‐juegos. Como plantea Donis Dondis (1992/1973), los niños y niñas están expuestos permanentemente a información visual siendo prácticamente analfabetos visualmente. Vemos, pero no conocemos las reglas de la codificación y la decodificación, no hemos recibido adiestramiento en esto. Esa práctica es la que se realiza a través del arte infantil y que desarrolla Matthews (2002), tal y como ha sido expuesto en un ensayo anterior (Covarrubias, 2008). Al no estar adiestrados convenientemente, nos enfrentamos a la imagen de manera pasiva. Jerry Mander (1978) nos alertaba frente a esto respecto del televisor. La televisión afecta nuestra programación neurolingüística alterando la efectividad de la membrana que separa la fantasía de la realidad, generando respuestas a imágenes de manera múltiple y simultánea: atención global. La televisión y las pantallas que utilizan luz para proyectar imágenes tienen ese efecto, estimulan al Sistema Nervioso Central provocando alerta en la atención global. Los video‐juegos y la internet (Carr, 2010; Gardner, 2000), por la cantidad, velocidad y frecuencia de estímulos que le presentan al cerebro, producen una plasticidad en esta alerta global que genera múltiples respuestas, aumentando la precisión de las vías aferentes y eferentes y acelerando la toma de decisiones, generando una capacidad de respuesta motriz hipercinestésica. De esta manera, y como compensadores biológicos, la televisión y los video‐juegos nos permiten dar respuestas eficientes y eficaces a tareas múltiples y simultáneas, que afirman nuestra noción de logro personal aunque nuestra experiencia de construcción, indagación y construcción sea notoriamente menor y nuestra pasividad frente a las imágenes que nos presentan estos medios no se discuta (Carr, 2010; Covarrubias, 2008; Dondis, 1992/1973). Esto explica que un niño de 9 años pueda lograr un récord de desempeño en un video juego; el hecho de que pase horas jugándolo y
78
desarrollando competencias para el desempeño en éste basta para sus resultados y, con estos, afirmar una noción de logro personal. Es claro que la híper‐estimulación de la atención global irá en desmedro de la atención selectiva (la que necesitan para concentrarse en la lectura de un libro, o en el desarrollo de una lección en clases, etc.). Lo lamentable es que pueda entenderse que un desarrollo se contrapone con el otro: ni la atención global impide trabajar la atención selectiva, ni el aprendizaje informal se contradice con los aprendizajes formales, ni la formación artística o deportiva de un hobbie sistemático se contrapone con los videojuegos o la televisión. Por el contrario, la cultura le exige ambos desarrollos al niño y éstos –cada uno en su ámbito específico‐ tienen un impacto en la autoestima y el autoconcepto de ellos. Tomemos el ejemplo del fútbol: la velocidad de respuesta y la exacerbación de la impulsividad que le facilita el video juego (de acción, por ejemplo, el GT San Andreas), le sirve para tener una visión completa del campo de juego, del curso de la pelota en la cancha y de los jugadores buscándola en todos los desplazamientos de ésta. Dada su inagotable fuente de energías, será capaz de desplazarse rápidamente una y otra vez tras ella, pero sería útil que pudiese manejar variables de juego y estrategia del equipo contrario, articularse con sus compañeros de equipo y generar escenarios alternativos para “despistar” al otro equipo. Entonces es útil que tenga nociones de organización social y cívica o comprensión del medio natural y social, que han sido contenidos curriculares formales, y nociones técnicas de fútbol y de desempeño deportivo, que son propias de la educación física. Y otros contenidos propios de la comunicación (lenguaje), matemáticas (teoría de conjuntos). A lo que quiero llegar es que no estamos hablando de un receptáculo de información ni de un barómetro del autoconcepto y la autoestima. Es un niño, o una niña. Las cosas le pasan en la experiencia, las busca y las necesita porque las quiere. Desde ahí, la experiencia que vive le presentará desafíos cada vez más complejos que requerirá resolver convenientemente para sentirse capaz. Si no lo logra, se frustrará, y eso obviamente le va a doler y puede tener un impacto en el sentido de sí mismo. Por eso los niños requieren mediación, y por eso los adultos podemos ser un aporte importante en su desarrollo. Cuando los niños logran resolver los desafíos que les imprime la vida se sienten seguros y capaces, y normalmente, eso los ayuda a ser felices. La clave sería romper la brecha entre el currículum formal y el oculto: sostener los procesos sociales espontáneos en los aprendizajes formales y en la construcción de una cultura participativa al interior de las instituciones. Si por un lado el niño desarrolla el ingenio, y con éste, su carácter; por el otro desarrolla la sujeción social y el goce grupal, la desobediencia y la autonomía. El acompañamiento adulto nos brinda muchísimas oportunidades para ayudar a los niños y niñas a integrar y armonizar estos aspectos de su experiencia, a hacer conscientes de lo que sienten y experimentan y a apropiárselo, dotándolo de un sentido y de finalidades. Como dice Freud (en Dolto, 1990 y Aberastury, 1984), ambos destinos de la pulsión pueden concatenarse y ese es el desafío del próximo capítulo. Acudiré a historias concretas de niños y niñas, a investigaciones recientes y una mirada sistémica de la complejidad para intentar articular todo lo que hemos analizado a lo largo de este eje.
79
Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1984). El niño y sus juegos. Buenos Aires: Paidós. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Arnheim, R. (2005/1979). Arte y percepción visual. (1ª Reimpresión) Madrid: Alianza Editorial. Arnheim, R. (1993). Consideraciones sobre la educación artística. Barcelona: Paidós. Berwart, H. & Zegers, B. (1980). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Carr, N. (2010). The Shallows: How the Internet Is Changing the Way We Think, Read and Remember. London: Atlantic Books. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Condemarín, M. (2006/1996). Lectura Correctiva y Remedial (Edición Revisada y Actualizada). Capítulo 4: Estrategias Metacognitivas. (pp. 165‐221) Santiago: Andrés Bello. Condemarín, M. & Chadwick, M. (2006/1986). La escritura creativa y formal. (Novena edición). Santiago: Andrés Bello. Condemarín, M., Chadwick, M. & Milicic, N. (1991/1978). Madurez Escolar (Quinta Edición). Santiago: Andrés Bello. Costall, A. (1995). “The myth of the sensory core: the traditional versus the ecological approach to children’s drawings”, en C. Lange‐Küttner & G.V. Thomas (Comp), Drawing and looking, pp. 16‐26. London: Harvester. Costall, A. (1997). Innocence and Corruption: Conflicting Images of Child Art. Human Development, 40, pp.133‐44. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2010, Junio). Una mirada al proceso de aprendizaje. Reflexiones a partir del libro
80
“El arte de la infancia y la adolescencia”, de John Matthews. Diario electrónico El Gobierno. http://elgobierno.pharmaceuticos.cl/index.php?option=com_content&view= article&id=51:una‐mirada‐al‐proceso‐de‐aprendizaje&catid=1:latest‐news&Itemid=50 Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cuetos, F. (2008). Psicología de la Escritura. Diagnóstico y tratamiento de los trastornos de la escritura. Bilbao: Wolters Kluwer. Chomsky, N. (1983). Reglas y representaciones. México: Fondo de Cultura Económica. Dascal, M. (1999). Filosofía del Lenguaje II. Pragmática. (Comp.) Marcelo Dascal. Madrid: Trotta. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Paidós. Dondis, D. (1992/1973). La sintaxis de la imagen. Introducción al alfabeto visual (10ª Edición). Madrid: Gustavo Gili. Eccles, J. (1989). The Evolution of the brain: creation of the self. Londres: Routledge. Feuerstein, R. (1980). Instrumental Enrichment. Baltimore: University Park Press. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. & Lacasa, P. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 235‐250). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós.
81
Gardner, H. (1997). Arte, mente y cerebro. Una aproximación cognitiva a la creatividad. Barcelona: Editorial Paidós. Gardner, H. (1994a). Estructuras de la Mente. La teoría de las inteligencias múltiples. México: Fondo de Cultura Económica. Gardner, H. (1994b). Educación artística y Desarrollo Humano. Barcelona: Paidós. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Mander, J. (1978). Four arguments for the elimination of television. Nueva York: Editorial Harper Collins, Perennial. Martí, E. (1995/1990). Operaciones Concretas. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 251‐264). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Matthews, J. (1996a). ”The young child’s early representation and drawing” en G. M. Blenkin & A. V. Kelly (Comp), Early Childhood Education: A Development Curriculum. pp. 150‐183. Londres: Paul Chapman. Matthews, J. (1996b). ”Art education as a form of child abuse”, en S. Krishnan, S. Kuttan, W. C. Lee, L. Perera & J. Yap (Comp), Looking at Culture, pp. 55‐60. Singapur: Artres Design & Communications. Matthews, J. (1997). ”How young children learn to draw the human figure: studies from Singapore.” En European Early Childhood Education Research Journal, primavera de 1997, pp. 29‐58. Oxfordshire: Routledge. Matthews, J. (2002). El arte de la infancia y la adolescencia. La construcción del significado. Buenos Aires: Editorial Paidós. Maturana, H. & Dávila, X. (2008). Habitar humano en seis ensayos de biología‐cultural. Santiago: JC Sáez. Maturana, H. & Varela, F. (1997). De máquinas a seres vivos. Porto Alegre: Artes Médicas. Maturana, H. (2004). Desde la biología a la psicología. Santiago: Universitaria.
82
Maturana, H. (1998). Emociones y lenguaje en educación y política. Porto Alegre: UFMG. Medrano, C. & Aierbe, A. (2008). Valores y contextos de desarrollo. En Revista de Psicodidáctica, volumen 13, N° 1, sin mes, 2008, pp. 53‐67. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Piaget, J. (1959/1954). La formación del símbolo en el niño. Imitación, juego y sueño. Imagen y representación. (1ª Reimpresión) Bogotá: Fondo de Cultura Económica. Piaget, J. & Inhelder, B. (1997/1969). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Pozo, J. I. (1987). La historia se repite: las concepciones espontáneas sobre el movimiento y la gravedad. Revista Infancia y aprendizaje, 38, pp. 68‐87 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (1979). Interacción entre aprendizaje y desarrollo. En: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, capítulo VII, pp. 123‐140. Barcelona: Crítica. Willats, J. (1997). Art and representation: new principles in the analysis of pictures. New Jersey: Princeton, University Press. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
83
Capítulo 6 Integración social y carácter: logros de la edad escolar Cuando nos enfrentamos a un niño o a una niña en esta edad, nos encontramos con un sujeto que parece incompleto, “ni tan chico, ni tan grande”. Los autores muchas veces refieren esta etapa como la fase de transición hacia la adolescencia (Berwart & Zegers, 1980; Condemarín et al, 1991/1978; González & Padilla, 1995/1990; Good & Brophy, 1995; Hidalgo & Palacios, 1995/1990). Nada más lejos de ser cierto. Si bien no se puede desconocer que el niño escolar es un niño dependiente en busca de autonomía, concreto intentando ser racional y abstracto, normativista en busca del desafío y cuyo locus de control habitualmente está afuera mientras él pretende ser autorregulado. Es como una paradoja, pero él no es consciente de ésta. Si uno lo confronta a estas contradicciones, probablemente la niña o el niño en esta etapa se mostrará confundido y alegará que uno miente. Ellos manifiestan no pretender ser autónomos, claramente funcionan desde su concretitud intelectual y se proclaman obedientes: al menos la mayor parte de las veces se refieren a sí mismos como tales. ¿A qué se debe esta peculiaridad? Para el niño en esta etapa lo más importante y lo único válido es la experiencia. Ellos están ahí para vivir la experiencia. Los niños en esta etapa son pura acción, y eso es lo que los vuelve tan concretos. Las normativas son funcionales, porque los grupos están totalmente orientados a la tarea. Sea ésta jugar o generar travesuras, son acciones en las que se embarcan con la misma celeridad con que corren, juegan, y gastan ese caudal infinito de energía que tienen. Berwart & Zegers (1980) plantean que lo que caracteriza al escolar es la impulsividad. Y sí, son impulsos que se concatenan con estímulos y generan experiencias por doquier. Pero me parece que la denominación “impulsos” y “estímulos” está bajo un paradigma causa‐efecto que no se no condice totalmente con la realidad de los niños. Hace algunos años que hago un voluntariado en una Escuela de Circo Teatro, en la villa Robert Kennedy. A ésta asisten semanalmente y desde hace años niños de todas las edades, muchos en esta etapa. Impulsividad he visto en todos los niños, de manera regular y sistemática, porque la novedad del Circo y de la libertad que rige a la Escuela es algo que a todos les conmueve (nos conmueve a nosotros también). Sin embargo, no he conocido niños con mayor naturaleza de disciplina y rigor para dominar las técnicas que se practican en el circo, para hacer ensayos en otros escenarios (se llevan a la casa para seguir practicando las pelotas, las clavas, los zancos); la mayor parte de los niños aprenden a hacer sus propios implementos (hacer pelotas de malabares con globos y arena es muy fácil); es natural que se junten a practicar en otros horarios y días, y que introduzcan complejidades que aprenden en otras “fuentes de información”. Afortunadamente, el circo es una actividad muy generalizada en estos días y genera una cultura profundamente solidaria, donde los conocimientos se comparten generosamente. A lo que quiero llegar es a que este enfoque de impulso y la reacción al estímulo limitan la experiencia a una dimensión reactiva, pasiva. Lo que yo veo (y a lo que me dedico) es a generar contextos de protagonismo, participación y desarrollo de una noción de logro basada
84
fundamentalmente en el desarrollo de destrezas y en el disfrute del desafío, de la actividad y del contexto en que el que esta maravilla se produce. No voy a negar que la energía psicomotriz de los niños supere desde cualquier punto de vista lo que puede rendir cualquier otro sujeto en la vida posteriormente. Pero eso no significa que esa energía sean impulsos; es energía orientada a la experiencia, no a la acción. ¿De dónde proviene? Del cuerpo, obvio, pero como la biología no se manda sola: de la profunda motivación que les produce la experiencia, la novedad, el desafío, la aventura. Los niños buscan adrenalina, viven de ella y con ella. Todo este cúmulo de experiencias que les permite vivir con tanta adrenalina será la base para definir y afirmar su carácter, para lograr una integración social eficiente y encaminarse a descubrir y construir una identidad posteriormente. Respecto a sí mismos, rara vez los niños en esta etapa tienen conciencia cabal de sí mismos, de su identidad y de sus gustos. Pueden manifestarlos, claramente, pero los gustos de un niño en esta etapa cambian con facilidad porque son lábiles, dado que la acción y la adrenalina son lábiles. En el fondo, cada partido de fútbol es diferente al otro porque la diversión y su desempeño (y el desempeño de los demás) fue diferente. Odiará el fútbol o a sus compañeros si les va mal o si lo pasa mal, “se picará” y hasta se mostrará agresivo, para luego volver a jugar con sus amigos como si nada hubiera pasado, olvidando fácilmente el mal rato vivido. En esto hay algo del mecanismo utilizado para desafiar a los adultos: la corroboración. El niño corrobora porque aún no es capaz de generalizar funcionamientos hipotéticos. Está en el plano de la generalización de corroboraciones. Sabe que le gusta el fútbol y cada vez que lo inviten a jugar, asentirá contento. Pero no es un aprendiz activo de su deporte ni le imprime mayor adhesión porque no lo ha integrado como una actividad propia, simplemente corrobora en cada situación que le gusta y lo pasa bien, sin poder explicar qué cosas del fútbol le gustan lo suficiente como para dedicarse a perfeccionar la técnica. Hay niños que pueden disertar con mayor facilidad sobre sus gustos y sus razones para dedicarse a una actividad: estos son los sobresalientes que estudió Gardner (1997) en el Proyecto Zero. Un niño artista o deportista se ha vuelto mucho más consciente de su actividad y su implicación en ésta, porque el dominio que ha adquirido en ella le permite un desarrollo intelectual mayor, una madurez más profunda y esto tiene consecuencias en su carácter. Es lo que le pasa a Ben, hijo de John Matthews, que sorprende tanto a su padre. Él adquiere la perspectiva lineal en el dibujo mucho antes de la adolescencia (9 años), cuando éste es un logro adolescente, y lo hace precisamente a través de la Estrella de la Muerte, que es un proceso de dibujo analizado en el capítulo anterior (Covarrubias, 2010, Junio; Matthews, 2002). Esta madurez se nota, entre otras cosas, en la insistencia puesta en dibujar durante toda esta etapa, en la que sus amigos, compañeros, y pares básicamente no dibujan y consideran que esto es aburrido. Para Ben no lo era y eso fue suficiente para determinar su persistencia. Es lo mismo que describo en mis niños de la Escuela de Circo Teatro. Y tratemos de entrar en sus cabezas: todos los lunes, tengamos el clima que tengamos (salvo lluvia, porque es al aire libre), ellos destinan tres horas de su tarde para ir a hacer circo, desde hace años. Eso implica una
85
adhesión y una motivación enormes. Nunca hemos contado con una dotación suficiente de implementos: nos faltan zancos, se nos rompen, se pierden algunos materiales o simplemente nunca los hemos tenido. Ha sido habitual que un grupo de niños no pueda subirse a los zancos porque ya fueron prestados todos, y como me hecho cargo del quiosco en más de una ocasión, corroboro que las alternativas de insumos o actividades se les ocurren a ellos mismos. Alguna vez he tenido que sugerirle algo a un niño, pero como excepción. Esto implica que un niño aprende y realiza diferentes disciplinas circenses, a su gusto y en sus tiempos, logrando obviamente diferentes niveles de maestría en cada una de ellas. En algunas puede que su desempeño sea apenas suficiente, o que se frustre y no lo logre, en otras he visto niños que podrían ser monitores de su especialidad en cualquier taller circense. Se producen conversaciones sobre las especialidades entre ellos: como también hay jóvenes en el Circo y un rango importante de edades entre los participantes, comparten experiencias desde la solidaridad que mencioné circunda esta cultura; lo interesante es que también comparten inquietudes, técnicas y hasta lecturas o videos alusivos. Se relacionan por redes sociales, fuera del espacio del circo y dentro de éste: generan comunidad. Incluso generan vínculos con otras Escuelas similares en otros puntos del mundo. Para la directora de la Escuela de Circo Teatro, la psicóloga Claudia Fierro, esto implica un desafío enorme porque trabaja con múltiples muchachos y muchachas desde la niñez hasta la juventud, formando monitores entre los mismos participantes, reciclando voluntariados (porque éstos por definición son temporales), cuidando que esta apertura al mundo sea protegida y prudente, porque finalmente las ventanas que se abren al mundo pueden traer buenas y malas intenciones; lo que la Claudia trabaja con mucha agudeza es la noción de comunidad familiar entre sus miembros. Este lote de muchachos y muchachas comparten un saber y pueden generar vínculos fraternales entre ellos, aprovechando precisamente los niveles de experticia logrados y la ansiedad por aprender de los que han aprendido menos hasta ahora. Pero eso implica generar también conductas de cuidado y respeto entre los miembros de la Escuela y los espacios para que cada uno pueda desarrollarse, ya sea solo o en pequeños grupos, porque los desniveles de desempeño evidentemente generan una separación funcional en el desarrollo de la actividad y en el disfrute de ésta. ¿Pero qué pasa con los niños que no pueden hablar de sus gustos y aficiones tal y como lo hace Ben? He descubierto que la mayor parte de los niños ya a los 10 años puede hacerlo. En la Escuela Unión Latinoamericana, con el psicólogo Carlos Rioseco comenzamos un pequeño experimento: generar un proceso de acompañamiento a partir de una pauta de entrevista semi‐ estructurada. No se trató de la aplicación de la entrevista, sino de indagar en el acompañamiento y en múltiples conversaciones informales, los núcleos que exploraba la entrevista. Su formato era muy simple: cuáles eran sus juegos o pasatiempos favoritos, con quiénes le gustaba jugarlos; si eran una actividad solitaria (como ver dibujos animados), si compartía esto con
86
alguien en otro contexto (habitualmente dos o tres compartían la misma afición por esa historieta animada y se generó espontáneamente un grupo en el que se desafiaban con los conocimientos de la historieta, a modo de Trivia de esta historia, pero sin las formalidades de una Trivia). La gracia de la metodología consistía en obtener el relato y la descripción del juego o del programa o del pasatiempo, de los roles involucrados cuando se trataba de un juego grupal y éste se extendía en el tiempo; la trama de la historia y conclusiones a partir de ésta; lectura inferencial del subtexto. El resultado de esto fue corroborar que los niños pueden extenderse ampliamente en la descripción de sus gustos y lograr incorporar factores propios del protagonismo en éstos, proactividad para el perfeccionamiento de las técnicas y el desarrollo de la afición si es que se les brinda una mediación adecuada basada en el interés por lo que te narran. Como el intercambio ocurre en el lenguaje, deben hacer uso de descripciones y narrativas; están ejercitando habilidades y destrezas cognitivas que van andamiando desarrollo y generando nuevos aprendizajes. Pero lo principal es que al mostrar interés por aquello que les interesa, implementan con facilidad las ganas de lograr un mejor desempeño en la actividad realizada básicamente por impresionarte, acción con la que en realidad se impresionan a sí mismos, porque van consolidando una noción de logro más eficiente. Mi impresión profesional es que los niños en general están muy solos: rodeados de adultos muchas veces, pero esencialmente muy solos. Hace varios años trabajaba en Peñalolén, en La Faena, y al realizar un experimento muy similar al que desarrollamos con Carlos Rioseco en niños de cuarto básico, me encontré con un contenido recurrente, particularmente en las niñas que acompañé: Alicia, de la teleserie Papi Ricky; obviamente todas se identificaban y se proyectaban en la niña de la televisión, pero lo interesante es que cuando me narraban la historia todas y todos contaban una historia diferente. No me refiero a que enfocaran la historia desde distintos prismas, sino a que añadían atribuciones psicológicas e interpretaciones a las actitudes de Alicia, de la Catalina (su mamá), de Ricardo (el padre) y de la Colomba (la que terminó siendo su madrastra), y a las situaciones que ocurrían entre éstos; todas estas reflexiones no se condecían con lo que describe la literatura de la infancia (García Madruga & Lacasa, 1995/1990; Hidalgo & Palacios, 1995/1990). Pero lo que más me impactó fue que cuando terminó mi intervención en ese Colegio, los niños me hicieron una despedida y uno de ellos me agradeció por las todas las veces que conversamos, “porque me interesaba saber lo que les gusta y los escuchaba”. La consigna de la conversación siempre era la misma: “¿a qué te gusta jugar?”. Siempre me hice el que no sabía mucho, para que me explicaran, y luego iba entrometiendo opiniones, preguntas, comentarios… que les generaban mucha risa porque “me pillaban”; para ellos “me estaba haciendo el leso”). Como en la experiencia con Rioseco, partía por los juegos y sus descripciones, pasaba a los programas de televisión, los personajes y las historias. Cualquier cosa que me permitiera entrar en su mundo interno.
87
Este experimento permite contextualizar lo que se expuso en el capítulo anterior: las investigaciones realizadas por Donis Dondis (1992/1973) y Gardner (2000), en que los niños consumen muchas imágenes a través de los video juegos y la televisión porque estimulan la alerta global y desarrollan una alta capacidad de logro en los video juegos y otras actividades físicas y lúdicas que juegan recurrentemente. Para lograr andamiar un desarrollo más armónico, que permita generar protagonismo y participación en el mundo institucional (que es donde finalmente confluyen todas las personas), solamente es necesario acercarse a los niños y mostrar interés por sus cosas; pero este acercamiento no servirá de nada si tomamos una actitud paternalista de escuchar “lo que el niño hace como una monería” porque lo que el niño hace usualmente es interesante y su opinión generalmente es profunda y certera; es frecuente escuchar niños diciendo “tonterías” (como dice Tonucci, 2008), porque con estas “tonterías” los niños se atreven a hablar de lo que les interesa o les pasa: si uno aguza el oído descubre profundos contenidos en sus razonamientos, porque un adulto es capaz de tomar lo que observa en los juegos y en otras instancias lúdicas y hacer preguntas sobre eso. No pedir explicaciones ni por qué, sino descripciones de lo que le gusta y que se explaye en qué es lo que más le gusta. Habitualmente esto hace que nos cuente por qué le gusta o cómo le gustaría más aún. Los niños se encienden cuando hablan de lo que les permite gozar… ¿y quién no? Un adulto puede generar complicidad frente a ciertos montos de desobediencia y rebeldía y desde ahí incorporar elementos que ajusten el comportamiento del niño y lo canalicen en múltiples destinos. Es fácil que a un niño se le pase la rabieta, por ejemplo. O terminar con una pelea, si no se concentra la intervención en lo que produjo la pelea y se redirigen las energías hacia otra actividad, usualmente algo que entretenga al niño. Como lo planteaba en Subvención Escolar Preferencial: Bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia (2012), muchas veces las peleas en el aula surgen de una actividad que ha aburrido o frustrado al niño, y que posibilita que busque otros destinos para entretenerse, usualmente molestando a un compañero o generando alguna travesura en la sala con algún cómplice, lo que es evidentemente más entretenido que quedarse quieto y callado en su puesto. No se trata de dividir a la profesora por la cantidad de estudiantes en su curso, porque eso es imposible, pero es factible que la administración de la disciplina no se restrinja al origen del conflicto o a la norma de la sala (no interrumpir el trabajo de los otros). El argumento para abandonar el origen del conflicto es sencillo: el conflicto no se termina si se sigue hablando o refiriéndose a él. Calmar a un niño y derivarlo a otro destino de acción permite que se vuelva a concentrar y entretenerse en otra actividad; luego puede que espontáneamente él quiera referirse a la situación que antes produjo el incidente. Puede que no lo haga, y si uno considera que es relevante mencionarlo para poder enseñarle valores o conductas, entonces puede introducir el tema y cotejar cómo lo entiende el niño y cómo significa nuestra intervención. En cambio, el argumento respecto de las normas de la sala implica otro análisis bien distinto. Las normas de la sala son fundamentales, porque son el rayado de cancha institucional. Ojalá estén
88
escritas en una pared (puede ser un diario mural); idealmente que los niños hayan realizado este diario escribiendo cada regla en una cartulina diferente, con dibujos o pegatinas de imágenes alusivas. Ojalá hayan discutido estas reglas, no para consensuarlas porque provienen del reglamento del Colegio (y eso hay que dejarlo muy claro), pero sí para entenderlas y conocerlas, y que todos tengan una opinión respecto a éstas. Es muy importante diferenciar entre lo que son las reglas de un lugar (las reglas del juego), entendiendo que algunas de estas reglas las impone la institucionalidad y por lo tanto deben ser obedecidas, y lo que significa aplicar estas reglas a cada situación. En el momento en que se produce el conflicto entre dos o más niños, lo que corresponde es separarlos, contenerlos y estimularlos a que retomen alguna otra actividad y se entretengan en ella, concentrándose. La referencia a la regla de la sala viene después, probablemente en esa conversación espontánea que inicie el niño o que nosotros adultos busquemos intencionalmente. Esto porque las reglas deben ser comprendidas, no refrendadas. Recordemos que el niño está en el plano de la experiencia, en la acción. Frente a la acción, otra acción resolutiva. Refrendar la regla en un momento de alta tensión energética y motora produce más frustración, porque el dominio experiencial en que está sumido el niño es abiertamente otro. Modificar el ámbito de la experiencia a partir de otras acciones también fortalece la modificabilidad cognitiva, porque introduce variables en el rango de respuestas frente a los conflictos, le enseña a resolver. En suma, este capítulo nos ha mostrado a un niño o una niña sumido en la experiencia, en las acciones que vive y realiza. Muchas de estas acciones son grupales, en el contexto de la socialización, donde habitualmente aprende a ser eficaz. Muchas otras son individuales o personales, donde generalmente se vuelve más consciente de esta eficacia general que va adquiriendo. Pero enfrenta dificultades y desafíos, se frustra y le cuesta adaptarse, por ende ensaya actividades y contextos muy diversos para lograr mayor dominio y noción de logro; a veces estos contextos son aleatorios, otras veces éstos son abiertamente deliberados y sistemáticos. Depende de cada niño, y de su historia. Y de la cultura en que crece y se desarrolla. Por cultura me refiero a las modas, al país o la ciudad, pero sobre todo me refiero a su barrio, a la Escuela y a su familia. Esa es la cultura más inmediata y más determinante en su vida, de ellos aprende a valorar, imitar y entender la moda en los medios de comunicación, las tendencias de su ciudad y las costumbres de su país. Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1984). El niño y sus juegos. Buenos Aires: Paidós. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta
89
integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Arnheim, R. (1979/2005). Arte y percepción visual. (1ª Reimpresión) Madrid: Alianza Editorial. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Condemarín, M., Chadwick, M. & Milicic, N. (1991/1978). Madurez Escolar (Quinta Edición). Santiago: Andrés Bello. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2010, Junio). Una mirada al proceso de aprendizaje. Reflexiones a partir del libro “El arte de la infancia y la adolescencia”, de John Matthews. Diario electrónico El Gobierno. http://elgobierno.pharmaceuticos.cl/index.php?option=com_content&view= article&id=51:una‐mirada‐al‐proceso‐de‐aprendizaje&catid=1:latest‐news&Itemid=50 Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. & Moreno, C. (1995/1990). Relaciones sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 285‐296). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dondis, D. (1992/1973). La sintaxis de la imagen. Introducción al alfabeto visual (10ª Edición). Madrid: Gustavo Gili. Espino López, J. M. & Blanco López, J. (2005): "Los niños en la publicidad. Una propuesta de categorización de las representaciones sociales sobre la infancia en los anuncios televisivos", En: ZER Revista de Estudios de Comunicación, nº19. Bilbao: UPV/EHU, pp. 53‐ 76. Disponible enhttp://www.ehu.es/zer/es/hemeroteca/articulo/los‐ninos‐en‐la‐
90
publicidad‐una‐propuesta‐de‐categorizacion‐de‐las‐representaciones‐sociales‐sobre‐la‐ infancia‐en‐los‐anuncios‐televisivos/257, consultado el 26/01/13. Feuerstein, R. (1980). Instrumental Enrichment. Baltimore: University Park Press. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. García Madruga, J. A. & Lacasa, P. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 235‐250). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós. Gardner, H. (1997). Arte, mente y cerebro. Una aproximación cognitiva a la creatividad. Barcelona: Editorial Paidós. Gardner, H. (1994a). Estructuras de la Mente. La teoría de las inteligencias múltiples. México: Fondo de Cultura Económica. Gardner, H. (1994b). Educación artística y Desarrollo Humano. Barcelona: Paidós. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 265‐275). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós.
91
Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Martí, E. (1995/1990). Operaciones Concretas. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 251‐264). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Matthews, J. (2002). El arte de la infancia y la adolescencia. La construcción del significado. Buenos Aires: Editorial Paidós. Maturana, H. & Varela, F. (1997). De máquinas a seres vivos. Porto Alegre: Artes Médicas. Maturana, H. (1998). Emociones y lenguaje en educación y política. Porto Alegre: UFMG. Muñoz, R. (2011, Junio). Participación y Ciudadanía. Documento de trabajo de la Comisión Infanto Juvenil de Estación Central. Santiago. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Piaget, J. (1959/1954). La formación del símbolo en el niño. Imitación, juego y sueño. Imagen y representación. (1ª Reimpresión) Bogotá: Fondo de Cultura Económica. Piaget, J. & Inhelder, B. (1997/1969). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Pozo, J. I. (1987). La historia se repite: las concepciones espontáneas sobre el movimiento y la gravedad. Revista Infancia y aprendizaje, 38, pp. 68‐87 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación
92
Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Trevarthen, C. (1980). “The foundations of intersubjectivity: the development of interpersonal and cooperative understanding of infants”, en D. Olson (Comp), The social foundations of languague and thought: essays in honour of J. S. Bruner, pp. 316‐342, Nueva York: W. W. Norton. Trevarthen, C. (1995). “Mother and baby – seing artfully eye to eye”, en R. Gregory, J. Harris, P. Heard & D. Rose (Comp) , The artful eye, pp. 157‐200. Oxford: Oxford University Press. Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (1979). Interacción entre aprendizaje y desarrollo. En: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, capítulo VII, pp. 123‐140. Barcelona: Crítica. Willats, J. (1997). Art and representation: new principles in the analysis of pictures. New Jersey: Princeton, University Press. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
93
EJE III EDUCACIÓN BÁSICA: SEGUNDO CICLO
94
Capíttulo 7 Descubrirr la depen ndencia: laas salidas alternativvas hacia la auton nomía Todo lo que el niño o o la niña reealizaron durante la etapaa escolar aho ora comienza a incorporarrse pasa a la concciencia de la aacción y sus rresultados, paara conscieentemente. De la experieencia el niño p llegar aal cuestionam miento de su entorno y dee sí mismo, y en el mejor d de los casos aa la reflexión. A mi juiccio, esta frasse resume ell trabajo quee realizan loss seres humaanos desde la l infancia a la juventu ud. En estee capítulo en ntramos en laa pre‐adolesccencia, donde surge la co onciencia de la acción y sus s resultaados porque empiezan a desarrollarsee las operacio ones formales en el pensaamiento. En la adolescencia (que será el tema del próximo o eje) la concciencia se vu uelve cuestion namiento, y en os casos éste llega a ser reeflexivo, siend do que ésta (lla reflexión) ees una tarea que le quedaa al alguno joven p para desarrollarla desde laa juventud hasta la adultezz. Los adultoss mayores fin nalmente se vvan volvien ndo evocadorres y evaluativvos, que es laa manifestació ón más sabia y profunda d de la reflexión n. Esta manera m de en ntender el deesarrollo hum mano se basa en las invesstigaciones de d Lev Vygottski (1934//1977; 2000; Wertsch, 198 85); hay sólo una gran tarrea que rige eel desarrollo humano y ess la constru ucción de un na subjetividaad a parttir de la he erencia socio o‐ históricca. Se pasa de la depend dencia funccional a la autono omía, y en la autonomía laas person nas se sujeta an a la tram ma social. Para realizar esto lo os os con la sujetoss contamo capacid dad de pen nsar, pero el pensam miento funciiona a travéés del lenguaje, lo que involucrra otross, a los otross. Nos hablaan, les haablamos, noss hablamos. Los grados de conciencia c q que uirimos en la primera y adqu segunda infanciaa de nuesttro nocimiento del mundo recon involucran la adquisición del d hablaa. Los grados de conciencia que logramos en n la interacciión sociaal y la sujeción que q transscurren en laa etapa esco olar involucran la form mación de un n sí
95
mismo. Y posteriormente, la capacidad de cuestionar las estructuras en que hemos crecido y nuestros propios deseos, nos permitirán la formación de una identidad. Situándonos en el mundo, lucharemos por ser lo que soñamos ser en las condiciones y posibilidades reales que tenemos o somos capaces de dotarnos, y finalmente nuestra vida adulta transcurrirá reflexionando sobre lo que somos, lo que tenemos y lo que hemos construido, sobre nuestros aciertos y nuestros errores. Hasta evaluar y perdonar en la edad mayor. Esta mirada panorámica al desarrollo vital nos permite comprender el sentido cultural de la exploración y la motivación infantil: es como si tuviésemos impreso un mandato comunitario, de ingreso en una sujeción comunitaria y de pertenencia a ésta; aprender sus reglas del juego y aprender a rescatar nuestra singularidad, de forma que podamos constituir un aporte. Siendo rigurosos, lo comunitario permite el desarrollo individual en el protagonismo y la realización social en la participación, porque somos seres sociales y no “seres para la sociedad” (Foucault, 1999; Luhmann, 2005; 1996; Moscovici, 1985). Lo que importa destacar es que la realidad humana es una realidad de dependencia de una trama social mayor; dependencia cultural y sujeción social. A ella llegamos desde un sistemático destete funcional desde nuestro núcleo familiar y a través de una progresiva participación (que transcurre en la experiencia) y que puede volverse protagonismo. Es crucial, para que este protagonismo emerja, que la mediación en esta edad sea eficiente y significativa. El pre‐adolescente vive en lo que Leo Kancyper (1997) denomina “la confrontación generacional”. Con esto se refiere al contexto adulto y a las dinámicas contrapuestas en que los niños entran en la etapa de la definición de la identidad. En concreto, esta confrontación se perpetúa durante la adolescencia y muchas veces, llega a la juventud (hasta la independencia moratoria de los sujetos); en este capítulo revisaremos los aspectos de este conflicto que se relacionan con la pre‐ adolescencia: los cambios en los estilos vinculares dentro de la institución escolar, las diferencias físicas e intelectuales al interior del grupo de pares, la primacía que comienza a tener el intelecto (astucia, ingenio) al interior del grupo y los cambios en las relaciones familiares. 7.1
Se rompe la lógica del “tío” y/o la “tía”
En el Primer Ciclo Básico, la docencia presenta un conjunto de características que la vuelven singular respecto a la docencia en el Segundo Ciclo. Se espera como logro fundamental que los niños y niñas dominen la lectura comprensiva (sepan leer), tengan una escritura convencional y cursiva (sepan escribir en un cuaderno) y sean capaces de realizar las operaciones matemáticas básicas utilizando el razonamiento lógico como fundamento de estas actividades. A esto se le añaden los logros específicos de los otros sub‐sectores, que complementan esta base lógico‐lecto‐ escritora fundamental para los aprendizajes que realizarán durante el segundo ciclo. En alguna medida, se concibe los primeros años como preparatorios de las competencias y destrezas mínimas para la adquisición de dominios teóricos y prácticos ligados con el razonamiento hipotético‐deductivo, que se desarrolla a partir de quinto año básico (MINEDUC, 2012; Cuetos,
96
2008; Condemarín, 2006/1996; Condemarín & Chadwick, 2006/1986; Condemarín et al, 1991/1978). Una de las consecuencias prácticas que tiene esta forma de concebir el desarrollo cognitivo y los Objetivos de Aprendizaje en el Primer Ciclo Básico es que, hasta cuarto básico, es común en muchas escuelas y colegios que los niños tengan una profesora o profesor jefe que imparta la mayor parte de las asignaturas (al menos en la realidad municipal y particular‐subvencionada). El sentido de esto es que el contacto permanente del docente con sus alumnos le permite reforzar los procesos de adquisición de las destrezas y competencias señaladas como fundamentales, nivelar el rendimiento del grupo y prestar especial apoyo a los estudiantes que requieren mayor dedicación. Al llegar a quinto básico, esto cambia drásticamente y aparecen los profesores de cada sub‐sector. Al profesor o a la profesora, los niños de primer ciclo le dicen “tío” o “tía”. Es común incluso que los docentes se autodenominen “tíos” al presentarse o en el rito del saludo cuando un profesor entra a la sala de clases o dirige el acto cívico. Esto tiene consecuencias en ambos sentidos. Por un lado, a nivel de los niños y niñas lo que persigue esta práctica es que éstos perciban a esta “tía” o a este “tío” como una prolongación de su madre o su padre en el establecimiento escolar. La familiaridad “simulada” en el uso de este término alude a la autoridad asignada por los padres a la figura del profesor, y ratificada por la institución escolar. Incluso muchos apoderados le dicen tía o tío al docente a cargo del curso de sus hijos. Y por supuesto, lo que esta palabra facilita es la sujeción del niño al sistema escolar y a la figura del docente, quien le enseña, lo corrige y lo premia o lo castiga. El docente en primer ciclo suele desarrollar un vínculo más cercano e íntimo con los niños, usualmente ligado a la crianza de sus estudiantes, formando en ámbitos de higiene, conducta, nutrición, alimentación, aprendizajes académicos y de uso del vocabulario. Al llegar a quinto básico, esta lógica de la utilización de la palabra “tío” disminuye hasta extinguirse en la Educación Media. He notado que los muchachos y muchachas utilizan la palabra “tío” selectivamente: 1) Cuando les conviene (eludir un castigo, conseguir una prórroga de una tarea), en la que la utilización pasa a ser instrumental. 2) Cuando se produce una conversación de mayor intimidad y confidencia, en la que la utilización del término tiene un componente adaptativo de la realidad (asumir al docente como un adulto familiar, y no como el adulto que detenta la autoridad y el poder en el establecimiento). 3) A nivel discriminativo‐singular; en particular con los docentes por los que el estudiante siente afecto o respeto, o se siente vinculado. Se relaciona con la continuidad del punto anterior en una relación de cercanía permanente. El niño o niña asigna a este “tío” o “tía” un monto de confianza y de proximidad que es llevado en el ámbito simbólico a este lugar familiar, constituyéndose este adulto muchas veces en una figura significativa tan importante como un miembro de su propia familia. Por definición esta elección del uso
97
del término es personal (la elige el niño) y discrecional (el niño define cuándo y en qué condiciones). 4) Los “buenos alumnos” (este es un concepto que veremos a lo largo de todo este capítulo, y refiere a los estudiantes que cumplen el perfil de aceptación por parte de la institución escolar), suelen continuar utilizando el término “tío” o “tía” hasta la Educación Media, a pesar de que se les corrija la adecuación del término en reiteradas oportunidades. Me ha ocurrido –ejerciendo la docencia en la educación superior‐ que algunos estudiantes me dicen “tío”, provocando la risa del resto, y la oportunidad de reflexionar sobre este lugar social y las implicaciones respecto al protagonismo que supeditan. Lo que ocurre con este uso del término “tío” es que cambian las relaciones de apego y sujeción al profesorado, porque han cambiado los modos en que son tratados los estudiantes y ha cambiado también el modo en que los estudiantes se comportan entre sí. Las experiencias vividas por los niños y niñas durante la edad escolar han ocasionado en el establecimiento educacional más de algún trastorno, en particular por algunos estudiantes. Los docentes suelen referirse a un porcentaje –entre 3 y 5 niños por curso‐ que son considerados problemáticos, desobedientes, oposicionistas y que con frecuencia, están detrás de todas las situaciones de desacato del reglamento disciplinar (Margarita Amigo, directora de la Escuela Carlos Condell de la Haza, comunicación personal). La sistematización intuitiva desarrollada por esta directiva en su experiencia docente es validada por muchos directores, docentes y profesionales de la educación en diferentes contextos o escenarios educativos, y se transforma en la práctica en una herencia que cargan algunos estudiantes a lo largo del proceso escolar, toda vez que los profesores se transmiten la “fama” de ciertos estudiantes como problemáticos y el prestigio de otros como buenos y aplicados estudiantes. Lo que quisiera establecer es que no se trata en rigor de potencialidades de los niños o niñas que estudian en el establecimiento, sino de los juicios implícitos o explícitos que desarrollan los profesionales de las instituciones respecto de éstos, y que como veremos a lo largo de este capítulo este proceso se relaciona con el desgaste de la relación entre los adultos y los niños y niñas a su cargo al interior de la institución. En los años en que trabajé en el sistema escolar me llamaba la atención un circuito de derivación que se produce entre el profesorado y los sistemas de salud respecto de ciertos niños donde aparentemente los profesionales ligados a la salud mental o psicosocial no tenemos una opinión profesional rotunda y sistemática (Covarrubias, 2012). Me refiero a los trastornos hipercinestésicos y a su diagnóstico diferencial. Hay niños que son inquietos, preguntones, que les cuesta concentrarse o prestar atención a las instrucciones, que toman las cosas de sus compañeros sin permiso o que se niegan sistemáticamente a prestar sus cosas o a compartir, generando reacciones entre sus compañeritos; hay niños que necesitan pararse una y otra vez, o ir al baño muy seguido, o comer
98
su colación durante la clase o conversar mientras la profesora habla. Hay muchos niños de estas características. Existen también los niños que pelean con mayor facilidad, que tienen mayor fuerza física y la demuestran constantemente, los niños que no respetan a las mujeres y las mujeres que no respetan a los hombres. Hay una diversidad enorme en cada grupo‐curso y los profesores deben lidiar con múltiples factores de interrupción de su labor académica, pero todos estos son factores susceptibles de educabilidad: son la materia prima con que se trabaja. El hecho es que los profesores también son presionados por el MINEDUC, en la evaluación docente y en la evaluación de los aprendizajes esperados (SIMCE). En cuarto básico, desde hace varios años, se genera un corte evaluativo que rankea a los establecimientos de acuerdo a su desempeño y por lo tanto, genera tácitamente un ranking interno de los profesores con mejores resultados por institución. Últimamente este corte evaluativo se multiplicó y se aplica también en segundo año básico. Con esto se pretende disminuir la carrera preparatoria que se generaba a partir de la evaluación SIMCE en los establecimientos escolares, con una distribución perversa de la carga académica (me tocó ver realidades institucionales en que se destinaba primero y segundo básico a la adquisición de la lectura y escritura, tercero para asentar los conocimientos generales de todo el primer ciclo y cuarto para ensayar el SIMCE). Es comprensible que para muchos docentes de este país, trabajar con niños con necesidades educativas especiales en el Primer Ciclo Básico represente un factor de estrés muy significativo. Por ende, la presión para derivar niños que presentan conductas que dificultan el clima de aula y el desarrollo de los contenidos empieza precisamente en primero básico. Me atrevo a hipotetizar que son pocos los cursos en los colegios y escuelas de este país en que, al llegar a quinto año básico no se han derivado al menos al 25% de los estudiantes a evaluación neurológica o psiquiátrica por sospecha de trastornos de atención o concentración. El punto es que antes de que el estudiante llegue al sistema de salud, debe haber recorrido al menos dos o tres profesionales de la salud mental y la educación diferencial dentro del propio establecimiento, lo que constituye una garantía para el sistema médico de la seriedad de la derivación, por lo que ésta suele corroborarse y utilizar el tiempo de atención exclusivamente para determinar la posología que se administrará y los controles para evaluar el resultado de la farmacoterapia. Al menos esto es lo que permiten los tiempos de atención y la demanda en los servicios públicos. No tengo mayores antecedentes de la salud privada, pero me parece altamente sospechosa la cantidad de niños diagnosticados con Déficit Atencional e Hiperactividad y medicamentados con metalfenidato en este tipo de práctica clínica. Lo que yo he visto que ocurre al interior de los establecimientos escolares es que los profesionales de la salud mental y de la educación diferencial no suelen hacer ese filtro de estudio y/o observación rigurosa del estudiante derivado por los docentes, sino que lo validan porque confían en su juicio. Además, es muy frecuente que la institución educativa cierre filas en torno a lo problemática de la conducta del estudiante, porque se validan las opiniones de unos y otros adultos sin escuchar frecuentemente a los niños. Me explico: un niño o una niña puede tener un trastorno de múltiples causas (emocionales, familiares, cognitivas, de base orgánica, y de todas
99
éstas a la vez); no le podemos pedir al servicio de salud que resuelva “qué es lo que tiene” sin darle los antecedentes para que el o los profesionales puedan hacer un diagnóstico clínico. A mí me tomaba semanas determinar cuál era el eje a la base de un trastorno en un niño, dada la complejidad de la realidad con que trabajábamos. Y esto, considerando que yo a los niños los veía todos los días en un hábitat natural, y no en mi consulta. Un niño puede estar sufriendo una vulneración de derechos grave y asociarse a ésta un cuadro angustioso, que se vea a ojos de un observador poco atento como un déficit atencional con hiperactividad y oposicionismo. Si lo derivamos a un centro de salud sin añadir una buena parte de su historia y sus antecedentes, corremos el riesgo de que la vulneración sea pasada por alto y la situación persista dañando al niño, sólo que ahora además lo medicamentamos. Yo he sido psicólogo en establecimientos educacionales y doy fe de lo complejo que es validar el ejercicio de la profesión en estos establecimientos. Los profesores y los directivos necesitan resultados conductuales adaptativos con inmediatez, desconfían de las explicaciones multicausales y de las descripciones de proceso y tienden, con frecuencia a juzgar como un mal desempeño profesional que no se les “resuelva” el problema conductual de un determinado estudiante. Esta ligereza para abordar el desarrollo de los niños y su salud mental es propia de una relación desgastada, del agotamiento que produce que un determinado resultado conductual y académico no se concretice, y del fracaso reiterado de las estrategias para “encauzar al niño o niña en un determinado curso de desarrollo”. Entonces, me parece fundamental analizar esta historia de fracasos reiterados en las estrategias pedagógicas y el desgaste en la relación docente/estudiante. Primero, establecer que el fracaso de un estudiante o de varios frente a ciertos contenidos desarrollados en clases no es un fenómeno de esos estudiantes, sino un fenómeno grupal, que corresponde a todo el curso, incluidos el docente y la asistente de aula. La profesora hace clases para un curso de entre 30 y 40 alumnos (lo que permite la ley son 45 alumnos por curso). En ese grupo, desarrolla actividades para lograr un mismo tipo de aprendizajes en todos estos niños y niñas, y en un ritmo medianamente homogéneo. Para esto utiliza estrategias didácticas diversas, elementos de motivación y textos o cuadernos de apoyo, de donde se desprenden las tareas para la casa. Por distribución estadística, lo lógico es que un pequeño grupo aprenda rápidamente la lección, otro grupo mayoritario requiera mayor tiempo y más ejercicios para lograr los mismos aprendizajes y un pequeño grupo simplemente no logre los aprendizajes esperados. Lo que establece la práctica docente es que el profesor debe implementar clases de reforzamiento personalizadas fuera del horario escolar para todos aquellos niños que no logran los resultados esperados, y si luego de esto no se obtienen dichos resultados, derivarlo a educación diferenciada. Lo que la ley establece (el decreto para la educación diferencial, que refiere a las necesidades educativas especiales) es que para que un niño acceda a un aula de recursos especiales y a apoyo personalizado por parte de la profesional competente, debe estar diagnosticado como un niño con necesidades educativas especiales. Y aquí se introduce el modelo médico y la necesidad de obtener desde que son pequeños, diagnósticos específicos que permitan la evaluación
100
diferenciada, la separación del niño con NEE de la sala de clases regular y así resolver el factor de estrés para el ejercicio docente. El problema de este modelo o práctica docente es que se centró en todo momento en la obligatoriedad de que el ejercicio docente le pertenezca al profesor, y en el mejor de los casos al apoyo pedagógico que pueda brindar la asistente de aula en el apoyo personalizado. Lo que este modelo le transmite al niño –quizás aún no muy consciente de esto, pero sufriendo sus efectos de igual manera‐ es que es el docente necesita que el niño aprenda a leer, que realice sus ejercicios de apresto en la escritura y que desarrolle adecuadamente los ejercicios de cuantificación y clasificación. En realidad, lo que necesita son los indicadores de logro, pero en la práctica viene a ser lo mismo. El desgaste se introduce cuando estos resultados no se consiguen, y aparecen otras motivaciones en el niño que cobran mayor relevancia, sumado a desobediencia, porfía, comportamiento no adecuado a la sala de clases (incapaces de realizar una tarea los niños se aburren, realizan otras actividades que sí pueden dominar). Lo que esto produce tradicionalmente en los establecimientos escolares es que la situación descrita origina una escalada de acciones para “concientizar al niño” de que debe adecuar su comportamiento a las normas de la sala de clases y del colegio, en lugar de ayudarlo a concentrarse en aquello que no logra hacer y que no logrará hacer hasta que se le haya prestado la mediación adecuada. Si esta oportunidad está mediada por ingresar a aula de recursos con profesionales idóneas para tratar estas necesidades educativas especiales, entonces el ingreso a la solución tomará demasiado tiempo y el niño ya llegará con un retraso pedagógico y serias dificultades conductuales, porque ha estado inserto en una polémica innecesaria con un docente que no supo tratar sus diferencias de ritmo de aprendizaje y lidiar con su propia necesidad de obtener logros académicos. Si el problema ha sido profundo y la “solución” no ha llegado a tiempo, esta historia de polémicas y castigos (que se traducen en maltrato, abiertamente), será mucho más profunda. Un niño problema es algo que crea el sistema escolar a partir de la negligencia de algunos docentes, o de su incompetencia. Se me ha criticado mi intransigencia para responsabilizar a los docentes y al sistema escolar (MINEDUC, estatuto docente, magisterio) del daño que se les produce a los niños y niñas en las instituciones educativas. En respuesta planteo algo similar a lo que propone Francesco Tonucci (2008; 2003, 1993): la escuela es un espacio de investigación, los niños y las niñas lo ven como un lugar donde aprenden a vivir y realizan múltiples empresas investigativas para divertirse y en las cuales desarrollan gran parte de su potencial cognitivo. Lo grave es que esto ocurre al margen de los adultos que son pagados para facilitar estos aprendizajes y promover esta investigación, y peor aún, la mayor parte de las veces estas actividades indagatorias de los niños son castradas y perseguidas por estos adultos. Es a esto a lo que le llaman el desarrollo del currículum oculto.
101
Las Escuelas debieran plantearse menos en relación a la medición nacional de los logros del aprendizaje y más en relación a promover aprendizajes. Menos en relación a evaluar el desempeño docente y más en relación a promover que el docente facilite espacios de interacción educativa. Si de la curva estadística un grupo pequeño logra aprender antes, ese grupo de niños contiene los mediadores fundamentales que apoyarán a la docente en los aprendizajes del gran porcentaje que está en el medio de la curva. Eso la libera de trabajo y presión para intentar estrategias personalizadas y más lúdicas con los niños que están en la parte inferior de la curva, los que no aprenden. Las actividades deberían ser menos repetitivas y más indagatorias. Mayor trabajo de búsqueda y construcción. Pero eso implica un personal que las Escuelas no tienen, recursos que habitualmente escasean: porque se piensa en profesionales para todas las actividades y para todas las mediaciones, pero no se logra concebir que los mismos niños pueden ser mediadores pares, que los alumnos mayores pueden ser un aporte mediador en una actividad cruzada (de estudios de Sociedad o Educación Cívica, por ejemplo), o que se puede incorporar apoderados a apoyo voluntario en la sala de clases. Cuando observo que en virtud de la Ley de Subvención Escolar Preferencial las Escuelas tienen muchos recursos para trabajar, simplemente no entiendo que no se utilicen estos recursos de forma creativa para generar espacios de aprendizaje más inclusivos y diversos, en lugar de continuar con la misma fórmula que lleva años sin ser suficientemente exitosa. Retomando el punto de este apartado: los niños y niñas llegan a quinto básico en un contexto de enfrentamientos consecutivos y sistemáticos entre la o el profesor y algunos alumnos dentro del curso, habiendo atravesado historias médicas y diagnósticos, medicamentación y derivación a salas especiales, separadas. Los cursos llegan a enfrentar profesores nuevos que saben perfectamente quiénes son los que dificultan el trabajo escolar: hay profesores que llaman la atención a ciertos alumnos sin ni siquiera mirarlos, porque se asume que ellos son culpables del desorden. Y todo esto ocurre frente a toda la clase. Esto suelen olvidarlo los docentes, el efecto modélico de su comportamiento. Los niños y niñas también se desgastan en esta relación que transcurre entre primero y cuarto básico, y al llegar a quinto ya sienten bastante menos aprecio por los adultos de la Escuela y por sus profesores, específicamente. En algún punto el “tío” pasa a ser el “viejo”. Algunos le añaden un insulto más denigrante a este epíteto. Lo que trasunta a todo esto es la suma de injusticias no resueltas en el trato con algunos y con el curso en general, o las diferencias de favoritismo frente a algunos alumnos, los buenos alumnos. Todo profesor con el que he conversado me ha dicho que no tiene alumnos favoritos, que no discrimina entre buenos y malos alumnos. Para mí eso es palabrería. Hace muchos años hicimos bajo el monitoreo de Carlos Moya (historiador, director para Latinoamérica del Programa de Doctorado en Educación para la Universidad de Lovaina) una serie de entrevistas a docentes en ejercicio para realizar análisis de contenidos en relación al buen y mal alumno, y a su posterior derivación en “niños problema”. El mecanismo con que opera esta discriminación y elaboración
102
de juicios –implícitos y/o explícitos‐ sobre los estudiantes es el descrito en este apartado: la necesidad que tiene el docente de obtener resultados en sus alumnos. Necesidad porque es evaluado por esto, porque en colegios particulares esto puede significar su continuidad laboral, y en colegios municipales esto le genera una posición dentro de la jerarquía informal del establecimiento, tiene consecuencias en el trato que recibe de sus compañeros y del cuerpo directivo. Necesidad que por cierto, se restringe a su ámbito personal, cuando en realidad es un esfuerzo colectivo y participativo, en el que incluso los alumnos pueden ser un aporte unos frente a otros. El problema radica en que el profesor nunca abandona su lugar “de ser el que sabe”: es por eso que está facultado para enseñar. Los “buenos alumnos” quedan prisioneros de una sujeción acomodaticia, sumisa y complaciente. El buen alumno es el que tiene buenos resultados académicos, aprende rápidamente y obedece a la profesora o al profesor. Tiene un comportamiento adecuado, por eso aprende. Normalmente tiene el apoyo de su madre en la casa, por eso aprende. Se le exige, la madre viene a citaciones y a las reuniones. Por eso aprende. En realidad, esto es de un egocentrismo feroz; lo que estamos diciendo es que el estudiante aprende porque el niño y su apoderada se acomodan al docente; en lo que respecta al trabajo académico, al establecimiento de hábitos de estudio, de alimentación adecuada y de hábitos de vida, hacen las cosas tal y como el docente se los ha planteado. Se acuestan temprano, no comen azúcares en exceso, etc. Algunos alumnos tienen tan buen rendimiento y logros académicos, que siguen siendo buenos alumnos pero con reparos, porque además presentan inquietud psicomotriz, son desordenados, sus padres no están tan comprometidos con el apoyo escolar o cualquier otra variable de desobediencia a la voluntad del docente. Estos son los niños que “tienen un potencial enorme, pero les falta el apoyo adecuado”. Lo grave de todo esto que he descrito es que ocurre a vista y paciencia de todo el curso, que a través de estos niños participan sus padres de esta observación activa y se genera una microcultura de discriminación y favoritismos, que la mayor parte de los niños pueden referir espontáneamente al llegar a quinto básico, a sexto; todo esto determina la relación que se genera con los adultos dentro de un establecimiento hasta que se egresa del sistema escolar, marcando a los muchachos y muchachas de por vida. En quinto se empiezan a acabar los tíos y las tías, y la relación con los adultos dentro del sistema escolar pasará a ser utilitaria, persecutoria esporádica o sistemáticamente; a veces la relación será de mayor confianza y cercanía, otras veces algunos niños descubrirán un adulto contenedor y protector en el cual refugiarse (porque la etapa que se viene es dura); otras veces seguirán siendo niños adecuados y funcionales que sostienen la lógica de esta farsa que ocurre al interior de los establecimientos escolares, donde se dice que se educa pero a duras penas se adiestra en algunos saberes; y se plantea que hay socialización, cuando ésta ocurre pero a espaldas del Manual de Convivencia.
103
7.2
La disparidad en el desarrollo físico e intelectual empieza a manifestarse
Como queda bastante claro, lo que este entorno educativo ofrece es un territorio de discriminaciones. Los buenos y los malos alumnos, los muchachos problemáticos, los niños con mucho potencial pero sin apoyo parental. Nosotros los adultos introducimos la conciencia de estas discriminaciones entre ellos. Si bien el niño en la etapa escolar destaca por su fuerza física y o su desempeño deportivo en los juegos de fútbol, a través de estos prejuicios que instalamos los adultos estas características físicas pasarán a tener una valoración psicológica. Un niño vigoroso u orientado a la acción probablemente será un niño hiperactivo y disruptivo. Es altamente probable que las construcciones simbólicas del profesorado lo transformen en un niño problemático, o al menos en un mal alumno. Pero hay que discriminar si el niño está orientado a la acción impulsivamente o si está orientado a un determinado rango de experiencias. Cualquiera de mis niños de la Escuela de Circo Teatro va a resultar –en una mirada superficial‐ un niño hiperactivo y disruptivo. Pero el dominio del equilibrio que se requiere para los malabares, la coordinación viso‐motriz y la agilidad ligada a la atención global y selectiva son características que difícilmente pueda presentar un niño con un trastorno de déficit atencional con hiperactividad; es biológicamente imposible. Probablemente lo que ocurra (y de hecho, estoy pensando en varios niños de la Escuela de Circo Teatro y sus rendimientos escolares, su relación con los docentes al interior de la Escuela y sus conductas al interior del establecimiento escolar) es que el niño esté francamente desmotivado con sus estudios, que no le vea sentido a aplicarse en éstos, que tenga una mala relación con sus profesores; es posible que manifieste sentirse perseguido por algún docente, y que frente a cualquier problema en la sala tiendan a echarle la culpa; y en los hechos, es posible que efectivamente su conducta sea disruptiva y muchas veces sea culpable del desorden. Hay un divorcio –que a veces pareciera insoslayable‐ entre el currículum formal y el currículum oculto. Muchachos y muchachas que abiertamente son talentosísimos, en el sistema escolar no hacen otra cosa que fracasar una y otra vez porque dentro de la institución no existen profesionales u adultos que logren ver sus talentos. Es dramático. A lo que quiero llegar es que hace años, Bárbara Inhelder planteó que sólo un 50% de los adolescentes logran dominar las operaciones formales del pensamiento (Inhelder & Piaget, 1955/1972). Por mi experiencia trabajando con jóvenes, no puedo estar más en desacuerdo con esa afirmación; lo que creo que ocurre es que a nivel de funcionamiento académico, los muchachos y muchachas no logran un desempeño que pueda clasificarse como hipotético‐ deductivo, pero en otras disciplinas u otros contextos sí, y como lo plantearan Carretero y León Cascón (1990/1995; 1979), las operaciones formales no constituirían un desarrollo global, sino un desarrollo contextual y ligado a dominios específicos, que puede transferirse a diferentes disciplinas u escenarios dependiendo del dominio técnico que se adquiera.
104
Entonces, esta discriminación entre la tendencia a la acción impulsiva y desintencionada o a la experiencia intencional y sistemática en la actividad social, motriz y física de los pre‐adolescentes es precisa para determinar si existe o no un dominio de mayor desarrollo cognitivo en el que se esté desplegando la creatividad y la noción de logro, de modo que esto permita andamiar la conciencia de logro y posibilitar transferencias de dicho logro cognitivo a otros dominios u experiencias. 7.3 Liderazgos consolidados: a la primacía física comienza a superponerse la astucia y la creatividad Mucho de lo que ocurre en la tercera infancia es que se desarrollan estrategias y capacidades para desobedecer y hacer travesuras que impulsan a los niños y niñas a desarrollar grandes montos de creatividad y competencias intelectuales. En la pre‐adolescencia esta inteligencia adquiere un valor altamente relevante. Se le llama viveza o astucia entre los pares, y sostiene la popularidad frente a los otros miembros del grupo. Esta es una característica muy común entre los niños de la Escuela Libre que he mencionado; en general son niños astutos, que ostentan una popularidad importante. Parte de su astucia consiste en orientar sus recursos intelectuales a actividades de alta complejidad que perciben con abierto entusiasmo frente a las obligaciones escolares, normalmente aventuras. Por eso adhieren a la Escuela, dado que ésta –aparte de no tener las obligaciones de una Escuela tradicional y basarse en un esquema de trato totalmente diferente‐ implica en su propia actividad una aventura: aprender disciplinas desafiantes, utilizar muchas destrezas físicas y alta coordinación, pero a la vez necesitar para ejecutar estas destrezas un alto grado de inteligencia o viveza; también este contexto brinda la oportunidad de medir estas destrezas permanentemente con otros pares a los que se les reconoce talento o capacidad. Esta competencia permanente con los pares, que es más bien un adiestramiento en habilidades y destrezas, cobra una gran relevancia en la pre‐adolescencia. En esta época es muy importante ser el mejor en el fútbol, la que mejor baila, el que hace trampa y no lo pillan, el que hace alguna actividad impresionante como zancos o batucada y se destaca por eso. En suma, antes un niño se sentía bien por ser bueno en alguna actividad o juego, ahora necesita sentirse bien por ser el mejor, porque ha tomado conciencia de la importancia de su popularidad. Lo que ha estado en juego todo el tiempo es la noción de logro, de eficacia. Porque lo que se está desarrollando es el autoconcepto. Lo que los pre‐adolescentes perciben de sí mismos, lo que se sienten capaces de hacer, lo que pueden lograr, eso es el autoconcepto. Se diferencia del autoconcepto académico, que es lo que pueden rendir en las evaluaciones escolares: la noción de inteligencia según lo que mide la Escuela, lo que esperan sus padres. El próximo capítulo se tratará de ese tema.
105
El pre‐adolescente aún no concibe su viveza o su habilidad social como un rasgo de inteligencia. Tardará años en entender que la inteligencia se trata de eso. Es irónico: lo que más les importa a los pre‐adolescentes en esta etapa es desarrollar su inteligencia pero normalmente asocian a ésta el rendimiento escolar, lo que les dicen los profesores y cómo se sienten evaluados en la Institución. Esto es bastante lógico: lo que asocian a inteligencia es lo que sus padres esperan de ellos como desarrollo intelectual; rendimiento académico, buenas evaluaciones y reconocimiento social en la institución escolar. Si es que ésta no los motiva, entonces renunciarán a ella asumiéndose fracasados en esta tarea, y sabemos que eso tiene consecuencias radicales en su desarrollo. Muchos años después lograrán entender que lo que llamaban viveza también corresponde a formas de la inteligencia y entenderán que son inteligentes, que tienen recursos y que saben utilizarlos. Por ahora, es importante revisar las expectativas paternas respecto del rendimiento escolar y las notas. 7.4
Manifestaciones de la sobreprotección
En un estudio barrial (Covarrubias, 2013) plantee que una de las formas que asume la sobreprotección en la crianza es la cultura del encierro, con la pretensión del aislamiento. Es una forma de paliar los peligros del entorno. Tanto si hablamos de una población focalizada en consumo y/o tráfico de drogas, como si nos referimos a una zona residencial en un barrio acomodado, la aprehensión de los padres respecto de sus hijos por los peligros que encierra la vida en la actualidad es similar (Céspedes, 2007; 2008; 2010; Dolto, 1998; 1990). En concreto, lo que se le transmite a los hijos como un imperativo familiar es que se concentren en sus estudios y tengan buenos resultados evaluativos (notas). Con esto lo que se persigue es el éxito social, reconocido y validado por el establecimiento. Pocos adultos tienen una idea clara de lo que es la inteligencia y de cómo reconocerla realmente en los niños. Se asumen aspectos prototípicos de ésta, en comparación con el desempeño adulto, pero claridad para reconocer manifestaciones de la inteligencia adaptativa en los niños es un diagnóstico que escasea. Una variable fácil de manejar y corroborar es la inteligencia académica, medida en el desempeño y en las capacidades de asimilación de contenidos en el aprendizaje. El punto es que esto difícilmente constituye y contiene algo tan complejo como la inteligencia. Muchas veces sólo permite acceder a la capacidad para adaptarse al entorno escolar. También se le exige al niño o a la niña un buen comportamiento en el establecimiento, sobre todo cuando hay reclamos en las citaciones al apoderado o en las reuniones de apoderados. Lo que se quiere evitar con esto es un comportamiento disfuncional en el futuro. Muchos padres se angustian ante la eventualidad de que sus hijos “tomen un mal camino” por las influencias del entorno. La escuela o el colegio vienen a ser un lugar donde no pueden controlar a sus hijos, ni sus intereses ni sus comportamientos, dejándolos literalmente al cuidado y como responsabilidad de los docentes. Los medios de comunicación y la difusión que han tenido situaciones de violencia
106
y acoso escolar alertan a los padres sobre lo seguros que puedan realmente ser estas instituciones escolares y sobre los destinos que puede tomar el comportamiento de un niño o una niña al interior del Colegio o Escuela. Y aquí es donde la situación se complejiza: cuando los hijos eran niños pequeños (tercera infancia); a pesar de que estar en la Escuela y no poder controlarlos, la dependencia natural del niño y el apego con su madre bastaban para paliar las aprehensiones que genera la separación diaria y sistemática que produce la escolarización, y muchas veces, la situación laboral de los padres. Pero ahora hablamos de un pre‐adolescente, que ha desarrollado una mayor independencia y es consciente de que algunas actividades deben realizarse sin el consentimiento y el conocimiento de sus padres, evadiendo específicamente la mirada y supervisión de éstos. Este es un fenómeno que se arrastra desde la segunda mitad de la tercera infancia, pero que evidentemente se agudiza al entrar en la pre‐adolescencia, el efecto‐pares cobra mayor relevancia y las madres empiezan a manifestar angustia “por las juntas”. El pre‐adolescente sigue siendo un niño a ojos de sus padres, y a los propios ojos del niño o la niña que cursan esta etapa, también lo son o lo siguen siendo. Es una dicotomía compleja de resolver, porque si bien se van desarrollando cada vez más conductas y funcionamiento autónomos, las regresiones a la infancia, la necesidad de afecto y contención, y sobre todo, la oposición sistemática y radical a realizar labores y asumir responsabilidades propias de una persona autónoma (como hacer su cama, servirse comida, lavar sus platos sucios u ordenar sus cosas), delegando esta responsabilidad habitualmente en sus madres (o persona que los ha criado), confunde a los adultos y los frustra, y a la vez los confunde a ellos porque las reacciones del entorno frente a estos hechos cotidianos suelen ser hostiles y represivas. Hasta ahora no me he referido a castigos o estímulos de refuerzo respecto del rendimiento académico y la conducta escolar, y la verdad no pretendo ahondar en las mecánicas al interior de los hogares con que se modula el comportamiento específico de cada niño en la Escuela. Las alternativas son múltiples y muy variadas, por lo que establecer patrones o recetas puede llegar a ser un esfuerzo vano y superficial. Para efectos de este capítulo, basta decir que desde el ingreso al sistema escolar y en específico, cuando los hijos pasan a segundo ciclo, una de las preocupaciones principales de los padres en relación a la escolarización radica en las notas o promedios con que los niños son promovidos, al hecho mismo de que resulten promovidos o reprueben y al comportamiento de los niños en el establecimiento, cuando hay quejas al respecto. Esto transmite un mensaje a los niños y niñas al entrar en la pre‐adolescencia, y es que para sus padres la inteligencia se mide según los resultados académicos. Esto determina en gran medida que durante esta etapa los esfuerzos académicos y conductuales del estudiante son para complacer a sus padres. Cuando existe fracaso, la mayor parte de las veces el niño cree que está decepcionando a sus padres: no es difícil visualizar esto al estar en contacto con estudiantes en una institución escolar, entre quinto año y octavo básico.
107
Referencias Bibliográficas Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Carretero, M. (1979). ¿Por qué flotan las cosas? El desarrollo del pensamiento hipotético‐ deductivo y la enseñanza de las ciencias. Revista Infancia y aprendizaje, 8, pp. 7‐22 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Céspedes, A. (2013). Déficit Atencional en niños y adolescentes. Santiago: Ediciones B. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Condemarín, M. (2006/1996). Lectura Correctiva y Remedial (Edición Revisada y Actualizada). Capítulo 4: Estrategias Metacognitivas. (pp. 165‐221) Santiago: Andrés Bello. Condemarín, M. & Chadwick, M. (2006/1986). La escritura creativa y formal. (Novena edición).
108
Santiago: Andrés Bello. Condemarín, M., Chadwick, M. & Milicic, N. (1991/1978). Madurez Escolar (Quinta Edición). Santiago: Andrés Bello. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. & Moreno, C. (1995/1990). Relaciones sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 285‐296). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Cuetos, F. (2008). Psicología de la Escritura. Diagnóstico y tratamiento de los trastornos de la escritura. Bilbao: Wolters Kluwer. Chile, Ministerio de Educación. (2012). Bases Curriculares para la Educación Básica. Santiago: MINEDUC. Chile, Ministerio de Educación, Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas. (2003). Marco para la buena enseñanza. Santiago: MINEDUC. Chile, Ministerio de Educación, División de Educación General, Departamento Jurídico. (1997). Decreto 170, que establece las necesidades educativas especiales. Biblioteca del Congreso Nacional, http://www.bcn.cl Chile, Congreso Nacional. (2011/2009). Ley 20.370, que establece la ley general de educación. Biblioteca del Congreso Nacional, http://www.bcn.cl Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira.
109
Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. & Lacasa, P. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 235‐250). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2005). Arte, mente y cerebro. Una aproximación cognitiva a la creatividad. Barcelona: Editorial Paidós. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 265‐275). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacasa, P., Lacasa Díaz, P. & Villuendas, M. D. (1988). Acción y representación en el niño: interacción social y aprendizaje. Madrid: Ministerio de Educación y Ciencias. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós.
110
Luhmann, V. (2005). Organización y decisión. Autopoiesis, acción y entendimiento comunicativo. Barcelona: Anthropos. Luhmann, V. (1996). Observaciones de la modernidad: racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Madrid: Paidós. Martí, E. (1995/1990). Operaciones Concretas. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 251‐264). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Matthews, J. (2002). El arte de la infancia y la adolescencia. La construcción del significado. Buenos Aires: Editorial Paidós. Maturana, H. & Dávila, X. (2008). Habitar humano en seis ensayos de biología‐cultural. Santiago: JC Sáez. Maturana, H. & Varela, F. (1997). De máquinas a seres vivos. Porto Alegre: Artes Médicas. Maturana, H. (2004). Desde la biología a la psicología. Santiago: Universitaria. Maturana, H. (1998). Emociones y lenguaje en educación y política. Porto Alegre: UFMG. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Piaget, J. (1959/1954). La formación del símbolo en el niño. Imitación, juego y sueño. Imagen y representación. (1ª Reimpresión) Bogotá: Fondo de Cultura Económica. Piaget, J. & Inhelder, B. (1997/1969). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Pozo, J. I. (1987). La historia se repite: las concepciones espontáneas sobre el movimiento y la gravedad. Revista Infancia y aprendizaje, 38, pp. 68‐87 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo
111
Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje. Willats, J. (1997). Art and representation: new principles in the analysis of pictures. New Jersey: Princeton, University Press. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
112
Capítulo 8 Autoconcepto y autoconcepto académico: historia del reconocimiento social Habiendo establecido que el rendimiento académico es básicamente un cumplimiento a las expectativas familiares, se puede deducir que en las buenas notas lo que el niño persigue es la satisfacción de sus padres, de la misma forma que lo que busca evitar con las malas evaluaciones es la desaprobación o la decepción de éstos (que puede manifestarse en un castigo, en un reto o muchas otras formas en que dicha decepción se manifieste). Esto lo que plantea es la profunda separación entre el currículum oculto y el currículum formal, que es algo que se ha establecido en muchas oportunidades a lo largo de este libro: no me imagino un niño en la primera o segunda infancia angustiado por una mala evaluación o por una mirada desaprobatoria de uno de sus padres, porque para ellos su trabajo exploratorio simplemente es divertido. Los pre‐adolescentes no perciben que los aprendizajes formales tengan relación alguna con los contenidos de la vida, con lo que les es útil y valioso, o entretenido. Esto también lo hemos analizado previamente; por ejemplo, no se traduce en clases formales de estrategias grupales y análisis de partidos de fútbol una clase de sociedad, por ejemplo, en la que vean los principios de la organización humana y el surgimiento de las civilizaciones. Porque básicamente los principios de organización social y articulación en torno a tareas de supervivencia son los mismos para ganar un partido de fútbol que para realizar la caza, por lo que las relaciones entre un dominio y otro podrían generarse con facilidad. Esto permite incluso, que la clase sea realizada en conjunto con el profesor de educación física y se generen cruces entre las asignaturas que les permitan a los muchachos y muchachas visualizar la globalidad del pensamiento y del funcionamiento humano. Creo que el ejemplo, como todo ejemplo de enseñanza significativa y vinculante, puede analizarse de modo más profundo y longitudinal. En la asignatura de Educación Física el docente puede trabajar con el grupo durante muchas unidades aspectos técnicos del fútbol, de desempeño individual y grupal, fusionando lo teórico con lo práctico en el aprender haciendo, de modo que al llegar al análisis de videos de partidos jugados por otros, tengan un material teórico y un conocimiento formal que discutir. La docente de Comprensión del Medio Social puede trabajar formas de organización social en las civilizaciones primigenias previamente, centrando la atención en el trabajo colaborativo y la distribución de roles; esto puede relacionarlo con trabajos prácticos en equipo donde estas mismas características se produzcan y generar los cruces entre una civilización antigua y la conformación grupal actual de ellos. Puede incluso relacionarlo con la asignatura de Arte o la de Tecnología, realizando en grupos algún artefacto u obra artística característica de la civilización estudiada; deberá procurar ser asertiva al asociar los procesos que se realizan con los materiales originales frente a lo que posibilitan los materiales con que se trabajará en la clase, para que no se pierda de vista el principio rector, que es la articulación grupal en relación al tratamiento de los insumos (principio básico de la economía).
113
Al hablar de la educación como un proceso investigativo, a lo que se hacía referencia es a este formato de enseñanza, donde hay que buscar jerárquicamente en los contenidos de los planes y programas los conceptos rectores de los procesos que deben enseñarse y luego éstos se trabajan bajo diferentes modalidades, generando cruces y transferencias a diferentes dominios y disciplinas, de modo que la utilidad de los conceptos centrales pueda ser adquirida y significada con mayor fuerza y profundidad que las circunstancias o dominios específicos en las que éstos se aplican o se han estudiado; la evidencia muestra que las aplicaciones de un principio pueden ser descubiertas por exploración en cualquier momento por cualquier sujeto, en la medida que su actuar contenga, además del dominio global de los principios rectores del proceso, la reflexión y el análisis profundo de las alternativas (Carretero, 1979; Raths & Wassermann, 1997/1967). Muchas veces estos conceptos rectores no están explicitados en los planes y programas, o en los textos de apoyo al docente o para el alumno. Habitualmente los educadores no conciben la pedagogía como la transmisión de herramientas reflexivas guiadas por principios filosóficos y de dinámica estructural de las sociedades y de los individuos, por lo tanto ese es un trabajo que tiene que hacer el docente desde su dominio específico o incluso, desde su cultura general. Lo que queda claro es que un docente para transmitir aprecio al conocimiento y a los aprendizajes, debe ser un hombre o mujer que saben mucho, que valoran aprender y encontrarse en situaciones que se lo permitan y dotados de una inteligencia suficiente para buscar modos y oportunidades para satisfacer su necesidad de comprender y aprender más de lo que ya saben. Esto debe notarse en cómo articulan sus clases, cómo profundizan los contenidos desde los principios o conceptos rectores que los guían y cómo más que entregar información, facilitan herramientas de análisis y comprensión. Durante el primer semestre del 2012, realizamos un experimento con la profesora de Comprensión del Medio Natural de la Escuela Unión Latinoamericana, Laura Romero, y con la profesora de Educación Tecnológica del mismo establecimiento, Paulina Toledo, precisamente en el segundo ciclo básico. La idea era preparar junto a la Mesa Educativa del establecimiento una Feria Preventiva, el día de la entrega de certificados de notas en la última reunión de apoderados. Los jóvenes expondrían sus trabajos en diferentes stands dentro del establecimiento, los cuales tendrían que ser recorridos para llegar a las diferentes salas donde se realizarían las reuniones de cada curso. La primera iniciativa de este proyecto de investigación fue realizar clases de neurociencias aplicadas al consumo de drogas, específicamente de la marihuana y el alcohol, que fueron insertadas en Comprensión del Medio Natural como cierre de unidad y repaso para las pruebas globales, en las que se incluiría una pregunta relacionada con esta exposición: •
En quinto básico la relación fue realizada con la unidad de los sistemas respiratorio, sanguíneo y sistema nervioso central. Obviamente desarrollé la relación entre estos sistemas y el consumo de marihuana y alcohol, la anoxia y la hipoxia cerebral producto de la llegada de estas sustancias a través de la sangre y el impacto que tienen en el rendimiento físico, generando un trabajo mayor del sistema respiratorio para sostener
114
•
•
niveles de funcionamiento homeostáticos. En sexto básico a esto se añadió la participación del sistema metabólico y la función del sistema endocrino, con la participación de la serotonina y los centros de placer, generando las rutas de la adicción. En séptimo básico la unidad con la que se integró este contenido fue de las diferencias sexuales y el crecimiento, por lo tanto se abordó el consumo desde las inhibiciones y facilitaciones sociales que éste produce, con sus sustratos bioquímicos y cerebrales (psicofisiología del consumo de drogas). En octavo la unidad era Sistema Nervioso Central, por lo que nos abocamos a las estructurales corticales y su reacción frente a las drogas, el daño, la muerte neuronal y las adaptaciones en la corteza frontal para suplir circuitos dañados en la muerte por hipoxia, anoxia o en el establecimiento de vías adictivas de producción de serotonina. Todo esto acompañado con imágenes de Resonancias Magnéticas, y Escáner cerebral.
Puedo decir con orgullo que las clases fueron un éxito, la participación de los estudiantes en las clases, las preguntas y las inquietudes respecto al tema fueron un fenómeno notable. Precisamente en el quinto y el sexto básico, fue donde percibí mayor interés por los contenidos, las preguntas que los estudiantes realizaron fueron las más interesantes y revelaban mayor profundidad de análisis. En el desarrollo teórico que hemos hecho hasta ahora, eso tiene una explicación sencilla: los pre‐adolescentes en estos cursos están altamente vinculados con sus experiencias e inquietudes vitales y al dárseles un contexto para unir éstas inquietudes con el conocimiento y el aprendizaje formal, se motivan fuertemente a aprovechar estas instancias, no importando que éste contexto esté mediatizado por la sala de clases y la Escuela. En mi experiencia, en cambio, los jóvenes de cursos superiores (séptimo y octavo) presentan un desapego mucho mayor a la institución escolar y menor interés de generar un proceso de aprendizaje en el establecimiento. Esta opinión puede estar teñida por el hecho de trabajar en poblaciones altamente vulnerables: la droga es para ellos un tema atractivo porque es lo que viven y ven a diario; muchos de los estudiantes de cursos mayores ya tienen conductas de consumo esporádico o habitual, y no quieren que esto se visibilice por las preguntas que realicen. En cambio, para los más chicos, la droga representa el entorno más inmediato, pero es aún algo desconocido o muy exploratorio: sobre ella hay muchas preguntas y curiosidad. Sin embargo, esto que planteo se sostiene en lo que ocurrió durante el resto del proyecto. La segunda parte de este experimento fue desarrollar en la asignatura de Tecnología, una representación tridimensional o modelo de alguno de los contenidos que se revisaron en la exposición que yo realicé. Este trabajo tuvo dos formas: 1) Alejandro Díaz del SENDA/Previene Estación Central trabajó en los horarios de Tecnología con los niños haciendo modelado de sistemas sanguíneos, sistemas respiratorios, de sistemas endocrinos o de la corteza, para representar la interacción de estos sistemas con la droga. Los modelados desarrollados tuvieron diversas formas y utilizaron muchos tipos de materiales, presentaron diferentes modos de interacción del organismo con la droga y finalmente, en los cursos en que estos trabajos fueron realizados (quinto y sexto), tuvieron
115
que decidir qué trabajos serían presentados en la Feria porque representaban eficientemente los efectos del consumo en el cuerpo. La actividad concitó un interés moderado. 2) Las trabajadoras sociales Javiera Contreras y Aleska Galaz trabajaron con los séptimos y octavos generando un registro sonoro para los padres en la Feria. Básicamente, grabaron sus respuestas a preguntas que les formularon las profesionales, sabiendo que éstas serían el audio de la Feria, siendo emitidas por los parlantes del establecimiento. Las preguntas versaban sobre el consumo de drogas: lo que le dirían a sus padres si es que éstos consumieran (drogas o alcohol), lo que les pedirían a éstos si es que ellos consumieran y qué harían si es que alguno de sus compañeros estuviese consumiendo, qué le dirían, cómo lo apoyarían. En estas respuestas se mostró con mucha fuerza el interés que generó la exposición realizada previamente en los muchachos y muchachas de séptimo y octavo básico. Surgieron preguntas, conversaciones informales, confesiones de consumo, solicitud de ayuda (algunos de estos consumos no eran ni exploratorios ni esporádicos), y muchas, muchas preguntas sobre efectos específicos de algunas drogas, daños a largo y mediano plazo y algunas historias trágicas de consumo en el barrio que requirieron mayor desarrollo, buscando comprender. El resultado de esto fueron audios muy emotivos, que generaron un alto impacto entre los padres que los escucharon. Es un error creer que los pre‐adolescentes no están interesados en el conocimiento formal; en la medida que perciben que éste es útil y está relacionado con sus vidas y con las cosas que les importan, el conocimiento no es sólo bien recibido sino que es buscado activamente. Un pre‐adolescente puede ser un joven estudioso, riguroso y metódico, pero tiene que aprender a desarrollar dicha metodología –para lo que necesita apoyo y guía, porque los fracasos lo desalientan‐, tiene que percibir utilidad en lo que aprende y debe, además, importarle aprenderlo: estar motivado a realizar ese aprendizaje. Es un plus si además las condiciones de aprendizaje son desafiantes y entretenidas, pero éste no es el único requisito (como malamente ha entendido el MINEDUC en la incorporación de tecnologías al aula). Es un error asociar livianamente motivación con incorporación de tecnologías en el aula. Los niños, pre‐adolescentes y los adolescentes se sienten atraídos en general a las tecnologías de la información, pero el uso que le dan a éstas es muy diferente que el que pretendemos cuando las utilizamos para reforzar el aprendizaje. Sobre todo en los multimedia educativos o en los sitios web desarrollados para la educación, que suelen ser un traspaso poco creativo de un cuadernillo de apoyo o de una guía. Lo que entienden los educadores por interactividad suele ser precario frente al desarrollo que tienen los juegos y los desafíos informáticos a los que habitualmente los jóvenes, niños y pre‐adolescentes están acostumbrados. He utilizado juegos de rol (como “El Expreso de Medianoche”, basado en la novela de Agatha Christie) para trabajar lectura comprensiva en pre‐adolescentes con buenos resultados en el desarrollo de las competencias para la comprensión de sentidos y en el desarrollo de la disciplina
116
para el trabajo académico. Como el juego es originalmente en inglés y con subtítulos, el formato los obliga a leer pero pueden usar el contexto y las imágenes para apoyarse y sacar conclusiones inferenciales. El juego se trata de resolver un crimen, al igual que la novela, y el jugador asume el lugar de la detective que se apoya en Hércules Poirot para buscar las pistas, y desarrollar la trama. El juego cuenta con una serie de recursos en la interfaz que permiten ir ordenando las ideas y generando estrategias, las que son necesarias para jugar, pero a la vez son fundamentales para lograr la comprensión lectora. En paralelo, se le ofrece al estudiante la posibilidad de llevar apuntes, conclusiones y un diagrama de su avance en papel, fuera del computador. Cuando los estudiantes utilizaron esta técnica, tuvieron mejores resultados, por lo que se extendió rápidamente en el grupo y compararon sus apuntes y sus diagramas. Ellos creían estar haciendo trampa, “copiándose”, en realidad estaban aprovechando los conocimientos y habilidades de sus pares para lograr una mejor comprensión: cada vez que se encontraban con alguna diferencia en los diagramas, tenían que pedir explicaciones y se sucedían una serie de mediaciones hasta lograr entender. Lo que generó motivación en este ejemplo no es el uso de la TIC, sino la historia con que se usó la tecnología del video juego. Se puede argumentar que fue novedoso incorporar un video juego en la sala de clases, pero en rigor fue novedoso hasta el uso de este juego, porque acostumbran a jugar juegos de acción con puntaje y desempeño inmediato (matar, esquivar, ganarle a otro). Lo interesante y novedoso es que esta historia era presentada con lógica audiovisual y la lectura no parecía fatigosa, aunque reclamaron por tener que leer subtítulos. Ahora, yo los invité a jugar, no les hablé de la historia y del asesinato hasta que no estuvimos frente a los computadores, y les conté que este juego a mí me gustaba mucho porque me había costado demasiado resolver el crimen: los desafié. La respuesta inmediata fue, “yo lo voy a resolver más rápido que usted”. Motivar la realización de un aprendizaje es altamente complejo. Es bastante lógico, lo que se le pide es que aprenda algo que no sabe. Pero no sólo no sabe aquello específico que se requiere que aprenda, tampoco tiene una actitud espontánea a aprender que sea favorable a la adquisición de nuevos saberes formales. Si volvemos al ejemplo de los niños de la Escuela Libre expuesto en los capítulos anteriores, ellos y ellas no sólo aprenden muchas disciplinas diferentes, sino que además sopesan a cuál disciplina le darán una mayor dedicación, en cuál tienen más facilidades o les interesa más lograr un mejor desarrollo. Desde ahí desarrollan estrategias de aprendizaje: piden apoyo de otro que domina mejor la técnica, generan sus propios implementos para practicar en casa o piden prestados éstos a los encargados de la Escuela; practican en otros contextos‐solos o en grupo‐, comparten videos de otros circenses en otras partes del mundo y revisan técnica. Esta dedicación puede encontrarse en relación a conocimiento formales: libros, textos de estudio, clases, profesores. Pero como en el caso del ejemplo de las clases que realicé en neurociencias, es necesario como docente tener la plasticidad para relacionar los contenidos a un fenómeno que los
117
estudiantes conozcan y les genere interés, y además tener la capacidad de tomar sus preguntas y transformarlas en oportunidades de aprendizaje para todos. Las preguntas contienen lo específico que se pregunta y un desarrollo reflexivo, porque contienen una inquietud o una dinámica funcional (un principio rector). Esto implica desarrollar filosofía didáctica y trabajar desde preguntas y asociaciones, y no desde la información solamente. Si recordamos los primeros capítulos de este Manual, los niños en la primera y segunda infancia no están ocupados dibujando, están ocupados en la exploración de los aspectos topológicos y secuenciales de los objetos y situaciones. Ellos están ocupados con las categorías Kantianas de elaboración de un juicio y por eso el resultado final es que comprenden los aspectos pragmáticos del lenguaje y pueden aprender a hablar. La tendencia de los seres humanos a comprender principios rectores y afirmaciones filosóficas antes que particularidades es algo que se ha afirmado desde hace muchos años en pedagogía (Campos, 2005), pero que no se utiliza en la práctica didáctica porque hacerse consciente del uso de la filosofía en lo cotidiano es mucho más complejo que aprender a enseñar. Es aprender a enseñar efectivamente. Muchas veces esto implica generar conversaciones informales con los jóvenes (en este caso, pre‐ adolescentes), donde hablando de temas y situaciones cotidianas e interesantes para ellos, y en grupos más pequeños o individualmente, uno puede introducir preguntas y desafíos intelectuales que están ligados con contenidos formales, de modo de generar curiosidad. No es un proceso inmediato, reconstituir el aprecio y el interés por el conocimiento formal que se ha perdido durante años de enseñanza descontextualizada no es tarea de un día o dos, pero generando curiosidad y motivando la inquietud, se pueden dar respuestas racionales y relacionadas con la experiencia que permitan introducir una materia o un dominio disciplinar. Ya eso es un gran avance. La práctica recurrente permitirá introducir textos, o vínculos de páginas web, u algún experimento o investigación que pueda desarrollarse en clases: ¿quién sabe si algún día el interés es tanto que este mismo trabajo se haga fuera de clases y el docente se transforme en un tutor voluntario? De lo que se trata es que una mediación eficiente en esta etapa es crucial para re‐vincular el currículum oculto y el formal, dado que precisamente en esta etapa de la vida la noción de logro se vuelve consciente porque el pre‐adolescente está desarrollando una noción de sí‐mismo. Es la antesala de la identidad, y será lo que defina su relación con el saber por muchos años de su vida. Si el pre‐adolescente percibe que su inteligencia es su capacidad de respuesta a las exigencias académicas, y estas respuestas no son buenas, entonces se percibirá a sí mismo como tonto, ineficiente e incapaz. No importa cuán hábil sea en otros dominios: es lo que yo veo con mis muchachos y muchachas brillantes en la Escuela Libre o en otras instancias de desarrollo que hemos creado en la población. En el capítulo anterior veíamos cómo a los ojos del pre‐adolescente los profesores y profesoras han dejado progresivamente de ser relevantes en términos afectivos; ahora veremos el impacto que esto tiene en el desarrollo de su autoconcepto académico: en las formas y estilos para realizar
118
los aprendizajes y dominar las operaciones formales en los diferentes dominios académicos, y lo que finalmente constituye la carga o herencia del sistema escolar: ser un buen o un mal alumno. 8.1
Estilos diversos, formas nuevas para realizar los aprendizajes
La cantidad y variedad de adultos con los que se relaciona un niño en la Escuela es un elemento que debe ser estudiado seriamente. No sólo porque el niño proviene de una relación diádica en la que progresivamente se incorporan otros adultos, sino porque los adultos nuevos que se incorporan van introduciendo estilos distintos de interacción. Cada uno es diferente del otro por carácter y características personales. A veces en las Escuelas hay profesores hombres y la mayor parte de las veces profesoras mujeres. Algunas veces son personas jóvenes, otras son adultos mayores, o adultos. Todos estos factores inciden en los estilos de cada adulto con el grupo y con cada niño. A mayor diversidad de adultos, mayor diversidad de interacción; pero también mayores montos de angustia para el niño más chico y mayor complejidad en la decodificación de normas para el escolar y posteriormente el pre‐adolescente. En este apartado hablamos de los estilos de enseñanza, de las formas de explicar y presentar los contenidos; de la ruptura de la continuidad de la profesora jefe en el primer ciclo y la adaptación que debe realizar el pre‐adolescente a estilos nuevos cuando cambian sus profesores y se diversifican. Un estudiante en segundo ciclo básico se enfrenta a diferentes profesores para cada asignatura: en matemática, en lenguaje, en comprensión del medio, comprensión de la sociedad, artes visuales, música, educación física, religión, inglés y tecnología. En el primer ciclo tuvo profesor diferente para educación física, inglés y religión, y probablemente en tercero y cuarto también para música y artes visuales. Pero al llegar a quinto se separan los docentes de lenguaje y matemática, las ciencias se separan en sociales y naturales (tiene otra nominación, pero el sentido es el de esta división), con profesores diversos y desarrollos radicalmente diferentes. Si el pre‐adolescente no trae al desarrollo de este curso un conocimiento asentado frente a las operaciones concretas y a la lógica racional/matemática, es altamente probable que no pueda hacer cálculos mentales ni avanzar hacia la geometría analítica, pero también es probable que tenga dificultades con la noción de sistemas y el funcionamiento, organización y estructura de éstos, que es la base de comprensión del medio natural y comprensión de la sociedad. Como en cada una de estas tres asignaturas tiene profesores diferentes, la deficiencia que el estudiante presenta en la generalización y la capacidad de corroborar resultados matemáticos podría llevarlo a tres fracasos diferentes. Veámoslo desde la perspectiva del estudiante: no es que fracase con una profesora, sino con tres. O sea, no logró entender las explicaciones de tres personas distintas (y eso tiene un impacto en el autoconcepto mucho mayor).
119
Lo mismo se aplica para los estudiantes que no traen vacíos pedagógicos o a los que tienen sus operaciones concretas adquiridas y asentadas. Éstos tienen una noción de logro académico probablemente más robusta. Puede que un estudiante haga la transferencia a comprensión de sistemas en Sociedad sin dificultades, con algunas dificultades en Naturaleza y abiertamente entienda poco en geometría. Esto es habitual, un rendimiento inarmónico. Si uno se acerca a las referencias espontáneas de los pre‐adolescentes, lo que habitualmente escuchará es “que la vieja de matemáticas me tiene mala”, y eso obviamente esconde velada una autocrítica muy tajante: no se siente capaz para la comprensión de esa materia y expresa su rabia proyectándola sobre la profesora y planteando que es un tema personal. Muchas veces uno asume que estas reacciones son propias de la adolescencia y la pre‐ adolescencia (Berwart & Zegers, 1980b), y no intenta comprender cómo es que se gestan, más allá del tema de la impulsividad y de lo absolutos que son los juicios y los modos de relacionarse de los pre‐adolescentes. Lo que aquí ocurre es que nos encontramos con un muchacho que viene recién dejando atrás la niñez, que honestamente no está muy convencido de haber dejado de ser niño, pero para que todos los efectos el sistema escolar le exige un comportamiento muy diferente: más adultos con los que relacionarse, de los que aprender y a los cuáles responderles, rendir en las materias y tener más obligaciones académicas. En la disciplina también se les exige más, y se les plantea frecuentemente que ahora ya son más grandes y deben dar el ejemplo. Hay un cambio estructural por el que estos niños transitan sin tener mayor conciencia de ello. Nos olvidamos frecuentemente además que ellos se están volviendo conscientes de sus capacidades y de su lugar en el grupo, asentando roles y eficacia. Que la inteligencia es ahora un bien extremadamente valioso y que eso implicará tomar decisiones: o tener buenos resultados académicos y ser socialmente reconocido como inteligente, o tener malos resultados académicos y ser “vivo”, destacar en otras actividades, desertando al menos simbólicamente de esta estructura escolar. 8.2
Las materias se complejizan: surge la exigencia del pensamiento formal
Esta deserción simbólica se gesta efectivamente en el segundo ciclo básico. Como yo he trabajado mayoritariamente en poblaciones focalizadas de tráfico de drogas, la salida para esta deserción es el ingreso en las redes de narcotráfico, como soldado y finalmente en la venta y distribución. Todo dependerá de la “viveza”, de las habilidades que desarrolle el muchacho o muchacha para incorporarse y ascender en el negocio. Por lo tanto, las repitencias sistemáticas en el establecimiento permitirán que el joven efectivamente deserte, ni bien cumpla su mayoría de edad y la asistencia a clases no sea exigible por ley. Pero no todos los estudiantes de segundo ciclo viven en poblaciones focalizadas de narcotráfico, ni tienen acceso a participar de la jerarquía del microtráfico y generar ingresos con esta actividad
120
económica. Existe el trabajo infantil en otros contextos geográficos, y ha sido históricamente una forma de salida temprana del sistema escolar (Rojas, 2007). Pero hay algunos sectores socio‐económicos donde la deserción escolar no es bien vista, no genera una actividad económica naturalizada en el contexto, ni se entiende como una forma de aprovechar a un sujeto que no “tiene dedos para el piano”, sindicando con esto que el adolescente no es suficientemente inteligente para finalizar exitosamente sus estudios. Estos muchachos tienen que esforzarse por ser promovidos de nivel en nivel hasta llegar a cuarto medio, y en algunos casos se les exige la continuidad de estudios en algún instituto o centro de formación técnica, u otras alternativas. Como he insistido en capítulos anteriores, muchos de estos muchachos o muchachas son personas brillantes que no han logrado que sus talentos se visibilicen al interior del sistema escolar y se traduzcan –a partir de un esfuerzo conjunto‐, en una oportunidad para compatibilizar el currículum oculto y el currículum formal dentro del establecimiento, mejorando sus resultados académicos y su motivación para los aprendizajes formales, permitiendo el desarrollo de una identidad y de una vocación dentro de las oportunidades que ofrece la sociedad. A partir de quinto año básico las materias y las exigencias académicas se complejizan, porque los estudiantes van desarrollando las operaciones formales, o lógica hipotético‐deductiva, y con ello van accediendo a la posibilidad de generar abstracciones y razonamientos cada vez más complejos e independientes de los objetos o situaciones concretas que generan la reflexión. En el ejemplo de las matemáticas, por ejemplo, desde la geometría descriptiva pasan a la analítica; la noción de tridimensionalidad permite que comprendan teóricamente el volumen y el espacio, permitiéndoles operar con el concepto de porciones, que llevará a los porcentajes, la fracción y finalmente, las raíces y los algoritmos. En otros dominios pasa algo similar, y la experiencia que desarrollé en relación a las neurociencias y el consumo de drogas fue particularmente explicativa de esto. Los niños son capaces de profundizar en sistemas complejos (como el circulatorio, respiratorio y sistema nervioso central), son capaces de relacionar sus funciones y articularlas, para posteriormente incorporar los equilibrios homeostáticos y el funcionamiento químico en estas relaciones inter‐sistémicas, luego relacionar este conocimiento con su propio desarrollo y los fenómenos que viven para finalmente entender que hay un órgano regulador de todos estos procesos que comanda a través de impulsos eléctricos el funcionamiento de todos los otros órganos y sistemas, sosteniendo la organización del funcionamiento físico. Esta es una capacidad que los muchachos y muchachas suelen desarrollar de igual modo en otros ámbitos, como la capacidad que desarrolla una adolescente para hacer que un chico que le interesa se dé cuenta de que ella existe. Me ha tocado ver elucubraciones y estrategias que abiertamente rozan con lo novelesco, en alto grado de abstracción y creatividad, donde las hipótesis y comprobaciones de éstas se han realizado mentalmente con total meticulosidad, generando que la joven elija entre diferentes cursos de acción hasta optar por el que cree la llevará al éxito, el cual muchas veces incluso he visto como resultado.
121
Es frustrante constatar que esta chiquilla del ejemplo se manifieste incapaz de comprender proporciones, razones y potencias, en el dominio matemático. He intentado explicarle estos conceptos en su misma “estrategia de conquista”, pero este bloqueo se relaciona con una noción de logro que no incorpora el rendimiento académico, se aburre fácilmente de la idea de acercarse a las matemáticas o a cualquier otra asignatura escolar y no le ve sentido: ni siquiera está dispuesta a que le intentan mostrar que sí lo tiene. El divorcio con los estudios formales está tan asentado que es probable defina su relación con el conocimiento de por vida. 8.3
Las herencias intelectuales: llevar la carga del buen o del mal alumno
Llevar la carga del mal alumno implica muchas veces un diagnóstico médico, de Déficit Atencional, Trastorno Generalizado del Desarrollo o Retraso Intelectual, y no necesito explicar el peso que tiene un diagnóstico médico en una sociedad que deposita en la medicina una confianza desmedida, como la nuestra. En esos casos, los que normalmente esperan mayor desarrollo cognitivo e integración social son los educadores diferenciales que trabajan con los niños, porque saben que estos pueden, pero se encuentran con limitantes culturales permanentemente. A veces alguna mamá tiene una confianza mayor en las capacidades de su hijo o hija, y apoyándose en la profesional que trabaja con éste, lucha por aminorar el impacto de los fracasos sociales o intelectuales en el sistema escolar. Pero muchas otras veces la carga de ser un mal alumno no implica un diagnóstico médico, sino sólo malos resultados en las evaluaciones académicas y una importante sensación de fracaso escolar y de incapacidad para el estudio. Como lo he planteado en otros capítulos, muchas veces jóvenes brillantes no logran compatibilizar sus talentos y desarrollos en otros ámbitos con los contenidos formales del sistema escolar y sus resultados académicos. Si el daño en el autoconcepto académico es muy profundo, un zanquista por ejemplo, tomará años en darse cuenta de lo compleja que es su habilidad y de lo que ha tenido que desarrollar para dominarla, y que eso implica que muchos de los contenidos escolares fueron aplicados adecuadamente en su empeño por aprender esa disciplina específica (física, matemáticas, pragmática de la comunicación, equilibrio y destrezas físicas, etc.). Puede que cuando realice finalmente que tiene las capacidades para estudiar, el curso propio de la vida se lo impida o lo haga tan difícil que sienta que no vale la pena. Pero llevar la carga de un buen alumno no es un mejor escenario. El buen alumno ha sido el niño sumiso, que se deja conducir por los docentes en la senda del conocimiento. Pero no del conocimiento, sino de la forma en que éste se la ha presentado. No necesariamente es un muchacho o una muchacha que piensen y razonen, que hagan corroboraciones y generalizaciones en base a su experiencia. No necesariamente tienen las herramientas para razonar y aprender nuevos conocimientos.
122
Por eso la entrada en el segundo ciclo y la mayor diversidad de profesores enseñándole pueden significar que no tenga buenos resultados o buenos desempeños en algunas materias, con algunos profesores y es ahí donde aparecen esos relatos que refiriera anteriormente (“la vieja me tiene mala”). El niño o la niña no están acostumbrados a fracasar y de pronto, sus resultados no son buenos. No puede ser su responsabilidad, y de hecho no lo es, pero tampoco es culpa de la nueva profesora; lo que le falta son herramientas para pensar por sí mismo y resolver las problemáticas que este nuevo estilo de enseñanza y en este nuevo dominio del conocimiento, le proponen. Puede que el pre‐adolescente tenga adaptabilidad cognitiva por su historia de vida, y le resulte fácil acomodarse a los diferentes estilos docentes, a las diferentes materias y no fracase en ninguna, incluso que su rendimiento sea totalmente armónico: es un alumno abiertamente aplicado. En ese caso, y tal y como está planteada la enseñanza escolar, el problema aparecerá después. Cuando ya no pueda transcribir lo que dicta la profesora o copiar los ejercicios de la pizarra, sino sacar ideas de una exposición y tomar apuntes a la vez que entiende, entonces ya no estará blindado y el fracaso se sentirá con más fuerza, en la adolescencia. Lo que estoy planteando con esto es que el modelo pedagógico escolar en primer y segundo ciclo tienen el mismo defecto: generan dependencia cognitiva en el estudiante. Dependencia al profesor y a su clase, a su método y a sus ejercicios o al libro. Se aprenden formas únicas o exclusivas para acceder a la respuesta correcta, y se generaliza eso como conocimiento. En el sistema escolar no se estimula el pensamiento divergente, la construcción del conocimiento a partir de la investigación y la generación de puntos de vista; no se potencian líneas argumentativas ni se abren espacios para el debate. Los estudiantes son poco opinantes en los espacios formales porque no se abren fisuras dentro de éstos para que la opinión pueda ser expresada, desarrollada y genere argumentación y contra‐argumentación. Esto, que he visto hasta el cansancio en el sistema escolar lo vienen anunciando y denunciando autores desde que comencé a estudiar temas pedagógicos, hace veinte años (Freire, 1975; 1997; Illich, 1968; 1985; Tonucci, 1993; 2003). Referencias Bibliográficas Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial.
123
Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980a). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Campos, A. (2005). Mapas Conceptuales, Mapas Mentales y otras formas de representación del conocimiento. Bogotá: Cooperativa Editorial Magisterio. Carretero, M. (1979). ¿Por qué flotan las cosas? El desarrollo del pensamiento hipotético‐ deductivo y la enseñanza de las ciencias. Revista Infancia y aprendizaje, 8, pp. 7‐22 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Céspedes, A. (2013). Déficit Atencional en niños y adolescentes. Santiago: Ediciones B. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Condemarín, M., Chadwick, M. & Milicic, N. (1991/1978). Madurez Escolar (Quinta Edición). Santiago: Andrés Bello. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO.
124
Cubero, R. & Moreno, C. (1995/1990). Relaciones sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 285‐296). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Chile, Ministerio de Educación. (2012). Bases Curriculares para la Educación Básica. Santiago: MINEDUC. Chile, Ministerio de Educación, Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas. (2003). Marco para la buena enseñanza. Santiago: MINEDUC. Chile, Congreso Nacional. (2011/2009). Ley 20.370, que establece la ley general de educación. Biblioteca del Congreso Nacional, http://www.bcn.cl Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. & Lacasa, P. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 235‐250). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por
125
recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2005). Arte, mente y cerebro. Una aproximación cognitiva a la creatividad. Barcelona: Editorial Paidós. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 265‐275). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacasa, P., Lacasa Díaz, P. & Villuendas, M. D. (1988). Acción y representación en el niño: interacción social y aprendizaje. Madrid: Ministerio de Educación y Ciencias. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Linaza, J. & Maldonado, A. (1987). Los Juegos y el Deporte en el Desarrollo Psicológico Del Niño. Barcelona: Anthropos Promat Luhmann, V. (2005). Organización y decisión. Autopoiesis, acción y entendimiento comunicativo. Barcelona: Anthropos. Luhmann, V. (1996). Observaciones de la modernidad: racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Madrid: Paidós. Martí, E. (1995/1990). Operaciones Concretas. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.),
126
Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 251‐264). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Maturana, H. & Dávila, X. (2008). Habitar humano en seis ensayos de biología‐cultural. Santiago: JC Sáez. Maturana, H. & Varela, F. (1997). De máquinas a seres vivos. Porto Alegre: Artes Médicas. Maturana, H. (2004). Desde la biología a la psicología. Santiago: Universitaria. Maturana, H. (1998). Emociones y lenguaje en educación y política. Porto Alegre: UFMG. Martínez Criado, G. (1998). El juego y el desarrollo infantil. Barcelona: Octaedro. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Piaget, J. & Inhelder, B. (1997/1969). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Pozo, J. I. (1987). La historia se repite: las concepciones espontáneas sobre el movimiento y la gravedad. Revista Infancia y aprendizaje, 38, pp. 68‐87 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI.
127
Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Rojas, J. (2007). Los Derechos del Niño en Chile: una aproximación histórica, 1910‐1930. Revista Historia, Nº 40, Vol. I, enero‐junio 2007: 129‐164 ISSN 0073‐2435. Santiago: Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile. Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje.
128
Capítulo 9 La aventura: campo de ejercicio del pensamiento lógico‐formal Los mismos autores que denuncian al sistema escolar como una institución añeja que genera dependencia cognitiva han sembrado las bases o desarrollado la pedagogía de la aventura (específicamente Tonucci, 2008; 2003; 1993; 1991; también en Freire, 1975; 1997 e Illich, 1968; 1985). Francesco Tonucci es un profesor italiano que ha desarrollado una serie de investigaciones en el campo del desarrollo cognitivo de los niños y su relación con la metodología educacional. Su proyecto “La Ciudad de los Niños” fue una forma de concebir la ciudad de Roma con los niños como punto de referencia. La experiencia fue asombrosa, hicieron una visita oficial al Alcalde para plantearle algunos puntos de la ciudad que estaban mal pensados en relación a los niños, como letreros que prohíben jugar en plazas públicas, o utilizar una pelota, o pisar el césped y/o subirse a los árboles. Los niños emplazaron al alcalde a respetar la Convención Internacional de Derechos de los Niños que el Gobierno de Italia había suscrito, y suprimir estas prohibiciones que los afectan y se contradicen con la garantía del derecho a jugar. A partir de lo que inspira este proyecto, Tonucci desarrolla un modelo educativo basado en la investigación y en el descubrimiento. Algo como lo que me he esforzado por describir en este libro. La Escuela de Circo Teatro está inscrita en esta lógica que desarrolla Tonucci: adultos al servicio de garantizar un espacio donde niños, niñas y jóvenes pueden ir libremente a desarrollar actividades circenses. En un principio, porque nadie en el barrio sabía de zancos, malabares y batucada, estos tuvieron una estructura medianamente similar a la de los talleres, con monitores adultos a cargo, que ostentaran algún grado de dominio técnico. En Stratta Circum han pasado cuatro años desde su fundación y hoy son pocos los monitores adultos que quedan: los jóvenes que han ido creciendo, se han ido haciendo cargo de los “rincones”, que es como se les llama a los espacios de la cancha y del recinto que se utiliza para funcionar como Escuela; en cada rincón se trabaja una disciplina diferente. Los ritos de inicio y de término de cada jornada también se han traspasado a los jóvenes, y ya relaté en otros capítulos cómo la responsabilidad de sostener los vínculos, la transferencia de conocimientos y el espíritu comunitario de la Escuela también es algo en lo que participan activamente los “más grandes”, haciéndose cargo de los “más chicos”. Esta Escuela incluso tiene personalidad jurídica, y su directorio está conformado por varios de los jóvenes que hoy son imprescindibles en la organización. La presencia de adultos que apoyan este proceso es relevante a la hora de postular a proyectos o relacionarse con instituciones, pero en todas estas iniciativas (escribir y postular, o reunirse y negociar), todos los miembros del directorio participan: los jóvenes al igual que los adultos. No se toman decisiones sin la adhesión de la mayoría del directorio, ni se permiten manipulaciones o seducciones adultas.
129
Esta misma lógica la comparten otras instancias que he conocido, como el Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial (Covarrubias, 2013), en el que los dirigentes de una unidad vecinal convocan a jóvenes, adultos y adultos mayores a pensar en el barrio que “queremos darle a los niños”, “a nuestros niños del barrio”. Se generan mesas de trabajo en que se analiza la situación del barrio y a partir de esto se consensua una planificación y un cronograma, para ir funcionando en torno a metas y objetivos. Esto con la pretensión de lograr control social sobre las problemáticas barriales. En este contexto se recuperan calles, plazas, se pintan fachadas y se generan celebraciones barriales masivas, como Navidad, las Fiestas Patrias o el Día de los Pueblos Originarios. Se organizan instancias familiares para reunirse y compartir, para generar a su vez inclusión con aquellos niños cuyos padres no están presentes o no participan, y de esta forma se ejerce la paternidad y el cuidado toda la infancia barrial. Se trata de asumir la responsabilidad comunitaria, y específicamente asumirla con los niños que son el sentido, la razón de ser de la comunidad. El sentido de la especie es perpetuarse, y eso la humanidad lo hace a través de la herencia: cultural y biológica. No se puede pretender que una sociedad sobreviva y se sustente si olvida a sus niños, porque ellos son el relevo de la humanidad y su destino se juega hoy, en el presente. En este orden es preciso y vital incorporar a los jóvenes, porque tienen fresca la experiencia de haber sido niños y por ende, mucho que aportar. Pero además tienen el deber de vincularse con su comunidad y adquirir la noción y el sentido comunitario de ser con otros y para otros. Ellos han recibido mucho y tienen mucho para dar, nuestro deber es generar espacios y contextos donde trabajando y desarrollando juntos se logre traspasar la experiencia de todos y construir la realidad, para todos. Cuando releo las páginas de este Manual y todo el material que he recogido trabajando en el sistema escolar y en relación a éste, me doy cuenta que los muchachos de 11 a 14 años no tienen un marco escolar que respete su necesidad de sentirse capaces y útiles. La Escuela se supone que les brinda ese espacio, pero amargamente se constata que no es viable ni realista. Relaciones desgastadas, presiones por resultados académicos, vulneraciones y discriminaciones a vista y paciencia de todos, van mermando el afecto que alguna vez cruzó la relación con los docentes, y la vocación de los profesores con sus niños y niñas. Muchos profesores jamás se enteran de los talentos escondidos de sus estudiantes y las excepciones que en las Escuelas conforman los buenos y dedicados docentes no son suficientes para paliar el daño que genera el sistema escolar en su conjunto. La prueba más dolorosa de la veracidad de lo que digo es la enorme cantidad de niños y niñas que terminan siendo jóvenes involucrados en la delincuencia, en el consumo de drogas y alcohol, en el tráfico de drogas o en la pertenencia a pandillas. Yo sé que hablo desde la trinchera marginal, de la población vulnerada/vulnerable y desde la pobreza más dura: eso constituye mi acervo. Pero cuando levanto mis ojos y observo la sociedad en que vivimos no veo participación ni
130
protagonismo: en las universidades no encuentro estudiantes exigiendo que se les enseñe, que se les rete a pensar y reflexionar sus dominios de aprendizaje, sus vocaciones, el desarrollo del país que están construyendo. No veo apego al rigor ni a la disciplina formativa. En conclusión, la vocación no es vivida como aventura, ni el conocimiento técnico y filosófico son apropiados como un tesoro que libera, inspira y genera transformaciones sociales. Es obvio que no toda la responsabilidad recae en los docentes ni en el magisterio, pero éstos no pueden eludir su participación en el proceso. Los niños y niñas están al menos 35 horas a la semana en la Escuela, y al menos la mitad del tiempo que viven activos en vigilia cada día. Es mucho tiempo en el que pueden fortalecerse competencias y habilidades de diverso tipo que posibiliten un desarrollo más fructífero para el propio niño y para la cultura escolar. La Escuela no puede reemplazar a las familias, pero puede dar la señal de alerta cuando éstas son tan disfuncionales que vulneran la posibilidad de desarrollarse de un niño. Las instituciones escolares sí tienen el mandato de vincularse con la familia del niño y en virtud de esta relación –que en el sistema escolar se denomina apoderado‐ buscar el adulto más apropiado para hacerse cargo de los cuidados de un niño, evitando que la escalada de negligencias y vulneraciones terminen provocando un daño mucho mayor. Incluso esta intervención se justifica en el mismo giro de la institución escolar: para que el niño aproveche la instancia educativa y desarrolle buenos aprendizajes. Este es el sentido de los recursos profesionales asociados a la Subvención Escolar Preferencial: una adecuada coordinación y articulación con las redes institucionales, como el SENAME1. Creo que los adultos –como ya lo he dicho en este libro‐ hacemos muy mal nuestro trabajo de educar y fortalecer a nuestros niños y jóvenes, somos un muy mal acompañamiento. Entendemos poco y los libramos a su suerte y a sus recursos, exigiéndoles que se comporten de acuerdo a nuestros criterios gastados y poco eficientes, que a nosotros no nos han dado la felicidad que creíamos se podría encontrar en ellos. No tenemos un mundo mejor que ofrecerles, pero tampoco los dejamos desarrollar una alternativa. Ni de jóvenes en el acceso al poder, ni de niños en el ejercicio de sus facultades en desarrollo. En este capítulo pretendo mostrar aquello que los pre‐adolescentes desarrollan en el marco de las relaciones informales y a escondidas de la mirada adulta. Algunas iniciativas son maravillosas, como la Escuela de Circo Teatro y otras tantas dispersas que surgen en diferentes puntos del mundo. Otras son nefastas, como las pandillas y el pillaje que generan muchachos y muchachas resentidos por un mundo que no tiene mucho que ofrecerles. Lo que le pido al lector es que lea estos párrafos con apertura de mente: hay que leer las capacidades que estos jóvenes desarrollan, las oportunidades para ser creativos, astutos y populares. Estos muchachos están generando una realidad –sea ésta positiva o no‐, y es la
1
Remito a los lectores a leer Subvención Escolar Preferencial: Bitácora de una Intervención Psicosocial a partir de la Infancia (2012), donde hago una exposición de una experiencia de este tipo en una institución escolar.
131
realidad que les permite crear la historia que han vivido y las oportunidades que han surgido en su entorno. En ésta afirman su seguridad y potencian sus recursos y competencias. 9.1
¿Qué constituye una aventura y qué la hace tan atractiva para los pre‐adolescentes?
Una aventura es una experiencia desafiante; según la RAE (2001) “empresa de resultado incierto o que presenta riesgos.”, y contextualiza “embarcarse en aventuras.” Las aventuras provienen de la necesidad de adrenalina, pero también de un requerimiento básico y vital: vivir experiencias y que éstas constituyan una diversión, no sólo que ocupen el tiempo disponible sino que lo vuelvan atractivo, interesante. Esto supone que el niño y la niña requieren –por definición y como condición natural‐ estar motivados, orientados a algún esfuerzo o tarea que subyugue su atención y su energía, dotándolos de adrenalina para realizar esfuerzos y lograr resultados. Esta dinámica se evidencia desde la primera infancia del niño, y lo hemos revisado a lo largo del desarrollo de este libro. Al llegar a la pre‐adolescencia, el niño ya ha adquirido dos tipos de competencias muy relevantes: 1) la curiosidad y la exploración, y 2) la sujeción a un grupo y la capacidad de integrarse a una tarea grupal. A partir de la noción de logro y eficiencia alcanzada en el cúmulo de experiencias vividas, los niños y niñas en la etapa escolar han dado pie a la formación de su carácter, es decir, asentando características propias que distinguen a cada niño de otros niños. Durante esta nueva etapa, veremos cómo los pre‐adolescentes desarrollan una noción de sí mismos; este carácter que ya han formado determinará los tipos de aventura o experiencias en que se involucrarán, el tipo de grupo en que las vivirán y la manera en que se apropiarán de esta experiencia. El pre‐adolescente construye su sí mismo a partir de la valoración que hace de sus recursos, de sus gustos y de sus resultados en estas experiencias grupales de exploración y aventura. Puede constituir una aventura cualquier tipo de experiencia en la que se pongan en juego los recursos individuales; como muchas de las aventuras son vividas grupalmente, cada individuo se enfrenta con los desafíos que le implica particularmente esta experiencia y el hecho de estar con otros implica comparaciones y narrativas compartidas. Uno de los sentidos de la aventura es que posibilita compartir experiencias con una alta involucración emocional, de la misma forma que permite comparar la excitación que la aventura produce, los desempeños en ésta y los temores que fueron vencidos durante la misma. En el fondo, es una apropiación de la experiencia a partir de volverse conscientes de cómo éstas los transforman. Si el sentido de competencia es tan importante en esta etapa es porque afirma el autoconcepto en “cuánto puedo hacer, cómo lo puedo hacer y en qué medida es valioso lo que
132
hago”. Esta medida de lo valioso se relaciona con la popularidad alcanzada, y porque a su vez permite establecer relaciones con otros pares que valoran estas características personales. 9.2
La creatividad y la astucia encuentran su canal de expresión en el disfrute
He aquí que en esta edad hay varios factores que se equilibran de diversos modos dependiendo de la historia personal del muchacho o de la muchacha. Cuánto pesa en la elaboración de un pre‐ adolescente la aceptación o la integración al grupo dependerá del carácter que ha formado, de los dominios en que ha desarrollado su noción de logro y eficacia. Por ejemplo, uno de los niños artistas que estudiaba Gardner en el Proyecto Zero, o Ben, el hijo de Matthews (2002). El año pasado, les solicité a mis alumnos de Pedagogía que realizaran una monografía sobre algún hito de su desarrollo y lo relacionaran con los contenidos del curso, entre los que se contaba el trabajo de Matthews. Uno de los estudiantes relataba precisamente su infancia y su pre‐ adolescencia en relación al dibujo y la pintura, su gran pasión desde niño. Su trabajo da cuenta de una gran dedicación en solitario al dibujo, rodeado de adultos que lo estimulaban en su búsqueda, brindándole herramientas para desarrollarse y encaminar su trabajo. A Hugo poco parecía importarle que otros niños de su edad no compartieran su pasión por la gráfica porque la gratificación provenía del resultado, de lograr plasmar en el plano lo que el concebía en los perceptos que construía a partir de la indagación de los objetos. Por otro lado, el intercambio permanente con adultos constituía el grupo o referencia social al que se adscribía en estos esfuerzos, y en alguna medida, el criterio de valoración de su quehacer y de sus logros. El reconocimiento social también vendrá de las competencias en que participará motivado por sus formadores y los premios que irá consiguiendo en éstas. Por su carácter, puedo imaginarlo durante esta etapa siendo más solitario e introvertido, generando vínculos en otros juegos u actividades con algunos compañeritos, y probablemente siendo el “dibujante del curso”. Muchas veces he visto niños con talentos especiales en los cursos con que he trabajado; normalmente son niños más introvertidos, un poco incomprendidos por sus pares. Hay disciplinas que son solitarias en este sentido, como la pintura. En alguna medida es lo mismo que ocurre con la escritura, la lectura, algunas disciplinas instrumentales en la música y algunos deportes más solitarios, como los velocistas en atletismo. En el aprendizaje del piano, por ejemplo, son largas horas de ensayo solitario, con la partitura, para luego mostrarle al maestro lo que se ha avanzado y que éste corrija algunos aspectos técnicos, armónicos, rítmicos, posturales o de utilización de las manos. Son muchos los factores que inciden en una buena ejecución musical y por ende es muy larga la formación para el dominio del piano: pasan varios años antes de que un estudiante de piano pueda enfrentar a otros pares u otros instrumentistas para ejecutar una obra y compartir o comparar sus niveles de ejecución.
133
En general en estas disciplinas “solitarias” el dominio técnico que se requiere obliga al trabajo en solitario extendido en el tiempo y de mucho compromiso con la práctica y la ejecución. Y por lo mismo, la sujeción del individuo se produce con la disciplina y sus resultados y con la aprobación del maestro o adulto que acompaña; esto de por sí genera cierto nivel de aislamiento del entorno de pares, que generalmente no tienen ese nivel de compromiso a un dominio disciplinar. Obviamente, sabemos que estos niños corresponden a una minoría, y habitualmente implican un nivel de interacción muy alto con un adulto. Se suele relacionar esta presencia constante del maestro al alto grado de dominio que ostentan estos muchachos en sus respectivas disciplinas, ¿pero qué pasa cuando los muchachos dedican largas horas a una actividad sin ninguna supervisión adulta? Tomemos el caso del callejeo. La calle implica muchos aprendizajes, porque contiene sus peligros y por ende, muchas aventuras. Particularmente pienso en dos muchachos de 11 años que se dedican a viajar grandes distancias dentro de la ciudad para “pedir monedas” a la gente que consume en las terrazas de los restaurantes del barrio Bellavista. El relato de estos niños es que piden para “tener monedas para el ciber”. Refieren que nunca les ha pasado nada, porque “ellos saben moverse en la calle”. El grado de responsabilidad de los padres en esto no está en discusión, pero es materia de otro análisis: pueden saber o no saber qué hacían sus hijos, pero evidentemente tampoco sabían dónde estaban. Centrándonos en la actividad de estos dos muchachos, es claro que ellos aprovechan esta desconexión de sus padres con las actividades que realizan para intentar una aventura que los lleva a recorrer varias comunas, aprender a usar el Transantiago, ingeniárselas para utilizarlo gratis además, y hacer algo que a todas luces perciben como prohibido. Apelo al relato: ellos refieren estar haciendo algo a escondidas y plantean que sus padres no pueden enterarse porque si no, serían castigados. Es claro en este mismo relato que la motivación para realizar esta actividad no son las monedas que reciben y luego utilizan para ir al ciber, sino la aventura y la entretención de burlar a sus padres, ir hasta Bellavista, pasar el tiempo pidiendo estas monedas y luego volver a sus casas sin resultar pillados. Hay una sensación de libertad asociada a este cúmulo de acciones sin supervisión paterna que aparece como el premio de fondo al riesgo que corren. Ahora, poniendo en perspectiva los dos ejemplos narrados, ¿cuál de estas dos acciones implican más aprendizajes y complejidad en estos aprendizajes? Es difícil determinarlo. Si bien los estudios sistemáticos y el ejercicio constante de cualquier disciplina artística o deportiva involucran muchos aprendizajes de altos niveles de complejidad, la viveza o astucia que se requiere para sobrevivir en las calles y vagabundear es algo que involucra a su vez grandes destrezas. No se trata sólo de movilizarse, sino de aprender a movilizarse eficientemente sin mayor guía, asumiendo que para un niño la calle y la gente que deambula por la calle pueden resultar muy peligrosos, toda vez que un niño presenta mayor indefensión que un adulto, tanto en la fuerza
134
física, como en la consciencia del riesgo que corre y por ende, de la capacidad para estar alerta y precavido. Esta alerta es precisamente lo que tienen que desarrollar y aprender para la supervivencia en esta aventura. Por otro lado, ¿cuál de las dos actividades genera mayor satisfacción en quienes las ejercen? Esto también es complejo de determinar. Obviamente para el pequeño artista su trabajo musical o pictórico representa una fuente de permanente satisfacción a la vez que de frustraciones, toda vez que sus resultados no son los que espera y lo obligan a dominarse y continuar practicando hasta lograr el resultado deseado. El niño del ejemplo en el callejeo también se enfrenta a situaciones muy placenteras, relacionadas con el disfrute de lo prohibido y el logro de realizar una acción altamente desafiante, sorteando todos los peligros que fantasea puede encontrar en el camino. Estas fantasías se basan en las amenazas que ha escuchado de los adultos; los peligros que puede encontrar en la calle son una amenaza constante de los adultos para inhibir precisamente que los niños se embarquen en este tipo de aventuras. Algunas veces estas amenazas son bien fundadas y explicadas razonablemente a los niños (suelen ser más efectivas como efecto preventivo para impedir estas escapadas); otras no tienen mayor fundamento que una serie de inferencias o peligros generalizados a partir de otras historias escuchadas por los adultos o lo que presentan las noticias o los medios masivos de comunicación. ¿Acaso lo expuesto en este apartado implica que las figuras mediadoras no tienen ningún efecto en el desarrollo competencias y habilidades por parte de los pre‐adolescentes, más que en el sentido “pro‐social” que puedan tener los dominios en que éstas se desarrollan? Claramente no es eso lo que se plantea. El efecto de una figura mediadora sobre los niveles de adquisición de un niño son muy importantes, incluso pueden ser decisorios. Pero no podemos olvidarnos que el pre‐ adolescente es un muchacho que ya está inserto en el lenguaje, por lo que genera además de preguntas y escucha atenta a respuestas, diálogos internos a partir de la información que maneja. Si bien el niño en su segunda infancia generaba diálogos internos para repetirse aquello que le decían los adultos y monitorearse hacia el éxito de la tarea, los pre‐adolescentes cuentan con la herramienta de la formación de hipótesis y la corroboración de los resultados, han logrado implementar además la lógica deductiva e inductiva en sus razonamientos. Sus diálogos internos les permiten construir escenarios mentales y anticipar resultados. Es precisamente lo que empiezan a desarrollar en esta etapa y se va consolidando a lo largo de la adolescencia, haciendo transferencias a diversos dominios. Los primeros dominios en que se ejercitan las operaciones formales son precisamente los que más le importan al pre‐adolescente. En el caso del niño vagabundo, el oficio de callejear y sobrevivir en las calles, y en el del niño artista, su capacidad para representar en el dibujo los objetos y los desafíos gráficos que le presenta su curiosidad artística. Como se deduce de los planteamientos de Bárbara Inhelder (1955/1972, revisado en Carretero & Gascón, 1995/1990), son muchos los pre‐adolescentes que no transfieren a otros dominios formales (como el académico) esta
135
capacidad de operar hipotético‐deductivamente con el pensamiento, pero sin duda el disfrute asociado a los desafíos en la aventura y el aprendizaje andamian estas capacidades cognitivas, al menos en estas actividades y por cierto, en estos dominios. 9.3
La competencia en relación al ingenio y la osadía
Cuando me he referido a la Escuela de Circo, esa es una instancia que reúne disciplinas que mezclan el desarrollo individual con el desarrollo grupal entre pares de manera muy evidente. Entonces la valoración de la disciplina u actividad y de los logros asociados a ésta tiene un componente grupal, pero implica un desarrollo personal y una dedicación que es individual. Subirse a zancos, por ejemplo. Nadie puede equilibrarse por otro, aprender a caminar usando los zancos implica aprender a distribuir de otro modo los pesos y los movimientos, porque uno tiende a caminar como siempre lo ha hecho, y eso en los zancos implica caídas porque la movilidad no es la misma. Los compañeros pueden indicarte cómo apoyar los pies, o tomarte la mano para que te sientas seguro mientras logras equilibrarte. Incluso, te pueden ayudar a controlar la respiración para no dejarte sucumbir al miedo. Pero el esfuerzo es personal y en solitario. Lo mismo ocurre con las técnicas, una vez que el zanquista ya está caminando. Correr, saltar, caminar para atrás requieren otros dominios técnicos que pueden ser enseñados por los mismos pares. Este tipo de desarrollo permite combinar los logros personales que implica el dominio básico de la técnica con la competencia y la colaboración con otros, que le dan la valoración social al trabajo realizado; es algo compartido y por ende algo en lo que podemos compararnos y seguir desarrollándonos. Los grupos en esta etapa ya no son tan extensos como en la tercera infancia. Dentro del curso, o fuera de éste, cada pre‐adolescente ha elegido –y ha sido elegido por‐ unos cuantos compañeros de andanzas. Un partido de fútbol o cualquier otra actividad que requiera de mucha gente puede generar que se junten todos los integrantes de un curso, pero es algo acotado a la actividad, el resto del tiempo ya se habrán dividido según intereses y motivaciones. Incluso el criterio para organizar un partido de fútbol ya no es sólo la diversión: ahora importa ganar, sobre todo si ambos equipos buscan jugadores que permitan esta competencia. Por ende, es probable que en este aglutinar gente, se inviten conocidos que no son tan amigos pero que tienen habilidad para el juego. Si la actividad es sistemática, estos conocidos pueden llegar a ser amigos. En la etapa posterior (la adolescencia), los muchachos y muchachas suelen tener amigos de contextos específicos: amigos de fútbol, por ejemplo, distintos del “grupo de amigos”. Cuánto pesa la competencia en la noción de logro también dependerá de la historia personal y, por supuesto, de la cultura en la que están insertos. En la Escuela de Circo Teatro muchas veces la competencia se supedita a la colaboración, porque muchas de las actividades se implican unas a otras cuando hay que realizar un pasacalles o una presentación, de modo que hay que articular un
136
desempeño grupal. Es lo que sucede en el baile. La bailarina puede ser muy talentosa y/o poseer una elasticidad mayor que sus compañeras, pero en la coreografía lo que importa es la coordinación, y en ese caso tendrá que supeditar sus talentos al trabajo del grupo. La competencia entonces puede ser entre individuos o entre grupos, y desplazarse la noción de logro hacia el desempeño logrado por todos o todas en la coordinación. Aquí se afianza la noción de trabajo en equipo y es generalmente lo que ocurre con las selecciones o con equipos que han logrado establecerse. También la competencia puede ser vivida de una manera más cotidiana, como desafíos. No se trata de ganarle al otro, sino de desafiarse en un determinado logro en un tiempo acotado: quién logra primero manejar cinco clavas simultáneas en los malabares, por ejemplo. En los grupos bien constituidos, esta suele ser una forma frecuente de vivir la competencia, en la que se mezcla la rivalidad o el desafío con una fuerte cohesión grupal y camaradería. En estos casos uno suele hablar de amistad entre los miembros del grupo. El sentido de competitividad se asocia a la conciencia de logro y afirma la autoestima y el autoconcepto del pre‐adolescente. Como hemos revisado en este apartado, dicho sentido de competitividad se puede experimentar de diversos modos, en la forma de un desafío constante (que es como un juego de rivalidades); en la forma de una competencia grupal, entre equipos diversos (que es como un torneo) y en la forma de una competencia intersubjetiva (el duelo, o un desafío o competencia abierta). Estas formas implican emocionalidades diferentes y un sentido de pertenencia grupal diverso. En el juego de rivalidades que se produce al interior de un grupo por desafíos constantes lo que se evidencia es el poner a prueba constantemente las capacidades, fortalezas e ingenio de unos y otros. La emocionalidad que trasunta esta actividad está basada en la unión de los miembros del grupo, que comparten permanentemente dominios de actividad y destrezas, y colaboran unos con otros en la obtención de mejores resultados, los que son puestos a prueba en estos desafíos constantes. Esto es lo que suelo observar en la Escuela de Circo Teatro entre sus miembros, pero también he observado comportamientos de este tipo entre los miembros de un piño o pandilla. En cosas tan disímiles como manejar armas, afinar la puntería o hacer malabares o zancos, el espíritu colaborativo prima en cómo se desarrollan estas habilidades dentro del grupo. En el torneo o enfrentamiento entre grupos, la competencia grupal o por equipos se relaciona con la identidad del grupo y su existencia como tal; es el desafío que pone a prueba la tarea grupal. Si se trata de un partido de fútbol, el objetivo es ganarle al equipo contrario, demostrando superioridad como equipo frente al rival. La emocionalidad que subyace este sentido de competitividad es la pertenencia e identificación con el grupo, y se expresa en el esfuerzo que hace cada uno de sus miembros porque el desempeño grupal sea superior al del equipo adversario. Los contextos en que este enfrentamiento se produce pueden ir desde el partido de fútbol hasta las rivalidades entre pandillas, por temas territoriales o de pertenencia a diferentes redes de soldados en el narcotráfico. En todos los casos, cada equipo desarrollará estrategias
137
grupales para vencer al equipo adversario, y los talentos individuales estarán al servicio del desempeño grupal. Finalmente, la competencia intersubjetiva hace referencia a las competencias abiertas entre personas o entre miembros de un mismo grupo que presentan una rivalidad no amistosa. Las razones que están a la base de este enfrentamiento pueden ser múltiples, abarcando envidias por una posición en la distribución del poder, celos por el favoritismo de otra persona (pueden ser razones amorosas u otros beneficios) u otras rivalidades y desavenencias: lo importante es que la emocionalidad que sustenta este sentido de competitividad es la rivalidad y la molestia con el otro. Habitualmente comienzan como duelo u hostilidades competitivas (“toreo”) y terminan en una pelea o enfrentamiento más violento. Se puede transitar por estos tres sentidos de competitividad en un mismo contexto con los mismos personajes, en momentos alternos. Dentro de un grupo de amigos puede haber un enfrentamiento violento entre uno o más miembros, darse un contexto general de juego de rivalidades y presentar, frente a otros grupos, una situación de torneo o rivalidades grupales. Es precisamente lo más frecuente en el comportamiento de las pandillas, pero es extensivo a todos los grupos de amigos durante la pre‐adolescencia, sobre todo en los primeros años de ésta (11 y 12 años). 9.4
Las divisiones de la atribución de inteligencia entre los pares
El desarrollo de este capítulo nos lleva al tema más complejo al interior de las dinámicas sociales en la pre‐adolescencia: la atribución de la inteligencia entre los pares es la consolidación del sentido de sí mismos en el funcionamiento grupal. No se trata de las opiniones de cada sujeto al interior de un grupo, sino de cómo se distribuyen los juicios al interior de la grupalidad y de cómo éstos son asumidos por los diferentes miembros en el autoconcepto que cada uno ha desarrollado. Aquí es donde el muchacho‐artista‐introvertido –que utilizábamos anteriormente como ejemplo‐ puede sentirse inteligente por el desarrollo de su carácter y en virtud de su noción de logro eficiente en un determinado dominio solitario, y desde esa afirmación plantearse frente al grupo como un sujeto creativo y ocurrente “que no habla frecuentemente” y que funciona desde un determinado aislamiento respecto a la dinámica del curso. Esto tendrá eco en la medida que sus compañeros reconozcan este ingenio y el talento desarrollado por el compañero, a pesar de no entender demasiado lo que él realiza o ser capaces de dar cuenta fehaciente de su habilidad. La combinación sutil entre la actitud del sujeto y lo que es percibido de esa actitud por los otros, que a su vez se afirma en hechos y resultados que están a la vista dará como resultado que el grupo le atribuya inteligencia a ese sujeto, validando la noción que él tiene de sí mismo. Esta inteligencia atribuida estará asociada a su desempeño artístico, obviamente.
138
Algo similar tiende a ocurrir con los buenos alumnos. La validación que genera el sistema escolar y las buenas calificaciones le brindan al buen alumno un blindaje de inteligencia por el hecho de que cumple con las expectativas institucionales y el deseo de los padres de cada miembro de este curso para con sus propios hijos. Los buenos resultados académicos inciden en la noción de logro del propio estudiante generando en éste la actitud que le permite reconocerse inteligente, hallando eco de esto entre los profesores, los padres de sus compañeros y, por ende y en alguna medida, entre los propios compañeros. Es una inteligencia académica, que no siempre tiene la misma valoración entre los compañeros, porque puede ocultar montos de desdén que reflejen el conflicto de los estudiantes con el profesorado, tal y como fue expuesto en los capítulos de este eje. He observado que esta valoración va mutando progresivamente en el transcurso del segundo ciclo, conforme avanzan en edad y se profundiza el divorcio entre el currículum formal y el currículum oculto. Por esto, a los 14 años la valoración de la inteligencia académica puede ser mucho menor que la que se le atribuyó a los 11; esto también dependerá de las otras habilidades desarrolladas por este buen alumno, en otros contextos, y de la popularidad que ostenta entre sus compañeros. A la inversa transcurre el desarrollo de la atribución de inteligencia para el estudiante que tiene un inestable o mal desempeño académico pero concita liderazgo en otras actividades y ostenta una gran popularidad. Un líder al interior de una pandilla –actividad extraescolar, por cierto‐ será percibido por sus compañeros de curso como un sujeto muy inteligente, popular y admirado (o temido), dependiendo de lo que realiza esta pandilla, de cuánto sepan sus compañeros de las actividades de ésta y de las anécdotas o historias que puedan llegar a contarse de este personaje, es decir, de su popularidad entre los pares. Este nivel de popularidad e inteligencia atribuida será mayor en los albores de la adolescencia (octavo básico) más que en los inicios de la pre‐ adolescencia; la razón es sencilla, no se puede construir una fama de un día para otro, ni los muchachos se atreverán a vivir aventuras que les den ese nivel de renombre tan fácilmente; es una escalada, en la que los sujetos se ponen a prueba y se desafían progresivamente. Al igual que en cualquier forma de éxito, la destreza se logra con entrenamiento y valor, desarrollando la osadía. Esto también refuerza la noción de logro y el autoconcepto de este muchacho en el ejemplo. No podemos desconocer el impacto que sus malos o inestables resultados académicos han tenido en la imagen que ha desarrollado de sí, sobre todo en los primeros años de su pre‐adolescencia. Como he tenido la oportunidad de estudiar longitudinalmente el desarrollo de muchos sujetos, he podido constatar que el impacto de los malos resultados académicos, y sobre todo, el impacto de no entender lo que se estudia en clases, genera en muchos muchachos y muchachas la impresión de no ser inteligentes, lo que produce un efecto directo sobre otros ámbitos en los que empiezan a desarrollar habilidades y dominio, específicamente ámbitos de interacción social donde puedan aplicar su ingenio y su creatividad. El fracaso en un ámbito refuerza el ímpetu por triunfar en otro ámbito, alimentando el desempeño y la disciplina para lograr resultados sobresalientes. También existen los estudiantes que tienen un inestable o un mal desempeño académico y además no logran desarrollar habilidades sociales y competencias en otros dominios, que
139
permitan paliar el efecto negativo sobre el autoconcepto. Hay muchachos y muchachas en los que se fortalece la idea de no ser inteligentes, eficientes o capaces con el transcurso del tiempo. En estos casos los esfuerzos por sobresalir y volverse populares muchas veces toman ribetes de desesperación. En el ámbito juvenil esto tiene una denominación muy eficiente: son “chorizos”. No “choros”, que es el líder de la pandilla y un sujeto peligroso al cual enfrentarse; el “chorizo” es alguien que ostenta una temeridad que no posee, que alardea hazañas que no ha realizado e intenta apropiarse de un lugar social que no le pertenece; habitualmente estos “chorizos” terminan siendo agredidos porque al no tener el conocimiento de la calle y de las reglas de distribución del territorio, vulneran reglas tácitas de convivencia en ésta y generan represalias. En las poblaciones, muchos terminan muertos. Nuevamente vuelvo a hablar desde lo marginal y desde la Narcocultura. No hay que olvidar que la realidad poblacional corresponde al porcentaje mayoritario de ciudadanos, pero estos criterios que son descritos para las poblaciones y en relación a la distribución del territorio en el tráfico y en las pandillas también es válido para otros contextos sociales u otras actividades. También serán líderes y ocurrirá un fenómeno similar para todos aquellos muchachos y muchachas que desarrollan talentos o habilidades específicas, como tener una banda de música popular y se presenten en vivo en festivales u eventos masivos (al menos barriales), bailar en un grupo que suela representar al colegio en diversas actividades, ser parte del equipo de fútbol escolar o de una selección juvenil, hacer zancos u otra habilidad circense en un espacio como la Escuela de Circo, hacer algún deporte y destacarse, y en fin, como se verá en el próximo capítulo ya para los últimos años de la pre‐adolescencia, tener encanto físico y sexual, producir un impacto en el sexo opuesto y aprovechar esto para desarrollar su popularidad y el influjo sobre otros. Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1984). El niño y sus juegos. Buenos Aires: Paidós. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980a). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia
140
Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Balboa, J. M. (2006). Estudio de la noción de Grupalidad en el marco de las Teorías Psicoanalíticas Grupales. http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/balboa_j/html/index‐frames.html Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Campos, A. (2005). Mapas Conceptuales, Mapas Mentales y otras formas de representación del conocimiento. Bogotá: Cooperativa Editorial Magisterio. Carretero, M. (1979). ¿Por qué flotan las cosas? El desarrollo del pensamiento hipotético‐ deductivo y la enseñanza de las ciencias. Revista Infancia y aprendizaje, 8, pp. 7‐22 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Céspedes, A. (2013). Déficit Atencional en niños y adolescentes. Santiago: Ediciones B. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Condemarín, M., Chadwick, M. & Milicic, N. (1991/1978). Madurez Escolar (Quinta Edición). Santiago: Andrés Bello. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. & Moreno, C. (1995/1990). Relaciones sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años
141
escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 285‐296). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Chile, Ministerio de Educación. (2012). Bases Curriculares para la Educación Básica. Santiago: MINEDUC. Chile, Ministerio de Educación, Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas. (2003). Marco para la buena enseñanza. Santiago: MINEDUC. Chile, Congreso Nacional. (2011/2009). Ley 20.370, que establece la ley general de educación. Biblioteca del Congreso Nacional, http://www.bcn.cl Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Duarte, K. (2002) Mundo jóvenes, mundos adultos: lo generacional y la reconstrucción de los puentes rotos en el Liceo. Una mirada desde la convivencia escolar. Revista Última Década, marzo, N° 16, pp. 99‐118. Viña del Mar: Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foladori, H. (2001). El grupo operativo (de) formación. Santiago: Universidad Bolivariana. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. & Lacasa, P. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años escolares. En
142
A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 235‐250). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós. Garvey, C. (1985). El juego infantil. Madrid: Morata. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 265‐275). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacasa, P., Lacasa Díaz, P. & Villuendas, M. D. (1988). Acción y representación en el niño: interacción social y aprendizaje. Madrid: Ministerio de Educación y Ciencias. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Luhmann, V. (2005). Organización y decisión. Autopoiesis, acción y entendimiento comunicativo. Barcelona: Anthropos. Luhmann, V. (1996). Observaciones de la modernidad: racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Madrid: Paidós.
143
Martí, E. (1995/1990). Operaciones Concretas. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 251‐264). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Maturana, H. & Dávila, X. (2008). Habitar humano en seis ensayos de biología‐cultural. Santiago: JC Sáez. Maturana, H. & Varela, F. (1997). De máquinas a seres vivos. Porto Alegre: Artes Médicas. Maturana, H. (2004). Desde la biología a la psicología. Santiago: Universitaria. Maturana, H. (1998). Emociones y lenguaje en educación y política. Porto Alegre: UFMG. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. México, Secretaría de Seguridad Pública (SSP). (2010). Jóvenes y Narcocultura. Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana. Ciudad de México: Gobierno Federal. Moro, J. (2006). Juventudes, Violencia y Exclusión: Desafíos para las Políticas Públicas. Javier Moro (Ed.). Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES), Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), Norwegian Ministry of Foreign Affairs (NMFA). Guatemala: MagnaTerra. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Muñoz, R. (2011, Junio). Participación y Ciudadanía. Documento de trabajo de la Comisión Infanto Juvenil de Estación Central. Santiago. Navarro, V. (2002). El afán de jugar: teoría y práctica de los juegos motores. Barcelona: INDE. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Piaget, J. & Inhelder, B. (1997/1969). Psicología del niño. (14ª Edición) Madrid: Ediciones Morata. Pichón‐Rivière, E. (1972). Aportaciones a la didáctica de la psicología social, En El proceso grupal
144
(pp. 205‐213). Buenos Aires: Nueva Visión. Pozo, J. I. (1987). La historia se repite: las concepciones espontáneas sobre el movimiento y la gravedad. Revista Infancia y aprendizaje, 38, pp. 68‐87 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Pugmire‐Stoy, M. C. (1996). El Juego Espontáneo: Vehículo de Aprendizaje y Comunicación. Madrid : Narcea. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Reboredo, A. & Espinosa, A. (1983). Jugar Es un Acto Político: El Juguete Industrial, Recurso de Dominación. Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. Texas: Universidad de Texas. Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Romero, V. & Gómez, M. (2008). El juego infantil y su metodología. Barcelona: Altamar. Rozenthal, A. (2005). El juego, historia de chicos: función y eficacia del juego en la cura. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas. Rojas, J. (2007). Los Derechos del Niño en Chile: una aproximación histórica, 1910‐1930. Revista Historia, Nº 40, Vol. I, enero‐junio 2007: 129‐164 ISSN 0073‐2435. Santiago: Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile. Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo
145
Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. Zsögön, C. (2006). La Industria Cultural, su relación con la Alienación y el Consumismo en las Sociedades de Masas. Tesina para la obtención del grado de Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza: UNC.
146
Capítulo 10 La inquietud sexual y la formación de la identidad sexual La tendencia general del desarrollo de los individuos es precisamente la individuación. Esto puede llevar a ciertos errores conceptuales, como creer que el destino de los seres humanos es únicamente individual y subjetivo. Nada más lejos de la realidad, el destino humano no existe sin la dimensión comunitaria, y como se ha planteado anteriormente, se surge de una díada (madre‐ hijo) para ingresar en una relación ineludible con otros que son otros adultos, otros pares y finalmente, adultos y pares significativos y/o amigos. El niño va aprendiendo progresivamente a desarrollar la intimidad, a generar confianza y a confiar, a encaminar sus acciones y actitudes también hacia el cuidado de aquellos que le son relevantes, nutriendo las relaciones y alimentando la confianza y el cariño presentes en éstas. La escritora norteamericana Julia Glass, en su novela “The whole world over” (2006) refiere una definición del amor en relación a la crianza que me parece extremadamente útil para desarrollar esta idea: básicamente lo que plantea es que la relevancia de los padres no radica en que amen a sus hijos, sino que les enseñan de qué se trata el amor, porque lo experimentan. En este sentido, lo que aprendemos al ser amados es la gratuidad de este vínculo y los esfuerzos que implica: cómo el amar nos hace ser responsables de ese sentimiento y de aquella persona o personas que son objeto de nuestro amor. Al relacionar esto con lo que nos enseña el psicoanálisis (Lacan, 2005; Dolto, 1998; 1990), la elaboración de esta experiencia amorosa fundante permite la incorporación del lenguaje y con éste, de los otros. Pero no sólo que otros ingresen en el plano consciente y mental del niño, sino que éstos generen obligaciones, acciones y actitudes en el sujeto precisamente porque éstos le son relevantes, necesarios, amados. Es en relación al disfrute de las situaciones, acciones y relaciones con otros que el niño desarrolla una progresiva interdependencia y autonomía funcional, que genera la capacidad de construir significados y representaciones, adscripción a normativas y sujeción social, reconocimiento de sí mismo y anhelo de aceptación y popularidad. El proceso de socialización es una consecuencia de esta historia amorosa que se inicia con el haber sido deseado al nacer y en la crianza. Por eso Lacan (2005), Domb (1996) y Eliacheff (1993) lo relacionan con la sujeción del sujeto a una cadena de significantes en los que emergen deseos particulares, que es lo que articula cada sujeto a partir de esta narrativa compartida en la que cada deseo se encadena. Es desde este lugar teórico donde he planteado la concepción del desarrollo humano que se ha trabajado en este libro: la existencia humana es una existencia comunitaria en la que se desarrollan destinos particulares. Esto tiene una evidencia biológica fundamental: la reproducción humana. Al encadenar lo real con lo simbólico y lo imaginario (Allouch, 2001; 2004; 2006; Halperin, 1999; Le Gaufey, 2007) lo que se transparenta en el surgimiento de la sexualidad es la existencia comunitaria y vinculante en el destino particular, que permite que la humanidad como grupo social preexista y permanezca, sosteniendo la convivencia en la comunidad.
147
Por eso la inquietud sexual y la formación de una identidad sexual surgen en la pre‐adolescencia a partir de un progresivo abandono de la sujeción indiferenciada al gran grupo. El niño ha ido afirmando su existencia social en la relación con los pares, en las experiencias y en la noción de sí mismo, lo que le genera la atribución de un lugar desde sus particularidades personales, sean éstas su inteligencia, su capacidad, su lugar social en la Escuela, como estudiante y como individuo. Esto afirma su existencia particular, a medida que éstas se asientan en un carácter y una inteligencia asumida y atribuida que le permite sostener esta noción de sí; de este modo las amistades van a cobrar un lugar de mayor relevancia en el desarrollo del goce y de las aventuras en que asiente el desarrollo progresivo de sus capacidades, pero también de los vínculos atávicos. Esto lo que determina es una sujeción con mayor diferenciación a un grupo elegido, deseado, que fortalece gustos personales, evidencia necesidades y características, y finalmente lo lleva a darle un sentido y un objeto al deseo sexual naciente, a la vinculación con otros desde una –cada vez mayor‐ intimidad. Nótese que no hablo de sexo opuesto. A nivel de la sexualidad naciente y de la formación de una identidad sexual no es lícito hablar de sexos opuestos u objetos pre‐determinados. Hablo de vinculación, de la dirección de pulsiones hacia un objeto otro, que constituye el destino de la intimidad y de la realización amorosa. Los destinos del objeto sexual son por ende, asunciones que el sujeto hará de acuerdo a su historia y a su deseo, a lo que descubre de éste y a cómo lo encadene en los significantes heredados. Lo importante es cómo se continúa la sujeción al destino comunitario en esta particularidad que los muchachos y muchachas desarrollan en esta etapa y en las posteriores. 10.1
Un deseo difuso y vergonzoso: la presión social
La entrada a la vida como sujeto deseante es difusa y muchas veces, vergonzosa. Hablo de sujeto deseante en relación a la elección de objeto sexual, de vinculación amorosa que implica la definición de un deseo sexual. Tenderé a no separar el impulso sexual de su objeto catectizado y del contexto amoroso porque a pesar de que la sexualidad comienza en un impulso (la excitación), se orienta a la vinculación o al deseo de ésta. Puede tomar otras variantes y no llegar nunca a la vinculación, manteniéndose como un impulso o satisfaciéndose sin generar un contexto amoroso, pero no hablamos de la sexualidad como un acto específico y genital, sino como un proceso que genera la aspiración a relacionarse afectiva y sexualmente con un otro. Por ende, la entrada del pre‐adolescente a su condición de ser sexuado a los 10, 11 ó 12 años es difusa, inespecífica. La biología ha llamado a esto la entrada en la pubertad, connotando con esto la maduración de las características sexuales primarias y secundarias. En el hombre, la maduración de las gónadas que posibilita la secreción de semen y en la mujer la maduración del aparato reproductivo que produce la menarquía, o primera menstruación. En ambos casos hay maduración de los genitales y del cuerpo (el pene, los pechos, redondeo de la figura en las
148
mujeres, abultamiento del vientre, desarrollo de masa muscular y salida de vello púbico, axilar, brazos y piernas, y en los hombres comienza a salir vello en el pecho, en la cara y en el abdomen). A los hombres se les enroca la voz y comienza a desarrollarse la “manzana de Adán”. Las facciones faciales también comienzan a cambiar y mutan por rasgos más definidos, menos infantiles. Este proceso, que comienza con la pubertad y continúa hasta la juventud, va definiendo el paso del niño a hombre y de la niña a mujer, posibilitando como directa consecuencia el inicio de la vida sexual. Junto con esto, introduce la posibilidad de volverse conscientes de la excitación. En esto hay que ser claro: la posibilidad de excitarse proviene de la dotación biológica del cuerpo, por ende ha estado presente siempre. Pero los niños no suelen ser conscientes de esta potencialidad hasta que la maduración los blinda para esto (o el abuso sexual interrumpe el desarrollo natural del sujeto, acelerándolo). El despertar sexual en la excitación suele ser espontáneo y dado que esta potencialidad ha estado siempre presente, el pre‐adolescente tiene huellas mnémicas de goce incorporadas a partir de las exploraciones y descubrimientos infantiles. Por ende, muchos niños y niñas descubren en la masturbación una fuente de goce que permite que conozcan este cuerpo que va cambiando rotundamente con la pubertad y se aproximen a la vorágine emocional que el desarrollo hormonal produce en relación al objeto de deseo. Este es el sentido psicológico de la masturbación en la pubertad: la fuente de placer que conlleva la satisfacción de la excitación permite adentrarse en un fenómeno que para el muchacho o la muchacha tiene ribetes de catástrofe. Ellos se ven al espejo y no reconocen algunos aspectos de su cuerpo; parte de la gracia y del atractivo de la niñez se ha perdido, ocupando en su lugar características y rasgos que no están del todo formados y que involucran torpeza psicomotriz y desorientación espacial. A los pre‐adolescentes les toma tiempo acostumbrarse a esta nueva corporalidad, dominar el cuerpo y sus extremidades que han crecido abruptamente, retomar el equilibrio, lograr precisión y eficiencia en los movimientos. También implica un esfuerzo considerable apreciar estos cambios físicos y valorarlos. Los adultos se vuelven más inquisitivos con los púberes, a sabiendas que ocurren cambios en su sexualidad aumenta el control y comienzan las indirectas respecto al sexo opuesto. Éstos manifiestan en estas conductas parentales cambiantes su temor a que la vida sexual comience tempranamente. Para el púber esta preocupación adulta es absurda y desatinada, experimentada con gran vergüenza porque ellos aún no se hacen conscientes de su deseo en relación una vida sexual con otro sujeto, si por toda respuesta todavía tienen un gran trabajo aceptándose a sí mismos como para pensar en seducir a otro. Es precisamente a través de la masturbación como los pre‐adolescentes desarrollan una relación de goce con su propio cuerpo y logran visualizar la sexualidad floreciente como un fenómeno
149
deseable y positivo. Comienzan a desarrollar activamente la fantasía, descubriendo qué cosas les gustan o les atraen, y de esta forma logran decodificar las conductas de seducción y conquista que encontrarán en todo tipo de historias, películas, videos y material que ofrecen los medios de comunicación masiva y el internet, a los que se harán bastante asiduos. 10.2
Cambios en el comportamiento: cuando se tiene conciencia del sexo opuesto
Algunos pre‐adolescentes relatan que el cambio lo notan cuando pasan de “encontrar linda a una niña” a sentir incomodidad y nervios al aproximarse físicamente a ésta. La incorporación del sentido de proximidad y distancia física es frecuente en esta etapa, especialmente en las niñas que tienen una presión social mayor para inhibir sus deseos sexuales y aplacar el asedio de un pretendiente. Quizás ésta sea la diferenciación más rotunda que haga el mundo adulto sobre la pre‐adolescencia respecto al surgimiento de la sexualidad: en el hombre la estimulación del deseo sexual y de las actitudes de conquista heterosexual son abiertamente reforzadas y valoradas; en la mujer en cambio, el deseo sexual se transforma en un romanticismo platónico y es llevado al plano del secreto. Es frecuente que las jovencitas escondan con vergüenza el nombre del chico que les gusta y sólo lo revelen como un acto de mucha confianza a algunos adultos y/o amigas de su edad. El sentido que ha estado a la base de esta lógica cultural de los sexos es dilatar la iniciación sexual, y lo que introduce esta forma de concebir la expresión del deseo es que el hombre debe conquistar a la mujer, y la mujer debe seducir al hombre. La conquista implica un cortejo, una serie de acciones que realiza el hombre para convencer a la mujer de que él es el que ella quiere. El contexto apropiado para esta conquista es la popularidad del macho, su supremacía física y/o intelectual, sus dotes sociales, su físico y su fuerza. Estas son características que se asocian con la posibilidad de proteger, proveer y trabajar, y aunque todas estas necesidades no son propias de los pre‐adolescentes ni están en su horizonte, son códigos que incorpora la cultura porque han sido parte de la historia con que ésta se ha construido y en la vida adulta éstos han sido requerimientos indispensables para formar hogares que permitan la reproducción y la preservación de la especie. La seducción implica atributos físicos, características de personalidad e inteligencia que son utilizados para mostrarse ante el hombre y volverse objeto de su deseo. Se trata de dificultar la conquista pero incitarla. A la mujer se le enseña a ser difícil de conquistar e inalcanzable, pero no tanto que inhiba al hombre de desearla. Lo que es evidente es que en este modelo la mujer desea, y elige al hombre que le interesa, y luego lo seduce para que él crea que él la ha elegido. Ocurre también que el hombre pueda fijarse en ella antes de haber sido visualizado por la mujer, y luego intentar conquistarla para mostrarle su interés y producir qué ella a su vez se interese. De la misma manera en que el muchacho resulta condicionado por su entorno cultural en características que desconoce y no son parte de sus necesidades, en la muchacha gran parte de lo
150
que aprende a hacer para seducir es una condicionante cultural y tiene sentido únicamente en la historia de la especie. Hago esta aclaración porque en los últimos años –y por diversas razones culturales‐ los patrones asociados a las conductas de género y a las conductas sexuales se han modificado drásticamente, de la misma forma que la subsistencia de la especie y la formación de las parejas han tenido una mutación creciente y sistemática. Como veremos en el apartado siguiente, uno de los cambios más importantes dentro de lo que se ha mencionado es que la iniciación sexual hoy es más temprana. Pero también las características de la seducción y de la conquista están mutando, equiparándose: los hombres se feminizan y las mujeres se masculinizan. Incluso hoy es más frecuente que abiertamente algunos hombres planteen que no les interesa conquistar o seducir a una mujer, sino a un hombre; y que una mujer opte por seducir o conquistar a otra mujer: hasta hace algunos años esto ocurría igual, pero ninguno de ellos ni ninguna de ellas se atrevía a plantearlo abiertamente a sus pares o a los adultos. 10.3
Las primeras relaciones amorosas y la iniciación sexual temprana
En los albores de la adolescencia comienzan las primeras relaciones amorosas y la iniciación sexual de un importante grupo de muchachos y muchachas. De acuerdo a un Censo Comunal realizado en población escolar en la comuna de Estación Central (SENDA, 2010), el inicio de la vida sexual comienza entre los 13 y 14 años. Esta cifra es concordante con estudios nacionales e internacionales (Fierro, 1995/1990; MINSAL, 2000), mostrando que la tendencia mundial es a la disminución en la edad de inicio de la vida sexual, generalmente asociada a los cambios culturales que fueron enunciados en el apartado anterior. Los pre‐adolescentes viven este ingreso en las relaciones amorosas como una conquista de autonomía y adultez, siendo éste uno de los criterios fundamentales por los que inician su vida sexual. En las redes sociales, hoy ampliamente extendidas entre los jóvenes, se puede observar que ellas narran su vida sexual y afectiva como un rito iniciático por el que “pasan a ser mujeres”, comentando entre sus amigas (pero a vista y paciencia del mundo virtual) “lo bacán que es hacerlo con el hombre que amas”. Llama la atención esta alusión al amor; en Facebook lo común es que el estado con que se presentan es el de “casada” o “casado”, evidentemente aludiendo a un compromiso que no pueden –de hecho‐ asumir, por la dependencia económica y material de sus propios padres. Incluso los embarazos tempranos frecuentemente son asumidos por los padres, relegando a las niñas a un lugar de hermanas mayores de sus hijos. Es evidente que no todas las niñas se embarazan a los 13 o 14 años, ni antes, ni hasta muchos años después. Asimismo, también se puede presumir que no todos los jóvenes (ni las jóvenes) inician su vida sexual a la misma edad. Como ya se ha visto en la descripción de otros cursos del desarrollo en esta etapa, los factores tienen diferentes ponderaciones en el resultado conductual.
151
La experiencia sexual y/o las relaciones amorosas pueden constituir una aventura para los pre‐ adolescentes, tal y como el callejeo o la pertenencia a una pandilla, la pertenencia a una Escuela de Circo o el desarrollo de una disciplina artística o deportiva. Esto explicaría las verbalizaciones en las redes sociales realizadas por las jóvenes a las que nos referíamos anteriormente, toda vez que la relación amorosa sería experimentada como un “rito de paso hacia la adultez” o hacia una definición de sí mismas de mayor empoderamiento y fortaleza, de acuerdo a las definiciones de sujeción cultural a las que se han adscrito. Separo entre la experiencia sexual y las relaciones amorosas porque de hecho, pueden ser aventuras de diferente índole, incluyentes o excluyentes. Hace algunos años se puso de moda la tribu urbana de los pokemones en Chile, y una de sus características tribales era el ponceo. Éste consistía en intimar indiscriminadamente con varias personas durante un lapso acotado de tiempo, en una instancia de interacción social definida (una fiesta, un carrete diurno en un parque, etc.). Asociado a las experiencias sexuales y/o amorosas tempranas surge el consumo de alcohol y/o drogas desde edades de inicio cada vez menores (SENDA, 2012). Hoy en día esta promiscuidad sexual persiste entre los jóvenes –específicamente en la pre‐adolescencia‐ y se le denomina “pelarse”. Es común –esto de pelarse‐ entre jóvenes ligados a la vida pandillera y en la cultura “flaite”, o Narcocultura. Cabe destacar que la Narcocultura es un fenómeno que se asienta en toda la población, y no sólo entre narcotraficantes. Corresponde a las características y rasgos culturales específicos del traficante, pero es una cultura aspiracional de estatus en las poblaciones y no se restringe al que ejecuta el tráfico, el microtráfico o ejerce de soldado, sino que se extiende como símbolo de poder a toda la población aunque el sujeto no consuma drogas ni se vincule con la distribución de los estupefacientes (Covarrubias, 2013; SSP, 2010). Símbolos de la Narcocultura en nuestro país son el reggaetón, la bachata dominicana, los cortes de pelo tribales y el bling‐bling, o joyas que se ostentan como piercings o colgajos. Desde este análisis, la experiencia sexual y las relaciones amorosas de gran intensidad vividas por los pre‐adolescentes son también un criterio de incorporación en la cultura juvenil imperante, con la que se relacionan desde los medios de comunicación (y específicamente con mayor fuerza en las redes sociales), una suerte de modelos que son asumidos por los grupos y como tendencia en los barrios o en los círculos sociales más inmediatos. Claramente a estos modelos escapan muchos jóvenes que establecen otros códigos para relacionarse, muchas veces otras aspiraciones de autonomía y sujeción grupal. Que la edad de inicio para la actividad sexual disminuya progresivamente en la sociedad contemporánea no implica que todos los jóvenes deban iniciarse sexualmente a los 13 o 14 años, pero sí implica una facilitación cultural mayor y una presión social –desde los pares‐ mayor para tener relaciones sexuales siendo más jóvenes.
152
10.4
Cambios en el grupo de amigos por la presencia del sexo opuesto
La radiografía efectuada a la iniciación de la vida sexual en la pre‐adolescencia en el apartado anterior nos habla de una tendencia de los jóvenes a incorporar en su cultura el emparejamiento como un criterio de sujeción social o pertenencia generacional. Sabemos que el destino natural de los seres humanos es el emparejamiento desde el momento que surge la potencialidad para la vida sexual en la pubertad; a lo que asistimos es a los cambios en la edad de inicio de la vida sexual y a la forma en la que son vividas estas relaciones por los pre‐adolescentes en la cultura juvenil. Puede suponerse entonces que esta tendencia se exprese de modos particulares en la conformación de la grupalidad durante esta etapa, vale decir, que los grupos de amigos o los grupos de amigas experimenten un impacto a partir de la incorporación de otros miembros a raíz de los emparejamientos y/o de los contactos sexuales. La naturaleza de este desarrollo ha estado marcada por el surgimiento progresivo de la intimidad a lo largo de toda la etapa. Si bien la amistad comienza muy indiferenciada en los comienzos de la pre‐adolescencia, los grupos se van cercando y estableciendo conforme las experiencias y las aventuras vividas permiten el surgimiento de una identidad y cohesión grupal. Estas experiencias permiten una vivencia emocional y adrenalínica que facilita las confidencias entre amigos. A medida que el pre‐adolescente se vuelve consciente de sí mismo, surgen como problema y/o angustia algunas temáticas que antes no eran verbalizadas conscientemente, y que generalmente eran depositadas en su corporalidad: la relación con sus padres, o entre sus padres, con sus hermanos o sus hermanas. Entre los miembros del grupo, cada joven irá eligiendo un confidente en quien depositar aquellos temas que al volverse conscientes, necesita hablar. Muchas veces este confidente no es un par, sino un adulto de su entorno cercano, o tiene a ambos alternadamente. Esto se relaciona con el tipo de vínculos que establece en su grupo y el tipo de actividades y experiencias que comparten grupalmente. Las dinámicas al interior de algunos grupos implican que ciertos miembros –o todos sus miembros‐ erijan una personalidad pública, que es un personaje de lo que quisieran ser más que una proyección de lo que son. En contextos altamente aspiracionales, como los que he descrito en la Narcocultura, la figura del flaite y del choro responden más a un modelo aspiracional que a un consolidado, toda vez que el proceso de transformarse en choro es largo, arduo y sacrificado, implicando en la mayor parte de las veces, dañar o hacer daño conscientemente a otros (Covarrubias, 2013). En estos casos es frecuente que el confidente sea un adulto de confianza, o que sea un confidente para algunas temáticas y que utilice otro par en el que deposite confianza para otro tipo de conversaciones. También es factible que esta diversificación de las temáticas se manifieste en la generación de vínculos confidentes con diferentes pares, y precisamente aquí que se introduzca la figura de un externo al grupo, una amiga o un amigo. Ya en los albores de la adolescencia (13‐14 años) los grupos han perdido gran parte de su hermetismo y producto de la intensificación del interés
153
sexual, se han abierto las puertas a que los integrantes del grupo tengan vínculos o relaciones con otras personas, especialmente aquellas que representan un interés sexual o amoroso. El proceso no es tan fluido, muchas veces los amigos más cercanos dentro del grupo resienten la aparición de una nueva figura de apego, porque implica ser desplazado y confrontarse con que no tiene mucho más de donde agarrarse. Las relaciones de amistad en la pre‐adolescencia (y ocasionalmente durante la adolescencia y hasta la juventud) son muchas veces el único vínculo contenedor que tienen los jóvenes. Que se incorporen nuevos vínculos amorosos no significa que en un grupo todos sus miembros, o los más amigos, coincidan temporalmente en establecerlos, por lo que es natural suponer que uno de los amigos quedará considerablemente más solo la mayor parte del tiempo y resintiendo en esta soledad la aparición de alguien que ocupa su lugar. Esto es lo que denominamos celos, y son muy frecuentes en la amistad durante la pre‐ adolescencia y la adolescencia. Los jóvenes y las jóvenes frecuentemente bromean respecto a sus amistades como “mi pololo” o “mi polola”, dado la proximidad y la cercanía que ostentan. Precisamente esta broma con que se nomina esta proximidad en la amistad sirve de andamiaje para la iniciación de una búsqueda de objeto sexual y amoroso, en la medida que circunscribe la necesidad de una intimidad amorosa y sexual mayor y la sitúa en un contexto diverso a la relación de amistad que proviene de la niñez o de la pre‐adolescencia. Referencias Bibliográficas Allouch, J. (2006). Erótica del duelo. En tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: Ediciones Literales. Allouch, J. (2004). La sombra de tu perro. Discurso Psicoanalítico. Discurso Lesbiano. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Allouch, J. (2001). El sexo del amo. El erotismo desde Lacan. Buenos Aires: Ediciones Literales. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980a). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Balboa, J. M. (2006). Estudio de la noción de Grupalidad en el marco de las Teorías Psicoanalíticas Grupales. http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/balboa_j/html/index‐frames.html Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara.
154
Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. & Moreno, C. (1995/1990). Relaciones sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 285‐296). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Chile, Ministerio de Salud Pública (MINSAL). (2000). Estudio Nacional de Comportamiento Sexual. Autores: Anabella Arredondo, Michel Giraud, Eduardo Goldstein, María Pía Olivera y Loreto Bravo. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Domb, B. (1996). Más allá del falo: lo real del padre, el goce femenino, fin de análisis ‐ el pase, las psicosis. Buenos Aires: Lugar. Duarte, K. (2002) Mundo jóvenes, mundos adultos: lo generacional y la reconstrucción de los puentes rotos en el Liceo. Una mirada desde la convivencia escolar. Revista Última Década, marzo, N° 16, pp. 99‐118. Viña del Mar: Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas. Eliacheff, C. (1993). El cuerpo y la palabra. Ser psicoanalista con los más pequeños. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C.
155
Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foladori, H. (2001). El grupo operativo (de) formación. Santiago: Universidad Bolivariana. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Glass, J. (2006). The whole world over. Nueva York: Anchor Books. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 265‐275). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Halperin, D. (1999). ¿Por qué Diótima es una mujer? El erôs platónico y la representación de los sexos. Córdoba: Litoral. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Le Gaufey, G. (2007). El NoTodo de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Luhmann, V. (1996). Observaciones de la modernidad: racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Madrid: Paidós. Maturana, H. & Dávila, X. (2008). Habitar humano en seis ensayos de biología‐cultural. Santiago: JC Sáez. Maturana, H. & Varela, F. (1997). De máquinas a seres vivos. Porto Alegre: Artes Médicas.
156
Maturana, H. (2004). Desde la biología a la psicología. Santiago: Universitaria. Maturana, H. (1998). Emociones y lenguaje en educación y política. Porto Alegre: UFMG. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. México, Secretaría de Seguridad Pública (SSP). (2010). Jóvenes y Narcocultura. Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana. Ciudad de México: Gobierno Federal. Moro, J. (2006). Juventudes, Violencia y Exclusión: Desafíos para las Políticas Públicas. Javier Moro (Ed.). Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES), Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), Norwegian Ministry of Foreign Affairs (NMFA). Guatemala: MagnaTerra. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Navarro, V. (2002). El afán de jugar: teoría y práctica de los juegos motores. Barcelona: INDE. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Pichón‐Rivière, E. (1972). Aportaciones a la didáctica de la psicología social, En El proceso grupal (pp. 205‐213). Buenos Aires: Nueva Visión. Pozo, J. I. (1987). La historia se repite: las concepciones espontáneas sobre el movimiento y la gravedad. Revista Infancia y aprendizaje, 38, pp. 68‐87 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Pugmire‐Stoy, M. C. (1996). El Juego Espontáneo: Vehículo de Aprendizaje y Comunicación. Madrid : Narcea. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros.
157
Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Rozenthal, A. (2005). El juego, historia de chicos: función y eficacia del juego en la cura. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas. SENDA/Nacional (2012). Noveno Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar de Chile 2011. Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol, SENDA. Ministerio del Interior y Seguridad Pública: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2012). Política Comunal de Prevención del Consumo de Drogas y Alcohol de Estación Central Período 2013‐2016. Autores: Sergio Alvarado y Álvaro Covarrubias. Santiago: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2010). Censo Diagnóstico Comunal en 1.600 alumnos de establecimientos educacionales de Estación Central. Consumo de drogas y alcohol, funcionalidad familiar, capital social de los estudiantes, conductas de riesgo y actitud frente a la violencia. Autor: Sergio Alvarado Gamboa. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. Zsögön, C. (2006). La Industria Cultural, su relación con la Alienación y el Consumismo en las Sociedades de Masas. Tesina para la obtención del grado de Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza: UNC.
158
Capítulo 11 El continuo del sí‐mismo, logro de la pre‐adolescencia No pudo pensarse un nombre menos adecuado para esta etapa que la pre‐adolescencia (en realidad ha sido considerado una sub‐etapa; Berwart & Zegers, 1980; Good & Brophy, 1995), y ésta nominación hace referencia a un paso previo que ocurre durante la adolescencia. Comenzó a utilizarse el término pre‐adolescencia para oponerlo al concepto biológico de pubertad, ligado al crecimiento y maduración de las características sexuales, en la medida que se le reconocían características psicológicas propias a estos sujetos a partir de los cambios ocurridos en la pubertad (Palacios, 1995/1990). Sin embargo, en la mercadotecnia norteamericana, surge hace algunos años la denominación teens, que refería a los niños y niñas entre 13 y 19 años como un segmento de mercado específico; este gran grupo que aúna adolescentes y púberes era visto como una gran audiencia con tendencias y preferencias generacionales y una capacidad de consumo dependiente de otros adultos y de la administración del dinero que éstos les entreguen (mesadas, trabajos esporádicos, etc.). La mercadotecnia nuevamente plantea una clasificación en la entrada al siglo XXI a partir de las tendencias de consumo y las pautas de crianza, tanto en relación a la administración del dinero como a la relación misma con el consumo y las sujeciones sociales que se crean en el grupo de pares a partir de estos nuevos hábitos y de aspectos aspiracionales. A este grupo emergente se le llama tweens, y corresponde a niños entre 8 y 13 años, caracterizándolos como niños que se sienten menos identificados con las características y preferencias tradicionales de la infancia, altamente orientados al logro y a la competencia; han sido definidos como los “preadolescentes más consumistas de la historia” y sus productos estrellas son los aparatos reproductores de mp3 y los celulares (Marketing Data‐Red.com). La terminología proviene de la palabra inglesa “bewteen” (traducido: entre medio), y hace referencia a que son demasiado grandes para ser considerados niños y demasiado chicos para ser considerados adolescentes. Un análisis desde una perspectiva de desarrollo más integradora que el consumo y las preferencias de consumo evaluadas por encuestas y otros mecanismos cualitativos de sondeo de mercado permiten suponer que hay una ligazón tempo/espacial con el sistema escolar y su estructura. En Estados Unidos, donde esta nomenclatura nace, el sistema escolar tiene tres momentos y generalmente tres edificios independientes dentro de la progresión escolar obligatoria (la mayor parte de las veces, incluso éstas corresponden a instituciones diversas): lower school, middle school y upper school. En Chile, esta estructura es similar (al menos hasta que entre en vigencia la modificación a la estructura del sistema escolar mandatada en la Ley General de Educación): primer ciclo básico (que corresponde al lower school), segundo ciclo básico (que corresponde al middle school) y educación media (correspondiente al upper school). La diferencia radicaría en que primer ciclo y segundo ciclo básico en nuestro país corresponden a la educación básica y suelen estar ubicados en mismo edificio y en la misma institución, salvo algunas instituciones particulares o particular
159
subvencionadas que he conocido en que se edifican independientemente siguiendo al modelo norteamericano. Algunos colegios en nuestro país integran la educación básica y la media en un solo edificio o establecimiento siguiendo otros modelos educacionales en el mundo. Desde esta mirada, ligada al sistema escolar, los tweens corresponderían al espacio entre la educación básica en primer ciclo y la educación media, donde son los niños “grandes” de la básica pero no son tan grandes como para ser considerados jóvenes y por ende, ostentar mayor independencia y autonomía; pero son lo suficientemente grandes como para ostentar esa “mayoría de edad” respecto a los niños del primer ciclo. Esto se condice con algunas condiciones ampliamente extendidas dentro del sistema educacional: la jornada escolar completa, por ejemplo, afecta a los niños desde tercero básico en adelante, y eso genera en las Escuelas un espacio temporal cotidiano y significativo en que el establecimiento tiene utilización exclusiva para los estudiantes entre tercer y octavo básico (mayoritariamente los establecimientos están divididos en escuelas y liceos), permitiendo de este modo que los mismos niños establezcan modos de funcionamiento adecuados a sus intereses, se distribuyan espontáneamente los espacios al interior del establecimiento y regulen la cultura estudiantil. Por otro lado, es frecuente que las tandas de recreo las Escuelas separen entre los niños de primer ciclo (y específicamente, los más chicos de primero y segundo básico) y el resto de los estudiantes. En un estudio realizado anteriormente, en el contexto del libro “Subvención Escolar Preferencial: Bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia” (Covarrubias, 2012) se establece un índice de conflictividad generalizada (ICG) que aumenta progresivamente en los cursos superiores al tercero básico, asentándose en un punto de equilibrio entre quinto y sexto básico, cuando comienzan a diversificarse los intereses de funcionamiento grupal. En conclusión, este análisis del surgimiento de los tweens en la mercadotecnia –al menos en nuestro país‐ debe considerar su origen en el sistema escolar. El mercado tiene una motivación enorme –y gran cantidad de recursos‐ para estudiar las modificaciones en la composición y/o dinámica social que inciden en las tendencias y capacidades de consumo, por lo que me parece evidente que desde ese dominio se haya evidenciado el surgimiento de un grupo con una identidad etaria tan marcada. Los pre‐adolescentes hace 30 años no tenían las redes sociales, la tecnología, ni el desarrollo de contenidos programáticos de entretención que tienen los tweens hoy en día, ni la invasión de mensajes publicitarios que rodea a todas estas fuentes de información. Hipotetizo que estas alternativas de consumo que representan las redes sociales (internet), la tecnología (celulares, mp3), y los programas de televisión desarrollados para ellos utilizan la Escuela como contexto para la comparación social y el establecimiento de modelos aspiracionales sociales; por la coexistencia de estos niños y niñas en un contexto comunitario, y precisamente cuando el mandato social impele en el desarrollo de estos sujetos la sujeción institucional y social entre pares a través de la formación de grupos, el funcionamiento normativo, el desarrollo de la noción de logro, la formación del carácter y la concientización de un sí mismo articulador.
160
De esta forma, la comunicación masiva potencia lo que ocurre en la historia de los niños (la incorporación social), dándole un curso específico a ese desarrollo y exigiendo de éste las características que ha ido tomando en los últimos años (muchachos y muchachas muy competitivos, más determinados, exigentes, muy conscientes de sus gustos, que tienen un despertar sexual temprano y una tendencia mayor a incorporarse en relaciones amorosas genitalizadas, probablemente porque anhelan la libertad y autonomía de los adolescentes a quienes imitan modélicamente). Esto sería precisamente lo que los tweens elaborarían en la convivencia escolar. Es probable que esto sufra modificaciones a partir del cambio de la estructura del sistema escolar en Chile, quedando pendiente una revisión de esta división en etapas que he propuesto en este libro. Puede que sea necesario replantearse esta etapa que se ha considerado históricamente como intermedia; pero también puede que esta etapa en el desarrollo se haya consolidado y no sea reversible, porque esté incorporada en las dinámicas sociales más amplias. Lo que me parece ineludible es que desde la psicología del desarrollo no podemos ya hablar de primera infancia, segunda infancia, edad escolar, pre‐adolescencia y adolescencia. Estas categorías están superadas por el dinamismo de la organización social y escolar. Los pre‐ adolescentes o tweens conforman una etapa del desarrollo porque consolidan el trabajo de sujeción social comenzado en el ingreso a las instituciones escolares (llamado etapa escolar) en un proceso de concientización de la experiencia, y a partir de ésta, la construcción de un sí mismo y de estilos vinculares que le permiten operar en la sociedad desde un mayor protagonismo y una participación progresivamente más activa. Lo que queda pendiente es asignar un nombre que no refiera a la carencia (pre‐adolescencia), sino al logro (de la amistad). Referencias Bibliográficas Allouch, J. (2006). Erótica del duelo. En tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: Ediciones Literales. Allouch, J. (2004). La sombra de tu perro. Discurso Psicoanalítico. Discurso Lesbiano. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Allouch, J. (2001). El sexo del amo. El erotismo desde Lacan. Buenos Aires: Ediciones Literales. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial.
161
Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980a). Psicología del escolar. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Balboa, J. M. (2006). Estudio de la noción de Grupalidad en el marco de las Teorías Psicoanalíticas Grupales. http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/balboa_j/html/index‐frames.html Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Carretero, M. (1979). ¿Por qué flotan las cosas? El desarrollo del pensamiento hipotético‐ deductivo y la enseñanza de las ciencias. Revista Infancia y aprendizaje, 8, pp. 7‐22 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Céspedes, A. (2013). Déficit Atencional en niños y adolescentes. Santiago: Ediciones B. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. & Moreno, C. (1995/1990). Relaciones sociales: Familia, Escuela, Compañeros. Años
162
escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 285‐296). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Chile, Congreso Nacional. (2011/2009). Ley 20.370, que establece la ley general de educación. Biblioteca del Congreso Nacional, http://www.bcn.cl Chile, Ministerio de Salud Pública (MINSAL). (2000). Estudio Nacional de Comportamiento Sexual. Autores: Anabella Arredondo, Michel Giraud, Eduardo Goldstein, María Pía Olivera y Loreto Bravo. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Domb, B. (1996). Más allá del falo: lo real del padre, el goce femenino, fin de análisis ‐ el pase, las psicosis. Buenos Aires: Lugar. Duarte, K. (2002) Mundo jóvenes, mundos adultos: lo generacional y la reconstrucción de los puentes rotos en el Liceo. Una mirada desde la convivencia escolar. Revista Última Década, marzo, N° 16, pp. 99‐118. Viña del Mar: Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas. Eliacheff, C. (1993). El cuerpo y la palabra. Ser psicoanalista con los más pequeños. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foladori, H. (2001). El grupo operativo (de) formación. Santiago: Universidad Bolivariana. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa
163
México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. & Lacasa, P. (1995/1990). Procesos Cognitivos Básicos. Años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 235‐250). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós. Glass, J. (2006). The whole world over. Nueva York: Anchor Books. González, M. & Padilla, M. L. (1995/1990). Conocimiento social y desarrollo moral en los años escolares. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 265‐275). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Halperin, D. (1999). ¿Por qué Diótima es una mujer? El erôs platónico y la representación de los sexos. Córdoba: Litoral. Hidalgo, V. & Palacios, J. (1995/1990). Desarrollo de la Personalidad de los 6 a los 12 años. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 277‐284). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Le Gaufey, G. (2007). El NoTodo de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas. Buenos Aires: El Cuenco de Plata.
164
Luhmann, V. (1996). Observaciones de la modernidad: racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Madrid: Paidós. Medrano, C. & Aierbe, A. (2008). Valores y contextos de desarrollo. En Revista de Psicodidáctica, volumen 13, N° 1, sin mes, 2008, pp. 53‐67. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. México, Secretaría de Seguridad Pública (SSP). (2010). Jóvenes y Narcocultura. Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana. Ciudad de México: Gobierno Federal. Moro, J. (2006). Juventudes, Violencia y Exclusión: Desafíos para las Políticas Públicas. Javier Moro (Ed.). Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES), Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), Norwegian Ministry of Foreign Affairs (NMFA). Guatemala: MagnaTerra. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Navarro, V. (2002). El afán de jugar: teoría y práctica de los juegos motores. Barcelona: INDE. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Pichón‐Rivière, E. (1972). Aportaciones a la didáctica de la psicología social, En El proceso grupal (pp. 205‐213). Buenos Aires: Nueva Visión. Pugmire‐Stoy, M. C. (1996). El Juego Espontáneo: Vehículo de Aprendizaje y Comunicación. Madrid : Narcea. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Reboredo, A. & Espinosa, A. (1983). Jugar Es un Acto Político: El Juguete Industrial, Recurso de Dominación. Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. Texas: Universidad de Texas.
165
Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Rozenthal, A. (2005). El juego, historia de chicos: función y eficacia del juego en la cura. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas. SENDA/Nacional (2012). Noveno Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar de Chile 2011. Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol, SENDA. Ministerio del Interior y Seguridad Pública: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2012). Política Comunal de Prevención del Consumo de Drogas y Alcohol de Estación Central Período 2013‐2016. Autores: Sergio Alvarado y Álvaro Covarrubias. Santiago: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2010). Censo Diagnóstico Comunal en 1.600 alumnos de establecimientos educacionales de Estación Central. Consumo de drogas y alcohol, funcionalidad familiar, capital social de los estudiantes, conductas de riesgo y actitud frente a la violencia. Autor: Sergio Alvarado Gamboa. Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
166
Zsögön, C. (2006). La Industria Cultural, su relación con la Alienación y el Consumismo en las Sociedades de Masas. Tesina para la obtención del grado de Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza: UNC.
167
EJE IV EDUCACIÓN MEDIA
168
Capítulo 12 La presión social del ingreso en la Educación Media Para alguien que haya hecho una lectura aguda de este manual será fácil comprender que el intento ideológico que trasunta a este escrito es rescatar al sujeto en desarrollo de las prisiones simbólicas en las que la opinión pública –y muchas veces la academia‐ ha circunscrito a los jóvenes. Cecilia Braslavsky (1987) define que la juventud está integrada por todos aquellos que poseen un margen mayor de autonomía que el de los niños y menor que el de los adultos. Hemos dedicado gran parte de este libro a definir esa autonomía y a describir cómo se adquiere, cuidando específicamente aclarar que autonomía implica sujeción a una trama social, porque la existencia humana es inherente a la pertenencia a una comunidad, desde la que se desprende y a la que inevitablemente se integra. Pero ¿qué significa en concreto esta pertenencia a la comunidad?; es lo que hemos intentado dilucidar a lo largo de estos capítulos y para lo que nos hemos valido de ejes, según tramos de edad que circunscriben etapas dentro de la institucionalidad escolar. La elección de la escolaridad como guía para el desarrollo no es un capricho, sino la evidencia de que el sujeto existe como tal en la institucionalidad, de la misma forma que todos los sistemas se engarzan en una estructuración social que responde a institucionalidades recursivas y progresivas (Luhmann, 1996). El sujeto pertenece a una familia, a un barrio, a una institución educativa o a un una organización en la que trabaja; será parte de un sistema de salud; su barrio pertenecerá a una junta vecinal y a un municipio, y en todos los otros ámbitos tendrá vinculación con un gobierno regional o central; estará rodeado de publicidad, propaganda y oferta en un mercado donde realizar transacciones y generar obligaciones. Consumirá entretención, información y quizás cultura a través de diferentes medios masivos o circunscritos de comunicación. Será parte de modas, tendencias, estilos. Su vida estará institucionalizada, generando una dimensión pública y una privada de su existencia. María del Carmen Feijoo (2005, septiembre) hace un análisis desde la institucionalidad escolar argentina de las representaciones sociales de la juventud y de la sujeción escolar en los sectores más pobres. En un interesante artículo, la autora plantea que los márgenes de autonomía están determinados por dimensiones sociales, económicas, culturales y de época. Al respecto plantea: “hay un aire de adultez anticipada en estos chicos. No es novedad. Ya hemos dicho que los estudios sociológicos de los ciclos de vida han destacado reiteradamente que la probabilidad de pasar de manera plena por cada una de estas etapas depende, en parte, de la condición económica de los hogares. Dicho de otra manera, que no hay niñez ni adolescencia plena para los pobres involucrados prematuramente en la resolución de los problemas de la vida cotidiana en sus hogares.” (ibíd., p. 148) Según la autora, los pobres –por la pobreza‐ efectivamente tienen una vida más difícil. Eso nos lleva a pensarlos como vulnerables, y a pensar en la escasez de oportunidades como un
169
impedimento para su desarrollo. A lo largo de estas páginas he recurrido muchas veces a mi experiencia en el trabajo poblacional para describir algunas derivas en la agrupación y la sujeción social que están relacionadas con la formación de pandillas y la Narcocultura, lo que podría dar la impresión de que en las poblaciones el destino de los jóvenes es precisamente la delincuencia, la deserción escolar y la marginalidad. Nada más errado; sin desconocer que en las poblaciones existe un nivel de inseguridad importante, no se puede obviar el hecho de que “en estos bolsones de pobreza intensa –caracterizados por subculturas a veces locales, con modos de vida delincuenciales‐ éstos están lejos de ser los dominantes.” (ibíd., p. 148). Lo habitual es que los adolescentes estén escolarizados, y que muchos tengan sus esperanzas puestas en el Liceo. El hecho de que para muchos jóvenes los problemas económicos cotidianos en el hogar sean una constante, precisamente constituye una preocupación por lo que será su propia vida en el futuro y el bienestar de sus padres cuando éstos no puedan seguir trabajando –y muchas veces por las oportunidades que puedan darle a sus hermanos menores. Muchos adolescentes se dedican a estudiar e intentan trabajar y estudiar paralelamente. En el estudio que desarrolla Feijoo en Argentina (y que coincide con mi apreciación de lo que ocurre en Chile), las bajas tasas macroeconómicas de adolescentes trabajando (trabajo infantil que está prohibido por ley) no coinciden con la alta presencia de muchachos y muchachas en actividades productivas, probablemente porque corresponden a cifras negras dada su ilegalidad y/o la naturalización de algunas tareas, como la ayuda familiar (en negocios familiares, actividad comercial independiente, o en el trabajo de alguno de los adultos del clan familiar). Lo que se constata es que “entre la privación y la voluntad de ser, se desarrollan miles de estrategias dirigidas a aferrarse a la sociedad más allá de las privaciones que el conjunto les coloca como contexto.” (ibíd., p. 142). Mayoritariamente estas estrategias se focalizan en el sistema escolar, primariamente porque es el único capacitado estructuralmente para acogerlos. La dotación de comedores gratuitos y otros beneficios asociados facilita la escolarización para el núcleo familiar, pero por otro lado para muchos adolescentes, el Liceo sigue siendo la única instancia que conoce donde puede desarrollar una serie de aprendizajes que le permitan acceder a modos de subsistencia en el futuro. En el discurso de muchos jóvenes aparece con frecuencia que los “estudios te permiten ser alguien en la vida.” Esta premisa es muy importante, porque sitúa el sistema escolar como un espacio en el que debe intervenirse desde las políticas públicas para generar oportunidades y desarrollo a cabalidad; el mandato a la equidad en la educación implica que su calidad sea suficiente para facilitar el desarrollo de un proyecto de vida. Muchas veces se entiende la escolarización desde una perspectiva de seguridad ciudadana, toda vez que los adolescentes insertos en una institución escolar no están en las calles consumiendo drogas, delinquiendo o generando desorden. Esta mirada en particular –ni bien estadísticamente puede ser certera‐ es un error garrafal que impide visualizar a la juventud en su real dimensión, como sujetos intentando ocupar un lugar que por derecho natural les corresponde.
170
Hay que reconocer también que los Liceos (y las Escuelas) son trincheras de conflictividad social, porque “por su condición de único escenario, son también el espacio privilegiado para el estallido de los conflictos.” (ibíd., p. 142). Lo que ocurre dentro de las Escuelas o Liceos es reflejo de la conflictividad barrial, de la problemática de las poblaciones y de las fallas estructurales de esta sociedad que genera una necesidad económica lacerante en algunas familias, construyendo en muchos jóvenes la merma en la experiencia de esta etapa: la aceleración de la adultez. En Subvención Escolar Preferencial: Bitácora de una Intervención Psicosocial (Covarrubias, 2012) describía el contexto en que crecen muchos narcotraficantes, impulsados algunos desde familias monoparentales a buscarse un modo de subsistencia que les permita creer que pueden salir de la pobreza, sacar a sus madres de ésta y traer bienestar económico al hogar. Obviamente esta historia no es la historia del narcotráfico ni de todos sus integrantes, pero de acuerdo a un estudio realizado por la OIT sobre el trabajo infantil, la mayor parte de las veces quien impulsa a un niño a trabajar y a esclavizarse en este tipo de ocupaciones es precisamente uno de sus familiares directos, y precisamente a partir de la estrechez económica que ahoga la cotidianeidad de sus vidas (OIT/IPEC, 2007). El error consiste en creer que un joven inserto en la estructura del narcotráfico, por el hecho de estar involucrado en actividades ilegales, será candidato a deserción escolar. Nada más incierto. Es posible que esto ocurra, pero la evidencia apunta a que precisamente el estar matriculado en una institución escolar lo protege del cumplimiento de condena en recintos penitenciarios (en virtud de la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente), lo blinda de sospechas frente a las policías y control de investigaciones y le permite acceso inmediato y directo a potenciales consumidores, a clientela habitual y esporádica, y a generar redes de distribución entre sus pares insertos en el establecimiento. Esto abre “una brecha de expectativas entre el perfil del alumno que debería llegar a los Liceos y el que llega, lo que constituye un obstáculo permanente al proceso de enseñanza y aprendizaje” (Feijoo, 2005, septiembre, p. 146). Muchos docentes plantean que lo que afecta el desempeño de los estudiantes no se relaciona únicamente con esta realidad económica sino con el cambio en la organización de la estructura familiar y el perfil actual de una sociedad en la que no se encuentra claramente un sistema de valores legitimado, que oriente las conductas de las personas. Es por esto y por lo generalizado del consumo esporádico, habitual o exploratorio de muchos adolescentes –dada la facilidad con que pueden adquirir u obtener drogas y alcohol,‐ a propósito del apremio económico en muchos hogares, de la obsolescencia de los conocimientos de muchos docentes y de la necesidad de los jóvenes de generar recursos para sí mismos y para sus familias, que se vuelve urgente redefinir la práctica educativa y las estrategias de vinculación con los jóvenes al interior de los Liceos. Muchos están buscando modelos de ejercicio del rol que les sean útiles en su propia vida. Al respecto, Feijoo plantea: “Los mayores, por su parte, se acercan a ellos de manera azarosa, imaginando qué y cuáles conocimientos les van a ser útiles: desde consejos prácticos de cuidado de la presentación
171
del yo –como cuando alguien les aconseja que no se tatúen para no bloquear su acceso al mercado formal de trabajo‐ hasta cómo responder a problemas concretos del currículum.” (2005, Septiembre, p. 147). Cuando me he referido a experiencias alternativas de aprendizaje y educación social, como la Escuela de Circo Teatro, hemos abierto la posibilidad de una inserción social y una ocupación laboral que abre las expectativas de los jóvenes y los invita a formas de organización social alternas y más inclusivas. En la generación de un espíritu comunitario, que involucra la educación de otros a partir de saberes y adiestramientos logrados con disciplina y esfuerzo, ligado este proceso a su vez al placer y a descubrir capacidades y habilidades en un contexto de entretención y validación, los jóvenes de esta Escuela inician un recorrido que puede continuar en la formación para educadores sociales, para monitores de circo, o en el inicio de estudios de Trabajo Social, Pedagogía o Psicología, profesiones todas involucradas con la gestación de dicha Escuela, modelos entre los que ellos han podido desarrollarse. En estos contextos –del cual la Escuela es sólo un exponente‐ no será necesario seguir el consejo del profesor de no tatuarse, porque existen dominios y ámbitos donde el tatuaje u otras manifestaciones de las culturas juveniles no son disruptivos ni generan aversiones. Tal parece que la existencia de una diversidad de contextos en los cuales los jóvenes puedan desarrollarse y las posibilidades que brinda la participación social precisamente apuntan a modos de sujeción institucional que no obliguen al joven a un proceso de endoculturización forzosa que lo desaliente o lo desenraice. Pero no se trata sólo de generar un propedéutico para las disciplinas de las ciencias sociales, como si éstas fueran las únicas vías accesibles para los jóvenes en las poblaciones; de lo que se trata es de abrir campos que permitan un acercamiento gradual y concreto con ciertos dominios del saber que abran las expectativas y horizontes de la juventud hacia la búsqueda y concreción de su propio destino. Planteo esto precisamente como una de las alternativas en que podría redefinirse el quehacer educativo y las prácticas de vinculación con los jóvenes. No se trata de generar Escuelas de Circo en lugar de Liceos académicos, sino de combinar alternativas y estrategias, aprender de las iniciativas alternativas lo que éstas puedan aportar y reformular algunos preceptos que han demostrado inutilidad en el pasado o en el presente. Que los jóvenes sigan asistiendo a los Liceos –a pesar de todo lo que se ha descrito‐ debe ser juzgado como una oportunidad, y aprovechado. A pesar de lo que diga la opinión pública respecto de los jóvenes y de sus intentos de criminalización de sus conductas, los Liceos no son guarderías para potenciales delincuentes ni los jóvenes candidatos a la represión, por el contrario, son sujetos dotados de una dignidad inherente y están llamados a un destino trascendente: protagonizar el presente para construir un futuro, nuestro futuro como humanidad.
172
Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1971). Adolescencia. (pp. 93‐119). Buenos Aires: Ediciones Kargieman. Allouch, J. (2006). Erótica del duelo. En tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: Ediciones Literales. Allouch, J. (2004). La sombra de tu perro. Discurso Psicoanalítico. Discurso Lesbiano. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Allouch, J. (2001). El sexo del amo. El erotismo desde Lacan. Buenos Aires: Ediciones Literales. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Balboa, J. M. (2006). Estudio de la noción de Grupalidad en el marco de las Teorías Psicoanalíticas Grupales. http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/balboa_j/html/index‐frames.html Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Balardini, S., Dávila, O., Paciello, A., Souza, R. & De Freitas, M. V. (2005). Políticas Locales de Juventud. Experiencia en el Cono Sur. Buenos Aires: Friedrich Ebert Stiftung. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Braslavsky, C. (2006). Diez Factores para una Educación de Calidad para Todos en el Siglo XXI. Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 4(2e), pp. 84‐101. http://www.rinace.net/arts/vol4num2e/art5.pdf. Consultado el 26 de Agosto del 2012. Braslavasky, C. (2001). La educación secundaria. ¿Cambio o inmutabilidad? Análisis y debate de procesos europeos y latinoamericanos contemporáneos. Buenos Aires: IIEP. Braslavasky, C. (1987). La juventud argentina: informe de situación. Buenos Aires: CEAL. Braslavasky, C. & Tiramonti, G. (1990). Conducción educativa y calidad de la enseñanza media. Buenos Aires: FLACSO ‐ Miño y Dávila.
173
Carretero, M. (1979). ¿Por qué flotan las cosas? El desarrollo del pensamiento hipotético‐ deductivo y la enseñanza de las ciencias. Revista Infancia y aprendizaje, 8, pp. 7‐22 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Céspedes, A. (2013). Déficit Atencional en niños y adolescentes. Santiago: Ediciones B. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Chile, Ministerio de Salud Pública (MINSAL). (2000). Estudio Nacional de Comportamiento Sexual. Autores: Anabella Arredondo, Michel Giraud, Eduardo Goldstein, María Pía Olivera y Loreto Bravo. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Domb, B. (1996). Más allá del falo: lo real del padre, el goce femenino, fin de análisis ‐ el pase, las psicosis. Buenos Aires: Lugar.
174
Duarte, K. (2002) Mundo jóvenes, mundos adultos: lo generacional y la reconstrucción de los puentes rotos en el Liceo. Una mirada desde la convivencia escolar. Revista Última Década, marzo, N° 16, pp. 99‐118. Viña del Mar: Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas. Eliacheff, C. (1993). El cuerpo y la palabra. Ser psicoanalista con los más pequeños. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. Erickson, E. H. (1980). Identidad, juventud y crisis. Madrid: Editorial Taurus. Erickson, E. H. (1993). Sociedad y adolescencia. México: Editorial Siglo XXI. Feijoo, M. C. (2005, septiembre). Adolescentes y Jóvenes en el ConUrbano Bonaerense: Entre las buenas y las malas noticias. Publicado en la revista Anales de la Educación Común, año 1, número 1 y 2, Adolescencia y Juventud, pp. 135‐150. Buenos Aires: Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foladori, H. (2001). El grupo operativo (de) formación. Santiago: Universidad Bolivariana. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera
175
edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Halperin, D. (1999). ¿Por qué Diótima es una mujer? El erôs platónico y la representación de los sexos. Córdoba: Litoral. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Le Gaufey, G. (2007). El NoTodo de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Licha, I. (2006). Desafíos teóricos y prácticos de las políticas públicas para la construcción de ciudadanía juvenil en América Latina. Documento de Trabajo del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES). Washington: Banco Interamericano del Desarrollo. Luhmann, V. (1996). Observaciones de la modernidad: racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Madrid: Paidós. Krauskopf, D. (1998). Dimensiones críticas en la participación social de las juventudes. En publicación: Participación y Desarrollo Social en la Adolescencia, pp. 119‐134. San José: Fondo de Población de Naciones Unidas. Medrano, C. & Aierbe, A. (2008). Valores y contextos de desarrollo. En Revista de Psicodidáctica, volumen 13, N° 1, sin mes, 2008, pp. 53‐67. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. México, Secretaría de Seguridad Pública (SSP). (2010). Jóvenes y Narcocultura. Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana. Ciudad de México: Gobierno Federal. Moro, J. (2006a). Juventudes, Violencia y Exclusión: Desafíos para las Políticas Públicas.
176
Javier Moro (Ed.). Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES), Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), Norwegian Ministry of Foreign Affairs (NMFA). Guatemala: MagnaTerra. Moro, J. (2006b). (Re)Pensar las juventudes para la construcción de una ciudadanía plural. Documento de Trabajo del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES). Washington: Banco Interamericano del Desarrollo. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Navarro, V. (2002). El afán de jugar: teoría y práctica de los juegos motores. Barcelona: INDE. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. OIT/IPEC (2007). Imperdonable. Estudio sobre la Explotación Sexual Comercial de la Infancia y Adolescencia en Perú: Cajamarca, Cusco, Iquitos y Lima. Lima: OIT. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Obiols, G. & Segni, S. (1993). Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria: la crisis de la enseñanza media. Buenos Aires: Editorial Kapeluz. Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Pichón‐Rivière, E. (1972). Aportaciones a la didáctica de la psicología social, En El proceso grupal (pp. 205‐213). Buenos Aires: Nueva Visión. Pugmire‐Stoy, M. C. (1996). El Juego Espontáneo: Vehículo de Aprendizaje y Comunicación. Madrid : Narcea. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Reboredo, A. & Espinosa, A. (1983). Jugar Es un Acto Político: El Juguete Industrial, Recurso de Dominación. Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. Texas: Universidad de Texas. Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI.
177
Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Rozenthal, A. (2005). El juego, historia de chicos: función y eficacia del juego en la cura. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas. SENDA/Nacional (2012). Noveno Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar de Chile 2011. Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol, SENDA. Ministerio del Interior y Seguridad Pública: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2012). Política Comunal de Prevención del Consumo de Drogas y Alcohol de Estación Central Período 2013‐2016. Autores: Sergio Alvarado y Álvaro Covarrubias. Santiago: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2010). Censo Diagnóstico Comunal en 1.600 alumnos de establecimientos educacionales de Estación Central. Consumo de drogas y alcohol, funcionalidad familiar, capital social de los estudiantes, conductas de riesgo y actitud frente a la violencia. Autor: Sergio Alvarado Gamboa. Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Quiroga, S. (1998). Adolescencia: del goce orgánico al hallazgo del objeto. Buenos Aires: Editorial Eudeba. Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. Zsögön, C. (2006). La Industria Cultural, su relación con la Alienación y el Consumismo en las
178
Sociedades de Masas. Tesina para la obtención del grado de Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza: UNC.
179
Capítulo 13 La Libertad y la vulnerabilidad En el plano intersubjetivo, el joven vive una libertad tensionada. Al interior de su familia se encuentra con unos padres que se resisten a reconocer una mayor autonomía e independencia que le brindan precisamente las herramientas y el desarrollo que ha logrado; aunque hay que reconocer que muchas veces este juicio que el joven realiza sobre “ya ser grande” está sobrevalorado. Son los problemas con que se enfrenta en los permisos para salir, frente a algunas elecciones de vestimenta, corte de pelo, maquillaje, elección de amigos, novios, novias, elecciones vocacionales y utilización de su tiempo libre. El contexto en que transcurre la adolescencia es lo que Leo Kancyper (1997) denomina una “confrontación generacional”. El psicoanalista argentino lo llama confrontación precisamente porque lo que describe no es una “reacción de los padres” frente a las pretensiones de libertad de sus hijos, sino un contexto en el que los padres viven un duelo por la propia juventud perdida y en donde se enfrentan a la pérdida –a su vez‐ de la preponderancia en el rol de crianza y de la dependencia infantil. El reclamo de sus hijos se transforma de este modo en un activador de sus ansiedades más íntimas frente al envejecimiento, y la caída con esto de un rol que ha definido gran parte de su vida adulta, tanto en la conformación de la relación de pareja como en el sostenimiento de la familia. El sutil juego que aquí se produce entre las tensiones poder/sumisión y poder/seducción entre los padres y los hijos, es esta confrontación entre las generaciones se enfrenta a resistencias, que pueden expresarse como rebeldía o resentimiento. Aquí es donde se incorpora la dinámica intrapsíquica, tanto en los adolescentes como en los adultos que los rodean. Esta dimensión es particularmente compleja porque se basa en la tríada psicoanalítica de la que hemos hablado anteriormente: lo real, lo simbólico y lo imaginario. En lo real, la mayor parte de los adolescentes dependen sus padres, económica y materialmente. En lo simbólico esta dependencia se va reduciendo progresivamente, transformando los vínculos de afecto y dependencia en un escenario propicio para la convivencia y la alteridad. Una de las tareas del joven es la construcción de su identidad y el fortalecimiento de su autonomía, lo que implica necesariamente instalar la posibilidad de estar juntos y de pensar distinto; la posibilidad de que el crecimiento sea a costa de nadie. Sin embargo, el imaginario introduce los elementos de tensión que cruzarán a este contexto, porque opone las fuerzas en cruce: el amor y la agresión. Frente a la seducción, la sumisión y el poder como mecánicas para sostener y aliviar las fantasmáticas parentales descritas anteriormente, el joven implementará su rebeldía –y cuando ésta no genere la liberación buscada‐ el resentimiento; lo que nos remite a la provocación y a la desmentida de la confrontación. La provocación puede tener dos vías: de los padres hacia los hijos en el autoritarismo, o de los hijos hacia los padres en el sometimiento. Padres autoritarios pueden provocar en el adolescente una reacción de rebeldía y resentimiento. Lo que se niega es el derecho del otro a existir independientemente, a plantearse de manera divergente frente al deseo parental y construir una identidad propia. Éste o esta joven vienen destinados a satisfacer fantasías y deseos parentales.
180
Formas en que esto puede expresarse son muchas: la prohibición para pololear, o vestirse de una determinada manera, o profesar un credo distinto, o realizar un hobbie “que los desconcentre de sus estudios”, o llevar amigos o amigas a la casa, o salir de la casa con amigos o amigas, o a elegir por ellos un establecimiento escolar por las características que éste tiene, o ingresar a la universidad o a una escuela militar o a una carrera técnica, por criterios económicos impuestos por los padres o según los criterios de realización de éstos. Lo que está en juego no es el consejo que los padres puedan dar para el bienestar de un hijo, sino el sometimiento que esta decisión implica y que restringe las posibilidades de realización del muchacho o la muchacha. Lo que se juega en la provocación o en la desmentida es la alienación del joven –y de sus padres‐ a un funcionamiento anómalo y perverso, que traba el desarrollo de las alteridades y la convivencia. En el sometimiento, la provocación es vivida de modo inverso. Padres que satisfacen necesidades masoquistas en la relación con sus hijos, deseos y necesidades que remiten –en la teoría psicoanalítica‐ a sus propios complejos fraternales y edípicos (Kancyper, 1997). Son padres serviles, abnegados y sufridos que todo lo pueden aguantar, y que las afrentas sufridas ante sus hijos son un testimonio de los “buenos padres que son”; el adolescente vive esta relación a partir de la permisividad y de la falta de límites, en un proceso de abandono creciente. Otra manera en que se expresa este sometimiento es a partir de los “padres distraídos”, que no “ven” los comportamientos de sus hijos, en una suerte de “pacto de silencio”. El mecanismo fundamental de esta relación “no es la indiferencia sino el hecho de ignorar, como mecanismo activo.” (Kancyper, 1997, p. 161). Es el padre que no dice nada frente a los excesos de su hijo o hija “porque si hablo me desbordo, o le pego o lo mato o me matan como represalia” (ejemplo clínico, citado en Kancyper, ibíd., p. 161). Los hijos y las hijas viven esta inhibición parental como si fuera desinterés, angustiándose ante “la imposibilidad de quebrar el muro de silencio.” (ibíd., p. 162). Estas formas de sometimiento son las formas de co‐dependencia que habitualmente surgen en las adicciones o el consumo problemático de drogas o alcohol, y que en la práctica clínica hacen difícil distinguir si la codependencia se instaló antes de la aparición de la adicción o previamente, facilitando la expresión del síntoma en el paciente índice. La madre abnegada que soporta como mártir los desvalijes que le realizan sus hijos por la angustia deprivativa del consumo, o que antes de asumir el consumo problemático de uno de sus hijos “no ve” las señales que éste provoca en sus muchachos, ni los trasnoches, ni la irresponsabilidad o los propios bienes que se le desaparecen ante su “obnubilada vista”. La desmentida de la confrontación generacional toma a su vez, dos formas: la competencia y la inversión de la función parental. En la competencia, nos encontramos con unos padres que buscan en la comparación patológica una simetría que no existe en la realidad. Es el enrostramiento de la superioridad física o intelectual: la madre o el padre que compiten con sus hijos por la atención de los amigos o amigas de éstos a través de conductas seductoras, o los padres que le enrostran a sus hijos su superioridad física o intelectual en las competencias o en sus resultados académicos, o sus errores constantes (obviamente frente al comportamiento
181
“perfecto” de alguno de ellos). Son padres que compiten con sus hijos en lugar de criarlos, y que basan la relación en la crítica en lugar de en la aceptación. En la inversión de la función parental el padre o la madre se apoyan en el hijo o la hija como si éste fuera el adulto y niega su propio rol. Es el caso de hermanos o hermanas pequeñas que son criados por una hermana o un hermano mayor ante la ausencia de los padres, o jóvenes que interrumpen estudios para trabajar y sostener la casa, o que trabajan y estudian de noche. Pero hay inversiones de rol que son más sutiles: el hijo o la hija que se vuelve bastón emocional de sus padres o de uno de sus padres, por la “debilidad” de éste; hay impedimentos o trabas emocionales que generan dependencia con uno de los hijos, y literalmente el adulto no puede resolver dilemas o problemáticas de la vida cotidiana sin la opinión o juicio del hijo “que ejerce de adulto”. Este rol paterno se invierte y recae sobre uno de los hijos por muchas razones: a veces el padre no está y la madre sale a trabajar necesitando que alguien se encargue de los hermanos menores, o ella se queda en la casa criando mientras el hijo o la hija mayor trabajan y traen el sustento. O una enfermedad física o mental inhabilita al adulto o a los adultos para el trabajo, la toma de decisiones o el ejercicio del rol parental. Es frecuente en el caso de madres adictas (a las benzodiazepinas, al consumo de alcohol u otras drogas ilegales, o una mezcla de éstas), o en muchos casos de violencia intrafamiliar, que éstas se inhabilitan para la crianza; ya sea que están acostadas todo el día o generan escándalos públicos en momentos de euforia, generando habitualmente que sus hijos o alguno de éstos asuma el rol de crianza con los hermanos y de “tapadera” de la madre, para mantener el status quo. Cualquiera de estas formas que asume el resentimiento genera alienación entre los miembros del sistema familiar, impidiendo la formación de la identidad y el desarrollo del adolescente. Obviamente en la confrontación generacional hay disputa pero no necesariamente tránsitos patológicos, sino episodios vividos como crisis contextuales. Hay conductas aisladas que son autoritarias, o actitudes dependientes y sumisas, roles que se invierten acotadamente por algunas situaciones y la culpa –que se asocia a la competencia‐ suele ser una forma drástica y eficiente para paliar ciertas rebeldías adolescentes, como todo padre lo ha aprendido en la experiencia. Lo que diferencia un proceso de confrontación de una desmentida o de una provocación es que estas últimas generan alienación porque niegan el derecho del joven a una existencia propia, y al desarrollo de las capacidades y competencias que le permiten actuar en conformidad a su existencia. Es importante destacar esto. En relación al resentimiento, los montos de rabia y agresión suelen generar trastornos adaptativos que se vuelcan sobre el sujeto, como una estructuración depresiva o defensas maníacas, asociadas a crisis de un alto descontrol de impulsos. En una desmentida por competencia, por ejemplo. A una joven le provocará un resentimiento inhabilitante que su madre intente seducir a su novio. Siendo que probablemente sea su primera experiencia amorosa relevante, ser testigo de los intentos implícitos o explícitos de rivalidad
182
erótica por parte de su madre generará sentimientos intensos de rabia que no será sencillo expresar y elaborar conscientemente. Finalmente, es su madre y no podrá creer ni aceptar que lo que está evidenciando es un intento inconsciente de ésta por serle atractiva a su novio. Esta rabia se vuelca sobre sí misma, generando conflictos en la autoestima y en el autoconcepto a nivel basal, que pueden llegar a un trastorno alimentario u otra patología limítrofe. Normalmente las desmentidas y las provocaciones en la confrontación generacional están relacionadas a una fijación en conflictos narcisísticos de carácter perverso. Lo que resuelve los complejos fraternales y de Edipo es precisamente la salida de la posición Narcisa en el reconocimiento del otro en tanto otro. El proceso por el que atraviesa el adolescente implica una enorme dificultad para el núcleo parental, que debe poner límites y acompañar al joven en la construcción de su identidad, y en cada uno de los logros y tareas que éste enfrenta. Es un proceso donde los padres deben hacerle frente al propio envejecimiento y a la caducidad de aquello que han desarrollado por toda una vida. El joven ya no los busca en todo momento, muchas veces se avergüenza de las demostraciones de afecto en público o de ser visto con sus padres, y prefiere pasar su tiempo con sus amigos y entre sus pares. Si consideramos una manifestación conflictiva puntual dentro de la confrontación generacional, como las prohibiciones o la denegación de permisos, se hace evidente que el joven o la joven sienten rabia, la que es expresada abiertamente y genera conductas rebeldes en señal de protesta. La confrontación generacional pone en juego manifestaciones de agresión y enojo, de la misma forma que la crianza ha estado plagada de pataletas, desobediencias y desafíos a la autoridad. La vida tiene esa doble connotación, las relaciones están anudadas en el amor y en el odio, pero no un odio activo que pugne por destruir al otro, sino el reclamo proveniente de la frustración, la rabia y la protesta. Cuando este odio es más fuerte que el amor que nutre, estamos en presencia del resentimiento, y como familia, estarán estancados en alguna patología perversa. Por eso para el adolescente este proceso tampoco es sencillo. El joven debe lograr una identidad y definir una elección vocacional, plantearse frente a su presente y su futuro para definirlo. Asimismo debe ser capaz de desarrollar la intimidad, habitualmente en las primeras relaciones amorosas serias. Finalmente, la conexión con esa niñez que le permitía fluir libremente en sus impulsos y vivir en la acción se ha alejado irremediablemente. El joven –al tener un aspecto más adulto‐ genera expectativas en los otros miembros de la sociedad: de un adolescente se espera que utilice el diálogo y los argumentos para resolver los conflictos, que sea capaz de razonar y de ser razonable; que tenga autocontrol así como automonitoreo. Todos estos son los logros que revisaremos en los capítulos posteriores de este eje. Ahora, a partir de la exposición del contexto de la
183
confrontación generacional, revisemos cómo vive el joven al interior de ésta desde su contacto creciente con el mundo, con sus pares. 13.1
Invasión mediática y cultural
Las denominadas tribus urbanas generaron una explosión en Chile a comienzos de este siglo y se han mantenido como una manifestación explícita de los códigos estéticos juveniles. Según el historiador Carlos Belmonte (2010), la moda estética de estas tribus no proviene de un consenso entre los jóvenes ni es una casualidad producida por generación espontánea: es el fruto de penetración de los medios masivos de comunicación: el cine, la música y la internet. Lo distintivo es que han provocado un fenómeno denominado transculturación de productos culturales, es decir, estilos musicales y estéticos generados en un ambiente urbano en concreto que son exportados y asimilados por jóvenes de diferentes ciudades siguiendo un patrón general. La pregunta que se hacen los estudiosos del tema es si es que estas tribus corresponden únicamente a criterios estéticos unificadores –como una moda‐ o si responden a alguna otra organización social. Carles Feixa, antropólogo español que se ha especializado en culturas juveniles señala que el término tribus urbanas sólo puede usarse como metáfora, es decir, como una imagen condensada de un proceso que permite aproximarse a las culturas juveniles. Al respecto señala que éstas: Se refieren a la manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional. En un sentido más restringido, definen la aparición de “micro sociedades juveniles”, con grados significativos de autonomía respecto de las “instituciones adultas”, que se dotan de espacios y tiempos específicos que se configuran históricamente en los países occidentales tras la II Guerra Mundial, coincidiendo con grandes procesos de cambio social en el terreno económico, educativo, laboral e ideológico (Feixa, 2004, pp. 20‐21). En el sentido que plantea Feixa, la ropa distintiva sería precisamente eso, un mecanismo de reconocimiento o un pasaje de incorporación, no a una ideología sino a un formato de micro‐ sociedad en la que los jóvenes han dado a organizarse y en la cual ejercen mayores grados de participación, específicamente a partir del escaso protagonismo que tienen en la institucionalidad adulta. Analizando la confrontación generacional como un fenómeno cultural que no se restringe a las cuatro paredes de un hogar, los jóvenes manifiestan pulsiones de rebeldía frente a un establishment que expresa diversos niveles de provocación y desmentida. Las relaciones de pugna con las autoridades paternas son proyectadas y transferidas a otros adultos: a la sociedad como una institucionalidad impermeable. Esto se refleja particularmente en el modo en que los medios de comunicación se refieren a los jóvenes y específicamente a sus culturas, denominándolas tribus
184
urbanas, categorizándolas según grados de violencia y conflictividad y relegándolas a una función delictiva y terrorista (Feijoo, 2005, septiembre). Ahora bien, es cierto que el elemento narcisista propio de las patologías en la confrontación generacional genera estallidos en diferentes estamentos de la sociedad y agrupaciones de jóvenes en algunas de estas culturas se rebelan con las herramientas colectivas de las que disponen. En esta línea aparecen los encapuchados de la historia reciente en Chile, las manifestaciones de las barras bravas y la Narcocultura, los adictos y los excesos del “carrete” y el consumo entre los jóvenes. Pero es necesario aclarar que esto remite a una confrontación generacional donde ha habido provocación y/o ha habido desmentida. Los jóvenes no agreden espontáneamente, sino porque se les provoca o se les deniega su derecho a la existencia y al disenso propios de la juventud. Por otro lado, muchos adultos presentan conductas similares a las que se les imputan y muchas de estas patologías gozan de impunidad en los hechos. La campaña de tolerancia cero al consumo de alcohol que ha impulsado SENDA respecto a la conducción de vehículos motorizados y su repercusión en los medios de comunicación, demuestra que los adultos también requieren un control mayor frente a conductas que son abiertamente irresponsables y que de alguna manera han estado impunes, generando una problemática social que debe intervenirse radicalmente. Esto genera una situación doble‐vinculante y confusa para los jóvenes, que se ven reflejados en la opinión pública como un grupo problemático, en que los síntomas del malestar social se asocian irremediablemente a ellos, pero con un correlato adulto no menos irresponsable (Feijoo, 2005, septiembre). Obviamente no todos los jóvenes participan de culturas juveniles atravesadas por la violencia o el descontento social: no todos son punkis, industriales, góticos, skinheads, anarcos u otras agrupaciones similares. Las culturas juveniles condensan en general una posición de autonomía respecto a la macro‐estructura social, en donde sus códigos de interrelación establecen características propias. Feixa señala al respecto de las culturas juveniles que, “su expresión más visible son un conjunto de estilos juveniles “espectaculares”, aunque sus efectos se dejan sentir en amplias capas de la juventud” (ibíd., 2004, p. 21). Y continúa: Hablamos de culturas juveniles en plural (y no de Cultura Juvenil en singular, que es el término más difundido en la literatura académica) para subrayar la heterogeneidad interna de las mismas. Este cambio terminológico implica también un cambio en la “manera de mirar” el problema, que transfiere el énfasis de la marginación a la identidad, de las apariencias a las estrategias, de lo espectacular a lo cotidiano, de la violencia al ocio, de las imágenes a los actores (…) [Las culturas juveniles] se caracterizan por su precaria integración en la cultura hegemónica, más que por una voluntad de oposición explícita. La no integración –o integración parcial– en las estructuras productivas y reproductivas es una de las características esenciales de la juventud. Los jóvenes, incluso los que provienen de las clases dominantes, acostumbran a tener escaso control sobre la mayor parte de aspectos
185
decisivos en su vida, y están sometidos a la tutela (más o menos explícita) de instituciones adultas (ibíd., p. 21). Feixa intenta mostrarnos cómo lo natural en la juventud es intentar una integración en el aparato social a partir de una colectivización simbólica, que es lo que representa la cultura a la que se adscribe. Es un error creer que un joven se identificará para siempre con un estilo, por el contrario, pasará de “pokemón” a “emo”, y luego hará una síntesis de ambos, probablemente porque sus gustos musicales han cambiado o frecuenta nuevos amigos. No se trata de que el joven sea superficial o poco estable, sino de que una de las características de las culturas juveniles es que sus fronteras son laxas y permiten múltiples cambios de estilos. Los niveles de reflexión o de identificación con una determinada cultura juvenil a su vez son mutables, porque el joven se encuentra en un proceso activo, no sólo de búsqueda de referentes y de sí mismo, sino de participación y protagonismo. A un nivel más operativo, las culturas juveniles pueden analizarse desde dos perspectivas: las condiciones sociales y las imágenes culturales. En el plano de las condiciones sociales, entendiendo éstas como el conjunto de derechos y obligaciones que definen la identidad del joven en el seno de una estructura social determinada, las culturas juveniles se construyen con materiales provenientes de las identidades generacionales, de género, clase, etnia y territorio. Con este criterio se entienden las pandillas y los piños en el barrio, pero también el fenómeno “flaite” y la entrada en la Narcocultura; aquí precisamente es donde se incorporan las influencias culturales y nos adentramos en las imágenes culturales. Muchas veces para comprender una cultura juvenil hay que articular ambas perspectivas. En el plano de las imágenes culturales, entendidas como el conjunto de atributos simbólicos asignados y/o apropiados por los jóvenes, las culturas juveniles se traducen en estilos más o menos visibles, que integran elementos materiales e inmateriales heterogéneos, provenientes de la moda, la música, el lenguaje, las prácticas culturales y las actividades focales. Aquí se engarzan las “tribus urbanas” y suele ser el criterio que utilizan los medios de comunicación para identificar a los jóvenes, ya sean los góticos, los punkis, los metaleros, o la agrupación que sea. Lo que me parece importante destacar es que desde diferentes partes del mundo y en diferentes lugares de este mundo se agrupan jóvenes de acuerdo a estos criterios y se dan, de este modo, una organización de relativa autonomía para ejercitar la participación y protagonizar sus vidas. El sentido de las vestimentas y otras simbologías que adscribe en su cuerpo el joven es dotar de identidad micro‐social su adhesión a un formato de participación en el que se desarrolla –al menos‐momentáneamente. El joven no pretende tener un “estilo único”, o “su propio estilo”, lo que pretende es tener el estilo que lo inscriba en el grupo en que participa, al menos simbólicamente, porque estas coordenadas son las que le permiten insertarse en la sociedad, que de otro modo le ofrece escasas posibilidades de control sobre su propia vida.
186
13.2
La presión grupal
El análisis de las culturas juveniles nos lleva al tema de la experiencia en el mundo juvenil, cómo ésta es vivida y articulada al interior del grupo. Lo grupal no sólo nos remite a la convivencia con aquellos cercanos con los que se comparten convicciones o perspectivas de la vida. El joven está inserto en un medio social más amplio, y algunas veces este contexto (el curso, la generación o nivel, la convivencia en el establecimiento escolar) no recibe de buena manera las manifestaciones de un sujeto o de un grupo de sujetos en una determinada cultura juvenil. Esto nos lleva al tema de la divergencia y la alteridad. En alguna medida el grupo de pares en una institución también conforma una dimensión de la cultura hegemónica. Me ha tocado ver el rechazo que puede provocar una joven emo en un contexto donde prima la cultura flaite o reggaetonera, o éstos últimos en un contexto diverso, como un ambiente “pelo lais”. Si bien esto aparece como una discriminación entre culturas juveniles, en rigor es una discriminación que proviene de una cultura hegemónica que naturaliza la discriminación porque enarbola la uniformidad. En este sentido, los pares ejercen entre ellos un mecanismo de poder/seducción respecto de los códigos y símbolos que implican una determinada cultura juvenil. La chica emo del ejemplo buscará pares con los cuales compartir su visión del mundo, sus gustos y la simbología con que se identifica. Si estos pares no aparecen espontáneamente prestará sus discos, compartirá libros, revistas o sitios en internet que contengan los contenidos que la representan o le interesan, de modo que sus conocidos o conocidas puedan interesarse en sus gustos y compartirlos. Es probable que aquí se encuentre la génesis de las transformaciones o fluctuaciones que hacen los jóvenes en relación a sus identificaciones. El sentido no es sólo pertenecer a una micro‐ sociedad, sino dotarla de vida en lo concreto de las interrelaciones cotidianas. Es complejo solamente tener amigos que están lejos de tu entorno más inmediato. Si bien las redes sociales hoy permiten un intercambio permanente, que algunos jóvenes (y adultos, hemos de reconocerlo) viven como relaciones cotidianas y expresamente significativas, la necesidad de contar en el entorno más concreto con un círculo de amigos y amigas hace necesario buscar y encontrar elementos comunes y oportunidades de cohesión entre los pares. Aparte de estos mecanismos seductores con que los jóvenes ejercen presión entre sus pares, y de los mecanismos discriminadores con que se cuestionan unos a otros la divergencia, aparece en el mundo juvenil una tendencia que se va fortaleciendo a medida que se cursa la educación media: la tendencia a debatir. A medida que el joven participa –a través de su pertenencia a alguna cultura juvenil‐ se afianza en él o ella los procesos de construcción de su identidad, y con esto los símbolos formales o externos de identificación se van dotando de contenidos y significado, que pueden ser compartidos o debatidos en el enfrentamiento que produce la alteridad. Este enfrentamiento no se trata de una discusión infértil (aunque a veces pueda parecerlo), sino del proceso de convivencia que se afirma en la capacidad de convivir. Dedicaremos un capítulo a la argumentación y a la contra‐
187
argumentación en el debate, precisamente porque aquí se pone en juego el desarrollo cognitivo en esta etapa, y a la par con éste, el desarrollo social y emocional. Es importante destacar en este contexto que lo que se espera de los jóvenes es que aprendan a convivir en alteridad, que la presión entre pares por la pertenencia a culturas juveniles cese, y que éstas coexistan; que las amistades no se restrinjan a un determinado grupo de una determinada cultura, sino que se remitan a vínculos e interrelaciones basadas en el afecto y en el respeto mutuo, donde personas que piensan radicalmente distinto o tienen otros modos de vida constituyan un aporte desde su originalidad. Esto permite a su vez que muchas de las tensiones vividas al interior del hogar –en la confrontación generacional‐ amainen, de la misma forma que la relación con los adultos –tanto en la institución escolar como en otros contextos‐ se enriquezcan y disminuya su nivel de conflictividad. Emocionalmente, muchas veces se plantea que los jóvenes viven en extremos de “todo o nada”, con altos niveles de intolerancia (a la frustración y al cuestionamiento de sus razones); esto también tiende a disminuir al interior de la experiencia social a través de la incorporación en las culturas juveniles, específicamente en el intercambio con otros pares en el debate. Son los desafíos que enfrenta el adolescente, pero que implican una construcción de su identidad y del sentido de pertenencia, lo que necesariamente obliga a una resolución de salida para la posición narcisística: una toma de decisiones. 13.3
La toma de decisiones
Cada joven es dueño de su destino, porque en el fondo es dueño de su presente y de sí mismo. De esto debe tomar conciencia durante su juventud y en alguna medida, ha sido el trabajo que ha venido realizando desde su más tierna infancia. El logro de la autonomía y de la sujeción social ha sido a su vez el logro de una conciencia de sí mismo y de un carácter. La particularidad de este trabajo psicológico es que no remite a sí mismo únicamente sino que lo incorpora en una trama social, porque deviene y proviene de una comunidad. Sus padres provienen de ésta y a ésta se han integrado; sus pares y los referentes de sus pares, los otros adultos y sus orígenes parentales. Así se haga eficientemente o no esta incorporación en la trama comunitaria, la dimensión colectiva es ineludible; su consecución eficaz permite un protagonismo esencial que se expresa en una participación activa y en la riqueza de su experiencia, lo que se traduce normalmente como “realización personal”. El dilema es que se evidencian muchas existencias individuales y colectivas que transgreden esta noción comunitaria. Por ejemplo, al hablar de una cultura hegemónica que naturaliza la discriminación –y con ésta, institucionaliza la violencia‐ estamos reconociendo que lo comunitario no tiene expresión en dicha existencia institucional. Al respecto, José Antonio Amunátegui – director de El Gobierno‐ señala:
188
“A menudo me pregunto por la validez del pensar abstracto, de una u otra corriente, en medio del mundo. Toda la cuestión es si este pensar es prometeico o al servicio del mundo tal cual es: la cuestión moral, entonces, sería particularmente qué tan dispuesto está cada sujeto a tolerar y pulir este “tal cual es”, comparado con un ideal preformado proveniente de ideología, religión o voluntarismo, o a la inversa, qué tan dispuesto está a pulir sus “tal cual soy” según el interés comunitario. Sin este “pulir”, esencial en la educación, ¿podemos convivir en paz? Yo pienso que es imposible. Es magnífico sostener la preexistencia de la comunidad que incuba, aloja y desarrolla al niño, más allá de ideas o creencias, y es prudente la inserción de ese “tal cual es” en contraste con algún ideal o algún egoísmo narcisista. Si se rechaza esa preexistencia, ¿ante quién ese niño “es”?; si, en cambio, se rechaza su validez, ¿quién es el “tú” para ese niño? En ambos casos la respuesta es “nadie”: o yo no soy nadie, o los otros no son nadie. Esta es la quintaesencia de la enfermedad post moderna, me parece.” (Amunátegui, 2013, comunicación personal) ¿Cómo se define lo comunitario, qué prácticas o sustrato de realidad lo sostienen? Las ciencias sociales han definido mecanismos de sujeción comunitaria y de elaboración de un contrato social –en lo simbólico y en lo fáctico de la distribución y la administración del poder‐, pero han sido incapaces de describir un proceso de elaboración en el imaginario, porque éste corresponde a lo real y concreto de la experiencia de cada sujeto que participa en esta elaboración comunitaria. Elaboración, por cierto, que remite a la experiencia social y a la participación en ésta; y entonces el tema se vuelve recursivo. La toma de decisiones que se espera del adolescente para la construcción de su propia vida es un territorio incierto. Se crece para ser y se es para que continuemos siendo como especie; pero ¿cómo ser?, queda abierto al control social, a la reflexión en la filosofía y otras disciplinas; a la ética y a la moral, a la realización personal y a la sana convivencia, a la construcción de un mundo más justo y humano. El problema de fondo, y éste es un problema radical, es que la dignidad humana a la que nos hemos referido tantas veces en este libro es un parámetro que difícilmente podemos traducir en una receta o en un manual. Le pedimos al joven que edifique su vida en razón de su propia dignidad, de la dignidad de la especie y de la razón social de nuestro entramado comunitario, pero no podemos decirle cómo ni mucho menos ofertarle un ejemplo intachable de dicho requerimiento. En este dilema se metió el señor Jung (1999) al trabajar el inconsciente colectivo y los arquetipos simbólicos en relación a la construcción de la subjetividad, generando una serie de directrices respecto a la naturaleza del bien y el mal para elaborar una preexistencia de lo moral y de la ética natural. Otros autores a lo largo de la historia han intentado plantear la existencia de un derecho natural y de una ética inmanente (entre ellos, Tomás de Aquino). El resultado de estos esfuerzos está a la vista; trabajo con la marginalidad y en un programa de fortalecimiento familiar barrial (Covarrubias, 2013). Algo que veo patentemente es que el destino
189
de muchos jóvenes y de muchos adultos dista dramáticamente de ser una decisión basada en la pertenencia comunitaria y ligada a la dignidad humana, tanto de la propia como la de los otros miembros del colectivo. Entonces, ¿cómo acompañar a los jóvenes en relación a este proceso dentro del sistema escolar?, ¿desde dónde definir los consejos, los requerimientos, incluso los parámetros para medir lo justo o necesario en una determinada decisión, actitud o acción? Howard Gardner (2000) plantea una mirada interesante al respecto: “considerar los fines de la educación: las razones por las que cada sociedad debería destinar recursos económicos y humanos a la educación, de sus niños y jóvenes (…) he llegado a la conclusión de que hay ciertas cualidades que debiera tener una educación buena –o mejor dicho toda educación buena‐ en cualquier parte del mundo (…) creo que hay tres inquietudes muy importantes que debieran animar la educación; (…) existe el ámbito de la verdad –y su contrario, lo que es falso e indeterminable. Existe el ámbito de la belleza –y su ausencia, en experiencias u objetos desagradables o de mal gusto. Y existe el ámbito de la moral –lo que juzgamos bueno y lo que consideramos malo.” (ibíd., p. 16) Enseñando respecto de lo moral, lo bello y lo verdadero Gardner propone adiestrar en la toma de decisiones desde una perspectiva comunitaria; no se refiere a enseñar lo que es bello, verdadero o bueno, sino a estudiar y reflexionar sobre estas cualidades, aprovechando aquello que constituye el acervo de la humanidad en su historia y en su reflexión, aplicándolo a aquello que nos rodea y constituye nuestra experiencia más cercana. Lo que el autor propone –quizás sin darse cuenta‐ es una cultura de la participación, una apropiación debida de la experiencia y del conocimiento como un todo indisoluble, que termine con el divorcio enunciado entre el currículum formal y el currículum oculto. Si queremos que nuestros jóvenes puedan tomar decisiones, hay que adiestrarlos en la toma de éstas, brindarles contextos que permitan ejercer el derecho ciudadano y la aspiración trascendente a la dignidad humana y la libertad. Si nosotros los adultos no hemos logrado una comprensión cabal de estas tres dimensiones de bondad, belleza y verdad, entonces podemos descubrirlas con nuestros estudiantes, permitiendo que a su vez ellos (los jóvenes) puedan ofrecerle a la sociedad una visión más profunda de lo que consideran justo, bello y cierto. 13.4
Altruismo y “las causas”
Alguna vez al interior del sistema escolar me sentí como un bicho raro por creer en la participación y la democracia del saber al momento de compartir la reflexión en el conocimiento. He escuchado argumentos respecto de los jóvenes que los tildan de “apáticos, cómodos y acostados en la queja”, tal y como los medios de comunicación cotidianamente los presentan (Feijoo, 2005, septiembre).
190
Mi experiencia de joven y con los jóvenes dista mucho de esa mirada. Adolescentes que se conmueven ante el dolor humano y ante la precariedad, y que desde esa emocionalidad desarrollan fuertes sentidos de solidaridad y acción han sido un paisaje recurrente en mi historia. Por ejemplo, la Escuela de Circo Teatro. La generosidad con que los jóvenes se entregan a una experiencia que los divierte, pero que a la vez les exige disciplina y rigor para aprender disciplinas que luego han compartido y enseñado meticulosamente a otros es un rasgo inspirador de lo que la noción comunitaria puede construir entre los seres humanos. Pero no sólo respecto a las disciplinas y al saber, los procesos de construcción de una comunidad implican valores, integración social y acogida, preocupación por el otro y sobre todo, horizontalidad en el respeto y en el trato, reconocimiento de la dignidad del otro. He tenido la suerte de ver esta maravillosa capacidad de los jóvenes en múltiples contextos y frente a diversas realidades. Muchachos luchando contra la discriminación racial o cultural en contextos migratorios y de colisión de culturas, construyendo interculturalidad a partir de juegos o actividades deportivas, artísticas o de organización barrial. Comentarios como “esto es una escuela libre, aquí no importa si eres peruano o chileno” generaban un freno a la discriminación más potente que cualquier enseñanza que pudiésemos darles de respeto intercultural. He visto cómo se desmantelan las marcas y las heridas que produce la violencia a partir del diálogo y del intercambio horizontal. Hace años formé un programa en una Escuela para integrar hijos e hijas de mujeres que han sido víctimas de maltrato grave por sus parejas, y que en razón de esto tuvieron que asilarse en un albergue o programa residencial. Para estos niños y jóvenes fue una oportunidad para reinsertarse en un mundo institucional que no preexistiera desde su lugar de víctimas: espacios de juego, aventura e intercambios que permitieran la horizontalidad y lo que denominaban “un nuevo comienzo”. Las relaciones que surgían al interior del grupo permitían que los jóvenes asumieran un lugar de cuidado y protección de los más chicos, tal y como lo he visto en la Escuela de Circo, y entre éstos jóvenes y otros jóvenes podían transmitirse la importancia de asumir esta suerte de “monitoreo” que permitía asegurar el espacio de juego de los más pequeños. En estos contextos, las historias de los jóvenes salían a la luz como confidencia y con una carga de reflexión que me permitía vislumbrar procesos de sanación y elaboración. Jóvenes conteniéndose entre ellos, generando posibilidades de desarrollo. Tengo claro que los jóvenes tienen una tendencia generalizada a movilizarse por causas que consideran justas, porque tienen muy a flor de piel el peso de la injusticia y la dificultad para ser reconocidos como sujetos de derecho. El altruismo es parte de la adolescencia, no sólo porque lo describen así los manuales de psicología del desarrollo (Berwart & Zegers, 1980), sino porque constituye una forma de elaboración muy importante para la identidad y la incorporación en la trama social desde la participación. Cuando este altruismo no aparece en el desarrollo de los adolescentes, probablemente se deba a que no se les han brindado las oportunidades ni el contexto para que se organicen o se motiven a
191
la acción. Nuestra sociedad ha visto desaparecer las instancias de trabajo comunitario y de acción social, a medida que nos sumergimos en una cultura individualista, hedonista y parasitaria. Sin ir más lejos, he visto la preocupación de los grupos de pares frente al consumo problemático de algún conocido u amigo, y los intentos por hacerlo reflexionar y solicitar ayuda. El problema aparece en la dificultad que los mismos jóvenes evidencian para acceder a esa ayuda por la enorme demanda y la escasa oferta de centros de tratamiento, y lo difícil que es conocer a su vez las ofertas disponibles. Esto, en mi experiencia profesional constituye la norma, no la excepción. A mi parecer, esta obsolescencia de la institucionalidad para responder a las demandas de los jóvenes respecto de su preocupación social ha llevado a que en muchos rincones de la ciudad surjan agrupaciones de jóvenes formadas y convocadas por jóvenes, y organizadas y financiadas –mediante autogestión‐ por ellos mismos, para atender a diversas problemáticas que ellos refieren como urgentes. Colectivos culturales, brigadas ecológicas, comedores o agrupaciones para alimentar y acompañar a personas viviendo en situación de calle, brigadas animalistas, asociaciones deportivas y tantas otras iniciativas sociales. Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1971). Adolescencia. (pp. 93‐119). Buenos Aires: Ediciones Kargieman. Allouch, J. (2006). Erótica del duelo. En tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: Ediciones Literales. Allouch, J. (2004). La sombra de tu perro. Discurso Psicoanalítico. Discurso Lesbiano. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Allouch, J. (2001). El sexo del amo. El erotismo desde Lacan. Buenos Aires: Ediciones Literales. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Balboa, J. M. (2006). Estudio de la noción de Grupalidad en el marco de las Teorías Psicoanalíticas Grupales. http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/balboa_j/html/index‐frames.html Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Balardini, S., Dávila, O., Paciello, A., Souza, R. & De Freitas, M. V. (2005). Políticas Locales de Juventud. Experiencia en el Cono Sur. Buenos Aires: Friedrich Ebert Stiftung. Belmonte, C. (2010). Las tribus urbanas: campo virgen en historia y fértil para la
192
interdisciplinariedad. En Revista Cuicuilco, vol. 17, núm. 48, enero‐junio, 2010, pp. 49‐67. Ciudad de México: Escuela Nacional de Antropología e Historia. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Braslavsky, C. (2006). Diez Factores para una Educación de Calidad para Todos en el Siglo XXI. Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 4(2e), pp. 84‐101. http://www.rinace.net/arts/vol4num2e/art5.pdf. Consultado el 26 de Agosto del 2012. Braslavasky, C. (2001). La educación secundaria. ¿Cambio o inmutabilidad? Análisis y debate de procesos europeos y latinoamericanos contemporáneos. Buenos Aires: IIEP. Braslavasky, C. (1987). La juventud argentina: informe de situación. Buenos Aires: CEAL. Braslavasky, C. & Tiramonti, G. (1990). Conducción educativa y calidad de la enseñanza media. Buenos Aires: FLACSO ‐ Miño y Dávila. Carretero, M. (1979). ¿Por qué flotan las cosas? El desarrollo del pensamiento hipotético‐ deductivo y la enseñanza de las ciencias. Revista Infancia y aprendizaje, 8, pp. 7‐22 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Céspedes, A. (2013). Déficit Atencional en niños y adolescentes. Santiago: Ediciones B. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de
193
Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Domb, B. (1996). Más allá del falo: lo real del padre, el goce femenino, fin de análisis ‐ el pase, las psicosis. Buenos Aires: Lugar. Duarte, K. (2002) Mundo jóvenes, mundos adultos: lo generacional y la reconstrucción de los puentes rotos en el Liceo. Una mirada desde la convivencia escolar. Revista Última Década, marzo, N° 16, pp. 99‐118. Viña del Mar: Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas. Eliacheff, C. (1993). El cuerpo y la palabra. Ser psicoanalista con los más pequeños. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. Erickson, E. H. (1980). Identidad, juventud y crisis. Madrid: Editorial Taurus. Erickson, E. H. (1993). Sociedad y adolescencia. México: Editorial Siglo XXI. Feijoo, M. C. (2005, septiembre). Adolescentes y Jóvenes en el ConUrbano Bonaerense: Entre las buenas y las malas noticias. Publicado en la revista Anales de la Educación Común, año 1, número 1 y 2, Adolescencia y Juventud, pp. 135‐150. Buenos Aires: Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia. Feixa, C. (Coord.) (2004). Culturas juveniles en España (1960‐2004). Edición Electrónica: http://www.injuve.es/observatorio/economia‐consumo‐y‐estilos‐de‐vida/culturas‐ juveniles‐en‐espana‐1960‐2004. Consultado el 05 de enero del 2013. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial.
194
Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foladori, H. (2001). El grupo operativo (de) formación. Santiago: Universidad Bolivariana. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Halperin, D. (1999). ¿Por qué Diótima es una mujer? El erôs platónico y la representación de los sexos. Córdoba: Litoral. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Jung, C. G. (1999). Obras Completas. Volumen 10, Capítulos: Sobre lo inconsciente (1918), El problema anímico del hombre moderno (1928/1931), La lucha con la sombra (1946/1947), La conciencia desde un punto de vista psicológico (1958), El bien y el mal en la psicología analítica (1959). Volumen 17, Capítulos: Sobre conflictos del alma infantil (1910/1946), El significado de lo inconsciente para la educación individual (1928). Volumen 18/2, Capítulos: La dinámica de lo inconsciente (OC 8), Los arquetipos y lo inconsciente colectivo (OC 9), Sobre el desarrollo de la personalidad (OC 17). Madrid: Trotta. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós.
195
Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Le Gaufey, G. (2007). El NoTodo de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Licha, I. (2006). Desafíos teóricos y prácticos de las políticas públicas para la construcción de ciudadanía juvenil en América Latina. Documento de Trabajo del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES). Washington: Banco Interamericano del Desarrollo. Luhmann, V. (1996). Observaciones de la modernidad: racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Madrid: Paidós. Krauskopf, D. (1998). Dimensiones críticas en la participación social de las juventudes. En publicación: Participación y Desarrollo Social en la Adolescencia, pp. 119‐134. San José: Fondo de Población de Naciones Unidas. Medrano, C. & Aierbe, A. (2008). Valores y contextos de desarrollo. En Revista de Psicodidáctica, volumen 13, N° 1, sin mes, 2008, pp. 53‐67. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. México, Secretaría de Seguridad Pública (SSP). (2010). Jóvenes y Narcocultura. Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana. Ciudad de México: Gobierno Federal. Moro, J. (2006a). Juventudes, Violencia y Exclusión: Desafíos para las Políticas Públicas. Javier Moro (Ed.). Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES), Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), Norwegian Ministry of Foreign Affairs (NMFA). Guatemala: MagnaTerra. Moro, J. (2006b). (Re)Pensar las juventudes para la construcción de una ciudadanía plural. Documento de Trabajo del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES). Washington: Banco Interamericano del Desarrollo. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Navarro, V. (2002). El afán de jugar: teoría y práctica de los juegos motores. Barcelona: INDE. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. OIT/IPEC (2007). Imperdonable. Estudio sobre la Explotación Sexual Comercial de la Infancia y Adolescencia en Perú: Cajamarca, Cusco, Iquitos y Lima. Lima: OIT.
196
Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Obiols, G. & Segni, S. (1993). Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria: la crisis de la enseñanza media. Buenos Aires: Editorial Kapeluz. Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Pichón‐Rivière, E. (1972). Aportaciones a la didáctica de la psicología social, En El proceso grupal (pp. 205‐213). Buenos Aires: Nueva Visión. Pugmire‐Stoy, M. C. (1996). El Juego Espontáneo: Vehículo de Aprendizaje y Comunicación. Madrid : Narcea. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Reboredo, A. & Espinosa, A. (1983). Jugar Es un Acto Político: El Juguete Industrial, Recurso de Dominación. Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. Texas: Universidad de Texas. Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Rozenthal, A. (2005). El juego, historia de chicos: función y eficacia del juego en la cura. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas. SENDA/Nacional (2012). Noveno Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar de Chile 2011. Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol, SENDA. Ministerio del Interior y Seguridad Pública: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2012). Política Comunal de Prevención del Consumo de Drogas y Alcohol de Estación Central Período 2013‐2016. Autores: Sergio Alvarado y Álvaro Covarrubias. Santiago: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2010). Censo Diagnóstico Comunal en 1.600 alumnos de establecimientos educacionales de Estación Central. Consumo de drogas y alcohol, funcionalidad familiar, capital social de los estudiantes, conductas de riesgo y actitud frente a la violencia. Autor: Sergio Alvarado Gamboa.
197
Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Quiroga, S. (1998). Adolescencia: del goce orgánico al hallazgo del objeto. Buenos Aires: Editorial Eudeba. Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. Zsögön, C. (2006). La Industria Cultural, su relación con la Alienación y el Consumismo en las Sociedades de Masas. Tesina para la obtención del grado de Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza: UNC.
198
Capítulo 14 Argumentación y manejo de información Mucho de lo que se entiende por “oposición al establishment” es en realidad una revisión de éste; la experiencia social y la conciencia de sí que el joven ya ha adquirido le permiten establecer relaciones con sus pares donde el mundo adulto y sus referentes directos son cuestionados y criticados. En mayor o menor medida, lo que el joven desarrolla con sus pares en estas culturas juveniles –que han sido descritas en el capítulo anterior‐ son experiencias piloto de formas de vivir y explicarse el mundo más genuinas, cercanas a lo que su experiencia previa y presente han sido. Si bien uno como adulto sabe que los adolescentes no están inventando la rueda, para ellos estas formas de organización representan una novedad y un intento “más real” de generar relaciones y coordenadas de comportamiento. Esta característica es lo que les otorga ese hálito de “posesión de la verdad” que tan frecuentemente se observa en la juventud. La intransigencia y la radicalidad de algunas opiniones o juicios se basa en la sujeción de éstos a su experiencia previa y/o presente, a la crítica que realizan frente a nuestras propias incongruencias o errores y al hecho de que sienten que esta es “su oportunidad” para desarrollar alternativas más significativas. Muchas veces estos intentos no prosperan, o no pasan de ser un reclamo débil e inseguro que se extingue, precisamente porque nosotros como adultos que conformamos su contexto nos encargamos de extinguir su fuerza con nuestros mecanismos de control y sujeción. La presión institucional puede ser desmedida en su asimetría frente a la capacidad de organizarse y discutir que ellos pueden establecer. Otras veces, en cambio, estos adolescentes encuentran formas de agruparse y generar espacios de elaboración, y a pesar de las trabas contextuales se establecen liderazgos y se profundizan los argumentos; existen jóvenes que estudian sistemáticamente y se informan, dotando sus propuestas e ideas de un riguroso peso lógico y de una exposición brillante. Esta es la manera en que se generan los movimientos juveniles. Un ejemplo obvio de esto es un hito en la educación de los últimos años: la Revolución Pingüina del 2006. La organización multitudinaria de estudiantes2 responde a un profundo cuestionamiento del sistema escolar chileno, generando demandas que hasta entonces no habían sido consideradas por la administración del Gobierno nacional. En síntesis, estas demandas apuntan a la derogación de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (que establece entre otras cosas el financiamiento compartido en la educación particular subvencionada), la derogación del decreto 524, que regula los Centros de Alumnos (impidiendo una participación real y decisiva de éstos en la administración escolar), el fin de la municipalización de la enseñanza y el estudio y la reformulación de la Jornada Escolar Completa. El reclamo se centraba en la mala calidad de la enseñanza en la gran mayoría de los establecimientos educacionales, específicamente en muchos de los colegios y escuelas particular
2
En la Revolución Pingüina se estima la participación de 100.000 estudiantes, convirtiéndola en una de las mayores protestas estudiantiles de la historia de Chile.
199
subvencionadas, y correspondientemente en los liceos y escuelas de dependencia municipal; dicha mala calidad la asociaban a su vez a la precaria infraestructura de los establecimientos y mala implementación de la jornada escolar completa, cuyos fines y propósitos no se cumplían para un mejor desarrollo de los estudiantes; la precariedad de las instalaciones, servicios y tecnologías para la implementación de la JEC y su oferta programática no era equivalente a los logros esgrimidos por el Gobierno en el discurso público ni a la asignación de recursos enunciados por las autoridades para dotar a los establecimientos escolares de la infraestructura suficiente. En buen chileno, los estudiantes reclaman que los dineros estatales destinados a educación se “pierden en el camino”, sin llegar a destino, la educación de los estudiantes. Durante el movimiento estudiantil que se genera en el 2011, a este reclamo se añade la obsolescencia docente y la mal desempeño de éstos en las aulas (Covarrubias, 2012; Bellei, et al, 2010). La Revolución Pingüina genera una respuesta del Gobierno y el Congreso, dando pie a la derogación de la LOCE, la creación de un Consejo Consultor que presenta el proyecto que da origen a la Ley General de Educación y a la aprobación de un conjunto de leyes complementarias que representan uno de los esfuerzos históricos más contundentes para fortalecer la educación pública y regular la calidad y la equidad en la educación impartida por los establecimientos escolares. La discusión política en torno a estas temáticas se acalora en el escenario nacional y se retrasa la aprobación y promulgación del proyecto de ley para el fortalecimiento de la educación pública (la única ley de ese cuerpo legal que hasta la fecha no se ha aprobado), que termina con la dependencia municipal de los establecimientos públicos y crea las corporaciones educacionales; esto y el añadido de que gran parte de la educación en Chile está en manos de privados, sumado a la obsolescencia del ejercicio docente que muestran los resultados de la evaluación de éstos y los malos resultados de nuestra educación en la medición que realizan los países pertenecientes a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), de la que Chile es parte desde el 2010, forman el contexto para el movimiento estudiantil del 2011, al que se suman activamente las organizaciones estudiantiles de la Enseñanza Superior y otros actores de la sociedad. En esta movilización, la utilización de las redes sociales para organizarse y convocar a tomas, marchas, acciones públicas y otras manifestaciones –las tomas de colegios, liceos y casas de estudio superiores‐ marcaron un precedente histórico. Los jóvenes no sólo eran capaces de articular ideas sino que podían organizarse y ejecutar acciones de protesta –pacíficas y otras que no lo fueron‐ que sencillamente paralizaron un país por espacio de meses. Se habló de nuevos liderazgos y de utilización política de los estudiantes, pero finalmente esta instancia demostró la capacidad que tienen los jóvenes de articular ideas y de iniciar debate. En un plazo de 5 años, estudiantes de enseñanza media fueron capaces de movilizar un país, organizarse y generar una reacción institucional sin precedentes, plasmadas en un cúmulo de reformas legales, y posiblemente en un cambio de las preferencias del electorado que fue visualizado en las elecciones municipales del 2012.
200
Con Sergio Alvarado –en ese entonces profesional de apoyo del SENDA/Previene de Estación Central‐ nos tocó participar en un proceso de participación social con estudiantes secundarios en esa comuna a partir de la Competencia Interescolar de Debates, de la que fuimos organizadores. El contexto marcadamente político que se heredaba del 2011 y las tomas que se llevaron a cabo en agosto y septiembre del 2012, conformaban un escenario particularmente fértil a la discusión y al proceso de instalación de los debates. Planteado como un coach con los grupos en competencia, estuvimos trabajando tres meses de manera regular y sistemática con los jóvenes participantes, proponiéndoles temas contingentes, videos motivadores, material estadístico y reflexivo de apoyo y una planilla de trabajo basada en la elaboración de líneas argumentativas y técnicas de contra‐argumentación. El trabajo consistió en someter a los equipos a debates entre pares, con alguno de nosotros, sesiones de entrenamiento en estrategias argumentativas, pragmática de la comunicación y utilización del lenguaje no verbal, y finalmente, competencias al interior del establecimiento para establecer un equipo ganador que se enfrentara a otro establecimiento, para lograr tener cuatro equipos en una final que se realizó en el Edificio Consistorial del Municipio, con un jurado formado por autoridades municipales y de la dirección regional del Servicio Nacional de Drogas y Alcohol (SENDA). Uno de los objetivos de esta iniciativa era familiarizar a las comunidades escolares con el Debate Estudiantil y la discusión abierta como una técnica y medio para promover el logro de metas, valores y aprendizajes asociados a factores protectores. Esto se hizo extensivo a las autoridades municipales, a las que se hizo partícipe del proceso en las jornadas finales de competencia precisamente para mostrar lo que un grupo de jóvenes apoyados por adultos mediadores podían lograr en relación al diálogo informado y a la elaboración de argumentos. El contexto macro social –teñido con el prejuicio de los destrozos que ocasionaron algunos jóvenes durante el movimiento estudiantil en el 2011‐ fue contrastado con estos 60 jóvenes que eran capaces de debatir con altura de miras y presentar posiciones bien fundamentadas, utilizar recursos cognitivos de nivel superior y enfrentarse amistosamente frente a temáticas altamente contingentes, como la responsabilidad en adultos y jóvenes para la toma de decisiones, los niveles de consumo de drogas y alcohol en sectores populares o sectores acomodados y la legalización de la marihuana. El resultado de esta iniciativa fue que se obtuvieron logros entre los participantes del orden de: •
•
Aprender a escuchar (tanto al compañero de equipo como al contrincante) como una estrategia de análisis del discurso, para insertar los argumentos eficientemente o modificar las líneas argumentales. Tomar apuntes mientras se debate, tanto de lo que dicen los otros compañeros del equipo como lo que dice el equipo contrario, de modo que se pueda citar la opinión del otro y reafirmarla o contra‐argumentarla.
201
•
•
• • • •
Distribuir roles al interior de los equipos, identificando habilidades y destrezas de cada uno de sus miembros para asumir dichos roles y fortalecer el desempeño grupal a través de una estrategia grupal de presentación y contra‐argumentación. Perfeccionar dichos roles con la práctica de debate y tomar decisiones respecto a los temas, comprendiendo que cada tema tiene múltiples perspectivas argumentales que son válidas y que la dificultad de los debates no se relaciona con el criterio de verdad asociado a las respuestas sino con la forma y fondo con que se presentan dichas posiciones, siendo unas más efectivas que otras. Tomar apuntes y generar un esquema de presentación en el desarrollo de la línea argumentativa, en el trabajo previo a debatir. Utilizar con criterio y agudeza las fuentes referenciales y los estudios y estadísticas disponibles. Desarrollo de habilidades sociales desde el contexto de la intervención en público. Implementar una estrategia de distribución de lugares y roles en la forma de debatir para fortalecer los recursos con que cuenta el equipo y debilitar al equipo contrario desde la proxémica, la quinésica y la para‐lingüística.
Precisamente porque los jóvenes viven insertos en una confrontación generacional –en la que se les considera sujetos difíciles de tratar y de hacerlos entender‐ uno de los desafíos importantes que atravesarán en esta etapa es desarrollar la capacidad de argumentar y contra‐argumentar, o dicho en otras palabras, la capacidad de manejar y usar la información para expresarse, comprender y persuadir a otros. Los indicadores de logro que se presentan en relación a la implementación de debates en los liceos y colegios de Estación Central refieren precisamente a esta capacidad de manejo de la información, tanto para expresarse como para comprender y persuadir a otros. Esto implica asentar logros cognitivos de orden superior, específicamente en el orden de la lógica formal. La capacidad de desarrollar hipótesis y elaborar alternativas mentalmente respecto a éstas, para desecharlas o confirmarlas, y generar nuevas hipótesis de curso de acción; de contrastarlas con la información que tiene el sujeto en sus esquemas representacionales y de incorporar información nueva a dichos esquemas que complemente o reformule dichas concepciones; todo esto forma parte de las operaciones formales a las que accede el joven desde su pre‐adolescencia, y que en esta etapa logran una transposición a múltiples dominios, incluyendo dominios formales del conocimiento como los que implica un debate. Este proceso –que obviamente se vio acelerado en la intervención que realizamos con mis colegas‐ también tiene un curso natural que se realiza cotidianamente entre los jóvenes, aunque no tengan un proceso mediador y facilitador como el que desarrollamos. El debate informal o discusión entre pares es algo cotidiano, tal y como se esbozaba al hablar de la formación de culturas juveniles y de los choques entre individuos al interior de los grupos heterogéneos.
202
Jóvenes que piensan distinto y tienen pertenencias a grupos de referencia disímiles probablemente se enfrentarán –amistosamente o en rivalidad‐ en más de una ocasión. Los jóvenes suelen ser opinantes activos, e impulsivamente reactivos frente al disenso o lo que puedan considerar una provocación. Muchas veces esta provocación provendrá de otros adultos, pero también puede surgir de las diferencias entre los propios pares. Una diferencia de opinión, por ejemplo. A diferencia de la Educación Básica, en la que las diferencias frecuentemente eran resueltas en enfrentamientos que involucraban acciones físicas, en la Educación Media los jóvenes tienden a usar la argumentación y la denostación como mecanismos de defensa y de enfrentamiento. Uno de los recursos favoritos de los jóvenes es el humor, específicamente la burla y la ironización. La ironía permite evidenciar la falta de lógica o la carencia de argumentos, por lo que es un recurso inmensamente atractivo para los jóvenes porque además les permite establecer superioridades entre los pares, mayor capacidad intelectual y dominio de los aspectos pragmáticos del lenguaje para resolver discrepancias o situaciones problemáticas. Esto genera altos niveles de competitividad entre los adolescentes, y puede producir efectos profundos en la autoestima y en el autoconcepto de los muchachos. La mediación adulta en estos casos es extremadamente importante para transformar las discusiones en debate y promover a través de éstos que todos puedan desarrollar habilidades y competencias comunicacionales que les permitan expresarse o ser un eslabón importante en la elaboración de los argumentos. En el proceso de adiestramiento que fue reseñado en este capítulo, nos encontramos con estudiantes que –sin tener una gran capacidad oratoria‐ desarrollaban agudeza para tomar apuntes de los argumentos del equipo contrario y buscar fuentes con las que apoyar líneas argumentativas. Esto puede ser potenciado en un trabajo de mediación, destacando en el trabajo en equipo la importancia de los diferentes roles y de las capacidades diversas que cada integrante tiene, relevando la riqueza que presentan estas diferencias tanto de estilos como de carácter. La formalización progresiva del raciocinio y de la lógica formal en la capacidad argumental y contra‐argumental permite que el joven y la joven desarrollen líneas argumentativas y posiciones respecto a temas, pero también permite que escuchen y aprendan de otras posturas o discursos, incorporando elementos de éstos o rechazándolos; este rechazo de ideas o argumentos que no son propios se basará en una lógica más desarrollada, en una evaluación de la proposición y no en una respuesta emocional. La madurez emocional que permite el desarrollo de la lógica se sustenta en la capacidad de valorar las ideas como propuesta y no como un ataque personal o un atentado a las creencias del joven. Esto permite utilizar la razón en beneficio de las emociones y de las creencias. Frente a las relaciones sociales, entre pares y con otros adultos, el adiestramiento lógico y el dominio racional le permitirán al joven dominar sus impulsos y llegar a un intercambio razonable, volviendo más estable la convivencia y permitiendo mayores niveles de disenso en la interacción, posibilitando el desarrollo de cada cual sin que implique merma en ninguno de los participantes.
203
Obviamente, esto implica y requiere que los adultos que conformamos ese contexto actuemos también razonablemente. Cuando el punto de partida en una relación no es el reconocimiento de la razonabilidad del otro y de la validez de sus argumentos –que pueden estar expresados eficientemente o no‐ es complejo llegar a una relación donde la razonabilidad sea el estilo que prime en la interacción. Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1971). Adolescencia. (pp. 93‐119). Buenos Aires: Ediciones Kargieman. Allouch, J. (2006). Erótica del duelo. En tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: Ediciones Literales. Allouch, J. (2004). La sombra de tu perro. Discurso Psicoanalítico. Discurso Lesbiano. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Allouch, J. (2001). El sexo del amo. El erotismo desde Lacan. Buenos Aires: Ediciones Literales. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Balboa, J. M. (2006). Estudio de la noción de Grupalidad en el marco de las Teorías Psicoanalíticas Grupales. http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/balboa_j/html/index‐frames.html Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Balardini, S., Dávila, O., Paciello, A., Souza, R. & De Freitas, M. V. (2005). Políticas Locales de Juventud. Experiencia en el Cono Sur. Buenos Aires: Friedrich Ebert Stiftung. Bellei, C., Contreras, D. & Valenzuela, J. P. (2010). Ecos de la Revolución Pingüina. Santiago: Pehuén. Belmonte, C. (2010). Las tribus urbanas: campo virgen en historia y fértil para la interdisciplinariedad. En Revista Cuicuilco, vol. 17, núm. 48, enero‐junio, 2010, pp. 49‐67. Ciudad de México: Escuela Nacional de Antropología e Historia. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia
204
Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Braslavsky, C. (2006). Diez Factores para una Educación de Calidad para Todos en el Siglo XXI. Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 4(2e), pp. 84‐101. http://www.rinace.net/arts/vol4num2e/art5.pdf. Consultado el 26 de Agosto del 2012. Braslavasky, C. (2001). La educación secundaria. ¿Cambio o inmutabilidad? Análisis y debate de procesos europeos y latinoamericanos contemporáneos. Buenos Aires: IIEP. Braslavasky, C. (1987). La juventud argentina: informe de situación. Buenos Aires: CEAL. Braslavasky, C. & Tiramonti, G. (1990). Conducción educativa y calidad de la enseñanza media. Buenos Aires: FLACSO ‐ Miño y Dávila. Carretero, M. (1979). ¿Por qué flotan las cosas? El desarrollo del pensamiento hipotético‐ deductivo y la enseñanza de las ciencias. Revista Infancia y aprendizaje, 8, pp. 7‐22 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara. Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Contreras, D. & Crotti, E. (2007). Qué educación, para qué sociedad; El Proyecto de Ley General de Educación. Publicado en Infancia y Adolescencia Nº 6, serie Reflexiones. Santiago. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad
205
“Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Domb, B. (1996). Más allá del falo: lo real del padre, el goce femenino, fin de análisis ‐ el pase, las psicosis. Buenos Aires: Lugar. Duarte, K. (2002) Mundo jóvenes, mundos adultos: lo generacional y la reconstrucción de los puentes rotos en el Liceo. Una mirada desde la convivencia escolar. Revista Última Década, marzo, N° 16, pp. 99‐118. Viña del Mar: Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas. Erickson, E. H. (1980). Identidad, juventud y crisis. Madrid: Editorial Taurus. Erickson, E. H. (1993). Sociedad y adolescencia. México: Editorial Siglo XXI. Feijoo, M. C. (2005, septiembre). Adolescentes y Jóvenes en el ConUrbano Bonaerense: Entre las buenas y las malas noticias. Publicado en la revista Anales de la Educación Común, año 1, número 1 y 2, Adolescencia y Juventud, pp. 135‐150. Buenos Aires: Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia. Feixa, C. (Coord.) (2004). Culturas juveniles en España (1960‐2004). Edición Electrónica: http://www.injuve.es/observatorio/economia‐consumo‐y‐estilos‐de‐vida/culturas‐ juveniles‐en‐espana‐1960‐2004. Consultado el 05 de enero del 2013. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foladori, H. (2001). El grupo operativo (de) formación. Santiago: Universidad Bolivariana. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI.
206
García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós. Halperin, D. (1999). ¿Por qué Diótima es una mujer? El erôs platónico y la representación de los sexos. Córdoba: Litoral. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Le Gaufey, G. (2007). El NoTodo de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Licha, I. (2006). Desafíos teóricos y prácticos de las políticas públicas para la construcción de ciudadanía juvenil en América Latina. Documento de Trabajo del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES). Washington: Banco Interamericano del Desarrollo. Krauskopf, D. (1998). Dimensiones críticas en la participación social de las juventudes. En publicación: Participación y Desarrollo Social en la Adolescencia, pp. 119‐134. San José: Fondo de Población de Naciones Unidas. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. México, Secretaría de Seguridad Pública (SSP). (2010). Jóvenes y Narcocultura. Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana. Ciudad de México: Gobierno Federal. Moro, J. (2006a). Juventudes, Violencia y Exclusión: Desafíos para las Políticas Públicas. Javier Moro (Ed.). Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES), Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), Norwegian Ministry of Foreign Affairs (NMFA). Guatemala: MagnaTerra. Moro, J. (2006b). (Re)Pensar las juventudes para la construcción de una ciudadanía plural. Documento de Trabajo del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES). Washington: Banco Interamericano del Desarrollo.
207
Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Obiols, G. & Segni, S. (1993). Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria: la crisis de la enseñanza media. Buenos Aires: Editorial Kapeluz. Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Peña, C. (2005). Igualdad Educativa y Sociedad Democrática. Publicado en Justicia y Derechos del Niño, UNICEF, en agosto del 2005. Transcripción de la ponencia presentada por el autor en el Seminario Internacional “Políticas Educativas y Equidad” realizado Santiago de Chile en Octubre del 2004, cuyas actas fueron publicadas por la Fundación Ford, UNESCO, UNICEF y la Universidad Alberto Hurtado, 2005. Peña, C. (2003). ¿Para qué educar? Publicado en Revista Derechos del Niño, UNICEF, en enero del 2003. Santiago. Pichón‐Rivière, E. (1972). Aportaciones a la didáctica de la psicología social, En El proceso grupal (pp. 205‐213). Buenos Aires: Nueva Visión. Raths, L. & Wassermann, S. (1997/1967). Cómo enseñar a pensar. Teoría y Aplicación (7ma. Reimpresión). Buenos Aires: Paidós. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. SENDA/Previene Estación Central. (2012). Revisión metodológica del programa de Debates Interescolares ‐ 2012. Autores: Sergio Alvarado, Álvaro Covarrubias y Claudia Fierro. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐
208
ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Quiroga, S. (1998). Adolescencia: del goce orgánico al hallazgo del objeto. Buenos Aires: Editorial Eudeba. Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje. Zsögön, C. (2006). La Industria Cultural, su relación con la Alienación y el Consumismo en las Sociedades de Masas. Tesina para la obtención del grado de Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza: UNC.
209
Capítulo 15 El logro de la intimidad Uno de los logros más relevantes para la juventud se relaciona con la posibilidad de establecer relaciones íntimas. Esto es algo que comienza en la pre‐adolescencia, fundamentalmente con las relaciones de amistad que son características de los pre‐adolescentes; las relaciones de pareja continúan esta línea de desarrollo en la juventud, toda vez que los primeros pololeos de la etapa anterior permiten un acercamiento menos ansioso a la incorporación de la sexualidad en las relaciones íntimas. No se trata únicamente de la iniciación de la vida sexual, dado que en estos tiempos probablemente ésta se ha iniciado en la etapa anterior, sino del logro de una relación afectiva relevante y estable que incorpore la sexualidad o el deseo sexual como parte integrante del sentimiento que une a ambos pololos. Esto contiene un sinnúmero de componentes específicos. Por un lado, la relación surge de una suma de afinidades que se van descubriendo en un proceso de conocimiento mutuo, que permiten que ambos jóvenes se proyecten e imaginen una relación en el tiempo. Pololear es en la adolescencia una definición de compromiso, que establece lealtades y entrega, donde se comparte la historia personal; usualmente la intimidad sexual no es inmediata, sino que es parte de un proceso de conocimiento y entrega, y la pareja es frecuentemente presentada en los círculos sociales más relevantes del joven, como sus amigos y su familia. Por lo mismo, las relaciones amorosas en la juventud suelen conllevar una estabilidad y una duración en el tiempo que no es frecuente encontrar previamente en otras etapas. Ya no se comparten solo ilusiones, la experiencia del pololeo en esta etapa se caracteriza por ir atravesando etapas y estableciendo hitos. Surgen las “pequeñas celebraciones”, que responden a los aniversarios de mes, año, día de los enamorados, etc. Los amigos y amigas suelen interactuar más frecuentemente y con mayor cercanía con la polola o el pololo del joven, al punto que muchas veces se vuelven amigos a su vez. Lo que ocurre es que este noviazgo adquiere una relevancia en la vida del joven o de la joven tal que se equipara a las relaciones más íntimas y profundas de amistad. Usualmente la presentación en la familia del novio o la novia no es un acontecimiento trivial, sino que conforma un proceso de formalización de la relación, como la confirmación de ésta y de su seriedad. Frecuentemente me ocurre que mis muchachos o mis muchachas acuden con sus novios o novias a presentármelos, como parte de este proceso de formalización. Para ellos el paso de presentar a su pareja es una instancia de legitimación de la relación, que apoya el proceso de generación de la intimidad y de establecimiento de confianzas al interior de ésta. Esto es algo fundamental que se comprende en la juventud: la polola o el pololo constituyen una persona especial, en la que se confía –como se ha confiado y se sigue confiando en los amigos‐; y al igual que ocurre con éstos, que el grupo de amigos se ha ido estrechando con el paso del tiempo pudiendo distinguirse claramente entre los mejores amigos y los conocidos, el novio o la novia son personas únicas, excluyentes. No todas las pololas o pololos son presentables a los amigos o en la casa, no todas
210
las relaciones constituyen una relación de verdad. Se distingue la seriedad de una relación en relación a su trascendencia y a la afinidad que se descubre en la intimidad. Esta afinidad que se descubre en el proceso no es un tema trivial: los jóvenes comienzan a estar dispuestos a descubrirla, en la medida que la madurez que van alcanzando –y el conocimiento de sí mismos‐ les permite tomar el riesgo de enamorarse de otro, de admirarlo y reconocer el bien que obtienen de una relación afectiva. La pareja llega a ser un compañero o compañera de ruta. Durante la juventud y en la educación media se viven experiencias muy importantes en la definición de la vida, las que usualmente son compartidas en estas relaciones y donde el compañero o compañera son un apoyo muy importante. Siguiendo la línea de lo que se ha expuesto en relación al amor en este libro, los jóvenes encuentran en sus relaciones amorosas el escenario para experimentar el amor ya no cómo una experiencia de destinatario, sino como algo que les pasa y que los moviliza hacia el otro. Este descubrimiento del otro como un ser que nos necesita y que requiere nuestro apoyo, contención y capacidad para escucharlo y darle ánimo es un descubrimiento que revoluciona la capacidad amatoria del joven: por primera vez se siente realmente útil. Es frecuente que en estas primeras relaciones amorosas profundas el joven o la joven experimenten una emocionalidad que los desborde, y atribuyan a esta pareja una importancia crucial que a los adultos nos parece excesiva. En el contexto de la confrontación generacional, muchas veces esto genera roces y es fuente de crisis. Los padres –específicamente‐ y en menor o igual medida los otros adultos que rodean a los jóvenes suelen asumir posturas de cautela y prudencia que pueden esconder a su vez celos y temores que no se justifican en la relación o en la pareja elegida por el joven, sino en sus propias fantasías o conflictos no resueltos. Algo básico que ejemplifica esto es el temor a que el joven o la joven abandonen sus estudios por la importancia que le asignan a estas relaciones, ya sea porque la muchacha se embarace o porque decidan casarse. Aunque este escenario ni siquiera se vislumbre en la relación de pareja, las señales que envía la pareja a los adultos que los rodean pueden confundirse, en virtud de los montos de dependencia que se transan en las relaciones amorosas adolescentes y en razón de una visualización social de los jóvenes como irreflexivos, impulsivos e incapaces de tomar decisiones responsables. Otro tema son los celos que aparecen en el contexto adulto porque no podemos olvidar los duelos que realizan estos durante esta etapa: la pérdida significativa de la cercanía e intimidad parental a medida que los hijos crecen puede levantar sentimientos persecutorios inconscientes, donde el novio o la novia literalmente “le viene a quitar” a su niñito o su niñita. Finalmente, una historia amorosa fracasada, desgastada o violenta en el núcleo parental puede inducir a uno de sus miembros o a ambos a proyectar sus frustraciones y dolores hacia alguno de
211
sus hijos, en la forma de temor al fracaso, a que “le rompan el corazón” o invierta demasiadas energías en algo que finalmente no genere las satisfacciones o la felicidad que promete. Este temor –o su contraparte en los celos‐ se pueden expresar en desconfianza, hostilidades frente al novio o la novia, o en impedimentos concretos y sistemáticos para permitirle a la pareja el estar juntos y/o desarrollar la intimidad necesaria para construir y sostener una relación amorosa. Todo esto no debe hacernos olvidar que para el joven la relación amorosa en su adolescencia es el escenario en que pone en práctica aquello para lo que ha sido dotado de vida: el amor no se trata de ser amado, sino de amar. Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1971). Adolescencia. (pp. 93‐119). Buenos Aires: Ediciones Kargieman. Allouch, J. (2006). Erótica del duelo. En tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: Ediciones Literales. Allouch, J. (2004). La sombra de tu perro. Discurso Psicoanalítico. Discurso Lesbiano. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Allouch, J. (2001). El sexo del amo. El erotismo desde Lacan. Buenos Aires: Ediciones Literales. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Chile, Ministerio de Salud Pública (MINSAL). (2000). Estudio Nacional de Comportamiento Sexual. Autores: Anabella Arredondo, Michel Giraud, Eduardo Goldstein, María Pía Olivera y Loreto Bravo. Domb, B. (1996). Más allá del falo: lo real del padre, el goce femenino, fin de análisis ‐ el pase, las psicosis. Buenos Aires: Lugar. Erickson, E. H. (1980). Identidad, juventud y crisis. Madrid: Editorial Taurus. Erickson, E. H. (1993). Sociedad y adolescencia. México: Editorial Siglo XXI. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C.
212
Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Halperin, D. (1999). ¿Por qué Diótima es una mujer? El erôs platónico y la representación de los sexos. Córdoba: Litoral. Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Le Gaufey, G. (2007). El NoTodo de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Quiroga, S. (1998). Adolescencia: del goce orgánico al hallazgo del objeto. Buenos Aires: Editorial Eudeba.
213
Capítulo 16 La presión vocacional Para muchos adolescentes en este país, la Educación Media termina con una definición vocacional determinante en sus vidas; rendir la PSU implica una postulación a la Educación Superior y esa elección está asociada a la profesión que ejercerán el resto de sus vidas, al trabajo que podrán acceder de adultos y a un gasto enorme que significa costear los estudios superiores, razón por la que no pueden fallar o equivocarse. También es cierto que muchos adolescentes definen su ocupación laboral en segundo medio, al ingresar a una especialidad técnica dentro del Liceo en el que cursan su enseñanza media; otros jóvenes no continúan estudios superiores ni rinden la PSU y muchos jóvenes se toman un año para preparar esta prueba y ganar tiempo para realizar esta elección vocacional sin la presión que esto implica en cuarto año medio. Lo que no es soslayable es la presión que sufre el adolescente en su último año escolar. Al licenciarse de la educación media es habitualmente mayor de edad y eso implica que deberá pensar en su subsistencia de otra manera. Si bien puede continuar estudiando, estos estudios lo conducirán a un trabajo que será su modo de “ganarse el pan”. Frente a esto uno se pregunta si los jóvenes a los 18 años están realmente capacitados para tomar este tipo de decisiones, o si los hemos ayudado adecuadamente a realizar este proceso. En los Colegios o Liceos habitualmente se realiza un acompañamiento vocacional, visitas a las Universidades o Institutos y Centros de Formación Técnica y/o charlas motivacionales. Lo que la institución escolar no puede brindarle es la garantía laboral que estos estudios superiores podrán suponerle, ni tampoco una perspectiva de lo que significará la carrera técnica que realice en el liceo o en su ingreso a la fuerza laboral. Desde el Gobierno central durante este 2012‐2013 pudimos ver iniciativas de apoyo al proceso de elección en portales y sitios web, simuladores de becas e información del mercado laboral en relación a las diferentes carreras que ofrecen los centros de educación superior. A mi parecer, se le ha ido tomando el peso a la complejidad de la decisión de la continuidad de estudios en la Educación Superior, pero la incertidumbre que rodea al ingreso a la adultez laboral o a la continuidad de estudios sigue siendo una tarea pendiente que tenemos como sociedad. Al adolescente se lo ve más como un prospecto de cliente desde las instituciones de educación superior que como un sujeto que acaba de terminar una etapa obligatoria de enseñanza y que sueña con incorporarse en un mundo adulto donde no es clara su inserción ni su pertenencia. Entonces, la presión vocacional surge como una interrogante a las políticas públicas. ¿Qué hacemos con nuestros jóvenes y sus sueños?, ¿cómo nos hacemos cargo de su incorporación en el mundo adulto? Me remito a un texto que escribí hace algunos años a propósito del sistema escolar y sus fines (Covarrubias, 2008): como sociedad hemos creado el sistema escolar para apoyar la labor de crianza que realizan las familias y formalizar los conocimientos que se le entregan a los niños y niñas de modo que puedan hacer el tránsito hacia su vida adulta dotados de las herramientas cognitivas, sociales y emocionales que les permitan subsistir laboralmente e
214
insertarse activamente como protagonistas de su destino. En este sentido, el sistema escolar no tiene sentido si al término de la escolarización no existe claridad de para qué sirven esos doce años de estudios. Si el destino de estos estudios es la continuidad y la especialización, ¿quiénes pueden acceder a estos estudios y a qué los conducen, laboralmente, en la realidad del mercado laboral y en las posibilidades de una remuneración adecuada al esfuerzo realizado? Si el destino de la escolaridad es la incorporación en la fuerza laboral, ¿qué trabajos pueden constituir este destino y en qué medida será suficiente lo remunerado para subsistir y formar una familia? Los liceos técnicos, por ejemplo, ¿generan una oferta de especialización que permita un ingreso cierto en esta fuerza laboral?, ¿se puede planificar una continuidad de estudios y especializaciones a partir del primer acercamiento al conocimiento técnico? Un país tiende a producir oportunidades laborales, pero estas no necesariamente son conocidas por aquellos que necesitan ingresar en éstas ni son dominadas al momento de tomar decisiones, y frente a esto, ¿se está informando adecuadamente de esto a los jóvenes en el momento en que se les pide que definan su destino, o se está centrando esta información en mostrar la oferta educacional superior sin considerar si esto es eficiente o no para la economía del país? Por último, algo que pueden y suelen aportar los jóvenes a las sociedades es la innovación. No todos los jóvenes son innovadores o emprendedores, pero la tendencia es que el emprendimiento y la innovación vengan de la mano con la juventud. Desde aquí, algunos jóvenes pueden desarrollar una vocación que les permita abrir nuevos nichos de mercado o generar aplicaciones creativas e innovadoras de sus ocupaciones o estudios. Si la información respecto a la inserción laboral y la continuidad de estudios potencia la oferta existente y no su aplicación laboral, difícil es que una mente creadora y joven pueda visualizar lo que podría desarrollar en el futuro desde su elección presente: esto constituye todo un desafío para las políticas públicas. Referencias Bibliográficas Aberastury, A. (1971). Adolescencia. (pp. 93‐119). Buenos Aires: Ediciones Kargieman. Allouch, J. (2006). Erótica del duelo. En tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: Ediciones Literales. Allouch, J. (2004). La sombra de tu perro. Discurso Psicoanalítico. Discurso Lesbiano. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Allouch, J. (2001). El sexo del amo. El erotismo desde Lacan. Buenos Aires: Ediciones Literales. Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Educación y desarrollo: la teoría de Vigotsky y la zona de desarrollo próximo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 93‐119). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial.
215
Álvarez, A. & Del Río, P. (1996/1990). Escenarios educativos y actividad: una propuesta integradora para el estudio y diseño del contexto escolar. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 225‐247). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Balboa, J. M. (2006). Estudio de la noción de Grupalidad en el marco de las Teorías Psicoanalíticas Grupales. http://www.tesis.uchile.cl/tesis/uchile/2006/balboa_j/html/index‐frames.html Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Balardini, S., Dávila, O., Paciello, A., Souza, R. & De Freitas, M. V. (2005). Políticas Locales de Juventud. Experiencia en el Cono Sur. Buenos Aires: Friedrich Ebert Stiftung. Berger, C. & Lisboa, C. (2009). Violencia escolar. Estudios y posibilidades de intervención en América Latina. (Comp.) Christian Berger y Carolina Lisboa. Santiago: Universitaria. Berwart, H. & Zegers, B. (1980b). Psicología del Adolescente. Santiago, Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, Dirección de Educación Universitaria a Distancia (TELEDUC), Escuela de Psicología. Braslavsky, C. (2006). Diez Factores para una Educación de Calidad para Todos en el Siglo XXI. Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 4(2e), pp. 84‐101. http://www.rinace.net/arts/vol4num2e/art5.pdf. Consultado el 26 de Agosto del 2012. Braslavasky, C. (2001). La educación secundaria. ¿Cambio o inmutabilidad? Análisis y debate de procesos europeos y latinoamericanos contemporáneos. Buenos Aires: IIEP. Braslavasky, C. (1987). La juventud argentina: informe de situación. Buenos Aires: CEAL. Braslavasky, C. & Tiramonti, G. (1990). Conducción educativa y calidad de la enseñanza media. Buenos Aires: FLACSO ‐ Miño y Dávila. Carretero, M. (1979). ¿Por qué flotan las cosas? El desarrollo del pensamiento hipotético‐ deductivo y la enseñanza de las ciencias. Revista Infancia y aprendizaje, 8, pp. 7‐22 Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje Editores. Carretero, M. & León Cascón, J. A. (1990/1995). Desarrollo cognitivo y aprendizaje en la adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 311‐326). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Céspedes, A. (2013). Déficit Atencional en niños y adolescentes. Santiago: Ediciones B. Céspedes, A. (2010). El estrés en niños y adolescentes. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2008). Educar las emociones, educar para la vida. Santiago: Vergara. Céspedes, A. (2007). Niños con pataleta, adolescentes desafiantes. Santiago: Vergara.
216
Coll, C. (1996/1990). Un marco de referencia psicológico para la educación escolar: la concepción constructivista del aprendizaje y de la enseñanza. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 438‐452). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Coll, C. (1994). Aprendizaje escolar y construcción del conocimiento. Buenos Aires: Editorial Paidós. Covarrubias, A. (2013). Una mesa en que todos puedan sentarse. Bitácora del Programa de Fortalecimiento Familiar Barrial. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Covarrubias, A. (2008). Adolescencia y Alfabetidad Visual. Estudio a partir de la unidad “Retrato y autorretrato” en el programa de Artes Visuales para Segundo Año Medio. Santiago: MZO. Cubero, R. (2005). Perspectivas constructivistas: La intersección entre el significado, la interacción y el discurso. Barcelona: Grao. Chile, Ministerio de Salud Pública (MINSAL). (2000). Estudio Nacional de Comportamiento Sexual. Autores: Anabella Arredondo, Michel Giraud, Eduardo Goldstein, María Pía Olivera y Loreto Bravo. Dolto, F. (1990). La causa de los niños. Madrid: Editorial Paidós. Dolto, F. (1998). La educación en el núcleo familiar. Preguntas, inseguridades y límites. Madrid: Editorial Paidós. Domb, B. (1996). Más allá del falo: lo real del padre, el goce femenino, fin de análisis ‐ el pase, las psicosis. Buenos Aires: Lugar. Duarte, K. (2002) Mundo jóvenes, mundos adultos: lo generacional y la reconstrucción de los puentes rotos en el Liceo. Una mirada desde la convivencia escolar. Revista Última Década, marzo, N° 16, pp. 99‐118. Viña del Mar: Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas. Eliacheff, C. (1993). El cuerpo y la palabra. Ser psicoanalista con los más pequeños. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. Erickson, E. H. (1980). Identidad, juventud y crisis. Madrid: Editorial Taurus. Erickson, E. H. (1993). Sociedad y adolescencia. México: Editorial Siglo XXI. Feijoo, M. C. (2005, septiembre). Adolescentes y Jóvenes en el ConUrbano Bonaerense: Entre las
217
buenas y las malas noticias. Publicado en la revista Anales de la Educación Común, año 1, número 1 y 2, Adolescencia y Juventud, pp. 135‐150. Buenos Aires: Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia. Fierro, A. (1995a/1990). Desarrollo de la personalidad en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 327‐338). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Fierro, A. (1995b/1990). Relaciones sociales en la Adolescencia. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 339‐346). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Foladori, H. (2008). La intervención institucional. Hacia una clínica de las instituciones. Santiago: ARCIS. Foladori, H. (2001). El grupo operativo (de) formación. Santiago: Universidad Bolivariana. Foucault, M. (1999). Las Redes del Poder. En C. Ferrer (Comp.), El lenguaje libertario. El pensamiento anarquista contemporáneo (pp. 15‐29). Buenos Aires: Editorial Altamira. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa México: Siglo XXI. García Madruga, J. A. (1996/1990). Aprendizaje por descubrimiento frente a aprendizaje por recepción: la teoría del aprendizaje verbal significativo. En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen II (pp. 81‐92). Madrid (8° reimpresión): Alianza Editorial. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós. Good, Th. & Brophy, J. (1995). Psicología Educativa Contemporánea. Quinta Edición (primera edición en 1980). Traducido por: Jorge Alberto Velásquez. Ciudad de Méjico: McGraw Hill/ Interamericana Editores. Halperin, D. (1999). ¿Por qué Diótima es una mujer? El erôs platónico y la representación de los sexos. Córdoba: Litoral. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Inhelder, B. & Piaget, J. (1955/1972). De la lógica del niño a la lógica del adolescente (Trad). Buenos Aires: Editorial Paidós.
218
Kancyper, L. (1997). La confrontación generacional. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Editorial Paidós. Lacan, J. (2005). De los nombres del padre. Buenos Aires: Editorial Paidós. Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (2004/1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós. Le Gaufey, G. (2007). El NoTodo de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas. Buenos Aires: El Cuenco de Plata. Licha, I. (2006). Desafíos teóricos y prácticos de las políticas públicas para la construcción de ciudadanía juvenil en América Latina. Documento de Trabajo del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES). Washington: Banco Interamericano del Desarrollo. Luhmann, V. (1996). Observaciones de la modernidad: racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. Madrid: Paidós. Krauskopf, D. (1998). Dimensiones críticas en la participación social de las juventudes. En publicación: Participación y Desarrollo Social en la Adolescencia, pp. 119‐134. San José: Fondo de Población de Naciones Unidas. Medrano, C. & Aierbe, A. (2008). Valores y contextos de desarrollo. En Revista de Psicodidáctica, volumen 13, N° 1, sin mes, 2008, pp. 53‐67. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Melero, M. A. & Fernández, P., (Comp.). (1995). La Interacción Social en Contextos Educativos. Madrid: Siglo XXI. México, Secretaría de Seguridad Pública (SSP). (2010). Jóvenes y Narcocultura. Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana. Ciudad de México: Gobierno Federal. Moro, J. (2006a). Juventudes, Violencia y Exclusión: Desafíos para las Políticas Públicas. Javier Moro (Ed.). Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES), Instituto Nacional de Administración Pública (INAP), Norwegian Ministry of Foreign Affairs (NMFA). Guatemala: MagnaTerra. Moro, J. (2006b). (Re)Pensar las juventudes para la construcción de una ciudadanía plural. Documento de Trabajo del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES). Washington: Banco Interamericano del Desarrollo. Moscovici, S. (1985). Psicología social, Vol. II. Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas sociales. Barcelona: Paidós. Navarro, V. (2002). El afán de jugar: teoría y práctica de los juegos motores. Barcelona: INDE. Nisbett, R. E. & Ross, L. (1980). Human inference: strategies and shortcomings of social judgment. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice‐Hall.
219
OIT/IPEC (2007). Imperdonable. Estudio sobre la Explotación Sexual Comercial de la Infancia y Adolescencia en Perú: Cajamarca, Cusco, Iquitos y Lima. Lima: OIT. Oficina de Naciones Unidas. (1990). Convención sobre los derechos de los Niños, Niñas y Jóvenes. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Ginebra. http://www2.ohchr.org/spanish/law/crc.htm Obiols, G. & Segni, S. (1993). Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria: la crisis de la enseñanza media. Buenos Aires: Editorial Kapeluz. Palacios, J. (1995/1990). ¿Qué es la Adolescencia? En A. Marchesi, J. Palacios & C. Coll (Comp.), Desarrollo psicológico y educación, volumen I (pp. 299‐309). Madrid (9° reimpresión): Alianza Editorial. Pichón‐Rivière, E. (1972). Aportaciones a la didáctica de la psicología social, En El proceso grupal (pp. 205‐213). Buenos Aires: Nueva Visión. Pugmire‐Stoy, M. C. (1996). El Juego Espontáneo: Vehículo de Aprendizaje y Comunicación. Madrid : Narcea. Real Academia Española (RAE). (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo Segunda Edición. Madrid: Espasa Libros. Reboredo, A. & Espinosa, A. (1983). Jugar Es un Acto Político: El Juguete Industrial, Recurso de Dominación. Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. Texas: Universidad de Texas. Rivière, A. (1996). La Mirada Mental: Desarrollo de Las Capacidades Cognitivas Interpersonales. Madrid: Aique. Rivière, A. (1986). Razonamiento y representación. Madrid: Siglo XXI. Rodulfo, M., González, N., García, D. & Giberti, E. (1997). Problemática del síntoma, su formación y destinos en la niñez y adolescencia: una actualización. Buenos Aires: Editorial Paidós. Rozenthal, A. (2005). El juego, historia de chicos: función y eficacia del juego en la cura. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas. SENDA/Nacional (2012). Noveno Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar de Chile 2011. Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol, SENDA. Ministerio del Interior y Seguridad Pública: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2012). Política Comunal de Prevención del Consumo de Drogas y Alcohol de Estación Central Período 2013‐2016. Autores: Sergio Alvarado y Álvaro Covarrubias. Santiago: Gobierno de Chile. SENDA/Previene Estación Central. (2010). Censo Diagnóstico Comunal en 1.600 alumnos de
220
establecimientos educacionales de Estación Central. Consumo de drogas y alcohol, funcionalidad familiar, capital social de los estudiantes, conductas de riesgo y actitud frente a la violencia. Autor: Sergio Alvarado Gamboa. Tonucci, F. (1991). La Ciudad de los Niños. (Trad.) Jaume Gavaldá. Istituto di Psicología del CNR, de Roma. http://www.nodo50.org/forosocialjaen/CP941001.PDF Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Tonucci, F. (2008). Entrevista, recopilación de viñetas. ExpatClic.com, L’Espatrio al femminile. http://www.expatclic.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2557:la‐ ciudad‐de‐los‐ninos‐de‐francesco‐tonucci&catid=82:cultura‐en‐el‐mundo Quiroga, S. (1998). Adolescencia: del goce orgánico al hallazgo del objeto. Buenos Aires: Editorial Eudeba. Vygotski, L. (1934/1977). Pensamiento y Lenguaje. (Trad) Buenos Aires: Editorial La Pléyade. Vygotski, L. (2000). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica. Wertsch, J. (1985). Vygotsky y la formación social de la mente. Barcelona: Paidós. Wertsch, J. & Álvarez, A. (1997). La Mente sociocultural: aproximaciones teóricas y aplicadas. Madrid: Fundación Infancia y Aprendizaje. Winnicott, D. (1982). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. Zsögön, C. (2006). La Industria Cultural, su relación con la Alienación y el Consumismo en las Sociedades de Masas. Tesina para la obtención del grado de Licenciada en Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza: UNC.
221
Conclusión: Un sentido para el desarrollo en el sistema escolar Al llegar al final de este ensayo, que ha tomado la forma de un Manual de Psicología del Desarrollo para la formación de docentes, me parece preciso recordarles a los profesores y profesoras la importancia que implica para el proceso de socialización y aprendizaje de los niños, niñas y jóvenes de este país la idoneidad de su rol docente y su calidad humana. Esto es casi un lugar común en la pedagogía y en las políticas públicas que atañen al rubro de la educación. Se me vienen a la mente el Informe Delors para la UNESCO de 1996, el Marco para la Buena Enseñanza, editado por el MINEDUC el 2003, y el artículo Qué educación, para qué sociedad; El Proyecto de Ley General de Educación, publicado en Infancia y Adolescencia, del director de la UNICEF para Chile, Egidio Crotti. A mi juicio, lo que ha faltado en la literatura y en las declaraciones de las autoridades en materia de infancia y educación respecto al ejercicio docente y a la idoneidad de estos profesionales es la incorporación efectiva de la participación como un eje educacional y como punto de partida de la conformación de la sala de clases. La participación no hay que enunciarla, hay que experimentarla porque se aprende haciendo. Ahora, el hacer puede ser un activismo absurdo y descontextualizado. El hacer debe ser reflexionado, pero la reflexión en un aula debe ser –por definición‐ una acción compartida, no una exposición ni un intercambio en el que se esperen respuestas “correctas”. Con esto lo que quiero plantear (y probablemente con esto me acerque demasiado a lo que propone mi admirado Francesco Tonucci), es que debe reformularse el ejercicio docente: la facilitación de los aprendizajes y el acto de compartir los contenidos, la evaluación de dichos aprendizajes y la concepción misma de lo que constituye los aprendizajes formales e informales durante el desarrollo vital. Esto –aclarémoslo de partida‐ les generará un conflicto a las autoridades de gobierno respecto a la medición de resultados, porque centraré mi mirada en los procesos y en la evaluación cualitativa, y despreciaré los indicadores nacionales por ineficientes y tendenciosos. Si se requieren cifras para la economía y la imagen país, tendrán que trabajar más los sociólogos y los economistas en producir mecanismos de evaluación estandarizada más eficientes y comprehensivos del fenómeno, y no someter a la educación al escarnio de adaptarse a sus requerimientos macroeconómicos y estadísticos, porque esa necedad administrativa vulnera el desarrollo de nuestros niños, niñas y jóvenes, de acuerdo a la Convención de Derechos de los NNA que ha firmado Chile y que se resguarda en el mandato constitucional de respeto a los derechos humanos Covarrubias, 2012). Pero volviendo a la trinchera educacional, lo que planteo es que debe evaluarse la adquisición del conocimiento y la actitud para aprender, la conformación del clima de aula y la cohesión del grupo al trabajo institucional, la sujeción y las reglas propias de los grupos infantiles y juveniles, y el contexto de una identidad escolar y su sentido de pertenencia. Todo esto debe ser evaluado para
222
la promoción en la estructura escolar y para la jerarquización de los contenidos y las propuestas educativas. Lo que no se evalúa –como plantea Errázuriz, 2002‐ no tiene valor social, porque en las instituciones escolares el valor de los productos, los servicios y las actitudes se expresa en las calificaciones, del mismo modo que cualquier trabajo, producto, servicio o buenas prácticas laborales son evaluadas en la remuneración o a través de incentivos que se expresan en ésta. El lector comprenderá que si pretendemos evaluar la convivencia escolar y la generación de un clima de aula, es preciso operacionalizar dicha convivencia y dicho clima en indicadores individuales y colectivos, en una escala de logro y de deficiencia, y estos obviamente deben ser compartidos y conocidos, y estimulados en la convivencia. Sería apropiado que cada asignatura tenga un ámbito de evaluación para estos aprendizajes dentro de su programación, y que se generen instancias co‐evaluativas grupales para la aplicación de estos criterios a través de una rúbrica. Desafíos similares nos generará la evaluación de la convivencia escolar en la identidad escolar y el sentido de pertenencia, en la conformación de los grupos al interior del establecimiento y en la creación de normas grupales y la sujeción a éstas. Esto implica que los compañeros se evalúen entre sí de acuerdo a las normas que han establecido como básicas para la convivencia en los juegos y en las interacciones diarias, o posteriormente en el desarrollo de la aventura. Un educador podría tener la noción errada de que podrá generar una rúbrica a partir del Manual de Convivencia, pero no, se trata precisamente de construir dicho manual a partir de lo que sus estudiantes son, en conformidad a un proyecto educativo que se construya con sus padres y cuidadores; la apertura para escuchar a los niños, niñas y jóvenes en lo que constituye su experiencia más básica de socialización y sujeción social permite entender en dicha organización social –vital para el desarrollo humano‐ las bases de una regulación de la comunidad que permita educarlos para respetarse unos a otros y generar un clima apropiado para el aprendizaje y la convivencia. Esto generará –casi espontáneamente‐ la definición de la identidad institucional y el sentido de pertenencia a ésta, porque el centro educativo resultará siendo un contexto social construido por sus actores, y no impuesto a éstos por los adultos que “interpretan” la realidad social y el deber ser de ésta. Finalmente, deben generarse mecanismos adecuados para evaluar la construcción del conocimiento, los logros del aprendizaje y la actitud que desarrolla el niño y el grupo‐curso para aprender. Nuevamente, el mecanismo debiera ser democrático, y con una actitud de apertura y escucha a los niños, niñas y jóvenes, ya que son éstos los que conforman el giro del establecimiento educacional. El aprendizaje debe volcarse al descubrimiento, a la investigación, al desarrollo de proyectos y a la búsqueda de información para lograr resolver los problemas que la adquisición de saberes implica. Como nos encontramos con aulas y cursos, este proceso debe ser compartido y colaborativo: grupal. Es necesario generar la instancia de conformación de equipos y de mediación par, y fortalecer la tutoría activa por parte de los docentes. Para los más pequeños –donde hay que formar además los hábitos de esta mecánica‐ sería útil considerar la incorporación de otros
223
adultos o mediadores, que pueden ser otros profesionales de la educación, asistentes de aula, padres o madres del curso que tengan disponibilidad horaria e interés en participar, alumnos de cursos más avanzados que tengan “espacio horario” e interés, estudiantes en práctica de diversas carreras relacionadas con la pedagogía o las ciencias sociales y/o voluntarios de la sociedad civil. Para congregar un equipo de trabajo de estas características, tan sólo es necesario definir la mecánica y la metodología con que se operará, y capacitar aspectos básicos de la didáctica con que se abordará el tutelaje académico. Sé que habrá voces al interior del magisterio que disentirán, “porque sólo un pedagogo puede hacerse cargo del proceso educativo de un curso”3; lo que propongo es que efectivamente un profesor se haga cargo de cada curso, pero que esté obligado a conformar equipos de trabajo que le permitan asistir personalizadamente a grupos más pequeños de niños e incluso a cada niño en particular, haciendo las necesarias diferencias de proceso. Esto es algo que nuestra educación chilena ya ha puesto en práctica, en virtud de la SEP, con las asistentes de aula –que por cierto, no son profesoras y en un comienzo eran apoderadas del mismo establecimiento. Lo que discuto es que deben ser más, y deben ser utilizadas como apoyo mediador con los niños y no para desarrollar guías o material didáctico, a modo de “mano de obra” de una profesora. Debe terminarse con la noción de un profesor‐docente expositor, que guía el proceso de 35 ó 40 niños a la vez. Hace mucho tiempo que Paulo Freire desestimó esta metodología e introdujo las aulas freirianas, precisamente para fomentar el desarrollo de la autonomía en la adquisición del conocimiento y en la motivación para aprender. Se aprende mejor cuando hay menos intervención de un “ente que sabe” y mayores posibilidades de experimentar y descubrir, de hacer relaciones y preguntar; esto permite además reconectar el currículum formal con el currículum ocultado, acercando la experiencia y la utilidad del conocimiento porque éste es destinado a ser utilizado permanentemente, en estos procesos de elaboración y descubrimiento. Se aprende también algo más importante: que la relación con el conocimiento puede ser estimulante y desafiante, y que los adultos pueden ser un gran apoyo para resolver misterios o dificultades. Con esto se afianza a su vez la armonía y la colaboración entre generaciones, acercándolas y fortaleciendo la vinculación, facilitando la socialización y la experiencia de comunidad. Cuando en este contexto la evaluación es colaborativa y colectiva, no sólo hay que explicitar desde el inicio los criterios a evaluar y los indicadores con que se realizará, sino que permite el desarrollo del juicio en la aplicación de estos criterios. Un poco de creatividad en cómo elaborar criterios, indicadores y escalas de rendimiento adecuadas a la comprensión de las diferentes edades será útil para el éxito de esta metodología: es necesario recordar que cada etapa tiene su afán y sus posibilidades. 3
Esto hace referencia al slogan contra la propuesta de calidad en razón de la creación de la Agencia de Calidad para la Educación, que generó el ex ministro de educación Joaquín Lavín: “yo quiero que a mi hijo le enseñe un profesor”.
224
Incorporar a los padres y cuidadores en este proceso evaluativo también puede ser una herramienta útil en los primeros años: dado que una de las características del proceso de crianza y educación es la formación de hábitos, y que éstos deben ser coherentes en la Escuela y en el hogar, una forma de aunar criterios y generar sinergia es aplicando una rúbrica conocida por las partes para la evaluación del proceso y de la actitud frente al aprendizaje de los niños. Quizás todo esto que he propuesto como una forma de reformar la educación y la evaluación de ésta implique más horas de trabajo. No lo creo, porque la reestructuración del currículum y la incorporación de los elementos de la convivencia implican a su vez repensar las asignaturas y su relevancia, los contenidos propuestos y su consecución. La investigación permite realizar varios aprendizajes a la vez, en diferentes dominios y quizás el desafío se centre en optimizar los tiempos de trabajo académico, de investigación personal y grupal (y utilización de salas de recursos, como biblioteca y/o sala de enlaces), de juego, de deportes y educación física, artística y musical. Uno de los problemas que tiene actualmente el currículum es la separación de dominios de saber, que es antojadiza, porque en el entorno natural, el ejercicio de estos dominios no está separado, sino integrado. La vida tiende a la integración, y la especialización tiene que ver con el desarrollo personal o de pequeños grupos. A mi juicio, existe una falta de comprensión fundamental respecto al desarrollo infantil en ciertas disciplinas educativas. Esto me lleva a un tema muy importante, que planteara Howard Gardner en la introducción de su libro La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender (2000). Toda educación de calidad debiera ocuparse de tres ámbitos fundamentales: lo verdadero, lo bello y lo bueno. Se plantea que la aproximación a estos ámbitos debe realizarse desde la experiencia reflexiva: desde la filosofía. Sólo la reflexión a partir de la experiencia y del descubrimiento dota de sentido la revisión del acervo histórico y académico de lo que ha constituido la estética, la ética, la moral y la epistemología. A mi juicio, éste constituye un eje cognoscitivo fundamental para articular una progresión curricular adecuada y eficiente. No se trata de saber sobre la naturaleza, o la sociedad, o sobre las operaciones matemáticas y el lenguaje, sino de integrar oportunidades que nos permitan aprender sobre estos diversos dominios, que nos permitan a su vez aprender a utilizarlos (porque no hay que olvidar que el lenguaje y la matemática son herramientas de uso y no sólo de comprensión, y a su vez generar un juicio sobre la relevancia de cada disciplina para nuestra organización comunitaria –o de nuestra humanidad. Lo que propongo es una división entre 1) conocimientos sobre el entorno, 2) herramientas para expresarnos y desarrollar el pensamiento (lenguaje y matemática) y 3) actividades y disciplinas que nos permitan conocernos y ser más creativos (en las que incluiría las artes musicales, la tecnología, las artes visuales y la educación física); todas éstas con una carga horaria distribuida en trabajo personal, trabajo grupal de ejercitación y trabajo grupal de investigación y desarrollo de proyectos, que puede evaluarse inter‐asignaturas y utilizar recursos de mediación en cada sector;
225
desde la segunda mitad del primer ciclo añadiría al interior del trabajo individual, un espacio de reflexión personal e integración de saberes. Lo que no cabe duda que implique un costo importante y una dificultad a la hora de implementar un programa como el que propongo –y que por cierto, haya que estudiar mejor y desarrollar a mayor cabalidad‐ es que éste requiere de una infraestructura más eficiente. Los establecimientos deben tener más espacios de esparcimiento, más adecuados y no mezclarlos con los espacios de deporte y ejercicio físico. Deben tener más áreas verdes y los árboles y el pasto deben estar al servicio del juego de los niños, no como adorno ni como decoración. También deben tener mayor y mejor infraestructura para el descubrimiento personal y/o grupal en un contexto de funcionamiento autónomo: bibliotecas y salas de computación diferenciadas por ciclo etario, con responsables adultos que no interfieran el trabajo de los niños, sino que lo apoyen y faciliten. Laboratorios, salas de trabajo para arte y música, adecuadas y equipadas. Y un espacio destinado a la educación física adecuado, equipado y múltiple. El deporte no es sólo el fútbol, se requieren muchos otros implementos para un desarrollo adecuado y versátil. Sin dominio de la psicomotricidad y de la corporalidad, no hay desarrollo físico, cognitivo, social y emocional posibles. ¿De qué sirve aprender a leer y a escribir, o a hacer sumas si no tenemos interés por leer nada, ni escribir nada ni realizar operaciones, porque nada más nos motiva? Descubrir el cuerpo, a los otros, sus cuerpos y las posibilidades que nos brinda la acción, en el juego, la aventura y el descubrimiento nos permiten enamorarnos del mundo y de nuestras propias vidas, y entonces aprender tiene sentido. Referencias Bibliográficas Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI. (1996). La educación encierra un tesoro. Paris: UNESCO. Contreras, D. & Crotti, E. (2007). Qué educación, para qué sociedad; El Proyecto de Ley General de Educación. Publicado en Infancia y Adolescencia Nº 6, serie Reflexiones. Santiago. Covarrubias, A. (2012). Subvención Escolar Preferencial: bitácora de una intervención psicosocial a partir de la infancia. Santiago: Amazon. Chile, Ministerio de Educación, Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas. (2003). Marco para la buena enseñanza. Santiago: MINEDUC. Errázuriz, L. H. (2002). ¿Cómo evaluar el Arte? Evaluación de la Enseñanza de las Artes Visuales a Nivel Escolar: Prácticas, Mitos y Teorías. Santiago: MINEDUC. Freire, P. (1975). Pedagogía de lo Oprimido. Madrid: Siglo XXI. Freire, P. (1997). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa
226
México: Siglo XXI. Gardner, H. (2000). La Educación de la mente y el conocimiento de las disciplinas: lo que todos los estudiantes deberían comprender. Barcelona: Paidós. Illich, I. (1968). La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada: en América Latina abre un abismo de clases y prepara a una élite y con ella el fascismo. Cuernavaca: CIDOC. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: Planeta. Tonucci, F. (1993). ¿Enseñar o aprender?: la escuela como investigación quince años después. Barcelona: Graó. Tonucci, F. (2003). ¡Cuando los Niños dicen Basta! (Trad. Mario Merlino). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
227